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La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica

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La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica
Nuestras bellas artes fueron desarrolladas, y sus tipos y usos establecidos, en tiempos muy
distintos al presente, por hombros cuyo poder de acción sobre las cosas era insignificante
comparado con el nuestro. Pero el asombroso crecimiento de las técnicas, la adaptabilidad
y precisión que han alcanzado, las ideas y hábitos que crean, son prueba de la inminencia
de los profundos cambios que experimentará la antigua producción de lo Bello. En todas las
artes existe un componente físico que ya no puede considerarse ni tratarse como antaño,
que no puede permanecer inmune al conocimiento y el poder moderno. Durante los últimos
veinte años, ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo han sido lo que fueron siempre.
Debemos esperar que las grandes innovaciones transformen por completo la técnica de las
artes, afectando así la propia invención artística y quizás hasta provocando un cambio
radical en nuestra misma concepción del arte.
Paul Valéry, Pieces sur L’Art, 1931
La conquête de l’ubiquité
Prefacio
Marx se embarcó en su crítica del modo capitalista de producción cuando éste se
encontraba en su etapa inicial, y dirigió sus esfuerzos en tal sentido que tuvieran valor de
pronóstico. Regresó a las condiciones básicas que subyacen a la producción capitalista y, al
exhibirlas, señaló lo que podía esperarse del capitalismo en el futuro. El resultado fue que
cabía esperar no sólo que se explotara al proletariado con mayor intensidad, sino que,
finalmente, se crearan las condiciones que hicieran posible la abolición del propio
capitalismo.
A la trasformación de la superestructura, que se produce de forma mucho más lenta que la
de la base material, le ha tomado más de medio siglo poner de manifiesto el cambio en las
condiciones de producción en todas las áreas de la cultura. Sólo hoy puede indicarse la
forma en que ello se produjo. Aunque estas afirmaciones deben cumplir con ciertos valores
de pronóstico, las tesis sobre el arte proletario luego de su ascenso al poder, o aquellas
sobre el arte de una sociedad desclasada corresponderán menos con esta exigencia que
las tesis sobre tendencias evolutivas del arte bajo las actuales condiciones de producción.
Su dialéctica no es menos perceptible en la superestructura que en la economía. Sería
incorrecto, entonces, subestimar su valor como herramienta de lucha. Estas tesis pasan por
alto un número de conceptos obsoletos, como el genio y la creatividad, el valor eterno y el
misterio; conceptos cuya aplicación incontrolada (y en la actualidad es prácticamente
incontrolada) llevaría a un tratamiento de los hechos en el sentido fascista. Los conceptos
introducidos en la teoría del arte en lo que sigue difieren de los más familiares en que
resultan completamente inútiles a los propósitos del fascismo; por el contrario, sirven para la
formulación de demandas revolucionarias en las políticas del arte.
I
Para empezar, una obra de arte siempre ha sido reproducible. Los hombres pueden imitar
los objetos que ellos mismos fabrican. Los alumnos en sus prácticas han hecho
reproducciones, los maestros para difundir sus obras y, finalmente, los terceros en
búsqueda de ganancia. La reproducción mecánica de una obra de arte, sin embargo, es
algo nuevo. Históricamente, ha avanzado con intermitencia y a largos intervalos, pero con
acelerada intensidad. Los griegos conocían sólo dos procedimientos para reproducir
técnicamente obras de arte: fundir y acuñar. Bronces, terracotas y monedas eran las únicas
piezas que podían producir en cantidad; todas las otras eran únicas y no podían ser
reproducidas mecánicamente. Con la xilografía, el arte gráfico se volvió reproducible
mecánicamente por primera vez, mucho antes de que la escritura se volviera reproducible
gracias a la imprenta. Sabidos son los cambios fundamentales que la imprenta, la
reproducción mecánica de la escritura provocó en la literatura. Sin embargo, aunque sea un
caso de gran importancia, la imprenta no es más que un fenómeno especial dentro de los
que estamos analizando aquí desde una perspectiva histórica mundial. Durante la Edad
Media, el grabado en cobre y el aguafuerte se sumaron a la xilografía, y a comienzos del
siglo XIX apareció la litografía; con ésta, la técnica de reproducción alcanzó un estadio
esencialmente nuevo. Este proceso, mucho más directo, se caracterizaba por el calcado del
diseño sobre piedra en lugar de la incisión en un bloque de madera o el grabado en una
plancha de cobre, y permitió al arte gráfico comercializar sus productos por primera vez, no
sólo en grandes cantidades como hasta el momento, sino además, con formas distintas
todos los días. La litografía permitió al arte gráfico ilustrar la vida diaria y comenzó a seguirle
el ritmo a las impresiones. Pero unas pocas décadas después de su invención, la litografía
fue superada por la fotografía. Por primera vez en el proceso de reproducción pictórica, la
fotografía liberó a la mano de sus funciones artísticas más importantes, que entonces
pasaron a recaer tan sólo sobre el ojo que mira a través de un lente. En tanto el ojo percibe
con mayor velocidad de lo que la mano puede dibujar, el proceso de reproducción pictórica
se aceleró tanto que podía alcanzar la velocidad del habla. Un operador de cámara en
estudio captura la imagen a la misma velocidad en que el actor dice su parlamento. Así
como la litografía prácticamente sugería al periódico ilustrado, la fotografía anticipó el cine
sonoro. La reproducción técnica del sonido fue emprendida hacia fines del último siglo.
Estos esfuerzos convergentes hicieron predecible una situación que Paul Valéry describe
así:
“Del mismo modo en que el agua, el gas y la electricidad llegaron a los hogares desde lejos
para satisfacer nuestras necesidades con el mínimo esfuerzo, así nos abasteceremos de
imágenes visuales y sonoras que aparecerán y desaparecerán con el simple movimiento de
una mano. Apenas algo más que un signo”1.
Hacia 1900, la reproducción técnica había alcanzado un standard que no sólo le permitía
reproducir todas las obras de arte susceptibles de transmisión -y así provocar el cambio
más radical en su impacto en el público-, sino que también se había hecho un lugar entre
los procedimientos artísticos. Para el estudio de este standard, nada resulta más revelador
que la naturaleza de las repercusiones que estas dos manifestaciones diferentes -la
reproducción de las obras de arte y el cine- han tenido sobre el arte en su forma tradicional.
II
Incluso a la más perfecta reproducción de una obra de arte le falta algo: su presencia en el
tiempo y el espacio, su existencia única en el lugar en el que está, que refiere a la historia a
la que estuvo sujeta a lo largo de su existencia. Esto incluye los cambios que pudiera haber
sufrido en su condición física con los años, como también los distintos cambios de dueño2.
Los rastros de los primeros se revelan a través de análisis físicos o químicos imposibles de
practicar sobre una reproducción; el historial de dueños puede rastrearse a partir del estado
del original.
La presencia del original es el requisito previo a la aplicación del concepto de autenticidad.
Los análisis químicos de la pátina de un bronce pueden ayudar a establecer esta
autenticidad, del mismo modo en que lo hará la comprobación de que un manuscrito
medieval proviene de un archivo del siglo XV. La esfera de la autenticidad se encuentra por
fuera de la reproductibilidad técnica y, desde luego, no sólo técnica3. Frente a la
reproducción manual, que solía tildarse de falsificación, el original conserva toda su
autoridad; no así frente a la reproducción técnica. Esto por dos razones. La primera es que
el proceso de reproducción depende menos del original que en la reproducción manual. Por
ejemplo, en la fotografía, el proceso de reproducción puede hacer aparecer aspectos del
original imperceptibles para el ojo humano pero accesibles para el lente, que es ajustable y
elige el ángulo de captura. Y la reproducción fotográfica, con la ayuda de ciertos procesos,
como la ampliación y la retardación, puede capturar imágenes que se escapan a la visión
natural. En segundo lugar, la reproducción técnica puede colocar a la copia en situaciones
que serían inaccesibles para el original. Ante todo, permite al original salir al encuentro con
el destinatario, sea en la forma de fotografía o de disco fonográfico. La catedral abandona
su lugar original y llega al estudio de un aficionado del arte; una producción coral, ejecutada
en un auditorio o al aire libre, se reproduce en la sala de estar.
Las situaciones a las que puede llevarse el producto de la reproducción técnica pueden no
afectar a la obra en sí, pero la calidad de su presencia siempre se verá depreciada. Esto
aplica no sólo al objeto de arte sino también, por ejemplo, a la escena de una película que
transcurre ante el espectador. En el caso del objeto de arte, se ve afectado un núcleo de lo
más sensible, su autenticidad, mientras que ningún objeto natural es tan vulnerable en ese
punto. La autenticidad de un objeto es la esencia de todo lo transmisible desde el comienzo,
desde su duración material hasta su valor como testimonio de su historia. En tanto el valor
testimonial descansa en la autenticidad, también se pone en peligro con la reproducción,
cuando la duración material deja de importar. Y lo que realmente se pone en peligro cuando
el valor testimonial se ve afectado es la autoridad del objeto4.
Podría definirse el elemento afectado con el concepto de “aura” y decir: aquello que se
atrofia en la era de la reproductibilidad técnica es el aura de la obra de arte. Se trata de un
proceso sintomático cuya importancia trasciende a la obra misma. Podríamos generalizar y
decir: la técnica de la reproducción quita al objeto reproducido del dominio de la tradición.
Reproduciéndolo infinitas veces reemplaza una existencia única por una pluralidad de
copias; y al permitir que la reproducción alcance al observador o al oyente en su situación
particular, reactiva al objeto reproducido. Estos dos procesos conducen a una completa
destrucción de la tradición, que es el anverso de la crisis actual y la renovación de la raza
humana. Ambos procesos están íntimamente conectados con los movimientos de masa
contemporáneos. Su más poderoso agente es el cine, cuya importancia social, en particular
en su forma más positiva, es inconcebible separado de su aspecto destructivo, catártico;
esto es, la liquidación del valor tradicional del patrimonio cultural. Este fenómeno es más
visible en los grandes films históricos, y se extiende siempre hacia nuevas posiciones. En
1927, Abel Gance exclamó con entusiasmo: “Shakespeare, Rembrandt, Beethoven harán
películas… Todas las leyendas, las mitologías y los mitos, todos los fundadores de las
religiones y éstas mismas aguardan su resurrección, y los héroes se agolpan en la puerta”5.
Aparentemente sin proponérselo, estaba invitando a una liquidación de gran alcance.
III
Durante largos períodos de historia se modifica, junto con la completa forma de existencia
humana, el modo de percepción sensorial. El modo en que se organiza la percepción, el
medio en el que se lleva a cabo, está determinado no sólo por la naturaleza sino también
por las circunstancias históricas. El siglo V, con sus grandes desplazamientos de población,
vio nacer el arte industrial romano tardío y el Génesis de Viena, y desarrolló no sólo un arte
diferente al de la antigüedad sino también una nueva forma de percepción. Los alumnos de
la escuela vienesa, Riegl y Wickhoff, que soportaron el peso de la tradición clásica bajo el
que estas formas de arte tardías habían sido enterradas, fueron los primeros en sacar
conclusiones respecto de la organización de la percepción en aquel momento. No obstante
la amplitud de alcance de sus consideraciones, estos alumnos se limitaron a mostrar la
marca decisiva, formal, que caracteriza a la percepción en la era romana tardía. No se
propusieron -y tal vez no vieron el modo de hacerlo- señalar las transformaciones sociales
expresadas en estos cambios de percepción. Las condiciones para una comprensión
correspondiente son más favorables en la actualidad. Y si los cambios en el medio de la
percepción contemporánea pueden comprenderse como el deterioro del aura, es posible
indicar sus causas sociales.
El concepto de aura que se propuso anteriormente en referencia a los objetos históricos
puede ilustrarse en referencia al aura de los objetos naturales. Definimos el aura de estos
últimos como el fenómeno único de una distancia, por cerca que se encuentren. Si
descansando una tarde de verano observamos una cordillera en el horizonte o una rama
que nos hace sombra, experimentamos el aura de esas montañas o de esa rama. Esta
imagen facilita la comprensión de las bases sociales del actual deterioro del aura, que
descansa en dos circunstancias, ambas relacionadas con la creciente importancia de las
masas en la vida contemporánea. A saber: el deseo de las masas6 de “acercar” las cosas,
espacial y humanamente, lo cual constituye un deseo tan apasionado como su voluntad de
superar la unicidad de cualquier realidad aceptando su reproducción. Cada día es más
fuerte el impulso por adueñarse de un objeto en la mayor cercanía posible, a través de la
similitud, de la reproducción. Sin duda, la reproducción que ofrecen las revistas y los
noticiarios difiere de la imagen que ve el ojo desnudo. La unicidad y la permanencia están
tan íntimamente relacionadas en el segundo caso como lo están la transitoriedad y la
reproducibilidad en el primero. Quitarle a un objeto su coraza, destruir su aura, es la marca
de la percepción cuyo “sentido de la igualdad universal de las cosas” ha crecido a tal punto
que la extrae incluso de un objeto único por medio de la reproducción. Así se pone de
manifiesto en el campo de la percepción lo que en la esfera teórica se evidencia con la
creciente importancia dada a las estadísticas. El ajuste de la realidad a las masas y de las
masas a la realidad es un proceso de alcance ilimitado, tanto para el pensamiento como
para la percepción.
IV
La unicidad de una obra de arte es inseparable de la inscripción de esta última en la
estructura de la tradición. Esta tradición es algo vivo y extremadamente cambiante. Una
vieja estatua de Venus, por ejemplo, se hallaba en un contexto tradicional diferente con los
Griegos, que la hicieron un objeto de veneración, que con los eclesiásticos medievales, que
la veían como un ídolo siniestro. Ambas tradiciones, sin embargo, se enfrentaban sobre la
base de su unicidad, esto es, su aura. Originalmente, la integración contextual del arte en la
tradición encontraba expresión en el culto. Sabemos que las más tempranas obras de arte
tuvieron origen como servicio a un ritual, primero el mágico y después el religioso. Resulta
significativo que la existencia de la obra de arte con referencia a su aura nunca se aleje del
todo de la función ritual7. En otras palabras, el valor único de la obra de arte “auténtica”
tiene su base en el ritual, donde yace su valor de uso original. Esta base ritual, por más
remota que sea, puede reconocerse como ritual secularizado en las formas de culto a la
belleza más profanas8. El culto a la belleza secular, desarrollado durante el Renacimiento y
que prevaleció durante tres siglos, mostró con claridad el deterioro de esa base ritual y la
primera crisis profunda que la sacudió. Con el advenimiento del primer verdadero medio de
reproducción -la fotografía-, simultáneamente con el ascenso del socialismo, el arte advirtió
el advenimiento de la crisis que se manifestaría un siglo más tarde. En ese momento, el arte
reaccionó con la doctrina del l’art pour l’art, esto es, con una teología del arte, lo que dio
lugar a lo que podría denominarse una teología negativa en la forma de la idea de arte
“puro”, que no sólo negaba al arte cualquier función social sino también cualquier
categorización por su contenido. (En la poesía, Mallarmé fue el primero en adoptar esta
posición).
Un análisis del arte en la era de la reproductibilidad técnica debe hacer justicia a estas
relaciones, pues nos permiten comprender algo importante: por primera vez en la historia
mundial, la reproducción mecánica libera a la obra de arte de su dependencia parasitaria del
ritual. En un sentido más amplio aún, la obra de arte se convierte en obra diseñada para su
reproductibilidad9. Del negativo de una fotografía, por ejemplo, pueden hacerse
innumerables copias; no tiene sentido solicitar la copia “auténtica”. Pero en el momento en
que el criterio de autenticidad deja de ser aplicable a la producción artística, la función del
arte se ve completamente alterada. En lugar de estar fundamentada en un ritual, comienza
a estarlo en otra práctica: la política.
V
Las obras de arte son recibidas y valoradas en distintos niveles, de los cuales se destacan
dos polos: en uno, el acento está puesto en el valor de culto; en el otro, en el valor
exhibicionista de la obra10. La producción artística comienza con objetos ceremoniales
destinados a servir en un culto. Probablemente lo importante era que existieran y no que
estuvieran a la vista. El alce que dibujaba el hombre de la edad de piedra sobre las paredes
de su cueva era un instrumento mágico; si bien lo exponía ante sus semejantes, estaba
destinado a los espíritus. Hoy el valor de culto parecería exigir que la obra permanezca
oculta. Ciertas estatuas de dioses son accesibles únicamente a los curas en la “cella”;
ciertas vírgenes permanecen a resguardo la mayor parte del año; ciertas esculturas en
catedrales medievales no se colocan a la vista de espectador en la planta baja. Con la
emancipación de las distintas prácticas artísticas desde el ritual, han aumentado las
oportunidades de exhibición de los productos. Es más fácil exhibir un busto, que se puede
trasladar de aquí para allá, que la estatua de una divinidad que posee un lugar fijo en el
interior de un templo. Lo mismo aplica a la pintura en contraposición al mosaico o el fresco
que la precedieron. Y aunque la exhibición pública de una misa originalmente debe haber
sido tan grandilocuente como la de una sinfonía, ésta última tuvo su origen en el momento
en que su exhibición pública prometía ser mayor que la de la misa.
Con las diferentes técnicas de reproducción técnica de una obra de arte, su adaptabilidad
para la exhibición creció de tal modo que el desplazamiento cuantitativo entre sus dos polos
se convirtió en una transformación cualitativa de su naturaleza. Esto es comparable con la
situación de una obra de arte en tiempos prehistóricos cuando, por el énfasis absoluto en su
valor cultual, era ante todo un instrumento mágico. Sólo después comenzó a ser reconocida
como obra de arte. Del mismo modo hoy, con el absoluto énfasis en su valor exhibicionista,
la obra se convierte en una creación con funciones completamente nuevas; entre ellas, de
la que somos conscientes, la función artística, que más tarde pasaría a ser considerada
como secundaria11. Esto es seguro: hoy la fotografía y el cine proporcionan los ejemplos
más concretos de esta nueva función.
VI
En la fotografía, el valor exhibicionista comienza a desplazar en toda la línea al valor cultual.
Pero éste no se da por vencido y opone una última resistencia: el rostro humano. No por
casualidad el retrato fue el principal foco de atención de la fotografía en sus comienzos. El
culto al recuerdo de los seres queridos, ausentes o fallecidos, ofrece el último refugio al
valor cultual del retrato. Por última vez, el aura emana de las primeras fotografías en la
expresión efímera de un rostro humano; aquí radica su melancolía y su incomparable
belleza. Pero así como el hombre se aparta de la imagen fotográfica, el valor exhibicionista
enseña por primera vez su superioridad frente al valor ritual. En haber señalado esta nueva
etapa radica el incomparable valor del trabajo de Atget que, alrededor de 1900, tomó
fotografías de las calles desiertas de París. Se ha dicho de él, con justicia, que las fotografió
como si fueran escenas de crímenes. La escena de un crimen también está desierta; se la
fotografía con el propósito de dejar evidencia. Con Atget, las fotografías se convirtieron en
testimonio de los acontecimientos históricos, y adquirieron una importancia política que
había permanecido soslayada hasta el momento. Estas fotografías exigen un tipo particular
de recepción; la contemplación libre no resulta apropiada aquí. Estas imágenes conmueven
al observador y en cierto modo le plantean un desafío. Al mismo tiempo, las revistas
ilustradas comienzan a presentar señales indicadoras, correctas o incorrectas, no tiene
importancia. Por primera vez se exigen los epígrafes. Y es claro que poseen un carácter
completamente distinto al del título de una pintura. Las directivas que brindan los epígrafes
a los lectores de revistas ilustradas pronto se vuelven más explícitas e imperativas en el
cine, donde la comprensión de cada imagen depende de todas las que la precedieron.
VII
La disputa decimonónica acerca del valor artístico de la pintura frente a la fotografía todavía
hoy resulta confusa y enrevesada. Esto, sin embargo, no le quita importancia sino todo lo
contrario. La disputa fue, de hecho, el síntoma de una transformación histórica cuyo impacto
universal no fue detectado por ninguno de los rivales. Cuando la era de la reproducción
técnica separó al arte de su base cultual, la apariencia de su autoridad desapareció para
siempre. El cambio resultante en la función del arte trascendió la perspectiva del siglo; por
mucho tiempo incluso escapó la del siglo XX, testigo del desarrollo del cine. Antes ya se
había dedicado mucha reflexión en torno a la pregunta de si la fotografía es arte o no. Pero
la cuestión principal -si la misma invención de la fotografía no había transformado por
completo la naturaleza del arte- no se había planteado. Pronto, los teóricos del cine se
hicieron la misma pregunta precipitada respecto a este lenguaje. Pero las dificultades que
presentó la fotografía a la estética tradicional eran un juego de niños comparadas con las
que presentaba el cine. Abel Gance, por ejemplo, compara el cine con los jeroglíficos: “Aquí,
por una notable regresión, hemos vuelto al nivel de expresión de los egipcios… El lenguaje
pictórico todavía no ha madurado pues nuestros ojos no se han adaptado a él. Incluso no
hay suficiente respeto, suficiente culto a lo que éste expresa”12. O, en palabras de
Séverin-Mars: “¿A qué arte se le ha concedido sueño más poético y, al mismo tiempo, tan
real? Así considerado, el cine representa un medio de expresión único. Sólo a aquellos de
mente noble debería permitírseles ingresar en este terreno en los momentos más perfectos
y misteriosos de sus vidas”13. Alexandre Arnoux concluye su fantasía respecto del cine
mudo con la pregunta: “¿Acaso nuestras audaces descripciones definen la oración?”14.
Resulta instructivo remarcar cómo la intención de incluir al cine entre las “artes” lleva a
estos teóricos a detectar allí elementos rituales con una sorprendente falta de discreción.
Incluso cuando estas especulaciones fueron publicadas ya habían aparecido películas como
La opinión pública y La quimera del oro. Esto, sin embargo, no impide que Abel Gance
apele a los jeroglíficos con propósitos comparativos, ni que Séverin-Mars se refiera al cine
como podría hablarse de pinturas de Fra Angelico. Llamativamente, incluso hoy, autores
ultra reaccionarios le dan al cine una importancia contextual similar; si no una rotundamente
sagrada, al menos sí sobrenatural. Respecto de la versión cinematográfica de Sueño de
una noche de verano, de Reinhardt, Werfel señala que, sin dudas, es la copia estéril del
mundo exterior -con sus calles, interiores, estaciones de trenes, restaurantes, rutas y
playas-, que hasta ahora había obstaculizado el ingreso del cine en el reino del arte. “El cine
todavía no ha comprendido su verdadero significado, sus verdaderas posibilidades, que
consisten es su facultad única de expresar por medios naturales y con incomparable poder
persuasivo, todo lo maravilloso, lo sobrenatural y lo fantástico”15.
VIII
En el teatro, el actor presenta su interpretación al público en persona; en el cine, por el
contrario, ésta se presenta a través de una cámara, lo que acarrea dos consecuencias. La
cámara por medio de la cual se exhibe la interpretación del actor cinematográfico al público
no necesariamente respeta esa interpretación en su totalidad. Manipulada por el operador,
la cámara cambia continuamente su posición respecto de la interpretación. La secuencia de
planos que el editor compone con el material filmado constituye el producto final: una
sucesión de imágenes en movimiento que son, en realidad, los movimientos de la cámara,
junto con una serie de ángulos especiales, primeros planos, etc. Así, la actuación del actor
está sujeta a una serie de tests ópticos; y ésta es la primera consecuencia de que la
actuación del actor se presente a través de una cámara. Al mismo tiempo, el actor de cine
no tiene, como sí el de teatro, la oportunidad de adaptarse a la audiencia durante la
interpretación ya que no se presenta en persona ante ésta. Esto le permite a la audiencia
adoptar una postura crítica, al no experimentar ningún tipo de contacto personal con el
actor. La identificación de la audiencia con el actor es en realidad una identificación con la
cámara. En consecuencia, la audiencia adopta la posición de la cámara, y se involucra con
la obra para ponerla a prueba16. Este no es el tipo de acercamiento al que se exponen los
valores cultuales.
IX
Lo que verdaderamente le importa al cine es que el actor, más que representar a un
personaje ante el público, se represente a sí mismo ante la cámara. Pirandello fue uno de
los primeros en detectar el cambio que sobrevino al actor con esta puesta a prueba. Aunque
las observaciones esbozadas en su novela Se rueda se centraron en los aspectos negativos
de la problemática y se limitaron al cine mudo, esto no empaña su validez, pues, en este
sentido, el cine sonoro no modificó nada esencial. Lo importante es que se actúa no para
una audiencia sino para un artilugio mecánico (en el caso del cine sonoro, para dos). “El
actor de cine”, escribe Pirandello, “se siente como en exilio; exiliado no sólo del escenario
sino de sí mismo. Con un vago sentimiento de disconformidad, se siente inexplicablemente
vacío: su cuerpo pierde la corporalidad, se evapora, se lo despoja de realidad, de vida, de
voz, y de los sonidos que produce al moverse, para convertirse en una imagen muda,
parpadeando un instante en la pantalla y desapareciendo luego en el silencio… El aparato
exhibe su sombra frente al público, y él mismo debe contentarse con exhibirse frente a
cámara”17. Esta situación también podría caracterizarse así: por primera vez -y esto es
producto del cine- el hombre debe poner en juego todo su cuerpo pero renunciando a su
aura. Pues el aura está atada a la presencia y no existe su réplica. El aura que emana de
Macbeth sobre el escenario no puede separarse del actor para los espectadores. Sin
embargo, la particularidad de filmar en estudio es que la cámara sustituye al público; en
consecuencia, el aura que envuelve al actor desaparece, y con ella, el aura del personaje
que interpreta.
No debería sorprender que un dramaturgo como Pirandello, al caracterizar al cine,
involuntariamente haga referencia a la misma crisis en la que vemos sumido al teatro.
Cualquier estudio riguroso demuestra que no existe mayor contraste que aquel entre una
obra de teatro y una obra de arte completamente sujeta o -como la películafundada en la
reproducción mecánica. Los expertos descubrieron hace tiempo que en el cine “los mejores
efectos casi siempre se obtienen cuando se “actúa” lo menos posible”. En 1932 Rudolf
Arnheim vio “la última tendencia en tratar al actor como un objeto de utilería elegido por sus
características e inserto en el lugar adecuado”18. Pero algo más se relaciona estrechamente
con esta idea. El actor de teatro se identifica con su personaje, mientras que al actor de cine
normalmente se le niega esta oportunidad. Su creación no se compone de una vez sino de
varias ejecuciones separadas. Además de tener en cuenta cuestiones como el costo del
estudio, la disponibilidad de los actores, el decorado, etc., existen ciertas necesidades
básicas de equipamiento que dividen el trabajo del actor en una serie de episodios
montables. En particular, por la iluminación y su instalación, un hecho que en la pantalla se
desarrolla como una escena rápida y unificada, en el estudio se realiza en una secuencia de
tomas separadas que puede tomar horas; sin mencionar el trabajo más evidente de
montaje. Así, el salto desde una ventana puede filmarse en estudio como un salto desde un
andamio, y la huida posterior, llegado el caso, puede filmarse semanas más tarde cuando
se esté rodando en exteriores. Y pueden construirse casos todavía más paradójicos.
Pongamos por caso que un actor debe sobresaltarse cuando alguien golpea la puerta. Si su
reacción no es satisfactoria el director puede optar por otro recurso: cuando el actor se
encuentre nuevamente en el estudio, alguien disparará un tiro detrás de él sin que se le
advierta. Se filmará entonces su sobresalto y se cortará para pegarlo luego en la película.
Nada enseña de modo más sorprendente que el arte ha abandonado el reino de la “bella
apariencia” que, hasta el momento, había sido la única esfera en la que podía desarrollarse.
X
La sensación de extrañeza que se apodera del actor frente a cámara, tal como Pirandello lo
describe, es similar a la que sentimos al ver nuestra propia imagen reflejada en el espejo.
Pero ahora la imagen reflejada se ha vuelto separable, transportable. ¿Y a dónde es
transportada? Ante el público19. Nunca, en ningún momento, el actor de cine pierde
conciencia de esto. Mientras está frente a cámara sabe que, eventualmente, estará frente al
público, el consumidor que compone el mercado. Este mercado, al que el actor ofrece no
sólo su trabajo sino todo su ser, su corazón, su alma, está fuera de su alcance. Durante el
rodaje posee tan poco contacto con éste como cualquier artículo fabricado en un taller.
Probablemente esto contribuya con el agobio, con esa nueva ansiedad que, según
Pirandello, se apodera del actor frente a cámara. El cine responde a la muerte del aura con
la construcción artificial de la “figura” fuera del estudio. El culto a la estrella de cine,
fomentado por el capital de la industria cinematográfica, no preserva el aura única de la
persona sino el “hechizo de la celebridad”, el falso hechizo de un producto. Mientras el
capital de los productores de cine marque la tendencia, por regla, ningún otro mérito
revolucionario puede otorgársele al cine más que el de apoyar una crítica revolucionaria de
los conceptos tradicionales del arte. No negamos que, en algunos casos, las películas
puedan promover la crítica revolucionaria de las condiciones sociales de existencia, incluso
de la distribución de la propiedad; pero eso no es objeto del presente estudio, como
tampoco lo es de la industria cinematográfica de Europa occidental.
Es inherente a la técnica del cine, al igual que en el deporte, que todo aquel que presencie
sus producciones lo haga en calidad de semi-experto. Cualquiera que escuche a un grupo
de repartidores de periódicos, apoyados en sus bicicletas, comentando los resultados de
una carrera de bicicletas dará cuenta de ello. No por casualidad los editores de periódicos
organizan carreras para sus repartidores. Esto despierta gran interés entre los participantes,
pues el ganador tiene la oportunidad de ascender de repartidor a ciclista profesional. De
modo similar, el noticiario ofrece a todos la oportunidad de ascender de transeúnte a extra
de una película. Así, cualquiera podría incluso formar parte de una obra de arte, como en
Tres canciones sobre Lenin, de Vertov, o Borinage, de Iven. Cualquiera puede pretender hoy
ser filmado, y ese afán puede ilustrarse mejor si se lo compara con la situación histórica de
la literatura contemporánea.
Durante siglos, un número pequeño de escritores se enfrentaban a varios miles de lectores.
Esto cambió hacia fines del último siglo. Con la expansión de la prensa, que
constantemente presenta nuevos organismos políticos, religiosos, científicos, profesionales
y locales al lector, un número cada vez mayor de lectores se convirtieron en escritores, al
principio, ocasionales. Esto comienza cuando la prensa diaria abre la sección “cartas al
editor”. Y hoy apenas si existe un trabajador en Europa que no encuentre al menos una
oportunidad para publicar en alguna parte comentarios acerca de su trabajo, sus pesares,
un artículo, etc. Así, la distinción entre autor y público está por perder su característica
básica. La diferenciación se vuelve meramente funcional y varía según los casos. El lector
siempre está preparado para convertirse en escritor, y accede a ese rol en calidad de
experto (en el que forzosamente se convierte, aunque más no sea en una función menor, en
un proceso laboral extremadamente especializado). En la Unión Soviética, al trabajo se le
concede una voz. Presentarlo verbalmente es parte de la habilidad del hombre de llevar a
cabo su trabajo. La licencia literaria ahora se funda en una educación politécnica más que
en una especializada, y así se convierte en un bien común20.
Todo esto puede aplicarse fácilmente al cine donde, en una década, ha tenido lugar la
transición que a la literatura le llevó siglos. En la práctica cinematográfica, particularmente
en Rusia, este cambio de sistema se ha vuelto prácticamente una realidad establecida.
Algunos de los actores de los films rusos no son actores en el sentido en que nosotros lo
entendemos sino personas que, ante todo, se representan a sí mismas en su proceso de
trabajo. En Europa occidental, la explotación capitalista del cine no toma en consideración el
afán legítimo del hombre moderno por ser reproducido. Bajo tales circunstancias, la
industria cinematográfica se esfuerza por estimular el interés de las masas a través de
espectáculos que fomenten la ilusión y la especulación.
XI
El rodaje de una película, en especial, una sonora, constituye un hecho inimaginable en
cualquier otro tiempo que no sea éste. Se trata de un proceso en el que resulta imposible
asignar al espectador un punto de vista que excluya de la escena propiamente dicha,
accesorios ajenos a ésta como el equipo de cámaras, de iluminación, los asistentes, etc.; a
no ser que el ojo del espectador se encuentre en línea paralela con el lente. Esta
circunstancia, más que cualquier otra, hace parecer superficial e insignificante cualquier
similitud entre una escena filmada en estudio y otra representada sobre el escenario. En el
teatro, uno tiene plena conciencia del lugar desde el cual la obra no puede ser
inmediatamente señalada como ilusoria. Ese lugar no existe en la filmación de una película.
Su naturaleza ilusoria es de segundo grado, es el resultado del corte. En el estudio, el
equipamiento mecánico ha penetrado tan profundamente en la realidad que su aspecto
puro, libre de la materialidad extraña del equipamiento, es el resultado de un procedimiento
especial: la filmación con una cámara especialmente ajustada y el posterior montaje de las
tomas. El aspecto “libre de equipamiento” de la realidad aquí se ha convertido en la cumbre
de la artificialidad; la realidad inmediata es la orquídea de la tierra de la tecnología.
Más revelador resulta comparar estas circunstancias -que difieren tanto de las del teatrocon las de la pintura. Aquí la pregunta sería: ¿Cómo se compara al operador de cámara con
el pintor? Para responderla recurrimos a una analogía con la operación quirúrgica. El
cirujano representa el polo opuesto al del mago. El mago puede curar a un enfermo
mediante la imposición de manos; el cirujano debe cortarlo. El mago mantiene la distancia
natural con el paciente; aunque la reduce considerablemente con la imposición de manos, la
amplia en virtud de su autoridad. El cirujano hace exactamente lo contrario: reduce
considerablemente la distancia con el paciente al penetrar en su cuerpo, y la aumenta
apenas por el cuidado con el que sus manos se mueven entre sus órganos. En pocas
palabras, al revés que el mago -que todavía persiste en la figura del médico- el cirujano, en
el momento decisivo, no se coloca frente al paciente y lo mira de hombre a hombre; más
bien, penetra en él mediante la operación.
El mago y el cirujano se comparan con el pintor y el cameraman. El pintor mantiene una
distancia natural de la realidad con su obra; el cameraman penetra profundamente en esa
red21. Y las imágenes que obtiene cada uno son muy diferentes. La del pintor es una imagen
completa, la del cameraman es una de múltiples fragmentos que se fusionan bajo una
nueva ley. Así, para el hombre contemporáneo, la representación de la realidad a través del
cine es incomparablemente más significativa que la de la pintura, ya que ofrece
-precisamente por la cabal penetración en la realidad con el equipamiento mecánico-, un
aspecto de la realidad libre de cualquier equipamiento. Y eso es lo que uno tiene derecho a
exigirle a una obra de arte.
XII
La reproducción mecánica del arte altera la reacción de las masas frente a una obra. La
actitud reaccionaria frente a una pintura de Picasso se convierte en progresista frente a una
película de Chaplin. Esta reacción progresista se caracteriza por la fusión directa, íntima del
disfrute visual y emocional con la actitud del experto. Dicha fusión posee una gran
relevancia social. Cuánto menos socialmente significativa es la obra de arte, más profunda
es la distinción entre la crítica y el disfrute del público. Lo convencional se disfruta sin
sentido crítico, y a lo verdaderamente nuevo se lo critica con aversión. Respecto de la
pantalla, las actitudes crítica y receptiva del público coinciden principalmente puesto que las
reacciones individuales están predeterminadas por la respuesta de una audiencia de
masas, y esto nunca es más pronunciado que en el cine. Y en el momento en que estas
respuestas se manifiestan se controlan. Otra vez, la comparación con la pintura resulta
provechosa. La pintura siempre ha tenido la oportunidad de ser contemplada por una o más
personas. La contemplación simultánea de pinturas por un gran público, como se da en el
siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura; una crisis que, de ninguna
manera, ocasiona exclusivamente la fotografía sino, más bien, y de modo relativamente
independiente, el llamamiento de las obras de arte a las masas.
La pintura sencillamente no está en condiciones de presentar un objeto para su
contemplación colectiva y simultánea, como sí puede hacer la arquitectura y el cine. Aunque
esta sola circunstancia no debería hacernos sacar conclusiones acerca del rol social de la
pintura, sí constituye una amenaza seria desde el momento en que la pintura, bajo
condiciones especiales y en contra de su naturaleza, se ve enfrentada directamente a las
masas. En las iglesias y monasterios medievales y en los principados hasta fines de siglo
XVIII, la recepción colectiva de pinturas no ocurría de forma simultánea, sino a través de
una mediación graduada y jerarquizada. El cambio ocurrido es señal del conflicto por el cual
la pintura comenzó a exhibirse públicamente a través de la reproducción mecánica. Aunque
esta exhibición se producía en galerías y salones, no había forma de controlar y organizar a
las masas para su recepción22. Así, el mismo público que responde de modo progresista
frente al film grotesco, seguramente lo hará de modo reaccionario frente al surrealismo.
XIII
Lo característico del cine radica no sólo en la forma en que el hombre se presenta ante el
aparato mecánico sino también en la forma en que, por medio de éste, se representa su
propio ambiente. Un vistazo a la psicología ocupacional ilustra la capacidad de poner a
prueba del aparato. El psicoanálisis lo explica desde una perspectiva diferente. El cine ha
enriquecido nuestro campo perceptivo con métodos que pueden explicarse por los de la
teoría freudiana. Hace cincuenta años, un lapsus linguae pasaba más o menos
desapercibido. Sólo excepcionalmente ese fallido podía revelar dimensiones profundas de
una conversación que seguía su curso en la superficie. Todo cambió desde Psicopatología
de la Vida Cotidiana. Este libro aisló e hizo analizables ciertas cuestiones que hasta el
momento habían pasado inadvertidas en la amplia corriente de la percepción. El cine trajo
aparejada una apercepción mayor en el espectro óptico y ahora también en el acústico. El
reverso de este hecho es que la producción cinematográfica puede analizarse con más
precisión, y desde más puntos de vista, que la de las pinturas o el teatro. La escena filmada
se presta más fácilmente al análisis que la pintura pues exhibe una situación de forma
mucho más precisa. En comparación con el teatro, la escena filmada se presta más
directamente al análisis porque puede ser fácilmente aislada. Esto tiende a favorecer la
mutua penetración entre arte y ciencia; de ahí su gran relevancia. A decir verdad, es difícil
decir si un comportamiento filmado, claramente acentuado en determinada situación -como
un músculo del cuerpo- es más fascinante por su valor artístico o por su utilidad científica.
Una de las funciones revolucionarias del cine será demostrar la identidad de los usos
artísticos y científicos de la fotografía, que hasta ahora habían estado separados23.
Mediante primeros planos, enfocando los detalles ocultos de los objetos que nos rodean a
diario, explorando el entorno cotidiano bajo la guía ingeniosa de la cámara, el cine, por un
lado, amplía nuestra comprensión de las necesidades que regulan nuestra vida; y por otro,
se las ingenia para asegurarnos un inmenso e inesperado campo de acción. Nuestras
tabernas y nuestras calles, nuestros despachos y nuestras habitaciones amuebladas,
nuestras estaciones de trenes y nuestras fábricas, parecen habernos encerrado sin
posibilidad de escapatoria. Después vino el cine y voló por los aires este mundo-prisión con
la dinamita de una décima de segundo, de manera que ahora, en medio de sus vastas
ruinas y escombros, emprendemos la travesía con calma y sed de aventura. Con el primer
plano el espacio se expande; con la cámara lenta el movimiento se extiende. La ampliación
de una instantánea no sólo hace más preciso lo que ya era visible -aunque no demasiado
nítido-, también revela nuevas formaciones estructurales del objeto. Asimismo, el retardador
no sólo presenta cualidades conocidas del movimiento sino que revela en ellas otras
completamente nuevas, “que, lejos de verse como movimientos rápidos retardados, dan la
sensación de movimientos sobrenaturales, que flotan y se deslizan”24. Evidentemente, se
abre una nueva naturaleza ante la cámara, diferente de la que se manifiesta ante el ojo
desnudo, porque reemplaza un espacio explorado conscientemente por otro en el que se
penetra de forma inconsciente. Aunque tengamos un conocimiento general del modo en que
las personas caminan, no sabemos nada acerca de su postura durante la fracción de
segundo que dura un paso. El acto de alcanzar un encendedor o una cuchara es familiar,
pero apenas sabemos qué sucede realmente entre la mano y el metal, sin mencionar cómo
esto fluctúa con nuestro estado de ánimo. Aquí la cámara interviene con sus recursos de
subidas y bajadas, interrupciones y aislamientos, extensiones y aceleraciones, ampliaciones
y reducciones. La cámara nos presenta la óptica inconsciente, del mismo modo que hace el
psicoanálisis con los impulsos inconscientes.
XIV
Una de las tareas más importantes del arte ha sido siempre la de crear una demanda que
sólo pudiera ser completamente satisfecha más adelante25. La historia de todas las formas
de arte pasa por épocas críticas en las que cierta forma aspira a producir efectos que sólo
podrán alcanzarse con el cambio de algún standard técnico, es decir, con una nueva forma
de arte. Las extravagancias y crudezas del arte que aparecen así, particularmente durante
las así llamadas épocas decadentes, en verdad surgen del núcleo de sus energías
históricas más ricas. En años recientes, tales barbaridades abundaban en el Dadaísmo.
Sólo ahora ese impulso se vuelve discernible: el dadaísmo intentó crear, a través de medios
pictóricos (y literarios), los efectos que el público busca hoy en el cine.
Toda creación de demandas fundamentalmente nuevas y vanguardistas alcanzará
resultados más allá de sus propósitos. El Dadaísmo lo hizo al punto de sacrificar los valores
de mercado -tan característicos del cine- a favor de ambiciones más elevadas; aunque,
desde luego, no era consciente de dichas intenciones como aquí se lo describe. Los
Dadaístas le daban mucha menos importancia al valor de venta de su trabajo que a su
inutilidad como objetos de inmersión contemplativa. La estudiada degradación de sus
materiales no era el único de sus medios para alcanzar esta inutilidad. Sus poemas son un
palabrerío de obscenidades y todo desperdicio del lenguaje imaginable. Lo mismo puede
decirse de sus pinturas, sobre las que pegaban botones y boletos. Lo que se proponían -y lo
que alcanzaban- era una destrucción despiadada del aura de sus creaciones, que ofrecían
a la reproducción con los mismos medios de producción. Ante una pintura de Arp o de un
poema de August Stramm es imposible tomarse el tiempo para la contemplación y la
evaluación, como podría hacerse ante una pintura de Derain o un poema de Rilke. En la
decadencia de la clase media, la contemplación se volvió una forma de comportamiento
antisocial y se lo contrapuso a la distracción como una variante del comportamiento social26.
Las producciones Dadaístas aseguraban una distracción más bien intensa, haciendo de sus
piezas de arte un centro de escándalo. Había un requerimiento fundamental: escandalizar al
público.
Desde una apariencia seductora o una estructura de sonido persuasiva, la obra de arte de
los Dadaístas se convirtió en un proyectil. Golpeaba al espectador como una bala, le daba
de lleno, y adquiría una cualidad táctil. Promovió la demanda del cine, cuyo elemento de
distracción también es principalmente táctil, al estar basado en cambios de lugar y enfoques
que, periódicamente, asaltan al espectador. Comparemos la pantalla sobre la que se
proyecta una película con el lienzo de una pintura. La pintura invita al espectador a la
contemplación; ante ésta, el espectador puede abandonarse a sus asociaciones. Ante la
película no. Tan pronto como su ojo capta una escena, ésta ya cambió. No puede
detenerse. Duhamel, que detesta el cine y nada sabe de su importancia, aunque sí de su
estructura, define esta circunstancia así: “Ya no puedo pensar lo que quiero pensar. Mis
pensamientos han sido reemplazados por imágenes en movimiento”27. El proceso de
asociación del espectador al ver estas imágenes se ve interrumpido por su constante y
súbito cambio. Esto constituye el efecto impactante del cine que, como todos los impactos,
puede amortiguarse con mayor trabajo espiritual28. Por medio de su estructura técnica, el
cine ha llevado su efecto físicamente impactante fuera de la envoltura de impacto moral en
la que lo tenían los Dadaístas29.
XV
La masa es una matriz desde la que todo comportamiento tradicional frente a las obras de
arte surge hoy bajo una nueva forma. La cantidad se convirtió en calidad. El incremento de
las masas de espectadores ha producido un cambio en el modo de participación. Que el
nuevo modo de participación haya aparecido bajo una forma de dudosa reputación no debe
confundir al espectador. Algunos han atacado con vehemencia, precisamente, este aspecto
superficial. Entre estos, Duhamel se ha expresado del modo más radical. Lo que objeta
principalmente es el tipo de participación al que incita el cine. Duhamel llama a la película
“un pasatiempo para esclavos, una diversión para los incultos, los pobres diablos, los
agotados, los consumidos por sus preocupaciones; un espectáculo que no requiere
concentración ni presupone algún tipo de inteligencia, que no enciende ninguna luz en el
corazón ni despierta otra esperanza que aquella ridícula de convertirse alguna vez en
“estrella” en Los Ángeles30. Claramente, este es, en el fondo, el mismo lamento de antaño
de que las masas buscan distracción mientras que el arte exige recogimiento. Es un lugar
común. La pregunta sigue siendo si sirve para analizar el cine.
Se necesita una mirada más detenida. La distracción y la concentración forman polos
opuestos que pueden ser descriptos así: un hombre que se concentra ante una obra de arte
se ve absorbido por ésta. Entra en la obra del mismo modo en que lo hizo -según cuenta la
leyendael pintor chino cuando vio su propia pintura terminada. Al revés, las masas
distraídas absorben la obra de arte. Esto es más evidente en relación a los edificios. La
arquitectura siempre ha representado el prototipo de una obra de arte cuya recepción es
consumada por una colectividad en estado de distracción. Las leyes de su recepción son
más que instructivas. Los edificios han acompañado a los hombres desde el principio de los
tiempos. Muchas formas de arte se han desarrollado y han perecido. La tragedia tiene su
origen con los griegos y se extingue con ellos, y siglos más tarde sus “reglas” sólo pueden
ser reavivadas. El poema épico, que nació con el florecer de las naciones, muere en Europa
al final del Renacimiento. La pintura sobre tabla es una creación de la Edad Media, y nada
garantiza su existencia ininterrumpida. Pero la necesidad de refugio del hombre perdura. La
arquitectura nunca se ha detenido. Su historia es más antigua que la de cualquier otra forma
de arte, y su afirmación de constituir una fuerza viva resulta significativa en todo intento por
comprender la relación de las masas con el arte. A los edificios se los apropia de dos
maneras: con el uso y con la percepción, o más bien, con el tacto y con la vista. Tal
apropiación no puede entenderse en términos de la concentración atenta de un turista ante
un edificio famoso. No existe un equivalente a la contemplación en lo táctil. La apropiación
táctil no se alcanza tanto por la atención como por el hábito. En cuanto a la arquitectura, el
hábito determina en gran medida incluso la percepción visual, que tiene menos que ver con
una atención embelesada que con una captación incidental. Pero este modo de apropiación
puede adquirir un valor canónico en determinadas circunstancias, pues las tareas a las que
se enfrenta el aparato perceptivo humano en los momentos decisivos de la historia no
pueden resolverse a través de medios ópticos, esto es, por la mera contemplación. De a
poco terminan siendo dominadas por el hábito, bajo la guía de la apropiación táctil.
La persona distraída también puede generar hábitos. Más aún, la habilidad de realizar
ciertas tareas en estado de distracción prueba que llevarlas a cabo es producto del hábito.
La distracción que provoca el arte resulta una forma de control encubierta de la medida en
que las nuevas tareas tienen solución por medio de la apercepción. Ya que incluso los
individuos se ven tentados a evitar dichas tareas, el arte le hará frente a aquellas más
importantes y difíciles donde pueda movilizar a las masas. Hoy lo hace en el cine. La
recepción en estado de distracción, que se hace evidente en todos los campos del arte y es
síntoma de los cambios profundos en la apercepción, encuentra en el cine su verdadero
modo de ejercicio. El cine, con su efecto impactante, alcanza esta forma de percepción sólo
a medias. El cine expulsa el valor cultual no sólo por ubicar al público en el lugar de crítico
sino también porque esta posición no requiere atención. El público es un examinador, pero
un examinador distraído.
Epílogo
La creciente proletarización del hombre moderno y la creciente masificación son dos caras
de un mismo proceso. El fascismo intenta organizar a las nuevas masas proletarias sin
modificar la estructura de propiedad que aquellas se esfuerzan por abolir. El fascismo ve su
salvación en darles a estas masas, no el derecho, sino la oportunidad de expresarse31. Las
masas tienen derecho a cambiar las relaciones de producción; el fascismo busca darles un
medio de expresión manteniendo la estructura de propiedad. El resultado lógico del
fascismo es la introducción de lo estético en lo político. La violación de las masas, a las que
el fascismo, con el culto a su Führer, obliga a poner de rodillas, tiene su contraparte en la
violación de un aparato puesto al servicio de la producción de valores rituales. Todos los
esfuerzos por volver estética la política culmina en una cosa: guerra. La guerra y sólo la
guerra puede darle un objetivo a los movimientos de masas de gran escala conservando al
mismo tiempo la estructura de propiedad tradicional. Así se formula la situación política. La
situación tecnológica podría formularse así: sólo la guerra hace posible movilizar todos los
recursos técnicos actuales manteniendo el sistema de propiedad. Se sobreentiende que la
quintaesencia fascista de la guerra no emplea tales argumentos. Aun así, Marinetti señala
en su manifiesto sobre la guerra colonial en Etiopía: “Durante veintisiete años, nosotros, los
Futuristas, nos hemos rebelado en contra de que se etiquete a la guerra como antiestética.
Al respecto, decimos: la guerra es bella porque establece el dominio del hombre sobre la
máquina subyugada, a través de máscaras de gas, aterradores megáfonos, lanzallamas y
pequeños tanques. La guerra es bella porque da inicio a la metalización soñada del cuerpo
humano. La guerra es bella porque enriquece una pradera florecida con las ardientes
orquídeas de las ametralladoras. La guerra es bella porque combina en una sinfonía los
disparos, los cañonazos, el cese del fuego, los olores, y el hedor de la putrefacción. La
guerra es bella porque crea una nueva arquitectura, como la de los grandes tanques, los
vuelos en formación geométrica, las espirales de humo desde aldeas en llamas y muchas
otras ¡Poetas y artistas del Futurismo! ¡Recuerden estos principios de una estética de la
guerra para que iluminen su lucha por una nueva literatura y un nuevo arte plástico!”32. Lo
bueno de este manifiesto es su claridad. Merece que los dialécticos acepten sus planteos. A
estos, la estética de la guerra actual se les presenta así: si la utilización natural de las
fuerzas productivas se ve impedida por el sistema de propiedad, el crecimiento de la
técnica, la mayor velocidad y el aumento de los recursos energéticos exigirán una utilización
artificial, y esto se encuentra en la guerra. La destructividad de la guerra da la pauta de que
la sociedad aún no ha madurado lo suficiente como para incorporar a la tecnología como un
órgano, que la tecnología no se ha desarrollado lo suficiente como para hacer frente a las
fuerzas básicas de la sociedad. Lo espantoso de la guerra imperialista se atribuye a la
discrepancia entre los poderosos medios de producción y su utilización inadecuada en el
proceso de producción; en otras palabras, al desempleo y la falta de mercados. La guerra
imperialista es una rebelión de la tecnología que recoge, en la forma de “material humano”,
los reclamos a los que la sociedad ha negado su material natural. En lugar de encauzar los
ríos, la sociedad dirige corrientes humanas a las trincheras; en lugar de arrojar semillas
desde los aviones, arroja bombas sobre las ciudades. Y la guerra del gas ha encontrado un
nuevo modo de destruir el aura.
“Fiat ars-pereat mundus”33, dice el fascismo y, como señala Marinetti, espera que la guerra
provea la gratificación artística de una percepción sensorial que la tecnología ha modificado.
Tal es, evidentemente, la consumación del “l’art pour l’art”. La humanidad, que en los
tiempos de Homero era objeto de contemplación para los dioses del Olimpo, ahora es un
espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un nivel tal que le permite
experimentar su propia destrucción como un placer estético de primer orden. Tal es la
estetización de la política del fascismo. El comunismo responde con la politización del arte.
1. Valery, Paul, Pièces sur l’art, París, 1934.
2. Por supuesto, la historia de una obra de arte abarca más elementos: la historia de la
Mona Lisa, por ejemplo, abarca el tipo y número de copias que se han hecho de ella en los
siglos XVII, XVIII, y XIX.
3. Precisamente porque la autenticidad no es susceptible de que se la reproduzca,
determinados procedimientos reproductivos, técnicos por cierto, han permitido, al infiltrarse
intensamente, diferenciar y graduar la propia autenticidad. Elaborar esas distinciones fue
una función vital del comercio del arte. Podríamos decir que el invento de la xilografía atacó
en su raíz la cualidad de lo auténtico, antes de que hubiese desarrollado su último
esplendor. La imagen de una virgen medieval no era auténtica en el tiempo en que fue
hecha; lo fue en el curso de los siglos siguientes y en forma más exhuberante que nunca en
el siglo pasado.
4. La representación de Fausto más provinciana y pobretona aventajará siempre a una
película sobre la misma obra, porque en cualquier caso le hace la competencia ideal al
estreno en Weimar. Toda la sustancia tradicional que nos recuerdan las candilejas (que en
Mefistófeles se esconde Johann Heinrich Merck, un amigo de juventud de Goethe, y otras
cosas parecidas), resulta inútil en la pantalla.
5. Acercar las cosas humanamente a las masas puede significar que se hace caso omiso de
su función social. Nada garantiza que un retratista actual, al pintar a un cirujano célebre
desayunando en el círculo familiar, acierte su función social con mayor precisión que un
pintor del siglo XVI que expone al público los médicos de su tiempo representativamente, tal
y como lo hace, por ejemplo, Rembrandt en La lección de anatomía.
6. Gance, Abel, “Le temps de l’image est venu” (L’art cinématographique, II), París, 1927.
7. La definición del aura como “la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que
pueda estar)” no representa otra cosa que la formulación del valor cultual de la obra artística
en categorías de percepción espaciotemporal. Lejanía es lo contrario que cercanía. Lo
esencialmente lejano es lo inaproximable. Y serlo es de hecho una cualidad capital de la
imagen cultual. Por propia naturaleza sigue siendo “lejanía, por cercana que pueda estar”.
Una vez aparecida conserva su lejanía, a la cual en nada perjudica la cercanía que pueda
lograrse de su materia.
8. A medida que se seculariza el valor cultual de la imagen, nos representamos con mayor
indeterminación el sustrato de su singularidad. La singularidad empírica del artista o de su
actividad artística desplaza cada vez más en la mente del espectador a la singularidad de
las manifestaciones que imperan en la imagen cultual. Claro que nunca enteramente; el
concepto de autenticidad jamás deja de tender a ser más que una adjudicación de origen.
(Lo cual se pone especialmente en claro en el coleccionista, que siempre tiene algo de
adorador de fetiches y que por la posesión de la obra de arte participa de su virtud cultual).
Pero a pesar de todo la función del concepto de lo auténtico sigue siendo terminante en la
teoría del arte: con la secularización de este último la autenticidad (en el sentido de
adjudicación de origen) sustituye al valor cultual.
9. En las obras cinematográficas la posibilidad de reproducción técnica del producto no es,
como por ejemplo en las obras literarias o pictóricas, una condición extrínseca de su
difusión masiva; se funda de manera inmediata en la técnica de su producción. Ésta no sólo
posibilita directamente la difusión masiva de las películas, sino que más bien la impone ni
más ni menos que por la fuerza. Y la impone porque la producción de una película es tan
cara que un particular que, pongamos por caso, podría permitirse el lujo de un cuadro, no
podrá en cambio permitirse el de una película. En 1927 se calculó que un largometraje, para
ser rentable, tenía que conseguir un público de nueve millones de personas. Es cierto que el
cine sonoro trajo consigo un movimiento de retrocesión: su público quedaba limitado por las
fronteras lingüísticas, lo que ocurría al mismo tiempo que el fascismo subrayaba los
intereses nacionales. Pero más importante que registrar este retroceso, atenuado por lo
demás con los doblajes, será que nos percatemos de su conexión con el fascismo. Ambos
fenómenos son simultáneos y se apoyan en la crisis económica. Las mismas perturbaciones
que, en una visión de conjunto, llevaron a intentar mantener con pública violencia las
condiciones existentes de la propiedad, han llevado también a un capital cinematográfico,
amenazado por la crisis, a acelerar los preparativos del cine sonoro. La introducción de
películas habladas causó enseguida un alivio temporal. Y no sólo porque inducía de nuevo
a las masas a ir al cine, sino además porque conseguía la solidaridad de capitales nuevos
procedentes de la industria eléctrica. Considerado desde afuera, el cine sonoro ha
favorecido intereses nacionales; pero considerado desde adentro, ha internacionalizado
más que antes la producción cinematográfica.
10. Esta polaridad no cobrará jamás su derecho en el idealismo, cuyo concepto de belleza
incluye a ésta por principio como indivisa (y por consiguiente la excluye en tanto que
dividida). Con todo, se anuncia en Hegel tan claramente como resulta imaginable en las
barreras del idealismo. En lasLecciones de Filosofía de la Historia se dice así: “Teníamos
imágenes desde hace largo tiempo: la piedad necesitó de ellas muy temprano para sus
devociones, pero no precisaba de imágenes bellas, que en este caso eran incluso
perturbadoras. En una imagen bella hay también un elemento exterior presente, pero en
tanto que es bella su espíritu habla al hombre; y en la devoción es esencial la relación con
una cosa, ya que se trata no más que de un enmohecimiento del alma. El arte bello ha
surgido en la Iglesia, aunque el arte proceda del principio del arte” (Hegel, G., Werke, Berlín
y Leipzig, 1832, vol. IX, pág. 414). Un pasaje en lasLecciones sobre Estética indica que
Hegel rastreó aquí un problema: “Estamos por encima de rendir un culto divino a las obras
de arte, de poder adorarlas; la impresión que nos hacen es de índole más circunspecta, y lo
que provocan en nosotros necesita de una piedra de toque superior” (Hegel, G., op.cit., vol.
X, pág. 14). El tránsito del primer modo de recepción artística al segundo determina el
decurso histórico de la recepción artística en general. No obstante, podríamos mostrar
claramente una cierta oscilación entre ambos modos receptivos por principio para cada obra
de arte. Así, por ejemplo, para la Virgen Sixtina. Desde la investigación de Hubert Grimme
sabemos que originalmente fue pintada para fines de exposición. Grimme se preguntó: ¿por
qué en el primer plano del cuadro se muestra ese portante de madera sobre el que se
apoyan los dos angelotes? ¿Cómo pudo un Rafael, siguió preguntándose Grimme, adornar
el cielo con un par de portantes? De la investigación resultó que la Virgen Sixtina había sido
encargada con motivo de la capilla ardiente pública del Papa Sixto. Dicha ceremonia
pontificia tenía lugar en una capilla lateral de la basílica de San Pedro. En el fondo de esa
capilla se instaló, a modo de nicho y apoyado sobre el féretro, el cuadro de Rafael. Lo que
Rafael representa en él es la Virgen acercándose entre nubes al féretro papal desde el
fondo del nicho delimitado por dos portantes verdes. El sobresaliente valor exhibitivo del
cuadro de Rafael encontró su utilización en los funerales del Papa Sixto. Poco tiempo
después vino a parar el cuadro al altar mayor de un monasterio de Piacenza. La razón de
este exilio está en el ritual romano que prohíbe ofrecer al culto en un altar mayor imágenes
que hayan sido expuestas en celebraciones funerarias. Hasta cierto punto dicha
prescripción depreciaba la obra de Rafael. Para conseguir sin embargo un precio adecuado,
la curia se decidió a tolerar tácitamente el cuadro en un altar mayor. Pero para evitar el
escándalo lo envió a la comunidad de una ciudad de provincia apartada.
11. Brecht dispone reflexiones análogas a otro nivel: “Cuando una obra artística se
transforma en mercancía, el concepto de obra de arte no resulta ya sostenible en cuanto a
la cosa que surge. Tenemos entonces cuidadosa y prudentemente, pero sin ningún miedo,
que dejar de lado dicho concepto, si es que no queremos liquidar esa cosa. Hay que
atravesar esa fase sin reticencias. No se trata de una desviación gratuita del camino recto,
sino que lo que en este caso ocurre con la cosa la modifica fundamentalmente y borra su
pasado hasta tal punto que, si se aceptase de nuevo el antiguo concepto (y se lo aceptará,
¿por qué no?), ya no provocaría ningún recuerdo de aquella cosa que antes designaba”
(Brecht, B., Der Dreigroschenprozess).
12. Gance, A., op.cit., pp. 100-101.
13. Séverin-Mars, cit. por Gance, A., op.cit., p. 100.
14. Arnoux, A., Cinéma, París, 1929, p. 28.
15. Werfel, F., “Ein Sommernachtstraum. Ein Film nach Shakespeare von Reinhardt”, Neues
Wiener Journal, 15 de noviembre de 1935.
16. “El cine da (o podría dar) informaciones muy útiles por su detalle sobre acciones
humanas. No hay motivaciones de carácter, la vida interior de las personas jamás es causa
primordial y raras veces resultado capital de la acción” (Brecht, B., op.cit.). La ampliación
por medio del mecanismo cinematográfico del campo sometido a los tests corresponde a la
extraordinaria ampliación que de ese campo “testeable” traen consigo para el individuo las
circunstancias económicas. Constantemente está aumentando la importancia de las
pruebas de aptitud profesional. En ellas, lo que se ventila son consecuencias de la
ejecución del individuo. El rodaje de una película y las pruebas de aptitud profesional se
desarrollan ante un gremio de especialistas. El director en el estudio de cine ocupa
exactamente el puesto del director experimental en las pruebas a que nos referimos.
17. Pirandello, L., On tourne, cit. por Léon Pierre-quint, “Signification du cinéma” (L’ art
cinématographique, II, París, 1927, págs. 14-15).
18. Arnheim, Rudolf, Film als Kunst, Berlín, 1932. En este contexto cobran un interés
redoblado determinadas particularidades, aparentemente marginales, que distancian al
director de cine de las prácticas de la escena teatral. Así la tentativa de hacer que los
actores representen sin maquillaje, como hizo Dreyer, entre nosotros, en su Juana de Arco.
Empleó meses sólo en encontrar los cuarenta actores que componen el jurado contra la
hereje. Esta búsqueda se asemejaba a la de accesorios de difícil procura. Dreyer aplicó
gran esfuerzo en evitar parecidos en edad, estatura, fisonomía, etc. Si el actor se convierte
en accesorio, no es raro que el accesorio desempeñe por su lado la función del actor. En
cualquier caso no es insólito que llegue el cine a confiar un papel al accesorio. Y en lugar de
destacar ejemplos a capricho en cantidad infinita, nos atendremos a uno cuya fuerza de
prueba es especial. Un reloj en marcha no es en escena más que una perturbación. No
puede haber en el teatro lugar para su papel, que es el de medir el tiempo. Incluso en una
obra naturalista chocaría el tiempo astronómico con el escénico. Así las cosas, resulta
sumamente característico que en ocasiones el cine utilice la medida del tiempo de un reloj.
Puede que en ello se perciba mejor que en muchos otros rasgos cómo cada accesorio
adopta a veces en él funciones decisivas. Desde aquí no hay más que un paso hasta la
afirmación de Pudowkin: “la actuación del artista ligada a un objeto, construida por él, será...
siempre uno de los métodos más vigorosos de la figuración cinematográfica” (Pudowkin,
W.,Filmregie und filmmanuskript, Berlín, 1928, pág. 126). El cine es por lo tanto el primer
medio artístico que está en situación de mostrar cómo la materia colabora con el hombre.
Es decir, que puede ser un excelente instrumento de discurso materialista.
19. También en la política es perceptible la modificación que, constatamos, trae consigo la
técnica reproductiva en el modo de exposición. La crisis actual de las democracias
burguesas implica una crisis de las condiciones determinantes de cómo deben presentarse
los gobernantes. Las democracias presentan a estos inmediatamente, en persona, y
además ante representantes. ¡El Parlamento es su público! Con las innovaciones en los
mecanismos de transmisión, que permiten que el orador sea escuchado durante su discurso
por un número ilimitado de auditores y que poco después sea visto por un número también
ilimitado de espectadores, se convierte en primordial la presentación del hombre político
ante esos aparatos. Los Parlamentos quedan desiertos, así como los teatros. La radio y el
cine no sólo modifican la función del actor profesional, sino que cambian también la de
quienes, como los gobernantes, se presentan ante sus mecanismos. Sin perjuicio de los
diversos cometidos específicos de ambos, la dirección de dicho cambio es la misma en lo
que respecta al actor de cine y al gobernante. Aspira, bajo determinadas condiciones
sociales, a exhibir sus actuaciones de manera más comprobable e incluso más asumible.
De lo cual resulta una nueva selección, una selección ante esos aparatos, y de ella salen
vencedores el dictador y la estrella de cine.
20. Se pierde así el carácter privilegiado de las técnicas correspondientes. Aldous Huxley
escribe: “Los progresos técnicos han conducido a la vulgarización. Las técnicas
reproductivas y las rotativas en la prensa han posibilitado una multiplicación imprevisible del
escrito y de la imagen. La instrucción escolar generalizada y los salarios relativamente altos
han creado un público muy grande capaz de leer y de procurarse material de lectura y de
imágenes. Para tener estos a punto, se ha constituido una industria importante. Ahora bien,
el talento artístico es muy raro; de ello se sigue que en todo tiempo y lugar una parte
preponderante de la producción artística ha sido minusvalente. Pero hoy el porcentaje de
desechos en el conjunto de la producción artística es mayor que nunca. Estamos frente a
una simple cuestión de aritmética. En el curso del siglo pasado ha aumentado en más del
doble la población de Europa occidental. El material de lectura y de imágenes calculo que
ha crecido por lo menos en una proporción de 1 a 2 y tal vez a 50 o incluso a 100. Si una
población de x millones tienen talentos artísticos, una población de2x millones tendrá 2n
talentos artísticos. La situación puede resumirse de la manera siguiente. Por cada página
que hace cien años se publicaba impresa con escritura e imágenes, se publican hoy veinte,
si no cien. Por otro lado, si hace un siglo existía un talento artístico, existen hoy dos.
Concedo que, por consecuencia de la instrucción escolar generalizada, gran número de
talentos virtuales, que no hubiesen antes llegado a desarrollar sus dotes, pueden hoy
hacerse productivos. Supongamos pues que haya hoy tres o incluso cuatro talentos
artísticos por uno que había antes. No por eso deja de ser indudable que el consumo de
material de lectura y de imágenes ha superado con mucho la producción natural de
escritores y dibujantes dotados. Y con el material sonoro pasa lo mismo. La prosperidad, el
gramófono y la radio han dado vida a un público, cuyo consumo de material sonoro está
fuera de toda proporción con el crecimiento de la población y en consecuencia con el
normal aumento de músicos con talento. Resulta entonces que, tanto hablando en términos
absolutos como en términos relativos, la producción de desechos es en todas las artes
mayor que antes; y así seguirá siendo mientras las gentes continúen con su consumo
desproporcionado de material de lectura, de imágenes y sonoro”. (Huxley, A.,Croisière
d’hiver en Amérique Centrale, París, p. 273).
21.Las audacias del cameraman pueden de hecho compararse con las del cirujano. En un
catálogo de destrezas cuya técnica es específicamente de orden gestual, enuncia Luc
Durtain las que “en ciertas intervenciones difíciles son imprescindibles en cirugía. Elijo como
ejemplo un caso de otorrinolaringología; me refiero al procedimiento que se llama
perspectivoendonasal; o señalo las destrezas acrobáticas que ha de llevar a cabo la cirugía
de laringe al utilizar un espejo que le devuelve una imagen invertida; también podría hablar
de la cirugía de oídos cuya precisión en el trabajo recuerda al de los relojeros. Del hombre
que quiere reparar o salvar el cuerpo humano se requiere en grado sumo una sutil
acrobacia muscular. Basta con pensar en la operación de cataratas, en la que el acero lucha
por así decirlo con tejidos casi fluidos, o en las importantísimas intervenciones en la región
abdominal (laparatomía)”.
22. Esta manera de ver las cosas parecerá quizás burda; pero como muestra el gran teórico
que fue Leonardo, las opiniones burdas pueden muy bien ser invocadas a tiempo. Leonardo
compara la pintura y la música en los siguientes términos: “La pintura es superior a la
música, porque no tiene que morir apenas se la llama a la vida, como es el caso infortunado
de la música. Ésta, que se volatiliza en cuanto surge, va a la zaga de la pintura, que con el
uso del barniz se ha hecho eterna” (cit. en Revue de Littérature comparée, febrero-marzo,
1935, p. 79).
23. Si buscamos una situación análoga, se nos ofrece como tal, y muy instructivamente, la
pintura del Renacimiento. Nos encontramos en ella con un arte cuyo auge incomparable y
cuya importancia consisten en gran parte en que integran un número de ciencias nuevas o
de datos nuevos de la ciencia. Tiene pretensiones sobre la anatomía y la perspectiva, las
matemáticas, la metereología y la teoría de los colores. Como escribe Valéry: “Nada hay
más ajeno a nosotros que la sorprendente pretensión de un Leonardo, para el cual la
pintura era una meta suprema y la suma demostración del conocimiento, puesto que estaba
convencido de que exigía la ciencia universal. Y él mismo no retrocedía ante un análisis
teórico, cuya precisión y hondura nos desconcierta hoy” (Valery, P. , Pièces sur l’art, París,
1934, p. 191).
24. Arnheim, R., op.cit., p. 138.
25. André Breton dice que “la obra de arte sólo tiene valor cuando tiembla de reflejos del
futuro”. En realidad, toda forma artística elaborada se encuentra en el cruce de tres líneas
de evolución. Por lo pronto, la técnica trabaja en favor de una determinada forma de arte.
Antes de que llegase el cine había cuadernillos de fotos cuyas imágenes, a golpe de pulgar,
hacían pasar ante la vista a la velocidad del rayo una lucha de boxeo o un partido de tenis;
en los bazares había juguetes automáticos en los que la sucesión de imágenes era
provocada por el giro de una manivela. En segundo lugar, formas artísticas tradicionales
trabajan esforzadamente en ciertos niveles de su desarrollo por conseguir efectos que más
tarde alcanzará con toda espontaneidad la forma artística nueva. Antes de que el cine
estuviese en alza, los dadaístas procuraban con sus manifestaciones introducir en el público
un movimiento que un Chaplin provocaría después de manera más natural. En tercer lugar,
modificaciones sociales con frecuencia nada aparentes trabajan con miras a un cambio en
la recepción que sólo favorecerá a la nueva forma artística. Antes de que el cine empezase
a formar su público, hubo imágenes en el Panorama imperial (imágenes que ya habían
dejado de ser estáticas) para cuya recepción se reunía un público. Se encontraba éste ante
un biombo en el que estaban instalados estereoscopios, cada uno de los cuales se dirigía a
cada visitante. Ante esos estereoscopios aparecían automáticamente imágenes que se
detenían apenas y dejaban luego su sitio a otras. Con medios parecidos tuvo que trabajar
Edison cuando, antes de que se conociese la pantalla y el procedimiento de la proyección,
pasó la primera banda filmada ante un pequeño público que miraba estupefacto un aparato
en el que se desenrollaban las imágenes. Por cierto que en la disposición del Panorama
imperial se expresa muy claramente una dialéctica del desarrollo. Poco antes de que el cine
convirtiese en colectiva la visión de imágenes, cobra ésta vigencia en forma individualizada
ante los estereoscopios de aquel establecimiento, rápidamente anticuado, con la misma
fuerza que en otros tiempos tuvo en lacella la visión de la imagen de los dioses por parte del
sacerdote.
26. El arquetipo teológico de este recogimiento es la conciencia de estar a solas con Dios.
En las grandes épocas de la burguesía esta conciencia ha dado fuerzas a la libertad para
sacudirse la tutela de la Iglesia. En las épocas de su decadencia la misma conciencia tuvo
que tener en cuenta la tendencia secreta a que en los asuntos de la comunidad estuviesen
ausentes las fuerzas que el individuo pone por obra de su trato con Dios.
27. Duhamel, G., Scènes de la vie future, París, 1930, p.52.
28. El cine es la forma artística que corresponde al creciente peligro en que los hombres de
hoy vemos nuestra vida. La necesidad de exponerse a efectos de choque es una
acomodación del hombre a los peligros que lo amenazan. El cine corresponde a
modificaciones de hondo alcance en el aparato perceptivo, modificaciones que hoy vive a
escala de existencia privada todo transeúnte en el tráfico de una gran urbe, así como a
escala histórica cualquier ciudadano de un Estado contemporáneo.
29. Del cine podemos lograr informaciones importantes tanto en lo que respecta al
dadaísmo como al cubismo y al futurismo. Estos dos últimos aparecen como tentativas
insuficientes del arte para tener en cuenta la imbricación de la realidad y los aparatos. Estas
escuelas emprendieron su intento no a través de una valoración de los aparatos de acuerdo
a la representación artística (así lo hizo el cine), sino por medio de una especie de mezcla
de la representación de la realidad y de la de los aparatos. En el cubismo, el papel
preponderante lo desempeña el presentimiento de la construcción, apoyada en la óptica, de
esos aparatos; en el futurismo el presentimiento de sus efectos, que cobrarán todo su valor
en el rápido decurso de la película de cine.
30. Duhamel, G., op. cit., p. 58.
31. Una circunstancia técnica resulta aquí importante, sobre todo respecto de los noticiarios
cuya significación propagandística apenas podrá ser valorada con exceso. A la
reproducción masiva corresponde en efecto la reproducción de masas. La masa se mira a la
cara en los grandes desfiles festivos, en las asambleas monstruos, en las enormes
celebraciones deportivas y en la guerra, todos fenómenos que pasan ante la cámara. Este
proceso, cuyo alcance no necesita ser subrayado, está en relación estricta con el desarrollo
de la técnica reproductiva y de rodaje. Los movimientos de masas se exponen más
claramente ante los aparatos que ante el ojo humano. Sólo a vista de pájaro se captan bien
esos cuadros de centenares de millares. Y si esa perspectiva es tan accesible al ojo
humano como a los aparatos, también es cierto que la ampliación a que se somete la toma
de la cámara no es posible en la imagen ocular. Esto es, que los movimientos de masas y
también la guerra representan una forma de comportamiento humano especialmente
adecuada a los aparatos técnicos.
32. La Stampa, Turín.
33. Esta frase, acuñada por el movimiento futurista fundado por Filippo Marinetti en 1909, y
usada por el fascismo, lleva implícita la idea de que no importa que el mundo perezca
(pereat mundus) siempre que el arte y la técnica puedan florecer (Fiat ars). [Nota del editor].
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