Índice Gracias El rey cuervo Avisos principales de contenido CAPÍTULO UNO CAPÍTULO DOS CAPÍTULO TRES CAPÍTULO CUATRO CAPÍTULO CINCO CAPÍTULO SEIS CAPÍTULO SIETE CAPÍTULO OCHO CAPÍTULO NUEVE CAPÍTULO DIEZ CAPÍTULO ONCE CAPÍTULO DOCE CAPÍTULO TRECE CAPÍTULO CATORCE CAPÍTULO QUINCE CAPÍTULO DIECISÉIS Agradecimientos de la autora Créditos Graci ¡Te damos las gracias por adquirir este libro electrónico de KAKAO BOOKS! Para recibir información sobre novedades, ofertas e invitaciones, suscríbete a nuestra lista de correo o visítanos en www.kakaobooks.com. KAKAO BOOKS es un proyecto totalmente independiente. Traducir, editar y distribuir este tipo de libros nos cuesta mucho tiempo y dinero. Si los compartes ilegalmente, dificultas que podamos editar más libros. La persona que escribió este libro no ha dado permiso para ese uso y no recibirá remuneración alguna de las copias piratas. Intentamos hacer todo lo posible para que nuestros lectores tengan acceso a nuestros libros. Si tienes problemas para adquirir un determinado título, contacta con nosotras. Si crees que esta copia del libro es ilegal, infórmanos en www.kakaobooks.com/contacto. El rey cuvo (A F The Ge 2) Na Savic Avisos principales de contenido Menciones de suicidio e intentos de suicidio, autolesiones, referencias a abusos sexuales a menores, violencia sexual, abuso psicológico, comportamiento agresivo y autoagresivo, homofobia, escenas de violencia gráfica. CAPÍTULO UNO Daba la sensación de que Halloween había llegado con dos meses de antelación. La semana anterior la Universidad Estatal de Palmetto había celebrado el inicio de curso cubierta de serpentinas blancas y naranjas. A lo largo del fin de semana, alguien había sustituido los lazos blancos por otros de color negro que cubrían el campus con una apariencia de luto. Para Neil Josten no era más que un homenaje barato, pero puede que fuera solo su cinismo el que opinaba así. En su opinión, el hastío que sentía era comprensible. A sus dieciocho años había visto morir a más personas de las que podía contar. La muerte era algo desagradable, pero el dolor en su pecho le resultaba tolerable y familiar. La muerte por sobredosis de Seth Gordon, el pasado sábado por la noche, debería haberle afectado más, ya que había compartido equipo y cuarto con él durante tres meses, pero Neil no sentía nada. Seguir vivo ya era lo bastante difícil; no tenía tiempo para preocuparse de las desgracias ajenas. La música rock retumbó en el coche, llenando el silencio durante un segundo, pero fue acallada tan rápido como había empezado. Neil dejó de prestar atención a la decoración y miró hacia delante. Nicholas «Nicky» Hemmick apartó la mano del salpicadero maldiciendo por lo bajo. En el otro extremo del asiento trasero, Aaron Minyard, el primo de Nicky, propinó un empujón al respaldo del conductor. Neil no estaba seguro de si intentaba regañarle por tratar de fingir que era un día cualquiera o mostrarle su apoyo silencioso. La relación entre los primos era un embrollo caótico y Neil no sobreviviría el tiempo suficiente como para desenredarlo. Nicky volvió a alargar la mano hacia la radio. Kevin Day ocupaba el asiento del copiloto, por lo que fue el primero en verlo. —No pasa nada —dijo, apartándole la mano—. Déjalo estar. —No quiero hacer esto —dijo Nicky en un murmullo abatido. Nadie respondió, aunque Neil creyó que estaban todos de acuerdo. Nadie tenía ganas de entrenar hoy, pero no podían permitirse más días de descanso en plena temporada. Al menos el entrenador Wymack había convocado su regreso a la cancha un miércoles por la tarde, el día en que Andrew Minyard, el hermano gemelo de Aaron, tenía su sesión semanal con su terapeuta. Por lo general, los estados de ánimo incontrolables de Andrew no suponían un problema, pero su sonrisa no hacía de él una persona amistosa en absoluto. Teniendo en cuenta su temperamento, la reacción de Andrew a la muerte del miembro del equipo a quien más despreciaba solo podía acabar en desastre. La reunión de equipo del domingo debería haber sido una ocasión para que los Zorros se acompañaran mutuamente en su duelo, pero, en vez de eso, Andrew y Matt habían acabado a puñetazos. Tras aquel incidente, Wymack había tomado la decisión inamovible de separarlos. Los veteranos se mudaron a casa de Abby Winfield, la enfermera del equipo, y Kevin y los primos fueron desterrados a la residencia de estudiantes. Neil se habría quedado allí también, pero Wymack no quería que estuviera solo en la habitación que había compartido con Matt y con Seth. Así que acabó pasando un par de noches en el sofá del entrenador. En lo que a él respectaba, Wymack no tenía de qué preocuparse, pero Neil sabía que no valía la pena discutir. Seth murió la noche del sábado y fue incinerado el lunes por la tarde. Según decían, su madre había firmado todos los papeles, pero ni siquiera acudió al crematorio a recoger las cenizas de su hijo. Fue Allison Reynolds, la central de defensa de los Zorros y novia a ratos de Seth, quien se quedó con la urna. Neil no sabía si planeaba enterrarla o guardarla en su habitación lo que quedaba de curso. No tenía intención de preguntar. Aún no sabía qué pensar acerca del papel que él mismo podría haber jugado en la muerte de Seth. Hasta que se aclarara, prefería evitar a Allison por completo. Allison no iba a estar en el entrenamiento, pero los demás sí. Neil no había visto a los veteranos desde el domingo por la mañana y sabía que el reencuentro sería complicado. Sin embargo, solo faltaban dos días para el segundo partido de la temporada y tenían que encontrar la manera de que aquello funcionase. Las probabilidades de los Zorros nunca habían sido especialmente alentadoras, pero esta temporada presentaba un panorama desolador. Si antes habían sido el equipo de exy más pequeño de primera división, ahora tenían el número mínimo de jugadores con el que podía contar un equipo y seguir cumpliendo los requisitos para jugar en la liga. Habían perdido a su único veterano de quinto año y lo que quedaba de su línea ofensiva eran un campeón nacional lesionado y un novato. El naranja invadió los límites de su campo de visión. El estadio de exy de la Estatal de Palmetto no pasaba desapercibido. Estaba construido para albergar a sesenta y cinco mil aficionados y pintado del naranja y el blanco más intensos que la universidad había sido capaz de encontrar. Huellas de zorro gigantescas decoraban las cuatro paredes exteriores. Los lazos se extendían hasta allí: todas las farolas del aparcamiento y todos y cada uno de los veinticuatro accesos al estadio estaban cubiertos de negro. La gente había levantado un homenaje silencioso en la entrada de los Zorros. La puerta estaba cubierta con fotos de Seth con sus amigos y mensajes de sus profesores. Nicky detuvo el coche junto al bordillo, pero no apagó el motor. Neil se bajó y miró por encima del capó para contar los coches patrulla que había en el aparcamiento. La presencia de Kevin en el equipo implicaba la necesidad de un despliegue de seguridad a tiempo completo, pero la cantidad de agentes se había duplicado desde el traslado del antiguo equipo de Kevin al distrito sureste. Neil empezaba a acostumbrarse a ver a la policía del campus allá donde fuera, pero nunca dejaría de detestar su presencia. Nicky se marchó en cuanto Aaron y Kevin se hubieron bajado del coche. No tenía sentido que se cambiara para entrenar, ya que en media hora tendría que ir a recoger a Andrew del Centro Médico Reddin. Neil observó el coche salir del aparcamiento hacia la carretera y después se volvió hacia sus compañeros. No era ningún secreto que el grupo de Andrew odiaba a Seth, pero Aaron y Nicky aún eran lo bastante humanos como para sentirse descolocados por su muerte repentina. La reacción inicial de Kevin fue insensible, pero también era cierto que había recibido la noticia mientras estaba borracho como una cuba. Neil no sabía si la resaca había traído consigo el arrepentimiento. Desconocía cuál de ellos sería el primero en admitir su apatía, pero su paciencia tenía un límite. Tras treinta segundos sin que ninguno de los dos se moviera, Neil se dio por vencido y se dirigió a la entrada de los Zorros. Se suponía que el código cambiaba una vez cada dos meses, pero con los Cuervos en su distrito, ahora Wymack lo cambiaba todas las semanas. Esta semana eran los últimos cuatro dígitos del teléfono de Abby. Neil empezaba a pensar que sus compañeros tenían razón sobre la relación invisible entre Wymack y ella. Caminaron en fila por el pasillo hasta los vestuarios. La puerta no estaba cerrada con llave y las luces de dentro estaban encendidas, pero en el salón no había nadie. Neil fue a investigar mientras Aaron y Kevin se acomodaban. Un pasillo unía el salón con el recibidor, la sala oficial para ruedas de prensa donde los Zorros hablaban con los periodistas antes y después de los partidos. La puerta en la pared del fondo del recibidor, que daba paso al estadio en sí, seguía cerrada con llave. Neil volvió sobre sus pasos hasta el pasillo donde estaban los vestuarios y los despachos. La puerta del despacho de Wymack estaba cerrada, pero si se paraba a escuchar podía oír el sonido de la voz apagada del entrenador a través de la madera. Satisfecho al saber que no había nadie allí que no debiera estar, Neil regresó junto a los otros. Cuando llegó, Aaron y Kevin estaban recolocando los muebles. Los observó mientras empujaban los sofás y sillones hasta formar una V. —¿Qué estáis haciendo? —Estamos buscando la forma de que quepamos todos — dijo Aaron—. A no ser que quieras pasarte la temporada entera mirando un asiento vacío. —El número de cojines no ha cambiado —dijo Neil. —Cuatro personas apenas caben en un sofá. Cinco sería imposible. —¿Cinco? Kevin lo miró como si fuera idiota. A esas alturas, Neil conocía de sobra aquella mirada, pero tras cuatro meses entrenando con Kevin, aún le ponía de los nervios. —Tienes claro cuál es tu sitio, ¿no? —preguntó Kevin. Hasta la noche del sábado, Neil nunca habría sido lo bastante estúpido como para creer que había sitio para él allí. Andrew le había prometido que podía hacer que eso cambiara, pero su protección tenía un precio. Lo protegería de su pasado siempre y cuando Neil lo ayudara a evitar que Kevin abandonara la Estatal de Palmetto. Parecía bastante fácil, pero Nicky le había advertido que la situación era más compleja de lo que parecía. Hiciera lo que hiciera, tendría que ser como parte del grupo disfuncional de Andrew. Ya no podía seguir escondiéndose entre bambalinas. Contempló otra vez la nueva disposición del salón y de pronto lo comprendió. Durante el verano, los cuatro miembros del grupo de Andrew se habían apelotonado en un solo sofá. Ahora podían dispersarse, tres en el sofá y los demás en dos sillones a cada lado de este. Al resto de veteranos les tocaba el sofá y el sillón que habían colocado enfrente. Neil se dirigió a uno de los sillones laterales, ya que siempre había tenido el asiento exterior, pero Aaron se sentó en él antes de que pudiera reclamarlo. Neil tardó un segundo más de la cuenta en reaccionar. —A ti te toca en el sofá, con Kevin y Andrew —explicó Aaron—. Siéntate. —No me gusta estar rodeado —dijo Neil—, y no quiero sentarme al lado de tu hermano. —Nicky ha aguantado un año entero —dijo Aaron—. Apáñatelas. —Vosotros sois su familia —protestó Neil, aunque eso no significaba nada para ellos. Wymack solo fichaba atletas que provenían de hogares rotos. En la Madriguera, la palabra «familia» era una fantasía creada para que las novelas y las películas fueran más entretenidas. Neil sabía que era una causa perdida antes incluso de terminar de decirlo, así que se sentó en el sitio que Aaron le había asignado. Kevin fue el siguiente en sentarse, dejando un espacio libre para Andrew entre él y Neil. Este echó un vistazo alrededor y se preguntó cómo se adaptarían los veteranos a la nueva distribución de la sala. Su mirada se posó en el enorme calendario colgado encima de la televisión y sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago conforme leía la lista. El viernes trece de octubre era el día en que los Zorros, los últimos de la liga, se enfrentaban a los cabezas de serie, los Cuervos de la Universidad Edgar Allan. El partido tenía todas las papeletas para ser un auténtico desastre. Al fondo del pasillo, Wymack abrió la puerta de su despacho, pero medio segundo más tarde el teléfono empezó a sonar. El entrenador no se molestó en cerrar la puerta antes de contestarlo. Por lo que Neil fue capaz de escuchar, alguien estaba hostigándole sobre el tamaño del equipo. La evidente irritación de Wymack hacía que sus esfuerzos por tranquilizar a la otra persona no fueran muy convincentes, pero Neil sabía que su fe era sincera. Al entrenador le daba igual si había nueve Zorros o veinticinco. Los apoyaría hasta el amargo y sangriento final. Wymack aún estaba al teléfono cuando se abrió la puerta del salón. La capitana Danielle Wilds fue la primera en entrar, con Matt Boyd, su novio, y Renee Walker, su mejor amiga, pisándole los talones. Apenas habían dado dos pasos cuando se detuvieron de golpe. Dan señaló a Neil, pero se dirigió a Kevin cuando habló: —¿De qué va esto? —Sabías lo que significaba que nos lo lleváramos el sábado por la noche —contestó Aaron. Wymack colgó el teléfono de un golpe. Neil se preguntó si la discusión habría terminado de verdad o si había utilizado la llegada de más Zorros como excusa para colgar. Unos segundos después, el entrenador entró en el salón y siguió el dedo de Dan. Miró primero a Neil, luego a Kevin y después a Aaron para finalmente echar un vistazo a la nueva disposición de los muebles. Volvió a mirar a Neil. —Si la memoria no me falla, Andrew no te soportaba — dijo Wymack. —Sigue sin hacerlo —respondió él, pero no se molestó en explicarse. —Interesante. —El entrenador lo repasó con la mirada una vez más antes de girarse hacia los veteranos—. ¿Por qué no os sentáis? Tenemos que hablar. Wymack se apoyó en el mueble de la televisión y esperó a que se acomodaran. Cruzó los brazos y observó a cada uno de sus Zorros. —Abby me ha escrito un discurso. Estaba bien, decía cosas sobre el coraje y la pérdida y la necesidad de estar unidos en tiempos difíciles. Lo hice pedazos y lo tiré a la papelera de mi despacho. »No estoy aquí para daros palabras de apoyo y palmaditas en la espalda. No voy a ofreceros un hombro en el que llorar. Eso podéis pedírselo a Abby o acercaros a Reddin y hablar con Betsy. Mi trabajo es ser vuestro entrenador pase lo que pase, evitar que os quedéis quietos y teneros de vuelta en la cancha estéis preparados o no. Probablemente eso me convierta en el malo en este momento, pero todos vamos a tener que aprender a vivir con ello. Wymack contempló los asientos vacíos frente a él. Aquel era el quinto año del equipo de exy de la Estatal de Palmetto. Wymack lo había construido desde cero y había escogido personalmente a Seth para formar parte de la alineación inicial. Entre los problemas personales de los jugadores, un contrato original defectuoso que los permitía abandonar y la opción de graduarse en cuatro años en lugar de cinco, Seth había sido el único en cumplir los cinco años con el equipo. Seth era muchas cosas, la mayoría desagradables, pero sin duda era un luchador. Y ya no estaba. Wymack carraspeó y se pasó una mano por el pelo corto. —Mirad, estas cosas pasan y van a seguir pasando. No necesitáis que os diga que la vida no es justa. Si estáis aquí es porque ya lo sabéis. A la vida le importa una mierda lo que queramos; es cosa nuestra dejarnos los cuernos y luchar para conseguirlo. Seth quería que ganáramos. Quería que pasáramos del cuarto partido. Creo que le debemos un buen espectáculo. Vamos a mostrarle al mundo lo que somos capaces de hacer. Hagamos que este sea nuestro año. —Ya hemos perdido bastante, ¿no creéis? —Dan dirigió la pregunta al resto del equipo—. Es hora de ganar. Matt entrelazó los dedos con los suyos y le dio un apretón. —Hagámoslo. Vamos a llegar hasta la final. —Decirlo no es suficiente —dijo Wymack—. Tenéis que demostrarme sobre el terreno de juego que sois capaces de llegar al campeonato. Os quiero en la cancha en cinco minutos con la equipación ligera u os apunto a correr una maratón. Al supuesto discurso motivacional de Wymack le faltaba el tono de enfado que solía fingir, pero las palabras eran lo bastante familiares como para poner al equipo en marcha. El silencio reinó en el vestuario de hombres mientras se vestían. Neil se llevó sus cosas a uno de los cubículos del baño para cambiarse. Un tocador separaba los baños de las duchas y Neil se detuvo para mirarse en el espejo. Su relación con su reflejo era de amor-odio por pura necesidad. Neil era la viva imagen de su padre, el asesino de quien llevaba ocho años huyendo. El tinte de pelo y las lentillas eran la manera más fácil de ocultar sus rasgos, pero mantener ambos hábitos mientras vivía con los Zorros resultaba agotador. Tenía que comprobar si se le notaba la raíz dos veces al día y dormía de espaldas a la habitación para poder quitarse las lentillas por la noche. Guardaba el estuche en la funda de la almohada y llevaba lentillas de repuesto en la cartera. Era engorroso, pero hasta ahora lo había mantenido con vida y a salvo. Sospechaba que ya no iba a ser suficiente. No se dio cuenta de cuánto se había entretenido hasta que Matt y Kevin acudieron a buscarlo. Los vio entrar gracias al espejo, pero no se giró. —¿Hasta la final? —preguntó. —Los milagros existen —respondió Matt. —No puedes depender de algo tan insustancial como un milagro —dijo Kevin—. No vas a ganar nada ahí parado. Termina de cambiarte y sal a la cancha. —Un día de estos quiero que busques la palabra «desalmado» en el diccionario —dijo Matt, molesto—. Seguro que a tu ego le viene genial ver la foto tuya que han colocado justo al lado. —No —dijo Neil antes de que Kevin pudiera contestar—. Tiene razón. Lo más probable es que el entrenador no pueda fichar a otro delantero con la temporada ya empezada. Hasta que encuentre una solución, Kevin y yo somos todo lo que hay y ninguno de los dos es lo bastante bueno. —¿Has oído eso, Kevin? —dijo Matt—. Tu suplente te acaba de llamar inútil. —Su opinión no significa nada para mí —dijo Kevin. Aun así, no intentó refutar lo que había dicho Neil y este oyó lo que escondía el silencio en sus palabras, aunque Matt no lo hiciera. A Kevin lo habían criado como delantero zurdo, pero Riko le había roto la mano dominante el diciembre pasado en un violento ataque de celos. Llevaba desde marzo intentando aprender a jugar con la derecha, pero estaba muy lejos del nivel que había tenido con la izquierda. A pesar de que la opinión pública lo consideraba un genio por ser capaz de jugar siquiera, caer en desgracia había calado a Kevin hasta los huesos. Puede que machacara al resto del equipo, pero era aún más duro consigo mismo. Aquella era la única razón por la que Neil toleraba su condescendencia. Neil se apartó del espejo y terminó de cambiarse. Dan y Renee los esperaban en el recibidor y entraron juntos en el estadio para calentar. Después de cuarenta minutos de vueltas alrededor de la cancha y carreras de intervalos, regresaron a los vestuarios a beber agua. Estaban haciendo estiramientos cuando se abrió la puerta. Neil observó a los veteranos para evaluar sus reacciones una vez que Nicky y Andrew se unieron al resto en el recibidor. Dan les dedicó una mirada rápida y siguió con sus estiramientos. El rostro de Matt se tensó al ver la sonrisa de Andrew. Solo Renee consiguió sonreír y, aunque habló en voz baja, su tono era amistoso al saludarlos. —Hola, Renee —Andrew le devolvió el saludo—. ¿Vas a volver pronto a la residencia? —Esta noche —dijo ella—. Hemos cargado las maletas en la camioneta de Matt esta mañana. Andrew lo aceptó sin discutir y desapareció por la puerta del vestuario para cambiarse. Nicky se quedó atrás, inseguro ahora que tenía que enfrentarse a sus compañeros por primera vez en varios días. Dan volvió a mirarlo, pero su expresión no era alentadora. —Ey —dijo Nicky, apagado—. ¿Cómo lo estáis llevando? —Tan bien como podemos —contestó Dan. No le preguntó a Nicky cómo estaba. Lo más probable era que no le interesara la respuesta. —¿Cómo está Allison? —añadió Nicky después de una larga pausa. —¿De verdad te importa? —preguntó Matt. —Matt —lo regañó Renee antes de dirigirse a Nicky—: Como era de esperar, lo está pasando mal ahora mismo, pero hacemos todo lo posible para que no esté nunca sola. Aún no quiere ir a ver a Betsy, pero creo que pronto estará lista para hablar de ello. —Ya —dijo Nicky en apenas un susurro. Wymack esperó hasta asegurarse de que habían terminado antes de hacerle un gesto a Nicky. —Vosotros dos, salid a la cancha y empezad a dar vueltas. No pago la factura de la luz para que estéis aquí cotilleando. El resto terminad los estiramientos y bebed agua. En cuanto Andrew y Nicky estén listos nos colocamos para los ejercicios. Tenemos… —El sonido del teléfono al otro lado del pasillo lo interrumpió—. Estas sanguijuelas me van a volver loco. Tendría que haber contratado a una secretaria. Nicky se fue al vestuario mientras Wymack iba en busca del teléfono. Neil estaba al fondo del recibidor, al lado del pasillo, por lo que pudo escuchar al entrenador respondiendo. A pesar de que era obvio que estaba que echaba chispas, consiguió mantener un tono educado. —Entrenador Wymack, de la Universidad Estatal de Palmetto. ¿Disculpe? Un momento. —Salió al pasillo con el teléfono en la mano. Pulsó un botón con el pulgar para silenciarlo y abrió la puerta del vestuario de hombres de una patada—. Andrew Joseph Minyard, ¿qué coño has hecho esta vez? —¡Yo no he sido! ¡Ha sido el manco! —gritó Andrew desde dentro. —¡Ven aquí! —gritó el entrenador mientras la puerta se cerraba. Andrew apareció un par de segundos más tarde, con la equipación ya puesta. Wymack lo señaló con el teléfono—. La policía te está llamando. Más te vale contarme lo que has hecho ahora antes de que ellos me den la versión detallada. —Yo no he sido. Pregúntale a mi clon. Wymack hizo una mueca, volvió a activar el micrófono y se llevó el teléfono al oído. —¿Cuál es el problema, agente…? ¿Cómo había dicho? ¿Higgins? —Oh —dijo Andrew, sorprendido—. Entrenador, no. Wymack agitó una mano para indicarle que se callara, pero Andrew lo agarró por la muñeca y le quitó el teléfono de la mano. Wymack lo sujetó de la camiseta antes de que pudiera escaparse. Andrew no intentó escabullirse, sino que se quedó contemplando el teléfono que tenía en la mano como si nunca hubiera visto tecnología semejante. —No lo tengas esperando todo el día —dijo el entrenador. Andrew se retorció, no lo suficiente como para escapar, pero sí como para poder mirar a su hermano. Aaron se había quedado congelado en medio de un estiramiento, mirándolo. Andrew alzó las manos, encogiéndose de hombros en un gesto exagerado, y se llevó el teléfono a la oreja por fin. —El cerdito Higgins, ¿de verdad eres tú? —preguntó Andrew—. Pues claro que sí. Menuda sorpresa. ¿Se te ha olvidado que no me gustan las sorpresas? ¿Qué? No, no me marees. No te habrías tomado la molestia de localizarme después de tanto tiempo solo para charlar, así que dime: ¿qué quieres? —Andrew no dijo nada durante unos segundos, escuchando—. No —dijo entonces, y colgó. El teléfono volvió a sonar casi de inmediato. Los Zorros ya no hacían nada por disimular que lo estaban observando, habiendo abandonado los estiramientos. Wymack no les ordenó que continuaran, por lo que Matt se sentó en uno de los bancos a ver cómo se desenvolvía aquella extraña escena. Andrew tiró de su camiseta hasta que Wymack lo soltó y se apartó de él tan rápido como pudo. Se apoyó en la pared, se tapó la oreja con la mano que tenía libre y contestó al teléfono. —¿Qué? No, no te he colgado. Yo nunca haría eso. Yo… No. Cállate. Volvió a colgar, pero Higgins era lo bastante persistente como para llamar por tercera vez. Andrew dejó que sonara cinco segundos antes de contestar con un suspiro exagerado. —Cuéntame —dijo, y esperó a que Higgins volviera a explicárselo todo. El policía habló durante más de dos minutos. Fuera lo que fuera lo que estaba diciendo, no podía ser bueno; era evidente que la conversación estaba atravesando la manía medicada de Andrew. Su sonrisa se había desvanecido hacía rato y había empezado a dar golpecitos rítmicos con el pie contra el suelo cuando Higgins aún iba por la mitad de su historia. Apartó la mirada de Aaron mientras desaparecían los últimos rastros de alegría de su rostro y levantó la vista hacia el techo en su lugar. —Retrocede —dijo, por fin—. ¿Quién se ha quejado? Ay, cerdito, no intentes marearme. Ya sé dónde trabajas, ¿me comprendes? Sé con quién trabajas. Eso quiere decir que hay un niño en su casa. Se supone que… ¿Qué? No. No me preguntes eso. He dicho que no. Déjame en paz. Oye —dijo Andrew, más alto, como si intentara ahogar los argumentos del agente—. Si vuelves a llamarme, te mato. Colgó el teléfono. Esta vez no volvió a sonar. Andrew esperó para asegurarse de que Higgins había captado el mensaje y luego se cubrió los ojos con una mano antes de echarse a reír. —¿Qué tiene tanta gracia? —preguntó Nicky, volviendo a unirse a ellos—. ¿Qué me he perdido? —Ah, nada —dijo Andrew—. No te preocupes. Wymack alternó la mirada entre los dos gemelos. —¿Qué habéis hecho ahora? Andrew separó los dedos para mirarlo a través de ellos. —¿Qué te hace pensar que es culpa mía? —Espero que esa pregunta sea retórica —dijo el entrenador, ignorando la inocencia fingida de Andrew—. ¿Por qué te llaman del Departamento de Policía de Oakland? —El cerdito y yo nos conocemos desde hace tiempo — respondió Andrew—. Solo quería charlar para ponernos al día. —Si vuelves a mentirme a la cara, tú y yo vamos a tener un problema. —Es la verdad, más o menos. —Andrew bajó la mano y lanzó el teléfono al otro lado de la habitación. Este chocó contra el suelo con tanta fuerza que la carcasa salió disparada hacia un lado y la batería hacia otro—. Trabajaba en el programa de jóvenes de Oakland. Creía que podía salvar a chavales problemáticos usando el deporte como actividad extraescolar. Un poco como tú, ¿no? Un idealista rematado. —Te fuiste de Oakland hace tres años. —Sí, sí, es un gran halago que aún se acuerde de mí o algo así. —Andrew agitó una mano en un gesto vago de «qué le vamos a hacer» y echó a andar hacia la puerta—. Nos vemos mañana. Wymack interpuso un brazo en su camino. —¿Adónde vas? —Me largo. —Andrew señaló la salida a espaldas de Wymack—. ¿No acabo de decir que nos vemos mañana? Igual no ha quedado claro. —Tenemos que entrenar —dijo Dan—. Este viernes hay partido. —Ya tenéis a Santa Juana del Exy. Apañáoslas sin mí. —No me vaciles, Andrew —dijo Wymack—. ¿Qué coño está pasando? Andrew se llevó la mano a la frente en un gesto dramático. —Creo que me estoy poniendo malo. Cof, cof. Mejor me voy antes de contaminar a tu equipo. Te quedan tan poquitos. No puedes permitirte perder a nadie más. El rostro de Kevin era una mueca tirante de impaciencia. —Para ya. No puedes irte. Un momento de silencio y Andrew se giró con una sonrisa enorme y cruel en el rostro. —¿No puedo? Déjame decirte algo sobre lo que puedo y no puedo hacer. Si intentas meterme en la cancha hoy me aseguraré de no poder volver a entrar nunca. Que le den por culo a tu entrenamiento, a tu alineación y a tu puto juego. —Suficiente. No tenemos tiempo para tus rabietas. Andrew se dio la vuelta y le dio un puñetazo a la pared con tanta fuerza que se abrió la piel de los nudillos. Kevin dio un paso adelante con la mano extendida, como si pudiera evitar que Andrew diera otro puñetazo, pero Wymack estaba más cerca. Agarró a Andrew por el brazo y lo apartó de la pared de un tirón. Andrew siguió mirando a Kevin como si el entrenador no hubiera intervenido. Solo una vez que Kevin hubo dado un paso atrás, Andrew intentó zafarse del agarre de Wymack. —Cof, cof, entrenador —dijo—. Me voy. —Entrenador, deja que se vaya —intervino Aaron—. Por favor. Este los miró a ambos, frustrado, pero Aaron tenía la vista clavada en el suelo y la sonrisa de Andrew no ofrecía ninguna explicación. Por fin, Wymack bajó la mano. —Tú y yo vamos a hablar largo y tendido más tarde, Andrew. —Claro —respondió este, una mentira alegre y descarada. Un segundo después, se había marchado. —En serio —dijo Nicky cuando la puerta se hubo cerrado tras Andrew—, ¿qué me he perdido? —Aaron, confiesa —exigió Wymack. —De verdad que no lo sé —dijo Aaron. —Y una mierda. —No lo sé —repitió este, más alto—. No sé por qué ha llamado Higgins. Llámalo o pregúntale a Andrew si quieres saber qué pasa. Era el mentor de Andrew, no el mío. Solo he visto a ese tipo una vez en mi vida. —Es obvio que te causó impresión si aún te acuerdas de él. —Oh —exclamó Nicky, como si se hubiera dado cuenta de algo de repente—, ¿es el que…? No terminó la frase, pero Aaron supo qué era lo que estaba preguntando. —Sí —confirmó—, él fue quien me dijo que tenía un hermano. CAPÍTULO DOS Aquella respuesta enigmática fue la única que consiguieron sonsacarle a Aaron durante el entrenamiento. Wymack dejó de insistir en cuanto la situación entró en el ámbito personal. Neil esperaba que los veteranos lo mencionaran una vez dentro de las paredes de la cancha, pero al parecer habían decidido seguir el ejemplo de su entrenador. Todos miraban de vez en cuando a Aaron y a Nicky con curiosidad, pero nadie los presionó para que se explicaran. Sin Seth buscando pelea con Kevin y Nicky, Allison despotricando contra cualquiera que estuviera a mano ni Andrew parloteando en la portería, los ejercicios estaban cargados de un silencio casi alarmante. El entrenamiento habría sido una absoluta pérdida de tiempo si no fuera por Kevin y Dan. El primero estaba demasiado obsesionado con el exy como para distraerse en la cancha y Dan se tomaba muy en serio su papel como capitana. Los espoleaba cuando bajaban el ritmo y llenaba los silencios incómodos. Aun así, Neil sabía que fue un alivio para todos cuando Wymack anunció el final del entrenamiento. Salieron del estadio a la vez, pero el desdén de Nicky por las normas de tráfico hizo que llegaran antes a la Torre. Este encontró sitio al fondo del aparcamiento para deportistas y juntos echaron a andar hacia la residencia. A mitad de camino repararon en la figura que los esperaba en la acera. Andrew los observó acercarse sentado en el bordillo con las piernas cruzadas y las manos en los tobillos. —No deberías estar fuera si te encuentras mal —dijo Kevin. —Qué bonito que te preocupes por mí. —Andrew respondió al tono frío de Kevin con una sonrisa—. No llores, Kevin. No es nada que no se cure con una siesta y un poco de vitamina C. Nicky se agachó frente a Andrew. —¿Todo bien? —Haces preguntas muy raras, Nicky. —Me preocupo por ti, eso es todo. —Me parece que eso es problema tuyo. Ah, aquí están. Por fin. Neil se giró al mismo tiempo que Matt entraba en el aparcamiento. Tuvo que dar dos vueltas antes de encontrar un hueco lo bastante grande para su camioneta. Andrew le hizo un gesto a Nicky para que se quitara de en medio. Este se puso en pie y se apartó. Andrew aguardó hasta que Dan, Matt y Renee estuvieron lo bastante cerca como para oírle antes de saludarlos con la mano. —Renee, ¡ya estás aquí! Bienvenida de nuevo. Te voy a tomar prestada. No te importa, ¿verdad? Ya sabía yo que no. Renee asintió. —¿Necesito algo en especial? —Ya lo llevo yo. —Andrew se puso en pie de un salto y empezó a andar a través del aparcamiento. Renee hizo una mueca antes de ir tras él. Se puso a su altura con un par de zancadas y continuaron caminando juntos. Neil miró a Dan. Tenía la boca apretada en una línea fina y tensa, pero no parecía sorprendida ni intentó detenerlos. Matt abrió la boca, pero al final decidió seguir el ejemplo de Dan y guardó silencio. Nadie se movió del sitio hasta que Andrew y Renee llegaron al final del aparcamiento. Entonces, Aaron se apartó bruscamente. En vez de entrar en la residencia, echó a andar por la acera que rodeaba la Torre y llevaba de vuelta al campus. —Vale —dijo Matt, por fin—. ¿Vamos a hablar de esto? Nicky se frotó los brazos como si tuviera frío a pesar de que hacía casi cuarenta grados y señaló la puerta con el mentón. —Sin una copa, no. El equipo de exy de la universidad tenía tres habitaciones en la tercera planta. El grupo de Andrew ocupaba la más cercana a las escaleras, las chicas estaban en la central y Matt y Neil vivían en la habitación del fondo que antes compartían con Seth. Dan aferró la mano de Matt conforme se acercaban a la puerta de la habitación y la apretó hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Matt no parecía reconfortado. Contempló las llaves que sostenía en su mano libre como si hubiera olvidado cuál abría la puerta. —Era un capullo —dijo, en voz baja. —Lo sé —respondió Dan. Matt respiró hondo muy despacio y abrió la puerta por fin. Tras empujar la hoja, vio algo que le hizo dar un paso atrás y apretar la mano de Dan con más fuerza. Ante la expresión sombría de Dan, Neil se acercó al umbral, pero era imposible ver nada con Matt en medio. Dan fue la primera en reunir el coraje necesario para moverse y tiró de Matt hacia el interior de la habitación. Neil se detuvo en la entrada a analizar los cambios. No había pisado aquel cuarto desde el domingo por la mañana y en aquel momento solo se había pasado a recoger sus cosas para poder quedarse en casa de Wymack. El domingo, la habitación tenía el mismo aspecto de siempre. En algún momento desde entonces, alguien había venido a llevarse las cosas de Seth. El tercer escritorio ya no estaba, como tampoco la mesita de noche que Seth había convertido en una estantería para sus libros y apuntes. El resultado era un hueco evidente entre las cosas de Matt y las de Neil. Dejó a Matt y a Dan contemplando el nuevo vacío y se dirigió al dormitorio. Su cama y la de Matt aún estaban colocadas la una encima de la otra en forma de literas, pero los de la residencia se habían llevado la de Seth. Las dos cómodas que antes habían estado debajo de la cama habían quedado al descubierto, con una fina capa de polvo sobre los tableros. Era como si Seth nunca hubiera estado allí, como si nunca hubiera existido siquiera. Neil se preguntó si él también desaparecería con tanta facilidad. Dejó su bolsa sobre la cómoda y regresó al salón. Matt y Dan estaban sentados en el sofá, apretados el uno contra el otro. Matt tenía la mirada clavada en la pared donde había estado el escritorio de Seth. Dan estudió el rostro de Neil, pero no dijo nada. Quizás sabía que no necesitaba que le consolaran o puede que simplemente no hubiera nada que decir. Kevin y Nicky no tardaron en unirse a ellos. Nicky traía consigo una botella de ron y otra de refresco ya empezada, así que Kevin fue a la cocina a por vasos. Nicky apartó la mirada del hueco vacío en la habitación con esfuerzo evidente. Dejó la bebida en la mesa antes de arrodillarse en el lado opuesto a donde estaban Dan y Matt. Kevin puso cinco vasos sobre la mesa y se sentó al lado de Nicky. Neil tomó el suyo antes de que Nicky pudiera servirle nada y se sentó a la cabecera de la mesa para poder observar a los demás. Nicky sirvió las copas, las repartió y alzó su vaso en un brindis mudo. Nadie lo acompañó, pero él no esperó a que lo hicieran. Se bebió la mitad de la copa de un solo trago y volvió a rellenarla con más ron. Su mirada se posó de nuevo en el hueco donde había estado el escritorio de Seth. —Bueno —empezó Nicky, incómodo—. Esto es, mmm… Matt no le dio tiempo para encontrar las palabras. Su expresión dejaba claro que aún no estaba listo para hablar sobre Seth, sobre todo con Nicky. —¿Cómo es que Aaron no sabía que tenía un hermano? — preguntó, sacando un tema de conversación más seguro. Nicky hizo una mueca, pero Neil no sabía qué le había molestado más: la pregunta o el tono seco de Matt. —Son gemelos —dijo Nicky. Aguardó un segundo a que lo pillaran, observando uno a uno sus rostros vacíos, y frunció el ceño con incredulidad—. Pensad en ello un segundo. Imaginaos que sois mi tía Tilda. ¿Tendríais ganas de decirle a Aaron que abandonasteis a su hermano recién nacido? Ella tenía la esperanza de que lo que había hecho jamás saliera a la luz. —Pero Aaron descubrió la verdad —dijo Neil. Nicky le dirigió una sonrisa apretada. —Sí, y por eso creo en el destino. Mirad, Aaron nació y pasó su infancia en San José. Por lo visto, la tía Tilda se cansó de salir con tipos del lugar y empezó a meterse en páginas de citas. Justo después de que Aaron cumpliera los trece, la tía Tilda se lio con uno de Oakland. A su novio se le ocurrió quedar en un partido de los Raiders, un sitio divertido y público, así que Tilda metió a Aaron en el coche y allá que fueron. »Aaron dice que estaba en el puesto de comida cuando un policía se acercó a él, llamándole Andrew y hablando como si ya se conocieran. Aaron pensó que estaba loco o que se había confundido, pero el madero no tardó en darse cuenta de que pasaba algo. —Higgins —supuso Matt. —Sí. En cuanto Higgins se dio cuenta de que se había equivocado de gemelo hizo que Aaron lo llevara hasta la tía Tilda. Higgins pensaba que Tilda era otra madre de acogida y que Aaron y Andrew habían sido separados por el sistema. Higgins quería reunirlos, así que la tía Tilda le dio su número de teléfono para que se lo diera a la familia de acogida de Andrew y se llevó a Aaron a casa. »No sé por qué se molestó en hacerlo. Puede que le diera vergüenza decir que no o que no quisiera explicarle a la policía lo que ocurría. En cualquier caso, la madre de acogida de Andrew llamó al día siguiente para organizar un encuentro entre los dos y la tía Tilda se negó. Les dijo que no quería tener nada que ver con Andrew, que no quería saber cómo era o cómo le iban las cosas. Nada. Incluso los obligó a prometerle que no volverían a contactar con ella. Nicky se acabó la segunda copa y se sirvió una tercera. —Pero Aaron sabía quién había llamado y estaba demasiado emocionado como para esperar a que su madre colgara antes de enterarse de los detalles. En cuanto ella contestó en la cocina, él subió corriendo al dormitorio para escuchar la conversación desde el otro teléfono. Así fue como descubrió la verdad. —Nicky clavó la mirada en su copa—. Aaron me dijo que fue el peor día de su vida. —Joder —dijo Matt—. No le culpo. ¿Le dijo a su madre que había escuchado la conversación? —Oh, sí. Aaron dice que tuvieron una buena bronca, pero la tía Tilda se negaba a ceder, así que Aaron actuó a sus espaldas y llamó al Departamento de Policía de Oakland. Localizó a los coordinadores del programa de jóvenes y les dio su información de contacto para que se la pasaran a Andrew. Dos semanas después recibió una carta que decía básicamente: «Que te jodan, déjame en paz». Matt se frotó las sienes. —Sí, eso le pega mucho a Andrew. —Hay cosas que nunca cambian —dijo Nicky. —¿Qué hizo Aaron para que Andrew cambiara de idea? — preguntó Dan. Nicky la miró, extrañado. —Nada. —Espera —dijo Dan—. ¿Cómo que nada? —Digo que no volvió a intentarlo. No sé quién les habló de Aaron a los padres de acogida de Andrew, si fue el propio Andrew o el poli ese, Phil, pero su madre de acogida le escribió una carta a Aaron. Quería que volviera a intentarlo en primavera y dijo algo sobre que las fiestas eran muy duras y que había muchos cambios en casa. Así que Aaron esperó, pero esperó demasiado. En marzo mandaron a Andrew al correccional y Aaron empezó a replantearse el tema de tener un hermano. Dos meses después la tía Tilda vendió la casa de San José y se mudó con Aaron a Columbia. Dan parecía desconcertada. —Entonces, ¿cuándo se conocieron? —Mi padre se enteró de que Andrew existía hace como cinco años, así que… —Nicky contó con los dedos—. Hace cuatro años y medio, más o menos. Mi padre fue a California a entrevistar a la familia de acogida de Andrew y se pasó por el correccional. Un mes después llevó a Aaron para que él y Andrew pudieran hablar, pero yo no cuento esa charla supervisada de media hora como la primera vez que se conocieron. La de verdad fue cuando Andrew consiguió la condicional adelantada un año después y mi padre obligó a la tía Tilda a traerlo a casa. Nicky le dio sorbos pequeños a su bebida durante un rato. —Cuando lo piensas, es raro. Solo se conocen desde hace tres años. —Es retorcido que te cagas —dijo Matt. —Sí, y esa es la versión bonita de la historia —dijo Nicky—. Pues eso, de eso conocen Aaron y Andrew a Higgins. No sé por qué ha contactado con Andrew ahora, pero no pienso preguntar. Para mí el tiempo que Andrew pasó en casas de acogida es un tema tabú. No hablo de ello a no ser que él saque el tema. —¿De verdad te parece lo mejor? —preguntó Dan—. No parecía una conversación rollo «cuánto tiempo, ¿qué tal?». ¿Y si alguien ha descubierto algún crimen que cometió en el pasado y que podría impedirle jugar? Puede que Phil lo haya llamado para avisarle de que han abierto una investigación. —Andrew lo arreglará —aseguró Nicky. —Eso no me tranquiliza —dijo Dan, pero lo dejó estar. Por alguna razón, Nicky y Kevin acabaron quedándose a cenar con ellos. Era la primera vez desde junio, cuando los veteranos habían llegado al campus, que Neil veía a alguno de los miembros del grupo de Andrew socializar con el resto del equipo. Lo atribuyó a la ausencia de los gemelos. Había oído a Nicky quejarse a Aaron de la posición aislacionista del grupo, pero este no se había dejado convencer por la infelicidad de su primo. Ahora, sin Aaron allí para distraerle ni Andrew para apartarle del resto, Nicky era libre de hacer lo que quisiera. Pidieron comida a domicilio para no tener que volver a salir y Dan puso una película para evitar conversaciones desagradables. La peli terminó antes de que el resto volviera, pero Nicky no se atrevió a jugársela más tiempo. —Buenas noches —dijo tras ayudar a recoger los restos de la cena. —Nos vemos mañana —se despidió Dan antes de cerrar la puerta tras Kevin y él. Una vez que hubo soltado la manilla, se volvió hacia Matt, extrañada—. Eso ha sido raro. —Y que lo digas —confirmó Matt—. ¿Qué probabilidades crees que hay de que vuelva a pasar? —Matt —empezó Dan, dubitativa. Miró hacia la pared del fondo, donde había estado el escritorio de Seth, como si no estuviera segura de tener el valor para decir lo que pensaba en voz alta—. ¿Cómo va a afectar esto a nuestra temporada? Debido a que Wymack fichaba a individuos problemáticos a propósito, los Zorros habían sido un desastre desde el principio. Eran un equipo que no comprendía el concepto de trabajar en equipo y establecía su jerarquía en base a la fuerza bruta. Pero cuando empezaron los entrenamientos de verano, el noventa por ciento de los altercados sobre la cancha habían empezado con Seth. Él siempre andaba buscando pelea con Kevin y con los primos. Era incapaz de colaborar con ellos en la cancha y fuera de esta se negaba a tratarlos. Eso obligaba a los Zorros a escoger bandos. Matt tenía una expresión cautelosa en el rostro, como si no estuviera seguro de poder tener aquella conversación con la muerte de Seth aún tan reciente. —No te hagas muchas ilusiones. Seth les da igual. Su muerte no será lo que nos una —respondió de todas formas. —Pero… —dijo Dan, porque tanto ella como Neil podían percibirlo en su tono. —Pero —confirmó Matt y miró a Neil— ahora por fin tenemos a alguien de dentro. Neil los miró a ambos. —No lo entiendo. —Ya hemos visto esto antes con Kevin —dijo Matt—. Te han marcado como uno de los suyos. Van a arrastrarte hasta su agujero. Dan le puso las manos en los hombros y clavó la mirada en él. —No dejes que te consuman hasta que te olvides de nosotros, ¿vale? Ten un pie a cada lado: uno allí con ellos y otro aquí con nosotros. Tienes que ser la pieza que una este equipo por fin. No podemos llegar al campeonato sin ellos. Prométeme que lo intentarás. —La unidad no es exactamente lo mío —dijo Neil. —Es obvio que tienes algo que Andrew quiere —dijo Matt—. Y allí donde va Andrew, los demás lo siguen. Solo tienes que tirar de él más de lo que él tire de ti. Hacían que sonara fácil cuando Neil sabía que no lo era. —Lo intentaré. —Bien —dijo Dan, apretándole los hombros una vez más antes de soltarlo—. Solo te pedimos eso. Dan se dejó caer en el sofá y tiró de Matt para que se sentara a su lado. Neil fue a su escritorio y trató de ponerse al día con los deberes. Llevaban solo dos semanas de clases y ya iba con retraso. Intentó leer sus apuntes de química, pero, tras un par de párrafos, empezó a distraerse. Consiguió avanzar otras tres páginas antes de rendirse y tirar el libro al suelo. —¿Neil? —preguntó Dan. —¿Por qué la química es tan aburrida? —se quejó Neil, pasando al siguiente trabajo. —Si lo descubro, serás el primero en saberlo —dijo Dan—. Siempre puedes pedirle ayuda a Aaron. Está estudiando la carrera de Biología. Neil prefería suspender a pasar más tiempo con Aaron. Los deberes de Español eran más fáciles, pero los de Historia le resultaban mortalmente aburridos. Tiró el libro encima del de Química y contempló el trabajo de Literatura. Hizo la redacción como pudo y después rebuscó en la mochila hasta encontrar el libro de Matemáticas. Mientras lo hacía se dio cuenta de que Matt y Dan lo observaban. —¿Cuántas asignaturas tienes? —preguntó Dan con el ceño fruncido. —Seis —respondió Neil. —Tienes que estar de broma —dijo Dan—. ¿Por qué? Neil los miró a los dos. —Era lo que aconsejaban en el folleto. Dan hizo una mueca, pero fue Matt quien contestó. —Eso es para la gente que piensa graduarse en cuatro años. Tu contrato es de cinco años por una razón. Todo el mundo sabe que no puedes matricularte en todas las asignaturas y jugar en un equipo a la vez. —Cuatro asignaturas —dijo Dan, mostrándole los dedos de una mano—. Es lo mínimo que necesitas para ser considerado un estudiante a tiempo completo. Es lo máximo que quiero que tengas este semestre, ¿vale? Decide qué dos asignaturas te van a joder más la vida y déjalas. No le haces un favor a nadie si acabas quemado a principios de curso. —¿Puedo dejar las asignaturas? —preguntó Neil, sorprendido. —Durante las dos primeras semanas, sí —dijo Matt—. ¿Dónde tienes tu horario? Déjame verlo. Neil lo sacó del archivador y se lo llevó. Dan le hizo un gesto para que se sentara en el lado que tenía libre y levantó el horario para que los tres pudieran verlo. —¿Ves esto? —preguntó, señalando las clases que se reunían los lunes, miércoles y viernes—. Esto no puede ser. Si no tienes tiempo para descansar te va a dar algo. Yo cuando estaba en el instituto trabajaba por las noches, iba a clase y era la capitana del equipo de exy. Acabé odiándolo todo. No quiero que a ti te pase lo mismo. Matt me ha dicho que además vas a entrenar con Kevin por las noches. Dime, ¿cuándo duermes? —En clase —admitió Neil. Dan le dio un cachete en la frente. —Respuesta incorrecta. Tienes que mantener tu media. —Ha tenido un par de años para perfeccionar su discurso —dijo Matt por encima de Dan—. Si tu objetivo es la selección no vas a necesitar nunca estas asignaturas. La universidad solo es un medio para un fin y una excusa para poder jugar al exy, así que no te esfuerces tanto. Espera, voy a por mi portátil para que entres en el portal de la universidad. Neil se quedó mirando su horario mientras Matt sacaba el portátil de la bolsa y se planteó qué asignaturas dejar. A pesar de lo que había dicho Dan, lo importante no era cuáles requerían más tiempo, sino cuáles no necesitaba. Aunque no se lo había dicho a sus compañeros, solo pensaba pasar un año en la Estatal de Palmetto. Si abandonaba una asignatura ahora, no volvería a retomarla. Eso hacía que Historia y Química fueran las candidatas ideales, porque las odiaba. Literatura y Oratoria tampoco le entusiasmaban, pero podrían venirle bien algún día cuando tuviera que salir huyendo. Las clases de Español eran necesarias y las de Matemáticas por lo menos le resultaban interesantes. Matt le pasó el portátil una vez que se hubo encendido y tanto él como Dan lo observaron entrar en su perfil de estudiante. Matt pasó un brazo por encima de Dan para señalar los enlaces que tenía que pinchar. —¿Mejor? —preguntó Dan cuando su horario modificado apareció en la pantalla—. Mira. Antes tenías un descanso entre Historia y Oratoria, ¿no? Pues ahora tienes dos horas libres. Ahí puedes meter las horas de tutoría si quieres. Los martes y los jueves solo tienes una clase por la mañana, así tendrás tiempo de sobra para dormir y hacer deberes antes de los entrenamientos. Todo encaja a la perfección, ¿no te parece? A Neil le interesaba más la parte sobre dormir que la de los deberes. —Sí, gracias. —No hace falta que las des, pero no te olvides de nosotros —dijo Dan—. Somos tus compañeros. Estamos aquí para ayudarte con lo que haga falta, ya sea en esto, en los partidos o si estás estresado en general. La experiencia de cada uno es diferente, pero todos estamos acostumbrados a necesitar ayuda. A lo que no estamos acostumbrados es a que alguien nos la preste, pero ahora nos tienes a nosotros. Neil no sabía cómo responder a aquello. No sabía qué le molestaba más: creer que lo decía en serio o saber que no podía aceptar su oferta. Los Zorros no podían lidiar con sus problemas. Andrew era el único a quien había sido capaz de semiconfesarle la verdad, y solo porque estaba desesperado. Se libró de tener que responder cuando alguien llamó a la puerta. Neil fue a levantarse, pero tenía el portátil encima, por lo que Matt se puso en pie antes que él. Pensó que sería alguno de los otros deportistas de la residencia que conocían a Seth desde hacía años, pero era Renee quien esperaba en el pasillo. Matt se apartó para dejarla pasar. Dan, sentada al lado de Neil, soltó una palabrota. Neil captó el tono, pero no las palabras exactas; estaba distraído por la nueva cojera de Renee. —Ojalá dejaras de hacerlo —dijo Dan. —Lo sé —respondió Renee. Se sentó con cuidado en el sitio que Matt había abandonado mientras este rebuscaba en la cocina. Regresó con una bolsa de hielo. Renee la tomó con una sonrisa y la apretó contra los nudillos de su mano derecha. El dolor le tiró de la comisura del labio, pero por lo demás mantuvo una expresión relajada mientras flexionaba los dedos. Neil habría esperado que Matt y Dan sofocaran a Renee con expresiones de alarma y preocupación, pero ninguno le preguntó si se encontraba bien. —Si esto va a suponer un problema, dímelo —dijo Dan. Renee negó con la cabeza. —No será un problema para nosotros. Sea lo que sea, es algo personal. Mañana estará de vuelta en la cancha. Neil se preguntó a qué clase de universo alternativo había ido a parar. —Andrew te ha pegado. —Ha conseguido darme un par de veces —dijo Renee—. Había olvidado lo rápido que es cuando está colocado. Neil paseó la mirada por la sonrisa de Renee, su pelo con mechones arcoíris, la cruz que colgaba de su cuello. No entendía nada. Renee le había advertido que no sobrestimara su bondad, pero todos decían que era la buenaza del equipo. Desde que la conoció, solo la había visto apaciguar a los demás. Hasta aquel momento lo único cuestionable acerca de ella había sido su amistad con Andrew. —Renee y Andrew practican combate cuerpo a cuerpo — dijo Matt. Era obvio que la idea no les parecía tan ridícula como a Neil, pero este no sabía muy bien qué decir sin preguntar directamente qué hacía una chica dulce y cristiana luchando contra el sociópata extraoficial del equipo. Miró a Matt en busca de ayuda, pero este solo sonrió ante su confusión. Se volvió hacia Dan, pero ella estaba demasiado centrada en la mano de Renee para darse cuenta. Por fin, Renee alzó la vista y se apiadó de él. —Soy una renacida, Neil. A Andrew no le interesa mi fe, solo le interesa la persona que fui antes de encontrarla. Él y yo tenemos más en común de lo que piensas. Por eso te pongo nervioso, ¿no es así? Ante eso último, Dan y Matt le dedicaron una mirada de curiosidad a Neil. Al parecer no se habían dado cuenta de lo mucho que se había estado esforzando por no estar a solas con Renee. —Me pones nervioso porque nada acerca de ti tiene sentido. No te comprendo —dijo Neil, ignorando sus miradas. —Podrías preguntarme —dijo Renee. —¿De verdad sería tan fácil? —No estoy orgullosa de mi pasado, pero si lo escondo, no seré capaz de sanar. Cuando creas que estás listo para confiar en mí, dímelo. No quiero que haya problemas entre nosotros. Podemos tomarnos un café y hablar de lo que quieras. Pero ahora mismo… —Renee apoyó la mano sana en el brazo del sofá y se puso en pie— solo quiero darme una ducha caliente y meterme en la cama. Estoy agotada. Dan enlazó un brazo con el de Renee y miró a Matt y a Neil. —Podéis pasar la noche en nuestra habitación si queréis. Si pensáis que… —No terminó la frase, pero la forma en que miró a su alrededor fue suficiente—. Tenemos un futón para ti, Neil. —Voy a dormir aquí —dijo Neil—, pero tengo entrenamiento con Kevin esta noche, así que llevaos a Matt. —¿Estás seguro? —preguntó este. —Sí —respondió Neil—. Estaré bien. Matt dudó un instante y luego le dio un beso de buenas noches a Dan. —Me quedaré con él hasta que llegue Kevin. Nos vemos en un rato. Las acompañó hasta la puerta y la cerró tras ellas. Con su ausencia, la habitación parecía mil veces más grande y el silencio se instaló entre los dos como una roca. —Llega tarde —dijo Matt, intentando romper ese silencio incómodo—. Puede que Andrew esté tan cabreado que no le deje venir. —Puede. Neil se sentó en su escritorio a esperar. Kevin solía pasar a recogerle a las diez para sus entrenamientos nocturnos, pero Andrew había estado en paradero desconocido con Renee durante horas. Eran ya pasadas las once. Neil bostezó, tapándose la boca con la mano mientras observaba el reloj. Se planteó acercarse a su habitación para preguntarle a Kevin si iban a cancelar el entrenamiento y decidió que lo haría a las once y media. Kevin apareció a falta de siete minutos para que venciera el límite que se había autoimpuesto. —En algún momento tendrás que dejar que duerma —dijo Matt, saliendo al pasillo con ellos para ir a la habitación de Dan. —Dormirá cuando hayamos ganado la final —replicó Kevin. Andrew los esperaba en el coche como siempre. A pesar del altercado entre Kevin y él en el entrenamiento, ya no se percibía ninguna tensión entre ellos. Andrew no dijo nada cuando Kevin y Neil se subieron al coche y los llevó hasta el estadio en silencio. Puede que el combate con Renee lo hubiera agotado, o puede que su apatía hiciera que fuera incapaz de guardar rencor. Neil no estaba seguro, pero lo observó subir por las escaleras hasta las gradas para esperarlos y no pudo evitar preguntárselo a sí mismo. —Neil, vamos —dijo Kevin desde la puerta de la cancha. Neil hizo a un lado cualquier pensamiento sobre Andrew y entró con Kevin en la cancha de los Zorros. CAPÍTULO TRES El entrenamiento del jueves fue aún más incómodo que el del miércoles. Habría sido fácil echarle la culpa a la reaparición de un Andrew medicado en la portería el jueves por la tarde, pero al parecer este había decidido comportarse. No mencionó a Seth ni una sola vez y apenas se dirigió a los veteranos. El problema radicaba en lo que Dan y Matt habían mencionado la noche anterior: el equipo tenía la oportunidad de ser mucho mejor sin Seth en él. Puede que Andrew, Aaron y Nicky tuvieran problemas personales fuera de la cancha, pero en ella eran capaces de trabajar juntos. El grupo respetaba a Matt gracias a su talento y a lo que fuera que Andrew le hubiera hecho el año anterior. Dan los lideraba desde su posición como central de ataque y no los dejaba parar quietos. Kevin machacaba a Neil sin piedad en la línea ofensiva, pero este luchaba con uñas y dientes para seguirle el ritmo. Renee apaciguaba los ánimos cuando la tensión se volvía palpable. Por primera vez en la historia de los Zorros, el equipo presentaba un frente unido. Dan y Matt lo sabían, pero Neil podía ver la culpa en sus rostros y oír la reticencia en sus voces cuando hablaban en los descansos. No querían verle el lado bueno a la muerte de Seth y tenían reparos a la hora de aprovecharlo. Neil quería decirles que la muerte no era motivo para refrenarse, pero su humanidad le resultaba interesante. Solo esperaba que lo superaran antes del saque del viernes por la noche. Para alivio de todos, el segundo partido de la temporada lo jugarían fuera. La ausencia de Seth ya era notable en los entrenamientos; jugar el primer partido en casa sin él sería incómodo y solo conseguiría distraerlos. Neil no creía que Allison estuviera preparada para eso. Wymack los quería en el estadio antes de las doce y media del viernes para poder salir con tiempo. Firmó los permisos para que pudieran saltarse las últimas clases de la mañana, pero eso no libraba a Neil de tener que asistir a clase de Español y de Matemáticas. Después, dejó la mochila en la residencia y se reunió con sus compañeros de equipo. Dan los contó en el pasillo para asegurarse de que estaban todos antes de dividirse en dos coches para ir al estadio. Desde el viaje a Columbia del sábado, Neil había empezado a ir al estadio en el coche de los primos. En la furgoneta de Matt había más espacio que en el asiento trasero de Andrew, pero este le había dado una orden expresa el sábado por la noche: no dejes que Kevin te pierda de vista y haz lo que haga falta para que siga interesado en tu potencial. Si no fuera porque ahora Dan y Matt confiaban en él para unir al equipo, Neil habría señalado que no iba a conseguir gran cosa sentándose detrás de Kevin en el coche. Tenían razón al decir que Andrew era la clave. Neil necesitaba llevarse bien con él, al menos hasta descubrir algo con que poder persuadirlo, así que se tragó su incomodidad y obedeció. Cuando entraron en el aparcamiento del estadio, Neil tuvo una razón más para sentirse incómodo. Abby había estado ausente toda la semana cuidando de Allison, pero su coche estaba allí. Eso quería decir que Allison los estaba esperando en los vestuarios. El sábado pasado por la mañana, Neil había insultado a Riko en televisión. Kevin los había advertido de que este tomaría represalias aquel mismo día. Los Zorros deberían haber permanecido juntos, haciendo lo posible por pasar desapercibidos, pero Allison y Seth se habían ido de bares al centro con sus amigos. Neil había visto a Seth justo antes de que se separaran. Recordaba haberse despedido de los veteranos antes de seguir a Andrew hasta Columbia. Cuatro horas después, Seth estaba muerto. Podía tratarse de una trágica coincidencia en el momento adecuado. Podía ser obra de Riko. La segunda posibilidad resultaba absurda, pero la primera era imposible. Allison conocía los malos hábitos de Seth. Sabía que le gustaba mezclar su medicación con alcohol. Neil la había visto registrar los bolsillos de Seth en busca de pastillas. La había visto besarlo para borrarle el enfado del rostro tras no encontrar nada. Aun así, Seth había sufrido una sobredosis y Andrew estaba convencido de que Riko estaba detrás de todo. Neil no había sido el responsable directo de una muerte desde hacía años, aunque sabía la cantidad de personas que habían muerto a causa de los esfuerzos de su madre por protegerlos a ambos. Neil no quería ser jamás como su padre, pero tampoco quería convertirse en su madre. Los dos eran despiadados de formas diferentes y Neil, a pesar de sus problemas para conectar con la gente, no quería ser un monstruo. Aunque, teniendo en cuenta cómo había empezado la temporada, quizás era inevitable que acabara convirtiéndose en sus padres. Necesitaba más tiempo para decidir qué teoría lo convencía más, pero no importaba lo que él pensara. Si Allison ataba cabos y culpaba a Neil de la muerte de Seth, no podrían trabajar juntos. Necesitaba arreglar las cosas con ella de alguna manera, pero no sabía por dónde empezar. Nunca se le había dado bien ganarse a la gente. Era poco probable que su primer éxito fuera con alguien como Allison. Allison Reynolds era una elección desconcertante por parte de la Estatal de Palmetto. Tenía la apariencia de una princesita perfecta, pero peleaba como nadie sobre la cancha. Se negaba a adaptarse a las expectativas de los demás y su sinceridad era tan absoluta que rozaba la crueldad. Podría haber heredado el imperio multimillonario de sus padres, pero no había estado dispuesta a aceptar las restricciones que aquella vida implicaba. Quería ser alguien por derecho propio. Quería demostrar lo que valía sobre la cancha. Y, por algún motivo, quería a Seth a pesar de sus problemas y su cariño tosco. Neil esperaba que fuera capaz de aprender a vivir con solo dos de esas tres cosas. Andrew debió de sentir cómo Neil se tensaba; sentados como estaban hombro con hombro en el asiento trasero del coche. Siguió la dirección de su mirada hasta el coche de Abby mientras Nicky aparcaba a poca distancia de este. —Ha venido —dijo Andrew—. Esto va a ser interesante. Nicky sacó la llave del contacto. —Para ti. —Sí, para mí —rio él, y se bajó del coche. Aaron tardó más en moverse, por lo que Neil bajó por el lado de Andrew y se dejó caer sobre el asfalto. Durante un instante contempló el autobús de los Zorros, aparcado a un par de puestos de distancia, con la puerta abierta del coche aún en la mano. Andrew lo observó con una sonrisa burlona en los labios. Neil estaba retrasando lo inevitable y ambos lo sabían. Irritado, cerró la puerta del coche de un empujón y se dirigió a la verja. Introdujo el número de Abby en el teclado del sistema de seguridad y esperó al zumbido antes de girar el pomo. Andrew lo siguió de cerca mientras avanzaba por el pasillo, sin duda con Kevin justo detrás, así que Neil no se permitió a sí mismo detenerse. Se preparó para la posible reacción de Allison y entró en los vestuarios. Había visto a Allison en su mejor momento: de punta en blanco y con el pelo y el maquillaje perfectos. También la había visto recién salida de la cancha, con la cara roja, sudorosa y humana. Nunca antes la había visto así. Llevaba el pelo rubio platino peinado a la perfección y ropa moderna y cara. A primera vista parecía que nada había cambiado, pero al mirarla durante más de un segundo estaba claro que se le habían acabado las fuerzas. Estaba sentada con los dedos entrelazados y las manos entre las rodillas, los hombros caídos y el rostro vacío. Tenía la mirada baja, clavada en el suelo, en apariencia ajena a la llegada de sus cinco compañeros de equipo. Andrew fue directo hacia su sitio en el sofá como si no hubiera reparado en su presencia, pero Aaron y Kevin se quedaron congelados al verla. Neil pensó que debería disculparse o preguntarle si estaba bien, pero no le salía la voz. Para su sorpresa, fue Nicky quien encontró las fuerzas para cruzar la sala. Se agachó frente a ella, despacio, como si pensara que echaría a correr si la sobresaltaba, y la miró a la cara. —Ey —dijo, suave y amable, como si los dos no se hubieran pasado el verano maldiciéndose el uno al otro en la cancha—. ¿Podemos hacer algo? Allison lo oyó, pero no respondió. Los labios se le pusieron blancos al apretarlos. Nicky se quedó donde estaba, intentando ofrecerle apoyo en silencio o esperando una respuesta. Pasó una eternidad antes de que Allison volviera a moverse, pero no miró a Nicky. Clavó su mirada brumosa y gris en el rostro de Neil. Este se quedó mudo e inmóvil en la entrada de los vestuarios y aguardó a ser juzgado. El juicio nunca llegó. Pasaron los segundos, eternos y terribles, y la expresión de Allison se mantuvo igual. No parecía enfadada, como había esperado que estuviera, ni triste, como había estado seguro de que estaría. Solo estaba… allí. Aunque respiraba, era como un objeto inanimado, una marioneta a la que le habían cortado los hilos. La llegada del resto del equipo fue lo que salvó a Neil. Tuvo que apartarse para evitar que la puerta lo golpeara al abrirse. Dan y Renee fueron directas al sillón de Allison y se sentaron cada una en uno de los reposabrazos. Dan le pasó un brazo alrededor de los hombros, en un gesto que era más feroz que reconfortante, y le susurró algo al oído. Allison giró la cabeza hacia Dan, absorbiendo las palabras de consuelo de esta, y Neil recordó al fin cómo moverse. Nicky se puso en pie cuando fue obvio que las chicas podían cuidar de Allison. El resto del equipo se asentó poco a poco en la habitación. Habían llegado a la hora acordada, pero la ausencia de Wymack y Abby era evidente. Neil se preguntó si el entrenador se estaba retrasando a propósito. Sin él, la presión resultaba menor y el motivo por el que estaban allí no parecía tan real. Estaba proporcionando a los Zorros unos minutos para adaptarse al regreso de Allison y a su dolor. Aquello les daba la oportunidad de verla antes de que Wymack los obligara a volver a concentrarse en el exy. También servía para mostrarles a lo que se enfrentaban hoy. Allison había vuelto, pero parecía estar pendiendo de un hilo. Neil no sabía si aguantaría lo suficiente como para poder jugar. Si no lo conseguía, los iban a destrozar. La Universidad de Belmonte era uno de los equipos más fuertes del distrito. No estaban tan altos en el ranking como el Breckenridge, pero serían igual de difíciles de afrontar ahora que los Zorros habían perdido a Seth. Si Allison no podía jugar, el partido habría terminado incluso antes de dar comienzo. La puerta del despacho de Wymack se abrió por fin. El entrenador entró en la salita y le hizo un gesto a Allison. —Ve adelantándote, Allison. Nicky meterá tus cosas en el autobús. Nicky le dedicó una mueca al entrenador, pero era demasiado listo como para protestar delante de Allison. Esta se deshizo del abrazo de Dan y salió sin mirar atrás. Nicky esperó a que la puerta se hubiera cerrado tras ella antes de hablar. —Ahora en serio, ¿a quién se le ha ocurrido traerla? — preguntó—. No debería estar aquí. —Le dimos la opción de quedarse —dijo Wymack—. Ha sido ella quien ha decidido venir. —Yo no le habría dado opción —protestó Nicky, dirigiendo una mirada preocupada hacia la puerta—. Yo la habría dejado aquí y ya le pediríamos perdón cuando volviéramos. No está lista. Andrew se rio. —Hombre de poca fe. No te preocupes, Nicky. Jugará. Era una muestra de apoyo de la persona más inesperada. Andrew sonrió, disfrutando de la sorpresa y la desconfianza de sus compañeros. No se molestó en explicar de dónde provenía aquella seguridad. En vez de eso, levantó las manos para señalar a los dos delanteros sentados a su lado. —Los que deberían preocuparos son estos dos lunáticos. —De eso quería hablar con vosotros —dijo Wymack, avanzando hasta colocarse enfrente del televisor—. Dan y yo nos hemos pasado la semana buscando la mejor manera de lidiar con nuestra línea ofensiva. Ya sabéis que no puedo conseguir un suplente todavía. Kevin ha jugado tiempos enteros antes, pero no desde el otoño pasado. Tú creo que no lo has intentado nunca —dijo y asintió cuando Neil negó con la cabeza—. Ninguno de los dos puede jugar un partido entero tal y como estáis. Tendremos que avanzar semana a semana hasta conseguirlo. »Mientras tanto, vamos a reorganizar las cosas para poder sobrevivir. —Wymack miró a Dan y a Renee, que aún no se habían levantado del sillón de Allison para sentarse junto a Matt en el sofá—. No es una solución perfecta, pero es lo mejor que se nos ha ocurrido en tan poco tiempo, así que prestad atención. En el mueble de la televisión había una tabla con sujetapapeles. El entrenador la tomó, pasó un par de páginas y empezó a leer: —La alineación del primer tiempo para esta noche es la siguiente: Andrew, Matt, Nicky, Allison, Kevin, Neil. Los suplentes del primer tiempo: Aaron para Nicky, Dan para Kevin y Renee para Allison. —Espera. —Nicky miró a Renee, sorprendido—. ¿Cómo? Wymack alzó una mano para interrumpirlo. —La alineación del segundo tiempo es: Aaron, Nicky, Allison, Kevin, Dan. Matt como suplente de Nicky, Neil de Dan y Renee de Allison otra vez. —Dejó los papeles y los miró—. Espero que os hayáis enterado, porque no pienso repetirlo. —¿Es una broma? —preguntó Nicky—. Renee es portera. —Dan es la única que puede rellenar el hueco de la línea ofensiva —intervino Renee—, y Allison va a estar pendiendo de un hilo durante un tiempo. El entrenador y yo lo hablamos el martes, así que he tenido tiempo de modificar una de las equipaciones extra. Ya sé que llevo sin jugar de defensa desde el colegio, pero lo haré lo mejor que pueda. —Por favor, no te tomes lo que estoy a punto de decir a malas, pero no eres tú quien me preocupa —dijo Nicky—. Si tú vas a jugar como central, ¿quién va a estar en la portería en el segundo tiempo? Wymack miró a Andrew. Este echó la vista atrás como buscando a un tercer portero. No había nadie, así que arqueó una ceja en dirección al entrenador y repasó la curva de su sonrisa con el pulgar. —El entrenador sabe que mi medicina no funciona así. —Lo sé —confirmó Wymack. —¿Qué me estás pidiendo que haga? —No te estoy pidiendo nada. Tenemos un trato y no pienso faltar a mi palabra. Te ofrezco un intercambio, los mismos términos y condiciones que el año pasado. Abby compró la botella ayer y la puso en el botiquín. Es tuya en cuanto salgas de la cancha. Lo único que tienes que hacer es jugar. El cómo es cosa tuya. —No estarán listos en solo una semana. ¿Cuánto tiempo crees que podéis aguantar así? —Tanto como puedas tú —respondió Wymack—. ¿Puedes guardar la portería o no? Andrew se rio. —Supongo que estamos a punto de averiguarlo. El entrenador asintió. —¿Alguien más tiene alguna pregunta? Nicky no se daba por vencido. —Esta alineación es una locura, entrenador. —Sí. Buena suerte. —Wymack dio una palmada para acallar cualquier otra protesta—. Moved el culo. Id a por vuestras cosas y salid de mis vestuarios. Dan, Renee, si podéis preparar las cosas de Allison, Nicky las llevará al autobús. Matt, te toca ayudarme con las raquetas. En diez minutos arranco el autobús. Si no estáis dentro, os quedáis aquí. Vamos, vamos, vamos. Se dividieron cada uno en busca de sus cosas. Las bolsas de viaje los esperaban en el banco junto a sus taquillas. Neil tomó la suya y la giró de un lado a otro, admirando los bordados en hilo de un naranja vivo. Su nombre y número decoraban un lateral y el contrario tenía una huella de zorro. Olía a nuevo. Acababa de introducir el último número de la combinación de su taquilla cuando oyó un estruendo de metal. Neil volvió a prestar atención a sus compañeros. Andrew estaba abriendo y cerrando su taquilla sin motivo aparente. Solo consiguió hacerlo dos veces antes de que Kevin agarrara la puerta para detenerlo. Andrew no se resistió, en lugar de eso, tiró todos los contenidos de la taquilla al suelo. —¿Qué está pasando? —preguntó Kevin—. No puedes aguantar un partido entero sin la medicación. Neil agradeció que alguien hiciera la pregunta, porque él mismo tenía serias dudas acerca de aquel plan. El síndrome de abstinencia comenzaba al poco de que Andrew se saltara una dosis y tenía tres fases: un bajón físico y psicológico, náuseas debilitantes y antojos demenciales. Neil había visto brevemente las dos primeras. No sabía cuánto tardaba en aparecer la tercera, pero Matt había dicho una vez que tendría suerte si nunca llegaba a presenciarlo. La abstinencia no tendría que haber supuesto un problema, ya que Andrew estaba obligado a medicarse durante tres años según su acuerdo de la condicional, pero Wymack le permitía interrumpir el tratamiento para los partidos. La cancha era un lugar demasiado caótico y las protecciones de Andrew eran demasiado gruesas como para que nadie reparara en ello si la sonrisa maníaca desaparecía de su rostro. Si Andrew era capaz de sobrellevar el bajón en el primer tiempo, podía tomarse la pastilla en el descanso y recuperarse en el banquillo durante el resto del partido. Andrew parecía haber perfeccionado aquella rutina. Neil no había sido capaz de percibir la diferencia la semana anterior. Pero eso era jugando solo un tiempo, ahora tendría que jugar todo el partido. La solución más obvia era que jugara medicado, le gustara o no, pero las cosas nunca eran tan fáciles con Andrew. —No, probablemente no. —Andrew parecía muy contento para alguien que iba a pasar la mayor parte de la noche sufriendo. Se agachó y empezó a poner orden entre el desastre que había liado—. Algo se nos ocurrirá. —Ya lo ha hecho antes —dijo Matt. —Sí, el octubre pasado. —Nicky no levantó la vista de la bolsa donde estaba metiendo sus cosas, pero tenía una sonrisa en la cara mientras contaba la historia—. Nos habíamos enterado de que el CRRE iba a sacarnos de primera división si seguíamos perdiendo. El entrenador le pidió a Andrew un milagro y Andrew nos lo dio. Hizo que Wymack eligiera un número del uno al cinco y solo dejó pasar ese número de goles antes de cerrar la portería. Fue probablemente lo más flipante que he visto en mi vida. Si el objetivo de aquella historia había sido tranquilizar a Kevin respecto a la situación de Andrew, el resultado fue justo el contrario. Un nubarrón negro se posó sobre su rostro. —Así que eres capaz de poner empeño —dijo con los dientes apretados— cuando el entrenador te lo pide. Andrew cruzó los brazos sobre las rodillas, echó la cabeza hacia atrás y sonrió a Kevin. —Cuidado, Kevin. Se te notan los celos. —Llevas ocho meses diciéndome que no. A él le has dicho que sí en ocho segundos. ¿Por qué? —Ah, esa es fácil. —Andrew metió el resto de sus cosas en la bolsa y cerró la cremallera. Se la colgó del hombro antes de ponerse en pie, tan cerca de Kevin que casi lo obligó a dar un paso atrás—. Es porque decirte que no es más divertido. ¿No era eso lo que querías? Que me divirtiera. Pues ya lo estoy haciendo, ¿y tú? Para alguien tan pequeño, Andrew causó un gran estruendo al chocar contra las taquillas. Soltó una carcajada mientras su cuerpo impactaba contra el metal naranja. Neil no sabía qué era más divertido para Andrew: la violencia de Kevin o la mancha de sangre que ahora marcaba la parte delantera de la camiseta de este. Neil ni siquiera había visto a Andrew sacar el cuchillo, pero lo tenía en la mano, colocado entre sus cuerpos. Kevin se apartó, maldiciendo. —Joder, Andrew —dijo Matt—. ¿Estás bien, Kevin? —Estoy bien. —Kevin se puso una mano en el pecho como si estuviese comprobando que había dicho la verdad. Desde la otra punta del vestuario, Neil no podía ver bien la herida, pero pensó que la ausencia relativa de sangre significaba que el corte debía de ser superficial. Era largo, pero nada grave. Aunque le escocería cuando se pusiera las protecciones para el partido. Andrew se apartó de las taquillas y se acercó a Kevin otra vez. Le colocó el filo del cuchillo contra el pecho, justo encima del corazón, y lo miró a la cara. Kevin parecía más enfadado que intimidado mientras le sostenía la mirada. Matt echó a andar hacia ellos, quizás pensando que iba a tener que interrumpir la segunda ronda de la pelea. Kevin no apartó los ojos de Andrew, pero indicó a Matt con un gesto que no interviniera. Este se acercó hasta tenerlos al alcance de la mano. Una vez allí, esperó, tenso e inmóvil, a que uno de los dos se atreviera a pasarse de la raya. Una vez que se hubo detenido, Andrew volvió a hablar: —Kevin, Kevin. Siempre tan predecible. Te voy a dar un consejo, ¿te parece? Como recompensa por lo mucho que has trabajado o algo así. ¿Listo? Tendrás más éxito si empiezas a pedir cosas que estén a tu alcance. —Esto está a mi alcance —replicó Kevin, la voz cargada de frustración—. Lo que pasa es que eres un imbécil. —Ya veremos, pero luego no digas que no te lo advertí. Andrew pasó por su lado y se limpió la hoja del cuchillo contra el brazo. No importaba qué llevara puesto, había un accesorio que no se quitaba nunca: unas bandas negras que le cubrían los antebrazos por completo. Su principal objetivo era una especie de broma (una manera en la que la gente pudiera distinguir a los gemelos), pero él les había buscado otra función. El pasado junio Neil había descubierto que Andrew escondía las vainas de sus cuchillos debajo de la capa de algodón. Una vez que se hubo asegurado de que el cuchillo estaba limpio, este desapareció. Un par de segundos después, estaba saliendo por la puerta. —¿En serio? —dijo Nicky, exasperado, mientras se colgaba la bolsa al hombro—. Pensaba que te habías dado por vencido con eso hacía meses. No vas a ganar nunca. Kevin no respondió, se dirigió a su taquilla y empezó a meter cosas en la bolsa con rabia. Nicky sacudió la cabeza y fue hacia la puerta. Aaron no se había parado a ver la pelea, así que salió pisándole los talones a su primo. Neil observó a Kevin, esperando otro arrebato, pero este había decidido descargar el resto de su ira en silencio. Metió sus cosas en la bolsa como si quisiera romperla. A Kevin solo le importaba el exy. Había crecido con el deporte y lo único que quería era vencer sobre la cancha a cada delantero al que se enfrentaba. No tenía piedad a la hora de presionar a sus compañeros de equipo y se exigía el doble a sí mismo. No soportaba la incompetencia y no toleraba nada que no fuera el máximo esfuerzo por parte del resto del equipo. Lo que Kevin detestaba más que nada era la apatía absoluta de Andrew. Sus estadísticas estaban entre las mejores de todos los porteros del sudeste y eso era sin poner mucho de su parte. Kevin se había pasado casi un año intentando conseguir algo de Andrew. Quería que el exy le importara; deseaba que fuera la mejor versión de sí mismo sobre la cancha, igual que un hombre moribundo desea poder respirar una vez más. Andrew lo sabía y se negaba a seguirle la corriente. Neil comprendía la furia de Kevin. Él también se había quedado perplejo el verano anterior cuando había visto jugar a Andrew por primera vez. Era imposible (o debería serlo) que alguien con tanto talento sintiera tanta indiferencia hacia el juego. Por desgracia, la medicación de Andrew destrozaba su capacidad de concentración y hacía que estuviera demasiado colocado como para interesarse por el resultado de los partidos. Dejar que soportara la abstinencia mientras jugaba parecería la mejor opción, pero Neil había intentado hablar con Andrew sobre exy cuando estaba medio sobrio y este había dicho que el exy era demasiado aburrido como para merecer su atención. Una cosa era que sus problemas psicológicos y la medicación le impidieran hacer un esfuerzo, pero Andrew acababa de aceptar el trato con Wymack sin discutir. Neil no sabía qué significaba todo aquello, ni tampoco cómo sentirse al respecto. Matt esperó un momento a que Kevin saliera del vestuario antes de mirar a Neil. —El partido de esta noche va a ser una pasada. —Querrás decir un desastre —dijo Neil, cerrando su bolsa. Matt le dedicó una sonrisa sombría y cerró su taquilla. Al pasar junto a él de camino a la puerta, le puso una mano en el hombro. —Intenta no pensar en ello hasta que lleguemos. No vas a conseguir nada pasándote el viaje estresado por cosas que no puedes cambiar. Neil asintió. —Matt, deja que ayude yo al entrenador con las raquetas. Quiero preguntarle una cosa. —¿Seguro? —dijo Matt—. Vale, entonces dame tu bolsa para que la meta en el autobús. Es un coñazo llevar las dos cosas. Neil le dio la bolsa y se separaron en la puerta. Matt giró a la izquierda hacia la salida y Neil a la derecha hacia el recibidor. Wymack ya había abierto el armario de los materiales y había sacado el carrito con las raquetas. Las carcasas protectoras estaban abiertas para que el entrenador pudiera revisar las redes. Neil sabía que estaban en buenas condiciones, ya que los Zorros siempre se aseguraban de ello al final de cada entrenamiento, pero Wymack comprobó la tensión de todas y cada una de todas formas. El entrenador levantó la mirada al oírlo llegar, pero no preguntó por qué había venido él en lugar de Matt. Neil no dijo nada de primeras. En vez de eso, metió una mano en la carcasa y enganchó los dedos en la red de su raqueta. Llevaría aquella y la de repuesto al partido, solo por si acaso. Las raquetas estaban hechas para proporcionar potencia a los tiros y aguantar las embestidas de otra en la cancha, pero incluso la mejor raqueta podía romperse si la machacaban lo suficiente. Neil no quería estar a siete horas de casa sin nada con lo que jugar. —Cuidado con los dedos —dijo Wymack. Neil se apartó para que pudiera cerrar las tapas de las carcasas. Los cierres de plástico sonaron uno tras otro. Wymack sacudió el carrito un poco para asegurarse de que ninguna se abría con el movimiento y después le indicó a Neil que lo agarrara por la parte delantera. Este obedeció, pero no se movió aún. Retrasó el momento, buscando las palabras adecuadas para formular su pregunta. Esperaba que Wymack le metiera prisa para cumplir el horario, pero el entrenador aguardó a que las encontrara. —No creía que Andrew tuviera un precio —dijo por fin—. No parece el tipo de persona que se deja comprar. —No lo es —dijo Wymack—. Si le pidiera que lo hiciera gratis, lo haría. La única razón por la que le doy algo a cambio es porque sé lo que le va a costar jugar hoy. —Pero ¿por qué? —preguntó Neil—. ¿Qué te hace tan especial? —No soy especial. —Wymack enarcó una ceja. —No lo entiendo. —Quizás hayas notado que hago la vista gorda con muchas cosas en este equipo —dijo Wymack—. Sé a qué de tipo de personas ficho, y sé que algunos necesitan un poco de ayuda para seguir a flote. Mientras nadie salga herido, no os pillen y no seáis lo bastante estúpidos como para hacerlo en mi cancha, no me importa lo que hagáis en vuestro tiempo libre. No es asunto mío porque no quiero que lo sea. Wymack se refería a drogas como el polvo de galleta y el alcohol que el grupo de Andrew consumía en Columbia. Neil no sabía qué lo sorprendía más: que Wymack supiera lo que hacía su línea defensiva o que lo permitiera. Que no interviniera no quería decir que lo aprobara, pero alguien en su posición no podía tolerar algo así, ni siquiera de manera implícita. Muchos dirían que Wymack era un irresponsable por permitirlo. Puede que lo fuera, pero Neil sabía que no era tan sencillo. Había quien decía que Wymack fichaba a deportistas problemáticos como parte de una estratagema publicitaria. Otros creían que era un idealista sin remedio. Sacar a unos desgraciados con talento del barro y darles la oportunidad de mejorar sus vidas era una teoría bonita y una realidad desastrosa. Lo cierto era que Wymack los escogía porque sabía de primera mano lo mucho que necesitaban otra oportunidad. Hacía la vista gorda porque comprendía lo mucho que necesitaban sus vías de escape para sobrevivir. —¿Andrew sabe que lo sabes? —preguntó Neil. —Pues claro que sí. Interesante. Andrew sabía que Wymack podría tenerlo atado más corto y había decidido no hacerlo, así que cuando el entrenador necesitaba algo de él, lo hacía. Neil reflexionó sobre ello. —¿Es por respeto o por prudencia? —preguntó. —Digamos que es lo segundo —dijo Wymack—. Andrew me tiene el mismo aprecio que tú. No había nada en su tono que indicara una acusación, pero Neil torció el gesto de todas formas. —Lo siento. —Pues siéntelo y anda a la vez, que vamos tarde. Arrastraron el carrito por el pasillo hasta la salida. Neil se detuvo en el salón para recoger su mochila y Wymack fue apagando las luces a su paso. Aguardaron junto a la entrada el tiempo suficiente como para asegurarse de que la puerta quedaba cerrada con llave. Meter el carrito en el autobús era un proceso incómodo porque tenían que cargarlo de lado. Por suerte, la cubierta impedía que las raquetas chocaran contra el suelo de metal del maletero. Wymack cerró la puerta de un empujón, subió al autobús detrás de Neil e hizo un recuento desde la puerta. Todos estaban ya allí. Abby en la primera fila, con Dan y Matt sentados juntos en la siguiente. Renee y Allison estaban en la tercera, habiendo elegido el consuelo y la compañía en lugar del espacio extra para recostarse. Como los veteranos se habían sentado por parejas, había cuatro filas vacías entre ellos y el grupo de Andrew. A diferencia de sus compañeros, los miembros del grupo de Andrew estaban sentados cada uno en una fila. Andrew en la última, con Kevin justo delante. La última vez Nicky se había sentado delante de Kevin, pero ahora tanto él como Aaron estaban colocados una fila más adelante para dejar un espacio vacío en el centro. Neil no tuvo que preguntar el motivo. Dejó la mochila en la tercera fila empezando por la cola y se sentó. El cuero crujió cuando Nicky se dio la vuelta para sonreírle por encima del respaldo de su asiento. —Empezaba a pensar que te habías perdido. —No —dijo Neil—. Solo quería comprobar una cosa. Una vez terminado el recuento, Wymack se sentó en el asiento del conductor. El autobús gruñó al arrancar y las puertas se cerraron con un chasquido. En unos minutos estaban en la carretera. Neil miró por la ventana hasta ver el campus desaparecer en la distancia. CAPÍTULO CUATRO El viaje hasta la Universidad de Belmonte fue bastante tranquilo. Neil se había traído los deberes para pasar el rato, pero no tenía suficientes como para entretenerse durante seis horas. Por suerte, Nicky era capaz de pasarse días hablando si alguien le daba cuerda, así que al menos tenía a alguien que lo distrajera de lo largo que era el viaje. Renee se acercó a ellos en un momento dado para hablar sobre posibles jugadas y pedirles consejo. Ya había hablado con Matt y Wymack, pero quería comentar ideas con la otra mitad de la línea defensiva. Abby condujo casi todo el camino para que Wymack pudiera dormir. El plan era volver a Palmetto justo después del partido en lugar de quedarse en un hotel a pasar la noche. Wymack tendría que conducir a la vuelta y, con un poco de suerte, no acabarían en la cuneta. Podrían haber contratado a un conductor como hacían la mayoría de los equipos, pero Wymack era tan reticente a la hora de lidiar con extraños como el resto de los Zorros. Al parecer, el entrenador prefería sacrificar su propia comodidad antes que confiarle su equipo a un desconocido. Hicieron una parada para echar gasolina e ir al baño, luego otra para cenar, y entraron en una nueva zona horaria de camino a Nashville. El saque inicial era a las siete y media, pero el reloj de Neil indicaba las ocho menos cuarto cuando llegaron al estadio. No tenía sentido retrasar el reloj una hora solo para el partido, así que se lo quitó y lo metió en la bolsa. Dejaron el autobús en un aparcamiento vallado con un par de guardias de seguridad apáticos. Dos voluntarios esperaron a que los Zorros hubieran descargado sus materiales antes de guiarlos hasta los vestuarios del equipo visitante. Neil confió en que sus propios pies serían capaces de recorrer el camino sin ayuda y se dedicó a mirar a su alrededor. El estadio de la Universidad de Belmonte era casi idéntico a la Madriguera en cuanto a tamaño y forma, pero a Neil le costó ver las similitudes cuando la multitud que los rodeaba iba vestida de verde. Buscó rastros de naranja con la mirada, pero no encontró ninguno. Tras cuatro meses en la Madriguera, la disposición de los vestuarios del Belmonte le resultó desconcertante. Eran más grandes para dar cabida al equipo más numeroso de la liga, pero, por alguna razón, daban la impresión de ser más pequeños que los suyos y parecían estar del revés. Los vestuarios de hombres y mujeres estaban nada más entrar, con los baños en una sala aparte. Neil supuso que era más barato poner un baño unisex que tener que instalar uno en cada vestuario. Había una sala que Abby podía usar en caso de que alguno de sus jugadores resultara herido. La última estancia, que era también la más grande, servía para que los Zorros pudieran trazar estrategias durante el descanso y recibir a la prensa tras el partido. Uno de los voluntarios salió al estadio por la puerta trasera en busca de los árbitros y para alertar al entrenador Harrison de su llegada. El otro repasó la lista de normas básicas con Wymack y Abby. El entrenador mandó a los Zorros a cambiarse mientras él esperaba a los organizadores para entregar la documentación y la alineación del equipo. Neil entró al baño con su bolsa y se metió en uno de los cubículos. Era un espacio muy reducido para cambiarse, pero tenía años de práctica a sus espaldas. Se quitó la camiseta y la colgó por encima de la puerta para poder ponerse la pechera. Tiró de las cinchas para ajustarlas, se retorció para comprobar que podía moverse con comodidad y cerró las hebillas con un clic. Luego se puso las hombreras por encima y las abrochó a la pechera. Tuvo que rebuscar entre el resto de protecciones hasta encontrar la camiseta de la equipación. Los Zorros tenían dos: una para jugar en casa y otra de visitantes. La primera era naranja con letras blancas, y la segunda, al contrario. A Neil le gustaba más la versión blanca, al ser menos llamativa. No necesitaba esconderse para ponerse el resto de la equipación, así que metió su camiseta en la bolsa y se dirigió al vestuario masculino. Apenas había entrado cuando se dio cuenta de que tenía un grave problema. Un arco estrecho y sin puerta era lo único que separaba los bancos y las taquillas de las duchas comunes. Era obvio incluso desde allí que no había cubículos. Neil debería haberlo supuesto, pero las comodidades de la Madriguera habían conseguido que olvidara la realidad. La única razón por la que los Zorros tenían cubículos en las duchas del vestuario masculino era porque Wymack los había encargado expresamente. Neil se obligó a sí mismo a centrarse. Primero tenía que sobrevivir al partido. Ya habría tiempo para preocuparse por las duchas después. Relajó la mano que aferraba el asa de su bolsa como si su vida dependiera de ello y buscó un hueco para terminar de vestirse. Sus compañeros ya casi habían terminado, dado que no tenían que preocuparse por esconderse para cambiarse, y fueron saliendo conforme estuvieron listos. Neil se quitó los zapatos, los calcetines y cambió sus vaqueros cortos por los pantalones de la equipación. Tuvo que sentarse para ponerse las espinilleras y dio un par de patadas al aire para estar seguro de que no se movían. Cubrió las espinilleras con unos calcetines que le llegaban hasta las rodillas y se puso las zapatillas. Los guantes sin dedos que llevaba debajo de los protectores se abrochaban a la altura del codo. Se puso las muñequeras, pero los guantes protectores no le harían falta hasta el momento de salir a la cancha, así que los metió en el casco para ponérselos más tarde. La protección de cuello era poco más que una gargantilla naranja. Resultaba bastante incómoda, pero con un poco de suerte evitaría que una pelota fuera de control le aplastara la tráquea. Un pañuelo naranja le apartaba el pelo de la cara tras atárselo a la nuca. Y con eso, estaba listo. Wymack los esperaba en la sala principal. Neil fue el último en llegar, pero, al ser delantero, lo colocaron el tercero. Estaban en fila en orden de posición, con la excepción de Dan a la cabeza como capitana y Renee junto a Allison como central suplente. Era extraño, pero a Neil le preocupaba más su propia posición. Estar detrás de Kevin implicaba tener a Allison a sus espaldas. Evitó mirarla mientras cruzaba la habitación y ella no dijo nada cuando se colocó delante. —¿Cuánto tiempo crees que puedes seguir así? — preguntó Andrew desde el final de la fila. La burla en su voz le hizo apretar los dientes. —¿Puedes desplomarte de una vez? —Todo a su tiempo —prometió Andrew. En la Madriguera, el camino que llevaba hasta el círculo interno estaba al descubierto. El estadio del Belmonte tenía un diseño diferente. El pasillo que recorrieron para llegar desde los vestuarios hasta la cancha era un túnel. Neil aún no era capaz de ver al público, pero podía oírlos. El eco de voces emocionadas rugiendo ahogaba el sonido de sus pisadas mientras seguía a Dan y Kevin. Una marea de aficionados vestidos de verde iba llenando con rapidez las gradas. Los guardias de seguridad y los empleados del estadio estaban repartidos alrededor del círculo interno y en cada una de las escaleras que dividían las secciones de las gradas. La primera fila de asientos estaba a un par de metros del suelo y una barandilla impedía que los más fanáticos molestaran a los equipos. Lo que la barandilla no podía contener era el ruido, pero Neil dejó que los gritos y abucheos le pasasen por encima. No veía a las Raposas, el equipo femenino de animadoras de los Zorros, ni a su mascota Rocky el Zorro. La tortuga mascota del Belmonte estaba ya en el estadio, dándolo todo, saltando de un lado a otro en el círculo interno para animar al público. La máscara enorme que llevaba le impidió ver la llegada de los Zorros, pero los alumnos los señalaron, advirtiéndole a gritos. Salió disparado hacia ellos tan rápido como pudo con su voluminoso disfraz. Se detuvo a una distancia segura de su banquillo y les dedicó un par de gestos soeces. Nicky no tuvo problema en devolvérselos hasta que Wymack le propinó una colleja. La mascota salió corriendo entre los vítores del público. Andrew y Nicky, al final de la fila, habían sido los encargados de arrastrar el carro con las raquetas. Dan tiró de un extremo y lo colocó entre dos de los banquillos del equipo visitante. Se agachó para bloquear las ruedas y, tras incorporarse, abrió las tapas de las carcasas una tras otra. Kevin estaba a su lado antes de que terminara. Sacó una de sus raquetas, comprobó la red como si temiera que se hubiese aflojado durante el viaje y se acercó a las paredes de la cancha. No se molestó en mirar a la multitud. Solo le importaba una cosa y la tenía delante. Neil tomó su raqueta y se colocó junto a él. Los Tortugas ya estaban en sus banquillos al otro lado de la cancha. Eran menos jugadores que en el Breckenridge, pero aun así eran más del doble que los Zorros. Neil apretó la raqueta con tanta fuerza que la madera crujió. —¿Algún consejo? —preguntó. No esperaba recibir una respuesta, pero Kevin lo miró de reojo. —Vas a jugar el primer tiempo completo, así que tienes que ahorrar fuerzas. No quiero que marques en los primeros veinte minutos a no ser que el tiro a puerta esté descubierto. Pasa la pelota en lugar de intentar tirar. Que no pare de moverse. Cuando Dan me sustituya, dalo todo hasta el descanso. »Tendrás ese rato y los primeros veinte minutos del segundo tiempo para descansar. Recupérate, vuelve a la cancha y dame hasta tu último aliento. Si sospecho que te estás conteniendo porque estás cansado, yo mismo te echaré de la cancha. Te quiero incapaz de mantenerte en pie cuando suene el silbato final. —De acuerdo —dijo Neil. Sabía que era un tema delicado, pero no pudo evitar preguntar—: ¿Crees que Andrew se tomará la medicación para el segundo tiempo? —No —respondió Kevin, malhumorado—. Ha retrasado la última dosis treinta minutos. Cree que va a poder aguantar hasta el final. Neil buscó a Andrew con la mirada. La semana anterior Dan había dicho que Andrew se organizaba para saltarse la dosis justo media hora antes del saque. Sus niveles de energía empezaban a decaer durante el calentamiento y el descenso paulatino comenzaba más o menos cuando salía a la cancha. Aquel descenso lento duraba como mucho una hora y cuarto antes de que llegaran las náuseas. Un partido tenía dos tiempos de cuarenta y cinco minutos y un descanso de quince. Los penaltis y saques sumaban un par de minutos al reloj. Daba igual que Andrew hubiera retrasado la dosis que iba a saltarse hasta la hora del saque inicial; el partido era demasiado largo como para que aguantara. Andrew lo sabía sin duda, pero no parecía muy preocupado. Aún estaba colocado y charlaba animadamente con Renee, apartados del resto del equipo. —Zorros, venid aquí —los llamó Wymack. Mientras se giraba hacia el entrenador, Neil vio algo naranja moverse por el rabillo del ojo. Observó a las Raposas y a Rocky entrar en el estadio. El banquillo de las animadoras estaba tan solo a unos seis metros de los tres de los Zorros, pero Neil no era capaz de escuchar su conversación a través del ruido. Un par de estudiantes les silbaron y gritaron algo lascivo. Las jóvenes lo ignoraron en favor de revisar mutuamente el estado de sus peinados y faldas. Entre tanto movimiento, era fácil localizar a la única chica que estaba quieta. Tenía la mirada clavada en los Zorros y no dejaba de darles vueltas a los pompones que tenía en las manos. —¡Katelyn! ¡Hola! —gritó Nicky, agitando una mano con entusiasmo. Aaron le propinó un codazo, pero Katelyn sonrió y le devolvió el saludo. Nicky le dedicó a Neil una sonrisa llena de dientes cuando este se detuvo a su lado—. Katelyn es la novia de Aaron. —No es mi novia —protestó Aaron—. Cállate. —Lo sería si le pidieras salir de una vez —dijo Matt—. ¿A qué estás esperando? —Oh. —Andrew se golpeó la palma de una mano con el puño de la otra como si la respuesta acabara de venirle a la mente. Le dedicó una sonrisa retorcida a Matt, pero respondió en alemán—. Igual tiene miedo de que acabe muerta como la última mujer a la que quiso. Aaron lo miró con rabia. —Vete a la mierda. —Joder, Andrew —protestó Nicky. —Voy a asumir que se ha pasado seis pueblos —dijo Matt, mirando a los tres primos—. ¿Quiero saber lo que ha dicho? —¿Crees que nosotros queremos decírtelo? —preguntó Andrew, cambiando de idioma. —Dejad eso para luego —intervino Wymack—. Pensaba que esto era una reunión de equipo, no radio patio. Salimos a calentar a la cancha en diez minutos. Vais a empezar corriendo un par de vueltas con Dan. Si alguno se atreve a mirar siquiera a los Tortugas cuando paséis por su banquillo, se vuelve a casa andando. ¿Entendido? Pues hala. Dan marcó el ritmo con Matt a su lado. El resto de Zorros los siguieron en parejas. Neil esperaba quedarse solo a la cola, y no le habría importado, pero apenas habían dado un cuarto de vuelta a la cancha cuando Andrew y Kevin se movieron. El primero se hizo a un lado para permitir que Neil lo adelantara. Kevin apretó el paso para ponerse a su lado. Neil echó la vista atrás para mirar a Andrew. —Si te tropiezas, no pienso sujetarte —dijo Kevin. Neil volvió a mirar hacia delante y decidió no preguntar qué estaba pasando. Era un gustazo poder correr después de haberse pasado la mitad del día en el autobús, pero Dan se detuvo tras solo dos vueltas. Estiraron junto a los bancos hasta que los árbitros indicaron que podían pasar a la cancha. Se pusieron los cascos y los guantes, tomaron sus raquetas y entraron en el terreno de juego para quince minutos de ejercicios de calentamiento. Tras terminar, todos salvo los dos capitanes volvieron a salir. Dan y el capitán de los Tortugas se encontraron en media cancha para el lanzamiento de la moneda. Dan obtuvo el primer saque, así que los Tortugas escogieron defender la cancha «local» en el primer tiempo. El comentarista repasó las estadísticas de los equipos mientras los capitanes abandonaban el terreno de juego. Anunció la alineación de los Tortugas con entusiasmo exagerado y presentó a los Zorros de forma correcta, pero cargada de indiferencia. Neil tuvo que admitir que estaba impresionado. El cambio abrupto de tono era un recordatorio eficaz para el equipo de los Zorros: estaban lejos de casa, en territorio enemigo. Neil fue el segundo en ser anunciado y salir a la cancha. Tuvo que pasar por delante de los Tortugas para llegar hasta su sitio en media cancha, pero aprovechó la oportunidad para estudiar a su defensa. Herrera le sacaba quince centímetros, por lo que su alcance sería mayor. Neil tendría que conformarse con ser el más rápido de los dos. Se detuvo sobre la línea y observó al resto de su equipo entrar en el terreno de juego. Allison no miró a nadie mientras avanzaba hasta su puesto como central. Matt chocó su raqueta contra la de ella con suavidad al pasar y se colocó en la línea de primer cuarto justo detrás de Neil. Este agradecía tener a Matt en su lado de la cancha, pero sabía lo que eso implicaba. Matt era el mejor jugador de los Zorros y Neil el lado más débil de la línea ofensiva. Estaba allí para lidiar con las consecuencias de los errores de Neil. Andrew fue el último en entrar. Se dirigió a la portería con su enorme raqueta cruzada sobre los hombros. Neil no podía ver bien su expresión a través de la reja apretada del casco. No tendría que preocuparse por él hasta el segundo tiempo, pero se giró para verlo avanzar de todas formas. Esperaba que fuera directo a la portería, pero se detuvo un momento junto a Allison. Neil estaba demasiado lejos como para oír si le decía algo. Andrew continuó su camino enseguida y Allison no se giró para verlo marchar, pero cambió de posición y levantó su raqueta, lista para la acción. El árbitro jefe le pasó la pelota a Allison. Sonó el zumbido de aviso; un minuto para el inicio del partido. Los seis árbitros se separaron y salieron de la cancha por lados opuestos. Cerraron las puertas y echaron la llave a sus espaldas. Neil los observó mientras se repartían por ambos laterales de la cancha. Aún podía oír el ruido del público a través de las rejas de ventilación del techo, pero las paredes lo amortiguaban. Se preparó para echar a correr e intentó contar los segundos en su cabeza. El segundo zumbido reverberó por cada uno de los nervios de su cuerpo. Los Tortugas y los Zorros rompieron la formación al mismo tiempo, saliendo disparados sobre la cancha al encuentro del equipo contrario. El portero de los Tortugas hizo chocar su raqueta contra la portería con un grito de guerra para animar a sus compañeros. Neil aguardó el sonido de un saque que no llegó. Por un segundo temió que Allison se hubiera congelado, incapaz de moverse. Había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de Herrera cuando oyó el ruido de la pelota chocando contra la raqueta de Andrew. Allison le había pasado el saque y este la lanzó a la otra punta de la cancha, a la altura de los delanteros. El partido fue duro desde el principio y no mejoró. Neil intentó seguir el consejo de Kevin, pero contenerse resultaba frustrante. Siempre le había parecido incomprensible cómo Dan y Allison podían aguantar ser centrales y pasarse el partido haciendo de intermediarias. A Neil le gustaba ser más rápido, más listo que su rival en la defensa. Le gustaba sentir el subidón de un gol perfecto. Le gustaban la presión y el triunfo. El resto de su vida era un desastre aterrador; necesitaba el poder y el control que solo obtenía en la ferocidad de aquel juego. El único aspecto positivo fue darse cuenta de que los entrenamientos con Kevin estaban surtiendo efecto. Desde junio se había pasado cuatro noches por semana practicando sus ejercicios de precisión. Los pases no eran la parte del juego que más le entusiasmaba, pero notaba lo mucho que había mejorado. Ahora lanzaba la pelota con más fuerza y acierto y tardaba menos en decidir hacia dónde hacerlo. Herrera no tardó en darse cuenta de que Neil no iba a marcar, pero lo atribuyó a su incompetencia. No dejaba de hacer comentarios sobre su falta de experiencia y arrojo. Neil quería tirarlo al suelo y salir disparado hacia la portería para demostrarle que se equivocaba. Si fallaba, Herrera se lo recordaría el resto del partido. Si marcaba, Kevin aprovecharía la oportunidad para regañarle. Solo podía perder, y el partido en general no es que fuera mucho mejor. Los Tortugas llevaban una ventaja de tres a uno hasta que Kevin marcó en el minuto veintitrés. Wymack aprovechó que estaban en posesión de la pelota para meter a los suplentes. Neil no estaba entre Kevin y la puerta, pero este se desvió para acercarse a él antes de salir. —Destrózalo —dijo. Neil sintió que llevaba toda la vida esperando ese momento. —Sí. Kevin, Allison y Aaron cedieron su puesto en la cancha a sus compañeros. Nicky y Dan entraron primero y se colocaron en sus posiciones. Renee se detuvo a abrazar a Allison junto a la puerta antes de entrar en la cancha. Sin su equipación habitual de portera, tenía un aspecto extraño y diminuto. Neil solo podía esperar que supiera lo que hacía. El entrenador Harrison aprovechó la pausa para rotar a sus Tortugas. No cambió a ninguno de los defensas, probablemente porque no habían tenido que hacer mucho hasta ahora, pero hizo entrar a dos nuevos delanteros. Los árbitros cerraron las puertas a sus espaldas. Cuando todo el mundo se hubo colocado, un pitido reanudó el partido. Renee jugaba como central, pero no sacó hacia delante. Al igual que Allison, se giró y le pasó la pelota a Andrew. Este le propinó un golpe brutal que la mandó directa a la pared contraria. Neil y Dan salieron disparados tras ella. La pelota rebotó contra la parte superior de la pared, chocando contra el techo, y cayó en picado sobre la línea de primer cuarto. Los defensas que habían salido a detener a Dan y a Neil intentaron retroceder tan rápido como pudieron. Herrera atrapó la pelota y la lanzó hacia delante. Neil no trató de interceptarla. Le interesaba más mantener a Herrera a aquel lado de la línea de media cancha. Se giró para seguir la pelota con la mirada, pero apretó la espalda contra el defensa. Cuando este intentaba moverse hacia la derecha o la izquierda o echar a correr hacia media cancha, Neil lo sentía y se movía para impedirlo. No podría retenerle mucho más, pero solo necesitaba ganar tiempo hasta que sus compañeros tomaran posesión de la pelota. La defensa sabía qué hacer; Renee había propuesto aquella jugada en el autobús. No podían saber quién conseguiría la pelota tras un saque como aquel por parte de los Tortugas, pero sabían qué hacer si la atrapaban. Matt la capturó y lanzó. Ni siquiera se paró a mirar, confiando en la habilidad de Andrew para recibirla desde cualquier ángulo. Este la golpeó hacia la izquierda, haciéndola chocar contra la pared justo frente al banquillo de los Zorros para que rebotara en dirección a Neil y Herrera. Neil no esperó a que llegara hasta él. Salió corriendo en cuanto vio el ángulo de la raqueta de Andrew. Sabía que Herrera lo seguía de cerca para bloquearlo. Si dejaba que lo aplastara contra la pared, perdería la pelota en la pelea. Esta rebotó contra la pared y Neil la atrapó, pero no intentó protegerla. En vez de eso, golpeó el fondo de su raqueta con un puño, haciendo que la pelota saliera disparada de la red. En el mismo instante, se dejó caer de rodillas. Un poco más y no hubiera sido lo bastante rápido. Herrera se estrelló contra él a toda velocidad medio segundo más tarde, pero Neil no estaba donde el defensa esperaba. Tropezó con su cuerpo y, sin Neil allí para recibir el golpe por completo, se estampó de cabeza contra la pared. Neil se deshizo de él y gruñó ante la llama de dolor que se encendió en su hombro. Si no fuera por las hombreras, la rodilla de Herrera le habría dislocado el brazo del impacto. Alguien golpeó la pared. Podría haber sido una muestra de apoyo por parte de los suplentes por haberse deshecho del defensa, pero lo más probable es que fueran Wymack o Kevin, furiosos con él por haber intentado algo tan arriesgado. Ya habría tiempo para preocuparse por ello. Ahora mismo lo único que importaba era la pelota, que estaba botando en el suelo a su lado. La recogió y salió disparado hacia la portería. No miró atrás para comprobar si Herrera se había levantado o si el defensa que cubría a Dan la había abandonado para ir tras él. Solo tenía ojos para el portero y supo que iba a marcar. Cargó el tiro con toda la frustración del primer tiempo. El portero intentó despejarla y falló. La pared se iluminó en rojo para confirmarlo. Dan aulló tan alto que el eco rebotó en las paredes de la cancha. Neil redujo la marcha a un trote y se dio la vuelta. Su capitana corrió hasta él y lo envolvió en un abrazo rápido y feroz. Un zumbido la cortó antes de que pudiera decir nada. Juntos contemplaron cómo el entrenador Harrison ordenaba a Herrera salir de la cancha. Debido a una posible lesión causada por un choque de aquella magnitud, el entrenador tenía derecho a cambiarlo a pesar de que los Zorros tenían el saque. Neil observó a su nuevo defensa entrar en la cancha, pero Dan volvió a captar su atención. —Ha sido la hostia —dijo y después le propinó un empujón en el hombro. Neil no pudo ocultar por completo su mueca de dolor. Dan le acercó un dedo a la cara—. Pero no vuelvas a arriesgarte tanto. No podemos sustituirte. ¿Entendido? —Sí. —Bien. Ahora vamos a darles lo suyo a esos cabrones. Era más fácil decirlo que hacerlo, pero siguieron luchando hasta el descanso. Con el primer tiempo agotado, habían conseguido dejar el marcador empatado a cuatro. Wymack sacó a su equipo de la cancha entre el bullicio de un público en cólera. Kevin no tenía nada que decir, pero Aaron fue directo hacia Matt y Nicky para hablar con ellos. Allison había desaparecido, al igual que Abby, así que Neil supuso que se habían marchado juntas para huir del ruido. Ojalá Allison fuera capaz de aguantar un poco más. Wymack los mandó al vestuario, pero él se quedó atrás para sonreír ante las cámaras y revisar el carro de las raquetas. Neil se quitó los guantes y el casco en cuanto entró en el túnel. Después se arrancó la protección del cuello de un tirón para poder respirar. Apenas se sentía las piernas. Los pies no los sentía en absoluto, pero suponía que seguían por allí abajo. El hombro en el cual se había hecho daño en el primer tiempo aún le dolía gracias a la puntería de los golpes del nuevo defensa. Los Zorros se repartieron en una especie de círculo en los vestuarios para quitarse las protecciones extra y estirar. Los demás tenían cara de estar agotados, pero la conversación era animada. Charlaron sobre volver a la cancha, cautos pero esperanzados de cara al segundo tiempo. Dan y Matt incluso se rieron de un improperio que un delantero le había soltado a Matt. Neil miró a su alrededor, absorbiendo el entusiasmo de sus compañeros, hasta que sus ojos encontraron a Andrew y se quedaron clavados en él. Neil ya había visto a Andrew pasar por el síndrome de abstinencia, pero no como ahora. Siempre había sido de noche, abatidos por el agotamiento, o en Columbia, con drogas y alcohol para suavizar el impacto. En aquellos contextos no había sido capaz de apreciar el estado apático en el que se sumía. Todo el mundo le había advertido que a Andrew no le importaba el exy, pero una parte de él se había negado a creerlo. Las piezas no encajaban, sobre todo teniendo en cuenta que Andrew accedía a dejar de tomar un medicamento que lo ponía eufórico solo para jugar los partidos. La pelea entre él y Kevin de aquella mañana era prueba de que ocurría algo raro. Pero Andrew era una roca muda en medio del equipo y su expresión estaba a miles de kilómetros de allí. Era un vacío inalcanzable, ajeno al alboroto alegre de sus compañeros. —Para ya. No pretendía decirlo en voz alta. Ni siquiera se dio cuenta de que había hablado hasta que las conversaciones de los demás se extinguieron. Dan y Matt lo miraron con curiosidad. Renee alternó la mirada entre él y Andrew, mientras que Aaron no levantó la vista en absoluto. Kevin fue el primero en comprender la situación, ya que él sentía la misma rabia nauseabunda hacia la indiferencia de Andrew. Le dedicó una mirada acusatoria al portero. Este último se limitó a mirar de reojo en dirección a Neil, aburrido. —No estoy haciendo nada. «Exacto», quiso decir Neil, pero sabía que era una pelea sin sentido. No tenía palabras para expresar la sensación insistente que se había instalado en su estómago y era culpa suya por ser tan ingenuo. Sacudió la cabeza, frustrado, y no dijo nada. Nicky abrió la boca, dudó un instante mientras reconsideraba lo que iba a decir y le puso una mano en el hombro a Neil, ya fuera para animarlo o para consolarlo. Dejó la mano donde estaba, pero se dirigió a todo el equipo con voz exageradamente animada. —Oye, pues lo estamos haciendo mejor de lo que esperaba. Wymack escogió ese preciso instante para entrar y frunció el ceño al oír las palabras de Nicky. —Y una mierda. Si seguís jugando así no vamos a conseguir nada y hoy es el último día que lo tolero. Tenéis que empezar a adelantar el marcador durante el primer tiempo. Vais a necesitar ese margen cuando tengáis que enfrentaros a una alineación nueva en vuestro segundo aliento. —Tiene razón —dijo Dan—. Tenemos que apretar más antes. Nos estábamos reservando para aguantar todo el partido, pero intentar cerrar el hueco cuando vamos perdiendo es mortal. Tenemos que ser más listos y encontrar algún tipo de equilibrio. Wymack asintió y paseó la mirada hasta el otro lado de la habitación. —¿Andrew? —Presente —dijo este. El entrenador interpretó aquella respuesta inútil como quiso y chasqueó los dedos para llamar la atención del equipo. —Venga, a estirar. —Se acercó a la puerta y gritó por el pasillo—: ¿Abby? —Ya voy —respondió la voz de la enfermera, que entró un minuto después cargada con dos garrafas. Una estaba llena de agua, la otra, de bebida isotónica. Sirvió un poco de cada para todos los Zorros y fue pasando los vasos. Cuando llegó hasta Neil, se quedó a su lado, palpando la línea de la hombrera por encima de la camiseta. —¿Cómo estás? Neil se bebió ambos vasos antes de contestar. —Estoy bien. Nicky alzó un puño en un gesto triunfal. —Gracias por ser tan predecible, Neil. Acabas de hacerme ganar diez pavos con solo dos palabras. Matt se lo quedó mirando. —¿En serio? ¿Quién coño ha apostado en contra de eso? Nicky señaló a Kevin con el pulgar. —Hay días tontos y tontos todos los días. Kevin estaba furioso, pero su ira iba dirigida a Neil. —Eres imbécil. ¿Ves esto? —Le mostró su mano izquierda. Neil no era capaz de ver las cicatrices desde donde estaba, pero sabía a qué se refería—. Una lesión es algo serio. No puedes ignorarla. Si te haces daño en la cancha, haces lo que haga falta para arreglarlo. Te lo tomas con calma, le pides al entrenador que te saque, le pides ayuda a Abby, me da igual. Si vuelves a contestar a una pregunta sobre tu salud con «estoy bien», haré que te arrepientas de haber nacido. ¿Te queda claro? Neil abrió la boca, pensando en discutir. Luego se lo pensó mejor. —Clarísimo —dijo. —Te lo advertí —dijo Dan, sin rastro de compasión—. Aunque creo que las amenazas de Kevin son más efectivas. Abby miró a Neil. —Te lo pregunto otra vez. ¿Cómo estás? —Estoy… —La respuesta era automática. Neil se mordió la lengua al ver a Kevin dar un paso hacia delante a modo de amenaza. Bufó, molesto, y buscó una respuesta mejor—. Solo me duele un poco. Mientras consiga que el defensa no me dé en el lado derecho, estaré… No habrá problema. La rectificación en el último segundo hizo que Matt se riera. —Me da a mí que este experimento no va a acabar bien, Neil. —Hay gente que nace tonta y no tiene remedio —dijo Wymack—. Ahora cerrad la boca y abrid las orejas, tenemos mucho que repasar. Empezó por los defensas y fue avanzando uno a uno, indicando oportunidades perdidas y señalando las pocas cosas que habían hecho bien. Tenía una lista con la alineación inicial del segundo tiempo, así que se pasó la segunda mitad del descanso repasando lo que sabían de sus oponentes. Los Zorros le prestaron toda su atención, pero no se quedaron quietos. Matt dejó de estirar y se dedicó a pasear de un lado a otro de la habitación. El resto siguió moviéndose, estirando o corriendo en su sitio mientras Wymack hablaba. Abby recogió los vasos vacíos, los tiró a la basura y repartió otra ronda. Neil se bebió el suyo de un trago, sin saborearlo siquiera. Estaba empezando a sentir el segundo aliento, pero aun así agradecía no tener que jugar otro tiempo completo. Quería estar totalmente recuperado antes de salir de nuevo a la cancha con Kevin. Oyeron un zumbido que indicaba que tenían un minuto para regresar al círculo interno y Allison aún no había aparecido. Wymack miró a Abby y esta asintió antes de marcharse en busca de su central perdida. —Id preparándoos —dijo el entrenador. Los hizo ponerse en fila y recogió la tabla con los papeles del suelo. Neil vio a Abby en el otro extremo del pasillo, parada enfrente de la puerta del baño. Esta le indicó a Wymack con un gesto que se adelantara, así que el entrenador abrió la puerta y guio a los Zorros de vuelta al estadio. Neil no iba a necesitar los guantes ni el casco durante un rato, por lo que los dejó en el banquillo y fue a ayudar a Nicky a colocar el carro de las raquetas. Para cuando hubo terminado, Allison estaba de vuelta. Llevaba la equipación puesta y fue directa a por su raqueta. Neil intentó apartarse de su camino sin que fuera demasiado obvio. Si Allison se percató de ello, no dijo nada al respecto. La expresión vacía de su rostro indicaba que tenía toda su atención puesta en lo que debía hacer. Poco después, los árbitros llamaron a las alineaciones iniciales para que se colocaran junto a las puertas. Neil se quedó al lado del banquillo con Matt y Renee y observó mientras sus compañeros salían a la cancha. No estaba preparado para hablar de Allison con ninguno de ellos, por lo que decidió centrarse en el otro jugador inestable del equipo. —¿Por qué lo hace Andrew? —dijo Neil, incapaz de seguir callado—. Si no le importa el exy, ¿por qué accede a pasar por esto cada viernes? —¿Tú querrías estar colocado hasta el culo todos los días de tu vida? —preguntó Matt. —Lo único que consigue es pasar el rato sufriendo el bajón de la medicación y vomitando —dijo Neil—. ¿De verdad merece la pena? —Puede que sí —respondió Renee, sonriendo—. Ya lo verás. Los Tortugas sacaron en cuanto sonó el zumbido y la cancha se llenó de movimiento. El central del Belmonte dio inicio al segundo tiempo con una jugada arriesgada: tirando directamente a puerta. Allison podría haber interceptado el tiro, pero se apartó de manera casual como si no mereciera la pena. Andrew reaccionó igual, relajado y arrogante, y se limitó a observar cómo la pelota no entraba en la portería por apenas un par de centímetros. La respuesta del público fue instantánea y ensordecedora: no iban a consentir que un equipo de pacotilla como los Zorros se burlara de ellos. Andrew golpeó levemente la pelota en el rebote, haciéndola chocar contra el suelo y salir disparada por donde había venido. Allison la vio pasar de nuevo, dejó que el central la atrapara sin enfrentarse a él y luego lo embistió. El central no llegó a caerse, pero el golpe lo hizo perder la pelota y Allison se apresuró a robársela. La lanzó cancha arriba y avanzó tras ella. Debido a su infame incapacidad de trabajar en equipo, la gente a menudo olvidaba que los Zorros eran un equipo de primera división. Wymack sacaba a sus fichajes defectuosos del mismo saco que el resto de entrenadores de primera: los mejores atletas de los institutos del país. Si los Zorros consiguieran superar sus diferencias y aprendieran a ponerse de acuerdo de vez en cuando, podrían convertirse en algo extraordinario. Neil se lo había advertido a Riko en el programa de Kathy Ferdinand y Dan creía que el equipo tenía una oportunidad ahora que Seth ya no estaba. Neil observó a sus compañeros en busca de alguna señal que indicara que tenía razón. Precisamente porque lo estaba buscando, fue capaz de verlo, en pequeños destellos. Nicky era el defensa más flojo del equipo, pero Aaron sabía compensarlo. Allison y Dan no habían jugado nunca juntas, pero llevaban tres años siendo amigas y compañeras de cuarto. Dan estaba demasiado adelantada en la cancha como para poder controlarlo todo como solía hacer, pero era capaz de evaluar la situación de un solo vistazo y reajustar las jugadas. Neil quería sacar a Matt a la cancha y ver qué pasaba. Matt era el mejor jugador del equipo. Era capaz de aunarlos a todos con su presencia y de controlar el partido con su agresividad descarada. Neil quería salir al terreno de juego y comprobar por fin si se merecía estar en primera división. Quería formar parte de aquella evolución. Quería sentir cómo el equipo encajaba en perfecta sincronía, aunque fuera solo durante un instante. Para cuando Wymack lo sacó a la cancha por fin, Neil estaba vibrando de impaciencia y ansias a partes iguales. Fue consciente de chocar su raqueta con la de Dan al cruzarse con ella en la puerta, pero no lo oyó. Solo podía oír el latido de su corazón, retumbándole en las venas. Un zumbido los puso en marcha. Los Tortugas avanzaron con todo lo que tenían, pero los Zorros los repelieron con una ferocidad que sus adversarios no esperaban. Estaban agotados, pero Matt era capaz de unir a la defensa y Neil tenía permiso para correr hasta reventar en el ataque. Era el más novato del equipo, pero también el más rápido y el más desesperado. Con cada minuto que pasaba en la cancha estaba más cerca de tener que despedirse del exy para siempre. No quería tener remordimientos. No perdió de vista el marcador en ningún momento, pero supo que los Zorros se habían puesto en cabeza por la reacción del público. Los Tortugas estuvieron a punto de marcar unos minutos después, pero Matt lanzó a su delantero contra la pared. En apenas un segundo estaban enzarzados en una pelea. Renee era quien estaba más cerca, así que fue a separarlos. Matt levantó las manos en el aire y se echó atrás en cuanto se dio cuenta de su presencia, pero el delantero de los Tortugas estaba demasiado enfadado como para reparar en ello. Fue tras Matt y le propinó un par de puñetazos. Forcejearon hasta que Matt consiguió apartarlo de un empujón. Renee aprovechó la oportunidad. Agarró al delantero por la parte trasera de la camiseta y le propinó una patada en la parte de atrás de la rodilla. Este se desplomó de rodillas y Renee le pisó el gemelo, dejando caer su peso sobre él para evitar que volviera a levantarse. Los árbitros los separaron entre improperios y gestos exagerados. Los tres se llevaron una tarjeta amarilla por pelearse. Neil pensó que era una estupidez, ya que técnicamente Renee no se había peleado con nadie, pero el público lo celebró. Dado que había sido el delantero quien había iniciado la pelea, los Zorros recibieron la posesión de la pelota cerca de donde los Tortugas la habían perdido. Matt hizo chocar su raqueta con la de Renee y los dos se colocaron en sus nuevas posiciones iniciales. Kevin los puso por delante en el marcador con solo un minuto de partido restante. Los últimos sesenta segundos fueron un enfrentamiento desesperado entre ambos bandos. Un gol de los Tortugas los llevaría a la prórroga y ninguno de los Zorros sería capaz de jugar otros quince minutos. A ocho segundos del final, un delantero de los Tortugas consiguió la pelota. Aaron corrió tras él, pero estaba demasiado agotado como para alcanzarlo. Con sus diez pasos, el delantero llegó hasta la línea de penaltis y se preparó para tirar. Neil sintió cómo la decepción le oprimía el pecho. La portería era demasiado grande y Andrew demasiado pequeño; era imposible que pudiera parar un tiro a tan corta distancia. El delantero apuntó a la zona de la portería más lejos de Andrew y tiró a la esquina inferior izquierda. Incluso si Andrew pudiera haber llegado a tiempo, la pelota estaba demasiado cerca del suelo como para que pudiera golpearla con la raqueta. Pero Andrew ya se estaba moviendo antes de que el delantero tuviera tiempo de tirar, como si supiera de antemano hacia dónde iba a apuntar, y ni siquiera intentó golpear la pelota. Se tiró, estirándose todo lo que podía y estampó la raqueta contra el suelo, interponiéndola entre la pelota y la portería con tanta fuerza que Neil oyó la madera crujir desde la otra punta de la cancha. Llegó justo a tiempo; la pelota chocó contra la red tirante de la raqueta y rebotó hacia fuera. Andrew soltó su raqueta y fue tras la pelota. El delantero intentó alcanzarla también, pero había perdido un valioso instante pensando que el gol estaba asegurado. Un instante fue todo lo que Aaron necesitó para alcanzarlo por fin y estrellarse contra él antes de que pudiera atrapar la pelota. Evitaron chocar contra Andrew por los pelos, pero este ni siquiera los miró. Tomó la pelota en una mano enguantada y la lazó hacia un lado, alejándola de la portería. El zumbido final fue ensordecedor, pero el rugido de Matt consiguió sobrepasarlo. Neil levantó la vista. Necesitaba verlo con sus propios ojos para creerlo. El alivio casi consiguió que se desmayara, pero la emoción de la victoria fue suficiente para mantenerlo en pie. Buscó a Kevin con la mirada al otro lado de la cancha, pero este estaba avanzando a zancadas hacia la portería. Neil se giró para poder ver a Andrew y lo que vio atenuó un poco su entusiasmo. Andrew estaba de rodillas en la portería con su raqueta en el regazo. Neil oyó la voz cargada de emoción de Dan cuando los suplentes entraron en la cancha, pero no esperó a que sus compañeros lo alcanzaran. Salió corriendo tras Kevin y llegó hasta la portería justo después que él. Kevin no necesitó preguntar qué ocurría. Llevaba años mintiendo ante las cámaras y sabía cómo conseguirle a Andrew un poco de tiempo. Se agachó frente a él y estiró la mano para tocar la raqueta, participando en la farsa de que necesitaban inspeccionarla por si se había dañado. Andrew soltó una de las manos que aferraban la raqueta e hizo un gesto. Kevin respondió con otro como si realmente estuvieran teniendo una conversación. El único sonido entre ellos eran los resoplidos desesperados de Andrew mientras apretaba los dientes, intentando no vomitar en público. Kevin giró la raqueta y apretó los dedos enguantados contra la parte superior. La madera resquebrajada terminó de romperse bajo la presión, mostrando una raja que descendía por el mango entero. Neil hizo una mueca al verlo y examinó el suelo de la cancha en busca de alguna marca. El resto del equipo los rodeó, acercando la celebración a sus delanteros y creando una barricada improvisada alrededor de su portero caído. Matt no dejaba de darles palmadas en el hombro o en el casco, emocionado, sonriendo hasta partirse la mandíbula. —¡Así se hace! ¡Así se hace, Zorros! Andrew soltó la raqueta y se puso en pie, pero era obvio que seguía inestable. Neil pensó que iba a caerse, pero Nicky le pasó un brazo por los hombros y tiró de él. Así Andrew podía apoyarse en él sin que resultara demasiado obvio. Este parecía estar a punto de hacer un comentario sobre no haber pedido la ayuda de nadie, pero Nicky habló antes de que pudiera protestar. —¡Ha sido alucinante! ¡Esta temporada lo vamos a petar! —gritó, alzando un puño en el aire. —Ha sido una chapuza —dijo Kevin, poniéndose en pie—. Hemos ganado por los pelos. —Cierra el pico, amargado —dijo Nicky—. Luego en el autobús te pillas un buen berrinche, pero ahora no arruines nuestro momento de gloria. —De verdad. —Matt frotó el casco de Kevin con entusiasmo—. ¿Te vas a morir por sonreír sin que te paguen? No esperó a que le respondiera. Se giró para mirar a Allison, que se había unido a ellos por fin. Ya estaba duchada y lista para el viaje de vuelta, con el pelo mojado recogido en una cola de caballo. Neil vio que tenía los ojos enrojecidos y apartó la mirada. Matt la envolvió en un abrazo y la levantó en el aire. —Eres la leche. —Venga —dijo Dan—. Vamos a darle el pésame a esta gente y nos largamos. Se pusieron en fila tan rápido como pudieron y los Tortugas hicieron lo mismo a regañadientes en la otra mitad de la cancha. Uno a uno, hicieron chocar las raquetas al coro de «¡bien jugado!» sin mucha sinceridad por parte de ninguno de los dos equipos. Los Zorros salieron de la cancha a toda prisa y se acumularon alrededor de Wymack. En medio del jaleo, Andrew se separó del grupo y se dirigió a los vestuarios. Neil nunca había visto a Wymack sonreír de aquella manera. Era una sonrisa pequeña, pero feroz, tan llena de rabia como de orgullo. —Vamos mejorado. Echad a suertes a quién le toca ayudarme a lidiar con la prensa. El resto ya podéis ir tirando a las duchas, que apestáis. Ya entraremos en materia en el autobús. —Ya nos encargamos Renee y yo —dijo Dan, echando a andar hacia los vestuarios—. Neil, tú dúchate en el vestuario de chicas mientras tanto. Neil se la quedó mirando. —¿Qué? Dan frunció el ceño. —Aquí no hay cubículos en las duchas —explicó Matt. Neil ya se había dado cuenta de eso, pero no había esperado que sus compañeros repararan en ello. El hecho de que no solo se hubieran dado cuenta, sino que intentaran ponerle remedio, lo dejó sin aliento. Trató de responder, pero no sabía qué decir. —¿Seguro que no os importa? —Fue lo único que le salió. —Chaval, me estás matando —dijo Nicky—. ¿Por qué pones esa cara de susto cada vez que alguien hace algo por ti? —No nos importa, de verdad —le aseguró Dan. Neil intentó darle las gracias, pero ella lo despachó sin más—: No, no me las des. Limítate a no gastar toda el agua caliente. Renee, Wymack y ella se sentaron en los bancos de la sala principal para esperar a la prensa mientras los demás iban a lavarse. Neil fue al vestuario de chicos a por su bolsa y se dirigió al otro lado del pasillo. Las duchas del vestuario de chicas ofrecían un poco más de privacidad. No había puertas, pero al menos estaban separadas por paredes. Neil le dio la espalda a la puerta y se duchó a toda prisa. Se secó con la toalla tan rápido y con tanta fuerza que cuando terminó tenía la piel roja, pero no quería hacer esperar a Dan y a Renee más de lo necesario. Se puso su ropa holgada, recogió sus cosas y salió al pasillo. El ruido de voces al final de este indicaba que la prensa aún seguía allí. Neil se asomó a la puerta, no tanto por ver lo que pasaba, sino para que o Dan o Renee lo vieran a él y así supieran que las duchas estaban libres. Wymack no estaba, así que Neil supuso que ya había dicho lo que tenía que decir. Renee levantó la vista hacia él al percibir movimiento cerca de la puerta y le sonrió. Neil se marchó antes de que alguien más lo viera. No había muchos sitios para esconderse de la prensa, pero la puerta del despacho de la enfermera estaba entreabierta. Neil la empujó con cuidado y miró dentro. Wymack estaba sentado en la camilla impoluta con un paquete de tabaco en la mano. Asintió con la cabeza y Neil se lo tomó como una invitación para entrar. Estaba cerrando la puerta tras de sí cuando reparó en el acompañante silencioso de Wymack. Andrew estaba sentado en el suelo en una esquina, con las piernas cruzadas. No se había molestado en cambiarse, pero al menos se había quitado el casco y los guantes. Había vaciado el botiquín de viaje de Abby en el suelo. El bote de sus pastillas estaba tirado y abierto junto a él. Había un puñado de pastillas blancas desperdigadas a su alrededor. Andrew sujetaba la recompensa de su esfuerzo con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos: una botella de Johnnie Walker Blue. En los diez minutos que habían pasado desde que salió de la cancha ya había inhalado la mitad del whisky. Neil no comprendía cómo aún tenía fuerza en las manos como para agarrar la botella. —Abby y Allison están ya en el autobús —dijo Wymack—. Puedes ir con ellas o esperar aquí a los demás. Neil dejó la puerta entreabierta para poder oír cuándo se marchaban los periodistas y se adueñó del taburete más cercano a la salida. Dejó la bolsa en el suelo entre sus pies y le dedicó una mirada de reojo a Andrew antes de mirar a Wymack. —¿Por qué pagaste para que pusieran cubículos en las duchas? Wymack encogió un hombro. —Quizás sabía que algún día los necesitarías. Andrew sonrió alrededor de la botella. —Neil es una tragedia andante. —Tú también tienes drama de sobra —dijo Wymack. Andrew se echó a reír. Era una risa débil, ya que la medicación aún no le había hecho efecto del todo, pero Neil supo por cómo sonaba que estaría dando botes antes de montarse en el autobús. —Pues también es verdad, entrenador. Lo que me recuerda que este finde me quedo en tu casa. —No me suena haberte invitado —respondió este, pero no estaba diciendo que no. —Kevin va a ser insoportable después de esto. —Andrew cerró la botella y la dejó a un lado. Volvió a meter las cosas en el botiquín de Abby, rápido y eficaz, y lo apartó antes de ponerse en pie—. O me quedo contigo o lo apuñalo otra vez. Tú decides. Wymack se pellizcó el puente de la nariz. —Andrew, te juro por Dios… —Hasta luego. Fue hacia la puerta, pero Neil interpuso una mano en su camino. Andrew se detuvo, obediente, y le dedicó una mirada divertida. Neil bajó el brazo. —¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo supiste hacia dónde ir? —El entrenador dijo que Watts siempre tira los penaltis a la esquina inferior. Con el resultado del partido dependiendo de él, era más que probable que hiciera lo mismo. Neil se lo quedó mirando, sorprendido, sin poder creerlo. Wymack había dado aquel dato durante el descanso mientras repasaba la alineación del equipo contrario para el segundo tiempo. Había sido un comentario sin importancia en medio de un mar de información. Neil había creído que Andrew ni siquiera estaba prestando atención a las explicaciones del entrenador. No comprendía cómo aquella advertencia podía habérsele quedado lo bastante marcada como para poder usarla en un momento crítico como aquel. —Pero… —empezó, pero no le salieron las palabras. Andrew le dedicó una sonrisa radiante y se marchó. Neil miró al entrenador, frustrado—. Creía que le daba todo igual. Todos dicen que le da igual y por fin empezaba a creérmelo, pero no habría sido capaz de salvarnos hoy si fuera cierto. ¿No? —Si algún día lo averiguas, me lo dices —dijo Wymack. La prensa se marchó unos minutos después, así que Neil fue a la sala principal a esperar a sus compañeros. Estos fueron saliendo por parejas, siendo Dan y Renee las últimas en terminar. No tardaron nada en cargar las cosas en el autobús, pero salir del aparcamiento era otra historia, incluso con el despliegue policial controlando el tráfico tras el partido. La multitud lanzó varias latas de cerveza vacías contra el autobús de los Zorros mientras avanzaban por el campus. Nicky bajó la ventanilla para insultarlos, pero Wymack lo amenazó hasta que se calló y él se contentó con enseñarles el dedo a los estudiantes de Belmonte. El viaje de vuelta se les hizo la mitad de largo gracias a la emoción de la victoria. Allison se abstuvo de la celebración, dormitando al frente del autobús junto a Abby. El resto de veteranos se sentaron en las filas centrales para poder hablar del partido con el grupo de Andrew. En cuanto se hubieron sentado, Andrew se cambió a la parte delantera, prefiriendo comerle la oreja a Wymack antes que repasar las jugadas del día. Las críticas despiadadas de Kevin ofrecían un contraste desagradable, pero necesario, al entusiasmo de sus compañeros. Mientras los escuchaba, Neil se dio cuenta de que era feliz. La sensación era tan ajena e inesperada que perdió el hilo de la conversación durante un minuto. No era capaz de recordar la última vez que se había sentido tan incluido y a salvo. Era agradable, pero peligroso. Alguien con un pasado como el suyo, cuya supervivencia dependía de secretos y mentiras, no podía permitirse bajar la guardia. Pero con Nicky riéndose e inclinándose hacia él para hablar de uno de los goles de Neil, no pudo evitar pensar que quizás podía permitírselo, solo por una noche. CAPÍTULO CINCO Neil tenía un cuarto de millón de dólares y las directrices para encontrar al menos otro medio millón escondidas en su habitación. Su madre y él habían huido de casa con bastante más, pero los años como fugitivos habían hecho mella en su alijo. Para la mayoría, lo que quedaba era una pequeña fortuna. Para la mayoría, pero para él representaba un futuro desalentador. Conseguir un trabajo sería complicado si no podía proporcionar un número de la seguridad social y cada vez que se mudaba necesitaba un nombre nuevo, un rostro diferente y un lugar donde vivir. Los costes se acumulaban sin cesar. Los disfraces eran baratos. Un corte de pelo, un poco de tinte, unas lentillas y un acento solían bastar para engañar a la gente. Neil usaba el acento británico de su madre cuando estaba en Europa y el americano de su padre cuando estaba en EE. UU. También necesitaba una dirección, a veces un idioma nuevo, así como actividades con las que entretenerse que completaran el personaje sin llamar demasiado la atención. Había tenido suerte de poder vivir de okupa en Millport, pero tenía que hacerse a la idea de que en un futuro tendría que pagar un alquiler. Había cambios que implicaban un precio desorbitado. Una vez que acabara el año, solo sobreviviría si no reparaba en gastos. Un simple cambio de nombre y ciudad no lo salvarían después de haber salido en las noticias y haberse enfrentado a Riko Moriyama. Tenía que cortar lazos por completo, incluyendo su conexión con Estados Unidos. Conseguir un pasaporte nuevo no era sencillo, pero al menos sabía por dónde empezar. Su madre había nacido en el seno de un sindicato criminal británico y le había legado una lista de contactos turbios. Al estar casi todos situados en Europa, estaban fuera del alcance de su padre. Neil no sabía si estarían dispuestos a hacer negocios con él en ausencia de su madre, pero tenía la esperanza de que mencionarla al menos facilitara el proceso. El precio de los papeles que necesitaba era alto, pero el resultado era uno de los mejores del mercado. Teniendo en cuenta la velocidad a la que avanzaba la tecnología, era imprescindible contar con un trabajo de calidad. Como no podía adivinar cuánto dinero necesitaría al llegar mayo, Neil prefería evitar cualquier compra innecesaria. Ya había despilfarrado bastante dinero en aquella horrible fiesta de bienvenida en Columbia, así que necesitaba aferrarse a lo que le quedaba. Sin embargo, sus compañeros de equipo tenían otros planes y Neil acabó yendo de tiendas el martes. Nadie le había dicho que no iban a volver directos a casa después del entrenamiento. Lo habían metido en el coche y arrastrado hasta el centro comercial sin previo aviso. El banquete de otoño del distrito sudeste era el sábado y todos sabían que Neil no tenía nada apropiado que ponerse. El evento era menos formal que el banquete de invierno en diciembre, pero aun así necesitaría algo que no fueran vaqueros deshilachados y camisetas desgastadas. —En algún momento tendrás que probarte algo —dijo Nicky. —O podría no ir —replicó Neil. —Cierra el pico. Vas a ir y punto —intervino Kevin, como si él mismo no estuviera cagado de miedo ante la perspectiva de asistir. Los catorce equipos de primera división iban a ir al banquete, incluyendo a los Cuervos de la Edgar Allan. Kevin tenía menos ganas todavía de ver a sus antiguos compañeros que Neil—. El resto de equipos quieren echarte un ojo. —Me da igual —dijo Neil—. A mí solo me interesan cuando están sobre la cancha. —No puedes quedar mal ahora, Neil. —Andrew estaba sacando la ropa de las perchas prenda por prenda y tirándola al suelo. Le lanzó una de las perchas vacías a Nicky, que chilló y se agachó justo a tiempo. Andrew se encogió de hombros y miró a Neil—. Te burlaste de Riko en el programa de Kathy. Si no te presentas, dirá que es porque te daba miedo enfrentarte a él. ¡Qué vergüenza! Pero Neil tenía miedo y Andrew lo sabía. —Toma —dijo Aaron, tendiéndole un trozo de papel—. Antes de que se me olvide. Se trataba de una lista corta de nombres y números en una letra redondeada y azul. Nicky se inclinó para leerla y soltó un bufido desdeñoso. —¿En serio, Aaron? —Dan me dijo que le pidiera a Katelyn una lista —dijo este. —¿Quién es esta gente? —preguntó Neil. —Son las Raposas que están solteras. —Son todo chicas —dijo Nicky—. No nos sirven para nada. —Nicky —empezó Neil. Este le arrebató la lista e hizo una bola con ella. —Eres tan pánfilo que resulta adorable, Neil. Tienes diecinueve años y nunca le has mirado las tetas a Allison. Y una mierda vas a ser tú hetero. Tú y yo tenemos que sentarnos un día a charlar de esto. —¿Sabes qué? Se acabó. —Aaron alzó los brazos y se dio la vuelta—. Cuando acabéis, estoy donde los restaurantes. —No seas una mala influencia —le dijo Kevin a Nicky—. Voy a hacer que llegue hasta la selección y será mucho más fácil si sigue siendo hetero. Tú sabes mejor que nadie lo ignorante que es la gente. Piensa en el impacto que tendría en su carrera. —Tenéis que estar de broma. No vamos a hablar de esto —intervino Neil. Nicky le puso una mano a cada lado de la cabeza, como si intentara protegerlo de la discusión. No sirvió de mucho, dado que no las había colocado ni remotamente cerca de sus orejas. —Tú preocúpate de su carrera y yo me encargaré de su felicidad. Venga ya, Kevin, incluso tú tienes que admitir que es rarísimo. Andrew levantó los brazos. —¡Sorpresa, Nicky! Neil no es normal. —Esto sobrepasa lo anormal. —Estoy aquí delante —protestó Neil—, y os estoy escuchando. Nicky suspiró de forma dramática y lo soltó. —Vale, vale. Invita a una animadora si quieres. —No voy a invitar a nadie —dijo Neil—. Ni siquiera quiero ir yo. —¿Tienes idea de lo patético que es ir solo a un evento así? —¿Tú vas a ir con alguien? —preguntó Neil, sorprendido—. ¿Y qué pasa con Erik? —Erik está en Alemania. He invitado a alguien, pero no pienso liarme con él. Solo quiero tener a alguien con quien echar el rato y pasármelo bien. Ya sabes, ¿pasárselo bien? ¿Te suena el concepto? Sois los dos imposibles. Neil miró a Andrew, pero fue Kevin quien respondió. —No es asunto tuyo. —Tres —dijo Neil—. Allison. Aquellas dos palabras acabaron con el buen humor de Nicky. Neil se negaba a sentirse culpable después de todo lo que este había dicho sobre él, pero tampoco se sentía victorioso. Nicky murmuró algo y se marchó a mirar camisas al final del pasillo. Neil volvió a prestar atención a los pantalones que tenía delante, pero no fue capaz de concentrarse. Apartó un par de perchas sin prestar atención a la talla ni el modelo y miró a Kevin. —Podrías invitarla tú. La sugerencia lo pilló tan por sorpresa como a los otros dos, que se quedaron mirándolo. Neil jugueteó con las perchas, pero se negó a apartar la mirada de Kevin. —Seth y ella estaban deseando ir. No pararon de hablar de ello cuando comimos juntos. Ahora tendrá que ir sin él. —Vaya forma de escaquearte —dijo Andrew con una sonrisa radiante y burlona—. Pedirle a otro que arregle tu estropicio. Ay, Neil. La próxima vez, intenta hacerlo mejor. Me aburres cuando vas con el rabo entre las piernas. —Que te jodan —dijo Neil—. Tu teoría no es más que eso: una teoría. Cuando lo demuestres… —¿Qué? ¿De repente podrás volver a mirar a Allison a la cara? —Andrew fingió sorprenderse—. Cuando lo demuestre estaré dibujando una diana en la espalda de Seth y colocándote a ti el pincel en la mano, así que piensa antes de hablar, ¿quieres? Neil no tenía una respuesta para aquello. Andrew le dio un par de segundos antes de echarse a reír y marcharse. Lo observó alejarse, preguntándose a quién odiaba más de los dos. —No voy a invitarla —dijo Kevin, porque alguien tenía que romper el silencio—. Puede que Riko atacara nuestra línea ofensiva por tu culpa, pero yo soy la razón por la que vino al sur en primer lugar. Ninguno tenemos derecho a hablar con Allison ahora mismo. —Crees que Andrew está en lo cierto —dijo Neil. —Sí. —Nadie mata gente por un deporte. —De donde yo vengo, no es solo un deporte —dijo Kevin—. Sé que Riko es responsable de esto. Conozco a la gente como él. Da gracias por no llegar a entender nunca cómo piensan. En cualquier otro momento, aquellas palabras provenientes de Kevin habrían supuesto un alivio para Neil. Implicaban que Andrew no le había contado la verdad sobre su pasado y que él aún no lo había reconocido. Durante un instante, Neil pensó en corregirlo. Quería decirle que había presenciado un sinfín de actos de crueldad, pero nunca uno tan absurdo. Su padre lideraba un grupo de criminales feroces y leales. Eran pocos los tontos que se atrevían a insultar al Carnicero; menos aún los que se atrevían a interponerse en su camino. Cuando alguien lo hacía, el Carnicero hacía de ellos un ejemplo. A ellos, no a sus vecinos o compañeros de trabajo. Riko debería haber castigado a Neil por sus palabras, no haberse desquitado con Seth. —Oye. —Nicky los llamó desde el final del pasillo. Neil agradeció la distracción, pero este se acercó a ellos muy despacio—. Hoy no puedo con más dramones, así que dejad de hablar de lo que sea que estéis hablando antes de que llegue hasta allí, ¿vale? A modo de respuesta, Kevin se dio la vuelta sin decir nada. Nicky aún parecía reticente cuando se detuvo junto a Neil. Este miró la montaña de ropa que llevaba en brazos y que no contenía nada en apariencia apropiado para el banquete. No tenía pensado preguntar, pero Nicky siguió la dirección de su mirada y se hinchó de orgullo. —Tengo buen gusto para la ropa, ¿verdad? Puedes probártela si quieres, pero no hace falta. Ya sé que te va a quedar bien. —¿Por qué iba a probármela? —Porque es tuya —dijo Nicky, como si Neil debiera haberlo sabido y continuó antes de que pudiese reaccionar—. ¿Sabes que el entrenador lleva desde junio esperando a que arreglemos el tema de tu armario? Nos ha amenazado con apuntarnos a un maratón si no lo hacíamos. Un puto maratón, Neil. Los tipos como yo no estamos hechos para correr tanto. Hazme un favor y no discutas, ¿quieres? —A mi ropa no le pasa nada. —¿Podemos rebobinar hasta el momento en que te pido que no discutas? Lo recuerdo claramente, teniendo en cuenta que fue hace cinco segundos. —Nicky apartó la ropa de su alcance cuando Neil hizo amago de quitársela—. Eh, no. Esto me lo quedo yo. Tú se supone que tienes que estar buscando pantalones. Neil contó hasta diez mentalmente, pero no sirvió para calmar su creciente impaciencia. —No vuelvo a venir de compras con vosotros en la vida. —Eso te crees tú. Tío, ahora entiendo por qué Andrew ha ido sin ti —dijo Nicky—. Menos mal que me ha ignorado cuando le he dicho que tendrías que acompañarle. —¿Acompañarle a dónde? —Ya sabes —dijo Nicky, sin precisar en absoluto—. Venga, céntrate, Neil. Cuanto más pierdas el tiempo, más tardaremos en salir de aquí. Neil apartó a Andrew, a Allison y a Riko de su mente y se centró en buscar algo que ponerse. Elegir unos pantalones fue fácil, pero Nicky rechazó todas las camisas que escogió. Al final se dio por vencido y dejó que escogiera por él. Juntos fueron hasta la caja, pero Nicky se negó a soltar la ropa que Neil no quería de todas formas. Le apartó la mano de un manotazo y se dio la vuelta, obstinado. —¿Por qué ibas a pagar por esto si no lo quieres? Además, técnicamente lo paga la universidad, porque el entrenador lo va a cargar a los gastos del equipo. ¡Oye! — Nicky retrocedió cuando Neil volvió a intentar quitarle la montaña de ropa—. Como vuelvas a tocarlo, te muerdo. ¿No me crees? Te lo juro, soy de los que muerden. Pregúntaselo a Erik. —Dejad de hacer el ridículo. —Kevin los separó—. Ve a buscar otra caja, Nicky. —Puedo comprarme mis cosas yo mismo —dijo Neil, una vez que Nicky se hubo marchado. Kevin lo repasó de pies a cabeza con la mirada, despacio. Sus vaqueros estaban desgastados hasta ser de un blanco grisáceo y el dobladillo de su camiseta estaba agujereado y deshilachado. No era la primera vez que alguien lo miraba como si fuera un vagabundo, pero la condescendencia de Kevin hacía que fuera mil veces más eficaz. Lo primero que sintió Neil, una sensación caliente en el estómago, fue vergüenza, pero se negó a aceptarlo. Sus motivos para no cuidar de su vestuario eran válidos. Alguien como Kevin, que había crecido bajo los focos y ganaba una fortuna gracias a su talento, nunca lo entendería. —No te soporto —dijo Neil. —Me la suda. —Kevin señaló por encima de su cabeza al dependiente que los estaba esperando—. Venga. Una vez que hubieron terminado, salieron al centro comercial cargados de bolsas. Bajaron por las escaleras mecánicas y Nicky los guio hasta la enorme fuente que marcaba el centro del edificio. Andrew los estaba esperando sentado con las piernas cruzadas sobre el poyete de mármol falso que rodeaba la fuente. No levantó la vista cuando se acercaron, demasiado ocupado trasteando con un teléfono. Nicky dejó caer las bolsas al suelo frente a Andrew y se inclinó hacia delante para poder ver mejor el aparato. —¿Y esta antigualla? —preguntó, consternado—. Nadie ha apostado por un móvil plegable, Andrew. Te has cargado una porra estupenda. Neil se preguntó de forma distraída si había algo sobre lo que sus compañeros no hicieran apuestas. —Qué pena —dijo Andrew sin rastro de compasión. —¿No podrías haberle comprado al menos uno rollo BlackBerry? —¿Para qué? —Andrew terminó lo que fuera que estaba haciendo, cerró el teléfono de un chasquido y se lo lanzó a Neil. Este lo atrapó por instinto, pero se quedó congelado al oír las palabras que salieron de su boca a continuación—: ¿A quién iba Neil a mandar mensajes? —Qué. —Ni siquiera fue capaz de hacer que sonara como una pregunta. Abrió la mano y contempló el teléfono gris que descansaba sobre su palma. No había creído que algo tan pequeño pudiera hacerle tanto daño, pero el dolor que lo atravesó lo dejó hecho pedazos. El rugido en sus oídos sonaba igual que el océano. Durante un instante estuvo de vuelta en la playa, observando cómo el fuego devoraba el coche. Recordaba el olor: la sal marina y el hedor nauseabundo a carne quemada. Aún podía sentir la arena entre los dedos, caliente en la superficie debido al sol y fría en las capas inferiores, donde había abandonado los huesos de su madre. Había dejado los teléfonos para el final. Cada vez que se movían compraban teléfonos nuevos, móviles desechables de prepago que pudieran abandonar a la primera señal de peligro. Le habría gustado quedarse el de ella. Quería tener algo real a lo que aferrarse en su ausencia. Pero hasta él sabía que habría sido un error. Los tiró al agua antes de marcharse de aquella playa. Después, no se había comprado otro. No tenía sentido; no tenía a nadie a quien llamar. —Neil. El tono urgente de la voz de Nicky consiguió atravesar por fin el zumbido en sus oídos. Neil levantó la mirada con esfuerzo hasta su rostro y se dio cuenta demasiado tarde de que Nicky le estaba hablando a él. La expresión de este era una mueca tensa de preocupación. Neil tragó saliva e intentó recordar cómo se respiraba. Cerró el puño alrededor del teléfono para no tener que verlo y se lo tendió a Nicky. —No. Él levantó ambas manos. No parecía que estuviera rechazando el móvil, sino intentando calmar a un animal acorralado. —Neil —dijo, despacio y con cautela—. Necesitamos que te lo quedes. Por si tenemos que ponernos en contacto contigo y eso. —Tienes la manía de hacer que la gente quiera matarte —dijo Andrew. Nicky hizo otra mueca ante aquella explicación tan cruda, pero no apartó la mirada de Neil. —¿Qué pasa si el entrenador necesita hablar contigo o si los fans chalados de Riko intentan liarla parda? El año pasado la cosa se puso bastante loca al final y este no ha empezado con muy buen pie. Es solo por si acaso. Todos nos sentiremos mejor si sabemos que podemos localizarte. —No puedo. —Las palabras eran demasiado crudas y honestas, pero no pudo evitar decirlas. Iba a vomitar si no se deshacía pronto del teléfono—. Nicky… —Vale, vale —dijo Nicky, tomando su mano entre las suyas—. Ya nos apañaremos. Neil creyó que se sentiría mejor cuando el móvil estuviera en manos del otro, pero el sentimiento abrumador de pérdida seguía comprimiéndole los pulmones. Se deshizo del agarre de sus manos de un tirón y tomó las bolsas que Nicky se había colgado del brazo. No tuvo que pedir las llaves. Andrew las sacó del bolsillo de Nicky y se las tendió. Neil las tomó de un extremo, pero Andrew las retuvo durante un instante desde el otro. Se inclinó hacia delante y le sonrió. —Oye, Neil. La sinceridad te sienta fatal. Este le arrancó las llaves de la mano y se alejó con el sonido de la risa de Andrew a sus espaldas. No regresó, pero los demás salieron a buscarlo poco después. Nadie mencionó el teléfono y, aunque Nicky no dejaba de mirarlo por el espejo retrovisor, preocupado, nadie le dirigió la palabra en todo el trayecto de vuelta al campus. El silencio no podía durar para siempre, por mucho que Neil deseara que así fuera. Salió del baño con la mitad de la equipación puesta para los entrenamientos nocturnos con Kevin y descubrió que este ya había abandonado el vestuario. La ropa desperdigada sobre el banco indicaba que alguien lo había echado antes de que estuviera listo. Andrew estaba sentado a horcajadas sobre el banco, esperándolo, con el nuevo teléfono de Neil colocado justo enfrente. Neil lo miró instintivamente y enseguida apartó la mirada para clavarla en el rostro de Andrew. Ya no sonreía. Se había saltado la dosis de las nueve en punto para poder dormir, a pesar de que solía quedarse despierto con Kevin y Neil hasta medianoche. —Una sola persona no puede permitirse tener tantos traumas —dijo Andrew. —No necesito un teléfono. —¿Quién lo necesita más que tú este año? Sacó su propio móvil del bolsillo y lo colocó junto al de Neil. El suyo era negro, pero por lo demás parecían ser el mismo modelo. Abrió ambos y presionó un par de botones. Un segundo después, el teléfono de Andrew empezó a sonar. Neil se esperaba un politono genérico, pero la voz de un hombre empezó a cantar. No parecía una canción que Andrew asociaría a su número de teléfono, hasta que Neil prestó atención a la letra. Era una canción sobre fugitivos. Cruzó la sala y se sentó frente a él. Tomó el móvil de Andrew y rechazó la llamada con el pulgar de manera violenta. —No haces ni puta gracia. —Tú tampoco. Te has puesto una soga al cuello y le has entregado la cuerda a Riko —dijo Andrew—. Recuerdo perfectamente que te dije que te guardaría las espaldas. Dame una sola razón por la cual querrías complicarme el trabajo. —Si he sobrevivido ocho años ha sido porque nadie podía localizarme —dijo Neil. —Ese no es el motivo. —¿Estamos jugando al juego de la sinceridad otra vez? —¿Hace falta que juguemos? —preguntó Andrew, recuperando su teléfono—. Tú primero. Neil hizo girar su teléfono nuevo sobre el banco. No era capaz, ni estaba dispuesto, a quedárselo todavía. —La mayoría de los padres les dan un móvil a sus hijos para poder tenerlos localizados durante el día. Yo tenía uno porque mi padre trabajaba con el tipo de gente con la que lo hacía. Mis padres querían asegurarse de que podían hablar conmigo si la cosa se ponía fea. «Por si acaso» —dijo Neil, repitiendo las palabras de Nicky—. Cuando salí huyendo, me quedé con el teléfono. Vi cómo mataban a mis padres, pero no podía dejar de pensar que quizás me había equivocado. Quizás un día me llamarían para decirme que había sido solo un montaje. Me dirían que podía volver a casa y que todo iba a salir bien. Pero la única vez que sonó era ese hombre, exigiendo que le devolviera su dinero. Desde entonces no tengo teléfono. No necesito uno ahora. ¿A quién voy a llamar? —A Nicky, al entrenador, al número de ayuda para suicidas. Me da igual. —Empiezo a recordar por qué te detesto. —Me sorprende que hayas llegado a olvidarlo. —Puede que no lo olvidara. —Empujó el móvil hacia Andrew—. Tiene que haber otra manera. —Podrías echarle cojones de vez en cuando —sugirió Andrew—. Ya sé que es un concepto difícil de comprender para alguien cuya reacción inmediata es siempre echar a correr a la menor señal de peligro, pero podrías probarlo alguna vez. Igual te gusta. —Lo que me gustaría es romperte los dientes con el teléfono. —¿Ves? Eso ya me parece más interesante. —No estoy aquí para entretenerte —dijo Neil. —Pero, tal y como esperaba, tienes talento de sobra para hacer varias cosas a la vez. Tengo una pregunta para ti, Neil. ¿Tengo pinta de estar muerto? —Se señaló el rostro, aguardó a que Neil respondiera y no pareció sorprenderse ante el silencio de este—. Mira. Le hizo un gesto para que se acercara como si pretendiera mostrarle algo en la pantalla diminuta del teléfono. Lo abrió con una mano y apretó un botón con fuerza. En el silencio, el móvil de Andrew emitió el tono de una llamada saliente. El de Neil empezó a cantar entre los dos. La letra era diferente a la del tono de llamada de Andrew, pero la voz era la misma. Neil supo que era la misma canción miserable. La letra le hizo tanto daño como la de Andrew. Neil se quedó mirando el teléfono y dejó que sonara. —Te están llamando —dijo Andrew—. Deberías contestar. Neil lo recogió con dedos entumecidos y lo abrió. Tardó apenas un instante en leer el nombre de Andrew en la pantalla antes de aceptar la llamada y llevárselo a la oreja. —Tus padres están muertos, no estás bien y nada va a salir bien —dijo Andrew—. Todo esto no es una novedad para ti, pero desde ahora y hasta mayo sigues siendo Neil Josten y yo sigo siendo el hombre que prometió mantenerte con vida. No me importa si lo utilizas mañana mismo o si no vuelves a usarlo nunca, pero vas a llevar este móvil encima porque puede que un día lo necesites. —Andrew colocó un dedo bajo la barbilla de Neil y lo obligó a levantar la cabeza para mirarlo a los ojos—. Cuando ese día llegue, no saldrás corriendo. Recordarás mi promesa y me llamarás. Dime que lo has entendido. Neil se había quedado sin voz, pero consiguió asentir. Andrew lo soltó y cerró el teléfono con un chasquido. El de Neil emitió un leve «clic» al cerrarlo. Tras contemplarlo durante un minuto interminable, se inclinó y lo metió en su bolsa. Andrew lo observó con los ojos entrecerrados hasta que volvió a incorporarse. Neil no quería devolverle la mirada hasta estar seguro de que había recuperado el control sobre la expresión de su rostro, pero no pudo evitarlo. Andrew lo analizó durante un minuto más y después suspiró, se incorporó y se apartó un poco de él. —Si ya has acabado con tus traumas, es tu turno. Seguro que Kevin está echando humo por tener que esperarte. Neil iba a preguntar acerca de Kevin, pero los móviles le recordaron otro problema. Podía darle la vara a Kevin hasta obtener una explicación sobre el acuerdo que había entre él y Andrew, pero esa pregunta solo podía contestarla este último. —¿Por qué te han llamado del Departamento de Policía de Oakland? —Directo a la yugular. Puede que sí tengas un par después de todo —dijo Andrew, divertido—. Los servicios sociales están investigando a uno de mis antiguos padres de acogida. El cerdito Higgins sabe que viví con ellos, así que me ha llamado para que hiciera una declaración. —Pero tú no piensas ayudarle. Andrew hizo un gesto desdeñoso. —Richard Spear es un ser humano soporífero, pero relativamente inofensivo. No encontrarán nada contra él. —¿Estás seguro? —preguntó Neil—. Tu reacción fue un poco extrema para tratarse de un malentendido. —No me gusta esa palabra. —¿Extremo? —dudó Neil. —Malentendido. —Es una palabra un poco rara a la que guardar rencor. —No eres el más indicado para juzgar los problemas de los demás —dijo Andrew. Pasó una pierna por encima del banco y se puso en pie. Neil supuso que eso significaba que la conversación había terminado. Mientras Andrew se marchaba, alargó la mano para tomar los pantalones de la equipación. La puerta apenas se había cerrado tras él cuando se abrió de nuevo. Andrew tenía razón; Kevin estaba furioso por haber tenido que retrasar el entrenamiento por ellos. Neil se esperaba algún reproche mordaz, pero los movimientos iracundos de Kevin hablaban por sí solos. Terminaron de cambiarse a toda prisa y vertieron todo su estrés sobre la cancha. Andrew los estaba esperando al terminar, con pinta de estar medio dormido, y los tres regresaron juntos a la residencia. Neil se puso el pijama en el baño, apartó la ropa sucia con un pie y se sentó en el borde de la bañera. La luz de la lámpara arrancaba reflejos a la superficie curva del teléfono sobre su palma. Sintió que pasaba una eternidad antes de ser capaz de abrirlo. Repasó el menú poco a poco y no se sorprendió al ver que Andrew ya había rellenado la lista de contactos. Incluso había puesto un par de números en marcación rápida. El de Andrew era el primero, después Kevin y Wymack. Neil no tenía ni idea de por qué había programado a la psiquiatra del equipo como contacto de emergencia. No tenía intención de volver a hablar con Betsy Dobson en la vida, así que borró el contacto. Una vez actualizada la lista, entró en su historial de llamadas. Había un solo nombre con dos registros a dos horas diferentes. No era el nombre de su madre, pero tampoco era el de su padre. Tendría que aprender a vivir con ello día a día. El teléfono sonó a la mañana siguiente y le restó cinco años a su esperanza de vida. Estaba guardando sus cosas tras la clase de Español cuando oyó el zumbido distintivo. Dejó caer el libro de inmediato y rebuscó entre las profundidades de su mochila en busca del teléfono. Su mente repasó a mil kilómetros por hora todas las catástrofes que podían estar pasando en aquel momento. Había un mensaje en su buzón de entrada. Su pulso se desaceleró un poco al ver que llevaba el nombre de Nicky, porque era la última persona de la que esperaba oír malas noticias. Abrió el mensaje de todas formas y encontró dos caritas sonrientes formadas por dos puntos y un paréntesis. Esperó a que llegara algo más, pero al parecer eso era todo. Cuando volvió a sonar, era Dan: «nicky me ha dicho que ya tienes movil, yass!». Neil respondió: «Sí». Esperaba que fuera suficiente. Unos segundos más tarde, Dan escribió: «ya era ora, pensaba k no iba a pasar nunca». Se planteó preguntarle qué tal se le había dado la ortografía en el colegio, pero decidió portarse bien y no dijo nada. Cuando entró en el comedor de los deportistas ya tenía veinte mensajes. La mayoría eran de Nicky, comentarios absurdos sobre cualquier cosa. Neil los leyó, pero no respondió excepto cuando el mensaje contenía una pregunta. Dos de ellos eran de Matt: el primero buscaba confirmar los rumores de que ahora tenía teléfono y el segundo contenía una queja sobre la apuesta que Andrew había arruinado al comprar un modelo tan cutre. «Ya nadie usa esos. ¿Qué, lo ha comprado en una casa de empeños?», decía su mensaje. Neil no sabía qué pensar. Los Zorros pasaban juntos siete horas al día en los entrenamientos y vivían en la misma residencia. No comprendía cómo les quedaban temas de conversación después de eso. Quería desactivar los mensajes o decirles que su teléfono no era para eso. Los móviles eran para emergencias, no para retransmitir en directo lo aburrida que era la charla del profesor de turno. Se contuvo porque sabía que esta vez no llevaba la razón, pero seguía sobresaltándose cada vez que el aparato vibraba. Los demás no se dejaron amedrentar por su silencio. Nicky siguió mandándole mensajes durante todo el día y la mayor parte del siguiente. Al final, Neil perdió la paciencia y decidió decir algo. Se sentó en las escaleras del edificio donde tenía sus sesiones de tutoría y redactó un mensaje. «¿Qué vas a hacer cuando se te acaben los mensajes y necesites mandar uno?». Nicky respondió de inmediato con un: «???». Un par de segundos después, envió otro mensaje algo más útil. «tenemos mnsajes ilimitados. no se acaban. y eso k lo intento:)». Neil suspiró y decidió que aquella era una batalla perdida. Cuando se subió al autobús el viernes por la tarde, ya tenía setenta mensajes. El partido de aquella noche era contra la USC de Columbia. Al tratarse del único equipo de primera división del estado aparte de los Zorros, la rivalidad entre ellos siempre causaba alboroto. Esta noche tenían posibilidades de ganar, a pesar de que seguían teniendo que jugar con la misma alineación descabellada de la semana anterior. Nicky quería hacer el trayecto a Columbia en su propio coche para poder ir al Eden's Twilight después del partido, pero Wymack se había negado. Sabía lo que el grupo de Andrew hacía en aquel local y no quería arriesgarse con el banquete tan cerca. Si alguno de los oficiales del banquete sospechaba por cualquier motivo que Andrew no estaba tomando su medicación, podrían exigir un análisis de sangre. Wymack no quería que encontraran polvo de galletas en su organismo. Andrew no discutió, pero Nicky se pasó el viaje refunfuñando. Se giró en su asiento para hablar con Neil por encima del respaldo. En medio de una larguísima queja sobre el trabajo que tenía que hacer para una de sus asignaturas, Neil sintió vibrar su teléfono. Lo abrió de manera automática. Nicky le había enviado una carita sonriente. Neil lo miró sin comprender lo que ocurría. —¿Ves? —dijo Nicky, satisfecho—. Mucho mejor. Así es como reacciona un ser humano normal cuando le suena el móvil. Neil se lo quedó mirando. —¿Por eso no has dejado de mandarme mensajes? —Básicamente. Andrew me dijo que lo arreglara. Fue lo más sencillo que se me ocurrió. —¿Qué arreglaras el qué? —A ti, por supuesto. Una pregunta —dijo Nicky—. Si yo no te hubiera dado la lata con los mensajes, ¿habrías tocado el teléfono en toda la semana? —Es para emergencias —respondió Neil—. Así que no. —Otra pregunta. ¿De verdad crees que lo habrías usado en caso de emergencia? En serio. No viste la cara que pusiste cuando Andrew te lo dio, Neil. No es que te diera igual o que te hubiéramos pillado por sorpresa, es que casi te da un patatús. No sé por qué será, pero sí sé que no se te habría ocurrido llamarnos si algo va mal. —Eso no lo sabes —dijo Neil, aunque sabía que tenía razón. —No podía arriesgarme. No queríamos descubrir por las malas lo cruzados que tienes los cables de la sesera. —La última vez que necesité ayuda llamé a Matt desde Columbia. —Ya —dijo Nicky. No parecía muy impresionado—. Eso he oído. Llamaste a Matt, le soltaste el numerito de «estoy bien» y luego hiciste autostop de vuelta al campus. ¿Te suena de algo? —Esperó unos segundos, pero Neil no tenía forma de defenderse de aquella acusación—. Pues eso, de nada. Te acabo de ahorrar doscientos pavos de terapia intensiva. Neil no creía que debiera sentirse agradecido porque Nicky hubiera desgastado sus defensas, pero lo dijo de todas formas. —Gracias. —¿Eres capaz de decir eso sin que parezca que me lo estás preguntando? —dijo Nicky con una expresión apenada en el rostro—. En fin. Disfrutaré de las pequeñas victorias mientras pueda. Batalla a batalla se ganan las guerras, ¿no? No me acuerdo de cómo era la frase de verdad, pero tú me entiendes. ¿Qué te estaba contando? No tardó en acordarse. Volvió a parlotear a mil palabras por segundo sobre el trabajo que tenía que exponer. Neil dejó que le entrara por un oído y le saliera por el otro. Le preocupaba más el teléfono que aún tenía en las manos que las quejas de Nicky. Cuando este se giró por fin para acosar a Aaron sobre algo, Neil abrió el móvil. Pasó por el buzón de entrada y abrió el historial de llamadas. Nada había cambiado; el nombre de Andrew seguía siendo el único de la lista. No tenía sentido. Kevin había asegurado tener algo que Andrew deseaba. No sabía lo que era, pero tenía que ser algo importante si Andrew estaba dispuesto a desafiar a los Cuervos y lidiar con los problemas de Neil. Se recordó a sí mismo que tenía que sacarle el tema a Kevin durante el fin de semana, pero antes tenían que sobrevivir al banquete. Pensar en que tendría que ver a Riko al día siguiente bastaba para hundirle el ánimo. Neil enterró el teléfono al fondo de la bolsa e intentó no pensar en nada en absoluto. CAPÍTULO SEIS En julio un sorteo había escogido a la Universidad de Blackwell como la anfitriona del banquete de otoño. El resultado era relativamente bueno para los Zorros, ya que Blackwell estaba solo a cuatro horas de distancia, pero ninguno se sentía afortunado cuando subieron al autobús el sábado. Entraron en la interestatal con trece personas a bordo: los Zorros, los dos adultos y los acompañantes de Aaron y Nicky. Nicky había invitado a Jim, de su clase de improvisación, y Aaron había reunido el coraje al fin para pedírselo a Katelyn. Neil no le dio demasiada importancia hasta que empezó a ver cómo el dinero cambiaba de manos entre sus compañeros. Al parecer, Katelyn era el sujeto de dos apuestas entre los Zorros: si Aaron iba a invitarla o no, y cuál sería la reacción de Andrew. Esto último era lo que más le interesaba a Neil. Andrew estaba colocado, pero no le dirigió ni una sola sonrisa o saludo a Katelyn. Cuando miraba en su dirección, lo hacía a través de ella, como si ni siquiera estuviera allí. Se suponía que el banquete era un evento de dos días para poder justificar los costes y el transporte de los equipos más alejados, pero los Zorros habían votado por unanimidad que se marcharían el sábado por la noche. Seis horas interactuando con los equipos que se habían dedicado a burlarse de ellos a la menor oportunidad en las noticias eran más que suficientes. Según Dan, había pocos jugadores lo bastante maleducados como para instigar un conflicto en un evento organizado por el CRRE, pero eso no tranquilizó a Neil. A él no le preocupaban los trece equipos en busca de gresca, sino una única persona despreciable. Intentó mantener la calma, pero Kevin empezó a perder los nervios en cuanto pasaron el primer cartel de salida hacia Blackwell. Neil lo escuchó respirar entrecortadamente mientras Kevin intentaba con todas sus fuerzas mantener un ataque de pánico a raya. Aquello no hacía más que minar sus propios esfuerzos por no ponerse histérico. Enfrentarse a Riko no era lo único que Kevin temía. En veinte minutos estaría cara a cara con su antiguo equipo al completo. El entrenador de los Cuervos, Tetsuji Moriyama, había acogido a Kevin tras la muerte de su madre. Lo había criado para que se convirtiera en una estrella, pero nunca había permitido que olvidara que no era más que un objeto valioso en posesión de Riko. Neil no sabía mucho más acerca de aquel hombre. La única vez que Kevin lo llegó a mencionar, su boca lo había traicionado y se había referido a él como «el amo». Después de eso, Neil no necesitaba saber nada más. Blackwell apareció poco a poco en la distancia, pero no tardaron en localizar los dos estadios. El de fútbol americano y el de exy estaban en puntos opuestos del campus, enmarcándolo como dos sujetalibros gigantescos. —Ey, ey —dijo Andrew, haciendo que Neil dejara de prestar atención a las vistas—. Te vas a romper algo si sigues respirando así, Kevin. Neil se giró para poder mirar hacia atrás. Andrew estaba de pie, inclinado sobre el respaldo del asiento de Kevin, con los brazos cruzados apoyados en este para poder mirarlo desde arriba. Kevin tenía una rodilla aferrada contra el pecho y el rostro escondido en el codo. Los nudillos de la mano, cerrada en un puño, se le habían puesto blancos. Neil dudaba que sus temblores se debieran al traqueteo del autobús. —Mírame —dijo Andrew—. Todo va a ir bien. Me crees, ¿verdad? —Te creo —dijo Kevin. Su voz sonaba tirante a pesar de estar amortiguada por su brazo. —Mentiroso —se rio Andrew, y se inclinó hacia delante para poder mirar a través de la ventana de Kevin. No fueron los primeros en llegar, pero, tras contar los autobuses, vieron que tampoco eran los últimos. Neil no pudo evitar clavar la mirada en los tres autobuses negros estacionados en medio del aparcamiento. El único rastro de color era una mancha granate alrededor de la silueta de un cuervo. Wymack aparcó tan lejos de los autobuses de la Edgar Allan como pudo. El entrenador sacó la llave del contacto, agarró la bolsa de viaje de Abby y dirigió la mirada al final del autobús. —Todo el mundo fuera —dijo y los veteranos obedecieron, bajando del autobús conforme fue pasando por sus filas. Aaron y Nicky esperaron a que hubiera llegado al final del pasillo antes de salir con sus invitados. Neil se quedó en su sitio. Wymack sacó una botella de vodka de la bolsa y la dejó al lado de Kevin. —Tienes diez segundos para inhalar tanto como seas capaz. Te estoy cronometrando. Venga. Era preocupante la cantidad de alcohol que podía beber una persona cuando necesitaba algo en lo que apoyarse emocionalmente. Wymack tuvo que arrancarle la botella de entre las manos cuando se acabó el tiempo. Kevin se pasó una mano por la boca y miró por la ventana. Desde allí no podía ver los autobuses de los Cuervos, pero la expresión en su rostro indicaba que no le hacía falta. El entrenador clavó la mirada en Neil y este dejó de retrasar lo inevitable. Dejó a Kevin en sus poco ortodoxas manos y bajó del autobús. Abby abrió el maletero para que pudieran sacar la ropa que habían traído para cambiarse. Nicky ya tenía en la mano la bolsa de Neil y se la pasó cuando este se acercó. Neil intentó evitar estrujarla para no crear arrugas. Andrew bajó del autobús seguido de Kevin y Wymack. El entrenador le devolvió la bolsa a Abby, esperó a que Kevin y Andrew hubieran recogido su ropa y cerró el autobús con llave. Los guardias de seguridad de la entrada los observaron acercarse con curiosidad y marcaron su llegada en una lista. Uno de ellos se quedó en la entrada mientras el otro los escoltaba hasta los vestuarios. El Madison estaba utilizando el vestuario local en esos momentos, por lo que los Zorros tuvieron que rodear todo el estadio hasta el de visitantes. Cuando hubieron terminado de cambiarse, el alcohol ya había hecho su efecto en Kevin, que tenía un aspecto mucho más estable al salir del vestuario detrás de Andrew. A juzgar por las miradas nerviosas que Nicky no paraba de lanzarle, este no estaba seguro de que la calma fuera a durar demasiado. La fe de Neil en que Kevin pudiera aguantar él solo era casi inexistente, pero tenía que confiar en que la presencia de Andrew bastaría. Uno de los armarios de materiales de la sala principal tenía un cartel con las palabras «ESTATAL DE PALMETTO». Guardaron sus pertenencias en él y Wymack se guardó la llave de la puerta. El entrenador los contó en un momento y analizó a Kevin con la mirada. No dijo nada, pero miró a Andrew y él respondió con una sonrisa. Wymack asintió y se volvió hacia Neil. —Tú —dijo—, intenta comportarte esta vez. No busques pelea con Riko. —Sí, entrenador. Wymack parecía escéptico, pero no discutió. —Pues vamos. El silencio en el estadio era espeluznante. Todos los recién llegados estaban ya en la cancha. Había colchonetas cubriendo el suelo para evitar que las mesas y sillas rayaran la madera. Las luces estaban encendidas, pero el marcador permanecía apagado. Neil creyó oír música, aunque no estuvo seguro hasta llegar al círculo interno. Catorce equipos implicaban la presencia de doscientos cincuenta jugadores, más otras noventa personas más o menos entre trabajadores e invitados. Neil nunca había visto a tanta gente en una cancha de exy. Seguía habiendo espacio de sobra para pasar entre las mesas, pero odiaba ver cómo se usaba una cancha para algo así. Wymack abrió la puerta e hizo entrar a sus Zorros. Había un pequeño grupo de entrenadores esperando justo en la entrada. Uno de ellos tomó un megáfono y anunció la llegada del equipo. Las conversaciones se acallaron en la cancha y las sillas crujieron cuando los jugadores se giraron para mirarlos. Wymack le hizo un gesto a Dan para indicarles que siguieran adelante y se separó de ellos para unirse al resto de entrenadores. Abby se quedó con él tras dirigirle una última mirada pensativa a Kevin. Las mesas tenían asientos asignados. Había carteles de papel en los respaldos de las sillas con los colores de cada equipo y sus mascotas. No tuvieron que buscar mucho antes de encontrar la pequeña fila de asientos naranjas. Los Cuervos fueron aún más fáciles de localizar. Ambos equipos estaban sentados a la misma mesa, uno enfrente del otro. —Me cago en todo —dijo Dan, bajito, pero con suficiente fuerza como para que Neil lo entendiera sin problemas. A pesar de todo, tenía que reconocer su entereza, porque Dan no se detuvo en su camino hacia los asientos. —Menudo cliché —dijo Andrew. Parecía casi encantado con aquel giro de los acontecimientos—. Puede que esto sea divertido después de todo. Venga, Kevin, no los hagamos esperar. La sangre había huido por completo del rostro de Kevin, pero siguió andando, pegado a Andrew. Neil los contó y se dio cuenta de que los Cuervos no habían traído invitados. Tampoco habían traído consigo ni una pizca de color. Los veintidós iban vestidos de negro de pies a cabeza. Los hombres llevaban camisas y pantalones idénticos y las dos mujeres se habían puesto el mismo vestido. Incluso estaban sentados en la misma postura, todos con el codo derecho sobre la mesa y la barbilla apoyada en la mano. Cualquier otro equipo habría tenido un aspecto ridículo, pero los Cuervos conseguían resultar imponentes. —Riko —dijo Dan, retirando la silla colocada justo enfrente—. Dan Wilds. Riko extendió una mano para apretar la suya de la forma más condescendiente que Neil había visto en su vida. Estiró el brazo y dejó la muñeca floja, como si fuera un noble esperando que un súbdito le besara los nudillos. Deseó que Dan lo ignorara, pero esta tomó la mano y la apretó. Cuando la soltó, Riko esbozó una sonrisa. —Ya sé quién eres —dijo—. ¿Y quién no? Eres la chica que ha conseguido ser capitana de un equipo de primera. He de admitir que lo has hecho bastante bien teniendo en cuenta vuestras limitaciones. —¿Qué limitaciones? —¿Quieres que te haga una lista? —preguntó Riko—. El evento solo dura dos días, Hennessey. Neil no reconoció el nombre, pero por lo visto, Matt sí. —Cuidado, Riko —dijo con fiereza. Dan le tocó el brazo para calmarlo y se sentó. Los veteranos tomaron sus asientos a cada lado de ella, con Allison situada entre Renee y Matt. El grupo de Andrew se colocó a su derecha en el mismo orden que en el autobús. Neil estaba más cerca de Riko de lo que le habría gustado, pero el hecho de que hubiera un par de personas entre ellos lo reconfortaba un poco. Por desgracia, Riko no era el único problema. El joven sentado a su derecha se levantó en cuanto los Zorros se hubieron asentado y avanzó por detrás de su propio equipo hasta estar frente a Neil. Con un toque de dos dedos en el hombro de la chica que había delante, esta se levantó y fue a sentarse a la silla que acababa de quedar vacía. El desconocido ocupó el asiento contrario a Neil. En ese momento, los Cuervos rompieron sus posiciones, pero solo para recostarse en sus asientos al unísono. El único que aún tenía la espalda recta era Riko y el nuevo compañero de mesa de Neil, que se inclinó hacia delante para mirarlo como si lo reconociera. Neil no lo conocía a él, pero no tuvo que preguntar quién era. El número tres tatuado en su pómulo izquierdo indicaba que solo podía tratarse de Jean Moreau. Era el defensa titular de los Cuervos y en teoría un viejo amigo de Kevin. Hoy no había ni rastro de amigabilidad en su rostro. —Me resultas familiar —dijo Jean con su marcado acento. —Probablemente del programa de Kathy, si lo viste —dijo Neil. —Ah, tienes razón. Será de eso. ¿Cómo te llamabas? ¿Alex? ¿Stefan? ¿Chris? Por un instante, Neil creyó que se había caído de la silla. El universo se desplomó bajo sus pies y se llevó su estómago consigo. Un segundo o un minuto o una eternidad después se dio cuenta de que no se había movido en absoluto. Ni siquiera estaba respirando. Durante los ocho años que llevaba huyendo, Neil había estado en dieciséis países y había llevado veintidós nombres. Escuchar uno de boca de Jean no habría significado nada, pero tres no era una coincidencia. Era una amenaza. Andrew lo había advertido de que Riko descubriría su rastro sin importar lo bien que su madre lo hubiera ocultado. Neil había temido que aquello ocurriera, pero no había querido creer que fuera posible. Su propio padre a veces tardaba años en descubrirlos. Era imposible que Riko lo hubiera conseguido en tan solo dos semanas. Obligar al aire a entrar de nuevo en sus pulmones fue lo más difícil que Neil había tenido que hacer jamás. Era un milagro que fuera capaz de aparentar que respiraba con normalidad cuando tenía la laringe colapsada. —Neil. —¿En serio? —Jean ladeó la cabeza como si así pudiera observarlo mejor—. No tienes cara de Neil. —Díselo a mi madre —dijo Neil—. Fue ella quien me lo puso. —¿Y cómo está tu madre, por cierto? —preguntó Riko. Neil contempló sus ojos oscuros y sintió que se moría. Quizás habría contestado, pero Dan se le adelantó. —No fastidies a mi equipo, Riko. Este no es el momento ni el lugar —dijo, molesta. —Solo intentaba ser educado —respondió este—. Aún no me has visto cuando intento fastidiar a alguien. Jean miró a Kevin. —Hola, Kevin. —Jean —respondió Kevin, en voz baja. Jean sonrió de manera perezosa, pero sus ojos grises estaban llenos de hielo ceniciento. No tenían nada más que decirse, pero se sostuvieron la mirada sin pestañear. Andrew perdió el interés enseguida y se inclinó hacia delante. —Jean —dijo—. Oye, Jean. Jean Valjean. Ey, oye. Hola. Jean resopló, irritado, pero acabó por mirarlo. Andrew extendió una mano y Jean fue lo bastante incauto como para aceptarla. Los nudillos de Andrew se tornaron blancos al estrujársela. Jean no fue capaz de ocultar del todo una mueca de dolor y la expresión relajada de su rostro dio paso a un ceño fruncido. Andrew solo sonrió aún más al verlo. —Yo soy Andrew. No nos conocemos todavía. —Por lo cual doy gracias —dijo Jean—. Los Zorros en general son una vergüenza para el exy de primera división, pero tu mera existencia es imperdonable. Un portero al que no le importa si marcan en su portería no tiene ningún derecho a tocar una raqueta. Deberías haberte quedado en el banquillo como la estrategia publicitaria que eres en realidad. —Eso está un poco fuera de lugar, ¿no crees? —dijo Renee. La chica que ahora estaba sentada a la derecha de Riko se rio. —Si alguien así te ha sustituido en la portería, debes de ser penosa. Estoy deseando ver uno de vuestros partidos. Seguro que es muy entretenido. Nos lo tomaríamos como un juego de beber, pero no queremos acabar con un coma etílico. —Ya, eso sería una desgracia —dijo Dan con la voz cargada de sarcasmo. —Es la primera vez que nuestros equipos se conocen — dijo Renee, en apariencia completamente inmune a las palabras maleducadas de la joven—. ¿De verdad tenemos que empezar con tan mal pie? —¿Por qué no? A vosotros se os da mal todo —dijo la chica—. ¿De verdad os lo pasáis bien siendo tan desastrosos? —Creo que nos lo pasamos mejor que vosotros, sí —dijo Renee. Neil podía oír la sonrisa en su voz. No comprendía cómo era capaz de mantener aquel tono amigable. Él sentía el miedo como una bola de hielo en el estómago, pero escuchar las burlas de los Cuervos estaba consiguiendo derretirla. Mantener la boca cerrada y no intervenir en la conversación requería más fuerza de voluntad de la que creía poseer. Cuanto más tiempo pasaba sentado en silencio, más difícil era. Neil deseó por un momento haber heredado la paciencia de su madre en lugar del temperamento de su padre. —Pasárselo bien es cosa de críos —dijo Jean, apartando la mirada de Andrew. Si pensaba decir algo más, lo olvidó al ver a Renee. Andrew le soltó la mano mientras estaba distraído, pero Jean tardó otro instante en retirarla. Riko apenas se movió, pero Neil era tan consciente de su presencia que no le pasó desapercibido. A Jean tampoco, a juzgar por la velocidad con la que volvió a encontrar las palabras. —A este nivel lo que cuenta es la habilidad, cosa de la que tu equipo carece por completo. No tenéis derecho a jugar con nosotros. —Entonces no deberíais haberos cambiado de distrito — dijo Matt—. Nadie quiere que estéis aquí. —Os habéis apropiado de algo que no os pertenece —dijo uno de los Cuervos—. Os habéis ganado esta humillación vosotros solos. —No nos hemos apropiado de nada —replicó Dan—. Kevin está aquí porque quiere. La Cuervo sentada frente a Renee se rio. —¿De verdad crees eso? Kevin se unió a vosotros porque alguien tenía que enseñaros lo que es el exy como Dios manda. Si hubiera seguido como entrenador asistente, quizás habría aprendido a asimilar vuestros fracasos. Ahora que juega con vosotros te aseguro que no aguantará hasta el final de la temporada. Nosotros conocemos a Kevin mejor que vosotros. Sabemos lo mucho que le irrita la incompetencia. —Nosotros también lo sabemos —dijo Aaron—. No es que se guarde su opinión precisamente. Kevin fue capaz de volver a hablar por fin. —Ya saben lo que pienso, pero las palabras no bastan. Hace falta un compromiso mayor para arreglar un equipo que necesita tal cantidad de trabajo. —No me digas —dijo Jean. Sonaba como una orden—. Te aconsejo que reconsideres nuestra oferta antes de que la retiremos para siempre, Kevin. Esa mascota tuya es y siempre va a ser un peso muerto. Es hora de que… —¿Qué? —Andrew se volvió hacia Kevin con los ojos como platos—. ¿Tienes una mascota y no nos lo habías dicho? ¿Dónde la tienes? Jean lo miró durante un instante, irritado. —No me interrumpas, Anónimo. Neil oyó a Nicky emitir un ruidito agudo y ofendido, pero Andrew sonrió ante el extraño insulto. —Uh, te llevas un punto por intentarlo, pero no te esfuerces demasiado. Te voy a dar un consejo, ¿te parece? Si alguien ya ha tocado fondo, no puedes hundirlo más. Solo consigues malgastar tu tiempo y el mío. —Ya basta. —Dan chasqueó los dedos en su dirección—. Dejadlo ya. Esto es un evento organizado por el distrito y aquí hay veinte oficiales. Hemos venido a pasar un buen rato, no a pelearnos. Si no tenéis nada bueno que decir, mejor no digáis nada. Lo digo por ambos equipos. —¿Por eso el novato está tan callado? —Riko señaló a Neil—. ¿Porque no tiene nada bueno que decir? —Déjalo en paz —dijo Matt. —La última vez que nos vimos no le faltaban ganas de hablar —dijo Riko—. Puede que fuera solo un numerito para las cámaras. ¿Hola? Te estoy hablando. ¿De verdad piensas ignorarme? Nicky le clavó los dedos a Neil en el muslo por debajo de la mesa en un esfuerzo mudo y desesperado por recordarle que no abriera la boca. Este dejó marcas en forma de media luna en el dorso de la mano de Nicky con las uñas y contó hasta diez. Solo había llegado hasta el cuatro cuando Riko habló de nuevo. —Vaya, un cobarde —dijo, exagerando su decepción—. Igual que su madre. Neil dejó de contar. —¿Sabes qué? En realidad, lo entiendo —dijo Neil—. Tiene que ser superdifícil que te críen como a una superestrella. Ya sabes, eso de ser solo una mercancía en vez de un ser humano y el hecho de que ni una sola persona de tu familia considere que vales una mierda fuera de la cancha. Seguro que es durísimo. Kevin y yo hablamos a menudo de los traumitas que tienes con tu padre. —Neil —susurró Kevin, desesperado. Neil lo ignoró. —De verdad que entiendo que ni ese desequilibrio mental que tienes ni tus delirios de grandeza son culpa tuya. Y ya sé que eres físicamente incapaz de mantener una conversación decente como haría cualquier ser humano normal, pero no creo que sea responsabilidad de los demás aguantar tus mierdas. Hay un límite para las cosas que podemos perdonarte porque nos das pena, pero ya hace como seis insultos que lo has superado. Así que, por favor, por favor, cierra la boca de una puta vez y déjanos en paz. Todo el mundo se quedó con la boca abierta. Los Cuervos abandonaron sus poses simétricas y miraron a Neil, anonadados. La expresión de Riko habría sido capaz de congelar el infierno, pero Neil estaba demasiado furioso como para sentir miedo. Ya tendría una crisis nerviosa más adelante. Ahora mismo se inclinó hacia delante para mirar a Dan, que estaba sentada con el rostro entre las manos. —He dicho «por favor», Dan. He intentado ser amable. —Matt —dijo esta, casi atragantándose con el nombre—. Matt. El entrenador. Ve a buscar al entrenador. Madre mía. Matt se alejó tan rápido como pudo. —No puedes decir algo así —dijo Jean. Neil no pensaba mirarlo, pero el horror en su voz superaba con creces la ira. —Él no debería haberme pedido que participara en la conversación. Yo estaba la mar de contento aquí sin decir nada. Jean se giró hacia Kevin y habló en francés, furioso y a toda velocidad. —¿Qué coño está pasando? —Su bocaza es un defecto con el que estamos aprendiendo a convivir —dijo Kevin. —Convivir —repitió Jean, como si la idea en sí misma le resultara ofensiva—. ¡No! Tendrías que haberlo puesto en su sitio hace dos semanas cuando se pasó de la raya por primera vez. Confiábamos en que lo castigarías como se merece. ¿Por qué no conoce el lugar que le corresponde todavía? —Neil no forma parte de los tejemanejes de Riko —dijo Kevin—. Es un Zorro. —¡No es un Zorro! —Qué curioso —dijo Neil en francés. Jean no esperaba que pudiera entenderlos y lo miró, sorprendido—. Estoy bastante seguro de haber firmado un contrato con la Universidad Estatal de Palmetto. —Un contrato no cambia nada —dijo Jean—. ¿Olvidas quién te compró? —¿Comprarme? —repitió Neil—. Nadie me ha comprado. Kevin frunció el ceño, desconcertado. —¿De qué estás hablando, Jean? Este tenía pinta de haberse tragado una roca. —No lo sabes. —Intentó decirlo en tono acusador, pero no lo consiguió del todo. Los miró a ambos, incrédulo—. ¿Cómo es posible que no lo sepas? ¿Por qué ibas a ficharlo si no, Kevin? —Tiene potencial —dijo él. La carcajada de Jean estaba teñida de histeria. —Que Dios se apiade de vosotros, necios, porque nadie más lo hará. No soy capaz de concebir cómo habéis aguantado con vida tanto tiempo siendo tan rematadamente estúpidos. La voz de Wymack casi consiguió que Neil se cayera de la silla del susto. —¿Qué coño está pasando aquí? Neil se dio cuenta de que tenía a Wymack justo detrás. Matt regresó a su asiento, pero no se sentó. Jean ignoró al entrenador. Se giró y dijo algo en un batiburrillo de japonés. Fuera lo que fuera, consiguió borrar al fin la expresión helada del rostro de Riko. Este clavó la mirada en Neil y en Kevin antes de contestar. Jean gesticuló, desesperado. Kevin los miró a ambos antes de decir algo en japonés con cautela. Wymack lo interrumpió antes de que pudiera terminar e hizo un gesto en dirección a sus Zorros. —Arriba. Abby está hablando con los organizadores para colocaros en otra mesa. Neil no necesitaba que se lo dijeran dos veces, pero no tuvo la oportunidad de alejarse demasiado. Jean se volvió hacia él antes de que hubiera terminado de echar la silla hacia atrás y le hizo un gesto para que lo escuchara. Habló en francés a tal velocidad que Neil casi no lo captó, pero comprendió más de lo que le habría gustado. —Riko requerirá tu presencia más tarde durante unos minutos —dijo—. Te sugiero que aceptes si no quieres que todo el mundo sepa que eres el hijo del Carnicero. Oír el nombre de su padre en voz alta fue como recibir una patada en el pecho. El sonido que emitió Kevin a su lado fue aún peor. Neil reaccionó sin pensar, empujando a Kevin con una mano en el torso para alejarlo todo lo posible de la mesa. Kevin trastabilló y estuvo a punto de caerse. Neil no lo miró, pero no pudo evitar oír su voz áspera. —No es cierto. —Cállate —dijo Neil, pero no sabía a quién de los dos se refería—. Ni una palabra más. —Sal corriendo —dijo Jean—. Es lo que mejor se te da, ¿no? Wymack se quedó para lidiar con el Edgar Allan y los Zorros se largaron como si sus vidas dependieran de ello. La gente los observó con curiosidad mientras cruzaban la sala hasta Abby, pero ellos estaban demasiado centrados en Neil y en Kevin como para notarlo. Abby y el entrenador del Blackwell los acompañaron a su nueva mesa. Los entrenadores iban a cambiarles el sitio. Aquello colocaba a los Zorros en la periferia del evento, pero Neil dudaba que a nadie le importara. Se sentaron en el mismo orden que en la mesa anterior, pero Kevin lo hizo de lado para poder mirar a Neil. Le agarró la barbilla con dedos de acero y le giró la cabeza para que le encarara. Él quiso resistirse, pero ya no había razón para hacerlo. Observó a Kevin y esperó a que lo reconociera. Una vez que lo hizo, su expresión se llenó de un miedo nauseabundo. Neil apretó las manos por debajo de la mesa para que nadie viera cómo le temblaban. Kevin abrió la boca, pero Neil no quería escucharlo. No sabía qué iba a decir y, lo que era aún más importante, no sabía en qué idioma pensaba hacerlo. Se adelantó, hablando en voz baja en francés, con la voz cargada de tensión. —No, Kevin. Aquí no. Hablaremos mañana. Kevin dudó. —¿Lo sabe Andrew? —Solo en parte —dijo Neil—. No sabe cómo me llamo. —¿Sabe quién eres? —He dicho que no. —Se deshizo de su agarre con esfuerzo—. No vamos a hacer esto aquí. Kevin se lo quedó mirando durante un par de segundos más y se levantó tan rápido que estuvo a punto de llevarse la mesa entera por delante. Abby estaba a su lado en un instante con el rostro arrugado por la preocupación. Kevin parecía incapaz de pronunciar palabra, pero le indicó que lo siguiera con un gesto y fue hacia la puerta. Abby empezó a ir tras él, pero se detuvo, dividida. —Ve, Abby, corre. —Andrew la espantó con ambas manos—. Tráelo de vuelta cuando esté borracho. Nosotros cuidaremos de Neil. ¿Verdad, Neil? A Neil se le habían acabado las palabras hablando con Kevin, así que se limitó a asentir. Abby fue tras Kevin, pero buscó la mesa de los Cuervos con la mirada. Neil vio cómo se despedía con la mano y siguió el gesto hasta Wymack. Este iba camino de la mesa de los Zorros con una expresión tormentosa en el rostro. Neil apretó aún más las manos e intentó reprimir los temblores. —Neil —dijo Dan mientras ocupaba el asiento de Kevin entre él y Andrew—. ¿Estás bien? —¿A ti te parece que está bien? —preguntó Andrew. Dan lo fulminó con la mirada, pero él sonrió como si su furia no lo impresionara en absoluto, se aferró al borde de la mesa y se echó hacia atrás hasta balancear la silla sobre las patas traseras. Así podía mirar a Neil sin que Dan se interpusiera. Este le devolvió la mirada porque no se veía capaz de enfrentarse a nadie más en aquel momento. Andrew se cubrió el lateral de la boca con una mano, pero no se molestó en susurrar. —Te lo dije. —Sienta el culo, Minyard —le espetó el entrenador, colocándose tras la silla de Dan. Andrew suspiró de forma exagerada y dejó caer la silla al suelo. Wymack se volvió entonces hacia Neil—. ¿No me habías dicho que no ibas a buscar pelea? Nicky habló desde el otro lado. —En defensa de Neil… —No estoy hablando contigo —lo interrumpió Wymack—. Neil, dime qué ocurre. En su cabeza, Neil ya estaba contando los pasos que lo separaban de la libertad. Sus nuevos asientos los colocaban al lado de la puerta de la cancha. Solo tendría que cruzar el círculo interno y atravesar los vestuarios. La verja que rodeaba el estadio estaba cubierta de alambre de espino para evitar el vandalismo y los robos, pero podía marcharse por el mismo sitio por el que había llegado. Lo que no tenía forma de saber era si los guardias lo dejarían pasar. Un joven con ropa arreglada huyendo a la carrera de un evento público resultaba sospechoso. Si tuviera una excusa para salir, como ir al autobús en busca de Kevin y el vodka, podría reservar fuerzas hasta haber dejado atrás a los guardias. Después solo tendría que encontrar un taxi, porque hacer autostop sería demasiado lento esta vez. Tenía que llegar a la Estatal de Palmetto y sacar los papeles de la caja fuerte. Necesitaba el dinero y los contactos. Quizás había llegado el momento de llamar a… El plan de huida se detuvo de pronto en su cabeza. Separó las manos y apretó una contra el bolsillo. Sintió la forma de su teléfono a través del algodón. —Neil, si necesitas salir de aquí, dilo —dijo Wymack—. Abby puede llevarte a alguna parte hasta que sea hora de irnos. Sal de aquí y toma un poco el aire. Era la oportunidad perfecta, pero Neil no podía aprovecharla. Si lo hacía, se marcharía y no volvería jamás. Huir no era fácil, pero era menos complicado que confiar en Andrew. Aun así, Neil recordó el peso de una llave en la palma de la mano, el metal caliente debido a la temperatura corporal de otra persona. Recordó la promesa de Andrew de superar aquel año con él. —No —dijo, recuperando por fin la voz—. Sabía que esto iba a pasar. Es solo que no estaba preparado. Estoy bien. —¿Qué puedo hacer? —preguntó Wymack. Neil levantó la vista. La expresión cansada del entrenador indicaba que la sorpresa de Neil resultaba obvia en su rostro. Por un instante se sintió culpable, aunque no sabía muy bien por qué. Se deshizo de aquel sentimiento tan rápido como pudo. Tenía demasiadas cosas de las que preocuparse y demasiadas emociones como para lidiar con algo que le resultaba tan ajeno como la culpabilidad. —No lo sé —dijo. —Cuando lo sepas, dímelo. —Sí, entrenador. La llegada de un nuevo equipo les sirvió como distracción. Kevin regresó al cabo de un rato, con mejor aspecto ahora que tenía una cantidad ingente de vodka en el cuerpo. Una vez que hubieron confirmado la presencia de los catorce equipos, el entrenador del Blackwell pronunció un pequeño discurso sobre la temporada. Los camareros sirvieron la comida y los equipos la devoraron entre carcajadas dispersas. Era más fácil mantener la paz sin la presión de un partido. Solo tenían que evitar hablar de rivalidades y conflictos. Del grupo de entrenadores, trece se habían cambiado de sitio para sentarse con los Cuervos. Ahora los Zorros tenían que charlar con la otra mitad. Fue más fácil de lo que Neil esperaba. Los entrenadores eran personas profesionales y por lo tanto no alardeaban de sus opiniones tan a la ligera. Dan y Kevin fueron los principales encargados de darles conversación. Ella con su entusiasmo contagioso y él con su actitud de borracho bonachón. Neil dio las gracias por ello. No quería hablar con nadie, pero de vez en cuando algún entrenador le preguntaba algo. Tras la cena, varios trabajadores despejaron la cancha. Las mesas tenían patas abatibles, así que las amontonaron de tres en tres junto a una de las paredes. Las sillas las colocaron unas encima de las otras tan altas que amenazaban con derrumbarse. Con el centro de la cancha vacío, había espacio para organizar un par de juegos para que los equipos se mezclaran unos con otros. Neil sintió que algo se le revolvía por dentro al ver cómo montaban una pista de voleibol temporal en un lugar que debería estar reservado tan solo para el exy. A nadie más parecía importarle; los equipos se separaron y se mezclaron conforme la gente buscaba algo con lo que entretenerse. Al otro lado, un equipo de altavoces empezó a emitir música popular del momento y la mitad de la cancha se convirtió en una pista de baile improvisada. —Adelante —dijo Wymack a sus Zorros—. Divertíos o no. Me importa un comino, pero se acabaron las peleas, ¿entendido? La mayoría de ellos no necesitaban que se lo repitieran. Dan y Matt se apresuraron a ir en busca de un equipo de voleibol. Aaron y Nicky tiraron de sus invitados hacia la pista de baile. Allison empezaba a tener mal aspecto, así que Renee la sacó de la cancha para que descansara un poco. Solo quedaban Neil, Andrew y Kevin. Wymack los miró. —¿No me habéis oído? ¿Tengo que repetirlo? —Ay, entrenador. —Andrew alzó los brazos y se encogió de hombros—. Ni te imaginas lo bien que nos lo estamos pasando ahora mismo. Es apabullante. Danos un momento para recuperarnos o nos va a explotar el corazón. —Tenéis treinta segundos. Kevin esperó solo veinte antes de echar a andar con Andrew y Neil a sus espaldas. Poco a poco, dieron la vuelta a la cancha, acercándose a todos los equipos excepto a los Cuervos. Daba igual lo que el resto de jugadores pensaran de los Zorros, Kevin conseguía acallar cualquier conversación solo con su presencia. No se esforzaba mucho por ser educado, pero consiguió controlar su tono condescendiente. Neil acabó apretando más manos de las que le habría gustado. Solo un par de personas lo intentaron con Andrew. Este se los quedó mirando, sonriente, hasta que se rindieron. No era divertido, pero sí interesante y la presencia de Kevin hacía que algunos jugadores se emocionaran. Neil no se dio cuenta de cuánto llevaban hablando de partidos antiguos y de las ligas profesionales hasta que se giró y vio a Allison por el rabillo del ojo. Al mirar el reloj vio que llevaban casi dos horas dando vueltas. El evento acabaría dentro de una hora para preparar la larga jornada de mañana. Neil volvió a mirar a Allison. Estaba congelada en el borde de la pista de baile, con los brazos flojos a cada lado y el cuerpo medio girado hacia la cancha. Sin embargo, Neil se dio cuenta enseguida de que no estaba congelada del todo, porque movía la cabeza como si siguiera algo con la mirada. Neil se giró y examinó la multitud en busca de aquello que había captado su atención. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que los Cuervos se acercaban. El equipo entero estaba cruzando la cancha hacia Kevin, colocados en forma de V como una bandada de pájaros migrando hacia el sur. —Andrew —dijo Neil. —Oh, por fin —respondió este, dando un paso hacia delante para colocarse junto a él—. Mira, Kevin. Tenemos compañía. —Disculpadme —Kevin se dirigió a los Chacales de Breckenridge con los que había estado hablando. Neil fue capaz de detectar la tensión en su voz, pero esperaba que a los Chacales les hubiera pasado desapercibida. Kevin se colocó al otro lado de Andrew. Neil enterró las manos en los bolsillos para ocultar los nudillos blancos al apretar los puños. Riko se detuvo más lejos de lo que esperaba, pero comprendió el porqué en seguida. El resto de Cuervos siguieron avanzando, invirtiendo la V hasta atrapar a los tres Zorros en su interior. Neil observó los rostros que lo rodeaban y esperó a que alguien diera el primer paso. Cuando ocurrió, se trataba de la persona más inesperada. Renee apareció de la nada al otro lado de Kevin. Se enganchó a su brazo y le ofreció la mano que tenía libre a Jean. —Te llamabas Jean, ¿verdad? Yo soy Renee Walker. Antes no tuvimos oportunidad de hablar. La confusión rompió la máscara estoica de Jean, haciendo que pareciera más incómodo que otra cosa, pero le apretó la mano de todas formas. —Jean Moreau. —Neil Josten —dijo alguien. Neil confió en que Renee podía cuidar de Kevin y se giró para encarar al joven que había hablado. Dos chicos y una chica formaban un grupo a su izquierda. Uno de ellos le dedicó una mueca de desprecio en lugar de tenderle la mano—. Somos los delanteros titulares de los Cuervos. Queríamos saludarte para que vieras lo que es un equipo ofensivo de verdad. —Ofensivo en el sentido de que os gusta ofender a la gente, ¿no? —Matt se colocó al lado de Neil. La llegada de Renee podría haber sido una coincidencia, pero la de Matt no lo era. Neil supuso que Allison había avisado a los veteranos de la llegada de los Cuervos. —Matt Boyd, defensa titular de los Zorros —se presentó—. Soy el que os va a joder los goles en octubre. Encantado de conoceros. —Les tendió la mano, pero no pareció sorprendido de que ninguno la aceptara—. Supongo que el placer es solo mío. —El placer te sobra, sin duda —dijo el delantero de los Cuervos—. Dado que estás saliendo con una prostituta. —Una stripper —lo corrigió Dan, posicionándose al lado de Matt y rodeándole la cintura con el brazo. Los tacones que llevaba colgando en la mano se balanceaban al hablar—. Espero que seas lo bastante listo como para diferenciar ambas profesiones. Si no, me preocupan de verdad vuestros estándares académicos. Neil intentó no quedarse mirándola. Habría descartado el insulto del Cuervo como una mentira descarada si no fuera por la respuesta tranquila de Dan. Tardó unos segundos de más en recordar que ella misma le había dicho que cuando estaba en el instituto había trabajado por las noches para llegar a fin de mes. Había supuesto que se trataba de un puesto como reponedora en un supermercado o quizás como recepcionista en un hotelucho. No parecía el tipo de persona que toleraría que la cosificaran. Neil no solía escarbar en el pasado de la gente, pero aquella tenía que ser una historia interesante. —Hennessey, ¿no? —dijo uno de los delanteros—. Un buen nombre para alguien tan feroz. —Nos hemos llevado un chasco al saber que no ibas a formar parte del entretenimiento de esta noche —dijo otro—. Estábamos deseando ver el espectáculo. La recorrió de arriba abajo con una mirada lenta y melosa. Era obvio que Matt se estaba conteniendo por los pelos para no partirle el cuello. A Neil le sorprendió su autocontrol hasta que vio cómo Dan le clavaba los dedos en la cadera a modo de advertencia. No quería que nadie interviniera en sus batallas. Rodeó a Matt para pegarse al delantero. Este sonrió a Matt por encima de su hombro, se inclinó hacia delante y respiró hondo contra su cuello. Dan le propinó un puñetazo en la entrepierna con los tacones. El Cuervo retrocedió con un chillido inhumano. Sus compañeros hicieron una mueca y se alejaron de él. Apartaron la mirada a toda prisa mientras se doblaba por la mitad. —Sí, Hennessey —dijo Dan, con la voz mucho más calmada de lo que Neil habría esperado después de que la trataran de aquella forma—. Una delicia si estás dispuesto a pagar el precio y una tortura a la mañana siguiente si no tienes cuidado. Lo siento, pero esta botella ya está reservada. Espero que te duela durante unos cuantos días, cabrón. No esperó a que le respondiera antes de darse la vuelta y pegarse al lado de Matt. Neil no sabía si aquel abrazo era una disculpa por no haberle dejado intervenir o un agradecimiento porque él le hubiera permitido solucionarlo sola. En cualquier caso, no consiguió que la rigidez abandonara los hombros de Matt. —¿Qué ha sido de eso de ser educados, Dan? —Neil no pudo evitar preguntar. Ella se rio. —Haz lo que digo, no lo que hago, novato. —Kevin Day —dijo una voz atronadora, y todos los Cuervos se giraron. Neil siguió sus miradas hasta el hombre que ahora ocupaba el vértice del triángulo. El escalofrío que le subió por la espalda hizo que el vello de la nuca se le pusiera de punta. El entrenador Tetsuji Moriyama era sin duda el hombre más poderoso del mundo del exy. Y no podía ser de otra manera, dado que él mismo había inventado el deporte junto a la difunta madre de Kevin, Kayleigh Day, hacía treinta años. Había escogido la Edgar Allan personalmente como el hogar del primer estadio de exy de la NCAA y llevaba desde entonces entrenando a los Cuervos. Era el fundador del Comité de Reglas y Regulaciones del Exy, asesor del comité internacional y el dueño de dos equipos profesionales. Era una leyenda. También un demonio: el tío abusivo de Riko y el hermano menor del jefe de la yakuza Moriyama. —Amo —dijo Kevin, con la voz tomada por el miedo—. Cuánto tiempo. Moriyama hizo un gesto a sus Cuervos y estos rompieron su formación por fin. Se colocaron entre los Zorros, un muro de trajes negros y rostros fríos. Neil perdió de vista a Matt y a Dan cuando los delanteros lo movieron de un empujón. Apenas reparó en ello, más concentrado en observar a Moriyama y a Kevin. El primero tendió una mano y el segundo dejó caer su mano izquierda sobre ella, obediente. Moriyama la levantó para examinar las cicatrices pálidas e irregulares. —Carnicero —susurró alguien en francés. Neil se giró. Jean se había dado la vuelta en algún momento y colocado a sus espaldas. Hizo un gesto con la cabeza y Neil lo siguió hasta ver a Riko salir de la cancha. No se volvió para ver si alguno de sus compañeros de equipo se había percatado de su marcha y caminó a un paso casual hasta la puerta. Salió al círculo interno justo a tiempo para ver a Riko desaparecer en los vestuarios del equipo local. Respiró hondo para calmar sus nervios y lo siguió. Riko estaba comprobando que no había nadie más en el vestuario cuando entró. Neil aguardó junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, hasta que este hubo terminado. Riko no tardó mucho y le hizo un gesto ineludible a Neil para que lo acompañara a la sala central. Casi era lo bastante grande como para albergar el vestuario de los Zorros al completo y estaba llena de sofás a juego. Los huecos en el suelo estaban cubiertos con alfombras que mostraban a la mascota del Blackwell, una liebre, y las fotos del equipo llenaban las paredes. Riko examinó un par de fotografías antes de soltar un resoplido burlón. Se giró para encarar a Neil y ambos se miraron desde lados opuestos de la sala. Por fin, Riko sonrió. Era una mueca horripilante, pero no llegaba a ser tan horrible como las palabras que la siguieron. —Nathaniel, cuánto tiempo. Neil sintió el miedo como algo denso y caliente en el pecho que apenas lo dejaba respirar. Rezó porque su rostro no lo traicionara, aunque sabía que era demasiado tarde. —Me llamo Neil. —No vuelvas a mentirme. Las consecuencias no serán de tu agrado. —Riko le dejó un segundo para contestar—. Imagina mi sorpresa cuando recibí los resultados. Tus huellas —explicó, su sonrisa tornándose burlona—. Kathy dejó que me llevara tu vaso como souvenir. Solo tuve que darle a cambio una sonrisa y un beso. Parece ser que está hecha toda una asaltacunas. Neil sintió cómo se le anudaba el estómago. Había aceptado un vaso de agua en el programa de Kathy Ferdinand y no se lo había pensado dos veces antes de dejarlo atrás. Había supuesto que el equipo del programa se encargaría. Su madre le habría dado una paliza de muerte si aún estuviera viva. Tanto tiempo y dinero invertidos en cubrir sus rastros al garete solo porque se había puesto nervioso. —Explícame una cosa. —Riko empezó a cruzar la sala a pasos lentos—. Jean dice que Kevin no sabía quién eras. Tras presenciar su reacción, casi puedo creérmelo. Lo comprendo, incluso, porque sé lo ciego que llega a estar cuando hay exy de por medio. Puede que hasta le perdone haberte escondido de mí. Pero tú debes de saber quién eres, así que siento una gran curiosidad por averiguar qué crees que estás haciendo. —Solo intento sobrevivir —dijo Neil, apretando tanto los brazos cruzados que creyó estar a punto de aplastarse los pulmones—. Si hubiera sabido que nuestras familias tenían negocios juntas nunca habría firmado el contrato. Riko se detuvo tan cerca que se estaban tocando y Neil necesitó de todo su autocontrol para no apartarse. No se había dado cuenta hasta entonces de que eran de la misma altura. Los genes japoneses de Riko lo habían traicionado, al igual que a Neil los de su madre diminuta. Puede que Riko fuera bajo, pero irradiaba poder y una malicia letal. Los cinco centímetros de diferencia entre los delanteros parecían cincuenta. —Mientes —dijo Riko. —Es la verdad. —Neil detestaba el hilo de desesperación que se había colado en su voz—. No quiero causarle ningún problema a tu familia. No quiero que tú causes problemas para la mía. Solo voy a estar aquí un año y luego me marcharé de nuevo. Lo prometo. —No quieres causarle ningún problema a mi familia — repitió Riko, como si escucharlo por segunda vez hiciera que las palabras fueran más fáciles de comprender—. Ya le has costado a mi familia una fortuna considerable y has causado ocho años de problemas. —¿Cómo es posible? —preguntó Neil—. El dinero que me llevé era de mi padre. —Si crees que hacerte el tonto va a salvarte, te equivocas. —No me estoy haciendo el tonto. —Se rindió por fin y dio un paso atrás—. Mi madre dijo que el dinero era de mi padre. Nunca me habló de vosotros. Si hubiera sabido que era vuestro… —¡Tu padre no tenía nada que fuera suyo! —estalló Riko. Neil no pudo terminar la frase. Se quedó mirando a Riko, anonadado. Este le sostuvo la mirada, buscando el engaño en su rostro. Lo que encontró solo consiguió enfurecerlo aún más. Lo agarró por los hombros y lo estampó contra la pared. Neil se golpeó la cabeza con tanta fuerza que se hizo daño en los dientes. —Me niego a creer que nunca te contó nada. ¿Tanto tiempo a la fuga y nunca se te ocurrió preguntar por qué? Neil lo miró como si estuviera loco. —¿Conoces a mi padre? No tenía que preguntar por qué. Le llegó el sonido de una puerta abriéndose desde el pasillo y Matt gritando su nombre. Apenas tardaría unos segundos en encontrarlos, pero fue tiempo suficiente para que Riko se inclinara hacia delante. En un susurro cargado de veneno, dijo: —No estabais huyendo de tu padre, Nathaniel. Huíais de su amo. La idea de que alguien podía ponerle una correa al Carnicero era una locura. —Mi padre no tenía un amo. Riko se apartó, dejando un espacio entre ellos justo a tiempo para que Matt entrara en la sala. Este le dedicó una mirada furiosa y fue a colocarse junto a Neil. —¿Qué está pasando aquí? Neil lo ignoró. —No es cierto —insistió. Riko se señaló a sí mismo y esperó. Neil se lo quedó mirando mientras su cerebro se negaba a encajar las últimas piezas de aquel rompecabezas. Lo que Riko sugería era imposible. El Carnicero era uno de los criminales más importantes de la costa este. Tenía su sede en Baltimore, pero su territorio se extendía desde D. C. hasta las afueras de Newark. Tenía un equipo de secuaces ferozmente leales y le gustaban las ejecuciones grotescas. Nadie le daba órdenes al Carnicero. Pero la reacción de Riko no parecía falsa y no podía ganar nada mintiéndole, sobre todo teniendo en cuenta que Kevin le diría la verdad si lo hacía. Kevin iba a confirmar todo lo que Riko había dicho. Neil lo sabía y no estaba preparado para escucharlo aún. Si los Moriyama de verdad eran lo bastante poderosos como para tener controlado a alguien como el Carnicero, Neil estaba tan hasta el cuello de mierda que prácticamente podían enterrarlo en ella. —No te creo —dijo, pero incluso él podía oír el miedo en su propia voz. —Que lo niegues es aún más irritante que tu ignorancia —dijo Riko—. Hablarás con Kevin en cuanto puedas y harás que te lo explique en términos sencillos que ese pequeño cerebro tuyo sea capaz de comprender. Aprende cuál es tu sitio. No toleraré una falta de respeto de este nivel nunca más. ¿Entendido? Neil ya estaba muerto, ¿por qué no enterrarse a sí mismo? —Sí, entiendo que eres un gilipollas. Riko dio un paso hacia delante con el rostro cargado de intenciones homicidas, pero Matt interpuso un brazo entre ellos. —Deja en paz a mi equipo, Riko. Si vuelves a montar bronca en el banquete nos aseguraremos de que el CRRE no te deje jugar. Seguro que te encantaría tener que explicarle a la prensa por qué estás en el banquillo. Riko ni siquiera miró a Matt. Mantuvo la vista clavada en Neil durante medio minuto hasta recuperar el control de su ira. Aquel destello de violencia no desapareció de sus ojos, pero su voz tenía un tono calmado al volver a hablar. —En el futuro vendrás a mí de rodillas y suplicarás mi perdón. Estoy deseando negártelo. Se dio la vuelta y se marchó. Matt no bajó el brazo hasta que la puerta se hubo cerrado a espaldas de Riko. Entonces se giró hacia Neil con el rostro tenso por la furia y la preocupación a la vez. —¿Neil? Neil estaba helado y sentía que el mundo entero estaba patas arriba, pero consiguió que su voz sonase normal. Se metió las manos en los bolsillos por si acaso le temblaban y se aferró a su teléfono con fuerza. —Creo que no le gusto mucho a Riko. ¿Debería sentirme decepcionado? Matt miró hacia arriba como si estuviera rezando en busca de paciencia. —El entrenador te va a matar. —No si no se entera. —Esto es serio —dijo Matt—. Riko te ha tomado manía. —No solo a mí —dijo Neil—. Antes ha ido a por Dan. La expresión sombría de Matt indicaba que no se le había olvidado. —Puede intentarlo si quiere, pero solo conseguirá cabrearme a mí. Dan no se avergüenza de su pasado. Esto es distinto —dijo, señalando a Neil—. No sé qué te ha dicho Jean, pero Kevin ha tenido que ir a emborracharse para superarlo. —Kevin no se ha puesto así por lo que ha dicho Jean — mintió Neil—. Ha sido por lo que he dicho yo. Le he dicho a Riko que Kevin y yo nos reímos de él y no he dejado que Kevin se justifique con Jean. He hablado por él y no le he permitido negarlo. Básicamente he empeorado su situación una barbaridad, pero no me arrepiento. Matt se rio. —Estás fatal, ¿lo sabías? Volvamos antes de que el entrenador se dé cuenta de que no estamos. Salieron de nuevo al estadio en busca de su equipo. Los Cuervos se habían dispersado, probablemente porque ya no tenían que distraer a nadie ahora que Riko había vuelto con ellos. Dan y Renee estaban con Kevin y Andrew junto a una de las paredes. Allison se había unido a ellos, pero Aaron y Nicky seguían en la pista de baile. Neil buscó a Wymack con la mirada y lo encontró hablando con Moriyama en el centro de la cancha. —Oh, Neil ha vuelto —dijo Andrew—. No pensaba que fueras a hacerlo. Neil sacó un puño del bolsillo y abrió los dedos. Andrew observó primero el teléfono que descansaba en su palma y después lo miró a la cara. Neil no le devolvió la mirada, pero habló en alemán: —He tomado una decisión distinta esta vez. Andrew soltó una carcajada y se balanceó. Su sonrisa era tan amplia que podía verla en su visión periférica. Neil no esperaba que cambiara de idioma, porque lo más probable era que aquella conversación le resultara más entretenida con público, pero, por ahora, Andrew estaba dispuesto a seguirle el juego. —Qué interesante. Qué inesperado. ¿Te ha dolido un poquitín? —No tanto como me va a doler la conversación que tengo que tener con Kevin. —Esta noche no. —Andrew desechó la idea con un gesto de la mano—. Te lo prestaré mañana. Neil guardó el teléfono y comprobó si los veteranos los estaban observando. Sabía que Matt les daría una explicación vaga más adelante, así que no se sorprendió cuando ni Dan ni Renee le preguntaron qué ocurría. En vez de eso, Matt los miró a él y a Andrew. —¿Cuántos idiomas hablas exactamente? —preguntó. —Un par —eludió Neil—. ¿Quién es Anónimo? —preguntó a Andrew para desviar la atención. —Ah, soy yo —dijo Andrew—. Cuando entré en el sistema de acogida lo hice sin apellido, así que me llamaron Anónimo. ¿Lo pillas? Porque no sabían de quién era. Se creen muy graciosos. Me cambié el nombre cuando me adoptaron. ¿No? Nicky dijo que os lo contó todo. Nicky solo habría confesado aquel desliz porque se sentía culpable por haber desvelado tanta información. Neil supuso que eso significaba que el tema era más delicado de lo que Andrew era capaz de desvelar drogado, así que respondió de manera poco concreta. —Nos hizo un resumen. Andrew sonrió y se encogió de hombros. Neil se alegró cuando la conversación terminó y aún más cuando sus compañeros no volvieron a sacar el tema de Riko. Al fin, llegó la hora de marcharse. Wymack recogió a su equipo, esperó a que se pusieran ropa más cómoda y los subió al autobús. Los demás se durmieron en cuestión de segundos, pero Neil se pasó todo el viaje pensando en Riko y en su padre. CAPÍTULO SIETE Neil se despertó en el sofá de Wymack. Tardó un momento en recordar dónde estaba, pero la escena le resultaba tan familiar como la de su habitación en la residencia. Wymack había dejado a los demás en el estadio, pero a él lo había interceptado antes de que pudiera montarse en el coche con sus compañeros. La noche anterior no dijo nada, quizás demasiado cansado como para exigir una explicación sobre el fiasco del banquete. En su lugar, había mandado a Neil al salón y se había acostado. Neil desenredó las piernas de entre las sábanas prestadas y se incorporó. El reloj de la estantería estaba enterrado entre paquetes de tabaco aplastados, pero la luz que se colaba en la habitación a través de las persianas era lo bastante intensa como para indicarle que la mañana estaba bien entrada. Teniendo en cuenta la hora a la que habían llegado al campus, no lo sorprendió haber dormido hasta tan tarde. Aun así, todavía no estaba preparado para afrontar el día. Sabía que se estaba comportando como un crío al negarse, pero quería retrasar hablar con Kevin todo lo posible. Se levantó del sofá y bostezó mientras hacía una bola con las sábanas. Oyó el ruido de platos que indicaba que Wymack estaba despierto e inyectándose café en vena. Neil dudó en el pasillo con las sábanas abrazadas contra el pecho. Estaba tentado de escabullirse y evitar aquella conversación. Suspiró, aceptando lo inevitable, y le dio la espalda a la puerta principal. Dejó las sábanas en la cesta de la colada junto a la puerta en el dormitorio de Wymack, se pasó por el baño para refrescarse y entró en la cocina. Wymack no levantó la vista del periódico, pero señaló los fogones. Había una sartén tapada para mantener las patatas y los huevos calientes. Neil se hizo un burrito de desayuno y se sentó frente al entrenador. Casi había terminado de comer antes de que Wymack dejara de leer el periódico y lo hiciera a un lado. Neil mantuvo la mirada fija en su plato en lugar de devolver la del entrenador. —¿Quieres explicarme por qué te pone tanto cabrear a Riko? —preguntó. —Empezó él —murmuró Neil contra su burrito. —Eso no quiere decir que tú tengas que rebajarte a su nivel. ¿Me escuchaste cuando te expliqué el tipo de persona que es? ¿El tipo de familia de la que forma parte? —Sí, entrenador. —Eso dijiste anoche cuando te pedí que te comportaras —dijo Wymack—. Tu «sí, entrenador» de cortesía a mí no me vale. No me mientas sobre las cosas importantes. —No puedo evitarlo —dijo Neil. Intentó masticar más despacio, pero se le estaba acabando el burrito tras el que esconderse. Decidió cambiar de estrategia y desviar la atención—. ¿Cómo soportas tenernos como equipo, entrenador? ¿No te resulta agotador lidiar con nosotros y nuestros problemas todos los días? Wymack se terminó el café de un sorbo. —No. Se lo quedó mirando y Wymack le sostuvo la mirada. Neil fue el primero en cansarse de aquella batalla silenciosa y se acabó el desayuno. Hizo el amago de levantarse para recoger su plato, pero Wymack se lo arrebató. Lo metió en el lavavajillas y se sirvió una segunda taza de café. En vez de regresar a la mesa, se giró y se apoyó contra la encimera mientras observaba a Neil. —Empiezo a pensar que te juzgué mal —dijo—. No sé cómo o cuándo. Sé que no me equivoco del todo, pero hay algo en ti que no termina de encajar. —Ahora suenas igual que Andrew. —Eso es porque fue él quien lo dijo —aclaró Wymack. Cuando Neil frunció el ceño, se encogió de hombros y le dio un trago al café—. El primer día de entrenamientos les conté a todos que la Edgar Allan se había cambiado de distrito. ¿Te acuerdas? Andrew pasó esa noche aquí conmigo. Al principio pensé que estaba enfadado con Kevin por mentirle, pero eras tú quien le preocupaba. En aquel momento no lo escuché. Quizás debería haberlo hecho. —Andrew y yo estamos arreglando nuestros problemas de confianza. Más o menos. —Dice que eres un mentiroso patológico —dijo Wymack—. Estoy empezando a creérmelo. —Así es como me criaron —respondió Neil. —Intenta decir la verdad al menos una vez. Dime por qué alguien que se mudó antes de tiempo para alejarse de sus padres, y que se encogió cuando pensó que yo iba a pegarle, se tomaría tantas molestias para ofender a alguien como Riko Moriyama. Creía que tendrías un mejor instinto de supervivencia. Neil se recostó en la silla y jugueteó con el borde de la mesa. Wymack se merecía algún tipo de explicación, pero él solo podía ofrecer aquella que estaba intentando no compartir. —Riko tiene mi edad —dijo, intentando no atragantarse con las palabras—. Si supieras de lo que son capaces mis padres comprenderías por qué me es imposible confiar en ningún hombre de tu edad. Aquí arriba —se señaló la cabeza— sé que no me harás daño, pero la reacción es instintiva. Lo siento. —No te he pedido que te disculpes, listillo. —Sí, entrenador —dijo automáticamente, y frunció el ceño. —Estás fatal, ¿lo sabías? —dijo Wymack, acercándose para volver a sentarse con él a la mesa—. Tus padres deben de ser horribles. —Los tuyos también si pasas tanto tiempo cuidando de nosotros —dijo Neil. —Lo eran —confirmó Wymack. —Oh. ¿Están muertos? Su falta de tacto pareció divertir a Wymack. —Mi madre murió de una sobredosis hace ya casi diez años y mi padre perdió una pelea en la cárcel durante mi primer año aquí en la Estatal de Palmetto. Llevaba sin hablar con ellos desde que me fui de D. C. A Neil se le paró el corazón un instante. —¿Te criaste en D. C.? —Es interesante que solo te hayas quedado con eso. Mentir era fácil, pero Neil nunca se había sentido tan culpable al hacerlo. —Yo nací en Alexandria. Mi madre trabajó un tiempo en D. C. Creo que es curioso que ambos empezáramos allí y ahora estemos aquí. A veces el mundo parece enorme, pero luego algo me recuerda lo pequeño que es. —Grande o pequeño, recuerda que no estás solo en él — dijo Wymack—. Tienes un equipo, pero eso es un arma de doble filo. Están ahí cuando los necesitas y te apoyarán si es lo que quieres, pero tus actos también tienen consecuencias para ellos. Cuanto más cabreas a Riko, más difícil se lo pones a ellos. —Como lo de Seth —dijo Neil—. Ya lo sé. Wymack se lo quedó mirando durante un minuto eterno, antes de murmurar: —¿Qué coño acabas de decir? Neil se dio cuenta demasiado tarde de que Andrew no había compartido su teoría con el entrenador. —Es demasiada coincidencia, ¿no crees? Yo insulto a Riko en televisión y presumo de lo pequeño que es el equipo, y esa misma noche Seth sufre una sobredosis y yo me convierto en titular. Hasta Kevin piensa que Riko lo organizó todo. —Hasta Kevin —repitió Wymack—. ¿Tengo que preguntar siquiera de quién fue la idea? Mírame, Neil. ¿Me estás escuchando? Seth tenía un montón de problemas y ninguna solución sana. Siempre supimos que si llegaba a graduarse sería solo gracias a Dios y a la suerte. En sus primeros cuatro años sufrió tres sobredosis. Hacía tiempo que le tocaba otra. »Me da igual lo que diga Andrew. Me da igual lo que piense Kevin. En el caso (y es un caso bastante improbable) de que Riko esté de alguna forma detrás de ello, la culpa es solo suya. Fue él quien decidió descargar su rabieta contra Seth. Él decidió pasarse de la raya, no tú. ¿Me oyes? Tú no hiciste nada. Ni se te ocurra culparte a ti mismo por la muerte de Seth. Es demasiado peligroso. Tú céntrate en tu propio camino y sigue adelante. —Sí, entrenador. Wymack no parecía convencido, pero no insistió. —¿Necesitamos hablar de lo de anoche? —No, entrenador. —Pues venga. Andrew me ha dicho que vas a reunirte con ellos en el estadio. Te llevaré. —Vació la taza de café de un sorbo y salió del piso. Neil se sentó en silencio en el asiento del pasajero de camino al estadio. El coche de Andrew y el habitual coche de policía eran los únicos en el aparcamiento. Wymack lo dejó junto al bordillo. Le hizo un gesto antes de que Neil pudiera cerrar la puerta y se inclinó sobre el asiento delantero para mirarlo. —Dile a Andrew que se guarde sus teorías de mierda. —Sí, entrenador. Neil cerró la puerta y no se paró a observar cómo se marchaba. Introdujo el código de seguridad de aquella semana en la entrada de los Zorros y recorrió el pasillo hasta los vestuarios. Las luces estaban encendidas, pero no había nadie, así que siguió andando hasta el interior del estadio en sí. Kevin estaba sentado en el centro de la cancha, sobre el logo de la huella de zorro. No llevaba puesta la equipación. Neil se preguntó cuánto tiempo llevaría allí sentado, esperando a que él se despertara. No tardó en encontrar a Andrew: estaba recorriendo los escalones de las gradas. Neil dejó caer su bolsa de viaje junto a los banquillos de los Zorros y entró a la cancha para enfrentarse a Kevin. Este estaba de cara a él cuando entró, pero no levantó la mirada ni dijo nada mientras se acercaba. Neil se sentó fuera de su alcance y buscó en el rostro de Kevin la verdad que aún no quería conocer. A juzgar por la línea tensa de su boca, Kevin tenía tan pocas ganas de tener aquella inevitable conversación como él y eso solo consiguió que se sintiera peor. —¿Por qué dijo Riko que me había comprado? —preguntó Neil. Kevin guardó silencio durante tanto tiempo que Neil casi llegó a tener la esperanza de que fuera todo una horrible pesadilla, pero al final habló. —No puedes ser él —dijo, tan bajo que Neil apenas lo oyó—. Dime que no eres Nathaniel. Neil trató de no encogerse ante su verdadero nombre y no lo consiguió del todo. —No me llames así. No importa quién solía ser. Ahora soy Neil. —No es tan sencillo —dijo Kevin, más alto y consternado—. ¿Por qué estás aquí? —No tenía a donde ir. Cuando apareciste en Arizona pensé que habías venido porque me habías reconocido, pero no parecías recordarme. Pensé que quizás podría quedarme hasta que lo averiguaras. —Pensaste… —empezó Kevin, con un tono afilado demasiado histérico como para ser de desprecio—. Eres un idiota. —Estaba desesperado —replicó Neil. —No me puedo creer que tu madre accediera a esto. —Mi madre está muerta. —Kevin abrió la boca, pero él no quería oírlo—. Murió el año pasado y la enterré en la costa oeste. No tengo nada ni a nadie más, Kevin. Por eso firmé contigo. Supuse que la probabilidad de que me recordaras era pequeña y me la jugué a que no supieras la verdad sobre mi familia. —¿Cómo podríamos no acordarnos de ti? —preguntó Kevin. Neil sacudió la cabeza. —Cuando vine no sabía que los Moriyama y mi padre eran compañeros de negocios. —No eran compañeros. —Kevin parecía casi tan ofendido como Riko. —No lo sabía —repitió Neil—. Hasta que el entrenador me habló de los Moriyama en mayo no supe nada de la familia de Riko. Después pensé que quizás por eso nos habíamos conocido aquel día. Pensé que el padre de Riko y el mío habían estado hablando de territorios y fronteras. Pero anoche Riko dijo que mi padre es propiedad de los Moriyama. ¿Qué quería decir? ¿Por qué dijo que me había comprado? —No me mientas —dijo Kevin—. Ya tenemos suficientes problemas. —Mi madre no me dijo por qué huíamos —dijo Neil—. Nunca le pregunté cuál había sido la gota que colmó el vaso. Simplemente me alegré de que nos marcháramos. Después de aquello nunca volvimos a hablar de nada real. Hablábamos del tiempo o del idioma que tocara en aquel momento o de la cultura local. Solo tuvo algo significativo que decirme cuando se estaba muriendo e incluso entonces no habló de mi padre. Nunca mencionó a los Moriyama. Si lo hubiera hecho, yo no estaría aquí, ¿no crees? Así que dime la verdad. Kevin se lo quedó mirando durante un minuto eterno, después se frotó la cara con fuerza y murmuró algo en japonés con la voz ronca. Neil se planteó sacudirlo, pero Kevin dejó caer las manos sobre el regazo. —Tu padre era la mano derecha de lord Kengo, la mejor arma de su arsenal. El territorio que dominaba, lo dominaba en nombre de los Moriyama. Él era la fuerza bruta que mantenía el imperio a raya y el nombre que se convertiría en el cabeza de turco si el Gobierno se enteraba de lo que no debía. »Su poder te convertía a ti en un cabo suelto. No podías heredar su organización —dijo Kevin—. Lord Kengo elige personalmente a su gente de manera muy cuidadosa, siempre para proteger su trono. El nepotismo quiebra esa lealtad vertical y hace que las familias empiecen a pensar primero en sus propios intereses. Podría haberte mandado matar para evitar complicaciones, pero te dio la oportunidad de ganarte un sustento. Tu madre te apuntó a las ligas infantiles para que aprendieras a jugar al exy. El día que nos conociste era tu prueba. —Espera —dijo Neil—. Espera. ¿Qué? —Se suponía que serías como yo —dijo Kevin—. Se suponía que serías un regalo, otro jugador para el equipo del amo. Tenías dos días para ganarte su favor: un partido de prueba inicial con nosotros para enseñar tu potencial y un segundo partido para demostrar que eras capaz de adaptarte e implementar directrices y críticas. Si después de eso decidía que no valías la pena, tu propio padre sería quien te ejecutara. Neil tragó saliva. —¿Qué tal lo hice? —Tu madre no podía arriesgarse a que fracasaras —dijo Kevin—. No llegaste al segundo entrenamiento. Aquella noche desapareció, llevándote consigo. El calor en su estómago podría haber sido náuseas o ira, pero no sabía contra quién. Su madre había detestado su obsesión con el exy durante toda su vida. Le había dicho una y otra vez que nunca volvería a tocar una raqueta, pero jamás le había dicho la razón. No entendía por qué nunca le había explicado del todo de qué huían. —Creo que voy a vomitar —dijo Neil, poniéndose en pie. Casi estaba levantado cuando Kevin lo agarró de la muñeca para detenerlo. —Nathaniel, espera. Neil se liberó con tanta fuerza que casi derribó a Kevin. —¡No me llames así! Retrocedió hasta estar fuera de su alcance, pero Kevin se puso en pie como si pretendiera seguirlo. Neil levantó una mano para advertirle que se alejara. Su mente viajaba en mil direcciones distintas mientras miraba a Kevin, al nombre y la reputación que podrían haber sido suyos en otra vida. Si hubiera impresionado al entrenador Moriyama, podría haber crecido en el Castillo Evermore, con Riko y con Kevin. Tendría el tatuaje de un tres que ahora adornaba el rostro de Jean Moreau. Deseaba odiar la realidad en la que vivía y por un momento lo consiguió. Había crecido sin ser nada ni nadie, asustado, cuando podría haber sido criado para ser un Cuervo y un futuro jugador de la selección. Neil adoraba tanto el exy que no podía evitar sentirse traicionado por no haber tenido esa oportunidad. Pero solo necesitaba mirar a Kevin para saber que también habría odiado aquella vida. Habría aprendido del mejor y jugado para el mejor equipo, pero habría vivido en una jaula y sufrido abusos. Puede que se hubiera pasado ocho años huyendo para sobrevivir, pero al menos había sido libre. Ahora se le había acabado la cuerda a su correa. Anoche Jean había dicho que Neil jamás sería un Zorro. Había advertido a Kevin que debía enseñarle cuál era su lugar en la jerarquía de los Moriyama y que debía castigarlo por ir en contra de Riko. Este aún consideraba que Neil era un objeto extraviado. Ahora que sabía la verdad, Riko esperaba que agachara la cabeza y ocupara su lugar. «No lo haré», quería decir Neil. —No puedo ser esto. —Fue lo que le salió en su lugar. —Deberías huir. —No puedo —repitió Neil. Se dio cuenta de que le temblaban los dedos y se pasó las manos por el pelo. El gesto no consiguió apaciguar los nervios que le sacudían todo el cuerpo—. Llevo ocho años huyendo, Kevin. Era horrible incluso cuando mi madre estaba viva. ¿Adónde iría ahora que estoy solo? Andrew cree que estaré más a salvo si me quedo. —Dijiste que Andrew no lo sabía. —Andrew cree que mi padre hacía encargos para un mafioso y robó dinero de uno de los pagos que su jefe debía a los Moriyama. Le dije que mis padres habían sido ejecutados por su traición y yo había huido con el dinero. Quiere que use la mala fama de los Zorros para mantenerme a salvo. Si salimos en las noticias todas las semanas es difícil que alguien pueda librarse de mí, o eso dice él. —La fama no puede proteger a alguien que supone semejante riesgo para su seguridad —dijo Kevin—. Sabes demasiado. Podrías destruir el territorio de tu padre si hablaras con las personas equivocadas. Sabían que tu madre jamás entregaría a su familia a los federales, pero tú eres un niño asustado e impredecible. Kevin sacudió la cabeza y siguió hablando cuando Neil empezó a protestar. —El amo quiere recuperarte. Te va a fichar con los Cuervos en primavera. Mientras tengas la boca cerrada y la cabeza gacha, no le dirá a la familia principal que te ha encontrado. —No soy un Cuervo —dijo Neil—. Y nunca lo seré. —Entonces huye —insistió Kevin, en voz baja y frenética—. Es la única forma que tienes de sobrevivir. Neil cerró los ojos e intentó respirar. Su pulso sonaba como disparos en sus oídos, agujereándole el cerebro. Se apretó las manos contra la camiseta, tratando de notar sus cicatrices a través del algodón. Al respirar, olió a sal y a sangre. Durante un instante estaba a cinco mil kilómetros de distancia, trastabillando solo y roto por la autopista hacia San Francisco. Le dolían los dedos de ganas de sostener un cigarrillo. Le ardían las piernas con el deseo de echar a correr. Pero sus pies se quedaron plantados en su sitio y abrió los ojos. —No. —No seas idiota. —Huir no me salvará esta vez —dijo Neil—. Si los Moriyama de verdad piensan que soy una amenaza mandarán a alguien tras mi pista. Mi madre y yo apenas conseguimos escapar de mi padre. ¿Cómo voy a escapar de su jefe? —Al menos tendrás una oportunidad —murmuró Kevin. —La oportunidad de morir en otra parte, completamente solo —dijo Neil y Kevin apartó la mirada. Se metió las manos en los bolsillos, agarrando sus llaves en una y el teléfono en la otra. Enredó los dedos en el llavero, repasando los dientes de las llaves con las yemas hasta encontrar la de la casa de Nicky en Columbia. Andrew se la había dado en agosto cuando prometió protegerlo. Contempló la huella de zorro sobre la que estaban. Mientras hablaba, el miedo fue desapareciendo, reemplazado por una calma desdichada. —Si pensaba echar a correr, debería haberlo hecho en agosto. Andrew me dijo que era mi última oportunidad para marcharme. Decidí quedarme. No sabía si Andrew sería suficiente para interponerse entre mi padre y yo, pero deseaba tanto aferrarme a esto que no me importaba el riesgo. Puede que entonces no comprendiera del todo lo que estaba en juego, pero eso no ha cambiado. Se agachó y apoyó las manos contra la pintura naranja. —No quiero huir. No quiero ser un Cuervo. No quiero ser Nathaniel. Quiero ser Neil Josten, ser un Zorro, jugar contigo este año y llegar hasta el campeonato. Y en primavera, cuando los Moriyama vengan a por mí, haré exactamente lo que temen. Iré al FBI y se lo contaré todo. Que me maten si quieren. Será demasiado tarde. Kevin guardó silencio durante un minuto eterno. —Deberías haber llegado a la selección —dijo, después. Fue apenas un susurro, pero a Neil le caló hasta los huesos. Era un adiós amargo al brillante futuro que Kevin había querido para él. Lo había fichado porque creía en su potencial. Lo había traído a los Zorros con la intención de convertirlo en una estrella del deporte. A pesar de su actitud condescendiente y su rechazo constante aun cuando Neil lo intentaba con todas sus fuerzas, de verdad había esperado que llegara a jugar para la selección nacional tras graduarse. Ahora Kevin sabía que todo había sido en vano: Neil estaría muerto antes de mayo. —¿Seguirás enseñándome? —preguntó Neil. Kevin calló de nuevo, pero esta vez volvió a hablar enseguida. —Todas las noches. Neil tragó saliva en un intento por aliviar el vacío que sentía en el pecho. —Matt y Dan quieren que lleguemos a la final. ¿Crees que tenemos alguna posibilidad? —Podemos llegar a la semifinal si Nicky empieza a tirar del carro y Andrew empieza a cooperar —dijo Kevin—. No podemos superar a la Triada. La USC, la Estatal de Pensilvania y la Edgar Allan estaban consideradas como la «triada» del exy de la NCAA. La Edgar Allan siempre ocupaba el primer puesto. La USC y la Estatal de Pensilvania solían acabar en el segundo y el tercero, peleándose siempre por superarse la una a la otra en el ranking. La única forma de llegar a la final era derrotar a uno de ellos en la semifinal. —Supongo que tendrá que bastar —dijo Neil. Se puso en pie y miró alrededor, primero a las líneas naranjas y las huellas de la cancha, luego a través de las paredes, hacia las gradas. Al parecer Andrew había acabado de recorrer las escaleras porque ahora estaba corriendo por el círculo interno. Neil envidiaba el aguante que tenía gracias a su medicación. —¿Qué es lo que quiere, Kevin? —preguntó. Se dio cuenta de que no había manera de que este hubiera seguido el hilo de sus pensamientos y señaló a Andrew con un gesto. —Andrew no sabe quién soy, pero sabe que alguien ha puesto precio a mi cabeza. A pesar de eso, prometió protegerme durante un año. No por mí, sino porque pensó que entrenarme te distraería de las amenazas de los Cuervos. —Volvió a mirar a Kevin—. ¿Qué es lo que desea tanto como para arriesgarlo todo para que te quedes? —Le hice una promesa. —Kevin apartó la mirada con esfuerzo del rostro de Neil y contempló el avance de Andrew—. Está esperando a ver si soy capaz de cumplirla. —No lo entiendo. Kevin guardó silencio durante tanto tiempo que Neil casi dejó de esperar una respuesta. —Andrew es inútil cuando está medicado, pero es peor cuando no lo está —explicó por fin—. El orientador de su instituto vio la diferencia entre su último año y el anterior y jura que las pastillas le salvaron la vida. Cuando está sobrio, Andrew es… —Kevin pensó en ello un momento, buscando las palabras adecuadas, y dibujó comillas en el aire con los dedos— infeliz y destructivo. »Carece de propósito y de ambición. Yo fui la primera persona en mirar a Andrew y decirle que había algo de valor en él. Cuando deje la medicación y no tenga nada en lo que apoyarse, yo le daré algo sobre lo que reconstruir su vida. —¿Y él accedió? —preguntó Neil—. Pero no deja de ponerte obstáculos a cada paso. ¿Por qué? —La primera vez que dije que jugarías en la selección, ¿por qué te cabreaste? —Porque sabía que era imposible —dijo Neil—, pero aun así lo deseaba. Kevin no dijo nada. Neil esperó y entonces se dio cuenta de que él mismo había respondido a la pregunta. Sorprendido, guardó silencio durante un minuto. La incredulidad y el desasosiego se mezclaron en su interior, pero Neil no sabía de dónde provenía aquella ansiedad. Cruzó los brazos sobre el pecho con fuerza y se removió en el sitio. —¿Entonces qué? —preguntó en voz baja—. ¿Crees que el verano que viene dejará la medicación y de repente descubrirá que sí que le gusta el exy? Pensaba que no creías en milagros. —Andrew está loco, pero no es tonto —dijo Kevin—. Incluso él acabará cansándose de fracasar a diario. Cuando no tenga esa droga en las venas y pueda pensar por sí mismo otra vez será más fácil conseguir que lo entienda. Neil lo dudaba. —Buena suerte —dijo, sin embargo. Le sorprendió comprobar que lo decía en serio. Tratar con Andrew era una pesadilla la mayor parte del tiempo, pero estaba haciendo todo lo posible para que Neil y Kevin pudieran quedarse en la Estatal de Palmetto. Lo mínimo que podían hacer por él era darle algo a cambio que fuera suyo. Neil no podía negar que sentía cierto rencor; Andrew tendría el futuro que él no podía tener. Pero sabía que al final acabaría por aceptarlo. —Deberíamos irnos —dijo Neil, porque no quería seguir pensando en ello—. No le cuentes nada de esto a Andrew. —No puedo contárselo —dijo él—. No respetaría tu decisión. Neil echó a andar hacia la puerta, pero Kevin lo detuvo con una mano en el hombro. —Neil. Aquel nombre estaba cargado de amargura, pero también era una promesa. Se reconstruyó a sí mismo pieza a pieza y salió tras Kevin de la Madriguera. Por primera vez en su vida, Neil no pensaba en el futuro. Dejó de contar los días hasta el partido contra los Cuervos y empezó a ver y leer menos las noticias. Volcaba toda su energía en los entrenamientos, conseguía no dormirse en la mayoría de sus clases y se repartía entre sus compañeros de equipo como mejor podía. Hacía los trayectos hacia y desde el estadio con el grupo de Andrew y pasaba casi todas las noches con Kevin y Andrew, así que las tardes las guardaba para los veteranos. Sabía cosas de ellos que nunca antes se había molestado en aprender sobre nadie. El nombre que le habían puesto a Renee al nacer era Natalie; su madre adoptiva se lo había cambiado al sacarla del sistema de acogida. Su madre era la razón de que tanto ella como Dan estuvieran en la Estatal de Palmetto. Stephanie Walker era una reportera que había fingido entrevistar a Wymack con la intención de convencerlo de que fichara a Renee. Wymack había ido a Dakota del Norte durante el campeonato de primavera para ver al equipo de Renee enfrentarse a sus mayores rivales. Dan resultó ser la capitana del equipo contrario y había impresionado a Wymack con su ferocidad. Aquel mismo fin de semana, las fichó a ambas. —Fue horrible —admitió Dan cuando Renee le contó la historia a Neil—. Me parecía increíble que el entrenador esperara que nos lleváramos bien, sobre todo porque su equipo había eliminado al mío del campeonato en mi último año. —Se lo tomó muy a pecho —dijo Renee con una sonrisa llena de cariño. A Neil le costaba imaginar una época en la que no hubieran sido amigas. —Al final lo superaste. —No tuve otra opción —dijo Dan—. Los Zorros no querían chicas en su equipo y sobre todo no querían a una capitana. —Teníamos que enfrentarnos a ellos como un frente unido —dijo Renee, señalándose a sí misma, a Dan y a Allison—. Era la única manera de sobrevivir. Nuestra amistad era una farsa que empezaba y acababa en la puerta de nuestra habitación. Tardamos casi un año en darnos cuenta de que habíamos dejado de fingir. —Yo no me di cuenta hasta verano —dijo Dan—, cuando estaba hablando con las chicas de la temporada. «Las chicas» eran sus hermanas de escenario. Dan, también conocida como Hennessey, había conseguido un carné de identidad falso cuando estaba en el instituto para poder trabajar como bailarina de striptease en un pueblo cercano. El horario cuadraba bien con sus clases y con los entrenamientos de exy y le proporcionaba el dinero que necesitaba. Su tía estaba en el paro y tenía que quedarse en casa con su bebé recién nacido. Dan había tenido que mantenerlos a los tres. Según ella, había dejado de hablar con su tía en cuanto se mudó, pero mantenía el contacto con sus antiguas compañeras de trabajo. Decían que estaban esperando a que se convirtiera en una estrella del deporte. Fue así como Neil descubrió que Dan no quería jugar en las ligas profesionales después de la universidad. Quería ser entrenadora y planeaba hacerse con la Madriguera cuando Wymack se retirara en un futuro. Su intención era mantener los parámetros de los fichajes en su ausencia. Matt apoyaba la idea al cien por cien. Matt presentaba un contraste interesante al pasado de penurias económicas de Dan: era el hijo rico y bien educado de una boxeadora profesional y un cirujano plástico de renombre. Sus padres se separaron hacía años, en parte debido a las incontables infidelidades de su padre, pero no estaban divorciados oficialmente. Matt había crecido viviendo con su padre, ya que el trabajo de su madre hacía que estuviera de viaje muy a menudo. Cuando hablaba de su padre, Matt no tenía mucho que decir, pero podía pasarse horas parloteando sobre su madre. Para él era su ídolo y Neil se dio cuenta de que escuchar sus historias era tan interesante como doloroso. Cuando Matt le habló de las carreras de aceleración que hacían durante las vacaciones de verano, Neil recordó el sonido del cadáver de su madre al intentar separarlo del asiento de vinilo. Dos semanas después del banquete, Allison empezó a dirigirle la palabra de nuevo. Neil aún no había encontrado la manera de disculparse con ella, ni siquiera sabía si debía disculparse o no, cuando Allison rompió el silencio. Estaba cenando en el centro con los veteranos cuando le pidió que le pasara el kétchup. La sorpresa casi hizo que a Neil se le cayera la hamburguesa y le pasó la botella tan rápido como pudo. Pasaron varios días antes de que volviera a hablarle del todo, pero su presencia helada empezó a atemperarse. Neil la vio incluso sonreír con uno de los chistes guarros de Matt. Su duelo no había terminado ni por asomo, pero empezaba a aprender a estar bien. Neil deseaba tener algo que ofrecer a cambio de su amistad y la confianza que le entregaban sin reparos, pero él no podía compartir nada sobre sí mismo sin ponerlos en peligro. Nunca lo presionaban, pero tardó semanas en darse cuenta de que no les hacía falta. Nunca buscaban sus secretos; se conformaban con las migajas de sinceridad de la vida cotidiana. Sabían que odiaba la verdura, pero le encantaba la fruta, que su color favorito era el gris y que no le gustaban las películas o la música con el volumen alto. Eran cosas que Neil solo comprendía en términos de supervivencia, pero sus compañeros acumulaban aquella información como si estuviera hecha de oro. Estaban montando a Neil pieza a pieza hasta crear a una persona real alrededor de sus mentiras. Encontraban las cosas que ningún disfraz podía transformar. Nada de lo que descubrían podía cambiar el resultado final de aquel año o indicarles quién era en realidad, pero aun así resultaba aterrador. Por suerte, se acercaban los parciales, por lo que Neil tendría una excusa para alejarse de ellos poco a poco. La biblioteca parecía un refugio seguro, ya que tenía cuatro plantas y doscientos pasillos en los que esconderse, pero él no era el único que tenía exámenes. Estaba saliendo de la cafetería de la biblioteca con una taza de cafeína más que necesaria cuando se encontró con Aaron y Katelyn. Este se detuvo en cuanto lo vio y pareció casi ofendido por su presencia, pero Katelyn lo saludó con una sonrisa. —Hola, Neil —dijo, tendiéndole una mano—. Creo que no nos han presentado. Neil se pasó el café a la mano izquierda para poder darle un apretón de manos rápido. —No, pero te he visto en los partidos. Eres Katelyn, ¿verdad? Estás en las Raposas. Parecía contenta de que la hubiera reconocido, pero Aaron aún tenía aquella expresión contrariada. Neil no lo culpaba. Aaron y Katelyn siempre se buscaban el uno al otro con la mirada durante los partidos, pero Aaron nunca se acercaba a las animadoras. Aquella era la primera vez que Neil los veía tan cerca el uno del otro. Puede que Aaron estuviera por fin dando el paso que todos sus compañeros esperaban que diera. Iban de la mano, así que la cosa debía de estar yendo bien. Aaron se percató de hacia dónde estaba mirando Neil, porque su voz era fría cuando dijo: —Adiós. Katelyn se apoyó contra él en un gesto de reproche, pero Neil los pasó de largo sin quejarse. Apenas había dado un par de pasos antes de que la curiosidad le hiciera echar la vista atrás. Katelyn y Aaron estaban absortos haciendo la cola para la cafetería. Ella estaba apoyada contra él. Era un par de centímetros más alta, pero aun así encajaba a su lado a la perfección. Resultaba sorprendente lo cómodos que parecían teniendo en cuenta que siempre se evitaban mutuamente en los partidos. Neil habría esperado que los primeros pasos fueran algo más incómodos. —¿Tan interesante te parece el café? Se preguntó si los Zorros le habían puesto un chip rastreador y se giró hacia Nicky. Estaba en la parte superior de las escaleras, con la mochila colgando de un codo y los brazos cargados de revistas. —La verdad es que no —dijo, pero Nicky se detuvo a su lado y miró hacia la cafetería. Neil se preparó para una reacción emocionada o un discurso triunfante sobre todas las apuestas que acababa de ganar. Lo que no esperaba era que Nicky asintiera en señal de aprobación. —Muy listos escogiendo la biblioteca para liarse —dijo. Agarró a Neil por el hombro y lo apartó de la cafetería—. Andrew dice que los libros le dan alergia, así que no viene por aquí a no ser que Kevin lo obligue. Estarán a salvo al menos durante una semana más. Haznos un favor a todos y no lo menciones, ¿quieres? —Pensaba que no estaban saliendo —dijo Neil, buscando un lugar para sentarse a estudiar. —Oficialmente, no. —Nicky lo siguió sin que lo invitara—. Aaron es demasiado listo como para pedirle salir y por ahora Katelyn está dispuesta a esperar. No sé si aguantará hasta la graduación y sé que no es justo pedírselo, pero espero que lo consiga. Hacen buena pareja, ¿no crees? —No sabría decirte. Encontró un sitio vacío y dejó sus cosas. Nicky enseguida repartió sus revistas sobre tres cuartos de la mesa. Neil apartó un par de ellas de su espacio y se sentó. Temía no poder hacer nada con alguien tan parlanchín como Nicky al lado, pero se sorprendió al ver lo concentrado que estaba este en su propio proyecto. Lo que Neil había supuesto que eran lecturas de entretenimiento resultaron ser materiales para una de sus clases de marketing. Trabajaron en silencio durante casi veinte minutos antes de que Nicky hablara otra vez. —Andrew la odia, ¿sabes? Neil tardó un segundo en entender de qué estaba hablando. Tenía la cabeza llena de números; estaba trabajando en un cuadernillo de seis páginas de ecuaciones matemáticas. Pero Nicky lo dijo como si no hubiera dejado de pensar en Aaron y en Katelyn en todo el rato. Neil estuvo a punto de no decir nada, porque repasar las ecuaciones le parecía más importante que la posible relación de Aaron, pero una declaración como aquella era difícil de ignorar. —¿Por qué? —preguntó. —Porque a Aaron le gusta —respondió él, como si fuera evidente. —Si no me falla la memoria, Andrew también detesta a Aaron. —Exacto. —Nicky cerró la revista y miró hacia atrás en busca de alguno de sus primos. Se inclinó sobre la mesa hacia Neil—. A Andrew no le entusiasma la idea de que Aaron sea feliz, ¿comprendes? Así que, si a Aaron le gusta Katelyn, Andrew no quiere que esté con ella. Puede que sonría todo el tiempo, pero en realidad es como un chiquillo despechado. —No tiene sentido —dijo Neil. —Es complicado —respondió Nicky, frotándose la nuca y recostándose en su asiento—. La última vez no entré en detalles porque no es asunto de Dan ni de Matt, pero tú eres de la familia, así que a ti te lo puedo contar. —Volvió a mirar hacia atrás—. Os dije que la tía Tilda dio a Andrew en adopción, ¿no? Pues eso es solo la mitad de la historia. La verdad es que al principio los abandonó a los dos. Una semana después cambió de idea. —¿Eso se puede hacer? —El sistema es comprensivo con los momentos de pánico y te deja arrepentirte. —Nicky hizo una mueca incómoda—. No tuvo que dar su nombre en recepción, pero tuvo que llevarse unas pulseras identificativas que señalaban qué niños eran suyos, por si acaso. Mientras no tardara mucho en volver, podía recuperar a sus bebés. »La tía Tilda se sentía culpable por haber abandonado a sus hijos, pero no lo bastante como para recuperarlos a ambos. Solo podía hacerse cargo de uno, o al menos eso fue lo que le dijo a mi padre cuando él se enteró de la existencia de Andrew. No sé cómo escogió a quién recuperar. ¿Fue por orden alfabético, Aaron antes que Andrew, o metió la mano en el cajón y agarró la primera pulsera que encontró? Nicky se quedó en silencio durante un momento, pensando en ello. Se pasó una mano por la frente antes de continuar. —Los dos tenían un cincuenta por ciento de probabilidades de perder. ¡Ja! —Nicky sonrió sin una pizca de humor—. Supongo que los dos tuvieron mala suerte. Andrew entró en el sistema de acogida y Aaron se convirtió en el vivo recuerdo del fracaso y la culpa de la tía Tilda. Ella intentaba lidiar con Aaron lo mínimo posible, al menos hasta que Andrew llegó de nuevo a sus vidas. Fue entonces cuando Aaron dijo que empezó a comportarse de manera violenta en lugar de simplemente ignorarlo. —¿Ellos saben que los abandonó a ambos? —preguntó Neil. —Cuando la madre de acogida de Andrew llamó para organizar el encuentro entre ellos, le preguntó a Tilda cómo era que solo uno había acabado en el sistema. Mi tía se lo dijo y Aaron lo escuchó desde el otro teléfono. —Nicky hizo un gesto hacia arriba como indicando el dormitorio de Tilda—. No tengo ni idea de por qué la familia de acogida de Andrew decidió contárselo, pero él también lo sabe. Creo que por eso se negó a hablar con su hermano cuando Aaron le escribió. Estaba cabreado y con razón, pienso yo. —Pero Aaron no tiene la culpa —dijo Neil—. Fue su madre quien tomó la decisión. —Así es Andrew: un sinsentido desde que nació. —Nicky alzó las manos en un gesto de impotencia—. Encontrar a Andrew fue un punto de inflexión para Aaron de la peor manera posible. La tía Tilda lo obligó a mudarse al otro lado del país, comenzó a beber más que nunca y empezó a levantarle la mano. El trauma hizo que empezara a meterse en problemas en una muestra de rebeldía. Tomaba drogas que le robaba a su madre, se metía en peleas en el colegio y, en general, se convirtió en un capullo. Mi madre me lo contó en sus cartas mientras yo estaba en Alemania porque estaba preocupada por él. Lo único bueno que hizo Aaron en Carolina del Sur fue jugar al exy y solo se apuntó para poder pasar menos tiempo en casa con Tilda. »Entonces papá se enteró de la existencia de Andrew y empezó su campaña para que volviera a casa. Ya os lo conté, ¿no? Le dio la lata a mi tía hasta que accedió a acoger a Andrew y después habló con el juez, con los servicios sociales y con su última familia de acogida. Conoció a Andrew, que al parecer no tenía ningún interés en un reencuentro triunfal con su madre, y le presentó a Aaron. Fue ahí cuando todo comenzó de verdad. De repente Andrew estaba motivado. Empezó a portarse bien y a no pasarse mucho de la raya y salió con la condicional anticipada en apenas un año. —Andrew decidió que quería un hermano después de todo —dijo Neil—. ¿Por qué se torcieron las cosas entonces? —Porque la tía Tilda murió y Aaron le echó la culpa a Andrew. —¿La mató él? Nicky le hizo un gesto para que bajara el volumen, a pesar de que era él quien hablaba más alto de los dos. —La noche que murió, Aaron y su madre se pelearon. Fue así como mis padres se enteraron por fin de que Tilda le estaba pegando. Aaron se presentó en su casa lleno de cortes y moratones. Mi padre llamó a mi tía para que viniera a hablar las cosas, pero ella no se quedó mucho rato. Recogió a Aaron y se fueron. No llegaron a casa. Se salió de la carretera y acabó en el carril contrario sin el cinturón puesto. Nicky se removió en el asiento, con aspecto de estar incómodo. —No era Aaron quien iba en el coche con ella. Aaron estaba suplantando a Andrew en un grupo de estudio. Eso era antes de la medicación, así que les resultaba fácil intercambiarse. No sabía por qué Andrew se lo había pedido hasta que la policía lo llamó. A día de hoy aún no sé qué fue lo que pasó de verdad. Si la tía Tilda entró en pánico al darse cuenta de cuál de sus hijos iba en el coche o si se estaban peleando o si fue intencionado, pero… »Puede que Aaron no se llevara bien con ella, pero era su madre, ¿sabes? Y nunca tuvo la oportunidad de arreglar las cosas con ella, no pudo llegar a comprender por qué era como era o por qué hizo lo que hizo con ellos. Aaron no es capaz de aceptar que ya no está. La echa de menos. Y no es capaz de perdonar a Andrew, mientras que Andrew no entiende o no le importa por qué Aaron está sufriendo. Están estancados. Neil comprendía la situación de Aaron. Su madre y él tenían muchos problemas debido al pasado de ella y a lo terrorífica que había sido la infancia de Neil. Al final había llegado a preguntarse si habían aguantado juntos por amor o por supervivencia. Ahora que sabía que había huido para protegerlo, su perspectiva estaba alterada, pero se había pasado la mitad de su vida despreciándola con una intensidad violenta. A pesar de ello, su pérdida había sido lo peor que le había pasado nunca. No podía decir eso porque sus compañeros pensaban que sus padres estaban vivos e ilesos, así que se decantó por la otra conclusión interesante que sacaba de la historia de Nicky. Habló despacio, permitiéndose el tiempo necesario para pensar y para limpiar el dolor de su voz. —A Andrew le importaba. Por eso se torció todo. Nicky se lo quedó mirando. —¿Qué? —Andrew volvió a casa por Aaron, ¿no? Seguro que no tardó en darse cuenta de que estaba hecho mierda y vio que el origen de sus problemas era su madre. Puede que no la matara por abandonarlo. Quizás lo hizo para proteger a Aaron. Nicky parecía escéptico. —Es una suposición bastante gorda, Neil. —¿Tú crees? —preguntó Neil—. ¿Recuerdas lo que hizo que Andrew acabara teniendo que medicarse? —Sí —dijo y se quedó en silencio, pensando en ello. En Columbia, Nicky solía trabajar en Eden's Twilight. Una noche, durante su rato de descanso, cuatro hombres decidieron intentar curarle la homosexualidad a golpes. Andrew intervino para proteger a su primo, pero se pasó. Una cosa era unirse a la pelea y otra muy distinta enzarzarse hasta dejarlos inconscientes y desangrándose en el suelo. Los habría matado si el portero de la discoteca no lo hubiera detenido. La prensa se volvió loca; Neil lo había leído mientras investigaba a los Zorros. —Tilda le estaba haciendo daño a Aaron y Andrew intervino —dijo Neil—. Aaron debería habérselo agradecido, pero lloró su pérdida como si no le importara lo que ella les había hecho a ambos. Se puso de su parte. —¿De verdad lo crees? —Yo le veo el sentido —dijo Neil. Explicaría incluso por qué Andrew odiaba a Katelyn, aunque no sabía por qué interpretación decantarse: que Andrew no iba a permitir que otra mujer se interpusiera entre ellos, o que aún estaba castigando a Aaron por escoger el bando equivocado hacía tres años—. Imagino que nunca han hablado de las circunstancias de su muerte. —No desde que yo llegué y eso fue el día del funeral de Tilda —dijo Nicky—. Ni siquiera hablan de cosas sin importancia. No los veo yo teniendo una conversación seria sobre las intenciones de Andrew en un futuro cercano. Nicky apoyó el codo en la mesa y enterró la cara en la mano. Aquella expresión derrotista resultaba antinatural en su rostro y hacía que aparentara su edad por primera vez. Neil casi había olvidado que les sacaba varios años a sus primos. Estaba en el mismo curso que ellos, pero era el jugador más mayor del equipo después de Renee. —Cuando el entrenador me ofreció un puesto en el equipo lo acepté para poder arreglar todo esto —dijo Nicky—. Pensé que con más tiempo podría enseñarles cómo volver a ser hermanos. Y no es que me esté rindiendo, ni por asomo, pero a estas alturas me he dado cuenta de que no puedo arreglarlo solo. Odio tener que decirlo, pero ojalá Renee diera el paso de una vez. Neil no tenía ni idea de cómo habían pasado de hablar de un homicidio a hablar de Renee. Reprodujo los últimos segundos de la conversación en su cabeza, pero acabó por rendirse. —¿Qué? —preguntó—. Pensaba que no te caía bien. Nicky se puso derecho en un instante, como si Neil lo hubiera golpeado. —¿A quién no le cae bien Renee? Neil casi se puso a sí mismo como ejemplo, pero no quería desviar aún más la conversación. —A nadie le parece bien que sea amiga de Andrew —se corrigió. —No es por malmeter contra mi primo, pero todo el mundo sabe que no es lo bastante bueno para ella. En un mundo perfecto, Renee acabaría con un chavalín cristiano de buen corazón dispuesto a invertir en sus proyectos benéficos y que la adoraría a muerte. En el mundo en que vivimos le ha echado el ojo a Andrew. Me gustaría intervenir por su bien, pero empiezo a estar desesperado. Andrew necesita algo que lo distraiga de sus problemas. Neil recordó la conversación con Kevin de hace un par de semanas. —¿Qué hay del exy? —Ahora hablas como Kevin. —Nicky se frotó las sienes como si intentara evitar un dolor de cabeza—. El exy no es una opción, ¿vale? Puedes amar el exy con toda tu alma, pero nunca será un amor correspondido. Debería dejarlo estar, pero habló antes de poder contenerse. —¿Y qué? —Dios de mi vida. —Nicky parecía dividido entre el horror y la pena—. ¿En serio? Eso es probablemente lo más triste que he oído en mi vida. No tendría que haber dicho nada. —Tengo que estudiar. —Ni se te ocurra. —Nicky le arrebató el cuadernillo de matemáticas y lo dejó caer al suelo junto a su silla—. Escúchame bien. Una cosa es estar obsesionado y otra es ser tener una relación disfuncional con algo. No puedes dejar que el exy lo sea todo para ti. Esto no es eterno, ¿sabes? Tendrás tu momento de gloria y después te retirarás, ¿y entonces qué? ¿Piensas pasarte el resto de tu vida a solas con tus trofeos? —Déjalo ya —dijo Neil. Puede que Nicky percibiera la advertencia en su voz, porque relajó el tono. —Esto no puede ser lo único en tu vida, Neil. No es suficiente. Podríamos ir a Columbia un día, los dos solos, y haré que Roland te presente a gente. Tiene un montón de amigos geniales. A estas alturas ya ni me importa si es una chica mientras que… —¿Por qué no te gustan las chicas? Nicky pareció sorprendido por la interrupción, pero se recuperó enseguida e hizo una mueca. —Son demasiado suaves. Neil pensó en los nudillos amoratados de Renee, en el espíritu feroz de Dan, en Allison aguantando sobre la cancha tan solo una semana después de la muerte de Seth. Pensó en su madre de pie e inquebrantable frente a la violencia iracunda de su padre y en la forma en que dejaba un rastro de cuerpos tras de sí sin piedad alguna. —Algunas de las personas más duras que conozco son mujeres —se vio obligado a decir. —¿Qué? Oh, no —se apresuró a aclarar Nicky—. Lo digo literalmente. Son demasiado suaves, con demasiadas curvas, ¿entiendes? Me da la sensación de que se me escurrirían las manos. No me pone nada. A mí me gusta… —Dibujó un cuadrado en el aire con los dedos mientras buscaba las palabras—. Erik. Erik es perfecto. Es un loco de los deportes al aire libre: escalada, senderismo, ciclismo de montaña, todas esas cosas que se hacen en el campo infestado de bichos. Pero madre mía, el cuerpo que tiene es para flipar. Está cuadrado. —Dibujó la forma en el aire de nuevo—. Es más fuerte que yo y eso me gusta. Me hace sentir como si pudiera apoyarme en él para siempre y él me aguantaría sin sudar ni una gota. Una sonrisa lenta y complacida se extendió por su rostro mientras pensaba en su novio a larga distancia. Era una expresión más reservada de lo que Neil estaba acostumbrado a ver en él. Hizo que se preguntara si Nicky era de verdad tan extrovertido o si lo exageraba para compensar la antipatía de sus primos. —Es curioso —dijo Nicky—. Los chicos así no solían ser mi tipo para nada. De todos los chicos que me gustaron cuando era más joven, ninguno era como Erik. Puede que sea por eso que ninguno fue capaz de ayudarme. —Colocó las manos con las palmas hacia arriba sobre la mesa y se quedó mirándolas—. Mis padres están un poco locos, ¿sabes? Está la gente religiosa y luego los religiosos psicópatas. Renee y yo somos de los normales, creo yo. No vamos a la misma iglesia ni tenemos exactamente las mismas ideas, pero nos respetamos el uno al otro de todas formas. Ambos comprendemos que la religión es solo una interpretación de la fe. Pero mis padres son de esos locos que solo creen en blanco y negro. Para ellos solo existe el bien y el mal: la perdición, el infierno y el juicio del Todopoderoso. »A pesar de todo, intenté salir del armario con ellos, no sé por qué —continuó Nicky—. A mi madre le afectó mucho. Se encerró en su dormitorio y se pasó días llorando y rezando. Papá optó por la vía más directa y me mandó a un campamento cristiano para gais. Me pasé un año aprendiendo que el demonio me había infectado con una idea asquerosa, que mi propia existencia ponía a prueba a todos los buenos cristianos del mundo. Intentaron usar a Dios para que me avergonzara hasta volverme hetero. »No funcionó. Hubo un tiempo en el que deseé que hubiera funcionado. Volví a casa sintiéndome una abominación y un fracasado. No podía presentarme así ante mis padres, así que mentí. Fingí ser hetero lo que quedaba de instituto. Incluso salí con algunas chicas. Besé a un par de ellas, pero usaba mi fe como excusa para no llegar nunca demasiado lejos. Sabía que solo tenía que aguantar hasta graduarme. »Odiaba mi vida. No era capaz, ¿sabes? No podía vivir una mentira día tras día. Sentía que estaba atrapado. Algunos días pensaba que Dios me había abandonado; otros que había sido yo quien le había fallado a Él. A mediados de mi penúltimo año empecé a pensar en suicidarme. Fue entonces cuando mi profesora de alemán me habló de un programa para estudiar en el extranjero. Dijo que ella lo organizaría todo si mis padres me daban permiso para ir. Dijo que haría el papeleo y me buscaría una familia con la que quedarme y todo. Iba a ser caro, pero pensó que me vendría bien un cambio de aires. Supongo que se dio cuenta de que estaba pendiendo de un hilo. »Pensé que mis padres no aceptarían, pero estaban tan orgullosos de mí por mi supuesta recuperación que accedieron a dejarme ir en el último curso. Solo tenía que aguantar un semestre y podría marcharme. Estaba tan desesperado por largarme que apenas presté atención cuando Aaron y la tía Tilda se mudaron a Columbia en primavera. Solo podía pensar en aguantar hasta mayo. Ahora sé que debería haberlo hecho mejor, pero no habría podido ayudar a Aaron estando como estaba. »Cuando el avión despegó de Columbia, estaba cagado de miedo. Dejar atrás a mis padres y a todos los demás era un alivio, pero no sabía si las cosas serían diferentes en Alemania. Al aterrizar, el hijo de la familia con la que iba a quedarme me estaba esperando en el aeropuerto. Erik Klose —dijo Nicky, pronunciando el nombre como si lo dijera por primera vez—. Él me enseñó a creer en mí mismo. Me demostró que podía encontrar un equilibrio entre mi orientación y mi fe. Hizo que volviera a estar bien. Ya sé que suena muy dramático, pero me salvó la vida. Nicky giró las manos y enlazó los dedos de ambas. Entonces miró a Neil con los ojos tan cargados de consuelo y de preocupación que este sintió la necesidad de apartarse. —Eso es el amor, ¿lo comprendes? Por eso el exy nunca será suficiente, ni para Andrew, ni para ti, ni para nadie. No puede prestarte apoyo, no hará que seas más fuerte o te convertirá en una mejor persona. —Vale. Nicky no parecía impresionado con su respuesta neutral. —No soy ningún coco, pero tampoco soy tonto. Ya me he dado cuenta de que tienes la misma habilidad para confiar en la gente que un gato callejero, pero tarde o temprano tendrás que dejar que alguien se acerque. —¿Puedo estudiar de una vez? Nicky recogió su cuadernillo de matemáticas del suelo, pero lo sostuvo fuera de su alcance. —Te toca. ¿Por qué no te gustan las chicas? —No es que no me gusten —dijo Neil, pero Nicky emitió un bufido de incredulidad. Neil recordó los puños de su madre impactando contra su cuerpo y los tirones en el pelo. Le repitió mil veces que las chicas eran un peligro. Dijo que se colaban en la mente de los hombres, bajo la piel. Hacían que quisieras cambiar el mundo, empezando por ti mismo. Lo abrirían en canal y le sacarían todos sus secretos. Puede que sus intenciones fueran buenas, pero solo conseguirían que acabaran muertos. —Es complicado —dijo, al fin—. Deja de distraerme. —Al menos prométeme que lo pensarás. —Lo prometo —dijo Neil. —Eres un mentiroso sin vergüenza —bufó Nicky y le pasó el cuadernillo. Neil miró el reloj, hizo una mueca al ver cuánto tiempo habían malgastado y retomó la ecuación que había estado haciendo. Nicky refunfuñó un poco por lo bajo mientras reorganizaba sus apuntes, pero se calló en cuanto empezó a trabajar. Neil apartó la conversación de su mente para poder concentrarse. En un par de minutos la había olvidado del todo y con suerte no volvería a recordarla. Volvió a pensar en ello durante el entrenamiento al ver a Andrew y a Renee. Estaban juntos al lado de la portería y Andrew estaba gesticulando de forma animada mientras hablaban de cualquier cosa. Neil los observó durante más tiempo del que pretendía y recordó las palabras de Nicky. No tenía sentido pensar demasiado en ello sabiendo cómo iba a terminar el año, pero por un momento no pudo evitar preguntarse cómo sería. Pensó en la historia de Nicky y en cómo había conocido a Erik justo a tiempo. Nicky había estado pendiendo de un hilo, pero Erik era lo bastante fuerte como para mantenerlo en pie. Solo había una persona en el mundo lo bastante fuerte como para aguantar todos los problemas de Neil y estaba muerta. No querría imponerle aquel desastre a nadie más. Pero lo cierto era que ya había empezado a compartir aquel peso, aunque fuera en contra de su voluntad. Había dividido sus secretos entre Kevin y Andrew. Kevin había reaccionado de la manera que Neil esperaba de cualquiera que descubriese la verdad: horrorizado y exigiendo que Neil se marchara de inmediato. Andrew, sin embargo, se había limitado a asentir y le había pedido que se quedara. No se echó atrás cuando Neil habló de asesinatos y le dio la llave de su casa. Pero eso no contaba, porque Andrew era Andrew, y aquello era lo último en lo que debería estar pensando. Volvió a centrarse en lo que estaba haciendo y se prometió a sí mismo no volver a escuchar nunca a Nicky. CAPÍTULO OCHO Octubre llegó sin previo aviso. Neil era consciente de que el partido contra los Cuervos se acercaba, pero aun así se sorprendió al descubrir que hacía una semana que el mes había empezado. Solo faltaban seis días para el partido. Si los Zorros hubieran jugado una temporada ordinaria, quizás aquel enfrentamiento no habría atraído tanta atención, incluso con Kevin en el equipo. Sin embargo, este año habían batido su récord con seis victorias y solo una derrota. El único partido que habían perdido fue el primero, contra el Breckenridge. Tres de ellos los habían ganado por los pelos, pero una victoria era una victoria sin importar el cómo. Los Zorros estaban más unidos y eran más fuertes con cada semana que pasaba. Nadie esperaba que vencieran contra los Cuervos, pero estaba claro que iban a dar guerra. La Madriguera no tenía espacio suficiente para la multitud que sin duda acudiría al partido, así que la universidad vendió entradas con descuento para el estadio de baloncesto y prometió televisar el encuentro en las pantallas del marcador. La Universidad Estatal de Palmetto se pasó la segunda semana del mes acicalándose y preparando el campus para su día de celebridad. Los jardineros podaron cada centímetro de césped, los limpiadores vaciaron y fregaron el fondo del estanque artificial frente a la biblioteca. La universidad animó a los clubes de estudiantes a diseñar pancartas y colgarlas por todas partes. Rocky el Zorro se pasó horas paseando por el campus cada día y se asomó a las aulas para enardecer a los alumnos. Las Raposas se instalaron en el anfiteatro y repartieron tatuajes temporales y huellas de zorro de gomaespuma. Había un evento diferente todas las noches hasta el viernes. El coro y la banda de jazz de la universidad ofrecieron conciertos gratuitos a las afueras del estadio el lunes. El setenta por ciento del alumnado se vistió de naranja el martes por el Día Naranja. El miércoles, el Día Blanco consiguió una participación aún mayor. El jueves tuvo lugar una congregación en honor al equipo, a la cual los Zorros estaban obligados a asistir. Varios miles de estudiantes acudieron a animarlos y celebrar una gran fiesta. Había cámaras de televisión dedicadas a grabar el acto y recoger comentarios por parte de los miembros del equipo. Wymack no dejó que Neil se acercara al micrófono porque no confiaba en su habilidad para comportarse. Fue el jueves cuando Dan empezó a perder la calma. Aquel era su cuarto año como capitana. Había sufrido abusos verbales y un odio ardiente desde el principio. Ver a la gente apoyándola por fin a ella y a su equipo hizo mella en su fortaleza. De cara a las cámaras se mantuvo firme, pero la noche del jueves la pasó en la cama de Matt. Conforme crecía la emoción del alumnado, también lo hacía el nerviosismo de los Zorros y la tensión durante los entrenamientos de la semana amenazaba con sofocarlos. Para cuando llegó el viernes, estaban muertos de nervios. Andrew era el único que permanecía impasible. Hacía rebotar la pelota en las paredes y acosaba a sus compañeros sin piedad. Kevin, por el contrario, no dijo ni una palabra en todo el entrenamiento del viernes por la mañana. Aquel día el tráfico sería incontrolable, sin importar la cantidad de ayuda externa con la que contara la policía del campus. Wymack firmó los permisos para que los Zorros se saltaran las clases de la tarde y los convocó en el estadio a las tres. El partido no empezaría hasta dentro de cuatro horas, pero quería protegerlos de la locura que se había apoderado del campus. Dan encendió la televisión e hizo zapping hasta encontrar una película. Aaron y Matt se fueron al recibidor a hacer sus deberes en paz. Neil y Kevin entraron en el círculo interno y se sentaron en el banquillo de los Zorros en silencio. A las cinco y media Wymack pidió comida suficiente como para alimentar a un pequeño ejército. El equipo se sentó en un círculo a comer, pero nadie habló. Solo cuando estaban tirando la basura fueron capaces de mirarse los unos a los otros. Dan sacó la lista de jugadores de los Cuervos y empezó a repasarla, pero a estas alturas los Zorros ya se sabían sus nombres y sus números de memoria. Llevaban semanas estudiando la alineación de los Cuervos para hacerse una idea de cómo jugaban sus rivales y buscar cualquier punto débil que pudieran aprovechar. No habían encontrado ninguno. La única muesca en la armadura de los Cuervos era la ausencia de Kevin. Este había intentado explicar la sincronía de los Cuervos a principios de semana, pero Neil casi deseaba poder olvidarlo. Los jugadores acudían a la Universidad Edgar Allan con un único objetivo: jugar al exy. Todos los deportistas fichados por el entrenador Moriyama debían cumplir sus expectativas de firmar con un equipo profesional cuando se graduaran. Los estudios eran algo secundario para ellos. Todos estaban matriculados en la misma carrera e iban a clase juntos en grupos de tres o cuatro. No tenían permitido ir a ninguna parte si no iban acompañados de al menos otro jugador. No tenían permitido socializar con nadie de fuera del equipo. Ni siquiera vivían en la residencia de estudiantes, pero tampoco donde todo el mundo pensaba. La Edgar Allan era una universidad más pequeña que la Estatal de Palmetto, con menos deportes y más programas artísticos. Una de las ventajas era el alojamiento en base a los intereses del estudiante en lugar de en residencias comunes. Las sororidades, hermandades y los clubes de estudiantes más numerosos podían solicitar alojamientos especiales. El equipo de exy tenía su propia casa, pero solo dormían allí cuando querían mantener las apariencias. Había un motivo por el cual el Evermore estaba fuera del campus. Pertenecía a la Edgar Allan, pero también era el estadio oficial de la selección nacional. Debido a su doble funcionalidad, el Evermore tenía instalaciones extra: torres para famosos y el CRRE, palcos para invitados especiales y dormitorios para los equipos visitantes. Estos últimos estaban bajo tierra, situados debajo de la cancha, y era allí donde vivían los Cuervos. Riko y Kevin habían crecido allí. Cuando no estaban en clase, los Cuervos debían estar en el Evermore. Su dedicación al exy era mayor que la que cualquier otro equipo podía o quería tener. La intensidad de su estilo de vida, la integración forzada y los castigos despiadados los situaban a un nivel completamente diferente al de sus oponentes. En resumen, eran todo lo contrario a la concepción que los Zorros tenían del mundo y de sí mismos. El partido de aquella noche enfrentaría a una mente colmena contra un grupo de marginados hecho pedazos. A falta de una hora para el saque, los guardias de seguridad abrieron las puertas y empezaron a dejar entrar a la multitud. Neil creyó sentir cómo el estadio vibraba bajo miles de pares de pisadas. Se cambió con el murmullo distante de voces emocionadas y se reunió con su equipo en el recibidor. Wymack ya había sacado el carrito de las raquetas. Kevin abrió las carcasas de las suyas y enredó los dedos en las redes. —¿Puedes hacerlo, Kevin? —preguntó Abby, examinando su rostro en busca de algún indicio de que se encontraba bien—. ¿Puedes jugar? —Mientras respire, puedo jugar —respondió Kevin—. Este partido también es mío. —Sabias palabras. —Wymack les pidió que se colocaran en posición con un gesto—. De la línea ofensiva quiero una cifra de dos dígitos en el marcador. Kevin, tú conoces su defensa mejor que nadie y no saben cómo jugar contra ti cuando juegas con la mano derecha, así que destrózalos. Neil, marca al menos cinco goles o vas a estar corriendo un maratón cada mes hasta que te gradúes. Neil se lo quedó mirando. —¿Cinco goles? —La semana pasada marcaste cuatro. —La semana pasada no jugábamos contra el Edgar Allan, entrenador —protestó Neil. —Irrelevante —repuso Wymack con un gesto desdeñoso—. Cinco goles o cuarenta y dos kilómetros. Haz los cálculos y decide cuál te compensa más. No le dio la oportunidad de discutir, volviéndose hacia Dan y Allison. —Chicas, vosotras dejad que la línea ofensiva se ahogue si hace falta. No es asunto vuestro. Esta noche centraos en mantener a flote a la defensa. ¿Me entendéis? Ya sabemos que los Cuervos tienen más jugadores, son más rápidos y mejores que nosotros. Nuestra única oportunidad es controlar el marcador. Defensas, que sus delanteros no se acerquen a la portería y punto. Andrew, por una vez en tu miserable vida de enano intenta jugar como si quisieras que ganáramos, ¿quieres? La petición pareció divertir a Andrew, lo cual no era un consuelo para Neil en absoluto. El zumbido de aviso retumbó sobre sus cabezas, alertándolos de que debían acudir al círculo interno en un minuto. Neil no fue el único en sobresaltarse y no pudo evitar entrar en pánico al ver que Kevin fue uno de los que pegaron un bote debido a la sorpresa. Wymack los instó con palmadas a que se colocaran en fila. —Vamos allá —dijo—. Cuanto antes nos machaquen esos cabrones, antes podremos hincharnos a beber en casa de Abby. Me he pasado la mañana entera llenando la puta nevera. No era exactamente un voto de confianza, pero consiguió que la mayoría sonrieran y Nicky emitió un grito de alegría. No tenía sentido fingir que los Cuervos no iban a arrasar con ellos. Wymack les estaba ofreciendo la oportunidad de beber hasta caer rendidos en lugar de quedarse despiertos toda la noche pensando en la derrota. Neil supuso que era mejor que nada, incluso si él no sacaba nada de ello. El entrenador abrió la puerta. Dan le dedicó una sonrisa tensa a su equipo por encima del hombro antes de encabezar la marcha hacia el interior del estadio. Neil no podía divisar las gradas hasta estar a punto de entrar en el círculo interno, pero el ruido que lo recibió parecía el doble de intenso que cualquier otro día de partido. El rugido se transformó en gritos cuando el público vio a los Zorros por fin. Las Raposas los saludaron emocionadas, agitando sus pompones y dando saltos. La banda universitaria, las Notas Naranjas, hizo resonar la canción de guerra de la universidad tan alto como pudo. Aun así, sonaba amortiguada entre el caos reinante. Neil alzó la vista hacia el mar de naranja. Fue capaz de localizar a los espectadores que venían de fuera por los carteles neutrales de «1 – 2» que llevaban en honor a Riko y a Kevin. Los aficionados de los Cuervos eran más fáciles de encontrar. Iban vestidos de negro de pies a cabeza y ocupaban una sección entera reservada para ellos justo enfrente del banquillo de los Zorros. Era como si un agujero negro se hubiera tragado un trozo del estadio. Entre todo el ruido, Neil no oyó al comentarista anunciar la entrada de los Cuervos, pero sí percibió cómo de pronto empezaron a sonar golpes graves de percusión. El sonido le resultó extrañamente familiar, pero tardó un segundo en identificar por qué. Era la música que había precedido la entrada de Riko en el programa de Kathy: la canción de guerra de la Edgar Allan. No era alegre ni rebosaba confianza como el resto de canciones que Neil había escuchado durante los partidos. Se trataba de una melodía grave y oscura, un mensaje intimidatorio de muerte y dominación. Los Cuervos se tomaban muy en serio su imagen. Neil predecía un sinfín de horas de terapia intensiva en sus porvenires. La reacción del público fue violenta. Los alumnos de Palmetto empezaron a entonar cánticos despectivos y abucheos cargados de odio. La sección de la Edgar Allan rugió con un grito de guerra. Aquellos aficionados que habían acudido tan solo para ver el espectáculo animaron a los Cuervos con tanta intensidad como a los Zorros. Ambos equipos empezaron a correr vueltas de calentamiento, pero Wymack les cedió el círculo interno a los Cuervos por ser el equipo más grande. Los Zorros corrieron en la propia cancha, bordeando las paredes y en dirección opuesta a sus rivales. Neil vio a los Cuervos pasar como una línea infinita de negro y rojo en su visión periférica, pero se negó a mirarlos directamente. Mantuvo la vista fija en la camiseta naranja y blanca que tenía delante. A continuación, empezaron con los ejercicios de calentamiento, pero Moriyama solo sacó a la mitad de su equipo a la cancha. Los defensas de los Cuervos siguieron dando vueltas mientras los siete delanteros y cinco centrales tiraban a puerta. Incluso con solo la mitad del equipo en el terreno de juego, sobrepasaban en número a los Zorros. Los árbitros los echaron de la cancha mucho antes de que Neil se sintiera preparado para marcharse. Solo Dan y Riko quedaron atrás. Los capitanes consiguieron de alguna manera darse un apretón de manos educado en la línea de media cancha. El árbitro principal lanzó la moneda y señaló el primer saque para el Edgar Allan. Se quedó en su sitio mientras Dan y Riko abandonaban la cancha. Moriyama y Wymack colocaron a sus alineaciones iniciales cada uno junto a su puerta y esperaron. Los tres Zorros suplentes pasaron junto a la fila, chocando raquetas con sus compañeros y ofreciendo sonrisas tensas y apretadas. —Con los Zorros, en la alineación inicial de hoy —anunció el comentarista—: el número dos, Kevin Day. El público ahogó el resto de sus palabras. Kevin ignoró el rugido eufórico y salió a la cancha. Neil sintió cómo le crujían los nudillos al aferrar la raqueta con más fuerza. —El número diez, Neil Josten —dijo el comentarista. —Cinco goles —le recordó Wymack. Neil suspiró y cruzó el umbral. Fue hasta su posición en la línea de media cancha y se giró para ver a sus compañeros entrar en el terreno de juego. Allison era la central inicial y Nicky y Renee jugaban como los defensas iniciales de los Zorros. Andrew era el último miembro del equipo y se acomodó en la portería. Neil no oyó el nombre de Riko, pero sí la reacción del público. Este entró en la cancha de la Madriguera como si el estadio entero le perteneciese. Sin embargo, en lugar de ir directo a su posición, se detuvo junto a Kevin. Se quitó el casco, pero los gritos de la multitud ahogaron sus palabras. Kevin se desabrochó el casco también y lo dejó colgando de una mano mientras contestaba. Riko no dijo nada más, al parecer satisfecho solo con intimidarlo con la mirada mientras el resto de Cuervos salía a la cancha. Una vez que el portero de los Cuervos se hubo colocado y los árbitros se acercaron a las puertas para revisar los equipos, Riko se movió por fin. Neil sabía con certeza que todos los Zorros se tensaron cuando Riko alargó una mano hacia Kevin, pero este solo le puso un brazo alrededor de los hombros y tiró de él para darle un breve abrazo. La reacción del público fue eufórica y ensordecedora. Riko lo soltó apenas un segundo después y siguió la línea de media cancha hasta su posición. Kevin se quedó congelado durante un par de segundos. Fue el sonido inconfundible de una raqueta chocando contra la pared lo que consiguió sacarlo del trance y lo hizo girarse para mirar a Andrew. Andrew golpeó la portería una segunda vez con la raqueta a modo de advertencia. Kevin captó el mensaje y se puso el casco. El árbitro principal aguardó a que Kevin señalara que estaba listo levantando su raqueta y avanzó hasta el central de los Cuervos para darle la pelota. Salió de la cancha y los árbitros cerraron las puertas. Neil cerró los ojos y respiró hondo. Guardó bajo llave todo lo que era, enterrando a su padre, a Nathaniel y a los Moriyama en una caja fuerte en su mente con la que ya lidiaría más tarde. No necesitaba ni quería preocuparse por todo aquello en ese momento. Lo único que importaba era el partido: la raqueta que tenía en las manos, la portería de los Cuervos y el reloj sobre su cabeza contando los segundos hasta el saque. En ese instante no era Neil. No era nada ni nadie salvo un Zorro y tenía un partido que jugar. El zumbido dio comienzo al juego y Neil salió disparado por la cancha. Vio cómo el central de los Cuervos sacaba, pero no buscó la pelota hasta ponerse a la altura de Johnson, el defensa que tenía que marcarlo. El central había sacado contra la pared del equipo local. Allison había sido la única en quedarse quieta el tiempo suficiente como para verlo y atrapó la pelota en el rebote. Se la pasó a Andrew, que la mandó a la otra punta de la cancha. Neil y Kevin presionaron para seguir avanzando en una carrera contra los defensas por alcanzarla. Kevin tenía que enfrentarse a Jean. Era el mejor defensa de los Cuervos, pero a Neil le preocupaba más el efecto psicológico que pudiera tener en Kevin. Jean era más alto que Kevin, solo un poco, pero lo suficiente como para atrapar la pelota primero. Kevin golpeó su raqueta, luchando por conseguir arrebatársela. El crujido retumbó contra las paredes mientras forcejeaban. Tanto Zorros como Cuervos los animaron desde distintas partes de la cancha. Kevin cambió de estrategia y empujó a Jean con el hombro para obligarlo a trastabillar. Aquello logró por fin sacar la pelota de la raqueta de Jean. Kevin no tenía tiempo de apuntar con el defensa tan cerca, pero tiró a puerta de todas formas. La pelota apenas había abandonado la red y Jean lo placó con fuerza suficiente como para tirarlo al suelo. La pelota chocó contra la pared y rebotó en dirección a Neil. Esquivó a Johnson para atraparla y este fue directo a por su raqueta. Golpeó el palo con tanta fuerza que Neil sintió las vibraciones hasta el codo y, en un solo movimiento, lo embistió para apartarlo de la pelota. Neil trastabilló, buscando recuperar el equilibrio de forma desesperada. Johnson enganchó su raqueta con la de Neil, rápido como un rayo, y tiró con fuerza. Un ramalazo de dolor ardiente le recorrió la muñeca derecha. Soltó la raqueta por instinto y Johnson salió corriendo tras la pelota. Neil sacudió la mano y fue tras él. Johnson le sacaba un poco de ventaja, pero Neil era el más rápido de los dos. El defensa atrapó la pelota y levantó la raqueta para realizar un pase. Neil no redujo la marcha. Se estrelló contra él con tanta fuerza que los dos cayeron al suelo. Neil utilizó el impulso de la caída para ponerse en pie de nuevo. Ignoró el gruñido de amenaza de Johnson, más preocupado por localizar la pelota. No había llegado hasta su objetivo. Allison y el otro central se estaban peleando por ella. El central de los Cuervos ganó y la lanzó hacia la mitad de la cancha de los Zorros. Neil casi la perdió de vista mientras los delanteros de los Cuervos se la pasaban el uno al otro. Primero la tenía Riko, luego el otro, luego Riko de nuevo en el momento exacto en que superó a Nicky. Se movió tan rápido que era apenas un borrón sobre la cancha y la portería se encendió en rojo. Un zumbido marcó el gol y el público gritó. Los Cuervos retrocedieron hasta sus posiciones iniciales entre aullidos de triunfo. Los Zorros tardaron más en reaccionar y Neil se quedó quieto hasta que vio a Andrew moverse. Estaba medio girado, contemplando la pared roja que tenía detrás. Solo llevaban dos minutos del primer tiempo; nunca nadie había marcado tan rápido contra él. Andrew esperó a que el brillo desapareciera del todo antes de colocarse de nuevo mirando hacia delante. Neil tenía la esperanza de que aquel gol lo provocara. Aún estaba sintiendo los últimos efectos de su medicación y estos no se desvanecerían hasta dentro de quince minutos más o menos. Era probable que haber perdido un gol tan rápido le pareciera divertido, pero había una pequeña posibilidad de que aquello lo animara a considerar a los Cuervos como un reto interesante. —¡Venga! —gritó el central y Neil fue hasta la línea de media cancha, obediente. El zumbido los puso de nuevo en marcha y los dos equipos colisionaron una vez más. Aquel gol tan temprano había afectado a los Zorros. Lucharon aún más, pero no era suficiente. Cinco minutos después, Riko volvió a marcar. —Qué humillación —dijo el otro delantero de los Cuervos mientras pasaba junto a Neil de camino a media cancha—. No me puedo creer que estemos aquí perdiendo el tiempo. Neil se planteó tirarle la raqueta a la cabeza, pero no podía apartar la mirada de Riko, que no iba de camino a su posición inicial, sino que se dirigía hacia Andrew. Este fue a su encuentro y los dos se encararon con solo la línea de la portería entre ellos. Andrew rechazó lo que fuera que Riko había dicho agitando la mano como si no le importara lo más mínimo, pero el otro no se marchó. Los árbitros los dejaron hablar durante un par de segundos y luego golpearon la puerta de la cancha a modo de advertencia. Por fin, Riko se giró y fue a colocarse para la próxima jugada. Los Zorros presionaron tanto y tan rápido como pudieron, pero los Cuervos los obligaron a retroceder. Neil no podía hacer nada que no fuera observar cómo la línea ofensiva de los Cuervos volvía a tomar posesión de la pelota. El estómago se le hizo trizas de nervios mientras los delanteros se la pasaban entre ellos. Riko la atrapó y tiró a puerta. Neil sintió que se le tensaban los hombros, preparándose para otro gol, pero Andrew despejó la pelota con todas sus fuerzas. Neil usó el alivió que lo embargó como combustible extra para perseguirla. Los Cuervos no consiguieron volver a marcar durante los quince minutos siguientes, aunque no por falta de intentos. Su nivel era tan superior al de los Zorros que Neil no podía evitar sentirse humillado. Era peor que la fuerza bruta del Breckenridge. Los Cuervos hacían que los Zorros parecieran unos chiquillos patosos. Riko era demasiado rápido para Nicky. Era capaz de atrapar la pelota y pasarla en un solo gesto y su puntería era aterradora sin importar lo rápido que se moviera. La única razón por la que no los estaban destrozando era porque Andrew estaba protegiendo la portería, pero pronto empezaría a sufrir la abstinencia. Tras el tercer gol, los Cuervos hicieron dos sustituciones: un delantero para sustituir al compañero de Riko y un nuevo defensa. Wymack aprovechó la oportunidad y cambió a Nicky y a Renee por Matt y Aaron. A pesar del marcador, Matt tenía una sonrisa en la cara cuando se detuvo en la línea de primer cuarto. Su tarea era marcar a Riko y tenía pinta de ir buscando pelea. Neil se sentía frustrado por cómo estaba yendo el partido, pero la emoción de Matt casi consiguió sacarle una sonrisa. Matt era el mejor jugador de los Zorros y Aaron jugaba mejor que Nicky hasta en su peor día. Su entrada en el terreno de juego supuso una diferencia inmediata y los Zorros empezaron por fin a ser capaces de defenderse. Los Cuervos no se lo esperaban, a juzgar por lo violento que se volvió el partido de repente. Neil no se sorprendió en absoluto cuando la primera pelea empezó entre Riko y Matt. Riko casi había conseguido sortear a Matt para tirar a puerta, pero este último se retorció de una forma imposible y usó su propio cuerpo como un ariete. El estruendo de la colisión hizo que Neil esbozara una mueca de dolor por empatía. Un segundo después, sin embargo, se olvidó de ellos al ver lo que estaba haciendo Andrew. Los porteros no tenían prohibido salir de la portería, pero era muy desaconsejable teniendo en cuenta el tamaño de las porterías y lo rápido que podía moverse la pelota. Un portero solo solía arriesgarse en casos extremos. Al parecer hoy era uno de ellos, porque Andrew estaba moviéndose antes de que Matt y Riko cayeran al suelo. Aaron, el otro delantero y ambos centrales corrieron hacia la pelota, pero Andrew estaba más cerca y era más rápido. Las raquetas de los porteros eran planas, destinadas a despejar la pelota en lugar de recogerla, así que Andrew no podía tomar posesión de ella. Aun así, sabía cómo redirigirla y le dio un golpe corto y feroz. Chocó primero contra el suelo, luego contra la pared y rebotó hacia arriba. Andrew la mandó a la otra punta de la cancha, directa a sus delanteros, con un golpe de su raqueta. Neil solo necesitó un segundo para darse cuenta de que se la estaba pasando a él y el corazón le retumbó en el pecho, salvaje y triunfante. Jean y Johnson habían hecho que Kevin y Neil retrocedieran hasta media cancha. Con aquella distancia por delante, Neil era capaz de correr más que cualquiera de ellos. Daba igual que saliera con Johnson pegado a la espalda o que este fuera mejor que él. Tenía espacio de sobra para correr y era el jugador más rápido del partido. Ya llevaba dos pasos de ventaja antes de cruzar la línea de cuarto extremo y el espacio entre ellos había aumentado a seis pasos para cuando atrapó la pelota. Se permitió un segundo para buscar a Kevin con la mirada y otro para calcular el pase. En su décimo paso, lanzó la pelota contra la pared del fondo del equipo visitante. Todos esos eternos entrenamientos nocturnos practicando los ejercicios de los Cuervos con Kevin surtieron efecto en aquel instante. El rebote perfecto no consistía solo en hacer que la pelota llegara a la raqueta indicada, sino que llegara a ella con el ángulo idóneo para que el otro no necesitara apuntar. Lo único que tenía que hacer era recibir el pase y disparar. Era el mismo truco que los delanteros de los Cuervos llevaban usando todo el partido, pero su línea defensiva no se lo esperaba de Kevin y Neil. Tanto Jean como el portero creían que tendrían más tiempo para reaccionar, pero Kevin no necesitaba tiempo. La portería de los Cuervos se iluminó de rojo cuando coló la pelota con fuerza. La reacción en las gradas fue tan salvaje que casi consiguió ahogar el grito de emoción de Matt. Neil vio a los suplentes de los Zorros y a las Raposas celebrando el tanto por su visión periférica, pero no podía apartar los ojos de Kevin para mirarlos. Se encontraron en el camino de vuelta a la media cancha e hicieron chocar las raquetas con tanta fuerza que casi se hicieron daño. La sonrisa de Kevin fue fugaz, pero feroz. No dijo nada, pero no hacía falta. Era la primera muestra de aprobación que Neil había recibido de su parte desde que se conocieron y le hizo sentir como si le hubieran dado un chute de adrenalina. Dejar de tener el marcador a cero insufló nueva vida al equipo. La siguiente vez que Riko tiró a puerta, Matt lo hizo tropezar. En apenas un par de segundos se estaban peleando y el partido se detuvo mientras los árbitros acudían a separarlos. Matt recibió una tarjeta amarilla por pegar el primer puñetazo, pero la expresión iracunda de su rostro indicaba que había empezado Riko. Neil no sabía qué había dicho para cabrear a Matt, pero no podía creer que este se hubiera dejado provocar. La falta implicaba que Riko podía tirar un penalti. Los equipos se colocaron en fila para mirar y a Andrew se le escapó por un solo centímetro. La deportividad del partido murió con aquel tiro. Neil perdió la cuenta de cuántos jugadores cayeron al suelo en los últimos veinte minutos del primer tiempo. Para cuando recibió un codazo en la cara en el minuto cuarenta y cuatro, todos los jugadores sobre el terreno de juego tenían una tarjeta amarilla y uno de los Cuervos había sido expulsado con una tarjeta roja. El árbitro que le sacó la tarjeta a Johnson sacó a Abby a la cancha al ver la sangre que cubría el rostro de Neil. Los cascos de exy protegían los ojos y la nariz de los jugadores, pero Johnson se había colado bajo las protecciones apuntando el golpe hacia arriba. Los guantes de Neil eran demasiado abultados como para hacer mucho más que extender la sangre, pero Abby traía gasa. La tensión en su rostro contrastaba con la delicadeza de sus manos mientras le limpiaba la cara. Era la quinta vez que había tenido que salir a la cancha y no estaba contenta con el giro violento que había tomado el partido. —Te podría haber roto la nariz con un golpe así —dijo mientras le limpiaba la sangre del labio superior. —Pero no me la ha roto —dijo él—. ¿Puedo jugar ya? —Los árbitros no dejarán que juegues si te estás desangrando por la cara —contestó ella, sin dejar que su evidente impaciencia le metiera prisa. Lo agarró de la barbilla e inclinó su cabeza en varias direcciones. Neil sintió que se le escapaba un hilo de sangre y se sorbió la nariz. La quemazón amarga era un sabor familiar contra la lengua. Abby no parecía muy convencida, así que se sorbió la nariz otra vez. Por fin, la enfermera suspiró y le dio una palmadita de ánimo en el casco. —Te examinaré mejor dentro de un minuto —dijo y salió de la cancha tras el árbitro. Los demás ya estaban colocados para el penalti, así que Neil ocupó su lugar y atrapó la pelota que le pasó el central de los Cuervos. Le gustaban los penaltis porque eran goles fáciles, pero le solían resultar menos satisfactorios precisamente porque no eran muy difíciles. Contra los Cuervos le valía cualquier tipo de gol. Solo estaban él, el portero y la enorme portería. Le estaban permitidos dos únicos pasos de carrerilla, pero Neil no los dio. Hizo una finta y coló la pelota en la esquina inferior de la portería. Matt lo golpeó en el hombro con tanta fuerza que empezó a sangrarle la nariz otra vez. —Igual merece la pena que te destrocen la cara un par de veces más si así puedes marcar —dijo Matt. —No me gusta mucho esa estrategia —respondió Neil. Matt se rio y fue trotando hasta el primer cuarto. El minuto final del primer tiempo se acabó en un instante y los equipos salieron de la cancha entre gritos del público embravecido. Neil levantó la vista hacia el marcador y siguió a sus compañeros hasta los vestuarios. Iban seis a tres, un gran comienzo teniendo en cuenta contra quién jugaban, pero una diferencia imposible de superar. El segundo tiempo fue un auténtico desastre. Los Zorros estaban en su segundo aliento contra una alineación completamente nueva y Andrew no iba a ser capaz de aguantar mucho más. Neil supo que lo estaban perdiendo la primera vez que lo vio trastabillar. Podría haberse debido a la velocidad del movimiento para despejar la pelota, pero Neil sabía la verdadera razón. Andrew estaba en las últimas. Aún era pronto para que se encontrara tan mal, pero los Cuervos lo estaban machacando y acelerando el proceso. Por un instante, Neil deseó que Andrew se hubiera tomado la medicación. Rechazó la idea en cuanto se le ocurrió. Puede que tuviera más energía con las pastillas, pero también sería mucho menos fiable. Andrew estaba dispuesto a sufrir aquella tortura porque sabía que era la única forma en la que podía jugar para ellos. Neil se sentía agradecido e irritado a partes iguales. La irritación era para consigo mismo. Él no era lo bastante bueno como para hacer que aquel sacrificio mereciera la pena y odiaba sentirse como un incompetente. Daba igual lo mucho que lo intentara, no podía cambiar las cosas. El partido acabó trece a seis. Nunca nadie había conseguido marcarle tantos goles a Andrew y era la mayor paliza que los Zorros habían recibido desde hacía tres años. La decepción del público era de esperar y comprensible, pero Neil apenas oyó sus protestas de lo mucho que le zumbaban los oídos. El corazón le latía tan fuerte que estaba seguro de que le estaba amoratando los pulmones. Cada vez que conseguía inspirar sentía como si un cuchillo le estuviera rajando la garganta. Concentró todas las fuerzas que le quedaban en seguir sujetando la raqueta. Quería atravesar la cancha hasta sus compañeros, pero no se fiaba de su capacidad para moverse. Kevin y él acababan de jugar dos tiempos enteros contra la defensa de los Cuervos. Era un milagro que aún estuviera en pie. Se sentía las piernas por momentos. Un segundo le ardían y al siguiente parecía que hubieran desaparecido. Se miró los pies para asegurarse de que seguían ahí y parpadeó para espantar los puntos negros que amenazaban con invadir su campo de visión. El rugido de las gradas aumentó hasta que los gritos agudos de fervor consiguieron atravesar la bruma de cansancio que lo rodeaba. Levantó la mirada, preguntándose qué se había perdido, y miró al otro lado de la cancha. Andrew tenía las manos vacías extendidas ante sí y su raqueta estaba en el suelo a sus pies. Neil observó cómo se agachaba para recogerla. O al menos cómo lo intentaba. Solo consiguió levantarla unos treinta centímetros del suelo antes de que se le cayera de nuevo. Le recordó a su primer entrenamiento juntos, cuando Neil casi se había destrozado los brazos jugando contra Andrew. Levantó la vista hacia el marcador. Los Cuervos habían tirado a puerta ciento cincuenta veces; resultaba increíble que Andrew solo hubiera dejado escapar trece. Volvió a mirarlo mientras Andrew intentaba recoger su raqueta una vez más. No le fue mejor que las anteriores, así que se dio por vencido y se dejó caer al suelo junto a ella. Las puertas de la cancha se abrieron para dejar entrar a los suplentes. Abby y Wymack se quedaron en el umbral para observar a su equipo. Los suplentes se dirigieron hacia la portería, tal como dictaba la tradición que se había instaurado desde que Andrew empezó a jugar los partidos enteros, así que Neil dio un par de pasos tentativos en la misma dirección. No había avanzado mucho antes de que Kevin apareciera a su lado. Este no dijo nada, pero se apoyó la raqueta en un hombro y caminó a su lado mientras cruzaban la cancha. Fueron los últimos en llegar a la piña de los Zorros, pero sus compañeros los acogieron sin problemas. Neil respondió a las sonrisas cansadas de los demás con una propia cargada de extenuación. Kevin solo tenía ojos para Andrew mientras se agachaba frente a su portero caído. —¿Y? —dijo Kevin—. ¿Te lo has pasado bien? Andrew estaba demasiado cansado como para insuflar ningún sentimiento a sus palabras. —Eres despreciable, Kevin Day. No sé por qué te aguanto. —Zorros —dijo Riko, acercándose a ellos con el resto de los Cuervos. Todos excepto Kevin se volvieron hacia él—. Reconozco que no sé muy bien qué hacer ahora mismo. No puedo daros las gracias por este partido porque no puedo llamar partido a este desastre. Pensaba que sabía qué esperar cuando llegamos, pero aun así siento vergüenza por vosotros. Qué bajo has caído, Kevin. Deberías haberte quedado en el barro y ahorrarnos a todos el trabajo de venir a volver a ponerte de rodillas. —Yo estoy satisfecho —dijo Kevin. Era lo último que los Zorros se esperaban de él. Se olvidaron de Riko y lo miraron, boquiabiertos—. No con el marcador o con cómo han jugado, pero sí con su espíritu. Tengo material de sobra para trabajar. —¿Cuántos pelotazos te han dado en la cabeza? — preguntó uno de los Cuervos. Kevin se limitó a sonreír, una sonrisa lenta, segura y satisfecha, y le tendió una mano a Andrew. Este miró la mano, luego a Kevin, y dejó que lo pusiera en pie. Renee estaba ya preparada cuando Kevin lo soltó y rodeó a Andrew en un feroz abrazo. Debía de ser un abrazo incómodo con todas las protecciones que llevaba, pero le proporcionó un par de segundos para recuperar el equilibrio. Kevin distrajo a los Cuervos de la inestabilidad de Andrew encarándose a ellos. —Gracias por el partido de hoy —dijo—. Nos veremos de nuevo en las semifinales. Prometo que será una revancha interesante. Estaba claro que Riko no se esperaba aquella confianza después del resultado del partido. —No puedes llegar tan lejos con un solo jugador —dijo, dividido entre la incredulidad y el asco—. Ni siquiera tú eres lo bastante estúpido como para creer lo contrario. Deberías darte por vencido de una vez. No era un consejo amigable, sino una amenaza. —Uno es suficiente para empezar —dijo Kevin. —Gracias por nada y hasta luego —añadió Dan—. Nos largamos. Los Zorros salieron de la cancha entre los gritos del público, que aún estaba agitado. Wymack estaba hablando con un par de reporteros, pero se apartó al verlos llegar. Renee y Andrew no se detuvieron a esperarlo. Ella tenía un brazo alrededor de sus hombros y lo arrastró hacia los vestuarios tan rápido como fue posible sin que resultara demasiado obvio. El resto de Zorros se quedaron saludando a las cámaras y al público. Habían perdido, pero la evaluación de Kevin y el apoyo incansable de sus fans los mantenían a flote. Al final, Wymack los hizo entrar a los vestuarios. Renee los esperaba en el recibidor, pero Andrew no estaba por ninguna parte. Neil supuso que estaría en el baño, vomitando. Wymack cerró la puerta a sus espaldas, consiguiéndoles un par de minutos antes de que llegara la prensa en busca de comentarios, y se volvió hacia ellos. —En junio, cuando os dije que tendríais que enfrentaros al Edgar Allan en nuestra cancha dijisteis que era imposible, pero esta noche os habéis enfrentado a ellos y no os habéis dejado mangonear. Marcasteis seis goles contra el mejor equipo del país. Espero que estéis orgullosos de vosotros mismos. —¿Orgullosos de ese desastre? —preguntó Aaron, cansado e irritado—. Nos han destrozado. —Yo doy gracias de que se haya acabado ya —dijo Nicky—. Dan un miedo que te cagas. —Yo estoy orgullosa —dijo Allison, ganándose una mirada de sorpresa de Nicky y una media sonrisa de Wymack. Se giró hacia Aaron con una expresión condescendiente en el rostro. Era la primera vez que parecía ella misma desde la muerte de Seth—. Solo llevas dos temporadas con nosotros. No espero que entiendas lo que un partido como este significa para los Zorros. Dan asintió. —Allison tiene razón. Perder es una mierda, pero esto no ha sido una derrota total. El año pasado no habríamos conseguido marcar ni un solo gol. Somos más fuertes que nunca y a partir de ahora solo podemos mejorar. Ya lo ha dicho Kevin: cuando nos enfrentemos a los Cuervos en las semifinales, les vamos a bajar los humos. —Bien dicho, joder —dijo Wymack—. ¿Kevin? ¿Neil? —¿Cuarenta y dos kilómetros? —adivinó Neil. —Tengo algo mejor en mente. A partir de la semana que viene, todo el mundo vuelve a su posición habitual. Si habéis sido capaces de jugar un partido entero contra el Edgar Allan, estáis preparados para enfrentaros al resto de la temporada vosotros solos. Los demás: gracias por vuestra paciencia y colaboración mientras Kevin y Neil se adaptaban. Sobre todo tú, Renee, te has portado genial este año. Bienvenida de vuelta a la portería. El aullido de celebración de Dan ahogó la humilde respuesta de Renee. Matt le dio un abrazo triunfal y Allison le puso una mano en el hombro en una muestra de apoyo muda, pero feroz. Neil no sabía si Kevin y él estarían a la altura de sus expectativas en las próximas semanas, pero no podía seguir apoyándose en sus compañeros para siempre. Los dos habían ido jugando cada vez más tiempo con cada semana que pasaba para prepararse para el partido de hoy. Ahora había llegado el momento de recuperar la línea ofensiva y darlo todo. —El lunes por la mañana repasaremos los detalles del partido de hoy —dijo Wymack—. Nos vemos aquí en vez de en el gimnasio. Dan y Kevin, os toca hablar con la prensa. El resto dejaos de cháchara e id a ducharos para que podamos beber de una vez. Acordaos de llevaros todo lo que sea importante. Mañana viene un equipo de limpieza a sacar la peste a Cuervo de nuestra cancha. Salgamos de aquí y vamos a emborracharnos. Estaban agotados, doloridos y decepcionados por la derrota, pero los Zorros salieron del estadio sintiéndose campeones. CAPÍTULO NUEVE Los Zorros salieron de casa de Abby antes del mediodía del día siguiente, pero el grupo de Andrew no regresó a la residencia. En vez de eso, fueron en busca de un almuerzo temprano. Aaron, Nicky y Kevin no tenían demasiado apetito por culpa de la resaca y se limitaron a remover la comida de un lado a otro en el plato. Andrew o bien no reparó en lo incómodos que estaban o no le importaba. Cuando salieron del restaurante los tres tenían mejor aspecto, así que Nicky se puso al volante y los llevó hasta una tienda a quince minutos del campus. Aquel año, la noche de Halloween caía en martes, por lo que el Eden's Twilight organizaba un evento el viernes anterior. Neil solo lo sabía porque Nicky no había parado de hablar de ello durante una semana entera, pero no imaginaba que fueran a asistir de verdad. Para empezar, ese viernes tenían partido. Además, ya eran mayorcitos como para celebrar una fiesta tan infantil. Andrew y Aaron dejarían de tener diecinueve dentro de un mes, Kevin tenía veinte y Nicky, veintitrés. Al parecer, Neil había sobrestimado su madurez. —Estamos un poco creciditos para disfrazarnos, ¿no os parece? —preguntó Neil, bajándose del coche. —Está feo ir a una fiesta de Halloween sin disfraz, Neil — dijo Nicky—. Además, la primera ronda es gratis si vas disfrazado. —Yo no bebo —replicó Neil. —Pues me das tu chupito a mí, so tacaño —dijo Nicky—. Ya sé que dijiste que no volverías a venir de compras con nosotros, pero te estamos haciendo un favor enorme obligándote a acompañarnos. ¿O acaso te fías de mí para que elija tu disfraz yo solo? Acabarías vestido de sirvienta sexy o algo así. Venga, vamos. La primera parte de la tienda estaba llena de decoraciones, desde paquetes de telarañas hasta vasos de chupito en forma de calavera y fantasmas de los que se pegan en las ventanas. Un cuervo de juguete batió las alas y graznó al acercarse Neil. Él lo metió hasta el fondo de una de las estanterías y colocó una calavera de poliestireno cubierta de purpurina delante. El pájaro graznó una vez más, protestando al ser tratado de aquella manera, pero el sonido estaba amortiguado. Neil pasó entre filas de pelucas, máscaras y una estantería entera de pintura para la cara y maquillaje barato. La mitad trasera de la tienda estaba dedicada a los disfraces. Los cinco se separaron para empezar a buscar entre los estantes. Neil no creía que fuera a encontrar nada, pero sentía suficiente curiosidad como para echar un ojo. Le parecía increíble la cantidad de opciones que había, incluso si algunas rozaban lo ridículo. —¿La gente de verdad se pone estas cosas? —preguntó, apartando una caja de cereales y una esponja gigantesca. Nicky lo miró con curiosidad, así que Neil sacó el siguiente disfraz para que lo viera. Era un cartón de leche con un agujero para la cara y un mensaje que decía: «¿Me has visto?». —Uy, ese es perfecto, Neil —dijo Andrew. Este lo fulminó con la mirada. Andrew se rio y levantó un disfraz moteado—. ¡Mira, Nicky! Una vaca. Creo que deberías llevártelo. —Tetas de vaca —dijo Nicky, señalando la ubre de plástico con asco—. Al menos déjame ser un toro. Ya sabes, porque la tengo igual de grande. O podría ser Matt, que es lo mismo, ¿no? Qué suerte tiene Dan. —Voy a hacer como que no os conozco —dijo Aaron. —Menuda novedad —respondió Nicky con tono despreocupado. —Daos prisa y escoged algo. No me quiero pasar el día entero de tiendas. —¿Tienes algo mejor que hacer? —El lunes entrego un trabajo. —Hazlo mañana —dijo Nicky—. Los sábados están para hacer el vago. —Por culpa de esa actitud sacas tan malas notas —dijo Aaron. Nicky masculló algo por lo bajo y volvió a centrarse en los disfraces. Kevin sacó algo largo y oscuro de entre las perchas que tenía enfrente y se dirigió a la parte de las decoraciones. Andrew lo observó para asegurarse de que no se alejaba demasiado antes de seguir buscando su propio disfraz. A Neil le vibró el móvil en el bolsillo y lo sacó para leer el mensaje de Dan: «Donde stais?». Neil le envió el nombre de la tienda y Dan respondió enseguida: «Es importante, avisa cuando steis d vuelta». Neil cerró la tapa del teléfono, pero tardó en volver a guardarlo. Pensar en Dan había hecho que se le ocurriera una cosa, aunque ya se imaginaba cómo iban a reaccionar los demás. Existía poca o ninguna probabilidad de ganar aquella discusión, pero tenía que intentarlo. Se metió el móvil en el bolsillo y levantó la mirada. Andrew estaba sacando los disfraces de las perchas y tirándolos al suelo. —Deberíamos invitar al resto —dijo Neil. Nicky se giró para mirarlo. —¿Qué? —No —dijo Aaron—. No nos juntamos con ellos. —Los necesitamos —dijo Neil, sin dejar de mirar a Andrew. No se había detenido, pero Neil sabía que estaba escuchando—. Tener talento no es suficiente para llegar a las semifinales. Si lo fuera, lo habríais conseguido el año pasado. Tienes que dejar de dividir el equipo en dos. —No tengo que hacer nada —repuso Andrew. —No te estoy pidiendo que seas su amigo —dijo Neil—. Te pido que cedas un poco. —Si les das la mano, te agarrarán el brazo —intervino Aaron. —¿De verdad crees que son capaces de pasarse de la raya con Andrew? ¿Crees que él lo permitiría? —Neil sacudió la cabeza cuando Aaron empezó a discutir—. Kevin le dijo a Riko que nos veríamos en las semifinales. Me gustaría estar listos para la revancha, ¿a ti no? No podemos conseguirlo hasta que empecemos a respetarnos y entendernos mutuamente. ¿Por qué no empezar ahora, con esto? —Dudo mucho que accedieran a venir si los invitáramos —dijo Nicky—. Aquella puerta se cerró definitivamente el año pasado. —Te refieres a Matt —dijo Neil, mirándolos a los tres. Nicky apartó la mirada, así que volvió a centrarse en Andrew—. Abby lo mencionó en mi primer día. No quería que me hicieras lo mismo que a él. Después, cuando Wymack te estaba echando la bronca, dijiste que aquello era diferente. ¿Qué pasó con Matt? —Pregúntaselo a él —dijo Andrew. —Te lo estoy preguntando a ti. —Prefiero saber cómo lo cuenta Matt —dijo Andrew. Se colgó un disfraz de preso del hombro y rodeó a Neil para volver a la parte delantera de la tienda. Este empezó a protestar, pero Andrew le agarró la barbilla con un dedo y lo obligó a cerrar la boca—. Pregúntaselo y luego diles a esos entrometidos que vengan con nosotros si se atreven. Nicky se quedó con la boca abierta. —Espera, ¿va en serio? La sonrisa de Andrew era enorme y estaba llena de lástima. Siguió hablando como si no hubiera oído a Nicky. —Al final no servirá de nada, pero eso dejaré que lo averigües por tu cuenta. Nicky y Aaron se miraron el uno al otro, anonadados, mientras Andrew se alejaba. Nicky ladeó la cabeza en una pregunta muda, como para asegurarse de que lo que acababa de pasar no había sido producto de su imaginación. Aaron se limitó a sacudir la cabeza. Nicky se frotó la nuca, miró una vez más a Andrew y volvió a la búsqueda. Neil tampoco sabía cómo tomarse la facilidad con la que Andrew había accedido, pero no pensaba cuestionarlo. El resto encontraron disfraces mucho antes de que Neil hubiera escogido algo para sí mismo. Nicky no tardó en darse cuenta de que estaba remoloneando. Le apartó las manos de las perchas con un manotazo y suspiró. —Da igual. Ya te busco yo algo. —Puedo disfrazarme de estudiante universitario —dijo Neil. —No —respondió Nicky, apartando un par de perchas—. Vas a ir de vaquero zombi. —Eso te lo acabas de inventar. —Shhhh. —Nicky sacó un disfraz de entre las perchas y se lo colgó de un brazo—. A veces eres insoportable. Igual prohíbo que vuelvas a venir con nosotros de compras. —Ya intenté prohibirlo yo la última vez —dijo Neil—. Obviamente no funcionó. Intentó quitarle el disfraz en la caja, pero Nicky le dio una patada en la espinilla y lo puso en la cinta trasportadora con los de los demás. Aaron añadió un par de botes de pintura para la cara y sangre falsa al montón. Nicky dividió las bolsas entre Aaron y él de camino al coche. Una vez que estuvo seguro de que iban hacia el campus, Neil le envió un mensaje a Dan para avisarla de que llegarían en diez minutos. Encontrar sitio para aparcar en la Torre un sábado por la tarde era complicado. Acabaron teniendo que aparcar en la calle y dar un paseo corto hasta la residencia. Subieron por las escaleras hasta la tercera planta y Nicky interceptó a Neil cuando lo vio pasar de largo del cuarto de los primos. —¿Adónde vas? Tienes que probártelo. —Voy a ver a Dan —dijo Neil—. Me ha escrito antes para decirme que pasaba algo. —¿Ha usado puntuación? —preguntó Nicky. —Creo que no la usa nunca. —Solo cuando está enfadada —dijo Nicky—. Cree que así consigue enfatizar sus palabras o algo. ¿Lo ha hecho o no? —Esperó mientras Neil releía los mensajes y le tiró de la camiseta cuando este negó con la cabeza—. Vale, entonces puede esperar. Vamos. Solo tardaremos un minuto. —Igual que yo —dijo Neil, que se liberó de su agarre y fue hacia la habitación de al lado. Dan abrió la puerta enseguida. En vez de invitarle a entrar, salió al pasillo y cerró la puerta casi por completo tras de sí. Miró a Neil y a Nicky, que estaba esperando como si pensara que Neil no iba a volver cuando terminara, y después a la puerta abierta de la habitación de los primos. —Ciérrala —dijo. Nicky frunció el ceño, pero obedeció. Dan esperó a que estuviera cerrada del todo antes de hablar—. Tenemos una visita. Llegó hace un rato buscando a Andrew. Le dije que fuera a la cafetería de la biblioteca a esperar y lo llamé cuando Neil dijo que estabais de vuelta. Me sorprende que no haya llegado todavía. —¿Es alguien importante? —preguntó Nicky. —Sí —Dan dudó cuando sonó el ascensor. Neil y Nicky se giraron para ver cómo un desconocido entraba en el pasillo. Neil se puso tenso. El hombre llevaba vaqueros y una camisa informal, pero se acercó a ellos con el aire de un policía. Dan alzó la voz para saludarlo y presentarlo a la vez. —Este es el agente Higgins, del Departamento de Policía de Oakland. —Wow. —Nicky levantó las manos como si pudiera evitar que Higgins se acercara—. Un momento. Oakland está en California, ¿no? Está bastante fuera de su jurisdicción. La boca del agente formó una media sonrisa que no hizo que nadie se sintiera mejor. —No he venido por un asunto oficial. Al menos, todavía no lo es. Solo quiero hablar con Andrew sin que pueda colgarme el teléfono. Es importante. ¿Está aquí? Dan señaló la habitación de los primos y se puso al lado de Neil. Nicky se removió como si quisiera interponerse entre Higgins y sus primos, pero tardó demasiado en decidirse. El agente llamó con fuerza a la puerta y esperó. Neil no quería estar más cerca de él, pero desde allí no podía ver bien la puerta de Andrew. Sin apartar la vista de Higgins, avanzó por el pasillo. Higgins echó la vista atrás un instante al percibir el movimiento, pero la puerta lo distrajo. Para sorpresa de nadie, fue Andrew el encargado de investigar quién había llamado a la puerta de aquella forma tan autoritaria. Solo la había abierto hasta la mitad antes de darse cuenta de quién estaba en el pasillo. Neil oyó la manilla crujir cuando Andrew la giró más de lo debido. Era un desliz sorprendente teniendo en cuenta la amplia sonrisa y el tono casual de su voz. —Oh, debo de estar alucinando. Cerdito Higgins, estás muy, muy lejos de casa. —Andrew —dijo Higgins—. Tenemos que hablar. —Ya hablamos, ¿no te acuerdas? —dijo Andrew—. Te pedí que me dejaras en paz. —Me pediste que no te llamara —lo corrigió Higgins—. Concédeme unos minutos, anda, ¿por los viejos tiempos? He venido hasta aquí solo para verte. ¿No me merezco un poco de consideración? Andrew se rio, sacudiendo la cabeza. —No has venido por mí. Has venido por tu caza de brujas con la que ya te he dicho que no pienso ayudarte. Dame una buena razón para no rajarte la garganta, ¿quieres? Dan siseó por lo bajo, pero Higgins no parecía afectado en absoluto por la amenaza. —Estábamos investigando a la persona equivocada, ¿verdad? Creo que esta vez hemos acertado, pero no puedo hacer nada sin un testigo que interponga una queja. El resto de chavales no quieren hablar. No se fían de mí. Tú eres mi única opción. Aquello captó la atención de Andrew. —¿Chavales? Chavales, en plural. La última vez solo mencionaste a uno, cerdito. ¿De cuántos estamos hablando? ¿Cuántos han estado en su casa? —No te importaría cuántos han sido si no tuviera razón sobre lo que estoy buscando —dijo Higgins, bajito y acusador—. Solo di sí o no, Andrew. Solo te pido eso. Es todo lo que necesito ahora mismo. Yo te doy un nombre, tú me das una respuesta, y te prometo que me marcharé. —Me lo prometes. —Andrew parecía de lo más divertido con el concepto—. No tardarás ni una semana en romper esa promesa, cerdito. No finjas que no. ¿Tengo que acompañarte a la salida para asegurarme de que te vas o…? —Drake —dijo Higgins. Andrew cerró el pico. Higgins estiró aún más la mano, preparándose para una reacción violenta, y se quedó mirando a Andrew mientras esperaba. Este permaneció en silencio, aunque no durante mucho tiempo. La medicación no le permitía estar quieto más de un par de segundos. —¿Cuántos niños, cerdito? —Seis, después de ti —dijo Higgins. Andrew abrió la puerta del todo y salió de la habitación, evitando por los pelos empujar a Higgins mientras se dirigía hacia las escaleras. El agente fue tras él y la puerta de las escaleras se cerró a sus espaldas. —Dijiste que no supondría un problema —dijo Dan. Nicky la miró con una expresión de impotencia. —Lo que dije fue que, si se diera el caso, Andrew lo solucionaría. —¿Así es como lo soluciona? —exigió Dan—. ¿Quién es Drake? —No tengo ni idea —dijo Nicky, insistiendo al ver la cara que ponía Dan—: Te lo juro por que me muera ahora mismo o por lo que tú quieras. Deja de mirarme como si me fueras a sacar los ojos, ¿quieres? Dan se cruzó de brazos y se recostó contra la pared a la espera de que Andrew regresara. Neil esperó con ella, sentía demasiada curiosidad como para marcharse. Nicky entró en su habitación, probablemente para poner al día a Kevin y a Aaron. Mientras esperaban, Neil y Dan guardaron silencio, lo cual no ayudó a mejorar el mal humor de ella. Aún seguía echando chispas cuando Andrew volvió unos minutos después. —¿Esto es un comité de bienvenida o la Inquisición? — preguntó al verlos. Dan se interpuso entre él y la puerta antes de que pudiera entrar en la habitación. Andrew se detuvo frente a ella, obediente, pero la agarró de los bíceps. La advertencia estaba clara: si no se movía enseguida, no dudaría en apartarla por la fuerza. Dan se tensó, pero se mantuvo firme. —¿Por qué te busca la policía? Andrew inclinó el cuerpo hacia ella y le sonrió muy cerca del rostro. —No vienen a por mí, oh, capitana, mi capitana. Es solo que el cerdito es demasiado incompetente como para montar su caso sin ayuda externa. No te metas en esto, ¿vale? No pienso permitirlo. —No dejes que interfiera con mi equipo y no tendré que meterme. —Dan se hizo a un lado antes de preguntar—: ¿Necesitas a Renee? —Ay, Dan —dijo Andrew, como si le hiciera gracia y le diera lástima a la vez. Se detuvo en el umbral para mirarla—. Yo no necesito a nadie. Adiós. Cerró la puerta y echó la llave. Dan se quedó donde estaba durante un minuto, después masculló algo en voz baja y se giró hacia Neil. —Vamos. Allison, Rene y Matt estaban sentados en círculo en el salón de las chicas, almorzando sándwiches. Dan señaló la cocina con un gesto en una invitación muda para que Neil tomara lo que quisiera de la nevera y se sentó junto a Matt. Neil ya había comido, así que se sentó entre Allison y Renee. —¿Qué tal ha ido? —preguntó Matt. —Higgins ha dicho algo sobre que necesita que Andrew testifique —dijo Dan—. No ha dicho sobre qué y Andrew sigue sin darme una respuesta clara. Solo nos ha amenazado si seguimos metiendo las narices. Dan no le preguntó a Neil si sabía algo. Resultaba obvio que asumía que no tenía ni idea de qué estaba pasando. Él no conocía los detalles, pero le había preguntado a Andrew sobre la llamada de Higgins de hacía un par de semanas. Los servicios sociales habían abierto una investigación sobre uno de sus antiguos padres de acogida. Andrew dijo que no encontrarían nada, pero no había dicho que la cosa sería diferente si investigaran a la persona correcta. No sabía quién era Drake para Andrew o qué había hecho, pero estaba claro que Higgins había metido el dedo en la llaga al decir su nombre. Neil se preguntó si Andrew estaba dispuesto a cooperar por fin o si Higgins tenía alguna forma de obligarle a testificar. Debía de tratarse de un caso importante; Higgins tenía que estar desesperado si se había pagado un vuelo hasta la otra punta del país para seguir una pista. Aun así, Neil no mencionó nada de esto a los demás. Andrew no había desvelado ninguno de sus secretos, así que él no pensaba airear los suyos. La mejor opción era cambiar de tema. —Antes de que se me olvide, Andrew ha dicho que podía invitaros a la fiesta de Halloween del Eden's Twilight. Es el veintisiete. Matt dejó caer el sándwich de nuevo en el plato. —Y una mierda. —Andrew no se junta con nosotros —dijo Dan. —Está dispuesto a hacer una excepción —dijo Neil—. No cree que vayáis a venir, pero dice que podéis hacerlo si queréis. Ya sé que esa noche tenemos partido, pero es en la Madriguera, así que llegaríamos a Columbia sobre las diez. ¿Os venís? Dan y Matt se miraron el uno al otro, incrédulos. —Yo voy —dijo Renee—. ¿Allison? —¿Quieres que salgamos de fiesta con los monstruos? — preguntó ella. Renee se limitó a sonreír. Allison hizo chocar entre sí sus perfectas uñas mientras pensaba, después se encogió de un hombro y volvió a prestar atención a su almuerzo—. Supongo que podría ser una noche interesante. La fiesta aquí en el campus es un rollo desde hace dos años. Dan, tenemos que ir. —¿Cómo coño has convencido a Andrew? —preguntó Dan, mirando a Neil. —Se lo he pedido —respondió él. —¿Y te ha dicho que sí sin más? —preguntó Matt, escéptico. —Según él lo difícil iba a ser convencerte a ti. —Ah, ¿te han contado la historia? Matt no parecía preocupado. —No. Andrew dice que le interesa más saber cómo la cuentas tú. Pero yo no te voy a pedir que lo hagas. No es asunto mío. —¿Por qué no? Eres el único que no lo sabe y ya sé que has visto esto. Es bastante llamativo. Giró el brazo lo suficiente como para enseñarle las marcas de aguja. Neil las había visto nada más conocerlo. Matt nunca intentaba ocultarlas. Eran las cicatrices de una batalla que libró y ganó hacía años. Neil no fijó la mirada en ellas, pero asintió con la cabeza. Matt las acarició con la mano y volvió a tomar su sándwich. —A mi padre le gustaba salir de fiesta con otros capullos neoyorquinos —dijo—, pero esas fiestas siempre incluían drogas de regalo. A mí me dejaba probar lo que quisiera, incluso me animaba a hacerlo, para ayudarme a encajar. Cuando mi madre se dio cuenta de lo que pasaba, dejó su trabajo durante un tiempo para ayudarme a desintoxicarme. Ambos pensábamos que ya estaba bien, hasta que empecé el curso aquí. A los de tercero de por entonces les gustaba meterse cosas bastante fuertes y yo me sentía tentado. Solo conseguí mantenerme sobrio escondiéndome de ellos. —Durmiendo en nuestro sofá durante su primer año entero —explicó Allison. Matt hizo una mueca de culpabilidad, no de vergüenza. —Ya os he pedido perdón. —Lo que tú digas —dijo Allison. Matt hizo pedazos su sándwich mientras hablaba. —El año pasado los monstruos se unieron al equipo. Andrew tardó menos de dos semanas en darse cuenta de que me pasaba algo y decidió arreglarlo. Me invitaron a ir con ellos a Columbia. Una vez allí, Andrew me dio speedballs. A Neil se le retorció el estómago. —¿Que hizo qué? —No me obligó a metérmelas —añadió Matt con rapidez—. Solo me las ofreció y yo estaba borracho y desesperado y fui lo bastante estúpido como para aceptar. —El entrenador debería haberlo echado del equipo. —Debería, sí, pero Andrew había avisado a la madre de Matt antes de hacerlo —dijo Dan, tensando la mandíbula un poco debido a la ira del pasado—. Ella sabía que Matt lo estaba pasando fatal aquí y quería quitarle las ganas de drogarse de una vez por todas. Andrew le prometió que podía ayudar y ella le dio su bendición. Vino a pasar el verano aquí para ayudar a Matt a superar la abstinencia y le pidió al entrenador que no castigara a Andrew. Incluso se ofreció a pagar a Wymack por las molestias. —Pero… —La sangre no llegó al río —dijo Allison con tono despreocupado. Neil se la quedó mirando y ella señaló a Matt con un gesto—. Tú no puedes opinar porque no estabas aquí. No viste cómo estaba Matt. Era patético, incapaz de mirarnos a ninguno a la cara. Míralo ahora. Puede que los métodos del monstruo fueran un poco extremos, pero obtuvieron resultados. —No puedes estar de acuerdo con lo que hizo —dijo Neil, dirigiéndose a Matt—. ¿Y si hubiese salido mal? ¿Y si no hubieses conseguido recuperarte? —Andrew se jugaba demasiado como para permitirle fracasar —dijo Renee, despacio, como si estuviera escogiendo sus palabras con mucho cuidado. Neil supuso que ella era quien mejor conocía las motivaciones de Andrew debido a la amistad que los unía—. No sé si te hemos hablado de la historia de Aaron, pero conoces la de Andrew, ¿no? Él no tiene permitido combatir su adicción. Presenciar la batalla de Matt con la suya era muy duro para ambos. Al principio, la referencia a Aaron no tenía sentido, pero entonces Neil recordó que la segunda vez que había ido al Eden's Twilight le había preguntado a Andrew por qué tomaban polvo de galleta. Este había dicho que empezaron a tomarlo para ayudar a Aaron. Y la semana pasada Nicky había mencionado que Aaron había consumido las drogas de su madre, aunque no había especificado de qué se trataba. Lo más probable era que el polvo de galleta fuera un sustituto insignificante en comparación. Ver cómo Matt se derrumbaba ante la tentación habría causado estragos en la sobriedad de Aaron. Neil estaba empezando a replantearse la indiferencia de Andrew hacia la vida de su hermano. Matt malinterpretó el silencio de Neil. —Llegas un año tarde para enfadarte en mi nombre, Neil. Créeme, estoy bien. Mejor que bien, de hecho. La primera vez pensé que la rehabilitación fue horrible. La segunda casi acaba conmigo. Desde luego acabó con la posibilidad de volver a sentirme tentado en la vida. Estoy limpio para siempre y me siento mejor que nunca. Neil necesitaba tiempo para averiguar cómo se sentía al respecto, pero no se trataba de su vida. —Es tu lucha. —Fue lo único que dijo. Matt le dedicó una sonrisa agradecida por su comprensión. —Supongo que tendremos que ir a comprar disfraces esta semana si vamos a ir con vosotros. Si no nos damos prisa se van a llevar los mejores. ¿De qué vais vosotros? Para no coincidir. —Se lo preguntaré. —¿No lo sabes? —preguntó Dan, divertida. —Tengo la esperanza de que Nicky estuviera de broma — dijo Neil, poniéndose en pie—. Ahora vuelvo. Resultó que Nicky no estaba bromeando, pero al menos un vaquero zombi era mejor que un cartón de leche o una vaca. El viernes, con un grupo de nueve personas, Andrew se vio obligado a hacer una reserva de verdad en Sweetie's, sin importar que llegaran a las diez y media. Había una pequeña multitud esperando junto a la entrada, pero el banco en forma de L de la esquina estaba marcado con un cartel de «RESERVADO». En teoría, la mesa estaba pensada para ocho personas, no nueve con disfraces incluidos, pero el tamaño reducido de Aaron y Andrew ayudaba un poco. Los Zorros se apretaron muslo contra muslo y leyeron la carta. El grupo de Andrew solía conformarse con helado y polvo de galleta, pero hacía seis horas que habían comido y aún tenían una larga noche por delante. Además, cenar era la mejor forma de romper el hielo. Los Zorros nunca habían hecho nada todos juntos fuera de los eventos de equipo y los entrenamientos. No tenían claro qué hacer cuando no había exy de por medio. Aaron y Andrew no hicieron ningún esfuerzo por facilitarle la noche a nadie. Aaron se negó a hablar con los veteranos, incluso cuando alguno de ellos le hablaba directamente, y exudaba una ira silenciosa desde su posición entre Nicky y Neil. A este último le resultaba molesto y a la vez interesante. No había problemas entre Aaron y sus compañeros sobre la cancha, por lo que Neil no comprendía qué tenía en contra de que se juntaran fuera de ella. Ahora que Renee volvía a jugar como portera, Andrew solo tenía que aguantar sobrio el primer tiempo. Se había tomado una pastilla en el descanso y aún iba colocado. La mayoría de su energía la dirigía hacia su propio grupo o hacia Renee. Estaba dispuesto a cooperar algo más que su hermano en el sentido de que respondía si Dan o Matt le preguntaban algo, pero sus respuestas eran rápidas, rozando lo maleducado y siempre encontraban la forma de redirigir la conversación hacia otra persona. Habría sido la cena más incómoda de la historia si no fuera por Nicky. Detestaba lo aislados que estaban los gemelos y estaba desesperado por hacerse amigo del resto del equipo. Era como si de repente se hubiera vuelto alérgico al silencio. En cuanto la conversación empezaba a decaer, él sacaba un tema para revivirla. Renee, Dan y Matt le siguieron la corriente encantados, pero Allison y Kevin se unieron con más reticencia. Neil prefería mantenerse al margen para observar cómo interactuaban, pero, ya que aquello había sido idea suya, se sentía obligado a ayudar a Nicky cuando podía. Estaban con el postre cuando el subidón de Andrew empezó su descenso y a Neil no se le escaparon las miradas de curiosidad que le dirigían los veteranos. La abstinencia de Andrew no era algo novedoso, pero siempre la habían presenciado con un partido de por medio. Ahora no había cancha ni equipo contrario que los distrajera de la caída. Allison había predicho hacía unos días que Andrew no aguantaría toda la noche sin la medicación, así que Neil consideró oportuno advertirles de su hábito de tomar polvo de galleta. Andrew controlaba la abstinencia con alcohol y drogas; los veteranos nunca lo habían visto tan frío e insensible como estaban a punto de hacerlo. Como respuesta a su atención, Andrew esbozó una media sonrisa y le dio con el codo a Kevin en el costado. Este se removió en su asiento para meterse una mano en el bolsillo. El ruido de las pastillas en el bote de plástico fue tan leve que Neil no habría reparado en ello si no fuera por la reacción de Andrew. La mirada que le dirigió a Kevin fue tan intensa que Neil sintió la necesidad de apartarse. Andrew levantó la vista hasta el rostro de Kevin con un esfuerzo evidente. La sonrisa lenta que se formó en sus labios indicaba que se estaba liberando de la niebla de las medicación y la oferta de Kevin no le hacía ninguna gracia. —No me obligues a hacerte daño —dijo—. No me apetece manchar el helado de sangre. Kevin se limitó a encogerse de hombros y se sacó la mano del bolsillo. Al otro lado de la mesa, los veteranos guardaban silencio. No sabían qué se habían perdido, pero habían oído la amenaza de Andrew. Nicky fulminó a Kevin con la mirada por crear una situación incómoda y le preguntó a Matt por una película reciente para distraerlo. Neil dejó que sus palabras le entraran por un oído y le salieran por el otro. Acababa de recordar una pregunta que quería hacer desde hacía meses. Evaluó sus posibilidades de conseguir una respuesta veraz con tanta gente delante, se planteó preguntar en alemán, y al final decidió que no quería una respuesta a medias por parte de Andrew. Kevin estaba sentado entre Neil y él, así que fue fácil captar su atención. Le dio un toque con la rodilla y susurró en francés: —¿Por qué tienes tú su medicación? —La guardo cuando está ajustando las tomas —respondió Kevin—. Cuando hay partido o en noches como hoy que quiere pasar la abstinencia, es mejor si el bote lo tiene otra persona. Si tiene las pastillas a mano, se las toma. No es capaz de resistirse. Kevin no había respondido más alto de lo que había hablado Neil, pero el idioma extranjero captó la atención de sus compañeros. Neil fingió no ver las miradas de curiosidad de Matt y Dan y volvió a centrarse en su comida. Kevin miró otra vez a Andrew. Este no se dio cuenta, estaba sacando su teléfono del bolsillo. Nicky se percató de la distracción de su primo y protestó: —Dime que no es el entrenador. Hemos ganado, no tiene derecho a acosarnos. —Es Bee —dijo Andrew—. Bee haciendo el tonto. Va de… ¡Ja! Mira. Le lanzó el móvil a Nicky. Este miró la pantalla, soltó una carcajada y pasó por encima de Aaron para enseñársela a Neil. A él no le importaba lo más mínimo la loquera del equipo, pero fue obediente y echó un vistazo a la imagen que había mandado. Era una foto borrosa de Betsy Dobson vestida de abeja por su apodo, bee, en inglés. Nicky esperó a que Neil reaccionara y, cuando vio que no iba a hacerlo, le devolvió el teléfono a su dueño a través de Neil y Kevin. Andrew escribió una respuesta en cuanto lo tuvo en las manos. —¿Está con el entrenador? —preguntó Dan. —Abby y él la han invitado a su casa —dijo Andrew sin levantar la mirada. —¿Por qué te escribe? —preguntó Neil. —Lo hace a veces. No parecía molestarle. Neil no lo entendía. Sabía que Andrew tenía sesiones obligatorias con ella todas las semanas, pero había supuesto que alguien como él odiaría tener que ir a terapia. —¿Por qué se lo permites? —A algunos nos cae bien —dijo Renee de manera casual. Dan pareció sorprenderse. —¿Qué tienes en contra de Betsy? —Es una psiquiatra —dijo Neil—. Desconfío de ella por principios. —Dale una oportunidad —dijo Matt—. Es buena gente. —Querrás decir que es la hostia —intervino Nicky—. La primera vez que la conocimos —se señaló a sí mismo y a Aaron—, me preocupé por ella. Andrew cambia de loquero como si intentara batir un récord que solo conoce él. Betsy es la octava por lo menos. —Decimotercera —dijo Andrew—. Se aseguró de preguntarme si soy supersticioso. —Una locura de número —dijo Nicky—. Pero cuando Andrew salió de su consulta al final de la primera sesión, ella salió detrás como si nada. Es impresionante, ¿a que sí? —No —dijo Neil. Nicky suspiró. —Cómete el helado, capullo. Neil resistió la necesidad de poner los ojos en blanco y tomó una cucharada. Al marcharse, Andrew se llevó consigo un puñado de servilletas. Neil no tuvo que preguntar el motivo. No sabía cuántos de los camareros de Sweetie's vendían polvo de galleta, pero esconder los paquetes entre las servilletas era una manera sencilla de realizar las entregas. Andrew esperó a que Kevin se acomodara en el asiento del copiloto antes de ponerle las servilletas en el regazo para que las revisara de camino a la discoteca. Para cuando llegaron al Eden's Twilight, la sonrisa de Andrew era algo del pasado. Eden's Twilight era una discoteca de dos plantas en el centro de Columbia. Nicky había trabajado como barman allí mientras los gemelos estaban en el instituto y Neil tenía la sensación de que Andrew había ayudado de manera extraoficial. Se habían mudado para ir a la universidad, pero seguían volviendo tan a menudo como la temporada lo permitía. La amistad de Nicky con los empleados y las propinas generosas de Andrew les permitían entrar sin hacer cola y que las copas les salieran por un precio muy rebajado. Los veteranos iban en el coche de Allison. Cuando Nicky se detuvo junto al bordillo delante de la discoteca, Allison aparcó en segunda fila a su lado para dejar salir a sus pasajeros. Andrew fue hasta el portero de turno y recogió los pases vip del aparcamiento. Kevin le dio uno a Allison y le indicó cómo llegar al garaje por si acaso perdía de vista a Nicky entre el tráfico. Ella asintió y se alejó con el coche. El portero parecía un poco confuso por la cantidad de personas que iban con Andrew, pero los dejó pasar sin hacer preguntas. Andrew abrió la segunda puerta y encabezó la marcha al interior de la discoteca. Salieron a la tarima, una sección curva llena de mesas en la que estaba situada la barra principal. Dos tramos cortos de escaleras bajaban un par de metros hasta la pista de baile abarrotada. Las escaleras para subir a la segunda planta se encontraban a medio camino entre la puerta y la barra. Neil no había subido nunca, ya que la balconada estaba reservada para fiestas privadas. Andrew les habría conseguido acceso sin problemas, pero su barman favorito, Roland, siempre trabajaba en la barra de la primera planta. Les costó encontrar una mesa entre la multitud y, cuando encontraron una, esta solo tenía dos taburetes. Andrew decidió que era irrelevante, ya que lo más probable era que la mayoría de los Zorros acabaran en la pista de baile de todas formas. Dejó a casi todos guardando la mesa y arrastró a Neil entre la gente hacia la barra para la primera ronda. Roland tardó un par de minutos en atenderlos. Todo el que fuera disfrazado se ganaba un chupito gratis, así que Andrew señaló su mesa por encima del hombro. Roland se estiró para mirar por encima de la multitud hasta que los vio. Arqueó las cejas al ver tres caras desconocidas junto a Kevin y Aaron. —¿Al final has madurado y estás haciendo amigos? — preguntó—. Pensaba que este día no llegaría. —Te doy el doble de propina si nunca vuelves a decir una estupidez como esa. Roland sonrió, los contó de nuevo y sacó una bandeja para ellos. No preguntó qué querían beber; conocía los gustos de los primos y no le sería difícil añadir un par de los mejunjes más populares para los veteranos. Sabía que estaban esperando a Nicky, pero no que tenía que incluir algo para Allison. Neil no dijo nada, pensando que Allison podía beberse el chupito que le tocaba a él, pero Roland siguió sirviendo copas hasta llegar casi a veinte. —¿Cuántos sin alcohol? —preguntó. —Solo dos —contestó Andrew. Roland añadió dos latas de refresco a la bandeja y la empujó hacia Andrew sobre la barra. Neil encabezó la marcha de vuelta a la mesa, abriendo paso a Andrew por el camino. Este consiguió transportar las copas sin derramar ni una gota. Le pasó un refresco a Renee y dejó el otro para Neil, pero nadie empezó a beber hasta que llegaron Allison y Nicky. Esta hasta pareció un poco impresionada por la cantidad de copas que había pedido Andrew. Los Zorros no tardaron nada en vaciar la bandeja. Andrew recogió los vasos vacíos y esta vez fue Renee quien lo siguió para ayudarlo. Dan los observó marcharse y después alzó la voz para hacerse oír por encima de la música. —¿De verdad crees que es seguro? —¿Qué? —preguntó Nicky. —Dejar que Andrew esté sobrio toda la noche —aclaró Dan—. ¿Es una buena idea? ¿Una mala idea? ¿O una idea que no dejará supervivientes? Nicky parecía confuso ante su ignorancia. —No está sobrio. Nunca está sobrio. Ya has visto cómo es la abstinencia durante los partidos y a nosotros —señaló a los cuatro miembros restantes del grupo de Andrew— a veces nos toca aguantarlo en noches como esta, pero Andrew lleva años sin estar sobrio. Siempre tiene algo chungo metido en el cuerpo. Créeme, si estuviera sobrio, lo sabrías. Es… Nicky miró a Aaron en busca de la palabra adecuada, pero él le devolvió la mirada y se negó a ayudarlo. Nicky no dejó que su silencio le afectara. —Es inconfundible. —Fue lo que dijo al final—. Ya lo veréis el verano que viene, aunque no queráis. El tratamiento se acaba en mayo y la rehabilitación debería terminar antes de que empiecen los entrenamientos de junio. —Por fin —dijo Kevin, que parecía exasperado. —Y tú lo estás deseando, di que sí —dijo Nicky—. La curiosidad mató al gato. O al zorro o lo que sea. Yo solo tengo la esperanza de que los años que se ha pasado medicándose y en terapia intensiva le hayan endulzado un poco el carácter. —Nueva regla. —Matt fingió dar con un martillo de juez en la mesa—. No volver a decir «Andrew» y «dulce» en la misma frase jamás… Madre de Dios. —¿Eso cuenta como blasfemia? —preguntó Nicky, porque Dan y Matt iban vestidos de dioses griegos. Se giró hacia donde estaba mirando Matt y localizó lo que había llamado su atención. Un hombre iba vestido de guante de horno amarillo neón. El rostro de Nicky se retorció entre la consternación y la incredulidad y le dio un ataque de risa que casi hizo que se cayera al suelo—. Chavales, creo que ya tenemos al ganador de esta noche. Nadie va a superar ese nivel de locura. Lo más probable era que tuviera razón, pero eso no impidió que los Zorros se estiraran en busca de otros disfraces ridículos. Estaban en plena discusión criticando un par de ellos cuando Andrew y Renee regresaron. Su llegada con las copas pausó la conversación, pero los paquetes de polvo de galleta que sacó Kevin la desviaron por completo. Matt, Renee y Neil se abstuvieron. Andrew dividió el polvo entre los demás, quedándose él la mayoría, ya que su cuerpo podía tolerar más que el resto. Dan tomó solo un paquete y vertió la mitad en una de las copas que estaba al lado del codo de Allison. Nicky contó hacia atrás desde tres y todos se tomaron el polvo al unísono. Se bebieron la tercera y cuarta ronda a la carrera antes de aventurarse en la pista de baile. Renee le prometió a Allison que se uniría a ellos en cuanto se terminara el refresco y se quedó en la mesa junto a Andrew, Neil y Kevin. Andrew amontonó los vasos vacíos en la bandeja y se marchó. Esta vez no necesitaba ayuda, ya que solo iba a pedir copas para Kevin y para él, pero Neil lo siguió de todas formas. Tuvo que empujar a dos borrachos con máscaras de carnaval para llegar hasta la barra y se coló en el espacio reducido junto a Andrew. Este dejó la bandeja para que Roland la recogiera cuando pudiera y miró a Neil de reojo. —Deja de esconderte. Esto ha sido idea tuya, afronta las consecuencias. —No es tan sencillo —dijo Neil. Tampoco lo era explicar por qué se sentía incómodo. Andrew había prometido protegerlo hasta mayo, pero cuando hicieron ese trato había dicho que la fama en aumento de Neil lo mantendría a salvo el resto de su carrera como Zorro. Andrew había supuesto que se graduaría en Palmetto siempre y cuando jugara bien sus cartas con Kevin. Neil aún no le había dicho que sus planes habían cambiado, lo cual suponía una dificultad a la hora de explicar por qué no podía disfrutar de la noche. Al final recurrió a la media verdad que le había contado el verano anterior. —Nunca he tenido la oportunidad de permitirme conocer a nadie. Sé que tengo que dejar que me conozcan si queremos superar la temporada, pero sería más fácil si fueran solo nombres y rostros. ¿Cómo has conseguido permanecer desconectado todo este tiempo? —No son lo bastante interesantes como para mantener mi atención. —Kevin sí. Y también tu hermano, por lo visto. —No le sorprendió que Andrew no respondiera a ninguna de las dos acusaciones. Siguió presionando—. ¿Qué hay de Renee? —¿Qué pasa con ella? —¿No te parece interesante? —Tiene su utilidad. —¿Y ya está? —¿Esperabas una respuesta diferente? —Puede ser —dijo Neil. Dudó cuando apareció Roland por fin. El barman se quedó solo el tiempo necesario para recoger la bandeja antes de marcharse de nuevo. Neil volvió a mirar a Andrew y se preguntó por qué tenía aquella sonrisa fría en el rostro. Sabía que se estaba burlando de él, pero aún no tenía claro el motivo—. Casi todos esperan que pase algo entre vosotros. Incluso Nicky cree que es inevitable. Pero Renee le prometió a Allison que nunca ocurriría. Al menos eso le dijo a Seth. ¿Por qué? —¿Acaso importa? Neil se encogió de hombros, incómodo. —¿Sí? ¿No? Debería ser… Quiero decir, es irrelevante, pero… —titubeó, pero el otro no dijo nada. No estaba dispuesto a ponérselo fácil. La actitud de Andrew no debería sorprenderle, pero lo fastidiaba de todas formas—. Solo intento comprenderlo. —A veces eres lo bastante interesante como para merecer la pena. Otras eres tan increíblemente estúpido que apenas soporto tenerte delante. Neil frunció el ceño. —Déjalo. Se lo preguntaré a Renee. —Para eso primero tendrás que dejar de evitarla. Neil no perdió el tiempo contestando. Roland regresó con su bandeja unos minutos después y los dos se encaminaron de vuelta a la mesa. Renee se había terminado el refresco, pero estaba haciéndole compañía a Kevin hasta que volvieran. En cuanto Andrew se hubo sentado, miró a Neil. —¿Vienes? —No —dijo Neil. Renee asintió y se marchó en busca del resto. Andrew y Kevin estaban en los taburetes, por lo que Neil se quedó de pie entre ellos, en silencio. Los observó beber un par de rondas más y después fue hasta la barandilla que daba a la pista de baile. El metal estaba pegajoso debido al sudor o a las copas derramadas, pero se apoyó en él con los brazos cruzados y contempló desde arriba la masa de gente dando brincos. En un día cualquiera habría sido difícil localizar a sus compañeros de equipo. Con las luces intermitentes sobre la pista y todo el mundo disfrazado era imposible. Aquel destello rojo podría ser la capa de Caperucita Roja de Renee y aquel plateado de lentejuelas brillantes era probablemente el uniforme de cadete espacial de Nicky, pero no había forma de asegurarse. Tenía que confiar en que estaban todos ahí, divirtiéndose y a salvo. Él se sentía contento solo con observar e imaginárselo. También se sentía solo, pero eso no tenía ningún arreglo. CAPÍTULO DIEZ Tras su clase de Matemáticas del lunes, Neil fue en busca de Renee. Un par de meses había sido tiempo suficiente como para aprenderse los horarios de sus compañeros. No le interesaba para nada tener toda aquella información ocupando espacio en su cerebro, pero pasaba demasiado tiempo con los Zorros como para no saber dónde estaban a cada momento. Sabía que el horario de Renee era el siguiente: dos clases, una detrás de otra, seguidas por una hora libre antes de la siguiente clase. El truco era interceptarla antes de que se alejara demasiado del aula. Por suerte, estaba en el edificio de al lado. Aquella proximidad era la razón por la que había sido escogida para acompañarlo en el camino de Matemáticas a Historia el día de su primer partido. Neil bajó las escaleras hasta la acera a toda velocidad, esquivando a los alumnos que no tenían especial prisa por llegar a ninguna parte y apartándose del camino de aquellos que iban tan acelerados como él. Se aferró a una máquina expendedora para doblar la esquina del edificio a toda velocidad y localizó el pelo inconfundible de Renee a unos seis metros de distancia. Aplastó las dudas y la incomodidad que sentía antes de ir tras ella. Renee levantó la mirada cuando la alcanzó por fin y a Neil no se le escapó lo rápido que arqueó las cejas. —Hola, Neil. Qué sorpresa. —¿Estás ocupada? —preguntó él—. Me preguntaba si podíamos hablar un rato. Renee se echó a reír. —Debería dejar de apostar contra Andrew en lo que a ti respecta. Dijo que vendrías a verme, pero yo pensaba que aún no estabas preparado —explicó cuando Neil la miró con el ceño fruncido—. Y, contestando a tu pregunta: no, no estoy ocupada. ¿Te importa si vamos andando mientras hablamos? La próxima clase de Neil no era hasta dentro de dos horas, así que la siguió dando un paseo relajado por el campus. Entre el campus, Perimeter Road y el centro había un parque de hierba conocido como el Verde. Si tenía un nombre oficial, Neil no lo había visto en ninguno de los folletos. Había supuesto que Renee querría echarse a disfrutar del sol como hacían multitud de estudiantes en aquel momento, pero serpenteó entre los cuerpos adormilados hacia las tiendas del centro. —¿Te ha dicho Andrew por qué quiero hablar contigo? — preguntó Neil cuando iban por la mitad del Verde. —No me dio muchos detalles —dijo Renee. —Ya te lo pregunté una vez y no llegaste a responderme —dijo Neil—. ¿Me dirás ahora por qué le caes bien a Andrew? —El año pasado Andrew nos invitó a unos cuantos al Eden's Twilight, uno a uno. Ahora ya sabes por qué invitó a Matt. Dan fue para que Andrew pudiera averiguar si era alguien a quien merece la pena seguir en la cancha. A mí me invitó porque, al igual que tú, no se creía esta fachada. —Señaló su propio rostro con un gesto y posó los dedos sobre el crucifijo que llevaba al cuello—. Quería la verdad, así que se la di. Descubrió que él y yo tenemos mucho en común. —Miró a Neil de reojo mientras se detenían en un paso de cebra en Perimeter Road—. Las únicas diferencias entre nosotros son la suerte y la fe. —Y la psicosis —dijo Neil. Renee sonrió. —O puede que no. Yo soy una mala persona que intenta con todas sus fuerzas ser buena, pero no lo estaría intentando si no fuera por intervenciones externas en mi vida. Las palabras no parecían perturbarla y observó el paso de cebra con tranquilidad mientras hablaba. —Me crie viviendo con mi madre y su serie de novios violentos. Quizás era inevitable que acabara metiéndome en problemas. Empecé a trabajar de vigilante y mensajera para una de las bandas de Detroit. Tardé un par de años en escalar puestos hasta conseguir trabajos más duros. Hacía todo lo que me pedían y me daba igual quién saliera herido. Por suerte para mí, no era tan lista como me creía. A los quince me pilló la policía y mi abogado intercambió mi testimonio por una sentencia reducida. Lo que les conté metió a mucha gente en problemas, incluida mi madre. El abogado explicó mi situación familiar para que el tribunal comprendiera mi ausencia de modelos de comportamiento positivos. Los resultados de la investigación mandaron a mi madre y a su novio de por entonces a la cárcel con varios cargos. Allí, los mataron unos miembros de la banda que yo había ayudado a encerrar y que estaban muy enfadados. —Lo siento —dijo Neil, cuando en realidad lo que sentía eran celos. Tanto ella como Wymack habían perdido a sus padres debido a la violencia carcelaria, pero nadie se atrevía a atacar a su padre. A Neil le ahorraría muchos problemas si unos cuantos presos consiguieran reunir el valor y la agresividad necesarias para hacerlo. —Yo no —dijo Renee, sacándolo de golpe de sus pensamientos. Echó a andar para cruzar la calle, pero Neil tardó un par de segundos en ser capaz de seguirla. Renee le sonrió cuando volvió a ponerse a su altura—. Sé que debería estar arrepentida, pero eso es algo en lo que aún estoy trabajando. Soy consciente de que jugué un papel clave en las circunstancias que llevaron a sus asesinatos, pero la verdad es que los odiaba a ambos. Además, si mi madre no hubiera muerto, nunca habría acabado aquí. »Con mi madre muerta y mi padre biológico desaparecido, el juez no tuvo otra opción que dejarme en manos del sistema de acogida cuando salí del correccional de menores después de un año —dijo Renee—. Le puse las cosas tan difíciles como me fue posible a las familias de acogida y pasé por ocho casas en dos años. Stephanie Walker oyó hablar de mí de boca de una de mis madres de acogida en su reunión de instituto. Presentó una solicitud para acogerme, presionó hasta que la aceptaron y me llevó a Dakota del Norte en cuanto fue oficial. Me dio un nombre nuevo, una nueva fe y una nueva oportunidad en la vida. Renee no había exagerado cuando dijo que Andrew y ella se parecían mucho. Ambos habían tenido infancias violentas e inestables por culpa de sus madres y habían pasado por el correccional y el sistema de acogida. Sus caminos se separaban de forma irrevocable tras sus respectivas adopciones. Renee dejó que Stephane la convirtiera en un ser humano decente y se propuso enmendar la brutalidad de su pasado, mientras que Andrew asesinó a su propia madre a la menor oportunidad. Neil comprendía por fin por qué Renee no le tenía miedo a Andrew. —¿Entonces por qué no encajáis? —preguntó Neil. —Perdona —dijo Renee—. ¿A qué te refieres con encajar? —¿Por qué no le has pedido salir? Su expresión indicaba que aquella era la última pregunta que se esperaba de él. Ganó un poco de tiempo señalando la siguiente tienda. Neil entró primero, pero se apartó para que Renee tomara la delantera. Al pasar a su lado, lo miró como si lo estuviera evaluando, pero enseguida volvió a la tarea que tenía entre manos y empezó a revolver entre los contenidos de la estantería más cercana. —¿De qué va todo esto? Si no te importa que te lo pregunte —dijo—. Antes no parecía interesarte. —Y no me interesa —dijo Neil, pero aquello no tenía sentido, ya que había sido él quien había sacado el tema. Buscó la manera de explicarse. No quería contarle que se había pasado la noche del viernes pensando en su propia muerte. No había querido pensar en un futuro que no tenía, así que en su lugar se apoyó en la barandilla y pensó en sus compañeros. Era un ejercicio extraño, tan fascinante como perturbador. No estaba acostumbrado a preocuparse por nadie que no fueran su madre y él mismo, pero intentó imaginarse la vida de los Zorros dentro de un año o dos. Se preguntó qué tipo de delanteros ficharía Kevin para sustituirlo y cuáles serían las consecuencias para los Zorros cuando se entregara al FBI. Pero, sobre todo, pensó en ellos como en las personas con las que había pasado la noche, personas a las que empezaba a conocer casi en contra de su voluntad. Nunca llegarían a ser perfectos, pero estarían bien. Habían llegado a la Madriguera hechos pedazos, pero se estaban arreglando mutuamente con cada semestre que pasaba. Incluso Kevin saldría victorioso de todo aquello. No acabaría olvidado como creían Tetsuji y Riko; ascendería con el resurgimiento de los Zorros hasta la cima y recuperaría el lugar que le correspondía bajo los focos. El único aparte de Neil que no tenía escapatoria era Andrew. Tanto Kevin como Nicky creían tener la solución a su problema, pero Neil ya no estaba tan seguro de a cuál de los dos creer. Pero tampoco podía decirle eso a Renee porque no quería tener que explicar por qué era tan importante de repente. No le encontraría ningún sentido porque no sabía quién era él ni qué le había ofrecido Andrew. —No importa —dijo. Empezó a darse la vuelta, pero Renee lo interrumpió: —No soy el tipo de Andrew, Neil. No hay nada entre nosotros. —Eso dijo Allison —contestó él, buscando la verdad en el rostro de Renee—. Le dijo a Seth que no se preocupara de si acababais juntos. Pero el resto está esperando a que pase algo entre vosotros. Seguro que sabes la cantidad de veces que han apostado sobre ello. Si a mí puedes decirme que no pasará con tanta seguridad, ¿por qué no aclarar las cosas con los demás? —Es complicado —dijo Renee—, y a los dos nos beneficia más el silencio. Allison me creyó cuando dije que no iba a enamorarme de Andrew. Los otros dejaron de escucharme cuando Andrew y yo empezamos a hablar más. Como recompensa por su fe en mí, siempre inclino la balanza en favor de Allison en las apuestas sobre nosotros. Luego nos repartimos los beneficios entre las dos. Yo reservo mi parte para nuestra campaña navideña de Adopta Una Familia. Allison se gasta la suya en manicuras. —¿Y qué gana Andrew con ello? —preguntó Neil—. ¿Entretenerse de gratis viendo cómo intentan adivinarlo? —Tranquilidad —dijo Renee tras pensárselo durante un momento. —No lo entiendo. Renee volvió a titubear. Neil la observó mientras repasaba una sección de carteras de cuero. Tomó una y la examinó, dándole vueltas. —Andrew dijo que me harías preguntas. Le pregunté qué quería que te contestara si acudías a mí, pero dijo que no le importaba y que no tenía tiempo de hacer de moderador. Si sabía que querías hablar de esto imagino que sabía que al final me harías esa pregunta. Renee dejó la cartera, tardó unos segundos en apartar la mano mientras lo consideraba, y después se giró para mirar a Neil de frente. —Cuando he dicho que no soy el tipo de Andrew, lo decía en serio. No es por mi aspecto o por mi fe. Es porque soy una chica. Neil oyó las palabras, pero tardó en comprenderlas. Se la quedó mirando, confuso, y entonces lo entendió. —Oh. Entonces Andrew y Kevin… —dijo, un poco demasiado alto. Renee se echó a reír y lo rechazó con un gesto. —No, no. Ya conocerás a la novia de Kevin más adelante. —Mentira. —Neil la miró—. Kevin no tiene novia. La prensa y sus fans lo vigilan demasiado como para que pudiera ocultar algo así. Renee repasó la tienda con la mirada con tranquilidad, despacio. En aquel momento solo había otro cliente y estaba en el lado opuesto. —No están saliendo de manera oficial y Kevin es demasiado listo como para no ser discreto. ¿Te imaginas lo que haría el entrenador Moriyama si una chica distrajera a Kevin del exy? No creo que te sorprenda saber que es una jugadora de la selección nacional. Kevin necesita a alguien a su nivel, que le suponga un desafío. Por suerte, también es una antigua Cuervo, así que conoce de sobra las repercusiones que habría si los descubrieran. Puede que tengan más suerte una vez que les hayamos dejado las cosas claras a los Cuervos este año. —¿Thea? —preguntó Neil, sorprendido. Renee sonrió ante la rapidez con la que había atado cabos. —Impresionante. No era difícil de deducir, incluso con la explicación tan vaga que le había dado. Solo había dos mujeres en la selección nacional. Una era una central de la USC. La otra, Theodora Mildani, era una defensa de la Edgar Allan. Su llegada a la selección hacía dos años había dado que hablar, ya que era la única jugadora que había rechazado la invitación en un principio. La explicación oficial había sido que no quería que el calendario de la selección interfiriera con su quinto año de universidad. Nadie esperaba que le dieran una segunda oportunidad, pero un representante de la selección la estaba esperando a la salida de la final del campeonato. Thea habría estado en su quinto año con los Cuervos cuando Kevin entró en el equipo, pero este y Riko habían crecido en el Evermore rodeados de los demás jugadores. Kevin habría conocido a Thea durante los cinco años que pasó allí. Neil se preguntó cuánto tardaron en enamorarse y qué pensaba Thea del traspaso de Kevin a los Zorros. Sentía aún más curiosidad por saber cómo Kevin era capaz de encontrar hueco en su corazón para alguien más cuando vivía por y para el exy. Parecía imposible que alguien pudiera sentir tal devoción por más de una cosa a la vez. Puede que tanto Nicky como Kevin tuvieran razón después de todo. Neil volvió a pensar en Andrew. —Nadie más conoce la orientación sexual de Andrew — dijo. —Que yo sepa, tú y yo somos los únicos —confirmó Renee—. Andrew me lo contó el año pasado cuando los demás empezaron a hacer conjeturas sobre nosotros. Dijo que no quería que los cotilleos me dieran ideas. —¿Pero y Aaron y Nicky? —protestó Neil—. Ya sé que solo se conocen desde hace un par de años, pero están juntos todo el tiempo. ¿Cómo es que no lo han averiguado todavía? —Imagino que la medicación de Andrew hace que sea difícil de descifrar incluso para ellos —dijo Renee—. Y, lo que es más importante, Andrew no quiere que lo sepan. Aaron y él todavía no están preparados para una conversación tan seria. Tienen demasiados problemas que deben resolver antes de eso. Y los dos sabemos que Nicky es incapaz de guardar un secreto, aunque le vaya la vida en ello. Renee había dicho «todavía», lo que implicaba que Andrew tenía pensado arreglar las cosas con su hermano en algún momento. Neil desconocía si lo decía porque era una optimista o si lo sabía a ciencia cierta. No sabía de qué hablaban Andrew y ella cuando estaban solos. Pensar que hablaban de estrategias de exy era ridículo. Imaginarlos teniendo una conversación seria (tan seria como era posible con la medicación de Andrew) sobre el hecho de que Andrew estaba en el armario era igual de imposible. —¿Y por qué yo sí puedo saberlo? —preguntó Neil. —Puede que sepa que no lo usarás en su contra —dijo Renee. La advertencia en sus palabras fue sutil, pero Neil se resintió de todas formas. Observar las relaciones de sus compañeros de equipo le resultaba interesante, pero al final no significaba nada. No le importaba la orientación de ninguno de ellos porque no influía en su supervivencia. La de Andrew era sorprendente, pero desde luego no era munición que pensara usar contra él. Tardó un poco en ser capaz de hablar con normalidad. —Si no le importaba que lo supiera podría habérmelo dicho él mismo en Halloween cuando le pregunté por ti. No tenía por qué mandarme a hacer esto. —Quizás pensó que ya era hora de que tú y yo nos conociéramos mejor. —Renee estudió a Neil—. Ya no soy la chica que fui, pero la sombra de mi antigua vida estará para siempre en mi interior. Es lo que me ayuda a conectar con Andrew. Tengo la esperanza de que me ayude a conectar también contigo. —No conozco tu historia —continuó antes de que pudiera reaccionar—. Si le has confiado algo a Andrew, él no ha compartido conmigo los detalles y nunca lo hará. Pero si te pareces tanto a nosotros como pensamos al principio, quizás tú también llegues a considerarme una amiga. Todos estamos aquí porque tenemos problemas, Neil. Eso no significa que nuestros problemas sean los mismos. Dan y Matt intentan comprender las cosas que he hecho y visto, pero nunca lo conseguirán del todo. Andrew me entiende y yo a él. Es un consuelo saber que alguien más ha pasado por lo mismo que yo. Si alguno de los dos podemos ayudarte, aquí estamos. Neil no respondió. No podía. Era demasiado. Tenía que pensar en ello y tomarlo todo en consideración. Quería preguntarle sobre el juicio y cómo había sido testificar. Necesitaba saber cómo el sistema judicial la había protegido y si había merecido la pena. Si iba a acudir al FBI en primavera con pruebas contra su padre, al menos le gustaría tener una idea de dónde se estaba metiendo. Pero eso lo expondría a más preguntas de las que podía soportar hoy. No estaba dispuesto a confiarle ni siquiera las medias verdades que le había entregado a Andrew. Renee no pareció sorprenderse o decepcionarse ante su largo silencio. Le concedió un minuto para decidirse y después asintió, cambiando de tema con tanta facilidad que lo dejó mareado. —Ahora que he saciado tu curiosidad, igual puedes ayudarme. Necesito la opinión de un chico sobre qué regalarles a Aaron y a Andrew. Por su cumpleaños —explicó ante la mirada vacía de Neil—. El año pasado no lo celebraron y Nicky dice que no lo han hecho desde que están juntos, pero con suerte este año será diferente. El sábado cumplen veinte años. Es algo que merece la pena conmemorar, ¿no crees? —Supongo —dijo Neil. Aquel asentimiento vago fue suficiente para ella y señaló la estantería que tenía delante. —Estaba pensando en regalarles algo práctico para que le den uso. ¿Qué te parece? Tardaron media hora y tuvieron que ir a dos tiendas diferentes antes de que Renee encontrara por fin lo que estaba buscando. Para entonces casi era la hora de su siguiente clase. Neil aún tenía una hora por delante y estaba a un par de minutos de la Torre, por lo que se despidió de Renee en Perimeter Road. Ella cruzó el Verde hacia el campus y él fue hacia la residencia de los deportistas. Su habitación estaba gloriosamente vacía. Dejó la mochila en el suelo, se tiró bocabajo en el sofá de Matt y permitió a su cerebro divagar sobre todo lo que Renee había dicho. Para cuando tuvo que volver a clase, aún no sabía qué pensar. Unos golpes frenéticos en la puerta sobresaltaron a Neil y a Matt el sábado mientras almorzaban viendo la televisión. Matt se apresuró a encontrar el mando caído entre los cojines, así que Neil hizo a un lado su plato y se levantó para abrir. Las chicas sabían que Matt siempre dejaba la puerta abierta mientras estaba en la habitación, por lo que Neil esperaba encontrarse con alguien que se había perdido de camino a los dormitorios de otro equipo. En su lugar, encontró a un Nicky con los ojos desorbitados esperando en el pasillo. —Gracias a Dios —dijo Nicky, alzando ambos brazos hacia Neil—. Ayúdame. Matt había encontrado por fin el mando y pausó la película. —¿Qué pasa? ¿Estás bien? —Estoy a dos segundos de estar muerto —respondió Nicky—. Mi madre acaba de llamar para desearles un feliz cumpleaños a Andrew y a Aaron. —¿Y eso es malo? —preguntó Matt. Nicky se lo quedó mirando con la boca abierta, pero la incredulidad dejó paso a la sorpresa enseguida. Se frotó la nuca, incómodo. Los primos siempre reaccionaban a los problemas cerrando filas contra los veteranos. Puede que a Nicky no le gustara, pero lo había hecho una y otra vez a lo largo de la temporada. Tanto Neil como Matt se sorprendieron cuando decidió responder. —Pues sí —dijo, evasivo—. En teoría no nos hablamos con mi familia, ¿sabes? Mi padre no me ha dirigido la palabra desde que descubrió que Erik es algo más que solo mi mejor amigo. Mamá me llama en Navidad para ver si he regresado al camino de Dios y cuelga en cuanto le digo que no. Creo que Aaron no ha hablado con ellos desde el funeral de la tía Tilda y Andrew los evita como si tuvieran la peste. Mi padre y él no se gustaron mucho cuando se conocieron en el correccional. —No sería tan horrible —dijo Matt—. Tu padre apoyó la libertad anticipada, ¿no? —Sí, pero… —Nicky se revolvió en el sitio, inquieto. —¿Cuál era el verdadero objetivo de la llamada? — preguntó Neil. —Invitarnos a la cena de Acción de Gracias. —¿Y? —¡Y le he colgado! —Nicky agitó los brazos—. ¿Qué iba a hacer si no? No podía negarme. —Deberías haber aceptado —dijo Matt—. ¿Qué coño te pasa, Nicky? —No es tan fácil. —Nicky sonaba abatido—. La oferta depende de que vengan Aaron y Andrew. Mamá me lo ha dejado muy claro. Es imposible que Andrew acepte. —No lo sabrás hasta que lo intentes —dijo Matt. —Creo que no entiendes lo mucho que Andrew odia a mis padres —repuso Nicky. —¿Y qué quieres que haga yo? —preguntó Neil. —Servir de refuerzos y ofrecer apoyo moral —dijo Nicky—. Si se lo pido a Andrew se descojonará de mí o hará como que no me oye, pero a ti te escucha, ¿verdad? O sea, lo convenciste para que saliera todo el equipo junto de fiesta. A lo mejor puedes convencerlo para ir a una cena familiar. —No lo convencí de nada —señaló Neil—. Dije que era lo más inteligente y él estuvo de acuerdo. Esto es más complicado y yo no debería inmiscuirme. Puedo decirle que resulta obvio lo importante que es para ti arreglar las cosas con tus padres, pero ambos sabemos cómo es probable que reaccione. Nicky parecía alicaído, pero se recuperó levemente para decir: —Es la casa en la que crecí, pero papá no me ha dejado poner un pie en ella desde que salí del armario. Ya sé que los dos creen que soy un pecador condenado a arder por toda la eternidad, y sé que debería darlos por perdidos, pero no puedo. Quizás esta llamada signifique que empiezan a aceptarlo. Tengo que saberlo, Neil. Por favor. Quiero recuperar a mi madre. La echo muchísimo de menos. Neil intentó tragar saliva contra el nudo abrasador que se había instalado en su garganta. Aquella no era su familia. No era problema suyo. No era su madre. La madre de Neil no era más que cenizas y huesos enterrados en una playa de California. Ella nunca volvería. Neil jamás podría volver a escuchar su voz ni a recibir una llamada suya. Nunca tendría la oportunidad de sentarse a su lado mientras ella le explicaba por qué había huido o se disculpaba por ocultarle su conexión con los Moriyama. Su madre nunca lo vería jugar con los Zorros en la semifinal. No estaría allí cuando Neil testificara. Ni cuando muriera. El dolor era como un cuchillo retorciéndose en su estómago, haciéndolo trizas desde dentro hasta dejarlo sin respiración. Inspiró lentamente y contó los latidos de su corazón mientras espiraba. Nicky esperó, demasiado desesperado como para tentar a la suerte. —Quédate aquí —dijo Neil por fin. El rostro de Nicky se llenó de sorpresa y esperanza. Neil no podía soportar verlo y no quería recibir su gratitud prematura. Se escurrió por su lado para salir al pasillo y fue hasta la puerta del cuarto de los primos. Nicky no había echado la llave al salir, así que Neil la abrió tras llamar una sola vez. Aaron estaba en uno de los pufs, esperando con un mando de consola en la mano. A juzgar por la marca en el otro puf y la imagen congelada en el televisor, la llamada había interrumpido la partida. Kevin tenía un periódico extendido sobre su escritorio mientras revisaba los marcadores nacionales de la noche anterior. Andrew estaba sentado en el escritorio junto a la ventana. Hacía meses que había desencajado la pantalla protectora para poder fumar en la habitación. —Oh, Neil. —Andrew agitó el cigarrillo a modo de saludo—. Hola. —¿Podemos hablar? —preguntó Neil. —Hoy no me viene bien —dijo Andrew—. Inténtalo mañana. —No habría interrumpido tu fiesta de cumpleaños si no fuera importante. Andrew sonrió. —¿Acabas de usar el sarcasmo? Tu repertorio de talentos no tiene fin. —Dos minutos —dijo Neil. —Qué persistente. Neil esperó a que se decidiera. Andrew emitió un ruidito de consideración alrededor de su cigarrillo. Hizo falta casi un minuto entero antes de que la curiosidad venciera a su necesidad imperiosa de poner las cosas difíciles. Tiró el cigarrillo por la ventana, la cerró de un tirón y se bajó del escritorio. Neil lo siguió hasta el dormitorio de los primos y cerró la puerta tras de sí. Andrew solo avanzó algo más de medio metro antes de volverse hacia él. —Tic, tac —dijo—. Has captado mi atención, ahora mantén mi interés. —Ha llamado la madre de Nicky. —Ups, se acabó el tiempo. Neil estiró un brazo cuando Andrew dio un paso adelante, pero sabía que no podía detenerlo si de verdad quería marcharse. Había visto los kilos que levantaba Andrew en el gimnasio cuando tocaba hacer pesas. Y lo que era aún más, lo había visto levantar a Nicky del suelo por la garganta y moverlo de un lado a otro cuando estaba enfadado. El gesto era solo simbólico. Andrew lo sabía, pero se detuvo de todas formas. —Le ha pedido que vaya en Acción de Gracias —dijo Neil. —Y él ha dicho que sí —dijo Andrew. No era una pregunta—. Ay, Nicky, optimista hasta la muerte. Uno pensaría que habría aprendido la lección a estas alturas, pero irá y volverá lloriqueando. —Fingió enjugarse las lágrimas—. Su amor tiene un precio que Nicky no puede pagar. No renunciará a Erik por ellos. —Esta vez no van detrás de Erik —dijo Neil—. El precio sois vosotros. Nicky no puede ir si Aaron y tú no vais. —Problema resuelto. —La sonrisa de Andrew era radiante—. Petición denegada. En vez de eso, igual Abby nos cocina un pavo. El año pasado lo hizo. No es mala en la cocina, pero la repostería se le da fatal. Tendremos que comprar una tarta congelada otra vez. Neil se negó a dejar que lo distrajera. —¿Por qué te niegas a ir? —¿Por qué iba a hacerlo? Luther y yo no somos amigos. —Que yo sepa, nosotros tampoco lo somos —dijo Neil—. Pero nos aguantas de todas formas. ¿Por qué no puedes tolerar a Luther? Nicky da por sentado que tiene que ver con el día en que os conocisteis, pero Luther fue quien te sacó del correccional y te llevó a casa con tu madre, ¿no? —Esa mujer no era mi madre. —Andrew aguardó un instante para asegurarse de que Neil lo entendía y cortó el aire con un gesto—. ¿Pero Cass? Cass lo habría sido. Quería serlo. Ah, que no lo sabes. Tengo una historia para ti, Neil. ¿Estás atento? Cass quería quedarse conmigo. Quería adoptarme. Dijo que sería Andrew Joseph Spear. Reunió todo el papeleo, pero no quería presentarlo sin mi consentimiento. Decía que era lo bastante mayor como para elegir por mí mismo. —Spear —repitió Neil, sorprendido—. Igual que… —Richard Spear —completó Andrew—. Ya te hablé de él, ¿no? Mi último padre de acogida. —Lo mencionaste —dijo Neil, muy despacio, buscando ganar tiempo mientras procesaba aquella bomba de información. Richard Spear era el padre que Phil Higgins estaba intentando investigar en agosto. Andrew solo había dicho sobre él que era soporífero e inofensivo—. ¿Por qué no te adoptó al final? ¿Porque te arrestaron? —No, lo has entendido al revés. Acabé en el correccional porque quería adoptarme. Pero ella no se rindió. Dijo que un hogar estable conseguiría enderezarme. Su hijo biológico quería alistarse en la Marina cuando acabara el instituto, así que se ofreció incluso a destinarme parte de sus ahorros para la universidad. Quería que tuviera un futuro. Era como mi propia Stephanie Walker, más o menos. Neil solo reconoció el nombre porque acababa de hablar con Renee. Asintió para indicar que lo comprendía. Andrew se puso de puntillas y alargó los brazos hacia Neil. Este apenas consiguió evitar tensarse cuando sus manos le rodearon el cuello. Andrew no apretó lo suficiente como para cortar el flujo de aire, pero marcó el ritmo de su pulso con los pulgares contra la garganta de Neil. —Luther habría dejado que me quedara con ella si era lo que quería. Sabía que la madre de Aaron no quería saber nada de mí, pero él necesitaba arreglar las cosas de alguna forma. Si estar con Cass era lo mejor para mí, lucharía a su favor para que aprobaran la adopción. Y eso no podíamos consentirlo, ¿no crees? —¿Por qué no? —preguntó Neil, examinando el rostro de Andrew—. ¿Qué fue lo que te hizo Cass? Este pareció sorprendido. —Cass jamás me habría hecho daño. —Entonces, ¿qué pasó? —Esa es otra historia. Esta es sobre Cass y Luther. Él dijo que podía hacer que volviera con Cass. Yo le di un secreto para asegurarme de que no lo hiciera. —Y él se lo contó a alguien —adivinó Neil. —No. —Andrew aumentó el ritmo contra su garganta, un contraste frenético con la sonrisa burlona que decoraba su boca—. Eso sería demasiado fácil. Este tipo de secretos no se desvelan a la ligera. Tú lo sabes bien. Calculamos los posibles daños colaterales y buscamos las vías de escape. Hacemos planes y nos preparamos para la reacción y el rechazo. Pero Luther no desveló mi secreto, sino que decidió no creerme. Y eso es mil veces peor. —Depende del secreto —dijo Neil. —Cierto. —Andrew lo soltó y se giró para darle la espalda—. Puede que esto te sorprenda, Neil, pero no soy alguien que confíe en la gente con facilidad. Si le digo a alguien que el cielo es azul y él dice que me equivoco, no estoy dispuesto a darle una segunda oportunidad. No veo por qué debería. —¿Entonces Luther no te creyó o dijo que te equivocabas? —preguntó Neil—. Son dos cosas muy diferentes. —Ah. —Andrew se giró ligeramente hacia él de nuevo—. A veces se me olvida que eres más listo de lo que pareces. Neil luchó contra su memoria. Sabía que tenía la respuesta al alcance de la mano. Pensó en la visita de Higgins y en los padres de Nicky y recordó estar sentado frente a Andrew en un banco del vestuario, preguntando sobre la primera llamada de Higgins. En aquel momento pensó que las palabras de despedida de Andrew habían sido extrañas, pero no lo había comprendido. Ahora no estaba seguro de haber llegado a la conclusión correcta, pero merecía la pena intentarlo. —Dijo que había sido un malentendido. La forma en la que Andrew se quedó inmóvil, aunque solo fuera un segundo, le indicó que había acertado. —Shh —dijo Andrew, bajito, como si estuviera tranquilizando a un animal acorralado—. Shh, no digas eso. Odio esa palabra. Ya te lo advertí, así que no deberías haberla usado otra vez. ¿Por qué arriesgarte? —Andrew —empezó Neil. —No. No alzó la voz, pero no le hizo falta para conseguir que Neil oyera la advertencia. Si seguía presionando en la dirección equivocada, Andrew lo cortaría de raíz y la conversación habría terminado para siempre. Neil buscó un clavo ardiendo al que aferrarse, tratando de encontrar las palabras adecuadas para conseguir que siguiera hablando. Puede que Andrew tuviera razón y que los padres de Nicky nunca fueran a aceptarlo tal y como era, pero Nicky necesitaba intentarlo. —Eso fue hace cinco años. A lo mejor se arrepiente. —Eso lo dices porque nunca has conocido a Luther —dijo Andrew. —¿Puedo? Eso fue lo bastante inesperado como para captar su atención. —¿Cómo? Neil, estarías perdido con un pastor temeroso de Dios. Apenas soportas estar cerca de Renee. No aguantarías una cena con Luther. Acabaría practicándote un exorcismo cuando perdieras los papeles. —Podría ser entretenido —dijo Neil. —Podría ser —concedió Andrew. —Vayamos todos, entonces —dijo Neil—. Aaron accederá para ayudar a Nicky y él podrá averiguar si sus padres han entrado en razón o no. Ni de broma vas a consentir alejarte tanto de Kevin, así que llévatelo también. Yo iré con vosotros para que puedas acosarme a mí en vez de a Luther. Imagínate lo incómodos que estarán los padres de Nicky enfrentándose a los cinco. —O podríamos quedarnos aquí. —No sería tan interesante. —Apelar a mi inexistente período de atención es un golpe bajo —dijo Andrew. —¿Pero funciona? —Ya te gustaría a ti. —¿Por favor? —Odio esa expresión. —¿Tu loquera sabe que le tienes manía a la mitad del diccionario? —preguntó Neil, pero Andrew se limitó a sonreír—. Sé que no puedes entenderlo porque nunca has tenido una familia de verdad, pero Nicky necesita darles otra oportunidad a sus padres. Si tienes suerte, esta cena será el fin de todo. Nicky se ha hecho ilusiones pensando que su madre ha entrado en razón. Si lo decepciona otra vez puede que esté listo para alejarse de ellos para siempre. Andrew emitió un ruidito de consideración. Cuánto más se extendía el silencio, más seguro estaba Neil de que había fracasado. Al final, Andrew alargó los brazos hacia él de nuevo. Esta vez, enganchó los dedos en el cuello de su camisa en lugar de agarrarlo por la garganta. —Una última oportunidad —dijo—. Es lo único que pienso concederle a Nicky. Pero no pasaré Acción de Gracias con ellos y no pienso comportarme. Consigue que Nicky cambie la fecha y que te inviten, ¿de acuerdo? —De acuerdo —dijo Neil. —Nos arrepentiremos de esto, todos nosotros. —Andrew lo soltó, sonriendo—. Sobre todo Nicky si su padre acaba muerto. Neil titubeó, sabiendo que no debería preguntar, que ya había hecho demasiadas preguntas. Al final, no fue capaz de contenerse. —¿De verdad mataste a la madre de Aaron? —Eso fue un trágico accidente. ¿No leíste el informe policial? —Andrew fingió inocencia, pero el tic en la comisura de la boca lo delató. Renunció a la farsa al cabo de un par de segundos y se rio—. No debería haberle levantado la mano de nuevo. La advertí de que no lo tocara, pero no me escuchó. Se llevó su merecido. ¿Eso te asusta, Neil? —Mis primeros recuerdos son de gente muriendo —dijo Neil—. No me das miedo. —Por eso eres tan interesante —dijo Andrew—. Qué molesto. Pero parecía divertido en lugar de molesto. —Intentaré ser más aburrido en el futuro —dijo Neil. —Muy considerado por tu parte. —Andrew señaló el rostro de ambos—. Este es un secreto a crédito, Neil. Recuérdalo. Ya te pediré algo a cambio más adelante. Por hoy hemos acabado, así que adiós. Manda al cobarde de mi primo de vuelta cuando termines. Andrew no lo siguió cuando salió del dormitorio. Neil esperaba encontrar a Nicky acechando en el pasillo a la espera del resultado, pero en su lugar había entrado en la habitación de Neil para esperarlo. Estaba sentado en el borde del sofá de Matt. Sonrió al verlo entrar, pero la expresión no le llegó a los ojos. Parecía estar a punto de vomitar de nervios. —Dos preguntas —dijo Neil, cruzando la sala para colocarse frente a Nicky—. Si Kevin y yo nos mantenemos al margen de tus asuntos familiares, ¿podemos ir? —No era la pregunta que se esperaba Nicky. La sorpresa y la confusión despejaron un poco el miedo que sentía. Neil esperó a que asintiera, inseguro, antes de continuar—. Segundo, ¿crees que tu madre podría cambiar la fecha? Andrew se niega a ir en una festividad importante. —Supongo —dijo Nicky—. Tendría que llamar a mamá y preguntárselo, pero… Espera. ¿Andrew ha dicho que sí? Me estás vacilando. Neil lo miró, luego a Matt y de nuevo a él. —Eso era lo que querías, ¿no? Nicky se puso en pie a toda prisa. —Era lo que quería, pero no esperaba que lo consiguieras, sobre todo no en el primer intento. Simplemente sabía que eras mi mejor opción para conseguir que Andrew me escuchara. Eres el mejor, ¿lo sabías? —Envolvió a Neil en un abrazo feroz antes de que a él se le pudiera ocurrir esquivarlo—. Puede que seas lo mejor que le ha pasado jamás a los Zorros. —Lo dudo. —Yo no. —Nicky irradiaba felicidad cuando lo soltó—. ¿Cómo lo has conseguido? Neil sustrajo el noventa por ciento de la verdad y dijo: —Se lo he pedido. —Ya, claro. ¿Sabes lo que me habría pasado a mí si se lo hubiera pedido? Violencia, Neil. Violencia extrema e injustificada. Neil se encogió de hombros. Nicky lo dejó estar, quizás porque estaba demasiado contento como para que le importara cómo había convencido a su primo. Sacó el móvil del bolsillo y señaló la puerta. —Voy a llamarla. Igual podemos ir el finde que viene. Puede que el domingo, porque el sábado lo vamos a pasar en el autobús volviendo de Florida. Cuanto antes mejor, ¿no? No quiero arriesgarme a que Andrew cambie de idea. —Buena suerte —dijo Neil. La sonrisa de oreja a oreja de Nicky fue respuesta suficiente y salió volando a llamar a su madre. Neil observó la puerta cerrarse a sus espaldas y después miró a Matt. Este lo estaba estudiando con intensa curiosidad. —¿Qué te hace tan especial? —preguntó Matt. —No soy especial —dijo Neil, confuso. —Andrew no cede ante nadie. ¿Por qué a ti no deja de decirte que sí? —Está colocado —dijo Neil, haciendo girar un dedo junto a su sien—. Cree que es divertido. Matt siguió mirándolo durante un rato y después sacudió la cabeza y volvió a relajarse contra el respaldo del sofá. Neil recuperó el asiento que había abandonado antes y retomaron la película que estaban viendo. Apenas habían avanzado cuando a Neil le vibró el teléfono con un mensaje de Nicky. María había accedido a la fecha y los invitados adicionales. La mitad del mensaje eran caritas sonrientes y signos de exclamación. Neil sintió la satisfacción como una calidez suave en el pecho, incómoda y extraña. La apartó, pero detrás encontró la sensación helada de la inquietud. Se alegraba por Nicky, pero no era tonto. Su verdadera razón para asistir era echarle un ojo a Andrew. Puede que su medicación hiciera que estuviera contento, pero no que dejara de ser peligroso. Si Luther se pasaba de la raya aquel fin de semana, era posible que Andrew le hiciera daño. Los tribunales lo encerrarían y tirarían la llave y la temporada de los Zorros acabaría de repente. Neil no podía permitirlo. Solo esperaba ser lo bastante rápido si ocurría lo peor. CAPÍTULO ONCE A Kevin no le interesaba en absoluto conocer a los padres de Nicky, pero era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que no tenía ni voz ni voto en aquella situación. Era incapaz de estar solo, en parte porque había crecido pegado a Riko y rodeado de Cuervos y en parte porque la idea de quedarse desprotegido lo aterrorizaba. Por suerte para todos, Kevin dejó de protestar sobre el viaje en cuanto se dio cuenta de que podía sacarle provecho. Cuando jugaba para el equipo de su instituto en Arizona, el entrenador Hernández le había prestado a Neil una de las raquetas extra propiedad del instituto. Era un modelo básico, con una profundidad de red media y peso ligero. Wymack le proporcionó dos raquetas nuevas del mismo modelo cuando firmó con los Zorros. Las raquetas ligeras eran populares entre los delanteros y la mayoría de jugadores noveles porque facilitaban una mayor precisión. Si un delantero tenía solo una décima de segundo para tirar, necesitaba una raqueta rápida que no se interpusiera en su camino. Según Kevin, no merecía la pena que Neil perdiera el tiempo con las raquetas ligeras. En cuanto hubo completado los trece ejercicios de los Cuervos de Kevin, este empezó a hablar de conseguirle una raqueta pesada. Las pesadas eran más populares entre los defensas, ya que garantizaban fuerza y velocidad. Pocos jugadores ofensivos se molestaban en utilizarlas, ya fuera porque no querían tener que cargar con el peso extra cuando estaban intentando deshacerse de un defensa o porque eran incapaces de perfeccionar su puntería con una raqueta tan engorrosa. Sin embargo, una vez que las dominabas, las raquetas pesadas tenían la capacidad de ser devastadoras. Kevin había usado una raqueta pesada con los Cuervos, pero se pasó a una ligera tras la lesión. Riko aún utilizaba una pesada. Neil tenía dudas sobre cambiar de raqueta con la temporada tan avanzada, ya que sin duda supondría un periodo de adaptación importante, pero Kevin hizo oídos sordos a sus argumentos. Los meses de entrenamientos nocturnos constantes y el tutelaje severo de Kevin habían conseguido que Neil poseyera una puntería que habría tardado años en aprender por su cuenta. Ahora que era capaz de apuntar en un instante con un solo vistazo, necesitaba una raqueta que diera potencia a sus tiros. Era hora de añadir fuerza a su velocidad. Al menos, eso era lo que decía Kevin. El mejor lugar para comprar una raqueta en Carolina del Sur era Exites, en Columbia. Las tiendas deportivas más grandes del estado tenían secciones de exy, pero Exites era la única tienda dedicada por completo a aquel deporte. Tenían de todo, desde equipamiento hasta equipaciones y artículos coleccionables. Neil había visitado la página web de vez en cuando, pero verla en persona le produjo un escalofrío de emoción. La tienda contaba con cuatro plantas y estaba situada en la punta opuesta de la capital al Eden's Twilight. El aparcamiento estaba razonablemente lleno. Neil no sabía qué le hacía más ilusión: pensar en todo lo que lo esperaba entre aquellas paredes o ver la cantidad de coches que demostraban la popularidad del exy. —Esto es una estupidez —dijo Aaron por cuarta o quinta vez desde que salieron del campus—. Acabamos de arreglar la alineación y ahora la vais a fastidiar otra vez. Kevin lo ignoró. Ya había discutido con él la primera vez que Aaron se quejó y no iba a molestarse en repetirlo. Neil estaba tolerando la frustración de Aaron algo mejor, gracias a sus propios nervios, pero sabía que Kevin no iba a cambiar de opinión. Había puesto su juego en manos de Kevin y confiaba en él para sacar el mayor partido a su potencial. Si él creía que era capaz, Neil no pensaba decepcionarlo. Incluso si aquello implicaba trabajar tres veces más duro de lo que había trabajado hasta ahora, cumpliría con las expectativas de Kevin de alguna forma. —Esta semana es el mejor momento para hacer el cambio —dijo Neil, saliendo del coche tras Andrew—. El viernes jugamos contra el JD. Podéis derrotarlos sin mi ayuda. Conforme los Zorros ascendían en el ranking, la Universidad Campbell JD descendía. Los Tornados de JD siempre habían estado entre los últimos del distrito sudeste, pero ahora ocupaban el nada envidiable puesto del final de la cola. Apenas habían ganado la mitad de los partidos de la temporada hasta entonces. Kevin era capaz de superarlos en el marcador con una mano atada a la espalda. La cuestión era si Andrew los consideraría lo bastante interesantes como para proteger la portería de ellos. Lo más probable era que le resultaran demasiado aburridos para intentarlo siquiera. El partido contra el JD era el último del mes de noviembre, ya que la semana siguiente la tenían libre por Acción de Gracias. Había otro partido el uno de diciembre y con este se terminaba la temporada de los Zorros. Después tenían una semana libre para estudiar para los finales, una semana de exámenes que todos estaban temiendo, y un banquete navideño de exy el dieciséis de diciembre. Pensar en ello agriaba el buen humor de Neil. Parecía que había sido ayer cuando conoció a Wymack. Ahora la temporada se habría acabado en un parpadeo. Los Zorros tenían un puesto garantizado en el campeonato de primavera, así que habría más partidos en enero, pero Neil no podía evitar pensar que su año casi había llegado a su fin. Aún no sabía dónde iba a pasar las dos semanas de vacaciones de Navidad. Suponía que los primos no pensaban moverse, ya que Kevin se volvería insoportable si lo alejaban demasiado de la Madriguera. Con algo de suerte, Neil podría quedarse allí y aprovechar para entrenar. Solo tenía que decidir qué excusa darle al equipo sobre por qué no se iba a casa. Pasaron junto a la caja al entrar en Exites y el cajero escupió el café al ver a Kevin. Neil se apartó de él y de su demasiado conocido rostro y se puso a dar vueltas por la tienda. La primera planta era sobre todo ropa, con las prendas para aficionados al principio y la ropa de hacer deporte al fondo. Había posters y monitores con imágenes de deportistas locales vestidos con las equipaciones que la tienda ofrecía. Neil revolvió entre las equipaciones para aficionados de los equipos más importantes de Carolina del Sur. Solo había dos equipos de primera en el estado, el Estatal de Palmetto y el Columbia USC, pero también había tres equipos de segunda y uno de las ligas mayores, los Dragones de Columbia. Las ligas mayores de exy jugaban durante el verano, dejando el otoño y la primavera para la liga universitaria, más popular, y los equipos profesionales. Neil veía los partidos, pero no tenía favoritos. Toda su pasión la guardaba para la NCAA y la selección nacional. —Vamos —dijo Nicky dándole un empujoncito, y señaló a Kevin con la cabeza—. Va a tardar un rato. Neil miró hacia donde le señalaba y vio a Kevin hablando con un hombre más mayor que llevaba una chapa con su nombre. Su ropa tenía un aspecto más profesional que la del cajero, así que Neil supuso que se trataba del gerente de turno. Miró a su alrededor en busca de cámaras de seguridad. Se preguntó si el cajero había pulsado un botón del pánico para llamar al gerente o si este había visto a Kevin en los monitores desde la trastienda. Fuera como que fuera, la rapidez de la reacción hizo que a Neil se le pusiera el vello de punta. Asintió con la cabeza y siguió a Nicky hasta las escaleras. La segunda planta estaba llena de equipamiento: zapatillas de cancha, bolsas de deporte y libros. Unos expositores giratorios con llaveros, bisutería y colgantes servían para separar las secciones. Aaron y Nicky fueron a investigar la sección de rebajas, pero Andrew guio a Neil hasta el siguiente tramo de escaleras. —Deprisa —lo animó Andrew—. Acabemos con esto de una vez. —¿Tantas ganas tienes de llegar a casa de Nicky? — preguntó Neil mientras subían a la tercera planta. —No vamos a casa de Nicky —dijo Andrew, sacudiendo la cabeza ante su ignorancia—. Ahora es la casa de sus padres, Neil. Allí no hay espacio para Nicky desde hace años, pero cuanto antes acabemos con esto, antes podremos irnos a casa. Columbia es un rollo los domingos. Seguro que lo entiendes. —A mí no me afectan las leyes dominicales, así que me da igual —dijo Neil. —Qué poco espíritu de equipo —se burló Andrew—. Pero en fin. Mira eso. No necesitaba que se lo repitiera. Las paredes enteras de la tercera planta estaban cubiertas de raquetas. Neil se había pasado tiempo suficiente leyendo sobre todo lo relacionado con el exy en internet como para saber la cantidad de tipos de raquetas que había. Verlas en la página web y verlas en persona eran experiencias completamente diferentes y por un momento se quedó congelado junto a las escaleras. A su izquierda había una caja registradora. La mujer que había detrás estaba tejiendo la red de una raqueta. Levantó la vista al verlos llegar y los saludó con tono alegre. Andrew la rechazó con un gesto sin mirarla. Neil creyó contestar, pero estaba demasiado distraído con las raquetas como para prestar atención. La voz de la empleada lo puso en marcha y empezó a explorar la sala poco a poco. Primero pasaron por la sección para porteros. Andrew mantuvo la vista al frente, pero alargó la mano y rozó las raquetas con los dedos mientras pasaban. Neil se percató de ello, pero pensó que Andrew no lo reconocería si hacía algún comentario al respecto. Se tragó todas las preguntas que quería hacerle sobre su apatía y el hecho de que pronto volvería a estar sobrio. Aun así, la curiosidad consiguió despejar un poco su aturdimiento y empezó a prestar atención a los carteles. Las raquetas estaban ordenadas de más pesada a más ligera, con las raquetas pesadas justo después de la sección para porteros. Había quince opciones colgadas de ganchos. La mayoría eran sencillas, aunque había carteles indicando qué diseños y colores estaban disponibles para cada modelo. Estaban ordenadas por fabricante, luego por peso, largo y profundidades de red disponibles. La longitud de las raquetas podía variar varios centímetros para compensar las diferentes alturas de los jugadores. A Neil le tocaban las raquetas más cortas del mercado. Era culpa de su madre: los Hatford nunca habían sido demasiado altos. Suponía que al menos debería estar agradecido por ser más alto que Andrew y Aaron. A pesar de todo, saber que necesitaba una raqueta corta no ayudaba a reducir mucho sus opciones. Cada raqueta que levantaba suponía un peso incómodo en las manos y no llevaba jugando el tiempo suficiente como para comprender del todo los beneficios de las distintas profundidades de red. Sabía que los delanteros solían usar redes más profundas para poder aguantar con la pelota más tiempo, mientras que los centrales y defensas usaban redes menos profundas para robar y pasar, pero las diferencias graduales eran un caos de tonos grises. Neil tomaba y devolvía todas las raquetas cortas que alcanzaba, perdiendo el tiempo hasta que Kevin apareciera para decirle qué hacer. —Pesan demasiado —dijo. —Qué penita me das —dijo Andrew, sin una pizca de compasión. —Y luego dices que me falta espíritu de equipo — murmuró Neil. —Nunca he dicho que a mí no —sonrió Andrew y se encogió de hombros—. Tú eres el tonto que le ha dejado controlar tu juego. Cosecha lo que siembras o prende fuego al campo, tú eliges. La próxima vez, sé más inteligente, ¿quieres? —No soy el único —dijo Neil mientras devolvía la última raqueta y luego miraba a Andrew—. Me dijo por qué se quedó y qué te prometió a cambio. Así que, ¿qué diferencia hay entre nosotros si tú también lo haces por el exy? —Ay, Neil. Mira, así son las cosas. —Se inclinó hacia delante como para confesar un secreto e hizo un gesto entre ambos—. A ti te pide algo y tú se lo das; sí, sí, sí. A mí me lo pide y yo me niego; no, ni hablar. Solo estoy esperando a que se dé por vencido. Al final tendrá que rendirse. —¿De verdad quieres que se rinda? ¿Aún no te has cansado de que los demás se den por vencidos por culpa de tus problemas? Está deseando que vuelvas a estar sobrio. ¿De cuánta gente puedes decir lo mismo? —Su entusiasmo es de lo más egoísta —dijo Andrew—. Quiere algo de mí. Cree que saldrá ganando. —¿Y qué pasa si tiene razón? ¿Qué pasa si un día te despiertas y descubres que el exy es emocionante y merece la pena? ¿Vas a mentir solo para poder seguir diciéndole que no? ¿O cederás y admitirás que él tenía razón? Andrew se rio. —No te había tomado por un soñador. A veces eres tan raro. —Vi cómo jugaste contra el Edgar Allan —dijo Neil—. Por un momento, parecía que te importara. —Ay, Neil. —Eso no es una respuesta. —Eso no era una pregunta —dijo Andrew—. Era una acusación errónea. —Aquí tienes tu pregunta: ¿cómo has sobrevivido hasta ahora con esa violencia autodestructiva? Andrew ladeó la cabeza en una pregunta muda. Neil no sabía si se estaba haciendo el tonto para cabrearlo o si de verdad no se daba cuenta. En cualquier caso, resultaba frustrante. Se preguntó por qué nadie más lo había notado o si lo habían hecho, pero a nadie le importaba lo suficiente como para mencionarlo. Sin embargo, ahora que lo había visto, Neil no podía ignorarlo. Cada vez que los Zorros mencionaban la inminente sobriedad de Andrew o su nombre salía a relucir entre las críticas de los partidos, todo el mundo se centraba en lo peligroso que era. La gente hablaba del juicio y de cómo los salvó de Andrew. Nadie decía nada sobre cómo salvar a Andrew de sí mismo. —Me dijiste que Cass nunca te haría daño y te habría dado una buena educación, pero saboteaste la adopción. El agente Higgins vino desde la costa oeste para arreglar algo de tu pasado, pero te niegas a ayudarlo. Saliste del correccional y mataste a la madre de Aaron para protegerlo, pero en lugar de arreglar vuestra relación prefieres controlarlo. No quieres que los padres de Nicky le hagan daño a su hijo, pero tampoco le permites ser parte de tu familia. Kevin prometió apostar por ti, pero ni siquiera lo intentas. ¿Qué pasa? ¿Te da miedo ser feliz o es que de verdad te gusta ser desgraciado todo el tiempo? —Mírame, Neil —dijo Andrew, señalándose a sí mismo—. ¿Te parezco desgraciado? Quería arrancarle la sonrisa de la cara, pero aquella respuesta odiosa no era solo culpa de Andrew. Neil tenía que enfrentarse a la cortina de humo de su medicación. Ninguno de los dos podía cambiar eso, pero el saber por qué Andrew se comportaba así no lo hacía menos frustrante. Su única opción era controlar su temperamento. Si Andrew conseguía cabrearlo, la conversación habría terminado. Eso era lo que él quería y Neil no pensaba permitirlo. —Lo que me parece es que estás colocado hasta las cejas —dijo Neil— y cuando no estás medicado bebes y te metes polvo de galleta. ¿Quién saldrá perjudicado de verdad una vez que te quiten la medicación? Andrew se rio. —Empiezo a recordar por qué te detesto. —Me sorprende que lo hayas olvidado. —No lo he hecho —dijo Andrew—. Solo me había distraído un momento. Le dije que era un error dejar que te quedaras, pero no me creyó. Y ahora mira. Por una vez ni siquiera voy a molestarme en decir «te lo dije». Eres un aguafiestas. —¿Renee? —adivinó Neil. —Bee. A Neil se le heló la sangre. —¿Qué le has contado de mí? Andrew sonrió al ver su cara. —¡Eso es confidencial entre médico y paciente, Neil! Pero no pongas esa cara de miedo. No le he contado tu historieta dramática. Simplemente hablamos de ti. Hay una diferencia crítica entre las dos cosas, ¿lo ves? Le dije que no vales la pena para todos los problemas que das. Ella estaba deseando conocerte, pero no me ha dicho qué opina de ti. Ya sabes, no puede. Pero sé que le gustas. A Bee le encantan las causas perdidas. —Yo no soy una causa perdida. Negar aquello era algo automático y una pérdida de tiempo. Andrew le cubrió la boca con la mano para acallarlo. —Mentiroso. Pero por eso eres tan interesante. También por eso eres peligroso. A estas alturas debería haber aprendido la lección. Igual no soy tan listo como me creo. No sé si es decepcionante o entretenido. ¿Cómo debería sentirme? Neil sentía cómo la réplica perfecta le quemaba en la boca, pero se calló a la espera de ver si Andrew había terminado de hablar. La respuesta estaba ahí, justo fuera de su alcance, lo bastante cerca como para que Neil pudiera sentirla, pero demasiado lejos como para llegar a comprenderla. Puede que Andrew lo sintiera también, porque incluso colocado supo que debía callarse. La sonrisa que le dedicó a Neil se burlaba de ambos por lo que había estado a punto de pasar. Se separó por completo, dejando atrás tan solo el recuerdo de su pulso contra la boca de Neil, y se giró para darle la espalda. —Voy a buscar a Kevin. Es un lento. Neil lo observó marcharse, soltó un bufido exasperado y se giró de nuevo hacia las raquetas. Andrew no regresó, pero Kevin apareció al cabo de un minuto. Leyó los carteles por encima y descolgó cinco raquetas para que Neil las probara. —Tienen una cancha de práctica en la última planta — dijo Kevin—. Vamos. La cajera tomó un cubo de pelotas y una llave y los guio a través de la puerta colocada tras la caja. La cuarta planta estaba dividida en dos pequeñas canchas de prácticas y un pasillo estrecho. La chica abrió la puerta de una de las canchas, así que Neil dejó las raquetas a un lado y se puso las protecciones dispuestas en los ganchos de la pared. La pechera de Exites iba por encima de la camiseta y a Neil le recordó un poco al chaleco antibalas que su madre le había dado en Europa. Hizo a un lado aquellos pensamientos y se puso los guantes y un casco. Kevin colocó las raquetas y las pelotas dentro de la cancha mientras él se preparaba y después cerró la puerta, dejándolo solo para practicar. Neil había creído que las raquetas eran difíciles de manejar solo con sostenerlas. Usarlas para disparar era aún peor. Eran cuatro o cinco veces más pesadas que las que le había dado Wymack. La sensación de tenerlas en las manos era diferente y ralentizaban sus tiros. Aun así, el sonido de las pelotas rebotando contra la pared hizo que un remolino siniestro de poder le recorriera las venas. Cada rebote sonaba como una pequeña explosión. No podía evitar imaginarse cómo sería cuando fuera capaz de tirar con la misma velocidad de antes. Los tiros serían misiles directos a puerta que dejarían pasmados a los porteros a su paso. Probó todas las raquetas unas cuantas veces, permitiéndose un par de rondas para adaptarse y decidiendo después cuál parecía más adecuada. Ahora mismo ninguna le resultaba natural, pero cuanto más las utilizaba, más fácil era averiguar cuáles descartar. Una era demasiado grande; jamás llegaría a acostumbrarse. Dos de ellas las rechazó después de la tercera ronda. Era incapaz de decidirse entre las dos últimas, así que se las llevó a Kevin. Este las inspeccionó de arriba abajo, girándolas hacia un lado y al otro y examinando el borde curvado de la parte superior. Por fin, le indicó una a la cajera. —Nos llevamos este modelo. Neil colgó las protecciones, recogió las pelotas y las raquetas y esperó a que la chica cerrara la cancha. Bajaron las escaleras de nuevo y la cajera les pidió que dejaran las raquetas descartadas en un carrito. Le pasó una hoja de pedido a Neil sobre el mostrador. Tenían que pedir las raquetas en los colores del Palmetto. Exites se encargaría de ello y se las enviaría. Neil creía que sería tan fácil como marcar una casilla y ya está, pero la marca que había escogido ofrecía cuatro diseños diferentes. Dudó un momento antes de marcar el más sencillo y escribir la dirección de la Madriguera. —¿Tenéis alguna en el almacén? —preguntó Kevin mientras Neil estaba escribiendo—. Necesitamos una raqueta de la talla tres para entrenar. —Deberíamos tenerla —dijo ella. Tecleó un par de cosas en el ordenador, miró la pantalla y desapareció por la puerta del almacén. Neil había terminado antes de que regresara. Ella escaneó el código de barras de la raqueta e introdujo los números de la solicitud de Neil. Este vio por fin el precio final de las raquetas y casi se atragantó con su propia saliva. Por aquella cantidad podía comprar un billete a Inglaterra. —Tiene que ser un error —dijo en francés. —Si quieres calidad, tienes que pagar por ella — respondió Kevin, indiferente. —No necesito tres —dijo Neil—. Dile que devuelva esta. —Las raquetas con los colores tardarán una semana en llegar —dijo Kevin—. No podemos perder tanto tiempo. Si el entrenador tiene un problema con el precio que me lo diga, pero ya debería saber lo caro que es tenerme en el equipo. Esta noche iremos a la cancha para que puedas calentar antes del entrenamiento de mañana. Kevin le dio la tarjeta de gastos del equipo a la cajera y firmó la factura con un garabato sencillo. Metió ambas cosas en la cartera para entregárselas después a Wymack. La raqueta para los entrenamientos se la pasó a Neil. Saber el precio parecía aumentar su peso cien veces al sostenerla. Kevin respondió a la despedida alegre de la cajera con un asentimiento de cabeza y dirigió a Neil hacia las escaleras. Encontraron a Aaron y a Nicky en la planta baja. Andrew estaba fumando en la acera junto a la puerta. Neil no quería dejar algo tan valioso en el maletero, así que se subió al asiento trasero con la raqueta. O bien se le había olvidado la discusión de antes, o bien la medicación había borrado sus efectos, porque Andrew enredó los dedos en la red de la nueva raqueta de Neil y le dio un tirón con curiosidad. No dijo nada, pero no hizo falta. Nicky se dedicó a incordiar a Kevin con una docena de preguntas sobre la raqueta mientras conducía, alejándolos de Exites. Al principio, Neil pensó que era verdadera curiosidad, pero la tensión cada vez mayor en la voz de Nicky estaba cargada de nerviosismo. La antigua casa de Nicky no estaba lejos. Los Hemmick vivían en un edificio de dos plantas en las afueras del sur de Columbia. Neil miró por la ventana del lado de Andrew mientras Nicky aparcaba junto al bordillo. Desde fuera, la casa tenía una apariencia perfecta. El césped era de un verde brillante y estaba podado con esmero, los coches junto a la entrada eran nuevos y estaban impolutos, y la casa era de un color azul pálido con contraventanas oscuras. Parecía una casa normal de clase media, lo cual hacía que la reacción de los primos fuera aún más surrealista. Nadie habló cuando Nicky apagó el motor, ni siquiera Andrew. Nicky tamborileó los dedos contra el volante. —Puede que esto haya sido un error. —Y lo dice ahora —dijo Andrew, bajándose del coche—. Demasiado tarde. Neil apartó la raqueta a un lado y salió del coche, pero Andrew coló una mano y la agarró en cuanto Neil se hubo apartado. La giró de manera experimental, evaluando su peso, y después se la colocó al hombro antes de echar a andar hacia los otros coches. Nicky salió del vehículo como si estuviera ardiendo. —¿Qué haces? —Tiene el coche demasiado impecable para un pastor — dijo Andrew—. Le voy a dar un poquito de humildad. Nicky fue corriendo tras él y le quitó la raqueta de las manos. Andrew podría haberse aferrado a ella, pero al parecer la expresión de terror del rostro de Nicky le resultaba más divertida. Se rio de la evidente angustia de su primo y le dirigió un gesto exagerado para indicarle que encabezara la marcha. Nicky le pasó la raqueta a Neil. Este y Kevin caminaron por detrás de los otros mientras cruzaban el jardín delantero. Aaron y Andrew aguardaron en el sendero que llevaba a la puerta, el uno junto al otro, y Neil pensó que no recordaba haberlos visto nunca así. Nicky se detuvo frente a la puerta, callado e inmóvil, y tardó casi un minuto antes de conseguir llamar al timbre. En cuanto lo hizo, se apartó hasta el borde del porche a esperar. Andrew giró la cabeza hacia atrás para sonreír a Neil y este le contestó sacudiendo la cabeza. María Hemmick abrió la puerta. Era más alta de lo que Neil esperaba, pero enseguida vio el parecido entre Nicky y ella. La primera vez que Neil hizo un comentario sobre la diferencia de aspecto entre Nicky y sus primos, este había bromeado con que ella era la culpable. Andrew y Aaron eran pálidos y rubios, mientras que Nicky había heredado la piel oscura de su madre mexicana. También tenía sus ojos y la misma curva en la boca, pero Nicky jamás había sonreído de aquella manera, tan pequeña y educada que apenas resultaba hospitalaria. —¿Por qué has llamado al timbre? —preguntó a modo de saludo. —Esta ya no es mi casa —le recordó Nicky. Ella hizo un mohín, pero no lo contradijo. Se hizo a un lado, así que los demás intercambiaron el frío de fuera por la calidez de la entrada. María cerró la puerta tras ellos y se giró para recibir a sus invitados. Ahora Neil y Kevin eran los que estaban más cerca de ella. Mientras los miraba, sus ojos no mostraron ningún indicio de que los reconociera, pero los saludó con un asentimiento de cabeza. —Vosotros debéis de ser Kevin y Neil —dijo—. Yo soy María. Kevin se colocó una de sus sonrisas públicas. —Encantado de conocerla. Ella se fijó entonces en los gemelos, pero su mirada pasó a través de Aaron por completo. Sonrió a Andrew. —Aaron, cuánto tiempo. —Aaron —respondió el propio Aaron. María alternó la mirada entre la sonrisa de Andrew y la expresión reticente de Aaron. —Oh, pues claro —dijo, pero no parecía muy segura. —Andrew lleva casi tres años medicándose, mamá —dijo Nicky, con una pizca de impaciencia. Andrew le aclaró las cosas con la sonrisa más deslumbrante y hostil que la medicación le permitía esbozar. —Hola, María. Es un verdadero placer volver a verte, sin duda. Qué interesante que nos hayas dejado entrar en tu casa. Pensaba que ibas a pedir una orden de alejamiento contra mí. ¿Qué ha pasado? ¿Te has acobardado? —Andrew —rogó Nicky con los dientes apretados. María se sonrojó. —Podéis dejar aquí los abrigos. —La estrecha puerta a su derecha era un armario con una docena de perchas desparejadas. María los observó mientras colgaban los abrigos y les indicó que la siguieran—. Por aquí. —¿Ni siquiera eres capaz de distinguir a tus…? —empezó Nicky, pero el resto de la pregunta cayó en el olvido cuando entró en la cocina y vio a su padre. Luther Hemmick era una hombre alto y seco, con un rostro severo. No le quedaba mucho pelo, pero tenía una barba canosa corta y cuidada. Incluso desde el otro lado de la sala, Neil podía ver la tensión en sus hombros. Luther tenía tan pocas ganas de aquel reencuentro como Nicky. Neil guardaba la esperanza de que Luther se sintiera incómodo porque pretendía relajar sus antiguos prejuicios. María fue directa a los fogones para ver cómo iba la cena, buscando algo con lo que ocuparse y abandonando la conversación en cuanto pudo. Luther no la miró, pero se tomó su tiempo examinando a sus invitados. Su expresión no varió mientras evaluaba a Neil y a Kevin, y no se detuvo mucho tiempo en ellos. Neil no creyó que fueran imaginaciones suyas cuando Luther se pasó más tiempo mirando a Andrew que a su propio hijo. Aquello hizo que se preguntara si sospechaba algo sobre el papel que Andrew había tenido en la muerte de su hermana, y si había una parte de él que lo culpaba de todas formas. Nicky había dicho que Tilda se había sumido aún más en su depresión y en las drogas cuando Andrew había salido del correccional. Quizás Luther se arrepentía de haber descubierto la existencia de Andrew. Neil se distrajo mirando a su alrededor, desde las cruces y citas bíblicas que colgaban de las paredes hasta la cocina, que parecía recién salida de un catálogo. La mesa cuadrada solo tenía dos sillas, pero la puerta de atrás estaba abierta. La puerta con la mosquitera seguía cerrada, pero a través de ella Neil podía ver el porche trasero. Allí habían colocado una mesa más grande, preparada para que todos pudieran sentarse. —Nicky —dijo Luther por fin—. Aaron, Andrew. Nicky había enmudecido, pero Aaron consiguió hablar. —Hola, tío Luther. Este sonrió, solo un poco. Volvió a mirar a Neil y a Kevin. —Yo soy el padre de Nicky. Podéis llamarme Luther. Bienvenidos a mi hogar. —Gracias por invitarnos —dijo Kevin. —Puedes dejar eso aquí. —Luther señaló la raqueta de Neil con la mirada. Esperó a que Neil la dejara apoyada en la pared e hizo un gesto hacia la puerta trasera—. Poneos cómodos, por favor. La cena estará lista enseguida. Nicky los llevó hasta el porche trasero. Estaba cerrado con muros a media altura y mosquiteras. Había lámparas que hacían de radiadores en cada esquina. Las mosquiteras dejaban escapar algo de calor, pero también los aislaban de la mayor parte de la brisa de noviembre, haciendo que se estuviera más cómodo allí que en el interior de la casa. La mesa tenía ocho sillas, tres a cada lado y dos en los extremos. A juzgar por la servilleta de encaje en uno de ellos, los Hemmick pensaban sentarse en ambas cabeceras de la mesa y repartir a sus invitados entre los dos. Nicky se sentó en uno de los espacios centrales, poniendo una silla entre él y cualquiera de sus dos padres. Aaron se sentó entre Nicky y la silla que pertenecía a María. Kevin y Neil se colocaron a ambos lados de Andrew al otro lado de la mesa para poder vigilarlo, con Neil más cerca de Luther y Kevin sentado junto a María. Luther y María tuvieron que hacer tres viajes para sacar toda la comida. En cuanto se hubieron sentado, inclinaron la cabeza. Neil no se dio cuenta de qué estaba pasando hasta que Luther empezó a rezar. Inclinó la cabeza con un poco de retraso y miró a Andrew de reojo. Este ni siquiera estaba fingiendo rezar, incluso con Kevin a su otro lado siguiéndoles la corriente por educación. Andrew tenía un brazo enganchado al respaldo de la silla y estaba repiqueteando en la mesa con el tenedor en un contrapunto espantoso con las palabras de Luther. Este sin duda se sintió ofendido, pero quizás había aprendido hacía tiempo que no servía de nada rogarle a Andrew que tuviera un poco de respeto. Al terminar, se enderezó y comenzó a servirse comida de la bandeja más cercana. El resto se lo tomaron como una señal para empezar, pero Neil tenía que esperar a que Andrew o Luther terminaran antes de poder servirse. Luther notó que no estaba haciendo nada y lo miró. —¿Eres religioso? —No —dijo Neil. Luther le dejó un minuto para explicarse, pero Neil le devolvió la mirada en silencio. Por fin, Luther frunció el ceño en un gesto de desaprobación e insistió. —¿Por qué no? —Preferiría no hablar del tema —dijo Neil—. No quiero dar pie a una discusión. —Vaya novedad —se rio Andrew—. Normalmente te encanta airear tus opiniones. —No veo cómo una pregunta así puede suponer una discusión —dijo Luther a Neil. —¿De verdad es esa la primera pregunta que quieres hacer, papá? —preguntó Nicky—. ¿No quieres saber cómo estamos? ¿O cómo nos van las clases? ¿O cómo llevamos la temporada? Ayer jugamos en Florida. Y ganamos, ¿sabes? —Felicidades —dijo Luther de forma automática. —Ya, suena muy sincero —dijo Nicky, aunque parecía más triste que molesto. Lo que siguió fue un silencio incómodo, pero Nicky lo rompió sin mucho entusiasmo—. ¿Cuándo habéis pintado la cocina? —Hace dos años —dijo María—. El contratista va a nuestra iglesia. Ha quedado bien, ¿verdad? —Esperó a que Nicky expresara su asentimiento en voz baja, y luego miró a Luther en busca de inspiración—. Entonces, ¿qué estás estudiando, Nicholas? Una parte de Neil había supuesto que Nicky estaba exagerando cuando hablaba de lo tensa que era la relación con su familia, pero Nicky cursaba ya su segundo año de universidad y sus padres aún no sabían qué carrera estaba estudiando. Neil no sabía si María lo preguntaba porque quería saber de la vida de su hijo o si solo estaba intentando llenar el silencio. Esperaba que fuera la primera opción; la segunda era demasiado difícil de aceptar. Puede que la madre de Neil a veces fuera violenta y horrible, pero se dedicaba a él en cuerpo y alma. Eran dos mitades de una misma unidad desdichada, conspiradores inseparables. —Marketing —dijo Nicky—. La prima de Erik trabaja como relaciones públicas para una empresa en Stuttgart. Cree que puede conseguirme un puesto cuando me gradúe si saco buenas notas. —¿Vas a volver a Alemania? —María miró a su marido, alarmada. Nicky apretó los dientes, pero miró a su madre a los ojos. —Sí. Erik tiene su carrera allí. No puedo pedirle que la abandone solo por mí, y de todas formas tampoco quiero que lo haga. Me encantó vivir en Alemania. Es un sitio estupendo. Deberíais venir a visitarnos algún día. —Visitaros —dijo María, con la voz débil—. Seguís… No fue capaz de terminar, así que Nicky lo hizo por ella. —Sí, seguimos juntos. Volví para hacerme cargo de Andrew y de Aaron, no porque las cosas se torcieran con Erik. Le quiero, ¿vale? Siempre lo he hecho y siempre lo haré. ¿Cuándo os va a entrar en la cabeza? —¿Cuándo vas a aceptar tú que no está bien? —preguntó Luther—. La homosexualidad es… —Luther —interrumpió Andrew. Solo dijo eso, pero este lo miró con precaución. —Le quiero —insistió Nicky—. ¿Eso no cuenta para nada? ¿Por qué no podéis alegraros por nosotros? ¿Por qué no podéis darle una oportunidad? —No podemos consentir un pecado —dijo María. —No tenéis que aceptar el pecado —dijo Nicky—, pero se supone que debéis perdonar y amar al pecador. ¿No es eso lo que implica la fe? —La fe es seguir el credo de nuestro Señor —dijo Luther. —Pero no puede ser todo blanco o negro —dijo Nicky, lastimero—. No puedo aceptarlo. ¿Por qué nos habéis hecho venir si solo íbamos a repetir la misma pelea de siempre? A Luther no pareció afectarle la angustia descorazonadora de su hijo. —Unos eventos recientes han sacado a la luz ciertas cosas que nos han hecho replantearnos nuestra situación actual. Estamos comprometidos a reparar esta familia. — Miró a María, que asintió con la cabeza, contenta de animarle—. Pero comprendemos que será un camino largo y arduo. Os hemos hecho venir para que podamos decidir juntos cuáles son los primeros pasos. —Ilumínanos —dijo Andrew, inclinándose hacia delante sobre su plato como si estuviera impaciente por escuchar la respuesta—. Si el primer paso no es la tolerancia, ¿cómo van a arreglar este desastre dos fanáticos intolerantes como vosotros? Luther le devolvió la mirada con calma. —Compensando errores pasados. Por eso estás aquí. —Oh, no —dijo Andrew—. Yo solo estoy aquí porque Neil lloriqueó hasta que acepté venir. A mí no me metas en esto. Luther frunció el ceño. Al otro lado de la mesa, María alzó una mano pidiendo paz. —Vamos a comer. Esta conversación es demasiado difícil como para tenerla con el estómago vacío. Después de la cena volveremos a intentarlo y el postre será la recompensa por nuestros esfuerzos. La tarta está en el horno. Es de manzana, Nicholas. Solía ser tu favorita. Era una ofrenda de paz bastante pobre teniendo en cuenta la dureza de las palabras que había interrumpido, pero Nicky estaba desesperado por cualquier atisbo de esperanza. Asintió y empezó a comer. El silencio se extendió por la mesa durante un rato hasta que Aaron lo rompió. Hizo preguntas sobre gente y lugares que Neil no reconocía, probablemente gente que había conocido cuando Tilda y él se mudaron a Columbia hacía ocho años. Era un tema neutral en el que Luther y María podían participar sin dificultades, y así Nicky ganaba un poco de tiempo para calmarse. Andrew se levantó cuando casi habían acabado de cenar y entró en la casa. Luther echó la silla hacia atrás y lo siguió para hablar con él en privado. Neil podía oír el sonido de sus voces a través de la puerta con la mosquitera, pero no era capaz de distinguir las palabras. Agudizó el oído, buscando algún sonido que indicara violencia. Pensó que debería ir a hacer de árbitro, pero su presencia acabaría con la conversación. Luther había dicho que quería compensar los errores del pasado. Si se estaba disculpando, Andrew necesitaba escucharlo le gustara o no. Con énfasis en la segunda opción, decidió Neil, porque Andrew estaba empezando a levantar la voz. Neil captó retazos de palabras, pero María comenzó a hablar a un volumen más alto para cubrir el alboroto. Neil casi la mandó callar antes de darse cuenta de que estaba hablando con Nicky sobre la temporada. Quería escuchar lo que decía Andrew, pero sobre todo quería que Nicky arreglara las cosas con su madre. Guardó silencio y dejó la mirada clavada en la puerta trasera. Si Luther gritaba de dolor, sería capaz de oírlo sin importar lo alto que hablaran Nicky y María. Luther volvió solo, con apariencia cansada y derrotada, pero ileso. Andrew no lo siguió. Luther recuperó su asiento y se volvió hacia Aaron. Neil esperó, contando los segundos y después los minutos hasta que volviera Andrew. La medicación pronto controlaría su temperamento y resetearía su mal humor de vuelta a su estado de apatía habitual. Neil podía esperar y después descubrir qué respuestas tendría que intercambiar con Andrew para saber qué había ocurrido en la cocina. María entró a ver cómo iba la tarta. Regresó complacida. —Creo que le quedan cinco minutos. Andrew aún no había vuelto. Neil pensó por un segundo que se había montado en el coche y se había marchado sin ellos, pero nunca lo había visto conducir colocado. La medicación lo volvía demasiado inquieto e hiperconsciente como para concentrarse en la carretera, así que no lo haría. Neil pensó en su raqueta en la cocina y en el coche caro de Luther en la entrada. Todos lo miraron cuando se puso en pie. —Voy a recoger la mesa —dijo. —Kevin y yo te ayudamos —dijo Aaron, mirando a Nicky de manera significativa—. Así tendréis un rato para hablar a solas. Neil apiló los platos tan rápido como le fue posible sin romper nada. Kevin tenía una mano libre para abrir la puerta, así que encabezó la marcha, y Neil casi le pisó los talones con las prisas. Lo primero que hizo fue buscar su raqueta con la mirada y se sintió aliviado al verla donde la había dejado. Tras el alivio llegaron la confusión y la alarma, porque Andrew no estaba en la cocina. —Neil —dijo Nicky mientras Aaron dejaba que la puerta se cerrara a sus espaldas. Neil dejó la pila de platos en la mesa de la cocina y volvió a abrir la puerta trasera—. ¿Andrew está…? Esto… —Se pensó mejor lo que iba a decir y habló en alemán—. Asegúrate de que Andrew no está rompiendo nada de valor, ¿quieres? —No seas maleducado, Nicholas —dijo María—. Habla en un idioma que entendamos todos, por favor. —Voy a buscar a Andrew —prometió Neil, para que todos lo entendieran. —No hay de qué preocuparse —dijo María antes de que Neil pudiera entrar de nuevo en la casa—. De hecho, es muy alentador que esté tardando tanto. Volverá en cuanto haya terminado de hablar con Drake. A Neil se le paró el corazón. —¿Qué? —Esta cena no fue idea nuestra en principio —dijo Luther—. Uno de los antiguos hermanos de acogida de Andrew acudió a nosotros en busca de ayuda. Se separaron de forma poco amistosa hace años y hacía tanto que no hablaban que creía que el daño a la relación era irreparable. Eso nos hizo pensar en nuestros problemas familiares y nos inspiró a intentar volver a conectar. La voz de Luther era un zumbido en la cabeza de Neil, ahogado por las súplicas insistentes de Higgins a Andrew para que lo ayudara. El policía había dicho que la investigación sobre Richard Spear no había llegado a nada. Richard no era el hombre contra el que querían presentar cargos. No era él a quien uno de los niños de acogida de los Spear tenía demasiado miedo como para implicar. Higgins tenía un nuevo sospechoso en mente, pero Andrew lo había echado de Carolina del Sur en cuanto oyó el nombre de Drake. —Drake —dijo Neil—. ¿Era Drake Spear? ¿El hijo de Richard y Cass? Luther titubeó. —¿Andrew te ha hablado de él? Neil dejó que la puerta se cerrara de un portazo tras él y atravesó la cocina a toda velocidad. Hacía rato que Andrew había desaparecido. O Drake estaba muerto, o Andrew estaba en peligro. Neil no sabía cuál de las dos era la suposición correcta, pero no pensaba enfrentarse a aquella situación con las manos vacías. Se le daba bien buscar pelea, pero no solía ganar. Eso no quería decir que no pudiera inclinar la balanza a su favor. Agarró a Aaron como refuerzos porque lo tenía más a mano que a Kevin y tomó su raqueta de camino a la entrada. —¿Qué cojones está pasando? —preguntó Aaron, pero Neil lo acalló con un siseo violento. Tuvo que soltarlo cuando llegaron a las escaleras porque no podía tirar de él y esperar que fuera sigiloso. Casi esperaba que se marchara ahora que lo había soltado, pero la urgencia había despertado su curiosidad. Neil subió los escalones enmoquetados tan silenciosamente como le fue posible. Aaron no hizo ningún ruido mientras lo seguía. Neil supuso que había estado en aquella casa las veces suficientes como para saber qué escalones crujían al pisarlos. Todas las puertas de la segunda planta estaban abiertas excepto una, y Neil oyó el ruido sordo de algo golpeando la pared en la distancia. Intentó girar el picaporte, pero la puerta estaba cerrada con pestillo. Se acercó a la siguiente puerta del pasillo para ver de qué tipo de madera estaban hechas. Era conglomerado recubierto de contrachapado con el interior hueco, bastante fácil de romper a patadas. Aaron tenía una mano levantada para aporrear la puerta, así que Neil le puso la raqueta enfrente. Este la agarró por instinto. Neil se tomó medio segundo para prepararse y estampó el talón contra la puerta tan cerca del picaporte como fue capaz. La madera se astilló alrededor del zapato y el talón casi se le quedó enganchado en el borde irregular cuando intentó retirarlo. —Joder… —empezó Aaron, sorprendido, pero Neil le propinó otra patada salvaje a la puerta. Esta vez se abrió de golpe. Neil entró a trompicones. Le hicieron falta dos pasos para volver a encontrar el equilibrio y entonces levantó la vista hacia la pelea que habían interrumpido. Drake dijo algo. Neil no supo el qué. Más tarde recordaría las palabras, cargadas de ira y exigiendo saber qué hacían irrumpiendo de aquella manera. Pero en aquel momento la voz de Drake no era más que un rugido en sus oídos, o puede que aquello fuera el ruido del mundo derrumbándose a su alrededor. No lo sabía. Solo tuvo un segundo para absorberlo, pero aquel segundo marcó a fuego en su memoria detalles horripilantes que jamás sería capaz de olvidar. Drake tenía la cara llena de líneas irregulares y sanguinolentas, heridas provenientes de uñas desesperadas. Su cuerpo, alto, tatuado y musculoso, tenía a Andrew atrapado contra el colchón con tan solo su peso. Un brazo contra la nuca de este lo obligaba a hundir el rostro en una almohada manchada de sangre. La otra mano de Drake estaba contra el cabecero, apretando las muñecas de Andrew con tanta fuerza que sus dedos estaban pálidos y exangües. Neil vio demasiada sangre y demasiada piel expuesta. Sabía qué era lo que tenía delante, sabía lo que significaba, pero aún no podía creerlo. Eso no impidió que se lanzara hacia Drake. Aaron fue más rápido. Pasó junto a Neil a toda velocidad, empujándolo con tanta fuerza que casi lo tumbó. Drake tenía aspecto de poder con cualquiera de ellos, incluso con los pantalones por los tobillos, pero estaba demasiado enredado en las sábanas como para incorporarse a tiempo. Aaron no esperó a que lo hiciera. Levantó la raqueta de Neil y le asestó un golpe de abajo arriba tan rápido y con tanta fuerza que el aire silbó al pasar entre las cuerdas de la red. Alcanzó a Drake en la sien, destrozándole la cuenca de un ojo y clavándole la raqueta en el cráneo con un crujido húmedo. La sangre salpicó la pared, las cortinas cerradas frente a la ventana y a Aaron. El cuerpo de Drake se derrumbó y cayó por el borde opuesto de la cama, arrastrando las sábanas consigo e impactando contra el suelo con el ruido sordo de la carne muerta. El siguiente impacto fue la raqueta de Neil al escurrirse de entre los dedos insensibles de Aaron. Neil no podía mirarlo, no podía mirar a Drake, no podía mirar a nada ni a nadie que no fuera Andrew. Llevaba puesta solo una camisa, tumbado bocabajo en la cama. Estaba cubierto de sangre y de cientos de sombras que se oscurecerían hasta formar horribles moratones. Tenía las manos aferradas al cabecero como si estuvieran pegadas a él y se estaba riendo. La almohada ahogaba el sonido, pero Neil lo oyó y provocó que el mundo entero se balanceara bajo sus pies. Quería taparse los oídos para no tener que escucharlo, pero no tenía tiempo. El ruido de pisadas a sus espaldas significaba que Kevin estaba de camino para investigar el escándalo. Neil se lanzó hacia delante y se subió al colchón junto a Andrew. Alargó la mano, tomó el borde de la sábana y tiró de ella con fuerza para liberarla del cuerpo de Drake. Apenas había cubierto a medias a Andrew con la sábana sanguinolenta cuando Kevin llegó hasta ellos. Neil no supo cuánto llegó a ver. No era capaz de mirarlo para ver su reacción, pero un ruido sordo le indicó que había reculado al ver la escena y se había dado contra el quicio de la puerta. Un segundo después, se había marchado. Neil lo oyó bajar corriendo las escaleras a tanta velocidad que fue un milagro que no se cayera y se rompiera algo. Neil sabía que había ido a buscar a Nicky y a Luther. Había ido a llamar a la policía. El saber que pronto llegarían los médicos hizo que el nudo en su garganta se aflojara un poco, pero aún tenía las entrañas revueltas. —Ey —dijo Neil, o al menos creyó que fue él quien lo dijo. No era capaz de reconocer su propia voz—. Andrew. Andrew, ¿estás…? No podía preguntarle si estaba bien. No era tan cruel. Si hubiera podido, le habría rogado que dejara de reírse, pero cada palabra que emitía amenazaba con provocarle una arcada. Solo podía aguantar, aferrado a la sábana con la que había cubierto a Andrew hasta los hombros con todas sus fuerzas. —Qué silencio de repente —dijo Andrew, con tono de sorpresa. Soltó por fin el cabecero y movió los dedos como si estuviera relajándolos después de un calambre. Colocó las manos contra el colchón e intentó incorporarse. A mitad de camino se congeló y empezó a reírse de nuevo—. Oh, qué desagradable. Esto no me gusta un pelo. Neil podía sentir cómo temblaba bajo la sábana, pero el cuerpo de Andrew y su mente estaban operando en dos frecuencias distintas. Su sonrisa era amplia y salvaje mientras se burlaba de su propio dolor. Neil quería pedirle que se estuviera quieto, pero Andrew había conseguido incorporarse por fin. La sábana amenazaba con escurrirse hacia abajo, así que Neil lo envolvió con más fuerza. Andrew lo permitió con una expresión divertida. Tenía una mancha de sangre medio seca desde la mejilla hasta el mentón, proveniente de una herida en la sien. Andrew vio hacia dónde estaba mirando. —Creo que tengo una conmoción cerebral. O eso o los médicos se olvidaron de mencionarme este nuevo efecto secundario de la medicación. Si te vomito encima, que sepas que solo es a propósito a medias. Neil pensó que sería él quien perdiera la batalla contra su estómago el primero. El sonido ahogado que emitió Aaron fue su mejor intento de pronunciar el nombre de Andrew. Apenas fue inteligible, pero fue suficiente. Andrew, que apenas había dado muestras de ser consciente de la existencia de Aaron en todo el tiempo que Neil los había conocido, miró a su hermano de inmediato. Sacó una mano de entre las sábanas y le ordenó con un gesto que se acercara. Aaron se subió a la cama y alargó una mano hacia Andrew. Este intentó apartarse, pero aquello fue al fin demasiado para su estómago. Neil lo ayudó a inclinarse mientras las arcadas lo sobrecogían. —Andrew —dijo Aaron, con la voz llena de miedo y desesperación. Se aferró a su hermano como si pensara que si lo soltaba, desaparecería—. Andrew, yo no… Él… Andrew escupió un par de veces e intentó inspirar con dificultad. —Calla, calla. Calla. Mírame —dijo, pero aún tardó en poder incorporarse para enfrentarse a Aaron. Apretó una mano contra la camisa manchada de sangre de este—. Estás cubierto. ¿Qué te ha hecho? —No es mía —dijo Aaron—. No es mía, es… Andrew, él… Andrew le tocó la sien donde estaba su propia herida, como si esperara encontrar una idéntica. —¿Te ha tocado? —¿Qué te ha…? Andrew enredó los dedos en el pelo de Aaron y tiró para acallarlo. —Contéstame. Te he preguntado si te ha tocado. —No —contestó Aaron. —Lo voy a matar —dijo Andrew. —Ya está muerto —dijo Neil. —Eso explica el silencio —dijo Andrew—, pero no me refería a él. Mira, ni siquiera tenemos que movernos. Viene él hasta nosotros. Neil se dio cuenta de que se refería a Luther. Volvían a sonar pisadas en las escaleras, demasiadas como para ser solo Kevin. Daba la sensación de que traía un ejército entero consigo, pero puede que eso fueran solo los latidos de Neil retumbándole en los oídos. Giró la cabeza hacia atrás para ver a Kevin y Nicky cruzar el umbral. A Nicky solo le hizo falta un segundo para ver la cantidad de sangre y fue hacia la cama, horrorizado. —Dios mío. —No —dijo Neil, levantando una mano para detenerlo. No supo si Nicky lo oyó o si simplemente se dio cuenta de que no había espacio para él en la cama. Se detuvo tan cerca como pudo y alargó ambas manos hacia el rostro de Andrew. Este intentó inclinarse hacia atrás para que no pudiera alcanzarlo, pero estaba demasiado inestable y las náuseas no le dejaron moverse lo bastante rápido. Nicky le tomó el rostro entre las manos. —¿Qué ha pasado, Andrew? —preguntó, frenético—. ¿Estás bien? Dios, hay tanta sangre. ¿Estás…? —Nicky —dijo Andrew—, tengo que hablar con tu padre. Tienes dos segundos para apartarte. Neil no sabía cómo Andrew había podido ver su llegada con Nicky en medio, pero Luther estaba congelado en el interior de la habitación, a apenas un par de pasos de la puerta. Nicky miró a Andrew, a las sábanas destrozadas y al cuerpo que sangraba en el suelo. Al ver el estado de Drake, se le descompuso el rostro. El sonido que emitió no parecía humano. Neil lo sintió como veneno en las venas, pero Andrew se limitó a echarse a reír. —Uno —dijo. —Nicky —dijo Neil—. Apártate. Este soltó a Andrew y cayó de rodillas junto a la cama. Eso permitió a Andrew ver a Luther por encima de su cabeza sin nada de por medio. Ya sabía que Luther estaba allí, pero fingió sorprenderse al verlo. La expresión que siguió a la sorpresa un segundo después parecía casi entusiasmada. Puede que Neil se lo hubiera creído si no fuera por la manera implacable en la que Andrew aún se aferraba al pelo de su hermano. —Oh, Luther —dijo Andrew—. Qué bien, estás aquí. Así no tengo que molestarme en ir a buscarte abajo. Oye, ya que te tengo delante, ¿quieres explicarme qué hace aquí Drake? Estoy deseando escucharlo. Espero que sea una buena historia. —¿Qué demonios…? —empezó Luther, con la voz ronca. —Oh, no —lo interrumpió Andrew—. No. No me preguntes eso. Ya lo sabes. Ya lo sabes —repitió, con énfasis. Andrew se inclinó hacia delante tanto como se atrevió. Empezó a oscilar, pero Neil lo agarró del hombro para que no se cayera—. Parece ser que al final yo tenía razón. ¿O sigues creyendo que ha sido todo un malentendido? Venga, dime otra vez eso de que estoy demasiado desequilibrado como para entender lo que es el afecto y el amor normal entre hermanos. Dime que esto es natural. Nicky tenía pinta de que alguien acabara de darle un puñetazo en el estómago. Aaron se encogió con todo el cuerpo. Al otro lado de la habitación, Kevin estaba mirando a Andrew como si hubiese visto un fantasma. Este no pareció darse cuenta del efecto que causaron sus palabras. Estaba sonriendo con un regocijo rabioso, fulminando a Luther con la mirada. —Oye, Luther —dijo—. Hablando de malentendidos, ¿lo recuerdo mal o me prometiste que ibas a hablar con Cass? Me dijiste que no acogería a más niños después de mí, pero por lo visto ha tenido a seis desde que salí del correccional. Seis, Luther. No se me dan muy bien los números, pero hasta yo sé que seis es bastante más que cero. ¿Cuántos de ellos crees que estaban en su casa mientras Drake estaba de permiso? »Y ahora has dejado que entre en tu casa —dijo Andrew—. Le has permitido estar bajo el mismo techo que tu hijo, que mi hermano. ¿Después de todo lo que hice para alejarlo de él? —Andrew le dio otro tirón al pelo de Aaron, acercándolo más hacia sí sin darse cuenta, y lo soltó por fin—. En cuanto vuelva a poder ponerme en pie te voy a hacer pedazos, Luther. Te estoy avisando. No lo haré dos veces. Aaron estaba pálido de miedo y de horror. —Esta no ha sido la primera vez que pasaba. Lo dijo en voz baja, como si tuviera miedo de que las palabras fueran a convertirlo en realidad. Miró a Andrew como si fuera la primera vez que lo veía en su vida. Andrew no le devolvió la mirada, así que Aaron volvió a centrarse en Luther a la fuerza. —No es la primera vez y tú lo sabías. Sabías lo que había hecho y lo trajiste de todas formas. —¿Es eso cierto? —preguntó Nicky, pero no fue capaz de apartar la mirada de Andrew para enfrentarse a su padre. Luther abrió la boca, volvió a cerrarla, con una expresión lúgubre en el rostro. Aaron solo le concedió un par de segundos para responder. —Sal de aquí —dijo y, cuando Luther no se movió lo bastante rápido, gritó—: ¡Sal de aquí! Andrew se rio mientras Luther salía de espaldas de la habitación. La puerta estaba demasiado rota como para cerrarla del todo, pero la colocó lo mejor que pudo. Neil oyó sirenas en la lejanía. Andrew lo captó unos segundos después y giró la cabeza hacia atrás. Pensó durante un momento y después se encogió de hombros y soltó a Aaron. Se quitó las bandas de los antebrazos y las dejó caer sobre el regazo de Neil. Dijo algo, pero Neil no fue capaz de oírlo. La piel pálida de las cicatrices era demasiado familiar y demasiado sorprendente como para poder contener su reacción. Agarró a Andrew de la muñeca. Empezó a girarle el brazo, convencido de que se lo había imaginado, pero Andrew le agarró el antebrazo con la mano libre. —Andrew —empezó Neil. —Dejemos las cosas claras. Si lo haces, te mataré. La fuerza de su agarre era un contraste absoluto con la sonrisa colocada de su rostro. No era un farol. Si Neil no lo soltaba de inmediato, le rompería el brazo. Neil aflojó la mano, pero extendió los dedos al hacerlo. Sintió las irregularidades de la piel destrozada bajo las yemas y se le encogió el estómago. Andrew le apartó la mano, pero lo hizo de manera calculada para no destapar su propio antebrazo. —Deshazte de eso —dijo—. A los maderos no les gusta que la gente como yo vaya armada. Los bolsillos de Neil no eran lo bastante profundos como para esconder las bandas, así que se inclinó y las escondió entre la base y el armazón de la cama. Miró a Aaron y a Nicky, pero ninguno se había percatado del momento. Aaron estaba vigilando la puerta como si pensara que Luther fuera a volver. Nicky estaba contemplando el rostro de Andrew, pero su expresión ausente indicaba que estaba a miles de kilómetros de allí. Puede que fueran la familia de Andrew, pero cuando se trataba de él, sabían tan poco como el resto. —Andrew —repitió Neil. —Haznos un favor —dijo Andrew—. Tengamos un rato de silencio. Neil no podía hacer nada que no fuera esperar a la llegada de la ambulancia y la policía. CAPÍTULO DOCE La sala de urgencias del Hospital Richmond General era un desastre abarrotado, turbio y lleno de rencor y enfermedad. Las recepcionistas del mostrador intentaban controlar el caos en la medida de lo posible, pero había demasiada gente que necesitaba atención y muy pocos médicos. Neil estaba muy lejos como para escucharlas, pero sí podía oír en sus voces que se les estaba acabando la paciencia. Las protestas y argumentos estridentes de los pacientes le llegaban con mayor facilidad. Neil los escuchó porque necesitaba algo que lo distrajera de sus pensamientos. La situación había empeorado aún más cuando la policía de Columbia llegó al hogar de los Hemmick. Los primeros policías y los paramédicos llegaron casi a la vez, pero a estos los siguieron dos coches patrulla más. Neil no sabía si era que no tenían nada mejor que hacer un domingo por la noche o si habían acudido porque a alguien se le había escapado el nombre de Kevin Day en la radio policial. Dudaba seriamente de que hicieran falta seis agentes para declarar la muerte de Drake como un caso legítimo de defensa propia. Le gustaría que les hubieran tomado declaración, echado un vistazo a los detalles truculentos de la escena y se hubieran despedido de Aaron con un apretón de manos. Sin embargo, la última vez que lo había visto, estaba bajando las escaleras con las manos esposadas. Poco después, la policía había montado en la ambulancia a un Andrew que parecía de lo más entretenido y lo habían mandado aquí. Neil no sabía si aquello era la mala suerte habitual de los Zorros, si lo había gafado todo con su simple presencia o si las violaciones y asesinatos siempre eran tan complicados. No tenía ni idea y ya apenas era capaz de pensar. El instinto lo había hecho dividir el grupo de la única manera posible. Kevin quería acudir al hospital y esperar a que le dieran el alta a Andrew, pero su rostro era demasiado conocido. Lo último que necesitaban era atraer más atención. Neil lo había mandado junto a Nicky a la comisaría a esperar a Aaron. Él había acudido solo al hospital en cuanto la policía se hubo cansado de intentar sacarle información. Ya llevaba casi cuarenta minutos esperando. Estaba intentando no mirar el reloj, pero no podía evitarlo. La gente a su alrededor no cambiaba con la frecuencia suficiente como para suponer una buena distracción. El hombre que entró por la puerta automática de cristal dos minutos después sí lo era. Neil estaba en pie antes de darse cuenta. El movimiento repentino atrajo la atención de Wymack y este señaló el suelo frente a sus pies con el dedo. Neil atravesó la sala abarrotada. Wymack apenas esperó a que llegara hasta él antes de volver a salir. Neil se envolvió aún más en su abrigo y lo siguió. El entrenador lo llevó hasta la zona designada para fumadores en la acera a unos siete metros de la puerta. Neil vio la bolsa de plástico que llevaba colgada del brazo, pero se le olvidó preguntar sobre ella cuando el entrenador sacó un paquete de tabaco del bolsillo. Neil alzó la mano en una petición muda. Wymack arqueó una ceja. —Tenía entendido que no fumabas. —Y no lo hago —dijo Neil. Wymack le pasó un cigarrillo de todos modos y sacó otro para él mismo. El viento era lo bastante fuerte como para que les costara trabajo encenderlos. Neil dio una calada larga para asegurarse de que había prendido bien y después ahuecó las manos alrededor del cigarrillo. El olor amargo del humo, a pesar de lo tenue que era en una noche como aquella, debería haber sido un consuelo. No lo era. —¿Qué haces aquí? —preguntó Neil. —Me ha llamado Kevin —dijo Wymack—. He traído ropa limpia para Andrew. Neil hizo los cálculos en su cabeza, pero no tenía sentido. Kevin no había usado el teléfono en el dormitorio y no hacía tanto que se habían separado como para que Wymack hubiera tenido tiempo de llegar hasta allí desde la Estatal de Palmetto. La única explicación para que el entrenador estuviera allí en aquel momento era que Kevin lo hubiera llamado cuando fue a buscar a Nicky. Conociendo a Kevin, Neil apostaría a que había llamado a Wymack antes que a emergencias. —Han detenido a Aaron —dijo Neil. —Lo sé —dijo Wymack. —¿Por qué? —Un hombre ha muerto a manos de su raqueta. —No era suya —dijo Neil—. Era mía. La policía se la ha llevado como prueba. ¿Me la devolverán o tendré que comprarme una nueva? Wymack expulsó el humo en el aire entre los dos. El viento desgarró la nube en cuanto se hubo formado. Neil observó a Wymack mientras este lo observaba a él y después volvió a centrar su atención en su cigarrillo. Lo hizo girar entre los dedos. Tenía sangre seca bajo las uñas. Por un momento, pensó que pertenecía a su madre, aferrándose a sus manos después de tantos años, obstinada. Sacudió el cigarrillo con fuerza, deshaciéndose de aquellos pensamientos junto con la ceniza. —Neil —dijo Wymack. Neil conocía bien aquel tono. —Estoy bien. —Vuelve a responderme con esa gilipollez y verás —dijo Wymack—. Me he pasado por la comisaría de camino y me han dado la versión censurada de los hechos. La policía te considera un testigo hostil, ¿lo sabías? Dicen que te has negado a hablar con ellos e incluso a decirles tu nombre. Tuvieron que preguntárselo a Kevin. —Estoy bien —repitió Neil—. Es solo que no me gusta hablar con la pasma. —Pues no hables con ellos —dijo Wymack—. Habla conmigo. —¿Qué quieres que diga? —La verdad —dijo Wymack. —No. —¿Por qué no? Neil sacudió la cabeza. No sabía cómo explicar el miedo que lo devoraba por dentro. Algo así exigía una sinceridad total y Neil llevaba mintiendo desde que aprendió a hablar. Ahora no sabía cómo decir la verdad. Si lo intentaba, ¿seguiría siendo la verdad? ¿O envenenaría las palabras solo con decirlas en voz alta? ¿Acabaría por retorcerlas por instinto? No podía arriesgarse. Andrew no se merecía aquello. —Entrenador, tienes que llamar a Oakland —dijo Neil, porque necesitaba redirigir las preguntas de Wymack a un tema más seguro—. Higgins tiene que saber lo que ha pasado. ¿Te acuerdas de él? —preguntó cuando Wymack frunció el ceño—. Llamó a principios de año porque estaba investigando al padre de Drake. Sé que el mes pasado empezó a centrarse en Drake, pero no sé si lo introdujo en el sistema como sospechoso oficial. Si no, la policía local no sabrá que deberían notificárselo. Wymack se lo quedó mirando en silencio durante un minuto y después sacó una tarjeta de su cartera. Neil vio un brillante escudo azul impreso en el anverso y supuso que era de uno de los agentes encargados de aquel desastre. No tenía intención de quedarse a escuchar aquella llamada, así que tiró la colilla al suelo y la pisó para apagarla. —Voy a entrar —dijo. Wymack no lo detuvo. Cuando volvió a la sala de urgencias, alguien había ocupado su asiento. Sin embargo, había espacio para esperar de pie en una esquina, así que apoyó la espalda contra la pared y volvió a prestar atención al mostrador. Wymack apareció un par de minutos después, intercambió unas breves palabras con las agotadas recepcionistas y les dio la bolsa de plástico. Una de ellas desapareció con la bolsa y Wymack se colocó junto a Neil a esperar. Ninguno de los dos dijo nada mientras aguardaban a que le dieran el alta a Andrew. Cuando este salió por fin, Neil casi deseó que no le hubieran permitido hacerlo. Llevaba puesta la ropa nueva que Wymack le había traído, pero ni siquiera la capucha de la sudadera podía ocultar el desastre que Drake le había hecho en la cara. Pero lo peor no eran los moratones o los cortes, sino la sonrisa deslumbrante que aún decoraba su rostro. Al verla, Neil sintió que iba a vomitar. Wymack fue a interceptar a Andrew en su camino hacia la puerta, así que Neil lo siguió. Andrew miró en su dirección al verlos acercarse y se echó a reír. —Hola, entrenador. No recuerdo haberte invitado a este entierro. —No has sido tú —dijo Wymack. —Kevin —adivinó Andrew—. Un traidor hasta el final. Parecía divertido, no molesto, y le indicó a Wymack que encabezara la marcha con un gesto. A Neil apenas le dedicó una mirada de reojo mientras salían detrás del entrenador. A pesar de la multitud que se aglomeraba en la sala de urgencias, Wymack había conseguido encontrar un buen sitio para aparcar a la vuelta de la esquina. Neil redujo el paso conforme se acercaban para que Andrew pudiera decidir dónde sentarse primero. Este abrió la puerta del copiloto, pero no se montó. En vez de sentarse, tamborileó los dedos en la puerta y contempló el asiento como si fuera un misterio inescrutable. Neil no comprendía por qué estaba dudando, pero Wymack sí. —Atrás tendrás más espacio para estirarte. —Tienes razón —dijo Andrew, pero se subió al asiento delantero de todas formas. Neil vio cómo se le ponían blancos los nudillos al montarse, hasta que Andrew se rio y dijo «ay» no comprendió la intensidad del dolor que debía de estar soportando. Neil se subió al asiento trasero y se puso el cinturón con dedos insensibles. Wymack cerró la puerta con tanta fuerza que el coche entero tembló y encendió el motor. Sin embargo, no fue a ninguna parte, y Neil se preguntó si pensaba interrogar a Andrew allí mismo en medio del aparcamiento. En su lugar, le dedicó una mirada de impaciencia. —Cuando tú quieras. —Vale, vale —dijo Andrew—. La seguridad es lo primero. Se puso el cinturón y Wymack los puso en marcha. Neil suponía que iban a ir a la comisaría, pero no tardó en empezar a reconocer las calles. Wymack los estaba llevando a la casa de los primos. La idea de pasar la noche en Columbia era repulsiva, pero Neil no tuvo oportunidad de protestar. Ya había un coche aparcado en la entrada y, aunque Neil no lo reconoció, Andrew sí lo hizo. —Seguro que hay una buena explicación para esto — dijo—. Estoy deseando oírla. —Ya sabes por qué ha venido. —No, entrenador. No lo sé. Esto no es asunto suyo. —No empieces —dijo Wymack, aparcando detrás del coche desconocido—. Los dos sabemos que no ibas a poder ocultarle esto, pero no ha sido idea mía traerla hoy, así que no me mires así. No sabía que Abby la había invitado hasta que estábamos de camino. —Os odio a todos —dijo Andrew, demasiado alegre, y salió del coche. Su llegada no había pasado desapercibida y la puerta principal se abrió antes de que llegaran hasta ella. Neil tardó apenas un segundo en reconocer a Betsy Dobson en el umbral y, cuando lo hizo, se detuvo de golpe sobre el césped. Andrew se detuvo también y alzó los brazos como si esperara recibir un abrazo. —¡Bee! Justo a tiempo. Estábamos hablando de ti. Yo tengo cosas que hacer ahora mismo, pero Neil dice que te hará compañía en mi lugar. No te importa, ¿a que no? Ya lo suponía. —Sí me importa —dijo Neil—. No tengo nada que hablar con ella. —Seguro que algo se te ocurre. —Andrew le sonrió por encima del hombro—. Como siempre. No tiene por qué ser la verdad, ¿sabes? Bee no espera que seas sincero con ella. Le dije que no se creyera ni una sola palabra que salga por tu boca. ¿O es que también estás jugando a los secretos con ella? —He dicho que no. Andrew se giró para encararlo y se metió las manos en el enorme bolsillo delantero de su sudadera. —No me estás entendiendo —dijo, inclinando la cabeza en un gesto de complicidad—. No te lo estoy pidiendo, Neil. Todo esto no habría ocurrido sin tu ayuda. Lo mínimo que puedes hacer es ayudar a solucionarlo. ¿Dónde está tu sentido de la responsabilidad? Una puñalada habría dolido menos. Las palabras de Andrew fueron como un puñetazo en el pecho que expulsó todo el aire de sus pulmones; dio un paso tambaleante hacia atrás, tratando de recuperar el equilibrio con desesperación. Quería decir que no era culpa suya, pero ambos sabían que lo era. Andrew no le había hablado de Drake, pero dijo que Luther había traicionado su confianza. En lugar de aceptarlo, Neil se había puesto del lado de la pena y la esperanza de Nicky. Puede que no hubiera sido él quien había invitado a Drake a Carolina del Sur, pero había llevado a Andrew hasta él. La culpa era una emoción relativamente nueva para Neil, algo sobre lo que estaba aprendiendo a través de una exposición prolongada a los Zorros. Hasta ahora la había sentido en ráfagas incómodas y fugaces. Ahora era una llama feroz que lo devoraba todo a su paso y le hacía querer extirparse su propio estómago. No sabía si iba a vomitar o a ponerse a gritar. Ninguna de las dos era una opción aceptable, así que apretó los dientes con todas sus fuerzas. Casi no fue capaz de mirar a Andrew a los ojos, pero apartar la mirada habría sido imperdonable. Se sobrepuso al ácido que le inundaba el pecho y escogió las únicas palabras que tenía. —¿Y el tuyo? Andrew ladeó la cabeza hacia un lado, fingiendo confusión. O puede que no estuviera fingiendo. Quizás no lo había entendido. Neil apenas reconocía su propia voz, ronca y áspera. Tragó saliva contra las náuseas cada vez más fuertes. Cada inspiración era como una cuchilla rajándole la garganta, pero su voz volvía a ser estable cuando habló de nuevo. —¿Por qué no se lo dijiste a Higgins? —No habría servido de nada —dijo Andrew con tono despreocupado—. El cerdito no estaba preparado para escucharlo entonces. Drake y él eran amigos, ¿sabes? Se conocieron cuando Drake pasó por el programa de jóvenes y se hicieron colegas. Sabía que no me creería, así que no perdí el tiempo intentándolo. —En vez de eso decidiste no hacer nada —dijo Neil—. Casi le clavas un cuchillo en las costillas a Nicky por tontear conmigo, pero no moviste un dedo para ayudar al resto de niños que Cass acogió. Sabías lo que Drake les haría, pero no los protegiste. —Se suponía que no habría más niños —dijo Andrew. —Pero los hubo —le recordó Neil, frío, feroz y despiadado. Andrew se rio y sacó una mano del bolsillo. Rodeó la garganta de Neil con los dedos. No lo bastante fuerte como para impedirle respirar, pero sí como para ser una advertencia. Neil percibió el movimiento de Wymack por el rabillo del ojo, pero confiaba en que no interviniera. Mientras Andrew no le hiciera daño de verdad, Wymack les dejaría pelearse a su manera hasta resolver el problema. Neil no apartó la mirada del rostro de Andrew y bajó la voz lo suficiente como para aislar a Wymack y a Betsy de la conversación. —Espero que ella lo mereciera. Andrew se inclinó hacia delante. —Ay, Neil. Estás jugando con fuego y estás a punto de quemarte. —¿Fue así como conseguiste guardar silencio? —Neil estiró una mano y agarró la muñeca de Andrew. No podía palpar las cicatrices a través de la manga de algodón, pero no le hizo falta. Sabía que estaban ahí. Andrew sabía a qué se refería, a juzgar por la manera en que se quedó congelado. Su sonrisa se mantuvo firme, pero Neil lo vio de todas formas—. ¿Te hiciste esto para evitar decirle la verdad sobre su hijo? —Puede ser. —¿Cuál era el plan, sobrevivir hasta que se marchara? — preguntó Neil—. Era su último año de instituto y tenía intención de alistarse, ¿no? Solo tenías que aguantar hasta la graduación y entonces ella te adoptaría. Así que, ¿qué fue lo que pasó? Andrew apretó los dedos poco a poco hasta que dejó de poder respirar. Neil se negaba a apartarse. La tirantez en su pecho empezó como una simple molestia, pero se extendió hasta provocarle la sensación de que los huesos estaban a punto de quebrarse bajo la presión. Empezó a perder el control, por mucho que intentara aferrarse a él, y acababa de prepararse para apartar a Andrew cuando este relajó su agarre por fin. En lugar de soltarlo, Andrew movió la mano hasta su nuca y lo atrajo hacia sí. Colocó la boca junto a su oído y habló muy bajito, pero Neil no necesitaba verle la cara para saber que seguía sonriendo. Podía oírlo en su voz. —Drake aplazó su alistamiento —dijo Andrew—. Quería aprovechar al máximo su último verano con su hermanito. Incluso le preguntó a Cass si podíamos invitar a Aaron a pasar un par de semanas con nosotros para que pudiéramos conocernos todos. Cass dijo que era mi elección, pero a sus espaldas Drake se pasaba cada segundo intentando convencerme. Quería tenernos a los dos juntos. Decía que se imaginaba cómo sería tenernos a la vez en la cama. La imagen perfecta. Neil se encogió sobre sí mismo. Había insistido porque necesitaba borrar aquella horrible sonrisa. Necesitaba saber si Andrew estaba gritando bajo la euforia forzada por las drogas. Pero no lo estaba y Neil no podía soportarlo. La medicación de Andrew era demasiado fuerte o su psicosis demasiado retorcida; en cualquier caso, lo que había ocurrido hoy no significaba nada para él. Era solo un contratiempo que podía esquivar e ignorar. —Hablando del otro Minyard. —Andrew soltó a Neil y se volvió hacia Wymack, sonriendo. Alzó la voz para que pudiera escucharlo—. ¿Lo ha hecho de verdad? Es probablemente la única vez que le ha echado cojones a algo en su vida. ¿Dónde estaba esa actitud cuando su madre lo molía a palos? Le habría venido bien en aquella época. Alguien debería darle la enhorabuena. —A Aaron lo han detenido —dijo Betsy—. ¿Por qué no entras para que podamos hablar de ello? Andrew la miró, sorprendido. —¿Bee? ¿Todavía sigues aquí? —Solo un ratito más —dijo Betsy—. Estoy calentando la leche. La he comprado de camino para hacer chocolate caliente. Me he traído el bote entero de chocolate negro con avellanas. Si empezamos a beber ahora, estaremos vomitando antes de que den las doce. Neil no podía creerlo. El chocolate no iba a solucionar nada, desde luego no iba a hacer que aquello fuera más fácil de digerir. Sin embargo, Andrew alzó el brazo de Neil para poder mirar su reloj. —Estás en todo, Bee. Enseguida entramos. Betsy asintió y entró en la casa. Una vez que se hubo marchado, Andrew volvió a intentar liberar su brazo. Neil se negó a soltarlo. Andrew lo miró de una manera con la que indicaba estar más entretenido que exasperado. —Más suerte la próxima vez, Neil —dijo—. Ya te lo advertí, ¿no te acuerdas? No siento nada. —Al menos, ya no —dijo Neil, apenas un susurro. Las viejas cicatrices que recorrían sus muñecas eran la prueba de lo que había tenido que sufrir Andrew para llegar hasta aquel punto. Neil lo soltó por fin y dejó caer la mano junto al costado. Andrew se encogió de hombros de forma exagerada y se dio la vuelta. Neil lo observó desaparecer por la puerta. Un segundo, un minuto o una hora después, fue consciente de que Wymack lo observaba a él. —Neil —dijo el entrenador. —Estoy bien —respondió él. Wymack no dijo nada durante unos momentos. —Pues ve a estar bien dentro donde no hace tanto frío. Neil dio un paso hacia adelante, o al menos esa era su intención. De repente estaba corriendo, pero no hacia la casa, sino en dirección contraria. Aún podía oler la sangre en su camiseta, incluso a través del abrigo. No sabía si se lo estaba imaginando, pero el olor era tan denso y nítido que casi podía saborear el regusto metálico. Cada vez que sus suelas impactaban contra el asfalto, oía tiros. Al parpadear vio Francia, Grecia, vio aquella escala eterna en Líbano y aquel viaje corto por Dubái. Recordó el rugido de las olas del océano Pacífico y las manos de su madre agitándose en el aire mientras luchaba por respirar una última vez. La culpa, la pena y el dolor eran toxinas corrosivas corriendo por sus venas, destrozándole el cuerpo desde dentro. Se lo permitió, las obligó a hacerlo, porque los recuerdos eran terribles, pero al menos eran algo que podía comprender. El dolor de la pérdida era todo lo que conocía y todo lo que comprendía. Si dejaba de centrarse en ellos solo le quedaba la crueldad desconocida hasta ahora que había presenciado aquella noche. Aún no sabía cómo enfrentarse a eso. No sabía cómo compartimentarlo hasta convertirlo en algo que fuera capaz de tolerar. Quizás lo conseguiría al día siguiente. O puede que lo llevara consigo hasta que los Moriyama acabaran con él. No lo sabía y no quería saberlo. Corrió hasta dejar de ser capaz de respirar, pero el dolor no desapareció. Cuando volvió, la casa estaba a oscuras y en silencio. No sabía cómo se habían repartido los tres dormitorios y no quería ver a nadie. Por suerte, el salón estaba desocupado. Movió la mesita con cuidado para tener espacio suficiente como para estirarse y, como no tenía otra ropa, se limitó a quitarse los zapatos antes de echarse en el sofá. Estaba casi seguro de que sus pensamientos harían que se pasara la noche en vela, pero el agotamiento lo venció enseguida. El ruido de un armario al cerrarse le advirtió de que no estaba solo. Neil se despertó sobresaltado e intentó agarrar su bolsa de deporte por instinto. Sus manos, frenéticas, no encontraron nada a lo que aferrarse y el pánico se asentó en su estómago durante el segundo que su mente tardó en despertarse. Se incorporó y obligó a su corazón a bajar el ritmo. Se frotó los ojos, cansado a pesar del chute de adrenalina, y fue a investigar aquel ruido. La luz de la cocina estaba apagada, pero el fluorescente tenue sobre los fogones estaba encendido. Wymack estaba trasteando con la cafetera. Si él ya se había levantado, debían de ser las cuatro y media de la madrugada. Neil se había aprendido sus hábitos matutinos a la fuerza después de pasar un mes en su sofá. Por lo visto una muerte no era causa suficiente como para alterar la rutina. Wymack terminó con el café molido y puso la cafetera al fuego. Al girarse, vio a Neil en la puerta. Este esperaba que dijera algo sobre la manera en que había salido corriendo la noche anterior. —¿Has conseguido dormir algo? —Fue lo que dijo Wymack en su lugar. Neil no sabía a qué hora había vuelto. —Un par de horas, creo. —Si puedes dormir algo más, hazlo —dijo el entrenador—. Va a ser un día muy largo y necesito que todo el mundo esté despierto y coherente antes de que llegue Waterhouse. —Al ver la mirada inquisitiva de Neil, se explicó—: El abogado de Andrew. Tenemos la esperanza de que acepte el caso de Aaron. Debería de ser una victoria fácil. —No deberían haberlo arrestado. —Están haciendo su trabajo —dijo Wymack—. Ha muerto alguien y, hasta que no tengan todo lo que necesitan, tienen que retenerlo. Tu testimonio aceleraría el proceso, ¿sabes? Aparte de Andrew y Aaron, tú eres el único que estaba en la habitación cuando murió Drake y como Andrew tampoco quiere hablar… —¿Luther ha confesado? —¿Confesado el qué? —Que fue él quien preparó la trampa —respondió Neil, enfadado—. Dejó que Drake entrara en aquella casa sabiendo lo que le hizo a Andrew la última vez que se vieron. Si Aaron y él dicen la verdad y la policía tiene ojos para ver el aspecto que tenía la habitación, no necesitan nada más. Si están ralentizando el proceso por sus prejuicios sobre el historial de Andrew deberían darle el caso a alguien más objetivo y dejar de perder el tiempo. —Neil. —¿Has llamado a la policía de Oakland? —Ya no tengo su número —dijo Wymack—. Le he pedido a la policía local que los llamen. Hoy intentaré ponerme en contacto con el agente Higgins a ver si ha tenido noticias suyas. Y ahora deja de remolonear y vuelve a acostarte. —Estoy bien. Lo dijo antes de poder evitarlo. Wymack no necesitó decir nada, la expresión en su rostro hablaba por sí sola. Neil clavó los ojos en la cafetera e intentó quedarse inmóvil. Wymack se giró después de lo que pareció una eternidad y se sirvió el poco café que había listo. Tomó la taza de la encimera y fue hacia la puerta. Neil retrocedió para dejarle paso, pero Wymack se detuvo frente a él. —Neil, entre tú y yo —dijo—, creo que no has estado bien en tu vida. Neil no tenía una respuesta para aquello, pero no hizo falta. Wymack siguió con su rutina, saliendo al aire frío de la mañana para dar un paseo. Neil observó la puerta principal cerrarse tras él y después fue a sentarse en el sofá a esperar. Cuanto más tiempo pasaba allí sentado, más empezaban a difuminarse los bordes de sus pensamientos conforme el cansancio iba ganando terreno. Al final, se dejó caer hacia un lado y volvió a quedarse dormido. El regreso de Wymack lo despertó por un instante, pero siguió durmiendo durante un par de horas más. Cuando se volvió a despertar fue con el ruido fuerte de pisadas en las escaleras y la voz alegre de Andrew. Neil se había perdido la mitad de la conversación, pero por lo que escuchó dedujo que Andrew estaba explicando que no había nada que desayunar en casa. No tenían pensado pasar la noche en Columbia, así que lo único que había en la cocina era la leche y el cacao en polvo que había traído Betsy. Neil se levantó del sofá y fue hasta la puerta de la cocina. Andrew parecía tan alerta y listo para enfrentarse al día como siempre. Llevaba puesto un jersey de cuello alto negro que Neil no reconoció, probablemente una prenda que no se había llevado al mudarse a la residencia universitaria. Las mangas le quedaban demasiado largas, cubriéndole hasta los nudillos, y ocultaban las cicatrices de sus brazos con facilidad. El desastre multicolor que Drake le había hecho en la cara, sin embargo, era imposible de esconder. Andrew no se lo había puesto fácil. Neil no fue el único en levantarse ante el escándalo que estaba armando Andrew. El resto acudió como polillas atraídas por una llama venenosa. Los dormitorios de los gemelos estaban en la segunda planta, en extremos opuestos del pasillo. El de Nicky estaba abajo, pasadas las escaleras. Aquel era el dormitorio donde Neil había amanecido después de su primera noche en Columbia. La puerta estaba abierta y Nicky y Kevin estaban en el umbral con Betsy detrás. Ella no parecía haber descansado mucho, pero al menos tenía un aspecto relajado. Nicky y Kevin tenían pinta de que la noche les había dado una paliza y los había dado por muertos. Abby estaba intentando fingir tranquilidad mientras bajaba las escaleras tras Andrew, pero Neil vio la tensión detrás de su sonrisa. Andrew siguió charlando como si no se diera cuenta de nada. Neil sabía que no era cierto; la medicación provocaba una manía inducida, pero no lo volvía estúpido. Estaba poniendo nerviosa a Abby a propósito y disfrutándolo. Sin embargo, al ver a Neil en el umbral, perdió el hilo de lo que estaba diciendo y se detuvo al pie de las escaleras para señalarlo con el dedo. —Oh, Neil ha vuelto. Pensábamos que igual te habías perdido. —Yo nunca me pierdo —dijo Neil. —Y nadie puede encontrarte —añadió Andrew, asintiendo con la cabeza de manera filosófica—. Seguro que es lo mejor para todos, pero en cualquier caso llegas justo a tiempo. Es la solución a todos nuestros problemas, ¿verdad, Bee? —Andrew miró hacia atrás por el pasillo y le hizo un gesto con la mano para que se acercara. Betsy apartó a Kevin y a Nicky con delicadeza para pasar entre ellos. Andrew le sonrió y señaló a Neil de nuevo—. Él sabe dónde dejamos el coche y tú sabes dónde está la tienda. Intenta comprarle algo de ropa a la vuelta, ¿quieres? Si lo dejamos solo empezará a oler dentro de poco. —¿Quieres algo en concreto para desayunar? —preguntó Betsy. —Nada en especial —dijo Andrew—. Puedes preguntarles a los fantasmas de ahí detrás, pero me da a mí que hoy no tienen muchas ganas de elegir. Puede ser que estés perdiendo facultades, Bee. Oh, espera. Neil va a necesitar esto. Andrew se palmeó los bolsillos y encontró lo que buscaba al tercer intento. Neil vio apenas un destello antes de que Betsy lo tomara. Ella dio un solo paso en dirección a Neil antes de que Andrew la detuviera agarrándola de la camisa. —Exites —dijo—. Kevin tiene la tarjeta. Betsy volvió a recorrer el pasillo para pedirle la tarjeta de gastos del equipo a Kevin. Andrew dio una palmada en dirección a Neil para captar su atención. —No te olvides de mis cuchillos, ¿eh? Los quiero de vuelta. Adiós. Andrew se llevó dos dedos a una sien amoratada en un saludo militar y fue hacia la cocina. Betsy ya había vuelto a su lado cuando Neil se dio cuenta de que acababan de ofrecerle como voluntario para hacer recados con ella. Empezó a protestar, pero las palabras se le atascaron en la garganta. La acusación de Andrew de la noche anterior sobre su papel en todo aquello era una herida aún fresca que Neil no se atrevía a tocar todavía. Volvió a mirar a Nicky y a Kevin por última vez antes de ir tras Betsy y salir al frío del exterior. Betsy tenía un GPS pegado al parabrisas para poder ver la pantalla con facilidad. En cuanto el aparato se hubo conectado al satélite correspondiente, apretó un par de botones y esperó mientras se cargaban las indicaciones. Una voz lúgubre con acento británico dio la orden de dirigirse hacia el este. Betsy bajó el volumen hasta ser apenas un murmullo y dio marcha atrás. Neil miró por la ventana e intentó volverse invisible. No surtió efecto durante mucho tiempo. —David me ha pedido que hable contigo —dijo Betsy—. Ya sé que el contexto no es muy convencional, pero espero que sepas que cualquier conversación que tengamos hoy está protegida por la misma privacidad que una sesión oficial en la consulta. —¿De qué tenemos que hablar? —preguntó Neil—. Si yo fuera usted, me preocuparía más por Nicky. Vino a Columbia pensando que iba a reconciliarse con sus padres, pero ahora su familia entera está destrozada. —Tiene suerte de tener un amigo como tú que se preocupe por él. —No soy su amigo —dijo Neil—. Soy su compañero de equipo. —¿Tú no eres su amigo o él no es el tuyo? —preguntó Betsy y, cuando él se limitó a mirarla, siguió hablando—. Son dos cosas inequívocamente diferentes y es posible que se dé una sin la otra. Perdóname si estoy presuponiendo más de la cuenta, pero me parece que él sí te considera su amigo. —Neil no respondió—. ¿Qué hay del resto del equipo? ¿Son amigos tuyos? —¿Para qué necesito amigos? —preguntó Neil—. He venido a jugar al exy. Eso es lo que se me exige en el contrato, así que eso es lo que voy a hacer. ¿De verdad es esto de lo que quiere hablar? —Quiero hablar de lo que pasó anoche, pero también quiero hablar sobre ti. Quiero asegurarme de que tienes una red de apoyo que pueda ayudarte a navegar las próximas semanas. Si no quieres hablar de eso, podemos centrarnos en los eventos de ayer. ¿Puedes decirme qué ocurrió? —¿Cuántas veces quiere escuchar esa historia? — preguntó Neil—. Estoy seguro de que Nicky y Kevin ya se la han contado. Es probable que el entrenador le contara lo que dice la policía. Puede incluso que le haya sacado algunas respuestas a Andrew. Yo no tengo nada que añadir. —¿Podrías decirme al menos por qué entraste en la habitación con la raqueta? —¿Tiene usted un arma? —preguntó Neil. Betsy negó con la cabeza—. Imagínese que tuviera una pistola. Una noche se despierta con el ruido de un intruso en su casa. Tiene todo el derecho a plantarle cara y, como no sabe si el intruso va armado o no, lo más inteligente es sacar la pistola. En caso de ser atacada, puede disparar y la policía lo considerará defensa propia. Yo no tengo una pistola, pero tenía una raqueta. —Entiendo lo que quieres decir, pero nadie más sospechaba que Andrew estaba en peligro —dijo Betsy. No era una pregunta, así que Neil no contestó. Cuando se detuvieron en el siguiente semáforo, Betsy lo observó en silencio y solo habló una vez que se había puesto en verde—. En este caso la diferencia entre defensa propia y homicidio premeditado es sutil, Neil. ¿Por qué decidiste llevar la raqueta? —Sabía quién era Drake —dijo Neil por fin a regañadientes. —¿Cómo? ¿Andrew te había hablado de él? —Me había contado partes de la historia, pocas —dijo Neil—. Sabía que la policía de Oakland estaba investigando a los Spear y sabía que el hijo de Cass era un marine. Yo no puedo con un marine, por eso agarré la raqueta. —Miró por la ventana y deseó que aquella conversación acabara cuanto antes—. Se la di a Aaron para poder tirar abajo la puerta y no tuve tiempo de recuperarla. —Entraste en la habitación —dijo Betsy—. ¿Y qué viste? —A Drake atacando a Andrew —dijo Neil. Era la verdad, pero le dejó un regusto de mentira en la lengua al salir. Cinco palabras eran una descripción patética de lo que había presenciado—. Yo estaba recuperando el equilibrio después de haber roto la puerta, así que Aaron fue más rápido. Le dio a Drake justo aquí. —Se tocó la cabeza en el punto donde la raqueta le había destrozado el cráneo a Drake—. Era una pesada, así que solo hizo falta un golpe. Andrew te ha dado la tarjeta del equipo porque la policía se va a quedar con mi raqueta, ¿no? —¿Te gustaría recuperarla? —preguntó Betsy. —¿Tiene idea de lo que cuesta? —preguntó Neil—. Pues claro que quiero recuperarla. —¿No te molestaría que sea un arma homicida? —No ha matado a nadie importante. —Interesante —dijo Betsy, pero no se explicó hasta haber entrado en el aparcamiento del centro comercial. A aquella hora, en un día entre semana, fue fácil encontrar un sitio cerca de la entrada. Sacó la llave del contacto, apagó el GPS y miró a Neil—. A pesar de los crímenes de Drake, ha muerto de manera violenta justo delante de ti. Sería de lo más natural y comprensible si te sintieras triste o conmocionado por su muerte. Lo más inteligente habría sido mentir, pero cada vez que parpadeaba veía las manos de Andrew, aferrándose al cabecero con los nudillos blancos. Aún podía oír su risa, amortiguada por la almohada. Si pudiera alcanzar su propio cerebro y arrancarse el recuerdo lo haría, pero no podía. Lo único que podía hacer era pagarla con Betsy. Ella no era la loquera que le había recetado a Andrew su medicación hacía dos años y medio, pero era la única a su alcance. —Pues no es así —dijo Neil, sin más—. ¿Y sabes qué? Andrew tampoco. Quería que se defendiera. Quería ver cómo intentaba justificar todo aquello. El temperamento de su padre le ardía en las venas, deseando tener algo con lo que desahogarse. Pero la única respuesta que consiguió estaba llena de calma. —¿Se lo has preguntado? —¿Que si se lo he preguntado? —repitió Neil sin poder creerlo—. Dijo que no era capaz de sentir nada. Ya viste cómo sonreía anoche. ¿Escuchaste cómo…? —Neil agitó una mano con violencia, obligándose a sí mismo a cerrar el pico antes de que se fuera de la lengua, y salió del coche. Cerró la puerta de un portazo, pero Betsy ya estaba saliendo por el otro lado. Neil intentó poner fin a la conversación—. No vamos a hablar de esto. —No puedes guardártelo todo para siempre —dijo Betsy—. Necesitas a alguien con quien desahogarte, ya sea yo, David o tus compañeros. —No necesito a nadie. —¿Quieres al menos que alguien se ponga en contacto con tus padres? —No —dijo Neil y se dirigió a la entrada. Betsy fue tras él, pero no insistió y, una vez dentro, se separaron. Neil era la única persona mirando ropa a aquellas horas, pero una anciana estaba ya vigilando junto a los probadores. Dejó de organizar las devoluciones un momento para abrir uno de los cubículos para él. Neil esperó a que el pestillo estuviera echado antes de quitarse el abrigo. Cuando vio su reflejo, se quedó congelado, agarrando la camiseta con ambas manos. La sangre de Drake casi parecía negra en aquellos lugares donde se habían secado las manchas. Al menos, Neil creía que era de Drake. Podría ser la de Andrew perfectamente. Durante un instante, le olió a sangre fresca: penetrante, caliente y amarga. Hacía unos meses, Wymack los había llamado para decirles que Seth había muerto de una sobredosis. Aquella noche, Neil le dijo a Andrew que no entendía los impulsos suicidas. Andrew había desdeñado su interpretación del asunto. Aquel rechazo casual ocultaba una comprensión más profunda. Andrew había dicho que el comportamiento autodestructivo de Seth era su única vía de escape. Neil no lo había entendido porque él siempre había sabido cómo escapar. Siempre había una puerta trasera por la que colarse, un autobús al que subirse o un ferri en el que montarse. Puede que fuera algo horrible y aterrador, pero le proporcionaba una mínima esperanza de sobrevivir. No era capaz de imaginarse la vida sin aquel consuelo. Neil giró una mano para contemplar su propia muñeca ilesa. Su cuerpo estaba plagado de las cicatrices de su vida de fugitivo, pero ninguna de ellas era autoinfligida. Se arañó el brazo con uñas cortas, observó cómo aparecían líneas rojas sobre la piel y se obligó a sí mismo a centrarse en la tarea que tenía entre manos. No tardó en encontrar una muda que le viniera bien. Encontrar a Betsy fue más complicado y se mantuvo a cierta distancia mientras ella terminaba de llenar la cesta de comida. Estaba tan llena que Neil supo que estaba haciendo la compra para más de un día. Estuvo a punto de preguntarle cuánto tiempo pensaba quedarse en Columbia, pero no quería empezar otra conversación. Todavía tenía que aguantar con ella hasta el siguiente destino. Sin embargo, Betsy guardó silencio cuando se subieron al coche y los llevó a Exites. Neil entró solo en la tienda con la tarjeta del equipo y compró una raqueta nueva para los entrenamientos. El precio no fue más fácil de aceptar que la última vez. Firmó la factura, se metió su copia en el bolsillo recordándose a sí mismo que tenía que disculparse con Wymack por el coste y llevó la raqueta consigo hasta el coche. Solo quedaba una última parada. Después del hogar de su infancia en Baltimore, la casa de los Hemmick era el último lugar del mundo en el que Neil quería estar. El coche de Andrew seguía aparcado junto al bordillo y Betsy se colocó detrás. Le ofreció una llave a Neil, pero este no hizo amago de aceptarla. Su cerebro había juntado las piezas, pero se negaba a aceptar el resultado. Andrew ni siquiera dejaba que Aaron y Kevin condujeran su coche. —Tienes carné, ¿no? —preguntó Betsy. Tenía un par, pero ninguno con su nombre actual. —Sí. —¿Sabes volver o quieres seguirme? —Puede ir yendo —dijo Neil, tomando la llave por fin—. Yo tengo que recuperar los cuchillos de Andrew. —Te espero aquí —dijo Betsy. Era la respuesta que esperaba, aunque no la que quería, así que no perdió el tiempo discutiendo. Cruzó el jardín delantero hasta la puerta principal y llamó al timbre. Tuvo que llamar tres veces antes de oír por fin movimiento al otro lado. María abrió la puerta lo justo para que Neil le viera la mitad de la cara. No sabía si la culpa hacía que estuviera a la defensiva o si esperaba algún tipo de represalia violenta, pero no tenía fuerzas para lidiar con su negativa. Agarró el borde de la puerta con la mano para que no pudiera cerrarla sin romperle los dedos y coló el pie en el hueco hasta donde pudo. —Déjame entrar —dijo—. Ayer nos dejamos una cosa. —Yo iré a por ella —dijo María—. Dime dónde está. —En la cama que preparaste para tu sobrino —dijo Neil. María recibió el golpe con tanta intensidad que casi cerró la puerta. Antes de que Neil tuviera que entrar por la fuerza, soltó el picaporte y se apartó de su camino. Retrocedió hasta estar fuera de su alcance y se abrazó a sí misma como si así pudiera desaparecer. Neil pasó a su lado y subió las escaleras. Luther no estaba por ninguna parte. Neil esperaba que estuviera entre rejas. Anoche había roto la puerta del dormitorio y la llegada de técnicos y de los servicios de emergencia solo había empeorado los daños. La hoja estaba entreabierta varios centímetros, pero a alguien se le había ocurrido pegar una manta al dintel como una cortina improvisada. Neil la arrancó para que Luther y María tuvieran que volver a arreglarla y la tiró a un lado. La puerta gimió al abrirla y Neil encendió la luz. La muerte no era algo ajeno para él y ver sangre no le afectaba, pero se detuvo en cuanto echó un vistazo al desorden de la cama. Habían quitado las sábanas, pero el colchón estaba cubierto de manchas granate allí donde Drake había sangrado. Las paredes y las cortinas de la ventana aún tenían salpicaduras en algunas partes. Neil contempló el cabecero como si pudiera ver las huellas de Andrew grabadas en la madera y tragó saliva contra las náuseas y el mareo. Respiró por la boca mientras cruzaba la habitación hasta la cama. El colchón estaba torcido debido a todo lo ocurrido la noche anterior, pero la base de la cama parecía intacta. Metió las manos por debajo y la levantó del armazón. Las bandas de Andrew estaban justo donde las había dejado, colocadas sobre las tablas de madera. Las recogió y dejó caer la base. Consiguió retroceder un paso y después se detuvo a contemplar de nuevo la escena. No supo cuánto tiempo pasó allí, mirando la sangre, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Tenía que salir de allí antes de que Betsy acudiera a buscarlo. No quería que viera aquello; no quería que empezara a hacer preguntas. Neil no tenía respuestas. Solo tenía furia y arrepentimiento. Bajó las escaleras tan rápido como pudo sin caerse. María no estaba en la entrada y Neil dejó la puerta principal abierta de par en par al salir. Pasó entre los coches para que Betsy pudiera ver las bandas que llevaba en las manos y fue hasta la puerta del conductor del coche de Andrew. La abrió con la llave, se subió al coche y cerró con más fuerza de la debida. Sabía que Betsy estaba esperando a que se moviera primero, así que ajustó el asiento y los espejos tan rápido como pudo. Metió la llave en el contacto, pero se le congeló la mano antes de poder girarla. Había aprendido a conducir en Europa cuando tenía trece años, pero nunca antes lo había hecho solo. Siempre había estado con su madre, los dos turnándose en las noches largas que pasaban en la carretera. Después de su muerte había hecho autostop, había caminado y se había familiarizado con los entresijos del sistema de transporte público estadounidense. Y ahora allí estaba, solo con la carretera extendiéndose frente a él y el volante crujiendo bajo la fuerza de sus dedos. Inspiró por la nariz y espiró por la boca, tratando de mantener a raya el olor a sangre y agua salada. Revisó el resto de asientos como si esperara encontrarlos cubiertos de sangre y giró la llave en el contacto con tanta fuerza que casi la partió. Se alejó del bordillo y puso rumbo de vuelta a casa de Andrew. Nunca había conducido en Columbia y aquella era solo su segunda visita a la casa de los Hemmick, pero había prestado atención al camino a la ida. Tenía que pensar para saber por dónde tirar, pero la lentitud del tráfico le daba tiempo suficiente para decidirse. Dio gracias por aquella distracción. Al menos mientras intentaba recordar dónde girar no estaba pensando en colchones manchados de sangre ni la alegría indecente de Andrew. Había un coche desconocido aparcado detrás del de Wymack. Neil supuso que se trataba de Waterhouse, que había llegado temprano para empezar con su nuevo caso. Neil aparcó en la entrada seguido de Betsy. Esta parecía tener la compra controlada, así que Neil sacó sus cosas del coche y abrió la puerta. Miró primero en el salón, pero estaba vacío, así que siguió hasta la cocina. Abby y Wymack estaban sentados a la mesa. Neil le dio a Wymack la factura y la tarjeta. —¿Puedo devolverte al menos el precio de una de ellas? —¿Tengo pinta de necesitar tu dinero, listillo? —preguntó el entrenador. El ruido de bolsas de plástico anunció la llegada de Betsy. La habitación parecía mil veces más pequeña con tres personas dentro. Neil retrocedió un par de pasos de la mesa para tener espacio para respirar. —¿Ha llegado el abogado? —preguntó. —Han llegado los dos —dijo Wymack y miró a Betsy—. ¿Te importaría explicarme por qué? Betsy asintió, pero lo que dijo fue: —¿Dónde están Nicky y Kevin? —Nicky intentó abrazar a Andrew y casi acaba atravesado por un cuchillo de cocina —dijo Wymack—. Kevin tuvo dos dedos de frente y lo sacó de aquí. La última vez que los vi estaban encerrados en el cuarto de Nicky. —¿Está herido? —David intervino justo a tiempo, gracias a Dios —dijo Abby—. Si hubiera tardado un segundo más… Betsy miró a Neil. —¿Te importaría ir a ver cómo están? Necesito un minuto a solas con David y Abby. Neil dejó la raqueta a un lado y recorrió el pasillo hasta el baño para cambiarse. Metió la ropa manchada de sangre en la bolsa de plástico vacía y la enterró al fondo de la papelera. Su aspecto en el espejo era limpio, pero seguía sintiéndose sucio. Se revisó las uñas en busca de sangre y después se inclinó hacia delante para mirarse la raíz del pelo en el reflejo. La última ronda de tinte aún aguantaba. Tenía la mano en el picaporte cuando oyó el arrebato de sorpresa de Abby. No podía entender lo que decía desde allí, pero percibió su ira cargada de incredulidad sin problemas. Pegó la oreja a la puerta, pero Abby bajó la voz enseguida. Giró el picaporte tan silenciosamente como pudo y abrió la puerta con cuidado. Contuvo la respiración, temiendo que la puerta crujiera y lo delatara, pero no fue así. En cuanto pudo colarse por el hueco, salió al pasillo. La habitación de Nicky estaba lo bastante cerca como para que Kevin y él hubieran oído los gritos de Abby, pero la puerta no se abrió. Tampoco oyó a nadie moviéndose en la planta de arriba. Se acercó a la cocina con pasos silenciosos. Resultaba obvio que Abby estaba intentando no alzar la voz, pero el tono estridente de sus palabras logró que Neil fuera capaz de oírlas. —… un trauma así con otro diferente no va a solucionar nada. Solo conseguirás empeorar la situación. Entiendo lo que quieres hacer, pero esa no es la manera. —Es la única solución ética —dijo Betsy. —No puedes… —Sí puede —dijo Wymack, interrumpiendo a Abby. Esta emitió un ruido ahogado, como si no pudiera creerse que Wymack se hubiera puesto en su contra. El silencio invadió la cocina durante un tenso instante antes de que el entrenador volviera a hablar—. Si estás segura de que es lo mejor, no me interpondré. Confío en que harás lo que es mejor para mis chicos. —Lo siento —dijo Besty—. Sé lo que esto le va a hacer a vuestra temporada. —Tú preocúpate de Andrew —dijo Wymack—. De la temporada ya me preocupo yo. —Andrew no accederá —dijo Abby en un último intento de hacerlos cambiar de idea—. Si se va tendrá que dejar a Kevin. Lo más separados que han estado desde que Andrew decidió protegerlo ha sido cuando tienen clase en partes distintas del campus. Eso no va a cambiar ahora, sobre todo con Riko en el distrito. —Andrew no tiene que acceder —dijo Wymack—. La decisión es de Betsy. Neil ya había escuchado suficiente. Entró en la cocina. Betsy se había sentado a la mesa con los otros. Abby y Wymack estaban tan centrados en ella que no se dieron cuenta de la presencia de Neil, pero Betsy estaba de cara a la puerta y levantó la mirada al verlo entrar. No parecía sorprenderse de que los hubiera estado escuchando a escondidas. —¿Adónde piensas llevártelo? —preguntó Neil. Abby dio un brinco y lo miró con cara de culpabilidad. —Neil, no te he oído llegar. Él la ignoró. —¿Adónde? —insistió. —Al Hospital Easthaven —respondió Betsy—. Voy a quitarle la medicación a Andrew. Neil sintió que el suelo se ladeaba bajo sus pies. —¿Qué? —Aún no es oficial —dijo Betsy—. Necesito que el señor Blackwell lo apruebe. Fue el fiscal en el juicio de Andrew. Ha venido con el señor Waterhouse a evaluar la situación. Dudo mucho que se oponga, así que en teoría deberíamos poder ingresar a Andrew en Easthaven esta misma tarde. —Con ingresarlo quieres decir encerrarlo —dijo Neil. —Cuando el doctor Ellerby y el señor Waterhouse redactaron el acuerdo original, lo hicieron pensando en que el fiscal pusiera las menos pegas posibles. Uno de los términos que aceptó Andrew fue realizar la rehabilitación bajo supervisión las veinticuatro horas. El Easthaven es uno de los mejores hospitales del estado. Va a estar en buenas manos. —¿Cuánto tiempo? —No se sabe —dijo Wymack—. La rehabilitación estaba programada para mayo, una vez que hubieran acabado las clases. Que su organismo quede limpio de drogas llevará tiempo. Una vez hecho, los médicos tendrán que decidir el siguiente paso en su tratamiento, ya sea seguir con las sesiones de terapia u otras pastillas. Si a eso le añades la incapacidad absoluta de Andrew para cooperar, lo más probable es que sean cuatro o cinco semanas. —Si está de vuelta antes de Nochevieja será un milagro —dijo Abby, con rastros de la misma frustración de antes—. Lo estás obligando a pasar por la abstinencia a la vez que intenta recuperarse. —Es o ambas cosas o ninguna y lo sabes —dijo Betsy. —Hazlo —dijo Neil cuando Abby empezó a protestar de nuevo. Aquella orden dada sin aliento hizo que los tres lo miraran, pero Neil solo tenía ojos para Betsy. En el coche, había deseado hacerle daño por apoyar las horribles normas de la medicación de Andrew. Ella no se había defendido porque no necesitaba hacerlo. Sabía tan bien como él la crueldad que suponía mantener a Andrew medicado y ya había llamado a aquellos que podían ayudarlo. La sonrisa de Betsy fue pequeña y estaba cargada de aprobación. —Prometo que lo intentaré. Deséanos suerte. —Agarró una tableta de chocolate de la encimera y subió las escaleras seguida de Wymack y Abby. Neil no creía en la suerte, pero los vio marchar y deseó que la tuvieran de todas formas. CAPÍTULO TRECE La puerta del dormitorio de Nicky no estaba cerrada con pestillo, así que Neil la abrió sin llamar. Nicky y Kevin estaban en la cama, pero no estaban hablando. Kevin permanecía sentado al pie, rígido y en silencio, y Nicky estaba tumbado bocarriba en el centro. Neil alternó la mirada entre sus rostros demacrados y después dejó la raqueta a un lado y cerró la puerta. La raqueta captó la atención de Kevin de inmediato. Nicky no se percató de ello, demasiado ocupado mirando al techo. Neil se sentó en la cama entre los dos. No tenía sentido preguntarle a Nicky si estaba bien; solo hacía falta tener ojos en la cara para darse cuenta de que no lo estaba. Lo mejor que se le ocurrió fue un saludo insustancial: —Hey. —No deberíamos haber venido —dijo Nicky. Su voz estaba tan llena de pena como su rostro—. Tendría que haberle hecho caso a Andrew todas esas veces que me dijo que me rindiera. Si lo hubiera hecho, ahora no estaríamos aquí. Andrew no habría… —Cerró los ojos e inspiró de forma profunda y temblorosa—. ¿Qué es lo que he hecho? —Tú no has hecho nada —dijo Neil. Buscó las palabras adecuadas, pero las que encontró no eran suyas. Eran de Wymack, aquellas que le había ofrecido a él para aliviar su culpa por la muerte de Seth—. No sabías que esto iba a pasar. Ninguno lo sabíamos. Si no, no hubiéramos venido. —Eso ha dicho Betsy, ¿pero lo crees de verdad? — preguntó Nicky—. ¿Cómo? Sabíamos que Andrew no quería venir, pero lo obligamos de todas formas. Debería haber confiado en él. Debería haber sabido que se trataba de algo gordo si era capaz de guardar rencor a pesar de la medicación. —La culpa es de tu padre —dijo Neil—. Fue él quien le preparó una encerrona a Andrew. —Con una botella de alcohol —dijo Nicky, con una carcajada quebradiza—. Anoche nos lo contó a mí y a la policía. Habló con Andrew sabiendo que acabarían peleándose. Le prometió alcohol como ofrenda de paz. Fue idea de Drake, ¿sabes? Papá solo tenía que decirle a Andrew que la botella estaba arriba y así él y Drake tendrían toda la privacidad que necesitaban para «hablar las cosas». —Su voz de llenó de rabia mientras imitaba las palabras de su padre. —No había ninguna botella —adivinó Neil. —Sí que la había. Drake golpeó a Andrew con ella. Hijo de puta. —A Nicky se le arrugó el gesto y se giró para darle la espalda a Neil—. Tengo que llamar a Erik. Aún no se lo he contado. No sé por dónde empezar. —Te dejaremos solo —dijo Neil y se bajó de la cama. Nicky no contestó, pero Neil no esperó a que lo hiciera. Recorrió de nuevo el pasillo hasta la cocina y solo se sorprendió un poco cuando Kevin lo siguió. Este agarró el respaldo de una silla y dejó la mirada perdida. Neil esperó a ver si decía algo y después se dispuso a buscar algo de desayunar. Betsy había comprado comida suficiente para el desayuno y el almuerzo, nada más. O estaba siendo optimista o de verdad creía que estarían de vuelta en el campus aquella misma noche. Neil esperaba que a alguien se le hubiera ocurrido llamar a la secretaría para avisar de que no iban a ir a clase. Wymack debía de haber llamado al resto de Zorros también. Se preguntó si les había contado la historia al completo o si simplemente había cancelado el entrenamiento y les había prometido una explicación más adelante. Matt sabía que habían ido a ver a los padres de Nicky, lo que significaba que las chicas también. Lo más probable era que pensaran que la vena violenta de Andrew le había jugado una mala pasada en el reencuentro. —Lo investigamos —dijo Kevin por fin, la voz cargada de una emoción desconocida. No era duelo ni culpa—. Lo hicimos antes de ofrecerle un puesto en el equipo. No encontramos nada sobre esto. Nadie sabía nada. —Él no quería que nadie lo supiera —dijo Neil, sacando las cosas del desayuno de las bolsas. Era un cocinero mediocre como mucho, pero por suerte Betsy había optado por alimentos que le eran habituales: panecillos, beicon, huevos y dos bolsas de tamaño grande de queso. Incluso Neil era capaz de hacer algo con eso. —Pero tú lo sabías. —Sabía que la policía de Oakland estaba investigando — dijo Neil—. No sabía por qué. Pero no tiene sentido que Drake haya venido aquí. Higgins estuvo aquí hace un mes. ¿Por qué ha esperado tanto? ¿Por qué arriesgarse? La policía puede rastrear un billete de avión al otro lado del país sin problemas. Kevin negó con la cabeza, así que Neil volvió a centrarse en el desayuno. Apenas había preparado un par de tiras de beicon cuando una puerta se abrió de golpe en el piso superior. Se apresuró a sacar el beicon de la sartén y lo puso sobre el papel de cocina. Las pisadas que retumbaban en las escaleras eran demasiado rápidas y ligeras como para pertenecer a ninguno de los adultos, pero enseguida dejaron de ser las únicas. Sonaba como si Andrew trajera a una multitud consigo. —Kevin —llamó Andrew desde fuera de la habitación. Este casi tiró la silla al suelo en su apuro por acudir a él. Neil observó desde el umbral cómo Andrew se colocaba muy cerca de Kevin. Le tocó el cuerpo en busca de lesiones imaginarias y Kevin se quedó inmóvil hasta que hubo acabado. Neil los miró a los dos y luego a Betsy, que se detuvo al pie de las escaleras. Wymack estaba en los escalones con dos desconocidos detrás y Abby no estaba por ninguna parte. Neil supuso que no quería formar parte de todo aquello. —Sigues de una pieza —dijo Andrew y asintió, satisfecho—. Me pregunto cuánto durará. Esto no es buena idea, Bee. Lo sabes tan bien como yo. —¿Qué pasa? —preguntó Kevin. —Ah, no te has enterado. —Andrew le hizo un gesto para que se acercara, pero no bajó la voz—. Se acabó el tiempo, empieza el espectáculo. Bee se va a deshacer de esto por nosotros. —Se pasó un pulgar por la sonrisa maníaca y se echó a reír—. Alguien debería advertir a los médicos de lo que les espera. Antes de que acabe con ellos habrán cerrado la puerta y tirado la llave. —Deshacerse de eso —repitió Kevin, pero solo tardó un segundo en darse cuenta de lo que significaba. Se quedó mirando a Betsy, perplejo—. Es demasiado pronto. ¿Qué estás haciendo? —Lo correcto —dijo Betsy. Andrew se giró hacia ella, entusiasmado con la reacción de Kevin. —Mira qué cara, Bee. Es el que más ganas tiene de que me desintoxique, pero solo en el momento adecuado. ¿Verdad que te lo advertí? ¿Quién va a cuidar de Kevin mientras yo no esté? No puedo fiarme de que vaya por ahí solo y el entrenador no puede estar con él a todas horas. Vigilar a Kevin es un trabajo a tiempo completo. —Nos encargaremos de ello —dijo Wymack. —Oh, venga ya, entrenador —dijo Andrew—. Vas a tener que hacerlo mejor. Vuelve a intentarlo; aquí te espero mientras piensas en algo más convincente. —Yo lo vigilaré —dijo Neil. Kevin se giró para mirarlo, pero Andrew lo empujó para quitarlo del medio y así poder ver mejor a Neil. Lo había sorprendido lo bastante como para borrarle la sonrisa de la cara, pero esta regresó en un parpadeo. —¿Tú? —preguntó. No dijo nada más, pero aquella palabra fue más que suficiente. Neil no respondió, no tenía ningún problema en esperar a que se decidiera. Andrew dio un par de pasos hacia él y lo empujó con todas sus fuerzas. Neil se lo estaba esperando e intentó prepararse, pero aun así trastabilló un par de pasos hacia atrás. Uno de los desconocidos empezó a decir algo, probablemente para intentar controlar a Andrew. Neil vio cómo Wymack se movía por el rabillo del ojo, puede que para indicarles que la intervención no era necesaria, pero no apartó la mirada de Andrew para comprobarlo. Cuando volvió a empujarlo, Neil lo agarró de los brazos y tiró de él para llevárselo consigo. —Ay, Neil —dijo Andrew, y se pasó al alemán—: Los dos sabemos que tu sentido del humor es nefasto, así que no puedes estar de broma. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué pretendes? —Intento cargar con la responsabilidad —dijo Neil en alemán. —Normalmente mientes mucho mejor —dijo Andrew—, pero esta vez no engañas a nadie. ¿Se supone que tengo que creerme que te mantendrás firme si Riko viene a por ti? Quizás vuelva y tú ya no estés. —Si fuera a marcharme lo habría hecho en el banquete cuando Riko me llamó por mi nombre —dijo Neil—. No voy a mentir y decir que no pensé en ello, pero decidí quedarme. Confié en ti más de lo que lo temo a él. Así que ahora confía tú en mí, si puedes. No me voy a ninguna parte. Cuidaré de Kevin hasta que vuelvas. —Que confíe en ti. —Andrew pronunció cada palabra como si fuera la primera vez que las oía. Se rio y aferró la barbilla de Neil con fuerza—. Mientes, mientes y mientes, ¿y crees que te confiaría su vida? —Pues no confíes en «Neil» —dijo—. Confía en mí. —¿Y quién eres tú? ¿Tienes nombre? —Si necesitas uno, llámame Abram. —¿Debería creérmelo? —Me llamo igual que mi padre —dijo Neil—. Abram es mi segundo nombre; es el nombre que usaba mi madre cuando intentaba protegerme de su trabajo. —Era el nombre que utilizaba en los entrenamientos de las ligas infantiles para que el entrenador le permitiera jugar. Resultaba extraño oírlo en voz alta cuando nadie lo había llamado «Abram» en ocho años—. Pregúntale a Kevin si no me crees. Él debería saberlo. —Puede que lo haga. Neil esperó, pero Andrew no lo soltó. Con tanta gente observándolos, Neil no podía levantarse la camiseta. Se decidió por la siguiente mejor opción y arrastró una de las manos de Andrew hasta meterla bajo la tela. Apretó su palma contra las horribles cicatrices de su abdomen. Andrew bajó la mirada hacia su camiseta como si pudiera ver la piel destrozada a través del algodón oscuro. —¿Lo comprendes? —preguntó—. Nada de lo que haga Riko me hará abandonarlo. Ambos estaremos aquí cuando regreses. Los dedos de Andrew se contrajeron contra su piel. —Alguien me ha mentido. Estas pupas parecen un poco excesivas para un niño fugitivo. —La historia que te di era verdad en su mayoría —dijo Neil—. Puede que me dejara unos cuantos detalles clave, pero sé que eso no te sorprende. Si sobrevivimos a este año y aún sigues interesado, podrás pedírmelos más tarde. De todas formas, creo que te toca a ti preguntar en nuestro juego de secretos. Andrew se libró de su agarre y se cruzó de brazos. Tamborileó los dedos de una mano en el bíceps contrario mientras pensaba. Al final, se rio y se dio la vuelta. Regresó junto a Kevin y le sonrió. En lugar de preguntarle por el nombre de Neil, cambió de idioma. —Tendremos que conformarnos, ¿no? Kevin tenía cara de haberse tragado una roca, pero Andrew no esperó a que respondiera. —Bee, voy a ver si Nicky aún respira y ya podemos irnos, ¿vale? Cuanto antes empecemos, antes terminará este desastre. —Podrías esperar a Aaron —dijo uno de los abogados. Neil supuso que se trataba de Waterhouse, el abogado de los gemelos—. Voy a ir a recogerlo ahora mismo. —No hay tiempo —dijo Andrew—. Que pida número y se ponga a la cola. Recorrió el pasillo hasta el dormitorio de Nicky. Betsy observó cómo la puerta se cerraba tras él y después consideró a Neil con la mirada. Este miró a Kevin para no tener que mirarla a ella. Kevin tenía la vista clavada en Wymack como si esperara que le pusiera fin a aquella situación. El entrenador lo ignoró y acompañó a los abogados hasta la puerta. —¿Aaron? —preguntó Neil cuando Wymack regresó solo. —Waterhouse cree que lo dejarán en libertad con fianza hasta el juicio —dijo el entrenador—. La madre de Matt se ha ofrecido a hacer una transferencia si es necesario. Waterhouse intentó ver a Aaron anoche para decírselo, pero él se negó. Con suerte, cuando se entere de esto — hizo un gesto con la barbilla como para indicar la marcha inminente de Andrew—, espabilará, pero con esos dos nunca se sabe. Y hablando de capullos impredecibles, ¿cuándo ha empezado eso? —¿Cuándo ha empezado qué? —preguntó Neil. Wymack lo miró. —Olvídalo. —No me puedo creer que te vayas a llevar a Andrew — dijo Kevin, cortante. —Técnicamente, no es cosa mía —repuso Wymack—. Es Betsy quien se lo lleva. Y tu opinión no vale para nada, porque ya está decidido. —¿Y qué pasa con la temporada? —preguntó Kevin—. ¿Qué pasa con Riko? —¿Y con Andrew? Intenta pensar en alguien más y en algo que no sea el exy aunque solo sea por un momento. — Wymack esperó un segundo para asegurarse de que la acusación calaba—. Sé que tienes miedo, pero esto es lo que Andrew necesita, Kevin. No te sirve de nada hasta que no solucione sus problemas y no puede solucionar nada si va colocado hasta las cejas. Y lo sabes. Betsy aguardó un momento para ver si Kevin iba a decir algo antes de intervenir: —David, no sé cuánto tardaremos en ingresar a Andrew. Lo mejor será que no me esperéis. —No nos importa —dijo Wymack, pero Betsy negó con la cabeza. Una puerta se abrió al fondo del pasillo, distrayendo al entrenador, que frunció el ceño al ver que Andrew regresaba—. Cuando has dicho que ibas a ver si seguía respirando, supuse que te ibas a molestar en explicarle las cosas con calma. —Ya sabes lo que dicen de la gente que hace suposiciones, entrenador. —Andrew sonrió y se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros—. No está sangrando, así que le he dicho que volvería luego para hablar las cosas. Técnicamente no he mentido, ¿no? Si eso le molesta, que se las apañe Neil con él. Bee, nos vamos. Wymack dejó que llegaran hasta la puerta antes de hablar. —Andrew. No me dejes solo con esta panda de imbéciles mucho tiempo. Estoy demasiado viejo para sus dramas. —Pues ya somos dos —respondió Andrew. Betsy cerró la puerta a sus espaldas. Neil oyó el sonido lejano del motor arrancando y después nada. Andrew se había marchado. El silencio que se instaló en la casa casi resultaba sofocante, pero no duró demasiado. Wymack se sacó el paquete de tabaco del bolsillo y lo sacudió hasta tener un cigarrillo en la mano. Lo tenía a medio camino de la boca antes de detenerse y mirar a Neil. Cuando se lo tendió, este no dudó en aceptarlo. El entrenador dejó que utilizara el mechero primero. Neil se pasó el cigarrillo de una mano a otra, intentando esparcir el humo tanto como podía. —Mirad —dijo Wymack—. Ya sé que siempre os he dicho que los problemas personales se los contéis a Betsy o a Abby. Que lo que pasa fuera de la cancha no es asunto mío. Espero que a estas alturas ya os hayáis dado cuenta de que voy de farol. No se me da muy bien ser un hombro en el que llorar, pero tengo un buen par de orejas. —No hay nada que decir —dijo Neil. —Puede que ahora no —dijo Wymack—, pero la oferta no caduca. Los dos tenéis que averiguar qué necesitáis para superar esto y decírnoslo. Mañana nos sentaremos con los demás para ver cómo seguir adelante, pero no tenéis que esperar hasta entonces para decir algo. Pero ahora tengo que hacer unas llamadas. ¿Estaréis bien aquí un rato? Kevin no dijo nada. —Sí, entrenador —respondió Neil. Nicky apareció cuando Neil estaba sacando las últimas tiras de la sartén. Se asomó a la cocina, pero se marchó sin decir nada. Neil lo oyó recorrer el pasillo de un lado a otro y supuso que estaba buscando a Andrew. Supo que tenía razón cuando Nicky subió al piso superior. Volvió a bajar enseguida con Abby pisándole los talones. Se quedó en el umbral, con el teléfono aferrado en un puño como si se hubiera olvidado de que lo tenía, y miró a Kevin y luego a Neil. —¿Dónde está? —Betsy lo ha ingresado —dijo Abby—. Le van a quitar la medicación. —Gracias a Dios —murmuró Nicky, con la voz rota. La expresión de Abby indicaba que seguía sin estar de acuerdo con el plan, pero fue prudente y guardó silencio. Nicky cruzó la sala y se hundió en una de las sillas vacías. Dejó caer el teléfono sobre la mesa y enterró el rostro en las manos. Abby se sentó a su lado y le rodeó los hombros con un brazo. Él se apoyó en ella, pero no dijo nada más. Abby descansó la mejilla contra su pelo y miró a Neil por encima de Nicky. Este se giró y se dispuso a preparar los huevos. Wymack apareció unos minutos después y los cinco se sentaron a consumir el desayuno más incómodo que Neil había presenciado jamás. El móvil de Wymack sonó al menos treinta veces en lo que tardó en terminar de comer. El entrenador leyó todos los mensajes conforme le iban llegando, pero no respondió a ninguno. Neil casi esperaba que Abby dijera algo sobre el ruido, pero lo dejó pasar como si no se hubiera dado cuenta. Le dio la sensación de que pasaron años en lugar de horas entre el desayuno y la llegada de Aaron, pero por fin Waterhouse se presentó con Aaron justo detrás. Los dos se sentaron con Wymack y Abby a hablar de las condiciones de la libertad de Aaron. Neil, Nicky y Kevin escucharon a escondidas desde el pasillo. Aaron se quedaría con ellos hasta el juicio, pero aquello no había acabado ni por asomo. Waterhouse mantendría contacto con él y le enviaría cualquier documento que tuviera que firmar, y Aaron tendría que avisarlo cada vez que saliera del estado, pero, aparte de eso, el abogado se mostraba optimista. Cuando el sofá crujió al final de la reunión, Nicky y Kevin se dispersaron. Neil se quedó donde estaba hasta que Wymack y Waterhouse hubieron salido, y después avanzó hasta el umbral para mirar a Aaron. Abby estaba sentada con él en el sofá, pero el espacio entre sus cuerpos era significativo. Aaron estaba inclinado hacia delante con los brazos cruzados sobre las rodillas y la mirada clavada en el suelo. —Aaron —dijo Abby con delicadeza, como si no estuviera segura de qué reacción iba a obtener. —Vete —dijo Aaron. Abby se levantó y salió de la habitación; alargó una mano hacia Neil como para hacerle salir con ella al pasillo, pero él la evitó y fue hasta Aaron. Abby esperó, probablemente suponiendo que Aaron lo echaría también. Cuando Aaron no dijo nada sobre la presencia de Neil, él miró a Abby. Ella sacudió la cabeza y los dejó solos. Neil esperó para asegurarse de que se había marchado y después se agachó para poder ver el rostro de Aaron. —Se ha ido ya, ¿no? —preguntó Aaron. —Sí —contestó Neil—. Intentaron que se quedara, pero quería irse antes de que volvieras. No quería hablar contigo. —Menuda novedad. —El tono de burla de Aaron estaba vacío. —¿No te sientes culpable en absoluto? —preguntó Neil—. Le has arrebatado a su familia. Si las miradas matasen, la que Aaron le dirigió en aquel momento le habría arrancado la piel a tiras. —Ese hombre no era su familia. —Técnicamente, estaba a tan solo un par de firmas de ser oficialmente su hermano. Pero no me refería a él. Me refería a los padres de Drake: Cass y Richard Spear —dijo Neil—. Querían que Andrew se quedara con ellos. Drake era un inconveniente con el que él estaba dispuesto a vivir a cambio. —Un inconveniente —repitió Aaron, poniéndose en pie—. Eres un hijo de… —Y ahora Drake está muerto —dijo Neil—. ¿Crees que Cass podrá perdonar a Andrew? No importa lo que haya hecho Drake. No será capaz de mirar a Andrew sin recordar que su hijo está muerto por su culpa. —Me da igual. —Aaron hizo un gesto brusco con la mano—. Me da igual si Andrew no vuelve a dirigirme la palabra. Me dan igual Cass, Drake y todos. Lo que hizo Drake… No. Si pudiera revivirlo para matarlo otra vez, lo haría. —Bien —dijo Neil, en voz baja—. Ahora entiendes por qué Andrew mató a tu madre. No era en absoluto lo que Aaron se esperaba. Estaba tan furioso que tardó un par de segundos en comprender las palabras y, cuando lo hizo, retrocedió para apartarse de Neil. —¿Por qué… qué? Eso fue diferente. No lo hizo por mí. —A mí me dijo lo contrario —dijo Neil—. Ni siquiera tuve que preguntárselo. La advirtió de que dejara de pegarte y ella no paró. No tenía más opción que deshacerse de ella. Igual que anoche, ¿no? Drake le estaba haciendo daño a Andrew y tú hiciste que parara. »Solo que te he mentido —dijo Neil, poniéndose en pie—. A diferencia de ti, él no se ha enfadado porque intervinieras. Solo lo he dicho porque necesitaba que lo comprendieses. —Tú no sabes nada —dijo Aaron. —Sé que tienes un par de semanas para pensártelo —dijo Neil—. Cuando Andrew vuelva y esté sobrio, tendréis que hablar las cosas. No vas a conseguir nada si empiezas con lo de Drake, así que puedes empezar hablando de tu madre. Y ahora salgamos de esta ciudad. No habían traído mucho consigo, así que no tenían que recoger nada excepto los restos de la compra. Neil esperó en el porche mientras Nicky echaba la llave y comprobaba la cerradura. —Puedo conducir yo si quieres sentarte atrás con Aaron. —Andrew no deja que nadie… —empezó Nicky, pero se detuvo, recordando de pronto que Andrew le había dado a Neil las llaves de su coche. Aun así, tuvo que pensárselo, pero se decidió en cuanto miró a Aaron—. Sí. Gracias. Neil ya había metido las llaves del coche en el llavero antes de terminar de cruzar el jardín delantero. Abrió para que los demás pudieran montarse y metió su raqueta en el maletero. Wymack y Abby estaban a ambos lados del coche del entrenador, esperando a que los Zorros se colocaran. Neil se montó en el asiento del conductor sin decir nada y cerró la puerta. Al parecer, aquella era la señal que habían estado esperando, porque los dos se metieron en el coche y encendieron el motor. Neil salió a la carretera el primero y Nicky le proporcionó direcciones con desgana desde el asiento trasero hasta llegar a la interestatal. Entonces dejó de hablar y el coche se sumió en el silencio. Solo había una hora hasta el campus, pero para Neil fue uno de los viajes en coche más largos de toda su vida. Vio cómo el coche de Wymack desaparecía por el espejo retrovisor a las afueras del campus y continuó por Perimeter Road. Esperaba sentir algo de alivio al ver la Torre en la distancia, pero la residencia era donde estaban los demás. No creía tener energía suficiente como para lidiar con sus compañeros en aquel momento. Estaba tentado de aparcar y salir a correr un rato, pero le había prometido a Andrew que se quedaría pegado a Kevin. Eso implicaba seguirlo a él y a los primos al interior del edificio y hasta la tercera planta. O Wymack o Abby debían de haber llamado antes de que llegaran, porque los veteranos los estaban esperando en el pasillo cuando salieron del ascensor. A Neil le sorprendió un poco verlos allí teniendo en cuenta lo difícil que había sido siempre su relación con los gemelos, pero incluso Allison estaba presente. Parecía más incómoda que consternada, pero aun así su presencia ya era más de lo que podía esperarse. Al parecer, no fue al único al que le sorprendió, ya que cuando se detuvo para dejar que los otros avanzaran primero, todos se quedaron quietos. Los dos grupos se miraron en silencio durante un minuto, ninguna de las facciones sabía cómo proceder, y entonces Matt se hizo a un lado. Neil no se había dado cuenta de que Katelyn estaba con ellos porque había estado escondida tras el cuerpo enorme de Matt. Parecía tan insegura como desesperada, como si no estuviera segura de cómo iba a ser recibida. No tenía de qué preocuparse, porque Aaron casi empujó a Nicky para apartarlo de su camino al verla. En cuanto dio un paso hacia ella, Katelyn recorrió el pasillo a la carrera para encontrarse con él. Lo rodeó con los brazos y lo apretó contra sí. Aaron se aferró a ella como si fuera lo único que lo mantenía en pie y enterró el rostro en su hombro. Neil oyó la voz de Katelyn, pero no sus palabras. Estaban amortiguadas porque tenía el rostro escondido contra el cuello y la camiseta de Aaron. Este no contestó, pero ella no lo soltó. Renee avanzó por el pasillo hasta ellos y le dio un abrazo corto y apretado a Nicky. —¿Cómo estás? Nicky sacudió la cabeza sin decir nada. Renee le rodeó la cintura con un brazo y se colocó a su lado a modo de apoyo. Después miró a Kevin, pero este tenía la vista clavada en Aaron y en Katelyn. Lo dejó en paz y miró a Neil. Sus ojos viajaron rápidamente desde su rostro a la raqueta que había traído del coche. Por cómo la miró, Neil supo que Wymack les había contado a los veteranos qué había usado Aaron para aplastarle el cráneo a Drake. —Deberíamos entrar antes de que la gente empiece a salir para ir a cenar —dijo Neil para evitar que ella dijera algo—. Nicky y Aaron no necesitan enfrentarse a una multitud hoy. Renee asintió y guio a Nicky por el pasillo. Le tocó el hombro a Katelyn al pasar para indicarle que los siguieran, pero no se detuvo a esperarlos. Dan y Matt entraron en el cuarto de las chicas cuando los vieron acercarse, pero Allison aguardó en el pasillo con las manos en las caderas. Examinó los rostros de sus compañeros de equipo mientras pasaban, pero no dijo nada. Neil se detuvo en el umbral para vigilar a Aaron. Katelyn ya estaba tirando de él para que la siguiera, así que Neil entró en la habitación. Allison fue la última en entrar y echó el pestillo. Neil se hizo a un lado en el salón para dejarla pasar y observó mientras todos se acomodaban. La mesita estaba cubierta de botellas de alcohol y vasos limpios. Dan sirvió las bebidas y Matt las fue pasando. Cuando le tendió una a Nicky, este lo agarró por la muñeca. —Gracias —dijo, bajito, pero cargado de fervor—. No sé por qué lo has hecho, pero… Gracias. —Mi madre ha dicho que todavía os debía una —dijo Matt—. El entrenador no aceptó su dinero cuando se lo ofreció el año pasado, así que ha decidido que esta era una opción igual de válida. Si la madre de Matt consideraba que pagar la fianza de Aaron era una respuesta apropiada a que los primos drogaran a Matt con speedballs, debía de ser tan disfuncional como los propios Zorros. Neil agradecía el apoyo económico, pero deseó distraídamente no tener que conocerla nunca. Era el único que quedaba en pie. Dan lo miró, pareció darse cuenta de que no pensaba apartarse del umbral por ahora y siguió hablando. —Mirad, ya sé que tenemos nuestras diferencias y que no siempre nos hemos llevado bien, pero somos los Zorros. Somos un equipo. Lo que le pasa a uno de nosotros nos pasa a todos y vamos a superar esto juntos. Si necesitáis cualquier cosa, decídnoslo. Ya sea un poco de espacio, una copa, un oído… Lo que sea. Estamos con vosotros al cien por cien. Si la situación no fuera tan horrible, sería perfecto. Aquello era lo que Dan y Matt llevaban todo el semestre esperando: un catalizador que uniera por fin al equipo. Neil deseaba poder sentirse orgulloso de ella por aprovechar la oportunidad de aquella manera, pero lo cierto es que parecía tan sincera que no creía que supiera lo que estaba haciendo. —No sé si os lo ha dicho el entrenador, pero está saliendo en las noticias. —Matt miró a Nicky y después a Aaron—. La gente nos ha estado haciendo preguntas. —Panda de cotillas —dijo Aaron con la voz cargada de escarnio. —Está en la naturaleza humana —dijo Allison—. Lo mejor es darles lo que quieren. —Que te jodan. —Ya basta —dijo Dan, lanzándole una mirada de advertencia a Allison. Era demasiado tarde, Aaron ya se estaba poniendo en pie. Dan parecía a punto de protestar, pero Aaron seguía aferrado a la mano de Katelyn. Puede que no quisiera su ayuda, pero era lo bastante listo como para saber que en aquel momento necesitaba a alguien a su lado. Los dos se marcharon sin mirar atrás y Katelyn cerró la puerta con firmeza a sus espaldas. Neil echó la llave una vez que hubieron salido y regresó al umbral del salón. Nicky daba la impresión de que iba a vomitar mientras contemplaba la copa que tenía en las manos. Kevin estaba mirando la pared del fondo como si contuviera todas las respuestas. Renee se apropió del hueco que había abandonado Aaron y apoyó el hombro contra el de Nicky. —¿Quieres hablar de ello? —Me he pasado toda la noche hablando con Betsy y toda la mañana hablando con Erik —dijo Nicky—. Creo que no puedo seguir hablando de ello ahora mismo. Pero… quizás más tarde. Sí. —¿Kevin? —preguntó Dan. —No deberían haberse llevado a Andrew —dijo Kevin en voz baja. Nicky le dirigió una mirada consternada. —No puedes pensar eso de verdad. —Siempre has sido el mayor crítico de su medicación — dijo Dan—. ¿Qué ha cambiado? —El momento —dijo Neil—. Quedan dos partidos esta temporada y tenemos un puesto prácticamente asegurado en el campeonato de primavera. Si el CRRE decide que Andrew ya no forma parte del equipo, estaremos por debajo del número mínimo necesario para competir. Nos descalificarán y nuestro año habrá terminado. Si eso ocurre, puedes apostar a que Riko será el primero en enterarse. Kevin tiene miedo. —Que le den a la temporada —dijo Nicky, enardecido—. Lo siento mucho, pero Andrew es mi primo y si hay que escoger entre él y el campeonato, siempre voy a elegirlo a él. Si Betsy lo hubiera obligado a seguir con la medicación después de lo que ha pasado, yo… —No fue capaz de terminar, pero hizo un gesto cortante con la mano. —Tú piensas igual que yo y lo sabes —le dijo Kevin a Neil. Este le dirigió una mirada fría. —A lo mejor si te hubieras quedado un momento en aquella habitación comprenderías por qué ya no me importa. Cuando llegaste, ¿oíste cómo se reía, Kevin? Se estaba riendo —dijo, ignorando la forma en que Nicky se encogió y la mirada que Dan le lanzó a Matt— incluso antes de que Drake cayera el suelo. Así que sí, hasta yo renunciaría a la temporada. Y después de todo lo que ha hecho y todo lo que ha arriesgado por ti, más te vale pensar lo mismo. —No es tan sencillo —empezó Kevin. —Pues haz que lo sea —lo cortó Neil. Kevin cerró la boca. Un minuto después, empezó a beber a toda velocidad. Los demás se apresuraron a unirse a él. Renee y Neil hicieron guardia mientras sus compañeros se ponían ciegos de alcohol durante unas cuantas horas. Pidieron cena a domicilio a pesar de que ninguno tenía mucha hambre. El repartidor llamó al teléfono de Renee cuando llegó a la recepción y Neil la acompañó a recoger las bolsas. En la entrada había otros deportistas entrando y saliendo y a Neil no se le escapó el hecho de que las conversaciones se detuvieron al ver llegar a los Zorros. Por suerte, nadie fue lo bastante estúpido como para molestarlos. Renee esperó a que estuvieran de nuevo en el ascensor antes de preguntar: —¿Y tú, Neil? ¿Cómo estás? —Estoy bien —dijo él y Renee no insistió. La cena rebajó un poco la borrachera de sus compañeros de equipo, pero no durante mucho tiempo. Neil observó cómo iban cayendo uno tras otro. Esperaba que las chicas se marcharan a su habitación, pero solo Allison se levantó y se fue. Dan cayó rendida acurrucada contra Matt en el sofá y Renee se quedó dormida en el suelo entre Nicky y Kevin. Neil, el único despierto, escuchó cómo sus respiraciones se apaciguaban y fue por fin hasta la puerta. Se sentó en una esquina para tener la espalda contra la pared sin perder de vista a nadie. No era la posición más cómoda para dormir, con las rodillas pegadas al pecho, pero enterró el rostro entre los brazos y se obligó a sí mismo a dejar de pensar. Los entrenamientos matutinos solían empezar a las seis en el gimnasio del campus, con pesas y cardio, pero Wymack lo retrasó a las diez y convocó al equipo en el estadio. Neil llevó el coche porque Nicky no estaba en condiciones. A pesar de las horas extra de sueño, la mayoría de los Zorros habían bebido tanto la noche anterior que aún tenían los ojos soñolientos cuando se sentaron en los vestuarios. La ausencia de Aaron era notable, pero nadie se sorprendió y Wymack no hizo ningún comentario al respecto. Neil no había visto a Aaron en la habitación de los primos aquella mañana y asumió que estaba escondido con Katelyn en algún sitio. —Vamos a hablar de la temporada —dijo Wymack, porque su trabajo consistía en no dejar que las tragedias que se interponían en sus caminos consiguieran detenerlos—. Ayer me pasé casi todo el día hablando con los entrenadores de la liga sobre nuestra situación, empezando por el entrenador Rhemann. Neil reconocía vagamente aquel nombre, pero estaba demasiado cansado como para pensar en ello. La reacción del resto le dijo que se trataba de alguien importante. Kevin, en particular, parecía de lo más interesado en escuchar lo que el entrenador tenía que decir. —Tengo una teleconferencia con el CRRE esta tarde para hablar de nuestra clasificación —dijo Wymack—. No sé cómo va a ir la cosa. Andrew sigue matriculado como estudiante en la Estatal de Palmetto. La secretaría y el Easthaven se han puesto de acuerdo esta mañana para permitirle acabar el semestre a distancia. Eso quiere decir que su contrato con nosotros sigue siendo válido, así que seguimos dentro de la regulación. »Sin embargo, esto es más drástico que tenerlo en el banquillo lesionado. Una lesión se puede tratar y calcular. El tratamiento actual de Andrew no está tan claro. Pero — continuó Wymack— Rhemann se ha puesto de nuestra parte. Se ha ofrecido a apoyarnos si fuera necesario y me ha ayudado a contactar con los demás. Neil reconoció el nombre por fin. James Rhemann era el entrenador principal de los Troyanos de la USC, uno de los equipos de la Tríada del exy de la NCAA. El USC no tenía el historial inmaculado del Edgar Allan, pero los Troyanos eran famosos por su deportividad. Habían ganado el premio del Día del Espíritu Deportivo siete años seguidos y nunca habían recibido una tarjeta roja: un logro imposible teniendo en cuenta su larga historia y su posición en el ranking. Tenía sentido que Wymack hubiera acudido a ellos en busca de ayuda. —Desde esta mañana, la votación entre los equipos de primera división es casi unánime —dijo Wymack—. Quieren que terminemos la temporada. —¿Que quieren qué? —Dan casi se atragantó con las palabras—. ¿Por qué? Nunca nos habían apoyado hasta ahora. —¿Acaso importa? —preguntó Matt—. Si van a enfrentarse al CRRE por nosotros, a mí me vale con eso. —A lo mejor se están burlando de nosotros —dijo Allison—. Hemos derrotado a demasiados equipos del sudeste este año. Quieren que juguemos para vernos fracasar. Quieren ponernos en nuestro sitio. Peor para ellos. Seguimos teniendo a Renee, no necesitamos nada más. —No es una garantía —dijo Wymack, levantando una mano para calmarlos—. El CRRE tendrá que escucharnos, pero no tienen por qué aceptar. Solo quería que supierais que aún tenemos una oportunidad. Eso quiere decir que hoy tenemos que darlo todo como si ya estuviera decidido, ¿de acuerdo? Así que cambiaos y salid a la cancha. Quiero que deis una vuelta por cada vez que habéis dicho que la NCAA nunca se pone de vuestra parte. —Joder —dijo Nicky—. Nos vamos a pasar el día entero corriendo. —Pues ya podéis ir empezando —dijo Wymack—. Moved el culo, gusanos. A pesar de sus órdenes, Wymack dejó que pararan después de correr algo menos de cinco kilómetros. Hicieron estiramientos en grupo, se pusieron la equipación y salieron a la cancha a hacer ejercicios. Wymack los machacó hasta mediodía y después le cedió el mando a Dan y fue a contestar la llamada del CRRE. Saber que estaba luchando por su derecho a terminar la temporada era una distracción significativa, pero Dan no dejó que se detuvieran a pensar en ello. Wymack tardó casi una hora en volver. Cuando lo hizo, aporreó la puerta de la cancha, señalando el final del entrenamiento. En vez de esperar a que salieran del terreno de juego, entró él. Los Zorros estaban petrificados, demasiado asustados como para moverse, casi incapaces de respirar. La cara de póker de Wymack no ayudaba en absoluto. El entrenador se detuvo junto a Dan y llamó a su equipo para que se acercaran. Neil se unió al corrillo a su alrededor con el estómago en un nudo. Lo que le había dicho a Kevin la noche anterior iba en serio. No quería que la temporada acabara antes de tiempo y desde luego no quería perderse el campeonato, pero ingresar a Andrew había sido lo correcto. —Mañana os quiero aquí a las seis en punto —dijo Wymack—. El viernes tenemos un partido que ganar. Dan chilló y le saltó encima y el resto de Zorros no tardó en unirse a la pila. Neil apenas podía distinguir los balbuceos de indignación de Wymack. Miró a Kevin, que estaba apartado del grupo como si no llegara a creérselo. Este no tardó en percatarse de su mirada y se la devolvió. Parecía que estaba a punto de decir algo, pero entonces Nicky se lanzó sobre Neil, interrumpiendo su batalla de miradas. Neil dejó estar a Kevin, por ahora, y permitió que sus compañeros lo arrastraran a su celebración. CAPÍTULO CATORCE El miércoles por la mañana, Aaron fue al entrenamiento. No le dirigió la palabra a nadie, ni siquiera a Wymack o a Nicky, pero allí estaba. También se presentó en la residencia a tiempo para montarse en el coche con ellos de camino al entrenamiento de la tarde, así que Nicky le pidió a Neil que condujera. No sirvió para nada, ya que Aaron y él no hablaron en el asiento trasero, pero Nicky parecía esperarse aquella actitud distante. Fue esa tarde cuando los veteranos se dieron cuenta por fin de quién estaba conduciendo el coche de Andrew y Matt no tardó en preguntar el motivo. —Nicky necesita pasar tiempo con Aaron —explicó Neil. —Cuando se entere Andrew de que le has robado el coche… —empezó Matt, pero dejó el resto de la amenaza en el aire. —Andrew ya lo sabe —dijo Neil—. Me dejó sus llaves. Matt se lo quedó mirando, sorprendido. Abrió la boca y volvió a cerrarla. Cuando Neil lo miró con el ceño fruncido, se limitó a sacudir la cabeza. Neil lo dejó estar. Aquella noche le pidió a Matt que lo enseñara a pelear. La petición pareció sorprenderle, pero accedió de todas formas y los dos se pasaron el resto de la tarde comparando sus horarios para ver cuándo podían juntarse para las lecciones. La mayor parte de su tiempo libre estaba dedicado al exy y Neil seguía teniendo sus sesiones nocturnas con Kevin. Por suerte, podían cuadrarse dos veces por semana entre clases. Matt prometió que le conseguiría unos guantes la próxima vez que fuera al centro. El jueves fue casi idéntico al miércoles, salvo porque cuando fueron al comedor a cenar, Katelyn los acompañó. Puede que Aaron hubiera avisado a Nicky, ya que este no reaccionó en absoluto cuando la chica apareció con una bandeja. La reacción de Kevin fue algo más obvia, pero su gesto no era de desaprobación, sino más bien calculador. Al principio Katelyn parecía nerviosa, pero se acostumbró a ellos enseguida y se pasó la cena entera charlando. Su entusiasmo por absolutamente todo resultaba un poco agotador, pero Aaron tenía un aspecto tan vivaz en su presencia que Neil fue incapaz de pensar nada malo de ella. El viernes había partido. Debería haber sido una victoria fácil, pero la ausencia de Andrew y la nueva raqueta de Neil inclinaban ligeramente la balanza a favor del JD. Aun así, los Zorros ganaron con un margen de seis puntos, batiendo su propio récord de la temporada con once victorias y solo dos derrotas, y Katelyn estaba esperando a Aaron cuando salieron de la cancha. Puede que verlos abrazarse inspirara a Dan, porque en cuanto entraron en el recibidor dijo: —Deberíamos celebrarlo. Nicky no dudó ni un segundo. —Pero solo si hay alcohol de por medio. El silencio que lo siguió fue de lo más revelador: Dan lo había propuesto, pero no esperaba que los primos aceptaran de verdad. Por suerte para todos, Renee intervino enseguida. —Tenemos un par de botellas en nuestro cuarto. Creo que la mayoría están medio vacías, pero debería de haber suficiente para todos. Aaron la miró como si tuviera tres cabezas. —No nos juntamos con vosotros. —Esta noche sí —dijo Matt—. Dile a Katelyn que se venga. —Probablemente vaya a salir con sus amigas —dijo Aaron—. Nosotros no… —Que se vengan las Raposas también —dijo Dan y cuando Allison le lanzó una mirada de incredulidad, se encogió de hombros—. ¿Qué? Llevo aquí cuatro años y solo me sé los nombres de cinco de ellas. Es un poco triste teniendo en cuenta que nos han apoyado todo este tiempo. No sé si el grupo entero cabrá en nuestra habitación, pero… —Las salas de estudio del sótano tienen espacio de sobra —sugirió Renee cuando Dan no dijo nada más—. Dudo mucho que alguien vaya a usarlas un viernes por la noche, así que podemos hacer todo el ruido que queramos. Invítalas, Aaron. —No —dijo este, como si le pareciera inconcebible que siguieran hablando del tema. —Oye, en serio —dijo Matt—. ¿Qué te pasa con nosotros? Lo de Andrew más o menos lo entiendo, pero lo tuyo no. ¿Qué te hemos hecho? —Aparte de pagar tu fianza —intervino Nicky, intentando ayudar—. Vamos y punto, Aaron. Aaron abrió la boca, la cerró de nuevo y le lanzó una mirada cabreada a Nicky. —Cuando vuelva Andrew se lo explicas tú. —Oh, ni de coña —dijo Nicky, señalando a Neil con el pulgar—. Eso se lo dejo a este. Gracias por sacrificarte por el equipo, Neil. Eres un amigo de los de verdad. —Le sonrió, pero el entusiasmo no le duró demasiado. Lo que fuera que viera en el rostro de Neil pareció confundirlo y se echó atrás enseguida—. No te preocupes, mandamos a Renee como refuerzo. Según tengo entendido, Andrew solo gana la mitad de las veces cuando se pelean, así que igual sobrevives y todo. ¿Neil? Debería dejarlo estar, o al menos dejarlo para más tarde, pero no pudo resistirse. —¿Lo somos de verdad? —preguntó, porque ¿no era eso lo que había dicho Betsy hacía apenas un par de días? En aquel momento no lo había comprendido (ni lo había intentado siquiera), demasiado enfadado y alterado por todo lo que estaba pasando. Ahora significaba algo diferente, aunque no sabía muy bien el qué. Se dio cuenta de que Nicky no podía seguir el hilo de sus pensamientos y se obligó a sí mismo a decirlo en voz alta—: ¿Amigos? Fue como si aquella palabra le extrajera toda la felicidad del cuerpo a Nicky, pero la expresión que cruzó su rostro en aquel momento fue tan rápida que Neil no pudo descifrarla. Su sonrisa regresó en un instante, aunque no le llegó a los ojos. Neil se habría disculpado, pero Nicky alargó una mano y le revolvió el pelo. —Me vas a matar un día de estos —dijo—. Sí, chaval. Somos amigos. De nosotros ya no te libras, te guste o no. —Si ya habéis terminado —dijo Wymack desde la puerta—, moved el culo e id a ducharos. Me estáis empapando el suelo de sudor, apestáis y yo tengo mejores cosas que hacer que ver cómo os quedáis ahí de cháchara. —Sí, entrenador. Los Zorros se separaron en sus respectivos vestuarios, pero Neil se metió en la ducha con la conversación aún en la cabeza. De pie bajo los chorros, contempló sus propias palmas. Se preguntó qué significaba aquello, si podía significar algo para alguien como él. Tenía que enfrentarse a Riko, al fantasma de su padre que le acechaba y tenía seis meses antes de que Nathaniel enterrara a «Neil Josten» para siempre. Tener amigos no cambiaría nada. ¿Pero qué daño podía hacer? No lo sabía. Solo había una manera de averiguarlo. Acción de Gracias pasó. Matt se fue a casa con su madre, Dan fue a visitar a sus hermanas de escenario y Allison se fue con Renee. Los veteranos le preguntaron a Neil una sola vez si iba a volver a casa por vacaciones. No le preguntaron por qué se quedaba y él no perdió el tiempo inventando una mentira. Se pasó el puente de cinco días en la Torre con Nicky, Kevin y Aaron. La mitad del tiempo lo pasaron en la cancha y la otra mitad haciendo el vago en la residencia. El día de Acción de Gracias fueron a casa de Abby. Wymack también fue, por supuesto, y se pasaron la mañana bebiendo café y viendo el desfile en la tele. En cuanto terminó, llegó el momento de ponerse manos a la obra. Abby repartió las tareas entre sus invitados y a Wymack lo puso a trabajar en la cocina con ella. La cena estaba lista a media tarde. Cuando Nicky le preguntó a Neil cuál era su plato favorito, podría haber mentido y dicho cualquiera de los platos estereotípicos que solían asociarse con Acción de Gracias. En vez de eso, decidió practicar un poco su honestidad y admitió que nunca había celebrado aquella fiesta. Esas cosas no eran una prioridad para su familia. Nicky, como era de esperar, reaccionó como si aquello fuera lo más trágico que había oído en su vida. Neil no le encontraba el atractivo. Al ver lo poco impresionado que estaba, Nicky dijo: —No se trata de la comida. Se trata de estar en familia. No necesariamente la familia que te toca al nacer, sino la que tú eliges. Esta — dijo con énfasis, señalándolos a todos—. La gente en quien confiamos para formar parte de nuestra vida. La gente que nos importa. —Estoy intentando comer —dijo Wymack. —El entrenador no es menos sentimental porque no entrena —dijo Nicky a Neil—. No sé qué ve Abby en él. Seguro que es buenísimo en la… —Termina esa frase y te pongo a lavar platos —dijo Abby y Nicky tuvo la sensatez de callarse. Al final recogieron y limpiaron entre todos, ya que prácticamente habían destrozado la cocina de Abby intentando preparar todos los platos necesarios. Después, cayeron rendidos de cualquier manera por el salón. Neil estaba pensando que no volvería a comer por lo menos durante un mes, pero los demás al parecer aún tenían ganas de beber vino. Nicky, a pesar de que nunca había visto a Neil consumir alcohol por voluntad propia, fue lo bastante optimista como para ofrecerle una copa. —¿Ni siquiera en vacaciones? —preguntó cuando Neil la rechazó. —Aún es menor de edad —dijo Abby. —Aaron y Kevin también y no haces nada para evitarlo — señaló Nicky. —Tampoco los animo a beber —repuso Abby. Kevin observó la conversación desde donde estaba apoyado en el mueble de la televisión. Cuando Nicky se rindió con un suspiro, Kevin habló en francés: —Si quieres beber, yo puedo vigilarte —dijo y añadió cuando Neil lo miró—: No dejaré que digas nada de lo que puedas arrepentirte. —En menos de una hora estarás borracho —dijo Neil—. ¿Y entonces quién me detendrá? Kevin le clavó una mirada fría. —Yo dejaría de beber. —Qué maleducados —dijo Nicky, incorporándose para mirarlos a ambos—. ¿Qué acabas de decir? No te entiendo. No es justo. —La próxima vez piensa en eso antes de hablar en alemán durante mis entrenamientos —dijo Wymack. —Eso es distinto —se quejó Nicky—. Neil solo pone esa cara cuando alguien intenta hacer algo por él, pero todos sabemos que Kevin es el mocoso más malcriado del mundo. ¿Qué has dicho, Kevin? ¿Tengo que defender el honor de Neil o qué? Kevin no perdió el tiempo contestando. Neil lo hizo, aunque sus palabras iban más dirigidas a Kevin que a Nicky. —Estoy bien, pero gracias. Kevin lo aceptó, encogiéndose de hombros, y siguió bebiendo. Nicky volvió a mirarlos a ambos, se dio cuenta de que no iba a obtener una explicación y se recostó de nuevo con un suspiro decepcionado. La habitación se sumió en un silencio cómodo. Cuando llegó la hora de marcharse, Neil tenía tanto sueño que apenas podía conducir, pero los llevó de vuelta a la residencia de una pieza. Nicky intentó convencerlo de que se quedara con ellos, ya que había una litera libre en su cuarto y no quería que Neil pasara la noche de Acción de Gracias solo, pero Neil regresó a su propia habitación. Parecía demasiado grande sin nadie más allí. Supuso que su perspectiva se había visto afectada después de pasar todo el día rodeado de tanta gente. Por suerte, estaba demasiado cansado como para preocuparse por ello. Cayó rendido en cuanto su cabeza tocó la almohada. El lunes trajo consigo la última semana de la temporada de exy. Los Zorros regresaron de sus vacaciones descansados y listos para acabar el año con una victoria. Llegaron a los entrenamientos con una energía casi salvaje y quemaron hasta la última pizca los unos contra los otros. Neil esperaba que se separaran después del entrenamiento para pasar la noche en sus respectivos grupos, pero todos acabaron yendo al comedor a la vez. No sabía quién lo había orquestado ni le importaba, porque, aunque Aaron pareció recular al ver a los veteranos, no opuso resistencia. El martes Katelyn se unió a ellos y el miércoles salieron a cenar al centro todos juntos en grupo: los ocho Zorros que quedaban y cuatro de las Raposas. No había muchos sitios en aquella zona que pudieran acomodar a un grupo de aquel tamaño, pero por suerte en su restaurante local favorito podían sentarse en dos mesas de seis personas con solo un pasillo entre medias. Las animadoras estaban dispuestas a separarse de dos en dos, pero los Zorros lo tuvieron más difícil para decidir cómo sentarse. La solución más obvia era dividirse como siempre: los veteranos en una mesa y el grupo de los primos en la otra. En su lugar, Neil y Kevin acabaron sentados con Allison y Renee y Matt y Dan se sentaron al otro lado del pasillo con Aaron y Nicky. Aquello no habría supuesto ningún problema si no fuera porque una de las animadoras acabó entre Kevin y Neil. Neil reconocía a Marissa de la noche que jugaron contra el Campbell JD. No recordaba mucho más sobre ella, salvo que compartía habitación con Katelyn, pero a juzgar por la sonrisa radiante de la chica, aquello le bastaba. Se arrepintió de haberle dirigido la palabra de inmediato, porque se pasó el resto de la cena acosándolo. Neil había crecido entablando conversaciones casuales con miles de desconocidos por todo el mundo, pero estaba desentrenado. Ahora se pasaba el día entero con los Zorros y ellos habían dejado atrás aquellas conversaciones superficiales hacía meses. Si al menos Marissa estuviera hablando de exy, habría sido capaz de soportarlo, pero sacó todos los temas del mundo menos ese. Neil estaba sentado en la parte exterior del banco y aun así se sentía atrapado. El alivio que sintió al salir del restaurante tras la cena fue tan intenso que casi se mareó. La zona de compras del centro era una larga calle que divergía de Perimeter Road cerca del Verde. Las Raposas tenían que cruzar el Verde para volver a su residencia, mientras que los Zorros seguirían por la acera de Perimeter Road hasta la Torre. Se detuvieron junto al paso de cebra para despedirse y Katelyn se aseguró de darle un beso de buenas noches a Aaron. A Neil no le interesaba verlo, pero cuando se giró se encontró con Marissa justo enfrente. —Si quieres, puedo darte mi teléfono —dijo Marissa. Neil no recordaba habérselo pedido en ningún momento. —¿Para qué? No era la respuesta que ella esperaba, a juzgar por cómo le tembló la sonrisa. Aun así, se recuperó enseguida y le puso una mano en el brazo. —Me gustaría tener la oportunidad de conocerte mejor. Creo que podríamos pasárnoslo bien los dos solos. Eres de lo más interesante, Neil. No era la primera persona que se lo decía, pero Neil se preguntó si la opinión que Andrew tenía sobre él cambiaría cuando no estuviera medicado. Apartó aquel pensamiento aleatorio de su mente por ser irrelevante e inútil y se centró en Marissa. —Si me lo dieras, no te llamaría —dijo Neil—. Solo socializo con los Zorros. La chica se lo quedó mirando durante una eternidad y después habló con una despreocupación que Neil no se creyó en absoluto: —Si cambias de idea, ya sabes dónde encontrarme. Fue a separar a Katelyn de Aaron y las Raposas cruzaron la calle hacia el campus. —Te has pasado, Neil —dijo Nicky—. Con lo calladito que eres, a veces eres un cabrón. Se puede rechazar a una chica con delicadeza, ¿sabes? —¿Por qué? —preguntó Neil, pero Nicky solo suspiró con lástima. Neil se metió las manos hasta el fondo de los bolsillos y miró a Dan—. ¿A las chicas hay que tratarlas con delicadeza? Pensaba que eran muy fuertes como para eso. Dan le sonrió con aprobación. —La mayoría lo somos, pero otras son como los chicos y tienen el ego delicado. —Oye —protestó Matt. —Si Marissa no es una candidata para el banquete de Navidad, ¿puedo presentarme yo? —preguntó Renee. Nicky la miró con la boca abierta, pero ella no dio señales de percatarse. Contestó a la mirada interrogativa de Neil con una sonrisa dulce y se explicó—: Parece ser que mi acompañante habitual no está disponible, pero preferiría no ir sola. ¿Qué te parece? Neil no había planeado invitar a nadie, pero contestó: —Vale. —Primero le robas el coche a Andrew y ahora le robas la chica… —Matt tomó la mano de Dan y miró a Neil—. Oh, y además has corrompido al resto de monstruos convenciéndoles de que se junten con nosotros fuera de los entrenamientos. Dime si necesitas refuerzos cuando tengas que explicarle todo esto. —Gracias, pero me las arreglo bien con él —dijo Neil. —Ya nos hemos dado cuenta —contestó Dan, seca, y tiró de Matt para avanzar por la acera. El resto de Zorros los siguieron. Caminaron a paso rápido para combatir el frío, pero aun así estaban helados cuando llegaron a la residencia. Se separaron al llegar a la tercera planta. Neil aún tenía un par de horas antes de reunirse con Kevin para entrenar, así que se sentó en su escritorio con sus libros de texto. Matt sacó una cerveza de la nevera y se puso a hacer sus deberes. —No me puedo creer que ya casi se haya acabado —dijo al cabo de unos minutos—. Por un lado, me da la sensación de que este ha sido el semestre más largo de la historia, pero al mismo tiempo, el otoño ha pasado volando. Ya es casi diciembre, ¿sabes? —Sí —dijo Neil, dibujando círculos en su esquema. El viernes era uno de diciembre y el último partido de la temporada de otoño. La semana siguiente los Zorros solo acudirían a los entrenamientos matutinos, ya que Wymack quería que pasaran las tardes estudiando. Neil y Kevin no lo habían hablado, pero asumía que seguirían entrenando por las noches. —Mierda, ya casi es Navidad —dijo Matt, casi como si se maravillara de ello—. Todavía no sé qué le voy a comprar a Dan. Pero, oye, hablando de Navidad, ¿sabes ya qué vas a hacer? —La silla de Matt crujió cuando se giró para mirarlo—. ¿Vas a irte a casa o te vas con los monstruos? —Aún no lo he decidido —dijo Neil—. ¿A dónde van ellos? —Si no me falla la memoria, el año pasado Erik vino desde Alemania y salieron de fiesta por Columbia —dijo Matt—. Eso fue antes de que llegara Kevin y los atara a la cancha, y antes de… Bueno, de lo que ha pasado. Me imagino que no van a querer volver a Columbia hasta dentro de mucho. Igual me equivoco. Tú lo sabrás mejor que yo. —No lo sé —dijo Neil—. No han dicho nada al respecto. —Sea como sea, no paséis las vacaciones aquí, ¿vale? —le pidió Matt—. Si no tenéis otros planes os arrastraré a casa conmigo. Mi madre hace tiempo que quiere conocer a los monstruos y en su casa hay sitio de sobra para todos. Avísame si eso. A Neil le hizo falta un momento para procesar aquello. —Gracias. Se lo diré a los otros. Matt asintió y volvió a ponerse manos a la obra. Neil intentó centrarse otra vez en sus deberes, pero había perdido el hilo y ya no podía recuperarlo. En vez de eso, se dedicó a dibujar huellas de zorro en el margen del papel hasta que Kevin fue a buscarlo. Neil se pasó el camino al estadio pensando en la oferta de Matt, pero no sacó el tema. Kevin no era el indicado para planteárselo primero, aunque suponía que accedería si había una cancha lo bastante cerca. Puede que Nicky fuera el más fácil de convencer. Neil solo podía imaginarse la reacción de Aaron, pero, ya que ninguno tenía familia, puede que valiera la pena intentarlo. Neil sentía cierta reticencia ante la idea de conocer a la madre de Matt, pero después de su experiencia con Acción de Gracias, sentía curiosidad por saber cómo pasaban las fiestas las familias normales. Tan normales como podían ser las familias de los Zorros, al menos. —Céntrate —dijo Kevin con impaciencia, así que Neil lo apartó de su mente hasta más tarde. Aquel año, el banquete de Navidad del distrito sudeste se celebraba en Breckenridge. Por suerte no era tan temprano como para impedir que los Zorros se repusieran de la fiesta de final de semestre de la noche anterior, pero seguían siendo siete horas de autobús. Dos semanas después del final de la temporada y habiendo dejado atrás los exámenes, Neil no tenía nada en que pensar salvo en Riko y en Andrew. Este último se había marchado hacía ya cinco semanas y nadie había tenido noticias de él. Ni siquiera Betsy sabía cómo le iba, ya que había cedido su tratamiento al equipo del Easthaven. Neil estaba intentando no obsesionarse con ello, pero era una tarea imposible y sabía que los Zorros iban a tener que oír hablar del tema aquella noche. Riko, sin duda, tendría algo horrible que decir al respecto. Los Zorros fueron de los últimos en llegar a la cancha del Breckenridge. Kevin se había pasado la mayor parte del trayecto durmiendo, ya que aquella mañana había bebido tanto alcohol como café, pero se despertó cuando aún quedaba media hora para llegar al campus. El resto del viaje lo pasó callado como una tumba, pero Neil se giró para observarlo cuando entraron en el aparcamiento del estadio de los Chacales. Kevin estaba mirando hacia el resto de autobuses por la ventana y una violenta sacudida indicó que había visto los de los Cuervos. Wymack echó a los Zorros y a sus acompañantes del autobús y cerró tras ellos. Cuando volvió a girarse chasqueó los dedos en dirección a Kevin para captar su atención. —Mírame. Kevin arrastró su mirada vacía hasta Wymack y este señaló a Neil y a Matt. —¿Ves a estos dos? Si en algún momento de la noche te miro y no estás al menos a metro y medio de alguno de ellos, no juegas ni un puto partido esta primavera, ¿me entiendes? Son tus escudos. Utilízalos. Utilízame a mí, si es necesario. Ahora quiero oírte decir: «Sí, entrenador». —Mm —fue todo lo que consiguió decir Kevin. —No te preocupes —dijo Matt—. No puede hacer nada con tantos testigos. —Consiguió atrapar a Neil en el último banquete —dijo Allison. Kevin miró a Neil. Él le devolvió la mirada sin dudar y no dejó que sus propios nervios se manifestaran en su rostro. Sacaron su ropa del maletero y siguieron al guardia de seguridad que los hizo entrar dentro. Neil se cambió en uno de los cubículos del baño y después examinó su reflejo. El resto estaban en la sala principal y no podían verlo, así que se inclinó hacia delante para acercarse al espejo. Deslizó una de las lentillas para apartarla un momento, necesitaba ver el verdadero azul frío de sus ojos, y esto le dio fuerzas. Le había prometido a Andrew que se quedaría con Kevin sin importar lo que ocurriera. No tenía intención de romper aquella promesa. Puede que «Neil» fuera un fugitivo asustadizo y «Nathaniel» un joven atormentado, pero «Abram» había crecido apartado e inmune a los negocios sangrientos de su padre. Neil tiraría de cada asesinato que había presenciado y de cada noche eterna y desesperada y se enfrentaría a Riko impávido. Era lo mínimo que podía hacer. Era lo único que podía hacer. La cancha estaba llena de decoraciones navideñas. Había flores de Pascua delineando las paredes y un enorme árbol en una esquina. Neil supuso que era falso, porque habría sido imposible meter un árbol de aquel tamaño allí dentro a no ser que fuera por piezas. Unas mantas gruesas bajo la base se aseguraban de que no rayara el suelo de la cancha y había pequeños regalos apilados al pie. Se preguntó si serían también falsos o si eran los regalos que los Chacales iban a hacerse los unos a los otros, prestados temporalmente como decoración. Esta vez, los organizadores de los asientos habían sido lo bastante inteligentes como para separar a los Zorros y a los Cuervos. Los Zorros estaban sentados frente a los Avispones de Wilkes-Meyers y Neil acabó entre Renee y Kevin. Los Zorros y los Avispones llevaban sin verse desde septiembre. Neil casi esperaba una actitud agresiva, ya que los Zorros habían ganado el partido, pero ahora que la temporada había terminado los Avispones estaban animados y relajados. Una vez que hubieron llegado todos los equipos, Tetsuji Moriyama dio un golpecito contra el micrófono inalámbrico para llamar su atención. Alguien apagó la alegre música navideña y Tetsuji repasó a los equipos reunidos con una mirada pétrea. —Se han decidido los rankings de la temporada —dijo sin énfasis ni preámbulos. A aquellas alturas no era ninguna novedad (los comentaristas deportivos y los entrenadores se habían pasado la temporada sumando los puntos), pero todos prestaron atención—. Estos son los cuatro equipos clasificados para representar al distrito sudeste en el campeonato de primavera. Los mencionaré en orden, del primero al cuarto: Edgar Allan, Estatal de Palmetto, Breckenridge, Belmonte. Le pasó el micrófono a un entrenador algo más agradable, que les dio la enhorabuena y les deseó unas felices fiestas. Una de los Avispones no esperó a que hubiera terminado antes de inclinarse sobre la mesa y señalar a Kevin y a Neil con un gesto. —¿Cómo coño conseguisteis ganar contra el Breckenridge vosotros dos? —No fuimos solo nosotros dos —dijo Neil. La mirada que le dedicó indicaba que no estaba impresionada por su modestia. Neil se encogió de hombros y lo dejó estar. Comprendía su escepticismo, pero mantenía sus palabras. Como el Estatal de Palmetto y el Breckenridge habían terminado la temporada con la misma puntuación de doce a dos, el CRRE había utilizado la proporción de tantos para romper el empate. Era el mismo método utilizado en las semifinales, razón por la cual las semis de primavera se consideraban una ronda de comodines. La proporción entre los goles que los Zorros habían marcado y los que habían recibido era mejor que la de los Chacales, eso era todo. Gran parte del mérito era de su línea defensiva, desde sus porteros inquebrantables hasta sus agresivos defensas, pero la proporción también dependía en gran medida del rendimiento de sus delanteros. Neil y Kevin se las habían apañado para marcar los suficientes goles aquella temporada como para empatar con los Chacales. Neil no sabía cómo lo habían conseguido, pero no le importaba. Los Chacales habían ido a la Estatal de Palmetto en agosto con toda la intención de hacer daño a Seth y a Kevin. Neil los odiaba desde entonces. Por suerte, el haber quedado segundos significaba que no tendrían que enfrentarse a los Chacales. Hasta las semifinales, los partidos de primavera estaban separados en dos grupos de pares e impares. Los equipos impares jugarían los jueves por la noche y los pares, los viernes. —Menos mal que este año no jugamos en los impares — dijo Nicky, justo en ese momento—. Así al menos tendremos una oportunidad. —Vamos a conseguirlo —dijo Dan—. Tenemos que hacerlo. Les debemos una revancha a los Cuervos. Los Avispones intercambiaron miradas de lástima, pero no dijeron nada. Los camareros llenaron las mesas a rebosar de platos y los equipos empezaron a comer. La conversación durante la cena fue ruidosa y estuvo cargada de emoción. Kevin participaba si hablaban de exy y se abstenía si no, sin dejar de mirar hacia la mesa de los Cuervos de reojo. Neil no habló a no ser que le hablaran directamente y centró toda su atención en Kevin. Fue a mitad de la cena cuando se dio cuenta de que aún no le había dirigido la palabra a Renee. —Perdona —dijo. Renee le lanzó una mirada curiosa. —¿Por qué? —No te estoy ignorando a propósito. —No pasa nada si lo haces —dijo Renee—. Kevin te necesita más que yo. Neil asintió, agradecido por su comprensión. Renee sonrió y empezó a charlar con los Avispones que tenían enfrente. Neil se permitió por fin mirar a los Cuervos al otro lado de la sala, era la primera vez que lo hacía desde que habían entrado en la cancha. Al parecer, los Cuervos estaban usando sus trucos habituales: todos habían venido solos y en conjuntos negros a juego. Las mujeres llevaban collares granates idénticos y los hombres corbatas rojo sangre. Neil supuso que era lo más navideño de lo que eran capaces. La cena dio paso a juegos para que pudieran hacer la digestión y después retiraron todas las mesas menos una de la cancha. Los camareros regresaron con cuencos de ponche y vasos de plástico. Los villancicos fueron sustituidos por música que retumbaba en los oídos y la cancha se convirtió en una pista de baile. Los equipos se separaron para la fiesta. Para la mayoría, la temporada había acabado y estaba claro que querían despedirla a lo grande. Aaron y Katelyn fueron los primeros en desaparecer entre la multitud. Nicky titubeó, pero había traído a un invitado y no supondría una gran ayuda si Riko iba en busca de pelea, así que Neil desestimó su preocupación con un gesto. Tras marcharse Nicky, Allison se fue también, arrastrando a Renee consigo. Matt y Dan fueron los últimos en irse y se quedaron fuera de la multitud para poder echarles un ojo a Kevin y a Neil. A este último le hacía gracia lo protectores que estaban siendo y se preguntó si habrían hecho lo mismo de estar Andrew allí. Por alguna razón, lo dudaba. Esta vez Wymack no se pasó para obligarlos a socializar, así que Neil y Kevin se mantuvieron al margen de la masa de gente. Kevin no estaba de humor para celebraciones y Neil no quería estar rodeado de tanta gente. Entre la muchedumbre no podría ver venir a Riko y sería demasiado fácil perder a Kevin de vista. En vez de eso, hicieron guardia junto a la mesa de las bebidas y sorbieron ponche. Riko tardó media hora en ir a por ellos, pero llegó de todas maneras, tal y como ambos sabían que haría. Jean le iba pisando los talones. Kevin se quedó congelado con el vaso contra la boca al verlos. Neil dio un paso adelante para interponerse entre Riko y él. Riko sonrió ante su valentía, pero no era una expresión alegre. Era más bien como la cara de un niño psicópata que acababa de encontrar a un animalillo al que torturar: un cuarto de placer y tres de deseo. —Tu falta de instinto de supervivencia es de lo más alarmante —dijo Riko—. Bórrate esa expresión de la cara antes de que te la arranque. Neil no se había dado cuenta de que él también estaba sonriendo, una expresión cruel que había heredado de su padre. Bajó el vaso para que Riko pudiera verla mejor. —Me encantaría ver cómo lo intentas. ¿Crees que le tengo miedo a tus cuchillos? Soy el hijo del Carnicero. —Ya van tres faltas. —Riko se pasó un dedo por la garganta y giró la cabeza en sentido contrario—. Me decepcionas, Kevin. Le prometiste al amo que te ocuparías de esto. Es obvio que no lo has hecho y siento una gran curiosidad por saber por qué. —Lo ha intentado —dijo Neil—. La cosa no cuajó. Riko apretó el pulgar contra el pómulo de Neil en el punto donde los otros tres tenían tatuados sus números. —Haznos un favor a todos y cierra la boca. Tu insolencia ya te ha costado dos compañeros de equipo. No puedes ni imaginarte lo que os espera. Oír cómo Riko confirmaba que había organizado la muerte de Seth llenó a Neil de una ira nauseabunda. Andrew y Kevin habían estado seguros, pero Wymack lo había calificado como paranoia. Neil no había creído a Andrew porque no quería hacerlo, pero la incertidumbre se quedó con él todo el semestre. Levantó la mano que tenía libre y le mostró a Riko la firmeza de su pulso. —Estoy temblando de miedo. —Deberías —dijo Riko—. Crees que puedes desafiarme porque no soy tu padre, pero olvidas algo muy importante: yo soy la familia a la que tu padre temía. Y sí, Nathaniel, nos tenía mucho miedo. Neil bajó la mano y se inclinó hasta estar muy cerca de él. —De ti no —dijo, cargado de un énfasis feroz—. Tú no eres parte de esa familia, ¿recuerdas? Tú eres desechable. Esperaba que el insulto diera en el blanco, pero no había predicho lo profundo de la herida. Nunca había visto aquella expresión en el rostro de Riko, pero supo que acababa de firmar su sentencia de muerte. —Jean —dijo este sin apartar la mirada de Neil—, llévate a Kevin y déjanos solos. —Ve a ver a Matt —dijo Neil cuando Kevin titubeó. —Ahora —insistió Riko. Jean dio un amplio rodeo alrededor de Riko y agarró a Kevin del brazo. Neil lo observó arrastrar a Kevin tan rápido como era posible sin llamar demasiado la atención. Dan y Matt se dieron cuenta, por supuesto, y fueron a interceptarlos. Jean se detuvo al verlos acercarse, pero siguió aferrado a Kevin como si su vida dependiera de ello. Matt echó a andar hacia Neil y Riko, pero Kevin le puso una mano en el hombro para detenerlo. Cuando Matt se deshizo de su agarre bruscamente, Neil le hizo un gesto para indicarle que no se acercara. La expresión de Matt mostraba su desacuerdo con aquel plan, pero mantuvo las distancias. Neil volvió a centrar su atención en el rostro de Riko. —Creo que he metido el dedo en la llaga. Riko se movió a la velocidad de un rayo, tirándole el vaso de la mano y agarrándolo de la muñeca. Se la retorció con una violencia que envió relámpagos de agonía por el brazo de Neil. Este se atragantó con una maldición cargada de dolor y lo agarró del brazo para detenerlo. No podía deshacerse de la mano de Riko, pero si este le retorcía la muñeca un centímetro más le rompería algo. Con cada parpadeo, Neil veía las cicatrices pálidas de la mano de Kevin. Hizo lo que pudo por respirar a través del pánico que le inundaba los pulmones. Luchó por mantener una expresión calmada y se obligó a sí mismo a mirar a Riko a los ojos. —No vas a hacerlo —dijo—. No delante de toda esta gente. —Me da igual si lo ven —dijo Riko—. Un perro que muerde la mano de su amo merece que lo sacrifiquen. El lugar y el público presente son intrascendentes. —No soy un perro. Soy un Zorro. —Eres lo que yo te ordene que seas y nada más. —Ya hemos hablado de tus delirios. —Te advertí que aprendieras cuál es tu lugar. —Suéltame, Rey. —Sí, soy el Rey —dijo Riko—, y tú vas a pasar las Navidades en mi castillo. Vendrás al Evermore durante las vacaciones de invierno. No —dijo cuando Neil abrió la boca para protestar—, no vuelvas a ponerme a prueba. Soy lo único que te mantiene con vida. —Eso no es cierto —dijo Neil. Riko se lo quedó mirando durante un instante eterno y después sonrió. A Neil se le cayó el alma a los pies al verlo; supo lo que se avecinaba antes de que Riko abriera la boca, pero se negó a creerlo. —Supongo que te refieres al portero. Sabes de quién te hablo, ¿no? Ese enano con una actitud horrible que cree que puede robarme mis cosas. Ahora que me acuerdo, hace tiempo que no lo veo. Miró hacia atrás como si esperara que Andrew se materializara de la nada. Soltó a Neil, pero este era incapaz de respirar, mucho menos de moverse para poner algo de distancia entre ellos. Riko había hablado de dos compañeros de equipo. La insolencia de Neil le había costado dos compañeros de equipo, pero Seth solo era uno de ellos. Riko se giró para darle la espalda y agitó un dedo como si acabara de acordarse. —Oh, cierto. Me han dicho que se lo han llevado. Algo sobre su hermano follándoselo hasta dejarlo tonto, ¿no? Qué escándalo. Menudo trauma. —No —dijo Neil. Riko lo ignoró. —Drake era un hombre interesante, ¿verdad? Debería darle las gracias a la policía por llevarme hasta él. Si no, puede que no hubiera sabido nunca de su existencia. ¿Sabías, Nathaniel, que los abogados de Oakland son de los más fáciles de sobornar? Solo hicieron falta tres llamadas para organizarlo todo. —Le tendiste una trampa a Andrew. —Y eso ni siquiera es lo mejor. —Riko sonrió cuando Neil sacudió la cabeza y siguió hablando—: ¿Sabías que también he contratado a uno de los médicos del Easthaven? Así que, si no quieres que sus sesiones de terapia se conviertan en recreaciones terapéuticas, mañana por la mañana te quiero en un avión camino de Virginia Occidental. Jean le dará tu billete a Kevin. ¿Me comprendes? A Neil no le salían las palabras, así que respondió con los puños. No tenía mucho espacio para echar hacia atrás el brazo, pero hizo lo que pudo y alcanzó a Riko de lleno en su asquerosa boca. El golpe obligó a Riko a retroceder, proporcionando algo más de espacio a Neil, y el siguiente golpe impactó contra un ojo. Se apartó de la mesa y se lanzó directo hacia Riko, pero este ya estaba viniendo hacia él. Neil se estrelló contra la mesa con tanta fuerza que la movió unos metros y los dos cayeron al suelo. Neil intentó pegarle en cualquier parte que tuviera a mano, apenas consciente de los golpes del propio Riko. Alguien gritó algo sobre una pelea, o quizás era solo el rugido de la sangre en sus oídos. De repente sintió que lo agarraban unas manos que no eran las de Riko y los obligaron a separarse. Neil se aferró a Riko con todas sus fuerzas y él hizo lo mismo. Riko tiró de él para acercarlo una última vez antes de que la gente los separara y aprovechó la oportunidad para decir: —Acabas de costarle algo que no estaba dispuesto a perder. Y entonces varios cuerpos se interpusieron entre ellos. Neil reconoció algunos: primero Matt, luego Jean y luego un par de jugadores cuyos rostros solo había visto a través de las rejillas de los cascos. Su cerebro asignó nombres a algunos rostros y al final decidió que todos eran irrelevantes. Ninguno era Riko. Luchó contra ellos lo mejor que pudo, intentando abrirse camino para poder ponerle las manos encima a él. De algún modo consiguió llegar lo bastante cerca como para agarrarlo de la manga. —Si se te ocurre tocarlo siquiera… Wymack apareció de la nada y lo apartó como si no pesara nada en absoluto. El espacio entre los dos se llenó de entrenadores y el jaleo decayó casi de inmediato. Durante un minuto el único sonido fue la respiración irregular de Neil mientras miraba más allá de Wymack para ver a Riko. La sala entera estaba vibrando, o puede que Neil temblara tanto que corriera el riesgo de hacer que la cancha se derrumbara sobre ellos. —¿Qué coño está pasando aquí? —exigió el entrenador del Breckenridge—. Esto es un banquete navideño. ¿Os suena la Navidad? Una época de armonía y buena voluntad. Quiero una explicación ahora mismo. Ni Neil ni Riko respondieron; estaban demasiado ocupados intentando fulminarse mutuamente con la mirada. Jean había regresado a su lugar junto a Riko y la expresión tensa de su rostro estaba llena de una desaprobación recelosa. Neil deseaba tener una pistola a mano. Se habría conformado con los cuchillos de Andrew, pero esos estaban escondidos bajo su almohada en la Estatal de Palmetto. Clavó los dedos en el brazo de Wymack con tanta fuerza que sin duda le saldrían moratones y sonrió hasta que le dolió. —Sí —dijo, porque ¿qué otra cosa podía decir?—. Lo comprendo. —Acepto tus disculpas —dijo Riko. Los entrenadores aguardaron. Cuando ninguno de los dos añadió nada más, uno de ellos repasó a la multitud con una mirada irascible. —El próximo que empiece una pelea se va a llevar una sanción y se pasará los próximos cinco partidos en el banquillo, ya sean de primavera o de otoño. ¿Os ha quedado claro? —Un coro de voces contestó de manera afirmativa y el entrenador miró a Neil y a Riko, enfadado—. Vosotros dos alejaos el uno del otro lo que queda de banquete. Wymack, sácalo de la cancha hasta que esté dispuesto a comportarse de manera civilizada. —Neil no se estaba peleando solo —dijo Wymack con la voz dura como el acero—. Si el entrenador Moriyama prefiere el lado de visitantes, yo me quedo con el local. —Por supuesto —dijo Moriyama, con una actitud impasible ante el caos—. ¿Riko? Echaron a andar en una dirección, así que Wymack prácticamente arrastró a Neil en la contraria. Este sabía que Abby y los Zorros iban tras ellos para salir de la cancha, pero no podía apartar los ojos de Riko para mirarlos. Lo perdió de vista cuando Wymack lo sacó por la puerta de un empujón, pero no fue hasta que el entrenador lo sentó en uno de los banquillos del equipo local que Neil fue capaz de mirarlo. Wymack hizo un gesto impaciente con la mano para indicar a Katelyn y a Thomas, el invitado de Nicky, que regresaran a la cancha, y luego se volvió hacia Neil. —¿De qué coño iba eso? —¿Entrenador? —No me salgas con esas, pedazo de retrasado disfuncional. —No, ahora en serio —dijo Nicky, mirando a Neil con los ojos como platos—. ¿Qué ha pasado? —Neil le ha metido una hostia a Riko —dijo Matt—. Ha sido precioso. —¿Qué? —graznó Nicky—. ¡No es justo! ¡Me lo he perdido! Hazlo otra vez. O mejor no —añadió enseguida cuando Wymack le lanzó una mirada asesina—. Uno tiene derecho a soñar, ¿no, entrenador? —Cierra el pico. —Wymack volvió a centrar su ira en Neil—. Sigo esperando. Neil se tocó la muñeca y torció el gesto ante el dolor que aún persistía. Abby se coló alrededor de Dan para llegar hasta él y se sentó a su lado. Neil permitió que tomara su mano y clavó la mirada en la cancha detrás de Wymack. —Riko sobornó al fiscal. —Las palabras le salieron muy despacio; eran tan horribles que creyó que se pondría enfermo solo con oírlas en voz alta de nuevo—. Por eso Drake se arriesgó a viajar hasta aquí para ver a Andrew. Riko iba a hacer que retiraran los cargos de Drake si él… — Apretó los dientes y sacudió la cabeza, incapaz de terminar la frase. No tuvo que decir nada más. La música seguía sonando a todo volumen por los altavoces, pero el silencio entre los Zorros era absoluto. Aaron fue el primero en recuperar el habla. —Mientes. Neil inspiró como pudo y miró a Kevin. —¿Lo tienes? —preguntó en francés—. ¿Mi billete de avión? —Kevin se lo quedó mirando como si no lo viera, demasiado atónito como para comprender o reaccionar—. Kevin, mírame. —Me lo voy a cargar —dijo Nicky. —No —dijo Neil, con tal ferocidad que incluso Matt le dirigió una mirada preocupada—. Primero vamos a destrozarlo. Si el exy es lo único que le importa, vamos a arrebatárselo. Empezaremos destruyendo su reputación y después lo destruiremos a él. No quiero perder ni un solo partido esta primavera. ¿Podemos conseguirlo? —Ni uno solo —dijo Dan con voz firme. Neil los miró uno a uno, vio la ira gélida en sus rostros, y se centró en Kevin. —¿Tienes mi billete? —insistió en francés. —No vas a ir —dijo Kevin—. ¿Sabes lo que te hará si vas? —¿Sabes lo que le hará a Andrew si no voy? —dijo Neil—. No tengo elección. Tengo que ir. Y tú tienes que confiar en mí. —Conseguirá romperte. —Ya le gustaría a él —dijo Neil—. Confía en mí. Te prometo que volveré y, cuando lo haga, traeré conmigo a Andrew. Todo va a ir bien. ¿Tienes mi billete o no? Kevin apretó la boca hasta formar una línea dura y pálida y apartó la mirada. —Lo tengo. Cuando los delanteros se callaron, Dan miró a Wymack. —Vámonos a casa, entrenador. Al banquete aún le quedaban varias horas, pero era demasiado peligroso que se quedaran. La próxima vez que alguno de ellos viera a Riko intentarían partirle el cuello. Wymack confiaba en el autocontrol de Renee más que en el de los otros, así que la mandó en busca de sus invitados. En cuando regresó con Katelyn y Thomas, los Zorros salieron pitando hacia el autobús. Se detuvieron a recoger sus cosas de los vestuarios, pero no el tiempo suficiente como para cambiarse. Wymack los tenía en la carretera en cuestión de minutos. El viaje de vuelta a Palmetto fue silencioso. Era noche cerrada, pero, a pesar de la hora, los Zorros no podían dormir. Wymack dejó primero a los invitados y luego llevó a su equipo hasta la Torre. Subieron todos juntos en el ascensor. Kevin le pasó a Neil una hoja de papel doblada al salir al pasillo. No necesitó abrirla para saber que era la confirmación de su vuelo. Matt intentó hacer entrar a Neil en la habitación de las chicas para hablar de lo ocurrido, pero él siguió hasta su cuarto. Se quitó los zapatos, los tiró a un lado y abrió la ventana. Intentó encender un cigarrillo, pero las manos le temblaban demasiado. Al final, se metió en la cama con la ropa puesta. Consultó la hora de salida para saber a qué hora poner el despertador y después metió el papel bajo la almohada junto a las bandas de Andrew. Se cubrió la cabeza con las mantas para aislarse de la habitación y se obligó a sí mismo a dejar de pensar. Cuando al fin consiguió dormir, soñó con muerte y sangre. CAPÍTULO QUINCE A Neil lo despertó el ruido de gente moviéndose en la habitación contigua. A pesar de haberse acostado tarde, los Zorros ya estaban despiertos antes de media mañana. Hoy empezaban las vacaciones de invierno y la mayoría tenían vuelos lo bastante largos por delante como para dormir en ellos. Allison, Renee y Dan volarían juntos a Bismarck sobre la hora del almuerzo y se separarían al aterrizar. Dos horas después de que despegara el vuelo de las chicas, el resto de Zorros estarían de camino al aeropuerto de LaGuardia. Neil había transmitido la invitación de Matt la semana antes de los exámenes y dejó que Nicky hiciera todo el trabajo. El plan original de Nicky de pasar las Navidades en Alemania quedó cancelado cuando ingresaron a Andrew. No quería separarse tanto de Aaron. Por desgracia, Erik no tenía suficientes días libres como para viajar a EE.UU. Eso convertía a Matt en la única oportunidad de Nicky para tener unas vacaciones divertidas. Ninguno de los supuestos monstruos del equipo sabía muy bien por qué Matt se estaba portando tan bien con ellos, pero a Nicky le hacía demasiada ilusión pasar Nochevieja en Times Square como para que le importara. Wymack se alegró aún más que Nicky al conocer el plan y dijo que su ausencia supondría por fin un poco de paz y tranquilidad. Aaron necesitaba permiso de su abogado para salir del estado, pero aquello se arregló sin demasiados problemas. Neil no tenía ni idea de cómo iba a decirles que sus planes habían cambiado. No podía contarles la verdad. No dejarían que lo hiciera. Ya era un milagro que Kevin lo hubiera aceptado. Él sabía mejor que nadie de lo que Riko era capaz, así que era consciente de lo que le esperaba a Neil en Virginia Occidental. Quizás confiaba en que se mantuviera firme, pero lo más probable es que fuera consciente de lo que Riko le haría a los Zorros si se negaba. A Neil le daba igual el porqué mientras que Kevin mantuviera el pico cerrado. Neil apartó las mantas y se incorporó. Levantó la almohada para agarrar el teléfono, pero dudó al ver las bandas de Andrew. La voz de Nicky en la habitación de al lado lo sacó de sus pensamientos. Dejó caer la almohada de nuevo y entonces se le ocurrió una vía de escape. Tomó el teléfono, abrió la tapa y se lo puso a la oreja. Cuando Nicky abrió la puerta del dormitorio sin llamar, Neil entabló una conversación con alguien inexistente. —Sí, lo he visto —dijo Neil, mirando a Nicky de reojo para reconocer su presencia. Nicky tenía la boca abierta para saludarlo, pero se calló al ver que estaba al teléfono. En vez de marcharse, Nicky se puso cómodo contra el marco de la puerta para esperar a que acabara. Neil contaba con su curiosidad. En los meses que habían pasado desde que le habían dado el teléfono, nadie lo había visto usarlo para llamar. Neil hizo un gesto para indicar que casi había terminado y le dio la espalda. —¿Qué esperabas? Si no os habéis decidido hasta ahora. Ya he hecho otros planes. Yo… —Se interrumpió, escuchó durante un segundo y continuó—. ¿Pero desde cuándo sabes que iba a venir? Podrías habérmelo dicho. No sé. Te he dicho que no lo sé. Tengo que… —Se frotó los ojos con una mano como si aquella conversación fuera agotadora—. Vale. Adiós. Cerró la tapa del teléfono y lo tiró a un lado. Durante un minuto, el silencio inundó la habitación. Entonces Nicky entró en el dormitorio y cerró la puerta tras de sí. Neil se recostó contra la pared mientras Nicky se subía a la escalera de su litera. Se apoyó en su almohada con los brazos cruzados y miró a Neil. —¿Va todo bien? —preguntó Nicky. —Estoy bien. Nicky se limitó a mirarlo. —A estas alturas nos conocemos desde siempre. Llegará un momento en que tendrás que dejar de mentirme a la cara. Esa conversación no sonaba bien y tú no tienes pinta de estar bien. Así que, ¿qué pasa? —Mi tío va a pasar las Navidades a Arizona —dijo Neil. —¿Eso es bueno o malo? —¿Un poco de cada? —Neil se encogió de hombros—. Es buena gente, pero suele ser lo bastante listo como para evitar a mis padres. Hace años que no lo veo y nunca ha venido a pasar las vacaciones. Sospecho que pasa algo, pero no sé el qué. No sé si… —Neil dejó la frase sin terminar e hizo un gesto de impotencia—. Me prometí a mí mismo que nunca volvería a casa, pero… —Pero quieres volver a verlo —concluyó Nicky. —No importa —dijo Neil—. Le dije a Andrew que me quedaría con Kevin. —Pero Kevin estará con nosotros —dijo Nicky—, y vamos a estar con Matt y con su madre. Entre los cuatro podemos echarle un ojo si necesitas pasar tiempo con tu familia. ¿Te hace falta dinero para comprar el billete? —Ya lo tengo —dijo Neil y levantó la hoja doblada con su itinerario—. Mi madre me lo mandó por e-mail hace un par de días, pero no quería lidiar con ello antes del banquete. —No tienes remedio —dijo Nicky—. Si quieres ir, ve. Ya has hecho más que suficiente por nosotros este semestre, Neil. En algún momento tendrás que pensar en ti mismo. Mira —dijo cuando Neil negó con la cabeza—, voy a decírselo a los demás y ya verás como todos te dicen que vayas. —Pero… —empezó Neil, pero Nicky ya se había marchado. Neil se tragó el resto de la protesta. De todas formas, no era una batalla que quisiera o necesitara ganar. Por un momento le dio pena Nicky por ser tan crédulo, pero lo que acababa de hacer no le producía ninguna satisfacción. Desdobló el itinerario y lo examinó con un nudo en el estómago. En dos horas estaría en un vuelo hacia Charleston, en Virginia Occidental, y el viaje de regreso no era hasta el día de Nochevieja. Aquello le dejaba dos semanas a solas con los Cuervos. Oyó el ruido de la puerta al cerrarse cuando Nicky regresó a su habitación para consultarlo con Aaron y Kevin. Cuando Matt entró en el dormitorio unos minutos después, Neil se lo esperaba. —¿Qué vamos a hacer contigo? —preguntó Matt. —Lo siento —dijo Neil. —¿El qué? —Matt lo rechazó con un gesto—. ¿A qué hora es tu vuelo? —A las once y diez. Eso si voy. —Vas a ir. Te llevo al aeropuerto. Neil hizo una mueca, pero salió de la cama por fin. No tenía hambre, pero se obligó a sí mismo a comer gachas y una tostada. Nicky regresó para decirle que ya había informado a los Zorros de lo que ocurría. Por lo visto, todos querían que Neil se montara en aquel avión. Él asintió y no dijo nada, y Nicky lo dejó en paz para que se preparara. Neil se duchó y sacó su bolsa de deporte del cajón del fondo de la cómoda. Apenas la había llenado por la mitad cuando se dio cuenta de que era demasiado pequeña. Durante ocho años jamás había tenido más cosas de las que cabían en una bolsa de mano. En los seis meses que había pasado allí sus posesiones se habían duplicado. Incluso una vez que estuvo llena la bolsa, seguía habiendo cosas en los cajones. Neil se sentía a la vez confundido y reconfortado, y puso una mano sobre sus camisetas dobladas. Era la prueba de que volvería a aquel lugar, algo que no había tenido desde que era niño. El sonido amortiguado de una pisada lo advirtió de que no estaba solo y al levantar la vista vio a Kevin. —¿Puedo darte algo para que te lo lleves? —preguntó Neil—. ¿Me prometes que lo mantendrás a salvo? No quiero dejarlo aquí, pero no puedo llevármelo. —Cuando Kevin asintió, Neil abrió la caja fuerte y sacó su archivador. Necesitó hacer acopio de todas sus fuerzas para entregárselo. Incluso cuando Kevin lo agarró, Neil se aferró a un extremo—. No lo abras. —No quiero saber qué hay dentro —dijo Kevin. Neil lo soltó y él se lo puso bajo un brazo. Cerró la caja fuerte y la devolvió a su sitio. —Neil —dijo Kevin cuando Neil se puso en pie. —Volveré —dijo él, más para sí mismo que para Kevin—. Me prometiste que acabarías este año conmigo. Pienso asegurarme de que lo cumplas. Se echó la bolsa al hombro y pasó junto a Kevin para salir de la habitación. Matt estaba desconectando todos los aparatos electrónicos cuando aparecieron los dos delanteros. —¿Listo? —preguntó Matt. —Sí —mintió Neil. Matt tomó sus llaves y se marcharon. Hicieron una parada en la habitación de las chicas, donde Neil tuvo que aguantar abrazos y felicitaciones navideñas. Aaron se limitó a dirigirle un asentimiento de cabeza cuando pasaron después por la habitación de los primos, pero Nicky lo estrujó hasta que le crujieron los huesos. —Llevas el cargador, ¿no? —preguntó—. Más te vale escribirme todos los días. —Lo llevo —dijo Neil, pero dudaba que Riko fuera a permitirle usar el teléfono. Dejó a Kevin con los demás para terminar de prepararse y siguió a Matt hasta la furgoneta. Su bolsa cabía en el espacio frente a sus pies. Matt giró la llave en el contacto y apagó la radio medio segundo demasiado tarde como para salvar los tímpanos de Neil. Intentó no sentirse enfermo cuando el campus desapareció tras ellos, pero no lo consiguió. —¿Cuándo tienes el vuelo de vuelta? —preguntó Matt. —En Nochevieja —dijo Neil—, pero puede que vuelva antes. Depende de cómo vayan las cosas. —Si te escaqueas pronto, ven con nosotros —dijo Matt—. Mi madre hará que te cambien el billete. —Gracias —dijo Neil—. Ya te diré. Matt lo dejó junto al bordillo en el aeropuerto Upstate Regional. Neil lo observó unirse de nuevo al tráfico y se giró hacia la entrada. Volver a aquel lugar hacía que se sintiera mareado. Su madre y él nunca pasaban por el mismo aeropuerto más de una vez. Se aferró a su bolsa con más fuerza y cruzó las puertas automáticas de cristal. El aeropuerto había estado abarrotado en verano, pero tan cerca de Navidad el interior era un caos absoluto. Neil se permitió a sí mismo perderse en el alboroto. Solo era otro rostro entre la multitud, anónimo y sin importancia. Su aerolínea permitía que facturara él solo, así que escaneó el código de barras que había impreso en su itinerario. Su billete y tarjeta de embarque salieron de una ranura en la parte inferior y se dirigió al control de seguridad. Su bolsa pasó al otro lado antes que él. Neil se puso los zapatos, agarró la bolsa y fue hacia su puerta de embarque. La mayoría de los asientos estaban ocupados, así que Neil se colocó contra una columna a esperar. Observó a la multitud para evitar mirar el reloj que parpadeaba en la puerta. Casi se esperaba ver a más compañeros de clase, pero puede que todos se hubieran marchado el día anterior. El aeropuerto era un mar de rostros desconocidos. Neil estaba solo. Llevaba tanto tiempo con los Zorros que se le había olvidado lo que era tener espacio para respirar. Debería sentirse agradecido por poder tener unos minutos para sí mismo antes de que la pesadilla empezara, pero solo se sentía descolocado. Enterró una mano en el bolsillo y rodeó el móvil con los dedos. Si abría la tapa, su historial de llamadas mostraría solo un nombre, pero sus mensajes estaban tan llenos que se borraban de manera automática cada cierto tiempo. Pensó en leerlos para que le insuflaran valor, pero no fue capaz. La voz por megafonía proveniente de la puerta de embarque lo sacó de sus pensamientos con un sobresalto. «Pasajeros del vuelo 12 a Charleston, comenzaremos el embarque en los próximos minutos. Por favor, acudan a la puerta D23 y esperen a que les llamen.» El asiento de Neil estaba justo después de la sección business. Por desgracia, le tocaba sentarse junto a la ventana, pero su bolsa encajaba a la perfección en el espacio bajo el asiento de delante. La empujó con los pies hasta colocarla y se esforzó por no sentirse atrapado por el pasajero en el asiento contiguo. Los auxiliares de vuelo recorrieron los pasillos de un lado a otro intentando que todos estuvieran colocados cuanto antes. Cuando todo el mundo se hubo sentado y los compartimentos superiores estuvieron cerrados, los auxiliares comenzaron su monólogo sobre seguridad. Neil miró hacia la salida de emergencia un instante, pero no se sintió tan tentado como habría cabido esperar. Enfrentarse a Riko de aquella manera iba en contra de todo lo que su madre le había enseñado. Lo había criado para huir, para sacrificarlo todo y a todos para asegurar su propia supervivencia. Su madre nunca le había dado la estabilidad suficiente como para plantarse y mantenerse firme. Quizás por eso no había sido lo bastante fuerte como para salvarla al final. Un amasijo de mentiras no tenía nada por lo que luchar, pero Neil Josten era un Zorro. Andrew había dicho que aquella era su casa; Nicky había dicho que era de la familia. Neil no estaba dispuesto a perder nada de eso. Si dos semanas con Riko era el precio que debía pagar para mantener a su equipo a salvo, lo pagaría. Pensar en ello hizo que el vuelo se le hiciera más llevadero. Incluso consiguió dormirse un rato, aunque se despertó al aterrizar. Jean lo estaba esperando en la zona de llegadas. Observó a Neil con una mirada fría mientras se acercaba y su voz sonó afilada cuando habló. —No deberías haber venido. —Vamos —dijo Neil. El trayecto fue silencioso, pero en cuanto vislumbraron el Castillo Evermore la sangre de Neil empezó a vibrar en señal de reconocimiento. El Evermore parecía más un monumento que un estadio y el hecho de que estuviera pintado de negro solo lo hacía más imponente. Era casi el doble de grande que la Madriguera. Neil dudaba que los Cuervos fueran capaces de llenar todos los asientos en cada partido, pero cuando jugaba la selección nacional seguro que las entradas se agotaban en cuestión de horas. No podía ni imaginarse cómo sería estar dentro cuando hubiera partido. Jean se detuvo en una verja y sacó la mano por la ventanilla para introducir un código. La verja se abrió con un leve chirrido y Jean metió el coche en el aparcamiento con barreras. Ya había una fila de coches estacionados junto al bordillo. Neil desearía poder sorprenderse de que fueran todos idénticos. Incluso las matrículas personalizadas solo variaban en un par de números. Después de contemplarlas un buen rato creyó detectar el patrón. «EA» era por Edgar Allan y los números que lo seguían eran el año de graduación y el número de camiseta. —Esto no es un equipo —dijo Neil—. Es una secta. —Fuera —dijo Jean, y aparcó en el hueco que le habían dejado sus compañeros. Neil tomó su bolsa y se bajó del coche. Jean lo llevó hasta la puerta e introdujo otro código numérico. La luz del teclado se puso verde, así que Jean abrió la puerta de un tirón. En lugar de entrar, se volvió hacia Neil. —Mira bien el cielo. No volverás a verlo hasta que te marches. —Ya lo he visto —dijo Neil. La sonrisa de Jean se burló de sus palabras desafiantes y le indicó con un gesto que lo precediera. La puerta se abría a una escalera descendente. Todo estaba pintado de negro. La única fuente de luz y color era un tubo rojo que recorría el techo por el centro. No era lo bastante brillante. Cuando Jean cerró la puerta tras entrar, Neil casi tropezó por las escaleras. Apoyó una mano en la pared en busca de equilibrio y redujo la marcha. A su espalda, Jean no le metió prisa. Contó los escalones, ya que quería saber a cuánta profundidad estaban, y llegó hasta veintiséis antes de que las escaleras terminaran en otra puerta. Jean le pasó el brazo por el lado para introducir una tercera contraseña y Neil entró en la morada de los Cuervos. —Bienvenido al Nido —dijo Jean. —Una secta —repitió Neil. Jean lo ignoró y se dispuso a mostrárselo todo. Aquel espacio estaba diseñado originalmente para acoger a equipos visitantes, pero el entrenador Moriyama se lo había dado a los Cuervos. Si estos no estaban en clase o en la cancha, se esperaba que estuvieran allí abajo. En principio, no era una mala situación. El Nido era espacioso y contaba con todo lo necesario. Neil pasó por dos cocinas completas, una sala común con barra y mesa de billar, y tres salas de televisión. Un largo corredor conectaba la zona social con una sala de pesas y otro pasillo los llevó hasta los dormitorios. Un cartel en la pared indicaba que el Ala Negra estaba a la izquierda y el Ala Roja a la derecha. Neil miró en ambas direcciones, pero no fue capaz de distinguirlas. No merecía la pena hacer preguntas sobre ello, por lo que siguió a Jean hacia el Ala Negra. Las puertas de todos los dormitorios estaban abiertas, así que Neil echó un vistazo dentro mientras pasaba. Cada uno era casi tan grande como la habitación completa que Neil compartía con Matt y todos tenían solo dos camas. El Nido tenía potencial para ser el sueño de cualquier deportista universitario (excepto por los techos bajos y la decoración oscura). El color aparecía en breves destellos y tan solo en tonos de rojo. Todo lo demás era negro, desde los muebles hasta las sábanas, pasando por las toallas colgadas en los respaldos de las sillas para que se secaran. Las sombras parecían absorber todo el oxígeno de la habitación y Neil sintió de pronto el peso al completo del estadio sobre su cabeza. No era claustrofóbico, pero pensó que dos semanas allí podrían hacer que lo fuera. —Es aquí —dijo Jean y le indicó que lo siguiera al interior de la última habitación—. Este será tu cuarto. Deberías estar en el Ala Roja con el resto de nosotros, pero el amo ha hecho una excepción. Sabe que requerirás la atención personal de Riko. —No pienso compartir habitación con ese sociópata. —Ojalá tuvieras elección. —¿A quién voy a sustituir? —preguntó Neil, porque ambos lados de la habitación estaban ya decorados. Jean se detuvo junto a una de las mesitas de noche y le hizo un gesto para que se acercara. —Míralo por ti mismo. Neil se colocó a su lado y se arrepintió de ello casi de inmediato. Había postales de ciudades lejanas, tanto extranjeras como nacionales, pegadas a las paredes. Debajo de cada una había un trozo de papel. La letra familiar de Kevin reflejaba fechas y las razones de cada viaje. La mayoría eran partidos. Algunas indicaban sesiones de fotos y vacaciones. Las estanterías incrustadas en el cabecero estaban llenas de libros y Neil supo, con un solo vistazo a los lomos, que pertenecían a Kevin. Estaba estudiando la carrera de Historia por razones que Neil era incapaz de comprender; aquellos muermos de libros eran de los que él consideraba fascinantes. A Neil le daba escalofríos ver cómo el espacio había sido conservado. Era como si Kevin hubiera salido a hacer un recado, no como si se hubiera transferido a otro equipo. —Riko sigue sin aceptar la realidad —dijo Neil—. Alguien debería decirle que Kevin no va a volver. —Tú no sabes nada —dijo Jean—. Deja tus cosas y ven conmigo. Jean se marchó sin esperarlo. Neil dejó su bolsa en la cama de Kevin, echó un breve vistazo al lado de la habitación de Riko y fue a reunirse con Jean en el pasillo. Unas escaleras hacia arriba los llevaron hasta los vestuarios de los Cuervos. Jean no le dejó tiempo para mirar a su alrededor, sino que lo empujó hasta salir al círculo interno. Salieron cerca de los banquillos del equipo local. Era el domingo antes de Navidad y los Cuervos estaban en la cancha con la equipación al completo. Dos equipos jugaban un partido de práctica brutal mientras los nueve Cuervos restantes observaban. Varias cabezas se giraron hacia ellos cuando Jean se acercó a los nueve que estaban fuera, y estos miraron más allá de Jean hasta clavar los ojos en Neil. Sus expresiones variaban desde una indiferencia fría hasta la hostilidad sin disimulo. Neil no se esperaba una cálida bienvenida, así que centró su atención en la cancha. Un zumbido no tardó en señalizar el final del partido. El equipo de Riko ganó con un margen de tres puntos. Los dos equipos se encontraron en la media cancha para intercambiar críticas. Los suplentes se unieron a ellos para compartir aquellos detalles que habían visto desde fuera. El corrillo duró más de quince minutos, pero por fin los Cuervos chocaron raquetas y salieron de la cancha. Riko se quitó el casco al salir por la puerta. —Luke, apaga el marcador. Martin, tú las luces. Tengo que atender a nuestro invitado, así que hoy podéis iros a almorzar antes. El amo vendrá enseguida a supervisar vuestro progreso, tened los papeles preparados. El entrenamiento de la tarde empezará a la misma hora de siempre. Los Cuervos se movieron como un río negro alrededor de Jean y Neil. Riko se detuvo frente a él para examinarlo, pero enseguida lo rechazó en favor de centrarse en Jean. —Enséñale sus cosas. Me pondré con él después de ducharme. Jean inclinó la cabeza y sujetó la puerta para que Riko pasara. Él fue hacia un lado, así que Jean y Neil fueron hacia el contrario. Jean lo llevó al vestuario y abrió una enorme taquilla al final de la fila. Neil fue obediente y miró dentro. Estaba llena de equipamiento de los Cuervos. No fue hasta que Jean le puso la camiseta en las manos que Neil lo comprendió, porque el nombre escrito en la espalda era «JOSTEN». —Solo voy a estar aquí dos semanas —dijo Neil—. ¿Por qué ha mandado hacer esto? —No te hagas el tonto —dijo Jean—. Kevin ya te habrá dicho que vas a transferirte en verano. —Lo ha mencionado. Le dije que no. ¿Se le olvidó comentároslo? —Tiró la camiseta a un lado. Jean la atrapó al vuelo antes de que pudiera caer al suelo y le dedicó una mirada iracunda. —Mocoso ignorante, intenta que no nos maten en tu primer día. —¿Nos? —preguntó Neil. —Escucha atentamente lo que estoy a punto de decir — dijo Jean, empujando de nuevo la camiseta hacia él. Neil se negó a aceptarla, así que Jean lo agarró del abrigo con la mano libre y lo obligó a acercarse de un tirón—. Perdiste el derecho a ser un individuo en cuanto entraste al Nido. Las consecuencias de tus acciones ya no te afectan solo a ti. Los Cuervos operan con un sistema de parejas, lo que significa que de ahora en adelante y hasta que te marches, yo soy tu único aliado. »Mis éxitos son tus éxitos —dijo Jean—. Tus fracasos son mis fracasos. Si rompes las reglas, los dos sufriremos por ello. ¿Lo comprendes? Quieren que fracasemos. Quieren delegarme a suplente. No dejaré que pongas en riesgo mi rango. —Tengo malas noticias para ti —dijo Neil—. No puedo marcar más que los delanteros de los Cuervos. —No es a ellos a quienes tienes que superar —dijo Jean—. Ya no eres delantero. Nunca deberías haberlo sido. El amo va a colocarte en el lugar que te corresponde, en la defensa. Querrá saber por qué abandonaste tu posición. Espero que tengas una buena explicación que ofrecerle. —No fue idea mía —dijo Neil—. El entrenador Hernández ya tenía una línea defensiva completa. Era o delantero o nada y yo solo quería jugar. Neil le había dicho a Hernández que nunca había tocado una raqueta porque no podía proporcionarle los nombres de sus antiguos entrenadores y equipos. Cuando fichó con los Dingos de Millport, su torpeza sobre la cancha no se debía a los ocho años que llevaba sin jugar al exy. Se debía a que en las ligas infantiles había jugado como defensa. Tuvo que volver a aprender a jugar desde cero. Al principio, lo odiaba porque pensaba que los delanteros eran fanfarrones que solo buscaban ser el centro de atención. Pero conforme se fue acostumbrando a la nueva posición, acabó por enamorarse. —Fue una mala idea —dijo Jean—. Ahora tienes que desaprender todos los malos hábitos que has adquirido. Y ahora pruébate la equipación para ver si te queda bien. —No delante de ti —dijo Neil. —Ese pudor es lo primero que te arrancaremos —dijo Jean—. En el Nido no hay privacidad. —No me creo que aguantes todo esto —dijo Neil—. Por lo menos Kevin huyó. ¿Qué excusa tienes tú? —Yo soy un Moreau —dijo Jean, como si Neil estuviera haciéndose el tonto a propósito—. Mi familia ha pertenecido a los Moriyama desde antes de que llegaran a Estados Unidos. No tengo adónde ir, igual que no existe otro lugar para ti que no sea este. Kevin no es como nosotros; tiene un valor, pero no es de su propiedad en el mismo sentido. Escapó porque tenía una familia a la que acudir. —¿Andrew? —supuso Neil. —He dicho familia. Gilipollas y encima duro de oído —dijo Jean—. Su padre. Vuestro entrenador. Tardó un momento en comprenderlo. Cuando lo hizo, Neil retrocedió por el impacto de la sorpresa. —¿Qué? Sabía, desde un punto de vista lógico, que Kevin tenía un padre. Al fin y al cabo, Kayleigh Day no se había dejado embarazada a sí misma. Pero nunca había desvelado el nombre del padre de Kevin, sin importar cuánto la presionara la prensa. Según los rumores, el espacio para el padre estaba en blanco en el certificado de nacimiento de Kevin. Sin embargo, había nombrado a Tetsuji como padrino de su hijo. Así fue como Kevin acabó en Evermore tras la muerte de Kayleigh. —Mientes —dijo Neil. —¿Qué otro motivo podría tener Kevin para acudir a un equipo tan espantoso? —Pero él nunca… Y el entrenador no… —Me imagino que sigue siendo demasiado cobarde como para mencionarlo. —Jean hizo un gesto de mofa con la mano—. Si no me crees, compruébalo tú mismo. La última vez que la vi, la carta de su madre estaba dentro de uno de esos libros aburridos que tanto le gustan. La ha leído tantas veces que es posible que las letras se hayan borrado, pero merece la pena intentarlo. —Si lo sabía, ¿por qué se quedó? —exigió Neil—. Debería haberse ido a vivir con el entrenador cuando murió su madre. —Nos enteramos hace tan solo unos años —dijo Jean—. Encontramos la carta en casa del amo por pura casualidad. Kevin la robó, pero nunca tuvo intención de hacer nada con aquella información. Sabía que marcharse implicaría perder todo esto. No merecía la pena. —Jean hizo un gesto para abarcar el vestuario—. Una vez que esto estuvo perdido, por supuesto, ya no tenía razón para quedarse. —Estáis todos locos —dijo Neil. —Eso lo dice el fugitivo que se unió a un equipo de primera división —dijo Jean—. El mismo que ha venido aquí cuando debería haber huido. No eres mejor que nosotros. ¿Y ahora te vas a probar la equipación o voy a tener que ponértela a la fuerza? Neil se lo pensó un instante y tomó la camiseta. Jean se cruzó de brazos y dio un par de pasos hacia atrás. Neil le dio la vuelta a la camiseta para leer el nombre. Las letras blancas estaban delineadas levemente en rojo. El número que había bajo ellas no era el suyo. —¿Ni siquiera puedo quedarme mi diez? —preguntó. —Los Cuervos insignificantes llevan números de dos dígitos —dijo Jean—. El círculo de Riko no. Este número te queda mejor. ¿Sabías que en japonés «cuatro» y «muerte» suenan igual? Es un número apropiado para el hijo del Carnicero. Neil sacudió la cabeza, pero no discutió. Volvió a dejar la camiseta en su taquilla, se preparó mentalmente y se desabrochó el abrigo. A continuación, bajó la cremallera de un tirón y se lo quitó. Se pasó la camiseta por encima de la cabeza y fingió no darse cuenta cuando Jean le repasaba el torso plagado de cicatrices con la mirada. Se quitó los zapatos, los apartó con un pie y se bajó los vaqueros. Se puso la equipación de los Cuervos prenda a prenda tan rápido como pudo. Le quedaba mejor de lo que esperaba, pero Neil sentía que lo estaba asfixiando. —Bien —dijo Jean—. Ahora quítatela. No la necesitarás hasta el entrenamiento de esta tarde. Neil se desnudó y volvió a colocarla en la taquilla. Acababa de abrocharse el último botón del abrigo cuando se abrió la puerta. Él estaba de espaldas, pero vio cómo Jean palidecía. Se giró y vio a Tetsuji y a Riko en la puerta. El entrenador traía consigo un bastón ornamentado. Neil nunca lo había visto antes y esperaba que su presencia significara que Tetsuji estaba enfermo o lesionado. Riko dejó que su tío entrara primero en la sala y cerró la puerta. Neil dedicó un momento a preguntarse a quién se le había ocurrido instalar un pestillo en la puerta de los vestuarios, pero apartó aquel pensamiento enseguida. No podía permitirse estar distraído mientras se enfrentaba a aquel hombre. Tetsuji cruzó la sala hasta estar frente a él. —Nathaniel Wesninski —dijo, como si cada sílaba fuera una decepción—. Arrodíllate. Neil escondió las manos en los bolsillos para poder cerrar los puños. —No. Creyó oír a Jean decir su nombre, pero fue apenas un susurro. Neil no se giró para mirarlo. No creía que fuera producto de su imaginación cuando Riko retrocedió medio paso para aumentar la distancia entre él y su tío. Un hombre que era capaz de mantener a raya a Riko no era alguien a quien uno pudiera desafiar de manera tan imprudente, pero Neil no tenía otra opción. —Te arrodillarás —dijo Tetsuji. Neil tenía la sensación de que se arrepentiría de ello durante el resto de su corta vida, pero sonrió y dijo: —Oblígame. Vio elevarse el bastón, pero todo fue demasiado rápido como para esquivarlo. Lo golpeó en la cara, en la mejilla y el lateral de la boca. Neil trastabilló por la fuerza del golpe y se estrelló contra las taquillas, pero apenas reparó en ello; lo único que sentía era el fuego que le consumía el cráneo. El sabor amargo en su lengua podría haber sido sangre, pero tenía la boca demasiado entumecida como para estar seguro. En un gesto instintivo, levantó una mano para comprobar si se había fracturado el cráneo, pero Tetsuji le atestó otro golpe en las costillas. Después en el hombro, en el brazo, hasta que Neil no tuvo otra opción que no fuera hacerse un ovillo para protegerse. Tetsuji no dejó de golpearlo hasta que por fin perdió el conocimiento. El entrenamiento de la tarde de los Cuervos duró cuatro horas y Neil no estaba en condiciones de hacer absolutamente nada. Se había pasado las dos horas que duraba el almuerzo del equipo inconsciente; solo se despertó cuando Jean le volcó una jarra de agua helada encima. Estaba demasiado descolocado y dolorido como para cambiarse, así que Jean tuvo que ponerle casi toda la equipación a la fuerza. Neil se resistió, pero Jean le clavó los dedos con crueldad en los moratones que acababan de hacerle para que se estuviera quieto. Hasta que Jean le puso una raqueta en las manos no se dio cuenta de que de verdad esperaban que jugara. Lo colocaron en la línea defensiva y Neil fracasó estrepitosamente. Hacía casi nueve años que no jugaba como defensa y estaba demasiado malherido como para seguirle el ritmo a Riko. Cada vez que este conseguía sobrepasarlo, lo golpeaba con la raqueta. Las protecciones del exy estaban pensadas para proteger contra las pelotas que se movían a toda velocidad y los bloqueos de otros jugadores, no contra los golpes malintencionados de raquetas pesadas. Apenas una hora después del inicio del entrenamiento, Neil estaba tropezando con sus propios pies. Sin embargo, cada vez que se caía, Jean estaba allí para ponerlo de nuevo en pie. No dijo nada sobre su penoso rendimiento, ni palabras de ánimo ni críticas. Puede que no le quedaran fuerzas para ello. Estaban en esto juntos, tal y como le había advertido. Cada vez que el equipo contrario marcaba, los dos recibían un castigo. El resto de Cuervos no parecían sentir ni un ápice de compasión, ni siquiera por uno de los suyos. El equipo funcionaba así y todos lo aceptaban sin cuestionarlo. Puede que aquellos cinco años fueran una pesadilla llena de violencia, pero tras la graduación los esperaban salarios de siete dígitos y fama de talla mundial. Tendrían la vida arreglada para siempre. Para los Cuervos, el trato merecía la pena. Debido a su patético rendimiento, a Jean y a Neil les tocó cerrar la cancha tras el entrenamiento. Eso implicaba limpiar y pulir el suelo, y después arreglar el desastre que los Cuervos habían montado en los vestuarios. Cuando por fin pudieron ir a ducharse, Neil apenas podía moverse. Ni siquiera le importó que las duchas de los Cuervos no tuvieran cubículos. Se arrodilló en el suelo alicatado bajo el chorro de la ducha y dejó que el calor aliviara algo del dolor en el que estaba sumido su cuerpo. Flexionó los dedos hinchados para asegurarse de que aún funcionaban. Podía moverlos, pero no sentirlos. —Deberías haber huido —dijo Jean, demasiado cansado y dolorido como para insuflar ningún odio a sus palabras. —Me crie rodeado de dolor —dijo Neil—. Dos semanas aquí no cambiarán nada. —Tres —dijo Jean. Neil lo miró. —Solo accedí a dos. Me voy el día de Nochevieja. Jean cerró los ojos e inclinó la cabeza aún más hacia atrás bajo el chorro. —Mocoso ignorante. Esto es el Nido de los Cuervos. Nuestro tiempo es diferente al vuestro. Vivimos en días de dieciséis horas. Ya lo verás. Neil estaba demasiado cansado como para aguantar su dramatismo, así que se centró en lavarse. Se puso la ropa más ancha que había traído y siguió a Jean hasta la cocina. Apenas saboreó nada de lo que se metió en la boca, pero necesitaba guardar fuerzas. Jean colocó los platos de ambos en el lavavajillas y llevó a Neil de vuelta al Ala Negra. Riko los estaba esperando en su dormitorio. Neil no lo vio hasta estar dentro de la habitación y entonces ya era demasiado tarde. Jean echó el pestillo de la puerta y se recostó contra la hoja. Neil se planteó intentar apartarlo, pero se le habían acabado las fuerzas y no tenía adónde ir. Fue hacia su cama como si no le importara estar atrapado allí con ellos y se sentó en el filo del colchón. Miró los libros y pensó en la carta de Kayleigh, pensó en Jean y en Kevin aguantando aquella situación día tras día, año tras año. Riko se levantó de su cama y Neil lo miró. Estaba sonriendo y su expresión hizo que se le revolviera el estómago. Su padre lo había mirado con odio y furia, pero nunca lo había mirado así, como si derramar la sangre de Neil fuera la mejor parte de su día. El Carnicero era un asesino despiadado con un temperamento irritable, pero se deleitaba en la muerte y el miedo, no en el dolor y la sumisión. —No te acerques a mí —dijo Neil. Riko se sacó una navaja del bolsillo y la abrió. —Creía que no le tenías miedo a los cuchillos, Nathaniel. ¿O acaso estabas mintiendo para sentirte mejor? Se sentó de lado en el colchón junto a Neil. Lo miró como si estuviera imaginando cómo sería desollarlo vivo y obligarlo a comerse los trozos sanguinolentos. Su expresión indicaba que estaba disfrutando de la fantasía. Neil consiguió por los pelos no encogerse cuando Riko le colocó la punta de la hoja en los labios. Jean se acercó a ellos, pero Neil no se atrevió a apartar la mirada de Riko para mirarlo. —Me va a encantar torturarte —dijo Riko—, igual que me encantó hacérselo a Kevin. —Estás fatal de la cabeza, de verdad —dijo Neil. Riko le metió el cuchillo en la boca y presionó, con la fuerza suficiente como para cortar la piel en la comisura de los labios, pero no lo bastante profundo como para provocar un daño real. —Cierra el pico y túmbate —dijo Riko—. No tenemos mucho tiempo y le prometí al amo que te pondría a raya antes del entrenamiento nocturno. —Te odio —dijo Neil alrededor de la hoja. —Túmbate —repitió Riko— y pon las manos en el cabecero. Neil se echó bocarriba y levantó los brazos por encima de la cabeza. Jean le agarró las manos y las guio hasta el lugar indicado. Neil sintió la madera bajo los dedos y se aferró con fuerza. Jean lo soltó solo para cerrarle algo de metal frío alrededor de las muñecas. Neil intentó mirar, pero el cuchillo que tenía en la boca no lo dejaba moverse. Aun así, Riko sintió cómo se tensaba y retiró la navaja. Neil alzó la mirada y se arrepintió de inmediato. Unas esposas de metal ataban sus muñecas al cabecero. Tiró con los brazos con todas sus fuerzas, consiguiendo casi arrancarse la piel, pero el cabecero ni siquiera crujió. —¿Quién es tu rey, Nathaniel? —preguntó Riko. Neil le escupió en la cara. Riko se quedó congelado y alzó una mano para tocar el escupitajo en su mejilla. Se miró los dedos húmedos un momento, necesitando verlo para creerlo, y después agarró el rostro de Neil. Le abrió la boca a la fuerza y escupió dentro. Una mano le tapó la boca y evitó que lo echara. Jean se subió a la cama y se le sentó en las piernas antes de que Neil pudiera darle un rodillazo a Riko en la espalda. Este le puso el cuchillo contra el cuello y coló el filo bajo su piel. —Voy a hacer que esto sea tan horrible para ti como pueda —le prometió—. Cuando no aguantes más, no te cortes: grita. CAPÍTULO DIECISÉIS «Pasajeros del vuelo 227 con destino Las Vegas, por favor, acudan a la puerta A19. Comenzaremos el embarque en unos momentos.» Neil no recordaba haberse quedado dormido, pero abrió los ojos, adormilado, y fijó la mirada en las luces fluorescentes del techo. Sentía vibrar el cristal frío contra los hombros y el pelo, apoyado contra la ventana. Oyó el rugido amortiguado del motor de un avión mientras recorría la pista a toda velocidad. El cristal dejó de vibrar antes de que el ruido se acallara por completo. Se frotó los ojos con las manos enguantadas y se arrepintió de ello de inmediato. Los guantes ocultaban los vendajes, pero no ayudaban a calmar el dolor. Apretó las manos en puños, siseando con los dientes apretados por lo mucho que dolía. Una vez que comprobó que aún tenía todos los dedos, dejó caer las manos sobre el regazo. —Pasajeros del vuelo 1522 con destino Atlanta, les advertimos de que ha habido un cambio de puerta. Este vuelo embarcará ahora por la puerta A16. Repito: el vuelo 1522 con destino Atlanta, Georgia, realizará el embarque a través de la puerta A16. Por favor, acudan a la nueva puerta para evitar retrasos. El aviso volvió a repetirse unos segundos después, esta vez en español. Por un instante, Neil se sorprendió de que no fuera en francés. Había pasado tanto tiempo con Jean que se le había olvidado que existían otros idiomas. En teoría, Jean tenía prohibido hablar en francés, ya que Riko no podía entenderlo, pero lo había usado para susurrarle a Neil cuando estaban lo bastante lejos de Riko como para que no pudiera oírlo. Jean se habría burlado de su confusión, pero no estaba allí. Neil miró hacia el asiento contiguo y vio solo su bolsa. Jean no estaba por ninguna parte. Estaba en un aeropuerto, así que Jean debía de estar al otro lado del control de seguridad. Neil tendría que volver para decirle que se había quedado dormido y había perdido el vuelo. Sin embargo, cuando miró a su alrededor en busca de una señal que le indicara cómo llegar a la zona de salidas, reconoció la decoración hortera del aeropuerto Upstate Regional. El Upstate estaba en Carolina del Sur, pero Neil no recordaba haber salido de Virginia Occidental. Ni siquiera recordaba haber salido del Castillo Evermore. Neil se aferró a los reposabrazos de su asiento para incorporarse y miró por la ventana. Fuera estaba oscuro; se había hecho de noche y él no se había dado ni cuenta. Forcejeó con su memoria mientras esta se negaba a cooperar y al final se dio por vencido. Daba igual cómo hubiera llegado hasta allí, lo importante era que allí estaba. Llegar hasta allí era solo la primera parte, ahora tenía que conseguir ponerse en pie. Contuvo el aliento mientras se levantaba de la silla como podía. Por un momento, pensó que las piernas iban a fallarle, pero lo sostuvieron. Agarrar el asa de la bolsa con la mano le dolió, pero se aferró a ella de todas formas. No era capaz de sentir su peso contra la cadera. Necesitaba saber que la tenía consigo. Renqueó hasta la zona de llegadas. Debería haber sido un camino corto, pero avanzaba con la velocidad y la agilidad de alguien seis veces más viejo. Se sentía como si cada centímetro de su cuerpo hubiera pasado por una trituradora. Consiguió llegar hasta el área de recogida de equipaje antes de darse cuenta de que no tenía adónde ir ni ningún modo de llegar hasta allí. Se quedó mirando las cintas trasportadoras como un imbécil y después fue cojeando hasta la pared. Caminó junto a ella hasta encontrar un enchufe. Las manos le ardieron de dolor mientras rebuscaba en la bolsa, pero al fin encontró el móvil. Por supuesto, estaba sin batería. Lo más probable era que llevara dos (¿tres?) semanas apagado. Lo enchufó y esperó. Cuando estuvo lo bastante cargado como para encenderlo, todos los mensajes que se había perdido durante las vacaciones empezaron a llegar. Neil intentó buscar en la lista de contactos, pero las notificaciones no paraban de interrumpirlo. Se rindió y observó mientras los nombres pasaban uno tras otro. No era ninguna sorpresa que la mayoría de mensajes fueran de Nicky. Incluso había alguno de Aaron y Allison. El único nombre que faltaba era el de Andrew. Por fin, el teléfono terminó de descargar todas las novedades del servidor y Neil pudo acceder a sus contactos. Primero vio el nombre de Andrew, después el de Kevin y al final pulsó el tercer número que Andrew había programado en su marcación rápida. Wymack contestó al cuarto tono. —¿Tienes un buen motivo para molestarme en vacaciones? —No sabía a quién llamar —dijo Neil. Apenas reconoció su propia voz. La última vez que había abierto la boca había sido para gritar; al parecer, sus cuerdas vocales aún no se habían recuperado. Apoyó la frente contra la pared e intentó respirar. No era capaz de recordar la última vez que respirar no había sido un esfuerzo. —¿Neil? —La afectación huraña que Wymack acostumbraba a fingir desapareció de inmediato de su voz; el tono afilado que lo sustituyó estaba cargado de alarma—. ¿Estás bien? Neil sonrió. Fue como si el gesto le desgarrara el rostro. —No, no estoy bien. Sé que es un poco repentino, pero ¿puedes venir a por mí? Estoy en el aeropuerto. —No te muevas de ahí —dijo Wymack—. Voy para allá. Neil asintió, aunque sabía que no podía verlo, y colgó. No tenía fuerzas para seguir en pie, así que se arrodilló y puso un temporizador de quince minutos en el teléfono. Cuando sonó, arrancó el cargador de la pared y salió cargando con su bolsa. Se sentó en el bordillo de la acera con los pies sobre el asfalto e ignoró los pitidos enfadados de los conductores que pasaban. Estaba tan abstraído que no se dio cuenta de que Wymack había aparcado junto al bordillo a pocos metros de distancia hasta que notó el peso de una mano en el brazo. —Levanta —dijo Wymack—. Salgamos de aquí. Neil se aferró a la manga de Wymack y dejó que lo pusiera en pie. El entrenador le abrió la puerta del copiloto y lo observó mientras se subía al coche. Una vez que estuvo asentado, cerró la puerta de un portazo y dio la vuelta hasta el lado del conductor. Neil se preparó para que lo avasallara a preguntas, pero Wymack no dijo nada. Neil vio desaparecer el aeropuerto tras ellos, contempló las señales borrosas a través de la ventana y se permitió cerrar los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaba tumbado bocarriba en el sofá de Wymack. El entrenador había sacado la silla de su despacho al salón para poder vigilarlo. Había una botella de whisky casi vacía en la mesita entre los dos. Estaba cerrada, pero aun así Neil era capaz de oler el alcohol. Se incorporó con una mueca de dolor y miró a Wymack imitando la expresión cautelosa del entrenador. —Lo siento. —Suenas igual que Neil —dijo Wymack—, pero tu aspecto es diferente. Quiero una explicación completa y sin acompañamiento de gilipolleces, si te parece. Neil se lo quedó mirando sin comprender de qué hablaba. La respuesta estaba ahí mismo, la tenía al alcance de la mano, un destello azul lleno de pánico y un cristal astillado. Se peleó con su memoria con desesperación, pero fue su cuerpo el que se adelantó. Se llevó una mano al pelo y entonces lo recordó. El horror fue como ácido corriendo por sus venas que lo devoraba desde dentro e hizo que se pusiera en pie de golpe. —No —dijo, pero ya era demasiado tarde como para cambiarlo. Wymack se levantó cuando Neil trastabilló hacia la puerta, pero no intentó detenerlo. Neil empujó la puerta del baño para abrirla y encendió la luz. El rostro que lo esperaba en el espejo era lo bastante horrible como para hacer que le fallaran las piernas. Se aferró al lavabo mientras caía de rodillas, pero no tenía fuerzas para mantenerse en pie. De vez en cuando se había teñido el pelo de marrón, pero nunca de aquel tono, jamás de ninguno parecido. Aquel era su color natural y aquellos eran sus ojos de verdad. Aquel era el rostro de su padre. Los vendajes y los moratones no bastaban para esconder al hombre que había visto en el espejo. Pensó que iba a vomitar, pero ni siquiera tenía fuerzas para ello. —Respira —dijo Wymack. No se dio cuenta de que había dejado de hacerlo hasta que Wymack le golpeó la espalda con el puño y obligó al aire a volver a entrar en sus pulmones. Arañó el armario y se atragantó cuando fue por fin capaz de inspirar por primera vez. Tuvo que apretar los dientes para contener un grito que no se atrevía a emitir. Era demasiado tarde, Wymack no podía fingir no haberlo visto. Él no sabía a quién estaba viendo, pero eso no importaba. El chasquido de un mechero consiguió despertarlo antes de perderse por completo y Neil tomó el cigarrillo que Wymack le ofrecía. Lo acunó cerca de su rostro e inspiró tan profundamente como pudo. Respirar le dolía, pero lo hizo de todas formas. Cada inspiración hacía que le tiraran los puntos y vendajes que se adherían a su piel. Se apretó la mano que tenía libre contra el abrigo, intentando sentir la gasa a través de la lana gruesa. Al final, inspiró con tanta fuerza que se atragantó. La intensidad de la tos que lo sobrecogió parecía que iba a romperle algo, pero cuando dejó de toser se estaba riendo. El sonido era retorcido y parecía estar fuera de lugar en aquel espacio sofocante, pero no podía parar. Se mordió la mano para ahogarlo, sin éxito. Estaba a un parpadeo de caer en la histeria. —Neil —dijo Wymack—. Necesito que hables conmigo. —Creo que se me han saltado los puntos —dijo Neil—. Me parece que estoy sangrando. —¿Dónde? —¿Por todas partes? —supuso Neil e intentó desabrocharse el abrigo con una sola mano. Wymack se la apartó. Neil dejó que se peleara con los botones y la cremallera, pero los dos tuvieron que poner de su parte para poder quitárselo. Neil agarró la punta de uno de los dedos de un guante con los dientes y tiró, haciendo una mueca al sentir un pinchazo en la mejilla como consecuencia. Wymack se percató del gesto y alargó una mano hacia su rostro. Neil solo se dio cuenta de que llevaba vendajes en la cara cuando Wymack empezó a despegar la gasa y el esparadrapo. El entrenador se quedó inmóvil tan de repente que Neil pensó que se había convertido en piedra. —¿Qué coño tienes en la cara, Neil? Este se peleó para quitarse el guante y se tocó la piel con dedos desnudos. No notaba nada, así que se agarró al lavabo y trató de ponerse en pie. Wymack dejó que lo intentara solo una vez y después se levantó para tirar de él. Neil no estaba preparado para volver a ver su reflejo. Estaba aún menos preparado para ver el «4» que tenía tatuado en el pómulo izquierdo. Wymack no había anticipado una reacción violenta. Aquella fue la única razón por la que Neil consiguió echarlo del baño. Pasó por su lado a toda velocidad y corrió hasta la cocina. Para cuando el entrenador lo alcanzó, ya había sacado un cuchillo del bloque de madera que había en la encimera. Wymack lo agarró por la muñeca antes de que pudiera llevárselo a la cara. Neil forcejeó como un animal enjaulado, pero Wymack le estampó la mano contra la encimera hasta que consiguió que el cuchillo se le escapara. Neil intentó recuperarlo, pero Wymack lo arrastró consigo hasta el suelo. Lo rodeó con ambos brazos y lo sujetó con fuerza. Neil no podía hacer nada salvo intentar liberarse hasta quedar agotado. —Ey —dijo Wymack contra su oído, contundente y cargado de insistencia—. Ey. Todo va bien. Las cosas nunca habían ido bien. Estuvieron cerca de ello en parches fugaces, momentos robados con sus compañeros de equipo y sus victorias en el último segundo, pero todo había estado ensombrecido siempre por la horrible verdad. Con cada parpadeo, recordaba un poco más de sus vacaciones de Navidad. Con cada movimiento, sentía las manos de Riko y los cuchillos y el fuego contra su piel. Había permitido que Riko lo destrozara una y otra vez porque era la única forma de sobrevivir, porque ceder debería haber evitado que se rompiera, pero Neil no sabía si podía volver a reconstruirse una vez más. No era lo bastante fuerte. Nunca lo había sido. Su madre había sido su único apoyo, pero ella ya no estaba. —Neil —dijo Wymack. «Neil», así lo llamaba su entrenador, incluso cuando tenía aquel aspecto, incluso con el rostro y los ojos de su padre y el número de los Moriyama en la cara. «Neil», dijo Wymack, y él deseaba que fuera cierto con todas sus fuerzas. Dejó de forcejear; las manos que habían estado intentando deshacerse de los brazos de Wymack ahora se aferraban a estos como si le fuera la vida en ello. —Ayúdame —dijo con los dientes apretados. —Déjame hacerlo —contestó Wymack, así que Neil cerró los ojos. Wymack no dijo nada más hasta que Neil consiguió calmar su respiración—. ¿Qué coño ha pasado? Lo último que supe fue que ibas a pasar la Navidad con tu tío. —Mentí —dijo Neil—. Andrew va a volver el martes, ¿vale? Si aún no han llamado a Betsy del Easthaven para que vaya alguien a recogerlo lo harán pronto. —Llamaron ayer —dijo Wymack—. ¿Qué tiene que ver Andrew con esto? —Solo lo importante —dijo Neil. —Eso no es una respuesta. —Lo siento. —Cierra el pico —dijo Wymack, así que Neil se sosegó. Pasaron un par de minutos sentados en silencio hasta que Wymack habló—. ¿Te puedo soltar y confiar en que te comportes? ¿O vas a intentar cortarte la cara otra vez? Quiero revisarte los puntos. —Me portaré bien —dijo Neil. —Perdóname si no me fío de ti —dijo Wymack, pero lo soltó. Los dos se pusieron de pie. Wymack lo decía en serio cuando dijo que no se fiaba de Neil, porque lo llevó hasta el salón, lejos de todos los cuchillos. Le pidió con un gesto que se quitara la camiseta, pero Neil no era capaz de moverse para hacerlo. Wymack lo miró un momento y después fue a la cocina a por las tijeras. Las agitó en dirección a Neil en una pregunta muda y él asintió. Se quedó inmóvil mientras Wymack le cortaba la camiseta. El entrenador no hizo ningún comentario sobre las cicatrices. Tampoco sobre la cantidad de vendajes que le envolvían el pecho y el abdomen o los moratones que se entreveían alrededor la gasa. Se limitó a repasarlo con una mirada clínica y tocar cada línea de puntos en busca de debilidades. Neil se quedó quieto y en silencio y lo dejó hacer. Se le habían saltado un par de puntos en el costado, en la zona de la cintura, pero el corte estaba casi curado de todas formas. Wymack presionó la piel para ver si sangraba, pero los dedos quedaron limpios. Wymack le despegó los vendajes manchados de sangre y los dejó sobre la mesa. Revisó los daños y se marchó. Neil oyó el ruido de un cajón abriéndose y cerrándose, y el grifo correr durante unos segundos. Wymack regresó con un paño mojado y un pequeño botiquín. Neil intentó quitarle el paño, pero no podía cerrar la mano lo suficiente como para agarrarlo. Wymack se la apartó y le limpió la sangre de la piel. Le hizo daño, pero Neil apretó los dientes y no se quejó. Aquello le hizo pensar en las largas noches mientras huían, en recuperar el aliento en pisos francos por todo el mundo. Durante un momento, Neil recordó la sensación de los dedos de su madre contra la piel. Recordó el dolor de la aguja entrando y saliendo mientras volvía a coser las piezas de su cuerpo hasta hacer que estuviera entero. Había un calor nuevo subiéndole por la garganta y provocando que le escocieran los ojos: pérdida. Parpadeó con todas sus fuerzas para deshacerse de él. —Un día hablaremos de todo esto —dijo Wymack en voz baja. —Después de los finales —dijo Neil sin mirarlo—. Cuando hayamos derrotado a los Cuervos. Entonces te contaré todo lo que quieras saber. Diré la verdad y todo. —Me lo creeré cuando lo vea. Wymack se llevó los vendajes sucios y el paño. Neil se dejó caer en el sofá y contempló la botella de whisky del entrenador. Había un vaso vacío a un lado. No le costó nada de esfuerzo llenarlo y aún menos volver a vaciarlo. El calor le resultaba familiar, igual que el regusto amargo. —Creía que no bebías —dijo Wymack desde el umbral. —Y no bebo —dijo Neil—, a no ser que sea necesario. Solíamos usar el alcohol como anestésico porque no podíamos arriesgarnos a ir al hospital. —Las palabras le quemaron los labios más que el whisky. Dejó el vaso y repasó el borde con los dedos. No lo soltó hasta estar seguro de que la mano había dejado de temblarle y después repasó la peor de sus cicatrices con el dedo índice—. Demasiadas preguntas. Demasiado tiempo malgastado. Lo más seguro era tratar el dolor con alcohol. Apretó la mano y la dejó en el regazo. —¿Es suficiente, entrenador? Es una verdad en préstamo para que aguantes hasta primavera. —Sí —dijo Wymack—. Es suficiente por ahora. Wymack envolvió las heridas de Neil con vendajes limpios y recuperó su asiento. Los dos se sentaron en silencio, Wymack observando a Neil y Neil examinando sus propias manos. Se peleó contra su memoria, que se negaba a cooperar, intentando recordar su estancia en el Evermore. Cuando la pieza más importante encajó en su lugar, fue capaz de respirar al fin. —No firmé —dijo Neil, levantando la vista de sus manos. Se llevó los dedos al rostro. No sentía el tatuaje, pero había pasado el tiempo suficiente mirando el de Kevin como para saber dónde estaba—. Me dio un contrato, pero me negué a firmarlo. No pudo obligarme. Todo esto no significa nada. Sigo siendo un Zorro. —Por supuesto que sí —dijo Wymack. Neil asintió y miró el reloj. Quedaban cinco minutos para la medianoche. —¿Vamos a ver caer la bola? Quiero pedir un deseo. —Los deseos se piden a las estrellas fugaces —dijo Wymack—. La Nochevieja es para decidir nuevos propósitos. —Eso también me vale —dijo Neil. Wymack sacó el mando de debajo de uno de los cojines del sofá y encendió la televisión. La habitación se llenó de ruido y música. Las cámaras enfocaron a la multitud mientras un grupo actuaba en el escenario. Neil buscó los rostros de sus compañeros entre la gente. Sabía que no los encontraría, pero necesitaba buscar de todas formas. Miró el teléfono, vio que la batería estaba parpadeando muy baja y abrió los mensajes de todas formas. No los leyó. No tenía tiempo y la batería no aguantaría tanto. Aun así, tenía justo la suficiente para escribir un mensaje grupal, así que mandó un sencillo «Feliz Año Nuevo» a los Zorros. Betsy les había dicho que a Andrew le habían confiscado el móvil mientras estuviera en Easthaven, pero Neil añadió su número de todas formas y le dio a ENVIAR. La respuesta fue casi inmediata. Para cuando la cuenta atrás hacia medianoche apareció en la pantalla, para cuando Neil alzó la vista y vio cómo la bola brillante comenzaba su descenso, ya había tenido noticias de todo el equipo, la mayoría con todo en mayúsculas y signos de exclamación extras. Los había ignorado durante todas las Navidades, pero ahora parecían encantados de tener noticias suyas. Eran su familia y él era la suya. Por ellos, cada corte, moratón y grito merecía la pena. Neil contempló la bola tocar el fondo. Era enero. Un nuevo año. Quedaban dos días para que dejaran libre a Andrew, once para el primer partido del campeonato y cuatro meses para la final. Enfrentarse a los Zorros sobre la cancha en primavera sería el último error que Riko cometería jamás. Connuá... Aadecimit de la auta Mi gratitud infinita a KM, Amy, Z, Jamie C y Miika, que salvaron esta historia y evitaron que fuera un desastre ininteligible. Gracias por tolerar mi locura, mi dependencia y por no matarme cuando me puse en contacto con vosotros en el peor momento posible del año. Gracias a mi hermana pequeña, que una vez más diseñó la cubierta original. Para más información sobre el exy, puedes consultar el folleto Exy: Normas y reglamento en www.kakaobooks.com o visitar el blog de la autora en courtingmadness.blogspot.com. Créd Título original: The Raven King (All For The Game #2) © de la edición en español: A. C. KAKAO BOOKS – Libros por la diversidad, 2023 www.kakaobooks.com – [email protected] Reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización previa de sus titulares. La infracción de estos derechos es constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). En pocas palabras: compra, presta libros o usa las bibliotecas, pero no piratees. Nos cuesta mucho traducir y editar estos libros. Edición digital: Mayo de 2023 Ilustración de cubierta: Xènia Ferrer Traducción: Lourdes Ureña Pérez Correcciones: Ángel Belmonte Rodes Maquetación digital: Diana Gutiérrez El diseño de colección de KAKAO BOOKS es obra de Diana Gutiérrez. El logotipo está diseñado por Rodrigo Andújar Rojo. ISBN (EPUB): 978-84-124926-5-1 Thema: YF IBIC: YF