Lecturas Bíblicas diarias para el mes de Junio de 2015 La oración y el invocar el nombre del Señor (6) Día 1 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 87 “No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones” (Efesios 1:16) Orar sin cesar El Señor nos exhorta a orar sin cesar. Él no nos hace una visita ocasional de vez en cuando, sino que pagó un gran precio en la cruz para poder morar continuamente en nosotros. Por tanto no tenemos necesidad de dirigirnos a un templo o a ningún lugar especial para orar, porque nuestro cuerpo “es el templo del Espíritu Santo” (1 Cor. 6:19). Tampoco tenemos necesidad de dirigirnos a ningún intermediario para que Dios acepte nuestras oraciones. Nuestro Dios desea que cada uno de nosotros desarrolle una comunión con Él, viva y directa. El apóstol Pablo tenía la costumbre de orar sin cesar (Efe. 1:16). Eso nos puede parecer difícil, pero como la oración es una característica de la nueva vida que mora en nosotros, todos podemos aprender a orar sin cesar. Es verdad que muchos cristianos pasan sus jornadas casi sin orar y se entregan a tantas actividades que se olvidan por completo de que el Señor vive en ellos. No obstante, esto no debería ser así. Pablo sabía que cada nuevo convertido podía aprender a orar en todo momento. Es esta la razón por la que no sólo se dirige a los cristianos con más experiencia, también lo hace a los cristianos recientes en Tesalónica (1 Tes. 5:17). También les dice a ellos que estén siempre gozosos y que den gracias en todo (1 Tes. 5:16, 18). Dios desea que estemos en comunión con Él “siempre”, “sin cesar”, y “en 1 todas las cosas”. Es cierto que muchas cosas no son causa de regocijo en ciertos momentos; pese a ello, el Señor quiere ser la fuente de nuestro gozo, aún en las circunstancias difíciles, entristecedoras o agobiantes. A menudo no nos podemos regocijar con un problema que nos agobia, pero podemos aprender a “regocijarnos en el Señor” (Fil. 4:4). Esto fue lo que descubrió Pablo cuando se encontraba en la prisión (Hechos 16:25). La oración y el invocar el nombre del Señor (7) Día 2 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 88 “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3) Nada hay más importante en nuestra vida cristiana que el mantener una comunión viva y siempre nueva con el Señor. Es una Persona que merece que la amemos y pasemos tiempo en Su presencia. Es posible, sin embargo, ser muy activos para servirle y acumular muchos conocimientos bíblicos sin vivir en una comunión íntima con Él. No dejemos a un lado lo esencial. Quiera el Señor hacer que nos ejercitemos en volvernos siempre a Él, invocando Su nombre, orando con sencillez y alabándole continuamente. Pablo le dijo a Timoteo: “Ejercítate para la piedad... Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Tim.4:7,15). El ejercicio constante de volver a Él el corazón es asequible a todos, incluso a los cristianos más jóvenes. No se requiere un esfuerzo sobrehumano, sino un ejercicio repetido de la voluntad. Cualquiera puede aprender a lanzar un balón hacia una canasta, pero es necesario ejercitarse para encestar en ella. Cuanto más se haga más fácil será. En el terreno espiritual sucede lo mismo: cuanto más nos ejercitemos en contactar al Señor, más fácil se nos hará. También es 2 verdad lo contrario, si descuidamos mantenernos en comunión con Él, más difícil nos resultará cada vez hacerlo. De hecho, como el Señor vive en nosotros, podemos restablecer esa comunión inmediatamente, pero satanás se esfuerza en corromper sutilmente nuestros pensamientos para que nos desviemos de la sincera fidelidad al Señor (2 Cor. 11:3). Cuando nos damos cuenta de que nuestro corazón se está alejando del Señor, nos encontramos en una encrucijada. Podemos seguir alejándonos o volvernos a Él. Ese momento es crucial. Hagamos la elección correcta y recordemos que es sencillo restablecer la comunión con Él. Confesemos nuestros pecados y démosle gracias por Su sangre que nos limpia de toda maldad (1 Juan 1:7,9). Recordemos entonces que el Señor olvida nuestras transgresiones (Heb. 8:12) y que podemos volver a estar en Su presencia de inmediato. Sigamos ejercitándonos en contactar al Señor, sabiendo que cada vez que lo invoquemos y le abramos nuestro corazón, Él aprovecha la oportunidad para irnos transformando a Su imagen (2 Cor. 3:18). Si estamos muy ocupados, aprovechemos cada momento libre para invocar Su nombre. Aunque estemos presa de una actividad absorbente, podemos parar un instante para invocar en silencio Su nombre. Podemos venir al Señor prácticamente en cualquier situación: en el trabajo, en el coche, en la escuela, al hacer las tareas del hogar, etc. Aprovechemos todas las ocasiones para contactar e ese maravilloso Señor que vive en nosotros. La oración y el invocar el nombre del Señor (8) Día 3 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 89 “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18) 3 La oración de intercesión Cuanto más cuidemos nuestra comunión con el Señor, más deseo tendremos de orar por Sus intereses. Entonces nos daremos cuenta de, que como cristianos, nuestra principal responsabilidad es orar para que se cumpla Su voluntad (Mat. 6:10). También nos daremos cuenta de que satanás se las ingenia para disuadirnos de orar. Él no tiene a menudo miedo de nuestras palabras ni de nuestros esfuerzos, pero tiembla cuando nos dedicamos a orar. Dios querría que nos despertáramos para interceder por Sus intereses (Isa. 59:16; 62:6-7). Muchos cristianos, desgraciadamente, anteponen muchas cosas a la oración. Samuel, por el contrario, se dio cuenta de la importancia de la oración y dijo incluso: “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros” (1 Sam. 12:23). Aprendamos a orar desde el comienzo de nuestra vida cristiana con el fin de que Dios abra puertas para predicar el Evangelio (Efe. 6:19; Col. 4:3-4). Oremos por las personas que nos rodean, por los miembros de nuestra familia, por nuestros amigos y compañeros, “porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2:1-4). Oremos los unos por los otros con perseverancia (Efe. 6:18). A veces no sabemos exactamente lo que tenemos que pedir, pero podemos hacer mención de algunas personas, invocando el nombre del Señor (Rom. 1:9). El Espíritu mismo intercede por los santos con gemidos indecibles (Rom. 8:26-27). Dios quiere que desarrollemos una vida de oración, pero el enemigo de Dios va a hacer todo lo posible para apartarnos de ella. En cuanto dejemos de orar, él se va a reír de nuestros esfuerzos y de nuestras palabras, pero cuando comencemos a orar, temblará, porque es entonces cuando comienza a actuar Dios. Desdichadamente hay muchos cristianos que descuidan la oración. El Señor nos llama a la comunión consigo desde el comienzo de nuestra vida cristiana. ¿Contestaremos a Su llamado, invocaremos Su nombre y 4 oraremos por Sus intereses? Comencemos por reservar a primera hora un tiempo para orar, luego durante nuestras actividades aprovechemos cualquier ocasión para orar. Descubriremos así que a la largo de la jornada el tiempo disponible para orar es más significativo de lo que pensamos. Seremos bendecidos ricamente y se podrá cumplir el plan de Dios. Ejercitémonos por lo tanto en invocar en todo momento el nombre del Señor y en perseverar en la oración, velando en ella con acciones de gracias (Col. 4:2). La sangre preciosa de Cristo (1) Día 4 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 90 “Nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gálatas 1:3-4) Dios mostró Su amor hacia nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Al haber creído en Él y haberlo recibido como nuestro Salvador, ahora somos “justificados por Su sangre” (Rom. 5:9). Eso quiere decir que a los ojos de Dios, ahora somos justos, no por causa de las buenas obras que hayamos hecho, sino porque Jesucristo ha sido hecho justicia para nosotros (1 Cor. 1:30). Pertenecemos al Señor Todos habíamos pecado y éramos culpables ante Dios (Rom. 3:23, 29). El pecado merecía la pena capital, o sea la muerte (Rom. 6:23). Pero Dios mostró Su misericordia y Su amor hacia nosotros, no cerrando los ojos ante nuestros pecados, sino enviando al mundo a Su Hijo Unigénito. Él se entregó a Sí mismo por nuestros pecados (Gal. 1:4), llevándolos sobre Su cuerpo en el madero (1 Ped. 2:24). 5 Al derramar por nosotros Su sangre, pagó un gran precio. ¡Cuánto tenemos que apreciar “la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19)! La sangre de los demás hombres es común porque todos han pecado. Cristo, por el contrario, “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15). Además, Jesucristo no era solamente humano, también era divino. En Él habitaba la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Por eso Su sangre tiene un valor eterno delante de Dios. Él es poderoso para limpiarnos de todo pecado, para hacer callar las acusaciones de satanás y para darnos un libre acceso delante de Dios. Como cristianos tenemos que apreciar diariamente Su preciosa sangre. Es fundamental que desde el comienzo de nuestra vida cristiana nos demos cuenta de que hemos sido redimidos de la vana manera de vivir que habíamos recibido de nuestros padres. No fuimos redimidos con oro o con plata, sino con la sangre preciosa de Cristo. Le pertenecemos a Él porque pagó un gran precio para redimirnos, y somos felices al consagrarle nuestra vida. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:19-20). ¿Nos damos cuenta de que pertenecemos realmente al Señor? Si compramos un libro somos conscientes de que nos pertenece. Cuanto más elevado sea su precio, más apreciamos los objetos que nos pertenecen. El Señor pagó un gran precio en la cruz por nosotros. Él tiene todo el derecho sobre nuestras vidas, pero desea que nos consagremos voluntariamente a Él. Habituémonos a consagrarnos al Señor cada mañana. Acordémonos del gran precio que pagó para salvarnos y recordemos que le pertenecemos. Démonos por completo a Él y dejemos que sea el Señor en nuestras vidas. 6 La sangre preciosa de Cristo (2) Día 5 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 91 “...y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19) Acabar con nuestra vieja forma de vida Nos faltan palabras para describir el valor de la sangre de Cristo y la grandeza del precio que Él pagó por nosotros. Su amor, demostrado en la cruz, nos impulsa a no vivir más para nosotros mismos, sino para Aquél que murió y resucitó por nosotros (2 Cor. 5:15). La reacción espontánea de todo creyente que se le revela que Cristo lo ha amado y se ha entregado por él, es abandonar los ídolos “ para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9). Cuando los creyentes de Tesalónica oyeron las buenas nuevas del Evangelio, dejaron los ídolos muertos y falsos para servir al Dios vivo y verdadero. Algunas personas, antes de convertirse, adoraban los ídolos y tuvieron que abandonarlos completamente. Muchos de entre nosotros teníamos ídolos modernos que no eran fetiches ni estatuas, sino objetos y actividades que robaban y usurpaban el lugar de Dios. De ahora en adelante es el Señor quien tiene que ocupar el primer lugar en nuestras vidas. Si alguien recibe a Jesucristo como Su Salvador y Su Señor, se convierte en una nueva criatura. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). El Señor nos quiere liberar de la vieja manera de vivir que habíamos heredado de nuestros padres (1 Ped. 1:18) para podernos llenar con toda la plenitud de Dios (Efe. 3:19). 7 Cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa, tuvo espontáneamente el deseo de poner fin a su antigua forma de vida. A lo largo de toda su vida sólo había pensado en acumular dinero y había engañado a muchas personas. Pero después de su conversión, deseó restituir el cuádruplo de lo que les había defraudado. Cambió su manera de considerar el dinero. Estaba contento con compartir su dinero con los pobres. Muchas cosas cambian cuando Cristo viene a morar en nuestro corazón. La sangre preciosa de Cristo (3) Día 6 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 92 “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:7) En el capítulo 19 de los Hechos se habla de personas que habían practicado la magia, las cuales creyeron en el Señor Jesús. Esos creyentes no se limitaron a recibir a Jesús como su Salvador, además quemaron todos los libros relacionados con sus prácticas antiguas, haciéndolo delante de todo el mundo. De esa manera dieron fin a su antigua manera de vivir (Hechos 19:18-19). Hay que desterrar radicalmente todo aquello que esté relacionado con los ídolos, con la magia, con el ocultismo o con las religiones paganas. La Biblia nos muestra inequívocamente que tenemos que abandonar por completo todas esas cosas. La Palabra de Dios nos revela igualmente cual tiene que ser nuestra actitud ante la fornicación y la inmoralidad. Ella dice: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Cor. 6:18). La inmoralidad es una característica de nuestra sociedad, 8 pero la Biblia dice que tenemos que huir de esa corrupción. El mundo ha cambiado “la verdad de Dios por la mentira” (Rom. 1:25), es decir, lo normal se ha convertido en anormal, y lo anormal no sólo se tolera, sino que se considera normal. Así que es corriente que los jóvenes convivan sin estar casados. Pero Dios desaprueba eso muy claramente: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Heb. 13:4). Cuando Jesucristo viene a morar en nosotros, verdaderamente nos convierte en una nueva creación, limpiándonos de todo lo que nos ensuciaba en el pasado, para podernos llenar de Sí mismo, y hacernos felices y útiles para el cumplimiento de Su propósito. La sangre preciosa de Cristo (4) Día 7 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 93 “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1) La eficacia de la sangre de Jesús La sangre de Jesús es preciosa porque cubre todas nuestras necesidades en tres esferas diferentes: Con respecto a Dios, en relación con nuestra conciencia y frente a satanás, el acusador de los hermanos. Con respecto a Dios: Nuestros pecados son perdonados y Él los olvida 9 Ya hemos visto que Dios perdonó todos nuestros pecados pasados, porque la sangre de Jesucristo fue vertida por nuestra redención (Rom. 3:24-25). Ahora, como hijos de Dios, tratamos de complacer a nuestro Padre y caminar de acuerdo a Su voluntad. Nos esforzamos para no pecar, pero como la naturaleza del pecado todavía habita en nosotros (Rom. 7:16-17), seguimos pecando aún. ¿Qué haremos pues? Escuchemos lo que el apóstol les dice a los creyentes: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:1-2). Si un cristiano dice que él ya no peca más, se engaña a sí mismo (1 Juan 1:8). Tenemos que aborrecer al pecado y apartarnos de él, pero cuanto más caminemos en comunión con el Señor, más brillará Su luz en lo profundo de nuestro corazón para mostrarnos nuestras malas inclinaciones. A veces tenemos incluso la sensación de que nuestra situación empeora. De hecho no es que ella empeore, sino que la luz del Señor alumbra rincones de nuestro ser que hasta ese momento nos eran desconocidos. No nos atemoricemos al descubrir la verdadera naturaleza de nuestra carne, por el contrario, démosle gracias a Dios por la sangre de Jesús que nos limpia de todo pecado: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Este versículo es maravilloso porque nos demuestra que Dios es fiel y justo para perdonarnos. Dios no es solamente amor, es justo igualmente. Él ve la sangre de Jesús que fue vertida por nosotros, y en base a ella, nos perdona. Por lo tanto es a Dios a quien le tenemos que confesar nuestros pecados y no a ningún intermediario para que nos otorgue la absolución sacerdotal y que se haría así imprescindible para nuestra salvación. Cuando confesamos nuestros pecados a Dios en lo secreto de nuestro corazón, Él es justo al perdonárnoslos. La sangre preciosa de Cristo (5) Día 8 de junio de 2.015 10 Lectura: Salmo 94 “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32) Es como si debiésemos algo y nos es imposible pagarlo. Si alguien pagase esa deuda por nosotros, aquel a quien se lo debíamos no nos la podrá reclamar. Sería fiel y justo al anular nuestra deuda. Dios puede perdonarnos porque ve la sangre de Jesús, la cual salda la deuda que con Él teníamos. Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, tuvieron que poner la sangre de un cordero sin falta, aplicándola en los postes y el dintel de las puertas de sus casas (Exo. 12:5-7). Dios había dicho: “la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros” (v. 13). Dios ve la sangre de Jesús, el auténtico Cordero sin contaminación y sin mancha, y pasa de nosotros (1 Ped. 1:19). Dios ha dicho: “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (Heb. 8:12). Cuando Dios perdona nuestros pecados, también los olvida. Nosotros, por el contrario, cuando perdonamos a otros, recordamos a menudo lo que nos hicieron, incluso varios años después de que nos ofendiesen. Afortunadamente, el Señor perdona y olvida verdaderamente todas nuestras faltas pasadas. Aprendamos a perdonar como Él lo hace. Nuestro perdón se parece a un perro muerto, al que al enterrarlo se le dejase fuera el rabo. Perdonamos a quien nos ofende, pero no enterramos “el rabo”, no olvidamos por completo lo que se nos hizo o se nos dijo. Demos gracias a diario a nuestro Dios, que nos perdona y olvida nuestros pecados y eso nos ayudará a perdonar en la misma manera; como Dios nos perdonó a nosotros en Cristo (Efe. 4:32). 11 La sangre preciosa de Cristo (6) Día 9 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 95 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23) En lo que a nosotros concierne: Nuestra conciencia es purificada Nuestra conciencia juega un papel crucial a lo largo de nuestra vida cristiana. Desde que el Señor vive en nosotros, nuestra conciencia se vuelve más sensible de lo que era antes de nuestra conversión. Su función consiste en mantenernos en los caminos del Señor. Cada vez que tendemos a desviarnos, el Señor actúa en ella para que no nos extraviemos. En cierto sentido ella es como el piloto que se enciende en el tablero de mandos de un vehículo para indicarnos la falta de aceite o de gasolina. Su función, por tanto, es para ayudarnos y no para condenarnos. También se puede comparar con una brújula que nos ayuda a mantener el rumbo. Si no nos mantenemos en guardia corremos el riesgo de naufragar en lo que a la fe se refiere (1 Tim. 1:19). El apóstol Pablo procuraba tener siempre una conciencia sin ofensa delante de Dios y de los hombres (Hechos 24:16). Eso no quería decir que jamás pecaba o que nunca tuviese malos pensamientos. Pero se esforzaba en ajustar continuamente la dirección que llevaba con el fin de mantenerse en el buen camino y acabar con éxito su carrera (2 Tim. 4:7). Sigamos su ejemplo volviéndonos al Señor cada vez que nuestra conciencia reaccione y nos indique que vamos por el camino equivocado. De esa manera nos llevará el Señor a la renuncia de los anhelos mundanos y a caminar de acuerdo con Él (Tito 2:12). 12 La sangre preciosa de Cristo (7) Día 10 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 96 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1) Cuando nuestra conciencia nos reprenda por causa de algo que hayamos hecho o dicho, confesémoslo al Señor y recordemos que el Señor perdona y olvida nuestras faltas. Es posible que después de haberlas confesado no nos sintamos perdonados o que el recuerdo de nuestros fallos regrese continuamente a nuestra memoria. Por tanto, es importante saber que Dios ve la sangre de Cristo y que ella le satisface. La sangre del cordero pascual no se ponía en el interior de las casas, sino en su exterior. Dios era quien la veía y no aquellos que estaban dentro. Nosotros, igualmente, no tenemos necesidad de “sentirnos” perdonados, pero si podemos “saber” que Dios está satisfecho, y proclamar por medio de la fe que tenemos paz con Dios (Rom. 5:1). Nuestra preocupación debe ser la de caminar en comunión con Dios y no la de practicar la introspección. No tratemos de recordar todos nuestros pecados pasados, ejercitémonos en contactar al Señor que ahora vive en nuestro espíritu. Sólo tenemos que confesar los pecados de los que somos conscientes o de los que recordamos. Si después de habérselos confesado al Señor, nuestra conciencia nos reprende aún, eso no quiere decir que los tengamos que confesar una segunda, tercera o décima vez. Más bien tenemos que recordar que Dios nos los ha perdonado. Aunque nuestros pecados vuelvan continuamente a nuestra mente, agradezcamos a Dios Su perdón perfecto. Así pues, cada vez que el recuerdo de nuestras transgresiones pasadas o el sentimiento vago de insatisfacción nos asedien, démosle gracias a Dios por la preciosa sangre de Cristo. Entonces cada uno de esos pensamientos deprimentes se convertirá en una ocasión para alabar a 13 Dios. De esa manera pierden eficacia y poder las acusaciones de Satanás. La sangre preciosa de Cristo (8) Día 11 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 97 “Así ha dicho Jehová: El que cae, ¿no se levanta? El que se desvía, ¿no vuelve al camino?” (Jeremías 8:4) Con respecto a Satanás: el acusador está derrotado Satanás es el tentador que nos descarría por medio de los deseos carnales y engañosos (Efe. 4:22). Él se esfuerza en hacernos caer y a ser infieles a Dios, luego viene a acusarnos, para culparnos y para que nos deprimamos. Si no somos conscientes de que la sangre de Jesús ha borrado todos nuestros pecados, nos dejaremos acusar día y noche por él (Apoc. 12:10). ¿Cómo podremos vencer sus acusaciones? No con nuestros esfuerzos ni con nuestras resoluciones, sino mediante la sangre de Cristo: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apoc. 12:11). Recordemos que la sangre nos limpia de todo pecado. Nuestros pecados se pueden comparar con las manchas sobre una alfombra. Cuando la manchamos, nos esforzamos rápidamente a aplicar un producto que pueda quitar las manchas. La sangre de Cristo es poderosa para borrar todas nuestras manchas, todos nuestros pecados. La sangre no solamente las cubre, las borra definitivamente. Cuando venga a acusarnos satanás acerca de “las manchas” que teníamos anteriormente, recordemos que Dios las ha limpiado mediante la sangre de Jesús. No hagamos caso a las acusaciones del enemigo, démosle gracias a Dios por la eficacia de la sangre de Cristo. Si caemos, no permanezcamos bajo las acusaciones del diablo, 14 levantémonos mediante la sangre de Jesús. Dios quiere que nos levantemos rápidamente. Por eso dice: “El que cae, ¿no se levanta? El que se desvía, ¿no vuelve al camino?” (Jer. 8:4). Dios nos pide que nos levantemos y volvamos a Él. No perdamos el tiempo, vengamos a Él con confianza. La sangre preciosa de Cristo (9) Día 12 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 98 “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27:51) Acercarse a Dios mediante la sangre de Jesús Aún tenemos que ver otro aspecto maravilloso de la sangre de Cristo: Ella nos permite acercarnos a Dios con confianza. Si se considera el templo, en el Antiguo Testamento, se observa que únicamente el sumo pontífice podía entrar en el Lugar Santísimo, en donde estaba la presencia de Dios. Sólo podía hacerlo una vez al año y exclusivamente por medio de la sangre de un animal sin mácula ni defecto. Cuando Jesucristo murió en la cruz, el velo del templo se rasgó en dos (Mat. 27:51). Desde ese momento, todos tienen la posibilidad de entrar en la presencia de Dios y no una sola vez al año, sino en cualquier momento del día. Gracias a la sangre de Jesús nos podemos acercar a Dios confiadamente: “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb. 10:19-22). 15 Después de confesar nuestras transgresiones, las tenemos que abandonar y acercarnos a nuestro Padre mediante la sangre de Jesús. “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). Es importante abandonar nuestras transgresiones, pero es tanto más importante acercarnos a Dios quien se compadece de nuestras debilidades y nos socorre en nuestras necesidades (Heb. 4:15-16). La naturaleza pecaminosa está aún en nuestra carne, por eso siempre reaparece a lo largo de nuestra vida cristiana. Cuando sea este el caso nos tenemos que levantar confesando nuestras faltas y acercándonos al Señor mediante la sangre de Cristo. Él nos puede sostener en nuestra debilidad y ayudarnos para que seamos libres del imperio del pecado, y de las tentaciones, pero somos nosotros quienes tenemos que acercarnos a Dios mediante la sangre de Cristo (Heb. 7:25). La sangre preciosa de Cristo (10) Día 13 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 99 “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9) El ciclo de la vida Prestemos atención a tres expresiones en el versículo siguiente: “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Cuando permanecemos en comunión con el Señor, resplandece la luz sobre las intenciones de nuestro corazón y sobre nuestros actos. Entonces descubrimos los pecados, los confesamos, y la sangre de Jesús nos limpia de todos ellos (1 Juan 1:9). De esa 16 manera puede mantenerse nuestra comunión con el Señor. Esta comunión trae más luz a nuestra vida y todos los pecados que confesamos pueden ser lavados entonces por la sangre de Jesús, lo que nos permite experimentar una comunión con el Señor cada vez más rica. Este ciclo de la vida (la comunión de la vida – la luz de la vida – la sangre de Jesús) es lo que nos permite crecer en el Señor. Recordemos cada mañana que le pertenecemos al Señor porque nos ha redimido por medio de Su preciosa sangre. Consagrémosle nuestra jornada y mantengamos la comunión con Él. Cuando brille la luz sobre ciertos aspectos de nuestra vida o de nuestro caminar, confesémosle nuestras transgresiones y démosle gracias por Su sangre que las limpia todas. De esta manera experimentaremos en nuestra vida diaria una salvación tan grande. La realidad del bautismo (1) Día 14 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 100 “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19) El bautismo tiene un significado espiritual muy profundo y no se debe convertir en un simple rito. Al comienzo del Nuevo Testamento, Dios envió a Juan el Bautista a predicar el bautismo del arrepentimiento (Luc. 3:3). El mismo Señor Jesús se hizo bautizar, mostrando así la importancia del bautismo. Después de Su resurrección confió a Sus discípulos la misión de predicar el Evangelio a todas las naciones y bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mat. 28:19). Él les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16). El bautismo está pues estrechamente ligado al anuncio del 17 Evangelio. Cuando alguien cree en el Señor Jesús, se tiene que bautizar. El arrepentimiento, la fe y el bautismo El mensaje maravilloso del Evangelio es, que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Todos habíamos pecado y consecuentemente nos encontrábamos bajo el justo juicio de Dios. El que se enfrenta a una ley humana, es juzgado por un tribunal humano. Si no respetamos el código de circulación, tendremos que pagar una multa y, en ciertos casos, nos retirarán el permiso de conducir. La gente, a veces, trata de enmascarar sus irregularidades, pero cuando son descubiertas por la justicia, son juzgados y condenados. El mundo castiga a los que infringen la ley. ¡Con cuánta más razón castigará Dios todo pecado y toda injusticia! Delante de Él están al descubierto todos nuestros actos e incluso todas nuestras intenciones. La realidad del bautismo (2) Día 15 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 101 “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16) No todos hemos cometido los mismos pecados, pero, como la Biblia dice: “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Por tanto “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb. 9:27). No obstante, “Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2:4). Dios, en Su amor, ha enviado a Jesucristo al mundo para salvar a los pecadores. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió 18 por nosotros” (Rom. 5:8). La buena nueva es que Jesucristo “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1Tim. 2:6). El apóstol Pedro, el día de Pentecostés, les dijo a todos cuantos le escuchaban que Dios había resucitado de los muertos a Jesús y le había hecho Señor y Cristo (Hechos 2:36). “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: “Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:37-41). Por tanto, el arrepentimiento y la fe preceden al bautismo. Arrepentirse es reconocer y lamentar el mal que se ha hecho, es pedir sinceramente perdón a Dios. Cuando alguien se arrepiente y cree en el Señor Jesús, tiene que hacerse bautizar. El bautismo acompaña al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo, no se puede demorar. La Palabra de Dios es sencilla y clara: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. La realidad del bautismo (3) Día 16 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 102 “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:27) El significado del bautismo 19 El bautismo es una señal visible de una realidad espiritual. Es esta la razón de que éste siga al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo. Antes de nuestra conversión, estábamos en el mundo sin Dios, pero después de recibir a Jesucristo como Salvador, fuimos unidos a Dios. Así pues, cuando alguien se bautiza “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19), está verdaderamente unido al Dios Triuno. Ser bautizados en Cristo Creer en Jesús no es solamente creer que Él murió por nosotros hace dos mil años, sino recibirlo ahora en nuestro corazón. La palabra “bautizar” procede del griego “baptizo” y significa “sumergir”. Al ser bautizados visiblemente en el agua, somos bautizados en realidad, invisiblemente, en el Señor. Podemos estar unidos a Él porque eliminó nuestros pecados en la cruz. ¡Qué transferencia tan maravillosa! El bautismo “en el nombre de Jesucristo” (Hechos 2:38), nos identifica con Cristo. Cuando salgamos de las aguas del bautismo, seamos conscientes de que nos hemos vestido de Cristo: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gal. 3:27). Recordemos ese glorioso hechos todos los días de nuestra vida. Aunque no nos sintamos siempre henchidos de gozo, recordemos que hemos sido revestidos de Cristo y que Él está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mat. 28:20). La realidad del bautismo (4) Día 17 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 103 “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él 20 para muerte por el bautismo” (Romanos 6:3-4) Ser bautizados en la muerte de Cristo Como ya hemos mencionado, la palabra “bautizar” significa “sumergir”. Los primeros cristianos fueron sumergidos en agua y no rociados con algunas gotas. Unas pocas gotas de agua no pueden representar al bautismo, ya que éste simboliza un enterramiento. Cuando somos sumergidos en el agua, somos sumergidos realmente en Su muerte. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo” (Rom. 6:34). Jesucristo, en la cruz, realizó dos cosas fundamentales a nuestro favor: Llevó nuestros pecados (1Ped. 2:24) y crucificó a nuestro viejo hombre, origen de todos nuestros problemas (Rom. 6:6). También destruyó al que tenía el imperio de la muerte (Heb. 2:14), crucificó al sistema del mundo que usurpa el lugar de Dios (Gal. 6:14) y ha derribado el muro de separación que impedía que fueran uno a los judíos y a los gentiles (Efe. 2:14-16). ¡Qué obra tan maravillosa efectúo en la cruz! Cuando nos hacemos bautizar, testificamos mediante una señal visible el hecho de que Cristo cargó sobre Sí, en la cruz, nuestros pecados y que crucificó a nuestro viejo hombre. Reconocemos por medio de la fe que nuestro viejo hombre ha sido crucificado y aceptamos que sea sepultado. Una persona viva nunca consentiría ser enterrada, pero nos dejamos sepultar alegremente en las aguas del bautismo porque creemos que hemos sido crucificados con Cristo (Gal. 2:20). Ser bautizados en un solo Cuerpo 21 Al ser bautizados todos en Cristo y en Su muerte, formamos un solo Cuerpo en Él. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13). Todo lo que nos dividía y todas nuestras diferencias fueron abolidas en la cruz. Todos procedemos de clases sociales diferentes y orígenes distintos, nuestras naturalezas nos son parecidas, pero gracias a una maravillosa transferencia dentro de Cristo, formamos verdaderamente un solo Cuerpo en Jesucristo: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28). Mediante el bautismo somos introducidos en Cristo, en Su muerte y consecuentemente en un solo Cuerpo. La realidad del bautismo (5) Día 18 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 104 “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20) Las aguas del diluvio En 1 Pedro 3:20-21, vemos que las aguas del diluvio son una imagen del bautismo. La familia de Noé se salvó “a través del agua”. El arca, que es un símbolo de Cristo, salvó a Noé y a los suyos del juicio, pero fue mediante el agua que Dios los salvó de la corrupción del mundo. El bautismo también nos salva de la contaminación del mundo. El bautismo es la “aspiración de una buena conciencia hacia Dios” (1 Ped. 3:21). Nos dejamos bautizar porque sabemos que la sangre de Jesús ha satisfecho todas las exigencias de Dios y estamos justificados delante de Él. Al tener paz con Dios, ahora tenemos una buena conciencia (Rom. 5:1) y podemos entregar nuestra vida al 22 Señor, sabiendo que Él nos ha redimido y que le pertenecemos (1 Cor. 6:19-20). Cuando nos bautizamos estamos llenos de agradecimiento y de gozo porque sabemos que nuestros pecados están perdonados; teniendo una buena conciencia y dándonos cuenta de que le pertenecemos al Señor, estamos contentos al entregarle nuestra vida. Esta consagración es maravillosa y hace que se regocije el corazón de Dios. Esto se convierte en una declaración ante todas las potestades invisibles que el mundo, en donde satanás es el príncipe, ha sido juzgado y se encuentra sepultado en las aguas. De esta manera somos salvados del mundo por medio del bautismo “a través del agua” y podemos iniciar una nueva vida con el Señor, para que se cumpla Su plan en la tierra. La realidad del bautismo (6) Día 19 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 105 “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21) El paso del mar Rojo De acuerdo a 1 Corintios 10:2, el paso del mar Rojo es otra figura del bautismo. Los hijos de Israel estaban en Egipto, esclavos del Faraón. Egipto es una imagen del mundo y Faraón una figura de satanás, el príncipe de este mundo (Juan 16:11). Dios envió a Moisés y a Aarón para que le dijesen a Faraón: “Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Exo. 5:1). Pero éste les respondió: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (v. 2). Muchos de nosotros hemos pensado antes de decidirnos a seguir a Jesús: “¿Quién es Jesús? ¡No lo conozco! ¡No le seguiré!” 23 Debido a que Faraón endureció su corazón, Dios tuvo que enviarle algunas plagas y éste tuvo finalmente que dejar que el pueblo de Israel ofreciese sacrificios a Dios. Pero dijo: “Andad, ofreced sacrificio a vuestro Dios en la tierra” (Exo. 8:25). Satanás nos hace la misma clase de sugestión. Insiste para que permanezcamos en “la tierra”, es decir en el mundo. Hoy, muchos cristianos están aún “en el mundo” y su caminar no difiere mucho del de los incrédulos. Moisés y Aarón no aceptaron la oferta de Faraón. Éste cambia entonces su proposición y les permite ir al desierto a ofrecerle sacrificios a Jehová, pero añade: “Yo os dejaré ir para que ofrezcáis sacrificios a Jehová vuestro Dios en el desierto, con tal que no vayáis más lejos” (v. 28). Satanás les hace la misma propuesta a todos los creyentes. Sugiere: “Leed la Biblia, acudid a las reuniones, pero no os comprometáis demasiado”. Tenemos que escuchar, no obstante, lo que dice el Señor: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apoc. 3:16). El señor no se dio a medias por nosotros, sino que se entregó hasta morir en la cruz a fin de salvarnos de la perdición. ¿Cómo le mostraremos nuestro agradecimiento? ¿Siendo tibios o consagrándonos completamente a Él? Faraón endureció de nuevo su corazón y Dios tuvo que enviarle nuevas plagas. Si oímos hoy la voz del Señor, no endurezcamos nuestros corazones (Heb. 3:15), abrámosle la puerta de nuestra corazón y permitamos que se convierta en Señor de nuestras vidas. De esa manera seremos verdaderamente bienaventurados y festejaremos con Él (Apoc. 3:20). Faraón hizo llamar a Moisés y a Aarón y les dijo que podían ir a servir a Jehová, pero que tenían que dejar en Egipto a sus niños, a sus ancianos y su ganado (Exo. 10:8-11). Pero Moisés y Aarón nos se doblegaron y Dios tuvo que enviar nuevas plagas. Faraón hizo entonces una última propuesta diciendo: “Id, servid a Jehová; solamente queden vuestras ovejas y vuestras vacas; vayan también vuestros niños con vosotros” (Exo. 10:24). Satanás sabe que donde está nuestro tesoro, allí se encuentra también nuestro corazón (ver Mat. 6:21). Moisés le 24 contesta sin vacilar: “Nuestros ganados irán también con nosotros; no quedará ni una pezuña” (Exo. 10:26). Dios tuvo que enviar la última plaga; Faraón acabó cediendo y dijo: “Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos” (Exo. 31:32). Pero cuando el pueblo se fue a prisa, Faraón cambió de opinión y se arrepintió de haberlos dejado partir. Les persiguió con sus carros y su caballería. Igualmente, cuando decidimos entregarnos por completo al Señor y seguirle, satanás se esforzará para perseguirnos y hacernos volver al mundo. Faraón persiguió a Israel hasta el mar Rojo, pero Jehová hizo que el mar se secase y los hijos de Israel pasaron por medio del mar. Los egipcios los siguieron pero las aguas se cerraron sobre Faraón, sobre sus carros y su caballería, y Dios hizo resplandecer Su gloria (Exo. 14:5, 22,23,31). La realidad del bautismo (7) Día 20 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 106 “Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hechos 18:8) El paso del pueblo de Israel por el mar Rojo es una figura del bautismo por medio del cual somos liberados por el Señor de la prisión y esclavitud del mundo y de satanás. Al entrar en las aguas del bautismo, proclamamos la victoria sobre satanás y el mundo, y nos consagramos al Señor, para servirle en el cumplimiento de Su plan. Al salir del agua del bautismo loamos a nuestro Señor con cánticos y alabanzas, como alabó el pueblo de Israel a Jehová por Su gran liberación (Exo. 15:1-2). 25 ¿Quién se tiene que bautizar? En el Nuevo Testamento, el arrepentimiento y la fe preceden siempre al bautismo (ver Marcos 1.16; Hechos 2:37-38; 8:36-38; 18:7; 20:21). Nunca se trata de bautizar a niños, porque ellos aún no son capaces de elegir, de arrepentirse o de creer en el Señor. Para mantener la tesis del “bautismo” de niños, algunos citan el pasaje bíblico de Marcos 10:13-16 en donde dice el Señor: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”. Este pasaje, sin embargo, no dice que Jesús los “bautizó”, sino que los bendijo. Otros justifican esta práctica recordando la circuncisión de los niños judíos al octavo día de haber nacido (Luc. 1:59). Eso es una práctica del Antiguo Testamento que no tiene nada que ver con el bautismo. Otros piensan que cuando los primeros cristianos creyeron y se hicieron bautizar, habría entre ellos algunos niños también. Pero no hay derecho a fundamentar una doctrina o una práctica sobre una suposición, porque si se hace se abre una puerta a toda clase de enseñanzas falsas. Limitémonos a lo que dicen las Escrituras. Por ejemplo, en el caso de Crispo se nos dice que él “creyó en el Señor con toda su casa” y que a continuación fueron bautizados (Hechos 18:8). Es imperativo que la fe preceda al bautismo. En los Hechos se habla de personas que se habían bautizado con el bautismo de Juan, es decir, el bautismo de arrepentimiento (Hechos 19:1-4), pero que no se habían percatado de que aquel bautismo no tenía razón de ser, por cuanto ya había venido Jesucristo. Por tanto fueron bautizados de nuevo con el bautismo verdadero “en el nombre del Señor Jesús” (v. 5). Es conveniente que una práctica incorrecta del bautismo, como la de bautizar a niños, sea corregida mediante un verdadero bautismo por inmersión en el nombre del Señor Jesús. La realidad del bautismo (8) Día 21 de junio de 2.015 26 Lectura: Salmo 107 “Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos” (Hechos 16:33) ¿Quién tiene que bautizarse? Cuando alguien cree en el Señor, no tiene necesidad de esperar para hacerse bautizar. Tres mil personas creyeron en el Señor en Pentecostés y fueron bautizadas el mismo día (Hechos 2:41). El eunuco etíope se hizo bautizar cuando volvía a su país, al escuchar el Evangelio por parte de Felipe. “Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” (Hechos 8:36). Felipe le contestó: “Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó”(Hechos 8:37-38). Este pasaje nos enseña que nos podemos hacer bautizar desde el mismo momento en que creemos en el Señor. ¡No hay necesidad de esperar! Por otra parte, este relato muestra que el bautismo tiene que ser practicado por inmersión, porque ambos descendieron dentro del agua. Este pasaje también nos muestra también que no hay necesidad de ninguna ceremonia oficial, sino que si una persona se ha arrepentido realmente y ha recibido a Jesucristo como su Salvador, se puede hacer bautizar, con tal que haya agua disponible. Felipe no tuvo que llamar a un apóstol. La persona que bautiza no tiene necesidad de tener una cualificación especial; sólo tiene que ser enviada por el Señor, alguien que sirve al Señor, y apta para anunciar el Evangelio (Mat. 28:19), como lo fue Felipe. Cuando Pablo y Silas estaban presos en Filipo, orando y alabando con cánticos a Dios, el Señor intervino y se abrieron todas la puertas de la prisión. El carcelero se quiso matar entonces, pero Pablo 27 le pidió que no lo hiciese y le predicó el Evangelio a él y a toda su familia (Hechos 16:25-32). Al creer ellos en el Señor Jesús, Pablo no espero varios días para bautizarlos, sino que “en aquella misma hora de la noche”, el carcelero “en seguida se bautizó él con todos los suyos” (Hechos 16:33). Para terminar citaremos el ejemplo de Pablo, quien después de su conversión se quedó ciego y fue llevado a Damasco. El Señor le envió a uno llamado Ananías, que le dijo: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16). Este ejemplo nos muestra una vez más que si estamos arrepentidos y hemos creído en el Señor Jesús, no necesitamos esperar para ser bautizados, sino que lo tenemos que hacer lo más rápidamente posible, invocando el nombre del Señor y consagrándole nuestra vida. Después de creer en el Señor y haber sido bautizados, desarrollemos rápidamente el hábito de testificar del Señor, descansando en el Espíritu, quien es el único que puede convencer a las personas (Juan 16:8). Llenos del Espíritu (1) Día 22 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 108 “Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén” (Deuteronomio 27:15) Sed llenos del Espíritu Jesucristo, después de Su muerte y Su resurrección, se apareció a Sus discípulos y se manifestó a ellos durante cuarenta días. Después les dijo que no se alejaran de Jerusalén, que esperasen aquello que el Padre les había prometido, es decir, el bautismo del 28 Espíritu Santo. Ellos perseveraron en la oración y el día de Pentecostés todos fueron llenados del Espíritu Santo. Alrededor de ellos se congregó una gran muchedumbre y el apóstol Pedro tomó la palabra y les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Esta declaración nos revela que cuando alguien escucha el Evangelio y cree en el Señor Jesús, recibe un don precioso: El perdón de los pecados y el Espíritu Santo. Como indica este versículo, el Espíritu Santo no está reservado a unos pocos privilegiados, sino a “cada uno de vosotros”, es decir, a todos los que han recibido el perdón de sus pecados. No obstante, el recibir el Espíritu Santo no es suficiente, es preciso aún estar llenos de Él a todo lo largo de nuestro caminar diario. El cumplimiento de las promesas Las Escrituras nos revelan dos aspectos de la obra del Espíritu Santo: 1.- El aspecto interno para la vida del creyente y 2.- El aspecto exterior para su servicio –en y sobre nosotros. En el Evangelio de Juan el Señor promete a Sus discípulos que el Padre les daría otro Consolador: el Espíritu de verdad, y dice con respecto a esto: “y estará en vosotros” (Juan 14:17). En los Hechos de los Apóstoles, Él les dice a Sus discípulos: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hechos 1:8). Por lo tanto el Espíritu está por una parte en los creyentes para aprovisionarles (1 Cor. 6:19-20; 2 Tim. 1:14) y por otra, sobre ellos para revestirles de autoridad en su servicio. Llenos del Espíritu (2) Día 23 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 109 29 “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38) El Señor prometió, antes de Su muerte, que enviaría al Espíritu Santo como el Consolador (Juan 14:16-17; 16:7). Esta promesa se cumplió el día de Su resurrección cuando les dijo a Sus discípulos: “Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22). Sin embargo su experiencia del Espíritu Santo no era todavía completa porque el Señor aún no había ascendido y todavía no había sido glorificado en los cielos. Entonces les dijo que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperasen a ser revestidos del poder de lo alto (Hechos 1:8). Esta promesa se cumplió el día de Pentecostés (Hechos 2:1-4). En Jerusalén Los primeros cristianos tuvieron que esperar un lapso de tiempo entre el día de la resurrección y el de Pentecostés, pero hoy, una persona que se convierte no tiene necesidad de esperar durante algún tiempo para recibir el Espíritu Santo. Desde el momento en que una persona se arrepiente y cree en el Señor Jesús, recibe inmediatamente el perdón de los pecados y el Espíritu Santo (Hechos 2:28). Esta fue la buena nueva que le dio Pedro a la multitud congregada alrededor de los primeros cristianos. Todos cuantos creyeron fueron bautizados y recibieron el Espíritu Santo “aquel mismo día”. Tres mil convertidos recibieron el Espíritu Santo al mismo tiempo que el perdón de los pecados y eso sin dilación. En Samaria Consideremos ahora un caso particular relatado en los Hechos 8:11: Se trata de los samaritanos que no recibieron el Espíritu Santo hasta que los apóstoles Pedro y Juan vinieron de Jerusalén y les impusieron las manos (Hechos 8:14-17). Para entender ese caso es 30 importante recordar que existía una gran enemistad entre los judíos y los samaritanos. Recordemos la extrañeza de la mujer samaritana cuando Jesús le pidió de beber: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9). Debido a la grave división que existía entre los judíos y los samaritanos, era fundamental que los samaritanos admitiesen que “la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22) y sobre todo que se diesen cuenta de que Dios no quería hacer en Samaria una obra independiente de la que efectuaba entre los judíos convertidos. La imposición de manos fue precisa en este caso para demostrar la identificación de los creyentes samaritanos en un mismo y único Cuerpo de Cristo. El bautismo del Espíritu Santo sirve para que todos los creyentes formen solamente un Cuerpo en Cristo (1 Cor. 12:13). Así pues, en este caso particular, el derramamiento del Espíritu Santo no siguió inmediatamente al bautismo en el agua, sino que fue diferido hasta la llegada de Pedro y Juan. Cuando escuchamos el Evangelio de nuestra salvación y creímos en el Señor, fuimos sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Efe. 1:13). Llenos del Espíritu (3) Día 24 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 110 “Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio” (Hechos 11:15) En la casa de Cornelio Consideremos ahora otro caso distinto y recordemos que nuestro Señor siempre es el mismo (Heb. 13:8), pero que no siempre actúa de la misma manera. Se trata de la experiencia del bautismo del Espíritu Santo en la casa de Cornelio. 31 Los creyentes judíos consideraban a los gentiles como seres impuros e inmundos, pero Dios los quería hacer partícipes de las bendiciones del Nuevo Pacto e introducirlos en el Cuerpo de Cristo. Dios tuvo que preparar al apóstol Pedro, dándole una visión especial, para que aceptase ir a la casa de Cornelio, donde los gentiles estaban reunidos (Hechos 10:9-33). Antes de que Pedro hubiese terminado su mensaje, “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (Hechos 10:44) y Pedro ordenó que fuesen bautizados, considerando que no podía negarse el agua del bautismo a los que habían recibido el Espíritu Santo (vv. 47-48). Cuando los apóstoles y los hermanos en Judea supieron que los paganos también habían recibido la palabra de Dios, se lo reprocharon a Pedro (Hechos 11:1-2), después tuvieron que reconocer que los gentiles habían recibido el mismo Espíritu Santo que ellos y que ahora todos juntos formaban un solo Cuerpo en Cristo. En Éfeso En Hechos 19, encontramos otro caso particular relacionado con doce discípulos de Juan el Bautista. Esos hombres no eran cristianos en el sentido habitual del término. Habían escuchado el mensaje de arrepentimiento que anunciaba Juan pero no el Evangelio que predicaban los apóstoles. Ni siquiera habían oído que existiese el Espíritu Santo (Hechos 19:2). Entonces fueron bautizados con un verdadero bautismo cristiano, en el nombre del Señor Jesús y recibieron el Espíritu Santo (v. 6). No hay una forma reglada o única para recibir el Espíritu Santo, Dios hace como quiere si bien lo normal es creer, bautizarse y recibirlo. Recordemos que en el caso de los gentiles reunidos en la casa de Cornelio, ellos recibieron el Espíritu Santo antes de ser bautizados en agua y sin que mediase la imposición de manos. 32 Todos estos ejemplos nos muestran que no se pueden sacar reglas normativas a partir de casos particulares que se refieren a situaciones históricas diferentes. Además, estos acontecimientos tuvieron lugar en un periodo transitorio entre la dispensación del Antiguo Pacto y la del Nuevo Pacto. No cometamos el error de tomar los hechos de Pentecostés y las diferentes experiencias relatadas en el libro de los Hechos para sacar una regla que tendría que regir la vida de los cristianos a lo largo de todos los siglos. Atengámonos más bien a las enseñanzas claras de los apóstoles que se reseñan en las Epístolas. Llenos del Espíritu (4) Día 25 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 111 “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13) La enseñanza de los apóstoles El Espíritu Santo ha sido dado para que los creyentes puedan ser uno y formar un solo Cuerpo en Cristo, pero el enemigo de Dios, con sus artimañas, a menudo lo ha convertido en motivo de división. Como hemos visto, una de las causas de este problema fundamental es la mezcolanza de experiencias históricas diferentes con una enseñanza universal. También es fundamental no confundir ciertas expresiones bíblicas como “sellados con el Espíritu Santo”, “bautismo del Espíritu Santo” y “plenitud del Espíritu Santo”. Una de las causas de confusión es la mezcla de estos términos como si fuesen sinónimos. 33 Consideremos pues lo que la Palabra de Dios nos dice con respecto a estas tres expresiones. El Bautismo del Espíritu Santo Un versículo en las Epístolas nos habla con claridad del Bautismo del Espíritu Santo; se trata de 1 Corintios 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Algunos cristianos piensan que existen dos clases de creyentes, los que han sido bautizados en el Espíritu Santo y los que no lo han sido. Pero la Biblia no divide el Cuerpo de Cristo entre “carismáticos” y “no carismáticos”. Tampoco enseña que existen dos bautismos: Uno en Cristo (al convertirse) y otro en el Espíritu (después de la conversión). Las Escrituras dicen inequívocamente que todos los cristianos, ya sean judíos o griegos, han sido bautizados en un único Espíritu para forman un solo Cuerpo. Si todos los cristianos no estuviesen bautizados en el Espíritu Santo, significaría que algunos nos estarían formando parte del Cuerpo de Cristo, lo cual es inconcebible. La Palabra nos enseña que el bautismo del Espíritu Santo debe ser un hecho adquirido por todos los cristianos que han recibido a Jesús como Salvador. Nos exhorta en cambio a buscar la plenitud del Espíritu Santo. Tampoco enseña la Biblia que el hablar en lenguas sea una señal indispensable en el bautismo del Espíritu Santo. De hecho, en 1 Corintios 12:13 se dice que todos han sido bautizados en un mismo Espíritu y, en el mismo capítulo, en el versículo 30, se dice que no todos hablan en lenguas. Llenos del Espíritu (5) Día 26 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 112 “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, 34 el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13) El Sello del Espíritu Santo En la Epístola a los Efesios, Pablo dice que fuimos sellados con el Espíritu Santo (1:13). Este versículo nos muestra claramente que cuando oímos el Evangelio y creímos en el Señor recibimos el Espíritu Santo. Por eso, después de nuestra conversión no tenemos necesidad de esperar a que nos sea dado el Espíritu Santo. Podemos tener la certeza de que el Espíritu Santo vive en nosotros. No se nos dice que tenemos que “sentir” que el Espíritu está en nosotros, sino más bien que podemos “conocer” que Él mora en nosotros: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Cor. 6:19). Podemos estar seguros incluso de que el Espíritu jamás nos abandonará. En el Antiguo Testamento, Dios podía retirar Su Espíritu de los creyentes infieles (1 Sam. 16:14). Por eso oraba David: “no quites de mí tu santo Espíritu” (Sal. 51:11). Pero en el Nuevo Testamento los creyentes están “sellados con el Espíritu Santo”, esto quiere decir que reciben el Espíritu de una manera definitiva. El sello se refiere a algo irrevocable: “ porque un edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede ser revocado” (Ester 8:8). El Espíritu Santo que recibimos el día de nuestro nuevo nacimiento es “las arras de nuestra herencia...” (Efe. 1:14). Actualmente no podemos todavía disfrutar plenamente de nuestra herencia, pero podemos tener un anticipo de ella. Es como una semilla que ya contiene todo lo que va a formar la planta, pero que se tiene que desarrollar para expresar toda la “gloria” de la misma. Por lo tanto, el Espíritu Santo con el cual hemos sido sellados es una garantía de la herencia gloriosa que nos está reservada. 35 Llenos del Espíritu (6) Día 27 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 113 “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30) La plenitud del Espíritu Santo La Palabra dice que todos los cristianos han sido sellados con el Espíritu Santo y fueron bautizados en un mismo Cuerpo. No podemos perder el Espíritu Santo, pero lo podemos contristar. Por este motivo la Palabra nos dice: “no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). Este versículo confirma que hemos sido sellados con el Espíritu Santo y que este habitará en nosotros hasta el día de la redención, es decir, hasta el día de la venida del Señor. Nuestra responsabilidad consiste en “no apagar el Espíritu” (1 Tes. 5:19), es decir, no dormirnos espiritualmente. El engaño de las riquezas y los afanes de la vida pesan fácilmente sobre nuestro corazón y apagan en nosotros la llama del Espíritu (Mat. 13:22; Luc. 21:34). Entonces nos hacemos perezosos y holgazanes. Por eso nos dice la Palabra: “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Rom. 12:11). Ahora que hemos sido sellados con el Espíritu y bautizados en Él, no esperemos pasivamente a ser llenados del mismo, despertémonos y abrámonos al Señor para ser llenados del Espíritu Santo. La Palabra nos dice con claridad: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efe. 5:14). Es fácil ser negligentes, y desperdiciar el tiempo que el Señor nos concede y dejarnos embriagar “por el vino” del mundo. Escuchemos la exhortación que el Señor nos hace: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, 36 aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:15-20). Llenos del Espíritu (7) Día 28 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 114 “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apocalipsis 3:19) Cómo ser llenados con el Espíritu Santo El Señor desea que todos los creyentes sean llenos del Espíritu Santo. Los primeros cristianos tuvieron que esperar diez días para ser bautizados en el Espíritu porque esto tenía que acontecer en un día exacto, el de Pentecostés. Pero nosotros no tenemos que esperar un cierto número de días, o incluso años, para ser llenos del mismo. El Señor espera que volvamos a Él nuestro corazón y le permitamos ocupar todo nuestro ser. Ahora consideraremos en qué consiste nuestra colaboración para ser llenados con el Espíritu. Arrepentirse Cuando los que habían oído el discurso de Pedro le preguntaron: “ ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentios...y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:37-38). Esto vale para el día de nuestra conversión, pero debido a que nuestro corazón se desvía con facilidad del Señor, tenemos que arrepentirnos y volvernos a Él. 37 Al dirigirse a la Iglesia en Éfeso, el Señor le dijo: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete” (Apoc. 2:4-5). A la Iglesia en Laodicea le dijo: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apoc. 3:19). Cuando nos arrepentimos de haberle sido desobedientes y de dejar que nuestro corazón se enfríe con respecto a Él, el Señor está presto a llenarnos con Su Espíritu. Confesemos nuestras transgresiones y nuestras faltas y volvamos a Él nuestro corazón. Orar sin cesar Los primeros cristianos fueron llenos del Espíritu el día de Pentecostés, pero esa experiencia se repitió, por ejemplo, cuando se pusieron a orar por la predicación del Evangelio: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:31). Podemos invocar al Señor en todo tiempo y en todo lugar. Cuando decimos “Jesús es el Señor” (1 Cor. 12:3) o cuando nos dirigimos a Él diciendo “Oh Señor Jesús”, somos saciados por el Espíritu (1 Cor. 12:13). Invocar el nombre del Señor nos permite gustar de Sus inescrutables riquezas (Rom. 10:12). La Palabra de Dios nos exhorta a “orar sin cesar” (1 Tes. 5:17) y “en todo tiempo” (Efe. 6:18). Dar gracias por todo En el capítulo 5 de la Epístola a los Efesios vemos que somos llenos del Espíritu, cantando las alabanzas al Señor con todo nuestro corazón y dándole gracias continuamente (Efe. 5:18-20). El Señor ya nos ha bendecido con todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales, en Cristo (Efe. 1:3). Él nos ha capacitado para ser participantes de la herencia de los santos en luz (Col. 1:12). Por lo tanto no tenemos necesidad de conducirnos como mendigos, pero lo 38 podemos alabar por todas las bendiciones que hemos heredado. Leamos la Palabra para descubrir el legado que hemos recibido y démosle gracias a Dios que tan ricamente nos ha bendecido. El darle gracias a Dios fortalecerá nuestra fe y nos permitirá ser llenados con el Espíritu en nuestro andar diario y experimentar Su poder en nuestro servicio. La Biblia nos revela que la voluntad de Dios es que le demos gracias por todo (1 Tes. 5:18). Entonces descubriremos que Dios hace que todas las cosas nos ayuden para bien (Rom. 8:28) y que cambie incluso el mal en bien como vemos en la experiencia de José (Gen. 50:20). Dándole gracias al Señor descubriremos en Él nuevas riquezas, seremos llenados del Espíritu Santo y podremos llevar frutos para la gloria de Dios. Llenos del Espíritu (8) Día 29 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 115 “En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes” (Salmo 86:7) Es crucial darse cuenta de que ya hemos sido bautizados con el Espíritu Santo y que Éste mora “en nosotros” para ser nuestra vida y está “sobre nosotros” para fortalecernos en nuestro servicio. No necesitamos pedirle al Señor que nos bautice de nuevo con el Espíritu Santo, sino que tenemos que agradecerle por haberlo hecho ya y alabarlo por Su Espíritu que nos acompaña en todo momento y en todo lugar. Ejercitémonos en andar por medio de la fe y no por vista (2 Cor. 5:7), es decir, sin depender de lo que sentimos, sino asiéndonos de la Palabra de Dios. Al escribirle a Timoteo, Pablo no le dijo que esperase pasivamente, al contrario, le dijo: “Ejercítate para la piedad... Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos... persiste en ello...” (1 Tim. 4:7, 15, 16). Cuando Timoteo se encontraba desanimado por las circunstancias externas, Pablo lo dijo: “te aconsejo que avives el fuego 39 del don de Dios que está en ti” (2 Tim. 1:6). No caigamos en la pereza, en la pasividad, la indiferencia o el desánimo, despertémonos para apegarnos al Señor invocando Su nombre (Isa. 64:6). Él nos invita a beber gratuitamente en la fuente del agua de la vida; pero a nosotros nos corresponde la iniciativa de beber de esta agua viva, arrepintiéndonos, orando sin cesar y dándole gracias en todo al Señor. Él dice: “el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apoc. 22:17). No olvidemos, por lo tanto, la exhortación que nos hace a todos: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Efe. 5:18). Servir en el santuario Día 30 de junio de 2.015 Lectura: Salmo 116 “Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo” “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Salmo 10:2; Hebreos 13:15) Los sacerdotes que accedían al santuario, a la presencia de Dios, eran llamados a servirle (Ezequiel 44). Nosotros, igualmente, cuando entramos al Lugar Santísimo, somos llamados a ese mismo servicio, “para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Ped. 2:5). ¿En qué consisten esas ofrendas? Realmente son sacrificios de alabanza (Heb. 13:15). El Padre busca a los que quieren vivir para El. Él se goza cuando le ofrecemos nuestras alabanzas. No somos llamados a ser servidos, sino a servir. ¿Cómo podremos dejar de alabar a nuestro Dios y Padre cuando vemos que podemos acercarnos a Su presencia y contemplarle a cara descubierta? Pero ese servicio a Dios nos tiene que conducir siempre hacia los 40 hermanos y las hermanas. Somos llamados a traerlos delante del trono de Dios. Y allí, en el Lugar Santísimo, recibimos una luz y una provisión particulares. ¡Acerquémonos pues! Así podremos conocerlo más y contemplarlo. No permanezcamos en las experiencias pasadas o imitando lo que otros han experimentado; la plena restauración del Señor consiste en que entramos allí para recibir un conocimientos más profundo de Su gloria. En el Nuevo Pacto, el Señor quiere que le conozcan desde el más pequeño hasta el más grande. Un buen mensaje, una buena conferencia, no son suficientes; Él quiere que le conozcamos porque quiere derrotar al enemigo por medio de nosotros. 41