SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX GUSTAVO CARLOS GUEVARA Coordinador SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX Colección AMÉRICA LATINA La Historia a contrapelo Editorial NEWEN MAPU Sobre las Revoluciones Latinoamericanas del siglo XX Gustavo Carlos Guevara (Coordinador) © 2013 Editorial NEWEN MAPU Buenos Aires, Argentina Diseño de tapa: Mario a. de Mendoza Diseño de interior: Anahí Cozzi Corrección: Manuel Martínez Imagen de portada: Manifestación de mineros en huelga, Koen Wessing, 1980 Imagen de contratapa: Monumento a Nicolás Copérnico, Polonia Dibujo locomotora: Banco de México, billete de $ 100, conmemorativo del centenario de la revolución, 2010 Foto de Cuba: “Somos cubanos” Mario García Joya, 1959 Editorial NEWEN MAPU Bragado 5385 – Depto. 11 – (C1440ACI) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina Correo electrónico: [email protected] ISBN: 978-987-23494-2-4 Printed in Argentina Impreso en la Argentina, mayo de 2013 Todos los derechos reservados. Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Guevara, Gustavo Carlos Sobre las Revoluciones Latinoamericanas del siglo XX - 1a ed. - Buenos Aires : Newen Mapu, 2013. 256 p. ; 22x15 cm. ISBN 978-987-23494-2-4 1. Historia de América Latina. I. Título CDD 980 Fecha de catalogación: 09/05/2013 ÍNDICE Introducción ................................................................................... 9 Parte I Capítulo 1 La Revolución Mexicana Gustavo Guevara ................................................................................ 27 Capítulo 2 La Revolución Boliviana Juan Luis Hernández .......................................................................... 49 Capítulo 3 La Revolución Cubana Gustavo Guevara ................................................................................ 71 Capítulo 4 La Revolución Sandinista Paula D. Fernández Hellmund ........................................................... 93 Parte II Capítulo 5 El cardenismo. Ultimo coletazo del radicalismo revolucionario en México Hernán Bransboin .............................................................................. 115 Capítulo 6 Revolución y Contrarrevolución en Guatemala (1944-1954) Gustavo Guevara ................................................................................ 135 Capítulo 7 Chile. Ascenso y caída de la Unidad Popular María Marta Aversa............................................................................ 157 Capítulo 8 Perú. El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (1968-1980) Juan Luis Hernández .......................................................................... 177 Parte III Capitulo 9 Campesinado o campesinos en América Latina Romina Zirino .................................................................................... 201 Capítulo 10 La condición del indio durante el siglo XX peruano Ariel Salcito ....................................................................................... 217 Capítulo 11 Cuba. El “gran debate” de los ‘60 Juan Luis Hernández .......................................................................... 239 Capítulo 12 La Asamblea Popular boliviana (1969-1971) Juan Luis Hernández .......................................................................... 261 Capítulo 13 El poder popular en Chile (1970-1973) Yolanda Raquel Colom ...................................................................... 279 Capítulo 14 Contrarrevolución en el Cono Sur. El ciclo de dictaduras de seguridad nacional (1964-1990) Melisa Slatman................................................................................... 299 INTRODUCCIÓN Sobre las Revoluciones Latinoamericanas del siglo XX es un libro que se propone abordar el tratamiento de una temática compleja y polémica. Lejos de existir un consenso unánime acerca de que debe entenderse por Revolución, se forjaron en torno de la palabra y el concepto, imágenes contrapuestas y necesariamente en disputa, en la búsqueda por imponer el sentido que se considera verdadero y excluyente. El contenido concreto con que se dotó a cada una de esas propuestas y las razones que llevaron a éstas a adquirir una centralidad en los debates historiográficos (y no sólo historiográficos) es un tópico que no puede ser ignorado. Previo a ello queremos hacer explícita nuestra recusación a la ilusión empirista que “ve” a la “revolución”, al igual que todo acontecimiento histórico, como un producto del orden de lo evidente, dotado de la transparencia que impone lo dado al sentido común. Si asumimos entonces como fundamento epistemológico la fórmula nietzschiana de que “no hay hechos, solo interpretaciones”; para acceder a la verdad del pasado no es suficiente con ir a visitar los archivos y entrar en contacto con las fuentes primarias; se requiere también de un trabajo de reflexión acerca del método o forma de interrogar a los documentos y testimonios que nos suministran los indicios a partir de los cuales podemos develar el sentido del pasado. El empirismo vulgar, no necesariamente ajeno a la Academia, ha descalificado como especulaciones a los conocimientos teóricos que 10 GUSTAVO CARLOS GUEVARA deben guiar la indagación, ya que considera que es posible acceder a una lectura “desprejuiciada” de las fuentes. El historiador se concibe como un técnico que instrumenta un conjunto de procedimientos relativamente simples y valorativamente neutros, lo que garantiza acceder a la reconstrucción “objetiva” del pasado. Pero negar el lugar que ocupa la teoría en la investigación histórica, no hace desaparecer per se la existencia de ésta; porque es justamente la necesaria reconstrucción interpretativa lo que torna inteligibles a los hechos. Por ello el empirismo, al comprender “los hechos” como una realidad evidente en sí misma y no como escenario privilegiado de la lucha ideológica por la construcción del sentido, torna elusiva la elección metodológica que asume, y sólo le resta como argumento en defensa de su forma de concebir la objetividad la ingenuidad. No queremos decir con esto que la noción de “lo real” o “lo empírico” no existe, sino advertir que toda “observación” se hace desde una posición determinada, lo que introduce claramente una distinción/distancia entre los fragmentos de la realidad y los enunciados observacionales referidos a ella. Accedemos al conocimiento del pasado, a través de las interpretaciones de “las fuentes”, y esas interpretaciones siempre se realizan desde un presente. Por lo tanto, el historiador no es un ente existente en sí y por sí mismo, sino un sujeto mediado por múltiples influencias, desgarrado, fragmentado, por una realidad compleja y contradictoria que interpreta, es decir que trata de explicar el significado de su objeto, yendo más allá de lo que las fuentes explícitamente manifiestan a partir de tomar en cuenta el contexto del que los autores de las mismas no fueron concientes. Siguiendo a Habermas podemos decir que: “interpretar significa ante todo ‘entender a partir del contexto’”.1 Esta concepción implica pensar a la subjetividad mediada básicamente por el lenguaje. Y al lenguaje y la comunicación como único medio de acceso a lo que llamamos “mundo” o “realidad”. No existe por lo tanto ciencia sin sujeto, lo que implica disolver la figura binaria que opone el sujeto al objeto. Pero queremos tomar distancia no sólo del empirismo silvestre sino también del postmodernismo, que asume correctamente que cada reconstrucción histórica implica una elección, pero que multiplica ad infinitum 1 Habermas, Jürgen. La lógica de las ciencias sociales, Rei, México, 1993, p. 501. Para un desarrollo sintético de la distinción entre observador e intérprete y de las relaciones entre fragmento de realidad, enunciados observacionales y enunciados interpretativos se puede ver la página 496 y subsiguientes. Para un desarrollo más amplio y detallado las cuatrocientas noventa y cinco páginas anteriores. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 11 las interpretaciones posibles, disolviendo la realidad en una multitud de versiones inconexas, todas ellas igualmente válidas y legítimas. La historia se transforma entonces en un género literario, o más aún, en pura ficción. De nuestra parte consideramos que no todas las interpretaciones son igualmente válidas y legítimas, pero sólo es posible salir del terreno del relativismo si apelamos a una razón crítica, a una razón que “ponga en crisis” a aquellas interpretaciones que pretenden igualar todos los discursos en la medida que todos son “interesados”. No proclamamos que los discursos se puedan sustraer a las condiciones históricas e ideológicas, pero los intereses y poderes que influyen sobre ellas poseen una especificidad que introduce la distinción entre aquéllos conflictos que son centrales al mantenimiento de un orden social, de aquellos que no lo son, así aunque atarse los zapatos y derribar una dictadura2 son conductas que persiguen indisimulados “intereses”, aceptar su isonomía es ocultar las asimetrías de poder y banalizar las razones del cambio histórico. “Como dice el propio Foucault –nos recuerda Eduardo Grüner– Marx no ‘interpreta’ simplemente a la sociedad burguesa, sino que empieza por interpretar la interpretación burguesa de la sociedad, porque sabe que si bien la interpretación es analíticamente diferenciable del ‘hecho’, forma parte de él”.3 Para el método dialéctico en Marx (o el psicoanálisis en Freud), la “apariencia” no equivale a simple falsedad y la “esencia” a lo verdadero, sino que la labor crítica consiste en comprender el proceso mediante el cual el “fenómeno” se convierte en la forma en que se “manifiesta” el significado “encubierto”.4 ¿Qué debemos entender entonces por Revolución? ¿Debemos preferir la percepción histórica que nos brindan quienes han sido testigos y protagonistas de ese género de episodios o alguna de las evaluaciones que han realizado los historiadores enrolados en una u otras corrientes historiográficas? ¿Se trata de dos criterios excluyentes o complementarios? No existe una respuesta unívoca. Si nos remontamos a la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española, que data de 1726, el vocablo se utiliza para designar “inquietud, alboroto, sedición, alteración grave en un estado o 2 3 4 El ejemplo esta tomado de Eagleton, Terry. Ideología. Una introducción, Paidós, Barcelona, 1997, p. 30. Grüner, Eduardo. La historia sin palabra y la filosofía sin cuerpo, Escuela de Filosofía, Rosario, 1997, mímeo, p. 3. Zizek, Slavoj. El sublime objeto de la ideología, Siglo Veintiuno, Madrid, 1992, pp. 38-40. 12 GUSTAVO CARLOS GUEVARA país”, 5 lo que en latín se expresa con la forma turbatio, tumultus. Se cita entonces a Fray Hernando del Castillo (siglo XVI): “por algunas revoluciones, que sucedieron entre los franceses y ricos hombres de Castilla, no gobernó pacíficamente el Santo Rey Fernando.” Junto con la noción de Revolución como “conmoción y alteración de los humores entre sí” se populariza la acepción que proviene del campo de la Astronomía a partir de la obra de Nicolás Copérnico, De revolutionibus orbium coelestium (1543). Revolución indica el giro completo de un cuerpo celeste alrededor de un centro; es decir, designa a un movimiento regular gobernado por leyes ajenas a la voluntad del hombre, por lo tanto irresistibles. Por la órbita que describe, revolución es volver siempre al punto de partida.6 Con esta connotación fue introducida por Tomas Hobbes al lenguaje político, al describir la terminación de la gran revolución inglesa de 1640 – 1660 como “I have seen in this revolution a circular notion”.7 En este contexto, la revolución equivalía a la restauración de los Estuardos. Es recién con las dos grandes revoluciones que se produjeron a finales del siglo XVIII que se acuña el concepto moderno de Revolución, trascendiendo el sentido de alboroto o alteración y dejando de aludir a la noción astronómica de movimiento retrogiratorio. Hannah Arendt fecha en la noche del 14 de julio de 1789 en Paris, el inicio de esta significativa mutación semántica. El rey Luis XVI pregunta si la toma de la Bastilla era una revuelta, para recibir como respuesta del conde de La Rochefoucauld-Liancourt: “No, Señor, esto es una revolución”.8 El carácter de un movimiento irresistible comienza a asociarse a lo largo del siglo XIX con una concepción de 5 6 7 8 Se puede consultar una reproducción facsimilar en la versión electrónica de la página web de la Real Academia Española: http://www.rae.es/. Copérnico, Nicolás. Sobre las revoluciones, Altaya, Barcelona, 1997. En las páginas 18 y 19 dice: “hay varios movimientos a causa de la multitud de órbitas. La más conocida de todas es la revolución diaria,..., esto es, un espacio de tiempo de un día y una noche. Por eso, se piensa que todo el mundo se desliza desde el orto hacia el ocaso, excepto la tierra. Esta revolución se entiende como la medida común de todos los movimientos, puesto que medimos el tiempo sobre todo el número de días. Después vemos otras revoluciones como en sentido contrario, esto es, del ocaso al orto, me refiero a la del Sol, la de la Luna y de las cinco estrellas errantes. Así, el Sol nos proporciona el año, la Luna los meses, los períodos de tiempo más divulgados.” Citado por Koselleck, Reinnart. Futuro pasado, Paidós, Barcelona, 1993, p. 71. Maurizio Ricciardi, (Revolución. Léxico de política, Nueva Visión, Bs. As., 2003), sostiene lo contrario, para él a partir de Hobbes: “la revolución no es más pensable como acontecimiento cíclico”, p. 55. Arendt, Ana. Sobre la revolución, Alianza, Buenos Aires, 1992, p. 49 SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 13 la necesidad histórica. La idea que es posible el fin del orden antiguo y que el curso de la historia comience súbitamente otra vez se torna dominante, de allí que en más de una de las revoluciones triunfantes surja el interés por establecer un calendario renovado. Sin embargo, un pensador revolucionario como Marx no deja de advertir, en su tercer Tesis sobre Feuerbach, contra una separación mecánica y rígida entre pasado y futuro, entre realidad e idealidad, entre historia y provenir; y se pronuncia por el carácter transformador de la práctica revolucionaria en tanto praxis humana. La ampliación del significado de Revolución ya se encuentra plenamente establecida un siglo más tarde al de la “doble revolución” (francesa e industrial). En la edición del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias y Artes, Etc. se recogen las acepciones que figuraban originalmente en el Diccionario de la Real Academia, pero con un extenso agregado en el que el término adquiere un significado abarcador “la palabra revolución se refiere al cambio que de una manera profunda afecta y se verifica en las costumbres, en las Ciencias, en las Artes, en las leyes y en el gobierno de las naciones”.9 Como señala Koselleck “Revolución indica, más bien, tanto un cambio de régimen o una guerra civil como también transformaciones a largo plazo, es decir, sucesos y estructuras que se introducen profundamente en nuestra vida cotidiana.”10 La palabra revolución puede ser utilizada como sinónimo de desorden y alteración, pero también adquiere un significado que no es idéntico a su homóloga voz latina, en la que los cambios implicaban una regularidad y una predeterminación anterior. Como producto lingüístico de la modernidad,11 la Revolución liga -por definición- los hechos entre sí y forma un conjunto, compone una secuencia histórica, arma una estructura, constituye una identidad totalizante, genera efectos de sentido, que se sostienen de acuerdo con su arquitectura conceptual. Si experiencias como la comuna parisina en 1871 o la revolución de Octubre de 1917 en Rusia estimulan las reflexiones sobre el carácter y 9 10 11 Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias y Artes, Etc., Montaner y Simón, Barcelona, 1912, t. 18, p. 562. Koselleck, Reinnart, ob. cit., p. 67. Arendt, Hannah, ob. cit. Hace notar en la página 36 que excede “el simple interés erudito señalar que la palabra “revolución” está todavía ausente en la historiografía y teoría política del temprano Renacimiento italiano”, y más adelante agrega: “Es verdaderamente sorprendente que Maquiavelo todavía utilice la mutatio rerum de Ciceron, sus mutationi del stato, cuando describe el derrocamiento violento de los príncipes y la sustitución de una forma de gobierno por otra.” 14 GUSTAVO CARLOS GUEVARA significado de las revoluciones en el cuadro de la historia universal; en los años sesenta los vertiginosos cambios radicales introducidos en Cuba por el triunfo de las fuerzas revolucionarias, los procesos de descolonización en Asia y Africa, el ascenso de las luchas estudiantiles y obreras en Europa, la activación del movimiento negro por los derechos civiles en Estados Unidos, etc., instalan a la Revolución como tema central de la agenda académica y política. Para 1975, el XIV Congreso Internacional de Ciencias Históricas que se realiza en San Francisco fija ese tema como el principal. Eric Hobsbawm aporta una valiosa comunicación para el debate fijando un balance de lo producido sobre la problemática, sistematizando aportes teóricos y fijando un repertorio de cuestiones a ser profundizados por quienes investiguen acerca de las revoluciones. Allí se muestra muy crítico de las definiciones de la ciencia social por ser “irreales y tienden a asumir la existencia de una clase universal de revoluciones”.12 Sin embargo, valora como positiva la línea de investigación de autores como Barrington Moore, Charles Tilly o Theda Skocpol. Se puede afirmar que el estudio de esta última, Los Estados y las Revoluciones Sociales, tuvo una enorme resonancia desde su publicación en 1979, para llegar a constituirse en una referencia obligada, aún por quienes evalúan la obra desde una óptica severamente crítica. Un índice del renovado y controvertido interés que ha suscitado es la atención que se le presta en el número de la revista española Zona Abierta dedicado a la Teoría y metodología de las revoluciones.13 Skocpol parte de la constatación, compartida también por muchos historiadores, de que la bibliografía existente que pretende brindar una explicación teórica acerca de la Revolución resulta decepcionante, fundamentalmente porque lo que se explica no es lo que efectivamente ocurrió en un proceso revolucionario, sino lo que supuestamente sucedió. Esta insatisfacción por lo inadecuado de las teorías sociológicas, junto con el compromiso de la autora con los ideales democráticos - socialistas estimulados por la revolución vietnamita, la llevó a la formulación de su proyecto de análisis comparativo de las revoluciones en Francia, Rusia y China desde la óptica de la sociología histórica. Con razón se propone evitar un error en el que cayeron muchos que buscaron establecer teorías tan generales para aplicarse a cualquier caso 12 13 Hobsbawm, Eric. “La Revolución” en Porter, Roy y Teich, Mikulás (ed.), La revolución en la historia, Crítica, Barcelona, 1990, p. 20. Zona Abierta, Nº 80-81, 1997. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 15 en que dicha amplitud terminó por resultar inversamente proporcional a su capacidad explicativa. Así, por ejemplo, decir que una revolución se produce porque existe una difundida privación relativa es sin duda una tautología, porque es obvio que cualquiera sea el modo en que definamos el término Revolución, sin un descontento social generalizado, ésta no puede llevarse adelante. Estas teorías como las de Chalmers Johnson, que desde un esquema estructural-funcionalista apela a los desequilibrios de sistemas; o Ted Gurr,14 que introduce la noción de privaciones relativas; no hacen más que repetir lo que ya conocemos, aunque en un lenguaje sociológico más “refinado”. La teoría marxista es rescatada por la autora como la plataforma de trabajo más interesante, en la medida en que afronta la investigación con categorías menos generales y con mayor atención a los procesos históricos concretos. Considera auspicioso que el marxismo se haya convertido en “la teoría científica-social más continua y útilmente empleada por los historiadores para elucidar varias revoluciones, en particular.”15 Esto no le impide tomar nota de las objeciones formuladas por quienes rechazan las explicaciones marxistas o se sienten decepcionados por la pobreza de cómo es tratado el tema en la teoría socio-científica, y asumen por lo tanto una postura relativista, considerando como único análisis válido aquel que focaliza en cada caso particular, considerado como fenómeno único e irrepetible, por tanto privado de ser remitido a cualquier ejercicio de “especulación” que intente volcar el conocimiento particular en conclusiones más generales. Acertadamente señala que los autores que suscriben a esta posición también reciben la influencia de ideas teóricas y no son inmunes a puntos de vistas comparativos; pero subraya que una insuficiente interacción entre la teoría y la historia ha conducido a los marxistas, por ejemplo, a pasar por alto “variables causales” que deben ser atendidas, como el Estado, su fuerza, estructura y organización, elementos decisivos, según la autora, para discriminar las razones que explican las revoluciones exitosas, de las que no alcanzaron ese resultado. Frente a esta polaridad que se formula entre teorías generales/visiones particularistas, Skocpol propone elaborar “un antídoto eficaz” que permita “el real desarrollo de explicaciones de las revoluciones que iluminen las pautas verdaderamente generales de las causas y de los 14 15 Skocpol, Theda. Los Estados y las Revoluciones Sociales. Un análisis comparativo de Francia, Rusia y China, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p. 67. Skocpol, Theda, ob. cit., p. 68. 16 GUSTAVO CARLOS GUEVARA resultados, sin pasar por alto ni abstenerse por completo de los aspectos particulares de cada revolución y de su contexto.”16 El método elegido para obtener este tipo de explicaciones que estén enraizadas en la historia y cuyas conclusiones sean generalizables más allá de los casos aislados, es el del “análisis histórico- comparativo” cuyo fundamento lógico remite a John Stuart Mill al tiempo que destaca un linaje de su aplicación en las figuras de Alexis de Tocqueville, Marc Bloch y Barrington Moore. Aunque este no es el espacio para desarrollar una crítica a dicho método corresponde que no pasemos por alto que la debilidad del pensamiento inductivo ya fue sugerida por Aristóteles cuatro siglos antes de Cristo y que John Stuart Mill fue un difusor de dicho método para ser aplicado al mundo natural pero no lo consideraba extensible a las sociedades en las que interviene la voluntad humana, ya que allí no se puede asumir que un mismo efecto tenga siempre las mismas causas. Dejando de lado las posibles limitaciones de su planteo metodológico, los argumentos causales que fueron aplicados para explicar los casos de Francia, Rusia y China ¿pueden hacerse extensivos a otros casos? La respuesta que nos brinda es no, e introduce luego, como una forma de relativizar esta respuesta, la distinción entre revolución social clásica (1789 a 1949) y moderna (que cubre la segunda mitad del siglo XX). Es en este último grupo de países en el que estaría incluido por ejemplo, el caso de México. La revolución social entendida como “…transformaciones rápidas y básicas de un Estado y la estructura de clase de una sociedad, acompañadas y en parte realizadas por revueltas de clase desde abajo”, 17 ocurrió según la autora en México entre 1911 y 1930 y desde la Segunda Guerra Mundial este fenómeno se repitió en Yugoslavia, Vietnam, Argelia, Cuba, Bolivia, Angola, Mozambique, Guinea-Bissau y Etiopía18. Todos ellos comparten ciertas semejanzas con Francia, Rusia y China, como el predominio agrario y la descomposición administrativo-militar de los Estados preexistentes. Las revueltas campesinas desempeñaron una función básica y también fue una constante que los dirigentes revolucionarios (reclutados entre las filas de elites antes marginales) surgieron o salieron a la escena durante la crisis revolucionaria operando para construir nuevas y reforzadas organizaciones del Estado. 16 17 18 Skocpol, Theda, ob. cit., p. 70. Skocpol, Theda, ob. cit.., p. 443. Skocpol, Theda, ob. cit., p. 443. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 17 Como se puede apreciar estos juicios generales de Skocpol acerca de la Revolución Mexicana reproducen aquel abismo que le espantaba cuando sostenía que las teorías sobre las revoluciones difícilmente coincidían con las revoluciones reales. Pero si hemos traído a colación aquí sus planteos, es porque nos parece que de cualquier manera el recorrido que plantea encierra interesantes sugerencias e incita a reflexionar en torno a la “teoría de las revoluciones” en un momento en que las diatribas anti-teoricistas arreciaban en el campo de la historia. Además hemos querido evocar estos aspectos parciales, porque su línea de análisis fue retomada de manera sumamente crítica por otros autores especialistas en la temática latinoamericanista, como Alan Knight. En efecto él se propone explorar la aplicabilidad o no de dichas tesis para los casos de las “pequeñas potencias”, en particular México (1910), Bolivia (1952) y Cuba (1959), los tres ejemplos latinoamericanos que menciona Skocpol. Knight impugna el enfoque “estatalista” de la autora, es decir aquel que coloca al Estado como el factor central del análisis y considera que la Revolución en Bolivia en 1952 es el único caso en América Latina que se parece a la etiología de Skocpol.19 Descarta que un rasgo común pueda ser el registro de un cúmulo de causas que se repiten, puesto que para él los protagonistas de la historia son las clases sociales, y si bien es posible reconocer la presencia de algunas de éstas en varios procesos revolucionarios, sus motivaciones no han sido idénticas, sus líneas de actuación no han sido homologables y las consecuencias de sus acciones necesariamente resultan disímiles. Desde su óptica la ‘guerra campesina’ como la describe Wolf puede hallarse en México revolucionario, pero es de lo más difícil encontrarla en Bolivia o en Cuba. El proletariado ha desempeñado papeles claves en muchos ejemplos, como los obreros del sector exportador en las minas de estaño en Bolivia y en los ingenios azucareros cubanos; sin embargo, en México se plegaron al constitucionalismo combatiendo a los ejércitos campesinos radicalizados. Las “clases capitalistas, nacionales o internacionales”20 también han figurado, al menos indirectamente en cada conflicto revolucionario. De allí se sigue que pueden compararse los componentes individuales de una revolución, pero el modo en que ellos son reunidos, el mecanismo resultante y en funcionamiento, difieren profundamente. “Los actores sociales represen19 20 Knight, Alan. “Revolución social: una perspectiva latinoamericana”, en Secuencias, México, 1993, p. 145. Skocpol, Theda, ob. cit., p. 450. 18 GUSTAVO CARLOS GUEVARA tan personajes semejantes, pero ejecutan un argumento distinto”, esa es su conclusión.21 Knight insiste en que para los tres casos de los que se ocupa hubo movilización de masas, pero no es posible detectar ninguna pauta común que motorice dicha movilización. Asume así una posición agnóstica, conciente de la existencia de una abundante bibliografía sociológica que plantea lo contrario respecto de la etiología de la Revolución; es decir piensa que no se pueden establecer generalizaciones razonables y coherentes que expliquen las causas y/o los “estadios” de las revoluciones.22 En cambio, acepta que sí es posible inferir que los resultados se ajustan a pautas que derivan de conflictos y estructuras sociales internas prerrevolucionarias, pero para que ello salga a la luz considera necesario deshacerse de la “mezcolanza” en la que quedan absorbidos los conceptos de revolución “burguesa” y “socialista” bajo la categoría global de Revolución Social, según la definición skocpoltiana. Para este autor, la Revolución Mexicana y también la Boliviana fueron revoluciones burguesas, pero no en un sentido simplista y caricaturesco, como transformación súbita encabezada por la “burguesía industrial” para sustituir el antiguo orden social por la instauración de un innovador sistema capitalista de producción en lo económico y de la “democracia burguesa” en lo político, “…las burguesías mexicanas y bolivianas no asaltaron la Bastilla del feudalismo y con rapidez instauraron el capitalismo”,23 sino que fueron revoluciones burguesas en virtud de haber hecho aportaciones decisivas al desarrollo del capitalismo. Hablar de “feudalismo”, “capitalismo” o “socialismo” implica hablar de modo de producción y los cambios que estos experimentan no son ni rápidos, ni repentinos, sino que demandan procesos que abarcan grandes espacios de tiempo. Este tipo de transformaciones los sitúa en lo que la Escuela de Annales denominó longue durée, mientras que la revolución en sentido estricto pertenece al dominio de l´histoire envénementielle. Pero no todas las revoluciones que existen operan en ambos planos, aunque en todos los casos se da una relación estrecha y problemática entre revolución y formación social. Skocpol define a las revoluciones como un importante e irreversible cambio sociopolítico. El curso y resultado, según esta autora, rara vez coinciden con los propósitos declarados de sus participantes. Para 21 22 23 Knight, Alan, ob. cit., p. 147. Knight, Alan, ob. cit., p. 178. Knight, Alan, ob. cit., p. 158. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 19 Knight, éste podría ser el caso de las revoluciones burguesas, pues los sucesos desencadenados en México no pueden atribuirse a una obra planificada por una intencionada burguesía revolucionaria, sino el producto de un conflicto en el que ninguna de las fuerzas burguesas, obreras, campesinas, etc. pudo planificar ni controlar concientemente. En México se dio la particularidad de que la insurrección campesina sostenida se combinó con un reformismo burgués, alianza funcional entre campesinos rebeldes “antifeudales” y el reformismo burgués que debilitó el poder de los terratenientes pero no pudo alumbrar un movimiento antiburgués y socialista. Para Knight, las revoluciones socialistas en cambio requieren de la existencia de la obra de partidos de vanguardia, aún cuando los contrastantes resultados ‘burgueses’ o ‘socialistas’ no son fortuitos o coyunturales, sino que se encuentran inscriptos en la sociedad prerrevolucionaria. Estas precondiciones estructurales son las que determinan el resultado final. “La Cuba prerrevolucionaria -nos dice- se diferenciaba notablemente de México o de Bolivia, de modo que se hizo lógico un desenlace socialista”.24 Siguiendo con este razonamiento en México y Bolivia “se hizo lógico un desenlace burgués”. En América Latina, como en China o en Vietnam se produjeron insurrecciones campesinas pero éstas siguieron caminos distintos según los casos. En nuestro continente no se conoció el moderno colonialismo formal; hubo una gran debilidad de los partidos comunistas, con el sesgo anticampesino del marxismo y la herencia del modo de producción feudal: estados débiles, poderosos terratenientes, burguesías urbanas, para Knigth todo ello marcó una impronta diferente a la producida en aquellas zonas geográficas de Asia donde las pervivencias del modo de producción asiático se combinaron con otros elementos para configurar una situación caracterizada por un Estado autocrático que subordinaba tanto a los terratenientes como a la débil burguesía. Pero ¿por qué dentro de América Latina, Cuba pudo producir una revolución socialista? No se trató de la obra de Fidel Castro, ni siquiera por la presión contraproducente de los Estados Unidos. Cuba tenía un conflicto de clase caracterizado por un amplio movimiento obrero agrario y reducido número de campesinos, concentrados en la región de Oriente. Cuba prerrevolucionaria tuvo mayor desarrollo que Bolivia, aún a pesar de que Bolivia estuvo muy familiarizada con partidos y teorías marxistas, tal como se expresaba en el Partido Obrero Revolucionario o la Central Obrera Boliviana. 24 Knight, Alan, ob. cit., p. 154. 20 GUSTAVO CARLOS GUEVARA Ergo, sólo triunfó el socialismo donde era “lógico” o “natural” que triunfara y fracasó donde fundamentalmente por las condiciones estructurales no era plausible que triunfara, esto es en México y Bolivia por el pesado legado de carácter precapitalista. Por lo tanto, Alan Knight termina por reintroducir una teoría determinista y etapista de las revoluciones, donde una mecánica configuración de las fuerzas productivas y relaciones de clase prefiguran el resultado final. Recapitulando, podríamos decir que la preocupación de Theda Skocpol por establecer una interacción entre teoría e historia, de construir una explicación que permita niveles de generalidad, al tiempo que respeta las singularidades concretas de cada caso no sólo es legítima sino fundamental para el historiador. Knight cuestiona los juicios sobre los procesos revolucionarios latinoamericanos del siglo XX formulados por Skocpol, sigue más apegado a la teoría marxista, o mejor dicho, a una versión de la misma no exenta de componentes mecanicistas. Recupera la conceptualización revolución burguesa/socialista contra la melange revolución social, descarta el absolutismo metódico inductivo con respecto a la etiología de las revoluciones, pero al reintroducir esa metodología para evaluar los resultados termina por brindar una explicación que, aun cuando contempla un conjunto de factores relevantes y complejos, desemboca en último término en una explicación estructural no voluntarista que, paradójicamente, es coincidente con la crítica que le hacía a Skocpol. Esta obsesión por develar el carácter de las revoluciones sin embargo no constituyó la línea dominante de los estudios sobre la revolución en los años ochenta, mucho menos aún en los noventa. Conviene no perder de vista la envergadura que en esa coyuntura alcanzó un autor como François Furet, cuya obra asumió como línea argumental central la crítica a lo que calificó como el “monstruo metafísico” inspirado en el paradigma marxista. Como bien nos recuerda Hobsbawm, este historiador e influyente publicista “hizo todo lo posible porque el segundo centenario de la Revolución francesa se convirtiera en una embestida intelectual contra ella”,25 pero su ataque no tenía por blanco tan sólo el siglo XVIII sino fundamentalmente la Revolución de Octubre y su proyección en el siglo XX. En América Latina la ofensiva neoliberal-conservadora por instaurar un pensamiento único no resultó menos virulento y el eje del debate ya en los años ochenta había virado. Este nuevo clima de ideas 25 Hobsbawm, Eric. Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Crítica, Buenos Aires, 2003, p. 306. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 21 relega la problemática de la revolución típica de los años sesenta en función de un nuevo debate político-intelectual: la teoría de la democracia, teoría que abandona el concepto de lucha de clases sin precisar un enfoque alternativo, según nos recuerda el paradigmático artículo de Norbert Lechner “De la revolución a la democracia”.26 Cuando el relato del ‘fin de la historia’ ganaba una amplia difusión a través de programas solventados por las grandes entidades financieras internacionales y sólidamente instalados en los ámbitos académicos, el estallido del 19 y 20 de diciembre del 2001 en nuestro país, junto con importantes luchas anteriores y posteriores en el subcontinente como la rebelión zapatista en Chiapas, el Movimiento Sem Terra en Brasil, la guerra del agua en Bolivia, la Revolución Bolivariana en Venezuela, entre otras, reinstalan en la agenda la cuestión de la Revolución. Las reivindicaciones oficiales del bicentenario de las ‘revoluciones de independencia’ son una confirmación más de ello. La historia como ciencia, en tanto parte de la historia, no se sustrajo a los debates sobre el cataclismo social generado por las políticas de ajuste, sobre el supuesto carácter insuperable del capitalismo salvaje, sobre la crisis del marxismo, entre otros. En este contexto de movilización de masas e ideas, por iniciativa del movimiento estudiantil de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en el 2003 comenzamos el dictado de la Cátedra de Problemas Latinoamericanos Contemporáneos en el Departamento de Historia de dicha unidad académica, tomando como eje un “objeto” historiográfico olvidado: las revoluciones de Nuestra América en el corto siglo XX.27 Esa experiencia se desarrolló a lo largo de una década de labor colectiva en el que el dictado de la materia se ha conjugado con numerosas 26 27 Lechner, Norbert. “De la revolución a la democracia”, en Revista Sociológica, N° 1, año 1, Otoño de 1986. Desde que Hobsbawm publicó en 1994 su obra Age of extremes, su periodización del siglo XX como un siglo corto que comienza hacia 1914/1917 para cerrarse en 1989/91 se ha convertido en canónica. Dicho criterio, que otorga centralidad al nacimiento, desarrollo y crisis del socialismo surgido de la Revolución de Octubre como proyecto histórico alternativo al capitalismo, no puede transponerse de una manera mecánica y lineal para entender el tiempo social histórico de América Latina, como lo ejemplifica la revolución social iniciada en México en 1910 (previa a la Gran Guerra y al triunfo de los bolcheviques). Hobsbawm. Eric, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1995. Para una crítica desde la perspectiva latinoamericanista o distante del eurocentrismo: Almeyra, Guillermo. “Una visión global curiosamente parcial”, en Viento del Sur, N °7, México, verano de 1996 y Said, Edward. “La experiencia histórica”, Viento del Sur, N° 8, México, invierno de 1996. 22 GUSTAVO CARLOS GUEVARA iniciativas, tales como la conformación de Talleres, la redacción de ponencias, la publicación de artículos y libros, la organización de Jornadas Internacionales, etc. La primera versión del presente libro, aparecida en 2013, se inscribió como parte de ese esfuerzo permanente por no renunciar a la construcción de una ciencia social crítica en el ámbito de una universidad pública que concebimos en términos de acceso irrestricto, gratuita y con un fuerte compromiso con los problemas y necesidades del presente. Aunque todos los que participamos de aquella primera edición continuamos comprometidos con las temáticas y problemas planteados, los derroteros institucionales han sido diversos y en mí caso particular me llevaron a asumir en los últimos años una responsabilidad distinta, la dirección de la Maestría en Estudios Latinoamericanos y del Caribe en el ámbito de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. El lector no tendrá dificultad en notar que en esta nueva versión revisada y aumentada la obra mantiene una Primera Parte en la que se presentan en capítulos sucesivos las revoluciones “clásicas” que tuvieron por epicentro a México en 1910, Bolivia en 1952, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979. Este agrupamiento remite a los cuatro casos en que el ascenso de la lucha de las masas, en el contexto de la crisis del bloque dominante, da paso a la destrucción de las Fuerzas Armadas del Estado en manos de las fuerzas insurgentes rebeldes, como los ejércitos campesinos de Emiliano Zapata y Pancho Villa en México, los obreros mineros en Bolivia o las guerrillas del Movimiento 26 de Julio en Cuba y el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua. En cada uno de ellos se traza un panorama respecto de los antecedentes y desarrollo del caso seleccionado en base a una revisión exhaustiva hecha de las fuentes primarias y bibliografía disponible sobre la materia. Es nuestro objetivo, que a pesar del carácter forzosamente sintético y general del que debemos revestir a tales descripciones, las mismas operen como una primera introducción a los escenarios, protagonistas y acciones del proceso revolucionario, de modo de brindar ciertas coordenadas históricas e historiográficas que serán de alguna manera también retomadas, revisadas y profundizadas cuando el tratamiento de la problemática así lo requiera en la sección siguiente. En la Segunda Parte no renunciamos a presentar una visión general sobre las transformaciones revolucionarias en México durante el cardenismo (1934-1940), Guatemala bajo los gobiernos democráticos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz (1944-1954), Chile durante la Unidad Po- SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 23 pular (1970-1973) y Perú con el “Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada” (1968- 1980); pero destacamos que estas oleadas revolucionarias, a diferencia de los casos incluidos en la sección anterior, buscan impulsar los cambios estructurales económicos, sociales y políticos apoyándose en ciertas fracciones de las fuerzas armadas y no en la destrucción total del aparato represivo ligado al régimen antiguo que se combate. La interrupción o las derrotas contrarrevolucionarias sufridas por estas experiencias ha dado paso a debates sobre el carácter limitadamente reformista o auténticamente revolucionarias de las mismas, parte de esas polémicas han sido también recogidas en el convencimiento que el inventario de revoluciones podría incrementarse o reducirse en función de distintos criterios, aquí hemos optado por una reconstrucción cartográfica que registra las tendencias principales de la historiografía sobre el fenómeno, como por ejemplo la incluida en el libro de Fernando Mires.28 En la Tercera Parte hemos querido focalizar en aspectos que permiten complejizar y profundizar nuestra mirada sobre la cuestión revolucionaria referenciada en los casos bajo estudio como el gran debate sobre la construcción del socialismo en Cuba a inicio de los sesenta, el nacionalismo y el movimiento obrero en Bolivia o el poder popular en Chile en la década siguiente; pero también, sin perder de vista un contexto más amplio se incorporan para una reflexión en clave comparativa aportes sobre la cuestión indígena en Perú, el campesinado y la reforma agraria en América Latina y la contrarrevolución en el Cono Sur. Todos los textos han sido elaborados por quienes han sido integrantes de la Cátedra de Problemas Latinoamericanos Contemporáneos. Como ha sido la pauta de la misma desde el primer día, cada uno de los/as autores ha gozado de total libertad para poder expresar su propio punto de vista sobre los asuntos tratados, y por lo tanto responsable del punto de vista asumido. Esto por supuesto no implica desconocer la existencia de un suelo común en el que autores y obras fueron discutidos de manera horizontal no sólo por el equipo docente, sino también con alumnos/as en aquellos diez años de cursada (2003-2013). 28 Mires, Fernando. La rebelión permanente. Las revoluciones sociales en América Latina, Siglo XXI, México, 1988. En la Introducción el autor señala que las estudiadas en su libro, que para el siglo XX son México, Bolivia, Cuba, Chile y Nicaragua, debió sumar “las revoluciones invadidas” como Guatemala (1954), República Dominicana (1965) y Granada (1985), al tiempo que aclara que el caso brasileño no se aborda por limitarse exclusivamente al “área hispanoamericana”. No aparece mención alguna a Velazco Alvarado y a la coyuntura que en 1968 se abre en Perú. 24 GUSTAVO CARLOS GUEVARA Todos los capítulos han sido redactados especialmente para el presente volumen, con la sola excepción de “El poder popular en Chile (19701973)” aparecido originalmente en el Boletín N° 3 de la Red Intercátedras de Historia de América Contemporánea. Para todos nosotros posee un significado muy especial el poder incluir ese artículo de Yolanda Colom, no sólo porque ilumina sobre los alcances y límites de una experiencia con potencialidad transformadora durante el gobierno de Salvador Allende, sino porque además su forma de concebir la investigación histórica y la práctica docente de manera indisociable con el compromiso ético, su consecuente militancia revolucionaria y su inagotable alegría por la vida, representó un norte para todos nosotros. Finalmente no queremos dejar de señalar que los debates apenas reseñados en esta introducción, como los mencionados a lo largo del libro, están lejos de agotar la riqueza y frondosidad del campo de estudio sobre los procesos revolucionarios que vuelve a cobrar vitalidad. Para concluir no resulta extemporánea dejar planteado aquel reparo de Walter Benjamin en las Tesis sobre el concepto de historia, respecto del autor de El Capital: “Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presentan de muy distinta manera. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en tren aplica los frenos de emergencia”.29 No nos detendremos aquí en el análisis filológico -en el texto original de La lucha de clases en Francia de Marx por ejemplo no figura la palabra “mundial”- sino subrayar que esta forma de concebir la Revolución como irrupción para reescribir la historia, como discontinuidad de un progreso arrollador cuya naturalidad autodestructiva debe ser desenmascarada, invitan a explorar nuevas alternativas y caminos de una manera no incompatible con el planteo de aquel sobre la revolución en permanencia. Gustavo Carlos Guevara 2017 29 Benjamin, Walter. “Notas preparatorias a las Tesis sobre el concepto de historia”, citadas por Lowy, Michael, La revolución es el freno de emergencia. Actualidad político-ecológica de Walter Benjamin, tomado de www.walterbenjaminportbou.cat PARTE I CAPÍTULO 1 LA REVOLUCIÓN MEXICANA Gustavo Carlos Guevara (UBA-UNR) CONTRADICCIONES Y CRISIS DE LA ERA PORFIRIANA A partir del triunfo de los liberales y la aplicación de las políticas de la Reforma, se aceleró en México el proceso de acumulación primitiva y en el último cuarto del siglo XIX se consolidó el proceso de acumulación capitalista en el marco de la división internacional de trabajo. Al igual que el resto de América Latina, México se convirtió en una economía primario exportadora, pero a diferencia de países con un alto componente monoproductivo en su balanza comercial como Brasil, Cuba o Guatemala, muestra una distribución de productos diversos del rubro minería y agrícolas, sin por ello convertirse en menos dependiente –en este caso de Estados Unidos, que era el destino de más del 50% de esas mercancías. Dos componentes esenciales para la promoción del desarrollo capitalista fueron las inversiones extranjeras y la política agraria. Durante el régimen porfirista se multiplicaron las inversiones de grandes capitales de origen extranjero, en primer término estadounidense e inglés, pero también francés y alemán, en una gran cantidad de rubros como minería, ferrocarriles, servicios públicos y comercio. México constituía el principal destino de las inversiones estadounidenses en el exterior; para 1910 controlaban más del 80% de las actividades 28 GUSTAVO CARLOS GUEVARA mineras y petroleras. Los británicos se concentraron en el sector de servicios públicos, mientras que el capital francés se focalizó en las actividades manufactureras. Desde el punto de vista político, la instalación de un régimen oligárquico con un claro predominio de la figura de Porfirio Díaz garantizaba desde 1876 la estabilidad y la “paz” que requerían el capital extranjero y también el local. Los ferrocarriles se convirtieron en una obra de infraestructura clave para unir los centros productivos con los puertos y el mercado estadounidense , siendo un elemento dinamizador para los factores productivos. Entre 1877 y 1910 se multiplicó por seis el valor de las exportaciones, representando el oro y la plata menos del 50%, al tiempo que productos como el algodón de Sonora y Nueva León prácticamente cubrían los requerimientos del mercado interno. El “sector industrial” se nutría también con la extendida presencia de un empresariado nacional que crecía, como en el caso del rubro textil, al ritmo de aranceles proteccionistas y bajos salarios. Con respecto a la cuestión agraria conviene recordar que ésta constituía una lucha milenaria por la conquista de la tierra: se necesita partir de la trágica continuidad del despojo sistemático que va desde la encomienda que trajo el conquistador hasta la hacienda porfirista, pasando por la desamortización de los bienes raíces de las comunidades aborígenes en tiempos de la Reforma. El latifundismo se convirtió en un sistema de distribución territorial que explotaba a los peones rurales, avanzando sobre las comunidades y los pequeños propietarios (incluso los rancheros) y transformando a todos ellos en potenciales o activos insurrectos contra los hacendados, visualizados por la historiografía tradicional como “señores feudales”. Al respecto nos apresuramos a señalar, como lo propone el análisis de Adolfo Gilly, que caracteriza al porfiriato como una “dictadura” pero que no reedita una Edad Media, sino que se convierte en vector de profundización de la penetración del capital que se viene registrando desde la aplicación del programa liberal en los tiempos de Benito Juárez. Este capitalismo, que destruye las formas económicas precapitalistas, en México no tiene estímulos para invertir en el campo y por lo tanto se apoyaba en las relaciones de producción anteriores para extraer las mayores ganancias. En el paisaje rural, las grandes concentraciones latifundistas combinaban “sus propias relaciones de producción capitalistas atrasadas con formas y relaciones ‘feudales’ de dependencia de los peones hacia la hacienda, con la subsistencia parcial de SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 29 relaciones precapitalistas como las comunidades agrarias indias que resisten hasta el fin, y hasta con formas esclavistas de explotación de la mano de obra”.1 El acaparamiento de tierras, reforzado por la actuación de las compañías deslindadoras, se sintetizaba en el comentario popular: “Terrazas no es Chihuahua; Chihuahua es de Terrazas”. Sin embargo a principios del siglo XX no todas las haciendas mostraban un mismo perfil productivo, ni registraban los mismos parámetros tecnológicos o idénticas figuras de explotación de la mano de obra que empleaban. Eran numerosas las haciendas a las que se suele calificar como “tradicionales” o “típicas”, con un nivel de producción orientado al autoconsumo o a pequeños mercados próximos, mientras su técnica era rudimentaria y apelaban a la explotación de una mano de obra constituida por peones acapillados. En el otro extremo estaban las “modernas” o “capitalistas”, dotadas de una tecnología renovada con una producción volcada a la exportación o a importantes segmentos del mercado interno, con presencia de la mano de obra libre e integrando complejos agroindustriales como las haciendas ganaderas y cerealeras de Sonora, Chihuahua o Coahuila; las azucareras de Morelos o las pulqueras y maiceras de Puebla y Tlaxcala. A pesar de que la producción y las exportaciones crecían sensiblemente, el porfiriato era un sistema en el que se profundizaban las contradicciones regionales, sociales y políticas. Las exportaciones de alimentos crecían pero la agricultura de subsistencia declinaba, el precio de los alimentos aumentaba pero los salarios reales veían recortado su poder de compra. También se marcaba un fuerte contraste entre un norte de baja densidad demográfica, que no conocía el mestizaje y cuyo poblamiento ha sido protagonizado por colonos que sometieron y desplazaron a la población autóctona (los indios yaqui); y un sur en que pervivía en el imaginario o en la realidad las formas comunitarias de los pueblos originarios ligados a la tierra. Pero sería un error pensar las diferencias simplemente en términos binarios, la realidad se presentaba mucho más matizada y compleja. En Yucatán predominaba la hacienda exportadora de henequén sustentada en el uso de la mano de obra semiesclava de los indios yaqui desterrados de Sonora, mientras en Guanajuato, Jalisco y Michoacán predominaban rancheros propietarios de 100 a 1000 1 Gilly, Adolfo. La revolución interrumpida, El Caballito, México, 1984 (1971) pp. 10 y 11. 30 GUSTAVO CARLOS GUEVARA hectáreas, que apelaban al uso de la fuerza de trabajo familiar y de algunos asalariados. “Poca política y mucha administración” era el lema del gobierno de Díaz, sin embargo al interior del régimen existían hombres y tendencias que aspiraban a ganar influencia en el manejo del Estado. En 1892 se creó el partido de los Científicos, encabezado por el Ministro de Hacienda José de Limantour, en oposición a éste gana protagonismo el general Bernardo Reyes, designado por Díaz ministro de Guerra, más tarde gobernador de Nueva León y finalmente, debido a su creciente prestigio y poder, enviado al exilio. La paz porfirista no se sustentaba en una ausencia de conflictos, sino en una exitosa represión de un inventario que incluye a sus propios partidarios. En polémica con los historiadores conservadores, se destaca que durante los treinta y seis años de dictadura se opusieron militares como el general Mariano Escobedo en 1878 o el comandante Francisco Nava en 1879, el movimiento estudiantil con Gabriel González Mier a la cabeza, los indios yaquis y mayas, el Primer Congreso de Clubes Liberales en 1901, intelectuales y campesinos de Tabasco que se amotinaron en 1906, la prensa opositora (El Hijo de Ahuizote, Regeneración, El Alacrán, Diógenes, etc.), entre otros. Todos estos movimientos fueron duramente reprimidos y algunos iban a alcanzar triste celebridad como la represión en 1879 en Mazatlán, que se ejecutó bajo las directivas de un telegrama despachado desde la capital por Porfirio Díaz y en la que se ordenaba al Comandante Militar de Veracruz ejecutar sin previo aviso a los sublevados; la letra del mensaje rezaba: “¡Aprehendidos in fraganti, mátalos en caliente!”. Este cuadro muestra la permanencia en el tiempo de la resistencia a los avances pacificadores del régimen. A principios del siglo XX, especialmente en los estados del norte, surge una oposición que adquiere proyección nacional y un creciente carácter radical. En 1902 se fundó el Partido Liberal Mexicano (PLM), encabezado por los hermanos Flores Magón, que se propuso el derrocamiento de Díaz y el establecimiento de un vínculo orgánico con la resistencia obrera en ascenso en el período. Se organizaron los primeros círculos de lecturas de obras revolucionarias, reforzados con la fundación del periódico Regeneración, que alcanzó una tirada de 25.000 ejemplares. En 1905 se celebró el Primer Congreso Obrero, cuyas aspiraciones fueron recogidas por el Programa del Partido Liberal y Manifiesto a la Nación del año siguiente, difundido por la Junta Organizadora SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 31 del PLM. En su parte propositiva postulaba una reforma constitucional para suprimir la reelección del Presidente y los gobernadores, eliminar el servicio militar obligatorio y abolir la pena de muerte; el fomento de la instrucción pública mediante la multiplicación de las escuelas primarias y el pago de buenos sueldos a los maestros; con respecto a los extranjeros la prohibición de la inmigración china; la adopción de medidas específicas para restringir los abusos del clero católico, como llevar contabilidad por ser los templos negocios mercantiles, etc. En la relación capital/trabajo aspiraba a la jornada laboral de 8 horas, prohibir la contratación de menores de 14 años, declarar nulas las deudas de los peones del campo, suprimir las tiendas de raya, etc. Fue en ese mismo año, 1906, cuando se iniciaron las luchas del acotado movimiento obrero organizado, con la huelga a la Cananea Consolidated Copper Company. El pliego de reivindicaciones incluía igual remuneración por igual trabajo, ya que existía una abierta discriminación en favor de los empleados estadounidenses frente a los mexicanos que realizaban idénticas labores, ocho horas de trabajo, remoción de los capataces provocadores, etc. En 1907 los obreros textiles van a la huelga por idénticas razones en Río Blanco, Orizaba, Veracruz. Ambos reclamos fueron desoídos y brutalmente reprimidos, dejando en cada caso un saldo de numerosos trabajadores muertos y heridos, a pesar de lo justo y elemental de las demandas. Frente al heroísmo de estas luchas, la fundación de un minúsculo Partido Socialista Mexicano en el Distrito Federal resultó intrascendente, salvo por contribuir a la conmemoración, por primera vez, del “Día del Trabajo”, con un mitin público el primero de mayo de 1911. En resumen, el porfiriato en lo económico expresaba el predominio del latifundismo y de los intereses del capital extranjero, invertidos en el país en rubros como minería, ferrocarriles, petróleo, etc. En lo político, la dictadura era concebida como un aceitado y eficiente aparato político construido de arriba hacia abajo, que respondía a la voluntad de Porfirio Díaz, pero que representaba también la defensa de los intereses de los hacendados y los inversores extranjeros. El amplio espectro de las capas sociales que se definen como ajenas y contrarias a este bloque de poder fue controlado, sometido y disciplinado con eficiencia hasta conseguir Díaz una nueva reelección en septiembre de 1910. Este éxito del elenco gobernante para retener el Estado bajo su control no puede explicarse exclusiva ni centralmente por el componente represivo. Se debe 32 GUSTAVO CARLOS GUEVARA considerar que el régimen no se desenvolvía siguiendo las pautas unívocamente dictadas por los hacendados o los inversionistas extranjeros, sino que se reservaba para sí un espacio propio de maniobra, en parte construido a partir de la búsqueda de un equilibrio de poderes mediante el contrapeso que implicaba oponer la capacidad de presión de los dueños de la tierra con la fuerza de los inversionistas extranjeros. Un engranaje esencial de esta maquinaria eran las jefaturas políticas, que reemplazaron a los municipios libres y se convirtieron en portavoces del gobierno central. Esto resultaba odioso para las poblaciones ya que estas figuras tenían a su cargo la policía, el cuidado de las cárceles y eran los responsables locales de preparar y consumar los fraudes electorales, aunque también establecían lazos más complejos de reciprocidad: los jefes políticos tenían a su cargo el manejo de recursos que les permitían desarrollar una red clientelar a través, por ejemplo, de la organización de los servicios públicos; pero esto lejos está de atenuar la demanda por la restitución del municipio libre que como aspiración política habrían de enarbolar más adelante Francisco Madero primero, Emiliano Zapata luego y Venustiano Carranza después. En 1908, Porfirio Díaz, en un reportaje que le realiza el periodista Creelman para el Pearsoǹs Magazine afirma su “firme resolución de separarme del poder al expirar mí período” pues considera que ha llegado el día pacientemente esperado en que “el pueblo de la República Mexicana estuviera preparado para escoger y cambiar a sus gobiernos en cada elección”. El incumplimiento de esta promesa, sumado al problema estructural de la tierra, las enormes desigualdades sociales, la crisis económica en los Estados Unidos, las transformaciones de la frontera norte, las disputas inter-imperialistas, etc., muestran una acumulación de contradicciones que ya no podían ser contenidas por un régimen devenido antiguo. PLANES REVOLUCIONARIOS, IRRUPCIÓN DE LAS MASAS Y LA CUESTIÓN DEL ESTADO Francisco I. Madero escribe y publica a fines de 1908 el libro La sucesión presidencial en 1910. Allí establece un balance positivo del papel representado en el pasado por el general Díaz: “A consecuencia de nuestra larga era de guerras intestinas –dice–, en la cual no se conocía más SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 33 derecho que el del más fuerte, al fin tuvimos que caer bajo el dominio del más poderoso y afortunado de los militares de aquella época” y agrega que a él se debe haber logrado “extirpar de nuestro suelo el germen de las revoluciones, pues al militarismo lo ha desprestigiado con 30 años de paz” mientras que la prosperidad material que promovió ha permitido al pueblo alejarse de la revuelta. Ve como negativo que el absolutismo termina por transformar a los ciudadanos sumamente turbulentos en pacíficos y serviles, por lo tanto exhorta a Díaz a que ocupe su lugar en la historia, a convertirse en “la encarnación de la patria” dando paso al cumplimiento de la libertad de sufragio y no reelección. Proclamada la fórmula Díaz-Corral para las elecciones de 1910, Bernardo Reyes partió como embajador al viejo mundo y el joven hacendado coahuilense fue encarcelado en San Luis Potosí. Porfirio Díaz fue reelecto sin dificultades en septiembre para ocupar el cargo de Presidente por seis años más. En octubre Madero logró escapar de la prisión y desde San Antonio, Texas, lanzó el Plan de San Luis Potosí convocando para el 20 de noviembre a las seis de la tarde a que todas las poblaciones de la república se levanten en armas para deponer la tiranía y reconquistar los derechos bajo la consigna “Sufragio efectivo y No reelección”. El 18 de noviembre el gobierno arrestó a varios participantes de la conspiración y en Puebla fue asesinado el líder antirreleccionista Aquiles Serdán. Francisco Madero regresó el 21 a San Antonio, sin ninguna noticia de la sublevación nacional esperada. Sin embargo, para fines de 1910 y los primeros meses del año siguiente se multiplicaron los levantamientos armados, participando en ellos elementos con distinto grado de ligazón al PLM como Pascual Orozco y los hermanos Flores Magón, pero también lo hacen en el norte hacendados como José María Maytorena. El foco principal se localizaba en el estado de Chihuahua. El 11 de marzo de 1911 el presidente de los pueblos de Anenecuilco-Ayala-Moyotepec, Emiliano Zapata, se incorpora a la revolución maderista. El 21 de mayo de 1911 se firmaron los acuerdos de Ciudad Juárez. Porfirio Díaz dimite y se embarca rumbo a Europa, asumiendo de manera provisional la Presidencia de la República Francisco León de la Barra. El contenido y los alcances de los Convenios de Ciudad Juárez en los que maderistas y porfiristas sellaron una transacción, implicaba una claudicación frente al poder de los hacendados, el clero y el Ejército Federal. Las viejas instituciones quedaban intactas, se ordenó el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias y se mantenía sin modificaciones al 34 GUSTAVO CARLOS GUEVARA Ejército Federal. Emiliano Zapata no aceptó los términos citados del acuerdo y por decreto de León de la Barra él y sus partidarios reciben el mote de “bandidos” y “forajidos”. Mil novecientos diez encuentra a un movimiento obrero activo y en lucha, ligado al PLM encabezado por Ricardo Flores Magón, a un campesinado expectante y a una clase dominante fraccionada y dividida. El Plan de San Luis Potosí desató el proceso revolucionario, caracterizado por los alzamientos campesinos, pero los acuerdos políticos entre Díaz y Madero dejaron sin solución la cuestión social: se avecinaba la tormenta revolucionaria. Los campesinos de Morelos no aceptarán renunciar al cumplimiento del artículo 3ro del Plan de San Luis de Potosí que fijaba la restitución de los terrenos de los que fueron despojados los auténticos propietarios, “en su mayoría indígenas”, de un modo tan arbitrario, y será con sus métodos claros y directos, sin esperar leyes ni decretos, cómo el problema de la tierra se instala como centro de gravedad sobre el cual girará la Revolución Mexicana. La Convención del Partido Constitucional Progresista proclamó la fórmula Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, que se impuso ampliamente en las elecciones presidenciales del 6 de noviembre de 1911, en las que se aplicó por primera vez el sufragio universal. Sin embargo los vencidos no tardaron en comenzar a conspirar: primero Bernardo Reyes, después Pascual Orozco, más tarde Félix Díaz, al que se sumó el general Victoriano Huerta. Todos ellos actuaban con la anuencia del embajador de los Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson. También el zapatismo fijó posición con el Plan de Ayala suscripto a pocos días de las elecciones. “Teniendo en cuenta que el llamado Jefe de la Revolución Liberadora de México don Francisco I. Madero, por falta de entereza y debilidad, no llevó a feliz término la Revolución que gloriosamente inició con apoyo de Dios y del pueblo” y en función de otras consideraciones, como el haber permitido el despliegue de fuerzas federales para la represión en el estado de Morelos, pasan a desconocer su liderazgo y propiciar su derrocamiento. De manera igualmente significativa se hace constar que los terrenos que fueron usurpados por hacendados, científicos o caciques serán restituidos a los pueblos o ciudadanos despojados; en caso de oposición por parte de aquellos se procederá a la nacionalización de sus bienes y dos tercios de los mismos se destinarán para el sostenimiento de viudas, huérfanos y demás víctimas de la lucha por el cumplimiento del Plan. El documento concluye con un SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 35 llamado generalizado a tomar las armas para la realización de la consigna: “Libertad, Justicia y Ley”.2 El zapatismo deviene la expresión de la irrupción nacional de las masas campesinas que comenzó adscribiendo al movimiento de oposición a Díaz, para pasar, a partir de los acuerdos de Ciudad Juárez, a la autonomía política no sólo frente al maderismo, sino también ante las sucesivas direcciones burguesas de la revolución. El Plan formulado en la Villa de Ayala, contiene al decir de Gilly “las ideas, los métodos, y también los límites del campesinado en la revolución”. Para el autor, esta incomprensión pasa por no asumir que el problema decisivo no era la ocupación revolucionaria de las tierras, sino la toma del poder centralizado del Estado. En febrero de 1913 se produce el cuartelazo de Victoriano Huerta en el que Madero y Pino Suárez son encarcelados y asesinados. Este rudo golpe es el devenir de la acción de los Científicos apoyados por el embajador Henry Lane Wilson y los hacendados en convivencia con el militarismo. El derrumbe del maderismo se produjo cuando felicistas y huertistas suscribieron el Pacto de la Embajada, dando por inexistente al Poder Ejecutivo elegido por el voto popular y conformando un nuevo gabinete que tendría por Presidente a uno de los dos líderes de la rebelión. Victoriano Huerta asumió la máxima magistratura sin oposición de los gobernadores, a excepción de Venustiano Carranza en Coahuila y posteriormente de Ignacio Pequeira en Sonora. El golpe huertista no hizo más que extender la guerra campesina por todo el país. Según el Tercer Censo Nacional en 1910, la población de México era de 15.160.369 habitantes, y el ejército porfirista contaba con 30.000 efectivos a los que hay que adicionar unos 2.500 guardias rurales; tres años más tarde, el general Huerta conformaba la fuerza militar más importante movilizada hasta ese momento al tener bajo revista 250.000 hombres. Por su parte, las fuerzas revolucionarias en 1915 superaban los 150.000 combatientes (80.000 constitucionalistas, 50.000 villistas, 20.000 zapatistas más otros 10.000). La magnitud de los ejércitos es por demás elocuente si se toma en consideración que para 1915 los hombres en armas llegaron a constituir más del 3% de la población total. 2 El texto completo del Plan de Ayala en Bransboin, Hernán, Curci, Betiana, Hernández, Juan Luis, Santilla, Agustín y Topasso, Hernán (comp.). La Revolución Mexicana. Documentos fundamentales, Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2004, pp. 74-78. 36 GUSTAVO CARLOS GUEVARA En este contexto de lucha armada los zapatistas ratificaron el Plan de Ayala y constituyeron la Junta Revolucionaria del Centro y Sur de la República, presidida por Emiliano Zapata y Manuel Palafox como secretario. El otro ejército campesino plebeyo de actuación decisiva es la División del Norte liderada por Francisco Villa. Carente de un programa político propio, es la propia figura de Villa la que pasa a ocupar ese lugar ejemplar para una multitud de peones y jornaleros del norte, de campesinos sin tierra, de los pobres de siempre. De manera análoga al zapatismo, la errónea comprensión de la problemática del poder se traduce en un freno de las fuerzas revolucionarias, pero esto no evita que juegue un papel decisivo en la coyuntura. Carranza se da como objetivo quitar a Victoriano Huerta de la Presidencia de la República, para restaurar la legalidad que había sido violada. A los efectos de orientar el movimiento en contra de Huerta, Carranza advirtió la necesidad de la formulación de un plan que, según sus propias palabras debía ser: “lacónico, claro, preciso, sin halagos ni promesas falsas”. Interrogado por Alfredo Breceda, que había sido comisionado para la redacción del documento acerca de la inclusión de cláusulas que contemplaran las reformas sociales, don Venustiano contestó: “Las reformas sociales que exige el país deben hacerse, pero no prometerse en este Plan; el Ejército Constitucionalista debe comprometerse sólo a restablecer el orden constitucional”.3 Y cuando la junta de revolucionarios que se reunió en la hacienda de Guadalupe para conocer y aprobar el texto insistió en la necesidad de agregar al proyecto del señor Carranza lineamientos agrarios, garantías obreras, fraccionamiento de latifundios y abolición de la tienda de raya: “El caudillo de la legalidad dijo así: ¿Quieren ustedes que la guerra dure dos o cinco años? La guerra será más breve mientras menos resistencia haya que vencer. Los terratenientes, el clero y los industriales son más fuertes y vigorosos que el gobierno usurpador; hay que acabar primero con éste y atacar después los problemas que con justicia entusiasman a todos ustedes, pero a cuya juventud no le es posible excogitar, los medios de eliminar fuerzas que se opondrían tenazmente al triunfo de la causa”.4 3 4 Gral. Alfredo Breceda, Plan de Guadalupe, México, 1949, citado por Morales Jiménez, Alberto. Historia de la Revolución Mexicana, Instituto de Investigaciones Políticas, Económicas y Sociales del Partido Revolucionario Institucional, México, 1951, p. 141. Morales Jiménez, Alberto, ob. cit., p. 142. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 37 Finalmente, el Plan de Guadalupe fue aprobado sin enmiendas por los presentes y dado a conocer el 26 de marzo de 1913. Huerta había contado con el apoyo de Gran Bretaña y la resistencia de los Estados Unidos. Ante la inminencia de la Primera Guerra Mundial, los ingleses retiran su apoyo a la dictadura y buscan un nuevo acuerdo con los estadounidenses. Estos han prohibido la venta de armas con destino a México y aprovechando un incidente con uno de sus buques en el puerto de Tampico los marines ocupan el 21 de abril de 1914 Veracruz. Carranza presenta una enérgica protesta con un acentuado discurso nacionalista y recibe el apoyo de Argentina, Brasil y Chile, que constituyeron el ABC y se ofrecen para intervenir en las negociaciones para el retiro de las tropas norteamericanas, cuestión a la que finalmente accede el presidente Wilson. La restauración huertista aunque mantuvo su base de apoyo en los terratenientes, generales pretorianos, el clero y los Científicos se enfrentaba a la resistencia creciente de los ejércitos campesinos y las fuerzas constitucionalistas. El 20 de agosto de 1914 el Ejército Constitucionalista desfiló encabezado por Álvaro Obregón por las calles de México, pero estaba ausente Francisco Villa que consideraba que se trataba de una maniobra por sus profundas diferencias de criterios políticos con Carranza. Depuesto Huerta las diferencias entre los jefes revolucionarios ocuparon el centro de la escena: Obregón ve frustrado su intento de entenderse con Villa y fracasaron las pláticas conciliatorias en Cuernavaca entre carrancistas y zapatistas. Las diferencias se profundizaron con la dinámica que adquirió la Convención de Aguascalientes. Carranza no estaba dispuesto a renunciar a su condición de Primer Jefe Constitucionalista y para ello contaba con el respaldo de la burguesía que desconfiaba de Villa y Zapata, mientras Obregón ocupaba una posición intermedia acorde a su procedencia de clase media, caracterizando al primero como demasiado conservador y a los segundos como demasiado radicales, delineando así de manera temprana la imagen del bonapartismo que encarnará luego cuando acceda al control del aparato estatal mexicano. La alianza inestable de la dirección burguesa con la dirección campesina se rompe. Diciembre de 1914 se convierte entonces en el momento en que para Gilly “la guerra campesina ha llegado a su punto más alto”, es el momento culminante de la “curva de la revolución” al producirse la ocupación de la Ciudad de México por las huestes zapatistas y 38 GUSTAVO CARLOS GUEVARA villistas, replegándose Carranza y el Ejército Constitucionalista a Veracruz. Había una vacancia en el poder que Eulalio Gutiérrez como presidente propuesto por la Convención no supo ni pudo aprovechar. La ausencia política del proletariado en esta frágil alianza de los ejércitos campesinos con la pequeña burguesía en la Convención, es un elemento que agravó la situación, a lo que se sumó un escenario internacional poco propicio para las transformaciones estructurales, ya que no se cuenta en el horizonte con una revolución socialista triunfante que pueda brindar apoyo e inspiración a la Revolución Mexicana Villa y Zapata se hallan en una encrucijada, en el camino que adoptan para salir de ella ya se presiente la derrota política: por no poder conservar el poder en sus manos; y militar: por renunciar a formar un ejército centralizado al decidir volver cada uno a combatir en su región. Para Gilly: “la incapacidad de las fracciones campesinas para organizar el Estado nacional” así como “el comienzo del cansancio y la desilusión de las grandes masas campesinas”, junto a otros factores “inicia el reflujo de la marea revolucionaria, el paulatino repliegue de las masas y el avance de las fuerzas burguesas y pequeño burguesas organizadas bajo la bandera del constitucionalismo”.5 Carranza delegó en Obregón el desarrollo de las actividades militares, pero se abocó personalmente a impulsar una tarea legislativa, para la cual convocó al sociólogo Molina Enríquez para la redacción de las Adiciones al Plan de Guadalupe y el 6 de enero de 1915 dictó la Ley Agraria, de corte más radical que la tímida legislación que sobre la materia había aprobado la propia Convención de Aguascalientes. Logra que se incorporen a las fuerzas constitucionalistas los Batallones Rojos y postula lo que se conoce como la “Doctrina Carranza” con el rechazo a la invasión norteamericana a Veracruz, promoviendo la unidad de los países de América Latina como contrapoder al “Gran País del Norte”.6 De aquí en adelante se inicia un proceso de retroceso de las fuerzas revolucionarias campesinas. Valiéndose de un renovado equipamiento bélico suministrado por Estados Unidos a partir de su retiro de Vera5 6 Gilly, Adolfo, “La guerra de clases en la revolución mexicana. (Revolución permanente y auto-organización de las masas)” en Gilly, Adolfo y otros. Interpretaciones de la Revolución Mexicana, UNAM-Nueva Imagen, México, 1984, p. 41. El Plan de Guadalupe, las Adiciones al Plan de Guadalupe y la Ley agraria carrancista en Bransboin, Hernán y otros, ob. cit., pp. 60-68 y 79-84. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 39 cruz, Obregón derrotó a Villa en dos batallas decisivas en Celaya. En Sonora Villa atacó la plaza carrancista de Agua Prieta y sufrió otra derrota devastadora, debido a que Estados Unidos reconoció a Carranza como Presidente y permitió que sus tropas pasen por su territorio para reforzar la guarnición fronteriza, mientras condenaba y perseguía a Villa, calificado de hombre sin ley. La poderosa División del Norte de otros tiempos quedó deshecha. Para esta tarea Obregón contó con el auxilio de los Batallones Rojos, surgidos del Pacto firmado entre los sindicatos de la Casa del Obrero Mundial y Venustiano Carranza. Una vez derrotada la División del Norte, el Ejército Constitucionalista concentró sus esfuerzos en cercar el estado de Morelos. Para fines de 1915 Zapata y Villa sostenían una guerra de guerrillas acotada a una reducida superficie de cada uno de sus estados de origen (Morelos y Coahuila). Por el Pacto firmado entre la Revolución Constitucionalista y la Casa del Obrero Mundial el gobierno se comprometió a permitir la formación de sindicatos en aquellos puntos donde no existían y con frecuencia ponía a disposición emblemáticos lugares de la aristocracia porfiriana como sede –tal como sucede en la ciudad de México donde los obreros ocupan el Jockey Club– también a atender “las justas reclamaciones de los obreros en los conflictos que puedan suscitarse entre ellos y los patrones, como consecuencia del contrato de trabajo”. Sin embargo, a principios de 1916 la grave escasez de alimentos provocada por la guerra civil, la espiral inflacionaria agravada por la emisión de papel moneda sin respaldo y el creciente desempleo, llevaron a que trabajadores de numerosos puntos del país convocaran a la huelga exigiendo que los salarios sean pagados en oro, para garantizar así el poder real de compra de los mismos. El constante aumento de los precios hizo que el 31 de julio 36.000 obreros declararan la huelga general. Carranza enfrentó al movimiento obrero, ocupando militarmente los locales sindicales, decretando la ilegalidad de la Casa del Obrero Mundial y aplicando una legislación represiva del siglo anterior. El decreto establece en su artículo 1 que castigará con la pena de muerte (sic) los trastornos de orden público de acuerdo a lo que señalaba la ley del 25 de enero de 1862 (sic). El Consejo de Guerra Extraordinario reunido en el Palacio Belem el 11 de agosto para juzgar a los sindicalistas que dirigieron la huelga general concluyó: “Son culpables, todos los encauzados del delito previsto y penado en el artículo 925 del Código Penal del Distrito Federal, en virtud de haber usado la 40 GUSTAVO CARLOS GUEVARA fuerza moral que implica la huelga para modificar los salarios de los operarios.”7 Tras el fracaso de la huelga general de 1916, Carranza designó al general Pablo González para desplegar una guerra de exterminio contra el movimiento zapatista en Morelos. Con un amplio dominio sobre gran parte del territorio nacional, Carranza convocó a fines de 1916 a un Congreso Constituyente en la ciudad de Querétaro, que se reunió a fines de ese mismo año y sancionó, en febrero de 1917, el nuevo texto constitucional. DEL CONGRESO CONSTITUYENTE DE QUERÉTARO AL NUEVO RÉGIMEN SONORENSE Para la historia oficial de la Revolución Mexicana redactada por Alberto Morales Jiménez8 a inicios de la década del cincuenta, la Constitución de 1917 se erige en momento culmine del proceso, se la interpreta como la corporización de los “anhelos nacionales”, fiel reflejo del legado ideológico de José María Morelos y de Miguel Hidalgo, la transformación de los ideales del movimiento social iniciado por Madero en mandato jurídico. La Constitución es presentada como la encarnación misma de la Nación, ambas homogéneamente concebidas. La unidad imaginaria de la primera, se presenta duplicada en la segunda; para ello el texto constitucional no aparece como el resultado de una lucha entre distintas fracciones sociales y tendencias políticas en el interior del Congreso Constituyente, sino como un diáfano producto donde la omisión de cualquier referencia a intereses particulares deviene en la entronización del espíritu de la Nación. Por ello, en una obra como la del citado Morales Jiménez cuando se describe el contenido de artículos como el que prohíbe la esclavitud (2), en defensa de la educación primaria laica sustraída a toda influencia de las corporaciones religiosas (3), libertad de trabajo y de pensamiento (4 y 6), contra los monopolios (28), en defensa de las garantías y derechos del individuo (39), sobre el carácter representativo, republicano y federal del gobierno (40), o más aún, cuando se refiere a 7 8 Citado por Trueba Urbina, Alberto, “Proceso histórico de la huelga en México” en AA.V V., La Huelga. La acción gremial y sus aspectos jurídicos en América y Europa, U.N.L., Santa Fe, 1951, T. III, p. 105. Morales Jiménez, Alberto, ob. cit. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 41 la Reforma Agraria (27) y la protección al trabajador (123), no se hace la más mínima mención de los debates y discusiones que precedieron a su redacción y aprobación. Menos aún se recuerda que el proyecto original enviado por Carranza y defendido por su grupo de confianza en la Asamblea Constituyente omitía toda referencia a las reformas sociales y tan solo propiciaba un aggiornamiento de carácter político de la liberal Constitución de 1857. Un análisis integral no deja dudas de que se trata de una Constitución burguesa, pero también es un testimonio de las conquistas arrancadas por las masas en lucha y por tanto de la debilidad relativa de la burguesía mexicana en las postrimerías de la Revolución. Conviene entonces detenerse en cuatro artículos que fueron motivo de un intenso debate entre las fracciones enfrentadas de la Convención y que dan cuenta del constitucionalismo social que se inaugura con esta Revolución. El artículo 27 establece que la propiedad de las tierras y aguas corresponde originariamente a la Nación, la cual tiene el derecho de transmitir el dominio a los particulares, de expropiar por causas de utilidad pública y de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público. Se fija como objetivo el fraccionamiento de los latifundios y el desarrollo de la pequeña propiedad. Con este instrumento jurídico la Reforma Agraria adquirió status constitucional a partir de la legitimidad que le impuso la dinámica de los ejércitos campesinos en armas. En el mismo artículo se estableció además que corresponde a la Nación el dominio directo, inalienable e imprescriptible de todos los minerales; y de manera taxativa se aclara, también: “el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos”. Este precepto instaló un prolongado conflicto con las compañías extranjeras, en especial con las petroleras estadounidenses, que habían adquirido sus activos para la explotación del subsuelo bajo la legislación porfirista, cuyo Código de Minería otorgaba a la propiedad privada un carácter intangible y absoluto. Además, a los extranjeros se les prohibió ocupar tierras dentro de un radio de 100 kilómetros de distancia de las fronteras y 50 de las playas. Tampoco las iglesias podrán adquirir, poseer o administrar bienes raíces. El artículo 123 también fue materia de controversia doctrinal. Una primera propuesta impulsaba encuadrar el derecho de los trabajadores en el marco de las libertades individuales fijadas por el artículo 5, siguiendo 42 GUSTAVO CARLOS GUEVARA con el criterio de la Constitución de 1857; pero el grupo jacobino impuso el proyecto de un capítulo específico que abordara la problemática del Trabajo y la Previsión Social. Quedó establecida entonces la jornada laboral de 8 horas, la prohibición de la contratación de niños menores de doce años, el descanso hebdomedario, la protección a la mujer embarazada, el establecimiento del salario mínimo y la participación en las utilidades de las empresas, igual remuneración por igual trabajo, derecho de asociación y otros. Se trata del primer texto constitucional en incluir tales definiciones, que alcanzan incluso al derecho de huelga, enmarcado en el siguiente criterio propuesto por la comisión redactora: “Creemos que queda mejor precisado el derecho de huelga fundándolo en el propósito de conseguir el equilibrio entre los diversos factores de la producción, en lugar de emplear los términos ‘capital y trabajo’”.9 Se reconoce por igual el derecho de los obreros y patrones a paralizar sus actividades y la misma será lícita según la fracción XVIII: “cuando tenga por objeto conseguir el equilibrio entre los diversos factores de la producción, armonizando los derechos del trabajo con los del capital”. Los artículos 3 y 130 son una expresión del triunfo de las posiciones radicales. El primero de los citados establece la enseñanza laica y la imposibilidad de cualquier corporación religiosa de dirigir escuelas de instrucción primaria. La situación no se presentaba muy favorable para los grupos ultramontanos: las fuerzas de Carranza y de Obregón se habían apoderado de edificios y bienes de la Iglesia, se desterraron sacerdotes extranjeros, se aprisionó a sacerdotes y monjas, etc. Esto se agravó aún más con los debates que se dieron en el Congreso de Querétaro y que concluyeron con la aprobación del artículo 130, que no reconoce personalidad alguna a las agrupaciones religiosas denominadas iglesias. El anticlericalismo gozaba de un consenso amplio entre los convencionales, aunque es posible encontrar en el interior de esta corriente posturas que van desde las moderadas hasta las más radicales, tampoco faltan las que oscilan entre una y otra posición, según la conveniencia del momento. Este último sería el caso de Obregón, Carranza se encontraba en el primer grupo. En un principio el proyecto que éste envió al Congreso de Querétaro le otorgaba a la Iglesia las mismas prerrogativas que fijaba el texto de 1857 y en los debates, cuando los constituyentes sobre esta materia pro9 Citado por Trueba Urbina, Alberto, ob. cit., p. 114. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 43 ponen que fueran modificadas en sentido radical, el grupo minoritario de constituyentes que se mantiene fiel al Primer Jefe insiste con el criterio de la conciliación. Alfonso Cravioto, uno de sus partidarios, en la agitada discusión sobre el artículo 3º expresaba: “El triunfo liberal sobre la enseñanza religiosa no está en aplastarla con leyes excesivas que sólo producirán reacciones desastrosas. El verdadero triunfo liberal sobre la enseñanza religiosa está en combatirla en su terreno mismo, multiplicando las escuelas nuestras. He aquí el remedio, el verdadero remedio, y lo demás es tiranía.”10 En cambio otros más radicales como el representante de Yucatán, Enrique Recio, intentaron ilegalizar las confesiones auriculares y exigir que los ministros del culto se limitaran a los mexicanos por nacimiento y casados civilmente si eran menores de cincuenta años. “No es mi propósito dirigir ataques contra las religiones”11 decía Enrique Recio y fundamentaba su opinión contraria a la confesión sosteniendo que este acto pone la vida privada de las familias bajo la inmediata fiscalización del sacerdote, sentando en el hogar una autoridad distinta a la del jefe de familia, lo que lejos de salvaguardar el ámbito familiar conduce a la corrupción del mismo. Se declaraba partidario del casamiento civil de los sacerdotes con el argumento de que las leyes de la naturaleza son inviolables y el matrimonio necesario para la conservación de la especie. “Persistir cándidamente –agrega– en que los sacerdotes viven en castidad perpetua, es sencillamente una irrisión, toda vez que los sacerdotes violan constantemente estas leyes, llevando en consecuencia, la ignominia y la desolación a los hogares.” Como esto debía evitarse, la forma “más cuerda” era ordenar que los sacerdotes contraigan matrimonio. Esta medida sería “una garantía para los hogares, y al mismo tiempo dará al sacerdote cierto grado de respetabilidad.” 12 El clero va a resistir el nuevo texto constitucional a través de una pastoral firmada por un gran número de prelados. Esta disidencia también se va a prolongar en el tiempo para desembocar finalmente en la guerra cristera de la década siguiente; pero la Carta Magna fue promulgada en Querétaro sin mayores dificultades. 10 11 12 En Palavicini, Félix, Historia de la Constitución de 1917, T. 1, s/e, México, 1938, p. 235. En Palavicini, Félix, ob. cit, p. 566. En Palavicini, Félix, ob. cit, vol. 1, p. 567. 44 GUSTAVO CARLOS GUEVARA Venustiano Carranza pasó a revestir como Presidente constitucional de los Estados Unidos de México, durante ese año y el siguiente el general Pablo González continuó con su violenta represión a los zapatistas. Finalmente Jesús Guajardo tendió una celada a Emiliano Zapata y acabó con su vida el 10 de abril de 1919. También el general rebelde Felipe Ángeles, en el norte, es eliminado. El carrancismo dejó establecido un instrumento fundamental para la institucionalización de la Revolución (la Constitución de 1917), pero no logró acallar las fuerzas sociales insubordinadas que continúan, por ejemplo, reclamando tierras; ni disciplinar a fracciones políticas de su propio movimiento como el obregonismo. La nueva elección presidencial que debía realizarse en 1920 alimentó los conflictos entre el desconocido ingeniero Ignacio Bonilla que se presentaba con el apoyo de las esferas oficiales carrancistas y el aspiran- te a la primera magistratura, General Álvaro Obregón, respaldado por el Partido Liberal Cooperativista, la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y el Partido Laborista Mexicano. El 13 de abril, Obregón, secundado por gran parte del ejército, lanzó el Plan de Agua Prieta, en contra del gobierno de Carranza. Este abandona la capital y es asesinado en Tlaxcalaltongo, Puebla. El Congreso designó a Adolfo de la Huerta al frente del Ejecutivo nacional. Se inició entonces un ciclo que se prolongará hasta mediados de la década del treinta basado en el control del gobierno ejercido por dos generales revolucionarios originarios del estado de Sonora: Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. El año 1920 es un punto de inflexión en el proceso revolucionario. Para Adolfo Gilly, desde una interpretación marxista es un año de cierre, de corte. Retirado Villa y asesinado Zapata, Obregón se prepara para tomar el poder, liderando una alianza de clases que se convierte por su “juego de equilibrios típicamente bonapartista”, en “el modelo al cual quedaron atados los posteriores gobiernos de la burguesía mexicana”13, simbolizada con su ingreso a la capital, tras haber sido eliminado Carranza, flanqueado a la derecha por el general Pablo González (verdugo de Zapata) y a la izquierda por el general Genovevo de la O (principal jefe campesino sobreviviente del ejército zapatista). Se cierra una fase del movimiento revolucionario iniciado en 1910. La cuestión del poder quedó resuelta a favor de una burguesía dirigente (cuyo embrión estaría en los rancheros del norte), articulada con “facciones pertenecientes a 13 Gilly, Adolfo, ob. cit., p. 43. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 45 otras clases” (ejército, campesinos, zapatistas, obreros de la CROM, buena parte de la burguesía urbana y una parte de las clases poseedoras) en función de la desconfianza al reeleccionismo carrancista, la necesidad del cese de la represión, la puesta en práctica de los artículos 27 y 123 y el deseo de estabilidad y de reflotar los buenos negocios, y que encuentra en el líder sonorense la figura esencial para la “reconstrucción”. John Womack, desde una visión revisionista, es coincidente con este planteo al señalar que el ciclo revolucionario se cierra con la asunción de Obregón en 1920 como Presidente. Así pues concluye que del resultado de la lucha entre los vencedores de 1914 emerge como resultado un régimen nuevo. “La institución política central no era un líder o partido nacional, sino una facción regional, la burguesía del noroeste, que no había sido consagrada internacionalmente, pero que se encontraba atrincherada de forma inexpugnable en los niveles más altos del Estado y dispuesta a dirigir una “reconstrucción” regionalizada, flexible, mediante pactos con facciones pertenecientes a otras clases. El nuevo Estado, por lo tanto, haría las veces de partido burgués de la nación. Su función anunciaba su programa: una larga serie de reformas desde arriba, para evadir, dividir, disminuir y constreñir las amenazas que se cernían sobre la soberanía y el capitalismo mexicanos procedentes del extranjero y de abajo”.14 El matiz diferenciador está dado en que, mientras Gilly ve en Obregón la figura que combina a la vez al sobrino y al tío, como garante del nuevo régimen bonapartista, Womack quita al líder y coloca directamente a una facción regional, la burguesía del noroeste como la “institución política central” del nuevo Estado. Los caudillos sonorenses establecieron las reglas que habían de regir el funcionamiento del sistema político en lo que resta del siglo XX. Obregón (1920-1924) designó como secretario de Educación Pública a José Vasconcelos, quien impulsó una campaña de alfabetización bajo la consigna “Alfabeto, pan y jabón” y convocó a pintores como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco cuya propuesta estético-política a través del muralismo fijó de manera indeleble momentos 14 Womack, John, “La Revolución mexicana, 1910-1920” en Bethell, Leslie, Historia de América Latina, Tomo 9, Crítica-Cambridge University Press, Barcelona, 1992, p. 145. 46 GUSTAVO CARLOS GUEVARA esenciales del derrotero de la Revolución. Calles (1924-1928) y el maximato (1929-1935) encarnan la ambigüedad de un régimen que busca consolidar un elenco político estable al tiempo que debía cumplir con el precepto de no-reelección, en un contexto en que la estabilidad es puesta en jaque por rebeliones militares, presiones internacionales (Estados Unidos) y el movimiento que adoptó como grito de combate: “¡Viva Cristo Rey!”. Los acontecimientos de los años 1926-29 constituyeron la amenaza más significativa para interrumpir la continuidad del nuevo bloque dominante instalado en el poder como resultado de la movilización y la lucha armada iniciada en 1910, jurídicamente expresado en la Constitución de 1917. Una alianza amplia entre el capital extranjero (fundamentalmente las compañías petroleras) con latifundistas y sectores de extracción campesina encabezados por la Iglesia, a través de una organización “independiente” denominada Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, logró poner en jaque a la pequeña burguesía en el gobierno, y transformó a la Guerra Cristera en la posibilidad más seria de derrocamiento de un gobierno “revolucionario” para sustituirlo por uno de orientación clerical reaccionaria. Tras una sangrienta lucha y gracias al apoyo que los trabajadores de la ciudad e importantes núcleos agraristas brindaron al gobierno de Plutarco Elías Calles, los planes del clero se frustraron y la Constitución de 1917, al igual que el resto de la legislación anticlerical no se modificó. Se consolidó así, en México, un modelo que quizá fue el más radical entre los países del mundo capitalista, en lo que se refiere a la separación de la Iglesia con el Estado y en la restricción de la influencia del clero sobre la sociedad civil. Paradójicamente la cuestión de la tierra permanece como un campo de disputa de las distintas fuerzas sociales en virtud de la letra del artículo 27 y fue el eje de las luchas políticas y de los sucesivos baños de sangre durante toda la década de 1920. Mientras esta problemática permaneció irresuelta, tras la consigna de la Reforma Agraria fue posible para cualquier aspirante al poder movilizar a una parte del campesinado contra el gobierno de turno. Esta apreciación de la coyuntura de los años veinte puede ser proyectada sobre la década siguiente, donde Lázaro Cárdenas se presentó como quien con total lucidez reconoce la raíz del problema para avanzar en el proceso de institucionalización, en el sentido de que no será posible la paz y la sangre no dejará de correr mientras no se resuelva la cuestión de la tierra, la gran promesa incumplida de la revolución inscripta en el texto constitucional. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 47 El cardenismo se presenta como la tendencia radical de la Constituyente de Querétaro que viene a dar respuesta a esta cuestión. Llevado por la ola creciente de luchas obreras y campesinas, la llegada de Lázaro Cárdenas al poder en 1934, dio inicio a la segunda fase de ascenso de la Revolución Mexicana. Los aspectos fundamentales del período fueron además del reparto agrario que tuvo al ejido colectivo como su centro de gravedad, la estatización de las empresas petroleras y de los ferrocarriles, fuerte impulso a la industrialización, la organización del movimiento obrero, la educación socialista y la política internacional antifascista. Medidas que no son ciertamente socialistas, ni se proponen ir más allá del capitalismo de Estado, pero que sin embargo constituyeron un golpe serio para la dominación imperialista sobre México posibilitada por el formidable apoyo de las masas obreras y campesinas al gobierno. El cardenismo expresó, tal como lo demostró el debate en torno a la educación socialista, la ideología pequeño burguesa socializante, pero la profundización en sentido anticapitalista del antiimperialismo cardenista se ve frustrada con la renuncia del general Mugica a su candidatura a la presidencia. En agosto de 1940, sobre el fin del período presidencial de Cárdenas, un agente de Stalin asesinó a León Trotsky en Coyoacán. Los obreros y los campesinos, con sus organizaciones “expropiadas” por las “direcciones burocráticas”, no lograron diseñar las herramientas políticas que impidiesen el estancamiento poscardenista de la Revolución. En 1929 Plutarco Elías Calles creó el Partido Nacional Revolucionario, transformado en 1938 por Lázaro Cárdenas en Partido de la Revolución Mexicana y devenido a mediados de la década siguiente en el Partido de la Revolución Institucional (PRI). Bibliografía Bartra, Armando. Regeneración 1900-1918. La corriente más radical de la revolución mexicana de 1910 a través de su periódico de combate, Era, México, 1977. Bransboin, Hernán; Curci, Betiana; Hernández, Juan Luis; Santella, Agustín y Topasso, Hernán (comp.). La Revolución Mexicana. Documentos fundamentales, Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2004. Brading, David (comp.). Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana. F.C.E., México 1982. Gilly, Adolfo. La revolución interrumpida, El Caballito, México, 1984. 48 GUSTAVO CARLOS GUEVARA Gilly, Adolfo y otros. Interpretaciones de la Revolución Mexicana, UNAMNueva Imagen, México, 1984. Guerra, François-Xavier. México: del Antiguo Régimen a la Revolución, F.C.E., México, 1988, 2 tomos. Guevara, Gustavo. La Revolución Mexicana y el conflicto religioso, 1913-1938, Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2005. Hart, John Mason. El México revolucionario, Alianza, México, 1997. Knigth, Alan. “La Revolución Mexicana: ¿burguesa, nacionalista, o simplemente una “gran rebelión?”, en Cuadernos Políticos, Nro. 48, Era, México, 1986. ———. The Mexican Revolution, Cambridge, 1986, 2 tomos. Katz, Friederich (compilador). Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al XX, Era, México, 1990, tomo 2. Meyer, Jean. La cristiada, 3 tomos, Siglo XXI, México, 1994. 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La insurrección de abril que le dio comienzo fue la primera –y hasta hoy la única– insurrección obrera triunfante en nuestro subcontinente. Constituyó el punto de partida de la formación del “Estado del 52”, que subsistirá hasta 1985, cuando empieza en Bolivia el ciclo neoliberal. En este capítulo nos limitaremos por cuestiones de espacio a examinar el período clásico de la Revolución Boliviana, los años de 1952 a 1964, cuando el MNR fue desplazado de la conducción del Estado por el golpe militar del 4 de noviembre. BOLIVIA EN LAS VÍSPERAS: LA ESTRUCTURA ECONÓMICA-SOCIAL Bolivia es un país dividido en tres regiones: el altiplano (La Paz, Oruro y Potosí), los valles (Cochabamba, Chuquisaca y Tarija) y los llanos del Oriente (Santa Cruz, Pando, Beni y oriente de Tarija). Hacia 1950, la población, compuesta por unos 3.100.000 habitantes, estaba concentrada 50 JUAN LUIS HERNÁNDEZ en el altiplano y los valles, que no representan más de un tercio del territorio nacional, mientras los llanos permanecían en su mayor parte despoblados. Ascendía en total a unos 3.100.000 habitantes en todo el país, de los cuales unos 1.700.000 –el 55%– eran indígenas, y sólo el 6% de ellos hablaban castellano. La población urbana –considerando como tal a quienes vivían en ciudades de más de 5000 habitantes– representaba el 23% del total, mientras la tasa de alfabetismo ascendía al 31%. El 72% de la población económicamente activa se dedicaba a las actividades agropecuarias, pero sólo producían el 33% del Producto Bruto Nacional. La principal actividad económica del país seguía siendo, como en siglos anteriores, la minería del altiplano.1 En el ámbito rural la propiedad estaba muy concentrada: el 6% de los propietarios, que poseían 1.000 o más hectáreas, controlaban el 92% de la tierra, mientras el 60%, poseedores de 5 hectáreas o menos, tenían menos del 2% del total. En promedio, las haciendas de más de 1000 hectáreas se hallaban explotadas en el 2% de su extensión; mientras que en las pequeñas explotaciones la superficie bajo cultivo alcanzaba al 54% del total. La causa era el sistema de explotación basado en el régimen del colonato. Las familias campesinas penetraban en las haciendas y ocupaban pequeñísimas parcelas de terreno -sayanas o pegujales- donde practicaban cultivos de subsistencia, a cambio de lo cual sus integrantes estaban obligados a realizar jornadas de trabajo sin percibir salario alguno. Una parte de la hacienda estaba parcelada en pequeñas unidades trabajadas por las familias campesinas, mientras las tierras más ricas eran explotadas por el propietario utilizando fuerza de trabajo gratuito de los colonos. Además, los campesinos estaban sometidos al pongueaje o servicio de pongos: era la obligación de hombres y mujeres de concurrir periódicamente a la casa del hacendado para desempeñar servicios domésticos en forma gratuita. Los pongos también se encargaban del servicio de correos o del transporte de mercaderías, muebles y enseres de sus amos. Las comunidades, provenientes del antiguo ayllu andino, sobrevivían penosamente. El ayllu era una comunidad integrada por hombres y mujeres vinculados por relaciones extendidas de parentesco, en el marco de una unidad económica y religiosa ubicada en un territorio común. Hacia 1950, subsistían 3.783 comunidades en toda la república, el 84% 1 Todos los datos mencionados corresponden al Censo Demográfico Nacional de 1950. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 51 de las cuales estaban ubicadas en el altiplano. En los valles, la propiedad estaba más diversificada: entremezclados con las haciendas aparecían pequeños propietarios; aparceros (trabajaban tierras ajenas quedándose con la mitad de la cosecha); pegujaleros (trabajaban tierras ajenas recibiendo productos a cambio); ocupantes precarios. En los llanos del Oriente predominaba el latifundio ganadero con relaciones asalariadas muy paternalistas. El desarrollo industrial boliviano en las vísperas de la revolución era muy modesto: talleres metalúrgicos, curtidurías, fábricas de muebles y calzado, con escaso grado de concentración. En La Paz, la Fábrica de Curtidos y Calzados empleaba unos 220 trabajadores y junto con una textil que ocupaba 400 operarios constituían las mayores concentraciones fabriles, radicadas en Villa Victoria, el distrito industrial de la ciudad. Con respecto a la minería se destacaba la producción de estaño, cuya explotación había desplazado desde principios del siglo XX a la producción de plata. Los barones del estaño (el “superestado minero”), eran básicamente tres familias: las de Simón Patiño, Guillermo Aramayo y Mauricio Hoschild. Hacia 1920 Patiño controlaba las minas de Uncía y Llallagua, y por esa época se calculaba que sus ingresos anuales eran similares o mayores a los del Estado boliviano. En 1924 constituyó con accionistas estadounidenses la “Patiño Mines & Co”, con sede legal en Delaware, Estados Unidos. La minería del estaño alcanzó su culminación hacia 1929, cuando el país exportó 47.000 toneladas del metal, registro que no sería superado.2 Con la crisis del ’29 el precio del estaño cayó en el mercado mundial, numerosas minas cerraron y miles de mineros fueron despedidos. Los precios se recompusieron luego de unos años, pero la crisis de la minería no fue revertida ya que las vetas más ricas se habían agotado, y no podía competir con los nuevos yacimientos de Indonesia y Malasia que producían a costos muy inferiores. Se requerían importantes inversiones para hacer competitivo el estaño boliviano, que los propietarios no estaban dispuestos a realizar.3 Las condiciones laborales en las minas 2 3 Peñaloza Cordero, Luis. Nueva historia económica de Bolivia. El estaño, Los amigos del libro, La Paz, 1985, pp. 34-35. Simón Patiño impulsó la formación de un cártel con otros productores/exportadores de estaño, para reducir la oferta en el mercado mundial y reacomodar los precios, pero la reducción de la producción originó despidos y caída de salarios. Peñaloza Cordero, Luis, ob. cit. 52 JUAN LUIS HERNÁNDEZ bolivianas eran pésimas. Existían distintos sistemas de trabajo, cada uno con jornadas de diferente duración. Las mujeres, denominadas pallires, trabajaban en boca de mina, dedicadas a la recolección del mineral y su separación de la “ganga” (residuo inservible). En suma, una minería en crisis y una agricultura basada en un sistema injusto, opresivo e improductivo, componían hacia 1930 la base económica de los privilegios de la “rosca”, término boliviano que designaba a la pequeña elite compuesta por la oligarquía y los funcionarios, políticos, intelectuales y periodistas cómplices de ella. LOS ANTECEDENTES DE LA REVOLUCIÓN DE 1952 Existe amplia coincidencia en considerar la guerra del Chaco, sangriento conflicto bélico que enfrentó a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, como el punto de partida del proceso que condujo a la Revolución de 1952. Ambas naciones disputaban los territorios no delimitados del Chaco Boreal, que se suponían ricos en yacimientos petrolíferos. Para los contemporáneos la guerra fue el resultado de las pujas por el petróleo desatadas por dos grandes monopolios, la Standard Oil, norteamericana, titular de los yacimientos bolivianos, y la Royal Dutch Shell, inglesa, con fuertes intereses en Paraguay y Argentina, que pretendía impedir la expansión de su rival en los territorios chaqueños.4 Sin embargo, la trama de los intereses que desencadenaron el enfrentamiento fraticida fue más compleja. Ante la bancarrota financiera del Estado boliviano ocasionada por la caída de los precios del estaño, la explotación intensiva del petróleo era una alternativa para conseguir nuevos recursos, pero requería una vía que permitiera su transporte a bajo costo: un puerto sobre el río Paraguay que abriera el paso hacia la cuenca del Plata. Aquí es donde se producía el choque con los intereses británicos que controlaban las grandes vías fluviales. El presidente boliviano, Daniel Salamanca, creyó encontrar una salida a la crisis económica y política de su país en la expansión hacia el Chaco, resolviendo a la vez los problemas de coyuntura y la histórica falta de legitimidad de la elite producto de la derrota boliviana en la guerra del Pacífico (1879), cuando el país perdió su 4 En Bolivia, las primeras concesiones petroleras fueron otorgadas en 1920, siendo acaparadas por la Standard Oil de New Jersey, que hacia 1930 totalizaba unos 32.000 km2 de concesiones, con 16 pozos en funcionamiento. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 53 litoral marítimo. Pero lo que se suponía una campaña rápida y victoriosa se transformó en una penosa contienda de tres años. A principios de 1935 una ofensiva paraguaya ocupó terrenos petrolíferos bolivianos, recuperados por una última contraofensiva dirigida por el mayor Germán Busch. En julio de 1935 se acordó un alto del fuego y en 1938 se firmó la paz definitiva, quedando la mayor parte del territorio en disputa en poder de Paraguay. El procesamiento de esta nueva frustración nacional –que incluía más de 50.000 muertos, heridos y prisioneros– constituyó el punto de partida del camino que conduciría a l a Revolución de 1952. Durante la guerra los oficiales jóvenes se organizaron en logias que cuestionaban a los altos mandos y al sistema político. La más importante era Razón de Patria (RADEPA). A mediados de 1936, esta logia impulsó un golpe de estado que derrocó a Tejada Solórzano, quien a su vez había reemplazado a Salamanca en noviembre de 1934, desplazado por los militares, y encumbró al coronel José David Toro al frente del país. En marzo de 1937 el gobierno de Toro decidió la nacionalización de la Standard Oil: todas sus propiedades pasaron al Estado y fueron administradas por Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). La nacionalización buscaba dar respuesta a un amplio movimiento nacional que reclamaba la expropiación de la compañía, a la que se acusaba de haber boicoteado el esfuerzo bélico y negociar con el gobierno paraguayo. En julio de 1937, Toro fue reemplazado por el coronel Germán Busch, héroe de la guerra y líder de la RADEPA. El gobierno de Busch impulsó la Convención Constituyente que elaboró la Constitución de 1938, dictó en 1939 el Código de Trabajo que estableció mejoras en las condiciones laborales, y en junio de ese año estatizó el Banco Central y el control de las divisas provenientes de la exportación de minerales. Busch murió poco después, concluyendo de esta manera el “Socialismo militar”, primera experiencia nacionalista en Bolivia.5 A continuación el general Carlos Quintanilla convocó a elecciones amañadas donde se impuso el general Enrique Peñaranda, jefe del ejército durante la guerra, sostenido por un frente de partidos políticos de derecha llamado Concordancia. Era el regreso de la “rosca” al poder: se desconoció la legislación social, se derogaron las medidas económicas 5 Sobre la misteriosa muerte de Germán Busch ver Céspedes, Augusto. El dictador suicida, Juventud, La Paz, 2002 (1956). 54 JUAN LUIS HERNÁNDEZ dictadas por Busch, se intensificó la represión al movimiento obrero y se resolvió pagar una indemnización a la Standard Oil. En esos años surgieron en Bolivia nuevos partidos políticos: el Partido Obrero Revolucionario (POR), la Falange Socialista Boliviana (FSB), el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).6 El POR se fundó en 1935 en el Congreso de Córdoba (Argentina) bajo el liderazgo de Tristán Marof y Jaime Aguirre Gainsborg. Marof era un prestigioso intelectual que en 1924 había publicado La Justicia del Inca –ensayo donde aparece por primera vez la consigna “Tierras al indio, minas al Estado”– y en 1935 La tragedia del altiplano, descarnada denuncia de la guerra del Chaco, de la “rosca” y de la explotación indígena. Aguirre Gainsborg era un militante comunista que se orientó hacia las ideas de la oposición de izquierda dirigida por León Trotsky. En 1938 el POR adhirió a la Cuarta Internacional troskista, y adoptó como estrategia la revolución obrera y la teoría de la revolución permanente. Marof, en desacuerdo, se alejó de la organización y fundó el Partido Socialista Obrero, de vida efímera.7 Ese mismo año murió Aguirre Gainsborg en un accidente, quedando el POR reducido a pequeños grupos de activistas que orientaron su trabajo político hacia el proletariado minero. En 1937 Oscar Unzaga de la Vega y otros dirigentes fundaron en Chile la Falange Socialista Boliviana (FSB). En su concepción ideológicaprogramática tuvo peso superlativo el corporativismo fascista europeo y un profundo sesgo nacionalista y católico. El partido tendrá importancia en los años posteriores a la revolución como oposición al MNR. En 1940 se formó el PIR, que se constituyó en un Congreso de Izquierdas realizado en Oruro, impulsado por José Antonio Arze y Ricardo Anaya, sus dirigentes más importantes, ambos profesores universitarios. A través de él actuaron los comunistas en Bolivia, hasta la fundación del Partido Comunista en 1950. El PIR seguirá las oscilaciones de la política internacional soviética: será neutralista durante los primeros años de 6 7 Irma Lorini distingue una etapa embrionaria previa a la estructuración orgánica de los partidos de izquierda, que abarcaría difusas expresiones político-ideológicas en las décadas del ’20 y del ’30 y que denomina “movimiento socialista embrionario”. Ver: Lorini, Irma. El movimiento socialista embrionario en Bolivia (19201939), Los amigos del libro, Cochabamba, 1994, capítulo 4. Marof no logró constituir una organización política de centroizquierda, concluyendo su carrera política como secretario de Hertzog y Urriolagoitía, últimos presidentes de la “rosca”. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 55 la segunda guerra mundial, convirtiéndose en pro-aliado después de la invasión nazi a la URSS. Por último, a principios de 1941, un grupo de jóvenes dirigentes políticos –Víctor Paz Estenssoro, Germán Monroy, Hernán Siles Suazo– junto con intelectuales que se expresaban en el diario La Calle, como Carlos Montenegro y Augusto Céspedes, constituyeron el MNR, que el 7 de junio de 1942 emitió su documento constitutivo “Principios y Bases de Acción”. 8 Tanto el diario La Calle como los primeros pronunciamientos del MNR denotan influencia fascista, depurada por la acción partidaria y el debate doctrinario, en el que se destacaron Carlos Montenegro y Walter Guevara Arce.9 En las décadas del ’30 y del ’40 del siglo pasado había sectores nacionalistas que simpatizaban con Alemania, pero todos los que se oponían a los designios ingleses o estadounidenses eran automáticamente acusados de nazi-fascistas. Un antecedente importante de la Revolución del ’52 es el gobierno de Gualberto Villarroel (1943-1946). El 20 de diciembre de 1943 Peñaranda fue derrocado y reemplazado por Villarroel, cuyo gobierno se basaba en una alianza inestable entre el MNR y la RADEPA, con el objetivo de retomar la línea nacionalista de Toro y Busch. Según Alberto Pla, el PIR propuso a Villarroel formar un gobierno integrado por el ejército, el MNR, el PIR y organizaciones sindicales. Pero Villarroel no aceptó y el PIR pasó a una virulenta oposición. A su iniciativa se formó la Unión Democrática de Bolivia (UDB), con los viejos políticos de la rosca, la Federación Universitaria y los sindicatos afines. Su consigna central era “Abajo el nazi-fascismo”.10 El gobierno de Villarroel aprobó numerosas leyes sociales y promovió la organización de los sectores subalternos. En mayo de 1945 se realizó en La Paz el Congreso Nacional Indigenista, en cuyo transcurso Villarroel firmó los decretos aboliendo el pongueaje, el mitanaje y todos los servicios de trabajo gratuitos prestados en las haciendas. Un año antes, en el Congreso de Huanuni, los mineros fundaron la Federación 8 9 10 Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel. La Revolución Boliviana. Documentos fundamentales, Newen Mapu, Buenos Aires, 2007, pp. 26-29. Ver: Montenegro, Carlos. Nacionalismo y coloniaje, Pleamar, Buenos Aires, 1967 y Guevara Arce, Walter. “Teoría, medios y fines de la Revolución Nacional” (conocida como Tesis de Ayopaya, 1946), en Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel, ob. cit., pp. 66-82. Pla, Alberto J. América Latina siglo X X: economía, sociedad y revolución, Carlos Pérez Editor, Buenos Aires, 1969, p. 190. 56 JUAN LUIS HERNÁNDEZ Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, entidad rectora de los trabajadores del subsuelo durante las siguientes cuatro décadas. Durante la gestión de Villarroel la oposición urdió constantes conjuras. A fines de 1944, tras un levantamiento frustrado, fueron apresados y fusilados varios políticos, militares y civiles, sin proceso previo, en Challacollo y Chuspipata. Este hecho produjo mucha indignación, los ministros del MNR renunciaron y Villarroel se quedó solo, con algunos militares que lo apoyaban. A instancias del PIR se formaron en La Paz los comités tripartitos, integrados por maestros, estudiantes y fabriles, que apoyaron el golpe del 21 de julio de 1946 en cuyo transcurso Villarroel y varios partidarios fueron asesinados. En lo que respecta al movimiento obrero, en la década de 1940 tuvieron lugar tres acontecimientos centrales en la historia de los trabajadores mineros de Bolivia.11 En diciembre de 1942 se produjo la masacre de Catavi, perpetrada por el gobierno de Peñaranda. Tras un largo conflicto salarial, una marcha de mineros procedentes de diversos campamentos fue atacada a campo abierto por tres regimientos con fuego de morteros, ametralladoras y fusiles, causando un número elevado de muertos. La denuncia parlamentaria realizada por Víctor Paz Estensoro vinculó por primera vez al MNR con el mundo del trabajo, al tiempo que erosionó en forma irreversible el gobierno de Peñaranda. Dos años después, en 1944, se produjo la ya mencionada fundación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), organización que durante cuarenta años será la entidad matriz de los trabajadores mineros, y cuya conducción ejercerá Juan Lechín. Finalmente, en noviembre de 1946 se realizó un Congreso Extraordinario de la Federación Minera, que adoptó el célebre documento conocido como la Tesis de Pulacayo, cuya redacción original fue presentada por Guillermo Lora, dirigente del POR. El documento sigue en líneas generales la tesis de la revolución permanente, proclamando que la resolución de las tareas democráticas y antiimperialistas será llevada adelante por la clase obrera, y que la misma será sólo una fase de la revolución social dirigida por los trabajadores. La tesis reafirma la independencia del movimiento obrero del Estado y los partidos políticos, condena 11 Sobre la historia del movimiento obrero con anterioridad a los ’40, ver: Lora, Guillermo. Historia del movimiento obrero boliviano, Los amigos del libro, Cochabamba, 1969, Tomo II, y Lehm, Zulema y Rivera Cusicanqui, Silvia. Los artesanos libertarios y la ética del trabajo, THOA, La Paz, 1988. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 57 toda participación obrera en los gobiernos burgueses y toda forma de colaboración de clases y proclama la acción directa como los principios rectores del accionar de los trabajadores. Finalmente establece un programa radicalizado de consignas inmediatas: salario básico y escala móvil de salarios, escala móvil de horas de trabajo, ocupación de las minas ante el boicot patronal, convenios colectivos de trabajo, control obrero de la producción, apertura de los libros contables, armamento de los trabajadores mediante piquetes de autodefensa. Este pronunciamiento tuvo enorme gravitación en la historia posterior del movimiento obrero boliviano y expresó una síntesis de las experiencias y las tradiciones de lucha de los trabajadores mineros, que interpelarán a sus dirigentes desde esta base programática. En un puñado de años de la década de los cuarenta, quedó constituida la matriz política, programática y organizativa de los mineros, a partir de la cual desplegarán sus tradiciones de lucha y heroísmo inscriptas en la memoria colectiva del pueblo boliviano.12 Entrando ya en los prolegómenos de la insurrección de abril de 1952, con el levantamiento del 21 de julio de 1946 que derrocó a Villarroel comienza un período conocido como el sexenio (1946-1952).13 Se formó un gobierno provisional que convocó a elecciones en las que se impuso la fórmula Enrique Hertzog - Mamerto Urriolagoitía. En el nuevo gobierno ingresan como ministros figuras del PIR, entre ellas el ministro de Trabajo Alfredo Mendizábal, quien avalará la represión al movimiento obrero, en tanto Tristan Marof fue nombrado secretario de la Presidencia. Así las cosas, los únicos partidos que quedaron en la oposición fueron el MNR y el POR. Este último constituyó el Bloque Minero Parlamentario, compuesto por seis diputados y dos senadores electos en 1947, entre ellos Lechín. Desde sus inicios, el gobierno de Hertzog reprimió las manifestaciones populares. En febrero de 1947 fue aplastado en Ayopaya un levantamiento campesino que reclamaba la vigencia de los decretos abolicionistas de Villarroel. Para la misma fecha fueron masacrados en Potosí mineros que reclamaban aumento de salarios. En diciembre de 12 13 Sobre los mineros en la década del ’40, ver Lora, Guillermo, ob. cit, Tomo IV, capítulos V, VII y VIII. Con respecto a la Tesis de Pulacayo, ver su versión original completa en Hernández, Juan Luis y Salcito Ariel, ob. cit., pp. 49-66. Una excelente reconstrucción del levantamiento del 21 de julio en Justo, Liborio, Bolivia: la revolución derrotada, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971 (1965). 58 JUAN LUIS HERNÁNDEZ 1947 tuvo lugar la “masacre blanca” de Catavi, donde fueron despedidos miles de huelguistas. En 1948, en la “masacre roja” de Siglo XX fueron asesinados por el ejército cerca de 80 trabajadores que habían ocupado las instalaciones. Hertzog abandonó el gobierno en 1949, asumiendo Urriolagoitía. Se acentuó la acción represiva, siendo una vez más masacrados los obreros en Catavi. En esta oportunidad fue intervenida la Federación de Mineros, se declaró el estado de sitio y fueron arrestados dirigentes y diputados mineros, mientras otros debieron exiliarse. En agosto el MNR intentó un golpe de mano ocupando varias ciudades, pero fracasó en La Paz. Al año siguiente una huelga general en La Paz fue sofocada por el gobierno con un bombardeo masivo sobre Villa Victoria, el distrito obrero de la ciudad. La complicidad del PIR con el régimen llevó a la ruptura y disgregación del partido, alejándose la mayor parte de la juventud que hacia 1950 formó el Partido Comunista de Bolivia. El gobierno, confiado en los efectos de la represión sobre el movimiento popular, convocó a elecciones presidenciales para el 6 de junio de 1951. La fórmula del MNR, Víctor Paz Estensoro (en el exilio) y Hernán Siles Suazo, obtuvo 54.129 votos (43%) contra los 40.381 (32%) del oficialismo. Aún cuando a ésta última se le sumara los 13.259 votos (10,5%) obtenidos por el candidato de la Falange, la designación de Paz Estenssoro como Presidente por el Parlamento era irreversible. Urriolagoitía decidió renunciar y entregar el poder a una junta militar presidida por el general Ballivián, quien desconoció el resultado electoral y declaró el estado de sitio. Con el “Mamertazo”, como fue popularmente llamado el autogolpe de Urriolagoitía, una época llegaba a su fin. LA INSURRECCIÓN DE ABRIL El MNR, dirigido por Hernán Siles Suazo, organizó un golpe de estado con la ayuda del general Antonio Seleme, jefe de los carabineros de La Paz, con objetivos muy puntuales: formar un gobierno cívico-militar que convocara a nuevas elecciones generales. En la madrugada del 9 de abril de 1952 se inició la insurrección: los comandos movimientistas tomaron los principales edificios públicos y la radio Illimani. Pero imprevistamente, la Junta Militar resolvió resistir. El jefe de Estado Mayor, general Humberto Torres Ortiz, logró la adhe- SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 59 sión de nueve regimientos acantonados en la ciudad y sus cercanías, con un total de unos 8.000 hombres. Estos efectivos rápidamente rodearon los edificios públicos ocupados, ante lo cual Seleme se asiló en la embajada de Chile. Los militares exigieron la rendición incondicional de los insurrectos sin ofrecer garantías, por lo cual Siles decidió continuar la lucha. La crisis se prolongó hasta que en la madrugada del 11 de abril, los primeros contingentes mineros comenzaron a descolgarse por las laderas de los cerros que rodean a La Paz. Portando sus cargas de dinamita, las lanzaban a las tropas gubernamentales apenas topaban con ellas. Los soldados huían arrojando sus armas, los mineros avanzaron y en cuestión de horas obtuvieron la rendición de los distintos regimientos, cuyos efectivos, desarmados, debieron desfilar entre los obreros triunfantes. En síntesis, el MNR intentó un golpe de estado tradicional, pero la resistencia del ejército abrió una crisis que permitió la intervención de los mineros, transformando lo que iba a ser un golpe palaciego más de la historia de Bolivia en el inicio de la Revolución. El 15 de abril, Paz Estenssoro regresó de su exilio en la Argentina y se hizo cargo del gobierno, con Hernán Siles Suazo como vicepresidente. En su primer gabinete incluyó al coronel Aliaga como ministro del Interior (para mantener la alianza con los carabineros), a Juan Lechín como ministro de Minería, Germán Butrón (fabril) ministro de Trabajo y Ñuflo Chávez Ortiz, ministro de Asuntos Campesinos. Dos días después, el 17 de abril, se formó la Central Obrera Boliviana, la COB, en cuya fundación participaron 10 organizaciones, entre ellas los mineros, los fabriles, ferroviarios, empleados, construcción y dos pequeñas organizaciones campesinas. La estructuración de una central única de trabajadores a nivel nacional era una asignatura pendiente del sindicalismo boliviano, pero la COB se fundó en una coyuntura muy particular: nacía en las barricadas todavía humeantes de la insurrección de abril, era la legítima representación de los trabajadores que hicieron la Revolución, una central sindical que incursionaba en materia política y que contaba con milicias obreras. Juan Lechín fue designado secretario ejecutivo y Germán Butrón secretario general. Sus postulados fundacionales fueron la lucha por la nacionalización de las minas y los ferrocarriles, la revolución agraria, la defensa de las conquistas sociales de los trabajadores, la derogación de todas las medidas antiobreras y la independencia política de la central obrera. 60 JUAN LUIS HERNÁNDEZ ¿COGOBIERNO MNR-COB O DUALIDAD DE PODER? ¿Cual es entonces el panorama días después del triunfo de la insurrección? El elemento más impactante es la destrucción del ejército. A diferencia de otras revoluciones latinoamericanas en las que la destrucción del ejército del antiguo régimen demandó meses y años, en Bolivia el ejército de la “rosca” fue destruido tras sólo tres días de lucha, pasando sus armas y pertrechos a manos de obreros y militantes populares. Pero esto no es todo: las milicias formadas al calor de la lucha sólo en una mínima parte estaban controladas por el gobierno y el MNR, la mayoría respondían a los sindicatos y la COB. En este contexto, uno de los temas que ha suscitado mayor interés historiográfico y político entre los autores que escribieron sobre la Revolución del ‘52 es la relación entre la COB y el gobierno del MNR, para cuyo análisis se han delineado dos opciones: “Cogobierno MNR-COB” o “Dualidad de poderes”. Los autores de filiación troskista como Alberto Pla o Liborio Justo (Quebracho) enfatizan en sus obras que en la medida que las organizaciones sindicales tomaban en sus manos la resolución de los problemas más importantes, tendía a plantearse una situación de dualidad de poderes con las autoridades. Pero al mismo tiempo la COB participaba en la gestión gubernamental mediante la inclusión de ministros obreros en el gobierno del MNR. Ambos hechos expresaban tendencias objetivas que coexistían al interior de las masas: los trabajadores pretendían imponer a las autoridades las decisiones de las organizaciones sindicales, pero también creían que el gobierno del MNR iba a llevar a cabo la revolución social por la que se había luchado.14 Inicialmente, el gobierno contó con el abierto apoyo del PC y el más crítico del POR. El POR no planteó que la dualidad de poderes se resolviese a favor de la COB y de hecho no cuestionó, en un primer momento, la participación de los dirigentes obreros en el gobierno. Su estrategia inicial fue defender al gobierno ante las amenazas imperialistas y rosquistas y exigir la radicalización de las reformas propuestas, aumentando la presión sobre el ala izquierda del MNR. Idénticos pasos siguieron la COB y el movimiento obrero. Pla y Justo coinciden que al no surgir una dirección obrera que buscase concientemente resolver 14 Cfte. Pla, Alberto y Justo, Liborio, ob. cit. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 61 la dualidad de poderes a su favor, se trabará la posibilidad de avanzar en la revolución social que pretendían los trabajadores, imponiéndose finalmente la política del gobierno, dispuesto a aceptar en su seno “ministros obreros” hasta tanto pudiese construir bases de sustentación más sólidas. Un planteo alternativo es el que ofrece Ernesto Ayala Mercado en un breve ensayo titulado ¿Que es la revolución boliviana?, escrito en 1956 sobre la base de una intervención parlamentaria. El autor denomina Revolución Nacional al proceso abierto por la insurrección de abril, define al nuevo Estado como “popular, nacionalista y revolucionario” y considera al MNR como el sujeto revolucionario que, encarnando un frente policlasista, instauró un “gobierno democrático de obreros y sectores revolucionarios de la clase media, al que se agregaron luego los campesinos”.15 Ayala Mercado sostiene que la dualidad de poderes se expresaba en el seno mismo del Poder Ejecutivo, ya que la COB “a poco de nacer adquirió el carácter de entidad semiestatal y cogobernante”, imponiendo ministros obreros apoyada en las milicias armadas y constituyendo el frente político MNR-COB. Con un discurso marxista, el autor es uno de los primeros en hablar de la Revolución Nacional y del cogobierno MNR-COB, conceptos que circulaban entre la militancia del MNR. Con la aparición del libro La revolución inconclusa de James Malloy tomó impulso la producción académica sobre la Revolución Boliviana. Malloy ensaya un enfoque sociológico en el cual la revolución es pensada como una lucha política no institucionalizada entre elites y contraelites con distinto grado de apoyo social. Los historiadores actuales, entre los que se destacan James Dunkerley y Herbert S. Klein, tienden al análisis de este período desde el registro de la historia política. En esta perspectiva, el cogobierno MNR-COB es incluido como un dato fáctico, omitiendo gran parte de la discusión conceptual que hemos mencionado, la cual sin embargo fue retomada por el movimiento obrero boliviano en numerosos pronunciamientos posteriores.16 15 16 Ayala Mercado, Ernesto. ¿Que es la revolución boliviana?, Biblioteca del Congreso, La Paz, 1956, p. 50. Ver: Malloy, James M. Bolivia: la revolución inconclusa, CERES, La Paz, 1989, (1970); Dunkerley, James. Rebelión en las venas. La lucha política en Bolivia (1952-1982), Plural, La Paz, 2003, capítulo 2; y Klein, Herbert S. Historia de Bolivia, Juventud, La Paz, 2001, capítulo VIII. 62 JUAN LUIS HERNÁNDEZ LA NACIONALIZACIÓN DE LA MINERÍA El contenido fundamental de la revolución de 1952 fue el sufragio universal, la nacionalización de las minas y la Reforma Agraria, realizado todo ello entre 1952 y 1953. En 1955 se aprobó un nuevo Código Educativo a nivel nacional. El proceso de nacionalización de la minería, reivindicación principal de la COB, y tema central en la economía nacional, se dio inicio mediante la designación de una comisión encaminada a estudiar el caso y emitir un dictamen nombrada el 13 de mayo, y que debía expedirse en un plazo de 120 días. El nombramiento de esta comisión, en la que participaba Lechín, le permitió al gobierno ganar tiempo para instruir a sus partidarios y armar un plan sobre la minería, que hasta ese momento no tenía. En julio el gobierno tomó dos medidas muy importantes. El 21 de julio se estableció el voto universal, poniendo fin al régimen del voto calificado, que había dejado al margen de las urnas a los analfabetos, integrándose al padrón electoral centenares de miles de indígenas, hasta entonces excluidos de la ciudadanía política. Tres días después, el 24 de julio, se dictó el decreto por el cual se establecían las bases para la reorganización del ejército nacional. Esta medida fue tenazmente resistida por la COB, pero Paz Estensoro expresó claramente que ese era su límite: iniciaría el proceso de reorganización del ejército sin importar el costo político de dicha medida. La reorganización del ejército, base de la futura contrarrevolución, fue un proceso lento que demandó muchos años, y se convirtió en uno de los puntos centrales de controversia entre el movimiento obrero y el gobierno. El 31 de octubre de 1952, Paz Estenssoro y Lechín firmaron solemnemente, en SigloXX-Catavi, el decreto de nacionalización de la minería. La Corporación Minera Boliviana (COMIBOL) tomó a su cargo la administración de 163 minas, con una producción total de 27.000 toneladas de estaño y unos 30.000 trabajadores, pertenecientes hasta ese momento a las familias de Patiño, Aramayo y Hoschschild. Sin embargo, las diferencias entre la COB y el gobierno eran sustantivas. La COB reclamaba la nacionalización de las minas sin indemnización alguna, y su puesta en funcionamiento bajo control obrero. Por el contrario, el gobierno las puso bajo la administración de los gerentes de la COMIBOL designados por el Poder Ejecutivo, y terminó indem- SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 63 nizando a los antiguos dueños. El arreglo consistió en pagar a los accionistas con un porcentaje sobre la venta del estaño, de acuerdo a la cotización obtenida en el mercado mundial. Era la condición que había puesto Estados Unidos: no se opuso a la nacionalización, solo exigía un entendimiento que pusiera a salvo los intereses de los accionistas estadounidenses. Existe una extensa discusión sobre las consecuencias de la nacionalización de las minas, que comprende varios aspectos: productividad, eficiencia de la administración estatal, salario minero. Las voces críticas sostienen que en los años siguientes a la nacionalización la producción bajó y las minas arrojaron grandes pérdidas. La cantidad de trabajadores pasó de 29.000 a 36.000 en pocos años, la mayoría de ellos en exterior minas, debido al clientelismo político. Sobre la productividad se manejan distintas cifras, lo cierto es que en 1960 había que avanzar diez metros para obtener una tonelada de mineral, mientras en 1950 sólo un metro, lo que demuestra el agotamiento de las vetas superficiales. Los salarios reales de los trabajadores disminuyeron después de la nacionalización siendo esta caída compensada por los precios subsidiados de las pulperías. Los balances de COMIBOL cerraban con pérdidas, pero la empresa estaba obligada a vender los dólares al cambio oficial, cuatro veces más bajo que el del mercado negro, y derivó ingresos a otras industrias, como la explotación petrolera. En definitiva, la nacionalización se produjo en un momento en que debían hacerse inversiones importantes para mejorar la productividad, y de baja de la cotización del metal en el mercado mundial. El Estado no efectuó las inversiones necesarias, la administración de la COMIBOL fue desastrosa, la corrupción de los funcionarios estatales desmoralizó a los obreros. Además el gran sueño boliviano de contar con una planta de fundición de estaño propia nunca se concretó: el metal siguió fundiéndose en la planta instalada en Texas, Estados Unidos, con lo cual el país no pudo romper su dependencia. No obstante, para Paz Estensoro y su gobierno la situación se debía a las fallas administrativas de la gerencia de COMIBOL y fundamentalmente, a la indisciplina laboral de los mineros.17 17 En Pla, Alberto, ob cit, pp 207-209 y en Dunkerley, James, ob. cit., pp. 84-96 pueden encontrarse más datos sobre las consecuencias de la nacionalización de la minería. Sobre los planes para construir una planta fundidora de estaño propia y su fracaso, ver Almaraz Paz, Sergio. El poder y la caída. El estaño en la historia de Bolivia, Los amigos del libro, Cochabamba, 1998. 64 JUAN LUIS HERNÁNDEZ LA REFORMA AGRARIA En Bolivia existe una larga tradición de luchas campesinas. En el altiplano las protestas se caracterizaban por estallidos de intensa violencia en cuyo transcurso se atacaba al hacendado, familiares y mayordomos y sus propiedades eran destruidas. Para comprender su dinámica es necesario tener en cuenta que las comunidades están estructuradas sobre la base de relaciones de reciprocidad y redistribución, que para las familias campesinas tenían continuidad en el vínculo que entablaban con el hacendado, fuertemente asimétrico y desigual pero que no carecía de compromisos para ambas partes. El hacendado tenía obligaciones con la familia campesina en compensación por las que ésta tenía con la hacienda: el usufructo del pegujal y los pastizales, los auxilios o socorros en épocas de malas cosechas, el respeto por la familia y los hijos e hijas del campesino. Cuando el hacendado excedía esos límites no escritos pero existentes, estallaba la rebelión de las comunidades en defensa de su existencia. Y a su manera, lograban sus objetivos, ya que una vez concluida la represión el hacendado debía, para retomar la explotación, reconstruir el vínculo con los campesinos, haciendo nuevas concesiones para que se reinstalaran en sus terrenos. En los valles de Cochabamba surgió en la pos-guerra del Chaco una nueva forma de organización agraria a través de los sindicatos campesinos. En 1936 se constituyó el primer sindicato; con el Congreso Indigenal de 1945 la organización campesina cobró nuevo impulso. Estos sindicatos abarcaban haciendas, localidades o distintas comunidades, agrupaban al conjunto de la población, y en ellos era muy importante la construcción de liderazgos. Sobre su naturaleza hay una gran debate historiográfico. Dandler y Calderón sostienen que eran aparatos de intermediación, correas de transmisión del Estado y del MNR al interior del movimiento campesino. Historiadores más recientes como José Gordillo sostienen que eran estructuras específicas de los campesinos, acordes a sus características y liderazgos, problematizando la hipótesis de su cooptación por el Estado movimientista. Rivera Cusicanqui enfatiza las peculiaridades regionales que distinguen a las comunidades aymaras y qhechwas.18 18 Sobre la discusión en torno de los sindicatos campesinos ver: Dandler, Jorge, “Campesinado y Reforma Agraria en Cochabamba (1952.1953)”, en Fernando Calderón y Jorge Dandler, Bolivia, la fuerza histórica del campesinado, SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 65 El epicentro de esta nueva modalidad de organización se encontraba en los valles de Cliza y Ucureña, en Cochabamba, donde desde mucho antes de la insurrección del 9 de abril existía una intensa actividad de organización sindical campesina, distinguiéndose el Monasterio de Santa Clara, un extenso y mal administrado latifundio en el cual centenares de familias campesinas ocupantes de sus tierras protagonizaron una larga movilización hasta ser reconocidos dueños de las parcelas que ocupaban, años antes de la revolución del ‘52. En esas luchas en los valles cochabambinos se destacaron dirigentes como Sinforoso Rivas y José Rojas, cuyas trayectorias resultan representativas de los liderazgos campesinos en los valles.19 A los pocos meses de la insurrección de abril se profundizó la movilización agraria, de modo que para noviembre de 1952 los patrones debieron huir a las ciudades temerosos de la acción campesina. El sistema hacendal dependía para subsistir de la represión del ejército, el cual ya no existía... por ende el proceso de lucha social en el campo tendía a agravarse con ocupaciones de hacienda y ataques a propietarios y mayordomos. Frente a la creciente agitación agraria, el MNR formó una comisión de notables, presidida por Antonio Urquidi, prestigioso especialista y catedrático universitario vinculado al PIR, que preparó el proyecto de Ley de Reforma Agraria, sancionado en Ucureña mediante el Decreto Supremo del 2 de agosto de 1953, convertido en Ley de Reforma Agraria en 1956. El artículo 12 de la ley afirmaba que: “…el Estado no reconoce el latifundio entendiendo como tal a la propiedad rural de gran extensión, variable según su situación geográfica, que permanece inexplotada o es explotada deficientemente por el sistema extensivo, con instrumentos y métodos anticuados que dan lugar al desperdicio de la fuerza humana o por la percepción de renta fundiaria mediante el arrendamiento; caracterizado además en cuanto al uso de la tierra en la zona interandina, por la concesión de parcelas, pegujales, sayañas, aparcerías u otras modalidades equivalentes, de tal manera que su rentabilidad a causa del desequilibrio entre los factores de la producción, depende 19 Cochabamba, CERES, 1984; Gordillo, José M., Campesinos revolucionarios en Bolivia, La Paz, Plural, 2000; y Rivera Cusicanqui, Silvia, Oprimidos pero no vencidos. Lucha del campesinado aymara y qhechwa de Bolivia (1900-1980), La Paz, Ediciones del THOA, 2003. Gordillo, José M., ob. cit., p. 119. 66 JUAN LUIS HERNÁNDEZ fundamentalmente de la plusvalía que rinden los campesinos en su condición de siervos o colonos y de la cual se apropia el terrateniente en forma de renta-trabajo, determinando un régimen de opresión feudal, que se traduce en atraso agrícola y en bajo nivel de vida y de cultura de la población campesina”.20 Como se puede apreciar, la Reforma Agraria del MNR no se proponía afectar al conjunto de la gran propiedad, sino sólo a los latifundios en los que primaba el sistema de explotación de la tierra y del campesino anteriormente descrito. La ley establecía que no se consideraba latifundio las propiedades trabajadas con máquinas y métodos modernos, las que estaban personalmente dirigidas por su propietario y aquellas en que se hubiese invertido capital suplementario. Esto permitió que grandes extensiones agrícolas que combinaran colonato con trabajo asalariado, en la medida en que los dueños hicieran inversiones o utilizaran métodos modernos de explotación se consideraron tierras inafectables. La ley derogó el colonato y toda otra forma de trabajos gratuitos o compensatorios por el uso o usufructo de la tierra, y dispuso que los co- lonos quedaban convertidos en propietarios de las parcelas que ocupaban al momento de su sanción. Definió distintas formas de propiedad aceptadas por el Estado, estableció extensiones máximas de las propiedades agrarias y dispuso el pago de una indemnización por las tierras afectadas mediante la emisión de bonos. Se reconocieron distintos tipos de organización campesina, entre ellos las comunidades y los sindicatos. Formalmente ambas instituciones se encontraban en pie de igualdad, pero mientras los sindicatos podían intervenir en la ejecución de la Reforma Agraria y afiliarse a organismos regionales y/o centrales las comunidades no tenían facultades ni para lo uno ni para lo otro. A las comunidades no se las dotó de nuevas tierras ni se les restituyó la que fuera usurpada por las haciendas, en cambio los sindicatos jugaron un papel importante en la redistribución de tierras y la organización de la producción. La Reforma Agraria boliviana fue una reforma parcelaria, ejecutada con gran rapidez en comparación con otros procesos latinoamericanos. De acuerdo a todos los autores consultados, entre 1953 y 1964 se afectaron entre 7 y 8 millones de hectáreas, otorgándose unos 300.000 títulos habilitantes. La reforma terminó con las haciendas del altiplano y de 20 El texto completo de la Ley de Reforma Agraria en Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel, ob. cit., pp. 149-184. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 67 los valles cochabambinos, pero dejó intacta la gran propiedad ganadera predominante en el Oriente. Las tierras cruceñas no fueron afectadas por la Reforma Agraria, no sólo por la vigencia de las cláusulas legales mencionadas, sino porque la subsistencia de estas explotaciones era funcional al objetivo del MNR de impulsar relaciones capitalistas de producción en el campo. En definitiva, la Reforma Agraria parcelaria implementada por el MNR en Bolivia creó una extensa clase de pequeños propietarios campesinos a nivel nacional, pero no acabó con la gran propiedad agraria en su totalidad y no se propuso impulsar las formas cooperativas y comunitarias. En los años subsiguientes la producción de los principales rubros agrícolas cayó, frustrándose los anunciados propósitos de autosuficiencia alimentaria y de ampliación del mercado interno. LA POLÍTICA DE ESTADOS UNIDOS Y EL AGOTAMIENTO DEL PROCESO REVOLUCIONARIO A diferencia de lo ocurrido en otros procesos latinoamericanos de esos años, la política estadounidense hacia la revolución del ‘52 fue desde el principio de acercamiento. Estados Unidos reconoció rápidamente al gobierno de Paz Estenssoro, y casi inmediatamente comenzó la ayuda económica a Bolivia, por esa época la mayor otorgada a un país latinoamericano. Pla sostiene que los millones de dólares que entraban a Bolivia en concepto de préstamos y ayuda se compensaban con la baja del precio del estaño. La deuda boliviana se incrementó con los crecientes intereses que el país debía pagar por los préstamos estadounidenses aumentando su dependencia, paradoja difícil de explicar para los defensores de la “Revolución Nacional”. Klein ofrece un punto de vista distinto: valora la ayuda estadounidense, afirmando que la misma permitió la estabilización financiera de Bolivia, el mejoramiento de los servicios sociales y la red de carreteras del país, y fundamentalmente, para financiar la compra de alimentos, sin los cuales Bolivia no hubiera sobrevivido.21 Sin embargo, debe decirse que gran parte de la ayuda económica estadounidense estaba dirigida a la reorganización del ejército, y que a 21 Klein, Herbert S., ob. cit., pp. 244-246. Según este autor, en 1958 un tercio del presupuesto nacional boliviano se cubría con fondos provenientes de Estados Unidos. 68 JUAN LUIS HERNÁNDEZ cambio de su ayuda Estados Unidos presionó para obtener concesiones en la legislación sobre la industria petrolera.22 Durante todo el mandato de Paz Estenssoro persistió la tensa relación entre el gobierno y la COB, aunque se mantuvieron los ministros obreros en el gabinete. En 1956 Hernán Siles Suazo ganó las elecciones,23 al asumir el gobierno lanzó el Plan Eder. Diseñado por el técnico estadounidense homónimo, era un plan de estabilización monetaria similar a los que impulsaría el FMI con el justificativo de frenar la inflación. La COB se opuso, convocando una huelga general que fracasó ferozmente reprimida por Siles, que aprovechó la situación para liquidar el cogobierno. El gobierno impulsó la ruptura de la COB y de la FSTMB en dos bloques, el oficialista (Huanuni) y el de la izquierda (Siglo XX-Catavi). En junio de 1958 en el congreso minero de Colquiri-San José se votó una resolución política repudiando el accionar del gobierno, retomándose los planteamientos básicos de la Tesis de Pulacayo, planteando la lucha por una “COB revolucionaria, democrática y desburocratizada”, y condenando la orientación proimperialista del programa económico del MNR. En junio de 1960 Paz Estenssoro inició su segundo mandato presidencial, en el cual promovió el rearme acelerado del ejército. En diciembre de 1963 se realizó un congreso minero donde se aprobó la Tesis de Colquiri, donde se acusa al gobierno de aceptar los planes del imperialismo y la embajada norteamericana.24 La resolución política del Congreso de Colquiri-San José y la Tesis de Colquiri plantean la ruptura política y organizativa con el gobierno; para entonces Siles Suazo y Lechín ya habían roto con el MNR. En mayo de 1964 Paz Estenssoro consigue ser reelecto para su tercer mandato, llevando como vicepresidente al general de aviación René Barrientos. En octubre de 1964 se produjeron disturbios en La Paz, con manifestaciones a favor y en contra del gobierno. Fueron el pretexto para el golpe del 4 de noviembre, que impuso una junta militar presidida por Barrientos, mientras Paz Estenssoro huía en avión a Lima. Seis meses después, en junio de 1965, el gobierno atacó 22 23 24 Influencia plasmada en el Código Davenport de 1955, denominado así por el ingeniero estadounidense que lo redactó. En las que el MNR obtuvo el masivo voto campesino, pero en las ciudades se impuso la Falange Socialista Boliviana (FSB), con votos de la clase media enojada por la confiscación de sus ingresos por la creciente inflación. El texto completo de la Tesis de Colquiri en Hernández, Juan Luis y Salcito Ariel, ob. cit., pp. 136-142. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 69 con el ejército y la aviación los campamentos mineros, ocupándolos en medio de sangrientos combates y aplastando los últimos reductos de la Revolución Boliviana. Los militares estaban de nuevo en el centro del escenario, y permanecerían en él hasta 1982. Bibliografía Almaraz Paz, Sergio. El poder y la caída. El estaño en la historia de Bolivia, Los amigos del libro, Cochabamba, 1998. Ayala Mercado, Ernesto. ¿Que es la revolución boliviana?, Biblioteca del Congreso, La Paz, 1956. Céspedes, Augusto. El dictador suicida, Juventud, La Paz, 2002 (1956). Dandler, Jorge. “Campesinado y Reforma Agraria en Cochabamba (1952.1953)”, en Fernando Calderón y Jorge Dandler, Bolivia, la fuerza histórica del campesinado, CERES, Cochabamba, 1984. Dunkerley, James. Rebelión en las venas, Plural, La Paz, 2003 (1987). Gordillo, José M. Campesinos revolucionarios en Bolivia, Plural, La Paz, 2000. Hernández, Juan Luis y Salcito. Ariel, La Revolución Boliviana. Documentos fundamentales, Newen Mapu, Buenos Aires, 2007. Justo, Liborio. Bolivia: la revolución derrotada, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971 (1967). Klein, Herbert S. Historia de Bolivia, Juventud, La Paz, 2001. Lemh, Zulema y Rivera Cusicanqui, Silvia. Los artesanos libertarios y la ética del trabajo, THOA, La Paz, 1988. Lora, Guillermo. Historia del movimiento obrero boliviano, Los amigos del Libro, La Paz, 1980, Tomos I a IV. 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A lo largo del siglo XIX permaneció como colonia de España a pesar que, entre 1868 y 1878, el pueblo cubano libró su primera guerra de liberación nacional denominada Guerra de los Diez Años. Este prolongado conflicto bélico no sólo tuvo efectos políticos (la conservación del lazo colonial) sino también socio-económicos. Durante el último tercio del siglo XIX, la industria azucarera –principal rubro de exportación de la isla– vivió un proceso de crisis y reestructuración radical. Los antiguos ingenios fueron reemplazados por las nuevas “centrales”, grandes unidades productivas para el procesamiento de la caña en las cuales el capital extranjero, fundamentalmente estadounidense, asumía un rol activo de modernización tecnológica, explotación de la mano de obra libre y aplicación de nuevos métodos de comercialización. Los cubanos conservaron el predominio en la fase agrícola del ciclo productivo. La esclavitud quedó definitivamente abolida en 1886. Los criollos partidarios de mantenerse ligados a la corona pero gozando de autonomía se vieron frustrados porque España negó en la isla el ejercicio del sufragio 72 GUSTAVO CARLOS GUEVARA universal proclamado en la metrópoli en 1890. Igualmente insuficiente fueron las posibilidades de España de limitar la creciente absorción de las exportaciones cubanas por parte del mercado norteamericano: en 1890 el valor de los productos de ese país ingresados a la isla se ubicaban en los 61 millones de pesos, mientras que los procedentes de España apenas llegaban a los 7 millones. En momentos en que Estados Unidos ingresaba en la fase típicamente imperialista el comercio azucarero estaba dotado de todos los rasgos principales que pervivirán hasta 1959. En 1895 se inició en suelo cubano una nueva guerra por la independencia encabezada por José Martí, quien muere tempranamente en el combate de Dos Ríos. España redobló su esfuerzo bélico, estaba dispuesta a conservar sus dominios coloniales “hasta el último hombre y la última peseta”. A inicios de 1898 el atentado al acorazado estadounidense Maine, anclado en el puerto de La Habana, se convirtió en la excusa para el ingreso de Estados Unidos en la guerra. El 10 de diciembre de ese año se firmó en París –sin la presencia de representantes cubanos– el Tratado de Paz que puso fin a la dominación española. El 1º de enero de 1899 comenzó la administración estadounidense en Cuba. A principios de 1901 se redactó una Constitución en la que se incorporó la enmienda redactada por el senador estadounidense Orville Platt. En su artículo III establecía que el gobierno cubano “consiente que los Estados Unidos puedan ejercer el derecho de intervenir” de manera directa en los asuntos de Cuba para preservar su independencia (sic) y la “la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual”. En 1902 se transfirió el control a un gobierno integrado por cubanos y presidido por Tomás Estrada Palma, iniciándose así un período de casi 57 años de república neocolonial durante el cual Estados Unidos ejerció su tutela en la isla. En 1925 comenzó la presidencia de Gerardo Machado, que combinó una férrea represión con una generalizada corrupción. El movimiento estudiantil no tardó en plantarse como fuerza opositora. Constituía un sector muy respetado en la sociedad cubana. En 1871 fueron ejecutados siete estudiantes universitarios por defender la causa independentista. Cuando llegaron a la Universidad de La Habana los ecos de Córdoba de 1918, los estudiantes se sumaron entusiastas al movimiento de reforma universitaria. El principal dirigente estudiantil, Julio Antonio Mella, participó en 1925, con dirigentes obreros como Carlos Baliño, en 1a fundación del Partido Comunista Cubano. La crisis económica de 1929 agudizó los enfrentamientos políticos y sociales. La Confederación SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 73 Nacional Obrera de Cuba (CNOC) –también creada en 1925– lanzó un gran movimiento huelguístico en 1933 que irrumpió como elemento disruptor, y aunque la dirección sindical comunista buscó una instancia de acuerdo con Machado en función de objetivos exclusivamente económicos, la continuidad de la huelga general por decisión de las bases concluyó con la renuncia de Machado. Una conspiración de suboficiales llevó al sargento taquígrafo Fulgencio Batista al frente del ejército, envuelto en una profunda crisis. La asonada militar y el Directorio Estudiantil Universitario proclamaron el 5 de septiembre un nuevo gobierno de cinco miembros que a la semana se disolvió, quedando el Dr. Ramón Grau San Martín como presidente provisional, con Antonio Guiteras como secretario de gobernación. Ni el Departamento de Estado ni los comunistas reconocieron a este gobierno al que también Batista retiró su apoyo. En esas condiciones, apenas pudo sobrevivir cien días. Con la derrota de la huelga general de 1935 y el asesinato de Guiteras se cerró el ciclo de ascenso revolucionario de las masas, no obstante lo cual en 1940 se sancionó un nuevo texto constitucional avanzado y progresista. Fulgencio Batista fue elegido presidente, en una alianza que incluía a los comunistas. En 1944 Grau San Martín retornó a la presidencia al frente del Partido Revolucionario Cubano (PRC, Auténtico), que él había fundado una década antes. Otro integrante de esta fuerza política ganó las elecciones de 1948: Carlos Prió Socarrás. En segundo término se ubicó el candidato de Batista y en tercer lugar el representante del Partido del Pueblo Cubano (PPC, Ortodoxo), que había surgido en 1946 como desprendimiento del PRC, adoptando el nombre de “Ortodoxo” para reafirmar su compromiso con un programa de “independencia económica, libertad política y justicia social”,1 y de crítica a la corrupción gubernamental. Su líder más destacado Eduardo Chibás, se suicidó en 1951 como gesto de denuncia por la malversación de fondos públicos del Ministerio de Educación. Las luchas revolucionarias de 1930-1933, al igual que las guerras de independencia del siglo XIX constituyen momentos fundamentales en la configuración de la conciencia revolucionaria de amplios sectores que se proponen una transformación radical y consecuente en la década del cincuenta. 1 Pla, Alberto, América Latina siglo XX. Economía, sociedad, revolución, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980, p. 383. 74 GUSTAVO CARLOS GUEVARA EL SIGNIFICADO DEL GOLPE DEL 10 DE MARZO DE 1952 El 10 de marzo de 1952 el presidente constitucional Carlos Prío Socarrás fue depuesto sin ofrecer ninguna clase de resistencia. La opinión pública permaneció atónita y un golpe militar sin legitimidad reemplazó a un elenco político tradicional aún más deslegitimado. El nuevo régimen encabezado por el ex-sargento Fulgencio Batista derogó la Constitución de 1940, disolvió el Congreso de la República y creó un Consejo Consultivo integrado, entre otras, por las Asociaciones de Hacendados y Colonos, de Banqueros, de Veteranos, la Central de Trabajadores Cubanos (CTC) representada por su secretario general Eusebio Mujal. Estados Unidos reconoció inmediatamente a las nuevas autoridades, quienes dieron plenas garantías al capital extranjero invertido en la isla y rompieron relaciones con la URSS. El nuevo régimen abordó las dificultades generadas por la superproducción azucarera. La política de zafra libre llevada adelante por el gobierno de Prío Socarrás condujo a que en 1952 hubiese una cosecha record de 7.011.393 toneladas, de la cual sólo 4.859.000 toneladas pudo ser comercializada, quedando un 30% de la misma para ser prorrateada en los años siguientes con la consecuente caída del precio (de 4,73 centavos la libra en 1952 a 3, 25 centavos en 1956). Batista condenó la zafra libre y puso en marcha un plan de restricciones que buscaba dar “racionalidad” a los niveles de producción, abriendo las puertas a procedimientos especulativos que beneficiaban a un sector minoritario ligado a la toma de decisiones gubernamentales. El periodista e historiador Raúl Cepero Bonilla, impedido por la censura de continuar la publicación de su columna de análisis de la economía cubana, compuso la obra Política azucarera, en el cual analiza la evolución de la producción azucarera desde 1952 hasta 1958. En la misma detalla los mecanismos especulativos en boga, la ineficacia de los mecanismos del mercado mundial para sostener los precios del azúcar cubano y promover una política expansionista de la producción, la rebaja impuesta por el gobierno estadounidense al ingreso del producto a su mercado, la producción clandestina, el papel de los monopolios y la responsabilidad del gobierno, la complicidad de la dirección de los sindicatos liderados por Mujal. Una de las tesis del libro era que la disminución de los precios y volúmenes de venta no evitaba que el azúcar fuera un gran negocio para sectores minoritarios ligados al Estado y a la especulación. Mientras Cuba SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 75 .restringía su producción, los países competidores aumentaban sus exportaciones. En esta coyuntura crítica el régimen consiguió que se convoque a una Conferencia Mundial para aprobar un nuevo Convenio Internacional Azucarero. La táctica del gobierno era resignar la participación en el mercado mundial, con la expectativa de que Estados Unidos no reformulara la ley de cuotas. La puesta en práctica del Convenio dejó como saldo un sabor amargo, debido a que no estabilizaba ni la producción ni los precios.2 Era el carácter de país dependiente del mercado mundial y de su producción primaria, y el rol principal que en ella le cabía al azúcar, donde reside una de las claves explicativas de la dinámica del proceso que concluyó con la caída de Batista. El paso de la zafra sin restricciones de 1952 a la de 1953 en la cual el Estado fijó límites al volumen de la producción, puso en movimiento un esquema de alteraciones cuantitativas y cambios cualitativos que hicieron sentir su impacto sobre el conjunto del cuerpo social. Cuando en 1957 el alza de los precios en el mercado mundial y la recuperación en los volúmenes de las zafras contribuyeran a desandar los efectos económicos de la crisis de superproducción de 1952, ya era tarde: la existencia de una amplia y estructurada oposición política impidió definitivamente que el régimen pudiera capitalizar el alivio coyuntural. Para una clase media radicalizada y con una alta conciencia nacio- nalista, la limitación de la cuota azucarera ejercida por Estados Unidos resultaba tan odiosa como el manejo que el capital monopólico de aquel país hacía de los servicios públicos, teniendo en cuenta que llegó a domi- nar el 90% de esta área. La desocupación aumentaba por la disminución de los días de zafra, y ese gigantesco “ejército industrial de reserva” operaba como factor objetivo para impedir un alza generalizada de los salarios. Sin embargo, aunque en el período se registraron importantes huelgas como la de 1955, uno de los principales sostenedores de Batista resultó ser la cúpula de la CTC encabezada por Eusebio Mujal. Es importante comprender la composición de las fuerzas opositoras y la dinámica que desencadenaron para abrir el camino a un proceso profundamente revolucionario, aun cuando no todas se lo habían propuesto. Los Auténticos estaban divididos entre los seguidores del depuesto Prío Socarrás que desde el destierro fomentaba actividades conspirativas, y la fracción dirigida por Grau San Martín, dispuesto a participar de una 2 Cepero Bonilla, Raúl, “Política azucarera (1952- 1958)” en Escritos históricos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989. 76 GUSTAVO CARLOS GUEVARA consulta electoral bajo ciertas condiciones. Los Ortodoxos, sin la guía de Eduardo Chibás, tomaron una actitud de resistencia pasiva exigiendo el alejamiento de Batista y una nueva convocatoria a elecciones. El primer escenario opositor estuvo animando por los estudiantes de la Universidad de La Habana. Cuatro días después del golpe, los estudiantes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) hicieron circular un documento firmado, entre otros, por José Antonio Echeverría. La Declaración se abre con una cita de Martí: “El estudiantado es el baluarte de la libertad y su ejército más firme”, y sus puntos programáticos centrales eran la defensa de la Constitución, la soberanía popular y el “decoro ciudadano”. Conscientes que enfrentar a Batista implicaba poner en riesgo la propia vida, consideraban indigna la renuncia al llamado de la historia: “Nuestras madres engendraron hijos libres y no esclavos” y “saben, como sabemos nosotros, que es preferible morir de pie a vivir de rodillas”.3 Los estudiantes convocaban a la unidad, se invitaba a obreros, campesinos, intelectuales y profesionales a ser parte activa de la cruzada que restableciera la República. Batista intentó congraciarse con los estudiantes, anunciando la intención de crear una nueva ciudad universitaria; recibió como respuesta la consigna: “la Universidad ni se vende, ni se rinde”. Un mes más tarde se organizó una ceremonia de entierro de la Constitución de 1940 frente al busto de José Martí. En enero de 1953 fue asesinado en la vía pública el estudiante Rubén Batista, quien participaba de una marcha recordatoria de Julio Antonio Mella, prohibida por las autoridades. Lejos de sentirse amedrentados un numeroso grupo de estudiantes y catedráticos se sumó al complot planificado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario liderado por el profesor García Bárcena. La policía descubrió la conspiración en marcha, la Universidad fue cerrada y ciento setenta y cinco estudiantes fueron detenidos. EL 26 DE JULIO Y EL DESARROLLO DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA De un sector de la juventud del Partido Ortodoxo surgió una corriente que finalmente se encontrará a la cabeza de la oposición, siendo su 3 F.E.U.: “Declaración de Principios” (14/3/1952) en Selser, Gregorio (comp.). A veinte años de Moncada, Cuadernos de Marcha Nº 72, Montevideo, 1973, pp. 47 y 48. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 77 principal figura el novel abogado Fidel Castro Ruz. Como militante del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) integraba la lista de candidatos a diputados para las elecciones de 1952, que el golpe del 10 de marzo dejó sin efecto. Antes que concluyera ese mes Castro se presentó ante el Tribunal de Garantías Constitucionales para denunciar que “Auxiliados por la noche, la sorpresa y la alevosía” Batista y los militares golpistas “detuvieron a los jefes legítimos asumiendo sus puestos de mando”, volviendo las fuerzas armadas contra la Constitución y el gobierno legalmente constituido. Dado que estos hechos estaban sancionados por el Código de Defensa Social, consideraba que Batista era acreedor de más de cien años de prisión. El tribunal no hizo lugar a la petición: clausurada la vía electoral y cerrado el camino judicial, sólo quedaba la revolución como alternativa de cambio. El 26 de julio de 1953 unos doscientos jóvenes de clase media o trabajadores liderados por Castro, se lanzaron al copamiento de dos cuarteles militares. El manifiesto que inspiraba al grupo comenzaba con estas palabras: “En la vergüenza de los hombres de Cuba está el triunfo de la Revolución Cubana”, que era presentada como continuidad de la tarea emprendida por Céspedes y Agramonte, Maceo y Martí, Mella y Guiteras, Trejo y Chibás. Ante la tragedia provocada por la desocupación obrera, las persecuciones estudiantiles, la división de los partidos políticos, la fuga de capitales y la muerte de la Constitución; una nueva generación se incorporaba a la lucha y militancia reivindicando el sueño martiano de la juventud como vanguardia del pueblo que ofrecía su vida al servicio de un ideal. Consideraban también la promoción del bienestar y la prosperidad, apelando a las riquezas del subsuelo, a la diversificación de la agricultura y a la industrialización. Convocaban a todos los hombres con virtud, honor y decoro, y se pronunciaban por el “respeto absoluto y reverente” por la constitución de 1940.4 El ataque que debía servir como detonante de una amplia insurrección popular, sin plantearse la hegemonía específica de ninguna clase, se frustró tanto en Moncada como en Bayamo. Llevado ante el tribunal Fidel Castro asumió su propia defensa. Luego de describir los hechos, planteó que el derecho sólo estaba de parte de los revolucionarios y que la sanción que se le quería imponer, así como el castigo inflingido a sus compañeros, no encontraba argumentos valederos. Castro impugnó al 4 M-26-J: “Manifiesto de los revolucionarios del Moncada a la Nación”, en Selser, Gregorio (comp.), ob. cit., pp. 48 a 50. 78 GUSTAVO CARLOS GUEVARA tribunal que lo estaba juzgando y al conjunto del Poder Judicial, denunciando que la sentencia estaba dictada de antemano. Sostuvo que un asalto nocturno a mano armada como el del 10 de marzo no daba cuenta del significado radical del término revolución, lejos estaba entonces ese hecho delictivo de poder fundar derecho. Invocaba la Constitución y a una extensa tradición que reconocía el derecho a la insurrección frente a la tiranía: citó a Montesquieu, la declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Divina Comedia. El extenso alegato reproducido de manera clandestina llevaba por título: “La Historia me absolverá”. Los jueces lo declaran culpable y lo sentenciaron a quince años de prisión a cumplir en la Isla de Pinos.5 El gobierno realizó los comicios que había programado para noviembre de 1954, en los cuales la oposición no se presentó. Batista se declaró presidente electo y sancionó una amplia amnistía, entre los beneficiados estaban los asaltantes del Moncada. Fidel Castro partió al exilio en México para poner en marcha un plan elaborado en prisión. En México se sumó un joven médico argentino, Ernesto Guevara, el Che. El 19 de marzo de 1956 se anunció la organización del Movimiento 26 de Julio (M 26 J), y en agosto firmó junto a Echeverría, como representante de la FEU, la Carta de México, para coordinar acciones. En febrero de ese mismo año Echeverría había anunciado la constitución del Directorio Revolucionario (DR), organización que consideraba agotado cualquier intento de poner fin por la vía pacífica al régimen instaurado por el “tiranuelo traidor”. Para el DR ya no es tiempo de transacciones, sino de lucha de “todas las clases sociales” contra el enemigo común. Tras la adquisición en 1956 del yate Granma, Castro anunció que antes de fin de año regresaría a Cuba para derrocar a Batista o morir como un mártir en la empresa. El 2 de diciembre ochenta y dos combatientes a bordo del navío arribaron a las costas orientales de Cuba. No llegaron ni al lugar propuesto ni en el momento preestablecido, produciéndose un defasaje con el levantamiento encabezado por Frank Pais el 30 de noviembre en Santiago de Cuba, en apoyo de la expedición. Las fuerzas de Batista reprimieron el levantamiento, y advertida la aviación del desembarco 5 “Dante dividió su Infierno en nueve círculos: puso en el séptimo a los criminales, puso en el octavo a los ladrones y puso en el noveno a los traidores. ¡Duro dilema el que tendrían los demonios para buscar un sitio adecuado al alma de este hombre (Batista)... si este hombre tuviera alma!” Castro, Fidel. La historia me absolverá, Luxemburg, Buenos Aires, 2005 (con Introducción de Atilio Borón). SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 79 de los rebeldes, bombardearon y diezmaron a las fuerzas revolucionarias. Solo un puñado de hombres lograron ascender a la sierra con la ayuda de los campesinos. El gobierno difundió que Fidel Castro había muerto, pero Herbert L. Matthews, del The New York Times, lo entrevistó el 17 de febrero de 1957 en la Sierra Maestra y días más tarde publicó su historia. El pequeño grupo se instaló en la Sierra Maestra. Desde Santiago de Cuba se enviaron armas y un contingente de hombres para reforzar el Ejército Rebelde, que contaba con el valioso apoyo de los campesinos que tenían una experiencia preexistente de lucha contra los latifundistas y el ejército regular de la dictadura. Era un sector compuesto básicamente por pequeños campesinos cafetaleros que producían en su reducida parcela con la expectativa de cubrir las necesidades mínimas de subsistencia, y que solían vender su fuerza de trabajo durante la zafra para completar sus ingresos. También resultó receptiva a la fuerza guerrillera una población flotante que se desplazaba del llano a la sierra en busca de trabajo y un grupo de “precaristas” instalados en tierras marginales fiscales o privadas. Eran los más expuestos a la represión de los grupos armados por los terratenientes, que los expulsaban apelando a la quema de sus ínfimas producciones, destruyendo sus bohíos o llegando más de una vez al asesinato. En La Habana, el 13 de marzo de 1957 una proclama difundida desde una radioemisora tomada anunciaba: “En estos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el dictador Fulgencio Batista”. “Somos nosotros, el DR, la mano armada de la Revolución Cubana, los que hemos dado el tiro de gracia a este régimen de oprobio”, proseguía la alocución redactada por José Antonio Echeverría, convocando a los habitantes a tomar las armas y concurrir a la universidad, centro simbólico de la lucha revolucionaria en la ciudad. Pero el grupo que atacó el palacio presidencial con la intención de dar muerte al tirano no logró su cometido. Batista salió ileso, y fueron abatidos treinta integrantes del DR, entre ellos el propio Echeverría que había dirigido el copamiento de Radio Reloj y que cayó junto a los muros de la Universidad. Mientras tanto, Santiago de Cuba se consolidaba como bastión de resistencia a la dictadura. El asesinato de Frank Pais, el 30 de Julio de 1957, desencadenó una multitudinaria marcha que recorrió la ciudad, produciéndose una huelga general espontánea con la adhesión de los comerciantes que cerraron las puertas de sus negocios.6 6 Echeverría, José Antonio, “Alocución al pueblo de Cuba” (13/3/1957) en Selser, Gregorio (comp.), ob. cit., p. 53. 80 GUSTAVO CARLOS GUEVARA La popularidad del M 26 J y de Fidel Castro continuó en ascenso, obteniendo la adhesión de los campesinos y la simpatía de amplios sectores de clase media. El 12 de julio de 1957 se redactó el Manifiesto de la Sierra Maestra, donde se propone: 1. La formación de un Frente Cívico Revolucionario, 2. Designar a una figura para presidir el futuro gobierno provisional, 3. Exigir la renuncia del dictador, 4. Pedir al gobierno de los Estados Unidos que suspenda los envíos de armas al actual régimen de terror, 5. No aceptar ningún tipo de junta militar que asuma el gobierno provisorio, 6. Que los militares no son los enemigos del pueblo, 7. Que el gobierno provisional se compromete a celebrar elecciones y 8. Cumplir con un programa que contemple: libertad a todos los presos políticos, libertad de prensa, democratización de la vida sindical, campaña contra el analfabetismo, una Reforma Agraria y aceleración del proceso de industrialización.7 Por su parte, los emigrados cubanos convocados por el Doctor Lincoln Rodón, expresidente del Congreso redactan un “Documento de Unidad de la Oposición Cubana frente a la Dictadura de Batista” que será firmado por representantes de siete grupos en Miami Beach. Fidel Castro desautorizó la inclusión del M 26 J en el documento de Miami y respondió a los dirigentes del Partido Revolucionario Cubano, Partido del Pueblo Cubano, Organización Auténtica, Federación Estudiantil Universitaria, Directorio Revolucionario y Directorio Obrero Revolucionario. Las principales críticas eran que se habían ignorado una serie de puntos del Manifiesto de la Sierra Maestra, y que quienes actuaban en el extranjero desconocían la situación real por la que atravesaban las fuerzas políticas opuestas a Batista. Fidel subraya la importancia de la unidad pero también la forma en que ésta se debe viabilizar y las bases sobre las cuales debe ser construida, y reclama que se reconozca al M 26 J como el encargado de la reorganización de los institutos armados de la República. Consideraba por último que la Junta de Liberación que suscribió el documento de Miami subestimaba la importancia de la lucha en Oriente, ya que en la Sierra Maestra se habría pasado de la fase de la guerra de guerrillas a una guerra de columnas, estando la población entera sublevada. La oposición parece dividida entre la Junta de Liberación que propone como presidente provisional a Felipe Pazos y el M 26 J que 7 Transcripto íntegramente en Dubois, Jules. Fidel Castro, Grijalbo, Bs. As., 1959, pp. 140 a 143. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 81 postula a Manuel Urrutia por “ser el digno magistrado de la audiencia de Oriente”, que en nombre de la Constitución declaró que los expedicionarios del Gramma no habían cometido delito alguno, sintiéndose Batista beneficiario de esta situación. El año 1958 resultó decisivo en la lucha contra Batista. En febrero comenzó a transmitir Radio Rebelde. El Partido Socialista Popular, nombre que los comunistas adoptan desde 1944, replanteó su posición frente al M 26 J y la guerra de guerrillas. En 1953 había calificado a los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo como una acción “estéril y equivocada”, y tras el desembarco del Gramma el PSP volvió a tomar distancia subrayando las discrepancias tácticas y metodológicas con el grupo que operaba en la Sierra Maestra. Ahora el PSP se inclinaba por una táctica dual: “lucha armada en el campo y lucha no armada y civil en las ciudades”. Un grupo del PSP se instaló para operar en la sierra del Escambray y más adelante el dirigente Carlos Rafael Rodríguez viajó a la Sierra Maestra para establecer negociaciones con el M 26 J en busca de un proceso de accionar convergente.8 En marzo la dirección del llano del M 26 J consideró que estaban dadas las condiciones para una huelga general revolucionaria. El 9 de abril de 1958 se dio inicio a la misma que es transmitida de manera dificultosa a las bases obreras. La dirección sindical mujalista la ignoró, la organización auténtica de Prío Socarrás se rehusó a cooperar y los comunistas consideraron que ha sido llamada erróneamente por su carácter unilateral. Fulgencio Batista dirá con ironía que quienes esperaban hacer de la huelga un Waterloo se encontraron con un Dunkerke. La policía recibió órdenes de no tomar prisioneros ni atender heridos: en la madrugada del día siguiente 92 cuerpos acribillados por las balas del régimen fueron depositados en la morgue. El 3 de mayo se realizó una reunión en la Sierra Maestra para analizar los errores de conducción y fallas organizativas que condujeron al fracaso de la huelga, siendo designado Fidel Castro Secretario General del M 26 J y Comandante en Jefe de todas las fuerzas revolucionarias, hasta entonces subordinadas a la dirección del llano. Batista aprovechó para lanzar una ofensiva general sobre la zona de actuación de la guerrilla rural. Entre abril y agosto se produce un 8 Lowy, Michael. El marxismo en América Latina (De 1909 a nuestros días), Era, México, 1982, pp. 41 a43. 82 GUSTAVO CARLOS GUEVARA vuelco decisivo del curso de la guerra civil. En primer lugar el Ejército Rebelde rechaza la ofensiva lanzada por Batista con 10.000 soldados para ejecutar el plan FF (Fase Final o Fin de Fidel). Después de 76 días de enfrentamientos continuos, con tan sólo 26 muertos, el Ejército Rebelde obtiene una victoria estratégica sobre la tiranía que ha sufrido una baja de 500 hombres entre muertos, heridos y desertores y registra la pérdida de valiosos pertrechos bélicos. El 20 de junio, en momentos en que la guerrilla se encontraba resistiendo la enorme ofensiva en el terreno militar, se firmó el Pacto de Caracas suscripto por once partidos y organizaciones políticas: el M 26 J, la Organización Auténtica, el DR, Unidad Obrera, Partido Cubano Revolucionario (A), FEU, Grupo Montecristi, Movimiento Resistencia Cívica, Gabino Rodríguez Villaverde en su calidad de ex capitán del ejército, y el doctor José Miró Cardona, coordinador secretario general. Los comunistas (PSP) no son incluidos. El texto del Pacto caracteriza que la insurrección está presente en toda la geografía de la isla y para unir al heterogéneo arco opositor se organiza un gran frente cívico revolucionario sobre la base de tres pilares: 1) una estrategia común de lucha contra la dictadura reforzando la insurrección armada y apostando a una gran huelga general; 2) al producirse la caída del tirano se instaurará un breve gobierno provisional; 3) su programa mínimo garantizará el castigo de los represores, el respeto a los derechos de los trabajadores, el orden, la paz y la libertad. Se solicitaba al gobierno de Estados Unidos el cese de la ayuda bélica a la dictadura; y se convocaba desde obreros hasta hacendados a unirse en la empresa libertadora contra la infame tiranía.9 En agosto el Che Guevara y Camilo Cienfuegos recibieron la orden de la comandancia general de marchar hacia Occidente. Según Batista, la inadecuada dirección de las operaciones militares en la parte central del país permitió que en una semana los insurgentes tuvieran un dominio territorial equivalente al que en Oriente habían conquistado en dos años de lucha. Responsabilizaba de ello a la oficialidad, por deficiencia en el mando y complicidad con los rebeldes, pero la realidad era que la desmoralización imperaba en las filas de la Fuerzas Armadas. Este es un elemento importante para entender cómo el Ejército Rebelde contando en mayo de 1958 con 300 efectivos se impuso a un aparato bélico muy superior a sus fuerzas. 9 “Pacto de Caracas” (20/7/1958), en Selser, Gregorio (comp.), ob. cit., pp. 58-59. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 83 El 3 de noviembre se produjeron nuevas elecciones. Batista se presentó a través de un candidato títere, Rivero Agüero, pero la mayoría de la población no convalidó la maniobra electoral. Los signos de descomposición eran claros. En un memorandum secreto que Christian Herter, secretario de Estado, le envió al presidente Eisenhower en octubre de 1958, le hizo saber que la conclusión a la que llegó el Departamento era que “cualquier solución para Cuba requiere que Batista ceda el poder”. En Las Villas se firmó el Pacto del Pedrero entre el Che Guevara en representación del M-26 J y Rolando Cubela del DR. Esta lucha confluyente del M-26J y el DR, hermana la Sierra del Escambray con la Sierra Maestra, suelda el 26 de Julio en Moncada con el 13 de marzo en el Palacio Presidencial, el martirio de Frank País y el de José Antonio Echeverría. El Pacto concluía invitando a las organizaciones “que poseen fuerzas insurreccionales en el territorio” para que adhieran a este esfuerzo de coordinación revolucionaria. El 31 de diciembre Batista huyó de Cuba ante el avance del Ejército Rebelde y el ascenso incontenible de un amplio y heterogéneo arco opositor de fuerzas sociales y políticas que iban desde los campesinos pobres hasta una porción de los sectores privilegiados de la sociedad cubana. Batista intentó refugiarse en los Estados Unidos, pero le negaron la visa, su destino será entonces la República Dominicana del dictador Leónidas Trujillo. DEL PROGRAMA DEL MONCADA AL CARÁCTER SOCIALISTA DE LA REVOLUCIÓN El 1º de enero de 1959 ingresaron en la ciudad de La Habana las columnas del Ejército Rebelde encabezadas por el Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Fidel hace lo propio en Santiago de Cuba, desde donde caracterizó como movimiento contrarrevolucionario al golpe con epicentro en el cuartel de Columbia, que intentaba instalar al juez Piedra como nuevo presidente. Se convocó a la huelga general revolucionaria, cuyo triunfo el 4 de enero cerró definitivamente el camino a los proyectos continuistas. Manuel Urrutia fue designado Presidente provisional, en tantoel doctor José Miró Cardona asumió como Primer Ministro. El gabinete del gobierno revolucionario reflejaba el amplio arco social y político de la alianza antidictatorial. Roberto Agramonte, el candidato presidencial 84 GUSTAVO CARLOS GUEVARA ortodoxo de 1952, tomó a su cargo el Ministerio de Asuntos Exteriores; Cepero Bonilla, economista y periodista, fue designado como ministro de Comercio; Manuel Fernández, que había militado junto a Guitera en los años ’30 pasó a ser ministro de Trabajo; la cartera de Bienestar Social fue asignada a Elena Mederos, la única mujer en el gabinete; Armando Hart, del M 26 J, se convirtió a los 28 años en el nuevo Ministro de Educación. De los diecisiete miembros del gabinete seis habían participado activamente en la resistencia urbana y sólo tres eran miembros del movimiento guerrillero. Castro era el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde. A principios de febrero quedó finalmente sancionada la Ley Fundamental que recuperó la Constitución de 1940 pero con innovadoras disposiciones. Se ampliaron los poderes del Primer Ministro y se redujo a treinta años la edad para poder ser elegido Presidente. Se ratificaron también los procedimientos que permitían ejecutar la confiscación de las propiedades, jerarquizando al Poder Ejecutivo por sobre los otros dos poderes del Estado. Habiendo transcurrido algo más de un mes desde su asunción Miró Cardona renunció, asumiendo en su reemplazo Fidel Castro. El 17 de julio Castro, distanciado con Urrutia, anunció su renuncia como Primer Ministro, obteniendo el respaldo de una multitud, siendo entonces el Presidente quien debió abandonar su cargo, quedando bajo arresto domiciliario, asilándose en 1961. Osvaldo Dorticós Torrado, que en la década de 1940 había sido candidato del PSP, asumió como nuevo Presidente y Fidel Castro continuó como Premier. Ya en enero de 1959 se iniciaron los juicios a los asesinos y torturadores de civiles, con varios miles de personas presenciando los juzgamientos. En un acto público realizado en La Habana medio millón de personas exigieron el castigo ejemplificador de los criminales. La prensa estadounidense “horrorizada” por la aplicación de la pena de muerte a los criminales batistianos comenzó una campaña sistemática contra la Revolución Cubana. Desde un punto de vista histórico resulta innegable que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba estuvieron signadas hasta la Revolución por la defensa que hacían los primeros de sus intereses en la isla. Para este objetivo habían encontrado en la burguesía cubana y en las Fuerzas Armadas un aliado estratégico. Fulgencio Batista había representado la continuidad de esa política a través de otros medios y por lo tanto, en los primeros meses de 1959 comenzó un proceso de redefinición radical de la relación entre ambos Estados, que va a alcanzar SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 85 en poco tiempo un escenario de conflagración en el que no quedarían descartadas el uso del armamento nuclear, Unión Soviética mediante. Fidel Castro denunció el intento de chantaje de Estados Unidos hacia Cuba valiéndose de la amenaza de suprimir la cuota azucarera. Intervino en marzo la compañía de teléfonos, procedió inmediatamente a reducir sus tarifas, pero al mes siguiente en Washington aseguró ante la American Society of Newspaper Editors que las inversiones extranjeras serán bienvenidas, y ratificó la defensa de la libertad de prensa. En el viaje –una misión no oficial– el presidente de Estados Unidos evitó encontrarse con él, sí lo hizo el vicepresidente Richard Nixon en Washington. Castro viajó a Canadá y negó que su gobierno estuviera influido por el comunismo. Se trasladó hasta Buenos Aires para reunirse con la Comisión de los Veintiuno de la Organización de Estados Americanos (OEA) y se pronunció por constituir un fondo de desarrollo para Hispanoamérica. El 17 de mayo de 1959 fue sancionada la primera Ley de Reforma Agraria y se dispuso la creación del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). El texto legal establecía la abolición de los latifundios; ante lo cual el Departamento de Estado envió una nota al gobierno cubano manifestando su preocupación por las expropiaciones y reclamando una compensación razonable que atendiera los derechos de los ciudadanos estadounidenses.10 Poco a poco se fue instalando, cada vez con más fuerza, la discusión sobre el comunismo o no de la Revolución y de Fidel Castro. Algunos sectores agitaban el fantasma de que Cuba se convertiría en un satélite de la Unión Soviética y que Castro era un agente rojo encubierto. El Diario de la Marina, uno de los periódicos más tradicionales de Cuba, comenzó a cuestionar abiertamente las decisiones del gobierno y veladamente a una de sus figuras más radicalizadas, al comandante Ernesto Che Guevara, a lo que Castro respondió por televisión. El comandante militar de la provincia de Camagüey, Hubert Matos, presentó su renuncia en disconformidad con el avance de las tendencias “comunistas” al interior del gobierno. Fue arrestado bajo la acusación de conspiración y se encomendó a Camilo Cienfuegos el cumplimiento de la orden. Matos fue juzgado y sentenciado a 20 años de prisión. En conferencia de prensa, el comandante Camilo Cienfuegos criticó a quienes decían estar 10 “Ley de Reforma Agraria” en Bell, J, López, D. L. y Caram, T.. Documentos de la Revolución cubana. 1959, Ciencias Sociales, La Habana, 2006. 86 GUSTAVO CARLOS GUEVARA preocupados por el comunismo pero nada decían acerca de la incursión de aviones clandestinos con intenciones contrarrevolucionarias. El jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria, Díaz Lanz se exiló en los Estados Unidos, en tanto Camilo Cienfuegos desapareció en un enigmático accidente aéreo. Díaz Lanz despegó desde suelo norteamericano y voló sobre la ciudad de La Habana esparciendo panfletos antigubernamentales. Castro hizo responsable a Estados Unidos de la violación del espacio aéreo cubano y de las víctimas indefensas de los bombardeos. El debate ideológico se profundizó: en los diarios y revistas aparecían notas criticando la revolución, en cuya réplica se insertaban notas aclaratorias por parte del Colegio de Periodistas y del Sindicato de Obreros de Imprenta. Jorge Zayas, propietario del diario Avance, se refugió en la Embajada de Ecuador mientras que los obreros y empleados se hicieron cargo de la dirección del mismo en salvaguarda de la fuente de trabajo. En el terreno sindical la Confederación Central de Trabajadores (CTC) representaba alrededor de un millón de trabajadores. En las elecciones sindicales realizadas en los primeros meses de 1959 el M 26 J gana de manera aplastante, en muchos de los casos en competencia con las listas comunistas. En septiembre de ese año se reunió la Conferencia Nacional de la CTC que quedó en manos del mismo sector político; sin embargo la intervención directa de Fidel Castro fue necesaria para concederle un lugar a la dirigencia sindical comunista. La liquidación del ejército batistiano, la renovación de la burocracia civil y administrativa del Estado, las expectativas crecientes de reforma y las organizaciones de masa resquebrajaban el poder político de las clases dominantes tradicionales, socias del imperialismo norteamericano y abrían el cauce para la profundización de un movimiento popular y democrático a nivel nacional. La lucha contra la corrupción enfrentaba al gobierno con los especuladores y defraudadores, mientras con la distribución del ingreso se procuró disminuir el desempleo y mejorar las condiciones de vida de los sectores populares. En la educación se inició una tendencia contrastante con la predominante en la realidad latinoamericana: el presupuesto del área fue sustancialmente aumentado y se reestructuró el funcionamiento de las instituciones educativas. La campaña de alfabetización se convirtió en un paradigma en la materia. El sistema de salud mediante la nacionalización de las clínicas y una fuerte inversión se orientó a garantizar SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 87 un sistema universal de prestaciones basado en la gratuidad de los servicios. Con respecto a la vivienda se diseñó una ley de reforma urbana para convertir a Cuba en tierra sin villas miserias ni favelas. Claro que no todos estaban conformes con el curso democratizador que adoptó la revolución. Las relaciones bilaterales con los Estados Unidos se fueron deteriorando y las desavenencias se profundizaron aún más en la medida en que el gobierno revolucionario avanzó con disposiciones socializantes. Sobre el fin del primer año de revolución se decretó la confiscación de los bienes de los contrarrevolucionarios. Castro llamó “insolente” al vicepresidente Richard Nixon y acusó a los Estados Unidos de ingerencia en los asuntos internos de la isla. El arzobispo de Boston acusó a Fidel Castro de comunista y de haber incautado los fondos de la Iglesia Católica de Cuba. Al día siguiente el obispo auxiliar de La Habana aclaró que las propiedades eclesiásticas no habían sido confiscadas. Con la presencia de más de un millón de fieles, incluido el propio Fidel Castro, se realizó la inauguración del Congreso Católico Nacional y todos escucharon el mensaje especial enviado por el Papa Juan XXIII. Sin embargo unos meses más tarde monseñor Eduardo Boza Masvidal criticó al Estado por considerar que éste fomentaba la lucha de clases y usurpaba la propiedad privada, y calificó las expropiaciones como un auténtico robo. Los elementos conservadores, los grandes hacendados, los poderosos intereses del capital monopólico extranjero, sectores de profesionales y técnicos también manifestaban mediante distintos mecanismos e iniciativas su oposición, mientras la clase obrera y las masas rurales percibían que ésta era su revolución. Los medios de producción que abandonaban sus dueños para emigrar a los Estados Unidos eran reapropiados por el proletariado y el Estado Revolucionario. Las tareas antimperialistas y antioligárquicas no eliminaban el poder burgués, pero el ascenso de las clases subalternas contribuía a opacar la ideología pequeño-burguesa y consolidar las transformaciones estructurales. Por el papel esencial que jugaba el capital extranjero en Cuba la nacionalización de las empresas monopolistas y su puesta en producción por los trabajadores devenía en aquel contexto en una verdadera medida anticapitalista. La revolución comenzaba a ingresar en una nueva fase, entraba de lleno en una etapa socialista. Un nuevo esquema en las relaciones del comercio exterior se fue trazando. En febrero de 1960 se inauguró una feria comercial soviética y se firmó el tratado comercial por el cual la URSS se comprometió a 88 GUSTAVO CARLOS GUEVARA comprar 5.000.000 de toneladas de azúcar durante el siguiente quinquenio y a suministrar petróleo por igual lapso. Este gesto de independencia de Cuba exasperó los ánimos de los gobernantes de Estados Unidos. Una nueva escalada confrontativa se produjo cuando las refinerías de capital norteamericano e inglés se negaron a procesar el petróleo soviético que arribaba a la isla en cumplimiento del tratado comercial. La respuesta de los cubanos fue la nacionalización de las compañías petroleras como así también la expropiación de los hoteles de propiedad norteamericana. Cada medida que tomaba Estados Unidos para condicionar, limitar o imponer sobre Cuba fue respondida con una profundización de la revolución y consecuentemente con la ampliación de la base social que la respaldaba. El 6 de julio la administración republicana anunció un recorte en la cuota azucarera cubana de 700.000 toneladas. El primer ministro de la Unión Soviética Nikita Jruschov manifestó su apoyo a Cuba y anunció el ofrecimiento de comprar las 700.000 toneladas. Fidel Castro comunicó por medio de la televisión que aceptaba la oferta soviética y su gobierno además promulgó una ley en la que autorizaba la nacionalización de las empresas de propiedad estadounidense. El conflicto desembocó en una reorientación total del flujo comercial hacia la Unión Soviética y el campo de países socialistas. Como consecuencia de esta iniciativa los Estados Unidos profundizaron sus represalias hacia la que había constituido en los hechos su neocolonia. A fines de agosto se reunió en San José de Costa Rica una conferencia de la OEA donde se acusó a Cuba de promover la invasión de países vecinos y contar con campos de adiestramiento para desplegar la guerra de guerrilla en el continente. En la denominada declaración de San José se reafirmó la Doctrina Monroe, por su claro carácter funcional a la guerra fría. La inconsistencia del texto será respondida con los sólidos argumentos expresados en la Primera Declaración de La Habana. El eje de la confrontación estaba puesto en contra del intervencionismo, planteándose que la Unión Soviética había brindado una ayuda espontánea a Cuba frente a la amenaza de las fuerzas militares imperialistas, en un gesto que no podía ser interpretado como intromisión, sino como acto solidario. Se hizo una crítica a la pseudo-democracia, pues ésta no era compatible con la oligarquía financiera, con la discriminación racial o con los desmanes del Ku-Klux-Klan. “La democracia no puede consistir sólo en el ejercicio de un voto electoral que casi siempre es ficticio y está manejado por latifundistas y políticos profesionales, sino en el derecho SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 89 de los ciudadanos a decidir, como ahora lo hace esta Asamblea del Pueblo, sus propios destinos”. No aparece la expresión socialismo aunque se hace una explícita condena al latifundio, a la explotación, al hambre, al analfabetismo, a la discriminación del negro y del indio, a la desigualdad de la mujer y a las oligarquías militares y políticas. También se denunciaba la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista.11 El 17 de septiembre fueron nacionalizadas las sucursales del First National City Bank de Nueva York, el First National Bank de Boston y el Chase Manhattan Bank, y el 28 de septiembre se anunció la organización de los Comités para la Defensa de la Revolución (CDR). En octubre de 1960 Cuba nacionalizó 166 empresas que en su totalidad o en parte eran de propiedad estadounidense, pero también se avanzó sobre la burguesía cubana expropiándose 380 establecimientos, y se constituyeron las milicias a partir del aporte de jóvenes obreros, campesinos y estudiantes. Estados Unidos no permaneció de brazos cruzados y anunció el embargo de todo comercio con la isla cancelando la cuota azucarera. Se produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas asumiendo la Embajada de Suiza la atención de los asuntos estadounidenses en Cuba. Estaba en marcha la reedición del modus operandi empleado por la CIA en Guatemala para derrocar al presidente constitucional Jacobo Arbenz. Estados Unidos aprovechó su influencia sobre los gobiernos del hemisferio y apostó a utilizar la OEA como instrumento disciplinador de los jóvenes barbudos. Pero las cosas van mucho más lejos que las declaraciones o la confección de piezas retóricas: en Guatemala, donde reina la United Fruit Company, estaban en marcha los preparativos para una invasión a Cuba. Castro denunció estos planes, conocidos gracias a la labor de contrainteligencia del periodista argentino Rodolfo Walsh. El 16 de abril, en la ceremonia de homenaje a los caídos por los bombardeos de la aviación contrarrevolucionaria Castro proclamó por primera vez el carácter socialista de la revolución. En menos de 72 horas son derrotados los mercenarios que desembarcaron en Playa Girón y que cuentan con la cobertura de los Estados Unidos, convirtiéndose en la primera gran derrota del imperialismo yanqui en América Latina, no sólo porque frustró la invasión organizada por el gobierno estadounidense, 11 “Primera Declaración de La Habana” (2/9/1960) en Selser, Gregorio (comp.), ob. cit., pp. 61 a 64. 90 GUSTAVO CARLOS GUEVARA sino porque redujo a la impotencia el intento de detener la marcha de la revolución en dirección al socialismo. Tras el triunfo, las transformaciones estructurales de signo socialista se aceleraron. La revolución se asumió concientemente como socialista, y se crearon las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), luego transformadas en Partido Unido de la Revolución Socialista (PURSC), que a partir de 1965 se denominará Partido Comunista de Cuba (PCC). En el último mes del año 1961 Fidel Castro en un discurso titulado de Martí a Marx hizo un balance de la visión antimperialista del prócer cubano “cuando el imperialismo norteamericano todavía no había empezado a ser imperialismo”, se definió como marxista-leninista y explicó cómo, en la época actual la revolución antimperialista y la socialista, son una y la misma cosa, afirmando: “Esta es la gran verdad dialéctica de la humanidad: el imperialismo, y frente al imperialismo el socialismo”. El año 1962 fue proclamado en Cuba el “Año de la Planificación”. Sin embargo en la isla y en el mundo será recordado como el momento en que la humanidad estuvo más cerca del desencadenamiento de una guerra atómica. La obsesión del gobierno de Estados Unidos por destruir la Revolución Cubana, hizo que ésta adoptara como medida de autodefensa la instalación de cohetes de alcance medio con ojivas nucleares de procedencia soviética. Detectada la presencia de las rampas de lanzamiento por el gobierno de Kennedy, éste declaró de inmediato el bloqueo naval contra la isla, desatando la crisis de Octubre, también llamada del Caribe o de los Misiles. La solución llegó con el retiro de los misiles y el compromiso estadounidense de no invasión a la isla, a través de un acuerdo directo entre la URSS y Estados Unidos, en el que no se tuvo en cuenta a Cuba. Entre 1961 y 1963 la Revolución siguió una estrategia de desarrollo económico basada en convertir al país, en el corto plazo, en agroindustrial, sobre la base de la generación de una industria pesada, la diversificación de la producción agrícola y la sustitución de importaciones. Una profunda crisis económica mostró la imposibilidad de cumplir estos objetivos y obligó a un replanteo del funcionamiento del esquema productivo. En ese contexto resultó relevante la promulgación de una nueva Ley de Reforma Agraria en octubre de 1963, que limitó la tenencia de la tierra a 5 caballerías (no ya a 30 como lo había hecho el texto de 1959) y procedió a nacionalizar las fincas mayores a 67 hectáreas, convirtiendo al sector estatal en la forma dominante del agro cubano. Para 1963 las SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 91 expropiaciones habían liquidado la propiedad privada en un 70% en el campo, en un 95% en la industria y en un 100% en la banca y el comercio exterior. Se abría ahora un gran debate sobre los sistemas de dirección de la economía, cuyas implicancias no sólo tendrán que ver con aspectos de la gestión económica o con dimensiones sociales y políticas, sino con la concepción misma de la sociedad socialista y el hombre nuevo. Bibliografía Bell, J, López, D. L. y Caram, T., Documentos de la Revolución cubana. 1959, Ciencias Sociales, La Habana, 2006. Castro Ruz, Fidel. De la Sierra Maestra a Santiago de Cuba. La contraofensiva estratégica, Oficina de publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2010. Castro, Fidel, La historia me absolverá, Luxemburg, Buenos Aires, 2005. Cepero Bonilla, Raúl, Escritos históricos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989. Dubois, Jules, Fidel Castro, Grijalbo, Bs. As., 1959 Guevara, Ernesto Che. Diario de un combatiente. Sierra Maestra - Santa Clara 1956-1958, Ocean Sur, México, 2011. Guevara, Gustavo. La revolución cubana, Dastein, Madrid, 2007. Gilly, Adolfo. “Cuba: entre la coexistencia y la revolución”, en Monthly Review, Nº 15, Buenos Aires, noviembre de 1964. Lowy, Michael, El marxismo en América Latina (De 1909 a nuestros días), Era, México, 1982, Morray, Joseph P.. La segunda revolución en Cuba, Iguazú, Buenos Aires, 1962. Pla, Alberto. América Latina siglo XX. Economía, Sociedad, Revolución, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980. Rodriguez, José Luis. 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Desde su independencia política, el país estuvo atravesado por los intereses geopolíticos de varias potencias extranjeras –en complicidad con las clases dominantes locales– pudiéndose destacar la intención de abrir una ruta canalera. Así, en 1840, a raíz del proyecto canalero, el gobierno nicaragüense comenzó la búsqueda de inversionistas, despertando las ambiciones geopolíticas de varias potencias. Ingenieros británicos comenzaron estudios topográficos que inmediatamente llamaron la atención de los Estados Unidos. Ante esta amenaza, Gran Bretaña consideró que debía establecer un protectorado en la Mosquitia1 (Costa Atlántica) para defender sus intereses 1 Durante el período colonial, las poblaciones adyacentes a la Costa de Mosquitos (costa Caribe de Nicaragua y Honduras) frenaron el avance español quedando esta región fuera de su control político y administrativo. Las dificultades de España para controlar la costa Caribe convirtieron a esta región en un foco de interés para otras potencias europeas, iniciándose los primeros contactos de los grupos, 94 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND y uno de los puertos de acceso al canal, el puerto de San Juan del Norte. El conflicto por la Mosquitia hizo que los gobernantes nicaragüenses buscasen el apoyo de los Estados Unidos, “confiados en la proclama de solidaridad continental frente a las monarquías europeas, anunciada por el presidente [James] Monroe”.2 No obstante, Estados Unidos evitó confrontar con Gran Bretaña, poniendo sus ojos nuevamente en la región en el contexto de la “fiebre del oro” (1848-1855). En ese marco, el representante del gobierno estadounidense, Ephraim Squier, en calidad de Ministro Plenipotenciario, firmó un tratado diplomático (1849) con la misión de asegurar la apertura de la ruta canalera a los colonizadores que iban a California. Este tratado establecía que el gobierno estadounidense se comprometía a defender la soberanía territorial de Nicaragua. Como contrapartida, el Director Supremo, Norberto Ramírez, otorgó a la American and Pacific Ship Canal Company, del magnate Cornelius Vanderbilt, los derechos exclusivos de la ruta canalera y el monopolio para navegar los ríos y lagos nicaragüen- ses. Como Vanderbilt finalmente no concretó el costoso proyecto, logró que se modificara el acuerdo con Nicaragua, asegurándose el transporte de pasajeros entre California y Nueva York.3 Paralelamente, Estados Unidos y Gran Bretaña firmaron un acuerdo –el tratado Clayton-Buwler (1850)– por medio del cual ambas potencias se comprometían a no construir bases militares en Centroamérica y a garantizar la neutralidad de la ruta interoceánica. No obstante, este tratado no obligaba a Gran Bretaña a entregar los territorios usurpados, aunque, en 1860, y mediante el tratado Zeledón-Wyke, la potencia británica reconoció la soberanía de Nicaragua sobre la costa oriental del territorio, asunto que concluyó definitivamente en 1905, bajo el gobierno del dictador liberal José Santos Zelaya (1883-1909) y el tratado Harrison-Altamirano. Por aquellos años, Gran Bretaña estaba más preocupada por consolidar sus conquistas en Asia y estaba claro que los Estados Unidos se convertirían en la potencia dominante de la zona. 2 3 autóctonos con africanos, franceses, holandeses e ingleses en el siglo XVI. Así, los primeros británicos que se establecieron en la región fueron puritanos de la compañía de la Providencia (1630-1641). Kinloch Tijerino, Frances. Historia de Nicaragua, IHNCA/UCA, Managua, 2008, p. 151 Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., pp. 151-152. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 95 Otro hecho importante de la historia nicaragüense fue el intento del filibustero William Walker de anexar Nicaragua y el istmo centroamericano a los Estados Unidos, en 1855. Walker, junto a otros mercenarios, participaron de la guerra civil que se estaba desatando en Nicaragua entre legitimistas granadinos y democráticos leoneses. Estos últimos habían contratado a los filibusteros con el fin de romper a su favor el equilibrio de fuerzas y vencer a los legitimistas. Sin embargo, Walker dejó en claro sus pretensiones de convertirse en presidente de Nicaragua actuando en consecuencia. Pese a los intentos anexionistas, tropas provenientes de Guatemala, Honduras y El Salvador se concentraron en la ciudad de León (Nicaragua) para detener al invasor, mientras en Costa Rica el ejército bloqueó la ruta de tránsito para detener a los filibusteros.4 Desde el punto de vista de la estructura económica, podemos decir que hacia el último cuarto del siglo XIX se constituyó en Nicaragua una economía agraria de exportación basada en la producción de café. El régimen de la tierra se fundamentó en la gran propiedad terrateniente y la explotación de la fuerza de trabajo mediante coacción extraeconómica o servil y casi gratuita. El Estado, de carácter oligárquico, se erigió sobre regímenes dictatoriales. La presencia extranjera, directa o indirectamente, contribuyó a la estructuración de países dependientes disputados por los intereses económicos y geopolíticos de distintos imperialismos. Ello se dio en el marco del proceso de división internacional del trabajo y del desarrollo capitalista acelerado en Europa, la cual necesitaba materias primas y alimentos.5 La progresiva articulación de Nicaragua al mercado mundial fue estimulada tanto por la oligarquía granadina como por los liberales, y se expresó a través de una serie de reformas y transformaciones para adaptar las tierras a la producción de productos de exportación y disciplinar a los trabajadores, es decir, obligarlos a emplear su fuerza de trabajo en las actividades productivas prioritarias.6 Como consecuencia se inició 4 5 6 Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., pp. 154-155. “Asimismo, en 1873 se produjo una crisis capitalista de sobreproducción que tuvo como una de las principales salidas al imperialismo, induciendo u obligando a diversas regiones del planeta a producir mercancías especializadas conforme a las directivas del proceso central de acumulación del capital” Fernández Hellmund, Paula. “Breve introducción a la historia de Nicaragua”, en Fernández Hellmund, Paula (comp.). Nicaragua: problemas, estudios y debates de la historia reciente, 1979-2011; CEISO/CEALC, Bahía Blanca, 2012, p. 35. Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., pp. 167-168. 96 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND un proceso de concentración de la tierra entre los grandes hacendados, la transformación de la oligarquía en una burguesía agrícola y un lento y gradual proceso de proletarización.7 ENTRE LA INTERVENCIÓN ESTADOUNIDENSE Y LA DICTADURA SOMOCISTA (1909-1979) Los acontecimientos acaecidos en el año 1898 marcaron una fecha bisagra para América Latina: indicaba la integración de los Estados Uni- dos al conjunto de potencias imperialistas luego de vencer a España y apropiarse de las islas de Puerto Rico, Guam y las Filipinas, quedando, además, el Caribe y Centroamérica bajo su esfera de influencia y domi- nio. Se iniciaba así, una nueva etapa que en Nicaragua se expresó con el derrocamiento del presidente José Santos Zelaya (1909) luego de que “desafiara” a Estados Unidos en el intento de construir un canal intero- ceánico con el financiamiento de otras potencias. De esta forma, bajo las presiones del gobierno estadounidense, Zelaya renunció a la presidencia, en medio de un conflicto entre liberales y conservadores y, en 1912, los marines ocuparon el territorio nicaragüen- se, imponiendo Estados Unidos su control político y financiero sobre el país.8 La presencia de tropas estadounidenses no fue aceptada pacífica- mente, generando malestar y protestas, siendo uno de los referentes de la resistencia el general Benjamín Zeledón. Este levantamiento nacionalis- ta fue sofocado por las tropas del gobierno del conservador Adolfo Díaz (1911-1916), quien diera también muerte a Zeledón. Durante los años de la ocupación militar estadounidense (19121924), Nicaragua se transformó en un protectorado financiero y firmó tratados que dañaron la soberanía nacional. Uno de los acuerdos más conocidos es el tratado Chamorro-Bryan (1914) por medio del cual el gobierno de Nicaragua concedía a los Estados Unidos los derechos exclusivos y perpetuos de la ruta canalera a cambio de 3 millones de dó7 8 Según Jaime Wheelock, en Nicaragua “no se produjo ninguna reforma en el sistema señorial de relaciones de propiedad aparejada a la generalización del cultivo cafetalero”. Wheelock Román, Jaime. Imperialismo y Dictadura. Crisis de una formación social, Siglo XIX, México, 1975, p. 17. Este periodo se caracteriza por la existencia de diversas relaciones sociales de producción haciéndose difícil hablar de proletarios en el sentido estricto del término. Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., pp. 386-387. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 97 lares.9 La injerencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de Nicaragua fue una constante, generando muchas veces contradicciones y tensiones dentro de las clases dominantes locales. Así, en 1926 se produjo la denominada “guerra constitucionalista” –entre cuyos partidarios se destacaban los liberales Juan Bautista Sacasa y el general José María Moncada, al mando del ejército constitucionalista– lo que generó una nueva intervención militar de los Estados Unidos. Sin embargo, en 1927 se firmó el pacto del Espino Negro, mediado por el representante estadounidense Henry Stimson. Este acuerdo de paz, que implicaba el desarme de los ejércitos, fue aceptado por Moncada –que tenía aspiraciones presidenciales– e inmediatamente ordenó desarmar a sus tropas, decisión aceptada por todos los jefes militares liberales excepto por Augusto Sandino quien no pensaba bajar las armas hasta que los marines se retiraran del territorio. De este modo, el general Sandino (1895-1934), al frente del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, libró una lucha de liberación por espacio de seis años (1927-1932), desarrollando una estrategia de guerra de guerrillas contra las fuerzas militares de ocupación de los Estados Unidos. En 1932, los candidatos presidenciales Sacasa y Díaz acordaron negociar con Sandino y en 1933, luego de que Sacasa tomara posesión de la presidencia, Estados Unidos comenzó a retirar sus tropas. Esta condición fue exigida por Sandino para iniciar negociaciones. Si bien durante esos años de lucha se logró que el ejército invasor se “retirara completamente” del país, la potencia imperialista fortaleció a la Guardia Nacional, que fue creada en 1927 por un convenio entre Nicaragua y Estados Unidos y confiada a Anastasio Somoza García, quien hizo de la Guardia un instrumento de poder personal. Sacasa fue presionado por Somoza y Sandino, el primero para que desarmara a los sandinistas que amenazaban sus ambiciones de poder; y el segundo demandó la reestructuración del ejército porque había sido creado por los Estados Unidos. Finalmente, en 1934, Somoza García ordenó asesinar a Sandino y en 1936, derrocó al presidente Sacasa, siendo “electo” presidente de Nicaragua en 1937, haciendo de la Guardia Nacional el núcleo del Estado somocista y dando comienzo a una de las dictaduras más largas del continente (1936-1979).10 9 10 Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., p. 232. Luego del golpe de Estado, Sacasa se fue al exilio y asumió la presidencia un amigo de Somoza, Carlos Brenes Jarquín. En 1936, el Partido Liberal nombró a 98 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND El control sobre el Poder Ejecutivo y la Guardia Nacional fortaleció a la familia Somoza no sólo para reprimir y acallar a los opositores sino para enriquecerse. El dictador le asignó a la Guardia las más diversas funciones públicas, aprovechando las instituciones económicas para aumentar su fortuna, hacer negocios y establecer una gran red clientelar. Por medio de reformas constitucionales buscaba guardar apariencias de legitimidad de su permanencia en el poder, el cual mantenía por medio de artilugios legales, fraudes electorales, acuerdos y el apoyo estadounidense. Somoza buscó ganar bases de apoyo en los sectores obreros, desarrollando un discurso populista, y pactó con los conservadores fijando “en un 60% contra 40% de los asientos en la Asamblea y un sistema flexible para el nombramiento de funcionarios en el sector público”.11 El régimen iniciado por Anastasio Somoza García fue continuado por sus hijos, Luis Somoza Debayle y Anastasio Somoza Debayle, a par- tir de 1956 año en que su padre fue ajusticiado por el poeta Rigoberto López Pérez. La muerte de Somoza García no generó un vacío de poder ya que el dictador había preparado a sus hijos para la sucesión. Así, al momento de su muerte, Luis Somoza controlaba el Congreso y su her- mano Anastasio, que se había graduado en West Point, era jefe de la Guardia Nacional y comandante de la Fuerza Aérea. De esta manera, después de la muerte de Somoza García, Luis asumió la dirección del gobierno y a fines de 1956 fue proclamado presidente luego de un conteo electoral desarrollado bajo Ley Marcial.12 Ahora bien, una dimensión importante a tener en cuenta son las transformaciones económicas por las que atravesó Nicaragua durante el Somocismo. Así, entre 1930 y mediados de 1940, el tipo de estructura agraria que predominó fue la agricultura comercial de exportación, en especial el café, y el enclave económico basado en la producción exportadora. Se observa cierta continuidad con el proceso que se había iniciado a fines del siglo XIX, existiendo durante esos años importantes zo- 11 12 Somoza como candidato a las elecciones presidenciales –de las cuales el Partido Conservador no participó– ganándolas y asumiendo el cargo en enero de 1937. Kruijt, Dirk. Guerrilla: guerra y paz en Centroamérica, F&G; Guatemala, 2009, p. 63. Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., p. 270. Luis Somoza Debayle falleció de un ataque al corazón en 1963 siendo sucedido por René Schick hasta 1966, año de su muerte. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 99 nas de agricultura de subsistencia intercaladas con propiedades de baja productividad cuyas economías se basaban en suministrar productos de bajo costo a los mercados locales, regionales y nacionales.13 Sin embargo, entre fines de la década de 1940 y principios de 1950, comenzó en Nicaragua un proceso de crecimiento económico y frenesí modernizador que dio origen a nuevas tensiones y a la aparición y movilización de nuevos actores sociales.14 De esta manera, se produjo una rápida diversificación de la estructura productiva y exportadora (algodón, ganadería, caña, tabaco) como respuesta a diversos factores: auge de la economía internacional tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la guerra de Corea (1950-1953), caída en el precio del café, aumento del precio del algodón, desarrollo de las cadenas de comida rápida en EEUU, clausura de la importación de azúcar cubano luego del triunfo revolucionario en la isla y problemas en la producción y comercialización del banano.15 Este proceso de diversificación se realizó con capitales domésticos que participaron de la producción primaria, y capitales extranjeros que invirtieron en bancos, comercialización e insumos.16 El Estado tuvo un papel activo en la construcción de infraestructura, otorgando créditos bancarios y subsidios para los nuevos productos. El estimulo estatal y el desarrollo del comercio y de la producción industrial provocó la ampliación del sector público. No obstante, se registró una marcada desaceleración de la producción para el consumo interno. Los nuevos rubros se desarrollaron de una manera extensiva desplazando a los cultivos de subsistencia a áreas marginales. Además, aumentó la población y si bien la producción de alimentos creció, lo hizo en menor medida que los otros rubros y sobre tierras de menor calidad. En paralelo con estos sucesos, se incrementó el uso de insumos importados: agroquímicos, maquinarias, equipo y combustible que causaron un importante impacto ecológico. Como consecuencia, se fue profundizando la heterogeneidad estructural 13 14 15 16 Bethel, Leslie (ed.). Historia de América Latina. Economía y sociedad desde 1930, Cambridge University Press/Editorial Crítica, Barcelona 1997, pp. 278-334 y Vilas, Carlos. Mercado, Estados y revoluciones. Centroamérica 1950-1990, UNAM, México, 1994. Bataillon, Gilles. Génesis de las guerras intestinas en América Central (19601983), FCE, México, 2008. Vilas, Carlos, ob. cit., pp. 38-39. Vilas, Carlos, ob. cit. 100 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND del agro: la situación de la mayoría de los pequeños productores se deterioró o quedó al margen, produciéndose un marcado corte entre el sector exportador de alta productividad (concentrado en fincas medianas y grandes) y el sector que produce alimentos para el mercado interno (concentrado en fincas pequeñas o muy pequeñas).17 El avance algodonero también incorporó a productores nuevos (agricultores medios, comerciantes y personas de las clases medias urbanas que se aventuraron a la producción por la vía del arrendamiento), y marginó a los pequeños y medianos productores, con escasos recursos e ingresos, a un proceso de empobrecimiento y desposesión.18 Asimismo, el carácter extensivo de los nuevos cultivos, la falta de promoción gubernamental y la competencia por la tierra desplazaron a la agricultura de consumo nacional hacia terrenos menos fértiles o marginales aumentando el número de personas con tierras de baja calidad. Se redujo el número de fincas familiares y su dotación de tierras y aumentó la cantidad de campesinos sin tierras o con acceso insuficiente a ellas, tanto por las condiciones de accesibilidad como por el área disponible. Como resultado de estas transformaciones, los trabajadores debieron buscar alternativas de empleo en fincas más grandes o fuera del ámbito rural. Además, los pequeños productores se vieron perjudicados por las redes de acopio y comercialización de granos recibiendo precios muy bajos por parte de los intermediarios. Conjuntamente, se venían produciendo procesos migratorios masivos (temporales o permanentes) hacia la frontera agrícola, las ciudades y proyectos gubernamentales de reasentamiento poblacional o hacia las principales áreas de exportación. El crecimiento económico de Nicaragua contribuyó a sacudir las estructuras sociales y generó numerosas transfor- maciones relacionadas con la “modernización”: “Aumento masivo de la población, urbanización, monetarización, industrialización, extensión de la red de carreteras, incremento de las migraciones temporales, aumento de la escolarización, pérdida de influjo del catoli17 18 Vilas, Carlos, ob. cit. y Bataillon, Gilles, ob. cit. Otra característica de la estructura económica local es la subutilización de la mano de obra rural debido a la naturaleza estacional del empleo asalariado y las condiciones leoninas en el alquiler de las parcelas por parte de los terratenientes. Como consecuencia, la proletarización –muchas veces parcial– de la fuerza de trabajo contempló la generación de un vasto contingente de trabajadores sin tierra, asalariados estacionales y obreros itinerantes. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 101 cismo tradicional, acceso a medios modernos de comunicación (radio y televisión)”.19 Asimismo, se creó el Mercado Común Centroamericano (MCC) durante los años sesenta, dando inicio a un proceso de industrialización limitada (alimentos, calzados, indumentaria) que posibilitó la aparición de nuevos actores sociales y la crisis de las antiguas formas de relación patrón-campesino. Podemos decir que la “modernización” fue producto de la adaptación de los grupos dominantes tradicionales a la injerencia de los intereses imperialistas y no involucró cambios significativos en las relaciones de poder entre las clases sociales ni cuestionamiento a la injerencia de los intereses imperialistas y la dominación tradicional oligárquica por parte de los nuevos segmentos de los grupos empresariales. No obstante, estas transformaciones permitieron el surgimiento de nuevas fracciones de la burguesía y de la pequeña burguesía (clases medias urbanas, profesionales, técnicos, funcionarios públicos), así como sindicatos, organizaciones barriales populares, cooperativas, organizaciones político-militares. En este sentido, este proceso fue el telón de fondo para el incremento de la violencia en las décadas de 1960 y 1970. Siguiendo a Bataillon, más que la miseria, el sentimiento de injusticia parece ser una de las motivaciones para la movilización de vastos sectores de la sociedad, “está muy presente en las masas campesinas expulsadas de sus tierras […]. Pero también en las clases medias –los profesionales y los intelectuales– cuya ascensión social y política se ve a menudo obstaculizada”.20 LA EMERGENCIA DE NUEVOS ACTORES SOCIALES En Nicaragua, la “modernización” impulsada por la dictadura Somocista contribuyó al surgimiento de nuevos actores como resultado de las transformaciones y las reformas recién mencionadas, la represión del régimen y las contradicciones al interior del gobierno Somocista. 1. Movimientos guerrilleros: el surgimiento de la guerrilla en Nicaragua data de fines de los cincuenta y principios de los sesenta, bajo 19 20 Bataillon, Gilles, ob. cit. p. 28. Bataillon, Gilles, ob. cit., p. 29. 102 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND la influencia de la Revolución Cubana y los escritos de Ernesto Guevara. Así, antes del nacimiento del FSLN hubo operaciones armadas contra el régimen somocista encabezadas por los veteranos de Sandino en Nueva Segovia (1958) y la guerrilla de Olama y Mollejones (1959). En 1961 nació el Frente de Liberación Nacional, adoptando el nombre de Sandinista en 1963. Entre sus principales fundadores podemos mencionar a Carlos Fonseca Amador, Silvio Mayorga y Tomás Borge. En sus orígenes, la guerrilla sandinista, su estrategia revolucionaria y sus acciones armadas eran de carácter rural, aunque progresivamente se fue produciendo un acercamiento a las ciudades. Durante varios años, la falta de experiencia militar y la adopción de la doctrina del “Che” Guevara contribuyeron a los fracasos sistemáticos de las acciones guerrilleras, con saldos lamentables para el FSLN: la muerte de cientos de jóvenes y cuadros guerrilleros. Ello implicó una constante renovación de combatientes, la mayoría provenientes de la clase media urbana y por lo general, estudiantes universitarios.21 2. Participación juvenil y estudiantil: la juventud, y en particular una parte del estudiantado universitario y secundario, también tuvo intervención en las luchas contra el régimen somocista. A lo largo de los años cincuenta, en muchos jóvenes se produjo un viraje hacia posiciones antiimperialistas, la adopción de una nueva concepción sobre la realidad política y social de Nicaragua y el análisis de la dictadura como representante de intereses imperialistas en el país. Influenciados por la reforma universitaria de Córdoba (Argentina) en 1918, las luchas latinoamericanas contra las dictaduras y las experiencias guerrilleras en Nicaragua, comenzaron a aparecer algunas células de carácter marxista en las universidades de las cuales surgieron varios integrantes y fundadores del FSLN. En 1962 se constituyó el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) –que aportó numerosos cuadros militantes y guerrilleros– y hacia 1969, empezó a estar orientado política e ideológicamente por el FSLN. Los esfuerzos del FER se encaminaron a generar conciencia entre la juventud sobre la realidad nacional, lo que le permitió fortalecer su lugar en la universidad y reafirmar la presencia del Frente Sandinista en ella y en los sectores populares. 22 21 22 Kruijt, Dirk, ob. cit. Debemos agregar que durante años sesenta, la participación femenina en actividades político-militares fue creciendo, constituyendo entre una cuarta y una tercera SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 103 3. Comunidades de Base y Teología de la Liberación: durante la década de 1960 dos corrientes de pensamiento recorrían América Latina: la teoría de la dependencia y la Teología de la Liberación.23 La primera señalaba “la dependencia estructural y la explotación de las economías subdesarrolladas y periféricas de Latinoamérica, por parte de las economías centrales, prósperas y desarrolladas”.24 La segunda planteaba “la relación entre la ética religiosa (católica y cristiana), por un lado, y el activismo político por el otro, interpretando La Biblia de tal manera que generaba tanto compasión como acción concreta a favor de las víctimas de la pobreza y la injusticia”.25 Estas posiciones influyeron en muchos obispos que hicieron un llamado a la Iglesia y a los curas para promover organizaciones de base, defender los derechos de los oprimidos y priorizar a los pobres en sus sacerdocios.26 Al respecto, la fundación de comunidades de base fue muy importante para impulsar este ideario ya que desde ellas, y trabajando también con laicos, se aplicaron interpretaciones progresistas de La Biblia y de las enseñanzas de la Iglesia a las problemáticas sociales y políticas. Los movimientos católicos de acción social que surgieron del trabajo pastoral de curas católicos y laicos tuvieron significativas consecuencias en Nicaragua ya que generaron un semillero de cuadros guerrilleros, seguidores y simpatizantes del FSLN y de la lucha contra el régimen Somocista. LA ACELERACIÓN DE LAS CONTRADICCIONES Como señaláramos, la lucha político-militar contra el Somocismo se inició a fines de los cincuenta y continuó en los sesenta junto con 23 24 25 26 parte de la guerrilla del FSLN. Kampwirth, Karen. Mujeres y movimientos guerrilleros: Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba, Knox College y Plaza y Valdés, México, 2007, pp. 37-60. Hacia 1960 surgieron las primeras organizaciones de mujeres (no somocistas) y en 1977 se organizó, por orden del FSLN, la Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional. Esta experiencia fue la antesala a la conformación de la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza. Ello se dio en el marco del Concilio Ecuménico Vaticano Segundo (1965) y las Conferencias Episcopales de Latinoamérica en Medellín (1968) y en Puebla (1979). Kruijt, Dirk, ob. cit., p. 93. Kruijt, Dirk, ob. cit., p. 93. Kruijt, Dirk, ob. cit., pp. 44-45. 104 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND la aparición de otros actores sociales, muchos de los cuales se unieron progresivamente al FSLN para trabajar en diferentes flancos. No obstante, a principios de la década de 1970, el FSLN era aún un movimiento guerrillero pequeño, que, inclusive, durante esos años se dividió en tres tendencias político-ideológicas.27 Pese a ello, se observa un aumento progresivo de la crisis del régimen somocista la cual se intensificó con el terremoto de Managua del 23 de diciembre 1972 que destruyó la ciudad causando pérdidas materiales y humanas cuantiosas. En medio de la catástrofe, la familia Somoza y la Guardia Nacional sacaron provecho: acaparamiento y comercialización de donaciones, saqueo de tiendas dañadas, especulación financiera, obtención de créditos onerosos y de contratos para la reconstrucción de la ciudad. Este grado de concentración económica por parte de los Somoza puso en tensión la relación entre las clases dominantes locales. Como consecuencia, un sector de la burguesía no podía participar –o lo hacía limitadamente– de los suculentos negocios vinculados con la reconstrucción de Managua. De esta manera, las alianzas, acuerdos y compromisos que tradicionalmente establecieron las distintas fracciones de la clase dominante comenzaron a resquebrajarse. Así, varios grupos del sector empresarial se reunieron alrededor del Consejo Superior de la Iniciativa Privada (COSEP) exigiendo a la dictadura la apertura de licitaciones públicas.28 Además el alto nivel de explotación de los obreros de la construcción llevó al sector a realizar una huelga liderada por la Confederación General de 27 28 A principios de la década de 1970, la dirigencia del FSLN estaba discutiendo sobre la táctica y estrategia de la guerra revolucionaria en Nicaragua. Esto produjo diferencias internas que se transformaron en tres tendencias políticas y, posteriormente, en tres fracciones públicas: la Tendencia Proletaria (TP), de carácter marxista ortodoxo, planteaba la necesidad de trabajar políticamente con la clase trabajadora urbana y rural, siendo la vanguardia del proceso revolucionario la clase obrera; la Tendencia Guerra Popular Prolongada (GPP), influenciada por las teorizaciones de Mao Tse Tung y la guerra de resistencia, creía en la movilización de las masas y rechazaban la insurrección en las ciudades; la Tendencia Insurreccional o Tercerista (TI) sostuvo la idea de la vía armada para tomar el poder. Además, sostenían que los trabajadores urbanos o rurales no constituían al sujeto revolucionario sino por el contrario, la pequeña burguesía y la clase media. Zimmermann, Matilde. Carlos Fonseca Amador y la Revolución Nicaragüense, URACCAN, Managua, 2003 y Monroy García, Juan José. Tendencias ideológico-políticas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) 1975-1990, UAEM, México, 1997. Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., p. 295. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 105 Trabajadores. Mientras tanto Somoza Debayle hacía oídos sordos y por medio de una farsa electoral volvía a asumir la presidencia en 1974. Muchas personalidades, entre ellos Pedro Joaquín Chamorro, protestaron y fueron detenidos. Pese a la represión, Chamorro fundó en 1974 la Unión Nacional de Liberación (UDEL), organización que aglutinaba a varios partidos y sindicatos para enfrentar a la dictadura. En paralelo con el incremento de las contradicciones, el 27 de diciembre de 1974, un grupo comando del FSLN tomó la casa del somocista José María “Chema” Castillo.29 Esta acción, que implicó la toma de rehenes, obligó a Somoza a acceder a las peticiones de FSLN: liberación de varios presos políticos, publicación de manifiestos de la organización y entrega de un millón de dólares. Somoza decretó el estado de sitio, suspendió los derechos cívicos de la población y desató una brutal represión contra personas sospechadas de pertenecer al FSLN. En medio de la represión, las tensiones en el Frente Sandinista de aceleraban concretándose la división de la organización. A ello se sumó el asesinato de Carlos Fonseca en 1976. La tensión política iría incrementándose. Un factor que contribuyó a su crecimiento fue el asesinato Pedro Joaquín Chamorro el 10 de enero de 1978, lo cual desencadenó la ira del pueblo. En este contexto, se formaron nuevas organizaciones políticas: el Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN), liderado por el empresario Alfonso Robelo, el Frente Amplio Opositor (FAO), integrado por el Grupo de los 1230 y los principales partidos políticos del país, y el Movimiento Pueblo Unido (MPU),31 integrado por diversas organizaciones sindicales, populares y estudiantiles. Estas organizaciones iniciaron negociaciones y a veces actuaron conjuntamente. Sin embargo, muchas propuestas emanadas de los sectores empresariales, fueron rechazas por el FSLN y el Grupo de los 12 porque consideraban que serían aprovechadas por Estados Unidos y el grupo empresarial para imponer un somocismo sin Somoza. 29 30 31 Ese día Castillo daría una recepción al embajador de los Estados Unidos, Turner B. Shelton en la que participarían, además, ministros y diplomáticos. Sin embargo, al momento del asalto, Shelton ya se había retirado de la fiesta. El Grupo de los 12 fue creado por el ala tercerista del FSLN y reunía a varias personalidades como los sacerdotes Fernando Cardenal y Miguel D’Escoto y el escritor Sergio Ramírez. Esta agrupación tenía autorización para hablar –y negociar– en nombre del Frente Sandinista. El MPU fue impulsado por las tendencias GPP y TP del FSLN. 106 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND La dictadura somocista se fue debilitando progresivamente y hacia fines de 1978 los diferentes grupos opositores32 al régimen multiplicaron sus demostraciones de fuerza y se prepararon para la ofensiva final que desencadenó las batallas decisivas de la liberación. Además, la dictadura fue perdiendo apoyo internacional y las expresiones solidarias a nivel mundial se multiplicaron. Una acción que marcó la debilidad del régimen fue la toma del Palacio Nacional en agosto de 1978 por 25 jóvenes guerrilleros del FSLN-Tendencia Tercerista, liderados por Edén Pastora, Hugo Torres y Dora María Téllez. Disfrazados con uniformes de la EEBI33 asaltaron el Palacio Nacional tomando como rehenes a los miembros de la Asamblea Legislativa. Nuevamente Somoza tuvo que pagar un elevado rescate, liberar presos políticos y difundir en los medios de comunicación un llamado a la insurrección popular. Asimismo, en 1978 las tendencias del Frente Sandinista comenzaron a dialogar y pocos meses antes del triunfo, cuando la lucha insurreccional había cobrado carácter nacional, se unificaron. De esta manera, en 1978 se produjeron insurrecciones urbanas, guerrillas campesinas y huelgas que fueron debilitando el poder de Somoza y en septiembre de ese año 1978, el FSLN-Tendencia Tercerista lanzó un ataque coordinado a varias ciudades de las que participaron miles de hombres y mujeres. Ante ello, la debilitada dictadura respondió con represión y asesinatos en masa. En 1979 comenzó la ofensiva final. El Frente Sandinista se concentró en la organización de sus frentes de guerra y el entrenamiento de combatientes voluntarios. En marzo, se inició una guerra de desgaste que se basó en ataques a los cuarteles de la Guardia Nacional, protestas, barricadas, ajusticiamientos, emboscadas y la destrucción de las propiedades de los somocistas. La Tendencia Tercerista, que tenía gran apoyo internacional, fue la que se impuso, posiblemente influyendo en el desarrollo y desenlace de la revolución. En abril, las columnas guerrilleras iniciaron importantes acciones en varias ciudades y en mayo, el Frente Sur comenzó una guerra de posiciones. El 4 de junio el FSLN 32 33 La acción militar fue determinante en la caída de Somoza y el FSLN tuvo el mérito de haber sistematizado la lucha. No obstante, existieron otras agrupaciones armadas que abarcaron un amplio arco ideológico: desde grupos conservadores y socialcristianos hasta agrupaciones de izquierda. Bataillon, Gilles, ob. cit. p. 15. Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 107 dio inicio a una ofensiva armada desde todos los frentes de guerra y convocó a la insurrección general.34 Los motivos por los cuales se produjeron las insurrecciones de 1978 y 1979 se relacionan con varios factores: la feroz represión contra los jóvenes de las urbes, en especial el estudiantado y sus dirigentes; el desafecto creciente entre las elites políticas y económicas; el temor de los sectores medios; y el apoyo popular hacia los combatientes guerrilleros y de las milicias urbanas independientes.35 Finalmente, el 17 de julio, bajo la presión de los gobiernos latinoamericanos y de la administración de James Carter, presidente de los Estados Unidos, Somoza se vio obligado a renunciar partiendo al exilio en Miami36 y dejando una Nicaragua arrasada: miles de muertos, heridos, huérfanos y una gran destrucción material. LA REVOLUCIÓN SANDINISTA El 19 de julio de 1979 triunfó la revolución, asumiendo el poder la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) y conformándose un órgano legislativo llamado Consejo de Estado (CE). La JGRN estaba integrada por representantes de distintos sectores sociales: Daniel Ortega (FSLN), Violeta Chamorro (viuda de Pedro Joaquín Chamorro), Sergio Ramírez (líder del grupo de los 12), Alfonso Robelo (empresario y presidente del MDN) y Moisés Hassan (coordinador del MPU). Claramente, el FSLN tenía más poder dentro de la Junta. Asimismo, el CE estaba constituido por representantes del FSLN, el Frente Patriótico Nacional, el FAO, el COSEP, la Universidad Nacional y la Asociación Nacional del Clero.37 Según el Estatuto Fundamental, el Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN) estaría a cargo del Poder Ejecutivo durante el periodo de transición y hasta que el CE elaborara una Ley Electoral y la Junta llamara a elecciones –las cuales se llevaron a cabo en 34 35 36 37 Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., p. 302. Kruijt, Dirk, ob. cit., p. 16. Somoza había dejado como sucesor presidencial a Francisco Urcuyo quien rechazó entregar el poder a la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. Sin embargo, su suerte estaba echada ya que fue la Junta la que tomó el poder. Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., p. 306. 108 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND 1984.38 La JGRN dio a conocer inmediatamente su programa de gobierno el cual se reducía a la instauración de un régimen democrático, economía mixta, autodeterminación y no alineamiento. Sin embargo, dentro del FSLN no todos sus miembros estaban de acuerdo con esta plataforma. Por el contrario, concebían a la Junta como una alianza transitoria y consideraban necesario transformar al Frente en un partido hegemónico, desplazar del poder a la burguesía, colocar el Estado bajo el control de las masas trabajadoras y organizar un ejército leal a su proyecto. De esta forma, en paralelo con la JGRN se constituyó una Dirección Nacional integrada por los verdaderos agentes del poder dentro del FSLN: Daniel Ortega, Humberto Ortega, Jaime Wheelock, Henry Ruiz, Víctor Tirado López, Bayardo Arce, Tomás Borge, Carlos Núñez y Luis Carrión. Estos cuadros políticos fueron ubicados en instituciones claves del Estado. Rápidamente, los miembros de la JGRN representantes del sector empresario, en desacuerdo con las medidas del nuevo gobierno, renunciaron a sus cargos acusando al Frente Sandinista de marxista-leninista y pasando a operar como opositores. Asimismo, luego del triunfo revolucionario, la reacción de sectores opositores al nuevo gobierno no se hizo esperar, organizándose grupos contrarrevolucionarios –conocidos como Contras– que fueron apoyados y financiados por los Estados Unidos, desatando una guerra contra los sandinistas.39 En medio de estos enfrentamientos bélicos y políticos, el FSLN creó organizaciones urbanas y rurales, sindicalizó a buena parte de los trabajadores y fundó los Comités de Defensa Sandinista (CDS) que operaban a nivel vecinal. En términos de seguridad se dio nacimiento al Ejército Popular Sandinista y a la Policía Sandinista con un significativo apoyo armamentístico y entrenamiento cubano y del bloque socialista. Además, se impulsaron importantes políticas: la campaña nacional de alfabetización, el aumento del presupuesto nacional destinado a educación, la reforma urbana, la extensión de la cobertura de salud y la Reforma 38 39 En noviembre de 1984 se celebraron elecciones, saliendo victorioso el FSLN. De este modo, Daniel Ortega asumió como presidente y Sergio Ramírez como vicepresidente. Las elecciones generaron ciertas reservas en algunos dirigentes revolucionarios. Los sectores opositores al sandinismo abarcaban desde ex miembros de la Guardia Nacional de Somoza hasta grupos en desacuerdo con las políticas del nuevo gobierno. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 109 Agraria, tema de debates y polémicas, tanto en el seno del FSLN, como entre los diferentes sectores sociales. Al respecto, el GRN intentó pautar el criterio de distribución de tierras, primero incautando los bienes de la familia Somoza y de militares y funcionarios que abandonaron el país. Luego, la expropiación se amplió a los allegados de los Somoza, y los embargos y nacionalizaciones comprendieron el acopio de algodón, café, azúcar, carne y 850 mil hectáreas de tierra que representaban el 43% de la tierra en manos de grandes terratenientes. Estas pasaron a formar parte del Área de Propiedad del Pueblo (APP)40 y a cooperativas agrícolas, y a ser administradas por el Instituto Nacional de la Reforma Agraria.41 Sin embargo, en torno a la tierra aparecieron otros problemas: se conformaron bandas armadas que se oponían a que el gobierno controlara las tierras que habían ocupado y hubo expropiaciones por parte de dirigentes sandinistas en lugares donde las relaciones entre campesinos, propietarios y pequeños y medianos agricultores residían en vínculos familiares y de compadrazgo. Como consecuencia, muchas expropiaciones no contaron con el visto bueno de la población. Además, el gobierno llevó adelante megaproyectos productivos que fracasaron y generó gran descontento el control del mercado a través de un aparato institucional de vigilancia sobre precios, insumos, máquinas, almacenamiento y distribución.42 En términos económicos podemos decir que la gestión de la economía fue compleja ya que la política económica fue diseñada por Sergio Ramírez, que no tenía preparación en materia económica, y un grupo de ministros que definían las políticas a seguir en cada una de sus áreas. 40 41 42 La economía mixta se basó en la existencia y articulación de un APP y un área privada (AP). Después del triunfo, la economía nicaragüense quedó devastada siendo su reconstrucción una de las tareas prioritarias del FSLN. Reconstrucción y transformación formaron parte de un mismo proceso que consistió en la recuperación de su sistema productivo introduciendo modificaciones en sus relaciones básicas y en su modo de funcionamiento. Articular el APP con el AP tenía el objetivo de reconstruir y transformar esa economía atrasada y devastada. Vilas, Carlos. Perfiles de la Revolución Sandinista, Legasa, Buenos Aires, 1987. Kruijt, Dirk, ob. cit.; Vilas, Carlos. El legado de la Revolución Sandinista, Lea, Managua, 2004; Schneider, Alejandro. “Los límites dentro de lo posible, algunas consideraciones sobre la Reforma Agraria Sandinista”, en Pozzi, Pablo y Schneider, Alejandro (Comps.), Entre el orden y la revolución. América latina en el siglo X X; Imago Mundi, Buenos Aires, 2004. Kinloch Tijerino, Frances, ob. cit., pp. 315-318. 110 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND Así, en los años ochenta creció enormemente la deuda externa debido al gasto en material bélico, los créditos tomados a los países socialistas para realizar diversos proyectos, las tasas de cambio de las divisas y la condonación de deudas en cada ciclo agrícola. A ello se sumó una alta tasa de inflación.43 En la Costa Atlántica también se trataron de introducir cambios en educación, salud y mejoras en la calidad de vida de sus habitantes, pero los errores de interpretación de las diferencias culturales locales, las reiteradas situaciones de abuso de poder, los desplazamientos de comunidades enteras y el “fogoneo” permanente por parte de grupos contrarrevolucionarios generaron una creciente oposición de varios sectores hacia el gobierno sandinista. Ya hicimos referencia al accionar contrarrevolucionario, aunque podemos agregar que esta situación de beligerancia, acompañada por una coyuntura internacional de crisis económica y agudización de conflictos regionales,44 motivó a la administración sandinista a fortalecer su política exterior transformándola en un frente de defensa del poder revolucionario. La guerra contra los Contras pronto hizo eco en todo el mundo, generándose numerosas expresiones solidarias de diferentes organizaciones y países. En este sentido, y en términos de política exterior, además del fuerte sentimiento antiimperialista, el FSLN buscó apoyo internacional no sólo moral sino también económico. Nicaragua recibió apoyo tanto del bloque socialista, como de varios países europeos de tendencia socialdemócrata y de América Latina. No debe olvidarse que frente a la guerra, el FSLN movilizó a los jóvenes en condiciones de combatir, creando el Servicio Militar Patriótico, el cual buscaba incorporar a varones mayores de 17 años a estas tropas. Igualmente, parte de la antigua mano de obra campesina comenzó a formar parte de las milicias y muchos trabajadores del campo fueron desmovilizados de sus zonas de trabajo frente a la agresión. Como consecuencia de la guerra, la enorme cantidad de pérdidas humanas y materiales y la pobreza generalizada, la revolución se fue desgastando. En este devenir se iniciaron procesos de pacificación que culminaron en las 43 44 Kruijt, Dirk, ob. cit., pp. 181-184. La década de 1980 se caracterizó por una gran inestabilidad en la economía internacional que se expresó en grandes fluctuaciones de las tasas de crecimiento, de los precios y de los flujos de comercio y capitales. Rapoport, Mario. Historia económica, política y social de la Argentina, Macchi, Buenos Aires, 2003, p. 858. Paralelamente, Centroamérica era atravesada por conflictos armados. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 111 elecciones del 25 de febrero de 1990 en las cuales el FSLN fue derrotado con el 40% de los votos, frente al 54% que obtuvo la Unión Nacional Opositora (UNO), con Violeta Chamorro como candidata a presidente. Se cerraba, así, el proceso revolucionario sandinista. A MODO DE CIERRE La derrota electoral del FSLN dio inicio a una nueva fase en la historia de Nicaragua. La victoria de la UNO anunciaba el retroceso en las conquistas políticas, económicas y sociales alcanzadas durante la revolución, regresión que se extendió en los siguientes gobiernos neoliberales. No obstante, ni la revolución, ni el retorno del FSLN al poder en 2006 parecen haber generado, o estar generando, un cambio en la estructura económica del país. Nicaragua continúa sustentándose en un modelo agro-exportador dependiente de las importaciones de productos manufacturados, de la “ayuda” financiera y de la cooperación internacional. Así, nos encontramos ante un país en el que se ha ido consolidando un capitalismo de tipo dependiente y donde muchas de las proclamas y luchas que se gestaron antes y durante la revolución parecen difíciles de alcanzar y/o reconquistar. Pese a ello, la Revolución Sandinista ha dejado cuatro aportes importantes: el derrocamiento de la dictadura Somocista; la implementación de reformas sociales, políticas y económicas; el “empoderamiento” de un sector de la ciudadanía y la constitución de un régimen democrático.45 Bibliografía Bataillon, Gilles. Génesis de las guerras intestinas en América Central (19601983), FCE, México, 2008. Bethel, Leslie (ed.). Historia de América Latina. Economía y sociedad desde 1930, Cambridge University Press/Editorial Crítica, Barcelona 1997. Fernández Hellmund, Paula. (comp.). Nicaragua: problemas, estudios y debates de la historia reciente, 1979-2011, CEISO/CEALC, Bahía Blanca, 2012. 45 Martí I Puig, Salvador y Close, David (Eds.). Nicaragua y el FSLN [1979-2009]. ¿Qué queda de la revolución?, Bellaterra, Barcelona, 2009, pp. 19-20. 112 PAULA D. FERNÁNDEZ HELLMUND Kampwirth, Karen. Mujeres y movimientos guerrilleros: Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba, Knox College y Plaza y Valdés editores, México, 2007. Kinloch Tijerino, Frances. Historia de Nicaragua, IHNCA/UCA, Managua, 2008. Kruijt, Dirk. Guerrilla: guerra y paz en Centroamérica, F&G Editores; Guatemala, 2009. Martí I Puig, Salvador y Close, David (Eds.). Nicaragua y el FSLN [1979-2009]. ¿Qué queda de la revolución?, Bellaterra, Barcelona, 2009. Monroy García, Juan José. Tendencias ideológico-políticas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) 1975-1990, UAEM, México, 1997. Rapoport, Mario. Historia económica, política y social de la Argentina, Macchi, Buenos Aires, 2003. Schneider, Alejandro. “Los límites dentro de lo posible, algunas consideraciones sobre la Reforma Agraria Sandinista”, en Pozzi, Pablo y Schneider, Alejandro (Comps.). Entre el orden y la revolución. América latina en el siglo XX, Imago Mundi, Buenos Aires, 2004. Vilas, Carlos. El legado de la Revolución Sandinista, Lea Grupo Editorial, Managua, 2004. ———. Mercado, Estados y revoluciones. Centroamérica 1950-1990, UNAM, México, 1994. ———. Perfiles de la Revolución Sandinista, Legasa, Buenos Aires, 1987. Wheelock Román, Jaime. Imperialismo y Dictadura. Crisis de una formación social, Siglo XIX, México, 1975. Zimmermann, Matilde. Carlos Fonseca Amador y la Revolución Nicaragüense, URACCAN, Managua, 2003. PARTE II CAPÍTULO 5 EL CARDENISMO, ÚLTIMO COLETAZO DEL RADICALISMO REVOLUCIONARIO Hernán D. Bransboin (UBA) INTRODUCCIÓN Corría el año 1913 cuando el general Lázaro Cárdenas del Río se incorporó a las fuerzas revolucionarias, tenía entonces dieciocho años de edad. Luego de unos meses en que se movió entre jefes locales de extracción carrancista y villista, se instaló en Sonora en 1914, momento en el que conoció a quien fue su jefe directo por más de veinte años, Plutarco Elías Calles. Su vinculación con Calles le valió a Cárdenas la posibilidad de posicionarse dentro del grupo dirigente triunfante al finalizar la primera década revolucionaria. Del estado norteño de Sonora surgieron Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, líderes que condujeron el renovado México revolucionario (1920-1934). Sin dudas, el acercamiento de Cárdenas con el grupo de Sonora le posibilitó iniciar la carrera política que lo llevaría a la presidencia en 1934. Entre 1914 y 1928 sus actividades fueron básicamente de carácter militar. Luchó contra las fuerzas villistas, contra los yaquis y a principios de los años veinte, como jefe de operaciones militares, enfrentó a los ejércitos rebeldes delahuertistas. Si bien su carrera militar fue extensa parece haber sido más bien opaca, todo lo contrario a lo que luego demostraría como un hábil político. 116 HERNÁN BRANSBOIN MICHOACÁN: EL LABORATORIO DEL CARDENISMO Luego de varios años emparentado con el callismo, Lázaro Cárdenas llegó a la gobernación de Michoacán el 16 de septiembre de 1928. En el momento de su designación, la disputa por el poder estaba desarrollándose en la capital. Obregón había conseguido posicionarse como candidato oficial para suceder a Calles gracias a una reforma constitucional en la que se permitía que vuelva a ocupar la presidencia.1 Entre muchas otras cosas, Calles y Obregón polemizaban sobre quien debía ocupar la gobernación michoacana. La candidatura de Cárdenas, propuesta por Calles, era rechazada por Obregón quien lo consideraba “cumplido pero incompetente.” Sin embargo, Calles entendía que Cárdenas era “uno de sus generales más fieles.”2 Finalmente, primó la postura del que a la postre se transformaría en el jefe máximo de la gran familia revolucionaria. El contexto en que Cárdenas tuvo que hacerse cargo del Ejecutivo estadual no era el mejor. La guerra cristera se desarrollaba violentamente en Michoacán y, de hecho, le costó la mayor parte de sus esfuerzos en su primer año como gobernador. Pero esta situación no era la única que le preocupaba, desde la caída del gobernador Francisco J. Múgica en 1922, todos los gobiernos michoacanos habían sido cómplices de los grandes hacendados y combatido a los grupos agraristas. Los asesinatos y las acciones represivas de las Fuerzas Armadas y de las guardias rurales se hicieron moneda común. El ascenso del movimiento represivo contra las organizaciones campesinas se inició luego de la muy intensa y radical gobernación de Múgica. Este gobernador, entre 1920 y 1922, intentó llevar adelante una administración tendiente a beneficiar al campesinado michoacano, fomentando la organización campesina e implementando una profunda Reforma Agraria. El gobierno federal de Obregón apoyó a los movimientos represivos de los hacendados, generando la renuncia del gobernador. Para Obregón, Múgica era demasiado independiente en un momento en el que se buscaba la centralización política y la consolidación del nuevo Estado.3 1 2 3 Álvaro Obregón fue presidente de México entre 1920 y 1924. Guerra Manzo, Enrique. “La gubernatura de Lázaro Cárdenas en Michoacán (1928 – 1932.) Una vía agrarista moderada”, en Secuencia Nueva época, núm. 45, sep.-dic. 1999, p. 137. Sobre la gobernación de Francisco J. Múgica en Michoacán ver: Salamini, Heather Fowler, “Caudillos revolucionarios en la década de 1920”, en Brading, D, Caudillos y Campesinos en la revolución mexicana, FCE, México, 1995. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 117 Los gobernadores que sucedieron a Múgica actuaron en consonancia con los grandes propietarios del estado e intentaron debilitar a los grupos que pudieran aparecer como disfuncionales a los intereses de la gran propiedad rural.4 De allí que para 1928 las agrupaciones pro-agraristas estuvieran a la defensiva. Ante esta situación, cualquier gobernante que quisiera cambiar el rumbo en las políticas del estado debía reconstruir las organizaciones de base. Enrique Guerra Manzo plantea que, entre las décadas de 1920 y 1940 en el estado de Michoacán, se enfrentaron dos grupos bien diferenciados por sus proyectos políticos, especialmente en lo relativo a la distribución de las tierras. Mientras un grupo se mostraba contrario o poco dispuesto a realizar una Reforma Agraria que favoreciera la repartición de tierras a campesinos y a la organización de la producción en forma ejidal, el otro grupo era proclive de ampliar la propiedad de la tierra al campesinado y en algunos casos favorecer la tenencia colectiva. El primer grupo tenía como exponentes a los gobernadores Pascual Ortiz Rubio, Sidronio Sánchez Pineda, Enrique Ramírez y Benigno Serrato. El grupo agrarista estaba liderado políticamente por Múgica y Cárdenas. Este enfrentamiento marcó la gobernación cardenista. En los cuatro años en que Cárdenas ejerció la gobernación se repartieron 141.633 hectáreas entre casi 16.000 ejidatarios, dotando a 181 poblados con estas tierras. Esto significaba que Cárdenas había promovido una Reforma Agraria en Michoacán entre 1928 y 1932 que superó en 10.000 hectáreas a las repartidas en ese mismo estado entre 1917 y 1928. La predisposición agrarista de Cárdenas se manifestó fuertemente con la ley de tierras ociosas de 1930, mediante la cual se declaraba de utilidad pública las tierras de laboreo que no fuesen cultivadas por sus dueños. En 1931 un decreto del gobernador anuló contratos celebrados durante el Porfiriato que favorecían a empresas extranjeras para explotar bosques en la región, actividad que perjudicaba a unas 20 comunidades en la meseta de Tarasca.5 El avance en relación a la distribución más justa de los medios de producción en el campo estuvo acompañada con otras medidas tendientes a ampliar las bases de apoyo del proyecto cardenista. En relación a la 4 5 Guerra Manzo, Enrique. “Centralización política y grupos de poder en Michoacán 1920-1940”, en Política y Cultura, Otoño, Número 016, Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, 2001. Guerra Manzo, Enrique, ob. cit., p. 138. 118 HERNÁN BRANSBOIN cuestión laboral, Cárdenas fomentó reformas a la ley de trabajo en pos de fortalecer el lugar de los trabajadores en las juntas de conciliación y arbitraje y a beneficiar a los sindicatos oficialmente reconocidos. Pero, sin dudas, el hecho principal que permitió al gobernador realizar estas políticas fue la creación de la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMDT), emblema de la política cardenista y órgano central mediante el cual Cárdenas pudo disputarle el poder a los grupos conservadores michoacanos. La gran incógnita es saber cómo pudo Cárdenas realizar estas políticas de espíritu popular y progresista en momentos en que México se veía sumido en el período más conservador de la historia pos revolucionaria. Bajo la hegemonía del ala veterana de la revolución y con el férreo liderazgo de Calles, a fines de la década de 1920 todo parecía converger en la continuidad del proyecto conservador. Los agraristas, si bien eran un nutrido grupo, carecían de un liderazgo nacional y en general debían conservar una cordial relación con el jefe máximo, especialmente desde que las disputas internas se estaban paulatinamente canalizando en el partido recientemente creado, el Partido Nacional de la Revolución (PNR). En estas condiciones Cárdenas debía emprender las reformas con mucha precaución. El general Cárdenas tenía algunas ventajas en relación a otros líderes agraristas. En primer lugar era considerado un agrarista moderado. Su retórica estaba lejos del radicalismo de Adalberto Tejada, Heriberto Jara o el mismo Úrsulo Galván, todos de Veracruz. Incluso el mismo Múgica estaba a su izquierda en la consideración del gobierno central y del jefe máximo. Además, el gobernador michoacano se cuidó en todo momento de aparecer como un leal soldado de Calles. En este sentido, su participación en la guerra cristera y en la represión a la revuelta escobarista confirmó esta postura disciplinada.6 Moderación y lealtad fueron las dos herramientas utilizadas por Cárdenas para ganar autonomía del poder callista y emprender las reformas en Michoacán. Una vez en el poder, Cárdenas inició el camino de la centralización política, lo cual implicaba debilitar al ala conservadora de la gran fami6 La rebelión escobarista fue la comandada por el general José Gonzalo Escobar contra el presidente Emilio Portes Gil en marzo de 1929. Este movimiento armado si bien fue fugaz implicó la movilización de más de 30.000 hombres y se extendió a los estados de Coahuila, Durango, Nuevo León, Chihuahua, Sonora, Baja California y Veracruz. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 119 lia revolucionaria michoacana y al mismo tiempo fortalecer su vínculo con los sectores más progresistas y populares del amplio marco político estadual. De allí que una de las primeras jugadas fue la creación y cooptación de la CRTDM desde 1929. Esta unión Cárdenas-CRMDT se expresó de distintas maneras. En primer lugar gran parte de los funcionarios del estado y un importante número de legisladores estaduales y de diputados federales michoacanos estuvieron vinculados con la confederación. A su vez, Cárdenas abrió las puertas del estado para que la organización campesino-obrera sirviera de vanguardia cardenista dentro de las instituciones. La CRMDT actuó directamente en la Reforma Agraria al presentarse como representante del campesinado en los juicios. Además ayudó a organizar las cooperativas ejidales, a brindar todo tipo de asesoramiento a los beneficiarios de las dotaciones y se vinculó estrechamente con las ligas agraristas para conseguir sus objetivos. Pero una de las acciones más importantes la realizaban los funcionarios estaduales vinculados con la confederación, ya que eran ellos los que agilizaban todos los trámites necesarios para la concreción del reparto de tierras. Por otro lado, fue la CRMDT la que, con la anuencia de Cárdenas, se encargó de armar las comunidades campesinas para defender el proceso abierto en Michoacán. La red de poder cardenista dependía de los vínculos constituidos por el gobernador con los poderes locales. Fueron caciques locales los que promovieron la adhesión de campesinos a la CRMDT, además de armar la estructura partidaria local que se sumaba al conglomerado que era el PNR. Al igual que en el resto de México, es imposible comprender cómo se consolidaba el poder de un gobernador sin tomar en cuenta estos vínculos con los intermediarios entre el poder político y las bases de apoyo. A pesar de lo expresado, la necesidad de mostrarse leal a Calles implicó que en varias oportunidades Cárdenas tuviera que ceder ante las presiones del gobierno federal para favorecer al sector hacendado. Por ejemplo, en 1931 debió aceptar el desarme de las guardias de defensa civil que se habían organizado para repeler los ataques de matones contratados por los hacendados y en 1932 derogó la ley de expropiación por causa de interés público. Pero la expresión más evidente de la debilidad de Cárdenas fue haber cedido ante el Estado federal en la elección del candidato oficial a la gobernación de Michoacán. El elegido fue Benigno Serrato, un líder del conservadurismo local y gran enemigo de las 120 HERNÁN BRANSBOIN reformas cardenistas. A pesar de las limitaciones, lo importante de su experiencia como gobernador es que el general Cárdenas aprendió a ser el político Lázaro Cárdenas y esas enseñanzas lo llevarán a practicar una presidencia excepcional para la historia mexicana. EL CAMINO DE CÁRDENAS A LA PRESIDENCIA Considerar absoluto el poder de Calles durante el período denominado como “maximato” ha sido un equívoco permanente. En realidad, “el jefe máximo” debió construir una red de relaciones políticas para encaramarse como líder. Esta red implicaba distintas estructuras formales e informales de la política mexicana. Las articulaciones con liderazgos locales a niveles que iban desde los diminutos pueblos a las instituciones estaduales, pasando por los municipios, eran instancias medulares de la ingeniería del poder callista. Las relaciones con caciques locales se entrelazaban a nivel de los estados pero también dentro del Partido Nacional Revolucionario (PNR). El Ejército y las estructuras sindicales más burocratizadas eran también pilares de la compleja red de relaciones que sostenía a Calles como el jefe de “la gran familia revolucionaria”. Esta red se sustentaba en un consenso amañado por la satisfacción de intereses recíprocos. El nivel de reciprocidad entre Calles y los gobernadores podía verse afectado si alguna de las partes consideraba que el “contrato” no había sido respetado, abriendo una espiral de conflictos que podía tener como consecuencia la más brutal violencia. Pero a su vez, este tipo de relaciones políticas daban a algunos gobernadores cierto nivel de autonomía para actuar en sus estados en la medida que no afectara directamente las bases del poder federal. En este sentido, la gobernación de Cárdenas estuvo signada por esta relativa autonomía para realizar algunas reformas que no estaban en la agenda callista. En el complejo entramado de relaciones políticas que sostenía a Calles nadie era lo suficientemente fuerte para garantizar su propia hegemonía, incluido el mismísimo Calles. Esto se hizo evidente en la convención de Querétaro del PNR de 1933, en la que se determinó la política a seguir por el Presidente que debía asumir en 1934. La candidatura de Cárdenas fue el resultado de la organización de varios grupos agraristas que aunaron criterios y esfuerzos para frenar la campaña conservadora para imponer a Manuel Pérez Treviño. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 121 En mayo de 1933 los agraristas fundaron la Confederación Nacional Campesina (CNA), fundamental para dar fuerza a la candidatura de Cárdenas.7 Además, el michoacano contaba con el apoyo de gran parte del Ejército y de varios gobernadores. Ante este estado de las cosas y en su papel de árbitro dentro de la política mexicana, Calles decidió “bendecir” la candidatura cardenista pero no sin antes intentar reducir la influencia agrarista en las políticas que desarrollaría el nuevo Presidente. En ese sentido, la convención del PNR de diciembre de 1933 era la oportunidad para moderar cualquier tendencia radical que tuviera Lázaro Cárdenas. Para ello Calles presentó ante la convención un proyecto de plan de gobierno muy conservador, donde se priorizaba la pequeña propiedad por sobre los ejidos en la continuidad de la Reforma Agraria prevista. No obstante, en la convención los grupos agraristas lograron torcer el brazo a Calles y a los grupos conservadores e imponer un plan sexenal acorde con lo pautado en la Constitución de 1917. El ala agrarista del partido, liderada por Graciano Sánchez, modificó radicalmente el proyecto callista. Entre las reformas más notorias estaba el reconocimiento de los peones acasillados como sujetos de derecho para ser beneficiarios de la Reforma Agraria. Además, se planteó la creación de un Departamento Agrario que gozaría de autonomía de las jurisdicciones de los estados mexicanos. Este departamento se encargaría de la distribución de tierras y de la organización comunal para la producción. Esta medida sería fundamental para limitar el grado de autonomía que tenían los gobernadores de los estados y los caudillos locales, quienes utilizaban los repartos de tierras como herramientas útiles para consolidar sus relaciones clientelares y, por ende su propio poder. El plan sexenal tenía otros objetivos más allá de los agrarios: ratificaba la norma constitucional que sostenía el derecho soberano inalienable de la nación sobre los recursos del subsuelo mexicano. Esta premisa se basaba en la idea básica de que la riqueza petrolera le pertenecía a los mexicanos. El otro punto de sustancial importancia del plan fue el relacionado con la clase trabajadora. En la convención se reconoció a la lucha de clases como propia del sistema capitalista por lo que el Estado debía promover y privilegiar la organización sindical de los trabajadores para defender sus intereses. El plan apuntaba a tres de los principios de la Constitución de 1917 que habían convertido a ese cuerpo legal en la más 7 Entre los dirigentes más importantes se encontraban Enrique Flores Magón, Graciano Sánchez, León García y Marte R. Gómez. 122 HERNÁN BRANSBOIN progresista del mundo hasta el momento de su sanción: Reforma Agraria, derechos soberanos sobre las riquezas naturales y derechos de los trabajadores. Eran las banderas del ala radical triunfante en la Convención de Querétaro de diciembre de 1933 y serán las banderas del gobierno de Lázaro Cárdenas iniciado a fines de 1934.8 Unos meses antes de la asunción de Cárdenas a la presidencia, el gobierno de Abelardo Rodríguez había iniciado el camino de las reformas. Probablemente el cambio de perfil del Estado mexicano estaba sustentado en la presión de las organizaciones agraristas y obreras, pero también en que el mismo Calles y la elite dirigente comprendieron el cambio de época que se estaba gestando. Como es bien sabido, la década de 1930 fue un período en donde las premisas del laissez faire fueron puestas en discusión. Las consignas de un Estado que interviniese en la regulación socioeconómica de las sociedades se hacían presente en experiencias tan diversas como el populismo varguista brasileño, las políticas revolucionarias soviéticas o incluso el New Deal de Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos. Todas estas experiencias contemporáneas al declive del “maximato” y al ascenso del cardenismo fueron faros que iluminaron el acontecer político mexicano y en ese contexto histórico debemos buscar algunas de las respuestas a la pasividad de Calles ante el precoz inicio de los cambios. Entre otras cosas, desde diciembre de 1933 hasta la asunción de Cárdenas a la presidencia, se tomaron medidas tales como la creación de la Comisión Federal de Electricidad, tendiente a que el Estado tenga control de la generación de electricidad. En 1934 se creó la compañía pública Petróleos Mexicanos (PETROMEX) con el fin de dar participación al sector público en los recursos petroleros nacionales y desarrollar una política de exploración y el desarrollo de nuevos pozos. Estas políticas de intervención estatal en la economía mexicana eran también una respuesta a las dificultades generadas por la crisis mundial capitalista iniciada en 1929. Como consecuencia de la crisis, la demanda de productos 8 Por motivos de espacio dejamos de lado otro de los elementos importantes que integraron el plan sexenal y que Cárdenas adoptó como política de estado, me refiero a la reforma educativa que tuvo como fin implantar la denominada educación socialista. Esta medida enfrentó al gobierno de Cárdenas a muchos sectores conservadores, especialmente a la Iglesia. Por este tema ver: Vázquez de Knauth, Josefina. “Confusiones y aciertos de la educación cardenista”, en Revista de la Universidad de México Vol. 25, Número 9, Mayo de 1971. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 123 primarios mexicanos se redujo fuertemente, las exportaciones de plata se mantuvieron estables pero el precio internacional de ese recurso se derrumbó. En materia energética, por caso el petróleo, al estar su explotación en manos extranjeras, no respondía a las necesidades e intereses nacionales, por tal motivo la producción de crudo se redujo de 182 millones de barriles en 1922 a 45 millones en 1930. Allí reside la importancia de la fundación de PETROMEX. Otra medida acorde con el plan sexenal fue la creación de un Departamento Agrario autónomo de los poderes locales pero dependiente de la Presidencia de la nación. Este fue un primer paso para la institucionalización de las relaciones caciquiles, uno de los ejes de la consolidación del nuevo poder político. En marzo de 1934 se sancionó un nuevo código agrario en donde se establecieron nuevas reglas para la repartición de tierras. Una de estas nuevas reglas era la de incorporar al peón acasillado como potencial beneficiario de las tierras a repartir. Al tiempo que se iniciaba el camino del cambio, Cárdenas viajaba por todo el país en el marco de la gira de campaña previa a las elecciones. En este verdadero raid por todo México, el futuro Presidente se encargó de explicitar en sus discursos que el Estado que el comandaría esperaba la unión de la clase trabajadora. El michoacano instó a las organizaciones obreras a dejar de lado sus rencillas para aunar esfuerzos en pos de defender los derechos de la clase obrera.9 Cárdenas dejaba en claro que el Estado mexicano por él presidido privilegiaría los intereses de la clase trabajadora y del campesino por sobre los del capital. Los discursos eran encendidamente clasistas, estando en consonancia con un contexto de aumento de la efervescencia social y de una mayor activación de las organizaciones de trabajadores. La conflictividad en ascenso se reflejó en el número de huelgas que se desarrollaron en esos años. Una idea cabal de lo que queremos decir se desprende de la siguiente comparación: entre 1929 y 1933 hubo en México 109 huelgas mientras que en 9 En ese momento la clase obrera organizada estaba inmersa en un conflicto que enfrentaba a varias vertientes del sindicalismo mexicano. El enfrentamiento más encarnizado era entre dos grandes grupos: por un lado la dirigencia de la Confederación Regional Obrera de México (CROM) liderada por Luis Morones, representante de la más rancia burocracia sindical, y por el otro, la recientemente organizada Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM) que intentaba aunar esfuerzos entre campesinos y obreros. De esta organización saldría la dirigencia que acompañaría a Cárdenas durante su presidencia, especialmente Vicente Lombardo Toledano. 124 HERNÁN BRANSBOIN 1934 se registraron 202, números que por otra parte contrastan con las 642 huelgas de 1935, ya con Cárdenas en la presidencia.10 CÁRDENAS PRESIDENTE La asunción presidencial se produjo en diciembre de 1934. En su primer discurso en el estadio nacional y ante una multitud entre los que estaban las camisas rojas de las juventudes socialistas de Puebla y Tabasco, Cárdenas dejó en claro una de las premisas básicas de su gobierno: “… sólo el Estado tiene un interés general y, por eso, sólo él tiene una visión de conjunto. La intervención del Estado ha de ser cada vez mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo.”11 Su primer gabinete representaba la ecléctica alianza que lo llevó al poder. Por un lado estaban los conservadores, algunos muy cercanos a Calles, tales como Juan de Dios Bojórquez, Emilio Portes Gil y Rodolfo Elías Calles (hijo del “jefe máximo”), por el otro, los radicales como Francisco Mújica y Tomás Garrido. Por otra parte, los callistas “controlaban el Senado y la Cámara de Diputados y los principales puestos de la burocracia de los gobiernos federal, estatales y municipales.”12 A pesar de estos datos, Cárdenas no se amilanaría y desde el inicio de su mandato daría señales claras de cuál iba a ser la dirección hacia la que comandaría a México. La primera manifestación de Cárdenas como presidente en relación al conflicto social fue el apoyo dado a varios movimientos huelguísticos iniciados pocos días después de asumir el poder. El 12 de diciembre estalló el paro en las compañías petroleras El Águila y Huasteca Petroleum Co. en Tampico. En enero de 1935 se iniciaron huelgas de textiles en Veracruz, en febrero los taxistas se levantaron exigiendo ser reconocidos como asalariados, es decir como trabajadores sujetos a contrato. Luego, 10 11 12 Los números de las huelgas entre los años 1929 y 1933 son relativos. En esos años muchas huelgas eran declaradas ilegales, especialmente las emprendidas por organizaciones sindicales opositoras. Esto no invalida la comparación ya que en 1934 el mero hecho de reconocer como legales un número creciente de huelgas muestra el cambio en la actitud oficial ante la conflictividad obrera. Estos datos pueden verse en Basurto, Jorge. Cárdenas y el poder sindical, Era, México, 1983. Basurto, Jorge, ob. cit., p. 38. Hamilton, Nora. México: Los límites de la autonomía del Estado, Era, México, 1983, p. 122. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 125 estalló una huelga general en Puebla y otra, muy importante, del personal de la compañía de tranvías del Distrito Federal, empresa de capitales canadienses que había recibido la concesión del servicio por 99 años a manos de Porfirio Díaz. Esta última huelga duró 38 días. Electricistas de varios estados, trabajadores de papeleras y otras ramas se sumarían paulatinamente al incremento del conflicto entre capital y trabajo. En mayo de 1935 se produjo la huelga de trabajadores de la empresa telefónica Mexican Telephone and Telegraph Co. Esta huelga fue sumamente importante ya que marcó el quiebre definitivo de Calles con el nuevo gobierno. Hasta la huelga de los telefónicos, todas las acciones de los trabajadores habían terminado en un rotundo éxito, las juntas de conciliación fallaron sistemáticamente a favor del movimiento obrero. En general todas las huelgas tenían un objetivo concreto: mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores, para lo cual se pedían aumentos salariales y la firma de convenios colectivos de trabajo. En este marco, los trabajadores de la compañía telefónica, mayoritariamente de capitales estadounidenses, pedían libertad para organizarse por fuera del sindicato existente, cuyos líderes respondían a los intereses de la empresa. Calles, quien se vio afectado por esa huelga ya que era accionista de la compañía, inició su campaña contra el gobierno que permitía semejante desmadre social. Para calmar al “jefe máximo”, el 6 de junio se declaró ilegal la huelga de los telefónicos, pero la furia de Calles había despertado y el choque entre el caudillo sonorense y Cárdenas se hizo inevitable. El 12 de junio, Calles declaró que consideraba a la clase trabajadora como “traidora a los intereses nacionales” e instó a Cárdenas a iniciar el camino de la represión para restablecer el orden en la relación entre patrones y empleados. Al día siguiente el Presidente contestó a Calles que el gobierno defendía a los trabajadores en su lucha por conseguir mejores condiciones de vida, siempre en el marco del capitalismo. Pero el rompimiento con Calles se hizo notar el 17 de diciembre cuando pidió la renuncia a todo el gabinete para nombrar uno nuevo. El gabinete de ministros fue purgado de callistas. Varios ministros radicales se sumaron al Poder Ejecutivo cardenista, como el caso de Silvano Barba González, Luis Rodríguez y Gabino Vázquez. Francisco Mújica cambió de cartera, sustituyendo al hijo de Calles, todo un símbolo sin duda. Pero Cárdenas guardó un lugar a personajes más moderados en busca de no romper la amplia coalición dentro del PNR que lo había ascendido a la Presidencia. 126 HERNÁN BRANSBOIN Portes Gil fue nombrado jefe del partido y en clara muestra de desafío al anticlericalismo callista, nombró en la Secretaría de Agricultura al conservador y pro católico potosino Saturnino Cedillo. La postura antiobrerista de Calles llevó a que diversos frentes gremiales dejen de lado diferencias y comiencen un proceso de reunificación. A mediados de junio de 1935 y con auspicio de las dos centrales no ligadas al callismo, la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM) y la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), se formó el Comité Nacional de Defensa Proletaria (CNDP.) Varias agrupaciones fueron virando su mirada para con Cárdenas, quien dejó de ser visto como un títere de Calles para convertirse en una posibilidad para los intereses obreristas. Incluso el Partido Comunista cambió su eslogan de “ni con Calles, ni con Cárdenas” por el de “con Cárdenas, no; con las masas cardenistas, sí.” Los cambios en las estructuras sindicales evidenciaban que la organización proletaria pasó de estar fragmentada a estar polarizada. Por un lado estaban las viejas centrales burocratizadas que ya no representaban más intereses que los de sus líderes corrompidos: la CGT y la CROM de Luis Morones. Enfrentándose a estos burócratas, estaba especialmente la CGOCM con Vicente Lombardo Toledano a la cabeza, agrupación que lideró al sindicalismo cardenista que apoyó al caudillo michoacano durante su mandato. En 1935 quedó al descubierto el conflicto entre dos grandes coaliciones que tenían proyectos distintos. Por un lado el callismo, dirigido por el “jefe máximo” e integrado por asociaciones empresariales que veían con desagrado el desorden provocado por la chusma, corrompidos sindicalistas cuyo poder se les escurría de las manos, organizaciones fascistas, tales como Acción Revolucionaria Mexicana y sus Camisas Doradas. Por el otro el cardenismo, compuesto por las ligas agrarias, la renovación sindical, revolucionarios con ideas radicales por años marginados del poder dentro de la familia revolucionaria, y un sinnúmero de oportunistas políticos que inteligentemente cambiaban de barco antes de hundirse. No hay que dejar de tomar en cuenta a otros sectores conservadores que habían tenido una relación conflictiva con el callismo, dentro de este grupo se encontraba Saturnino Cedillo. Calles intentó infructuosamente organizar a sus fuerzas para desestabilizar al gobierno, organizó lo que quedaba de la CROM moronista y de la CGT para enfrentar a la supuesta “amenaza comunista” dirigida SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 127 por Lombardo Toledano, avalado por la Presidencia de la nación. Sus intentos terminaron en algunos atentados que sólo lo aislaron cada vez más del centro de la escena política, hasta que en abril de 1936, luego de un violento ataque a un tren correo que venía de Veracruz, Calles, Morones y otros líderes callistas fueron expulsados a los Estados Unidos al ser considerados instigadores del hecho luctuoso. Se apagaba así la última luz de la dinastía sonorense. Soplaban nuevos vientos para México. Lo cierto era que el bloque de poder había cambiado. El conflicto con Calles había servido para que un amplio sector de campesinos y obreros organizados vean en el Estado cardenista un aliado. Al mismo tiempo, ese Estado cardenista se encargó de favorecer a los sectores “amigables” dentro de las organizaciones de los sectores populares con el objeto de garantizar el mantenimiento del apoyo. Las estrategias para consolidar el poder de los dirigentes pro gobierno fueron variadas, pero no excluyeron prácticas violentas para depurar a las organizaciones de individuos que no fueran afines con el proyecto cardenista. El proceso de consolidación del Estado cardenista tenía como objeto la institucionalización de las relaciones entre el poder federal y los poderes locales, muchas veces en manos de caudillos. Esta institucionalización implicaba canalizar la energía de las organizaciones populares mediante su unificación en el marco del partido y del Estado ya que ambas esferas se comenzaban a confundir en la misma estructura de poder. Para lograr su cometido era necesario reestructurar el lugar ocupado por el Presidente de la nación. Desde la caída de Porfirio Díaz, el Presidente tenía una debilidad relativa que se expresaba en la dependencia de las alianzas contraídas con jefes militares y caudillos locales. La muerte de Obregón implicó un cambio en esta estructura del poder que se constituyó en presidentes débiles ante el factótum central del sistema político mexicano que era el “jefe máximo” del partido oficial. Esta nueva arquitectura del poder no excluía a los poderes fácticos locales que seguían presentes en la lógica de reciprocidad que implicaba la nueva relación partido-Estado-caudillos. Para llevar adelante las reformas, Cárdenas priorizó la construcción de un entramado de poder que priorizaba la unificación del movimiento obrero y del campesinado en instituciones orgánicamente integradas al partido y al Estado, poniendo al Presidente en el centro del poder. De allí que en febrero de 1936 se logró la ansiada unidad de la clase obrera mediante la fundación de la Confederación de Trabajadores 128 HERNÁN BRANSBOIN Mexicanos (CTM) bajo la conducción de Vicente Lombardo Toledano. En ese mismo año, Cárdenas ordenó la creación del comité organizador para lograr la unión del movimiento campesino. Este comité estaba dirigido por el Presidente del PNR y se dedicó inicialmente a la creación de ligas agrarias en aquellos estados en donde los campesinos no estuviesen organizados. En agosto de 1938, el partido convocó a un congreso en la Ciudad de México para dar nacimiento a la institución que unificase al campesinado, así nació la Confederación Nacional Campesina (CNC). La línea de pensamiento cardenista se basaba “…en el supuesto de que si bien el capitalismo era necesario para el desarrollo de México, debía ser regulado y controlado por el Estado. Los discursos de Cárdenas aludían frecuentemente a un Estado por encima de las clases y que tenía que controlar al capital así como a los trabajadores para asegurar el desarrollo económico en interés de la nación”.13 El nexo articulador entre el Estado y las bases cardenistas era el partido. Con un sentido corporativo, las organizaciones centrales de obreros y campesino se integraron al partido, constituyendo uno de los pilares del régimen. Como parte de este proceso, el partido transformó sus estructuras y fue refundado en marzo de 1938 como el Partido de la Revolución Mexicana (PRM). La estrategia de acumulación de poder cardenista implicaba la puesta en funcionamiento de dos mecanismos en forma paralela. Por un lado la profundización de las políticas sociales destinaba recursos hacia los sectores campesinos y proletarios. Por el otro, la organización de los sectores afines al cardenismo estaba ideada para consolidar la centralización del poder a través de la ingeniería política que implicaba la reorganización del partido. Las políticas cardenistas durante los primeros cuatro años del mandato, estuvieron dirigidas a mejorar las condiciones de vida de las grandes mayorías de la población mexicana. Sin dudas, la Reforma Agraria fue uno de los pilares del ejercicio del poder por parte de Cárdenas. La Reforma Agraria cardenista tuvo dos características que la hacen única en la historia del país y la colocan como la más radical. En primer lugar, la magnitud. Durante el período 1915-1934 se entregaron un total de algo más de cuatro millones de hectáreas como resultante de diferentes etapas de la Reforma Agraria iniciada por el gobierno de Carranza. Pero 13 Hamilton, Nora, ob. cit, p. 135. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 129 durante la presidencia de Cárdenas se entregaron algo más de dieciocho millones de hectáreas. La masividad del reparto de tierras hace que sobren las palabras para resaltar la importancia de esta etapa de la Reforma Agraria. Pero hay otra característica tan importante como la anteriormente mencionada. Cárdenas, a diferencia de sus predecesores, impulsó una Reforma Agraria que tenía como una de las formas principales de tenencia de la tierra al ejido. Para Cárdenas: “El ejido ya no es solamente una forma de propiedad territorial, ni una fase en la evolución de los sistemas de trabajo; es la célula básica de la estructuración revolucionaria que funciona como una organización parcelaria o colectiva de acuerdo a las condiciones naturales, la calidad de las tierras, la precipitación pluvial, la disciplina que imponen los sistemas de irrigación, la variedad o uniformidad de los cultivos, el uso del crédito y la maquinaria, la cooperación para facilitar las ventas, etcétera”.14 Esta característica de la Reforma Agraria estuvo refrendada con otras medidas que servían de complemento para el buen funcionamiento de las reformas. En primer lugar se crearon los dispositivos financieros y técnicos para el funcionamiento de la producción ejidataria. En este sentido se creó el Banco de Crédito Ejidal, entidad que servía para el financiamiento de las nuevas unidades productivas. También se dispuso de personal técnico para capacitar a los ejidatarios y garantizar un mejor uso de las tierras. Estas políticas estuvieron acompañadas de otras tendientes a defender las reformas emprendidas. La radicalidad de la reforma llevó a que se pongan en funcionamiento planes conspirativos para detener el proceso. Terratenientes y hombres de negocios no soportaban el ethos socializante del discurso y de algunas medidas llevadas adelante por el Presidente. Ante los rumores de una insurrección conservadora, se decidió armar a los campesinos para la defensa del proceso. De tal manera, podemos afirmar que en la Reforma Agraria se vislumbra uno de los rasgos más radicales de la experiencia cardenista. Radicalidad basada en una enorme cantidad de tierras repartidas, en la incorporación de los peones acasillados como sujetos de derecho, en la incorporación del ejido como forma de tenencia y producción rural y en la defensa de los beneficios obtenidos por parte del campesinado en armas. 14 Montes de Oca Navas, Elvia. Presidente Lázaro Cárdenas del Río 1934-1940. Pensamiento y Acción., El Colegio Mexiquense, Toluca, 1999, p. 24. 130 HERNÁN BRANSBOIN La Reforma Agraria estaba emparentada con el proyecto general, el cual implicaba la generación y consolidación de un mercado interno y la profundización del proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Se necesitaba un campo que produjera eficientemente y que sus productos fueran accesibles para el proletariado urbano. Al mismo tiempo, el mercado interno necesitaba de trabajadores que además fuesen consumidores. Por ello se requería equilibrar la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo. De allí que sistemáticamente los organismos de arbitraje fallaran a favor de los trabajadores en todos los conflictos suscitados. En paralelo, era necesaria la organización y unificación del movimiento obrero, bajo el liderazgo de una burocracia sindical adicta al gobierno. Con estos parámetros se apoyó a la dirigencia de CNDP y se patrocinó la creación de la CTM. Así se consolidó una nueva burocracia sindical que reemplazó a la liderada por Luis Morones. Un gran conflicto entre las compañías petroleras extranjeras y el sindicato de los petroleros derivó en otro de los hitos del gobierno de Cárdenas. Ya hicimos mención a que el gobierno cardenista venía a resolver varios de los ejes reivindicativos de la Revolución que habían quedado como letra muerta en la Constitución de 1917. Además de las reformas laborales y la cuestión de la tierra, el problema de los recursos del subsuelo mexicano y su explotación en manos nacionales era un tema a resolver. Cuando asumió Cárdenas la presidencia, el petróleo mexicano estaba en manos de unas pocas compañías extranjeras y recientemente se había creado PETROMEX, empresa estatal que sólo representaba la voluntad de una parte de la dirigencia mexicana por recuperar este recurso pero que en los hechos no tenía casi ningún peso en la producción petrolera. Los trabajadores petroleros estaban organizados en forma muy reducida. Eran sólo pequeñas agrupaciones formadas por las mismas compañías y sin ninguna representatividad. En 1936 y, con apoyo gubernamental, se llevó a cabo un congreso de unificación de los petroleros, del cual surgió el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), que rápidamente se afilió a la CTM. En noviembre de 1936, el STPRM presentó a las compañías un proyecto de contrato colectivo.15 Además reclamó aumento salarial, mayor tiempo de vacaciones, descansos, servicios médicos, jubilaciones, etc. Asimismo, se pidió que en el término de tres años se remuevan a todos los técnicos extran15 El contrato constaba de 24 capítulos y más de 240 cláusulas. Ver Basurto, Jorge, ob. cit., p. 135. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 131 jeros y su reemplazo por nacionales. La propuesta de los trabajadores fue rechazada por las empresas que la consideraban negativa para la rentabilidad de las compañías. La respuesta del sindicato fue una huelga de petroleros que duró hasta que el mismo Cárdenas intervino por medio del Departamento de Trabajo y lograse convenir una tregua de 120 días para seguir discutiendo.16 Las negociaciones volvieron a fracasar en mayo de 1937, lo cual derivó en otra huelga. Al cabo de diez días de interrupción de tareas, las compañías apostaban al desabastecimiento y a la estampida de los precios del combustible. Los empresarios buscaban generalizar el pánico en la población para desprestigiar al movimiento huelguista y perjudicar al gobierno. Ante la exhortación del Presidente, las compañías terminaron haciendo una contrapropuesta, especialmente en relación a los aumentos salariales. Ante la negativa del sindicato para aceptar el ofrecimiento, se decidió dejar en manos de la Junta de Conciliación y Arbitraje la tarea de crear un tribunal que estudie la situación y que falle en el asunto. Luego de analizar la contabilidad de las empresas, el tribunal falló a favor de los trabajadores. Las empresas decidieron no acatar el dictamen decretado por el organismo del Estado, dejando a Cárdenas una única salida: la nacionalización del petróleo. El 18 de marzo de 1938 el Presidente anunció por radio la nacionalización del petróleo y la expropiación de las compañías petroleras extranjeras. La respuesta del pueblo mexicano estuvo repleta de manifestaciones de apoyo a la decisión presidencial. Hubo marchas masivas y colectas para recaudar los fondos necesarios para solventar las indemnizaciones. Pero la mayor muestra del apoyo popular a la medida fue el accionar de los trabajadores, quienes sostuvieron la producción ante la desaparición de la mayor parte de los técnicos, producto de la acción de las compañías para boicotear el proceso. La nacionalización del petróleo fue el punto de inflexión para la política del gobierno de Cárdenas. Todo lo que vino después fueron acciones que marcaron el declive del radicalismo cardenista y el ascenso de las estructuras que permitirán décadas de hegemonía del partido que desde 1946 se pasó a llamar Partido Revolucionario Institucional (PRI). 16 La huelga de petroleros amenazaba convertirse, en noviembre de 1936, en una gran huelga general ya que el sindicato de petroleros tenía el apoyo de toda la CTM y que el conflicto era visto como algo más que un simple enfrentamiento entre la patronal y los trabajadores. Era un enfrentamiento entre capitales imperialistas y trabajadores mexicanos. Cárdenas tomó nota de los sentimientos que despertaba el conflicto en el pueblo mexicano. 132 HERNÁN BRANSBOIN El sexenio cardenista actualizó en medidas concretas las aspiraciones derivadas de la voluntad de los sectores revolucionarios más progresistas. Reforma Agraria, leyes laborales y nacionalización de recursos naturales fueron banderas que se expresaron en la Convención Constituyente de Querétaro de diciembre de 1916 y en su cristalización en la Constitución de 1917, pero que sólo se materializaron en forma profunda con Cárdenas como Presidente. Sin embargo, también en ese mandato se generaron las herramientas que permitirán la hegemonía del PRI y el retroceso paulatino en el camino recorrido por los revolucionarios. LA CONCLUSIÓN DE LA EXPERIENCIA CARDENISTA La situación económica mexicana comenzó a deteriorarse sensiblemente desde fines de 1937. La balanza comercial se fue desequilibrando paulatinamente y para 1938 se produjo la devaluación del peso mexicano, cuestión que perjudicó fuertemente el salario real de los trabajadores. El proceso inflacionario se disparó y la burguesía aceleró la fuga de capitales, perjudicando el comportamiento económico nacional en forma catastrófica. Por otro lado, la nacionalización del petróleo tuvo como corolario el boicot al petróleo mexicano por parte de las potencias que habían sido afectadas por las expropiaciones, por lo que el gobierno tuvo grandes dificultades para encontrar mercados donde vender este recurso. Además, Estados Unidos limitó la compra de plata mexicana, principal producto de exportación de la nación. La crisis de la economía fue una herida de muerte para el gobierno. La crisis llevó a que muchos de los oportunistas muestren su verdadera cara y aparezcan como obstáculos a la continuidad del proyecto de Cárdenas. Hay que tener presente que el régimen siempre implicó una extensa alianza sumamente heterogénea. En muchas regiones las reformas sociales fueron obstaculizadas por jefes locales que acompañaban al gobierno pero condicionándolo al mantenimiento del status quo en sus dominios territoriales.17 La reacción de la derecha de la “familia revo17 Luis Anaya Merchant llama la atención sobre estas limitaciones del gobierno en regiones tales como los estados de Puebla bajo la gobernación del conservador Maximino Ávila Camacho, Tlaxcala con Adolfo Bonilla o Yucatán con Palomo Valencia. Ver Anaya Merchant, Luis. “El Cardenismo en la Revolución Mexicana. Conflicto y competencia en una historiografía viva”, en Historia Mexicana, El Colegio de México, Volumen LX, Número 2, Octubre – Diciembre 2010. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 133 lucionaria” llevó a que el Presidente debiera meditar profundamente su decisión sobre su sucesor para las elecciones de 1940. En ese momento Cárdenas tenía dos opciones, la primera consistía en la lógica designación de Múgica como natural continuador del proyecto, pero esta situación abría la posibilidad de generar un cisma en el partido. La otra opción implicaba elegir al moderado Manuel Ávila Camacho y mantener el proceso de institucionalización y centralización política con el riesgo de resignar las reformas. Esta última fue la decisión del líder michoacano. Los posteriores gobiernos de Ávila Camacho (1940-946) y Miguel Alemán (1946-1952) fueron erosionando las posiciones del personal cardenista dentro del Estado mexicano. Ambos presidentes, al igual que sus sucesores, utilizaron al partido como instrumento de cooptación de las organizaciones que agrupaban a trabajadores y campesinos. La reconversión del PNR en PRM significó la integración en forma corporativa tanto de la CNC como de la CTM, ambas organizaciones terminaron verticalmente incorporadas al partido oficial y su dirigencia después de la década de 1940 terminó subordinada a la dirigencia nacional. Aquellos que sucedieron a Cárdenas aprovecharon estas herramientas para eliminar cualquier rasgo de autonomía obrera o campesina y utilizar a las burocracias afines de ambos sectores como garantía de la consolidación y estabilidad del nuevo Estado priista. La evidencia más clara del cambio suscitado con el retroceso cardenista la podemos rastrear hasta nuestros días. En 2012, unos meses antes de la elección presidencial, la Confederación Nacional Campesina, a través de su secretario general, oficializó el apoyo al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. Luego de una ceremonia de recibimiento al candidato y al finalizar un discurso, el secretario general de la CNC declaró refiriéndose a Peña Nieto: ¨Los que menos tienen y más lo necesitan ven en ti la gran esperanza para salir de la incertidumbre, orfandad y pobreza en que se encuentran. Gracias estimado Enrique por acompañarnos en este día tan especial para los cenecistas. Siempre esta será tu casa.”18 La cita muestra descarnada la paradoja de una dirigencia campesina actual que traiciona los principios de quienes fundaron la CNC. Una dirigencia que no duda en apoyar a quienes hoy representan a sus enemigos históricos. 18 Consejo Ejecutivo Nacional de la Confederación Nacional Campesina. Testimonios Campesinos, cuadernillos de divulgación cenecista N° 14, 21 de diciembre de 2011. 134 HERNÁN BRANSBOIN Bibliografía Anaya Merchant, Luis. “El cardenismo en la Revolución Mexicana. 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Transformación social y cambio político, 1876-1940, Alianza, México, 1994. CAPÍTULO 6 REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN GUATEMALA (1944-1954) Gustavo Carlos Guevara (UBA-UNR) EL ESTADO LIBERAL Guatemala es un país de apenas 108.889 km2, pero para mediados del siglo pasado contaba con una población de 4.000.000 de habitantes, lo que refleja una alta densidad de población (36 habitantes por km2), aún cuando las tres cuartas partes de ella estaban radicadas en la zona rural, con presencia mayoritaria indígena. Para la comprensión de las fuerzas actuantes en la Revolución de Octubre de 1944 habría que remontarse más allá de la crisis del Estado liberal oligárquico desatada en aquel año. El punto de partida bien podría ser las transformaciones liberales del último tercio del siglo XIX y la expansión imperialista de los Estados Unidos, pero por una cuestión de espacio aquí solamente dejaremos señalado algunos puntos de inflexión que permitan historizar la configuración de aquella coyuntura, que abrió un camino de movilizaciones sociales y transformaciones estructurales finalmente interrumpidas por la imposición violenta de la contrarrevolución una década más tarde. Guatemala proclamó su independencia de España en 1821, incorporándose al año siguiente al Imperio de México. En 1823 Iturbide, que ostentaba la corona con el nombre de Agustín I, fue depuesto, llegando a su fin la efímera experiencia imperial. Guatemala se convirtió en la capital 136 GUSTAVO CARLOS GUEVARA de una nueva República Federal, las Provincias Unidas de Centroamérica. En 1839 la Federación de hecho se disolvió, y los cinco países que la integraban se declararon independientes. Las estructuras económicas y sociales de la época colonial muestran una clara persistencia. Con la expansión a mediados del siglo XIX del cultivo del café y el triunfo de los liberales en el vecino México, se crearon nuevas condiciones que finalmente permitieron a la fracción liberal imponerse, en 1871, sobre los conservadores. En este contexto, el presidente Justo Rufino Barrios (1873-1885) impulsó un conjunto de cambios radicales: 1) Se modificó el régimen de tenencia de la tierra mediante la nacionalización y venta de las propiedades eclesiásticas, quedó abolido el censo enfitéutico y fueron colocados en el mercado enormes extensiones consideradas hasta entonces terrenos baldíos. Durante su mandato fueron vendidas 397.755 hectáreas de tierras públicas. 2) Para promover un sistema moderno de créditos agrícolas se suprimió el diezmo eclesiástico, se creó el Banco Nacional, y tras su pronto fracaso, se permitió la instalación de bancos comerciales privados. Fue la penetración del capital extranjero, principalmente de origen alemán y ligado a la alta rentabilidad del café, el que jugó un papel clave en la organización de la esfera comercial y financiera, y en menor medida, lo fue el capital de origen norteamericano. 3) El control sobre la fuerza de trabajo se intensificó. La situación de la mayoría de la población indígena comunitaria, sometida a las formas coloniales de prestación personal de trabajo se agravó, debido a nuevas regulaciones estatales, como el Reglamento de Jornaleros y la Ley de represión a la vagancia. 4) En materia de medios de transporte se incentivó la construcción de caminos, se inauguró el primer ferrocarril al Pacífico, se creó un puerto en el Atlántico y se celebraron contratos con compañía navieras extranjeras. La ingente labor legislativa, el control del ejército y de los jefes políticos –también convertidos en grandes propietarios de tierras– y la expedición de la Constitución laica y centralista de 1879, sentó las bases para la continuidad del funcionamiento del Estado liberal oligárquico guatemalteco. Con la reforma agraria liberal el café se consolidó como eje de acumulación. Para 1880 este producto representaba más del 90% de las ex- SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 137 portaciones del país y para fines del siglo XIX alrededor del 85%. Para inicios de la Primera Guerra Mundial más del 50% del café se producía en 1657 fincas cuyos dueños eran guatemaltecos, mientras que 160 propietarios alemanes cosechaban más del 30% de la producción total. La figura dominante era la gran propiedad agraria latifundista, que apelaba al sistema de peonaje por deuda combinado con un refuerzo brindado por el sistema estatal compulsivo, en los tiempos de siembra y cosecha. Sin embargo había muy pocos finqueros que financiaban su propia cosecha, la mayoría estaban obligados a vender su cosecha a las casas que les habían otorgado los préstamos hipotecarios en primavera o verano para iniciar el ciclo productivo del café. Se establecía así una relación de jerarquía en la que la expansión de la renta agraria estaba subordinada al capital comercial y financiero (extranjero), al tiempo que la servidumbre agraria del indio, calificado como el “siervo de cien señores”, está en la base de este sistema de explotación y expoliación. Dentro de esta formación social dominada por la ecuación renta - capital comercial y financiero, la no instauración de formas capitalistas de relaciones sociales en el campo, es decir, la pervivencia del trabajo servil agrícola, se convirtió en uno de los principales obstáculos para la expansión del capital bajo su forma moderna, es decir, industrial. Habrá que esperar hasta la Revolución de Octubre de 1944 para la puesta en crisis de la servidumbre como forma dominante de producción y del sistema finquero asociado a ella. Sergio Tischler destaca cómo, la reproducción de las relaciones sociales de producción en la finca cafetalera, se hace sometiendo a la servidumbre a la fuerza de trabajo que proviene de la comunidad indígena, todo ello a pesar de contar con un marco legal que proclama abrevar en las fuentes del liberalismo. El Estado, en tanto monopolio del uso de la violencia legítima, garantiza la construcción y mantenimiento de un imaginario colectivo y prácticas discursivas concretas de un ethos señorial basado en valores racistas y patrimonialistas. Esta visión de los elencos gobernantes liberales y de su núcleo de sustentación, la elite cafetalera, proclamaba la inferioridad del indio reivindicando la mentalidad “encomendera” típica de la colonia. Incluso este autor llega a citar una nota de la Asociación Guatemalteca de Agricultores (AGA) aparecida en la prensa (El Imparcial) a inicios de 1945 –es decir ya ocurrida la Revolución del 20 de octubre de 1944–, en el que se sostiene que la coacción extraeconómica de la fuerza de trabajo era la única garantía 138 GUSTAVO CARLOS GUEVARA de orden, equidad, racionalidad económica y “democracia” (sic) en el país1. En 1898 asumió como presidente de Guatemala Manuel Estrada Cabrera, un dictador sangriento y carnavalesco genialmente retratado por Miguel Ángel Asturias en su novela El señor Presidente. Es él quien otorga las primeras concesiones a la United Fruit Company (UFCO) para la operatoria portuaria en la costa atlántica, comprometiéndose la compañía a adquirir la producción de los bananeros locales y a poner a disposición del gobierno sus barcos para el transporte de pasajeros, correspondencias y mercancías. En 1906 la UFCO puso en producción una gran franja del territorio que había recibido como transferencias de las compañías norteamericanos contratadas por el Estado para la construcción de vías férreas, así como también el derecho al uso de los ríos o desviar su curso, y otras exenciones impositivas. Este tipo de generosas concesiones eran análogas a los convenios que establecidos en el resto de Centroamérica, y buscaban “seducir” al gran capital bananero para construir las vías férreas que conectaran los puertos de exportación con la producción del interior. En el caso particular de Guatemala este vínculo entre el Estado y la compañía extranjera fue refrendado en sucesivos contratos de 20 a 35 años de duración, con la expectativa en el bloque dominante que ello conducía al progreso económico y social. Interntional Railways of Central America fue el nombre que adoptó la Guatemala Railroad Company en 1912, logrando el control monopólico del conjunto de las líneas férreas necesarias para el transporte barato y eficiente de la exportación bananera y de las importaciones requeridas. Esta posición monopólica en los transportes aseguró a la UFCO que ningún competidor intentara desembarcar en aquellos territorios. En resumen, la compañía era propietaria de las plantaciones bananeras, de los ferrocarriles (IRCA), de los muelles, de los buques (bautizados como la Gran Flota Blanca), y de las comunicaciones (con la Tropical Radio Telegraph Co.). Era propietaria también de la generación de electricidad en las localidades en las cuales operaba y de las tiendas y almacenes en los pueblos de la región bananera. Esta diversificación muestra como el quantum de capitales invertidos por Estados Unidos en Guatemala se incrementó durante las primeras décadas del siglo XX. Aunque el café continuó siendo el principal producto de exportación, el 1 Tischler Visquerra, Sergio. Guatemala 1944: crisis y revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal, F&G editores, Guatemala, 2001, p. 63. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 139 banano ocupó el segundo lugar en la actividad económica y como rubro de exportación. Durante la presidencia de Estrada Cabrera se consolidaron las inversiones norteamericanas a gran escala, y los lazos familiares de la elite resultaron gravitantes para la integración al gobierno, antes que las divisiones ideológicas entre liberales y conservadores. En 1920 la Asamblea legislativa lo declaró insano mental, pero intentó resistir su destitución bombardeando durante casi una semana a la población civil y a guarniciones militares adversas. Finalmente se rindió, y gran parte de su gabinete y colaboradores directos fueron linchados, mientras él fue confinado a una habitación de la Academia Militar, donde murió tres años más tarde. Durante la década del veinte cualquier gobierno que intentara tomar distancia del tutelaje de los Estados Unidos era desconocido por éste, y las condiciones de vida de la mayoría de la población no experimentaron mejora alguna. Es un período en que vuelve a escribirse y debatirse entorno de la cuestión de la nación y la existencia del indio. Desde el bloque dominante se reafirmaba la concepción de la inferioridad del indio frente a otras “razas”, como parte de un plexo de ideas que se reforzaron durante el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX con los “aportes” de intelectuales europeos como el Conde de Gobineau, Ernest Renan, Charles Le Bon y otros. El racialismo elevado a principio cientificista para la elaboración de diagnósticos y soluciones a los problemas nacionales originó un abanico de posiciones en el que la tónica regeneracionista deviene dominante. Para el caso de Guatemala estas teorías seudo-científicas atribuían al indígena el carácter “indolente”, “vicioso” a la “raza hispana”, y algunos –como el intelectual Fernando Juarez Muñoz– lo peor a la combinación de ambas. En 1922 escribe “… para salir de este estado sui generis, sería preciso sajonizarnos. Es decir, mezclar a nuestra raza indo-ibera los glóbulos sanguíneos de una raza mejor preparada.”2. Sin embargo, la fórmula que apareció como más viable para la incorporación del indio a la vida nacional fue el mestizaje, y la proclamación del ladino como grupo social ascendente que debía servir de modelo y guía de los primeros. En el plano jurídico-político esto quedó plasmado en la modificación de la Ley de Municipalidades de 1927, 2 Citado por Barrientos Bartes, Salomón, El olvido de los gobernados. El indígena en el imaginario de la nación de los intelectuales guatemalteco de la década de 1920, Centro Editorial Vile, Guatemala, 2013, p. 41. 140 GUSTAVO CARLOS GUEVARA donde se establecía que en aquellos pueblos donde predomine el elemento indígena “El Alcalde 1° y el Síndico 1° deberán ser siempre ladinos y saber leer y escribir en castellano. La elección de los demás miembros del Consejo se hará alternada y de modo que siempre queden representados por mitad los ladinos e indígenas del lugar, prefiriéndose en la elección a los que hablen castellano y usen el traje de clase ladina y sepan leer y escribir”3. La preferencia por el ladino se justificaba porque al haber abandonado la lengua indígena en favor del castellano y sustituido la indumentaria indígena por los códigos de vestimenta occidental, su conducta se transformaba en la encarnación de los valores del progreso y la modernidad a ser reivindicados. La ladinización del indio debía completarse apelando a la educación y a políticas de higiene, entre las que no se descartaba la eugenesia. UBICO Y LA CRISIS DEL ESTADO LIBERAL OLIGARQUICO Al igual que el resto de América Latina, Guatemala se vio sacudida por la crisis económica mundial, y como en otras latitudes del subcontinente, la reacción de los sectores oligárquicos fue promover un gobierno autoritario, colocando en este caso al general Jorge Ubico al frente del ejecutivo a partir de las elecciones realizadas en 1931, que lo contó como único candidato. Sin embargo, conviene señalar que este militar y rico terrateniente, mantuvo durante el proceso electoral un discurso de corte crítico y de denuncia hacia la corrupción, el desmanejo de los fondos públicos y la política como reparto de prebendas. No faltaron sectores antioligárquicos que vieron en él al hombre que “sacaría al país de semejante pantano”. La instalación de la dictadura ubiquista tiene que ver de manera directa con el cierre del ciclo de bonanza cafetalera iniciado en 1924, producto de la alteración de los precios y volúmenes exportables debido a los efectos del crack del 29 sobre el mercado mundial. El marcado deterioro de los términos de intercambio significó también la drástica reducción de la capacidad de importación. 3 Citado por Barrientos Bartes, Salomón, ob. cit., p. 60. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 141 La crisis económica tuvo inmediatamente su expresión en el plano social: al aumentar el déficit fiscal el gobierno apeló al desempleo y la reducción de los salarios como fórmula para reequilibrar el presupuesto. Se produjo una ola de quiebras de finqueros por su incapacidad financiera para afrontar los créditos hipotecarios, provocando en el sector cafetalero una mayor concentración de tierras en manos de prestamistas, predominantemente alemanes. En un Informe oficial de 1937 se puede leer que la insolvencia de los terratenientes se origina en el consumo suntuario, siendo los ingresos por los altos precios del café reinvertidos en “…el mejoramiento de sus fincas, en la construcción de lujosas residencias y en viajes al exterior, lo mismo que en gastos calificados después como inconvenientes. Esto fue el origen de que no pudieran salvar sus fincas hipotecadas, y que cuando bajó el precio del café las perdieran.”4 El descontento se hizo sentir tanto en el campo, donde en 1930 miles de mayas quichés atacaron una guarnición militar como reacción al aumento del impuesto territorial, como en la ciudad, donde los trabajadores habían multiplicado sus organizaciones gremiales y configurado una agenda de reclamos que contemplaba la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas, la supresión de multas, aumento de salarios, conservación del puesto de trabajo en caso de enfermedad, etc. A lo largo de la década del veinte se había creado el Partido Comunista (1922), la Federación Regional Obrera Guatemalteca (1925), afín a dicha ideología, y el Comité Pro Acción Sindical (1928), de orientación anarquista. Una vez que Ubico asumió la presidencia llevó adelante una política represiva para desarticular al movimiento obrero y sectores medios urbanos que podían generar una movilización autónoma a los dictados del régimen liberal oligárquico. Tomando como excusa el levantamiento campesino encabezado por el Partido Comunista en el vecino El Salvador, desplegó una violenta persecución que implicó el encarcelamiento de casi medio millar de militantes obreros y el asesinato de dirigentes comunistas, como el caso de Juan Pablo Wainwrigth. Como respaldo a la persecución el gobierno organizó una gran manifestación anticomunista encabezada por los miembros de la Asamblea Legislativa y bendecida por el Arzobispado. El sistema educativo fue sometido también a un proceso de encuadramiento militar, que se inició designando a tenientes y capitanes como inspectores de los establecimientos de enseñanza secundaria, y se 4 Citado por Tischler Viquerra, Sergio, ob. cit., p. 151. 142 GUSTAVO CARLOS GUEVARA profundizó en 1939, cuando se nombraron a militares de alta graduación como directores de las escuelas normales, al tiempo que los maestros eran asimilados al grado de tenientes y “el alumnado estaba dividido en soldados, cabos y sargentos…En los desfiles se obligaba a los maestros a marchar encuadrados dentro de la disciplina militar.”5 Las maestras no podían contraer matrimonio, pues esto era causal de despido. La Universidad se puso bajo el control directo del Ejecutivo. El ubiquismo encarnó un proyecto de reorganización de la sociedad civil tomando como paradigma la autoridad jerárquica y la disciplina del ejército. El generalato, compuesto por 60 oficiales leales a Ubico, constituían el núcleo central del reforzamiento de las funciones represivas del aparato estatal. La política coercitiva se mostró exitosa para conservar los intereses y privilegios del núcleo finquero, de la banca y de empresas extranjeras como la UFC. Sin embargo, la eliminación de las más mínimas fórmulas de mediación paternalistas entre los sectores subalternos y el Estado llevó a una acumulación de contradicciones cuyo estallido se hizo manifiesto en el movimiento antidictatorial que impuso primero la renuncia de Ubico (1 de julio de 1944) y luego, con la insurrección del 20 de octubre, el establecimiento de una Junta Revolucionaria de Gobierno. Después de casi catorce años de persecución y represión a las actividades sindicales y políticas, se gestó un movimiento de oposición encabezado por los sectores medios, con respaldo de fracciones de la burguesía pero también importantísimos contingentes de trabajadores de la capital. Ante la negativa del régimen de otorgar aumento salarial a los maestros, éstos en forma de protesta se niegan a participar en el desfile militar que anualmente se realizaba los 30 de junio en conmemoración de la reforma liberal de 1871. El gobierno procedió a un despido masivo de los que se plegaron al reclamo. Los estudiantes universitarios solicitaron cambio de autoridades en las facultades, y lo consiguen; pero el movimiento no se agotó allí. Ubico suspendió las garantías constitucionales. Se repitieron manifestaciones callejeras de repudio a la dictadura y en los enfrentamientos con las fuerzas represivas hay varios muertos y numerosos heridos y detenidos (todos del campo antidictatorial). En el ambiente se respiraba los aires antifascistas en ascenso en Europa y en el resto de América. Esta dinámica, reforzada por la huelga general, terminó obligando al alejamiento de Ubico de la primera magistratura. El viejo Partido Liberal im5 Tischler Visquerra, Sergio, ob. cit., p. 166. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 143 puso al general Federico Ponce Vaidés como presidente interino, y fijó las elecciones para fines de ese año. La política estatal de represión y salarios bajos se mantuvo intacta. Antes del derrocamiento de Ubico se fundó la Confederación de Trabajadores de Guatemala. Días posteriores a ese acontecimiento se formalizó la Asociación Nacional de Maestros, también se reconstituyó el Sindicato de Acción y Mejoramiento Ferrocarrilero, se reorganizó la Unión Nacional de Electricistas. La revitalización de las fuerzas gremiales confluyó con sectores de la oficialidad del ejército y del amplio movimiento cívico y político. Finalmente, el 20 de octubre de 1944 se produjo la insurrección militar conducida por Jacobo Arbenz y el mayor Francisco Javier Arana. Estudiantes, maestros y obreros se sumaron a la rebelión. Ponce Vaidés, debió abandonar su efímero rol de tirano, implantándose una Junta Revolucionaria de Gobierno conformada por los dos militares citados y el civil Jorge Toriello. El Decreto N° 17 que emite la Junta contiene un conjunto de principios que se consideran la esencia de la Revolución: desde la efectiva división de los poderes hasta el derecho a la ciudadanía para todas las mujeres que sepan leer y escribir, la alternancia en el poder, prohibiendo la reelección y reconociendo el derecho de rebelión popular ante el avasallamiento de los derechos. EL GOBIERNO DE LA REVOLUCIÓN DE JUAN JOSE ARÉVALO Con el fin de la dictadura emergieron más de una docena de partidos “nacionales” que expresaban a una sociedad civil movilizada, en la que estaban en curso nuevas configuraciones identitarias colectivas y la estructuración de una renovada comunidad política. El nuevo espectro de formaciones políticas se posicionan básicamente como: a) simple continuidad del régimen depuesto, b) un intento de renovación del viejo liberalismo y c) la nueva fuerza impulsada por maestros y estudiantes que enarbolaban un programa radical democrático. Mientras el poncismo era la expresión del continuismo, por la línea liberal que buscaba una reforma modernizadora atemperada se presentaba José María Herrera, como candidato del Partido Nacional de Trabajadores. Herrera era el máximo dirigente de la restablecida Asociación Nacional de Agricultores de Guatemala (ANAG), órgano representativo 144 GUSTAVO CARLOS GUEVARA de los ricos propietarios de las plantaciones de café, azúcar, maíz y ganadería. Para este espacio político no existía la cuestión social en el campo, lo que operaba como obstáculo para el crecimiento y desarrollo del país era la “ignorancia” (sic), por lo tanto para la ANAG la solución de todos los males estaba en la alfabetización. Los estudiantes universitarios crearon en julio de 1944 el Frente Popular Liberador (FPL), aspirando a canalizar las aspiraciones sanas del país, en particular de los sectores desposeídos como los “obreros”, “campesinos” y “pequeños industriales”. Rescatan a la juventud como el principal sujeto de cambio y destacan el papel que el Estado debe desempañar en el proceso de modernización económica y democratización social y cultural. Confluyeron con el Partido Renovación Nacional (PRN), impulsado por los maestros, que incluía en su ideario garantizar las libertades públicas, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, “la incorporación del indio a la civilización”, el reconocimiento de los derechos laborales, la autonomía universitaria, la “liberación del obrero, del campesino y el indio en base a una planificación agrícola, por medio de cooperativas.”6 Ambas organizaciones impulsaron la candidatura de Juan José Arévalo a la presidencia, al igual que el Partido Vanguardia Nacional (PVN) conformado por profesionales prestigiosos que aportaron una caracterización marxista del carácter “semifeudal” de la economía del país, colocando el acento en la cuestión indígena y la formación de una conciencia nacional. En las primeras elecciones libres de la historia de Guatemala, en diciembre de 1944, Arévalo fue respaldado por 256.514 votos, obteniendo más del 85% de los sufragios, mientras los otros tres candidatos se repartieron el 15% restante. En estas elecciones tampoco pudieron votar los analfabetos, de modo que la casi totalidad de los indígenas –que constituían el 54% de la población– no pudieron acceder al ejercicio de la ciudadanía política. La incorporación cívica del indio era un objetivo planteado por el FPL, pero los prejuicios racistas estaban arraigados en la lógica de dominación finquera y estaban dispuestos a militar por su conservación. En 1945, Arévalo plantea la supresión de los libretos de jornaleros, un instrumento de dominación de los terratenientes regulado por la Ley de Vagancia de la última dictadura y que consistía en una papeleta que “acredita de manera fehaciente” que su portador tiene un oficio u ocupa6 Tischler Visquerra, Sergio, ob. cit., p. 226. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 145 ción honesta. Los terratenientes de la ANAG se pronunciaron en contra de su derogación, la consideraban una ley beneficiosa para el desarrollo agrícola, que en absoluto podía ser tildada de esclavista como afirmaba el gobierno, ya que los jornaleros pueden “a su arbitrio escoger el lugar, patrón, clase de trabajo, clima, emolumento que desean a su completo albedrío y voluntad”. La conclusión a la que arribaban es que si no se aplicaba esta ley “la nación experimentaría una baja tan apreciable en la producción que se tendrían que tomar medidas drásticas que estarían en contra de los principios democráticos.”7 En materia educativa se desmilitarizaron los centros de educación y se inició la construcción de una red de escuelas públicas en los ejidos urbanos y fundamentalmente en los ámbitos rurales. Se fomentó la alfabetización de los adultos y se aprobó una Ley de Escalafón Magisterial. Se ampliaron las Facultades ya existentes, se crearon nuevas como la de Humanidades y Agronomía, y una nueva ley orgánica universitaria garantizando la autonomía y el cogobierno con participación estudiantil. En la misma línea reformista se creó la Universidad Popular, las escuelas nocturnas para obreros, las misiones culturales, etc. Guatemala se convirtió en sede de la Unión de Universidades Latinoamericanas. En materia de legislación laboral tanto la nueva Constitución de 1945 como el Código de Trabajo de 1947 atendieron a las demandas del derecho a la organización de los trabajadores, con el reconocimiento legal de los sindicatos, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, la limitación de la jornada de 8 horas y la fijación del salario mínimo. Se estableció el Seguro Social como institución estatal. Es interesante conocer la mirada que sobre la huelga en el régimen jurídico guatemalteco presentan el Ministro de Economía y Trabajo, Alfonso Bauer Paiz y el Inspector General de Trabajo, Julio Valladares Castillo en una ponencia enviada al Instituto de Derecho del Trabajo de la Universidad Nacional del Litoral en 1951. Los autores analizan cual es el lugar que el derecho de huelga y de lock-out ocupaban en el régimen legal guatemalteco, concluyendo que la naturaleza, extensión y alcances del ejercicio de tales derechos no están definidas en la Constitución ni en el Código de Trabajo, sino que es potestad de los legisladores. Doctrinariamente, consideran que la huelga es un hecho, antes que un derecho. “Es un efecto de la lucha de clases que impone a una de las partes la necesidad de recurrir a medios antijurídicos para hacerse 7 Citado por Tischler Visquerra, Sergio, ob. cit., p. 218. 146 GUSTAVO CARLOS GUEVARA justicia”.8 Desde esta óptica se ve a la huelga como un derecho, no porque en realidad lo sea, ya que se considera a la misma un hecho de naturaleza antijurídica, sino porque los parlamentos y gobiernos deben rendirse frente a la evidente imposibilidad de impedirlas. El Código de Trabajo deja establecido el carácter irrenunciable del derecho de los patronos al paro como el de los trabajadores a la huelga, pero al mismo tiempo introduce mecanismos restrictivos y condicionantes para su puesta en práctica. De la definición de huelga contenida en el artículo 239 se desprende que para que la misma sea considera legal la suspensión del trabajo debe ser temporal y acompañada por el abandono por parte de los huelguista del ámbito laboral. En consecuencia, las huelgas resueltas “por tiempo indeterminado” o las adoptadas con modalidades como de “brazos caídos”, permaneciendo en el interior de la empresa, caen automáticamente por definición en el terreno de la ilegalidad. También se exige que sea “acordada, ejecutada y mantenida pacíficamente” por un grupo de tres o más trabajadores. El único propósito admitido es “…mejorar o defender frente a su patrono los intereses económicos y sociales que sean propios de ellos (los trabajadores) y comunes a dicho grupo”. El reclamo de aumentos salariales, asistencia social o el reconocimiento de derechos gremiales están en el campo de lo admitido, pero se proscribe la huelga por solidaridad y la huelga que persigue fines políticos. Sin embargo, el Código de Trabajo introduce en su artículo 195 una muy importante excepción, habilitando la legalidad y justicia de la huelga general en dos casos: “a) Cuando se trate de vulnerar en cualquier forma el principio de alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República y b) Cuando se dé un golpe de Estado contra el Gobierno legalmente constituido.” Con respecto a las huelgas parciales, las mismas estaban taxativamente prohibidas para los trabajadores: 1) del Estado, 2) campesinos en tiempo de cosechas, salvo para las empresas que poseen una plantilla permanente igual o superior a quinientos trabajadores, 3) de servicios públicos en los que el Presidente de la República hubiera prohibido la huelga por decreto, 4) de empresas de transporte, mientras el vehículo esté en viaje y 5) del área salud, provisión de energía y agua, siempre y cuando “los trabajadores no proporcionaren el personal necesario para evitar que 8 Bauer Paiz, Alfonso y Valladares Castillo, Julio. “La huelga en el régimen jurídico guatemalteco” en AA.VV., La huelga. La acción gremial y sus aspectos jurídicos sociales en América y Europa, Instituto del Derecho del Trabajo, Santa Fe, 1951, p. 2. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 147 suspendan sus servicios sin causar un daño grave e inmediato a la salud y economía públicas.”9 Esto implica que un porcentaje elevado de la fuerza laboral estaba excluida de poder ejercer el derecho de huelga. La clasificación introducida por la legislación guatemalteca no se limita a señalar el carácter legal o ilegal de la huelga, sino que incorpora la figura de justa o injusta,10 inexistente en la mayoría de la legislación del trabajo a nivel mundial. Esto implica que cumplimentados los “aspectos formales” que se imponen para que la huelga sea reconocida como legal puede ser declarada justa o injusta en función de las razones que le asisten o no a los trabajadores en los reclamos planteados. Las exigencias de carácter pacífica de la medida, que defienda intereses comunes a un grupo, el haber agotado previamente el trámite de conciliación y que el número de huelguistas represente al menos las dos terceras partes de los trabajadores de la respectiva empresa constituye un claro acotamiento jurídico por parte del Estado para apelar a la huelga como herramienta de lucha de los trabajadores. Sin embargo conviene advertir que este nuevo andamiaje legal venía a reemplazar el impuesto por la dictadura del general Ubico. En 1932 su gobierno había iniciado una dura represión contra el movimiento obrero y un disciplinamiento de los sectores medios con la excusa de la existencia de una conspiración comunista. La represión recayó duramente sobre el pequeño núcleo comunista, pero también se extendió a las organizaciones obreras, alcanzando dimensiones impensadas. En un decreto de 1941 el gobierno argumentaba la necesidad de “…abolir del léxico legal el uso de vocablos con los que se trata de establecer diferencias de clases que realmente no existen ni deben existir entre el elemento laborante del país, sustituyéndolos por otros que, siendo de significación genérica más exacta, satisfagan mejor aquellos propósitos igualitarios.” Por lo tanto se decretaba: “En toda disposición legal vigente en que se hubiese usado el término `obrero´ u `obreros´ deberá entenderse sustituido por la voz genérica `empleado´ 9 10 Bauer Paiz, Alfonso y Valladares Castillo, Julio, ob. cit. , p. 19. En la Argentina esta fue una propuesta sostenida por el prebístero Federico Grote en una serie de notas sobre “La huelga” en la Revista Eclesiástica (año II) del Arzobispado de Buenos Aires en 1902. 148 GUSTAVO CARLOS GUEVARA o `empleados´. Para los trámites legales quedaba abolido el uso de la palabra “obrero” (por su evocación a la lucha de clases) en favor de “empleado” (por su connotación igualitaria –sic–). 11 Se puede afirmar entonces, que la nueva Constitución y el Código de Trabajo implican una renovación en materia legislativa con respecto al régimen liberal-oligárquico de Ubico. Decimos también, que el encuadramiento jurídico del ejercicio del derecho de huelga aparece recortado a ámbitos específicos de la vida económica y sometido a una serie de requisitos “formales” para su reconocimiento legal, y más aún para que se le declare “justo”. ¿Cómo explicar esta aparente paradoja de negación y admisión al mismo tiempo de la huelga general? El dato central lo provee la coyuntura revolucionaria de 1944 y el Decreto Nº 17 donde se afirma taxativamente la alternancia en el poder, la prohibición de la reelección y el derecho popular a la rebelión cuando eso no se cumpla. El origen de la aceptación jurídica del derecho de rebelión y de la huelga general en caso de alteración institucional, es consecuencia de la experiencia histórica de la lucha antidictatorial de 1944. Sin embargo este precepto legal se mostró ineficaz, diez años más tarde, para evitar el derrocamiento de Jacobo Árbenz y la suspensión de las normas legales que pretendían encausar pacífica y legalmente los conflictos colectivos, cumpliendo con el precepto constitucional que “El capital y el trabajo, como factores de la producción, deben ser protegidos por el Estado.”12 Resulta importante destacar que Arévalo no estuvo exento de planteos destituyentes, debiendo enfrentar numerosas conspiraciones. La más grave fue en 1949, cuando el Jefe de las Fuerzas Armadas, Francisco Javier Arana, en connivencia con los intereses ferro-bananeros, el clero y la derecha, se sublevó contra el gobierno. La fracción mayoritaria del ejército permanece leal al régimen constitucional y los sindicatos reciben armas para reforzar la lucha contra el alzamiento reaccionario. Si su política económica apuntaba a la modernización capitalista del país, la dinámica de insubordinación armada de los sectores más conservadores de la sociedad guatemalteca terminó por desplazar hacia la izquierda el eje político de la revolución. 11 12 Citado por Tischler Visquerra, Sergio, ob. cit., p. 165. Constitución de Guatemala, artículo 56, en Zamora, Antonio (comp.), Digesto Constitucional Americano, Claridad, Buenos Aires, 1958. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 149 EL GOBIERNO DE LA REVOLUCIÓN DE JACOBO ÁRBENZ En 1951 fue electo presidente constitucional de la República el teniente coronel Jacobo Árbenz, expresando su llegada al Ejecutivo Nacional una nueva correlación de fuerzas. El año anterior, veinticinco organizaciones campesinas habían dado origen la Confederación Nacional Campesina de Guatemala (CNCG) y en octubre de 1951 se funda la Confederación Nacional de Trabajadores de Guatemala (CNTG). A la actuación de ambas centrales se suma la existencia de una nueva organización política, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT, comunista). En su discurso de toma de posesión del 15 de marzo, Árbenz destacó el objetivo de producir la mayor cantidad posible de alimentos, ropas y demás bienes de consumo requeridos por la población, y que en una proporción importante eran adquiridos en el exterior. Señaló que para llevar adelante este proceso de sustitución de importaciones la Reforma Agraria adquiría capital importancia, ya que se “tendrá que liquidar los latifundios e introducir cambios fundamentales en los métodos primitivos de trabajo”. Pero el direccionamiento de los cambios que Árbenz aspiraba a imprimir al proceso, según sus propios términos, eran “incrementar el capitalismo industrial, comercial, bancario y agrícola”. El Censo Agropecuario de 1950 brinda datos actualizados de la estructura agraria. Apenas 516 grandes fincas concentraban 1.516.604 ha., representando el 40,8% de la superficie censada, mientras que 308.073 minifundios –microfincas y posesiones subfamiliares– explotaban 532.172 ha., apenas el 14,3% del total. La población trabajadora en el campo estaba representada por los mozos colonos, obreros agrícolas y los campesinos individuales, la mayoría de ellos carecían por completo de tierras o la escasísima que poseían resultaba insuficiente para cubrir las necesidades básicas. Por lo tanto el sector agropecuario se deslindaba en dos subsectores: uno dedicado a los productos de exportación fundamentalmente para Estados Unidos, como el café y el banano, en manos de los grandes terratenientes y compañías extranjeras, y otro volcado a atender las demandas de maíz, frijol, arroz, trigo, etc. para el consumo del mercado interno, originado en la producción indígena de pequeña escala y técnicas rudimentarias. La polarización social que se vivía en el campo quedaba condensada en la imagen contrapuesta de la United Fruit Company (UFCO), compañía 150 GUSTAVO CARLOS GUEVARA monopolista de capitales norteamericanos que además de constituirse como el mayor latifundista de Guatemala y controlar la producción y exportación del banano, tenía presencia accionaria en el sistema ferroviario, puertos, flota y medios de comunicación, frente a la masa trabajadora campesina indígena. Esta se había beneficiado con la abolición de las deudas decretada por Ubico, pero que, con la Ley de Vialidad y la Ley de Vagancia, también sancionadas por Ubico, se recompusieron sus lazos de sujeción y servidumbre. La situación comenzó a modificarse a partir del gobierno democrático de Arévalo y la sanción de la Constitución de 1945. El texto constitucional prohíbía la formación de nuevos latifundios o la ampliación de los ya existentes, al tiempo que contemplaba la expropiación por causa de interés público, con el correspondiente resarcimiento indemnizatorio, habilitando la intervención estatal para el desarrollo agrícola e industrial del país. También se legalizaron los sindicatos y se fijaba el salario mínimo, pero será Jacobo Árbenz quien impulse la aprobación de la Ley de Reforma Agraria en 1952. El Decreto 900 de Reforma Agraria de la Revolución de Octubre, establece taxativamente “liquidar la propiedad feudal en el campo y las relaciones de producción que la originan” para ser reemplazada por “la forma de explotación y métodos capitalistas” a los fines de ir preparando el camino para la industrialización del país. En virtud de su artículo 2°, quedaron suprimidas todas las formas de prestaciones personales gratuitas, es decir, “abolidas todas las formas de servidumbre y esclavitud.” El siguiente artículo fija como objetivos esenciales: a) Desarrollar el carácter capitalista de la agricultura, b) “Dotar de tierra a los campesinos, mozos colonos y trabajadores agrícolas que no la poseen, o que poseen muy poca”, c) Facilitar la inversión de capitales en el campo, d) Diversificar la producción y e) Acrecentar el crédito agrícola para “todos los campesinos y agricultores capitalistas en general”. Se habilitó entonces la nacionalización de las tierras cuya expropiación se ordene. El foco se colocó, fundamentalmente, en las haciendas “semifeudales” que acaparaban grandes extensiones de tierras mantenidas en forma improductiva, que debían pasar a integrar el patrimonio de la Nación, con excepción de las extensiones no mayores a 17 ha. La norma legal establecía que a los propietarios expropiados por causa de interés social se les pagaría una indemnización, mediante los Bonos de Reforma Agraria. Para promover la puesta en producción de las tierras SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 151 incluidas en el programa de reforma agraria el gobierno fundó el Banco Agrario Nacional. Igual de importante resultaba para romper con el poder terrateniente la aplicación del artículo 13, que declaraba población urbana los caseríos que contaran con más de 15 familias, aunque estén instalados en el “interior” del perímetro de las fincas rústicas. La reacción de los terratenientes frente a esta medida los condujo en algunos casos extremos a la incineración de las viviendas para evitar ser expropiados. Las comunidades indígenas con su organización tradicional fueron preservadas de ser afectadas. En los escasos 18 meses en que se llevó adelante la reforma agraria unas 600.000 ha. fueron redistribuidas entre 100.000 familias, lo que implicó que un 20% del total de la tierra cultivable pase a manos del 24% de la población. Sólo dos de los 22 Departamentos administrativos en que estaba divido el país, quedaron al margen de la Reforma Agraria. Los más afectados fueron aquellos como Escuintla o Izabal, donde estaban asentadas las compañías extranjeras. El momento más crítico del avance de la reforma agraria está asociado a la UFCO, que en marzo de 1953 es notificada de los acuerdos que el gobierne emite para expropiar parte de 23 de sus fincas improductivas. La redistribución de las tierras implicó una mejora en el nivel de ingresos de los campesinos y una ampliación del mercado interno. Este proceso fortaleció a la CNCG que con sus 200.000 trabajadores campesinos se convirtió en la organización sindical más grande del país. También la creación de los Comités Agrarios vino a reforzar una fuerza campesina emergente que desafiaba el poder tradicional terrateniente en los espacios locales. El avance de las fuerzas revolucionarios encontró en la organización de los trabajadores su base de apoyo, mientras que el campo reaccionario buscó articular un arco compuesto por los terratenientes y el imperialismo norteamericano –afectados directos por la reforma agraria– la Iglesia católica y los gobiernos dictatoriales vecinos. Estados Unidos promueve el aislamiento y condena de Guatemala en la X Conferencia Interamericana, reunida en Caracas en 1954. La Guerra Fría, recalentada por la Guerra de Corea en el plano internacional y el macartismo en el plano interno, sirvieron de marco para que la administración Eisenhower imponga como tema del orden del día la “Intervención del comunismo internacional en las Repúblicas Americanas”. El canciller de Guatemala, Guillermo Toriello, denunció ante el Consejo de 152 GUSTAVO CARLOS GUEVARA la Organización de Estados Americanos (OEA) el carácter injerencista de la propuesta del Secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles (él, al igual que su hermano Allen, jefe de la CIA, integraron la nómina de la UFCO). Sin embargo la Resolución 93 es aprobada con el voto negativo de Guatemala y las abstenciones de Argentina y México. La misma sostenía: “…el control de las instituciones políticas de cualquier Estado americano por el movimiento comunista internacional… constituirá una amenaza contra la soberanía e independencia política de los estados americanos, , pondrá en peligro la paz de América.”13 Desde la Secretaría de Propaganda y Difusión de la República de Guatemala se difundió un comunicado del gobierno en el que se da cuenta y detalla la existencia de una conspiración en marcha para la invasión del país, con el absurdo argumento de constituir una “cabecera de playa del comunismo internacional”, lo que de concretarse implicaría un retorno a la rancia política del big stick. Desde Honduras y bajo las órdenes del coronel Carlos Castillo Armas, con mercenarios equipados y entrenados por la CIA, se preparaba la invasión. El 18 de junio se inicia el bombardeo sobre la ciudad de Guatemala, Puerto Barrios y Puerto San José; y el 27 del mismo mes Jacobo Árbenz presentó su renuncia. Dulles justificó en declaraciones televisivas el apoyo norteamericano a Castillo Armas. Comienza denunciando que Guatemala “es el escenario de dramáticos acontecimientos que demuestran el maligno propósito del Kremlin de destruir el sistema interamericano”, aquel pequeño país, según su percepción se habría convertido en la base elegida por el comunismo “para multiplicar la subversión que podría extenderse a otras repúblicas americanas” y desafiar abiertamente la doctrina Monroe y la seguridad hemisférica. El comunismo –afirma– comenzó a instalarse “hace diez años cuando estalló allí una revolución” y actuando tras el disfraz de ‘reformadores’ organizaron bajo su dirección “a los obreros y campesinos”. Su poder devino omnímodo ya que “a través de la técnica del Frente Popular, mandaban al Congreso y al presidente.”14 El proyecto contrarrevolucionario que se impone reinició un ciclo de represión y violencia. Entre las primeras medidas adoptadas por el nuevo gobierno de Castillo Armas que cuenta con el reconocimiento también 13 14 Boersner, Demetrio. Relaciones internacionales de América Latina, Nueva Sociedad, Caracas, 1990, p. 244 Citado en Pla, Alberto (comp.). América Latina y Estados Unidos, CEAL, Buenos Aires, 1971, p.134. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 153 de la Iglesia católica, de dictadores centroamericanos como Somoza en Nicaragua, y por las propias fuerzas armadas, figura la derogación de la ley de reforma agraria y la devolución de tierras a los terratenientes que habían sido repartidas entre los campesinos. A la UFCO se le restituyó las tierras expropiadas y se le otorgaron nuevas concesiones. Las organizaciones de masas como sindicatos, ligas campesinas y partidos de izquierda fueron eliminadas. En su discurso de renuncia leído por cadena nacional de radio el 27 de junio de 1954 Jacobo Árbenz advertía: “Han tomado pretexto del comunismo. La verdad es muy otra. La verdad hay que buscarla en los intereses financieros de la compañía frutera y en los otros monopolios norteamericanos, que han invertido grandes capitales en América Latina, temiendo que el ejemplo de Guatemala se propague a los hermanos países latinoamericanos”15 En un documento del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT),16 publicado un año después de los acontecimientos de junio del 54, de manera autocrítica señala que: “Nuestro Partido abrigaba en el fondo la falsa concepción de que la clase obrera guatemalteca no le era posible conquistar todavía la dirección del movimiento revolucionario, porque era numéricamente muy débil y políticamente estaba muy atrasada.” La tesis que la pequeñez numérica de la clase obrera guatemalteca le asignaba un papel subordinado a la burguesía en el proceso revolucionario, se combinó con la expectativa de un consecuente “apoliticismo” del ejército. Así, el PGT se considera decidido partidario de armar a los obreros y campesinos pero al mismo tiempo señala que no planteó esta tarea clave “con toda la energía y la audacia que era necesaria, la planteó solamente a algunos aliados, y más tarde, frente a la inminente invasión extranjera, la planteó con retraso y con mucha debilidad ante las masas trabajadoras”. Por su parte, Juan José Arévalo17, describe los distintos puntos del plan de operaciones de Castillo Armas y destaca la manipulación que 15 16 17 Pla Alberto, ob. cit., p. 56. “La intervención norteamericana en Guatemala y el derrocamiento del régimen democrático”, Comisión Política del PGT, 1955, transcripto por Lowy, Michael. El marxismo en América Latina (de 1909 a nuestros días). Antología, Era, México, 1982, pp. 195 a 206 Arévalo, Juan José. Guatemala. La democracia y el imperio, Renacimiento, Buenos Aires, 1955, p. 168. 154 GUSTAVO CARLOS GUEVARA figura bajo la rúbrica “item 2”, allí se recomienda azuzar el fantasma de la formación de milicias civiles “comunistas” para realinear al ejército con los planes de la Embajada norteamericana. No es entonces en la paralización general de las actividades, en la huelga general, sino en la defensa armada del gobierno de Árbenz donde se colocó a posteriori el centro de gravedad de la polémica acerca de la posibilidad de evitar, o no, el triunfo de las fuerzas pronorteamericanas. Mil novecientos cincuenta y cuatro cierra el ciclo abierto diez años antes con la crisis orgánica del Estado liberal oligárquico. La Revolución de Octubre y los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz que encuentran en ella su filiación, produjeron cambios económicos, sociales, políticos y culturales trascendentes. Nada de ello hubiese sido posible sin la gestación de una fuerza social revolucionaria encabezada por la pequeña burguesía ilustrada pero sustentada también en una amplia alianza con trabajadores y sectores campesinos cuyo primer objetivo fue la ruptura con el orden del ubiquismo y el intento continuista del poncismo. La modernización capitalista y las políticas de democratización de la sociedad se colocaron en el centro de la agenda, en este contexto la reforma agraria aprobada en 1952 se convirtió en la piedra angular para el cumplimiento del programa de cambios asumidos. Esta confrontación objetiva con los grandes terratenientes y compañías extranjeras como la UFCO desembocó en la denuncia de Estados Unidos respecto que la URSS y el comunismo internacional “dirigen el programa de reforma agraria”. La iniciativa del Departamento de Estado y la complicidad de la mayoría de las cancillerías iberoamericanas, sumada a la traición del ejército profesional concluyen con el gobierno de Árbenz, con la implementación de la reforma agraria, con el ideario de la Revolución de Octubre, tres términos de una misma ecuación. Bibliografía Acuña Ortega, Victor Hugo (ed.). Historia general de Centroamérica. Las repúblicas agroexportadoras (1870-1945), Tomo IV, Flacso, Madrid, 1993. Areces, Nidia. Campesinado y Reforma Agraria en América Latina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972. Arévalo, Juan José. Guatemala. La democracia y el imperio, Renacimiento, Buenos Aires, 1955. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 155 Balcárcel, José Luis. “El movimiento obrero en Guatemala” en Gonzalez Casanova, Pablo (coord.), Historia del movimiento obrero en América Latina, Siglo XXI, México, 1985. Barrientos Barres, Salomón. El olvido de los gobernados. 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Torres Rivas, Edelberto. “La caida de Arbenz y los contratiempos de la revolución burguesa” en Revista Historia y Sociedad, N° 15, México, 1977. CAPÍTULO 7 CHILE. ASCENSO Y CAÍDA DE LA UNIDAD POPULAR María Marta Aversa (UBA) El 4 de septiembre de 1970 se llevó a cabo la elección que arrojó como resultado el triunfo de Salvador Allende, de la Unidad Popular, con 1.075.616 sufragios (el 36,3%). El segundo lugar fue para Jorge Alessandri, del Partido Nacional, con 1.036.278 votos (el 34,6%), y el tercer puesto para Radomiro Tomic, del Partido Demócrata Cristiano, con 824.849 votos (el 27,8%). Justamente este panorama electoral era presentado como símbolo de la madurez de la democracia chilena, que daba lugar a las minorías políticas. De hecho, debido al sistema de representación proporcional utilizado para las elecciones era imposible que un presidente tuviera una mayoría en ambas Cámaras del Congreso. Entonces la competencia por la Presidencia era sumamente intensa, y salvo los resultados obtenidos por la Democracia Cristiana de 42,3 en 1965 y el 35,6 % en 1967 ningún partido podía conseguir más del 30 % de los votos del electorado chileno. El procedimiento para proclamar finalmente al presidente correspondía al Congreso Pleno que realizaba su votación en sesión pública cincuenta días después de la primera votación. En este marco, la práctica habitual consistió en respetar al primer candidato elegido por los ciudadanos, por lo cual más allá del escaso margen del triunfo y del enrarecido clima engendrado por los sectores dominantes, todo indicaba que 158 MARÍA MARTA AVERSA iba a ser proclamado en Chile un presidente marxista y revolucionario respaldado por una Unidad Popular que desafiaba a la izquierda latinoamericana y europea con el lanzamiento de una vía alternativa revolucionaria, es decir la vía pacífica al socialismo. LA VÍA CHILENA AL SOCIALISMO El concepto vía chilena al socialismo refiere al proyecto político de la Unidad Popular de construir el socialismo dentro de los marcos institucionales de la democracia. Su definición y sentidos se fueron moldeando en los propios discursos de Salvador Allende y en los debates de la izquierda chilena durante el contexto de los años 1960, así como también se procesaron las críticas y limitaciones del modelo a partir del golpe militar instaurado en 1973. La posibilidad de realizar una ruptura sin utilizar la vía armada, en un momento de plena vigencia de la estrategia guevarista, mostraba ciertos elementos de excentricidad pero fue respaldada por teóricos precedentes, y especialmente era justificada por las condiciones históricas de la estructura política y económica chilena que viabilizaban la concreción del proyecto, al menos desde las percepciones de los distintos actores de la época. Según Tomás Moulián, el planteo de un paso del capitalismo al socialismo por la vía pacífica fue abordado en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956. A pesar de dicha referencia y de su debate entre los comunistas chilenos, la temática tuvo mayor impacto en la década del sesenta, cuando se convierte en característica central de la política comunista y de las polémicas con los socialistas y con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).1 En 1961 Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista, escribió el primero de sus textos sobre esta estrategia denominado Acerca de la vía pacífica, en el cual traza el linaje marxista del concepto en las ideas de Marx y Lenin. Entre 1960 y 1964 los Partidos Comunista y Socialista, a través de sus dirigentes, confrontaron sus apreciaciones políticas en torno de la viabilidad de la vía pacífica. 1 Moulián, Tomás. “La vía chilena al socialismo: Itinerario de la crisis de los discursos estratégicos de la Unidad Popular”, en Pinto Vallejos, Julio (comp.), Cuando Hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, LOM, Santiago, 2005, pp. 35-50. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 159 El triunfo de la Revolución Cubana junto a la maduración de sus ideas sirvió de marco para una creciente objeción de los socialistas a las posibilidades electorales y la vía pacífica. La derrota electoral de Salvador Allende en 1964 “en un momento en que las condiciones estructurales aparecían favorables por el fracaso del experimento liberal de Alessandri, produjo un cuestionamiento de las posibilidades de llegar al poder mediante procedimientos electorales.”2 A fines de noviembre de 1967 se llevó a cabo el Congreso de Chillán, donde se produjo el giro determinante a la izquierda del Partido Socialista con la propuesta de toma del poder y con el reconocimiento de la violencia revolucionaria, como medio para la destrucción del aparato represivo y militar del Estado burgués.3 Pese a las disputas en torno a las estrategias de construcción del socialismo, en 1970 la Unidad Popular alcanzaba el triunfo y reinstalaba significativamente la temática de la vía pacífica y de los condicionamientos peculiares de la democracia chilena para su plena vigencia y aplicación. Joán Garcés, asesor personal del presidente Allende, ha indagado acerca de la capacidad revolucionaria de la vía política e institucional, definida como “un poder civil a cargo de una de las ramas del Estado, el Ejecutivo, enmarcado en un régimen legal democrático.”4 Pero dicha estrategia, según este autor, requería de ciertas condiciones históricas; debía ser implementada en una sociedad políticamente desarrollada, heredera de una revolución liberal, con prácticas e instituciones democráticas arraigadas y una estructura económica ligada al capitalismo industrial. Esta concepción volvía a instalar la idea del paso al socialismo como resultado de la madurez de la sociedad capitalista: “Tal como había sido concebido en los núcleos dominantes de la Segunda Internacional y está presente en amplias zonas teóricas y políticas de la obra de Marx y Engels, apartándose claramente de la tradición insurreccional leninista y de los modelos de ‘lucha popular prolongada’ en sus muy diversas variantes, particularmente de las luchas anticoloniales y 2 3 4 Moulián, Tomás, ob. cit., p. 48. Moulián, Tomás, ob. cit., p. 49. Crespo, Horacio. “La vía chilena al socialismo en el contexto de la izquierda latinoamericana”, en Zapata, Francisco (comp.), Frágiles suturas. Chile a treinta años del gobierno de Salvador Allende, El Colegio de México, México, 2006, pp. 71-116. 160 MARÍA MARTA AVERSA de liberación nacional que constituían la ortodoxia de la tradición que se autodenominaba ‘revolucionaria’”.5 Desde esta perspectiva, los intelectuales comprometidos con el proyecto de la Unidad Popular, entre ellos Joán Garcés, ponían todo su empeño en demostrar la especificidad histórica chilena, que hacía posible la consolidación del socialismo por la vía político-institucional. El imaginario de un sistema pluralista y diversificado desde mediados de 1930 que permitía la expresión de los ciudadanos a través de los partidos políticos y de un fuerte movimiento obrero centralizado en la Central Única de Trabajadores (CUT) circulaba entre los diferentes sectores sociales. Pero a partir de las violentas reacciones de los sectores dominantes, amparados y financiados desde Estados Unidos, que fueron marcando los pasos del trágico final del golpe de las Fuerzas Armadas el 11 de septiembre de 1973, se fueron replanteando las limitaciones teóricas y los errores tácticos de una revolución por la vía pacífica, al tiempo que se comenzaba a cuestionar, también, el grado de representatividad del sistema político chileno, el cual sufría a fines de los años sesenta, y con mayor fuerza en el período de la Unidad Popular signos de agotamiento.6 Para las clases trabajadoras la representación sindical se encontraba bastante limitada, según la investigación de Jaime Osorio para fines de los años 1960: sólo alrededor del 13% de los trabajadores estaba afiliado a alguna organización sindical, al contar con 25 o más afiliados por industria, quedando en contraparte más del 85% impedido de afiliarse. Gran parte del proletariado contratado en medianas y pequeñas industrias no contaba con la posibilidad de organizarse sindicalmente, teniendo sólo el canal de representación política entre los variados partidos según las coyunturas electorales.7 Para los campesinos las experiencias de organización sindical comenzaron a darse tardíamente en 1960, abarcando a un porcentaje muy 5 6 7 Crespo, Horacio, ob. cit., p. 90. La idea de agotamiento o crisis del sistema apareció en las primeras lecturas críticas producidas desde 1973, como las de Mauro Marini, y continuó desarrollándose en las investigaciones abiertas por la democracia. Ver Osorio, Jaime. “El sistema político chileno 1932-1973: Representación limitada y razones estructurales de su fractura” en Francisco Zapata (comp.), ob. cit., pp. 259-282. Osorio, Jaime, ob. cit., p. 260. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 161 bajo de su población. Este despertar de los pueblos rurales ha sido asociado al proceso de activación política sostenido por el Partido Demócrata Cristiano durante la presidencia de Eduardo Frei (1964 a 1970), a través del proceso de Reforma Agraria. A partir de esta situación, Osorio observa que el sistema electoral permitía una sobre-representación de la oligarquía y de las franjas pequeño-burguesas, “sea de la mano del Partido Radical en una primera etapa, complementándose con el Partido Liberal posteriormente, y del Partido Demócrata Cristiano en los años sesenta, en medio de organizaciones políticas que alcanzaron una base social pluriclasista.”8 La legitimidad de discursos y prácticas asentadas en una elevada capacidad de representación comenzó a derrumbarse en los años sesenta al compás de los cambios sociales y económicos, que agudizaron las demandas de viejos y nuevos sectores populares. En este contexto, se desató un proceso creciente de autonomía política de estos sectores frente a los proyectos políticos tradicionales, y por ende una radicalización de sus reclamos y posturas, que terminará de cristalizar en la emergencia de fuerzas como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) y posteriormente la Izquierda Cristiana (IC), éstas dos últimas adscriptas a la Unidad Popular.9 El ascenso al poder lejos de mitigar las diferencias entre las agrupa- ciones terminó generando un proceso de experimentación y aplicación de los puntos centrales del programa acompañados de disputas y controversias sobre esta vía singular de construcción del socialismo por medio de una revolución pacífica contenida en las instancias democráticas tradicionales. EL PROGRAMA DE GOBIERNO DE LA UNIDAD POPULAR Los días transcurridos entre los comicios electorales y la proclamación en el Congreso del cargo presidencial para Salvador Allende estuvieron caracterizados por el aumento de la violencia y de las conspiraciones de los grupos conservadores, que junto a sectores de las Fuerzas 8 9 Osorio, Jaime, ob. cit., p. 261. Para una mayor profundización del sistema político chileno frente a los cambios de la dinámica capitalista industrial y las transformaciones sociales ver el artículo de Jaime Osorio. 162 MARÍA MARTA AVERSA Armadas sembraron un clima de gran tensión y polarización política, que con el paso de los días fue ganando adeptos entre las clases medias y los gremios profesionales y de empleados no manuales. Por otro lado, el gobierno de Estados Unidos presidido por Richard Nixon, y sus organismos de inteligencia, desde un primer momento trataron de evitar el ascenso del presidente de la Unidad Popular.10 El informe del Comité Church del Senado estadounidense reveló las medidas propiciadas para interrumpir esa experiencia socialista del gobierno. Por un lado reflejó las instrucciones dadas a la CIA para organizar un golpe militar a fin de impedir el acceso al poder de Salvador Allende; por otra parte difundieron las notas escritas de Richard Helm, director de la CIA, en una reunión que tuvo con Nixon y con Henry Kissinger, director del Consejo Nacional de Seguridad, donde se presentó la estrategia de llevar a cabo la desestabilización económica, “hacer que la economía de Chile grite.”11 El jefe del Estado Mayor del Ejército, René Schneider, seguidor de los principios constitucionalistas, trató de obstaculizar las conspiraciones golpistas, generándose, entonces, dos intentos fallidos de secuestrarlo por parte de grupos extremistas de derecha asociados al Partido Nacional, quienes finalmente lo asesinaron el 22 de octubre de 1970 haciendo cargo y culpando del hecho a los sectores más radicalizados de la izquierda chilena. Frente a este acontecimiento, el 24 de octubre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular votaron por Salvador Allende, con la exigencia de aceptar una serie de condiciones sin precedentes en la historia política.12 El 3 de noviembre cuando Salvador Allende asumió la presidencia controlaba sólo el Poder Ejecutivo, de hecho durante los mil días de gobierno la transformación proyectada por la Unidad Popular chocó contra la oposición del Congreso y con el rechazo de la Corte Suprema de Justicia a muchas de las reformas. 10 11 12 Un primer intento del Partido Nacional de Alessandri propuso un acuerdo con la Democracia Cristiana para votar en el Congreso por Alessandri, quien renunciaría a la presidencia para celebrar nuevas elecciones en las cuales su partido apoyaría a Frei. Cockcroft, James. América Latina y Estados Unidos. Historia y política país por país, Siglo XXI, Buenos Aires, 1996, p. 619. La Democracia Cristiana le dio los votos a Salvador Allende con la demanda de que sea aprobada una reforma constitucional que garantizaba que el nuevo gobierno no interferiría en la libertad de expresión, la educación y el culto. Prohibieron a Allende manejar las fuerzas de seguridad del país poniendo límites a la autoridad presidencial tradicional para designar los oficiales al mando de las mismas, además debía conservar en sus empleos a los funcionarios estatales de la administración anterior. Crockroft, James, ob. cit., p. 619. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 163 A lo largo del primer año, se nacionalizaron (con indemnización) los servicios públicos, los bancos y varias industrias básicas, empezan- do por las compañías de cobre estadounidenses, nacionalizadas con el apoyo de la oposición antes de julio de 1971.13 Estos cambios, tal como había sido definida la vía chilena al socialismo, tenían que lograrse a partir de leyes o medidas aceptadas y ratificadas por el Poder Legislativo. En un clima político polarizado y desestabilizado por las clases dominantes, el fuerte apego del presidente y de los dirigentes de la Unidad Popular a los marcos institucionales fue cuestionado en la época por los grupos de izquierda más radicalizados como el MIR, y más tarde, con el impacto del terrorismo de estado, motivó relecturas desde la militancia. En ese primer año, Salvador Allende, a la par de la gestión política continuaba tratando de exponer la singularidad de la transición al socialismo en Chile, el cual sería afianzado y consolidado a partir del uso de las instancias democráticas a favor de las clases populares; he aquí la particularidad de esta experiencia: aquellas instituciones burguesas que beneficiaron al capital extranjero y a los poderosos, en manos de un gobierno revolucionario iban a ser puestas al servicio del desarrollo económico y del bienestar del pueblo. En un discurso dado en el Congreso durante la sesión plenaria del 21 de mayo de 1971, el presidente enunciaba los medios y fines de la vía chilena: “Nuestra tarea es definir y poner en práctica como la vía chilena al socialismo, un nuevo modelo de Estado, de economía y de sociedad, centrado en el hombre, sus necesidades y sus aspiraciones (…) No existen experiencias anteriores que podamos usar como modelo, tenemos que desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización social, política y 13 Uno de los logros más duraderos e importantes del gobierno fue la nacionalización de las grandes minas del cobre. La decisión de traspasar estos activos a la nación hizo necesario enmendar la Constitución, lo cual fue posible con el apoyo de todos los partidos en el Congreso. El procedimiento consistió en una compensación de las compañías según el valor de sus activos en los libros, pero les advirtió que serían sancionadas por obtener beneficios excesivos en el pasado. Luego de atravesar complicadas disputas jurídicas, el gobierno decidió que la cantidad que debían varias compañías sobrepasaba los valores según sus libros. Se ofreció pagar en el caso de ciertas minas, pero las compañías se opusieron ferozmente a la nacionalización y ello creó dificultades para el comercio internacional de Chile. Bethell, Leslie (ed.). Historia de América Latina. El cono sur desde 1930, Crítica, Barcelona, 2002, p. 283. 164 MARÍA MARTA AVERSA económica, tanto para la ruptura con el subdesarrollo como para la creación socialista”.14 Las instancias parlamentarias, del Ejecutivo y la soberanía popular expresada en consultas plebiscitarias eran consideradas soportes legales del poder que se intentaba construir en Chile. Pocas veces en la historia, afirmaba Salvador Allende, se le presentó “al Parlamento de cualquier nación un reto de tal magnitud”. El desafío planteaba el trastrocamiento de la democracia burguesa y de las relaciones capitalistas a partir de las leyes, de las instituciones existentes y de las organizaciones políticas y sindicales, en donde debían canalizar su participación los ciudadanos. En cuanto a las tareas necesarias para afianzar el cambio de la estructura económica, fueron definidas por su esencia y objetivos antiimperialistas y antioligárquicas con la perspectiva del socialismo.15 El sector público debía orientar la transformación socialista y funcionar como conductor del consecuente proceso de crecimiento. En esta perspectiva, estas metas del Estado pensaban ser desarrolladas a través del Área de Propiedad Social (APS), conformada por las empresas del Estado y las que serían expropiadas en lo sucesivo, dentro de las cuales la Unidad Popular priorizaba aquellas que condicionaban el desarrollo económico y social del país. Estas eran: 1) la gran minería del cobre, salitre, yodo, hierro y carbón mineral, 2) el sistema financiero, especialmente la banca privada y seguros, 3) el comercio exterior, 4) las grandes empresas y monopolios de distribución, 5) los monopolios industriales estratégicos, 6) aquellas actividades que condicionaban el desarrollo económico y social del país, tales como la producción y distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario, aéreo y marítimo; las comunicaciones: la producción, refinación y distribución del petróleo y sus derivados, incluyendo el gas licuado; la siderurgia; el cemento; la petroquímica pesada; la celulosa y el papel. El cumplimiento de este programa pretendía quebrantar los soportes económicos del bloque dominante, afectando principalmente a las inversiones extranjeras localizadas en el sector primario-exportador, a los grupos de la burguesía industrial monopólica y de la burguesía financiera-comercial, y por último a los grandes terratenientes agrarios.16 14 15 16 Allende, Salvador. La vía chilena al socialismo. Disponible en http://www.alianzabolivariana.org Valenzuela Feijóo, José C. “El gobierno de Allende: aspectos económicos” en Zapata, Francisco, ob. cit, p. 289. Valenzuela Feijóo, José C, ob. cit, pp. 289-290. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 165 Su aplicación despertó la oposición en el Congreso de la derecha y de la Democracia Cristiana, obligando al gobierno a recurrir a las instancias de la Justicia. El proyecto de incorporación de empresas al área estatal también generó problemas con las prácticas sostenidas por los propios trabajadores, quienes fueron más allá de los objetivos planteados por la Unidad Popular. Uno de los principales problemas devino de la absorción de muchas más empresas de las previstas en el programa inicial, las cuales, además, no se encontraban ubicadas en las áreas productivas calificadas como estratégicas o funcionales al modelo de desarrollo económico. En 1973 las empresas manufactureras del Área de Producción Social representaban más del 40% de la producción industrial total y proporcionaban empleo al 30% de los trabajadores industriales. Por otra parte, el sector estatal representaba el 93% del crédito bancario total, el 90% de la producción minera y el 28% de la distribución de alimentos.17 La administración de estas empresas debía ser gestionada conjuntamente por representantes de la dirección y de los obreros, con el propósito de generar un incremento en la acumulación de capital. Pero las acciones autónomas de los trabajadores movilizados por sus necesidades no siempre marcharon al compás de los objetivos del gobierno. Un claro ejemplo fue la apropiación obrera de la importante planta textil de Yarur en abril de 1971, poniendo en evidencia que el proceso de nacionalización se encontraba guiado por las demandas de las clases trabajadoras en lugar de criterios económicos y productivos.18 Otras medidas lanzadas fueron el aumento salarial de los trabajadores y el programa de redistribución de tierras que empezó roturando los fundos de los grandes terratenientes. Con el fin de mejorar las condiciones de los sectores populares se instauraron controles de precios, se creó un sistema de redes de distribución por medio de diversos organismos, entre ellos unos comités locales de seguimiento sobre la oferta y los precios (Juntas de Abastecimiento y Precios) y se puso en marcha la distribución de leche gratuita a los niños de las escuelas. Durante el año 1971, la Reforma Agraria se fue profundizando por las experiencias de tomas de las poblaciones rurales, aunque el gobierno debía actuar dentro 17 18 Bethell, Leslie, ob. cit, p. 285. Muchas de las empresas absorbidas eran pequeñas o medianas y a menudo tenían lugar en contra de los deseos de Allende. Además, los trabajadores del Área empezaron a exigir beneficios especiales, tales como descuentos en los productos agrícolas e incrementos salariales muy por encima de la tasa de inflación. 166 MARÍA MARTA AVERSA de los límites de la ley aprobada por el gobierno anterior. A pesar de esto, en el transcurso del primer año se expropiaron casi tantas granjas como durante todo el período presidencial de Frei. Para finales de ese año, todo el sector financiero se encontraba bajo la órbita del Estado por medio de su traspaso al Área de Propiedad Social. El año culminaba con el extendido recorrido de Fidel Castro por el país en los meses de noviembre y diciembre, generando un gran entusiasmo entre las agrupaciones de la izquierda, y fuertes críticas de la derecha por su presencia en el país y por el reconocimiento y acompañamiento que Salvador Allende y su gobierno demostraba hacia el líder cubano. En términos de la evolución económica se pueden distinguir dos fases. La primera se extiende hasta el primer semestre de 1972, cuando los ministros Pedro Vuskovic de Economía y Américo Zorrilla de Hacienda fueron relevados. La estrategia de Vuskovic de expansión de los ingresos salariales y de una distribución de la renta tuvo como resultado una elevada tasa de crecimiento. Pero más allá de esto, el escenario político seguía complicándose y finalizando el primer año en el poder se hicieron notar las limitaciones del modelo, agravadas por el “bloqueo invisible” patrocinado por Estados Unidos.19 Las reservas internacionales de Chile disminuyeron en tres cuartas partes en 1971, en noviembre el gobierno anunciaba la suspensión del servicio de la deuda, y en diciembre devaluaba la moneda, elevándose a partir de entonces los niveles de inflación que poco a poco fueron desgastando los beneficios logrados por las clases trabajadoras. En el año 1972 se fueron acelerando las demandas sociales de campesinos y obreros al tiempo que los sectores conservadores aumentaban sus protestas para enardecer el clima político. Para esta época, el Estado se había hecho cargo de más del 60 % de la tierra de regadío para distribuirla; en el sector industrial continuaron las expropiaciones y tomas espontáneas de los trabajadores, aún en fábricas pequeñas no contempladas por el plan del gobierno. Frente a estas tendencias, las clases dominantes optaron por desinvertir y descapitalizar la producción. 19 El bloqueo se puso en marcha en 1971 limitando los préstamos y créditos hacia el país. En ese año el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) negó una ayuda de emergencia para las víctimas de un terremoto. En 1972 la compañía Kennecott Copper empezó a embargar cobre chileno. En los primeros meses de 1973 el presidente Nixon propuso que el Congreso norteamericano aprobara la liberación de las reservas de cobre de Estados Unidos, generando la caída del precio internacional del cobre. Cockcfrott, James, ob. cit., p. 621. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 167 En junio de 1972 se decidió el cambio del ministro de Economía. Vuscovic fue sustituido por Carlos Matus, un socialista cercano a Allende, y Orlando Millas del Partido Comunista comenzó a desempeñar el cargo de ministro de Hacienda. Pese a los intentos de revertir los problemas económicos, la oposición financiada por la CIA reforzaba sus planes de desestabilización y sabotajes a la producción, tales como las llamadas huelgas de los patrones. Orlando Millas en colaboración con los militares llevó a cabo el plan Prats-Millas, el cual preveía la restitución de 123 empresas ocupadas o requisadas, y la reducción a 49 de aquellas integradas al Área de Propiedad Social.20 En relación a las medidas presentadas se ha caracterizado a la primera etapa como una fase de expansión impulsada por la demanda, especialmente por el lado del consumo, en tanto la segunda, que cubre la mitad de 1972 y termina con el golpe, ha sido denominada fase conservadora, de agudización de los desequilibrios y de semiestancamiento.21 EL ÚLTIMO AÑO DE GOBIERNO: CONTRAOFENSIVA DE LAS CLASES DOMINANTES Y EMERGENCIA DEL PODER POPULAR En el período que se extiende entre octubre de 1972 y junio de 1973 la ofensiva de los sectores conservadores, de los gremios, de las clases medias y de miembros de las Fuerzas Armadas fue lanzada con la plena intención de terminar con la gestión de la Unidad Popular. En esos momentos de escasez de productos básicos, de escaladas inflacionarias y de caída de la producción, los sectores populares chilenos procedentes de las poblaciones urbanas y de las comunidades campesinas pusieron en escena toda su capacidad de organización y acción colectiva en defensa de sus intereses y del gobierno por ellos elegido y respaldado en las elecciones municipales de abril de 1971 y en las legislativas de marzo de 1973.22 20 21 22 Gaudichaud, Franck. Poder Popular y cordones industriales. Testimonios sobre el movimiento popular urbano 1970-1973, LOM, Santiago, 2004, p. 44. Para mayor precisión ver: Valenzuela Feijóo, José C, ob. cit, p. 293. En las de 1971 la Unidad Popular alcanzó el 48,6% y la oposición el 48,2%. En 1973 la Unidad Popular obtuvo 44,2% frente al 54,2% de la oposición (28,5 de la Democracia Cristiana y 21,1 del Partido Nacional). 168 MARÍA MARTA AVERSA Esta participación popular con dinámica propia avanzaba a su propio ritmo, el de las demandas históricas de los sectores más vulnerados y marginados de las instituciones democráticas, haciendo cobrar, nuevamente, significación a la cuestión de los medios para lograr el socialismo. Las experiencias de luchas del poder popular renovaban las tradicionales controversias entre comunistas y socialistas. La expresión poder popular fue utilizada para describir la movilización de numerosas organizaciones, Comandos Comunales, Comandos Campesinos, Cordones Industriales, que surgieron en el momento del sabotaje de 1972 para defender a sus comunidades, garantizar el mantenimiento de la producción y el suministro de bienes en sus territorios. Los actuales análisis históricos han marcado tres etapas: la primera comprende desde la elección de Allende hasta la huelga patronal de 1972, en esas instancias se planteaba la participación popular según los parámetros oficialistas, bajo control estatal, a pesar de lo cual se manifestaron acciones que friccionaban la relación con el gobierno (ocupaciones de fábricas, Asamblea de Concepción, nacimiento del Cordón Industrial Cerrillos).23 La segunda se dio desde la huelga hasta el golpe fallido de junio de 1973, en ella la aparición de organizaciones independientes del gobierno, como los Cordones Industriales y los Comandos Comunales alcanzaron sus máximos niveles de expresión. En el mes de octubre de 1972, unas 100.000 personas formaban parte de los cordones de Santiago, y en 1973 en un solo día lograron hacerse cargo de 250 fábricas. El debate sobre el poder popular se reinstaló promoviendo un acercamiento y reconocimiento de su fuerza por parte del gobierno. La tercera abarca los últimos meses, desde junio hasta el bombardeo de la Casa de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, las respuestas de las organizaciones populares frente a la crisis terminaron de convencer a los sectores dominantes de profundizar la ofensiva con el derrocamiento de la Unidad Popular y la represión sobre las diversas experiencias de organización horizontal y territorial de las clases bajas. En este sentido, la creatividad de estas organizaciones se intensificaba a medida que la derecha, los gremios de camioneros, de profesionales y los militares desplegaban sus planes golpistas. Según investigaciones recientes, el término poder popular no poseía gran trayectoria histórica en Chile, pero fue empleado “masivamente 23 Gaudichaud, Franck, ob. cit. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 169 por los militantes de izquierda para designar la autoorganización y las capacidades de control de las masas sobre la gestión de la sociedad”.24 El mismo programa de la Unidad Popular refería de manera vaga e imprecisa dicha expresión. En este sentido, el poder del pueblo estaba asociado a las tareas políticas y económicas de la transformación socialista, ya que eran sus acciones las que aseguraban el respaldo y el cumplimiento de dichas metas. En tanto, su ejercicio tendría que ser canalizado por los Comités de la Unidad Popular y las instancias democráticas clásicas de participación, tales como los sindicatos. Los Comités surgieron con el fin de organizar las fuerzas populares, de los barrios y fábricas, durante la campaña electoral, sin tener mayor trascendencia luego del triunfo y ascenso de la Unidad Popular.25 El otro canal de participación contemplado desde el gobierno eran los espacios de representación de los trabajadores de las empresas nacionalizadas, los cuales debían integrarse a la única gran confederación sindical chilena (la CUT). La idea de una madurez democrática que permitía contener los reclamos populares a través de las instituciones existentes, como hemos indicado, tuvo gran predicamento entre los militantes de la Unidad Popular. Pero gran parte de los sectores populares de las ciudades y de las zonas rurales se encontraban al margen de la organización partidaria y sindical, siendo muchos de ellos movilizados desde los años ‘60 por grupos radicalizados de la izquierda y del movimiento cristiano. Si bien los incrementos salariales junto a las medidas tomadas inicialmente generaron importantes beneficios entre las clases bajas, el proyecto de nacionalización del gobierno fue dirigido en una primera etapa a sólo un 10 % aproximadamente de los trabajadores industriales (55.800 personas), y a menos de un 1 % de las 35.000 empresas chilenas.26 Así la gran mayoría de los trabajadores de pequeñas o medianas empre- sas, consideradas no estratégicas, o de empleos ocasionales e informales quedaban al margen de esos canales institucionales proyectados por la dirigencia. Mientras tanto, el clima político enardecía y las ofensivas de la derecha y de los gremios de profesionales colaboraron en la potenciación de 24 25 26 Gaudichaud, Franck, ob. cit., p.28. La investigación de Gaudichaud menciona la existencia de 15.000 Comités, los cuales desaparecieron con posterioridad inmediata a la victoria electoral de 1970. Gaudichaud, Franck, ob. cit, p. 29. Gaudichaud, Franck, ob. cit., p. 30. 170 MARÍA MARTA AVERSA las formas de organización, solidaridad y lucha de esos grandes sectores de pobres excluidos de las instancias partidarias y sindicales. En tiempos de confrontaciones y de grandes movilizaciones, entre octubre de 1972 y 1973, trabajadores y pobladores lograron articular sus demandas económicas y políticas en formas propias y autónomas de lucha. El poder popular emergente en los Cordones Industriales y en los Comandos Comunales reflejaba el avance del pueblo frente al boicot generalizado de los poderosos por medio de prácticas y espacios alternativos a los que se había proyectado desde el gobierno. En este contexto, caracterizado como el “octubre chileno”, la alianza opositora a Salvador Allende y su programa avanzaba en su ofensiva desestabilizadora: los propietarios de camiones se fueron agrupando junto a otras organizaciones patronales, las de la producción, el comercio, los profesionales independientes y los partidos de derecha confluyendo en la Confederación Democrática (CODE), con amplio respaldo de los Estados Unidos. Con el mandato de respetar y apoyarse en el marco legal vigente, el gobierno estableció la convocatoria de los militares para controlar la situación y decretó el estado de emergencia. Por su lado, la CUT lanzaba el llamado a los trabajadores para proteger y vigilar las fábricas y talleres frente a la medida de fuerza de los patrones. Al margen de estas instancias, la respuesta de mayor originalidad surgía de ese movimiento social que logró articular las áreas fabriles con las barriadas pobres a partir de esas novedosas instancias de organización asentadas sobre una base de poder e identidad territorial. Los Cordones Industriales llegaron a mantener parcialmente la producción de las fábricas sin la presencia de los patrones y con la ayuda de pocos técnicos seguidores de la propuesta política de la Unidad Popular. Por otro lado, trabajadores y vecinos organizaron formas paralelas de abastecimiento, que contaron con el apoyo de las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP). Según Gaudichaud este momento crucial de movilización social “reveló la debilidad del gobierno ante los retos impuestos por las clases dominantes, y también la fragilidad de acción de organizaciones tan importantes como la CUT en esta coyuntura.” 27 Sin entrar en una controversia con esta visión, el salto dado por las clases 27 La CUT reaccionó tardíamente votando una resolución que llamaba al esfuerzo de la unidad y a la creación de comités coordinadores. Este llamado se emitió el 21 de octubre cuando en los hechos existían en las bases tal unidad y tales comités. Gaudichaud, Franck, ob. cit, p. 35. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 171 populares de un nivel participativo a una etapa de creación de poder con organizaciones que lograban mantener la producción y controlar la distribución por mecanismos alternativos a la lógica capitalista, desbordaron las lecturas de la dirigencia política y sindical de la época, pero por sobre todo visibilizaron y agudizaron las limitaciones estructurales de la democracia chilena, y de sus supuestos pluralistas. El propósito de este recorrido no pretende valorar las decisiones del gobierno ni las distintas visiones de los partidos integrantes de la Unidad Popular, por el contrario se intenta reconstruir, o al menos delinear, las tensiones generadas dentro del heterogéneo espacio de la izquierda frente a esas novedosas experiencias de las clases trabajadoras. Al margen de la alianza gobernante, el MIR reivindicó la formación de estas organizaciones populares, y se integró a sus luchas. Para sus militantes, los Comandos Comunales fueron considerados como “órganos embrionarios de un poder alternativo”, siendo un terreno propicio para involucrarse en la organización de los pobres de la ciudad asentados en tierras tomadas, las cuales con trabajos colectivos y demandas a la administración estatal se fueron transformando de campamentos provisorios a poblaciones.28 En la Nueva Habana el MIR tuvo un rol significativo en la formación del asentamiento y en la concientización de sus habitantes. De hecho, esta barriada ha tenido un gran reconocimiento por el grado de poder alcanzado en las prácticas de gestión comunitaria: poseían un Directorio compuesto por los jefes de las manzanas y de una Jefatura integrada por siete miembros, elegidos por las bases. Del Directorio surgían los diferentes frentes de trabajo, tales como el Frente de Vigilancia, el Frente de Salud o el Frente de Cultura. Todas las semanas estos grupos por manzana planificaban las actividades que debían ejecutarse: la entrega de la canasta familiar, los turnos de aseo de las letrinas, el aseo de las viviendas.29 Se buscó modificar temas complejos como el alcoholismo y la violencia intrafamiliar, por lo cual se eliminaron los boliches cercanos al barrio. Los pobladores exigieron la construcción por Ejecución Directa, debatieron con la CORVI (Corporación dependiente del Ministerio de Vivienda y Urbanismo) los tipos de viviendas de acuerdo al número de integrantes de cada familia, e incluso hubo ensayos de tribunales populares. 28 29 Gaudichaud, Franck, ob. cit, p. 40. Garcés, Mario. “Construyendo ‘las poblaciones’. El movimiento de poblaciones durante la Unidad Popular”, en Pinto Vallejos, Julio, Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, LOM, Santiago, 2005, p. 74. 172 MARÍA MARTA AVERSA Ahora bien, la movilización popular asentada en las fábricas, en las poblaciones urbanas o en las campesinas autónomas y con formas de representación horizontal generó visiones encontradas entre los Partidos Socialista y Comunista. En torno al poder popular se perfiló la oposición entre los dos polos de la izquierda chilena, caracterizada a partir de dos proclamas: “consolidar para avanzar” contra “avanzar para consolidar”. Para el Partido Comunista las expresiones de lucha surgidas por fuera de los espacios políticos y sindicales reconocidos por el Estado estaban en contra del proyecto de transformación en términos democráticos y encauzado en los marcos institucionales. La postura de los comunistas frente a la agudización de los conflictos y de la movilización de los pobres y trabajadores estuvo dirigida a fortalecer el diálogo y compromiso político con los sectores opositores, especialmente con el partido Demócrata Cristiano y con los sectores conservadores de las Fuerzas Armadas, como símbolo del apego del gobierno a la legalidad del sistema. Otra mirada proponían los militantes socialistas y los sectores cristianos integrados a la Unidad Popular, para ellos la intensa politización de los barrios pobres y de los obreros en espacios surgidos y desarrollados en sus propios territorios podía otorgar al gobierno el apoyo y las fuerzas necesarias para consolidar el socialismo y contener definitivamente los ataques de las clases dominantes. En última instancia, la controversia terminaba girando en la clásica cuestión de los medios para alcanzar el poder: la vía pacífica pregonada por los comunistas y socialistas frente a la vía armada promovida por el MIR y el ala izquierdista del partido socialista. En este complejo clima político, el día 29 de junio de 1973 se llevó a cabo un intento de golpe, denominado “tancazo”, el cual pudo ser contenido por la labor del general Prats. Pero a pesar de ese desenlace, las acciones contrarrevolucionarias potenciaron su despliegue contra el gobierno, orientándose especialmente al control y represión de las experiencias de lucha de los trabajadores, pobladores y campesinos. Otro incidente muy conocido fue el asesinato, el 27 de julio, del edecán naval del presidente. Luego, en las semanas siguientes fueron acrecentadas las purgas dentro de las Fuerzas Armadas contra los miembros constitucionalistas, respetuosos de la democracia y del gobierno elegido por el voto del pueblo. El 22 de agosto, la oposición partidaria planteaba en el Congreso el debate para declarar la política de la Unidad Popular anticonstitucional e ilegal, logrando su cometido por 81 votos contra 47. En SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 173 este clima, los militares amparándose en una ley sobre control de armas, comenzaron a llevar a cabo registros forzados en las fábricas y en los barrios provocando fuertes choques con los trabajadores y pobladores. EL DESENLACE ANUNCIADO: EL GOLPE A pesar de las concesiones dadas por Salvador Allende a los militares para apaciguar los reclamos de la derecha, el 11 de septiembre, finalmente, se puso en marcha el sangriento golpe, lanzando sus ataques hacia las fábricas, las sedes sindicales, los barrios pobres, las redacciones de periódicos y escuelas. Mientras numerosos políticos, entre ellos los demócratas cristianos, festejaban el desenlace final de la Unidad Popular, el ejército y la policía convirtieron al Estadio Nacional en un campo de reclusión y tortura por el que circularon 10 mil ciudadanos. Durante las primeras semanas, la represión concentró sus mayores fuerzas en aplastar las organizaciones surgidas de las experiencias de Poder Popular: “olas de humo” se alzaban sobre los Cordones de Santiago, las poblaciones estaban devastadas, y las cooperativas campesinas fueron bombardeadas y destruidas.30 En forma paulatina, las medidas represivas fueron abriendo camino a una reestructuración total de la economía, de la sociedad y del sistema político, que pretendía barrer definitivamente con el legado institucional de un Estado que desde mediados de 1930 fue conformando un proyecto de industrialización enmarcado en una dinámica política abierta a la incorporación de los sectores populares a través de canales precisos y controlados, tales como los partidos y sindicatos. En julio de 1974 hacían su ingreso al gobierno un grupo de economistas formados en la Universidad Católica y en Chicago, empecinados en eliminar la inflación y consolidar las condiciones propicias para el avance de las fuerzas del mercado. Para ello debieron reducir el tamaño del sector público, desviar el superávit hacia el mercado de capital privado y abrir la economía al librecambio. En abril de 1975, los Chicago Boys, aplicaron un “tratamiento de choque” que iba más allá “de las fórmulas de austeridad normales del Fondo Monetario Internacional”.31 30 31 Cockcfrot, James, ob. cit., p. 625. Cockcfrot, James, ob. cit., p. 632. 174 MARÍA MARTA AVERSA Las disposiciones que se tomaron fueron severas: los gastos reales del gobierno fueron reducidos en un 27%, los derechos que pagaron las importaciones descendieron de un promedio del 70% en 1974 al 33% a mediados de 1976, el crédito fue restringido, la inversión pública se redujo a la mitad, la producción industrial disminuyó un 25% y los salarios volvieron a bajar alcanzando su punto más bajo.32 El rol del Estado fue considerado excesivo y se implementó una reducción de la intervención estatal mediante la venta de las empresas públicas. Con las compañías expropiadas durante el período de la Unidad Popular, la Corporación de Fomento de la Producción comprendía a unas trescientas empresas en 1973, en 1980 el número había descendido a 24, y la mitad de esas compañías estaban en proceso de privatización. Los únicos activos que los militares conservaron bajo la administración pública eran aquellos que consideraron estratégicos para su proyecto, como el caso del cobre. Sin embargo, ya a partir del Decreto Ley 600 de 1974 referido a las inversiones de capital extranjero y el texto constitucional de la dictadura de 1980, se comenzó a transitar lentamente una senda de desnacionalización y privatización de facto. Este programa económico desindustrializó a Chile de manera considerable y dejó al núcleo central de la economía a merced de los bancos extranjeros y de doce conglomerados de empresas nacionales: dos grupos –Cruzat-Larrain y Javier Vial– dominaron el sistema bancario hasta la crisis de 1982-1983, en tanto cinco conglomerados controlaban el 53 por ciento de los activos totales de 250 empresas privadas para finales de 1978. En la agricultura, se puso en marcha la devolución de las tierras que el proceso de Reforma Agraria había dado a los campesinos a los propietarios de los fundos, generándose una sustitución de los cultivos de alimentos básicos por los de frutas finas para las exportación, obligando a importar la mayor parte de los alimentos para consumo. En estos años, el Estado se retiró de numerosas áreas donde había tenido un papel significativo, tales como educación, sanidad, seguridad social y vivienda. En el caso de las pensiones, esos fondos fueron traspasados al sector privado en una masiva afluencia de liquidez que fue a parar a manos de compañías que en gran parte eran propiedad de los grandes conglomerados económicos.33 32 33 Bethell, Leslie, ob. cit., p. 299. Bethell, Leslie, ob. cit., p. 300. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 175 Los costos sociales de esta estrategia económica fueron demasiado altos, el desempleo aumentó, los niveles salariales se derrumbaron, la distribución de la renta empeoró notablemente para las clases trabajadoras, y sobre todo se produjo una reestructuración de las relaciones de trabajo: el número de trabajadores industriales disminuyó un 22 % hacia 1980 mientras el sector informal del empleo creció un 13,3 %. Nuevas perspectivas laborales fueron apareciendo para los sectores populares, las cuales eran regidas por las leyes del mercado evitando las negociaciones sindicales y las intermediaciones del Estado. La pobreza y el empeoramiento del nivel de vida en las barriadas se fueron haciendo visibles y potenciaron las protestas contra el régimen a partir de la crisis de 1982. El otro punto central de esta reestructuración fue la implementación de una nueva Constitución en 1980, la cual institucionalizó la mayor parte de las reformas políticas impuestas por la dictadura estableciendo un poder sin restricciones para Augusto Pinochet. Dicha Constitución creó un sistema de gobierno presidencial con pocas limitaciones, una parte del Senado será nombrada en lugar de elegida, y la Cámara de Diputados perdió la capacidad de vigilar al Poder Ejecutivo. Además se determinaba el poder de las Fuerzas Armadas en un Consejo de Seguridad Nacional, con importantes funciones y un papel decisivo en los asuntos constitucionales. Paradójicamente, unos años después de sancionar este nuevo cuerpo normativo tendiente a consolidar el proyecto político y económico de los militares, empresarios y del capital extranjero, el descontento de las clases trabajadoras y de los nuevos pobres no tardó en hacerse notar desde 1982, ganando las calles con grandes huelgas y movilizaciones que comenzaron a minar el poder dictatorial. Hasta aquí ha llegado este recorrido histórico, el cual ha tratado de exponer las particularidades de la vía chilena al socialismo, las medidas implementadas, las formas de organización de los sectores populares y los planes de desestabilización encauzados desde las clases dominantes. Se ha intentado, entonces, presentar aspectos relevantes de la particular experiencia de construcción del socialismo, sin esbozar apreciaciones valorativas sobre la actuación de Salvador Allende ni, tampoco, de las tácticas y disputas entre los diferentes grupos de la izquierda, tratando de reconstruir el proceso a partir de las acciones de los distintos actores y de las contiendas expresadas en la sociedad chilena a partir de la puesta en marcha de un programa singular y alternativo al capitalismo. 176 MARÍA MARTA AVERSA Bibliografía Allende, Salvador. La vía chilena al socialismo. Disponible en http://www. alianzabolivariana.org Bethell, Leslie. Historia de América Latina. El cono sur desde 1930, Crítica, Barcelona, 2002. Cockcroft, James. América Latina y Estados Unidos. Historia y política país por país, Siglo XXI, Buenos Aires, 1996. Crespo, Horacio. “La vía chilena al socialismo en el contexto de la izquierda latinoamericana”, en Zapata, Francisco (comp.), Frágiles Suturas. 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Chile a treinta años del gobierno de Salvador Allende, El Colegio de México, México, 2006. Valenzuela Feijóo, José C. “El gobierno de Allende: aspectos económicos”, en Zapata, Francisco (comp.), Frágiles Suturas. Chile a treinta años del gobierno de Salvador Allende, El Colegio de México, México, 2006. CAPÍTULO 8 PERÚ. EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO DE LA FUERZA ARMADA Juan Luis Hernández (UBA) EL PERÚ A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX El Perú que emergió tras la desastrosa guerra del Pacífico (18791883), era un país en ruinas y fragmentado. Su característica más saliente, como lo observara Mariátegui, era la contraposición entre la costa y la sierra.1 Ambas regiones eran profundamente heterogéneas: la economía capitalista de la costa y las formas pre-capitalistas de la sierra, articuladas en forma compleja, se correspondían con marcadas diferencias culturales, donde lo “criollo” y urbano estaba identificado con la costa, y lo “indígena” y rural correspondía a la sierra. Esta mirada fuertemente dicotómica recién comenzará a ser cuestionada por la sociología peruana a fines de los sesenta, cuando se incorporó al análisis los mecanismos que vinculaban ambas regiones.2 Las mismas nunca habían sido compartimentos estancos, pero las formas sociales y culturales que las 1 2 Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (edición facsimilar), Ministerio de Cultura, Lima, 2011 (1928). El texto emblemático en este sentido es el de Cotler, Julio. “La mecánica de la dominación interna y del cambio social en el Perú”, en José Matos Mar, Augusto Salazar Bondy, Alberto Escobar, Jorge Bravo Brezan y Julio Cotler, Perú Problema, IEP, 1969. 178 JUAN LUIS HERNÁNDEZ caracterizaron sobrevivieron más allá de la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, en las cuatro décadas que transcurrieron entre los ensayos de Mariátegui y los textos fundacionales del análisis social peruano contemporáneo, el país fue atravesado por un profundo proceso de modernización económico y social. Concluida la contienda con Chile, y las luchas internas posteriores, el general Andrés Avelino Cáceres asumió el gobierno en junio de 1885. En 1889 su gobierno llegó a un acuerdo con los acreedores externos, mediante el llamado Contrato Grace, por el cual se enajenaron los ferrocarriles y la explotación del guano a la Peruvian Corporation, a cambio de créditos para la reconstrucción de la infraestructura nacional. Una vez cerrado el acuerdo con los acreedores, comenzó la radicación de capitales ingleses y estadounidenses, principalmente en la minería y la agricultura. 3 En 1895, tras sangrientos enfrentamientos, se impuso la República Aristocrática (1895-1919), un Estado oligárquico que, según Burga y Flores Galindo, “sólo en apariencia” fue un Estado nacional. De acuerdo a estos autores, la oligarquía sufrió los efectos de la fragmentación regional a punto tal que era posible distinguir los distintos grupos que integraban la clase dominante: las familias de la costa norte vinculada a la producción azucarera, las de la sierra central, que combinaban minería y explotación ganadera, o las del sur andino, dedicadas a la explotación lanera. 4 Una de las consecuencias más visibles de la fragmentación espacial del país y la debilidad del Estado oligárquico central fue la consolidación del orden gamonal (o gamonalismo) en la región serrana.5 Como ya lo advirtiera Mariátegui, gamonalismo y latifundio constituían en Perú un binomio indisoluble, bien que el gamonalismo como sistema de poder era una estructura compleja y amplia, que comprendía no solo a los gamonales propiamente dichos sino a una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios y agentes.6 Las cadenas de sujeción de las masas indíge3 4 5 6 Klaren, Peter F. Nación y sociedad en la historia del Perú, IEP, Lima, 2011 (2000), pp. 245-249. Burga, Manuel y Flores Galindo, Alberto. “Apogeo y crisis de la República Aristocrática” (1980), en Alberto Flores Galindo, Obra Completa, Tomo II, Sur Casa de Estudios del Socialismo, Lima, 1994, p. 135. Gamonal es un peruanismo que deriva de una voz quechua que designa una planta parásita, aplicándose por extensión a los terratenientes de mentalidad rentística que vivían de la explotación de sus colonos. Burga y Flores Galindo, ob. cit., pp. 164165. Mariátegui, José Carlos, ob. cit., p. 27. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 179 nas estaban formadas por eslabones internos y externos a la hacienda: internos, mediante relaciones de dependencia personal de reciprocidad asimétrica, y externos, mediante las alianzas de los gamonales con jueces, autoridades políticas y curas, bajo la mirada complaciente del gobierno central, que en su debilidad delegaba poder a cambio del control y sujeción de las masas indígenas. En las haciendas era común el sistema de colonato: a cambio del usufructo de las parcelas en las que estaban asentadas, las familias campesinas debían trabajar las tierras de la hacienda y prestar otros servicios personales en forma gratuita. En contraprestación, recibían del hacendado protección frente al Estado (cargas fiscales, levas del ejército), y algunos auxilios. Burga y Flores Galindo dan cuenta de la extraordinaria complejidad del orden gamonal, que abarcaba fincas o propiedades de muy diversa extensión en la sierra peruana. El gamonalismo andino, como lo denominan estos autores, se caracterizaba en lo económico por una escasa productividad, baja rentabilidad y derroche de la fuerza de trabajo. En lo social y político, uno de los aspectos clave que legitimaban el orden gamonal era el paternalismo con que trataban a sus colonos, a quienes consideraban sus hijos, susceptibles de ser amados y castigados con rigor. La mayoría de los gamonales no eran propietarios absentistas, sino “hombres de mando” que controlaban el territorio, ejerciendo su dominio en forma despótica sobre las masas campesinas. Para ello se valían de la violencia y de los vínculos personales y el compadrazgo con los colonos de la hacienda. Solían ser católicos fervientes, rechazaban el centralismo del Estado republicano, y compartían gran parte de las cosmovisión del mundo rural andino. Nunca fueron un grupo cohesionado, constantemente afloraban enfrentamientos y rivalidades personales, en los cuales arrastraban a sus “huestes” campesinas.7 Si en el plano político la República Aristocrática concluyó en 1919, con el advenimiento del régimen de Augusto Leguía (1919-1930), el gamonalismo perduró en la sierra más allá de la primera mitad del siglo XX, coexistiendo con las fincas costeñas, grandes latifundios explotados con mano de obra asalariada y técnicas capitalistas. Durante el gobierno de Leguía se intensificó el proceso migratorio sierra-costa, la radicación de capitales extranjeros y el desarrollo de medios de comunicación masivos que fueron horadando el aislamiento serrano. El gamonalismo subsistió 7 Burga y Flores Galindo, ob. cit., pp. 171-174. 180 JUAN LUIS HERNÁNDEZ hostigado tanto por las comunidades indígenas y los campesinos colonos, como por la extensión de modernas relaciones sociales capitalistas, hasta su total destrucción. HAYA DE LA TORRE Y EL APRA En las primeras décadas del siglo pasado parecía que Perú se encaminaba hacia grandes transformaciones sociales, anunciadas por las masivas luchas populares por la reforma universitaria y la jornada de ocho horas, y un promisorio despertar político. En 1924, estando exiliado en México, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre fundó la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), una organización política destinada a tener decisiva influencia en la historia peruana y en los movimientos nacionalistas y populistas latinoamericanos. Oriundo de Trujillo, donde se inició como activista y dirigente estudiantil, Haya concibió el APRA como un frente que expresara una alianza de obreros, campesinos y clases medias urbanas, con predominio de éstas últimas. Influenciado por la Revolución Rusa, hacia 1927 rompió con la Internacional Comunista, librando duras polémicas con Mariátegui y los marxistas peruanos, en las que defendió la constitución de un sujeto policlasista para la conquista del poder y la consecución de los objetivos antiimperialistas revolucionarios.8 En sus orígenes, el rasgo fundamental del APRA era una fuerte interpelación antiimperialista. Su programa internacional postulaba: 1) Acción contra el imperialismo yanqui; 2) Unidad política de América Latina; 3) Nacionalización de tierras e industria; 4) Internacionalización del canal de Panamá y 5) Solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo.9 Sin embargo, Haya insistía en que el imperialismo era un fenómeno de carácter dual: si en los países centrales era la etapa superior (y final) del capitalismo, como sostenía Lenin, para los países latinoamericanos constituía su etapa inicial, siendo progresivo en relación a la feudalidad y el atraso. Con el siglo XX comenzaba en nuestras tierras el desarrollo del capitalismo, mediante la radicación de inversiones extranjeras. Los 8 9 Haya de la Torre, Víctor Raúl. El antiimperialismo y el APRA, Ercilla, Santiago de Chile, 1936. Haya de la Torre, Víctor Raúl, ob. cit., p. 33. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 181 países latinoamericanos no estaban preparados para la revolución socialista, antes tenían que pasar por un período previo de transformaciones económicas, concretar la unificación de América Latina y construir un “Estado Antiimperialista”, para lidiar en condiciones de igualdad con el imperialismo. Esta conceptualización teórica tendrá decisiva importancia en el devenir del APRA. 10 A lo largo de su historia, el aprismo alternó insurrecciones populares y procesos electorales, en los que, de una u otra forma, siempre fue derrotado. La más célebre de las insurrecciones fue la de julio de 1932 en Trujillo, que terminó con centenares de fusilados, cimentando el mito del martirologio aprista, y a la vez, el encono y la hostilidad recíproca con las Fuerzas Armadas, que se opondrán al acceso al poder del líder trujillano. No obstante, a mediados de la década del treinta Haya de la Torre inició un viraje hacia posiciones más moderadas. Sostenía que la “Política del buen vecino”, anunciada por el presidente estadounidense Roosevelt (1933), planteaba la posibilidad de relaciones más justas con los países latinoamericanos.11 Este curso se profundizó en 1941 cuando Estados Unidos, para lograr respaldo en el esfuerzo bélico, proclamó que la “diplomacia del dólar” había terminado para siempre, incorporando el APRA como punto programático el “interamericanismo democrático sin Imperio”.12 Lejos habían quedado aquellas tempranas consignas contra el expansionismo y el intervencionismo norteamericano en América Latina. En 1948 tuvo lugar la última insurrección aprista contra el régimen oligárquico peruano, que se precipitó cuando un sector de la marina se insurreccionó en El Callao, en un movimiento que no fue avalado por la conducción nacional, fracasando la intentona. Haya se refugió en la embajada de Colombia, donde permaneció confinado durante cinco años (1949-1954), al negarle el gobierno peruano el salvoconducto para salir del país. El APRA abandonó definitivamente la vía insurreccional, y concluido el gobierno de Odría (1956) inició un nuevo y sorprendente viraje. 10 11 12 Manrique, Nelson. “¡Usted fue aprista!” Bases para una historia crítica del APRA, CLACSO- Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2009, p. 32. Haya de la Torre, Víctor Raúl. “El ‘buen vecino’ ¿garantía definitiva?” (febrero de 1938) en ¿Adónde va Indoamérica?, Editorial Indoamérica, Buenos Aires, 1954, pp. 66-72 y Manrique, Nelson, ob cit., p. 36. Manrique, Nelson, ob cit., p. 39. 182 JUAN LUIS HERNÁNDEZ ODRÍA, PRADO Y EL OCASO DEL RÉGIMEN OLIGÁRQUICO El gobierno del general Manuel Odría (1948-1956), marcó uno de los momentos más autoritarios del siglo XX peruano. Fue una dictadura que ignoró sistemáticamente las libertades democráticas, ilegalizó al APRA y al Partido Comunista Peruano (PCP), deteniendo a numerosos activistas y clausurando sindicatos y organizaciones gremiales y políticas en todo el país. Durante el ochenio de Odría cobró gran intensidad el proceso de modernización de Perú. En materia económica, el gobierno reinició los pagos de la deuda (interrumpidos al estallar la crisis del ’29), y propició una agresiva penetración del capital extranjero, principalmente norteamericano, que se radicó en la producción de azúcar y algodón y en la minería. En esta última actividad las empresas extranjeras, que en 1950 controlaban el 49 % de la industria, para 1960 dominaban el 73 % de la misma.13 El liberalismo de Odría se complementaba con una política clientelística y paternalista dirigida a las clases subalternas, y un aumento considerable del presupuesto para las fuerzas militares. El gobierno aprovechó las crecientes migraciones a Lima y otras ciudades de la costa, para promover barriadas populares a las que facilitaba el acceso a la tierra y ofrecía servicios esenciales. También desarrolló un ambicioso programa de obras públicas y otorgó aumentos salariales y otros beneficios a los trabajadores asalariados.14 Al acercarse la conclusión de su mandato, y ante la imposibilidad de prorrogarlo, Odría resolvió convocar a elecciones para 1956. Se presentaron tres candidatos: Hernando de Lavalle, que representaba la continuidad de la dictadura, Manuel Prado, el candidato de la oligarquía, y Fernando Belaúnde Terry, joven y carismático líder político. El APRA estaba ilegalizado, pero era el verdadero árbitro de la elección. Luego de diversas negociaciones, se cerró el Pacto de Monterrico, por el cual el APRA apoyó a Prado a cambio de la promesa de su legalización y la aceptación de la candidatura de Haya de la Torre para el turno electoral de 1962. Con el apoyo del aprismo, Prada se impuso en la convocatoria electoral de 1956, en la que por primera vez votaron las mujeres en Perú. Fernando Belaúnde Terry, que obtuvo el segundo lugar, fundó Acción Popular (AP), un partido de perfil desarrollista.15 13 14 15 Klaren, Peter F., ob. cit., p. 370. Klaren, Peter F., ob. cit., pp. 367-368. Klaren, Peter F., ob. cit., p. 374. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 183 Prado encabezó el último gobierno directo de la oligarquía en la historia peruana. Durante su gestión se destacaron tres rubros económicos: la harina de pescado, dedicadas a la pesca e industrialización de la anchoveta, con base en el puerto de Chimbote; el cobre, a partir de la explotación del yacimiento a cielo abierto de Toquepala, en Tacna; y el azúcar resurgió al capturar una cuota importante del mercado estadounidense cerrado a los cubanos. En los años finales de la década del cincuenta tuvo lugar una rápida recomposición del movimiento campesino en la sierra central y en los valles subtropicales del Cuzco. En la sierra central, se produjo entre 1959 y 1963 una gran oleada de recuperaciones de tierras usurpadas por las haciendas a las comunidades. Las iniciaron los campesinos de Yanacancha y Rancas en el departamento de Pasco, siendo su referente fundamental Genaro Ledesma. En 1960 unos 1200 campesinos tomaron la hacienda “Paria”, de la Cerro de Pasco, luego de lo cual, el movimiento de ocupación de tierras se expandió en toda la zona. Estas acciones culminaron en 1962, cuando se produjo una violenta y sangrienta represión contra el movimiento campesino.16 En paralelo, apareció un nuevo tipo de movimiento campesino en la sierra sur, en los valles de La Convención y Lares del departamento de Cuzco, que se expandió y radicalizó mediante la creación de sindicatos por hacienda. En estos sindicatos se agrupaban arrendires (colonos), allegados y jornaleros. En 1958 se formó la Federación de Trabajadores Campesinos del valle de La Convención y Lares (FTCLCyL), y desde entonces hasta 1962 se intensificó la organización sindical en toda la región, bajo la conducción de Hugo Blanco, un extraordinario organizador de filiación trotskista, formado en Argentina. Se organizó el reparto de la tierra y la autodefensa campesina, culminando la movilización con una exitosa huelga general en todo el valle. Los campesinos cesaron todo trabajo en las tierras de la hacienda, solo cultivaban sus parcelas, asestando un duro golpe a la economía terrateniente. En 1963 se descargó la represión, siendo Hugo Blanco y los principales dirigentes perseguidos y apresados. Pero los militares debieron reconocer los repartos efectuados por los campesinos. 17 16 17 Flores Galindo, Alberto. Buscando un inca. Identidad y utopía en lo Andes, Horizonte, Lima, 1994 (1986), pp. 295-307. Flores Galindo, Alberto, ob. cit., pp. 295-307 y Blanco, Hugo. Tierra o muerte. Las luchas campesinas en Perú, Siglo XXI, México, 1972. 184 JUAN LUIS HERNÁNDEZ El telón de fondo de las profundas luchas agrarias eran los cambios estructurales en curso, resultado del lento y desigual proceso de modernización iniciado en la década de los ’20. Sus rasgos más visibles eran la intensificación de las migraciones serranas a las ciudades de la costa, el incremento de la población (debido al descenso de la mortalidad infantil y el control de las enfermedades infecciosas), la expansión de la educación superior, y en términos generales, la gradual extensión de las relaciones de producción capitalista. En 1940 había en Perú 7 millones de habitantes, que para 1960 eran 10 millones, un incremento del 43 %, pero la tasa de crecimiento de la población urbana era del 3,7 %, contra apenas el 1,2 % de la población rural. En 1940 la capital albergaba 645.000 personas, que en 1961 llegaban a 1.650.000. En el mismo lapso de tiempo, las poblaciones con más de cinco mil personas pasaron del 21 % del total de habitantes al 38 %, en tanto la población de la sierra disminuyó del 60 al 51 %, mientras la de la costa se incrementó del 34 al 39 %. En síntesis, entre 1940 y 1960 el país experimentó importantes procesos de crecimiento demográfico y urbanización. 18 Ante la intensa movilización campesina, el gobierno de Prado intentó combinar concesiones con represión. En el Congreso se formó una comisión de Reforma Agraria y Vivienda, integrada por conocidos latifundistas y representantes de empresas extranjeras, que elaboró un anteproyecto que no tocaba las posesiones de los terratenientes y de las grandes compañías multinacionales. La represión pudo contener las movilizaciones en forma temporaria, pero era claro que había empezado la cuenta regresiva para el poder de los terratenientes y gamonales. LOS SIGNOS DE UN CAMBIO DE ÉPOCA Los signos de un cambio de época empezaron también a vislumbrarse en las fuerzas armadas y la Iglesia. En lo que respecta a las fuerzas armadas, adoptaron un programa de estricta profesionalización, abandonando el perfil golpista para apoyar una modernización en clave tecnocrática del país. En este sentido fue clave la fundación en 1950 del Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), organismo destinado a generar planes económicos y sociales.19 Se produjo un vuelco inesperado: 18 19 Klaren, Peter F., ob. cit., p. 385. Klaren, Peter F., ob. cit., p. 372. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 185 los mandos militares, que antes rechazaban al APRA por su radicalismo, ahora temían que aliado a la oligarquía bloqueara los cambios que el país necesitaba para no sufrir convulsiones peores. La Iglesia Católica peruana también experimentó una importante transformación interna, a tono con la renovación institucional y doctrinaria impulsada por el papado de Juan XXIII (1958-1963), cuyos hitos centrales fueron la encíclica Mater et Magistra (1961) y el Concilio Vaticano II (1962-1965). En América Latina, la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM, 1968), delineó la Opción por los pobres como nueva línea de acción de los sectores progresistas de la Iglesia. En 1955 fue designado arzobispo de Lima Juan Landázuri Ricketts, quien reorganizó el aparato eclesiástico, dándole una mayor preocupación e inserción social.20 En este proceso se inscribe la labor del teólogo Gustavo Gutiérrez Merino, que culminó con la publicación, en 1971, de una obra inspiradora de la principal corriente renovadora latinoamericana: “Teología de la Liberación. Perspectivas”, un intento de fusión del análisis marxista, la teoría de la dependencia y las prácticas de los cristianos de base. Cumpliendo los términos del Pacto de Monterrico, el gobierno legalizó la candidatura de Haya de la Torre para los comicios de 1962. En estas elecciones –en las que por primera vez votaron las mujeres– Haya obtuvo el primer lugar con 558.237 mil votos (32,98 %), contra 543.828 (32,13 %) de Fernando Belaúnde Terry de Acción Popular y 481.404 (28,44 %), del partido de Odría. El APRA obtenía por primera vez un triunfo electoral, pero la reglamentación establecía que para ungir un ganador en forma directa éste debía alcanzar el 33,33 % de los votos, caso contrario decidía el Congreso. El APRA, que tenía mayoría parlamentaria, acordó la fórmula Odría-Manuel Seoane, pero no fue aceptada por los militares, que dieron un golpe de estado, depusieron a Prado y formaron el llamado “gobierno institucional” de las fuerzas armadas.21 El nuevo gobierno, dirigido por el general Ricardo Pérez Godoy,22 jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, anuló las elecciones y suspendió las garantías constitucionales. Los militares crearon el Instituto Nacional de Planificación, con el objetivo de proyectar el desarrollo 20 21 22 Klaren, Peter F., ob. cit., p. 384-385. Klaren, Peter F., ob. cit., p. 389. En marzo de 1963 se produjo un “golpe dentro del golpe”, asumiendo el gobierno el general Nicolás Lindley López, en reemplazo de la Junta Militar, pero no hubo cambios relevantes en la política gubernamental. 186 JUAN LUIS HERNÁNDEZ nacional, y dictaron el Decreto Ley 14.444 (6 de abril de 1963), dando inicio a un programa de reforma agraria en el valle de La Convención. El objetivo era combinar una represión severa pero selectiva contra los dirigentes y activistas con propuestas reformistas acotadas, sin devolver las tierras ocupadas a los hacendados. Esta política le permitió al gobierno retomar el control en los valles subtropicales, pero contribuyó a instalar en todo el país la necesidad de una reforma del régimen de propiedad de la tierra. En paralelo, desde mediados de 1963 se reiniciaron las ocupaciones de tierra en Puno, Ayacucho, Junín, Cerro de Pasco, Huanuco y otros lugares. Cuando en 1963 se convocaron nuevas elecciones presidenciales, Belaúnde Terry se impuso con el 36,2 % de los votos contra el 34,4 % de Haya, y un 25,5 % de Odría. Pero la AP no logró la mayoría en el Congreso, dominado por la alianza entre el APRA y la Unión Nacional Odriísta (UNO).23 El gobierno de Belaúnde enfrentó desde sus inicios una nueva oleada de ocupaciones de tierras (1963-1964), primero en la sierra central y norte (Pasco y Junín) y luego en Cuzco y la sierra sur. Ante ello, envió al Congreso un proyecto de reforma agraria, pero las presiones de los terratenientes y la acción de la coalición APRA-UNO alargaron su tratamiento legislativo. Finalmente, el 21 de mayo de 1964 se sancionó la Ley 15.037 de Reforma Agraria, una norma defectuosa que no afectaba a los complejos agroindustriales azucareros ni a la gran propiedad terrateniente, usada por los latifundistas para diagramar parcelamientos privados a favor de familiares y allegados, burlando una auténtica redistribución de la tierra. El otro tema central de la agenda gubernamental fue el conflicto del petróleo. Las principales explotaciones petrolíferas de Perú estaban en manos de la Internacional Petroleum Company (IPC), que desde 1922 detentaba vastas concesiones en el norte del país, negociadas por Spruille Braden, agente de la Standard Oil, con el gobierno de Augusto Leguía. Desde entonces distintos gobernantes intentaron sin éxito renegociar el contrato. Belaúnde prometió hacerlo, reclamando a la IPC el reconocimiento de los derechos del Estado sobre las riquezas del subsuelo, y una indemnización por impuestos impagos, que oscilaban entre 200 y 600 millones de dólares. Después de arduas negociaciones, el 13 de agosto de 1968 se firmó el Acta de Talara. La IPC aceptó renunciar a los derechos al subsuelo, a cambio de lo cual el gobierno canceló todo reclamo de deudas 23 Klaren, Peter F., ob. cit., p. 392. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 187 contra ella, y aceptó que el petróleo extraído de los campos de la compañía fuera refinado en sus instalaciones de Talara. Unos días después renunció el presidente de la Empresa Petrolera Fiscal (EPF), denunciando por televisión que faltaba la “página once” del acta, donde constaba el precio del petróleo.24 Hacia fines de 1968 la IPC extraía el 85 % del petróleo peruano en los campos de La Brea y Pariñas, y refinaba el 60 % de la producción nacional en las instalaciones de Talara. Pero la industria petrolífera no era el único rubro donde las corporaciones extranjeras imponían su dominio: controlaban las tres cuartas partes de la minería, la mitad de las manufacturas, las dos terceras partes de la banca comercial y un tercio de la industria pesquera.25 Por ese entonces, la gestión de Beláunde lucía empantanada por la parálisis del Congreso dominado por las fuerzas de la oposición, que bloqueaban cualquier propuesta de cambio dentro de los marcos institucionales. El escándalo de la “página once” le sustrajo la escasa legitimidad que le quedaba ante la opinión pública. En este clima de agitación social se procesó, a lo largo de la década del ’60, una intensa reconfiguración de la izquierda peruana, motivada por la fractura del APRA, producto de su política de convivencia con la oligarquía, el impacto causado en la izquierda local por la Revolución Cubana y la ruptura entre el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y el Partido Comunista Chino (PCCH), que derivó en la aparición de una nueva corriente de izquierda, el maoísmo. En 1959 la izquierda aprista formó el APRA Rebelde, que en 1962 se transformó en el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), bajo el liderazgo de Luis de la Puente Uceda. En 1964 el MIR inició acciones armadas en Cusco y en Jauja, siendo ambos focos aniquilados por el ejército. A principios de los sesenta se formó el Frente de Izquierda Revolucionario (FIR), cuyo principal referente era Hugo Blanco. Esta experiencia fue duramente reprimida (Blanco fue detenido en 1963 y sufrió ocho años de cárcel), pero impulsó la formación de una corriente trotskista en Perú. En 1962 surgió el Ejército de Liberación Nacional (ELN), de tendencia guevarista, proveniente de un desprendimiento del PC, dirigido por Héctor Béjar, que organizó dos focos guerrilleros en Puerto Maldonado (1963) y en Ayacucho (1965), liquidados por el ejército. En 1963 llegaron a Perú las discusiones entre los comunistas prosoviéticos y 24 25 Klaren, Peter F., ob. cit., pp. 406-409. Klaren, Peter F., ob. cit., pp. 406 y 416. 188 JUAN LUIS HERNÁNDEZ porcinos, una década más tarde existían siete organizaciones maoístas en el país, con inserción en frentes obreros, estudiantiles, barriales y principalmente, campesinos.26 En 1965 se formó Vanguardia Revolucionaria (VR), un partido en él que confluyeron, hasta 1971, trotskistas y guevaristas, dirigidos por Ricardo Napurí y Ricardo Lettes, respectivamente.27 El abismo tan temido por los militares estaba a la vista. Los esfuerzos institucionales para implementar reformas sociales habían entrado en una vía muerta. El movimiento campesino reclamaba sus derechos en forma cada vez más multitudinaria, las fuerzas de izquierda crecían y se radicalizaban, los militares no cesaban de recorrer el país reprimiendo brotes armados, las expectativas en el gobierno de Belaúnde Terry se habían esfumado. Parecía que el escenario político seguía girando alrededor del mismo carrusel de siempre, pero era una ilusión. Perú estaba en las vísperas de un gran cambio. EL GOBIERNO DE VELASCO ALVARADO El 3 de octubre de 1968 los militares derrocaron a Belaúnde Terry, dando inicio al Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. Asumió como presidente el general Juan Francisco Velasco Alvarado, quien gobernó el país hasta el 29 de agosto de 1975, fecha en que fue reemplazado en su cargo por el general Francisco Morales Bermúdez. Las fuerzas armadas que accedieron al poder en 1968 no eran ajenas a los cambios sociales y demográficos que atravesaban la sociedad peruana. Sectores de clase media y media baja habían accedido a las instituciones castrenses, hasta entonces reductos exclusivos de las clases altas. Esta nueva oficialidad reconocía influencias políticas y doctrinarias diversas, entre ellas las provenientes de las corrientes católicas renovadoras y de los círculos desarrollistas. Paradójicamente, influirá en la misma dirección la experiencia castrense en la lucha contra las guerrillas rurales de los ’60, que llevó a los militares a tomar contacto con la pobreza, la miseria y la opresión de los campesinos y las comunidades indígenas del Perú profundo. 26 Una de ellas inscribía en sus materiales, debajo de la denominación oficial (Partido Comunista del Perú) la leyenda “Por el sendero luminoso de José Carlos Mariátegui”. 27 Flores Galindo, Alberto, ob. cit., pp. 304 y sigs. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 189 Velasco Alvarado nació en la norteña ciudad de Piura, en un hogar muy humilde. Hombre carismático, profundo conocedor de las necesidades populares, combinaba una ideología nacionalista con un autoritarismo paternalista, según el cual el ejército debía proteger a los pobres y desamparados. Su gobierno se inspiró en el “Plan Inca”, un proyecto pergeñado por un grupo de oficiales del ejército coordinado por el general Edgardo Mercado Jarrín, que planteaba la implementación de reformas estructurales en la industria, el régimen de tenencia de la tierra y en el sistema impositivo y bancario. El gobierno reemplazó, en todos los documentos oficiales, el término “indio” por el de “campesino”, aduciendo la carga racista implícita en el mismo, sin embargo, en lo cultural y en la educación se incorporó lo indígena y lo andino, alabando el pasado inca y recuperando el idioma quechua. Tupac Amaru II fue adoptado como símbolo de la revolución.28 A poco de asumir, Velasco creó el Comité de Asesoramiento de la Presidencia (COAP), integrado por civiles y militares, que jugó un papel importante. El COAP diagnosticó que Perú tenía la peor distribución del ingreso del continente y uno de los mayores índices de concentración de tierras y riquezas a causa de la acción del capital monopólico y la oligarquía que acaparaban y no reinvertían el excedente económico. Postulaba construir un Estado fuerte, que controlara el excedente nacional y lo volcara en un plan de crecimiento autónomo.29 La nacionalización del petróleo y la reforma agraria fueron los actos centrales del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. Como se explicó anteriormente, el Acta de Talara, suscripta el 12 de agosto de 1968, condonaba la deuda que la empresa norteamericana mantenía con el Estado peruano y, al decir de Velasco, “…condenaba a la Empresa Petrolera Fiscal (EPF) a ser una simple entidad extractora de petróleo…”, a ser adquirido y destilado por la IPC. El 9 de octubre de 1968 el gobierno emitió el Decreto-Ley N° 17.066, por el cual se dispuso la expropiación del complejo de Talara, encargando su administración a EPF –que pasó a denominarse PETRO-PERÚ– y se reclamó el cobro de las sumas adeudadas, estimadas en más de 690 millones de dólares.30 La nacionalización 28 29 30 Klaren, Peter F., ob. cit., pp. 413 y 415. Klaren, Peter F., ob. cit., pp. 416-417. Velasco Alvarado, Juan. La Revolución Peruana, EUDEBA, Buenos Aires, 1973, pp. 83-89. La EPF había sido creada en 1946 por el gobierno de Bustamante y Rivero. 190 JUAN LUIS HERNÁNDEZ del petróleo, anunciada solemnemente pocos días después del triunfo de la revolución, fue una medida enormemente popular en el país. El 24 de junio de 1969 se promulgó el Decreto-Ley N° 17.716 de Reforma Agraria. En su mensaje a la Nación, Velasco Alvarado definió la ley como un acto de justicia social e integración histórica al promover “la participación real del pueblo en la riqueza y en el destino de la patria”, desgranando los objetivos del proceso de reestructuración agraria que daba comienzo. Comenzó señalando que la ley se proponía terminar con el sistema de latifundio y minifundio, sustituyéndolo por un régimen de tenencia de la tierra basado en la la pequeña y mediana propiedad agraria. Inmediatamente advirtió que se pretendía afectar el sistema de tenencia, pero no el concepto de “unidad de producción agrícola o pecuaria”, razón por la cual se arbitraban los medios para evitar la fragmentación de las grandes unidades de producción. Se proponía transformar las empresas agroindustriales en cooperativas, garantizando el funcionamiento de las nuevas entidades como una sola unidad. Afirmó por último, que junto con la función social de la tierra se buscaba también canalizar esfuerzos y recursos hacia la industrialización del país. El presidente concluyó su discurso reivindicando la consigna atribuida a Túpac Amaru “Campesino, el patrón no volverá a comer de tu pobreza.”31 En consecuencia, el Decreto-Ley N° 17.716 estableció los siguientes objetivos concretos: a) Eliminar el latifundio, el minifundio y de toda forma antisocial de tenencia de la tierra, b) Abolir toda relación en la que se entregue trabajo gratuito a cambio del uso de un terreno (yanaconaje, colonato, etc.). c) Establecer y fomentar empresas de producción de carácter asociativo en el agro d) Garantizar los derechos las comunidades campesinas sobre sus tierras, e) Consolidar y expandir la pequeña y mediana propiedad explotada directamente por sus dueños, f) Crear nuevos mercados, g) Desarrollar agroindustrias y h) Reglamentar el trabajo rural y la seguridad social. 32 La creación de “empresas de producción de carácter asociativo” constituyó la gran novedad de la reforma agraria peruana. Estas empresas eran las Cooperativas Agrarias de Producción (CAP) y las Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS). Las CAP eran típicas cooperativas, donde cada socio tenía derecho a voz y voto, siendo todos ellos propietarios y responsables de la marcha de la unidad de produc31 32 Velasco Alvarado, ob. cit., pp. 7-20. Decreto-Ley N° 17.716 de Reforma Agraria, artículo 3°. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 191 ción, a través de su participación en la asamblea general y la elección de los directivos. Las SAIS eran organizaciones en las cuales la unidad de producción se correspondía con la antigua hacienda, cuyos excedentes se repartían entre las comunidades campesinas que la integraban, que tenían representantes con voz y voto. Ambas respondía al objetivo de no división de las grandes unidades de producción en la costa y en la sierra. 33 Lamentablemente, desde el principio el derecho de los campesinos a participar y decidir en las cooperativas quedó muy desdibujado, imponiéndose decisiones desde arriba mediante funcionarios y organismos estatales. Con respecto a las comunidades indígenas, denominadas Comunidades Campesinas, se les reconoció el derecho de propiedad sobre sus tierras y la posibilidad de nuevas dotaciones.34 En el proceso surgieron organizaciones de segundo grado: Ligas Agrarias, Federaciones Agrarias Departamentales y la Confederación Nacional Agraria (CNA.), con la función de aglutinar las organizaciones campesinas de base, encuadradas y supervisadas por la Dirección General de la Reforma Agraria, el Ministerio de Agricultura y el Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS). Según Mariano Valderrama,35 es posible distinguir tres etapas en la implementación de la reforma agraria peruana: 1) Primera etapa - Junio de 1969 a principios de 1972. En los primeros meses se intentó implementar la reforma de manera ordenada y pacifica, en función de criterios tecnocráticos, con escasos niveles de consulta a las bases campesinas. El objetivo era liquidar el gamonalismo dando protagonismo a la burguesía agraria y bloqueando la participación. No obstante, se produjeron importantes movilizaciones contra los parcelamientos privados de tierras destinados a eludir las normas legales. En octubre de 1969, los trabajadores de la hacienda “Huando”, en las proximidades de Lima, iniciaron una dura lucha, que incluyó una huelga general y dos marchas de protesta a la capital, obteniendo en febrero de 1971 la anulación del parcelamiento de la hacienda. Esta misma situación se repitió en el valle de Cañete, donde desde 1964 los hacendados realizaron parcelamientos de haciendas entres sus familiares 33 34 35 Decreto-Ley N° 17.716 de Reforma Agraria, artículo 74. Decreto-Ley N° 17.716 de Reforma Agraria, Título X. Valderrama, Mariano. “Movimiento campesino y reforma agraria en el Perú”, en Nueva Sociedad, N° 35, Marzo-Abril 1978, pp. 105-106. 192 JUAN LUIS HERNÁNDEZ y allegados, previendo el fin del régimen gamonal. Con huelgas, mitines y marchas, emprendidas entre 1969 y 1970, los campesinos del valle lograron la anulación de numerosos parcelamientos, y la intensificación del ritmo de aplicación de la reforma. Se trató de conflictos intensos pero con objetivos reivindicativos, que el gobierno intentó encausar desplazando a los terratenientes y reemplazándolos con empresas asociativas y medianos empresarios agrícolas. 2) Segunda etapa - Principios de 1972 a principios de 1974. En esta etapa se modificaron las relaciones de fuerza en el campo, consecuencia de la apatía de la burguesía agraria, la movilización creciente de campesinos y trabajadores y la radicalización política de un sector del gobierno. El SINAMOS, organismo gubernamental creado en estos años, impulsó la formación de ligas, federaciones y confederaciones agrarias, confrontando con los terratenientes pero tratando por todos los medios de evitar el crecimiento del sindicalismo clasista. Combinaba prácticas organizativas y de formación política de los campesinos con actividades represivas. Sin embargo, los esfuerzos por la intensificación de la reforma agraria terminaron reactivando sindicatos y federaciones clasistas, por fuera de la organización promovida por el oficialismo. Se sucedieron tomas de tierras acompañadas de mitines y paros generales, con epicentro en los valles de Huaura, Piura y Chancay. En este contexto de renovada combatividad, se reactivó la Confederación Campesina del Perú (CCP), a través de la Asamblea Nacional Campesina, realizada en Huaura en 1973, y el IV Congreso Nacional Campesino, realizado en el valle de Chancay, en mayo de 1974. 3) Tercera etapa - Años 1974 y 1975. El gobierno evolucionó hacia posiciones más conservadoras, dando por concluida la reforma agraria. Los cuadros del SINAMOS fueron retirados, y las iniciativas de la CNA rechazadas por el oficialismo. Al interior de ésta última surgió una tendencia que propiciaba mayor movilización de las bases y autonomía sindical. En este contexto, la CCP tomó la delantera impulsando importantes luchas mediante masivas ocupaciones de tierras en Andayhualas (Sierra sur) y Alto Piura (Norte de Peru). En Andayhualas más de 20.000 campesinos ocuparon unos 60 fundos, En un principio el gobierno negoció la afectación de gran parte de los mismos, pero luego, ante la extensión de la movilización hacia otras regiones, decidió reprimir el movimiento. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 193 ¿Cuáles fueron los alcances de la Reforma Agraria velasquista? Según Alfonso Chirinos-Almanza, a principios de 1975 se habían expropiado en Perú 7.873 fundos, con un total de 6.664.308 ha., estando adjudicadas a esa fecha 5.251.022 ha. (un 80 % del total), beneficiando a unas 220.000 familias campesinas. El autor estimaba que el restante 20% podría completarse para fines de 1976.36 Sin embargo, una evaluación más ajustada de la reforma agraria sólo puede hacerse en el marco de un balance más amplio de la experiencia velasquista. El otro cambio fundamental experimentado por la economía peruana bajo el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada fue el crecimiento del Estado, devenido actor fundamental del proceso económico. Revirtiendo la tendencia hasta entonces imperante favorable al capital monopólico, la participación estatal en el PBI aumentó al 31 % del total. Se formaron nuevas empresas estatales en la minería (Mineroperú), la pesca (Pescaperú), el acero (Siderperú), el petróleo (Petroperú) y la industria (Moraveco). Se crearon unas 150 empresas públicas nuevas, con un total de 670.000 trabajadores, que para 1975 concentraban la mitad de la producción minera, las dos terceras partes del sistema bancario, la quinta parte de la producción industrial y la mitad de la inversión total en la economía. Esta expansión del sector estatal si realizó a expensas del capital monopólico extranjero: además de la IPC, fueron expropiadas, la ITT (1969), el Chase Manhattan Bank (1970), la Peruvian Corporation y la refinería de petróleo de Conchán (1972), la Marcona Mining (1975), entre otras importantes corporaciones.37 El objetivo gubernamental era alcanzar una economía mixta, industrializando el país mediante una estrategia de sustitución de importaciones acompañada de políticas redistributivas del ingreso, destinadas a ampliar el mercado interno. A principios de los setenta se dictaron sucesivos decretos creando las Comunidades Industriales (CI), una reforma en las relaciones de producción en la industria que pretendía aumentar la producción y armonizar las relaciones entre el Capital y el Trabajo, suprimiendo los conflictos laborales mediante una mayor participación obrera en las decisiones y las utilidades de las empresas, a cambio de un incremento de la productividad. Estas reformas abarcaron una parte minoritaria de la fuerza de trabajo, e ignoraban totalmente las organizaciones 36 37 Chirinos-Almanza, Alfonso. “La Reforma Agraria peruana”, en Nueva Sociedad, N° 21, Noviembre-Diciembre 1975, pp. 47-64. Klaren, Peter F., ob. cit., pp. 416 y 419. 194 JUAN LUIS HERNÁNDEZ sindicales de los trabajadores. Una nueva propuesta de creación de un área de propiedad social, en 1974, resultó más efímera todavía y fue desactivada a partir de la deposición de Velasco Alvarado en 1975. La política exterior fue otro rubro en el cual en el cual se experimentaron importantes cambios. El gobierno impulsó en 1969 la creación del Pacto Andino, diseñado como una entidad internacional para aminorar tensiones militares y geopolíticas con los países vecinos, y abrir un mercado común. Se propuso desarrollar un papel importante en el Movimiento de Países no Alineados y se diversificaron las relaciones comerciales y militares con la Unión Soviética, Europa Oriental, Japón y otros países asiáticos. Perú reconoció al gobierno de China, se negó a secundar a Estados Unidos en el bloqueo de Cuba, e impuso un límite de 200 millas náuticas en el Océano Pacífico. Los incidentes marítimos con naves norteamericanas, la negativa a pagar una compensación a la IPC, que motivó la aplicación de la enmienda Hickenlooper,38 y las compras de armas de guerra, aviones y pertrechos militares a la Unión Soviética –incluyendo la formación de unos 800 militares peruanos en la URSS– provocaron el enturbiamiento de las relaciones con Estados Unidos. La situación se agravó en 1969, con la “guerra del atún”: ante al captura de naves atuneras que pescaban en aguas peruanas, Estados Unidos suspendió la asistencia militar a Perú, que en respuesta expulsó a la misión militar estadounidense. 39 EL GOBIERNO DE MORALES BERMÚDEZ: LA CONCLUSIÓN DEL PROCESO A partir de 1974 la situación política comenzó a complicarse. Por un lado la crisis económica internacional repercutió en Perú, con una caída en los precios de los principales productos exportables (azúcar y cobre) y un importante crecimiento del endeudamiento externo. El presidente Velasco Alvarado sufrió una grave enfermedad que lo debilitó, hecho de cierta relevancia en un régimen de fuerte personalismo, intensificándose las tendencias autoritarias. En febrero de 1975 estalló un motín policial 38 39 Esta enmienda establecía la suspensión de todos los créditos a los países que nacionalizaran propiedades norteamericanas sin efectuar las debidas compensaciones. La indemnización a la IPC fue finalmente acordada en 1974. Klaren, Peter F., ob. cit., p. 419. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 195 en Lima, fue reprimido por el ejército con un saldo de 86 muertos y más de 150 heridos. Se acordó entonces en el seno del gobierno preparar la sucesión, organizando el traspaso del poder al ministro de Hacienda, general Francisco Morales Bermúdez, quien decidió anticiparse y dio un “golpe precipitante”, en agosto de 1975. El ascenso de Morales Bermúdez dio inicio a la denominada “segunda fase” del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, para distinguirla de la anterior. Desde un principio quedó claro el carácter conservador de la nueva gestión, más allá de la retórica continuista. Morales Bermúdez puso fin a la reforma agraria, desmanteló el SINAMOS, frenó los cambios en el área industrial y pactó paquetes de medidas de ajuste con organismos financieros internacionales, orientados a reducir el papel del Estado, incrementar la economía de mercado e imponer medidas de austeridad. Ante esto comenzó la reactivación de la Confederación General de Trabajadores de Perú (CGTP) y de la Confederación Campesina de Perú (CCP), ambas influenciadas por la izquierda. En febrero de 1977 el gobierno anunció la convocatoria de elecciones para la Asamblea Constituyente, con el propósito de retomar el ciclo institucional. La CGTP convocó a dos masivos paros generales, cumplidos en julio de 1977 y mayo de 1978, contra sendos paquetes de medidas de ajuste anunciadas por el gobierno. Un mes después del último paro general se realizaron las elecciones de convencionales constituyentes, verificándose un gran vuelco del electorado hacia la izquierda. El APRA obtuvo el 35 % de los votos, con 37 convencionales, la izquierda en todas sus expresiones totalizó un 36 %, obteniendo 34 asientos, mientras cinco partidos de derecha se quedaron con 29 curules. Anciano y enfermo, Haya de la Torre fue designado presidente de la Asamblea Constituyente que redactó el texto constitucional más democrático que tuvo Perú en toda su historia: incluyó las principales reformas sociales concretadas durante el gobierno de Velasco Alvarado, concedió el sufragio universal a todo ciudadano mayor de 18 años, redujo el mandato presidencial a cinco años sin reelección, y reservó a los militares las funciones de defensa nacional, exclusivamente. El 12 de julio de 1979, en un dramático acto televisado a todo el país, Víctor Raúl Haya de la Torre firmó en su lecho de muerte la nueva Carta Magna, en lo que fue considerado su postrer servicio a la nación. 40 40 Klaren, Peter F., ob. cit., p. 439. 196 JUAN LUIS HERNÁNDEZ En julio de 1980 se realizaron las elecciones presidenciales, en las que Belaúnde Terry se impuso al APRA, debilitado por el deceso de su anciano líder. Perú inició con renovadas esperanzas un nuevo ciclo institucional. Le aguardaban, sin embargo, amargas e insospechadas vicisitudes, destinadas a prolongarse hasta nuestros días. A MODO DE CIERRE En una entrevista concedida en 1992, el historiador británico Eric Hosbswam decía que la experiencia de Velasco Alvarado “fue lo más positivo de la historia peruana contemporánea”, lamentando su fracaso, e incitando a los peruanos a discutir las razones del mismo.41 Sin duda, el corazón del proyecto velasquista fue la Reforma Agraria, uno de los procesos de redistribución de tierras más amplios practicados en América Latina durante el siglo pasado, y la única que incluyó formas colectivas de producción en el agro. Su consecuencia inmediata fue la liquidación definitiva del régimen gamonal, ya mortalmente herido por la movilización campesina y el proceso de modernización capitalista. Sin embargo, la reforma en el campo sólo benefició en forma plena a una parte de la población rural, fundamentalmente a quienes trabajaban en las plantaciones de la costa, en detrimento de quienes lo hacían en las haciendas de la sierra, relegando también a gran parte de los campesinos y trabajadores temporales. El cooperativismo en cualquiera de sus formas es siempre una modalidad de organización económica que difícilmente pueda subsistir en forma pura: o contribuye a la formación de relaciones de producción capitalista, o es una experiencia transicional al socialismo. Según el marco social en el cual la cooperativización sea ejecutada, la evolución puede ser en un sentido u otro. En el caso peruano, la tendencia de la mayoría de las cooperativas fue la desintegración, generándose procesos de parcelación individual en favor de sus integrantes, lo que derivó en menor productividad y eficiencia de la explotación agraria en su conjunto. A ello debe sumarse el autoritarismo de los funcionarios del SINAMOS, que tomaban decisiones sin consultar a los campesinos y sus organizaciones de base, y reprimían sus actividades independientes. 41 Disponible en: http://blog.pucp.edu.pe/blog/aldopanfichi/2010/03/14/ Fecha de consulta: mayo 2017. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 197 La reestructuración en la industria y los servicios tampoco funcionó. También en estas áreas los beneficios alcanzaron a una parte minoritaria de los trabajadores en relación al conjunto de la masa laboral. No se logró un incremento sostenido de la producción, en tanto la inversión pública se multiplicó pero a costa de un creciente endeudamiento externo cuyas consecuencias se sentirían en las décadas posteriores. El proceso peruano, uno de los que en América Latina más lejos llegó en materia de nacionalizaciones y reforma agraria, demostró una vez más que la subsistencia de los marcos sociales capitalistas implica, en algún momento, el retroceso o la cancelación de los avances logrados. Bibliografía Blanco, Hugo. Tierra o muerte. Las luchas campesinas en Perú, Siglo XXI, México, 1972. Burga, Manuel y Flores Galindo, Alberto. “Apogeo y crisis de la República Aristocrática” (1980), en Alberto Flores Galindo, Obra Completa, Tomo II, Sur Casa de Estudios del Socialismo, Lima, 1994. Cotler, Julio. “La mecánica de la dominación interna y del cambio social en el Perú”, en José Matos Mar, Augusto Salazar Bondy, Alberto Escobar, Jorge Bravo Brezan y Julio Cotler, Perú Problema, IEP, 1969. ———. Clases, Estado y Nación en el Perú, IEP, Lima, 1978. Decreto-Ley N° 17.716 de Reforma Agraria. Chirinos-Almanza, Alfonso. “La Reforma Agraria peruana”, en Nueva Sociedad, N° 21, Noviembre-Diciembre 1975, pp. 47-64. Flores Galindo, Alberto. Buscando un inca. Identidad y utopía en lo Andes, Horizonte, Lima, 1994 (1986). Haya de la Torre, Víctor Raúl. El antiimperialismo y el APRA, Santiago de Chile, Ercilla, 1936. ———. “El ‘buen vecino’ ¿garantía definitiva?” (Febrero de 1938) en ¿Adónde va Indoamérica?, Editorial Indoamérica, Buenos Aires, 1954. Klaren, Peter F. Nación y sociedad en la historia del Perú, IEP, Lima, 2011 (2000). Letts, Ricardo. La izquierda peruana. Organizaciones y tendencias, Mosca Azul, Lima, 1981. Manrique, Nelson. “¡Usted fue aprista!” Bases para una historia crítica del APRA, CLACSO- Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2009. Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (edición facsimilar), Ministerio de Cultura, Lima, 2011 (1928). 198 JUAN LUIS HERNÁNDEZ Napurí, Ricardo. Pensar América Latina. Crónicas autobiográficas de un militante revolucionario, Herramienta, Buenos Aires, 2009. Pease García, Henry. El ocaso del poder oligárquico, DESCO, Lima, 1977. Valderrama, Mariano. “Movimiento campesino y reforma agraria en el Perú”, en Nueva Sociedad, N° 35, Marzo-Abril 1978, pp. 103-113. Velasco Alvarado, Juan. La Revolución Peruana, EUDEBA, Buenos Aires, 1973. PARTE III CAPÍTULO 9 CAMPESINADO O CAMPESINOS EN AMÉRICA LATINA C. Romina Zirino (UBA/UNLP) CONSIDERACIONES PREVIAS La cuestión campesina es inherente a la historia de América Latina. Tanto en el presente como en el pasado las fuerzas desplegadas por los actores subalternos del mundo rural, han dejado su impronta en los procesos desatados en el continente, pues el avance de las relaciones capitalistas de producción en el campo generaron estructuras agrarias de tipo dual de escala secular.1 En las últimas décadas, la emergencia del zapatismo en México, el Movimiento Sin Tierra en Brasil, los movimientos indígenas campesinos en Bolivia y Ecuador, herederos de las luchas campesinas y/o campesino-indígenas, nos invitan a replantearnos algunas cuestiones claves en la conformación de una clase social que desde el plano académico ha suscitado vastos debates en torno a su condición de clase. Una vez más nos abocamos a esta tarea, pues consideramos de relevancia volver nuestra mirada sobre las perspectivas teórico-metodológicas y los problemas materiales en las esferas políticas, económicas y socio-culturales de las 1 Tasso, Alberto. Ferrocarril, quebracho y alfalfa, Alción, Córdoba, 2007, p. 147. 202 C. ROMINA ZIRINO fracciones dentro del campesinado. Para ello realizaremos un recorrido por tres casos nacionales: a partir de una comparación sobre México, Bolivia y Cuba presentaremos las categorías que emergen del estudio del paisaje social rural. Si bien transitaremos por los procesos revolucionarios, éstos exceden los objetivos del presente trabajo, que consisten simplemente en establecer relaciones y diferencias entre los casos, para entender la complejidad que encierra el campesinado como clase, “pues la transformación es por igual cambiante y accesible para un tratamiento comparativo”.2 Luego, desde nuestro interés particular, consideramos de relevancia incorporar el caso de Argentina y exponer algunas nociones conceptuales que han sostenido que su distinción del resto del continente, se debe a la “ausencia de una “clase campesina” que desempeñase un papel económico o político de alguna significación a lo largo del último siglo”.3 En los últimos años, Argentina no fue ajena a las problemáticas en torno a la tierra, dando lugar a una nueva reflexión sobre la actuación histórica del campesinado, ya que la conformación de movimientos campesinos plantea nuevas interpretaciones en el ámbito local.4 LA CUESTIÓN CAMPESINA Si bien el consenso académico en torno a la actuación social, económica, política y cultural, concluía en la escasa participación en estas esferas, transformando a los actores subalternos del mundo rural en marginales; el desacuerdo de índole teórico-metodológico hundía sus raíces en la relación entre el modo de producción dominante, el campesinado y su devenir como clase social en América Latina –dentro de las características del funcionamiento del sistema capitalista en cada caso nacional–. Tanto la aceptación o desacuerdo sobre los análisis marxistas, como los realizados por los populistas rusos, o los intentos de articular 2 3 4 Knight, Alan. “Revolución social: una perspectiva latinoamericana”, en Secuencia, nueva época, Nº 27, sept-dic. 1993. p. 153. Borón, Atilio y Pegoraro, Juan. “Luchas sociales en el agro argentino”, en González Casanova, Pablo (coord.), Historia política de los campesinos latinoamericanos, Volumen 4, Siglo XXI, México, 1985, p. 194. Zirino, C. Romina. Características de la estructura agraria en Santiago del Estero durante la década de 1940: Hacia una historia social del campesinado, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2008, p. 2. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 203 ambos enfoques, llevó a los estudiosos a conceptualizar en dos categorías aglutinantes o ejes de interpretación: descampesinización/campesinización.5 De todas formas, han llevado a la elaboración de tipologías para delimitar la categoría campesino, de pequeño productor rural, peón, asalariados, pues el objetivo es constatar empíricamente los ejes expuestos que pueden ser sintetizados en: • Caracterización del campesinado por un lado, como categoría social total y, por otro lado como una clase conformada por diversas fracciones que excluyen la categorización de los sujetos en una sola actividad económica. • Relación estructura agraria y composición social y su vinculación con el mercado laboral desde las condiciones objetivas como clase, y desde una perspectiva subjetiva como actor social. Aunque consideramos necesarios para nuestra investigación los aportes de cada enfoque, disentimos respecto a un criterio común que subyace en ambos: la idea de que en algún momento, en el tiempo histórico, fueron alteradas y transformadas las relaciones de producción campesinas hasta llegar a la desintegración en su totalidad, proceso que condujo a la descampesinización o reafirmó el proceso de campesinización. Desde otra perspectiva sostenemos la existencia de poblaciones campesinas a lo largo del tiempo, en este sentido ambas movilidades serían parte de un mismo proceso, pues la vinculación del campesino con la estructura social ha generado diversas formas de acceso y tenencia de la tierra dando origen a la formación de un campesinado heterogéneo. De esta manera comprendemos que los actores subalternos del campo continúan vinculados al modo de producción más allá de la manifestación de la práctica concreta. En otras palabras, el problema sobre el proceso que remite a la composición de clase en los mundos rurales de América Latina. Al acercarnos a una definición de campesino podemos plantear que sería un productor agropecuario cuya actividad económica se desarrolla en pequeña escala, en condiciones de escasez de recursos y teniendo como base el núcleo familiar doméstico; nos referimos a aquellas unidades 5 En términos generales, el primero refiere a la heterogeneidad en la estructura agraria, es decir a la diferenciación del campesinado; mientras que la segunda postura refiere a la unidad productiva familiar como categoría universal y estática. 204 C. ROMINA ZIRINO que pasan de la subsistencia y/o infrasubsistencia,6 y se caracterizan por ser unidades estacionarias y/o excedentarias. Desde una perspectiva de clase el campesinado en su composición no es homogéneo ni estático, sino que deben detectarse los procesos de transformación que en su dinámica modifican su condición económica. Pues los atributos que caracterizan al campesinado como clase social son la precariedad en la posesión y tenencia de la tierra: el acceso al medio de producción en propiedad de otros, en tierras fiscales o la imposibilidad de demostrar el derecho de posesión o título de propiedad. La vinculación entre los actores subalternos y la tierra encierra complejas relaciones desde diversos planos que componen y son parte de un determinado despliegue de la acción del sujeto. Como tal el campesino se construye a partir de su propia reproducción como sujeto, por otro lado la economía nacional, el Estado Nación, la pertenencia identitaria, otorgan la particularidad del campesino como fracción, elemento constitutivo para la conformación del campesinado como clase. Desde esta perspectiva, la heterogeneidad del campesinado a partir de las condiciones materiales de subsistencia y/o infrasubsistencia arrojan una cantidad de categorías: campesino comunitario, desalojado, agregado, migrante (peón, asalariado), indígenas, mestizos. Como sujetos de decisión y recursos, despliegan estrategias, para transitar por la pobreza, “resistiendo en un doble carácter combinado”,7 a las relaciones de producción capitalista en el campo. ESTRUCTURA AGRARIA, MOVIMIENTOS CAMPESINOS DENTRO DEL MARCO NACIONAL En el caso de América Latina, la apertura de las economías al mercado mundial a fines del siglo XIX, trajo consigo la conformación de un mercado orientado al comercio externo, por lo tanto, la agroindustria, la agricultura comercial y la ganadería desarrollaron sus actividades, una 6 7 Shejtman, Alejandro. “Enfoque y metodología del análisis tipológico”, en Sociología rural latinoamericana. Hacendados y campesinados, CEAL, Buenos Aires. 1992. Gilly, Adolfo. La Guerra de clases en la Revolución Mexicana, en AA.V V. Interpretaciones de la Revolución Mexicana, UNAM-Nueva Imagen, México, 1980. p. 25. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 205 vez más, avanzando sobre las tierras de los campesinos. Con la anuencia de los Estados nacionales, que legitimaron la enajenación de tierras, desalojos, expulsión y exterminios, se consolidaron estructuras agrarias donde la relación latifundio-minifundio conformó diversas formas de vinculación con la tierra. En los tres casos analizados, las resistencias campesinas del siglo XX son tributarias de las luchas del siglo XIX. En México, como sostiene Armando Bartra, “la sociedad rural decimonónica, y particularmente las comunidades indígenas, se enfrentan a una nueva oleada expropiadora que se profundiza en la segunda mitad del siglo con la aplicación de las leyes de reforma”.8 En el caso de Bolivia, inauguró este nuevo ciclo de rebeliones el levantamiento de Wilka (Pablo Zárate) a fin de siglo. En las primeras décadas del siglo XX, los acontecimientos desatados en Jesús de Machaca en 1921 y en Chayanta en 1927 son los antecedentes más próximos del ciclo de rebeliones desatado durante la década de 1940. Diez años antes, en la Sierra Maestra, los campesinos cubanos resistieron al avance de los latifundios cafetaleros y a las fuerzas militares que tenían la orden de desalojarlos. El proceso revolucionario desatado en 1910, “…aparece ante todo y sobre todo, como una violentísima irrupción de las masas (...) como una gigantesca guerra campesina por la tierra”.9 En el norte, el dinamismo económico que adquirió esta zona generó que las relaciones capitalistas de producción estuvieran mucho más desarrolladas, pues la explotación minera, la enajenación de tierras fiscales para el desarrollo de la agricultura comercial y cría de ganado, el tendido de vías férreas, durante el porfiriato, trazaron una estructura agraria donde coexistían grandes latifundios con descendientes de los primeros colonos (a los cuales se les había otorgado tierras como retribuciones militares en la campaña contra el indio), rancheros y campesinos (arrendatarios-semiarrendatarios), trabajadores (semiagrícolas y/o semindustriales). Como podemos observar, en el norte, “la primera diferencia deriva de la extrema heterogeneidad social del movimiento que allí se desencadeno”.10 En este sentido, sostiene Katz: “…eran atípicos, y, en muchos sentidos un grupo social 8 9 10 Bartra, Armando. Los herederos de Zapata. Movimientos campesinos posrevolucionarios en México. 1920-1980, Era, México, 1992, p. 12. Gilly, Adolfo, ob. cit., p. 22. Mires, Fernando. La rebelión permanente, Siglo XXI, México, 2001, p 188. 206 C. ROMINA ZIRINO singular en México…”11 pues “…las provincias norteñas carecían de poblaciones indígenas poderosas o sustanciales. Los sistemas de tenencia comunal de la tierra y otros vestigios prehispánicos o coloniales eran de importancia secundaria.”12 A diferencia del sur con una concepción diferente sobre el poder y la relación con el Estado, conformado por comunidades campesinoindígenas, “…los pueblos todavía vivos, centro de vida comunal de los campesinos en su resistencia de siglos al avance de las haciendas, fueron el organismo autónomo con que entraron naturalmente a la revolución los surianos”,13 ello se tradujo en reivindicaciones diferentes al norte. Los embates del desarrollo capitalista a fines del siglo XIX, trastocaron la histórica estructura agraria donde convivían las haciendas azucareras y las comunidades campesinas desde el período colonial. Durante el Porfiriato la instalación de compañías de agricultura comercial arrasó con las tierras de los campesinos, generando que una “población sin acceso a la tierra era mucho más grande”,14 que en el resto del país. Parte de la población era arrendataria, peones en las haciendas, en convivencia con pequeños propietarios como Emiliano Zapata; quien fue elegido por los ancianos de su comunidad, y representó los intereses de los campesinos a partir de los lineamientos de la Reforma Agraria,15 11 12 13 14 15 Katz, Friedrich. “Pancho Villa, los movimientos campesinos y la Reforma Agraria en el norte de México”, en Brading, D. A. (Coord.), Caudillos y campesinos en la revolución mexicana, FCE, México.1985, p. 87. Ruiz, Ramón Eduardo. México: la gran rebelión 1905-1924, Era, México, 1984, p.87. Gilly, Adolfo, ob. cit., pp. 32-33. Mires, Fernando, ob. cit., p. 184. Articulo 6°: “Como parte adicional del Plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados por mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en las manos, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellos lo deducirán ante los tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución”. Articulo 7° “En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que del terreno que pisan sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o la agricultura, por estar monopolizados en unas cuantas manos, las tierras, montes y aguas; por esta causa, se expropiarán, previa indemnización, de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellos, a fin de que los pueblos y ciudadanos Mexicanos, SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 207 restringida al sur, a Morelos, “independiente del Estado y sus fracciones políticas”.16 Así como en México los pueblos campesinos tuvieron injerencia en la toma de decisiones con el criterio de la autonomía y el colectivo como directriz en el proceso revolucionario desencadenado en 1910, cuando nos acercamos al problema de la tierra en la zona andina boliviana vemos que, sobre todo en el período post-independencia, el debate gira en cuanto a las relaciones de producción en torno al problema del régimen de propiedad de la tierra y los determinantes en los tipos de tenencia de ésta. Creemos necesario detenernos primero en el problema puntual del régimen o tipo de propiedad de la tierra y sus consiguientes formas de relación entre el productor y ésta. Pues la tierra en un país como Bolivia durante la primera mitad del siglo XX constituía el principal medio de producción en el que se articulaban las relaciones sociales. Pero en el caso de Bolivia, el problema se complejiza más allá de la dualidad latifundio/minifundio, debido a la pervivencia del ayllu.17 Su existencia impone frenos al desarrollo del sistema capitalista, lo cual tiene implicancia respecto del lugar que van a ocupar los pueblos originarios campesinos en la dinámica de la lucha de clases. Bolivia, sobre todo en el periodo abierto en la post guerra del Chaco (1932-1935), se encontraba ante la acuciante necesidad de afianzar mecanismos eficaces capaces de garantizar condiciones socio-estructurales que no fueran obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas. Por eso, en ese inexorable tránsito por el que debía pasar el desarrollo socioeconómico, Bolivia debía lograr con el avance de la propiedad privada desarticular las relaciones “arcaicas” de los pueblos originarios campesinos articuladas en torno al ayllu, dado que éstos eran 16 17 obtengan ejidos, colonias, fondos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos”. En Bransboin, Hernán; Curci, Betiana; Hernández, Juan Luis; Santella, Agustín y Topasso, Hernán (comp.). La Revolución Mexicana. Documentos fundamentales (1910-1920), Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2004, pp. 76-77. Gilly, Adolfo, ob. cit., p. 33. Propiedad colectiva de la tierra cultivable, las aguas, tierras de pastoreo (…) La existencia, simultánea, de asentamientos discontinuos, tanto a nivel del área descrita colonialmente como “nuclear” como en los territorios que supuestamente “pertenecerían a los grupos vecinos”. Martínez, José Luis. “Ayllus e identidades interdigitadas. Las sociedades de la Puna salada”, en Boccara y Galindo (ed.), Lógica mestiza en América, Universidad de La Frontera, Chile, 2000, pp.86-87. 208 C. ROMINA ZIRINO los principales productores y principal reserva de mano de obra disponible. Ya en este período algunos veteranos de guerra, en su mayoría quechuas, comenzaron a organizarse, a partir de sindicatos de estilo obrero. Eran colonos de algunas zonas de hacienda, comúnmente llamados comunarios de hacienda. A partir de la década de 1940, podemos afirmar que en la propuesta de un Estado que buscó establecer nuevas alianzas interclasistas, de cara a la realidad política-económica, convergieron diferentes clases sociales, entre ellas, los movimientos campesinos, generando la llegada de Gualberto Villarroel al poder (1943-1946). La estadía de éste como Presidente implicó incorporar una serie de reivindicaciones, a partir de la constitución del Comité Nacional Indígena (1943), el Primer Congreso Indígena (1945), y con el Decreto Supremo N° 318 (15/05/1945) la supresión de los servicios gratuitos de los colonos, el pongueaje, la mita, entre otros.18 Pero entre los años 1941 y 1947, se desataron luchas campesinas, en las cuales los pueblos originarios se sirvieron de su experiencia militar en la guerra del Chaco y su organización sindical. Cabe destacar los conflictos desatados en Cochabamba, pues los terratenientes se convirtieron cada vez más en rentistas, conforme se observaba el paso de la colonia a la república, imponiendo un sistema de creciente presión sobre el trabajo. También existían algunos pequeños propietarios, piqueros, que eventualmente podían relacionarse en el mercado como productores directos. En cambio en la serranía de Ayopaya, el régimen de hacienda ejercía un dominio hegemónico sobre la tierra y la articulación de las relaciones sociales de producción. Hacia 1952, la cooptación del campesinado por parte del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) debe ser entendida, según Mires, como “el resultado de la contradicción entre las elites urbanas representadas por el MNR y la oligarquía tradicional”.19 La problemática de esta incorporación radica en la contradicción propia del hecho, ya que dicho reconocimiento, como ciudadanos políticos, se inscribe dentro del marco de las demandas propias del sistema político burgués. Es por eso, que la solución que encuentran tanto el movimiento indígena campesino 18 19 Ver Leyes Sociales de Bolivia, Ministerio del Trabajo, Salubridad y Previsión Social, 1946. También en Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel (comp.). La Revolución Boliviana. Documentos fundamentales, Newen Mapu, Buenos Aires, 2007, pp. 37-41. Mires, Fernando, ob. cit., p. 265. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 209 como el gobierno radica en apelar al carácter moral de la situación de indigencia campesina, y utilizarla como elemento cohesionador y canalizador de los verdaderos problemas, enmascarando y encapsulando el conflicto permanente entre dos lógicas diferentes, ello se hará visible con la Reforma Agraria de 1953. En esa misma década, pero en la Sierra Maestra, los campesinos daban su apoyo a los expedicionarios del Granma. Las razones deben buscarse en las condiciones socio-económicas de los campesinos cubanos. La estructura agraria de esta zona estaba compuesta por un mundo subalterno rural de pequeños campesinos (precarista-obrero agrícola) y los latifundios cafetaleros. En condiciones paupérrimas, hacinados y empujados a migrar hacia la explotación de la zafra, los campesinos, caen en este carácter dual que volvemos a encontrar como parte del mismo proceso. Dice Winocur: “productor independiente y asalariado. Asalariado contra su voluntad y por escaso término, productor independiente en permanente frustración”,20 sufrieron desalojos y asesinatos. Ello permite pensar en el porqué del apoyo a los rebeldes del Granma y la posterior “alianza militar entre rurales de la sierra y la expedición de Fidel Castro”.21 Los tres procesos expuestos plantearon consecuencias nuevas a la movilidad socio-rural. Las clases subalternas fueron protagonistas de reformas agrarias, cada una con un objetivo determinado, que puede ser desde modernizar la agricultura hasta sentar las bases de una economía planificada. Dentro del juego de las reivindicaciones, los Estados Nación otorgaron concesiones en algunos momentos del reparto de tierra. En México, con Obregón en el poder, se puso en práctica el incumplimiento de la Ley Agraria y la Constitución de 1917. Las condiciones del reparto d e tierra del zapatismo dejaron de preocupar, el aparato jurídico acompañó la organización de la propiedad de la tierra en pequeña propiedad a partir de la promulgación “en 1925 de la ley reglamentaria sobre repartición de tierras ejidales y constitución del patrimonio familiar”, de hecho “no prosperó la clase media rural y en cambio se fortalecieron los latifundios”.22 En el norte, si bien existieron confiscaciones y expropiaciones 20 21 22 Winocur, Marcos. Las clases olvidadas en la revolución cubana, Contrapunto, Buenos Aires, 1987, p.116. Winocur, Marcos, ob. cit., p.128. Warrman, Arturo. Y venimos a contradecir…, Casa Chata, México, 1986. Capìtulo IV, El reparto. 210 C. ROMINA ZIRINO de los hacendados por parte del gobierno villista no se desataron rebeliones campesinas ni hubo modificaciones de fondo. En Bolivia, donde en 1953 fue promulgada la Reforma Agraria, como consecuencia de la alianza campesino-estatal, otorgando un marco legal al proceso de expropiaciones, los ítems de la reforma fueron “amplios” en sus criterios pues “…las iniciativas políticas campesinas contestaron siempre las estrategias de control que nacían del Estado y del MNR y, en muchos casos forzaron a su negociación y adaptación”.23 Pero, como señala Mires los términos que encerró el reparto de tierras fueron parte de un proyecto orientado a la industrialización, de esta manera “…una nueva estratificación social agraria, y por lo tanto, nuevos mecanismos de explotación, sobre todo indirectos, ejercidos a través del mercado y el sistema financiero”.24 Las reivindicaciones de modificaciones en torno al carácter de la tenencia de la tierra quedaron truncas debido a que “…las áreas afectadas y el campesinado involucrado no fueron los principales beneficiados (…) Esta fue orientada más bien a la expansión de nuevas fronteras agrícolas y a un desarrollo capitalista en el campo”.25 En cambio en Cuba, luego de la primera reforma en 1959, donde se procedió a expropiar a los grandes latifundios, no tuvo el alcance para afectar a la pequeña y mediana propiedad. Pero el giro político de la revolución profundizó el proceso de modificación de la estructura del agro cubano, dictando una segunda ley de Reforma Agraria en 1963. En ella, se “estableció una amplia área agraria estatal”,26 materializada a través del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). Históricamente, el problema de la tierra ha sido protagonista de diferentes formas de conflictos debido a que los tiempos que articulan las relaciones sociales no son patrimonio exclusivo de las clases dominantes; en este sentido nuestra atención estuvo centrada en el campesinado y su accionar en la dinámica de lucha de clases, pues partimos del supuesto de que “hay que precisar el tipo de campesinado y procesos de 23 24 25 26 Gordillo, José M. Campesinos revolucionarios en Bolivia, Plural, La Paz, 2000, p. 66. Mires, Fernando, ob. cit., p .275. Calderón, Fernando y Dandler, Jorge. “Movimientos campesinos y Estado en Bolivia”, en Calderón, Fernando y Dandler, Jorge (comp.), Bolivia: la fuerza histórica del campesinado, CERES, La Paz, 1986, p.35. Mires, Fernando, ob. cit., p. 319. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 211 diferenciación en relación al desarrollo del capitalismo, del Estado y de las clases sociales en distintos momentos históricos de una formación social”.27 Hemos realizado un recorrido por tres casos diferentes donde los procesos revolucionarios han puesto de manifiesto los conflictos entre las esferas social, política, y económica. En este sentido, como procesos, las revoluciones son situaciones excepcionales en el devenir histórico, que develan conflictos latentes pero ocultos secularmente. Pero también consideramos que es importante analizar al campesinado en momentos donde la articulación con la sociedad mayor no evidencia conflictos, pues emergen interrogantes alrededor de los mecanismos de consenso que se crean y recrean entre el campesinado, el Estado Nación y el sistema económico. A continuación presentaremos un caso paradigmático, como es el de Argentina, que se destaca por “la ausencia de campesinos”. ARGENTINA Para el caso argentino se ha sostenido que su distinción del resto del continente, estriba en la inexistencia de luchas campesinas; dicha afirmación si bien encierra contenidos de verdad, llevó a plantear la “ausencia de una “clase campesina” que desempeñase un papel económico o político de alguna significación a lo largo del último siglo”.28 Desde principios de siglo hasta la actualidad la importancia de los procesos agrarios y del mundo rural ha ido in crescendo. Los estudios agrarios referidos al caso argentino han centrado la atención, en su mayoría, en la región pampeana, debido a su importancia económica, tanto en el plano nacional, como por su integración al mercado mundial, que “marcó en gran medida las preocupaciones académicas acerca del carácter de la misma”.29 En este sentido, ha sido un laboratorio para analizar la capitalización del agro y los conflictos sociales suscitados por la dinámica de las fuerzas productivas de la zona; y ha generado la producción de un amplio abanico de investigaciones, ya “que a lo largo 27 28 29 Calderón, Fernando y Dandler, Jorge, ob. cit., p. 18. Borón, Atilio y Pegoraro, Juan, ob. cit., p. 194. Posada, Marcelo (comp.). Sociología rural argentina. Estudios en torno al campesinado. CEAL, Buenos Aires, 1993, p. 7. 212 C. ROMINA ZIRINO de las décadas se multiplicaron los estudios económicos, econométricos, sociales e históricos”, de diversas corrientes ideológicas, analizando la estructura agraria, la conformación de la clase dominante, su comportamiento económico, y la composición de clase de los sectores que conforman los pequeños y medianos productores agropecuarios, entre otras cuestiones.30 Pero a diferencia de América Latina, la cuestión campesina, en Argentina, “carece de una prolongada tradición”.31 En este sentido, estas limitaciones de índole interpretativa llevaron a plantear que el campesinado o “una clase social con esas características apenas si llegó a tener una precaria y marginal existencia en algunas regiones del país.”32 El campesinado como clase social y, el campesino como actor social “no se tomaron en cuenta en las comprehensiones más globales del funcionamiento del agro”.33 Recién comenzará a estar en el centro de interés a partir de finales de los años ´60 y comienzos de los ’70,34 dado el contexto social, político y económico del mundo rural, ya que “la mayoría de los cultivos regionales pasaron por crisis de diversa índole; el éxodo rural persistía y (...) los productores de éstos buscaban formas de organización gremial diferentes a las tradicionales”.35 Aunque en el contexto mencionado la mirada de los cientistas sociales comenzó a detenerse en otras zonas agropecuarias, continuó la abundancia de investigaciones sobre la región pampeana.36 El interés académico por esta región, en cierta forma impidió que se miraran aspectos del desarrollo agrario extrapampeano desde las propias 30 31 32 33 34 35 36 Posada, Marcelo, ob. cit., p. 7. Posada, Marcelo, ob. cit., p. 9. Borón, Atilio y Pegoraro, Juan, ob. cit., p. 155. Giarraca, Norma. “El campesinado en Argentina: Un debate tardío”, en Realidad Económica 94, tercer bimestre, 1990, pp. 54-65. Norma Giarraca, establece cuatro períodos sobre estudios rurales: el primero comprende desde 1900-1956; el segundo 1957-1976; el tercero 1976-1983; y por último 1983 hasta la actualidad. Giarraca, Norma. “Las ciencias sociales y los estudios rurales en la argentina durante el siglo XX”, en Giarraca Norma (coord.), Estudios Rurales. Teorías, problemas y estrategias metodológicas, La Colmena, Buenos Aires, 1999. Giarraca, Norma, ob. cit., p. 15. En la actualidad, estudios sobre esa región han comenzado a incorporar la categoría campesino. Ello no implica una delimitación con el agricultor familiar. Desde un punto de vista teórico-metodológico son difusos los límites entre una y otra categoría. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 213 particularidades de cada espacio. Por lo tanto, la cuestión campesina quedaría rezagada a regiones caracterizadas por su integración marginal al mercado interno. Si bien esta afirmación encierra contenidos de verdad, consideramos que este tipo de enfoque niega la actuación histórica de los sujetos sociales. Las diversas investigaciones y estudios de caso, que tomarán como modelo los procesos de la región pampeana, establecerán dos ejes de interpretación que dividen a los teóricos acerca de la categorización y conceptualización de los actores subalternos del mundo rural. Por un lado, están quienes caracterizan al campesinado como categoría social total, y por otro lado quienes plantean que la clase campesina es heterogénea. Ambas posturas37 han llevado a la elaboración de tipologías como herramientas metodológicas de análisis para delimitar las categorías campesino, pequeño productor rural, peón, asalariado, para una constatación empírica. Como hemos planteado, encontrar una definición estrictamente pertinente en torno al campesino como sujeto y el campesinado como clase, encierra dificultades de tipo conceptual debido a la complejidad de los actores en relación con su actuación económica, política e histórica. En el caso de Argentina, la tarea es mucho más compleja debido a la ausencia de luchas campesinas como despliegue de las fuerzas políticas; entonces, por ello debemos hallar otros ejes de interpretación que intenten explicar cómo se reproducen y subsisten sociedades acatando el consenso. Por lo tanto, la relevancia de analizar el campesinado en Argentina implica explorar las formas de tenencia y acceso precario a la tierra, reconocer la existencia del actor como clase y como sujeto en la historia local. 37 Borón, Atilio y Pegoraro, Juan, ob. cit., Giarraca, Norma. “El campesinado en la Argentina: Un debate tardío”, en Realidad Económica, N° 94, 3er. Bimestre, 1990 y “Las ciencias sociales y los estudios rurales en la argentina durante el siglo XX”, en Giarraca, Norma (coord.), Estudios Rurales. Teorías, problemas y estrategias metodológica, La Colmena, Buenos Aires, 1999; Manzanal, Mabel. Estrategias de los pobres rurales, CEAL, Buenos Aires, 1993 y “El campesinado en la argentina: un debate tardío o políticas para el sector: una necesidad impostergable”, en Realidad Económica, n° 97, 6º bimestre, 1990; Murmis, Miguel “Tipología de pequeños productores campesinos en América Latina” en Posada, Marcelo (comp.), Sociología rural argentina. Estudios en torno al campesinado, CEAL, Buenos Aires, 1993; Tsakoumagkos, Pedro, “Sobre el campesinado en Argentina”, en Posada Marcelo (comp.), Sociología rural argentina…, ob. cit. 214 C. ROMINA ZIRINO CONCLUSIONES Como tarea epistemológica, el historiador debe elaborar variables teórico-metodológicas que nutran las interpretaciones clásicas sobre el campesinado. Planteamos que no se trata de entender la actuación histórica del campesinado de modo general, es decir realizar un modelo explicativo extensivo a los diversos mundos rurales, sino a partir del estudio especifico de escala reducida analizar el entramado de las relaciones sociales, y por lo tanto, de nuevas problemáticas que emergerán en el momento de abordar el problema de la tierra. Pues, tenemos presente que al explorar en los parajes, no sólo nos limitaremos a comprender la organización social de prácticas y pautas socio-culturales consuetudinarias que operan y se despliegan en una red de parentesco biológico o por extensión, donde el conflicto no esta ausente, caso contrario las tensiones se hallan latentes debido a la heterogeneidad socio-económica de las unidades domésticas. Consideramos necesario ahondar en los intersticios sociales en donde se gestan las relaciones de dominación, es decir analizar cómo actúa el consenso, cuáles son los mecanismos que operan en lo cotidiano para contener las relaciones de fuerzas de un mundo campesino oprimido. Por todo esto, es importante partir del análisis de la dinámica interna de las clases productoras dominadas, esto es las relaciones de los productores directos tanto entre sí como con la tierra y sus medios de producción; como así también, los mecanismos de extracción del excedente o relaciones de propiedad de las clases hegemónicas. Para comprender por un lado, los largos períodos; y por otro lado, las dinámicas que despiertan, en palabras de Gilly, “la inmovilidad y el tiempo lento del campo”.38 Bibliografía Bartra, Armando Los herederos de Zapata. Movimientos campesinos posrevolucionarios en México (1920-1980), Era, México, 1992. Borón, Atilio y Pegoraro, Juan. “Luchas sociales en el agro argentino”, en González Casanova, Pablo (coord.), Historia Politica de los Campesinos Latinoamericanos, Volumen 4, Siglo XXI, México, 1985. 38 Gilly, Adolfo, ob. cit., p. 35. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 215 Bransboin, Hernán; Curci, Betiana; Hernández, Juan Luis; Santella, Agustín y Topasso, Hernán (comp.). La Revolución Mexicana. Documentos fundamentales (1910-1920), Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2004. Calderón, Fernando y Dandler, Jorge. “Movimientos campesinos y Estado en Bolivia”, en Calderon, Fernando y Dandler, Jorge (compiladores), Bolivia: la fuerza histórica del campesinado, CERES, La Paz, 1986. Dunkerley, James. Rebelión en las venas, Plural, 2003. Giarraca, Norma. “Las ciencias sociales y los estudios rurales en la argentina durante el siglo XX.” en Giarraca, Norma, Estudios Rurales. Teorías, problemas y estrategias metodológicas, La Colmena, Buenos Aires, 1999. Gilly, Adolfo. “La guerra de clases en la revolución mexicana (revolución permanente y autoorganización de las masas)”, en AA.VV., Interpretaciones de la Revolución Mexicana, UNAM-Nueva Imagen, México, 1980. Gordillo, José M. 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La opresión de las mayorías indígenas continuó con la independencia y la república, ya que los sectores criollos que emergieron como grupos hegemónicos en esta construcción política se continuaron beneficiando con la pervivencia de relaciones precapitalistas en la sierra peruana, manteniéndose las cadenas que aherrojaban a los indígenas a una relación social que encontraba en ellos su parte más desfavorecida. Aunque existe un relativo consenso historiográfico tendiente a caracterizar la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-1883) como el punto de partida del “largo siglo XX peruano”, estas páginas procuran rastrear las ideas generadas alrededor del problema del indio a partir de la década de 1920. Es durante el transcurso de esta década que comenzaron a articularse las tres principales corrientes del pensamiento político del siglo XX: el aprismo, el indigenismo y el socialismo. Dichas manifestaciones representaron un intento original de reflexionar sobre la formación económico-social peruana. En este contexto, los nuevos abordajes en 218 ARIEL SALCITO torno a la condición del indio, representados por el indigenismo, fueron abandonando progresivamente su matriz filantrópica y benefactora, para dar lugar a un nuevo planteamiento de cariz económico y social. El concepto indigenismo es susceptible de recibir variados significados. En tanto praxis estatal de inclusión subordinada de un estrato de la población, caracterizado por rasgos distintivos de índole racial, lingüística o cultural, su aplicación difiere de acuerdo a cada Estado nacional, encontrando en México su ejemplo característico. El análisis de estas políticas excede los límites de este trabajo, referido a la prolífica producción intelectual sobre el problema del indio en el Perú a partir de la década de 1920. Por razones que se abordarán más adelante, ha sido a través del ensayo y la literatura que dicha producción se realizó, lo que determinó sus formas de producción, circulación y consumo, aspectos que no carecen de importancia, como se intentará demostrar en estas páginas. Cuando en 1923 arribó al puerto de El Callao el buque “Negada”, desembarcó un intelectual que luego de cuatro años de permanencia en Europa regresaba con la influencia del convulsionado clima de época característico de los primeros años de pos guerra. En un periplo en el que confesó haber encontrado en los caminos del viejo mundo las enseñanzas para desentrañar las complejidades del Perú, José Carlos Mariátegui utilizó la comparación y el contraste para edificar una matriz de pensamiento basada en una radical autonomía. La escena contemporánea contemplada por Mariátegui llevaba consigo la impronta de un excepcional dinamismo. Las atrocidades perpetradas durante la Primera Gguerra Mundial, y el generalizado sentimiento de descontento producto de los tratados de paz, provocaron el cuestionamiento a los pilares de la sociedad liberal occidental. Valores como la razón, el debate público, la educación, la ciencia y la certeza de una marcha ineluctable hacia el perfeccionamiento de la condición humana se vieron sometidos al fuego cruzado de impugnaciones sostenidas desde diferentes perspectivas. La ominosa amenaza representada por el triunfo de la revolución bolchevique, la creciente actividad desplegada por la clase obrera revolucionaria en países como Italia (Mariátegui sería un testigo directo del “bienio rojo” en las ciudades de Milán y Turín) representaban un cuestionamiento del sistema capitalista como tal, pero no de las ideas fuerza primordiales de la civilización occidental. En tanto, en el seno de la variopinta constelación de fuerzas posibles de ser agru- SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 219 padas bajo el término “derechas”, emergieron victoriosamente aquellas que, unidas a valores nacionalistas o antisemitas, llevaron adelante una crítica sostenida a los ideales de la civilización occidental. La insuficiencia de la razón y el racionalismo constituía la visible contracara de la superioridad del instinto y la voluntad. Es difícil exagerar la influencia que los años transcurridos en Europa tuvieron sobre la formación intelectual de Mariátegui. En forma contraria respecto de otros intelectuales latinoamericanos de su tiempo, el brillo de la civilización europea no conllevó la fascinación acrítica, sino el reforzamiento del compromiso político e intelectual con las realidades y posibilidades de transformación social en el Perú en particular, y en América Latina en general. Las dos primeras décadas del siglo XX enmarcaron el surgimiento de novedosas movilizaciones populares, junto con una vigorosa corriente artística y estética que compartía con las primeras el cuestionamiento al orden oligárquico que las elites latinoamericanas habían instaurado en los países de la región. Las vanguardias latinoamericanas se fueron consolidando en forma paralela a la conformación de un incipiente campo cultural, basado en el surgimiento de un mercado editorial que implicaba la ampliación de referentes sociales susceptibles de ser involucrados en los mecanismos de circulación y consumo de las nuevas formas de comunicación. Mas allá del carácter receptivo que los diferentes grupos vanguardistas sostuvieron en relación con sus pares europeos, la ideología de estos grupos se encontraba determinada por “…la emergencia en una realidad de alcance latinoamericano, que supuraba por la fisura histórica que abría la revolución mexicana y se amplificaba en todas las luchas contra el carácter dependiente de nuestros países. Esto marcaba el desplazamiento de los programas de las vanguardias latinoamericanas hacia múltiples articulaciones con otras formas de ruptura, dirigidas contra las instituciones políticas y económicas que dominaban nuestras formaciones sociales”.1 Mariátegui dedicó sus esfuerzos hacia la caracterización del problema nacional en el Perú. La adopción del marxismo y el entusiasmo por el triunfo bolchevique significó que ambas problemáticas (socialismo 1 Beigel, Fernanda. El itinerario y la brújula: el vanguardismo estético político de José Carlos Mariátegui, Biblos, Buenos Aires, 2003, p. 34. 220 ARIEL SALCITO y problema nacional) se transformaran en las preocupaciones centrales de su proceso intelectual. Pero la realidad peruana ofrecía escasos elementos reconocibles a la hora de determinar la articulación de las fuerzas productivas con las condiciones subjetivas propias de un proceso revolucionario. La república aristocrática destacaba entre sus cualidades una pronunciada tendencia al inmovilismo, reacio a cualquier vocación transformadora. Con una clase obrera numéricamente reducida y con una importancia estratégica relativa, una burguesía nacional subordinada a los imperativos del capital trasnacional y aliada de los sectores terratenientes, una integración territorial fragmentada, la construcción del socialismo debía recorrer un sendero diverso del que señalaban las lecturas de las obras de Marx y Lenin. El estudio de las profundidades de la historia nacional abrió nuevos indicios; generosas dosis de voluntad e imaginación aportaron su parte. En la sociedad incaica era posible constatar la existencia de lo que Mariátegui llamaba comunismo agrario, cuyos lineamientos primordiales citadas por él fueron tomados de César Antonio Ugarte, autor de Bosquejo de la Historia Económica del Perú: “propiedad colectiva de la tierra cultivable por el ayllu o conjunto de familias emparentadas, aunque divididas en lotes individuales intransferibles; propiedad colectiva de las aguas, tierras de pasto y bosques por la marca o tribu, o sea la federación de ayllus establecidos alrededor de una misma aldea; cooperación común en el trabajo; apropiación individual de las cosechas y los frutos”.2 La superestructura representada por un Estado con capacidad de extraer una porción del excedente no representaba un obstáculo a dicha caracterización. Consumada la conquista, el régimen colonial alteró las condiciones económicas de la comunidad a través del sistema de encomiendas. Pero afectada y subordinada al régimen señorial de la gran propiedad latifundista, la comunidad subsistió. Tampoco la legislación liberal e individualista de la república logró aniquilarla, aunque no la resguardó de la ofensiva de las haciendas por tierras de cultivo y pastoreo. Y en forma paralela a los comienzos de la actividad periodística de Mariátegui, el sur peruano comenzó a verse sujeto a una fuerte agitación 2 Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Gorla, Buenos Aires, 2004, p. 12. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 221 campesina, que combinaba proclamas anti gamonales con vivas al incario y proclamas a favor de la restauración del Tawantinsuyu. Las masas indias se revelaban no como un elemento pintoresco y folclórico, sino como una fuerza social en proceso de lucha y resistencia. Las particularidades del proceso histórico inhibían la asimilación con las etapas de la historia universal según fueran formuladas por Marx. Ni esclavismo ni feudalismo eran conceptos operativos a la hora de analizar el Incario. En tanto la civilización europea transitaba dichas etapas, en los Andes una agricultura desarrollada combinaba la apropiación colectiva de bienes y servicios con la existencia del Estado, y una marcada diferenciación social. La persistencia de la tradición colectivista campesina manifestaba su fortaleza en los inicios del siglo XX, cuando el capitalismo se constituía como modo de producción predominante en las ciudades, centros mineros y plantaciones costeras. Un mundo tan diverso, en el que coexistían formas productivas con semejante nivel de variedad, requería pensar su transformación aunando antiguos y nuevos elementos. Mariátegui fue inmune a la idealización romántica de quienes proclamaban un retorno imposible al Tawantinsuyu. Se trataba, en todo caso, de arar el porvenir con viejos bueyes. Y el elemento que prefiguraba el porvenir era la construcción del socialismo. El punto de contacto entre Perú y Europa, entre tradición andina y socialismo, era la idea del mito. Es innegable en este punto la influencia de la obra de George Sorel. Incisivo crítico de la idea del progreso, idealista de la violencia y la acción directa, Sorel rescata el factor irracional y mítico que impulsa a los hombres a la acción. El mito, según lo define Mariátegui, “…mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico. La historia la hacen los hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza súper humana; los demás hombres son el coro anónimo del drama”.3 Y así como el mito representaba un hito en la tradición de lucha y resistencia de la comunidad andina, Mariátegui proponía al marxismo como la brújula del itinerario hacia la transformación social. Pero el mito trasuntaba una esencia popular, colectiva y profundamente arraigada en la cultura andina. No podía ser producto de las elucubraciones de un intelectual esclarecido, un partido de vanguardia o un líder mesiánico. 3 Mariátegui, José Carlos. El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Amauta, Lima, 1988, p. 24. 222 ARIEL SALCITO La construcción del socialismo significaba una empresa colectiva, pero también novedosa y por lo mismo, incierta y heterodoxa. El camino de Mariátegui confluía con el naciente movimiento indigenista. Aquejado desde la niñez por una dolencia convertida luego en invalidez, su conocimiento del mundo andino se basaba en fuentes periodísticas, y en el testimonio directo de mestizos indigenistas y líderes campesinos. El saber sobre la sociedad incaica provenía de monografías históricas. Originado por las inquietudes humanistas y filantrópicas de sectores intelectuales medios y altos urbanos, el movimiento indigenista obtuvo un sorprendente éxito a la hora de organizar su influencia en la vasta escala del país. Agrupados primero en torno al Cómite Pro Derecho Indígena Tawantinsuyu y a la Asociación Pro Indígena después, sus acciones consistían en “apoyar las quejas y reivindicaciones de los indígenas, designar abogados para defenderlos gratuitamente, conformar comisiones investigadoras”, a fin de constatar la explotación y el abuso sufridos. En términos ideológicos el movimiento carecía de filiación definida, siendo la diversidad y la imprecisión rasgos preponderantes.4 Mariátegui pensaba el indigenismo en clave política; la cuestión del indio correspondía a una problemática política y social. El régimen de propiedad de la tierra era su piedra angular. La resistencia de las comunidades, y la incipiente participación de los colonos no constituían conceptos históricos, sino que formaban parte de la realidad material y cotidiana del campesino andino. Y en esto residía su potencial carácter revolucionario: “Lo que afirmo, por mi cuenta, es que de la confluencia o aleación de indigenismo y socialismo, nadie que mire el contenido y la esencia de las cosas puede sorprenderse. El socialismo define y ordena las reivindicaciones de las masas, de las clases trabajadoras. Y en el Perú las masas –las clases trabajadoras– son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano –ni siquiera sería socialismo– sino se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas”.5 A través del socialismo el país podría realizarse como nación combinando lo exótico con lo autóctono, la tradición con la novedad. La 4 5 Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes, Casa de las Américas, La Habana, 1986, p. 298. Mariátegui, José Carlos. La polémica del indigenismo, Mosca Azul, Lima, 1987, p 75. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 223 temprana muerte de José Carlos Mariátegui puso punto final a este recorrido. La recepción y discusión de sus obras y su pensamiento correrá la sinuosa suerte de la sumisión de los partidos comunistas a los dictados de la Tercera Internacional, unido al rescate posterior efectuado desde los medios académicos. Lo cierto es que las generosas dosis de voluntad e imaginación fructificaron en la obra de uno de los más fecundos creadores del marxismo latinoamericano. La originalidad y su aporte a la historia del socialismo se sustentó en la compenetración con el Perú y su vida cultural. Aunque su mérito mayor pueda caracterizarse, siguiendo a Jean Paul Sartre, por pensarlo como “todo un hombre hecho de todos los hombres, y que vale lo que todos y cualquiera de ellos”. FORMACIÓN Y DECADENCIA DEL GAMONALISMO Cualquier aproximación a la cuestión del indio, ya sea desde ópticas centradas en el plano filosófico, político-económico o literario, implica abordar el gamonalismo. El gamonalismo fue la organización del poder en las áreas rurales que emergió como consecuencia del derrumbe del Estado colonial. Tiempo después se consolidó, producto de la debilidad estatal posterior a la Guerra del Pacífico. Alberto Flores Galindo afirma que el término era un “peruanismo”, planteando una analogía entre los terratenientes y una planta parásita: el término designaba la existencia del poder local, la privatización de la política, la fragmentación del dominio y su ejercicio a escala de un pueblo o una provincia. El poder gamonal se ejercía en dos espacios complementarios. Uno, al interior de la hacienda, a través de relaciones de reciprocidad asimétrica. Los campesinos recibían una parcela de tierra, generalmente las menos productivas. Además, se les otorgaba protección frente al Estado, aguardiente, coca, medicamentos y herramientas de labranza. En retribución, debían prestar servicios personales en la casa del señor, cultivar sus tierras la mayor parte de los días de la semana, o ejercer tareas como el transporte de la lana. Son los colonos, a quienes la literatura caracterizará como el sector más explotado y sumiso. Es ocioso señalar a quién correspondía establecer el régimen de trabajo, el sistema de premios y castigos y el ejercicio de justicia. El espacio restante involucraba una jurisdicción territorialmente extendida, un pueblo o una provincia, bajo la mirada complaciente del 224 ARIEL SALCITO poder central. Era el poder que le permitía avanzar sobre los pastos y las tierras de la comunidad. Todas las instancias judiciales, administrativas y represivas estaban a su servicio. Al mismo tiempo que gamonal, el señor o misti era el diputado, el prefecto o el gobernador. Sobre el tratamiento recibido por las comunidades, Mariátegui es concluyente: “… todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio han dado siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado luego el trágico secreto de estas respuestas”.6 El aislamiento geográfico y cultural de la sierra reforzó el poder de estos terratenientes. Los hacendados se erigieron en garantía de control sobre las masas indígenas. Existía un vínculo estrecho entre propiedad de la tierra y acceso a cargos públicos. No era un propietario ausentista, conocía a sus campesinos, y en ese vínculo compartía hábitos y costumbres. La inmovilidad y el aislamiento constituían los reaseguros del sistema: los campesinos rotaban las tierras en usufructo, aceptaban una inmovilidad que garantizaba la posesión y los obligaba a contraer alianzas matrimoniales entre ellos. Las prácticas endogámicas, unidas al compadrazgo, aseguraban la sujeción de la fuerza de trabajo. La riqueza de una hacienda se medía más por la cantidad de hombres que disponía que por su capacidad productiva. A partir de 1920 comienzan a advertirse síntomas de corrosión en las bases del orden gamonal. Sus causas son internas y externas. Entre las últimas, se destaca la influencia del capital comercial, dedicado a la exportación de lana ovina y camélida: “el crecimiento de las exportaciones laneras fue acompañado por un proceso de formación de nuevas haciendas, adquisición de otras y expansión de las áreas que, dentro o fuera de ellas, estaban bajo la conducción directa de los terratenientes. Se trata de aumentar la producción dentro de las condiciones de una economía agraria poco tecnificada. La contradicción se resuelve recurriendo a la explotación extensiva, que en este caso significa disponer de más tierras y tener más cabezas de ganado”.7 La demanda internacional llevaba consigo la necesidad de reemplazar el ganado campesino por un ganado mestizo cuya introducción im6 7 Mariategui, José Carlos, Siete ensayos…, ob. cit., p. 27. Flores Galindo, Alberto, ob. cit., p. 287. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 225 plicaba un nivel de inversión e innovación por fuera de las posibilidades de la economía campesina. El resultado se tradujo en una ofensiva de la hacienda en dos direcciones. Hacia su interior, alterando la reciprocidad con los colonos, que se vieron sujetos a mayores exigencias laborales y a una reducción de las parcelas y pastos. El mismo avance sufrieron las comunidades linderas. El aislamiento de la vida campesina comenzó a resquebrajarse. A medida que aumentaba la injerencia del poder central, la integración territorial y las vías de transporte y comunicación, la sierra peruana abandonó su inmovilismo tradicional. Las fisuras que en el orden oligárquico abrió el régimen reformista de Augusto Leguía, la actividad de las organizaciones indigenistas y el avance de la educación, encontró un campesinado atento a las transformaciones que se verificaban a escala nacional. El ciclo de rebeliones que sacudió la sierra sur entre 1920 y 1923 constituyó el corolario de este proceso. Su fracaso final representó un cambio significativo. A la consuetudinaria resistencia de las comunidades se sumaron las inéditas reivindicaciones de los colonos. La prédica milenarista en pos de la restauración del Tawantinsuyu se combinó con consignas anti-gamonales. Y las estrategias judiciales y el apoyo de sectores medios y urbanos señalaron una ampliación de los horizontes de acción, a nivel tanto regional como nacional. Afectado y comenzando a experimentar gérmenes de disolución, el sistema gamonal conservaba elementos de sus fuerzas características. La represión a las insurrecciones indias fue llevada a cabo por hacendados capaces de convocar huestes de colonos y caporales, o de azuzar las enemistades tradicionales entre comunidades. El reflujo en las luchas campesinas que sucedió a 1923 brindó la sensación de una fortaleza que el transcurso del tiempo demostró ilusoria. Las transformaciones que afectaron a la sociedad peruana en las décadas siguientes configuraron un escenario distinto. La generalización de las relaciones capitalistas y el surgimiento de un nuevo sector industrial vinculado a las empresas trasnacionales, modificó el equilibrio de fuerzas entre los sectores dirigentes. La hacienda tradicional se basaba en la perduración de una sociedad fragmentada en términos territoriales, con una frágil articulación comercial y monetaria. La expansión del Estado y el crecimiento del mercado interno suscitaron el fin de esta situación. Los poderes locales se vieron debilitados ante la modernización y ampliación de los aparatos del gobierno central. 226 ARIEL SALCITO Y el desarrollo de ferrocarriles y carreteras, junto con el proceso migratorio de la sierra hacia la costa, determinó que el aislamiento y la autosuficiencia de la hacienda representaran un añorado recuerdo de los terratenientes. Desde mediados de los años cuarenta, en la sierra se observa un creciente movimiento de las comunidades con el objeto de recuperar las tierras usurpadas por la hacienda. La estrategia campesina tuvo su énfasis en el reconocimiento legal de las comunidades, seguidas por juicios entablados contra las haciendas. Los campesinos recurrieron a sus antiguos títulos de propiedad, en ocasiones de origen colonial, lo que denota, además de un recurso jurídico, la existencia de un grado de conciencia histórica. La comunidad, con sus banderas y sus bandas de música, asistía en pleno a las diversas instancias de peritaje y comprobación judicial, cuyo momento previo residía en la lectura de los títulos, en donde se describían los terrenos y límites comunales. La demanda de tierras iba acompañada con reivindicaciones culturales. El proceso de lucha significó el desarrollo de la conciencia campesina y la posibilidad de vinculación con sectores sociales urbanos, entre quienes se destacaban dirigentes apristas y de izquierda. Entre 1959 y 1963, las comunidades pasan a la ofensiva. El masivo proceso de ocupación de tierras arrinconó al gamonalismo. La respuesta represiva del Estado, escatimada y tardía, contuvo el desborde campesino. Pero la desestructuración de la hacienda tradicional era un proceso irreversible. En el caso de los colonos, la modalidad organizativa principal fue el sindicato. Su desarrollo les permitió acompañar la lucha por la tierra con demandas como la culminación del trabajo servil y gratuito en las haciendas. La reivindicación salarial se insertó dentro de una lucha de largo alcance cuya meta fue la abolición de la hacienda como célula de producción típica de la sierra. Un elemento característico del accionar campesino fue su sesgo democrático. La ocupación de tierras de las haciendas se decidía en asambleas y mítines, excediendo la iniciativa de los líderes. El carácter pacífico de las ocupaciones de tierras será un elemento a considerar ante la falta de protección para enfrentar la represión desatada por diversos gobiernos, cuando la movilización se radicalice y se produzcan las masacres de Rancas y Anta. En definitiva, entre 1956 y 1964 se produjo un crecimiento de la economía campesina, provocando un retroceso de la economía terrateniente SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 227 como consecuencia de las movilizaciones agrarias. Si bien la recuperación de la tierra será el objetivo principal, la expansión del descontento hacia una movilización de carácter nacional, aparejó el cuestionamiento al sistema de hacienda y a las relaciones de producción vigentes en su seno. La modernización del Estado gracias al retroceso de la participación política de los hacendados, y la necesidad de afrontar el proyecto de Reforma Agraria, se concretará en 1969 durante el gobierno militar de Velasco Alvarado. SOBRE LA LITERATURA INDIGENISTA El análisis de la corriente indigenista fue realizado por Mariátegui. Su idea del surgimiento de una literatura nacional se sustenta en la homología entre el desarrollo de una corriente literaria y una corriente político-ideológica. La misma “…traduce un estado de conciencia de un Perú nuevo (…) el problema indígena, tan presente en la economía, la política y la sociología, no puede estar ausente de la literatura y del arte.”8 La fuente que origina el indigenismo se ubica en las condiciones de opresión y explotación de los indios retratados en la literatura indigenista. El carácter nacional de ésta se basaba en la interrelación de factores literarios. La disparidad entre el predominio demográfico, la identidad y originalidad de la cultura indígena, contrastaban con el estado de servidumbre y explotación en que se encontraban sumidos los descendientes del Tawantinsuyo. Mariátegui concluye enfatizando el carácter de denuncia y protesta social que encarnaba el indigenismo y su condición potencialmente revolucionaria. La novela indigenista es encarada desde otra perspectiva por el crítico literario Angel Rama. Esta representa “la bandera vengadora de muchos nietos de gachupines y europeos”, cuyo origen e intereses poco tenían que ver con las masas indígenas. El proceso de transformaciones económicas de la primera mitad del siglo XX conllevó el enfrentamiento de las clases medias con los sectores dominantes. En ese escenario irrumpió el indigenismo, describiendo paisajes, personajes y situaciones locales, pero minado interiormente por la cosmovisión y los intereses de una clase que convertía en suyas las demandas de los estratos inferiores. 8 Mariategui, José Carlos, Siete ensayos.., ob cit, p. 252. 228 ARIEL SALCITO Rama percibe en esta contradicción un elemento sobre el que llamaron la atención otros estudiosos.9 La respuesta cultural será abordada por Rama utilizando el concepto de transculturación: “…revela resistencia a considerar la cultura propia, tradicional, que recibe el impacto externo que habrá de modificarla, como una entidad meramente pasiva o inclusive inferior, destinada a las mayores pérdidas, sin ninguna clase de respuesta creadora”.10 La transculturación permite develar la idiosincracia de una cultura, y valorizar las respuestas que conjugan las creencias y costumbres ancestrales con las innovaciones provenientes desde afuera: “…es justamente esa capacidad de elaborar con originalidad, aún en difíciles circunstancias históricas, la que demuestra que pertenece a una sociedad viva y creadora”.11 El concepto nos permite encarar el estudio de la literatura indigenista desde otros paradigmas, dentro de los cuales es posible reconocer sus modos de producción, circulación y consumo, pero asumiendo que el carácter heterogéneo de la cultura en la que se encuentran insertos los escritores de tal corriente es un fenómeno más complejo que el simple esquema de apropiación cultural que realiza una cultura dominante sobre otra por ella sometida. El cuestionamiento que recibe el indigenismo reside en su contradicción característica. Es una literatura escrita por blancos, residentes en un medio urbano, que pretenden reflejar la vida, los sufrimientos y la explotación que padecen los indios. Esta situación es descrita en una lengua violentamente impuesta, destinada a un circuito literario y comercial ajeno al universo referenciado en sus historias, en base a recursos estilísticos tomados de culturas diferentes y con repercusión en públicos diversos del indígena. Mario Vargas Llosa cuestionó la pretensión de autenticidad atribuida al indigenismo: “…los escritores peruanos descubrieron al indio cuatro siglos después que los conquistadores españoles, y su comportamiento con él no fue menos criminal que el de Pizarro”.12 Lo que expresa el indigenismo es una apropiación de las problemáticas indígenas, tamizadas por una concepción, cosmo9 10 11 12 Rama, Angel. Transculturación narrativa en América Latina, Arca, Montevideo, 1989, p. 12. Rama, Angel, ob. cit., p. 34. Rama, Angel, ob. cit., p. 34. Vargas Llosa, Mario. “José María Arguedas describe al indio auténtico”, en Visión del Perú , Lima, 1981, p 16. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 229 visión e interés que poco tiene que ver con el campesinado quechuaandino. En su ensayo La Utopía Arcaica (1997), basado en la vida y obra de José M Arguedas, Vargas Llosa plasmó una encarnizada polémica con la literatura indigenista en general y con ese autor en particular. Las savias nutrientes de la literatura indigenista estarían constituidas por una ideología arcaica y retrógrada, opuesta a la modernización de signo occidental, tendiente a salvaguardar las tradiciones y el modo de vida indígena-campesino. Este se entiende como amenazado y en vías de disolución, idealizado de manera artificiosa. El restante componente se encuentra constituido por la idea de que en el tránsito hacia el socialismo puede visualizarse la feliz resolución de esta contradicción. Vargas Llosa critica ambas pretensiones, no sólo por su implicancia aculturadora, sino también en base a su ideología cosmopolita y liberal en que el libre mercado y el ideal de progreso occidental constituye la dorada cristalización de la civilización humana. Desde una ideología opuesta, pueden encontrarse opiniones emparentadas con esta línea de análisis. El indigenismo literario representa una traducción del indigenismo político, definido como praxis estatal tendiente a una inclusión subalterna de los grupos indígenas. Catherine Saintoul afirma la imposibilidad de representar los intereses del indígena,13 ya que se lo excluía de toda participación en su desarrollo. Coincidiendo con Vargas Llosa, encuentra en la narrativa aludida un sesgo redentorista que se realiza al precio de ceder a otros el monopolio de la palabra del indígena: “Al igual que en el indigenismo político, serán siempre los blancos los que hablan (o, en este caso, escriben) del indio o en nombre del indio, correspondiéndole a este el papel de convidado de piedra, de mero objeto de un discurso pretendidamente salvacionista”.14 Los autores indigenistas se caracterizan por una serie de vicios que delataban el carácter de la apropiación que comportaba adoptar el discurso del otro revestido por las categorías propias. La descripción descarnada de la vida del indígena es llevada adelante con un afán reivindicativo que, como señalara Rama, pretendía legitimar los reclamos de los mestizos urbanos o, como apuntaba Mariátegui, sustentar el tránsito hacia el socialismo nacional. Saintoul enfatiza que la formulación de 13 14 Saintoul, Catherine. Racismo, Etnocentrismo y Literatura. La novela indigenista andina, Ediciones del Sol, Quito, 1988, p 55. Saintoul, Catherine, ob. cit., p. 51. 230 ARIEL SALCITO ambas aspiraciones manifiestan la ausencia del indígena, sujeto apropiado a favor de ideologías e intereses de neto corte occidental: “Mientras el indio siga siendo un mero objeto de la literatura o de la acción indigenista, mientras se hable por él, su inferioridad social, su minoridad e incapacidad estarán sobreentendidas en el discurso”.15 La apropiación de la palabra se combina con un racismo solapado, presentado mediante los juicios y conceptos que los escritores exteriorizan acerca de las culturas indígenas. Saintoul recorre el desarrollo del indigenismo andino, remarcando similitudes y diferencias entre las tendencias narrativas (romanticismo, realismo, realismo mágico), pero ninguna consigue librarse de los estereotipos sobre la visión del indio. Matto de Turner y Cesar Vallejo, Icaza y Scorza, son incluidos dentro de esta caracterización. La excepción reside en Arguedas, quien criado entre indígenas trazó una semblanza desprovista de los defectos que coexisten en sus restantes exponentes. Mariátegui había llamado la atención sobre la naturaleza contradictoria del indigenismo, reconociendo su carácter mestizo pero cuestionando “…cualquier apresurada condena de la literatura indigenista por su falta de autoctonismo integral o la presencia, más o menos acusada en sus obras, de elementos de artificio en la interpretación y en la expresión. La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama indigenista y no indígena”.16 Esta precoz distinción recibe la curiosa omisión de los impugnadores del indigenismo. Estos enfoques “consideran como defecto lo que es la identidad más profunda del movimiento, y, a la larga, le exigen que deje de ser lo que es –indigenismo– para convertirse en lo que en ningún caso puede llegar a ser: literatura indígena.”17 Es menester considerar el carácter heterogéneo de las sociedades, y por ende de las literaturas latinoamericanas. Asumiendo la disparidad entre sistema de producción 15 16 17 Saintoul, Catherine, ob. cit., p. 58. Mariategui, José, Siete Ensayos..., ob. cit., p. 292. Cornejo Polar, Antonio. Sobre Literatura y crítica latinoamericanas, Universidad Central, Caracas, 1982, p. 80. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 231 y consumo, y la subordinación de su referente –el indio– a los dictados del primero, es necesario considerar que el proceso histórico y social de una sociedad como la peruana dista de representar un devenir carente de conflictos o donde estos hayan alcanzado resolución. El énfasis puesto en la apropiación aculturadora que realizan los escritores indigenistas, niega el proceso en el que dos o más culturas interactúan entre ellas. Así descartan la capacidad de la cultura indígena de reformular los influjos externos, adaptando dentro de sus parámetros aquello que recibía de afuera. Los enfoques abordados presentan una serie de omisiones que más allá de su diversa orientación ideológica, concluyen emparentándolos. El tratamiento exclusivamente discursivo soslaya el examen del contexto histórico-político en que estas obras encontraron un punto de referencia. A la reflexión sobre el contenido de los textos es necesario añadir aquellas referidas a su contexto de producción, a fin de recuperar las conexiones entre los textos y su política, entre los significados y sus agentes. El hecho de que las décadas de 1950 y 1960 hayan sido escenario de trascendentes luchas campesinas, que el secular orden gamonal sufriera un cuestionamiento que desembocaría en su ulterior caída, la creciente interpelación a sectores de la sociedad no susceptibles de la oposición criollo-indio, son ignorados en los enfoques discursivos a favor de posturas de índole esencialista. El predominio de la postura basada en ese criterio procura encubrir una serie de elecciones político-ideológicas que empobrecen el análisis y lo dejan encorsetado en límites estrechos. La creciente actividad reivindicativa de las comunidades encontró fuerte receptividad en amplios sectores de la sociedad peruana. Paralelamente, el proceso migratorio sierra-costa acercó las realidades de ambos espacios geográficos-sociales, que ya distaban de representar compartimentos estancos. Tanto las contradicciones de las clases dominantes como la activación de comuneros y colonos rurales conducían a un radical cuestionamiento de las estructuras arcaicas propias del agro peruano. En este sentido, las obras del mejor indigenismo literario contribuyeron a visibilizar las luchas del campesinado indígena: dialogan e incorporan formas de sus referentes, incidiendo en la lucha política, reflejando los cambios de una dinámica interna sometida a una creciente interacción nacional y continental. El énfasis acerca de lo particular coexiste con lo universal, entendido a partir de un encarnizado proceso de lucha contra el gamonalismo. El plano cultural no reviste un carácter disolvente y 232 ARIEL SALCITO subordinado, sino una forma de dar cauce a una alianza que implique diversos sectores pasibles de ser involucrados en la lucha contra la estructura latifundista. RECORRIDO La realidad emergente del devenir histórico signado por la conquista y la colonización determinó que el continente americano fuera inaugurado a través de la mirada europea. La propia noción del descubrimiento indica la centralidad de la mirada ajena. De esta manera se reconocía la existencia, pero no el ser en tanto sujeto. A partir de su propia nominación, el idioma y las estructuras políticas y administrativas impuestas por los conquistadores, las culturas originarias se vieron sujetas a procesos de subordinación y encubrimiento cultural, en cuyo seno las manifestaciones propias debieron adaptarse a una existencia caracterizada por una resistencia defensiva y subterránea. Las luchas por la independencia de las metrópolis peninsulares y la constitución de las nuevas formaciones nacionales significaron un intento de ruptura contra los legados hispánicos. Sin embargo, no sería sino hasta las postrimerías del siglo XIX cuando comenzó a plasmarse una reflexión sistemática sobre el significado de la esencia del “ser latinoamericano”. Sus formulaciones iniciales partieron de una realidad unívoca: la penetración económica inglesa y la expansión del capitalismo de los Estados Unidos proseguía sancionando el carácter dependiente de los nuevos estados, conformando una amenaza en esferas tanto socioeconómicas como políticas y culturales. La afirmación del ser propio se constituye como eminentemente reactiva. Es el espíritu que anima los ensayos de José Martí, o fragmentos importantes de la poesía de Rubén Darío. La literatura latinoamericana llevará, como impronta de nacimiento, una estrecha vinculación con el mundo que la produce y moldea. La condición subalterna configura un campo de identidad común en el seno de las heterogéneas realidades existentes al interior de las sociedades latinoamericanas. La literatura adquiere un carácter privilegiado como “esclarecedora de la aventura terrena del hombre”.18 Y dentro de esta 18 Cornejo Polar, Antonio, ob. cit., p. 14. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 233 aventura, la función del escritor trasciende el acontecimiento artístico para ser valorado a partir de su compromiso con una realidad social cuya naturaleza opresora conlleva la denuncia y la necesidad de transformación. Surgen así variantes literarias asociadas a los diversos arquetipos sociales característicos del continente, gauchesca, afro, inmigrante o indigenista, sobre la que abundan estas páginas. Si bien la corriente literaria indigenista puede rastrearse en el Perú desde finales del siglo XIX, nuestro objetivo en este apartado está centrado en la conexión de esa producción con los hechos acaecidos desde la década de 1940, con la definitiva desarticulación del orden gamonal a partir de la Reforma Agraria sancionada en el año 1969. En este período, encontramos escritores y obras que dialogaban de forma activa con la realidad social que los rodea, sumida en un acelerado proceso de sustanciales transformaciones. Es preciso combinar los factores que sirvieron de cohesión al campesinado indígena, como la visión que de estas luchas se forjaron amplios sectores urbanos. Las mismas constituían la temática de las obras que analizamos. Obras que no sólo se preocupaban por denunciar la situación del campesinado indígena, sino que buscaban escapar de los estereotipos sobre el indio instalados en la sociedad que la literatura previa no había conseguido eludir. Se expresaba una polarización entre el “blanco malo-indio bueno”, o bien un indio brutalizado y envilecido por siglos de opresión, que obturaba todo diálogo con la realidad y que impedía reflejar las transformaciones que producía la expansión del capitalismo dependiente en la sociedad peruana. La aparición de El mundo es ancho y ajeno (1941) de Ciro Alegría representó un primer momento de superación de esta dicotomía. El eje era el despojo de una comunidad indígena, Rumi, que la avidez de los latifundistas relegó a tierras cada vez más lejanas e improductivas. Pero a la opresión económica se sumaba el tratamiento cultural, simbolizado en la relación hombre-tierra, de importancia primordial en la cultura andina. Reivindicar la posesión de la tierra implicaba la reafirmación de la propia identidad. Rumi no quiere inmovilizarse en el pasado: asumiendo la propia historia, utiliza lo que una sociedad moderna es capaz de proveer para reorganizar una forma de vida armónica. La semblanza del líder Benito Castro, corresponde a un personaje que conoce el mundo urbano, y que a través del estudio y la prisión es capaz de articular las demandas de la comunidad no sólo al interior de la misma, sino hacia fuera: 234 ARIEL SALCITO “Benito Castro piensa en los muertos. En esos y en todos los muertos que están cobijados bajo tierra hablando con los duros dientes, con las negras cuencas, con las rotas manos, con los blancos huesos. No sabe la cuenta. Piensa que desde Atusparia y Uchcu Pedro, y antes y después, no se puede hacer la cuenta. Mas la tierra guardó su voz sanguínea, el palpitar potente de su pecho bronceado, el gran torrente de voces, gritos, balazos, cantos y agonías”.19 La ampliación del universo referenciado en las obras literarias encuentra expresión en la figura de José M. Arguedas. Si la temática inicial y los personajes refieren a la oposición binaria entre gamonales e indios, el derrotero de sus obras conecta la evolución del universo indígena sometido a la penetración y expansión de las relaciones capitalistas: “Se podría establecer un paralelismo entre la expansión de la red vial, el crecimiento de la agricultura comercial, la intensificación de los flujos de intercambio y de los flujos monetarios y comerciales con la obra de Arguedas (...) muestra estos cambios y proporciona un testimonio privilegiado para abordar este proceso universal que es el desarrollo del capitalismo”.20 Merced a este proceso literario e intelectual, el universo de representación abordó desde el pequeño pueblo de la sierra a la capital provincial. Desde Los ríos profundos (1958) hasta Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo, editada dos años después de su suicidio (1969), es posible señalar que el tratamiento que reciben los colonos de hacienda evoluciona desde la imagen sumisa y resignada de Los ríos profundos, al narrar el reparto de sal efectuado por las rebeldes chicheras de Abancay entre los colonos de una hacienda cercana, a la semblanza de participación activa en la trama de Todas las sangres. En esta novela, Arguedas plantea una mayor complejidad social, al retratar la progresiva desestructuración del gamonalismo a escala nacional. La trama transcurre en un pueblo de la sierra sur, San Pedro de Lahuaymarca, donde se contraponen dos figuras. Por un lado don Bruno representaba al hacendado que busca conservar las relaciones paternalistas entre terratenientes y colonos. Y por otro Fermín, su hermano, 19 20 Alegría, Ciro. El mundo es ancho y ajeno, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1978, p. 382. Flores Galindo, Alberto. Arguedas y la utopía andina, Casa de Estudios del Socialismo, Lima, 1997, p. 15. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 235 prototipo del hacendado susceptible a los impulsos modernizadores que conmovían al Perú de la época. El conflicto entre los dos hermanos se desata cuando Fermín, propietario de la mina de Aparkora, busca explotar la fuerza de trabajo de los colonos de la hacienda de su hermano. Asociado con el poderoso consorcio trasnacional Wisther Bozart, la disparidad de influencias entre ambos determinó su exclusión del emprendimiento. Ante la necesidad de agua, el consorcio emprende la expansión sobre tierras de haciendas y comunidades. La movilización campesina resultante es dirigida por el mestizo Rendón Wilka, comunero, recién llegado de la costa, que coordina el trabajo de los colonos en la mina. Esto posibilitará la posterior conjunción entre comuneros y colonos en defensa de sus tierras. La masacre que cierra la novela no impidió “un sonido de grandes torrentes que sacudían el subsuelo, como si las montañas empezaran a caminar”.21 Las problemáticas relacionadas con la penetración del capital minero norteamericano, y los conflictos con las comunidades indígenas son abordados por Manuel Scorza, en su ciclo novelístico La guerra silenciosa. En forma simultánea, la literatura experimentaba los momentos dorados del “boom latinoamericano”. El ciclo se compone de tres baladas y dos cantares. A través de las profecías contenidas en los tejidos de una ciega y anciana tejedora india, realiza una semblanza de la agitación campesina que conmovió el departamento de Cerro de Pasco entre los años 1956 y 1963. La expansión de la división ganadera de la Cerro de Pasco Corporation sobre las tierras de las comunidades, sumadas a los conflictos con los gamonales, desataron procesos de resistencia y lucha campesina cuyo corolario se tradujo en la ocupación de enormes haciendas. La respuesta no carecía de circular coherencia: “en el mundo hay cuatro estaciones. En los Andes cinco: primavera, verano, otoño, invierno y masacre”.22 Scorza innovó en la tradición indigenista, utilizando el humor y la ironía como arma de denuncia. La narrativa no lineal y fragmentaria y el uso del realismo mágico revelan la influencia del boom de aquellos años. El abordaje ficcional refiere sin embargo acontecimientos y personajes reales. La perspectiva mítica es recreada a partir de mitos literarios que representan la cosmovisión del hombre andino. La agudeza visual 21 22 Arguedas, José Maria. Todas las sangres, Buenos Aires, Losada, 1986, p 447. Scorza, Manuel. Historia de Garabombo el invisible, FCE, México, 1999, p. 81. 236 ARIEL SALCITO del nictálope, la invisibilidad de Garabombo, el insomnio de Raymundo Herrera, las visiones de doña Añada y la parálisis del tiempo articulan la sublevación de los campesinos y le confieren organización y liderazgo al carácter democrático y popular de sus acciones. No eran épocas de nutridos coros anónimos. La escala geográfica es también novedosa. La Revolución Cubana, la Teología de la Liberación, las luchas de los pueblos del tercer mundo, enmarcan el proceso de movilización de los campesinos. El mayor contacto con las ciudades de la costa, el rol de los comuneros indígenas con experiencia en el medio urbano que se erigieron como líderes campesinos, el servicio militar o la prisión brindaron la posibilidad de reformular estrategias con conocimiento de la sociedad nacional. El fracaso final de la insurrección relatada cancela el ciclo literario en el universo de la ficción. Pero el suceso obtenido por las novelas impulsó la liberación, luego de once años de prisión, de uno de los personajes, Héctor Chacón. El rasgo simbólico residió en la reafirmación de la reforma agraria, efectuada en la comunidad de Rancas por el entonces presidente Morales Bermúdez –la masacre de Rancas constituye la trama de la primera novela de ciclo. Los mundos se interrelacionaban, no sólo a escala geográfica, sino en aquellos espacios de delimitación incierta, como la realidad y la ficción. CONCLUSIÓN A través del recorrido por las principales obras de la literatura indigenista, estas páginas han procurado enfatizar la repercusión obtenida en el seno de la sociedad nacional. En un contexto de creciente articulación de espacios geográficos y sectores sociales, las luchas campesinas dejaron de representar conflictos focalizados en la sierra peruana para situarse en el escenario nacional. La variedad de estrategias desplegadas por el campesinado indígena buscó suscitar el apoyo de diversos sectores a favor de una acción tendiente a combinar la lucha contra el gamonalismo, con reivindicaciones étnicas y culturales. Los autores que reflejaron a través de la ficción este proceso, ayudaron a otorgar una creciente visibilidad a las luchas mencionadas. La literatura representó un intento por despertar el apoyo y la solidaridad de sectores urbanos hacia la causa del campesinado indígena, enfrentando al discurso hegemónico del orden imperante en la sierra. Dicho discurso SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 237 se encontró sometido a una fuerte tensión en la que se combinaron factores estructurales (el avance del capitalismo y las relaciones sociales de producción y distribución capitalistas, el desarrollo del mercado interno y la expansión del aparato del Estado), con las luchas de las comunidades campesinas y de los colonos por la propiedad de la tierra y las condiciones de trabajo en las haciendas. En forma paralela, en el terreno ideológico se dirimía una batalla en que la literatura indigenista se erigió como uno de los actores en disputa, adoptando sus voceros un compromiso político y social que trascendió los confines de la ficción para formar parte de las enconadas luchas de su tiempo. Bibliografía Alegría, Ciro. El mundo es ancho y ajen, Peisa, Lima, 2002. Arguedas, José Maria. Los ríos profundos, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1986. ———. Todas las sangres, Losada, Buenos Aires, 1986. Beigel, Fernanda. El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético político de José Carlos Mariátegui, Biblos, Buenos Aires, 2003. Cornejo Polar, Antonio. Sobre Literatura y crítica latinoamericanas, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1982. Cotler, Julio. Clases, Estado y Nación en el Perú, IEP, Lima, 2005. Flores Galindo, Alberto. Buscando un inca. Identidad y utopía en los Andes, Casa de las Américas, La Habana, 1986. ———. La agonía de Mariategui, Sur, Lima, 1997. Hobsbwam, Eric. Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires, 2006. Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Gorla, Buenos Aires, 2004. ———. El alma matinal, Biblioteca Amauta, Lima, 1950. ———. La polémica del indigenismo, Mosca Azul, Lima, 1987. Saintoul, Catherine. Racismo, etnocentrismo y literatura. La novela indigenista andina, del Sol, Quito, 1988. Scorza, Manuel. Redoble por Rancas, Monte Avila, México, 1977. ———. Garabombo el invisible, Siglo XXI, México, 1991. ———. La tumba del relámpago, Siglo XXI, México, 1991. Vargas Llosa, Mario. La utopía arcaica: Arguedas y las ficciones del indigenismo, FCE, México, 1996. CAPÍTULO 11 CUBA. EL “GRAN DEBATE” DE LOS ’60 Juan Luis Hernández (UBA) INTRODUCCIÓN A principios de los ’60 tuvo lugar en Cuba un amplio debate sobre diversos problemas económicos relacionados con el proceso de transición al socialismo que estaba viviendo el país. La polémica rápidamente traspuso los problemas coyunturales para internarse en cuestiones teóricas y políticas trascendentes, vinculadas con la definición del socialismo y las características de la nueva sociedad que se aspiraba construir. En este artículo intentaremos reconstruir los ejes centrales de esta discusión y revisar las principales interpretaciones que se han hecho de la misma. Nuestro trabajo reconoce dos hipótesis principales: 1) la continuidad de la polémica con los debates de los años ’20 en la Unión Soviética y 2) la confrontación de dos posiciones opuestas, una de las cuales intentaba delinear un proyecto original de transición al socialismo. EL DEBATE ECONÓMICO SOVIÉTICO DE LOS AÑOS ’20 Entre las discusiones que atravesaron la primera década revolucionaria rusa se destaca el debate sobre la economía y la transición 240 JUAN LUIS HERNÁNDEZ protagonizado por Nikolai Bujarin y Eugen Preobrazhenski. Esta célebre polémica tuvo por contexto la crisis de la Nueva Política Económica (NEP), en el invierno de 1923. Como es sabido, la NEP reemplazó al llamado “comunismo de guerra”, aplicado durante los duros años de guerra civil que siguieron al triunfo de la Revolución de Octubre de 1917. La NEP consistió básicamente en la re-introducción de los mecanismos de mercado para recomponer la producción, especialmente en el sector agrario, donde los campesinos carecían de incentivos para producir excedentes que hasta ese momento eran susceptibles de requisa. Pero en 1923 estalló la crisis: ante la caída de los precios de los granos, los campesinos retiraron sus cosechas del mercado, poniendo en peligro el abastecimiento de las ciudades y el funcionamiento de la industria. Los productos manufacturados se acumulaban sin vender, mientras los kulaks (campesinos acomodados) esperaban mejores precios para enviar sus productos al mercado. Es aquí cuando se inicia el debate. Preobrazhenski postulaba acelerar la industrialización estableciendo desde el Estado precios no equivalentes en desmedro del agro, es decir, incrementar los precios de los productos manufacturados por encima de los precios de los productos agrarios. El objetivo era derivar ingresos hacia la industrialización, promoviendo una rápida capitalización de este sector y otorgando prioridad a la producción de bienes de capital, complementado con créditos subsidiados a la industria y una drástica reducción de los privilegios de los kulaks. Esta era la base de su teoría de la acumulación socialista originaria, a la que definía como “ley fundamental de nuestra economía soviética” que “modifica y termina parcialmente con la ley del valor.” La acumulación socialista originaria ponía en manos del Estado recursos obtenidos fuera del complejo estatal. Una vez puesta en marcha la economía planificada, una parte sustancial del excedente generado desde los medios de producción colectivizados sería utilizado en la reproducción ampliada del sistema. En definitiva, la acumulación socialista originaria exigía la apropiación de los excedentes del sector agrícola mediante el intercambio en términos no equivalentes con el sector industrial, para volcarlos a la industrialización.1 Bujarin planteaba atar la marcha de la industria al desempeño de la agricultura, es decir, abaratar los precios de los productos industriales estimulando el consumo de las masas campesinas para incentivar la 1 Preobrazhenski, Eugen. La nueva economía, Ariel, Barcelona, 1970. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 241 producción agraria. Cuando ésta se hubiese desarrollado aumentando su productividad y rendimiento, estaría en condiciones de proporcionar materias primas, alimentos y fuerza de trabajo para la expansión de la industria, que hasta entonces debía atenuar su ritmo de crecimiento. Bujarin era consciente que el excedente agrícola sería acaparado por los kulaks, pero entendía que era la única forma de estimular la producción en las condiciones de Rusia. En este contexto pronunció su famosa consigna “¡enriqueceos!” dirigida a los kulaks.2 Desde el punto de vista teórico, la cuestión de fondo que se estaba discutiendo era el funcionamiento de la ley del valor en una economía en transición al socialismo. Para Preobrazhenski, la acumulación socialista originaria y los intercambios no equivalentes inducidos por el Estado implicaban el no reconocimiento de su vigencia. Aún cuando siguiese existiendo el mercado, la pequeña producción mercantil y el dinero (e incluso la ley del valor se mantuviera vigente en algunos campos de la economía) el objetivo fundamental de la acumulación socialista y la planificación era modificar las proporciones de los intercambios en la sociedad. Bujarin reconocía que la expropiación de los principales medios de producción creaba las condiciones para la planificación centralizada, alterando el funcionamiento de la ley del valor como regulador de la economía, pero en su opinión el plan no podía modificar la proporcionalidad en la distribución del trabajo social, expresada mediante los intercambios equivalentes entre los productos. Sostenía, por lo tanto, la vigencia de la ley del valor en el período de transición. Como es sabido, la salida a esta crisis marcó el efímero triunfo de Bujarin, que contó con el apoyo de Stalin. Se redujeron los precios de los productos manufacturados, aumentaron los precios de los granos y productos agrícolas, se hicieron nuevas concesiones al campesinado medio y acomodado, acelerando la diferenciación social en el campo. En el ínterin, la Oposición de Izquierda fue eliminada del partido y del gobierno consolidándose la alianza Bujarin-Stalin. A fines de 1927, una nueva crisis alimenticia preanunció la decisión gubernamental de iniciar el Primer Plan Quinquenal. Pero para 1928 la situación ya no era la misma. Los kulaks efectivamente se habían enriquecido y rechazaban la 2 Bujarin respondió en un extenso artículo, “Observaciones críticas sobre el libro del camarada Preobrazhenski”, publicado en Pravda Nº 148, 1926, citado por Brus W. El funcionamiento de la economía socialista, Oikos-Tau, Barcelona, 1969. Ver también: Bujarin, Nikolai. Sobre la acumulación socialista, Buenos Aires, 1973. 242 JUAN LUIS HERNÁNDEZ colectivización del agro, que se realizó al terrible precio de millones de campesinos deportados y muertos e ingentes pérdidas materiales. Bujarin y sus amigos, ahora definidos como “desviación de derecha”, fueron relegados. En lo que respecta a León Trotsky, su propuesta para el período de transición al socialismo en los países periféricos y subdesarrollados se basaba en tres puntos: un plan rector de la economía, la utilización del mercado para verificar su cumplimiento y la democracia plena para corregir los problemas de gestión, instrumentos que debían ser utilizados al unísono. 3 Stalin, por su parte, en un libro publicado en 1952 volverá sobre el tema, afirmando que la ley del valor mantenía su vigencia en la economía planificada soviética. Sobre esta premisa se elaboró el Manual de Economía Política de la URSS de 1954 que, reediciones y actualizaciones mediante, regirá en la época de la revolución cubana.4 Hacia 1962 comenzaron a debatirse en la Unión Soviética las ideas de Evsei Liberman, quien proponía mayor descentralización de las empresas, funcionamiento a partir de un criterio de rentabilidad medido por los resultados, autonomía financiera, y facultades para obtener recursos, efectuar contrataciones y desarrollar una política de incentivos materiales a partir de los beneficios obtenidos.5 La discusión sobre las “reformas Liberman” se desarrolló en paralelo con el debate cubano, siendo aplicadas en la URSS y en Europa Oriental a partir de 1965. LOS ORÍGENES DEL DEBATE CUBANO Entre 1963 y 1964 tuvo lugar el debate cubano, en un contexto político muy radicalizado. El triunfo de la revolución de 1959 dio inicio a uno de los procesos de transformaciones revolucionarias más acelerados del siglo XX. Las dos leyes de Reforma Agraria de 1959 y 1963 expropiaron los grandes latifundios cañeros, primero, y la burguesía rural, después. En el ínterin, la reforma urbana y las tres leyes de nacionalizaciones de 3 4 5 Trotsky, León. “The soviet economy in danger”, en Writings, november 1932, Patf hfinder Press, New York, 1973, citado por Claudio Katz, El porvenir del socialismo, Imago Mundi y Herramienta, Buenos Aires, 2004. Stalin. Iosef. Problemas económicos del socialismo, Moscú, 1952. Liberman, Evsei. Plan y beneficio en la economía soviética, Barcelona, Ariel, 1968. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 243 tierras, empresas extranjeras y nacionales, sancionadas en el segundo semestre de 1960, culminaron con la expropiación de los grandes establecimientos capitalistas de la isla y sentaron las bases de la propiedad colectiva de los principales medios de producción. Lo que se va a discutir en Cuba es el futuro de la revolución, cuyo carácter socialista había sido proclamado en abril de 1961. En este marco se establecieron como objetivos económicos fundamentales el incremento de la producción agrícola, la diversificación de las exportaciones y la creación de las bases estructurales para la industrialización del país. Se creó la JUCEPLAN (Junta Central de Planificación) y los ministerios y organismos fundamentales, entre ellos el Ministerio de Industrias, dirigido por el Che, y el INRA (Instituto de Reforma Agraria), a cargo de Carlos Rafael Rodríguez. En 1963 se aprobó la Ley de Financiamiento Presupuestario. Las empresas industriales (y una mínima parte de la actividad agraria) comenzaron a funcionar bajo las nuevas pautas de la economía reorganizada a partir de la centralización financiera presupuestaria, implementadas en forma rigurosa, sistemática y uniforme desde el Ministerio de Industrias conducido por el Che. Pero en la agricultura subsistían distintas formas de propiedad, estatal, cooperativa y privada. En estas condiciones las autoridades del INRA comenzaron a aplicar otro método de gestión, el Cálculo Económico. La existencia simultánea de dos sistemas distintos en materia de gestión iba a generar tarde o temprano un debate en torno a la preeminencia de uno u otro, que finalmente se inició en 1963. CARACTERÍSTICAS Y DESARROLLO DEL DEBATE La característica fundamental del debate cubano fue la gran cantidad de participantes, la mayoría de ellos funcionarios cubanos y/o dirigentes de la revolución. Ernesto Guevara y Carlos Rafael Rodríguez fueron sin duda los más relevantes, pero también hubo importantes aportes de Alberto Mora, Marcelo Fernández Font, Luis Álvarez Rom, Joaquín Infante Ugarte, Alexis Codina, Mario Rodríguez Escalona y Miguel Cossío. En el momento de la polémica, Guevara era Ministro de Industria, Alvarez Rom de Hacienda, Mora de Comercio Exterior, Carlos Rafael Rodríguez Presidente del INRA y Fernández Font del Banco Nacional. 244 JUAN LUIS HERNÁNDEZ Participaron también en la polémica dos intelectuales europeos: Charles Bettelheim, profesor de economía, experto en planificación socialista, miembro del Partido Comunista francés y autor de varios libros, entre ellos Cálculo económico y formas de propiedad (1972),6 y Ernest Mandel, economista belga, uno de los dirigentes más conocidos de la Cuarta Internacional trostkista. Rodríguez encabezaba en la isla la tendencia contraria al Che Guevara, mientras Bettelheim fue el principal teórico que lo enfrentó en la polémica. El Che contará con el apoyo de Alvarez Rom, Rodríguez Escalona y Mandel, los demás se alinearon detrás de las posiciones de Rodríguez y Bettelheim. Como se puede apreciar, participaron en las discusiones exponentes de distintas tradiciones políticas de la izquierda, que discutieron en torno de posiciones políticas y teóricas sin agravios ni descalificaciones. En su carácter de funcionarios, muchos de ellos pusieron en práctica las ideas que sostenían en sus respectivas áreas de influencia. La polémica se desarrolló principalmente a través de artículos recepcionados en dos publicaciones periódicas: las revistas Cuba Socialista, surgida en 1961 como órgano de difusión teórica, y Nuestra Industria Económica, editada desde 1963 por el Ministerio de Industrias. En este último año comenzó orgánicamente la discusión, debatiéndose en forma paralela cuestiones relativas a la contabilidad y administración de las empresas estatales y a la vigencia de la ley del valor en las sociedades en transición al socialismo. Posteriormente se intercambiaron ideas sobre el papel de las finanzas y la banca, y tras la intervención de Bettelheim, la polémica adquirió mayor densidad teórica y política, centrada en las vías y mecanismos para la construcción de una nueva sociedad. A los efectos de una mejor exposición, presentaremos el debate organizado en cinco ejes temáticos. Destacamos, no obstante, que los mismos se encuentran profundamente interrelacionados entre sí en las intervenciones de los participantes, por lo que debe hacerse una lectura de conjunto de la polémica.7 6 7 Bettelheim era un decidido defensor del modelo de dirección económica implantado en la URSS. Simpatizante del espacio político-cultural soviético, en la época que polemizó con el Che estaba en crisis, habiendo adherido al maoísmo tras la ruptura entre la URSS y China. Sus obras más conocidas las escribió desde esta perspectiva, en particular los dos tomos de Las luchas de clases en la URSS (1974 y 1979). La mayoría de los artículos que formaron parte de la polémica, fueron recopilados en AA. VV., El gran debate sobre la economía en Cuba, Ocean Press, Melbourne, 2003. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 245 LOS SISTEMAS DE CÁLCULO ECONÓMICO Y DEL PRESUPUESTO FINANCIERO La discusión se inició en torno de cuestiones relacionadas con los costos industriales y su medición, junto con otros temas de contabilidad y administración de las empresas estatales. Como ya se dijo, Carlos Rafael Rodríguez había puesto en práctica, en las empresas bajo control del INRA, el Sistema de Cálculo Económico (SCE), mientras Ernesto Guevara desarrolló y aplicó un método diferente en el Ministerio a su cargo, denominado Sistema del Presupuesto Financiero (SPF). Se trataba en principio de dos sistemas distintos de administración de la economía colectivizada, pero implicaban en realidad dos concepciones diferentes de la revolución y el socialismo. El SPF se apoyaba en cuatro cuestiones centrales: • Empresa. Era un conglomerado de fábricas o unidades con una base tecnológica similar o un destino común para su producción, organizadas por rama de la economía o localización geográfica. Ej. todos los centrales azucareros. • Dinero. Era sólo una unidad aritmética, que reflejaba en precios la gestión de la empresa. Se lo utilizaba básicamente como elemento de registro contable. • Recursos. Las empresas carecían de recursos propios. Cada empresa tenía una cuenta en el Banco en la que depositaba y extraía dinero del presupuesto estatal. • Normas de trabajo. El trabajo estaba normado a tiempo, con premios de sobrecumplimiento limitados por la tarifa de la escala superior. Por su parte, el SCE funcionaba a partir de los siguientes principios: • Empresa. Era una unidad de producción con personalidad jurídica propia. Ej. un central azucarero. • Dinero. Además de las funciones contables, se lo utilizaba también como medio de pago e instrumento de control. • Recursos. Las empresas poseían recursos propios y sacaban créditos en los bancos por los que pagaban intereses. • Normas de Trabajo. Utilizaban el trabajo normado a tiempo y el trabajo por piezas o por hora (a destajo). Carlos Rafael Rodríguez era el principal defensor del SCE. En 1963 publicó dos artículos sobre la situación de la agricultura cubana. En ellos hacía una amplia exposición de las ventajas del sistema, cuya 246 JUAN LUIS HERNÁNDEZ aplicación consideraba imprescindible en la actividad agraria. Argumentaba al respecto la existencia de diferentes formas de propiedad y administración en el agro, en el cual subsistían las transacciones mercantiles y los estímulos materiales, factores necesarios para reducir costos y elevar cuantitativa y cualitativamente la producción.8 En “Consideraciones sobre los costos de producción” ( junio de 1963) el Che delineó su posición. Sostenía que en una economía en transición al socialismo no necesariamente debía existir una relación determinante entre costo de producción y precio. Afirmaba que la ley del valor no cumple, en estas sociedades, el papel central que ejerce en las economías capitalistas, por lo cual las categorías de la producción mercantil no tienen en aquellas el mismo significado que en éstas últimas. La propiedad social de los principales medios de producción y la política del gobierno, orientada no a la obtención de ganancias sino a la satisfacción de las necesidades populares, altera la vigencia de la ley del valor. Por lo tanto las categorías mercantiles tradicionales (costo, precio, rentabilidad) tenían un significado distinto en la economía planificada. El Che insistía en la medición y reducción de los costos, el establecimiento de normas de trabajo y el control de inventarios.9 El otro artículo del Che sobre este tema, “Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento” (febrero de 1964), es un texto central en el desarrollo de la polémica. En él Guevara expone los principios fundamentales de su propuesta de gestión, anteriormente enumerados. Argumenta que las grandes empresas existentes en Cuba ya practicaban –antes de la revolución– métodos centralizados de control de gestión mediante la consolidación de sus activos. El socialismo entonces, debía tener como punto de partida los avances más importantes alcanzados por el capitalismo. Para el Che, el aumento de la productividad del trabajo y el incremento constante de la conciencia eran los pilares fundamentales para la construcción del socialismo.10 Cabe mencionar, por último, un 8 9 10 Rodríguez, Carlos Rafael. “Cuatro años de Reforma Agraria”, en Cuba Socialista, Nro. 21, mayo 1963 y “El nuevo camino de la agricultura cubana”, en Cuba Socialista, Nro. 27, noviembre 1963. Guevara, Ernesto. “Consideraciones sobre los costos de producción como base del análisis económico de las empresas sujetas a sistema presupuestario”, en AA. VV., El gran debate...ob. cit., pp. 69-78. Originalmente publicado en Nuestra Industria Económica, junio 1963. Guevara, Ernesto. “Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento”, en AA. VV., El gran debate...ob. cit., pp. 79-110. Originalmente publicado en Nuestra SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 247 artículo de Mario Rodríguez Escalona publicado a fines de 1964, en el cual realiza una fundamentada exposición y defensa del SPF.11 Sintetizando, el SPF se basaba en el control centralizado de la empresa, cuyo plan y gestión eran controlados por organismos centrales en forma directa, carecía de fondos propios, no recibía créditos bancarios y usaba estímulos materiales en forma limitada. El SCE hacía hincapié, dentro del marco del plan, en la descentralización empresaria, el control indirecto monetario que servía de base para los premios, el uso de fondos propios y del crédito bancario, y la utilización intensiva de los estímulos materiales como palanca fundamental para motivar a los trabajadores. ESTÍMULOS MATERIALES VS. ESTÍMULOS MORALES Las diferencias más significativas entre ambos sistemas afloraron en la discusión estímulo material/estímulo moral. Los partidarios del SCE consideraban que los estímulos materiales eran la respuesta adecuada a la necesidad de ligar la remuneración obtenida por los trabajadores con la cantidad y la calidad de su trabajo. Estos estímulos, fundamentales para incentivar la contracción al trabajo productivo, no podían depender, como entre otros insistía Bettelheim, de imperativos morales o concepciones generales de la sociedad socialista, sino que estaban determinados por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Los partidarios del SPF no negaban la necesidad de aplicar estímulos materiales, pero rechazaban su uso como palanca impulsora fundamental de la economía. Como decía el Che: “Para los partidarios de la autogestión financiera (SCE) el estímulo material directo, proyectado hacia el futuro y acompañando a la sociedad en las diversas etapas de la construcción del comunismo, no se contrapone al desarrollo de la conciencia. Para nosotros sí. Es por eso que luchamos 11 Industria Económica, febrero 1964. El ejemplo clásico citado por Guevara era la Empresa Consolidada del Petróleo, que administraba en forma unificada las grandes refinerías de la isla (Esso, Texaco y Shell).. Rodríguez Escalona, Mario. “La concepción general de las finanzas en la historia y el Sistema Presupuestario en el período de transición”, en AA. VV., El gran debate...ob. cit., pp. 214-255. Originalmente publicado en Nuestra Industria Económica, diciembre 1964. 248 JUAN LUIS HERNÁNDEZ contra su predominio, pues significaría el retraso del desarrollo de la moral socialista.”12 La importancia del interés material y su incidencia en el crecimiento de la producción y la eficiencia de la gestión administrativa era valorada por el Che, pero desde su punto de vista los avances en el desarrollo de la conciencia iban a lograr mayores efectos sobre la marcha de la economía que los estímulos materiales. Guevara sostenía que el advenimiento del comunismo no sería un producto automático de la superación de las contradicciones por parte de una sociedad altamente desarrollada, sino fundamentalmente un acto consciente del hombre. Estímulos materiales directos y conciencia eran entonces términos contradictorios. El Che se oponía al predominio de los estímulos materiales porque consideraba que retrasaban el desarrollo de la conciencia, generando una subjetividad cargada de egoísmo e individualidad. LA DISCUSIÓN SOBRE LA LEY DEL VALOR Casi al unísono con los intercambios arriba mencionados, se abrió la discusión en torno a la ley del valor y su aplicación en las sociedades en las que la propiedad privada de los grandes medios de producción había sido abolida. Concretamente, se discutía si la ley del valor, que regula la economía capitalista, operaba también en una sociedad en transición al socialismo.13 Alberto Mora, en un artículo publicado en junio de 1963, intentó diferenciar la “magnitud del valor” con el valor, sosteniendo que la definición habitualmente utilizada remite a la magnitud y no a “la cosa en sí misma”. Para Mora, el valor es una relación entre los recursos limitados disponibles y las necesidades crecientes del hombre, es respecto a esta relación que se expresa su magnitud. Sólo en el momento en que los re12 13 Guevara, Ernesto. “Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento”, en AA. VV., El gran debate...ob. cit., p. 91. El valor de cambio de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirla, medido según la duración del tiempo que se necesitó para elaborarla. La expresión “socialmente necesario” es una magnitud que remite a la productividad media del trabajo en una época y país determinado. El precio de una mercancía se determina en el mercado según la ley de la oferta y la demanda, oscilando en el largo plazo alrededor del valor de cambio de la misma. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 249 cursos para producir un bien sean ampliamente suficientes, la necesidad de expresar dicha relación (o sea medir la magnitud) perdería sentido, con lo cual sólo entonces la ley del valor habría cesado como regulador de la producción y la economía. Mientras eso no sucediera, seguiría operando en las economías en transición a través del plan, por lo que había que elaborar métodos que permitiesen tener en cuenta sus indicadores.14 Guevara opinaba que la concepción de Mora era fuertemente subjetivista. El valor no es un concepto diseñado por el hombre, sino una ley que surge de las relaciones de producción: existe objetivamente, independientemente si lo conocemos o no. Acusaba a Mora de trastocar el significado de la expresión “socialmente necesaria”: de medida de trabajo en términos de productividad social en una época y lugar determinado, pasaba a ser el “carácter socialmente” reconocido de una necesidad a satisfacer con recursos disponibles limitados. Y era muy escéptico sobre la posibilidad de que la ley del valor operase a través del plan: en todo caso, las correcciones y/o perfeccionamientos siempre se hacían a posteriori.15 El Che criticó también la idea del uso consciente de la ley del valor planteada por los defensores del Cálculo Económico y consagrada por el Manual de Economía Política soviético. Este afirmaba que el dominio de la ley del valor y su utilización con arreglo al plan permitía, en los países en tránsito al socialismo, superar la anarquía en la producción y el despilfarro de recursos propios del capitalismo. El Che reconocía la ley del valor sólo “como parcialmente existente debido a los restos de la sociedad mercantil subsistentes” en los países en transición, pero insistía que ley del valor y plan eran términos contradictorios, no se podían desarrollar juntos y en forma armónica como sostenían los planificadores soviéticos. La planificación centralizada era “el modo de ser de la sociedad socialista”, mientras la ley del valor tendería a desaparecer a medida que avanzaba la construcción de la nueva sociedad. 14 15 Mora, Alberto. “En torno a la cuestión del funcionamiento de la ley del valor en la economía cubana en los actuales momentos”, en AA. VV., El gran debate...ob. cit., pp. 23-35. Originalmente publicado en Nuestra Industria Económica, julio 1963. Guevara, Ernesto. “Sobre la concepción del valor”, en AA. VV., El gran debate…, pp. 36-44. Originalmente publicado en Nuestra Industria Económica, octubre 1963. Otros autores criticaron a Mora por establecer una diferencia ficcional entre sustancia y magnitud, cualidades no escindibles en Marx. Cossio, Miguel. “Contribución al debate sobre la ley del valor”, en AA. VV., El gran debate…, pp. 45-68. Originalmente publicado en Nuestra Industria Económica, diciembre 1963. 250 JUAN LUIS HERNÁNDEZ EL PAPEL DE LA BANCA Y EL CRÉDITO A mediados de 1964 comienza a debatirse el papel de la banca y el crédito en el sistema económico cubano. Marcelo Fernández Font, Presidente del Banco Nacional de Cuba, publicó un artículo en Cuba Socialista, en el cual sostenía que la banca juega un papel muy importante en la transición al socialismo, como consecuencia de la subsistencia de las relaciones y categorías monetario-mercantiles y la existencia de diferentes formas de propiedad. Defensor del SCE, define funciones específicas de la banca socialista: regular la circulación monetaria, centralizar los sistemas de pagos, créditos, financiamientos y ahorro, controlar las divisas y el comercio exterior.16 El Che responde a Fernández Font con su artículo “La banca y el crédito en el socialismo”, publicado en el número siguiente de la misma revista. Básicamente sostiene que el dinero y la actividad bancaria como el conjunto de las relaciones monetarias mercantiles están históricamente condicionadas; y que al eliminarse la propiedad privada de los medios de producción dichas categorías pierden la centralidad que gozan en el capitalismo. Esto sucede ya que toda la economía estatal funciona como una gran empresa de propiedad social, careciendo de sentido las cobranzas, los pagos y el crédito entre las empresas estatales, debiendo replantearse las funciones asignadas a la banca.17 En sentido similar intervino Luis Alvarez Rom, ministro de Hacienda. En un artículo publicado en Nuestra Industria Económica de julio de 1964, abordó el problema de la contabilidad en el socialismo, sosteniendo que la medición del gasto de trabajo social no tiene que estar necesariamente vinculada a las categorías monetarias mercantiles. La contabilidad socialista debería abandonar la medición econométrica clásica para asumir otras formas.18 16 17 18 Fernández Font, Marcelo. “Desarrollo y funciones de la banca en Cuba”, en AA. VV., El gran debate…, pp. 305-323. Originalmente publicado en Cuba Socialista Nº 30, febrero 1964. Guevara, Ernesto. “La banca, el crédito y el socialismo”, en AA. VV., El gran debate…, pp. 324-343. Originalmente publicado en Cuba Socialista Nº 34, junio 1964. Alvarez Rom, Luis. “Sobre el método de análisis de los sistemas de financiamiento”, en AA. VV., El gran debate…, pp. 153-172. Originalmente publicado en Cuba Socialista Nº 35, julio 1964. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 251 REVOLUCIÓN, PLANIFICACIÓN, SOCIALISMO La intervención de Charles Bettelheim, a través de un artículo publicado en Cuba Socialista en abril de 1964, y la respuesta del Che, publicada en la misma revista dos meses después, constituyeron uno de los momentos más altos de la controversia.19 El economista francés sostenía que el proceso económico estaba determinado por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, por lo tanto las modificaciones en la conducta de los hombres reconocían como palanca decisiva los cambios en la producción y su organización. La función de la educación se limitaba a eliminar gradualmente los resabios de actitudes y comportamientos heredados del pasado, y promover y facilitar el aprendizaje de nuevas modalidades de conducta impuestas por el desarrollo de las fuerzas productivas. Por el contrario, pretender modificar el comportamiento humano a través de la educación pasando por encima del nivel alcanzado por las fuerzas productivas constituía, en su opinión, “un enfoque idealista de las cosas”, que sólo podía conducir a grandes fracasos. Bettelheim insistía que, “aún bajo la dictadura del proletariado”, subsistía la producción mercantil simple, lo que implicaba el mantenimiento de las categorías “mercancía” y “moneda”, la vigencia de la ley del valor y del mercado como era reconocido en la Unión Soviética. Este mantenimiento de las categorías mercantiles daba cuenta de la libertad de acción que había que otorgar a las unidades productivas y justificaba la autonomía contable, el cálculo económico, el autofinanciamiento a nivel de cada una de estas unidades y el “sistema de estímulos materiales”, que permitía vincular las remuneraciones de los trabajadores a la cantidad y calidad de su trabajo. La respuesta a Bettelheim corrió por cuenta de Ernest Mandel y el propio Che Guevara, en sendos artículos publicados en Nuestra Industria Económica de junio de 1964. Mandel consideraba que las categorías mercantiles eran resultado de un doble proceso: de la evolución histórica, por un lado, y del pensamiento humano abstraído de la realidad histórica, por el otro. Concluye que es necesario “evitar confundir la realidad 19 Bettelheim, Charles. “Formas y métodos de la planificación socialista y nivel de desarrollo de las fuerzas productivas”, en AA. VV., El gran debate… pp. 183213; Guevara, Ernesto. “La planificación socialista, su significado”, en AA. VV. El gran debate…, pp. 111-122. Originalmente publicados en Cuba Socialista Nº 32, abril 1964 y Nº 34, junio 1964, respectivamente. 252 JUAN LUIS HERNÁNDEZ compleja con su reproducción simplificada en el pensamiento teórico”, para no caer en formulaciones mecanicistas o eclécticas. Este sería el error en que habría incurrido Bettelheim, al exigir una correspondencia exacta, “microscópica” entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las transformaciones sociales operadas en los procesos de lucha de clases a escala nacional e internacional.20 La respuesta del Che se plasmó en el artículo “La planificación socialista, su significado” considerado un verdadero clásico de la teoría económica marxista. Si en Cuba sólo cabía esperar grandes fracasos, ya que según Bettelheim las relaciones de producción instauradas por los revolucionarios no se correspondían con el desarrollo de las fuerzas productivas existentes, ¿qué había que hacer entonces con la Revolución –se preguntaba el Che con filoso tono polémico–, había que dar marcha atrás y devolverle el poder a Batista? Guevara critica la concepción mecanicista de Bettelheim, a la luz de la respuesta que Lenin diera sobre el futuro de la Revolución Rusa ante cuestionamientos similares: apelando a la concepción del desarrollo desigual del capitalismo en el mundo, que explicaba el estallido de la crisis (y la ruptura) en uno de los “eslabones débiles” de la cadena. Para Guevara, las premisas básicas para modificar el nivel de las fuerzas productivas en Cuba estaban dadas en las empresas estatales consolidadas, y que su desarrollo podía incrementarse mediante el crecimiento de la conciencia revolucionaria. Destaca que Bettelheim no comprendía el aspecto universal, internacionalista, que posee el desarrollo de la conciencia, como consecuencia del desarrollo político y social de las fuerzas revolucionarias en todo el mundo. Critica asimismo el excesivo énfasis en los aspectos jurídicos, al que tendía el intelectual europeo en sus análisis. El Che resumía su posición de la siguiente manera: “Negamos la posibilidad del uso consciente de la ley del valor y de la categoría mercancía en la relación entre empresas estatales, consideramos todos los establecimientos como parte de la única gran empresa que es el Estado... podemos, pues, decir que la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía 20 Mandel, Ernest. “Las categorías mercantiles en el período de transición”, en AA. VV., El gran debate...ob. cit., pp. 256-274. Originalmente publicado en Nuestra Industria Económica, junio 1964. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 253 hacia su meta, la plena liberación del ser humano en el marco de la sociedad comunista”.21 BALANCES En los años posteriores al debate, algunos de sus protagonistas efectuaron evaluaciones del mismo. Carlos Rafael Rodríguez, en ocasión de una conferencia pronunciada en el vigésimo aniversario de la muerte del Che, reiteró las principales ideas que defendió en aquellos años: priorizar los estímulos materiales para mejorar la productividad del trabajo y reconocer la vigencia de las categorías mercantiles, incluso en los intercambios entre empresas estatales. Sostuvo además una idea asumida por la dirigencia cubana: el SFP era más progresista e igualitario que el SCE, pero el SCE era el que mejor se adecuaba a las condiciones de Cuba.22 Ernest Mandel realizó un balance de la polémica en 1967. Ratificó su apoyo al SPF, destacando la originalidad de los aportes de Ernesto Guevara a la teoría socialista. En su opinión, en Cuba era perfectamente viable la planificación centralizada y el control de la gestión a través del presupuesto, mientras que el cálculo económico multiplicaba los peligros de burocratismo y la corrupción de los “gerentes” de las empresas descentralizadas. Para Mandel, la supervivencia de las categorías mercantiles en la época de transición del capitalismo al socialismo no habilita considerar la ley del valor como regulador de la producción y la economía.23 Ernesto Guevara, por su parte, en una extensa carta que le envió a Fidel Castro en abril de 1965, antes de su partida a África, le transmitió sus “últimas consideraciones” sobre los procesos de transición al socialismo. Es un documento muy valioso, escrito por el Che luego de haber redactado los célebres apuntes y observaciones sobre el Manual de Economía Política vigente en la URSS (edición 1963), con la clara intención de adoptar una posición definitiva sobre el tema que lo obsesionaba: los 21 22 23 Guevara, Ernesto. “La planificación….”, pp. 120-121. Rodríguez, Carlos Rafael. “Sobre la contribución del Che al desarrollo de la economía cubana”, en AA. VV., El gran debate…., pp 358-389. Mandel, Ernest. “El debate económico en Cuba durante el período 1963-1964”, en El gran debate…., pp. 347-357. Originalmente publicado en Partisans Nº 37, París, 1967. 254 JUAN LUIS HERNÁNDEZ problemas de la transición al socialismo, en cuanto a los aspectos económicos y en relación a los países subdesarrollados.24 Guevara no vacila en calificar duramente la economía soviética, encontrando las raíces de sus falencias en la persistencia en el tiempo de los principios de la NEP: “El hecho real es que todo el andamiaje jurídico económico de la sociedad soviética actual parte de la Nueva Política Económica; en ésta se mantienen las viejas relaciones capitalistas, se mantienen las viejas categorías del capitalismo, es decir, existe la mercancía, existe en cierta manera, la ganancia, el interés que cobran los bancos y naturalmente, existe el interés material directo de los trabajadores”.25 Para el autor, los resultados de las controversias, luchas políticas y medidas económicas finalmente adoptadas en Rusia a partir de la NEP condujeron a un estrangulamiento a largo plazo del proceso de transición al socialismo. Por un lado se mantuvieron las viejas categorías de la economía capitalista, por el otro se implementó la planificación centralizada de la economía colectivizada. El plan impidió la competencia capitalista limitando las posibilidades de desarrollo de la economía de mercado; pero no eliminó las viejas categorías mercantiles ni las reemplazó por nuevas de carácter más progresivo, lo cual impidió liberar a los trabajadores del estrecho interés individual material bloqueando su desarrollo como constructores concientes de una nueva sociedad. En estas condiciones, el horizonte en el tiempo largo no podía ser otro que el estancamiento económico, principalmente por el lado de la innovación tecnológica. El Che pensaba que a pesar de los datos cuantitativos todavía favorables, una vez agotado el impuso inicial de la revolución la URSS y sus aliados estaban condenados a desacelerar sus tasas de crecimiento y quedar por detrás de los países capitalistas. En este punto insiste en que “el comunismo es un fenómeno de conciencia”, al que no era posible llegar mediante el mero desarrollo cuantitativo de las fuerzas productivas. En esto veía “una gran laguna en nuestro sistema”: cómo reemplazar el interés material, cómo motivar desde una perspectiva solidaria, no egoísta ni individualista, a la superación de los obreros en el trabajo, “…cómo hacer que cada obrero sienta la necesidad vital de defender su 24 25 Guevara, Ernesto. Apuntes críticos a la Economía Política, Ocean Press, Melbourne, 2006, pp. 9-20. Guevara, Ernesto, ob. cit., p. 11. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 255 revolución y al mismo tiempo que el trabajo es un placer…” Excepto una vaga apelación a la intervención de los cuadros del partido, se desprende del texto que el autor no tiene una respuesta precisa a este problema. INTERPRETACIONES A pesar de su importancia teórica y de la trascendencia que tuvo en la historia económica posterior de la isla, el debate fue ignorado durante muchos años. Una honrosa excepción, lo constituyó la temprana publicación, en 1968, del libro La economía socialista: debate. Tras una excelente Introducción de Sergio de Santis en la que el autor despliega una pormenorizada reconstrucción del debate, se reproducen gran parte de las intervenciones de los participantes en la polémica. Lamentablemente, la obra no cuenta con un adecuado análisis crítico del debate en su conjunto, quizás por el breve lapso de tiempo transcurrido desde la culminación de los intercambios.26 Carmelo Mesa-Lago, autor de un manual de historia económica de Cuba, pondera las posiciones “pragmáticas” del grupo que seguía a Carlos Rafael Rodríguez y presenta una versión caricaturesca de las ideas del Che. Según el autor, Guevara y un “grupo de adeptos incondicionales”, desarrollaron una “línea de pensamiento idealista” con la que pretendían “saltarse la etapa socialista de transición del capitalismo al comunismo, o construir socialismo y comunismo simultáneamente” mediante la eliminación total del mercado y la “concientización intensificada de gerentes y obreros”. Semejante desvarío sólo pudo conducir a una severa crisis de la economía cubana.27 Por su parte, Carlos Tablada Pérez pondera positivamente el SFP, destacando su originalidad y adaptación a la realidad del país. Sin embargo tiende a extremar las posiciones del Che, a quien atribuye un rechazo cerrado de toda forma de utilización de los estímulos materiales. Guevara no dejaba de reconocer su necesidad, y a la vez explicar sus límites y las causas por las cuales no podían ser la única palanca de construcción de la nueva sociedad.28 26 27 28 AA. VV. La economía socialista: debate, Nova Terra, Barcelona, 1968. Mesa-Lago, Carmelo. Breve historia económica de la Cuba socialista,, Alianza, Madrid, 1994, pp. 43-45. Tablada Pérez, Carlos. El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara, Casa de las Américas, La Habana, 1987. 256 JUAN LUIS HERNÁNDEZ En la actualidad contamos con nuevos aportes. Orlando Borrego escribió un libro dedicado al Che, en el cual describe la gestación del Sistema Presupuestario Financiero en el Ministerio de Industrias, del cual fue viceministro. Es un relato muy interesante y rico en datos valiosos, en el cual el autor echa mano de sus recuerdos personales así como utiliza documentos inéditos de la gestión del Ministerio por aquellos años. En lo conceptual destaca la originalidad de las posiciones del Che en su intercambio con Bettelheim, pero sobre la polémica en su conjunto asume el balance de Carlos Rafael Rodríguez. Otro aporte muy interesante, centrado en la discusión sobre la ley del valor, es el de Teresa Machado Hernández, autora cubana que destaca el carácter original del proyecto del Che opuesto al modelo propiciado por la corriente pro-soviética. En su opinión, la interrupción del debate se debió al cierre de las revistas que lo promovían y a las dificultades en la implementación de ambos sistemas de gestión, que condujo al replie- gue de sus partidarios.29 El historiador cubano Fernando Martínez Heredia considera que la riqueza del debate estaba dada por el enfrentamiento de “…dos concepciones diferentes del desarrollo social y del carácter de la revolución, relacionadas con el predominio, dentro de las posiciones marxistas, de una concepción determinista o de una concepción basada en la praxis”.30 En esta misma línea de pensamiento, Néstor Kohan rescata el aspecto original del pensamiento del Che, en el que prima la búsqueda de una “vía estratégica hacia la construcción de un nuevo tipo de subjetividad histórica”, que lo llevaría a ponderar superlativamente el desarrollo de la conciencia socialista y su incidencia en las fuerzas productivas. Una subjetividad de este tipo no podía construirse con “ las armas melladas del capitalismo” sino con las convicciones ideológicas de quienes están dispuestos a trabajar y luchar por una nueva sociedad.31 Consideramos relevantes los aportes de estos autores, sin embargo en algunos momentos el interés superlativo en la construcción de una genealogía del “mar29 30 31 Machado Hernández, Teresa. “La polémica en torno a la ley del valor y su manifestación en el pensamiento económico cubano”, abril de 2006. Disponible en: http:// www.eumed.net/eve/ Martínez Heredia, Fernando. “El Che y el gran debate sobre la economía en Cuba”, en Rebelión, Julio de 2003. Kohan, Néstor. Ernesto Che Guevara, El sujeto y el poder, Nuestra América, Buenos Aires, 2005. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 257 xismo latinoamericano” omite una cuestión trascendente: la continuidad del debate cubano con las polémicas de los años ’20 en Rusia, que hemos intentado reconstruir al inicio del capítulo. CONCLUSIONES Como podemos ver, el debate cubano se inició al delinearse dos sistemas diferentes de administración y gestión de la economía, abarcando rápidamente otras cuestiones teóricas importantes, como la vigencia de la ley del valor en las economías en transición, la relación entre fuerzas productivas y relaciones de producción y el papel de la conciencia en la construcción de una nueva sociedad. En definitiva, quedaron involucrados en la controversia problemas de política económica junto con cuestiones fundamentales de la teoría marxista. En lo concerniente a las diferencias entre el Cálculo Económico y el Sistema Presupuestario Financiero los intercambios fundamentales tuvieron lugar entre el Che y Carlos Rafael Rodríguez. En lo concerniente a la discusión sobre la vigencia de la ley del valor en las economías en transición, los cruces centrales estuvieron a cargo de Alberto Mora –que contaba con el apoyo de Charles Bettelheim– y Ernesto Guevara. Consideramos haber demostrado las dos hipótesis esbozadas al comienzo de este capítulo: 1) la continuidad de la polémica con los debates de los años ’20 en la Unión Soviética y 2) la confrontación de dos proyectos opuestos, uno de los cuales pretendía delinear una opción propia de transición al socialismo. Con respecto al primer punto, merece destacarse la continuidad entre ambos debates en torno de dos cuestiones: el funcionamiento de la ley del valor en las economías en tránsito al socialismo y la vigencia de las categorías monetarias-mercantiles. Obviamente, no podían estar ausentes las reflexiones sobre las reformas en curso en la URSS y su área de influencia. El gran debate cubano estuvo atravesado por las resonancias de la controversia sobre el “socialismo en un solo país”, uno de los ejes de las discusiones políticas soviéticas en la década del ’20. A diferencia de la antigua Rusia zarista, un verdadero semi-continente que se extendía desde el Pacífico Asiático hasta el centro de Europa, la revolución cubana se desplegaba en una pequeña isla ubicada a escasa distancia de la principal metrópolis imperialista. La tensión entre el avance de la revolución 258 JUAN LUIS HERNÁNDEZ a nivel mundial y la construcción de nuevas relaciones de producción constituía el insoslayable telón de fondo de la polémica. Entendemos que más allá de las idas y vueltas de la economía cubana, que a lo largo de varias décadas evolucionó tomando y desechando aspectos de ambos proyectos, lo real es que hacia 1965 las posiciones del Che se encontraban en retirada. No habían sido superadas por los argumentos de sus rivales sino por razones más poderosas: Cuba era cada vez más dependiente de sus vínculos con la Unión Soviética, con lo que resultaba ficticio, en ese contexto, continuar una polémica cuyos términos cada vez era más difícil convalidar en la práctica. La salida del Che de Cuba marca claramente esta circunstancia: construir una “vanguardia internacional” (conforme su orientación estratégica) que apuntalara, en las palabras de Martínez Heredia, “un campo de países liberados o autónomos en América Latina”,32 en suma, un soporte más sólido para un camino alternativo al que marcaban los ortodoxos prosoviéticos. Terminaba imponiéndose una premisa ya apuntalada por los clásicos del marxismo: el socialismo sólo sería posible a partir del esfuerzo internacionalista de los trabajadores y revolucionarios de diversos países.33 El Che comprendió que la energía liberada por la revolución social podía impulsar la construcción de instrumentos que prefiguraban la sociedad igualitaria del futuro, por sobre la utilización de “las armas melladas” heredadas del capitalismo, cuya aplicación como palancas exclusivas en el período de transición depararía los resultados que el transcurso del tiempo se encargaría de demostrar. Intentó plasmar un proyecto teórico-práctico alternativo para llevar sus concepciones a la práctica. Y debe reconocerse que lo hizo con audacia (“¿Por qué pensar que lo que ‘es’ en el período de transición, necesariamente ‘debe ser’?” como enfáticamente señala en su respuesta a Bettelheim), pero a pesar de su amplio conocimiento de otros procesos revolucionarios no entrevió ni propició la formación de órganos de control y decisión democráticos de los trabajadores sobre la planificación y sus resultados. En definiti32 33 Martínez Heredia, Fernando. El corrimiento hacia el rojo, Letras cubanas, La Habana, 2001, p. 25. El mismo Guevara admite esta idea, al rescatar con entusiasmo una cita de Lenin que en su parte central expresaba “…estamos lejos incluso de haber terminado el período de transición del capitalismo al socialismo. Jamás nos hemos dejado engañar por la esperanza de que podríamos terminarlo sin la ayuda del proletariado internacional.”, citado en Guevara, Ernesto. Apuntes….p. 250. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 259 va, los debates desarrollados en Rusia en la década del ‘20 y en Cuba en los años ‘60 del siglo pasado, constituyen el material fundamental sobre las transiciones pos-capitalistas desde la tradición del marxismo. Si el socialismo tiene un porvenir en la historia de la humanidad será necesario reapropiarse de estas discusiones, ya que si bien la economía y la sociedad actual difieren sustancialmente del pasado las categorías fundamentales del capitalismo siguen en pie, tal como el desafío que plantea su superación. Bibliografía AA. VV. El gran debate sobre la economía en Cuba, Ocean Press, Melbourne, 2003. ———. La economía socialista: debate, Nova Terra, Barcelona, 1968. ———. El debate soviético sobre la ley del valor, Comunicación, Madrid, 1974. Borrego, Orlando. Che, el camino del fuego, Hombre Nuevo, Buenos Aires, 2002. Brus, Walter. El funcionamiento de la economía socialista, Oikos-Tau, Barcelona, 1969. Bujarin, Nikolai. 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Breve historia económica de la Cuba socialista, Alianza, Madrid, 1994. 260 JUAN LUIS HERNÁNDEZ Preobrazhenski, Eugen. La nueva economía, Ariel, Barcelona, 1970. Sánchez Rodríguez, Jesús. Las experiencias históricas de transición al socialismo. Disponible en: http://www.miradacritica.blogspot.com.ar Stalin, Iosef. Problemas económicos del socialismo, Moscú, 1952. Tablada Pérez, Carlos. El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara, Casa de las Américas, La Habana, 1987. Trotsky, León. “The soviet economy in danger”, en Writings, november 1932, Patfhfinder Press, New York, 1973. CAPÍTULO 12 LA ASAMBLEA POPULAR BOLIVIANA (1969-1971) Juan Luis Hernández (UBA) INTRODUCCIÓN En los primeros años de la década del ’70, se produjo en América del Sur la emergencia de organismos que pretendían expresar la radicalización creciente de las luchas de la clase obrera y las masas populares: la Asamblea Popular en Bolivia (1971), los Cordones Industriales en Chile (1972/73), las Coordinadoras Interfabriles en la Argentina (1975/76). En el caso de Bolivia, el proceso que conduce a la conformación de la Asamblea Popular se inscribe en el ciclo abierto por la Revolución de abril de 1952. La radicalización obrera, los intentos de construir formas más avanzadas de organización de los trabajadores y del pueblo, emergen en el contexto de la tensa relación entre el movimiento obrero y las distintas expresiones nacionalistas que se suceden en el país del altiplano desde la pos-guerra del Chaco (1936). Estas dos tradiciones políticas, interrelacionadas y en conflicto constante, atraviesan desde entonces la historia boliviana contemporánea. En este trabajo intentaremos reconstruir los acontecimientos de fines de los sesenta y principios de los setenta, cotejar las interpretaciones de protagonistas e historiadores, y esbozar luego algunas conclusiones provisorias. 262 JUAN LUIS HERNÁNDEZ LOS MILITARES EN EL PODER El golpe del 4 de noviembre de 1964, encabezado por el general de aviación René Barrientos Ortuño, es considerado habitualmente como el fin de la revolución iniciada doce años antes, con la insurrección de abril de 1952. Sin embargo, la Revolución Boliviana terminó antes pero también después de ese 4 de noviembre. Antes, porque la capacidad de innovación y transformación social se había agotado tras los primeros años revolucionarios; y después, porque la economía boliviana, el marco jurídico, los hábitos políticos, seguían respondiendo al proceso abierto en abril de 1952. Barrientos, un militar con antigua militancia movimientista y formación profesional pro-norteamericana, continuó en lo esencial con la política del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR): aislar y reprimir al movimiento obrero y profundizar los acuerdos con las dirigencias campesinas adictas. En mayo de 1965 el ejército ocupó militarmente todos los campamentos mineros, disolviendo la Federación Sindical Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central Obrera Boliviana (COB), encarcelando y asesinando a decenas de activistas y dirigentes. Acto seguido procedió a efectuar un recorte salarial mayúsculo. En el campo, Barrientos heredó la red clientelar forjada por el MNR, continuando con la distribución de tierras a los campesinos. Durante su gobierno se formalizó el llamado “Pacto Militar-Campesino”, por el cual la dirigencia sindical campesina acordó el apoyo al gobierno militar a cambio de la continuidad del reparto de tierras y la obtención de diversas concesiones a nivel de mercados, precios, créditos, etc. En 1967, el gobierno desarticuló la guerrilla encabezada por el Che Guevara. Sin embargo, La experiencia guerrillera contribuyó a generalizar un debate ya existente en los círculos politizados, estudiantiles y sindicales del país, que pronto se extendió a las capas medias urbanas, al tiempo que se producía una lenta recomposición del movimiento obrero. Las primeras huelgas de los maestros, en marzo de 1968, confluyeron en octubre con la de los obreros fabriles de La Paz en un reclamo común contra el estado de sitio. Hacia fines de 1968, se produjo una primera ruptura de las organizaciones agrarias con los militares, formándose el Bloque Campesino Independiente (BIC), que pasó a acordar acciones en común con estudiantes, obreros y trabajadores urbanos. Cuando en abril de 1969, un oportuno desperfecto mecánico precipitó a tierra el helicóptero en que viajaba Barrientos, concluía un gobierno SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 263 cuyo tiempo político ya estaba agotado. Cinco meses después, el general Alfredo Ovando Candia depuso al vicepresidente en ejercicio, Siles Salinas, asumió el gobierno y decidió cambiar el rumbo político. La primera expresión de este nuevo rumbo fue el documento denominado “Mandato revolucionario de las Fuerzas Armadas de la Nación”. En él se ponen de manifiesto los objetivos del nuevo gobierno: para enfrentar exitosamente cualquier agresión foránea, había que luchar por el desarrollo del país, contra el atraso y la dependencia. El documento procuraba trazar una línea que uniera el legado de Busch, Villarroel y la revolución del ‘52 con la evolución castrense posterior al ’64, señalando que la intervención de las Fuerzas Armadas se producía a efectos de evitar que la nación fuera “arrastrada a la contrarrevolución o a la anarquía”. Postulaba un “Gobierno Revolucionario Civil Militar” presidido por el General Ovando, proponiendo la integración al mismo de trabajadores, campesinos, intelectuales y soldados. 1 Las líneas de este pronunciamiento fueron profundizadas por el general Juan José Torres en el Discurso pronunciado ante la Junta Interamericana de Defensa, en noviembre de 1969 en La Paz. Torres retomó claramente la idea de la Revolución Nacional, “única vía de desarrollo e independencia de los pueblos pobres del mundo”. Las Fuerzas Armadas, definidas por Torres como la “vanguardia nacionalista y revolucionaria del pueblo boliviano”, eran una suerte de “catalizador” capaz de aglutinar fuerzas sociales dispares, en aras de sostener un gobierno democrático y popular que impulse “proyectos sustantivos de desarrollo”. No es de extrañar, dado el auditorio al cual iba dirigido el mensaje y la compleja realidad interna que atravesaban las Fuerzas Armadas bolivianas –reorganizadas a principios de los sesenta por el gobierno del MNR con apoyo financiero, logístico, doctrinario y el entrenamiento norteamericano– que este discurso nacionalista viniese teñido de un fuerte anticomunismo, muy a tono con la doctrina de la seguridad continental entonces en boga en el ámbito castrense latinoamericano.2 1 “Mandato revolucionario de las Fuerzas Armadas de la Nación”, La Paz, 26 de septiembre de 1969, en Lora, Guillermo. Documentos Políticos de Bolivia, Tomo II, Futuro, La Paz, 1987, pp. 43-64. 2 Discurso pronunciado por el general Juan José Torres ante la Junta Interamericana de Defensa, La Paz, 14 de noviembre de 1969, en Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel, La Revolución Boliviana. Documentos fundamentales, Newen Mapu, Buenos Aires, 2007, pp. 195-205. 264 JUAN LUIS HERNÁNDEZ Ovando designó un gabinete ecléctico, integrado entre otros por Mariano Baptista Gumucio (movimientista), Marcelo Quiroga Santa Cruz (socialista) y el coronel Juan Ayoroa (derechista). El 17 de octubre de 1969, el gobierno decretó la nacionalización de la compañía norteamericana Gulf Oil, que en ese entonces ocupaba una posición predominante en la producción petrolera boliviana. Bolivia, que en marzo de 1937 produjo la primera nacionalización de una empresa petrolera en América Latina –la Standard Oil, impulsada por los militares nacionalistas encabezados por el coronel Germán Busch– se convertía en el único país latinoamericano que en el siglo XX nacionalizara, en dos oportunidades, la industria del petróleo. La nacionalización de la Standard Oil en 1937 había alentado un potencial desarrollo de la explotación nacional de los hidrocarburos bolivianos, pero esta posibilidad fue tronchada por el gobierno del MNR, que nuevamente abrió las puertas al ingreso del capital extranjero a la industria petrolífera mediante la promulgación, en octubre de 1955 del Código del Petróleo, más conocido como Código Davenport.3 Esta reglamentación, posteriormente elevada a rango de ley durante el gobierno de Hernán Siles Zuazo, otorgaba al capital privado concesiones para la exploración y explotación petrolífera por períodos de hasta cuarenta años. Al amparo de estas normas, la Gulf Oil comenzó a explotar gran cantidad de campos con reservas de hidrocarburos, incrementando notablemente su actividad durante los años del gobierno de Barrientos. La nacionalización de la Gulf Oil y la anulación del Código Davenport fueron muy bien recibidas por la COB, los estudiantes y los trabajadores petroleros, y aceptada a regañadientes por el gobierno de Estados Unidos, que exigió el pago de una fuerte indemnización.4 En los meses siguientes el gobierno tomó otras medidas: colocó el monopolio de la venta de minerales en manos del Banco Minero, estableció relaciones diplomáticas con la URSS y otros países del este europeo, ingresó al Pacto Andino. En lo político, derogó la ley de seguridad, levantó la censura, legalizó a la COB y a los partidos de izquierda. 3 4 Este código fue redactado por dos abogados norteamericanos, Davenport y Schuster, siendo conocido popularmente por el apellido del primero. La indemnización fue finalmente acordada en setiembre de 1970, tras una larga negociación. Royuela Comboni, Carlos. Cien años de hidrocarburos en Bolivia, Los amigos del libro, La Paz, 1996. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 265 En este contexto se realizó, en mayo de 1970, el IV Congreso de la COB. La influencia de Lechín había decaído mucho, de modo que la verdadera conducción de la FSTMB y de la COB recaían en Víctor López (independiente), Simón Reyes (Partido Comunista de Bolivia, PCB) y Filemón Escobar (Partido Obrero Revolucionario, POR). La resolución más trascendente de este congreso fue la adopción de una Tesis Política, sobre la base de un documento presentado por el POR, que contó con el apoyo del PC a partir de la incorporación de diversos anexos. La Tesis Política se pronunciaba por la independencia política de la clase obrera y por la conexión de la lucha antiimperialista y por el socialismo, incluyendo además una amplia Plataforma de Lucha que abarcaba las principales reivindicaciones sociales, democráticas y antiimperialistas.5 A partir del acuerdo programático alcanzado por el PCB, el POR y otros partidos de izquierda en torno a este pronunciamiento, comenzó a funcionar un comando político, formado por todos los partidos de la izquierda, la COB y los principales sindicatos, que actuaría como la dirigencia política del movimiento popular conforme los puntos programáticos de la Tesis de la COB. Pocas semanas después, el gobierno de Ovando inició un giro a la derecha, que se acentuaría en los meses siguientes. El alejamiento de Quiroga Santa Cruz del gabinete, y el relevo de Torres, en la cúspide del ejército, fueron los primeros avances de la derecha militar. Siguieron ataques a los derechos democráticos, perpetrados por elementos paramilitares vinculados al ministro de interior Ayoroa, que culminaron en un asalto a la Universidad. La brutal represión a la guerrilla de Teoponte marcó una nueva escalada en el giro derechista del gobierno. En este contexto, la derecha militar creyó llegado el momento de destituir a Ovando, evaluando que la política de distensión iniciada por éste había llegado demasiado lejos. El golpe estalló el 4 de octubre de 1970, dirigido por el general Miranda, quien anunció la destitución de Ovando y su propio ascenso a la presidencia. Sin embargo, varios contingentes militares no se plegaron al golpe, otros brindaron su apoyo a Ovando, y otros, como el Segundo Batallón de los Colorados, al mando del mayor Rubén Sánchez, hombre de Torres, se opusieron firmemente. Ovando negoció con Miranda en El Alto, anunciando el 6 de octubre que ambos 5 “Tesis Política del IV Congreso de la COB”, en Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel, ob. cit., pp. 205-220. 266 JUAN LUIS HERNÁNDEZ habían decidido retirarse y entregar el poder a una junta formada por los jefes de las tres fuerzas armadas. Sin embargo, apareció una nueva opción: el general Torres, que contaba con el apoyo de la fuerza aérea, los Colorados y otras unidades, se instaló en El Alto desafiando a la junta. En estas circunstancias, el Comando Político convocó a una huelga general para el 7 de octubre en contra de la asunción de la junta militar. La huelga, que contó con gran adhesión popular, inclinó la balanza de fuerzas a favor de Torres, quien el mismo 7 asumió el poder en medio de la algarabía popular. EL GOBIERNO DE TORRES Y EL MOVIMIENTO OBRERO Apenas asumido, Torres invitó a la COB a participar de su gobierno, ofreciendo primero la tercera parte y luego la mitad de los cargos del gabinete. La COB en primera instancia rechazó la propuesta, luego condicionó su participación, postulando dirigentes de segunda línea, por lo cual el gobierno decidió dar marcha atrás con la oferta. Sin ningún lugar a dudas, en la actitud de la COB influyó la larga experiencia del movimiento obrero en relación a la participación gubernamental, y es un punto culminante en su relación con el nacionalismo militar. En la Tesis de Pulacayo de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (1946), se expresó en forma clara el rechazo a toda forma de colaboración con los gobiernos de turno y la independencia del movimiento sindical respecto del Estado. Pero este principio no fue aplicado por la COB, que poco después del triunfo de la insurrección de abril aceptó la participación de sus principales dirigentes como ministros del gabinete de Paz Estenssoro, en el denominado “cogobierno MNR-COB”. La COB, legítima representación de los trabajadores que habían derrotado en las calles el ejército oligárquico, que controlaba a la mayoría de las milicias obreras armadas que habían surgido, tenía en ese momento la posibilidad de tomar en sus manos la resolución de los problemas más importantes de los trabajadores. Se planteaba de esta manera, en las primeras semanas de la revolución, una dualidad de poderes entre la COB y las autoridades del MNR, que en muchos casos debieron aceptar las decisiones de las organizaciones obreras. Esta era una de las tendencias que se expresaban en el proceso revolucionario, la otra, que es la que efectivamente prevaleció, fue la participación de la COB en la gestión SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 267 gubernamental, articulada mediante la inclusión de ministros obreros en el gobierno del MNR. En esa oportunidad, la izquierda no planteó que la dualidad de poderes se resolviese a favor de la COB, por el contrario toleró de hecho la presencia de los ministros obreros en el gabinete del MNR. El gobierno de Paz Estenssoro contó con el apoyo abierto del PCB y el crítico del POR que, tras la insurrección, llamó a defender al gobierno del MNR frente a las amenazas del imperialismo y la reacción oligárquica, exigiendo la radicalización de las demandas de las masas –en una estrategia que apuntaba a ejercer presión sobre el ala izquierda movimientista, apostando a su radicalización.6 El primer Congreso de la COB, reunido en 1954, refrendará el “cogobierno” con el MNR y la revolución nacional, infligiendo una dura derrota a la izquierda. El nacionalismo mantendrá su predominio en los dos congresos siguientes, de 1957 y 1962. Serán los mineros quienes en el Congreso de Colquiri-San José, en 1958, empiecen a desandar este camino, que culminará con la tesis de Colquiri, en 1963, donde la Federación Minera rompe con el MNR y su gobierno, retomando los postulados de la Tesis de Pulacayo.7 Es sobre la base de toda esta experiencia que será aprobada, en el IV Congreso de mayo de 1970, la Tesis Política de la COB, y es también a partir de esta experiencia que la organización obrera se negará a compartir el gobierno con la facción nacionalista del ejército. El gobierno de Torres se propuso como objetivos extender el control gubernamental sobre las empresas productivas, aumentar la participación estatal en una economía mixta y limitar y reglamentar claramente las actividades del capital extranjero. Una de sus primeras medidas fue la autorización de un aumento salarial reclamado por la FSTMB, que exigía reponer el salario a los valores anteriores a mayo de 1965. La otra demanda 6 Cte. Pla y Justo. Ver: Justo, Liborio. Bolivia: la revolución derrotada, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971 (1967) y Pla, Alberto. América Latina siglo XX: economía, sociedad y revolución, Carlos Pérez Editor, Buenos Aires, 1969. 7 Postulados que nunca fueron dejados totalmente de lado: de sus principios fundamentales se valieron los mineros en muchas oportunidades para interpelar a sus dirigentes, como en las discusiones sobre la nacionalización de la minería, donde las bases mineras reclamaban la expropiación sin pago y el control obrero de la producción, frente al planteo oficialista de nacionalización con indemnización y cogestión dirigida por los gerentes de COMIBOL. 268 JUAN LUIS HERNÁNDEZ de los mineros, la cogestión obrera con poder de veto en las minas, quedó para más adelante. Dos tendencias contrapuestas atravesaron el breve período de gobierno del general Torres. La primera de ellas fue la ocupación de predios rurales, empresas privadas, sede de diarios y revistas, locales ocupados por entidades norteamericanas, centros educativos secundarios y universidades. El gobierno no las reprimía, intentaba negociar con los trabajadores y estudiantes que las motorizaban con distinto resultado. Se produjeron en distintos lugares del territorio nacional, sin conexión aparente entre si pero con ciertos patrones comunes: surgían comités y comandos revolucionarios, que adoptaron diversos nombres, actuaban al margen de la legalidad, tomaban decisiones por si mismos y las ejecutaban, y organizaban sus propios medios para hacer frente a la violencia represiva. Thomas, un autor que estudió estas movilizaciones, señala como ejemplos la constitución de un comité revolucionario de universitarios, campesinos y obreros en Tarija, en junio de 1970, que ocupó los locales del Instituto de la Reforma Agraria. Un comando revolucionario similar apareció por la misma época en Cochabamba, mientras en Santa Cruz familias sin vivienda ocuparon terrenos pertenecientes a las poderosas familias Lavandez y Foianni, exigiendo la expropiación y construcción de viviendas populares. En Sucre, fueron ocupadas la Escuela Normal Católica por estudiantes, y varias medianas y pequeñas propiedades agrícolas por pobladores rurales, en ambos casos con el apoyo de la Central Obrera Departamental. También se destacan las ocupaciones de las haciendas Chané, propiedad del terrateniente Raúl Bedoya, y Versalles, emprendida por los colonos de Yapacani y desarrollada con una toma de rehenes, incluidos veinticinco metodistas norteamericanos y quince funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo, en ambos casos con la dirección de la Unión de Campesinos Pobres, (UCAPO, de orientación maoísta).8 Otro autor, Sándor John, destaca las ocupaciones de diversas facultades de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), en La Paz, en las que los estudiantes y docentes movilizados expulsaron a decanos y demás autoridades.9 8 9 Thomas, Jean Baptiste. La Bolivia del Che (1966/67) y la Bolivia de la Asamblea Popular (1969/71) ¿Guerrilla o revolución obrera y campesina?, París, 2003. Sándor John, Steven. El trotskismo boliviano. Revolución Permanente en el altiplano, Plural, La Paz, 2016, pp. 271-272. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 269 La segunda tendencia que se expresó en este período fue el pertinaz reagrupamiento de la derecha. La oposición militar al gobierno estaba encabezada por dos coroneles integrantes del grupo de Miranda: Hugo Banzer y Edmundo Valencia. El 10 enero de 1971 ambos militares tomaron el Estado Mayor del Ejército y se declararon en rebeldía. La mayoría de los oficiales no adhirieron al pronunciamiento, la fuerza aérea y los colorados se mantuvieron leales al gobierno y atacaron a los golpistas, la COB declaró la huelga general y miles de mineros armados confluyeron sobre el centro de La Paz anulando cualquier posibilidad de respaldo a la rebelión, derrotada en forma mucho más categórica que la protagonizada por Miranda en octubre de 1970. La derrota de la intentona golpista de enero de 1971 fue el principio de un nuevo auge de la movilización de masas y de radicalización de la situación política, y en los meses siguientes los acontecimientos se precipitaron. El gobierno, bajo la constante presión de la COB y la movilización popular, desmontó las medidas más impopulares del gobierno de Barrientos: nacionalizó las colas y desmontes de Catavi que habían sido cedidas a empresas privadas para su explotación, nacionalizó la mina Matilde, importante centro minero explotado por una compañía norteamericana, expulsó el Cuerpo de Paz (fuerza integrada por voluntarios norteamericanos), canceló el contrato de “Guantanamito” –como se denominaba una base de rastreo de satélites que Barrientos había cedido a Estados Unidos. En este clima se conformaron nuevas organizaciones políticas: el Partido Socialista (PS), creado el 1º de mayo, cuyo principal dirigente era Marcelo Quiroga Santa Cruz y el Movimiento de izquierda Revolucionaria (MIR), constituido a fines de mayo, cuyos dirigentes más conocidos eran Jaime Paz Zamora y René Zavaleta Mercado. Este partido, que en años posteriores hará un marcado viraje hacia la derecha, en aquella época tenía posiciones muy radicalizadas. También continuaban actuando el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el maoísmo a través del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), que preconizaban acciones armadas y la guerra popular. La reconfiguración de la izquierda, que en otros países sudamericanos tendrá lugar desde principios de los ’60 bajo el influjo de la revolución cubana, en Bolivia tendrá lugar en años posteriores, mediada por la elaboración del significado del ’52, el nacionalismo movimientista y la experiencia del Che. 270 JUAN LUIS HERNÁNDEZ LA ASAMBLEA POPULAR: ORIGENES Y FUNCIONAMIENTO El 1º de mayo de 1971, en el marco de una imponente manifestación obrera y popular, el Comando Político planteó la constitución de “un órgano de los trabajadores y del poder popular” completamente independiente del gobierno. Así nació la Asamblea Popular, organismo que se autodefinirá como un Frente Antiimperialista dirigido por el movimiento obrero y que se reuniría por primera vez el 22 de junio. La Asamblea reconoció como sus documentos constitutivos la Tesis política de la COB de mayo de 1970, las Bases Constitutivas y el Reglamento de Debates. Estos últimos fueron aprobados en las primeras sesiones de la Asamblea, a partir de borradores elaborados en las semanas posteriores al 1º de Mayo por el Comando Político. En ellos se define la composición del organismo: para garantizar la hegemonía proletaria otorgaba a los fabriles y mineros una participación de 132 delegados, 53 a las clases medias urbanas, 23 a los campesinos y 13 a los partidos de izquierda. 10 La Asamblea sesionó durante diez días, del 22 de junio al 2 de julio. Lechín fue elegido presidente, pero desde un inicio quedó claro que era la izquierda la que llevaba la voz cantante y la que ganaba la mayoría de los debates. Además de los Estatutos, la Asamblea votó tres documentos: 1. Resolución contra el golpe fascista, a partir de un proyecto presentado por Lora. Planteaba declarar la huelga general con ocupación de fábricas y minas ante el estallido de un golpe, y la formación del Comité de Milicias y Tribunales Populares, que asumiría la dirección política militar de la lucha. 2. Sobre la cogestión en las minas: Coparticipación obrera mayoritaria en COMIBOL, con elección de los gerentes por los trabajadores. 3. Universidad única bajo la dirección hegemónica del proletariado. Se pretendía seguir el ejemplo de la Universidad de Potosí, cuya dirección estaba compuesta por 19 delegados obreros, 9 estudiantiles y 9 docentes, colocando la actividad universitaria en el marco de una alianza obrero-estudiantil con hegemonía obrera.11 En la Asamblea se desarrollaron varios debates importantes. El primero de ellos giró en torno a la lucha contra el golpe militar, decidiéndose que un Comité de la Asamblea asumiera su dirección, ratificándose la 10 11 Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel, ob. cit., pp. 220-230. Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel, ob. cit., pp. 229-230. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 271 independencia del organismo respecto del gobierno. La discusión continuó con el punto sobre la cogestión en las minas. El MIR, los maoístas, los delegados estudiantiles, cuestionaron la coparticipación mayoritaria obrera, sosteniendo que iba a desviar la atención de los obreros del problema principal, que era la toma del poder. El POR, el PCB y los delegados de la FSTMB sostuvieron que para llevar a cabo la cogestión obrera mayoritaria era necesario la movilización revolucionaria de los trabajadores y sus organizaciones de base, planteando la reorganización económica del país. Si las masas se ponían en movimiento, comprenderían rápidamente la necesidad de su armamento para vencer al gobierno y a la derecha, y de esta manera tomar el poder. Los hechos demostraron, sin embargo, la lentitud de la Asamblea en encarar la lucha antigolpista. La otra cuestión importante que se debatió fue la escasa participación otorgada en la Asamblea al movimiento campesino. El POR y otros grupos de izquierda intentaron justificarla aduciendo la vigencia del Pacto Militar-Campesino, argumento controvertible ya que, vedando el ingreso de sus organizaciones a la Asamblea difícilmente se pudiera avanzar en la concreción de la alianza obrera-campesina. El 2 de julio se clausuraron las sesiones de la Asamblea Popular, habiéndose previsto volver a funcionar en dos meses. Durante ese lapso, mientras los representantes volvían a sus lugares de base a recabar mandato, el Comando Político asumía la dirección del proceso, encargándose de convocar Asambleas Populares a nivel regional en el interior del país, en tanto el Comité de Milicias y Tribunales Populares proseguía los trabajos preparatorios para la constitución de los mismos. El receso de la Asamblea dio la oportunidad y el tiempo a la derecha para preparar un nuevo golpe. El centro de los planes golpistas estaba instalado en Santa Cruz. La desestabilización del gobierno de Torres comenzó con huelgas de transporte, aumento de precios y desabastecimiento de productos básicos. Luego de las sesiones de la Asamblea, se fueron escalonando los apoyos políticos al golpe. El MNR y la Falange Socialista Boliviana cerraron filas tras el liderazgo de Banzer, a quien acompañaban también el Opus Dei, los francmasones, Cámaras de Comercio, jerarquías eclesiásticas, contando con el decidido apoyo del cónsul brasileño en Santa Cruz y la embajada estadounidense. El golpe se inició el 18 de agosto cuando Banzer fue detenido en Santa Cruz y trasladado a La Paz. No obstante el traspié inicial, Andrés 272 JUAN LUIS HERNÁNDEZ Selich al frente de los golpistas logró tomar Santa Cruz el 19 luego de sangrientas refriegas donde murieron más de 100 personas. Entre el 20 y el 21 se libró la lucha decisiva en La Paz. El único regimiento que luchó al lado del presidente hasta el final fueron los Colorados del mayor Sánchez, las demás unidades o se plegaron al golpe o permanecieron a la espera de los acontecimientos. El Comando Político había declarado la huelga general, y en la noche del 20 una delegación se entrevistó con Torres para pedirles armas. Según Lora, Torres se negó a distribuirlas, alegando que de todos modos no quedaba ninguna en su poder.12 Los trabajadores decidieron tomar los almacenes centrales del ejército, pero solamente encontraron unos 1200 máuseres antiguos y escasa munición. Junto a los Colorados, lucharon heroicamente todo el 21 de agosto, pero fue en vano. Por la noche, Banzer asumía la presidencia, mientras seguían los estruendos de las bombas y las ametralladoras contra la Universidad Mayor de San Andrés, que resistió 48 horas más. Los trabajadores y los estudiantes sufrieron en estas jornadas una de las peores derrotas de su historia. DEBATES E INTERPRETACIONES A pesar de que solo alcanzó a sesionar 10 días, la Asamblea Popular dejó una huella importante en la historia de Bolivia. En el centro de los debates que ha inspirado se encuentra el de su propia naturaleza. ¿Se trató de una criatura inefectiva e irrelevante pergeñada por ideólogos izquierdistas o fue una auténtica creación de las masas bolivianas en la lucha por su autoorganización? El general Torres, y diversos funcionarios del gobierno nacionalista, sostuvieron la primera hipótesis. Según ellos, la Asamblea habría constituido el escenario en el que los dirigentes izquierdistas dieron rienda suelta a sus habituales discusiones ideologistas, sin atender los problemas que debía enfrentar el proceso revolucionario en el país. Rogelio García Lupo, periodista argentino especializado en temas latinoamericanos, fue uno de los que mejor sintetizó esta mirada sobre los acontecimientos bo12 Lora, Guillermo. Bolivia: de la Asamblea Popular al golpe fascista, El Yunque, Buenos Aires, 1972. La versión de Torres de la entrevista se encuentra en “El presidente Torres relata como se produjeron los hechos”, en Cuadernos de Marcha Nro. 51, 1971, Montevideo, p. 92. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 273 livianos. En “Los fusiles y los tanques”, título del artículo con el cual se abre el valiosísimo dossier reunido en Cuadernos de Marcha Nro. 51 (1971), García Lupo sostuvo que en el proceso boliviano se cometieron errores importantes. Según él, la Asamblea Popular y la Proclama de los Cabos y Sargentos del Ejército, documento que circuló días antes del golpe de agosto, fueron los más serios. En la Asamblea se habría hablado excesivamente de socialismo, con el solo efecto de aterrorizar a la derecha, mientras el Manifiesto publicado de los suboficiales, planteando la disolución del ejército y su reemplazo por una formación militar del pueblo, en la que pretendían fungir como elementos técnicos, habría galvanizado a los oficiales detrás de Banzer. 13 En esta misma perspectiva, en el fascículo “Nacionalismo, socialismo y clase obrera en Bolivia” (1974), Mario Lozada hace un balance negativo de la posición de la COB al no aceptar el ofrecimiento de Torres de integrar su gabinete apenas había asumido el poder, sosteniendo que una opción posible era aceptar el ofrecimiento y luchar desde adentro del gobierno para imponer su programa, impulsando una alianza de los obreros y las tendencias nacionalistas del ejército, pero esto no fue comprendido ni le interesaba a la izquierda. Su opinión sobre la Asamblea Popular es profundamente negativa. La concibe como una suerte de parlamento obrero, que había aterrorizado a la derecha, alarmada por el curso de los acontecimientos. 14 Desde la izquierda, se hará una lectura distinta. El común denominador es considerar a la Asamblea Popular como una de las experiencias más ricas de la clase obrera y las masas populares bolivianas. Entre 1972 y 1974 tendrá lugar una larga polémica entre Guillermo Lora y René Zavaleta Mercado, sumamente rica en informaciones y reflexiones para el estudio de este proceso, aunque por momentos, el debate es confuso y está teñído de mucho sectarismo por ambas partes. Lora sostiene que la Tesis Política de la COB y las Bases Constitutivas de la Asamblea Popular estaban inspiradas en la concepción de la revolución permanente y la tesis de Pulacayo. Expresa en forma categórica que la Asamblea Popular fue un soviet desde sus mismos inicios, García Lupo, Rogelio. “Los fusiles y los tanques” y “Manifiesto de los cabos y sargentos del ejército”, en Cuadernos de Marcha, ob. cit., p. 3 y pp. 76-87, respectivamente. 14 Lozada, Mario. Nacionalismo, socialismo y clase obrera en Bolivia, CEAL, Buenos Aires, 1974, p. 94. 13 274 JUAN LUIS HERNÁNDEZ criticando a quienes la consideran un órgano de doble poder solo en potencia. Para Lora la dualidad de poderes existe en tanto los órganos de la clase adopten medidas por su cuenta y al margen de la voluntad de los gobernantes y del ordenamiento jurídico imperante, siendo esta la tendencia natural al radicalizarse la lucha de clases. Esta dualidad de poderes solo podrá resolverse “por la victoria del creciente poder obrero sobre el gobierno oficial o por su aplastamiento.” 15 Zavaleta Mercado ofrece un balance más matizado de los sucesos de 1970/71. Admite que la experiencia de la Asamblea Popular fue en términos políticos muy superior a la de 1952, pero en contraste, el ejército no estaba derrotado ni destruido como veinte años antes, aunque dividido en distintas fracciones conservaba sus armas y la capacidad de represión. La Asamblea, una suerte de estado proletario sin su brazo armado, demoró en plantearse el problema del armamento, por lo cual no habría dualidad de poderes, que en opinión de Zavaleta Mercado solo existe cuando hay dos estados enfrentados, cada uno con su respectiva conducción política estratégica y sus destacamentos armados. Critica a Lora por homologar la existencia de organizaciones de tipo soviético con una dualidad de poderes. “Por eso decimos que 1971 fue, nuevamente, un embrión avanzado de poder dual y no propiamente un poder dual, un esbozo y no la figura misma.”16 Jean Baptiste Thomas, sostuvo en su obra ya mencionada, que la Asamblea Popular instaurada en La Paz no era sino el “reflejo burocrático” de las “tendencias sovietistas” y de las “experiencias locales de doble poder” presentes en el interior del país a partir de la crisis de octubre de 1970. Thomas ha contribuido a llamar la atención sobre fenómenos locales hasta ahora ignorados acaecidos en Tarija, Cochabamba, Oruro, Sucre, y distintos lugares del Oriente boliviano, pero tiende a sobrevalorar estas experiencias que contrastaban con un ritmo más lento de radicalización política de los trabajadores mineros y fabriles.17 Otro autor, el norteamericano Steven Sándor John, autor de un libro muy interesante y documentado sobre la historia del trotskismo en Bolivia que también hemos citado, mantiene una mirada crítica y escéptica sobre este proceso. En su opinión, la Asamblea Popular fue una suerte de “parlamento popular”, refiriéndose en forma irónica a las supuestas “características 15 16 17 Lora, Guillermo, Bolivia: de la Asamblea Popular…., ob. cit., p. 25. Zavaleta Mercado, René. El Poder Dual, México, Siglo XXI, 1974, p. 106. Thomas, Jean Baptiste, ob. cit. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 275 soviéticas” que le atribuía al organismo el POR (Masas) y otros grupos de la izquierda boliviana.18 En el campo historiográfico, la bibliografía existente sobre la segunda mitad del siglo XX boliviano ha dedicado muy poco espacio a la experiencia de la Asamblea Popular. James Dunkerley se refiere al tema en el capítulo 5 de su obra, presentándolo como un aspecto de la crisis de hegemonía operada en Bolivia entre 1969 y 1971. Si bien considera que fue “un intento consciente y práctico de la izquierda” por construir una política capaz de superar la experiencia de 1952, concuerda con quienes sostienen que las circunstancias determinaron que se tratara de un experimento superficial, por lo cual opina que gran parte de la discusión se torna abstracta y/o irrelevante. 19 CONCLUSIONES Es difícil explicar la persistencia de la Asamblea Popular en la memoria histórica de los trabajadores y el pueblo de Bolivia, y su invocación en importantes jornadas de lucha (como en las crisis de octubre de 2003 o junio de 2005) a partir de su efímera existencia y funcionamiento. Indudablemente, fue una experiencia que forma parte del largo proceso recorrido por la clase obrera de Bolivia, desde las primeras formulaciones programáticas clasistas y la constitución de sus organizaciones gremiales nacionales. Una de las características fundamentales de este recorrido, que diferencia a los trabajadores bolivianos de la mayoría de sus hermanos latinoamericanos, es la no consolidación de un proyecto hegemónico al interior de las organizaciones obreras capaz de conducirlas durante décadas, como si sucedió en México, Argentina y otros países. El Movimiento Nacionalista Revolucionario, que en la segunda mitad de la década del ‘40 adoptó un discurso y construyó una mística revolucionaria, va a revelar a lo largo de los años siguientes su fidelidad a las necesidades fundamentales del capitalismo en Bolivia: reforma agraria y nacionalización de la minería en los ’50, proyecto desarrollista en los ’60, apoyo al gobierno de Banzer en los ’70, para completar el ciclo como impulsor y ejecutor de las reformas neoliberales a partir de 1985. Es a partir de la lenta decantación de la experiencia con el nacionalismo 18 19 Sándor John, Steven, ob. cit., pp. 279-290. Dunkerley, James. Rebelión en las venas, Plural, La Paz, 2003 (1987), p. 238. 276 JUAN LUIS HERNÁNDEZ movimientista –que se puede seguir a través de una línea de tiempo desde el “cogobierno MNR-COB” de 1952 al rechazo a la participación obrera en el gobierno de Torres– que se van generando las condiciones subjetivas necesarias para el predominio de la izquierda y la emergencia de organismos como la Asamblea Popular. Debe decirse que el nacionalismo de origen castrense tiene una trayectoria distinta, aún cuando en algunos puntos coincidentes, con el movimientismo. Las facciones militares nacionalistas asumieron plataformas programáticas que en algunos puntos centrales empalmaron con sentidas aspiraciones nacionales, pero no consiguieron en momento alguno consolidar una posición hegemónica al interior de las fuerzas armadas. Busch, Villarroel y los militares agrupados en la logia RADEPA, no pudieron desplazar en la pos-guerra del Chaco a las facciones prooligárquicas que terminaron imponiéndose, precipitando al viejo ejército oligárquico a su destrucción en las jornadas de abril del 52. Tampoco Ovando y Torres pudieron, décadas más tarde, imponerse a las facciones derechistas que agrupadas detrás de Banzer y Selich, implementaron uno de los golpes más sangrientos –y con consecuencias más duraderas– en la historia boliviana. El nacionalismo, a pesar de estas limitaciones históricas, sigue teniendo un peso importante en el escenario político boliviano. La Asamblea Popular boliviana no alcanzó a reunir los atributos y características de los organismos de doble poder clásicos. No fue el resultado de una generalizada emergencia de organismos de poder popular a partir de los lugares de trabajo y extendidos a nivel territorial, local y regional, sino una construcción impulsada desde las dirigencias de las organizaciones sindicales y los partidos de izquierda a nivel nacional. Además, su funcionamiento no tuvo carácter permanente y fue incapaz de contener la participación campesina y originaria. Pero tampoco fue un mero ejercicio deliberativo de los partidos y grupos de izquierda. Reunía dos características que la diferenciaban de ese tipo de experiencias: por un lado sus integrantes eran designados por las organizaciones de base, llevaban un mandato imperativo, y se intentaba restringir lo más posible la delegación de poder (eso era por lo menos la intención expresada en los Estatutos); por el otro se proponía concentrar en sí misma las funciones deliberativas y ejecutivas, rasgo típico de las organizaciones basadas en la democracia directa. En definitiva se trató de un intento conciente de construir una alternativa de poder popular hegemonizado por los trabajadores, frustrado por el golpe preventivo de Banzer, detrás del cual se SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 277 encolumnaron las clases dominantes del altiplano. Pero en la memoria de los trabajadores y del pueblo quedó como un hito más en el arduo proceso de construcción de una subjetividad revolucionaria, en la perspectiva de tomar en sus manos la resolución de sus problemas. Bibliografía Cuadernos de Marcha, Nro. 51, Montevideo, 1971. Dunkerley, James. Rebelión en las venas, La Paz, Plural, 2003 (1987). Gallardo Lozada, Jorge. De Torres a Banzer. Diez meses de emergencia en Bolivia, Periferia, Buenos Aires, 1972. Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel. La Revolución Boliviana. Documentos fundamentales, Newen Mapu, Buenos Aires, 2007. Justo, Liborio. Bolivia: la revolución derrotada, Juárez Editor, Buenos Aires, 1971 (1967). Lora, Guillermo. Bolivia: de la Asamblea Popular al golpe fascista, Buenos Aires, El Yunque, 1972. ———. Documentos Políticos de Bolivia, Tomo II, Futuro, La Paz, 1987. Lozada, Mario. Nacionalismo, socialismo y clase obrera en Bolivia, CEAL, 1974. Pla, Alberto. América Latina siglo XX: economía, sociedad y revolución, Carlos Pérez Editor, Buenos Aires, 1969. Royuela Comboni, Carlos. Cien años de hidrocarburos en Bolivia, Los amigos del libro, La Paz, 1996. Sándor John, Steven. El trotskismo boliviano. Revolución Permanente en el altiplano, Plural, La Paz, 2016. Thomas, Jean Baptiste. La Bolivia del Che (1966/67) y la Bolivia de la Asamblea Popular (1969/71) ¿Guerrilla o revolución obrera y campesina?, París, 2003. Zavaleta Mercado, René. El Poder Dual, México, Siglo XXI, 1974. CAPÍTULO 13 EL PODER POPULAR EN CHILE (1970-1973) Yolanda Raquel Colom (1945-2007) INTRODUCCIÓN El objetivo de este trabajo es analizar la emergencia de organizaciones autónomas, independientes tanto de las organizaciones sindicales como de los partidos políticos, aun de los partidos de izquierda, durante el gobierno de la Unidad Popular. Estas instancias organizativas de obreros, pobladores urbanos y campesinos, dieron lugar a la conformación de órganos de Poder Popular, potencial alternativa al poder burgués. Si bien cada uno de estos sectores luchaba por reivindicaciones propias, la articulación de sus demandas hizo posible que confluyeran en formas de organización unitarias los Comandos Comunales, que fueron delineando objetivos tácticos y estratégicos comunes. La evolución de esta experiencia estuvo ligada a la dinámica del enfrentamiento social en el peculiar marco de la crisis global del sistema de dominación y de disputa por el poder. Las luchas por construir el Poder Popular en Chile, comenzaron siendo una respuesta a los intentos desestabilizadores de la derecha contra el gobierno de Allende, pero a medida que se agudizaba la lucha de clases, llevaron a enfrentamientos entre el gobierno y los mismos sectores 280 YOLANDA RAQUEL COLOM populares que lo sustentaban. Es que, si bien por un lado la creciente polarización de la lucha de clases empujaba a las masas a desarrollar iniciativas autónomas en el plano político, programático y organizativo, el peso que el reformismo conservaba entre los dirigentes, constreñía la dinámica de la lucha de clases, tendiendo a orientarlas a desenvolverse dentro del marco de la legalidad burguesa. Será hacia las postrimerías del proceso cuando la iniciativa autónoma de las clases populares aparezca como incontenible, precipitando la crisis del sistema de dominación. Si bien el agotamiento del modelo de acumulación y la crisis del sistema de dominación eran anteriores al gobierno de Salvador Allende, se debió al triunfo de la coalición de izquierda en los comicios que la derecha unificara su percepción y uniera criterios en torno a que la crisis no admitía salidas intermedias. El golpe militar y el aplastamiento consiguiente de las organizaciones populares restablecieron sobre nuevas bases el poder de la burguesía, arrasando no sólo con la izquierda y sus proyectos, sino también con las bases del sistema democrático chileno. LA UNIDAD POPULAR EN CHILE. ENTRE EL AUGE DE LAS LUCHAS POPULARES Y LA REACCIÓN DE LAS CLASES DOMINANTES: 1970-1972 El triunfo de la Unidad Popular (UP) en septiembre de 1970 se dio en el contexto de un fuerte auge de las luchas obreras y populares manifestado a mediados de los años sesenta. Este proceso se relaciona con el impacto que produjo en toda América Latina el triunfo de la Revolución Cubana pero que en Chile se combinó con las expectativas generadas por el programa desarrollista que prometió la Democracia Cristiana (DC) al llegar al gobierno en 1964. La “Revolución en Libertad” prometida por Frei, con todas sus limitaciones, tuvo un efecto tal vez no deseado por la misma DC: produjo la ruptura del pacto social en el cual había descansado desde 1925 el sistema político chileno. Buscando ampliar su base electoral y a la vez por necesidades surgidas de su proyecto económico, Frei llevó la movilización a aquellos sectores antes excluidos del pacto social: campesinos y pobladores. La DC no pudo controlar las fuerzas que había SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 281 desatado.1 Ello profundizó la movilización popular y condujo al triunfo a una coalición política encabezada por Salvador Allende. La UP proponía un programa de transformaciones estructurales económicas y políticas, en la perspectiva de un proceso de transición al socialismo que respetara los mecanismos de la legalidad vigente. (“La vía chilena al socialismo”). Su victoria electoral no sólo no redujo el nivel de movilización de obreros, campesinos, pobladores y sectores del estudiantado, sino que lo estimuló. De allí que, ya en el gobierno, la UP intentó canalizar institucionalmente la movilización revitalizando organismos preexistentes o creando otros nuevos. Nos referimos específicamente a Juntas de Vecinos, Comités de los Sin Casa, Comités de Reforma Agraria, Comités de la UP, Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), Consejos Comunales y Consejos Locales de Salud. Estos organismos adquirieron, en mayor o menor medida unos y otros, una dinámica propia que los transformó en instancias de participación masiva de apoyo al gobierno pero sin que ello significara su subordinación al Estado. Por el contrario, cuando las condiciones del enfrentamiento social lo requirieron, superaron los límites delineados por la estrategia gubernamental y llegaron a convertirse en organismos de lucha social y aún de enfrentamiento a las políticas oficiales que consideraban adversas a sus intereses. En cuanto a la relación Estado-movimiento obrero, el gobierno de la UP confiaba en la capacidad de la Central Unica de Trabajadores (CUT) para actuar como transmisora de las iniciativas gubernamentales y mediadora del conflicto social.2 Los hechos, sin embargo, demostraron las limitaciones de esta perspectiva. En primer lugar, debido a que la CUT nucleaba a un 30 % de la clase obrera. Además, la Central no siempre tuvo participación destacada en la solución de los conflictos y muchas veces no fue eficaz como canal de comunicación entre el gobierno y las bases. Pero también debe agregarse el hecho de que los grupos políticos más radicalizados que ganaban creciente inserción entre las bases, sobre todo entre los sectores no organizados, no siempre se expresaban a través de organizaciones integradas a la CUT, que estaba mayoritariamente controlada por el Partido Comunista. 1 2 Mires, Fernando. La rebelión permanente, Siglo XXI, México, 1985. Garces, Joan. Chile: el camino político hacia el socialismo, Ariel, Santiago de Chile, 1972. 282 YOLANDA RAQUEL COLOM Al respecto, hay que tener en cuenta la renovación que se opera dentro de la izquierda tradicional a lo largo de la década del sesenta, bajo el impacto de la Revolución Cubana. En Chile, ello dio lugar al surgimiento de nuevos agrupamientos políticos y de tendencias radicalizadas dentro de los partidos existentes, en particular el Partido Socialista (PS) y la DC. Surgieron así el Movimiento Antiimperialista Popular Unido (MAPU), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), la Izquierda Cristiana (IC), y se radicalizó un sector del PS. Estos grupos van a buscar, desde mediados de los sesenta, insertarse en los sectores poblacionales, estudiantiles y obreros, sobre todo en lo que a estos últimos se refiere, en aquellos no organizados dentro de la CUT, dominada por los partidos mayoritarios de izquierda (PC y PS) y en menor medida la DC. Las nuevas organizaciones, excepto el MIR, formaron parte de la UP aunque no siempre coincidieron con la política de reformas graduales y dentro de los marcos legales impulsada por el gobierno bajo la orientación del PC y el ala reformista del PS. Durante el gobierno de Allende se produjo un desfasaje entre las bases obreras y las estructuras políticas y sindicales que adquirió su máxima expresión con el surgimiento y desarrollo de los Cordones Industriales, entre octubre de 1972 y el golpe militar del 11/9/1973. En la primera mitad de 1971 no se plantearon conflictos de importancia entre las organizaciones obreras y el gobierno, lo que se tradujo en un descenso del número de huelgas respecto del año anterior. Además, los miembros de los sindicatos habían sido los más beneficiados con los aumentos salariales y la estatización de empresas monopólicas.3 Sin embargo, pronto comenzaron a gestarse fuertes tensiones, pues quedaban fuera de los beneficios que implicaba el traspaso de las empresas al área estatal la inmensa mayoría de los trabajadores (70%). Estos últimos forzaron, mediante ocupaciones de fábricas justificadas por las acciones de sabotaje a la producción por parte de las patronales, el pase de empresas no incluidas en los planes oficiales al área estatal. Este proceso produjo grandes tensiones sociales y políticas, agudizando las contradicciones derivadas de que los ritmos que el gobierno imprimía al proceso de transición no siempre coincidían con las expectativas de los 3 Marini, Ruy Mauro. “El reformismo y la contrarrevolución”, en Estudios sobre Chile, ERA, México, 1976. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 283 sectores populares. Por otra parte, las demandas no siempre se expresaban a través de los canales sindicales y políticos institucionalizados, a veces por diferencias y en otros casos por debilidades del desarrollo de la estructura, y ello producía un desfasaje creciente y desentendimientos entre el gobierno y las masas.4 La burguesía, que había intentado por todos los medios impedir el ascenso de Allende al gobierno y que finalmente se había visto obligada a ceder, advertía con gran preocupación las dificultades del Presidente para controlar la movilización obrera y popular que buscaba imprimir su propia dinámica al proceso de transición. Este accionar autónomo atemorizaba tanto o más a los sectores dominantes que el programa gubernamental que, en definitiva, no difería sustancialmente del propuesto por la DC. El peligro, más que en las ideas, estaba en las fuerzas que respaldaban a la UP, en su iniciativa, en la organización y en el accionar autónomo y en sus planteos de Poder Popular. Más que una cuestión de planes, era un problema de poder. Si la conquista del gobierno por la izquierda era algo inaceptable para la burguesía y el imperialismo, éstos podían soportarlo, defendiendo a cualquier precio sus privilegios, mientras preparaban el derrocamiento del gobierno, en tanto pudieran mantenerlo atado de manos, encorsetado en la maraña de las instituciones que la misma burguesía había creado. En el marco de una crisis económica y política como la que Chile atravesaba desde el año 1970, lo que la burguesía no podía tolerar era la movilización de los sectores populares y, sobre todo, el acercamiento entre estos sectores y las clases medias. Evitar ese acercamiento y socavar las bases de apoyo de la UP, fueron los objetivos que la burguesía se trazó en lo inmediato. Esto llevó a las clases dominantes, a fines de 1971, a lanzarse a una abierta política de enfrentamiento al gobierno y de disputa por la hegemonía. Ello se llevó a cabo a través de una estrategia que combinaba el sabotaje económico y una política parlamentaria obstruccionista, con la propaganda ideológica destinada a captar el apoyo de los sectores medios. Es así que se iniciaron los boicots, el desabastecimiento, la fuga de capitales y la desinversión, campañas periodísticas, acciones terroristas de bandas paramilitares, 4 Un conflicto paradigmático en este sentido fue el de la textil Yarur, en abril de 1971. Winn, Peter. Weavers of revolution. The Yarur workers and Chile’s road to socialism, Oxford University Press, New York, 1986. 284 YOLANDA RAQUEL COLOM hechos que se acrecentaron tras la visita de Fidel Castro a Chile en diciembre de 1971. Ante la ofensiva de la derecha, la respuesta popular en defensa del gobierno y de las conquistas obtenidas fue inmediata y se exteriorizó en el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias y la creación de comités fabriles anti-sabotajes y de defensa de la producción.5 Sin embargo, más allá del rico proceso que se daba a nivel de base, dentro de la UP el problema se planteó en términos ideológicos que muchas veces no reflejaban la dinámica social. Así, entre las fuerzas políticas que integraban la coalición, surgió un largo debate con eje en la disyuntiva “consolidar o avanzar”, que se intentó saldar en los encuentros de El Arrayán (febrero de 1972) y Lo Curro (Junio de 1972). El sector de izquierda de la UP planteó la necesidad de profundizar los cambios avanzando hacia la estatización de las 91 empresas incluidas en la plataforma electoral y llevar la lucha ideológica al seno de la sociedad chilena, mientras el sector de derecha (PC, allendismo, radicales), tras condenar el “ultrismo” del MIR propuso la “participación de los trabajadores en la industria”. Amplios sectores de la clase obrera no se sintieron satisfechos con este planteo, al que visualizaban como un retroceso ante sus propuestas de control obrero. Esto se expresó a través de numerosas ocupaciones de fábricas y del rechazo formulado por el Congreso Nacional de Trabajadores Textiles a la propuesta de participación obrera, a la vez que exigía el control obrero en la industria.6 Finalmente, en el congreso de la UP celebrado en Lo Curro en agosto de 1972 triunfó la postura del ala derecha de la alianza, y Allende reanudó las conversaciones con la DC bajo el planteo de “Paz social y restablecimiento de la ley”. SURGIMIENTO DE LOS CORDONES INDUSTRIALES Los Cordones Industriales produjeron su primer gran impacto político durante la huelga patronal de octubre de 1972. Sin embargo, sus orígenes se remontaban a junio de ese año. El primer Cordón surgió a 5 6 Winn, Peter, ob. cit. Léhr, Volker; Zur Strassen, Carmen; y otros. Revolución y contrarrevolución en Chile, del Sol, Buenos Aires, 1974. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 285 mediados de ese mes en la zona de Cerrillos (sudoeste de Santiago), a partir de una iniciativa unitaria de dos empresas en conflicto. Es de destacar que la comuna Cerrillos-Maipú reunía la mayor concentración industrial de Chile (cerca de 250 empresas), una amplia extensión agrícola y algunas áreas urbanas con decenas de “poblaciones” y “campamentos”.7 El flamante Cordón Industrial de Cerrillos protagonizó acciones de solidaridad tales como apoyar las demandas de expropiación de tierras de los campesinos de la localidad cercana de Melipilla (Junio 1972), pero la coordinación con otros sectores en lucha no se generalizó hasta el lanzamiento del lock-out patronal de octubre de 1972. La acción de Melipilla, no obstante, abrió nuevas perspectivas al plantear una actividad conjunta entre campesinos y trabajadores industriales. Para esta época también comenzaba a constituirse el Cordón Vicuña Mackenna. A fines de julio de 1972 el Cordón Cerrillos emitió una declaración programática en la que se planteaba el control obrero de la producción y el reemplazo del Parlamento por una asamblea de trabajadores. Estas propuestas superaban ampliamente el contenido de los debates mantenidos hasta entonces dentro de los partidos políticos de izquierda. A tal punto no se percibía con claridad el proceso que se gestaba que incluso Chile Hoy veía al Cordón como un comité para el mantenimiento de la producción y para la implementación de las decisiones oficiales en el área económica. La mayoría de los sectores no percibía aún su potencial como base alternativa de organización social y política.8 Otros, sin embargo, advertían el proceso y lo enfrentaban: el PC y el ala derecha del PS terminaron por prohibir a sus afiliados participar de los Cordones Industriales, sosteniendo que toda acción reivindicativa o política debía ser coordinada por la CUT. LOS POBLADORES El movimiento de los pobladores se expresó inicialmente en la reivindicación habitacional de los sectores “sin techo”, cuyos escasos 7 8 Olivieira D. y Vieira D. ¿Qué es el poder popular?, Castellone, Madrid, 1976. González, Mike. “Chile: 1972-1973: The workers united”, en Revolutionary Rehearsals, Bookmars, Londres, 1987. 286 YOLANDA RAQUEL COLOM recursos alcanzaban sólo a cubrir las necesidades de alimentación y vestimenta. Sus demandas se expresaron a través de tomas de terrenos urbanos y construcción de campamentos. Estas tomas se remontaban a la década del cuarenta, relacionadas con el proceso de urbanización. En los últimos tres años del gobierno de Frei las tomas comenzaron a adquirir una creciente importancia cualitativa y cuantitativa. Cualitativa, por la relevancia que adquirirán en la lucha política y cuantitativa por la importante proporción de familias que intervenían en ellas, adquiriendo su máxima expresión en los años 1970 y 1971. Para esa época, más del 10% de la población del Gran Santiago residía en campamentos. En la coyuntura preelectoral de principio de los setenta, las tomas estaban estimuladas y dirigidas tanto por los partidos políticos de izquierda como por la DC, convirtiendo la reivindicación habitacional en eje de la lucha política.9 Ya hemos dicho que la DC fue la primera fuerza política que llevó la movilización a los sectores antes excluidos del pacto social subyacente al sistema político chileno. La DC organizó los Comités “Sin Casa” con el objeto de lograr la participación popular en los planes de vivienda que el partido impulsaba desde el gobierno. Al fracasar estos planes por la crisis económica, la DC perdió en buena medida el control político de esos comités, los cuales pasaron a jugar un papel importante en el proceso de ocupaciones de terrenos urbanos dirigidos por grupos de izquierda. La DC agrupaba a las familias que no tenían vivienda por zonas residenciales, reuniendo en los comités a los habitantes de los conventillos o a los agregados de una población. La izquierda, por su parte, unía a esta forma de reclutamiento la creación de comités en fábricas y en sindicatos. Las tomas de terrenos daban lugar a la conformación de campamentos y poblaciones. Allí vivían, en casas precarias, estratos del proletariado de más bajo ingreso, sobre todo obreros de la construcción, subocupados y desocupados. Hasta finales de 1971, la movilización poblacional siguió centrada en las tomas y en las demandas al Estado para conseguir la instalación de sistemas cloacales, agua corriente, etc., además de la prosecución de los planes de construcción, y estuvo en buena medida dirigida por sectores de la DC. Téngase en cuenta que 9 Pastrana, Ernesto y Threfall, Mónica. Pan, techo y poder. El movimiento de pobladores en Chile. (1970-1973), Siap-Planteos, Buenos Aires, 1974. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 287 las demandas de los pobladores se dirigían al Estado y que, por ello, en esta primera etapa del gobierno de la UP, los partidos de izquierda no tenían interés en alentar estas demandas.10 A partir de 1972, el eje de las reivindicaciones poblacionales se desplazó hacia el problema del abastecimiento de productos básicos, cobrando las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP) y las formas de abastecimiento directo un significativo papel en la lucha de clases. LOS CAMPESINOS La sindicalización campesina comenzó en la época de Frei. Pero los alcances limitados de la Reforma Agraria del gobierno demócrata cristiano dejaron sin satisfacer las demandas que él mismo había estimulado. A principios de 1971 se reglamentó la creación de los Consejos Comunales Campesinos (CCC). En ellos debían participar los sindicatos agrícolas, los representantes de las cooperativas de las respectivas comunas (minifundarios) y los representantes de los asentados. Sus funciones eran las de consultar e informar en materias relacionadas con la política de Reforma Agraria, de precios, de créditos, de comercialización, etc. Sin embargo, a medida que la demanda campesina se radicalizaba, estos comandos pasaron por encima de las limitaciones de su gestación, e impulsados por dirigentes izquierdistas (MIR, MAPU, socialistas de izquierda), se organizaron desde la base en forma democrática, que reflejaba la composición social relativa de las distintas comunas. Los CCC se extendieron a todas las provincias agrícolas, pero su capacidad de decisión estaba en función de las condiciones de las mismas y de sus comunas. En las zonas en que las reivindicaciones eran más fuertes, los Comandos se radicalizaban y pasaban de las funciones asesoras a las ejecutivas, planificando las tomas de fundos, elaborando los planes de producción agropecuaria y la política de distribución. Aunque este nivel estaba muy lejos de ser generalizado, es posible conjeturar que sería este sector el que aparezca participando activamente en los Comandos Comunales que se constituyeron en 1972. 10 Pastrana, Ernesto y Threfall, Mónica, ob. cit. 288 YOLANDA RAQUEL COLOM LA INSURRECCIÓN DE LA DERECHA: EL PARO PATRONAL DE OCTUBRE DE 1972 Fue la acción de la derecha durante el paro patronal de octubre de 1972 la que generó una rápida expansión y maduración de los Cordones Industriales y los forzó a superar sus objetivos gremiales originales. La huelga de los camioneros, comerciantes, profesionales y el intento de la burguesía de cerrar las fábricas, obtuvo una respuesta inmediata por parte de los trabajadores, que decidieron ocupar todas las industrias de la zona oeste de Santiago para mantenerlas en funcionamiento, evitando el desmoronamiento económico y político del gobierno de Allende. Esto los colocó en la vanguardia del enfrentamiento a la ofensiva burguesa, impulsando su acción mediante la actividad y el desarrollo de los Cordones Industriales. La respuesta provino, en primer término, de las áreas donde ya se habían desarrollado organizaciones unitarias de trabajadores. Las fábricas que inicialmente habían integrado Cordones Industriales tomaron la iniciativa para ayudar a las otras a organizarse. Los Cordones comenzaron a actuar como federaciones no formales de consejos de fábrica, a través de acuerdos de acción concertada entre empresas de una misma zona en caso de conflictos. Pero lo que hizo más rica aún la experiencia de los Cordones Industriales es que se vincularon a toda la extendida red de organismos populares no obreros. Estos Cordones adoptaron el programa que había formulado en julio el Cordón Cerrillos y emprendieron tareas que implicaban respuestas creativas a la situación: tomas de fábrica y apertura de comercios, control de la producción, control de la distribución y del transporte revitalizando las JAP, funcionamiento de los hospitales y autodefensa obrera fueron algunas de esas respuestas. Pero como ya dijimos, debe destacarse que la crisis de octubre no sólo impulsó la acción de los Cordones sino que ligó a estas organizaciones obreras con toda la red de organizaciones comunitarias, poblacionales e incluso campesinas. Esta confluencia cristalizó políticamente en un programa emitido por los Comandos Comunales, Cordones Industriales y otras organizaciones populares de base, el “Pliego del Pueblo”. Este programa, respuesta política al “Pliego de Chile” levantado por la burguesía y sus partidos, iba dirigido a la clase obrera, a los pobres del campo y la ciudad y a todos los trabajadores de Chile. Contenía las demandas y proclamaba SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 289 los derechos de los sectores populares, detallando las tareas políticas a desarrollar para conformar el Poder Popular. Planteaba el control obrero de la producción en las empresas privadas y la dirección obrera en las incorporadas al área social. Y finalmente enmarcaba estos planteamientos dentro de la perspectiva de gestar un modelo alternativo al dominante a través de la construcción del socialismo.11 ARTICULACIÓN DE LAS LUCHAS DE LOS CORDONES Y LOS POBLADORES La confluencia de los Cordones Industriales y las organizaciones de los pobladores se dio a partir del paro patronal de octubre de 1972 y se basó fundamentalmente en el problema del desabastecimiento provocado por la burguesía. Hasta entonces las demandas de pobladores y obreros habían transitado por sendas separadas, aunque algunos partidos de izquierda trataron de forzar la confluencia. Pero a partir de octubre de 1972, la lucha del movimiento poblacional dio un salto cualitativo y se relacionó manifiestamente con la lucha por el poder político. Los elementos nuevos de esta lucha se tradujeron en una mayor capacidad política expresada en la conflictividad de las relaciones del movimiento poblacional con la burguesía y el Estado, una vinculación irregular con el movimiento obrero organizado, tanto orgánica como política, y, finalmente, el intento de crear organismos locales de Poder Popular, los Comandos Comunales.12 En los Comandos Comunales se reunieron, fundamentalmente, los trabajadores de la industria a través de representantes de los sindicatos o de los Cordones Industriales, representantes de las poblaciones o campamentos del sector, las mujeres, principalmente a través de las JAP, sindicatos agrícolas y centros de estudiantes en algunos casos, así como representantes de los partidos de izquierda.13 Como se explicó anteriormente, las JAP surgieron a partir de una propuesta del ministro Vuskovic en 1971, cuando empezaban a advertirse los primeros síntomas de desabastecimiento. A fines de ese año fueron impulsadas por el PC y en abril de 1972 el gobierno estableció 11 12 13 Léhr, Volker; Zur Strassen, Carmen; y otros, ob. cit. Pastrana, Ernesto y Threfall, Mónica, ob. cit. Smirnow, Gabriel. La revolución desarmada. Chile 1969-1973, Era, México, 1977. 290 YOLANDA RAQUEL COLOM su existencia legal. Los objetivos de las JAP eran el control de precios y el abastecimiento. Sus funciones no eran ejecutivas, sólo eran asesoras. Las JAP debían servir como enlace entre los pequeños comerciantes y las empresas de distribución, facilitando las órdenes de compra –especialmente con las empresas estatales– y vigilando la entrega y venta de productos.14 En los días de octubre de 1972, las JAP superaron ampliamente el papel que tenían asignado y contribuyeron a quebrar el acaparamiento y el cierre de los locales comerciales. Es preciso señalar que en la segunda mitad de 1972, el problema del abastecimiento jugaba un rol destacado, siendo uno de los ejes por los que pasaba la lucha de clases en Chile. Esto explica que las JAP se convirtieran en blanco de las campañas difamatorias de la derecha, que las acusaba de ser ilegales puesto que “su funcionamiento cercena todo lo que sea libertad de comercio”, según palabras del entonces presidente de la Confederación de la Pequeña Industria y del Comercio.15 En los campamentos y en algunas poblaciones, se desarrollaron, además, otras formas de distribución: el abastecimiento directo, en el que las distribuidoras estatales de productos alimenticios jugaron un papel determinante. Surgieron así la “canasta popular” y los almacenes móviles. Podemos afirmar entonces que el paro patronal desató fuerzas que la derecha no imaginaba que se podrían desencadenar. En efecto, fue durante el paro que se desarrollaron los Cordones Industriales y los Comandos Comunales. Las principales motivaciones para la formación de los Comandos fueron el cumplimiento de funciones que el Estado no podía cumplir –debido a la desarticulación provocada por la insurrección de la burguesía– y la defensa del gobierno. Los objetivos principales fueron: 1) asegurar la continuidad del trabajo en la industria frente al lock-out empresarial, lo cual significaba asegurar la marcha de la industria sin los patrones, directivos y técnicos; 2) regular la recepción de las diferentes materias primas y canalizar la distribución de la producción; 3) disponer de la movilización popular necesaria para hacer funcionar el transporte; 4) crear un nuevo sistema de distribución de los productos alimenticios, tanto a los trabajadores de las empresas como a 14 15 Pastrana, Ernesto y Threfall, Mónica, ob. cit. Chile Hoy, febrero-marzo de 1973. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 291 los habitantes de las poblaciones y los campamentos; 5) formar consejos de salud para atender las necesidades más indispensables en este tema, debido a que la mayoría de los médicos se había plegado a la huelga; 6) formar comités de vigilancia y protección frente al sabotaje organizado por los comandos terroristas de la derecha tales como los de Patria y Libertad.16 Es así como se produjo la convergencia en los Comandos Comunales de diferentes sectores y capas sociales: obreros de la gran industria (organizados en la CUT), trabajadores de la pequeña y mediana empresa, pobladores –que en su mayor parte eran trabajadores de la construcción– desocupados, cuentapropistas, profesionales de la salud, enfermeros, profesores, estudiantes, campesinos. En total se formaron unos cien Comandos en todo el país, que una vez finalizado el paro patronal congelaron su accionar, pero la experiencia hizo avanzar enormemente los niveles de conciencia de los sectores populares. Para los obreros fabriles, el hecho de hacer funcionar las fábricas sin capataces ni patrones fue una demostración práctica de que éstos no eran necesarios y los reafirmó en su convicción de que no debían devolverse las empresas tomadas. Además, la enérgica iniciativa del proletariado en las fábricas, en vez de generar una polarización gobierno-oposición, como esperaba la derecha, sentó las bases para un fortalecimiento de la unidad de los trabajadores como clase, dado que las bases obreras democristianas se comportaron solidariamente con el resto de su clase, desobedeciendo a la dirección de su partido. El empuje revolucionario de las masas iba borrando las diferencias preexistentes derivadas de la pertenencia a uno u otro partido también entre los trabajadores de izquierda. Para los pobladores la experiencia de octubre representó la posibilidad de crear nuevas formas de distribución de los alimentos, independizándose del Estado. Las JAP pasaron a asumir ellas mismas la tarea de distribución. Al romper amarras burocráticas, se multiplicaron y ganaron fuerzas creando una inmensa red de distribución controlada por las masas. Establecieron el sistema de cartillas de racionamiento por familia y, junto con el sistema de abastecimiento directo, pasaron a controlar la mayor parte de la distribución de productos de las distribuidoras estatales. Ahora bien, las distribuidoras estatales sólo controlaban el 30% de la distribución de mercaderías, quedando el 70 % restante en 16 Smirnow, Gabriel, ob. cit. 292 YOLANDA RAQUEL COLOM manos de empresas privadas que lanzaban la totalidad de la producción al mercado negro, el cual, comenzando con ellas, terminaba en el pequeño comercio establecido. La comprensión de este hecho fue otro de los logros de las luchas de octubre: ya no era el pequeño comerciante el principal enemigo, sino las grandes empresas distribuidoras, y las productoras también. El enemigo, pues, era el sistema de propiedad. Esto llevará a centralizar las luchas posteriores en la expropiación de las distribuidoras privadas y la estatización de todas las industrias alimentarias, reivindicaciones que aparecieron al surgir una nueva etapa de agudización de los problemas de abastecimiento, con posterioridad a las jornadas de octubre de 1972. Al finalizar el paro, con la reanudación del transporte y la apertura del comercio minorista, la gran masa de pobladores se desentendió del problema. Al retomar el gobierno las riendas de la situación y con los militares integrando el gabinete, se produjo una desmovilización marcada en la base que llevó a la desarticulación entre el frente poblacional y el sindical. Esta desmovilización, empero, no significaba que el proyecto político expresado por el nuevo gabinete (garantía del orden burgués, puente tendido hacia la DC y las capas medias) hubiese triunfado. Entre los puntos de negociación para poner fin al paro estaban la devolución de las empresas ocupadas y la garantía de que el comercio minorista volviese a ocupar el sitio en la cadena de distribución que había ocupado antes de la crisis. La UP no pudo cumplir con estos acuerdos. DESARTICULACIÓN DEL MOVIMIENTO POPULAR (ENERO-JUNIO DE 1973) En los primeros meses de 1973 eran muy pocos los Comandos Comunales que seguían activos. Las luchas se daban desde dos frentes no articulados: los Cordones Industriales, que mantenían su organización territorial y los movimientos poblacionales. Los Cordones Industriales se reactivaron en respuesta al Plan Millas, que proponía la devolución de las empresas ocupadas. Otra vez se dio la toma de distritos enteros construyéndose barricadas. Los pobladores siguieron con las luchas por el abastecimiento. En esta etapa, la articulación se dio en casos puntuales que involucraban a empresas vinculadas a la alimentación o la construcción. Así, por SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 293 ejemplo, en una comuna de Santiago los pobladores, especialmente las mujeres, trataron de movilizar a los obreros de una empresa de capital extranjero, productora de jabón y margarina, para que el sindicato dispusiera un paro a fin de obligar a la patronal a dejar de entregar la producción al mercado negro. En ocasión de otra movilización, llamada por los Cordones Industriales, acudieron cientos de pobladores: se trataba de una concentración frente a la mayor distribuidora privada (CENADI) y tenía por objetivo lograr su intervención.17 Esto demuestra que los Comandos Comunales no cristalizaron en formas de organización permanente. La convergencia entre el movimiento poblacional y el movimiento obrero, por tomar a los sectores que consideramos más importantes en el proceso, se dio en momentos de pico de la crisis política. En momentos de impasse, la convergencia se produjo cuando ambos sectores coincidían en sus demandas, como por ejemplo cuando el movimiento obrero exigía la intervención de una industria que vendía en el mercado negro. 1973: EL SALTO CUALITATIVO EN LA ORGANIZACIÓN POPULAR Para Allende, como para el PC y los radicales de la UP, el futuro del gobierno descansaba en el logro de un acuerdo con la burguesía y los partidos de la oposición. Desde esa perspectiva reformularon el programa económico intentando inspirar confianza en los empresarios y atraer nuevas inversiones. Para ello era imprescindible que el gobierno asumiera una posición clara en el terreno del enfrentamiento social: debía lograr el control sobre el accionar de la clase obrera y los sectores populares. El nuevo ministro de Economía, el comunista Orlando Millas, trazó un proyecto que se proponía: a) la restitución de las fábricas ocupadas en octubre, y b) la reducción a 45 del número de empresas que debían ser estatizadas. Este plan, no bien lanzado, encontró una fuerte oposición en la izquierda de la UP y en el MIR., provocando una fuerte pugna socialista-comunista, en la que Allende se inclinó por la posición del PC enfrentando a su propio partido. 17 Pastrana, Ernesto y Threfall, Mónica, ob. cit. 294 YOLANDA RAQUEL COLOM Pero fueron los sectores obreros quienes asumieron la iniciativa en el enfrentamiento al Plan mediante la resistencia a las devoluciones y nuevas ocupaciones, que se extendió por todo el país. Los Cordones Industriales se reanimaron y respondieron inmediatamente. El Cordón Cerrillos, el más organizado de todos, se opuso tenazmente mediante la movilización masiva de sindicatos y pobladores. El éxito de su acción le permitió cristalizar una estructura que integraba 169 empresas y más de cien mil trabajadores efectivos.18 Finalmente fue la movilización de los obreros organizados en los Cordones Industriales, entre enero y marzo, junto con el favorable resultado de las elecciones de marzo de 1973, lo que decidió a Allende a abandonar el Plan Millas y retroceder en el plan de devolución de las empresas. En octubre de 1972, los Cordones Industriales se habían movilizado contra la ofensiva de la patronal y la derecha, en defensa de un gobierno al que sentían como propio. A principios de 1973, la lucha por la no devolución de las fábricas los llevó a enfrentar, no sólo a la burguesía, sino a los planes de ese mismo gobierno en tanto consideraban que vulneraba sus propios intereses de clase. En esta nueva dimensión que cobraba el conflicto quedaba en evidencia que se comenzaban a dirigir cuestiones de poder entre el Estado y las masas. Con respecto a la actitud oficial respecto de las organizaciones y el accionar de las masas, ésta fue ambigua: osciló entre el rechazo y la aceptación. Pero frente a las acciones del Poder Popular, el gobierno de Allende no reaccionó como los gobiernos burgueses, apelando a la represión y al terror. Por su parte, en el marco del proceso chileno, la conducción revolucionaria de la clase obrera no podía considerar al gobierno como el representante del enemigo de clase. Los obreros chilenos avanzaban en la construcción de otro poder, en respaldo al poder del gobierno que ellos habían elegido. Sin embargo, este avance iba produciendo fracturas cada vez más profundas entre las bases y la conducción de la UP, fisurando a la misma alianza en el gobierno y a cada una de las organizaciones que la conformaban. En ese sentido, la emergencia y auge de los Cordones Industriales puede ser visto como expresión del distanciamiento 18 Santana; Morales; Lizarraga y otros. La tragedia chilena. Testimonios, Merayo, Buenos Aires, 1974. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 295 creciente entre las bases y sus direcciones políticas y sindicales tradicionales. Paralelamente, se profundizaban los lazos de solidaridad por la base, que superaban cada vez más las barreras partidarias y se asentaban en formas organizativas que tenían por meta la consolidación del Poder Popular y cuyo eje estaba constituido por la actividad de los Cordones Industriales y su extensión, los Comandos Comunales. A la vez, los Cordones posibilitaban el surgimiento de nuevos liderazgos que reflejaban la llegada a la escena política de grupos de trabajadores no integrados a los sindicatos y partidos y por lo tanto menos subordinados a la disciplina de estas organizaciones. En síntesis, los Cordones Industriales fueron el principio de organización más avanzado que logró el movimiento popular chileno y es indudable que la tendencia de los mismos los llevaba a constituirse en órganos de poder de la clase obrera. Como tales, no pudieron ser contenidos por las organizaciones sindicales y políticas de la izquierda tradicional, históricamente acostumbradas a manejarse dentro de los márgenes de la negociación preestablecida entre trabajo y capital y de una concepción reformista del cambio social, gestados a lo largo de décadas de participación política dentro del Estado. EL ÚLTIMO GRAN ENFRENTAMIENTO: DEL “TANCAZO” AL 11 DE SETIEMBRE La mañana del 29 de junio de 1973 se produjo el levantamiento del coronel Souper, llamado el “tancazo”. Apenas conocida la noticia, los Cordones Industriales organizaron la toma masiva de fábricas y conformaron grupos de autodefensa, preparándose para enfrentar el golpe y defender al gobierno. La dinámica de la respuesta fue tan rápida y eficiente que incluso derivó en la formación de nuevos Cordones como el que se constituyó en la Comuna de Santiago, en la zona cercana a la Moneda, a partir de pobladores y empleados públicos.19 En las vísperas del golpe de septiembre de 1973, los Cordones Industriales estaban extendidos por todo el país. En Santiago había ocho Cordones gigantescos: Cerrillos, Vicuña Mackenna, O’Higgins, San 19 González, Mike, ob. cit. 296 YOLANDA RAQUEL COLOM Joaquín, Mapocho-Cordillera, Recoleta, Santiago-Centro y Los Espejos; y otros estaban en formación: Provincial Agrario, Independencia, Santa Rosa, Macul y Manquehe. También se habían conformado Cordones en Punta Arenas y Valparaíso.20 Superada la intentona de Souper, el gobierno procuró infructuosamente frenar el golpe de estado que se gestaba apelando a una estrategia que hacía eje, no en la movilización popular, sino en el diálogo con la oposición demócrata cristiana y en la confianza en la lealtad y profesionalismo de las Fuerzas Armadas Chilenas. Sin embargo, ni para la burguesía ni para las Fuerzas Armadas era posible aceptar una salida política. La inmediata respuesta de la clase obrera al intento de golpe había demostrado claramente la capacidad de resistencia que podía articularse a través de los Cordones Industriales y los Comandos Comunales. A partir del 4 de julio, y en el marco del estado de sitio decretado por el gobierno, los militares comenzaron una ola de procedimientos represivos, allanamientos, detenciones e incluso fusilamientos, amparándose en la Ley de Control de Armas (la “Ley Maldita”, sancionada en octubre de 1972). Esta ley facultaba a las Fuerzas Armadas a efectuar requisas de armas en cualquier sitio, siendo utilizada fundamentalmente para actuar sobre fábricas, Cordones Industriales, organizaciones comunitarias y poblaciones. El hecho de que la ley comenzara a aplicarse tras el intento de golpe del 29 de junio demuestra que las Fuerzas Armadas extrajeron de ese intento una lección muy clara sobre cuáles eran los sectores que podían enfrentar realmente al golpe. La prensa de derecha, en tanto, agitaba ante los militares el fantasma del enemigo a ser desarmado. Estos operativos sembraron desconcierto y temor en la clase obrera y los sectores populares prepararon y facilitaron el éxito del golpe militar del 11 de septiembre. CONCLUSIONES El advenimiento de Salvador Allende al gobierno se produjo en una etapa de crisis del modelo de desarrollo capitalista dependiente y de crisis del Estado de compromiso. El ascenso de la UP agravó la crisis, pero la emergencia de los Cordones Industriales y los Comandos Comunales, 20 Santana; Morales; Lizarraga y otros, ob. cit. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 297 configurando órganos de poder de la clase obrera, ofrecían a la UP las herramientas para profundizar el proceso y resolver la crisis en un sentido revolucionario. Esto no sucedió porque el reformismo estaba demasiado arraigado en la izquierda chilena, lo que la llevó a caer derrotada defendiendo una democracia burguesa que la burguesía misma no tuvo miramientos en destruir. Bibliografía Garces, Joan. Chile: el camino político hacia el socialismo, Ariel, Santiago de Chile, 1972. González, Mike. “Chile: 1972-1973: The workers united”, en Revolutionary Rehearsals, Bookmars, Londres, 1987. Léhr, Volker; Zur Strassen, Carmen; y otros. Revolución y contrarrevolución en Chile, del Sol, Buenos Aires, 1974. Marini, Ruy Mauro. “El reformismo y la contrarrevolución”, en Estudios sobre Chile, ERA, México, 1976. Mires, Fernando. La rebelión permanente, Siglo XXI, México, 1985. Olivieira D. y Vieira D. ¿Qué es el poder popular?, Castellone, Madrid, 1976. Pastrana, Ernesto y Threfall, Mónica. Pan, techo y poder. El movimiento de pobladores en Chile (1970-1973), Siap-Planteos, Buenos Aires, 1974. Santana; Morales; Lizarraga; y otros. La tragedia chilena. Testimonios, Merayo, Buenos Aires, 1974. Smirnow, Gabriel. La revolución desarmada. Chile 1969-1973, Era, México, 1977. Winn, Peter. Weavers of revolution. The Yarur workers and Chile’s road to socialism, Oxford University Press, New York, 1986. CAPÍTULO 14 CONTRARREVOLUCIÓN EN EL CONO SUR. EL CICLO DE DICTADURAS DE SEGURIDAD NACIONAL (1964-1990) Melisa Slatman (UBA) UN CAMPO EN CONSTRUCCIÓN Y UN PROBLEMA En 1977, el Bureau of Intelligence and Research (INR), organismo de inteligencia dependiente del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que producía inteligencia destinada a las relaciones exteriores de ese país, emitió un documento titulado “South América Southern Cone, block in formation?”. En él se afirmaba que: “El Cono Sur, alguna vez una simple designación geográfica para Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay [algunas definiciones excluyen a Paaraguay], es ahora un término cargado fuertemente de matices políticos e ideológicos. Para algunos observadores, el término se ha vuelto útil para denominar a un grupo de gobiernos militares represivos de derecha que son insensibles a las consideraciones sobre los Derechos Humanos y que están unidos diplomáticamente en un esfuerzo para confrontar un ambiente internacional generalmente hostil. En el contexto geopolítico, el espectro se amplía para incluir a Brasil y algunas veces a Bolivia […]”1 1 INR, “South América Southern Cone, block in formation?”, 06/10/1977. FOIA Argentina Desclassification Project, Washington, (FOIA). Disponible en http://foia. state.gov/documents/Argentina/0000B1A5.pdf 300 MELISA SLATMAN La unidad de las dictaduras no era percibida solamente por el gobierno de los Estados Unidos. Los exiliados del Cono Sur también la denunciaron, más todavía cuando comenzaron a percibirse la existencia de redes de coordinación represiva.2 La Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU), en un volante fechado en Madrid a 24 de junio de 1980, afirmaba que “La Comisión Argentina de Derechos Humanos, frente a los secuestros cometidos en Perú por las fuerzas militares argentinas y peruanas, de los ciudadanos argentinos, Noemí Esther Gianotti de Molfino, Julio Cesar Ramírez y María Inés Raverta, conjuntamente con el de Federico Frías Alberga, declara: “Que estos hechos, fruto de la coordinación represiva y del terrorismo de Estado imperante en el Cono Sur de América, constituyen un monstruoso atropello a los principios que rigen la comunidad internacional y una flagrante y gravísima violación a los derechos humanos […]”3 La percepción de la unidad de las dictaduras del Cono Sur pasó, durante los años ochenta, a integrar la agenda de investigaciones regional. Desde diferentes perspectivas y campos de estudio, surgió la inquietud de analizar cuál era su naturaleza. Ya sea desde la Sociología, con los trabajos de Manuel Carretón,4 desde las Relaciones Internacionales, con el aporte de Adolfo Rodríguez Elizondo,5 desde la Politología, con los análisis de Guillermo O’Donnell6 o Alain Rouquie,7 o desde la Historia, con el 2 3 4 5 6 7 Sznajder, Mario y Roniger, Luis. The politics of exile in Latin America, Cambridge University Press, New York, 2009. Consejo directivo de CADHU. “No ceder hasta lograr la aparición de los secuestrados en el Perú”, Madrid, 24/06/1980. Bibliothèque de documentation internationale contemporaine, Paris, (BDIC). Garretón Merino, Manuel Antonio. “Panorama del miedo en los regímenes militares. Un esquema general,” en Documento de Trabajo. FLACSO-CHILE, 365, FLACSO, Santiago de Chile, 1987 y “Las dictaduras militares en el Cono Sur, un balance,” en Dictaduras y democratización, FLACSO, Santiago de Chile, 1984. Rodriguez-Elizondo, José. “El gran viraje militar en América Latina”, Nueva Sociedad, Nro. 45, 1979. O’Donnell, Guillermo. “Las Fuerzas armadas y el estado autoritario del Cono Sur de América Latina”, en Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritaris- mo y democratización, Paidós, Buenos Aires, 1997. Las propuestas de O’Donnell fueron discutidas en una compilación ya clásica de Collier, David, et al. The New authoritarianism in Latin America, Princeton University Press, New Jersey, 1979. Rouquié, Alain. El Estado militar en América Latina, Emecé, Buenos Aires, 1984. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 301 trabajo de Luis Maira,8 se discutía sobre cómo analizar el carácter de estas dictaduras, sin poner en duda que constituían una unidad de análisis. Esta visión de conjunto de las dictaduras no replicó en los estudios pioneros de caso nacional, como los de Genero Arriagada para Chile,9 María Helena Moreira Alves y Thomas Skidmore para Brasil,10 Gerardo Caetano y Pedro José Rilla para Uruguay,11 Carlos Miranda para Paraguay.12 Primaron, en cambio, los enfoques sobre las “condiciones internas” y, en algunos casos, el análisis de las “relaciones exteriores”. En el caso argentino, Eduardo Luis Duhalde13 incluyó el problema de la coordinación represiva, aunque su abordaje no pasó de una descripción de la misma. De manera más reciente, Marcos Novaro y Vicente Palermo,14 en el que puede considerarse el primer texto integral sobre la dictadura argentina, no abordaron la cuestión regional más allá de los conflictos territoriales clásicos (el conflicto por el canal de Beagle o la guerra de Malvinas). A estos estudios siguieron otros cada vez más circunscriptos en sus objetos y en su especificidad nacional o incluso local.15 En la actualidad, la investigación académica continúa con la tendencia de atomizar los enfoques. La mirada global sobre la región ha cedido espacio a estudios cada vez más especializados en su recorte. Y esto, no obstante la existencia de una gran demanda social, producto de la mayor de integración 8 9 10 11 12 13 14 15 Maira, Luis. “El Estado de seguridad nacional en América Latina. Teoria y práctica,” en Gonzalez Casanova, Pablo (ed), El Estado en América Latina, Siglo XXI, Mexico, 1990. Arriagada Herrera, Genaro. Por la razón o la fuerza: Chile bajo Pinochet, Sudamericana, Santiago de Chile, 1998. Alves, Maria Helena Moreira. State and oposition in Military Brazil, University of Texas Press, Texas, 1985 y Skidmore, Thomas. The politics of military rule in Brazil, 1964-85, Oxford University Press, New York, 1988. Caetano, Gerardo y Rilla, José Pedro. Breve historia de la dictadura, 1973-1985, Centro Latinoamericano de Economía Humana y Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1987. Miranda, Carlos. The Stroessner era: authoritarian rule in Paraguay, Westview Press, Boulder,1990. Duhalde, Eduardo Luis. El estado terrorista argentino, Argos Vergara, Barcelona, 1983. Novaro, Marcos y Palermo, Vicente. La dictadura militar, 1976-1983: del golpe de estado a la restauración democrática, Paidós, Buenos Aires, 2003. Esto es señalado, por ejemplo, por Silvina Jensen para el subcampo de estudios sobre los exilios políticos de la década del setenta. Jensen, Silvina. “Exilio e Historia Reciente. Avances y perspectivas de un campo en construcción”, en Aletheia 1, no. 2, 2011. 302 MELISA SLATMAN entre los países de la región, de un auge en la construcción de memorias vinculadas con el pasado reciente, del desarrollo de políticas públicas de Derechos Humanos conjuntas y de juicios por delitos de lesa humanidad de contenido regional como los que están en proceso por casos de la “Operación Cóndor”. En la actualidad, y siguiendo la tendencia mencionada, aunque se organizan espacios académicos-jornadas, dossiers de revistas o compilaciones de libros que se proponen el análisis en escala regional, los trabajos que se presentan y discuten propenden a pensar al Cono Sur de las dictaduras como la sumatoria de casos particulares.16 Se hace evidente, entonces, el problema de que cada vez se conoce más en detalle el pasado reciente, pero, sin embargo, cada vez se tiene menos perspectiva global de lo sucedido. Puede argumentarse que esta tendencia es producto del desarrollo normal de la investigación y que aún no ha llegado el momento de síntesis, pero, el nivel actual de conocimiento, sumado a los esfuerzos de otros sectores de la sociedad permite comenzar la discusión. En este capítulo proponemos algunas perspectivas para pensar la articulación de los estudios de caso, a partir de reflexiones sobre el ciclo de dictaduras del Cono Sur como una unidad de análisis geográfica y temporal. Planteamos a su vez cómo, a partir de esa definición, pueden abordarse los casos particulares y sus relaciones. CONTEXTUALIZACIÓN A partir de 1964, en el Cono Sur de América Latina se fueron instalando dictaduras institucionales orientadas ideológicamente por la doctrina de guerra contrarrevolucionaria y que buscaban relacionarse internamente y jerárquicamente según la doctrina interamericana de seguridad hemisférica.17 Estas dictaduras tenían como objetivo principal 16 17 Con excepción de algunos trabajos como el de Padrós, Enrique Serra. Como el Uruguay no hay: terror de estado e segurança nacional. Uruguai (1968-1985): do pachecato à ditadura civil-militar, Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Rio Grande do Sul, 2005 o Markarian, Vania. Idos y recién llegados. La izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de Derechos Humanos. 19671984, La Vasija, Montevideo, 2006. Slatman, Melisa. “Una doctrina militar contrarrevolucionaria para la Nación Argentina. Análisis de la discursividad oficial del Ejército Argentino durante la SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 303 recomponer y/o asegurar la hegemonía de las clases dominantes de cada uno de los países, para la consecución de diferentes proyectos políticos, económicos y sociales, dentro del marco de la cultura occidental y del ordenamiento capitalista de la sociedad. Los militares del Cono Sur se formaron en la doctrina contrarrevolucionaria, inicialmente en Francia o con instructores franceses, y luego en la muy conocida Escuela de las Américas en el Canal de Panamá, pero también en otros centros de entrenamiento estadounidenses y, en el Cono Sur, en las Escuelas Superiores de Guerra de Argentina y Brasil. Los contenidos básicos de la doctrina de guerra contrarrevolucionaria son muy conocidos: postulación de la necesidad de la defensa interna, primado de las fronteras ideológicas, delineamiento de un enemigo interno, control de la población, etc. En nombre de la “seguridad nacional” se habilitaba a los organismos represivos a utilizar los mecanismos necesarios para “aniquilar” al enemigo. No obstante estos lineamientos comunes y compartidos, la doctrina contrarrevolucionaria de cada uno de los países fue diferente, con contenidos más desarrollistas en el caso brasileño,18 más ligada a los principios contrainsurgentes norteamericanos en el caso uruguayo19 o más “francesa” en el caso argentino.20 La transferencia doctrinaria de los Estados Unidos hacia Argentina –y también al resto de Latinoamérica– se centró en técnicas represivas, uso de la tecnología y enseñanza de valores conceptualizados como el american way of life. Adicionalmente, la participación de militares latinoamericanos en cursos especializados, dictados en diferentes academias militares estadounidenses, facilitó, además de la transmisión de ideas, el establecimiento de redes de sociabilidad que influyeron en el acercamiento mutuo y en el reconocimiento de los Estados Unidos como el vértice del sistema. Lo anterior redundó, en la práctica, en la estructuración de un sistema jerarquizado de relaciones entre las instituciones militares del continente basado en un complejo de intereses 18 19 20 Guerra Fría (1957-1976)”, en García Ferreira, Roberto (Comp.), Guatemala y la Guerra Fría en América Latina (1947-1977), CEUR-USAC, Guatemala, 2010. Miguel, Luis Felipe. “Segurança e desenvolvimento: peculiaridades da ideologia da segurança nacional no Brasil”, Diálogos Latinoamericanos no. 5, 2002. Padrós, Enrique Serra, ob. cit. Mazzei, Daniel Horacio. “La misión militar francesa en la Escuela Superior de Guerra y los orígenes de la Guerra Sucia, 1957-1961”, en Revista de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes, Nro. 13, Diciembre 2002. 304 MELISA SLATMAN compartidos.21 En este marco, y con un papel hegemónico por parte de los Estados Unidos, que auspició desde los años sesenta la reorganización del sistema hemisférico de defensa para contrarrestar los movimientos revolucionarios en América Latina, se profundizaron las relaciones interinstitucionales entre los ejércitos de la región dando lugar a un cada vez más consolidado sistema interamericano de defensa.22 En el Cono Sur, como respuesta a la presencia de programas y prácticas más o menos revolucionarios, más o menos populistas, pero que ponían en cuestión la hegemonía de las clases dominantes, comenzaron a sucederse a partir de 1964 golpes de Estado que dieron lugar a dictaduras alineadas ideológicamente con la doctrina contrarrevolucionaria. La fase de apertura del ciclo comenzó con la instauración de la dictadura brasileña en 1964, que derrocó al presidente Joao Goulart, y dio lugar a la primera dictadura institucional de las Fuerzas Armadas de la región, que se transformaría luego en un modelo a seguir por el resto de los países, especialmente por Argentina que transitó un proceso parecido en 1966. En 1971, Hugo Banzer derrocó al gobierno del general Juan José Torres. Le siguieron el golpe en dos actos de Uruguay de 1973, el de Chile del mismo año y el cierre de la fase de apertura del ciclo con un nuevo golpe en 1976, en Argentina. La consolidación de estas dictaduras se vinculó con la instauración del terrorismo de Estado en cada uno de estos países. Para las sociedades del Cono Sur, el costo humano de la instauración del terrorismo de Estado fue extremadamente alto, con cientos de miles de muertos y desaparecidos, millones de exiliados, cientos de niños apropiados, sin mencionar los cambios en los modelos económicos y la profundización de la exclusión social o la desestructuración de la vida política de estos países. UNA TESIS INCONCLUSA Un análisis comparativo de ciertas variables, como el realizado por Waldo Ansaldi, expuso que son muchas más las diferencias que las 21 22 Gil, Leslie. Escuela de las Américas. Entrenamiento militar, violencia política e impunidad en las Américas, , Lom y Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 2005. McSherry, Patrice. “Operation Condor as a Hemispheric ‘Counterterror’ Organization”, en Menjivarn Cecilia y Rodriguez, Néstor (eds.), When States kill.Latin America. The U.S, and Technologies of Terror, University of Texas Press, Austin, 2005. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 305 similitudes entre las dictaduras del Cono Sur.23 Explicó que pueden verse como unidades independientes, pero que sólo se explican en conjunto. Resaltó la similitud de la utilización de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) como instrumento de construcción de una legitimidad ideológica, aunque también señaló la existencia de diferencias en la concepción de dicha doctrina en cada uno de los países, fundamentalmente en Brasil, donde la DSN estuvo vinculada a una tendencia desarrollista, mientras que en el resto de los países se vinculó con programas económicos neoliberales. Señaló, por otro lado, marcadas diferencias en lo que hace a la magnitud y forma de la represión, a la duración de las dictaduras y también a las formas de organización del poder político (dictadura de la Junta Militar con preeminencia del Ejército en el caso argentino, concentración de poder en la figura de un dictador en Chile o gobierno indirecto de las Fuerzas Armadas en Uruguay, al menos hasta 1981, y dictadura con formato representativo en Brasil). Por último, contrapuso los diferentes modelos económicos, señalando la particularidad del modelo nacional desarrollista brasileño en relación con modelos que, como en el caso argentino y chileno, aunque en diferentes grados, optan por la desarticulación entre planificación económica y Estado.24 El análisis de Ansaldi dejó al descubierto la existencia de grandes diferencias en el desarrollo de cada uno de los casos. Estas diferencias son ciertas y es necesario remarcarlas para no perder de vista la especificidad de los mismos. Sin embargo, un límite metodológico del trabajo es que el análisis de diferencias y similitudes es el único resultado posible del análisis comparativo. El aislamiento de variables para poder realizar una comparación produce una abstracción que carece de relaciones dinámicas entre los elementos. Por ejemplo, al enunciar las diferencias cuantitativas en la producción de víctimas entre las dictaduras no da cuenta de los procesos de aprendizaje y transferencia de conocimientos de una dictadura a otra que hizo que, en los dos extremos del ciclo se produjeran la menor cantidad de víctimas mortales (Brasil) y la mayor cantidad de víctimas (Argentina), mediando doce años de experimentación en estrategias y tácticas represivas entre el primero y el segundo caso. Y así, la 23 24 Ansaldi, Waldo. “Matriuskas de terror. Algunos elementos para analizar la dictadura argentina dentro de las dictaduras del Cono Sur,” en Pucciarelli, Alfredo (comp.), Empresarios, tecnócratas y militares. La trama corporativa de la última dictadura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004. Ansaldi, Waldo, ob. cit. 306 MELISA SLATMAN afirmación de que las dictaduras pueden verse como unidades independientes pero solamente se explican de conjunto queda sin ser resuelta en lo que hace al carácter dinámico de esta relación. Entonces, se hace necesario, nuevamente, analizar la cuestión de por qué, si las dictaduras que se instauraron fueron tan diferentes, se puede seguir insistiendo en la necesidad de analizarlas como una unidad. DINÁMICA DEL CICLO DE DICTADURAS EN EL CONO SUR Y ESCALAS DE ANÁLISIS Una comprensión de la unidad del ciclo de dictaduras implica el entrecruzamiento de diferentes escalas de análisis: la regional, la nacional y la transnacional. Para apreciar cómo funcionan y se relacionan estas escalas, es necesario analizar las posibilidades de periodización del ciclo de conjunto y su relación con la periodización interna de cada uno de los casos; la articulación entre los casos por medio de procesos de práctica, transferencia y síntesis de las experiencias; la producción de procesos históricos de escala transnacional y, por último, los límites que imponen a la unidad geográfica y temporal de las dictaduras del Cono Sur los procesos históricos de escala nacional. En relación con lo anterior, y en primer lugar, puede ensayarse una periodización regional específica del ciclo de dictaduras, que transcurrió entre 1964 (golpe de Estado en Brasil) y que finalizó en 1990 (finalización institucional de la dictadura chilena). Entre 1964 y 1975 se aprecia una fase genética, de carácter reactivo. A medida que se fueron sucediendo los golpes de Estado, la represión se fue haciendo más virulenta y más clandestina, no sólo en el país en que sucedía el último golpe de Estado, sino también en el resto de los países. Esto puede verse, por ejemplo, en el aumento paulatino de las cifras de desaparecidos y asesinados sumariamente a medida que se sucedían los golpes, siendo Brasil el país que registró menor cantidad de casos y Argentina el que registro mayor cantidad. Entre 1975 y 1978 se produjo una aceleración en los ritmos represivos, tanto en el plano regional, como en el de cada uno de los casos y tuvo como uno de sus productos la consolidación de la red de coordinación represiva más institucionalizada del período, la denominada “Operación Cóndor”, desde fines de 1975. En el mismo período, además, operaron otras redes de coordinación, como la establecida entre SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 307 las armadas uruguaya y argentina, por nombrar un caso.25 A partir de 1978, se verifica una desaceleración de las tendencias represivas en toda la región, que tuvo relación con la apertura de la etapa fundacional de varias de las dictaduras, el comienzo de la transición en el caso de Brasil y, además, fue el momento de emergencia de una cantidad de conflictos entre naciones, latentes en todo el período anterior, como el del canal de Beagle o las tensiones por la represa de Itapú en 1978 y 1979. A esto debe sumarse el rechazo internacional ante la denuncia por las violaciones a los Derechos Humanos, que, en algunos casos determinó, también, la quita de ayuda económica por parte de los Estados Unidos. A esta etapa corresponde, de manera coincidente, una crisis de las relaciones de coordinación represiva, que no cesaron por completo, o se orientaron a operaciones de acción psicológica. En relación con lo anterior, la curva de desapariciones extraterritoriales dentro de la región cayó bruscamente y en una tendencia similar a lo que sucedió en el interior de cada país. Finalmente, el comienzo de la crisis terminal del ciclo de dictaduras, con la ley de amnistía de Brasil de 1979 y que finalizó, con la pérdida del referéndum por Pinochet en 1988 y traspaso del poder en Chile en 1990. No debe dejar de anotarse que, más allá de la periodización institucional, en realidad, las transiciones a la democracia se prolongaron en el tiempo, dependiendo de cada país. En segundo lugar, para entender la dinámica regional, además de esta periodización global, deben considerarse las nacionales. A grandes rasgos puede aceptarse que existió una diferencia entre las dictaduras de los años sesenta y las de los años setenta, vinculada con las percepciones de los grupos dominantes y los organismos represivos del nivel de la “amenaza” que creían enfrentar. De ello derivó el nivel de virulencia del dispositivo represivo y el proyecto inicial (fase reactiva) en cada uno de estos momentos.26 Y luego, se observa que todas las dictaduras de la región atravesaron una serie de fases –reactiva, fundacional, de administración de crisis recurrentes y de crisis terminal–.27 La similitud en el tránsito por estas fases, aunque asincrónico en el conjunto, permite, 25 26 27 Slatman, Melisa. “Actividades extraterritoriales represivas de la Armada Argentina durante la última dictadura civil-militar de Seguridad Nacional (1976-1983)”, en Annos 90, Revista do Programa de Pós-Graduação em História da Universidade Federal do Rio Grande do Sul 19, no. 35, 2012. O’Donnell, Guillermo, ob. cit. Garretón Merino, Manuel Antonio, “Las dictaduras militares en el Cono Sur...”, ob. cit. 308 MELISA SLATMAN además, apreciar las diferencias en el desarrollo de cada uno de los casos y pensar en qué es lo que aporta la especificidad de los procesos nacionales al conjunto regional, así como también cómo los procesos nacionales se ven influidos por lo regional. En tercer lugar, el concepto de ciclo se vincula con procesos de práctica, transferencia y síntesis, que se produjeron entre un caso nacional y otro. Si se mira a nivel regional, se aprecia que en diferentes ámbitos se produjeron procesos de acumulación de experiencias y que cada nueva experiencia repasó las anteriores, las adaptó y las desarrolló. Por ejemplo, hay una dinámica que tiene que ver con la concatenación de las fases reactivas en la sucesión de los golpes de Estado, vinculada con la transferencia del expertise represivo. Así, es posible detectar la transferencia de conocimientos y procedimientos operativos de Brasil a Chile, a través del dictado de cursos en la Escuela Superior de Guerra de Manaos y la presencia de agentes de la represión brasileños en los campos de detención masiva en Chile en septiembre-octubre de 1973. La misma dinámica se produjo en 1980 durante el golpe de Estado de Bolivia, cuando miembros de las Fuerzas Armadas argentinas participaron en la represión a los opositores bolivianos, utilizando como sede la embajada en ese país y también mediante el dictado de cursos en Argentina. Otro ejemplo de esta dinámica de práctica, transferencia y síntesis puede apreciarse en actitudes adoptadas por las dictaduras de Chile y Argentina en la relación entre el ejercicio del terrorismo de Estado, el destierro y la asunción de identidades exiliares. Puede asumirse que a nivel regional existieron tres formas de destierro: el requerido, en el que la dictadura expulsó oficialmente a los ciudadanos cuestionando su posibilidad de supervivencia en caso de no atenerse a la misma; el encubierto, en el que por medio del aparato represivo clandestino del Estado se forzó a las personas a abandonar el país bajo amenaza de muerte; y el destierro no requerido, como efecto del marco de violencia institucional, pero que no fue promovido directamente por la acción del Estado sobre la víctima. Los destierros formales adoptaron la forma de expulsión lisa y llana, como en los casos de Brasil o Chile o de “derecho a opción” como en Paraguay en ciertos momentos y en Argentina, antes de 1976 y después de 1978. La actividad clandestina de los grupos paramilitares, primero y de los organismos represivos tras la consolidación de las dictaduras produjeron el segundo tipo de destierros. Finalmente, los destierros no requeridos pudieron ser tanto SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 309 por temor a la situación en general, por desaparición de una persona cercana, etc. La dictadura chilena, durante los primeros años, improvisó diferentes estrategias represivas, desde las más visibles, como el uso de campos de concentración y los fusilamientos, evolucionando luego a otras más encubiertas, posteriores a la creación de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en 1974.28 El vaciamiento de los campos de concentración se vio acompañado de la expulsión, con prohibición de volver al país, de miles de chilenos, que se sumaron a aquellos que por causas de violencia directa o indirecta dejaron el país durante el primer período posterior al golpe. Esta primera etapa represiva, al ser visible, causó el rechazo generalizado de la opinión pública internacional, producto de las campañas de denuncia emprendidas por los exiliados. La dictadura chilena adoptó tres estrategias para combatir a los exiliados: asesinatos internacionales (efectivos o fallidos) de los principales líderes de la oposición; campañas de acción psicológica como la muy conocida “Operación Colombo”,29 y creación de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) para desarticular a la oposición interna y externa de manera clandestina. En síntesis, la primera parte de la fase reactiva de la dictadura chilena se caracterizó por el ensayo y error. En el caso argentino, la relación entre terrorismo de Estado, destierros y exilios se construyó mirando el fracaso de las políticas chilenas en la desestructuración de las organizaciones políticas y de exiliados en el exterior del país. Como previsión para evitar que sucediera lo mismo que en Chile, las expulsiones, en la planificación inicial del golpe, fueron descartadas. Esto no quiere decir que no haya habido destierros informales o no requeridos, pero la política pública de la dictadura argentina fue no favorecer la salida de los opositores. Para ello, la dictadura blindó las fronteras, organizó cordones de seguridad en las embajadas, suspendió el derecho a opción hasta 1978 y generó temor entre quienes buscaban salir del país en los procesos de obtención de pasaportes. Cuando pudo, impidió hasta el límite de sus posibilidades la salida de figuras públicas 28 29 Amorós, Mario “La DINA: El puño de Pinochet”, en 53º Congreso Internacional de Americanistas; Mexico, 2009; Wright, Thomas C. y Oñate, Rody. “Chilean Political Exile”, Latin American Perspectives 34, no. 4, Exile and the Politics of Exclusion in Latin America, 2007; Sznajder, Mario y Roniger, Luis, ob. cit. Rojas, Paz et al. La gran mentira. El caso de 119 desaparecidos, LOM-CODEPU, Santiago de Chile, 1994. 310 MELISA SLATMAN que pudieran causar impacto internacional.30 En los casos en que la presión externa se tornó acuciante, la dictadura liberó a los secuestrados o detenidos (legal o ilegalmente). Y en los casos en que la contestación se produjo fuera del territorio nacional, buscó la manera de neutralizarla. Si había logrado consolidar pactos con otras dictaduras, lo hizo interrogando o incluso repatriando forzosa y clandestinamente a secuestrados, como sucedió en el Cono Sur. A veces, incluso lo intentó sin haber establecido esa clase de acuerdos, como en el caso de la Operación México,31 realizando campañas de acción psicológica, por medio del discurso de la “campaña antiargentina” en general,32 o intimidando a las comunidades de exiliados con la presencia de agentes de la represión fuera del país (España, Francia). En lo que hace a la operatividad exterior de los organismos represivos argentinos, la mencionada fragmentación y autonomización de los mismos se replicó, dando lugar a una particular forma de actividades extraterritoriales muy diferentes a las chilenas. A modo de síntesis, entonces, el carácter experimental de la dictadura chilena de los primeros años puede aplicarse también a la relación terrorismo de Estado-destierro-exilios, y que la consolidación de un modelo represivo más maduro en Chile coincide con el golpe de Estado en Argentina. En el caso argentino, que se nutrió de la experiencia chilena, aparecieron delineadas, desde el momento mismo del golpe, o incluso antes, diferentes estrategias de anticipación para resolver lo que los chilenos no habían podido, fundamentalmente en relación al rechazo de 30 Son sintomáticos, en este sentido, los casos de los por entonces ex presidentes 31 32 Cámpora, asilado en la embajada mexicana en Buenos Aires hasta 1979 o Isabel Perón, que por medios coactivos fue impedida de dejar el país hasta 1981. Yankelevich, Pablo. Ráfagas de un exilio: argentinos en México, 1974-1983, Colegio de México, México, 2009. Osorio, Carlos y Enamoneta, Marianna. National Security Archive Electronic Briefing Book No. 300. Operación México: Programa argentino de rendición extraordinaria revelado por documentos desclasificados, The George Washington University, Washington, 2009 y Osorio, Carlos y Franzblau, Jesse. National Security Archive Electronic Briefing Book No. 241. 1978: Operación Clandestina de la Inteligencia Militar Argentina en México, The George Washington University, Washington, 2008. Franco, Marina. “La ‘campaña antiargentina’: la prensa, el discurso militar y la construcción de consenso”, en Casali de Babot, Judith y Grillo, María Victoria (ed.), Derecha, fascismo y antifascismo en Europa y Argentina, Universidad de Tucumán, Tucumán, 2002 y Jensen, Silvina. Los exiliados: la lucha por los derechos humanos durante la dictadura militar, Sudamericana, Buenos Aires, 2010. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 311 la comunidad internacional ante la violación masiva de los Derechos Humanos. Y la experiencia histórica demostró que, a pesar de este “perfeccionamiento” de las prácticas, ninguno de los dos regímenes pudo triunfar en su búsqueda de desarticular a la oposición. En cuarto lugar, las dinámicas explicadas anteriormente dieron lugar, además de las relaciones entre las partes a partir de la difusión de experiencias, a procesos históricos que pueden leerse solamente en escala transnacional. Es decir, fueron productos originales, que atravesaron a todos los casos nacionales, pero que no pueden explicarse como una sumatoria de lo que pasaba en cada país. Pueden señalarse dos ejemplos de esto: las redes de activismo político de todo el arco y las redes de coordinación represiva. Con respecto a las redes transnacionales de activismo político, se puede tomar como caso el acercamiento y coordinación de las organizaciones políticas y político-militares dentro de la Junta de Coordinación Revolucionaria, que incluyó inicialmente a cuatro organizaciones de la región (el Movimiento de Izquierda Revolucionario de Chile, el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Argentina, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros de Uruguay y el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, luego Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia).33 Existieron alianzas menos conocidas, como las desarrolladas por los Montoneros argentinos con el GAU de Uruguay o con el MAPU de Chile o las redes de coordinación establecidas por los Partidos Comunistas chileno y argentino. Estas formas de articulación no fueron privativas de la izquierda. Del otro lado del espectro, por ejemplo, la articulación entre Patria y Libertad de Chile con grupos vinculados con la Triple A en Argentina dejaron como saldo productos como la Operación Colombo o el asesinato del general Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert, en Argentina. Cada una de estas redes tuvo diferente naturaleza, pero tuvieron en común la particularidad de precipitar procesos tanto a nivel de los casos nacionales como en el conjunto de la región. Un segundo ejemplo de proceso transnacional es la constitución de las redes de coordinación represiva. Se han delineado más arriba las características generales de los destierros políticos durante el ciclo de 33 Slatman, Melisa. “Para un balance necesario: la relación entre la emergencia de la Junta de Coordinación Revolucionaria y el Operativo Cóndor. Cono Sur, 19741978”, Testimonios. Revista de la Asociación de Historia Oral de la República Argentina no. 2, Diciembre 2010. 312 MELISA SLATMAN dictaduras. El carácter procesual del desenvolvimiento del ciclo, especialmente de su fase represiva, dio lugar a un proceso de destierros que determinaron un proceso migratorio que inicialmente se desarrolló a nivel regional. En continuidad con las tendencias históricas de exilio con sede en países cercanos, especialmente limítrofes, como modo de favorecer la resistencia a la dictadura instaurada,34 el ciclo comenzó con el destierro y asunción de la identidad exiliar de brasileños de la primera ola (1964) especialmente hacia Uruguay, y los de la segunda ola (1968) hacia Chile, Uruguay y Argentina.35 La llegada al gobierno de la Unidad Popular en 1970, favoreció el reagrupamiento de los tupamaros uruguayos en Chile antes y durante el golpe de Estado en ese país (y también en Argentina).36 Septiembre de 1973 lanzará a muchos de esos exiliados hacia la Argentina, donde brasileños, uruguayos37 y ahora también chilenos confluían con compatriotas que ya se encontraban en ese país y también con los exiliados paraguayos,38 con permanencia en la Argentina desde mediados de la década del cincuenta y larga experiencia de organización o con los bolivianos exiliados tras la dictadura de Banzer. La militancia y las formas de resistencia a las dictaduras de estos activistas se fueron cruzando en el marco de los procesos migratorios. El dinamismo de estos procesos se puede corroborar en la dificultad que conlleva establecer la identidad política de los desaparecidos, víctimas de las redes de coordinación represiva en la región. Los procesos de destierro implicaron, además, otros de movilidad identitaria. Los desterrados o bien continuaron su militancia fuera de sus países, en muchos casos bajo la forma de lucha contra las dictaduras, o bien intentando reconstruir sus organizaciones de origen. Este proceso podía implicar tanto la asunción de una identidad de militante clandestino como de exiliado, no excluyentes una de la otra. Otras formas fueron la incorpora34 35 36 37 38 Roniger, Luis, et al. Exile and the politics of exclusion in the Americas, Sussex Academic Press, Portland, 2012. Rollemberg, Denise. Exílio: entre raízes e radares, Record, Rio de Janeiro, 1999. Jorge, Graciela y Fernández Huidobro, Eleuterio. Chile roto, LOM, Santiago de Chile, 2003. Porta, Cristina y Sempol, Diego. “En Argentina: algunas escenas posibles”, en Dutrénit, Silvia (ed.), El Uruguay del exilio. Gente, circunstancias, escenarios, Trilce, Montevideo, 2006. Halpern, Gerardo. Etnicidad, inmigración y política: representaciones y cultura política de exiliados paraguayos en Argentina; Prometeo Libros, Buenos Aires, 2009. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 313 ción al activismo en organizaciones de los países de acogida y también la formación de los nacientes organismos de derechos humanos que se dieron la tarea de denunciar las atrocidades desde el exilio. Las dictaduras persiguieron a los desterrados, tanto sirviéndose de redes de coordinación represiva con diferentes grados de formalidad, o por medio de la infiltración de agentes de inteligencia en otros países y proyectos de secuestros o asesinatos no coordinados, que algunas veces se concretaron y otras no. Los resultados más visibles de estas actividades represivas extraterritoriales fueron los desterrados desaparecidos del Cono Sur. Las redes de coordinación represiva, dentro de las cuales puede situarse a la Operación Cóndor,39 fueron el resultado de asociaciones temporales e históricas, que pudieron ser de mayor o menor duración, de organismos represivos de diferente trayectoria de dos o más países, que se articulaban para lograr determinados objetivos, que podían ser más o menos puntuales, utilizando diferentes tácticas represivas. Uno de los productos de estas redes, el más visible y el más impactante, fue la desaparición de personas. Puede decirse, en este sentido, que la exis- tencia de desaparecidos (pero también de secuestrados sobrevivientes o de piezas producidas por las campañas de acción psicológica) fue la ma- terialización de los objetivos de las redes de coordinación represiva. Por debajo de esto se encuentra lo invisible, por ser clandestino: las formas institucionales en que se inscribían los actos represivos. El desarrollo de las redes de coordinación represiva estuvo más vinculado a la dinámica regional que ya se mencionó, que a la de cada una de las partes que las componían. Lo anterior se puede verificar, sobre todo, en el hecho de que las partes que integraban las redes se encontraban en situaciones coyunturales diferentes, pero participaron como socios al mismo ritmo que sus pares. En quinto lugar, y por último, debe señalarse que existieron elementos de fricción con esos fenómenos de escala regional y transnacional, que tuvieron que ver con las tensiones generadas entre la configuración nacional de las dictaduras y su inserción en la escala regional. En relación con esto deben mencionarse, por ejemplo, las fricciones vinculadas con 39 La bibliografía sobre Operación Cóndor es sumamente amplia. Algunos de ellos son Calloni, Stella. Los años del lobo: Operación Cóndor, Continente, Buenos Aires, 1999, Dinges, John. Operación Cóndor, Una década de terrorismo internacional en el Cono Sur, Ediciones B, Santiago de Chile, 2004; McSherry, J. Patrice. Predatory states: Operation Condor and covert war in Latin America, Rowman & Littlefield Publishers, Lanham, MD, 2005. 314 MELISA SLATMAN las cuestiones fronterizas o el hecho de que quienes encarnaban los elencos gobernantes de estas dictaduras eran los militares que se definían a sí mismos, en primera instancia, como principal baluarte de defensa de la nación, tanto en lo relativo al territorio como en el nivel ideológico y moral. Además, el hecho de la existencia de un ciclo de dictaduras alineadas ideológicamente no implicó la finalización del ordenamiento geopolítico regional. En este sentido, Argentina y Brasil disputaron su papel como “metrópoli” de Paraguay y este país, por su parte, consolidó esta doble línea de intercambios afirmándose en la cierta autonomía económica y militar en relación con Argentina que comenzó durante el strossnismo.40 La competencia interestatal y las fricciones que estas generaron son las que, en el contexto de la crisis por el canal de Beagle y en un momen- to de transición de Argentina, Chile y Uruguay hacia la fase fundacional, colaboraron con la crisis de las actividades de coordinación represiva en la región y en la reafirmación de las alianzas geoestratégicas regionales tradicionales (Argentina, Bolivia y Perú por un lado, Brasil, Paraguay, Uruguay y Chile por otro). A MODO DE SÍNTESIS La trayectoria de la reflexión sobre las dictaduras del Cono Sur es de larga data y se vinculó, inicialmente, con la percepción de la existencia de una unidad por parte de los actores de los procesos históricos. Esta percepción se transfirió al campo de investigaciones de las Ciencias Sociales, y fueron varias las propuestas de análisis del carácter de las dictaduras del Cono Sur. En este trabajo se procuró brindar herramientas analíticas para entender la dinámica procesual de lo que se denominó ciclo de dictaduras en el Cono Sur. La reposición de la dinámica de este ciclo histórico y el análisis de cada uno de los casos no puede ceñirse solamente a los estudios de los casos nacionales y a considerar lo regional como la sumatoria de casos. El entrecruzamiento de escalas nacionales, regionales y transnacionales, así como el estudio de la dinámica de la relación entre las partes y las fricciones que se provocaron a partir de las tensiones entre ellas, puede ser útil y brindar nuevas perspectivas para el análisis de la Historia de la región y de cada uno de los casos en particular. 40 Soler, Lorena. “Dominación política y legitimidad. El strossnismo en el contexto de América Latiana,” en Novapolis 4, no. Abril de 2009. SOBRE LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX 315 Bibliografía Alves, Maria Helena Moreira. State and oposition in Military Brazil, University of Texas Press, Texas, 1985. Amorós, Mario. “La DINA: El puño de Pinochet.”, en el 53º Congreso Internacional de Americanistas, Mexico, 2009. Ansaldi, Waldo. “Matriuskas de terror. Algunos elementos para analizar la dictadura argentina dentro de las dictaduras del Cono Sur”, en Pucciarelli, Alfredo (comp.) Empresarios, tecnócratas y militares. La trama corporativa de la última dictadura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004. Arriagada Herrera, Genaro. Por la razón o la fuerza: Chile bajo Pinochet, Sudamericana, Santiago de Chile, 1998. Blixen, Samuel. El vientre del Cóndor: del archivo del terror al caso Berríos, Brecha, Montevideo, 1995. Boccia Paz, Alfredo et. al. En los sótanos de los generales. 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