Subido por DERLY ALFONSO

caso india

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Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
Un pasaje a la India
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Bhagawhandi P., una muchacha india de diecinueve años con un
tumor maligno en el cerebro, fue admitida en nuestra institución en 1978.
El tumor (un astrocitoma) se había manifestado por primera vez cuando
tenía siete años, pero por entonces era de escasa malignidad y estaba bien
delimitado, lo que permitió una resección completa y una recuperación
completa de la función, y Bhagawhandi pudo volver a hacer vida normal.
Esta tregua duró diez años, durante los cuales vivió una vida plena,
con una plenitud agradecida y consciente, porque sabía (era una chica
inteligente) que tenía una «bomba de tiempo» en la cabeza.
El tumor volvió a aparecer a los dieciocho años, mucho más expansivo
y maligno ya. No era posible además extirparlo. Se efectuó una
descompresión para permitir que se expandiera... y fue así, con debilidad
y parálisis del lado izquierdo, con ataques esporádicos y otros problemas,
como ingresó en nuestra institución.
Al principio se mostró bastante animosa, parecía aceptar plenamente el
destino que le aguardaba, pero deseaba aún relacionarse y hacer cosas,
disfrutar y experimentar mientras pudiese. A medida que el tumor iba
creciendo y avanzando hacia el lóbulo temporal y la descompresión
empezaba a hincharse (le administramos esteroides para reducir el edema
cerebral) los ataques se hicieron más frecuentes... y más extraños.
Los primeros ataques habían sido convulsiones de grand mal, y siguió
teniendo ataques de este tipo de vez en cuando. Los nuevos tenían un
carácter completamente distinto. No perdía la conciencia, sino que parecía
(y se sentía) como «ensoñando»; y era fácil apreciar (y confirmar con un
electroencefalograma) que había pasado a tener ataques del lóbulo frontal
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Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
frecuentes,
que,
como
nos
enseñó
Hughlings
Jackson,
suelen
caracterizarse por «estados de ensoñación» y «reminiscencia» involuntaria.
Esta ensoñación vaga adquirió pronto un carácter más definido, más
concreto y más visionario. Adquirió la forma de visiones de la India
(paisajes,
aldeas,
casas,
jardines)
que
la
muchacha
reconocía
inmediatamente como los lugares que había conocido y amado de niña.
—¿Y eso te molesta? —le preguntamos—. Podemos cambiar la
medicación.
—No —dijo, con una plácida sonrisa—. Me gustan esos sueños... me
llevan otra vez a casa.
A veces aparecía gente, normalmente de su familia o vecinos de su
aldea natal; a veces se hablaba, o se cantaba o se bailaba; en una ocasión
estaba en la iglesia, en otra en el camposanto; pero en general eran las
llanuras, los campos, los arrozales próximos a la aldea, y las montañas
bajas y suaves que se alzaban en el horizonte.
¿Eran sólo ataques del lóbulo temporal? Esto parecía en un principio,
pero luego empezamos a estar ya menos seguros; porque los ataques del
lóbulo temporal (como destacó Hughlings Jackson, y como pudo
confirmar Wilder Penfield por estimulación del cerebro al descubierto, ver
«Reminiscencia») suelen tener un formato bastante fijado: Una sola escena
o canción, que se repite invariablemente, acompañada de un foco
igualmente fijo en el córtex. Sin embargo los sueños de Bhagawhandi no
tenían ese carácter fijo, desplegaban panoramas en cambio constante y
paisajes que se disolvían ante sus ojos. ¿Estaba entonces intoxicada y
alucinaba debido a las enormes dosis de esteroides que estaba recibiendo?
Esto parecía posible, pero no podíamos reducir los esteroides... habría
entrado en coma y se habría muerto en unos cuantos días.
Y una «psicosis de esteroides», en caso de que fuese eso, suele ser
desorganizada y agitada, mientras que Bhagawhandi estaba siempre
lúcida, tranquila, serena. ¿Podían ser fantasías o sueños, en el sentido
freudiano? ¿O el tipo de locura-ensueño (oneirofrenia) que puede
producirse a veces en la esquizofrenia? Tampoco podíamos estar seguros
de eso; porque aunque había una especie de fantasmagoría, los fantasmas
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eran claramente recuerdos todos ellos. Se producían con conciencia y
juicio normales (Hughlings Jackson, como hemos visto, habla de una
«duplicación
de
la
conciencia»),
y
no
estaban
evidentemente
«hipercateterizados», o cargados de impulsos apasionados. Se parecían
más a ciertos cuadros, o poemas sinfónicos, unas veces felices, otras
tristes, evocaciones, re-evocaciones, visitas de ida y vuelta a una niñez
estimada y feliz.
Día a día, semana a semana, los sueños, las visiones, se hicieron más
frecuentes, más profundos. No eran ya esporádicos, sino que ocupaban la
mayor parte del día. La veíamos como arrebatada, como en un trance, los
ojos cerrados a veces, otras abiertos pero mirando sin ver, y siempre con
una sonrisa dulce, misteriosa en la cara. Si alguien se acercaba a ella o le
preguntaba algo, como tenían que hacer las enfermeras, ella respondía
inmediatamente, con lucidez y cortesía, pero se tenía la sensación, incluso
entre el personal más prosaico, de que estaba en otro mundo y de que no
debíamos molestarla. Yo compartía este sentimiento y, aunque sentía
curiosidad, me resistía a indagar. Una vez, sólo una vez, le dije:
—¿Qué pasa, Bhagawhandi?
—Me estoy muriendo —contestó—. Me voy a casa. Regreso al lugar del
que vine... sí, podríamos decir que es mi regreso.
Pasó otra semana y entonces dejó de reaccionar ya a los estímulos
externos, parecía completamente encerrada en un mundo propio y,
aunque tenía los ojos cerrados, aún seguía presente en su rostro aquella
sonrisa serena y feliz.
—Está haciendo su viaje de regreso —decía el personal—. Pronto llegará
allí.
Tres días después murió... ¿o deberíamos decir «llegó», después de
completar su viaje a la India?
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