M arcel C happin INTRODUCCIÓN ALA HISTORIA DE LA IGLESIA EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. de Pamploma, 41 31200 ESTELLA (Navarra) 1997 Título original: Introduzione alla Storia della Chiesa. Traducción: A lfonso O rtiz García. , . , ■ l· 1 . 11 J j l ' 1 ' ' J , 1. Cubiertas: H orixe Diseño, Pamplona. , · ' ’ t ú I © Edizione Piemme S.p.A, 1994. © Editorial■ Verbo Divino, 1996. Es pro­ piedad. Pririted in.Spain. Fotocomposición: Asterisco. Impresión: Gráficas Lizarra, Estella (Navarra). , Depósito Legal: NA-1631׳J1I996 ISBN: 84-7151-973-9־ Siglas U AA AAS AG ASS CBSJ Apostolicam actuositatem Acta Apostolicae Sedis A d Gentes Acta Sanctae Sedis Comentario Bíblico San Jerónimo, Cristiandad, Madrid 19711972־, CD CIC DBF DIP Christus D om inus Codex Juris Canonici ׳ D ictionnaire de Biograph uzey, París 1933 D izionario degli Istitu ti d i Perfezione, ed. G. Pelliccia - G. Rocca, 5 vols. Paoline, Roma 1973 , , H. Denzinger ־A. Schònmetzer, Enchiridion Sym bolorum, Herder, Barcelona 1973 DTF D iccionario de Teología F undam ental, ed. R. Latourelle - R. Fisiche­ lla, Paulinas, Madrid 1992 EnchC Enchiridion Clericorum. D ocum enta Ecclesiae Sacrorum A lu m n is Insti־ tuendis, Roma 1938 EnchV Enchiridion Vaticanum , Dehoniane, Bologna 1966 Faire Faire de T historie, 3 vols.: N ouveaux problèmes, Nouvelles approches, . Nouveaux objets, ed. J. Le Goff - P. Nora, Gallimard, Paris 1975-1978 LG Lum en G entium LTHK L exiko n fu r Theologie u n d Kirche, 10 vols. ed. J. Hofer - K. Rahner, Herder, Friburgo 19571965־ OT O ptatam Totius PO Presbyterorum O rdinis SM Sacram entum M u n d i, ed. Rahner, Herder, Barcelona 1972-1976, 6 vols. StL Staatslexikon. Rechi, W irtschaft, Gesellescha.fi, 7. Auflage, Herder, Friburgo 1985-1989 DS H SIGLAS i IKK ìbeobgische Realenzycbpddie, ed. G. Müller - G. Krause, de Gruyter, UR Berlín-Nueva York 1977 U nitatis redintegratio ! ' 1 '' ׳ i La sagrada Escritura se cita según la traducción de La Casa de la Biblia, Ma­ drid 1991; los Docum entos del concilio Vaticano l ie n la traducción de la BAC, Madrid 1966.1' ! Introducción El contexto en que ha de moverse este ensayo es suma­ mente concreto: se trata de lo que, si tuviera a mi disposi­ ción más horas de docencia, sería mi introducción al curso de historia eclesiástica que desarrollo en el primer ciclo d e , la Facultad de Teología en la Pontificia Universidad Gre­ goriana de Roma. Todo lo que viene a continuación podría ser mal en­ tendido si no se tuviera' en cuenta que ha sido escrito ante todo por un católico que se dirige a unos católicos. Además, hay que tener en cuenta el hecho de que solamente se ofre­ cen observaciones que considero útiles para estudiantes que se preparan para el Bachillerato en teología; se trata de principiantes, que por otra parte no piensan especializarse en historia. Por eso es preciso subrayar que en cada capítulo solamente se arrostran algunos aspectos de los diversos te­ mas; especialmente el tercer capítulo, dedicado a los ele­ mentos historiográficos, deja muchos problemas sin discu­ tir: es evidente que podrían decirse muchas más cosas de forma más completa y complicada. Se podría pensar en las reflexiones teóricas sobre el estado científico de la disci­ plina, por el estilo de las que nos ofrece Hans Reinhard Seeliger, Kirchengeschichte-Geschichtstheologie-Geschichtwissenschaft. Analysen zur Wissenschaftstheorie und Theologie 10 INTRODUCCIÓN der katholischen Kirchengeschichtsschreibung, Düsseldorf 1981. Nuestro ensayo se articula de la siguiente forma. Des­ pués de una presentación, en el primer capítulo, del estado de este tratado en la ordenación del derecho eclesial y de al­ gunas observaciones sobre la historia del tratado, el capítulo segundo ofrece una serie de fundamentos teológicos, mien­ tras que el tercero intenta hacer consciente al lector de ciertos problemas historiográficos; finalmente, el cuarto contiene una modesta bibliografía. La importancia del estudio de la historia de la Iglesia que se presenta en el capítulo segundo se ,ha concebido dentro del marco de la teología, siempre a nivel del primer ciclo. La exposición de los diversos aspectos historiográficos en el tercer capítulo no quiere tanto preparar para la inves­ tigación autónoma (aunque sería de desear un manejo atento de las fuentes), sino más bien poner en guardia con­ tra las «seducciones escondidas» insertas e inherentes en es­ cuelas y escritos. Desde 1989 a 1993, el embajador Théodore J. Arcand ha representado a Canadá ante la Santa Sede; a la memoria de su esposa Jennifer se dedican estas páginas, ya que toda­ vía hoy ella sigue inspirando con su generosidad y su estí­ mulo a todos los que han tenido el privilegio de conocerla. Mdrcel Chappin, S. J. I Estatuto jurídico y raíces históricas La presencia o no del tratado de la historia de la״Iglesia en el curriculum de estudios de una Facultad Teológica eclesiástica o de un Seminario Mayor no es una decisión que dependa de la preferencia de las respectivas autorida­ des. La legislación vigente impone la historia de la Iglesia como disciplina obligatoria. La legislación, vigente y sus raíces en el Vaticano II Para las Facultades de teología las normas se encuen­ tran en las Ordinationes añadidas a la constitución apostó­ lica Sapientia Christiana del 15 abril 1979 En los núme-, ros 50 y 51 se indica que el aspecto o dimensión histórica 1 1AAS, 71 (1979), pp. 469-499; ‘Las O rdinationes de la Congregación para la Educación Católica’, ibíd., pp. 500-521; comentarios; una serie de artículos en Sem inarium , 32 (1980), pp. 247-612; P. DEZZA, ‘La Constitution Apostolique «Sapientia Christiana»’, en N ouvelle Revue Théologique, 101 (1979), pp. 740-754; M . NlCOLAU, ‘La Constitución «Sapientia Christiana» comparada con la «Deus Scientiarum Dominus»’, en Escritos delV ed a t, 11 (1981), pp. 321-338. 12 I. ESTATUTO JU RÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS pertenece intrínsecamente a la índole propia de la doctri­ na sagrada y que la historia de la Iglesia -disciplina teológi­ ca- es obligatoria. Las normas para los Seminarios se encuentran en el Código de Derecho Canónico de 1983, que en el canon 252, §3, impone que se den lecciones de historia eclesiás­ tica; para el Código la historia de la Iglesia es tan impor­ tante, que los libros de texto sobre esta materia no pueden usarse sin el permiso de la competente autoridad eclesiás­ tica, y respecto a otros tipos de libros se recomienda que se sometan al juicio del Ordinario del lugar (canon 827, § § 2 y 3 ). La legislación actual recoge decisiones e instrucciones anteriores, especialmente las del concilio Vaticano II. La Sapientia Christiana cumple el deseo de la declaración del concilio Vaticano II sobre la educación cristiana, Gravissimum Educationis, que en el número 11 pide una revisión de las leyes de las Facultades eclesiásticas y exige, entre otras cosas, que «se abra acceso más amplio al patrimonio de la sabiduría cristiana legado por nuestros mayores». El Código de Derecho Canónico, por su parte, acoge las invitaciones del decreto sobre la formación sacerdotal, Optatam Totius 2*, especialmente en el n. 16, definido como «la aportación más preciosa (del concilio Vaticano II) sobre los estudios teológicos. Se trata de una referencia irrenunciable para la renovación de la formación teológica a la luz del Concilio. De allí se deriva una teología nueva, viva, capaz de estimu­ lar a una conciencia crítica y más madura de la fe en la co- 2Comentarios a la OT: I I Decreto sulla Form azione sacerdotale. Genesi storica. Testo latino e traduzione italiana. Esposizione e commento, Elle di Ci, Leumann-Turin 1967; E. MASSERONI, O ptatam totius. Decreto sulla fo rm a ­ zione sacerdotale, Piemme, Casale Monferrato 1987; G. MARTIL, Los sem ina­ rios en el concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1966. 1. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 13 munidad creyente (...)■ Se presenta a la teología en su pro­ yecto general y en su finalidad; luego, de forma coherente, se aclara el sentido que en ella asume cada una de las dis­ ciplinas» \ Vale la pena citar por entero una aportación tan preciosa: «Las disciplinas teológicas han de enseñarse a la luz de la fe, bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia; ׳de tal forma que los alumnos reciban con toda exactitud la doctrina católica de la divina revelación, ahonden en ella, la conviertan en alimento de su propia vida espiritual y puedan anunciarla, exponerla y de­ fenderla en el ministerio sacerdotal. Fórmense con especial diligencia en el estudio de la Sagrada Escritura, la cual debe ser como el alma de toda la teología. Tras una introducción apropiada, inicíense cuidadosamente en el método de la exégesis, examinen a fondo los grandes temas de la divina revelación y recaben estímulo y alimento en la lectura y meditación diaria de los Libros Sagrados. Dispóngase la enseñanza de la teología dogmática de tal manera que en primer lugar se propongan los temas bíblicos; expliqúese a los alumnos la contribución de los padres de la Iglesia de oriente y de occidente a la trasmisión fiel y al desa­ rrollo de cada una de las verdades de la revelación, así como la historia posterior del dogma -considerada también su relación con la historia general de la Iglesia - ; tras esto, para ilustrar de la forma más completa posible los misterios de la salvación, aprendan los alumnos a profundizar en ellos y a descubrir su conexión, por medio de la especulación, bajo el magisterio de santo Tomás; enséñeseles a reconocer estos misterios siempre presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vi­ da de la Iglesia, y aprendan a buscar, a la luz de la revelación, la solución de los problemas humanos, a aplicar sus eternas verdades a la mudable condición de la vida humana y a co­ municarlas de un modo apropiado a sus contemporáneos.3 3 E. M a s s e r o n i , o.c., p. 59. 14 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS Las restantes disciplinas teológicas deben ser igualmente reno­ vadas por medio de un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Téngase especial cuidado en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura, de­ berá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo. D e igual manera, en la exposición del Derecho canónico y en la enseñanza de la historia eclesiástica téngase en cuenta el mis­ terio de la Iglesia, de acuerdo con la constitución dogmática D e Ecclesia promulgada por este santo Concilio. La sagrada Liturgia, que hay que considerar como la fuente primera y necesaria del genui­ no espíritu cristiano, enséñese conforme el espíritu de los artículos 15 y 16 de la Constitución sobre la sagrada Liturgia. Teniendo en cuenta convenientemente las circunstancias de las diversas regiones, llévese a los alumnos a un conoci­ miento más completo de las Iglesias y comunidades eclesiales separadas de la Sede Apostólica Romana, para que puedan contribuir a la restauración de la unidad entre todos los cris­ tianos, que ha de promoverse de acuerdo con las normas de este santo Concilio. Introdúzcase también a los alumnos en el conocimiento de las otras religiones más extendidas en cada región, a fin de que conoz­ can mejor lo que, por divina disposición, tienen de bueno y verda­ dero, aprendan a refutar sus errores y sean capaces de transmitir la plena luz de la verdad a los que carecen de ella» (OT 16). Obsérvense los elementos de novedad: «el carácter histórico-positivo de toda la reflexión teológica, la primacía de la palabra de Dios, la convergencia cristocéntrica de los es­ tudios, la subjetividad comunitaria del hacer teología, la fi­ nalidad normativa y pastoral tanto en la perspectiva del anuncio como en la del diálogo con el hombre de nuestro tiempo y del diálogo ecuménico e interreligioso» \ 4 4Ibíd., p. 6 0 . I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 15 Entre el Vaticano II y la legislación actual ha habido una serie de documentos que han intentado ya desde antes poner en práctica las orientaciones conciliares. El 20 de mayo de 1968, la Sagrada Congregación para la Educación Católica publicó el documento Normis declarationis sobre los estudios académicos eclesiásticos; la segunda parte de este documento está formada por las Normae quaedam, una primera adaptación de la constitución Deas Scientiarum Do­ minas de 19315. El número 29 indica la nueva orientación: «La enseñanza teológica ha de renovarse de manera que, sin olvidar en lo más mínimo la importancia de una penetración especulativa necesaria, se practique en las dimensiones que co­ rresponden intrínsecamente al carácter de la doctrina sagrada, a saber: bíblico, patrístico, histórico, litúrgico, pastoral, espiri­ tual, misionero, ecuménico». Y en el número 30 se dice: «Los que enseñan las disciplinas sagradas, al mismo tiempo que res­ petan las exigencias intrínsecas del objeto de estudio de cada disciplina, deben procurar presentar el misterio de Cristo y la historia de la salvación de manera que, evitando toda confu­ sión en las disciplinas y en los métodos, aparezca más evidente la unidad de toda la enseñanza teológica». El 6 de enero de 1970, la misma Congregación publicó un «Reglamento fundamental (Ratio fundamentalis) de la formación sacerdotal». El número 79 trata de las diversas disciplinas teológicas; sobre la historia eclesiástica dice: «La Historia eclesiástica exponga el origen y desarrollo de la Iglesia como Pueblo de Dios (cf. Optatam Totius 16), que se expande en el tiempo y en el espacio, ponderando científica­ mente las fuentes históricas. En la exposición de la materia hay que atender, por una parte, al progreso de las doctrinas teológi­ cas y, por otra a la verdadera condición de lo social, de lo eco- 5 EnchV 3, pp. 106-151. 16 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS nómico y de lo político, y a las ideas y doctrinas que tuvieron mayor influencia, analizando su mutua dependencia, conexión y evolución; y finalmente, al admirable concurso de la obra divina y humana, y a fomentar en los alumnos el verdadero sentido de la Iglesia y de la tradición. Es necesario atender también debi­ damente a la historia de la propia región» \ Notemos cómo la historia de la Iglesia es considerada como una disciplina teológica principal, no auxiliar. El 22 febrero de 1976 la misma Congregación publicó la instrucción sobre la formación teológica de los futuros sacerdotes Tra i molteplici segni \ En ella se indica que la investigación histórica es predominante en el aspecto posi­ tivo del trabajo teológico (n. 29); dedica algunos párrafos a la patrística (nn. 85-88) y hace una alusión a la historia de la Iglesia: «Será oportuno cuidar el lazo entre la enseñanza de la patrística y el de la historia de la Iglesia, a fin de que contribuyan al conocimiento unitario de los problemas, de los acontecimientos, de las experiencias, de las adquisicio­ nes doctrinales, espirituales, pastorales y sociales de la Igle­ sia en las distintas épocas» (n. 88). Por lo demás, se la cuenta entre las otras disciplinas «de gran importancia», distintas de las auxiliares (n. 114). Toda esta legislación -d e la que la Ratio fundamentalis de 1970 ha sido promulgada de nuevo con algunas en­ miendas, después del Código de Derecho Canónico — muestra cómo la historia de la Iglesia ocupa ahora su propio 6*8 6AAS, 62 (1070), pp. 321-384; EnchV 3, pp. 1.102-1.217; ed. por el Secretariado de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, Ma­ drid^ 974, p. 72. EnchV 5, pp. 1.168-1.221; ed. española, La form ación teológica de los futuros sacerdotes, Typis Polyglottis Vaticanis, Roma 1976; textos citados en pp. 38 y 46. 8 EnchV Supplem entum 1, pp. 918-1.072. I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 17 puesto, sólidamente establecido, en la ordenación de los estudios sagrados. Las disposiciones preconciliares Antes del Vaticano II, la atención de las autoridades eclesiásticas sobre el tema, aunque no estaba del todo au­ sente, era menos acentuada. Pío IX en dos cartas, respecti­ vamente a los obispos franceses 5 y a los austríacos '0, pide que se cuide también la formación histórica de los futuros sacerdotes, pero sin una motivación específica, a no ser, de manera general, la motivación apologética. León XIII es más explícito. En la encíclica Etsi nos a los obispos de Italia, del 15 de febrero de 1882, escribe: «Graves razones y comunes a todos los tiempos exigen ciertamente a los sacerdotes un caudal de muchas y grandes cualidades. Sin embargo, en la edad que estamos viviendo esta exigencia es mucho mayor. En primer lugar, la defensa de la fe católica, a la que tienen que entregarse sobre todo con un enorme interés los sacerdotes, es tan necesaria en nuestros tiempos que está pidiendo una enseñanza no vulgar ni medio­ cre, sino profunda y variada, que abarque no solamente las disciplinas sagradas, sino las filosóficas, y sea rica en conoci­ mientos de Física y de Historia. Como es preciso extirpar los múltiples errores que intentan subvertir todos los fundamen­ tos de la revelación cristiana, es preciso luchar a menudo con adversarios dotados de armas poderosas y pertinaces en sus910 9 Pío IX, Epístola Inter multíplices a los obispos franceses, 21-3-1853: EnchC, n. 328. 10Pío IX, Carta Singular¡ quidem a los obispos austríacos, 17-3-1856; EnchC, n. 338. 18 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS disputas, que saben sacar partido sagazmente de toda clase de estudios» En su encíclica Depuis lejour a los obispos franceses, del 8 de septiembre de 1899 '2, el papa Pecci, hablando de la formación de los sacerdotes, describe la historia de la Iglesia como un espejo en el que resplandece la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos y en donde se muestra la acción provi­ dencial de Dios en la historia de los hombres. Al mismo tiempo el papa, reconociendo la presencia del elemento humano en la Iglesia, indica que el estudio tiene que hacerse con seriedad, sin disimular los fallos incluso de los mismos ministros de Dios. Bajo el pontificado de Pío X, marcado por sus animosas reformas pastorales y administrativas, pero también por la lucha contra el modernismo, el tono es más cauto y menos estimulante. Mientras que el Programa General de Estudios para los Seminarios de Italia, publicado por la Sagrada Congregación para los Obispos y Regulares el 5 de mayo de 1907, se limita a indicar la historia de la Iglesia como una disciplina más entre las que hay que enseñar *123, la Carta cir­ cular de la Sagrada Congregación Consistorial Le visite apostoliche, dirigida a los obispos italianos con fecha 16 de junio de 1912, advierte: «En la Historia eclesiástica procúrese que en la enseñanza oral y en los textos no se olvide ni se omita la parte sobrenatu­ ral, que es un elemento verdadero, esencial e indispensable en la vida y en los fastos de la Iglesia, sin la cual la misma Iglesia es incomprensible; cuídese de que la narración de los hechos no se " EnchC, n. 432. 12 EnchC, n. 605; la encíclica en ASS, 32 (1899-1900), pp. 193-213· 13ASS, 40 (1907), pp. 336-344. I. ESTATUTO JU RÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 19 separe de aquellas altas consideraciones filosóficas, de las que fueron maestros san Agustín, Dante, Bossuef, que hacen ver la justicia y la providencia de Dios en medio de los hombres y la asistencia continua del Señor concedida a la Iglesia» i Bajo el pontificado de Benedicto XV, el Código de De­ recho Canónico de 1917 asigna a la historia de la Iglesia su lugar en medio de las disciplinas teológicas que hay que en­ señar en los seminarios (canon 1.365, § 2). La Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, que el 26 de abril de 1920 se dirigía a los obispos italianos con un Ordinamento dei Seminan, no hace más que recoger la adver­ tencia de la Sagrada Congregación Consistorial de 1912 145167, Cuando la misma Congregación escribe a los obispos ale­ manes, el 9 de octubre de 1921, está de nuevo presente la dimensión apologética Se constata que los enemigos de la Iglesia utilizan la his­ toria contra ella; por eso hay que combatirlos con sus mismas armas; se repite de nuevo el consejo de León XIII de no es­ conder nada, ni siquiera lo negativo, pero este consejo va acompañado de una advertencia contra la hipercrítica. La historia de la Iglesia no podía faltar en las Ordinationes, n. 27, añadidas a la constitución apostólica Deus Scientiamm Dominas de 1931, sobre la Universidades y Faculta­ des de estudios eclesiásticos '7. Pero en este caso se trata de una simple mención. 14 EnchC, n. 874; también en AAS, 4 (1914), pp. 491-498. 15 EnchC, n. 1.113. 16EnchC, n. 1.139. 17 Pío XI, ‘Constitución apostólica Deus Scientiarum D o m in u s , en AAS, 33 (1931), pp. 241262‘ ;־Las O rdinationes, ibíd., pp. 263-284. .,O I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS I .! génesis del tratado: historia y motivación Como ocurre con otras muchas dimensiones de la vida de la Iglesia, también en la disciplina de la historia eclesiás­ tica el concilio Vaticano II ha marcado un cambio notable; no sólo se ha consolidado la posición del tratado, sino que sobre todo se ha logrado profundizar en su importancia y enriquecer su razón de ser. La atención escasa y unilateral que se le prestó a esta asignatura antes del Vaticano II se explica por diversos motivos. Además del hecho de que una legislación en esta materia es de suyo un fenómeno reciente, ligado a la centralización de la vida de la Iglesia, como conse­ cuencia de la victoria del ultramontanismo que se con­ sumó en el concilio Vaticano I, hay que subrayar otros dos factores. El primer factor está ligado al carácter de la teología pre-conciliar. La historia, a pesar de que estaba ya pre­ sente desde antiguo en la teología positiva antiescolás­ tica, en la controversia y en la teología fundam ental, tenía una función fuertemente defensiva y apologética, y no se había convertido aún en una inspiración para la creación de una teología dinámica capaz de sustituir a la teología de los manuales neo-escolásticos que pre­ dominaban en la enseñanza, a m enudo repetitiva, rígida y reductiva (en las otras formas de la producción teo­ lógica la situación es distinta). En el capítulo segundo de nuestro ensayo volveremos sobre el cambio del papel de la historia que se ha producido en la teología del si­ glo XX. El segundo factor que hay que señalar es la novedad relativa del tratado de historia de la Iglesia, como parte autónoma e integradora de la enseñanza teológica. T ípi­ camente, el concilio de Trento menciona, cuando habla I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 21 de la formación de los sacerdotes, la música sagrada, pero no dice nada de la historia de la Iglesia ״. A su vez hay diversas razones tras este factor de la no­ vedad relativa del tratado: la misma fragmentación de la teología en diversos tratados es un fenómeno post­ medieval ”, como también lo es el hecho del protestan­ tismo, que movió directamente a protestantes y católicos a estudiar específicamente la historia de la Iglesia, como distinta de la historia del mundo, que hasta entonces se había visto en una perspectiva de historia de la salvación; la grieta que se abrió entre los cristianos, junto con el fi­ nal de la casi completa identificación entre la sociedad y el cristianismo de la Edad Media, causado por la mentali­ dad del Renacimiento y por el creciente absolutismo real, convierten a la identidad de la Iglesia, y consiguiente­ mente a su historia, en un objeto de estudio. En las di­ vergencias confesionales, los protestantes comienzan con el intento de demostrar que «Roma», es decir el papado, había traicionado el ideal de la Iglesia de los orígenes; los católicos reaccionan probando la legitimidad y la conti­ nuidad histórica de la Iglesia católica a lo largo de los si­ glos. Así pues, comienza una nueva fase con M attia Flacio Ilirico (1520-1575) y su Historia ecclesiastica (conocida también como Centurias de Magdeburgo) 18*2021y con Cesare Baronio (1538-1607) y sus Annales ecclesiastici Otro factor de importancia primordial a este propósito es el nacimiento, también post-medieval, de la historiogra­ fía como ciencia crítica: un proceso que duró varios siglos. 18 CONCIUUM TRIDENTINUM, ‘Sessio XXIII, D e reformatione, canon XVIir, en Conciliorum oecumenicorum decreta, curantibus J. ALBERIGO et aliis, Istituto per le scienze religiose, Bolonia 1973, pp. 750-753. ” Y. CONGAR, La fe y la teología, Herder, Barcelona 1970, p. 239. 2014 vols., Basilea 1558-1574. 21 12 vols., Roma 1588-1605· 22 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS Se exige un giro hacia los documentos -escritos y objetoscomo fuentes únicas para la reconstrucción del pasado, la colección y publicación o descripción de esas fuentes, y el desarrollo de una criteriología externa (que sabe determinar materialmente su autenticidad y su datación) e interna (que de la coherencia del contenido puede deducir su fiabilidad) para valorarlos. No vamos a presentar aquí el método de la crítica, que es el aspecto técnico propio de la historiografía, a diferencia del método de interpretación; para ello se pueden consultar las obras especializadas, des­ de la obra clásica de Bernheim, hasta la obra típica de Soranzano, la sintética de Manchal, la provechosa de Halkin y la lúcida de Lucey:2. Con la ayuda de los elementos que presentan y explican estos autores se puede aplicar ante todo la crítica externa. Un solo ejemplo reciente (por los años 1980): los llamados Dia­ rios de Adolf Hider fueron desenmascarados como falsos, da­ do que la tinta y el tipo de papel utilizados no existían todavía durante la vida del dictador. Un famoso ejemplo de crítica interna: en contra de lo que la tradición judía y cristiana es­ tuvieron proclamando durante siglos, Moisés no puede ser el autor de todo el Pentateuco, ya que éste contiene elementos claramente post-mosaicos, empezando por el relato de su propia muerte. Escojo este ejemplo, dado que para los pro­ blemas teológicos relacionados con este tema y las diversas intervenciones de la Santa Sede desde comienzos del siglo XX, muchas ediciones y versiones de la sagrada Escritura ofrecen2 22 E. BERNHEIM, Lehrbuch der H istorischen M ethode u n d der Geschichtsphilosophie. M it Nachweis der wichtigstein Quellen u n d H ilfim itte l zu m Studium der Geschichte, Duncker und Humblot, Leipzig 1903; G. SORANZANO, A vviam ento agli studi storici, Marzorati, Milán 19502; R. M arj CHAL, ‘La critique des textes’, en CH. SAMARAN (ed.), L 'histoire et ses méthodes, Gallimard, París 1961, pp. 1.247-1.366; L. HALKIN, Elém ents de critique historique, Dessain, Liège 1960; W. LUCEY, History: M ethods a n d In ­ terpretation, Loyola University Press, Chicago 1958. I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 23 un resumen de esta problemática, que se impone por tanto fácilmente a los estudiantes de teología. La crítica pide una continua confrontación. Un ejemplo más: ¿el papa León XIII (Gioacchino Peed, nacido en 1810, elegido para el Solio Pontificio en 1878), era monárquico? Esta cuestión parece bastante marginal, pero su respuesta podría ser interesante pa­ ra interpretar mejor los diversos textos del pontífice, en los que se manifiesta sobre la licitud de las formas republicanas y democráticas de gobierno M. En 1880, según una carta priva­ da del embajador francés ante la Santa Sede, F. Desprez, al presidente del consejo de la república, Ch. de Freycinet, co­ rría la voz en Roma de que el papa, al constatar que una mo­ narquía había destruido el poder temporal del papado, habría visto con buenos ojos una república en Italia, con una perspecdva de federación y un cierto papel del papado *24; pero el papa mismo, en una carta al obispo de Montpellier, F. de Rovérié de Cabriéres (1830-1921, obispo en 1873, cardenal en 1911), declaraba que era monárquico25; estamos probable­ mente en el año del Ralliement de 1892, es decir, en aquel momento difícil en que se intentaba una reconciliación tácti­ ca entre los católicos franceses y la Tercera República. Para la historiografía como ciencia crítica se exigía ade­ más la curiosidad intelectual de querer estudiar el pasado por él mismo, y no sólo para poder justificar derechos ad­ quiridos o reivindicar pretendidos privilegios, ni tampoco para aprender alguna lección -especialmente el arte de go­ bernar—de la historia. Otro elemento esencial de una his­ toriografía crítica es evidentemente la búsqueda de explica- 25 Presentación interesante en A. ACERBI, Chiesa e democrazia. D a Leone X III a l Vaticano II, Vita e Pensiero, Milán 1991, pp. 3-83. 24 F. RENAULT, *Aux origines du Ralliement: Leon XIII et Lavigerie (1880-1890)’, en Revue historique, 113 (1989), pp. 381-432, aquí 382. 5 O . ARNAL, ‘Why the French Christian Democrats Were Condemned’, en Church H istory, 49 (1980), pp. 188-202, aquí 201. 24 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS ciones racionales y verificables de los desarrollos y de las acciones en la historia. Les correspondió a los protestantes la iniciativa de insti­ tuir una cátedra de historia eclesiástica en el año 1650, en la Universidad de Helmstedt. Vino luego la Iglesia católica: el papa Alejandro VII fundó una cátedra en 1657 en la «Sapienza»; pero esta cátedra no ejercía ninguna función en la formación del clero, ya que eran los religiosos, entre ellos los jesuítas con su Colegio Rom ano2627*9(que no tuvo una cáte­ dra de historia de la Iglesia hasta 1741) ”, los que estudiaban más bien las ciencias sagradas. Para la Universidades católicas hay que esperar generalmente al siglo X V IIIM. Tratado reciente, disciplina antigua Si el tratado de historia de la Iglesia puede definirse como una creación relativamente reciente, el interés de la Iglesia por su propia historia es tan antiguo como la misma Iglesia. El famoso Hubert Jedin (1900-1980) ofrece una breve his­ toria -de fácil acceso- de este interés y de los productos que de él se derivaron no hay por qué repetirla aquí. 26P. A. WALZ, ‘La Storia ecclesiastica negli Atenei Romani dal secollo XVII al 1932’, en Angelicum , 14 (1937), pp. 435-463, aquí 4 37439־. 27 P. DE L e t u r ia , ‘El P. Filippo Febei S. I. y la fundación de la cátedra de Historia Eclesiástica en el Colegio Romano (1741)’, en Gregorianum, 30 (1949), pp. 158-192. P. À. WALZ, art. cit., p. 461. Más informaciones para el mundo de habla alemana pueden verse en E. SCHERER, Geschichte u n d Kirchengeschichte an den deustschen Universitüten. Ihre A nfdnge im Z eitalter des H um anism us u n d ihre AusbildungZM selbstandigen D isziplinen, Herder, Friburgo 1927. 29 H. JEDIN, Introduzione alla Storia della Chiesa, con un ensayo de G. ALBERIGO, Morcelliana, Brescia 1973, pp. 7 1 1 3 5 ;־más extenso, pero para el periodo post-medieval y limitado sólo a los autores protestantes: P. I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 25 El mismo Jedin, conocido sobre todo como autor de una Historia del concilio de Trento, y como director del Handbuch der Kirchengeschichte (del que se hablará en el cuarto capítulo), historiador prolífico ", tuvo, gracias a sus conoci­ mientos de la historia de los concilios ecuménicos, una in­ fluencia importante en el desarrollo del concilio Vaticano II, como puede leerse en sus memorias 3'. Permítaseme recordar los hechos, ya que tenemos aquí un ejemplo de la posible importancia para la actualidad de ciertos conocimientos del pasado. Se trata del famoso «incidente» durante la primera Congregación General del Concilio, el 13 de octubre de 1962, del que G. Caprile ofrece una breve descripción en sus crónicas En la agenda de aquella mañana estaba la elección de los miembros de las diversas comisiones, diez en total; y teniendo en la mano, junto con la lista de todos los padres conciliares, la referencia de los que ya habían sido miembros o consultores de las Comisiones preparatorias (fuertemente ligadas a la Curia romana), los padres podrían haberse visto inducidos a reconstituir las comisiones tal como estaban hasta entonces (algunos han sospechado que esto era lo que intentaba la Curia, pero esto está por probar). En todo caso, el cardenal obispo de Lille, Achille Liénart (1884-1973), qui­ so evitar este automatismo y, cuando el presidente de turno del Consejo de la Presidencia, el cardenal Eugéne Tisserant (1884-1972), le negó la palabra, a pesar de ello la tomó por su cuenta y propuso un retraso en las votaciones para que los* MEINHOLD, Geschichte der Kirchlichen Historiographie, 2 vols., Albcr, Friburgo־Múnich 1967. 30 Bibliografìa en los ‘Annali deiristituto storico italo-germanico in Trento’, 6 (1980), pp. 287-365. 31 Lebensbericht, con un suplemento, Konrad Repgen (ed.), MathiasGrünewald, Maguncia 1984, pp. 203-204. 32 G . CAPRILE, II Concilio Vaticano IL Cronache del Concilio Vaticano II. I l prim o periodo, 1962-1963, Civiltà Cattolica, Roma 1968, pp. 20-24. 26 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS obispos pudieran conocerse antes un poco mejor M. El carde­ nal Josef Frings (18871978)־, arzobispo de Colonia -que no había comprendido bien las palabras del cardenal Liénartpropuso lo mismo, acordándose de un coloquio con Jedin sobre la gran influencia que había tenido la composición de las comisiones conciliares en los concilios precedentes34. El Concilio aceptó la propuesta, con lo que se consiguió que se hiciera él mismo dueño de la situación, en vez de dejarse guiar y dominar por la Curia; el éxito final del Vaticano II se jugó en aquellos pocos minutos; en ello influyó un histo­ riador. De esta manera Jedin prosiguió de forma muy honrosa la obra de aquel que es llamado comúnmente el «padre de la historia de la Iglesia» (historia entendida como historio­ grafía), Eusebio, obispo de Cesárea en Palestina (265P-339), amigo y admirador del emperador Constantino el Grande (280?-336). En su introducción a la Historia Eclesiástica, Eusebio explica la motivación de su empresa, y la de todos los historiadores de la Iglesia después de él: «1. Es mi propósito consignar las sucesiones de los santos apóstoles y los tiempos transcurridos desde nuestro Salvador hasta nosotros; el número y la magnitud de los hechos registra­ dos por la historia eclesiástica y el número de los que en ella so­ bresalieron en el gobierno y en la presidencia de las Iglesias más ilustres, así como el número de los que en cada generación, de viva voz o por escrito, fueron los embajadores de la palabra de Dios; y también quiénes y cuántos y cuándo, sorbidos por el error y llevando hasta el extremo sus novelerías, se proclamaron públicamente a sí mismos introductores de una mal llamada ״La descripción por parte del mismo cardenal de su intervención se publicó en un numéro supplémentair’ de M élanges de Science Religieuse, 33 (1976). J. KARDINAL FRINGS, Für die Menschen Bestellt. Erinnerungen, Bachem, Colonia 1974, pp. 252-255. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 27 ciencia y esquilmaron sin piedad, como lobos crueles, al rebaño de Cristo; 2. Además, incluso las desventuras que se abatieron sobre toda la nación judía en seguida que dieron remate a su conspi­ ración contra nuestro Salvador, así como también el número, el carácter y el tiempo de los ataques de los paganos contra la divi­ na doctrina y la grandeza de cuantos, por ella, según las ocasio­ nes, afrontaron el combate en sangrientas torturas; y además los martirios de nuestros propios tiempos y la protección benévola y propicia de nuestro Salvador. Al ponerme a la obra, no tomaré otro punto de partida que los comienzos de la economía de nuestro Salvador y Señor Jesús, el Cristo de Dios. 3. Mas, por esto mismo, la obra está reclamando compren­ sión benevolente para mí, que declaro que es superior a mis fuerzas el presentar acabado y entero lo prometido, puesto que somos por ahora los primeros en abordar el tema, com o quien emprende un camino desierto y sin hollar. Rogamos tener a Dios por guía y el poder del Señor como colaborador, porque de hombres que nos hayan precedido por nuestro mismo cami­ no, en verdad, hemos sido absolutamente incapaces de encon­ trar una simple huella; a lo más, algunos pequeños indicios en los que, cada cual a su manera, nos han dejado en herencia rela­ tos parciales de los tiempos trascurridos y de lejos nos tienden como antorchas sus propias palabras; desde allá arriba, como desde una atalaya remota, nos vocean y nos señalan por dónde hay que caminar y por dónde hay que enderezar los pasos de la obra sin error y sin peligro. 4. Por lo tanto, nosotros, después de reunir cuanto hemos estimado aprovechable para nuestro tema de lo que esos autores mencionan aquí y allá, y libando, como de un prado espiritual, las oportunas sentencias de los viejos autores, intentaremos darle cuerpo en una trama histórica y quedaremos satisfechos con tal de poder preservar del olvido las sucesiones, si no de todos los apóstoles de nuestro Salvador, siquiera de los más insignes, que aún hoy en día se recuerdan en las Iglesias más ilustres. 5. Tengo para mí que es de todo punto necesario el que me ponga a trabajar este tema, pues de ningún escritor eclesiástico sé, hasta el presente, que se haya preocupado de este género lite­ rario. Espero, además, que se mostrará útilísimo para cuantos se afanan por adquirir sólida instrucción histórica. 28 I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS 6. Ya anteriormente, en los Cánones cronológicos por mí re­ dactados, !compuse un resumen ,de todo ׳esto, pero, no obstante, voy,en la obra presente a lanzarme a una ,exposición más com­ pleta. ״,. * · i 7 ׳. Y comenzaré, según ׳dije, por la economía y la teología de Cristo, que en elevación y en grandeza exceden aí intelecto hu-!. '־,mano? ־■־ ־' ־:״, < , . ־־ ׳ ״ r" ,״ '־ 8 0 ״"׳ ·׳:״ r"" ‘ ' '¿ ׳i. ׳1" ׳J ־> '־ " ... , 8 ; ■Y e s q u e , * e le c tiv a m e n te , q u i e n se p o n g a a e s c r ib ir lo s o n 1' ' genes de la, historia eclesiástica deberá necesariamente comenzar ׳ por remontarse a la primera "economía de Cristo mismo -pues de él precisamente hemos tenido, el honor de recibir el nombrc„ más divina de lo que a muchos puede, parecer» 35. Está claro que Eusebio escribe con un programa especí­ fico: nacer que se vea la continuidad y el triunfo del evan­ gelio para animar a los cristianos a dar una prueba de iden­ tidad «dé la Iglesia; ׳también se adyierte ׳en él una gran curiosidad y la voluntad״de·recoger una información amplia■ y precisa (sin poder corresponder״evidentéménte en todo a" i las ,exigencias de la crítica moderna). Eusebio presenta !su programa explícitamente, y así lo hacen 1algunos otros autores de la antigüedad y la mayor parte de los autores moder­ nos; otros escritos;;-pensamos especialmente en, la Edad Media- dejan al historiador la reconstrucción de la moti­ vación subyacente. Quien estudiase la serie de motiva- , ciones, podría encontrar elementos que ·aparecen en la legis­ lación de la Santa Sede en esta materia y que se imponen por sí mismos. La situación actual! de ,'la Iglesia y de la teo­ logía puede "llevar ,a, acentuaciones diferentes y ^quizás a un • enriquecimiento de la motivación: Y es precisamente' te­ niendo en cuentá la situación actual dé la Iglesia y "del 35 E u s e b io DE CESAREA, ‘Historia eclesiástica’ I, 1, 1-8, trad, de A. Velasco Delgado, en Eusebio de Cesarea, H istoria eclesiástica /, BAC, Madrid 1973, pp. 4-7. I. ESTATUTP JURÍDICO, Y RAÍCES HISTÓRICAS ״ K 1' l 1 '' ׳/ " tt ' “ 29' 1¡׳ mundo,"y sobre todo de la doctrina eclesiológica tal como la formuló el concilio Vaticano II, como nos "gustaría pre­ sentar las razones que hacen hoy necesario e importante el estudio de la historia de la Iglesia en el curso de la forma­ ción sacerdotal. Así pues, én el segundo capítulo indicare­ mos algunos« aspectos teológicos ״que ,justifican, los ,aspectos jurídicos tratados en¡este primer capítulo. II Fundamentos teológicos La presencia del ׳tratado de la ·historia de la Iglesia en el curso escolar de una Facultad Teológica eclesiástica o de un Seminario Mayor se impone no solamente por ra­ zones jurídicas, sino también por motivos teológicos. En la motivación teológica se pueden distinguir dos dimensiones: la que está ligada inmediatamente a la misma formación, teológica de los estudiantes y la que guarda relación con su formación eclesial, o sea, con la dimensión más bien intelectual y la preferentemente existencial. Historia de la Iglesia y formación teológica El estudio de la historia de la Iglesia se impone en un curso de estudios teológicos, ya que la teología encuentra su fundamento y su centro en la revelación, siendo su conti­ nua reflexión crítica y sistemática. 32 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS La historicidad de la revelación Pueden darse muchas definiciones de la teología como d i s c ip l i n a p e r o ninguna de ellas puede prescindir, ha­ blando en términos minimalistas, de la revelación; ahora bien, hablar de la revelación en el ámbito de la fe cristiana es hablar de «historia», y esto en varios sentidos \ En primer lugar, hay que concebir la revelación como revelación categorial, es decir, la manifestación de Dios en Jesucristo, hecha verbis et factis·, la iniciativa divina se desa­ rrolla, no en una dimensión de suyo intelectual, sino real e histórica, que consiste en obras y palabras, ligadas a unas circunstancias históricas. Jesucristo se presenta en un mo­ mento específico de la historia, cronológicamente definido, puntual, en una situación y en un contexto concreto respec­ to a la historia universal. Jesucristo se sirve de la historia, entrando en ella cuando dominaba César Augusto en el imperio romano y acabando su misión terrena en el reinado de Tiberio: «sub Pontio Pilato passus et sepultus est». En el Credo, ¡el único nombre propio junto al de Jesús y al de María es el de un funcionario romano pagano! Hay que añadir que este mismo «advenimiento» es a su vez una his­ toria: la vida terrena de una Persona divina que se hizo hombre. Poseemos una documentación precisa sobre esta historia y sobre el efecto que tuvo en quienes conocieron a Jesús y lo predicaron, produciendo a su vez un efecto es­ pecífico; se trata de una documentación teológica, es decir, como reflexión e interpretación, pero siempre documenta-1 1Algunas definiciones en R. FISICHELLA, ‘Che cos’è la teologia’, en C . R o c c h e t t a - R. F is ic h e l l a ־G . Pozzo, La teologa tra rivelazione e storia. Introduzione alla teologa sistematica, Dehoniane, Bolonia 1985, pp. 163250־, especialmente 165-166. 2Cf. J. O ’D o n n e l l , H istoricidad de la revelación, en DTF, pp. 565569־. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 33 ción al fin y al cabo; se trata de una mediación en textos que están literalmente fechados (aunque la fecha de cada uno de los documentos siga siendo un punto de búsqueda y de discusión). Esta revelación categoría! es además histórica, porque el acontecimiento Jesucristo no puede ni debe que­ dar aislado del contexto más amplio de la historia de la sal­ vación. Esta ampliación del concepto de revelación, que seña­ la su vínculo orgánico con la historia, encuentra su ex­ presión privilegiada y altamente autorizada en el Vaticano II, en la constitución dogmática sobre la revelación divina Dei Verbum \ El camino en la comprensión de la revela­ ción desde el Vaticano I al Vaticano II se realizó subs­ tancialmente cuando se pasó de una comprensión con­ ceptualista, y por tanto ahistórica, a una comprensión real e histórica, como puede leerse en el libro clásico so­ bre el concepto de revelación a lo largo de la historia, de René Latourelle \ Pero además, hay que hablar de la historicidad de la re­ velación en relación con el ser humano en cuanto tal, si se considera la revelación como transcendental, es decir, como autocomunicación de Dios a cada una de las personas en la intimidad de su ser. Quien dice persona humana, dice his­ toria, y en doble sentido. Cada existencia humana es y un proyecto que se desarrolla en el tiempo, a lo lago de unos pocos o de muchos años; pero, al no ׳estar aislada de la hu-3 3 Entre los comentarios sobre la D ei Verbum citemos: C. BUTLER, ‘La Costituzione dogmatica sulla divina rivelazione’, en J. MILLER (ed.), L a teo­ logía dopo il Vaticanol II, Morcelliana, Brescia 1967, pp. 49-62; L. ALONSO SCHÓKEL (ed.), Comentarios a la constitución ,D ei Verbum ', BAC, Madrid 1969; AA. W ״Vaticano II. La revelación divina, Taurus, Madrid 1970, 2 vols.; E. STAKEMEIER, D ie K onzilkonstitution über die góttliche O ffenbarung, 2 erw. Aufflage, Bonifatius, Paderborn 1987. R. LATOURELLE, Teología de ¡a revelación, Sígueme, Salamanca 1966. 34 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS manidad entera, cada existencia participa también de la historia del género humano. La revelación transcendental, en la medida en que puede vislumbrarse por el análisis de aquel que es su destinatario, ayuda a captar la riqueza y la plenitud de la revelación categorial, que a su vez da la in­ terpretación definitiva de la primera. La historicidad de la teología La doble historicidad de la revelación explica también el porqué de la historicidad de la teologías, que es la reflexión sistemática continuada a fin de llegar a una inteligencia crí­ tica del contenido de la fe y, evidentemente, para poder obrar en consecuencia. Se trata de ver lo que hay que hacer y recibir la fuerza para cumplir lo que se ha visto, como se expresa el Misal Romano de 1970 en la oración de la pri­ mera semana del tiempo ordinario. La Iglesia enseña que la revelación se cerró con la muerte del último apóstol, ya que en Jesucristo Dios se ex­ presó completamente a sí mismo y no puede haber ulteriores revelaciones. Pero la historicidad del hombre hace que el acontecimiento de la revelación no pueda aferrarse de una vez por todas en su totalidad; siempre se le percibe dentro de una perspectiva, según las limitaciones de la situación cultural en la que se predicó el Evangelio; es decir, la reve­ lación se ha encarnado siempre en una forma histórica. Por tanto, se necesita una reflexión continua, que siempre se ha hecho y se sigue haciendo; esta reflexión, a su vez, tiene su5 5 K. RAHNER, ‘Sulla storicità della teologia’, en N uovi saggi III, Paoline, Roma 1969, pp. 99-125· II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 35 historia y se expresa sobre todo en unos textos que se pue­ den fechar puntualmente. Estos textos predominan entre las expresiones de la refle­ xión teológica, ya que son las preferidas y las privilegiadas, por el hecho de que son intelectualmente de una comunicabilidad, no digamos más directa, pero ciertamente más práctica, más manejable, más habitual, más fácil de sistematizar y de someter a una profundización conceptual. De todas formas, los textos no tienen un derecho exclusivo. Encontramos expresiones teológicas también fuera de los textos y un estudio teológico que marginas¿ estas expresiones resultaría renqueante. Es tarea especialmente de la historia de la Iglesia llamar la atención sobre estas otras expresiones; por eso mismo, en el marco de la presente introducción, habrá que señalar brevemente algunas. Vinculados todavía directamente con los textos están los gestos litúrgicos y la praxis de los sacramentos, que deben ser estudiados dentro de una ampliación del contenido del proverbio clásico lex orandi, lex credendi *: desde la imposi­ ción de manos y desde la ubicación espacial de las diversas personas según su rango -el entrar en el sagrario de los es­ posos durante el matrimonio —hasta la admisión de los ni­ ños para el bautismo.67 6 La expresión exacta suena ‘Ut legem credendi lex stauat supplicandi’ (DS 246); de la literatura sobre este proverbio podemos citar los siguientes artícu­ los: G . LUKKEN, ,La liturgie comme lieu théologique irrempla9able’, en Questions liturgiques, 56 (1975), pp. 9 7 112( ־por su abundante bibliografía); P. DE CLERCK, *Lex orandi, lex credendi. Sens originel et avatars historiques d'un adage équivoque’, en Questions liturgiques, 59 (1978), pp. 193212־ (por su exposición histórica); F. BROVELLI, ‘Fe y liturgia’, en D. Sa r TORE-A. M. TRIACCA (eds)., Nuevo D iccionario de liturgia, Ed. Paulinas, Madrid 1987, pp. 840-854 (por su carácter sintético). 7 G . LUKKEN, Tlaidoyer pour une approche intégrale de la liturgie comme lieu théologique. Un défi á route la théologie’, en Questions liturgi­ ques, 68 (1987), pp. 242-255· 36 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS Como es sabido, para san Agustín de Hipona (354430)־ vale el argumento litúrgico para justificar ese bautismo frente a los ataques de los pelagianos 8. Al mismo tiempo se puede advertir que en su tercer volumen, el reciente manual alemán de liturgia, Gottesdienst der Kirche. Handbuch der Liturgiewissenschajt concede también mucha importancia a las expresiones no verbales Otro medio de expresión teológica es el arte, sobre todo el arte figurativa. Entre los muchos ejemplos que se podrían aducir pensemos en el que es evidentemente más central, la representación a lo largo de la historia de Jésucristo, «la imagen del Dios invisible» (Col 1, 15). «La imagen de Cristo (...) presenta una gama tan rica y variada de repre­ sentaciones que no tiene comparación en todos los pueblos y civilizaciones de la tierra» '0. Todo teólogo debería con­ templar al menos una vez (!) las imágenes de Cristo tal co­ mo se han ido produciendo a lo largo de la historia. Lo mismo vale también para el que estudia la historia de la Iglesia. En esa diversificación en su historicidad se pueden leer interpretaciones teológicas, y no sólo variaciones artísti­ cas. Así la imagen de Cristo como pastor joven, sin barba, que predominó en los primeros tiempos de la Iglesia, es una adaptación de la figura de Orfeo en el trasfondo de los tex­ tos bíblicos, que hablan del pastor cuidadoso de su rebaño; esta escena paradisíaca es la recompensa de los mártires que están en presencia del Hijo de Dios, cuya divinidad y con-* * Sa n AGUSTÍN, ‘De los méritos y perdón de los pecados y sobre el bau­ tismo de los párvulos (De peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvulorum)’, en Obras IX, BAC, Madrid 1952, pp. 184-453· ’ H . B. MAYER y o tro s, Teil 3 , G estalt des Gottesdienstes. Sprachliche und nichtsprachliche Ausdrucksformen , Pustet, Regensburg 1987. ' H. PFEIFFER, L ’im m agine d i Cristo nell'arte , Città Nuova, Roma 1986, II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 37 siguiente eternidad se expresan mediante la juventud del rostro y de la figura. Allí se expresa también la visión teo­ lógica de la falta de compromiso frente a la realidad del im­ perio romano. La imagen de Cristo como emperador, que viene des­ pués,, expresa otra visión teológica: el imperio tiene una función que cumplir en la historia de la salvación, con con­ secuencias para el papel del emperador en la Iglesia y el compromiso del cristiano frente al imperio. Con sus cabellos rubios de tipo germánico, el Cristo carolingio es más bien aquel que garantiza el predominio contra las fuerzas del mal y los ataques de las otras tribus. El beau Dieu de Chartres expresa y garantiza el orden, en el cielo y en la tierra: el orden en la naturaleza, en la sociedad feudal; cada uno tiene su lugar y su destino en una socie­ dad, como en una catedral gótica. El Cristo atormentado de finales de la Edad Media sirve como identificación por los sufrimientos de una Europa castigada por la plaga de langostas en 1337, por las inun­ daciones y terremotos del 1342 y 1343, por la epidemia de la peste que, recordada como la «muerte negra», se llevó a millones de europeos. El Cristo de la belleza armoniosa y sobrenatural de Ra­ fael Sanzio (1483-1520), de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), de Doménico Teotocopulos, llamado el Gre­ co (1541-1614), o de Peter Paul Rubens (1577-1640), ofrece una confirmación de los sentimientos reinantes de optimismo y de valoración del hombre autónomo. También el Cristo de Alberto Thorvaldsen (1770-1844) sirve a una finalidad: con su manto, con su cabellera partida por la mitad y que cae sobre sus hombros en largos rizos ondulados, con su frente altamente arqueada y su boca en­ treabierta en acto de hablar, el fiel se encuentra con un Cristo-Sócrates: un Cristo para el que quiere ser cristiano, 38 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS pero al mismo tiempo no quedarse atrás en el tiempo, es el de la Ilustración, un siglo que no acepta los milagros ni busca la mística, pero que se siente atraído por la moral. Se quiere, por tanto, a un Cristo que sea maestro, con una doctrina ética racional y coherente, y hasta fascinante; pero nada de sobrenatural, sino tan sólo una sublime humani­ dad. Es el Cristo de Thomas Jefferson (1743-1826), tercer presidente de los Estados Unidos (1801-1808), que en 1820 escribió un libro titulado The Life and Moráis o f Jesús o f Nazareth Extracted textually from the Gospels in Greek, Latín, French and English, donde todo termina con la sepul­ tura de Jesús, sin mencionar para nada los relatos de su re­ surrección ". Otros ejemplos más (se trata siempre de una selección): Georges Rouault (1871-1958) o Marc Chagall (18871985) ־ ofrecen un Cristo teológicamente inserto en este siglo XX, el siglo del Holocausto... La Iglesia ha sido siempre consciente de la dimensión teológica del arte figurativa 1213*y de los riesgos inherentes a esta expresión artística. Las largas discusiones y luchas lleva­ ron a la «canonización» de los iconos de la tradición de las Iglesias orientales; preparado por la contemplación, el icono lleva a la contemplación del misterio, que se hace presente según una dinámica bien precisa y determinada, como puede demostrar el estudio de un solo icono La Iglesia latina no es menos consciente de ello, pero expresa esto más bien a través de su legislación, desde el concilio de Trento 11J. P elika N , Jesus through the Centuries. H is Place in the H istory o f Cul­ ture, Yale U . P ., N e w Haven y Londres 1985, p p . 189-193; trad. esp. J. PELIKAN,/«wr a través de los siglos, Herder, Barcelona, 1989. 12Nos ofrece un buen panorama D. MENOZZI, Les Images. L 'Eglise et les arts visuels, Cerf, París 1991. 13D. A n g e , D alla T rinità a ll’Eucaristia, L Teona della T rinità d i Rublev, Ancora, Milán 1984. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 39 (DS 1823) hasta los dos Códigos de Derecho Canónico (CIC-1917, c.1279 y 1385; CIC-1983, c. 1188), y diversas advertencias (dos últimos ejemplos que son claramente de orden teológico: se prohíbe representar a la Virgen con or­ namentos litúrgicos sacerdotales y al Espíritu Santo como figura humana) '4. La dimensión teológica de la arquitectura en sus múlti­ ples expresiones históricas -que por tanto deben considerar­ se también dentro de la reflexión teológica— es evidente; hay que pensar aquí no solamente en el vínculo inmediato entre la liturgia y el espacio y en todo lo que se expresa y se enseña de ese modo sobre la importancia de los sacramen­ tos que se celebran y el orden eclesiástico que se vive, sino tener presente además tanto el significado del espacio «sagrado» en general y el mensaje sobre el concepto de Dios y la relación que hay que establecer con él, como la exis­ tencia misma de ese espacio y las diversas formas en que se realiza en particular 14S. Esta misma dimensión es menos evidente, pero no por eso está ausente, en la música 16.Quizás se conozca poco to­ davía la teología expresada en el arte aplicada. Permítaseme presentar el ejemplo más famoso de esta idea: la corona del imperio que se conserva en el tesoro de Viena. Existe una «teología de la corona del imperio» 17: esta corona, en su misma forma octogonal, en el número de las doce veces do- 14AAS, 8 (1916), p. 246; AAS, 20 (1928), p. 103. La representación del Espíritu Santo en forma humana había sido ya objeto de una intervención romana: F. BOESPFLUG, D ieu dans l'a rt. Sollicitudini niostrae de B enoit X IV (1745) e tl'a ffa ire Crescente de Kaufbeuren, Cerf, París 1984. 15J. RATZINGER, Dogma e predicazione, Queriniana, Brescia 1974, pp. 222231; M. SCHAEFFER, ‘Architecture, Liturgical’, en P. FlNK (ed.), The N ew Dic­ tionary o f Sacramental Worship, Gill and Macmillan, Dublin 1990, pp. 59-66. ISW . KuRZSCHENKEL, D ie theologische Bestim m ung der M usik, P au lin u s, Trier 1971. 17 R. STAATS, Theologie der Reichskrone, Hiersemann, Stuttgart 1 9 7 6 . 40 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS ce perlas, en la elección y disposición de las diversas piedras preciosas -ta n llenas de significados ", en clara consonancia con ciertos textos de la sagrada Escritura, sobre todo con el libro del Apocalipsis de san Juan-, junto con las imágenes esmaltadas, hace referencia a la perfección de la Jerusalén celestial. Fechando su composición en el año 962, Staats la relaciona con la visión sobre la relación entre el imperium y el sacerdotium de los Otones. No es teológicamente indife­ rente el hecho de que otros relacionen el origen de la coro­ na con el reino de Conrado II (1024-1039) el Sálico el dominio imperial sobre la Iglesia durante la dinastía de los Francos, de la que él es el fundador, es mucho más siste­ mático y por tanto mucho mayor que durante los Otones; estamós muy cerca de la reforma gregoriana. De las otras expresiones no-verbales habría que mencio­ nar -aquí nos encontramos evidentemente en terrenos teo­ lógicos muy específicos y a veces, a primera vista, margina­ les-: la numismática18*20 y hasta la heráldica eclesial. Esta última manifiesta, según el arzobispo Bruno Heim, el ma­ yor especialista en la materia 212*, el hecho de que la Iglesia no es solamente una societas aequalis (doctrina contenida en los capítulos II y IV de la Lumen gentium) “, sino también una societas inaequalis, es decir, jerárquica, doctrina tradicio- 18G. F e r r o n in o - L ORSINI, O ri e gem m e in uso sacro, Alessandria 1987. ״M. SCHULZE-DÓRRLAMM, D ie Kaiserkrone Konrads I I (1024-1039)■ E tne archàologische Untersuchung zu A lter u n d H erkunfi der Reichskrone, Thorbecke, Sigmaringen 1991. 20A. BERMAN, The Em ancipation o f the P apal State, Attic B o o k s, South Salem (Nueva Y o rk ) 1991. 21 B. HEIM, W appenbrauch u n d W appenrecht in d erK irch e, Walter, Olten 1947, pp. 54-56; id., H eraldry in the Catholic Church, Van Duren, Gerrards Cross 19812, p. 43. 22 F. RETAMAL, La igualdad fu n d a m en ta l de los fieles en la Iglesia según la Constitución dogmática ‘Lum en G entium ’, Alfabeta, Santiago de Chile 1980; M. DIET, ,Die Gleichheit aller Gláubigen in der Kirchc. Zu Kanon 208 des CIC 1983’, en Theologie der Gegenwart, 31 (1988), pp. 113121 ־. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 41 nal 2324, contenida en el capítulo III de la misma constitución dogmática. Todas estas expresiones pueden identificarse con de­ terminados puntos o periodos históricos; lo mismo vale para los textos que, siendo la forma predominante de la expresión teológica, forman el terreno en donde se mueve normalmente el teólogo. Los textos teológicos son mu­ chos, incluso para ciertas épocas de la historia que están escasamente documentadas, como la Alta Edad Media. Basta con dar una ojeada a la primera publicación moder­ na de «todas» las fuentes teológicas, debida al sacerdote francés Jacques-Paul Migne (1800-1875) M, titulada preci­ samente Patrologiae cursus completus. La series latina, que llega hasta el 1216, cuenta con 217 gruesos y densos vo­ lúmenes; la graeca, que llega hasta 1438, contiene 161 volúmenes. Observemos que esta obra, tan meritoria, no es completa y que está en curso una sustitución de la misma, con otras publicaciones en series que contienen todavía más textos. Todas estas expresiones son históricas en un doble sen­ tido: tienen una dimensión «horizontal», es decir, se colo­ can en un contexto específico, puntual; pero tienen tam­ bién una dimensión «vertical», es decir, se encuentran entre 23J. IJSTL, Kirche u n d Staat in der neueren katholischen Kirchenrechtstuissenschaff, Duncker und Humblot, Berlín 1978; K. SCHLAICH, ‘Die Kirche - eine societas inaequalis et perfecta?, en Zeitschrift der Savigny-Stijtung fu r Rechtsgechichte Kan. A bt., 69 (1983), pp. 363-377; G . M UCCI, ‘La dimen­ sione giuridica della Chiesa nella manualistica preconciliare’, en M. SlMONE (ed.), I l Concilio ven ta n n i dopo, 1. Le nuove categorie dell'autocom prensione, AVL Roma 1984, pp. 13-40. 24 Sobre el significado del Migne se pueden consultar: A. G. HAMMAN, Jacques-Paul M igne. Le retour aux Pires de l'Eglise, Beauchesne, Paris 1975; A. M a NDOUZE - J. FOULHERON (eds.), M igne et le renouveau des études patristiques, Actes du Colloque de Saint-Flour, 7-8 julio 1975, Beauchesne, Paris 1985. 42 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS expresiones que las preceden y las siguen, con una vincula­ ción orgánica de desarrollo entre ellas. En los últimos siglos la teología se había olvidado de­ masiado de esta dimensión, especialmente, según parece, en la teología de los manuales, que se introdujo a finales del si­ glo XVII y tomó un giro especial durante el periodo de la neoescolástica, que comenzó con León XIII (1878-1903) y ter­ minó solamente con el concilio Vaticano II (1962-1965); es un periodo de una repetición cada vez más reductiva de los mismos términos, según los esquemas acostumbrados, a ve­ ces muy simplificadores. Karl Rahner se lamentaba de que la dogmática contemporánea «se parece a la de los últimos siglos como un huevo a otro huevo» y manifestaba que «era justo esperar necesariamente que una dogmática actual sea, por lo menos, tan diversa de una de 1750 como lo son en­ tre sí los escritos de san Agustín y la Suma teológica de santo Tomás» 25*. Lo cierto es que no había diferencia entre la jus­ tamente famosa Theologia Wirceburgensis, que oficialmente lleva el solemne título de Theobgia dogmatico-polemicoscholastica praelectiones academicis accomodata “ y ciertos manuales publicados en vísperas del concilio Vaticano II e incluso durante el mismo, por ejemplo el de Riccardo Tabarelli 27. Se trata de una esterilidad debida a la falta de la dimensión histórica, o de investigaciones históricas inge­ nuas que son «un ejemplo típico de "relato", en lugar de ser 25 K. RAHNER, ‘Ensayo de esquema para una dogmática’, en Escritos teologa I, Taurus, Madrid 1961, pp. 11-50, aquí 12 y 20. * 14 vols., Würzburg 1766-1777; segunda edición en 1853; tercera, en 1879-1880; esta obra fue escrita por cuatro profesores jesuítas en la Universi­ dad de Würzburg: A. MADRE, ‘Wirceburgenses’, en LThK 10, 1.185. 27 Compárese el 4o voi. de la Theologia Wirceburgensis (D e Incam atione Verbi D ivin i) con R. TABARELU, ‘De Verbo Incarnato. In III partem Summae Theologicae S. Thiomae Aquinatis, a q. I ad q. XXVI’, en íd., Opere teologiche, voi. III, D e Verbo Incarnato, Pontificia Università Lateranense, Roma 1964. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 43 un repensar inteligente del pensamiento de otro» 28*. La ex­ periencia de la esterilidad de la teología de los años 50 y 60 por parte de los estudiantes y sus intentos poi alimentarse intelectualmente de una manera distinta lian sido muy bien descritos por el obispo Peter Henrici S. J., estudiante y lue­ go profesor en la Gregoriana: «Se aprendía una (¡sola!) cosa: hacer conceptualmente distinciones muy precisas sobre lo que se había afirmado o no en las doctrinas o dogmas de la Iglesia (la mayor aportación de la neo-escolástica para el Vaticano II)» 2,. Un testimonio semejante es el que nos ofrece el padre Jean-Pierre Jossua sobre el famoso centro teológico de Le Saulchoir 30. El remedio no puede consistir solamente en tomar con­ ciencia del cambio de contenido de ciertos términos, sino también del proceso de este cambio y del vínculo entre los diversos significados. Podríamos poner el ejemplo de la realeza de Cristo; un punto doctrinal no de escasa importancia, ya que no se trata solamente de la cristologia, sino también de la eclesiología, en donde se habla de la participación en el triple munus de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Esta trilogía, que se establece primero en la teología protestante bajo la influencia de Calvino (1509-1564)31 y posteriormente, desde finales del siglo XVIII, también en la católica 32, aparece en más de una oca­ sión en los documentos del concilio Vaticano II. 28 K. Ra h NER, ‘Ensayo de esquema’, o.c., p. 23, nota 11. 2, P. HENRICI, ‘La maturazione del Concilio. Esperienze di teología del preconcilio’, en Com m unio, 114 (1990), pp. 12-30, aquí 18. 30J. P. JOSSUA, ‘Le Saulchoir: une formation théologique replacée dans son histoire’, en Cristianesimo nella Storia, 14 (1993), pp. 99-124. 31 M. SCHMAUS, À m ter C hristi‘, en LThK, 1, pp. 457-459. 32 J. FUCHS, M agisterium , M inisterium , Regimen. Vom U rsprung einer ekklesiologischen Trilogie, Kollen, Bonn 1941. 44 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS «Hay que advertir que el Concilio no sigue un único esque­ ma respecto a los tres muñera. Cuando se refiere a los tres muñe­ ra de Cristo sigue este orden: sacerdotal, profetico y real (LG 31a; AA 2b; 10a), o bien este otro: profètico, sacerdotal y real (PO la); respecto a los fieles o los laicos, tenemos: sacerdotal, profètico y real (LG 11; 12; 34-36; AA 2b; 10a; AG 15b); res­ pecto a los presbíteros, el orden es: predicar, apacentar y santificar (LG 28a), o bien: predicar, santificar y apacentar (PO Ib; 4 6 ;)־ finalmente cuando se habla de los obispos es: santificar, enseñar y gobernar (LG 21b), o bien: enseñar, santificar y gobernar (LG 25-27; C D 3b; 12-16; AA 2b)» ״. Como el Código de Derecho Canónico de 1983, según el papa Juan Pablo II, es «el último documento del Conci­ lio» M, el triple munus se encuentra también en él: el libro III lleva el título de «La función de enseñar de la Iglesia»; el libro IV: «La función de santificar de la Iglesia». La función de gobernar no aparece allí como una unidad orgánica; ese libro podría componerse de los cánones 7-95 y 129-196 del libro I, y de los libros V, VI y VII ¿Cómo entender entonces la realeza de Cristo? No se puede encontrar ni siquiera un comienzo de respuesta sin dar una mirada a la historia de la realeza en sí misma y sin tener en cuenta la experiencia concreta de la realeza que tienen los teólogos que reflexionan sobre este munus del Señor. Pensemos en la diferencia de los textos bíblicos citados a propósito de la realeza de Cristo, es decir, la diferencia en­ tre la realeza davidica de los salmos 2, 18, 20, 21, 45, 72,* 33G. GHIRLANDA, Introducción a l Derecho Eclesial, Verbo Divino, Escella (Navarra), 1995, p. 135. 34 ‘Discurso del 21 de noviembre de 1983 a los obispos que intervinieron en la reunión de estudio sobre el nuevo Código en la Pontificia Universidad Gregoriana’, en L 'Osservatore Romano , 22 de noviembre de 1983. Así G . G h ir l a n d a , o. c ״p. 136. IL FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 45 89,'101, 110, 132 y 144 y la del helenismo tardío en el Apocalipsis de Juan (17, 14; 19, 16: «Rey de reyes y Señor de señores»). Se trata de la diferencia entre una «realeza por la gracia de Dios» (Gottesgnadentum) y la «realeza sacral» (Gottkónigtum) “, o sea, de una realeza con una misión re­ ligioso-ética (mantener la paz y proteger a los débiles) y una realeza con una función cósmica (como encarnación de la divinidad, el rey garantiza el orden global); el Apocalipsis se escribió (probablemente) durante el reinado de Domiciano (81-96), criticando a aquel que se autoproclamaba precisa­ mente Dominus ac Deus363738. Pensemos luego en la diferencia entre las experiencias de Tomás de Aquino (1225-1274), por una parte, que, a pesar de recoger las teorías de Aristóteles sobre esta materia M, co­ noce la realeza feudal, vista de nuevo como un ministerio, fuertemente controlada por la Iglesia y limitada por leyes y tradiciones 3,, y por otra parte las experiencias de JacquesBenigne Bossuet (1627-1704), obispo de Meaux y teólogo de Luis XIV, el monarca absoluto por excelencia; en el ab­ solutismo -justificado por Bossuet, con la condición de que sea antimaquiavélico, en su Politique tirée des propres paroles de l'Ecriture Sainte (1709)- la realeza no es ya ministerium, sino potestas·, Dios no es el que manda, sino la imagen ori- 36 F. H e il ER, Fortleben u n d W andlungen des antiken gottkdnigstum s im Christentum , en La regalità sacra. C ontributi a l tema d ell’V U l Congresso inter­ nazionale d i storia della religione (Roma, aprile 1955), Brill, Leiden 1959, 543-580. 37 La discusión sobre la fecha: J. L. D ’ARAGON, ‘Apocalipsis Z ’, en CBSJ, IV, pp. 536537 ;־F. BOVON, ‘Possession ou enchantement. Les institutions romaines selon l'Apocalypse de Jean’, en Cristianesimo nella Storia, 7 (1986), pp. 221-238. 38 J. LECLERCQ, L ׳idée de la Royauté du Christ au M oyen Age, Cerf, Paris Ì959. 35 M . DAVID, La souveraineté et les lim ites juridiques du p ouvoir monarchique du IX au X V siècle, Dalloz, Paris 1954; w. ULLMANN, ‘Schranken der Kònigsgewalt im Mittelalter’, en Historisches Jahrbuch, 91 (1971), pp. 1-21. 46 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS ginal de la autoridad, de la que evidentemente participa el rey 4״. Más todavía, prensemos en la diferencia entre la expe­ riencia del papa Pío XI (1922-1939) y la del papa Pablo VI (1963-1978). El primero, que con la encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925 401 instituía la fiesta de Cristo Rey, había nacido en 1857 y llegó a conocer la realeza paternalista, por ejemplo la de Francisco José I de Habsburgo, emperador de Austria y «rey apostólico» (!) de Hungría (nacido en 1830, reinó desde 1848 hasta 1916); esta realeza, aun en la forma de un cierto constituciona­ lismo, en un esquema de vinculación entre el trono y el altar, tal como se ideó en la Restauración (que no era por otra parte un puro retorno al A nden Regime, sino una in­ tegración en clave conservadora de la Revolución france­ sa), evoca la soberanía como misión religioso-ética; el papa se ve además enfrentado con el neo-cesarismo fascista y, por tanto, con otra forma de ejercicio de la autoridad que, a pesar de basarse en los medios del terror policial, no ca­ rece de carisma —por hablar en la terminología de Max W eber-, recordando entonces otra dimensión de la reale­ za, aun en su propia form a42*. La institución de la fiesta de 1925 debe interpretarse en clave política, como lo hace el mismo papa viendo en ella el remedio contra la peste que es el laicismo (es decir, el estado liberal de Cavour y suce­ sores); esta misma interpretación es la que aparece tam­ bién en los autorizados comentarios de la Nouvelle Revue 40 N. STAUBACH, ‘Konigstum’, en TRE, 19, pp. 311-345; la abundante bibliografía indica que la problemática es bastante compleja. 41 AAS, 17 (1925), pp. 593610־. 42 K. D . BRACHER, ‘Faschismus’, en StL, 2, pp. 5 49-558; íd., ‘Diktatuf, Ibid., pp. 55-59; M . WEBER, Wirtschafi u n d Gesellschafi. Grundriss der Verstehenaen Soziologie, fiinfte, revidierte Auflage, besorgt von Johannes Winckelmann, Mohr, Tubinga 1976; me refiero al famoso capítulo D ie Typen der H errschaf, pp. 122-180; para lo que aquí nos interesa: pp. 140-148. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 47 Théologique43y de la Civiltà Cattolica: «I diritti di Dio ne­ lla società e la festa liturgica di Cristo Re» E1 famoso li­ turgista benedictino Ildefonso Schuster (1880-1954), car­ denal-arzobispo de Milán desde 1929, ve también allí el remedió contra la estatolatría y parece señalar un elemen­ to antifascista en la fiesta4345; para captar mejor cómo se entendía en aquel momento la realeza de Cristo, hay que ver cómo la institución de la fiesta se colocaba en la línea de desarrollo de la devoción al Sagrado Corazón, con su propia característica teológica; al primer Congreso eclesial italiano dedicado a la realeza de Cristo (1926) llegan en­ tonces comunicaciones con este título: La relazione della divina regalità di Cristo col suo Cuore y La regalità del Cuo­ re di Gesù 46. Precisamente porque este Corazón fue herido por los pecados no sólo privados, sino sociales, el culto a Cristo Rey intenta promover un modelo de sociedad cris­ tiana que ofrezca una alternativa al estado liberal y al co­ lectivismo socialista; la encíclica de 1925, que será «com­ pletada» con la encíclica Miserentissimus Redemptor del 8 de mayo de 1928 47 sobre el culto al sagrado Corazón, tiene que leerse en el marco de otras muchas encíclicas de Pío XI -Roger Aubert ofrece un ejemplo de ello 48- y colocarse 43 53 (1926), pp. 161166־ 44 77/1 (1926), pp. 127-133. 451. SCHUSTER, Líber Sacramentorum. Estudio histórico y litúrgico sobre el M isal Romano, Voi. IX, Los santos en el m isterio de la redención, Herder, Bar­ celona 1948, 91s. 46 La regalità d i Cristo. Relazioni, atti e voti del primo Congresso naziona­ le della regalità di Gesù Cristo, 2 0 -2 1 -2 2 de mayo de 1926, Vita e Pensiero, Milán 1926; las aportaciones citadas son de G. SlNlBALDl, pp. 1 8 6 -2 0 1 y de O . M a z z e l l a , pp. 2 1 7 -2 4 3 . 47AAS, 20 (1928), pp. 165-187; para la relación entre la fiesta de Cristo Rey y la del Sagrado Corazón, cf. A. HAMON, H istoire de la dévotion au Sacri Coeur, t. V, Royale Triomphe, Beauchesne, París 1939. 48 R. AUBERT, ‘L'insegnamento dottrinale di Pio XI’, en Pio X I nel tren­ tesimo della m orte (1939-1969), Opera diocesana per la preservazione e diffu­ sione della fede, Milán 1969, pp. 207-259. 48 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS dentro de la historia del desarrollo de la doctrina social de la Iglesia. Pablo VI, fallecido en 1978, el primer papa moderno y de una línea antifascista en clave democrática49*-n o todo antifascista es democrático-, vive en un periodo en el que las pocas monarquías que quedaban se ,habían convertido más bien en repúblicas democráticas con un jefe de estado hereditario, aunque sin perder una cierta especificidad en comparación con los presidentes, por ejemplo su preceden­ cia ceremonial; al menos la Santa Sede da precedencia a los soberanos, como puede verse en las listas de las audiencias de los papas Juan Pablo I y Juan Pablo II con ocasión de la ceremonia de comienzo de su ministerio de Supremo Pas­ tor so. Bajo el papa Montini, con la aprobación explícita del pontífice 51,la fiesta de Cristo Rey cambia de fecha (pasa del último domingo de octubre al último domingo del año li­ túrgico), de título (se añaden las palabras «del Universo») y -como indican los dos cambios mencionados- de carácter: predomina en ella la dimensión escatológica 52*. La comparación de los textos litúrgicos revela muy bien que cambia una vez más el concepto teológico de realeza, aunque no varíe la palabra «rey». Nos encontramos aquí frente a la dinámica dialéctica de un cambio que no puede 49 P aul V I et la m odernità dans l'Eglise. Actes du colloque oorganisé pa r l'Ecole frangaise de Rome (Rome 2 4 ־de juin 1983), Ecole fran^aise, Roma 1984, pp. 3 1 3 ־y 4 1 6 5 ־. ‘Diarium Romanae Curiae’, en AAS, 70 (1987), p. 753, risp. 998. 1El papa se ocupó minuciosamente de cada uno de los aspectos y de los puntos de la reforma litúrgica postconciliar; lo atestigua el cardenal Hoffner en L'Osservatore Romano del 24 de septiembre de 1975; para el calendario cf. A . BUGNINI, La riform a liturgica (1948-1975), Ed. Liturgiche, Roma 1983, pp. 306310 ;־nótese que en la Congregación para la Doctrina de la Fe se deseaba que la fiesta de Cristo Rey siguiera conservando el carácter social y que se celebrase en octubre, p. 308. 52A. VERHEUL, ‘La féte du Christ-Roi’, en Q uestioni liturgiques, 66 (1985), pp. 155-165. I!. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 49 realizarse sin la dimensión de la identidad; para la realeza política hay que indicar además el hecho de que, incluso en medio de los cambios, se da una continuidad entre la un­ ción de David, «rubio, de hermosos ojos y de buena pre­ sencia» (1 Sm 16, 12), y la de la reina Isabel II en la Westminster Abbey, el 2 de junio de 1953 -unción que no debería ser la última; ya se han preocupado algunos del rito de unción de su sucesor 53-. Pero en la teología de nuestros días no sólo existe la conciencia de la historicidad de las expresiones, bien sea en la dimensión horizontal (habrá que estudiar entonces el contexto específico de un concepto determinado), o bien en la dimensión vertical (habrá que estudiar también la diná­ mica del, desarrollo del significado de un concepto determi­ nado), sino que se ve también que la dinámica del mismo desarrollo histórico forma parte de la revelación y de la re­ flexión sobre la revelación. La acogida de las categorías históricas y nuevos métodos teológicos Se trata de una reflexión más general; va ligada al giro hacia la historia del mismo pensamiento moderno, con la consiguiente asunción de las categorías históricas dentro de la misma investigación teológica54. El hecho de pensar en categorías históricas se manifiesta en la misma teología to­ davía más específicamente gracias a la asunción de la cate- 53 P. BRADSHAW, ‘On Revising the Coronation Service’, en Theology, 96 (1993), pp. 130-137. 54 R. FISICHELLA, La revelación: evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989, pp. 4 9 6 0 ־. 50 II. FUNDAMENTOS TEOLOGICOS goría de la historia de la salvación para captar el misterio de la relación entre Dios y los hombres. «La teología de los últimos treinta años se ha desarrollado dentro de la perspectiva de la historia de la salvación (...), una perspectiva que ha dado mayor riqueza a la temática teológica. Una tras otra fueron surgiendo la teología de la historia, del mun­ do transformado por el hombre, del progreso humano, de la rela­ ción Iglesia-mundo, de la esperanza (en su dimensión comunita­ ria), de la liberación. Todas ellas iban guiadas por una orientación común: el interés por la dimensión histórica, comunitaria e intramundana de la existencia cristiana, es decir, por la realidad histórica, concreta, en la que el cristiano vive y actúa su fe. La teología adquiría conciencia, no sólo de la historicidad de la exis­ tencia y del conocimiento humano, sino también del sentido del devenir histórico como lugar de la acción salvífica y de la revela­ ción de Dios, realizadas definitivamente en el acontecimiento de Cristo. Al mismo tiempo, centraba su atención en el hombre (en sus relaciones indisolubles con el mundo, con la comunidad hu­ mana, con la historia), como destinatario de la palabra y de la gracia de Dios. Nacía así una teología cristocéntrica y por tanto histórico-salvífica, escatológica, antropológica. En virtud de estas orientaciones primordiales, la teología católica se abría decidida­ mente a la cultura y a los problemas actuales de la humanidad. La situación histórica de la comunidad humana, con sus aspectos positivos y negativos, entraba en el terreno de la reflexión teológi­ ca, como punto de partida, como interpelación de su responsabi­ lidad y como realidad que había que transformar. El cambio en la temática teológica llevaba a nuevas orientaciones metodológi­ cas» 55*. Mientras que el concilio pone de relieve la primacía ab­ soluta de la Palabra de Dios (Tradición divino-apostólica y Escritura) sobre la tradición eclesial y sobre el magisterio, se 55 J. ALFARO, ,Compito della teologia cattolica dopo il Vaticano II’, en La C iviltà Cattolica II (1976), pp. 530540־, aquf 530, ׳ II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 51 introduce como novedad metodológica el hecho de partir no solamente de las preguntas implícitas en las estructuras constitutivas del hombre, sino también de la situación ac­ tual y socio-económico-política de la humanidad, para ha­ cer inteligibles e interpelativos el sentido y el valor del men­ saje cristiano en nuestros días... Por consiguiente, la teología tiene que escuchar, discutir e interpretar las voces de nuestro tiempo, a la luz de la Palabra de Dios, para que la verdad revelada pueda ser comprendida cada vez más profundamente “. ·La constitución Gaudium et Spes declara que: «La Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano. La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las di­ versas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Ésta, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el sa­ ber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible (...). La Iglesia necesita de modo muy peculiar la ayuda de quienes, por vivir en el mundo, sean o no sean creyentes, co­ nocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y com­ prenden con claridad la razón íntima de todas ellas» (GS n. 44). Nótese que esta apertura al mundo, y por tanto a la his­ toria, que el concilio considera necesaria para la misión de la Iglesia y por tanto para el desarrollo de la teología, ha en­ gendrado una novedad metodológica en la teología: nace la56 56Ibíd., p p . 5 3 1 -5 3 2 . S2 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS teología en contexto 57*. Una presentación histórica del desa­ rrollo de los métodos teológicos a partir del concilio Vati­ cano I, del 1869-1870, podrá hacer ver, no sólo en qué con­ siste esta novedad, sino también cómo fue posible todo este giro -ligado al giro que es el mismo concilio Vaticano II-, gracias al estudio de la historia por parte de los teólogos. El método dogmático-deductivo, presente casi exclusiva­ mente a comienzos de este periodo, siguió predominando especialmente en los manuales y en los textos puramente especulativos, hasta en vísperas del Vaticano II, cuando se estaba ya desarrollando el método histórico-genético. Los manuales que siguen al método dogmático-deductivo toman como punto de partida y como criterio último la doctrina católica, tal como resulta de los documentos del magisterio; se exponen en primer lugar los dogmas formalmente defi­ nidos, pero también los puntos doctrinales formulados au­ torizadamente; a continuación se les ilustra y se les prueba con citas bíblicas (leídas aisladamente y lejos de la historia), para profundizar luego en ellos comparando los diferentes dogmas y las doctrinas formuladas, especialmente a través de amplios análisis de tipo muy racional y con el instru­ mento del silogismo de los problemas de carácter especula­ tivo. En aquel cuadro se intentaba solucionar las posibles contradicciones entre los datos revelados o enunciados teo­ lógicos, así como refutar las objeciones verdaderas que pro­ cedían de los cismáticos, de los herejes y de los no creyen­ tes, y hasta otras objeciones imaginarias. No podemos menos que mencionar un ejemplo: Hermann van Laak, profesor de teología fundamental en la Gregoriana a comienzos del siglo XX, en sus Institutiones Theologiae Fundamentalis. Tractatus III: De revelatione 57J. DUPUIS, ,Auf dem Wege zu ortsgebundenen Theologien’, en In ter­ nationale katholischeZeitschrift Communio, 16 (1987). pp. 409-419. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 53 Christiana 5\ cuando trata de los milagros que tienen que probar la divinidad de Jesús, discute el signo de las bodas de Caná. ¡Un milagro que no debería haberse realizado, ya que es ilícito incitar a la embriaguez, y Jesús trasformò de cinco a siete hectólitros de agua en un buen vino! Van Laak dice que es ciertamente ilícito incitar a la embriaguez; pero esto debe distinguirse de crear la posibilidad, que es realmente lícita si hay una razón suficiente para hacerlo, y sobre todo si se hace de tal manera que no se realice esa posibilidad. Pues bien, con su misma presencia Cristo frena la tendencia hacia el mal, en este caso hacia la embriaguez. Además, no está escrito que se consumiese toda aquella cantidad duran­ te la fiesta; habría que tener también en cuenta que la fiesta duraría varios días, y sin conocer el número de los invitados no es posible decir con certeza si aquella cantidad llevó o no al peligro de que se embriagaran. Hay incluso quienes intentan conocer lo imposible; Alexis-Henri-Marie Lépicier (18631936) ־, autor de volumino­ sos manuales teológicos antes de ser nombrado cardenal y prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos, en su tratado sobre san José, esposo de la virgen María, no sólo plantea la pregunta de si san José murió antes de la pasión de Cristo, ¡sino que hasta conoce la respuesta! M. «Una característica fundamental de esa orientación es su finalidad marcadamente apologética (...) Se trataba de una función necesaria, pero de hecho causaba una cierta limita­ ción de perspectiva en el estudio del objeto fundamental de la teología, la palabra de Dios. Ésta es estudiada no en sí y por sí misma, para captar todo su contenido y los nexos589 58 Roma 1911, fase. II, pp. 104-105. 59 A. M . LÉPICIER, Tractatus de Sancto Joseph, sponso beatissimae M ariae virginis, Lethielleux, París 1908, pp. 237238 ;־íd., S a in t Joseph, époux de la trissa in te Vierge, Lethielleux, París 1932, pp. 255-256. *>4 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS entre las diversas verdades enseñadas por la misma revela­ ción, sino muchas veces tan sólo en función de los errores que hay que combatir» “. Es una teología que busca las de­ ducciones y las conclusiones: el dato revelado -que debería ser el primer objeto de la investigación teológica- se presu­ pone como un primer principio; la revelación ofrece una serie de proposiciones que, tomadas muchas veces fuera de su contexto global, que es el que puede hacer descubrir su verdadero significado, sirven para el trabajo de añadir una nueva serie de proposiciones... El método histérico-genético. Este método ha obtenido «carta de ciudadanía» con el Vaticano II. El decreto Optatam Totius, 16 -ya citado en el primer capítulo-, haciendo suyas las palabras de León XIII de que la Escritura debe ser el alma de toda la teología, establece que en la enseñanza de la teología dogmática se propongan primero los mismos te­ mas bíblicos y a continuación se exponga la aportación de los padres de la Iglesia oriental y occidental en su fiel transmisión y formulación de cada una de las verdades reve­ ladas, así como la historia ulterior del dogma; solamente entonces ha de llegar el momento especulativo, para termi­ nar con la solución de los problemas humanos a la luz de la revelación, la aplicación de las verdades eternas a las condi­ ciones mudables de este mundo y su comunicación de ma­ nera apropiada a los hombres contemporáneos. Esta orientación se basa claramente en la nueva visión expresada en la Dei Verbum, que no comienza -com o la Dei Filius del Vaticano I - con el conocimiento natural de Dios (o sea, de la revelación que se dio con la creación), si­ no con la intervención de la encarnación, y por tanto con la*4 “ C. COLOMBO, ,La metodologia e la sistemazione teologica’, en Problemi e orientam enti d i teologia dom m atica,l, Marzorati, Milán 1957, pp. 2-56, aquí 24. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 55 revelación tal como la encontramos en la sagrada Escritura. Se parte por consiguiente de los datos revelados -¡también este método es deductivo!-, tal como se encuentran en la sa­ grada Escritura y se estudia cómo, a lo largo de la historia, se han explicado e interpretado estos datos: en la tradición de los padres y en los concilios, en la escolástica y en los autores más recientes. Este método recorre la reflexión teológica sobre un determinado tema central de la fe, para poder llegar luego a las preguntas actuales que se plantean a la revelación. El método inductivo. Observemos que entretanto se im­ pone otro método teológico que, a diferencia de los dos anteriores, no es deductivo, sino inductivo y que se relacio­ na, por una parte, con la exigencia de una teología contextuálizada planteada en los ambientes eclesiales y teológicos no-occidentales (en el cuadro de una verdadera inculturación del evangelio) y, por otra parte, con el predominio de la experiencia humana en la reflexión teológica en los am­ bientes intelectuales eclesiales, en donde el subjetivismo fi­ losófico moderno ha sido captado como una instancia de reflexión (en el cuadro del llamado giro antropológico). Teniendo aquí a mano un ejemplo de la importancia del estudio de la historia para el desarrollo de la teología (un proceso al que se dedicará el próximo párrafo: El estudio de la historia y el progreso de la teología), nos permitimos trazar brevemente las etapas que han marcado el recorrido hacia este nuevo método “. Entre los católicos, esta exigencia ex­ plícita de una contextualización de la teología como ciencia se expresó por primera vez, en 1955, por un grupo de sa­ cerdotes procedentes de África y de Haití “. Anteriormente se pudo comprobar ya en África algunas concreciones de612 61 M. CHAPPIN, *Teología en contexto’, en DTF, 1497-1503. 62 Les prétres noirs s 'interrogent, Présence Africaine, París 1956. 56 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS esta perspectiva en el terreno de la liturgia y de la praxis pastoral, y -al servicio de la teología- en el ámbito de la fi­ losofía (el famoso Plácido Tempels OFM (1906-1977) con su estudio sobre la «filosofía bantú» de 1944-1945) 63. Entre los protestantes, los intentos de una teología contextualizada pueden encontrarse ya antes de la segunda guerra mun­ dial, especialmente en la India64. Para el uso del término «contextualización», sin embargo, hay que esperar hasta el comienzo de los años 70 656; especialmente después del con­ greso teológico de Dar es Salaam de 1976, que desemboca en la fundación de la Ecumenical Association o fT h ird World Theologians “, su empleo se hace muy común. En el mo­ mento de la introducción del término «contextualización», este mismo fenómeno conoce ya un desarrollo tan notable que tiene que ser diversificado en varios niveles 67*. Para todos, el término «contextualización» conserva el mismo significado fundamental: se trata de un esfuerzo in- 63 El original en holandés se publicó primero como una serie de arcículos y luego como libro: Bantoe-Philosophie, De Sikkel, Antwerpen 1946; la pri­ mera edición de la traducción francesa, La philosophie bantoue, Elisabethville 1945. 64 D. A. T HANGASAMY, The Theology o f Chenchiah, W ith Selections fro m his W ritin g , Bangalore 1966; R. H. S. BOYD, A n Introduction to Indian Christian Theology, The Christian Literature Society, Madras 1969. 6, Un. primer título: D . J. ELWOOD - P. L. MAGDAMO, C hrist in P hili­ ppine Context, Quezon City 1971. 66S. TORRES - V . FABELLA (eds.), E l evangelio emergente. La teóloga desde el reverso de la historia, Sígueme, Salamanca 1981; en este volumen se recogen las ‘Actas del «Diálogo ecuménico de los teólogos del tercer mundo»’, cele­ brado en Dar es Salaam del 5 al 12 de agosto de 1976. 67 Desde entonces la bibliografía es enorme; ofrece un primer inventario A. AMATO, Tnculturazione-Contestualizzazione-Teologia in contesto. Ele­ ment¡ di bibliografía scelta’, en Salesianum, 45 (1983), pp. 79-111; para una puesta al día cf. Theologe im Kontext. Inform ationen über theologischen Beitrage aus A frika, Asien u n d O zeanien, Aachen 1980; la editorial Orbis, Maryknoll (NY), publica muchos textos de este tipo; también la colección Giornale d i Teóloga, dirigida por R. Gibellini y publicada por la Queriniana en Brescia, a partir de 1966, ofrece una serie de estos textos. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 57 tencional y reflejo de hacer teología en y para un determi­ nado contexto; un esfuerzo que, además, es emprendido por los que pertenecen a dicho contexto, utilizando sus re­ cursos intelectuales, religiosos y espirituales. El aspecto de la intencionalidad y de la reflexión constituyen la nota carac­ terística frente a los esfuerzos precedentes —presentes desde el principio de la existencia de la Iglesia- por llegar a una inserción en el contexto en todas sus dimensiones sociales, culturales, políticas, económicas y religiosas. Dejando de lado la discusión -todavía en curso—sobre las posibles divisiones, subdivisiones, clasificaciones y mo­ delos, señalemos como un primer tipo, dado que tiene la primacía cronológica, el que representa la exigencia inicial de una «teología africana», indicado a menudo con el tér­ mino «indigenización» (que sigue provocando algunas críti­ cas). Se intenta, de este modo, hacer del cristianismo una religión indígena de una sociedad determinada y capaz por eso mismo de crear un diálogo entre el sistema de pensa­ miento del contexto en que se sitúa y el mensaje cristiano. Dentro de este tipo podrían distinguirse dos modelos: la traslación y la inculturación 6*. La traslación consiste en integrar algunos elementos tradicionales de la cultura en la praxis eclesial, particu­ larmente en la liturgia y en la catcquesis. De esta manera se querría justificar la presencia, en el contexto particular, de una praxis eclesial que hace remontar sus características y sus contenidos peculiares a un contexto distinto del que los engendró, pero que a lo largo de los siglos los trasmitió luego como codificados. Para la teología, más directamen­ te, la supraculturalidad de la revelación podría favorecer este procedimiento.68 68 Cf. J. DUPUIS, art. cit., pp. 412-413. U. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS Li /nculturación -que debe distinguirse de la «acultura־ ción», de la «enculturación» y de la «trasculturación»6—utiliza una hermenéutica que tiene una base muy distinta: se conside­ ra ya a la cultura misma e incluso a la misma religión indígena como valores importantes, que pueden enriquecer la interpre­ tación de la revelación y hacer descubrir en ella nuevas dimen­ siones. Los elementos de una determinada cultura-sociedad vi­ va (¡no se trata de arqueología!) no son solamente medios de expresión para el mensaje evangélico, sino que llegan a consti­ tuirse en un principio de inspiración para la misma. Se toma en mayor consideración la pregunta sobre la cualidad revelativa de las religiones no cristianas. El dogma de la unicidad de Cristo, como revelador y salvador, no excluye una profundización de esta temática. El concepto de revelación incluye -en algunas de estas teologías—el hecho de estar escondida en los diversos contextos culturales. Teologías contextualizadas de este tipo surgen, no sólo en África, sino en varias naciones asiáticas, como la India, Filipinas, etc., en donde se nota más la apertura a las grandes religiones del Oriente. A nivel de contextualización, que se basa en aprioris que tienden al diálogo con las diversas culturas, es posible veri­ ficar también en Europa la presencia de esta teología contextualizada. El pluralismo teológico que llegó a formarse a partir del Vaticano II es la consecuencia de un pluralismo sobre las diversas referencias filosóficas con las que suele entrar en diálogo la teología n. El ejemplo más conocido en este periodo es el que nos ofrece Karl Rahner (1904-1984), que intencionalmente se propone una relectura del tomismo en clave transcenden-*70 “ Cf. M. D E C a r v a l h o A z e v e d o , ‘Inculturación׳, en DTF, p p . 6 8 9 -7 0 1 . 70 C f. A. DARLAP, ‘Zur Rekonstruktion der Theologiegeschichte des 20. Jahrhundercs’, en Zeitschrifiju r katholische Theologie, 107 (1 985), pp. 3 7 7 -3 8 4 . II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 59 ta l7172. También es famoso Edward Schillebeeckx, que en la segunda fase de su desarrollo teológico entra en diálogo con la hermenéutica; su estudio más profundo de esta proble­ mática se encuentra en su Interpretación de la fe. Aportacio­ nes a una teología hermenéutica y crítica12. Otro tipo de teología contextual izada -que es posible señalar a mitad de los años 60—es la socio-económica. Este modelo no quiere solamente hacer que el mensaje cristiano sea aceptable en un contexto específico, sino cambiar el mismo contexto, al estar determinado por una situación de opresión política, de explotación económica y de discrimi­ nación racial. Este cambio -político, económico y social- es preciso hacerlo en obediencia al mensaje cristiano, bajo su inspiración y con su ayuda. Aquí una teología contextualizada lleva a una hermenéutica en función de un programa de liberación.' El método se hace realmente inductivo: el punto de partida es la experiencia concreta que, como rea­ lidad histórica, suscita continuos interrogantes; la revela­ ción -leída como acción ininterrumpida de Dios en la his­ toria- es interrogada desde un ángulo específico, con la esperanza de encontrar en ella luz para interpretar la situa­ ción concreta y poder cambiarla a mejor. La forma más conocida y que ha tenido mayor impacto ha sido la «teología de la liberación». Nace en el ambiente eclesial de América Latina, a finales de los años 60. Prepa­ rada inmediatamente por el Vaticano II, recibe su impulso 71 K. RAHNER, ‘Riflessioni sul método della teología’, en N u o vi Saggi TV, Paolione, Roma 1973, pp. 9 9159 ;־óptima introducción global: K. H. WEGER, K art Rahner. Introducción a su pensam iento teológico, Herder, Barce­ lona 1980. 72 Sígueme, Salamanca 1973; una reciente introducción al pensamiento de Schillebeeckx es el que ofrece R. SCHREITER ־M . HlLKERT (eds.), The Praxis o f Christian Experience. A n Introduction to the Theology o fE d w a rd Schi­ llebeeckx, Harper and Row, San Francisco 1989. (il) Il, I ON I)AMENTOS TEOLÓGICOS decisivo en la Asamblea de la Conferencia Episcopal de América latina en Medellín (1968). Aquel mismo año Gustavo Gutiérrez dedica una conferencia al tema de la teología de la liberación; este mismo tema aparece en una publicación suya de 1971 y posteriormente en su famosa Teología de la liberación del 1972. El programa mira a la li­ beración de la gente oprimida y explotada, consciente de que el mensaje cristiano de salvación implica y requiere también una liberación «social», y de que el mismo mensaje puede contribuir con su inspiración y con su luz a esta libe­ ración. Como es sabido, esta nueva forma de hacer teología se difundió rápidamente 73*; su difusión literaria fue muy amplia y su programa fue tema de discusión en un alto ni­ vel ״. Se trata de una realidad dinámica que tiene ya su propia historia, un proceso de la cual fue el desarrollo, des­ pués de la primera teología de la liberación, propia todavía de una élite y difundida sobre todo en los ambientes uni­ versitarios, de otra teología de la liberación, nacida entre el pueblo y comprometida ya en una revaloración de la cultu­ ra tradicional y sobre todo de la religión popular ”. Un precedente cronológico y un motivo de inspiración de esta teología de la liberación fue la «teología política», na­ cida en los ambientes académicos alemanes, por los años 60. Los primeros representantes fueron J. B. Metz (sus primeros ensayos se escribieron en 1961) 76*, J. Moltmann (con su im- 73 U n p a n o ra m a : D. W . FERM, T hird W orld Theologies. A n Introductory Survey, Orbis, Maryknoll (NY) 1986; íd., T h ird W orld Liberation Theologies. A Reader, Orbis, Maryknoll (NY) 1986. 73 R. GlBELLINI, I l dibattito sulla teologia della liberazione , Queriniana, Brescia 1986. 73 Cf. J. DUPUIS, ‘Teología de la liberación’, en DTF, pp. 1.489-1.497. 76 Integrados luego en J. B. METZ, Teología del m undo, Sígueme, Sala­ m an ca 1970; cf. M . XHAUFFLA1RE, Introduzione alla teologa politica d i Jo­ hann Baptist M etz, Queriniana, Brescia 1974. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 61 portante Theobgie der Hoffhung de 1964) 77 y D. Sólle 7879. En el contexto de una sociedad determinada por una cultura burguesa, esta teología asume la dimensión escatológica de la revelación. El punto central es la comprensión de que el Rei­ no de Dios no puede reducirse ni a la esfera individual ni exclusivamente a su espera en la parusía. La teología política, manteniendo firme la memoria del acontecimiento pascual, tiene como programa propio el de orientar a los creyentes hacia una praxis de esperanza y de amor, es decir, hacia ex­ presiones de libertad y de justicia, particularmente en su di­ mensión social. La fuerza escatológica, para usar una expre­ sión de J. B. Metz, «desprivatiza» el obrar creyente insertándolo en el horizonte más amplio que es precisamente el compromiso por la construcción de la polis. Sin embargo, la «reserva escatológica», es decir, el hecho de que estamos siempre a la espera del retorno glorioso del Señor, excluye toda identificación del Reino con cualquier estructura social concreta; la mirada debe ir siempre más allá de cualquier ab­ soluto que pudiera crear el hombre, y por tanto más allá de toda posible ideología. La teología política no ofrece su pro­ pio programa político, sino que se concibe más bien como una función con el objetivo de suscitar en el cristiano una actitud crítica frente a la sociedad que lo rodea. En el pen­ samiento de estos autores, la teología política no debería ser una teología autónoma, sino una función que engloba y de­ termina toda reflexión teológica. En un contexto diferente, el del ambiente eclesial de los protestantes negros de los Estados Unidos por los años 60, tiene su origen la «teología negra» ״. La militancia radical 77 Traducción española: Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca 1977. 78 D. SÜLLE, Politische Theologie, Kreuz, Stuttgart-Berlín 1971. 79 Nos ofrece una introducción R. GlBELLINI (ed.), Teologm ñera, Queriniana, Brescia 1978; una obra fundamental es la de G. S. WlLMORE - J. CONE 62 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS contra la discriminación (el «Poder negro») a mediados de aquel decenio, mueve a una reflexión teológica, que se im­ pone con la publicación de J. Cone Black Theology and Black Power, en 1969 !0. El programa es el de combatir la discriminación racial, criticando la justificación bíblica de la misma; se quiere además llevar a la población negra a la conciencia de que la salvación y la liberación que nos ha traído Cristo tienen que incluir también el fin de la dis­ criminación y realizar la promoción integral de los negros. En una palabra, se intenta desarraigar la típica mentalidad de resignación. Algunas formas de esta teología proclaman incluso que la salvación cristiana ha venido especialmente para los negros *801823. Fue de nuevo el contexto particular de los Estados Uni­ dos, con su tradición democrática dinámica -pero evidente­ mente no lograda todavía- el que vio surgir la «teología fe­ minista», en los años 60. Una buena presentación de la misjna es la que nos ofrecen Marie-Thérése van LunenChenu y Rosino Gibellini, Donna e teología “. Preparada por algunas publicaciones, el verdadero comienzo de esta teología es quizás el libro de Mary Daly, La Chiesa e il secondo sesso, de 1968 El programa de esta teología es la emancipación de la mujer de las ideologías y de las formas sutiles de discrimina­ ción y de opresión que existen a pesar del sistema democrático. Se denuncia especialmente la justificación de esta discri­ minación que pretende basarse en argumentos sacados de la (eds.), Black Theology. A Documentary History 1961-1979, Orbis, Maryknoll (NY) 1979; una monografía reciente importante: D . HOPKINS, Blach Theolo­ gy USA a n d South A frica, Orbis, Maryknoll (NY) 1989. 80 Recogida parcialmente en J. CONE, Teologia nera della liberazione, Claudiana, Turin 1973. 81A. CLEAGE, I l M essia nero, Laterza, Bari 1969. 82 Queriniana, Brescia 1988. 83Trad, italiana: Rizzoli, Milán 1982. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 63 Biblia y de la tradición; su principal objetivo es el esfuerzo por revisar una imagen demasiado machista de Dios. Se intenta además sacar todas las consecuencias que esto tiene para la vida de la Iglesia, apuntando especialmente con el dedo contra la discriminación de la mujer en las diversas expresiones eclesiales, entre ellas la de impedirle la ordena­ ción sacerdotal. Comienza una nueva fase para la contextualización de la teología cuando se adopta en un contexto distinto el «programa» de una teología particular contextualizada. Se tendrá entonces una Teología negra aplicada (y con gran ur­ gencia) en Sudáfrica -una presentación global y bien do­ cumentada de la misma es la que nos ofrece L. Kretzschmar en su The Voice o f Black Theology in South Africa M—; una Teología feminista que, después de encontrar un fácil eco en Europa (por la cultura semejante, pero no igual, a la esta­ dounidense), está presente ahora, con objetivos diferencia­ dos, en el tercer mundo -u n solo ejemplo: Marianne Katoppo, Compassionate and Free. An Asían Woman s Theology ; una Teología de la liberación no sólo en América latina, sino en otros lugares en donde las masas se encuentran en una situación degradante de pobreza y de miseria, y en donde por todas partes urge una liberación completa (de todo el hombre y de todos los hombres) de las estructuras econó­ micas, político-sociales y religiosas que los oprimen. Hay además otras formas de discriminación, especialmente de algunas minorías. Para esas regiones y para esos grupos di­ versos se advierte la aparición de otras tantas «teologías de la liberación». Para nuestra reflexión es preciso que nos quedemos con dos resultados de este desarrollo. El primero es que este845 84 Raven, Johannesburg() 1986. 85World Council of Churches, Ginebra 1979■ 64 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS método inductivo, mientras que es criticado por el magiste­ rio en algunos aspectos, es aprobado en otros. Hay que leer atentamente cuatro frases en la notificación de la Congre­ gación para la Doctrina de la Fe sobre el libro de Leonardo Boff, Iglesia, carismay poder. Ensayo de una eclesiologia mili­ tante, del 11 marzo 1985. Encontramos allí cuatro frases que, por una parte, limitan el papel de la experiencia (y del contexto) para la reflexión teológica (primera y tercera fra­ se), pero por otra declaran en definitiva que esa experiencia un elemento necesario en el mismo discurso teológico (segunda y cuarta frase). «El verdadero discurso teológico no debe contentarse nunca con interpretar y animar la realidad de una Iglesia particular, si­ no que ha de buscar más bien penetrar en los contenidos del sa­ grado depósito de la palabra de Dios confiado a la Iglesia e in­ terpretado auténticamente por el Magisterio. »La praxis y las experiencias, que surgen siempre de una si­ tuación histórica determinada y limitada, ayudan ál teólogo y lo obligan a hacer accesible el Evangelio en su tiempo. Sin embar­ go, la praxis no sustituye a la verdad ni la produce, sino que si­ gue estando al servicio de la verdad que nos ha entregado el Se— ¡i ñor. »Por tanto, el teólogo está llamado a descifrar el lenguaje de las diversas situaciones -los signos de los tiempos—y a abrir este lenguaje al entendimiento de la fe» “. Hay más todavía: el mismo magisterio utiliza este méto­ do que no parte solamente del dato revelado y del dogma definido, o solamente de este dato y de este dogma implícitos en las estructuras constitutivas del hombre, sino también de la situación actual cultural y socio-económico-política de la86 86AAS, 77 (1985), pp. 756-762. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 65 humanidad, para hacer inteligibles e interpelantes en el día de hoy el sentido y el valor del mensaje cristiano. También el magisterio desea escuchar, discutir e interpretar las voces de nuestro tiempo, a la luz de la palabra de Dios, para que la verdad revelada pueda comprenderse cada vez más pro­ fundamente. Todo esto va ligado a la sensibilidad que hizo recomen­ dar a la constitución del Vaticano II sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium la adaptación de la liturgia a las diversas regiones culturales (nn. 37-40) y dio origen a un texto muy valiente en el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia A d Gentes (n. 22): «La semilla, que es la palabra de Dios, al germinar en tierra buena, regada con el rocío celestial, absorbe la savia, la trans­ forma y la asimila para dar al fin fruto abundante. Ciertamente, a semejanza de la economía de la Encarnación, las Iglesias jóve­ nes, radicadas en Cristo y edificadas sobre el fundamento de los Apóstoles, asumen en admirable intercambio todas las riquezas de las naciones que han sido dadas a Cristo en herencia. Dichas Iglesias reciben de las costumbres y tradiciones, de la sabiduría y doctrina, de las artes e instituciones de sus pueblos, todo lo que puede servir para confesar la gloria del Creador, para ensalzar la gracia del Salvador y para ordenar debidamente la vida cristiana. Para conseguir este propósito es necesario que en cada gran te­ rritorio socio-cultural se promueva aquella consideración teoló­ gica que someta a nueva investigación, a la luz de la tradición de la Iglesia universal, los hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas en la Sagrada Escritura y explicadas por los Padres y el Magisterio de la Iglesia. Así se verá más claramente por qué caminos puede llegar la fe a la inteligencia, teniendo en cuenta la filosofía o la sabiduría de los pueblos, y de qué forma pueden compaginarse las costumbres, el sentido de la vida y el orden social con la moral manifestada por la divina revelación. Con ello se abrirán los caminos para una adaptación más profunda en todo el ámbito de la vida cristiana. Con este modo de proce­ der se evitará toda apariencia de sincretismo y de falso particu­ larismo, se acomodará la vida cristiana a la índole y al carácter 66 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS de cada cultura, y se incorporarán a la unidad católica de las tradiciones particulares, con las cualidades propias de cada fa­ milia de pueblos, ilustradas con la luz del Evangelio». La aplicación de todo esto por parte del magisterio se constata en la constitución pastoral Gaudium et Spes (y hay que añadir que se había anticipado ya en los documentos dedicados a la doctrina social de la Iglesia). Se trata del método del ver-juzgar-actuar: en la Gaudium et Spes, se atiende primero a la situación del mundo (nn. 4-10), que se convierte luego en punto de partida para una reflexión teológica (nn. 11-90), que invita finalmente a la acción (nn. 91-93). También el documento de Medellín sigue este mismo modelo. En la misma línea está lo que escribe Pablo VI en su carta Octogésima Adveniens del 14 mayo 1971, en el número 4: «Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objeti­ vidad la situación propia de su país, esclarecerla mediante la luz de las palabras inalterables del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las en­ señanzas sociales de la Iglesia [...]. A estas comunidades cristia­ nas toca discernir, con la ayuda del Espíritu Santo, en comu­ nión con los obispos responsables y en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena voluntad, las opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideran de urgente necesidad en cada caso» 87*. La misma Congregación para la Doctrina de la Fe aplica el método de ver-juzgar-actuar en su instrucción Libertad 87AAS, 63 (1971), pp. 401-441; trad, en F. G u e r r e r o (ed.), E l magis­ terio Pontificio contemporáneo II, BAC, Madrid 1992, pp. 803-824; aquí 807. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 67 cristiana y liberación í8, del 22 marzo 1986: de la descripción de los problemas relativos a la libertad y a la liberación en este mundo (nn. 5 2 4 )־, se pasa a una interpretación teoló­ gica de los mismos (nn. 2 5 6 0 )־, para dibujar finalmente las líneas de la praxis que hay que desarrollar (nn. 61-96) ". Un ejemplo más reciente es la exhortación apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II, del jueves santo de 1992 «los temas no se arrostran deductivamente (...), sino de manera circular»889*1. El segundo resultado que hay que mantener es que la exigencia de la contextualización de la teología nace bajo la provocación de una situación misionera. En efecto, la «teología de los misioneros» puede por razones prácticas calificarse de «europea» o, si se quiere, de «atlántica» (para incluir en ella a los Estados Unidos y al Canadá y, de forma remota, a Australia y Nueva Zelanda), ya que esta teología, a pesar de que tiene la pretensión de universalidad, estaba fuertemente condicionada por un contexto distinto, en el que surgía y se formaba el contenido que había que transmitir. La exigencia de tener una teología contextualizada nació de la toma de conciencia de que la teología eu­ ropea era contextual. A pesar de que seguía tradicionalmen­ te el método de la deducción, la opción por este método estaba igualmente condicionada por un contexto específico; una inducción precede siempre -aunque sea inconsciente­ m ente- al camino de la deducción. En otras palabras, la 88AAS, 79 (1987), pp. 554-599; ed. en Documentos 'V N \ PPC, Madrid 1987. 89 C f. R. GARCÍA-MATEO, ‘Die Methode der Theolo^ie der Befreiung. Zur Überwindung des Erfahrungsdefizit in der Theologie, en Stim m en der Z eit, Band 204 (1986), pp. 386-396. " AAS, 84 (1992), pp. 657-804. 91 L. GALLO, ‘Il presbitero nella Chiesa. Mistero, communione e missio­ ne’, en Salesianum , 55 (1993), pp. 17-35. 68 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS exigencia de la contextualización fuera de Europa reveló la contextualidad de toda expresión teológica y llevó a la misma Europa a teologías contextualizadas; un curioso ejemplo de ello fue la «teología de la República Democráti­ ca Alemana» 92; pero este descubrimiento nos hace también conscientes de la contextualidad de toda contextualización, de tal manera que los dos tipos de teología se encuentran frente a los mismos problemas. Hay un primer problema muy fundamental: ¿cómo con­ cretar y definir un contexto? En el tercer capítulo de este en­ sayo, al tratar de los condicionamientos de la persona del historiador, nos tocará afrontar este problema. Un segundo problema, ligado a la exigencia de una contextualización de la teología, es el de la amenaza de una fragmentariedad; un riesgo mayor todavía es el de pasar de un «parroquialismo» acrítico y a-científico a una ideologización ciega. Si tomamos conciencia de que los problemas mundiales, desde el del distanciamiento entre el Norte y el Sur hasta la amenaza de una catástrofe nuclear o ecológica, forman un «contexto» real­ mente global, se podría todavía encontrar un discurso teoló­ gico interesante para todos. ,También el tema de la universa­ lidad volverá a aparecer en el tercer capítulo. El estudio de la historia y elprogreso teológico Esta nueva orientación metodológica, caracterizada por el giro hacia la actualidad, habría sido imposible si no hu- 92 C f. R. S t a w INSKI, ‘Theologie in der DDR - DDR-Theologie?’, en R HENKY (ed.), D ie Evangelischen Kirchen in der D D R, Kaiser, Munich 1982, pp. 86126 ;־en los años 70, algunos intentaron desarrollar esta teología, aceptando de forma acritica el análisis marxista de la realidad. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 69 biera habido antes un periodo de esfuerzos teológicos, ca­ racterizado por el giro hacia la historia. Nos encontramos frente a una dialéctica interesante: el estudio profundo de los autores del pasado, ante todo el de santo Tomás de Aquino y luego el de toda la escolástica y el de los padres de la Iglesia, produjo frutos que han movido a superar los es­ quemas tradicionales que algunos intentaban defender pre­ cisamente gracias a santo Tomás. No cabe duda de que tras la política del papa León XIII de imponer como maestro en filosofía y en teología a santo Tomás -su encíclica «De philosophia christiana ad mentem sancti Thomae Aquinatis, doctoris angelici, in scholis catholicis instauranda», que comienza con las pala­ bras Aetem i Patris, del 4 agosto 1879 93 es el primer paso, pero no el único- está el deseo de buscar, para una Iglesia amenazada, la certeza del pasado. En una época de con­ vulsiones sociales y políticas, causadas por la confusión en filosofía, se desea tener un sistema de pensamiento unita­ rio, unificante y seguro; santo Tomás ofrece este sistema, con el mérito especial de superar, gracias a la abstracción y a la analogía, las aporías epistemológicas del dualismo de René Descartes (1596-1650), del sensismo de John Locke (1632-1704) y del criticismo de Immanuel Kant (17241804). El mismo santo Tomás procede además de un periodo al que se veía como ideal para la Iglesia, en cuanto que im­ ponía un sello a toda la sociedad. Es decir, en santo Tomás se esperaba encontrar (aun sin haberlo estudiado nunca en profundidad) una filosofía clara y sistemática, consagrada por la grandeza de la edad media cristiana y por la santidad de su autor, y tener así un baluarte para la defensa del or- 93 Texto en LEÓN XIII, A cta, vol. I, Typographia Vaticana, Roma 1881, pp. 255-284. 70 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS den de las cosas o, mejor dicho, para el restablecimiento de ese orden94. Hay que relacionar la Aetemi Patris con aquel intento de ofrecer frente al mundo laicizado la alternativa de un orde­ namiento global cristiano; la doctrina social de la Iglesia, que propone la encíclica Rerum Novarum, «De conditione opificum», del 15 de mayo de 1891 95, debe interpretarse dentro de este marco 96. Pero este giro hacia el pasado se hacía muchas veces de forma ahistórica97: se citan los pensamientos de Tomás, pe­ ro no se sigue todavía su pensamiento; más aún, se quería solamente «un retorno a lo que ha sido desde siempre», pe­ ro «no (...) la renovación de una filosofía del pasado a la luz de las nuevas exigencias» 9*. En los manuales hasta el Vati­ cano II se puede comprobar este método, «más profunda­ mente marcado por los principios de Melchor Cano que por los de Tomás de Aquino» 99*. Pero no podía gastarse toda la energía teológica sola­ mente en los manuales neo-tomistas. Al principio, precisa- 94 Cf. P. T h ÍBAULT, Savoir et pouvoir. Philosophie thom iste et politique cUricale au X IX ' siècle, Università de Lavai, Québec 1972; L. MALUSA, Neo­ tomismo e intransigentism o cattolico, Propaganda Libraria, Milán 1986-1989, 2 vols. 95 Texto en LEÓN XIII, Acta, voi. XI, Typographia Vaticana, Roma 1892, pp. 97-144; trad. esp. en F. GUERRERO (ed.), E l magisterio pontifìcio contem­ poráneo I, BAC, Madrid 1991, pp. 111124־. 96 Cf. P. DE L a u BIER, ‘Un idéal historique concret de société. Le projet de Léon X l i r , en R em e Thomiste, 7 8 (1 9 7 8 ), pp. 3 8 5 -4 1 2 ; M . CHAPPIN, ‘Rerum Novarum. The Encyclical in its Historical Context’, en Rerum N ova­ rum. N ew Conditions o f L ife in a Changing W orld, International Colloquy Istanbul/Ankara, march 30-april 2, 1992, Ankara Universitesi Basimevi, Anka­ ra 1993, pp. 3 3 4 0 ־. 97 Cf. G. SOHNGEN, ‘Neuscholastik’, en LThK 7, pp. 923-926. 98 L. M a l u sa , o. c., II, p. 18. 99J. WICKS, ‘Teologia manualista’, en DTF, pp. 1.471-1.475, aquí 1.474. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 71 mente durante los primeros decenios del intento neotomista, una parte notable del mundo teológico (lomado aquí en sentido amplio) se dedica al esfuerzo de desarrollar un discurso en diálogo o al menos en discusión con el pen­ samiento de la época, aceptando los nuevos desafíos lanza­ dos por las ciencias: desde la historia de las religiones hasta la psicología. Pero las tomas de posición de algunos expo­ nentes, que acabaron siendo extrapolaciones, unilateralidades y errores, como los de Alfred Loisy (1857-1940), George Tyrrell (1861-1909) o Ernesto Buonaiuti (1881-1946), provocaron la condenación de una serie de tesis, presenta­ das como un modernismo coherente, arrojando así la sos­ pecha sobre todos aquellos que mostraban una cierta, aun­ que mínima, apertura a la modernidad. No había más remedio entonces que ocuparse, de una manera o de otra, del pasado y proseguir con intensidad las investigaciones históricas al servicio del neo-tomismo. In­ vestigaciones necesarias además para la edición crítica de las obras de santo Tomás, confiada por el papa a los padres dominicos en 1882 y que todavía está en curso. Investiga­ ciones que se extienden al ambiente de santo Tomás y a sus raíces inmediatas y remotas. En un clima de recuperación de las ciencias eclesiales —entre 1870 y 1920 llegan a fun­ darse hasta 70 revistas sobre la materia '00—se llevan a cabo estudios fundamentales; recordemos solamente algunos de los más famosos 101.*1 100 R. A U BERT, ‘L'essor des revues d'érudition ecclésiastiques au tournant des XIX' et XX' siécles’, en Revue Bénédictine, 94 (1984), pp. 410-443, ofrece una rica información que todavía debería completarse. 11 He elegido algunos nombres entre los que mencionan A. KOLPING, Katholische Theologie gestem und heute. Them atik u n d E ntfaltung deutscher katholischer Theologie vom I. Vaticanum bis zu r Gegenwart, Schünemann, Bremen 1964, pp. 3 1 1 2 6 ; ־A. KERKVOORDE - O . ROUSSEAU, Le m ouvem ent théologique dans le monde contemporain, Beauchesne, París 1969; R. AUBERT, ‘La teología durante la primera mitad del siglo XX’, en R, VANDER GUCHT - H. VORGRIM- 72 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS El dominico Heinrich Seuse Denifle (1844-1905) ofre­ ce en 1885 su historia sobre el nacimiento de las universi­ dades medievales '02; el sacerdote Martin Grabmann (18751949) publica en 1909-1911 sus dos volúmenes sobre la historia del método escolástico, fruto de una investigación hecha sobre fuentes editadas e inéditas '03; el jesuíta Joseph de Ghellink d'Elseghem (1872-1950) ofrece en 1914 por primera vez sus estudios sobre el movimiento teológico en el siglo XII el laico Etienne Gilson (1884-1979) publica en 1919 la primera edición de su Le Thomisme *1023405106; y ésta es sólo una etapa de una actividad científica -mencionemos también su vinculación con la fundación del Pontificio Instituto de Estudios Medievales de T oronto- que hizo descubrir al «auténtico» Tomás. El estudio histórico conduce a un progreso, ya que desde entonces se lee al mismo Tomás y no al Tomás de los co­ mentadores, entre ellos el dominico Cayetano (1468-1533); el más famoso de los resultados de esta lectura renovada, gracias a los mayores conocimientos históricos, es la obra del jesuíta Henri de Lubac (1896-1991) sobre lo sobrenatural '06. Pongamos por ejemplo la relación entre la naturaleza y la gracia: Cayetano separó la naturaleza y la sobrenaturaleza a través del concepto de la «natura pura» encerrada en su am- LER (eds.), La teología en el siglo XX, BAC, Madrid 1973, pp. 3-58; J. LECLERCQ, ‘Un demi-siécle de synthése en tr e histoire et théologie’, en Sem ina- rium, 29 (1977), pp. 21-35. 102 H . S. DENIFLE, D ie Entstehung der U niversitdten des M ittelalters bis 1400, Weidmann, Berlín 1885. 103M. GRABMANN, D ie Geschichte der scholastischen M ethode, Herder, Friburgo 1909-1911, 2 vols. 104J. DE GHELLINCK D'ELSEGHEM, L e m ouvem ent th¿ologique du XII sikle, Gabalda, París 1914; la segunda edición de 1948 es más extensa. 105 E. GILSON, Le Thomisme, Vix, Estrasburgo 1919; siguieron otras 5 ediciones; trad. esp. E l Tomismo, Universidad de Navarra, Pamplona 1978. 106H. DE LUBAC, Sum aturel, Aubier, París 1946; trad, esp.: E l m isterio de lo sobrenatural, Barcelona 1991J. II. FUNDAMENTOS TEOLÓUK X>S / t bienteyen sus confines, por lo que m ־rsi.ililnr m u <|<»1■1· I! nalidad para el hombre, natural y sobiciumi.il, sobicpo niéndose la segunda-gratuita- como un «cxtr.i1. ״l.i |>imicu y haciendo de la obra de la gracia una realidad cxti ínsei .1 .! I.i existencia del hombre. Pero santo Tomás, siguiendo a Agus tín, sostiene que hay para el hombre un único fin, hacia el que éste tiende sin poder alcanzarlo nunca por sí mismo: el fin sobrenatural. Así pues, con la creación, sobre la base de su ser, el hombre está llamado efectivamente a la comunión con Dios, al cumplimiento transcendente de su deseo de felici­ dad; pero esta comunión sigue siendo un don gratuito, no debido al hombre por Dios. La relación entre lo natural y lo sobrenatural se ve de una modo más intrínseco que el que sostenía el neo-tomismo «ortodoxo». El mismo estudio histórico lleva a un progreso teológico, no solamente porque se descubre mejor lo que dijo el mismo Tomás, sino también porque se aprende a no absolutizar su pensamiento. El ejemplo clásico de este desarrollo lo encon­ tramos en el programa de Le Saulchoir, tal como lo presenta el dominico Marie-Dominique Chenu (1895-1990) en 1937 '07. Se trata de una teología que se basa en la visión del dominico Ambroise Gardeil (1859-1931), según el cual la fe no es una aceptación neutra de las verdades reveladas, garan­ tizada por la autoridad de Dios e impuesta por la verdad, si­ no un reconocimiento interior de una verdad que se refiere a la propia salvación (podía invocar evidentemente al mismo santo Tomás: «Actus credentis non terminatur al enuntiabile sed ad rem»: S. Th. II-II, q.l, a.2, ad 2); es decir, el acto del creyente no termina realmente en la proposición dogmática, sino en la misma realidad divina (que ella expresa humana­ mente). Por consiguiente, la persona no cree en un concepto,107 107M. D. CHENU, Une école de théologie. Le Saulchoir, Le Saulchoir, Kain-les-Tournai - Etiolles 1937. 74 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS en unas fórmulas, en un sistema de pensamiento, sino en Aquel en el que reconoce el sentido de su vida, el objeto sa­ broso de su felicidad. Es también una teología que concede siempre la primacía al dato revelado; que ve como una nece­ dad el hecho de qüe la especulación con sus «razones» y «deducciones» pudiera enriquecer la revelación. Dice Chenu: «La sistematización teológica más perfecta no añade ni una sola onza de verdad y de luz al Evangelio». La sagrada Escri­ tura y los textos de la tradición son el dato que hay que escu­ driñar, que conocer, que amar, y no ya el repertorio de ar­ gumentos para uso del tomismo. «Utilizar los textos de san Pablo para demostrar la causalidad física de los sacramentos es proceder al revés; la causalidad física, por el contrario, no es más que una manera de concebir plena­ mente el realismo sacramental de san Pablo (...). Procedería de forma (...) equivocada aquel que, para aprovecharse de las nue­ vas adquisiciones de la teología bíblica y patrística, empezase por hinchar con estos datos positivos su exposición de cada artí­ culo de la Summa de santo Tomás. La intención es buena, pero no se aplica como es debido: el dato revelado no está hecho para reforzar el sistema de santo Tomás, sino al contrario: el sistema de santo Tomás está hecho para dar cuenta inteligiblemente de una fe más rica en sus percepciones. Es bueno que haya fracasa­ do el proyecto, que se propuso en otros tiempos, de intentar una edición de la Summa con un aparato de notas llamadas positivas: habría sido un método absurdo» IM. Los estudios históricos sobre santo Tomás y su periodo han contribuido a otro progreso teológico: al desarrollo del llamado tomismo transcendental. Pero aquí se ha necesitado también una relectura de Tomás en confrontación con las 101Cita de la traducción italiana: M. D. CHENU, Le Saulchoir. U na scuola d i teologia, Marietti, Casale Monferrato 1982, pp. 41-43. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 75 instancias de la filosofía moderna y contemporánea, como han hecho precisamente el jesuíta Pierre Roussclot (18781915), a la luz de Maurice Blondel (1861-1949) ' **״en su Los ojos de la fe " ״, el jesuíta Joseph Maréchal (1878-1944), a la luz de I. Kant, en su Lepoint de départ de Li rnétaphysicfue '״, y el jesuíta Karl Rahner (1904-1984), a la luz de Martin Heidegger (1889-1976), en su Espíritu en el mundo '12. De mayor importancia todavía para el progreso de la teología ha sido el estudio histórico de los Padres, pro­ movido por otra serie de estudiosos, que han hecho posi­ ble de este modo el enriquecimiento de la teología antici­ pado ya por Johann Adam Móhler (1796-1838) y por lo que se suele llamar expeditivamente la «escuela de Tubinga» "J, por John Henry Newman (1801-1890), y por Mathias Joseph Scheeben (18351888)־. Vale la pena mencionar algunos nombres e iniciativas, especialmente la de ofrecer una traducción moderna de los textos patrísticos, haciéndolos así más accesibles al pueblo de Dios; por ejemplo, O tto Bardenhewer (1851-1935), autor de una Historia de la literatura de la Iglesia antigua 1,4 y fundador IMPara la influencia (que es algo distinto de dependencia) de Blondel so­ bre Rousselot, cf. M. OSSA, *Blondel et Rousselot: points de vue sur Pacte de foi’, en Recherches de Science Religieuse, 53 (1965), pp. 533-543; F. SCOTT, *Maurice Blondel and Pierre Rousselot’, en The N ew Scholasticism, 36 (1962), pp. 330-352. ||* P. ROUSSELOT, L os ojos de la je . Encuentro, Madrid, 1994. 111J. MARÉCHAL, Le p o in t de départ de la métaphysique. Lefons sur le développement historique et théorique du problém e de la connaissance, Museum Les- sianum, Lovaina 1923-1942, 5 vols. (siguió otra edición). 1,2 K. RAHNER, Espíritu en el m undo. M etafìsica d el conocim iento hum ano según santo Tomás de A quino, Herder, Barcelona 1963. " A. KUSTERMANN, ‘La prima generazione della «Katholische Tübinger Schule» tra rivoluzione e restaurazione’, en Cristianesimo nella Storia, 12 (1991), pp. 489-526. 11 O. BARDENHEWER, Geschichte der altkirchlichen L iteratur, Herder, Friburgo 1913-1932, 5 vols. 76 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS de la serie Bibliothek der Kirchenvater "5, que comienza en 1914; Henri de Lubac y Jean Daniélou (19051974) ־, que en 1941 comienzan la serie Sources Chrétiennes,"6; las dos series Ancient Christian Writers. The works o f the Fathers in Translation “7, bajo la dirección de Joseph Quasten, y The Fathers o f the Church. A New Translation bajo la direc­ ción de R. Deferrais, que comienzan en los Estados Uni­ dos inmediatamente después de la segunda guerra m un­ dial. Siguen otras iniciativas. Este retorno a las fuentes patrísticas, en vinculación orgá­ nica con el estudio renovado de las fuentes litúrgicas (Kunibert Mohlberg comienza en 1918 la serie Liturgiegeschichtliche Quellen und Forschungen) que a su vez va ligado al Movimiento, litúrgico, y en vinculación orgánica con el progreso, bastante laborioso (¡Modernismo!) de la exégesis (recordemos el papel importantísimo de la «Ecole biblique» fundada en 1890 en Jerusalén), ligado al Movimiento bíblico, lleva a una nueva forma de hacer teología. Pensamos aquí en Karl Adam (1876-1966), en Romano Guardini (1885-1968), en Erich Przywara (1889-1972), en Hans-Urs von Balthasar (1905-1988) y en su maestro Henri de Lubac. Como libro simbólico de este nuevo planteamiento citemos de este último su obra Catolicismo. Los aspectos sociales del dogma '20, publica­ da en 1938 como uno de los primeros volúmenes de la colec­ ción Unam Sanctam '2,, abierta en 1937 por Yves Congar (1905) y dedicada significativamente a la eclesiología.15678*20 115 Ktìsel, Kempten-Múnich 19l4ss. 116Cerf, París 1941 ss; sobre esta serie cf. C. MONDÉSERT, G uida alla lettura dei Padri della Chiesa, Jaca Book, Milán 1981. 117 Newman Bookshop, Westminster (MD) 1946ss. 118The Catholic Univeresity of America Press, Washington 1947ss. Aschendorff, Münster 1918ss. 120H. DE LUBAC Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, Encuentro, Ma­ drid, 1988. 121 Cerf, Paris 1937ss. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 77 Es en el campo de la eclesiología donde se percibe, qui­ zás más que en otros campos, cómo el estudio del pasado dio origen al progreso teológico; a la luz del hecho de que el concilio Vaticano II tiene como tema central y predomi­ nante precisamente a la Iglesia, pueden ser útiles algunas indicaciones ulteriores. El padre Ángel Antón señala los si­ guientes factores de la renovación de la eclesiología después de 1920: el despertar del sentido comunitario, la espiritua­ lidad cristocéntrica, el despertar del laicado, la renovación litúrgica, la renovación de los estudios bíblicos, el movi­ miento ecuménico '22. Se ve especialmente a la espiritualidad cristocéntrica como el factor decisivo, engendrado por el es­ tudio de la historia de las ideas eclesiológicas bíblicas, patrís­ ticas y escolásticas. Consultando la bibliografía de Ulrich Valeske en su Votum Ecclesiae '23, se puede observar, ponién­ dola en orden cronológico, que hay que esperar a que lleguen los años del retorno a las fuentes para encontrar entre los ca­ tólicos monografías bíblicas y patrísticas sobre la Iglesia. Y entonces es evidente el resultado en el nuevo concepto de Iglesia que está en la base de la Lumen Gentium '24. La visión de la Iglesia como misterio, su presentación como Pueblo de Dios, el relieve que se da a la eucaristía, el énfasis en la colegialidad, el subrayado de la dimensión escatológi-12*4 122 Á . A N T Ó N , E l misterio de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas ecle­ siológicas, II. D e la apologética de la Iglesia-sociedad a la teología de la Iglesiamisterio en el Vaticano H y en el postconcilio, BAC, Madrid 1987, pp. 321- 951. |23Claudius, Múnich 1962, II Teil, pp. 5-14. 124Comentarios a la LG: G. BARAUNA (ed.), La Iglesia d el concilio Vatica­ no II, J. Flors, Barcelona 1966, 2 vols.; G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el concilio Vaticano IL Herder, Barcelona 1968, 2 vols.; G. POZZO, Lum en G entium . C ostituzione dogmatica sulla Chiesa, Piemme, Casale Monferrato 1988; A . ACERBI, D ue ecclesiologie: ecclesiologia giuridica e ecclesiologia d i co­ m unione nella «Lum en G entium », Dehoniane, Bolonia 1975. 78 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS c a t o d o esto se ha hecho posible gracias al estudio de la historia. Todas las consideraciones hechas hasta ahora pueden re­ sumirse de este modo: el estudio de la historia de la Iglesia se impone en la formación teológica por las siguientes razones: - El fundamento de la teología es la revelación; pero ¿cómo comprender los escritos del siglo I sin estudiar su contexto histórico? La teología es la continua reflexión so­ bre la revelación a lo largo de la historia; pues bien, este he­ cho requiere el conocimiento de las diversas épocas y perio­ dos de la historia de la Iglesia. - La acogida de las categorías históricas y el desarrollo de los nuevos métodos teológicos exigen notables conoci­ mientos históricos: una teología que se desarrolla en una dialéctica entre el dato revelado y el hombre concreto no puede prescindir nunca de la historicidad de aquel hombre (a veces da la impresión de que los proyectos teológicos que de­ searían combatir la ahistoricidad de la interpretación del dato revelado absolutizan el «hoy», recayendo así de nuevo en un discurso abstracto; pero no se puede comprender al hombre en su situación actual sin conocer su historia). - Finalmente, las vicisitudes de la teología en el siglo XX, o sea, el proceso de retorno a las fuentes, repercuten en el progreso teológico y justifican la atención que se presta a la historia de la teología, que se encuadra necesariamente en la historia de la Iglesia. En el plano de la formación teológica se puede añadir otro argumento que demuestra la necesidad de la presencia125 125H. DE LUBAC, ‘La Costituzione ‘Lumen Gentium’ e i Padri della Chie­ sa’, en J. MILLER (ed.), La teologia dopo il Vaticano II, Morcelliana, Brescia 1967, pp. 191-219; C H . PIETRI, ‘L'ecclesiologie patristique et «Lumen Gen­ tium»’, en Le deuxième Concile du Vatican (1959-1965). Acres du colloque..., Rome 28-30 mai 1986, Ecole franose, Roma 1989, pp. 511-537. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 79 de la asignatura de la historia de la Iglesia. Más que en el pasado, la teología se da cuenta de su estatuto epistemoló­ gico.126127;pues bien, un elemento de su característica de ser un conocimiento crítico de la fe es también la reflexión sobre el propio pasado y consiguientemente el conocimiento del mismo. En este marco se requiere la existencia de una his­ toria crítica de la teología y de la historia de cada tratado. Historia de la Iglesia y formación sacerdotal La presencia de la historia de la Iglesia como asignatura dentro del curso teológico se requiere además por otro mo­ tivo, mucho más profundo todavía. Lo que sigue vale para todos los cristianos, pero sobre todo para los estudiantes de teología, que a través del sacerdocio ministerial o de cual­ quier otra forma de compromiso eclesial, quieren ayudar a la gente a vivir la fe y a ser de este modo Iglesia. Nótese que tomamos como punto de partida la eclesialidad esencial de la fe y por tanto de la teología; la teolo­ gía '27, a diferencia de la ciencia de la religión o de la filoso­ fía de la religión, reconoce su vinculación intrínseca a la Iglesia; es aquella función vital de la Iglesia, en la que su comprensión de la fe y su misión universal se estudian y se describen teoréticamente en todas sus dimensiones. La eclesialidad de la teología no es creada por la eclesialidad de los teólogos, pero no podría tampoco realizarse si 126 R. FISICHELLA, ‘Teologia II-Epistemologia’, en DTF, pp. 1.4131.418־. 127 M . SECKLER, ‘Teologia III-Eclesialidad y libertà¿, en DTF, pp. 1.418-1.423; R. FISICHELLA, ‘Ecclesialità dell'atto di fede’, en R. FISICHELLA (ed.), N o i crediamo. Per una teologia d ell'a tto d i fede, Dehoniane, Roma 1993, pp. 59-97. 80 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS éstos carecieran de fe. Por eso hay un segundo punto de partida: el teólogo (y el estudiante de teología) «es un cre­ yente inserto en la comunidad al servicio de la Iglesia» El teólogo es un creyente: no podemos compartir la postura de Schubert Ogden 12829o de Wolfgang Pannenberg '10, según los cuales la fe del teólogo es, más bien, algo accidental en su función. La fe que se estudia es la misma fe que se vive. Como creyente, el teólogo está inserto en la comunidad: la revelación es un don dado a la Iglesia, fundada sobre la misma revelación y mediadora suya a lo largo de la historia. El teólogo, que sin la comunidad no puede recibir ni ali­ mentar su fe, no puede desarrollar su reflexión como obra individual, no habla a título personal, no puede encerrarse en sí mismo. La fe y la reflexión sobre la fe son comunicati­ vas en virtud de su propia estructura. La aportación del estudio de la historia de la Iglesia a la formación eclesial podría señalarse con tres palabras clave: identidad, inspiración, esperanza. El estudio de la historia refuerza la identidad con el pasado, ofrece inspiración para el presente y da esperanza para el futuro. La identidad se refuerza especialmente si se descubre —y esto sólo puede hacerse a través del estudio de la historiacómo la fe que hoy se profesa es la de los comienzos de la Iglesia; el creyente se podrá reconocer en los primeros dis­ cípulos, es decir, en aquellos que estuvieron en contacto di­ recto con Jesucristo; el creyente podrá constatar que los sa­ cramentos que hoy se celebran no son una invención 128R. F is ic h e l l a , ‘Che cos’è la teología?’, en C. R o c c h e t t a ־R. F i­ G . POZZO, La teologia tra rivelazione e storia. Inteoduúone alla teologia sistematica, Dehoniane, Bolonia 1985, p. 224. 5 S. OGDEN, ‘W h a t is T h eo lo g y ’, en Journal o f Religion, 5 2 (1 9 7 2 ), pp. s ic h e l l a - 2 2 -4 °. 150 W . PANNENBERG, Teoria de la ciencia y teologia, C ristia n d a d , M a d rid 1981, pp. 3 0 8 3 3 4 ־, especialm ente 328. II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS 81 humana, y que la estructura jerárquica es un don del Señor a su Iglesia. La inspiración que puede dar el estudio de la historia de la Iglesia es la siguiente: se podrá constatar que es posible ser verdaderos cristianos siempre y en todas partes, en tiempos de paz y en tiempos de persecución, a pesar de la presión o de la protección por parte del estado (a veces la protección es más peligrosa que la opresión), en toda región, en toda cultu­ ra, en toda lengua, en toda nación. La eucaristía puede cele­ brarse en las catacumbas (hecho bastante excepcional, por otra parte) y en las catedrales, en las iglesias del barroco y en los barracones de los campos de concentración. Siempre y en todas partes. ¡Y, por tanto, también hoy! La esperanza que suscita el estudio de la historia de la Iglesia es una prolongación de la inspiración para el día de hoy. Se podrá constatar no solamente que es posible ser un verdadero cristiano siempre y en todas partes, sino también que es posible superar los momentos de crisis. El conoci­ miento histórico ayudará a permanecer modestos frente a los aparentes éxitos eclesiales, a menudo de carácter exterior: el hundimiento de la Iglesia en el absolutismo por causa de la Revolución francesa de 1789 no puede menos de obligar a la reflexión. Pero más importante todavía es ver que la vitalidad de la Iglesia sigue en pie en medio de las aflicciones. Baste un solo ejemplo: en torno al año 1800 había sido destruida casi por completo la vida consagrada en Francia; en 1880, se contaban al menos 128.000 y hasta 166.000 religiosas m. En la historia de la Iglesia hay muchas cosas negativas que resal­ tar (un autor como Karlheinz Deschner se ha empeñado en hacerlo), pero esa historia sigue siendo sobre todo una histo­ ria de generosidad o, mejor dicho, de gracia. El posibilismo - 131J. DAOUST, ‘F rancia’, en D IP 4 , p p . 5 3 6 5 7 9 ־, aq u í 5 6 9 . 82 II. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS la especulación sobre lo que habría podido pasar si no hu­ biera sucedido esto o aquello («si María Tudor, reina católica de Inglaterra del 1553 al 1558, hubiera tenido un hijo...», «si en 1815 Napoleón hubiera vencido ,en Waterloo...», «si Adolf Hider hubiera sido muerto en 1938...»)- es un modo marginal de hacer historia; pero intentemos imaginarnos la ausencia de la Iglesia durante los últimos veinte siglos de la historia de la humanidad: ¿sería ahora el mundo más noble, más bello, más armonioso?, ¿habrían construido otros cate­ drales y habrían abierto hospitales? Además de estas consideraciones sobre la esperanza, ha­ bría que mencionar finalmente la dimensión ecuménica del estudio de la historia de la Iglesia, que ha vuelto a propo­ nerse también en la edición más reciente del Directorio ecuménico '32. Todo lo que hemos dicho encuentra.su confirmación en la Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal de la Congregación para la Educación del 10 noviembre 1989 1JJ. Se pide una inserción más plena y armónica del estudio de la vida y del pensamiento de los Padres en el1curso teológico, de tal manera que la patrología no sea ya una mera esclava de la dogmática. Del estudio dentro del propio contexto histórico-cultural de "las obras y de la doctrina de la Iglesia —lo cual exige un conocimiento sólido de los seis primeros siglos de la historia de la Iglesia-, se espera obtener un contacto más vivo con la tradición, pa­ ra poder vivir la fe con mayor profundidad. 132 P o n t i f i c i u m C o n s il iu m a d c h r is t ia n o r u m u n it a t e m f o VENDAM, Directory fo r the application o f principles a n d norms on ecumenism, Ciudad del Vaticano, 25 de marzo de 1993, n. 78. 133AAS, 82 (1990), pp. 607-636; comentario en Sem inarium , 42 (1990), fose. 3. III Elementos historiográficos Todo el que estudie, enseñe o escriba sobre la historia de la Iglesia debe tener en cuenta los factores fundamentales que condicionan su investigación, y por tanto las lecciones y los libros que de allí se derivan. Algunos de estos factores son los que condicionan generalmente cualquier otra forma de co­ nocimiento; otros son más específicos para el mundo de la ciencia (investigación y enseñanza académica); otros son propios de la ciencia histórica; otros, finalmente, son típicos de de ״la historia de la Iglesia como terreno de investigación con su propia identidad (este último hecho hace que también en este capítulo presentemos aún ciertos aspectos teológicos). Cabe preguntar en qué medida los historiadores son siempre conscientes de estos condicionamientos. Pensemos en el europeocentrismo de algunos libros que, a pesar de titu­ larse «Historia universal», tratan, en lo que se refiere a la an­ tigüedad, sobre todo del mundo mediterráneo y, para la edad media y la época moderna, especialmente del continente eu­ ropeo y del mundo atlántico; baste con hojear la obra volu­ minosa de Corrado Barbagallo, Storia Universale ‘. Incluso UTET, Turín 1935-1955, en 10 volúmenes. 84 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS una empresa de altos vuelos que desea superar este europeocentrismo («Una historia universal como ésta, que no vea ya a Europa en el centro del mundo, sino que intente más bien captar directamente la universalidad del devenir históri­ co...»), como la prestigiosa I Propilei. Grande Storia Universale Mondadori, dirigida por Golo Mann y Alfred HeussJ, no consigue librarse totalmente de este europeocentrismo. Las estadísticas no lo dicen todo, pero advertimos que, por lo que se refiere a la «antigüedad», solamente se dedica un volumen a las «civilizaciones superiores (!) del Asia central y oriental», mientras que se dedican dos al mundo helenista y al mundo romano; para el periodo siguiente, de los seis volúmenes -el undécimo es más bien una especie de enciclopedia—, se dedi­ ca medio volumen al Islam (a pesar de su gran influencia so­ bre la historia europea) y otro medio a las «grandes civiliza­ ciones extraeuropeas» (¡definición europeocéntrica!) con categorías europeas («la edad media hindú»). ¡Y cuánto euro­ peocentrismo se encierra en la sola expresión, que se repite muchas veces, «el descubrimiento de América» (expresión entre otras cosas demasiado blanda, ya que debería ser algo así como «el comienzo de la conquista y colonización de América», o mejor aún «de las Américas»; por otro lado, el mismo nombre del continente es también europeo)! Es evidente que no se pueden superar todos los con­ dicionamientos, pero podría mejorar la calidad del pro­ ducto historiográfico si el historiador fuera consciente de su situación. En lo que va a seguir, la sociología del co­ nocimiento y la sociología de la ciencia se encargarán de sugerir algunos de estos factores condicionantes \ *1 1 Mondadori, Verona 19691970־, en 11 volúmenes. 1 Buena introducción: M. GARCÍA, ,Conocimiento’, en F. DEMARCHI-A. ELLENA (eds.), D iccionario de Sociología, Paulinas, Madrid 1986, pp. 379387; G . MORRA, La sociologia delta conoscenza, Città Nuovoa, Roma 1976, III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 85 La sociología del conocimiento, como es sabido, intenta estudiar la relación entre el pensamiento y la sociedad, o sea, las condiciones sociales y existenciales del conocimien­ to; se trata de reconstruir cómo la vida intelectual en un determinado momento histórico está en relación con las fuerzas políticas y sociales existentes. En otras palabras, es­ cudriña las relaciones de interacción entre las estructuras sociales y las categorías mentales. La sociología de la ciencia, por su parte, estudia aunque no exclusivamente- los factores que influyen di­ rectamente en el trabajo académico. Pongamos algún ejemplo. De la ciencia se espera una función específica para la sociedad, que a su vez pueda determinar el proce­ so de la investigación proporcionando los medios y los fondos para ello. La orientación de ciertas investigaciones está condicionada por el contacto entre los profesionales: en los Estados Unidos la mitad de los que obtienen el premio Nobel han sido discípulos de otros premios N o­ bel \ Del académico se esperan juicios según criterios universales: comunicabilidad, honestidad, etc. La sociología del conocimiento parece que es sobre todo el terreno de la macrosociología; la sociología de la ciencia, el terreno de la microsociología. La primera se ocupa del análisis de sociedades enteras, o de las institu­ ciones fundamentales, o de las principales estructuras de las mismas, como la economía, la política, el modo de producción, el estado, la estratificación social de la socie- presenta una selección de textos; un buen representante de la sociología del conocimiento «clásica» es W . STARK, Sociologia delta conoscenza, Etas Libri, Milán 1974 (original en Estados Unidos, 1958); discusión más reciente: W. BÜHL, ‘Per una revisione della sociologia della conoscenza’, en A n n a li d i Sociologia-Soziologisches Jahrbuch, 2/II (1986), pp. 139-156. ? H . ZUCKERMANN, ‘T h e Sociology o f Science’, en NEIL J. SMELSER (ed.), Handbook o f Sociology, Save, Newbury Park 1988, pp. 511574־, aquí 530. 86 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS dad. En el ámbito de la macrosociología entra la cons­ trucción de teorías generales sobre la sociedad, sobre el cambio social y cultural, sobre» la modernización de la evolución social. Los que se mueven dentro de la sociología de la ciencia se ocupan -aunque no exclusivamente- de la microsociología, que es: «El estudio de las relaciones interpersonales, de la dinámica del pequeño grupo, de los fenómenos de interacción formal e informal entre los miembros de una organización. Más en ge­ neral, se tiende a comprender bajo el término de microsocio­ logía todo análisis de los fenómenos sociales que parece acer­ carse a los confines de la psicología o que se dirige a aspectos de la vida asociada relacionados con las estructuras básicas de una sociedad, por ejemplo, la proporción de divorcios en función de la afiliación de una u otra denominación religiosa, o la influencia de una película de aventuras sobre un grupo de adolescentes»s. La diferencia entre la macrosociología y la microso­ ciología podría señalarse también a través del contraste que se da en la misma terminología: la primera estudia las estructuras, la segunda las relaciones; la primera atiende a la colectividad, la segunda a las personas con­ cretas; la primera calcula, ,la segunda mide; la primera sintetiza, la segunda analiza. Evidentemente, no hay que exagerar los contrastes; actualmente está planteada toda una discusión, iniciada recientemente, para hacer que dialoguen las dos perspectivas \ En lo que viene a conti- 5 L. GALLINO, D izio n a rio d i Sociologia, UTET, Turin 1978, pp. 429-430. 6 K . K n O RR-C e t in a - A . ClCOULER (ed s.), Advances in Social Theory a n d M ethodology. Tow ard an Integration o f M icro- a n d M acro-Sociolopes, III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 87 nuación se han combinado claramente las dos dimen­ siones. Pero primero intentemos señalar los factores que condicionan al historiador en general, añadiendo a ello, cuando sea necesario o posible, las observaciones propias para la historia de la Iglesia. Los factores condicionantes podrían agruparse en tres palabras-clave: la persona del historiador, las fuentes de la historiografía, las estructuras de la historia. La persona del historiador La historiografía: un producto humano La historiografía es un producto doblemente humano: en efecto, se trata en ella de las actividades y peripecias de unos se­ res humanos, que son estudiadas, descritas, interpretadas, valo­ radas y juzgadas por otros seres humanos. Esto no excluye que se puedan encontrar expresiones como «la historia del univer­ so», «de la tierra» \ «de una especie de animales», y hasta «de una piedra»; pero el uso común de la palabra se refiere a lo que hacen —o dejan de hacer— las personas. Por tanto, todas las demás realidades deben considerarse e insertarse dentro de la historia de los hombres, como lo ha hecho ejemplarmente Routledge & Kegan Paul, Boston 1981; H . J. HELLE - S. N. ElSENSTADT (ed.), M acro-Sociological Theory. Perspectives on Sociological Theory, voi. 1: M icro-Sociological Theory Perspectives on Sociological Theory, voi. 2, Sage, Londres 1985. 7 Pueden verse los ensayos de A . M a s a n i , ,Storia dell'Universo’ y de M. CITA, ‘Storia della Terra’, en Introduzione allo studio della Storia, Marzorati, Milán 1970, pp. 103-160 y 161-204. 88 HI. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Fernand Braudel en su estudio monumental sobre el Medite­ rráneo s. El término «historia» se reserva además tradicional­ mente para aquella parte del pasado del género humano que nos ha dejado noticias escritas sobre unas actividades y peripecias; la historia se distingue entonces de la prehis­ toria. Esta división se impone por razones prácticas, pero no de principio. Las noticias escritas hacen mucho más fácil la reconstrucción del pasado y además, en cuanto que contienen y expresan directamente los pensamientos hu­ manos - y también a veces las motivaciones de las accio­ nes-, facilitan igualmente el trabajo interpretativo y valorativo. Por ser un producto humano, todo producto historiográfico se basa necesariamente en toda una serie de op­ ciones y decisiones personales, que en cierta manera están condicionadas (nótese que evitamos la palabra «determi­ nación»). Tocamos aquí una problemática que, en la terminología habitual, es la del sujetivismo y la de la exi­ gencia y posibilidad de una historiografía objetiva. Esta terminología -aunque válida e inevitable in philosophicisengendra mucha confusión y no pocos malentendidos si se usa fuera del ambiente de la discusión «técnica». Prescindiendo de la profundización epistemológica, nos gustaría hablar de estas cosas con el lenguaje de cada día. Con la expresión «objetivo» entendemos lo que no depende (ya) de nuestra opción o, mejor dicho, de nuestra creación: «definimos la "realidad" como una característica propia de aquellos fenómenos que reconocemos como independientes de nuestra voluntad (es decir, no podemos "hacerles desapa-8 8La M éditerranée et le M onde m éditerranéen à l ’époque de P hilippe II, Co­ lin, París 1949; segunda edición revisada en 1966. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 89 recer simplemente deseando que desaparezcan")» 910; in histo­ riéis, se trataría de los sucesos acaecidos y recordados, y por tanto constatables: el año 814 muere Carlomagno, el año 1776 las colonias británicas en América del Norte proclaman su independencia. Hay que constatar que estos hechos obje­ tivos están siempre mechados de forma sujetiva; solamente unas personas —unos sujetos- pueden trasmitir el conoci­ miento de estos hechos, aunque utilicen luego los objetos pa­ ra la comunicación de este conocimiento. Pero aquí sujetividad no quiere decir «invención», «distorsión», «fantasía», «emoción». Ni tampoco un juicio personal («Carlomagno era un gran hombre»), a pesar de ser una mediación sujetiva, es necesariamente por eso mismo una invención, aunque se pa­ se de lo constatable a lo opinable. Se podría evitar la confu­ sión en torno a la exigencia de «objetividad» del historiador, hablando de su , honestidad como una característica que constatar o exigir; él no debe esconder, ni mucho menos destruir, los datos que no le convienen; no debe inventar ni cambiar los datos. Es evidente que la honestidad sola no basta; se necesita, además, mostrar seriedad. La inevitable sujetividad de la mediación es perfecta­ mente obvia en donde se expresan unas interpretaciones, unas valoraciones y unos juicios morales explícitos. «La In­ quisición fue una institución terrible. Por ella se vertió mu­ cha sangre inocente, por ella se perpetraron muchas cruel­ dades. No fue ni un medio apropiado para poner en claro el verdadero estado de cosas [...], ni tampoco fue una expre­ sión del espíritu de Jesús...» '0. Citamos este ejemplo inten­ cionadamente, pensando en las palabras del papa Juan Pa- 9 P. BERGER - TH. LUCKMANN, La realtà come costruzione sociale, Il Mu­ lino, Bolonia 1969, p. 9; rrad. al catalán, La construcciò social de la realitat, Herder, Barcelona, 1988. 10 J. LORTZ, H istoria de la Iglesia en la perspectiva de la historia del pen­ samiento I, Cristiandad, Madrid 1982, p. 455. 90 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS blo I, Albino Luciani, que en aquel brillante septiembre de 1978 confió a don Germano Pattaro: «La Iglesia [...] deplora humildemente los momentos difíciles y dolorosos de su caminar en la historia, como la tristísima Inquisi­ ción y los tristísimos tiempos del poder temporal de los papas [...]. Se dice que no se pueden juzgar los hechos de entonces con la sensibilidad de hoy. Pero no es un problema de sensibilidad; es una cuestión de verdad. La Iglesia es la conciencia crítica de hoy, lo mismo que de ayer. La Iglesia debe recobrar su fuerza profètica, su “sí” y su “no” evangélico, a la luz del sol y delante de todos» ״. Podemos añadir más todavía: un libro de texto que no hablase (negativamente) del fenómeno de la Inquisición debería considerarse «sospechoso». Es interesante además ver cómo la sujetividad está pre­ sente de otras formas. La primera forma, en el uso de cier­ tos adjetivos (utilizados muchas veces con poca reflexión): «Lutero, hombre excepcional...» '2; «el fanático papa refor­ mista Pablo IV...» ״. La segunda forma, muy importante, es la de la división en periodos. Se trata evidentemente de algo inevitable: el que dirige un curso necesita unas secciones, el que escribe un li­ bre tiene que dividirlo en capítulos. ¡Pero una división supo­ ne una visión! Esta visión puede expresarse..., pero también ocultarse. Es explícita, aunque no muy clara, la de Andrea M. Erba y Pier Luigi Guiducci, en su Storía della Chiesa.*123 " C. BASSOTTO, «Il mio cuore è ancora in Venezia». A lbino Luciani, Ti­ pografia Adriatica, Venecia 1990, pp. 136 y 137. 12 P. CHRISTOPHE, La Chiesa nella Storia degli uom ini, Società Editrice Internazionale, Turin 1989, p. 407. 13A. FRANZEN, Breve Storia della Chiesa, Queriniana, Brescia 1970, p. 288. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 91 Una storia di Famiglia (¡también es significativo el título!) “; se divide.en cuatro partes: «La historia de la Iglesia como camino de hombres. La época antigua», «La historia de la Iglesia como proyecto en construcción. La edad medieval», «La historia de la Iglesia como valoración de la identidad. La edad moderna», «La historia de la Iglesia como misionalidad hacia el año 2000. La edad contemporánea». Es más o menos explícita la opción de August Schuchert en su Kirchengeschichte '5; se divide en dos volúmenes: el primero va «desde el comienzo de la Iglesia al cisma griego del 1054» (visión tra­ dicional, pero muy discutible; aunque la separación entre la sede de Pedro y la sede de Andrés tiene raíces muy antiguas, no se había consumado aún en 1054 ni era tampoco inevi­ table); el segundo va «desde la Edad Media hasta hoy» La visión puede esconderse tras el uso de una termino­ logía tradicional o el empleo de expresiones que a primera vista parecen neutrales. Un ejemplo del primer caso nos lo ofrece Bernardino Llorca en su conocido manual ”, donde sigue la división que encontramos también en las obras de historia general. Tiene cuatro partes: Edad antigua (1-681), Edad Media (681-1303), Edad Nueva (1303-1648), Edad Moderna (1648-1960). En los subtítulos de las diversas partes, sin embargo, se percibe la visión del autor sobre el desarrollo de la historia de la Iglesia; se trata respectivamen­ te de la Iglesia en sus primeras luchas y desarrollo, de la Iglesia que está al frente de la civilización occidental, de la Iglesia que conoce la decadencia del influjo pontificio y reacciona religiosamente, de la Iglesia enfrentada con el ab-*1567 MElli Di Ci, Leumann-Turín 1988. 15Kirchengeschichte, Verein vom hl. Karl Borromáus, Bonn 1955, 2 vols. 16El alemán «Hochmittelalter» se traduce por «Baja Edad Media», mientras que «Alta Edad Media» es la traducción de «Friihmittelalter». Las palabras «noch» y «alto» tienen aquí, por tanto, un significado diametralmente opuesto. 17M anual de H istoria eclesiástica, Labor, Barcelona 1960, quinta edición. 92 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS solutismo de los príncipes y la descristianización de la so­ ciedad. Un ejemplo del segundo caso se encuentra en Paul Christophe que, obligado quizás por su casa editorial a dividir su Historia de la Iglesia 18 en dos volúmenes, le da títulos muy «objetivos»; «De los orígenes al siglo XV» y «Del siglo XV a nuestros días», división que se mantiene también en la traducción italiana editada en un solo vo­ lumen. Hace pensar en otros títulos «neutrales»; en la historia general, un ejemplo podría ser el de J. B. Duroselle, que establece esta división; La edad contemporánea. Parte primera: las dos guerras mundiales (1914-1945) ״. Esta neutralidad u «objetividad» se da evidentemente tan sólo en apariencia: así como las dos guerras mundiales son vistas por Duroselle como muy incisivas (para él el curso de la historia entre 1914 y 1945 tuvo su eje en Europa, cosa que no es ahora verdad), de la misma manera para Christophe el siglo XV tiene que ser en cierto modo un eje histórico, aunque no lo diga expresamente. Se trata quizás del final de la Edad Media, pero en todo caso comienza para él algo nuevo. El discurso sobre la visión que está detrás de cada una de las divisiones podría profundizarse con el discurso sobre la subdivisión de los grandes periodos y la sistematización de la materia en diversos capítulos. Sería un estudio interesan­ te hacer una serie de comparaciones entre los diversos libros de texto; pero este ensayo no permite un análisis tan deta­ llado. Por otra pane, la dimensión de las subdivisiones y del sistema de los capítulos está muy ligada al tercer modo de mediación sujetiva; la selección de la materia. ¿Qué episo- ״P . C h r is t o p h e , o. c. ״N uova Storia Universale dei Popoli e delle C iviltà, voi. XIII/1, UTET, Turin 1969. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 93 dios se tratan y con qué énfasis?, ¿cuáles son los que se resal­ ta o se margina?, ¿a qué personas se presenta y a cuáles se «olvida»?, ¿qué hechos se mencionan y cuáles se descartan? En los autores modernos se justifica con frecuencia la se­ lección que se hace, o por lo menos se explica cuando se conocen sus convicciones políticas y filosóficas. El marxista pondrá más atención en los factores económicos; el monár­ quico mencionará las peripecias dinásticas incluso en el pe­ riodo reciente, cuando no tienen ya la misma importancia como durante la Edad Media y el Absolutismo; el que per­ tenece a la historiografía whig destacará la importancia de la historia del parlamento inglés, «madre de todos los parla­ mentos», y qué diferencias hay entre los historiadores parti­ darios de la unidad alemana bajo la hegemonía prusiana y los que habrían preferido una solución que incluyese a Austria... La serie de ejemplos es inextinguible. Para el siglo XIX ofrece un panorama interesante G. P. Gooch la obra clásica de Eduard Fueter, Storia della storiogafia moderna202123 contiene mucha información; más breve, más reciente y muy claro es el texto de Georges Lefebvre, La naissance de l'historiographie modeme12. Aquí nos gustaría añadir sola­ mente que de alguna manera está presente y es inevitable una opción personal incluso en obras que no parecen ser más que una «simple» lista de hechos, como las cronologías medievaleís al estilo de las famosas cronologías de san Beda el Venerable (673735)־. Se puede consultar la que forma los capítulos 6671 ־de su De temporum ratione líber, bajo el título Chronica maiora seu de sex aetatibus mundi una cum séptima et octava aetate23. Comienza con la creación de 20 H istory a n d H istorians in the N ineteenth Century, Longmans, Green and Co., Londres 1952, segunda edición. 21 R. Ricciardi, Milán-Nápoles 1970. 22 Flammarion, Paris 1971. 23Edición en Corpus Christianorum. Series latina, 123 B. 94 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Adán, aplica la división en seis épocas y hace una selección de los muchos hechos que mencionar; se puede ver clara­ mente lo que él considera importante («histórico»). Un cuarto modo de mediación personal y comunicación de una visión específica se refleja en la misma tipografía de los textos, desde el uso de la negrita o la cursiva hasta el uso más o menos frecuente de las mayúsculas, cuando se men­ ciona a un rey (Rey) o a un papa (Papa), etc . La sugerencia que producen todos estos hechos, a primera vista margina­ les, no debe infravalorarse. Relacionado con esto está el quinto modo, que a menu­ do utiliza una persona distinta del propio autor, es decir, la casa editorial (pero siempre un sujeto): las ilustraciones que acompañan al texto, si las hay, y los dibujos insertos en él. Pongamos un ejemplo de carácter «civil». Se publica un li­ bro de texto sobre las instituciones políticas de una nación y se busca, para hacer el libro más atractivo, una ilustración para la cubierta. ¿Qué es lo que se pone allí? ¿El palacio donde reside el jefe del estado o el edificio del parlamento? ¡La elección no es indiferente! También será importante la elección para los libros de historia de la Iglesia: la edición italiana de «Fliche-Martin» pone muchas veces en la cubier­ ta el perfil de un papa o una moneda suya; la edición espa­ ñola pone siempre la tiara y las llaves. La sugerencia es cla­ ra: el punto más importante, el más identificante en la historia de la Iglesia sería el papado. Estos ejemplos prueban suficientemente que el historia­ dor se encuentra continuamente ante una serie de opciones; todas las interpretaciones, valoraciones y juicios dependen también de él. Pues bien, si el producto historiográfico de­ pende tanto de la persona del historiador, vale la pena examinarla más de cerca. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 95 La individualidad del historiador Es posible distinguir en el historiador su individualidad y su socialidad. La segunda dimensión es probablemente más condicionante que la primera para el producto historiográfico, ya que ofrece sobre todo los criterios para las opciones más esenciales, es decir, las de la valoración y de los juicios a nivel general. En la dimensión de la individualidad se podrían indicar ciertos factores como el genio y los talentos más o menos ri­ cos, la formación técnica más o menos perfecta, el conoci­ miento o no de varias lenguas y la consiguiente posibilidad de conocer más literatura (factor que influye ciertamente en la valoración y en los juicios), el trato mayor o menor con las otras disciplinas importantes para la interpretación de la historia: la sociología, la psicología, la economía. En la di­ mensión de la individualidad hay que pensar además en lo que podría llamarse la personalidad del historiador: persona­ lidad formada por su herencia y sus experiencias (prescinda­ mos ahora de la discusión sobre lo que más condiciona a una persona: la descendencia o el ambiente). La personalidad im­ pulsa hacia la identificación o no con los personajes históri­ cos y hacia cierto tipo de valoración de las motivaciones. Las experiencias negativas en la vida personal pueden engendrar un cinismo, que viene luego a modelar la interpretación de las acciones de cualquier otra persona. En la personalidad ocupará un puesto especial el coraje moral: un historiador que investiga por encargo, por ejem­ plo de una gran industria o de una congregación religiosa, y llega a resultados poco lisonjeros para quienes se lo encarga­ ron, ¿tendrá la coherencia de presentar esos resultados? El mismo problema podría plantearse frente a un colega his­ toriador, cuyas opiniones o interpretaciones no se compar­ ten. Pensemos en el papel que puede jugar la ambición: 96 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS i> puede ser un estímulo para estudios profundos y renovado­ res, pero también para seguir el camino fácil, o sea para es­ cribir lo que desean los otros -el público, los patronos, los colegas-, a costa de la seriedad y de la sinceridad. Menos mal que hay un freno contra la falta de honestidad en el control por parte del mundo de los estudiosos y hombres de ciencia, que castiga al que esconde o destruye fuentes, in­ venta resultados o comete plagio. Del nivel individual forma también parte la dimensión de las convicciones políticas, filosóficas y religiosas, aunque éstas no pueden aislarse de la socialidad de cada uno de los historiadores. Para la historia de ■la Iglesia tendrá mucha importancia la presencia o no de una religiosidad en la per­ sona y, en un historiador con una convicción religiosa, el carácter y el tipo de la misma: la confesión de una fe en Je­ sucristo, hijo del Dios vivo, revelador y salvador, decidirá en gran parte la interpretación de los desarrollos que estu­ diar (como sucede incluso en el nivel de la historia general). Tratando de las dimensiones sociales que condicionan al historiador volveremos sobre este punto en el párrafo dedi­ cado a su eclesialidad, teniendo en cuenta el hecho de que la fe en Cristo, a pesar de ser una decisión y una responsa­ bilidad personal, no puede vivirse sin la comunidad eclesial. i En nuestros días estamos sensibilizados especialmente por un factor que pertenece tanto a la dimensión de la in­ dividualidad como a la de la socialidad del que escribe la historia: el hecho de tratarse de un hombre o de una mujer. Se trata de un factor descubierto gracias al feminismo, tal como se ha desarrollado después de la segunda guerra mundial, y sobre todo a partir de los años 60. Ya en tiempos de la Revolución Francesa en 1789, un grupo de mujeres elaboró bajo la dirección de Marie-Olympe III. ELEMENTOS HISTORIOGRAFICOS 97 de Gouges (1748-1793) un texto con «los derechos de la mujer y de la ciudadana» 24—que no se menciona en el presti­ gioso Diccionario de la revolución francesa*, dirigido por Fran^ois Furet («el rey de la Revolución Francesa» “) y Mona Ozouf-, pero, mientras que la Gougues era decapitada, su grupo se disolvió;, Bonaparte no era un individuo capaz de re­ conocer a las mujeres los mismos derechos que a los hombres, y el código civil que él promulgó siguió dominando, a pesar de los intentos que se hicieron con ocasión de las revoluciones francesas de julio de 1830 y de febrero de 1948. La lucha, en Francia y en otros lugares, se centraba en el siglo XDí en el te­ rreno de la educación y de la entrada en el mundo profesional pai;a las mujeres de las clases acomodadas (la mujer médico, por ejemplo) y en el terreno de la protección y del salario justo para las mujeres obreras (cada vez más numerosas gra­ cias a la revolución industrial, pero que a menudo recibían solamente la mitad del salario de los hombres). Tras la conquista de una (cierta) igualdad social y profesional, llegó la lucha por los derechos políticos, es­ pecialmente en los primeros decenios del siglo XX, con notables resultados: entre las dos guerras mundiales mu­ chos países democráticos concedieron el derecho de voto a la mujer. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, gracias también a los textos ya clásicos de Simone de Beauvoir, E l segundo sexo22, y más aún de Betty Friedan, Mística de la fem inidad 2*,la lucha de las mujeres se despla­ zó hacia el nivel de la liberación integral de la mujer (y así también del hombre) en la sociedad. A pesar de la igual- 24 T. de MOREMBERT, ‘Gouges’, en DBF XVI, pp. 710711־. ” Alianza, Madrid 1989. “ A. H a RTIG, ‘Das Bicentenaire-eine Auferstehung? Francois Furet ais Konig der Revolution’, en M erkur, 43 (1989), pp. 258-264. Siglo XX, Buenos Aires 1972; original francés: 1949. “ Júcar, Gijón 1974; original de Estados Unidos: 1964. 98 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS dad de derechos políticos y económicos, seguía en pie una persistente discriminación que, en esta perspectiva, tiene su raíz en el predominio de los varones en el mundo aca­ démico, con la consiguiente interpretación de la realidad según las experiencias masculinas solamente; sucede que la misma reflexión (científica o no científica) es un instru­ mento de poder (Michel Foucault). De una manera más radical, se plantea la pregunta de si se da una diversifica­ ción epistemológica entre el hombre y la mujer si el co­ nocimiento comienza con la experiencia, la pregunta no es tan irrelevante e incluso los que no hacen suya la crítica ra­ dical en el campo de la epistemología, que desea corregir el «patriarcado de la razón2930 y el predominio de la racionali­ dad (tan típico para la ciencia occidental)31 con la emocionalidad de las formas femeninas de conocer 32, y hasta combatirlo o sustituirlo, no negarán que, con buenas ra­ zones, se exige una mayor presencia de la mujer en el am­ biente académico para llegar a una relectura en muchos terrenos, también en el historiográfico. Todavía en este terreno, podríamos pensar en el hecho de que el ser hombre o mujer condiciona, a nivel indivi­ dual, la posible identificación con cada una de las personas que se estudian y cuyas acciones se desea comprender; a ni­ vel social se podría pensar en la posibilidad de que los varo­ nes ven como protagonistas de la historia a los varones y como motor del desarrollo todo lo que constituía el terreno de sus actividades: las guerras, la diplomacia, la política, la 29 L. CODE, ‘Is the Sex of the Knower Epistemologically Significant?’, en M etaphilosophy, 12 (1982), pp. 267-277. * G. LLOYD, The M an o f Reason. M ale & Female in W estern Philosophy, University of Minnesota Press, Minneapolis 1985. 31J. HEINRICH S, ‘Emotionalitat and Rationalitat’, en A. LlSSER y otros (ed.), Frauenlexikon, Herder, Friburgo 1988, pp. 221-227. 31M . FIELD B el e n k y y o tro s, W om ens Ways o f Know ing, Basic, Nueva York 1986. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 99 dirección económica y financiera, la ciencia, el arte. Más aún, en una historiografía más interesada por los trabajado­ res y por sus luchas por una justicia mayor que por las proezas de los príncipes y por las intrigas cortesanas o de al­ coba, la atención puede dirigirse unilateralmente a los obre­ ros varones y al resultado de sus acciones. Pensemos, por ejemplo, en la crítica que dirigía Joan W. Scott, Women in the M aking ofthe English Working Class33a un libro como el de E. P. Thompson, La formación de la clase obrera en Ingla­ terra 34; parece como si para Thompson sólo hubiera habido varones en la clase obrera de Inglaterra. Pongamos otros dos ejemplos. El Renacimiento era identificado y alabado como un periodo de emancipación y como el comienzo de una nueva era de luz por el historia­ dor suizo Jacob Burkhardt (1818-1897) en su famoso La civilización del Renacimiento en Italia 35; alaba a Pico della Mirándola (1463-1494) por su discurso sobre la dignidad del hombre, «que puede decirse uno de los logros más pre­ ciosos de aquella época cultural» 3‘. Pero para la mujer co­ mienza un periodo oscuro, objeto reciente de muchos es­ tudios37: la caza de brujas con más de 100.000 personas procesadas entre 1430 y 1750 3839. Señalar, con S. C. Burchell, el periodo 1851-1914 como una época de progreso ”, premia en su expresión exclusivamente las experiencias de la 33 En J. SCOTT, Gender and the Politics o f History, Columbia U.P., Nueva York^l988. 34 Gollanz, Londres 1980; trad. esp. Crítica, Barcelona 1989. Sansoni, Firenze 1876; trad. esp. L a civilización d el Renacim iento en Italia, Edaf, Madrid 1990. “ Ib id ., p. 327. W . BEHRINGER, ‘Enrage und Perspektiven der Hexenforschung’, en Historische Zeitschrifi, 249 (1989), pp. 619-640. B. L eva ck , La caccia alle streghe in Europa agli in izi d ell'età moderna, Laterza, Roma-Bari 1988. 39Time/Life, Nueva York 1966. 100 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS media y alta burguesía y mide la historia tan sólo por lo que es masculino. Una señal de la nueva toma de conciencia es el hecho de que la revista History and Theory haya dedicado, en 1992, su «Beiheft» 31 al tema «History and feminist Theory». Es evi­ dente que queda un enorme trabajo que hacer en historio­ grafía. El que escribe la historia de una ciudad, de una re­ gión, de una nación o del mismo mundo, no puede permitirse el lujo de olvidar o dejar de lado a la mitad de sus componentes. En este sentido le toca un reto especial también al inclusivismo, que es al mismo tiempo exclusi­ vismo del lenguaje, ya que expresa, pero también continúa y trasmite ciertas relaciones sociales; puede decirse también que el lenguaje crea la realidad 40; pues bien, el modo de ex­ presión que estuvo vigente hasta hace pocos años fue injus­ to y hasta opresivo para las mujeres. Los intentos de co­ rrección pueden parecer a veces pesados, pero creo que son necesarios para llegar a un equilibrio en una nueva forma de hablar. ׳ Para la historiografía eclesial se plantea con mayor peso todavía la misma problemática: el predominio masculino (y clerical) ha sido absoluto hasta hace poco tiempo. Además, la Iglesia en su estructura esencialmente jerárquica (éste es un punto firme para el que se profesa católico o católica), confiada sólo a varones, cuando se describe en su historia, llevará a un énfasis unilateral; énfasis que se refuerza debido a la atención que se dirige en la historiografía, tanto civil como eclesial, al menos hasta ayer, sobre todo a la dimen­ sión institucional y estructural. Junto con la teología femi­ nista, mencionada en el capítulo anterior, se propone ade­ más una relectura de la historia de la Iglesia. 40P. BERGER ־TH. LUCKMANN, La realtà come costruzione sociale, Il Mulino, Bolonia, pp. 57-63. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 101 No es justificable lo que ha hecho David Knowles, que, escribiendo una historia de las órdenes religiosas en Inglaterra, ¡se olvida por completo de las monjas en la Edad Media! 4'. El ejemplo más famoso de esta revisión nos lo ofrece Elisabeth Schüssler Fiorenza, que en su estudio provocativo En me­ moria de eüa4142observa que Pablo, dirigiéndose a las comunida­ des y llamando a los cristianos «hermanos» (adelphoí) incluye también a las mujeres. Por tanto, adelphoí equivale a hermanos y hermanas. Pero ¿qué es lo que hacen los estudiosos? «Gramaticalmente, el lenguaje masculino referente a los miem­ bros de la comunidad no es interpretado de una forma específica en cuanto al género, sino de una manera genérica inclusiva. Sin embargo, cuando los estudiosos discuten los títulos de los respon­ sables -por ejemplo, apóstoles, profetas o maestros- consideran eo ipso que estos términos se aplican sólo a los hombres, a pesar de los claros ejemplos del Nuevo Testamento, donde tales títulos grama­ ticalmente masculinos son aplicados también a las mujeres. Así Rom 16,1 designa a Febe con la forma gramaticalmente masculina del término griego diakonos y Tit 2,3 utiliza el título gramatical­ mente masculino de kalodidaskalos para las mujeres»42 En otras palabras: cuando Pablo habla a los hermanos de sus deberes, se incluye claramente a las mujeres; pero cuando habla de sus derechos, éstas quedarían excluidas. Ser ve claramente cómo se impone aquí un trabajo de aná­ lisis y contextualización. 41J. BENNETT, ‘Medievalism and Feminism’, en Speculum , 68 (1993), pp. 309-331, aquí 325. 42 E. SCHÜSSLER F io r e n z a , En m em oria de ella. Reconstrucción teológico fem inista de los orígenes cristianos, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989. 4í Ib td , pp. 78-79. 102 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS La socialidad del historiador Hablando del sexo del autor, hemos señalado ya el vín­ culo existente entre la individualidad y la socialidad del historiador. La socialidad es la segunda dimensión del his­ toriador, y probablemente la más importante. Aunque los ־valores fundamentales se encuentren en el corazón de todos los hombres y por consiguiente siga siendo inderogable su responsabilidad personal respecto a su comportamiento moral - y sus juicios de valoración-, se necesita de todos modos para su descubrimiento una mediación (en la visión de fe ésta es la Palabra de Dios); de esta forma los valores pueden ser mejor reconocidos por el individuo. Cuando se intenta describir la dimensión de la sociali­ dad del historiador en relación con su producto historiográfico, hay que constatar enseguida que en este mundo existen muchas sociedades y que una persona pertenece normalmente a más de una. Es esencial a la sociedad de la familia, clan o tribu, es decir, lo que ofrece en primer lugar un nombre a la persona, y con esto una identidad funda­ mental; las convicciones más personales se forman proba­ blemente en estas pequeñas unidades. Pero muchos aspectos de la existencia están determina­ dos por vínculos de unidad más amplios, impregnados re­ cientemente de nacionalismo y de centralismo (con todas sus variaciones y diversas etapas y fases); en una gran parte del mundo la unidad que predomina en su determinación es el estado nacional. Frente al extranjero el historiador se presentará probablemente como ciudadano de tal o cual estado; y el extranjero probablemente comenzará su identi­ ficación en este punto. Pero hay que hacer cuanto antes al­ gunas matizaciones. La realidad del estado nacional no debe sobrevalorarse. Esta sobrevaloración puede venir de un cierto «monopolio III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 103 de publicidad» del estado, que pondrá al estado y a sus sím­ bolos en el centro de la atención; sobrevaloración que pro­ viene del hecho de que, especialmente en la historiografía, esa unidad ofrece un hábil instrumento de organización de la materia; sobrevaloración que es fomentada además por otros dos factores en historiografía: 1) En muchos países la historia de la patria es una asignatura distinta de la general, lo cual supone una especialización con su propia produc­ ción historiográfica; si la ciencia se ocupa de esa realidad, se sugiere que ésta es realmente importante. 2) La historiogra­ fía moderna depende mucho del material de los archivos «nacionales», colecciones a veces mejor organizadas y más accesibles que otras, con material más fácil de digerir y de elaborar; se trata además de un material sobre el mismo es­ tado y sus instituciones. Otro matiz se debe a la consideración de que hay estados de carácter más bien federal, lo cual hace menos fuerte la «determinación», especialmente socio-cultural, es decir, en el nivel en que se encuentra la categoría profesional del historia­ dor; aunque el estado centralizante condiciona casi exclusiva­ mente la cualidad de la vida económica, política y jurídica de los ciudadanos (pero con diferencias respecto a los estados de carácter federal), el ciudadano medio vive la realidad quizás en su ciudad o en su región. El estado unitario es muchas veces una creación bastante reciente, e incluso en los pequeños esta­ dos puede haber notables diferencias regionales, con todas sus peculiares tradiciones culturales y por tanto con valoraciones diferentes. En un estado puede haber no solamente naciones, sino que dentro de la misma nación puede haber notables dife­ rencias entre el norte y el sur, entre el este y el oeste; puede ha­ ber factores económicos y religiosos que engendran o fomen­ tan esas diferencias. Es importante tener en cuenta estos factores para conocer mejor al autor que se estudia. Por otra parte, habría que considerar que el historiador de profesión proviene generalmente de las clases medias y 104 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS altas de la sociedad, si es lícito generalizar cautamente ׳-al menos para los demás estados europeos- los resultados de una investigación hecha sobre los historiadores alemanes entre 1800 y 1970 44*(para los historiadores de la Iglesia, en la medida en que sigue habiendo entre ellos un alto número de clérigos, reclutados de forma distinta que los historiado­ res profesionales, esta consideración no vale en su totali­ dad). Este hecho podría hacer pensar .que el historiador de profesión generalmente se identifica más con el estado na­ cional que el ciudadano medio; en todo caso esto vale ex­ presamente para algunos países durante algunos periodos. Por eso, al tomar un texto historiográfico hay que mirar bien la fecha de su composición y tener en cuenta la viru­ lencia del nacionalismo en aquel momento específico (e intentar descubrir en qué medida habrá influido eso en el autor). Respecto al ciudadano medio, sin embargo, hay otra diferencia: si la pertenencia al grupo de los intelectuales en un periodo determinado puede tener como resultado un sentimiento nacionalista más fuerte que en el ciudadano medio, este mismo hecho puede llevar también a un senti­ do intemacionalista, ya que su profesión hace al historiador miembro del mundo académico internacional. Esto ofrece posibilidades, en la medida en que uno toma contacto con otros, a través de lecturas, de correspondencia, de partici­ paciones en congresos, de visitas a otras universidades, etc. Esta internacionalidad del historiador podría ser anali­ zada además bajo otro aspecto: el de la división del mundo en varias regiones, y hasta en varios mundos. El mundo in- 44W. WEBER, Priester der Klio. Historisch-sozialewissenschafUicbe Studien zu r H erkunft u n d Karriere deutscher H istoriker u n d zu r Gescnichte der Geschichtwissenschafi, Peter Lang, Francfort del Main 1987, pp. 71-83, segunda edición. IH. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 105 ternacional académico -tam bién el de los historiadoreshasta hace pocos decenios se limitaba exclusivamente a lo que llamamos el Primer Mundo, y todavía es prevalentemente «primermundista», incluso cuando se trabaja en lo que históricamente sería el Tercer Mundo. Tan sólo recientemente existe una historiografía que se identifica con el tercer Mundo; una historiografía del Se­ gundo Mundo, o sea, la del socialismo real, empezó a exis­ tir a partir de la Revolución de Octubre, pero después del «año admirable» de 1989 y de sus consecuencias, son muy pocos los sitios en donde pudiera todavía cultivarse. Sin embargo, su existencia -en su fácil identificación— puede ayudarnos todavía hoy a tomar conciencia de cómo las otras historiografías no están menos en función de un cierto sis­ tema, aun cuando en el Primer Mundo ese sistema no sea tan monolítico. Este proceso de toma de conciencia en el Primer Mundo ha sido promovido también por la historio­ grafía del Tercer Mundo, precisamente porque la realidad del Tercer Mundo se define ahora exclusivamente en rela­ ción con el Primer Mundo. Aunque en el Primer Mundo se hubiera superado el nacionalismo (en la realidad vivida y a continuación en la historiografía) —la victoria parecía estar ya cerca hace unos pocos años-, el resultado no habría sido aún un verdadero universalismo. La misma terminología de Primero, Segundo y Tercer Mundo evoca una serie de problemas que es preciso reco­ nocer para «purificar» incluso nuestra historiografía. La terminología no es completa: el Time Magazine del 22 de diciembre de 1975 habla de un Cuarto y de un Quinto Mundo: mientras que el Tercer Mundo estaría formado por los países más desarrollados y más ricos entre los que no pertenecen al Primer y al Segundo Mundo, el Cuarto Mundo estaría constituido por los países que tienen grandes dificultades y necesitan ayuda, pero poseen sin embargo la posibilidad de alcanzar un nivel mejor, mientras que los 106 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS países del Quinto Mundo son los que se encuentran en un estado catastrófico y quizás se quedarán para siempre en la miseria. Y, analógicamente, lo mismo que se puede hablar de un Tercer Mundo dentro del Primer Mundo (con la posible identificación del historiador con él), así en el Ter­ cer Mundo hay también «zonas del Primer Mundo», sobre todo in academicis. Otro problema: la terminología es una creación europea y adantocéntrica. En efecto, el término «Tercer Mundo» fue utilizado por primera vez por el demógrafo Alfred Sauvy, en L'Observateur del 14 de agosto de 1952, que llega a esta ex­ presión debido a una comparación, lisonjera, con la Revolu­ ción Francesa, en donde el Tercer Estado acabó siendo el ven­ cedor; pero el que no sabe esto, lee «tercero» como una clasificación condescendiente hecha por el autoproclamado «Primer Mundo». Está por otro lado el problema de que los criterios de identificación de los diversos mundos no son uni­ formes, como observa P. Worsley en su The Three Worlds. Culture and World DevelopmentK. Para el Primero y Segundo Mundo vale un criterio político-económico, para el Tercero solamente el económico, que hay que definir con la palabra dependencia, o quizás explotación; la identificación del Tercer Mundo está basada entonces en un criterio no sólo unilateral, sino también negativo. En un nivel más bien microsociológico se encuentra otra dimensión de la socialidad en su carácter condicionante, al que ya hemos aludido en alguna ocasión: el historiador es con fre­ cuencia miembro del mundo académico, aunque hay casos en que uno se mueve en un ambiente distinto, por ejemplo el del periodismo o el de las publicaciones. Además del aspecto grupal, alto o medio, que impone ciertos comportamientos, tra-45 45University of Chicago Press, Chicago 1984. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 107 diciones, convencionalismos y convicciones (aunque no de modo uniforme), el mundo académico o editorial harán sentir su peso y su importancia. Ya hemos dicho que el mundo aca­ démico castiga el comportamiento deshonesto, es decir, el que esconde o destruye fuentes, inventa resultados o comete pla­ gio; la misma superficialidad se ve castigada. Michel de Certeau ha indicado cómo el verdadero lector del texto científico no'es el público, sino el milieu de los historiadores; el libro no regu será considerado como una vulgarización, pero nunca formará parte de la historiografía 46. Se trata de un control que hay que valorar positivamente, pero que podría estimular un cierto conformismo más bien que un deseo de innovar; un cierto conformismo en los métodos, en la interpretación y hasta en el estilo de escribir: las cosas deben hacerse como se hacen «entre profesores». La exclusión de los «no profesiona­ les» podría ser un bloqueo muy condicionante, pero no siem­ pre de modo negativo. Fernand Braudel (1902-1985) es el ejemplo clásico de uno que, a pesar de estar implicado en la investigación científica y en la enseñanza académica, fue con­ siderado por mucho tiempo como un «hereje», antes de ser admitido como miembro como «príncipe», seis meses antes de morir, en la Académiefrangaise 47. Al que no pertenezca al mundo académico le faltarán el apoyo, los medios, la asistencia, la confrontación con los colegas; sin embargo, si se encuentra en un ambiente distin­ to, podrá verse estimulado a ser un innovador, polémico y agresivo. El que tome en sus manos un estudio de este tipo hará bien en tener en cuenta este trasfondo. 46M. de CERTEAU, ‘L'opération historique’, en Faire I, pp. 3-41, aquí 10. 47E. FRANCOIS, ‘Fernand Braudel 24-8-1902/28-111985’־, en H istorische Zeitschrift, 243 (1986), pp. 759-762. 108 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS E l historiador católico de la Iglesia Todas estas reflexiones sobre el condicionamiento social en sus dimensiones macrosociológicas y microsociológicas encuentra una aplicación específica en el caso del historia­ dor de la Iglesia. Lo que sigue vale sobre todo para los que se ocupan de periodos más bien prolongados de la historia de la Iglesia, como profesores del tratado; en muchas inves­ tigaciones especializadas o de carácter local, las considera­ ciones de fondo se quedan a veces (¡pero no siempre!) en un plano marginal. En la primera dimensión hay que advertir que, para el católico, la identificación comparable con la que los historiadores pueden sentir con su nación, ha sido sobre todo la identificación con la Iglesia particular a la que pertenece; al hablar de Iglesia particular, nos referimos aquí al segundo de los dos significados con que se usaba este término durante el Vaticano II, o sea, no el de una diócesis (el único significado recogido más tarde en el Código de Derecho Canónico del 1983, en el canon 368), sino como «la comunión de la parte del pueblo de Dios que, perma­ neciendo íntegro el primado de la cátedra de Pedro, goza de una disciplina propia, de usos litúrgicos propios y de un propio patrimonio teológico y espiritual» 48. ¡Se trata, por tanto, de las diversas Iglesias de rito oriental, pero también de la Iglesia latina! No sería difícil mostrar cómo para los católicos latinos esta identificación llevó en el pasado a determinadas opciones historiográficas. Pongamos el ejemplo de una opción bastan­ te restrictiva y que, por tanto, es preciso corregir: a menudo 48 G . GHIRLANDA, ‘Iglesia universal particular y local en el Vaticano II y en el nuevo Código de Derecho Canónico’, en R. ÍATOURELLE (ed.), Vatica­ no II. Balance y perspectivas. Veinticinco años después (1962-1987), Sígueme, Salamanca 1989, pp. 629650־, aquí 637. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 109 la historia de la Iglesia antigua es interpretada y presentada de forma latino-centrica (el deber de mantener la primacía de Roma sugiere, pero no impone, este planteamiento); se olvi­ da que en los primeros siglos la Iglesia era sobre todo «oriental» y que la continuidad vital de la gran Iglesia se debe constatar ante todo en aquel imperio que tan sólo reciente­ mente —1732—ha sido llámado «bizantino»49por el occiden­ te, pero que se identificó a sí mismo hasta el final como el imperio de los romanos. Basándose en el cisma que se con­ sumó (de forma progresiva, no en un momento concreto, en 1054) -p o r desgracia todavía vigente- y considerado con demasiada facilidad como inevitable, no se ve que no hay punto de comparación entre la vitalidad de la vida eclesial aun en medio de muchas dificultades- en Constantinopla y la vitalidad de la vida eclesial en occidente durante Carlomagno (una persona, por otro lado, apreciable en muchos aspectos, pero no en todos). Los libros de texto que, en la historia medieval de la Iglesia, tratan de la Iglesia «bizantina» solamente en algún capítulo marginal no alcanzan una visión universal y ecuménica -en el sentido original de la palabrade la historia. Dentro de la identificación con la Iglesia particular está luego la identificación comparable con la regional, es decir, con una realidad como la Europa septentrional o con la Iglesia de la propia nación: un norte-europeo —cuando es­ criba su historia- apreciará ciertas formas devocionales de manera distinta que un meridional; en el mundo alemán Lutero podría encontrar fácilmente más atención que Calvino, cuando se trata de la Reforma. Es necesario decir que la identificación con la Iglesia particular latina -este mismo libro se sitúa en esta tradi- 49 P. ROBERT, D ictionnaire alphabétique et analogique de la langue frangane, decimosegunda edición de Alain Rey, II, Le Robert, París 1985. 110 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS ción- implica además una identificación confesional con la «Iglesia de Roma»; según los periodos, esta identificación es con una Iglesia de Roma vista exclusivamente como la Iglesia de Cristo, con notables consecuencias en la exposi­ ción de todo lo que no es «católico»; el concilio Vaticano II introduce aquí un cambio de ruta. No solamente pide que no se limite la Iglesia a la Iglesia latina, sino que reconoce además la eclesialidad o los elementos de la misma que existen en otras Iglesias. Son de importancia fundamental los textos siguientes: «Esta (única) Iglesia (de Cristo), establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comu­ nión con él, si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica» (LG 8). «La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro. Pues hay muchos que honran la Sagrada Escritura como norma de fe y vida, muestran un sincero celo reli­ gioso, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en Cristo, Hijo de Dios Salvador; están sellados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan y reciben otros sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades edesiásdcas. Muchos de entre ellos poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen, Madre de Dios. Añádase a esto la comunión de oraciones y otros beneficios espirituales, e incluso cierta verdade­ ra unión en el Espíritu Santo, ya que él ejerce en ellos su virtud santificadora con los dones y gracias y a algunos de entre ellos los fortaleció hasta la efusión de sangre» (LG 15). «Éstos, que creen en Cristo y recibieron debidamente el bautismo están en una cierta comunión con la Iglesia católica, aunque no perfecta. [...] Justificados en el bautismo por la fe, con todo derecho se honran con el nombre de Cristianos, y los hijos de la Iglesia católica los reconocen, con razón, como hermanos en el Señor. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Además de los elementos o bienes que conjuntamente edil¡ can y dan vida a la propia Iglesia, pueden encontrarse algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos, fuera del recinto visible de la Iglesia católica: la Palabra de Dios escrita, la vida de gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y otros dones interiores del Es­ píritu Santo y los elementos visibles: todas estas realidades, que provienen de Cristo y a él conducen, pertenecen por derecho a la única Iglesia de Cristo. Los hermanos separados de nosotros practican también no pocas acciones sagradas de la religión cristiana, las cuales, de distintos modos, según la diversa condición de cada Iglesia o Comunidad, pueden, sin duda, producir realmente la vida de la gracia, y hay que considerarlas aptas para abrir el acceso a la comunión de la salvación. Por ello, las Iglesias y comunidades separadas, aunque cre­ emos que padecen deficiencias, de ninguna manera están des­ provistas de sentido y valor en el misterio de la salvación. Por­ que el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica» (UR 3). El historiador de la Iglesia católica de hoy, a diferencia del preconciliar, escribiendo bajo la inspiración de la Lumen Gentium, deberá poner atención en las otras Iglesias y Co­ munidades eclesiales, dentro de esta perspectiva. Y lo hará por razones teológicas, ya que escribe precisamente la his­ toria de la Iglesia. Así pues, se renueva y se amplía el modo de escribir la historia de la Iglesia, pero sin necesidad de seguir a aquellos historiadores no ligados al ambiente confesional, que han preferido escribir una «historia del cristianismo», para «evitar referirse a una confesión cristiana más que a otra y negarse a entrar en un filón específico, identificado de hecho con al­ guna "Iglesia particular" y especialmente con la más antigua e importante de ellas, la Iglesia católica. Hablar de historia del cristianismo quería decir realizar en él en cierto modo una abstracción, una separación de los aspectos institucio- 112 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS nales, dogmáticos y jerárquicos, una nivelación y una equi­ paración con las diversas ideologías filosóficas y religiosas, una de las cuales sería precisamente el cristianismo, llegado mal que bien a la época moderna» 50512*. Esos historiadores es­ tudian la Iglesia que, en cuanto cristianismo, es un fenó­ meno socio-cultural visible; un no-creyente que domine las diversas técnicas de la investigación y de la crítica histórica - y disponga de cierta empatia—podrá escribir una historia capaz de estimular al historiador creyente. A estas mismas razones se debe precisamente la elección del título «historia del cristianismo», así como el de Storia illustrata del Cristianesimo 5'dirigida por John McManners, un volumen muy atractivo y ricamente ilustrado, que constituye una síntesis divulgativa, pero de notable calidad, compuesta de una serie de ensayos escritos por especialistas de fama internacional. Creo de todas formas que los que se mueven dentro del curso de estudios teológicos de la Iglesia no tienen que limi­ tarse a una historia del cristianismo; siguen siendo válidas las palabras de Hubert Jedin: «El objeto de la historia de la Iglesia es el crecimiento en el tiempo y en el espacio de la Iglesia fundada por Jesucristo. Al recibir este objeto de la teología y al conservarlo por fe, es una disciplina teológica y se distingue de una historia del cristianismo» ”; como dis­ ciplina teológica, supone también la fe en el historiador. Esto no tiene por qué influir en el método crítico que hay que utilizar, pero sí que influye en las preguntas que el his­ toriador tiene que plantear a las fuentes. Se trata de demos­ trar la identidad entre la Iglesia de los comienzos y la de la propia experiencia; valorará sus desarrollos a través de los 50 G. PENCO, ‘Chiesa, cristianesimo, cristianità nella riflessione storiogra­ fica moderna’, en H um anitas, 46 (1991), pp. 719-730, aquí 726. 51 Piemme, Casale Monferrato 1990. 52H. JEDIN, Introduzione alla Storia della Chiesa, con un estudio de G. Alberigo, Morcelliana, Brescia 1973, 35. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 113 siglos como legítimos o ilegítimos; se verá entonces a sí mismo como un apologeta. Puede dar la impresión de que este condicionamiento es muy restrictivo. El historiador que sea un creyente católico aceptará como dogmas no sólo los que se refieren a Dios y a la creación, a Cristo y la a redención, etc., sino también los que se refieren a la Iglesia como querida por Dios, como sa­ cramento de Cristo, con una estructura muy concreta de origen divino, en cuyo centro está el sucesor de Pedro, re­ vestido de una autoridad infalible. Fácilmente se le podría reprochar que carece de libertad y que los resultados de su investigación están ya decididos de antemano. El ejemplo del primado de Pedro es el más conocido y quizás el más importante, ya que afecta a las relaciones con todos los cristianos y a las no pocas tensiones dentro de la misma Iglesia católica, de ayer y de hoy. Se dirá que, siendo el primado de Pedro un dogma de fe (tal como está formulado en el concilio Vaticano I, DS 3.053-3.033), todos los textos que se refieren a Pedro se leerán en clave de la situación que se desarrolló más tarde. Prescindiendo de la interpretación del pasaje de M t 16,18-19 sobre el poder de atar y desatar, el historiador católico pare­ ce encontrarse bloqueado a la hora de describir la comu­ nión de las Iglesias locales en los primeros siglos; juzgará ciertas ideas demasiado pronto como «herejías»; no podrá pensar en un modelo de Iglesias iguales, en donde predo­ mina sobre todo un pluralismo (modelo atractivo para los que en nuestros días desean defender de forma justificada un concepto eclesial distinto del católico); se trata de un planteamiento que podría estar presente en la obra monu­ mental de W. H. C. Frend, The Rise o f Christianity53: no se 53 Darton, Longman and Todd, Londres 1984. 114 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS estudia sistemáticamente a Roma, «una de las comunidades importantes»; el papado figura en el índice como una reali­ dad postconstantiniana. La escasez real de los datos parece aconsejar una interpretación minimalista. Pero precisamen­ te aquí el católico se siente estimulado a una profundización, permaneciendo siempre dentro de los límites de la crítica histórica y tomando en serio todas las objeciones que otros pudieran hacerle. Un ejemplo: no ya Frend, sino otros dicen que no hay pruebas de que Pedro estuviera alguna vez en Roma. Uno de los primeros en negar esta tradición milenaria fue Marsilio de Padua (1275/80-1342/43) en su Defensorpacis, dis­ curso 2, capítulo XVI: «No se puede demostrar en virtud de la sagrada Escritura que san Pedro fuera obispo de Roma, ni siquiera que haya estado alguna vez en Roma» 54*567; la in­ vestigación liberal-protestante volvió a proponer esta tesis en el siglo XIX con F. Chr. Bauer (1792-1860), fundador de la escuela protestante de Tubinga; en nuestro siglo, entre los investigadores serios (dejamos de lado a los publicistas que incluso hace poco tiempo han aireado su «descubrimiento») hay que mencionar a H. Dannenberg, profesor de historia en Tubinga”; a J. Haller (1865-1947), el más conocido, también de Tubinga y autor de una historia del papado, es­ crita espléndidamente, Das Paptstum. Idee und Wiklichkeit “; y a Karl Heussi (1877-1961), profesor en Jena, co­ nocido especialmente por su compendio de historia eclesiástica, Kompendium der Kirchengeschichte 5’, que desde 54II difensore della pace, editado por CESARE VASOLI, UTET, Turín 1975. p. 479. 5 T)ie rómische Petruslegende’, en H istrorische Zeitschrift, 146 (1932), pp. 239-262. 56Corta, Stuttgart-Berlín 1934-1945, 3 vols; nueva edición en 1965; la cuestión de Pedro en Roma: I, pp. 8-20. 57 Décimosexta edición, Monr, Tubinga 1981. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 115 su publicación en 1907 ha conocido 16 ediciones hasta 1981. Este autor trata la cuestión petrina en su Die romische Petrustradition in kritischer Sicht 5859; en 1956 seguía resu­ miendo esta opinión como «completamente indemostra­ ble»; en la edición de 1960 - y esto es lo más interesanteHeussi se expresa con mayor cautela; «Existe una fuerte controversia científica sobre si Pedro estuvo en Roma o se trata [...] de una leyenda». Creo que este cambio tiene que ver con el tercer razonamiento que haremos a continuación para hacer verosímil la presencia (y la muerte) de Pedro en Roma. La importancia de lo que vamos a decir muy sintética­ mente (se trata de demostrar cierta aproximación, no de una discusión en todos los detalles), dando algunos pasos fundamentales, no se le escapará a nadie. Si Pedro no estu­ vo en Roma, no encontró allí su martirio con el cual «daría gloria a Dios» (Jn 21,19), ni tampoco está allí presente por medio de su tumba (se trata de una presencia espiritual, ya que Pedro está realmente en el cielo), y entonces el mismo papado como continuación de la función petrina y el pri­ mado de Roma pierden sus verdaderas raíces. A diferencia de los críticos no se buscará la ausencia, sino la presencia de indicios. El primer paso que hay que dar es la interpretación del texto más antiguo que habla de la presencia de Pedro en Roma. Se trata de 1 Pe 5,13: «Os saluda la iglesia de Babi­ lonia, a la que Dios ha elegido lo mismo que a la vuestra». Son posibles tres interpretaciones de la palabra «Babilonia». La primera, propuesta por Giorgio Fedalto 5’, sostiene que se trata de un lugar llamado Babilonia, cerca del antiguo 58Mohr, Tubinga 1955. 59 ‘Il toponimo di 1 Pt 5, 13 nella esegesi di Eusebio di Cesarea’, en Vetera Christianorum , 20 (1983), pp. 461-466. 116 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Cairo en Egipto. Para la segunda, propuesta por Benedetto Prete se trataría de una expresión simbólica de la situa­ ción de la Iglesia en este mundo, en donde se encuentra desterrada. Hay muchos textos de este periodo que hablan en favor de esta interpretación; se trata de un tema corrien­ te; muchas veces aparece la expresión «peregrinos y extran­ jeros»: -«Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos de Dios que peregrinan dispersos por el Ponto, Galacia, Capadocia [...]. Comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación» (1 Pe 1,1. 17). -«Queridos, como a peregrinos lejos aún de su hogar os exhorto a que hagáis frente a los apetitos desordenados que os acosan» (1 Pe 2,11), -«Santiago, siervo de Dios y de Jesucristo, el Señor, sa­ luda a todos los miembros del pueblo de Dios dispersos por el mundo» (Sant 1,1). -«La Iglesia de Dios que vive [sólo temporalmente] en Roma, a la Iglesia de Dios que vive en Corinto» (Clemente Romano, Carta a los Corintios 1,1; año 95). —«Sabed que vosotros, siervos de Dios, vivís en tierra extranjera, ya que vuestra ciudad está lejos de esta ciudad» (Hermas, Pastor, Alegoría 1,1; año 150). -«La Iglesia de Dios que reside en Esmirna a la Iglesia de Dios que está en Filomelio» (Martirio de Policarpo 1,1; año 160). -«[Los cristianos] viven en su patria, pero como foraste­ ros; participan en todo como ciudadanos y están apartados de todo como extranjeros. Toda patria extranjera es su pa-* 40 ‘L'espressione “he en Babulooini suneklekté” di 1 Pt 5, 13’, en Vetera Christianorum, 21 (1984), pp. 335352־. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 117 tria, y toda patria es extranjera. Residen en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes esta­ blecidas, y con su vida superan las leyes» (Carta a Diogneto 5,5.9.10; año 150?). Pero es posible también una tercera interpretación de Babilonia: a la luz del Apocalipsis 14,8; 17,5; 18,2, Babi­ lonia podría significar Roma. En contra del texto de 1 Pe 5,13, además del hecho de estar abierto a más de una interpretación, podría presentar­ se otra objeción. Habría sido escrito después de la muerte de Pedro, como sostiene toda una serie de exegetas; entre los católicos basta con comparar a J. Fitzmyer que defiende como fecha de redacción el año 63 ',1 con Raymond Brown, que sostiene la tesis de los años 80 ó 90, pero dice además que la carta (escrita siempre bajo inspiración) procede de Roma y se basa en la tradición y en el conocimiento de la presencia de Pedro en la ciudad 612. Esta misma tradición podrá vislumbrarse -si se quiereen otros textos antiguos“. Clemente, que escribe desde Roma su Carta a los Corintios (del año 95), dice: «5. 1 [...]tomemos los nobles ejemplos de nuestra generación. 2 Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran má­ ximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate 61 CBSJ, IV, 274. 62 R. BROWN, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, Desdée de Brou­ wer, Bilbao 1984, pp. 7 5 8 3 ־. “ Textos indicados por K. BAUS, en H. JEDIN (ed.), M anual de Historia de la Iglesia, Herder 1966, pp. 186-188; atamos los textos de los Padres Apostóli­ cos, de los que existen muchas edidones, en la traducción de D. Ruiz Bueno, Padres apostólicos, BAC, Madrid 1985; el fragmento de la Ascensión de Isaías lo hemos traducido de J. H. CHARLESWORTH (ed.), The O ld Testam ent Pseudoepihia, vol. 2, Doubleday, Garden City (NY) 1985, pp. 143176 ;־el del Apo±>sis de Pedro de M. R. JAMES, ‘The Rainer Fragment of the Apocalypse of Peter’, en Journal o f Theological Studies, 32 (1931), pp. 270-279. S 118 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS hasta la muerte. 3 Pongamos ante nuestros ojos a los santos Apóstoles. 4 A Pedro, quien, por inicua emulación, hubo de so­ portar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido. 5 Por la envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia. 6 Por seis veces fue cargado de cadenas; fue deste­ rrado, apedreado; hecho heraldo de Cristo en Oriente y Occi­ dente, alcanzó la noble fama de su fe; 7 y después de haber lle­ gado hasta el límite del Occidente y dado su testimonio ante los príncipes, salió así de este mundo y marchó al lugar santo, de­ jándonos el más alto dechado de paciencia. 6. 1A estos hombres que llevaron una conducta de santidad vino a agregarse una gran muchedumbre de escogidos, los cuales, después de sufrir por envidia muchos ultrajes y tormentos, se convirtieron entre nosotros [aquí, en Roma] en el más hermoso ejemplo». Ignacio de Antioquía escribe en su Carta a los Romanos 4,3 (antes del 117): «No os mando como Pedro y Pablo», teniendo que sobrentender; «que estaban con vosotros en Roma». En el apócrifo La ascensión de Isaías 4 ,2 3 ( ־año 100): «Belial [...] bajará de su firmamento bajo la forma de un hombre, un rey de iniquidad, un matricida [Nerón] —él es el rey de este m undo- y perseguirá a la planta que plan­ taron los doce apóstoles del Amado; algunos de los doce caerán en sus manos». En el Apocalipsis de Pedro (antes del 150), en el capítulo 14 (según el fragmento Rainer, conser­ vado en Viena), se encuentran estas palabras: «He aquí que a ti, Pedro, te lo he revelado y expuesto todo. Ve, pues, a la ciudad de la fornicación (en la versión etiópica: la ciudad que domina el occidente) y bebe el cáliz que te he anuncia­ do». Se trata de textos que, tomados uno a uno, no dicen mucho, pero que se refuerzan mutuamente en su conjunto. El segundo paso que hay que dar es la constatación de que ninguna otra ciudad ha negado nunca la tradición ro­ mana: ninguna ha dicho «su martirio tuvo lugar entre noso­ tros» o «sus reliquias están aquí». Y esto debe verse sobre el trasfondo de la importancia del martirio, y sobre todo del III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 119 martirio del primero de los Doce, para la Iglesia de los co­ mienzos M. El martirio se ve como el ideal cristiano, la for­ ma más perfecta de ser cristiano, la manera más cercana de seguir e imitar a Cristo. El tercer paso es tener en cuenta los datos arqueológicos obtenidos durante las excavaciones bajo la basílica de san Pedro en los años 1940-1949 y 1954-1957, descritos por Engelbert Kirschbaum ". Bajo el altar mayor se ha encon­ trado un monumento en el que tenemos una noticia del año 200 “ y que arqueológicamente se remonta al año 160. El monumento se encuentra en un cementerio y quiere cla­ ramente proteger un lugar específico, aun a costa de no po­ der construirse de forma completamente simétrica. Pero ¿qué es lo que hace tan importante a los ojos de la genera­ ción cristiana de mediados del siglo II ese puesto específico en aquel cementerio? Se trata de una pequeña comunidad, que vive bajo la amenaza de la persecución, y en la que la memoria de los hechos debió ser muy viva en una época de la historia, en la que generalmente la gente iletrada tenía una memoria larga. ¿Con qué persona está relacionado ese sitio? Una persona que tenía que ser muy importante en el recuerdo de la comunidad. ¿Y quién podría ser tan impor­ tante para la comunidad cristiana de Roma? ‘7.64* 64 J. JANSSENS, ‘Martirio ed esperienza spirituale nella Chiesa Antica’, en Rassegna d i Teologia, 29 (1988), pp. 361-381. " E. K ir s c h b a u m ־E. J u n y e n t - J. VIVES, La tum ba de san Pedro y las catacumbas romanas, BAC, Madrid 1954; más tarde el mismo E. KlRSCHABUM, D ie Gràber der Apostelfìirsten St. Peter u n d St. P aul in Rom. Dritte, nueva edición revisada y ampliada, con un apéndice de Ernst Dassmann, Societas-Verlag, Frankfort del Main 1974. 66 El testimonio de Galo en EUSEBIO DE CESAREA, H istoria eclesiástica, Libro II, cap. 25, 7. 57 Una bibliografía sobre Pedro y su tumba: R. PESCH, Simon-Petrus. Gewschichte u n d geschichtlichen B edeutung des ersten Jüngers Jesu Christi, Hiersemann, Stuttgart 1980, pp. 178-179. 120 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Está claro que no se trata de dar pruebas matemáticas, sino de sumar indicios, de razonar positivamente, de usar la inventiva en la confrontación de los datos, bajo el impulso de la fe y de la tradición. El historiador católico tiene un privilegio: sabe cuál es la orientación que ha de tomar en sus investigaciones y no tiene por qué esconderse tras una «neutralidad» que, de todas formas, no puede existir. La cuestión de la presencia de Pedro en Roma es una buena introducción al próximo tema: las fuentes de las que dispone en historiador y el condicionamiento al que éstas lo someten. Las fuentes de la historiografía Si la valoración del pasado está condicionada por la per­ sona del historiador, en su individualidad y en su socialidad, no menor es el condicionamiento para el producto historiográfico que proviene de la disponibilidad de las fuentes, es decir, de las huellas del pasado. Estas fuentes se distinguen tradicionalmente en varias categorías: fuentes materiales (objetos, edificios, expresiones artísticas), fuentes literarias (manuscritos, inscripciones, obras impresas), fuentes «tradicionales» (usos, ritos, ceremonias, leyendas) y, para el periodo reciente, fuentes audiovisuales. La cantidad de lasfuentes como condicionamiento Es obvio que la cantidad de las fuentes a nuestra dispo­ sición respecto a una época o una persona condiciona fuer­ temente al historiador en su obra. Cuando las fuentes son III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 121 escasas, no es posible encontrar respuesta a muchas pregun­ tas; se trata de una situación difícil para el historiador, pero también estimulante: se apela a su genio de saber sacar todo lo posible de los textos y de otras fuentes, a través de una Telectura continua sobre el fondo de los datos que ha en­ contrado. Estamos en el terreno de las hipótesis, que pue­ den producir nuevos conocimientos; el terreno en donde la introducción de nuevas técnicas, la aplicación de modelos de interpretación de las diversas ciencias relativamente re­ cientes (la sociología, la psicología, etc.), la continua bús­ queda de otros tipos de fuentes y la combinación de todos los datos engendran estudios renovadores. Para la historia de la Iglesia se podría pensar en los libros de Gerd Theissen, Jesús y su movimiento. Sociología del movimiento de Jesús 68 y Estudios de sociología del cristianismo prim itivo6869. Pero cuando sobreabundan las fuentes, el historiador se encuentra en una situación más difícil todavía. Limitándonos solamente a las fuentes literarias y a la historiografía eclesiás­ tica, es preciso reconocer que para la antigüedad es muy rica la presencia de fuentes; baste pensar tan sólo en los escritos de los Padres de la Iglesia. Para la Edad Media, la situación cambia: mientras que para las Iglesias del Oriente hay una buena existencia de fuentes, la Iglesia latina de la alta Edad Media nos ha dejado muchas menos obras (con la ventaja de que ha sido posible publicarlas casi totalmente, por lo que están fácilmente al alcance de los historiadores); después del 1200 se vuelve a una riqueza que hace mucho más difícil el trabajo. La invención de la prensa marca evidentemente una aceleración en la producción de fuentes, en todos los terre­ nos. En el periodo reciente todos los historiadores se encuen­ tran frente a una tarea a primera vista abrumadora. 68 Sal Terrae, Santander 1979. “ Sígueme, Salamanca 1985. 122 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Una comparación entre los concilios Vaticano I y Vati­ cano II puede mostrar cómo nos encontramos actualmente en una época totalmente nueva de la historiografía. Los documentos oficiales publicados llenan, en el caso del Vaticano I, 4 grandes volúmenes 7״, mientras que para el Vati­ cano II la situación es muy diferente. La publicación formal, por parte de la Santa Sede, de las fuentes «oficiales» ocupa hasta 56 gruesos volúmenes 7‘. Están además las otras fuentes: junto a las actas del pontífice y de los órganos eclesiásticos, hay que señalar el material informativo producido por los medios de comunicación, la documentación de los observa­ dores externos, los memoriales 70*2. Y otras muchas fuentes de carácter personal: diarios, cartas y memorias, en donde se añaden otros elementos al conocimiento de los acontecimien­ tos, públicos y privados; se recogen observaciones en torno a los textos y los gestos, que nos dan a conocer a los autores de los documentos y de las enmiendas, en donde se describe la marcha de los sucesos del aula, las discusiones fuera de ella, las observaciones oídas por otros o hechas al margen. Otras fuentes provienen de los protagonistas o de los simples parti­ cipantes, los observadores, los confidentes, los secretarios, los ayudantes, los corresponsales. Me gustaría añadir además una fuente como la documentación fotográfica conservada en 70 Para las fuentes y la literatura cf. R. AUBERT, ‘Pío IX y su época (18461870)’, en F l ICHE-M ar TIN, H istoria de la Iglesia, XXTV, Edicep, Valencia 1974, p p . 391-392; algunos nuevos datos en K. SCHATZ, Vaticanum /., 1 8 6 9 -1 8 7 0 ,1, Schoningn, Paderborn 1992, pp. XIII-XVIII. Específicamente, Acta et docum enta Concilio Oecumenico Vaticano I I apparando. Series I (Antepraeparatoria), 5 vols. en 16 tomos, Città del Vatica­ no 1960-1961; A cta et documenta Concilio Oecumenico Vaticano II. Series I I (Praeparatoria), 4 vols. en 8 tomos, Ciudad del Vaticano 1962-1963; Acta synodalia Sacrosancti Concila O ecumenici Vaticani II, 5 vols. en 26 tomos, Città del Vaticano 1970-1980; se han publicado además dos apéndices respectivamentre en 1983 y 1986. ׳ 72 A. MELLONI, ‘Tipologia delle fonti per la storia del Vaticano II’, en Cristianesimo nella Storia, 13 (1992), pp. 492-514. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 123 Roma en el centro «Foyer Unitas», dirigido por las Damas de Betania, que durante el Concilio era un lugar de muchos en­ cuentros informales, especialmente con los no católicos ”. En la medida en que estas otras fuentes se han recogido y publicado, para el Vaticano I se podrá señalar unas dece­ nas de volúmenes, al lado de los pocos volúmenes oficiales. Para el Vaticano II todavía no es posible calcular el número de volúmenes que hay que dedicar a las que se llaman fuentes, ya que se trata de «muchísimas fuentes» que, por otro lado, se encuentran «en un estado de dispersión abso­ luta, si se exceptúa el fondo Vaticano, indispensable pero no suficiente para una historia digna de este nombre» 7\ Una historia de un Concilio -com o de cualquier otro acontecimiento o desarrollo— tendrá que basarse en las fuentes, pero no podrá menos de consultar la literatura so­ bre el mismo. Y una vez más, ¡qué diferencia entre los dos concilios!; para el Vaticano se llegará a decenas y decenas de publicaciones, mientras que para el Vaticano II, si consul­ tamos la ‘Bibliographia Historiae Pontificiae’ de la revista Archivum Historiae Pontificiae (que aplazó la salida de su primer número para poder incluir precisamente las obras relativas al Vaticano II) 7345, hay que constatar que se trata de millares y millares (por lo menos 5.000). El conocido his­ toriador alemán Klaus Schatz ha podido emprender él solo una nueva historia del Vaticano I, en tres volúmenes, de los que el primero es muy prometedor 76, y tener la certeza de 73 Comunicación al autor por parte de la Rvda. señorita Leideke Galerna DdB. 74A. MELLONI, ‘Per una prosopografia e cronologia critica del Vaticano ΙΓ, en J. GOOTAERS - CL. SOETENS (eds.), Sources Locales de Vanean II. Symposium Leuven, Lovaina la Nueva 23-25-X-1989, Bibliotheek van de fa­ culten der Godgeleerdheid, Lovaina 1990, pp. 1-10, aquí 1. 73 V . MONACHINO, ‘Alle origini di «Arcnivum Historiae Pontificiae»’, en Archivum H istoriae Pontificiae, 28 (1990), pp. 9-22. 76 K. SCHATZ, Vaticanum I. 1 8 6 9 -1 8 7 0 ,1, S c h ó n in g h , P a d e rb o rn 1992. 124 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS poder terminarla dentro de unos años. Para una historia del Vaticano II es imposible predecir cuánto tiempo se necesi­ tará y tendrá que hacerse en colaboración: ya hace algunos años que se constituyó un grupo internacional que está preparando este proyecto, coordinado por G. Alberigo y con sede en el Istituto per le scienze religiose en Bolonia. Se trata de la empresa más importante de la historiografía de la Iglesia en estos momentos ”. El ejemplo sobre la historiografía del Vaticano II que hemos elegido para demostrar los condicionamientos que se derivan de la cantidad de las fuentes, constituye igualmente una buena ocasión para pasar a hablar de otros dos factores condicionantes que surgen de las consideraciones que he­ mos hecho: el carácter de las fuentes (una historia del con­ cilio Vaticano II no debe depender solamente de los docu­ mentos oficiales) y la técnica de lectura (hay que descartar algunos puntos de partida). Pero primero hay que añadir además otra consideración a las que hemos hecho a propósito de la cantidad de las fuentes. En la actualidad los funcionarios e investigadores, los diplo­ máticos y los prelados, los políticos y los profesores utilizan el ordenador y registran los textos que producen en disquetes, haciendo cambios y correcciones sobre los mismos disquetes, borrando muchas veces el textp anterior. En el futuro, el uso actual de los disquetes podría suponer para el historiador una nueva escasez de información. Podemos preguntarnos si se conservarán los disquetes y, suponiendo que así sea, si podrán ser leídos; los desarrollos técnicos en este terreno son muy rá­ pidos. Los casos en los que se podrían reconstruir las diversas7 77 Para el planteamiento historiográfico cf. G . ALBERIGO, ‘Critéres herméneutiques pour une histoire de Vatican II’, en M. L aMBERIGTS - CL. SOETENS (eds.), A la veille du Concite Vatican II, Bibiiothek van de Faculteit der Godgeleerdheid, Lovaina 1992, pp. 12-23. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 125 fases de un documento y reconocer, por la grafía por ejemplo, quién ha hecho esta o aquella enmienda, serán cada vez más ra­ ros y de esta manera podría restringirse nuestro conocimiento. El carácter de lasfuentes como condicionamiento Hasta qué punto el carácter de las fuentes empleadas condiciona lo que el historiador escribe es algo que puede verse sobre todo en la historiografía del pasado, próximo y remoto; se trata de un hecho que hay que tener en cuenta consultando las obras de otros tiempos. En el pasado los historiadores se basaban casi exclusivamente en las fuentes literarias. Esto no es de extrañar. Dichas fuentes estaban directamente a disposi­ ción y eran de fácil interpretación; las fuentes literarias se en­ contraban en el mismo nivel de operación que la historiogra­ fía, que es un producto sobre todo literario (en los tiempos recientes se ha añadido la historiografía a través de los medios audiovisuales, pero su ejecución requiere, como es evidente, lo que hoy se llama significativamente un script). Dentro de esta primera limitación se encontraba otra. Entre las fuentes literarias destacaban las «institucionales», es decir, los documentos de tipo jurídico-administrativo, políti­ co-diplomático o legislativo. Esto vale tanto para la realidad eclesial como para la civil. Hay dos razones que explican esta preferencia por dichas fuentes. En primer lugar, son las que se publicaron primero, cuando en el siglo XDC, dentro del clima del nacionalismo romántico y bajo el impulso crítico de la Ilustración empezaron a editarse las grandes series de fuentes para ayudar al estudio de la historia nacional y reforzar así la identidad nacional entre los ciudadanos. Este desarrollo está simbolizado ante todo por los Monumenta Germaniae Históri­ ca (desde 1826), pero se encuentra también en otras partes, desde Francia (por ejemplo, la Collection des documents inédits 126 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS sur l'histoire de France, a partir de 1835; existen otras tres se­ ries) hasta Inglaterra (en donde surge la Camden Society en 1838), Italia (Historiae Patriae Monumento., a partir de 1836, y Fonti per la Storia d'Italia, a partir de 1887), Bohemia y Moravia (Regesta diplomática nec non epistolario. Bohemiae et Moraviae, ed. K. J. Erben y J. Emler, a partir de 1854; Fontes rerum bohemicarum, ed. J. Emler y otros, a partir de 1873), etc. La segunda razón es el hecho de que la historia política e institucional se escribe más fácilmente que una historia social o cultural; la estructura y la periodización están, por así decir­ lo, establecidas de antemano: el comienzo y el fin de una gue­ rra, un cambio dinástico, la renovación del organismo legisla­ tivo... Es más fácil centrarse en los grandes personajes, sobre los que hay mucho material, que sobre aquellos que como individuos siguen siendo desconocidos. Aquí puede jugar también el factor del atractivo de los grandes en un proceso de identificación, al menos parcial, con el sujeto que se estu­ dia y se presenta. Así pues, el resultado es el predominio de la política y de la diplomacia en la producción historiográfica, con la suge­ rencia de que el curso de la historia viene determinado por un pequeño grupo (casi exclusivamente masculino) de príncipes, generales, políticos; en la historia de la Iglesia parecen contar solamente, además de la jerarquía, entre los monjes los aba­ des, entre los sacerdotes los fundadores, y en ambas categorías los teólogos; los laicos quedan totalmente al margen, aunque es posible mencionar algún santo; las monjas y las religiosas figuran muchas veces como una categoría anónima, aunque no hay que excluir que alguna madre abadesa salte al primer plano, con tal que se trate del «monstruo de Westfalia» 78... 78 M . VON FÜRSTENBERG, «Lori ordinaria» oder «M onstrum Westphaliae»? D ie kirchliche Rechtsstellung der Á btissin von H erford in Zusam m enhang m it ahnlichen Beispielen der Jurisdiktionsausübung durch Frauen , Excerpta ex III. ELEMENTOS HISTORK HíRÁM( :( )S I .»7 En la historia de la Iglesia apara en liimhíén lo» hrrrjrn y en este contexto hay que decir que se consuliau luinhlén Iti» fuentes no institucionales; junto a los documniio» dr lo» concilios antiguos, en la historiografía eclesiástica se esm dian los Padres de la Iglesia y otros teólogos; en este sentido el uso de las fuentes literarias ha sido menos limitado. Pero aquí, especialmente debido a la índole de los textos, nos en­ contramos con una limitación: los textos originales de los herejes se destruyeron muchas veces y sus ideas han sido filtradas por sus adversarios: una vez más han sido los ven­ cedores los que escribieron la historia. Esto vale también para la historiografía civil de otros tiempos. Hay que observar igualmente que, incluso cuando se han usado otras fuentes literarias, tanto en la historiografía ecle­ siástica como en la civil, éstas proceden también de un grupo restringido de personas: en la alta Edad Media eran los miem­ bros del clero quienes tenían el monopolio de la escritura y, aunque luego se amplió el círculo a todas las personas con una cierta instrucción, su número siguió siendo reducido hasta tiempos muy recientes. Esto quiere decir que la atención de los escritores se dirigía a lo que interesaba a su grupo y las noticias que se transmitían, por culpa de este condicionamiento, con­ dicionan a los que las utilizan para escribir un libro. Los límites mencionados han quedado superados por una razón científica e ideológica. La razón científica tiene que seña­ larse en el sentido crítico cada vez mayor; reflexionando sobre lo que se ha hecho, se ha descubierto la unilateralidad de una historiografía que premia solamente la política, vista como una realidad ligada a las personas importantes. La razón ideológica debe buscarse generalmente en la democratización de la socie­ dad, pero tiene además una razón importante en el desafío de dissertatione ad Doctoratum in Facúltate Iuris Canonici Pontificiae Universitatis Gregorianae, Romae 1990. 128 III. ELEMENTOS HISTORIOGRAFICOS la interpretación marxista de la historia. Para la Iglesia todo esto ha tenido también sus consecuencias: la eclesiología de la Lumen Gentium, que pone al Pueblo de Dios por delante de la Jerarquía (que forma parte del Pueblo de Dios), se inscribe en un clima semejante; al mismo tiempo, no es correcto hablar de democracia en la Iglesia, ya que está en contraste con su estruc­ tura jerárquica, que está al servicio de la comunión de herma­ nos y hermanas; y todo ello tiene sus raíces en el evangelio, no «en una proclama de la Revolución francesa de 1789 ”. La superación se lleva a cabo en dos frentes: se consultan fuentes literarias que en otro tiempo parecían irrelevantes; se tienen mucho más en cuenta las informaciones que se encuentran en fuentes no literarias. En el primer frente se ha pasado, según una expresión afortunada de Jacques Le Goff en su Storia e memoria, «del triunfo del documento a la revolución documental» 798081. Se explotan los documentos que antes parecían repetitivos, ligados a personas importan­ tes, que tratan de cosas banales; se aprovechan los textos que en gran parte no contienen más que cifras, números (desde los libros de contabilidad, que registran lo que han producido los arriendos, hasta los registros parroquiales que contienen fechas de nacimiento, de matrimonio y de de­ función, los registros notariales relativos ,a los contratos, los libros de cuentas de entidades y de empresas, los archivos judiciales, las estadísticas del censo y electorales, etc.). Por consiguiente, todos los hombres resultan interesantes y son objeto de estudio; Pierre Goubert, un renovador, puede es­ cribir entonces sobre los hombres de provincias 1". 79 M . CHAFFIN, ‘Die Kirche und die Werte der Franzosischen Revolution’, en Internationale katholischeZeitschrifi Communio, 18 (1989), pp. 477-490. 80 Einaudi, Turin 1982, 446. 81 P. GOUBERT, Cent m ille provinciaux au XVIIr siécle. Beauvais et les beauvaisis de 1600 à 1730, Flammarion, París 1968. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 129 En el terreno de la historia de la Iglesia es posible pensar en investigaciones que aprovechen los documentos finan­ cieros de las entidades eclesiásticas, los libros de devoción, los manuales de teología, las predicaciones y los informes de visitas pastorales... La historia de la Iglesia se enriquece con los resultados de la sociología religiosa, que acude precisa­ mente a esas fuentes; en este terreno el gran iniciador ha si­ do Gabriel Le Bras (1891-1970); en la misma línea se mue­ ven Giuseppe De Lúea (1898-1962) y Gabriele De Rosa (1917). Giacomo Martina, en su Storia della storiografia ecclesiastica nell'otto e novecento ofrece una buena descripción de todo esto “. Finalmente conviene señalar que, invocando la ayuda de la lingüística en la historiografía, vale la pena estudiar todos los textos y hasta todas las lenguas; así es como se pueden reconstruir las emigraciones de los pueblos en un pasado lejano y el modelo de su economía, la toma de conciencia de su identidad de naciones modernas, los desarrollos inte­ lectuales, etc. El segundo frente se refiere a las fuentes no literarias: se estudian y se utilizan incluso para el periodo que ha produci­ do textos escritos. Todas las cosas pueden decirnos algo. Citemos un texto de Lucien Febvre: «La historia se hace ciertamente con los documentos escritos. Cuando existen. Pero es posible hacerla y hay que hacerla sin documentos escritos, cuando no existen. Con todo cuanto el in­ genio del historiador le permite utilizar para producir su miel si le faltan las ñores acostumbradas. Por tanto, con las palabras. Con los signos. Con los paisajes y las tejas. Con las formas del campo y los arbustos. Con los eclipses de luna y los arneses de los caballos de tiro. Con los análisis de las piedras que hacen los 12 Editrice PUG, Roma 1990, pp. 272-305. 130 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS geólogos y los estudios de metales que hacen los químicos. En una palabra, con todo lo que, por pertenecer al hom bre, depen­ de del hom bre, sirve al hom bre, expresa al hom bre, demuestra la presencia, la actividad, los gustos y los modos de ser del hom ­ bre» Los textos expresan solamente una parte de la vida y quien quisiera escribir, como José Andrés Gallego, una Historia general de la gente poco importante. (América y Eu­ ropa hacia 1789)84, o con Jean Delumeau como editor, la Storia vissuta del popolo cristiano 8345, tiene que conocer tam­ bién los aspectos materiales, la manera de comportarse, el mismo clima. Las nuevas técnicas (es muy famosa la del carbono 14) ayudan a escribir «la historia antes de la escri­ tura» 86; las nuevas técnicas hacen descubrir «la historia de los pueblos sin historia» 878*;los datos sobre los años de buena cosecha de vino y un trozo de hielo de 1.390 metros de lar­ go, excavado en Groenlandia, nos ofrecen conocimientos para la historia del clima ", que tantas veces resulta decisivo para el desarrollo económico de una región. Esta nueva orientación se inició y se realizó en primer lugar en la revista Annales (desde 1929). Giacomo Martina nos ofrece una rápida lista de los nuevos temas estudiados: «Demografía estadística (nacidos, fallecidos, increm ento o dism inución de la población, m atrim onios, edad de los que se 83L. FEBVRE, Problem i d i metodo storico, Einaudi, Turin 1976, p. 428. 84 Gredos, Madrid 1991. 85 SEI, Turin 1985■ 86A. L e r o i -G o u r h a n , ,Les voies de l'histoire avant l'écriture’, en Faire, I, pp. 93-105 87H. M O NIOT, ‘L'histoire des peuples sans histoire’, en Faire, III, pp. 106-123. 88 E. L e ROY L a d u r ie , ,Le clim at. L 'h is to ire d e la p lu ie e t d u beau tem p s’, e n Faire, III, p p . 3 -3 0 . III. ELEMENTOS HISTORIC)( ;KAHCON I n casan, duración media de vida (...|; rM iuimni* l.im iliini (patriarcal [...] o nuclear); vivienda (desde la i luisa y rl |i.il·!· ·«· nobiliar hasta las casas de 4 pisos o las casas anuales de Id. 11 pisos [...]; urbanística (desde las aldeas acum ulas encima «li­ la colina por motivos defensivos, rodeadas de murallas, hasta las ciudades extendidas al pie de las colinas y las mcgalópolis nm dernas con [. ] ״millones de habitantes [. ;] ״la alimentación habitual (predominio de una com ida u otra, sistema m editerrá­ neo, anglosajón, árabe, oriental [...]; el vestido y la m oda (con hábitos y gustos de las diversas épocas, de las diversas clases); el trabajo (desde la civilización agrícola del siglo XIX a la industrial de hoy) y los métodos de trabajo, con el nacim iento de las gran­ des fábricas con millares de obreros en varios turnos; los salarios y los precios (en otras palabras, el coste de la vida y los consu­ mos preferentes, los gastos en un sector más que en otro); las enfermedades, la asistencia, los hospitales (historia de la asisten­ cia médica); el pauperismo (este térm ino indica una situación de extrema pobreza, difundida, estable, es decir, crónica) y los remedios contra él; los hijos ilegítimos y la prostitución, la ho­ mosexualidad masculina y femenina, y los sistemas adoptados contra ellas (desde el control de las «casas cerradas» [...] hasta la libertad plena o un m ínim o de control); la crim inalidad (los crímenes o los delitos más comunes, desde el bandolerismo hasta el terrorismo, y sus causas); los sistemas carcelarios, desde la cárcel-pena, durísimo, com o la galera (que indica no la cárcel de hoy, sino la condena a rem ar en las naves), hasta las tenden­ cias actuales, con licencias para premiar a los detenidos modelo; los caminos y las vías de comunicación (las vías más frecuenta­ das, los pasajes alpinos, los puertos y su desarrollo, el nacimien­ to del ferrocarril [...]); los viajes (desde el aislamiento hasta los grandes viajes habituales, en comitiva); los sistemas jurídicos y económicos ([...] desde la diversidad hasta la igualdad de penas para todos, desde la prohibición a la legalización del divorcio o del aborto); la psicología y la mentalidad del individuo y de las masas ante la muerte, la enfermedad [...]; los grandes miedos colectivos [...], la psicosis de las brujas [...], de los conjuradores, que habrían difundido con sus ungüentos, dispersos por todas partes, la enfermedad y la epidemia, la peste y el cólera; la psico­ logía mediterránea, anglosajona, americana, árabe, hebrea, oriental [ ״.]; las lecturas (periódicos y libros más difundidos, temas tratados); las fiestas y los espectáculos, su repercusión en 132 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS la vida, su evolución; los residuos mágicos y supersticiosos, y el folklore; el arte (desde las iglesias medievales, románicas o góti­ cas, hasta las del renacimiento, del barroco, las neoclásicas, las actuales) [ ״.]. T odo un m undo que se abre delante de nuestros ojos, distinto según los lugares y las épocas» ״. De esta manera se llega incluso a poder escribir una His­ toria de la vida privada M, tan importante para la historia de la Iglesia, a fin de informarse de manera más realista sobre las condiciones de vida en las que los fieles tenían que poner en práctica los sermones que oían en la iglesia o en la plaza. Pero todos estos nuevos temas pueden ser estudiados, no sólo porque los autores han acudido a nuevas fuentes, sino tam­ bién porque se ha ampliado la técnica de la lectura; el condi­ cionamiento de antaño ha cambiado gracias a los nuevos pro­ blemas, a los nuevos objetos y a las nuevas aproximaciones8901. La técnica de la lectura como condicionamiento La unilateralidad que era peculiar de las fuentes emplea­ das en la historiografía tradicional, es decir, el predominio de los documentos jurídico-políticos y diplomáticos, impul­ saba de otro modo todavía al predominio de la política. Se ha superado este condicionamiento, siempre bajo el impul­ so de lo que hizo que se ampliara el ámbito de las fuentes literarias y la consulta de las no literarias. Unas fuentes leí- 89 G . MARTINA, Storia della storiografia ecclesiastica n ell’o tto e novecento, E ditrice P U G , R o m a 1990, pp. 2 5 2 -2 5 3 . 90 P h . A r iè S - G . DUBY (eds.), H tstoire de la vieprivée, Seuil, P aris 1 9 8 5 ־ 1987, 5 vols. 91J. L e GOFF - P. N o r a (eds.), Faire de l'histoire, 3 vols.: N ouveauxproblèmes, Nouvelles approches, Nouveaux objets, G allim a rd , Paris 1 9 7 5 -1 9 7 8 . III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 133 das y releídas muchas veces resultaba que tenían más in­ formación que la que habían tenido hasta entonces. Pongamos un ejemplo. En la historiografía tradicional se presuponía que en la Edad Media los condes de Holan­ da, entre ellos el popular Florencio (Floris) V, que gobernó del 1256 al 1296, había buscado intencionadamente esti­ mular la economía. En una serie de documentos el conde, que prestaba relativamente mucha atención a las ciudades, concede la exención de impuestos, sobre todo a la ciudad de Dordrecht. Los investigadores discutían a propósito de los motivos de esta política (¿económicos o fiscales?), pero todos atribuían esta iniciativa al conde. Se ha hecho posible una nueva interpretación, no ya gracias a nuevos documentos, sino gracias a una nueva lectura de los ya conocidos (los únicos de que dispone­ mos). Dejando de lado la tesis de que un documento debe haber sido hecho necesariamente por el personal de la autoridad que lo emana -ésta era una lectura que seguía demasiado el aspecto formal del documento, como era habitual—, se abren nuevos caminos. A menudo los mis­ mos privilegiados han redactado y han hecho escribir el documento (a veces se hacía este servicio en favor de terce­ ros). El estudio de la caligrafía y de las expresiones ayudan a identificar en dónde tiene su origen tal o cual documen­ to. En nuestro texto concreto ha habido que constatar que la iniciativa no siempre había sido del conde (el 30% de los privilegios concedidos a las ciudades de todo el conda­ do proviene de estas mismas ciudades, para la ciudad de Dordrecht casi la mitad). Por consiguiente, el origen de esta política se encuentra en otro lugar92... N o han sido 92 E. C. DlJKHOF, ‘De economische en fiscale politiek van de graven van Holland in de dertien de eeuw’, en Bijdragen en M ededelingen betreffende de Geschiedenis der Nederlanden, 108 (1993), pp. 3-12. 134 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS nuevos documentos, sino una nueva lectura de los docu­ mentos conocidos lo que ha hecho aumentar su conoci­ miento y comprensión; una nueva lectura solamente de tipo formal-«técnico», no hablamos aquí de nuevas hipó­ tesis a nivel macroscópico de alguna que otra visión social. A nivel de esta nueva aproximación técnica se encuen­ tra también evidentemente la «cuantitativa», exigida por las nuevas fuentes que se consultan ahora: se trata de algo necesario para el estudio de las grandes series de datos, el análisis de los mismos, la elaboración de modelos capaces de ofrecer posibles interpretaciones ,3. Aquí el ordenador es de gran ayuda, incluso para los estudios léxicos. Estas mismas reflexiones sobre la técnica suponen además un problema para el historiador actual. Son tantas las fuentes y son tan sofisticados los instrumentos que es fácilmente factible la investigación detallada, pero la sín­ tesis parece ya materialmente imposible. No obstante, si­ gue presentándose la necesidad de hacer síntesis; no ya pa­ ra el historiador individual, ni quizás tampoco para la mayor parte de los historiadores, dado que muchos se es­ pecializan en investigaciones poco extensas en el tiempo y que son, por el contrario, muy profundas y poliédricas, pero sí al menos para los profesores de cursos generales y para los que tienen que planificar libros de texto, manua­ les y obras que cubran «toda» la historia de una nación, de un continente, del mundo entero; en este último caso la necesidad se presenta probablemente a un grupo, o bien a un comité de redacción. Pero, ¿cómo se construye una síntesis semejante? Frente al rigor de la estadística, no puede defenderse ya el impre- 53 W. AYDELOTTE - A. BO G UE - R. FOGEL (eds.), The D im ensions o f Q uantitative Research in History, Princeton University Press, Princeton 1972. III. ELEMENTOS HISTORIO( IRA! 1( 1 >S ו1ו sionismo ni puede justificarse* m u .iprltit ion tan «rilo r 1« |·ןן tuición. Hay que hacer dos observa( iones l a ויןimeM, q u · M mueve todavía a nivel de la «técnic.i» de 1.1 liiHtorio^ranMi m que el historiador se apoya, como siempre lia n imio que apoyarse, en los otros, aceptando los resultados de la lium riografía estadística que, por ejemplo, muestran el nivel de pobreza en una nación o un alto porcentaje de masones; el historiador se ha fiado siempre de resúmenes y de interpre taciones hechas por otros, por ejemplo por pensadores pro ductivos como Aristóteles (384-322), Nicolás de Cusa (1401-1464) o Hegel (1770-1831). La segunda observación nos introduce en la última parte del capítulo: la historiografía cuantitativa describe precisamente lo que tradicionalmente no ha sido considerado como «histórico», ya que se preocupa más bien de lo que se repite que de lo que es una novedad, de lo que se desarrolla lentamente más que de lo que llevan consigo los grandes cambios, como son las personas, los acontecimientos o los periodos «históricos». El estudio de la «larga duración», que implica a todos y que por tanto podrá ser llamado una historia verdaderamente «nacional» y respectivamente «universal», pone de manifiesto el problema de los criterios que hacen designar a un suceso como «hecho histórico» y a otras realidades como «hechos no históricos». Especialmente los que tengan que presentar una síntesis deberían encontrar alguna respuesta para ello. Nos encontramos aquí con la pregunta de si la historia misma tiene una estructura que se impone al historiador; en esta pregunta se incluye también la que se refiere a la relación entre la historiografía cuantitativa y la historiografía tradicional (o, si se quiere, entre la historia estructural y la historia «de acontecimientos»), así como las preguntas sobre una posible dirección de la historia, las fuerzas que la dominarían, la posibilidad de un criterio de valoración moral del curso de la historia que pudieran compartir todos, a pesar de los condicionamientos mencionados, y -para el creyente- cómo concebir la relación entre Dios y la historia de los hombres. Todos éstos 136 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS son temas que es preciso presentar brevemente en la historia general; al final seguirá una consideración sobre la historia de la iglesia frente a esta misma problemática. Las estructuras de la historia Continuidad y discontinuidad Las fuentes contienen y trasmiten el recuerdo de innume­ rables acontecimientos: acciones y pensamientos de personas y de grupos, pero también acontecimientos «naturales». Estos acontecimientos pueden ser excepcionales e im­ portantes, que cambien el destino de naciones enteras (o por lo menos, así nos parece): guerras, revoluciones, legis­ laciones innovadoras. Entre los acontecimientos de origen humano es preciso indicar los desastres naturales a gran es­ cala, como las erupciones volcánicas y los terremotos. Las epidemias, la sequía y las inundaciones se ven normalmente como catástrofes naturales, pero ahora sabemos —para ver­ güenza nuestra- que también en ellos está presente el factor humano; la deforestación de una región extensa puede cambiar el clima. Otros acontecimientos recordados se repiten continua­ mente: todo lo que hace la gente cada día: desde el comer al trabajar, desde el registrar nacimientos y defunciones hasta hacer que funcione la economía o enseñar. Se trata de una continuidad, en desarrollo desde luego, pero que en cierto sentido es siempre la misma; las variaciones no superan lo que puede constatarse antropológicamente. Entre los hom­ bres hay muchas diferencias, pero sigue siendo fundamental la unidad horizontal y vertical de la humanidad. Unidad III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 137 que se basa en la estructura físico-espiritual común, con to­ das las facultades emocionales, afectivas e intelectuales re­ lacionadas con ella y que hacen posible en principio la co­ municación de todos aquellos que viven en el mismo momento, pero también el reconocimiento en el pasado de las propias experiencias. Lo mismo que esta unidad hace posible la constatación de la diversidad, sin romperla, así también se podría concebir la relación entre la continuidad y la discontinuidad en la historia. Solamente en el trasfon­ do y en la experiencia de lo que se repite o -si se quiere- de lo que sigue siendo lo mismo y se desarrolla muy lentamen­ te, puede un acontecimiento excepcional experimentarse como tal. Las fuentes empleadas en la historiografía tradi­ cional (político-diplomático-militar), al recordar lo que causa algún cambio, expresan esta experiencia; pero la his­ toriografía que se basaba en ellas reducía la historia tan sólo a esa categoría de acontecimientos, sin medir en su totali­ dad el significado de tal guerra, de tal gobierno, de tal de­ sastre, impulsando por otra parte a interpretaciones del de­ sarrollo de la historia como algo ya decidido por unas fuerzas ciegas («el destino»), o irracionales («B lut und Boden»), o suprarracionales (las «ideas»), o por algunas perso­ nas excepcionales (en el bien o en el mal). Pero si la historia es la historia de la humanidad entera -aunque muchos son considerados marginales, por principio ninguno puede quedar excluido-, la historiografía debería ser la de todos los hombres. Idealmente, el planteamiento debe­ ría ser empezar por la continuidad (más accesible en la ac­ tualidad gracias a la historiografía cuantitativa y serial y a las nuevas fuentes y su nueva lectura), o sea, por lo que de ma­ nera más concreta ha determinado y condicionado la calidad de vida del mayor número posible de hombres. De nuevo, idealmente, el primer nivel debería ser el físi­ co y socio-cultural, es decir, lo que hace posible la vida (alimento, vestido, habitación, salud y todo lo relacionado 138 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS con esto: el trabajo, la técnica, la economía, la medicina; aquí entra también la atención al clima, como condición no indiferente para la producción del alimento) y lo que hace que sea humana la vida de los hombres (las relaciones in­ terpersonales y todas las expresiones que comunican lo que los hombres sienten, creen y esperan). Está claro que la di­ mensión de la convicción religiosa y de la opción ética se encuentra sobre todo en este terreno y debería ser tratada aquí. El segundo nivel sería el socio-político: las macro-organizaciones y sobre todo el estado (y ahora las organizaciones internacionales) son en algunos periodos muy determinan­ tes a la hora de decidir la calidad de la existencia de todos. La historia socio-política podría perder su primacía, pero nunca su importancia; debería ser estudiada más por su re­ percusión en la vida de la gente; y podrá suceder que el proceso de una legislación determinada —cuya descripción podría ser atractiva debido a los debates parlamentarios (y también fácil de reconstruir)- sea menos importante que su ejecución por parte del aparato burocrático, que le da la forma concreta que se experimenta en la vida cotidiana. Una legislación que pone término a la explotación de los menores ofrece a los historiadores la posibilidad de hacer ver cómo en un parlamento puede haber representantes de diversas visiones políticas respecto a la competencia del es­ tado (¿pero qué habría de nuevo en esto?), pero sobre todo la de demostrar cómo una generación ha dejado de ser ex­ plotada, sufre menos, puede instruirse, contar con ciudada­ nos más activos y cambiar así la sociedad. El tercer nivel sería el diplomático-militar y macroeconómico, en donde se encuentran las irrupciones dramáticas que pueden trasformar a mejor la calidad de vida de todos (por ejemplo, cuando se pone fin a un régimen fascista), pero también - y con frecuencia- quitarles a muchos la ca­ lidad de vida y a no pocos la vida misma (las guerras). III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS I í'> Pero será menester observar siempir los irsnli.nln■. ·Ir l.i«· irrupciones a largo alcance. Una guerra puní«· inirminipii dramáticamente la vida de algunas naciones y i i .ici !1 lino v la muerte, sin que una vez pasada la catástrofe «ambii n mucho las cosas para la mayoría. El descubrimiento «le una medicina que acaba con una enfermedad endémica tiene un significado muy importante. Los efectos de ciertos sucesos -una revolución, un descubrimiento médico, un desastre natural- a menudo sólo pueden constatarse después de un largo tiempo: la revisión pertenece a la historiografía. En­ tretanto, de la historia podrían venir ciertos elementos con los que se podría estructurar una síntesis, concretamente aquellos sucesos o conjunto de sucesos que cambian la cali­ dad de la vida de todos. El proceso de la historia ¿Son estos los elementos que revelan además que la his­ toria de la humanidad se mueve en una dirección determi­ nada? ¿Hay un proceso que desemboca en progreso -con­ cepto m oderno94y positivo-, o hay un proceso que prepara una destrucción final, o hay más bien una serie neutral de sucesos, una alternancia de desarrollo y de regresión? La historia del universo y de la tierra, tal como la cono­ cemos hasta ahora, muestra un desarrollo que va de unas formas simples a otras formas más complicadas, sin excluir que desaparezcan incluso ciertas formas. La historia de la humanidad muestra una acumulación de conocimientos y 94 P. HENRICI, ‘Dal progresso allo sviluppo: per una storia delle idee’, en P. LAND (ed.), La teologia d i fronte a l progresso, AVE, Roma 1972, pp. 49-90. 140 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS un crecimiento en la comprensión de muchos procesos naturales y sociales; habrá algunos conocimientos que se pierdan en la caída de ciertos imperios y culturas. Los rápi­ dos desarrollos técnicos, y ahora electrónicos, nos mueven a concebir la historia, al menos la de la humanidad, más bien como un proceso eminentemente lineal y de progreso (con lo que se confirmaría la visión de un desarrollo hacia un cumplimiento positivo, que encuentra su base en la tradi­ ción religiosa judía y cristiana); pero no hay ninguna ga­ rantía de que el desarrollo técnico-electrónico no se estro­ pee o lleve a formas de destrucción no menos desoladoras que las catástrofes naturales, por no hablar del riesgo de que el potencial nuclear caiga en manos de alguien que desee el fin de todos. El progreso técnico no implica de suyo un progreso mo­ ral. Si aceptamos el criterio ya mencionado de la calidad de vida del mayor número posible de personas, hay que poner, por ejemplo, la destrucción masiva por obra de las armas modernas (tanto más cruel cuanto que causa la muerte in­ tencionadamente, y no por ignorancia, como en el caso de la falta de conocimientos médicos) al lado de una mayor protección médica, o bien la praxis de la intrusión opresiva cada vez mayor del estado en la vida de los ciudadanos por medio de la electrónica al lado de la protección más difun­ dida de los derechos de la libertad gracias a los medios de comunicación. Si prescindimos de la fe, los desarrollos no indican una dirección de la historia marcada solamente por el progreso moral; pero quizás se podría hablar de un cre­ cimiento de la posibilidad de un progreso moral, diciendo al mismo tiempo que también han aumentado las posibili­ dades de hacer daño a los demás. Todo esto va ligado al hecho de que la historia de la humanidad está ampliamente en manos de los propios hombres. Hay que hacer dos observaciones a este propósito. «Ampliamente» no quiere decir exclusivamente, y con esto III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 141 hemos de pensar en el condicionamiento que viene de la naturaleza, no controlada plenamente por el hombre, aun­ que haya crecido el conocimiento de muchos procesos y sea más fácil prevenir las calamidades hoy que en el pasado. Pero, por lo demás, convendría no invocar enseguida otras fuerzas para explicar la dinámica de la historia de la humani­ dad. La historia puede estudiarse y describirse como la de las acciones de los hombres, siempre dentro del marco de un pla­ neta y de un universo que no han escogido y que con sus leyes y sus fuerzas condiciona fuertemente las posibilidades de ac­ ción, pero que ofrece siempre un espacio de libertad. La histo­ riografía comienza a estudiar, analizar y describir lo que los hombres hacen en este espacio. Sin embargo, en un cierto momento se querrá saber también el porqué. Pero si ya las motivaciones de los actos de una persona son tan numerosas y en el fondo inescrutables, cuánto más difícil será captar todo lo que mueve al conjunto de las actividades humanas. La pregun­ ta más acuciante es saber si la motivación se encuentra entre los hombres o, en último análisis e instancia, fuera de los hombres. Esta introducción no permite discutir una por una todas las respuestas que se dan a las preguntas que acabamos de plantear. Nos limitaremos a una indicación de tipo negati­ vo: no puede plantearse la cuestión de un determinismo que reduzca demasiado la libertad del hombre, un determinismo que podrían invocar también los que no reconocen fuerzas su­ periores al hombre, pero que opinan que la trama de las rela­ ciones sociales infrahumanas es un proceso tan complicado que parece tener una vida propia, incapaz de ser controlada por los individuos. Es posible que así sea, pero siempre hay que reconocer en el individuo cierta libertad y responsabilidad. Si no fuera así, una de las proclamaciones más centrales de nuestros días —la de los derechos humanos- quedaría sin con­ tenido, y quienes asistiesen pasivamente y «sin saberlo» al Ho­ locausto no tendrían absolutamente ninguna responsabilidad; más aún, se podría excusar a los mismos verdugos. Por consi- 142 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS guíente, hay que hablar de los derechos del hombre y de su fundamento. Un único criterio común: la dignidad de toda persona humana Las interpretaciones y las valoraciones en la historiografía son muchas, debido a los muchos condicionamientos que se multiplican vertiginosamente si se considera no sólo la dimen­ sión horizontal, es decir, las numerosas diferencias entre las personas que viven contemporáneamente en este mundo, sino también la vertical, o sea, si se tienen además en cuenta las di­ ferencias causadas por los diversos momentos en el tiempo. La continua revisión parece sugerir la conveniencia de observar cierto relativismo en cada uno de los juicios y valoraciones. La calidad de vida como medida posible para encontrar una es­ tructura de la historia, parece escaparse de una definición, si no hubiera en nuestros días un instrumento para expresar mejor un punto realmente firme, un punto que se libra del relativismo, a saber: no es algo de lo que podamos decir que no debería valer para otro periodo. O sea, si hoy decimos que no puede permitirse ninguna discriminación racial, no pode­ mos admitir que en otro periodo esta frase podría haber resul­ tado falsa (aunque no tengamos la garantía de que otros po­ drían pensar de otra manera, pero sin estar en la verdad). Fijémonos en los que se dice de manera privilegiada en la Declaración de los derechos humanos de 1948: un docu­ mento preparado por otros documentos -com o ilustra de manera exhaustiva A. Verdoodt en su Naissance et signification de la Déclaration universelle des Droits de l'homme ”—y95 95Warny, Lovaina 1964. II!. ELEMENTOS HISTORIOGRÀFICOS 143 seguido de otras declaraciones, como por ejemplo l.i de l.i Convención internacional sobre los derechos civiles y poli ticos y de la Convención internacional sobre los derechos económicos, sociales y culturales (ambas de 1966 y que en traron en vigor en 1976), y otras normas de aplicación re­ gional, que se pueden consultar en el Códice intemazionale dei diritti dell'uomo 9697*10. Se trata de un documento discutido, ya que algunos lo juzgan demasiado «occidental» en su forma concreta ”, y de un documento que se desatiende en demasiados sitios de todas formas, contiene siempre una apelación a una visión de la que nadie se atreve a disentir en el plano teórico y que es intencionalmente objetiva. «A nivel semántico la referencia lingüística al tema de los "derechos humanos" presenta una intención objetiva y universal que no tienen otros términos y que de todos modos no expresan de la misma manera y con la misma claridad» ". Subrayamos con firmeza este punto en el contexto de esta introducción a la historia de la Iglesia, ya que nos guía por este camino el magisterio actual de la Iglesia. Se trata en este caso de una novedad, de una «discontinuidad». En los estu­ dios dedicados al tema del magisterio y los derechos del hom­ bre, muchas veces en clave de continuidad -mencionemos como ejemplos significativos los escritos de Paul-Emile Bolté, Les droits de l'homme et lapapauté contemporaine ,0#, o 96 M . SCALABRINO SPADEA (ed.), P iró la, M ilá n 1991. 97 U niversalité des D roits de l ’hom m e et d iv ertiti ¿les cultures. Les Artes du Prem ier Colloque Interuniversitaire, Fribourg 1982, Editions Universitaires, Friburgo 1984; L. KÜHNHARDT, D ie U niversalitdt der M enschenrechte. Studie zu r iJeengeschichtlichen Bestim m ung eines politischen Schlüsselbegrifjs, Olzog, Munich 1987; S. ABOU, Cultures et droits de l'hom m e, Hachette, París 1992. 9' Para encontrar documentación cf.: T. FEN TO N - M. H E FFR O N (eds.), H um an Rights. A Directory o f Resources, Orbis, Maryknoll (NY) 1989. 99 G . TRENTIN, ‘E tnie, d iritti u m a n i e libertà religiosa: p re su p p o se della «nuova evangelizzazione»’, en Studia Patavina, 4 0 (1993), p p . 1 1 4 3 ־, aq u í 13. 100 Fides, Montreal 1975. 144 III. ELEMENTOS HISTORIOGRAFICOS de Franco Biffi, I diritti umani da Leone X III a Giovanni Paolo I I ' '״y «Carte papali» dei diritti um ani'02—se subraya cómo desde siempre ha existido este aprecio de los derechos del hombre y se citan textos de la ya tradicional doctrina social de la Iglesia, normalmente a partir de León XIII; al­ gunos buscan esta doctrina social también en los predeceso­ res '05. Pero hay que advertir que la doctrina social de la Iglesia se limitó durante muchos años a la promoción de los derechos sociales solamente, que faltaban en las primeras declaraciones de los derechos humanos. Son estas declara­ ciones -la francesa del 26 de agosto de 1789 fue condenada sin rodeos por el papa Pío VI (1775-1779)IM- las que si­ guen siendo más bien inaceptables, incluso para el papa León XIII (1878-1903) y sus cuatro primeros sucesores; es decir, sigue siendo inaceptable el conjunto de los derechos políticos, tal como se manifiestan en la democracia, y el conjunto de los derechos civiles, entre ellos la libertad reli­ giosa, aunque algunos de esos derechos son dignos de apre­ cio. Frente a la democracia se muestra todo lo más una cierta neutralidad, pero el flexible conservador León XIII considera a la multitudo imperita («los ignorantes») 1023*05106y por eso mismo, según el análisis perspicaz de John Courtney Murray en su Leo XIII: Two Concepts o f Government. II. Government and the Order o f C u l t u r e prefiere un gobier- 101 En G. CO N C ET T I (ed.), I d iritti um ani. D ottrina e prassi, AVE, Roma 1982, pp. 199-243. 102Apollinaris, 55 (1982), pp. 780-806. 103 Un ejemplo: B. SORGE, ‘Documenti Pontifici agli inizi d e l movimen­ to operaio’, en La C iviltà Cattolica, 117/11 (1966), pp. 335-349. *״Breve análisis en mi artículo ‘Die Kirche und die Werte der Franzósischen Revolution’, en Internationale katholische Zeitschrifi Com m unio, 18 (1989), pp. 477-490. 10’ Encíclica Libertas del 20 de junio de 1888; texto en Leo XIII, Acta, voi. Vili, Ex typographia vaticana, Romae 1889, pp. 212-248; la expresión en p. 233. 106 Theological Studies, 15 (1954), pp. 1-33. III. ELEMENTOS HISTORIOGRAFICOS 145 no paternalista; y todavía Pío XII, citando en su famoso mensaje radiofónico Benignitas del 24 de diciembre de 1944 las palabras de León XIII para manifestar la no opo­ sición de la Iglesia a la democracia, cree necesario advertir contra «la masa»: «Pueblo y multitud amorfa o, como suele decirse, "masa" son dos conceptos diversos...» I#\ La acep­ tación de los plenos derechos civiles quedó bloqueada debi­ do a la imposibilidad de aprobar la libertad religiosa; en el discurso de Pío XII Ci riesce del 6 de diciembre de 1953, que por otra parte se pronuncia en favor de la tolerancia (concepto muy distinto), vuelven a aparecer todos los ar­ gumentos del pasado: «Lo que no corresponde a la verdad y a la norma moral, no tiene objetivamente ningún derecho ni a la existencia ni a la propaganda ni a la acción» '0\ En este marco hay que situar el «silencio de 1948», o sea el hecho de que Pío XII, jurista bien formado y orador prolífico, no reaccionara a la aprobación, el 10 de diciem­ bre de 1948, de la Declaración universal de los derechos del hombre por la Asamblea general de las Naciones Unidas (en L'Osservatore Romano sólo se hace una mención de este hecho). Herbert Franz Kock comenta: «La Santa Sede m antuvo prim ero una actitud de reserva frente a esta Declaración, a pesar de que contenía m uchas liber*' tades que ya había promovido desde hacía largo tiem po la doc­ trina de la Iglesia; esta actitud se debía a cieñas razones que hoy no nos convencen, como, por ejemplo, que el art. 16 mencio­ naba el divorcio, que el an . 17 no subrayaba expresamente la función social de la propiedad, que el an . 18 dejaba la libenad de cambiar de religión y que el a n . 21 elevaba a validez univer­ sal el principio democrático. La era de Pío XII no había pensado todavía en el principio de la libertad de religión con la misma 107 107AAS, 37(1945), pp. 110-23. AAS, 45 (1953), pp- 794-802. 146 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS radicalidad de como lo hizo más tarde el concilio V aticano II y de como, se formuló en su declaración D ig n ita tis hum anae·, la misma naturaleza de la sociedad actual, ideológicamente plura­ lista, era todavía desconocida en gran parte» '09. La «mentalidad romana» de entonces se podrá captar en el comentario de Antonio Messineo en su artículo ‘La di­ chiarazione internazionale dei diritti dell'uomo’, aparecido en La Civiltà Cattolica uo; obsérvese el cambio significativo de «universal» en «internacional» y el tono un tanto escépti­ co del comentario: «La suerte que le tocó a la primera De­ claración [la de 1789], viciada internamente por el agnos­ ticismo, podrá hacernos adivinar cuál será la de la segunda». Precisamente sobre el trasfondo de este silencio, y en general de esta larga historia de distanciamiento, destaca más todavía la forma actual de promoción de los derechos humanos por parte de la Santa Sede; recibiendo como suyo el discurso sobre los derechos humanos, haciéndolo así realmente universal, tenemos a disposición un criterio uni­ versal. Desde entonces la aceptación y el aprecio de la De­ claración de 1948 forma parte de la historia del papado: desde la encíclica Pacem in terris del papa Juan XXIII (11 de abril de 1963), hasta los mensajes del papa Pablo VI con ocasión del XX y XXV aniversario de la Declaración de 1948, respectivamente el 15 de abril de 1968 y el 10 de di­ ciembre de 1973, y con ocasión del XXV aniversario de la misma ONU, del 4 de octubre de 1970, y hasta la alabanza de dicha Declaración por parte de Juan Pablo II en su pri­ mera encíclica Redemptor Hominis de 1979, su discurso a las Naciones Unidas del 2 de octubre de 1979 y sus mensa-*10 105 H. F. KOCK, ‘La Santa Sede e la promozione dei Diritti Umani’, en I D iritti U m ani, pp. 429-440; aqui 434. 110La C iviltà Cattolica, 100/11 (1949), pp. 380-392. III. ELEMENTOS MIST( )1(1( )( ,KAI K ( 1>, I -I ׳ jes cpn ocasión del XXX y d d XI, ,iiiik imiid d»· 111 Dmlit ración, respectivamente el 2 de didniihic d e I '1 ׳׳M ץd U di· diciembre de 1988. En el papa Juan l'.iblo II cm.í muy ■I! sarrollada la reflexión sobre los derechos humanos, ! · ·ווןt! su visión- tienen su fundamento en la libertad religiosa Algunas afirmaciones de los documentos indicados pueden mostrar eh dónde radica, para el magisterio pontificio, el valor de la Dedaración. Escribe Juan XXIII en la Pacem in tenis: «Argumento decisivo de la misión de la Organización de las Naciones Unidas es la "Declaración universal de los derechos del hombre", que la Asamblea general ratificó el 10 de diciembre de 1948 [...]. En esta Declaración se reconoce solemnemente a todos los hombres sin excepción la dignidad de la persona hum ana y se afirman todos los derechos que todo hombre tiene a buscar libremente la verdad, respetar las normas morales, cum plir los deberes de la justicia, observar una vida decorosa y otros derechos íntimamente vinculados con éstos. Deseamos, pues, vehementemente que la Organización de las Naciones Unidas pueda ir acóm odando cada vez mejor sus estructuras y medios a la amplitud y nobleza de sus objetivos. ¡Ojalá llegue pronto el tiem po en que esta Organización pueda garantizar con eficacia los derechos que, por brotar inmediatamente de la d ig n id a d d e la persona h u m a n a , son universales, inviolables e inmutables» 1 111Algunas publicaciones: O. HOFFE y otros, Johannes P a u l I I u n d die Menschenrechte. E in Jahr P ontifikat, Universitatsverlag, Paris-Friburgo 1981; J. SCHALL, The Church, the State a n d Society in the Thought o f John P aul II, Franciscan Herald Press, Chicago 1982, pp. 41-57; J. P U N T , D ie Idee der Menschenrechte. Ihre geschichtliche E ntw icklung u n d ihre Rezeption durch die moderne katholische Sozialverkundigung, Schoningh, Paderborn 1987, pp. 233-242; A. W O ZN IC K I, The D ignity o f M an as a Person Essays on the Chris­ tian H um anism o f H is Holiness John P aul II, Society of Christ, San Francisco 1987; A. RAUSCHER, ‘Die Menschenrechten in der Lehre Johannes Paul II’, en Kirche in der W elt, I, Echter, Wurzburg 1988, pp. 212-229. " F. GUERRERO (ed.), E l magìsterio pontificio contemporàneo, II, BAC, Madrid 1991, p. 767■ 148 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Escribe Pablo VI en 1970: «Proclamada hace ya más de veinte años por vuestra asam­ blea, la carta de los derechos del hom bre sigue siendo a nuestros ojos unos de los más bellos títulos de gloria. Exigir para todos, sin distinción de raza, de edad, de sexo, de religión, el respeto a la d ig n id a d h u m a n a y las condiciones necesarias de su ejercicio, ¿no es traducir con altura y dignidad la aspiración hum ana de los corazones y el testimonio universal de las conciencias? N in­ guna violación de hecho podrá afectar al reconocimiento de este derecho inalienable» "3. Yen 1973: «La Santa Sede ofrece su total apoyo moral al ideal com ún contenido en la Declaración universal y tam bién a la profundización de los Derechos del hom bre que allí se expresan. Los de­ rechos del hom bre se basan en su d ig n id a d reconocida de todos los seres hum anos, en su igualdad y fraternidad. El deber de respetar estos derechos es un deber de carácter universal» Juan Pablo II escribe en 1978: «La Santa Sede siempre ha apreciado, alabado y anim ado los esfuerzos de las Naciones Unidas dirigidos a garantizar, de un modo cada vez más eficaz, la plena y justa protección de los de­ rechos fundamentales y de la libertad de la persona hum ana. [...] En el m undo, tal como hoy lo encontramos, ¿qué criterios podemos usar para ver que se protegen los derechos de todas las personas? ¿Qué bases podemos ofrecer como terreno en el que puedan prosperar los derechos sociales e individuales? Indiscu­ tiblemente esta base es la d ig n id a d de la persona h u m a n a [...] Es* 1,5AAS, 62 (1970), pp. 683-687. 1,4AAS, 65 (1973), pp. 673-677. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS I >>־ en esta d ig n id a d d e la persona donde los derechos Im nunos n i cuentran su fuente directa. Y es el respeto a esta d ig n id a d lo que da origen a su protección efectiva» 1'5. En 1979, escribe en la Redemptor Hominis: «En todo caso, no se puede menos de recordar con estima y profunda esperanza para el futuro el magnífico esfuerzo llevado a cabo para dar vida a la Organización de las Naciones Unidas, un esfuerzo que tiende a definir y establecer los derechos objeti­ vos e inviolables del hom bre, obligándose recíprocamente los Estados miembros a una observancia rigurosa de los mismos» ‘16. Y aquel mismo año declara a la Asamblea general: «El docum ento que debe considerarse una verdadera piedra miliar en el camino del progreso moral de la hum anidad: la Declaración universal de los derechos del hom bre. [...] La Declaración universal de los derechos del hombre, que se ha puesto como inspiración de base, com o piedra angular de la Organización de las Naciones Unidas. [...]. La Declaración universal de los derechos del hom bre [...] tiene que seguir sien­ do en la Organización de las Naciones Unidas el valor básico con el que se confronte la conciencia de sus m iem bros y de donde derive su constante inspiración. [...] La Declaración universal de los derechos del hom bre y los instrum entos jurídicos, tanto a nivel internacional como nacional, según un m ovim iento que necesariamente hemos de desear que sea progresivo y continuo, intentan crear una con­ ciencia general de la d ig n id a d d e l hom bre y definir al menos al­ gunos de los derechos inalienables del hom bre [...]. El conjunto de los derechos del hom bre corresponde a la substancia de la156 115AAS, 71 (1979), pp. 121-125· 116 F. G u e r r e r o (ed.j, o. c., I, p . 8 8 5 . 150 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS d ig n id a d d e l ser hum ano, entendido integralmente y no reducido a una sola dimensión» 1'7. Los documentos del magisterio sobre un mismo tema pueden compararse con una fuga de la música clásica (¡la comparación intenta ser respetuosa!); en las variaciones que se suceden, el tema se va desarrollando gradualmente y su riqueza se percibe con mayor claridad. De esta manera, los textos pontificios que hacen una lectura de la declaración revelan el fundamento y la fuente de los derechos humanos: la palabra clave es «dignidad», la dignidad de la persona humana. El mismo preámbulo de la declaración hace men­ ción de ello: «El reconocimiento de la dignidad personal y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana constituyen el fundamento de la liber­ tad y de la paz en el mundo». Llevando el discurso sobre los derechos humanos -en donde uno podría perderse en los aspectos jurídicotécnicos- al nivel más fundamental de la dignidad de la persona humana, se alcanza una base común a todos los hombres, un punto de partida para todo diálogo, un crite­ rio en el que todos pueden reconocerse —¡hasta en la histo­ riografía!—. El tema de la dignidad de la persona humana nos intro­ duce también en la pregunta de de si Dios tiene un papel y cuál es este papel en la historia de los hombres. Es evidente que aquí retomamos el planteamiento teológico de nuestro segundo capítulo. "7AAS, 71 (1979), pp. 1.144-1.160. III. ELEMENTOS H1STORIOGRÁFICOS 151 Dios y la historia de los hombres El punto de partida de nuestras breves observaciones, que se refieren a un problema teológico evidentemente muy complejo, es la dignidad del hombre, del que dice una ora­ ción litúrgica del siglo V "8, todavía en uso en la misa del día de Navidad (forzosamente hemos de citarla en latín): «Deus, qui humanae substantiae dignitatem et mirabiliter condidisti, et mirabilius reformasti, da, quaesumus, nobis eius divinitatis esse consortes qui humanitatis nostrae fieri dignatus est particeps». Este texto, nacido de la fe de la Iglesia, manifiesta que Dios está en el origen de la historia de la humanidad y que intervino de forma absolutamente única, o sea, en la encar­ nación, muerte y resurrección redentora de su Hijo. Pero mu­ chos se preguntan si Dios intervino y sigue interviniendo de otras maneras y en otros momentos: a esta pregunta muchas veces se añade otra: ¿cómo y cuándo actúa Dios? La primera pregunta nos parece más que legítima y la respuesta es positiva. Dios es fiel a su creación; no sólo le dio comienzo, sino que la acción creadora se prolonga en el tiempo y la lleva a su última perfección. Nada sucede sin su voluntad; se habla tradicionalmente de «providencia», pala­ bra no estrictamente bíblica "9; quizás fuera mejor el térmi­ no «presencia». Una presencia que en primer lugar «se colo­ ca en un plano transcendente, que va más allá de nuestra posible experiencia directa»18 118 C . CALLEWAERT, ‘S. Leon le Grand et les textes du Léonien’, en Sacris E rudiri, 1 (1948), pp. 36-164, aquí 105-111; D. M. H OPE, The Leonine Sa­ cram entan, Oxford University Press, Londres 1971, pp. 98-99. J. W R IG H T , ‘P ro v id e n c e ’, e n J. KOM ONCHAK (e d .), The N ew D ictio­ nary o f Theology, G la z ie r, W ilm in g to n 1987, pp. 815-818. L. L a d a r ia , Antropología teológica, UPCM-Università Gregoriana, Madrid-Roma 1983, p. 69. 152 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Pero precisamente el concepto de presencia hace surgir la segunda pregunta: ¿no habrá también una experiencia explícita de la presencia de Dios? ¿Y no habrá que hablar entonces de la intervención de Dios en la historia? La mis­ ma sagrada Escritura parece sugerir que semejante discurso, de intervenciones puntuales y directas, es perfectamente legítimo y que podríamos «reconstruir» la historia de estas intervenciones. En el Éxodo leemos el ejemplo más famoso: cuando Israel deja Egipto, el Señor «atascó las ruedas de los carros, que apenas podían avanzar» (Éx 14,25). ¿Es posible reconocer otras intervenciones de este tipo? La Iglesia corre un gran peligro por causa del emperador romano Teodosio II (408-450) —famoso entre otras cosas por el Codex Theodosianus—, que promovió la herejía del monofisismo; pero a finales de julio del año 450, durante una partida de caza, se cayó deí caballo y murió el 28 del mismo mes. Su sucesor en el trono defendió la ortodoxia. ¿Causó Dios en su providencia aquel incidente de caza? La derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo, en junio de 1815, liberó a Europa de un dictador militar, cuyas guerras -que podrían haberse evitado- habían causado millones de víctimas; pero la derrota no era tan segura; se debió al final a la debilidad de los mariscales Ney y Grouchy, que no mostraron la fuerza y la energía de antaño m. ¿Hizo Dios en su providen­ cia que se nombrara a aquellos comandantes? Voltaire tenía su respuesta: «Dios está con los batallones más fuertes». Está claro que las respuestas pueden ser tantas como pueden ser irreverentes las preguntas que se plantean de este modo (mereciendo una réplica como la de Voltaire). Se pierde de vista que la analogía, que necesariamente condi-12 121 Descripción d e los hechos en L. M A DELIN , L 'histoire d u C onsulat et de TEm pire. X V I: Les Cent-Jours, Waterloo, Hachette, París 1954, pp. 186-285. III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS r. 1 dona nuestro discurso sobre Dios, debe c o i k c I h i nc .1 principio que formuló el concilio Lateranensc IV en I .' I V «No puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y l.i criatura, sin que haya de afirmarse mayor desemejanza״ (DS 806). Dios no es un jugador de ajedrez ni puede con­ cebirse su acción en el plano de las causas segundas, como podría ocurrir con cualquier otra fuerza de las que se cree que mueven la historia: «Es todo el proceso, toda la exis­ tencia de la criatura en cada uno de los instantes, el que de­ pende total y radicalmente de la acción de Dios. Todo cuanto ocurre en el mundo está sometido a esta directa de­ pendencia, que no puede ser reducida al plano de las causas segundas intramundanas, ni puede verse en concurrencia con ellas en un mismo nivel» 122123. El discurso sobre la presencia de Dios en relación con las causas segundas -que hay que hacer con muchas re­ servas—podría moverse sobre el trasfondo de la dignidad del hombre, un don dado por Dios. Según una feliz ex­ presión de Luis Ladaria: «El hombre ha sido creado y al mismo tiempo Dios lo ha hecho "creador". Con su ac­ ción libre el hombre hace que se desarrollen las virtuali­ dades de la naturaleza de una forma que ésta, dejada a sí misma, no podría nunca alcanzar. Si Dios tiene siempre la primacía en las obras de las causas segundas, la tiene también y sobre todo en la acción del hombre. Dios es también el sostenedor de la libertad, no su freno o su limitación» Así pues, todo depende de cómo concebir las relaciones entre Dios y el hombre y aquí podrá ilumi­ narnos la primera encíclica del inolvidable papa Pablo VI, 122 L. L a d a r ia , o. c., p. 69. 123L. LADARIA, ‘Il Creatore’, en R. FISICHELLA (ed.), Catechismo delia Chiesa Cattolica. Testo integrale e commento teologico, Piemme, Casale Monfe­ rrato 1993, pp. 676-684, aqui 682. 154 ■ III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Ecclesiam suam, de 1964 '24. El pontífice habla del origen transcendente del diálogo: «Este origen está en la intención misma de Dios. La religión por su naturaleza es una relación entre Dios y el hom bre. La re­ velación, es decir, la relación sobrenatural instaurada con la hum anidad por iniciativa de Dios m ism o puede ser representa­ da en un diálogo, en el que el V erbo de Dios se expresa en la encarnación y por tanto en el evangelio. El coloquio paterno y santo, ininterrum pido entre Dios y el hom bre a causa del peca­ do original ha sido maravillosamente reanudado en el curso de la historia. La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y teje con el hom bre una admirable y m últiple conversación» Pero quien dice diálogo, dice también respeto de la li­ bertad: «El diálogo de la salvación no obligó físicamente a nadie a acogerlo; fue un admirable requerimiento de amor, el cual, si bien constituía una tremenda responsabilidad de aquellos a quienes se dirigió, los dejó sin' embargo libres para acogerlo o rechazarlo» Quien dice diálogo, implica también una presencia y la posibilidad de influencia de uno sobre otro. La presencia de Dios, si es acogida, no puede menos de cambiar a la perso­ na; al tocar a las personas, Dios toca la historia. Admitiendo la presencia efectiva de Dios en la historia de los hombres, sigue en pie la necesidad de ser reservados al1245* 124AA.S, 56 (1964), pp. 609-659; comentario interesante en ‘«Ecclesiam suam». Première lettre encyclique de P aul V I’, en Colloque international, Rome 2 4 -2 6 octobre 1980, Istituto Paolo VI, Brescia 1982. 125 F. G u e r r e r o (ed.), o. c., I, p. 256. m Ibid., III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁIK :< >S querer puntualizar esos efectos. C u .iik Iu t <li| m <ti)■>!mi ׳qiii< ría ver al Padre, hubo que indicarle que I )ios «i .i visilil·■ m |r sucristo (Jn 14,9); pero en la parábola del jimio iiimus.il m nos concede entender que la presencia real tic ( ’.l isto s! ! s conde en los pobres, en los marginados, en los que sufren (Mi 25,31-46). Pero de esta manera se abre un camino concreto para escribir la historia a la luz de la presencia de Dios; puede constatarse la caridad activa, y también entonces la fidelidad, la generosidad, el coraje. Por consiguiente, podemos y debe­ mos hablar una vez más de la historia de la Iglesia. Una vez más: la historia de la Iglesia El concilio Vaticano II nos ha enseñado a descubrir lo que hay también de positivo fuera de la Iglesia católica. En la declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra Aetate se afirma: «La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y san­ to. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas ve­ ces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a to­ dos los hombres» (n. 2). Y a continuación: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» (n. 3); «este sagrado Concilio recuerda el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abrahán» (n. 4). El texto valiente de Adgentes 22 ha sido ya citado. En un estudio muy concreto Francis 156 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS Sullivan muestra cómo ha sufrido un profundo cambio el famoso proverbio «extra Ecclesiam nulla salus» ‘27. Pero la Iglesia sigue siendo el lugar de gracia privilegia­ do, al servicio por otra parte de toda la humanidad. La historia de la Iglesia es sobre todo una historia de gracia; gracia aceptada, gracia rechazada. El modo de escribir la historia debería verse condiciona­ do por ello: debe ser en primer lugar la historia de todos los creyentes y de su vida de fe, esperanza y caridad, tal como se expresa litúrgica, social e intelectualmente. La historia de las estructuras -que es indispensable- se mueve siempre en una segunda dimensión. La aceptación o el rechazo de la gracia es el criterio de los juicios morales que hay que dar (evidentemente, siem­ pre con cautela; el juicio final no nos corrresponde a noso­ tros); se podrá constatar en una serie de casos si cada uno de los creyentes, o las comunidades, o la misma Iglesia, han seguido su vocación o han fallado a la misma. La pregunta sobre la dirección de la historia de la Iglesia no necesita plantearse: es un dato de fe que la historia en general y por tanto la historia de la Iglesia- se mueve hacia su cum­ plimiento. Algún día llegará el fin. Pero no está claro si el cumplimiento será la consumación de un crecimiento continuo o más bien una ruptura con una situación de una gran crisis fi­ nal. La historia de la Iglesia puede concebirse como un desarro­ llo, pero quizás no necesariamente como un progreso. Dios no estaba menos presente con Ignacio de Antioquía que como lo estuvo con Ignacio de Loyola. El desarro­ llo del dogma es una realidad de la inteligencia; no se puede decir que los primeros mártires tuvieran un conocimiento127 127 F. SULLIVAN, Salvation Outside in the Church? Tracing the H istory o f the Catholic Response, Paulist Press, Mahwah (NY) 1992. III. ELEMENTOS I IIS l e)UH >c.!(Al l· ! >־. IV inferior del misterio de Dios (|iic los i<-olo}v>|i i|iic IiiiiiimU ron, en presencia del emperador t !onst,minio, ni mi | i| ii| i| m cómodo palacio, el Credo de Nicea. Parece legítimo hablar, si no de un progreso, al menos de un enriquecimiento a lo largo de la historia de la Iglesia: mi i quecimiento espiritual, enriquecimiento del que no siempie se han «aprovechado» todos los cristianos (por eso, mis vale no hablar de progreso). El enriquecimiento proviene de m u­ chos, pero lo que queremos decir se comprende todavía mejor mencionando los nombres de algunos grandes. ¿Qué seríamos nosotros hoy como Iglesia si no hubieran existido un Ireneo, un Basilio, un Agustín, un Gregorio Magno, un Francisco de Asís, una Teresa de Ávila, un Ignacio de Loyola, una Teresa de Lisieux? Una lista como ésta -se trata sólo de algunos ejemplos—premia en la tradición de la historiografía clásica profana a los grandes; pero frente a la historiografía clásica eclesial indica un desplazamiento de las estructuras a la espiri­ tualidad. Y es quizás en la espiritualidad donde se podría ha­ ber encontrado el terreno para la estructuración de la historia de la Iglesia. Una espiritualidad, aunque tenga a un «grande» como punto focal, por su definición es una realidad comuni­ cada con otros, también con los llamados «pequeños». La historia de la Iglesia concebida según este ritmo, podría ser siempre la historia de todo el pueblo de Dios. Pero para este planteamiento historiográfico sería necesario que la historia de la espiritualidad ofreciese algunos elementos capaces de identificar a los diversos periodos. Consultando dos recientes historias de la espiritualidad ‘28, hay que constatar que se sigue128 128V. G r o s s i - L. B o r r i e l l o - B. S e c o n d i n (eds.), Storia della spiri­ tualità, Borla Città di Castello 1983; 8 vols.; L. BOUYER - E. ANCILLI (eds.), Storia della spiritualità, Dehoniane, Bolonia 1984-1993; se trata de una nue­ va edición más completa de una serie que comenzó L. Bouyer por los años 60; al español se ha traducido el I voi.: A. BO NO RA (ed.), E spiritualidad del A ntiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1994. 158 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS una subdivisión «externa» según un esquema muy tradicional: la espiritualidad del Antiguo Testamento, la del Nuevo Tes­ tamento, la de los Padres, la de la Edad Media, la de la Re­ forma católica, la de la edad moderna, la del siglo XVIII, la del siglo XIX, la de la edad contemporánea. En este sentido ape­ nas se supera al buen Pierre Pourrat y su clásico La spiritualíté chrétienne 129. Es decir, se repite grosso modo un esquema que nació en el siglo XVII, gracias a Chr. Keller. ׳La historiografía eclesial reciente podría darnos una indi­ cación de cómo dar más contenido a los criterios de la sub­ división. Escuchemos la voz autorizada de August Franzen: «(...) tam poco se puede derivar de la naturaleza de la Iglesia una forzosa división en periodos, pues en ninguna parte de la revelación bíblica se dice por qué grados y formas ha dé realizar­ se el plan salvífico divino; la acción interna y gratuita del Espíri­ tu Santo no se puede m edir ni determ inar, aun cuando la co­ nozcamos por sus efectos. Sólo queda, pues, un esquema divisorio que pueda fundarse en teología dentro del horizonte "Iglesia y m undo", y más concretam ente en el m odo com o la Iglesia ha cumplido su misión divina en este mundo» 130 Karl Rahner ha.sugerido brevemente un esquema de subdivisión en esta línea, constatando que la subdivisión en edad antigua, edad media y edad moderna no nos ofrece un esquema teológicamente suficiente para trazar la historia de la Iglesia. Escribe lo siguiente: «Bajo el aspecto teológico existen en la historia de la Iglesia tres grandes épocas, la tercera de las cuales apenas ha comenzado y se ha manifestado a nivel oficial en el Vaticano II. El prim er 129 Primera edición en 4 vols.: Lecoffre, París 1917-1928. 130A. FRANZEN, ‘Iglesia, historia de la’, en SM, 3, pp. 634-670, aquí 653. III. ELEMENTOS HISTORIÓGRÁFICOvS I v> periodo, breve, fue el judeo-cristiano; d segundo, rl dr l.i I| ׳Ii ׳m ,i existente en áreas culturales determinadas, esto es, rn rl aíra <lr| helenismo y en el de la civilización europea. El tercer periodo se caracteriza por el hecho de que todo el m undo constituye, cu 1( nea de principio, el espacio vital de la Iglesia. Estos tres perio dos, que indican tres situaciones fundamentales, esenciales y distintas entre sí en el cristianismo, de su predicación y de su Iglesia, pueden naturalm ente subdividirse a su vez de manera m uy profunda; así, por ejemplo, el segundo periodo contiene las cesuras constituidas por el paso de la antigüedad a la edad me­ dia, y el de la cultura medieval a la época del colonialismo euro­ peo y de la ilustración ...» m. Tres observaciones respecto a esta propuesta. Puesto que el primer y el tercer periodo son muy breves (el último al menos por ahora), tenemos prácticamente para la historio­ grafía el esquema tradicional. El criterio de la primera cesura es teológico y no sola­ mente histórico-cultural: renunciando a la circuncisión, al sábado, a Jerusalén (sustituida por Roma), teológicamente se da una nueva situación; el segundo nos parece no tanto teológico, sino más bien cultural. Seguimos, sin embargo, a Rahner en la constatación de que el Vaticano II marca una cesura, pero por otra razón. Franzen prefiere —junto con otros muchos—la subdivi­ sión en cuatro partes propuesta por Jedin: 1. La Iglesia dentro de la esfera cultural helenístico ro­ mana (siglos I al V il); 2. La Iglesia como fundamento de la comunidad de los pueblos cristianos occidentales (por el 700 hasta el 1300);* 131 K. RAHNER, ‘Interpretazione teologica fondamentale del Concilio Va­ ticano II’, en Sollecitudine p er la Chiesa. N u o vi saggi V ili, Paoline, Roma 1982, pp. 343-361, aqui 351-352. 160 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS 3. La disolución del mundo cristiano occidental y el pa­ so a la misión del mundo (1300-1730); 4. La Iglesia en la edad industrial (siglos X IX y X X ) '32. El criterio en este caso es el cambio socio-cultural (¡en occidente!). Estamos de acuerdo en que toda nueva cultura significa un reto también para la teología, pero en este cri­ terio sigue habiendo algo externo. Se podría intentar la propuesta de un esquema distinto, más teológico y con un posible puente hacia la historia de la espiritualidad. Partimos de la sugerencia de fundar la subdivisión en la relación que se da entre la Iglesia y el mundo, pero teniendo en cuenta la visión teológica de la Iglesia respecto a ese mundo. Si no nos equivocamos, po­ dríamos tener estos cuatro periodos: I. Hasta el 400: la Iglesia que vive la nueva realidad de Cristo mantiene sus distancias frente al mundo, que por su parte persigue a la Iglesia (en los primeros siglos la Iglesia no pide por la conversión del emperador, sino sólo por su bienestar, y no se imagina una evangelización de las estruc­ turas). II. Del 400 al 1800: entre la Iglesia y el mundo se da una casi completa identidad, donde sólo queda poco espa­ cio, muy marginal, para lo que no es cristiano: un espacio que solamente en vísperas de la Revolución francesa de 1789 comienza a crecer. Dentro de este periodo es posible una subdivisión: II A: 400-1000: dominan el emperador y los reyes; II B: 1000-1500: domina la Iglesia (papa, obispos, clero); II C: 1500-1800: domina el estado absoluto. 132 A . FRANZEN, ‘Iglesia, historia de la’, o. c., pp. 653654־. III. ELEMENTOS I IIS־I OKU X .I1AI1( < H .l III. Del 1800 .11 1000; 1.1 lgl«M.1 sr « i i i i i m h h frente al mundo, que· ־וסיןsu p.nii· (ni los ! וי וido* |||ן»»יttlt·· con una herencia jurisdinion.ilisi.1) Iih 11.1 m h i i i .i l»1 Iglt'iiU La Iglesia sueña con el periodo II 0. IV. A partir del Vaticano II: la Iglesia m· nunui ni «I mundo, como una instancia crítica, para podn <l»-s.11111.1•·י lo que es positivo y sanar lo que es negativo. Esta propuesta es sólo un intento. Se perciben iumedia tamente algunos problemas, como una división en dos del periodo de los Padres de la Iglesia y la difícil colocación de la reforma. Pero sigue siendo un estímulo para concebir la historia bajo este aspecto y para ver las diversas espiritualidades como otras tantas reacciones ante los cambios en las relaciones entre la Iglesia y el mundo, estímulo que procede claramente del concilio Vaticano II, que supone un giro tan decisivo. Nunca hasta entonces había dicho un documento oficial: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hom bres de nuestro tiem po, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y an­ gustias de los discípulos de Cristo. N ada hay verdaderamente hum ano que no encuentre eco en su corazón. La com unidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntim a y real­ m ente solidaria del género hum ano y de su historia» (GS 1). Por eso la historia de la Iglesia debe escribirse de nuevo, no sólo a la luz de la Lumen Gentium, sino también de la Gaudium et Spes. Ìndia־ 7 Siglas::...................................................... ״ I I 1' J .,״ ! ' ]1 ' 9 Introducción .................... ,.......... .......... I I. ESTATUTO JURÍDICO Y RAÍCES HISTÓRICAS ... D · i , ■ L' 1 11 ־ 11 La legislación vigente y sus raíces en el Vaticano II............... ׳׳17' Las disposiciones preconciliares 1. ״......׳.j................................ . ' ‘ u ( n f' LI | La génesis del tratado: historia y motivación.......................... 20 ' Tratado reciente, disciplina antigua..............................·.......... „ ra , ,I. 24 II. FU N D A M EN T O S T E O L Ó G IC A S ....,...... ...............־ 31 1 ' 11 ' (1 '׳ ׳ Historia de la Iglesia y formación teológica ..................... . fI 31 L a h isto ricid a d de la r e v e l a c i ó n .................!................... 32 L a h isto ricid a d de la teología .................................................. 34 L a acogida d e las categorías históricas y nuevos m étodos teológicos .................................... ............................................... 49 E l estudio de la h istoria y e l progreso teológico .............. ........ 68 Historia de la Iglesia ynformación sacerdotal.......................... 79 III. ELEMENTOS HISTORIOGRÁFICOS..................... ״. La persona del historiador........................................................... n La historiografía: un producto humano................................. La individualidad del historiador........................................... La socialidad del historiador................................................... E l historiador católico de la Iglesia.......................................... Las fuentes de la historiografía................................................... La cantidad de las fuentes como condicionamiento.............. E l carácter de las fuentes como condicionamiento................. La técnica de la lectura como condicionamiento................... Las estructuras de la historia...................................................... Continuidad y discontinuidad................................................ El proceso de la historia........................................................... Un único criterio común: la dignidad de toda persona hum ana..................................................................................... ’ i n Dios y la historia de los hombres............................................. Una vez más: la historia de la Iglesia..................................... IV. INDICACIONES BIBLIOGRÁFICAS........................... Obras de resumen y de orientación........................................... Obras sintéticas para la información de un público culto ... Obras sistemáticas, orientadas más bien a la investigación . Algunos instrumentos...‘...............................................................