CaminossEntrelazados de mi pasado y presente Toda la vida pensé que mi meta u objetivo en este mundo de cabeza sería ser una más de la sociedad, alguien que se rigiera por las normas, viviera en el aquí y el ahora, y que todo lo que me rodeara fuera una visión de la misma realidad. Al menos, eso me idealicé. Sobre todo, pensaba que nadie querría a una chica supersticiosa, con un carácter de mil demonios, pero a la vez, como un adorable demonio. En fin, solo palabras salen de mi tormentosa boca; nada ni nadie podría cambiarlo, o eso creí. Tengo una idealización tan grande sobre mi propia perspectiva de ver el mundo. ¿Puedo estar loca? Tal vez. ¿Puedo ser una chica que no cree en las personas? O tal vez solo soy yo misma. Ser yo misma me costó días y noches, pero, basándome en la realidad, siempre fui yo. Tratar de cambiar lo que soy es algo muy diferente, algo tan común en mí. Puede ser mi manera de expresarme ante los demás; suelo confundirlos a menudo y cambiar de carácter, pero sigo siendo yo. Nunca creí que en este punto de mi vida llegaría a darme cuenta de la mala persona que puedo ser. Como una persona pasajera en mi vida me dijo una vez: descubres quién eres cuando demuestras tu verdadero yo. Algo confuso al principio, pero tan real y único cuando lo haces parte de ti. Descubrir mi verdadero yo fue un viaje lleno de contradicciones y reflexiones. A menudo me perdía en mis propios pensamientos, intentando entender por qué era tan difícil encajar en un molde preestablecido. Pero la verdad es que nunca fui hecha para encajar. Siempre he sido una pieza de rompecabezas con bordes únicos y colores diferentes. Me di cuenta de que la sociedad esperaba que fuera predecible, que siguiera un camino recto y claro. Sin embargo, mi vida siempre ha sido un laberinto de curvas inesperadas y callejones sin salida. Y fue en esos momentos de incertidumbre donde encontré mi fortaleza. Aprendí que ser auténtica significaba aceptar mis defectos y mis virtudes, sin dejar atrás a mis demonios de personalidad. A veces, las personas que más se cruzan en nuestro camino son aquellas que nos muestran nuestras sombras. Y así fue como aquella persona pasajera me mostró mi oscuridad. Me dijo que solo al abrazar mi verdadero yo podría encontrar la paz. Al principio, rechacé esa idea, creyendo que debía luchar contra mi verdadero yo, pero en lo que resta las demás paginas veremos mi decisión. Mis días se llenaron de silencios y pensamientos, un momento que me permitió explorar rincones de mi mente que antes temía visitar. Me di cuenta de que la verdadera lucha no estaba en encajar en un molde, sino en aceptar mi verdadero yo. Poco a poco, aprendí a encontrar belleza en mis propias imperfecciones, a reconocer que ser diferente no era un defecto, sino una fortaleza. Fue en ese estado donde, inesperadamente, apareció mi luna sin reflejo La llegada de él fue como una luna sin reflejo, un alivio inesperado en medio del caos. No era alguien extraordinario a primera vista, pero su presencia tenía un impacto profundo y silencioso. No fue un cambio inmediato ni dramático, más bien, fue una serie de pequeños ajustes, como girar lentamente el reflejo de la luna. Él no trató de cambiarme ni moldearme. En su lugar, me aceptó tal como era, con mis defectos y mis virtudes, mis sombras y mis luces. Su manera de ser me hizo cuestionar mis propias creencias y actitudes. Poco a poco, empecé a notar que mi perspectiva sobre mi verdadero yo y el mundo a mi alrededor estaba cambiando. No era algo notorio, pero los pequeños cambios acumulados se sentían como una transformación silenciosa. Las noches de insomnio se hicieron menos frecuentes, y mis pensamientos dejaron de ser un laberinto sin salida. Empecé a encontrar consuelo en algo que jamás se podría realizar. Él me mostró que no tenía que luchar contra mi verdadero yo, sino que debía aceptarlo. Cada conversación, cada momento compartido, me llevó más cerca de una versión de mí misma. Sabía, sin embargo, que su presencia no sería eterna. Tarde o temprano, él se alejaría, y yo tendría que enfrentarme a mi verdadero yo sin su influencia. Esta realidad no me llenaba de tristeza, sino de una extraña calma. Comprendí que su paso por mi vida no era para cambiarme, ni mucho menos para caer en el rio peligroso de enamorase, era todo lo contrario, y para descubrirlo tenia que pasar todo esto. Después de su partida, sentí un vacío inevitable, una especie de eco en mi corazón. Pero en lugar de hundirme en la tristeza, decidí continuar con mi vida. Empecé a caminar mi propio camino con más confianza, sabiendo que la verdadera fortaleza era mi verdadero yo. Cada paso que daba, lo hacía con una claridad renovada y una comprensión más profunda de quién era. Noté cambios sutiles en mi manera de enfrentar la vida. Ya no buscaba encajar en un mundo que no era para mí. Comprendí que no necesito de las personas, que ese rio peligroso lo navegaría sin esperar a nadie al otro lado, solo sería yo, y mi mundo supersticioso. A pesar de esa decisión, había una parte de mí que siempre esperaba que él regresara, como si el destino tuviera un guion escrito en el que nuestro reencuentro estaba predestinado, como caminos entrelazados. Pasaron los meses, y la vida siguió su curso. La soledad se convirtió en una compañera habitual, y me habitué a ella como si mi vida dependiera de eso. No dejé de preguntarme por él, pero la esperanza se fue desvaneciendo con el tiempo, como una luna que deja a su reflejo. Me concentré en mis días, en mis rutinas, en la forma en que los pequeños momentos se convirtieron en piezas de un rompecabezas que completaba mi existencia. Fue entonces, casi un año después, cuando ocurrió algo inesperado. Alguien apareció en mi vida, no como una ola del mar, sino con la astucia de una brisa ligera que pasa sin hacer ruido. Era un conocido, alguien con quien había coincidido en varias ocasiones, pero a quien nunca había prestado demasiada atención. Su presencia era casi inquietante al principio, un simple gesto, una sonrisa ocasional al cruzar miradas, un intercambio de palabras sin importancia. Sin embargo, con el paso de los días, ese alguien empezó a ocupar un espacio en mi vida, como un intruso amable que se instala sin que uno se dé cuenta. No puedo describir el momento exacto en que su influencia comenzó a hacerse notoria. Tal vez fue en una conversación casual, en una risa compartida, o en la manera en que se preocupaba por mis pequeños problemas, tratando de ofrecer soluciones sin ser insistente. Su presencia se hizo constante, pero no invasiva. Era como una melodía suave de fondo que empezaba a formar parte de mi rutina diaria, sin que yo lo notara. A pesar de todo, no pude evitar la sombra del recuerdo de él. Cada vez que este nuevo alguien mostraba interés o hacía un gesto que me tocaba mi ser, mi mente sin pensarlo dos veces volvía a él. La comparación no era justa, pero era inevitable. La memoria de su presencia, de su forma de ser, se confundía con la realidad de este nuevo alguien, hay que llamarlo así, creando una tormentosa marea de sentimientos que no sabía cómo manejar. El nuevo alguien era, por decirlo de alguna manera, diferente. Tenía su propio modo de ser, sus propias peculiaridades y encantos. Y, a pesar de que su presencia me hacía sentir algo que no había sentido en mucho tiempo, mi corazón seguía dividido. No podía corresponderle plenamente, porque aún mantenía una parte de mí anclada en el pasado, esperando algo que tal vez nunca llegaría. Cada sonrisa que compartía con él, cada conversación ligera y cada pequeño gesto de amabilidad eran recibidos con una mezcla de aprecio y confusión. A veces, me sorprendía de mí misma deseando que él fuera alguien más, alguien que pudiera llenar el vacío dejado por el recuerdo de mi pasado. Mis sentimientos era un laberinto sin solución algo tan constante, una batalla interna entre lo que había sido y lo que podría ser. Por un lado, había la promesa de lo nuevo. A menudo me encontraba en momentos de reflexión, cuestionando si mi resistencia al cambio era una forma de protegerme o simplemente un obstáculo que debería superar. Mi corazón estaba dividido, luchando por encontrar un equilibrio entre el pasado que todavía me abrazaba y el presente que intentaba integrarse en mi vida. En mi mente, lo que debía ser un nuevo comienzo a veces se sentía como una traición al amor que había conocido antes. La presencia de este nuevo alguien en mi vida era un recordatorio constante de que las cosas podían ser diferentes, de que el tiempo seguía avanzando y que, de alguna manera, las oportunidades seguían existiendo. Sin embargo, a medida que me acostumbraba a su compañía, me daba cuenta de que la verdadera dificultad no estaba en aceptar a alguien nuevo, sino en aprender a soltar el pasado. Cada gesto amable, cada conversación que construíamos juntos, me recordaba que, para abrir espacio para lo nuevo, tenía que liberar mi corazón del pasado que me tanto me constaba dejar. Había momentos en los que me permitía soñar, aunque brevemente, con un futuro diferente, uno en el que el presente y el pasado coexistieran en armonía. Imaginaba un lugar donde pudiera abrazar ambos aspectos de mi vida sin sentirme en conflicto. Sin embargo, esos sueños eran pasajeros y se desvanecían con la misma rapidez con la que aparecían. Mientras tanto, él seguía siendo parte de mi vida. No podía predecir si lo que sentía por él crecería en algo más profundo, o si eventualmente se desvanecería en el aire como un soplo de esperanza. Pero lo que sí sabía era que estaba comenzando a encontrar cierto orden en mi vida, aceptando que esta tenía su propio ritmo y que, a veces, la mejor manera de avanzar era permitir que las cosas se desarrollaran a su propio paso. A medida que el tiempo pasaba, me di cuenta de que la aceptación de lo nuevo no significaba olvidar el pasado, sino integrarlo como una parte de mi ser. Era una forma de reconciliar los sentimientos encontrados y de aprender a vivir con la agonía de mi corazón. Y así, mientras continuaba navegando por este río de emociones, encontré que la verdadera fuerza residía en la capacidad de abrazar el presente mientras respetaba el pasado, permitiendo que ambos se entrelazaran en un camino que a pesar de ello aún era algo complicado. Los días pasaron y la relación con este nuevo alguien evolucionó lentamente. Aprendí a disfrutar de su compañía, a valorar sus aportes y a reconocer que, aunque no podía olvidarlo por completo, había algo de belleza en el presente. Sin embargo, cada avance con él era una mezcla de gratitud y culpa, como si estuviera traicionando un recuerdo que aún guardaba con un cariño contradictorio. La incertidumbre sobre el futuro se mantuvo, como una sombra que seguía mis pasos. No sabía si este nuevo alguien llegaría a ser algo más que una presencia pasajera en mi vida, o si alguna vez mi corazón sería capaz de abrirse por completo. Pero lo que sí sabía era que la vida continuaba, y que cada día traía consigo nuevas oportunidades para descubrir y experimentar. En este viaje, me di cuenta de que, a pesar de la soledad y la espera, el mundo seguía girando y ofreciendo sorpresas. Quizás, en algún rincón inesperado del universo, había un equilibrio entre el pasado y el presente, y quizás, con el tiempo, podría encontrar un camino que combinara ambos, creando una nueva narrativa para mi vida. Mientras tanto, aprendería a aceptar el misterio del futuro, sin dejar de apreciar los momentos que la vida me ofrecía.