Subido por Florencia Del Guercio

El gato con botas

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El gato con botas
Versión de María Silva
Había una vez, en tierras muy lejanas, un honesto molinero que tenía tres
hijos. Al morir, dejó en herencia al mayor el molino; al del medio, un burro; y al
menor, un gato marrón y negro.
-¡Pobre de mí! Mis hermanos pueden trabajar juntos para ganarse la vida.
¿Pero yo? Después de hacer un estofado de gato y una alfombrita marrón y
negra, ¿qué voy a hacer? - se quejaba el menor.
El gato, indignado por considerarse menospreciado y con un poco de
miedo por su suerte, no tardó en responderle.
-Permítame presentarme. Mi nombre es Archivaldo y, si me da una bolsa
de cuero y un par de botas, verá que no hay mejor herencia que este gato.
El joven, que había observado cómo el felino era capaz de colgarse de
cabeza o esconderse entre la harina para cazar un ratón, decidió darle una
oportunidad. El gato se calzó las botas, puso unos trozos de pan en la bolsa y
fue hacia un viñedo. Colocó la bolsa entre las vides y esperó a que algún conejo
incauto cayera en la trampa. Y así fue: a los pocos minutos, un conejo con poca
experiencia entró en la bolsa tentado por los trozos de pan. Archivaldo cerró la
bolsa con un doble nudo y fue al castillo del rey.
-Buen día, su Majestad -dijo el gato haciendo una gran reverencia-. Vengo
a traerle este regalo de parte de mi amo, el marqués de Carabás.
El rey le agradeció el regalo y mandó un saludo para el marqués, que
claro está, no era ni más ni menos que el hijo del molinero. Durante los
meses siguientes, el gato usó el mismo método para cazar perdices, liebres y
pavos. Y se los llevó al rey, que le dijo "muchas gracias" cada vez y mandó
saludos para el marqués.
En una de sus visitas, Archivaldo escuchó que el rey iría con su hija a
dar un paseo por la orilla del río. Sin perder un segundo, fue corriendo a
donde estaba su amo y le dijo que, si escondía su ropa gastada en un hueco
que había en un árbol y se metía en el río, sería rico. El hijo del molinero hizo
lo que el gato le pidió sin preguntar nada; evidentemente, la curiosidad no
era su fuerte...
-¡Socoooorrrooo! ¡Ayuuuda! ¡El marqués de Carabás se
ahoga!- gritó desesperado el gato al ver el carruaje del rey.
El rey reconoció al gato y ordenó a los guardias que ayudaran al
marqués. Mientras los guardias rescataban al joven, Archivaldo le contó
al rey que, cuando el marqués se estaba bañando, un grupo de
maleantes le había robado la ropa. El rey pidió a uno de los pajes que lo
acompañaba que trajera el traje más bonito que encontrara para el
marqués de Carabás.
El hijo del molinero, que era apuesto y más aún con ropa tan
elegante, llamó inmediatamente la atención de la princesa, que era
bastante enamoradiza. El rey invitó al marqués a subir a su carroza y a
acompañarlos en el resto del paseo. Apenas subió, le agradeció por los
deliciosos regalos que le había obsequiado. El joven no entendía sobre
qué le estaba hablando, pero le respondió que era lo mínimo que su
Majestad y su hermosa hija se merecían.
Mientras tanto el gato tomó la delantera y se acercó a un grupo de
campesinos que estaban arando y les dijo:
-Si alguien les pregunta de quién son estas tierras, respondan que
del marqués de Carabás o les saldrá un grano peludo en la punta de la
nariz que no se irá jamás.
Cuando el rey pasó por ahí, hizo detener su carroza y preguntó a
los campesinos de quién eran esas bellas tierras, y todos respondieron
sin chistar: "¡Del marqués de Carabás!".
El gato, siempre a la delantera, se dirigió hacia un castillo donde
vivía un ogro y golpeó a la puerta.
-Buenas tardes. Mi nombre es Archivaldo le dijo tendiéndole la
mano-. Pasaba por aquí y no quería dejar de conocerlo. He oído
maravillas de usted. Me han dicho que puede convertirse en cualquier
animal. Elefante, león, rinoceronte o lobizón.
- Exacto -dijo el ogro, chasqueó los dedos y se convirtió en tigre blanco.
-¡Qué prodigio! - exclamó el gato bastante asustado.
¡Chic! Chasqueó los dedos el ogro otra vez y se convirtió en un
hipopótamo. -Ah... veo que solo puede convertirse en animales de gran
tamaño. Yo pensé que también podía convertirse en una rata o un
ratón.
Orgulloso, el ogro chasqueó los dedos otra vez y se convirtió en un
ratón. El gato, ni lerdo ni perezoso, se abalanzó sobre el roedor y lo
devoró de un bocado. Apenas terminó de deglutir al ogro, escuchó que
el carruaje del rey se acercaba y salió a recibirlo.
-Bienvenidos al castillo del marqués de Carabás- dijo Archivaldo al
rey y la princesa-. Tengan a bien pasar a la sala donde preparamos un
tentempié para ustedes.
Pasaron a la sala donde había una gran mesa llena de manjares.
Es sabido que los ogros son de un gran y exquisito apetito. Durante la
comida conversaron y rieron mucho. Al finalizar la cena, el marqués,
obnubilado con la princesa, le pidió al rey la mano de la joven. A ella se
le iluminaron los ojos, y el rey aceptó de inmediato al ver la felicidad de
su hija. A la semana siguiente se celebró la boda. Así fue como el gato
se convirtió en parte de la comitiva real y pasó el resto de sus días
ronroneando cerca del trono, sobre todo cuando los hijos del marqués le
hacían cosquillas detrás de las orejas.
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