1 Portada: Primer mapa del Amazonas, de Quito al Océano Atlántico y que ha sido durante largo tiempo atribuido al Jesuita quiteño Alonso de Rojas. No tiene fecha segura pero coincide con la llegada de los portugueses capitaneados por Pedro de Texeira en 1638. Más recientemente, varios investigadores concuerdan en estimar que el mapa fue en realidad trazado por el Jesuita Cristóbal de Acuña para el Rey en 1642, luego de la expedición por el Amazonas (Mis agradecimientos van para el historiador Octavio Latorre por sus precisiones) Contraportada: Foto de grupo de los partcipantes al 3 EIAA 2 Antes de Orellana Actas del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Stéphen Rostain editor 3 © Instituto Francés de Estudios Andinos, UMIFRE 17, MAE/CNRS-USR 3337 AMÉRICA LATINA Av. Arequipa 4500, Lima 18, Perú Teléf.: (51 1) 447 60 70 Fax: (51 1) 445 76 50 E-mail: [email protected] Página Web: http://www.ifeanet.org Este volumen corresponde al tomo 37 de la Colección “Actes & Mémoires de l’Institut Français d’Études Andines” (ISSN 1816-1278) Antes de Orellana. Actas del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Stéphen Rostain editor Edición: - Instituto Francés de Estudios Andinos - Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales - Embajada de EEUU Diseño: Stéphen Rostain Diagramación: Stéphen Rostain ISBN: 978-9942-13-892-7 Impresión: Artes Gráicas Señal Impreso en Quito, Ecuador, Mayo de 2014 4 Contenido Organización del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica 10 Prefacio: “... Cambia tus ojos...” Stéphen Rostain 11 Simposio “Todo sobre la Amazonía” La Amazonía, una impostura geográica Emmanuel Lézy 17 El proceso cartográico y la Amazonía. El primer atlas del Perú, 1865 Jean-Pierre Chaumeil 27 Nomear o seu Universo (e cada povo se torna, sem saber, muito egocêntrico…) Françoise Grenand 33 Simposio “Arcaico” Recolectores del Holoceno Tempranoen la Floresta Amazónica Colombiana Gaspar Morcote-Ríos, Francisco Javier Aceituno Bocanegra & Tomás León Sicard 39 El Arcaico en los valles interandinos del Magdalena y Cauca en Colombia: cacería especializada y horticultura temprana Carlos Eduardo López & Martha Cecilia Cano 51 Simposio “En honor de Donald Lathrap y Betty Meggers” La arqueología del Ecuador antes y después de Betty Meggers José Echeverría-Almeida 59 Amazonian Ethnoarchaeology and the Legacy of Donald Lathrap James A. Zeidler 61 Simposio “Guyanas e Orinoco” Fauna del arte precolombino en las Guayanas Stéphen Rostain 69 Excavations at Poncel: an update of the Late Ceramic Age of Cayenne Martijn van den Bel 75 Ethnographic and Archaeological “Cultures” in Guiana, Northern Amazonia Renzo S. Duin 89 5 Nuevos aportes a la arqueología del sitio El Saladero, bajo Orinoco, Venezuela José R. Oliver 97 Ecología histórica de la Gran Sabana (Estado Bolivar, Venezuela) entre los siglos XVIII y XX Rodríguez Iokiñe, Rafael Gasson, Audrey Butt-Colson, Alejandra Leal & Bibiana Bilbao 113 Simposio “Bajo Amazonas” Modos de igurar o corpo na Amazônia précolonial Cristiana Barreto 123 Os Artesãos das Amazonas: a diversidade da indústria lítica dos Tapajó e o Muiraquitã Claide de Paula Moraes, Anderson Márcio Amaral Lima & Rogério Andrade dos Santos 133 Science, technology, and innovation in indigenous Amazonia Anna C. Roosevelt 141 The Cultivated Wilderness Project. Hinterland archaeology in the Belterra Region, Pará, Brazil Per Stenborg, Denise P. Schaan, Christian Isendahl, Mats Söderström, Jan Eriksson, Márcio Amaral & Mats Olvmo 149 Simposio “Medio Amazonas y Madeira” Como os contextos funerários nos ajudam a entender os vivos na Amazônia Pré-Colombiana Anne Rapp Py-Daniel 157 Arqueologia do baixo rio Negro e a discussão de contextos locais do rio Unini Márjorie Nascimento Lima, Eduardo Kazuo Tamanaha & Eduardo Góes Neves 167 The Polychrome Tradition at the Upper Madeira River Fernando Ozorio de Almeida & Eduardo Góes Neves 175 Houses, hearths, and gardens: space and temporality in a pre-Columbian village in the Central Amazon Anna T. Browne Ribeiro 183 Simposio “Ecuador” Tecnología cerámica y transición cultural en la alta Amazonia ecuatoriana: el caso del valle del río Cuyes (primeros resultados y perspectivas) Catherine Lara 191 6 El Formativo del Alto Pastaza (Ecuador), entre arqueología y vulcanología Geoffroy de Saulieu, Stéphen Rostain & Jean-Luc Le Pennec 199 Dinámica de vida en el área de inluencia del río Napo, desde 9000 a.C. hasta 1400 A.D. Amelia M. Sánchez Mosquera 207 Caballones vs. camellones Franklin Fuentes G., David Leyton, Telmo López M., Javier Véliz Alvarado & Stéphen Rostain 215 Perspectival Ontology and Animal Non-Domestication in the Amazon Basin Peter W. Stahl 221 Simposio “Alta Amazonía” Early Ceremonial Architecture in the Ceja de Selva (800-100 B.C.): A Case Study from Huayurco, Jaén Region, Peru Ryan Clasby 233 Los orígenes y el desarrollo de la organización socio-política de la cultura Chachapoya: Una mirada desde la Provincia de Luya, Departamento Amazonas, Perú Klaus Koschmieder 243 Aproximación socio cultural y ambiental en base de la interpretación de los petroglifos de la cuenca del Armanayacu, tributario del Río Paranapura, bajo Huallaga, Amazonía peruana Santiago Rivas Panduro 251 La arqueología y ele mito de origen de los Shipibo-Conibo de la cuenca del Ucayali, Perú Daniel Morales Chocano 265 Simposio “Mojos y Acre” Island, River and Field: a Historical Ecology of the Bolivian Amazon John H. Walker 273 Unidad en la Diversidad. Implicaciones de la variabilidad cerámica de la región del Iténez, Bolivia Carla Jaimes Betancourt 281 Simposio “Paisajes modiicados y dieta” Initial contributions of charred plant remains from archaeological sites in the Amazon to reconstructions of historical ecology Myrtle P. Shock, Claide de Paula Moraes, Jaqueline da Silva Belletti, Márjorie Lima, Francini Medeiros da Silva, Lígia Trombetta Lima, Mariana Franco Cassino & Angela Maria Araújo de Lima 291 7 Uso do Saber Tradicional Indígena no Reconhecimento e Caracterização de Paisagens Manejadas na Amazônia Brasileira Myrian Sá Leitão Barboza, Alcieila Farias Figueiredo, Angélica Leal de Souza, Vanessa Waiwai, Asiso Waiwai, Pedro Waiwai & Nivaldo Waiwai 297 What do we know about the distribution of Amazonian Dark Earth along tributary rivers in Central Amazonia? Carolina Levis, Marcio de Souza Silva, Mauro Almeida e Silva, Claide P. Moraes, Eduardo K. Tamanaha, Bernardo M. Flores, Eduardo Góes Neves & Charles R. Clement 305 Uso de plantas económicas y rituales (medicinales o energizantes) en dos comunidades precolombinas de la Alta Amazonia ecuatoriana: Sangay (Huapula) y Colina Moravia (c. 400 a.C.-1200 d.C.) Jaime R. Pagán Jiménez & Stéphen Rostain 313 Simposio “Geoarqueología” The variability of Amazonian Dark Earths: comparing anthropogenic soils from three regions of the Amazonian biome Manuel Arroyo-Kalin 323 Anthropogenic Landscapes in Amazonia: Topographic Features, Use of Space, and Formation of Anthrosols (Terra Preta) in Prehistoric Settlements Morgan J. Schmidt 331 Arte Rupestre do Juruparí? Explorando relações iconográicas entre gravuras rupestres e o complexo mito-ritual do Jurupari no Baixo rio Negro, Amazônia Raoni Valle 339 Pinturas y grabados rupestres en la cuenca del Marañon, alta Amazonía de Perú Ulises Gamonal Guevara & Quirino Olivera Núñez 347 Simposio “Etnoarqueología” Cultural Construction, Interculturality, Multiethnicity, and Survival Strategies among Amerindians in the ‘Island of Guiana’ with a Brief Introduction from the Upper Amazon Peter E. Siegel 351 Betwixt and Between: Unraveling material histories in the Southern Guyana-Suriname borderland Jimmy L.J.A. Mans 359 Temporalidades enraizadas: manejo ambiental e construção social na Amazônia Juliana Salles Machado 367 8 Lugares de memória. Etnoarqueologia o uso do espaço pelos Asurini do Xingu, Brasil Fabiola Silva 375 Simposio “Entre pasado y presente: contribuciones etnológicas” Prácticas ancestrales de crianza de agua y suelo ayudan a convivir con lluvias intensas Kashyapa A. S. Yapa 381 La Fase Napo en la arqueología de rescate Ferran Cabrero 389 El ritual como máquina del tiempo: ejemplos chacobo (Amazonía boliviana) Philippe Erikson 399 Las “naciones indias”, Guayana Francesa y Amapá, siglos XVI-XIX. Algunas relexiones en torno al etnogénesis Pierre Grenand 407 Simposio “Patrimonio” Arqueología amazónica: un patrimonio por descubrir Alexandra Yépez 417 De-construir el patrimonio… Jorge Gómez Rendón 423 Arqueologia e [Des]envolvimento: Patrimônio, Contrato e Comunidades Locais na Amazônia Marcia Bezerra 433 Coca in context. From the North-West Amazon to coastal Ecuador Colin McEwan 441 Ver lo invisible. El levantamiento aéreo con escáner láser y su aplicación practica para los estudios arqueológicos Yuri Svoiski & Ekaterina Romanenko 451 Figuras en color 461 … y para concluir con algunos recuerdos 563 9 Organización del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Presidente: Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito) Comité organizador: Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito) Dr. Carlos Espinosa (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito) Manuela Troya (Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano, Quito) Stephany Leavy (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito) Vincent Lepage (Embajada de Francia en el Ecuador, Quito) Instituciones organizadoras: Instituto Francés de Estudios Andinos Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos Auspiciadores (por orden alfabético): Alianza Francesa Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Centro Nacional de Investigación Cientíica (CNRS) Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos Embajada de los EEUU Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Fundación Wenner-Gren Fulbright Ecuador Gobierno de la Provincia de Pichincha Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD) Instituto Francés de Estudios Andinos Instituto Nacional de Patrimonio Cultural Liceo La Condamine Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano Ministerio de Cultura y Patrimonio Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado Orquesta Sinfónica Nacional Quito Turismo Repsol República del Cacao Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador 10 Prefacio “... Cambia tus ojos...” Stéphen Rostain CNRS, Paris/IFEA, Quito Presidente del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica “Para que veas los mundos del mundo, cambia tus ojos. Para que las aves escuchen tu canto, cambia tu garganta”. (Eduardo Galeano, 2012, “Los hijos de los días”) Belém-do-Pará fue escogida para recibir en 2008 el 1er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica por ser la ciudad poseedora de la institución más tradicional de investigación arqueológica en la zona: el Museo Paraense Emilio Goeldi, con más de 140 años de historia, representa la cuna de la arqueología amazónica (Figura 1). La Dra. Edithe Pereira, que trabaja en el museo, fue la presidenta del encuentro. El congreso reunió a investigadores de varios continentes que desarrollan trabajos arqueológicos en Amazonía, lo que representó nsiderables en la disciplina, pues nunca antes hubo un encuentro especíico para los trabajos desarrollados en más de 7 millones de kilómetros cuadrados. Además de una cobertura mediática importante, el encuentro dio lugar a la publicación de dos grandes tomos en los cuales constan los artículos cientíicos más destacados. Este evento puede ser considerado como un hito en la historia de la arqueología amazónica. Este libro presenta las actas de 52 conferencias dadas en el marco de los simposios del tercer Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica que se realizó en Quito del 8 al 14 de septiembre de 2013. A pesar de un gran desconocimiento público, la Amazonía tiene un excepcional patrimonio arqueológico que enriquece muchos museos sudamericanos, norteamericanos y europeos como también colecciones privadas. No obstante, el número de arqueólogos que trabajara en ella en siglo XX fue bastante reducido. Afortunadamente, esta disciplina ha conocido un signiicativo desarrollo desde hace unos 15 años. Observándose en la actualidad, una importante multiplicación de estudiantes e investigadores, así como también el surgimiento de resultados notables y muy novedosos. Los nueve países amazónicos (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana francesa, Guyana, Perú, Suriname, Venezuela) van dotándose poco a poco, de cursos de graduación en arqueología, de nuevos centros de investigación y de museos modernos. Como un esfuerzo para organizar el proceso de crecimiento por el cual pasa la arqueología amazónica, los arqueólogos que actúan en la región han organizado encuentros regionales y de carácter internacional, cuyo objetivo ha sido el de reunir a profesionales, estudiantes y apasionados que trabajan en los diferentes países amazónicos. Los descubrimientos arqueológicos se han revelado extraordinarios. El Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica (EIAA) fue creado hace seis años para presentar estos descubrimientos a la comunidad académica y al público en general. Es el evento más importante y de mayor impacto que agrupa a los cientíicos que trabajan en el pasado de la Amazonía. Figura 1: Cabina telefónica en una calle de Belém-do-Para en forma de urna funeraria 11 Quito, Amazonía, dos nombres que a primera vista no se conjugan fácilmente. Sin embargo, desde un punto de vista histórico, Quito fue la ciudad al origen del mayor río del mundo. En efecto, el Amazonas – que mide alrededor de 6400 Km. de largo – es el único río que fue descubierto desde su fuente hasta su desembocadura. Gaspar de Carvajal lo exploró desde Quito. En 1541, una expedición dirigida por Gonzalo Pizarro partió de Quito hacia la Amazonía en busca de oro y del “País de la Canela”. La expedición descendió hasta el Napo. Desde allí un grupo de unos cincuenta hombres, entre los cuales se encontraba Gaspar de Carvajal, quién luego contaría esta epopeya en un famoso libro, bajo el mando de Francisco de Orellana, continuaría por el Amazonas hasta su desembocadura. Es por esta razón que el texto del Padre que relata este fantástico viaje desde Los Andes hacia el este hasta el océano Atlántico menciona que “Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas”, frase extraida de la relación de Gaspar de Carvajal (Figura 2). Razón por la cual, el aiche seleccionado para el congreso tiene un sentido particular ya que muestra el mapa del descubrimiento del Río de las Amazonas y sus dilatadas provincias, el mismo que fuera trazado por el Jesuita Cristóbal de Acuña para el Rey en 1642. Este árbol acuático que atraviesa todo un continente, coronado por un Quito aéreo, justiica ampliamente la presencia de los arqueólogos en Quito. Viendo el enorme éxito del encuentro, se decidió entonces organizar dos años más tarde, el 2do Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica, eligiéndose a la ciudad de Manaos para acogerlo. Su realización en la capital del estado de Amazonas fue altamente signiicativa por permitir la consolidación deinitiva de un centro de investigaciones arqueológicas en esta metrópoli, actualmente la mayor ciudad de la Amazonía. El Dr. Eduardo Góes Neves, profesor en la Universidad de São Paulo, fue designado presidente del congreso en 2010 organizado con el ayuda de la Universidad del Estado del Amazonas (UEA). Este dio lugar a la creación de un Curso Superior de Tecnología en Arqueología, atrayendo así a un numeroso equipo compuesto por profesionales y estudiantes. Al in del encuentro, el Dr. Stéphen Rostain fue elegido para manejar el 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica. A in de dar mayor amplitud al evento, se previó que este se realizara en uno de los nueve países amazónicos con excepción de Brasil. Después de haber realizado los dos primeros congresos en el país amazónico más grande, el nuevo Presidente del Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica decidió realizar el siguiente en uno de los más pequeños. Hay que precisar que Quito cuenta con la misma demografía que Manaos (1,873,458 hab. en Quito; 1,832,423 hab. en Manaos). Así, se escogió a Ecuador y por muchas razones, a su capital: Quito. Figura 2:“Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas” (Gaspar de Carvajal), Catedral de Quito 12 Figura 3: Inauguración del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica (de izquierda a derecha): Jean-Baptiste de Boissière (Embajador de Francia en el Ecuador), Juan Ponce (Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), Guillaume Long (Ministro Coordinador de Conocimiento y Talento Humano), Stéphen Rostain (Presidente del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica), Gérard Borras (Director del Instituto Francés de Estudios Andinos) Finalmente, se sumó a la organización el Ministerio Coordinador del Conocimiento y de Talento Humano, aportando entre otras cosas, la eicacidad de un batallón de competencias y colaboradores. La manifestación se efectuó en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, organismo internacional que surgiera en 1956 en la Conferencia General de la UNESCO con el in de apoyar a los países de América Latina en la creación de una entidad de ciencias sociales. El Sistema Internacional FLACSO tiene un prestigio internacional y cuenta con sedes, programas y proyectos en 13 países. La facultad está ubicada en un ediicio nuevo en la parte céntrica del Quito moderno, espacio que podía ofrecer todas la facilidades para los participantes. Además, el congreso correspondía al lanzamiento del Doctorado de Historia andina y amazónica en esta universidad. Dada la dimensión internacional del evento, el congreso contó con tres idiomas oiciales: español, portugués e inglés, idiomas conservados en este volumen. Por supuesto, los profesionales participantes trabajaban en los nueve países amazónicos y venían de universidades, museos o instituciones de 19 países: Alemania, Argentina, Bolivia, Brasil, Dado que no existe una organización permanente del congreso, había que poner en marcha el proceso y hallar colaboradores, lo que lo hizo de él toda una aventura. Al igual que en un embarazo, fuimos viendo las diferentes etapas en su concepción, desde los momentos de euforia, las angustias irreprimibles, las dudas fundamentales, los antojos insaciables, los temibles dolores hasta, al inal, el nacimiento bello y encantador. El congreso surgió inalmente rodeado por toda una familia. En el marco del Instituto Francés de Estudios Andinos, en primer lugar y enseguida de mi retorno a Ecuador en el mes de septiembre de 2011, tuve la oportunidada de conocer al Dr. Carlos Espinosa de la FLACSO, quien se entusiasmó de inmediato por el proyecto. El evento tuvo entonces sus padres: el IFEA y la FLACSO. Rápidamente, la Embajada de Francia en Ecuador y la Cooperación regional se asociaron a la organización. Aquí debemos citar los constantes esfuerzos de Vincent Lepage pero, también agradecer a Pierre Pedico, primer consejero, y al Señor Embajador Jean-Baptiste de Boissière. Luego, afortunadamente conté con la muy eicaz colaboración de Stephany Leavy de la FLACSO. Quiero agradecerle inmensamente por su inalterable energía durante estos meses de carreras y gestiones. 13 Canadá, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Países Bajos, Perú, Puerto Rico, Reino Unido, Rusia, Sri Lanka, Suecia, Venezuela. En total, fueron cerca de 400 participantes los que llegaron de varios horizontes, para una semana de intercambios académicos en Quito. El evento fue inaugurado por el Ministro Coordinador de Conocimiento y Talento Humano, Guillaume Long (Figura 3) y la conferencia inaugural dictada por Philippe Descola (Collège de France). Se asistió entonces a una semana de 80 conferencias, entre las que contaban 9 ponencias magistrales de 60 mn cada una y 71 ponencias de 20 mn cada una en 15 simposios. El sujeto de los simposios era geográico o temático: 1. Todo sobre el Amazonía 2. Arcaico 3. En honor de Meggers y Lathrap 4. Guayanas y Orinoco 5. Bajo Amazonas 6. Medio Amazonas y Madeira 7. Ecuador 8. Alta Amazonía (peruana) 9. Mojos y Acre 10. Paisajes modiicados y dieta 11. Geoarqueología 12. Arte rupestre 13. Etnoarqueología 14. Entre pasado y presente: contribuciones etnológicas 15. Patrimonio Pero el 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica no se limitó a conferencias ya que muchos eventos paralelos fueron organizados para la semana de encuentro. Además de los carteles cientíicos expuestos por congresistas en la FLACSO, hubo la inauguración de cinco exposiciones: “Paisajes ecuatorianos” fotografías de Jorge Anhalzer en la FLACSO, “Sonrisas amazónicas” fotografías de Nigel Smith en la FLACSO, “La civilización Mayo Chinchipe-Marañon” en la Alianza francesa, “Primeras sociedades de la alta Amazonía” en el Museo Nacional del Banco Central, y por in la inauguración del nuevo museo amazónico de Abya-Yala. Se visitó también el museo arqueológico de la Casa del Alabado en Quito. A mediados de semana, mientras la mayoría de los congresistas descubrían el complejo precolombino de plataformas de Cochasquí, al norte de Quito (Figura 4), un pequeño grupo viajaba a Coca en la Amazonía para recorrer la exposición de urnas de cultura Napo del futuro museo Alejandro Labaka. Al día siguiente, la Orquestra Sinfónica Nacional ofrecería un concierto en la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Se acogieron, todos los días, a artesanos indígenas a la entrada de la sala de conferencia de la FLACSO: ceramistas Kichwa de Puyo, tejedores de cestería Waorani del río Curaray, pintor tradicional sobre piel de cabra de Tigua (Figura 5). Stéphen Rostain y Álvaro Muriel realizaron un documental de 30 mn, con el título de Figura 4: visita del sitio arqueológico de Cochasquí al norte de Quito por los participantes del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica 14 Figura 5: artesanos invitados a presentar su arte al 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica gentileza y la paciencia de traducir varios textos de este libro al español. No puedo tampoco dejar de agradecer a mi laboratorio de origen ARCHAM, UMR 8096 del CNRS, por su apoyo para la realización de este volumen. El 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica y este libro lo dedicamos a seis personalidades de alto nivel en esta disciplina: - El arqueólogo norteamericano Jim Petersen (1954-2005) e inolvidable hermano de la arqueolgía amazónica. - El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009), padre del estructuralismo que nos permitiera entender mejor el mundo amazónico. - El antropólogo norteamericano Neil Whitehead (1956-2012), gran etnohistoriador de las Guayanas quien afrontara una antropología de la violencia. - La arqueóloga norteamericana Betty Meggers (1921-2012), fundadora de la arqueología amazónica quien suscitara tantas vocaciones y debates. - El antropólogo francés Alain Testart (19452013), que construyera muchos puentes entre etnografía y arqueología. - El arqueólogo francés Jean Guffroy (19492013), amigo andinista al origen del espectacular descubrimiento del sitio Formativo de Santa Ana/La Florida en la alta Amazonía ecuatoriana. El 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica contó con gran éxito y con un fuerte impacto, que se pueden medir por la difusión en la prensa, la misma que tuvo más de 150 artículos a nivel nacional e internacional. Al inal del encuentro, se decidió organizar el próximo Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica en la ciudad de Iquitos en Perú – “Que les vents lui soient favorables”. “Arqueólogos”, incluyendo imágenes tomadas durante los dos últimos años en las excavaciones arqueológicas del proyecto interdisciplinario “Zulay” en el Pastaza y también imágenes del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica. El encuentro fue también la oportunidad de publicar varios artículos y libros sobre la arqueología de la Amazonía ecuatoriana con el in de llenar un importante vacío en este campo. Artículos especialmente escritos para cinco revistas nacionales: Mundo Diners, Rocinante, Imaginaria, Anaconda y Terra Incógnita. Esta última publicó un número especial “Amazonía”, el mismo que incluía seis artículos. Además, se lanzaron siete libros durante el congreso: - “Islands in the rainforest. Landscape Management in Pre-Columbian Amazonia” de Stéphen Rostain; - “Upano Precolombino” de Stéphen Rostain, - “Amazonía aérea. Escultores precolombinos del paisaje” de Stéphen Rostain (en tres idiomas); - “Antes. Arqueología de la Amazonía ecuatoriana” de Stéphen Rostain y Geoffroy de Saulieu; - “Arqueología amazónica. Las civilizaciones ocultas del bosque tropical (actas de coloquio)” de Francisco Valdez (compilador); - “Primeras sociedades de la alta Amazonía. La cultura Mayo Chinchipe-Marañón” de Francisco Valdez; - “Sonrisas amazónicas” de Nigel Smith (Stéphen Rostain editor) y una versión en inglés del mismo. En la continuidad del Encuentro, muy rápidamente después, se publicaron dos libros de actas: “Amazonía. Memorias de las conferencias magistrales del 3 IEAA” reuniendo así las conferencias magistrales y el presente libro “Antes de Orellana. Actas del 3 IEAA”. Por in, es un placer de agradecer aquí a Belém Muriel y Catherine Lara que tuvieron la 15 16 Simposio “Todo sobre el Amazonía” La Amazonía, una impostura geográica Emmanuel Lézy Universidad París X, Nanterre El mapa escogido por Stéphen Rostain para presentar este Tercer Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica pone sobre la mesa la problemática de la naturaleza y el marco geográico de referencia. Gracias a su orientación medieval, que coloca al este, en lo alto, el Amazonas, da una imagen Mediterránea Bíblica, a manera de árbol de la vida y espina dorsal del Mundo. El encuentro en Jerusalén de los tres dominios de los hijos de Noé (Sem, el cerebro, Japhet la parte derecha del cuerpo y Chaam, la parte izquierda) era la base, en el antiguo Mundo, de la unidad del cuerpo místico de Cristo, cuyo centro era por igual origen y in. La historia de Adán, cuya salida del Edén lo llevara a perderse en Jerusalén, en el hueco del mundo, como una pepita en una calabaza (couy), ofrecía al Mundo su meridiano magnético y el eje de circulación del tiempo. Al oeste, el in del Mundo estaba representado por el retorno de las aguas mediterráneas (placentarias) al gran Mar océano de los orígenes. “Súmmum”: el Apocalipsis se batía entre Tánger y Melilla. Los viajes de Colón y sus consecuencias volvieron obsoleta a esta geografía. Tal como lo había esperado Colón1, el mundo de Noé había “estallado”. Pero no había desaparecido. Se había vuelto ilegible, invisible, nuevo. A esto siguieron algunos siglos de vagabundeo cartográico de donde emergieron los contornos de Mercator que acababa de dar a luz el Nuevo Mundo. A partir de ese momento, la orientación se haría hacia el Norte y la intersección del espacio y del tiempo sería tan universal como las nuevas coordenadas longitud-latitud. La conciencia, al igual que la geografía, se había tornado universal. Es entonces de manera nostálgica y casi “cliché”, que en 1660, el autor del mapa plantara su “Amazonía” en el terreno del Antiguo Mundo. Al salir del Edén de Quito, Orellana fundaba un río gigante en el nuevo eje del Mundo y daba a la línea, de repente horizontal de los Andes, su cuerpo y su cruz. Más que el conocimiento de una Amazonía aún lejana, el objetivo del mapa era claramente la reconstrucción cartográica del mundo católico, desgarrado por el invento de América y la disputa religiosa que de él sobreviniera. El Amazonas : ¿un “aluente”, más que un “río”? Fuera de este santo proyecto, la dimensión “luvial” del mayor curso de agua que luye en el eje de rotación de la Tierra no tiene nada de evidente y la identiicación de una “cuenca luvial” apunta tanto al invento como al descubrimiento. Ningún topónimo indígena identiica un aluente de esta dimensión2. Los cursos de agua mencionados son universos autónomos, cuyas aguas, paisajes, grupos humanos, costumbres y lenguas, presentan contrastes violentos: Solimoes, Negro, Jari, Parou, Tapajos, Xingu, Madeira, Iça, Japura, Apurimac, Ucayali, Vilcanota… Se conoce más de veinte aluentes de más de 1500 km. Ya sea que bajen de los contrafuertes calcáreos de los Andes, del escudo brasileño mal cubierto de cerrados o del escudo guyanés poblado de bosques sempervirentes, sus aguas son blancas, claras o negras, básicas o ácidas. Al desembocar en el gran canalón geológico que separa a los dos cratones graníticos, en la línea del Ecuador, rehúsan unirse a lo largo de varias decenas de kilómetros. Si bien la unidad del objeto es contestable (cuestionable), su naturaleza luvial puede también serlo. Formado de esta manera, el Amazonas alcanzará los últimos conines del objeto3, acarreando consigo toda la categoría en el movimiento de regreso de su propio macareo. Ausente en los diccionarios modernos de Geografía, se abandona el término “río” (leuve en francés, es decir río que desemboca en el mar) al diccionario Robert, el mismo que ofrece una deinición común de “gran río” y otra dicha “geográica”: “todo curso de agua, incluso pequeño, que lleva al mar” (Diccionario Robert: 717). Intraducible, el concepto aparece como un producto típico de la excepción 17 cultural frances4. Nadie, en ningún lugar, emplea un término particular para los ríos más grandes (el Mississipi es un “river” como los otros) ni tampoco para aquellos cuyo curso sube periódicamente por causa de la marea. Este concepto geográico fue, sin embargo, la base de la reorganización del territorio francés hecha por la Revolución5. El recorte geográico, basado en la noción de “cuenca-vertiente” substituyó entonces a la antigua sociedad y a su encierro vertical6. La joven República brasileña, creada en 1888, halla sus raíces en el movimiento de la Inconidencia mineira, el mismo que en 1789 intentará imitar a la Revolución francesa. En 1898, con el propósito de triunfar en la deinición de las fronteras amazónicas de Brasil, frente a Francia, y luego a los Países Bajos e Inglaterra, Rio Branco7 utilizará muy lógicamente el argumento de la cuencavertiente (Vidal, 1898, 1902, Lézy, 2000, 2004). Al adaptar el argumento francés a la escala del Amazonas, Rio Branco lo hace cambiar de naturaleza y de dinámica a la vez. Surgido de un movimiento centrípeto que implicaba la parcelación del territorio nacional, el concepto de río (leuve en francés) se vuelve el instrumento de la expansión colonial (inspirada en la política colonial de la tercera República francesa), a costa de los países vecinos. La identiicación de una Amazonía luvial asociada a una argumentación “geográica” implementada por el mismo Vidal de la Blache en el momento de la demarcación de la frontera franco brasileña, permitirá la reivindicación por parte de Brasil, de una “cuenca-vertiente” de siete millones de kilómetros, así como también la creación de los “territorios” colonizados de Amapa, Roraima, Acre y Rondônia. El aparecimiento del topónimo, del trazado y de la cuenca hidrográica en los mapas produjo la forma actual del territorio brasileño; una de las imágenes cartográicas más destacadas junto a aquellas de Francia y los Estados Unidos. La Amazonía fundó, en un mismo trazo, la Geografía francesa8 y el territorio francés. Pone en marcha una geopolítica que podría, en Europa, hacer soñar, por ejemplo, con una “Normandía” unida por la gran cuenca vertiente del “río Manche” y que drenaba los ríos Támesis, Sena o Rin9. Al retirar imaginariamente el zoom de su Google Earth, ¿qué hombre de estado, podría pensar mañana en la creación de una “Atlántida” que uniera a las dos cuencas de los aluentes de la dorsal medio-oceánica? Hay más que un divertido juego de óptica en el ejercicio de transformar escudos en cuencas y brazos de mar en ríos. El destino de las regiones, de las sociedades involucradas, depende de la representación cartográica adoptada. Paradójicamente y de manera bastante reveladora, al insistir en la dimensión litoral de los espacios amazónicos deinidos como ripícolas, se identiica otro objeto geográico propuesto por Vidal de la Blache: el Río (Rivière en francés, que no desemboca en el mar). “Este género de vida superior se irradió de una orilla a otra orilla, dando lugar a diversas combinaciones. Ciertas costas, por su exposición y su pendiente, se desenrollan como espalderas. El hombre solo debe limitarse a formar los escalones. Y, por otra parte, protegiéndolas del mistral y de los vientos del Norte, adecuan pequeñas playas arenosas, al alcance unas de otras, que comunican fácilmente gracias a la clemencia de los vientos y a la uniformidad del régimen, volviéndolas favorables para una vida de cabotaje y pesca. Tal es, por excelencia, la zona de Liguria, que la nomenclatura popular distinguió bajo el nombre característico de Riviera: Riviera del Poniente, de Génova a San Remo; Riviera de Levante, de Génova a La Spezia” (Vidal de Lablache, 1921: 105). ¿Quién podría negar que de una orilla a otra, de una ribera a otra, el “Mediterráneo” no es un río?, ¿El árbol bíblico de la Vida, que únicamente la cartografía revela en su dimensión edénica?: ¿Que es él, el que ija los límites de la “Pax” Aténica, Románica o Ibérica que creó? El Río es para la Nación lo que el Mediterráneo es para el Imperio: un instrumento y un argumento cartográico. Al hacerlo, la cartografía reconoce también la transformación funcional de la “Ribera” (no en el sentido de “río pequeño” sino de orilla de un “mediterráneo”) en río (es decir a la vez colector principal de riquezas nacionales, pero también crisol principal de integración nacional. Cuando Orellana bajó por él, “El Río de las Amazonas” no existía aún. Los territorios locales, densamente poblados, urbanizados y que controlaban una producción agrícola intensa estaban alineados a lo largo de los vastos senderos (Budweig 2000) muy jerarquizados, cuya red se conectaba, por Quito, con el “Wapé”, el sendero estrecho que llevaba a Manoa d’e El Dorado, el corazón de las sabanas del Rupununi. Las pequeñas piraguas monóxilas permitían atravesar los ríos caudalosos que nadie pensaba navegar (límite de un metro cúbico/seco). La llegada 18 de los Negros marrones y de su tecnología de la piragua “boni” que alzaba los bordes planos, popas y proas, determinó el surgimiento de territorios luviales transversales, construidos alrededor del dominio de uno o varios saltos en los cuales se construyeron peajes (saltos Polygoudoux en Guyana francesa). A pesar de su “Prororoca”, que arroja la nave de Vincente Pinçon al manglar, el Amazonas comienza a funcionar como río solamente desde la llegada de las naves europeas aguerridas durante la travesía del Atlántico y para las cuales, el cabotaje de Belém hacia São Luis, Recife y Salvador se parecía a aquel que subía hacia Obidos, Santarem, Itacotiara y Manaos. Los paquebotes que hoy en día, visitan la zona franca, no hacen diferencia entre los muelles de Manaos y aquellos de Rotterdam. Podemos preferir la cinta negra de la banda de Möbius que envuelve un mismo brazo de agua salobre, de una “encontra” a la otra, alrededor de la isla de Las Guyanas, a la clara línea que dibuja la leyenda de una Amazonía en el margen del mapa de Orellana. Encuentro de las aguas negras del Negro y de las aguas blancas del Solimoes en Manaos, de las aguas dulces más potentes con el más poderoso torrente de aguas saladas, la Corriente Ecuatorial del Este, en Belém. Suave durante prácticamente 80 km de ancho, la corriente de las Guyanas que baña los puertos de Cayena, Paramaribo et Georgetown, siempre es el mismo mar de aguas dulces que baña aquellos de Manaos o de Belém. Cuando en Amacouro, ella encuentra las aguas del Orinoco, Colón exclama: “Es el beso de la Serpiente y del Dragón”. ¿Qué mecánica hizo aparecer en 1800, bajo la piragua de Humboldt, al famoso canal que los cartógrafos holandeses terminaron utilizando para “que quedara buenito” y cerrar la isla de Guyana? Antes de que su exploración viniera a hacer una “veriicación”, la Guyana, la versión insular de la Amazonía continental católica, tuvo primero forma de fantasma protestante; refugio ideal, naturalmente aislado de las inluencias católicas meridianas, (Españoles al Este) y paralelos (Portugueses al sur). No basta con decir que la Amazonía fue una construcción colonial. Es en realidad la traducción geográica de la victoria política de la colonización católica sobre la colonización protestante, y secundariamente, judía (Recife, Paramaribo). Dos formas permiten entonces describir de manera eicaz a la región: el trazo blanco o el bucle negro, la cuenca sedimentaria o el escudo granítico, el agua dulce o el agua salada. Estas dos formas, excluyentes una de otra (de ahí la existencia de las protestas fronterizas en el siglo XIX), corresponden a dos proyectos coloniales que se cruzan y se inventan, en la bahía de Guanabara en 155510. Sobre un barco amarrado a una isla, en el centro de una bahía circular cubierta de bosques y poblada de antropófagos, la Cena, confrontada a su propia imagen deformada o informada por la comida antropofágica no comulga más entre los Cristianos. “¿Qué sucede durante la Eucaristía?”, pregunta (substancialmente) Jean de Léry a André Thévet. “Debido a la magia de la “trans-substantiación”11, ¿cambiáis vosotros realmente la materia del pan y del vino en carne humana y sangre, y esto, sin que yo siquiera me dé cuenta, puesto que mis sentidos están distorsionados por la caída? En ese caso, vosotros no valéis más que estos salvajes que no son más caníbales que vosotros mismos”. Lo que está en juego es la unidad o la dualidad del cuerpo místico de Cristo, más (menos) que el respeto legítimo de la comida antropofágica12. Si el verbo es lo suicientemente fuerte, por la voz del sacerdote y el oído del pecador13, como para transformar físicamente la materia, entonces la evangelización y la conversión sincera pueden difundir el cristianismo, por intermedio de la vía luvial, al ritmo de la progresión de las piraguas que transportan los tres vehículos de la Nación: lengua, bandera y fe. La vía católica es y será el principio integrador instalado, en un primer momento, alrededor de São Francisco, y luego del Amazonas. A la inversa, para los Protestantes, adeptos a la “consubstanciación”, la materia profana, incluso después de la Eucaristía, coexiste con la materia viva del cuerpo y de la sangre de Cristo. Hay una “frontera” ontológica entre las dos, que la voz no puede franquear y de la cual, solo la gracia divina puede liberarse. Las colonias protestantes buscan una insularidad ideal y desentierran en Guyana la roca granítica de las viejas construcciones políticas. La cuenca-vertiente es el vehículo geográico de la colonización católica al igual que el escudo es la fortaleza natural del protestante. En 1894, la Geografía Universal de Eliseo Reclus propone por última vez una representación cartográica de la Guyana Grande, el sueño protestante de Walter Raleigh. Cuatro años más tarde, la visión católica se impone en el plano político por la “victoria” de Rio Branco frente a Vidal de la Blache, en el diferendo fronterizo que oponía Francia a Brasil. El sueño protestante de una Guyana 19 ø“Ha llegado la época de la fermentación del humus, de la proliferación de lo podrido, de la maceración de las hojas muertas, en virtud de la ley según la cual todo aquello que debe ser engendrado lo será junto a la excreción, los órganos de la generación confundidos con aquellos de la orina, y todo lo que nace, nacerá envuelto en baba, serosidades y sangre, igual que nacen del estercolero la pureza del espárrago y el verdor de la menta” (Carpentier, 1975: 306)15. Todo, hasta la cartografía del enredo de su hidrografía, tiende a hacer de la Amazonía una matriz que debe perder su virginidad y una parte de su virtud para tornarse fértil. La erotización de la región permite no solo relativizar sino también justiicar la destrucción de las sociedades, de los paisajes e incluso de todas las formas de vida sobre el suelo, en el caso de la deforestación, y debajo de él, en el caso de la explotación minera. insular a lo largo de dos millones de kilómetros cuadrados, implosionó en miles de fractales, de islas de Cayena en isla de la Crique, y del Oyapock al Potaro, reproduciendo ininitamente, del “pueblo” al Río, el principio segregador dominante. El invento de una cuenca-vertiente “amazónica” es entonces una empresa colonial católica, realizada en el campo por la construcción de fuertes, puertos, ciudades, rutas, y por la frecuentación de los trasatlánticos, y en el plano diplomático, por la coloración diferenciada de los mapas que hallan sus límites, al escoger, en el interluvio o el thalweg. Borra a la vez toda la legibilidad de las antiguas construcciones territoriales, empezando por la toponimia. La Amazonía circunscribe, con la “Guyana”, el espacio de la leyenda, retirado del mapa; la paradójica frontera interior de la Ecúmene, hacia la cual “el Hombre”, como en los mapas de Demangeon (1942), “busca avanzar” al ritmo de la deforestación, instrumento de su advenimiento. Si el “Hombre” está ausente de la Amazonía, es porque un Hombre mal “desnaturalizado” no lo es completamente y que su dominio es una virtualidad por transformarse. Es también porque en este punto, de Carvajal a Raleigh y de Humboldt a Coudreau, los testimonios concuerdan en buscar mujeres, “algo de Mujer” y no hombres o “algo del Hombre”. Desde su origen, el mito Herculano de las amazonas procede de una asimilación del cuerpo femenino a un territorio, enroscado como un huevo al interior de la geografía masculina, en una isla en medio de un río (Guimaraes Rosa, 1988): “Vivimos del otro lado del río amazónico, al interior de este, en una isla en el medio de su curso. El perímetro de nuestro país forma una circunferencia que te tomaría un año recorrer: el río no tiene principio ni in. La entrada es única” (dice la Reina de las Amazonas a Hércules). A la inversión topográica efectuada por el mapa, corresponde el viraje de las polaridades sexuales observables en las leyendas. A la imagen autóctona viril de El Dorado, profundamente enraizada en el corazón del graben del Takutu, corresponde la asimilación colonial de la región de mujer desnuda, la Amazona, tan virgen como el mismo bosque e igualmente fértil. El bosque húmedo, la forma triangular de la desembocadura, púdicamente velada por la tanga marajoense tradicional se vuelven, en el mapa, una sola metonimia del origen del mundo14. El Amazonas toma la forma, gusto y olor de un sexo femenino. ¿Cómo invertir los paradigmas geográicos? La unidad hidrográica “amazónica”, constituye un marco político que deine a la Amazonía “legal”, lo que es esencial para la comprensión de los mecanismos utilizados a partir de la colonización. No sirve de nada para contextualizar los estudios arqueológicos o etnológicos concernientes al período “precolombino”. La deferencia a los marcos geográicos ijados por las potencias coloniales y luego nacionales, se vuelve perfectamente legítima con la inserción de nuestros programas de investigación en marcos presupuestarios nacionales e internacionales. Mas no podría substituir a un verdadero esfuerzo de contextualización cartográica. En el mapa propuesto concerniente a la organización del espacio en la América precolombina, y su modelo, el desafío era representar en un solo fondo el palimpsesto de las sociedades y de los paisajes producidos por varios millones de años. Desafío de titanes fallido de entrada, puesto que debe resolver dos contradicciones internas mayores. La primera es nuestra ignorancia global sobre los períodos y las regiones involucradas. Por ejemplo, no podemos imaginar la forma del continente hace 15 000 años. Una transgresión marina sobrevino tal vez hace diez mil años, provocando una elevación de las aguas de cerca de 80 metros y enterrando a la costa en una profundidad de 200 km. La arqueología submarina, por ejemplo en Las Bahamas, pone sobre la mesa el tema de la antropización profunda de un trazo de costa hoy en día 20 desaparecido. La forma de las Antillas, en un pasado relativamente reciente está sujeta a conjeturas. Los instrumentos, los vehículos y la energía utilizados en la construcción de las ciudades permanecen en su conjunto desconocidos y se torna delicado hacer aparecer sus factores de localización. Eliseo Reclus sostenía, para describir la aberración geográica que constituyen las ciudades precolombinas de una “extraña religión de las montañas”., Los factores de localización tradicionales16 parecen ignorarse, o dar un giro en América, en donde las sociedades más urbanizadas se instalan en los sitios más difíciles17, multiplicando por cinco los costos y los tiempos de construcción con el más desconcertante desparpajo. La segunda contradicción tiene que ver con la transformación completa y reciente de las perspectivas, ligada a la aparición de nuevos objetos en el campo cientíico. La relectura desde hace veinte años (Bahuchet, 1994, Hladick, 1996) de las relaciones entre sociedades y paisajes en Amazonía ha transformado la percepción del bosque, que ya no es más “salvaje” ni “natural”, sino un jardín acechado por el humano, por una parte, y por otra, lindero que la mirada “naturalista” identiica entre los dominios de la cultura y aquellos de la Naturaleza. Medios como el manglar o las sabanas litorales (Rostain, 1994), largo tiempo considerados como repulsivos, llevan la huella de culturas que poblaban y de la asociación trans-especies(trans-espacial?) de los “earthmovers” en la producción de los paisajes (McKey et al., 2010; Rostain, 2012). Estas competentes agriculturas pudieron alimentar ciudades reinadas y desarrolladas, (Heckenberger, 2003). Las construcciones cientíicas, largo tiempo consideradas como nacientes y “formativas” de una modernidad reservada a la “Europa de las Luces” aparecen en su sorprendente complejidad y su perfecta eicacidad. Sin el menor respeto por la “modernidad europea” defendida en París18, la NASA emplea la matemática Maya y traduce luego sus resultados en números árabes reconociendo de una sola vez, las escalas de competencia de los dos sistemas. Finalmente, la crisis global actual del sistema de producción capitalista, trae consigo la destrucción anunciada de toda la civilización “moderna” y una crisis ecológica sin precedentes obliga a releer en términos de competencia ecológica los conceptos de “modernidad” y de “desarrollo” cuando se los aplica a la Amazonía. ¿Puede aún el naturalismo ser pensado como una modernidad del animismo? No diremos que el geógrafo francés será más sectario que el geofísico de la NASA. ¿Qué enseñanzas puede sacar el cartógrafo de las concepciones amerindias? Lo más importante, en mi criterio, concierne a la circulación de la energía entre el polo Norte y el polo Sur, y el uso que las sociedades urbanas pueden hacer de ella. La reivindicación de una competencia para identiicar y utilizar las corrientes de circulación energética forma parte del bagaje de numerosos pueblos nómadas. Esta antigua antífona es retomada en la actualidad por una retórica “neo india” que identiica al “New Age” con un viraje magnético: “De ahí vendrán y de aquí saldrán las energías que pasan por esta serie de montañas, seguía con el dedo el camino que pasaba por China, subía la parte oriental de la antigua Unión Soviética y se dirigía hacia Alaska. De ahí, descendió su dedo por las Montañas Rocosas del Pacíico Norteamericano, bajó hacia México, continuó hacia Guatemala y el resto de América Central hasta detenerse en Panamá. Fue allí que abrieron su trinchera, dijo, allí que cortaron a la Tierra Madre, y es por causa de esto que la energía no puede ya continuar y que retrocede, ahora” (Barrios, 2004: 82-83). Reclus, quien vivió en la Sierra Nevada de Santa Marta, con los Indios Kogis, no puede sino ser sensible a la noción de circulación de la energía terrestre, de geomagnetismo. En la Geografía Universal (1894), establece un nexo cartográico entre las líneas “agónicas” geomagnéticas, la orientación de los valles Apalaches y las pirámides de Ohio. “El meridiano de declinación magnética, llamada también línea “agónica” o sin declinación, pasa oblicuamente a través de los Aleganies: desde la época en que comenzaron los estudios precisos sobre los movimientos del magnetismo terrestre, siempre se reconoció a través de esta cadena montañosa la coincidencia exacta entre el norte de la brújula y el norte del mundo” (Reclus, 1892: 153). Para ilustrar su propósito da el ejemplo de una carta del Este de los EEUU, que luego pasa a escala continental para establecer un nexo entre Ohio y México. “Acaso no existe una transición gradual en el modo de arquitectura de los montículos de Ohio, pirámides de ladrillo seco que se hallan en Nuevo México y Arizona y cuyo tipo perfecto está provisto por los templos Aztecas y Mayas en Anahuac y Yucatán?” (Reclus, 1892: 36). El degüello energético descrito por el Don Juan de Carlos Barrios no es entonces un concepto extravagante para el geógrafo, es la obra madura de la geografía francesa. Para Reclus, 21 duda una utilización de la dimensión energética del sitio. El conocimiento de los principios de geomagnetismo parece implícito en la historia de Manco Cápac, a quien Viracocha, en la isla del Sol en medio del lago Titicaca, habría coniado una vara de oro aconsejándole meterla en el suelo, con intervalos regulares mientras subía hacia el Noreste al “valle sagrado”, yendo y viniendo al hacerlo por el Meridiano magnético hasta el Ecuador (Lézy, 2007). Allí en donde, como lo anunciara el Dios vivo, la vara se hundiría, la ciudad fue fundada en una fosa de hundimiento que debió primero ser rellenada antes de construirse los cimientos. Tal vez el geomagnetismo permite resolver ciertos enigmas dejados por los constructores19 de las ciudades andinas, mexicanas y de todo el meridiano magnético terrestre, que parece haber atraído como miel a las civilizaciones urbanas pre-modernas. El geomagnetismo es el que organiza la circulación de los luidos y crea, alrededor del Ecuador grandes células de circulación alrededor de los escudos, en las grandes Llanuras o en el Caribe. La comprensión del funcionamiento de estas vastas células que funcionan al igual que tanto territorio, determinan la sobrevivencia del grupo de cazadores recolectores o de pescadores. La distribución de las lenguas en la Amazonía precolombina (COE) muestra tres espacios distintos: el escudo de las Guyanas, cuyo centro está ocupado por los Karib y la “Ribera”, retomando el término de Vidal, por los Arawaks; el escudo brasileño cuyo centro habla lenguas Gê y la costa, idiomas Tupi; y para terminar el arco andino cuyo altiplano son el Quechua y el Aymara y el borde amazónico Shuar. Todo parece indicar que las sociedades precolombinas no están organizadas siguiendo un pensamiento centralizador de dominio de una cuenca vertiente mayor y la ijación de los límites en las líneas de división de las aguas. Las sociedades agrícolas y urbanas que ocupan el centro, en este esquema comparable al modelo parisino, protegidas y/o amenazadas por los marquesados de los pueblos guerreros, Botocudos, Shuars y Karibes colgados 1000 m más arriba en sus escudos o en el rellano andino. La imagen cartográica de una “Amazonía”, refugio de los bosques vírgenes y de los desgastados mitos es una producción colonial destinada a justiicar su apropiación exclusiva o casi por Brasil, luego la destrucción de las sociedades, paisajes y biodiversidad locales. Entonces, ella no sirve de nada en la la forma meridiana de América constituye un bloqueo para la circulación de la energía, de la materia, de los hombres y de las ideas, y por ende para el advenimiento de la globalización. La identidad regional, étnica, cultural de América debe ser sacriicada en beneicio de la formación del Nuevo Hombre Universal. Siguiendo los consejos de su Hermano Eliseo, Armand Reclus establece los planos del canal de Panamá, el lugar “predestinado” para dejar pasar los movimientos circumterrestres gracias a una excavación en la cual Reclus percibe claramente la dimensión mística: “Un nuevo pueblo surgido de repente de entre los otros pueblos, y de todos, el más poderoso. Sin embargo, es por causa de este desplazamiento, por importación del Antiguo Mundo, que esta prodigiosa transformación se realiza: debemos ver allí ante todo un fenómeno de la historia de Europa, cuyo dominio, demasiado estrecho, debió ser agrandado más allá de los mares. En cuanto a los habitantes primitivos de América, estos no tuvieron en la evolución de donde surgió la república federada, sino un rol pasivo. Como en las ceremonias antiguas, fueron sacriicados en el altar” (Reclus, 1982[1905-1908]). Desde 1965 contamos con buenas cartas de geomagnetismo y estudios recientes han permitido precisar los nexos genéticos que unen los fenómenos magnéticos y el movimiento de las placas tectónicas (o de corteza, según el modelo propuesto por Rousseau, 2005). El alineamiento de los cratones graníticos americanos, aquel de las Rocosas y de Los Andes, no siguen por azar al Meridiano magnético (Declinación cero). Son su resultado directo. El funcionamiento del meridiano magnético es el que explica la simplicidad de la estructura geológica americana: una retahíla de viejos cratones, pedazos separados del primer supercontinente de Rodinia, en donde la vida, en el Vandien y en el Cámbrico, tomó la variedad alucinante de formas descritas por Burgess. Avalonia, Laurencia, Anti-Ilha, Guyana, Brasilia y Patagonia; alineados como en desile, limitados por la subida de las montañas terciarias y inalmente reunidos por los conos de deyección que evacúan hacia el Este los desechos de la erosión concomitante. Una energía capaz, como la fe, de alzar montañas parece haber guiado también la construcción de los paisajes rurales y urbanos. La localización de Cuzco en la intersección del Ecuador y del Meridiano magnético, la orientación del palacio central Qoricancha, el corte de la ciudad en cuatro sectores y del país mismo en “Tawantin Suyu” (cuatro partes del Mundo) traducen claramente un conocimiento y sin 22 facilitación de la comprensión de los lazos entre sociedades y paisajes anteriores a la colonización europea. Por ende, parece importante limitar su uso a la representación de los eventos y de los objetos o asuntos posteriores a la colonización, producidos en un marco considerado progresivamente como “amazónico” y aferrarse a contextualizar los asuntos anteriores en relación a los grandes conjuntos insulares que son la Guyana Grande, el escudo del Brasil y el archipiélago colgado de los Andes. El reconocimiento de la “verticalidad”, apreciada por John Murra 1978) permite visualizar vastos conjuntos dinámicos que comparten, de la circulación tectónica a aquella de las ciudades humanas, el recurso a una energía común: el geomagnetismo. Hladik, Claude Marcel (dir.), 1996, L’Alimentation en forêt tropicale: Interactions et perspectives de développement. Paris, UNESCO. Lestringant, Franck, 1990, Le Huguenot et le sauvage. Paris, Aux amateurs de livres. Lézy, Emmanuel, 2000, Guyanes, Guyane, une géographie sauvage de l’Orénoque à l’Amazone. Paris, Ed. Belin, coll. Mappemonde,. Lézy, Emmanuel, 2004, “La Guyane un territoire de légendes en marge de toutes les cartes“, Cahiers des Amériques Latines n°43, Lézy, E. (dir.) “La Guyane, une île en Amazonie”, IHEAL, mars 2004 Lézy, Emmanuel, “Du Roi doré au Kanaimá, une géopoétique de l’espace guyanais”, Amazonie, sein de la terre, Taira, IRIS, Centre de Recherche sur l’Imaginaire, Université Grenoble 3, Numéro 27. 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El Nilo, con sus 6700 km surge de la reunión artiicial de varios cursos de agua africanos mayores. 3 Una desembocadura de más de 800 km de ancho, 80 metros de profundidad aún en Manaos, 130 en Obidos. La marea sube más de 1000 km. El caudal de agua sobrepasa a menudo los 200 000 m3/S en la desembocadura dejando atrás a su delfín de aguas dulces, el Congo y sus 41 000 m3/S. 4 Google, (Deiniciones Web) precisa que este matiz atañe a la “hidrografía franco hablante”. 5 El artículo primero de la Ley del 22 de diciembre de 1789 relativo a la constitución de las asambleas primarias y de las asambleas administrativas estipula: “Se hará una nueva división del reino en departamentos, tanto para la representación como para la administración”. 6 El artículo diez de la ley del 22 de diciembre de 1789 precisa: “No existe en Francia distinción de orden; en consecuencia, para la formación de las asambleas primarias, los ciudadanos activos se reunirán sin ninguna distinción, del estado y condición que fueren”. 7 José Maria da Silva Paranhos Júnior (1845=1912), Barón de Rio Branco ministro de Relaciones Exteriores brasileño entre 1902 y 1912. 8 La publicación de la “carpeta” vidaliana sobre el Río Vincent Pinçon, que no supo convencer al arbitraje suizo, permitió a su autor obtener la primera cátedra de Geografía, en la Sorbona. 9 Why Not? Las mismas cuencas sedimentarias en Londres y París, los mismos paisajes d’openield desde el siglo XI… Intercambios económicos, políticos tan intensos que una región transfronteriza terminó formándose en las comisuras de Europa. 10 Para penetrar esta “vida salvaje” más que en Rufin y son demasiado Rojo Brasil hallaremos nuestro Viernes en Franck Lestringant (1990). 11 “Bajo la acción del Espírtu Santo prometido a la Iglesia, por las palabras de Cristo que pronuncia el sacerdote, actuando “en la persona del Cristo”, el pan y el vino se vuelven verdaderamente el cuerpo y la sangre del Cristo. Guardando siempre su apariencia ordinaria, no son más pan y vino sino el Señor gloriicado, invisiblemente pero realmente presente. Este cambio cumplido por el poder de Dios, la Iglesia lo llama “transubstanciación”” (Catecismo para adultos, los Obispos de Francia: 253). Reclus, Elisée, 1893, “Amérique du Sud : Les régions andines. 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Rousseau, André, 2005, New Global Theory of the Earth’s Dynamics: a Single Cause Can Explain All the Geophysical and Geological Phenomena, http://hal. archives-ouvertes.fr/ccsd-00004334/en Vernes, Henri, 1967, Le cratère des immortels, coll. Marabout Pocket, Editions Gérard et C°. Vidal de la Blache, Paul, 1902, 1898, “Le contesté franco-brésilien en Guyane”, Annales de géographie, t. VII, 1898 et t. X, 1901. Vidal de la Blache, Paul, 1902, La rivière Vincent Pinzon, étude sur la cartographie de la Guyane, Bibliothèque de la faculté des lettres de l’Université de Paris, vol. XV. Paris, Félix Alcan Editeur. Vidal de Lablache, Paul, 1921, Principes de Géographie Humaine, A. Colin, Paris, Whitehead, Neil, 2002, Dark Shamans Kanaima and the poetics of violent death, Duke University Press. Soñando llegar al extremo Oriente por el extremo Occidente, Colón no se contenta con conirmar la globalidad del Mundo. Su objetivo es inanciero, gracias al oro de Havillah, la reconquista del Santo Sepulcro y entonces su 1 24 12 Una dedicatoria especial aquí a Neil Whitehead (2002) y su prodigioso estudio de los Dark Shamans, y del papel de la antropofagia ritual en la construcción y mantenimiento de las redes de senderos (Asanda) y de todo el territorio Karib. 13 Puesto que “Vísus, táctus, gústus in te fállitur, Sed audítur sólo tuto creditur” (Thomas de Aquino, Himno Adoro te). 14 Courbet, “El Origen del Mundo” 1866. 15 A la función vaginal, matriz del Amazonas corresponde la dimensión “anal” de la Guyana, eterno oriicio del culo del Mundo organizado como un burlete litoral circular alrededor de una fosa de hundimiento central invadida por los mitos de El Dorado y del Kanaïma - ej: Vernes 1967, Bob Morane: “El cráter de los inmortales” (Lézy, 2000). 16 La “tradición” invocada aquí apunta a la Geografía francesa. Alfred Weber (“Über den Standort der Industrie” 1909) identiicaba tres factores mayores para el aparecimiento de una ciudad industrial: los recursos naturales, la población y los transportes. La civilización industrial sitúa a la ciudad en un plano horizontal (aquel del mapa) y privilegia las relaciones con las otras ciudades de la misma supericie (“Le Monde”). 17 Los Andes están poblados, señala sorprendido, “a una altura casi invivible, a cuatro km sobre el nivel del mar. De los niños que nacen en estas tierras frías, los unos mueren prontamente, los otros se quedan ciegos o sordos” (Reclus, 1893: 637). 18 La tentativa de Philippe Descola de relativizar la universalidad del pensamiento europeo haciendo una ontología de entre cuatro (Descola, 2005) pudo, así ser tomada como una fosa minada en las bases ilosóicas de la colonización europea. Jean-Pierre Digard, se apuró defendiendo “Esta Europa que a través de su ontología, el naturalismo, se halla opuesta someramente al resto del mundo, y conducida de manera expeditiva, al banco de los acusados” (Digard, 2006: 423). 19 Cf. las experiencias de Edward Leedskalnin en Florida. 25 26 Simposio “Todo sobre el Amazonía” El proceso cartográico y la Amazonía. El primer atlas del Perú, 1865 Jean-Pierre Chaumeil CNRS, EREA/LESC, Francia La obra geográica de Mariano Felipe Paz Soldán1 es apreciada por los especialistas como la más relevante del Perú decimonónico. En 1864, el ilustre estudioso compuso en Paris el primer mapa completo del Perú republicano, ilustrado con hermosas viñetas. Este mapa fue saludado con gran elogio en el medio académico de aquel entonces y fue premiado en la Exposición universal de Paris de 1867. Por su amplitud y por la calidad excepcional de su impresión litográica, el Atlas geográico de M. F. Paz Soldán debe ser apreciado como una obra monumental Consta con más de 70 láminas a todo color y gran tamaño de los cuales varias fueron litograiadas por primera vez a partir de imágenes fotográicas captadas por los fotógrafos Garreaud y Helsby. En el Perú, a inicios de la República, se vio la necesidad de realizar levantamientos topográicos y mapas con miras a delimitar las fronteras del país y fomentar un nuevo ordenamiento territorial: motivo del atlas de Paz Soldán, primero en su género. Sin embargo, a pesar de su importancia e innegable prestigio, esta obra publicada en 1865 nunca fue reeditada. En 2012 decidimos con todo cumplir con esta tarea en una coedición asociando la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el Instituto Francés de Estudios Andinos y La Embajada de Francia en el Perú (Chaumeil & Delgado, 2012). Un atlas - con mayor fuerza cuando se trata del primero - representa de hecho mucho más que un simple compendio de conocimientos geográicos, sino que da a conocer (nombra, delimita) por primera vez un espacio, haciéndolo “nacer” en una suerte de puesta en escena que participa activamente en la manera en que se construye y se percibe un país o una nación. Se puede entonces profundizar cual ha sido el papel de la cartografía en este proceso. El atlas de Paz Soldán es una magniica ilustración de dicho proceso que recuerda en varios aspectos, como lo veremos, lo que ocurrió con los primeros mapas jesuitas del Alto Amazonas a inales del siglo XVII, que dieron “nacimiento” a la Provincia de Maynas. Recuerda también los procesos actuales de mapeo emprendidos por diversos pueblos indígenas amazónicos para delimitar sus territorios. Con la puesta en mapa (el mapeo) en los “planes de vida” elaborados por los propios indígenas, se trata de dar forma e existencia oicial a un espacio, y a su posibilidad de apropiación. Estos planes de vida son fruto de un trabajo participativo en el que las sociedades indígenas expresan su visión para el futuro, y por lo tanto constituyen el punto de partida para la elaboración de su agenda política. En la presentación del Atlas de Paz Soldán, la parte correspondiente a la Amazonía es relativamente ausente del documento en término de datos por ser no solamente una región poca explorada en aquel tiempo (Paz Soldán se apoyo mucho en las obras y mapas de Francis de Castelnau y de Antonio Raimondi, por considerarlos entre las fuentes más idedignas sobre Perú) sino por encontrarse a fuera del “espacio civilizado” imaginado por la elite criolla de la época. Si bien Paz Soldán vio la necesidad de deinir fronteras y los cursos de los ríos situados al este de los Andes, lo hizo desde una visión hegemónica de la clase dominante de entonces, es decir exclusivamente como vías navegables y comerciales. Lo interesante es que un siglo y medio después tenemos la misma visión marginal de la Amazonía, percibida como un desierto humano, pero también como una zona explotable por sus riquezas naturales a merced de las industrias extractivas (lo que condujo, entre otros, a los trágicos eventos de Bagua de 2009). Emprenderemos entonces una breve lectura de estos procesos que aclaran los modos de producción de las imágenes (representaciones) sobre los espacios amazónicos y sus límites. Presencia de la Amazonía en el Atlas La región amazónica esta representada en tres 27 mapas y aparece sobre tres viñetas que ilustran el mapa general del Perú compuesto en 1864 (ig. 2). Las viñetas son reproducciones de grabados publicados en el atlas de Francis de Castelnau : « Vues et scènes recueillies pendant l’expédition dans les parties centrales de l’Amérique du Sud ‘1853). Las viñetas - cuyo propósito era de mostrar la diversidad física, cultural y económica del país – focalizan sobre escenas que muestran sucesivamente un paisaje de misión (Santa Rosa sobre el rio Ucayali), de puerto (Nauta) y de frontera (cuenca del río Yavari), tres elementos claves en la visión amazónica de Paz Soldán: 1) el papel civilizador de las misiones, 2) la navegación a vapor (Nauta era el último puerto para los vapores que surcaban el Amazonas) y 3) la cuestión fronteriza entre Perú y Brasil que suscito varias comisiones mixtas de demarcación para reconocer el curso del río Yavari (Romero 1983: 26-28). Con referencia a los mapas, la Provincia de Loreto ocupa los dos mapas de mayor tamaño del atlas en término de supericie, pero son mapas “mudos” en término de contenido, sin indicaciones excepto algunos nombres de ríos y de grupos indígenas. Lo que es presentado como un trazado de limite ija es en realidad un limite desconocido, impreciso (leemos en el mapa la anotación “limites desconocidos” seguido con punteados). La denominada “región de los bosques” ocupa por su parte el 80% de la supericie del Departamento de Cuzco, pero contrasta con su parte andina (donde abunda indicaciones de lugares) por ser también “mudo” (no explorado), es decir con pocas indicaciones toponímicas. Incluyendo este mapa “mudo” (pero con gran formato) en el Atlas, M. F. Paz Soldán quería revelar la importancia de un territorio “por conquistar”. De cierta manera, Paz Soldán “invento”, para decirlo así, este territorio a través del atlas, ya que, como bien se sabe, mapear y nombrar es hacer “existir” Otro elemento llamativo del mapa es el trazado de frontera. Recordamos que Paz Soldán ha sido Presidente de la Comisión de demarcación territorial de su país (Paz Soldán 1878). A decir verdad, el mapa ofrece una visión extraña de la frontera que no corresponde para nada a la visión “oicial” reconocida por aquel entonces. En efecto, el mapa ubica la frontera con Colombia a nivel del río Putumayo al norte (y no del Caquetá como se indicaba en la mayoría de los mapas de la época) y con Brasil no considera el tratada de 1851 que ijaba la Fig. 3. parte oriental del mapa de la provincia de Loreto frontera a Tabatinga (y no a la desembocadura del río Putumayo). No conocemos las razones que motivaron este trazado –algo incomprensible para la época de parte de Paz Soldán: queda ahí un misterio por investigar. En todo caso, se trata de un mapa impresionante que gozo de gran popularidad. Fue utilizado en el sistema educativo peruano y tuvo por décadas una enorme inluencia en el imaginario geográico peruano (Cueto & Lerner, 2012: 62). La Amazonía estaba representada como un espacio inmenso (pero “vacío”) que escapaba casi por completo al control del Estado. Se trataba más bien de la representación de un deseo, de un fantasma y de una interpretación nacionalista de la historia de los limites, que de la expresión de una realidad (Cueto & Lerner, 2012: 62). Como lo apuntan los dos autores citados (op. cit.), fue justamente después de la 28 a la Provincia de Maynas (Chauca, 2009), y en particular el papel clave de los famosos mapas de Samuel Fritz en la delimitación del “territorio jesuita” frente a las incursiones portuguesas y las rebeliones indígenas Fritz elaboro varios mapas del Amazonas (1689, 1690, 1691…) pero en 1707 se publico el primer mapa grabado elaborado a partir del mapa manuscrito de 1691 (ig. 4). El misionero hablaba siempre en sus tentativas de “nuevo descubrimiento del Amazonas”, lo que le permitió “tomar posesión” en su nombre (borrando de cierta manera la existencia de los descubrimientos anteriores), de la misma manera que Charles La Condamine se apropio años después (1744) los mapas de Fritz para volverse el “descubridor cientíico” del Amazonas, apuntando de paso los errores de los mapas jesuitas frente a la “exactitud” de su trazado (Chauca, 2009). Sea lo que fuera, en 1707 se publica el primer mapa grabado de Fritz en el que aparece una profusión de nombres de pueblos indígenas hasta saturar el mapa. En comparación con publicación de este mapa que el Perú empezó a interesarse seriamente en el establecimiento de su soberanía en la región amazónica y la ijación de sus fronteras. Siguieron de hecho una serie de exploraciones por la región amazónica que empezaron con los Trabajos de la Comisión Mixta de Limites entre el Perú y el Brasil sobre el río Yavari (1866), y sobre todo con las exploraciones de la Comisión hidrográica para el estudio de los ríos navegables de la hoya del Amazonas, bajo el mando del Contralmirante Juan Tucker entre 1867 y 1873 (Raimondi 1879, Alayza y Pas Soldán 1928, Romero 1983: 35-36) De cierta modo se puede decir que este mapa signiico la creación del Lugar “Amazonía” en el imaginario nacional. Cartografía jesuita y el nacimiento de Maynas Este proceso creativo de lugar recuerda el papel de los primeros mapas jesuitas de inales del siglo XVII que dieron “existencia” Fig. 4. Mapa del padre Samuel Fritz (1707) 29 se podría caliicar de tubular en el sentido que se encuentra ausente de referencias a lugares o topónimos precisos (no nombran “sitios sagrados, por ejemplo). Como muchos otros pueblos amazónicos, piensan la “tierra” bajo la forma de un árbol gigante acostado: su tronco formando el río Amazonas y las ramas sus aluentes. El elemento central y organizador de su territorio es entonces un eje (el río), un corredor de circulación sobre el cual los Yagua dicen ocupar el “centro”, y sobre el cual se desplazan o “deslizan”, si se quiere utilizar la metáfora del tubo (Chaumeil 2011: 302). Cartograiar y nombrar de nuevo se presenta entonces aquí también como un proceso de creación de territorios, o mejor dicho de nuevos “territorios” antiguos (ancestrales), que tienen ahora nuevos “dueños” reconocidos por el Estado (los propios indígenas). el mapa de Paz Soldán, no se trata de un mapa “mudo”, por “conquistar”, sino todo lo contrario: de un territorio “lleno”, nombrado, conquistado, sometido (lo que, en realidad, no era cierto) En el mapa de Paz Soldán, tenemos el discurso “imperial” de la conquista del territorio, en donde los pueblos indígenas no tienen la palabra ni mucho lugar, pero sí lo tienen los recursos mineros y la idea de territorio como zona de navegación y comercio. En el mapa de Fritz, el territorio y los pueblos aparecen más bien como si fueron sometidos, subordinados, conquistados por la obra misionera. Si bien quedaba mucho trabajo misionero por cumplir, el mensaje era de establecer la existencia del territorio jesuita. Cartograia indígena Seria ahora interesante examinar el proceso actual de elaboración de mapas por los propios indígenas con motivo de proceder a la demarcación de “sus territorios”, como lo permiten las nuevas Constituciones de sus países respectivos. En efecto, desde la década de los noventa, en el caso de los países amazónicos, el proceso de ordenamiento territorial se dio a través de la investigación indígena de los denominados “territorios ancestrales”. La investigación del territorio, su mapeo, el hecho de nombrar (la gente, los lugares, la distribución de los recursos, los desplazamientos ancestrales y los denominados “sitios sagrados”, etc.) son artefactos de “reconocimiento” de un territorio ancestral. Lo “Ancestral” toma aquí un signiicado particular como respaldo a las reivindicaciones territoriales (Vieco et al. 2000, Hugh-Jones 2012). Esta nueva cartografía social indígena responde a la cartografía estatal en sus propios términos (Hugh-Jones, op. cit.). Sin embargo esta noción de “territorio”, tal como se la entiende habitualmente – es decir en cuanto espacio soberano con limites ijos -, es una categoría estatal nueva para muchos pueblos amazónicos que tienen o tenían una percepción más bien “móvil” o reticular del espacio, percibido como un recogido o un espacio en proceso. Es así, por ejemplo, que los nombres topográicos utilizados por los Yánesha de la selva central peruana para reconocer su “territorio” recuerdan los caminos del héroe mítico Yompor Ror y los sucesos que ocurrieron en estos lugares (Santos-Granero 1998). Los Yagua, para citar otro ejemplo, tienen una geografía mítica que A manera de conclusión Lo que se quiso enfatizar aquí, partiendo de los mapas de Paz Soldán para luego llegar a los mapas jesuitas y, inalmente, a los mapas indígenas, es insistir en el aspecto creativo o inventivo del proceso cartográico. Mucho mas allá de su dimensión material, física, técnica, el mapeo se asemeja a un proceso de construcción o de creación de territorios, que se trata de territorios por conquistar en la visión estatal del primer atlas del Perú de Paz Soldán, o en la perspectiva misionera de la empresa jesuita (mapa de Fritz), como también de “territorios ancestrales” apropiados por los indígenas (mapeo social): son los mismos mecanismos que se ponen en marcha. La ironía de la historia, si se puede decir así, es que los propios indígenas tienen ahora que “inventar” (conquistar) su propio territorio (mapeandolo) para conseguirlo y adueñarselo, como si se tratarían de extranjeros recién llegados en sus propias tierras. Referencias Alayza y Paz Soldán, F., 1928, Exploraciones y Descubrimientos Geográicos en los últimos años. Lima: Impr. Torres Aguirre. Alvarez López, A., 2009, En busca de la memoria perdida. Samuel Fritz y la fundación de Yurimaguas. Iquitos: Corte Superior de Justicia de Loreto. Castelnau, F. de., 1853, Vues et scènes recueillies pendant l’expédition dans les parties centrales de l’Amérique du Sud. Paris: Chez Bertrand, 30 Exteriores en el Gobierno de Ramón Castilla, Director general de Obras Públicas, Presidente de la Comisión de Demarcación territorial, etc., además miembro corresponsal de diferentes Sociedades Geográicas de América y Europa. A pesar que Paz Soldán fue sobretodo conocido como historiador, sus trabajas en materia de geografía fueron esenciales para el avance de esta ciencia en el Perú. libraire-éditeur. Chauca, R., 2009, The Making of Mainas: Jesuit Cartography and the Coniguration of Space in the Amazon. University of Florida, manuscrito. Chaumeil, J-P., 2011, “Khipu: conexiones andino amazónicas?”, Por donde hay soplo. Estudios amazónicos en los países andinos (Chaumeil, J-P., O. Espinosa & M. Cornejo, eds). Lima: IFEA-PUCPCAAAP-EREA: 295-322. Chaumeil, J-P. & Juan Manuel Delgado (eds) 2012, Atlas Geográico del Perú por Mariano Felipe Paz Soldán. Lima: UNMSM-IFEA. Correa, F., Chaumeil, J-P & R. Pineda (eds), 2012, El Aliento de la Memoria. Antropología e Historia en la Amazonía Andina. Bogotá: UNAL-IFEA-CNRS. Cueto, M. & Lerner, A. 2012, Indiferencias, tensiones y hechizos: Medio siglo de relaciones diplomáticas entre Perú y Brasil 1889-1945. Lima: IEP-Embajada de Brasil. Huertas Castillo, B., 2007, Kampua nupanempua yaiwirute. Nuestro territorio Kampu PiyawiShawi. Lima: Terra Nuova/AIDESEP/ FIP. Hugh-Jones, S., 2012, “Nuestra historia esta escrita en las piedras”, Correa, F., Chaumeil, J-P & R. Pineda eds.: 28-64. Paz Soldán, M-F. 1865, Atlas Geográico del Perú. Paris: Librería de Fermin-Didot Hermanos. Paz Soldán, M-F. 1878, Memoria de los trabajos de la Comisión de Demarcación Política, Jurídica y Eclesiástica. Lima: Imprenta de El Correo del Perú. Raimondi, A., 1879, El Perú. Historia de la Geograia del Perú. Lima: Imprenta del Estado, Tomo III. Romero, F., 1983, Iquitos y la fuerza naval de la Amazonía (1830-1933). Lima: Ministerio de Marina. Santos Granero, F., 1998, “Writing History into the Landscape: Space, Myth, and Ritual in Contemporary Amazonía”, American Ethnologist 25: 128-148. Vieco, J.J., Franky, C.E. & Echeverri, J.A. (eds), 2000,Territorialidad indígena y ordenamiento en la Amazonía. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 1 Mariano Felipe Paz Soldán nació en Arequipa el 22 de agosto de 1821. Abogado de formación, tuvo diversos cargos oiciales tales como Ministro de Guerra y de Relaciones 31 32 Simposio “Todo sobre el Amazonía” Nomear o seu Universo (e cada povo se torna, sem saber, muito egocêntrico…) Françoise Grenand Centre National de la Recherche Scientiique, Caiena, Guiana francesa • a cor da madeira: Violeta = Pau roxo (Peltogyne spp.) • a morfologia do fruto: Açai chumbinho (Euterpe controversa) • um comportamento: Girassol (Helianthus anuus) • um uso: Pau d’arco (Tabebuia serratifolia) • uma referência à mitologia: Palma de Santa Rita (Gladiolus spp.) A necessidade e a alegria de nomear é universalmente difundida. 1,2 Por toda parte encontramos essa aspiração metafísica, sempre renovada, traduzida em nomenclaturas que, em todos os domínios do conhecimento, ordenam os animais, as plantas, as rochas, os utensílios, os materiais, as cores, os astros e mesmo os deuses. Pois viver em sociedade não seria possível sem um mundo ordenado. Cada povo, por causa de sua história, de sua língua, de sua cultura e de seu ambiente, é único; assim, ele forja, detém e transmite às suas crianças uma visão do mundo culturalmente construída, e, por isso, sempre singular. Um dos trabalhos do etnólogo em uma dada população se volta, por tanto, é primeiro tentar a catalogação do acúmulo de saberes sobre o universo. Em seguida, em destacar as redes, as conexões entre os diferentes campos desses conhecimentos cruzados. Dito de outra forma, compreender como funciona, na sincronia, esse tipo de capital-saber. Retomar, na diacronia, o desencadeamento que conduz a essa tela de fundo do conhecimento comum. Nomear, por isso classiicar A im de estabelecer sua nomenclatura, as populações tradicionais consideram as coisas vivas não somente nelas mesmas, mas também na relação que elas elaboram com o que se assemelha a elas e com o que se diferencia delas, e com o que essas populações irão fazer dessas coisas; é assim, como diz o conde de Buffon em sua História Natural no artigo Animais carniceiros (1758, tombo 7), “que se pode chegar a um conhecimento real” e “se elevar a um princípio geral”. E esse último ato, para a maioria das populações tradicionais, se desenvolve na mitologia, ou melhor dizendo, no simbolismo e não na evolução, pedra angular do princípio classiicatório da ciência ocidental contemporânea. No domínio da fauna e da lora, em torno dessa mesma ideia de partida da necessidade de agenciamento do vivente, seu eixo não é uma hierarquização integrada, mas o reconhecimento dos traços pertinentes de que falamos. É por isso que, muito frequentemente, as nomenclaturas nativas são multidimensionais. Elas recorrem aos critérios morfológicos, etológicos, edáicos, tecnológicos, mágicos..., para conduzir ao conhecimento perfeito que deve servir ao Homem. É o célebre “Apesar de tudo, é preciso comer” do sábio francês Georges-André Haudricourt, que é necessário compreender em seu sentido mais amplo possível. Com efeito, esse conhecimento perfeito do ecossistema passa pela nominação e agregação, Nomear para conhecer Tentemos compreender a atitude das pessoas que procuram nomear uma planta ou um animal. A sequência é a seguinte: - observar para descrever, - descrever para nomear, - nomear para conhecer, - conhecer não somente para utilizar, mas também… para pensar. Para nomear, deve-se observar. Da observação, onde todos os sentidos são mobilizados, deriva uma descrição. Porém, como mostrou o linguista francês André Martinet (1970), “toda descrição supõe uma seleção” dentro da profusão dos critérios de descrição. Nós escolhemos, frequentemente sem saber, somente certos traços que nós podemos então designar como pertinentes. Vejamos alguns exemplos destes para plantas do Brasil: 33 não somente do que se come, do que possui uma utilidade, mas também do que é venenoso, e mais ainda do que não se come, do que não serve para nada, do que se assemelha a uma coisa sem ser completamente idêntico a ela... Lévi-Strauss, em O Pensamento selvagem (1962) conclui com sabedoria: “[A partir de exemplos] que poderíamos tomar emprestados de todas as regiões do mundo, nós inferiríamos sem problema que as espécies animais e vegetais não são conhecidas pelo fato de que são úteis: elas são decretadas úteis ou interessantes porque elas são primeiro conhecidas”. Individualizados, identiicados segundo contornos eminentemente culturais, os objetos são, em seguida, segundo raciocínios também culturalmente marcados, ordenados em conjuntos superiores, pois nenhum espírito humano pode englobar, mesmo por associação de ideias ou por encadeamentos de traços pertinentes, toda a realidade do vivente e retêla. É necessário fazer, em algum momento, reagrupamentos, criar grupos, fechar conjuntos. Por isso, vamos reter uma macro-variável, uma noção-chave. Essa poderá ser: - os animais que vivem no ar (os mamíferos arborícolas e os pássaros), - os animais de inverno versus os animais de verão (os que hibernam e os outros), - os animais de pele versus os animais de escamas, - as plantas de alagados, - as plantas para atar (cipós), etc. É então um fenômeno associativo que é posto em movimento, com um recentramento parcial por patamar nas macro-categorias. Essas macro-categorias, que são os níveis superiores da nomenclatura indígena, não servem mais, propriamente falando, para identiicar a espécie, mas para repartir o vivente. Elas servem, nós ensinou Claude Lévi-Strauss (ibid.), para cogitar, especular, raciocinar, ilosofar. Elas servem também para sonhar... Na prática antropológica, ou seja, no exercício de nosso trabalho de campo cotidiano, nós observamos esses objetos, aos quais os membros de um povo deram um nome. Com sua ajuda, nós devemos encontrar em qual conjunto, baseado em qual tipo de raciocínio, essa palavra é arrumada junto com o objeto que ela representa. Os linguistas falam em isolar o par signiicante (a palavra) / signiicado (o objeto). Mas ao fazê-lo, o que é um objeto? Tentemos esclarecer esse problema com ajuda de um exemplo inofensivo no domínio da vastidão do cosmos. Não é todo o mundo que conhece a constelação de Escorpião, mas numerosos são aqueles que podem segui-la com o dedo pela noite. Nós sabemos todos que seus contornos, sobre a abóbada celeste, ligam estrelas distantes por muitos anos-luz zombando-se loucamente umas das outras. Essa construção alegórica, pois é isso que ela é, nós a herdamos da mitologia grega. Outros povos, em virtude de outras tradições míticas, elaboraram construções diferentes, às quais são também dados nomes, retendo tal estrela, rejeitando tal outra. Claude Lévi-Strauss, em O cru e o cozido, (1964: 238-239), primeiro volume da sua coleção das Mitológicas indígenas, nos explica claramente como a nossa constelação Escorpião torna-se “Grande Serpente”; o Corvo européo vira a “Garça Voadora”; Hércules, despedaçado, toma os contornos do “Peixe Pacu”, enquanto os elementos do Vaqueiro se fazem “Piranha”, esses dois peixes enquadrando nossa Via Láctea, convertida em “Tatu”. Por im, nosso Leão, amputado de algumas estrelas, tomou o semblante de “Caranguejo” (cf. Fig. 1). Eis quem me autoriza a escrever que, constelação ou outro, o objeto não é dado, mas ele é criado, construído, através de um iltro cultural. Torna-se mais claro que o etnólogo é confrontado sem cessar não por realidades intangíveis, mas por construções cognitivas? Essas construções se apoiam sobre o uso que é feito da língua por um pensamento, sempre singular, que distinguiu (segregou) cada um dos elementos do universo que o rodeia para em seguida os amalgamar (agregar), para seu próprio uso. Classiicações Populares versus Taxonomia Lineliana Enfrentar os constantes e excitantes problemas de contorno e determinação dos objetos e, deste modo, de tradução e interpretação das palavras, o trabalho do pesquisador se desenrola no interior de um sistema de pensamento que se formaliza a cada dia mais sob os seus olhos. Com a exceção de que se trata de um sistema diferente do seu e o qual, frequentemente, ele não possui (ainda) o código de acesso. A respeito da lora e da fauna, só depois de ter identiicado os contornos de cada item é que ele se sentirá no direito de fazer a correspondência entre os elementos e os grupos que vão surgir e a aqueles do sistema cientíico. A língua latina atua aqui como uma simples codiicação, uma língua franca. As designações cientíicas, chegando ao inal da cadeia, ganham então um inestimável valor, não somente por codiicar 34 o sistema de pensamento indígena segundo as normas cientíicas ocidentais, mas também aim de ganhar a capacidade de falar delas para o mundo, e ainda aim de permitir a comparação de diferentes sistemas entre si. Compreenderemos que o binômio gênero + espécie não diz mais do que ele pode, e sobretudo que ele não substitui jamais um nome ou uma série de nomes vernaculares. Uma ilustração mais explícita é fornecida pela classiicação elaborada pelos Wayãpi, povo indígena da Guiana francesa e do Brasil, para os seus grandes carnívoros (cf. Fig. 2). Ela se apresenta como um sistema misto, a ser lido tanto verticalmente, como horizontalmente. Assim, Animais opostos às Plantas, Mamíferos aos Pássaros. Nos dois casos, nós somos, de maneira absoluta, um ou outro. Em uma leitura vertical: Animais na classe superior, depois Mamíferos imediatamente abaixo. Os grandes carnívoros são chamados yawa e destacados em quatros grupos: várias onças, vários pumas, a Lontra gigante ariranha (Pteronura brasiliensis), e um número aberto de monstros, que nós não discutimos aqui. Nós vemos que os Wayãpi distinguem quatro tipos de Onça onde a zoologia ocidental não vê mais do que a única espécie Felis onca. Eles distinguem também dois tipos de Puma só para a espécie Puma concolor. Podemos mesmo ler, o que não é errado, que eles classiicam dentro os quatro tipos de Onça a Rã de Goeldi, Cunauaru (Phrynohias resiniictrix). Para eles, como para uma boa parte dos povos ameríndios, essa rã é mágica. Ela pode, se assim o desejar, se metamorfosear em Onça (Grenand, 1982). E nesse caso, ela ruge, pois ela é uma onça (cf. Fig. 3). Esse pensamento simbólico toma por base uma observação muito ina dos animais, não será surpresa constatar que a Rã porta um vestido das mesmas cores que a Onça. Não nos espantará mais, que sob sua forma anfíbia os Wayãpi a classiiquem entre os batráquios e sob a forma felina entre os felídeos. Cada uma das classiicações indígenas comporta, como já havia dito, traços singulares, aliás, mais e mais numerosos gradativamente e a medida em que se mergulha nos detalhes do vivente. Em termos das grandes categorias, na verdade, elas classiicam muito frequentemente as grandes correntes de pensamento, as quais os antropólogos podem seguir os meandros e os redemoinhos de uma área linguísticocultural a outra. É preciso ver que, mesmo se todos os dois, o sistema de nomenclatura indígena e o sistema da nomenclatura lineliana, têm pretensões globalizantes e cosmogônicas, o sistema cientíico é o fruto do movimento de ideias sobre a evolução no pensamento ocidental e, por conseguinte, tem fundamentos culturais, em particular universalistas, abertamente diferentes. Colocando-se em um ponto de vista essencialmente hierárquico, ele privilegia arbitrariamente e quase exclusivamente (pelo menos na airmação do princípio, se não na realidade), o critério de reprodução sexuada. Lembramo-nos então do gracejo de Haudricourt que lançava algumas vezes nas suas aulas: “A botânica é a etnobotânica dos botânicos”. Recolocado na trajetória geral das ideias no Ocidente, a história cultural da taxonomia, com os enfrentamentos dos estudiosos que a marcam, não poderia sair errado. Vocabulário-relexo As riquezas do ecossistema e as maneiras como elas são percebidas conduzem, em cada cultura humana, à elaboração de um sistema de valores próprio a cada uma; ele é feito por ela e para ela, ele é único. Isso vai se reletir naturalmente no léxico. É por isso que o linguista norte americano Edward Sapir (1921) fala belamente de “vocabulário relexo”. As variações da realidade vão, ipso facto, fazer variar o léxico botânico e zoológico de um povo a outro. Alguns exemplos tombam sob o signiicado. • Vejamos os exemplos positivos: - o arroz, cereal de base para numerosos povos asiáticos, dão lugar em suas línguas a uma profusão de termos; - o universo branco de neve entre os Inuit fez nascer entre suas diferentes línguas mais de cem palavras diferentes para os diversos tipos de gelo; - a importância econômica do coco entre os Tahitianos os conduziu a uma extraordinária riqueza em termos concernentes a todos os aspectos (botânico, econômico, cultural, metafórico...) ligados a essa palmeira mais que a qualquer outra planta; - o reinado conhecimento que os Pigmeus têm do elefante é reencontrado em seu vocabulário onde eles detalham com prazer esse gigante de seu universo; - enim, a tradição da caça “à courre” com cavalos e cães, na França, nos gratiica de uma marcada inlação dos termos entorno dos cervídeos, não somente de sua morfologia, mas da arte de caçar. 35 Três mundos, três discos de terra, se sobrepõem no cosmos (cf. Fig. 5). Sob o mundo superior, ocupado pelos urubus de duas cabeças, o mundo dos Humanos ocupa uma posição central. Ele é coberto pela grande loresta, na qual são abertas as clareiras para as roças e para as aldeias; ele é clareado alternadamente por duas entidades masculinas: Sol, Kwalai e Lua, Ya’i. Sobre uma margem do mundo existe uma árvore gigante, na qual temos que subir para alcançar a ramiicação principal dos galhos: ali se encontra uma abertura, início de um gigantesco tobogã dando diretamente no mundo de baixo. Abaixo, desembocamos no mundo subterrâneo, clareado pelos mesmos Sol e Lua embarcados em curso eterno. Dito de outra forma, quando se faz noite no nosso mundo, faz-se dia embaixo. Esse mundo, também coberto pela grande loresta, é habitado por seres fabulosos: os wo’o. Os homens, frequentemente xamãs, que se arriscaram a lhes encontrar, assimilamlos como Preguiças gigantes e canibais. Esses mesmos monstros qualiicam os Homens, suas presas potenciais, de yupala, Juparás (Potos lavus). Eles matam os adultos e fazem de seus pequenos, as nossas crianças, animais domésticos para sua própria progenitura. Aliás, assim fazem os Homens com os pequenos macacos et pequenas preguiças quando eles matam uma mãe em uma caçada. Dito de outro modo, rabaixando-os ao nível da caça e do animal de companhia, as Preguiças gigantes roubam os Homens da sua qualidade de seres humanos e não lhes deixam outra alternativa que a de serem animais, obrigando-os a uma sábia e salutar humildade: ser Homem não é mais do que um dado subjetivo, subordinado ao olhar daquele que vos avalia, animal ou homem. Enim, eu não resisto de provocar nossa consciência supondo que o Homem, nas Américas, provavelmente tenha sido contemporâneo do Mylodon (Megatherium sp.), uma preguiça gigante (Ramirez Rozzi et alii, 2000). Sua extinção pode ter sido transmutado pelo pensamento mítico em uma descida ao mundo subterrâneo. As palavras que viajam Eis aqui que introduzimos a viagem das palavras. Por ocasião de uma migração, um povo leva com ele um tesouro lábil, frágil, impalpável: sua língua. A medida que mudam as paisagens, mudam também as realidades a nomear (Grenand, 1995a, 1995b). É assim que certas palavras se tornam de fato palavras vazias de sentido (os linguistas falam de signiicante sem signiicado); entretanto novas entidades têm a necessidade de serem nomeadas. Então, é tentando se servir dessas cascas vazias que são as palavras que não se referem mais a qualquer realidade concreta, para vestir de um nome antigo os novos objetos. A propósito desses novos objetos, ainda não-nomeados, os linguistas falam desta vez de signiicante sem signiicado. Percebemos que, é escolhendo um traço semântico, pertinente segundo o povo em questão, que vai ser selecionado um termo tornado obsoleto, para nomear uma realidade nova, tornando-se, assim, um termo reavivado. Existe também, realidades simbólicas, tão fortes que são partes integrantes do pensamento comum d’um povo. Para viver no patrimônio social, estas realidades precisam encostar-se em objetos reais. Tal é o caso da palmeira do Dilúvio para os Wayãpi e numerosos outros povos Tupi-Guarani (cf. Fig. 4). O que é isso? Uma palmeira ajudou um dos antepassados a escapar ao Dilúvio. O homem refugiou-se acima de uma palmeira. Mas a água ainda subiu. Então o tronco da palmeira subiu cada dia um degrau, mantendo o homem fora da água. As atuais cicatrizes no tronco são a prova da ajuda desinteressada da palmeira. Então o dado básico era de escolher uma palmeira com cicatrizes das antigas palmas muito visíveis sobre o tronco. Os Guarani escolheram Cocos romanziofiana, nomeado pindo. Hoje, no inal de uma migração plurissecular do sul para o norte, os Wayãpi, do mesmo grupo linguístico, acharam Oenocarpus bacaba, ainda nomeado… pino. E o lugar do Homem nisso tudo? Os povos amazônicos têm diversas opiniões sobre essa questão essencial. Para alguns, tal como os Araweté do Brasil, os homens são deuses, decaídos certamente, mas deuses, no entanto (Viveiros de Castro, 1986). Para outros, e nós falaremos uma última vez dos Wayãpi, o Homem é um animal. E a mitologia está ali para lembrá-los. Conclusão Ela se impõe a ela mesma. É a noção de ponto de vista que é essencial. Eu já havia dito: o objeto não é dado, ele é criado; criado por um ponto de vista, validado por uma lógica especíica de construção cognitiva. Eis porque, 36 se icamos ao nível das classiicações, seria totalmente ilusório esperar que a nomenclatura latina recubra sem problema, sem vazio nem inchaço, a nomenclatura indígena. Cada nome indígena não pode possuir, ipso facto, uma cobertura latina imediatamente identiicável, simplesmente porque elas não têm o mesmo ponto de vista. É aqui que Lévi-Strauss (1962: 28) conclui: “Existem dois modos distintos de pensamento cientíico, um e outro função não de estágios desiguais de desenvolvimento do espírito humano, mas de dois níveis estratégicos onde a natureza se deixa atacar pelo conhecimento cientíico: um aproximativamente ajustado aquele da percepção e da imaginação, e outro descolado; como se as relações necessárias que são o assunto de cada ciência – seja ela neolítica ou moderna – pudessem ser atingidas por dois caminhos distintos: um muito próximo ao da intuição sensível e outro muito distante.” O universo das ideias de Platão deixa iltrar esta concepção segundo a qual as espécies préexistem. Aristóteles, apesar de ser seu aluno, pensa exatamente ao contrário: as espécies são uma criação do espírito. Epictetus, em seu Manual (compilado por Arrianus, 125 AD), acrescenta: “O que perturba os homens, não é a coisa por ela mesma, mas a ideia que dela se fazem”. E desde então, o pensamento ocidental oscila entre os dois, ainda que Aristóteles parece ter a vantagem (Lercher, 1985). Será que a espécie existe fora da sociedade que a isola? O nome latino nos leva a crer que a planta ou o animal que está diante nós é uma realidade cientíica. Se diz que “as espécies são objetos naturais, não produtos do espírito”. Ao mesmo tempo, bem sabemos que os termos vernaculares são criações humanas carregadas de sentido. Há mais de trinta anos, a antropóloga francesa Marie Martin (1974) já disse que as espécies botânicas, mesmo assim deinidas através de uma linguagem extinta e supostamente neutra, o latim, permanecem ainda o produto de uma relexão classiicatória fruto do cérebro humano. Sem dúvida esse esforço procurou se aproximar de uma ordem entendida pelos botânicos de cultura ocidental como se fosse natural, mas as querelas entre taxonomistas estão lá para provar-nos que o natural lutua ao capricho dos modos, das regiões, dos tempos, e que ele é, assim, iltrado pela cultura. Como entre os Wayãpi, então... Cada sistema é e demora única, criado por uma sociedade para seu próprio uso, em função de sua própria história e de sua visão de mundo. Em face aos mil e um sistemas nos quais as sociedades tentam conter o universo que as rodeia, nos chocamos com o problema da classiicação do vivente. Sem dúvida, como para essa unidade emblemática que é a espécie, é mais sábio concluir que cada solução é válida apenas na cultura que, a um dado momento e a um dado lugar, a isola. Da Renascença ao século XVIII, os monstros e os... anjos foram tratados nos livros de zoologia, seja para airmar sua existência, seja para duvidá-la. Perguntamos assim, em nome de que os Wayãpi renunciariam a ver sob a forma de uma Onça a metamorfose de uma Rã... Bibliograia Buffon, Georges-Louis Leclerc, comte de, 1758. Histoire naturelle, générale et particulière, avec la description du Cabinet du Roy, tome 7, Imprimerie Royale, Paris. Grenand, Françoise, 1982. Et l’homme devint jaguar : univers imaginaire et quotidien des Indiens Wayãpi, L’Harmattan, Paris. Grenand, Françoise, 1995a. “Le voyage des mots, logique de la nomination des plantes : exemples dans les langues tupi du Brésil”, Cahiers du Lacito, Revue d’ethnolinguistique, 7: 23-42. Grenand, Françoise, 1995b. “Nommer la nature dans un contexte prélinnéen : les Européens face aux Tupi, du XVIe à la première moitié du XVIIe siècle”, La découverte des langues et des écritures d’Amérique, Amerindia, 19-20: 15-28. Emmons, Louise H. & Feer, François, 1990. Neotropical Rainforest Mammals, a Field Guide, The University of Chicago Press, Chicago. Epictetus, 1998 [IIe s.] Manuel, recueilli et publié par Arrien, Nathan, Paris. Lercher, Alain, 1985. Les mots de la philosophie, Belin, Paris. Lévi-Strauss, Claude, 1962. La pensée sauvage, Plon, Paris. Lévi-Strauss, Claude, 1964. Le cru et le cuit, Mythologiques, tome 1, Plon, Paris. Martin, Marie, 1974. “Essai d’ethnophytogéographie khmère”, JATBA, XXI (7-8-9): 219-337. Martinet, André, 1970. Eléments de linguistique générale, coll. U2, A. Colin, Paris. Ramirez Rozzi, Fernando V., Errico, F. d’ & Zarata, Marcelo, 2000. “Le site paléoindien de Piedra Museo (Patagonie), sa contribution au débat sur le premier 37 peuplement du continent américain”, C. R. Acad. Sci., Sciences de la Terre et des planètes, 331: 311-318. Sapir, Edward, 1970 [1921]. Le langage. Introduction à l’étude de la parole, Petite Bibliothèque Payot, n°104, Paris. Viveiros de Castro, Eduardo. 1986. Araweté: os deuses canibais, anpocs, Jorge Zahar / ANPOCS, Rio de Janeiro. Este texto é uma nova versão revisada de um primeiro trabalho publicado in Peut-on classer le vivant ? Linné et la systématique (D. Pat, A. RaynalRoque & A. Roguenant éds, Belin, Paris, 2008 : 119-130), e traduzido em 2009 por Joana Cabral de Oliveira in Cadernos de campo, n°18 : 237-249, USP, São Paulo). 2 A autora sinceramente agradece o Institut Français d’Études Andines (Lima, Pérou) pelo convite. 1 38 Simposio “Arcaico” Recolectores del Holoceno Temprano en la Floresta Amazónica Colombiana Gaspar Morcote-Ríos1, Francisco Javier Aceituno Bocanegra2 & Tomás León Sicard3 1 Instituto de Ciencias Naturales-Universidad Nacional de Colombia 2 Departamento de Antropología-Universidad de Antioquia 3 Instituto de Estudios Ambientales-Universidad Nacional de Colombia Introducción Antecedentes Arqueológicos A inales de la década de los 80 del siglo pasado, Headland (1987) y Bailey et al. (1989) plantearon la hipótesis que las selvas húmedas tropicales no fueron ocupadas tempranamente por grupos cazadores-recolectores. Esta idea fue desvirtuada 3 y 6 años después, por los datos arqueológicos que en ese momento se estaban generaron en las selvas de Panamá (Cooke & Ranere 1992), Brasil (Rooselvelt 1996, Imazio 1994) y Colombia (Cavelier et al. 1995, Morcote 1994, Morcote et al. 1996). Recientes estudios relacionados con la diversidad de especies de árboles en la cuenca amazónica evidencian su alta diversidad, estimada en 16ooo especies de las cuales 227 cuentan con una alta abundancia de individuos llegando a ser grupos hiperdominantes, siendo las palmas uno de los mayores grupos con una alta representación (ter Steege et al. 2013). Entre los primeros 100 taxones hiperdominantes se encuentran las especies de palmas donde sus frutos son comestibles, por ello es pertinente preguntarse: si los grupos humanos quienes han vivido hacia inales del Pleistoceno y durante el Holoceno en la cuenca amazónica, como lo demuestran los yacimientos arqueológicos, fueron uno de los factores fundamentales que han incidido en la alta representación de las palmas, particularmente aquellas con un valor alimenticio. Estudios arqueobotánicos y etnográicos podrían contribuir a dilucidar este interrogante: ¿cuál fue el verdadero rol de los grupos humanos que han estado viviendo en el Bh-T amazónico desde inales del Pleistoceno y durante todo el Holoceno? Para este escrito nos centraremos en los resultados cronológico, estratigráico y arqueobotánico (semillas arqueológicas y un estudio preliminar en almidones procedentes en instrumentos líticos procedentes del Corte 1 y del sur del Corte 2) de Peña Roja. Los estudios arqueológicos en el sitio de Peña Roja se iniciaron hacia 1986-1992 con un equipo de arqueólogos colombianos liderado por I. Cavelier, L. F. Herrera, S. Mora & C. Rodríguez, quienes junto con estudiantes de varias universidades desarrollaron el proyecto: Ecología y Cultura en el Medio río Caquetá. Su objetivo era estudiar las Terras Pretas y los grupos humanos precolombinos asociados a estas. Es en la temporada de campo de 1991, cuando se descubre casualmente la existencia de un yacimiento asociado a cazadores-recolectores en la terraza de Peña Roja; su estudio derivó en 5 tesis: pregrado: a. Morcote (1994) con el estudio de semillas arqueológicas; b. Llanos (1995) quien estudia los artefactos de molienda; maestría: a. Saunaluoma (1996) donde se estudia la industria lítica; y las tesis doctorales. a. Mora 2000, la cual recoge, sintetiza y analiza los resultados de los anteriores trabajos. Esta tesis posteriormente es publicada por Mora (2003); b. Archila (2000) quien estudia la selección de maderas por parte de los grupos humanos tempranos de Peña Roja. Área de Estudio: La Terraza de Peña Roja La Terraza de Peña Roja de origen de inales del Pleistoceno y donde se ubica el yacimiento arqueológico, se encuentra a los 0°39'39"S; 72°04'59" W y 0°39'44.6"S; 72°04'59.1" W; tiene una longitud de 315 metros; con una altura de ~6 metros sobre el nivel del río (en aguas altas) y 103 m sobre el nivel del mar; se encuentra en la margen izquierda aguas abajo del río Caquetá-Japurá a 40 km de los poblados de Araracuara y Pto. Santander y a 500 km de otra población multiétnica colombiana limítrofe con Brasil: La Pedrera. Adyacente a la Terraza se encuentra una formación de colinas de 60 m de elevación, caracterizada por 39 El resguardo indígena de Peña Roja está habitado actualmente por familias indígenas Nonuya o “Gente de Achiote”, quienes fueron diezmados y desplazados por las caucherias en las décadas del 20 y 30 del siglo XX de su territorio ancestral, ubicado en el interluvio de los ríos Igaraparana y Cahuinari (Amazonia colombiana). Hacia 1974 algunos Nonuyas, entre ellos, la familia Moreno (Elías y José) se trasladan a Puerto Arturo en Araracuara y es en 1982 cuando se instalan deinitivamente con sus respectivas familias en la terraza de Peña Roja, la cual se encontraba con una selva madura caracterizada por la presencia de arboles altos y gruesos (com. pers Elias Moreno & Virgelina Gómez). La información suministrada por algunos de ellos, indica que en esta zona, sus pobladores “originales” eran los Carijona que habitaban la banda norte y Andoke asentados en la banda sur del río Caquetá. una composición de arenas ricas en cuarzo que tienen una edad de 25 Ma del Mioceno (Hoorn et al. 2010) (Figura 1 y Figura 2). El río Caquetá como se le denomina en Colombia es de origen andino, aguas con altos niveles de sedimento en suspensión (aguas barrientas), un patrón sinuoso y con la presencia de raudales, conocidos por los indígenas como chorros, los cuales se localizan desde Araracuara hasta La Pedrera y que son parte importante en los grupos étnicos que viven allí como elementos geográicos de control territorial, manejo del recurso pesquero y el control chamanístico. Estudios ecológicos indican que actualmente en la región existe una cobertura de Bosque húmedo tropical (Bh-T) con precipitaciones entre 3053 mm, las cuales alcanzan sus máximos valores en los meses de mayo a julio y en los meses de diciembre a febrero con lluvias bajas y una temperatura promedia anual de 25o C (Duivenvoorden & Lips 1993). Características similares en la composición lorística, establecidos por los escasos estudios palinológicos, Urrego (1997) y Giraldo et al. (2006), establecen que condiciones semejantes predomina también a inales del Pleistoceno (11000 AP) y se mantienen durante todo el Holoceno con algunos intervalos secos. El yacimiento Arqueológico de Peña Roja Prospección y Excavación En las temporadas de campo de 2012 y 2013, realizamos en la terraza de Peña Roja, la excavación de cuatro (4) cortes arqueológicos y tres (3) periles modales adyacentes al yacimiento arqueológico así como el Fig. 3. Muestreo y excavaciones en Peña Roja (Caquetá – Amazonia colombiana). 40 levantamiento de suelos que incluyó dos tipos de densidad de muestreos: una, a partir de transectos paralelos a la corriente del río y observaciones y descripciones cada 20 metros para deinir los límites de la Terra Preta y otra, de tipo radial a partir del Corte 1 cada 5 metros a in de delimitar el área asociada a la ocupación de recolectores antiguos en la terraza (Figura 3). Los cateos, realizados con barreno hasta 1.25 metros de profundidad, incluyeron color, textura, profundidad, reacción al NaF y presencia cultural. En conclusión se realizaron 13 transectos y 60 cateos. separación y nomenclatura de horizontes (profundidad), registro del color utilizando la tabla Munsell y valoración de textura, estructura (tipo, grado y clase), consistencia, actividad de organismos, presencia de raíces, límites y reacción al luoruro de sodio (NaF) como una forma de identiicar sustancias amorfas. Además, se anotaron las referencias relativas a la presencia o no de instrumentos líticos y vestigios de cerámica. Para el peril Oriental se tomó una muestra representativa de los horizontes A, Bw1 y Bw2, además de tres muestras de los horizontes A y Bw1 para fraccionamiento de materia orgánica y otras tres de los horizontes A, Bw1 y Bw2 para determinar los porcentajes de retención fosfórica. Los análisis de caracterización incluyeron pH (relación 1:1 agua – suelo); capacidad de intercambio catiónico por extracción con acetato de amonio; bases intercambiables (acetato de amonio 1 N absorción atómica); porcentaje de carbono orgánico por el método de Walkley – Black; fósforo por el método de Bray & Kurtz II; retención fosfórica (%) por el método de Blakemore; acidez intercambiable (extracción con KCl para pH < 5,4) y textura por el método de Bouyoucos. En términos generales los suelos de la zona responden al patrón general de origen y evolución edáica en la región amazónica, ampliamente descrito en la literatura especializada. Esto quiere decir que los suelos antrópicos, se originaron a partir de sedimentos provenientes de la cordillera, ampliamente trabajados por el intenso transporte luvial y depositados luego en las supericies planas que, posteriormente, sufrieron procesos denudativos hasta diferenciar las áreas de “Tierra Firme” de aquellas inundables (terrazas, vegas, varzeas). Muestreo de Cultura Material y Paleobotánico El área de excavación del Corte 1 (0°39'39.6"S; 72°04'59.9" W), fue de 3x2 metros. Esta fue dividida en cuadriculas de 1 m2, a las cuales se les asignó en sentido de las manecillas del reloj una nomenclatura alfabética (A-B-C-D-E-F) que tenía como objetivo un control detallado de todo el proceso de excavación y registrar la disposición de los restos arqueológicos. Fueron excavados 12 niveles, cada uno de 10 cm de espesor, llegando a una profundidad de 120 cm, en la cual no había evidencias culturales. Durante el proceso de excavación se recuperaron restos de cerámica arqueológica asociada a la tradición Nofurei y gran cantidad de vestigios líticos compuestos por instrumentos, desechos de talla y pigmentos minerales entre otros (Figura 4-5). Todo el sedimento de la excavación fue procesado a través de cedazos de apertura de 4 mm con el in de recuperar los restos biológicos (fauna y lora) (Figura 6). También fueron recuperadas en forma manual semillas arqueológicas, las cuales fueron debidamente registradas y empacadas; posteriormente en laboratorio, de este conjunto de semillas se seleccionaron tres (3) para su datación cronológica (14C). Todos los periles del Corte 1 fueron dibujados, fotograiados y descritos sus respectivos horizontes. Del peril sur, en un área sin alteración, se tomaron muestras de suelos para los análisis físicoquímicos, canaletas de sedimento para los estudios de itolitos y polen fósil (Figura 7). Los suelos Asociados a Terra Preta y Recolectores Antiguos Los suelos pertenecientes a la Terra Preta de Peña Roja, se ubican en la terraza antigua, en una extensión aproximada de 3.2 hectáreas y debajo de estos estratos se haya la ocupación humana de mayor antigüedad que afectó la terraza en aproximadamente 1.360 m2, delimitada en sus costados por dos quebradas y por el río Caquetá, sobre relieve plano (pendiente 0-1%) (Figura 8). Estratigrafía Y Cronología (14C) El peril oriental del Corte 1 correspondiente a la Terra Preta y a los estratos asociados a los recolectores fue descrito siguiendo los procedimientos adoptados por el Instituto Geográico “Agustín Codazzi” descritos por Cortés & Malagón (1984), los cuales incluyen El peril oriental del Corte 1, esta sobre un relieve plano (pendiente 0-1%) y sin evidencias de mal 41 drenaje, presenta un juego de horizontes Ap / A / Bw1 / Bw2 / Bw3 igualmente de texturas gruesas (arenosa a arenosa franca), espesores entre 13 y 40 cms, coloraciones oscuras en supericie a pardas y claras en profundidad (Figura 9). Su descripción detallada se muestra a continuación: Localización: Peña Roja (Corregimiento de Puerto Santander), costado izquierdo del río Caquetá – costado occidental de la actual cancha de fútbol (0°39'39"S; 72°04'59" W) Geomorfología: Terraza no inundable Relieve: Plano (pendiente 0-1 %) Material geológico: Sedimentos aluviales mezclados Evidencias erosión: No hay Vegetación natural: Selva húmeda tropical Uso actual: Campo deportivo Humedad edáica: Údico Temperatura: Isohipertérmico Drenaje natural: Bien drenado Describieron: Tomás León Sicard – Gaspar Morcote Fecha: Septiembre 3 de 2012 Taxonomía: ¿Typic Plagganthrepts – Typic Haplanthrepts? plástica; abundantes poros medios y gruesos; pocas raíces medias y gruesas; presencia de carbón; reacción intensa al NaF. Límite gradual e irregular. Bw2 76 – 110 x cm Manchas irregulares 10YR2/2 en matriz Pardo amarillento (10 YR 3/4 a 4/4); textura arenosa; estructura débilmente desarrollada en bloques subangulares medios a inos; consistencia friable a suelta en húmedo, no plástica y no pegajosa; abundantes poros medios; presencia de carbón e instrumentos líticos; escasas raíces inas; reacción intensa al NaF. Límite gradual e irregular. Bw3 76 – 110 x cm Pardo fuerte 10YR5/4– 5/6; textura arenosa franca; estructura moderadamente desarrollada en bloques subangulares inos y gruesos; consistencia friable en húmedo, no plástica y no pegajosa; abundantes poros medios y gruesos; con alguna presencia de carbón e instrumentos líticos; presencia de gravilla y cascajo; escasas raíces inas; reacción intensa al NaF. Este peril puede presentar algunas variaciones relacionadas, esencialmente, con la posibilidad de subdividir el horizonte A en otros dos (A1 – A2) por intensidad de color (10YR 2/3 a 10YR 2/2), textura (que puede variar desde arenosa a arenosa franca) y consistencia, que puede ser friable y irme en húmedo. Para el yacimiento arqueológico de Peña Roja se conocía anterior a nuestro trabajo, veinte (20) fechas de radiocarbono que evidenciaban dos grandes momentos de ocupación, siendo 9250 AP, la fecha de mayor antigüedad asociada a los primeros habitantes de Peña Roja (Tabla 1 y Tabla 2). Recientes fechas de radiocarbono (14C), fueron obtenidas del yacimiento arqueológico de Peña Roja: cuatro (4) para el Corte 1 y cinco (5) para el Corte 3, las cuales profundizan la temporalidad de presencia de los grupos tempranos en esta zona de la Amazonia (Tabla 3-4). Las muestras datadas en su mayor parte corresponden a semillas carbonizadas de palmas que fueron enviadas al laboratorio de Beta Analytic para su datación. La muestra Beta-332853 asociada a la ocupación de mayor antigüedad mostró tres posibilidades. Hemos seleccionado la fecha que tiene el mayor segmento temporal y que coincide también en su rango con la cronología de 1 Sigma a 68% de probabilidad. Ap (0 – 10 cm): Pardo a pardo oscuro (10 YR 5/1-6/1); textura arenosa; estructura débil en bloques subangulares inos a muy inos – sectores sin estructura; consistencia en húmedo suelta, no plástica; poros inos; abundantes raíces inas; abundante presencia de macroorganismos; sin reacción al NaF. Límite abrupto y plano (este tipo de coloración en este horizonte es causada por la exposición directa del suelo a los rayos solares y al lavado intenso producto de las lluvias, por lo tanto su coloración origina es oscura (7.5 YR 2/1). A (10 – 38 cm): Negro a Gris oscuro (7.5 YR 2/1); textura arenosa -franca; estructura en bloques subangulares medios a gruesos, fuertemente desarrollada; consistencia en húmedo friable no pegajosa y no plástica; abundantes poros gruesos; regulares raíces gruesas y inas; abundantes vestigios cerámicos, carbón vegetal y materiales líticos; abundante presencia de macroorganismos; reacción intensa al NaF. Límite abrupto y plano. Bw1 (38 – 76 cm) Pardo amarillento (10 YR 3/3 a 3/4); textura arenosa; estructura débilmente desarrollada en bloques subangulares medios a inos; consistencia en húmedo friable a suelta, no pegajosa y no 42 Tabla 1. Fechas radiocarbónicas sin calibrar de Peña Roja, asociadas a los grupos agricultores y de TP Tabla 2. Fechas radiocarbónicas sin calibrar de Peña Roja, asociadas a los grupos tempranos Tabla 3. Corte 1. Fechas radiocarbónicas por AMS calibradas de Peña Roja (2012). * Para la muestra Beta 332853 los resultados cronológicos de 2 Sigma (95 % de probabilidad) son: Cal 10110-10100 AP / Cal 9920-9660 AP / Cal 9650-9630 AP., y para 1 Sigma (68 % de probabilidad): Cal 9900-9700 AP Tabla 4. Corte 3. Fechas radiocarbónicas por AMS calibradas de Peña Roja (2013) 43 partículas más pesadas y permitir la lotación de los granos de almidón y otras partículas como ibras vegetales. De la supericie del sobrenadante se retiraron entre 3 y 4 ml, que fueron depositados en un nuevo tubo de ensayo. El último paso fue la disolución del agua pesada y la concentración de los granos de almidón en un tubo de plástico de 15 ml. Para lograr la disolución o el lavado de la muestra se añade agua destilada, se agita la muestra y se centrifuga a 2000 rpm durante 15 minutos. Este último paso se repitió cuatro veces para bajar la densidad del agua y concentrar el residuo en el fondo del tubo de ensayo. Del residuo inal se montaron las placas portaobjetos y se procedió a su observación en un microscopio óptico de luz compuesta con iltro de polarización marca Olympus CX-41 con aumentos entre 400 y 1000X. Los granos de almidón fueron descritos usando variables morfológicas y métricas y fueron comparados con la colección de referencia del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Antioquia. La comparación se basa en el número de coincidencias entre las características de los granos de almidón arqueológicos y los granos de especies modernas (Babot 2007, Dickau 2005, Dickau et al. 2007. Lentfer et al. 2002. Loy 1994, Perry 2004, Piperno 1998, Piperno 2006, Torrence and Barton 2006). En total se recuperaron 109 granos de almidón, 62 en la mano de molienda y 47 en la azada. Entre las dos muestras analizadas hemos identiicado 56 granos de almidón con características de Xanthosoma (especies X. sagittifolium y X. violaceum); 30 en la mano de molienda y 26 en la azada (Figura 11). Tres morfotipos se corresponden con este taxón; el primero se trata de granos pequeños, con forma de campana, hilum céntrico y abierto. La mayoría de las campanas son unifacetadas, pero hay algunos granos con dos y tres facetas. El segundo morfotipo son granos pequeños, poliédricos y angulares. El tercero son granos pequeños con forma de cuña, con hilum abierto y céntrico. Morfológicamente, los almidones de ambas especies son similares, por tal razón, no podemos determinar de qué especie de Xanthosoma se trata. El género Xanthosoma pertenece a la familia Araceae y agrupa a varias especies neotropicales, algunas de ellas producen pequeños tubérculos comestibles (Piperno & Pearsall, 1998: 116). Para el Neotrópico, se ha calculado un número de especies entre 30 y 40 Con los anteriores y los nuevos resultados de radiocarbono, concluimos que los grupos humanos de mayor antigüedad (recolectores) que se asentaron en la terraza de Peña Roja lo hicieron por un lapso de 1830 años (9920 a 8090 AP) y aquellos asociados a Terra Preta, que de acuerdo a la cronología disponible, estuvieron asentados en esta terraza por un lapso de 1500 años, iniciando su presencia hacia el año 1900 AP hasta el 385 AP. Estas fechas evidencian que en la terraza de Peña Roja no hubo ocupación humana durante ~6000 años. Este periodo no se maniiesta en la estratigrafía del sitio probablemente por la alteración signiicativa que hicieron los grupos humanos tardíos en el suelo, también cabe la posibilidad que dicho hiato sea producto de algún fenómeno natural que hizo que este horizonte desapareciera. Un estudio detallado de microestratigrafía podría dilucidar este vacío temporal y espacial presente en el yacimiento arqueológico. Laboratorio: Extracción e Identiicación de restos Botánicos Almidones arqueológicos Con el in de determinar el uso de plantas se extrajeron granos de almidón de los bordes de uso de dos artefactos líticos. El primero, una mano de molienda (Corte 1. Cuad. E. N. 7. Prof. 60-70 cm); el segundo, una azada (Corte 2. Peril Sur. Prof. 60 cm), asociadas a una cronología entre 9920 a 9740 AP (Figura 10). Para la remoción y recuperación de granos de almidón procedentes de artefactos líticos aplicamos el protocolo de Ruth Dickau (2005). En primer lugar los artefactos fueron lavados en un baño ultrasonido, con el in de recuperar el sedimento donde los granos de almidón están atrapados. Al sedimento recuperado se le aplicó un protocolo de separación de granos de almidón y otros tejidos vegetales mediante diferencias de densidad. El primer paso es la concentración del sedimento en tubos de plástico de 50 ml, para lo cual las muestras se centrifugaron a 2000 rpm durante 15 minutos. Una vez concentrado todo el sedimento en un solo tubo, se añadió una solución de agua pesada, preparada con cloruro de cesio (CsCl), con una densidad de 1.8 g/ml, con el in de separar los granos de almidón mediante lotación (Dickau 2005, Dickau et al. 2007, Pagan et al. 2005, Piperno 2006:60). La muestra se centrifugó durante cinco minutos a 2000 rpm, para sedimentar las 44 (Piperno & Pearsall 1998: 116). En la región de Araracuara, diversos grupos indígenas como Mirañas, Andoques y Huitotos cultivan y consumen asados o cocidos los tubérculos de X. violaceceum conocida entre ellos como: mafafa, pata de gallineta o nipachire (Sánchez 1997). Todavía no se conoce con exactitud el origen del cultivo de esta especie; sin embargo, el norte de Suramérica, incluyendo la Amazonía colombiana, se considera una macroregión de la posible domesticación de esta planta (Piperno & Pearsall 1998: 165). Como posibles ancestros se encuentran las especies Xanthosoma robustum en Centroamérica y Xanthosoma jaquinii en Suramérica (Brücher 1989: 49). Frutales Silvestres Anaueria brasiliensis (Lauraceae) (aguacatillo); Brosimum guianense/B. lactescens (Moraceae) (guáimaro, inharé); Caryocar cf. glabrum (Caryocaraceae) (peine de mono, barbasco, piquía); Parkia multijuga (Fabaceae: Mimosoideae) (guarango); Sacoglotis sp. (Humiriaceae); Vantanea peruviana (Humiriaceae); Vantanea spechigeri (Humiraceae); Heliconia sp. (Heliconiaceae); Inga sp. (Leguminosae). Vegetación Secundaria Alchornea sp. (Euphorbiaceae); Euphorbiaceae indet. Para los nombres vernáculos en palmas y demás grupos botánicos se consultó: Andrew et al. 1995, Galeano & Bernal 2010, Bernal, R. et al. 2013, van Roosmalen 1985, Smith et al. 2007 y Pesce 1985. Únicamente registramos algunos de los nombres comunes utilizados en Colombia y Brasil. La Figura 13 muestra que son las palmas el grupo de mayor representación en el Corte 1 de Peña Roja (esta misma tendencia se observa en los demás cortes del yacimiento arqueológico). La especie Oenocarpus bataua (milpesos o patauá), está representada en un 34%, siendo la palma de mayor presencia en el Corte 1. Otros taxones con una alta representación son las especies de Astrocaryum con un 31 %. Se observa la poca representación de Euterpe precatoria (asaí) y Mauritia lexuosa (buriti), esta última palma esta con una mayor representación en el Corte 3 del mismo yacimiento arqueológico. Los frutales silvestres en su conjunto suman el 11 % del universo total sugiriendo posiblemente una sub representación en su importancia al interior de los grupos antiguos. Descripciones etnográicas en grupos cazadores-recolectores amazónicos y grupos agricultores contemporáneos, evidencian que el consumo de los frutales muchas veces se realiza en los sitios donde son colectados y solo en ocasiones excepcionales son llevados a los asentamientos, ello explicaría la baja presencia de dichas evidencias en contextos arqueológicos (Cabrera et al. 1999, Politis 2009). Semillas Arqueológicas En los cortes arqueológicos se encontró una alta presencia de restos biológicos representados por semillas arqueológicas, carbón vegetal, y muy pocos restos de huesos calcinados de peces. En laboratorio se procedió a limpiar y separar las semillas del conjunto de carbones de madera y de sedimento. Las semillas arqueológicas del yacimiento fueron identiicadas tomando en cuenta sus caracteres anatómicos y morfológicos (presencia y posición de poros, escultura de supericie, distribución de ibras, formas, dimensiones etc.), los cuales fueron contrastados con especímenes actuales de carpoteca (Figura 12). Para el Corte 1, se recuperó 2586 semillas carbonizadas enteras y fragmentadas, determinándose 25 taxones, 8 morfo tipos y 1 grupo de fragmentos altamente meteorizados imposibilitando su determinación taxonómica o descripción a nivel de morfotipo. Las siguientes son los taxones determinados: Palmas Astrocaryum aculeatum (cumare, tucumá, tucumã de Amazonas); Astrocaryum chambira (chambira, tucumã); Astrocaryum jauary (javarí, jauary); Astrocaryum ciliatum (coco); Astrocaryum sp.; Attalea cf. insignis (coco, palha de lecha); Attalea maripa (palma real, inajai); Attalea racemosa (palma de coco, babassú); Bactris sp.; Euterpe precatoria (asaí, açaí, açaí da terra irme); Oenocarpus bacaba (milpesillo, bacaba); Oenocarpus bataua (milpesos, patauá); Oenocarpus minor (milpesillo, bacabai); Mauritia lexuosa (canangucho, buriti). El carpograma (Figura 14) presenta dos grandes eventos culturales y uno de transición: el primero (0-30 cm) asociado a grupos sedentarios que se establecieron en la terraza de Peña Roja entre el 1900 AP al 450 AP. Estos se encuentran asociados a una Terra Preta y a una cerámica arqueológica de la fase Cultigenos Zea mays (Poaceae) (maíz, millo). 45 O en oc Ze a rp u a m sm ino A n a ys r au er ia br as i lie ns is ba ta O en oc a ia fle rp us xu os a to ri a rp e M au r it Ba ct Eu te ri s sp . em ra c pr ec a os a nis a le a Att Att a le a le a tr o ca As Att ry u cf. m ar ip a in a sig sp . m cf m ry u tr o ca As ua /A . ja ua ry ha m b ir .c cf m ry u tr o ca As C1 4 Cr on ol og ia Horizonte Suelo a/ .c f. A. cil cf. ac iat u m ule a tu Br os Va imu nt m Sa an e cf. co a g Pa gl o pe r uia n r k tis u v en Hu ia m sp ian se /B m u . a .c Ca ir ia ltij u f. rb sp g a la on . ct es Ve ce ge ns ta l( gr ) m Col. Am . Pto. Santander. Peña Roja Yacim iento Arqueologico. Corte 1 Lat. Sur 0o 39' 39.6"; Long. Oeste 72o 04 59.9" 0 5 10 15 (TERRA PRETA) 20 25 30 Cal BP 550 Profundidad (cm) 35 Cal BP 9740 TRANSICION 40 45 50 55 60 RECOLECTORES 65 70 75 Cal BP 9920 80 85 90 95 Cal BP 9650 100 50 100 B3 (10YR 5/4) Arenoso 150 50 100 B2 (10YR 5/4) Arenoso 150 20 40 B1 (10YR 3/3) Arenoso 60 20 20 A (7.5YR 2/1) Arenoso 20 40 60 20 20 40 20 40 100 200 300 400 20 40 60 80 100 200 300 400 Ap (10YR 5/1) Arenoso Fig. 14. Carpograma mostrando la variación de especies y carbón vegetal a través del tiempo. Peña Roja. en el yacimiento por la mezcla del material cerámico de los estratos superiores asociados grupos ceramistas y el incremento inusitado de instrumentos líticos y restos paleobotánicos (semillas y carbón vegetal) de los grupos recolectores. Un segundo evento (~35-100 cm) se encuentra asociado a grupos recolectores con una cronología de ocupación en la terraza de Peña Roja entre el 8090 AP al 9920 AP. Las evidencias asociadas a estos grupos son la alta presencia de líticos (azadas, placas, morteros, cantos rodados y molinos entre otros) (Ranere, en prep.) (Figura 15). En el carpograma se destaca para este evento una alta presencia de restos botánicos de palmas y frutales silvestres. Los taxones determinados se caracterizan porque en su mayor parte producen frutos comestibles, sin embargo muchos de ellos también proporcionan otros tipos de beneicios como en el Caryocar glabrum que además de tener una nuez alimenticia, su mesocarpio es utilizado como barbasco (veneno) para la pesca en pequeñas quebradas por grupos indígenas como los muinanes y los huitotos del noroccidente amazónico (Sánchez 1997, Vélez 1992). Otro frutal con una importancia en los grupos antiguos de Peña Roja es el aguacatillo (Anauria brasiliensis, el cual hemos visto formando concentraciones en las terrazas no inundables del Medio río Caquetá. Observaciones etnográicas realizadas entre 1993-1996 entre los juhup, cazadores-recolectores, que vivían en el bajo Apaporis, entre los raudales de la Estrella y la Libertad (Amazonia colombiana), hacían Nofurei. Igualmente se caracteriza por el bajo porcentaje de semillas arqueológicas respecto al evento cultural de mayor antigüedad. Esta baja representación, particularmente para las palmas, no puede ser interpretada como una escasa preferencia y selección por parte de estos grupos humanos, es así como muchos estudios etnohistóricos, etnográicos y etnobotánicos (ver Gumilla 1955, Descola 1996, Balée 1989, Reichel-Dolmatoff 1996, Goulding & Smith 2007) en grupos indígenas amazónicos contemporáneos muestran la importancia alimenticia, tecnológica y simbólica de las palmas al interior de dichas sociedades. Creemos más bien, que este tipo de comportamiento que se presenta en el yacimiento arqueológico, está evidenciando una forma diferente de procesamiento y desecho de los recursos de las palmas, particularmente aquellas donde sus frutos son seleccionados como alimentos. En cuanto a los frutales silvestres, las sociedades amazónicas que practican la agricultura tienen un menor énfasis de selección y consumo hacia este grupo que aquellos que dependen exclusivamente de lo silvestre. La aparición de un fragmento carbonizado de grano de maíz, (0-10 cm), evidencia la presencia de este cultivo en Peña Roja en las últimas décadas de la ocupación contemporánea. Esto se ve ratiicado por la información de sus actuales moradores quienes sostienen que uno de los cultivos presentes cuando se establecieron en este sitio (década de los 80), fue la siembra de maíz. El evento transicional (30-40 cm) se maniiesta 46 el procesamiento del aguacatillo de la siguiente forma: “pelaban el fruto, lo quebraban y extraían la almendra. Esta era rallada, lavada y colada. El agua colada se dejaba reposar para obtener almidón. De este almidón se armaban bolas que ponían a asar al lado del fogón. La cáscara que se iba formando se iba pelando y consumiendo. El rendimiento de almidón es muy bajo, pero el sabor dulce es muy apreciado” (com. pers. Ana María Ospina 2013). También la presencia de semillas de Brosimum sugiere la importancia como alimento y posiblemente para otros usos como los evidenciados en muchas comunidades amazónicas (Sánchez 1997, Smith et al. 2010). Por último y tomando nuevamente el carpograma, este señala un pico alto (50 cm) en las especies identiicadas incluyendo el carbón vegetal, este comportamiento podría interpretarse como el relejo de una mayor frecuencia de reocupación del sitio o un mayor tamaño de los grupos humanos que se asentaban en Peña Roja en ese momento. en este periodo critico de escasez. Relexiones Finales La mayor parte de las evidencias arqueobotánicas principalmente las palmas y los frutales silvestres, presentes en Peña Roja corresponden a especies consideradas hiperdominantes por ter Steege et al. 2013. Esta coincidencia puede tener tres interpretaciones: 1. las especies determinadas que son hiperdominantes fueron seleccionadas por su fácil acceso y alta producción de recursos. 2. las especies hoy en día son hiperdominantes porque los seres humanos han inluido en su dispersión y distribución. 3. Otro de los escenarios es la existencia natural de una alta densidad de determinadas especies. Cuando los humanos se establecen en estas selvas desde inales del Pleistoceno, manejaron dichos recursos aumentando considerablemente su densidad y distribución. Entender mejor el papel de los humanos en la distribución de estas especies requiere de datos paleoecológicos y arqueológicos en toda la cuenca amazónica. La recuperación de azadas y la identiicación de almidones arqueológicos de tubérculos del género Xanthosoma en estas, así como la determinación de itolitos de Cucúrbita, Lagenaria y Calathea asociadas a los grupos de mayor antigüedad en Peña Roja (Piperno 1999) siguieren como lo plantea la misma autora, que en este sitio se estaba practicando desde tempranamente una agricultura de baja escala (horticultura) con un proceso de domesticación de plantas del género Cucurbita. Queda por encontrar más datos que apoye o desvirtúen esta hipótesis atractiva. Por ello se hace necesario desde la arqueológica de la selva húmeda tropical estudiar más sobre los procesos de domesticación de plantas, el papel de las raíces y tubérculos de las familias: Araceae, Dioscoreaceae y Euphorbiaceae en el pasado. Otro de los puntos que llama la atención es el periodo de fructiicación de los taxones determinados en el yacimiento arqueológico de Peña Roja. De acuerdo al conocimiento sobre la fructiicacion de las palmas y los frutales silvestres que tienen los Nonuya, actuales habitantes de Peña Roja, asi como la informacion derivada de los especimenes de herbario colectados en esta región podemos hacer una pequeña recostrucción sobre la fructiicación antigua y su posible inluencia en los grupos humanos del Holoceno Temprano. Para la región de Araracuara, que incluye la terraza de Peña Roja, la fructiicación en la selva depende de los periodos de lluvia y los niveles del agua del río. En la Figura 16, se muestra que entre noviembre a enero hay una escasa fructiicación en la selva coincidiendo con la época de minima precipitación y un nivel de aguas bajas. Se concluye que para dicho periodo hay un déicit de alimento que incluye tambien la caza, ya que muchos animales incluyendo los mamiferos dependen de los ciclos de fructiicación del bosque. Pero es en el periodo de aguas bajas (nov-feb) donde los peces quedan atrapados en espejos de agua que se desconectan de los cursos principales de agua, facilitando su captura por parte de sus predadores incluyendo el ser humano (Rodríguez 1999). Por lo tanto, este recurso ictico junto con los carbohidratos proporcionados por los tubérculos podrian haber suplido la escasez de alimento del bosque Agradecimientos A la comunidad Nonuya (Gente de Achiote) de Peña Roja, especialmente a Elías Moreno, Virgelina Goméz y su hijo el Prof. Evelio Moreno; a la Universidad Nacional de Colombia; Vicerrectoría de Investigación (Universidad Nacional de Colombia); a la Universidad de Antioquia y al Instituto Colombiano de Antropología e Historia ICANH; al profesor Stéphen Rostain por la 47 invitación al III Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica (EIAA) que se realizó en Quito Ecuador 2013. A la profesora Lauren Raz por su conocimiento en los tubérculos, facilitarme bibliografía especializada e intercambiar ideas sobre la ecología y la botánica de las especies. A los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia que han participado en las diferentes temporadas de campo: Julieth Castiblanco, Jenny Barrera, Jeison Chaparro y Daniel Castaño. Gaspar Morcote & Santiago Mora, 1995, No solo de caza vive el hombre: ocupación del bosque amazónico Holoceno Temprano. Ámbito y ocupaciones tempranas en la América tropical, editado por I. Cavelier y S. Mora, Fundación Erigaie – Instituto Colombiano de Antropología e Historia: 27-44. Cooke, Richard & Anthony Ranere, 1992, Prehistoric human adaptations to the seasonally dry forests of Panama. World Archaeology 24(1): 114-133. Cortes, L. & Dimas Malagon, 1984, Los levantamientos agrológicos y sus aplicaciones múltiples. Bogotá. Universidad Jorge Tadeo Lozano. Descola, Philippe, 1996, La selva culta. Simbolismo y praxis en la ecología de los Achuar. Tercera edición. Colección Pueblos del Ecuador. Ediciones ABYA-YALA. Quito. Ecuador. 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Con el uso de modelos retrospectivos es posible acercarse a la comprensión de las características que permiten deinir un periodo “Arcaico”, considerando los posibles escenarios e intercambios dinámicos en las relaciones ambientales (coevolutivos), cuando los grupos humanos se establecieron y comenzaron a generar procesos de “territorialización”, aprovechando selectivamente algunos recursos disponibles e imprimiendo su propio sello cultural (Aceituno 2010, Aceituno y Loaiza 2007, Balée 1998, Gnecco 2006, ReichelDolmatoff 2006). Las condiciones y cambios de los distintos entornos, así como las posibilidades de selectividad o decisiones culturales, -en cuanto a prácticas de cacería especializada o el manejo de plantas y domesticaciones iniciales-, comenzaron paulatinamente a alterar la disponibilidad, tanto hacia una mayor abundancia o hacia la escasez de ciertos recursos. En distintos ecosistemas durante el prolongado periodo Arcaico, se pueden determinar modos de vida particulares y se generan cambios culturales en un amplio marco temporal desde inales del Pleistoceno al Holoceno Medio. Igualmente, se considera una dinámica natural propia de las transiciones climáticas, en tiempo y espacio al considerar cambios globales y particularmente la biodiversidad asociada a la micro-verticalidad Introducción En el análisis de los procesos de expansión y colonización de los grupos humanos primigenios, las costas y los valles geográicos han sido considerados como potenciales vías naturales de ingreso al interior continental. La esquina noroccidental de Suramérica, es de particular interés, al considerar que las poblaciones pioneras debieron cruzar el “puente terrestre” y algunas se adentraron al interior del continente suramericano (entre otros Ardila y Politis 1989, Cooke 1992, Dillehay 2000, López 2008, Ranere 1980, Ranere y López 2007, Reichel-Dolmatoff 1986). Los valles interandinos de los ríos Magdalena y Cauca son los dos mayores corredores naturales en los Andes Colombianos, los cuales aportan información sobre cambios ambientales, poblamiento y establecimiento de grupos humanos, desde el inal del Pleistoceno al cambio al Holoceno Temprano. No obstante contar con una cronología similar de ocupación temprana -ca. 10.000 años-, se vienen encontrado marcadas diferencias entre los contextos arqueológicos, la formación de sitio (ecofactos y paleoambientes) y en particular los conjuntos líticos recuperados en diversas regiones naturales de Colombia (Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, 2008, Cano et al. 2001, Correal 1993, Correal y Van der Hammen 1977, Gnecco 1990, 2000, López y Cano 2011, López y Realpe 2008, Van der Hammen 2006). Aunque en la escala amplia, se puedan trazar límites teóricos entre regiones naturales, es necesario plantear que existen conexiones directas que entre la región amazónica y la macro cuenca de los ríos Magdalena-Cauca. Se debe señalar al sur del territorio Colombiano, el sector denominado como macizo colombiano (o nudo de Almaguer), donde se encuentran 51 andina, las dinámicas de ampliación de las sabanas, así como el impacto de distintos eventos naturales, -como el vulcanismo-, fenómenos que han afectado los entornos propuestos para este análisis (Aceituno y Loaiza 2007, Cano et al. 2013, López 2008, López y Cano 2011). Conformación de Paisajes en los Valles Interandinos del Cauca y el Magdalena: Geología, Eventos Naturales y Procesos Culturales Los valles interandinos de los ríos Magdalena y Cauca están estratégicamente localizados, constituyéndose en corredores naturales que permiten el ingreso desde la costa Atlántica, hacia el interior del continente y particularmente hacia las estribaciones andinas que ofrecen variedad de climas y paisajes. Ambos ríos nacen 1.000 km tierra adentro, en las altas montañas o páramos del Macizo Colombiano, sector también llamado “La Estrella Fluvial Además de las consideraciones ambientales presentadas, es posible hacerse la pregunta sobre las relaciones existentes entre conjuntos líticos particulares, identiicados en la región andina-interandina colombiana, con los conjuntos reseñados en sectores de la amplia llanura amazónica y su piedemonte cordillerano. Fig. 1. Mapa de Colombia con los ríos Cauca y Magdalena; en sombreado las zonas medias y el macizo volcánico Ruíz-Toima 52 Colombiana”. Esta es la zona donde se trifurca la Cordillera de los Andes y donde se concentra gran cantidad de nacimientos de ríos y quebradas, los cuales se dirigen hacia todas las vertientes, incluyendo la Amazonía y el Pacíico. Los ríos Cauca y Magdalena en particular, marcan la división de las tres cordilleras, formando los dos valles principales de la zona andina, recogiendo un gran número de aluentes a su paso, durante su recorrido desde las altas zonas montañosas hasta llegar a las tierras bajas de la llanura costera atlántica. Sobresalen distintos paisajes contrastantes, en tanto recorren diferentes pisos térmicos y variados ecosistemas. Las cuencas presentan condiciones geomorfológicas y ambientales cambiantes, desde estrechos cañones, hasta amplias llanuras; desde sectores muy húmedos a otros extremadamente secos. Tanto para sus correrías de cacería y recolección, como para el establecimiento permanente, los grupos humanos encontraron muy buenas condiciones ambientales, particularmente en muchos sectores con predominancia de suaves pendientes, fértiles suelos, agua en abundancia, buena estabilidad, condiciones climáticas adecuadas y oferta de recursos excepcionales. Vale la pena destacar la conexión de los dos valles a través de la Cordillera Central, desde la cual baja un importante número de corrientes de agua al río Magdalena en su margen oriental, y al río Cauca en su margen occidental, para luego entregar sus aguas, el río Cauca al río Magdalena en la llanura atlántica (Fig. 1 & 2) (IGAC 1989). Los resultados de investigaciones arqueológicas, señalan las cuencas medias como sectores de sumo interés, por la preservación de las evidencias materiales, que señalan la presencia humana en distintas épocas. En terrazas aluviales del Magdalena se mantienen evidencias tanto en supericie o algunos depósitos con materiales culturales tempranos sub-supericialmente enterrados, en sectores donde prima un proceso erosional (López 2008). Hacia el sur del sector medio, se evidencia una mayor inluencia volcánica del llamado Complejo volcánico Cerro BravoCerro Machín de la Cordillera Central, con características e impactos particulares a cada lado. Este complejo corresponde a un conjunto de volcanes –varios activos-, determinantes en la formación de los suelos y sus productos han afectado negativa y positivamente a las culturales instaladas en sus inmediaciones (Cano et al. 2013, Hermelín 2001, López y Cano 2004, Proyecto Aerocafé 2011, Tistl 2006, van der Hammen 1992). Hacia el valle del Magdalena, los efectos de las avalanchas y formación de abanicos, han removido o sepultado profundamente los contextos inipleistocénicos y del Holoceno temprano y medio (Salgado y Gómez 2000). La situación es diferente, hacia la vertiente occidental, en la vertientes del valle del Cauca y en particular en un gran abanico vulcanoclástico, donde predominan suelos formados en los inos depósitos de cenizas volcánicas. En un amplio sector de la cuenca media del Cauca, desde la década de los noventa del siglo pasado, se han encontrado contextos arqueológicos tempranos sepultados por cenizas, entre dos metros de profundidad y 70 cm, con dataciones que alcanzan el periodo de transición PleistocenoHoloceno (Aceituno y Loaiza 2007, Cano et al. 2013, López y Cano 2011). Geoarqueología y Cambios Ambientales Teniendo en cuenta la ocurrencia de eventos naturales de gran magnitud e impacto, asociados a las deglaciaciones, a la regresión marina que inluye en todo el sistema hídrico y a la actividad volcánica holocénica en la Cordillera Central, se consideran estos factores de inestabilidad y cambio como complementarios a las relexiones teóricas comparativas, tanto sobre los escenarios, como sobre las características y los comportamientos de los actores del poblamiento primigenio suramericano y sus sucesores durante el Holoceno temprano y medio (López 2008, López y Cano 2011). Las deglaciaciones y las erupciones han afectado la modelación de las cuencas del Magdalena y del Cauca. Como antes se anotó, los volcanes activos en los Andes colombianos se concentran, en su sector medio y el sector sur limítrofe con el Ecuador. Al sur, en el macizo colombiano, se destacan las fuentes del río Caquetá, generando la relación directa con la cuenca amazónica. En este sentido, es necesario comprender la dimensión de la complejidad geográica andina y de sus vertientes, de allí la importancia de la consideración de los datos geoarqueológicos, con el in de complementar eventos naturales e implicaciones culturales (Cano et al. 2013). En esta dirección, es necesaria la mirada geoarqueológica para buscar un mejor entendimiento de los procesos de formación de sitio, analizando la integridad, variaciones y resolución del registro arqueológico y geológico en diferentes unidades de paisaje. 53 boscosa. Hace unos 11.000 años y hasta 10.000 se presentó la última fase más fría del último del último glacial: el estadial El Abra (Younger Dryas de Europa). Durante este intervalo, el río Magdalena cortó los sedimentos formados durante el Interestadial Guantiva, formando terrazas tradiglaciales (van der Hammen 1992, van der Hammen y Ortiz Troncoso 1992). En este sentido, para la transición PleistocenoHoloceno primó una dinámica erosional, la cual, al día de hoy, hace que los contextos arqueológicos se encuentran en supericie, o enterrados a menos de un metro de profundidad (López 2008). Por el contrario, una serie de “grandes paisajes” ondulados a planos, predominantes en la cuenca media del río Cauca durante la transición Pleistoceno-Holoceno muestran una dinámica deposicional, seguida a recurrentes erupciones volcánicas en los últimos 20.000 años. Los procesos tectónicos y de vulcanismo -particularmente los depósitos constantes de cenizas- han sido un factor fundamental en la conformación y evolución del paisaje, tal como se reporta en el amplio paisaje del Abanico vulcanoclastico Pereira-Armenia (Cano et al. 2013). En cuanto al contexto de los componentes culturales, se ha podido comprobar que, inmersos en las capas de ceniza, se encuentran “sellados” datos paleoecológicos y culturales de relevancia para el estudio de los orígenes y efectos de la presencia humana en la región (Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2013, López y Cano 2011). Regionalmente en la cuenca del Cauca Medio para lo que se podría considerar el periodo Arcaico, se observan elementos homogéneos que permiten ubicar sitios arqueológicos multicomponentes en terrazas y escalones, y se tiene una clara secuencia de sedimentos profundos de cenizas volcánicas, cuya estratigrafía demuestra suelos bien desarrollados. Los horizontes de suelos guardan en general una asociación temporal directa con los restos encontrados, desde periodos precerámicos hasta nuestros días. Se destaca la presencia de artefactos líticos con desgastes en sus caras, los cuales han sido fechados en más de 4.000 A.P. A mayor profundidad, se han encontrado suelos enterrados que incluyen materiales líticos y artefactos trabajados, relacionados con ocupaciones precerámicas tempranas, de ca. 10.000 años A.P. Estas secuencias se pueden observar muy bien en las cimas de colina y terrazas naturales, con instrumentos líticos inmersos en el horizonte B, Algunas consideraciones sobre los Ambientes desde el Pleniglacial al Holoceno Medio De acuerdo con van der Hammen y otros investigadores (1992, 2001), durante el Pleniglacial (21.000 a 14.000 A.P.), a inales del Pleistoceno, algunos sectores y particularmente las tierras bajas del valle del Magdalena, tuvieron una cobertura vegetal característica de climas secos y semidesérticos, posiblemente con algunas asociaciones húmedas concentradas alrededor de las ciénagas. Con el nivel del mar muy bajo, durante el Pleniglacial, el río Magdalena –y todo el sistema-, cortó sus propios sedimentos anteriores. Durante el Tardiglacial y Holoceno, se volvieron a depositar materiales procedentes de las altas tierras cordilleranas y en algunos casos aumentadas por los efectos volcánicos. El clima durante el Tardiglacial era más frío y más seco, se calcula que podría ser de unos 4 grados más bajo en las zonas bajas, con precipitaciones del 40 al 60% más bajas que las actuales. Había presencia de megafauna herbívora y en algunos sectores y épocas pudo haber vegetación de cerrado. Alrededor de ciénagas y lagunas, ocurrieron procesos de conservación de comunidades y pudieron mantenerse en algunos casos ecosistemas de bosque húmedo. Para el Pleniglacial y periodos secos de Finales del Pleistoceno, también debieron presentarse amplias áreas de pastizales, extendiéndose como transiciones de los bosques secos a las áreas semidesérticas del piedemonte y las tierras altas de la cordillera (López y Realpe 2006, López y Cano 2011, Van der Hammen 1992, Van der Hammen y Ortiz Troncoso 1992, Van der Hammen y Correal 2001). Las investigaciones de Correal y Van der Hammen (1993, 2001) demostraron la convivencia y cacería al inal del Plesitoceno de megafauna en la Sabana de Bogotá y en las tierras baja del Magdalena. Por otra parte, en el valle del Cauca, se cuenta con evidencias fortuitas que señalarían también esta interrelación (López y Cano 2011, Rodríguez 2002). En el comienzo del Tardiglacial (aprox. 13.000 a 10.000 AP) se presentó un cambio rápido del clima, en la cordillera subieron las temperaturas y aumentó la precipitación (Interestadial de Guantiva). De acuerdo con los estudios de Berrío et al. 2001, los ríos –particularmente el Magdalena- aportaron alta cantidad de sedimentos, comenzaron a predominar las ciénagas y pantanos, así como la vegetación 54 así como recurrentes fragmentos cerámicos en los horizontes A, más supericiales (Aceituno 2003, Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, Integral 1995, Montejo y Rodríguez 2001, Restrepo 2006, Rodríguez 2002). Es probable que los primeros pobladores, hace cerca de 10.000 años, habitaran incluso en un relieve un poco más suave que el actual. desde la transición al Holoceno, son comunes los contextos culturales, relacionados con la apropiación de plantas, en temporalidades que van desde el ca. 10.000 A.P. hasta el 4.000 A.P. (Aceituno 2003, Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, Integral 1995, López y Cano 2011, Patiño et al. 1997). Modelos Comparativos Continental Diversidad Cultural durante el Periodo Arcaico a Escala Como lo han señalado varios investigadores, cada vez se fortalecen más diferentes modelos arqueológicos para explicar la existencia de tradiciones tempranas muy distintas al modelo Clovis/Pre-Clovis (Dillehay 2000, Roosevelt et al. 2002). Se cuenta actualmente con contextos y cronologías más profundas ligadas a desarrollos milenarios, y vinculadas a otras formas de subsistencia, como las de los bosques tropicales de montaña (Aceituno 2010, Aceituno y Loaiza 2007, Gnecco 1990). En Colombia se vienen estudiando y se han presentado de manera articulada, los estudios sobre tradiciones líticas tempranas presentes en el centro y suroccidente del país. Recientemente, se vienen aportando datos hacia la cuenca del Amazonas (Aceituno 2010, Archila 2005, Llanos 1997, Mora y Gnecco 2002). Además de los trabajos que arqueólogos como C. Gnecco (2000) han venido sustentando en el sector de Popayán y H. Salgado (1986) en la zona de Calima (Cordillera Occidental), los sitios milenarios encontrados en el valle del río Porce en Antioquia (cuenca del río Cauca) y ahora varios en la región del Eje Cafetero, en la Cordillera Central (Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, Integral 1995, Patiño et al. 1997, Salgado y Gómez 2000), complementan un panorama de gran interés, mostrando diferencias con los contextos tempranos de la sabana de Bogotá y valle del Magdalena, más hacia el modelo de la cacería y la recolección (Correal y van der Hammen 1977). En este panorama, -abierto para la investigación y debate, es de gran importancia comparativa para las construcciones teóricas-, la mirada detallada de los datos, expresados en las tradiciones líticas que se han identiicado en zonas ecuatoriales y los corredores interandinos de los valles del Magdalena y del Cauca, así como el entorno ambiental donde se desarrollaron diversas culturas. Aunque se han realizado distintos análisis morfofuncionales y traceológicos a algunos conjuntos artefactuales, persiste la necesidad de profundizar sobre Los materiales arqueológicos nos acercan a las interacciones culturales con el entorno y muestran diferencias interesantes de materias primas y productos procesados. Por una parte, las materias primas sedimentarias presentes en el valle del Magdalena tienden a calidades óptimas hacia el lascamiento y obtención de ilos activos, debido a su granulosidad ina; mientras que, hacia el valle del Cauca, predominan las materias primas volcánicas de grano grueso, cuya fractura se hace irregular, siendo el pulimento y abrasión, una alternativa mejor. Así, los productos obtenidos van a permitir aplicaciones diferentes: los materiales lascados predominan donde es fundamental el procesamiento de animales; por otra parte los de grano grueso se facilitan más para procesamiento de vegetales (Aceituno y Loaiza 2007, Cano 2004, Cano et al. 2001, López 2008, López et al. 2003, López y Cano 2011). Se trata, por consiguiente, de un conjunto interesante de “coincidencias”, entre la materia prima disponible, la oferta de recursos biológicos, los efectos ambientales, los materiales culturales efectivamente obtenidos y el comportamiento y desarrollo cultural diferenciado (Fig. 3 & 4). Hacia el valle del Magdalena, si bien los recursos vegetales pueden considerarse abundantes, el hallazgo de fauna extinta en investigaciones arqueológicas y hallazgos fortuitos, además de conjuntos de artefactos para faenamiento, permiten enfocar las apropiaciones culturales durante el inal del Pleistoceno hacia los recursos faunísticos, contando con un único hallazgo contextualizado de megafauna por Correal y Van der Hammen y fechado en 16.400 A.P. (Correal 1993, van der Hammen y Correal 2001). Se destaca la temporalidad entre los 10.400 años A.P., hasta ca. 3.600 A.P. de conjuntos arqueológicos también de cacería especializada, pero no necesariamente proyectada hacia cacería mayor, sino hacia actividades ribereñas y pesca (López 1999, 2008), En contraste hacia el valle del Cauca, 55 escala de larga duración, se busca superar el determinismo ambiental de considerar lo tropical como un todo homogéneo, y más bien, preguntarse por especiicidades, producto de micro-ecosistemas y sobretodo, de los manejos culturales del entorno, según el conocimiento y las decisiones que las comunidades han tomado, visibles en distintas épocas históricas. los diferentes conjuntos líticos, buscando establecer relaciones con otras tradiciones regionales e inter-regionales, consideradas en escalas mayores. Se tiene el caso de algunos artefactos predeterminados caracterizados por instrumentos tipo, como las puntas bifaciales y raspadores plano convexos, y otros expeditivos (López 2008). No obstante el interés de miradas detalladas sobre el material arqueológico, además del estudio de los cambios climáticos, geomorfológicos y paisajísticos en general, se constituyen paralelamente en una clave del mayor interés, para correlacionarlo con las distintas ocupaciones humanas a través de milenios en perspectiva continental. La presencia de puntas de proyectil triangulares talladas bifacialmente y de raspadores planoconvexos (o lesmas), comienza a ser recurrentes en grandes ríos como el Orinoco o el Amazonas o sus principales tributarios (Sanoja y Vargas 2006, Roosevelt et al. 2002). Se plantea entonces una fuerte señal de dinámicas muy antiguas de adaptaciones ribereñas que seguramente tuvieron vínculos o identidades tecno-culturales. Estas relaciones a muy grandes distancias se observan también en épocas cerámicas, por ejemplo con la expansión de cerámica corrugada y urnas funerarias. En cuanto a los artefactos tallados tipo azada y otros instrumentos de procesamiento de plantas, -predominantes en el valle del Cauca-, podría haberse dado una expansión por la zona montañosa, hasta el piedemonte amazónico, -tema aún por investigar con detalle- (Aceituno 2010). Los procesos de cambios ambientales en escala amplia, están íntimamente ligados al calentamiento de la corteza terrestre, el ascenso del nivel del mar, la actividad volcánica, la extinción de la megafauna y además los cambios en las cuencas interiores. El papel jugado por las culturas que coevolucionaron en estos ambientes fue igualmente signiicativo de acuerdo a sus prácticas y decisiones a través del tiempo. En ese sentido nos debemos preguntar si estamos buscando los sitios más antiguos en los lugares o las profundidades adecuadas. Tenemos la certeza de la complejidad e importancia de los contextos hasta ahora descubiertos, pero se intuye que estos valles interandinos albergan sitios arqueológicos, cuyos contextos paleoecológicos y culturales serán referentes básicos de estudios comparativos para entender el poblamiento de Suramérica y los distintos desarrollos culturales que allí se dieron. A partir de una mirada en Bibliografía Aceituno F. J. 2010. El poblamiento temprano de la loresta húmeda de Colombia: una síntesis regional para un modelo de poblamiento de la cabecera noroccidental de la cuenca del Amazonas. Arqueologia Amazônica, 1, Brasil: 15-33. Aceituno F. J. y N. Loaiza. 2007. Domesticación del Bosque en el Cauca Medio Colombiano entre el Pleistoceno Final y el Holoceno Medio. BAR International Series 1654. Oxford, Archaeopress. Archila, S. 2005. Arqueobotánica en la Amazonía Colombiana. FIAN, Bogotá. Ardila, G. y G. Politis. 1989. Nuevos Datos para un Viejo Problema. 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Desde 1954 fue Investigadora Asociada en el Departamento de Antropología, Museo Nacional de Historia Natural, Smithsonian Institution. Fue Miembro de varias Instituciones Profesionales. Condecorada por Presidentes de varios paises. Conversé personalmente con Betty Meggers en varias ocasiones, incluso se dio tiempo para enseñarme en su oicina del Smithsonian, en Washington D.C. la técnica de la Seriación cerámica o Método Ford, para inferir historia ocupacional de los asentamientos prehispánicos. Como buen alumno, quería aplicar al pie de la letra sus indicaciones. En alguna parte del respectivo manual Evans y Meggers escriben: “Lo ideal para hacer una buena seriación es que los niveles excavados tengan un mínimo de cien tiestos”. Esto, en mis excavaciones, no ha sucedido todavía. Antecedentes Obras En 1972, tuve la oportunidad de participar en las excavaciones arqueológicas lideradas por Padre Pedro Porras en la isla La Puná, Golfo de Guayaquil, Ecuador. Se excavó un conchero anular de 170 metros de diámetro en promedio y amontonamientos de concha de hasta 8 metros de altura. La concha estaba mezclada con material cultural de tradición Valdiviana correspondiente a los Períodos B y C, esto es entre 4.400 y 3.400 años al presente. Por esta circunstancia tuvimos en Quito la visita de los arqueólogos Clifford Evans y Betty Meggers del Smithsonian Institution de Washington D.C, quienes junto con el ecuatoriano Emilio Estrada investigaron varios asentamientos de la Cultura Valdivia, Machalilla, Chorrera, Jambelì y difundieron a nivel mundial las características y antigüedad de estas culturas prehispánicas. A nivel personal, conté desde entonces con el apoyo cientíico de Clifford Evans y Betty Meggers. La correspondencia cientíica sufrió muchas veces de largas pausas de silencio por expresar públicamente en Congresos mi desacuerdo con alguna de sus teorías, como aquella del origen de Valdivia por efectos de un contacto transpacíico desde Japón. Cuando uno es joven, ve los fenómenos culturales de distinta manera y lógicamente era difícil aceptar que para iniciar el arte alfarero los valdivianos tuvieron que contar con “asesoramiento japonés”. Después de 40 años, creo que el contacto transpacíico pudo ser posible. Mis visitas a Betty en el Smithsonian Institution fueron siempre provechosas, pero también muy sacriicadas. Betty llegaba a la oicina muy temprano, máximo a las 7, a mediodía almorzaba un escueto sánduche calentado en microondas y en la tarde, Betty era la última en salir de la oicina y esto no solo de lunes a viernes, también sábados y domingos. Betty era una fanática del trabajo. Esto explica el que haya podido publicar más de 400 títulos entre libros, revistas, artículos, reviews y más de 100 traducciones de obras especializadas. Betty no solo producía, también distribuía sus obras a todos los colegas, especialmente sudamericanos. Organizó talleres, dio conferencias, invitó al Smithsonian a muchos arqueológicos de todas las escuelas y tendencias políticas. Betty era como escribió Jeffrey Wilkerson: “Una leyenda viviente”. Betty, junto con su esposo y colega Clifford Evans, trabajó en varias partes del Continente Sudamericano, desde las Antillas hasta Chile y para reforzar la Teoría del Contacto Transpacìico observaron varias colecciones cerámicas del antiguo Japón. Luego de trabajar en la isla Marajó, Brasil, en la Región Amazónica ecuatoriana, Meggers y Evans investigaron varios asentamientos prehispánicos a lo largo del río Napo. Deinieron las Fases Yasuní (50 a.C.), Tivacundo (510 d.C.), Napo (1188 a 1480 d.C.), Cotococha (1450 a 1500 d.C.). 59 La arqueología del Ecuador antes y después de Betty Meggers Homenaje Un homenaje que los ecuatorianos debemos hacer a Betty Meggers es retomar sus teorías, metodologías, técnicas y cuadro cronológico, para que con enfoque holístico y tratamiento multidisciplinar el quehacer arqueológico en Ecuador alcance una trascendencia mundial y asumamos el compromiso de tomar la posta de Betty Meggers en la defensa del medioambiente tropical. No voy a enumerar sus obras y milagros porque necesitaríamos de varias horas, pero si quiero recalcar que a partir de la década de los años 50 (1950), la Arqueología del Ecuador da señales de un proceso de investigación más cientíica, gracias al aporte de estudiosos nacionales y extranjeros. Los esposos Betty Meggers y Clifford Evans y el ecuatoriano Emilio Estrada pusieron énfasis en la cuestión cronológica de las culturas prehispánicas obteniendo dataciones por medio del C14, por la hidratación de la obsidiana, la estratigrafía, la construcción de secuencias seriadas de material cultural. Armaron un esquema cronológico cultural, que aún sigue en vigencia. Comúnmente, los nuevos datos se han integrado en este cuadro poniendo más énfasis en la variable cronológica, pero sin tener en cuenta que no siempre existe una correlación entre tiempo y desarrollo (sociopolítico). Evans y Meggers impresionaron por la proyección continental y extra continental de algunos fenómenos culturales ecuatorianos y su tenacidad en defender con argumentos la teoría ecología cultural, la adaptación del ser humano a determinados medios geográicos y sus limitaciones en el desarrollo cultural. Una de sus obras más conocidas mundialmente es “Amazonía. Hombre y cultura en un paraíso ilusorio”. En este libro y en innumerables artículos, Meggers insiste, hasta la necedad, sobre la compleja interrelación entre varios elementos naturales que mantienen la exuberancia de la vegetación y la fauna y las estrategias aplicadas por las poblaciones nativas durante cientos y cientos de años para lograr una armonía ser humano- naturaleza. Precisamente, en la investigación arqueológica vemos que la armonía entre el ser humano y los recursos del ambiente parece que fue mejor establecida en épocas aborígenes. Con la invasión europea vino la explotación irracional de los recursos y la disminución de la población nativa por introducción de enfermedades europeas. Modernamente, vemos que la selva ha sido reemplazada por pastizales e innumerables claros por construcción de vías, líneas de lujo, plataformas y otras obras por la actividad de extracción del petróleo. Las poblaciones nativas han tenido que adaptarse a nuevos modos de vida y los que se resisten al cambio, “los pueblos no contactados” corren el riesgo de desaparecer… 60 Simposio “En honor de Donald Lathrap y Betty Meggers” Amazonian Ethnoarchaeology and the Legacy of Donald Lathrap James A. Zeidler Colorado State University Don Lathrap and the Interpretation of Lowland South American Archaeology Introduction Donald Lathrap’s inluence on Amazonian archaeology, past and present, has been both legendary and long-standing even if in today’s research environment some of his ideas have been considerably reined or even discarded due to new data and new analytical perspectives (see, for example, Heckenberger 2002; Neves 1999) (Figure 1). His temporal focus was usually set to “deep time” on the order of millennia rather than centuries and his geographic gaze typically ranged from the macro-regional to the continental (e.g., Lathrap 1970a), and sometimes even inter-continental. Still he was always capable of attending to the minutiae of complex archaeological excavations and that attention was no less acute when he observed daily life among contemporary Amerinidan groups such as the Shipibo-Conibo on the Central and Upper Ucayali River in eastern Peru. In this article, I briely explore two aspects of his Lathrap’s work that have had a lasting effect on many of his students and followers: ethnoarchaeology and the use of ethnographic analogy. His pioneering ethnoarchaeological insights among the Shipibo-Conibo peoples have had a tremendous inluence on the archaeological study of ceramic production as well as ceramic use and discard behavior in Lowland South America. Furthermore, much of his interpretive work in diverse areas such as archaeological settlement plan, domestic architecture, long-distance trade, and iconography is infused with detailed analogies gleaned from his encyclopedic knowledge of Lowland South American ethnographies. After reviewing the highlights of Lathrap’s legacy, I then show how ethnoarchaeological research derived from an Amazonian context has been productively applied in Lathrap’s archaeological investigations in the tropical lowlands of coastal Ecuador, speciically at the Early Formative Valdivia site of Real Alto. Let me say at the outset that my treatment of this aspect of Lathrap’s work represents but a small part of his career and intellectual contributions. For a more comprehensive biography of both his life and his career, I strongly recommend the insightful and deinitive summary provided by my colleague and fellow Lathrap student, Dr. Jose Oliver, in 1991 shortly after Don’s untimely death the previous year (Oliver 1991). Don Lathrap’s early forays into “ethnoarchaeology” occurred before that term was even invented and recognized as a separate ield of study. They began with his dissertation research in the late 1950’s and early 1960s (Lathrap 1962) and his immersion in ShipiboConibo society in his archaeological study area on the Ucayali River in the Upper Amazon. Figure 1. Donald W. Lathrap, 1927-1990 (Photograph by David Minor) 61 Back then, very little literature existed on the idea of archaeologists studying living peoples for the purpose of gaining insights on the formation of the archaeological record, and the primary reference was a 1956 article by Maxine Kleindienst and Patty Jo Watson on what they termed action archaeology (Kleindienst and Watson 1956). But for Don, this type of endeavor was a “no-brainer” (in today’s parlance) and was simply part of the research context in which he was working. He did not theorize about it nor did he attempt to give it a name. It was both a logical and an immediate way to go about interpreting the archaeological record, and as Oliver (1991:11) has noted, his research program in the Ucayali “produced some of the earliest ethnoarchaeological reports in lowland South America,” (e.g., Lathrap 1969, 1970b, 1983; DeBoer and Lathrap 1970; DeBoer 1974). Moreover, he instilled an interest in ethnoarchaeology in several cohort groups of his graduate students, resulting in a series of South American archaeology dissertations throughout the 1970s and 1980s that incorporated ethnoarchaeological research. Many of these former students continued publishing on these topics in subsequent decades (see, for example, DeBoer 1991; Raymond et al. 1995; Roe 1995). Meanwhile, ethnoarchaeology inally came into its own as a sub-ield of archaeology by 1974 with publication of a volume of collected papers entitled Ethnoarchaeology, co-edited by Christopher Donnan and William Clewlow. This was followed a few years later by two widely read volumes of collected papers in 1978 (Gould 1978a) and 1979 (Kramer 1979), both of which delved deeper into philosophical and methodological issues in ethnoarchaeological research and both of which presented a very wide array of topics, themes, and methodological approaches. This eclecticism, both in topics and in methodological approaches, still characterizes ethnoarchaeology today and, as ethnoarchaeologist Nicholas David (1992) has pointed out, at the forefront of these differences are the processual approaches espoused by Lewis Binford and others pitted against post-processual approaches characteristically associated with the work of Ian Hodder, among others. This distinction, of course, can be traced along a series of related oppositions such as (a) “scientist” versus “hermeneutic” analytical styles, (b) an ultimate goal of inding universal cross-cultural behavioral laws or law-like generalizations versus discovering cultural patterning and meaning in a given cultural context, and (c) a tendency to apply quantitative statistical methods versus a reliance on qualitative and contextual methods of research. This should not be surprising since the scope of ethnoarchaeological research is simply a relection of the theoretical diversity and topical eclecticism found in contemporary archaeology generally (see for example, Hodder [2001], Preucel and Hodder [1996], and Trigger [1989], among others). While Don Lathrap did not verbally identify his work with one camp or the other, he always steered clear of arguing for behavioral laws of any kind, and most would agree that the body of his work in ethnoarchaeology, as well as his judicious use of ethnographic analogy, fell squarely in the camp of the post-processualists even before this approach had a name. His analytical style was always hermeneutic and was concerned with cultural patterning and the search for meaning in speciic cultural contexts. Furthermore, with respect to Jerimy Cunningham’s (2003) discussion of various “roles” of ethnoarchaeological research, of the four he mentions,1 Lathrap’s work clearly conforms to numbers 3 and 4: ethnoarchaeology as a form of “interpretive discovery” and ethnoarchaeology “aimed at raising analogical consciousness.” In fact, Don was an absolute master at the latter role, as anyone familiar with his lecture style can afirm (see Oliver 1991). Nicholas David (1992: Fig.1; see also David and Kramer 2001) has developed a useful diagram for understanding “the cultural domain and its relationship to interpretive approaches and analytical styles” in ethnoarchaeology (Figure 2) and it can also be used to illustrate Don Lathrap’s place in this scheme (see text and boxes in red). As mentioned, Lathrap was irmly in the “hermeneutic” camp as far as analytical styles went and his areas of topical interest ranged from the Phenomenal Order containing Technical activities (ceramic manufacture and discard behavior) to Social activities (settlement patterns and site plans) to the Ideational Order where iconography, art style, and symbolism were of paramount importance in his thinking, his “comfort zone,” if you will. His insights derived from his ethnoarchaeological research and his prodigious use of well-reasoned ethnographic analogies can be found threaded through virtually all of his writings and here I would highlight three works dating to the irst half 62 to ethnoarchaeology speciically, and to archaeological method, more generally, I would suggest that it was the unique form of modal ceramic analysis that he pioneered in his dissertation research at Yarinacocha on the Ucayali River (Lathrap 1962, 1969, 1970b, and 1983) and prominently displayed in the DeBoer and Lathrap (1979) article on “the making and breaking of Shipibo-Conibo pottery.” He instilled this approach in all of his students, several of whom continued to publish ceramic studies and analyses of art style using this method (see especially Raymond 1995; Raymond et al. 1975; Roe 1995). It has since been introduced to new generations of students working throughout Latin America, the results of which have turned out to be a signiicant counterpoint to the Type-Variety ceramic classiication method and Fordian seriation with “battle-ship curves” favored by Meggers and Evans, but which Lathrap abhorred as being largely useless analytical tools for archaeological interpretation. It is noteworthy that ethnoarchaeologists Nicholas David and Carol Kramer open their inluential 2001 volume on ethnoarchaeology with a small tribute to this 1979 study as an exemplary case of “ethnoarchaeology in action” (David and Kramer 2001:2-4). of the 1970s (Lathrap 1970, 1973, 1975), an extremely productive period in Don’s career as he moved his research focus from Amazonian Peru and began a large archaeological project at the Early Formative Valdivia site of Real Alto on the coast of Guayas Province, Ecuador. The Upper Amazon (1970) is his tour de force summary of cultural development and population movements in prehistoric Amazonia with particular emphasis on the results of his own long-term archaeological and ethnographic research program on the cultural history of the Ucayali River in the Peruvian montaña. This book provided a powerful alternative model for cultural development in the Amazon Basin to that previously proposed by Meggers and Evans and remains a landmark in Amazonian archaeology today. The second work, his article entitled “Gifts of the Cayman: Some Thoughts on the Subsistence Basis of Chavín” (1973), represents a key publication in his varied interpretations of Early Horizon iconography of the highland Chavín culture from the perspective of the Tropical Forest cultures of the Peruvian montaña. It is also noteworthy for his articulation of a simple, yet elegant, tripartite methodology for the analysis of meaning in religious art, including the formal, the mythic, and the structural aspects (see Roe 1995 for a masterful elaboration of that approach). And inally, his text for the museum catalog Ancient Ecuador: Culture, Clay and Creativity, 3000 – 300 B.C., dictated almost verbatim to a transcriber over the course of two days, offers Don’s interpretive vision for the Formative Period cultures of coastal Ecuador (Valdivia, Machalilla, and Chorrera), again viewed through the lens of Amazonian Tropical Forest Culture. Two points stand out in these works. First, they nicely incorporate Don’s thinking on all three levels of the cultural domain identiied in Nic David’s chart (Figure 2)—the Technological, the Social, and the Ideational— as well as demonstrate his careful application of ethnoarchaeological insights and ethnographic analogies. The second point has to do with one of the more curious aspects of Don’s contributions to South American archaeology and that is his role in providing a seemingly ever-present counterpoint to the research and writings of Betty Meggers and Clifford Evans, both in Amazonia and in coastal Ecuador. Out of all of these writings and ruminations on South American prehistory, if I were asked to pick Don’s most important legacy Ethnoarchaeology and the Domestic House Floor: From Pechiche to Pumpuentza and Back Again I turn now to another ethnoarchaeological case study from South America also inspired by Don Lathrap’s vision, but in this case on the coast of Guayas Province in southwestern Ecuador at the Early Formative Period Valdivia site of Real Alto near the hamlet of Pechiche. The site was discovered by Ecuadorian archaeologist and fellow Lathrap student Dr. Jorge G. Marcos in 1972 and turned out to be a large Valdivia site (~12.4 ha) representing all but one of the 8 ceramic phases of the Valdivia ceramic sequence (Lathrap et al. 1975; Lathrap et al. 1977). In 1974, Lathrap received a National Science Foundation grant to conduct extensive excavations at Real Alto for a 12-month period, and that Fall semester of 1974, Lathrap, Marcos, myself, and Deborah Pearsall established residency in the ishing village of El Real to begin the year-long campaign of ieldwork2. As soon as we initiated our excavations in Trench A at the far southwestern end of the site, we struck archaeological “gold” in the form of 63 a complete loor plan of a domestic dwelling (Figure 3a) with deep, intact loor deposits dating to Valdivia Phase 3 (2800 -2400 BC). Numerous other domestic house structures (Zeidler 1984) and ritual structures (Marcos 1988a, 1988b) were discovered, mapped, and at least partially excavated in the succeeding months and artifact recovery was carried out through careful excavation and screening of loor ill in 1 x 1m units and 10cm deep units, or where sediments were unconsolidated, through piece-plotting of individual artifacts in situ followed by their removal in 1 x 1m x 10cm units (Figure 3b). Separate sediment samples were taken from each one of these units and any internal features that were excavated so that they could be processed through lotation analysis and examined for charred macrobotanical remains as well as microscopic opal phytoliths and starch grains by Deborah Pearsall (1988). These excavation results presented an attractive opportunity to reconstruct activity areas and the internal organization and use of household space and they formed the basis of my doctoral dissertation (Zeidler 1984). They also presented an attractive opportunity for comparative ethnoarchaeological research on household spatial organization and artifact discard behavior in “living” house loors of contemporary Amerindian societies, and it was Don Lathrap who encouraged me to pursue this additional ield research even though we both knew it would prolong my dissertation writing by another year (at least). It was also Don that suggested that the dwellings (jea) of the Jivaroan-speaking Shuar and/or Achuar groups of Amazonian Ecuador would be suitable analogues for comparative study. By 1976, I was in contact with ethnologist Michael Harner, then of the New School for Social Research, who had recently published his well-known monograph on Shuar culture (Harner 1972), as well as ethnologist Norman Whitten of the University of Illinois who had been working with the Canelos Quichua peoples in the Ecuadorian Amazon, to discuss suitable research localities. It was through them that I was later able to contact ethnologist Pita Kelekna (then at the University of New Mexico), who was conducting dissertation research among the Achuar and she suggested some of the Achuar settlements of her study area as possible locations where I could conduct my research. At that time, Salesian missionaries had just published a brief booklet on Achuar houses (Bolla and Rovere 1977) and ethnologist Phillippe Descola was also working in the Achuar territory at this time but, regrettably, our paths never crossed until we inally met at this EIAA conference in Quito some 36 years later. His subsequent writings (e.g., 1996a, 1996b) have nevertheless been of tremendous value as I pondered the nature of Achuar domestic space over the years. In June of 1977, with the assistance of the Salesian missionaries in Taisha, I was able to arrange for a light to the Achuar settlement Figure 4. Lateral view of Tsamirku’s house in Pumpuenzta (Morona-Santiago Province, Ecuador, July, 1977. Diagram above house shows household composition. The male area (tankamash) and female area (ekent) of house are shown in red text 64 Different kinds of activity areas were identiied and mapped, generally categorized as either “individual, multi-purpose activity areas” (e.g., the household matriarch Chakukui’s personal space at the back of the structure), or “communal, task-speciic activity areas” such as the centralized chicha storage area in the ekent sector of the house that was shared by all of the adult females of the household. Observations were made on sweeping and cleaning habits as well as trampling behavior that resulted in the incorporation of small materials culture items into the loor matrix. Differential deposition of refuse in loor sediments across the house loor could also be observed, both in actively inhabited houses and in abandoned houses, and it was noted that the female-associated ekent sectors consistently demonstrated thicker depositions of loor sediments, ash, and cultural refuse than the male-associated tankamash sectors. These ethnoarchaeological insights obtained in Pumpuentza on the gendered use of internal household space, artifact breakage and discard behavior, and the differential deposition of cultural refuse and its differential accumulation in the loor deposits, all became extremely useful analogues for returning to Pechiche and analyzing the loor deposits of the Valdivia dwellings at Real Alto (Zeidler 1983, 1984) (Figure 5). But in this case, the analogies were “contrastive” (Gould 1978b) rather than completely homologous. One thing that became immediately clear is that the Valdivia dwellings did not exhibit as rigid and pronounced a gender separation in the use of internal space as that evidenced among the Shuar and Achuar peoples. Nor did it conform to a front-to-back segregation as in the Shuar/ Achuar case. Instead, we ind a centralized food preparation area centered between two small hearths and a large area of burned earth as a probable female-associated activity area, with an area of probable male-oriented activities around the periphery of this central space. The right side of the house between the central hearth and the wall also appears to have been a major trafic area. At the very front of the house was a partition wall that delineated a separate activity area or personal space (perhaps for adolescent males?). At the back, we found a slightly burned area perhaps used for small heating ires, and based on posthole density and patterning (not shown in Figure 5), it is suggested to be the private sleeping area of the house. of Pumpuentza near the Makuma River and spent the next three and a half months there examining Achuar household space and artifact discard behavior, principally in the household of Tsamirku (see Bolla and Rovere 1977) (Figure 4). As with all Shuar and Achuar dwellings, internal household space was rigidly separated into a male area (tankamash) and a female area (ekent), so they provided an intriguing ield laboratory for examining “gendered space” and associated artifact discard behavior and material deposition in house loor contexts. Michael Schiffer’s (1972) low models for artifact discard and deposition were all the rage in ethnoarchaeology at that time (see also DeBoer and Lathrap 1979) and that scheme also guided my research. Over several month’s time, observations of artifact use and discard in the gendered space of the Achuar house allowed for real-time ethnographic documentation of the archaeological formation processes that Schiffer was describing in his low diagrams. Fixed features in the house interior such as furniture, storage racks, multiple hearths, and postholes were mapped much like the mapping of cultural features in an archaeological site. Next, a wide variety of material cultural items was mapped in situ, including items resting on the loor surface as well as items stored in above-ground storage racks and shelves. Here special attention was paid to the mapping of all ceramic vessels found in the house at the time of mapping including the ive basic ceramic vessel categories in Achuar culture, whether these were in primary or secondary use. These included the large chicha brewing jars (muits), the cooking ollas (ichinkian), the chicha drinking bowls or “beer mugs” (pininkias), the food bowls (tachau), and a specialized cooking vessel (yukunt) for brewing tea. Special note was also made of how these different vessel categories were used within household space, how they were broken and discarded, and how they were deposited into the loor deposits of the house structure. For example, only the drinking bowls and food bowls would have been circulated from storage in the ekent sector of the house into the tankamash sector when in use for chicha drinking and meal serving, and would thus have had a greater probability of breakage, discard, and deposition in large areas within the household space, whereas the other vessel categories would have had a greater propensity for breakage, discard, and deposition only within the ekent sector in the rear half of the house. 65 Valdivia houses. It is likely that the more constrained space of a smaller Achuar house with an encircling wall would have provided a better analogical study. Such a house existed in Pumpuentza when I was there, but it belonged to Chiriap, a well-known Achuar shaman, and although I was invited in on occasion for social visits, I was unable to conduct a thorough study of the structure’s interior space. Conclusion In conclusion, then, I would argue that Don Lathrap’s legacy to Amazonian ethnoarcheology was foundational and prophetic, and his inluence on students and colleagues was profound. It certainly was for me. I suspect that he would be very pleased with the longterm ethnoarchaeological research of Peter Siegel in Guiana and Perú going back more than 25 years (see, for example, Siegel and Roe 1986, Siegel 1990, this volume) as well as the more recent work of Michael Heckenberger and his students in the Upper Xingu Basin of Brazil (see, for example, Heckenberger 2005, 2013, this volume; Schmidt this volume). Here we must also cite the work of Irmhild Wüst (1994) on eastern Bororo ethnoarchaeology (see also Wüst and Barreto 1999). And he would be gratiied to know that this conference included an entire session on the topic of ethnoarchaeology (see papers by Siegel, Mans, Salles Machado, and Silva, this volume). Still, if he were to assess the status of Amazonian ethnoarchaeology today, I suspect he would say that its potential for enhancing archaeological interpretation is far from fully realized and its ethnographic richness still has much to offer the inquiring archaeologist in a wide range of cultural domains. In short, we need more—not less—ethnoarchaeological research. Figure 5. Contextual reconstruction of household space in Structure 1 at Real Alto (from Zeidler 1984:480) Still, despite the lack of congruence in the positioning of gendered space between the Achuar case and the Valdivia case, the depositional processes at play in the Achuar house seem to hold for the Valdivia dwelling in that the female-associated activity areas exhibit a greater accumulation of very small cultural material refuse when compared to inferred male-associated activity areas and/or areas of heavy foot trafic. In the Valdivia case, this has been convincingly documented by my colleague Peter Stahl in his analysis of the distribution of faunal bone across the house loor and vertically through the depositional matrix (Stahl and Zeidler 1990). He was able to demonstrate a distinct patterning of small bone accumulation and deposition in the inferred food preparation area and small pockets of deposition at the very front of the house and the very back of the house. But these denser areas of bone were arrayed in a linear fashion from the front to the back of the house on its left half, with lighter deposition on the far left side of the structure. In contrast, the inferred trafic area on the right half of the structure was relatively devoid of bone material. This right-to-left contrast can be readily seen in the vertical deposition of the house loor as well, both in terms of bone frequency and weight (Stahl and Zeidler 1990: Figure 11 and Table 2). In summary, then, the Achuar study of household space and artifact use and discard proved to be a valuable exercise for purposes of archaeological interpretation by analogy. One major difference between the two structures used in this study was the lack of an encircling wall in the Achuar case (Tsamirku’s house) in contrast to the inferred wall encircling the References Cited Bolla, Luis, and Franco Rovere, 1977, La casa Achuar: Estructura y proceso de construcción. Mundo Shuar, Serie B, Fascículo No. 9. Sucua, Ecuador. Cunningham, Jerimy J. (2003) Transcending the “Obnoxious Spectator”: A Case for Processual Pluralism in Ethnoarchaeology. Journal of Anthropological Archaeology 22: 389-410. Damp, Jonathan, 1988, La primera ocupación Valdivia de Real Alto: Patrones económicos, 66 arquitectónicos, e ideológicos. Escuela Superior Politécnico del Litoral, Guayaquil, and Corporación Editora Nacional, Quito. David, Nicholas, 1992, Integrating Ethnoarchaeology: A Subtle Realist Perspective. 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Además, no siempre se muestra físicamente a los animales, sino que a veces solo se los ilustra con un signo característico que lo identiica. Así, las representaciones más estilizadas a menudo se basan en una particularidad exterior del animal, como aquí el dibujo especíico de las escamas de la caparazón de tortuga. Los dibujos presentes en la piel del animal son a menudo retomados como las series de rombos de la piel de la anaconda o el damero formado por las escamas de la caparazón del armadillo (Fig. 1). Pueden igualmente ser especiicidades de la especie en relación con sus congéneres como la disposición de las escamas de un pez o sus dientes especialmente grandes y ailados (Fig. 1). El tema escogido puede ser sutil como las líneas paralelas verticales que representan las marcas del arañazo del jaguar en el árbol (Fig. 1). Todavía más sorprendente, una línea sinuosa muestra las huellas dejadas en la arena por una concha (Fig. 1). Así y todo, ciertas iguras antaño gravadas en la piedra o moldeadas en la cerámica son reconocibles (Fig. 1). En una excavación guayanense, el arqueólogo puede entonces descubrir una cabeza modelada en la cerámica que personiica un ave, un tapir o un felino (Fig. 2). La nutria gigante está representada de manera muy realista en la cerámica de cultura Aristé Reciente (1100-1600 d.-C.) del bajo Oyapock, en Guyana francesa (Fig. 2). En Suriname, el pecarí es fácilmente reconocible en esta cerámica de cultura Barrancoide (50350 d.-C.) (Fig. 2). Los grupos de cultura Kwatta (800-1000 d.-C.) del litoral central de Suriname esculpieron de manera muy parecida un pendiente de concha en forma de caimán (Fig. 2). Introducción No todos los animales fueron representados en las producciones de los Amerindios de las Guayanas y, además, algunos de ellos tienen más importancia que otros debido a su estatus en los mitos y la identidad cultural del grupo. Este artículo va intentar mostrar las especies favorecidas por los artistas precolombinos de esta región. Veremos que si bien los animales han sido ampliamente representados en el arte, aquellos ligados al elemento acuático son mayoritarios. Negra o de color café crema, el agua que corre en los ríos de la Amazonía ofrece poca visibilidad y no permite ver lo que en ellos se esconde. No es entonces sorprendente que los Europeos fantaseen sobre todos los peligros que en ellos pueden esconderse. Una vez más, allí se imaginan todos los animales más terroríicos, acechando para devorar al imprudente. El imaginario occidental asocia de esta manera, líquido y dientes, agua y sangre. Los habitantes del bosque tropical, como es evidente perciben el agua de forma diferente. Si bien están muy al tanto de las realidades de este medio, no tienen los mismos temores de los cursos de agua. Muy al contrario, ríos y aguas son el centro de la vida y el arte amerindio. Aún más, las especies animales que viven en el agua o están directamente asociadas con el elemento acuático, se hallan en el centro de numerosos mitos. 1. El arte amerindio de las Guayanas Los Amerindios atribuyen a menudo el origen de las formas y colores del arte a los animales: plumas de aves, piel de mamífero o de serpiente, etc. (Davy 2011). Recordaremos al monstruo Tulupéré de piel decorada, en el cual se inspiró el arte wayana. Los Wayana mataron a este monstruo en el curso de una célebre batalla y copiaron los dibujos del costado del animal en su arte. Los Apalai vinieron luego de la batalla y voltearon 69 2. Representaciones precolombinas de animales representaciones animales Arauquinoide de las Guayanas, entre las cuales se encuentran algunos pájaros y marsupiales o pequeños mamíferos. La iguración es realista sin llegar a la perfección que alcanza en el arte Aristé. Las espigas macho en las paredes de las vajillas presentan a menudo cabezas de tortuga y las dos patas o aletas anteriores. En otros casos, todo el recipiente alude a la caparazón del animal con las patas, cola y cabeza salidas como elementos de prensión (Fig. 4). La rana, esposa del Sol, es un animal ancestral en la mitología amerindia. Se la encuentra igualmente bajo formas muy diversas, desde la más realista hasta la más estilizada, en dibujos decorativos de la cerámica u otros objetos. Probablemente es el animal acuático más representativo del arte amerindio. Además, debemos recordar el uso muy particular del veneno de rana en la coloración artiicial de plumas, artefacto esencial de la identidad amerindia. El “tapirage”, que podría hallar su origen en las poblaciones de las Guayanas, consiste en sacar las plumas del pecho del animal, generalmente un loro verde, luego embadurnar su piel con veneno de rana. Al volver a nacer, las plumas habrán perdido su color original tiñéndose de amarillo, naranja o rojo. La serpiente y la rana están a menudo presentes en la cerámica Aristé. En el borde de varias vasijas funerarias, podemos ver por ejemplo un friso característico que representa una serpiente ondeando y que parece amenazar a un sapo (Fig. 5). El tema de la rana y del reptil es lo suicientemente recurrente para intrigar y permite pensar que se trataba de la esencia de un mito esencial, ya perdido, en las poblaciones Aristé. Las representaciones plásticas precolombinas más variadas se hallan en la cultura Aristé. Si bien la cerámica doméstica está en general decorada por incisiones geométricas simples, el arte funerario preiere las pinturas policromas elaboradas y los modelados zoomorfos diversos. El pájaro es importante pero también están pequeños marsupiales como la zarigüeya (Fig. 2). Algunas de entre ellas tienen la cola manchada y están a veces representadas solamente por una cola enrollada. Es interesante verla representada en las cerámicas funerarias cuando se sabe que es el único animal que “se hace el muerto” cuando se siente amenazado. El felino es omnipresente en la cerámica de la cultura Koriabo (750-1400 d.-C.), pero bajo forma híbrida con trazos antropomorfos. Frecuentemente se lo representa en relieve con las paredes del recipiente deformadas o con un pequeño modelado. Una pequeña vasija Koriabo, recogida en un río del oeste de Surinam, muestra un ocelote o un margay, identiicable por su pelaje manchado y su antifaz, el mismo que es inexistente en el jaguar. Parece que las únicas comunidades que dieron tal importancia al felino en su arte cerámico, fueron las Koriabo (Fig. 3). Si bien en el arte Aristé no se representa al felino de manera realista, tal vez si se lo simboliza. En efecto, supongo que el dibujo de fréjol doble, tan común en la cerámica funeraria Aristé, puede representar al jaguar o al ocelote. Estos fréjoles opuestos serían entonces las manchas en forma de aro del animal. Así, los platos descubiertos en los sitios funerarios podrían ser representaciones de la piel del felino. El dibujo de fréjol doble se lo halla particularmente en las tapas de urnas funerarias antropomorfas (Fig. 3). Los motivos de la asociación del felino con el mundo del Más Allá siguen todavía por determinarse. Hoy, chamanes de varios grupos amazónicos, como por ejemplo los Trio de Suriname, se cubren la cabeza con una piel de jaguar seca (Fig. 3). ¿Entonces, es el jaguar el protector de los hombres? El estilo Koriabo parece reproducir habitantes del mundo maravilloso. Muchos de los modelados cerámicos Koriabo parecen ser ranas o tortugas, simplemente representadas por dos grandes ojos y un hocico o a veces por una forma fantástica de miembros tentaculares (Fig. 4). La tortuga al parecer marina, domina en las 3. Ranas de piedra verde La rana es importante en el arte Arauquinoide, aunque se la observa con menos frecuencia que a la tortuga. En la cerámica Arauquinoide, parece ser que el batracio, representado de manera estilizada, es a menudo suplantado por la tortuga marina. (Fig. 5) Sin embargo encontramos la rana en las piedras verdes, o piedra de las Amazonas o muiraquitã (Fig. 5). Estos pendientes biomorfos representan en gran mayoría ranas y, muy rara vez, aves, peces, tortugas o iguras geométricas. Los Amerindios contaban que las muiraquitãs eran hechas por las Amazonas, “las mujeres sin hombres”, con la arcilla de un lago, la misma que al entrar en contacto con el aire, adquiría la dureza de la piedra: 70 “Las piedras verdes se toman bastante arriba en los ríos de las Amazonas; se trata de arcillas que se recogen en el fondo de este río; arcillas que son ciertas venas de limos; al extraerlas fuera del agua lo primero que se hace es perforar el pedazo que tenemos por donde queremos, después de lo cual elaboramos la igura que queremos darle, modelando esta arcilla como barro de ceramista y cuando el obrero ha terminado su trabajo siguiendo su fantasía, la volvemos a sumergir en el río por poco tiempo. Después la sacamos del agua y esta igura que ha sido retirada del agua, al entrar en contacto con el aire, se vuelve tan dura como el diamante, al punto de que se torna imposible cortarla pero al tomar un hilo de algodón y pasarlo por ella, al igual que si pasáramos una sierra por un pedazo de madera para serrarla, el algodón corta la piedra como uno desea.” (Goupy des Marets 1690). Además de ser una descripción precisa sobre el mito de las Amazonas, este texto nos entrega un indicio sobre la tecnología lítica. Las piedras verdes son rocas duras y difíciles de trabajar. Podemos entonces preguntarnos cómo son fabricadas las muiraquitãs. La mención del hilo de algodón conduce a pensar que fueron cortadas con la ayuda de un hilo, dándoles así una primera forma, para ser luego pulidas en el terminado. Se las habría luego intercambiado por plumas de colores de loros y guacamayos, atributos típicamente masculinos en las sociedades amazónicas. Las piedras verdes son adornos femeninos y los símbolos de los mitos que tienen que ver con ellas, poseen una connotación femenina: agua, lago, suavidad, color verde, obscuridad (noche), anaconda, luna, al igual que los animales representados (rana, lagartija, pez). Las piedras verdes son perforadas atrás o en le costa para así poder pasar un cordón por ellas. La composición de los collares amerindios la describe con precisión un colono de Guyana francesa del siglo XVIII: “El collar de piedras verdes que llevan las mujeres y que es muy estimado, está compuesto por once o trece piezas siempre en número impar, las hay largas, cuadradas, redondas y aquella del medio tiene la forma de un sapo” (Milhau 1726-33). Las poblaciones amerindias mostraron siempre gran interés por las piedras verdes, como lo señala un viajero: “los Galibis no tienen nada más valioso que los Takouraves. […] son igualmente apreciadas por todas las demás Naciones de la Guyana” (Barrère 1743). Al morir su dueño, la piedra verde podía ser quemada para retirarle todos sus poderes antes de enterrarla con el difunto (Goupy des Marets 1690) o, al contrario, conservada por ser muy valiosa (Chrétien 1719). La producción y el comercio de las piedras verdes arrancaron a inicios de nuestra era, en el período llamado Saladoïde (de 1000 a.C. a 800 d.C.), y continuaron hasta principios de la colonización (Boomert 1987; Rostain 2006). En la Amazonía se conocen tres centros de producción de muiraquitãs. En el bajo Amazonas, culturas ligadas a la tradición Incisa y Puntuada fabrican muiraquitãs a partir del inicio de nuestra era. En la costa central de Venezuela, grupos Valencoides elaboran pendientes entre 900 y 1500 d.C. El taller de piedras verdes de Kwatta-Tingiholo, localizado en la costa central de Surinam, está asociado a la tradición y se inició probablemente hacia 800 d.C. En este taller, los amuletos estaban hechos principalmente con piedras provenientes de yacimientos del interior de las tierras, sobretodo riolita y en menor cantidad nefrita, tremolita, cuarzo, metabasalto y laterita. Podían ser eventualmente en resina o en concha. Decenas de pendientes fueron hallados en el sitio de Kwatta-Tingiholo, aparentemente el centro de producción y difusión hacia otras implantaciones costeras de culturas Hertenrits, Barbakoeba o Koriabo. Se encuentra muiraquitãs en toda la Amazonía y las Antillas. Al leer textos de archivos, claramente se trasluce que las muiraquitãs constituían el principal medio de intercambio ceremonial intra o inter étnico en el seno de las Guayanas, e incluso más allá (Boomert 1987). Se daban entonces intercambios entre los jefes de tribu, para transacciones de matrimonio o de paz por ejemplo (Wassén 1934), las piedras verdes tomaban desde ese momento el valor de moneda. Se debe sin embargo relativizar la importancia precolombina de estas piedras ya que es probable que su prestigio haya aumentado sensiblemente después de la conquista europea, dado el poder de cura que le atribuyeron los colonos “para los males de riñones, el cólico nefrítico, la piedra, la arenilla e incluso para los vértigos y los accidentes de epilepsia, al llevarla consigo pegada sobre la piel” (Chrétien 1719); “Estas piedras colgadas al cuello impiden que el mal caiga de lo alto (epilepsia), yo he hecho la experiencia obteniendo bastante éxito, en personas que sufren de este mal” (Du Tertre 1671). Muy rápidamente, los recién llegados buscarán con avidez las piedras verdes, las mismas que exportarán hacia su continente. Esta demanda aumentó el valor de las piedras e intensiicó el comercio indígena multiplicando las expediciones Kali’na hacia el Amazonas. Los Kali’na, 71 principales intermediarios en los intercambios de piedras verdes entre el Amazonas y la costa de las Guayanas, viajaron regularmente hasta el gran río a in de obtenerlas. En 1644, pararon inclusive las hostilidades iniciadas catorce años antes con los Arikare de Amapá “para poder continuar sin obstáculos en su ruta, con el comercio de las piedras verdes que eran su gran pasión” (de Gomberville 1682). nariz húmeda de un ser parecido a un jaguar sobrevivió a un incendio. Esta nariz se la asimila a la pequeña ranita arborícola Hyla venulosa, presente en numerosos mitos amerindios. “La variante combinatoria de los cartílagos húmedos de un ocelote es la ranita: al reemplazarlos por ella, obtenemos la igura de un ‘pequeño jaguar con nariz en forma de ranita’” (Karadimas 2002). Aquí, una analogía de forma y humedad entre la nariz y la rana (además de una representación simbolizada de la hoja nasal del murciélago) justiica el deslizamiento operado. Más cercana a nosotros, está la amalgama felino/rana hecha por los Wayampi relatada por Françoise Grenand (2007). El yawa Wayampi se traduce literalmente por “come hombres” y dio en francés y español “jaguar”. Esta categoría de animal agrupa diferentes especies: el puma claro y el puma oscuro, la nutria, cuatro formas de jaguar: negro, manchado, apagado y de apariencia batraciana. Este ultimo animal, la Ranita de Goeldi (Phrynohias resiniitrix), es así considerada como un avatar del jaguar. Según los Amerindios, las características comunes de todos estos animales son el ser carnívoros, cazadores y no consumidos por el hombre. 4. Avatares Alrededor del año 1000 d.-C., tres culturas amerindias predominaban en Guayana francesa. Las poblaciones denominadas Aristé del litoral oriental constituían una extensión del fogón cultural del bajo Amazonas, mientras que las Arauquinoide de la costa oeste provenían del medio Orinoco. Los Koriabo del interior, representaban un desarrollo indígena de las Guayanas. El bestiario representado en la cerámica de estas entidades culturales muestra preferencias especíicas de cada una de las culturas precolombinas de Guyana. El batracio domina ampliamente en el panteón de las representaciones zoomorfas. Las demás corresponden a mamíferos y aves. Algunas son muy realistas y permiten una identiicación relativamente iable. Sin embargo, en numerosos casos, es imposible asegurar la naturaleza exacta del ser representado. En este “país de las mil aguas” que es Guayana, parece ser que se ha preferido sistemáticamente a los animales acuáticos en el arte cerámico precolombino. Si bien los peces están ausentes, la rana, la tortuga marina y la anaconda ocupan un lugar privilegiado. Ciertos reptiles, tortugas y serpientes son luego más frecuentes. Las características comunes de estos animales son la de mutar (incluso si no es evidente como en lo referente a la tortuga), poner huevos y por supuesto, estar por lo general, asociados al agua. El mundo acuático es así puesto particularmente en relieve en el bestiario amerindio anterior a la Conquista europea. La rana es el animal más representado en las muiraquitãs de piedra verde. Estos pendientes de aspecto estilizado eran muy apreciados por los Amerindios y constituían un objeto de gran prestigio. El jaguar también tiene, de un cierto modo, una relación con elemento acuático. Las cosas no son siempre como parecen y puede haber un deslizamiento, casi una transmutación del felino en rana. En los mitos Andoque y Miraña estudiados por Dimitri Karadimas (2002), la 5. Entender un arte con diferentes referentes Deinir una especie animal precisa representada en el arte de las poblaciones que no distinguen el mundo natural de los espacios míticos es aventurado. Así, la mayor parte de las iguras están compuestas a partir de elementos tomados en diferentes animales existentes y en los hombres, e incluso seres fantásticos, que desembocan en la creación de híbridos y quimeras. Se vuelve entonces necesario desconiar de lo que vemos o creemos ver. Ver con otros ojos y comprender de otra manera la representación requiere que ubicarse en una perspectiva diferente. Esto es lo que aplicó Dimitri Karadimas (2001). Basándose en los mitos amazónicos y en su experiencia con los Miraña de Colombia, propuso interpretaciones totalmente nuevas del arte precolombino de Los Andes. Las representaciones amerindias reposan, en efecto, en conceptos radicalmente distintos de los Occidentales. Por ejemplo, cómo representar en dos dimensiones una raya cuyas dos caras tienen características esenciales: los ojos en la espalda y la boca en la cara ventral. Es importante subrayar que los Miraña no abren el pescado haciéndole una incisión en el vientre como los Europeos, 72 pero cortándole la espalda. De esta forma, al desplegar los dos costados incisos de la espalda del animal, los ojos se encuentran cerca de la nariz. En vista del tamaño de la nariz, tenemos entonces la impresión de ver una raya de cuatro ojos. Es por esto, que los Amerindios dibujan a este animal poniéndole lo que parece ser un doble par de ojos. En representaciones menos igurativas, como por ejemplo las máscaras, se diiculta más reconocer el animal (Karadimas 2001). La presencia de cuatro ojos no es necesariamente el criterio más evidente para los Europeos para caracterizar a una raya. Interpretar la iconografía precolombina de las Guayanas puede volverse un reto. De hecho, si las representaciones de seres vivos son frecuentes en este arte, ¿cómo designarlos con precisión en un mundo en el cual los personajes híbridos dominan en la mitología, en donde los espíritus combinan atributos zoomorfos diferentes, en donde los chamanes modiican su naturaleza humana y los ancestros muestran un aspecto en perpetua mutación? Al estar la tradición oral ausente del registro arqueológico, hacen falta los mitos que podrían servir de clave para la lectura de la iconografía precolombina. Los caminos de interpretación de la mitología amerindia son demasiado complejos y las representaciones demasiado simbólicas para esperar percibir y revelar directamente la intención del artista. générale des Antilles habitées par les Français, 6 volumenes, Paris. Evans, Clifford & Betty J. Meggers, 1960, Archeological investigations in British Guiana, Washington, Smithsonian Institution, Bureau of American Ethnology, 177. 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Introduction The results of the Cimetière paysager Poncel or Poncel excavations are part of a larger body of investigations, which have been generated by the implementation of compliance archaeology in France and subsequently in French Guiana since 2001 (Fig. 1a). These excavations altogether permit to reconsider the existing archaeological framework for Cayenne as proposed by Stéphen Rostain in his dissertation about 20 years ago (Rostain 1994a). Notwithstanding the fact that Rostain presented a welcome guideline for archaeologists working in French Guiana, it is by now obsolete and in need of rectiication due to the collection of new data in the last 15 years what will be elucidated by the Poncel site presented here. Features The spatial distribution of artefacts and features at Poncel shows human implantation at the highest point or central place (Zone A) with at least four smaller or secondary areas around it (Zone B-E) (Fig. 2). Although a possible loor plan has not been identiied for the central zone, it features two NE-SW parallel alignments of deep post holes and ceramic illed pits. This concentration is thought to represent the principal occupation of this site having by far the largest concentration of post holes and pits. The secondary areas only feature pits and no post holes at all, except maybe for Zone B. Concerning the pits, these have been subdivided in three main types, to wit: (a) roundish pits with either vertical or sloping walls and a lat bottom, containing a dark ill and some potsherds, (b) small round sinkshaped pits containing pottery depositions, and (c) elongated pits with vertical walls and lat bottom, containing much pottery debris. Two pits did not it these descriptions: one is a very large irregular shaped pit containing good quantities of ceramics, perhaps a tree fall, and one deep shafted pit of about 2 m in depth which is probably from an earlier occupation. The latter pit is discussed later on. Poncel From an archaeological point of view Cayenne Island or Cayenne is probably the best known part of French Guiana where most of the archaeological research has been conducted what started nearly four decades ago (Lefèbre 1973, 1975; Turenne 1974; Petitjean Roget and Roy 1976). During the 1980s numerous salvage missions and surveys conirmed an important LCA occupation for Cayenne, mainly located upon the Pleistocene sand ridges, which are situated between the Precambrian tabularshaped mountains that mark the Atlantic seaside. These investigations as well as many others have eventually been synthesized by Stéphen Rostain (1994a). Poncel was discovered in 2002 at the summit of a small foothill located to the east of Mont Cabassou in the swampy hinterland of the before mentioned Pleistocene sand ridges. This survey was followed by a complementary mechanical survey and an excavation in 2010 (Jérémie 2002; Hildebrand 2004; van den Bel et al. 2013) (Fig. 1b)1. 75 Figure 1. A: Overview of Cayenne Island featuring discussed sites, B: Aerial photography of the Poncel hillock with excavation perimeter The pits containing ceramics were of particular interest because of their spatial distribution, shape, and possible function. The small pits (b) itted the vessels perfectly as if these pits were dug for the occasion. In all cases, they contained a complete vessel in upright position often with another one placed upside down on top of it (N=6). Similar depositions are common for LCA sites in French Guiana and are usually referred to as urn burials (e.g., van den Bel 2009). However, when found in a habitat context, it is suspected that these depositions may also contain all kinds of other things and/ or objects, e.g., food, hair, nails, placenta, etc., related to funerary or life-passage rituals such as birth, marriage, boy- and girlhood rites. The elongated pits (c) with good quantities of pottery debris (N=5) measure 120 to 170 cm in length and about 40 to 55 cm in width and 20 to 50 cm in depth at excavation level, corresponding likely to a human body in stretched position (inhumation grave). 76 encountered about 10 years ago at Katoury, the neighbouring site of Thémire, during a mechanical survey conducted by Sylvie Jérémie who interpreted these elongated pits as waste pits (Jérémie et al. 2002) (Fig. 3). Despite the problems with the identiication of human bone material, it is nevertheless suggested here that these elongated pits represent inhumation graves in which a body Figure 2. Overview of hypothetical feature concentrations (Zones A–E) with important pit features in and postholes (between 20 and 40 cm in depth) Unfortunately, in all these pots and pits we did not ind one bit of human bone to conirm this hypothesis of being burial related features. Sediment samples from one elongated pit were taken to check the presence of intestinal parasites of a deceased person, if present, but this analysis (conducted by Matthieu Bailly of the University of Franche-Comté, France) did not yield any results at all. The soil acidity in the Neotropics probably being probably their worst enemy as it is also for bone and other such material. In fact, two recent excavations at Cayenne, one at Saint-Cyr and the other at Mombin, faced similar problems when stumbling too upon the same type of elongated pits with ceramic debris and no bones either (Delpech 2010a, 2011ab, 2013). Interestingly, the pits at both excavations showed an organized spatial pattern of clustered pits in various spaced concentrations each covering about 15 m², located at the periphery of a habitation site as is the case for Saint-Cyr. Poncel also revealed a sort of spatial organization but here three elongated pits were aligned in the central zone –parallel to the principal post hole axis– and two pits were encountered in the secondary areas. It is noteworthy that elongated pits had already been Figure 3. A: Section drawing of the elongated pit F 199 that was dug in the bedrock and a photograph of the manual excavation of this pit. Two radiocarbon dates were recorded for this pit: one taken next to the compete vessel (EC 223) that was found upside-down (Poz-44834). Another sample was taken from inside a potsherd (EC 230) that was found at the bottom of this pit (Poz-44832), B: Elongated pit with ceramic debris as observed during the mechanical survey of Katoury (photo by Sylvie Jérémie), C: Photograph of a ceramic deposition at the allotment project l’Anse du Mahury, taken when the present author visited this site during salvage excavation. Three radiocarbon dates yielded a date between AD 990 and 1215 for the excavated area (Briand 2012b:26) 77 Figure 4. A: Ceramic sequence of the LCA Poncel occupation. Atmospheric data from Reimer et al. (2004), OxCalv3.10 Bronk Ramsey (2005), B: EC 154 found in pit F 93 (see Fig. 2), showing complex white-onred designs on its interior wall and base. The subdivision of the base in four elements forming a cross may represent an (abstract) relection of their world view, C: Drawing of Late Aristé polychrome vessel found in a funerary pit or poço at Mont Curu, situated next to the Counaní River in Amapá (Goeldi 1900, Plate 3, no. 8) 78 has been deposited. The body is subsequently covered with (broken) ceramic vessels and sometimes complete ceramic vessels are placed at the extremities (feet and head). of Poncel shared six popular grog-tempered vessel shapes, to wit Form A-F. Although other signiicant forms have been recorded for both assemblages, the following Forms are by far the most popular ones for these sites and also have exact equivalents recorded for at other sites at Cayenne and adjacent areas (Fig 5b). Ceramic series The ceramic collection of Poncel consists principally of ceramics taken from the above mentioned features. These ceramics show striking similarities with many other sites at Cayenne excavated in the last decade and this cultural afinity is conirmed by 15 radiocarbon dates ranging roughly between 1000 and 400 BP. Although these dates span the whole LCA until the colonial encounter, the majority however falls between 900 and 700 BP (Fig. 4). The Poncel ceramic inventory counted about 6000 comprising 23 complete vessel shapes of which nearly 12% is decorated. A modal analytic approach of these assemblages permitted to isolate over 265 constituent elements (EC) in eight modal series (SM I-VIII) for which shape, dimensions, modes of decoration, iring, and temper amongst others have been determined of which 40% is decorated (Fig. 5a)3. Half of the assemblage (52%) has been tempered with pounded potsherds where as sand and vegetal make up for the rest. Microscopic analysis for the neighbouring PK 11 site already pointed out that pounded potsherds were indeed the most dominant temper of this stylistically similar assemblage, and possible screening of the pounded residue makes it sometimes dificult to detect potsherds (van den Bel et al. 2011, 2012). Incision (51%) makes up for most of the decoration where as red colouring (38%) comes second4. Polychrome painting (WOR, black, white) is rare representing less than 10% of the total coloured ware. Modelling (7%) is represented by small nubbins, thin clay strips or lugs and a few (biomorphic) adornos which all have been applied to the upper part of the recipient, notably SM III, SM IV, and SM VII. Interestingly, seventeen fragments showed a combination of a red painted band around the neck (SM VII) or concave rims (SM II) of which the majority also featured vertical crossed incisions (treilles) or wavy-lines with small nubbins. We must recall here that the latter association of red colouring and incisions had already been pointed out for Katoury (Mestre et al. 2005: 63). In combination with the ceramic analysis of the PK 11 assemblage (N=3500) the modal series Form A: Spherical, slightly restricted bowl which can be boat-shaped too, having vertical or oblique incisions, either parallel or crossed, which appear to have been applied rapidly upon the upper exterior part of this vessel, generating a ‘sloppy’ aspect. These vessels feature sometimes features small nubbins or vertical lugs. The diameters vary between 30 and 40 cm. It has been found at Wayabo (Briand 2011: 47, Planche 1.3), Soula (Mestre 2006a: 29), Rorota (Petitjean Roget and Roy 1976: 174, Planche 10), Pascaud (Rostain 1994a, Fig. 119.8, 16), Katoury (Mestre et al. 2005: 68, Fig. 7, Fig. 3; Coutet 2009: 255, Type Ia, p. 257–258, Type III), Montabo Sud (Coutet 2009: 205–207, Type I-III), and Saint-Cyr (Delpech 2010a, Annexe B). Form B: Globular (?) keeled jar with a lexed rim towards the exterior. It often shows alternating incisions and / or composed ones in a cartouche applied between the lip and the keel. The oriice varies between 35 and 55 cm. This form was also coined Vase d’Alexandre for the Rorota site (Petitjean Roget and Roy 1976: 174, Planche 9). These have further been identiied at Katoury (Coutet 2009:259, Type IV), Thémire (Rostain 1994a, Fig. 119.9), Montabo Sud (Coutet 2009:211, Type 7), and Saint-Agathe (Samuelian 2009: 63, Planche 3ad). Form C: Globular necked jar or bottle of which the oriice is less than 10 cm. The neck often features a red slipped band applied to the lower part of the collar as well as oblique’s or composed incisions. These shapes have been indentiied at Katoury (Mestre et al. 2005, Fig. 4 et 5; Coutet 2009: 260, Type IX), Montabo Sud (Coutet 2009: 213, Type IX), Vieux Chemin (van den Bel 2007b: 89), and Soula (Mestre 2006a: 29). Form D: Small keeled (ovoid) bowls with incisions, notably wavy-lines or obliquecrossed lines and appliqués, notably small nubbins and lugs. These bowls have also been found at Saint-Cyr (Delpech 2010a: 27) and Pointe Gravier (Turenne 1974: 29, Fig. 1). Form E: Conical bowl with monochrome red slip applied on the interior with a diameter that 79 Figure 6. A: Section drawing of pit F 158 accompanied by a photograph of the excavator in rather suggestive position. Description of the ill: (1) sandy silt, coloured dark brown to black with charcoal, large blocs and large ceramic fragments, (2) pocket of loose sediment (roots?), (3) clayey silt with nodules, brownish orange, (4) empty pocket (root?), (5) clayey silt, reddish brown, loose texture with some charcoal, (6) silty clay, red to light brown colour, B: Sand-tempered ceramic material found in pit F 158: (a) Finger-indented rims or Ouanary encoché, (b) restricted carinated bowls, (c) laring open bowls, (d) anthropomorphic adorno; note the headdress and large ears 80 in need of more detail and quantiication when deining recurrent vessel shapes in order to create a ceramic catalogue for LCA Cayenne. Nonetheless, Rostain was well aware of the general aspect of his typology about 20 years ago what he presented as being a simpliied and preliminary classiication, which needed to be subdivided in varieties in the future (Rostain 1994b: 10, note 2)6. However, it is probably not the applied method that is at stake here because Rostain was certainly “on to something”, but rather the quality and quantity of the data that permits to obtain more detail and accurate results, putting the existing typology in a different light. The Thémire complex consists of ceramics (N=8111 and 31 complete vessel shapes) collected during ield walking trips as well as a few test pits on ten different archaeological sites, situated between the Kourou and Mahury Rivers. The PK 11 and Poncel material together on the other hand is coming from controlled (large scale) excavated sites where most of the ceramic material has been collected from features or ‘closed’ stratigraphic units7. varies between 15 and 20 cm. An indented or polylobed lip can be present as well as darker coloured red motifs or white-on-red painting. These are probably the most recurrent (serving?) bowls for the Cayenne but also beyond (see Rostain 1994a, Fig. 110). Form F: A restricted vessel or pot has a thickening or groove just below the lip. Diameters vary between 22 and 24 cm and feature white-on-red painting. These vessels have also been found at Sainte-Agathe (Samuelian 2009: 61, Planche 1n-p) and MCA/ Vieux Chemin (Coutet 2009: 282, Type IV) and has been proposed by Coutet (2009: 448) for Thémire. The construction of the Thémire types The following questions arise: How are we to insert these forms into the existing LCA typology of Cayenne as proposed by Rostain (1994a:446-447) and/or how do we use Rostain’s typology for comparative analysis? First, it has to be noted that Rostain used the Type-variety method to create the Cayenne peint and Mahury incisé Types and one temporary type (Melchior kwep) as well as one temporary class (Montabo rouge) whereas the above mentioned Forms are the result of a modal analysis5. Despite the use of both methods, we must irst carefully analyze the Thémire types. Each ceramic type is deined principally according “les caractéristiques de la pâte, l’état de surface, la forme et le décor” (Rostain1994a: 149) as relected in the names of each type. Although based on a different temper, each type shares numerous vessel shapes (e.g., platters, bowls, pots, goblets, jars, etc.) but also various decoration modes. To my opinion this a hodge podge of (decorated) vessels divided according to temper mode without any quantiication or popularity of particular vessel shapes. For instance, if we want to ascribe the above mentioned Forms to one of these types we can attribute all to Cayenne peint regarding the abundant grog temper but perhaps also to Mahury incisé when considering the abundance of incision as a decoration mode, knowing that both types feature incisions as a characteristic element. These type descriptions are too heterogeneous and contain too many (general) features thus somehow lumping the results of the modal analysis. So, on the one hand, we managed to label our ceramic assemblages to an existing archaeological complex but, on the other hand, it is not satisfying because we are The chronology of the Thémire complex When Thémire was deined, Rostain disposed of only four radiocarbon dates of which two have been discarded due to suspected pollution and were considered too young. The other two accepted dates, both on shell, were actually not taken from sites at Cayenne: one was taken at Bois Diable to the west of Kourou (OBDY794, 510 ± 40 BP) and the other at SainteAgathe to the east of Macouria (OBDY-796, 380 ± 35 BP). Both sites are situated respectively at 60 and 20 km to the west of Cayenne. These two results dated to 15th century, but were believed too young when compared to the stylistically similar LCA ceramic complexes of Suriname which are beginning in the second half of the irst millennium (Rostain 1994a: 448)8. Subsequently, these two dates have been interpreted as the youngest dates of the Thémire complex and it was supposed that Thémire would have developed, parallel to the Arauquinoid ceramic complexes in Suriname, from AD 650 onwards (Rostain 1994a: 224): “Les datations calibrées, de 1400 à 1600 de notre ère, pour les sites de cordons sableux de Guyane, représentent apparemment les dates les plus récentes du complexe Thémire. En Guyane, il est probable que ce complexe a commence de se développer, parallèlement aux complexes Arauquinoide du Surinam, à partir de 81 650-700 ans de notre ère.” Fortunately, this lack of radiocarbon dates is now somewhat resolved since there are more than 70 dates available related to the LCA of Cayenne ranging indeed from the 10th century to the early historic period9. Although Rostain hypothesized the latter incipient date for Thémire, the Thémire complex still remains a late LCA ceramic complex, representing the “ultimate manifestation of the Arauquinoid Tradition.” (Rostain 2008: 292). Next to various types of incisions and modelling, a highly characteristic element of this youngest manifestation is WOR painting –sometimes in combination with black paint–, representing the introduction Polychrome inluences from the Lower Amazon (Rostain 2013: 122). Poncel also features WOR (Form E and F) as well as various ceramic depositions (Fig. 2: F 83, F 93, F 102, and F 165). Interestingly, other protohistoric sites have been identiied more recently at Montabo Sud, Montagne à Colin, and Sainte-Agathe, featuring WOR and polychrome painting, suggesting indeed a late cultural episode for the LCA at Cayenne (Coutet 2009; Migeon 2007, 2012; Samuelian 2009). The following question can be asked now: If Thémire is the latest manifestation of the Arauquinoid series what was the earliest manifestation like? It is suggested here that Forms A-D from PK 11 and Poncel, not sharing the above mentioned characteristics for (Late) Thémire, represent this earlier manifestation of Thémire or Early Thémire. In fact, the majority of the radiocarbon dates range between AD 1000 and 1400, thus predating (Late) Thémire. This is also the case for many other dated LCA sites recently excavated at Cayenne, e.g., Montjoly Bar (Cazelles 2002), Katoury (Jérémie et al. 2002; Mestre et al. 2005, 2007), MontaboSud (Casagrande 2005), Lycée Professionnel de Rémire (van den Bel 2007b), Saint-Cyr (Hildebrand 2005; van den Bel 2007a; Delpech 2010a, 2011b), Soula (Mestre 2006a), SaintAgathe (Samuelian 2009), Wayabo (Briand 2011), Stoupan (Delpech 2010b), Mombin (Delpech 2011a, 2013), and Anse du Mahury (Briand 2012b). Rostain was certainly “on to something” back in early 1990s but he did not dispose of suficient radiocarbon dates to conirm his hypothesis; hence, all archaeological data from Cayenne and adjacent regions (notably to the West of Cayenne) was lumped in a two principal (preliminary) ceramic types. It is thus suspected that Rostain’s Thémire types contain both LCA phases, stressing the fact that the majority of the latter sites have probably been occupied during the entire Late Ceramic Age. The creation of a new singular ceramic complex for Cayenne however as proposed by Matthieu Hildebrand (in Mestre et al. 2005) after his analysis of the Katoury ceramic assemblage, is believed too bold because previous research at the neighbouring site of Thémire has been ignored by Hildebrand who stresses the homogeneity of the studied material. On the other hand, this homogeneity of the alleged (early) Katoury assemblage is unmistaken and has been conirmed by other research too such as the technological analysis of various LCA sites at Cayenne by Rostain’s PhD candidate Claude Coutet (2009:427)10. In sum, the ceramic material from numerous sites permits to compile a regional catalogue consisting of a calibrated typology of decorated and undecorated vessel shapes for the LCA of Cayenne of which the forms presented here may represent a irst contribution but certainly need further ‘polishing’. Arauquinoid or not? Another issue must be raised here and that is whether Early Thémire is also part of the Arauquinoid series as proposed for Late Thémire? As said before, the earliest radiocarbon dates go back to the beginning of the 10th century AD (and possibly earlier) and correspond to (a) the hypothesis of a second Arauquinoid wave into the western coastal plains of Suriname (Rostain and Versteeg 2004: 235) as well as to (b) the hypothesized Barbakoeba distribution in eastern Suriname and western French Guiana, both effected in the early LCA (Boomert 1993)11. So, if we consider a cultural continuum for Thémire –as suggested by Rostain– from Early to Late Thémire, the early LCA assemblages of Cayenne Island should demonstrate stylistic similarities with Barbakoeba assemblages; however, this is not evident at all to my opinion. For instance, when comparing the early LCA material from Iracoubo (AM 43, SBE) and the Lower Maroni River (Pointe Balaté) to the PK 11 and Poncel assemblages, we can hardly point out any signiicant similarities regarding vessel shapes and modes of decoration for the most popular vessel shapes in both regions (Coutet 2009, 2011; van den Bel 2012b; Briand 2012a, 2013; van den Bel et al. 2012, 2013)12. 82 On the contrary, it shows that both regions have a proper style although some (supraregional) characteristics are shared by these regions, such as potsherd temper, modelling of nubbins, and red paint. However, the latter features are considered too common for both areas and not necessarily pointing towards an Arauquinoid origin (e.g., Hildebrand 1999). An ascription to the Arauquinoid series represents irst of all the usage of the Orinocan tri-partition or Saladoid-BarrancoidArauquinoid series as has been proposed by Boomert (1980) and Versteeg (1985) for western Suriname. From the latter region, this famous model was further applied to the Barbakoeba sites of the eastern plains in Suriname (Boomert 1993) and eventually to the Thémire complex of Cayenne (Rostain 1994a). Whether the inal result of this alleged Arauquinoid migration from the mouth of the Orinoco River towards Cayenne –considering many cultural encounters on its way– can still be traced back to an original Arauquinoid complex is at least doubtful but (Late) Thémire can certainly be integrated in a supra-regional interaction sphere comprising the Lesser Antilles, Trinidad, the Lower Orinoco and the western Guianas (e.g., Bright 2011). But next to ceramics it is also important to have a look at other cultural aspects of Early Thémire. These sites are also related to a highly particular burial mode of elongated pits with pottery debris which is a different from burial modes in both eastern and western French Guiana. Secondly, the Island of Cayenne does not feature any raised ields (e.g., Rostain 1994a: 132) which are believed to represent important cultural markers for the Arauquinoid tradition (e.g., Boomert 1976, 1980, 1993; Versteeg 1985, 2003; Rostain 1994a:61, 2008ab, 2013)13, thus representing an aspect which is not shared with the Barbakoeba sites in Western French Guiana. In sum, the Early Thémire complex may certainly have (unknown) local origins but it integrated around AD 1400 various inluences coming from both the eastern (Aristé) and possibly western (Barbakoeba) plains of French Guiana what is relected in Late Thémire. the possibility that Cayenne can also represent a proper regional complex as suggested above. If we want to ascribe it to a distant culture area, the Amazonian Polychrome Tradition is as good to be an alternative considering the omnipresent potsherd temper in both regions14. The problem with this option is –just as Rostain faced 20 years ago for Thémire– there is only scant data available for the Early Ceramic Age occupation of eastern French Guiana as well as for Late Aristé (habitation) sites, knowing that the latter LCA complex is principally known for the polychrome (anthropomorphic) urns and other (spectacular) burial ware. However, in combination with recent and old data, the excavations at Poncel suggest the presence of Early Aristé at Cayenne Island (van den Bel et al. 2013; Gassies and Mestre 2012). The excavations revealed a cylindrical shaped pit F 158 (at least 2 m deep at surface level) containing thin sand tempered ware what is completely different from the Thémire ware (Fig. 2 and 6a). It features converging carinated bowls as well as typical ingernail indentations applied to the lip and interior rim in series of open bowls, which are dated to the 4th century AD (POZ-44824, 1635 ± 30 BP) (Fig. 6b). The latter type of decoration has been deined by Rostain (1994a: 161-173) as Ouanary encoché representing the earliest ceramic series for eastern French Guiana. Although Early Aristé was at irst ascribed (correctly) to 350 AD (ibid.: 495), the inception date has more recently been changed to 700 AD (Rostain 2012: 17, 24). The reasons for this remain unclear but of the 23 radio carbon attributed to seven different sites where Ouanary encoché has been found, at least 14 of them clearly show that it can be ascribed to the irst half of the irst millennium AD (e.g. Rostain 1994a; Grouard et al. 1997; SRA 2000; Mestre 1997, 2006b, 2013; Coutet 2009; Gassies and Mestre 2012). Interestingly, the earliest dates are associated to ring-ditched sites, which are positioned strategically at high plateaus in the mountainous hinterland of the coastal plains (e.g., Blondin, Pointe Maripa, and Favard). Indeed, when reviewing the existing collections of LCA at Cayenne, Ouanary encoché has been found at a few other LCA sites such as Vieux Chemin (van den Bel 2007b: 88) and Mont Grand-Matoury (Hildebrand 2000, Fig. 48.10), suggesting an earlier presence here. It is expected that these populations had a preference for higher situated locations, such as mountain tops where there is little archaeological research, thus explaining Possible origins and further research Next to the geographically more obvious Orinocan cultural interaction sphere for the western Guianas, I would like to scale this analysis down to a smaller level and point out 83 (partially) so little ECA sites have been found at Cayenne and surrounding areas15. Although further research is certainly needed, notably in the interior concerning ring-ditched mountain sites, it is suggested here that Ouanary encoché is part of an early irst millennium ceramic complex which is distinct and separated in time from the much younger Late Aristé complex16, based on different vessel shapes, temper, and (incised) modes of decoration. This said, further investigation is also needed concerning a possible Late Aristé presence at Cayenne (e.g., van den Bel 2012a) to obtain a better understanding of the transition from Early to Late Thémire. The difference between both phases is probably linked to the Koriabo “arrival” in the (late) second half of the LCA as was already proposed two decades ago for the temporary type Melchior kwep by Rostain (1994a: 447). To my opinion, WOR elaborate painting, polylobed rims, incised “stools” next to eared pots, necked (toric) jars with (small) conic bases, and undecorated shouldered pots, found in Late Thémire and other late LCA assemblages are also strong Koriabo markers, suggesting that Late Thémire can as well be ascribed to the Koriabo ceramic complex in stead of the Arauquinoid series whereas Early Thémire, lacking the before mentioned features and having proper morphological and decoration modes, rather has a local or perhaps an Amazonian origin in stead of a far-fetched Orinocan one. In sum, the bias of a small archaeological dataset in the past may have favoured a theory of migration from the west to the east however it also provided a clean answer to the existing archaeological situation. Scientiic protectionism dismissed all other possible ideas about rectifying or developing the existent framework but continuous (compliance) archaeological research during the last decade at Cayenne has made it possible to obtain a more detailed image of the LCA at Cayenne, notably the evaluation of the Thémire complex. It also revealed possibilities for further research about the Early Ceramic Age, hitherto barely brought to light for this region. (geology, University of Orléans), Jaime Pagán Jiménez (EK Consultadores, University of Leiden), Matthieu Bailly (University of Franche-Comté), Gilles Fronteau (University of Reims) for ieldwork and collaboration. Finally many thanks also go to Arie Boomert for his comments on an earlier draft. Bibliography Allaire, L., 1977, Later Prehistory in Martinique and the Island Caribs: Problems in ethnic identiication, PhD Dissertation University of Yale, ms. 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For this study, as well as for PK 11, we distinguished four modes: (1) parallel vertical and / or oblique incisions, (2) vertical crossed incisions or treilles in French, (3) alternated or chevrons, (4) complex incised motifs often in a zone or cartouche, and (5) wayy-lines. Modes 1 and 2 together represent the majority of the incised ware 83% what corresponds to approximately 30% of the total decorated register. 5 When discussing Ripley Bullen’s analysis based on the so-called Ford method in the Lesser Antilles, Louis Allaire (1977:128) pointed out that this “typology is useful in classifying surface collections and test excavations, but it fails to provide more detailed information on many other aspects of the pottery” [my emphasis]. 6 “Comme aucune typologie céramique n’avait été déinie en Guyane, et comme il n’existe pas de méthodologie encore bien adaptée au matériel amazonien, nous avons adopté une classiication préliminaire simpliiée ; il sera nécessaire dans le futur de distinguer de nouveaux types et de subdiviser certains de ceux qui existent en plusieurs variétés.” To my opinion, the irst part of this quote is incorrect because Alain Cornette (1990) already proposed various Styles for French Guiana and in particular Cayenne in 1985 at the IACA in Puerto Rico. 7 In general it can be said that the introduction of compliance archaeology in French Guiana has enlarged the archaeological database signiicantly, notably concerning feature research and ceramic analysis. 8 “Les datations actuelles au 14C du complexe Thémire en Guyane, qui vont de 1400 à 1650 de notre ère, représentent vraisemblablement la in de ce complexe. Par comparaisons stylistiques avec les données du Surinam, on peut faire remonter le début de ce complexe au moins vers 950 ans notre ère, date la plus ancienne attestée pour les complexes Arauquinoide orientaux de ce pays (Versteeg, 1980c)”. 9 This inception date of the LCA at about AD 900 is also observed in other regions in Lowland Amazonia and is thought to be related to a (eds), Tucson: Arizona University Press: 36-54. Rostain, S., 2011, Que hay de Nuevo al norte. Apuntes sobre el Aristé, Revista de Arquelogia 24 (1): 10-31. Rostain, S., 2012, Where the Amazon River meets the Orinoco River: Archaeology of the Guianas, Revista Amazônica 4(1): 10-28. Rostain, S., 2013, Islands in the rainforest: Landscape management in pre-Columbian Amazonia, New frontiers in historical ecology 4, Walnut Creek: Left Coast Press. Rostain, S. and A. H. 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However, the accessibility of the coastal plains at the end of the Moleson transgression for French Guiana may also have played an important role in inal human implantation of this ecological zone (van den Bel et al. 2011). 10 As proposed by Claude Coutet (2009: 250) in her dissertation, she observed for the various types that “the distinct traits are in fact idiosyncratic features which may not have been emphasised suficiently when the Thémire complex was created.” 11 For Suriname, the Arauquinoid coastal occupation is represented by 21 radiocarbon dates for six different sites, to wit ive radiocarbon dates for Hertenrits, six for Kwatta Tingiholo, two for Peruvia-2, three for Prins Bernhard Polder, six for Wageningen-1, and one for Boekoekreek-2 (Versteeg 2003: 267– 270). Barbakoeba in French Guiana has been dated for several sites: seven radiocarbon dates ranging between 1000 and 800 BP (e.g., McKey et al. 2010, Table S1), three for Awala about 900 and 800 BP (Janin 2002; Coutet 2011) and six for Pointe Balaté about 900 and 800 BP too (van den Bel 2008; Briand 2013). 12 The present author conducted a ceramic analysis as a PhD researcher of the Pointe Balaté and AM 43 (AM 41) material in August 2013 and July 2012 respectively. Many thanks go to Jérôme Briand for Balaté. 13 The irst raised ields are found in the Maillard Savannah, about 15 km to the west of Cayenne (Renard 2010). 14 The absence of cauixi in Arauquinoid wares for Suriname is troublesome (Boomert 1977, 1978, 1980). Rostain (1994a:230) simply stated that “temper is not a discriminating element for the Arauquinoid series”, avoiding the question on this important marker of the Arauquinoid series in the Orinoco. 15 The majority of the Cayenne table-mountains are classiied monuments and thus little to no construction is present in these natural reserves. 16 If to be attached to a larger Amazonian Tradition, the Incised-Rim Tradition would be more appropriate than the Incised-andPunctuate one, as erroneously proposed by Rostain (sic). 88 Simposio “Guyanas e Orinoco” Ethnographic and Archaeological “Cultures” in Guiana, Northern Amazonia Renzo S. Duin Department of Archaeology, Leiden University, the Netherlands Domingos Soares Ferreira Penna, Erland Nordenskiöld, and Kurt “Nimuendajú” Unckle (Barreto and Machado 2001:246-247). Clifford Evans and Betty Meggers (1960), ensuing their archaeological research at the mouth of the Amazon (ibid. 1957), conducted an ethnoarchaeological study in the south of Guyana among indigenous Waiwai communities. Archaeological “cultures” (assemblages) were paralleled with ethnographic “cultures” (communities), and ethnographic villages were equated with archaeological sites. Contemporary settlements were described consistent with archaeological terminology: “Habitation sites of the Wai Wai Phase” (ibid.: plate 48). This ethnographic, even ethnoarchaeological, study was merely to illustrate perished elements of an archaeological past. Grounded in this paradigm, and parallel to excavations in the Caribbean, I began an ethnoarchaeological study in French Guiana to investigate indigenous vernacular architecture and settlement patterning (Duin 1998). Lending a hand in the construction of houses aided in gaining insight in formation processes. I studied, photographed, measured and mapped, various houses and related structures. This research design was within the tradition of Caribbean archaeologists from Leiden University drawing on Amazonian ethnographies (Versteeg and Schinkel 1992), and Peter Siegel’s (1990a, 1990b) ethno-archaeological studies among the indigenous Waiwai of Guyana, previously visited by Evans and Meggers. Nevertheless, a few years into my research, Wayana asked me “if you are so interested in the past, why don’t you study OUR history.” From 1996 to present, my research on the Maroni River (border between Suriname and French Guiana) consequently, yet unintended, paralleled the shift from ethno-archaeology (a generalist approach searching for cross-cultural comparison through participant observation) to engaged archaeology (historically situated and in close collaboration with descendant Introduction For decades, Neil Whitehead (1994:33; Whitehead and Alemán 2009) has prompted that “it is necessary to reconceptualise basic social and historical processes in this region, rather than just to add ‘new data’ to ‘old theory’” (emphasis added). The region I focus on in this chapter is the Upper Maroni Basin, frontier zone between Suriname, French Guiana, and Brazil, northern Amazonia. The ‘old theory’ of timespace graphs as developed by Irving Rouse (1968, 1986; Cruxent and Rouse 1958-1959; Meggers and Evans 1961) is grounded in the conception of a culture-historical mosaic aimed at ixing “typological peoples” in time and space by a set of reference points measured in terms of socio-culturally meaningful events such as migrations, contact, and conquest, with intervals of homogeneous “empty time”. Social phenomena, however, occur in complex dialectical relationships of negotiating discontinuities and contested practices. Reconceptualization of basic social and historical processes ought to begin with – drawing on the work by Sîan Jones (1997)– a critical rethinking of (1) the correlation between “archaeological cultures” (assemblages) and “ethnographic cultures” (communities), (2) the nature of archaeological distributions and taxonomic classiications, and (3) the very existence of bounded, homogeneous, cultural entities. This dialogue permits developing an alternative to the time-space graphs and what Eduardo Viveiros de Castro (1996) called the Standard Model of Tropical Forest Cultures that remain fundamental in Amazonian and Caribbean archaeology. From ethno-archaeology archaeology to engaged There is a long tradition in Amazonian archaeology linking the ethnographic present to the archaeological past, going back to 89 Figure 2. Two rim-sherds recovered in Pilima (Ø 11 cm. Drawing by Renzo S. Duin © 2013) new chapter of the unrecorded histories of northern Amazonia. Beyond map-reading and map-making, we were mainly engaged in “mapping” in the sense of Tim Ingold (2000). Often the sites visited were only a few decades old, demonstrated by, amongst others, the occasional wooden house posts, glass bottles, Dutch earthenware gin bottles, or cement markers of the 1937 border expedition. During the cartographic mission of 1962 it was explicitly mentioned that no cultural remains were found on or around Tchoukouchipann (Hurault 1968:152; Hurault and Frenay 1998:103). Everywhere in the Upper Maroni Basin, however, even in the Tumuc-Humac between Massif du Mitaraka and Tchoukouchipann, where botanists considered the forest “pristine” (de Granville 1978, 1994), we encountered traces of history immediately related to Wayana social memory (Duin 2006, 2009, Duin et al. 2013). There thus exist two conlicting ontologies: 1) a western point of view grounded in the established disciplines of natural science, perceiving this area as a natural monument of rich biodiversity, i.e., a pristine heartland of Amazonia that has to be preserved, and 2) communities). The indigenous Wayana people and I developed a common research agenda for the research, study, and preservation of history (in Wayana: uhpak aptau upijëmëtop, aklamatop, taklamai male). Historical documents, engravings, photographs, and prints of museum objects, provided a meeting ground for dialogue (Figure 1). During the past 15 years, collaborative approaches with descendant communities changed how we perceive archaeological practice (Bruchac et al. 2010; Chanthaphonh and Ferguson 2007; Heckenberger 2004; Murray 2011). Archaeology, or “the study of ‘things left behind in the ground’,” has been rephrased as “reading the tracks of the ancestors” (Green et al. 2003)1. With the same underpinning, the Wayana and I have been “reading” the tracks of the ancestors. For Wayana, history is situated in the landscape and therefore we piloted several expeditions upriver to identify traces of history, and record these traces by means of Global Positioning System (GPS), photographs and video. For the Wayana, these expeditions were to endorse as well as to materialize their social memory. For me, these expeditions contribute to writing a 90 an indigenous perspective perceiving this very same landscape as the heartland of their Wayana culture, hence a cultural landscape. It is a task for anthropological archaeologists, in collaboration with both indigenous peoples and natural scientists, to mediate between these two conlicting perspectives. Cultural landscapes, more often than not, are a palimpsest of multiple occupations. Fragments of a Koriabo style vessel (Figure 2), for example, were recovered in one of the Wayana villages2. Village elders said that it was not good to touch these fragments of decorated pottery, which they referred to as “tamok jolok” (“ancestral evil spirit”). They explained that in the past this vessel most likely served the pïjai (shaman) to drink blood. If we would touch this potsherd, it would certainly going to rain … which in fact it did some ifteen minutes after we had unearthed it. A Koriabo style vessel (undated, but at least 500 years old) became incorporated in Wayana social memory. “The Indians told us that, by going to the southwest, on the other side of the river Ouahoni [= Marouini] […], there is a series of villages of the roucouyens [i.e., Wayana], and of the Amicouane [most likely Upului] and Appareille [= Apalai] nations, all friends and allies, who all communicate by means of a beautiful path [linking a series of villages], and they also say that these united nations have established a chief, a kind of general leader (une espèce de capitaine général), who lives in the last of this [series of] villages, who is also the most important” (Tony 1835:317-318; all translations and interpretations are mine). Furthermore, Tony described the road leading towards the village of the “Rocouyens,” unfortunately not the village of the most important chief, as follows (Figure 3): “The following morning we set out on a straight road, well opened and well kept clean, towards East-SouthEast. After having walked for an hour, we perceived next to the road, under the trees, a tocaye [a shelter from palm leaves; mïmnë in Wayana] a small circular lodge about ten feet [about three meter] in diameter ending in rotunda […]. After having walked another three hours, we have arrived in a garden plot, in the middle of which we found, inside a carbet [= hut] some ten men with their leader, all well-armed. […] From this sort of advanced guard to the irst village, there is still about four leagues [about 20 kilometer]; however it has to be brought to the attention that this road is made with still more care. […] Four triple roads […] arrive at a perpendicular angle in the middle of the village, where, in a kind of public place, an elevated tower is located, […] the carbets [= houses] are along the roads. [The road leading towards the village] is eight or nine feet wide [about 2.5 to 2.75 meter wide]; it is straight and aligned, as it was by means of a string, as far as halve a league [about 2.5 km] from the village; and from here, this road branched in three to arrive there [at the village], that is, there are three roads parallel, connected one to the other; the middle one is about nine feet [about 2.75 meter] wide and all along, at both sides, it is fenced off with pickets [palisades?], similar to the gardens in the new city of Cayenne; all three roads are maintained in a utmost cleanness” (Tony 1835:307-308, 312, 217; all translations and interpretations are mine; Figure 3). This historically described village and road system of the “Rocouyens” in the Upper Maroni Basin does not resemble the typical Guiana inter- and intra-settlement patterning, but rather the “galactic” settlement systems of the Upper Xingu (Heckenberger 2005; Heckenberger et al. 2008; other volume of 3 EIAA), and therefore urges for a reconceptualization of basic social and historical processes in the region. Beyond acknowledging that more complex societies Settlement patterning and socio-political organization in the interior of Guiana Compliant with the default model of tropical forest cultures, the Wayana village is typically described as a socio-politically autonomous unit, “always built following the same scheme: a grand round house in its center, the tukusipan, in the service of the dances and gatherings, and the household dwellings arranged in surrounding corona” (Hurault 1968:70; also Butt 1977:11). Wayana settlements without a roundhouse are considered “non-traditional” and generally ignored in ethnographic studies (cf. Duin 2009). Thirty years ago, Peter Rivière noted that the Wayana, described in the eighteenth century as having a “centralized military organization with a hierarchical chain of command” (1984:83) may be an exception to the standard Guiana model. One historical account (Tony cited in TernauxCompans 1843:104)3, hints to a centralized military organization with a hierarchical chain of command. This exceptional case of regional organization in Guiana in 1769 (Tony 1835, 1843) has not been further explored as it was concluded that this organization had disintegrated (Coudreau 1893:238) and completely vanished by around 1800 (Hurault 1965:18). In the Voyage, with has contentious biographical history, Claude Tony point towards a regional integration of Wayana socio-political organization: 91 multiple communities: “Wayanaication.” Rather than bounded, homogeneous entities, Wayana and Tïlïyo speaking communities (language based entities), I argue, have to be considered as partible and plural social bodies constantly emerging in dialectic interrelationships. This process of Wayanaication, or Wayana ethnogenesis, was instigated by Kailawa, the historical leader who settled the Great Wars. These Great Wars took place after indigenous people had withdrawn into the Guiana Highlands after being attacked by the Europeans, who shot and killed everybody upon landing ashore. People who were not shot and killed were soon felt by pandemic death, known among Wayana as kuwamai, resulting in a demographic nadir in the mid-twentieth century (Duin 2012:34).8 Local histories of the interior of Guiana between AD 1500 and 1900 are mostly unrecorded (cf. Koelewijn 1984; Chapuis 2003; Duin 2009), and further historical and archaeological research on its socio-political ramiications is desired. This historical process of Wayanaication is foregrounded during the grand maraké ritual (ëputop ihle watop; discussed in detail elsewhere: Duin 2009, 2012) that takes place at the roundhouse (tukusipan), which is in synecdoche to mount Tukusipan9. Rather than that Wayana are losing their tradition, in that not every village has a roundhouse, the roundhouse during the grand maraké ritual becomes the place of legitimization, in a contesting manner, by means of transmission of material and immaterial property. Tukusipan (both the roundhouse and the mountain) manages the process of decomposition and composition of social bodies fundamental in be(com)ing Wayana. This social ield of interaction, a ‘region’ in the sense of Edward Casey (1996; drawing on Munn 1986), can be manipulated in a tactical manner by competing heterarchical forces amidst subgroups. Wayana (Guiana) socio-political organization is thus more complex than presumed in the conventional model of tropical forest cultures. (confederações) did exist in the past in Guiana, but that indigenous Guiana societies today are autonomous units (grupos atomizados) (Grenand 1971; Gallois 1986, 2005; Rivière 1984), it is needed to rethink basic social and historical processes of these more complex Guiana societies. Retracing the route described in Tony’s Voyage, the “village of the Rocouyens” must have been located in the land of the Kukuiyana4, between Marouini and the eastern foothills of the Tumuc-Humac Mountains (Figure 4). The road described by Claude Tony and discussed earlier, may link the Upper Maroni Basin with the Upper Jari Basin5, i.e., a road system in use at the turn of the century (Crevaux 1883, Coudreau 1893). Possibly, this road may have continued towards Samuwaka (Koelewijn 1987:253), the legendary village in the Sipaliwini Savanna where all Trio, Wayana, and other nations of the region lived together before they spread across Guiana (Figure 5). Peter Rivière (1969:17-18) had tabulated the various ethnic groups in the region (see also Chapuis 2006:532-535; Frikel 1957:541-562; de Goeje 1943), yet regarding the historical identiication of Trio subgroups, he stated that they “appear to be as deinite as anything can be in this ethnographic chaos” (ibid.:21). Moreover, it was assumed that when “the Wayana” crossed the watershed (Tumuc Humac), the Trio subgroups Kukuiyana and Okomëyana became extinct. So how do I account for the fact that some Wayana today identify themselves also as Kukuiyana or Okomëyana? The answer to the predicament of (parts of) Trio subgroups becoming Wayana, I argue (Duin 2009, 2012), is the model of “partible and plural bodies” as developed by Marilyn Strathern (1988). A taxonomic classiication of Tïlïyo speaking communities results in listings of particular “singular bodies” such as the various Trio subgroups or “tribes” (Frikel 1957:541-562; Rivière 1969:18-17; see also de Goeje 1943; Chapuis 2006). These (in)dividual communities are partible persons in interaction, exempliied, from a Trio perspective, by the “friendly” Pijanakoto6 and Okomëyana and “wild” Akuriyo and Kukuiyana. Takenfor-granted are the composite external relationships with non-Trio (wïtoto)7. Wayana, however, consider the Okomëyana ierce as the okomë-wasp, and these internal relationships must be suppressed to affect one Collective of the “plural body.” I (Duin 2009, 2012) have called this eclipsing process encompassing Archaeological and ethnographic “cultures” in the interior of Guiana Historically situated ethnographic models with dynamic, open units of analysis, contribute to the reconceptualization of basic social and historical processes. Amazonian archaeology and anthropology has to critically rethink (1) the correlation between “archaeological cultures” 92 (assemblages) and “ethnographic cultures” (communities), (2) the nature of archaeological distributions and taxonomic classiications, and (3) the very existence of bounded and homogeneous cultural entities, that are the unit of analysis of the ‘old theory’. This contributes to “a new ethnology, a new archaeology, and a new history of the indigenous peoples of Amazonia and nearby areas […,] exposing a previously inconceivable dynamism to the region’s societies” (Fausto and Heckenberger 2007:3). Fundamental is to acknowledge that ethnographic cultures (people based communities) are not equal to archaeological cultures (assemblages, mainly based on fragments of [decorated] pottery). For example, the Polychrome Tradition (Rostain 2013:105-110), Division (Howard 1947:42-59) or Horizon (Meggers and Evans 1961:379381), consisting of various “phases”, “styles” or “cultures,” from Napo in Ecuador to Aristé (Cunany) in Brazilian Amapá, is mainly based on elaborately decorated funerary urns. Then again, the ethnographic alternative to taxonomic classiication may be applied to these archaeological distributions. As demonstrated earlier, some Trio subgroups remained ‘Trio’ while other Trio subgroups were incorporated into the Wayana confederation. In order to apply these historical dynamic processes to archaeological assemblages, it is needed to critically rethink the very existence of bounded and homogeneous cultural entities. I therefore postulate that we have to rethink archaeological assemblages as the materialization of interrelational processes of dynamic partible and plural bodies. As a case-study for the implementation of archaeological assemblages as dividual bodies, I draw on the archaeology of Brazilian Amapa and recent additional indings of Mazagão, Aristé, and Koriabo (Saldanha, J. and M. Cabral 2010), that urge rethinking of the ‘old theory’. Early Mazagão developed into Late Mazagão, yet I posit that, drawing on the concept of “dividual bodies”, Early Mazagão also developed into Koriabo. According to Meggers and Evans (1957:97), Early Mazagão pottery, i.e., Mazagão plain (ibid.: 85-87) and Uxy incised (ibid.:89-91), is characterized by temper of crushed or ground quartz and mica particles (muscovite)10. Most Koriabo pottery is also tempered with “micaceous quartz sand (53.3%)” (Boomert 2004:253). In categorizing mica particles merely as temper (technoeconomic means), the golden shininess of mica particles, which can be of great importance in a ritual economy (Duin 2012), is undervalued. Instead of linking the Koriabo assemblage to a single ethnographic community, it is needed to understand the role of Koriabo style vessels within a living community. Concluding relection In order to gain insight into the rise and fall of the Koriabo “culture,” or any other archaeological assemblage in Guiana, and its relationship with contemporary indigenous peoples living in the region, there is a need for further ethno-historical and archaeological research. Rather than just add ‘new data’ to ‘old theory’ (i.e., time-space graphs) we have to further our understanding of the Guiana ritual economy underpinning a sociopolitical landscape with elements of regional integration. This implies that we have to abandon the notion of the very existence of bounded and homogeneous cultural entities as Aristé, Mazagão, or Koriabo. Acknowledging frictional, historically situated and regionally integrated societies, demands a rethinking of archaeological and ethnographical “cultures” in Amazonia and beyond. Acknowledgements First and foremost I want to thank Stéphen Rostain for inviting me to this exceptional meeting of Amazonianists from various disciplines, traditions, and nationalities. My research since 2010 has been inancially supported by a grant from the Dutch National Science Foundation (NWO-VENI # 275-62005). I thank the Wenner-Gren Foundation for their support of travel and hotel costs. My research and understanding of the complex data was only possible in close collaboration with the Wayana people. I acknowledge the comments and suggestions of participants of the Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica who provided helpful suggestions to improve the current paper. Interpretations made, however, are the sole responsibility of the author. References Barreto, C. and J. Machado, 2001. Exploring the Amazon, Explaining the Unknown. Unknown Amazon: Culture in Nature in Ancient Brazil. C. McEwan, C. Barreto and E. Neves (eds.). London: the 93 Britisch Museum Press: 232-251. Boomert, A., 2004. Koriabo and the polychrome tradition: the late-prehistoric era between the Orinoco and Amazon mouths. Late Ceramic Age Societies in the Eastern Caribbean. A. Delpuech and C. Hofman (eds.). BAR International Series 1273: 251-266. Bruchac, M., S. Hart, and M. Wobst (eds.), 2010. Indigenous Archaeologies: a reader on decolonization. California: Left Coast Press. Butt, A., 1977. Land Use and Social Organization of Tropical Forest Peoples of the Guianas. Human Ecology in the Tropics. J. 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Paris: Chatelet: 301-320. 95 a Wayana subgroup, earlier classiied as a Trio subgroup (Frikel 1957:541-562; Rivière 1969:17-18). 5 Regarding the other three roads: Tony arrived in the village via the road connecting to the Marouini, and the other two roads, I posit, led to the road system of the Oyapock and across the watershed via Curari to the Jari. 6 Rather than “friendly,” Wayana consider Pijanakoto (tall, painted black, with shields and quivers) their archenemy. 7 Non-Wayana are referred to as kalipono. 8 Ethnographic studies at the foundation of the standard model of tropical forest cultures were conducted in the late nineteenth until the mid-twentieth century, that is, during the demographic nadir of indigenous Amazonian peoples. Regarding Wayana demographics, the irst estimates were provided in the late eighteenth century; that is more than a century after Claude Tony described a more complex society with elements of regional integration. Based on historical demographics alone, it is doubtful if early twentieth century ethnographies are useful to gain understanding of indigenous socio-political organization before contact. 9 Where the tukusipan is the hub in the Wayana village, and even the hub in an agglomerate of Wayana settlements, Mount Tukusipan is in the center of the Wayana region (Figure 4). 10 Warapoco plain, which had an occurrence of 58.8% in the lower levels of the Koriabo phase (Evans and Meggers 1957:138-139), resembles contemporary Wayana pottery, and particularly the example of an “Uxy incised” vessel (ibid.:54) corresponds with the dimensions of the Wayana vessel described by Duin (2000/2001). Tony, C., 1843. Voyage fait dans l’intérieur du continent de la Guyane chez les indiens Roucouyens par Claude Tony, mulâtre libre d’Approuaque 1769. Essais et Notices pour servir à l’histoire ancienne de l’Amérique. H. Ternaux-Compans. Tome XXVIII: 213-235. Versteeg, A. and K. Schinkel (eds.), 1992. 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Tucson: University of Arizona Press. 1 An early example can be found in Protásio Frikel (1961, 1969) who went with the Trio of the Upper Paru de Oeste to sacred sites in order to “read the tracks of the ancestors,” rather than studying the things left behind in the ground. 2 The village of Pilima where fragments of a Koriabo style vessel were recovered (Figure 2), is located near the former village of Taponaike, and possibly the location where Paul Sangnier in 1938 recovered pottery fragments currently at the Musée du Quai Branly, Paris (e.g.: MQB inventory number 71.1939.25.654). The decorative style of the vessels, the bamboo patches, and the location of the site some ten meters above the river, are all hallmarks of a Koriabo site, irst deined by Evans and Meggers (1960:124-144). The Koriabo phase is dated around AD 750-1500 (Boomert 2004:256-257; Rostain 1994:457-458, 2013:125). 3 When most anthropologists and archaeologists cite ‘Tony 1843,’ they actually refer to Peter Rivière 1984:83. 4 I (Duin 2009, 2012) therefore argue that the “Rocouyens” are no other than the Kukuiyana, 96 Simposio “Guyanas e Orinoco” Nuevos aportes a la arqueología del sitio El Saladero, bajo Orinoco, Venezuela José R. Oliver Institute of Archaeology, University College London, Reino Unido 1. El yacimiento de El Saladero lagunas están separadas del cauce del Orinoco por una serie de diques alongados que en ciertos puntos el río ha cortado y creado caños de desagüe que lo conectan con las lagunas. Durante la crecida del Orinoco (junio a octubre), el excedente de aguas se vierte en las lagunas; durante la bajada del nivel del río (noviembre a mayo), las lagunas desaguan el excedente hacia el Orinoco (Lewis et al., 2000; Hamilton y Lewis, 1990; Wayne et al. 2002). Las lagunas son zonas de alta biodiversidad, muy ricas en pescado y aves además de ser abrevaderos para la fauna terrestre (Lasso Alcalá y Sánchez Duarte, 2000); las islas arenosas son hoy día zonas de cultivo, principalmente de maíz, cosechado antes de la crecida del río. Los diques con sus elevadas barrancas frente al Río Orinoco eran y aún son puntos óptimos y estratégicos de asentamiento al estar por encima del nivel de inundación durante la mayoría de los años. Estas localidades permiten señorear sobre el tráico de canoas (o buques) en el Orinoco, controlando el acceso a las postreras lagunas así como el vaivén de gentes entre las sabanas septentrionales, el río y el macizo guayanés. La barranca del dique de El Saladero, durante la crecida de aguas, ha sido sujeta a erosión luvial, efectos ya descritos por Osgood, Cruxent Rouse, y Sanoja. Por ejemplo, cerca de 25 metros de la barranca del sitio de Los Barrancos, había colapsado entre 1941, cuando Osgood excavó en el sitio, y el 1957, cuando Cruxent y Rouse regresaron. No podemos entrar en detalles acerca de la geomorfología luvial –y sobre todo de la tasa de erosión de las barrancas a lo largo de su historia (ver, Meade 1994, 2007; Mikhailova 2010). Baste decir que nuestras investigaciones en El Saladero (02/2013) determinaron que entre 50-100m de la barranca han colapsado desde el 1950. La dinámica de erosión concuerda con las observaciones de Cruxent y Rouse (195859: 212): el oleaje, exacerbado por el tráico moderno de grandes buques, especialmente durante la crecida del río, ha socavado la base En este artículo, aportamos nuevos datos recabados en nuestro re-análisis de las excavaciones y materiales obtenidos por Cruxent y Rouse (en 1950) en El Saladero (Láminas 1, 2) ubicado en el bajo Orinoco (Osgood y Howard, 1943:95-111; Cruxent y Rouse 1958-59:211-237; Sanoja 1974, 1979; Sanoja y Vargas 1969, 1978). Limitamos la discusión a los resultados de los análisis de restos de almidones y las fechas de radiocarbono (AMS) obtenidos hasta el momento. Estos forman parte de un estudio más amplio y detallado que esperamos publicar más adelante en un número especial de la revista Antropológica (Caracas). El Saladero es el puntal que ancla la cronología y el desarrollo estilístico de la tradición cerámica modelada-incisa barrancoide, cuyas amplias redes de relación se extienden por la Amazonía y las Guayanas (Lathrap, 1964, 1966, 1970 [2010]; Evans y Meggers 1964; Meggers y Evans 1969, 1983; Lima Pinto, 2008; ver Neves 2012: en este volumen). Además incluye el complejo cerámico Saladero que posteriormente se extiende hacia las Antillas y Guayanas, y cuyo origen inmediato se ubica río arriba en la región de Parmana y Ronquín (Gassón 2002; Roosevelt 1978, 1980, 1997; Rouse 1978; Rouse y Allaire 1978). Ambas tradiciones alfareras han sido vinculadas a la gran diáspora de grupos de habla Maipure/Arawak por las tierras bajas suramericanas y hacia las Antillas (Eriksen 2011; Heckenberger 2002; Hornborg 2005; Neves 2013:130-134; 151-153 y volumen “Amazonía. Memorias del 3 EIAA”; Rouse 1985). El Saladero (UTM: 20 P E-587914 – N-959762) se ubica sobre un dique (levee) luvial en la margen izquierda del Río Orinoco, a 10km de la entrada al delta. La vega inundable se ubica en el margen septentrional del río y contiene múltiples lagunas. En el bajo Orinoco la vega y 97 de la barranca causando el colapso de grandes bloques hacia el río. La carretera de asfalto que en 2004 se encontraba a unos 50 metros de la barranca, hoy está parcialmente derrumbada (Lámina 3). En resumen, las nueve trincheras de Cruxent y Rouse y los siete cortes de Sanoja (1979:39-44) y Vargas ya han desaparecido en el río. Lo que hoy se preserva del depósito cultural es lo que en 1950 era una zona periférica, hacia a la Laguna “La Puente”. predomina la cerámica de estilo Saladero (80100%), mientras que en niveles superiores hay una abrumadora predominancia de cerámica de estilo Los Barrancos (Barrancas Clásico). En el nivel superior incrementa la cerámica Guarguapo (Barrancas PostClásico), desgrasada con cauxí. Ya que en la Trinchera 7 de Cruxent y Rouse el componente temprano Barrancas (Barrancas Clásico) está prácticamente ausente, Sanoja (1979) inserta la alfarería pintada blanca y roja (Saladero) como contemporánea al complejo barrancoide más tardío; es decir, Los Barrancos (Barrancas Clásico). Posteriormente, Barse (1990:87) comentó que la alfarería Saladero encontrada en la Trinchera 7 debe ser intrusiva y posterior a la fase Barrancas Pre-Clásico y Clásico. Sin embargo todos están de acuerdo que la tradición barrancoide puede dividirse en tres fases de desarrollo estilístico. Para evitar confusiones de nomenclatura entre yacimientos y estilos, en este informe identiicamos los estilos, fases y/o componentes con las siglas SAL (Saladero), BAR-1 (Barrancas o Barrancas Pre-Clásico), BAR-2 (Los Barrancos o Barrancas Clásico) y BAR-3 (Guarguapo o Barrancas Pos-Clásico). El bajo y medio Orinoco han producido 2. Trasfondo del problema ‘Saladero’ Existen desacuerdos sustanciales sobre la interpretación de la secuencia cronológicacultural de El Saladero (Boomert 2000:284294; Barse 2000, 2009; Gassón 2002). Cruxent y Rouse consideran al componente Saladero como un complejo que antecede a, y es independiente de, Barrancas (o Barrancas Pre-Clásico). Sanoja y Vargas sin embargo argumentan que Saladero es un tipo de alfarería dentro del ajuar estilístico de la tradición barrancoide ya que ambas cerámicas ocurren juntas en los mismos niveles inferiores de todas las excavaciones, con la cerámica Saladero en proporción minoritaria. La excepción es la Trinchera 7 de Cruxent y Rouse, donde en los tres niveles inferiores Cuadro 1. Fechas convencionales del sitio Saladero sometidas por Cruxent y Rouse (1958-59) Calibración mediante OxCal v.3.10. Todas las fechas fueron procesadas en 1954-55 y en 1957-58. La muestra Y-41 “was inadequate and had to be run at half the standard pressure” (Ref. Science 122, 1955:959, y Radiocarbon Measuements Comprehensive Index [1967]: 210). *** Y-42a Y-42b y Y42c son tres fechados del mismo lote. La fecha R_Combinada fue obtenida mediante el programa de OxCal v.3.10. ( [X2 Test; df=2; T=0.0 (5% 6.0]). **** Y-40a and 40b son dos fechas del mismo lote. La fecha R_Combinada arrojó alta probabilidad de ambas ser la misma fecha (X2 Test al 5%; [df=2; T=0.6 (5% 3.8]). * ** 98 dos esquemas cronológicos contrastantes, uno largo y otro corto, que implican la selección de las fechas absolutas que más se ajustan al modelo desarrollo regional y migración favorecido por el investigador. En la Lámina 4 presentamos la cronología larga propuesta por Cruxent, Rouse y Roosevelt y la cronología corta, favorecida por Sanoja, Vargas y Barse. Incluimos además otra variante cronológica propuesta por Arie Boomert ya que es la de mayor aceptación hoy día. Es evidente que las abundantes fechas del medio Orinoco son sumamente problemáticas (DeBoer 1998:278). Aparte de la controversial autonomía cultural de SAL en el bajo Orinoco el problema es que las fechas de radiocarbono originales contienen desviaciones estándar muy amplias, a tal punto que los componentes SAL de la Trinchera 7 y BAR-1 de la Trincheras 1 y 6 se solapan considerablemente: ambos componentes tienen las mismas probabilidades de fechar en cualquier momento entre cal. 1400/1000 y 840/350 a.C. (2σ) (Cuadro 1). La fecha SI-863 del Corte 1 de Sanoja, asociada al complejo BAR-1, arrojó cal 780-400 a.C. (Cuadro 2). En un trabajo anterior propusimos que en El Saladero hay posiblemente la existencia de sedimento antropogénico (terra preta) en base a una foto tomada en 1950 por Rouse de la barranca (Oliver, 2008: Fig.12-20). Su presencia tiene importantes implicaciones relativas a la estabilidad y duración de las ocupaciones en el sitio (Arroyo-Kalin 2008; Petersen et al. 2001; Neves et al. 2003). Los resultados del análisis de las muestras de sedimentos de dos cortes que realizamos en El Saladero en febrero 2013 son discutidos en el ensayo de Manuel Arroyo-Kalin (este volumen). Otra interrogante se reiere a los cultivos del bajo Orinoco, para los cuales no existía ninguna evidencia empírica, sólo suposiciones de la presencia temprana (SAL) de la yuca (Manihot esculenta) y de especulaciones acerca de la introducción más tardía del maíz desde el medio Orinoco donde Roosevelt (1980; 1990: 66, 71-72, 83, 160-162) conirma su presencia durante la fase tardía de Corozal 1. Más adelante discutiremos los resultados e implicaciones de los análisis de granos de almidón realizados por Jaime Pagán-Jiménez. Lámina 1. Mapa topográico del dique del sitio Saladero en febrero de 2013. Las áreas ya desparecidas donde se ubicaban las Trincheras 1 a 9 excavadas por Cruxent y Rouse están aproximadamente indicadas al NE y SO del embarcadero ‘viejo’, ya derrumbado por el río. Comparar con el mapa publicado por Cruxent y Rouse (1958-59: Figura 180). Los círculos con los números 1 y 2 ubican dos cortes realizados en 02/2013 para el análisis de sedimentos BAR-2 son en efecto contemporáneos como insisten Sanoja, Vargas y Barse; (2) intentar reducir el rango de edad probable de las fechas para los diferentes estilos o componentes alfareros; y (3) obtener fechas más directas y precisas de las plantas identiicadas mediante el estudio de almidones. Las muestras se obtuvieron (en abril 2011) de la colección original de El Saladero (Trincheras 1 y 7) depositadas en el Museo Peabody de Historial Natural de la Universidad de Yale. En adición, durante nuestra investigación descubrimos que existían cuatro potes grandes de cristal con abundante cantidad de carbón vegetal procedente de las secciones S1, T2 y T3 de la Trinchera 7. De estos carbones (madera quemada) seleccionamos cinco muestras para fechar AMS con el objetivo de constatar si las fechas concordaban con las obtenidas de la pasta de la cerámica y de las costras de hollín, o 3. Resultados de las fechas 14C El programa de nuevos fechados tiene los siguientes objetivos: (1) determinar si SAL y 99 si variaban sustancialmente como resultado de posibles mezclas mecánicas de los carbones en sedimentos arenosos. Un total de 10 tiestos se seleccionaron: cinco de SAL, tres de BAR-1 y dos de BAR-2. Lamentablemente el intento de directamente fechar estos tiestos resultó negativo por lo cual la décima muestra no fue procesada. Aunque bajo el microscopio Patrick Quinn identiicó vacíos en las secciones inas de algunos de los tiestos probable eran evidencia (negativa) de la inclusión accidental de material vegetal (¿cariapé?), la presencia de carbón fue insuiciente. Desafortunadamente, la posibilidad de fechar los estilos cerámicos directamente quedó eliminada. También seleccionamos cuatro tiestos de la Trinchera 7 con residuos de alimentos carbonizados en la supericie interior del tiesto. Los resultados fueron totalmente inesperados, teniendo en cuenta de que todos arrojaron evidencia de almidones de plantas alimenticias. Como se aprecia en el Cuadro 5, las muestras produjeron fechas entre 27,430 a.P. y 27,330 a.P. (sin calibrar), es decir anteriores a la máximo glacial tardío (LGM) y con valores Δ13C entre -27.5 y -27.9. Curiosamente las fechas están en el orden estratigráico correcto, la más reciente en la capa superior. Una de las muestras (Yale Cat.: ANT.218113) fue fechada dos veces (OxA-28062, -28063) por lo cual podemos rechazar un error instrumental del laboratorio. Evidentemente, los restos carbonizados de alimentos están contaminados y las fechas deben ser rechazadas. Por el momento no hemos podido identiicar la fuente contaminación. No creemos que haya sido por el “Efecto de Reserva de Carbono” (Freshwater Resrevoir Effect), en donde el agua del río y las lagunas contienen carbono disuelto de una fuente o sustrato calcáreo que entra en la cadena alimenticia, tales como peces, aves y mamíferos acuáticos (Hart et al., 2013). Durante la conferencia del EIAA-3, Roosevelt opinó que la contaminación pudo haber sido causada por el uso regular de carbón fósil (coque) como combustible para cocinar por los grupos prehispánicos. Al descartar la vasija rota en el basural la costra de hollín debió contaminarse con las cenizas y carbones minerales de las hogueras. Es posible, pero la hipótesis de Roosevelt no nos convence del todo. Hasta donde sepamos, el coque (carbón mineral/fósil) o carbón inerte (dead carbón) no es accesible en concentraciones y cantidades suicientes para el consumo diario en las cocinas. Recolectar fragmentos o pedacitos de carbón mineral dispersos por la zona nos parece un método de extracción ineiciente en comparación con la fácil recolección de la abundante leña del bajo Orinoco. Actualmente, estamos realizando estudios microscópicos y geo-químicos adicionales de las muestras, tales como espectrofotometría, para identiicar la composición la costra y la naturaleza del carbono (¿derivados de petróleo?). Existe la posibilidad de que en algunos casos, la pared interna de la vasija haya sido sellada con algún material mineral “resinoso”, como la brea o el mene. Esta última posibilidad parece insinuarse en la última fecha AMS (Oxa-28,209), que también resultó fallida. La fecha rebasó los límites de años radiocarbono −más de 49,600 a.P. (Cuadro 4). La muestra no es madera carbonizada sino un conglomerado de sedimentos y un material exudado que, según Lee Newsom, posiblemente fuera el producto de la combustión de madera. Newsom nos recomendó no fecharla. Pero en su informe agrega comentarios que nos indujeron a tomar el riesgo. “Yo supongo que probablemente sería mejor no fechar este material, aunque me he estado preguntando si actualmente arrojase la fecha más puntual ya que el exudado posiblemente podría derivase de la leña durante el proceso de quema; sin embargo, si es algún otro [tipo de] residuo [entonces] es mejor no sacriicar un fechado; quizá es un alguna mezcla del proceso de preparación de la cojoba (Anadenanthera peregrina) o simplemente representa exudados para utilizados como pegamento o para otros propósitos, o incluso otros tipos de residuos alimenticios” (Newsom, comunicación personal, 22/02/2013; traducción nuestra). Thomas Higham, por su parte, comentó que este material exudado (resina o pegamento) bien podría ser la fuente de contaminación de las costras de hollín de los tiestos (comunicación personal, 30/08/2013). No todos los intentos de fechar Saladero han sido fallidos. Cuatro muestras de carbón vegetal dieron resultados coherentes (Cuadro 4). Los carbones fueron previamente identiicados por Lee Newsom para asegurar que no fuesen maderas antiguas, de lento crecimiento. La estructura celular de las muestras indica que pertenecen a las familias Annonacea y/o Guttiferae (Taxon 3) o a las familias Cecropiae, Malvaceae y/o Sterculaceae (Taxon 1+2). Tres fechas (Oxa-28,208, OxA-28,167 y OxA28,168) de las unidades T2 y T3 arrojaron fechas: cal. 786-517 a.C., 788-541 a.C., y 806-594 a.C. (2σ) (Cuadro 4), asociadas principalmente al 100 Cuadro 2. Fechas convencionales del sitio Saladero sometidas por M. Sanoja (1968-69)* * Calibración mediante OxCal v.3.10. Todas las fechas fueron procesadas en 1968-69 ** Los niveles arbitrarios son de 20cm *** La fecha de SI-862 (?) fue erróneamente identiicada como muestra no. SI-861 por Sanoja (1979:187) y Sanoja y Vargas (1978:264). Mientras que la fecha SI-870 fue erróneamente identiicada como SI-861 por los mismos autores Cuadro 3. Fechas convencionales del Sitio Los Barrancos sometida por Cruxent y Rouse (1956-57)* * Calibración mediante OxCal v.3.10. Todas las fechas fueron procesadas en 1956-57 ** Y-499-1a and Y-499-1b son dos fechas de la misma muestra. La prueba X2 indica una alta probabilidad de ser fechas diferentes (falla la prueba de X2 al 5% (T=25.19). Ambas fueron rechazadas por ser “demasiado divergente” (Radiocarbon 1, 1959:169; Radiocarbon Measuements Comprehensive Index [1967]:215; Cruxent & Rouse 1958-59:15) Cuadro 4. Nuevas fechas AMS del sitio Saladero sometidas por Oliver (2013)* * Calibración mediante OxCal v.3.10. La muestra OxA-28209 queda fuera del rango (cal 63923 ± 19968 a.P.). **“Taxa 1+2” indica que los Taxon 1 y Taxon 2 inicialmente estuvieron segregados, pero que un análisis posterior demostró que cubren un solo taxón (Newsom, comunicación personal, 2012). 101 sedimento consiste de una arena muy ina de color marrón muy pálido a amarilla (10YR7/47/6), o blanca (10YR 8/1) cuando seca. Entre ambos estratos existe un sedimento transicional que aclara su color (desmelanización) según aumenta la profundidad, desde marrón (7.5 4/4) a marrón amarillento claro (10YR 6/4). La mayor densidad de cerámica (Cuadro 6A) se concentra en el sedimento superior donde predominan las cerámicas BAR-2 y BAR-3. El espesor de las dos “capas” superiores varía entre las diferentes trincheras y cortes, pero el sedimento superior marrón oscuro es más grueso en los puntos altos cerca de la barranca y más delgado en dirección hacia la pendiente que conduce a la vega y lagunas. El sedimento oscuro de la supericie es el que especulamos quizá fuese antropogénico (terra preta), no sólo por el color marrón oscuro sino además por contener una alta densidad de tiesos (4,479 tiestos o 65.2% del total; Cuadros 6A, 6C). El análisis de Manuel Arroyo-Kalin (este volumen) de las muestras tomadas de los Cortes 1 y 2, cerca del embarcadero viejo, demuestra que no son de terra preta (Lámina 1). Pero hay que considerar que estas muestras se tomaron en una zona que hoy está entre 50-100m al oeste de donde se encontraba la barranca en 1950. El análisis de Arroyo-Kalin (este volumen) no demuestra si hubo o no terra preta cercana a la barranca en el pasado (1950); pero sí demuestra que no la hubo en la zona 50-100m más al interior. De haber existido una franja de terra preta sobre la barranca, sería señal de ocupación prolongada e intensa; pero 50100m al oeste, sabemos ahora que no se dieron dichas condiciones de intensidad habitacional para formar terra preta. En total, la Trinchera 7 cubre 24m2, dividida en cinco unidades de 4m2 cada una. Primero se excavaron las unidades S1 a S4 (2x8m) y después se amplió la trinchera con las unidades T2 y T3 (2x4m). Todas fueron excavadas en niveles arbitrarios de 25cm y los materiales cernidos en seco. Esta trinchera presenta una estratigrafía algo más compleja que las demás excavaciones de El Saladero (Lámina 5). Están presentes el sedimento superior, o Contexto 1, el sedimento transicional (Contexto 2) y la arena marrón pálida o amarillenta hacia la base (Contexto 4). El Contexto 2 aparece ilustrado en el dibujo de campo, pero fue eliminado en el publicado por Cruxent y Rouse (1958-59: Fig. 180) seguramente porque no hay discordancias abruptas entre los contextos 1-2 y 2-4. Nosotros creemos que es útil marcar la zona de componente SAL. Las fechas convencionales asociadas a cerámicas de estilo SAL, con amplias desviaciones estándar, sugerían fecha probable (94.5% de certidumbre) máxima de 1400/1000 a.C. y una mínima entre 800350 a.C. (Cuadros 1, 2). Las nuevas fechas indican, con un 94.5% de probabilidad, de que la fecha cae dentro del rango más reciente de las fechas convencionales. Es decir, las fechas convencionales originales son esencialmente correctas; las tres nuevas fechas sin embargo ofrecen una mayor precisión, al reducir signiicativamente el intervalo cronológico de probabilidad. La cuarta fecha, OxA-28,166 (Cuadro 4), proviene de la Unidad S1 (nivel 4: 75-100cm), donde predomina la cerámica barrancoide (en particular, BAR-2). La fecha calibrada es 1418-1271 a.C. (2σ). A primera vista, la fecha está fuera del orden esperado. Las fechas convencionales asociadas a cerámicas de BAR2 en el sitio cabecero Los Barrancos y en El Saladero (en otras trincheras o cortes) sugieren que dicho estilo cerámico debería fechar a mediados del primer milenio d.C. (Cuadros 2, 3). Pero la Unidad S1 presenta una estratigrafía complicada cuyas implicaciones discutiremos más adelante. Afortunadamente, aún tenemos cinco muestras adicionales para fechar en Oxford que esperamos puedan aclarar esta inconsistencia. Las nuevas fechas, claro, no resuelven del todo el problema de sus asociaciones con los estilos cerámicos o fases de ocupación, en particular los componentes SAL vs. BAR-2. Es útil volver a revisar dichas asociaciones haciendo referencia muy particular a las notas de campo originales de Rouse (notas, 1950), depositadas en la Biblioteca Irving Rouse del Museo Peabody de la Universidad de Yale. Estas son importantes ya que registran observaciones que amplían y aclaran la breve síntesis de Cruxent y Rouse (1958-59:211-233). 4. Evaluación de los contextos: estratigrafía, alfarerías y fechas La estratigrafía del sitio El Saladero es relativamente simple, salvo en los casos en que se detectaron entierros humanos o fogones (Sanoja 1979: Fig.30-32; Cruxent y Rouse 1958-59:314). El sedimento hacia la supericie varía de franco-arenoso a arenofrancoso (Castillo 1965:281), es de textura ina y de color marrón oscuro a marrón grisáceo muy oscuro (10YR3/3-3/2). Hacia la base, el 102 Lámina 4. Tres modelos cronológicos propuestos para el bajo y medio Orinoco. En este trabajo tres nuevas fechas AMS indican que el inicio de la fase y componente Saladero (SAL) se ubica cal. 800-500 a.C. Lámina 5. Estratigrafía de las unidades S1 a S4 (izquierda) y dibujo de planta de la Trinchera 7 (derecha). Las descripción de la estratigrafía y el plano son nuestra reconstrucción basada en los dibujos y notas de campo originales de Rouse (notas, agosto, 1950). 103 Cuadro 5. Almidones y fechas AMS de los tiestos del sitio Saladero sometidas por Oliver (2013)* * Las muestras de granos de almidón fueron tomadas de la costra de alimentos carbonizados de la supericie interior del tiesto y/o de los intersticios de la supericie interior. Todas las fechas resultaron estar contaminadas con carbón inerte (dead carbon; old carbon). La fuente de contaminación está aún por determinar. Nótese que OxA-28062 y OxA-28063 son dos muestras tomadas de la misma muestra (ANT.218113). Análisis de almidón fueron realizados por J. Pagán-Jiménez. ** SAL= estilo Saladero; BAR-1= estilo Barrancas o Barrancas Pre-Clásico; BAR-2= estilo Los Barrancos o Barrancas Clásico; BAR-3= estilo Guarguapo o Barrancas Post-Clásico transición (Contexto 2) aun cuando sus bordes hayan sido, en realidad, difusos. La Trinchera 7 presenta además una serie de lentes (que no son “capas”) de color oscuro (Lámina 5: Contexto 3) que descansan sobre la arena amarillenta basal (Contexto 4). El Contexto 3a también descansa sobre el Contexto 4 y se limita a las unidades S2, S3, T2, y T3. El Contexto 3a cubre el elemento designado como Fogón #3. Según Rouse, el fogón: “consiste de una tierra marrón rojiza, aparentemente descolorada por el fuego. [Cuando es] asida con la mano [se aguanta en] bloques, pero es arena [suelta] cuando prensada con la mano. No hay muchos fragmentos de carbón, pero sí mucha ceniza. Descansa sobre un depósito que consiste de arena amarillenta teñida de negro” (Rouse, notas 14/08/50; nuestra traducción y énfasis). Los lentes subyacentes de “arena amarillenta teñida de negro” se observan en el peril de la pared este de las unidades S2 y S3 (Lámina 5: Contextos 3b y 3c). Parece ser que el Contexto 3a, que arropa este fogón, consiste de un sedimento compacto (al igual que el fogón) de color “marrón rojizo” que en varias ocasiones Rouse también describe como “tierra negra”. 104 Observa además que la arena negra/marrón rojiza “contiene basura concentrada” y que los sedimentos del fogón y el basural (Contexto 3a) “son más compactos que en el resto de la [unidad]” (Rouse, notas: 14/08/50; nuestra traducción). En las notas de la Unidad S2, nivel 5 (100-125cm) Rouse anota que el sedimento “rojizo marrón” se extiende hasta 2/3 de la unidad a partir de la pared Este (lado S2-S3) y, de nuevo, anota que “aquí hay considerable basura, bien concentrada” (Rouse, notas: 12 y 13/08/50; nuestra traducción). En las notas de la Unidad S3, nivel 5, Rouse (notas: ibid.) observa que el “depósito de arena marrón rojiza contiene el material parecido a Cuevas [es decir, el estilo Saladero] que continua hacia la esquina T3 [al este]”. Pero en el lado S3S4 (oeste), “hay una arena marrón mediana [Lámina 5: Contexto 3 en la pared oeste] que arrojó el material transicional Barrancas Clásico [BAR-2]”. Es decir, los Contextos 3a, 3b, y 3c están asociados con depósitos alfareros del estilo SAL. Por otro lado, los lentes del Contexto 3, visibles en la pared oeste de las unidades S1 a S4, están asociados a cerámica barrancoide, donde predomina el estilo Los Barrancos (BAR-2). Es claro que las cerámicas SAL y BAR-2 surgieron de contextos diferentes. Lamentablemente, los materiales los embolsaron juntos bajo el mismo nivel arbitrario, por lo cual las estadísticas no relejan la separación de los tiestos de cada contexto aunque Cruxent y Rouse lo observaron durante la excavación (Cuadros 6A-C). El Contexto 3a es el que Cruxent y Rouse (1958-59:215) describen como un “pequeño montículo [midden] de cumbre redondeada”, asociado a la cerámica de estilo SAL. En las unidades S2, S3, T2 y T3, el Contexto 3a ocurre entre los niveles 5 y 6 (100-150cm) que arrojaron 1,323 tiestos SAL contra 148 tiestos barrancoides (BAR-2). Los niveles 7 y 8 (150-200cm) abarcan los Contextos 3b y 3c (Lámina 5: pared este) y los lentes (Contextos 3, pared oeste) así como el Contexto 4. En esos niveles, las unidades S2-S3 y T2-T3, arrojaron 150 tiestos SAL contra sólo 5 de la fase BAR-2 (Cuadros 6B, C). Estos datos indican que a partir del nivel 5 hay una abrumadora predominancia de cerámica SAL asociados a los Contextos 3a, 3b y 3c, así como con la arena amarillenta basal (Contexto 4). Es el Contexto 3a el que Sanoja (1979: 27-28) reclamó ser “una especie de bolsón” intrusivo que supuestamente provenía del estrato superior donde predomina la cerámica barrancoide. En consecuencia Sanoja propuso que el estilo SAL no es un complejo cultural autónomo sino un tipo de alfarería (ware) dentro la fase Barrancas Clásico (BAR-2). En su análisis, Barse ofrece una variante acorde con esta interpretación: “Yo interpreto a esta capa [Contexto 2] como otra unidad de deposición que cubre la supericie [Contexto 4] donde la ocupación Barrancas [es decir, BAR-2] descansa; es una capa o un horizonte de paleosol el cual es penetrado por el elemento de pozo o basurero [con cerámica] Saladero” (Barse 1990: 87). Nosotros no estamos de acuerdo de que el Fogón #3 y el Contexto 3a sean elementos (features) intrusivos que penetran y cortan el Contexto 4 (arena amarillenta). Por falta de espacio no entraremos en un argumento más detallado, pero un vistazo a las notas de Rouse y los periles (Lámina 5) sugieren que el Fogón #3 tuvo que formarse in situ y que el basural (Contexto 3a) descansa sobre −no penetra− el Contexto 4. Sin embrago concordamos con Barse que en la Trinchera 7 (y su vecindad) no hubo una ocupación correspondiente a la fase Barrancas Pre-Clásico (BAR-1), tal como sucede en otras zonas del sitio. Nuestro reanálisis de las colecciones depositadas en el Museo Peabody (Oliver 1978) airma que los pocos tiestos que Cruxent y Rouse identiicaron como estilo Barrancas (BAR-1) son en efecto modos (atributos) de pasta, forma y decoración predominantes durante la fase BAR-1 pero que persisten en la fase BAR-2, aunque con mucho más baja frecuencia. De un total 4,349 de tiestos barrancoides solamente 118 (2.4%) tiestos con atributos BAR-1 se identiicaron en la Trinchera 7. Éstos, aunque sean de estilo Barrancas (BAR-1), son tiestos ya de la fase BAR-2. Cruxent y Rouse no dibujaron los periles de pared de las unidades T2-T3. Sin embargo, el peril de la pared este de la Trinchera 7 de las unidades S2-S3 puede considerarse una imagen en espejo de la pared oeste de las unidades T2 y T3 (Lámina 5). La estratigrafía de la pared norte de la Unidad T3 puede observarse a grosso modo en la foto de la Lámina 6. La pared norte muestra claramente el Contexto 1 que recubre el sedimento transicional (Contexto 2) y éste, a su vez, cubre el Contexto 4 de arena clara. Dentro del Contexto 4 observamos una serie de betas onduladas de color oscuro interdigitadas con arena clara. Estamos razonablemente convencidos que son raíces, fenómeno que hemos observado en nuestros Cortes 1 y 2 para el estudio de sedimentos (Arroyo-Kalin, este volumen). El Contexto 3a y los lentes 105 Cuadro 6A. Trinchera 7: Conteo total de la cerámica por nivel y unidad (SAL, BAR 1-3 y Apostadero) Cuadro 6B. Trinchera 7: Frecuencia (N=) de la cerámica Saladero (SAL) por nivel y unidad Cuadro 6C. Frecuencia (N=) de la cerámica de la fase Los Barrancos (BAR-2) por nivel y unidad* * Estos incluyen tiestos de estilo Barrancas (BAR-1) pero cuyos modos (atributos) persisten en el estilo Los Barrancos (BAR-2) y, por ende, son de la fase Los Barrancos (BAR-2) (Contextos 3 y 3b-c) no se ven en el peril de la pared norte, puesto que éstos se limitan al cuadrante suroeste de la unidad. Para discutir los contextos de las fechas y estilos cerámicos en relación a la distribución de los diferentes sedimentos, hemos reconstruido las plantas de los niveles 5 y 6 de la unidades T2 y T3 en base a las notas originales de campo de Rouse (notas, 18/08/50; Lámina 7). En el nivel 5 (100-125cm), Rouse anotó que la mitad norte de la Unidad T2 y la mitad sur de la Unidad T3, hay una zona de sedimentos “médium brown” [marrón mediano] que corresponde a lo que identiicamos como el sedimento intermedio o Contexto 2 en las unidades S1 a S4. En el resto de ambas unidades, el suelo es marrón claro, en efecto, la arena amarillenta o Contexto 4. Lo importante de este nivel 5 es que Rouse anota que “la mayoría” de los tiestos con atributos barrancoides (es decir, BAR-2) están asociados al sedimento transicional, mientras que la mayoría de los tiestos “parecido al estilo Cuevas” de Puerto Rico (es decir, estilo SAL) aparecen en los sedimentos más claros, es decir, Contexto 4. En total la Unidad T2 tiene 95 tiestos SAL contra 44 tiestos BAR2; la Unidad T3, tiene 65 tiestos SAL contra 7 tiestos BAR-2 (Cuadros 6B, 6C). Debido a estas observaciones, Cruxent y Rouse embolsaron por separado los carbones recuperados en los sedimentos oscuros (Contexto 2) de los colectados en los sedimentos claros (Contexto 106 Lámina 6. Foto de la pared norte de la unidad T3, Trinchera 7 (Rollo 62, exposición no. 7; colección del Museo Peabody, Universidad de Yale). Se observa el sedimento oscuro (Contexto 1), seguido de un sedimento transicional algo más claro (Contexto 2). Entre 75-100cm de profundidad comienza el sedimento de arena clara o marrón pálido, o amarillenta (Contexto 4). Las laminaciones dentro del Contexto 4 (~125cm) son el producto de raíces. En esta pared norte no se observan los lentes de los Contextos 3, 3c-d ni tampoco el fogón y Contexto 3a. Nótese que en la Unidad T3 sólo se excavó la mitad sur del nivel 7 (150-175cm). Una ventana (test pit) al fondo de la unidad T3 (nivel 8) fue excavada hasta 200cm. Esta resultó ser culturalmente estéril. El obrero está parado en la esquina U4 donde se obtuvieron las muestras fechadas mediante AMS. Las profundidades son aproximadas. 4). De este nivel se obtuvo la fecha Y-41 contaminada de 6200±380 a.P. (Cuadro 1), pero nosotros obtuvimos la fecha OxA-281208 calibrada, 786-517 a.C. (Cuadro 4). Sabemos que esta muestra (Yale Cat.: ANT.268879) procede de la esquina noreste donde había una concentración de carbón mezclada en la matriz de arena más clara (Contexto 4). En la Unidad T3, nivel 6 (125-150cm), con excepción de la base del Fogón #3 en la esquina suroeste, el sedimento es uniformemente una arena amarillenta o marrón pálida (“light or yellowish brown”); es decir, Contexto 4. Ya hacia los 140-145cm de profundidad la unidad es culturalmente estéril, aunque Rouse menciona que había poco carbón. En la Unidad T2, a pocos centímetros de iniciado el nivel 6 (125- 150cm), el sedimento es uniformemente arena amarillenta (Contexto 4); la mitad sur ya deja de aportar restos cerámicos a los 140-145cm. A pesar de todo, los tiestos recuperados en el nivel 6 de ambas unidades son predominantemente del estilo Saladero: 28 en T2 y 161 en T3 y solamente 5 del estilo BAR-2 (Cuadros 6B, 6C). De la Unidad T2, nivel 6, hay una fecha convencional (Y-42 [R-Combinado]) calibrada entre 1300-840 a.C. (2σ) (Cuadro 1). Hay además nuestras dos fechas AMS (Oxa-28167, 28168) que calibran respectivamente a 788541 a.C. y 806-594 a.C. (2σ) (Cuadro 4). Las tres fechas proceden de la mitad sur (lado T2-U2) de la unidad y del mismo lote (Yale Cat.: ANT.268943). De la Unidad T3, nivel 6, hay una fecha (Oxa-28208), cal.786-517 a.C. 107 contexto, si las limitamos a 1σ de probabilidad, están en armonía con las fechas AMS a 2σ de probabilidad. Estas fechas están asociadas a una preponderancia signiicativa de tiestos del estilo cerámico Saladero. (2σ) y proviene del lote central de la unidad (Yale Cat.: ANT.268878). Del mismo nivel 6 proceden las fechas convencionales Y-43 (cal. 1150-550 a.C., a 1σ) e Y-44 (840-510 a.C., 1σ) (Cuadro 1). La muestra Y-44 procede también del lote colectado en el 1/3 central de la unidad (Yale Cat.: ANT.268878), pero la fecha Y-43 procede de un lote recolectado en el 1/3 sur de la unidad (Lámina 5: lado T3-U3). Este último lote ya no existe en las colecciones del Museo Peabody; debieron utilizarse todas las muestras de carbón. Hay que aclarar que aunque según Rouse (notas: 18/08/50) hubo una mezcla accidental de los carbones de nivel 5 y 6 de la unidad T3 (Lámina 5: lote ANT.268878), las fecha calibrada resultó ser prácticamente la misma (~800-500 a.C.) que las dos obtenidas de la Unidad T2, nivel 6. Aún queda el problema de la única fecha existente para las unidades S1 a S4: OxA-28166 del nivel 4 (75-100cm) de la Unidad S1, la más al sur y a 11m de la barranca (en 1950), la cual calibra a 1418-1271 a.C. (2σ) (Cuadro 4). Rouse (notas: 08/12/50) indica que el sedimento pasa de un “humus marrón oscuro hacia el tope” a una “arena marrón mediana”. Esta última, nos dice, “aparece hacia la base del nivel en el lado S1-T1 [sur], pero está hacia el tope en el lado S2T2 [norte]; la mayoría de los artefactos viene del humus.” Y, añade, “hay mucho carbón” en todo este nivel. Este nivel contiene relativamente pocos tiestos (n=51), de los cuales: 4 son SAL; 44 son BAR2; 3 son Bar-3; y 1 es Apostadero (Cuadro 6A). Los periles de las cuatro paredes de la Unidad S1 (Lámina 5) indican que este nivel arbitrario corta a través de los Contextos 1, 2 y 4. No es posible precisar de cual contexto proviene la muestra. Dada la predominancia de la cerámica barrancoide (92.1%), esperábamos que la muestra de carbón también procediera de actividades de la fase BAR-2 de ocupación (y no de la fase temprana BAR-1, ya que no está presente en la Trinchera 7) y, por lo tanto, que la fecha fuese posterior a los ~800-500 a.C. obtenidos de los niveles 5-6 de las unidades T2-T3. Como ya indicamos, la fecha (cal. 14181271 a.C.) nos parece ser demasiado antigua, especialmente si aceptamos que las fechas más tempranas de asociada a componentes BAR-2 en otros cortes de El Saladero y en el sitio de Los Barrancos son ~400-500 d.C. (Cuadros 2, 3). Por el momento, la asociación de esta fecha debe considerarse dudosa. Queda entonces ampliamente conirmado que el Contexto 4 (T2-T3: niveles 5-6) fecha ~800500 a.C. Las fechas convencionales del mismo 5. La evidencia microbotánica y discusión inal En el Cuadro 5 resumimos los datos relevantes de los seis tiestos cerámicos seleccionados para someter a análisis de almidones. De éstos, dos son cerámicas de estilo SAL de la Trinchera 7, uno es de estilo BAR-1 seleccionado de la Trinchera 1 (unidad B2, done predomina BAR-1) ya que en la Trinchera 7 no hay una ocupación BAR-1, uno del estilo BAR2 y, inalmente, dos son del estilo BAR-3 (Guarguapo). Cuatro de los tiestos contenían material carbonizado en la supericie interior de donde Jaime Pagán Jiménez tomo muestras. Como ya indicamos, las fechas AMS de las cuatro muestras resultaron contaminados. Otros dos, sin costras de “carbón”, también fueron muestreados en sus supericies internas. En total, Pagán examinó ocho muestras ya que en dos tiestos se muestrearon en dos zonas diferentes (Cuadro 5: Yale Cat.: ANT.214222 y 218686). Los resultados fueron positivos. En términos globales, el maíz (Zea mays) se registra en 8 de 8 (100%) muestras; la yuca (Manihot spp., cf. esculenta), el ají (Capsicum spp.) y las leguminosas, cada una se registran en 3 de 8 (37.5%) muestras. Posiblemente almidones de ñame (cf. Dioscorea spp.) se encuentran en un fragmento de budare decorado asociado al estilo SAL, mientras que posibles almidones de Marantacea (silvestre) se registran en un tiesto BAR-3. El maíz aparece asociado a cerámicas de todas las fases de ocupación en El Saladero. Aceptando la fecha de cal. 800-500 (2σ) para el componente SAL, el almidón de maíz muy probablemente tenga esa misma fecha inicial. En un caso (muestra #12-27a) los granos de almidón de maíz presentan atributos que Pagán sugiere tentativamente sean producto de fermentación. La presencia de maíz hacia 800 a.C. (~2500 a.P.) no nos sorprende, pues desde Panamá y Ecuador hasta las tierras bajas de Amazonía, hay evidencia arqueobtánicas de su presencia temprana a partir de aproximadamente 7500-4500 a.P. (Blake 2006; Bonzani y Oyuela 2006; Arroyo-Kalin 2012:12). En Parmana, medio Orinoco, el maíz se constata para la fase tardía de Corozal 1 (Roosevelt 1990: 66, 108 71-72, 83, 160-162), es decir, alrededor de 500 a.C. (Lámina 4). Igualmente tardíos son los almidones de maíz del sitio Pozo Azul Norte (Puerto Ayacucho, medio Orinoco) asociados a fechas posteriores al 250 d.C. (Perry 2001:205209; Barse 2008). En in, es de esperar que la presencia del maíz en medio Orinoco sea muy mucho más antigua. No es posible, sin embargo, determinar la variedad del maíz en El Saladero. ¿Cuándo se convertió en un alimento base? ¿Llegó a convertirse en el alimento base?. En la Trinchera 7 (Rouse, notas: 38/03/58) sólo hay 2 machacadores líticos (unidad T2, nivel 3) y dos piedras de moler (unidades S1 y S4: nivele 3) asociados a cerámicas BAR-2 y BAR-3, lo que posiblemente indique un nivel bajo de producción de maíz harinoso. Finalmente, estudios de ADN indican que la mandioca fue domesticada en la región suroeste de Amazonía (alto Madeira-Acre) (Olsen y Schaal 2006); ya hacia 10,300 a.P. aparece en contextos precerámicos en alto Valle de Zaña, Perú y en Panamá donde ha arrojado fechas del 6to milenio a.P. (Piperno 2011; Arroyo-Kalin 2012:12). Aunque en el bajo Orinoco podemos situar la yuca alrededor de 2500 a.P. es muy probable que en un futuro no lejano se compruebe una antigüedad de <4000 a.P. El re-emplazo de maíz por la yuca como alimento base que generó una explosión demográica y complejidad social (Roosevelt 1980) en el Orinoco no parece ser toda la historia; aún faltan datos empíricos, incluyendo más estudios de isótopos estables que iluminen aspectos de la dieta humana. En este ensayo sólo hemos dado un primer paso. Referencias Citadas Arroyo-Kalin, Manuel, 2008, Steps towards and Ecology of Landscape: A Geoarchaeological Approach to the Study of Anthropogenic Dark Earths in the Central Amazon Region, Brazil. Tesis de PhD inédita, Departamento de Arqueología, Universidad de Cambridge. Arroyo-Kalin, Manuel, 2012, Slash-burn-andchurn: Landscape History and Crop Cultivation in Pre-Columbian Amazon. Quaternary International 249: 4-18. Barse, William P., 1989, A Preliminary Archaeological Sequence in the Upper Orinoco Valley Territorio Federal Amazonas, Venezuela. Tésis de PhD sin publicar, Departamento de Arqueología, The Catholic University of America, Washington, D.C. 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Nuestro agradecimiento especial a Ben Rouse quién nos facilitó las colecciones del Museo Peabody y todas sus notas de campo. 109 Lathrap, Donald W., 1964, An Alternative Seriation of the Mabaruma Phase, Northwestern British Guiana. American Antiquity 39(3): 353-359. Lathrap, Donald W., 1966, A Return to the More Probable Interpretations. American Antiquity 31(4): 558-566. Lathrap, Donald W., 1970, The Upper Amazon. Southampton: Thames and Hudson. Lathrap, Donald W., 2010, El Alto Amazonas. Edición facsímile con prólogo de Ricardo Chirinos Portocarrero. LimaIquitos: Chataro Editores e Instituto Cultural RVNA. Lewis, William, Stephen K. Hamilton, Margaret A. Lasi, Marco Rodríguez, and James F. Saunders III, 2000, Ecological Determinism on the Orinoco Floodplain. BioScience 50(8): 681-692. Lima, Helena Pinto, 2008, Història das Caretas: A Tradicão Borda-Incisa na Amazônia Central. Tesis doctoral inédita. 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Este estudio viene a abarcar la escala temporal de corto plazo en el sector de la Gran Sabana. Desde el punto de vista teórico, el trabajo parte de la concepción del paisaje como cuasi-objeto u objeto híbrido (en el sentido de Latour 2007) como concepto teórico fundamental, ya que rechaza la ontología dualista tradicional de la relación sociedad-naturaleza a favor de perspectiva monista, centrada en el paisaje como el resultado o manifestación material de dicha relación (Crumley 1994). Uno de los avances más importantes en las ciencias contemporáneas es el reconocimiento del carácter histórico de la naturaleza, lo que condiciona tanto su estructura presente como su futuro (Bowler, 1998: 5). De esta forma, la Ecología Histórica se plantea como síntesis de la ecología de paisajes y la antropología histórica, rechazando la distinción entre paisajes naturales y humanizados. De la misma manera, critica el enfoque sincrónico y el énfasis en el equilibrio (homeostasis), típico de muchos estudios tradicionales. La ecología histórica se plantea como el estudio de las relaciones entre sociedad y ambiente en secuencias temporales de largo, mediano y corto plazo, tomando el concepto de paisaje como concepto uniicador y unidad fundamental de análisis. Lo anterior necesariamente supone trabajar con un enfoque transdisciplinario, en el que los investigadores/as trascienden sus propios campos, llegando a compartir un marco epistémico amplio y una nueva metametodología que les sirve para integrar conceptualmente las diferentes orientaciones de sus análisis (Martínez, 2009: 91). En este sentido este estudio contempla la correlación Introducción Este estudio se propone estudiar el impacto de procesos históricos recientes (últimos 300 años) en la formación del paisaje actual de la Gran Sabana (Sector Oriental del Parque Nacional Canaima). Hasta la fecha, la ecología histórica de la Gran Sabana ha sido poco estudiada, y las pocas investigaciones realizadas han tendido a enfocarse en cambios en el paisaje a escala milenaria. Testimonios orales recientes de abuelos Pemon sugieren la necesidad de prestar mucha más atención a la historia colonial para explicar cambios recientes en el paisaje. Se busca problematizar y complejizar explicaciones tradicionales hechas sobre los procesos de cambio en el paisaje de la Gran Sabana que tienen a poner una carga negativa al rol que ha jugado el Pueblo Pemon moldeando dinámicamente el paisaje. Argumentamos, de modo similar a lo propuesto Zent (1998) para el caso de los Piaroa en el Estado Amazonas, que el contacto colonial conllevó cambios intensos en el patrón de asentamiento y ocupación de los habitantes de la Gran Sabana, con movimientos migratorios y abandonos temporales de sus territorios que implicaron un mantenimiento mucho menos continuo y dinámico del paisaje. Estos cambios, en combinación con eventos de sequia extrema, informan las causas de cambios importantes en el paisaje de la Gran Sabana de principios del siglo pasado, tales como incendios catastróicos que son frecuentemente señalados como indicadores de malas prácticas locales de uso de fuego. Este estudio forma parte del Proyecto “Impacto del cambio climático y de la ocupación humana en los mosaicos sabana-bosque de la cuenca del Orinoco: un enfoque transdisciplinario”, el cual se propone la caracterización y el análisis de los cambios ambientales ocurridos durante el Holoceno (últimos 10000 años) 113 geológicos y biológicos, el PNC fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO en 1994. A pesar de su valor ecológico y cultural, la ecológica histórica de la Gran Sabana ha sido poco estudiada. Solo en tiempos recientes es que se han comenzado a estudiar los procesos de formación del paisaje y los cambios en la vegetación a escala milenaria, tratando de aclarar una gran incertidumbre que ha existo sobre el origen de la vegetación mixta de bosque-sabana del área. Por siglos, ha existido una narrativa dominante en la zona que sostiene que la Gran Sabana fue en un pasado remoto una zona cubierta por bosques y que la reducción del bosque ha sido causada por los Pemon. Esta narrativa se ha reairmado a sí misma con la suposición (asumida por muchos como cierta) que los Pemon son pobladores recientes de la zona, habiendo sido empujados desde el norte de la Gran Sabana en la época de la colonia. Esta narrativa se ha aianzado entre círculos ambientales y gestores ambientales por dos razones: a) los Pemon usan el fuego habitualmente en una variedad amplia de actividades de subsistencia, tanto en el bosque como en la sabana, b) existen evidencias físicas de incendios catastróicos ocurridos a principios del siglo XX, que son señalados como evidencia del poder destructivo del fuego y de la expansión de la sabana a expensas del bosque, c) el fuego es percibido como una gran amenaza para la conservación de las funciones hídricas de los bosques de la zona, de lo cual depende en gran medida la vida útil de la represa del Guri. Dicha narrativa ha sido problemática por varias razones: por un lado, le conferido un carácter negativo a los Pemon en la formación del paisaje, sugiriendo que han tenido un rol como destructores más que moldeadores del paisaje. Segundo, sugiere que los Pemon no tienen conocimientos sobre el uso sustentable del fuego, y por lo tanto ha invisibilizado sus saberes ambientales y su contribución en la formación y mantenimiento del paisaje. Tercero, por su visión catastroista hace imperativa una intervención externa para la regulación y el control de los usos locales en la zona, planteado la necesidad de la eliminación y reducción del fuego en el paisaje. Y cuarto, invisibiliza el papel que pueden haber tenido procesos históricos vinculados al contacto de las culturas indígenas con la sociedad colonial y Republicana en la formación del paisaje. de diferentes tipos de datos, incluyendo datos etnográicos, históricos, arqueológicos y ecológicos sobre la formación del paisaje de la Gran Sabana. La información etnográica e histórica ha sido recogida por vía oral entre diferentes poblaciones indígenas de la Gran Sabana (Venezuela) y Guyana desde 1970 hasta el presente, a través de investigaciones etnográicas tradicionales y participativas. De igual modo se ha hecho una revisión exhaustiva de documentos etnográicos, material hemerograico diverso y fuentes históricas. Los datos arqueológicos y ecológicos provienen de estudios previos realizados por los miembros del equipo o por de investigaciones realizadas por otros colegas. El estudio analiza: a) El patrón de ocupación humana en la Gran Sabana antes de la conquista, b) Las etapas de conquista/presencia colonial en el Sur de Bolívar-Norte de BrasilEste de Guyana, c) Los patrones de cambio de ocupación humana durante la conquista, y d) Los cambios ambientales (años de sequia extrema) entre los siglos XVIII y XX y sus impactos en el paisaje. La ecología histórica de la Gran Sabana como problema La Gran Sabana es una área de aproximadamente un millón y medio de hectáreas ubicada en la Guayana Venezolana, en zona fronteriza con Guyana y Brazil, dominada por sabanas abiertas con porciones entremezcladas de bosques, herbazales y morichales. La zona es mundialmente conocida por sus tepuis (derivado de la palabra tüpü en lengua Pemon): un conjunto de mesetas que sobresalen abruptamente del paisaje, alcanzando una altura de hasta de 2.810 metros sobre el nivel del mar (e.g Roraima). Además de ser una zona de alto valor paisajístico y el lugar ancestral de vida de los Pemon es además de gran importancia estratégica para Venezuela. Una parte importante del agua que surte a la principal represa del país (la represa del Guri) se origina en la Gran Sabana, por lo cual proteger sus bosques y las funciones hidrográicas de los mismos ha sido un tema de interés nacional desde 1975. En ese año la Gran Sabana pasó a conformar el Sector Oriental del Parque Nacional Canaima (originalmente creado en 1969), duplicando así la extensión original del parque a sus 3 millones de hectáreas actuales. Adicionalmente, en reconocimiento de su extraordinario paisaje y a sus valores 114 De modo alternativo a esta narrativa dominante, este estudio propone la siguiente hipótesis de trabajo: Tanto la existencia de sabanas como ocupación humana en el área son muy antiguas. Los Pemon y sus ancestros son importantes reguladores en la conservación del paisaje y en la economía de nutrientes y del fuego en la región. El paisaje de la Gran Sabana a partir de inales del siglo XIX es el resultado de una combinación de factores que incluyeron cambios en la ocupación humana impulsados por la intensiicación del proceso de conquista, migraciones provocadas por movimientos religiosos, y de eventos recurrentes de sequía extrema. “al ser recién llegados”, no están adaptados al ambiente de la Gran Sabana y que en un pasado “idealizado” la Gran Sabana carecía de presencia humana. Lo cierto es que poco se sabe aun sobre la historia de la ocupación humana antigua en la Gran Sabana, ya que se carece de registros arqueológicos suicientes para saber a ciencia cierta que pasó antes de 1492 (Audrey ButtColson en Rodríguez 2007). Sin embargo, se conocen dos sitios arqueológicos prehispánicos y pre-cerámicos en las cercanías de Canaima y en el Río Cuyuní que pudieran datar del pleistoceno tardío-holoceno temprano (Gassón, 2002). Estos sitios fueron identiicados en los años 1960 por Cruxent como dos complejos precerámicos en hipotética sucesión cronológica. El primero, Tupuken, consiste en una industria unifacial de nucleos y lascas en basalto ubicada en la conluencia de los rios Cuyuni y Yuruari (Cruxent 1972). Esta industria podría estar Lo que sabemos de la antigüedad de los Pemon y del fuego en la Gran Sabana La manera en que se he interpretado convencionalmente la formación del paisaje de la Gran Sabana asume que los Pemon Figura 1: Diagrama de polen en una localidad de la Gran Sabana Diagramas de polen resumen para la localidad SIP en Gran Sabana. Se muestra el eje de edades calibradas antes del presente (14C ages), la localización de las edades radiocarbónicas profundidad en centímetros (Depth), el, los grupos ecológicos que conforman la suma de polen, y las partículas de carbón. Los datos están expresados en porcentajes 115 los últimos 2.000 años (Leal 2010), momento a partir del cual parece haberse intensiicado la ocupación humana en la zona. A través de un estudio de lenguas Caribe, Durbin (1977) sugiere que los habitantes actuales de la Gran Sabana, actualmente conocidos como los Pemon, son descendientes de un conjunto de grupo proto Karibe que han habitado la zona Central del Escudo Guayanes desde hace mas de 4500 años. Durbin sugiere además varios procesos de ruptura y división de los grupos proto-caribe en los últimos tres mil años. Podemos asumir que los habitantes actuales de la Gran Sabana están vinculados a la última ruptura, que tuvo lugar hace 23001000 años. En la actualidad se asume comúnmente que los Pemon son un sub-grupo Karibe compuesto por varios subgrupos lingüísticos: kamarakoto, arekuna, taurepan, makuxi y akawaios. Dentro de la frontera Venezolana hacen vida fundamentalmente los kamarakoto, arekuna y taurepan, aunque existen aun iliaciones históricas y familiares estrechas con los makuxi (asentados en Brasil) y los akawaios (asentados en Guyana). Butt-Colson (2009) diferencia entre los Pemon y los Kapong (ver Figura 2), y propone más bien tres grupos regionales, dentro de los cuales entran diferentes conglomerados: Arekuna (Pemon del Norte), Akawaios/ Waika/Ingarikok (Kapong del Sur y Norte) y Makushi (Pemon del Sur). relacionada con la llamada Flake Tradition, que podría ser tan antigua, según Cruxent (1972) y Whilley (1972) como 35000 AP. El segundo, Canaima, ubicado en las sabanas al oeste del Salto de la Hacha (alto Caroni), es una industria bifacial, con puntas de proyectil pedunculadas, cuchillos bifaciales, raspadores y martillos. Su edad se desconoce, aunque Boomert (2000) lo asigna, junto con Early Sipaliwini (Suriname) a la denominada Subserie Canaiman de la Serie Joboide. Esto claramente indica que en el pasado lejano existió una ocupación humana en la zona. Adicionalmente, una reconstrucción paleoecológica reciente de la historia del paisaje de la Gran Sabana reveló que, contrario a lo que se ha asumido convencionalmente, el fuego ha sido un componente permanente del paisaje de la Gran Sabana durante los últimos 7.000 años (Leal 2010) (ver igura 1), del mismo modo que ha sido reportado en las sabanas Cerrado de Brasil (Mistry y otros 2005). Dado que las quemas en la Gran Sabana han demostrado tener principalmente un origen antrópico, estos resultados sugieren presencia humana continúa durante largo tiempo en el área y un papel activo del fuego (y de los humanos) en el modelado del paisaje. Adicionalmente, estos estudios paleocologicos sugieren que la sabana ha sido la vegetación dominante del área por mucho más tiempo que el bosque, aunque se observa un proceso de retroceso del bosque en Figura 2: Segmentación y sobrenombres Pemon/Kapong por conglomerados y grupos regionales 116 A diferencia del caso de los Pemon (Arekuna y Makushi), la antigüedad de los Kapong (Awakaio) en su territorio actual ha sido ampliamente documentada. Se sabe por lo menos que mucho antes de la conquista (miles de años), las migraciones y asentamientos de los Akawaio se extendían hasta Surinam, Brasil y la cuenca Amazónica. Los Akawaio se originaron de un grupo Kariña (Caribe), que había migrado de un lugar desconocido (posiblemente del nor-oeste) y se asentó a lo largo de los bordes de zonas de pantano en el litoral Occidental de Guyana (entre el Orinoco y el Esequibo) los cuales usaban prácticas agrícolas de irrigación. La identidad Akawaio como un pueblo diferenciado, con su lenguaje propio (de la familia Caribe), su propia cerámica y forma de subsistencia (agricultura de conucos en bosques tropicales) data de hace 2.000 años en el valle del Mazaruni (Butt-Colson 2009). Denis Williams (2003) sugiere que los Akawaio fueron los primeros en evolucionar hacia una cultura y economía de bosque distintivas dentro del territorio Guyanés. Dada la cercanía geográica y la iliación lingüística de los Akawaio con los Pemon, uno podría suponer una antigüedad similar de los Pemon en la zona. Sin embargo, esto no signiica que todos los habitantes de la Gran Sabana tengan entre 1000 y 2500 años de antigüedad (o más) en la zona. Los testimonios orales y documentos históricos indican claramente que los Pemon “actuales” son producto de un proceso de trivialización del contacto colonial: algunos estaban ya allí asentados durante la conquista, pero otros llegaron del Cuyuni (en el Estado Bolívar), de Brasil y Guyana producto del contacto colonial. Otros, no sabemos cuántos, murieron producto de las guerras inter-étnicas, enfermedades y la trata de esclavos. “Nosotros los habitantes de la Gran Sabana, tenemos parientes desde el río Urarikuera (en Brasil) hasta el río Caura, todos somos Pemon. Nosotros somos una mezcla de Wapichana, Ingarükok, y otros. No sabemos exactamente quienes somos. Cesar a lo mejor es Makuchi y yo soy Ingarükok. Somos producto de un mestizaje entre diferentes grupos, yo creo que no hay un Taurepan puro. Estamos mezclados” (Jorge W. Perez, Kumarakapay, 1999, citado en Roroimükok Damük, 2010). Independientemente de su antigüedad exacta en la zona, lejos de estar mal-adaptados ecológicamente, estudios recientes sugieren que los Pemon tienen un conocimiento detallado y soisticado sobre el uso del fuego (Rodriguez y Sletto 2009). Similar a otros pueblos indígenas del mundo, el uso del fuego forma parte de una trama amplia de prácticas locales que han contribuido de manera dinámica a la formación y mantenimiento del paisaje. Para los Pemon, el uso del fuego es parte de su obligación ancestral de cuidar el pasaje de la Gran Sabana. Al igual que en el caso de otros pueblos indígenas como los aborígenes del Parque Nacional Kakadu en Australia (Lewis 1989), los Pemon usan el fuego para “limpiar” el paisaje y para hacer que se vea más “bonito”. Asimismo, al igual que otros pueblos indígenas que viven en paisajes parecidos (Lewis 1989; Laris 2002; Mistry et al. 2005; McGregor et al 2010, Miller y Davidson-Hung 2010), los Pemon han desarrollado un sistema de quema prescrito que conlleva a provocar pequeñas quemas en la sabana durante ciertas épocas del año (inales de la época de lluvia y principios de la época de sequía) y en los bordes del bosque, a in de reducir la acumulación de combustible y, por ende, prevenir incendios de mayor tamaño y más destructivos en los bosques durante la época seca. Resultados de estudios ecológicos recientes sobre el comportamiento del fuego en la Gran Sabana han revelado una gran variabilidad en el comportamiento del fuego en términos de incendios, extensión, temperatura y altura de las llamas (Bilbao et al. 2010). Han demostrado además, que la variabilidad en el comportamiento del fuego crea, a su vez, un mosaico de parches de pradera con diferentes historias de fuego, en los que los parches mas recientemente quemados funcionan como corta-fuegos contra la propagación de incendios provocados en los parches adyacentes. Sobre la base de esta investigación, los autores concluyeron que el sistema de quema Pemon prescrito reduce la incidencia de incendios peligrosos y también promueve la heterogeneidad de vegetación en el espacio y en el tiempo (Bilbao et al. 2010). Y lo que es más importante, estos estudios proveen un soporte para la quema Pemon prescrita como una técnica apropiada para la conservación de la biodiversidad y sugiere que en lugar de eliminar las prácticas de manejo del fuego Pemon, el sistema de quema Pemón es clave para prevenir grandes fuegos potencialmente destructivos en áreas críticas de conservación. Etapas de expansión colonial en la Gran Sabana y su impacto sobre el paisaje El proceso de contacto y expansión colonial parece haber contribuido a una acumulación 117 de combustible a lo largo de la Gran Sabana, producto de quemas menos frecuentes y extensivas en el territorio, desencadenando los incendios catastróicos de principios del siglo XX. Identiicamos dos etapas importantes durante y posterior al contacto colonial que tuvieron impacto en la ocupación humana y el uso del paisaje en la Gran Sabana: del siglo XX: “Por el temor, por el miedo a los españoles, fue que no prendían fuego, y se escondían en las cuevas. Algunos en las cuevas, y otros subieron a los cerros y se transformaron en los espíritus de los cerros, que son los Imawariton, y se fueron. Ya esos que se fueron eran un poco más avanzados, porque controlaban la naturaleza, que son los Piasan, esos si se fueron. Y otros, también que hubieron, se escondieron en la selva, en los bosques, esos son espíritus de la selva que son los Amayikok… Debido a eso, por el miedo, como no prendían fuego, fue que se quemo toda esta parte” (Abuelo Simon Lopez, traducción Filiberto Lambos, Junio 2013). Adicionalmente, producto de la competencia por el espacio territorial y los recursos, en esta se desencadenaron enfrentamientos serios entre la población asentada y recien llegada, culminando con la mayor Guerra Inter-étnica mencionada por los Pemon, que fue la Guerra entre los Pichawokok y los Arekuna, que tuvo lugar aproximadamente en 1840. Esta guerra marca el in de una etapa muy traumática y llena de violencia para de los Pemon. Según los testimonios de los Pemon después de la guerra Pichawokok-Arekuna, la Gran Sabana quedo “vacia” por mucho tiempo (Rorimökok Damük, 2010). Etapa de contacto y expansión colonial (siglos XVIII y XIX) Esta prima etapa estuvo caracterizada como una época de gran violencia, producto redadas vinculadas a la comercialización de esclavos a Guyana y Surinam, a la captura de indígenas para trabajar en plantaciones en Brasil (desimentos o entradas), para la conversión al catolicismo y en menor grado para formar parte del Ejecito Republicano Venezolano. Esta etapa si inicio aproximada a mediados de 1700 y se mantuvo hasta aproximadamente 1860, después de que se constituye la primera República en Venezuela y entró en vigencia la abolición de la esclavitud. La literatura colonial y testimonios orales de abuelos Pemon reportan que ante estos procesos de expansión colonial, la población indígena optó por las siguientes estrategias: - Huir, esconderse en cuevas, en los bosques o emigrar (Tomas de Matarro y de la Garriga 1772, Vidal & Zucchi 1999, Testimonio Oral Carlos Figueroa, Kamarata, 2000) - Enfrentarse (resistencia militar abierta) (Armellada 1933). - Aliarse: (socios en el comercio de esclavos y recursos materiales)- milicias étnicas o tribus marciales) (Tomas de Matarro y de la Garriga 1772, Whitehead, 1988, 1990; Vidal & Zucchi 1999). - Pasar a otros niveles espirituales (convertirse en Piasanes o Amayikok) (Testimonio Simon Lopez, Kavanayen, 2013). Simultáneamente a los procesos de expansión que afectaron a la población asentada en la Gran Sabana, se dieron procesos de inmigración desde el norte y sur del territorio de indígenas Kamarakotos, Makushis y Awakaios que huían de procesos de captura vinculados a las entradas (Brasil), y la Guerra de la independencia y las misiones católicas en Venezuela. Como consecuencia de estos procesos, el mantenimiento del paisaje a través de quemas continuas parece haber sido mucho menos frecuente, lo que contribuyó según testimonios de abuelos Pemon a las quemas de principios Etapas de Renovación, revitalización y renacimiento de culturas indígenas (1850s en 1930s) y la llegada de los naturalistas Durante esta etapa, y producto de los sucesos que marcaron la etapa anterior, se reporta un periodo de emigración y movimientos de población continuos hacia Guyana y el norte de Brasil, vinculado al surgimiento de movimientos mesiánicos (Movimiento de Awakaipu, 1845) y el surgimiento de nuevas religiones indígenas: la Iglesia Alleluia (18651881y la Iglesia adventista 1910-1933) ) (ButtColson, 1985, 1998). Mucha de la población Arekuna asentada en la Gran Sabana, se estableció en Guyana en misiones protestantes entre 1850 y inales del 1800s, y solo regresaron a la Gran Sabana después que estaba asegurada la paz “post-guerra”. Estos procesos de emigración y movimientos fronterizos, nuevamente implicaron, procesos de abandono del mantenimiento del paisaje. A esto se le une el impacto que tuvo en el paisaje, de 1839 en adelante, la llegada de exploraciones naturalistas. Si la migración temporal de los Arekuna implico abandono del paisaje, la llegada de naturalistas implico aumento de presión sobre los recursos 118 Cambios ambientales (años de sequía extrema) entre siglos XVIII y XX naturales y especialmente alteración de usos y normas tradicionales, forzando la entrada y el contacto con zonas sagradas para los Pemon, como los tepuis. La literatura colonial reporta como la población indígena que quedo en la Gran Sabana trato de disuadir sin éxito la subida de naturalistas a los tepuis (BoddamWhetham 1879:225). Entre 1864 y 1898 al menos 11 expediciones cientíicas visitaron el tepui Roraima en búsqueda de especies animales y vegetales. En la mayoría de las expediciones se reporta uso del fuego de parte de los guías y porteadores indígenas. Sin embargo, casi sin excepción los guías no eran locales, la mayoría provenían de Guyana o Brasil. Además, las expediciones tenían lugar en época de sequia, por lo cual, las quemas, más que para mantenimiento del sistema de quema preventiva, estaban asociadas a limpiezas de caminos y la cacería (Schomburgk 1840; Im Thurm 1884; Appun, 1893 ). En un paisaje de sabana poco mantenido, con quemas poco regulares a inales de la época de lluvia (quemas preventivas), las quemas de verano son mucho más peligrosas. Algunas de las expediciones sugieren de hecho, por el color negro del humo de las quemas y la descripción de la vegetación de la sabana, que las sabanas, en el momento de su quema, estaban sobrecrecidas (Schomburgk 1840; Clementi 1920). La ilustración más contundente del impacto que tuvo la incursión de naturalistas sobre el paisaje contemporánea de la Gran Sabana fue el incendio de 1926, utilizado frecuentemente como indicativo de malas prácticas locales de uso del fuego. Testimonios orales de los Pemon, más un documento escrito de la época (Holdridge 1933:24-25) coinciden en que el incendio del 1926 se originó durante una de las muchas expediciones de principios de siglo al Roraima. Más aun, el fuego no fue iniciado por los Pemon, sino por guías Patamona, ocurrió en un período de sequía extrema, no se originó de una quema de sabana sino de un fuego iniciado dentro del bosque, y se expandió por toda la sabana porque estaba sobrecrecida (Rodriguez 2004): “La quema del Roraima sucedió en la época seca. Por eso fue que se quemo todo. Si hubiese sucedido en la época de lluvia no se hubiese quemado como se quemo. La sabana estaba muy crecida, y por eso se quemo todo. … Eso fue lo que me conto mi papa Achik, en ingles lo llamaban Isaac” (Teresa Pérez de Mayor. Abuela de Kumarakapay, 1999 citado en Rodriguez 2004). Conjuntamente con todos los procesos históricos arriba descritos, el análisis de documentos de la época (Brett 1868; BoddamWhetham 1879; Tate 1940, Hemming 2003) indica la ocurrencia de eventos de sequia extrema en los años 1846, 1878, 1910 y 1926. Estos eventos de sequia extrema deben ser considerados también como factores contribuyentes en los procesos de alteración del paisaje. De hecho, 1926, año en que sucedió el incendio más destructivo de la gran Sabana, fue reportado como un año Nino (según Indice Quinn 1900-1987). Según testimonio de abuelos Pemon, a este incendio le precedió el del 1910 (también reportado como año Nino), lo que también contribuyo al daño y la extensión del incendio de 1926. Conclusión La información recogida hasta la fecha por este estudio sugiere que los procesos contemporáneos de alteración y cambio de paisaje de la Gran Sabana, como los grandes incendios de principios del siglo XX, deben ser entendidos como resultados de una combinación de factores, entre los que destacan: - Movimientos de población y alteración de los patrones de ocupación y uso del espacio (evitar quemas para ocultarse) en la época colonial. - Reorganización de los asentamientos y disminución de la población debido a la implantación de la religión católica, nuevas religiones (Alleluia) y a los movimientos milenaristas. - Acumulación de biomasa seca en regiones en donde no se realizaron quemas preventivas producto del contacto colonial y de las migraciones subsecuentes. - Cambio climático y luctuaciones de “El Niño”, notorias en 1910 y 1926, que dieron paso a fuegos incontrolados. Estos resultados apuntan a la necesidad de construir una Contra-historia Ecológica de la Gran Sabana que enfatice los siguientes puntos sobre la formación del paisaje: - Las sabanas han sido la vegetación dominante en la zona por miles de años. Los Pemon y sus ancestros también son muy antiguos allí. - El fuego es un componente integral (cultural y ecológico) del paisaje de la Gran Sabana, que tradicionalmente había contribuido a su 119 manejo y conservación. - El fuego debe ser considerado como uno entre una variedad más amplia de factores que pueden estar contribuyendo al cambio en la vegetación en el área. El cambio en la vegetación debe verse como el resultado acumulado producido por un conjunto de factores que vienen desde el pasado, y catalizados por eventos climáticos de mediano y largo plazo. - Los Pemon tienen un sistema ancestral de manejo del fuego, que, debidamente apoyado, podría ayudar a reducir fuegos en zonas de alto riesgo. - Mas que eliminar el fuego, las políticas de conservación deberían basarse en la idea de manejo, con fundamento en el sistema ancestral Pemon de quema prescrita. Butt-Colson, A., 1985. Routes of knowledge: an aspect of regional integration in the circumRoraima area of the Guiana Highlands. Antropologica 63-64(1985): 103-149. Butt-Colson, A., 1998. Fr. Cary-Elwes S.J and the Alleluia Indians. Occasional Publications of the Amerindian Research Unit: Oxford. Butt-Colson, A., 2009). Land. Its occupation, management, use and conceptualization. The case of the Akawaio and Arekuna of the Upper Mazaruni District, Guyana. Last Refuge Publishing, Somerset. 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Casos como os das “bonecas” cerâmicas Karajá ou dos postes rituais Kuarup no Alto Xingu, em que, cada qual à sua maneira, constituem corpos que representam pessoas, genéricas ou especíicas, são raros na produção ameríndia atual. À primeira vista, parece existir uma maior ênfase em uma arte não igurativa, com a composição de objetos ou desenhos com formas ou motivos geométricos, que não necessariamente remetem a pessoas ou a seus corpos. Contudo, isto pode ser apenas o resultado de arenas de leitura ou de reconhecibilidade da representação do corpo mais restritas e culturalmente mais codiicadas, arenas estas extremamente reduzidas após os processos de retração (em termos geográicos e demográicos) por que passaram estas sociedades após a conquista européia. Diante dos repertórios artísticos conhecidos no registro arqueológico das diferentes ocupações pré-colonais da Amazônia, suspeitamos que, no passado, as formas de representação do corpo devessem seguir linguagens bem mais amplas, pan-amazônicas, sendo facilmente reconhecíveis como representações de pessoas ou personagens em uma ampla arena de comunicação, tecida por extensas redes regionais de interação social e intercâmbios estilísticos nas formas de representação dos seres (Barreto 2010). De fato, na arqueologia amazônica, existe uma Nas últimas décadas, a etnologia amazônica tem insistido na importância da “fabricação do corpo” enquanto processo de construção de identidades. Inúmeros estudos salientam a corporeidade e os atributos visuais do corpo como elementos deinidores da sociabilidade em sociedades ameríndias, em particular as perspectivistas (Conklin 1996, Rival 2005, Turner 1995, Vilaça 2009; Viveiros de Castro e Taylor 2006,). Um denominador comum das sociedades indígenas amazônicas é a idéia de que ao mesmo tempo que todos os humanos compartilham corpos semelhantes, decorar, pintar e transformar o corpo é o que realmente tece a complexa relação entre semelhança e diferença. Tais atividades relacionadas à construção do corpo social ou da “social skin” (Turner 1980) aparecem tanto na organização da prática ritual, como no discurso das artes visuais, muitas vezes como uma prática classiicatória cotidiana dos seres e das coisas (Lagrou 2007). Além dos corpos animais e humanos, objetos e utensílios, incluindo as cerâmicas, são frequentemente pensados, descritos e decorados como corpos. Mais do que isso, eles podem apresentar diferentes estados de subjetividade. Alguns objetos dotados de alma ou vitalidade entram para o hall dos seres com capacidade de relexividade, com consciência de si mesmo e dos outros e passam assim a ser concebidos como pessoas (Santos Granero 2012:30). Podem também entrar para o hall dos seres cujas formas corporais são altamente instáveis e relacionais, devendo ser o tempo todo refeitas ou reatualizadas, sob o risco de perderem sua agentividade. Pensando no conceito de corpo e corporalidade, alguns etnólogos observam que na Amazônia indígena contemporânea raramente se tem representações do corpo (humano ou animal), isto é formas materiais destacadas do corpo em gravuras, esculturas 123 larga gama de formas facilmente reconhecíveis de representação do corpo: nos desenhos bidimensionais das gravuras e pinturas rupestres (Pereira 2010), nas formas tridimensionais de estatuetas cerâmicas e líticas, sem falarmos de uma enorme diversidade urnas funerárias e vasos antropomorfos e zoomorfos, onde a representação é feita de forma mais ou menos estilizada, conforme o complexo ou estilo cerâmico (Barreto 2009). A representação humana é sem dúvida uma das características que distingue os complexos arqueológicos da Amazônia do restante das ocupações antigas das terras baixas da América do Sul. Estas estão ausentes nas tradições artefatuais arqueológicas do Brasil Central, do Nordeste, e do Sul e Sudeste do Brasil, incluindo a faixa costeira. (Com exceção dos famosos “zoólitos” dos sambaquis, esculturas em pedra polida). Neste sentido, na Amazônia pré-colonial, as práticas de representação humana aproximam-na das dos povos andinos e circum-caribenhos. Os contextos arqueológicos em que estes registros aparecem sugerem que a prática de fabricar objetos ou imagens antropomorfas, em geral associadas a determinados lugares, seriam derivadas de dinâmicas de demarcação de territórios e registros intencionais de memória associada a ocupação de lugares especíicos. Também alguns temas recorrentes na forma como o corpo é representado, como a transformação e a reprodução, nos fazem pensar na prática da representação como intervenção sobre as qualidades instáveis e transformacionais do corpo, de acordo com as teorias nativas animistas e perspectivistas da Amazônia ameríndia. corporalidade ainda não foi tratado de forma mais abrangente e tampouco têm considerado as novas contribuições sobre as teorias ameríndias de materialidade e corporeidade. Schaan abordou as estatuetas antropomorfas marajoaras do ponto de vista do gênero (Schaan 2001) e Roosevelt se valeu das características igurativas das cerâmicas tapajônica e marajoara para tecer correlações entre a iguração humana a formas mais complexas de organização social (Roosevelt 1988, 1992), mas não chegou a incorporar a recente produção sobre regimes de materialidade ameríndias e formas de poder (Lagrou 2002, Barcelos Neto 2012). Se observarmos a distribuição e os contextos dos registros arqueológicos que podemos reconhecer e classiicar como representação do corpo humano na Amazônia, deparamo-nos com uma tradição pan-amazônica, abarcando todos os complexos cerâmicos da alta, média e baixa Amazônia, ocorrendo desde os contextos cerâmicos mais antigos do período Formativo (como nos sítios das fases Pocó e Açutuba) até na Tradição Polícroma da Amazônia ou na cerâmica tapajônica, que perduram até a época da conquista européia. Desde muito cedo, já nos sítios que representam os primeiros sinais de ocupação humana após os longos hiatos no Holoceno médio (Neves 2012), e cujas manchas de Terra Preta de Indio parecem indicar uma ocupação mais permanente dos locais, aparecem estruturas que indicam um tratamento diferenciado de cerâmicas com representações de corpos. São bolsões localizados, com poucos metros de diâmetro e uma profundidade de em torno de 1 metro ou mais, compostos por terra preta, carvões, e muitos fragmentos de cerâmica decorada que parecem ter sido cuidadosamente escolhidos e propositalmente enterrados. Estes fragmentos, tais quais adornos e apêndices antropomorfos e zoomorfos, além de fragmentos de paredes de vasilhas com desenhos igurando rostos de animais ou humanos, parecem compor um mostruário testemunho dos vários tipos de representação igurativa na cerâmica destas ocupações. (Figura 1). Estes “bolsões de memória” com concentrações de cerâmicas igurativas já foram documentados em vários sítios multicomponenciais relacionados às fases Açutuba e Pocó, e outros complexos antigos datados do primeiro milênio antes da era cristã. Este é o caso dos sítios Boa Vista e Cipoal do Araticum na região do Rio Trombetas (Guapindaia 2008), no sitio Aldeia em Santarém (Gomes 2011), no sítio Modos de igurar o corpo na Amazônia précolonial: uma tipologia exploratória Na arqueologia em geral, já há alguns anos que vemos uma retomada dos clássicos estudos de representação do corpo com inúmeros aportes da arqueologia cognitiva e de estudos de identidade, gênero, estética e poder. Estudos de estatuetas, de representações rupestres, de tratamentos físicos do corpo e, sobretudo, dos signiicados simbólicos de representações de corpos que literalmente multiplicam, expandem, ou distribuem pessoas e entidades em escalas e espaços distintos, têm gerado novos patamares de interpretação arqueológica (Joyce 2005). Contudo, na arqueologia amazônica, o tema da 124 Hatahara em Iranduba (Neves 2008) e no sítio Boa Esperança, na região de Tefé (Costa 2012). Embora ainda não esteja claro quem foram os agentes destes enterramentos de cerâmicas (se os próprios fabricantes da cerâmica ou se os ocupantes posteriores, com a intenção de simbolicamente limpar os vestígios de ocupações anteriores), a escolha por peças igurativas de corpos humanos e animais parece indicar desde cedo uma clara relação entre estas peças e a memória de lugares ocupados (Barreto 2013). Esta relação parece perdurar ao longo de toda a seqüência cronológica das ocupações pré-coloniais de povos ceramistas, como na Tradição Polícroma da Amazônia que se espalha ao longo de toda a bacia Amazônia na primeira metade do segundo milênio, com suas urnas funerárias em característico estilo antropomorfo demarcando lugares transformados em cemitérios, isto é, em territórios sagrados que carregam a memória de seus ancestrais. Esta prática parece lorescer de forma exacerbada em sítios da área estuarina da Amazônia, onde cerâmicas antropomorfas, em geral urnas funerárias, fazem parte de um complexo sistema de demarcação ritual dos territórios, que para além das urnas, fazem uso de referências paisagísticas naturais e construídas, tais quais grutas, aterros e megalitos. Referimo-nos aos cemitérios com urnas enterradas nos aterros monumentais de Marajó (Schaan 2004); às urnas Maracá, ritualmente colocadas em exposição no interior de grutas do Amapá (Guapindaia 2001); ou ainda às urnas antropomorfas Aristé depositadas em verdadeiras tumbas subterrâneas sob estruturas megalíticas com funções astronômicas, na costa central do Amapá (Cabral e Saldanha 2008). Para além desta relação com a territorialidade, outro elemento comum às representações antropomorfas da Amazônia é a recorrência de temas relacionados à reprodução, à transformação corporal e à relação entre humanos e animais, o que é condizente com o que sabemos hoje sobre as ontologias animistas e perspectivistas documentadas no presente etnográico (Descola 1992, Viveiros de Castro 2002). O tema da reprodução aparece em recipientes, incluindo urnas funerárias e em estatuetas cerâmicas moldados explicitamente na forma do órgão sexual reprodutor masculino. Há uma analogia freqüente entre a forma fálica e a forma corporal, onde a cabeça corresponde à glande e o tronco ao corpo peniano. Nas estatuetas marajoaras, os membros inferiores correspondem aos testículos e de forma geral a reprodução é tratada na combinação simbiótica de órgão genital masculino formando um corpo feminino (Schaan 2001). Nas estatuetas tanto marajoaras como tapajônicas também é comum a representação de mulheres grávidas, quase sempre em posição de parto, ou por vezes, segurando bebês (Gomes 2001). Esta conformação do corpo humano à forma fálica também está relacionada à capacidade de transformação física deste órgão, evocando talvez a mesma qualidade para os corpos em geral (Barreto 2013). Outras referências à transformação são as igurações de personagens com atributos de xamã, sentados em bancos e por vezes segurando um maracá, comuns tanto em urnas funerárias (Guapindaia 2001), como em vasos antropomorfos (Gomes 2001, 2010). Existem ainda as iguras “duais” da cerâmica tapajônica, onde se percebe ora um corpo humano, ora um animal, dependendo da perspectiva do observador (Guapindaia 2004, Gomes, 2001, 2010). Ocorrem também corpos humanos cujas partes anatômicas são compostas por animais, ou ainda cenas narrativas de interação entre humanos e animais. As famosas peças líticas da região do Nhamundá-Trombetas, com suas iguras ao modo dito “alter-ego” e às vezes chamadas de ídolos, são bons exemplos deste tipo de representação (Figura 2). A recorrência destes temas nos informa não só sobre a antiguidade das formas perspectivistas e animistas de perceber o mundo, mas também aponta para o fato de que não parece haver incompatibilidade entre práticas de representação dos corpos em mídias destacadas e separadas do próprio corpo e estas teorias que pressupõem formas corporais instáveis e transformacionais. Ao contrário, suspeitamos que tais representações, ao menos nas urnas funerárias, onde há uma clara intenção de se fabricar um novo corpo para o morto, sejam feitas com a intenção de ixar qualidades humanas e prevenir a perda de humanidade, através da confecção de corpos cerâmicos antropomorfos sólidos, visíveis e duradouros. Mas também temos aqueles corpos que apresentam qualidades que não são estritamente humanas; são iguras híbridas, meio humanas meio animais, ou mesmo sobrenaturais, parecendo retratar a capacidade de transformação corporal de alguns seres (Barreto, 2009:131-132). 125 Assim, a criação de corpos cerâmicos em contextos funerários parece ratar com bastante coerência as diferentes maneiras nativas de se conceber o corpo, diferenças estas notadas por Viveiros de Castro entre as sociedades xamanísticas das terras baixas da Amazônia e outras com um ethos mais andino, como nas chefaturas e estados teocráticos. Segundo este autor, na Amazônia, a morte demarca a descontinuidade de uma forma humana pristina e, portanto, as almas dos humanos são concebidas como tendo um corpo animal póstumo, ou como entrando em um corpo animal. Já em sociedades com um xamanismo vertical, ou mais próximas das chefaturas teocráticas, os mortos humanos passam a ser vistos mais como humanos, do que como mortos, e há uma continuidade na forma humana entre a vida e a morte, ou mesmo, uma passagem para uma forma sobrehumana (Viveiros de Castro 2008). Assim, apesar dos temas recorrentes, está claro que a maneira como é construída a representação dos corpos pode se constituir em um bom índice, não só de diferentes identidades culturais voltada para a territorialidade, mas de também de diferentes maneiras de se conceber humanidade e corporalidades. A partir desta idéia, propomos uma tipologia exploratória de formas de se representar corpos na arqueologia amazônica, voltada, sobretudo, para enriquecer as discussões sobre a distribuição de complexos estilísticos, esferas de interação regional, e suas relações com o que se pode inferir sobre unidades etno-linguísticas no passado. Este exercício tipológico exploratório parte da observação de objetos cerâmicos completos, os quais, embora raros, permitem a visualização do projeto de representação do corpo na sua íntegra. Apesar desta vantagem, fundamental para esta análise, são objetos de coleções de museus, muitos dos quais não têm muita precisão sobre seu contexto arqueológico; em geral sabe-se apenas a região ou o sítio arqueológico de proveniência. Para a construção desta tipologia exploratória, procedemos a uma análise iconográica preliminar que identiica os repertórios e os elementos e técnicas mais recorrentes na composição dos corpos, sempre orientandonos por um conceito de estilo, próximo ao que Wobst (1977) e Wiessner (1990) chamaram de “estilo comunicativo”, e que pressupõe que a variabilidade formal pode ser relacionada à participação dos artefatos nos processo de intercâmbio de informação para comunicar mensagens sobre identidade em diferentes níveis de reconhecibilidade. Corpos espelhados O primeiro modo de iguração do corpo que identiicamos é o que chamamos de “corpos espelhados”. Tratam-se de corpos representados nas grandes urnas funerárias globulares, no estilo chamado por Meggers e Evans (1957) de Joanes Pintado e cuja morfologia geral é adaptada à do corpo, e não e apenas uma igura bidimensional pintada aplicada à superfície tridimensional do vasilhame. Nestas peças, o pescoço da urna geralmente representa o rosto com um par de grandes olhos, e o bojo globular forma o tronco, dando uma forma abaulada ao ventre. Os detalhes que compõem o corpo, tanto modelados como pintados, iguram um ser híbrido, um pássaro humanizado, provavelmente uma hárpia ou uma coruja, portando ornamentos tais quais brincos e colares usados pelos humanos. Um tubo pendurado feito pingente peitoral parece representar um inalador em osso. E assim, o tema da transformação aparece aqui retratado na forma deste ser híbrido, cujas qualidades, quiçá xamânicas, são evocadas pelo estado transitivo entre ser humano e pássaro e o consumo de substâncias que possibilitem a transformação. Rosto, tronco e membros são detalhados com apliques modelados e desenhos pintados, de forma a espelhar a parte frontal do ser representado em duas faces simetricamente opostas, formando assim vasilhames com duas “frentes”. Esta técnica espelhada lembra a descrita por Boas e Lévi-Strauss para o que eles denominaram respectivamente “split-representation” ou “représentation dedoublée” (Barreto 2009:147). Na junção lateral das duas faces, elementos de ligação ou de encadeamento, fazem com que se perceba ainda outro rosto, de forma que de qualquer lado que se observe a peça, há sempre um rosto. Esta técnica provavelmente responde à movimentação ao redor das urnas durante os rituais funerários. (Figura 3). Assim como o restante do material marajoara deste estilo Joanes Pintado, as cerâmicas são feitas e decoradas obedecendo-se a um eixo de simetria central que divide a peça em metades ou quadrantes, de acordo com os quais os corpos são cortados ao meio, espelhados e reunidos de forma encadeada. Os quadrantes muitas vezes correspondem aos 126 membros superiores e inferiores dos corpos representados, mimetizando de certa forma a própria simetria natural dos corpos humanos e animais. Não raro, apêndices modelados na borda das vasilhas indicam, em lados opostos, a cabeça e a cauda dos seres igurados, ajudandonos na leitura do eixo de simetria que divide os vasilhames em metades ou quadrantes. Este tipo de representação de seres animais e humanos é comum nas cerâmicas incisomodeladas ditas de estilo barrancóide do formativo Amazônico, e cuja dispersão está associada aos grupos de fala Arawak (Heckenberger 2002; Neves 2008, 2011). Em Marajó, apesar de os diferentes estilos cerâmicos serem concomitantes, e talvez representarem diferentes entidades regionais dentro da ilha (conforme argumentado por Schaan 2007) o estilo Joanes Pintado parece ser encontrado em aterros cemitério da fase Marajoara nos vários agrupamentos de sítios da ilha, e ao longo de toda a sua duração (ca. 400 -1400 anos ACE). estilizados, mas sempre indicando pernas dobradas, com os joelhos apontando para o alto, posição esta comumente adotada pelos xamãs sentados em seus bancos para realizar seus rituais. Nas urnas Maracá e Caviana, este atributo chega a ser bastante exacerbado, incluindo-se representação também dos bancos (McEwan 2001). Em segundo lugar, nos estilos Pacoval inciso (em Marajó) e Guarita (na Amazônia Central) há a maneira metafórica com que corpos são compostos com partes anatômicas que correspondem a representações de animais. Temos então braços que são formados por cobras, ombros que são apliques modelados em cabeças de pássaro e olhos destacados por incisões em forma de escorpião (Moraes 2013:223; Schaan 1997:180). Para muitos autores, esta técnica de representação, denominada de “kenning” por John Rowe para a iconograia Chavin, e também bastante comum entre outras culturas andinas (como Moche, Tihuanaku e Inka), simboliza tanto processos de transformação física como de transformação espiritual (Rowe 1962; Urton 2008). No lado amazônico, Santos-Granero nos remete a várias etnograias de mitos de origem em que as criações primordiais se dão como atos de organização das espécies, onde cada espécie é fabricada a partir dos corpos e partes corporais de outras espécies naturais. Segundo este autor, “as ontologias amazônicas não são apenas animistas e perspectivistas, mas também construtivistas”. Concebem a todos os seres vivos como entidades compostas, feitas de corpos e partes corporais de uma diversidade de formas de vida. (Santos-Granero, 2012:41). As iguras sentadas com corpos compostos por animais parecem estar associadas à expansão da Tradição Polícroma na Amazônia Central e Alta Amazônia, entre os séculos IX e XVI da era cristã. Seu aparecimento na área estuarina, também parece se dar em épocas mais recentes, próximas da conquista européia, como é o caso das urnas Maracá (Guapindaia 2001; Barbosa 2011). Infelizmente não dispomos de dados para as urnas ditas “Caviana”, pois os exemplares conhecidos são de coleções descontextualizadas. Já para as urnas do estilo Pacoval Inciso, presentes nos sítios da fase Marajoara, é interessante notar que elas ocorrem em dois modos: tanto na forma de representação do corpo “normal” (isto é, com frente e costas representadas), como na forma de representação espelhada (isto é, com duas Corpos sentados Um segundo modo de representação do corpo que identiicamos nas cerâmicas arqueológicas da Amazônia, também em urnas funerárias que compõem corpos inteiros modelados em cerâmicas, são peças que retratam iguras humanas sentadas. Estas são as peças antropomorfas que, conforme havia argumentado Evans e Meggers (1968) são comuns em sítios da Tradição Polícroma da Amazônia, desde os complexos da subtradição Guarita na Amazônia Central até o Rio Napo, e também em complexos da área estuarina, como no estilo Pacoval Inciso em Marajó, e nas urnas Maracá e Caviana. Nestas peças os corpos são compostos por bojos mais tubulares de onde saem pernas dobradas, mais ou menos estilizadas, e às vezes ausentes, e braços modelados ao longo do corpo. A cabeça é demarcada por uma constrição ou separada da peça, em forma de tampa. (Figura 4). Evans e Meggers haviam chamado a atenção para a homogeneidade destas peças elegendo a antropomoria como traço comum, mas dinstiguindo-as em tipos de acordo com a localização da abertura, e também a presença de pernas mais ou menos estilizadas (1968:105). Aqui queremos enfatizar os elementos que acreditamos estão relacionados à maneira de evocar o tema da transformação corporal. Em primeiro lugar, a posição sentada, apesar dos membros poderem ser mais ou menos 127 frentes simetricamente opostas), fazendonos supor que este teria sido um modo de representação corporal com origem externa a Marajó, e que posteriormente teria sido absorvido pelo sistema iconográico desta fase, adaptando-o a uma linguagem local mais antiga, pré-existente na fase marajoara, com a técnica do espelhamento (Barreto 2009:2002). O que é notável, é que temos dois modos bastante distintos de representar corpos ocorrendo ao mesmo tempo em Marajó, por ao menos por algum tempo, provavelmente em um período mais tardio. Os corpos espelhados parecem constituir um estilo local, enquanto que os corpos sentados parecem se distribuir por quase toda bacia amazônica, a partir do segundo milênio da era cristã. É possível que esta concomitância relita as mudanças identiicadas por Neves na Amazônia Central com a expansão de populações de fala Tupi e da própria cerâmica policroma, ao aumento de deslocamentos territoriais e interações belicosas, e ao aparecimento, por volta de 1400 d.C. de sociedades mutli-étnicas (Hornborg, 2005, Whitehead, 1994), semelhantes às que se preservaram no noroeste amazônico e no alto Xingu (Neves 2008). Isto implica em repensarmos não só a posição da Fase Marajoara dentro da Tradição Polícroma da Amazônia, mas também a possibilidade de que a característica sociabilidade de extensas redes de relações documentada hoje entre as sociedades indígenas das Guianas e Amapá (Gallois 2005) que favorece intensos luxos estilísticos, podem ter tido sua origem no passado pré-histórico. e lambendo sua cabeça, são alguns exemplos destas narrativas. (Figura 5) Os chamados ‘vasos de cariátides” sintetizam a preocupação em não só igurar a relação dos humanos com os animais, mas também com o sobrenatural, com um universo acima daqueles onde se encontram os humanos, e onde pequenas iguras “duais” modeladas para serem vistas ora como humanos, ora como pássaros, ou ainda como pássaros em vôo, dependendo da perspectiva do observador, são representadas em nível superior (Gomes 2001, 2010). Os Tapajós desenvolveram com grande maestria um sistema de representação tridimensional em que a movimentação dos objetos (ou do observador) confere efeitos de animação e ritmo às iguras representadas, perfeitamente condizente com o que Descola (2010) denominou de modo animista de iguração. A “tecnologia do encantamento” tapajônica também inclui vasos e estatuetas de corpos humanos. Apesar da ausência de enterramentos em urnas antropomorfas, grandes vasos igurando personagens sentados, segurando maracás, vasos estes que possivelmente eram usados em rituais para conter bebidas, nas quais talvez fossem misturadas as cinzas de corpos cremados dos mortos, como relatou o cronista Heriarte (1964). Estatuetas de mulheres grávidas, segurando bebês e em posição de parto, também são freqüentes. Em suma, são neste complexos cerâmicos que os temas da reprodução, da transformação e da relações entre humanos e animais parece ser tratada da forma mais diversiicada, com uma ampla gama de objetos que obedecem a um repertório bastante rígido quanto aos gêneros e qualidades formais de objetos (vaso de cariátides, vasos de gargalo, vasos antropomorfos, estatuetas e uma miríade de forma de apêndices modelados parecem cumprir diferentes papeis comunicativos. Corpos duais Finalmente, há todo outro modo de se igurar corpos na Amazônia indígena pré-colonial característico da área-bolsão que ica entre a Amazônia Central e a área estuarina, com seu epicentro na grande aldeia que se formou na foz do rio Tapajós no Amazonas, e que abarca os estilos cerâmicos da Tradição Inciso-Ponteada, denominados Santarém, Konduri e outras variações ainda pouco estudadas Gomes, 2001; Guapindaia, 2004). Já comentamos a ocorrência na cerâmica tapajônica de vasos com representações mais narrativas, retratando a interação entre humanos e animais: um vaso em forma de jacaré com uma igura humana “montada” sobre seu rabo, ou um vaso em forma de onça segurando um ser humano entre suas patas Consideraçoes inais O exercício tipológico com os modos de representar corpos nas cerâmicas amazônicas do passado pré-colonial, ainda que exploratório, revela que para além de uma linguagem panamazônica, centrada em temas recorrentes da relação entre humanos e animais, da reprodução e da transformação corporal, existem variações importantes, diretamente relacionadas a questões ontológicas e a concepções de vida, morte, humanidade e sobrenatureza, assim 128 como reletem também diferentes maneiras de se conceber as capacidades agentivas dos objetos. Uma vez mapeadas estas diferenças entre os complexos cerâmicos, vemos que ora encontramos elementos de aproximação com os complexos andinos, e talvez mais ainda com os circum-caribenhos, e ora percebemos correspondências muito exatas aos regimes de materialidade hoje descritos nas etnograias amazônicas, fazendo-nos perceber a a longa duração e persistência destes regimes animistas, perspectivistas e construtivistas. A relação entre territorialidade e representação de identidades é fundamental para perseguirmos este exercício no âmbito das arqueologias regionais e avançarmos nas discussões que avaliam as relações entre cultura material, identidades e distribuição geográica. Body. Medical Anthropology Quarterly 10 (73): 373-375. Costa, B. L. S., 2012, Levantamento Arqueológico na Reserva de Desenvolvimento Sustentável Amanã - Estado do Amazonas. Dissertação de Mestrado, Programa de PósGraduação em Arqueologia, Museu de Arqueologia e Etnologia, Universidade de São Paulo, São Paulo. 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Nos anos 30 Helen Palmatary (1939) fez um estudo de coleções de cerâmicas de Santarém. Nos anos 90 Vera Guapindaia (Guapindaia 1993) estuda os materiais da coleção do Museu Goeldi e do Centro Cultural João Fona em Santarém presentando uma proposta de caracterização tipológica e decorativa do conjunto. Mais recentemente Denise Gomes estuda o material Tapajônico adquirido pelo Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo (Gomes 2002). Os trabalhos são unanimes em airmar a soisticação e elaboração da indústria cerâmica, demonstrando uma especialização tecnológica dos ceramistas deste período. Nos anos 80 Anna Roosevelt e sua equipe (Roosevelt et al. 1991) realizam escavações em Santarém e além da soisticação da cerâmica retomam uma outra característica dos sítios da região, que desde os anos 20 já havia sido mencionada por Nimuendajú, o tamanho dos assentamentos arqueológicos. Roosevelt então coloca Santarém e a ocupação Tapajônica no debate dos cacicados Amazônicos. O sítio Aldeia na área urbana da cidade seria um dos maiores sítios pré-coloniais da Amazônia. Outro item da cultura material da região que sempre mereceu destaque foi o muiraquitã. Apesar de existirem representações variadas de animais os artefatos mais mencionados são os em forma de rã ou sapo, objetos carregados de valor simbólico, muito cobiçados pelo primeiros comerciantes europeus que passaram pela Amazônia. Os muiraquitãs tem uma ampla distribuição, sendo registrados no baixo curso do rio Amazonas, no estado do Maranhão, nas Guianas, Venezuela, pequenas e grandes Antilhas. Associado ao muiraquitã está o mito das Amazonas Americanas sendo o relato acerca das lendárias guerreiras popularizado pelas narrativas de Frei Gaspar de Carvajal, que, através do relato de um índio capturado pela comitiva de Orellana, supostamente teria tido uma descrição detalhada das povoações, dos bens e costumes das bravas guerreiras (Medina 1942: 53 a 56). Várias foram as hipóteses para interpretar o signiicado simbólico e as maneiras de aquisição dos muiraquitãs: Os cronistas descreveram de forma lendária que os muiraquitãs provinham da lama de um lago na região do rio Nhamundá, eles seriam magicamente adquiridos ou confeccionados pelas Amazonas. Barbosa Rodrigues (1899) propôs que os muiraquitãs viriam da Ásia. Arie Boomert (1987) publica um artigo que trata, dentre outras coisas, da importância dada aos muiraquitãs pelas populações précoloniais, além de sugerir três áreas prováveis de manufatura, sendo uma delas o baixo. Marcondes Costa e associados (2002), apresentam um panorama acerca da produção de muiraquitãs, na Amazônia, analisam detalhadamente a composição das matérias primas e airmam ser difícil apontar uma área especiica de produção, dada a ampla rede de distribuição dos artefatos pelas Américas. Uma característica comum dos estudos dos artefatos líticos mencionados anteriormente está relacionada à natureza dos achados. Os muiraquitãs, sua distribuição, manufatura e importância simbólica foram estudados com base em episódios fantásticos ou com achados fortuitos do objeto acabado sem/ou com vagos dados de contexto arqueológico. Nosso trabalho busca uma primeira 133 apresentação da variada indústria lítica associada à ocupação Tapajônica, principalmente com dados de escavações arqueológicas, coletas de material alorando em áreas erodidas e com estudo de coleções arqueológicas provenientes do sítio do Porto, na área urbana de Santarém (mapa 01). Entre o material lítico daremos enfoque principal ao muiraquitã, porém, desta vez trataremos o artefato com base em sua cadeia operatória de produção e não como um objeto acabado. Nossas escavações no sítio do Porto tiveram início no ano de 2011, no primeiro momento os trabalhos foram coordenados por Denise Gomes (Gomes et al. 2011). Com a realização de uma etapa de escavação nas dependências do campus da Universidade (UFOPA) (Figura 1) percebemos o grande potencial das indústrias líticas existentes em associação com o contexto da cultura Tapajônica. Em uma segunda etapa de campo em 2012, já sob nossa coordenação, procuramos estabelecer uma metodologia para reinar, desde a coleta, as possibilidades de análise do material lítico. Os estudos de material lítico associados a ocupações de grupos ceramistas na Amazônia são bastante raros. Basicamente encontramos descrições de artefatos como machados, bigornas, aiadores, contas e pingentes em um capítulo a parte dos detalhados estudos das indústrias cerâmicas. Algumas exceções podem ser destacadas em estudos mais recentes, como é o caso dos trabalhos de Rodet e Guapindaia (2010) e Duarte-Talim (2012) que apresentaram um estudo da tecnologia lítica nos sítios cerâmicos da região do rio Trombetas; e de Silva (2012) em um estudo do material lítico do sítio do Porto em Santarém. Neste capítulo tentaremos demonstrar o papel importante que desempenhou a indústria lítica para os ceramistas Tapajó e como o lítico foi importante mesmo no processo produtivo da cerâmica. escola francesa (Leroi-Gouhan 1964, Tixier 1978, Boeda et al. 1990) e difundida no Brasil por estudiosos que izeram sua formação na Europa (Caldarelli 1983, Fogaça 2001 e Rodet 2006). Neste enfoque o refugo da produção de artefatos é tão ou mais importante que os artefatos em si. Em 2011 observamos o quão minimalista era a indústria lítica associada à ocupação Tapajônica. Centenas de lascas e detritos de lascamento puderam ser recuperados durante o peneiramento do solo escavado. Notamos que alguns fragmentos eram tão pequenos que a malha utilizada no peneiramento nem sempre garantia a sua recuperação. Com estas informações prévias, em 2012, decidimos modiicar a metodologia para garantir uma coleta mais reinada do material. Aproveitando as facilidades de desenvolver escavações em área urbana, no caso a menos de 300 metros do laboratório onde o material seria analisado, optamos por não peneirar o solo escavado durante a etapa de campo, armazenando-o em volumes de aproximadamente 60 kg, para o posterior processamento com água em uma sequência de peneiras com malha de 4 a 1mm. No laboratório o peneiramento com água possibilitou reduzir as amostras com volume aproximado de 60kg para volumes de aproximadamente 4 a 5kg. Este material foi posteriormente triado para separação do vestígios líticos, cerâmicos e orgânicos. Utilizando os dados da triagem e análises espaciais pudemos constatar a existência de três áreas de produção de artefatos líticos no sítio, duas delas identiicadas através de escavações e uma com a observação de erosão das camadas arqueológicas em uma via pública da cidade de Santarém (Figura 1). Os resultados comprovaram a nossa expectativa. Foi possível recolher um grande número de material de tamanho menor que 4mm (malha que normalmente é usada no peneiramento de escavações arqueológicas). Metodologia de trabalho A Aquisição da Matéria Prima Nossa pesquisa buscou um enfoque que pudesse ajudar a entender as indústrias líticas não simplesmente considerando a presença de artefatos acabados. O objetivo era recolher o maior número de evidências que pudesse ajudar a compreender os artefatos e principalmente o seu processo produtivo. Portanto, consideramos o estudo do material lítico num processo conhecido como chaîne opératoire, usado inicialmente na arqueologia pela Reciclagem foi um conceito que estas populações certamente souberam o que signiicava. Algumas matérias primas, principalmente as mais raras, foram utilizadas e reutilizadas através da transformação de um artefato quebrado em outro novo e em alguns casos até o total esgotamento do suporte. O sítio em análise está implantado no inal da 134 bacia sedimentar do rio Tapajós, na margem direita de sua foz com o rio Amazonas (Figura 1). O fato de ter suas nascentes no escudo cristalino do Brasil central torna as praias do baixo curso do rio Tapajós fontes de variadas ocorrências líticas em forma de seixos, nódulos, placas e em alguns casos aloramentos, que serviram tanto como fonte de extração de matéria prima como para oicinas com polidores ixos para a produção de artefatos de pedra. A maior limitação que as populações do passado parecem ter encontrado no tocante à oferta de matéria prima foi a restrição volumétrica dos suportes disponíveis nas referidas praias. De qualquer maneira parece que algumas destas limitações foram sanadas através da elaboração de técnicas para produção de artefatos de tamanhos muito reduzidos e da construção de redes de troca/coleta de matérias primas em longas distâncias. Um dos casos mais emblemáticos é a obtenção das pedras verdes sob as quais foram produzidos alguns dos muiraquitãs. Os principais materiais disponíveis em curta distância são os óxidos de ferros (hematitas e derivados) que podem ser encontrados no próprio local do sítio. Rochas sedimentares como os arenitos (principalmente os mais friáveis) podem ser também obtidos com facilidade. Arenitos, argilitos e siltitos em diferentes estágios de metamorização aparecem em forma de pequenas plaquetas e seixos nas praias do Tapajós. Silexitos são bem raros, podem ocorrer localmente em pequenos nódulos, principalmente porções de óxidos de ferro siliciicados, mas maiores concentrações puderam ser observadas somente nas imediações do atual município de Itaituba, área das últimas cachoeiras do baixo curso do rio Tapajós. Quartzos e quartzitos formam a base sedimentar da região, porém os seixos desta matéria prima são de proporções reduzidas. Basaltos e granitos certamente foram adquiridos a distâncias maiores. Finalmente, no caso das pedras verdes (serpentinitas, jadeítas e amazonitas) na bacia do Tapajós ainda não foram identiicadas fontes de matéria prima. estendida para as indústrias líticas. O processo de produção de ferramentas líticas envolveu desde o uso de suportes em estado bruto como seixos e plaquetas até uma gama variada de técnicas de transformação da pedra em artefatos formais e informais. Para produzir ferramentas foi utilizado o lascamento, com percussão direta, bipolar e unipolar. A pré-forma de artefatos foi também obtida através da técnica de picoteamento. O polimento pode ser observado no acabamento de artefatos ou de forma passiva, com marcas produzidas pela confecção de outros artefatos em variadas matérias primas. Um soisticado sistema de corte e perfuração de matérias primas líticas pode ser observado e será descrito em maior detalhe adiante. O fogo foi utilizado para dar tratamento térmico nas rochas para facilitar o lascamento e proporcionar maior enrijecimento. Estas diferentes estratégias puderam ser veriicadas de forma individual ou em associação compondo o processo de fabricação dos artefatos. Do ponto de vista técnico a indústria lítica observada não é inferior à de períodos como o inal do Pleistoceno e início do Holoceno, época em que os grupos de caçadores coletores produziram artefatos formais inamente retocados como as pontas de lechas e lanças encontradas pela Amazônia (Roosevelt 1996, Costa 2009) e os raspadores plano-convexos bastante comuns no planalto central brasileiro (Fogaça 2001). A associação entre as indústrias líticas e o período dos ceramistas pode ser constatada tanto em termos espaciais como pela observação da cadeia operatória de artefatos líticos e cerâmico da ocupação Tapajônica. As três áreas de produção de artefatos líticos observadas apresentam associação estratigráica com ocorrência de cerâmicas Tapajônicas e, em uma delas, feições características da ocupação, conhecidas na arqueologia regional como bolsões, (feições circulares e cônicas cavadas no solo para colocação ou descarte de materiais variados) estavam abaixo das concentrações de material lítico. Artefatos lascados O material mais abundante na coleção foi produzido através de técnicas de lascamento unipolar e bipolar. Com a coleta reinada dos materiais foi possível perceber que as áreas escavadas serviram como oicinas de lascamento para a produção dos artefatos. Um número muito grande de lascas e estilhas Variedade da Indústria Lítica A primeira consideração que podemos fazer após observar a coleção arqueológica é que a soisticação observada nas indústrias cerâmicas da cultura Tapajônica pode ser também 135 de descorticagem, façonagem e retoque puderam ser observadas. Além deste refugo de produção, artefatos como percutores inteiros ou quebrados durante o uso, bigornas, artefatos inacabados ou pré-formas quebradas durante a manufatura estavam ali depositados (Figura 2). Entre os artefatos a maior abundância é de um tipo alongado, pontiagudo, inamente retocado sob um suporte de lasca bipolar ou unipolar. Trabalhos anteriores propuseram que estes objetos seriam utilizados como dentes de ralador (Duarte-Talim 2012 e Silva 2012). O investimento tecnológico da produção destes artefatos visto através das sequências de retoques muito pequenos, e a comparação com dentes de raladores modernos de grupos indígenas da região, nos fazem pensar que estes artefatos poderiam ter outras funções (Figura 2 i - j). O interessante foi perceber que lascas de retoques de cerca de 2mm, compatíveis com os negativos observados nos artefatos estavam também presentes no mesmo contexto (Figura 2 k). Algumas pré-formas fragmentadas são bastante sugestivas de serem de pontas de projétil bifaciais. Os exemplares foram abandonados após algum acidente de lascamento ocorrido depois da produção do pedúnculo do artefato (Figura 2 l-m-n-o-p). Lascas e nucleiformes foram utilizados como raspadores, percutores e bigornas, podendo receber retoques para produzir gumes, aparar arestas ou em alguns casos observadas apenas marcas de uso em gumes brutos (Figura 2 q-rs-t-u-v). derivados. São eles abrasadores planos, sulcados e furadores de diâmetros variados (Figura 3). No caso das rodas de fuso, alguns furadores apresentam diâmetros muito sugestivos de terem sido utilizados para a produção dos furos das mesmas (Figura 3 f-g). As marcas de rotação dos furadores e dos furos também são compatíveis. É importante notar que no caso dos furadores técnicas de lascamento e polimento foram conjugadas para a produção do artefato (Figura 3 e). Os Muiraquitãs Como foi apresentado em Gomes (2001:141) é possível fazer correlações entre a cerâmica Tapajônica e os muiraquitãs. Algumas estatuetas antropomorfas representam, de forma muito naturalista, indivíduos ornamentados com pintura corporal e adereços como tiaras onde é possível ver muiraquitãs aixados. Uma estatueta encontrada na região de Óbidos, na foz do rio Trombetas, que não pode ser diretamente associada à cultura Tapajônica, demonstra que os muiraquitãs tiveram ampla circulação. Mais uma vez é possível observar que a igura representada porta um muiraquitã, desta vez pendurado por um cordão no pescoço (Figura 4 f). Todas as representações humanas portando muiraquitãs que pudemos observar são iguras femininas. Mesmo com a associação entre a cerâmica e os muiraquitãs, a grande ocorrência de achados deste objeto na região do baixo Amazonas, uma questão ainda paira sobre suas origens. Os Tapajó seriam produtores ou teriam adquiridos os muiraquitãs por meio extensas redes de trocas que poderiam ter atingido inclusive regiões fora da loresta Amazônica? Alguns dos vestígios descritos a seguir parecem ajudar a resolver esta questão: Buscando analisar os muiraquitãs em seu processo produtivo e não somente os artefatos em si, izemos descobertas bastante interessantes. Observando a coleção de material lítico do sítio do Porto foi possível perceber que algumas lascas unipolares parecem remeter ao processo de produção da pré-forma dos muiraquitãs (Figura 4 a). As lascas são claramente fragmentos das mesmas rochas verdes dos muiraquitãs. Além disso, outro objeto bastante singular pôde ser recuperando dando pistas de uma das questões mais enigmáticas que envolve a produção dos muiraquitãs: Como teriam sido Artefatos polidos Neste ponto é interessante notar a relação entre as indústrias líticas e cerâmicas. O polimento parece ter sido utilizado principalmente com a inalidade de produzir pigmento (Figura 3). Cerca de 35% dos fragmentos de cerâmica da coleção ainda conservam vestígios de engobo vermelho. No processo de produção do pigmento para o engobo os suportes vão ganhando forma e parece que alguns artefatos foram confeccionados como subprodutos do pigmento. Os mais emblemáticos são as rodas de fuso inamente decoradas, porém, pequenos recipientes, pingentes, contas de colar e os próprios muiraquitãs podem ser produzidos sob óxidos de ferro. Alguns artefatos encontrados apresentam marcas de abrasão compatíveis com o processo de produção de pigmento e dos subprodutos 136 produzidos os pequenos furos de suspensão dos amuletos? Estes pequenos objetos vistos na igura 4 (b-c-d-e-h) parecem ter servido como brocas para a produção dos furos. Observando as marcas de uso das brocas ica claro que as mesmas foram utilizadas em movimento de rotação. Analisando os furos de muiraquitãs e contas de colar em lupa binocular é possível perceber que as marcas da parte interna dos furos são bastante semelhantes às marcas das brocas. Outra relação interessante pôde ser constatada entre o diâmetro dos furos e o diâmetro das brocas como pode ser visto na igura 04. Alguns elementos reforçam o fato da produção local de muiraquitãs. Encontramos pré-formas inacabadas que se fragmentaram durante o processo produtivo. Um fragmento de pedra verde, já com a forma da cabeça do batráquio apresenta os furos inacabados. Alguns outros objetos apresentam furos que não foram bem sucedidos e fragmentaram a borda (Figura 4 h-i). O processo produtivo das próprias brocas pode ser observado através de vários objetos que compõem a cadeia operatória de produção das mesmas (Figura 4 j-k-l). Nas brocas é possível perceber que as mesmas foram produzidas com a retirada de bastonetes de placas inicialmente polidas e depois cortadas com a produção de um sulco. Algumas placas com o processo inacabado são compatíveis com as marcas vistas nas brocas. É possível perceber inclusive que algumas rodas de fuso fragmentadas foram reutilizadas como placas para retirada dos bastonetes das brocas. A própria placa utilizada como suporte para produção de brocas aparece com um gume aiado por polimento em uma das extremidades que pode ter sido utilizada como ferramenta para produzir os sulcos que destacam os bastonetes (Figura 4 l). Assim, o processo produtivo dos muiraquitãs e das ferramentas envolvidas em sua produção atestam que os mesmos foram produzidos localmente. Uma diversidade muito grande de matérias primas pode ser observada na produção de muiraquitãs, desde a cerâmica, passando por óxidos de ferro, quartzos, esteatitas e as famosas pedras verdes. As matérias primas “menos nobres” parecem cumprir um papel popularizar um objeto simbólico carregado de signiicado. Experimentação Arqueológica Como deiniu John Coles a arqueologia experimental sugere um ensaio, uma maneira de testar e veriicar uma teoria ou ideia. O que ela pode produzir é uma pista ou caminho para o pensamento arqueológico a respeito do comportamento humano do passado. Desta maneira a arqueologia experimental não pretende nem pode provar coisa alguma (Coles 1973:11 e 18). Nosso trabalho de experimentação e replicação de instrumentos arqueológicos utilizados em diversos estágios da cadeia operatória, resgatados em superfície e em contexto estratigráico, tem como meta testar a eiciência de modelos construídos com as análises de funcionalidade. Outra questão importante é pensar no tempo gasto para a produção de um determinado objeto, caso fosse produzido obedecendo alguns processos técnicos sugeridos. Nossa intenção não é reproduzir o objeto como era no passado, mas testar formas e métodos para saber se os resultados estão próximos dos observados na reinada indústria lítica do baixo Amazonas. Particularmente nos interessa observar se marcas de uso identiicadas em objetos arqueológicos podem ser compatíveis com alguns gestos técnicos que reproduzimos. Nos deteremos à algumas observações que izemos sobre possibilidades para o processo de produção de contas de colar e muiraquitãs. Uma grande quantidade de implementos líticos era utilizada na cadeia operatória: cortadores de pedra, raspadores, abrasadores planos, côncavos, internos, bigornas, percutores, calibradores, brocas e uma série de elementos que certamente não conseguimos recuperar. Selecionamos algumas peças com função provável deinida, para testar se o gesto técnico que imaginávamos poderia produzir marcas compatíveis com as que observamos nos objetos. Procuramos utilizar matérias primas semelhantes às observadas no contexto arqueológico. A primeira tentativa foi de reproduzir as brocas utilizadas para fazer furos em contas e muiraquitãs. A matéria prima trabalhada foi uma placa de argilito metamorizada medindo 11x6x3 cm. Primeiro se utilizou seixos rolados de quartzito como percutor e bigorna de apoio, aplicando a técnica de percussão bipolar para a obtenção de placas mais inas. Neste caso não obtivemos resultados satisfatórios 137 dada a pequena dimensão das lascas que se destacavam. Outra tentativa foi feita através da exposição direta ao fogo por cerca de 30 minutos. Posteriormente a peça foi retirada e submetida a um choque térmico em água. Com o resfriamento brusco veriicou-se o desplaquetamento parcial. Novas tentativas de percussão bipolar, resultaram em lâminas inas e adequadas a produção de placas polidas. Além disso, percebeu-se que a exposição ao fogo e o choque térmico resultaram em durezas distintas em partes do suporte (Figura 5). Como abrasadores para o polimento e corte foram utilizados arenitos de granulação e agregação variadas, resultando em durezas diferentes. Um arenito com cerca de oito quilos, granulação ina e um pouco friável, foi utilizado com água como suporte para polir uma placa com cerca de 3x3x0,5 cm. Várias faces do polidor se tornaram planas após o uso. Em um intervalo de cerca de quatro horas a placa icou pronta. O passo seguinte foi destacar, por percussão unipolar, duas lascas de um arenito bem agregado e de granulação de cerca de 0,5mm. As lascas resultantes foram polidas para produzir um gume. A lasca com gume polido foi utilizada em movimentos de vai e vem para produzir um corte na placa previamente polida. Primeiramente utilizamos um suporte de borda retilínea como guia. Após o surgimento de um pequeno canal, o processo foi feito a mão livre. Constatamos que a utilização de areia como abrasivo pode maximizar o efeito abrasivo. Os cortes foram feitos simetricamente nas duas faces da placa, em conformidade com as pré-formas de brocas existentes nas coleções arqueológicas. Ao inal do processo obtivemos um bastonete com cerca de 3x0,5x0,5 cm, que foi novamente abrasado, no arenito de faces planas, com adição de água e areia, o que resultou em uma broca similar às existentes na coleção arqueológica (Figura 5 b-c-f). Observando em lupa binocular, percebeuse que os furos existentes em muiraquitãs e as marcas das brocas, apresentam ranhuras horizontais que indicam provável, movimento rotacional em velocidade. Com base em registro etnográico (Levi-Strauss 1996: igura 30), percebeu-se que populações americanas às vezes usavam um extensor de madeira, com uma provável broca na ponta. Produzimos então um extensor de maçaranduba (Manilkara huberi). Tentamos utilizar arenitos de granulação e agregação semelhantes aos calibradores arqueológicos, mas não obtivemos sucesso. Lascas de gume bruto ou retocados se mostraram mais eicientes para modelar o extensor. Com a broca ixada ao cabo testamos algumas possibilidades de furar apoiando o objeto a ser furado no solo, prendendo com os dedos do pé e prendendo em um galho de madeira. O mais crítico do processo é justamente conseguir uma boa ixação do suporte a ser furado para que a broca não quebre durante o movimento de rotação. Desconsiderando a facilidade de quebra da broca por conta de movimentos descontrolados, o uso do furador se mostrou bastante eiciente. Os suportes de óxidos de ferro podem ser furados em menos de 10 minutos. Suportes de dureza maior como as jadeítas, que possuem dureza acima de 5 na escala de Mohs, demoraram cerca de duas horas para serem furados, isto levando em consideração a falta de habilidade técnica para operarmos o instrumento (Figura 5 h-i). As experimentações arqueológicas sugerem que o processo de produção dos muiraquitãs foi bastante laborioso, porém parece que, apesar de exigência de muita habilidade técnica, não foi um processo inacessível para a maior parte da população. A maior diiculdade envolvida na produção dos muiraquitãs certamente foi a aquisição das matérias primas adequadas. Considerações Finais Na ocupação Tapajônica as populações investiram tecnologicamente para produzir uma gama muito variada de artefatos líticos, os artesãos dominaram praticamente toda a tecnologia disponível na época para o trabalho da pedra. Nas extensas redes de trocas americanas certamente estes povos tiveram papel importante como produtores de objetos líticos. No caso dos muiraquitãs a indústria lítica não deixa dúvida que eles foram produzidos localmente. O engenhoso processo técnico da produção certamente envolveu especialização, porém, a nosso ver, não parece uma tecnologia inacessível para indivíduos minimamente treinados. Nos parece tão ou mais laborioso produzir um vaso de gargalo ou um dos elaborados vasos esiges da cerâmica Tapajônica. A reprodução de muiraquitãs em matérias primas de fácil acesso parece comprovar que a tecnologia de produção se popularizou. Diante das análises que empreendemos, acreditamos que o que deve ter agregado maior valor simbólico, status e prestígio para os possuidores de muiraquitãs foi a raridade da 138 matéria prima sob a qual ele foi produzido. Os objetos de pedras verdes, muito raras na região, seriam como joias, enquanto os produzidos com a mesma tecnologia, em matérias primas abundantes, seriam como bijuterias. Se as lendárias guerreiras do baixo Amazonas foram consumidoras do mais famoso amuleto do passado amazônico, os Tapajó certamente foram seus habilidosos artesãos. da Lapa do Boquete, Minas Gerais, Brasil, 12000/10500 BP. Diss. Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul. 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Paleoindians developed cultures distinct from those of the cooler, dryer climates (Roosevelt et al. 2002). They intensively harvested ish, turtles, and shellish from the rivers and lakes and hunted small game in the Amazon forests. They already had begun the type of manipulation of forest plants that culminated later in complex orchard and farming systems (Gnecco and Mora 1997; Roosevelt et al. 1996). They created in the forests near their settlements concentrations of desirable plants such as palms and fruit trees which were important staple foods. The earliest-known Amazonians’ early rock paintings shows their command and use of solar cycles and recording systems, as well as other systems (Fig. 1). Astute manipulation of forest-plant populations, animal capture, and selective plant cultivation are evident in some Paleoindian cultures, also. Fracture-lithic paleolithic technology of the highest excellence also is in evidence, as is creation of brilliant and extremely long lasting iron-based pigments. Monumental astronomical images painted on rock panels open to the sky include the sun, possible eclipses, and falling stars or comets. The sun is rendered as a perfect rayed circle, possible eclipses are concentric circles, stars are rayed eyes, and comets or falling stars are diving igures with rayed head and wisly, trailing arms. The sun images were not just art icons but mark the sun’s position at the winter solstice and other times of the year (Davis 2009). Seven dates of c. 11,000 BP (radiocarbon) make the Monte Alegre solar observatory the oldest yet known in the world (Michab et al. 1998; Roosevelt 1999a; Roosevelt et al. 1996). Abundant pigment and paint drops were sealed in dated strata below a painted ceiling at Caverna da Pedra Pintada and at an open site. The thick, highly durable iron-oxide paint with which the scientist-artists depicted images lasted out in the open under tropical conditions for more than ten thousand years. It was itself an innovation in materials science. Developing out of its early beginnings in the Paleoindian cultures, Amazonian painting technology was raised to a high art by the masterful women painters who created the inluential polychrome art tradition of later prehistory. The earliest Amazonians also recorded on the rocks a system of representation of values and sequences. It is a large tabular grid of cells with different symbols: primarily a vertical Material sciences: innovations in laking and carving stone tools Another ield of achievement of the earliest known people in the Amazon was lithic technology (Fig. 2 top). Artisans created enormous inely-laked tools in new forms, such as triangular stemmed points, using technical aids such as heat treatment and platform shaping and grinding. In their rocklaking, they thus achieved success with dificult materials, such as quartz crystal, which is unpredictable due to its crystal planes and irregular laws (Roosevelt et al. 1996, 2009). Later Amazonian peoples also had success in shaping very hard materials by grinding, polishing, and carving. Archaic cultures were the irst to develop ground-stone technologies for cutting and shaping tools and hammers, a craft that was raised to a high level of excellence in the late-prehistoric paramount chiefdom societies. Polished stone tools appear in the early Archaic, c. 10,000 to 9,000 years ago in the Amazon regions of Ecuador and 141 Ecology, systematics, and behavior: applications and representations French Guiana (Gnecco and Mora 1997). An elaboration of the early technology of stone shaping was made later, during the time of the classic Santarem culture of the Tapajos river mouth area. Santarem people made exquisite zoomorphic and anthropomorphic carvings of extremely hard gemstones, such as jasper and jade, apparently using simple materials such as water, sand, and string. Specialists of the culture also innovated in stone carving for composite objects. Their tools and the detritus from their lithic work are found in ceremonial deposits adjacent to their house mounds (Roosevelt 2007). The cultural forest Amazonians’ knowledge of their environments was and is extraordinary, and most western scientiic discoveries in the region’s ecosystems have depended on indigenous informants. In indigenous knowledge of biology, we see recognition of the integration of individual and group adaptations in behavior and understanding of the interaction of different parts of the ecosystem. Of special importance to Amazonians has been the elucidation of the unique characteristics of behavior and adaptation in different animal species. But one of the most remarkable and longunnoticed achievements of Amazonian natural scientists are their cultural forests (Balée 1989). These forests are anthropic tropical forests whose composition Amazonian peoples have distinctively changed by fostering valued species of forests and bringing particularly useful species together in concentrations near settlements and camps. Some of these humanconnected plants are “camp followers” that lourish in the conditions that human activities create by clearing, burning, and disturbing and amending the soil, but most are plants sown or purposely planted in the ground by people. These forests, which have been found in most parts of the Amazon, survive long after the people who created them have moved on and thus they remain a continuing resource for those who come after them. In fact, Amazonians often refer to them as creations of ancestral spirits (Politis 2007). Material sciences: invention of ceramics for vessels and construction of facilities Amazonians also excelled in the technology of ceramics. The Archaic cultures of Amazonia were also the irst in the Americas to invent an effective ceramic technology to make containers and artworks (Fig. 2 bottom). This invention was made independently of other cultures by 7,500 BP at the early sedentary settlement of Taperinha near Santarem (Roosevelt 1995, 2007; Roosevelt et al. 1991). Pottery sherds from structures with hearths and post-holes around the 6 meter high artiicial shellmound were dated directly by radiocarbon and thermoluminescence. These earliest ceramics were made differently from later ceramics by luting together small lat pieces of damp clay, perhaps inspired by an earlier practice of sealing baskets with clay. Later complex societies in the Amazon used lump modeling, coiling, and applique to shape objects and developed methods to shape and ire massive ceramic objects. On Marajo Island at the mouth of the Amazon, women constructed out of ceramic clay ingenious monumental ceramic facilities for maintaining ires with eficient fuel use (Roosevelt 1991; Roosevelt et al. 2012). The practice began about 1000 BC. During the Polychrome Horizon culture there, potters made such ceramic stoves and also created jars larger than a person, which are found in urn ceremteries. In the Manaus area, people living about 1000 years ago made even larger jars several meters across. Large ceramic cook stoves and very large jars for water storage and beer brewing are still made by women in parts of the Amazon today. Biomedical sciences: health maintenance and treatment of illness by drugs Recognition and manipulation of the pharmacological, industrial, and psychoactive properties of plant materials probably also came early, certainly at least by the Formative, when drug paraphernalia turn up among ceremonial ceramic objects (Fig. 3). Amazonian drugs, medicines, and industrial chemicals were applied in the curing of physical disease, psychological and psychiatric treatment systems, as well as in dyeing, painting, hunting, and ishing. By the time foreign literate researchers begin to record Amazonians’ achievements in this ield, we see a rich pharmacopea of medicines such as vermifuges, pain-killers, and antibiotics, many different hallucinogens, poisons for hunting, ishing, and war technology, and also 142 pesticides. Amazonians also developed diverse alcoholic drinks made from starchy crops or fruit juices. These, like hallucinogenic drugs were used primarily at rituals, ceremonies, and feasts. Along with drugs, Amazonians devised numerous methods of preparation and appliances for delivery of these useful and powerful drugs: pipes, spoons with hollow handles, and tablets for snufing, and cups to drink drug infusions. Probably the majority of drugs of plant origin now in the global economy as synthetics were irst developed by Amazonians. One very important Amazonian drug plant was Banisteriopsis caapi vine. The resemblance of this plant’s thick, sinuously curving stem to the body of the great Anaconda of the Amazon did not escape Amazonian ritualists, who considered the Anaconda the spirit animal of Woman Shaman, the creator of the world and of human civilization (Gebhart-Sayer 1984). Banisteripsis’ hallucinogenic juice, accordingly, is said by ritualists to be Woman Shaman’s magical breast milk, with which she created the Milky Way galaxy - the celestial Amazon river. The juice, taken for trancing, is thought restorative and protective (Hugh-Jones 1979). represented in poetry and art as the aggressive and fearsome shaman and sorcerer who invented magic and all the arts and subjected men to a cruel domination. Eventually, men defeated her, and she and her women escaped to the heavens where they rule still and must be propitiated constantly, to prevent harm to humans. Horticultural and soil science: improvement of soil, plant cultivation, and biological community management Food plants Numerous useful food plants were developed by Amazonians, some of which, such as manioc, are so useful that they now are among the most important cultigens in the world economy. Amazonian cultigens are among the most productive and resilient in the world (Roosevelt 1980). The Amazonian cultigen manioc is renowned for its productivity in poor soils and unreliable rainfall. It is a now staple food for tropical people worldwide. The important and anti-oxidant-rich global status-food, Acai palm juice, was developed more than a thousand years ago by prehistoric Amazonians, as a food for ceremonies (Roosevelt 1991). They also developed the very productive starchy staple palm fruit, pupunha (Henderson 1995). Amazonians also readily adopted crops developed elsewhere. Maize is one of these. It was sometimes was used as a ceremonial drink plant (Bettendorf 1910) as it is in Andes, with other plants as staples. This seems to have been the case on Marajo Island, where a local form of wild rice was an important staple food (Brochado 1980). People there varied a lot in how much maize they ate (Roosevelt 1991, 2000). But, in late prehistory, maize had become the staple food crop in many parts of the Amazon where wetland soils were reclaimed for cultivation. This was irst demonstrated for the Orinoco Arauquinoid culture and late prehistoric cultures of the Peruvian Amazon (Roosevelt 1980, 1989, 1997). Since then, the pattern has been found for Arauquinoid cultures in the Guianas and late prehistoric cultures elsewhere. (These indings of high consumption levels were based on analysis of human bone isotopes, since other foods maize often survive better than maize remains in archaeological soils, giving a false impression of what was the most important food. However, because some other potential plant foods in Amazonia give the same chemical signature, it’s Technical knowlege of biota, it integration and application Fauna Amazonians consider animals to be their relatives and ancestors - in creation time humans and animals were one and the same - and are highly expert in their knowledge of them. Their habitats, lifestyles, and social behaviors are widely understood and used. Hunting and gathering are well-informed by such knowledge. People know where to ind animals, based on knowledge of their annual round, and they recognize subtle traces of their presence, via footprints, spoors, or gnawed bark or leaves. Amazonians traditionally tamed many animal species, such as peccaries and parrots, using them for food, materials, or companionship. Knowledge of animals, like knowledge of plants, inluences cosmology and ritual. For example, in populations of the great Anaconda, which they associate with Banisteriopsis, the adult female, which is larger than the adult male, is dominant, aggressive, and fertile. Thus Amazonians conceive of the Great Anaconda as both the creator and irst absolute ruler of the cosmos (Gebhart-Sayer 1984). She is 143 necessary to check the botanical remains for its presence.) Along with the many ield crops and cultivated trees and shrubs, Amazonians developed a wide range of food-processing and fermentation methods to increase nutrients, reduce iber, improve taste, denature anti-nutritive or harmful substances, and promote storability (Roosevelt 1980). The success of all these endeavors is manifest in the large size and density of prehistoric Amazonian populations and their good health compared to those in the Andes and Mesoamerica at the time (e.g., Roosevelt 1991). thickness. These deposits are both a product of and a support for sedentary settlement, and they allow permanent cultivation over large areas. The soils are created by the concentration of human settlement refuse in particular areas for the purpose of cultivation. They are characterized by an abundance of wood charcoal in both powder and pieces, broken and decayed animal bone and shells, decayed plant matter and human excrement, abundant pottery sherds and broken stone tools, plus a wide range of human cultural features such as burials, structural remains, and strata. Their natural substrates include both sand-sized and clay-sized particles in varying amounts, and the composition and structure of the soils make them among the most excellent media for cultivation. They are rich in nutrients and soil exchange media, despite the high temperatures and decomposition rates, of good waterholding capacity, possessed of long-term nutrient stores, and structurally stable despite the abundant rain. Cultivation systems The Amazonian swidden is one of the most complex and durable types of shifting cultivation known to humans. Slashing and burning or mulching puts the nutrient stores of the forest vegetation on the surface for crops, leaving valuable trees standing. The layout and vertical layering of plants of different height, growth rate, and growth habit protects the soil from erosion and leaching yet allows sun-loving plants the exposure they need and provides a continuing yield over many years. Old, longabandoned swiddens remain identiiable and continue to produce abundant food and materials indeinitely. But Amazonians also invented methods for productive, large-scale sustainable agroforestry and open ield farming, methods that no modern systems of European or Asian origin have yet surpassed. Amazonians developed extensive orchards of their most valued tree crops and shrubs, such as Acai, Pupunha, cacao, and Brazil nut. Experimental agroforestry plots imitating indigenous ones were the most productive and stable methods of forest management among the alternatives (Palm et al. 2005). Brazil nut orchards established during prehistory in fact were the main basis for Brazil’s successful export economy in the 20th century before they were bulldozed for costly and unsustainable Euro-style soybean agribusinesses and cattle ranching. Earth engineering, layout, and construction methods: for drainage, transport, and structures Amazonians began doing large-scale building during the Archaic period (Roosevelt 1991, 1995, 2007), and may have created some kinds of rock alignments as early as the Paleoindian period (Davis 2009). The Archaic structures include mounds for structures and for ceremonial purposes. But the earliest monumental mound complex is probably the Formative-period Sangay site on the Upano river in the Ecuadorian Amazon, where there are both mounds for residences and ceremonial purposes. The site also has a variety of constructions for transport (Rostain 2012). By the common era, Amazonians were busy creating monumental earthwork complexes in many areas (Fig. 4). On Marajo Island, mounds of all those functions have been found, mostly of the Marajoara period between about AD 400 and 1300 (Roosevelt 1991; Schaan 2004). But residential mounds of Formative date, of the Ananatuba culture, also have been identiied on the island (Roosevelt et al. 2012). Recently, after large-scale deforestation in the western Amazon, particularly Acre state of Brazil, a number of geometric earth mounds of ceremonial function have been identiied (Pärssinen et al. 2009). These have been dubbed geoglyphs. Although most date to late prehistoric times, c. AD 1200-1400, some have Formative dates. All lack substantial domestic The Black Indian soils One of the most useful inventions of Amazonian Indians are the “terras pretas do indio” or Black Indian soils, irst described by North American geographers in Brazilian archaeological sites (Kern 1994; Smith 1980). These composted refuse deposits of the Amazon are unequalled elsewhere in extent and 144 refuse. Most are circular or square, but some are both, and several have earth ramps and causeways. The large cultural center of Santarem includes both domestic and ceremonial earthworks. The classic culture, long assumed to be contact-period, was shown by excavations to be prehistoric. Although much of the site was destroyed by bulldozing by corporations, archaeological mapping and excavation have revealed the layout and contents of the earthworks. Long, parallel rows of small house platforms with adjacent ceremonial facilities for feasting, cremation rituals, and special craft manufacture are a repeated pattern in several neighborhoods. A large low earth platform also was found, its surface dotted with caches of special objects, indicating a ceremonial function (Roosevelt 1999b, 2007, 2013; Roosevelt et al. 2012). Residential and ceremonial mounds and transport earthworks have also been identiied in the large wetlands of Amazonia: the Llanos de Mojos in the Bolivian Amazon and the coastal lowlands of the Guianas (Denevan 1966; Iriarte et al. 2010; Rostain 1991; Walker 2004). But, these latter wetlands also contain one of Amazonia’s most interesting and signiicant earth constructions: the raised ields. Essentially, in the last thousand years of prehistory, Amazonians transformed large areas into dense patchworks of ridged and drained ields for intensive maize agriculture. Most of the residential and ceremonial mounds, causeways, and canals in these wetlands were built as adjuncts to the ields, although some mounds of Formative age also exist in the regions. The raised ields are really a huge agricultural development that puts the lie to the idea that Amazonians always lived by cutting tiny swidden ields in the forests and shows the substantial engineering feats prehistoric people accomplished. cohesive. Their integral cultural styles and settlement continuity show that many persisted for hundreds and even thousands of years. The Marajoara culture, for example, continued without a break for more than a thousand years. Amazonians achieved this stability using less centralized, more inclusive, and more broadbased systems of government. In contrast to the gender-bias of western science, women as well as men were important Amazonian savants. That the knowledge and know-how of Amazonians was wrapped up in concepts of nature, the supernatural, and organization foreign to westerners doesn’t take away from its scientiic and technical accomplishments. Amazonians appear to have employed a wide a range of institutions and community gatherings to achieve consensus and cohesion. Chiefship is an enduring institution in both ancient and modern societies. We can recognize the institution in prehistory by characteristic symbols and accoutrements, such as chiefs stools and headdresses. Although many writers emphasize male chiefs, both ethnographic and prehistoric evidence show that women often served in prominent political and ritual roles. Chronicles describe the preeminance of women rulers and/or female deities in the middle and lower Amazon (Bettendorf 1910; Carvajal 1934), and archaeological images document numerous females with the icons of chiefship and shamanism: decorated shirts, stools, and crowns (Guapindaia 2001; Roosevelt 1991). More often than not societies were multilingual. Throughout the Amazon, chiefdoms utilized life cycle ceremonies to bring together both their people and those of neighboring groups. The ceremonies of the Upper Xingu, the Upper Amazon, and the northwest Amazon are renowned. Societies used both peaceable regional interactions as well as war to survive conlict. Effective strategies and weapons were devised, but people also used magic and sorcery to get enemies, obviating physical attacks. Religious belief systems and art styles are an enduring element of supra-regional integration in indigenous Amazonia. The horizon styles, such as the Polychrome and Incised and Punctate Horizons, spread widely, integrating large numbers of societies into their systems of political organization, genealogy, cosmology, and ritual. The latter horizon and its staple maize economy spread out from Arauquinoid sites in the Orinoco c. AD 500, reaching the Guiana coasts and the middle Amazon by AD 1200 (Nimuendaju 2004; Roosevelt 1980, Human organization and conceptual culture: durable heterarchical complex societies Over and above all these various technical developments, Amazonians developed intricate systems of socio-political organization. These institutions maintained cohesion of societies over much longer periods than did the topdown, authoritarian societies in the heritage of their European conquerors. Amazonian societies were extraordinarily long-lived and 145 their loodland ields. The ancient cultural style that they practice along with all its characteristic arts, rituals, and elements of social organization (Gehbart-Sayer 1984; Roosevelt 1991), has also had an inluence abread as a generic indigenous symbolic system and art iconography adopted by some pan-Amazonian Indian organizations (Jackson 1994). Some countries, like Brazil, have made great strides in making higher education available to rural and indigenous people. In the Amazonian provinces, acculturated Indians (sometimes called peasants or hut people, caboclos) who have had access to national primary and secondary education often join in scientiic research as specialists and assistants or as intermediaries with native groups who have stayed away from the centers of national society and culture. Also in Brazil, programs have been put in place for chiefs and shaman to be the school-teachers for their communities, rather than outsiders. But important measures remain to be put in place to ensure the continuation of indigenous societies, cultures, and populations on their own terms. Several Latin American nations retain authoritarian features of the Napoleonic Code inherited from the Imperial European colonies they began as. Although Brazil abolished its code along with the US-sponsored military dictatorship in 1988, it retained its claim of centralized sovereignty over all mineral resources. Jural establishment of the right of local sovereignty on Indian reserves is needed to protect indigenous reserves from invasion by local, national, or international powers today in Brazil, Peru, and Ecuador. Such measures will ensure that Amazonians continue the brilliant trajectory of their cultures and societies and make valuable contributions to their countries, rather than subsiding into the national underclass as day laborers, dirt-poor peasants, and prostitutes. 1997, 2002; Rostain 2010). The Polychrome Horizon for its part spread from the mouth of the Amazon c. AD 400 to the Upper Amazon in Peru, Colombia, and Ecuador and remains a major style among powerful and populous tribes today (e.g., Fritz 1922; Gebhart-Sayer 1984; Hugh-Jones 1979; Jackson 1994; Roosevelt 1991). Amazonians, societies, and science today Amazonian peoples are today continuing the tradition and practice of innovation in science and technology. Despite the carnage and rigors of the European conquest, many groups remain organized or have re-organized and vigorously continue, develop, and expand their traditions (Fig 5). In the 20th century, politically-aware cultural and linguistic groups, such as the Shuar Federation of Ecuador, formed powerful regional coalitions to pressure for their priorities in the face of forced top-down development by governments and corporations (Whitten and Whitten 2008). Recently, local groups have had success using the judiciary against uncontrolled petroleum exploitation in Indian reserves. Leaders of powerful tribes such as the patrilineal Kayapo in Brazil, negotiate directly with national and international agencies to prevent large development projects from dispossessing or displacing them. They also have maintained signiicant socio-political integrity, though with smaller population numbers than in prehistoric times. Their leaders are independent enough of the patriarchal national society not to be embarrassed to work closely with children or to make and sell ine ceremonial jewelry. Their communities are not wide open for any outsider to enter but only by careful negotiation to forestall unwanted interferences and ensure speciic beneits on all sides. The matrilineal societies of the Polychrome Horizon like the Panoan-speaking Shipibo have been especially successful at maintaining their large populations, stable settlements, indigenous subsistence, and conceptual systems in the context of the national society of Peru, despite long-term intrusions and manipulations of missionaries and settlers and government oficials. Women have done especially well in the international art trade with their ine, polychrome pottery and fabrics, but both men and women have proited from producing cash crops such as rice and maize on Bibliography Balée, W., 1989, The culture of Amazonian Forests. Advances in Economic Botany 7: 22-29. Barone Visigali, E., W. Balee, S. Rostain, A.C. Roosevelt, and M. Hignette (editors), 2011, Les Habitants de L’Eau: Autres Histoires de Guyane. Exhibition Brochure. Aquarium Tropical, Paris, and Ibis Rouge, Cayenne. Betendorf, J.F., 1910, Chronica da Missao dos Padres da Companhia de Jesus no Estado do 146 Maranhao. 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Schaan2, Christian Isendahl1, Mats Söderström3, Jan Eriksson3, Márcio Amaral2 & Mats Olvmo4 1 Department of Historical Studies University of Gothenburg, Göteborg, Sweden 2 Anthropology Program, Federal University of Pará, Belém/PA, Brazil 3 Swedish University of Agricultural Sciences, Department of Soil and Environment, Skara, Sweden 4 Department of Earth Sciences, University of Gothenburg, Göteborg, Sweden Background al. 2012). This means that we are now able to discern the contours of communities, whose histories came to be obliterated following the European colonization. It also involves, however, a re-evaluation of the relevance of many concepts that were developed to describe societies and regions of other parts of the world (including terms such as “chiefdoms”, “states”, “agriculture” and even “landscape” (see also Neves; this conference and Descola; this conference). Few themes in archaeology have given rise to such a wide gamut of interpretations and understandings, as has that of the prehistory of the Amazon. Lack of substantial information has allowed considerable scope for speculation to the degree that many interpretations of pre-Columbian Amazonia have included a fair amount of “wishful thinking” of one kind or another. Historically – as has been the case with the Eurocentric images of other nonEuropean societies, such as those of Africa or the Orient (e.g. Said 1978; Thomas 1994) – the conceptions of ancient Amazonian communities have been colored by the currents of thought that have lourished in Western thought at different times. This is a problem which undoubtedly will persist, but the importance of which, nevertheless, should be reduced through the emergence of new empirical bases and a decreasing of the dominance of Eurocentric historical research. In spite of early historical information (particularly Carvajal 1942 [1549]) about the existence of large-scale and populous villages along the Amazon River, organized into chiefdom-like socio-political order, substantial and unequivocal archaeological support for such claims remained elusive for quite some time. Over the last few decades, however, this situation has drastically changed and there is now good empirical basis for claiming that ancient Amazonian societies may well have exhibited some forms of urbanity and socioeconomic integration on a regional scale (e.g. Heckenberger 1996; Heckenberger et al. 1999; Petersen et al. 2001; Quinn 2004; Roosevelt 1980, 1991, 1999; Schaan 2012; Stenborg et The archaeological Gothenburg collections in The early 20th century witnessed the establishment of numerous Western institutions and museums with the ambition to create a comprehensive representation of human history that covered every region of the Earth; a development that partially followed in the footsteps of colonialism (e.g. Thomas 1994). One such institution was the Gothenburg Museum in Sweden; particularly during the period of Erland Nordenskiöld’s leadership (Muñoz 2011; Stenborg 2004). Under Nordenskiöld’s guidance this museum gained a reputation as one of the leading centers for Latin American studies. Nordenskiöld quickly built up a wide network of contacts with leading researchers of the ield in various parts of the world. Nordenskiöld’s Latin American focus also implied that the bulk of material acquired by the museum had South American origin. Of the approximately 95.000 items the present Museum of World Culture in Gothenburg inherited from the former Ethnographic Museum at the end of the 20th century, about 149 49.000 originates from South America. Nordenskiöld came in contact with the surveyor and explorer Curt Unkel Nimuendajú in the early 1920’s. Nimuendajú, who had migrated from Germany to Brazil in 1903, was by this time living in Belém and involved in both ethnographic and archaeological ieldwork in the Amazon region (Neves 2004:3f). During the years to follow Nimuendajú organized a number of expeditions to collect material for the museum in Gothenburg. The collections, consisting of both archaeological and ethnographic material, originated from various parts of the Brazilian Amazon, such as Rio Madeira, Rio Negro, Rio Xingu, Rio Tocantins, Amapá and the islands of Marajó, Caviana and Mexiana. The provenience of the largest number of objects was, nevertheless, the Santarém Region in the state of Pará (Stenborg 2009a). adornos (sometimes with double heads), generally as handles or simply as decoration. The animals more commonly represented are king vultures, caimans, agoutis, monkeys, frogs, bats, common foxes, birds, and jaguars. The use of paint (mostly red, but also red and white slip) is present in some vessels, and especially on female igurines. Basketry impressions probably derive from the use of mats as supports for vessel shaping. The farreaching stylistic and artistic specialization and the thematic diversity regarding motifs were pointed out already by early researchers such as Nimuendajú (1949, 2004) and Palmatary (1939, 1960). In addition to the historical link between the Santarém region and Gothenburg, generated by the existing museum collections, a further incentive for intensiied archaeological ield investigations in this area is that parts of the Santarém region currently are subjected to various types of exploitation, including expanding agriculture and road construction. Therefore the archaeological record is rapidly being destroyed. A general purpose of the Cultivated Wildernessproject is to combine new ieldwork in the Santarém region with studies of the material collected back in the 1920’s. Through this work we hope to shed new light on the issue of how the relationships between humans and their environments developed through the preand early post-contact periods of the region. The project involves a bidirectional exchange with Brazilian universities. Apart from joint ieldwork in Brazil, Brazilian researchers and students have visited Gothenburg to study the material in the museum collections there, while – in a correlative way – Swedish students have been given opportunities to visit Brazil and the archeological ield activities carried out by our project. Apart from a rich archaeological material, mainly consisting of ceramics, the region also exhibits a type of local anthrosols, known as Terra Preta do Indio or Amazonian Dark Earth (ADE) – a product of past human occupation. In fact, the Terra Preta phenomenon was irst identiied in the Santarém region already in the late 19th century (Hartt 1874), but it was only later that its properties and potential for contesting cultural-ecology were aknowledged (Sombroek 1966, Smith 1980). In contrast to the otherwise poor soils, ADE are fertile soils – still highly coveted for agriculture (e.g. Glaser et al. 2004; Heckenberger et al. 1999; The Cultivated Wilderness Project The interdisciplinary Swedish-Brazilian research collaboration project “Cultivated Wilderness: Socio-economic development and environmental change in pre-Columbian Amazonia” is concerned with the archaeology of the Santarém Region in the State of Pará, Brazil. The area of investigation is located south of the Amazon River, covering parts of the eastern shore of its tributary Rio Tapajós as well as the Belterra Plateau further inland to the east (Figure 1). The project is funded by the Bank of Sweden Tercentenary Foundation. As mentioned above, the Museum of World Culture in Gothenburg holds large collections of archaeological material from the Santarém area collected by Nimuendajú in the 1920’s. Although the material attracted much attention at the time it arrived in Gothenburg, only limited research has been done on it in the past. Santarém pottery (Figure 1) has been classiied by Meggers and Evans (1961) as part of the Incised Punctate tradition, which has a widespread distribution on the lower Amazon. The ceramics contain a luvial spongier called cauixi (Parmula batesii) as temper material, eventually a combination of cauixi and grog, and less often the caraipé (burnt and crushed tree ashes) temper. Vessel surfaces have a pale brown color, usually ornamented with incisions and punctuations applied in repetitive patterns inside bands that surround the vessel or plate. The diagnostic feature is the profuse use of anthropomorphic and zoomorphic 150 of Santarém (Figure 3). Lehmann et al. 2003; Woods & McCann 1999). It May ne noted that the interes of cualities hve meminished in redent quaesm (Schaan ADETo enable investigation of ADE occurrences in the ield study area the research group includes both archaeologists and soil scientists and ieldwork activities involve soil mapping, sampling and analyses as well as archaeological excavation and surveying. Additionally, geomorphological studies have been linkedin with archaeological and pedological studies to enable a better understanding of the formation processes of landscape features that may have inluenced pre-Columbian resource management strategies and settlement selection in the area. Preparative ieldwork during 2006 - 2010 identiied and located more than 100 archaeological sites of varying size (Schaan 2013; Stenborg 2009b; Stenborg & Bakunic 2011; Stenborg et al. 2012). Many of these settlements are situated far from the main rivers in forested and cultivated areas on the Belterra Plateau that are sparsely populated today. During the dry season water resources in these upland areas are sparse and the areas have generally been considered unable to support permanent human settlement. Therefore, the common assumption that permanent settlements, throughout Amazonia, essentially were associated with river environment is contradicted by these indings. Our data from sites on the Belterra Plateau suggests that the common assumption that permanent settlements throughout Amazonia essentially were constricted to near-riverine environments is invalid in the case of the Belterra Plateau. On the contrary; we have found that many pre-Columbian settlements occur in upland areas where seasonal shortage of water should prevent the establishment of permanent residence. Our surveying, however, also revealed a recurrent pattern of association between inland sites and particular landscape features – especially circular and elliptical depressions of widely differing dimensions that are found in many parts of the Belterra Plateau (Figure 2). In several cases these depressions have been found to preserve water throughout the dry season and some are used as source of water supply by the present population. Post-survey ieldwork has therefore included detailed investigations of two depressions at a site called Bom Futuro, located on the Belterra Plateau some 40 km south of the modern city Field data from the Bom Futuro site In 2011, two areas at the Bom Futuro site were investigated through excavation. A total of four 1 by 1m squares and a trench were excavated (see Figure 3): In area 1 a 1 by 1 m square in the slope of a large depression, where additionally a 105m long was excavated with a power shovel, from the center of the depression to beyond its rim. I area 2, three 1 by 1 m squares were excavated, one in the bottom of a smaller depression, another on the berm of the smaller depression, and a third on a low platform associated with the smaller depression. The test pit at the large depression was excavated in order to investigate the soil layer sequence on the slope of a large round depression (Area 1 on Figure 3, above). This area consisted of an open cleared ield and had been under soy bean production for some years. Consequently it had been strongly affected by clearing and cultivation associated with mechanized agriculture. The layers of this test pit (1x1m) contained no thick cultural layers and almost no cultural material, and the excavation continued down only to approximately 0.3 m below ground surface, where a compact yellowish clayey layer entirely void of cultural impact appeared. The depression was further investigated through the excavation of a trench in its northern part (Area 1 on Figure 3, above). The trench with a total length of 105 m was laid out in a south to north direction from the center of the depression towards its limit and ending some 10 meters past the edge of the depression. No berm was readily observed in the surface topography at this section of the rim, but a slight low rising at the western edge of the depression may indicate the remains of a berm. Figure 4. Plan and cross-section of the trench excavated in a large depression at Bom Futuro. By Per Stenborg. In this manner it was possible to document the stratigraphy down to a depth of approximately 3m along the extension of the trench. In the center of the depression excavation was continued to a depth of approximately 5m below the present soil surface level. The excavation revealed signiicant differences concerning horizon sequences in different parts of the trench. In the center of the 151 depression the (ploughed) surface horizon darkened by organic matter was followed by a light yellow horizon overlying a compact whitish, clayey stratum, locally referred to as Tabatinga (see below). This layer was found to continue at least down to a depth of 5m. The whitish layer has been depleted in iron due to waterlogging and reducing conditions during the rainy season. Further upslope the color of the corresponding layer turned more orange – relecting less inluence from reducing conditions. In this part of the trench there was a thin plinthic layer in the subsoil. In the northernmost sector of the trench the soil had a reddish color throughout the entire section indicating a freely drained proile. The excavation undertaken in the smaller walled depression about 0.5 km west of excavation 1 (Area 2 in Figure 3; see also Figure 5) revealed a pattern which contrasted sharply with that found in area 1. The square excavated in the center of this smaller depression (unit 1) and contained thick anthropogenic soil layers and relatively high amounts of cultural material. Artifacts consisted almost exclusively of coarse, undecorated pottery probably of utilitarian types. A particular observation was that most sherds were in horizontal position. Pottery was found down to a depth of 110 cm below present ground surface level. A second 1x1m test pit (unit 8) was excavated in the berm surrounding the depression. The material was in this case more varied and occurred as concentrations of pottery, charcoal and to some extent also lithics. Pottery types included ine, decorated pottery as well as coarse pottery. The pattern of horizontal positions of fragments observed in unit 1 was not repeated in unit 8. Cultural material was found down to a depth of 70 cm. The archeological ieldwork revealed similarities as well as differences between the investigated settings. In the area of excavations 2 and 3 (the smaller depression and a low platform located c. 20 m east of the depression not discussed here) our investigations showed that this whole area has been considerably transformed by human action in the past. It is reasonable to consider that the area has been used as a settlement area. The depression may have served as a water supply at a sub-settlement level – covering the needs of a household or a group of households. In case this depression existed as a natural landscape formation prior to human settlement – it has been heavily modiied through human action. The berm surrounding the depression contained refuse material (charcoal, potsherds, soot etc.) as well as lenses of clay material that probably had been moved from the bottom of the depression and deposited on the berm. This pattern seems to be in accordance with land modiication processes such as the construction of a water reservoir, improvement of the capacity water holding of a water reservoir and the maintenance of a water reservoir. It is likely that the human transformation in this case involved at least the two last-mentioned activities. Material transported by rain water will accumulate at the bottom of the depression, necessitating periodic clearing out and maintenance of the reservoir. Dates and temporal relationship between Upland and Riverine settlements The largest settlement-area of the Santarém Region is that found at the location of the present Santarém city, by the conluence between the Tapajos and the Amazon rivers (cf. Schaan 2013; Stenborg et al. 2012). Dates from the Santarém-site suggest that this area was inhabited by human populations over several millennia. Notwithstanding, the majority of the dates from this site pointes to an increase in human presence over the centuries immediately prior to the European contact (Gomes 2002; Quinn 2004; Schaan 2012). In addition, analyses of samples from a riverine site (Fé em Deus) by the eastern bank of the Tapajós river points to an occupation of considerably time depth. These results correspond well with previous dates of material from the Porto-site, situated in present-day Santarém-city, by the southern bank of the Amazon. Also in that case dates showed considerable spread, although the majority of the dates pointed to an increase in human presence over the centuries immediately prior to the European contact (Quinn 2004). Less is hitherto known about the settlements of the upland/hinterland – although the existence of such settlements became known through the ieldwork of by Curt Nimuendajú in the 1920’s (Linné 1928; Nimuendajú 1949, 2004; Nordenskiöld 1930; Palmatary 1939). New radiocarbon and OSL dates, however, indicate that the occupation of settlements on the Belterra plateau was the most extensive during the centuries that preceded the European contact and that settlement may have remained inhabited into European contact-times. 152 Table 1. Results of radiocarbon and luminescence dating of samples from the Bom Futuro-site, municipality of Belterra, Pará, Brazil Analyses of samples from the site of Bom Futuro have yielded dates ranging from c. A.D. 1300 up to historical times. The majority of these dates point to human activity on this site during the late pre-contact and contact periods (Table 1). Materials from two other sites situated somewhat further north on the Belterra Plateau have recently been dated. In the case of Amapá, the dates range from c. 1500 A.D. up to the early 18th century. Samples from the Cedro-site have yielded dates from the early 14th century up to modern times. This implies that consistent data points to a late establishment of settlements on the Belterra Plateau. The total number of dates is still limited, but will soon be complemented by results from samples already submitted for analysis. of the solutes via subterranean drainage in pipes or macropores, which can undermine the bedrock and ultimately cause the collapse of porous layers (often referred to as pseudokarstic processes). Our current interpretation, hence, is that the larger depressions found associated with remains of ancient settlements; often bordering on, rather than encircled by the Terra Preta patches on the Belterra plateau originally have been formed through such pseudokarstic processes. During the rainy season these depressions (sinkholes) are reilled through an inlow of surface water. Sizes vary, but depressions measuring more than 200 m across have been recorded, which means that large quantities of surface water is collected during the rainy season. According to the results of surveys carries out over the last few years, many of these formations are associated with archaeological sites and patches of Amazonian Dark Earth, or Terra Preta. Percolation of water through the soil proile in the middle of such depressions result in a slow process of leaching and reduction of iron, and hence, to a formation of a supericial stratum of ine-grained sediment, locally known as Tabatinga (from Tupí – “tobatinga” or “tauátinga”, name for a whitish or light grey-bluish clay (Souza 1939:383)), with low permeability. In this manner, the water-holding capacity of these depressions is likely to increase over time. Of signiicant importance here, thus, is that this process has produced natural waterholding depressions in an area with few other water sources. During the dry season, these sinkholes have constituted a resource in some sense analogous to that of oases in desert areas. These natural formations, hence, have undoubtedly had a signiicant impact on the Natural and artiicial ponds Our results suggest that techniques for management of water resources were developed by some populations the populations living on the Belterra plateau, particularly during the last centuries preceding the European colonization. These techniques included both the use of natural water-holding depressions and constructions of smaller structures for water storage. A previously little noted fact of decisive importance for allowing human settlement in the region is the frequent occurrence of sinkholes or enclosed depressions (also known as “swallow holes”, “shakeholes”, “swallets” or “dolines”). The large depressions described above are likely to be examples of sinkholes and dolines (e.g. Figure 2, above). These karstic landforms are the results of dissolution of subjacent rocks and transport 153 development of human land use and settlement on the Belterra Pplateau by– providing access to water between the rainy seasons. An overlay of the record of registered sites on a digital elevation model (DEM) of the plateau shows a greater incidence of sites situated in local lows as compared to the heights (Figure 6). For clarity, it should be noted that new sites are constantly being recorded and, therefore, that this mapped inventory obviously does not cover all sites in the area. Of equally great importance are the indings of remains of clearly artiicial constructions for water supply in association with uplands/ hinter-lands sites on the Belterra plateau, for instance the small depression investigated at Bom Futuro (Figure 5, above). These depressions are considerably smaller in size and often have elongated, rather than circular shapes. They are often found within the conines of the Terra Preta patches; hence they are enclosed by the anthrosol, rather than adjacent to it. Knowledge and Future Perspectives on Geoecological Research Concerning the Origin of Amazonian Anthropogenic Dark Earths (Terra Preta). Amazonian Dark Earths: Explorations in space and time, edited by Bruno B. Glaser, and William I. Woods, Springer, Berlin: 9-17. Góes Neves, Eduardo, 2004, Introduction: The Relevance of Curt Nimuendajú’s Archaeological Work. In Pursuit of a Past Amazon: Archaeological Researches in the Brazilian Guyana and in the Amazon Region by Curt Nimuendajú, edited by Per Stenborg, Etnologiska Studier vol. 45, Världskulturmuseet i Göteborg, Göteborg: 2-8. Gomes, Denise M. C., 2001, Santarém: Symbolism and Power in the Tropical Forest. Unknown Amazon, edited by Colin McEwan, Cristina Barreto and Eduardo Neves, The British Museum Press, London: 134-155. Gomes, Denise M. 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At the household or small group level the water supply may have been managed through the construction of small structures where water was collected during the periods of rain, although the use of these constructs has not yet been established and may have included several areas of use (proposes that have been suggested are cultivate of freshwater faunal anima; eg. Touted). These structures or ponds were generally situated inside the settlement and Terra Preta area. Being small in surface extension, these reservoirs are likely to have formed part of the intra-settlement activity areas. Hitherto, our data suggest that the expansion of human settlement on to the Belterra Plateau was a comparably late development (possibly post 1100 A.D.) and one that continued up to the initial times of European contact. References Glaser, Bruno, Wolfgang Zech and William I. Woods, 2004, History, Current 154 Collections at the Museum of World Culture in Sweden. 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Caviedes, University of Texas Press, Austin: 7-14. 155 156 Simposio “Medio Amazonas y Madeira” Como os contextos funerários nos ajudam a entender os vivos na Amazônia Pré-Colombiana Anne Rapp Py-Daniel Universidade Federal do Oeste do Pará, Brasil PPG do Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo, Brasil “Não existe, provavelmente, nenhuma sociedade que não trate os seus mortos com consideração [...] Sem dúvida que as práticas funerárias variam consoante os grupos.” (Lévi-Strauss, 1955:225) comportamento dos mortos. Não existindo uma forma universal de se pensar os mortos, cada sociedade sendo única (Cunha, 1978). O tratamento dos mortos e todo o funeral em si estão profundamente inluenciados pelos códigos sociais compartilhados dentro de uma sociedade, tanto as regularidades quanto as transgressões das normas estão dentro do limite de possibilidades aceitas dentro de uma determinada sociedade (Ribeiro, 2002:203). Além disso, o tratamento funerário raramente é uniforme e único, mesmo dentro de uma única sociedade, o destino do morto está normalmente relacionado ao seu status, ao local onde o mesmo faleceu e ao acesso da sociedade sobre o mesmo (Chaumeil, 1997:8485). Introdução As práticas funerárias, como todas as outras escolhas dentro de uma sociedade, são fruto de processos históricos, sociais e cosmológicos. Nos últimos anos de pesquisa, de maneira cada vez mais sistemática, temos tentado compreender não só os padrões e recorrências no mundo funerário, mas também como esses elementos representam escolhas socioculturais. A arqueologia voltada para o mundo funerário é pouco conhecida no Brasil – e no mundo – (Duday, 2005; Mendonça de Souza, 2010). Frequentemente vista como a análise de “ossos” ou em outro extremo descrita como a análise de artefatos associados aos mortos, esquecendo o indivíduo morto (Duday, 2005). A arqueologia da morte interage com um material de estudo diferenciado, as práticas e os gestos funerários, além dos remanescentes ósseos, nos permitindo acessar contextos simbólicos repletos de “escolhas culturais”. Como nos diz Cunha (1975:2): “a morte não se satisfaz em destruir o que chamamos de organismo, mas inicia também um processo de dissolução do homem social, e isso em vários estágios de seu ciclo de vida.” Todas as sociedades humanas têm encontrado maneiras diferentes de simbolizar o evento da morte (Neves e Piló, 2008). Ribeiro (2002:160-161) propõe, e outros antes dela também, que mudanças sociais e culturais ocorrem, mas a cosmologia ligada ao mundo dos mortos muda lentamente, a não ser por razões de necessidade ou interesse comum. Falar de morte é falar de vida (Ribeiro, 2002), pois ao analisar a morte e o tratamento funerário estuda-se o comportamento dos vivos e não o A arqueologia na Amazônia e os contextos funerários Desde os trabalhos realizados por Nordenskiold, no começo do século XX e posteriormente Lathrap, Brochado, Noelli, Heckenberger (2001) Neves e Moraes (2012) (entre outros), hipóteses de trabalho têm sido elaboradas tentando associar cultura material arqueológica e populações de grandes troncoslinguísticos na Amazônia (Tupi e Arawak principalmente). Apesar das limitações de qualquer modelo, essas hipóteses têm sido usadas como ferramentas de trabalho para pensarmos a ocupação humana e a dispersão das práticas funerárias das populações précontato na Amazônia. Na Amazônia Central, pelo menos, as classiicações propostas de divisão em fase e tradição têm funcionado na maioria dos casos (Neves, 2010). Existem levantamentos feitos sobre as práticas funerárias das Terras Baixas da América do Sul, a partir de descrições etnográicas ou de relatos e, por vezes, como estes podem ser associados com a arqueologia: Métraux (1947), Chaumeil 157 arqueológicos, onde as representações gráicas sobre as cerâmicas associadas a contextos funerários e residenciais na ilha de Marajó puderam trazer mais informações sobre a complexidade social e cultural. O mundo funerário pode, em alguns casos, trazer luz sobre aspectos estruturantes das sociedades e de como os indivíduos se relacionam. Hierarquias e diferenciações sociais são comumente mais marcadas no “mundo dos mortos” e os vestígios humanos diretos fornecem um conjunto de dados a ser estudado pelas ciências biomédicas, permitindo acesso a informações sobre sexo, idade, etc. De tal maneira optamos pela criação de um quadro sobre as práticas e os gestos conhecidos através de relatos históricos e etnográicos na Amazônia. Em seguida comparamos esses dados com alguns contextos arqueológicos, sobretudo aqueles associados a sítios próximos aos rios Amazonas, Madeira e Tapajós, indo além de um “check-list”. Dessa maneira, esperamos obter um panorama representativo, signiicativo e útil para compreensão da história das populações passadas, suas escolhas e mudanças ao longo de centenas de anos. (1997), Ribeiro (2002) Rostain (2011) e Silva (2005). Chaumeil (1997) apresenta um exemplo de estudo sobre o relacionamento de algumas populações sul americanas com seus mortos, rupturas e continuidades entre o mundo dos vivos e o mundo dos mortos são observadas pelas diferentes populações. De acordo com Neves (2012:73) a arqueologia da Amazônia, tem seguido um caminho distinto do resto da arqueologia feita no Brasil, pois ela dialoga de maneira mais intensa com disciplinas como a antropologia cultural, a linguística e a ecologia humana, surgindo assim alguns problemas de pesquisa especíicos e presentes em quase todos os trabalhos realizados na região (Neves, 2012): a compreensão da correlação do meio ambiente e os processos sociais dentro da ocupação humana da região; a relação entre a identidade e os vestígios materiais da arqueologia; compreensão do nível de impacto da colonização europeia sobre as organizações sociopolíticas pré-coloniais. Os estudos sobre “se” e “como” a presença europeia na Amazônia impactou as formas de organização sociopolíticas indígenas dividiu, e ainda divide, as opiniões. Muito foi escrito sobre as estruturas políticas das populações Amazônicas, que foram inicialmente deinidas como caçadoras-coletoras sem hierarquia social (Meggers, 1971). Depois essas populações foram descritas como socialmente complexas, análogas aos cacicados Tainos (Roosevelt, 1993). Vários fatores – ambientais, demográicos e tecnológicos – foram procurados para explicar as diferenças nos processos de ocupação dos diferentes grupos humanos nessa região, mas nenhum conseguiu dar conta da diversidade encontrada. Diferentes tipos de estruturas socais são muitas vezes percebidos (ou idealizados) através dos modos de sepultar, onde igualdade ou diferença no tratamento dos corpos estão comumente relacionados à posição social dos indivíduos em vida. Infelizmente o simbolismo ligado às crenças e costumes religiosos, tão valiosos para a antropologia e etnologia, é por vezes relegado à segunda ordem em contextos arqueológicos. A leitura dos dados normalmente só nos permite diferenciar contextos “importantes/ diferenciados” de contextos “comuns/usais”, e mesmo assim com grandes diiculdades. Os trabalhos de Schaan (2004) e Barreto (2008) são exemplos de associações bem sucedidas entre a antropologia e a arqueologia distinguindo os elementos simbólicos presentes nos registros Identidade Apesar das diversas mudanças que ocorreram com o contato entre grupos indígenas ou desses com as sociedades europeias/neo-brasileiras, a cosmovisão do mundo e como ela é posta em prática no momento da morte mudaram lentamente, tendo sofrido um processo mais acelerado onde se encontravam as missões evangelizadoras cristãs. As mudanças dentro de um grupo/cultura não são simples processos de aculturação. Os grupos indígenas – ou qualquer outro grupo humano – não são passivos na sua própria história (Burke, 1992). Assim, ao procurar um padrão no mundo funerário não seremos dogmáticos ou radicais, nem com os dados arqueológicos, nem com os dados oriundos de descrições pós-contato. Todos os indivíduos e sociedades sendo capazes de mudar, de alterar suas culturas, sem, portanto se perder ou se extinguir – desde o século XIX os naturalistas que passaram pelo Brasil anunciavam o im das populações indígenas, porém as mesmas continuam batalhando para se manter, dando até sinais de crescimento demográico (Arruda, 1992; Martius, 1982; Nimuendajú, 1987). As culturas indígenas que viveram na Amazônia antes do contato com os europeus 158 não se desenvolveram em isolamento, ao contrário, percebe-se, tanto no registro arqueológico como etnológico, que o encontro de pessoas de contextos sócio-ecológicos diferentes devem ter reforçado distinções culturais e étnicas (Barth, 1969:9). No alto Rio Negro, por exemplo, existe um processo de relacionamento intercultural entre Tukano e Arawak que levam a indagações sobre se seriam as populações Tukano oriundas do oeste que teriam “tukanizado” os Arawak ou vice-versa, esse processo claramente não está relacionado ao contato com o europeu (Wright, 1992). Ao se trabalhar com padrões de comportamento, com repetições, com papéis sociais, sempre vem à cabeça, principalmente ocidental, o papel do indivíduo. A importância do “Eu”, as escolhas pessoais ou mesmo familiares. A arqueologia tem diiculdades em lidar com essa identidade individual, pois em 99% das vezes não somos capazes de saber quantos indivíduos estavam envolvidos numa atividade e nos é impossível saber aqueles que de fato realizaram a ação. Para além dessas observações generalistas, temos outras mais especiicas sobre a limitação da compreensão do Eu: como chama atenção Max Weber, na sociedade ocidental a religião cristã (e posteriormente o sistema político e econômico) fez com que surgisse uma tendência do “Eu”, indivíduo que realiza escolhas, que está diretamente em contato com Deus, surgindo assim uma relexão muito “pessoal e individual” que não pode, de forma alguma, ser generalizada para todas as sociedades passadas ou presentes (Dubar, 2009:48). A impossibilidade de se determinar com precisão e segurança, como se comportavam os indivíduos e sociedades, e suas tendências mais individualistas ou coletivas, não nos permite, a meu ver, como arqueólogos, falar com clareza das personalidades. Sendo assim, trabalhamos com generalizações, com observações que terminam se homogeneizando, não vemos claramente os indivíduos (apesar de estarmos atentos a ele, principalmente após o advento do pós-processualismo) e sim o conjunto de ações realizadas em dados momentos. Contudo existem regularidades nas escolhas dentro de sociedades especiicas (observáveis tanto pela antropologia quanto pela arqueologia), como bem chama atenção Barth (1969) e outros que vieram posteriormente (Poutignat e StreiffFenart, 1998), a identidade ou etnicidade só ica marcada e se estrutura, a partir do contato com o “outro”, “Não há Identidade sem Alteridade e, portanto, sem relações entre o mesmo e o outro” (Dubar, 2009:73-74). No caso da Amazônia, a cerâmica que tem tido um papel preponderante nas análises, em função de sua durabilidade, visibilidade e maleabilidade. Foram, em parte, a decoração e manufatura desse material que levaram Nordeskiold e Lathrap a propor algumas associações entre cultura material e grandes troncos linguísticos. Com o passar dos anos outros elementos permitiram uma melhor avaliação das possíveis similaridades entre populações pré-contato e as descrições pós-contato (Heckenberger, 2001; Moraes e Neves, 2012). Assim, Neves argumenta pela familiaridade do registro arqueológico – especiicamente da fase Guarita1 – com os relatos da época do contato sobre as ocupações Tupi bem conhecidas no litoral brasileiro. Neves (2010:574) aponta não só para as similaridades nos princípios estruturantes da decoração das cerâmicas, mas também para as evidências linguísticas atestadas nos relatos dos primeiros europeus a descerem o Rio Amazonas. Além da semelhança com o processo de expansão dos Tupi na Costa e das populações produtoras das cerâmicas da fase Guarita no Oeste Amazônico, caracterizado por expansão rápida em grandes extensões, que formaram depósitos arqueológicos com pouca profundidade. Por im o autor aponta também o papel preponderante da guerra presente tanto no registro arqueológico quanto nos relatos e etnograia realizadas na Amazônia e no litoral. Paralelamente aos trabalhos realizados por Neves, e seus colegas, na Amazônia Central para a questão Tupi, Heckenberger (2001) correlaciona os contextos Arawak, bem conhecidos do Alto Xingu, com as cerâmicas da Tradição Borda Incisa/Série Barrancóide. Heckenberger apresenta algumas características básicas comuns à maior parte das sociedades Arawak que seriam visíveis pela arqueologia: hierarquia social, regionalidade, sedentarismo, agricultura intensiva, aldeias circulares, cerâmicas “Barrancoid” (Heckenberger, 2001: 30). Contudo, a cultura não é estática, uma mudança de “modo de fazer” não signiica uma ruptura total ou necessariamente a chegada de um novo grupo. A arqueologia amazônica tem ensinado que temos que pensar no fato da “cultura” ser lexível, “evolutiva” no sentido darwiniano de “mudar mantendo-se adaptado”. Não havendo nenhuma conotação de melhoria ou de superioridade e, principalmente, sem “difusionismos” exacerbados. 159 Os contextos funerários na Amazônia Hornborg e Hill (2011:5-8) propõe que não é correto pensar que é simples criar “tipos” para cultura/povos, pois a linguística vem mostrando que mesmo as línguas não podem ser diretamente relacionadas com etnias. Por exemplo, as línguas Arawak, faladas em grande parte do continente americano não implicam – não somente – que populações inteiras teriam migrado e aniquilado as populações anteriores, existindo muitos exemplos de multilinguismo e de regiões multi-étnicas na bibliograia amazônica. Essas constatações exigem prudência nas comparações entre os contextos funerários encontrados e as populações recentes, por mais parecidos que os mesmos possam ser. Como airma Neves (2011) existe uma grande lexibilidade encontrada nas populações etnográicas, que compartilham língua, produção e alimentos, diferentes do caráter “estático” do material arqueológico, que não pode ser diretamente relacionado a populações conhecidas ou extintas. Entretanto, airma que a dualidade faz parte do trabalho do arqueólogo, e o mesmo deve encontrar meios de relacionar o passado e o presente para que se possa contar uma história de ocupação regional (Neves, 2011). De acordo com Neves (2010): ... [a] Etnologia indígena das terras baixas reconhece algumas propriedades aparentemente inerentes a grupos linguísticos ou áreas geográicas especíicas. Assim, é comum a referência a “canibalismo Tupi”, “acefalia política das sociedades das Guianas”, “terrirorialismo Arawak” etc. Do mesmo modo, é inegável a forte correlação existente ... entre elementos materiais [e] algumas sociedades indígenas, tais como o shabono Yanomami, as aldeias circulares Gê, a maloca Tukano, a cerâmica Shipibo, dentre inúmeros exemplos. Dessa discussão depreende-se que, embora grande, a diversidade cultural dos povos indígenas nas terras baixas da América do Sul não é ininita e, o que é mais interessante para a Arqueologia, que tal diversidade cultural pode ser positivamente correlacionada a padrões no registro arqueológico e não apenas na cultura material (Neves, 2010:56). Felizmente em alguns casos é possível identiicar continuidade entre as populações arqueológicas e as populações etnográicas, como é o caso do Alto Xingu (Heckenberger, 2001) e dos Palikur, entre o Amapá e a Guiana Francesa (Rostain, 1994). Além disso, contamos com relatos da época do contato que nos indicam, às vezes, as línguas ou os principais troncos linguísticos falados em determinadas regiões nos séculos XVI e XVII. O mundo funerário apesar das diiculdades para estudá-lo, principalmente tafonômicas (Rapp Py-Daniel, 2009), nos permite acessar diversas questões sociais. Um dos principais levantamentos, sobre as diferentes práticas funerárias executadas nas terras baixas, foi feito por Chaumeil (1997). A classiicação formulada serviu como ponto de partida para o trabalho atual, por isso a apresentaremos brevemente: inumação: simples ou dupla, principalmente para grupos Tupi e Karib, ocorrendo dentro das casas, na praça ou na loresta; funerais duplos: características de grupos Arawak, os ossos inteiros ou reduzidos re-inumados em urnas, cestarias ou distribuídos (Arawak e Karib); cemitérios: presença arqueológica e relatos de naturalistas sobre cavernas/abrigos servindo de necrópoles; incineração praticada principalmente no norte da Amazônia entre os Karib das Guianas; mumiicação: comum e destinada a personagens mais importantes (chefes, guerreiros e xamãs), seria feita ao sol, ao fogo e/ou com ajuda de resinas vegetais, frequentemente associada a enterramentos em urnas ou elevados (Yuko, Mawé, Apiaká, Mundurucu, Puri-Coroado e Tapajó); elevação: exposição de cadáveres em plataformas (Warao, Yukpa, Siriono, grupos do Chaco e Jívaro); endocanibalismo: prática antiga e com grande difusão (norte do litoral Atlântico, Alto Orenoco, Noroeste Amazônico, alto Amazonas e Rio Ucayali). Associado ou não a outras práticas funerárias; substituição funerária: o morto pode ser substituído por partes do corpo (cabelo, dente ou unhas), por objetos ou por uma pessoa viva. Optamos por também realizar um levantamento das práticas funerárias descritas nos relatos etnohistóricos, nas descrições etnográicas e/ ou conhecido pela história oral. Até o presente encontramos dados para 24 grupos falantes de línguas Tupi, 7 grupos falantes de línguas Arawak, 3 grupos falantes de línguas Karib, 13 grupos falantes de línguas Gê e 24 grupos de línguas isoladas ou não identiicadas2 (ver tabela 1). Os grupos falantes de línguas Tupi apresentam a maior diversidade de práticas funerárias na Amazônia, sendo as principais relatadas: sepultamentos em urnas (primário, secundário ou após cremação), os vasos eram enterrados ou jogados ao rio, redes ou cestos por vezes substituem as urnas; presença de enterramentos diretos em grande parte dos grupos; menos 160 Tabela 1: Troncos linguísticos e etnias/grupos para os quais há algum tipo de relato sobre o mundo funerário frequentes são os casos de mumiicação (dessecação). As covas são raramente descritas, mas podiam ser circulares, cercadas de madeira, com postes ou para incineração de chefes. Os pertences pessoais dos mortos eram enterrados com eles ou distribuídos entre a família. Pedaços dos corpos de inimigos ou familiares poderiam ser conservados dentro de casa, porém após um tempo os familiares eram enterrados e os inimigos descartados. O exocanibalismo também é relatado, principalmente para os Tupinambá. Essa diversidade de tratamentos destinados aos mortos pode ser, entre outras coisas, o relexo de diferenças de status (idade, sexo e posição social). Como observou Chaumeil, os grupos falantes de línguas Arawak executavam principalmente sepultamentos secundários, onde a etapa de retirada das partes moles se dava tanto de maneira ativa (cremação, cozimento ou descarne) quanto passiva (recuperação dos ossos após enterramento). A presença de cemitérios de urnas também é constante, porém há relatos das mesmas sendo levadas para a casa dos cônjuges, de distribuição dos ossos, do defunto embarcado numa canoa ou de consumo das cinzas. Os grupos Gê da Amazônia estão regrupados em dois locais, o primeiro nas proximidades dos Rios Araguaia, Tocantins e Xingu e o outro no estado do Maranhão. Em ambos os lugares, o tipo de sepultamento mais comumente descrito é o secundário em urnas ou cestarias, havendo menção de cemitérios especializados para as primeiras e segundas exéquias. Para homens de status mais elevado há relatos de enterramentos sentados. Assim como os dois grupos acima, as populações falantes de línguas Karib tinham como tradição duas exéquias, sendo a primeira cremação ou decomposição (realizadas junto ou separadas). Os xamãs, em função de sua posição especial dentro dos grupos, eram normalmente enterrados. Os pertences dos mortos acompanhavam os mesmos, enquanto que urnas ou redes poderiam ser usadas para conter o morto e o proteger do solo. Como podemos perceber existe uma grande diversidade de modos de inumação, sendo alguns deles arqueologicamente testáveis. Para fazer a ponte entre esses padrões encontrados e os trabalhos que propõe associar cultura material a grandes troncos linguísticos, apresentaremos aqui os dados obtidos, até o presente, através do sistema de classiicação das grandes Tradições arqueológicas deinidas por Meggers e Evans em 1961, mas que vem sendo aprimorada nas últimas décadas3. As tradições foram principalmente deinidas a partir da decoração, elas são Hachurado-Zonada4, Borda Incisa, Policroma e Inciso Ponteada. As tradições Borda Incisa e Policroma são as mais conhecidas e por isso passam atualmente por revisões de suas características e das fases que as compõe5 (Lima, 2008; Moraes, 2006, 2013; Tamanaha, 2012; Costa 2013; Neves, 2010) (ver igura 1). Tradição Inciso-Ponteada (ver igura 2) A maior parte dos dados para a Tradição IncisoPonteada é oriunda dos municípios de Itaituba, Aveiro e Santarém (Estado do Pará), ao longo do Rio Tapajós. O material foi analisado em parceria com a Universidade Federal do Pará (UFPA). As urnas associadas à tradição Incisoponteada possuem em sua grande maioria decoração nos lábios, bojo grande e tampas (prováveis assadores reutilizados). 161 a urna principal e o papel delas, de separação dos corpos do sedimento, talvez tenha sido substituído por cestarias, no caso do sítio Hatahara. Outro elemento de diferenciação dos sepultamentos desse sítio, nesse período, é a presença de sepultamentos múltiplos não aleatórios, como mencionamos em Rapp PyDaniel (2010) padrões foram identiicados e estão, aparentemente, ligados ao sexo dos indivíduos. No período anterior à fase Paredão, durante a fase Manacapuru9, foi encontrado nesse mesmo sítio um cemitério de urnas, correspondendo ao que encontramos em outros locais. Temos trabalhado com a hipótese de que a diversidade encontrada entre e dentro dos sítios dessa tradição podem estar relacionados às diferenças de status de indivíduos e sítios, prática conhecida para as populações Arawak. As populações que faziam cerâmica passíveis de serem classiicadas dentro dessa tradição, concentraram as urnas em cemitérios ou não. É frequente a presença de vasos de acompanhamento (fora das urnas). Até o presente só foram constatados sepultamentos individuais, alguns parecem estar articulados. Encontramos em uma urna do sítio Araú-é-pá (Aveiro-PA) uma criança de aproximadamente sete anos. No sítio Nossa Senhora do Perpétuo Socorro (Itaituba-PA) todas as urnas analisadas estavam sem base, talvez remetendo a práticas simbólicas ligadas à morte dos vasos junto com os indivíduos. De acordo com Martins et alii (2010) várias outras urnas da tradição inciso-ponteada têm sido descobertas nas proximidades do Rio Tapajós acrescentando novos dados aos padrões de sepultamento conhecidos para a região. Visto que anteriormente só tínhamos os relatos de Nimuendajú (1949), descrevendo redução de corpos a cinzas para consumo e a mumiicação de alguns indivíduos importantes. Tradição Policroma (ver igura 2) Quase todas as urnas da Tradição Policroma (TP) que estudamos, até o presente, podem ser associadas à fase Guarita, tanto na região da Amazônia Central quanto no Rio Madeira10. Elas são urnas normalmente muito decoradas possuindo tampas, frequentemente a decoração é uma associação de pintura e apliques representando formas humanas com pinturas corporais. Em três casos (Aldeia São Félix – Município de Autazes, no sítio Monense – Município de Humaíta (Comm. Pess. E. Miller) e em fotos do Alto Rio Madeira, Moutinho e Robrahn-González, 2010) foram relatadas concentrações de urnas depositadas simultaneamente. Dentro dessas urnas foi encontrado material ósseo queimado, com um indivíduo adulto ou infantil (Comm. Pess. E. Miller). A queima dos corpos se fez diretamente sobre o fogo, há marcas de queima e quebras especíicas sobre os ossos. No sítio Borba, no município de Borba no Baixo Rio Madeira, foram encontrados vasos com decoração antropomorfa fragmentados associados a um vaso contendo ossos de fauna queimado. Outros vasos, de contorno complexo e decoração acanalada (Tamanaha, 2012), encontrados no sítio Lauro Sodré (município de Coari) também parecem conter ossos de animais queimados (mas ainda precisam ser analisados). Tradição Borda Incisa ou Série Barrancóide (ver igura 2) Conforme mencionado, Heckenberger6 (2001) estabelece uma correlação forte entre a tradição Borda Incisa e o grupo linguístico Arawak. Dentro das fases arqueológicas relacionadas a essa tradição foi atestada certa variabilidade dentro dos contextos funerários, porém alguns elementos estruturantes aparecem. Esse é o caso, por exemplo, das urnas, que são de grandes dimensões com pelo menos um tipo de decoração (engobo, aplique, pintura), normalmente encontradas em grandes concentrações (cemitérios) nos municípios de Manaus, Iranduba, Tefé e Borba-AM7. A incineração não foi constatada. Junto à maior parte dos sepultamentos encontrados, foi constatada a presença de feições, estruturas escavadas no solo com presença de material cerâmico e faunístico cobertas por terra. É comum a presença de vasos de acompanhamento, dentro das urnas, na região do Lago Amanã (Tefé-AM), que contêm somente um indivíduo. Enquanto que no sítio Hatahara (Iranduba-AM), durante a fase Paredão8 não há urnas funerárias, mas há material de acompanhamento dentro dos sepultamentos, as “cabecinhas paredão”, que são normalmente apliques de grandes urnas dessa mesma fase, mas em outras localidades. As urnas dessa tradição normalmente possuem tampas ou vasos emborcados sobre Considerações inais Em parte dos sepultamentos encontrados em contextos arqueológicos não foi possível 162 identiicar os gestos pré-sepulcrais, pois o material ósseo estava em decomposição. Contudo, na maior parte dos casos conseguimos determinar o tipo de sepultamento (primário ou secundário) e uma idade aproximada (adulto ou criança). Veriicamos que é necessário cautela nas descrições de contextos arqueológicos, exemplo disso é que a associação entre urnas e sepultamentos secundários foi muitas vezes o resultado de observações feitas por proissionais não treinados Há grande variedade de práticas dentro dos grupos falantes de línguas Tupi, talvez a principal característica Tupi seja essa ausência de padrão. Essa questão tem ao menos três explicações diferentes: 1) O contato intenso com outros grupos, o que parece mais improvável, pois a expansão Tupi é normalmente rápida e dominante; 2) Um grande número de posições sociais, o que não seria muito conhecido pela antropologia e; 3) Uma maior lexibilidade, onde a cosmologia Tupi e o status incitassem as diferenciações no momento do repouso eterno. Enquanto isso, o “ethos” Arawak para a tradição Borda Incisa, como propõe Heckenberger, parece se manter relativamente bem no mundo funerário, a tradição é homogênea, o sítio Hatahara aparece como uma anomalia somente em alguns sentidos, o que pode indicar um status diferenciado do próprio local durante a fase Paredão. Ainda não conseguimos dados arqueológicos para as regiões ocupadas historicamente por falantes de línguas Gê, mas o mesmo se mostra promissor, visto a uniformidade dos dados através de fontes escritas mais recentes. Os falantes de línguas Karib, em nossos dias, se sobrepõem a muitos sítios da Tradição IncisoPonteada, como os dados são escassos não nos arriscaremos a fazer associações diretas. Contudo esse fato se apresenta como um elemento interessante de pesquisa e trabalhos recentes mostram (Moraes e Neves, 2012) que as fronteiras da Tradição Inciso Ponteada não são claras e que há muitas semelhanças com a Tradição Borda Incisa. Visto as dimensões Amazônicas está claro que os levantamentos arqueológicos e históricos não foram exaustivos. Esse estudo ainda está em andamento, mas desde já percebemos caminhos promissores para o estabelecimento de conjuntos coerentes que dialogam com a Arqueologia Amazônica como um todo. As incertezas que temos nas análises de conjuntos funerários não diferem, em qualidade e quantidade, das incertezas que encontramos nas análises de material cerâmico, onde são observadas continuidades e descontinuidades que não são facilmente explicadas pelo sistema de fases e tradições, pois também estão ligadas a fatores como o meio ambiente, o acesso à matéria prima e a redes de contatos (Moraes, 2006). Agradecimentos A S. Rostain; a E. Neves e os membros do PAC; à D. Schaan, e seus estagiários da UFPA; A J. Gomes, B. Lacale e ao IDSM; à A. G. Morais; a C. de Paula Moraes; à M. Barboza; à M. Lima. Bibliograia Arruda, R., 1992, Os Rikbaktsa Mudança e Tradição. Tese de Doutorado. 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Rostain, S., 1994, L’occupation amérindienne 164 Lathrap já haviam pensado nessa possibilidade, porém Heckenberger consegue dados a partir de um grande projeto na área do Xingu em parceria com os Kuikuru. 7 Material oriundo de pesquisas do PAC e do Instituto de Desenvolvimento Sustentável Mamirauá. 8 A fase Paredão está datada entre os séculos V e XII D.C. e é encontrada na conluência dos Rios Negro e Solimões. 9 A fase Mancapuru está datada entre os séculos IV e IX D.C. 10 Não trabalhamos com urnas policromas do Baixo Amazonas por enquanto. Pesquisas feitas em parceria com o Projeto Baixo Madeira. ancienne du littoral de Guyane. Tese de Doutorado. Universidade Paris 1 Panthéon-Sorbonne. Rostain, S., 2011, La mort amérindienne en Amazonie. Les Indiens des Petites Antilles : Des premiers peuplements aux débuts de la colonisation européenne, Direction de Bernard Grunberg. Cahiers d’histoire de l’Amérique coloniale. Numéro 5. L’Harmattan: 221-254. Schaan, D. P., 2004. 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Encontrada ao longo dos Rios Madeira e Solimões. 2 Visto a diversidade das línguas isoladas e das práticas encontradas, optamos por não apresentar esses resultados nesse momento. 3 Os termos fase e tradição são usados aqui como instrumentos de trabalho, acreditamos que existam coerências internas que permitam ir mais longe, porém esses termos não substituem, em nenhum momento, o nome de etnias ou troncos linguísticos. 4 Não possuímos dados sobre os contextos funerários dessa tradição. 5 Por exemplo, a importância dos antiplásticos vem sendo questionada, padrões de ocupação já podem ser associados a algumas fases, continuidades entre diferentes fases podem ser observadas, a fase Pocó deinida por Hilbert no Trombetas, vem sendo encontrada em diversas regiões e há propostas de que Pocó seja deinida como tradição ou faça parte da série Barrancoíde (Neves, 2010). 6 Antes de Heckenberger, Nordenskiold e 165 166 Simposio “Medio Amazonas y Madeira” Arqueologia do baixo rio Negro e a discussão de contextos locais do rio Unini Márjorie Nascimento Lima1, Eduardo Kazuo Tamanaha1 & Eduardo Góes Neves1 1 Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo, Laboratório de Arqueologia dos Trópicos e médio rio Negro, identiicando uma série de sítios arqueológicos associados à cerâmica. Essas pesquisas são retomadas apenas na década de 1990 com as atividades do Projeto Amazônia Central, envolvendo atividades no alto (Neves, 1998), médio e baixo rio Negro (Valle, 2012; Heckenberger, 1997) (igura 1). Um dos principais modelos sobre a ocupação humana dessa bacia é o de Donald Lathrap (1970). O modelo cardíaco, como icou conhecido, propunha algumas questões importantes para esse trabalho: 1. A de que a região do rio Negro foi ocupada por populações Arawak. 2. O estabelecimento de uma cronologia para essa ocupação e sua expansão. Segundo Neves (1997) o primeiro ponto foi retomado por Lathrap através do modelo de Noble (1965) que tratava da origem e dispersão de falantes Arawak, tema que anteriormente havia sido foco do trabalho de Max Schmidt em 1917. Em linhas gerais, Lathrap propôs que uma leva de língua Proto-Arawak teria experenciado a primeira onda migratória para fora da Amazônia central. Esse movimento teria ocorrido por volta de 4000 AC por meio dos principais rios da bacia Amazônica, entre eles o rio Negro que através do canal Cassiquiare daria acesso às margens do rio Orinoco. O principal correlato arqueológico desse processo seriam as cerâmicas do complexo Barrancóide/ Saladóide, com dispersão panamazônica (Lathrap, 1970; Oliver, 1989). Essa correlação entre povos Arawak e cerâmicas Barrancóide/ Saladóide foi inicialmente proposta por Erland Nordenskiöld entre 1902-1931 (Brochado e Lathrap, 1982; Neves, 2012). Embora esse quadro seja importante para o estabelecimento de uma história regional no rio Negro, pesquisas posteriores demonstraram que o estabelecimento humano na região é mais tardio do que proposto por Lathrap (Heckenberger, Neves e Petersen, 1998; Lima, 2008), remetendo ao século III AC no baixo rio Negro. Por outro lado, as pesquisas Introdução A bacia do rio Negro engloba três países principais Brasil, Colômbia, Venezuela e uma pequena porção do território das Guianas (Calbazar, 2010; Zeidemann, 2001). Essa extensão engloba também grande diversidade ambiental e cultural, foco de pesquisas multi e interdisciplinares, entre elas a arqueologia. Apesar da grande diversidade cultural, estudos antropológicos e etnográicos no alto rio Negro tem demonstrado que houve e ainda persiste um sistema cultural plural, uniicando diversos grupos humanos em uma mesma dinâmica sócio-política e cosmológica. Ainda não está claro de que forma essas relações ocorreram no passado, mas há indícios arqueológicos e etnohistóricos de que esse sistema cultural abrangia toda a bacia rio negrina e se expandia para outros rios maiores, como o Solimões e o Orinoco (Neves, 2001; Wright, 1992; Heinen e García-Castro, 2000; Gassón, 2002; Whitehead, 1994). A partir dessas premissas, este trabalho apresenta as pesquisas arqueológicas realizadas ao longo do rio Unini, aluente da margem direita do baixo rio Negro. Ainda que seja um rio de segunda ordem e com características que diferem da calha principal, os dados das escavações no Unini permitem contribuir e traçar um breve panorama sobre as dinâmicas e movimentação desses povos pelo rio Negro. Breve histórico de pesquisas Do lado brasileiro, a arqueologia dessa região ainda é pouco conhecida, embora desde o século XVIII haja menções de viajantes e cronistas sobre a existência e diversidade do registro arqueológico da área. O início das pesquisas sistemáticas no rio Negro brasileiro ocorreu a partir da década de 1950, na cidade de Manaus, com os trabalhos do alemão Peter Paul Hilbert. Posteriormente, entre 1970-1980, Mário Simões percorreu grande parte do baixo 167 Novo Airão e Barcelos, próximo à conluência com o rio Branco, cuja foz está localizada a 250 km da cidade de Manaus. As primeiras notícias sobre o rio Unini são de Alexandre Rodrigues Ferreira em seu diário de viagem, onde é mencionada a conexão natural que essa bacia permitia entre a calha principal dos rios Negro e Solimões (Ferreira, 2007). Apesar de ser tributário de um rio de águas pretas, o rio Unini, forma uma planície de alagação, fator que tem algumas implicações na formação do registro arqueológico dessa área. Até então foram identiicados dez sítios arqueológicos na região (Valle, 2012; Lira, 2009), todos implantados nas áreas mais altas dessa planície de alagação, onde atualmente estão localizadas as comunidades ribeirinhas (igura 2). Devido ao regime de deposição do rio Unini, a superfície dos sítios está coberta por um sedimento siltoso e, ao contrário de muitos sítios da zona de conluência dos rios Negro e Solimões (e. g.: sítios Açutuba e Hatahara), poucos fragmentos cerâmicos são visíveis na superfície dos sítios. Geralmente estes ocupam o entorno das casas, as áreas de roça, os caminhos das comunidades e a encosta do rio. Alguns desses sítios também estão associados a solos antrópicos conhecidos como terra preta, embora sua ocorrência só seja vista em profundidade. Esses solos antrópicos têm grande extensão pela bacia Amazônica, o que lhe confere graus distintos de variabilidade, envolvendo formação, uso atual, tamanho e profundidade nos sítios arqueológicos. Esse fenômeno pode ser interpretado como marcador cronológico, cultural e social, indicador do aumento da densidade demográica e do estabelecimento de assentamentos sedentários na Amazônia (Petersen, Neves e Heckenberger, 2001; Neves et al., 2003; Arroyo-Kalin, 2008). De forma geral, os solos de terra preta apresentam coloração escura, considerável índice de matéria orgânica, pH elevado, teores elevados de cálcio, magnésio e fósforo (Lehmann et al., 2003). Dados obtidos na Amazônia Central mostram que sua formação ocorreu principalmente entre os séculos V e XI DC, associados aos grupos cerâmicos barrancóides/borda incisa (fases Manacapuru e Paredão) (Neves et al., 2003, 2004; Neves, 2008; Rebellato, Woods e Neves, 2008). Para tratar dos contextos arqueológicos do rio Unini, tomaremos como exemplo os sítios Floresta e Lago das Pombas, ambos no médio indígenas nessa região, principalmente no alto curso, apontam que atualmente o que se vê é um mosaico linguístico, compreendido por falantes Arawak, Tukano e Maku (ISA, 2002). A história de longa duração de cada um desses grupos, seu local de origem e expansão é um dos fatores importantes para a análise do sistema do alto rio Negro. No entanto, essa é uma questão ainda não resolvida na linguística brasileira (Urban, 1992). A maior parte das pesquisas está focada na antropologia histórica (Dreyfus, 1993) e social da região, uma espécie de etnologia comparativa desses grupos que demonstram um sistema baseado na hierarquia e igualitarismo, consanguinidade e territorialidade (Golman, 1963; Hugh-Jones, 1979; Wright, 2005). Assim, uma questão relevante para a compreensão do passado rio Negrino é a hipótese de que esse mosaico linguístico, social e político visto atualmente fosse mais abrangente no período pré-colonial e que se estendesse de maneira ramiicada para toda a bacia (Dreyfus, 1993; Neves, 1998; Zucchi, 2002; Vidal, 1993). Essa noção é baseada principalmente através da integração dos povos que habitaram essa região ou do que se convencionou chamar de esferas regionais de interação (Neves, 1998; Wright, 2005). O ponto central dessa ideia é um sistema regional articulado em rede, deinido por Dreyfus (1993: 24) como “um espaço político de comunicação social e ideológica (...) um espaço evidentemente descontínuo, de fronteiras luídas e morfologicamente lutuantes” onde era possível atuar simultaneamente promovendo trocas de bens especializados, casamentos ou raptos de mulheres, situações belicosas, além da busca de escravos para rituais (Dreyfus, 1993). Nesse contexto são comuns menções aos falantes Karib e Arawak, particularmente no baixo rio Negro entre sua foz e a altura do rio Branco (ao norte da área de pesquisa) onde tiveram destaque os Manao (Farage, 1991; Dreyfus, 1993; Hemming, 2007: 639). Esse rápido panorama não contempla tudo que se sabe sobre a ocupação humana do rio Negro, mas oferece uma série de problemas e hipóteses com os quais se pode trabalhar centrados na construção de uma história regional de longa duração. Os contextos locais do rio Unini O rio Unini é um aluente de margem direita do rio Negro localizado entre as cidades de 168 curso do rio, distantes em linha reta cerca de cinco quilômetros. É dessa área as datações até então obtidas para o sítio, situando-o entre os séculos V AC e V DC, as datas são para as camadas II e IV do sítio indicando um extenso intervalo temporal entre essas ocupações. Outra área com a presença de terra preta foi escavada próximo ao local terraplanado para o campo de futebol, estando afastada do rio Unini (igura 3A). A questão mais interessante dessa área está relacionada às feições e estruturas de combustão identiicadas. As feições podem ser caracterizadas por dois tipos: 1) pelo agrupamento de fragmentos cerâmicos (que muitas vezes remontavam), associados a cinzas e carvões de diversos tamanhos e 2) feição com grande extensão vertical e contorno circular não ultrapassando 25 cm de diâmetro. Nessa área a ocorrência dos solos de terra preta varia entre o 10YR 2/1 Black e o 10YR 2/2 Very Dark Brown, as colorações mais escuras do sítio. As análises arqueobotânicas desse contexto conduzidas por Myrtle Shock demonstram a maior frequência do sítio (e alta diversidade) de frutos, sementes e parênquimas. As amostras, no entanto, ainda não foram identiicadas e seguem em processo de análise (ver Schock et al. nesse volume). O cruzamento dessas evidências sugere que apesar da ocorrência de terra preta em outras áreas do sítio Floresta, esse é um contexto particular e sugere que independente da função que possa ser atribuída, quando correlacionada as outras áreas do sítio, aponta para a diversidade de atividades desenvolvidas no local. A área escavada no sítio fora das matrizes antrópicas está associada ao contexto de deposição de um grande vasilhame cerâmico, cujo comprimento máximo ultrapassa 100 cm (igura 3C). Esse vasilhame continha ossos em seu interior, indicando tratar-se de uma recipiente funerário. O grau de conservação dessa amostra, contudo, era extremamente baixo impedindo que possam ser realizadas maiores contextualizações a esse respeito. Além dessa vasilha, a erosão do Unini expôs na encosta do barranco outras vasilhas com contextos semelhantes, mas que não foram escavadas. No interior da urna também foram observadas em laboratório marcas de erosão semelhantes àquelas descritas pela fermentação de bebidas (Skibo e Schiffer, 2008: 50). Trata-se de marcas circulares que ocupam principalmente a base e o bojo/carena da vasilha, formando uma faixa linear em toda a circunferência interna. É importante mencionar que marcas semelhantes Sítio Floresta O sítio está localizado na margem direita do rio Unini, próximo à foz de um seus mais extensos aluentes, o rio Papagaio. Com aproximadamente 8 ha., ocupa um baixo terraço livre de inundações sazonais1. As porções sudoeste e oeste do sítio são delimitadas por um extenso igapó (zonas alagadiças sazonais), seu limite leste é o próprio rio Unini e a norte é limitado pelo campo de futebol da comunidade. Até agora as intervenções nesse sítio nos permitem indicar que: 1. De forma geral o sítio Floresta é marcado pela presença/ausência da terra preta e pela presença de elevações na superfície do sítio (mounds). 2. O sítio está associado a profundas camadas de terra preta que não ocorrem de forma contínua, mas em manchas; 3. Esses solos antrópicos não aparecem na superfície dos sítios, exceto em áreas que sofreram terraplanagem. Parece ser um padrão o fato de essas camadas estarem recobertas por pacotes que podem alcançar até 1m de profundidade de sedimentação do Unini. Essa camada também não é contínua. As estruturas monticulares2 formam um arco com cerca de 180m, estendem-se do sudoeste ao noroeste do sítio, marcando o limite com a área de igapó. Essas estruturas não são regulares, nem contínuas, mas a escavação de uma delas mostrou que sua característica elevação é formada por camadas de sedimentação, com baixa densidade de vestígios arqueológicos (igura 3B). Não está claro ainda se a sedimentação vista nessa área ocorreu in situ ou se é um aterro que foi trazido de outras áreas com a intenção de elevar essa parte do sítio. No noroeste de Floresta essas estruturas são pouco visíveis devido à terraplanagem do terreno para abertura do campo de futebol. Abaixo da camada de sedimentação, ocorrem solos de terra preta que nessa porção do sítio alcançam 280 cm, com alta frequência de vestígios arqueológicos. Uma questão interessante no peril estratigráico dessas unidades é a presença de sedimentos do tipo tabatinga (solo esbranquiçado e com grande plasticidade) acima das camadas antrópicas. A tabatinga só ocorre na base do sítio, fora das camadas culturais. 169 Sítio Floresta - Cerâmica (140-150 cm): 420 – 570 DC - Cerâmica (220-230 cm): 410 – 370 AC não foram vistas na superfície externa do vaso. A disposição das manchas de terra preta e do material cerâmico ocorre de maneira semicircular no sítio, fora da área com os montículos e está marcada em dois momentos distintos: um mais recente, voltado para o rio Unini que ocorre entre os 20-40 cm, outro mais antigo, entre os 60-80 cm, com um padrão de deposição completamente distinto de seu posterior, voltado para o norte do Unini. Embora esse padrão deva ser veriicado, também deve ser analisado com mais acurácia na continuidade dos trabalhos. Conclusão: Os sítios Floresta e Lago das Pombas no baixo rio Negro Se compararmos as regiões do baixo, médio e alto rio Negro, veremos que duas situações saltam aos olhos. A primeira é com relação à ausência de pesquisas arqueológicas no médio curso, que deixa uma enorme lacuna na arqueologia dessa região (igura 1). O segundo ponto, também relacionado com a questão amostral, é que se compararmos essas três regiões, as ocupações mais antigas estão no baixo e alto rio Negro. No baixo curso há evidências de ocupações desde o século V AC (datas do sítio Floresta) até o século XVI DC (Simões e Kalkmann, 1987). No alto curso, do qual tratamos perifericamente nesse trabalho, há uma duração maior embora pouco compreendida, abrangendo desde a metade do segundo milênio AC até o século XVI DC (Neves, 1998). No rio Unini as datações obtidas indicam que as primeiras ocupações dessa bacia ocorreram por volta do século III AC e estão associadas à cerâmica Barrancóide. Além disso, a ausência de sítios associados a cerâmicas da Tradição Polícroma da Amazônia, a presença de ocupações duradouras caracterizadas pelas terras pretas, a possibilidade da existência de montículos associados às ocupações do sítio Floresta, a possibilidade de ocupações semicirculares demonstradas pela disposição da cerâmica nesse sítio, a ausência de evidências que indiquem guerras internas nesses contextos e os relatos de ocupações historicamente associadas a povos Arawak, nos levam a propor que as ocupações do Unini podem ser associadas ao que Santos-Granero (2002) indicou como um Etos Arawak, i.e., ocupações com caráter Arawak. Heckenberger (2002) apontou uma série de elementos distintos que diferenciam os povos Arawak dos não-Arawak, como os aspectos da vida sedentária, regionalidade e hierarquia social. Embora comuns em grupos falantes Arawak, esses traços também seriam compartilhados por grupos não-Arawak. O autor também estima que o baixo rio Negro é marcado no período colonial pela massiva presença de povos Arawak e sítios arqueológicos com cerâmica Barrancóide, fatores que permitem a vinculação de povos Arawak à cerâmica Sítio Lago das Pombas Com aproximadamente 3,5 ha. o sítio está localizado próximo à conluência do Lago das Pombas com a calha principal do rio Unini. Diferente de Floresta, o sítio Lago das Pombas é inundado sazonalmente em eventos de cheias maiores do rio. Nesse sítio as intervenções foram mais pontuais que no sítio Floresta e o tamanho estimado para o sítio pode ser ainda maior, mas as escavações proporcionaram a maior amostragem cerâmica da área. As datas obtidas para esse contexto demonstram que a ocupação do sítio Lago das Pombas é, em geral, mais recente do que o sítio Floresta, sendo que a sua primeira ocupação parece ter ocorrido antes da última ocupação de Floresta e se estende até o século IX DC. A cerâmica do sítio Lago das Pombas reúne algumas características comuns aos dois momentos ocupacionais: presença do engobo vermelho, do escovado, de apêndices zoomorfos e, assim como no sítio Floresta, a inserção do caraipé na argila da cerâmica. A análise desse material ainda não foi inalizada, mas a ocorrência conjunta desses e de outros elementos, que são até mesmo característicos de outras cerâmicas do quadro crono tipológico da região (como a cerâmica da Tradição Polícroma da Amazônia), nos leva a conduzir abordagens que identiique a maneira como esses elementos ocorrem nos vasos, não apenas sua presença/ausência. No entanto, a reunião de alguns elementos tecnológicos (igura 5), o contexto de deposição dos sítios e as datações obtidas (conforme as informações abaixo)3 permitem associar esses contextos à Tradição Barrancóide: Sitio Lago das Pombas - Carvão (70-80 cm): 800 – 840 DC - Cerâmica (140-150 cm): 230 – 390 DC 170 Barrancóide (Heckenberger, 2002: 107-109). Essa associação, ainda que esses elementos possam aumentar e/ou serem transformados, à medida que diferentes áreas sejam estudadas, nos oferece um ponto de partida para olhar a história regional do rio Unini, permitindo pensar processos históricos culturais, sociais e políticos que se deram nessa porção da região Amazônica. A correlação entre língua-registro arqueológico tem como principal problema a questão das diferentes escalas com as quais se trabalha, considerando-se aí a natureza estática do registro arqueológico (Neves, 2011: 31-35). Parte dessa grande discussão reside no risco de generalizar histórias que são heterogêneas, por isso entendemos que a essa correlação se juntam também outros fatores, entendidos aqui como contextuais (cf. Heckenberger, 2002; Neves, 2011, 2012) e que podem ser o correlato de um conjunto de práticas culturais que ocorrem de maneiras diferentes e com suas especiicidades em diversas regiões. Dessa maneira, trabalhar com a correlação língua-registro arqueológico “não implica reconhecer uma correspondência geral entre etnias especíicas, idiomas e cultura material” (Hornborg e Hill, 2011: 11, tradução nossa), mas nos permite um diálogo mais inclusivo com a produção antropológica das terras baixas, uma questão ainda mais latente quando se trata do rio Negro. Essa região é importante não apenas por sua associação à movimentação de povos falantes Arawak, mas também pela possibilidade de estabelecimento de uma história de longa-duração. Assim nesse momento, essa parece uma correlação possível, mas que trata de diversas histórias. Ou seja, ainda que haja um etos comum, tais histórias podem ter acontecido de maneiras distintas, devido a contingências históricas, ambientais, religiosas e políticas, resultando em um sistema complexo e dinâmico que mesmo na análise de grupos contemporâneos, são assinaladamente pouco compreendidas. É também necessário dizer que essa questão é amplamente hipotética e pode mudar a medida que novos dados sejam obtidos. Amazonas y Madeira e à equipe do Laboratório de Arqueologia dos Trópicos (Arqueotrop) do Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo. As pesquisas de campo e laboratório foram inanciadas pela Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP). A interpretação dos dados é totalmente de responsabilidade dos autores. Referências Bibliográicas Arroyo-Kalin, M., 2008, Steps towards an ecology of landscape: a geoarchaeological approach to the study of anthropogenic dark earths in the central amazon region, Brazil. Tese de Doutorado. University of Cambridge. Cambridge. Brochado, J. P. & Lathrap, D. W., 1982, Chronologies in the New World: Amazonia. Documento não publicado. Urbana: University of Illinois. Cabalzar, A., 2010, Manejo do Mundo: conhecimentos e práticas dos povos indígenas do Rio Negro, Noroeste amazônico. 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Hill, J. D., Santos-Granero, F. Comparative Arawakan Histories: Rethinking Language Family and Culture Area in Amazonia. Urbana / Chicago: University of Illinois Press: 199-222. 1 Mesmo em eventos de cheias excepcionais como as que aconteceram em 2009 e 2012 na região Amazônica, afetando particularmente o baixo rio Negro, a comunidade não sofreu inundações (FVA 2013: comunicação pessoal). 2 Essas estruturas ainda não foram mapeadas. 3 Datações calibradas em 2 sigmas e obtidas através do Beta Analytic. 173 174 Simposio “Medio Amazonas y Madeira” The Polychrome Tradition at the Upper Madeira River Fernando Ozorio de Almeida & Eduardo Góes Neves believed that the Polychrome pottery was produced basically by Tupi speakers, and that these groups would have continently expanded from Central Amazonia, due to the unique position of this region in Tropical Forest network, and by the unlimited potential of the varzea for the cultivation of crops (e.g. manioc). Thus, we ind ourselves facing the irst of the major problems – an anthropological one – that permeate the study of the Polychrome Tradition: the relation between this archaeological class and ethnographic groups. If Steward failed to give much thought to this issue, and Meggers and Evans were evasive on the matter, we would ind ourselves obliged to agree with Lathrap’s Polychrome-Tupi correlation. However, this is not a straightforward relation as, for example, there are several Tupi family groups that do not (or did not use to) produce pottery with polychrome painting (Almeida, 2013), and even some of those which have historical accounts on the production of polychrome pottery, such as the Kokama-Omágua, have a series of problems in the linguistic classiication (cf. Cabral, 1995; Cabral and Rodrigues, 2003; Heckenberger et al., 1998; Neves, 2012; Urban, 1996). Moreover, the supposed relation between different ethnographic groups from the Upper Amazon, and this Tradition is still implicit in some researchers work (e.g. Roosevelt, 1991: 79), meaning this question remains unresolved. Lathrap’s (1970: 74-79; Brochado, 1984) hypothesis for the core place of the expansion also did not work out. During the Central Amazon Project (CAP) activities, it was soon clear that the Guarita Subtradition pottery (Polychrome Tradition) was chronologically recent (beginning of the second millennium AD), and thus unit for being the cradle of the Polychrome expansion (Heckenberger et al., 1998). Besides contesting the origin for the cardiac expansion proposed by Brochado and Lathrap, another important contribution brought by CAP was to assembly a great amount of data related to the Guarita Subtradition (e.g. Tamanaha, 2012; Neves, 2007, 2008, 2012), specially studies of pottery technology, but Introduction Polychrome pottery has been studied since the end of the 19th century, largely because of the attractive context of the Marajó Island mounds and the aesthetics of the pottery found in them (e.g. Goeldi, 2009a [1900], 2009b [1906]). However, the irst attempt to systematize the data related to this pottery occurs only in the mid 20th century when Howard (1947) organizes it into a division formed by ive ceramic styles (Napo, Miracanguera, Maracá, Marajó and Chimay) found throughout the Amazon Basin (cf. Brochado and Lathrap, 1982). Almost simultaneously to the publication of Howards divisions, Steward observed that the pottery styles of different ethnographic groups from the Upper Amazon, such as the Shipibo (Pano speakers), the Kokama-Omágua (Tupi-Guarani speakers) and the Jívaro (isolated language), are “deinitely related to that of Marajó and the lower Amazon, having geometric designs formed of widely spaced, heavy lines, which are outlined by one or more ine lines… [though] it lacks the incised lines, the occasional zoomorphic motives, and the modeled decoration of Marajó” (1948: 522524). Such an interpretation laid the framework for the research undertaken by Meggers and Evans (1957; Evans and Meggers, 1968), sent precisely by Steward to the Upper and Lower Amazon (Neves, 2012: 227). Hence, during the ‘50s and ‘60s, Meggers and Evans (1961: 379-380) would rework Howard’s analytical classiication based on the study of museum collections and their excavations at the Marajó Island and the Napo River, Ecuador (Evans and Meggers, 1968). It is interesting to note a “subtle” epistemological shift by the couple. While Steward compared ethnographic groups and archaeological pottery, Meggers and Evans leave the ethnographic questions aside and set out to make comparisons only on material grounds. Such a theoretical-methodological shift would leave Steward’s proposal, which linked a diversity of ethnographic/linguistic groups to this Tradition, unresolved. On the other hand, Lathrap (1970: 74-79) 175 also other contextual data, such as the spatial village disposal and the formation of the archaeological record. Authors such as Moraes (2010), Neves (2010), Rebellato (2007) and Tamanaha (2012) used ceramic distribution, soil geochemical analysis and ethnohistorical data (e.g. Carvajal, 1941 [1542]; Porro, 1995) to infer that the populations related to the Polychrome Tradition of Central Amazonia used to build their houses in a linear disposal, parallel to the river. The thin layers (Lima, 2008; Tamanaha, 2012; cf. Bolian, 1975) and the reduced extension by which the Polychrome shards were found in the sites were clear distinctions of these groups vis-à-vis the former inhabitants of the region, known for their stable long term occupations, with circular village patterns (Neves, 2012: 230). Furthermore, the presence of ditches and palisades in non-Polychrome sites in Central Amazonia and Lower Madeira, and the sudden “break” in the stratigraphy of multicomponential sites, by the time of the arrival of the Guarita Subtradition (12th and 13th century), indicate a shift towards conlict relations and the end of a millenary stability in the region (Moraes 2013; Moraes and Neves, 2012; Neves, 2009, 2011, 2012). However, it is also possible to verify many more chronologically extended occupations at the same place by the Polychrome Tradition producers. The clearest examples are the Marajó Island mounds, where the Marajoara Phase is related to occupations, which lasted several centuries (AD 400-1300). The Teotônio site, in the Upper Madeira region with dates that varied from 700 BC (perhaps) to the colonial period (Miller, 1992, 1999), could be another example. In addition, the studies of Polychrome funerary urns also offer a didactic example of the dubious characterization of this Tradition. On the one hand, there seems to be a certain temporal and geographical coherence in some aspects of the funerary urns which, following Barreto (2008: 96), furnish a kind of cosmological unity to the peoples related to the Polychrome Tradition. On the other hand, it is clear that despite these recurrent stylistic traits, there is a huge variability in the decorative styles of the funerary urns. For example, the Maracá (NE Amazonia) pottery has decorative elements, which enabled its association to the Polychrome Tradition (Guapindaia, 2001: 169), although most of the funerary urns possess a unique anthropomorphic or zoomorphic character1. In turn, the Marajoara urns (Barreto, 2008; Meggers and Evans, 1957; Roosevelt, 1991; Schaan, 2001) cover almost every possible decorative variety. Immense variability, which only inds a parallel in some of the antique ceramic complexes of Amazonia, such as the Saladoid (Orinoco Basin) and Pocó (Amazon Basin) Traditions. The Pocó Tradition irst appeared at the Trombetas River, in the Lower Amazon (Hilbert and Hilbert, 1980). The “Tradition” characterization was due to the incorporation, by Neves (2006, 2012), of other similar antique Phases, such as the Açutuba Phase of Central Amazonia (Lima, 2008; Lima et al., 2006) and from pottery recovered from the Middle Solimões (Costa, 2012), and from the Branco River (Rio Negro Basin). The chronology would range around 1000 BC to AD 500 (Hilbert and Hilbert, 1980; Guapindaia, 2008; Lima and Neves 2011). By no means would it be wrong to say that all elements that deine the Polychrome Tradition (Caraipé, opened vessels, langes, thick incisions and polychrome painting) are present in these earlier Phases, which also have several common traits present in other groupings (e.g. the modeled appliqués of the Incised Rim/Barrancoid Tradition). What is essential to grasp in the present research is the fact that even though the Pocó Tradition has painted decoration, it does not belong to the Polychrome Tradition (Neves, 2012: 146; cf. Neves 2006). Hence, we uncover the second “big issue” facing the contemporaneous Polychrome Tradition researchers, an archaeological problem: the confusion of stylistic elements that reappear in chronologically distinct groups (i.e. The Pocó and the Polychrome Traditions), resulting from the immense variability of pottery produced by the earlier groups (Pocó). This confusion is relected in a complex sequence of dates, with low geographical coherence for those who observe their spatial distribution in a broad perspective. We now turn to the Upper Madeira region to ind out how it can help us unveil these questions. The Upper Madeira The chronology of the Polychrome Tradition was one of our main concerns at the beginning of the Upper Madeira Project (PALMA). The 176 abnormal character of the 700 B.C. date for the Jatuarana Subtradition published by Miller (1992) was troublesome, and an improved understanding was urgently required. The excavation of the irst two Polychrome sites in the region, with their late chronology, nevertheless did not provide the expected answers. The Associação Calderita site, found on the right bank of the lower Jamari River, was excavated in August 2008. It has a strategic geographical position, less than one kilometer from the mouth of the wide and long Candeias River, with an oxbow lake in its backyard, and only 4 kilometers from the Madeira, in a straight walking line. It is a small 2,5 hectare site, composed of a single area of terra preta, with stratigraphy varying between 20 and 55 centimeters. This site was occupied on at least two occasions: one radiocarbon date was situated around cal. AD 1350; and two others around cal. AD 1100. Typological and statistical analysis indicated that both occupations were related to the same group, as the ceramic industry shows only scarce changes through time. The pottery can be described as having light colored paste, being tempered with caraipé, and with incomplete iring. Eleven form types were established. We observed the presence of rim langes, most of which possessed incised decoration. Downriver from the Calderita site, where the Jamari encounters the Madeira River, on the left bank of the latter, lies the Itapirema site, excavated in 2010. This site has a linear disposal pattern following the low of the Madeira. It is almost 1 kilometer long, and also has a strategic position: besides occupying the Jamari-Madeira encounter area, it also has a lake, the Cuniã Lake, in the backyards. This site has a series of middens, which were possibly used to raise houses from the commonly looded ground. During archaeological activities in the Itapirema site it was possible to excavate one midden which was about 30 meters long, 20 meters wide, and 60 centimeters high. Pottery was found in a single terra preta package, which could be thicker than 1 meter at the highest middens. Two radiocarbon dates and one AMS date pointed to a single occupation around cal. AD 1300. The pottery strongly resembles the Calderita site industry, though it is exceedingly more sophisticated, with a wider range of options in decoration, including a sole zoomorphic igure, and vessel forms - 15 different types, including complex forms. Thus, the two irst Polychrome sites studied raised further doubt about Miller’s antique date. In addition, the archaeological research at the nearby Santo Antonio Dam, was similarly unable (up to now) to present ancient Polychrome dates (ZUSE, 2011). On the contrary, the researcher Silvana Zuse (personal communication) had convincing evidence of the existence of a pre-Polychrome pottery, stratigraphically below the painted ware in sites surrounding the Teotônio. This evidence obliged us to consider the possibility of a mistake by Miller, who may have applied an ancient pottery date to the Polychrome occupation. It was time to go back to the Teotônio site. The Teotônio Site The Teotônio site can be found on top of a bluff, on the right bank of the Madeira River and of the homonymous waterfall. Although the latter is not the irst obstacle for those who ventured their way upriver it is, nevertheless, the irst impassible barrier, even for the most skilled navigator. We can further add to this geographic character of the site the fact that the Teotônio waterfall used to be one of the most abundant ishing sites in the world (Goulding et al., 1996: 109). The results exceeded expectations. Stratigraphical analysis of the N10000 E9902 excavation unit proved us right as to the existence of a pre-Polychrome pottery. The latter was found between 40 and 55cm, just below the Polychrome layer. Statistical tests reinforced our laboratory observations, which pointed to the differentiation of ceramic industries. Besides the lack of polychrome painting, pre-Polychrome pottery was characterized by the use of mineral temper, restricted vessel rims, and an almost careless surface treatment: irregular surfaces sometimes covered by irregular incised decoration2. The dates from this excavation unit pointed to cal. AD 500 for the pre-Polychrome pottery while the Polychrome layer provided an anomalous present date. The Polychrome pottery was only securely dated at the N10001 E10003 excavation unit, which yielded a date of cal. AD 750, at the level 50-60cm. This level was at the basis of the Polychrome pottery layer in this excavation unit, and so this date should be chronologically close to the beginning of 177 distance, by people from outside the house, and possibly from outside the village (Bowser, 2002; Wabst, 1977), maybe in great rituals that gathered different neighboring groups. The presence of neighboring site elements in the Teotônio site pottery, and the presence of Teotônio traits in quite faraway industries5, seem to indicate that this site may have been the core of a ritual/commercial regional network. It is clear that if such a phenomenon took place at the Teotônio site, that the abundance of ish that used to exist in the area would be perfectly suitable for such gatherings, enabling great feasts and providing the hosts with a predominantly leading role. the polychrome occupation. However, below the latter, in the same excavation unit, there was another terra preta layer (same soil color), though without ceramic shards, but only lithic (mostly quartz) lakes, which stretched from 60cm to 110cm. This pre-ceramic occupation, was also composed of charcoal fragments and remains of palm tree seeds, and was dated in cal. 1450 BC. Hence, the evidence brought by the recent work in the Teotônio site indicates that Miller’s 700 B.C. date was closer to the pre-ceramic period than to the ceramic occupations. Furthermore, the pre-Polychrome pottery, which apparently does not spatially overlap the pre-ceramic occupation in the site, is another consistent piece of evidence that the Polychrome occupation is much later than supposed and much closer to the other Upper Madeira Polychrome sites (Calderita and Itapirema) as well as the Central Amazon chronology. Such a scenario would provide a neat and consistent explanation to our proposed issues if it was not for the unexpected dificulty, during the ceramic analysis, to insert the Teotônio polychrome pottery in the Jatuarana Subtradition and, consequently, in the Polychrome Tradition (although we have been naming it thus up to now). Both the statistical and the typological analysis indicated that, while resembling all the researched PALMA sites – including the uncommented nonPolychromous sites3 - the Teotônio site did not it into any of the archaeological groups characterized so far4. Some ceramic elements are the same as the Calderita/Itapirema duo: caraipé and cauixí temper, light colored paste, incomplete iring, rim langes, slips, broad incisions and red and white (seldom black) variants of painting. However, the Teotônio site possessed several other elements – in particular, decorative elements – which are neither common to the Jatuarana Subtradition nor to the Polychrome Tradition in general. For example, the corrugation, brushing, pinched, nailed decorations, the coil appliance, the presence of orange paint, and the use of a different technique of painting: thick motives rather than slim. Elements, which are much more frequent in the Pocó Tradition (or similar to, for example, the Saladoid Tradition) (cf. Guapindaia, 2008; Lima, 2008; Miller et al. 1992). The thick painted motives which were made on the vessels are adequate for being seen at some Discussion The role of network maestro is traditionally designated, by researchers studying the cultural history of Amazonia, to Arawakan speaking groups (Chernela, 2008; Gow, 2002: 152; Heckenberger, 2002, 2010: 21; Hornborg, 2005; Ribeiro, 1995). The latter would seek signiicant strategic places, such as rapids and waterfalls (e.g. Zucchi, 2002: 206), to create such network cores. The Arawak dispersions, related to archaeological Traditions such as the Incised Rim/Barrancoid and the Pocó/ Saladóid Traditions, would have already been in practice in the irst millennium B.C. in the Amazon and Orinoco Rivers, but would have entered the Upper Madeira only around AD 500, as some kind of variant of the Pocó Tradition. Although Arawak speakers are nowadays absent from the Upper Madeira banks, which today is actually an indigenous void, the Arawak groups can be found all around the area, in nearby Acre (e.g. Gonçalves, 1991), lowland Bolívia (e.g. Renard-Casevitz, 2002) and Peru (e.g. Gow, 2002; Weiss, 1972), and Guaporé regions (Heckenberger, 2010: 21). Such an Arawak presence in the surroundings of the Upper Madeira was perceived by Heckenberger (2002), who quite ingeniously predicted (without carrying out archaeological excavations) the existence of such an Arawakan network core in the Upper Madeira. If our hypothesis is right, it would probably mean that the polychrome pottery from the Teotônio site is not actually part of the Polychrome Tradition, nor of the Jatuarana Subtradition, but of an ancient polychrome style possibly related to the Pocó Tradition. Despite a few chronological and typological gaps which 178 need to be illed for such a hypothesis to be “proven” right, it neatly its the distinction where: (I) the antique polychrome producers (ancient Arawaks) have a stable long term occupation character and more “sophisticated ware” (i.e. Teotônio), which Heckenberger (2002: 114-115) calls “regionality” while; (II) the Polychrome Tradition, which has fewer ceramic elements, shorter site occupation and linear disposal pattern could be identiied in the Calderita and Itapirema sites. Moreover, the presence of a network core in the Upper Madeira can be the path to uncover the “genesis” of the Polychrome Style (to become Polychrome Tradition): a reinterpretation, stylistically simpler, of the ancient painted style found at sites around the Teotônio waterfall, probably by autochthonous (Tupi?) groups who possibly entered the network. The reevaluation of the dates and the archaeological classiication would give much more coherence to the Polychrome Tradition dates, that would vary from AD 700 to the colonial period, and would be restricted to the Madeira River, the Central Amazon area, and the Upper Amazon: a dynamic and warlike (Neves, 2010, 2012) dispersion (not fully an expansion) which takes after the Tupi characterization foreseen by Lathrap and Brochado. Finally, if we follow this model, where some groups would disperse themselves (not necessarily expand), seeking of determinate places (geographic agglutinates) to organize core network centers, it could explain why geographically and linguistically distant groups, such the southeastern Amazon Tupi-Guarani and the Upper Amazon Shipibo-Conibo, share several cultural traits (such as painted and corrugated pottery) even though they probably never had direct contact, as it is perfectly possible that the Upper Amazon (cf. Lathrap, 1970: 110-11), Upper Negro (Zucchi, 2002: 206) and the lower Xingu River (cf. Almeida, 2013) regions saw similar phenomenons. All in all, they had the same stylistic inluence. group passed through. The core center does not even have to be riverine, as signiicant places (such as the Acre earthworks) can also be artiicially constructed in highland areas. Nevertheless, it seems that rapids and waterfalls were some of the most attractive “targets” of these groups. These are precisely the sites that are being systematically wiped off the map by Brazilian energy policies, one of which is eager to construct dams in all major and secondary rivers in the Amazon. References Almeida, F.O., 2013, A Tradição Polícroma no Alto Rio Madeira. Doctoral Thesis at the Museu de Arqueologia e Etnologia, Universidade de São Paulo. Barreto, C.N.G.B., 2008, Meios Místicos de Reprodução Social: Arte e Estilo na Cerâmica Funerária da Amazônia Antiga. 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The pre-Polychrome layer and the Nova Vida site are also chronologically close, as the latter possesses an AD 200 radiocarbon date. 3 Nova Vida and Jacarezinho sites. 4 This inference is also based on the re-analysis, by Stephen Shennan (UCL) and Fernando 2 181 Almeida, of approximately 700 ceramic sherds from Miller’s excavation unit. 5 For example, the polychrome painting found in the Jamari Tradition deined by Miller (et al. 1992) was enough to confuse the author into thinking that this Tradition was part of a polychrome universe, when it is quite clear that these elements were borrowed. 182 Simposio “Medio Amazonas y Madeira” Houses, hearths, and gardens: space and temporality in a pre-Columbian village in the Central Amazon Anna T. Browne Ribeiro disentangle the cumulative effects of human actions and natural processes in order to bring to light the preserved remains of speciic individual acts as well as the traces of repeated activities. Coupled, the physical remains of an action and the action itself imply the third dimension of place – an actor. Place theory hence provides the conceptual bridge between collections of particles, molecules, and chemical reactions, on the one hand, and past living subjects, on the other. For situations in which the lived experience of subjects is dificult to access, which is the case in Amazonian archaeology, the reconstruction of physical spaces and forms along with their functional or classiicatory designations presents one avenue toward populating past cultural spaces with sentient beings. Understanding the articulation between humans and speciic aspects of material culture or their surroundings is crucial for arguments that associate completed architectural forms or modiied landscapes with social organizational schema or levels of population density. Until we understand the mechanisms and chronology of these transformations we cannot make claims about size, intensity, or nature of habitation. The careful mapping out of these encounters between humans and non-human entities can only be accomplished if the forms, spatial relations, and aspects reconstructed are of a scale recognizable to a human being. As such, we begin by mapping a village, the houses therein, and the traces of momentary acts and repeated activities to reconstruct the stepwise transformation of a particular piece of land that was inhabited over 1000 years ago in the Central Amazon. This study was conducted at the Antônio Galo site, which boasts extremely well-preserved domestic contexts organized, in their inal phase, as a ring village (Browne Ribeiro 2011; Moraes 2006, 2010a). Excavations revealed that the ring village occupation conformed to expectations for spatial parsing of deposition to the extent to which the central plaza was kept relative free of debris. Additionally, the mounds were shown Introduction Amazonia, perpetual icon of Edens and mysteries, of terrors and treasures, played a key role in the deinition of ideas about nature and culture that persist today in the Western imaginary. Archaeological narratives have contributed to this process (Browne Ribeiro 2009, 2011). In point of fact, archaeological narratives rarely rise to prominence unless they promise to resolve long-standing demographic debates about Amazonia that are rooted in environmental questions. (e.g. Heckenberger et al. 2003; McMichael et al. 2012; Meggers 1971, 1992). However, archaeology can also furnish data that can correct the tendency to automatically recruit ecology when dealing with questions of human habitation in Amazonia, thus creating space for different kinds of debates in this region. This work is positioned within major debates in Amazonian archaeology as an attempt to bring together two major research themes that are commonly addressed in separate arenas, through distinct approaches, methodologies, and data sets. While questions of human-land relationships are often considered processual, considerations of the size, distinctions, and limitations of cultural complexes might be seen as historical. One of the aims of this study is to identify a perspective and scale of analysis that permit a new and precise articulation between the processual and the historical. The human subject, who encounters nature through the body, does so through the enaction of daily practices. Given that the social can be thought of as the sum of multiple iterations and interpretations of bodily dispositions, the scale of the human subject is a means of examining this articulation. This momentary encounter of people, as intentional and knowledgeable subjects, and their surroundings, is examined through the lens of place theory, wherein places, people, and moments are interdependent and coconstitutive (Relph 1976). The techniques and approaches presented here were designed to 183 to be built structures consisting of a platform of grayish-yellow earth covered with a layer of terra preta, conforming to expectations set forth by Moraes (2006, 2010a). Well-preserved contexts buried beneath the platforms were revealed at most mounds, providing the opportunity for diachronic study. The occupation denoted by these buried contexts is the focus of the present discussion. Geoarchaeological testing undertaken to characterize visible buried contexts also made possible the identiication of previously undetected surfaces. Additionally, a distinction among buried contexts was identiied that was interpreted as the distinction between houses and possible gardens. Hence the test units, “windows” into the previous occupation, made possible a mapping of the temporal progression of use of space as domestic or not. Based upon these data, a reconstruction of the occupation sequence is proposed, wherein habitation space, initially limited to the southern portion of the study area, expands iteratively to eventually cover most of area of the landform not subject to seasonal looding. study contributes to a growing literature on comprehending the processes of terra preta formation, both from the perspective of pedogenic (soil-forming) processes and in terms of speciic inputs, both chemical and particulate (sediments), to this matrix (e.g. Arroyo-Kalin 2008; Browne Ribeiro 2011; Rebellato 2009; Schmidt 2010). The purpose of this approach, which focuses on the scale of human activities, is hence threefold: 1) The analytical scale provides a much-needed bridge between processual studies of the ecology of terra preta and historical studies of their appearance, extent, and correlates. 2) The focus on sedimentological concepts (Stein 1985) explicitly addresses the anthropic inluence of methodological approaches. 3) It returns the focus to humans as agents in generating their own conditions of existence. Theoretical underpinnings An anthropological archaeology with strong theoretical inluences from humanistic geography, this study was designed to chart the interaction between humans and their environments at the scale of practices and isolated actions. The theory of place employed here draws upon humanistic geography (Cresswell 2006; Pred 1990; Relph 1976) to make possible a move beyond Cartesian perspectives of three-dimensional space in order to think about places as populated and signiied. The meaning of localities determines not only by whom and how they are used but also, signiicantly for archaeology, whether and how they persist through time. The work of populating places with people forces archaeologists to think beyond material remains as degraded collections of matter, but rather to interpret these as nexus entangled in dynamic webs of social relations. It also requires a closer look at interpretations of material remains: for example, asking whether, or how, a human being standing on surface “X” could reasonably have accomplished task “Y” helps furnish some of the missing pieces of our inevitably incomplete records. Finally, it requires us to acknowledge that our interpretations imply a perspective. Acknowledging that present remains ensued from the actions of intelligent, sentient beings also has pragmatic implications for an engaged archaeology, not least because casting Amazonia as populated or not has implications for living descendant populations. Background This study builds upon data assembled by the Central Amazon Project (CAP), which points to the last few centuries of the irst millennium AD as a period of intensive cultural and ecological transformation (e.g. Moraes & Neves 2012; Neves 2009; Neves & Petersen 2006). Focusing on the correlation between the intensiication of terra preta production and the expansion of habitation sites, this study was designed to understand the signiicance of the appearance of terra preta at the Antônio Galo site as a social, ecological, technological, or demographic phenomenon. Detailing the temporal and spatial dynamics of a particular place in terms of ecological and anthropic processes permits an exploration of this correlation in terms of causation and human experience. We can address the practices that resulted in terra preta formation and also consider the signiicant changes in daily life and in local ecology that undoubtedly accompanied the transition between life on terra amarela (yellow earth) and terra preta at Antônio Galo. Terra preta translates best as “black earth” because it is neither strictly a soil – a body consisting of organic and mineral particles that has formed in situ – nor a sedimentary body, formed through deposition. This 184 The tendency to assume that the household and individual scales are inaccessible permits the promulgation of summary conclusions about past populations where methodological rigor should be required. Rather, narrowing the focus provides the opportunity to assemble data to address the problematic theoretical gap between examining peoples’ actions in the present and recent past (ethnography) and explaining the remains of peoples’ actions in the deep past (archaeology). The payoff comes in a wealth of data, which in the present case could realistically inform contemporary ecological problem. Archaeological sites are the cumulative result of human actions and the subsequent changes effected by natural processes. A major challenge for archaeologists working in wet tropical regions like Amazonia is that soilforming processes often obscure distinctions between depositional contexts. This leads to a lack of chronological control, impeding the kind of ine-scale temporal work necessary to understand causality. The twofold process of reconstructing human actions at an archaeological site begins with deining expected cultural and natural features while accounting for the processes that modify these features. Soil and sedimentary processes act simultaneously and to a certain degree antagonistically; hence, both must be examined at archaeological sites. Thinking of the archaeological matrix as formed through both sets of processes – pedogenic and sedimentological – is crucial for teasing apart the before, the during, and the after. This process helps assemble a reasonable range of possible activity traces, along with methods adequate to detecting these traces. In this way, even if once clear signs of activities have been reduced to minute traces, a methodology that unites principles from soil science and sedimentology can track past activities. existing particulate body (soil or sediment) is a question of pedogenesis. Because most particle movement in a pedogenically active body is vertical, principles from soil science are the most important in distinguishing between neighboring depositional contexts. In this example, a concept from soil science – the fact that organic carbon tends to accumulate on or near land surfaces (Batjes 1996; Kaufmann et al. 1998) – became a point of departure for developing additional proxies for buried surfaces These proxies were proposed prior to excavation, tested through analysis of known surfaces, and then used to identify surfaces not identiied or mischaracterized in the ield. They also permitted a classiication of space based on preliminary use interpretation. The three kinds of proxies used follow: 1) Chemical indices: Organic Carbon (OC) accumulates naturally on exposed land surfaces, decaying in concentration with depth. Humans also contribute organic matter into a depositional surface, which may include OC, and also apatite, which Schaefer et al. (2004) identify as a source of Ca and P in terra preta. A buried surface would present higher concentrations of extractable Ca, P, and OC than those predicted (Figure 2.a). 2) Microartifact decay: Microartifacts, introduced into surfaces through sweeping, trampling, and discard, and generated through mechanical mixing or fracturing in situ, migrate downwards at rates proportional to size (Balek 2002). Figure 2.b shows an idealized model of microartifact decay in size-sorted samples. 3) Macrobotanical remains: Elevated ratios of endocarp (from palm and oleaginous seeds – see Figure 3) to wood charcoal in the lotation Proxies for Buried Land Surfaces Humans directly impact soils and sedimentary bodies through exposed surfaces. Hence, locating a loor, pit, or house is irst a matter of detecting surfaces. What surfaces existed when people arrived, and what surfaces were formed as a result of deposition or excavation of material? This portion of the work identiies sedimentary processes. On the other hand, understanding how particles and chemicals change and move through an Figure 3. Photographs of macrobotanical remains. Unidentiied palm nut shell 185 heavy fraction were interpreted as evidence of a cooking context. of the visible buried contexts tested, and extractable P and Ca were elevated in most of these contexts. Buried surfaces were also indicated by concentrations of microartifacts. Chemical and microartifact indices also indicated buried surfaces at other points poorly understood in the ield. For example, Mounds 12 and 15 (Figure 1.b) had been interpreted in the ield as having two construction layers for the same structure. Elevated concentrations of OC, extractable P, and microartifacts suggested these earlier construction layers were loors from an earlier occupation. These “invisible” surface contexts showed signiicantly higher proportions of ceramics, fragments of clay ovens or trivets (trempes), and heavy fraction charred plant remains (HFCPR) than the charcoal-rich Horizons. Furthermore, 33-42% of (HFCPR) in “invisible” loor contexts were identiied as endocarp, a proportion matched only at the top of later platforms and at the modern-day surface, which is covered with palms and has sustained regular burning as part of contemporary horticulture. This combination of indices suggests the nearby presence of cooking hearths, and hence these were interpreted as house loors. Expectations that samples from the buried A Horizon would present the highest proportion of charcoal overall were not met. Heavy fraction samples, which, in this region, often contain denser wood and seed parts, presented little or no HFCPR. Interestingly, these samples did present the highest proportion of reducedired trempe fragments, which normally appear in an oxidized state. The reduction of these clays, which was often found to be supericial, is interpreted as a result of re-iring in a carbonrich, oxygen-poor matrix (the anthropic A Horizon) during near-surface burning events such as vegetation clearing. The thickness of these Horizons, 15-35 cm, suggests digging and mixing, which leads to the interpretation of these as cultivation contexts. Figure 4 shows use interpretations of buried surfaces. Unfortunately, a similar set of results was not obtained for the ring village phase. Chemical and microartifactual indices were preserved for the earlier occupation because the platforms buffered these earlier surfaces from pedogenic processes. This explains the lack of clear signatures for the uppermost layers of terra preta, which have been exposed to the elements and recent farming activities. Still, some of the deeper (>35 cmbs) contexts of the inal occupation tentatively identiied Methods1 The extent, general morphology, and ceramic proile of Antônio Galo had been previously established by Moraes (2006, 2010a). Fieldwork in 2009 began with a microtopographic study of the ring village area, using a 2 x 2 m grid. Excavations were undertaken in order to further investigate Moraes’ (2006) hypothesis that many of the mounds in the region, especially those arranged in a ring, were house platforms. The study area was divided into three spatial sampling strata based upon expectations set forth by ring villages in the region and elsewhere (Donatti 2003; Chirinos 2007; Heckenberger 2005; Maybury-Lewis 1979; Moraes 2006, 2010a, b; Neves 2003; Wüst and Barreto 1999), where in the internal plaza area is generally kept clean of debris, the areas occupied by houses accumulate certain kinds of residues, and the area behind houses accumulate refuse (e.g. Schmidt 2008). In this case, these areas correspond to the following strata: Plaza, Mounds, and Behind Mounds. Subsurface testing was undertaken within each stratum using a combination of soil augering, shovel-test-pitting, and excavation of .5 x .5 or 1 x 1 m units, until redundancy was achieved. Because they revealed the most complex, deepest, and least consistent deposits, contexts situated within the Mounds stratum were the most heavily sampled. Detailed descriptions of sampling methodology as well as an account of ield results have been published elsewhere (Browne Ribeiro 2011; Moraes 2010a). From amongst excavated units, a representative sample was selected for geoarchaeological testing (Figure 1.b). Bulk samples taken from each 10-cm arbitrary level were loated for the recovery of charred botanical remains in the light fraction and for microartifact analysis of the contents of the heavy fraction. Samples collected from layers and Horizons identiied in proile were subjected to soil chemical and physical analyses. Results Excavations into several mounds revealed a clear “layer” of darkened, charcoal-rich sediment. This was interpreted as a buried anthropic A Horizon. Chemical analyses showed elevated OC concentrations for all 186 as shallow cooking features did exhibit high extractable P and microartifact concentrations (Browne Ribeiro 2011). building platforms across Phases 2 and 3, and possibly even during Phase 1, suggests some degree of cultural continuity over time. Temporal Reconstruction Encounters The characterization of these surfaces, although by no means conclusively representative of the entire area occupied by a later mound, permits a generalized classiication of space for the pre-mound occupation. It appears as though houses were concentrated at the southern end of the landform; cultivation areas would have likely occupied the remainder of the peninsula. It is important to note that the central area of the ring village was mostly devoid of soil, consisting almost entirely of degrading laterite or ironstone. This is likely due to the excavation of the relatively thin soil mantle for the purposes of erecting the later house platforms. This is most clearly exhibited in the ills of Mound 28 and parts of Mound 17, both of which present unusually high proportions of ironstone. Putting this together with data previously published (Browne Ribeiro 2011) that shows a sequence of four surfaces for Mound 12, a minimal three-phase sequence of occupation is proposed for the study area (Figure 5). The earliest house thus far identiied is that found beneath Mound 12, at the southernmost end of the landform. This house appears to have had two iterations. Subsequently, a series 3-6 of low (15-cm thick) platforms were built along the southern half of the landform; these houses may have formed a smaller ring partially overlapping with the Phase 3 ring or a completely distinct arrangement. This “neighborhood” would have proited from cultivation in areas to the north, as would have inhabitants of the earlier house. Finally, the Phase 3 ring village was completed, which involved the construction of higher (25-40 cm thick) platforms, some of which might have been big enough to hold multiple houses or structures (e.g. Mounds 15 and 27, or Mounds 16, 26, and 30). The number of house loor contexts indicated for Phase 2 is not meant to correspond to the number of houses that actually existed. There may have been houses beneath areas not excavated or in the central area of the landform, which was excavated long ago. Similarly, houses may have been larger than subsequent ring village platform houses. However, the persistence of the practice of These results provide evidence of the iterative and intentional crafting of places, which consisted of the designation of activity space and physical alteration of the landscape and environment. The expansion of this habitation site, from a single house, to a neighborhood, to a village, would have simultaneously circumscribed potential areas of cultivation, especially given that most of the land beyond the ring village would have been subject to extended periods of seasonal looding. Topography and the thickness of the soil mantle on this landform made anthropogenic landscape changes dificult to reverse. The iterative nature of village expansion would have given people ample time to comprehend this; and yet they continued to build, irreversibly circumscribing cultivable land both spatially and seasonally. During Phase 3 the areas for trash deposition would also have been circumscribed, yet there is no evidence for midden build-up. If rubbish was deposited behind houses, much of this might have eroded away. It’s also possible that some of this waste was used to amend soils, but no evidence of this has been found. This brings up the question of where, or how, plant products were procured in this period. Notably, it is only in this inal phase that terra preta emerges. These results also provide insight into characteristics of village life over the course of a major transition in regional politics. The continuity in platform-building practice suggests that the process of designating domestic space remained relatively stable over time, while the growth of the village suggests changes in social structure. These, if present, would have been taking place at the supra-household level, while places continued to be constituted in the same way. The signiicance of these changes for human subjects would have been manifest in new kinds of articulations between households and household members, and also in changes in the meanings of places such as “house,” “garden,” and “village.” Community growth thus spurred social and landscape transformations that entailed irreversible but perceptible impacts to the local ecology. If this was indeed the case, and if the lack of evidence for a radical 187 creation of place: Geoarchaeology of a Terra Preta de Índio site in the Central Amazon. PhD Dissertation, University of California, Berkeley. Cresswell, T., 2006, Place: a short introduction. Oxford: Blackwell. Chirinos, P., 2007, Padrões de assentamento no sítio Osvaldo, Iranduba, Amazonas. M.S. Thesis, Museu de Arqueologia e Etnologia, Universidade de São Paulo. Donatti PB (2003) A ocupação pré-colonial da área do Lago Grande, Iranduba, AM. M.S. Thesis, Museu de Arqueologia e Etnologia, Universidade de São Paulo. 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This set of interpretations presents Native Amazonians were conscious crafters of places of habitation, making choices about how to prioritize land use and resources, and also exercising intentionalities within the constraints of possibility of the changing environment. Acknowledgements Thank you to Claide P. Moraes for collaboration in ield and discussions after. Also many thanks to Eduardo Neves and the CAP team, UEA course instructors and students, and student interns from UEA, UC Berkeley, and OSU for their extensive laboratory work. A special thanks to Myrtle Shock, Rob Cuthrell, and Abigail Adams for specialist consultation regarding macrobotanical remains. And inally, to Rosemary Joyce, Patrick Kirch, Ronald Amundson and UC Berkeley; Wenceslau Teixeira, Rodrigo Macedo, Estevão, Taveira and Embrapa Amazônia Ocidental; Joy McCorriston, Julie Field, and OSU for guidance and institutional support. 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La tesis en curso aspira a alimentar la discusión a través de la aplicación de una metodología de interpretación antropológica del registro cerámico novedosa en el mundo andino, cuyos fundamentos y primeros resultados presentaremos a continuación. Introducción Al ser una zona de paso natural, el espacio conocido como alta Amazonia habría constituido el testigo por excelencia de la recientemente reconocida milenaria interacción cultural entre Sierra y Amazonia (Saulieu de, 2006: 19; Valdez et al., 2005: 374). Así, el estudio de este proceso y sus mecanismos es un ámbito novedoso todavía (Valdez, 2008: 885), al cual la tesis que sustenta la siguiente ponencia se propone contribuir a través del estudio de caso del valle del río Cuyes (provincia de Morona Santiago, cantón Gualaquiza, Ecuador – ver Fig. 1). Fig. 1: ubicación del área de estudio 191 horizonte cerámico conocido como corrugado (Guffroy, 2006: 347). Actualmente, la mayoría de moradores del valle del río Cuyes son colonos oriundos de la Sierra, mientras que se encuentran comunidades shuars en la parte baja de la cuenca hidrográica correspondiente. 1. Antecedentes Los primeros datos publicados sobre el pasado prehispánico del valle del río Cuyes sacaron a relucir la enigmática e imponente arquitectura de piedra de la zona, hipotéticamente asociada a la cultura serrana cañari (Carrillo, 2003: 61; Salazar, 2000: 67). Este planteamiento nos ubica luego en el periodo llamado de “Integración” (400/800 d.C. a 1440 d.C. aproximadamente) de la cronología arqueológica ecuatoriana general. A breves rasgos, éste se habría caracterizado por el implemento de núcleos políticos jerarquizados (Bray, 2008: 527) así como el desarrollo de conocimientos técnicos soisticados (agricultura, metalurgia, alfarería -Guillaume-Gentil, 2008: 44). A nivel cerámico, los orígenes de la cultura cañari y sus tres estilos más representativos -Cashaloma, Molle y Guapondélig- (Idrovo, 2000: 59), se asocian a la llamada tradición Tacalshapa (entre 500 y 200 AC a 1000 dC – Idem: 53). A pesar de compartir tradiciones culturales así como un acervo lingüístico común (Cárdenas 2004: 7; Hirschkind 1995: 18; Ponce Leiva 1975: 7), los cañaris habrían agrupado a diversos tipos de unidades políticas independientes (Chacón 1990: 37), permanentemente en contacto mediante intercambios y conlictos (Idrovo, 2000: 63-64). Existen dos hipótesis respecto al posicionamiento del valle del río Cuyes frente a este escenario sociocultural: la primera lo sitúa como espacio de abastecimiento de recursos claves, aprovechados por los núcleos políticos de la serranía mediante el sistema de la verticalidad (Salazar, 2000: 27; Taylor, 1988: 55). La segunda señala que se trató al contrario de una poderosa unidad política independiente (Carrillo, s/f: 79). Por otra parte, si el carácter directo (Carrillo n/d: 61; Ekstrom in Taylor, 1988: 38) o indirecto (Idrovo, 2000: 101; Hirshkind, 1995: 23) de la presencia inca en la región es asimismo motivo de debate, las fuentes etnohistóricas son unánimes en señalar al valle del río Cuyes como espacio de conlicto e intercambio con los llamados jibaros (Benavente, 1994: 60; De los Ángeles, 1991: 379; Tello, 1992: 466), antepasados de los actuales shuars –entre otros. Entre los siglos VII y X de nuestra era, los jíbaros –de afamada belicosidad-, habrían migrado desde las tierras bajas amazónicas hacia las estribaciones orientales (Guffroy, 2008: 901) situadas entre las cuencas del Pastaza y el Zamora (Rostain, 2012: 75). Se los asocia a un 2. Obtención del material de análisis En el 2009, los arqueólogos Ordóñez y Flores colaboraron con quien suscribe para ejecutar un proyecto auspiciado por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural de Cuenca y la Alcaldía del cantón Gualaquiza, destinado a mapear y excavar los sitios arqueológicos monumentales del valle del río Cuyes (Lara, 2010: 121). El corpus cerámico recuperado en esa ocasión fue reanalizado hace pocos meses en el marco del inicio de nuestra tesis a partir de la metodología que expondremos más adelante. Adicionalmente, se completó la muestra con una nueva prospección focalizada esta vez en torno a espacios habitacionales (pruebas de pala y sondeos en planicies y aterrazamientos). Así, los sitios correspondientes se agrupan en cinco sectores principales: Espíritu Playa, San Miguel, Ganazhuma, El Cadi, y Buenos Aires/ Nueva Zaruma (ver Fig. 2). El sector de Espíritu Playa cuenta con tres sitios monumentales: Espíritu Playa –recinto rectangular contiguo a una estructura más reducida-, La Cruz –tipo de mirador circular pequeño- y inalmente, un complejo de 54 aterrazamientos con revestimiento de piedra. El sector de San Miguel de Cuyes evidencia tres sitios monumentales aún en pie: Santa Rosa –pequeño recinto de piedra laja de dos cuartos, con una zanja posterior-; Sitio Playa, -consistente en un conjunto de cuatro plataformas trapezoidales conectadas por caminos empedrados-, y un conjunto de 74 terrazas. El sector de Ganazhuma por su parte cuenta con dos sitios monumentales visibles de piedra laja, al parecer defensivos y/o ceremoniales, asentados en cuchillas empinadas: Trincheras, -con zanja- y Santopamba, de dimensiones mucho más modestas y sin zanja. En esta última temporada se ubicaron también aquí dos complejos de 63 aterrazamientos en total. Tres son los yacimientos monumentales identiicados en el sector siguiente: El Cadi –que da su nombre al sector-, sitio al parecer habitacional, constituido por más de diez hectáreas de recintos y muros. Este sitio está rodeado por dos yacimientos con zanjas, quizás 192 Fig. 2: principales sectores arqueológicos del valle del río Cuyes defensivos: La Florida – el más imponente –, conformado por cuatro niveles de tierra y piedra, y Río Bravo, recinto de piedra semicircular. Finalmente, el quinto sector - Buenos Aires/ Nueva Zaruma- presenta cuatro sitios: un conjunto de 29 terrazas, dos estructuras con niveles de piedra y zanja (Buenos Aires y Nueva Zaruma I), y un pequeño montículo con zanja (Nueva Zaruma II). Así, entre las temporadas del 2009 y el 2013, se recuperó aquí un total de más de 3000 fragmentos cerámicos obtenidos a partir de 25 sondeos y 700 pruebas de pala. cognitiva y de las técnicas así como de la etnoarqueología, nos pareció particularmente pertinente en ese sentido. Esta propuesta surge de una constatación a primera vista muy sencilla, a saber, el cuestionamiento de la equiparación hasta hace poco sistemática en arqueología entre conjuntos de rasgos morfo-estilísticos precisos y agrupaciones étnicas determinadas (Gelbert, 2003: 89; Roux, 2009: 196). Por citar tres ejemplos nada más, las investigaciones de Gosselain (1992: 559) y Gelbert (2005: 67) en África o Degoy (2005: 49) en Asia, sacaron asimismo a relucir la homogeneidad de formas y estilos de las respectivas alfarerías locales, en zonas en realidad habitadas por etnias muy distintas… Constatación relativamente crítica frente a la mencionada equiparación entre tipos morfo-estilísticos y culturas arqueológicas. ¿Será que lo que estamos considerando como grupos homogéneos son en realidad agrupaciones diferentes? ¿Existe algún criterio propio a cada grupo social y que permita disociarlo inequívocamente de los demás desde el registro cerámico? La propuesta de Roux aborda el problema a través de la noción de cadena operativa o “sucesión de gestos técnicos que transforman un material de un estado a otro” (Cresswell, 1996: 31). En el caso de la cerámica, la cadena operativa de elaboración de un recipiente 2. Hacia una lectura antropológica del registro cerámico Luego de la temporada del 2009, la ausencia de rasgos morfo-estilísticos distintivos tanto a nivel de la arquitectura como de la cerámica, seguía sin resolver el interrogante del origen étnico de los habitantes precolombinos del valle. Al ser una zona de frontera cultural, era luego preciso adoptar una metodología de análisis apta a tratar esta incógnita. La metodología implementada por la arqueóloga francesa Valentine Roux (2010: 4; Roux y Courty, 2007: 155) en base a un extenso compendio de estudios en antropología 193 Tabla 1. Ejemplo icticio de cadenas operativas distintas entre dos grupos culturales caracterizados por tipos morfo-estilísticos idénticos diferentes posibilidades de inición- huellas macro y microscópicas especíicas en la arcilla (especialmente a nivel de la topografía de las paredes, su supericie y el tipo de rotura), cuya identiicación permite rastrear las técnicas de elaboración en presencia (Livingstone-Smith, 2010: 10; Roux et Courty, 2005: 207). - luego, dentro de cada técnica de elaboración identiicada, se realiza un análisis petrográico de cara a localizar eventuales variaciones ligadas al trabajo de la arcilla y su origen. Este último es combinado con el estudio morfológico y estilístico de los artefactos (Roux, 2009: 196197). estaría así conformada por el abastecimiento en materia prima (arcilla, desgrasante, engobe, combustible), la preparación de la arcilla, la elaboración de los recipientes, su modelado, inición (acabado), decoración y quema (Roux, 2010: 4). Cada una de estas etapas -especialmente la elaboración y inición de las vasijas (Roux, 2010: 5)-, puede ser lograda a través de un sinnúmero de estrategias diferentes, que desembocan todas en el mismo resultado (¡una vasija!), pero entre las cuales los grupos de alfareros de cada etnia escogen una sola combinación de opciones que les es propia, tal como se lo puede ver en el ejemplo icticio siguiente (ver tabla 1- Cresswell, 1996: 82). Tomadas en su conjunto, estas series de variaciones conforman luego cadenas operativas especíicas a cada grupo, a las cuales se añaden eventualmente idiosincrasias de formas y estilos decorativos. Tal como lo demuestra la antropología cognitiva, en cada grupo de alfareros, las cadenas operativas son transmitidas de generación en generación (Roux, 2009: 196); salvo aniquilación total de un grupo por otro, los fenómenos de préstamo técnico debidos a procesos de intercambio o conquista atañen a lo mucho una parte de las etapas de la cadena operativa, mas nunca la modiican por completo (Roux, 2010: 6, 7). Se entiende luego la preponderancia del componente etnográico desde el enfoque metodológico aquí escogido. Desde esta perspectiva, el objetivo del arqueólogo frente a un corpus cerámico determinado es identiicar las cadenas operativas en él representadas. ¿Cómo lograrlo? En base a referentes etnográicos, arqueológicos y experimentales, Roux ha diseñado un protocolo metodológico dividido en dos etapas encaminado hacia ese propósito: - en primer lugar, es preciso identiicar las diferentes técnicas de elaboración representadas en la muestra: efectivamente, cada opción y sus respectivas combinaciones (moldeado y/o modelado y/o acordelado) dejan -junto a las 3. Primeros resultados Como se vio, los antecedentes investigativos de nuestra zona de estudio mencionan la presencia hipotética de poblaciones de origen cañari y/o shuar. Frente a esta primicia, ¿cómo aplicar la metodología escogida? En primer lugar, es necesario identiicar la o las cadenas operativas existentes entre los cañaris y los shuars. ¿Cómo? A través de colecciones museográicas y de información etnográica ligada a la alfarería contemporánea de cada uno de estos grupos. Seguidamente, se requiere deinir las cadenas operativas de la muestra arqueológica excavada en el valle del río Cuyes para, en último término, situarlas frente a la producción alfarera regional pasada y presente. Valga recalcar que para cada una de las tres etapas mencionadas, los resultados obtenidos de momento que se presentarán a continuación son preliminares. Hasta ahora, hemos identiicado seis cadenas operativas correspondientes al área cañari (una en el registro museográico y cinco en la bibliografía etnográica – Sjömann, 1992: 47, 81, 86, 388). Entre los shuars, el material museográico y la información etnográica dan cuenta de una sola cadena operativa (Bianchi, 1982: 268; Sjömann, 1992: 357). En el valle del río Cuyes ahora, tenemos cuatro cadenas operativas: aquella correspondiente a 194 la tradición shuar, una cadena encontrada en el registro etnográico y dos cadenas de momento sin equivalente museográico y/o etnográico. ¿Cuáles son las características de las cadenas operativas del valle del río Cuyes? En la cadena correspondiente a la región shuar (aquí cadena 1), la base es modelada, lo cual se puede ver en el material arqueológico y museográico por la presencia de depresiones características en la pasta -causadas por el movimiento de los dedos al dar forma a la masa- (Livingstone-Smith, 2007: 130; Gomart, 2010: 26); la estructura laminar de las inclusiones de la arcilla en el peril de los tiestos correspondientes (Livingstone-Smith, 2007: 130), así como el tipo de rotura que sigue la forma de la base. El cuerpo y el borde por su parte son acordelados, rasgo técnico identiicable en las vasijas a través de la presencia de ondulaciones perceptibles en la supericie de los tiestos (Courty et Roux, 1995: 28), la visibilidad de las líneas de unión entre los cordeles (Gelbert, 2003: 78; Livingstone-Smith, 2007: 116) así como la huella de pliegues de masa correspondientes a la juntura entre cada cordel (Méry et al., 2010: 56). En in, el acabado corresponde principalmente al alisado o regularización de la supericie de las paredes con los dedos o alguna herramienta (Rice, 1987: 138), aunque los datos museográicos y etnográicos evidencien también la aplicación de achiote y barniz orgánico (Bianchi, 1982: 279, 280; Sjömann, 1992: 358). Desconocemos de momento la técnica de fabricación de las bases asociadas a la cadena siguiente (cadena 2), aunque sabemos que el resto de sus piezas es acordelado, tal como lo atestigua la presencia de los rasgos correspondientes mencionados anteriormente. La novedad aquí radica en las huellas de golpeado, o técnica destinada a dar forma a los recipientes, al martillar sus paredes con un golpeador (Denès, 2004: 43), lo cual deja depresiones circulares regulares en la supericie de los tiestos correspondientes (Martineau, 2005: 152). La cadena 3 -para la cual tampoco hemos encontrado equivalente etnográico o museográico alguno de momento-, es similar a la anterior, a la diferencia del cuerpo, el cual en vez de acordelado, es modelado. Las huellas de golpeado se mantienen, mientras que domina el engobe –o revestimiento de naturaleza arcillosa (Balfet et al., 1989: 121)- a nivel del acabado externo. En in, la cadena 4, la cual hallaría su equivalente en el sector de Las Nieves en la provincia del Azuay (Sierra –Sjömann, 1992: 81), se caracteriza por la práctica del modelado en toda la pieza (con golpeado en el cuerpo), con excepción del borde, el cual es acordelado. 4. Observaciones prelimonares En resumen, el modelado y el acordelado parecen ser los rasgos técnicos característicos de nuestro registro cerámico. No obstante, la identiicación de combinaciones distintas Tabla 2: síntesis de las cadenas operativas hipotéticas del valle del rio Cuyes 195 lo cual de por sí sugiere un « mestizaje técnico » Sierra/Amazonia, elocuente desde el punto de vista del esclarecimiento del origen de los ocupantes prehispánicos del valle y su papel en los intercambios entre las dos regiones. Valga recalcar aquí que investigaciones como las de Lathrap (1970: 179) en el norte del Perú, Guffroy (2008: 901), Idrovo (2000: 65-66) o Rostain (2012: 59) en el Ecuador, coinciden en la llegada a la Sierra de una ola migratoria proveniente de la Amazonia alrededor del primer milenio de nuestra era, de la cual nuestra cadena operativa 2 podría ser un relejo. Se espera que la datación de las muestras de carbón asociadas permitan esclarecer este punto. Finalmente, frente a las hipótesis planteadas por los estudios pioneros de la zona acerca del grado de dependencia política del sector, la evidencia de cadenas operativas propias de la sierra evoca efectivamente la posible presencia de enclaves serranos en determinados sectores, mientras que la huella de cadenas al parecer propias de la zona y/o mixtas aboga más bien a favor de la autonomía de otras áreas. Estas primeras observaciones necesitan no obstante ser aianzadas mediante un ainamiento en la caracterización de las cadenas operativas, en especial en lo que se reiere al estudio petrográico de las pastas. Análisis que requerirá asimismo ser enriquecido mediante la datación de las nuevas muestras de carbón recuperados este año, las cuales nos ayudarán a fechar los contextos de las cadenas operativas identiicadas. Por otra parte, se espera que la continuación del estudio museográico, etnográico y etnohistórico durante los dos años venideros consolide los resultados arrojados por los restos arqueológicos. entre estas técnicas así como la presencia del golpeado deinen cuatro cadenas operativas entre las cuales el modelado de la base es por cierto el denominador común. Así, si las cadenas 1 y 2 se caracterizan por la presencia de acordelado, la cadena 2 se diferencia por la evidencia de golpeado así como el acabado y eventualmente el tipo de pasta; las cadenas 3 y 4 por su parte se destacan por el uso del modelado y golpeado en el cuerpo, aunque en el primer caso, tanto el cuello como el labio son acordelados, mientras que en el segundo, el acordelado se asocia únicamente a los bordes. A nivel cronológico y espacial, los tiestos correspondientes al depósito estratigráico 2 (partiendo de la supericie) revelan que la cadena 1 (shuar), se encuentra en los sectores 4 y 5 (ver Fig. 2), al igual que aquellos de la cadena 2 (acordelado y golpeado), la cual se halla también en San Miguel, en donde se evidencia asimismo material asociado a la cadena operativa 4 (acordelado sólo en el borde). En in, la cadena 3 (acordelado sólo en el cuello y el borde), aparece en Ganazhuma y Espíritu Playa, aunque en el depósito estratigráico 1 en este último caso. Nuestro estudio se halla todavía en un estadio preliminar, pero la variación entre cadenas operativas (especialmente en los sectores en donde aparecen dos combinaciones técnicas distintas) no se debe al parecer a criterios funcionales. Nos encontraríamos luego frente a unidades de alfareros diferentes que cohabitan sincrónicamente en el valle (con excepción del sector 1, asociado al estrato 1 como se vio). Volviendo a la problemática principal de la zona sobre los orígenes étnicos de los habitantes precolombinos del área, la metodología aquí aplicada revela una equivalencia entre la cadena operativa 3 (sector Ganazhuma para el depósito estratigráico 2 y Espíritu Playa para el depósito estratigráico 1) y la técnica empleada por las alfareras de Las Nieves (serranía), así como entre la cadena 1 y la cerámica shuar. Adicionalmente, no tenemos paralelo etnográico o museográico alguno para la cadena 4, pero de lo que sabemos por el momento en base a la bibliografía etnográica, el moldeado y el golpeado son técnicas propiamente cañaris (Sjömann, 1992: 47, 81, 86, 388), por lo que es muy probable que esta cadena sea originaria de la Sierra. Asimismo, en el sur del país, el uso del acordelado en la integridad de los cuerpos de las vasijas es un rasgo típicamente amazónico (Idem: 334). La cadena 2 evidencia una mezcla entre el modelado y el acordelado, 5. A manera de conclusión Desde la década de los 70, el imponente patrimonio monumental del valle del río Cuyes y el enigmático origen de sus constructores llamaron la atención de antropólogos y arqueólogos. La presente investigación se propuso tratar este interrogante a través de la aplicación de un novedoso método de análisis cerámico pluridisciplinario, el cual se basa esencialmente en la identiicación e interpretación del proceso de elaboración de las vasijas. En su etapa preliminar, la puesta en práctica de esta herramienta a nuestra área de estudio conirma al parecer el rol de crisol cultural del valle del río Cuyes, probablemente ocupado por poblaciones originarias de la 196 Sierra y la Amazonia, pero también receptáculo de mezclas técnicas posiblemente sinónimas de presencia de unidades políticas independientes. Relejo de un espacio fronterizo a la vez captador y creador, la cerámica del valle del rio Cuyes ilustraría luego desde ya la complementariedad entre dos mundos culturales (Sierra y Amazonia) hasta hace poco percibidos como antagónicos… Cresswell, Robert, 1996, Prométhée ou Pandore? Propos de technologie culturelle. Éditions Kimé, Paris. Degoy, Laure, 2005, Variabilité technique et identité culturelle. Un cas d’étude ethnoarchéologique en Andhra Pradesh (Inde du sud). Pottery manufacturing processes: reconstitution and interpretation. Actes du XIVème congrès UISPP, Université de Liège, Belgique, 2-8 septembre 2001, editado por Alexandre LivingstoneSmith, Dominique Bosquet, Rémi Martineau, BAR International Series 1349: 49-56. De los Ángeles, Domingo, 1991, Relación que envió a mandar su majestad se hiciese de esta ciudad de Cuenca y de toda su provincia. In Relaciones histórico-geográicas de la Audiencia de Quito (siglos XVI-XIX) t. 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Estas cerámicas fueron fabricadas en el valle del Upano y exportadas hacia la montaña. Recíprocamente, en el sitio de Sangay se descubrieron ciertos tipos exógenos como por ejemplo cerámicas de la cultura serrana Panzaleo conirmando así, la existencia de intercambios recurrentes entre Los Andes y el piedemonte oriental. Debido a una erupción de gran amplitud del volcán Sangay (Rostain, 1999), los portadores de esta tradición Upano huyeron del valle sumergido en cenizas en dirección sur, hasta el Perú. Es así que en el río Ucayali se observa el tipo de bandas rojas entre incisiones en la cerámica Cumancaya (Lathrap, 1970). Su fecha tardía de 810 d.C. da a pensar que el decorado del Upano llegó a la región después de su desaparición en el valle del mismo nombre. El comercio indígena entre las tierras altas y las tierras bajas continuó durante la época colonial. La gente de la sierra proveía de telas, perros de caza, sal, hojas de coca y productos europeos (utensilios de hierro, cuentas de vidrio, etc.) a los grupos de la Amazonía. A la vez, de la selva venían principalmente las plantas medicinales y colorantes, plumas, oro, maderas duras, animales domesticados y esclavos (Oberem, 1974). Los archivos señalan seis vías de comunicación tradicionales que unían las llanuras con la sierra, utilizadas probablemente desde los tiempos precolombinos (Taylor, 1991). El programa de investigación que se lleva a cabo actualmente en el alto Pastaza y que combina entre otras disciplinas, arqueología con vulcanología, ofrece una perspectiva interesante y nueva del Formativo de la región, la misma que confrontada con trabajos similares del piedemonte amazónico da a conocer no solo los intercambios entre tierras Introducción Mucho se ha hablado sobre las relaciones precolombinas entre Los Andes y la alta Amazonía, aunque a menudo favoreciendo demasiado una relación de preeminencia de arriba hacia abajo y la mayoría del tiempo, sin ofrecer la menor prueba arqueológica. Más todavía, durante años algunos estudios se han basado en la ausencia de datos amazónicos para fundamentar la superioridad de la costa y de la sierra, aún cuando esta carencia no hacía más que relejar un desequilibrio del conocimiento. Tal es el caso en particular del período Formativo. Pero la realidad es totalmente distinta. Los últimos descubrimientos han ido revelando que las inluencias siguieron con frecuencia el camino inverso, con inventos nacidos en la Amazonía. La vasija con asa es un buen ejemplo de ello, al igual que la domesticación de plantas esenciales, la arquitectura de piedra o la iconografía compleja de piedra. En lugar de imaginar una región deudora de otra, parece más razonable concebir dos esferas de interacción que intercambian productos de primera necesidad. La reciente arqueología ha demostrado de esta manera la existencia de comercio entre las altas tierras andinas y las bajas tierras amazónicas. En el valle del Upano y después de reemplazar a la cultura Formativa Sangay, la cultura Upano se desarrolló de 500 a.C. a 400-600 d.C. (Rostain, 2010), radicando su fama tanto en la ediicación de cientos de montículos artiiciales dispuestos en complejos cerrados, como en su cerámica ina, fácilmente reconocible, con decorado de bandas rojas entre incisiones y que aparece a todo lo largo del Upano en la alta Amazonía, desde el Sangay al norte, hasta el Perú al suo. Dominan en ella las escudillas planas y las formas elaboradas. En el sitio de Pirincay, cerca de Cuenca, se hallaron también numerosos tiestos de este tipo, en un nivel cuya fecha está entre el 400 a.C. y el 199 diferenciales, dando una visión incompleta del pasado amazónico y de su diversidad. Hoy en día se ha rebasado este debate a nivel continental y los investigadores, basándose en trabajos de campo precisos, estudian la articulación entre organización espacial y medio ambiente (Heckenberger et al., 2008; McEwan et al., 2001; Neves, 2012; Rostain, 2012; Schaan, 2012). Además, nuevas tecnologías permiten mitigar la conservación diferencial entre zonas secas y húmedas. El estudio de la genética de las plantas cultivadas y la búsqueda e identiicación de granos de almidón y itolitos, conirman el origen amazónico de varios cultigenos tan importantes como la mandioca, la papa dulce, el cacao, ciertos ajíes, la chonta dura, el lerén, etc. (Clement et al., 2010; Iriarte, 2007; Zarrillo, 2012). Los datos actualmente publicados concernientes al sur de la Amazonía ecuatoriana permiten señalar que las sociedades de la región conocieron dos grandes períodos muy diferentes en su desarrollo socio-cultural (Rostain & Saulieu, 2013). El primero caracterizado por sociedades que superaron las diicultades geográicas e incluso las explotaron por medio de sistemas de contactos a gran escala relativamente sólidos, vinculando las tierras bajas amazónicas, el mundo andino y la costa del Pacíico. Esto se puede notar con claridad por ejemplo, desde la primera mirada de los conjuntos cerámicos. El segundo período ve las diicultades geográicas acentuar las opciones culturales a una escala más pequeña, así como también los fenómenos de relativo repliegue, profundizando la diferenciación socio-cultural entre las regiones. El paso del primer período al segundo permanece enigmático. El programa cientíico interdisciplinario “Alto Pastaza” (dirigido por Stéphen Rostain y inanciado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y el Instituto de Investigación para ey Desarrollo) llevado a cabo desde 2011 ilustra algunos aspectos de este periodo del Formativo. La ubicación de los sitios aledaños de Puyo muestra de forma particular el rol de punto de encuentro de esta área (Fig. 1). Se suman el barranco del río que baja de Los Andes a la Amazonía y es bastante peligroso por sus crecidas brutales e imprevisibles. Hasta la fecha, los estudios se han conducido ya sea en las zonas aledañas al volcán o en las tierras bajas. La originalidad de este proyecto radica en el cruce de las disciplinas, gracias a un análisis transversal del medio altas y bajas, sino también los diversos lugares de la Amazonía ecuatoriana. En resumen, se trata de todo un sistema cultural antiguo que comienza a trazarse. El Formativo cubre un largo período que va del 3800 al 500 a.C. y que se divide por lo general en tres épocas: Formativo temprano, medio y tardío. Tradicionalmente, se considera que este período está marcado por el nacimiento de la economía agrícola y por la gestación de las civilizaciones de América del Sur. De ahí su nombre que hace referencia a la formación de un solo bloque organizado. Sin embargo, las primeras sociedades del Formativo no nacen sin una herencia y la economía agrícola fue precedida por un largo período de “pequeña agricultura”, un tipo de proto-agricultura practicada por cazadores-recolectores (Testart, 2012). Además, no deja de ser llamativo el grado de madurez artística y técnica que poseen las nuevas tradiciones arqueológicas desde el inicio. En Ecuador, como lo hemos mencionado ya, generalmente se ha puesto énfasis en el Formativo costero y andino a costa del amazónico. Sin embargo, algunos descubrimientos realizados en el marco de programas de investigación recientes o en curso, han revelado datos completamente nuevos sobre este período cultural. Se trata de los estudios llevados a cabo en el valle del Upano a ines de los 90, luego en Santa AnaLa Florida desde inicios del nuevo milenio y inalmente en el valle del Pastaza desde hace algunos años. Estos últimos sacan a la luz aspectos desconocidos del Formativo amazónico y nos conducen hacia una profunda relexión sobre la naturaleza de las dinámicas culturales que actuaban en la región hasta el surgimiento de la Amazonía moderna. 1) Estado del arte Recordemos que hasta hace poco tiempo la prehistoria de la alta Amazonía era objeto de numerosas especulaciones y ásperos debates que nos permiten emitir tres reservas todavía vigentes: 1) los datos arqueológicos y paleo ambientales eran (y son aún) muy insuicientes. 2) La mayoría de investigadores aplicaban de forma consciente o inconsciente, aunque siempre de manera muy estricta, modelos sociales o ecológicos que no son sociológicamente viables. 3) De la misma manera, los investigadores tampoco tomaban en consideración el peso de las conservaciones 200 y de la integración del hombre al paisaje. La cooperación de arqueólogos, geógrafos, antropólogos y vulcanólogos es entonces un punto de importancia desde esta óptica. La concepción de problemáticas comunes debería así conducir a campos cientíicos hasta ahora inexplorados. Por otro lado, el caprichoso Tungurahua, volcán de poderosas erupciones desde hace milenios, domina al alto Pastaza. Durante nuestros reconocimientos pudimos hallar las huellas de dichos episodios: al fondo de una zanja de drenaje en el sitio de Tarqui, descubrimos troncos de árboles conservados en agua y arcilla (Fig. 2). Todos estaban inclinados en un mismo sentido (hacia el este) como si hubiesen sido doblados por un “tsunami”. La datación radiocarbónica que efectuamos dio a conocer que esta madera, pese a su excelente estado de conservación, tenía más de 43 500 años (Beta324362, todas nuestras fechas son calibradas). Es bastante probable que una de las erupciones del Tungurahua tapaba temporalmente el valle del Pastaza. Una gigantesca ola destructiva hecha de materiales volcánicos pudo salir de esta represa naturan, yendo a desembocar en el valle del Pastaza. Este evento de gran magnitud ilustra perfectamente el papel que cumplió el volcán: un peligro permanente e imprevisible que quizás afectara varias veces, tanto a los desarrollos humanos en la región como a los paisajes naturales (Le Pennec et al., 2008). Al pie de Los Andes centrales de Ecuador, la entrada al cañón del Pastaza, donde se encuentran varios sitios arqueológicos de todas las épocas, constituye una vía de acceso mayor hacia las altas tierras andinas, y más allá, hacia la costa del Pacíico. Río abajo, los sitios de Colina Moravia y de Pambay están frente a la puerta de entrada a la Amazonía propiamente dicha, accesible por el río Pastaza y su aluente, el Bobonanza. Hacia el norte, el valle del Anzu, un conluente, conduce hacia el río Napo, aluente mayor del Amazonas. Al norte de la actual ciudad de Puye, se encuentra Pambay. Hacia el sur, los caminos de pie de monte conducen al valle del Upano, ya conocido por el brillante desarrollo de sus civilizaciones. Desde el sitio de Colina Moravia, se distinguen hacia el oeste las legendarias montañas de Los Llanganates. relativamente poco conocido ya que solo las regiones de Loja, Azuay, Cañar y Pichincha han sido objeto de investigaciones escasamente detalladas. En lo concerniente a la región del volcán Tungurahua (Cordillera Real), que domina el valle del Pastaza y es un callejón hacia la Amazonía, se han publicado pocos datos hasta la fecha (Le Pennec et al., 2013). La actividad eruptiva del volcán Tungurahua en el transcurso de los últimos milenios ha sido objeto de estudios recientes (Hall et al., 1999; Le Pennec et al., 2006). Los depósitos de nubes ardientes acumulados durante las fases de alta actividad eruptiva contienen localmente fragmentos de cerámica cuya edad ha podido ser estimada fechando con radiocarbono las maderas y carbones incorporados en las brechas de roca. Los tiestos más antiguos están en una capa con una fecha alrededor de 1100 a.C., que corresponde a un violento retorno de la actividad del Tungurahua, después de siglos o milenios de descanso. Los tiestos encontrados en la capas correspondientes al evento muestran la presencia de poblaciones establecidas alrededor del volcán en esa época. Los 38 tiestos reunidos durante reconocimientos son poco diagnósticos en su mayoría (Le Pennec et al., 2013). Sin embargo, el examen detallado de ciertos fragmentos permite hacer algunas interpretaciones de interés arqueológico para esta región poco conocida. A pesar de que los tiestos provienen de sitios diferentes y a veces distantes de algunos kilómetros, el material muestra cierta unidad desde el punto de vista de la composición de las pastas, de ciertas modalidades decorativas y de las formas cerámicas. Los tipos de pasta tienen una débil variabilidad, con una tendencia a la adecuación entre el espesor del tiesto y la delgadez de la pasta: mientras más grueso es un tiesto, más burda es la pasta. El desgrasante es siempre mineral. Las formas son poco diagnósticas pero notamos una amplia mayoría de formas cerradas, muy probablemente ollas con cuello con cuerpos de forma ovalada o esférica. El tratamiento de supericie es generalmente alisado. La supericie exterior lleva eventualmente un engobe (rojo, beige, castaño claro). La modalidad decorativa más corriente son las líneas bruñidas. El tamaño reducido de los efectivos recogidos en los diferentes sitios limita la caracterización del material. No obstante, es muy probable que estos diferentes tiestos que provienen de sitios pertenecientes a la misma región y de una capa correctamente 2) La sierra, al pie del Tungurahua: un Formativo bajo el volcán El Formativo de la Sierra ecuatoriana es 201 fechada, procedan de una misma cultura material formativa. Por otro lado, todos los escasos tiestos diagnósticos provenientes de diferentes sitios permiten comparaciones con las culturas Cotocollao y Machalilla. El material recogido, a pesar del escaso número de tiestos diagnósticos, recuerda al material Cotocollao de la región de Quito, contemporáneo del evento que dio origen al depósito de la capa cuya fecha está alrededor de 1100 a.C. (Villalba, 1988). Un fragmento de recipiente abierto proveniente del sitio al norte del cementerio de Baños, es un cuenco carenado con borde invertido y hombro muescado. Esta forma se asemeja mucho a una clase formal que consiste en un cuenco carenado semirestringido de base anular. Pero esta forma es mas tardía en Cotocollao (entre 800 y 500 a.C.). Entonces, no podemos descartar la hipótesis de una inluencia costanera: formas comparables de cuenco carenados con el hombro muescado (y sin base anular) aparecen principalmente en la primera mitad de la cultura Machalilla, es decir entre 1500 y 1100 aproximadamente (Meggers, Evans & Estrada, 1965). Sin embargo, dados nuestros nuevos hallazgos en la región de Puyo, los mismos que contienen bastantes tiestos carenados, se debe también explorar la posibilidad de un componente amazónico. cavado en la capa inferior (n° 7) y una veintena de huecos de poste cuyos diámetros van de 10 a 40 cm. La observación muestra que su relleno a menudo proviene de la capa 3. Los huecos de poste poseen periles disimétricos muy característicos. Consisten en una extremidad en punta, acompañada por un abultamiento lateral que se produjo en el momento en que el poste fue alzado. En efecto, para plantar un poste de tal dimensión, primero se debe levantarlo hasta una inclinación de 45°, reposar la punta en un escalón hecho en la fosa antes de alzarlo verticalmente para insertarlo en su hueco. Uno de los postes se conservó de manera excepcional gracias a un fenómeno raro (Fig. 4). El tronco fue descubierto bajo la huella de un hueco de poste, a más de 3 m de profundidad en la arcilla anaeróbica dentro de la capa freática. De hecho, los antiguos habitantes plantaron un poste metiendo en el suelo la extremidad superior estrecha del árbol, y dejando en lo alto la base densa y estrecha. Este técnica que consiste en poner el árbol desramado cabeza abajo es bastante astuta por varios motivos: limita la necesidad de talar el tronco del árbol, pues este trabajo es particularmente duro y tedioso de hacerlo con hacha de piedra; permite luego, gracias a la inercia del poste, hundirlo más fácilmente en el suelo; y inalmente, impide que el poste se enraíce en el suelo, fenómeno frecuente en la Amazonía. Lo que los precolombinos seguramente no previeron fue que en un terreno lleno de agua, el poste iba a continuar descendiendo en el suelo, hasta hoy en día en que vinimos a encontrarlo entre 2 y 3 m de profundidad. Otro poste tenía una inclinación de unos 45°, para de esta forma servir probablemente de pilar de sostén de la armazón. Finalmente, es interesante notar que dos postes estaban puestos de dos en dos, en especial el que se preservó, lo que podría ser un indicio de la perennidad de la estructura, a menudo reforzada o reparada para así durar más tiempo. En otros lugares del mundo como por ejemplo en el sitio de Observatorio de Tokio perteneciente al periodo Jomon, el reemplazo de postes se consideró como un indicio de sedentarismo, pues la casa sería ocupada por un período mayor. El estudio de los huecos de poste permite sobre todo proponer una hipótesis de reconstitución del plano de la casa cuyas dos terceras partes de supericie fueron conservadas. El ediicio ovalado medía 16 x 10 m y tenía dos gruesos postes centrales y algunos otros, igualmente 3) Las tierras bajas del alto Pastaza Las prospecciones realizadas en 2011 en el marco del programa “Alto Pastaza” dieron lugar al descubrimiento de varios sitios, entre los cuales consta un fogón circular (170 cm de diámetro por 30 cm de espesor) hallado en el corte de un camino, en una lotización en construcción, a la salida septentrional de Puyo (S 01 28.159, W 078 00.21). Un carbón extraído de esta hoguera dio una fecha de 1495-1317 a.C. (Lyon-9521), es decir un contexto Formativo tardío (Fig. 3). En el mes de Julio de 2013, este sitio llamado “Pambay” fue excavado por medio de un decapado horizontal en área de 13 m por 9 m permitiendo sacar a la luz la mitad de una casa, ya que la otra mitad fue destruida por el desmonte. La estratigrafía muestra una sucesión regular de capas. Para resumir, la capa de tierra húmica (n° 1) sigue a una capa café (n° 2), la misma que sigue a una marrón oscuro (n° 3), y luego a una marrón claro (n° 4). Se puede ver la construcción de la casa en la capa 4 y se la reconoce gracias a dos tipos de estigmas: el gran fogón fechado construido en piedra y 202 gruesos, periféricos (Fig. 5). La presencia del fogón en la parte sur, así como el plano general de la casa nos llevan a efectuar comparaciones con los modelos indígenas actuales de la provincia. El fogón está empotrado en el suelo de la casa, con las paredes y el fondo empedrados. Además, la capa de carbón alcanza los 30 cm de espesor, lo que muestra una larga e intensa actividad. Cabe precisarse que si este fogón está a menos de un metro de un poste, como todavía sucede hoy en día, no solo está mejor construido que los fogones actuales colocados directamente en el suelo, sino que parece ser además el único en la mitad excavada de la casa. Esta es una diferencia importante con el hábitat moderno Shuar, Achuar y Kichwa, en el cual es común encontrar varios fogones bajo un mismo techo, ya que cada mujer mantiene por lo general, el suyo propio. Tampoco es raro encender un fuego cerca de las camas en la noche para así abrigarse. Las características de aquel de Pambay, gran fogón de piedra con forma circular de palangana, recuerdan más bien aquellos del sitio ceremonial de Santa Ana-La Florida. En Pambay, Observaremos también que las máquinas de excavación sacaron a la luz una estructura de combustión empedrada y plana que recuerda aquella del sitio formativo de La Vega cerca de Loja (Guffroy, 2006). Tanto la orientación general de la casa de Pambay, noreste-suroeste, como su posición en la cima de una pequeña colina entre dos riachuelos, coinciden con la elección tradicional de los Amerindios actuales. En cuanto a la cerámica, esta es rara y más bien mal conservada. Si bien el material de las capas 1 y 2 es reciente y tosco, aquel que aparece a partir de la capa 3 diiere notablemente. Este se caracteriza por su extrema fragmentación, pero sobre todo por su mayor ineza así como también por la presencia de numerosos tiestos carenados. Tanto bordes de cuello como de pared prueban la existencia de un material doméstico cuyos dos o tres tipos de pasta parecen ser locales. En otros tiestos se puede entrever la existencia de una vajilla diferente aunque es difícil de precisar si es especíica o importada: tiestos con engobe rojo y otros, de pasta gris con interior bruñido (negro brillante que recuerda la cerámica de la cultura Upano), decorados con trazados supericiales de líneas paralelas diagonales que recuerdan el material Formativo de Baños. Es sin embargo importante subrayar dos cosas: si bien la gran mayoría de tiestos fueron hallados en la capa 3 de color marrón oscuro, estos se encuentran en mal estado, muy fraccionados, esparcidos en desorden como si tratase de un abandono. La capa inferior, sin duda el verdadero nivel de ocupación, no conservó prácticamente ningún tiesto y parece haber sido objeto de una meticulosa limpieza del suelo. En el sitio de Colina Moravia, situado a pocos kilómetros al oeste, en la comuna de Shell, se sacó a la luz otra ocupación Formativa contemporánea de Pambay. El sitio de implantación se encuentra en una colina natural en el sustrato rocoso y permite imaginar la presencia de una gran casa, similar a aquella de Pambay, situada en el centro de la elevación. Las poblaciones del Formativo del lugar, a diferencia de aquellas de Pambay, realizaron un depósito intencional de cerámica: se trata de una caja de llipta depositada al fondo de una fosa y que prueba el uso de la coca. Discusión Las culturas Formativas de Mayo-Chinchipe, Sangay, Upano y Pambay recientemente deinidas en base a excavaciones por decapado de grandes áreas invitan a revisar el tema del Formativo amazónico de Ecuador, especialmente a lo largo del piedemonte oriental de Los Andes. Los sitios Formativos descubiertos hasta ahora en la Amazonía eran esencialmente de carácter ceremonial, ya sea por su arquitectura elaborada como en Santa Ana-La Florida o por la cuidadosa organización de los montículos como en el caso del Upano. Igualmente, los artefactos hallados provienen de depósitos de culto y jamás de áreas domésticas: los escondites funerarios o con otra función de Santa Ana-La Florida, el depósito de los cimientos del montículo del sitio de Sangay, el depósito de una caja de llipta en una fosa de la Colina Moravia cerca de Puyo y también en el sitio de La Vega en Catamayo, provincia de Loja, cuyo origen cultural es probablemente amazónico. Las excepciones de descubrimientos domésticos del Formativo están ligadas al volcanismo. En Baños, al pie del Tungurahua, existen cerámicas domésticas atrapadas a causa de una erupción pliniana con fecha 1100 a.C. Tal vez en este caso se podría hacer un paralelo con Pambay, cerca de Puyo, en donde los raros tiestos recogidos provendrían de la capa de abandono provocado quizás por una importante lluvia de cenizas volcánicas. La casa de Pambay que dio una fecha de 1495-1317 a.C., constituye el 203 y que los raros ejemplos conocidos, trátese de Pambay, Moravia, Sangay o Santa Ana-La Florida, descansan directamente en las matrices geológicas que muestran vaciados anteriores a su ocupación. Queda claro ahora que, gracias a los descubrimientos del Formativo realizados en la Amazonía ecuatoriana, nuestra mirada sobre el poblamiento de esta región debe ser vuelta a evaluar, y se torna indispensable revisar nuestras estrategias de investigación y repensar nuestros esquemas teóricos, por desgracia, a veces tan subjetivos. primer descubrimiento de hábitat Formativo en la Amazonía. Es sin duda demasiado pronto para comparar la construcción (disposición y diámetro de los postes) con los modelos actuales de los Achuar o Shuar, pero desde ya observamos que diieren de los establecimientos contemporáneos pues los fogones fueron construidos cavando y acondicionándolos con piedra. La ausencia de material cerámico en las casas es resultado de una limpieza concienzuda, aunque también probablemente del cambio de este tipo de utensilios en el momento de partida de los ocupantes. Esta es la gran diferencia con los contextos domésticos de los períodos recientes, como por ejemplo las culturas Huapula, Bracamoros o Putuimi, los mismos que al conservar grandes vasijas, nos permiten suponer que las poblaciones Formativas conservaban un modo de vida y hábitos que recuerdan aquellos de los seminómadas, puesto que nada era abandonado. Aunque evidentemente de carácter ceremonial, podemos preguntarnos a este respecto, si acaso la forma de botella con asa típica de este período no representa en cierto modo esa facilidad para desplazarse dado que el asa permitía tomarla bien con la mano y la forma general del recipiente evitaba que este se volteara. Antes habría que precisar que la cerámica no es como durante largo tiempo se supuso, exclusiva de los grupos sedentarios sino que al igual que la agricultura, apareció a menudo en los grupos nómadas o semi-nómadas. Este fenómeno no es raro en la Eurasia prehistórica (Jordan & Zvelebil, 2009) y existe aún hoy en día en los grupos de cazadores-recolectores que utilizan cerámica como los Vedda de Sri Lanka, los Andamaneses de Malasia, los Inuit de Alaska, ciertos Indios de las Llanuras, los Guayaki, los Siriono y los Nambikwara de la Amazonía (Testart, 2012). Finalmente, la visita de los sitios Formativo deja como impresión aquella de un gran trabajo de piedra bastante mayor que el de los períodos siguientes. Se trata de talla y de pulido también, como lo demuestra la abundancia de astillas de talla o las numerosas cuentas o cuencos de piedra pulida en contexto ceremonial. En este caso, domina una vez más la producción de artefactos de carácter ceremonial. En resumen, está claro que hoy en día una investigación sobre el Formativo amazónico no debe subestimar el lavado destructivo y profundo que sufren los suelos, volviéndose entonces necesario subrayar que los niveles antrópicos de esta época son excepcionales Agradecimientos La investigación interdisciplinaria del alto Pastaza fue inanciada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, le Instituto de Investigación para el Desarrollo, el programa ECOS-Sud y el museo Etnoarqueológico de Puyo. Traducción Belém Muriel Bibliografía Bruhns K.O., J.H. Burton & A. Rostoker, 1994, “La cerámica Incisa en Franjas Rojas: Evidencias de intercambio entre la sierra y el oriente en el Formativo Tardío del Ecuador”, Tecnología y Organización de la Producción de Cerámica Prehispánica en los Andes, I. Shimada (ed.), Pontiicia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima: 53-66. Clement, C., M. de Cristo-Araújo, G. Coppens d’Eeckenbrugge, A. Alves Pereira & D. 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Sánchez Mosquera obtener instrumentos, utensilios, elementos constructivos o de producción económica durante la Época Aborigen, tenemos la Chapiza superior o Miembro Misahuallí (tobas, areniscas, piroclastos, conglomerados y lutitas), y la formación Napo que alora en el alto Napo (calizas, areniscas calcáreas, lutitas negras y azules). La población actual, muy afectada por la inluencia occidental, maneja su modo de vida dentro del marco del comercio que se pueda establecer con la «ciudad», se dedican básicamente a sembrar maíz, yuca y café, etc., actividades que han provocado que la horticultura pase a un segundo plano, lo mismo que el manejo racional de su medio. Una de las principales consecuencias de esta problemática es la escasez de fauna nativa, tanto terrestre como acuática. Introducción Los estudios realizados dentro de dos proyectos dentro del marco de la arqueología de contrato, un bloque petrolero -21- y un aeropuerto han permitido conocer modelos dinámicos de ocupación en zonas vecinas dentro del área de inluencia del río Napo. En conjunto, permiten reconstruir y proponer una dinámica ocupacional entre 9000 a.C. y 1400 AD (Figura 1). Yuralpa es la zona estudiada del Bloque 21, donde se identiicó un proceso de poblamiento desde hace 11000 años atrás hasta la época de la llegada de los españoles a la Amazonía. Zancudococha, es básicamente una ocupación del periodo de Integración deinida en la zona donde se construyó el aeropuerto de Tena. Los grupos tardíos identiicados en el meandro estudiado se complementan dentro de esta dinámica con los estudios de la década de los 90’s en Yuralpa –bloque 21–, donde se identiicó ocupaciones desde el Precerámico hasta Integración. En este primer acercamiento se considera exclusivamente las actividades del equipo de la autora de este trabajo, para una segunda fase ya estamos incorporando la información de otros investigadores que han intervenido en la zona de inluencia. La zona estudiada, donde se encuentran ambos proyectos, está caracterizada por dos fases climáticas anuales que están claramente deinida. La una húmeda, en la cual se registran caudales altos –abril a julio, aproximadamente–; y la relativamente seca cuando los caudales disminuyen su caudal signiicativamente. Tiene un clima permanentemente húmedo (90% humedad relativa), con temperaturas comprendidas entre 9 a 25 grados centígrados. Una precipitación media anual alta, casi siempre superior a los 3000 mm pero pudiendo llegar a los 6000 mm (Secretaria General de la OEA, 1988). Geológicamente hablando, en la zona existen algunas formaciones que pudieron servir de fuente de materia prima para Sobre Yuralpa Yuralpa pertenece a las comuas rurales Santa Rosa, Sumac Sacha y Campanacocha de Ahuano, provincia de Napo. La zona está dominada por el río Napo, sin poseer meandros cerrados se trata de una angosta llanura inundable, con presencia de lomas y colinas de alrededor 500 m.s.n.m. Es necesario recordar que el cauce del Napo, al igual que la mayoría de ríos amazónicos, es muy dinámico. En la zona de Yuralpa los 23 yacimientos considerados en esta propuesta maniiestan un patrón de asentamiento bastante recurrente ya que están ubicados en la cima de lomas planas, cercanas a un cauce mayor de río y junto a quebradas o río de segundo o tercer orden (Sánchez Mosquera, 1998a, 1998b, 1999). Este patrón fue observado parcialmente en otros sectores de la Amazonia Ecuatoriana, alrededor de los ríos Tipitini, Indillana, etc. (Netherly, 1997). La ubicación de los sitios arqueológicos corrobora el modelo de ocupación de las zonas interluviales muy pobladas pero con un patrón de asentamiento disperso que fue propuesto previamente por otros investigadores tales como Anne-Cristine Taylor (1988) y James 207 Zeidler durante su trabajo con los achuar en los 80 (Zeidler, 1983:160). Este patrón de asentamiento fue planteado incluso como una posición que facilita la defensa (Figura 2). Hay que anotar también que todos los sitios excavados en Yuralpa fueron ocupados por más de una ocasión (Sánchez Mosquera, 1997c, 1997d, 1998a, 1998b, 1999a; Aguilera, 1998). Si observamos las distancias intersitio en Yuralpa son bastante cortas, oscilan entre 200 y 1200 metros aproximadamente, conirmando que los yacimientos se encuentran bastante cerca entre sí. Es claro que estas distancias facilitan las relaciones de los grupos familiares domésticos como puede observar entre los Ñukak (Cabrera et al., 1999). En el caso de Yuralpa, unos sitios parecen haber sido ocupados por el mismo grupo social y otros por grupos diferentes. Uno de los pocos grupos nómadas que actualmente sobreviven la aculturación –Ñukak–, a partir de las observaciones realizadas es común observar a grupos domésticos que cambian de asentamiento transitando a pie por el bosque, y con permanencias tan cortas como 5.31 días por asentamiento, y con un máximo de 28 días por asentamiento (Cabrera et al., 1999). Teniendo en cuenta que esto es posible, la mayoría (72%) de los eventos de los sitios de Yuralpa proceden de ocupaciones relativamente cortas como las que se han podido observar entre los Ñukak. También han sido útiles las razones por las cuales se cambiaron de asentamiento, entre las más comunes se encuentran el mal estado del campamento, la escasez de alimentos o agua, la acumulación de basura y el mal olor originado por la descomposición de materias orgánicas. Otra de las razones lógicas que apoyan la dinámica y movilidad de los habitantes del neotrópico es que luego de un año o dos de cultivo, la tierra es abandonada por volverse muy pobre, de esta manera con el abandono el bosque la reocupa (Moran, 1990). Un aspecto más que debió inluir en la movilidad de la zona de Yuralpa es la apropiación de bienes y recursos con el in de alimentarse y sobrevivir, según Reichel-Dolmatoff (1996) en las sociedades tropicales tuvo que ser manejada considerando los límites que la naturaleza les proporcionó y teniendo en cuenta la presión ejercida por el crecimiento de las demandas por parte de las comunidades. Por lo tanto hay que tener en cuenta que si las sociedades amazónicas se movilizaban es y era teniendo una conciencia clara de la fragilidad de ese medio. En otros casos como los Tukano (Colombia), se conirma que la degradación ambiental no se interpreta en términos de agotamiento de suelos, sino como el eventual menoscabo de la fauna y el aumento de la distancias para llegar al lugar de caza (Reichel-Dolmatoff, 1997). Uno de los aportes más importantes en Yuralpa es la presencia un sitio precerámico –Guaguacanoayacu– con dos ocupaciones Cuadro 1. Cronología asociada de Yuralpa y Aeropuerto de Tena 208 propia del río Napo y sus aluentes cercanos. La zona del meandro de Zancudo no es una planicie perfecta, más bien presenta muchas irregularidades que se traducen en terrazas que constituyen franjas sub-paralelas a la forma del meandro. Así, se identiicaron 4 terrazas aluviales –T1 a T4– y una con depósitos coluviales T5; comenzando por la más joven frente al cauce actual del rio, la T1 representa el cauce de inundación actual del rio Napo, mientras que las otras terrazas representan sucesivamente posiciones del cauce cada vez más antiguas y topográicamente más altas. Todas las ocupaciones asociadas a las terrazas pertenecen al periodo de Integración. Esto tiene coherencia con la idea de que la comunidad debía moverse continuamente por las inundaciones. Es muy probable que la propia dinámica del meandro destruyera las evidencias de ocupaciones previas al periodo de Integración, fuera de ello, se logró identiicar un contexto formativo poco deinido hacia el Norte del meandro y dos contextos asociados al periodo de Desarrollo Regional Tardío. En cuanto al material recuperado, se deinieron 64 formas cerámicas –incluidas sus variaciones-. La mayor recurrencia de las formas cerámica se da en el Depósito 3 y en el sitio 13, en particular. Las técnicas de decoración utilizadas son diversas: de índole plástica está la impresión de uñas en diversos patrones, el uso de pintura roja sobre blanco y líneas de engobe sobre ante; también hay líneas paralelas al borde de engobe, hay ejemplos de incisos y los excisos están presentes únicamente en los sellos cerámicos. Teniendo en cuenta las observaciones del material, está aparentemente asociado a Tivacundo (Evans & Meggers, 1968) deinida en los años sesenta a partir de dos pequeños cateos a orillas del río Tiputini, donde obtuvieron una fecha aproximada a AD 510, Desarrollo Regional Tardío-Integración Temprano. A Evans y Meggers les llamó la atención el alto grado de erosión que muestra esta cerámica (ibidem: 93), criterio que es compartido con el conjunto cerámico de Zancudo, sin embargo los fechamientos obtenidos extenderían al conjunto cerámico más hacia un desarrollo dentro de Integración Temprano y algo en Integración Tardío. La decoración roja en zonas y los incisos son rasgos que se encuentran en Zancudocoha y también en Yuralpa. Las formas son diferentes a las observadas para la zona del Tiputini del Bloque 16 o de precerámicas cuyas fechas oscilan entre (Beta115898) Trench A, 2/7, 8810+/-60BP -7990-7725 a.C.-; y, (Beta-115899) A4, 3/5, 9850+/-60BP -9120-9010 a.C-. El sitios presenta un utillaje lítico basado en la percusión directa y su presencia es un aporte más al horizonte de cazadores-recolectores tropicales que se ha dado en Centro y Sudamérica (Cavelier et al., 1995; Sánchez Mosquera, 2012) (Cuadro 1). El sitio cerámico más antiguo de la zona es Yuralpa, OIVB1-03 (Sánchez, 1997c), lo que coincide con la propuesta de Meggers (1985, 1994a, 1995) la que dice que la cerámica comenzó a expandirse en la Amazonía alrededor de 2000-1500 a.C. durante un periodo seco. Las ocupaciones más tardías se encuentran en los sitios OIIIF3-02 (Lumu), OIVB1-03 (Yuralpa), OIIIF3-23 (Grefa), OIVB1-11 (Timbela) y OIVB1-04, tienen fechas aproximadas a 12151435 AD y están relacionadas con la presencia de una cerámica sencilla poco diagnóstica y con elementos líticos obtenidos mediante tecnología simple. Estas ocupaciones se dieron en un periodo que era más que nada lluvioso. Es claro que los grupos amazónicos se ubicaron principalmente en las cimas de las lmas de los bosques o en las riberas de los ríos (Moran, 1990), en algunas zonas como Yuralpa se maneja una mezcla de ambos patrones, es decir, sobre lomas y cerca de la ribera (Nehterly, 1997; Sánchez Mosquera, 1999). Sobre el meandro de Zancudococha El área de inluencia directa del Aeropuerto de Tena considera las comunidades de Zancudo, Pacay chicta y la cooperativa Simón Bolívar, Ahuano, provincia de Napo. La zona era utilizada con ines casi exclusivamente agrícolas, hasta el inicio de nuestras actividades. Fisiográicamente, Zancudococha se encuentra sobre un meandro activo del rio Napo, especíicamente hacia el Sur del río o margen derecha. Los 23 sitios identiicados originalmente fueron reevaluados, se excavaron 9 sitios, y sus respectivos sectores. Dentro de esos yacimientos se identiicaron diversas evidencias constructivas y numerosos entierros de vasijas, urnas en su mayoría (Figura 3). Zancudococha, es una ocupación ribereña que se ha desplazado intensamente dentro del mismo meandro especialmente durante el periodo de Integración con una movilidad determinada en gran parte por la dinámica 209 la tradición Napo. Los bordes reforzados y la presencia de formas cerámicas sin cuello son llamativos, al igual que los cuerpos ovalados, ovoides o compuestos, los mismos que son tan comunes como los globulares. Durante trabajos previos realizados por la autora en la zona de los campos marginales de Pindo y Palanda –provincia de Orellana- muestran algunos elementos que conectan la fase Tivacundo haciéndonos pensar que se trata de un fenómeno más regional y menos localizado como originalmente propusieron Evans & Meggers, algo similar a lo que se observa posteriormente para la fase Napo. En el material lítico que es numeroso, se observa que existieron dos cadenas empleadas en la elaboración de artefactos de piedra: el pulido y la talla, las cuales fueron empleadas en los dos períodos de la época aborigen – Formativo e Integración- registrándose con mayor presencia durante todas las ocupaciones tardías. En la manufactura de la industria de piedra pulida se emplearon tres técnicas que fueron la percusión, la presión y la abrasión. Mientras que la tecnología de talla empleó dos técnicas en la elaboración de artefactos: el tallado sin predeterminación y el tallado con predeterminación. Si bien no existen restos fáunicos, la presencia de lascas utilizadas como cuchillos, permite mencionar que estos artefactos fueron confeccionados para la tarea de faenamiento. Debieron ser empleados también para el procesamiento de ibras vegetales, esto corrobora la presencia en el análisis de itolitos de una especie de totora y varias palmas. Existe un alto porcentaje de hachas y preformas de las mismas, lo mismo azadas, azuelas, morteros, metates y manos de molienda. Estos últimos junto con el registro arqueobotánico de maíz, lerén, y achira nos demuestra la preparación del terreno para ines agrícolas. La presencia de unos pocos elementos de obsidiana marcan la pauta para aseverar una relación de comercio en torno a ella desde las estribaciones orientales hacia esta zona. el segundo entre 1000 BC-80 AD, el tercero y más amplio entre 415-900AD, y el cuarto y más breve entre 1100-1200AD. Trabajos previos en la Amazonia indican que durante el Holoceno el clima fue más cálido y húmedo que el Pleistoceno Tardío, existe un intervalo más seco caracterizado por lluvias estacionales entre 4300 y 3150 AP –2300/1150 a.C.– (Bush & Colinvaux, 1988; KamBiu & Colinvaux, 1988; Colinvaux, 1989). Posteriormente entre 700-1200AD, se postula un periodo de lluvias excesivas e inundaciones (Colinvaux, 1989; Athens, 1997). Evidencias de algunos hiatos han sido reportadas en algunas zonas marginales de la Amazonía mostrando breves episodios de sabana entre expansiones del bosque tropial, esto alrededor de 500 AD, 800 AD, 1300 AD y 1600 AD. En ambos proyectos se realizó análisis de itolitos. La unidad 8 del sitio 13, fue la zona con mayor cantidad de itolitos en la zona de Zancudococha, especialmente en los depósitos 1, 2, 2A y 3. Los itolitos de palmas y gramíneas dominan el conjunto de itolitos, seguidos de las esferas nodulares producidos por árboles de la familia Bombacaceae y los itolitos misceláneos “esferas rugosas”, que son mayormente producidos por hierbas (dicotiledóneas), no gramíneas. Es evidente que se trata de un ambiente muy intervenido. Es llamativo el bajo porcentaje de taxas que habitan bosques maduros, destacan cistolitos, escléridos, itolitos de Celtis ssp., Tapura ssp. y Chrysobalanaceae. El D3, plena ocupación de Integración Temprano, presenta un menor número de plantas arbóreas, contrariamente las gramíneas representan casi el 60% de toda la vegetación, la más alta del todo Zancudococha. Entre las plantas cultivadas, el maíz está presente en las cinco primeras muestras (D1-D3B), pero está ausente en los dos últimos depósitos (D4 y D5) donde solo aparecen itolitos de Calathea ssp. o bijao, esta última especie también está presente en los depósitos D2, D2-A y D3. Fitolitos de achira (Canna ssp.) no fueron identiicados en esta muestra, pero si en otro sector del sitio. Los indicadores de humedad mantienen valores similares a los contextos analizados anteriormente, es decir que si bien pudieron inundarse, la permeabilidad de los suelos y/o las respuestas humanas pudieron haber favorecido a su descenso, ya que no se nota una proliferación abundante de esos microorganismos, que sí se observa en ambientes anegadizos, por ejemplo. El ambiente y clima Como lo referimos previamente la zona de Yuralpa fue habitada probablemente por más de un grupo étnico. En todo caso es bastante claro que la zona fue ocupada interrumpidamente entre 9000 d.C. y 1400 AD. Sin embargo, es interesante anotar que se observan cuatro hiatos, el primero entre 7500 a.C. y 1500 a.C., 210 Los itolitos de Yuralpa, fueron obtenidos de muestras tomadas en los sitios Lumu y Yuralpa. En ambos sitios se identiican elementos del bosque tropical húmedo. La presencia de diferentes elementos indican una antropización de los restos incorporados en el sedimento que pueden ser causa de algún tipo de sesgo en la representatividad de los taxones identiicados correspondiente a la explotación de los recursos forestales y al desarrollo de cultivos como el maíz (Zea mays). También se identiicaron para el Formativo Medio, itolitos característicos de anonáceas (Annonaceae), cucúrbitas (Cucurbitaceae) y bursáceas (Burseraceae), con un diámetro generalmente entre 60 y 90 micras (Bozarth 1987, Piperno 1988, Runge & Runge 1997), así como diferentes tipos correspondientes a diversos tipos de palmas (Palmae). La presencia de itolitos de gramíneas es baja en comparación con suelos de sabanas neotropicales, lo mismo que las formas bulliformes. En relación a las gramíneas, las mancuernas y las cruciformes se han documentado especialmente en la subfamilia Panicoideae y en algunas Bambusoideae. También se encuentran las formas de silla de montar que son características de las gramíneas de la subfamilia Chloridoideae, y de las Bambusoideae. (Juan Tresserras, 1997). En particular, en el sitio de Lumu destaca la presencia de granos de almidón y itolitos de maíz en las muestras 3 y 6 del depósito 2. Algunos itolitos cruciformes se enmarcan en los descritos por Pearsall y Piperno como pertenecientes a las variedades de maíz. Los itolitos de palmas son especialmente abundantes en las muestras del depósito 2 (3065cmbs). En estas cuatro últimas asociadas a un elevado número de microcarbones. Las palmas se emplean especialmente como fuente de hojas para techar, aunque también se aprovecha el fruto por la nuez que contiene, preparando incluso bebidas fermentadas que se preparan mediante su cocción en agua. En el sitio de Yuralpa, los itolitos característicos del maíz se han identiicado únicamente en las muestras 21, 23 y 29 –depósitos 2 y 3- en las que se han caracterizado itolitos cruciformes tipo maíz. Conclusiones Si bien en Yuralpa el inicio de la ocupación humana está marcado por la presencia de un yacimiento precerámico, es en periodos posteriores donde se observa más fuertemente la dinámica de movilidad social entre Yuralpa y Zancudococha. (Figura 4) Figura 4 211 Bibliografía A pesar de existir un gran hiato temporal hasta el Formativo Medio en Yuralpa, este momento coincide con un periodo seco que probablemente inluyó en que la gente se desplace hasta la zona de Zancudococha en el Formativo Tardío. Al llegar el periodo Desarrollo Regional también notamos que en el Desarrollo Regional Temprano, en un momento de expansión del bosque es en la zona de Yuralpa donde se intensiica la ocupación en esta zona. Posteriormente, durante el periodo Desarrollo Regional Tardío, se encuentra evidencia en la zona de Zancudococha. Las lluvias se intensiican en el periodo de Integración Temprano y se encuentran evidencias en ambas zonas: Yuralpa y Zancudococha. Y al llegar durante el periodo de Integración Tardío se registra ocupaciones en el meandro de Zancudo y no en la zona de Yuralpa. Este modelo ocupacional es una propuesta de dinámica zonal que permitirá partir hacia otra más general o en zonas vecinas. Algunos autores sostienen en la Amazonia la presencia de grandes asentamientos que según varios cronistas fueron capaces de agrupar miles de personas, acumular alimentos y controlar varias aldeas a lo largo de las riberas de los ríos (Moran, 1990). Si bien esta airmación está basada en los hallazgos de la Amazonía central podría aplicarse a lo observado en Zancudococha donde se encontraba la mayor concentración población y de recursos para el periodo de Integración. Alrededor del comienzo de nuestra era, varios hallazgos conirman la presencia de un horizonte polícromo en la periferia occidental de la Amazonía –conocido como Napo- sin embargo no es el caso de ninguno de los sitios estudios tanto en Yuralpa como en Zancudococha. Deinitivamente, la cerámica de ambos sectores es básicamente utilitaria y con escasos elementos decorativos. Según algunos cronistas para el siglo XVI los Omaguas dominaron el área del bajo río Napo y su territorio incluía a más de 30 aldeas en 700 Km. 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El suelo del cantón Guayaquil en su área urbana esta copado y en su área rural el espacio cada vez es menor. Para este cantón la expansión se esta dando hacia la zona oeste y en algunos casos hacia el sur, tomándose zonas de manglares para vivir. La extensión del área poblacional hacia el norte prácticamente ha llegado al límite habitacional y tenemos que los cantones con los que limita, Samborondón y Daule en sus áreas rurales están siendo ocupadas, hoy tenemos urbanizaciones bien planiicadas que superan largamente a las cabeceras cantonales de dichos cantones. Sin embargo las áreas industriales hoy en día se están dirigiendo hacia un cantón que si bien es cierto no lindera territorialmente con el cantón Guayaquil, pero que en su momento fue una parroquia rural, es ahora un próspero cantón y sus tierras están siendo dedicadas al desarrollo de la industria y de la vivienda, este es el cantón Durán. En la vía conocida como Durán–Tambo a partir del Km. 2 empieza el desarrollo de la planta industrial cercana a la ciudad de Durán y éstas se hallan en zonas bajas e inundables. Esta vía a partir del Km. 4 al Km. 20, donde el límite es la vía que conduce a la población de Taura, tenemos la presencia de una vasta zona de vestigios precolombinos que en unos casos data desde la época de la cultura Chorrera (500 A. C.) usados hasta el año 1700. Esta zona de vestigios culturales comprende también todo el tramo de la llamada autopista Durán–Boliche, donde el lugar más importante está en la hacienda Jerusalén con uno de los montículos artiiciales más grande de la zona. extensión y que nacen tanto en la zona alta de la cuenca al pie de Los Andes por el lado oriental, así como en la cordillera Costanera por el lado occidental (Figura 1). En relación a las zonas inundables de esta provincia, una de ellas es la que circundan algunos ríos como el Bulubulu, el Yaguachi y el Babahoyo, tenemos que para inicios del siglo XVII, la Descripción de Guayaquil relata que cuando “Crece el río el ybierno y anega gran parte de la tierra; entonces no se puede navegar por la madre a causa dela gran fuerza que allí leva la corriente./ Navegase por medio de los campos y sabanas con buen tiento y noticia de la tierra, y viénese a salir muchas leguas arriba atajándose su riesgo y con menor trabajo” (1973: 63). Reginaldo de Lizárraga (1605) describe la zona baja de la cuenca del río Guayas y cuando viaja por el río Babahoyo dice “Por este río arriba se sube en balsas para ir a la ciudad de quito …” y al detallar las áreas circunscritas relata que “Al verano se sube en cuatro o cinco días; al invierno en ocho cuando en menos tiempo, porque cerca de a mulo déjase la madre del río y delineándose sobre mano derecha a las sabanas, que son llanos muy grandes, llenos de carrizo, pero anegados del agua que sale de la madre del río; llévanse las balsas con botadores, porque el agua esta embalsada y no corre: es cierto que si la tierra no fuera tan cálida y llena de mosquitos, causara mucha recreación navegar por estas sabanas” (1946: 26) extensión que todavía era posible navegar por toda esta sabana inundable hasta mediados de los años 40 del siglo pasado. El mismo Lizárraga da los primeros derroteros sobre lo que había en esta inmensa zona inundable y describe a los caballones de la siguiente manera “En ellas hay algunos pedazos de tierras altas, que son como islas, donde los indios tienen sus poblaciones con abundancia de comidas y mantenimientos de los que son naturales a sus tierras, mucha caza de venados y puercos de monte, que tienen el ombligo en el espinazo; pavas, que son unas aves negras grandes, y éstas coloradas y no malas al gusto” (1946: 26), lo que evidencia el entorno de lo que vio en la zona este de la baja cuenca, zona que hasta hoy en día se inunda durante las estaciones lluviosa y donde sobresalen Geografía e historia La cuenca del río Guayas es la más importante del lado Pacíico y es llamada por la calidad de sus tierras, la despensa de América, que son regadas por varios ríos tributarios en toda su 215 los llamados caballones más comúnmente llamados camellones. Sobre la fauna hostil, añade que en estos camellones circulaban algunos animales no gratos para el ser humano ya que “hay también en estas islas tigres, no pocos dañosos a los indios, y es cosa de admiración: en estas cabañas hay muchas casas o barbacoas, por mejor decir, puestas en cuatro cañas de las grandes en cuadro, tan gruesas como un muslo y muy altas, hincadas en el suelo; tienen su escalera angosta por donde suben a la barbacoa o cañiz donde tienen su cama y un toldillo para guarecerse de los mosquitos.” (ibíd.: 26–27) A ello se suma la actividad que realizan los habitantes de estas “islas”, donde menciona que “Aquí duermen por miedo de los tigres; muchos de estos indios están toda la noche en peso sin dormir, tocando una lautilla, aunque la música, para nosotros a lo menos, no es muy suave. Estas barbacoas no sustentan más que una persona” (ibíd.), dato valioso que describe varios aspectos de la vida sobre los montículos, los alimentos, los animales, sobre las casas, sobre la música, y sobre la vigilia que estaban haciendo de sus cultivos ante la depredación de ciertos animales, en estas zonas de sabanas inundables. Baleato menciona el alto grado de inundabilidad del terreno anegado por el agua, apuntando a la principal característica de los caballones, la del manejo del agua: “El terreno de la mayor parte de la provincia es bajo, se aniega con las aguas del invierno y sólo aparecen entonces algunos sitios altos y los mas donde se mantienen es esta estación los ganados. Cuando se retiran las aguas, están unos y otros parajes pantanosos por algún tiempo; y hasta que se secan tampoco hay facilidad de transitarlos.” (1820: 81), es lo que se relata de las zonas bajas de la cuenca del río Guayas y que continuaron durante algunos siglos. Teodoro Wolf, relata que “La región comprendida entre el río Guayas (desde la boca de Naranjal hasta Guayaquil) y la cordillera occidental tiene el ancho de diez a doce leguas y es completamente llana, con excepción de los cerros de Taura, que luego conoceremos. Es muy poco habitada y poco cultivada, porque en su mayor parte se compone de sabanas pantanosas e inundadas (tembladeras), que a lo más se presentan a la ganadería, pero no a la agricultura. La última se halla reducida a ciertos lugares aislados; donde el terreno la favorecería, como hacia el pie de la Cordillera, falta de población, y todo esta cubierto de monte, rico en maderas valiosas (montañas al Este de Taura y de Boliche , montañas de Bulubulu).” (1992: 82), descripción que nos da una idea de cómo se ha mantenido la zona desde inales del siglo XIX hasta hoy en día, en estas tierras que han sido llamadas tembladeras (Figura 2). En relación a los cauces y las llamadas lagunas tenemos que “Los demás brazos se pierden pronto en las extensas tembladeras, que se hallan entre Boliche y el río Guayas; sin embargo atravesando esos pantanos en canoa, se puede seguir el río principal por todas sus tortuosidades que describe, ya ensanchándose como un lago, en que apenas se observa la corriente, ya estrechándose en un angostísimo hilo de agua, hasta salir inamente con un cauce regular (desde el sitio del Sauce) al brazo del río Guayas, que baña el lado oriental e la isla Santay.” (Wolf, 1992: 83). Indicamos que a toda esta zona que en algunos casos las denominan sabanas inundables y en otros lagunas y también son mencionadas como tembladeras, y es en toda esta zona donde Wolf, menciona que “Los demás riecitos que caen al río Guayas en esta región, como los esteros de Zoraida, de Santay, de Cantagallo, de Sitio Nuevo, etc. Son todos insigniicantes y nada más que desaguaderos de las tembladeras.” (ibíd.: 83). Para Wolf, sobre las tembladeras que corresponden a toda la zona baja ubicada al este de la cuenca del río Guayas, nos indica que “… son sabanas anegadas durante todo el año, que se extendiera a veces sobre algunas leguas cuadradas. La vegetación de ellas es del todo distinta de la sabana. También predominan las gramíneas y ciperáceas, pero con formas gigantescas y mezcladas con un grandísimo número de otras plantas palustrales.”, descripción que continúa y se reiere e indica que “El agua cubre el terreno desigualmente, llegando su profundidad de pocos centímetros a algunos metros. Donde no pasa de 1/2 metro, es invisible desde alguna distancia, porque la vegetación cubre todo; pero en los lugares más hondos hay solamente plantas nadadoras, o se presentan lagunas extensas del todo despejadas, las pozas. El revés de las pozas son las islas, que de vez en cuando se hallan esparcidas por las tembladeras, y consisten en que el terreno se eleve de ½ metro sobre el nivel del agua.”, descripción semejante a la que hiciera Lizárraga en 1605, la cual continua e indica que “En estas islas encontramos que la vegetación y las demás condiciones de la sabana. En las tembladeras de alguna extensión de agua rara vez queda del todo estancada, porque son alimentadas por ríos, que las atraviesan o que se pierden en ellas, y tienen sus desaguaderos.” (ibíd.: 84). Geología Para todas las zonas bajas, la denominación es de Formación Fluvio – marina, que corresponde a la última época geológica, “Con este nombre designaremos los aluviones cuaternarios y modernos, que han depositado en los deltas y a lo largo de los cursos inferiores de grandes ríos, por acción 216 simultanea de los últimos y del mar. … Esta es la región preferida de las sabanas, sartenejas, tembladeras, … ; pero su extensión e importancia más grande llega el sistema del río Guayas y alrededor del golfo de Guayaquil, hasta Túmbez y en esta región vamos a estudiarla … La formación de la gran llanura aluvial probablemente comenzó ya en la época del cuaternario o hacia ines de ella, pero continuaba por toda la época moderna y sin duda seguirá desarrollándose más y más en los siglos venideros.” (Wolf, 1992: 185) La baja cuenca del río Guayas forma parte de los rellenos aluviales y se enmarca dentro de la época denominada cuaternario. “El lodo y la arena ina arrastrada por los ríos se deposita entre la vegetación de las tembladeras, y por este procedimiento, por lento que sea, el terreno bajo se alza continuamente, el pantano se reduce cada año, la tierra irme gana terreno, la tembladera se convierte poco a poco en sabana seca. Las tembladeras ofrecen al ganado un alimento abundante, sobre todo en verano, cuando las sabanas circunvecinas quedan secas bajo los rayos abrasadores del sol. Son difícilmente accesibles al estudio; pero ahora porque el ferrocarril entre Guayaquil y Yaguachi atraviesa una región típica de tembladeras. Las pozas y lo pajonales no son más que tembladeras en una escala reducida” (ibíd.), lo que evidencia en parte la formación geológica de esta zona (Figura 3). Otros estudios en relación a la baja cuenca del río Guayas, maniiestan que “Esta zona baja es parte del antiguo golfo de Guayaquil. Está cubierta, en su mayor parte, de materiales sedimentarios y de aluvión. El suelo es rico y el clima tropical.”, descrito en el año de 1933. (Sheppard, 1985: 101). En cuanto al antiguo golfo de Guayaquil, Wolf reconstruye la antigua extensión de este golfo y dice que “El río Daule desemboca cerca de Colimes, el de Vinces, cerca del pueblo de este nombre, el de Zapotal cerca de Catarama, y los ríos que bajan de la cordillera occidental, al pie mismo de ella. Las orillas de este golfo antiguo habrán presentado el mismo aspecto como el golfo que conocemos ahora en su forma reducida, es decir, estaban rodeadas de manglares y sujetas a las inundaciones periódicas de las mareas” (1992: 185). Presentamos fragmento del mapa hasta donde se presume llegaba el golfo de Guayaquil, según el sabio Wolf (Figura 3). Las elevaciones que encontramos en este sector de la baja cuenca del río Guayas, indica que “Saliendo también de la región de Bucay, se desprende de la cordillera Occidental otro arco hacia el Oeste, en su mayor parte hundido en la depresión ya mencionada entre los ríos Yaguachi y Naranjal, pero bien reconocible por las montañas de Boliche, Taura y Masvale, que emergen de la llanura” (Sauer, 1965: 15). Los planteamientos o propuesta relacionado por Wolf (1892) y que también fueran considerados por Estrada (1961), en relación al crecimiento de tierras hacia la zonas bajas de la cuenca del río Guayas, el cual ha ocurrido en los últimos 5000 años, nos lleva a pensar que el hombre buscó en estos espacios, un lugar para vivir y desarrollar sistemas económicos para su subsistencia, para lo cual modiicó el ambiente al realizar la construcción de montículos (tolas, plataformas, caballones). Los monticúlos en los últimos 10 años Las imágenes satelitales, a partir del año 2003 hasta la presente, indican los cambios que se han producido en toda la zona, ya sea por la readecuación de las tierras para uso agrícola –piscinas arroceras– como para el desarrollo tanto del área industrial como de complejos habitacionales. Las imágenes que se presentan corresponden a espacios de tiempo de cada cuatro años, donde se puede diferenciar, para el caso del año 2011, la acción del invierno tenue que hubo el año próximo anterior. Antecedentes históricos de los monticúlos Las primeras informaciones sobre estas grandes extensiones de terrenos modiicados por el hombre, fueron dadas a conocer en nuestro país a inicios del siglo XX, aunque Otto von Buchwald, indica que ya Gonzáles Suárez, mencionaba la presencia de montículos artiiciales realizados solo en las provincias de Imbabura, Pichincha y Esmeraldas (2007: 65), pero este mismo autor aclara que “Las tolas no están restringidas en los lugares indicados, y se encuentran en gran número en toda la zona del Guayas hasta su desembocadura, y probablemente más al sur” (ibíd.: 65). Pero en una parte más o menos cercana a nuestra zona, pero que está muy relacionada a la zona baja de la cuenca, este autor para esa época indica sobre los montículos “Estos últimos p. e. los encontré en las tembladeras de Zamborondón, donde pude distinguir claramente túmulos artiiciales para la construcción de casas, comunicadas por calzadas para facilitar el tráico en tiempos de las inundaciones periódicas” (ibíd.: 70). Lógicamente, hoy en día sabemos que los montículos que hay en la zona cercana a Samborondón, tiene tanto montículos llamados tolas como montículos mencionados en la literatura arqueológica, como camellones. Para la década de los años 70 del siglo pasado, es cuando tenemos por primera vez una información relacionada con estos montículos los cuales son llamados “camellones”. Parsons, 217 que relata sobre estas modiicaciones del terreno en la cuenca baja del río Guayas, indica que “en el verano de 1965 durante un viaje aéreo y llegando al campo de aviación de Guayaquil, pude tomar fotografías de bancos elevados y camellones en la planicie anegadiza del Río Guayas, y observé que son sorprendentemente similares a los campos antiguos de Colombia de los que había levantado mapas no hacia mucho” (1973: 185). A partir de esta fecha, es cuando se empiezan a realizar trabajos esporádicos relacionados con la ubicación de estas alteraciones del terreno en las zonas bajas. Menciona Parsons que estos montículos llamados caballones, los encontramos en la zona del cerro de Calentura, en la urbanización llamada Peñón del Río, en las zonas que circundan las poblaciones de Milagro y Daule. En relación al sector comprendido en la vía conocida como Durán–Tambo, el autor antes mencionado indica que “Otras áreas de bancos elevados se encuentran a lo largo dela carretera Durán–Milagro, en los alrededores del kilómetro 13. (Figura N.- 4) donde encontramos zonas extensas de bancos casi rectangulares, que están separados por las excavaciones de varias formas, de donde fue sacado la tierra con la que se hizo el banco” (1973: 188). Lo interesante de todo este sector de montículos donde predominan los caballones y las tolas, es que en el Km. 23 de la autopista Durán– Boliche, tenemos el sitio llamado Jerusalén, donde se ubicó el antiguo pueblo aborigen de Guayaquil. El límite que tenemos entre las tolas1 (montículos de mayor altitud) y los caballones2 (Montículos de baja altitud), esta a la altura del ingreso a la población de Taura y la Hcda. Jerusalén, en el Km. 23 de la autopista Durán Boliche. desarrolló de manera extensa en toda la cuenca baja del Guayas y que el área de nuestro estudio es una pequeña parte de todo este desarrollo. En tercer lugar, queremos indicar que los montículos o campos elevados, evidencian y sugieren que han servido para incorporar terrenos anegadizos a la producción agrícola y pecuaria de los pueblos antiguos. En los campos parte de nuestro estudio hemos encontrado ciertos rasgos característicos que a nuestro entender deben ser reportados: - Los campos elevados tienen un desnivel en su supericie, este desnivel está orientado al lado Este del montículo, que es más bajo cuando la orientación del mismo es de Oeste-Este, en cambio la orientación cambia al norte cuando la orientación del campo es Norte-Sur. - Existe recurrencia en la manera en que los montículos del área fueron construidos. - De los seis depósitos identiicados tenemos que 4 evidencian actividad cultural. - Existe un depósito supericial de profundidad promedio a los 50 cm de composición limoarcilloso de color negro, de consistencia compacta, densa y quebradiza al secarse, llamado sartenejal. - El primer de los depósitos culturales es una mezcla del D1 con una mezcla calcárea blanca (?). Incluso la composición del suelo es un poco más arenosa. - El siguiente deposito D1c, es u estrato de poco espesor y es de color amarillo, el cual es una mezcla arcillo-arenosa. - El deposito D1d, es de color café chocolate, estrato delgado sin evidencia cultural. - El depósito siguiente, D2, que sirve de base es un amarillo arcillo-arenoso compacto, duro y llega a una profundidad mayor a los 3 metros. Y es sobre este depósito que se construyen los campos elevados. - Proponemos el uso del pajón o Jacinto de agua (Eichhornia crassipes) de la lenteja de agua (Lemna “Araceae”) y del platanillo (Heliconea spp), como aliviadores o protectores del suelo en las épocas de sequía y que además sirve de fertilizante orgánico. En los recorridos hemos observado la presencia del Jacinto de agua que actua como indicador de mayor cantidad de agua debido a la profundidad del suelo, en este caso el canal, mientras que la lenteja de agua siempre se asocia con zonas menos profundas y el platanillo que generalmente se lo encuentra en las orillas de los caballones. Estas tres plantas aún en la tradición montubia y en la actualidad se usan como abono vegetal que se incorpora al suelo cercano a las orillas de las fuentes de agua. ¿Qué encontramos en los caballones que otros llaman camellones? A los caballones podemos atribuirles la capacidad de vincular y desvincular el agua de la tierra. En invierno se aisla el agua del terreno elevado, mientras que en verano a través de su sistema retiene en los canales el agua necesaria para desarrollar los cultivos. En este proceso de vinculación-desvinculación, los elementos interactúan en direcciones contrapuestas, provocando un arriba-abajo y adentro-afuera de los productos vegetales, animales y de los usos de los suelos que va desde la cima de las elevaciones a los cauces de los canales. En primer lugar, son una técnica o una ilosofía de vida del control y manejo del agua. En segundo lugar, son una forma de vida que se 218 Investigaciones recientes ponen en evidencia los atributos del Jacinto de agua como un desintoxicador de las aguas estancadas y como un acumulador de oxígeno que en el momento de ser depositado en los suelos, incorpora una serie de nutrientes al mismo, y que en nuestro caso, nos preguntamos si los antiguos usuarios de los caballones conocieron y emplearon esta técnica. quechua, aymara, totoró, páez y otras lenguas de los pueblos antiguos del Pacíico Sur. Editor. Gustavo Costa von Buchwald. Guayaquil. Whymper, Edward, 1978, Viajes por los Grandes Andes del Ecuador. 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En Su contribución para el conocimiento y estudio del colorado, 1 Las tolas cumplieron algunas funciones, unas fueron usadas como cementerios, otras fueron habitacionales y algunas con ines ceremoniales. Las formas pueden ser circulares y alargadas, las cuales llegan a tener alturas que sobrepasan los 12 m. de altura, 20 m. de largo y 12 m. de ancho en su base, que es el caso de la tola en la Hda. Jerusalén. 2 A diferencia de las tolas, los caballones tienen alturas promedios de 0,50 m. a 1 m. de altura, teniendo como base el nivel del agua actual y pueden llegar, en algunos caso hasta los 2 m. 219 220 Simposio “Ecuador” Perspectival Ontology and Animal Non-Domestication in the Amazon Basin Peter W. Stahl Department of Anthropology, University of Victoria, Canada Although Amazonian populations have a long and prodigious record of plant domestication, very few if any animals were ever domesticated by them. The paradox of animal nondomestication in the Amazon basin has been explained as a response to environmental circumstance. Curiously polarized, these explanations emphasize either over-abundance of animal resources or the relative paucity of appropriate candidates as impediments behind animal domestication. Explanations for the relative dearth of native Amazonian animal domesticates should be sought in the widely shared systems of logic that guide adherents in appropriate relations between humans and animals and which preclude seeking answers for a “failure to domesticate” via recourse to environmental circumstance and opportunity. At the time Europeans appeared in AD 1492, it is estimated that at least 138 different plants were subjected to some degree of domestication by indigenous Amazonians. Of these, 83 were native to the basin and 55 were exotic importations from neighboring neotropical areas (Clement et al. 2010:73). Indeed, over one half of the entire western hemispherical crop plant assemblage and many of its dietary staples originated in neotropical areas (Piperno and Pearsall 1998:1). Moreover, strikingly similar archaeobotanical records from various early Holocene contexts suggest that plant manipulation by humans in the neotropics is ancient (Arroyo-Kalin 2010; Clement et al. 2010; Isendahl 2011). However, standing in stark contrast to this remarkable achievement in plant cultivation, is a curious paucity of native domesticated animals. Indigenous Amazonians may have had access to the domestic dog (Canis lupus familiaris) which we now suspect was originally an earlier introduction from Asia. Otherwise, only a handful of native animals are believed to have been domesticated in the neotropics: Muscovy duck (Cairina moschata), turkey (Meleagris gallopavo), llama (Lama glama), alpaca (Vicugna pacos), and guinea pig, or cuy (Cavia porcellus). It is particularly striking that only the Muscovy duck may have been domesticated in the neotropical lowlands of Amazonia. Even the usually ubiquitous domestic dog was apparently absent from much of the area, only having been acquired in some parts of the Amazon basin during the twentieth century (Koster 2009:576). The reason for non-domestication of native animals in Amazonia remains a paradox that is often explained as a response to environmental circumstance. Environmental explanations are curiously polarized in suggesting that either an over-abundance of available animal resources or a relative paucity of appropriate animal candidates were the primary impediments behind true animal domestication. However, it remains entirely possible that prevailing notions of domestication are ill-equipped to recognize alternate forms of animal domestication which were, or are, being practiced in lands unfamiliar to Europeans (Cronon 1983:51-52). This relative absence of native animal domesticates can be especially paradoxical in tropical environments which have ample available raw material and whose indigenous inhabitants are spectacularly gifted at domesticating either plants or animals. Whether indigenous Amazonians domesticated in ways accustomed to European sensibilities or not, I argue in this paper that we should not seek an answer for the apparent dearth of native Amazonian animal domesticates via recourse to environmental circumstance and opportunity. Rather, we should investigate indigenous epistemology which includes widely shared systems of logic that clearly preclude animal domestication in the way that western positivism understands the subject. Hugh-Jones (2001:246) succinctly suggests that this “failure to domesticate,” has less to do with opportunity than with ideas: “true domestication is probably something more inconceivable than impossible.” I begin my discussion by reviewing the 221 background to animal domestication in Amazonia and the dominant theories that have been proposed for plant and animal domestication in the basin. These include: Carl Sauer’s suggestion that indigenous agriculturalists were indisposed to domesticating animals due to the presence of abundant wild protein resources; the ideas of Human Behavioral Ecology which combine climate change with the optimized exploitation of ranked resources; and, Jared Diamond’s view that few animal candidates worthy of domestication were to be found in the basin. In any case, the domestication of animals, certainly in the way that we consider the concept today, was never very prevalent. I next focus on Amazonian ethnography which views this “failure to domesticate” within a shared perspectival logic of indigenous Amazonians that guides its adherents in appropriate relations between humans and animals. Perhaps Sauer was correct in pointing out that there was no compelling reason to domesticate animals in the neotropical lowlands early on; on the other hand, it would be a mistake to consider the well-known Amazonian proclivity for taming pets of all kinds as an initial step toward incipient domestication. On the contrary, it is as an expression of predation within a symbolic universe where fundamental relations between humans and non-human animal others preclude attempts at domestication. Although indigenous Amazonians inhabit a biologically rich area supporting many potential candidates for domestication, and are themselves remarkably capable of domesticating practically anything they choose, they failed to accomplish the task because they philosophically could not. pests exhibit many attributes of the successful domesticate. However, for a variety of factors, we are currently unsure where or when the Muscovy duck was domesticated, other than to say that this probably happened somewhere in the neotropical lowlands before AD 1492 (Stahl 2005). The relative paucity of native animal domesticates in the Amazon basin is perhaps counterintuitive for a number of reasons. Indigenous Amazonians had different degrees of control over the production of many plant species, and are celebrated for their proclivity toward pet keeping. They inhabit biomes that are equally famous for supporting biologically rich plant and animal life. A failure to domestic at least some animals is particularly puzzling when we consider that despite the apparent luxuriant richness of plant and animal life, neotropical forests were once considered to be “protein deserts” from a human perspective. Lacking essential nutrients in their staple crops, it was suggested that indigenous Amazonian populations were varyingly dependent on the high quality protein and fats of highly dispersed wild animals in undisturbed forests (Nigh and Nations 1980:17). These ideas became quite prominent in the literature decades ago as anthropologists argued about the relative availability of protein in the neotropical forests and its effects on the character and cultural development of indigenous populations (e.g., Beckerman 1979; Gross 1975; Ross 1978). If the assertion of impoverished protein sources were true, then why wouldn’t rational agriculturalists have supplemented their carbohydrate-heavy agroecological systems with ready sources of domesticated animal protein? An early advocate of lowland tropical hearths for agricultural origins in Southeast Asia and Northwestern South America, Carl Sauer (1952) speculated that riparian planters of the tropics were indisposed to domesticating wild animals as they would have been otherwise easily secured in a remarkably abundant local setting. Sauer envisioned a very ancient, preHolocene beginning for agriculture in areas of marked biodiversity where sedentary humans free of chronic food shortages, were afforded the luxury of slow and leisurely experimentation with plants. In the western hemisphere, he looked to wooded riparian habitats in regions with marked rainy and dry seasons like the Caribbean lowlands of Colombia. Sauer sought the earliest steps Domestication in the Amazon Unlike some regions of the world where many different kinds of animals were domesticated and eventually provided food, raw material, fuel, fertilizer, transportation, or companionship for humans, very few native animals were ever domesticated in the Amazon basin. Currently, any claim for an autochthonous domesticate may reside singularly with the Muscovy duck, a large forest duck which is widely distributed in the wild throughout lowland areas from Mexico to northern Argentina. Territorial and gregarious, with no ixed breeding season, proliic egg production, and rapid maturation, these omnivorous and easily managed crop 222 to New World plant domestication in root cropping which he saw as possessing several advantages over seed collecting: roots were harvested as needed; they did not require storage; they survived marked seasonality; and, digging was a form of involuntary cultivation that comprised the irst steps to agriculture (Sauer 1965). The vegetative reproduction of root crops eventually provisioned farmers with abundant and continuous supplies of starches and sugars, but little protein. Unlike seed-based systems that provided a balanced plant diet, “one-sided” vegetative root cropping had no apparent interest or any need for plant-based fats or proteins. These were clearly provided in the “surplus supply” of “richly stocked” habitats where early root crop agriculturalists lived (Sauer 1959). He suggested that primarily because of the easily secured local riparian and aquatic animal protein, neotropical horticulturalists had no need to domesticate more animals than possibly the Muscovy duck (Sauer 1952:49). From their hearth in the northwestern lowlands of South America, tropical vegeculture diffused northward where it served as the template for the development of early seed-based agriculture in northern Central America and southern Mexico (Sauer 1952:50). However, vegetative agriculture was not “enthusiastically accepted” by seed farmers whose crops provided dietary balance; their need for animal food was minimal as their agriculture provided an acceptable diet high in plantbased protein (Sauer 1959). The routes along which early vegetative agriculturalists diffused were apparently riparian and coastal (Sauer 1952: Plate II). This was in part presumably out of dietary necessity, for here the protein provided by an abundance of aquatic game animals would balance their overwhelmingly carbohydrate-dominated root crop diet. This basic scenario is followed in later inluential treatments of tropical agricultural origins by David Harris and Donald Lathrap. Harris (1972), like Sauer, sought an early hearth of plant food production within the ecologically complex lowland tropical ecosystems of the Orinoco basin and coastal Caribbean lowlands of northwestern South America. A protracted period of proto-cultivation involved human manipulation of natural ecosystems through the substitution of preferred domesticates into their structurally and functionally equivalent ecological niches. This would have been undertaken by less specialized groups exploiting broad spectrum resources in the highly productive ecotones where forest and woodland abutted rivers, coasts, and savannas. The balanced and secure diet afforded by these areas promoted increased sedentism and opportunity for plant experimentation in the open contexts of human disturbance. Unlike the balanced diet provided by seed-based cultivation, the heavy carbohydrate emphasis of vegeculture necessitated a “persistence of hunting and ishing as major subsistence activities” and limited its practice to proteinrich edges of rivers, shores and savannas (Harris 1972:188). Like Harris, Lathrap (1977) followed in Sauer’s footsteps yet sought early agricultural beginnings in the Amazon basin. Early humans who had originally entered the area via dry period grasslands eventually gravitated to river banks as the forests returned. Here, the systematic exploitation of abundant aquatic animals lead to increased sedentism and the increasing importance of ishing which prompted the early use of nets, loats, and poisons. The very early concentration and tending of these and other plant-based products in adjacent house gardens, along with increased sedentism, elaboration of watercraft, and population size, eventually lead to a greater reliance on plant foods and the increased importance of larger garden chacras (Lathrap 1977:735). Early colonization along riverine loodplain habitats was underway at an early date, yet manioc root-cropping was introduced at a relatively later date, possibly only after tropical colonists had penetrated northwestern South America, Sauer’s early hearth for manioc cultivation (Lathrap 1977:739). Although, Lathrap’s earlier guess-dates for manioc cultivation appear today to be relatively accurate, current data suggest its origins to lie in southwestern Amazonia (Arroyo-Kalin 2010; Clement et al. 2010; Isendahl 2011). The heavy carbohydrate-based emphasis of vegeculture required that root crop agriculturalists remain tethered to areas that afforded a natural abundance of animal protein, particularly riverine settings. However, not taking into account the availability of other plant-based forms of protein (Beckerman 1979), why didn’t Amazonian populations then domesticate any animals? Recent attempts to model the transition to agricultural production in the neotropics couple environmental change with the perspective of Human Behavioral Ecology. In particular, diet-breadth models have been used to explain 223 the early Holocene appearance of food production. Assuming that human behavior tends toward optimization, diet breadth is an encounter contingent foraging model which predicts under what circumstances resources are pursued and harvested based upon an assessment of relative costs and beneits afforded by different foraging strategies. Resources outside of the optimal diet are ignored upon encounter, whereas those within it are always pursued. The relative proitability of alternative strategies can always change with alterations of environmental variables (Winterhalder and Kennett 2006). In short, it has been suggested that changes in foraging rates were associated with vegetational and faunal shifts associated with environmental changes that had occurred at the end of the Pleistocene and into the early Holocene some twelve to nine thousand years ago. The density of highly ranked large animals and high quality plants in seasonal forests diminished with tropical forest invasion, requiring humans to broaden their diet breadth by focusing on lower-ranking resources. The ensuing lowered rates of return from foraging prompted an optimizing shift to more proitable cultivation around nine to ten thousand years ago (Piperno 2006:149-152). These ideas can accommodate the early onset of plant cultivation in the neotropics; however, unlike Sauer’s model Human Behavioral Ecology makes little accommodation for the lack of animal domestication. If the response of early Holocene foragers was to begin plant cultivation because it became proitable, whether indigenous Amazonians rank resources or ever adhered to constrained optimization, why then did they chose not to domesticate animals? Following the early lead of Sir Frances Galton (1864), who listed a range of conditions that an animal had to share in order to become a candidate for domestication, Jared Diamond (2002:702) focused on those attributes shared by all larger mammals that had never been domesticated by humans. Diamond suggests that the variable appearance of animal domestication in the human record lies not with cultural decisions but with the relative availability or unavailability of wild candidates appropriate for domestication. On this account, Amazonia was markedly deicient in animals, at least in larger land mammals that could have ever been domesticated by humans. Although a clever idea in itself, various authorities (Gilmore 1950:346; Morton 1984; Smith 1999:108-110; Smole 1976:185) have offered a substantial list of contemporary candidates that are suitable for domestication or semi-domestication in Amazonia. They include: South American river turtle (Podocnemis expansa), rhea (Rhea americana), fulvous whistling duck (Dendrocygna bicolor), white-faced whistling duck (Dendrocygna viduata), blackbellied whistling duck (Dendrocygna autumnalis), chachalaca (Ortalis motmot), curassow (Crax spp.), gray-winged trumpeter (Psophia crepitans), parrots, kinkajou (Potos lavus), grison (Galictis vittata), otter (Lontra longicaudus), peccary (Pecari tajacu), capybara (Hydrochaeris hydrochaeris), and Amazon bamboo rat (Dactylomys dactylinus). Although none of these animals was ever domesticated in the sense that we understand domestication, I remain skeptical that the relative absence of native animal domesticates was due to environmental circumstance and opportunity. Instead, I suggest that this “failure to domesticate” animals may have had less to do with opportunity than it has to do with ideas. It is entirely likely that Amazonians failed to domesticate animals because they philosophically could not. Amazonian Ontologies Domestication and Non- Humans intellectually construct how they view their relationship with the environment (Glacken 1967; White 1967). Despite the imperiousness of positivistic dualism, the ways in which humans relate themselves to their environments include a “dazzling variety in attitudes toward nature still held today” (Glacken 1973:134). The variable construction of differing cosmological attitudes by humans throughout time and space relegates a dualistic juxtaposition of nature and culture to that of one competing philosophical model operating alongside other rational human epistemtologies (Descola 1996; Bird-David 1999). Indigenous ontologies of the Americas are not predicated on a nature/culture divide, rather all beings are capable of intentionality and relexive consciousness, and “if all entities in the cosmos are potentially people, knowing how one kind of being turns into another becomes a matter of paramount concern” (Fausto 2007:501). The moral dilemma of consuming an entity that possesses a soul like a human becomes “a deining element” of indigenous religious thought (Pierotti 2011:75). 224 The fundamental expression of cognized symbolic ecology, or how humans perceive the environment and their appropriate place within it, is understood in terms of how humans relate to non-humans (Descola 1996:87). Pálsson (1996) has succinctly differentiated dualistic cosmological paradigms of paternalism and orientalism, the intellectual heirs of renaissance and enlightenment philosophy, from communalism which rejects any radical split between nature and society. Communalistic Amazonian ecocosmologies, in particular, stress a nature that is contiguous with society and in which humans participate in a wider community of living things (Århem 1996:185). These epistemological frameworks can be considered within the larger paradigm of animistic logic which endows nature with human disposition through intimate metonymic association rather than through metaphorical substitution based upon similarity (Descola 1992:114, 1996:87). Animism does not exploit observable discontinuities in nature in order to confer conceptual order on society; rather, it uses systems of social classiication to organize humans and natural species: “if totemic systems model society after nature, then animistic systems model nature after society” (Århem 1996:185). Orientalism facilitates a perspective which allows humans to see themselves as masters of a nature from which they are detached, and enables the use of a vocabulary that includes domestication and exploitation for production, consumption, sport, and display. Paternalisim can also assume human mastery but in a non-exploitational form of protection where humans can act on behalf of nature. These fundamental relationships differ from communalism’s emphasis on contingency, dialogue, exchange, and intimate personal relations between humans and nonhumans (Pálsson 1996 68-72). The ways in which humans interact or relate to non-humans can be expressed in a number of different modes (Descola 1996:89). These become particularly pertinent in the act of hunting which acquires sentient animals as prey. One form of interaction can include a reciprocity based upon the notion of strict equivalence between humans and non-humans in which either can be substituted for the other. Conlict resolution between fundamentally similar entities might assume the form of gift, negotiation, or alliance (Erikson 2000:1113). Another mode of relation might assume predation, which can be seen as a social relation between subjects (Fausto 1999:937), when compensation for loss is necessary because non-human entities may wish to take revenge. A third relational mode can involve protection in which non humans become dependent upon humans; however, this is seldom associated with animic systems (Descola 1996:94). Speciically regarding the Achuar, Descola mentions that game animals could never be domesticated because they are independent and collective subjects of a contractual relation with humans: “they could not conceive of animals as being subordinated to humans and thus providing convenient substitutes for them” (2001:11). A fundamental aspect of Amazonian symbolic ecology lies in its expression of dividuation. Rather than conceiving of humans as bounded and indivisible individuals, the divisible dividual creates identity through absorbing and emitting inluence and substances between various actors (Marriott 1976:111) within an ecocosmological context where the constructed dividual is the plural and composite site of relationships (Strathern 1988:13). Amongst the Nayaka of southern India, Bird-David (1999:72-73) explains how each person is conscious of the way he/she relates to all others; personhood is made by producing and reproducing shared relationships with others. This relationship is explicitly expressed by Panoans in western Amazonia who consider the self to be constituted by the other: “one becomes self through partially becoming other, and that the subjectivity of self is signiicantly enhanced by intimate contact with -and even incorporation of- the other, be it enemy, spirit being, animal, or plant” (Lagrou 2009:195). Viveiros de Castro (1998) offers a conceptual ecocosmological model that is reminiscent of animistic logic, as it employs society as a reference for nature and the projection of a logical equivalence between humans and animals. Amerindian Perspectivism is based on a multi-naturalism which considers that all beings that possess a soul (as the descendants of a mythical state of undifferentiation between animals and humans) see the world in the same way. What changes is the way they see it, as this involves seeing it from different perspectives. The latter lie in the embodiment of the viewer; simultaneously, humans see humans as humans and animals as animals, while animals see humans as animals and animals as humans (Figure 1). Humans and animals are therefore not species but conditions. Anything that has a soul is a subject and is therefore capable 225 Figure 1. A Possible Perspectival Matrix for Human/Animal Perceptions of having its own perspective which creates the subject. Amerindian Perspectivism, he suggests, does not necessarily involve all animals but involves only those that perform key symbolic or practical roles (Viveiros de Castro 1998:471). As briely alluded to earlier amongst the Achuar, perspectivism can create a special predicament for the Amazonian hunter who wishes to eat animals. It is a moral dilemma that is considered to be a deining element of all Native American religions (Pierotti 2011). Animals also presented a philosophical quandary for proponents of positivistic dualism. Descartes was particularly harsh when dealing with animals because they presented dualism with its stiffest challenge for severing humans from nature (Coates 1998). Cartesian logic required that animals be considered as automata, like clocks, with a capacity neither for pain nor pleasure (Coates 1998:76). The souls of animals had to be wholly different from those of humans. Descartes considered speech as the embodiment of rational humans as opposed to the sounds made by thoughtless animals. Therefore, he considered human language as expressing thought. Rather than expressing its intelligence, the chatter of the parrot demonstrated its different soul, for it was not at the same level of even the stupidest child (Coates 1988:180). Animal sentience is also a conundrum for Amazonians, especially when hunting. Århem (1996:193) emphasizes that the Makuna of northwestern Amazonia must deprive animal persons of humanity through food shamanism before they can consume an equal. For the Wari’ of western Amazonia, consuming an animal who sees itself as human or as a human that can be seen as an animal constitutes a form of anthropophagy based on a relationship of reciprocity, “the only proper form of meat eating” (Conklin 2001:193). Fausto (2007:504) suggests that the subjective condition of meat consumption is neutralized through cooking, often overcooking, because blood is the focus of attention; cooked meat is strictly alimentary, whereas consuming raw meat appropriates the animistic capacity of the prey. Although Amazonians must deal intellectually with the problem of procuring meat from sentient beings, they are also legendary for their keen interest in all kinds of pets. Amazonians are known to keep everything from insects to peccaries and parrots. Although western intellectual tradition has long considered the keeping of pets as a primitive precursor to domestication (Galton 1864), it would be a particularly condescending mistake to consider the Amazonian propensity for pet rearing as a rudimentary form of proto-domestication. Erikson (2000:22) has cogently pointed out 226 that, far from incipient domestication, the keeping of pets is rather an expression of a way of life based upon hunting. Pets cannot be seen as “mobile protein reserves” because to the hunter taming should be seen as a form of sacriice, for it is not killing (Erikson 2000:21). For the hunter who fundamentally relates to his prey through contingency, dialogue, exchange, and intimate personal relations (Pálsson 1996:72), the act of hunting is a form of seduction (Taylor 2001:54) or love affair whose success is based upon entering into a relationship with his prey (Pálsson 1996:74). It is a social act between subjects and the main form of appropriation for Amazonians unfamiliar with domestication (Fausto 1999:937). Pet keeping as a form of familiarization is the main way that Amazonians have always practiced animal familiarization, in which the young of prey surrender their perspective to that of the keeper (Fausto 1999:941). It has been described in terms of diminishing the spatial, cognitive, and bodily distance between others through a “complex process of getting hold of otherness” (Lagrou 2009:196). This might also be understood as a function of identiication formation by the dividuated person. The social quality of the act is clearly demonstrated in the assignation of kin terms to pets, an expression of the larger “kincentric ecology” held by indigenous peoples (Salmón 2000). Young pets are incorporated into kinship systems (e.g., Århem 1996:191 Cormier 2002; 2003; Descola 2001:111;Taylor 2001:54) and often adopted as afines, which in Amazonia is the most signiicant mode of sociality (Taylor 2001:53; Viveiros de Castro 2001). Once an animal is a pet, it is rarely if ever consumed; it is no longer of the same species (Erikson 2000:9). This relationship is clearly expressed in different ways throughout Amazonia, where indigenous cultures often incorporate a distinction between native animals and exotic post-Columbian introductions. The Achuar keep the orphaned young of hunted game animals, but they are never eaten: “unlike human children, however, game children-in-law are both sterile (they do not reproduce in captivity and no effort is made to pair them, indeed, their sex seems to be largely indifferent to their masters) and orphans” (Taylor 2001:54). They are not considered as expendable livestock; having not been created through human labor they can neither be fully owned nor commoditized (Descola 2001:111). Animals cannot be owned as they are not created by humans, however, Santos-Granero (2009:168-175) suggests that pets, like children or captives may be owned because they result from productive agency. Nevertheless, captives as the progeny of killed animals must be treated kindly as one would raise a pet. The thought of consuming a pet would be considered by many indigenous Amazonians as an act of savagery (Erickson 2000:20; Rivière 1969:40; Smole 1976:185). The Matsigenka release the many animals they raise as pets, and although they may return to the village, they are never hunted as “it would be like killing my own children” (Shepard 2002:110). The Kalapalo nurture and protect pets as they would children, and although they may be considered as living things that are eaten, this is never done. Pets, like humans are to be buried and are the only animals with villages of the dead (Basso 1977:101-102). The Araweté draw a distinction between untamed animals which are eaten as opposed to those which are raised and cared for (Viveiros de Castro 1992:73). Amazonians are certainly aware of exotic Eurasian domesticates, but they tend to treat them differently from native game animals. For the Guajá, exotic domesticates are nonkin. Having no soul, they are treated harshly, as opposed to afinal pets who are nurtured (Cormier 2002:70, 2003:115). Animals raised as pets by the Bororo are never considered to be edible, whereas Brazilian pigs and chickens are, as they are not considered to be helpers and they defecate inside houses (Crocker 1985:156). Apinaye’ women are addicted to raising the young of many animals, including Eurasian domesticates; however, pets are buried like human beings while the carcasses of exotic domesticates raised for food are thrown to the vultures (Nimuendaju 1967:95). Amazonians are known to raise exotic domesticates, especially chickens, and sometimes even pigs, horses, or cattle. However, they are often raised not to be eaten, but are kept for their singing, their beauty, or at times for barter with nonIndians (Farabee 1967:164; Goldman 1963:64; Henley 1982:47; Rivière 1969:40-41; Smole 1976:185; Thomas 1982:42). Concluding Thoughts The overall familiarization of Amazonians with sensate others, particularly the way they relate to animals, game items, and pets, are serious impediments to animal domestication, 227 entirely irrelevant enterprise. It is possible that Amazonians focused less on domesticating particular species than they did on constructing broader landscapes (Erickson 2006). Evidence for the existence of extensive anthropogenic landscapes is accumulating within preColumbian neotropical environments which became forested after human population collapse through a process of “landscape fallowing” (Heckenberger et al. 2007:204). The agroecological mechanisms for creating and maintaining mosaic cultivated landscapes were perfected by larger pre-collapse Amazonian populations who relied on various forms of gardening, arboriculture, soil enhancement, and wetland management within a regional system of settlement dynamics (Balée 2006; Denevan 2001; Heckenberger et al. 2007). Indigenous landscape managers continuously manufactured and maintained domesticated landscapes, producing humanized environments through their constant activities that included “all nongenetic, intentional, and unintentional practices and activities of humans that transform local and regional environments into productive, physically patterned, cultural landscapes for humans and other species” (Erickson 2006:241). It is within the context of continuous landscape modiication by a keystone species that the ecological origins of neotropical agricultural are perhaps better understood. Intermediate disturbance and landscape heterogeneity produced through partial species replacement in smaller temporal and spatial episodes increases regional diversity and increases wildlife density (Balée 2006:83-85). Domestication can be envisaged along a coevolutionary continuum of human plant promotion/management/ cultivation that guides differential reproduction and survival and produces genotypical change which makes organisms more useful to humans and better adapted to their landscape intervention. Landscape domestication involves changes in plant and animal demographics through conscious ecological manipulation by humans as they create productive and congenial surroundings (Clement 1999a). Increased landscape diversity is associated with the length of local human occupation (Clement 1999b:208), whereas decreased landscape diversity occurs when humans are removed (Balée 2006:82). This has important repercussions for Amazonia today where the reduced scale of contemporary indigenous land management nevertheless serves as regardless as to whether this involves native species or introduced exotics (Erikson 2000:22). The reason that Amazonians “fail to domesticate” animals is not based on the lack of raw material or opportunity; rather, it rests with their shared logic which guides how appropriate relations are conducted between sentient beings (Hugh-Jones 2001:246). Indigenous Amazonians don’t domesticate animals because it doesn’t make any sense to them. It is interesting that despite having domesticated very few, if any, animals, they did however domesticate many plants, and are renowned as avid planters of almost anything they can put into the soil. This shift in attitude might be explained by the differences that can be perceived between individual game animals and communities of plants. The Makuna cosmic food web is a continuum that includes eaters (predator and/or prey) and food (prey). Supreme predators (prey to none) occupy one end of the continuum. All animal ‘others’ are ‘essential afines,’ and each has its own village and culture. An intermediate position includes life forms like humans (both predator and prey). The opposite end is occupied by edible plants (only prey) which are only thought of as food. (Århem 1996:188-191). Pierotti (2011:70) suggests that plant domestication is different from animal domestication primarily because plants cultivated in polycultural contexts retain their ecological relationships to one another. Salmón (2000:1330) succinctly states that “plants like to be near each other because they share their breaths.” The M’bêngôkre (Kayapó) are careful to combine synergistic plant groups, characterized as “plant energies”, together as they understand that plants that are “good friends” or “good neighbors” develop more vigorously when planted with each other (Posey 2002:7). For the Kalapalo, plants attract little interest in any discussion of what constitutes proper food (Basso 1977:100). Perhaps in this sense we might reconsider Sauer’s notion of the super-abundant neotropical environment which he considered as one of two hearths for plant and animal domestication. It is entirely possible that our notions of domestication obscure what indigenous Amazonians did not have to anticipate as they produced their own humanized landscapes. From an operationalized perspective of Amazonian symbolic ecology, it might be interesting to speculate that domesticating animals in the strict positivistic sense was an 228 the most important and effective barrier to indiscriminate deforestation associated with modern industrial agribusiness (Heckenberger et al. 2007:200). Cannibalism. In, Primates Face to Face: Conservation Implications of Human-NonHuman Primate Interconnections, edited by A. Fuentes and L.D. Wolfe, Cambridge University, Cambridge: 61-84. Cormier, Loretta A., 2003, Kinship with Monkeys. The Guajá Foragers of Eastern Amazonia. Columbia University, New York. 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Recent archaeological and ethnohistoric investigations, however, have demonstrated that certain areas were intensely populated lending support to the idea that the ceja de selva played a critical role in facilitating economic and ideological exchange between both the Central Andes and Amazonian lowlands throughout much of prehistory (Burger 1984, 2003; Church 1996; DeBoer 2003; Guffroy 2008; Raymond 1988; Taylor 1999; Valdez 2008; Yamamoto 2008; Zeidler 2008). Indeed, Spanish chroniclers noted the favorable warm climate and the availability of fertile agricultural lands as well as large sedentary populations and complex social patterns involving hierarchy and class differences (Taylor 1999: 196-197). Ethno-historical documents suggest that eastern slope populations were in repeated contact with peoples from the Central Andes, often involved in trade networks between societies in the highlands and tropical lowlands (Raymond 1988; Taylor 1999). Archaeological evidence lends support to these claims. Initial Period (1800-900 B.C.) and Early Horizon (900-200 B.C.) iconography found on pottery, stone carvings, mud murals, and other media at sites on the Peruvian coast and highlands exhibits tropical forest plant/animal imagery such as manioc, the jaguar, the harpy eagle, Introduction The eastern Andean montane forest has traditionally been an afterthought in discussions concerning the development of early ceremonial architecture in the Andes. Commonly perceived as an environmental zone inhospitable towards large populations and complex sociopolitical formations, the ceja was little investigated in comparison to the highland and coastal valleys to the west. However, recent archaeological investigations in the Jaén region of the northeastern Peruvian Andes have begun to overturn these assumptions, demonstrating that certain parts of the ceja were densely occupied from an early period with local populations developing unique sociopolitical formations represented in both domestic and ceremonial architecture. This paper will examine the excavation results of an early ceremonial structure (800-100 B.C)1 from the site of Huayurco in the Jaén region, providing insight into the type of early societies that existed in this area, and the impact that interregional exchange had on their development. The eastern slopes of the Central Andes The eastern slopes of the Central Andes, often referred to as the montaña, selva alta (high jungle), and “ceja de selva” (eyebrow of the jungle), is a narrow ecological zone of tropical montane forest between the western Andean sierras and the Amazonian lowlands (Pulgar Vidal 1972; Raymond 1988). The area is characterized by steep slopes, heavy rainfall, expansive forests, and rugged terrain as well as considerable environmental variability. Wide ranging altitudes (3,800-300 masl), different soil types, and local precipitation patterns create an abrupt topography comprised of forested microclimates within which is an incredibly 233 and the caiman (Burger 1992; Lathrap 1971; Tello 1960). The prevalence of these images suggests that the cosmology of early Central Andean societies drew signiicantly from the tropical rain forest, likely indicating close interregional interaction. This is signiicant as these time periods are associated with the rise of complex societies on the Peruvian central and north coast and in the adjacent highlands (Burger 1992). These interactions helped to shape cultural development within the Central Andes and thus are necessary to understand the larger historical processes related to Andean civilization. have connected distinct environmental zones, helping to promote interregional interaction between the coast, highlands and tropical lowlands in prehistoric times. The ethnohistorical evidence for the region gives support to the idea that Jaén was a conduit of inter-cultural exchange The Incas attempted to conquer this zone (Cieza Leon 1985 [1553]: 163; see also Taylor 1999: 201), possibly for control in the trade of exotic goods that they regarded as desirable (among these might have been coca, tropical fruits, bird feathers, hallucinogens, medicinal herbs, pets, and animal pelts). During the early Colonial Period, Spanish chroniclers documented intensive exchange networks between the populations of the Jaén region and groups in Southern Ecuador, the tropical lowlands, and the Peruvian sierras (Jiménez (ed.) 1897: 36-38; see also Shady 1987). People arrived from these regions both by foot (likely from the west, north and south) and canoe (from the east) for the exchange in products such as salt, gold and stone. According to the chroniclers, the Jaén region was a central node where populations from different environmental zones came to acquire new products and the local groups were active in both production and exchange. The Jaén region One such area of likely importance to interregional exchange is the Jaén region. Situated in the northeastern slopes of the Peruvian Andes, close to the Ecuadorian border, this region encompasses the modern districts of Cajamarca and Amazonas. From an ecological perspective, the Jaén region is located at a natural interface. In addition to the high temperatures (25’C annual average), dense vegetation, and rolling hills that characterize its position between the highlands and the tropical lowlands, Jaén also lies in a transition point between the wetter Ecuadorian Andes to the north and the more arid Peruvian Andes to the south, a zone traditionally used by scholars to separate the culture areas of the Northern and Central Andes (Guffroy 2008). The region is also distinct from other areas of the eastern slopes in that elevations are fairly low (300-1200 masl) and the climate is rather dry. In fact, Jaén actually receives relatively little precipitation due to rain shadows. As a result, the vegetation consists of short but dense, scrub forest. Directly west of the Jaén region is the Chamaya highlands, a stretch of the Andes where the mountain chain is at its lowest and narrowest (Raymond 1988). Here, mountain passes such as El Paso de Porculla (2,140 masl), are fairly low in relation to other areas of the Andes which can exceed elevations of 4000 masl. Multiple river systems with highland origins (including the Chinchipe, Utcubamba, and Huancabamba) converge in this basin as tributaries of the Marañón forming natural corridors that connect the Paciic coast to the Amazonian rainforest and the Northern Andes to the Central Andes. In essence, the low passes and intersection of tributaries in the Jaén region creates a geographical nexus that would Huayurco and the archaeology of the Jaén region The Jaén region’s potential as a nexus of interregional interaction was irst demonstrated archaeologically with the discovery of Huayurco in 1961 by Pedro Rojas (1961, 1985). The site of Huayurco is located around the Chinchipe and Tabaconas conluence at an altitude of roughly 400-450 masl (Fig.1). This conluence, along with the Chinchipe-Marañon roughly 30 km downstream, represents one of two major nexus points within the Jaén region. Together, they connect many of the river valley corridors that lead to the Paciic coast, Andean highlands, and Amazonian rainforest From a geographical standpoint, Huayurco was favorably situated to take advantage of interregional exchange routes that would have likely passed by the site. Test excavations by Rojas revealed various offerings that suggested both local and nonlocal origins (Lathrap 1970; Rojas 1985). A simple brown-ware bottle, a common form in the late Initial Period of the Central Andean highlands, appeared alongside marine shell products including large conch trumpets and 234 exploring early interregional exchange networks in the eastern slopes, few investigations were conducted in the Jaén region over the ensuing decades. The primary exceptions were small projects carried out by Jaime Miasta in the Chinchipe and Tabaconas valleys (Miasta 1979) and Ruth Shady and Hermilio Rosas in the Bagua area (1979; Shady, 1987, 1999). In recent years, Jaén has seen an upsurge in archaeological research. This includes investigations by Atsushi Yamamoto (2008) along the Huacabamba River; Quirino Olivera (2013) near the cities of Jaén and Bagua and Francisco Valdez (2008) in the ZamoraChinchipe valley in southern Ecuador. These projects in various stages of completion have signiicantly added to a greater understanding of the prehistory in this region. Huayurco As mentioned, Huayurco is located at the conluence of the Chinchipe and Tabaconas Rivers, at roughly 400-450masl. The valleys here are comprised of rolling ridges with gradual to steep inclines above the loodplain. Many of the ridges feature low lying shelves and hills that provide naturally lat areas above the loodplain. These spaces today and in the past have been used by the local populations for domestic activities. The loodplain itself varies in size near the conluence with the Tabaconas being considerably wider than the more deeply entrenched Chinchipe. Nevertheless, each would have likely provided substantial arable land for agriculture. Survey demonstrated that Huayurco, rather than a single site or mound, is actually a complex of at least 12 discontiguous components located around the conluence (Fig.2). These components cover a stretch of over 200 ha and range greatly in both time and function. I have grouped them together primarily due to their close proximity to the conluence and to each other (most components were separated by less than 0.5km). A formal settlement pattern survey based on extensive test excavations is necessary to clarify the temporal and functional relationships of the components. Each component, presumably habitational, was positioned well above the level of the loodplain, taking advantage of the low lying shelves and hills along the edges of the valleys. These components vary in nature. Some are hills showing evidence of platform terracing through modiication of the natural Figure 1. Huayurco and the Jaén region: Map shows location of major rivers and modern population centers beads in the shape of ish. In addition, Rojas found 14 inely carved stone bowls and 118 stone bowl fragments, some of which featured excised designs on the exterior and castellated rims. The large quantity of these vessels within small test excavation units and the perceived uninished nature of some of the fragments inspired Donald Lathrap (1970: 108) to suggest that Huayurco was an important production center for a local stone bowl tradition. The presence of similar stone bowls found in coastal and highland Peru (Lumbreras 2007: 285, Fig. 216, sp.672a,b; Mohr-Chavez 1977: 718-719, Fig. 7.11, 7.12; Rojas 1961: 117 a-f); appeared to indicate that Huayurco was active in long distance exchange. This idea was reafirmed by the presence of marine shell and the fact that the iconography on both the stone vessels and ceramic fragments shared stylistic traits with early traditions found in coastal, highland and tropical lowland sites (Lathrap 1970: 108). These observations led to the idea that Huayurco and the Jaén region were intensely involved in early interregional exchange networks connecting the Andean highlands to the Amazon rainforest. Nevertheless, despite Huayurco’s potential for 235 spatial relationships. The components were divided into sectors (A-L) for the purposes of identiication (Fig.2). This paper will examined the excavation results from Sector G which revealed evidence of early ceremonial architecture. Sector G was primarily selected for its strong evidence of an early occupation, represented by polychrome, incised, and polychrome incised pottery, similar to Early Horizon styles found elsewhere in the Jaén region by Shady (1999; Shady and Rosas 1979) and Yamamoto (2008). Sector G Sector G is located on the northern edge of the Chinchipe River, directly adjacent to a small quebrada The sector, over 3 ha in size, is represented by a low lying hill with at least three natural platform terraces, each of which featured evidence of human modiication. While surface pottery was collected from each of the terraces, intact stratigraphic deposits were limited to the middle terrace which featured a much wider and latter platform. In fact, excavation of the middle platform revealed a large rectangular structure just below the surface (Fig.3). This structure, roughly 15x20 m was comprised of stone footings and freestanding walls made from locally collected river cobbles packed in a soft, yellow mortar. An examination of the stratigraphy and associated architectural features indicate that the structure was not built in a single episode. Rather, it represents the culmination of activities related to multiple occupational phases dating between 800-100 B.C. The chronological complexity of this site was principally recognized along the eastern edge of the middle platform where excavation units revealed stratigraphic deposits of more than 2 m in depth. It was in this area where the earliest occupation of the site was recognized. While horizontal exposure was limited for these early levels, excavation revealed an initial loor built in association with at least two freestanding stone walls. As with the stone footings represented in the inal construction phase, the walls were comprised of river cobbles packed in a soft, yellow mortar. Most interestingly, this initial occupation was preceded by a stratigraphic layer containing at least 24 human burials, 19 of which were children or infants (Toyne 2012). All of the burials were found in close proximity to one another with individual remains usually mixed Figure 2. Location of the different sectors that comprise the site of Huayurco inclinations. Other components are sherd or artifact concentrations. While it is possible that small-scale components may have been located on the loodplain, seasonal looding and the shifting nature of the rivers would have likely prevented any long term settlements (see Lathrap 1968). More likely, these areas were utilized for agricultural purposes including maize, manioc, and palm fruit production, while households and non-domestic activities were placed on the natural terraces and hills along the edges of the valleys. The apparent preference for lat areas above the loodplain meant that some of the hills and terraces had also been reoccupied on various occasions. While these 12 components made it more dificult to fully evaluate the Early Horizon occupation that had been described by Rojas (1985) and Lathrap (1970), they provided an opportunity to investigate the long term cultural developments (spatially and temporally)of an eastern slope community at the site level. Excavations Excavations were conducted at multiple components in order to get a better understanding of their temporal and 236 or superimposed over others. In fact, many of the individuals were incomplete consisting only of crania or long bones. While one cannot factor out issues of preservation, the close proximity of these burials along with their incomplete nature suggest that they were possibly secondary deposits, placed in the ground before the initial construction phase at the site. Most of the burials lacked material deposits with the exception of two adults, one of which was accompanied with a hafted axe made of rose-colored quartz while the other featured a small bracelet or necklace made of circular stone beads. The type of stone was not identiied although one of the beads was blue in color, similar to lapis lazuli. Pottery found in the deposits below and in association with the loor consisted almost exclusively of decorated pottery in the form of open bowls and short-necked jars. Many of the bowl rims were castellated along the rim. The pottery featured a variety of techniques including both painted and incised wares. Zonal polychrome incision was also common. Much of the decoration included white and/or black paint on a red slip. Many of the jar rims were reinforced on the exteriors, often with nicks or impressions at the junction of the rim and neck. Substantial changes occurred to the middle platform around 400-300 B.C as the original occupation appears to have been intentionally buried. In fact, a thick layer of crushed, redcolored rock was superimposed over the earlier occupation. This layer, which contained few material remains, occurs naturally in other parts of Sector G, and appears to have been mined speciically as a foundation for the succeeding loor levels. While the exterior walls associated with the earlier occupation were largely covered over, the inhabitants took advantage of the framework already in place by modifying and rebuilding the walls in the same location. As with the earlier occupation, the inhabitants appear to have placed dedicatory burials below the level of the loors. In this case, however, only two were identiied, an adult and a child (Toyne 2012). The adult, who lacked any offerings, was partially buried underneath one of the stone footings. The child, on the other hand was placed under the loor and was accompanied by a fragment of a mortero stone as well the partial skeleton of an alpaca. The structure itself is comprised of a series of footings along the interior which form several different rooms. The structure appears to have been built in two different phase as two different loors were found in association with the architecture. The stone footings and walls that comprised the structure were almost certainly capped by wood, thatch, or other perishable material for protection against the elements. While poor organic preservation at the site ruled out inding these materials, several possible post holes were found within the interior, often directly adjacent to the footings. While the speciic function of the structure is unclear, excavation revealed a large amount of hearths within each of the interior rooms. These hearths were unlined, identiied primarily by their dark ash and the circular orange burn marks in the loor. Many of these orange burn marks overlapped suggesting that the burning events were frequent with each hearth used only briely. Most of the hearths lacked macro remains that would demonstrate their intended use. However, a few revealed evidence of small bone and pottery. The bone largely consisted of local riverine species although some mammals were present as well (Vásquez and Rosales 2012). In fact, a few of the hearths contained the remains of small to medium sized felines such as the Felis tigrina. None of the feline bone featured cut marks. Animal remains found in the deposition associated with the loor was a mix of local species including riverine crab (Hypolobocera sp.), land snail (Bulimulidae sp., Thaumastus sp.), deer (Odocoileus virginianus sp.), armadillo (Dasypus sp.), and lizard (Saurio sp.; Iguana iguana). Exotic animals are also present in the form of marine products (Platyxanthus orbigny, Rhinobatosplanicep sp., Pteriidae sp., etc.), camelids (Lama sp.), agouti (Agouti sp.) and capybara (Hydrochaeris sp.). Evidence for ritual use of the structure is also indicated by the presence of offerings within the interior of the building. In addition to scattered pottery deposits, necklaces made of materials such as rose-colored quartz2 (Fig.4) and marine shell were also identiied. The shell necklace was of particular importance as it was a clear indication of Huayurco’s long distance relationships. Continued excavation showed this not to be an isolated ind as numerous worked marine shell fragments were found along the interior of the complex. Analysis by Gladys Paz (2011) revealed three types of marine shell (Pinctada mazatlanica, Strombus gracilior, Prunum curtur). imported from the warmer waters of the far-north coast of Peru 237 and Southern Ecuador. Contact with the Paciic coast was also supported by the presence of the marine species listed above including some coming from the colder waters of Peru. The second phase, which roughly dates from 400 to 100 B.C is also deined by open bowls and necked jars. Many of the jars in this phase feature reinforced exterior rims and strong carinations along the body. Bowl rims were often castellated. Post-ired white paint was typically applied to reduced ware or red slipped vessels. Exterior decoration usually consisted of incised geometric designs. One of the most prominent designs was the double-helix spiral (Fig.5, see Stone 2011: 41). In some cases, the incisions were illed with post ired red or white paint. Many of the jar forms featured redpainted reinforced exterior rims. Bowls often featured a variety of decorative techniques including zonal polychrome incision, stamping, modeling, and crosshatching. Stone (2011: 41) argues that the double-helix spiral is referencing the “caapi vine/snake/ spiral coniguration,” a mix of symbols inherent to shamanic transformation through the use of psychotropic drugs. Although seemingly tied to symbols of the jungle, variations of the doublehelix are found at various sites in the coast, highlands, and eastern slopes of Northern Peru during the late Initial Period and Early Horizon. This includes the lower and middle Jequetepeque (Sakai y Martínez 2008: 180, Fig. 3F; Tsurumi 2008: 153, Fig.13); Cajamarca (Terada and Onuki 1982: lamina 86); Kuntur Wasi (Inokuchi 2008: 227, Fig. 2b); Pacopampa (Morales 2005: 227, Fig.18); the Huancabamba (Yamamoto 2008: Fig.20); and Bagua (Shady 1999: 205, Fig. 2d.) The ubiquitous nature of this design possibly indicates a shared tradition between coastal, highland, and lowland groups during the late Initial Period and Early Horizon. In fact exchange networks expand during this period with a greater variety in the type of products being moved (Burger 1992). This occurs alongside a greater increase in the shared use of iconographic symbols. Perhaps the double-helix was one of many familiar symbols that spoke to a larger connection between distant populations based on shamanism and the use of psychotropic drugs. In effect, these symbols may have helped to unite various cultures through a shared ideology which could have then had practical implications related to exchange and interaction. In fact, these exchange networks are evident in terms of the marine shell and animal products found in Sector G. As mentioned,the animal remains associated with the structure includes species with coastal, highland, and tropical forest origins3. While the nature of this exchange is unclear, the presence of marine shell beads and necklaces suggest that the people of Huayurco desired exotic products for non-domestic activities. With regards to the idea that Huayurco was a stone bowl production center, this too remains to be determined. Outside of a surface fragment found in Sector J, no stone bowls were recovered during the course of the investigation. Until more of these vessels are found in context, it remains dificult to assess their signiicance to the local cultures. Of recent work in the region, only Valdez (2008) has found these vessels in context (as part of an offering). However, at least 94 of these stone vessels are present in local museums in Jaén and Bagua suggesting that they were Discussion The architectural and cultural features associated with the structure in Sector G at Huayurco appear to indicate that it functioned as a ritual or ceremonial center. As mentioned, there were a number of interments placed below each of the principal construction phases, an act which has parallels to the Andean tradition of burying children or offerings underneath the foundations of ceremonial structures in order to ensure the success of the activities inside (see Burger 1992:74). Further, the structure featured exotic offerings, ine pottery, and a number of unlined hearths within the interior. The distribution of the ire pits suggest the possibility of brief but frequent ceremonies centered on burning rituals. The presence of burnt feline bone in the hearths lends support to this idea. While the nature of this signiicance is still being assessed, the architectural and the horizontal distribution of its features and artifacts speak to a unique eastern slope pattern which may not have direct antecedents in either the highlands or tropical lowlands. Similar stone footings and walls have been discovered by Olivera (2013) and Valdez (2008) at the nearby sites of Montegrande and Santa Ana-La Florida, both of which appear to date to periods much earlier than Huayurco, possibly representing antecedents to the architectural traditions at Sector G. The ceramic iconography in the later phase of Sector G is exceptionally provocative. Rebecca 238 populations living in this region were not small, marginalized groups but rather large societies with complex sociopolitical formations. The inhabitants of this region were specialists in both pottery and the production of inely carved stone vessels. They also engaged in the construction of large scale ritual and monumental architecture beginning at an early period. While recent investigations have been instrumental in demonstrating the complex cultural developments within the Jaén region, further research is necessary to contextualize these processes within the larger prehistoric narrative of Western South America. widely produced within the region, possibly over a long period of time. Huayurco continued to be occupied during the Early Intermediate Period but experienced substantial changes in terms of site layout. Sector G was abandoned while large scale architecture was undertaken in Sector D, located along the eastern edge of the Tabaconas River (Clasby and Meneses 2013: 310-314). The inhabitants of the site had terraced the hill in Sector D and built large walls on both platforms which may have had either ceremonial or defensive functions. During a 500-600 year span (A.D. 1-600), this sector was the location of numerous reconstruction activites. The nature of Huayurco’s interregional relationship begin to change as well. Although excavations continued to yield exotic animal remains and shell products, these items appear to have diminished in importance. The pottery becomes less varied and shows greater stylistic ties to cultures in the highlands of southern and central Ecuador than to the Peruvian coast and highlands suggesting that Huayurco may have shifted the focus of its long distance exchange. The initial excavation results from Huayurco indicate that the Jaén region was at times well connected to the cultural processes occurring in both the Northern and Central Andes.The Acknowledgements The research at Huayurco was supported by NSF Dissertation Improvement Grant. BCS-0951661 and the MacMillan Center Dissertation Grant (Yale University). I would also like to thank Richard Burger and Jason Nesbitt for their helpful comments and advice concerning this paper. Bibliography Bush, Table 1 239 Mark; J. Hanselman; and H. Hooghiemstra, 2011, Andean montane forests and climate change. Tropical Rainforest Responses to Climatic Change, 17 (2): 33-54. Burger, Richard L., 1984, Archaeological areas and prehistoric frontiers: The case of Formative Peru and Ecuador. Social and Economic Organization in the Pre-Hispanic Andes. David L. Browman, Richard L. Burger and Mario A. Rivera, eds. Oxford: BAR International Series, 194: 33-71. Burger, Richard L., 1992, Chavín and the Origins of Andean Civilization. New York: Thames and Hudson. Burger, Richard L., 2003, Conclusions: Cultures of the Ecuadorian Formative in their Andean contexts. Archaeology of Formative Ecuador. J. Scott Raymond and Richard L. Burger, eds. Washington D.C.: Dumbarton Oaks Research Library and Collection: 465-486. 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El término chachapoya (hombres de las nubes) fue empleado por los Inca para reunir las numerosas étnias, como p.ej. los Chilchos o los Chillaos, en una sola unidad socio-política (Schjellerup 2005: 59). Según los estudios lingüisticos existían varios dialectos de un idioma Chachapoya, extinguido hasta ines del siglo XVIII por la introducción del quechua y del español (Taylor 1996, 2000; Zevallos 1982). Restan algunos topónimos y antropónimos (Taylor 2000; Torero 1989). Introducción La cultura arqueológica Chachapoya se desarrolló entre 800 y 1500 D.C. en la Alta Amazonía del nororiente peruano, donde predomina la “ceja de selva” con bosques nubosos. Los restos arquitectónicos se distribuyen entre la barrera natural del rio Marañon en el oeste y las provincias de Bagua en el norte y Pataz en el sur, mientras los límites orientales aún están deinidos (Fig. 1). El territorio abarca unos 30000 km² en donde durante la época prehispánica inal vivian unos 500000 habitantes (Lerche 1995: 36). En el norte los asentamientos residenciales (o llaqtas) se ubican en la parte alta de la zona ecológica quichua (2500-3200 m), mientras en el sur predominan en la jalca (3200-4000 m) (Koschmieder 2012; Lerche 1986; Ravines 1994: 520; Schjellerup 2005: 369; Thompson 1974, 1976). Estas alturas concuerdan con el emplazamiento de los campos agrícolas, donde grupos Chachapoya cultivaron preferentemente el maíz (quichua) y los tubérculos, como la papa (jalca). Estudios recientes sobre la alimentación de los Chachapoya demuestran que el consumo del maíz predominó en el norte del territorio Chachapoya (Koschmieder 2012: 92-95), mientras en el sur la papa fue el alimento básico (Guengerich 2012). Además los Chachapoya cazaron animales silvestres, como los venados, y criaron cuyes y camélidos. Las llamas fueron los animales más importantes en su economía de subsistencia (Koschmieder 2012: 89, 116). El cronista Cieza de León (1984 [1553], I: 230) airmó que los Chachapoya “posseyeran gran número de ganado de ouejas”. Proporcionaban más de 90 % de las carnes consumidas y la lana para la elaboración de los tejidos. En las pinturas rupestres se puede observar que además sirvieron como medio de transporte. Llevan bultos o son conducidas de las riendas Orígen de los Chachapoya Los Chachapoya fueron migrantes que al llegar a su nuevo territorio eliminaron o desplazaron la escasa población autóctona. Al parecer, el movimiento migratorio empezó antes de 1000 D.C., pero sigue siendo un objeto de debate de donde vinieron los diferentes grupos. Algunos investigadores postulan un orígen serrano (p.ej. Kauffmann/Ligabue 2003 [“Serranización de la selva”]), otros piensan en una procedencia amazónica (Koschmieder 2012; Koschmieder/ Gaither 2010). Lo cierto es que la tradición cultural Chachapoya no se desarrolló localmente como postulan varios investigadores (Church 1994; Church/v. Hagen 2008; v. Hagen 2002), ya que los restos arqueológicos, especialmente la arquitectura pétrea, no tienen antecedentes en el territorio ocupado. Los tres asentamientos más antiguos (Amtia, Tosán y Lámud Urco), identiicados en nuestro área de investigación entre los rios Jucusbamba y Utcubamba (Provincia de Luya, Departamento Amazonas) presentan solamente restos de construcciones 243 interior de las viviendas durante la duración de su utilización (Gaither et al. 2008; Koschmieder 2012; Narváez 1996 b). 4) La posible relación de la idioma Chachapoya con las lenguas de la selva amazónica que proponen varios lingüistas (Rivet 1949; Torero 1989; Zevallos 1982). 5) El mismo signiicado de ciertos símbolos, como p.ej. los zigzag que representaron las serpientes en la “cultura arqueológica” Chachapoya (Koschmieder 2012; Lerche 1995) y en la simbología de algunos grupos amazónicos (históricos), como p.ej. de iliación jivaro (Karsten 1935: 493). 6) La presencia de productos de la selva baja en sitios Chachapoya (Bjerregard 2007; Koschmieder 2012; v. Hagen 2004) que son indicadores para estrechos contactos con grupos de la Amazonía. Los animales de la selva baja fueron representados frecuentemente en la cultura material (como un caimán en un dintel de madera – Lerche 1995: 70) o en las pinturas rupestres Chachapoya (como un mono – Koschmieder 2012: 127). de madera, barro y paja (Koschmieder 2012: 36). La cerámica Chachapoya tampoco muestra una continuación o inluencias de tipos anteriores. Las formas, la decoración y la pasta no coinciden con la cerámica precedente, denominada tipo Tosán. Nuestros fechados de radiocarbono demuestran que la cerámica Tosán fue producida desde los inicios del Intermedio Temprano hasta la llegada de los Chachapoya (Koschmieder 2012: 36-37), es decir entre los años 0 y 1000 D.C. La pasta (p.ej. caolin para ceramios inos con decoración “rojo sobre blanco”) y las formas (p.ej. cucharas y vasijas tripode) guardan similtud con las de grupos serranos hacia el suroeste, especialmente con los de Cajamarca. Con la llegada de los Chachapoya la ocupación Tosán terminó en forma abrupta, lo que sugiere el desplazamiento o el aniquilamiento de los grupos autóctonos por parte de los invasores. Según los 19 fechados de radiocarbono disponibles para sitios habitacionales y funerarios la inmigración de grupos Chachapoya en nuestro área de investigación sucedió a partir de 1000 D.C. (Koschmieder 2012: 42-43). Los resultados de la antropología física indican que desde el inicio del movimiento migratorio los grupos heterógenos Chachapoya se enfrentaban entre ellos. Probablemente esto se deba a rivalidades políticas o a la escasez de los recursos naturales y tierras de cultivo a causa de la geografía accidentada. No descartamos otros motivos, como enfrentamientos para ganar prestígio y fama ante congéneres o enemigos. Un testimonio de los conlictos bélicosos es la gran cantidad de restos óseos con fracturas y la presencia de cráneos trepanados y escalpados en los contextos funerarios (Jacobsen et al. 1986-87; Koschmieder 2012; Koschmieder/ Gaither 2010; Nystrom 2004; Ruiz 2013; Toyne 2011). Pensamos en una procedencia amazónica por las particularidades que caracterizaban algunos grupos de la selva baja: 1) La práctica de la caza de cabezas trofeo (Koschmieder 2012; Koschmieder/Gaither 2010), también realizada por grupos de iliación proto-jivaro, que vivían hacia el norte (p.ej. los Paltas) y noreste del territorio Chachapoya (Taylor/Descola 1981). 2) La construcción de viviendas de planta circular u ovalada con techos cónicos de maderos y paja, adaptadas a los paisajes montañosos (Koschmieder 2012; Narváez 1988, 1996 a y b). 3) La costumbre de enterrar a los muertos en el Territorio norte vs. territorio sur La presencia de varios grupos Chachapoya se maniiesta en primer lugar en las diferentes prácticas funerarias registradas, en la producción de diferentes tipos de ceramica y en el uso de símbolos distintos en la cultura material. En base a los resultados de las investigaciones durante los últimos años podemos hablar de dos macro-regiones Chachapoya (Fig. 1): En el territorio sur destacan mausoleos decorados de varios pisos, mientras que en el norte abundan sitios con sarcófagos de apariencia antropomorfa. En el sur la cerámica es burda y lleva una decoración aplicada, mientras que en el norte predomina una cerámica pintada, denominada tipo Chipuric o Kuelap Pintado Alisado (Reichlen/Reichlen 1950; Ruiz 2009 a [1972]). En el sur las estructuras circulares muestran frisos igurativos y en forma de grecas escalonadas, mientras que en el norte presentan una decoración en forma de rombos. Solamente el zigzag, la chakana (o cruz andina) y los circulos concéntricos aparecen en todo el territorio y constituían símbolos universales de la tradición Chachapoya (Koschmieder 2012). En la arquitectura, en las pinturas rupestres y en la cultura material de cada macro-región se observan otras diferencias que relejan que la cultura Chachapoya fue integrada por un mayor número de grupos étnicos o lingüisticos, 244 lo que conirman las fuentes históricas de los cronistas españoles. El historiador Wademar Espinoza (1967: 232) menciona 22 subgrupos Chachapoya, pero en su lista aún faltan grupos importantes como los Chilchos y los Chillaos. Dentro de nuestro área de investigación (Provincia de Luya) se registraron también dos docenas de asentamientos con ediicios de forma semicircular (Koschmieder 2012: 70). Generalmente se ubican en ila en las bases de los acantilados con sus recintos adosados a la roca natural. Para su construcción se escogieron lugares secos, escondidos y de difícil acceso, probablemente por razones estratégicas. No fueron mausoleos o graneros como postula el arqueólogo Kauffmann-Doig (Kauffmann 2009: 169-170; Kauffmann/Ligabue 2003: 329-332), debido a que muestran rasgos típicos de unidades domésticas (banquetas, fogones, batanes), aunque sitios como Pueblo de los Muertos si están asociados con sitios funerarios cercanos. Los recintos, en parte decorados con frisos en bajorrelieve (Kauffmann/Ligabue 2003: 330-331; Koschmieder 2012: 77, 123, 141), deben haber servido como residencias temporales y espacios de trabajo durante la preparación de las ceremonias mortuarias. Asentamientos residenciales Los asentamientos residenciales Chachapoya, llamados llaqta, se ubican principalmente en las cumbres de las montañas y presentan entre 15 y 600 recintos circulares u ovaladas (Koschmieder 2012: 65; Lerche 1986: 146; Narváez 1988, 1996 a y b; Schjellerup 2005: 369). La construcción de las llaqta en las alturas obedece en primer lugar a las condiciones climáticas favorables (Lerche 1986: 150; 1996: 42). Las bajas temperaturas permitían el almacenamiento y la conservación de los productos alimentícios, como el maíz y la papa. Por lo general, los centros de población carecen de patios públicos y edifícios imponentes de carácter ceremonial. La arquitectura parece uniforme y todavía no se han identiicado residencias de élite. Los ediicios circulares, levantados con piedras calizas o areniscas, muestran un diámetro de 4 a 8 m (Koschmieder 2012: 65; Narváez 1988: 122; Schjellerup 2005: 370) (Fig. 2). Descansan sobre una terraza artiicial o un embasamento semicircular, el cuál fue adornado con un friso geométrico, dispuesto en forma horizontal (Bonavía 1968; Lerche 1986, 1995; Narváez 1988, 1996 a y b; Schjellerup 2005). Originalmente los ediicios fueron cubiertos con techos cónicos de maderos y paja, como demuestran fotos y ilustraciones de estructuras todavía habitadas hasta el siglo XX (Langlois 1939; Werthemann 1892; Wiener 1884). Por lo general los recintos presentan un solo acceso y carecen de ventanas. El espacio interior de las viviendas nunca fue subdividido en ambientes menores con muros. Rasgos, encontrados en el interior de las estructuras circulares, incluyen banquetas, canales de desagüe, cámaras subterráneas, batanes, manos de moler, deshechos orgánicos, fogones y, frecuentemente, la presencia de entierros simples, depositados en una posición fetal debajo del nivel de los pisos (Gaither et al. 2008; Koschmieder 2012; Lennon et al. 1989; Narváez 1996 a y b; Schjellerup 2005; Thompson 1974, 1976). Las cámaras subterráneas juegan un rol importante en la interpretación del “asentamiento fortiicado” de Kuelap, la obra más monumental de los Chachapoya. Prácticas funerarias La uniformidad de la arquitectura residencial nos deja pensar que las sociedades Chachapoya fueron casi egalitarias (acéfalas) con poca estratiicación social, pués hasta la fecha no se han identiicado residencias de élite. Algo similar sucede con la arquitectura funeraria. La forma de enterrar a los individuos en sus viviendas, en cuevas, en chullpas (mausoleos de varios pisos) o en sarcófagos de apariencia antropomorfa fue un patrón común entre las diferentes poblaciones Chachapoya, pero las últimas investigaciones en Luya revelaron también algunas formas de sepultamiento, reservadas para personajes de un rango social mayor (Koschmieder/Gaither 2010). Los sarcófagos antropomorfos se encuentran exclusivamente en la provincia de Luya, (Kauffmann/Ligabue 2003; Koschmieder 2012; Koschmieder/Gaither 2010). Al igual que las chullpas decoradas fueron levantados en lugares casi inaccesibles de los acantilados. Las iguras, en su gran mayoría elaboradas de piedra y barro, se ubican solas o agrupadas debajo de rocas sobresalientes (Fig. 3). Por lo general se encuentran alineadas sobre estrechas repisas naturales, pero algunas fueron colocadas sobre amplias plataformas artiiciales, decoradas con pinturas o frisos en forma de zigzag (Koschmieder 2012: 60-64). Los sarcófagos contienen los restos mortales de ambos sexos y todas las edades, enterrados 245 en una posición fetal (Koschmieder/Gaither 2010: 10, 30), aunque se identiicaron también contextos secundarios con “paquetes” de huesos largos amarrados con soguillas. Los sarcófagos de los hombres y de las mujeres se distinguen por su isonomía pronunciada y por los objetos de metal, representados en la parte superior de algunas iguras. De la misma manera en una pintura mural del sitio de Kacta los hombres llevan un pectoral y las mujeres dos tupus colgantes a la altura del pecho (Koschmieder 2012: 108-109). Unos pocos sarcófagos de mayor tamaño, elaborados de cañas y barro, pertenecían a personajes masculinos de un rango social mayor, probablemente guerreros. Las iguras, como las de Karajía, están decoradas con dibujos que representan genitales masculinos y en la punta de su máscara destaca la presencia de un cráneo humano o de una cabeza de miniatura de arcilla (Kauffmann/Ligabue 2003; Koschmieder 2012: 59; Koschmieder/Gaither 2010: 3132). Interpretamos estos hallazgos como las cabezas trofeo de los adversarios vencidos. Nuestras investigaciones en abrigos rocosos de Luya revelaron otros contextos funerarios de probables guerreros (Koschmieder 2012; Koschmieder/Gaither 2010). Las tumbas se ubican debajo de grandes rocas y están asociadas a pinturas de personajes con tocados que presentan símbolos de jefes de guerra, como “bastones de mando con cuchillos” y porras en forma de círculos con punto. Destaca la representación de un “degollador”, el cuál sujeta un cuchillo en la mano y en la otra una cabeza seccionada (Koschmieder 2012: 54; Koschmieder/Gaither 2010: 25). Los esqueletos de los hombres, registrados en abrigos rocosos de Luya, presentan fracturas y oriicios de trepanación en sus cráneos (Koschmieder/Gaither 2010: 15-27). Fueron enterrados con ajuares funerarios especiales, que incluyen cuencos de cerámica, cuentas de collar, objetos metálicos de cobre y plata y caracoles marinos. Los individuos con “bastón de mando y cuchillo” aparecen especialmente en escenas de la cacería de cabezas trofeo (Fig. 4), donde decapitan individuos o llevan cabezas en sus manos (Koschmieder 2012: 112-113; Koschmieder/Gaither 2010: 25, 29). La caza de cabezas trofeo fue común entre los grupos Chachapoya como recalca una cita del cronista Martin de Murúa: “...los Chachapoya tomaron las cabezas de Chuquis Huamán y demás indios principales que habian muerto, y las pusieron en las puertas de sus casas por trofeo e insignia de su valentia...” (Murúa 2001 [1611]: 150). La organización socio-política La identiicación de personajes de un rango social mayor en las pinturas rupestres y en ciertos contextos funerarios permite caracterizar la estratiicación social al interior de las sociedades Chachapoya. Los rasgos arqueológicos indican la presencia de jefes de guerra, a la vez que una ausencia de autoridades políticas. Esta particularidad también es conocida entre algunos grupos amazónicos históricos (Karsten 1935; Taylor/ Descola 1981). Sin embargo, las fuentes etnohistóricas nos informan que los diferentes grupos Chachapoya se organizaron durante la hegemonía Inca en curacazgos autónomos de variable complejidad y tamaño (Espinoza 1967; Lerche 1995). El poder fue compartido por dos curaca, uno con poder político y el otro estrechamente ligado con asuntos bélicosos. Desconocemos si este orden dual existió antes de la llegada de los Inca. Queda todavía una interrogante: Como pudieron los Chachapoya realizar obras monumentales como el “asentamiento fortiicado” de Kuelap? Para su construcción fue necesario diseñar el complejo y movilizar mucha mano de obra. Esto deja suponer que existió una confederación de curacazgos o una forma de sociedad centralizada y por lo tanto una tendencia hacia la constitución de una Figura 4. Pinturas rupestres de Lengate-Chichita con escena de caza de cabezas trofeo (Provincia de Luya) 246 Consideraciones inales macro-organización más compleja (Lerche 1995). Al parecer entre 700 y 1000 D.C. hubo varios movimientos migratorios desde la selva baja hacia la sierra y “ceja de montaña” (Guffroy 2004; Koschmieder 2012). Las inmigraciones sucedieron de forma casi simultánea, pero desconocemos las causas, quizás por las consecuencias de cambios climáticos (Colinvaux 1989), una presión demográica o guerras interétnicas. Al igual que en el caso de los Chachapoya la gran belicosidad de grupos como los Palta(-Bracamoros), los cuales practicaron la caza de cabezas trofeo, y el número superior de los beligrantes causaron el aniquilamiento o la fuga de los antiguos pobladores (Guffroy 2004: 181). También para los Palta, que se establecieron en un territorio amplio en la sierra sur del Ecuador (actual Provincia de Loja), se ha postulado un orígen amazónico y una iliación lingüistica jivaro (Guffroy 2004; Karsten 1935; Taylor 1988, 1991). Su sistema socio-político fue descrito como el modelo clásico jivaro de una sociedad acéfala con grupos heterógenos “temporalmente unidos alrededor de un jefe de guerra” y desprovistos de autoridades políticas (Taylor 1988: 61). A la llegada de los españoles los Palta (al igual que los numerosos subgrupos Chachapoya) se organizaron en curacazgos perfectamente cristalizados (Taylor 1988: 43), pero se supone que esta forma social fue introducida por los Inca. Los Palta compartían algunos rasgos culturales con los Chachapoya como la práctica de la caza de cabezas trofeo (Salinas de Loyola 1965 [1571]; Taylor 1988; Taylor/Descola 1981), el enterramiento dentro de abrigos rocosos, el uso de armas similares (p.ej. hondas y lanzas – Taylor 1988: 42) o la produccion de una cerámica con aplicaciones en forma de bandas onduladas (Guffroy 2004: 139, 181-182; Rostain/Geoffroy de Saulieu 2013: 131). Los Palta y los Chachapoya se asentaron en zonas altas y frias, se adaptaron a medios ambientales bastante diversos y empezaron a cultivar tubérculos y criar camélidos, es decir cambiaron radicalmente su modo de subsistencia. Si nuestras hipótesis respecto al orígen de los Chachapoya y de los Palta son exactas, estas poblaciones fueron descendientes de grupos amazónicos los cuales migraron entre 700 y 1000 D.C. hacia la sierra y “ceja de montaña”. El rol de Kuelap en el territorio norte de los Chachapoya Kuelap es el sitio más imponente en el territorio norte de los Chachapoya. Se ubica a una altura de 3000 msnm y cubre un área de 6 hectáreas. El muro de contención, que deine el contorno del sitio, alcanza una altura de 20 m. Las entradas principales conducen por callejones estrechos. El acceso hacia el interior del “asentamiento fortiicado” era estrictamente controlado. Encima de dos plataformas artiiciales se ubican 420 estructuras circulares y por lo menos un ediicio de carácter ceremonial (Narváez 1988, 1996 a y b). Casi todas las viviendas poseen cámaras subterráneas, revestidas con piedras y empotradas en el piso (Fig. 5). Son consideradas como almacenes para guardar los excedentes de las cosechas. Los asentamientos hacia el norte de Kuelap carecen de estos depósitos, pues por su emplazamiento a alturas menores de 2500 msnm, donde las temperaturas elevadas no permiten el almacenaje de los productos agrícolas. Para almacenar tubérculos es imprescindible disponer de un ambiente frio que evite la germinación, hongos y parásitos. Es de suponer que los diferentes grupos étnicos del territorio norte se aliaron para buscar una respuesta al problema del almacenamiento de alimentos. Al parecer la escasez de víveres en tiempos de crisis provocó enfrentamientos entre los diferentes grupos Chachapoya. Con la construcción de Kuelap crearon un lugar donde los productos básicos fueron administrados y redistribuidos centralmente. Durante las crisis alimentarias los habitantes o administradores de Kuelap distribuyeron los alimentos básicos a los necesitados y defendieron el lugar durante la incursión de grupos hóstiles, acostumbrados a asaltar para asegurar su subsistencia. Mientras en el territorio norte la administración de los productos agrícolas fue centralizada en Kuelap, en el territorio sur cada asentamiento residencial estaba equipado con sus propias cámaras de almacenaje (p.ej. Schjellerup 2005: 338-339; Thompson 1974: 121-122, 1976: 99100), ya que se ubicaron en zonas frias encima de 3000 msnm. Kuelap no fue una fortaleza en toda la extensión de la palabra (p.ej. faltan parapetos), sino el centro administrativo y ceremonial más importante en el territorio norte de los Chachapoya. 247 Bibliografía Humanarum Litterarum, VII-1, Helsingfors, Finlandia. Kauffmann Doig, F. , 2009, Constructores de Kuélap y Pajatén – Los Chachapoyas. Centro de Investigaciones Turismo Kuelap S.A., Lima. Kauffmann Doig, F. y. G. Ligabue, 2003, Los Chachapoya(s) – Moradores Ancestrales de los Andes Amazónicos Peruanos. Universidad Alas Peruanas, Lima. Koschmieder, K., 2012, Jucusbamba – Investigaciones Arqueológicas y Motivos Chachapoya en el Norte de la Provincia de Luya, Departamento Amazonas, Perú. Tarea Asociación Gráica Educativa, Lima. Koschmieder, K. y C. 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El criterio para deinir el estado de conservación de las rocas y de los grabados rupestres, se basa en la observación directa de ellas en el campo. La deinición de la cronología, ubicada en la época prehispánica es muy genérica, pero encaja en la propuesta, porque estas manifestaciones están muy distantes en el tiempo de los ocupantes históricos en la zona, es decir los Shawis, quienes podrían o no ser los descendientes directos de los pobladores rupestres del Paranapura (Rivas 2003). Determinar la cronología absoluta de estos vestigios pasa por cruzar resultados de análisis estratigráicos, análisis arqueobotánicos, análisis geoarqueológicos, fechados absolutos de la patina y/o fechados C14/AMS de los vestigios asociados a las rocas petroglifos. Las siete rocas petroglifos, y sus iguras rupestres, fueron reproducidas a escala 1/10. La reproducción de los grabados rupestres de estas siete esculturas, que presentamos en esta publicación, tienen un margen de error de hasta 5% respecto a los dibujos reproducidos en el papel milimetrado de las mangas de plástico calcadas de las rocas; los mismos que se concentran más en los dedos de pies de humanos y las patas y picos de los animales. Este margen no es relevante para los objetivos de este trabajo, pues se proyecta a una interpretación global del arte rupestre. La descripción de las rocas petroglifos y grabados rupestres se basa en las notas de campo tomadas el 2000 y 2011. Son tantos los grabados rupestres que se identiicaron a través de los calcos, que quizá algunas iguras se nos hayan escapado de identiicarlas y/o exponerlas o describirlas a detalle de manera individual en Introducción Hasta la fecha se tiene identiicado y registrado 50 monumentos arqueológicos prehispánicos en la cuenca del río Paranapura, pero existen muchos más. Entre ellos tenemos 12 asentamientos arqueológicos, 25 rocas petroglifos (dos de ellas también rocas talleres líticos), y 13 rocas talleres líticos. De este conjunto importante de vestigios arqueológicos, siete (07) rocas petroglifos distribuidas en la cuenca del río Armanayacu, tributario del Paranapura son materia del presente artículo. Es menester concentrar esfuerzos para la publicación de un libro sobre las rocas petroglifos y rocas talleres líticos del Paranapura, pues son más de 1000 grabados rupestres y decenas de huellas de talleres líticos que ellas contienen. Estas siete rocas petroglifos fueron reportadas el 2000. Luego, el 2011, tres de ellas fueron nuevamente registradas, y ubicadas a nivel de coordenadas UTM. El 2000, cuando realizamos el trabajo pionero en esta zona no contábamos con GPS apropiado para captar sus coordenadas. Algunas medidas de estas rocas presentadas en el Informe de la investigación del 2000 (Rivas 2001), diieren algunos centímetros con la presentadas en este trabajo, pero estas diferencias que están dentro del margen de error, no alteran el contenido de la investigación. Denominamos bloque errático a las piedras pequeñas y medianas que presentan formas boleadas originadas naturalmente por el desplazamiento rotativo a lo largo de su historia geológica. Son bloques remanentes las rocas que tienen una posición ija en el terreno desde su origen emergente in situ. Estas conceptualizaciones fueron deinidas 251 profesionales, bajo el asesoramiento de la Dra. Ruth Shady Solís, volví a realizar otro estudio arqueológico en la cuenca del río Paranapura, también con el auspicio de la Municipalidad Distrital de Balsapuerto, descubriendo otras 7 rocas petroglifos, materia del presente documento, esta vez en la cuenca del río Armanayacu (algunos lo denominan quebrada). En esta labor fue de gran ayuda la participación mi colega y amigo de aula universitaria, Leonel Hurtado Benites, y también la de mis amigos y colaboradores Shawi (Rivas 2001). El 2011 volví a visitar el distrito de Balsapuerto en dos oportunidades, a solicitud de la Municipalidad Distrital de Balsapuerto y la ONG Terra Nuova. La primera visita lo realicé en compañía de colaboradores Shawi, y la segunda con el Dr. Guiseppe Oreici y 3 arqueólogos de su equipo, además de media docena de hermanos Shawi. En ese año volvimos a rencontrarnos con varias rocas petroglifos descubiertas en 1999 y 2000, pero descubrimos además nuevas rocas petroglifos (2011a, 2011b). En los informes inéditos que elaboré, así como en otros documentos publicados, señalé que aún amerita continuar con las investigaciones a nivel de excavaciones arqueológicas, tarea pendiente aún. este trabajo, lo cual nos permitimos la licencia de acceder a las consideraciones del público lector. Nos amparamos en esta justiicación, porque en esta oportunidad nos hemos concentrado en interpretar el conjunto de los grabados rupestres, buscando descifrar los fenómenos sociocultural y ambiental que emerge de la interpretación global del conjunto de grabados rupestres de las siete rocas petroglifos. Finalmente, la reproducción de estas siete esculturas nos ha sido de valiosa ayuda para interpretar el contexto general de los grabados rupestres, relacionando los motivos plasmados en las rocas (iguras humanas, aves, batracios, rostros humanos, pisadas humanas, pisadas de felinos, “caídas de lluvia”, etc.), y la ubicación de estos motivos en el contexto tridimensional de la misma roca: relieve (relieve plano, relieve inclinado, convexo, cóncavo, erosión o alteración natural), posición (techo, frontis), y elevación (inferior, superior). Antecedentes Desde que ingresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en 1995, en la Escuela Profesional de Arqueología, de la Facultad de Ciencias Sociales, me gustaba visitar las distintas facultades repasando las noticias que publicaban en sus periódicos murales. En 1998 vi por primera vez una foto de la roca petroglifo Casa de Cumpanamá, en un biombo de la facultad de Geología de mi alma mater. La fotografía había sido tomada en 1997 por José Sánchez Yzquierdo, durante su investigación de campo para su Tesis de Ingeniero Geólogo por la UNMSM (1998), y publicada en el Boletín N° 103 del Instituto Geológico y Metalúrgico (1998?). Pepe Sánchez, a quien conocí en esas circunstancias, me facilitó los datos de localización de este petroglifo, en el distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. Luego, gracias a mi hermano Salomón Rivas Panduro, que por esos años ya vivía en Yurimaguas, me contacté con el Alcalde de Balsapuerto, Lic. Nazario Luis Peña Panduro, quien accedió a inanciar los primeros estudios arqueológicos en Balsapuerto (Rivas 1999, 2000 ). En 1999 descubrimos 7 asentamientos arqueológicos y 12 rocas petroglifos en la cuenca del Cachiyacu (Rivas 1999, 2000 a, 2000 b, 2001, 2003), gracias a la colaboración y guiado de nuestros hermanos Shawi. El 2000, como parte de mis prácticas pre Ubicación geográica, política y cultural El Armanayacu es un río de agua negra que nace en la Amazonía y corre en orientación suroeste – noreste hasta desembocar al río Paranapura, el que a su vez entrega su agua clara al río Huallaga. Políticamente pertenece al distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto; culturalmente, es parte del territorio ancestral de la etnia Shawi, perteneciente a la familia lingüística Kawapana (Cahuapana) (Solís 2003; Mayor et al 2009). El Armanayacu sigue un rumbo paralelo al río Cachiyacu de agua clara. Ambas cuencas presentan isiografía de terrazas medias y altas, cuya cota en promedio supera los 200 m.s.n.m. Además del divortium acuarium, el Cachiyacu y el Armanayacu están divididos por los montes aislados, que se aprecian nítidamente desde la comunidad nativa Puerto Libre, en la cuenca del Cachiyacu (Sánchez 1998: 27, 33), y también desde la comunidad nativa Nuevo Saramiriza, en la cuenca del Armanayacu, teniendo entre sus puntos más elevados la cima del cerro Santa Cruz, a 516 m.s.n.m. (Rivas 2011 b). Las rocas petroglifos que presentamos en esta 252 ocasión se distribuyen en micro-cuencas de las quebradas Cucharayacu y Porotoyacu, ambas de agua negra, por su origen en el llano amazónico. El Cucharayacu es tributario izquierdo del Porotoyacu, y este último es tributario derecho del Armanayacu. A su vez, el Armanayacu es alimentado por otras quebradas de aguas negras, una de ellas es el Macamboyacu, donde reportamos dos nuevas rocas petroglifos (Rivas 2011 b). Todas estas quebradas se caracterizan por presentar en su lecho abundantes cantos rodados de diversos tamaños, y rocas de diferentes dimensiones algunas de más de 10 m de largo o altura. Estas rocas también abundan en el interior del bosque. líneas curveadas y sinuosas asociadas a pisada humana, pisadas de felinos y un mamífero, posiblemente felino, con la boca muy abierta como si estuviera devorando su presa. Algunos laberintos sinuosos terminan encerrando círculos. Además hay una igura entera de ave con las alas desplegadas, un espiral que termina en cuatro líneas pequeñas, y la igura casi completa de un personaje antropomorfo (le falta una pierna) con los brazos levantados e inclinados en ángulo de 90° y manos abiertas cada una con cinco dedos, con el pene erecto, con vincha tipo “v” que podría representar dos plumas de aves, orejeras, y lo que parece ser un carcaj y cerbatana. Se tiene en total 9 iguras individuales: 1 personaje antropomorfo, 1 colibrí, 1 posible felino, 1 posible rosto humano, 1 pie humano con cinco dedos, 3 pisadas de felinos, y 1 espiral; y 6 iguras grupales, conformadas por las líneas sinuosas y laberínticas. Los grabados rupestres están distribuidos en dos sectores relativamente próximos. Un primer sector lo conforman, tanto en el techo ligeramente inclinado hacia el oeste y la pared lateral oeste de la roca, de arriba hacia abajo ligeramente en diagonal, el personaje antropomorfo, un posible rostro en medio de líneas arqueadas y cortas, y el colibrí dispuesto en la parte central de la roca, de 65 cm de alto y 60 cm de alas desplegadas, a 70 cm del suelo. El segundo sector de grabados se localiza hacia el extremo sur del techo y paredes lateral suroeste y sureste de la roca. Destacan en la parte superior del techo hacia el extremo sur, el espiral, las pisadas de felinos y las iguras sinuosas, y hacia la pared lateral sureste, parecen otras iguras sinuosas; mientras que en la pared lateral suroeste superior aparecen, de arriba hacia abajo, arriba, un grupo de líneas sinuosas y laberínticas, un pie humano con 5 dedos, y un felino estilizado con cola curveada hacia arriba y doblada en la punta, 50 cm del suelo. En este sector, en la base de una hendidura natural de la roca, hay también una igura antropomorfa, pequeña, con los brazos y piernas extendidas, pero que no logramos calcarlo por que en ese momento se nos había terminado la dotación de plástico (esta igura no la incluimos en la escultura porque no lo tenemos en físico entre nuestros calcos ni dibujos milimetrados a escala 1/10). Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Descripción de las rocas petroglifos y grabados rupestres 1. Porotoyacu 1 (NS-1) Otra denominación: Ninguna conocida. Localización geográica: Cuenca de la quebrada Porotoyacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): 0335168 E / 9346487 N; +- 7 m de error. Altitud (nivel del mar): 195 m.s.n.m. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. Ubicada a 75 metros del lecho izquierdo de la quebrada Porotoyacu, aluente izquierdo de la quebrada Armanayacu, la misma que entrega sus aguas al río Paranapura en la margen derecha. Se encuentra en el patrio de la vivienda de Feliciano Napo Pua, a unos metros de su yucal, y a 40 minutos de caminata desde la casa de Miguel Napo Pua. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: Es una roca de tamaño regular, de 4.3 m de largo x 3.5 m de ancho x 2.2 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión y Abrasión. Las pisadas de los felinos fueron reproducidas mediante la combinación de dos técnicas, primero percusión y luego abrasión, dándole el efecto de alto y bajo relieves. El resto de los grabados fueron hechos mediante percusión. El ancho de los surcos oscila entre 2.5 y 4.5 cm, y la profundidad entre 0.5 y 0.6 mm. Estado de conservación de la roca: Regular. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociada a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figuras de 253 Shawi: Desconocida. pendiente. Altitud (nivel del mar): Desconocida, pero está en el rango promedio de los 200 m.s.n.m.; es una tarea pendiente. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. A 200 metros al Oeste de la roca petroglifo Porotoyacu 1, y a unos 25 metros del lecho izquierdo de la quebrada Porotoyacu. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: 1.6 m de largo x 1.3 m de ancho x 0.7 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión y abrasión. Sólo los grabados de pisadas de felinos fueron reproducidos mediante percusión y luego abrasión, dándole el efecto característico de alto y bajo relieves. Los demás grabados fueron hechos por percusión. El ancho de los surcos pueden llegar hasta 5 cm, y la profundidad hasta 1.5 cm. Estado de conservación de la roca: Regular. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociado a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figuras de líneas curveadas que se conectan a círculos, círculos con punto central y líneas de doble espiral, asociadas a pisadas de felinos. Hay solo 1 igura grupal, conformada por los motivos descritos arriba, localizados a lo largo del lomo y parte superior de las paredes noreste y suroeste, y también en la pared superior noroeste hasta llegar al suelo. Entre los grabados se diferencias nítidamente hasta 4 huellas de pisadas de felino. Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Shawi: Desconocida. 2. Porotoyacu 2 (NS-6) Otra denominación: Ninguna conocida. Localización geográica: Cuenca de la quebrada Porotoyacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): No se tiene georreferenciación de la roca; es una tarea pendiente. Altitud (nivel del mar): Desconocida, pero está en el rango promedio de los 200 m.s.n.m.; es una tarea pendiente. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. A 25 metros al Sureste de la roca petroglifo Porotoyacu 1. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: 2 m de largo x 1.5 m de ancho x 0.6 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión. El ancho de los surcos oscila entre 1.7 y 3 cm, y la profundidad entre 0.3 y 0.8 mm. Estado de conservación de la roca: Buena. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociada a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figura antropomorfa compuesta por dos iguras humanas con los brazos abiertos lexionados en ángulo de 90°, simétricos, unidas a través de las extremidades inferiores. Junto a esta igura se tiene tres líneas cortas curveadas sin mayor deinición. Hay sólo 1 igura individual, el motivo antropomorfo, a 40 cm del suelo; y 1 igura grupal, conformada por tres líneas curveadas pequeñas, juntas entre sí, también a 40 cm del suelo. Todos estos grabados rupestres se localizan en la supericie liza e inclinada de la roca, con vista hacia el este. Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Shawi: Desconocida. 4. Cucharayacu 1 (NS-2) Otra denominación: Ninguna conocida. Localización geográica: Cuenca de la quebrada Cucharayacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): No se tiene georreferenciación de la roca; es una tarea pendiente. Altitud (nivel del mar): Desconocida, pero está en el rango promedio de los 200 m.s.n.m.; es una tarea pendiente. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. A 20 metros del 3. Porotoyacu 3 (NS-7) Otra denominación: Ninguna conocida. Localización geográica: Cuenca de la quebrada Porotoyacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): No se tiene georreferenciación de la roca; es una tarea 254 lecho derecho de la quebrada Cucharayacu y a 1 hora de la comunidad Nuevo Saramiriza. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: 5.9 m de largo x 4.9 m de ancho x 2.2 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión y abrasión. Todos los grabados de pisadas de felinos fueron hechos a percusión y abrasión, al igual que el resto de “moquetas”. Los demás motivos fueron trabajados a percusión. El ancho de los surcos oscila entre 4 y 5 cm, y la profundidad entre 0.8 y 1 cm. Estado de conservación de la roca: Buena. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociado a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figuras de líneas rectas y sinuosas variadas, algunas terminando o conectándose con un espiral, círculos, círculos con puntos, rostros antropomorfos, y todos en su conjunto asociados a pisadas humanas y pisadas de felinos. Predomina la estilización de un felino de cuya corona sale una línea sinuosa que se ramiica, y en uno de sus terminales se conecta con un rostro antropomorfo, junto al cual aparecer nuevamente las pisadas del felino. También encontramos una igura humana entera pero pequeña en comparación con el felino. Esta roca está asociada al ritual del in de muertes de felinos hacia las personas. Hay una sola igura grupal compuesta por más de 50 iguras individuales y varios sub grupos de motivos, predominando las líneas rectas largas diagonales unidas por otras líneas menos largas y perpendiculares, o empalmadas con iguras antropomorfas naturalistas (la niña de cabellos arqueados; pie humano que se convierte en cola de felino) o estilizadas, o geométricas, o curvilíneas formando laberintos, o sinuosidades. En esta trama de motivos aparecen individualmente 1 espiral, 1 huella de mano, y 8 pisadas humanas pequeñas, medianas y grandes de 4, 5, 6 ó 7 dedos, y demás iguras curvas y sinuosas pequeñas. Aparecen también 3 rostros humanos pequeños, cerca o adosados a las iguras sinuosas y laberínticas. Pero las iguras sinuosas y laberínticas no sólo se interconectan o se aproximan entre sí, sino que además terminan en manos de 3 dedos o pequeños espirales en medio o alrededor del cual se aproximan a las pisadas de los felinos, entre grandes, medianas y pequeñas de 3, 4, 5 ó 7 moquetas laterales. Todas estas iguras descritas se expanden a lo largo y ancho del techo inclinado de la roca, de unos 20° de pendiente, hasta llegar cerca o ser interrumpida por la vegetación arbustiva o humus de raíces gruesas y frescas. Siguiendo la forma de la roca, podemos dividirla en tres sectores: i) sector superior sureste, que es la parte más elevada de la roca; ii) sector medio superior sur, debajo y a un costado del anterior sector; y iii) sector del techo inclinado de la roca que empalma con los otros dos sectores. Destacan de manera clara dos motivos principales de los dos primeros sectores: el primero por la presencia de un felino estilizado, con dos colmillos expuestos, y de cuyas orejas y extremidades inferiores, a escasos 5 centímetros, se reproducen las moquetas del animal, y de cuya corona se conecta una línea prolongándose hasta el relieve inclinado de la roca. Junto a este felino hay una igura que parece representar la columna vertebral y tres pares de costillas humanas, y más allá hacia el extremo norte de esta cara de la roca, tenemos la composición de líneas que forman un par de brazos humanos lexionados hacia arriba formando un ángulo de 90°, cada uno terminando en manos con 5 dedos. En esta parte de la roca, al costado de las “costillas humanas” también aparece la igura de un canal alargado con hoyo circular profundo. Si comparamos la igura del felino, con la igura principal humana del segundo sector, notaremos 3 cualidades simbólicas de supremacía del felino sobre el hombre: i) el felino le dobla en tamaño al hombre; ii) el felino está estilizado y el hombre está naturalizado; y iii) el felino está arriba mientras que el hombre está abajo. Estas cualidades de supremacía tienen su explicación que será desarrollada más adelante. Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Shawi: Desconocida. 5. Cucharayacu 2 (NS-3) Otra denominación: Ninguna conocida. Localización geográica: Cuenca de la quebrada Cucharayacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): No se tiene georreferenciación de la roca; es una tarea pendiente. Altitud (nivel del mar): Desconocida, pero está en el rango promedio de los 200 m.s.n.m.; es una tarea pendiente. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. A 40 255 metros del lecho de la quebrada Cucharayacu, a 15 minutos de la casa de Faustino, y a 30 metros de la roca petroglifo Cucharayacu 1. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque errático, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: 3.2 m de largo x 2.9 m de ancho x 1.6 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión, para el conjunto de grabados rupestres, y percusión/abrasión para las “moquetas”. El ancho de los surcos varía entre 2 y 4.5 cm, y la profundidad entre 0.5 y 1 cm. Estado de conservación de la roca: Buena. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociado a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figuras de líneas curvas y sinuosas, algunas terminando en manos con tres dedos a cada lado, conectadas a líneas de doble espiral y asociadas a rostros humanos, pisadas humanas y pisadas de felinos. También hay una igura primatomorfa, de cruz espiralada, etc. Esta roca al igual que Cucharayacu 1, mantiene el patrón de una sola igura grupal, compuesta por más de más de 25 iguras individuales y varios sub grupos de motivos lineales sinuosos formando laberintos, terminando en medio espiral o espiral completo, envolviendo o empalmándose con otras iguras individuales, entre ellas 4 cabezas humanas, una con cabello corto y caída recta hasta la altura de la cara, 2 pares de extremidades superiores terminando en 3 ó 4 dedos, 1 palmada humana de 4 dedos, 1 brazo suelto con la mano abierta de 5 dedos, 1 igura humana con los brazos y piernas abiertas y lexionadas, siendo una pierna incompleta, 1 cruz espiralada, 7 pisadas humanas pequeñas, medianas y grandes, solitarias del lado derecho o izquierdo del pie, o pareadas a la misma dirección o en distancias proporcionales al de un paso, con 4 ó 5 dedos exageradamente abiertos y “deformados”, entre otros motivos, y asociadas al estas partes incompletas de cuerpos humanos, aparecen 10 pisadas de felinos, pequeñas, medianas y grandes de 4, 5, 6, 7 ó 14 moquetas laterales. Las pisadas y palmadas humanas son percutidas en su totalidad simulando ser las improntas ijadas sobre el suelo; esto mismo se repite en todas las pisadas y palmadas humanas de los demás grabados rupestres. Tomando en consideración la isiografía de la piedra y distribución de los grabados rupestres, esta roca se divide en dos sectores: i) sector superior y laterales oeste y este, de pendiente fuerte y moderada, respectivamente; y ii) el sector del frontis sur, de pendiente vertical. En el primer sector están la mayoría de los grabados rupestres descritos arriba. En el segundo sector, siguiendo el mismo patrón, los artistas reprodujeron rostros y brazos con dedos, en cuya línea terminal de un trazo casi se junta con la huella de una pisada humana. En este mismo sector aparece una igura delineada formando un elipse en medio del cual se dispone un canal alargado rematado en un hoyo circular de más de 2 cm de profundidad, acompañado a sus bordes por sendas hileras de pequeños puntos. La igura del canal alargado con hoyo circular profundo también aparece en el frontis del sector superior sureste de Cucharayacu 1, evidenciando un patrón predeterminado, pero en este último caso incompleto, pues no tiene el delineado elipsoidal ni las hileras de pequeños puntos. Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Shawi: Desconocida. 6. Cucharayacu 3 (NS-4) Otra denominación: Santa Sofía 1 (Fuente: Guiseppe Oreici). Localización geográica: Cuenca de la quebrada Cucharayacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): 0335639 E / 9347342 N; +- 5 m de error. Altitud (nivel del mar): 202 m.s.n.m. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. A 10 metros del lecho izquierdo de la quebrada Cucharayacu, dentro del yucal de Antonio Chanchari Huansi, y a 20 minutos de las rocas petroglifos Cucharayacu 1 y 2. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque remanente, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: 7.5 m de largo x 6.8 m de ancho x 5.6 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión y abrasión. Las iguras de cruz compuesta fueron trabajadas con la técnica mixta de percusión y luego abrasión, por ello su apariencia de alto y bajo relieve. El ancho de los surcos oscila entre 2.5 y 5 cm, y la profundidad entre 0.4 y 1.3 cm. Estado de conservación de la roca: Regular. En nuestra segunda y tercera visita a esta piedra, el 2011, encontramos marcas de pintura reciente 256 7. Cucharayacu 4 (NS-5) Otra denominación: Ninguna conocida. Localización geográica: Cuenca de la quebrada Cucharayacu, tributario del Armanayacu. Este último es aluente del río Paranapura, el que a su vez es tributario del río Huallaga. Coordenadas UTM (WGS84): 0334756 / 9348576 N; +- 9 m de error. Altitud (nivel del mar): 322 m.s.n.m. Ubicación política y geográica: Distrito de Balsapuerto, provincia de Alto Amazonas, departamento de Loreto. A unos 100 metros del lecho derecho de la quebrada Cucharayacu, y a una hora de la comunidad Nuevo Saramiriza. La roca petroglifo se encuentra en la pendiente de una colina. Territorialidad: Población indígena Shawi (Chayahuita). Tipo de roca: Bloque remanente, de arenisca. Medidas máximas y descripción de la roca: 11 m de largo x 8.6 m de ancho x 2.8 m de alto. Técnica de ejecución de los grabados rupestres: Percusión y abrasión. Todos los grabados de círculos concéntricos radiales, círculos compuestos, pisadas de felinos, motivo estilizado complejo, y batracio pequeño con hoyo central, fueron trabajados mediante la combinación de las técnicas de percusión y abrasión; el resto de grabados, que son muchísimos, fueron producidos mediante percusión. El ancho de los surcos y diámetro de los hoyos pueden llegar hasta 9 cm, y la profundidad hasta más de 2 cm, sobre todo en los alto y bajo relieve de los motivos con técnica de abrasión. Varias iguras naturalistas, de aves, batracios, reptiles, cérvido, mono, arácnidos, celestiales (sol, luna, estrella), rostros y iguras humanas, pisadas humanas, entre otras, fueron percutidas totalmente formando los motivos de sus formas corpóreas. También sobresalen las líneas punteadas simples, dobles, triples o formando grupos alargados horizontales o verticales, a los cuales los estamos llamando la estilización de las “caídas de lluvia”. Pero entre todos los grabados, los más logrados fueron la igura del batracio simétrico gigante de 1.5 m de largo x 1.2 m de ancho, a base de 343 hoyos; 28 para la extremidad superior derecha, 36 para la extremidad superior izquierda, 17 para la cabeza redondeada, 155 para el tronco, 38 para la extremidad inferior derecha, 42 para la extremidad inferior izquierda, y 27 para la cola corta. La explicación contextual de esta igura lo veremos adelante. Estado de conservación de la roca: Regular. La roca presenta algunas fracturas en varias partes del techo y paredes laterales. Cuando lo descubrimos, el 2000, la roca estaba cubierta hechas por los pobladores de la Comunidad de Santa Sofía, para marcar que esta piedra pertenece al territorio de su comunidad. En el futuro tendrá que haber un programa de educación patrimonial entre los Shawi, para evitar que las rocas petroglifos sean pintadas o grabadas encima. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociado a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figuras de líneas curvas y sinuosas asociadas a líneas punteadas, rostros humanos y espirales compuestos. Los espirales apuntan hacia el sur, lo que podría estar representando la estrella Cruz del Sur. Sobresale la igura primato/antropomorfa con oreja redonda, boca risueña, sexo masculino resaltado, brazos extendidos, en una de cuyas extremidades se une la igura de una cabeza humana, quizá una “cabeza trofeo”, mientras que en la otra mano sólo se tiene la silueta de lo que podría ser una segunda cabeza humana. Por la ubicación de los grabados rupestres, respecto a las paredes de la roca, éstos se distribuyen en dos sectores. En el primer sector, ubicado en el frontis sur, las iguras se concentran hacia la parte lateral medio superior de la zona más baja de la roca, teniendo como personaje principal a la igura primato/antropomorfa con varias cabezas humanas en los brazos y a su alrededor, y más arriba otras iguras geométrica y espiralada con terminal de tres segmentos pequeños. Arriba de este espiral, hacia el lomo de la roca mirando al sur, los artistas grabaron una cruz compuesta, seguida de líneas sinuosas y líneas punteadas simples y dobles ascendentes hasta la parte superior de la roca, debajo de estos puntos paralelos aparecen otras iguras diversas, entre ellas un hombrecito con las piernas abiertas y brazos extendidos hacia arriba, lexionados, formando ángulos de 90°. Y hacia el extremo superior, en la parte más alta y mirando también al sur se tiene una igura solitaria de cruz compuesta. En el segundo sector, se tiene hasta nueve iguras estilizadas, y líneas formando un cuerpo amorfo de algún mamífero o humano con cabeza, ojos y extremidades inferiores que terminan en tres dedos unidos entre sí. Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Shawi: Ninguna. 257 abajo, una larga línea punteada “caída de lluvia”, a base de 145 hoyos. Al interior del largo, hacia la parte inferior, dispone una igura antropomorfa con los brazos y piernas en movimiento ascendente, y al costado del lecho del canal (representando al río o quebrada), a 30 cm hacia la derecha, se expone imponente el batracio gigante a base de hoyos, escoltado por delante y por detrás, por dos batracios con largas colas arqueadas y doblada en punta de una de ellas; uno de los batracios está delante de su cabeza, y el otro está detrás de su cola, y ambos batracios se disponen con las extremidades inferiores abiertas y lexionadas para atrás, y las extremidades superiores también abiertas y lexionadas para adelante, guiando y siguiendo el ritmo del batracio gigante. El sector del frontis norte agrupa un conjunto de grabados rupestres hacia la parte inferior, pero más hacia la parte superior, entre las que iguran nítidamente 4 batracios pequeños y medianos, 5 aves pequeñas y medianas, iguras humanas, iguras geométricas encerrando hoyos de “caídas de lluvia”, conjunto de hoyos sueltos en hileras o agrupadas formando las “caídas de lluvia”, y una igura estilizada a base de líneas sinuosas compuestas en bajo y alto relieve, a 40 cm del suelo. En este sector aparece la igura solitaria del hacha de piedra tipo “T”, pero hay dos iguras humanas que toman protagonismo en la escena. Una de ellas es la igura humana ubicada a ras del suelo (la supericie del terreno tapó la parte inferior del personaje), con los brazos extendidos y lexionados hacia arriba, y manos con 4 dedos tocando la igura geométrica que encierra los hoyos de “caídas de lluvia”. El segundo personaje se ubica arriba de dos batracios, en el extremo superior del frontis justo donde empalma con el techo de la roca. Sus brazos y piernas están bien abiertos y rectos, y presenta una cabeza alargada. Sus brazos terminan en manos con tres dedos, dos de los cuales justo en el lomo donde empalman el techo y el frontis, dan inicio a una larga línea punteada doble y triple de más de 8 metros de largo a base de más de 400 hoyos “caídas de agua”, hasta llegar casi al extremo terminal superior de la roca que conecta con una fractura pétrea. En a mitad de la larga línea punteada doble, a 3.4 metros de su inicio, se emplaza pegado y paralelo en dirección al hombre, un “animal de tierra” con tres patas y muchos dedos, antenas y cola larga y doblada en la punta. En el sector del frontis sur, el de mayor completamente con hojarasca, ramas caídas y arbustos pequeños, y en las paredes verticales predominaba el musgo. Estado de conservación de los grabados rupestres: Regular. Hallazgo de cultura material en supericie asociado a la roca: Ninguno. Descripción de los petroglifos: Figuras naturalistas en abundancia hacia la parte superior de la roca y paredes laterales, sobresaliendo iguras zoomorfas como serpientes, aves, batracios y reptiles de varios tamaños y formas, entre otras especies de la fauna animal; iguras antropomorfas, pisadas de felinos, iguras estilizadas del sol, la luna, la estrella, una hacha tipo “T”, etc. Se impone ante todas, por su dimensión y técnica de elaboración, la igura de un gigante batracio a base de percusiones punteadas, animal que está asociado a un conjunto de iguras, entre ellas dos batracios pequeños, uno delante y otro detrás, y un canal largo y curveado que bordea paralelo al batracio gigante siguiendo la pendiente de la roca, y en cuyo interior y casi a la mitad del canal, aparece una igura antropozoomorfa como si estuviera avanzando hacia arriba. En base a la isiografía de la piedra y distribución de los grabados rupestres, esta roca se divide en tres sectores: i) Sector superior del techo de la roca, con ligera pendiente; ii) sector del frontis norte, de pendiente vertical; y iii) sector del frontis sur, de pendiente vertical. En total se ha contabilizado más de 170 iguras individuales y una decena de motivos agrupados por líneas sinuosas irregulares, algunas entrecruzadas. El sector superior del techo de la roca es la que concentra la mayor cantidad de iguras, entre rostros humanos, cruz compuesta, aves pequeñas medianas y grandes, círculos concéntricos dobles y triples, mono, cérvido grande, espirales con “tres dedos”, líneas sinuosas con “tres dedos”, igura humana incompleta junto a pisadas de felinos, más pisadas de felinos, dos sol, la luna, grupos de hoyos formando “caídas de lluvia”, el batracio gigante a base de hoyos, más batracios pequeños a base de líneas, entre otras iguras sinuosas, estilizadas o indeterminadas. En medio del techo de la roca, los artistas reprodujeron a percusión un largo canal o “lecho de río o quebrada” que corre de oeste a este ligeramente curveada, siguiendo la pendiente natural de la roca, de más de 5 metros de largo x 16 cm de ancho y 1.6 cm de profundidad máxima, en cuyos bordes se disponen contorneándolo, de arriba hacia 258 inalidad: practicar rituales de petición de cese de los asesinatos de los felinos a humanos. Por ello la recurrencia de pisadas de felinos, asociadas a caminos o trochas a base de líneas rectas, sinuosas y laberínticas (Porotoyacu 1, Porotoyacu 2, Porotoyacu 3, Cucharayacu 1, Cucharayacu 4), pisadas o palmadas humanas, rostros humanos, cuerpos humanos seccionados o partes incompletas de cuerpos humanos o esqueletos humanos (Porotoyacu 1, Porotoyacu 2, Porotoyacu 3, Cucharayacu 1, Cucharayacu 2, Cucharayacu 3, Cucharayacu 4), iguras humanas minimizadas en tamaño en comparación a la del felino, ubicación estratégica del felino arriba del hombre, y estilización del felino sobre la naturalización de la igura humana (Cucharayacu 1). Estos grabados rupestres no hacen sino reconirmar los datos de las fuentes etnohistóricas presentadas por el historiador peruano Waldemar Espinoza Soriano, quien señala que una de las razones de la fortiicación de los poblados de cultura Chachapoyas fue para protegerse de los ataques de estas ieras (Espinoza 1967: 234). Testimonio de ataques y asesinatos de felinos a personas lo encontramos también en los escritos del misionero José Amich, allende la segunda mitad del siglo XVII: “… cuando nosotros estábamos en Sarayacu, en cuya época uno de estos tigres se llevó a una muchachita; pero a los gritos de la víctima acudió una tía suya y a garrotazos obligó a la iera a soltar su presa, mas como le había atravesado ya el cráneo con los dientes o uñas, murió la infeliz a las pocas horas”. (Amich [1988]: 390-1). Del P. Manuel J. Uriarte, también hacia la segunda mitad del siglo XVII, tenemos también varias referencias sobre ataques y muertes de felinos a humanos, cuyas líneas transcribimos para mayor ilustración: “…Después que hirió [el jaguar] a un indio y éste me vino ensangrentado todo y yo le curaba…” (p. 106); “… con el miedo de tigres era menester acompañar con escopeta a tal cual son a la chagra, que cosa de pesca y caza no había…” (p. 106); “… y como ya de noche el otro no llegase, fueron a llamarlo; buscaron y lo hallaron muerto por un tigre, que le comió la cabeza y cara…” (p. 119); “Tomó mi consejo, y a los dos meses volvieron todos menos uno, a quien había comido un tigre…” (p. 237) (Uriarte 1986). El poder destructivo de estos felinos llevó a su divinización por el hombre. Esta cualidad divina del felino fue estudiada ampliamente por Julio C. Tello, en base de mitos amazónicos continentales, para explicar la igura del jaguar en la cultura serrana Chavín de la época formativa. elevación, desde la parte media inferior hasta el extremo superior, se emplazan muchas aves, iguras humanas y batracios, todos erguidos y en una posición deinida: las aves con los cuellos levantados, y los humanos y batracios con las extremidades inferiores abiertas y lexionadas, y las extremidades superiores también lexionadas pero extendidas hacia arriba. Algunas aves están con la boca muy abierta, pero en otras no se aprecia la cabeza porque la erosión de la roca los ha carcomido. Acá también aparecen algunas líneas largas, sinuosas con las puntas dobladas, líneas laberínticas, o líneas con quiebres rectos formando ángulos de 90°, entre cuyas iguras se disponen nuevamente las líneas punteadas “caída de lluvia”, en ilas simples, dobles, formando conjuntos o entre las líneas redondeadas. Además se tienen un rostro humano, y una palmada humana con 5 dedos, y otra más grande y alargada con 7 dedos, y la huella muy bien deinida de una pisada humana con 5 dedos. La igura humana más grande, de 0.85 m de altura, muestra su sexo femenino, y la otra igura humana también grande ha quedado borrada por la erosión de la roca. Se observa nítidamente también, en este sector, varias iguras estilizadas, superpuestas entre sí, que marcan diferentes momentos de la producción de los grabados rupestres. Pero, en general, para el conjunto de las 7 rocas petroglifos, todos los grabados rupestres marcan una producción deinidamente integradas en su totalidad por un mismo grupo social en un tiempo histórico largo. Por ahora no nos detendremos en identiicar las familias o especies del mundo animal presente en los grabados rupestres; esto será tarea para una publicación futura de la totalidad de las rocas descubiertas hasta la fecha en la cuenca del río Paranapura. Escala: 1/10 (1 cm de la escultura = 10 cm del tamaño real de la roca y grabados rupestres). Cronología: Época prehispánica. Denominación de la roca petroglifo en idioma Shawi: Ninguna. Interpretación del contexto sociocultural y ambiental Dos rocas petroglifos y sus grabados rupestres han sido la clave para nuestras interpretaciones: Cucharayacu 1 y Cucharayacu 4. Cucharayacu 1 es la roca petroglifo que nos conlleva a interpretar que los artistas plasmaron el conjunto de grabados rupestres con una 259 6000 y 4000, entre 2700 y 2100, en 1500, 1200, 700, y 400 antes del presente (Zucchi 2010: 115) . Fenómenos rituales pidiendo lluvia o relacionado a la lluvia, asociado al batracio lo encontramos en muchos estudios sudamericanos, contemporáneos o históricos, especialmente en los Andes, (Dudan 1951; Gerol 1961; Gómez 1969; Legast 1987; Lucena 1970; Metraux 1940; Reichel-Domatoff 1960; Rostworowski 1984), pero para el llano amazónico, esta temática, hasta donde conozco muy poco se ha abordado. También hemos recopilado en el territorio Shawi información que puede reforzar la hipótesis de la presencia de los batracios en los grabados rupestres de la cuenca del Paranapura, asociado a los rituales de lluvia. Son los “sapitos” los que saben llamar a la lluvia, y no las personas; y son los “sapitos” los que avisan cuando va a caer la lluvia. Aquí unas breves explicaciones que me enseño Miguel Napo Púa el 2000: “El huarira es de invierno, aparece cuando cae la lluvia; en verano no aparece. Cuando quiere llover huarira canta, así llama la lluvia”. “El ñañara es de invierno, cuando quiere poner huevo le llama a la lluvia. Pone huevo en la cocha, es muy pequeñito”. En síntesis, como si se tratase de un libro rupestre, estos grabados muestran el registro de los fenómenos socio cultural y ambiental que tocó vivir a las poblaciones de la cuenca del Armanayacu, en relación al felino, el rey de la selva antes y después de la llegada del poblador a la Amazonía, supremacía que culminó con la introducción de la escopeta por los misioneros; y, en relación a la escases de los recursos de su entorno, a causa de sequía(s); motivándolos en ambos casos a fortalecer sus relaciones sociales desarrollando prácticas rituales para salvaguardar la vida humana. En estos mitos narrados e interpretados por Tello se repite la constancia del ataque y muerte de los felinos a los hombres, y la venganza de éstos asesinando también a los felinos (Tello 1923). De los Shawis también hemos recopilado historias de ataques y asesinatos de felinos a humanos, sobretodo cuando aún no conocían la escopeta, arma que permitió al poblador amazónico superar en poder al jaguar. Lo interesante en las historias de los Shawis del Cachiyacu y Armanayacu, y Achuar, Huampis, descendientes Pinches y Quechuas de las cuencas del Pastaza y Morona, es la igura del yanapuma como el felino más temido por los asesinatos a las personas, y no el jaguar. Dicen que el yanapuma es una iera del tamaño de un ganado vacuno, y al decir de ellos, tiempo atrás solía devorar familias enteras tan sólo en un par de días. Esta información también lo encontramos en el misionero José Amich: “Los más feroces con los Yana-pumas (tigres negros), pero deben existir en muy corto número, pues rara vez se dejan ver” (Amich [1988]: 391). Cucharayacu 4 es la roca petroglifo que nos conduce a interpretar que los artistas plasmaron el conjunto de grabados rupestres con otra inalidad: Practicar rituales de petición de caída de lluvia en un ambiente de sequía, que atentaba con la vida humana, animal y vegetal. Por ello la gran recurrencia de iguras animales entre aves, cérvido, humanos, etc., así como la recurrencia de batracios asociadas a las fuentes de agua: quebradas o río (gran canal) y simbología de lluvias (líneas punteadas en conjunto sueltos, en conjuntos encerrados en líneas redondeadas, etc.). No puede haber justiicación de rituales pidiendo lluvia en un ambiente como el de la Amazonía actual donde la lluvia abunda, pero sí en un ambiente de sabana como el que ha experimentado la Amazonía por lo menos en varios episodios de tiempo durante el Pleistoceno Final, y Holoceno, es decir en los últimos 10 mil años. Estas sequías pueden ser por largo tiempo, o de corta duración como los veranillos que los experimentamos anualmente. A su vez, estas sequías pueden ser por varias causas, entre ellas el fenómeno de El Niño y las anomalías climáticas (Andrade 1986; Arntz et al. 1996; Bush 2004; Cavelier et al. 1995; Huertas 1993; Livigstone et al. 1980; Marengo 1998, 2001; Mora et al. 1991; Morales 1998, 2000; Morcote 2006; Aceituno 2010; Imazio et al 2010; Zucchi 2010; Neves 2011); habiendo ocurrido en Sudamérica estas fases secas entre Consideraciones inales Con excavaciones arqueológicas, interpretación estratigráica, fechados C14 o AMS, estudios geoarqueológicos y estudios palinológicos podremos conocer la antigüedad de los antiguos ocupantes del Paranapura, así como el paleoambiente de esta cuenca. Este artículo, va más allá de la descripción detallada de los motivos individualizados de los grabados rupestres, que suelen ensayar los investigadores rupestrólogos. Es un ensayo interpretativo global que me atrevo a desarrollar, buscando explicaciones socioculturales y ambientales que resultan del 260 conjunto de representaciones rupestres, de una parte, tomando como patrones la asociación felino-hombre, y batracio-lluvia-humanosotros animales, presentes en los petroglifos. A la vez, estas experiencias de vida de las antiguas poblaciones amazónicas de la cuenca del Paranapura, nos debe hacer relexionar sobre el respeto al medioambiente (bosque, agua, animales) que debemos tener los hombres para asegurar en esta perspectiva nuestra existencia. Arntz, Wolf E. y Eberthard Fahrbach, 1996, El Niño. Experimento climático de la naturaleza. Causas físicas y efectos biológicos. Fondo de Cultura Económica. México. Bush, Mark, 2004, 48,000 Years of Climate and Forest Change in a Biodiversity Hot Spot. Science Vol. 303: 827-829. Cavelier, Ines, Camilo Rodríguez, Luisa Fernanda Herrera, Gaspar Morcote y Santiago Mora, 1995, No solo de caza vive el hombre. 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Jordán Bejarano, Carlos Francisco, 2006, Proyecto de Evaluación Arqueológica en el área del Convenio N° 009-2004-FIP, entre el Fondo Ítalo Peruano y la Municipalidad de Balsapuerto, departamento de Loreto, del Agradecimientos Agradezco la oportunidad que me dieron las autoridades distritales de Balsapuerto, las autoridades comunales y los moradores de las comunidades nativas de las cuencas del Cachiyacu y Armanayacu, al permitirme ingresar a su territorio, enseñarme a caminar en el bosque, cruzar sus ríos, nadar en sus quebradas, conocer sus historias contadas por sus propios protagonistas, dormir en sus casas, invitarme a comer siqui sapa, inguiri, yuca cocinada, sopa de churo, etc. También debo la gratitud a los organizadores del III Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica: la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Ecuador), el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN) y el Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA); al Instituto Francés de Estudios Andinos por inanciar mi viaje a Quito, Ecuador, y de manera muy especial a Stéphen Rostain, por invitarme a participar como ponente en el este magno evento, y por todas las facilidades y cálida atención recibida. 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Belem: 113-136. 263 264 Simposio “Alta Amazonía” La arqueología y ele mito de origen de los Shipibo-Conibo de la cuenca del Ucayali, Perú Daniel Morales Chocano Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima ¿Quiénes son los Shipibo-Conibo? presente las prácticas del pasado en el día a día y establece la comunicación entre los vivos y los muertos al trazar los caminos que continúan trayendo los ancestros a la memoria” (Belaunde 2009: 44). También el bejuco o soga del ayahuasca es identiicada con la serpiente cósmica Ronin, es madre del ayahuasca y los ríos el origen de todos los diseños o kené, se dice también que el piripiri llamado waste en shipibo también es una manifestación de la anaconda ronin, ambas plantas ayahuasca y piripiri son usadas para visionar los diseños o kené, estos representan Los Shipibo-Conibo y también los Shetebo, pertenecen a un mismo grupo lingüístico Pano, y actualmente se ubican en la cuenca alta y media del río Ucayali. Son sociedades amazónicas en equilibrio con la naturaleza, viven desde sus antepasados en función de los ríos y lagunas de esta cuenca (Fig. 1), en este habitad hacen su vida diaria, encuentran su subsistencia, aquí están sus tradiciones, costumbres e ideología. Son hoy como ayer las “Culturas del Agua”, en donde el río es comparado a una gran serpiente llamada “Ronin” en lengua Shipibo y “Yacumama” en lengua quechua. Ronin está representada como motivo iconográico de manera geométrica y esquematizada en todos los artefactos pintados como la cerámica los tejidos, macanas y otros ornamentos ceremoniales como coronas. En la ideología, Ronin es la gran serpiente cósmica (Figs. 2 y 3), que tiene todos los diseños imaginables en su piel, esta serpiente mítica creó el universo y simboliza a dios, dicen que esta serpiente se sostiene fuertemente enroscada en las cuatro esquinas del universo, lista para atacar, al mismo tiempo es emblema de renacimiento e indica el camino hacia una nueva vida que debe tomar el espíritu humano para regresar a la tierra después de la muerte. Ronin el río es también comparado con el cielo, donde las estrellas pasan con sus canoas, dicen que allí hay también fuertes corrientes y también existen otros mundos. En la iconografía Shipibo-Conibo, hay también una gran cruz cuadrada, esta misma cruz está en el centro del cielo y representa la Cruz del Sur que domina el cielo durante los meses de sequía y es la puerta por donde ingresan los muertos al otro mundo (ig. 4). Según L.E. Belaunde, “El ani xeati ya no se lleva a cabo pero su recuerdo perdura y está inscrito en el diseño en cruz (corós kené), y el diseño del espíritu del ojo (vero yoxin) con el que las mujeres adornan actualmente sus chitones y artefactos a la moda actual. El Kene mantiene Fig.1. Mapa del territorio actual de los Shipibo-Conibo en la Cuenca del Ucayali 265 los caminos de las estrellas de la vía latía y los kené diseñados en la cerámica o telas para el vestido representa al cielo o universo, es decir se reproduce el universo o cielo en la tierra. Los diseños plasmados en los objetos no solo tienen un lenguaje cósmico, sino también tienen espíritu y cobran vida, así la ropa como la cushma de los hombres colgada en la casa, dicen que es como el mismo dueño que está allí y cuida la casa, tiene espíritu no puede ser tocada ni usada por otra persona, por eso, el lenguaje simbólico plasmado en los artefactos o vestidos, cobran vida desde el momento que está plasmada o pintados en un objeto sea este un ceramio, una canoa, la ropa, la macana, la lecha o la casa misma. Esta ilosofía es algo que está plasmada también en la iconografía de la Cultura Mochica que se desarrollo en la costa norte del Perú entre los años 100 a 600 d.C. donde las grandes escenas llamadas por los arqueólogos “la rebelión de los artefactos”, alude esta ideología, en donde los artefactos de guerra se convierten en seres humanos y capturan a los hombres. Esto es una segunda analogía que encontramos entre la iconografía de la Cultura Moche y la ilosofía de los Shipibo-Conibo. La primera fue entre la escena Mochica llamada “Combate Ritual” y uno de los ritos de encuentro entre dos personas rivales, que se hacen en la iesta de Ani-Shati, y que ellos los Shipibo-Conibo llaman “Probando las fuerzas” (Morales 2008). Indudablemente este pensamiento o ideología cognitiva de los Shipibo-Conibo y también los Shetebos, releja claramente la gran importancia del medio o habitad en donde ellos nacieron, surgieron y se desarrollaron como las culturas del agua. Toda ésta cosmovisión es suiciente razón para airmar que los Shipibo-Conibo y Shetebo tienen un alto desarrollo cognitivo del pensamiento, una gran ilosofía y un modo de vida en equilibrio con el cosmos del cielo la tierra y el agua de su medio ambiente amazónico, por ello no puede decirse que tienen un origen andino, sino más bien son plenamente de origen amazónico, pues ellos mismos explican sus orígenes como producto de la dinámica de este gran Río en la cual viven. La vida de estos grupos sociales de lengua Pano, también cambia al ritmo del río. En temporadas de crecientes, el río se desborda, inunda los bosques, cambia de curso, arrasa y destruye las poblaciones, con ello la economía se supervivencia decae, porque los peses que es la principal fuente de subsistencia se dispersan en las tierras inundadas del bosque, en donde tienen mucha comida y para el hombre es más difícil la pesca, por eso en estas temporadas preieren cazar en los bosques no inundados donde se concentran los animales. En periodos de vaciante del río o sequía, ocurre lo contrario, los animales se dispersan por todo el bosque y es más difícil su captura o caza, con la pesca sucede lo contrario, es época de gran abundancia, los peses se concentran en los causes de los ríos mermados en sus aguas, y migran corriente arriba buscando comida, esta es temporada de gran actividad de pesca, donde todos los pueblos forman grandes caravanas a orillas o playas de los ríos , donde tratan de acumular la mayor cantidad de excedentes del río. Los pueblos que fueron arrasados por la crecida del río, vuelven a renacer en otros sitios, esto es un ciclo constante que en los mitos explica el origen de estos pueblos Shipibo-Conibo. El mito de origen La leyenda cuenta que los Shipibo-Conibo emergieron en Cumancaya, un sitio arqueológico en el alto Ucayali, para repoblar el mundo por cuarta vez, por eso Cumancayacocha es considerada como el primer pueblo Shipibo, el centro del universo y es el sitio del árbol cósmico. Dice la tradición que en la cocha de Cumancaya existe mucha cerámica rota, ellos no la tocan, porque dicen trae mala suerte, otro sitio ancestral es Canchahuaya en el bajo Ucayali, que al igual que Cumancaya es un sitio arqueológico con mucha cerámica, los que probablemente desaparecieron por la furia del río en épocas de creciente. Dice la tradición, que en el pueblo de cumancaya crecía un árbol encantado, las hojas de este árbol se movían sin viento, más con el intenso sol sus frutos reventaron y las semillas cayeron al agua de la cocha donde las Gamitanas (un pez amazónico muy común) se las comieron y en poco tiempo los peses comenzaron a volar como aves, la gente quedo admirada, decían que seguramente dios les ha dado esa medicina para volar. Entonces tomaron las hojas de aquel árbol, exprimieron su jugo para rociarlo por todo el lindero del pueblo, vamos a volar dijeron la gente y se adormecieron, al día siguiente el pueblo amaneció inclinado por que empezaba a volar y poco a poco el pueblo ascendió por el aire, pero no llego al mundo-cielo y cayo estrepitosamente Y todo la cerámica se rompió en pedazos, por eso no lo tocan porque esta encantada (recopilación 266 tomada de Carolyn Heath. En Una ventana hacia el ininito, arte Shipibo-Conibo, 2002). La misma versión también fue recogida por Donald Lathrap (1970). En síntesis, según el mito, el origen de los pueblos Shipibo-Conibo, los cuales son ribereños estarían en función de la dinámica del gran Río o Ronin la serpiente cósmica, que en épocas de creciente arrasa con todo desapareciendo los pueblos cuando el río cambia de curso, para luego renacer cíclicamente en otro lugar. Por ello también hay varios pueblos de origen y según la leyenda se conocen dos: Cumancaya en el alto Ucayali y Canchayuaya en el Bajo Ucayali, territorio que hoy no lo ocupan los Shipibo-Conibo porque fueron desplazados hasta la cuenca media por los Cocamas. redondeadas con base plana, a veces con un simple engobe rojo y adornos zoomorfos de la tradición Pacacocha y otra tradición alfarera muy dominante que se caracteriza por el uso de pintura roja entre incisiones, la cual está vinculada a la tradición Sangay del Ecuador. Más aún a esta tradición, luego de 2 o 3 siglos se añade la cerámica de estilo corrugada, especialmente en ollas de cocina y también urnas funerarias de cerámica, con temperante de cariapé o corteza de árbol quemada y triturada, lo cual es muy común en la zona de Bolivia oriental. Por estas razones Brochado en 1984 airma que el sitio de Cumancaya, sería un pueblo multiétnico, donde los pobladores del estilo de cerámica Rojo entre incisiones estaban en posición superior a los llamados Pano de la tradición Pacacocha. En síntesis los autores mencionados coinciden que Cumancaya sería posterior a la tradición Pacacocha y están de acuerdo con Donald Lathrap al airmar que los Shipibo-Conibo tienen una conexión estilística con el estilo Cumancaya, aunque no están seguros de la conexión de los Cumancaya y la lengua Pano. Hasta aquí, suponemos que los antecedentes de los Shipibo-Conibo en la cuenca del Ucayali se remonta por lo menos a unos 300 años d.C. época en la cual existe en el Ucayali un estilo de cerámica llamado Pacacocha, el cual según Myers, estaría vinculado a los Panos hablantes, también hay consenso en pensar que el estilo Cumancaya representaría el apogeo de la tradición Pacacocha. La presencia de los Pano hablantes en el Ucayali, también ha tratado de demostrarse a nivel de estudios lingüísticos. Marcel D´Ans (1973), airma que según la glotocronología o lexicoestadistica, los Pano hablantes habrían llegado al Ucayali mucho antes que lo que supone Myers, es decir más o menos 100 años d.C, en este momento el estilo de cerámica en el Ucayali es denominado por Lathrap, como Yarinacocha, se trata de una cerámica burda utilitaria, a veces con engobe rojo y aparecen algunos diseños pintados de rojo, blanco y negro, lamentablemente no se ilustra ni dibujos ni fotos y descripción más detallada, ¿sería está el inicio de la tradición policroma en el Ucayali?. Donald Lathrap, dice que los Yarinacocha fueron desplazados por los Pacacocha, estos permanecieron en la cuenca del Ucayali por más de 400 años y evolucionaron en tres estilos: Pacacocha, Cashibo Caño y Nueva Esperanza. En Pacacocha predominaba las ollas globulares, Lo que dicen los arqueólogos de los años 70 El arqueólogo Donald Lathrap (1970), interesado por la arqueología amazónica, realizo exploraciones y excavaciones descubriendo muchos sitios arqueológicos en la cuenca del Ucayali Central, en base a ello estableció una secuencia cultural de alfareros desde los 2000 a.C., hasta la épocas del contacto con los europeos. Dentro de esta secuencia Lathrap, plantea que los Shipibo-Conibo llegaron al Ucayali, procedentes del Sur, entre los años 650 a 810 d.C., momento en el que un nuevo estilo de cerámica que él llama Cumancaya, irrumpe la secuencia anterior de los estilos del Ucayali Central. Lathrap, asocia este nuevo estilo Cumancaya a los pueblos de lengua Pano, quienes habrían invadido la cuenca desplazando a los antiguos pobladores de lengua Arawak. Uno de sus argumentos más evidente es que el estilo de la cerámica Shipibo-Conibo deriva según él de la cerámica Cumancaya, por tener ambos muchos rasgos en común, tanto en formas y decoraciones. Posteriormente los alumnos de Donald Lathrap, entre ellos Thomas Myers (19702002), Roe (1975) y De Boer (1975), diieren en parte con la interpretación de Donald Lathrap, asumiendo que la llegada de los Pano hablantes al Ucayali es anterior a la fecha propuesta, para ellos su arribo estaría relacionado a la tradición alfarera Pacacocha, la cual aparece en la secuencia del Ucayali alrededor de los 300 d.C., opinan también que el estilo Cumancaya sería resultado de dos componentes distintos: uno constituido por vasijas simples, cuencos y ollas 267 el engobe rojo, también aparecen soportes macizos de cerámica para poner las ollas en los fogones, así mismo hay grandes vasijas para el masato las cuales también eran utilizadas para entierros secundarios de esqueletos desarticulados. De todos estos rasgos, tanto Yarinacocha, como Pacacocha comparten con la cerámica de los Shipobo-Conibo, el uso de tres colores, blanco, rojo y negro, el engobe rojo y los soportes de vasijas para poner al fogón y lo que es más interesante, comparten las grandes vasijas que también sirven cono urnas funerarias para entierros secundarios, si estos rasgos se están asociando a los Pano hablantes, Myers, tiene razón en decir que estos llegaron al Ucayali con el estilo Pacachocha y no con el estilo Cumancaya según Lathrap. Nosotros pensamos que el actual estilo ShipiboConibo es más complejo, tiene básicamente tres componentes: 1. El estilo policromo similar al estilo Napo, Miracangeras, Marajoara y Caimito, 2. El estilo de cerámica inciso con iguras geométricas con triángulos escalonados que derivan según Myers, de la tradición Sangay del Ecuador de la cerámica Rojo entre incisiones y que Donald Lathrap llama estilo Cumancaya, y 3. El estilo de cerámica utilitaria y corrugada, la cual Según Myers tiene sus orígenes en el Beni Boliviano. Cuando Donald Lathrap describe el estilo Cumancaya, asociado a los Shipibo-Conibo, se reiere a los estilos 2 y 3, desvinculándola del estilo policromo de los Napo, Miracangera, Marajoara e incluso del estilo Caimito del Ucayali el cual está representado en su cuadro secuencial separado del estilo Cumancaya como otra tradición. Sin embargo notamos que la cerámica Shipibo-Conibo esta mas vinculada al estilo policromo similar al estilo Napo, Marajoara, Miracangera y Caimito, pues comparte con estas una serie de rasgo, como la policromía de tres colores, los diseños pintados en líneas gruesa y líneas inas y otros más como dice Girard (1958), haciendo comparaciones arqueológicas y etnográicas, se descubre que existe una iliación estilística y cultural entre las culturas de Marajó, Napo, Miracangera y los Shipibo-Conibo. Son comunes entre ellos la cerámica pintada e incisos, la simetría bilateral de sus diseños, los espirales escalonados en rectángulos, la base con pedestal, el barnizado el modelado, los personajes zoomorfos y antropomorfos, las eigies de sexo femenino, iguras cruciformes en forma de T y H y el motivo serpiente cósmica estilizada que son expresiones muy frecuentes. También comparten las costumbres de achatarse la frente, tiene dioses antropomorfos femeninos, ritos de pubertad y entierro en ánforas, por todos estos rasgos compartidos, se asume que los pueblos representados por dichas culturas de iliación Pano hablante habrían venidos del Norte, tal como lo explica una tradición antigua de los Shipibo-Conibo, que dice que se asentaron entre la conluencia del Río Ucayali con el Marañón para luego ser expulsados por los Cocama aliados con los Jebero hacia el Ucayali Central. Controversias de donde vinieron los Shipibo-Conibo del Norte o del Sur Según Donald Lathrap, el estilo Cumancaya vinculado a los Shipibo-Conibo, tiene entre sus componentes estilístico la cerámica corrugada en un 20% y la pintura roja en zonas o el llamado rojo entere incisiones en un 10% y fechada en un tumba entre los 810 d.C. más o menos 80 d.C., según Myers, este estilo de cerámica roja entre incisiones proviene de Sangay en el Ecuador y es el mayor componente en el estilo Cumancaya. Esto indicaría que los ShipiboConibo vinieron del Norte como airma Girard según lo explica una tradición antigua de los Shipibo-Conibo, sin embargo, Lathrap, Meyers y otros se empeñan en airmar que los ShipiboConibo vinieron del Sur. Lathrap, en particular dice, los motivos incisos de Cumancaya son actualmente hechos por los Mbayá Cadubeos del Mato groso en Brasil y que los antecedentes de estos están alrededor de los 300 d.C antes que la migración de los pueblos Cumancaya, por ello Lathrap sugiere que el centro de los proto Pano se ubica al este de Bolivia y por eso airme que los Pano vinieron del Sur. Nosotros pensamos que aquí el problema fundamental es asociar lengua y cultura la cual no siempre puede ser válida, mencionamos el caso Yanesha vecinos y contemporáneos de los ShipiboConibo, comparten el mismo estilo en su cerámica, pero los Yanesha hablan el Arawak. Así mismo se trata de deinir el problema de donde vinieron en base a deducciones lógicas sin mayor soporte de material arqueológico. Nuevos aportes arqueológicos A partir de año 2001, iniciamos nuestras investigaciones en la reserva nacional del Pacaya-Samiria, realizamos excavaciones en el sitio de “El Zapotal” a pocos kilómetros del poblado actual de San José del Samiria, cercana 268 a la conluencia del Marañón y Ucayali done se forma el Amazonas, hemos publicado varios artículos en los años 2002a, 2002b, 2008 y 2011. Nuestra hipótesis antes de iniciar las excavaciones arqueológicas en el sitio de El Zapotal, por su ubicación geográica en la cuenca del Río Samiria cerca a la conluencia del Río Marañón y Ucayali y las referencias etnohistóricas, suponíamos que el sitio de El Zapotal probablemente pertenecía a las antiguas y grandes poblaciones vistas por los españoles en 1542 a los cuales llamaron Omagua hoy Cocamas, la cual en la actualidad ocupan la zona de estudio, entre el Río Marañón y Ucayali por tal razón teníamos también dentro de nuestros objetivos deinir la extensión del asentamiento del Zapotal (Morales 2002). En la primera campaña del 2001, se cumplió este objetivo en base a una metodología de trabajo que consistió en excavaciones de pequeñas cuadrículas de 1 x 1 metro de lado a lo largo del bosque cercano a la laguna Yarina donde se encuentra el sitio y de esta manera se pudo determinar la extensión de 510 metros de largo por un promedio de 170 metros de ancho. Este método además nos permitió deinir por lo menos dos sectores claramente notorios, la zona de cementerio y la zona de viviendas. Sobre esta base al año siguiente trabajamos dos objetivos, excavaciones en área en la zona de cementerio y cuadriculas mucho más amplias de 3 x 2 metros en el área de viviendas domesticas. El material cultural de las excavaciones estuvo orientado al análisis de los estilos de cerámica con el propósito de determinar su cronología relativa e identiicar la cultura a la que pertenece, en base al análisis tipológico y estilístico de sus atributos. En un segundo momento el 2002, surgió la necesidad de entender la presencia de ciertos artefactos vinculados a contextos funerarios, para lo cual tuvimos que realizar trabajos etnográicos en la comunidad Shipibo-Conibo y en base a la llamada etnoarqueología deinida de manera particular por nosotros (Morales 2008), tratar de entender algunos aspectos socioculturales de estos artefactos. El 2003 el análisis inal de la cerámica, nos permitió airmar que en el sitio de El Zapotal existió un complejo alfarero el cual puede ser separado en tres estilos bastante conocidos para la Amazonía: la primera es la cerámica inciso con diseños geométricos, triángulos escalonados que terminan en espirales y un segundo estilo de cerámica pintada o estilo policromo, ambas con una diferenciación temporal a nivel estratigráico. El primer estilo de este conjunto estaría vinculado con el llamado estilo Cumancaya del Ucayali Central. Un segundo grupo de cerámica inciso, es algo particular al anterior, se trata de objetos ceremoniales, pequeños cuencos inamente pulidos sobre cuya base hay diseños geométricos trazadas con líneas ancha y líneas muy inas, esto mismo ocurre en artefactos pequeños que simulan penes, “shibinantis”. El tercer estilo es el policromo que usa la pintura blanca, roja y negra, entre ellas destaca un gran fragmento con diseños geométricos trazadas en franjar anchas en rojo y blanco y sobre las franjas blancas se trazas líneas muy inas de color negro las que forman triángulos y espirales, para nosotros este es un elemento clave porque creemos encontrar aquí los antecedentes de los estilos Cocama y Shipibo pintado, por combinar líneas ancha y líneas inas, tradición que ocurre en el estilo policroma de Amazonía Central. Un segundo fragmento también clave es un plato de fondo negro sobre la cual con líneas blanca se logran diseños estilizados de cabezas de serpiente, en este caso el estilo se parece más a la fase Caimito del Ucayali, con el diseño de la llamada “serpiente cósmica” de Shipibos y Cocamas. En base a los tres estilos de cerámica propusimos la existencia de dos complejos estilos a los cuales culturalmente los denominamos: A) el estilo pre Cocama-Shipibo-Conibo pintado y B) el estilo pre shipibo-conibo inciso, este último con dos componentes el similar al estilo Cumancaya y el Inciso de líneas muy inas en objetos ceremoniales (Morales 2002). Pero lo más importante de nuestros hallazgos arqueológicos en el sitio del Zapotal que nos acercaban a los Shipibo-Conibo fueron los entierros secundarios en ollas de cerámica con un engobe rojo y sus contextos asociados, en la cual se encontró cráneos de frente achatada, mas los artefactos que simulaba penes fueron reconocidos por los propios Shipibo como “Shibinantes”, usados en los ritos de pubertad. Sobre la base del cráneo de frente achatada, los shibinantes y la forma de entierros secundarios, desarrollamos mediante la etnoarqueología tres conceptos socioculturales que identiican plenamente a la cultura Shipibo-Conibo: el concepto de identidad en base a los cráneos de frente achatada, el concepto de la muerte, en base a los entierros secundarios en urnas de cerámica y el concepto de honor en el rito de pubertad en base a los Shibinantes (ver Morales 269 2008). Este comportamiento social identiica plenamente a los Pano, Shipibo-Conibo más que a Tupi-Guarani ó Cocamas en el sitio de El Zapotal. También para nosotros, en lo que se reiere a estilos de cerámica, es bien claro señalar que el actual estilo polícromo de los Shipibo-Conibo tienen sus antecedentes en el estilo policromo de zapotal y en el estilo pre Shipibo-Conibo inciso y ambas a la vez estarían vinculadas a la tradición policroma del Napo, Miracangeras, Marajo y Caimito, lo que si no podemos airmar categóricamente de que esta tradición estilística este vinculada a los Pano hablantes, más bien lo que se podría deducir es que los Pano de la tradición Cumancaya, estaban aprendiendo en el sitio del Zapotal el estilo policromo de Amazonía Central. o pintados e incisos en sus urnas funerarias, en valencia solo hay una vaga referencia de una cara pintada que se parece a Napo. Por todo ello Rosa Fung, sitúa a Valencia entre los siglos IX y XIV d.C. Aunque los arqueólogos Myers, Roe y otros creen que los Pano hablante llegaron al Ucayali 300 años d.C, y el lingüista d’Ans, incluso tal vez antes 100 d.C, no es muy claro ya que en este lapso hubieron en el Ucayali dos estilos diferentes Yarinacocha y Pacacocha, mientras que la propuesta de 800 años d.C. para Lathrap, se asocia al estilo Cumancaya el cual tiene hasta tres componentes diferentes, de los cuales la cerámica inciso con iguras geométricas escalonadas y espirales es la más dominante y se mantuvo hasta 1600 d.C. en el Ucayali y de la cual heredarían los Shipibo-Conibo. Sin embargo hemos aclarado que el verdadero estilo Shipibo-Conibo es más asociado al estilo Policromo que se inicia en el Sitio del Zapotal entre los años 1350 a 1450 d.C. de acuerdo a cuatro fechados radio carbónicos obtenidos en este sitio y que fueron publicados (Morales-2008). Problemas de cronología La cronología relativa en base a comparaciones estilísticas de la cerámica del sitio de El Zapotal puede establecerse en base a las dos manifestaciones estilísticas: una primera vinculada a la cerámica inciso con iguras geométricas que forman triángulos escalonados y espirales a las cuales las hemos identiicados como de la iliación Cumancaya y un segundo estilo que hemos llamado el estilo pre CocamaShipibo-Conibo pintado y el estilo pre ShipiboConibo inciso que serian de iliación del gran estilo policromo que se acerca más al estilo Napo, Micarangera, Marajoara y Caymito. En referencias a la cronología absoluta en base a fechados de carbono 14, Donald Lathrap, plantea que el estilo Cumancaya empieza 810 d.C. en el Ucayali Central. Otros fechados para el estilo Cumancaya fueron propuestos por Warren DeBoer, Peter Roe y Scott Reymond (1975), en base a sus investigaciones en el alto Ucayali, airmando que la tradición Cumancaya está presente en el Alto Ucayali desde los 810 a 1600 d.C. Más al Norte del bajo Ucayali como es el caso del sitio de Valencia en el río Corrientes tributario del río Tigre, no tenemos una clara presencia del estilo Cumancaya. En el sitio arqueológico de Valencia según Rosa Fung (1981), el estilo de cerámica se acerca más bien al estilo Napo la cual está fechada entre los 1100 a 1400 d.C. según Evans y Meggers (1968), mientras que Caimito en el Ucayali se ubica entre los años 1300 y 1400 d.C., sin embargo Valencia tiene notables diferencias con Napo y Caimito, especialmente por los motivos antropomorfos modelados, aplicados Conclusiones 1. Se comprobó que el sitio arqueológico de El Zapotal fue un asentamiento grande como los que probablemente fueron Napo y Caimito pero eminentemente mucho más antiguo que los pueblos vistos por Orellana y Carbajal en 1542 cuando descubrieron el Amazonas. La diferencia es que los pueblos que vieron los españoles en 1542 eran Omagua de lengua TupiWarani y casi estamos seguros que la gente de la cultura Napo, Miracangera, Marajoara e incluso Caimito son otros grupos sociales con distinta lengua los que a partir de 1,400 a 1,500 estaban siendo desplazados por las grandes oleadas de grupos Tupí , los que ingresaron por la boca del Amazonas en periodos bastante tardíos y acabaron con los pueblos más desarrollados de la Amazonía Central al igual que los Barbaros que destruyeron a los Romanos. 2. En base a esta primera conclusión y considerando el estilo de la cerámica de El Zapotal la cual se acerca más a la del estilo Napo y Caimito, nosotros creemos que el sitio arqueológico de El Zapotal es el testimonio de choque y encuentro de dos tradiciones distintas, Cocamas de lengua Tupí y ShipiboConibo de lengua Pano, como lo airmamos el 2002 en el artículo titulado Contactos entre Cocamas y Shipibos. 270 Nuevo descubrimiento del famoso Rio Grande que descubrió por muy gran ventura el Capitán Francisco de Orellana, Transcripciones de Fernández de Oviedo y Dr. Toribio Medina. Ed. Bibloteca Amazónica, Vol I, Quito-Ecuador. Evans, Clifford and Meggers, Betty, 1968, Archaeological investigations and the Rio Napo, Eastern Ecuador, Smithsonian Contributions at Anthropology, Vol. 6, Washington D.C. Fung Pinedo, Rosa, 1981, Notas y comentarios sobre el sitio de Valencia en el Río Corrientes. Amazonía Peruana, IV(7): 99138. Girald, Rafael, 1958, Indios selváticos de la Amazonía peruana. 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En base a los fechados de C-14 y comparaciones estilísticas de la cerámica de El Zapotal, asumimos que antes de la llegada de los Tupí- Cocamas, la Cuenca del Río Ucayali era de dominio absoluto de los Pano-hablantes, los cuales fueron desplazados por los Cocamas hasta la Cuenca Media, esto conirma que si bien en el proceso de contacto hubo intercambio cultural, como son los casos de achatarse la frente costumbre que fue copiada por los Shipibo-Conibo de los Cocama, es también evidente que los Shipibo-Conibo supieron mantener costumbres muy propias de los Pano, como es el rito de pubertad, pues los artefactos que eran usados en la ceremonia fueron encontrados en el Zapotal. Otra costumbre que tiene que ver con el concepto de la muerte, materializada en el entierro en urnas de cerámica, es una costumbre altamente desarrollada en la tradición Policroma como son los casos de Napo, Marajoara, Guarita y otras y que tal vez los Tupis copiaron de estas sociedades de la Amazonía Central. 4. Es muy posible que los Pano-hablante vinieron del Norte y no del Sur como se ha venido sosteniendo, ya que Cumancaya que son los antecesores de los Shipibo-Conibo, tienen un componente de su cerámica que tiene sus orígenes en Sangay, Ecuador, en la cuenca del Río Upano, no olvidemos que en el Upano (termino de posible lengua Pano), se desarrollo uno de los grupos sociales que alcanzo tempranamente a desarrollar más de 200 montículos de tierra entre los 400 a.C. a 700 u 800 d.C. según Porras (1987). Bibliografía Ans, André Marcel d’, 1973, Reclasiicación del la lengua Pano y datos Glotocronológicos para la etnohistoria de la Amazonía Peruana. Revista del Museo Nacional, N° XXXIX. Lima-Perú. Belaunde, Luisa Elvira, 2009, Kené: Arte Ciencia y Tradición en diseño. Ed. Instituto Nacional de Cultura. Brochado J.P., 1984, An ecological model of the pottery and agriculture into Eastern South America. Unpublished Ph.D dissertation, University of Illinois at Urban Champaign. 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Walker University of Central Florida, Department of Anthropology, Orlando It is ifty years since Denevan, Lee and Plafker brought the Llanos de Mojos in eastern Bolivia to the attention of Amazonianists, with their descriptions and analyses of pre-Columbian earthworks (Denevan 1966, 2001). Now that a generation or two of archaeologists, linguists, geographers and other scholars have worked in Mojos, we can better describe and interpret patterns in the archaeological record, at different scales. I suggest that all scholars working in Mojos have a stake in detailing preColumbian history and cultural geography, in addition to their other theoretical and methodological concerns. The archaeological record in Mojos is just as complex as the linguistic, ecological or ethnohistoric record, and as Heiko Prümers has pointed out, it is time to go beyond a monolithic interpretation of Mojos. One visible type of pattern is ring ditches, which have been well studied by both Clark Erickson and by Prümers in the eastern part of Mojos, near the modern town of Baures (Erickson, Alvarez and Clla 2008; Prümers, Jaimes Betancourt and Plaza Martinez 2006). In this paper I will describe several ring ditches from the western part of Mojos, across the Mamoré River from the eastern ring ditches (Walker 2008, 2011d, 2012). Although the two sets of earthworks are similar, they differ in regard to their spatial relationships with other forest islands and ring ditches, with raised ields, and with rivers. These comparisons are made at three different scales, and the comparison of these comparisons suggests different interpretations. In addition to reining our understanding of pre-Columbian Mojeño history, this analysis suggests that Mojos was connected to neighboring areas in complex ways. Ring ditches to the east, near the modern town of Baures, have been well researched and presented in recent years. In general, they are circular ditches one hundred or two hundred meters across, sometimes cut as deep as two or three meters into the hard, lateritic soil. Erickson, Álvarez and Calla documented a large number of ring ditches under the forest canopy in all of the large forest islands they surveyed in 2007, often with several ring ditches connected by canals within the same forest island. At present, eastern ring ditches seem to date to not long before the contact. Early excavations by Erickson yielded dates from the 17th century AD and Prümers’ radiocarbon dates suggest an occupation between AD 1200 and 1400. Consensus has yet to emerge on the function of ring ditches. While Erickson suggests that ring ditches could represent palisaded villages, Prümers did not ind evidence for a palisade in his excavations through the ring ditch at Granja del Padre. In a previous publication I suggested that some ring ditches could have a hydraulic function, but Prümers argued that because the ring ditch at Granja del Padre was not level, that it could not have had any such hydraulic function. Prümers found urn burials at Bella Vista, but these are not found universally in the east. A distinct landscape including ring ditches is also present along the Yacuma and Rapulo rivers, western tributaries of the Mamoré River, about 200 kilometers to the west of Baures. A signiicant difference between eastern ring ditches and western ring ditches (taking the Mamoré River as the dividing line) is that the western ring ditches are associated with large raised ields, while the eastern ring ditches are associated, perhaps to a lesser extent, with a different kind of ields (Walker 2008). These two types of agricultural ields are very different in terms of their morphology, and probably represent very different agricultural systems. Neighborhoods of (10km-100km) large raised ields The irst scale of analysis the largest, covering distances requiring an overnight journey on 273 Figure 1. Map showing the location of ring ditches at Estancita and San Francisco islands, within the Llanos de Mojos, and the Madeira River Basin, in Eastern Bolivia foot or in a canoe. This scale is deined by the distribution of a particular type of earthworks: Large Raised Fields (LRF). These were described by Denevan in his 1966 monograph, and are quite photogenic from the air (Denevan 1966). The platforms stretch for hundreds of meters, and are conspicuous, even though they are sometimes dificult to trace on the ground. Satellite imagery now in the public domain through Google Earth and other sources make these ields easy for professional and lay publics to observe. Working with a group of students from the University of Central Florida, we have digitized a sample of more than 10,000 large raised ield platforms, and we estimate that in total, between 40 and 50,000 platforms are present. The spatial organization of these platforms can be described in many ways, and these decisions both contain and condition assumptions about agricultural organization (Walker 2001, 2004, 2011a). Keeping this problem in mind, large raised ield platforms are grouped into “neighborhoods”, which are deined as groups of ields that are within a few ield-widths of each other. I am optimistic that we will be able to make more sophisticated analyses as we digitize all of the ields. Roughly 1000 neighborhoods of ields have been digitized within an area about 125 kilometers from north to south, and about 75 kilometers from east to west (Figure 1). The area of ields extends from the large lakes of northern Mojos to near the Apere River to the south, and from the Mamoré River westward. To date no large raised ields are reported to the east of the Mamoré River. This area of large raised ields has a great deal of uniformity in morphology; ields are roughly similar across the entire area, and raised ields of this size and shape are quite uncommon outside the area. 274 Neighborhoods of large raised ields are clearly distributed in relationship with the rivers that drain this area: The Iruyañez and Omi Rivers to the north, and the Yacuma and Rapulo to the south. However, this relationship is not simple. Many neighborhoods are close to the gallery forests of the rivers, creating large expanses of ields like those along the Iruyañez near its conluence with the Omi. But at the same time, more than half of the neighborhoods are more than 2 kilometers from any river, a considerable distance in terms of walking time, and for access to the river and water transport. The rivers are very active and certainly changed course in the pre-Columbian past, but it is clear that not all ields were built next to a navigable river, and that some ields were built far from any river. ring ditch located between the Yacuma and Rapulo rivers, just south and west of Santa Ana del Yacuma (Figure 2). This ring ditch is located in the midst of a neighborhood of large raised ields. On the other hand, San Francisco is more than 3 kilometers from the Rapulo River, and more than 4 kilometers from the Yacuma River. Other forest islands containing ring ditches and other related earthworks and mounds are in various spatial relationships with large raised ields. Large islands and large neighborhoods of raised ields along the Quinato wetland make up a complex landscape of relationships between raised ield platforms, ring ditches and navigable rivers. Analyzing landscape at this scale will require careful Fields and Islands (1km-10km) Spatial pattern can also be examined at an intermediate scale that relates ring ditches to raised ields. Of the many patterns visible at this scale, the relationship between ring ditches and nearby raised ields is of interest here. If the communities that built and occupied ring ditches were the same ones that built and farmed on raised ield platforms, then the spatial relationship between the two can help characterize both sets of landscape features, and perhaps deine agricultural tasks in greater detail. Forest islands, where all ring ditches in western Mojos have been found to date, are conspicuous in satellite imagery, and have long been a focus of survey and excavation in the area. Several spatial patterns combining raised ields and ring ditches are present within the Large Raised Field area. To the north of the Yacuma River, just west of its conluence with the Rapulo, is an open savanna with several thousand raised ields, centered around the Quinato wetland, a permanent wetland occupying the fossil course originally cut by the much larger Beni River. Estancita is a large island of forest covering 7 ha, containing a clearly deined and now well dated ring ditch, and it is located more than 4 kilometers from the nearest raised ields, a group of several hundred (Figure 2). On the other hand, Estancita is only about 800 meters from the Yacuma River, and only 300 meters from an oxbow lake, which was part of the course of the river in the past. A second ring ditch provides a contrasting example. San Francisco is a forest island and Figure 2. Plans of ring ditches along the Yacuma and Rapulo Rivers 275 consideration of the seasonality of the Mojeño landscape, because of which the size, location and attributes of rivers change tremendously throughout the year. about 250 +/- 30 BP, which corresponds to intervals in the 16th, 17th, 18th and 20th centuries, although the 95% conidence interval is in the 17th century. The other sample calibrates to the beginning of the sixth millennium BC. The combination of these two dates from the same excavation suggests that the ring ditch soils are well disturbed, most likely by both cultural and “natural” activities, including maintenance by the ring ditch builders and a wide range of burrowing animals, roots and soil cracks. Comparatively old dates could also represent evidence for ire histories in Mojos, a subject that deserves further research and discussion (Dull et al. 2010; Iriarte et al. 2012). In light of Lombardo and colleagues’ recent publication detailing occupation of three forest islands in the middle and early Holocene, there is no reason to assume that such early dates do not represent human activity (Lombardo et al. 2013). The dates from Estancita 1 (outside the ditch) suggest at least 300 years of occupation represented by a deposit of cultural soil between 60 and 80 cm thick. The dates from Estancita 2 (inside the ditch) suggest a permanent occupation as well, perhaps Inside the ring ditch (1m-1000m) At the smallest scale of analysis, each ring ditch can be used as an analytical unit. The outline of the ditch deines an area and excavation provides information that helps characterize the ring ditch both in comparison to other examples, and within itself, as a complex settlement (Figure 3). A sequence of 12 radiocarbon dates suggests that Estancita Island was occupied during two periods, Estancita 1, with six radiocarbon dates from about cal AD 700 to 1000, and Estancita 2 with six dates from about cal AD 1300 to 1400 (Table 1). Estancita 1 comes from an excavation outside the ring ditch, but inside the forest island, and Estancita 2 comes from an excavation inside the ring ditch. Two other dates were obtained from samples excavated from the ring ditch itself. They gave divergent and contradictory results. One of the dates intersects the calibration curve at Figure 3. Proile of excavations in the ring ditch at Estancita Island, Yacuma province, Beni, Bolivia 276 of greater intensity, with roughly 100 years of occupation represented by cultural soils between 100 and 135 cm thick. Unfortunately, due to logistical factors, we were unable to excavate to sterile soil inside the ring ditch, and therefore we failed to eliminate the possibility that an earlier occupation lies under the Estancita 2 occupation. From both Estancita 1 and 2, burned earth (or tierra quemada) was recovered in suficient quantity to suggest domestic occupation. The burned earth has very high clay content, and could have been part of ireplaces, perhaps elevated to avoid moist soils and looding, a basic feature of ovens and permanent hearths in the countryside today. Across the Yacuma River and 7 kilometers to the south, San Francisco is a forest island just a few meters wider than the well-deined ring ditch within the forest. Ceramics are found on the surface within the circle of the ring ditch, and in the soil turned over by fallen trees. Excavation of shovel tests and larger test excavations in June and July 2013 showed that darker soils containing ceramics and burned clay extended down about 1 meter below the surface in the center of the island. This means that most of the volume of the current forest island consists of artiicial soil, and it suggests a long-term permanent occupation. A second excavation across the ring ditch exposed several distinct strata of ditch ill, showing that the ditch was once about one meter deeper than it is today. A lens of sand 25 cm at its thickest was found about 50 cm below the surface, although it did not extend throughout the ditch. Ceramics were found above, below and within this sand lens, so there is little doubt that it is a cultural soil. The sand is unusual because this forest island is kilometers away from the nearest rivers. It seems that either the occupants of San Francisco carried sand to this location, or they managed lows of water to do so. From a irst analysis it is possible only to make a brief note about the artifacts recovered from these two western ring ditches (Figure 4). Basket impressed ceramics are often found, as well as ine line painted pottery, fragments of ceramic grinders, and both grog and sponge temper. Ground stone artifacts were present at both Estancita and San Francisco, although these were not stone axes, which are by far the most common stone artifacts found in Mojos (Jaimes Betancourt 2010; Walker 2004, 2008, 2011b, 2012). Ring ditches are found across a distance of several hundred kilometers in Mojos, both in large concentrations in the east, near Baures, but also to the west of the Mamoré, in association with large raised ields. Western ring ditches are found close to rivers, and far from them. They are found close to and far from raised ields. They were occupied in the early second millennium AD, but they may also have been occupied much earlier. Although it may be tempting to try and identify ring ditches with a particular group of people, for example with raised ield farmers, or with Arawak speakers (Heckenberger 2005; Heckenberger et al. 2008; Hornborg 2005), I propose to start from a different interpretation. Because ring ditches are found in association with different kinds of agricultural earthworks Figure 5. Radiocarbon dates from excavations at Estancita (BYA202?) 277 in the west and the east, a straightforward connection with raised ields is not possible. Similar reasoning should apply to a connection between ring ditches and any particular language, whether the Arawak languages Mojo or Baure, or the linguistic isolates Movima, Cayuvava, Canichana or Itonama. According to recent linguistic research, Mojos has been a multilingual region for two thousand years at least (Crevels and Van der Voort 2008; Epps 2009). Perhaps ring ditches should be interpreted as part of a way of life associated with this complexity. Conversations with Movima speakers, the Cabildo and the SubCentral de Pueblos Movimas will be another source of useful information about ring ditches and their distribution. Whether a ring ditch has a defensive function, or a water control function, or neither, the circle marks the earth permanently, dividing it between inside and outside. Communities cooking and eating inside ring ditches may have shared ideas about what constituted a proper village, but not all ring ditches were built in the same kinds of places. Connections to other regions were probably mediated through the network of navigable rivers, and it seems that western Mojeños built their ields and ring ditches in many different spatial relationships with this river system. Perhaps ring ditches marked places in a way that helped the community maintain their way of life in a multilingual, multiethnic context with several interrelated economies. But if they did so, it was only across some of Mojos, not everywhere on the savanna. Further analysis of ring ditches requires that we consider processes operating at different scales, to trace the role of Amazonian communities across the landscape and through time. University Press, Oxford, New York. Dull, R. A., Nevle, R. J., Woods, W. I., Bird, D. K., Avnery, S., Denevan, W. M., 2010, The Columbian Encounter and the Little Ice Age: Abrupt Land Use Change, Fire, and Greenhouse Forcing. Annals of the Association of American Geographers, 100: 755-771. Epps, P., 2009, Language Classiication, Language Contact, and Amazonian Prehistory. Language and Linguistics Compass 3(2): 581-606. Erickson, C. L., 2000, An Artiicial Landscapescale Fishery in the Bolivian Amazon. Nature 408: 190-193. Erickson, C. L., 2006, The Domesticated Landscapes of the Bolivian Amazon. Time and Complexity in Historical Ecology, edited by W. Balée and C. Erickson, Columbia University Press, New York: 235-278. 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Implicaciones de la variabilidad cerámica de la región del Iténez, Bolivia Carla Jaimes Betancourt de acuerdo a sus atributos tecnológicos, morfológicos y decorativos, discutir sobre estas obras a nivel sincrónico y ver el grado de interacción de los diferentes sitios investigados. Introducción En la región de Baures, ubicada en el margen oeste del río Guaporé de la Provincia Iténez, se han encontrado numerosos sitios arqueológicos rodeados por zanjas. Similares tipos de obras están distribuidas en un amplio espacio geográico que incluye desde la región del Alto Xingú (Heckenberger 1996, 1999, 2005, 2006, 2009; Heckenberger et al. 1999, 2008), el Acre brasileño (Saunaluoma 2012; Saunaluoma & Schaan 2012; Schaan et al. 2007, 2010), el departamento de Pando en Bolivia (Arnold & Pettrol 1988; Arellano López 2002; Pärssinen et al. 2003, 2009; Saunaluoma et al. 2002, 2003; Saunaluoma 2010; Escobar 2013) y el noreste de los Llanos de Mojos (BeckerDonner 1956; Walker 2008; 2011; Erickson et. al 1997, 2008, Erickson 2006, 2010; Prümers et al. 2006; Prümers 2010, 2012). Si bien muchas de ellas fueron fechadas a inales de la época prehispánica, algunas parecen tener una profundidad temporal importante. Los pocos estudios arqueológicos realizados especíicamente en las zanjas circulares de la Provincia Iténez, han sido supericiales y se han concentrado en caracterizar estas obras en cuanto a su tamaño y forma, con el objetivo de calcular la energía invertida en su construcción y especular en cuanto al impacto ambiental en la composición del bosque al suponer que éstas estuvieron rodeadas de palizadas (Erickson 2008, 2010). En este artículo se presentarán datos preliminares del análisis cerámico procedente de cuatro sitios con zanjas excavados por el Proyecto Arqueológico Boliviano Alemán en Mojos (PABAM) del Instituto Alemán de Arqueología. Este material será contextualizado a nivel regional con colecciones de supericie de más de una docena de sitios que hasta ahora se conocen y con aquellos que se tienen datos en la bibliografía arqueológica. Los resultados hasta ahora recopilados nos permiten, además de caracterizar los complejos cerámicos Diferencias cronológicas vs. Diferencias culturales La heterogeneidad del material cultural encontrado en sitios asociados a zanjas a lo largo del río Guaporé o en la región de Baures, ha sido interpretada por la mayoría de los investigadores como diferencias cronológicas (Becker-Donner 1956, Miller 1983, Dougherty y Calandra 1984-85, 1985). Cabe recalcar que en gran parte, son diferencias registradas entre el material procedente de distintos yacimientos arqueológicos. Hasta ahora, no se ha registrado ningún sitio con zanja circular en la región de Baures que maniieste tener ocupaciones superpuestas. En un principio se pensó que Bella Vista podría ser un sitio bi-ocupacional (Dougherty y Calandra 1984-5: 47-48). Sin embargo, las excavaciones de Prümers et alii (2006: 256-267) conirmaron lo contrario. Existe un consenso en la investigación de la región, acerca de que el material cultural se encuentra únicamente en una capa negra antrópica, de sedimentación poco profunda (entre 30 y 70 cm. de espesor) y fácilmente reconocible de la tierra estéril color rojiza (Becker-Donner 1956; Miller 1983; Dougherty y Calandra 1984-85, 1985; Erickson 2008, 2010; Prümers et al. 2006, 2012, véase también en este congresso). Esta característica, sumada a la baja densidad de cerámica encontrada durante las prospecciones y sondeos estratigráicos, llevó a interpretar a algunos investigadores como Dougherty y Calandra (1984-85: 187-189; 1985:136) que se trataba de sitios brevemente ocupados y con una población muy dispersa. La causa sería la composición altamente ácida de los suelos que obligaba a las poblaciones a mantenerse en 281 continuo movimiento. Erickson (2010: 627) también propone que la baja densidad de material cultural encontrado dentro de las decenas de sitios con zanjas circulares prospectados, sugeriría el breve periodo de tiempo que estuvieron ocupados, e incluso duda que hayan sido en algún momento ciertamente sitios habitacionales o que hayan cumplido únicamente una función más pública o ritual. De igual manera, en otras regiones como en el Acre, la baja densidad artefactual encontrada en las estructuras con zanjas, denominadas en esa región geoglifos, es interpretada por los investigadores como ausencia de evidencias residenciales, atribuyéndoles más bien funciones ceremoniales y rituales desde tiempos formativos (Pärssinen et al. 2003; 2009, Saunaluoma & Schaan 2012). Si bien conocer las actividades prehispánicas desempeñadas en estos sitios con zanjas circulares nos ayudarían a conocer la formación del registro arqueológico y evaluar la razón del por qué encontramos mayor o menor densidad cerámica en espacios determinados, debemos admitir que las estrategias tanto de reconocimiento de supericie como de excavación no han sido las adecuadas para poder contrarrestar la falta de visibilidad que se tiene en el terreno y en la mayoría de los casos las pocas recolecciones de supericie factibles son hallazgos meramente fortuitos. Por otra parte las limitadas excavaciones cubren un porcentaje mínimo en relación al gran tamaño de los sitios. Si bien las zanjas circulares tienen entre 100 a 300 m de diámetro, estos sitios son por lo general y como lo demostró Prümers (ver en este tomo) tan solo un componente de un sistema mucho más amplio compuesto por dos o tres zanjas circulares, comprendidas en espacios de cientos de hectáreas. Por lo tanto, determinar las áreas de actividad, de sitios que lógicamente han debido ser multifuncionales, es un reto difícil y todavía por realizar. Las excavaciones llevadas a cabo por el Proyecto Arqueológico Boliviano Alemán en Mojos (PABAM) en dos sitios de zanjas circulares correspondientes a un mismo sistema (ig. 1), evidenciaron tanto actividades domésticas como funerarias. Estos rasgos no estaban distribuidos aleatoriamente, las 16 tumbas se encontraban muy cerca una de la otra y ocuparon un sector especíico dentro de los casi 500 m² excavados (para descripciones de los entierros, ver Prümers en este tomo). Los fechados radiocarbónicos de ambos sitios excavados coincidieron con los procedentes de la excavación en el pueblo de Bella Vista el año 2003 (Prümers et al. 2003), conirmando que estos sitios corresponden a un periodo de tiempo relativamente corto de ocupación, entre 1200 y 1400 d. C. Dataciones similares son reportadas por Erickson (2010: 627) en otros sitios con zanjas circulares en Baures. Como se puede ver en el mapa de los sitios excavados por el proyecto PABAM (ig. 1), los sistemas de zanjas se encuentran muy cercanos uno del otro, lo cual diiculta la interpretación de las construcciones de zanjas como obras defensivas. Aunque parece existir un amplio consenso entre los arqueólogos (Dougherty y Calandra 1984-85; Erickson 2006, 2008, 2010; Prümers 2006, 2010, 2012; Walker 2008, 2011) respecto a este punto y los datos etnohistóricos (Eder 1985 [ca. 1772]: 106) así lo corroboran, todavía no está claro el panorama de hostilidad y guerras que relejan estas eminentes obras defensivas. Entonces cabe preguntarse si estas obras fueron construidas para la defensa de las guerras tribales que acontecían entre los grupos Baure, como las descritas etnográicamente por Nordenskiöld (1924: 322) a principios del siglo XX para la región de los Huanyam a orillas del río Guaporé, o para defenderse de los asaltos de un enemigo externo en común como los Guarayo mencionados por el P. Eder (1985 [ca. 1772]: 106) en una de las crónicas sobre los Baure. Sin duda, son las investigaciones arqueológicas las que nos brindarán las pautas para la comprensión del pasado prehispánico de esta región. En este sentido vale la pena observar las diferencias y similitudes del material cerámico encontrado en sitios sincrónicos rodeados por zanjas, no con el afán de utilizar la cultura material en la reconstrucción de supuestos grupos étnicos, ya que sería una práctica bastante irrelexiva1, sino para intentar reconstruir patrones de conducta en el uso de ciertos tipos especíicos de cerámica y sus esferas de interacción. La cerámica de BV-2 (Granja del Padre) A menos de 1 km al norte del pueblo de Bella Vista, se encuentra una zanja circular de 140 m de diámetro. Esta zanja fue documentada por Erickson (1997) inicialmente y excavada en dos temporadas por el proyecto PABAM (Prümers 2010, 2012). En 480 m² excavados en el interior de la zanja circular de la “Granja del Padre” o BV-2, se 282 recuperaron alrededor de 17.468 fragmentos cerámicos. Aunque las densidades varían en la distribución por cuadrantes, se puede obtener un promedio de 3.641 fragmentos en 100 m², esto es miles de veces más a lo reportado por Dougherty y Calandra (1984-85: 187) en sus sitios investigados2 y lo que les llevó a plantear que se trataría de ocupaciones efímeras. Con este ejemplo queda comprobado que los hallazgos de supericie no son el relejo de lo que se encuentra durante las excavaciones. La falta de visibilidad y los procesos post-deposicionales inluyen de manera determinante en el registro arqueológico. Alrededor de 4.000 fragmentos diagnósticos fueron analizados de acuerdo al método analítico de atributos utilizado exitosamente para elaborar secuencias cerámicas en sitios de los Llanos de Mojos (Jaimes Betancourt 2004, 2012a, c). El complejo cerámico de la Granja del Padre se caracteriza por presentar una relativa homogeneidad en el material cultural y especialmente porque se advierte una estrecha relación entre el alfar y la forma de la vasija. Esta selección cultural en la producción cerámica relacionada a la función de la vasija no se había registrado en otros sitios de los Llanos de Mojos (Jaimes Betancourt 2012a, 2013) y es por eso interesante observarla en el complejo cerámico de la Granja del Padre. Se realizaron análisis petrográicos en varios fragmentos de cada tipo funcional procedente de los sitios excavados (Matos 2013). Así por ejemplo, las vasijas que fueron hechas para ser expuestas al fuego, como los asadores y cazuelas presentan una pasta compuesta de Cuarzo 7%, Fragmentos rocosos 8%, Feldespato 5%, Masas opacas 2%, Cavidades 8% y una Matriz 70% . Seguramente, las cavidades son el producto de la combustión de inclusiones orgánicas como el cauixi. Los asadores (ig. 2 a-c) son fuentes planas muy parecidas a las publicadas por DeBoer (1983: 41-44) y que se conocen etnográicamente en la Amazonía con el nombre budares y se los asocia al procesamiento de yuca. Las cazuelas son recipientes de paredes rectas cuya altura es menor a su diámetro (ig.2 d-e), se tiene un amplio espectro de diferentes formas de cazuelas, que varían según el ángulo de sus paredes y la forma de sus bordes. Tanto en la supericie externa de las bases de los asadores como de las cazuelas se observan huellas de improntas de cestería (ig. 2d). Su función parece haber estado relacionada a la preparación de alimentos (tostar, asar, etc.) ya que se documentaron huellas de hollín, incluso en aquellas provistas de tres soportes. Entre ambas formas conforman más del 50% de la muestra. Un segundo grupo funcional está conformado por las vasijas con cuello, las cuales sirvieron para almacenar bebidas o alimentos, muchas de éstas tienen bases planas y soportes cortos que parecen más decorativos que funcionales. Por lo general estas vasijas presentan alrededor de la parte superior del cuerpo tres bandas aplicadas punteadas (ig.3a); éstas comparten las mismas características de la pasta que los cuencos pequeños sin decoración. Su pasta está compuesta por Cuarzo 6%, Fragmentos rocosos 23%, Hematita 2%, Cavidades 5% y Matriz 64%. Menos del 3% del material cerámico de la muestra está conformado por un conjunto de cerámicas decoradas con inas incisiones de espirales, grecas concéntricas y triángulos hachurados. Estas vasijas que por lo general son únicamente cuencos y pequeñas vasijas con cuello, presentan una alta calidad de manufactura y cocción. La cerámica tiende a estar completamente reducida (ig.4f) u oxidada (ig. 4b) e incluso en las ollas con cuello se puede observar un efecto bicolor debido a una cocción controlada, seguramente tapando el cuello de la vasija con un cuenco volcado (ig.4a-e). En el caso de estar oxidadas se puede apreciar un engobe color rojo. Su alfar se distingue de los anteriores grupos porque es más compacto y tiene inclusiones inas de Cuarzo 9 %, Fragmentos rocosos 13%, Hematita 2%, Cavidades 7% y una Matriz del 69%. Este material tenía probablemente un uso especial, no solo por la escasa densidad encontrada, sino porque dos piezas enteras (ig.4 b, f) formaban parte de un ajuar funerario en la tumba más grande documentada. Ninguna de las otras 15 tumbas excavadas presentaba este tipo de material. Esto nos lleva a pensar que esta ina cerámica tenía un uso restringido. Sería demasiado extenso abordar los tipos morfológicos de cada grupo, por eso es que se mencionan únicamente las características más generales y se comparan los datos de los análisis petrográicos. En éstos se observa que la única diferencia entre el alfar utilizado para los asadores y cazuelas con el alfar de vasijas con cuello y cuencos, es que el primero contiene algo de feldespato, mientras que el segundo contiene un porcentaje mínimo de hematita. Al 283 5%, Fragmentos rocosos 7%, Masas opacas 3%, Cavidades 15% y Matriz 70%. En esta colección no se evidenció la presencia de feldespatos. Las vasijas con cuello y cuencos presentaban hasta en un 10% decoración pintada en rojo sobre naranja con motivos geométricos (ig.3 b-c ig. 4 m-n). Considerando la diferencia en la sedimentación, es posible que en esta zanja circular se hubiera conservado la pintura de mejor manera que en BV-2, aunque no se descarta que esta característica tenga alguna leve connotación cronológica. La composición de los alfares de los diferentes grupos morfológicos presenta los mismos componentes, pero varían en cuanto al porcentaje de éstos. Los resultados de los alfares de vasijas con cuello fueron: Cuarzo 20%, Fragmentos rocosos 12%, Masas opacas 2%, Cavidades 7% y Matriz 59%, mientras que la composición de los cuencos pintados fue Cuarzo 3, Fragmentos rocosos 7, Cavidades 10 y Matriz 80. El alfar de los cuencos pintados era más compacto y ino que los alfares de las cazuelas y vasijas con cuello. De hecho los cuencos pintados tienen un alfar parecido al de los cuencos y vasijas decoradas mediante inas incisiones de espirales, grecas y triángulos hachurados con pequeñas variaciones en el porcentaje: Cuarzo 8%, Fragmentos rocosos 15%, Masas opacas 2%, Cavidades 7% y Matriz 68%. Este material ino (ig. 4 d-e, i, r-s) mantiene las mismas características que en BV-2 pero tiene una densidad sutilmente mayor aunque no llega al 5% del total del material encontrado. parecer las diferencias entre los alfares fueron más evidentes durante el análisis intuitivovisual, ya sea por el grado de compactación de la pasta, su textura, el color de la misma y el tamaño de las inclusiones. Interesantemente, la única pasta que muestra una composición realmente diferente es la que proviene de fragmentos alisados de tierra cocida, que fueron encontrados en varias concentraciones y que se pensó podían ser vasijas mal cocidas. Ahora podemos descartar esta hipótesis porque su composición no es similar a ninguna de las anteriores categorías de vasijas. Esta especie de tierra cocida está compuesta de Feldespato 55%, Fragmentos rocosos 7%, Cuarzo 5%, Hematita 2%, Cavidades 7% y Matriz 24%. Es posible que la siguiente cita del P. Eder (1985 [1772]: 239) nos ayude a dar una explicación a las varias concentraciones amorfas de tierra cocida con supericies alisadas que hemos documentado durante las excavaciones: “los indios suelen tostar granos de maíz y los comen en lugar de pan. Otras veces también hacen harina de su trigo, tostándola sobre unos platillitos de tierra. Las mujeres más laboriosas y serviciales de sus maridos preparan y machacan tortas de harina amasada en agua, aunque suelen sacarlas del fuego todavía medio crudas”. Cabe recalcar que el P. Eder diferencia en su crónica las tinajas y ollas hechas de barro, de estos platillitos de tierra, que por toscos podrían ser lo que encontramos en el registro arqueológico (ig. 3f). La cerámica de BV-3 La cerámica de JAS-1 En los 150 m² excavados dentro de la zanja circular denominada BV-3 (ig.1) se encontraron 4.680 fragmentos cerámicos, es decir un promedio de 3.120 fragmentos en 100 m². Evidentemente es una densidad cerámica muy similar a la encontrada en BV-2 por cada 100 m². Esto sugiere que la intensidad del desarrollo de las actividades y por ende el uso que se le dio a los espacios encerrados por estas zanjas circulares fue muy semejante. Los 2.065 fragmentos diagnósticos analizados presentaron resultados muy parecidos a los de BV-2. Más del 50% del material está representado por fragmentos correspondientes a cazuelas y asadores. Aunque es similar al material de BV-2, se registraron nuevos elementos decorativos sobre el labio de las vasijas y algunas variantes morfológicas (ig. 2a, f-g). El alfar estaba compuesto por Cuarzo Las zanjas de Jasiaquiri ubicadas al suroeste del pueblo de Baures (ig. 1), fueron documentadas por Erickson en dos oportunidades (Erickson et al. 1997, 2008). Su última visita coincidió con la construcción de una cancha de fútbol en el espacio circundante de la zanja, que les permitió realizar recolecciones de supericie y evidenciar zonas oscuras asociadas a una supericie de ocupación (Erickson et al. 2008: 63). Esta zanja (JAS-1) se caracteriza por tener paredes de casi 3 m de altura, que encierra un área de casi 360 m x 300 m. El año 2011visitamos el sitio y recolectamos una gran cantidad de fragmentos cerámicos, la mayoría de los cuales interesantemente correspondían a la cerámica inamente decorada anteriormente encontrada en BV-2 y BV-3 en proporciones muy bajas, por esta 284 razón se decidió el año 2012 realizar una pequeña excavación arqueológica. De una excavación de 25 m², se recuperaron 2.492 fragmentos cerámicos de los cuales 872 son fragmentos diagnósticos. El alto porcentaje de estos últimos se debe a que casi el 50% del material se encontraba decorado por inas incisiones de espirales, grecas, rombos concéntricos y triángulos reticulados (ig. 3 d-e, ig. 4 k, p, q, t). El alfar de estas vasijas estaba compuesto de Cuarzo 7%, Fragmentos rocosos 15%, Masas opacas 2%, Cavidades 9% y Matriz 67%. Esta composición es casi idéntica en elementos y porcentajes a la del grupo de fragmentos inamente decorados encontrados en BV-2 y BV-3. Las formas domésticas de cazuelas son menos del 30% de la muestra y los asadores son casi inexistentes (ig. 2 h-i). Las características morfológicas de las cazuelas varían un poco en relación a las de BV-2 y BV-3, por ejemplo no se registran casi soportes trípodes en las cazuelas. El alfar está compuesto por Cuarzo 6%, Fragmentos rocosos 25%, Masas hematíticas 2%, Cavidades 15% y Matriz 52%. Esta composición muestra algunas variaciones con los alfares domésticos de BV-2 y BV-3. Existe una amplia gama de vasijas con cuello, la mayoría de ellas también decoradas por medio de inas líneas incisas (ig. 3 d-e). Su alfar está compuesto de Cuarzo 3%, Fragmentos rocosos 12%, Masas opacas 2%, Cavidades 12% y Matriz 71%. Este alfar no se diferencia mucho de aquel utilizado para los cuencos decorados. Aunque el corte de excavación es pequeño en relación al tamaño del sitio, salta a la vista la preponderancia de material para servir y no así para preparar alimentos. Es posible que en este caso, el material cultural nos esté mostrando diferencias espaciales respecto a las actividades que se llevaron a cabo en el sitio de JAS-1. Considerando que este mismo estilo de cerámica inamente decorada fue encontrada en contextos cerrados de tumbas y pozos de BV-2 y BV-3, podemos suponer que JAS-1 es contemporáneo a los sitios investigados en Bella Vista, es decir entre 1200 – 1400 d. C. metros al noreste de JAS-1 de 9 m², en el cual se encontró escaso material cultural. De 176 fragmentos solo 32 fragmentos fueron considerados diagnósticos. Estos fragmentos carecían de decoración y se encontraban muy erosionados. La diferencia del material cerámico es tan notoria, a pesar de la corta distancia que lo separa de JAS-1, que me inclino a pensar que tiene connotaciones cronológicas, más que funcionales. La segunda excavación realizada dentro de JAS-2, fue un hallazgo fortuito que se tuvo la oportunidad de documentar este año. Durante las labores de extracción de tierra para la construcción de la cancha de básquet dentro de la escuela de Jasiaquiri, pobladores encontraron dos entierros extendidos y grandes cantidades de fragmentos. Esta cerámica es cualitativamente diferente a la registrada en JAS-1; presenta un espectro de formas de vasijas distinto, en el cual las cazuelas y asadores con impronta de cestería en la base son inexistentes. Las nuevas formas están decoradas con gruesas líneas incisas rellenadas de pintura blanca, con motivos de zig-zag, triángulos con hachurado vertical y grecas (ig. 5 a-h). El hecho de que no existan rasgos en común con la cerámica excavada en JAS-1 y que este nuevo complejo cerámico esté asociado a entierros directos extendidos y no a urnas o entierros cubiertos por vasijas como en Bella Vista (Prümers et al. 2006, 2010), hace suponer que se trata de un asentamiento cultural distinto, el cual todavía no sabemos si antecedió o fue posterior a JAS-1. Algo que llama mucho la atención es que en el registro estratigráico de JAS-2 no se evidenciaron superposiciones ocupacionales. Todo el material cerámico provenía de una delgada capa cultural. Si JAS-1 y JAS-2 son parte de un mismo sistema circundado por zanjas y corresponden a dos ocupaciones cronológicas diferentes, cabe preguntarnos por qué éstas no se solapan. Es posible que esto evidencie que no todo el espacio encerrado por zanjas ha sido ocupado simultáneamente y que nos faltan mayores datos para entender los complejos procesos ocupacionales. La cerámica de JAS-2 Discusión y conclusiones Se denomina JAS-2 al espacio fuera de la zanja elíptica, que también está rodeado por otra zanja (Fig. 1), esta zanja es menos profunda que la que bordea el sitio de JAS-1. En JAS-2 se realizaron dos cortes pequeños de excavación, el primero ubicado a pocos En un artículo publicado sobre las colecciones cerámicas recolectadas por Nordenskiöld en sitios cerca del río Guaporé y sus aluentes (Jaimes Betancourt 2012), resalté las diferencias 285 morfológicas y decorativas que presentaba la cerámica procedente de los sitios Alianşa, Matehua y Montevideo. Tal heterogeneidad regional fue interpretada más como un relejo de la diversidad cultural que como un producto de cambios cronológicos. Esta propuesta se sustentaba en la coexistencia de algunos tipos cerámicos especíicos a nivel regional. Estos tipos cerámicos que aparecen en diferentes colecciones de Nordenskiöld, Becker Donner, Miller, Dougherty y Calandra, Erickson y las colecciones del proyecto PABAM, son siempre los mismos3. Se trata de la cerámica ina con decoraciones incisas de grecas, espirales alargadas, triángulos reticulados, espirales circulares, conjuntos de líneas horizontales paralelas, grecas semiconcéntricas y triángulos achurados. Las formas más usuales son pequeños cuencos o pequeñas vasijas con cuello, ambas relacionadas a la función de servir líquidos (ig. 4). Si bien creo que existen ciertos complejos cerámicos asociados a sitios con zanjas que presentan características propias y en muchos casos son fácilmente distinguibles, es importante destacar que éstos están coexistiendo con un estilo cerámico que se maniiesta e interactúa a nivel regional. Ahora bien, es cierto que esta cerámica inamente decorada está presente en varios sitios en densidades mínimas, pero como se comprobó en BV-2, a pesar de que constituye solo el 3% de la muestra, ésta forma parte de contextos especiales como las ofrendas de la tumba mayor. Similares contextos funerarios fueron encontrados fortuitamente en el pueblo de Bella Vista (BV-1) (Prümers 2012: 390). Se podría sugerir que este tipo de cerámica fue utilizada a manera de ofrenda en tumbas de personajes que cumplían un rol social importante. La amplia distribución espacial de esta cerámica y su empleo como ofrenda en contextos funerarios invitan a relexionar respecto al papel social que desempeñó esta cerámica y al modo en que el intercambio o circulación de estos objetos puede enmascarar o representar toda una serie de relaciones sociales. Futuras investigaciones ayudarán a distinguir si este estilo cerámico formaba parte de un intercambio ceremonial de objetos de valor entre las élites de las entidades políticas iguales o tal vez fue integrado en los sistemas simbólicos que estaban conluyendo en una determinada esfera de interacción. Hasta el momento y de acuerdo a los análisis petrográicos realizados a varios alfares procedentes de BV-2, BV-3 y JAS-1 no se puede determinar si este estilo fue producido localmente o era parte de un amplio circuito de intercambio o distribución. La alta densidad de cerámica ina encontrada en JAS-1 (40%), podría manifestar que este sitio tuvo una mayor accesibilidad a este material, ya sea por su cercanía con el lugar de distribución o por las actividades que se realizaron en el sitio. Algo que también es interesante considerar es la uni-direccionalidad de esta interacción. El sitio Alianşa ubicado a orillas del río Méquens, tiene una cerámica muy característica y también ricamente decorada (Jaime Betancourt 2012b), pero sin embargo, está completamente ausente en las colecciones de Bella Vista o Jasiaquiri. Por el contrario la forma de cazuelas y asadores con improntas de cestería en la base, parece haber estado distribuida en un área geográica relativamente amplia hacia el noreste de los Llanos de Mojos (Jaimes Betancourt 2013: 266). Por último, si las zanjas tuvieron una función meramente defensiva (Erickson 2006, 2008, 2010; Dougherty y Calandra 1984-85; Prümers 2006, 2012; Walker 2008) y los fechados absolutos hasta ahora solo indican la fase inal del periodo prehispánico, ¿cómo concuerda la aparente interacción de materiales culturales con un probable contenido simbólico en un panorama de hostilidad? Existen muchas posibles respuestas, una de ellas es que las guerras tribales que se realizaban eran de carácter coyuntural e intermitente. Dando paso a que durante las treguas el material cerámico, las ideas, los símbolos estén traspasando fronteras e interactuando en diferentes niveles sociales, políticos y religiosos. Otra posibilidad es que las zanjas no hayan sido construidas para protegerse de los grupos vecinos, sino de amenazas externas. Una alternativa a tomar en cuenta son las continuas oleadas de migraciones y expansiones étnicas cometidas por grupos Tupi Guaraníes (Wüst & Barreto 1999: 6; Lathrap 1970: 78-79). Las pruebas arqueológicas son todavía escasas; Walker (2012: 250) presenta un fragmento con decoración corrugada entre el material cerámico del sitio el Cerro, en Santa Ana de Yacuma, como posible evidencia de contacto Guaraní. En la colección del sitio Montevideo (Jaimes Betancourt 2012b: 337) se registró un fragmento con pintura negra sobre engobe gris, con motivos reticulados y líneas paralelas diagonales en forma de X que según Miller (1989: lám. 1) correspondería a decoración 286 A., 1985, Archaeological Research in Northeastern Beni, Bolivia. National Geographic Society Research Reports, Vol. 21 (1980-1983), Washington, D.C.: 129136. Erickson, Clark L., 2006, The Domesticated Landscapes of the Bolivian Amazon. Time and Complexity in Historical Ecology: Studies in the Neotropical Lowlands, (William Balée & Clark L. Erickson, eds.), Columbia University Press, New York: 235-278. Erickson, Clark L., 2010, The Transformation of Environment into Landscape: The Historical Ecology of Monumental Earthwork Construction in the Bolivian Amazon. Diversity 2010, 2; doi: 10.3390/ d2040619: 618-652. 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Erickson (2010: 627) cree que las variaciones en la forma, el tamaño y la ubicación de los sitios con zanjas pueden representar diferentes estilos asociados con los grupos étnicos o representar cambios estilísticos en el tiempo. Posiblemente sea un relejo de ambos, ya que no podemos asumir que la región de Baures hubiera sido poblada solo a inales del periodo prehispánico. Mayores excavaciones arqueológicas y dataciones absolutas permitirán que podamos poco a poco reconstruir el pasado prehispánico de esta región. Agradecimientos Al Instituto Alemán de Arqueología por la beca de investigación recibida. A Heiko Prümers por el apoyo y conianza depositada y a Stéphen Rostain por la invitación para coordinar el Simposio Mojos y Acre en el 3er. Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica. Bibliografía Arellano López, A. Jorge, 2002, Reconocimiento Arqueológico en la Cuenca del Río Orthon, Amazonía Boliviana. Quito. 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Latin American Antiquity 10 (1): 3-23. of cultural (ceramic) remains: 1 sherd per 100 m² may be too high” (Dougherty 1985: 131). 3 Los ejemplos publicados por cada autor fueron comparados y discutidos en Jaimes Betancourt 2012b. 1 Como Renfrew & Bahn (2007: 177) lo explicitan, la etnicidad es difícil de reconocer a partir del registro arqueológico y Hodder (1982: 55) comprobó mediante la etnoarqueología que la identidad étnica puede ser expresada tanto en ítems utilitarios mundanos como en ítems decorativos y que estos objetos no son necesariamente muy visibles arqueológicamente. 2 “Scarcity of pottery is estimated as a standard yield of 1 sherd per 100 sq. m in surface inds” (Dougherty y Calandra 1984-85: 187). “Surveys in all clearings, within or outside the ditches, reveal a very low frequency 289 290 Simposio “Paisajes modiicados y dieta” Initial contributions of charred plant remains from archaeological sites in the Amazon to reconstructions of historical ecology Myrtle P. Shock1, Claide de Paula Moraes2, Jaqueline da Silva Belletti3, Márjorie Lima3, Francini Medeiros da Silva4, Lígia Trombetta Lima4, Mariana Franco Cassino1 & Angela Maria Araújo de Lima1 1 Museu Amazônico, Universidade Federal de Amazonas 2 Universidade Federal do Oeste de Para 3 Programa de Pos-graduacao em Arqueologia, MAE-USP 4 Laboratório de Arqueologia dos Trópicos, MAE-USP Columbian habitations. Actual landscape is a palimpsest resulting from the conscious and unconscious activities practiced over centuries by many people from multiple societies and their choices. The traditional categorization of subsistence practices as either collection, horticulture or agriculture has been shown, through anthropology and ecology to be a poor interpretive tool for the Amazon. Archaeologists working in the region are challenged to document subsistence diversity resulting from a combination of resource acquisition strategies including collecting, forest management, forest planting, horticulture, and managed fallows. Five regions of the Brazilian Amazon have been the subject of initial paleoethnobotanical investigations. Analysis of charred macrobotanical remains sought to identify contexts with preservation and the potential to explore questions about pre-Columbian subsistence related to cultural choices, management practices, diachronic variations, landscape modiications and historical ecology. The analyses of botanical remains of all types are used to address questions of human-plant relationships (Pearsall 2000; Wright 2010). Pollen, phytoliths, starch, macroremains, and DNA each provide distinct advantages and limitations to the study of speciic species and their related management practices. The choice to study charred macrobotanical remains is directly linked to an interest in diet. Macrobotanical remains can include parts of seeds or fruits from fruit bearing trees, some of which may not be represented in the phytolith assemblage. Piperno (2006) Introduction Archaeologists recognize the importance of human-plant relationships to understanding people and societies of the past. Plant use and management have been included in discussions including those on Amazonian social organization, uses of material culture, ethnic afiliation, and their temporal changes. While many of the proposed human-plant relationships may be correct, direct data are frequently lacking. Paradoxically, archaeologists would not accept that a site belongs to the Poco or Açutuba phase, for example, in the absence of diagnostic ceramic fragments. Furthermore, traditional suppositions may obscure cultural diversity of plant use. Along the Orinoco River, where Perry (2005) analyzed lithic fragments classiied as teeth from manioc graters, the starch grain remains included maize and ive other plant taxa but not manioc (Manihot esculenta). The relationships between humans and food plants are also sought in related disciplines. Multiple lines of evidence indicate that preColumbian human populations were actors in the modiication of plant communities. Modern distributions of economically important or useful plants on and near archaeological sites in the Amazon have demonstrated cumulative anthropogenic effects on the environment. Studies of plant genetics have reconstructed the origins of useful plants and the routes of their dispersal. These lines of evidence provide extraordinary data, however cultural time depth is often poorly represented limiting the association of these data with speciic pre- 291 indicates that Lecythidaceae (the family of the Brazil nut tree) can be characterized in the group of plants where no phytoliths have been observed or production is uncommon to rare. Charred remains, in our opinion, also have a great potential to be directly related to human actions as the plants must be brought into the archaeological contexts to be burnt. Palm endocarps are rich in lignin and known to preserve well with charring. Meanwhile there are disadvantages to working with charred materials; seeds of a more fragile nature, such as those from peppers have a greater chance of being destroyed in ires with higher temperatures or that burn for longer. Initial results are presented on the basis of patterns seen in preliminary results from sites along the middle Solimões River, lower Negro River, middle Unini River, conluence of the Negro and Amazon Rivers, and the lower Amazon River (Figure 1). The sites investigated have ceramics of the Incised Rim and/or Polychrome Traditions and anthropic soils locally known as terra preta do índio (henceforth terra preta). The data have generated questions for fruitful directions of further research. ceramics from all four phases (Castro 2009; Lima et al. 2006), however the Guarita phase is not represented in the paleoethnobotanical samples because the strata are very shallow and mixed by the modern agricultural production that occurs on the sites. The Osvaldo site has Manacapuru phase ceramics with occasional Paredão phase fragments. Meanwhile the Lago Grande site has the reverse distribution with a predominance of Paredão phase ceramics (Mongeló 2011). All four sites have terra preta associated with the occupations with maximum depths of over one meter. Samples from Laguinho come from two pit features while from the other three sites samples came from the natural strata. The region of the lower Negro River is represented by two sites, Vila Nova I e Vila Nova II located at the mouth of the Unini River. Vila Nova I has remains in terra preta of a clayey sand texture to a depth of 110 cm in the sampled unit and ceramics from the Incised Rim Tradition. Located 150 meters away is the excavation unit in the site of Vila Nova II. Vila Nova II has ceramics from the Polychrome Tradition deposited in a sandy soil with an anthropically modiied strata between 20 and 100 cm where coloration is dark, approaching that common in terra preta. Neither site has been directly dated. Samples of 4 liters were collected by 10 cm levels in a column from one unit at each site. Two sites from the middle Unini River have been sampled, Floresta and Lago das Pombas. Column samples were collected at three units at Floresta, a site of 8 ha, each in a different depositional context. The units probably sample an artiicial mound, an occupational surface, and an area of the site affected by erosion. Radiocarbon assays from below the mound at the site of Floresta are 410-370 BC and AD 420-570 (calibrated, 2σ). The column sample from Lago das Pombas cuts through two clearly delimited anthropic horizons at depths of 30-50 and 90-120 cm below the surface. Lago das Pombas has a radiocarbon assay of AD 230-390 (calibrated, 2σ) from near the base of the cultural deposits in the lower anthropic horizon. Column samples collected four liters from each 10 cm level. Samples from pit features and overlying sediments at the Porto site, in the town of Santarém on the right bank of the lower Amazon River, were analyzed. Deposits of terra preta have been disturbed near the surface, but have depths of 60 cm with the pit feature Site summaries and methods In the area of the middle Solimões River the site of Conjunto Vilas is located on the right margin of the Tefé Lake (Amazonas State). Covering an area of 38 ha, the site has ceramic material from two phases, Caiambé of the Incised Rim Tradition and Tefé of the Polychrome Tradition (Hilbert 1968). The terra preta averages 70 to 80 cm in depth but reaches 120 cm in some features. It is interesting to note that occupation areas were also encountered outside the area of terra preta and buried below it. In the nearby region of Amanã Lake, the Caiambé Phase is dated to around AD 1200 and the Tefé Phase to around AD 700 (Costa 2013). Three excavation units were studied with the principal focus on eight pit features from two units. Samples from the natural strata have also been analyzed. In the Central Amazon, four sites have been investigated: Açutuba, Laguinho, Lago Grande and Osvaldo. The Central Amazon chronology is divided in four phases, Açutuba (400 BC – AD 400), Manacaparu (AD 500-900), Paredão (AD 700-1200), and Guarita (AD 900-1500); the irst three are in the Incised Rim Tradition and the last is of the Polychrome Tradition (Neves 2011). The sites of Laguinho and Açutuba have 292 Table 1. Liters of sediment analyzed from sites in the Brazilian Amazon Basin and the occurrence of maize (Zea mays) and Brazil nut (Bertholetia excelsa) in the macrobotanical remains reaching 100 cm. The site dates to around AD 1000. Sediment samples were processed to obtain cultural material larger than 2mm and charred remains to diameters of 0.5 mm using either lotation or wet screening. Cultural remains were separated into ceramics, lithics, faunal, and botanical materials. The major division of the botanical materials was between charred wood and non-wood charcoals. The non-wood charcoal includes remains of seeds, fruits, tubers, and roots, within which remains with diagnostic attributes were isolated for botanical identiication. The quantity of sediment processed varied by site as did the densities of botanical remains (Table 1). 1980). Brazil nut, with its high productivity in groves, has recently been the subject of discussions on forest extractive or management practices (Shepard and Ramirez 2011). Along the middle Solimões River, maize was found within a sealed pit feature at a depth of 90-100 cm (Figure 2). It has not yet been determined whether the associated ceramics belong to the Caiambé or Tefé Phase. At the site of Osvaldo the excavation layer with maize, besides being associated with the Manacapuru Phase, has two dates, AD 620-690 and AD 650690 DC (calibrated 1σ). While macrobotanical remains of maize have not been found in the other three sites analyzed from the conluence of the Negro and Solimões Rivers, it is expected to occur in more sites with further investigations. The local site of Hatahara has remains of maize as phytoliths associated with ceramics of the Incised Rim Tradition (Bozarth et al. 2009, Cascon 2010). Brazil nut is a plant with low genetic variability that depends upon openings, tree falls or clearings, in the forest to establish dense stands. The natural dispersal agent is the agouti, however human action has been proposed as a factor for the tree’s occurrence of groves (Shepard & Ramirez 2011). The archaeological remains of Brazil nut in three of the studied regions (5 sites) is evidence of the long history of human utilization of this species, which is in line with Roosevelt and colleagues (1