Semana 1ª Adviento B

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Discipulado de la Palabra
Primera semana de Adviento
M. Newman, “Rose bud” (Acuarela) 2014
“Oh Jesús, que vives en María,
ven y vive en tus servidores
con tu espíritu de santidad,
la plenitud de tu poder,
la realidad de tus virtudes,
la perfección de tus caminos,
la comunión de tus misterios,
y domina todo poder enemigo
en la virtud de tu Espíritu
y para gloria de tu Padre.
Amén
(J.J. Olier)
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Para vivir el tiempo del Adviento como discipulado de la Palabra
El ejercicio de la Lectio Divina durante los tiempos “fuertes” del Adviento y de la
Navidad, se ve enriquecido por la exquisita selección de pasajes bíblicos que la Iglesia
pone a nuestra consideración. Por eso ene esta ocasión, para no perder migaja, las
orientaciones que damos para captar los elementos más sobresalientes de cada página
son más extensos que lo habitual.
Eso sí, se mantiene el estilo esquemático, ya que lo más importante es la lectura de la
Biblia misma. Este itinerario es la herramienta, no el alimento. La herramienta intenta
ayudarnos a gustar y sacar provecho en la lectura orante de la Biblia. Sólo el contacto
atento y orante con cada texto nos abrirá las puertas de nuevos conocimientos,
interpelará nuestro proyecto de vida, hará que mane un torrente vivo de oración y nos
dará el nuevo impulso que necesitamos para escoger los caminos de vida del Señor.
Este tiempo de Adviento es “tiempo especial” porque invita a una mayor reflexión para
acoger en el corazón un misterio que es presencia divina y que es palabra de profundo
contenido. Vale la perna, por eso, que nos regalemos un poco más de tiempo para este
ejercicio ―personal y comunitario― de la lectura orante de la Biblia.
Antes de comenzar a hacer el itinerario de la Palabra en esta ocasión, permítanme que
les comparta algunas breves ideas orientadoras.
Tres certezas
Durante este tiempo, la Palabra de Dios nos llama a vivir de manera concreta lo
característico de nuestra esperanza cristiana: la venida del Señor.
Vivimos esta esperanza dentro de un entretejido de tres certezas que podemos expresar
así:
(1) El Hijo de Dios ya vino al mundo en la bendita encarnación de Jesús, este es el
fundamento de toda esperanza.
(2) Jesús regresará en su Gloria al final de los tiempos, y por eso lo esperamos diciendo
“¡Maranatha; Ven Señor Jesús!”.
(3) Jesús continúa haciéndose presente en el mundo y cada persona, en la Palabra, en los
sacramentos y en la vida de la comunidad; en estos signos concretos de su presencia
tratamos de reconocerlo y acogerlo. Jesús es ahora y siempre el “Dios-con-nosotros”.
Las lecturas bíblicas estarán enfocadas hacia la dinámica espiritual, celebrativa y de
compromiso que suscita la venida del Señor.
Entrar en el “Misterio”
La contemplación de la venida-presencia de Dios entre nosotros está centrada
históricamente en la encarnación y nacimiento de Jesús, cuyo culmen es el misterio
pascual, donde nuestra carne es redimida con su sangre redentora y en su resurrección
nos da la posibilidad de vivir como nuevas creaturas.
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En sintonía con esta realidad, el itinerario bíblico nos irá conduciendo pedagógicamente
para entremos por la puerta del “misterio de la navidad”, ese espacio humano y divino
en el cual el Hijo de Dios asume nuestra humanidad. ¡Qué maravilla! Dios se humanizó
en la naturaleza de un hebreo pobre que se hizo humilde siervo (ver Filipenses 2,5-8),
para que al manifestarse en la tremenda cercanía de nuestra carne (ver 1 Timoteo 3,16;
1 Juan 4,2), pudiera abrazarnos y amarnos con corazón humano.
Al llamar a la navidad “misterio” queremos decir que no se trata de un simple
acontecimiento histórico del cual celebramos el aniversario. El “misterio” indica una
profundidad que sólo la fe está en capacidad de captar, porque allí Dios está obrando y
realizando su plan de amor salvífico con la humanidad.
El itinerario bíblico nos llevará a vivir el “misterio de la navidad”, con su preparación
de cuatro semanas en el Adviento, de una manera diferente. Mientras otros están
preocupados por la parte externa de la fiesta, nosotros ―los millares de lectores de la
Biblia― buscamos su significado en la Palabra de Dios y tratamos de poner nuestro
corazón en sintonía con las bendiciones que nuestro amado Dios nos quiere ofrecer. En
otras palabras, la Navidad es un tiempo de alegría, pero nosotros buscamos, por los
caminos de la Palabra, la fuente de esta alegría.
Llenos de “temor”
La mejor disposición para vivir el adviento es el santo temor. El “temor” no es el miedo
ni una emoción pasajera, es una manera de comprender en profundidad. El temor nos
vacuna de las búsquedas superficiales y de la impaciencia que quien sólo quiere recetas
espirituales que le eviten la fatiga del camino de la fe. Dijo una vez el pensador hebreo
Heschel que el temor de Dios nos permite “captar en el fluir de lo transitorio el silencio
de la eternidad”.
La santísima Virgen María recibió así el anuncio del nacimiento del Salvador (Lc 1,2930) e invitó a todos a recibirlo de esa misma manera, “su nombre es Santo y su
misericordia es eterna para aquellos que le temen” (Lc 1,50).
Entrar en el “misterio” implica abrirnos de todo corazón a esa poderosa carga de estupor
y de gozo que toca las fibras más íntimas de nuestro ser.
Los personajes del Adviento y de la Navidad, según el Evangelio, están ahí para
ayudarnos ―con las actitudes y procesos que los escritores bíblicos les captaron― a
encontrar un camino de acceso al misterio. Como lo notaremos poco a poco, las lecturas
que vamos a abordar nos señalarán pequeñas internas del corazón para que captemos en
medio de los acontecimientos las sutilezas de Dios y recuperemos nuestra capacidad de
maravillarnos ante la inmanencia del Trascendente.
Y lo haremos poniéndole a nuestra oración un ingrediente importante para quien se
aproxima a las manifestaciones de Dios: el “temor” (veamos el temor de Zacarías, Lc
1,12; de María, 1,30; el temor del pueblo en el nacimiento de Juan, 1,65; el temor de los
pastores en la noche de navidad, 2,9).
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Las rutas del itinerario
Recordemos que el propósito de estas páginas no es hacer moniciones litúrgicas de
todas las lecturas que aparecen en el leccionario, ni mucho menos decir cómo se debe
hacer la aplicación a la vida de cada una de ellas; cada persona y cada comunidad
―bajo la orientación de sus pastores― está llamada a discernir las mociones del
Espíritu para su contexto existencial y social particular. Lo que aquí se busca es más
bien ayudar en la apropiación de cada Palabra, que es como una semilla que hay que
sembrar con cuidado y amor. Por eso en el itinerario le damos prioridad a la calidad
sobre la cantidad.
¿Qué encontraremos durante el tiempo del Adviento?
En las lecturas de los días de semana ―excepto la solemnidad de la Inmaculada
Concepción y la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe― el itinerario pasará por tres
etapas:
(1) Del 1º al 10 de diciembre, haremos la lectura de una selección de profecías
mesiánicas de Isaías. Estas profecías nos pondrán a soñar con los sueños de Dios para la
humanidad, rescatarán nuestras esperanzas y nos enseñarán a vivir siempre vigilantes en
la espera del Señor. Para estos días privilegiaremos la primera lectura y daremos una
breve indicación sobre cómo ésta se conecta con el evangelio.
(2) Del 11 al 16 de diciembre, seguiremos leyendo la primera lectura de cada día.
Encontraremos textos diversos de Isaías, Eclesiástico, Números y Sofonías; todos ellos
seleccionados para acompañar la serie pasajes evangélicos que tratan de Juan Bautista,
el último de los profetas, personaje clave en la preparación de la venida del Señor (los
litúrgos dicen que estos días hay como un pequeño “tiempo de Juan el Bautista”).
(3) Del 17 al 24 de diciembre, la semana especial de preparación inmediata para la
Navidad, nos centraremos en los textos evangélicos de cada día, los cuales nos
conducen por la lectura rigurosa, continua y completa de los acontecimientos previos a
la navidad como aparecen en el primer capítulo de Mateo y de Lucas respectivamente.
Sugerencias prácticas
Para sacar mejor provecho de estas sencillas pistas de lectura recomendamos vivamente:
Interioridad. Es importante que cada uno saque un tiempo especial para la lectura y la
oración de la Biblia durante todos estos días. En medio del ajetreo busquemos espacio
para la soledad y el silencio que favorezca el cultivo de la interioridad.
“Lectio” en Familia. También invitamos a todos los lectores a ejercitar la “lectio
divina” en familia. Este tiempo lo favorece. No olvidemos que el lugar primario de la
Palabra de Dios es la comunidad y que la primera comunidad es la familia. La Palabra
compartida con aquellos que amamos traerá muchas bendiciones al hogar.
Retiro espiritual. El mes de diciembre es tiempo de evaluaciones, balances y síntesis de
un año intensamente vivido. Proponemos buscar un espacio especial para hacer un retiro
espiritual, según el tiempo lo permita y en el lugar en que sea posible. Y, ¿qué mejor
tema de base que el que nos propone la misma Palabra de Dios? Se sugiere la “lectio
divina” de uno de los textos del mes (todos son muy ricos).
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Solidaridad. Y puesto que el itinerario bíblico debe llevarnos a itinerarios de
compromiso que vamos descubriendo en la escucha de la Palabra, no olvidemos llevar a
la práctica la Palabra en el ejercicio de la caridad. En Adviento y Navidad debemos
hacer algún gesto de solidaridad con los hermanos más pobres. ¿De qué serviría que
armáramos espléndidos pesebres y bellos alumbrados o que expongamos artísticamente
al “Niño Dios”, si después dejamos a la intemperie a los “Niño Dios” en carne y hueso
que están en nuestros pueblos y ciudades? Recordemos la Palabra de Jesús: “Cuanto
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo
25,40).
A todos los buscadores de Dios por los caminos de su Palabra, única Palabra que tiene
la capacidad de hacerse carne en nuestra carne, ¡buen camino de adviento!
P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm
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Primera semana de Adviento
LUNES
Un pueblo congregado que inaugura un nuevo tiempo
Isaías 2,1-5
“Casa de Jacob, andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh”
Isaías pone en nuestra boca una canción. Comenzamos el tiempo del adviento con el
propósito de dedicarle un poco más de espacio a la escucha de la Palabra de Dios,
expresando nuestro deseo tal como lo canta el pueblo que sube alegre la montaña del
templo: “Subamos... para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus
senderos” (Isaías 2,3).
La voz del profeta Isaías, predicador de la esperanza en el siglo VIII aC, resuena para
remover las conciencias y dar una nueva visión del proyecto de Dios en el mundo. Sus
profecías nos educarán durante el adviento para vivir el itinerario que va de la oscuridad
a la luz, esto es, de las tinieblas de los miedos, sufrimientos y angustias que causa el mal
en la humanidad, a la revelación luminosa de la obra poderosa que Dios realiza con la
llegada del Mesías.
Un rápido diagnóstico de la realidad que vivimos, nos lleva a decir que uno de los
grandes anhelos de la humanidad es la paz. El mundo en el que vivimos es conflictivo.
Sobre esta oscuridad de la guerra, de la división, de la violencia, de la destrucción de
personas y del medio ambiente, la palabra profética de hoy arroja toda su luz de
esperanza: “¡Ven pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!” (v.5).
Veamos algunos aspectos destacados de esta profecía isaíanica:
1. Una nueva convocación de la humanidad para pensar la historia desde otro
punto de vista (2,2-3ª)
La profecía isaiánica abre ante nosotros un hermoso paisaje: el de un monte firme que
domina todo el panorama en el que de repente se notan ríos humanos que lo escalan
procesionalmente por todos sus costados (v.2).
Los peregrinos no son únicamente los israelitas (ver el v.5) sino la humanidad entera:
“Confluirán a él todas la naciones y acudirán pueblos numerosos” (vv.2c y 3ª).
El punto de convergencia de todo este movimiento es Sión coronado por el Templo del
Señor. Desde esta altura geográfica y espiritual se ve el mundo con los ojos de Dios y
no desde los intereses egoístas humanos.
2. El canto de los peregrinos: el deseo de aprender la Palabra de Dios (v.3)
Comienza entonces la canción con la que los peregrinos se animan unos a otros en el
caminar: “Vengan, subamos...” (v.3).
La frase expresa el propósito del viaje, o mejor el sentido de la irresistible atracción que
este monte ejerce sobre ellos. El camino ascensional está impulsado por el deseo de ser
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educado por Dios y de iniciar una nueva vida según sus criterios, escuchando y viviendo
su Palabra. Esto es lo que el profeta llama “seguir sus senderos”.
3. Las divergencias se vuelven convergencia en el proyecto común del crecimiento
de todos en fraternidad (v.4)
Llegamos al momento sublime en el que se ve el efecto de la subida para aprender la
Palabra de Dios: los ríos humanos se convierten entonces en un solo pueblo que
reconcilia sus divergencias.
Hay un doble movimiento. La atracción hacia Dios, expresada en la subida a la
montaña, se vuelve luego irradiación hacia el mundo. La gente que baja la montaña ha
vivido un cambio que proyecta por doquiera que va: ahora se siente pueblo en
comunión, que a diferencia de la antigua Babel (ver Gn 11,1-9), está unido
• por la experiencia de Dios, vivida en la obediencia a su palabra, y no por la
soberbia humana que excluye a Dios del proyecto de vida,
• por la comprensión entre sí y no por la fragmentación de los que tercamente
defienden sus propios proyectos,
• por la paz y no por las alianzas para la guerra
• por el crecimiento de todos por igual y no por la competencia que genera
dominaciones.
En el monte se vuelven comunidad. Para ellos la historia se convierte entonces en un
camino hacia la plenitud de vida que supera las contradicciones históricas del
exterminio entre los adversarios; es el camino de una comunidad que trabaja
mancomunadamente para producir los recursos que necesita para su bienestar.
Este pueblo unido por la experiencia de la Palabra camina, como en una gran marcha de
la vida hacia una nueva ascensión que ya no es geográfica sino espiritual. Bajo el juicio
de Dios, se hacen alianzas (v.4ª) ya que encuentran motivos para entenderse y generar
proyectos comunitarios que promueven la vida y el desarrollo de todos (v.4bc). La
justicia de Dios genera la paz.
El profeta describe con fuerza la nueva realidad de la comunidad señalando dos grandes
acciones (v.4bc):
• “Espadas” se vuelven “azadones” y “lanzas” se vuelven “podaderas”. Esto
es, se transforman los instrumentos de exterminio, de muerte, en
instrumentos de trabajo comunitario de la tierra que generan el alimento que
sostiene la vida. Los azadones son útiles para los trigales y las podaderas
para las viñas, de donde resulta el pan y el vino, alimentos básicos para la
vida y la comunión familiar.
• “No se levantarán contra... No se ejercitarán en la guerra”. Es decir,
acuerdan no destruirse nunca más entre ellos mismos, ni dar espacio para los
campos de entrenamiento militar.
Este es el nuevo pueblo que ya desde el Antiguo Testamento comenzó a cantar:
“Caminemos a la luz del Señor” (v.5). Un pueblo que no camina a la luz de los
intereses mezquinos que están a la base de todas las confrontaciones, sino a la luz del
proyecto de Dios que es el del crecimiento comunitario basado en la hermandad.
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Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 8,5-11)
La comunidad, que sólo es verdadera cuando se construye sobre la base de la Palabra y
los proyectos comunes de vida, es un don que Dios quiere hacernos hoy en Jesús, el
Mesías. En torno a Jesús y a su Palabra es posible dicha comunidad.
El Evangelio, que leemos en Mt 8,5-11, nos presenta en la búsqueda de Jesús por parte
del centurión romano el primer paso en firme de uno que empieza a subir el monte de la
justicia y la paz. Se trata de uno que viene de lejos en todos los sentidos, de uno que le
ha hecho el juego a la guerra, al sometimiento imperial de los pueblos, aprovechándose
de los otros. El centurión es un peregrino que viene en busca de palabra de Jesús que
sana. Frente a Jesús, incluso, supera la divergencia entre patrón y criado. Con el paso
de la fe ha peregrinado hacia el centro de convergencia que es el Reino de los Cielos,
que ha irrumpido en la persona y el ministerio de Jesús.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
La primera realidad mesiánica es el de un pueblo que se hace mesiánico al volver a
escuchar la Palabra, para dejarse congregar y guiar por el proyecto de Dios; un
pueblo en el que caben todos los pueblos y se reconcilian todas las diversidades; un
pueblo que aprende el leguaje común de la fraternidad y la solidaridad.
1. ¿Cómo es mi vida comunitaria en la familia, en mi sector, en mi barrio, en mi
parroquia? ¿Puedo decir que el ambiente en el que vivo mis relaciones es el de una
comunidad mesiánica?
2. El Adviento nos prepara para la acogida de la “Palabra” que se “hizo carne” en Jesús.
Releyendo el texto de hoy, ¿Qué busco en Dios y particularmente en la persona de
Jesús? ¿Qué sucederá si todos los buscamos?
3. En nuestra sociedad hay gente que muere de hambre, pero al mismo tiempo se
invierten grandes cantidades dinero en las armas. ¿Qué enseña la profecía de hoy al
respecto?
4. ¿Qué voy a aportar, desde lo que personalmente me corresponde, para que en este
mundo globalizado y neoliberal le apuntemos a una comunión de las economías y a una
transformación -para el servicio social- de las tecnologías, de manera que haya recursos
para el crecimiento de todos y nadie muera de hambre?
“Es capaz de creer en el Reino de Dios solamente quien está en camino, quien ama al
mismo tiempo la tierra y a Dios” (Dietrich Bonhoeffer)
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Primera semana de Adviento
MARTES
Segunda realidad mesiánica: el Mesías que viene
Isaías 11,1-10
“Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará”
¿Se imagina Usted el hermoso espectáculo de una vaca y una osa que se vuelven
comadres o del lobo y el cordero que, después de larga enemistad, llegan a ser amigos?
La visión profética de Isaías, que leemos hoy, tiene la osadía de ver el mundo así: a los
viejos enemigos, de los cuales alguna vez pensamos que jamás llegarían a cambiar de
actitud, de repente los vemos hacerse amigos, aprendiendo una sana y fructífera
convivencia. Es el sueño de la reconciliación, de la paz definitiva, de la humanidad
querida por Dios.
Este sueño lo realiza el Mesías: “Saldrá una rama del tronco de Jesé” (11,1). En él
retoña ―después de largo tiempo de aridez por el invierno o quizás por una tremenda
sequía―, como un árbol, una nueva humanidad. En el Mesías, Dios retoma desde la
raíz su proyecto sobre el mundo. ¡Su venida nos devuelve la esperanza del fin de las
guerras e inaugura el nuevo proyecto de humanidad!
¿Cómo podremos contemplar la venida? Sigamos el hilo de la profecía isaiánica:
El v.9 nos da una pista que conecta muy bien con la invitación que recibimos ayer para
subir al Monte Sión: “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi monte santo”
(11,9). Desde el monte consagrado por la presencia de Dios, en comunión con Él, se ve
cómo hace surgir el mundo nuevo que a veces no conseguimos vislumbrar.
Subiendo junto con el profeta Isaías contemplamos asombrados este espectáculo:
• sobre la tierra semiárida de Palestina el paisaje vegetal, cósmico y humano se
transforma: primero un tronco retoña (11,1),
• luego soplan los vientos desde los cuatro puntos cardinales; éstos ya no pasan
derecho sobre el árbol sino que se posan sobre el retoño comunicándole su
vitalidad (11,2),
• con esta fuerza el retoño se levanta y le hace justicia a los pobres de la tierra
(11,3-5),
• entonces la justicia genera paz y reconciliación entre los irreconciliables de la
tierra (11,6-9),
• finalmente, el retoño (que es el Mesías) ―y no sólo el monte Sión― se vuelve
estandarte que responde a las búsquedas de todos los hombres de la tierra
(11,10).
Detengámonos en cada uno de estos cuadros:
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1. Del tronco de Jesé brota un retoño (11,1)
La promesa de Dios vivifica la cepa de la historia de la salvación. Los orígenes del
Mesías descendiente de David son humildes, pero hay que ver en él la obra de Dios. El
viejo árbol no ha muerto, la savia ―la fuerza de la vida― es perenne, aun cuando no se
note, ella siempre ha estado ahí y Dios la vuelve a manifestar.
2. Los cuatro vientos de la tierra se posan sobre el retoño de David (11,2)
Los vientos simbolizan el Espíritu de Dios que unge al Mesías. Se trata del Espíritu que
hizo posible la creación (ver Génesis 1,1-2) y que suscitó líderes para Israel (ver
Números 11).
Su don es cuádruple, número que hace referencia a una realidad completa:
• es el mismo Espíritu del Señor;
• es Espíritu de sabiduría e inteligencia: éste le da al Mesías la capacidad de
percibir la realidad como Dios la ve, con mirada de justicia y de verdad; esto es
lo primero que necesita un líder;
• es Espíritu de prudencia y valentía: se trata del criterio para el buen gobierno
y del valor para emprender grandes acciones que implica su alta
responsabilidad, ya que no es suficiente ver lo que hay que hacer sino que es
necesario, ante todo, ponerse en acción sacando adelante los proyectos;
• es Espíritu de conocimiento y temor del Señor: el líder obra con una actitud
de humildad profunda ante Dios, porque es el Señor quien verdaderamente lo
sabe y lo puede todo.
3. Surge en medio del pueblo un líder íntegro y justo (11,3-5)
Cuando entra en acción, el Mesías se pone del lado del desprotegido, de aquél a quien
les son negados sus derechos. Su criterio de juicio no son las habladurías. Él, con la
fuerza de su palabra pondrá en evidencia al culpable y hará justicia poniendo en su sitio
a los que hacen imposible la paz, los que siempre están generando división y
discriminación porque actúan según sus intereses. Una vez que lo logra, se reviste
solemnemente con las insignias reales de la justicia (“Justicia será el ceñidor de su
cintura”) y la verdad (“Verdad será el cinturón de sus flancos”).
4. La no-violencia se convierte en un estilo de vida dinámico en el que se tejen
relaciones constructivas entre los antiguos (y ancestrales enemigos (11,6-9)
Este nuevo estilo de vida, que ya no depende del impulso natural de venganza o de
dominio sobre el otro sino de una fuerza interna que lleva respetar y amar promoviendo
la vida, se simboliza en la reconciliación de los animales salvajes con los animales
domésticos:
• Los animales depredadores están dispuestos a cambiar de dieta con tal de no
hacer daño.
• En medio de ellos el hombre ―cuya vida está siempre amenazada por los
animales salvajes― aparece como un niño débil e indefenso ante quien las
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fieras, e incluso la más indomesticable de todas, la serpiente, se vuelven mansas
y comparten con confianza sus espacios como en un juego infantil.
Sin cambiar su ubicación en la montaña, finalmente la profecía amplía progresivamente
la visión, como cuando se contempla la amplitud de un océano, para anunciar la
reconciliación del mundo: entre los animales salvajes, entre los a veces no menos
salvajes que son los hombres, y finalmente entre los hombres y Dios: “Nadie hará
daño, nadie hará mal... porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahveh”
(11,9).
5. En el centro de toda esta obra está el Mesías, la “bandera” que buscan los
pueblos (11,10)
La profecía no pierde de vista la persona del Mesías, la “raíz de Jesé”. Él aparece
visible como una “bandera”. En una bella trasposición de símbolos, la “raíz” aparece
también como “bandera” militar, expresión de su vigor y anuncio de su victoria sobre el
mal. Junto al Mesías los pueblos no combaten entre sí sino que se unen a la única
batalla que vale la pena librar unidos: la promoción de la vida y la fraternidad.
También al final, la profecía nos hace ver cómo los paganos que buscaban a Dios en lo
alto del monte Sión (ver la lectura de ayer), ahora lo buscan de manera concreta en la
“raíz de Jesé”, el sucesor de David.
La “morada gloriosa” del Mesías, es el punto de encuentro de todas las naciones
buscadoras de Dios y su justicia. En esta “morada” hay paz y descanso, porque sólo en
Él encuentran reposo, esto es, tienen su realización y plenitud todos los proyectos
humanos.
Y la profecía se realiza en Jesús (Lc 10,21-24)
JESÚS es el MESÍAS que realiza lo anunciado por el profeta. Lo reconocemos por un
detalle: como nos enseña hoy el Evangelio de Lucas, sobre él se posa el Espíritu Santo
con el don del gozo (10,21) y del conocimiento de Dios (10,22). Los pequeños en su
sencillez se abren ante la Palabra que trasmite el “conocimiento” de “quién es el Padre”
y “quién es el Hijo”, la cual les llega por boca de los predicadores. En la Buena Nueva
de Jesús se realiza lo que el profeta Isaías anunció pero no vio y lo que los gobernantes
de la tierra quisieron lograr pero no consiguieron.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
La segunda realidad mesiánica es la de la persona del Mesías. En él todo renace desde
la raíz y todas las realidades humanas se ordenan en función del proyecto de vida ―en
un ámbito de hermandad― propuesto por Dios. El camino de la reconciliación que le
devuelve al mundo su vitalidad para crecer juntos comienza con el “conocimiento del
Señor” que trae el Mesías.
1. ¿Qué me dicen los cinco pasos de la profecía de Isaías? ¿Cómo se relacionan con el
despertar, en lo más profundo de mí, de las esperanzas marchitas?
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2. ¿Qué retrato hace la profecía de la realidad que estamos viviendo a nivel nacional e
internacional?
3. ¿Qué relaciones están rotas en mi vida? ¿Tengo interés por restablecer las relaciones
difíciles en este tiempo de Adviento y Navidad? ¿Cuál es el punto de partida que
propone la profecía?
4. ¿En este árbol del mundo qué ramas se han marchitado? ¿Cuál es la buena noticia que
anuncia la promesa profética y de qué manera Jesús la lleva a cabo?
“La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, consiste sencillamente en custodiar nuestra
pequeñez, para que pueda dialogar con el Señor. Custodiar nuestra pequeñez. Para esto,
la humildad, la mansedumbre, son importantes en la vida del cristiano, porque es una
custodia de la pequeñez, a la cual le place mirar el Señor. Y será siempre el diálogo
entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor”
(Papa Francisco, homilía 21.01.14)
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Primera semana de Adviento
MIÉRCOLES
Los signos del Mesías
Isaías 25,6-10
“Este es Yahveh en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su
salvación”
El monte Sión, el lugar de las visiones y de los amplios horizontes, donde se capta lo
que Dios hace y quiere hacer por su pueblo, en el cual convergen las naciones en busca
del proyecto “comunidad” (profecía de anteayer) y en el que el Mesías hace brotar una
nueva vida en la justicia y la fraternidad (profecía de ayer), se convierte hoy en el
escenario de un gran banquete festivo en el que
• Dios, presentado como rey, reparte sus mejores dones (25,6-8)
• la comunidad salvada entona un cántico de victoria al Señor (25,9-10ª).
La obra salvífica de Dios y la liturgia de la comunidad se aúnan en una nueva y
maravillosa escena bíblica. El tema: los signos de los nuevos tiempos que trae el
Mesías. Veámoslos en la lectura profética de hoy.
1. La invitación a la fiesta (v.6)
Dios se presenta con la grandeza de un rey, quien en su magnificencia, durante la fiesta
de su entronización, hace gala de su generosidad:
• la lista de los invitados no tiene límites: “todos los pueblos”,
• el menú es variado, abundante y de la más alta calidad: los manjares son
“frescos” y “suculentos”, los vinos son “añejos” y “seleccionados”.
La cita, como ya dijimos, es en el monte del Señor, allí donde el pueblo se hizo
comunidad y donde, en el conocimiento del Señor, se comenzó a tejer la paz. Ahora se
está dando un paso hacia delante: Dios invita a todos los hombres a hacer de la vida una
fiesta y para ello ofrece sus dones en calidad y abundancia. Dios responde a las
necesidades humanas y no de cualquier forma. Cómo lo muestran los detalles de esta
escena de banquete, todos quedarán satisfechos.
2. Los regalos de la fiesta (vv.7-8)
Ocurre como en la antigüedad: una vez que comienza la fiesta, el anfitrión pasa frente a
los invitados repartiendo sus regalos. Así también es Dios.
Las imágenes de la comida que no se raciona, sumado al hecho de que alcance para
todos, contrasta con el espectáculo habitual de una humanidad en la que se pasa hambre
y los bienes se reparten de manera desigual. Dios viene al encuentro de las esperanzas
humanas y va mucho más lejos de lo que en un primer momento se podría aguardar. Él
no sólo ofrece bienes, sino que sus dones están relacionados consigo mismo y éstos
eliminan las necesidades más profundas del hombre.
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Es tan honda la acción de Dios que la profecía presenta el efecto de sus dones con la
repetición del verbo “aniquilará”. Se aniquilará (1) “el velo que cubre a todos los
pueblos” y la (2) “muerte definitivamente”.
Los regalos de Dios tienen un valor incalculable y son:
• El don de su misma presencia y manifestación (v.7). Con la imagen de un
“velo” que se quita, se quiere decir que se destapa el “rostro” de Dios de manera
que pueda ser conocido. El gesto representa una invitación a la amistad basada
en el conocimiento y al gozo de la contemplación. Nada puede ser mayor que la
relación, en permanente cercanía, con Dios, fuente de todo bien.
• El don de la vida eterna (v.8). Del “velo” de Dios se pasa al “velo” del hombre.
Este segundo “velo” representa el vestido de luto que cubre a los que están
haciendo duelo. Pues bien, Dios lo arranca porque al concederle la vida plena
por medio de la comunión con Él, el hombre ya no tiene motivos para llorar:
“Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros”. Y no se trata
de consuelos pasajeros, porque la muerte, la primitiva maldición (ver Génesis 3),
la mayor contradicción en la historia del hombre, se aniquilará para siempre.
3. Los cánticos de la fiesta (25,9-10ª)
Una vez realizada la comida y recibidos los dones, la comunidad festiva irrumpe
alborozadamente con canciones alegres. Unos a otros se invitan a cantar. Se celebra la
victoria de Dios sobre sus enemigos ―en un difícil combate― representados
simbólicamente en el pueblo de Moab (v.10b). En este enemigo, real en la historia de
Israel, se simboliza todo lo que causa tristeza, dolor y luto en la gente. Es sobre estas
realidades que se proclama la victoria de Dios y de su pueblo.
La letra de la primera canción tiene como tema “la salvación” y dice, en pocas palabras,
que quien era la esperanza ha sido por fin la salvación de su pueblo (25,9). La
comunidad tiene clara conciencia de lo que es la salvación.
Una nueva imagen repunta al final de la letra de la canción y le da un nuevo colorido:
“la mano de Yahvé” (25,10ª). Se trata de la “mano” poderosa del Dios de los ejércitos
(“Yahvé Sebaot”) que combate contra mil manos en la batalla. Los factores
generadores del hambre, del dolor, de la muerte y de la tristeza de la gente son muchos,
pero no son más poderosos que Dios. Curiosamente la ambivalencia del símbolo
muestra al mismo tiempo que la mano que castiga al enemigo es también la mano
tierna, paterna y protectora de Dios que cuida con amor a su pueblo.
Y esta profecía se realiza en Jesús, el Mesías (Mateo 15,29-37)
En el relato de la multiplicación de los panes y de los peces, ocurrido también en un
monte (v.29), Jesús preside la fiesta de la vida que cambia el destino de una humanidad
que sufre (“cojos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros”, v.30), entre los cuales están
los que pasan hambre (vv.32-37). La cantidad y la calidad de los dones de Jesús son
evidentes.
Frente a esta realidad humana, Jesús da pasos concretos: (1) cura y alivia el dolor de la
gente, (2) alimenta “una multitud muy grande” en el desierto, (3) hace recoger las
15
sobras de la cena para que haya siempre comida para todos, incluso para los que no han
estado en la cena.
Tanto en la profecía como en su realización en Cristo, prima lo que Dios “hace” por
nosotros. Jesús transforma la vida humana a fondo, sanando las penas de cada uno y
formando comunidad, como un pastor que cuida y congrega a su rebaño. Cuando
ponemos la vida bajo el cuidado de Jesús hacemos posible el don más grande de toda
Biblia, profetizado por Isaías: “Consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el
Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de
sobre toda la tierra” (Is 25,8). De este modo la venida del Señor tiene sabor a Pascua.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
Anteayer vimos la comunidad mesiánica, ayer se hizo una presentación del Mesías y
hoy nos colocamos frente a los signos del Mesías. En anuncio profético revive nuestra
esperanza, rescata nuestros ideales más altos, nuestros deseos más profundos: una vida
sin dolor y sin lágrimas, un mundo en el que nadie pasa hambre ni le falta lo esencial,
una humanidad que se permite celebrar la fiesta de la vida. Esta esperanza comienza a
hacerse concreta en el compromiso: ¡Seamos como Él, hagamos amigos y
compartamos de manera que no falte el pan en ninguna mesa!
1. ¿Mi vida es una continua fiesta? ¿Tengo motivos para celebrar? ¿Hay lutos en mi
vida? ¿Cuál es mi canto de fiesta?
2. ¿Qué me que invita a vivir el Señor gracias a su venida?
3. ¿Me parezco al Señor en el compartir con los demás? ¿Qué pasa con las sobras de las
mesas abundantes?
“Nuestra felicidad hoy pareciera ser la del presentimiento de que hay que cambiar a
Dios. Es necesario darle a Dios, no el rostro del faraón, de un patrón que jala los hilos
de la historia, sino que es necesario reencontrar, o mejor aún, redescubrir, a Dios como
un Amor que está escondido dentro de nosotros, como un Amor frágil, un amor
desarmado”
(Maurice Zundel)
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Primera semana de Adviento
JUEVES
Actitudes ante la venida del Señor (I):
Construir nuestro proyecto con base en el de Dios
Isaías 26,1-6
“Confiad en Yahveh por siempre jamás, porque en Yahveh tenéis una Roca eterna”
Los tres primeros días de esta semana nos condujeron por medio de este itinerario: el
pueblo mesiánico, la persona del Mesías y los signos del Mesías en medio de su
pueblo. En estos tres días que vienen las lecturas nos conducen por un nuevo itinerario
que enfatiza las actitudes que nos corresponde tomar ante la venida del Señor.
La profecía de hoy nos introduce en una nueva serie de tres lecciones de “Adviento” y
nos inculca las actitudes que nos corresponde adoptar frente a la venida del Señor a
nuestras vidas. Todas ellas están relacionadas con la fe y nos exigen compromisos
concretos. Sólo así podremos hacer del “Adviento” el ejercicio de la espera activa de
un Dios salvador que viene a nuestro encuentro.
La enseñanza de hoy es presentada por el profeta Isaías mediante la didáctica de un
canto que hay que aprenderse. Lo interesante es la dinámica interna que nos presenta.
1. Aprender la segunda canción: “Aquel día se cantará este cantar en tierra de
Judá” (v.1ª)
Partamos de esta realidad humana: el problema no es tanto el alcanzar una meta sino
conseguir que los logros no se deshagan. Con este propósito el profeta Isaías, después
de la canción de la victoria que celebraba las primeras emociones, le enseña ahora una
segunda canción al pueblo. Los asuntos de Dios, la espiritualidad, no son cuestión de
emociones pasajeras sino de solidez de vida.
La primera canción celebraba la obra salvífica de Dios y expresaba la felicidad porque
las cosas salieron bien, por su parte, la segunda, trata de inculcar en el pueblo el
compromiso que le corresponde. Hay que aprenderla de memoria y practicarla en el
ejercicio cotidiano de la fe.
2. De las manos poderosas y misericordiosas de Dios a los pies del peregrino: “Él
derroca a los habitantes de los altos... la pisan pies, pies de pobres, pisadas de
débiles” (v.5-6)
La descripción de la ciudad (v.2) y la invitación a abrir sus puertas (v.3), indica que se
trata de una canción de caminantes que llegan a su ciudad.
El profeta se inspira en la escena de los peregrinos, quizás antiguos exiliados,
desplazados de sus tierras y casas, despojados de sus bienes básicos, que regresan
contentos a su espacio vital. El regreso no ha sido fácil, para lograrlo han tenido que
enfrentar y superar los factores adversos.
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El primer coro alegre -el entonado ayer- no deja de resonar y le da pautas a la nueva
composición.
• Virtualmente se traza una especie de eje vertical que comienza en las manos
poderosas de Dios (25,10) y culmina en la tierra, en los pies descalzos de los
humildes peregrinos -pobres y mendigos- que participan de la victoria obrada
por Dios (26,6).
• Al desplazamiento horizontal del caminante se le yuxtapone el desplazamiento
vertical que expresa la acción de Dios (26,5).
La acción de Dios (“derroca”, “hace caer”, “abaja”, “hace tocar”) se conjuga con la
acción del hombre (“la pisan pies de pobres”). En la medida en que caminan, con sus
pasos firmes los humildes van afirmando la victoria.
Pero, ¿contra qué o quién es la confrontación?
3. Dos proyectos en conflicto: la ciudad del hombre y la ciudad de Dios
El canto está siendo entonado por un solista y es él quien hace la descripción. El juglar
expone ante todo lo que capta en el trasfondo espiritual del escenario. Para ello se vale
de la comparación entre dos ciudades:
• la ciudad santa (26,1-4) y
• la ciudad rebelde (26,5-6).
El cantor invierte el orden: primero exalta la victoria de la ciudad de Dios y luego
cuenta el fracaso de la ciudad pérfida. La segunda ciudad se viene al piso, mientras que
la primera tiene garantizada su firmeza.
En ambas ciudades se destaca la “muralla”. En la antigüedad una muralla le daba
identidad a la ciudad, no sólo externa sino también internamente, es decir, por cuanto
garantizaba la unidad y la defensa de la misma, la muralla es el símbolo del proyecto de
sociedad que allí se quiere construir.
Por eso, con la repetida referencia a las murallas, todo el canto apunta a la exaltación de
la solidez del proyecto de Dios acogido por los humildes, mientras que en un segundo
plano se nota la inconsistencia del proyecto de los orgullosos que creen poder hacer
todo exclusivamente con sus propios esfuerzos.
4. Características de la ciudad de Dios: “Tenemos una ciudad fuerte” (v.1b-4)
La ciudad santa no es cualquier conglomerado de casas, ella aparece más bien como
una construcción unificada, ideada por un único arquitecto que ha pensado en sus
aspectos más importantes: “para protección se le han puesto murallas y antemuro”
(26,1b).
Lo más bello es que de repente se nota una trasposición metafórica que hace del corral
de piedra y de los baluartes de defensa militar, una imagen del mismo Dios como
salvador de su pueblo. En un momento dado, la construcción-refugio es lo de menos y
lo que sobresale es la comunidad reunida por Dios, que se identifica con Él y con su
proyecto.
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El canto sigue: el río humano de los peregrinos llega entonces a las puertas del Templo,
que es el corazón de la ciudad, y la procesión realiza su rito de entrada. En él, el pueblo
declara sus compromisos. Se trata, ante todo, de tres actitudes que hay que vivir en la
cotidianidad (26,2b-3a):
• “Gente que guarda la fidelidad”: se trata la constancia en el camino del Señor;
• “Gente de ánimo firme”: se trata de la “fuerza de voluntad”, para sostener la
fidelidad;
• “Gente que conserva la paz”: se trata de los esfuerzos por mantener el siempre
difícil equilibrio en las relaciones.
Se pone de relieve el esfuerzo que realiza el hombre. Pero no se trata de algo que
proviene solamente de las propias fuerzas sino que está basado en la confianza en Dios.
5. La clave de todo es la confianza en Dios: “Confiad en Yahveh por siempre
jamás” (v.4)
La confianza en Dios, que es una manera de expresar la experiencia de la fe, es lo más
importante y es la garantía de las tres características de un pueblo justo. Por ello se
habla en estos términos: “Porque en ti confió” (v.3b).
No perdamos de vista que este pueblo, humilde pero recto, que redescubre su proyecto
en la historia a la luz de su fe, es el que luego exalta María en su Magníficat (ver Lc
1,50-53). La comunidad de los humildes no está sola, su fundamento es el mismo Dios,
quien es “Roca” fuerte e inamovible, no cambia de idea de un día para otro, porque es
siempre fiel. La firmeza del proyecto de justicia y fraternidad proviene de la solidez de
Dios. No hay mejor ni más seguro apoyo.
La actitud de base está clara: a esta ciudad-comunidad, donde se realiza el sueño de
Dios para su pueblo, sólo se entra mediante la práctica fiel de sus enseñanzas y la
confianza total en Él. Sólo los que están dispuestos a ser justos pueden atravesar el
umbral de sus puertas.
Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 7,21.24-27)
La parábola que contrapone la casa construida sobre la roca con la casa construida sobre
la arena (Mt 7,24-27), traslada a la persona de Jesús, el MESÍAS, la profecía isaíanica.
Como enseña el mismo Jesús en Mt 7,21, no basta la oración vocal, es necesario el
compromiso de vivir según el querer de Dios (la “fidelidad”). Es en el seguimiento del
Maestro, esto es, mediante la escucha y la puesta en práctica de sus enseñanzas, que se
forma la nueva y definitiva comunidad, el pueblo justo que inaugura el mundo nuevo.
Esta es la verdadera Roca que siempre se sostendrá.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
La venida del Señor nos pide la actitud de la fe: acoger su Palabra y hacerla parte de
nuestros proyectos, porque sólo en Él nuestra vida tiene consistencia. La motivación
más profunda de nuestros esfuerzos debe ser la de permanecer fieles a los proyectos de
Dios, fundados en la fe-confianza en Él. Esta confianza se concreta en compromisos.
1. ¿Cuál es mi proyecto de vida? ¿Está identificado con el proyecto que Dios tiene para
mí y para el mundo?
2. ¿Qué tan sólido es mi camino con el Señor?
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3. ¿Sobre qué se apoyan mis esfuerzos en la vida? ¿Qué busco con ellos?
4. En estos días en que el paisaje urbano se transforma con arreglos de Navidad, ¿cómo
relaciono esta realidad con la profecía sobre la ciudad de los pobres de Dios?
5. ¿Qué compromisos me pide el Señor de manera que pueda contribuir en la
construcción de su proyecto de ciudad?
“Como cuando se debe edificar una casa, nada se coloca antes de la piedra que hace de
fndamento, así la Iglesia tiene su piedra, esto es, Cristo, escondida en lo profundo del
corazón y nada se antepone a la fe y al amor por él”
(S. Beda)
20
Primera semana de Adviento
VIERNES
Actitudes ante la venida del Señor (II): Aprender a “ver” con los ojos de la fe
Isaías 29,17-24
“Aquel día los sordos oirán palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad
los ojos de los ciegos las verán”
En estos días el panorama urbano se transforma con los arreglos navideños de las calles
y las casas; un ambiente sabroso se comienza a sentir. La navidad que se aproxima nos
regala un hermoso espectáculo para la vista y nos alegra el corazón. El profeta Isaías
nos da hoy una pista para que busquemos, comprendamos y participemos en una
transformación más profunda obrada por Dios. Para ello nos enseña a ver el mundo con
los ojos de Dios.
1. El signo de la trasformación externa de la naturaleza (v.17)
El profeta observa la lenta pero irresistible transformación de la naturaleza: “Dentro de
muy poco tiempo la selva del Líbano se convertirá en huertos, y los huertos serán
como bosques” (29,17).
La anotación “dentro de muy poco tiempo” apunta a una triple enseñanza:
• primero, que Dios tiene una pedagogía para salvar al hombre y su historia.
• segundo, que la dilación de los tiempos de la espera de la realización de las
promesas no debe matar los sueños sino acrecentar el deseo: ¡Ya viene!
• tercero, que hay que observar las etapas de la acción de Dios y acompañarlas.
Notemos en el texto de hoy un crecimiento progresivo que el profeta observa
paciente y cuidadosamente: (1) la estepa, (2) el huerto, (3) la selva; esto es, una
inmensa tierra improductiva se transforma poco a poco en una gran explanada fértil,
expresión de vida en abundancia.
Con frecuencia tendemos a desesperarnos porque no vemos aún realizados nuestros
sueños. Pues bien, el profeta le inculca a su pueblo la certeza de Dios y lo enseña a
alimentar su esperanza con la observación de los signos que hay en la historia, a los
cuales a veces no les ponemos atención.
2. Brota una nueva sociedad que incluye a todos y que promueve la vida (vv.28-21)
Pasando de la observación de la naturaleza al mundo de las personas, el profeta Isaías
traspone el milagro de la creación al resurgimiento de una nueva sociedad. Se nota
cómo la vida se restaura en sus diversas dimensiones:
•
Se curarán las deficiencias físicas y espirituales, simbolizadas en la ceguera y la
sordera (v.18). Si volvemos atrás algunas páginas del libro de Isaías, veremos que
en Isaías 6,9-10 ―texto citado después por todos los evangelios― el Señor había
castigado al pueblo por su mala voluntad para seguir sus caminos, con la
incapacidad de captar la revelación divina. En esta profecía que estamos leyendo, el
21
castigo se revoca diciendo: “Aquel día los que estén sordos oirán cuando se lea la
Escritura, y verán los ciegos, ya sin sombras ni tinieblas en los ojos” . La frase
quiere decir que en estos nuevos tiempos todo el pueblo, comenzando por la gente
más sencilla, comenzará a entender y a poner en práctica los proyectos de Dios y los
criterios de vida que propone Dios. En otros términos: toda la gente será capaz de
leer, de comprender y de vivir las enseñanzas de la Biblia.
•
Se superará la pobreza (v.19). Una vez que el pueblo asuma su proyecto comunitario
―en el proyecto de Dios― comenzará a superar penalidades causadas por la falta
de recursos económicos, la desigualdad social y la exclusión. La felicidad será
inmensa: “Los que sufren volverán a alegrarse con el Señor, los pobres gozarán
con el Dios Santo de Israel”.
•
Se restablecerá la justicia (vv.20-21). En este nuevo tiempo de la historia humana ya
no habrá espacio para la tiranía ni el abuso de poder, porque los causantes de las
desgracias de la gente y del desequilibrio social ―torciendo el derecho para el lado
de sus intereses― serán juzgados: “han sido eliminados los que se desvelaban por
hacer el mal, los que hacían falsas denuncias y en el tribunal impedían la defensa
y hundían sin motivo al inocente”.
3. La dignidad, la oración y la evangelización de un pueblo que se ha hecho
comunidad (vv.22-24)
Ante el cuadro espectacular de la nueva humanidad, presentada en los versículos
anteriores, aparece un pueblo que recobra el ánimo y fortalece su fe.
•
Levanta su autoestima. El pueblo siente que puede levantar la cara ante los demás
pueblos porque el oprobio, que era la contradicción interna a nivel espiritual ―no
comprender a su propio Dios― y social ―la pobreza y la tiranía―, han sido
definitivamente superados: “No se avergonzará en adelante Jacob, ni en adelante
su rostro palidecerá” (v.22).
•
Proclama el poder del Dios de la vida. Ahora, por el contrario, la gente se siente
fortalecida para confesar que Dios es poderoso: “santificarán el nombre” (v.23).
Y el profeta Isaías tiene una prueba personal de que esto es así. Así como el Señor
en una ocasión ya le había dado como señal de su amor y de su gloria un hijo (ver
Isaías 8,3), de la misma manera todos los israelitas al ver a sus hijos ―“porque
viendo a sus hijos” (v.23ª)― comprenden la obra del Dios de la vida y de la
historia.
De hecho, la historia de la salvación ―desde los tiempos de los patriarcas (29,22ª)
hasta ahora― es obra de las manos de Dios. Quien aprende a mirar la vida con los
ojos de esta profecía sabrá reconocer, precisamente en esta historia a veces tan
oscura, la santidad de Dios, su trascendencia, el rumor discreto de sus pasos en
todos los aspectos de nuestra cotidianidad.
•
Evangeliza a los que dudan del proyecto de Dios. Finalmente, el profeta va más
lejos: incluso la gente incrédula ―recordemos al pueblo que criticaba a Dios
22
durante el caminar por el desierto en el éxodo― al ver todo esto sabrá sacar buenas
conclusiones: “Y por fin comprenderán los desorientados, y los que protestan
aprenderán la lección” (29,24).
Jesús es el MESÍAS que realiza esta profecía (Mateo 9,27-31)
Jesús realiza las palabras de Isaías cuando le abre los ojos a los ciegos. Él lleva al
hombre a ver la obra de Dios en la historia con los ojos de la fe. Para ello, lo primero
que cura es la fe, por eso pregunta: “¿Creéis que puedo hacer eso?” (v.28); y enseguida
agrega: “Hágase en vosotros según vuestra fe” (v.29).
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
En estos días cantamos “¡Ven, Señor, no tardes!”. ¿Pero a qué viene el Señor? La
ceguera que describen las lecturas de hoy tiene que ver con la incomprensión del
proyecto de Dios que está en la Biblia. La “lectio divina” debe llevarnos a aprender a
caminar poco a poco en sintonía con Dios para que su obra en el mundo, cuyo objetivo
es la vida, se realice plenamente con nuestra colaboración. Hacer esto es aprender a
ver con los ojos de la fe, para poder poner los pasos en la dirección que
verdaderamente construye historia y sociedad.
1.¿Qué signos de vida hay en mi historia personal, en mi comunidad, en mi nación?
2. Mirando todo lo que falta por hacer para que esta sociedad sea la que Dios y nosotros
soñamos, ¿tengo la paciencia del que sabe esperar y la fe del que sabe ver a fondo?
¿Qué me pide el Señor que haga para que se realice su proyecto?
3. A partir de la profecía de Isaías, ¿de qué necesitamos ser sanados en este Adviento
para que la Navidad sea realmente celebración de la vida?
“Dios nos ama en la medida en que tenemos necesidad de él. Nos ama a causa de
nuestros sufrimientos, de nuestra pobreza, de nuestra hambre y sed de él, de nuestra
ansia por ser mejores”
(P. Monier)
23
Primer semana de Adviento
SÁBADO
Actitudes ante la venida del Señor (III): Buscar el perdón
Isaías 30,19-21.23-26
“Será la luz de la luna como la luz del sol meridiano...
el día que vende Yahveh la herida de su pueblo”
Todas las profecías anteriores nos han hablado de la trasformación que Dios está
obrando y seguirá obrando hasta su plenitud en la historia humana. Hoy aparece en la
profecía de Isaías lo que podemos considerar como la raíz de toda la fuerza
trasformadora del mundo: el perdón.
El núcleo del anuncio profético de hoy está en las palabras finales: “Será la luz de la
luna como la luz del sol meridiano, y la luz del sol meridiano será siete veces mayor
―con luz de siete días― el día que vende Yahveh la herida de su pueblo y cure la
contusión de su golpe” (v.26).
El profeta Isaías compara al pecador perdonado con una luna que irradia con la
intensidad del sol y con un sol cuya luminosidad es siete veces mayor a la normal. Así
es como emerge desde dentro ―con nuevas energías― el hombre sanado hasta el fondo
de su oscuridad por medio la experiencia del perdón de Dios.
¡Qué maravilla cuando se descubre y se experimenta el perdón de Dios! Veamos el
itinerario de la profecía de hoy:
1. El fin del tiempo de las lágrimas (vv.19-21)
Cuando uno está en pecado se le cierran los horizontes; con sus decisiones equivocadas,
cada uno se atrae sus propios males. El perdón es la base de una nueva fuerza de
crecimiento, como bien había profetizado Isaías: “Por la conversión y calma seréis
liberados, en el sosiego y seguridad estará vuestra fuerza” (v.15).
Pero el pueblo no tomó en serio estas palabras, por eso el profeta recrimina: “Pero no
aceptasteis” (30,15b). Con su actitud, la gente se echa encima las consecuencias de su
errada decisión, que la profecía describe en términos de castigo y cuyo daño no es
distinto del que el hombre se ha provocado a sí mismo (vv.16b-17).
Pero Dios no soporta ver al hombre en esa situación: “Sin embargo aguardará Yahveh
para haceros gracia, y así se levantará para compadeceros” (v.18). A Dios le duele el
sufrimiento de su pueblo (ver Ex 3,7). Por eso Dios se inclina misericordiosamente ante
el hombre para darle la mano.
Así el profeta vuelve a levantar su voz para anunciar que el tiempo del castigo va a
terminar, que viene el tiempo del perdón, en el que el pueblo resurge renovado.
En perdón se dan cita dos actitudes, la de Dios y la del hombre:
24
•
•
Por parte de Dios se enfatiza su prontitud. Es suficiente el clamor de su pueblo
que gime bajo el peso de su pecado: “Ya no van a llorar más, el Señor se
apiadará de ti al oír tu clamor; apenas te oiga, te responderá” (v.19).
Por parte del hombre se enfatiza la apertura y la docilidad para darle un giro a la
vida dejándose orientar por la llamada de Dios, quien es “Maestro” de vida:
“Con tus propios ojos verás a tu Maestro y oirán tus oídos una llamada a la
espalda, que te dirá cual es el camino que debes seguir” (vv.20b-21).
Una imagen sugerente aparece: Dios va delante y se coloca en las encrucijadas
indicándole al caminante la ruta que debe seguir (v.21b).
Llama la atención el hecho de que se saque provecho de la experiencia negativa, porque
en medio del sufrimiento se aprende a descubrir un sentido, esto es, se “escucha” y se
“capta” cómo el Señor está presente en nuestro caminar guiando nuestro proyecto de
vida, revelándose a sí mismo desde el fondo oscuro de nuestra fe.
Con todo, el profeta no pierde el realismo, porque a pesar de que se ha descubierto el
rostro y los caminos de Dios, todavía hay sufrimientos que acompañan al hombre. Por
eso dice: “Aunque el Señor os dé el agua tasada y el pan medido, ya no se esconderá
tu Maestro” (v.20ª; para esta frase seguimos la traducción de Luis Alonso Schökel).
2. El comienzo de un nuevo tiempo de bendición (vv.23-26ª)
El hombre se encuentra ahora en una nueva situación, su base es la comunión con Dios.
Pero para el profeta no es suficiente decir que se ha entrado en una vida nueva en la que
se vive según Dios, también es importante anunciar en qué es lo que ella le trae de
nuevo y de bueno al hombre.
En síntesis, en la vivencia del perdón-sanación se renuevan las bendiciones de Dios. El
profeta lo describe con imágenes fuertes que evocan la potencia de la vida. Los
versículos 23 a 26 observan cuidadosamente la potencia de la vida desde su expresión
más pequeña en una semilla que brota en su sementera, hasta el hombre ―culmen de la
pirámide de la creación― que pone a desarrollar todas su potencialidades.
La dinámica de la lectura, en esta parte, consiste en visualizar el proceso:
•
Primero aparecen los campos. Sobre ellos Dios hace llover y cada grano que se
encuentra en la sementara revienta para dar lo mejor de sí mismo (30,23a). El grano
se vuelve trigo y el trigo se vuelve pan de buena calidad (“pan pingüe y
sustancioso”).
•
Luego, sobre ellos, vemos aparecer a los animales: (1) las ovejas (ganado menor)
están pastando la hierba que acaba de germinar; (2) los bueyes y los asnos (ganado
mayor) ya está recogido en el establo comiendo su forraje (30,23b-24). También
aquí se destaca la cantidad y la buena calidad del alimento (“pastizal dilatado” y
“forraje salado”).
•
Finalmente aparece lo que genera vida: el agua y la luz. Sobre los campos poblados
de animales escrutamos un poco más el paisaje y vemos las cimas de los montes
25
convirtiéndose en estanques de agua (“aguas perennes”, v.25ª), garantizándose así
el agua por mucho tiempo. Y todavía más arriba, en el cosmos, vemos la luna y el
sol dilatando su capacidad iluminativa para que surja la vida y se sostenga por
mucho tiempo (“la luz del sol siete veces mayor”, v.26ª).
Pero no se trata de una simple descripción de la naturaleza, sino de toda la potencia de
vida que trae el tiempo de perdón: la trasformación del hombre es la trasformación del
mundo entero.
3. La raíz de todo es el perdón (v.26b)
Encontramos una imagen fuerte al final: al tiempo que caen las torres enemigas (v.25b),
es curada la herida de su pueblo (v.26).
El camino de crecimiento, en los caminos del Señor, es al mismo tiempo un camino en
el que se suman todas sus bendiciones. El perdón es como una curación que da una
nueva fuerza de vida.
Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 9,35-10,1.6-8)
El evangelio nos anuncia a Jesús como MESÍAS MISERICORDIOSO que realiza esta
obra de curación de su pueblo “vejado y abatido como ovejas que no tienen pastor”
(v.36). Con la venida de Jesús termina el tiempo de las lágrimas y comienza el tiempo
de la bendición en la que el pueblo es socorrido por muchos y buenos líderes que reúnen
“las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v.6). Ellos, en nombre de Jesús y
despojados de cualquier interés propio, proclaman la proximidad del Reino de Dios y
sanan los sufrimientos del pueblo (vv.7-8). En Jesús y sus mensajeros la misericordia
de Dios que responde al clamor de su pueblo es patente.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
Hoy estamos ante una de las expresiones más concretas de la fe, de la cual hablábamos
ayer. En estos días, pensemos no sólo en los regalos y tarjetas que esperamos que nos
den los amigos y familiares en la Navidad, pensemos más bien en lo que el Señor nos
quiere dar ―el regalo que mejor responde a lo que está necesitando nuestro
corazón―, el cual nos llevará a dar regalos nacidos del fondo de corazón a las
personas que nos rodean: “Gratis recibisteis, dadlo gratis” (Mateo 9,8). El mayor de
todos los regalos es el perdón y para ello “viene” el Señor. Desde lo más profundo de
nuestro ser serán liberadas nuevas fuerzas de vida que atraerán muchas bendiciones
sobre los que nos rodean cuando el Señor “sane nuestras heridas”.
1. ¿De qué necesito ser sanado? ¿Cuál es la causa de mi pecado? ¿Cuáles son las
consecuencias de mi pecado?
2. ¿Cómo me estoy preparando para hacer en estos días del Adviento una buena
confesión de mis pecados en la celebración de la misericordia que me ofrece la Iglesia
por medio de sus mensajeros?
3. Y puesto que no se trata solamente de recibir, ¿qué puedo hacer en estos días por los
que más sufren física y espiritualmente, de manera que mi vida sea una imagen viva de
la cercanía misericordiosa de un Dios a quien le duele el sufrimiento de todas las
personas?
26
G. Billington, “New Beginnings” (Fotografía), 2014
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