SINTESIS HISTORICA DE LA INFANTERIA CHILENA 1. Antes y durante el periodo de la Conquista del Reino de Chile. La infantería mapuche fue la primera que actúa en lo que hoy reconocemos como territorio nacional, antes que los Conquistadores Españoles lleguen al territorio o, que las huestes incaicas de Huaina Cápac, incursionen al sur, ambos esfuerzos son rechazados por el pueblo mapuche, con voluntad y arrojo de sus nativos infantes, oponiendo tenaz resistencia, estableciéndose finalmente entre el Rio Maule y el Toltén con señorial y absoluto dominio. Los españoles de Almagro, en 1536 alcanzan hasta el Itata, derrotan fácilmente a los Promaucaes del norte del Maule, y tras continuar al sur, chocan con una fuerte resistencia de parte de los mapuches, que presentan un núcleo de Infantería disciplinado y armado con medios rudimentarios, dispuestos a detenerlos en los campos de Reinoguelen, atacan en masa, sin competencia con las sorpresivas armas castellanas. El hierro, el mosquete y empuje de los caballos, fueron más que el valor demostrado, por el infante indígena. Sera el primer contacto español-mapuches y comienzo de una cadena de luchas, que se extienden hasta los días de la República, que pone de relieve las honrosas cualidades de soldado de este pueblo, que contiene a su adversario, y lo derrota, pese a la evidente inferioridad de armamentos, siendo sorprendido por el uso del caballo, hasta entonces desconocido en América, el indígena forma huestes de infantería, y combate eficazmente al español. Valdivia, inteligente y profesional de la guerra, con servicios reconocidos en Europa, cae en el error de todo conquistador de América, da poca importancia a la capacidad guerrera de sus adversarios. Pronto es golpeado con la aparición de un aborigen que transforma la organización militar de los mapuches, creando un ejército aguerrido de primera magnitud y calidad. Lautaro merece debe ser estudiado y conocido en sus méritos del primer gran soldado de infantería chileno, pues crea la primera infantería que logro contener el avance español. Lautaro había visto en los campamentos españoles la forma como estos instruían a los indios amigos, sus voces de mando y evoluciones de esa infantería nativa, que formaba el grueso del ejército. Había observado, como hombre de clara inteligencia, la organización que los castellanos daban a los grupos de indígenas y su preparación para el combate, de manera que se dio cuenta que, si organizaba convenientemente a sus paisanos y sobre todo aprovechaba su valor, conocimiento del escenario, y cualidades para la guerra, podría conseguir una clara ventaja sobre sus adversarios, basándose en su gran superioridad numérica, logro imponer su personalidad y organizar militarmente a los araucanos, hasta convertir sus desordenados ataques en una táctica armónica de combate. Al morir Lautaro, dejaba en el pueblo mapuche una sensación de poder frente al mando español. Sus victorias habían significado la ruina de sus posesiones en el sur, y su ofensiva lo había conducido hasta el norte de Talca, sembrando el pánico entre sus adversarios. Con el correr del tiempo los mapuches multiplicaron el caballo y lograron contar con una caballería numerosa. De este aumento de la caballería, resulto una guerra ágil de frecuentes malones y malocas a los campos españoles. Su audacia los llevo hasta dar muerte al Gobernador Martin García Oñez de Loyola a fines de 1598, de modo que todo lo ganado anteriormente en el escarmiento que creyeron propinarles Villagra, Hurtado de Mendoza y Rodrigo de Quiroga, volvió a la situación de la época de la Batalla de Tucapel. 2. La Infantería durante la Colonia. La prolongación de la guerra en Chile, el cansancio y los sufrimientos que ella originaba, llegaron hasta la Corte de España. “Al extinguirse el siglo XVI, la Guerra de Arauco había experimentado cambios fundamentales. Ese soldado extraordinario llegado con Pedro de Valdivia o en los años siguientes, se había transformado lentamente en Encomendero. Victima constante de los ataques indios, perdió reiteradamente sus cosechas y hubo tiempo en que tuvo que vestirse con harapos”. Sobre todo, dada la especial geografía nacional, una isla cercada por una alta cordillera, desierto norte, amplio mar y extensa Patagonia, el soldado español y el encomendero criollo radicado en este “territorio isla”, empieza a mezclarse con jóvenes nativas, lo que produjo un tipo de mestizos muy blanqueados, cargado de sangre europea, un nuevo elemento en la lucha, que junto a sus progenitores españoles crea el nuevo soldado criollo. Mantiene el 1 cuidado del emprendimiento de sus mayores, cuida las encomiendas y las ciudades permanentemente amenazadas por los indios. El clamor de estos cuidados, llegara hasta el trono de Felipe III, que por Real Cedula de enero de 1603, aprueba el establecimiento en Chile de un Ejercito Permanente, denominado hasta hoy: “Ejército de Chile”, encargando al Gobernador don Alonso de Rivera y Zambrano la organización de dicho ejército, cuyas fuerzas sumaban 1.154 soldados “bien disciplinados y mejor abastecidos”. De estos, 900 hombres eran de Infantería y constituían la primera organización que esta Arma tuvo en Chile en la época Colonial. Soldados chilenos criollos, hijos de este país en su enorme mayoría, que fueron los primeros soldados nacionales que existieron, armados de picas y mosquetes, perfectamente uniformada y equipada, esta Infantería, que iba a actuar en la llamada “Guerra Defensiva” de acuerdo con las disposiciones dictadas por don Alonso de Rivera. En 1610, las disposiciones del Rey establecieron que el Ejercito “Se pusiera sobre un pie de 1.600 plazas”. Su primer holocausto, lo viven el 15 de mayo de 1629 en la batalla de Las Cangrejeras, en cuya acción, pese al valor de sus hombres, fueron aniquilados por las fuerzas mapuches del Toqui Lientur. Al termino de este entrevero, la caballería española había emprendido la retirada, abandonando a la infantería. Lientur, aniquilo a sus adversarios de forma aplastante y el reino recuerda los días de Lautaro, pudiendo desprenderse que ya la infantería araucana, combatía en formaciones iguales a la española y sus caudillos, sabían emplear las mismas tácticas que se usaban en el Viejo Mundo. Durante los siglos XVII y XVIII se dictaron varios Reglamentos, Reformas, Ordenanzas, bajo los gobiernos de Ortiz, Manso de Velazco, Amat y Junient y Jauregui. En todas ellas el arma de Infantería figuro como mayoritaria y principal. Sus soldados pertenecían al Pueblo de Chile y por tanto era un Ejército Nacional, aunque sujeto a las disposiciones coloniales emanadas del Imperio Hispánico. Este ejercito colonial, subsistió hasta los días del Primer Congreso Nacional, en que se transformó en las tropas del Reino al servicio del nuevo Gobierno Nacional, que constituyo la Junta de Gobierno, incrementándose con las unidades creadas el 2 de diciembre de 1810. 3. La Infantería en las guerras de la Independencia. “El decreto de fecha 2 de diciembre de 1810, tuvo un origen en una indicación del vocal de la Primera Junta de Gobierno don Juan Martínez de Rozas y se puede considerar como el nacimiento del primer Ejercito de carácter Nacional”. En él se establece la creación de “un Batallón de Infantería con el título de Granaderos de Chile” con una fuerza de 77 hombres por cada Compañía que deben componerlo, en un total de fuerza de 693 hombres como Batallón, siendo su Comandante, Teniente Coronel don Juan de Dios Vial Santelices, y el Sargento Mayor don Juan José Carrera Verdugo, su 2° Comandante. Esta fue la primera unidad de Infantería de Línea con que Chile conto. Más tarde se agregan otras unidades como el Batallón de Voluntarios Patriotas y el Batallón de Pardos. Nace pobremente armada y equipada y su bautismo de fuego fue en la Campaña de 1813, donde el Virrey del Perú, don Fernando de Abascal envió la Expedición Restauradora al mando del Brigadier don Antonio Pareja. El mando de General en Jefe, del primer Ejercito Nacional, lo tuvo el General don José Miguel Carrera Verdugo en la campaña del mes de abril de 1813. Mal equipados, faltos de tiendas de campaña para resguardo de la lluvia, cumplen con su deber en forma heroica y abnegada, superando crecidas de ríos, inclemencias del tiempo, pero con una alta moral, ese cuerpo de infantes se batió heroicamente en Yerbas Buenas el 29 de abril, San Carlos el 15 de mayo; ocupa Concepción el 25 de mayo y toma al asalto, las fortificaciones de Talcahuano el 29 de mayo de 1813. La falta de ganado obligaba a los soldados a colaborar en el transporte de la artillería, arrastrada por los infantes, entre Chillan y Concepción. Posteriormente se baten en Talcahuano, destacando el Batallón de Granaderos y el de Infantes de la Patria. Inútilmente el General Carrera solicito a la Junta de Gobierno de Santiago, los auxilios necesarios. Nada se hizo y los mandatarios “resolvieron disimuladamente debilitar el Ejercito de Carrera, y comenzar a organizar otro distinto en Santiago”. “En vano don José Miguel les pidió una y otra vez los socorros que necesitaba; le entretuvieron con dilaciones y abandonaron las reliquias del sitio de Chillan a la providencia de Dios y a los desvelos de su General”. 2 La Junta de Gobierno pidió otro sacrificio que resulto estéril, ordenando a Carrera, que sitie Chillan y, a pesar de sus objeciones, dadas que la operación se realizaría en invierno, en posición y equipo desventajoso, los mandatarios de Santiago insistieron y se efectuó dicha acción, con un rotundo fracaso de las operaciones en Chillan. El sitio, debió suspenderse y como habrá de ocurrir repetidas veces en nuestro país, la política contingente y los intereses creados, perjudicaron los logros de sus armas. Después que el General Carrera hizo entrega del mando al Coronel Bernardo O´Higgins, esta Infantería, carente de recursos, armamento y vestuario, marcho de nuevo hacia Chillan, batiéndose con éxito en el Quilo el 18 de marzo de 1814. Las fuerzas patriotas contaban solamente con 800 hombres. En Membrillar empero, el Coronel Mackenna, que disponía de 1.500 soldados, era atacado el 20 de marzo por el Brigadier Gavino Gainza, y en los dos encuentros tuvieron como resultado sendas victorias para los patriotas. El Brigadier Gainza resolvió marchar sobre Santiago, pero los patriotas por un camino lateral marchan en un hermoso ejemplo de tesón y disciplina de aquellos soldados de la Patria Vieja. Sin ganado para arrastrar sus carros y artillería, suplieron con sus brazos esta necesidad: sin calzado cubriendo sus pies con rusticas ojotas, marcharon hasta lograr interceptar a sus enemigos al norte del Maule, cortar la ruta hacia Santiago al Brigadier Gainza y, posteriormente, batirlo en Quechereguas el 8 de abril de 1814. La capital de Chile había quedado a salvo. El tratado de Lircay arrebato su triunfo a los patriotas y Chile, por voluntad de las autoridades de Santiago, aceptaba el dominio español. Gainza había salvado su delicada situación. Se ignora por el rey del Perú, el Tratado de Lircay, y presenta en el sur una nueva expedición, enviada desde el Perú, al mando del Brigadier Mariano Osorio. Osorio, desembarca en Talcahuano el 13 de agosto de 1814 con fuerzas ascendentes a 4.972 hombres, marcho al norte exigiendo de los patriotas una inmediata sumisión a las autoridades realistas. Desgraciadamente, O´Higgins y Carrera dirimen su supremacía por medio de las armas. Con el combate de Tres Acequias se dio un golpe de gracia al naciente Ejército de Chile. Su reconstitución fue casi imposible, y lo que lo que sucedió más tarde, solo fue el corolario de una pugna inútil para Chile. Sin embargo, la Infantería que actuó en la batalla de Rancagua supo cumplir con su deber, siendo aniquilada por los vencedores que no dieron cuartel en esa trágica noche, del 2 de octubre de 1814. Después de la Batalla de Rancagua, unos pocos soldados salieron del país para reorganizarse en Mendoza. Otras fuerzas que permanecieron en Santiago, o que se retiraron de Rancagua, terminaron luchando en las huestes de los caudillos trasandinos, durante la llamada Anarquía Argentina de 1820 a 1822. En tanto, los patriotas chilenos emigrados a Mendoza encontraron apoyo en el Gobernador Intendente, General José de San Martin, pero incidencias serias habidas entre él y el General José Miguel Carrera, obligaron al alejamiento de este, de la ciudad y su traslado a Buenos Aires. Amigo con el Brigadier O´Higgins, San Martin considero la posibilidad de realizar el sueño largo tiempo acariciado de “llevar la guerra al Virreinato del Perú, como una forma de anular la presión que las fuerzas del Virrey ejercían sobre el norte de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, pasando su ejército a través de Chile, que era preciso libertar previamente”. O´Higgins secundo eficazmente los planes de San Martin, y coloco a sus servicios toda su inteligencia y colaboración para la reunión de las fuerzas y acopio de elementos logísticos necesarios en el Campamento de Plumerillo. A fines de 1816 el Ejercito Libertador, o Ejercito de Los Andes, fuerte en 4.000 hombres se encontraba organizado, entrenado y listo para emprender la campaña. En enero de 1817 ponía en marcha las seis columnas dos hacia el norte, otras hacia el sur, y principalmente en dos agrupaciones perfectamente sincronizadas por el centro: una al mando del Coronel don Juan Gregorio de Las Heras por el Paso de Uspallata, y el grueso de las fuerzas, una División al mando del Brigadier Estanislao Soler, y otra mandada por el Brigadier Bernardo O´Higgins, por el Paso de Los Patos, para alcanzar Putaendo. El cruce de la cordillera pese a varios inconvenientes climáticos y equipamiento, el 11 de febrero San Martin con sus tropas llega al N. E. de la gloriosa ciudad de San Felipe, y acampa en Curimon. Noticias sobre los realistas, dan cuenta que se encuentran en las Casas de Chacabuco, San Martin resolvió su ataque para el día siguiente, logrando ese 12 de febrero alcanzar la importante victoria sobre las tropas del Brigadier Rafael Maroto, en Chacabuco. 3 Obtenida parcialmente la liberación del país por el Ejercito de Los Andes, en la Batalla de Chacabuco, el ahora Capitán General y Director Supremo de Chile, Bernardo O´Higgins emprendió la reorganización del Ejército de Chile, en el que figuraron los Batallones N° 1 y 2 de Infantería, el Batallón Infantes de la Patria, en Santiago y el Batallón N° 1 de Cazadores de Chile en Coquimbo. Parte de esta Infantería combatió al mando de O´Higgins en Talcahuano, y durante las operaciones que antecedieron al desastre de Cancha Rayada. Posteriormente, es sorprendido y derrotado San Martin en Cancha Rayada, había que reconstruir las fuerzas para detener al Brigadier Osorio que avanzaba victorioso sobre Santiago. En este trance tan apurado para la Patria, los chilenos se presentaron en masa a llenar los vacíos dejados en las filas por los muertos, desaparecidos, prisioneros y desertores, ingresando a las unidades del Ejercito Unido, compuesto por el Ejército de Chile y del Ejercito de Los Andes. Con estos soldados, salidos de la masa ciudadana de Chile, se formó la Infantería que combatió en Maipú, logrando el éxito pleno, debiendo considerarse que, de los 5.187 hombres que figuraron en las Listas de Revista, el 70% era chileno. Cuando ya la batalla tocaba a su fin, llego al campo el herido Director Supremo O´Higgins, quien reunió en Santiago las escasas fuerzas disponibles, más Cadetes de la Escuela Militar, con quienes marcho hacia Maipú y parte de sus tropas montadas pudieron, incluso, participar en la persecución, mientras O´Higgins y San Martin se reunieron en el campo mismo de la batalla y en un abrazo sellaron la Independencia de nuestra Patria. España perdió definitivamente su dominio en Chile y se debilito considerablemente su poderío militar en el Virreinato del Perú. Para las fuerzas patriotas, la batalla de Maipú marco el final de una etapa: las luchas de la Independencia Nacional, y el comienzo de otra, la Campaña Libertadora del Perú, que daría bajo la bandera y sangre chilena, la Libertad a esa nación. El General O´Higgins debió asumir la responsabilidad de organizar la Escuadra y el Ejercito que debía libertar al Perú. En tal cometido la masa de la infantería que formo esa fuerza fue chilena, de los 4.642 soldados con que conto el Ejercito, 4.000 eran chilenos que participaron de los triunfos y de los reveses, de las esperanzas y de los desengaños del General San Martin. No fue por cierto el enemigo lo más peligroso para este Ejercito, sino la malaria que diezmo sus filas en Huaura, Aznapuquio, Moquegua, e Ica. Cabe señalar que de los más de 4.000 chilenos que concurrieron con San Martin a la Liberación del Perú, solo regreso una cuarta parte y sus batallones, muy disminuidos, eran el resultado de la política usada para con ellos por el Protector. Sus heroicos soldados caídos en las batallas de Tarata e Ica quedaban blanqueando las arenas del desértico territorio donde fueron a combatir. En cambio, el recuerdo de esa gesta heroica, que dio libertad a una nación, y por la cual hizo sacrificios el pueblo de Chile, “hasta quitarse el pan de la boca para ayudar a esos hermanos”, como señala Amunategui, llena de orgullo a Chile, legitimo libertador del Perú, con sus recursos y el valor de sus soldados. El comportamiento de la Infantería Chilena durante la Guerra de la Independencia, se cierra con las Campañas de 1824 y 1826, en Chiloé, bajo el Gobierno del General Ramon Freire, las que significaron la anexión de la Isla a Chile, luego de las victorias de Pudeto y Bellavista, donde nuevamente los sufridos infantes del Ejército chileno tuvieron ocasión de demostrar su entereza y valor, ante un adversario que no le iba en zaga y que se defendió tenazmente, apoyado en un escenario que ofrecía dificultades muy difíciles de superar. Finalmente, cabe señalar que las Campañas de la Independencia constituyen, en total, una guerra regular algunas veces, e irregular en otras. La mayoría de sus acciones bélicas son de pequeño volumen, combates aislados, efectuados con escaso número de fuerzas. Como batallas solo podría mencionarse a Rancagua, Chacabuco o Maipú en Chile, y Zepita, Junín y Ayacucho en el Perú. Sin embargo, las diferentes campañas se caracterizan por ser esencialmente de movimiento dentro de teatros de operaciones muy amplios, considerando la dificultad y lentitud de los desplazamientos de la época. Los combates y batallas se dieron, fundamentalmente, a base de esfuerzo y valor, sin que fueran determinados por una concepción estratégica o táctica. Por las razones anteriores es que adquiere mayor valor el ejemplo legado por esos primeros soldados Infantes, que, sobreponiéndose a las fatigas, incomprensiones e injusticias, conservaron su disciplina y 4 su espíritu combativo, y con renunciación, sacrificio y mudo heroísmo, nos legaron como bien más preciado, la libertad. Para ellos, bien pueden aplicarse aquellos versos del himno de una gloriosa unidad de Infantería nacida en el fragor de las luchas emancipadoras y que expresan “… Son huestes brillantes, que nuestra bandera pasearon triunfantes de Chile al Perú…” 4. La infantería en la Guerra contra la Confederación Perú- boliviana. El año 1837 don Diego Portales que ocupaba el Ministerio de Guerra, vuelca su influencia en decidir favorablemente al Gobierno la Expedición contra la Confederación que el Mariscal de Zepita, Presidente de Bolivia, don Andrés de Santa Cruz, había establecido con el nombre de Confederación Perú-boliviana. La muerte del estadista el 6 de junio de 1837 no suspendió los preparativos y en cambio hizo popular la guerra; así fue como partió la primera expedición al mando del Almirante don Manuel Blanco Encalada hacia el Sur del Perú. Esta expedición no dio satisfacción a las intenciones chilenas de alejar el peligro que el notable gobernador boliviano significaba al frente de una nación que, con el tiempo, sería mucho más poderosa y amenazaría su situación en el Pacifico Sur. Al comenzar la guerra, los Batallones de Infantería, cinco en total, estaban organizados, de acuerdo con el decreto del Presidente Pinto, de 5 de junio de 1827, que dispuso su fuerza a base de compañías de 68 hombres cada una, incluidos oficiales, suboficiales, cornetas y tambores, lo que daba a estos batallones, sumada su Plana Mayor, una dotación aproximada de 425 hombres. Posteriormente los efectivos de los batallones fueron aumentados a 500 hombres cada uno. La Primera Expedición Restauradora, bajo el mando del General Manuel Blanco Encalada, y teniendo como Jefe de Estado Mayor al General Santiago Aldunate, estaba integrada por los Batallones de Infantería Portales, Valdivia, Valparaíso y Colchagua, además algunos medios de caballería y artillería y una pequeña fuerza peruana que integraba la expedición chilena. La oficialidad contaba con muchos subalternos salidos de la Escuela Militar, y en cuanto a las Clases, algunas provenían de las tropas que, en el sur, habían hecho la guerra contra los Pincheira y los Mapuches, de modo que contaban con experiencia de combate. La disciplina era bastante buena, de acuerdo con las disposiciones ministeriales de Portales y las experiencias de las contiendas civiles de 1828. Esta Infantería soporto la pesada campaña de 1837, marchando desde la costa peruana hasta Arequipa y regresando con Blanco Encalada, después del Tratado de Paucarpata. Declarado nulo el Tratado de Paucarpata por el Gobierno, se resolvió realizar una Segunda Expedición y, en consecuencia, sobre la base del Ejercito que hizo la primera campaña, se reorganizaron las fuerzas, ahora bajo el mando del General Manuel Bulnes Prieto, teniendo como Jefe de Estado Mayor, al General José María de la Cruz. La Infantería fue aumentada a siete Batallones sumándose a los ya señalados, los nombres del Carampangue, Aconcagua y Santiago. Además, se organizaron cuatro unidades de Caballería, al mando del Coronel Fernando Baquedano y una Agrupación de Artilleria, al mando del Coronel Maturana. Desembarcado en Ancón, el 7 de agosto de 1838, este Ejercito Restaurador, marcho sobre Lima y después de derrotar a las fuerzas peruanas del General Orbegoso en Portada de Guías, las tropas chilenas ocuparon la Capital del Perú. Posteriormente, diferentes Expediciones del este Ejercito Restaurador, se dirigieron hacia el interior para combatir a las dispersas fuerzas confederadas. A continuación y con la intención de buscar una decisión sobre las fuerzas del Mariscal Santa Cruz, el General Bulnes resolvió operar en la Sierra peruana, y en esta campaña, ante la contraofensiva iniciada por Santa Cruz, y mientras las fuerzas del Ejercito Restaurador se retiraban hacia el Norte por el callejón de Huaylas, el 6 de enero de 1839, la Infantería del Ejercito chileno, denominado Ejercito Restaurador, por su misión de restaurar la Independencia del Perú, arrebatada por Santa Cruz, hubo de sostener una dura batalla al cruzar el puente sobre el rio Buin. En efecto, la vanguardia del Ejercito Protectoral, alcanzo a los chilenos antes de cruzar el puente, trabándose en una dura lucha en medio de una gran tempestad de agua y de nieve, alumbrada por los relámpagos, cuyos ecos se quebraban en las alturas de Los Andes. En 5 esta oportunidad los Batallones Carampangue y Valdivia, amenazados por ser aislados de las fuerzas principales, se defendieron tenaz y bravamente en medio de la tempestad, logrando retirarse con la caída de la noche. Héroe del combate del Puente de Buin, fue el Subteniente Lorenzo Colipí, el cual, con un grupo de 10 infantes disputo a un enemigo 50 veces superior la posesión de ese valioso paso obligado, como lo fue ese puente. El valor demostrado por esos soldados salvo a Chile de un desastre de proporciones y privo a Santa Cruz de alcanzar una victoria que habría sido decisiva. Soportando toda clase de penalidades provocadas por el mal estado del camino, el clima y las enfermades, la Infantería chilena del Ejercito Restaurador llego a cerrar el callejón de Huaylas por el Norte, mientras Santa Cruz se establecía en Yungay, apoyando sus líneas en la ribera sur del Rio Ancash. El General Manuel Bulnes, que esperaba ser atacado por Santa Cruz, vio pasar los días sin que su adversario tomara la iniciativa, por lo cual resolvió, en las primeras horas del día 20 de enero de 1839, operar ofensivamente contra él. El Mariscal Santa Cruz dividió su Ejército, de aproximadamente 6.500 hombres. La Reserva a base de Batallones Bolivianos se reunió detrás del Ala Oeste. La caballería se mantuvo al centro y atrás. En la madrugada del 20 de enero de 1839, el Ejercito Restaurador inicio la marcha hacia el Sur, organizado a base de una vanguardia de Infantería y Caballería y de tres Divisiones, la Caballería se mantuvo inicialmente reunida a retaguardia, en las proximidades del Rio Santa y la escasa Artillería se distribuyó en apoyo de la I y II División. La Batalla se inicio con el avance del Batallón Aconcagua por el flanco Este, para ganar el cerro Punyan, y atacar desde allí el cerro Pan de Azúcar. El General Bulnes, viendo este adelantamiento confederado, reforzo el Aconcagua con tres Compañías del Batallón Carampangue. El Aconcagua se apodero del Cerro Punyan, y continuo el avance sobre la posición del Pan de Azúcar, Las acciones tuvieron éxito, de tal manera que a las 11 de la mañana toda la resistencia confederada, al norte del rio, había terminado. Durante el avance de la Infantería chilena, Santa Cruz que observaba con su anteojo y que no esperaba que progresaran bajo el fuego de los defensores, al verlos marchar hacia la altura no pudo menos que exclamar “que porfiados son estos araucanos”. Y así fue. Alcanzado el éxito sobre la posición del Pan de Azúcar, el General Bulnes dispuso el ataque sobre las posiciones principales confederadas. Finalmente, en todo el frente, las tropas restauradoras lograron vencer la resistencia. A las 14:30 horas la acción de presión del Ejercito Restaurador se hizo general, e iniciaron una violenta persecución, especialmente la caballería, que logro destruir numerosas fuerzas enemigas. Aquel día la Infantería chilena había soportado todo el peso de la enorme refriega. Cuerpo a Cuerpo había luchado contra sus adversarios y paso a paso había conquistado el terreno, venciendo la resistencia de los Confederados en todo el frente. Los “porfiados araucanos” habían sabido cumplir con su deber. El Roto, ese hombre del pueblo, del cual hacían mofa los confederados al verlos en sus sencillos uniformes, en tanto el Ejercito de Santa Cruz, lucia brillante y pomposo en sus armas y vestuario, habían inmortalizado su valor junto al Rio Santa, y cimentado su orgullo en su esfuerzo y tesón, con que supieron vencer todos los obstáculos que encontraron en la dura campaña , en la cual sepultaron la Confederación para siempre y afianzaron la paz y el prestigio de Chile en el exterior. La historia de la Infantería de 1839 se cerraba en Yungay. Chile sentía orgullo de sus Infantes que vencieron en la dura lucha, y el pueblo de Chile henchía su pecho satisfecho mientras cantaba: “la hueste chilena se lanza a la lid, ligera la planta, serena la frente, pretende impaciente, triunfar o morir”. Por eso la estatua que perpetua el recuerdo de tan grande heroísmo lo simboliza el Roto, de pie, ante un haz de trigo, arremangado el pantalón, y el pecho descubierto, empuñando el fusil, descalzo, pero serena la mirada, como si oteara hacia el horizonte, los destinos de Chile. 5. Entre dos guerras. La guerra contra la Confederación Perú–boliviana, pareció afianzar la Paz de Chile en el exterior, la Constitución de 1833, había organizado la Republica y la Ordenanza General, publicada en 1839, consolido internamente al Ejército. 6 En el Sur se había puesto orden en la zona de Chillan azolada por las bandas de los Pincheira y a los Araucanos se le mantenía a toda costa al sur del rio Bio-bio, lográndose, avanzar la frontera sur en dirección al rio Malleco. Aun los pobladores chilenos en esa zona eran escasos, por cuanto los indios realizaban sus continuos malones y malocas, contra las propiedades y la vida de los Colonos. El Gobierno mantenía una fuerza regular básicamente de Infantería en territorio Araucano, pero nada hacia por incorporar definitivamente esas tierras al país, dando solución de continuidad al territorio nacional. Hombres de gran visión, como el Coronel Cornelio Saavedra, el General José Manuel Pinto, el General Basilio Urrutia, no fueron escuchados y el araucano siguió incrustado en esa parte del suelo de Chile, haciendo caso omiso de sus leyes. Solamente cuando la aventura del francés Orelie Antoine de Tounens movió al Gobierno de Francia a apoyarlo y a reconocerlo, como Rey de la Araucanía, Chile abrió los ojos y comenzó la lucha para adelantar la frontera e integrar definitivamente ese territorio al Patrimonio Nacional. La guerra comenzó con brío por parte de chilenos y araucanos y los numerosos encuentros que tuvieron lugar demostraron su violencia. El Ejercito debió operar permanentemente para defender ese territorio y evitar que cayera en manos extranjeras. Lamentablemente la institución no recibía de parte del Gobierno la preocupación que era menester para terminar en forma decisiva con el problema. De esta manera la guerra se dilato en Arauco, la organización del Ejercito se descuidó y lo mismo que se había usado en 1839, continuaba rigiendo en 1865. En estas circunstancias sorprendió a Chile la Guerra con España. El país se encontraba desarmado: Sin Flota ni Ejercito capaz de enfrentar las fuerzas Navales que la Reina Isabel II enviaba a las costas del Pacifico. La guerra con España por defender al Perú fue una dolorosa experiencia y una inútil perdida para Chile, el bombardeo de nuestro principal puerto, Valparaíso. En conformidad con el sistema rotativo impuesto a los Batallones de Infantería, en 1862, los Batallones 1°, 4° y 7mo, de Línea, se encontraban en diversos sectores de la frontera haciendo la dura y sufrida Campaña a que se ha hecho mención. Pero ese esfuerzo y los sacrificios que la Infantería Chilena hizo en el periodo de la Campaña de Arauco en 1868 no fue perdido. La disciplina salió robustecida, como así mismo el espíritu de cuerpo. Los Soldados se endurecieron, y se acentuó en ellos el profesionalismo, de manera que cada cual trataba de renovar su contrato al termino de él, para continuar en las filas. Variadas acciones ilustran la decisiva participación del Ejercito, y en particular, de la Infantería, en las Campañas de Pacificación de la Araucanía. Organizados según los modelos franceses, los Batallones de Infantería seguían los principios tácticos utilizados en el Ejercito de esa nación, pero la falta de renovación de conocimientos por parte del cuadro de Oficiales mantenía atrasados en cincuenta años la organización y la táctica. De esta Infantería, cuyos soldados se endurecieron en la lucha de los bosques de Arauco, salieron las Clases que formaron los cuadros en que se nutrió, el Ejercito Movilizado de 1879. 6. La Infantería en la Guerra del Pacifico. Cuarenta años de paz mediaron entre la Guerra Contra la Confederación Perú - Boliviana, y el nuevo conflicto que Chile tuvo que afrontar a comienzos del año 1879. Contaba entonces el país con una fuerza de 2.440 hombres, distribuidos en 1.500 soldados de Infantería; 530 hombres de Caballería y 410 de Artillería. La Infantería estaba compuesta por Batallones de Línea y uno de zapadores y como Reserva, 2.944 hombres de la Guardia Nacional, agrupados en diversas unidades y en distintas ciudades. En el momento de declararse la guerra, el 5 de abril de 1879, la ciudadanía se apresuro a presentarse en los cuarteles para aumentar las plazas de las unidades y muy pronto se pudo contar con cerca de 10.000 hombres de Armas. Cada uno de los Cuatro Batallones de Línea fue elevado a Regimiento, los cuales, sumados al Regimiento Santiago, todos con 1.200 hombres y el Regimiento Zapadores de 800 plazas, dieron un total de 6.800 Infantes a fines de abril de 1879. En la frontera, donde los Mapuches daban muestra de insurrección, quedaron 1.800 hombres de los Batallones Cívicos de Infantería, reemplazando a las fuerzas de Línea que concurrían al Norte. La mayoría de los Suboficiales que hubo en el primer momento, 7 salieron de las filas de los soldados de la Frontera que tenían experiencia de guerra, de modo que los mandos subalternos de las unidades de Infantería pronto quedaron completos. Parte de la Oficialidad salió también de los Suboficiales de las Campañas de Arauco, y así pudo la Infantería contar con cuadros experimentados para la instrucción previa, antes de partir a las campañas en territorio peruano. El Centro de Instrucción que se fijo en el Norte, estuvo radicado en Antofagasta y allí el General en Jefe, don Justo Arteaga, asesorado por su Estado Mayor, al mando del Coronel Emilio Sotomayor y un seleccionado cuadro de Oficiales, se encargo de organizar e instruir al Ejercito del Norte que Chile debía usar durante la guerra. La instrucción tenía una fuerte influencia francesa, pero por falta de buenos instructores, y de Oficiales que hubieran conocido los adelantos tácticos realizados en Europa en las guerras de 1866 y 1870, estaba anticuada. Fue necesario comenzar a hurgar en libros los conocimientos necesarios para modernizarla, y para ello contribuyo el Teniente Coronel Ricardo Santa Cruz. La Infantería inicio sus despliegues en “Guerrillas”, cambiando su orden cerrado para el combate y en continuos y agotadores ejercicios, realizados en los cálidos y áridos salares en Antofagasta, la Infantería se endureció y adquirió la resistencia necesaria para soportar el clima y la dureza del suelo, similares a los departamentos del sur del Perú. A medida que las unidades formadas en el sur iban llegando a Antofagasta, eran concentradas en los alrededores de la ciudad, de tal manera que permitiera desde muy temprano la salida a los terrenos de ejercicios, donde se ensayaban las formaciones de orden cerrado que se usaban aun en Chile, y que no se habían cambiado, a pesar de dos guerras europeas, como fueron las de 1866 y 1870, las que dejaron muchas experiencias. Se dio especial interés al tiro con manejo del alza y la carga acelerada, la esgrima de bayoneta y el manejo del cuchillo corvo que llevaba consigo cada soldado de Infantería. Para el endurecimiento de los soldados y adaptación al clima del desierto, se realizaron largas y agotadoras marchas. En estas marchas se probo la resistencia del soldado a la fatiga, cuando tenia que caminar sobre la arena del desierto y soportar el fuerte sol, con estricto racionamiento de agua. El uniforme de la Infantería de 1879 era el modo Frances: kepis de paño, azul negro y vivos lacres, en la banda el numero del Batallón. Blusa corta sin galones ni vivos, de color azul negro y pantalón garance de color rojo, botas negras. Algunas unidades usaban Morrión y levita corta azul. El soldado llevaba mochila, cantimplora, morral con cartuchos y cartucheras. El armamento consistió en fusiles de fuego central Comblain y Grass existiendo menores cantidades de Chassepot, Beaumont y Schneider. La Bayoneta era de modelo francés, larga. Los oficiales estaban armados además de sus espadas, de revólveres Colt 45’, de modelo norteamericano. Al comenzar la guerra, la organización del Ejercito estaba en vías de experimentación. La Ordenanza General establecia en su Art. 1 Titulo LIX del Servicio de Campaña. “cuando el Gobierno resolviere que se forme un ejercito para obrar defensiva u ofensivamente dentro o fuera del territorio de la Republica…, señalara el paraje de asamblea”, y para este efecto se nombrara un “Jeneral en Jefe”, quien como era designado en el momento de entrar en funciones el Ejercito, no tenía nada preparado, para su empleo; igual cosa ocurría con su “Jefe de Estado Mayor”, de aquí se deduce que todo debía improvisarse. 7. En la Campaña de Tarapacá. A fines de octubre de 1879, luego de alcanzar el control total del mar, con la captura del Huáscar en Angamos, Chile comenzó sus preparativos para invadir el Departamento peruano de Tarapacá. Con un Ejército de 10.000 hombres y los transportes marítimos necesarios para la operación. El 2 de noviembre, se iniciaba una operación anfibia en las playas de Pisagua, operación que debía resultar la primera en el mundo en esta clase. La Infantería se lanzaría al asalto de las posiciones defensivas por bolivianos y peruanos. La audacia y el empuje de esos soldados permitieron el desembarco a viva fuerza y el rechazo de los defensores. Durante un día se combatió duramente para lograr que se alcanzara la ceja que coronaba las alturas de Pisagua, y por la tarde del mismo día, el subteniente Rafael Torreblanca del Batallón Atacama, izada la Bandera Nacional en la cúspide de un poste del telégrafo en las alturas. Esta operación mostro el temple del soldado de Infantería chileno: su valor, espíritu de sacrificio, abnegación y resistencia física. Junto a sus soldados, los oficiales demostraron 8 su capacidad de mando y conducción en el combate, de modo que el Alto Mando y el Gobierno pudieron mirar con optimismo tal desempeño, que auguraba éxitos futuros. El 19 de noviembre de 1879 el combate en la aguada de Dolores, los Infantes de los Batallones Coquimbo y Atacama, se cubrieron de gloria rechazando el ataque que bolivianos y peruanos lanzaron a la artillería. El turno corresponde al Regimiento 2° de Línea, en la Batalla de Tarapacá, el día 27, en cuya ocasión, la Infantería de ese 2do de Línea sufrió el peso del centro de gravedad del ataque peruano, en el fondo de la quebrada y pueblo de Tarapacá, cayendo en sus puestos de combate el Teniente Coronel Eleuterio Ramírez, comandante de la unidad, su segundo, Teniente Coronel Bartolomé Vivar, 9 oficiales, 11 suboficiales y 331 soldados muertos, conformando el 33,3 % de los efectivos del Regimiento; además fueron heridos otros 300, con lo cual puede apreciarse la fiereza del ataque que causo bajas a un 70% de la dotación, de 950 hombres comprometidos en la acción. El Segundo de Línea, perdió en esta ocasión su Estandarte de Combate, pero antes fue necesario que cayeran todos sus defensores el Subteniente Telesforo Barahona, Sargentos 2dos. Francisco Aravena, Timoteo Muñoz, Justo Urrutia, y José M. Castañeda; cabos 1ro. José D. Pérez, Ruperto Echaurren y Bernardo Gutiérrez y el Soldado Juan Carvajal. Fue el único Estandarte de Combate caído en manos del adversario durante toda la guerra. Ello ocurrió, empero cuando sus escoltas no pudieron sostenerlo en alto, porque habían rendido sus vidas por defenderlo. El Estandarte del 2do de Línea fue recuperado en Tacna, después del triunfo de la Infantería chilena en el Campo de la Alianza el 26 de mayo de 1880. 8. En la Campaña de Tacna y Arica. El 26 de mayo de 1880 el Ejercito de Chile al mando del General Erasmo Escala, desembarcaba en Ilo, en la costa peruana, sin encontrar resistencia del adversario. El 12 de marzo una División al mando del General Manuel Baquedano, con una fuerza de 4.336 hombres, recibió la misión de atacar a las fuerzas establecidas defensivamente en la famosa Cuesta de Los Ángeles, que cierra el camino de Moquegua a Torata. Esta posición era reputada como inexpugnable, puesto que jamás había sido tomada en las diversas ocasiones en que se ocupó por fuerzas combatientes en las guerras civiles del Perú. La posición estaba colocada en una alta meseta, bordeada por dos quebradas, una de cuyas laderas, “era solo accesible a las cabras”, considerándose absolutamente imposible que una tropa pudiera escalar por ella. Para llegar a la cima, había que marchar por un camino fácil de cubrir con el fuego de la infantería y artillería, y que los peruanos habían reforzado con trincheras y campos minados, dejándolo “teóricamente, imposible de recorrer”. Los peruanos por su parte, del Coronel Andrés Gamarra, desplegaron sus líneas defensivas cerrando todos los posibles pasos que pudieran seguir los chilenos, sin embargo, “considerando imposible el acceso a la Pampa del Arrastrado, planicie superior de Los Ángeles, por la quebrada de Torata, que se considera hoy mismo como difícil hazaña, pues implica el escalamiento de grandes bloques de roca lisa, que forman paredes verticales, en las que no existen sino algunas resquebrajaduras de que asirse y pequeña cantidad de tierra vegetal que separa, formando cortos glacis, las inmensas rocas”, no se colocó defensa en este sector. Precisamente, ese fue el lugar elegido por el General Baquedano, para dar al Batallón Atacama, integrado en su mayoría por recios mineros de esa región norte de Chile, la “Misión casi imposible” de escalar la pendiente, no obstante, el evidente peligro, y atacar luego por sorpresa. En la noche del 21 al 22 de marzo, tras ocultar sus sombras en las asperezas del terreno, el Comandante Juan Martínez se ponía en marcha con su tropa para cumplir la orden. Guías que habían estudiado durante el día 21, la difícil pendiente, entre los cuales se encontraba el Teniente Rafael Torreblanca, conducían a los soldados que se ayudaban con manos y pies, bayonetas y corvos por entre las rocas, ascendiendo como fantasmas y regando de sudor el fatigoso y áspero terreno. La noche, cómplice involuntaria de esa temeridad, cubría con su manto a los chilenos, mientras abajo saltaba sobre la roca, y rugía en su cauce el rio Torata. Cuando la luz permitió distinguir algunas figuras, en lo alto, se escucha un severo grito, era un sentido ¡Viva Chile! colectivo. Un sorprendido dispositivo defensor peruano se levantó, al ver a las espaldas de las trincheras, cual demonios aparecidos de las sombras, los fieros 9 Atacameños que surgieron de la bruma, y se lanzaban al asalto sobre los defensores, que no atinaron más que a abandonar sus puestos, defendiéndose ellos que pudieron en vano de las bayonetas inclementes que les atravesaban por sus espaldas. Los Infantes del Atacama, habían realizado una hazaña que todos reputaban imposible. La Batalla de Los Ángeles, sostenida de principio a fin, con singular heroísmo e inteligencia, fue un triunfo pleno, de la Infantería Chilena. Con sus espaldas a cubierto de un ataque desde la dirección de Arequipa, ahora el Ejército de Chile continua su avance decidido por la conquista de Tacna. La marcha de Ilo a esta, efectuada por las tropas chilenas ha sido considerada la gran jornada de la Guerra del Pacifico. El Ejercito de Chile, bajo el mando del General Manuel Baquedano, estaba organizado con una fuerza total de 4 Divisiones, una Reserva, Caballería, Artillería e Ingenieros pontoneros, con una Fuerza total de: 14.147 hombres En cuanto a las fuerzas Aliadas, los efectivos que se encontraban en la zona, Tacna-Arica, para la defensa de esta, estaban representados por el I y II Ejército Boliviano estacionado en Tacna, y el I Ejército peruano, mandado por el Contraalmirante Lizardo Montero, fraccionado en dos agrupaciones: Tacna y Arica. Dichas fuerzas sumaban aproximadamente 12.500 hombres. El 22 de mayo el General Baquedano practico un reconocimiento en fuerza de la posición aliada. El resultado fue la obtención de un cuadro claro del enemigo, de sus aspectos ventajosos y de sus vulnerabilidades. Acto seguido se le presentaron los cursos de acción para realizar el ataque sobre las fuerzas aliadas: un envolvimiento de la posición adversaria por su flanco derecho o un ataque frontal sobre el dispositivo enemigo. Finalmente, el Comandante en Jefe aprobó la proposición del Jefe de Estado Mayor, Coronel José Velásquez, en el sentido de realizar un ataque frontal. El 25 de mayo se inicio el avance sobre Tacna desde el Campamento de Buena Vista. Al conocerse en el Cuartel General Aliado que el Ejército chileno avanzaba sobre su posición defensiva, se decidió lanzar sobre el un ataque sorpresivo en la noche del 25 al 26 de mayo. Este ataque, sin preparación previa, no tuvo éxito; las diferentes columnas aliadas se extraviaron y se vieron obligados a regresar a sus posiciones defensivas. En la mañana del 26 de mayo de 1880, el Ejército chileno se desplego hacia las zonas previstas previamente, en el siguiente dispositivo: en primera línea, la I División en el ala derecha y en el ala izquierda la II División. En segunda línea, la III División en el ala derecha y la IV División en el ala izquierda; como Reserva, la División del Coronel Muñoz escalonada a la derecha. La Caballería fue fraccionada, asignándose un núcleo a cada ala y manteniendo otro de Reserva. La Artilleria se concentro formando el Regimiento N° 1, para actuar en dos agrupaciones con misión de Apoyo General. A partir de las 09:00 hrs. de la mañana, la Artilleria chilena inicio el fuego en contra de la posición enemiga. Este fuego de preparación duro una hora, sin causar gran efecto; a las 10:00 hrs. entraron al fuego las Divisiones I y II, combatiendo con brío, hasta agotar las municiones. Eran las 12:30 hrs. la batalla comenzaba a hacer crisis para los chilenos, debido a la falta de municiones, lo que motivo la retirada de las Divisiones. Los Aliados, iniciaron de inmediato el contrataque, avanzando los Cuerpos del centro y del ala izquierda de los Coroneles Camacho y Castro Pinto por la planicie cubierta de cadáveres. La victoria visualiza Campero, pero, es el momento que la III y IV División, más la caballería arremeten con tal potencia, que obligó al enemigo a detenerse. La Batalla se restablecía con la acción de la Reserva, causando nuevamente la inmovilidad adversaria. La lucha era recia y el combate de fuego se sostenía sin descanso, hasta que la carencia de municiones paralizo el ataque. El terreno conquistado con tanto esfuerzo comenzó a ser desalojado, abriéndose fuego en retirada con los últimos cartuchos de que se disponía, mas aquellos que los soldados extraían de las cartucheras de los muertos y de los heridos. Las bandas de músicos de ambos campos llenaban el aire con sus sones, y las canciones nacionales de los tres países beligerantes ponían una nota de color entre tanta escena de muerte y heroísmo. El avance de la III División, a la que seguía la Reserva, puso fin a la resistencia de los soldados de Bolivia, quienes se batieron con un valor desesperado. La ola roja de casacas que avanzo como un alud por la planicie estaba detenida: la muerte había cobrado su precio, encontrándose allí confundidos, en una amalgama multicolor, los 10 uniformes azules y rojos de Chile, verdes y amarillos de Bolivia, y los azules y blancos de Perú. La intervención de la segunda línea, formadas por la III y IV Divisiones, rechazaba en todo el frente el contrataque Aliado, que pronto, comenzó a ceder. Su ala izquierda y centro habían sido diezmadas por el ataque. Empero, aun resistía el ala derecha de la posición, la cual fue asaltada a la bayoneta, apoderándose los Infantes chilenos, de la artillera allí encontrada. La resistencia presentada por el enemigo cedió a las 16:00 hrs. El vencedor se adueñó, además, de las piezas de artillería y de doce banderas depositadas en el reducto. Luego a las 16:30 las tropas Perú-bolivianas, se retiraban en dispersión, hacia la cordillera de Los Andes. Los fugitivos llegados a Tacna continuaron su retirada hacia el Este, ante el temor de la persecución de la caballería chilena. Otra agrupación de los peruanos en retirada llego a Arica, para refugiarse en este Fuerte. Por su parte el Ejercito de chileno, tuvo cerca de 2.000 bajas. Pero había logrado la victoria, aunque a un elevado costo. Oficiales y soldados pagaron su tributo a la Patria, y nuevamente el Atacama y el 2do de Línea saldaron el Altísimo precio de ese triunfo. Ahora, Arica. Después de la Batalla de Tacna, el mando chileno determino la necesidad de conquistar Arica, a fin de establecer las comunicaciones hacia el Sur con el territorio de Tarapacá y, al mismo tiempo, despojar al adversario de una solidad base de operaciones. En efecto, Arica, transformada en una plaza fuertes, dominaba las comunicaciones terrestres entre Iquique y Tacna. Además, constituía una adecuada base para las futuras operaciones navales chilenas hacia el Callao. El Coronel Francisco Bolognesi era el Comandante de esta plaza, y disponía de aproximadamente 1.500 Infantes y 5600 Artilleros, además de la tripulación del blindado Manco Cápac. Durante cerca de un año se había trabajado para hacer del puerto una fortaleza inexpugnable. La parte norte de la ciudad estaba defendida por los Fuertes San José, Santa Rosa y 2 de mayo. Estaban artillados con cañones de 250 libras y dominaban toda la entrada norte, igualmente la plaza. El monitor Manco Cápac podía apoyar a los fuertes con su artillería. La parte sur de la ciudad estaba cerrada por el Morro, cerro pedregoso de aproximadamente 140 metros de altura, que se extiende de sureste a noreste, el cual se encontraba defendido por los fuertes Ciudadela y Este, en primera línea, y el del Morro, el mas potente, en el externo noreste. La parte este de la ciudad tenía una línea de trincheras que unía los fuertes de San José y Ciudadela. La subida noreste del Morro estaba cubierta de minas de acción inmediata, y accionadas por explosores. La central que manejaría estas minas se encontraba en el hospital, protegida por la Cruz Roja, lo que la tornaba invulnerable a la acción del fuego chileno. El General Baquedano designo al Coronel Pedro Lagos Comandante de las Fuerzas que atacarían Arica. Para este efecto, emplearían la Reserva de Tacna, compuesta por los Regimientos Buin, 1°, 3° y 4° de Línea; más el Regimiento Lautaro, el Batallón Bulnes, 4 Escuadrones de Caballería y 4 Baterías de Artillería. Estos efectivos totalizaban 5,379 hombres. El día 2 de junio se concentraron en Chacalluta la mayor parte de las fuerzas que tomarían parte en la acción. El 5 de junio, el General Baquedano envió al Mayor Salvo ante el Coronel Bolognesi para ofrecerle rendición, propuesta que el jefe peruano no acepo, manifestando que combatiría hasta el final. Luego de efectuar los reconocimientos de las posiciones peruanas, el Coronel Pedro Lagos resolvió el siguiente Plan de Ataque: 1° Desplazar las fuerzas desde Chacalluta en la noche del 6 al 7 de junio, para llegar al amanecer del 7 a una distancia favorable e iniciar un ataque sorpresivo y violento. 2° Emplear un Regimiento en el norte y este de la ciudad, con el fin de amarrar las fuerzas peruanas en esos sectores. 3° Atacar directamente desde el este los fuertes del Morro con dos Regimientos, más un tercero como Reserva. Conquistados los fuertes, prácticamente se produciría la caída de la ciudad. 4° Emplear la artillería desde el sector alto, desde el Este de Arica, para neutralizar desde allí el fuego de los fuertes peruanos y apoyar el ataque de la Infantería. 11 5° Solicitar la cooperación de algunos buques de la Escuadra para contrarrestar el blindado Manco Cápac, y cooperar a la artillería en su acción en contra de los fuertes peruanos de la playa. A las 11:00 hrs del día 6 de junio, la artillería chilena, ya ubicada en sus posiciones, inicio el fuego en contra de los fuertes Arqueños. A las 13:30 hrs. del mismo día, cuatro buques de la Escuadra, que mantenían el bloqueo del puerto, se acercaron a la costa para bombardear los fuertes de la playa. Se produjo un intenso combate de fuego, en el que también entro a participar el Blindado Manco Cápac. La Artilleria Naval, y costera de los peruanos, de mayor alcance y calibre que la chilena, no permitió alcanzar un resultado favorable. En general, la acción de fuego del día 6, no tuvo la efectividad que se esperaba. La captura de un ingeniero de Minas peruano por parte de los chilenos permitió obtener un conocimiento aproximado de la ubicación y de la extensión de los campos minados que defendían los fuertes del Morro. Ese mismo Ingeniero fue enviado como parlamentario al Coronel Bolognesi, a fin de proponerle rendición. Esa proposición no la acepto el jefe peruano. En la noche del 6 de junio de 1880, reunidos los Jefes y Oficiales de las Unidades que participarían en el ataque de Arica, se designa por suerte el Regimiento que acompañaría al 4to de Línea en el ataque, fue favorecido el 3ro de Línea, mientras el Buin 1ro de Línea quedaba en la Reserva. El Batallón Bulnes se ubicó en posición cercana a la Artilleria como protección de esta, y a la caballería se le ordeno mantener encendidos los fuegos del campamento a fin. El 3° y 4° de Línea, empezaron su avance por las alturas, en tanto el Lautaro, lo hacía por la costa. Las Unidades marchaban desplegadas al mando de Oficiales que conocían el camino por previo reconocimiento, lo que evitaba sorpresas. De pronto, el Fuerte Ciudadela, abrió los fuegos, y la Plaza de Arica, se convirtió en un volcán vomitando metralla por la boca de sus armas. Los primeros soldados del 3ro de Línea rodaron a tierra. El Corvo salió de su vaina, y en carrera vertiginosa los chilenos se precipitaron sobre los sacos de arena que servían de parapetos a los Infantes enemigos; los vaciaron y se abrieron camino hacia el interior. La avalancha humana penetro en el recinto desarticulándose luego en un duelo a pecho abierto entre asaltantes y asaltados, el que prosiguió a quemarropa al interior de la estrecha plazoleta circundada con la arena recién vaciada. Una explosión levanto con violencia por los aires al Fuerte y a muchos de sus ocupantes, esparciendo la muerte y el espanto. Desde ese momento no hubo cuartel, y los asaltantes murieron o mataron hasta terminar con el ultimo defensor. El Fuerte Ciudadela estaba en manos de los Infantes del 3ro de Línea, en solo 15 minutos de combate. En tanto el 4to de línea, había tomado con el mismo valor el Fuerte del Este por la ruta más larga y expuesta, y el Lautaro, limpiaba en el bajo y costa norte, con sus bayonetas los Fuertes Santa Rosa, San José y 2 de mayo. Todo el cordón defensivo que resguardaba el Morro estaba en manos de los chilenos. Había que esperar al Buin para hacer el último esfuerzo, y reducir el corazón de Arica: La plaza Fuerte del Morro. La voluntad peruana hacia más difícil la acción de los chilenos, y era prudente esperar que se reunieran todas las fuerzas para ejecutar el asalto final. El 4to delinea, victorioso, ocupaba el Fuerte del Este, y el 3ro de Línea empezaba a alcanzar la línea que el Coronel Lagos indicara como termino de la primera etapa, cuando el estertor de una voz salida de las entrañas del 4to de Línea ordenaba: …¡AL MORRO MUCHACHOS…! “Quien fue el que lanzo el grito, nadie supo, pero todo se olvido en un instante”. El 3ro y el 4to de Línea, con sus Ofíciales a la cabeza, hicieron relucir sus bayonetas a la luz del sol que recién asomaba sobre los cerros, y se lanzaron en desenfrenada carrera sobre las trincheras enemigas. El terreno sembrado de minas, que explotaban al paso del Infante, jalonaba con cadáveres el sorprendente asalto. Muchos cayeron, entre ellos el Comandante del 4to de Línea, Teniente Coronel Juan José San Martin. Nada fue capaz de contener el empuje de la Infantería Chilena, la cual, en un portentoso esfuerzo de valentía y arrojo, logro irrumpir en la Plazoleta del Morro, aplastando a quienes fueron fieles a su palabra: “Morir y no rendir el Fuerte”. Allí cayeron Bolognesi, Moore, Ugarte, Inclán y mil Infantes del Perú. Como bravos sucumbieron San Martin y con el muchos Oficiales y Soldados de la Infantería Chilena, ya estaban reluciendo los colores del tricolor chileno, flameando orgulloso en la cima de la fortaleza a donde fuera conducido en brazos de la Infantería, y en 55 minutos los Regimientos chilenos se apoderaron de la fortaleza enemiga reputada como inexpugnable. Esta acción engastaba otra perla en el pecho de la Patria; junto a ella, 12 lucen también: Cerro Pan de Azúcar, Alturas de Pisagua, Cuesta de Los Ángeles, y pronto tendrá que dar espacio a otra perla brillante chilena, al Morro de San Juan en Lima, triunfos inmortales de la Infantería Chilena. El ataque a la plaza fuerte fue una de las acciones mas valientes de la guerra, en la que hubo derroche de valor en ambos bandos: vencedores y vencidos. Las siguientes circunstancias otorgan a la batalla de Arica una especial figuración en la historia de la guerra: 1.- Con ella termino la resistencia peruana en la región sur. 2.- Arica era una plaza fuerte, estimada inexpugnable, cuyas defensas habían sido cuidadosamente preparadas por cerca de un año. 3.- Fue una acción típicamente de Infantería, en la cual no se dejo sentir el poder de las armas de fuego, sino que se impuso el valor personal, la resistencia física y el deseo del combatiente individual de vencer a toda costa. 4.- Las tropas peruanas demostraron un gran poder de resistencia y mantuvieron heroicamente su actitud. En la Iglesia de Arica se encontró el Estandarte del 2do de Línea, perdido en la Batalla de Tarapacá, lo que significó un motivo de gran alegría para esa Unidad. Ese día la Infantería Chilena había escrito su más hermosa página. Siempre avanzando, sin detener el paso para contemplar al caído, siguiendo el resplandor de su bayoneta herida por el sol, cada soldado cumplió con su deber. Chile pudo decir a esos soldados sudorosos y jadeantes, tendidos en la arena para descansar después del esfuerzo: ¡ESTOY ORGULLOSO DE VOSOTROS…! 9. la Campaña de Lima. El fracaso de las Conferencias de Arica y las exigencias que el Perú había planteado en ellas, convencieron a Chile que solo quedaba un camino para terminar la guerra y alcanzar la paz: marchar sobre la capital adversaria y obligar allí a su Gobierno a finalizar el conflicto. Cuando la Campaña estuvo resuelta y organizado el Ejercito de Operaciones del Norte, de acuerdo con el Decreto del 29 de septiembre de 1880, este contaba con tres Divisiones de dos Brigadas, con dieciséis Regimientos de Infantería y ocho Batallones, tres Regimientos de Caballería y seis Brigadas (Grupos) de Artilleria. La Brigada de Infantería se compondría de dos a tres Regimientos de Infantería, con dos Batallones cada uno y de dos a tres Batallones Independientes. Los Comandantes de Divisiones designados fueron, el General José Villagrán para la I, el Coronel Emilio Sotomayor para la II, y el Coronel Pedro Lagos para la III. El Mando en Jefe lo mantuvo el general Manuel Baquedano, designándose como Jefe de Estado Mayor el General Marcos Maturana. El Plan de Campaña chileno consideraba en síntesis lo siguiente: desembarco al sur de Lima en Pisco y Curayaco, transporte marítimo del Ejercito en forma escalonada con protección de la Escuadra, concentración del Ejercito en Lurín y finalmente, conquista y ocupación de Lima. El 22 de diciembre de 1880, desembarco el grueso del Ejercito en Curayaco sin grandes inconvenientes, marchando hacia Lurín, lugar en el cual, el 27 de, se reunió todo el Ejercito. Hasta ese momento no se había producido ninguna reacción peruana y las fuerzas chilenas pudieron realizar todas sus actividades sin ningún tipo de interferencias. La principal preocupación del Comandante en Jefe, durante la concentración, fue la de obtener antecedentes de las fuerzas enemigas, su ubicación, su potencialidad y organización defensiva. Para tal efecto se efectuaron reconocimientos los días 6 y 8 de enero de 1881. Desde la fecha en que se realizaban las Conferencias de Arica, el Dictador peruano Nicolas de Piérola había desplegado una actividad digna de mayor encomio, preparando la defensa de la capital. Deposito una gran confianza en sus planes defensivos, esperando a los chilenos en las líneas de Chorrillos y Miraflores, pensando en hacer fracasar su ofensiva. Dichas posiciones estaban constituidas por una doble línea defensiva al sur de Lima, dejando una distancia de diez kilómetros entre ambas. La construcción de plazoletas, 13 guarnecidas por Artilleria y unidas por trincheras y parapetos, permitían cruzar los fuegos ante los campos de tiro, especialmente escogidos. El Dictador cifraba toda su acción en la eficacia del tiro, mediante el cual debía causar tal cantidad de bajas al adversario que lo obligaría a desistir del ataque. El Almirante francés Du Petit Thouars, quien lo conoció a principios de enero, expreso: “No hay Ejercito que pueda tomarse esto”. La posición de Chorrillos fue ocupada por el Ejercito de Línea peruano, con un total de 22.000 hombres y la de Miraflores, por el Ejercito de Reserva, fuerte en 7.000 hombres. La posición peruana de Chorrillos ocupaba por el Ejercito de Línea, poseía un trazado general aproximado a los 16 kilómetros de frente, con lo cual, lógicamente, su profundidad era la mínima. Esto la hacia muy vulnerable a un rompimiento. El ala derecha estaba apoyada en el Morro Solar, en la costa, ocupado por el 1er Cuerpo de Ejercito al mando del General Iglesias, con un total de 10 Batallones. En el Campamento de Lurín, el Ejército chileno por su parte, continuo la instrucción de los diversos Cuerpos de Tropa, de acuerdo con las ultimas disposiciones adoptadas en los manuales de táctica, tanto en el aspecto individual como colectivo. Simultáneamente se realizaba la planificación, y se resolvió efectuar el ataque frontal con una fuerte Reserva en segunda línea. Se ordeno su realización para el amanecer del día 13 de enero de 1881. El día 12 de enero se dictaron las disposiciones para el ataque y, junto con ello, la proclama del Comandante en Jefe. La orden de ataque en uno de sus párrafos expresa: “Esta tarde a las 6 P.M. marchara el Ejercito para caer sobre el enemigo antes de aclarar. La I División atacara el Ala derecha (S.O) del enemigo; la II División en el centro, por San Juan, y la III División el Ala izquierda (N.E.). Yo espero que todos cumplirán con su deber. Somos chilenos y el amor a Chile nos señala el camino de la victoria… ¡Adiós, compañeros! ¡Hasta mañana, después de la batalla…!”. Junto con ella, se recibía el Santo y Seña para el día siguiente: “Mano fuerte Muchachos”. El plan de ataque consideraba que la línea peruana seria sometida a una presión pareja en el primer momento, a fin de que la defensa no descubriera el lugar de rompimiento, con el dispositivo establecido por el General en Jefe. La batalla tuvo dos fases. La primera, desarrollada entre el amanecer y las 09:00 hrs., permitió romper las defensas en Santa Teresa y San Juan, abriendo el camino hacia Chorrillos y el Morro Solar por el norte. Hacia ese lugar fortificado se retiraban las destrozadas tropas de Suarez y Cáceres. La bandera chilena, izada en el Morro de San Juan, por el Sargento Segundo del Buin, Daniel Rebolledo Sepúlveda, señalaba el camino de la victoria. Sin embargo, era necesario reducir el Morro Solar y Chorrillos, donde se aferraban al terreno los defensores de Lima. Alrededor de la 15:00 hrs., el Ejercito peruano, defensor de la primera línea fortificada en que Piérola cifro todas sus esperanzas de vencer a las fuerzas chilenas, se había derrumbado. El Ejercito de Línea adversario había sido abatido. La Escuadra, ubicada a la cuadra del Morro Solar en la noche del 12 al 13, con sus Unidades de Guerra Blanco, Cochrane, O´Higgins y Pilcomayo, colaboro con sus lanchas cañoneras, descargando fuego de ametralladoras sobre la posición peruana. Su artillería no pudo entrar en acción, por cuanto, al despejarse la neblina que cubría la costa, observaron como las tropas de la I División avanzaban por las faldas del Morro Solar, impidiendo el tiro, para no batir a las propias tropas. La derrota significaba para Piérola la pedida de su Ejercito de Línea, y le costaba 6.000 bajas, entre muertos y heridos, dejando en poder del vencedor una apreciable cantidad de prisioneros, entre los cuales se contó el Coronel Miguel Iglesias. La noche sorprendió al Ejercito de Chile en las posiciones que había alcanzado: La División Lynch, entre Santa Teresa y Chorrillos; la de Lagos, al norte de esta población; la de Sotomayor, en el camino de San Juan. La Batalla había desmoralizado a Lima. Piérola se había retirado a Miraflores con su Estado Mayor. Aún permanecía intacta su segunda línea defensiva; al amanecer del día siguiente, decidiría lo que se debía hacer. La Batalla de Chorrillos fue una de las mas sangrientas de la guerra: el Ejército peruano, que combatió valerosamente, tuvo cerca de un 60% de bajas. De los 20.000 hombres que lo constituían, solo 8.000 se replegaron hacia la línea defensiva de Miraflores. De las 14 fuerzas chilenas, la Unidad que mas sufrió, fue la I División, en su ataque sobre el Morro Solar. 88 oficiales y 1.873 soldados fueron las bajas que causo la heroica y tenaz defensa enemiga. Terminando la batalla, el Ministro Vergara envío un parlamentario al Dictador Piérola, para tratar la capitulación del Ejército peruano. Piérola no dio una respuesta definitiva, tratando de ganar tiempo para organizar la nueva defensa de Miraflores. El General Baquedano se dio cuenta de la intención de Piérola y resolvió, en acuerdo con el Ministro Vergara, atacar al medio día del 15 de enero. Sin embargo, el Cuerpo Diplomático en Perú convino un armisticio hasta las 24 horas del mismo día 15. Inmediatamente después de la Batalla, el General Baquedano había desplazado sus fuerzas ocupando posiciones favorables, a fin de reanudar la acción al amanecer del día 16, una vez terminado el armisticio. El escenario en donde se desarrollaría la Batalla de Miraflores era una planicie con pequeñas ondulaciones, sobre la cual se habían construido una serie de obras defensivas que formaban fortines, cuyos fuegos se entrecruzaban. Los obstáculos que se encontraban en el terreno, fosos, pircas de piedra y adobes, pequeñas quebradas, cierros, fueron utilizados para colocar la infantería al abrigo del fuego adversario. Las tropas peruanas ocuparon la línea defensiva de Miraflores desde Fuerte Ugarte, junto al mar, hasta la Calera de la Merced. Un total de 20.000 hombres, considerando 8.000 sobrevivientes de Chorrillos y 12.000 del Ejercito de Reserva. Poco después de las 13:00 hrs., del día 15 de enero, el General Baquedano, mientras realizaba un Reconocimiento con su Cuartel General en las cercanías del frente peruano, recibió una descarga desde las posiciones enemigas. El armisticio roto por el fuego adversario daba paso al combate. El Coronel Cáceres, al comprender que solo la III División chilena se encontraba en el frente, inicio un movimiento de ataque envolvente al extremo del lado izquierdo, sobre la Brigada Urriola. Esta logro ceder terreno, combatiendo ordenadamente y sostenida por el fuego naval de los buques de la Escuadra y el de la otra Brigada, la del Coronel Barceló. Las cargas de los peruanos se fueron intensificando sobre los soldados del Coronel Lagos. Un rápido avance de la Reserva, desde Barranco, logro reforzar el frente y el ataque peruano fue contenido. Nuevamente la Infantería había detenido con sus bayonetas la contraofensiva peruana. A las 16:00 hrs., cumpliendo las previsiones que el General Baquedano estableciera anteriormente, las Divisiones Sotomayor y Lynch ocuparon sus posiciones en el ala derecha y centro, respectivamente, e iniciaron un ataque inmediato sobre las fuerzas peruanas de Suarez y Dávila. La División Lagos, reforzada con la Reserva, pasó al ataque, logrando apoderarse del fuerte Ugarte, con lo cual flanqueaba todo el dispositivo defensivo enemigo. La sorpresa llevaba a cabo por el Coronel Cáceres, y secundada por el Coronel Suarez había fracasado en cuatro horas de incansable lucha; sus Unidades se retiraban dispersas y perseguidas por el enemigo, que se encontraba con el camino abierto hacia la capital. El empuje chileno fue incontenible, la capital de los Virreyes se encontraba a la vista y marcaba el objetivo final de la campaña y, tal vez, el de guerra. El Dictador Piérola, por su lado, huyo hacia la Sierra con un pequeño grupo de partidarios para continuar la guerra contra el invasor, según sus propias expresiones. De este modo, Perú quedo sin ningún Gobierno constituido con quien tratar la rendición y establecer los arreglos de paz. La Batalla de Miraflores, comenzaba en las primeras horas de la tarde del 15 de enero de 1881, fue una sangrienta victoria para los chilenos. El precio, muy alto: sobre el campo quedaban los cadáveres de casi 3.000 soldados, que habían sabido cumplir ejemplarmente con su deber. La sangre de los caídos empapaba el rojo-azul de sus uniformes y regaba la tierra. El 17 de enero, entro a Lima una vanguardia, al mando del General Saavedra, y ocupo los puntos estratégicos de la ciudad para proteger la llegada del grueso del Ejercito, a partir del 18 del mismo mes. Encabezada esta vanguardia el Buin, seguido del Zapadores y del Bulnes, tres Baterías de Artilleria y dos Regimientos de Caballería. Al entrar en la capital enemiga, los soldados chilenos podían henchir sus pechos de orgullo, porque ese triunfo era debido a su valor y sacrificio. La Campaña de Lim llegaba a su fin. Lamentablemente no se había sellado la paz, pues para imponerla seria necesaria una 15 nueva Campaña, tanto o mas dura que las anteriores y que se prolongaría hasta julio de 1883. 10. En la Campaña de la Sierra. Tras la ocupación de Lima, el General Baquedano sentencio que no se movía un soldado de Lima, sin antes firmar la Paz con Perú, con la presión del Ejército de ocupación. Los políticos no le hicieron caso, lo relevaron del puesto, asumió el Coronel Lagos, ordenaron el repliegue de todos Regimientos Cívicos Movilizados a Chile y a sus respectivas ciudades, además, redujo los Regimientos que se mantendrían en Perú, a Batallones, y dispuso que los abastecimientos deberían realizarse por exigencia a los respectivos Municipios Peruanos, de cada zona de ocupación, lo que exacerbó aún más los ánimos e animadversión de los territorios ocupados, que ahora debían alimentar y hacer sobrevivir al Ejército de ocupación. La Resistencia peruana se trasladó a La Sierra y en ella surgió, como un fantasma para ahuyentar la paz, y mantener en alto la bandera de la Patria, la figura del ahora General, Andrés Avelino Cáceres, llamado en ese entonces, El Brujo de los Andes. Incansable, estremeció los valles de la Sierra. Levantando a todos los habitantes, auxiliado por los soldados profesionales que le quedaban, obedecido por los indios, sostuvo por casi tres años la guerra contra Chile. Desde Lima los diferentes Mandos a cargo del Gobierno Militar de ocupación, hubieron de organizar varias Expediciones, antes de lograr vencer definitivamente a las fuerzas peruanas en rebeldía. Ahora, como nunca, dado el nuevo y desconocido escenario geográfico, la Infantería fue la encargada de soportar todas las penurias imaginables para hacer posible la Paz. Sostuvo numerosos encuentros contra un adversario difícil, de un Ejercito improvisado e irregular, al mismo tiempo que lo debían hacer contra el factor climático, enfermedades endémicas y desconocidas, y además de todo ello, con el olvido de las autoridades chilenas en Santiago, y abandono a que muchas veces debió someterse a las Unidades y soldados desplegados. Pero se cumplió con el deber con enorme abnegación y se dejó escrita esa historia de heroísmo entre las breñas del Perú, que constituye inspiración para todos los chilenos de hoy y honra perenne para todos los Infantes de la Patria. Entre los numerosos combates habidos en esta nueva y fatigosa campaña, se encuentra el Combate de la Hacienda de Sangrar. La tenaz resistencia de una Compañía del Buin, desplegada en el Paso Cuevas, para proteger el repliegue de la Expedición Letelier desde Junín, y Cerros de Pasco, Compañía de 78 Buines, al mando del Capitán José Luis Araneda, el 26 de junio de 1881, frente a fuerzas muy superiores en casi diez veces su fuerza, del Coronel Manuel Vento, compuesta por tropa regular, guerrillas y montoneras locales, fue el primer jalón de una serie de hechos notables realizados por los chilenos en la Sierra del Perú. En efecto, por espacio de doce horas la Compañía del Capitán Araneda había resistido al enemigo, y fue en varias ocasiones conminado a rendición, no obstante, decide combatir, y sobrevive con no más de un tercio de la Unidad, cumpliendo la misión encomendada. Cuando el Comandante Méndez, que concurrió en su apoyo con el resto del Batallón, al día siguiente, pregunto al Capitán ¿cómo pudo sostenerse con la poca gente y bajo condiciones muy adversas? Araneda sonriendo contesto: “El articulo 21 del Titulo 22 de la Ordenanza General del Ejército, mi comandante”. Tal articulo era la orden permanente que inspiraba a los soldados del Ejército de Chile, dice: “El Oficial que tuviere Orden absoluta de conservar su puesto, a toda costa lo hará”. Posteriormente, casi un año después, la Campaña emprendida por el Coronel Del Canto en el Valle del Mantaro, en 1882, dio origen a la epopeya de la Concepción. En esa gestade armas que representa la sublimación del amor a la Patria, rindieron la vida el Teniente (no se enteró que ya había ascendido a Capitán) Ignacio Carrera Pinto, los Subtenientes Arturo Pérez Canto, Julio Montt Salamanca, y Luis Cruz Martínez, siete suboficiales y Clases y Setenta y seis Soldados. Setenta y siete héroes inmolados en la acción mas heroica de esas jornadas en que la Infantería debió cubrir los distintos Puestos Adelantados que le fueron asignados y que, con sacrificio, esfuerzo, voluntad y gran valor, mantuvieron aun a costa de sus vidas. El 9 de julio de 1882, cubriendo la espalda de la División del Coronel Del Canto, que operaba en dirección hacia el Puente de Izcuchaca, se encontraba la 4ta Compañía del 16 Batallón Chacabuco, 6to de Línea. A esta Compañía no solamente le asistía la misión de ocupar el pueblo de La Concepción, sino proteger la retirada del Coronel Del Canto, en caso de ser presionado por el grueso de las fuerzas peruanas de Cáceres. El Coronel Juan Gasto, al que Cáceres ordenara atacar los puestos chilenos entre Concepción y Jauja, avanzo con sus fuerzas compuestas por unos 600 hombres uniformados de los Batallones Pucara, Libres de Ayacucho y los restos del Batallón América, más unos 1.500 Guerrilleros mandados por el Teniente Coronel Domingo Cabrera y el de igual grado Segura. El refuerzo lo representaba la Indiada de Comas, a cargo del Guerrillero Teniente Coronel Ambrosio Salazar. A las 14:00 hrs., del día 9, Gasto envió a sus indios a coronar las alturas que circundaban la plaza, mientras sus soldados avanzaban por las alturas del oriente. Antes de romper los fuegos, el Coronel Gasto envío al Teniente Carrera Pinto, un ultimátum de rendición en estos términos: “Ejercito del Centro, Comandancia General de la División Vanguardia. Concepción, julio 9 de 1882. Al Jefe de la guarnición chilena de Concepción, Presente. Contando, como UD. ve, con fuerzas muy superiores en número, a las que US., tiene bajo su mando y deseando evitar una lucha a todas luces imposible, intimo a US., rendición incondicional de sus fuerzas, previéndole que en caso contrario serán ellas tratadas con todo el rigor de la guerra. Dios guarde a US., Juan Gasto”. El Oficial que llevaba la comunicación espero junto a su caballo la respuesta del chileno. Este escribió en el papel sobrante del oficio anterior, lo siguiente: “En la Capital de Chile, y en uno de sus principales paseos públicos, existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra Independencia, el General don José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá US., que ni como chileno, ni como descendiente de aquel, deben intimidarme, ni el numero de sus tropas, ni las amenazas de rigor. Dios guarde a UD., I. Carrera Pinto”. De los 77 hombres que componían la fuerza, 11 se encontraban convalecientes de tifus, entre ellos, el Subteniente Montt Salamanca. Era domingo. Desde muy temprano se notaba gran calma en el pueblo, como si se presagiara la tormenta. Carrera Pinto tenia acuartelada la tropa, preparándose para la marcha del día siguiente, conforme a las instrucciones que había recibido del Coronel Del Canto. Eran las 14:00 hrs., Hacia frio y un viento helado azotaba la población. Carrera Pinto, quien sabia del posible ataque de las Fuerzas del Coronel Gasto, había apostado centinelas en las cuatro bocacalles que daban acceso a la plaza, mientras el resto de la tropa reposaba después del almuerzo servido por las tres Cantineras que acompañaban a los Soldados, algunos convalecientes de enfermedades. Media hora más tarde y de modo repentino, se inició el combate con las descargas de los adversarios que se habían posesionado del Cerro del León, acompañadas del infernal ruido que hacían los indios, sumados los Guerrilleros de Salazar, una masa de indios, quienes se precipitaron por el camino del sur tratando de alcanzar la plaza por una de sus esquinas. La lucha por detener la masa humana que amenazaba con aplastar a los defensores fue violenta. Cargas a la bayoneta sirvieron para despejar de asaltantes las proximidades del cuartel; empero desde todos los puntos vecinos a la plaza, se hacia fuego, causando numerosas bajas a los chilenos. Carrera intento varias cargas a la bayoneta para aliviar la presión, recibió un impacto en un brazo que lo arrojo al suelo, vendada su herida, el bravo oficial continúo dirigiendo a los suyos. Las sombras de la noche llegan y al amparo de la oscuridad, Gasto se toma la Iglesia para dominar desde sus torres el Cuartel chileno, vecino a esta. Los pocos vecinos de Concepción ayudaban a los suyos en la lucha, muchos alentaban su valor distribuyéndoles jarros con licor, haciendo aflorar en ellos sus bestiales instintos. Los peruanos logran abrirse paso, hasta los muros del cuartel, arrojaban parafina y teas ardientes, incendiando el edificio del cuartel. Nueva salida desesperada contra el enemigo organiza Carrera Pinto, al frente de sus hombres, cargando a la bayoneta sobre las líneas atacantes. Era medianoche, el incendio iluminaba la plaza, el humo ahoga al interior del cuartel, mientras las mujeres arrastran a heridos para evitar, que mueran quemados, las bayonetas chilenas aún relucen, hundiéndose en la masa enemiga que aullaba de dolor. 17 Cubiertos de sudor y sangre, los sobrevivientes regresaron a la puerta del Cuartel y allí, una bala en el pecho troncho para siempre la vida del heroico Capitán. Tendido, con los brazos en cruz en medio de la noche, sirvió de ejemplo a los que quedaban con vida. El Subteniente Julio Montt Salamanca lo sucede en el mando, también murió al frente de los suyos, en otra nueva carga. Igual cosa ocurrió con el Subteniente Arturo Pérez Canto. Las balas fueron terminando la vida de esos bravos, y cuando salió el sol, se pudo contemplar la última escena de heroísmo. A las 09:00 hrs., del 10 de julio de 1882, solo había con vida un niño que aún no cumplía los 16 años y que comandaba a cuatro de sus hombres. La Soldadesca, ebria de aguardiente y sangre, se detuvo al verlos aparecer, con sus bayonetas que brillan a la nueva luz de la mañana. ¡Ríndase Oficial…! Se oyó decir a algunos… y la respuesta de ese héroe niño, Luis Cruz Martínez, fue una sola, y la última: …¡A la bayoneta…! La Cuarta Compañía del Chacabuco 6° de Línea había dejado de existir “…la turba de indios se precipito sobre los cadáveres y hundió en ellos sus lanzas, incluidas las tres mujeres, conducidas a la plaza, desnudándolas, y destrozándolas a golpes de lanza y cuchillo, como también al niño y a una criatura que aquella noche de tragedia vino al mundo para entregar su sangre. Los miembros sangrantes fueron disputados por los indios para elevarlos en sus lanzas, horrorizando a los habitantes de la ciudad que habían contemplado la masacre.” Ante la superioridad numérica del enemigo, esos Infantes pudieron aceptar la invitación a rendirse, sin que nadie los juzgara; más habrían dejado al adversario en posesión de la línea de retirada de su División y causado quizás una seria derrota. Ellos lo hicieron a costa de sus vidas y hoy, cuando los ciudadanos que cumplen con su Servicio Militar Obligatorio o voluntario extiendan su mano hacia su bandera para decir: “Juro por Dios y por esta bandera, servir fielmente a mi patria, ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar, hasta rendir la vida si fuera necesario”, están renovando lo que 77 soldados de Infantería hicieron ese 9 y 10 de julio de 1882, en un suelo enemigo. La Infantería Chilena se siente orgullosa de esos hombres por su abnegación hasta el holocausto, que constituye un ejemplo sublime y venerado. La Batalla final. El broche de oro con que cerró su actuación la Infantería en la Guerra del Pacifico, fue la Batalla de Huamachuco, librada el 10 de julio de 1883. Santa María impartió desde Santiago, ordenes de capturar o eliminar a Cáceres y Lynch concibió el proyecto de encerrar sus fuerzas con dos columnas: una le cerraría el paso a Cajamarca, por el norte, y la otra lo empujaría desde el sur. La operación resulto en un engaño de Cáceres a las fuerzas chilenas, en el callejón de Huaylas, lo que le permitió dirigirse hacia el norte con la intención de aniquilar a Gorostiaga, batiéndolo en detalle. De esta manera logro acercarse a los chilenos, y el 9 de julio de 1883, se presentaba ante ellos con gran superioridad numérica. Constreñidas por las huestes del General Andrés Avelino Cáceres, en las alturas del cerro Sazón. Las fuerzas que mandaba el Coronel Alejandro Gorostiaga, esperaban parapetadas en medio de unas ruinas incaicas que les servían de protección, el asalto definitivo. Se pensaba que la superioridad numérica adversaria bastaría para alcanzar la victoria. Las bandas de los batallones peruanos tocaban alegres marchas, esperando que su artillería entrara en acción, para que sus infantes hicieran el último asalto. El triunfo estaba de parte del General Cáceres y en ese momento Gorostiaga intento el ultimo recurso: ordeno a su ayudante, Capitán Santiago Herrera Gandarillas, que comunicara al Mayor Sofanor Parra, a fin de que cargara con todos sus jinetes y, colocándose entre el Comandante Alberto Novoa y el Mayor Juan Francisco Merino, bajo desde lo alto del Sazón, se detuvo en el centro de su línea, y ordeno a su corneta tocar ¡Cesar el Fuego…! El silencio se hizo en toda la línea, pero de inmediato la soldado corneta toco: ¡Calacuerda…! Las bandas rompieron con el Himno Nacional y el grito de ¡Viva Chile…! lleno los cerros y la pampa, mientras batían tambores y sonaban cornetas ordenando el Ataque: mil demonios salieron de las ruinas incaicas, donde se habían ocultado para combatir, saltaron, haciendo brillar sus bayonetas al sol del mediodía, y en un choque terrible rompieron la línea adversaria, siendo inútiles los intentos de los jefes por mantenerla. Entre el estruendo se escuchaba la algarabía araucana de los jinetes del Mayor Parra que lo abatían todo con sus sables y ante los ojos atónitos de Cáceres, como ante los de Santa Cruz cuarenta años antes, los chilenos le arrancaron la victoria con el mas fulminante contrataque. La victoria chilena fue completa. Las bandas tocaron el Himno Nacional y la Canción de Yungay, en tanto el suelo se empapo con la sangre de 1.400 muertos que dejaron los vencidos”. 18 La Infantería del Coronel Gorostiaga había sellado la suerte del General Cáceres y la Guerra del Pacifico. 11. En la Campaña de Arequipa. Después de la Batalla de Huamachuco, Cáceres se dirigió al sur con intención de rehacer los restos de su Ejército, pero no encontró apoyo por parte del Almirante Lizardo Montero, que tenia el mando de la Región de Ayacucho-Arequipa. Perseguido por fuerzas al mando del Coronel Martiniano Urriola, Cáceres desaparece de la escena de guerra, y ya no quedan a los chilenos más fuerzas por reducir, que las de Montero en Arequipa. El Gobierno de Santiago ordeno a Lynch terminar con el ultimo foco de resistencia de Arequipa. Para esta operación se designó al Coronel José Velázquez el cual preparo las fuerzas en Tacna, compuestas por cuatro Batallones de Infantería, cinco piezas de Artillería, dos Escuadrones de Caballería, y los Servicios correspondientes. Mientras Velázquez estudiaba las direcciones de aproximación a Arequipa, Montero ponía sus fuerzas en la zona de defensa, lanzando ardientes proclamas. El entusiasmo popular se materializaba cantando en las calles “La Generala”, himno guerrero que enardecía los ánimos en contra de los chilenos. Montero había logrado reunir unos 4.500 hombres y contaba además con la Guardia Nacional, agrupada en 9 Batallones y Escuadrones. Sus fuerzas eran numéricamente superiores a las que comandaba el Coronel Velázquez. Este abrió la Campaña a comienzos de octubre de 1883, avanzando por difíciles caminos en dirección a Huasacachi, donde el enemigo había ocupado una posición que cerraba el camino. En una operación nocturna, un Destacamento chileno, alcanzo la altura donde estaba el enemigo; en la noche del 22 y al amanecer del 23, los chilenos pudieron observar como las líneas peruanas se retiraban hacia una posición en la línea Puquina-ChacaguayPocsi, donde, al parecer, iban a efectuar su defensa tenaz. Pero en la tarde del día 23, en lugar de presentar batalla, el Coronel Godínez, emprendió la Retirada hacia Arequipa. Al conocerse en la ciudad de Arequipa la conducta de sus soldados, y que Montero se aprontaba para huir a Puno, el populacho se levanto indignado, y el Almirante debió escapar para evitar ser sacrificado. El 29 de octubre a las 20:00 hrs., “a la escasa luz de los pocos faroles que formaban el alumbrado público, comenzaron a entrar las tropas del Coronel Velásquez, a la ciudad del Misti. Con ello volvía la tranquilidad a una ciudad acongojada por los sangrientos motines que derivaron de la retirada de quien prometió, en sus proclamas, “rendir la vida en su defensa”. La hermosa Bandera de Chile, junto a su Infantería eran la garantía de paz. 12. La infantería después de la victoria. Terminada la Guerra del Pacifico, la superioridad se dio a la tarea de evaluar militarmente el conflicto y de aquí surgió la necesidad de reorganizar las Fuerzas Armadas de la Nación. El 23 de enero de 1885 se decretaba la dotación de los cuerpos del Ejercito de Línea a partir del 1° de enero de 1886. La Infantería quedo constituida por 8 Batallones; cada uno con 6 Compañías con dotación de 1 Capitán, 1 Teniente, 2 Subtenientes, 13 Clases, 2 Tambores, 2 Cornetas, 40 Soldados por cada una. En total, la fuerza del Batallón era de 336 hombres. Se pensó entonces en la contratación de un instructor para el Ejercito y se aceptaron los Servicios del Capitán del Ejército Alemán don Emilio Korner el cual llego a Chile a fines de 1886 y al año siguiente se incorporaba a sus actividades, reconociéndosele el grado de Teniente Coronel. La revolución de 1891 demoro la reorganización del Ejercito, pero una vez terminada esta, surgió la gran reorganización entre los años 1892 7 1905. Poco a poco el Ejercito fue volcándose hacia moldes alemanes y abandonando su instrucción francesa. No solamente se notó en el cambio del uniforme francés, al alemán, sino también en la Organización del Alto Mando. Las disposiciones de la vieja ordenanza desaparecían bajo el vendaval que significaban las reformas de Korner. En lo sucesivo, la Institución tendría un mando que se centralizaba en el Ministro de Guerra y el Estado Mayor General. Se elaboraron planes, estudios relativos a Teatros de Guerra, desaparecía la improvisación y en la organización aparecía el sistema ternario alemán para los Regimientos y los Batallones. 19 El General Korner, se dedicó también a implantar, desde los altos institutos del Ejercito, como la Academia de Guerra y de las Escuelas Matrices, una idea de unidad institucional y un pensamiento castrense que uniera a todos por igual, dándoles una pauta de mando, organización y disciplina. Comenzaba a nacer lo que hoy llamamos la Doctrina de Guerra, y que encuentra el pensamiento de todos los miembros del Ejercito en una idea común. Organizada en Regimientos que llevan los nombres patronímicos de batallas o héroes, la Infantería chilena es una institución al servicio de Chile y de la Comunidad. La paz ha enmudecido sus armas, pero su esfuerzo se ha volcado hacia la ayuda a la población cada vez que calamidades, provenientes de la naturaleza de su territorio o ajenas a ella, se han abatido sobre el país. Las reformas que el Ejercito propicio con Korner, tuvieron repercusiones continentales. Así fue como Misiones Militares chilenas, fueron contratadas en países americanos amigos como El Salvador, Colombia, Ecuador y los miembros del Ejercito llegaron a ser conocidos y estimados por su grado de preparación, seriedad, disciplina, espíritu militar y, por, sobre todo, a causa de sus conocimientos profesionales. El Estado Mayor General del Ejercito fue tomado como modelo en países similares al nuestro, y a la Academia de Guerra y Escuelas Matrices llegaron estudiantes de casi todos los países americanos. Gran influencia tuvo la Escuela de Infantería en el periodo en que estaba al mando el Coronel Carlos Vergara. Su nombre fue conocido en muchas partes y sus conocimientos aquilatados como los de un profesional de gran cultura militar. Este periodo que lo podemos llamar como de oro del Ejercito, en que la disciplina y los conocimientos impartidos por la Misión Alemana lo destacaron entre sus similares americanos, tuvo su ocaso cuando tras la II Guerra Mundial dio el triunfo a los norteamericanos, logrando ellos a partir de su experiencia, ser los guías referentes en el adiestramiento de las fuerzas armadas de otros países. Chile no queda al margen, pues numerosos oficiales concurren a instruirse en el manejo táctico - técnico de las armas en los Estados Unidos de N.A., de su organización y sus novedosos procedimientos logísticos y administrativos. I embargo, la disciplina que los alemanes implantaron ene l Ejercito de Chile no se ha olvidado, como tampoco los antiguos principios que cohesionaron sus filas, fieles garantías de la Defensa Nacional. En la actualidad distribuidas en la extensa y difícil geografía de nuestro territorio y con características acordes al escenario que guarnecen, las Unidades de Infantería en general y particularmente la Escuela del Arma, ha ido desarrollando nuevos procedimientos de combate y creando diferentes especialidades en concordancia con la evolución táctico – técnica, derivada de los conflictos bélicos acaecidos en el presente siglo, y sobre todo debiendo adaptar su distribución, accionar y empleo flexible, sobre todo derivado de la alta necesidad surgida como producto de las situaciones conflictivas que debió asumir en orden interno el año 1973 y posteriormente los años 1975 y 1978 con nuestros países vecinos derivado de situaciones de definición limítrofe y especialmente en el Teatro de Operaciones austral producto del desconocimiento de las resoluciones del Laudo Arbitral sometido con Argentina y el desconocimiento de este por parte unilateral de Argentina. De la Infantería Chilena, se puede decir, recordando uno de sus himnos “que es la misma de Maipo y Yungay” y es por eso que, celosa de las Leyes de la Republica y de los Reglamentos institucionales, hizo oír su voz, al llamado de Chile en el momento en que la imperiosa necesidad de mantener la autoridad en la Republica, movió a las Fuerzas Armadas y de Orden del país, a buscar por las armas el mantenimiento de la libertad del País. 20