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Voloshinov - Qué es el lenguaje
Semiología (Universidad de Buenos Aires)
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¿QUÉ ES EL LENGUAJE?
Valentin N. Voloshinov
Título original: “Chtó takoie iazik”. 1ª edición en Literaturnaia uchoba, N° 2, Leningrado, 1929.
Traducción de Guillermo Blanck (Almagesto, 1998).
El lenguaje y la vida del
intelecto nacen de la actividad
comunitaria dirigida a alcanzar
un objetivo en común, del trabajo
primitivo de nuestros antepasados.
Ludwig Notret
1. El origen del lenguaje
Un autor se dispone a escribir algo, se sienta ante la mesa y mira impotente la
hoja de papel en blanco delante de él; antes de tomar la pluma y disponerse a escribir
tenía tantas ideas en mente... Justamente ayer le había contado a un amigo, con riqueza de detalles, el contenido de su futura primera novela... Y ahora cualquier frase con
la cual piensa comenzar su obra le parece estúpida, torpe, extraña y artificiosa. Y además, apenas ha comenzado a escribir aquella novela que en su mente parecía haber tomado ya una forma definitiva, y ya se ha enfrentado a una serie entera de problemas.
¿En qué persona debe hacerse la narración? ¿Debe ser él mismo, el autor, el que narre,
o uno de os personajes del relato? Y si el narrador es uno de los personajes de la novela, ¿cuál debe ser el lenguaje? De hecho, incluso el mismo autor puede usar el llamado
lenguaje “literario”, o bien puede elegir la vestimenta de un narrador ignorante, semianalfabeto, y en este caso deberá hablar un lenguaje absolutamente distinto.
El joven escritor se encuentra pues con un número enorme de problemas que
debe resolver antes de disponerse incluso a escribir su obra.
Puede notarse que estos problemas se dividen en forma amplia en dos grupos. El
primer grupo incluye todo lo que está ligado al lenguaje mismo, a la elección de las palabras. El otro grupo está ligado a la colocación de estas palabras, a la redacción de la obra
entera, en otras palabras a la composición de la obra. Pero en uno y otro caso el autor
siente que ese lenguaje habitual que ha usado para conversar con otras personas, ese
lenguaje con el cual ha reflexionado o ha soñado en los momentos de soledad, le parece
ahora un fenómeno extrañamente difícil y complejo. Antes de que comenzase a reflexionar sobre el lenguaje, todo aparecía simple y lineal. Pero, no bien ha tratado de es cribir una obra literaria, este lenguaje se ha vuelto para él una masa pesada, informe,
con la cual es muy difícil construir una frase bella, elegante y, sobre todo, que transmita aquello que el autor quiere realmente expresar. El lenguaje parece haberse transformado en un gigantesco bloque de mármol, en el cual es necesario esculpir la figura de seada. El lenguaje se ha vuelto el material de la creatividad artística.
En verdad, el mármol, la arcilla o las pinturas, que sirven de material a escultores
y pintores, se diferencian sustancialmente del material verbal.
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El escultor puede, en efecto, dar al mármol o a la arcilla cualquier forma, puede
transformar las más pequeñas partículas a su placer, obedeciendo sólo a su fantasía
creadora o a un proyecto elaborado en los mínimos detalles. La palabra, en cambio, no
posee esta flexibilidad o ductilidad exterior. No se la puede ni acortar ni alargar, ni se
le puede atribuir con arbitrariedad un significado absolutamente impropio. Cuando
conversamos animadamente no alcanzamos a notar hasta qué punto las reglas lingüísticas son obligatorias y severas. Sin pensarlo siquiera, preguntamos: “¿qué tiempo hace
hoy?” Nunca se nos ocurre decir: “¿A cuál de hoy con los tiempos?” Nadie comprendería, y todos pensarían que queremos bromear o que estamos locos. Por lo tanto, existen
leyes lingüísticas que no pueden infringirse, o la comprensión recíproca se volvería imposible.
***
Todo lo que hemos dicho contempla sólo las reglas gramaticales, y en particular
la sintaxis, es decir, aquella disciplina que estudia las reglas de combinación de las palabras en expresiones de sentido completo. Pero existe una diferencia aun más profunda entre el carácter del material verbal y el de cualquier otro material exclusivamente
físico.
Si confrontamos a una palabra con un trozo, por ejemplo, de arcilla, veremos que
la palabra, a diferencia de la arcilla, tiene un significado, denota un objeto o una acción,
o un acontecimiento, o una experiencia psíquica. El trozo de arcilla, en cambio, tomado
aisladamente, no significa nada. Asume un significado sólo en la totalidad de la obra;
puede ser, por ejemplo, la mano de una estatua o el martillo esgrimido por esta mano.
En tanto el escritor no trabaja con un desnudo material físico, sino con partes que ya
encuentra elaboradas, con elementos lingüísticos preparados, con los que puede construir una totalidad sólo si tiene presentes todas las reglas y leyes que no deben transgredirse cuando se da organización a este material verbal.
Pero, ¿no podría el escritor, de cualquier manera, modificar las reglas y las leyes
lingüísticas, y crear nuevas? En realidad, han existido en la Rusia zarista, no mucho antes de la Revolución de Octubre, poetas que han intentado inventar una nueva lengua,
y que escribían versos de este tipo:
Nemotichei los enemichei
llama viskuiuschi suschel
Y con un nuevo rumor de espadas
le responderá buduschel
O aun mejor:
Go osmieg kaid
Mr batulba
Sinu auksel
Ver tum dach
Guiz.
Para evitar que el escritor tenga la suerte de tales poetas para evitar que entre,
en efecto, en la historia, pero como anécdota, y para hacer que ocupe un puesto serio y
digno, es necesario comprender qué es el lenguaje, este material tan característico y particular de la creatividad artística.
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Si no comprendemos la esencia del lenguaje, si no comprendemos el lugar y el
destino que tiene en la vida social, no podremos plantear correctamente el estudio de
la que llamamos estilística del arte verbal, o sea, de la técnica misma de construcción de
la obra literaria, técnica que cualquier escritor que desee convertirse en un maestro de
su propio arte, y no un simple aficionado, debe conocer necesariamente.
¿Qué es el lenguaje?
El mejor sistema para aclarar un fenómeno es observar el proceso de formación y
de desarrollo. Por desgracia, en lo que al lenguaje respecta, este sistema se complica por
el hecho de que sus embriones y primeras etapas de desarrollo preceden a nuestra época por lo menos en un centenar de miles de años. Pero, a pesar de la antigüedad, se ha
intentado imaginar el nacimiento del lenguaje. A decir verdad, los hombres siempre
han tratado de compensar las propias lagunas cognoscitivas con leyendas “piadosas”,
sustituyendo un examen científico con la intrusión de una “fuerza divina”. No obstante, las exigencias de la verdadera ciencia han triunfado, y hoy en día podemos ya levantar el telón de los milenios y mirar, aunque sea indirectamente, los tiempos en los que
el lenguaje humano estaba formándose.
¿Qué es lo que aparece? El lenguaje no aparece en la sociedad humana por vía sobrenatural, ni como “invención” consciente y meditada, según se pensaba en el siglo
XVIII.
Todavía, en tiempos relativamente recientes, las teorías más difundidas sobre el
origen del lenguaje eran las siguientes: 1. la teoría de la onomatopeya y 2. la teoría de las
interjecciones.
El primer grupo de teorías afirma sustancialmente que el hombre ha tratado de
reproducir los sonidos producidos por los animales, o bien los sonidos que acompañan
a los fenómenos naturales —el silbido del viento, el gorgoteo de una fuente, el fragor
de un trueno—. Estas onomatopeyas se habrían vuelto después el modo natural de designar a los objetos que producían tales sonidos, es decir, se habrían convertido en palabras. Incluso en esta forma era posible explicar un número muy limitado de palabras,
por lo que se observó que el elemento de imitación podía consistir no en el sonido mismo, sino en el movimiento de los órganos de fonación —especialmente de la lengua—
es decir, en un cierto sentido, en el gesto fónico.
El segundo grupo de teorías trató de demostrar que los primeros sonidos del lenguaje humano fueron las exclamaciones —interjecciones— involuntarias o, como habitualmente se las llama, reflejas, que el hombre emitía bajo la influencia de sensaciones
fuertes producidas sobre él por algún objeto. Al repetirse, estas exclamaciones se convirtieron en signos fijos, significantes de estos objetos, y se transformaron así en palabras.
Estos dos grupos de teorías resultaron ser infundados. Incluso si daban una explicación convincente del origen de algunas palabras de algunas lenguas —a decir verdad,
muy pocas—, estas teorías no han podido aclarar ni la efectiva esencia del lenguaje
como fenómeno social, ni otros problemas de excepcional importancia.
Pero en 1876 F. Engels proporcionó una genial indicación, aclarando en qué dirección, se debería buscar la respuesta al problema del origen del lenguaje:
Nuestros progenitores monos eran animales sociales; es evidente que resulta imposible hacer surgir el origen del hombre, el más social de los animales, de antepa sados próximos no sociales. El dominio sobre la naturaleza, que estaba comenzando, junto con el desarrollo de la mano y del trabajo, ampliaba a cada nuevo paso el
horizonte del hombre. En los objetos de la naturaleza él descubría nuevas cualidades, hasta ese momento desconocidas. Por otra parte, el desarrollo del trabajo fa-
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vorecía, a medida de las necesidades, una fusión más estrecha de los miembros de
la sociedad, ya que gracias a él se volvieron más frecuentes los casos de ayuda recí proca, de actividad en común, y se volvió más clara la utilidad de esta actividad en
común para cada miembro individual de la sociedad. Pronto estos seres humanos
en formación llegaron al punto en que aparece la necesidad de decirse algo el uno al
otro. La necesidad creó al órgano: la garganta no desarrollada del mono se transformó, lenta pero inexorablemente, gracias a las modulaciones que se volvían gradualmente más fuertes, y los órganos de la boca se habituaron a pronunciar un sonido articulado detrás de otro. (F. Engels. El papel del trabajo en el proceso de
transformación del mono en hombre. Archivo Marx y Engels, II)1
Independientemente de Engels, un contemporáneo suyo, el estudioso alemán Ludwig Noiret, llegaba a la idea de que “el lenguaje y la vida del intelecto nacen de la acti vidad comunitaria dirigida a alcanzar un objetivo en común, del trabajo primitivo de
nuestros antepasados”. Estas ideas tuvieron una confirmación especializada, lingüística, en los trabajos de un estudioso nuestro [soviético], el académico N. I. Marr.
Sus investigaciones —comúnmente llamadas “teoría jafética”— aclaran sin sombra de duda que
[...] el lenguaje se creó durante innumerables milenios, sobre la base de un instinto
de socialización de masa que se basaba en los presupuestos de las necesidades económicas y de la organización económica. (N. I. Marr, Las etapas del desarrollo de la
teoría jafética, 1926)
Obviamente, en sus primerísimos estadios el lenguaje no se parecía del todo a las
lenguas contemporáneas, ni a otras más antiguas. Nacido en el proceso de la lucha obstinada del hombre contra la naturaleza, lucha en la que el hombre estaba armado sólo
con manos fuertes e instrumentos de piedra toscamente afilados, el lenguaje recorrió
el mismo largo proceso de desarrollo que la cultura material económico-técnica.
Según las suposiciones del académico N. I. Marr, antes aun que se pasase al lenguaje fónico, articulado, la sociedad humana —una sociedad de grupos de cazadores— debía
crearse un medio de comunicación más simple y accesible, un lenguaje hecho de gestos y
de mímica —el así llamado lenguaje manual—.
Muchos milenios pasaron antes de que a este lenguaje manual, que se usaba como
lenguaje de la vida cotidiana, se añadiese el lenguaje fónico, el lenguaje de la magia, del
culto mágico.
Los hombres de la primera edad de piedra, que conocían sólo los métodos más
sencillos para procurarse el alimento —la recolección de vegetales comestibles y la
caza de animales salvajes— se contentaron por largo tiempo con este lenguaje, al que
podríamos llamar convencionalmente lenguaje de las manos, en tanto en él desempeñaba un papel fundamental el movimiento de las manos. Evidentemente, los sonidos podían acompañar estas “enunciaciones” mímicas, gestuales, pero eran aún inarticulados
y consistían principalmente en gritos de emoción, es decir, expresaban un estado de
ánimo de fuerte excitación.
Por lo tanto, la aparición del lenguaje articulado no es provocada por la necesidad de una comunicación social, ya que existía un lenguaje más simple hecho de gestos
y de mímica —lenguaje de las manos—. Es necesario buscar el origen del lenguaje fónico en las condiciones peculiares de la vida laboral de la humanidad primitiva. A estas
condiciones debe su origen también el arte, el que por largo tiempo estuvo conformado
1
Hay varias ediciones argentinas de este texto, separado o incluido en el libro de F. Engels, Dialéctica
de la naturaleza. [N. del T.]
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por la indivisible asociación de tres elementos, la danza, el canto y la música, bajo la
forma de sonidos de simplísimos instrumentos. Tanto el lenguaje fónico como este arte
triple tienen una base en común: las acciones mágicas que, a los ojos de la oscura y retrasada conciencia del hombre de aquel período, parecían condiciones necesarias para el
éxito de su actividad productiva, y por eso acompañaban siempre a todos sus trabajos
colectivos. De esta compleja acción mágica, que comprendía tanto movimientos mágicos de las manos y todo el cuerpo, como gritos mágicos que desarrollaron gradualmente los órganos de fonación, tuvo su origen el lenguaje fónico articulado.
No olvidemos que para el hombre de la primera edad de piedra el rito mágico era
un acto ligado a la economía, una forma de acción sobre la naturaleza, gracias a la cual
esta debía dar al hombre su bien más importante, y a veces casi el único: el alimento. 2
Por lo tanto, los primerísimos elementos del lenguaje fónico humano, así como también los del arte, eran elementos de un proceso de trabajo, estaban ligados a las necesidades económicas y representaban el resultado de la organización productiva de la sociedad.
Esta organización extremadamente primitiva, que estaba complicándose gradualmente, generó los sucesivos estadios de la comprensión del mundo circundante y de la
relación con él, en otras palabras, de la ideología en formación del hombre, 3 experimentando recíprocamente su influencia.
El estadio de la cultura humana en el que aparece el lenguaje fónico se llama mágico. En este estadio se elaboran los elementos lingüísticos fundamentales que en general se encuentran en la base de cualquier lenguaje fónico. No se trata aún de palabras,
en el sentido que nosotros atribuimos a este término, ni de denotaciones fónicas; no se
trata de signos que denotan un fenómeno o un grupo de fenómenos, sino de un conjunto de sonidos bien determinados que acompañan a un rito mágico, el que a su vez es
una forma de proceso de trabajo colectivo.
En un comienzo estos eran, según sabemos, gritos mágicos, que con su carácter
iterativo desarrollaban las cuerdas vocales y otros órganos de la fonación. Faltaba solamente un paso para que estos complejos fónicos se convirtiesen en palabras. Bastaba
que el hombre hubiese tenido la necesidad, empujado por las exigencias económicas,
de comprender, de explicarse. Una vez alcanzada la posibilidad de denotar con este
complejo fónico aunque sólo fuera un grupo de fenómenos o de objetos, comenzó el indudable desarrollo del lenguaje fónico, es decir, el ensanchamiento del círculo de objetos y fenómenos denotados por cada uno de los complejos, por las combinaciones fónicas existentes.
Entonces, con el gradual pasaje a la ganadería y la agricultura, se alcanzan nuevos estadios del desarrollo lingüístico: el estadio totémico —uno de sus signos distintivos fue la divinización de animales, vegetales, etc., en calidad de fundadores de una tribu determinada—, y el estadio cósmico —la divinización del cielo y de los fenómenos
celestes—. En este punto cada uno de los complejos fónicos era utilizado separadamente, todavía no denotaban un solo fenómeno, sino un grupo entero de fenómenos que a
nuestros ojos parecen carecer casi de cualquier vínculo. El complejo fónico primitivo se
vuelve una palabra polisignificante, una palabra que inicialmente estaba ligada a todos
los significados conocidos por la humanidad. Los primeros objetos que tuvieron una
designación verbal fueron, evidentemente, los que estaban más cercanos a la actividad
2
3
Para información más detallada sobre la magia primitiva y su base económica véase el capítulo correspondiente del libro de Nikolski, Sobre la historia de la cultura primitiva.
Por ideología entendemos todo el conjunto de los reflejos y de las interpretaciones de la realidad so cial y natural que suceden en él cerebro del hombre, fijados por medio de palabras, diseños, esquemas u otras formas sígnicas.
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económica del hombre y que, en consecuencia, eran por sí mismos objetos mágicos, de
culto, en tanto magia y trabajo se confundían aún en una única totalidad en la conciencia confusa del hombre.
Y la primera palabra de la humanidad fue la que denotaba aquello que ha abierto
el camino de la civilización, aquello a lo que debemos el primer instrumento de piedra,
el primer lenguaje y los primeros resplandores del intelecto.
Esta palabra era: “Mano”, la mano del hombre trabajador.
A continuación, la palabra “mano” se funde con una serie completa de significados de carácter sagrado, sobre todo con los grupos “cielo + agua + fuego”.
Estos grupos de significados se dividen en nuevos grupos, por ejemplo: “agua +
cielo” toma el significado “nube + humo + oscuridad”; “fuego + cielo” significará “luz +
resplandor + rayo”, y así sucesivamente. De hecho, existen todavía muy pocas palabras
sonoras, mientras el número de objetos que entran en el horizonte mental del hombre
aumenta siempre más, gracias al desarrollo de la actividad económica. Habrá después
trasposición de significado de un fenómeno complejo, por ejemplo “cielo”, a las que
son en cierto sentido sus partes constitutivas, como el sol, las estrellas o incluso los pájaros que, si tradujésemos esta palabra a nuestra lengua, se llamarían “hijos del cielo”.
Sin embargo, estos complejos fónicos no habrían podido transformarse en un lenguaje, si con las nuevas etapas de desarrollo de la actividad económica no hubiese aparecido un nuevo fenómeno que decidió la suerte del lenguaje humano: el proceso de
entrecruzamiento lingüístico.
Es evidente que, si el hombre hubiese llevado una existencia aislada, no sólo no
hubiera tenido necesidad de crear un lenguaje, sino que no habría creado ninguna cultura en general.
En la base del desarrollo cultural humano —la actividad laboral— existe la necesidad de unirse en grupo, en una comunidad que se crea con un entrecruzamiento de
tipo primitivo. Junto con el entrecruzamiento de grupos humanos completos (externos: tribales, estatales; internos: profesionales, de clase), llegó además el entrecruzamiento
de elementos lingüísticos, que son distintos para cada reagrupación. Como resultado,
el bagaje lexical se enriquece, aparecen las palabras entrecruzadas, constituidas por algunos elementos fundamentales. En tanto los sonidos son limitados, los elementos de
estas palabras se abrevian, se reducen. Estos encadenamientos truncos son sentidos
como palabras nuevas y completas, que pueden a su vez servir como base para la formación de otras palabras.
La siguiente etapa de desarrollo del lenguaje está constituida por la conjunción de
las palabras en frases, que en el comienzo ocurrió de manera simple —es decir, sin que se,
modificara la forma de las palabras. Luego se agregaron determinadas partículas verbales que definen la relación que la palabra tiene en la frase, y finalmente se transformó la
forma misma de da palabra —por ejemplo, con la conjugación y la declinación—.
De todo lo que hemos dicho resulta claro el papel que ha jugado la organización
laboral social en el nacimiento y desarrollo del lenguaje. Podemos advertir esta relación no sólo en el campo de los significados de las palabras —la llamada semántica—,
sino también en el área de la gramática.
Hagamos ante todo un ejemplo de representación semántica —en el campo del
significado de la palabra— de la estructura socioeconómica.
Supongamos que los encuentros hostiles entre tribus han llevado a la completa
sumisión de una tribu a otra, que ha ocupado su territorio. En este reagrupamiento entrecruzado de personas, la tribu vencedora se convierte en la clase dominante, la que
utiliza el trabajo gratuito —hecho por semilibres o esclavos— de los propios enemigos
dominados. Ambas tribus tenían sus propias denominaciones sagradas, el nombre de
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su tótem o de su dios tribal. Está claro que el nombre de la tribu vencedora pasará, a
significar “bueno”, “válido”, y el de la tribu vencida, “malo”, “pésimo”. Esta diferencia
pasará después a designar a las clases sociales. De esta manera, el nombre de la tribu de
los “pelasgos” —en un tiempo poderosa, pero luego sometida por los romanos— se
transformó en la antigua Roma en “plebeyos”, personas de clase inferior, Así también,
el nombre de la tribu caucásica de los “kolchov”, celebrada en las leyendas de la antigua Grecia, tomó en georgiano el significado de “campesino”, “esclavo”, después de ser
dominada. Entonces,
[…] los términos tribales —las denominaciones—, incluyendo los totémicos, sufren
una revisión, son valorados según la posición social de las diversas tribus que, al
cruzarse en el proceso de formación de nuevos tipos étnicos de población, se
transformaron en clases sociales. Por lo tanto, […] los términos sociales, no sólo las
denominaciones de clase, representan antiguas denominaciones tribales. (N. I.
Marr, ibídem).
Como ejemplo de representación gramatical de las relaciones sociales puede referirse la formación de las partes del discurso. Especialmente indicativa para nuestro
propósito es la formación de los pronombres, que nacen con la aparición de la propiedad.
En tanto inicialmente aparece la propiedad tribal, y no la privada, en un comienzo los
pronombres indican número colectivo, el de la tribu y su tótem —o después el dios, protector de los derechos de propiedad de este grupo social determinado—.
Sólo sucesivamente, con la aparición de la propiedad privada, se delinea la primera persona de número singular —“yo”—, y la segunda y tercera personas, contrapuestas en “ella” / “tú”, “él”.
Lo que hemos expuesto basta para convencerse de que el lenguaje no es un don
divino ni un regalo de la naturaleza. Es el producto de la actividad humana colectiva, y refleja en todos sus elementos tanto la organización económica como la sociopolítica de la sociedad que lo ha generado.
2. La función del lenguaje en la vida social
En nuestras conclusiones existe todavía una laguna sustancial. No hemos tocado
el problema, que se impone por sí mismo, de la relación entre lenguaje y pensamiento
social. De esto hablaremos a continuación. Pero por el momento debemos afrontar otro
problema.
Si el lenguaje, como hemos visto, es el producto de la vida social, su creación y su
representación, ¿qué papel tiene entonces el lenguaje en el proceso de desarrollo de la
vida social misma? En otras palabras, el lenguaje, que en cierto sentido es una superes tructura de las relaciones sociales, ¿tiene a su vez una influencia inversa sobre estas relaciones que le han dado origen?
Este problema es considerablemente más simple que el problema del origen del
lenguaje, y por lo tanto seremos muy concisos. Cualquiera que no tenga prejuicios
comprende claramente qué enorme papel debe jugar el lenguaje sobre la organización
de la vida social.
Ya el primero y primitivo lenguaje de la humanidad —aquel lineal o de las manos—
que se ha conservado hasta nuestros días como medio auxiliar, usado junto al lenguaje
verbal —la habitual gesticulación de las manos y la mímica del rostro durante la con versación—, este primer lenguaje representa una brusca separación del mundo natural, y
el comienzo de la creación de un mundo nuevo; el mundo del hombre social, el mundo
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de la historia social. No era suficiente poner como límite entre estos dos mundos la acción de golpear con el primer instrumento creado por el hombre, el golpe del hacha de
piedra. Era necesario reforzar esta nueva posición del animal “bípedo que crea el instrumento”, y se podía reforzarla sólo creando una solidaridad más estrecha, una intercomunicación más estrecha entre los distintos reagrupamientos de hombres. En la terrible lucha por la vida, de la cual no tenemos todavía ni siquiera una representación
adecuada, los problemas de procurarse colectivamente el alimento, de defenderse colectivamente de los animales feroces, etc., eran para la humanidad problemas de verdadera supervivencia. Pero la actividad colectiva era posible sólo con la condición de
que existiese por lo menos una mínima coordinación en las acciones, por lo menos una
mínima capacidad de representarse el objetivo común. Para hacerlo era necesario que
los hombres se comprendiesen recíprocamente. Este objetivo se alcanzó ya con el lenguaje de gestos y mímica, el más antiguo medio de comunicación de la humanidad.
Pero esta comunicación no sólo facilitaba la organización laboral, sino también la organización del pensamiento social, de la conciencia social. El psiquismo humano debía
cumplir un trabajo que, aunque elemental, era para aquellos tiempos extremadamente
complejo. En realidad, para la realización de la comunicación verbal es necesario que el
significado oculto en el gesto de la mano de un hombre sea comprensible para otro hombre, que este hombre sepa establecer —gracias a la experiencia precedente— la relación necesaria entre ese movimiento dado y el objeto o acontecimiento en cuyo lugar
es empleado. En otras palabras, el hombre debe comprender que este movimiento es
portador de un significado, que este movimiento expresa un signo. Pero esto no es todavía suficiente. El signo expresado por la mano no debe ser casual, pasajero. Sólo si
este signo se vuelve constante podrá entrar en el horizonte cognoscitivo de un grupo
humano, será necesario para él y se convertirá en un valor social. Como es obvio, con el
crecimiento y la transformación de la organización económica, este signo se modificará gradualmente, pero en una medida casi imperceptible para una misma generación
de hombres que lo utilizan.
Lo que hemos dicho hasta ahora es sólo un aspecto del proceso de comunicación
verbal entre los hombres: este proceso no hubiera podido cumplirse si el acto gestual
—y después el verbal— hubiese permanecido siendo nada más que un signo exterior. Debía convertirse en un signo de uso interior, debía volverse lenguaje interior; sólo así se
realizaría la segunda condición necesaria para la comunicación verbal —además de la
transmisión del signo—: la comprensión del signo y la respuesta al mismo.
3. El lenguaje y la clase
El lenguaje se vuelve así la condición necesaria para la organización laboral de los
hombres. Con el desarrollo de la actividad económica, en esta organización laboral se
evidencian algunas personas determinadas que tienen deberes y derechos diferentes.
Esto se encuentra relacionado con el nacimiento del lenguaje sonoro, que por mucho
tiempo había desempeñado las funciones de lenguaje sagrado, mágico, y que por eso
era un lenguaje misterioso. Gradualmente, se evidencian los custodios de este lenguaje secreto, el grupo de los sacerdotes o de los chamanes. Ellos están rodeados de una especial deferencia y veneración, ya que son “omnipotentes” y “omniscientes”. En realidad,
conocían aquellas palabras-exorcismo de las que, según el hombre primitivo, dependía
una buena recolección de hierbas comestibles, la derrota de los enemigos y, en general,
el bienestar de la tribu. Así, en el amanecer de le historia humana, el lenguaje coopera
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involuntariamente para crear los embriones de la división de clases [sociales] y de patrimonios de la sociedad.4
En una fase siguiente de la historia de la humanidad, con la aparición de la pro piedad privada y la formación del estado, se siente la exigencia de una fijación jurídica
de las relaciones de propiedad, expresada en una lengua oficial. Aparecen las fórmulas
jurídicas, todavía estrechamente ligadas a las fórmulas religiosas. En un cierto sentido,
la palabra sacraliza, con su antigua autoridad mágica, las leyes ventajosas para una minoría dirigente, que favorecen la servidumbre de la mayoría sometida. El complejo sistema jurídico que encontramos ya entre los pueblos más antiguos, como los sumerios y
los egipcios, sería obviamente impensable sin el lenguaje.
No sólo las leyes jurídicas escritas, sino también las leyes morales no escritas, se
crean, se explican, y se convierten en una fuerza coercitiva sólo con la aparición del
lenguaje humano.
Finalmente, está claro que sin la ayuda de la palabra no habrían nacido la ciencia
ni la literatura. Ninguna cultura habría podido realizarse si se hubiera privado a la humanidad de la posibilidad de la comunicación social, de la que nuestro lenguaje es la forma
materializada.
4. El lenguaje y la conciencia
Todo esto no es sino el aspecto exterior del papel que cumple el lenguaje en la
vida social, el aspecto que más fácilmente salta a la vista y se presta al análisis. Incomparablemente más complejo es el problema de la influencia del lenguaje sobre estos fenómenos de la vida social que llevan el nombre de “conciencia de clase”, “psicología
social”, “ideología social”, etc. Y junto a este problema se enfrenta inevitablemente
otro, estrechamente ligado a él: ¿qué significado tiene el lenguaje para la conciencia individual, personal, del hombre, para la formación de su vida “interior”, de sus “experiencias”, para la expresión de esta vida, de estas experiencias?
Todos estos problemas tienen una significación de primer plano para cualquiera
que deba tratar con el lenguaje, ya sea como material o como instrumento de creación.
No casualmente hemos comenzado este artículo con la imagen de ese especial estado
de ánimo del escritor que habitualmente se llama “tormento de la palabra”.
Se suelen atribuir estos “tormentos de la palabra” tanto al hecho de que no bas tan las palabras para “expresar” nuestras emociones, como al hecho de que nuestras
palabras son impotentes para transmitir todo lo que “el alma quiere decir”. Nuestra tarea es aclarar si estas afirmaciones corresponden a la realidad, si en efecto los “tormentos de la palabra” son sólo consecuencias de la “insuficiencia” de las palabras o de
su “impotencia”.
Hemos visto que las condiciones de la lucha comunitaria contra la naturaleza,
que asumían la forma de un proceso económico-mágico colectivo, habían provocado
inicialmente la aparición de un lenguaje mímico cotidiano, y después de uno sonorosagrado. Con el paso del tiempo, el lenguaje sonoro se volvió también patrimonio de la
vida cotidiana, de la comunicación en la vida de todos las días. Se desarrolló gracias a
los innumerables entrecruzamientos provocados por el crecimiento ulterior de la actividad económica del hombre. Desde los primeros estadios de su formación, las relaciones lingüísticas de los hombres estaban estrechamente ligadas con otras formas de relaciones sociales. Las relaciones lingüísticas nacen en un terreno común a todas las
4
Abordaremos el problema de la creación del lenguaje “literario”, que representa el lenguaje de la
clase dominante, en un artículo próximo [se refiere a “La construcción de la enunciación”. N. del T.].
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clases de relaciones, el de las relaciones productivas. La comunicación verbal siempre
estuvo ligada, como a continuación veremos, a la situación real de la vida, a las accio nes reales de los hombres: laborales, rituales, lúdicas, y otras más. ¿Qué ocurrió mientras tanto en la conciencia del hombre? ¿Se desarrolló quizás independientemente de
la comunicación verbal, o hay un vínculo entre ellas? En este caso, ¿qué tipo de vínculo? Puede demostrarse que justamente el crecimiento de la conciencia determina el
crecimiento del lenguaje, la cantidad de palabras, de expresiones. ¿Acaso una persona
de conciencia confusa, apenas despertada, puede servirse de un lenguaje rico y evolucionado, con un enorme bagaje de palabras variadas, de frases construidas con precisión y de expresiones exactas? Obviamente, no. Gracias a la aparente obviedad de la
cosa, frecuentemente se cae en el error, un error absolutamente idéntico a aquel en
que vivía la humanidad hasta los notables descubrimientos de Copérnico. 5 ¿No es quizás “evidente” que el Sol “sale” y “se pone” todos los días, y que por lo tanto gira alrededor de la Tierra? Y en cambio esta “evidencia” no es sino un error de nuestros sentidos: en realidad es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no lo contrario. Lo mismo
ocurre para quien mira el problema de las relaciones existentes entre el lenguaje y la
conciencia.
Tratemos antes que nada de definir qué es nuestra conciencia.
Cerremos los ojos y comencemos a reflexionar sobre este problema. La primera
cosa que captaremos en nosotros será una especie de flujo de palabras, por momentos
ligadas en frases definidas, pero la mayor parte de las veces persiguiéndose en una sarabanda ininterrumpida de jirones de pensamientos, de expresiones habituales, de impresiones generales provocadas por objetos o por fenómenos de la vida fundidos en un
único conjunto. Esta multicolor calesita verbal se mueve todo el tiempo, ya alejándose,
ya acercándose al propio tema fundamental, el problema sobre el cual tratamos de reflexionar. Pero tratemos de separar totalmente las palabras.
¿Qué podremos observar en nosotros?
Es posible que aparezcan representaciones visuales o acústicas, retazos de imágenes de la naturaleza o fragmentos de melodías escuchadas. Abstraigámonos también de
esto. Probablemente sentiremos ahora el latido del corazón o el rumor de la sangre en
los oídos o nacerán representaciones relacionadas con el trabajo de nuestros músculos
—las llamadas representaciones “motoras”—. Pero si logramos, con un excepcional esfuerzo de voluntad, separar también estas representaciones motoras, ¿qué queda de
nuestra conciencia?
Nada.
La completa falta del ser, similar al estado de inconciencia o al sueño sin sueños.
Para volver a un estado normal “consciente” debemos romper este muro de noser, regresar a la vivaz confusión de las palabras y las imágenes con las que toman
cuerpo nuestros pensamientos, deseos y sentimientos, debemos pronunciar para nosotros aunque sea sólo una pequeña palabra, “yo”.
Llamaremos a este flujo de palabras que observamos en nosotros lenguaje interior.
Si miramos atentamente en nuestro interior veremos que, a fin de cuentas, ningún
acto de conciencia puede realizarse sin él. Incluso cuando surge en nosotros una sensación puramente fisiológica —por ejemplo la sensación de hambre o de sed— para
“sentir” esta sensación, para volverla consciente, debemos necesariamente expresarla
5
Nicolás Copérnico (1462-1543) fue el principal astrónomo que demostró que el astro central es el Sol,
que se encuentra inmóvil, y alrededor del cual giran todos los planetas, comprendida la Tierra. Esta
teoría, en contraste con la Biblia, provocó la oposición del clero, pero la verdad científica se demos tró más fuerte que la ignorancia religiosa.
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de algún modo6 dentro de nosotros, incorporarla al material del lenguaje interior. Esta
expresión de una necesidad puramente fisiológica está condicionada desde el comienzo
por la vida cotidiana social misma, por el ambiente en que vivimos, como lo está tam bién la sensación.
5. La “sensación” y la “expresión”
Tomemos una expresión verbal simplísima de cualquier necesidad, por ejemplo,
del hambre. ¿Es posible una expresión pura de esta necesidad que no esté expresada en
ningún lenguaje ni interior ni exterior o, para decirlo mejor, que no esté refractada
ideológicamente? Obviamente, no encontraremos nunca semejante expresión, pura del
hambre —por así decirlo, la voz misma de la naturaleza—— libre de todo elemento social.
Cualquier necesidad natural, para volverse deseo humano sentido y expresado,
debe pasar necesariamente a través del estadio de la refracción ideológica y social, de la
misma manera en que la luz del sol o de las estrellas puede alcanzar nuestros ojos sólo
después de haberse refractado inevitablemente en la atmósfera terrestre. En realidad, el
hombre no puede pronunciar ni una sola palabra permaneciendo hombre puro y simple,
individuo natural —biológico—, variedad bípeda del reino animal. La más simple expresión del hambre: “quiero comer”, puede ser pronunciada —expresada— sólo en una determinada lengua —aunque sea el lenguaje de las manos—, y será pronunciada con determinada entonación,7 con una gesticulación determinada. Así, nuestra elemental expresión
de una necesidad biológica, natural, recibe inevitablemente una coloración sociológica e
histórica: la de la época, el ambiente social, la clase social del hablante, y la de la situación
real y concreta en la que tuvo lugar la enunciación.
Tratemos de comenzar a quitar todos los estratos que dan forma social e histórica
a nuestra expresión de hambre.
Para empezar, abstraigámonos de la lengua usada, después de la entonación de la
voz, del gesto, etc., y finalmente... nos encontraremos en la ridícula situación del niño
que ha querido encontrar el núcleo de la cebolla quitando, una tras otra, las capas que
la componen. De la expresión, así como de la cebolla, no queda nada.
Como veremos inmediatamente, ni siguiera de la sensación queda nada.
Miremos con más atención la forma en que la situación social inmediata, en la
que se ha pronunciado la expresión de la propia hambre, determina la forma de la
enunciación.
Resolviendo este problema arrojaremos un puente temático que se relacionará
con nuestro próximo artículo,8 y al mismo tiempo prepararemos el material para las
conclusiones que deberemos aportar.
Antes que nada: ¿a quién el hablante le evidencia su deseo de comer? Si él habla
con una persona que tiene el deber de alimentarlo —un esclavo, un siervo, etc.— expresará su deseo bajo la forma de una orden brusca, con una clara entonación imperativa,
o bien con una manera gentil, pero convencida del inmediato consentimiento a la satisfacción del pedido.
Vale la pena pensar hasta qué punto son distintas y variadas las formas verbales
que sirven a los hombres para expresar el deseo de comer, y que dependen del lugar en
6
7
8
Es decir, en cualquier signo, palabra, gesto, diseño, símbolo, etc.
La entonación está dada por la elevación o descenso de la voz, que expresa nuestra actitud hacia el
objeto de la enunciación, actitud que puede ser feliz, afligida, maravillada, interrogativa, etc.
Se refiere a “La construcción de la enunciación”. [N. del T.]
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que se encuentran: si son huéspedes de alguien, o están en su propia casa, en un restaurante, en una mesa social, etc. Igualmente es grande la distancia entre las entonaciones de voces que resuenan en la herencia —todavía no clausurada— de los antiguos
cultos mágicos, en la fórmula de plegaria “danos el pan nuestro de cada día”, y en el
desgarrado grito de Jlestakov: “Tengo un hambre terrible, ¡no lo digo en absoluto en
broma!”.
Vemos, por lo tanto, que el estado puramente fisiológico del hambre por sí mismo no puede tener una expresión: es necesario que el organismo tenga una ubicación
social e histórica bien definida. El elemento decisivo está siempre representado por la
pregunta: quién tiene hambre, en compañía de quién, entre qué personas. En otras palabras, toda expresión tiene una orientación social. En consecuencia, ella está determinada
por los participantes del acontecimiento constituido por la enunciación, participantes próximos y remotos. La interacción entre los participantes de este acontecimiento le da
una forma a la enunciación, hace que suene de una determinada manera y no de otra:
como pedido perentorio o como ruego, haciendo valer los propios derechos o bien suplicando un favor, con un estilo simple o altisonante, con seguridad o con timidez.
Precisamente esta dependencia de la enunciación hacia la circunstancia concreta
en la que tiene lugar tiene para nuestro examen un significado de extrema importancia. Si no tenemos en cuenta esta circunstancia, si no tenemos en cuenta la correlación
de clase existente entre los hablantes, no podremos plantear correctamente los problemas que para nosotros son más importantes: los problemas de la estilística artística.
Sólo cuando hayamos estudiado la relación existente entre el tipo de intercambio comunicativo social y la forma de la enunciación, cuando hayamos visto que cualquier
“expresión” de cualquier “sensación” representa el documento de un hecho social, sólo
entonces estos problemas de estilística se aclararán a fondo.
Aún tenemos que afrontar otra tarea. Como hemos visto, la expresión de cualquier sensación necesita ante todo del lenguaje, entendido en su significado más amplio, es decir, como lenguaje exterior e interior. Sin el lenguaje, sin una enunciación
bien definida, ya sea verbal o simplemente gestual, no existe expresión; así como no
existe expresión sin una real situación social y sus participantes reales.
Pero, ¿y la sensación? ¿Quizá también ella tiene necesidad del lenguaje? ¿Quizá
nuestros sentimientos, el amor, el odio, la felicidad, tienen también esta necesidad de
ayuda del lenguaje, y no pueden alcanzar sin él la plenitud de su ser en la conciencia
del hombre? Responder a esta pregunta no es difícil. En realidad hasta una toma de
conciencia simple, confusa, de cualquier sensación, aun la de hambre, incluso en el
caso en que no tenga expresión exterior, necesita una forma ideológica. Así, cualquier
toma de conciencia tiene necesidad del lenguaje interior, de una entonación interior, y
de un embrionario estilo interior: la toma de conciencia de la propia hambre puede ser
suplicante, colérica, enojada, indignada, y demás. La expresión exterior, en la mayoría
de los casos, no hace sino seguir aclarando la orientación social del lenguaje interior, y
las entonaciones que ya están contenidas en él
Tratemos de hacer una experiencia de introspección.
Todos hemos experimentado probablemente la sensación de una alegría imprevista. Imaginemos estar profundamente alegres por haber leído, sin haberlo esperado,
una bella recensión de una obra nuestra que para nosotros era mediocre. ¿Cuál es la
más importante fuerza organizadora de nuestra sensación? Sin duda, todo lo que está
ligado al aspecto exterior de este acontecimiento: el hecho de que en una revista haya aparecido un bello comentario que habíamos esperado largamente. Llamaremos situación a la cir-
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cunstancia de un acontecimiento dado. Desde ahora usaremos siempre este término,
por lo que es importantísimo recordarlo.9
Por lo tanto, la situación es condición necesaria para nuestra sensación. ¿Cómo se
compone esta sensación? Ante todo, en nosotros tiene lugar una serie entera de fenómenos ligados a nuestro organismo: la respiración se acelera, el corazón late con más
frecuencia, hay movimientos musculares —deseo de golpear las manos—, y demás. Llamaremos reacción orgánica a todo este conjunto de fenómenos que representan una especie de respuesta inconsciente de nuestro organismo al hecho externo.
Esta reacción orgánica, estas modificaciones corpóreas del organismo, bajo la acción de la situación externa, es decir, de la situación de la lectura de la recensión, están
acompañadas inevitablemente por el flujo del lenguaje interior, gracias al cual podemos aclararnos a nosotros mismos todo lo que ocurre.
En el momento mismo en que leemos esta recensión, este flujo puede salir al exterior, en el lenguaje exterior, bajo la forma de desligadas exclamaciones de alegría,
que después se transforman en un discurso con una forma más precisa, sistemática. No
existe una diferencia cualitativa entre la primera percepción del corazón que golpea
ante la tan esperada recensión, y las frases ya claras y distintas que comenzaremos a
intercambiar con cualquiera, quizá después de algunos minutos.
Puede decirse que todo el campo de la vida interior, todo el mundo de nuestras
sensaciones, se mueve en un área que lo sitúa entre el estado fisiológico del organismo
y la expresión exterior acabada. Cuanto más se aproxima este mundo de las sensaciones a su límite más bajo, tanto más confusa y oscura es la sensación, y tanto más confu sa y oscura será su cognoscibilidad, su perceptibilidad. Pero cuanto más cercano esté a
su límite superior —la expresión acabada— será tanto más complejo, pero al mismo
tiempo expresará con más claridad, con mayor riqueza y más plenitud, toda la complejidad de la situación social. El lenguaje interior es la esfera, el campo, en el que el organismo
pasa del ambiente físico al social. En él tiene lugar la sociologización de todas las reacciones y manifestaciones orgánicas. Obviamente, en los más bajos estadios del desarrollo,
la expresión verbal puede ser sustituida por otros medios: el lenguaje de las manos,
gritos inarticulados pero entonados de modo expresivo, y demás. La relación entre sensación y expresión, aun en estos casos, permanece la misma. Una conciencia que no se
encarna en el material ideológico de la palabra interior, del gesto, del signo, del símbolo, no existe o no puede existir.
6. La ideología cotidiana
Acordemos en llamar ideología cotidiana a todo el conjunto de sensaciones cotidianas —las que reflejan y refractan la realidad social objetiva— y a las expresiones ex teriores inmediatamente ligadas a ellas. La ideología cotidiana da un significado a cada
acto nuestro, a cada acción nuestra, y a cada uno de nuestros estados “conscientes”.
Del océano inestable y mudable de la ideología afloran gradualmente las innumerables
islas y continentes de los sistemas ideológicos: la ciencia, el arte, la filosofía, las teorías
políticas.
Estos sistemas son, a fin de cuentas, un producto del desarrollo económico, un
producto del enriquecimiento técnico-económico de la sociedad. A su vez, estos sistemas ejercen una fuertísima influencia inversa sobre la ideología cotidiana, y la mayor
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La situación —en francés: la situation—, indica la circunstancia, la condición en la que algo ocurre. La
mayor parte de las veces esta palabra se utiliza para indicar cada momento singular de la interacción de los personajes de una obra teatral.
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parte de las veces le dan el tono dominante. Al mismo tiempo, estos productos ideológicos en formación conservan siempre un vínculo vivísimo con la ideología cotidiana,
se nutren de sus jugos, y —separados de ella— se deterioran y mueren.
No es necesario creer que la ideología cotidiana sea una cosa entera, monolítica,
uniforme en todas sus partes. En ella debemos distinguir una serie completa de estratos, desde los más bajos, que se mueven y se modifican más fácilmente, hasta los superiores, que limitan directamente con los sistemas ideológicos.
En este momento estamos poco interesados en los estratos inferiores, es decir, en
todas las sensaciones y pensamientos confusos, poco desarrollados, y en las palabras
casuales e inútiles que relampaguean en nuestra conciencia. Es más importante para
nosotros conocer los estratos superiores de la ideología cotidiana que tienen un carácter creativo.
En estos estratos superiores ocurre el intercambio comunicativo del autor con sus lectores, que para nosotros es sustancial. Aquí se elabora su lengua en común y su correlación —para ser más precisos, su orientación recíproca—. El autor y el lector se encuentran en un plano extraliterario común, ambos quizá trabajan en el mismo oficio,
participan de las mismas reuniones y las mismas sesiones, discurren ante una taza de
té, escuchan las mismas conversaciones, leen los mismos diarios y los mismos libros,
ven las mismas películas. Aquí se crean, se forman y se estandarizan sus “mundos interiores”. Aquí, en otras palabras, ocurre el “entrecruzamiento” de sus opiniones, de sus
ideas, como el entrecruzamiento de las lenguas tribales de las que antes hemos hablado.
7. La creación artística y el lenguaje interior
De todo lo que hemos dicho resulta claro que el fenómeno habitualmente llamado
de la “individualidad creativa” es en realidad la expresión de la línea rígida y constante
de la orientación social, o sea de las opiniones de clase, de las simpatías y antipatías de
clase de una persona dada, que fueron creadas y han tomado forma en su lenguaje interior.
La estructura sociológica de los estratos superiores del lenguaje interior y de las
orientaciones sociales contenidas en él, determinan en grado significativo la creación
ideológica, y en particular la artística, de una persona dada; y en esta creación encuen tran su desarrollo final y su conclusión. Es muy importante tenerlo presente. Es nece sario recordar que cualquier obra significativa y original se crea, para ser precisos, en
el curso de toda la vida del escritor, del artista o del compositor. Hemos dicho sobre
todo que las principales orientaciones de sus simpatías y antipatías de clase, de sus
ideas, de sus gustos, que determinan e impregnan el contenido y la forma de la obra,
han sido ya elaboradas y puestas en evidencia en el lenguaje interior. No se las puede
transformar en un instante para complacer al “momento” ya sus exigencias literarias.
Ellas, en cierto sentido, fueron dadas al escritor; y el diseño artístico, el tema, el género
y demás, son elegidos y construidos en sus ámbitos, los que, aunque amplios, son fijos y
estables.
El lenguaje artístico exterior no puede entrar en colisión con las orientaciones
sociales fundamentales del lenguaje interior. Apenas tentado de hacerlo, inevitablemente pierde su productividad y su fuerza, suena falso como una lección repetida por
un papagayo con una entonación casual, descolorida y poco convincente. El estilo del
lenguaje interior debe determinar el estilo del lenguaje exterior, aun cuando es cierto
que el lenguaje exterior tiene una influencia inversa sobre el lenguaje interior. Entre el
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estilo interior y el exterior, entre el estilo del “alma” y el estilo de la obra, existe la
misma interacción que entre la ideología cotidiana y el sistema ideológico ya formado,
fijado: el lenguaje interior reaviva, nutre de sus jugos tanto al lenguaje exterior percibido como al creado, pero al mismo tiempo es determinado por este.
Normalmente no debería haber aquí una fractura, no debería haber un salto. El
mismo grupo social que ha dado a una persona la lengua, que le ha orientado las ideas,
los gustos, los juicios, que, en una palabra, ha determinado el tono y el carácter de su
vida interior, ahora se le contrapone como ambiente exterior, como masa de lectores,
como grupo. de gustadores y críticos de su obra artística. Por eso, si nacen conflictos o
contradicciones entre el lenguaje interior y el exterior del escritor, existen razones sociales particulares que causan este conflicto.
Con estas palabras, obviamente, nosotros indicamos sólo el camino que lleva a la
correcta solución del problema de los “tormentos de la palabra”: deberemos todavía
hablar de ellos cuando examinemos a continuación la estructura de la obra artística y
el papel de la palabra en esta estructura. Por ahora tratemos de representarnos, de la
manera más sistemática posible, el camino recorrido por la creación artística.
El pasaje de la sensación, como expresión interior, a la enunciación realizada exteriormente, es el primer estadio10 de la creación ideológica, en nuestro caso, de la literaria. En este estadio se refuerza la orientación social que ya estaba contenida en la sensación, o cuya posibilidad estaba bosquejada en ella, Aquí, en cierto sentido, aparece y
se toma en consideración el potencial oyente, el potencial participante en el acontecimiento que provoca el pasaje de la expresión interior a la exterior. En este estadio ocurre la primera prueba y la primera verificación de las formas ideológicas de la sen sación.
En el segundo estadio11 de realización, la forma cotidiana primitiva se vuelve ya un
producto ideológico, una obra en el sentido preciso del término. Aquí ocurre una reestructuración sustancial de toda la estructura social de la expresión: el oyente, que antes era una figura esbozada inciertamente, presupuesta —el oyente “interior”—, ahora
se toma en consideración como oyente efectivo, realmente existente, comienza a ser
considerado en tanto representante de una masa de lectores organizada.
El momento más sustancial de este segundo estadio es el dominio del material, su
transformación en objeto de arte —en una estatua, en un cuadro, en una sinfonía, en
un poema, en una novela, etcétera—. En el primer estadio, el pasaje del lenguaje interior al lenguaje exterior ocurría aún directamente en lo profundo de la ideología cotidiana. Por eso no era posible hablar de maestría artística, de procedimientos artísticos,
etc. Pero en la literatura, el segundo estadio examinado por nosotros se encuentra cercanísimo al estadio precedente, desde el momento en que el lenguaje es tanto material
como instrumento de la creación.
Finalmente, en el tercer y último estadio12 de su realización, el producto técnico
debe adaptarse a las condiciones técnicas exteriores. Ocurre la transformación técnica
de la forma del material. La obra debe asumir una orientación frente a la redacción, la
casa editorial, la tipografía, el mercado de libros, etc.
En los tres estadios el proceso de realización de la obra de arte ocurre en un úni co ambiente: el ambiente social. Este proceso es continuo: de la sensación confusa a la
impresión del libro, no ocurre más que una precisión y un ensanchamiento de aquella
estructura social que ya estaba contenida en las primeras vislumbres de conciencia del
hombre. No existen, ni pueden existir, fronteras netas entre los diversos momentos de
10 Las cursivas son nuestras. [N. del T.]
11 Las cursivas son nuestras. [N. del T.]
12 Las cursivas son nuestras. [N. del T.]
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este proceso —entre la obra aislada y el encuentro con el público—: la sensación interior
era desde el comienzo una expresión exterior —aunque en forma latente—; el oyente —aunque presupuesto— era desde el comienzo un elemento necesario de su estructura.
8. Conclusiones
Ahora podemos extraer algunas conclusiones. Hemos dicho que el lenguaje nace
de la necesidad de comunicación de los reagrupamientos humanos de la primera edad
de piedra. Inicialmente se compone del material de los gestos y de la mímica, después
del material sonoro. Sirviendo a las necesidades de comunicación de los hombres, el
lenguaje sirve al mismo tiempo como instrumento particular de un proceso económico,
sirve de conjuro mágico. Siendo producto de la vida social, reflejándola no sólo en el
campo semántico, sino también en el de las formas gramaticales, el lenguaje tiene al
mismo tiempo una enorme influencia inversa sobre el desarrollo de la vida económica
y sociopolítica.
Con la ayuda del lenguaje se crean y se forman los sistemas ideológicos, la cien cia, el arte, la moral, el derecho, y al mismo tiempo el lenguaje crea y forma la conciencia de cada hombre.
Toda la vida interior del hombre se crea en estrecha dependencia de los medios
que le sirven para expresarla. Sin lenguaje interior no existe conciencia, así como no
existe lenguaje exterior sin lenguaje interior.
La ideología social, los sistemas ideológicos ya formados, no son sino una ideología cotidiana sistematizada y fijada con signos externos —“psicología social”—.
El camino recorrido por la creación literaria es el siguiente: de la sensación o de
la expresión embrionaria, a la enunciación expresada exteriormente. En la base de la
sensación y en la base de la expresión hay una única estructura social.
Cualquier fenómeno de la realidad objetiva, cualquier situación, al provocar en el
hombre una reacción orgánica, habitualmente hace nacer con eso mismo al lenguaje
interior, que fácilmente se transforma en lenguaje exterior.
Tanto el lenguaje interior como el exterior se encuentran igualmente orientados
hacia el “otro”, hacia el “oyente”. Tanto el hablante como el oyente son participantes
conscientes del acontecimiento de la enunciación, y ocupan en él posiciones interdependientes.
La enunciación artística, es decir, la literaria, es tan sociológica como la enunciación cotidiana.
Sólo con una investigación sociológica nos acercaremos a la clarificación de la esencia de
los fenómenos ligados a los conflictos del lenguaje interior con el exterior, que llevan el nombre
característico de “tormentos de la palabra”. Pero de esto hablaremos en otra oportunidad.
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