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Acebal Maidana Los estereotipos verbales y visuales (2010)

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UNL. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanism o
Licenciatura en Diseño de la Comunicación Visual
Comunicación_02
Los estereotipos verbales y visuales,
continuidades y especificidades
Prof. Nidia Maidana, Prof. Martín Acebal
Introducción
El presente artículo propone una revisión de la
noción de estereotipo en el lenguaje verbal y en el
visual. En relación con el primero de ellos, el punto
de partida consiste en la exploración de tres acepciones que ha recibido el término topos o lugar común, como recurso de la técnica retórica para la
creación de argumentos, como uso repetitivo de una
expresión verbal y como principio argumentativo que
genera diferentes efectos conclusivos en el discurso. El estereotipo visual, por su parte, será estudiado en relación con la problemática de los códigos
representacionales y perceptivos; como veremos,
uno de los efectos del estereotipo es reforzar la interdependencia entre estos dos aspectos dentro de
una cultura visual.
Uno de los objetivos de este trabajo es hacer evidente que un abordaje complementario de la estereotipación verbal y la visual permite explicitar las continuidades, así como las diferencias, entre los lenguajes.
Otro de los objetivos es demostrar la eficacia de un
abordaje lógico-semiótico de esta clase de conceptos,
en tanto permite integrar y establecer relaciones entre
aspectos que, de otra manera, podrían pensarse en
términos discretos o clasificatorios.
Finalmente, el artículo propone una reflexión sobre
la atención necesaria al momento de analizar piezas
comunicacionales con elementos estereotipados, así
como al producir piezas destinadas a cuestionar los
estereotipos y a denunciar los efectos nocivos que
pueden generar en el espacio social.
El topos en la invención oratoria
La noción de lugar o, en su forma griega, topos
forma parte de un conjunto de instrumentos constitutivos del arte, en tanto tekhné, de la retórica,
desarrollados para la elaboración de un discurso
persuasivo. Su primera formulación corresponde a
Aristóteles, quien la inscribe primero en marco de la
dialéctica y luego en el de la práctica retórica. Los
lugares o topoi pueden definirse como enunciados
muy generales que colaboran a la invención de los
argumentos persuasivos. En este sentido, forman
parte de una serie de procedimientos destinados,
como dirá Barthes (1985 [1993]: 121), a transformar fragmentos brutos de razonamiento en un pieza
oratoria persuasiva.
Aristóteles reconoce dos clases de lugares: a) los
comunes, susceptibles de ser aplicados a cualquier
discurso; b) los especiales, relacionados con temas y
ámbitos particulares (fundamentalmente con los tres
géneros de la retórica: epidíctico, judicial y deliberativo). Los comunes pueden ser enumerados también
según una formulación más moderna, como es la que
ofrece Perelman y Olbrecht-Tyteca (1958 [1989]). Estos autores mencionan: el lugar de la cantidad, el de
la cualidad, el del orden, el de lo existente, el de la
esencia y el de la persona. Si tomamos como ejemplo
el de la cantidad, su enunciación podría ser la siguiente: algo vale más que otra cosa por razones cuantitativas. Rápidamente se reconoce el nivel de abstracción
que el enunciado supone: ¿qué es ese algo? ¿cuál es
la otra cosa?, y, lo que es más importantes, ¿qué es
lo que se va a cuantificar? Esta vaguedad es lo que
le hará decir a Cicerón que los lugares o loci, en latín,
son “«como las letras para la palabra que es necesario escribir»”, a lo que agregará Barthes, “un cuerpo de formas privadas de sentido en sí mismas, pero
que concurren al sentido mediante selección, combinación, actualización” (1985 [1993]:135). Los lugares
comunes constituyen, así, la pura posibilidad para el
surgimiento de un argumento persuasivo, el cual no
puede tampoco funcionar hasta que no es puesto en
forma por uno o varios topoi, loci o lugares.
Los lugares especiales consisten en esa primera
actualización de la que hablaba Barthes, el pasaje
de la pura posibilidad a la de un enunciado capaz de
dar forma a un argumento.
Lo anterior puede pensarse en el siguiente ejemplo:
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LUGAR COMÚN
LUGAR ESPECIAL
topos de la cantidad
relacionado con temas y ámbitos particulares
algo vale más que otra cosa por razones cuantitativas
es preferible el apoyo de la mayoría al de la minoría
Formulación abstracta. Pura posibilidad para la formación
del argumento
Actualización primera. El apoyo es in-formado cuantitativamente
Pero esta actualización sólo es posible por la intervención de un determinado contexto, que funciona como un criterio para la selección, la combinación y la consecuente actualización. Por esto es que
Aristóteles relacionaba a los lugares especiales con
los tres grandes géneros de la retórica griega, esto
es, los tres grandes ámbitos institucionales en los
cuales el uso persuasivo de la palabra era necesario. En el ejemplo que hemos dado, la actualización
parece posible en el contexto de la asamblea, contexto político del género retórico deliberativo.
Además de esta contextualización primera, cabe
decir que en tanto dimensión formal de los argumentos, los lugares son sensibles a las valoraciones formales presentes en ese contexto, esto es,
a las estéticas disponibles en un momento dado.
Así, Perelman y Olbrecht-Tyteca reconocen en el clasicismo un lugar (especial) formulable de la siguiente manera: es preferible lo que es más duradero y
más estable, a lo que es menos. El enunciado, dependiente del lugar de la cantidad, todavía conserva su generalidad -no se especifican los términos
comparados-, pero ya se produjo una primera actualización que arrancó al topos del sinsentido o la
trivialidad: el tiempo y la estabilidad aparecen como
aquello que puede ser cuantificado. Para estos autores, una selección diferente ocurriría según una
estética romántica, la cual seleccionaría el topos de
la calidad para la construcción de sus argumentos y
acentuaría así el valor de experiencias, relaciones y
construcciones por su calidad antes que por su durabilidad; la estética romántica contrarresta de este
modo lo que una mirada más clásica consideraría,
en clave cuantitativa, efímero.
En relación con nuestro ejemplo, no es difícil imaginar que el ámbito deliberativo clásico o el
género político más contemporáneo también ha desarrollado sus propias estéticas. Así, nuestro enunciado todavía general como es preferible el apoyo de
la mayoría al de la minoría puede analizarse como
una selección del topos de la cantidad según una
estética a la que podríamos llamar, con todos los
reparos que el término demanda, populista.
El topos y su cristalización en el cliché
Además de su uso productivo en ámbito retórico, los lugares también han sido entendidos como
actualizaciones en existentes cristalizados: formulaciones repetitivas y comunes que durante el S. XIX
adquieren la denominación de cliché y, en la actualidad, de estereotipo. Ambos términos comparten
la misma connotación peyorativa y crítica actual. El
término cliché, para designar a expresiones verbales desgastadas, surge al establecerse un paralelismo con un nuevo procedimiento de la imprenta
diseñado a mediados del S. XIX consistente en la
reproducción masiva de un modelo fijo, sustituto de
los caracteres móviles. En la misma época se emplea también para designar al negativo fotográfico
del cual se podían obtener un número indefinido de
copias (Amossy y Herschberg 1997 [2003]:15). Es
posible, entonces, establecer continuidades entre
la reproductibilidad de fórmulas lingüísticas, la que
por entonces ofrece la tecnología y el incipiente surgimiento de las industrias culturales. La literatura
de folletín, la prensa escrita, se valen de los clichés
para cubrir una demanda de lectura cada vez mayor
a partir de lo cual contribuyen a su difusión y fijación. Ya hacia finales del XIX R. De Gourmont consideraba que el cliché representaba la materialidad
de la frase y el lugar común, la trivialidad de la idea
y lo vinculaba con la reproducción masiva:
“No nos hemos ocupado lo suficiente de los malos escritores. (…) deberíamos castigarlos con mano más firme,
de la literatura de folletines, que parece un ‘cerebro anónimo’ y de los imitadores de los grandes escritores, que
transforman en clichés sus procedimientos. El lenguaje
de la prensa también está en la mira...” (en Amossy y
Herschberg 1997 [2003]:16).
En esta nueva acepción, el topos o, mejor, el lugar común deja de ser una herramienta formal en la
elaboración del proceso productivo y, en cierta medida, creativo de la actividad discursiva, para asociarse a su materialización en concretos existentes.
El lugar común y el cliché aparecen, entonces, vinculados a los desarrollos tecnológicos que permiten la
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puesta en circulación de los discursos, a aspectos
cuantitativos relativos a su repetición, su recurrencia en diferentes discursos. En este sentido, el lugar común se vuelve sensible a las necesidades de
un consumo masivo, de una producción discursiva
en la que prima la eficiencia antes que la búsqueda estética y la eficacia persuasiva. Todo esto hace
pensar en la estrecha relación que establece este
nueva noción con el nivel desarrollo tecnológico de
la cultura en el cual pretende estudiarse, así como
en la relación que mantiene este desarrollo con la
producción discursiva y su puesta en circulación.
Es desde este punto de vista que la reflexión sobre el lugar común y el estereotipo en la cultura contemporánea necesita atender a los procesos de fijación discursiva que realizan los medios masivos
de comunicación de hoy, capaces de instaurar expresiones y usos lingüísticos en grandes sectores
de la población. Un actividad representativa de esta
capacidad de los medios la constituye, sin dudas, la
publicidad, la cual propicia toda forma de repetición,
multiplicando tanto la igualdad (esto es, las mismas
palabras expresan la misma idea), como la de equivalencia (palabras similares expresan una misma
idea) (Block de Behar 1973 [1992]: 83).
El topos como garante de la argumentación
Uno de los últimos usos del término topoi corresponde a Oswald Ducrot y Jean-Claude Anscombre
en los años 80’, quienes lo inscribieron dentro de
lo que se llamó la Teoría de la Argumentación en la
Lengua (en adelante, TAL). La tesis central de esta
teoría consiste en afirmar el carácter inherentemente argumentativo y no informacional de la lengua. La
TAL consiste en una refutación de cierta concepción
tradicional de la argumentación según la cual el movimiento argumentativo supone dos pasos independientes: en primer lugar, la indicación que realiza un
enunciado argumento A de cierto hecho F de la realidad; en segundo lugar, la suposición que hace el
sujeto hablante de que el hecho F –y no su representación lingüística- implica la verdad o la validez de
la conclusión C. Como señala Ducrot (1988:66), en
esta concepción, no se le atribuye a la lengua ningún rol esencial en la argumentación. Sin embargo,
cuando es posible demostrar que dos de esos enunciados que realizan el mismo señalamiento de un
hecho factual, es decir, que son informativamente
equivalentes, no autorizan la misma conclusión, logra ponerse en evidencia que la argumentación está
determinada por las elecciones lingüísticas.
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Ahora bien, aún resta explicar para estos autores
qué es lo que permite que, por ejemplo, una expresión
como “El artículo hace una presentación sencilla de
la teoría” habilite conclusiones como “Es conveniente
para los alumnos” y “No conviene citarlo como fuente”. Para esto es que Ducrot y Anscombre postulan el
concepto de topos. El término recoge la tradición aristotélica (Ducrot y Anscombre 1988 [1994]:217) y en
su formulación general alude a un principio argumentativo que permite el paso del argumento A a la conclusión
C. El topos funciona como un garante1 (Nicolet 1993)
entre A y C. Así, la posibilidad de relacionar los dos
primeros enunciados que acabamos de mencionar se
debe a que el hablante presupone la existencia de un
topos que establece que lo sencillo es conveniente para los aquellos que se están formando. Como puede
verse, los topoi no aspiran a una irrefutabilidad, sino
que hacen manifiesto su carácter parcial, cultural. Por
esto, Anscombre dirá que son “principios ideológicos,
compartidos por una comunidad lingüística más o menos extensa, y que (…) sirven para la construcción arbitraria de representaciones ideológicas.” (1995:301).
Junto con esta cualidad, Ducrot reconoce dos más.
Por una parte, el topos es general, esto significa que
debe ser considerado válido para una multitud de situaciones análogas (1988:72). Por otra parte, los topoi son graduales, esto es, “ponen en relación dos escalas, dos gradaciones, entre las que establecen una
correspondencia (…) monótona” (Ducrot, 1988:73). Lo
que Ducrot llama la “aprehensión argumentativa” de
una situación consiste en la elección de un topos que
habilitará determinados encadenamientos y cancelará
otros. Y la representación lingüística lo que hace es
evocarlos, con cierta intensidad dentro de la escala
gradual, y así inscribir a esa situación en el contexto de un determinado sistema de creencias, es decir,
hacerlo entrar en una determinada categoría. En este
sentido, argumentar tiene el mismo grado de repetición y de falta de innovación que la frase hecha2. A esto es a lo que Ducrot denomina la “banalidad” y el carácter “anti-poético” de la argumentación (1988:72),
1. La noción de garante está tomada de Stephen Toulmin (1958
[2007]). Este filósofo y lógico inglés define al garante (warrant) o
la garantía como aquella ley o regla que permite el paso de los datos (grounds) a las conclusiones (claims).
2. Anscombre plantea una relación entre topoi y refranes, dado
que se considera a estos últimos como una materialización de características lingüísticas de una clase mayor, como serían las frases genéricas. La relación entre refranes o, mejor, entre expresiones idiomáticas y argumentación, en el marco de la TAL, también
ha sido desarrollada por De Creus (2005).
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cualidad que compartiría, entonces, con la acepción
de topos o de estereotipo trabajada en el apartado anterior.
Síntesis y sistematización: el ordenamiento
lógico-semiótico de los aspectos del topos
La noción de topos nos permite revisar cualquier
reificación o sustancialización de las nociones dentro del par forma / contexto. Como hemos visto en
este desarrollo, la noción de topos ha alternado y
superpuesto su función de forma y de contexto de
los discursos. Desde un punto de vista retórico permitió dar forma a razonamientos crudos, y se transformó en la instancia habilitante para el surgimiento
de concretos argumentos. Desde un punto de vista
lingüístico-argumentativo, la noción funcionó como el
contexto ideológico presupuesto por el hablante para el encadenamiento de sus discursos. Pero este
funcionamiento contextual, lejos de anular el formal
lo incorporaba en su carácter general y su trascendencia a situaciones análogas. Otro tanto podría decirse del lugar como cliché o estereotipo. Tal como
lo señala Anscombre (1995:303-306), el topos argumental también comparte rasgos con estas nociones
y puede asociarse a cristalizaciones igualmente repetitivas, como las paremias y los proverbios. Así el
topos puede pensarse, a una vez, forma habilitante,
práctica económica-tecnológica y estrategia políticoargumental de los discursos persuasivos.
Lo que presentaremos a continuación es una sistematización e integración de los diferentes aspectos
o acepciones del topos que hemos desarrollado en
esta primera parte del artículo. Para esto, nos valdremos de una metodología de análisis lógico semiótica,
denominada nonágono semiótico (Guerri 2003). Dicha metodología parte de la noción triádica de signo
propuesta por Charles Sanders Peirce (CP 2.228).
Como es sabido, cada uno de estos tres aspectos son nombrados por Peirce como representamen
(en alguna relación), fundamento (por algo) e interpretante (para alguien), sin embargo, parte de la
operación de construcción metodológica que realiza
el nonágono semiótico consiste en la modificación
de la terminología original por otra que se considera
más operativa y transpolable a diferentes objetos
de análisis. Así es que Guerri junto con Magariños
de Morentin (1984: 195) renombran la tríada peirceana con los términos Forma (por representamen),
Existencia (por fundamento) y Valor (por intepretante). Como puede verse, el signo admite así un primer abordaje en el que se despliegan los problemas
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formales, los existenciales o materiales y los valorativos3. La siguiente operación consiste en recuperar
el principio de recurrencia planteado por Peirce para
el signo y para cada uno de los aspectos de que lo
componen. Así, si todo puede ser pensado como
signo, cada uno de los aspectos del signo también
lo puede ser. Este primer desarrollo de la tríada del
signo ya fue señalado por Peirce y las agrupó en sus
tres tricotomías (CP 2.244, 2.247, 2.250). En este
sentido, uno de los aportes centrales del nonágono semiótico es el de representar en el plano las
interrelaciones y la interdependencia lógica de los
nueve subaspectos en que puede de analizarse un
signo. En relación con esto, dice Guerri:
“Puede construirse de este modo un cuadro de doble
entrada que da cuenta de los distintos aspectos de cualquier signo y de su compleja e interactuante estructura
conceptual. El mismo no debe entenderse como una mera clasificación de entes agrupables en clases de objetos, sino como un diagrama que organiza las relaciones
de un proceso semiótico.” (Guerri 2005: 28)
De acuerdo con este planteo, entonces, podemos
comprender al topos, frase hecha o estereotipo como un signo que despliega, en principio, tres aspectos: uno formal, correspondiente al topos retóricooratorio; uno existencial, correspondiente al cliché o
frase hecha; uno valorativo, correspondiente al principio argumentativo o garante. Y, a su vez, cada uno de
estos aspectos, por el principio de recurrencia antes
referido, despliega sus propias tríadas (Tabla 1).
Si buscáramos discursivizar uno de los posibles
recorridos del cuadro, podríamos tomar el correlato de la Forma (la lectura horizontal de la tabla) y
decir que: dado un repertorio de lugares comunes
posibles (FF), se actualiza uno de ellos (EF), según
el criterio o la necesidad establecida por un determinado género retórico (o discursivo) o una determinada estética (VF). A su vez, el modelo permite anticipar las relaciones de los correlatos entre sí, en este
sentido, uno de los lugares lógicos más relevantes
en el análisis lo constituye el Valor del Valor o, en
términos de Peirce, el argumento, el cual funciona
como macro-criterio de las decisiones tomadas a
en la totalidad de los correlatos. Así, una estrategia
cuestionadora de la frase hecha debería poder hacer evidente las elecciones formales, materiales y
3. Dice Guerri: “El cambio de terminología se propone también
con ei objeto de disponer de expresiones más descriptivas de las
relaciones internas del modelo y, por ende, más prácticas para su
aplicación como modelo descriptivo y operativo de los procesos
cognitivos y proyectuales.” (2003: 160)
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valorativas asociadas a ella. Esto es, correlacionarla con una estética diferente, valerse de recursos
de puesta en circulación alternativos y, finalmente,
F. FORMA
habilitar conclusiones opuestas o diferentes a las
sugeridas por las expresiones estereotípicas.
E. EXISTENCIA
Actualización
Terceridad Necesidad, Ley
Lugares comunes, de la
cualidad, de la cantidad, del
orden, de lo existente, etc.
Lugares especiales, actualizaciones según temas o
ámbitos específicos
Géneros retóricos .
Estéticas presentes (clasicismo/ romanticismo, etc)
Prácticas discursivas.
Mat. y tecnologías para
fijación de frases hechas
Concretas frases hechas,
clichés fijados en una
comunidad discursiva
Contrastación con otros
discursos
Necesidades de circulación
masiva
Sistemas de ideas disponibles en una comunidad o
en grupos particulares
Topos garante de la argumentación y generador de
un efecto conclusivo.
Estrategias de uso del
topos: normativas, concesivas y paradójicas o
cuestionadoras
Primeridad
Posibilidad
V. VALOR
Segundidad
Primeridad
F. FORMA
Posibilidad
Segundidad
E. EXISTENCIA
Actualización
Terceridad
V. VALOR
Necesidad o Ley
Tabla 1: Nonágono semiótico del Topos: organización lógico semiótica de sus componentes
Del estereotipo verbal al visual
En esta segunda parte propondremos una proyección, sumamente hipotética, de los comentarios
realizados sobre el topos o frase hecha del lenguaje
verbal, en los productos análogos elaborados por el
lenguaje o los lenguajes visuales.
El primer problema que se presenta es de orden
terminológico. En este sentido, las expresiones “frase
hecha” o “topos” son términos que remiten directamente, en el primer caso, o se encuentran estrechamente ligados, en el segundo caso, a los discursos
verbales. La solución que hemos propuesto es la de
actualizar un término que hemos deslizado en la primera parte de este trabajo como equivalente a los antes referidos, en especial al primero, nos referimos al
de “estereotipo”, el cual será aquí calificativo además
de “visual”. Así, a través de una exploración somera
sobre las problemáticas del “estereotipo visual” buscaremos recuperar muchas de las observaciones ya
señaladas en la primera parte, como también identificar algunas particularidades del funcionamiento de la
estereotipia en el lenguaje visual.
Más allá de lo antes sugerido acerca de las diferencias entre lo verbal y lo visual, las primeras reflexiones
sistemáticas acerca de la estereotipación no ofrecen
una clara distancia entre lo verbal y lo visual. En 1923,
por ejemplo, Downey señalaba que, si ante una serie
de retratos de grandes filósofos (cuyo aspecto se desconozca) y de regulares pero atractivos pedagogos,
se le pidiera a una persona común que los ordenara
por mérito e inteligencia, los segundos ocuparían seguramente los primeros puestos (y agrega que Condillac y Comte caerían al final de la lista). Junto con
estos comentarios, más provocativos que rigurosos,
es posible encontrar un trabajo más sistemático, como lo es el de Stuart Rice en un artículo de 1926. En
dicho artículo, el autor describe un experimento diseñado para mostrar la existencia de estereotipos acerca de la supuesta apariencia de personas de varios
tipos sociales o con una función social definida (Rice 1926: 268). El experimento consistía, en primera
instancia, en mostrar a 258 estudiantes universitarios
del Dartmouth College nueve retratos aparecidos en
las noticias de la edición del 15 de diciembre de 1924
del Boston Herald. Los retratos mostraban al entonces Primer Ministro de Francia, al vice-presidente de
la Federación Norteamericana del Trabajo, al embajador soviético en París, al Interventor Adjunto de la producción de papel moneda, a un antiguo gobernador de
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New York, a una persona arrestada por contrabando
(de alcohol), a un integrante de United States Steel
Corporation, a un productor de alimentos y al senador
de Pensilvania. Luego se les indicaba que entre los
retratos había: un contrabandista, un primer ministro
europeo, un bolchevique, un senador de los Estados
Unidos, un líder laboral, un cronista político, dos productores y un financista. Y por último se les pedía que
identificaran cada una de estas identidades sociales
con los retratos.
Más allá de resultados que hoy pueden parecernos simpáticos4, nos interesa rescatar de ese experimento el modo en que la estereotipación todavía aparecía como un problema que reunía, sincréticamente,
cuestione lingüísticas, visuales y psico-sociológicas.
El experimento pretende demostrar la existencia de
estereotipos sobre la apariencia (esto es, visuales)
de determinados sectores o roles sociales, pero utiliza para su identificación el código lingüístico. Así, el
término “bolchevique” probablemente haya activado
por ese entonces valores y, lo que es más importante, representaciones visuales bastante diferentes de
las que pudo sugerir “embajador de la URSS”. Mientras el primer término remite directamente al proceso
revolucionario de toma del poder en 1917, el segundo
remite a una institucionalización de dicho proceso y
al modo en que el nuevo gobierno establece sus relaciones internacionales. Tal como lo planteaba la Teoría de la Argumentación en la Lengua, la significación
de las palabras no se explica en términos informacionales (en este caso, identificativos), sino en términos argumentales, esto es, por los encadenamientos
que es capaz de activar o de obturar. Lo que parecía
dejar de lado el experimento de Rice es el hecho de
que junto con esos encadenamientos o topoi que activaba la elección lingüística también se actualizaban
imágenes mentales asociadas al término. Así, estereotipia lingüística y visual se encuentran unidas al
intervenir la doble codificación en el experimento.
Nos gustaría en esta segunda parte ofrecer algunos elementos teóricos para poder desentrañar lo que
en la segunda década del siglo veinte aún se encontraba enmarañado. Para esto debemos reflexionar sobre
algunos aspectos específicos del lenguaje visual y, en
especial, de su aspecto icónico y representacional.
luego agrega: “[el contrabandista] Es mostrado en
un pesado sobretodo con el cuello levantado, una
gorra, anteojos de carey y un cigarro fuertemente
agarrado entre sus labios.” (Rice 1926: 270; la traducción es nuestra).
Dada la preocupación del autor por el modo en
que estos estereotipos anticipan, en muchos casos,
juicios que él considera incorrectos5, no aporta mayores comentarios sobre la aparente facilidad que
ofrecía la fotografía del contrabandista de licor para
los participantes del experimento. Este es un aspecto que intentaremos abordar esquemáticamente en
esta segunda parte de nuestro trabajo.
Ante todo, la estereotipación visual, al
igual que la estereotipación lingüística, parece ofrecer tres aspectos intervinientes: uno de carácter formal y posibilitante, otro de carácter existencial y actualizador y otro de carácter valorativo o regulador.
En esta primera observación, el estereotipo visual
despliega así tres problemáticas integradas:
El contrabandista de licor
sumably based upon the features portrayed, are in reality
influenced by the supposed identity of the portrait, i.e., by
the stereotype of the supposed occupational or social status held in the mind of the examiner.” En este cita se ve
claramente la existencia de una doble concepción de la estereotipación, la primera visual, que colabora al proceso de
reconocimiento y atribución de rol o estatus social, y una
segunda que realiza la atribución de valores o de prejuicios
sobre este rol o estatus. ¿Dónde se encontraría el error?
En un momento dado de su artículo, Rice señala
que el mayor número de identificaciones correctas
son las que refieren al contrabandista de licor. Y
4. Como por ejemplo el hecho de que la misma cantidad de
entrevistados que reconoció al senador de Pensilvania como tal lo identificó también como “bolchevique”.
El estereotipo visual en sus tres aspectos sígnicos
Forma: El estereotipo visual establece una percepción
selectiva de la imagen, le otorga un rol determinante a
algunos elementos y vuelve irrelevantes otros.
Existencia: El estereotipo visual requiere de concretas
materializaciones visuales, cuya puesta en circulación
y fijación garantiza su eficacia.
Valor: El estereotipo visual produce efectos de sentido
asociados sobre el individuo o la clase que representa;
al igual que en sus otros aspecto, los valores son selectivos y tendientes a una mayor univocidad.
El estereotipo visual y los códigos de reconocimiento
En su capítulo destinado al signo icónico, Umberto Eco señala el carácter parcial de la actividad
representacional que realiza esta clase de signos,
5. Dice Rice: “Estimates of intelligence and craftiness, pre-
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parte de la cual se debe al mismo proceso perceptivo:
“Seleccionamos los aspectos fundamentales de lo percibido basándonos en códigos de reconocimiento: cuando
vemos una cebra en el parque zoológico, los elementos
que reconocemos inmediatamente (y que retenemos en
la memoria) son las rayas y no la mandíbula, que se parece vagamente a la del asno o del mulo. (…) La reconocibilidad del signo icónico depende de la selección de estos
aspectos.” (1974 [1986]:175)
Frente a este código de reconocimiento se establecen algunas preguntas: ¿Cuáles son los elementos que entran en el orden de lo perceptible y de los
cuales se seleccionan algunos?, ¿cuál es el criterio
que establece la selección de determinados aspectos y descarta otros? Y, por último, ¿de qué modo intervienen las representaciones visuales ya resueltas
en la construcción de esta percepción selectiva?
En relación con la primera de estas preguntas,
sobre los elementos que entran en el orden de lo
perceptible, Gaetano Kanizsa sugiere considerar
dos aspectos que refutan, en cierto sentido, la concepción que el sentido común tiene de la cuestión:
la relación no directa entre el plano físico y el fenoménico y la interdependencia entre las cualidades
percibidas. En palabras del autor:
“…la existencia de una característica determinada en el
plano físico (por ejemplo la forma, el tamaño o el color de
un objeto), no es siempre una condición suficiente para que
esa característica se dé también en el plano fenoménico.
Es necesaria la presencia de otras condiciones, cuya individualización y análisis constituyen la tarea fundamental del
estudio de la percepción.” (Kanizsa 1980 [1986]: 20)
Las condiciones de las que habla el autor han sido objeto de debate por las diferentes teorías que
han buscado explicar la percepción. Sea que lo pensemos desde un punto de vista innatista, y consideremos que la percepción está condicionada por
determinados principios o leyes, como lo planteaban, los teóricos de la Gestalt, sea que incorporemos a esta perspectiva el componente empírico de
la “experiencia pasada”6, debemos entender que la
percepción no es un fenómeno transparente y sin
mediaciones.
6. “…en igualdad de las demás condiciones, la segmentación del campo [visual] se daría también en función de
nuestras experiencias pasadas, de manera que se preferiría
la constitución de objetos con los cuales tenemos familiaridad, que ya hemos visto, antes que formas desconocidas
o poco familiares.” (Kanizsa 1980 [1986]:47)
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En última instancia, podríamos decir que cada
cultura recorta del mundo empírico un conjunto de
objetos fenoménicos, perceptibles posibles. Sobre
esto, reproducimos a continuación una interesante
experiencia referida por Lévi-Strauss, en su obra Mito y significado:
“En la actualidad (…) hacemos un uso considerablemente menor de nuestras percepciones sensoriales. Cuando
me disponía a redactar la primera versión de Mitológicas
me topé con una cuestión en apariencia extremadamente misteriosa. Al parecer existía una determinada tribu
que conseguía ver el planeta Venus a la luz del día, cosa
que además de increíble me parecía materialmente imposible. Cuando expuse el problema a astrónomos profesionales me respondieron que, efectivamente, nosotros
no lo logramos pero que atendiendo a la cantidad de luz
emitida por el planeta Venus durante el día realmente
no es inconcebible que algunas personas puedan detectarlo. Más tarde consulté viejos tratados de navegación
pertenecientes a nuestra propia civilización, y todo indica que los marineros de esa época eran perfectamente
capaces de ver el planeta Venus a la luz del día. Probablemente, también nosotros podríamos lograrlo si tuviésemos la vista entrenada.” (1978 [1986]: 39)
A la vez, ese campo visual culturalmente coordenado no está formado por objetos o cualidades indiferentes. Dice Merlau-Ponty:
“…las cosas no son simples objetos neutros que contemplamos; cada una de ellas simboliza para nosotros cierta
conducta, nos la evoca, provoca por nuestra parte reacciones favorables o desfavorables, y por eso los gustos
de un hombre, su carácter, la actitud que adoptó respecto del mundo y del ser exterior, se leen en los objetos que
escogió para rodearse, en los colores que prefiere, en los
paseos que hace.” (1948 [2006]: 30)
De este modo, los aspectos seleccionados por
el código de reconocimiento no parten de una capacidad perceptiva biológica, informacional y objetiva,
sino de un recorte y construcción histórico-cultural
del campo visual. Sin embargo, frente a esta pura
posibilidad perceptiva cultural, el código de reconocimiento, al menos como lo plantea Eco, parece establecer relaciones puntuales entre temas, objetos
o cualidades y sus aspectos perceptivos, los cuales
adquieren así el carácter de rasgos pertinentes: las
rayas de la cebra, el bigote de Hitler, el cigarro entre
los dientes del contrabandista de licor, etc. Los rasgos pertinentes son, en este sentido, actualizaciones de algunos aspectos perceptivos culturalmente
disponibles. Dicha actualización se establece por
la existencia, en la sociedad, de determinados aspectos que se consideran inherentes a los temas,
objetos o cualidades percibidas. La relación entre
objeto o cualidad y aspecto perceptivo pertinente
7
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constituye la estética perceptiva y el concreto código que regula la selección, entre los elementos
disponibles en el campo visual, de aquél considerado como “inherente”, “insoslayable” para un eficaz
reconocimiento.
De este modo, el estereotipo visual, en su aspecto perceptivo, sostiene su eficacia en la existencia
de códigos de reconocimiento que, en un momento
dado de la historia de una determinada sociedad,
han identificado y aislado rasgos pertinentes del objeto representado.
Lo anterior puede desarrollarse de la siguiente
manera (Tabla 2) en lo que constituiría el primer correlato de un nonágono semiótico del estereotipo visual. La primera columna corresponde a la posibilidad, la segunda a la de la actualización y la tercera a
la necesidad o ley que funciona como criterio de selección de la actualización. Tal como señalamos en el
caso del topos, el primer correlato, relativo al aspecto
formal-posibilitante del signo, se presenta como sensible a las estéticas disponibles en el momento de la
producción del signo. En este caso, dichas estéticas
Forma de la Forma
Existencia de la Forma
Forma del Valor
Campo visual cultural e históricamente coordenado. Conjunto de
elementos que entran en el rango
de “perceptible” en una determinada cultura y sociedad.
Conjunto de “rasgos perceptivos
pertinentes” asociados a un
determinado tema, objeto o cualidad necesarios para su reconocimiento. Las rayas de la cebra,
la melena del león, los bigotes de
Hitler, los lentes de John Lennon,
etc.
Estéticas perceptivas que regulan
las relaciones de correspondencia entre un determinado tema,
objeto o cualidad y determinado
rasgo perceptivo. Se trata de las
valoraciones sociales que vuelven a determinados elementos
perceptivos irrelevante y a otros
inherentes e insoslayables para
el proceso de reconocimiento.
Tabla 2: Organización triádica del correlato de la percepción de los estereotipos visuales.
establecen expectativas acerca de los modos en que
se perciben los temas, objetos, sujetos, etcétera que
se constituyen en objeto de representación.
Al interrogarnos sobre el modo en que se forjan
estos códigos y llegan a constituirse en efectivos recursos cognitivos con los cuales los sujetos logran
procesar su experiencia perceptiva y transformarla así en una experiencia cultural e ideológica, nos
desplazamos hacia el segundo aspecto del estereotipo visual, éste es, su carácter representacional.
El estereotipo visual y las prácticas representacionales
Hasta aquí el estereotipo visual ha sido planteado en su instancia puramente perceptiva, es decir,
como un proceso previo a la representación que,
influenciado por coordenadas culturales, se desarrolla en la mente de los sujetos. Ahora bien, el estereotipo visual comporta, a su vez, un doble carácter:
por una parte idea, por otra parte imagen, entendida como la materialización en un soporte de ese
fragmento del mundo perceptivo que el estereotipo
recorta, y una de cuyas características centrales
es prolongar su existencia en el tiempo (Zunzunegui 1989 [1995]: 22). Resulta oportuno remarcar la
idea de materialización en un soporte, ya que permi-
te su fijación y asegura la continuidad temporal, así
como la construcción de una representación que se
difunde, se instala y se acepta en el cuerpo social.
De este modo, esos rasgos perceptivos pertinentes
que señaláramos en el punto anterior necesitan ser
capturados y materializados, para constituirse así
en imagen material. Semejante pasaje es posible
por la existencia en la cultura de ciertos mecanismos de traducción, a los que Eco (1974 [1986]) llama ‘artificios gráficos’.
En palabras de Araujo Espejel:
“La imagen (resultado definitivo de todas sus especulaciones) será producto, por un lado, de una particular forma de ver, elegir y simplificar los datos percibidos en el
entorno y por otro lado, de la forma con la que esta información es traducida gráficamente conformando sucesivamente los diferentes estratos de la realidad representacional.” (2000: 275)
Es decir, las sociedades disponen de diversas
técnicas, el dibujo, la pintura, la fotografía etcétera,
las cuales se constituyen en sistemas de representación capaces de transponer la información perceptiva. Pero, a esta primera observación general
se le suma otro aspecto que entra en juego, sobre
todo en las sociedades actuales: la capacidad tecnológica de reproducir las imágenes, lo que contribuye a la multiplicación de las mismas y que, en
8
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el caso de los estereotipos visuales, garantiza aún
más su fijación social7.
Además es posible advertir que se produce una
mutua influencia entre rasgos perceptivos, sistemas de representación e imágenes materiales estereotípicas. En este sentido, mientras la selección de
rasgos perceptivos y las imágenes mentales que éstos constituyen tienden a ser flexibles y cambiantes
en su instancia mental, ambos sólo logran fijarse de
modo más definitivo una vez que pasan por el tamiz
de los sistemas de representación. Así, de acuerdo
a lo planteado, por ejemplo, por distintos artistas,
los sistemas de notación gráfica contribuyen a la
exploración del nivel perceptivo visual proponiendo
modalidades de representación con sus respectivas
posibilidades y limitaciones8. En este proceso, las
técnicas de reproducción, en tanto logran instalar
imágenes que se constituyen como modelos de representación, contribuyen a permear y condicionar
la percepción de modo tal que impactan posteriormente en la selección de rasgos perceptivos pertinentes. Como señala Eco:
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“…hay casos en que la representación icónica instaura
una verdadera enervación de la percepción, de tal manera que tendemos a las cosas según las han venido representando los signos icónicos.” (1974 [1986]: 180)
Atendiendo a lo expuesto, queremos hacer algunas observaciones respecto a la imagen de John Lennon. En primer término la técnica fotográfica
permite la materialización de su imagen y su reproducción masiva. Éstas quizás sean algunas de sus
fotos más difundidas, en las cuales es posible detectar una serie de regularidades, tales como la toma frontal del retrato, el detalle y la pose.
7. La idea de “fijación” está retomada del uso que hace Ma-
gariños de Morentin (2008) de la noción de Fuster (1995:
101; citado por el autor), proveniente de la neurología. En
relación con esto, dice Magariños de Morentin que la permanencia de una imagen en la memoria puede ser el producto de su relativa reiteración o constricción psicológica
u operación voluntaria de fijación. En términos materiales tecnológicos, como los que estamos analizando en este
apartado, cobra relevancia la posibilidad de reiteración que
ofrecen los medios actuales; en una lectura crítica e ideológica podríamos reflexionar sobre los intereses que mueven a determinados sectores sociales a “fijar” una imagen
visual estereotipada antes que otra en la memoria de una
determinada sociedad. En otro trabajo (Acebal 2003) hemos señalado que desde una perspectiva psico-semiótica,
la existencia de esta imagen en la memoria visual constituía
la condición cognitiva de posibilidad del reconocimiento de los
estereotipos visuales.
8. Para ilustrar lo que decimos respecto a la exploración
que mediante sistemas de notación realizan los artistas en
ese esfuerzo de transcripción de rasgos pertinentes, transcribimos un fragmento de John Berger: “…intenté dibujar
a Bogena. No era la primera vez que lo intentaba. Nunca
lo consigo porque su cara es muy cambiante y yo no puedo
olvidar su belleza….Al irse ellos (Bogena y Robert), cogí
el menos malo de todos los dibujos y empecé a trabajar en
él con colores, acrílicos. De pronto, como una veleta que
gira al cambiar el viento, el retrato empezó a parecerse a
algo. Tenía ahora su “parecido” en la cabeza: ya no tenía que buscarlo, bastaba con sacarlo fuera, dibujándolo. El papel se rasgó.
Aplicaba a veces la pintura espesa como un ungüento. Hacia las cuatro de la mañana, la cara empezó a prestarse, a
sonreír a su propia representación.” (2004: 24- 25; el marcado es nuestro)
La fotografía tiene la capacidad de otorgar a la
imagen un alto grado de iconicidad, por lo cual,
suponemos, resulta sencillo establecer las correspondencias entre las imágenes mentales que los
respectivos fotógrafos tenían de Lennon y estas fotos que tomaron. A su vez, podemos pensar en cómo estas fotografías posibilitaron en miles de sujetos la asociación de una imagen con su referente,
al que jamás vieron personalmente. Además, a partir de las regularidades presentes en estas imágenes (toma, pose, detalles como la forma oval del
rostro, la presencia de los anteojos, las características del cabello) se puede advertir la coincidencia
de rasgos perceptivos pertinentes seleccionados
por los distintos fotógrafos en distintos momentos
de la vida de Lennon. Y a la vez, como señalamos
9
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más arriba, es dable suponer que estas fotos provocan efectos de sentidos en los individuos que
van más allá del Lennon biográfico. En ellas se encarnan los valores sociales a los que Lennon suscribía públicamente y por los cuales se lo reconoce
como un ídolo popular: músico innovador, líder de
la juventud, hippie, pacifista, excéntrico, famoso.
Es por esto que podemos considerarlas estereotipos visuales: imágenes que recuperan, mediante
técnicas de reproducción, ciertos rasgos pertinentes, los fijan en una organización más estable y
recortan determinados sentidos que se actualizan
en la interpretación y excluyen otros. Así es como
estas fotos no se vinculan con sentidos asociados
al Lennon violento, peleador callejero, egocéntrico,
adicto, poseedor de una triste infancia, etcétera,
que, por ejemplo, describe Rosa Montero en su libro Pasiones (2003: 147-156).
Dada su estrecha relación con los mecanismos
de procesamiento eficiente de la información sensorial, así como con los procedimientos de reproducción masiva, los estereotipos visuales se caracterizan por la economía de sus elementos. De ahí
que es posible especular que una vez que la imagen
estereotípica ha sido instalada y difundida socialmente por medio de la técnica fotográfica, se produzcan operaciones sobre estas imágenes que tiendan a su mayor simplificación, sin dejar de mantener
el mismo grado de reconocimiento y su asociación
con el plano de significación. En estos casos resulta
oportuno señalar que la técnica empleada (la cual
dispone de ciertos ‘artificios gráficos’ específicos)
influye posteriormente en la selección de los rasgos
que se consideran pertinentes para dicho reconocimiento.
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previamente y se traducen con un tratamiento extremadamente simplificado: el pelo, que se trabaja
mediante líneas curvas, y dos círculos unidos por
un segmento para los anteojos resultan elementos
suficientes para el reconocimiento. La perspectiva,
a su vez, guarda las similitudes necesarias con la
foto, lo que permite realizar la comparación y la
asociación.
Otro ejemplo semejante es la difundida imagen
de Ernesto (Che) Guevara. Quizás su imagen más
emblemática sea la fotografía Korda de 1960, la
cual se instala como estereotipo visual fuertemente
adherido, además, a valores ideológicos y sobre la
que se han realizados innumerables operaciones de
simplificación.
En síntesis: la materialización de estereotipos visuales depende de la transposición de rasgos perceptivos pertinentes mediante sistemas de representación y su reproducción mediante técnicas que
posibilitan su materialización y circulación. La eficacia representacional de los mismos dependerá de la
simplificación de las imágenes, para constituirse en
elementos fuertemente pregnantes, y de la facilidad
de su reproducción. Todo lo cual puede organizarse
de la siguiente manera (Tabla 3) en lo que constituiría el segundo correlato de un nonágono semiótico
del estereotipo visual.
Vemos, entonces, cómo se produce el pasaje de la
fotografía a la representación gráfica. En ésta se
retoman elementos que la técnica fotográfica fijó
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Forma de la Existencia
Existencia de la Existencia
Valor de la Existencia
Sistemas de representación (que permiten diferentes grados de iconicidad
y complejidad representacional).
Configuración de estereotipos
visuales mediante la transposición
de rasgos perceptivos pertinentes
según sistemas de representación
seleccionados.
Valores de eficacia y eficiencia de
la representación para constituir
una imagen simplificada (según los
sistemas de representación disponibles), de fácil reproductibilidad
(según los sistemas tecnológicos
para su materialización y puesta en
circulación) y aprehensión.
Contrastación de estereotipos
en relación a grados complejidad
representacional y de reproductibilidad técnica.
Técnicas de reproducción que permiten la materialización y posibilitan la
circulación y difusión.
Tabla 3: Organización triádica del correlato de la representación de los estereotipos visuales
El estereotipo visual y sus efectos de sentido
Al momento de referir el proceso de estereotipación
de la imagen de John Lennon señalamos que además
de proponer una representación visual esquemática
del cantante, el estereotipo también le atribuía determinados sentidos, tales como músico innovador, líder
de la juventud, hippie, pacifista, excéntrico, famoso.
Este aspecto parece ser el menos específico en relación de con el estereotipo visual, por lo que muchos
de los comentarios que podríamos hacer en relación
a él son compartidos por los estudios sobre estereotipación realizados sobre otros códigos.
En esta instancia, el estereotipo ya no se manifiesta
por una percepción selectiva de rasgos pertinentes, ni
por una efectiva representación visual, sino por un determinado efecto de sentido que genera en los destinatarios. La primera problemática que surge sobre este punto atañe a la asociación entre estereotipo y prejuicio. En
este sentido, el estereotipo movilizaría representaciones
y valoraciones generalmente negativas y despectivas sobre un determinado sujeto o grupo social. Sin embargo,
la mayoría de los autores dentro de las ciencias sociales se han preocupado por disociar estas nociones. Una
reorganización de las mismas que nos interesa señalar
aquí es la referida por Amossy y Herschberg Pierrot:
“En los ’60 se impuso una tripartición que luego de un breve eclipse reaparecería en los años ’80. Dicha tripartición
establece una distinción entre el componente cognitivo (el
estereotipo del negro), el componente afectivo (el prejuicio o la hostilidad experimentada con respecto a él), y el
componente comportamental, es decir la discriminación o
el hecho de desfavorecer a un negro por su pertenencia a
esa categoría, sin tener en cuenta sus capacidades ni sus
méritos individuales.(…) (1997 [2003]: 39)
En una reorganización triádica peirceana de la tripartición, podemos ver que el componente cognitivo
se presenta como el más informacional, mientras
que el comportamental como el más pragmático; el
afectivo, finalmente, parece responder a aspectos
puramente cualitativos, emocionales, esto es, puramente formales.
De acuerdo con esto, un estereotipo visual es capaz de generar, al menos, tres efectos de sentido:
una sensación, placentera o displacentera, atrayente o repulsiva, hacia un determinado objeto, sujeto o grupo; una determinada atribución de valores
más o menos precisos acerca del objeto, el sujeto (como los referidos acerca de Lennon) o el grupo; una determinada reacción destinada a generar
un comportamiento de los destinatarios en relación
con determinado objeto, situación o grupo. En este
último caso, el estereotipo aspira a funcionar como
un regulador de la conducta. Como suele señalarse
en estos casos, la separación que se propone entre
los diferentes efectos de sentido posibles sólo tiene
fines analíticos. A esto se refieren Amossy y Herschberg Pierrot cuando señalan:
“Esto no quiere decir que no exista ninguna relación entre
nuestro comportamiento, nuestra actitud respecto de un
grupo y la imagen que nos hacemos de éste. Simplemente, esta relación es a veces más compleja de lo que creemos. Así, Gordon Allport, en La Nature du préjugé (1954),
estima que el estereotipo legitima a menudo una antipatía preexistente, en lugar de ser la causa de ésta. (…) Es
decir que no son los atributos del grupo los que llevan a
una actitud desfavorable respecto a éste, sino el rechazo
a priori el que lleva a buscar justificaciones movilizando todos los estereotipos disponibles.” (1997 [2003]: 39)
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La particularidad del estereotipo, en relación a
su eficacia de sentido, pasa por su capacidad para
controlar la significación y orientar hacia una interpretación unívoca de la imagen; dicha estabilidad
significativa no es otra cosa que la correspondencia
en el plano valorativo de los aspectos esquemáticos
y estables del estereotipo que hemos desarrollado
en los dos apartados anteriores.
Tal como hemos planteado a lo largo de este trabajo, la identificación y descripción de un estereotipo
es apenas la primera instancia en el proceso de análisis lógico-semiótico que hemos utilizado como marco teórico de referencia. La descripción es el modo
en que se nos manifiesta formal, existencial o valorativamente el signo; pero dicha manifestación puede ser plenamente explicada9 cuando es considerada como la actualización de una de las opciones posibles, elegida según un determinado criterio.
En el marco del estudio de los efectos de sentido generados por un estereotipo visual (sea que los
consideremos como una sensación, un contenido informacional o una pauta de conducta), el interrogante sobre las posibilidades entre las cuales se ha
seleccionado dicho efecto nos remite a las condiciones en las cuales surge el estereotipo, así como
los otros significados con los cuales se relaciona de
un modo más o menos coherente. Este tema ha sido objeto de diferentes disciplinas y su exposición
demandaría un desarrollo extenso. En tal sentido, y
dado que esto constituye apenas un aspecto de los
que pretendemos desplegar en este artículo, haremos una referencia muy general a tres propuestas
diferentes destinadas a la explicación del surgimiento del estereotipo.
La primera de ellas se encuentra en la perspectiva llamada psicodinámica y lo que postula es la posibilidad de relacionar la tendencia a los prejuicios
y a los estereotipos en los sujetos con el dinamismo psíquico y la estructura profunda de la personalidad. La obra clave de esta perspectiva es la desarrollada por Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson
y Nevitt Sanford, La personalidad autoritaria (1950
[2006]). Según estos autores, aquellos individuos
que se han formado en un contexto familiar con una
autoridad –generalmente paterna- aplastante son
más propensos a adoptar una personalidad autoritaria y por ende, tendiente a la fácil formación de
prejuicios y estereotipos. Dicen los autores:
9. Esto es, exhaustiva y coherentemente explicada. El no-
nágono semiótico es un modelo que ordena y, en cierta
medida, compele a la organización coherente de una interpretación, pero de ninguna manera pretende clausurar las
otras lecturas posibles de los signos estudiados.
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“De este modo, una relación padre-hijo, de carácter fundamentalmente jerárquico, autoritario y explotador, puede derivar en una actitud de dependencia, explotación y
deseo de dominio respecto a la pareja o a Dios, y puede
culminar en una filosofía política y en una perspectiva social que sólo dé cabida a un desesperado aferramiento
a lo que parece fuerte y un desdeñoso rechazo a todo lo
relegado a posiciones inferiores.” (1950 [2006]: 195)
Sin duda que estos autores consideran la relevancia de los factores sociales en la formación del
autoritarismo y de su aceptación, pero también reconocen la resistencia que estas personalidades
pueden ofrecer a los cambios sociales y la necesidad de atender también a esta perspectiva10.
La segunda perspectiva es de orden sociológico
y considera que son determinadas condiciones sociales las que favorecen el surgimiento de los estereotipos, en especial aquellas que presentan un
determinado conflicto social. Así, frente a alguna
clase de amenaza exterior, los grupos tienden generar una actitud hostil y una imagen simplificada y
despreciativa de los demás grupos. Esto explicaría
que los estereotipos se forjen con mayor frecuencia
en situaciones sociales polarizadas o, deliberadamente polarizadas.
Finalmente, desde una perspectiva más antropológica y ligada a la psicología cultural, los estereotipos son entendidos como representaciones colectivas cristalizadas que juegan un papel fundamental
en la cultura y en la cohesión de los grupos. Así, en
las situaciones de contacto cultural, en especial en
aquellas de aculturación, los sujetos pertenecientes
a las culturas sometidas se ven obligados a realizar
un proceso de reorganización de sus estereotipos
de origen (en el caso de inmigrantes, por ejemplo) y
una asimilación de los de la cultura que los “recibe”.
En esta perspectiva, los estereotipos forman parte
de la identidad social y cultural del sujeto (Amossy y
Herschberg Pierrot 1997 [2003]: 49).
Si las diferentes explicaciones para el surgimiento de los valores asociados a los estereotipos constituyen la instancia de la posibilidad y los más o
menos precisos sentidos por él generados en los
destinatarios, la actualización, corresponde –en el
marco de la lógica que hemos planteado en este artículo- atender a las necesidades, las leyes, o también a los hábitos, en suma, a los criterios según
10. Dicen estos autores: “Creemos que la comprensión
científica de la sociedad debe incluir el estudio de los efectos que ésta produce en la gente, y que las reformas sociales, incluso las amplias y radicales, pueden llegar a ser, aunque deseables, ineficaces para cambiar la estructura de la
personalidad prejuiciosa.” (1950 [2006]: 199)
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los cuales se pasa de la virtualidad a la concreción.
Tales criterios no son otra cosa que las estrategias
que guían a los actores sociales a la construcción o
al uso particular de los estereotipos.
En su lectura más generalizada, tal como nos ocurría con el topos, el estereotipo visual se encuentra
asociado a un uso puramente reproductivo, esto es,
destinado a la afirmación de sus sentidos originales y, por ende, a los comportamientos predecibles
según los planteos antropológicos, sociológicos y
psicológicos de sus condiciones de surgimiento. De
un modo muy general, esto constituye, la estrategia
reproductiva o normativa del estereotipo; esto es,
la reproducción de la doxa, el sentido común, las
condiciones sociales, pero también las condiciones
materiales y representacionales que han cristalizado al estereotipo.
Fuera de este posicionamiento convencional del
estereotipo, si se quiere, el más recurrente en la
bibliografía, se despliegan otros posibles, cuya vali-
dez reside en hacer evidente la probable inadecuación del estereotipo. Frente a esta relación diferente
con las representaciones y los valores más previsibles surgen dos actitudes posibles. Una es la concesiva y la otra es la paradójica o cuestionadora. En
la primera, la pieza comunicacional no pretende hacer un cuestionamiento al estereotipo, sea de sus
esquemas perceptivos, sea de los representativos,
o lo valorativos, pero aspira a señalar cierta limitación que ofrece su carácter rígido y unívoco. En la
segunda, la pieza aspira a señalar cierta inadecuación o falta de correspondencia entre los valores
comportados por el estereotipo y los que pretenden
señalarse para el objeto de representación. La relevancia del contraejemplo o la acumulación de usos
cuestionadores de este tipo puede llegar a generar
una revisión del estereotipo en una comunidad o en
un grupo particular11.
Todo el desarrollo de este último apartado puede
organizarse de la siguiente manera (Tabla 4):
Forma del Valor
Existencia del Valor
Valor del Valor
Explicaciones de las condiciones
de surgimiento y funcionalidad del
estereotipo:
- Antropológicas: representaciones
colectivas cristalizadas.
- Sociológicas: producto de situaciones sociales conflictivas.
- Psicológicas: propensión de individuos con particulares estructuras
profundas de personalidad.
Efectos de sentido generados por el
estereotipo:
- Sensaciones placenteras o displacenteras en relación a un sujeto,
grupo, objeto o tema.
- Atribución de valores a un sujeto,
grupo, objeto o tema.
- Pauta de conducta en relación con
un sujeto, grupo, objeto o tema.
Estrategias de uso posibles de los
estereotipos:
- Reproductivas o normativas:
promoción o reproducción de sus
sensaciones, valores, y / o pautas
de conducta.
Concesivas o exceptivas: señalamiento de la inadecuación del
estereotipo a un situación, sujeto,
etc. concreto.
Cuestionadora o paradójica: denuncia o falsación del estereotipo.
Tabla 4: Organización triádica del correlato de la valoración de los estereotipos visuales
11. Vázquez Rodríguez y Martínez Martínez (2008) refieren tres posibles modelos sociocognitivos para la modificación de los estereotipos: a) el de contabilidad (el estereotipo
se modifica por la sumatoria de la información contraria);
b) el de conversión (la información desconfirmatoria no debe ser mucha, sino sumamente relevante, debe poseer la
fuerza necesaria para contradecir el estereotipo imperante); c) el de subtipos (la información contraria debe presentarse con ejemplos dispersos, que demanden el surgimiento de una nueva categoría o tipificación que reemplace al
estereotipo). Las autoras también señalan la incidencia de
los factores endógenos y exógenos en las posibilidades de
intervención para el cambio de los estereotipos.
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El uso concesivo y cuestionador del estereotipo: el caso del modelaje femenino
publicitario
En una campaña publicitaria de una de sus cremas, la empresa Dove presenta la siguiente imagen:
Texto en la página izquierda: Demasiadas manchas para estar en un anuncio antiedad. Texto en la página derecha: Pero
este no es un anuncio anti-edad, es pro-edad. Una nueva línea de Dove para el cuidado de la piel. La belleza, no tiene edad.
La publicidad se vale del estereotipo visual del
modelaje femenino publicitario (identificable en la
desnudez de la modelo, en la pose adoptada, en la
iluminación de la fotografía y el fondo de estudio,
entre otros elementos) y lo modifica al reemplazar a
la modelo joven por una de mayor edad. El carácter
concesivo de la estrategia se establece en que la
pieza no pretende cuestionar la estereotipación del
modo de representar la belleza femenina en el código publicitario, sino que considera que esos mismos
esquemas representacionales (o al menos muchos
de ellos) pueden proyectarse sobre una clase o grupo diferente, en este caso, un grupo etario diferente. Así, por una operación retórica de metonimia, las
cualidades seductoras del estereotipo del modelaje
publicitario se proyectan sobre este otro grupo. Y
esta proyección sólo es posible si se posee el estereotipo, esto es, si disponemos de imágenes semejantes en nuestra memoria visual, si el dominio de
estas imágenes nos guían en la percepción selectiva de la imagen. A la vez, en un plano interpretativo,
la puesta en valor de la belleza de este grupo etario
sólo es posible si aceptamos al estereotipo como
modo de representación adecuado de la belleza femenina, al menos en el ámbito publicitario.
En relación con este último punto, y si recuperamos la tríada que organizaba los posibles efectos de
sentido generados por el estereotipo, podemos precisar la operación concesiva. Así, la imagen logra reconstruir la sensación placentera del estereotipo original, por medio de cierta estetización de un cuerpo
que difiere de los parámetros culturales de la belleza;
conserva ciertos valores, como los relativos a la seducción y a la mujer como objeto de deseo, e incorpora otros, en especial la posibilidad de proyectar estos
valores a otro grupo etario; finalmente, la pauta de
conducta, el componente persuasivo del estereotipo
no parece variar demasiado: la imagen sigue aspiran-
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do a la imitación de sus destinatarios y, en un segundo nivel, a la compra del producto.
Algo diferente ocurriría con la campaña realizada
por la empresa italiana de ropa Nolita. Dicha campaña estaba destinada a la denuncia de los efectos
nocivos de la publicidad en las personas, en especial mujeres jóvenes, que sufren anorexia. Con fotografías de Oliverio Toscani (conocido por sus polémicas imágenes para la empresa Benetton), la
campaña presentaba piezas como la siguiente:
La joven que aparece en la fotografía tiene 27
años y pesa alrededor de 31 kilos. Tal como señalamos en el caso anterior, la interpretación de la imagen demanda el dominio del estereotipo visual del
modelaje femenino publicitario: nuevamente hay una
desnudez sugerida, una pose actuada, el fondo neutro de estudio y la mirada de la modelo se dirige a
la cámara. Sin embargo, la percepción selectiva del
estereotipo y los valores que moviliza no son recuperados para su proyección hacia otro grupo social,
sino para ser objeto de denuncia. Pasamos así de
una estrategia concesiva a una de cuestionamiento.
Por medio de una operación retórica, nuevamente, la
pieza visual logra sugerir el estereotipo y modificarlo; en el caso anterior, la metonimia proyectaba sus
cualidades a otro grupo, en este caso, la sinécdoque
reemplaza la causa (el estereotipo en su uso convencional o normativo) por la consecuencia (la joven cuya
imitación del estereotipo la ha llevado a la anorexia).
Retomando nuevamente la tríada de la significación, vemos que la crítica al estereotipo parece alcanzar los tres estratos del efecto de sentido. Así,
la atracción y el placer que genera el estereotipo
–en términos de sensaciones primarias- son reemplazados por una sensación de repulsión, de displacer y de dificultad para sostener la mirada. El nivel
valorativo informacional, que le atribuía a la mujer
las cualidades de objeto de deseo, de atracción y
hasta cierto poder seductor y seguridad, son reemplazadas por valores asociados a un cuerpo enfermo, a una persona en situación de debilidad y precariedad12. Por último, la pauta de conducta que llevaba a la imitación y el consumo parece reemplazarse por la del rechazo y la no identificación con
la modelo.
Más allá de estas interpretaciones, destinadas
más acentuar las diferentes propuestas argumentales en relación con el estereotipo, que a reponer
con precisión los efectos de sentido generados por
la puesta en circulación de estas imágenes, es posible preguntarse hasta qué punto el estereotipo cede a las manipulaciones que pretenden hacerse de
él. Algunas instituciones relacionadas con la lucha
en contra de la anorexia han señalado que este modo de presentar a la enfermedad lejos de generar
el rechazo y una toma de conciencia, sólo consigue
un refuerzo de la imitación y la identificación. Como
prueba de esto, remiten a foros de internet en los
cuales los participantes expresan su admiración por
12 . Sin dudas, la imagen también actualiza las fotografías
obtenidas por los primeros fotógrafos llegados a lo campos de concentración nazis. Muchos de estos significados,
como los de indefensión, son recuperados de estas otras
imágenes, probablemente también estereotipadas.
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la joven13. Todo hace pensar que la rigidez del estereotipo, motivo de rechazo en la búsqueda estética
y de parodia y cuestionamiento en otros ámbitos,
demanda un uso cuidadoso de sus esquemas; su
funcionalidad originaria parece capaz de volver y de
generar ambigüedades no deseadas, especialmente en las campañas de concientización o de denuncia sobre temas polémicos.
Presentamos, por último, la reunión de los tres
correlatos del estereotipo visual desarrollados (Tabla 5).
Primeridad
F. FORMA
Posibilidad
Segundidad
E. EXISTENCIA
Actualización
Terceridad
V. VALOR
Necesidad o Ley
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La reunión y la presentación en el cuadro de doble entrada facilita la comprensión de la interrelaciones entre los aspectos involucrados, a la vez que
permite imaginar recorridos explicativos diferentes
a los que hemos propuesto aquí; tal sería el caso
del recorrido ascendente, que pondría en evidencia
el modo en que una necesidad social o una determinada significación va forjando su representación visual y adquiriendo así precisión y corporeidad, hasta
finalmente instalarse (no sin violencia ni conflictos)
en la memoria visual de una sociedad.
F. FORMA
Primeridad. Posibilidad
E. EXISTENCIA
Segundidad. Actualización
V. VALOR
Terceridad. Necesidad, Ley
Forma de la Forma
Existencia de la Form
Forma del Valor
Campo visual cultural e históricamente coordenado.
Conjunto de “rasgos perceptivos pertinentes” asociados a
un determinado tema, objeto
o cualidad.
Estéticas perceptivas que
regulan las relaciones de
correspondencia entre un
determinado tema, objeto
o cualidad y determinado
rasgo perceptivo.
Forma de la Existencia
Existencia de la Existencia
Valor de la Existencia
Sistemas de representación
Técnicas de reproducción.
Configuración de estereotipos
visuales mediante la transposición de rasgos perceptivos
pertinentes según sistemas
de representación seleccionados.
Eficacia y eficiencia de la
representación.
Fácil reproductibilidad y
aprehensión.
Contrastación de estereotipos con otras representaciones disponibles.
Forma del Valor
Existencia del Valor
Valor del Valor
Explicaciones de las condiciones de surgimiento y
funcionalidad del estereotipo:
- Antropológica.
- Sociológicas.
- Psicológica.
. Efectos de sentido generados por el estereotipo:
- Sensaciones
- Atribución de valores.
- Pauta de conducta.
Estrategias de uso posibles de los estereotipos:
Reproductivas o normativas.
Concesivas o exceptiva.
Cuestionadora o paradójica.
Tabla 5: Nonágono semiótico del estereotipo visual: organización lógico semiótica de sus componentes
13. Una de las intervenciones en el foro dice en relación a
la joven: “She looks great! At the naked picture where she
grabs her leg you can see that there is practically no fat on
her thighs and butt! I’M JEALOUS!!!” (http://board.ringsworld.com/viewtopic.php). En el mismo sitio también es
posible encontrar imágenes de jóvenes con contexturas
físicas semejantes que adoptan poses de modelaje.
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Comunicación_02
Conclusión
Hemos abordado, a lo largo de estas páginas, las
nociones de ‘topos’ o ‘lugar común’ y ‘esteriotipo’
analizando la operatividad de la noción aplicada a
dos lenguajes, el verbal y el visual e inscribiéndola en
diversos marcos teóricos. Si bien no lo hemos planteado en el inicio de este artículo, una de las primeras opciones, de carácter epistemológico, consistió
en asociar los términos ‘topos’ / ‘lugar común’ con
‘estereotipo’, lo que permitió establecer el pasaje de
las formulaciones elaboradas para el lenguaje verbal
al campo de lo visual, recuperando algunas características comunes de las reflexiones sobre el lenguaje
verbal susceptibles de ser extendidas al visual, pero
a la vez nos permitió discriminar cuestiones específicas de cada uno de estos lenguajes.
En cuanto a la opción metodológica, el nonágono
semiótico posibilitó pensar estas nociones en tanto
signos, con lo cual pudimos desbrozar la problemática en aspectos formales, existenciales y valorativos y reconocer las relaciones lógicas que se establecen entre ellas. Hemos observado, entonces,
que tanto la esterotipación lingüística como la visual
comprenden tres aspectos que las conforman: uno
de carácter formal y posibilitante, otro de carácter
existencial y actualizador y otro de carácter valorativo o regulador.
Iniciamos nuestro recorrido refiriéndonos a la
idea de ‘topos’ o ‘lugar común’ que la Retórica Antigua postuló para el lenguaje verbal, donde era considerado un recurso posibilitante del surgimiento de
argumentos concretos; luego planteamos una segunda acepción, la de topos asociada a la idea de
cliché, esto es, usos repetitivos de formas lingüísticas cristalizadas que vinculamos, por analogía, a
formas de reproducción tecnológicas propias de la
modernidad; por último en el marco de la TAL, pensamos en el topos como garante de la argumentación. Este recorrido, no es arbitrario y vemos en la
pervivencia de algunos conceptos, cómo responde
al orden cronológico asociado a la gestación de las
ideas. Si pensamos en la Retórica como la primera
disciplina que emprende una sistematización de los
estudios del lenguaje articulado y que cuenta con
una tradición de cerca de 2500 años, así como en
los distintos aspectos que del lenguaje verbal se
han ocupado en Occidente las ciencias del lenguaje y de la comunicación, y contrastamos esto con
los estudios respecto de los lenguajes visuales, veremos la ventaja que mantienen los primeros respecto de los segundos y lo incipiente que son los
estudios sobre el lenguaje visual, que fundamental-
mente se desarrollan a lo largo del siglo XX. De ahí
que se considere que cierto imperialismo lingüístico
invade el terreno de los estudios sobre el lenguaje
visual, más allá de que las reflexiones sobre el lenguaje verbal resultan insumos propicios para pensar
lo visual. Tal es el caso del estudio respecto de estereotipo realizado por Downey en 1923 y que hemos citado como así también el de Rice, de 1926,
donde puede observarse un abordaje en que se trabajan indiscriminadamente aspectos lingüísticos, visuales y psico-sociales.
En cuanto al estereotipo visual, contextualizamos
la problemática en relación a los códigos que rigen
la cultura visual: el código perceptivo, que está en
la base y posibilita hipotetizar respecto de cómo se
construye la percepción común, el código de la representación, que da cuenta del pasaje de la percepción común a la representación, realizado mediante diversas técnicas de ‘traducción’, sistemas
de representación, y técnicas de reproducción, pero
que a la vez impactan e influencian la percepción común; y finalmente el código cognitivo, que posibilita
la asociación de las imágenes con diversos campos
de significación. En este caso, nuestro análisis comprendió básicamente la relación de nexo o puente
entre el código perceptivo y representacional para lo
cual apelamos como ejemplificación a algunas imágenes fuertemente estereotipadas.
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Licenciatura en Diseño de la Comunicación Visual
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