Exceso Nervioso, Locura y Ciencia Médica en Chile urbano (1840-1860) María José Correa G.1 Publicado en Anales de Historia de la Medicina Vol. 18 (2) noviembre 2008 Para citar: An. Hist. Med. 2008; 18:151-167 A mediados del siglo XIX lo “nervioso” comenzó a circular como una categoría médica que abarcaba el estudio de la organización corporal, del temperamento y de ciertos padecimientos. Su carácter plural, expresado en una variada gama de textos y en un reducido número de historias médicas, incidió directamente en el estudio médico de la locura. Su presencia posibilitó primeras aproximaciones al entendimiento de las enfermedades mentales, incidió en el estudio de sus causalidades y efectos y sentó bases para el desarrollo de la cultura alienista de fines de siglo. Palabras claves: nerviosidad, locura, discurso médico, temprana psiquiatría 1 Estudiante de Doctorado. Wellcome Trust Centre for the History of Medicine University College London Correo electrónico: [email protected] Este trabajo se inscribe en mi investigación doctoral sobre locura en Chile en el siglo XIX que realizo en Wellcome Trust Centre for the History of Medicine, University College London con el apoyo de WT Doctoral Studentship y UCL ORS. Una versión preliminar de este texto fue presentada en octubre de 2008 en el Seminario History of Psychiatry and Psychology organizado por Wellcome Trust Centre for the History of Medicine y British Psychological Society. 1 Nervousness, Madness and Scientific Medicine in Urban Chile (1840-1860) By the mid-nineteenth century “nervousness” started to circulated as a medical category which addressed the study of corporal economy, temperament and some afflictions. Its plural character, which was mirrored trough a wide range of medical texts and a few number of medical cases, influenced the medical study of madness. This presence represented first approximation to the understanding of mental disorders, influenced the study of causes and effects of madness, and served as a basis for the development of late nineteenth-century alienism. Key words: nervousness, madness, medical discourse, early psychiatry 2 “Los padres de esta señora fueron sanos; pero su madre tuvo cuando niña lo que llaman Baile de San Vito. Ella por su parte ha tenido algunos ataques de histeria y aunque hace ya mucho tiempo que estos ataques han desaparecido, la señora es muy impresionable. (...) Parece que usted, Reverendo Padre, no ha dejado nada que preguntar y que el cuadro es completo: causas predisponentes y ocasionales (...) ¿De modo, dijo el franciscano, que mi confesada es una enferma? Sin duda alguna, replicó el doctor, con la mas profunda convicción.” (1). Tentativas de diagnósticos, conclusiones fragmentadas y conflictos epistemológicos marcaron el despertar de la ciencia médica y su interés en la locura. Este despertar patológico y su lineamiento bajo las incipientes normativas médicas estuvieron marcados por la competencia entre autoridades religiosas y científicas, la constante incertidumbre de la enfermedad mental, la tensión entre síntoma y enfermedad, la llegada de nuevas propuestas nosológicas, y sobre todo, la irrupción de la nerviosidad y su vínculo con una epistemología nutrida desde el relato biográfico. Hacia 1850 nuevos planteamientos en torno a las estructuras mórbidas, fisiológicas y anatómicas, incidieron en el desarrollo de una compleja relación entre locura y nerviosidad. Este diálogo fue central para el surgimiento de una creciente producción teórica que, apoyada del mayor prestigio y credibilidad de la ciencia, enmarcó el estudio e institucionalización de la enfermedad mental y acompañó la gradual especialización de los primeros alienistas por medio, entre otros contextos, de la práctica médica general, del ejercicio como médico de ciudad, de su gestión en la Casa de Orates (1852), de su participación en el curso de “Enfermedades Nerviosas y Mentales” en la Universidad de Chile y del ejercicio clínico especializado (2). Adicionalmente, esta relación sentó durante la segunda mitad del siglo XIX parte de las bases que propiciarían durante el temprano siglo XX la articulación de las cátedras de psiquiatría y neurología y sus respectivas ramificaciones. En este sentido, lo nervioso instalado como una categoría flexible y plural, interceptó las búsquedas y debates en torno a la locura desde una amplia gama de espacios que incluyeron discusiones sobre la base funcional u orgánica de la enfermedad, entre otros. Bajo esta línea, este trabajo busca explorar la relación entre ciencia médica y nerviosidad con el objetivo de abordar el entendimiento médico de la locura a mediados del siglo XIX y problematizar las tempranas capas que alimentaron el desarrollo de la 3 posterior cultura psiquiátrica y neurológica. Junto al interés por situar estas bases me interesa comprender lo nervioso per se, su dimensión histórica y su direccionalidad. Esta categoría, entendida en tanto sistema, temperamento y afección nerviosa –es decir como base y enfermedad– fue introducida en los diagnósticos, clasificaciones y terapéuticas, deslizándose en la comprensión de locura durante los dos últimos siglos. Adicionalmente, el ejercicio de pensar históricamente lo nervioso da cuenta de la fluidez y los intercambios del saber médico, cuestiona traducciones absolutas y deja ver el carácter fragmentario, pendiente, abierto y paradójico de la disciplina científica. La historia del estudio médico de la locura en Chile se puede abordar desde variadas direcciones, dado que esta emerge –pese a su inexistencia formal en tanto disciplina– como una plataforma cultural nutrida y entendida desde diversos frentes. Políticamente se articula con los debates sobre los límites y posibilidades de las responsabilidades ciudadanas, socialmente se tiñe con la carga patológica de las herencias coloniales y de los procesos de urbanización, e intelectualmente se une al rol central ejecutado por las elites de la Universidad de Chile, entre varios otros. Considerando esta porosidad, el análisis presentado en este texto se enmarca en la autoridad médica surgida alrededor de la universidad y en la producción teórica emanada de esas aulas hacia 1850. Me interesa el estudio de lo nervioso en este periodo por su carácter de laboratorio, por su correspondencia con un tiempo en el cual las fronteras de especialización apenas comienzan a esbozarse. El medio siglo, de esta manera, gesta nuevos significados y causalidades asociadas a una nerviosidad que, reconfigurada, acompañó el surgimiento y posterior desarrollo de la ciencia médica y su entendimiento de la locura. Ciencia médica y locura Durante las primeras décadas del siglo XIX, el estudio y ejercicio de la medicina parecía aun conservar parte importante de su atmósfera colonial. Thomas Leighton, cirujano británico instalado en Valparaíso, describía en un reporte enviado al Royal College of Physicians de Londres el carácter del paisaje médico local “Los médicos son en su mayoría viejos españoles que han llegado en diferentes momentos con la armada y unos pocos mulatos educados en Lima; desde la revolución se han instalado algunos ingleses y franceses (...) La profesión no es considerada honorable y 4 de hecho, salvo donde abundan los extranjeros, no es mas lucrativa que el comercio artesanal” (3). Sus apreciaciones, al igual que las de otros viajeros como Mary Graham o Edward Poeppig, daban cuenta de la continuidad de una cultura médica que no respondía a las demandas del cientificismo europeo y de un paisaje que comenzaba a mutar de acuerdo al nuevo escenario que se expresaba tras la independencia. Como recuerda Poeppig en sus crónicas, sólo hacía poco tiempo los médicos habían comenzado a disfrutar de un mayor respeto público y habían dejado de ser considerados como gente ignorante de un nivel poco superior a un barbero (4). Los problemas asociados al ejercicio de la medicina reflejaban parte de las ansiedades provenientes de un medio en tránsito que demandaba mayor organización académica y profesional. La autonomía chilena apoyó un movimiento educacional, económico y cultural del cual la medicina fue parte central. Este proceso propició una gradual profesionalización que corrió paralela al posicionamiento alcanzado por el Instituto Nacional y la Universidad de Chile. A través de ambas instituciones, el saber y el hacer médico comenzaron a moldearse y acomodarse en diálogo con el debate político, el surgimiento de nuevas plataformas para la circulación de las ideas científicas y la entrada a Chile de profesionales extranjeros que en conjunto con los médicos chilenos, cumplirían un rol central en el desarrollo de la disciplina (5). Ejemplo de esto fue la llegada al país del médico José de Passamán quien formó en 1828 junto a José Joaquín Mora el “Mercurio Chileno”, una publicación miscelánea sobre ciencia, educación y derecho cuyos artículos, además de ser de los primeros en problematizar la relación entre locura y crimen, dejaron ver los temores liberales por el vacío científico que expresaba el país en un contexto de gestación de nación y de definición de ciudadanía (6). Parte de las preguntas propuestas en el periódico se refirieron a la responsabilidad de los actos criminales, a la relación entre enfermedad y delito, y de paso, a los compromisos sociopolíticos adjuntos al proyecto de la ciencia médica (7). Indagando en la patologización de la transgresión, el periódico se preguntaba por la posibilidad de asimilar “los efectos de las pasiones a los de la enajenación mental, el furor de un hombre irritado por la cólera, los celos o la desesperación al de un loco: o mas bien, si mientras dura la acción de una pasión violenta, puede ser considerado como demente” (8). La interrogación dejaba ver el nuevo rol que la ciencia médica estaba llamada a cumplir. Gracias a ella, señalaba, llegará el día “en que se conocerán bien los criminales involuntarios, y serán tratados como los insensatos que tenemos a la vista”(9). A través de ella también, y en diálogo 5 con la jurisprudencia y la política, se comprenderán las causas de la locura, del delirio, de la inconsciencia, la embriaguez y las pasiones violentas y se podrá conocer no solo el porqué de la mente enferma sino también el camino que conduce a la destrucción de la libertad moral (10). Sin duda, las ansiedades generadas por las transgresiones sociales y criminales en un marco de urbanización y desplazamiento, alimentaron la necesidad de indagar en los comportamientos anormales, sus causas y su relación con la voluntad y con la locura. Como subraya Hacking –en el marco del desarrollo científico europeo– el quiebre del determinismo nutrió la necesidad política de comprender lo irregular y en esta búsqueda la ciencia, la estadística y la medicina se transformaron en agentes fundamentales en la tarea de rastrear, entender y modificar la alteración (11). En el Chile republicano, la responsabilidad de pensar y diagnosticar médica y académicamente la locura recayó en el pequeño grupo de profesionales que gravitaba en torno a la enseñanza de la medicina en el Instituto Nacional y luego en la Universidad de Chile y a su ejercicio en las ciudades de Santiago y Valparaíso (12). Ellos fueron los primeros en privilegiar el estudio de la locura en un contexto marcado por la incorporación de nosologías, instrumentos y prácticas médicas, nuevas regulaciones civiles y criminales, construcción de hospitales, dispensarías, asilos y la primera casa de Orates. Ahora bien, la aproximación a la insania realizada por estos profesionales fue asistémica, sobrepuesta, marcada por el interés de entender causalidades mórbidas desde aproximaciones híbridas y en competencia. Su producción teórica no exploró directamente la locura en tanto patología, sino mas bien su expresión en una amplia gama de dolores y situaciones de conflicto individuales y sociales. Dentro de estos contextos la nerviosidad surgió como origen y destino, en tanto causa y efecto, como término para definir patrones de locura y como medida de las condiciones que parecían afectar o modificar patrones generales de sanidad. La geografía médica, la anatomía, la fisiología y la terapéutica, entre otras materias, fueron exploradas con el objetivo de comprender causalidades, planteando tempranas conceptualizaciones en torno a las enfermedades mentales y a sus caracteres sintomáticos (13). En este contexto se gestan los primeros textos sobre las afecciones nerviosas y sobre los modos en que las diferentes aproximaciones a la locura comenzaron a ser presentadas y defendidas desde la variopinta producción científica de mediados de siglo y desde los informes emitidos a propósito de la historia de Carmen Marín. Ambos 6 registros, estudios médicos y caso Marín, ofrecen los primeros retratos sobre las afecciones nerviosas e inauguran una producción de conocimiento médico asociada a la presentación de historias clínicas. De este modo, la reapropiación realizada por los médicos de la historia de “la Marín” en tanto “caso” materializó parte de la abstracción teórica expresada en los estudios médicos contemporáneos. En otras palabras, la historia de Carmen, les entregó herramientas pragmáticas para comenzar a pensar en términos concretos y palpables la diversidad de ideas que ordenaban lo nervioso y que intentaban explicar la locura hacia el medio siglo. La controversia generada en torno al caso junto con la masiva cobertura alcanzada a través de la prensa, condimentaron la historia y forzaron a los médicos a legitimar sus posiciones en torno a la locura y a defender sus incipientes intentos de profesionalización y especialización. Lo Nervioso hacia 1850, entre sistema, temperamento y afección La centralidad y los esfuerzos médicos por comprender lo nervioso respondieron tímidamente al pulso que dominaba Europa y en particular a los cambios establecidos en Francia, Inglaterra y Alemania en torno al estudio del cuerpo, de la mente y sus enfermedades (14). En este escenario el sistema nervioso, como han planteado Porter y otros autores, comenzó a situarse desde mediados del siglo XVII como elemento central a los estudios fisiológicos y patológicos (15). El temperamento se estableció en tanto base constitutiva y las afecciones nerviosas en tanto patologías a mitad de camino de la locura. La histeria, siguiendo a Shorter, fue entendida desde variadas perspectivas constituyendo para mediados del XIX un estigmatizado término usado para enmarcar una serie de conductas híbridas –de preferencia femeninas–, para definir desórdenes convulsivos, como sinónimo de enfermedades psicosomáticas y tiempo después como un tipo de desorden de la personalidad (16). En paralelo a lo nervioso, la locura y su transitoriedad comenzaron a ser abordadas desde variados frentes. En Francia, el trabajo y la experiencia de Pinel (1745-1826) como profesor de patología médica en la Escuela de Medicina de París y como médico jefe en la Salpêtrière se tradujo en su “Traité médico-philosophique sur l’aliénation mentale, ou la manie” (1801) el cual grabó las directrices del llamado tratamiento moral y definió una terapéutica orientada hacia un manejo del intelecto y de las emociones por sobre las presiones corporales (17). Su discípulo Esquirol (17721840) acuñó en el primer decenio del XIX una nueva entidad nosológica monomanie o monomanía en referencia a una patología mental determinada por ideas fijas, sin delirio 7 ni pérdida del entendimiento. Como señala Goldstein, la exitosa incorporación de esta terminología como entidad patológica estuvo rodeada por la reconceptualización teórica llevada a cabo (y que continuó en actividad) y la consecuente renovación de los sistemas clasificatorios. El marco inglés también vino a condimentar el escenario, entre otros, con el concepto de moral insanity o locura moral de Prichard (1789-1848) que como plantea Huertas, pese a distanciarse de la noción de monomanía, se asemejó en su registro de anomalías sin alteración de la inteligencia. (18) Ambos términos – monomanía y locura moral– representaron en el temprano siglo XIX la apertura conceptual en torno a las insanias transitorias y a las problemáticas sociales asociadas a ellas. El escenario chileno de mediados del XIX reunió parte de esta amalgama de nuevos significados considerando lo nervioso asociado a la locura transitoria y comenzó a explorarlo en relación a la herencia y a la adquisición de los caracteres mórbidos. La reflexión médica se inició desde la exploración de las causalidades que por sobre la existencia o no de una lesión- apelaban a entender los mecanismos por medio de los cuales despertaba o se gestaba la amplia gama de afecciones que se interceptaban en menor o mayor grado con la locura. Desde este prisma, hacia 1850, pocos estudios abordaron en específico las locuras morales, parciales o monomaníacas, así como las afecciones histéricas, hipocondríacas y melancólicas (19). Sin embargo, una gran cantidad exploró la locura en base a las condiciones de la nerviosidad, sentando bases centrales de la aproximación médica decimonónica a la locura. Durante este periodo la pérdida o debilitamiento de las facultades mentales fue nombrada como enajenación, furor, manía, demencia, fatuidad, histérico, locura, entre varios otros términos. En general, mientras algunos, como la fatuidad, se relacionaban con la llamada idiotez e imbecilidad, que apelaba a la carencia de intelecto, otros se acercaban a las cada vez mas aceptadas locuras transitorias representadas parcialmente por las afecciones nerviosas. Lo nervioso se entendió como nutriente de este estado intermedio, en tanto sistema que coordinaba las leyes de organización corporal, temperamento que sentaba las bases constitutivas personales y las afecciones nerviosas en sí mismas (20). En base a estas líneas, lo nervioso fue pensado y estudiado desde tres contextos interrelacionados: como sistema, como temperamento y como gama de patologías representadas por la hipocondría, la histeria y la melancolía, entre otras. La fricción de estos tres espacios de interpretación apoyó la gestación de un cóctel nervioso, que en 8 diálogo con otros contextos terapéuticos, políticos, sociales o familiares, adscribió aún más sentidos a su peso patológico. Como acusaba el doctor Noguera hacia 1849, los médicos debían prestar atención al valor y consecuencias del elemento nervioso, “Reflexionad un momento sobre el trastorno que levanta una pasión desbordada. ¡Como tan profundamente mina la existencia y devoran el principio vital el temor, los celos, la envidia, la nostalgia, un amor contrariado! (...) ¿No es conocido el poder de la imaginación para producir y curar enfermedades? Los males mas tristes, la melancolía, la desesperación, la funesta propensión al suicidio y en general todos los males del espíritu con sus síntomas, (...) reconocen su causa jeneral en el desorden del sistema nervioso” (21). Las advertencias del Dr. Carmona sobre como el otrora fértil y hermoso paisaje chileno se había transformado para el medio siglo en “un vasto hospital” poblado por las cada vez más conocidas afecciones nerviosas, “tan peculiares a las grandes poblaciones”(22) confirmaban una presencia que se plasmaba en otros espacios como la publicidad y la literatura. Efectivamente, el consumo de lo nervioso en la capa urbana nutrió un fértil negocio terapéutico, que sin duda contribuyó a posicionar el ingreso de nuevas terminologías médicas. Una serie de “remedios” invitaba a combatir los problemas asociados a “la pobreza de sangre”, “los pálidos colores”, “las constituciones débiles”, “el agotamiento del sistema” y “las perturbaciones nerviosas en general”. A la venta se encontraba una gama de alimentos nervinos, fumigadores pectorales, cataplasmas, jarabes y píldoras, todos los cuales prometían curar, o al menos calmar el sistema nervioso (23). Adornados con medallas y diplomas de mérito, acompañados de testimonios de enfermos y avalados por la reputación de -muchas veces desconocidosmédicos del viejo mundo, la publicidad participaba también del espacio que el exceso nervioso ocupaba en Chile. Histerias, clorosis, dispepsias, neuralgias y tos convulsiva, comenzaron a aparecer en el raciocinio médico y en las escasas historias clínicas que encontramos para el medio siglo. Dentro de estas, el caso de Carmen Marín, proceso encargado por el Arzobispo de Santiago entre los meses de julio y agosto de 1857 y orientado a determinar si la joven sufría un desorden natural o supernatural, da cuenta de la variedad de aproximaciones frente a lo nervioso, de las estructuras de poder que promovieron estas tempranas conceptualizaciones y de las condiciones de conocimiento médico sustentadas en el preponderante rol de la biografía como instancia de 9 diagnóstico. A través de un proceso de selección y análisis de los diversos hechos de la vida de Carmen, los médicos postularon dos hipótesis: la posesión demoniaca y la afección histérica. Ambos diagnósticos se articularon con criterios religiosos y médicos y ambos dieron cuenta de un proyecto de medicalización caracterizado por su carácter heterogéneo y plural en el modo de entender la enfermedad en general y la locura en particular. La historia de Carmen Marín está marcada por su biografía y enlazada con la creación e interpretación de causalidades que buscan explicar el carácter de sus ataques. Tras perder a sus padres a corta edad, Carmen fue criada por familiares en Valparaíso y en el campo, hasta quedar de interna en un colegio católico donde ella cuenta haber sufrido su primer ataque. Después de este incidente fue diagnosticada con “locura” o “ataque del cerebro”, practicándosele sangrías, refrigeración de la cabeza y baños fríos. Tras estos inefectivos tratamientos fue enviada primero al principal hospital del puerto donde estuvo por mas de un año y donde sumó un intento de suicidio que le valió el alejamiento del personal y de su familia. Desde el puerto fue trasladada a la capital e ingresada por catorce meses en el Hospital San Francisco de Borja desde donde fue enviada en 1857 al asilo de pobres u Hospicio de Santiago manejado por las Hermanas de la Caridad. Una vez llegada al asilo su supuesta condición de espirituada comenzó a darse a conocer, motivando una investigación médica comisionada por la Iglesia Católica. Entre los mas de quince profesionales que visitaron a Marín, solo ocho enviaron sus reportes finales. Uno de los reportes apoyó la idea de posesión, cuatro concluyeron que sufría de histeria y colapso nervioso y tres se abstuvieron de definir la naturaleza de su condición para no promover nombres falsos o teorías absurdas (24). Benito García defendió la hipótesis de posesión demoniaca. Educado en la Universidad de Madrid y titulado en Chile en 1851 con un trabajo sobre homeopatía y alopatía, García era conocido en los círculos médicos por sus publicaciones homeopáticas que incluyeron la primera traducción chilena del tratado de Hahnemann y una revista médica que circuló en Santiago desde 1856 y que utilizó como medio para responder a la crítica que –a consecuencia de su diagnóstico– lo situó como referente del obscurantismo colonial. García presenta la posesión como la causa del sufrimiento de Carmen (25). Sin embargo, su afán por descartar los posibles orígenes naturales de un desorden asemejado peligrosamente a la histeria, la epilepsia, la idiotez, la manía feliz y la 10 monomanía diabólica, lo llevan a extenderse ampliamente en las ideas médicas contemporáneas sobre las enfermedades nerviosas, el magnetismo y la ficción. Considerando el saber frenológico, las ideas sobre el temperamento y la propia historia de la “posesa”, junto a signos tales como la aparente habilidad de Carmen para hablar en lenguajes extraños, su insensibilidad al dolor, sus contorsiones y el hecho que sus ataques terminaran con la lectura del evangelio de San Juan, García concluye el carácter sobrenatural de su condición. A través de esta propuesta establece uno de los puntos centrales del debate médico: los aspectos religiosos y seculares de la enfermedad; aspectos que incidieron en otras respuestas médicas, tensionaron perspectivas dualistas o monistas sobre el ser humano, recalcaron la reapropiación y el uso de estas por parte de los médicos y reflejaron el marcado interés por cartografiar hacia 1857 las enfermedades nerviosas. Pese a la gradual patologización de la locura la idea de posesión demoniaca continuó presente en la práctica académica y profesional, del mismo modo que la supuesta cientificación no implicó una unión ni una total secularización del pensamiento médico (26). Los profesionales participantes, todos nombrados como parte de la tradición católica, defendieron sus diagnósticos y los calificaron como compatibles con el pensamiento de su iglesia; aquellos que rechazaron la hipótesis demoniaca fueron calificados por García y por Zisternas de ateos y herejes, criticados por transgredir los límites de sus propios dominios y desafiar desde sus apreciaciones materialistas tanto la autoridad médica como la católica. Una segunda aproximación fue presentada por Juan José Bruner, educado en Europa y Chile, socio corresponsal de la Sociedad Médico Quirúrgica de Berlín y miembro desde ese mismo año de la Universidad de Chile, quien postuló que la enfermedad de Marín correspondía a una histeria originada en el cerebro (27). Bruner, llegado a Chile en 1847 a los 23 años como parte de una expedición científica, abordó a través del caso algunas de las ideas que venía explorando desde tiempo atrás sobre la relación entre forma y función cerebral (28). Guiado por los nuevos conocimientos en torno al eje cerebro-espinal, por su interés de distanciarse de las teorías uterinas y por la necesidad de refinar la vaguedad crónica de la histeria a través de nuevas metodologías basadas en la investigación microanatómica, en la anatomía comparada y en los ensayos químicos, Bruner entendió la enajenación de Marín como un problema cerebral (29). Desde su visión, la condición de Carmen se explicaba en el intenso miedo experimentado antes de su primer ataque y en la influencia que esta impresión había 11 dejado sobre ciertas partes del encéfalo, parcialidad que permitía el carácter transitorio de su alienación mental (30). A pesar de gestarse en el cerebro, era a través de “los nervios sensibles y los sentidos” como prolongaciones del cerebro, que el ataque adquiría esa fisonomía particular que lo hacía confundirse con “diabolismo, erotismo, histerismo, lucidez y ficción” (31). Lo nervioso permitía de esta forma entender primero, la penetración de impresiones en un cerebro abierto a recibirlas y segundo, las consecuencias de las lesiones cerebrales sobre respuestas sintomáticas de otras regiones del cuerpo. Mientras Bruner ubicó la enfermedad en las aún desconocidas lesiones del cerebro, Manuel Antonio Carmona, subrayó el rol central jugado por los órganos reproductivos y por el sistema nervioso en las enfermedades del cuerpo y de la mente. Carmona se posicionó como figura importante en la escena nacional, representante de las primeras generaciones tituladas tras la independencia y editor de una revista médica que circuló esporádicamente tiempo antes. Movido, en sus palabras, por el triste deber de contradecir a amigos y colegas que señalaron que la enfermedad de Marín era inclasificable e inexplicable, por la responsabilidad de vindicar la injuriada medicina local y por el interés de entender las fronteras entre síntomas y causas, Carmona se entregó a su tarea de etiquetar a Carmen y a las enfermedades nerviosas. Rechazó el principio vitalista homeopático de García y el modo en que éste se enfrentó a la agencia diabólica, distante del estricto protocolo planteado por la Iglesia Católica (32). Se distanció de lo que él llamó “la retórica” de Bruner y lo excluyó de su libro, publicación que compiló parte de los informes médicos del caso y que ayudó a situar su hipótesis uterina en una posición dominante. Carmona define el desorden de Marín como una neurosis crónica localizada en el útero, cuya expresión secundaria sería una clara afección al cerebro (33). Sus argumentos siguen algunas ideas de Pinel (1745-1826) sobre la histeria como neurosis genital y de Cullen (1710-1790) sobre el rol del sistema nervioso en la administración de la economía del cuerpo. A nivel local su trabajo se apoya en el estudio del médico y especialista en desórdenes nerviosos Antonio María Mendiburu, quien publicó hacia 1848 uno de los primeros textos sobre el sistema nervioso en Chile (34). Mendiburu aborda la autoridad del sistema en la administración corporal y su responsabilidad en la dispersión de la enfermedad. Lo describe como el gobierno más importante de la “organización humana”, responsable de conducir la incitación y de manejar desde los sencillos procesos de absorción y exhalación, hasta la “elevada” 12 función del pensamiento. Enlazando lo nervioso con la sanidad corporal y mental, enmarca su reflexión en la preocupación contemporánea entre locura y debilidad de los centros nerviosos. La estabilidad del sistema garantizaba el funcionamiento del cuerpo, “el poder para obligar y someter a su influjo la voluntad, y sujetar al encéfalo a prestar al ser viviente el auxilio de sus funciones, constituyendo así el mecanismo de las necesidades, el instinto y las pasiones” (35). Lo nervioso coordinaba el cuerpo y un sistema mal constituido lo coordinaba nocivamente permitiendo el ingreso de impresiones negativas facilitadoras de las insanias. Adicionalmente a través de las simpatías cerebroganglionares y ganglio-cerebrales las condiciones de un sector del cuerpo se veían inducidas por las alteraciones sufridas en otro (36). “Tomemos un ejemplo” planteaba Mendiburu “una fuerte emoción produce palpitación de corazón: la impresión se ha operado primeramente en el cerebro, el cual ha irradiado su acción a los ganglios cervicales y cardiacos; este fenómeno es una simpatía cerebro-ganglionar”. En otros casos, la causa del desorden se manifestaba en el sistema ganglionar y sus efectos se irradiaban hacia el sistema cerebral constituyendo una simpatía ganglio-cerebral (37). Para Carmona la afección de Carmen Marín se explicaba en esta última relación. De este modo, siguiendo también a Vigueras, Carmona postulaba para el caso de Carmen la existencia de una simpatía local establecida por el útero hacia las vísceras y el resto del sistema nervioso ganglionar, seguido por una lesión consecutiva de todos los centros nerviosos y del eje cerebro-espinal. ¿Ahora bien, cuáles eran las razones para esta crisis? La aspiración médica europea por apartarse de las teorías humorales propone, desde fines del XVII, causalidades asociadas a alteraciones en procesos químicos, mecánicos o cerebrales en el entendimiento de las enfermedades (38). La comprensión de las afecciones nerviosas en Chile se nutre de estos nuevos marcos interpretativos y de la pervivencia de ideas precedentes que dan consistencia y presencia a la mezcla nerviosa. A través del caso de Carmen Marín y por sobre la tensión entre patología y posesión o la competencia entre origen uterino y cerebral, vemos una compleja red de ideas que busca entender las causalidades patológicas. En ellas lo nervioso cumple un rol central, sea como sistema, temperamento o afección nerviosa, o como categoría híbrida. Mendiburu, referente de Carmona, establece un estudio de causas predisponentes y causas excitantes especiales, relacionadas con la autoridad de la base 13 y el contexto en la razón de la patología. Sus conclusiones reflejan un pensamiento médico que problematizó las circunstancias que otorgaban variabilidad a las dolencias y un entendimiento de lo nervioso unido con las nuevas funciones sociales asignadas a la idea de locura y a la enfermedad mental. En términos generales, la causalidad fue entendida por Mendiburu como toda aquella condición que apartara al sistema nervioso de sus funciones propias, distinguiendo entre las causas predisponentes, que imprimen en los órganos cambios funcionales “que se oponen a la formación de una sangre rica en elementos reparadores y nutritivos”, y las excitantes basadas en el antagonismo “entre el predominio de la fuerza asimilación y los fenómenos nerviosos” (39). Entre las predisponentes encontramos las generales y las individuales. Entre las primeras se encuentran el aire, las localidades y los alimentos, junto al estado de civilización y al desarrollo de las instituciones políticas de los pueblos. En las individuales en cambio encontramos, entre otras, el temperamento, el origen, el sexo, la edad y el hábito. Las causas excitantes se definen por aquellas fuerzas que provocan la aparición de una enfermedad y que uniendo su acción a las predisponentes se convierten en gatilladoras del espasmo como las pasiones alegres o las tristes. Carmona pese a no seguir la estricta organización planteada por Mendiburu coincide en la responsabilidad atribuida a condiciones medioambientales, constitucionales y morales; así como en la distancia (no siempre clara) entre las características adquiridas y congénitas y en la preocupación sobre las consecuencias patológicas de la relación de los cuerpos con sus agendas. Carmona sigue el interés de sus contemporáneos, quienes también se detuvieron inspirados por herencias humorales o como resultado de la atracción extranjera por la peculiaridad del paisaje local, a explorar cómo la geografía y el clima incidían en la salud de la población (40). De este modo, las localidades y sus condiciones se instalaron como causales capaces de alejar al sistema nervioso del cumplimiento de sus funciones y de imprimir tintes patológicos sobre los individuos. Diversos estudios recorrieron las características de escenarios específicos con el objetivo de determinar cómo la altitud, la influencia marítima, la temperatura, los vientos y la cordillera desataban la enfermedad con mayor o menor intensidad y frecuencia, o como, en palabras del Dr. Tocornal, “la naturaleza del suelo, clima, situación y demás circunstancias que pueden favorecer la acción de los ajentes que obran sobre nuestro organismo” modelaban la constitución de las personas o propiciaban patologías (41). 14 Una parte importante de la producción médica de mediados de siglo se orientó, por tanto, al estudio de lo que Tocornal llamó “topografía médica”. Mientras Santiago fue presentado como un lugar donde abundaban las enfermedades del corazón, hígado y de la cavidad abdominal, La Serena fue retratada, a consecuencia de su bajo nivel de electricidad atmosférica, como el lugar con el mayor número de idiotas y monomaniacos del país mientras que, paradójicamente, casi no se conocían en ella ciertas enfermedades nerviosas como el histerismo y la corea. La influencia de la electricidad en las variaciones atmosféricas, afectaba la movilidad, energía y actividad muscular, así como las facultades intelectuales y la imaginación estimulaban “al hombre, según sus hábitos, al ejercicio de altas virtudes o a la perpetración de grandes crímenes” (42). Adicionalmente, la atmósfera parecía afectar no sólo el temperamento de un pueblo, sino las reacciones individuales y el despertar de la lucidez. Tal era el caso de un hombre interno en el hospital de La Serena, cuyo sano juicio emergía “solamente cuando la atmósfera esta muy despejada, pues apareciendo las nieblas y aquellos días en que parece hay menos electricidad, el infeliz se echa en su cama i apenas sale de allí” (43). Como Bruner había señalado en su estudio sobre la higiene en Santiago “la salud de un pueblo depende del lugar donde vive, de los alimentos de que vive y del modo como vive”. No solo las cargas atmosféricas y las geografías sino la dieta se entendieron como forjadoras del temperamento. Explorando las características de la capital, Bruner indagó en la fiscalización realizada por los médicos de ciudad sobre la alimentación entregada por los colegios; esta debía ser saludable y económica, pues de ella dependía en parte la fisonomía morbosa o sana de un pueblo. El “excesivo uso de pan y papas, de cochos y mazamorras farináceas a que la juventud tiene tanta propensión” por ejemplo, fomentaba el desarrollo de afecciones tuberculosas y “lombrices que excitaban (por medio de la medula espinal) los órganos sexuales (...), contribuyendo indirectamente a pervertir la disposición moral de la mujer” (44). A juicio del Dr. Santos Hurtado en el concepto de temperamento se encontraba el mejor indicativo de lo que sucedía “en el interior de nuestra máquina” pues correspondía a una “cubierta exterior” que retrataba “las afecciones del alma, abre al médico el camino que debe seguir en el tratamiento de sus dolencias, y prepara las premisas de un juicio en la diagnosis y prognosis” (45). Para Mendiburu el temperamento obligaba o modificaba el sistema nervioso, lo apartaba de las funciones que le eran propias, condicionaba inteligencias y talentos, espíritus, placeres y pasiones, 15 así como tendencias espasmódicas (46). El temperamento, en otras palabras, era espejo pero a la vez causa, daba espacio para un desarreglo que favorecía el despertar de crisis nerviosas, insanias transitorias y locuras. El entendimiento del temperamento se expresó en paralelo al desarrollo de la idea de herencia -en circulación en Chile hacia 1850-, la cual comenzó a explicar los códigos de organización del cuerpo y promovió el estudio de los caracteres estructurales congénitos y heredados. La herencia respondió también a la carga patológica inherente a una constitución, término que remite al temperamento y a la estructura corporal en su conjunto (47). A consecuencia de esto, numerosos artículos médicos se dedicaron a explorar los modos de operación de la herencia y a advertir los peligros asociados a ella. Estos males estaban expresados principalmente por las enfermedades hereditarias, definidas por Miquel como “ciertas disposiciones orgánicas, transmitidas por medio de la generación” que reconocían “como causa primitiva y esencial un estado especial del organismo que dispone el cuerpo a ser atacado de las enfermedades a que han estado sujetos nuestros predecesores” (48). La moral de los niños, por ejemplo, podía verse afectada por el influjo transmitido por las nodrizas durante la lactancia. De carácter análogo a los traspasos en el vientre materno, la lactancia marcaba pasiones y pronunciaba inclinaciones, dando cuenta del poder y de las consecuencias de una constitución viciada. Como Miquel planteaba hacia 1854, pese a que las ideas sobre el carácter hereditario estaban “muy lejos de dar resultados concretos”, a través de la generación y lactancia se asumía la posibilidad de heredar enfermedades como el vicio venéreo, el escrofuloso, la sarna, la epilepsia, la melancolía y las afecciones histéricas e hipocondríacas. Ante este escenario los médicos apelaban a una serie de recursos destinados a prevenir la aparición de enfermedades hereditarias, combatirlas o bien “destruir el gérmen y detener su transmisión”. Entre estos, los recursos considerados más eficaces fueron la asociación matrimonial y la modificación de las condiciones cotidianas. El primero enseñaba como “en las familias en donde la locura o manía es hereditaria, se deben elegir mujeres y hombres que por temperamento tengan ideas y propensiones opuestas a dicha enfermedad, y que pertenezcan a otra familia, que se haga notable por su tranquilidad moral y calma en sus pasiones” (49). El segundo proponía corregir la disposición individual a la enfermedad a través de cambios que incidieran en la constitución. Para ello se debía intentar mudar de “lugar, país y clima”. La epilepsia o 16 gota coral “y demás enfermedades del sistema nervioso” como el delirio maniaco y la manía, podían preverse, por ejemplo, “poniendo a los niños un ama de robusta constitución y de carácter poco susceptible de experimentar vivas emociones”, “se evitará con cuidado todo lo que pueda asustarlos ni darles miedo, ni permitir se encolericen y entristezcan”, “se les expondrá al aire libre en especial en la campaña”, “los alimentos serán sencillos y de fácil digestión”, se les enseñará a no abusar de los placeres del amor y a sortear “todo lo que pueda exaltar los deseos, producir pesares profundos y evitar las pasiones, llevando una vida sobria y regular, y no sometiendo las facultades intelectuales sino a un grado moderado de ejercicio” (50). A la herencia en tanto causa predisponente, se sumaba también el hábito. Mendiburu lo menciona como una dominación que podía derivar en el agotamiento y perturbación de las funciones. Padín, un año después de Mendiburu, lo define no solo como la repetición de impresiones formadoras de la costumbre de un órgano sino en el desarrollo de una “organización predispuesta y organizada para contraer el hábito; (...) como la visión, el olfato o el gusto” (51). Ahora bien, además de esta esfera material, plantea la existencia de la esfera de los sentimientos y la inteligencia donde “se adquieren también hábitos que muchos autores (...) llaman intelectuales”. Para el Dr. Hurtado, y en relación a los modificadores del temperamento, el hábito también actuaría como agente sanador pues “regulariza o equilibra las funciones de los órganos templando la exaltación de unos e impulsando el ejercicio de otras: de modo que perfecciona la constitución tanto moral como física e intelectual de los individuos” (52). En ambas plataformas el hábito es presentado como función vital que perfecciona las funciones de la economía y que conserva la higiene propia de los órganos. “¿Que sería de todos los sentidos y de la inteligencia que careciesen del hábito cuando estos sufriesen la acción de los agentes que nos rodean o que introducimos en nosotros mismos?” El problema radicaba en que el hábito además de ubicarse en un terreno obscuro donde escapaba al escrutinio del “ojo fisiológico experimental”, podía ser deficiente, y en forma excesiva podía producir según Padín dos estados fatales: la irritabilidad de las funciones físicas y la locura, entre éstas la monomanía (53). El estudio de la causalidad patológica se modeló a la sombra de constructos de género y edad (54). El útero fue considerado por gran parte de los médicos decimonónicos como un elemento que, en distintos grados, trastornaba la economía 17 femenina. Desde él se explicaban languideces, males de corazón, leucorreas, neuralgias, dispepsias, amenorreas, clorosis y desde él también, siguiendo las ideas de Carmona sobre las simpatías, se explicaban muchos desarreglos y afecciones nerviosas. Las ansiedades de lo nervioso y la carga del género se complementaron médicamente alrededor de los avatares de la edad. Para Mendiburu el temperamento nervioso fue condimentado en las mujeres por el entendimiento de los ciclos femeninos y abordado a través de preguntas que buscaban comprender “la movilidad nerviosa” y la “mayor sensibilidad de la mujer”. En algunas la explicación radicaba en el fácil establecimiento del “imperio de los órganos reproductores”, mientras en otras, la edad y en particular la pubertad anunciaba futuras perturbaciones violentas y adelantaba la dominación del sistema por el organismo (55). Carmona presenta la histeria como una enfermedad del movimiento y del sentido afectada por el exceso de civilización de las grandes ciudades del país (56). Subraya la prevalencia de este desorden entre las mujeres, basado en la tiranía de su organización nerviosa y en las mórbidas consecuencias de sus crisis biológicas. Ahora bien, pese al aparente exceso nervioso desplegado por lo femenino en los textos médicos, este se basa en un contexto particular, en una discursividad nerviosa que incorporó a hombres, mujeres, ancianos, niños y adolescentes (57). De este modo la población en su conjunto fue considerada apta para sufrir debilidades en su sistema nervioso, de poseer temperamentos predisponentes y de desarrollar patologías nerviosas. Tanto hombres como mujeres, afectos por su geografía, su género y las fronteras de la edad, podían heredar o desarrollar las condiciones para el destape de contextos y condiciones nerviosas que representaron un primer paso a la insania. Biografías nerviosas La geografía, la alimentación, el temperamento, la herencia, el hábito, el sexo y la edad, entre otros, ayudaron a instalar las cargas mórbidas de la nerviosidad, entendida esta última en tanto base y patología. Comprendiendo los cursos a través de los cuales se desplazaba o desarrollaba la enfermedad, y previo a los conocimientos bacteriológicos que comenzaron a circular en Chile en las últimas décadas del XIX, la higiene emergió como máxima terapéutica y la biografía como narrativa epistemológica (58). En este contexto, la higiene emergió como una terapéutica cotidiana, imagen de orden y deber ser. Las esporádicas publicaciones de los años 40 anuncian en su control 18 sobre las habitaciones, el aire, el sueño, el vestido, el aseo y la dieta y en su deseo de conformar una herramienta de disciplina individual, su tímida presencia reguladora. Cimentada en traducciones europeas o a través de estudios nacionales, estas obras resaltaron medios de prevención y de combate de los excesos patológicos unidos a la nerviosidad, preocupándose por ejemplo de advertir a todo nervioso de huir “de los perfumadores, de los comerciantes en colores, de los floristas, y sobre todo de los boticarios y fabricantes de productos químicos” pues así como las pinturas recrean la vista pero a la vez fomentan pasiones, los perfumes agitan los nervios “y satisfacen mal los deseos que despiertan” (59). La gradual creación de mapas patógenos y la responsabilidad asociada a hombres y mujeres en el desarrollo de la enfermedad explican el crecimiento experimentado por la higiene en décadas posteriores y la ansiedad médica por conceptuar y precisar los mecanismos que gestan lo mórbido y que gobiernan las “adecuadas” conductas de los individuos. De ahí la llamada -cada vez más frecuente- a los higienistas a ensayar planes que evitaran el desvío del hábito, promovieran la domesticación del cuerpo y de sus conductas y anularan las bases nerviosas sensibles de atraer, conquistar e incorporar la enfermedad. Así como la higiene se instaló asociada a un proyecto de levantar nuevas disciplinas colectivas e individuales, el relato biográfico se presentó como narrativa epistemológica, como un espacio interpretativo, como lugar de archivo y de gestación de conocimiento. El entendimiento y la interpretación de la enfermedad hacia 1850, estuvo claramente marcada por el contexto personal y social del enfermo. Su historia se instaló como hilo conductor del “caso médico”, como dador de sentido, como contexto en el cual las historias mórbidas cobraron significado a través de las causalidades y de la puesta en contexto de la teoría médica. Para el caso de Carmen Marín la biografía, junto con la observación clínica, emergieron como recursos centrales a la formación de saber. Los médicos observaron los síntomas entregados por Carmen y los incorporan en su historia personal, esta se transformó en una herramienta recorrida e interpretada desde las condiciones morales y materiales de su pasado, desde una amplia historia de responsabilidades de género fallidas. En este contexto Carmen es diagnosticada a la sombra de las líneas seculares y católicas y en concordancia con los valores burgueses. Sus tempranos años en el heterogéneo puerto de Valparaíso, su contexto familiar, la relación de su primer ataque con el inicio de la pubertad, con la impresión y el miedo, 19 su intento de suicidio y su comportamiento fueron considerados claves al momento de evaluar rastros patológicos que pudiesen explicar su condición. Las narrativas médicas muestran que a pesar de las fuertes conexiones establecidas a través de la universidad, existieron caminos muy diversos para aproximarse, analizar y teorizar la enfermedad. Parte de estas variaciones pueden ser explicadas por la heterogénea formación de la elite médica asociada a la Universidad de Chile. El vínculo internacional de este grupo dentro de una comunidad profesional reducida jugó un rol central a la hora de entender cómo los médicos se ubicaron intelectual y profesionalmente en las cambiantes circunstancias del Chile de mediados de siglo. El caso de Carmen Marín muestra la competencia entre las teorías médicas y los modos en que representantes de ciertos modelos y espacios de poder negociaron los significados de los desórdenes nerviosos y mentales. Para el caso de Marín, estos modelos reflejan tres aproximaciones a la histeria, marcadas por la primacía del diablo, del útero y del cerebro, los que representan en cierto sentido, tres opuestos pero interrelacionados marcos “usados” por los médicos para promover teorías fisiológicas y anatómicas contemporáneas que les ayudaron a caracterizar las leyes patológicas de la locura y a instalar su autoridad científica y laboral. La producción presentada da cuenta de un incremento del debate médico a mediados del siglo. Este comenzará a refinarse a partir de 1870 gracias al aumento en la producción científica, asociado al surgimiento de la revista médica en 1872, a una mayor cantidad de tesis monográficas sobre afecciones nerviosas y mentales y a un crecimiento en los diagnósticos e historias clínicas sobre dichas afecciones. Este material refleja las herencias recibidas por el marco pre-psiquiátrico de los setenta, visible en la persistencia de ideas sobre el temperamento y sus agentes modificadores (en palabras de Hurtado) y sobre las causas que incidían en el sistema nervioso (siguiendo a Mendiburu). De este modo, el histérico, definido hacia 1878 por Santander como una “afasia cerebro-espinal caracterizada por el rompimiento del equilibrio normal que existe entre el cerebro y la medula espinal” siguió siendo explicado por una variedad de discursos que responsabilizaban a las emociones morales fuertes, las depresiones, los pesares, el cambio de una posición social, las pasiones sexuales no satisfechas, los desórdenes menstruales, las lesiones crónicas del útero y la alimentación, entre varias otras (60). La hipocondría definida por Tobar en 1877 como una afección eminentemente nerviosa “sin lesión local ni cambio en la circulación y calorificación, caracterizada 20 por desórdenes mas o menos notables en las facultades afectivas y sensoriales, y cuyo punto de partida se halla de preferencia en una enfermedad antecedente de los órganos dijestivos y sus anexos”, reprodujo parte de las ideas trabajadas veinte años antes. Los nerviosos reafirmaron su carácter susceptible de contraer la afección o de verse afectado por impresiones desagradables. La edad siguió siendo central en el desarrollo de la nerviosidad que “es como quien dice una máquina eléctrica pronta a dar chispa; el amor, la cólera, la tristeza, todas las pasiones, como almacenadas, son electricidad en tensión” (61). La afección respondió de este modo a un contexto difícil de jerarquizar, toda vez que ocio y trabajo se patologizaron dependiendo de cargas sociales, de género y de clase. La fantasía, las pasiones, los vicios, se confundieron en tanto causa y efecto, “son muchas veces efectos de una alma enfermiza de por sí, pero en otras son el foco de diversas enfermedades de ánimo y de cuerpo. Causas predisponentes algunas veces, tórnanse otras en determinantes” (62). La conceptualización psiquiátrica como señala Bullough, se enlaza con ideas preexistentes de enfermedad, con las epistemologías asociadas a lo nervioso, con las capas de conocimiento heredadas, se cubre de significados que dificultan y al mismo tiempo enriquecen el estudio de la locura y de sus usos (63). Parte de la pervivencia nerviosa en las primeras categorizaciones sobre las enfermedades mentales se transparenta en el caso de Carmen Marín y también en el informe presentado en 1863 por el Dr. Elguero tras tres años como médico de la Casa de Locos. Tras problematizar la clasificación de las enfermedades mentales y optar por su ordenamiento causal, Elguero destaca el lugar de la biografía y revela la presencia de las ideas trabajadas en el decenio anterior, identificando causas morales (religión, amor y celos, pesares, reveses de fortuna, ambición y orgullo), relativas a excesos (libertinaje, onanismo, abuso de bebidas alcohólicas), mórbidas (sífilis, meningitis, desórdenes de partos laboriosos, abortos e idiotismos) orgánicas (irritabilidad excesiva) y desconocidas (64). Tras diez años de funcionamiento de la Casa de Locos, este estudio parece ser el primero en gestarse desde los incipientes espacios formales de la cultura prepsiquiátrica y en dar cuenta cómo las ideas médicas sobre la locura –representadas mayormente en el asilo por las manías- se forjaron desde un híbrido entre nuevos y viejos marcos interpretativos, conectados no sólo con los tímidos ideales de la anatomía patológica sino con una heterogeneidad asociada a la nerviosidad. El cóctel nervioso se enlazó con nuevas aspiraciones clínicas, mientras los planteamientos sobre lesiones 21 anatómicas comenzaban a ser disputados por los médicos. Como plantea Valderrama “Si la tendencia a localizar, carácter dominante de las escuelas anátomo-patolójicas, es en muchas ocasiones útil para el estudio y el diagnóstico de una afección mórbida cualquiera, no es menos cierto que esta localización y las descripciones hechas en la sala de disección no son las mas a propósito para descubrir el carácter de las enfermedades” (65). Ahora bien, junto a las sospechas despertadas por el método clínico y siguiendo los resquemores planteados por Bruner, aparecen las dudas sobre la transparencia de lo nervioso. “Actualmente, (...) el número de (...) asmas puramente nerviosas, ha disminuido de una manera muy considerable, puesto que nadie duda de que con harta frecuencia se consideraban como asmáticas muchas personas que padecían de una enfisema pulmonar” (66). Las décadas posteriores al medio siglo acompañaron la gradual conceptualización médica de la locura. En este escenario, las autoridades continuaron cuestionando, en paralelo al incremento de la estadística y al afán cuantitativo desplegado por el estado, el porqué de la anormalidad. Como advertía hacia 1859 un informe del Ministerio del Interior, mientras Francia contaba con “un imposibilitado físicamente por cada 137 habitantes y uno intelectualmente por cada 800 habitantes” Chile presentaba “un individuo imposibilitado corporalmente por cada 89 habitantes, y un imposibilitado intelectualmente (loco o fatuo) por cada 772 habitantes”. En este escenario, la autoridad médica continuó en ascenso mientras la ciencia siguió presentando nuevas ideas sobre el cuerpo, la mente y la enfermedad mental situando a Chile y a sus ciudadanos como contextos centrales a analizar “¿Acaso entre nosotros los órganos de los sentidos o la razón individual son mas débiles e imperfectos? ¿El clima, el método de vida y la constitución física pueden tener alguna influencia en la repetición de estos hechos?” (67). El entendimiento médico de la locura y el desarrollo de la temprana psiquiatría no se entienden sin las condiciones de gestación de una elite médica, sus modos de producción y circulación de conocimiento, sus debates y búsquedas en torno a la idea de enfermedad. En este paisaje la nerviosidad surge como parte de las capas transversales que dieron forma a las diversas aproximaciones a la locura y que se articularon tanto con las futuras ideas que ordenaron y levantaron la disciplina, como con los conocimientos, representaciones y constructos que rodearon la idea de la enfermedad mental a fines del siglo XIX. 22 NOTAS Y REFERENCIAS 1. Valderrama A. Casada con un muerto. En: Obras escogidas en prosa de don Adolfo Valderrama, Imprenta Barcelona, Santiago, 1912, p. 519 2 La enseñanza de estas afecciones cuenta con un primer intento en 1869 y un segundo en 1881 cuando se acuerda crear esta clase asociada al curso de patología interna. Boletín de Instrucción Pública. En: Anales de la Universidad de Chile (AUCh) LX, Imprenta Nacional, Santiago, 1881, p. 467. 3. Leighton T. Answer to the questions proposed by the Royal College of Physicians, Royal College of Physicians, Documento 3053, 1829, sin foja. Las traducciones son mías a no ser que se indique. 4. Poeppig E. Un testigo de la alborada de Chile (1826-1829). Zig Zag, Santiago, 1960, p. 205 5. Cruz Coke R. Historia de la Medicina Chilena, Andrés Bello, Santiago, 1995 y Zárate S. Dar a luz en Chile, Siglo XIX, DIBAM, Santiago, 2007. 6. El periódico contiene una de las primeras publicaciones sobre lo que podríamos llamar psiquiatría forense, atribuidas al médico José de Passamán formado en París con un trabajo sobre las pasiones. Ver Costa R. José de Passamán. Padre de la Medicina Legal en Bolivia, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, 2005. 7. Las décadas post Independencia están marcadas por un tímido debate sobre ciudadanía, responsabilidad civil y penal asociadas parcialmente a la demencia y a algunas conductas como la ebriedad. Esta última será discutida durante todo el XIX y reflotada cada cierto tiempo según contextos, debates o llegada de nuevos conceptos. Ver por ejemplo la diferenciación entre beodez, exhilaridad y ebriedad hacia 1828 “la borrachera tiene un influjo directo sobre los grandes crímenes, es necesario castigar con rigor. ¿Por qué en los casos de robos y de otros crímenes, no se admite la escusa de beodez? Porque la ley conceptúa que un beodo no tiene bastante reflexión, ni aptitud para cometer este delito ¿Y las tendrá para dar una puñalada de muerte? Es de toda la necesidad que nos pongamos en armonía con las naciones de primer orden, y que trabajemos mas o adoptemos otro código penal que nos rija.” (Policía. Ataques a la Seguridad Pública. El Mercurio Chileno, num VIII, noviembre, Imprenta Ramon Rengifo, Santiago, p. 363) 23 8. Medicina Legal. De la Libertad Moral. El Mercurio Chileno, Junio, 1828, p. 117-118. 9. Medicina Política. De la Libertad Moral. El Mercurio Chileno, Abril de 1828, p. 29. 10. Comprender la enfermedad y sus causas preocupaba tanto a médicos como a políticos e intelectuales que indagaban en la constelación de la moral y el derecho. La moral, descrita por Lastarria como la ciencia general de la conducta o del bien humano, debía ayudar a los hombres a alcanzar su destino. “Ella prescribe al hombre que tenga cuidado con su cuerpo, abandonando sin embargo, a la higiene y a la medicina los preceptos de la salud.” Délano LH (ed). Lastarria, Secretaría de Ed. Pública, México, 1944, pp. 130-131. 11. Hacking I. The Taming of Chance, Cambridge University Press, Cambridge, 2005. 12. Antecedida por la intermitente cátedra de medicina de la Universidad de San Felipe (1756) y posteriormente, la enseñanza médica en el Instituto Nacional (1833). Ver por ejemplo Lira G. Ciento cincuenta años de enseñanza de la medicina interna en Chile independiente, An chil hist med, año 2, vol 2, 1960, pp. 103-137. Para el período anterior ver, Costa C. Los estudios médicos durante la colonia, An chil hist med, año 2, pp. 37-103. Sobre la Universidad de Chile ver Jáksic I, Serrano S. In the Service of the Nation: The Establishment and Consolidation of the Universidad de Chile, 1842-79. The Hispanic American Historical Review 70, num 1 (feb. 1990), pp. 139-171 y de Serrano S. Universidad y nación. Chile en el siglo XIX, Universitaria, Santiago, 1994. 13. Los estudios publicados corresponden a trabajos publicados en los AUCh, revistas médicas esporádicas, revistas laicas, periódicos y otros documentos. 14. El marco europeo apropiado, cuestionado y adaptado es presentado en la gran parte de los estudios y artículos médicos publicados en Chile durante el medio siglo. Ver por ejemplo, Blanco Cuartín M. Memoria sobre la historia de la filosofía y la medicina. La Semana, 3 y 10 de diciembre de 1859. 15. Porter R. Nervousness, Eighteenth and Nineteenth Century Style: From Luxury to Labour. Cultures of Neurasthenia: From Beard to the First World War: 63 (Clio Medica/Wellcome Institute Series in the History of Medicine). Rodopi, London, pp. 3148. 2001. 24 16. Shorter E. A Historical Dictionary of Psychiatry. Oxford University Press, New York, 1995 y: From Paralysis to Fatigue: A History of Psychosomatic Illness in the Modern Era, Free Press, New York, 1993. 17. Goldstein J. Console and Classify. The French Psychiatric Profession in the Nineteenth Century, The University of Chicago Press, London, 2001. Para una mirada general sobre enfermedad mental en el XIX ver Bullough V. Concepts of Mental Illness in the West, Cambridge World History of Human Disease, Cambridge University Press, Cambridge, 1993, pp. 59-85 18. Huertas R. El Siglo de la Clínica. Frena, Madrid, 2005 19. Estas aparecen circulando en el paisaje médico y legal chileno asociadas a estudios sobre terapéutica, informes gubernamentales, estudios de derecho y a las evaluaciones facultativas de procesos judiciales, tendientes a determinar capacidades e incapacidades, así como responsabilidades e irresponsabilidades. Los significados de la locura a través de sus usos judiciales, específicamente en procesos que abordan problemáticas asociadas a la responsabilidad y a la capacidad civil, constituyen un aspecto central de mi investigación doctoral. 20. Las acepciones de los términos nervio, nervino, nerviosidad y nervioso aparecidas en las diferentes ediciones del Diccionario de la Lengua Castellana durante el siglo XIX dan cuenta de la gradual instalación de los nervios y de la nerviosidad como base de organización corporal y como padecimiento, respectivamente. El significado de lo nervioso pasa de ser identificado como “lo que tiene propiedad de los nervios y es fuerte y robusto como ellos, en lo físico o en lo moral” (RAE, X Edición, 1852) a “el que padece de los nervios” (RAE, XI Edición, 1869) y “aplícase a la persona cuyos nervios se excitan fácilmente” (RAE, XIII Edición, 1899). Durante la segunda mitad del XIX el significado de lo nervioso se acerca cada vez más a un padecimiento que involucra un problema en el sistema y que afecta, sea en tanto origen o efecto, la difusa frontera entre sensaciones, impresiones y facultades mentales. 21. Noguera J. Del elemento nervioso de que se sirve la naturaleza como de una condicion primera para la produccion de la vida en todos los seres. AUCH, Santiago, 1849. 22. Carmona MA. Sobre las enfermedades que se estan padeciendo en Chile i los medios que se deberían emplearse, con el objeto de prevenirlas i desterrarlas. Revista Médica. Imprenta Julio Belin, Santiago, 1853. 25 23. La relación entre lo nervioso, la ciencia médica y la sociedad de consumo a través de la publicidad la he estudiado para el caso inglés en ‘The Plague of Nerves’ Medical advertisements & Victorian Society, 1880-1910, tesis inédita Master Medicine, Science and Society, Birkbeck College, 2007. 24. La publicación de Armando Roa (Roa A.. Demonio y Psiquiatría. Aparición de la conciencia científica en Chile, Editorial Andrés Bello, Santiago 1974) contiene la edición de Carmona de La Endemoniada de Santiago. Este presenta reportes médicos del caso Marín más el informe de Bruner publicado por El Ferrocarril en 1857. Algunos de estos textos circularon también como folletines en periódicos y en revistas médicas. Los reportes “solicitados y obtenidos en legal forma” según Carmona fueron nueve. El primero correspondió al presbítero José Raimundo Zisternas, el segundo a Andrés Laiseca, médico de la Universidad de Bogotá que identificó la enfermedad como histérico, el tercero a Juan Mac Dermott, quien firma como miembro del Colegio Real de Médicos de Londres y que considera el desorden como mal histérico. Eleodoro Fontecilla, Joaquín Barañao, Zenón Villareal y Vicente Padín se abstuvieron de dar un diagnóstico, mientras que el español Benito García Fernández aprobó la posesión demoniaca y Manuel Antonio Carmona la histeria uterina. 25. El reporte de García fue publicado en los periódicos Diario y País y además en su Revista Médica de Santiago usada como plataforma para la difusión de sus ideas homeopáticas. 26. Ver por ejemplo el vínculo entre las prácticas científicas alternativas y las creencias supernatuales planteado por Vicuña, 2006 y para el caso inglés ver Hayward R. Demonology, neurology, and medicine in Edwardian Britain. Bull Hist Med, The Johns Hopkins, v 78, 2004, University Press. 27. Bruner J. La endemoniada de Santiago o el Demonio en la Naturaleza y la Naturaleza del demonio. Una monografía médico-psicolójica, Imprenta El Ferrocarril, Santiago, 1857. 28. Por ejemplo la tesis presentada tras ocho años de su llegada en los AUCh. Bruner J. El cerebro de los animales i del hombre reducido a sus tipos fundamentales como símbolos de su funcion psicológica. AUCh, Santiago, 1855. 29. Bruner sigue algunos de los postulados de Gall sobre las ideas naturalistas y monistas sobre la mente y la creencia que las facultades mentales deben ser vistas fisiológicamente como funciones del cerebro. 26 30. Y sobre el miedo y sus efectos, “Bastará decir que un susto puede causar la gota coral, la parálisis, la demencia y aun la muerte repentina. En las campañas y entre los sirvientes reina mucho la costumbre de contar a los niños esos cuentos absurdos, que les hacen temblar, poniendo su imaginacion bajo un pié de exaltacion considerable, que les obliga en la noche a asustarse y aun entrar en convulsion por el menor ruido (...) Todas las pasiones fuertes que afectan vivamente el alma, producen una violenta convulsion en el cuerpo, por cuyo motivo son muy nocivas a la salud” (Miquel J. Catecismo Hijiénico o Arte de Conservar la Salud, Prolongar la vida I prevenir las enfermedades. Adaptado al clima, temperamento, usos i costumbres de Chile, Imp. del Ferrocarril, Santiago, 1859, pp. 159-160. 31. Bruner J. La endemoniada de Santiago.., op. cit., p. 363. También en el texto publicado en el Ferrocarril, p. 23. 32. En este ejercicio Carmona no hace más que legitimar la experiencia de la posesion diabólica, pese a que para el caso particular de Carmen Marín no aplica este diagnóstico. 33. Carmona MA. La Endemoniada de Santiago. Imprenta y Librería del Mercurio, Valparaíso, 1857. 34. Carmona sigue también las ideas planteadas por el médico español Baltasar de Vigueras en su texto Fisiología y Patología de la Mujer, el cual es facilitado por Mendiburu. 35. Mendiburu AM. Memoria sobre el Sistema Nervioso-Ganglionar, AUCh, Santiago, 1848, p. 466. 36. Como plantean Clarke y Jacyna, (Clarke E, Jacyna LS. Nineteenth-Century Origins of Neuroscientific Concepts, University of California Press, 1987) el uso de las simpatías en el sistema nervioso en Europa data del siglo XVIII y juega un rol central hasta mediados del siglo XIX. Estas corresponden a transmisiones nerviosas que explican las relaciones entre síntomas y características mórbidas. En el caso de Carmen Marín por ejemplo la teoría simpática ganglionar intentó explicar la aparente anarquía entre el diagnóstico uterino y su variada expresión sintomática. 37. Mendiburu AM. op. cit., p. 465 38. Pickstone J. Ways of Knowing: Towards a Historical Sociology of Science, Technology and Medicine. British Journal for the History of Science, 26 (1993), pp. 433-458. 39. Mendiburu AM. op. cit, p. 470 27 40. El interés de los médicos extranjeros por las temáticas locales causó fricción con los médicos chilenos. Algunos europeos fueron acusados de ignorancia en asuntos nacionales, usualmente tras estos reclamos estaba la necesidad de una comunidad local de legitimar su autoridad. Sobre este tema encontramos, por ejemplo, el problema de Indelicato y Blest en 1834. Sobre geografía médica en América Latina ver trabajos de Lossio y García. 41. Tocornal J. Hijiene pública. Causas principales de las enfermedades de Santiago, AUCh, Santiago, 1849, p. 35. 42. Cortés M. Influjo del temperamento de la Serena sobre las enfermedades mas comunes a esta ciudad, AUCh, Santiago, 1854, p. 22 43. Cortés M. op.cit..., p. 24. 44. Bruner JJ. Fragmentos de una Hijiéne Pública de Santiago. AUCh. Santiago, 1857, p. 311. 45. Hurtado S. De la exploración de las enfermedades por el temperamento, AUCh, Santiago, 1852, pp. 422 46. Mendiburu AM. op.cit..., p. 475. 47. El temperamento, heredero de la tradición galénica, fue reconceptualizado en Europa al alero de la tradición localista planteada por la anátomo-patología, recibiendo el nombre, según plantea Olby de diathesis. Olby R. Constitutional and Hereditary Disorders. En Bynum, W. y Porter, R. (eds). Companion Encyclopedia of the History of Medicine I. Routledge, London, 1993, pp. 412-437. 48. Miquel J. Acerca de las enfermedades hereditarias en Chile i con especialidad en Santiago AUCh, Santiago, 1854, pp. 351-355, p. 351. 49. Idem, p. 353. 50. Miquel J. op. cit., p. 354. Cinco años después publica su catecismo donde vuelve a subrayar el peligro de una imaginación desbocaba y el rol de la contención y prudencia como prevención de patologías. “...un susto puede causar la gota coral, la parálisis, la demencia i aun la muerte repentina. En las campañas i entre los sirvientes reina mucho la costumbre de contar a los niños esos cuentos absurdos, que les hacen temblar, poniendo su imaginación bajo un pié de exaltación considerable (...) Todas las pasiones fuertes que afectan vivamente el alma, producen una violenta convulsión en el cuerpo, por cuyo motivo son muy nocivas a la salud, si es que no causan la muerte..” Miquel J. Catecismo Hijiénico o Arte de Conservar la Salud, Prolongar la 28 vida i prevenir las enfermedades. Adaptado al clima, temperamento, usos y costumbres de Chile, Imp. del Ferrocarril, Santiago, 1859, pp. 159-160. 51. Padín V. Memoria sobre el Hábito, presentada a las Facultadas de Medicina y Ciencias Físicas el 12 de junio de 1849. Revista de Santiago, T III, Imprenta Chilena, Santiago, 1849. 52. Hurtado S. op.cit., p. 425. 53. Padín V. Hábito, i si es propiedad vital, AUCh, Santiago, 1859, p. 155-157. 54. Zárate, S. Dar a luz en Chile, Siglo XIX. DIBAM, Santiago, 2007 y Araya, C. La construcción de una imagen femenina a través del discurso médico ilustrado. Chile en el siglo XIX. Historia 39, PUC, Santiago, v. 1, 2006. 54. Mendiburu AM. op. cit., p. 474. 55. Carmona MA. Sobre la constitucion médica reinante, con las esplicaciones consiguientes, para demostrar la realidad de tal hecho, su carácter peculiar i sus perniciosas influencias en los habitantes de Santiago, Revista Médica, Santiago, Imprenta de Julio Belin, 1853, p. 31 56. Como plantea Busfield la locura en el XIX tomó muchas formas, algunas de las cuales se articularon –a través de diversas variantes– con lo femenino y lo masculino. Problematizando el trabajo de Schowalter en su clásico The Female Malady, Busfield advierte sobre el peligro de análisis aislados que anulen las relaciones de género, sobre representen la agencia de la ciencia sobre los cuerpos, minimicen las voluntades de los sujetos y reproduzcan “una” imagen femenina como enferma y nerviosa per se. Busfield J. The Female Malady? Men, Women and Madness in Nineteenth Century Britain, Sociology, v. 28, n. 1, pp. 259-277. 1994 57. “La hijiene o hijiotecnia es un arte que se propone por medio de los modificadores cósmicos e individuales, mantener, colocar o restablecer al hombre sano o enfermo, aislado o reunido en sociedad, en las condiciones mas favorables al desarrollo regular de su organización física, intelectual y moral” Allende R. De la hijiene en jeneral: conferencias populares en la Escuela Blas Cuevas. La Patria, Valparaíso, 1873, p.4. 58. Museo de Ambas Américas II, 1842, p. 190. Los tratados de medicina doméstica y terapéutica se incrementan notoriamente hacia fines de 1860 y continúan dando cuenta de la persistencia de las asociaciones entre sistema, temperamento, afección nerviosa y locura. 29 59. Santander F. Algunos casos de histérico causados por enfermedades del tubo digestivo. 1878. Manuscrito del Fondo Facultad de Medicina, Biblioteca Museo Nacional de Medicina Enrique Laval. 60. Tobar C. Consideraciones sobre la Hipocondría. AUCh. Santiago, 1877. También en Rev Med Chile, Santiago. Agosto, 1878, pp. 16-24. 61. Tobar C. op. cit., p. 881 62. Bullough V. Concepts of Mental Illness in the West. En op. cit., pp. 59-85. 63. Elguero JR. Informe del Medico de la Casa de Locos, MMI, Imprenta Nacional, Santiago, 1863. Elguero subraya que su informe representa el primer trabajo de este tipo realizado en Chile. 64. Valderrama A. Naturaleza de las enfermedades, AUCh, Santiago, 1862, pp. 450-456, p. 451. 65. Rossello M. Sobre la influencia que la anatomía patológica ejerce respecto de algunas enfermedades, AUCh, Santiago, 1855, pp. 85-97, p. 93. 66. Campos JA. Anexo en: Memoria del Ministerio del Interior. Imprenta Nacional, Santiago, 1859, p. 43. 30