Subido por Raluca Elena Habuc

RESUMEN LIBRO DE BECCARIA

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RESUMEN
Gracias a las leyes se ha podido concebir el conjunto de hombres en una
sociedad. Estos abandonaron un estado de guerra y libertad para entrar en un estado
de tranquilidad. El sacrificio de la libertad de estos da lugar a la soberanía administrativa
y legítima depositaria de una nación. Sin embargo, con la creación de un estado de
tranquilidad, se necesitaba evitar las usurpaciones de cada hombre de la sociedad. Para
ello, se crearon unos motivos sensibles que hiriesen en los sentidos basados en penas
hacia aquellos que no cumplían las leyes.
Ningún hombre ha dado de forma gratuita parte de su libertad a favor del bien
público, sino que debido a una finalidad que acaba beneficiando a todos ellos. Sin
embargo, muchos hombres desearían tener esa libertad total y ser inmunes a las leyes
y las penas, pero esto conllevaría a tener más pérdidas que beneficios, pues los hombres
tienen necesidades que solamente se pueden satisfacer a través de los demás. Por
tanto, fue esta misma necesidad la que obligó a los hombres ceder parte de la libertad
y poder vivir en sociedad.
Por otro lado, el soberano se encarga de castigar los delitos para defender la
salud pública de los hombres. Este principio da lugar a que las penas son más justas
cuanto más sagrada e inviolable es la seguridad y mayor la libertad por parte del
soberano hacia los súbditos, mientras que las penas que no son absolutamente
necesarias son tiránicas.
Sin embargo, estos principios tienen una serie de consecuencias:
• Sólo las leyes pueden decretar las penas de los delitos y esto solamente puede
hacerlo el legislador, quien representa a toda la sociedad unida por el contrato
social. De esta forma, se impide que ningún magistrado, bajo pretexto de celo o
de bien público, imponga una sanción que pudiese beneficiar o perjudicar al
delincuente.
• Si un miembro particular está unido a la sociedad, esta también está unida a cada
miembro particular por un contrato que implica la obligación de ambas partes.
Esta obligación parte de que los integrantes de un pacto deben conocer dicho
pacto para evitar cualquier violación del mismo, ya que si un principio no es
cumplido podría comenzar una anarquía. Como ya se sabe, el soberano se
encarga de crear leyes generales que obliguen a toda la sociedad, pero no puede
juzgar cuando se incumpla una ley. Por tanto, es necesaria la figura de un tercero
para juzgar el incumplimiento.
• Los hombres no deben probar la atrocidad de las penas, puesto que sería lo
contrario a las virtudes benéficas, la justicia y la naturaleza del contrato social, y
esto daría lugar a que los hombres se convertirían en esclavos del soberano.
• Los jueces criminales no pueden tener la autoridad de interpretar las leyes
penales. Estos se encargan de recibir las leyes de la sociedad o del soberano y las
reciben como efecto de un juramento tácito formado por el conjunto de
voluntades de los hombres que conforman una sociedad, dando lugar a los
intereses particulares. Aquellos que juzgan las leyes penales tienen la facultad
de realizarlo dentro del parámetro señalado por la propia personalidad del juez,
por su buena o mala lógica y por los elementos que influyeron en la comisión del
delito. Esto da lugar a distintas interpretaciones para un mismo delito, ya que
distintos hombres pueden ver el mismo delito de formas distintas. Por lo tanto,
la interpretación de la ley penal se debe realizar mediante la examinación y el
juzgamiento de las acciones de los ciudadanos conforme a la ley escrita, que
debe ser un código fijo de leyes. De esta forma los ciudadanos se sienten seguros
porque la justicia es justa y útil para los inconvenientes que se presenten.
En este sentido se debe hacer un pequeño inciso, y es que uno de los problemas
que la ley arrastra consigo es la propia redacción de esta en lenguas ajenas al pueblo
donde se ha aplicado y la poca transmisión que ha tenido. Cuantas más personas
entiendan las leyes y conozcan el código de las leyes menos frecuentes serían los delitos.
Esto quiere decir que sin leyes escritas no puede haber una sociedad con un gobierno
estable. Gracias a este motivo, la imprenta cobra una gran importancia para la
distribución de las santas leyes.
Continuando con lo anterior al inciso, debe existir una proporción entre los
delitos y las penas. Los delitos han de ser castigados conforme a la ley que el ciudadano
ha incumplido, asegurando que la jerarquía utilizada para establecer la magnitud de la
pena que ha de ser impuesta debe estar creada por el vicio y la virtud del delincuente y
el fin que perseguía en el momento de cometer el delito. Por tanto, esto quiere decir
que las penas tienen que ser establecidas conforme al grado de ofensa y de peligro que
se ha creado hacia la sociedad, pues no es lo mismo un acto que solo afecta a un solo
hombre de la sociedad a un acto que afecta a toda una sociedad.
No obstante, Beccaria afirma que medir los delitos es un grave error para la
nación. Algunos deciden medir los delitos por la dignidad de la persona ofendida, pero
esta medición sería muy parecida a la realizada para el Ser supremo. Por tanto, esto no
es válido, ya que se considera como una ofensa. Finalmente, algunos consideraron que
la gravedad del pecado debía ser considerada para la graduación de los delitos. Sin
embargo, esta idea se descartó, ya que las relaciones entre hombres y hombres son
relaciones de igualdad, mientras que las relaciones entre hombres y Dios son relaciones
de dependencia por parte de los hombres hacia un Ser perfecto y criador, ya que de esta
forma se sabe si se castiga un caso que Dios perdonaría o se perdona un caso que Dios
castigaría.
Seguidamente, los delitos se clasificaron en tes tipos:
• Delitos lesa majestad. Están relacionados con la destrucción de la sociedad o de
quien la representa.
• Los segundos delitos afectan la seguridad privada de algún ciudadano o varios
ciudadanos y se cometen en la vida, en los bienes y en el honor.
• Los terceros delitos son acciones contrarias a lo que cada uno está obligado de
hacer o no hacer respecto del bien público. Dentro de estos, es importante
destacar aquellos relacionados con los que perturban la tranquilidad pública y la
quietud de los ciudadanos, como las huelgas en los caminos públicos destinados
al comercio y paso de los ciudadanos y los sermones fanáticos. Para mantener
controlados estos delitos debe existir un cuerpo de seguridad que se encargue
de prevenir los peligros de las pasiones populares. Para Francia, este cuerpo de
seguridad es conocido como policía, pero debe obrar mediante unas leyes
establecidas por el código, sino se acabaría en una situación de tiranía por parte
de este cuerpo.
En un principio las leyes se basaban en reparar los problemas relacionados al
despotismo físico de cada hombre. Sin embargo, el acercamiento entre hombres y el
progreso de sus conocimientos han dado lugar a los delitos contra el honor. El honor fue
considerado como uno de los principios fundamentales de monarquías con un
despotismo disminuido. Por otro lado, cabe destacar que el honor es un elemento
complejo, pero este puede ser encontrado en muchos ámbitos legislativos, como las
leyes civiles.
Continuando con el honor, de la anarquía, mencionada anteriormente, y la
necesidad del favor de otros nacieron los duelos privados. A estos duelos difícilmente
un hombre se negaría, pues si esto pasara el hombre de honor pasaría a ser un hombre
solitario y a ser el blanco de los insultos y la infamia. Por tanto, la solución a esto debía
de ser castigar al agresor, ya que la persona a la que ha ofendido, aún en contra de las
leyes, solo se ha defendido. No obstante, en muchas ocasiones la ley ha intentado
resolver estos conflictos y amenazar con la muerte a aquellos que participen, pero esto
conllevaba una sanción mayor que la propia muerte: la pérdida del honor.
Como primera conclusión acerca de las penas, el fin de estas es impedir a los
delincuentes la realización de nuevos daños a los ciudadanos y evitar que el resto de
hombres cometan esos mismos daños. Para ello, se debe imponer una pena justa a todo
delincuente para que así, en un futuro, no vuelva a cometer algún delito.
Dicho esto, se debe determinar la credibilidad de los testigos y las pruebas del
delito. En cuanto a la credibilidad de testigos, cualquier hombre racional puede ser
testigo y para la verdadera credibilidad el testigo tiene que tener interés en decir la
verdad. La credibilidad debe disminuirse en casos de odio, de amistad o de relación
estrecha entre testigo y delincuente. Además, siempre es necesario más de un testigo.
A pesar de ello, la credibilidad del testigo es casi nula cuando este procede a la defensa
mediante palabras, pues el tono y el gesto son modificados a medida que se justifica el
hecho. Además, los delitos dejan señales en la sociedad, pero las palabras dejan señales
por poco tiempo en la memoria de los oyentes. Por tanto, lo más recomendable es traer
cuanto más circunstancias para la prueba y así poder justificar al reo.
A continuación se proporciona un criterio para calcular la certidumbre de un
hecho.
• En el primer caso está que las pruebas del hecho sean dependientes unas de
otras, es decir, los indicios se prueban entre sí mismos, por lo que cuantas más
pruebas haya, menor es la probabilidad del hecho.
• En el segundo caso está que las pruebas del hecho dependan de una sola, el
número de estas no aumenta ni disminuye la probabilidad del hecho, ya que se
resuelve mediante aquella prueba de las que todas dependen.
• El tercer caso se basa en que las pruebas sean independientes entre ellas, es
decir, los indicios se prueban de otra forma distinta a sí mismos, por lo que
cuantas más pruebas haya, mayor es la probabilidad del hecho.
De igual manera, se clasifican las pruebas del delito en perfectas e imperfectas:
las primeras de ellas son capaces de declarar la culpabilidad o la inocencia del sujeto,
mientras que las segundas dependen de otras, porque solas pueden no lograr la
demostración total de la culpabilidad o la inocencia del sujeto.
Teniendo en consideración estas pautas, el reo debe ser juzgado por el juez
principal y por asesores sacados por suerte y no por elección, ya que es mejor deliberar
con ignorancia que con la ciencia de la opinión. El papel del juez debe ser uno simple y
ordinario en buen sentido y no uno que solamente se dedique a culpar a todo reo
posible. Por tanto, todos los hombres son iguales y deben recibir el mismo trato. No
obstante, si el delito es en contra de un tercero, el juez debe apoyar mitad y mitad a
cada una de las partes implicadas. Con los juicios públicos y las pruebas públicas del
delito, el reo puede excluir aquellos que le sean sospechosos, aunque parecerá que este
se condena a sí mismo.
Pero, con todo esto, también nacen las acusaciones secretas, desórdenes
consagrados en muchas naciones debido a la debilidad de la constitución. De esta forma,
los hombres se acostumbran a ocultar sus propios pareceres del resto de hombres y,
finalmente, llegan al punto de esconderlos de sí mismos, para así protegerse de todo
aquello que puede resultar una amenaza. Como consecuencia, estos se privan a sí
mismos de los placeres de la seguridad y la tranquilidad.
Para Montesquieu, las acusaciones públicas son propias del gobierno
republicano, pero esto no explica el rechazo a las acusaciones secretas. Esto quiere decir
que nadie se puede defender de una acusación hecha en secreto, ya que si el sistema
jurídico lo ha permitido, toda actividad de esta será en secreto también.
Las penas conllevan una crueldad consagrada, esta puede ser la tortura al reo
mientras se forma el proceso u obligarlo a confesar el delito. No obstante, un hombre
no puede ser clasificado como reo antes de la sentencia de un juez ni serle quitada la
protección pública, solamente cuando se demuestre su culpabilidad. Durante el proceso
de declarar la culpabilidad o la inocencia del sujeto se da lugar a una clasificación del
delito: el delito cierto es aquel donde a los tormentos son inútiles porque la confesión
del reo es inútil y delito incierto es aquel donde no se debe atormentar a un inocente,
ya que su delito no está probado.
Dicho esto, el hombre sigue teniendo una intención de mezclar los ámbitos
material y religioso, pues se ha creído que el dolor es una sensación que permite la
purificación en cuanto a los delitos que los hombres cometen. Se sabe con certeza que
si un ser humano es sometido a una serie de torturas este, finalmente, acabará diciendo
lo que el torturador quiere y espera que le diga desde un primer momento. Por este
motivo, este método no tiene ningún motivo que justifique su existencia para probar la
inocencia o la culpabilidad de un sujeto. Además, si este fuese sometido a varios juicios,
caería en muchas contradicciones por su miedo y su debilidad. Por tanto, la tortura para
descubrir si el reo lo es de otros delitos fuera de aquellos sobre que se le acusa o para
descubrir a los cómplices de su delito.
Ahora bien, hubo un tiempo donde las penas eran pecuniarias. Esto tuvo como
consecuencia que el juez dejara de ser aquella persona encargada de descubrir la verdad
y proteger las leyes, dando lugar a un agente más del sistema monetario. No obstante,
el acusado debía probar su inocencia, pero en aquellos tiempos esto apenas se
conseguía, ya que el reconocer su inocencia conllevaba no tener que pagar por el
supuesto delito, por lo que el soberano no podría hacerse con más recursos económicos.
En muchas ocasiones se recurrió al juramento para que el reo dijese la verdad
acerca del delito, aunque este tenga más bien el interés en encubrirla. Por tanto, es un
método realmente ineficaz, porque nada garantiza que el reo diga la verdad sobre los
hechos del delito. Además, no se puede pretender que el acusado se juzgue a sí mismo,
llevándole a ser acusado de culpabilidad. Por lo que, en muchas ocasiones, estos debían
elegir entre ser mártir o mal cristiano.
Uno de los fenómenos más importantes es que una pena será mucho más justa
y útil cuanto más pronta y vecina fuese al delito cometido. Esta afirmación se considera
muy útil, pues la pena es la consecuencia del delito y posponer su aplicación es sinónimo
de la separación de estas dos ideas que van muy ligadas. Por tanto, es muy importante
que pena y delito mantengan siempre una gran proximidad.
Además, la pena debe ser proporcional al delito y cualquier atrocidad que
contenga la pena ha de ser eliminada, ya que por el contrario el culpable puede tener
cierto pensamiento de querer desafiar dicha pena que contiene una atrocidad y, de esta
forma, quebrantar el estado de derecho y aportar un nuevo delito además de los ya
conocidos.
Los delitos pueden producirse contra una persona o contra un bien. Por un lado,
los delitos contra las personas han de ser castigados con penas corporales. Por otro lado,
los delitos contra los bienes deben ser sancionados con una pena corporal o pecuniaria,
además de tener que reparar el daño producido al bien. Sin embargo, hace siglos, los
delitos contra los bienes eran castigados mediante la disminución de la categoría de
humano a la de cosa respecto al culpable. Este método se consideró parte de una tiranía.
Cabe destacar que tanto los ciudadanos como los miembros del sistema judicial
deben cumplir con lo estipulado en las normas y las leyes. Por tanto, una ley es justa
cuando todos los súbditos, incluido el soberano, están sometidos al cumplimiento de
dicha ley y no de manera contraria, donde se señaló que la pena es justa cuando radica
en el reo.
A continuación, se menciona una serie de delitos y los castigos que se le imponen
al reo por realizar un determinado delito.
Los hurtos sin violencia deben ser castigados con una pena pecuniaria, pero
quien pretende enriquecerse de lo ajeno, merece ser desposeído de lo suyo propio. Sin
embargo, las penas pecuniarias solo provocarían el aumento de reos. Para solucionar
esto, la medida que se aplicó fue una esclavitud temporal, donde la sociedad dispone
del reo para realizar trabajos a favor de la misma. Sin embargo, cuando el hurto se
realice con violencia este debe ser castigado con una pena mezclada, parte de la sanción
ha de ser corporal y la otra parte servil.
Las injurias personales y de deshonor han de ser castigadas con la infamia.
Mediante la infamia se priva al reo de los votos públicos, de la confianza de la patria y
de la fraternidad de la sociedad. Para la aplicación de la infamia se establece que las
penas de infamia no deben ser muy frecuentes y tampoco deben recaer sobre un grupo
amplio de personas, pues aquello considerado como injuria puede convertirse en algo
normal y cotidiano y, por tanto, sería totalmente ineficaz.
Aquellos ciudadanos que perturban la tranquilidad pública o no obedecen las
leyes deben ser excluidos de la sociedad. Esto da lugar al ocio político, que es aquel que
no contribuye a la sociedad ni al trabajo. Por ello, se le ha de aplicar algún castigo al
ciudadano, en primer lugar está el destierro, aunque este tiene la posibilidad de mostrar
su inocencia. En el caso de que un ciudadano sea desterrado es importante encontrar
una respuesta a la cuestión relacionada con qué pasará con sus bienes. Se considera que
la pérdida de bienes es una pena mayor que la del destierro, luego, dependiendo del
delito, debe haber casos donde se pierdan todos los bienes, casos donde se pierda parte
de los bienes o casos donde no se pierda ningún bien. Dicho esto, aquellos bienes
perdidos deberían ser entregados a los legítimos sucesores del reo y no al soberano, ya
que si se entregan al soberano se produciría una situación donde cada hombre
representaría un precio.
También han existido otro tipo de delitos que han cubierto Europa de sangre
humana, como las hogueras donde los miserables hombres eran quemados mientras la
muchedumbre observaba el espectáculo de forma grata y placentera.
Se retoma un pequeño inciso para mencionar que es un grave error considerar
la sociedad como una unión de familias y no como unión de hombres, pues una sociedad
formada por familias implica la esclavitud, mientras que una sociedad formada por
hombres con derechos y obligaciones no implica la existencia de la esclavitud. En la
república de familias, los hijos permanecen en la potestad del padre mientras esté vivo
y solamente dependerán de las leyes cuando el padre muera. Cuando la república es de
hombres, la familia no es un subordinación de mando, sino e contrato, y los hijos son
miembros libres de la sociedad. Por tanto, la primera inspira obligación y temor,
mientras que la segunda inspira valor y libertad.
Continuando con el tema, se propone buscar soluciones para prevenir los delitos.
Hay personas que consideran que la pena de muerte es la mejor solución para prevenir
un delito. Se considera que la pena de muerte es necesaria en dos situaciones: la
primera, cuando el sujeto, aún privado de libertad, tenga un poder que comprometa la
seguridad de la sociedad y, la segunda, en una situación de anarquía. No obstante, la
imposición de una pena tan extrema no garantiza acabar con los delitos cometidos por
los ciudadanos y que afectan a la sociedad. La pena de muerte representa dos cosas: la
lucha de toda la sociedad contra un sujeto y la incapacidad del sistema jurídico, puesto
que no encuentra una solución mejor que la pena de muerte.
El prohibir todo a los ciudadanos de una nación no es la mejor solución para
prevenir los delitos, ya que mientras las autoridades promulgan leyes de prohibición, los
ciudadanos van creando nuevos delitos. Por tanto, para la prevención de los delitos la
mejor solución es la felicidad. Sin embargo, resulta muy complejo que el soberano pueda
garantizar la felicidad de toda una nación, por lo que este debe alejar a su pueblo de la
infelicidad, preocupándose de otorgar lo que los ciudadanos necesiten. Además, el
mismo soberano también debe vigilar la promulgación de leyes, para que estas sean
justas, claras, proporcionales a los delitos y que entreguen la certidumbre al acusado.
El respeto hacia la autoridad nace a través de sus acciones, es decir, si la propia
autoridad ve que hay justicia y claridad en el contenido y la aplicación de leyes, esta
deberá apoyar el gobierno de su nación. Por el contrario, si la autoridad ve
autoritarismo, debe comunicárselo al soberano. La creación de la sociedad trajo consigo
también el aumento del número de ciudadanos, lo que dio lugar a numerosos cambios
en la sociedad donde el hombre ha ido adquiriendo cada vez más conocimientos que
dieron origen a la ciencia. No obstante, la ciencia, en muchas ocasiones, ha sido utilizada
para fines poco útiles, pero esta también ha sido de gran uso para el soberano, pues
para prevenir el delito este tuvo que unirse a los grandes científicos y así tener en cuenta
que sus reflexiones y decisiones para la sociedad afectan de manera positiva a los seres
humanos y las relaciones entre estos.
Otros medios para evitar los delitos son interesando a los ejecutores de las leyes
en la observación de estas, mediante la recompensación de la virtud y perfeccionando
la educación.
Otro error común del sistema judicial es permitir que el arbitrio del magistrado
pueda quitar la libertad a un enemigo mediante pretextos frívolos y sinsentido. La
prisión es una pena que debe preceder a la declaración del delito y solo la ley puede
determinar en qué casos se ha de imponer esta pena, algunos casos son la fama pública,
la fuga, las amenazas, etc.
Dando un poco más de protagonismo al reo, se ha de hablar sobre que, una vez
conocidas las pruebas y calculada la certidumbre del delito, se debe conceder al culpable
el tiempo y los medios oportunos para justificarse, pero el tiempo ha de ser breve, de
forma que no perjudique la prontitud de la pena. Aquellos reos culpables de delitos
atroces no merecen que se les conceda ese tiempo y esos medios, pues no tienen nada
que justificar, mientras que los reos culpables de delitos leves y no bien probados sí
pueden gozar de determinados medios y tiempo para justificarse. El tiempo que se les
concede a los reos no se aumenta en proporción a la gravedad de los delitos. Lo que se
debe hacer es disminuir el tiempo de examen y aumentar el tiempo de prescripción, es
decir, se debe de dar penas iguales a delitos desiguales considerando el tiempo de cárcel
o el de prescripción que antecede a la sentencia como una pena. Esto da lugar a los
delitos más atroces, donde se disminuye el tiempo de examen, aumentando la
probabilidad de inocencia del reo, y aumentando el tiempo de prescripción, mientras
que el hombre se declara inocente o culpado, el daño crece con la atrocidad del delito,
y los delitos menores, donde se aumenta el tiempo de examen y se disminuye el tiempo
de prescripción.
Mientras tanto, la principal función de los jueces es investigar y conocer la verdad
sobre la situación que se les presenta y no probar el delito. Como consecuencia, se ha
de distinguir entre delitos frecuentes en la sociedad y delitos de prueba difícil. Esto
quiere decir que hay actos delictivos que se producen de forma clara y no necesita
ninguna prueba para declarar culpable al sujeto, pero hay ocasiones en los que este
hecho delictivo no queda tan claro y aunque se aporten pruebas del hecho, el supuesto
culpable puede seguir siendo considerado inocente. Hay delitos, como el adulterio, que
son muy difíciles de comprobar, pues en el caso del adulterio, este se produce por las
pasiones momentáneas de los hombres y después de la consumación desaparecen,
haciendo muy difícil el poder tener pruebas de esto.
Hay que mencionar que el suicidio es un delito que no admite pena que
propiamente se llame tal, porque puede caer sobre un inocente o sobre una persona
fría e insensible. Está claro que cualquiera que se mate hace menos daño que aquel que
se sale de la sociedad y se entrega a la nación vecina. Pero la cuestión es si es útil o
dañosa dejar una perpetua libertad a la nación para que todos sus miembros puedan
salir de ella. Respondiendo a esto, es que la prohibir que los miembros de una sociedad
puedan salir de ella va a tener como efecto que los ciudadanos tengan el deseo de
conseguirlo y es una advertencia para los que no pertenecen a esa sociedad de no
establecerse en ella. Por tanto, para crear una sensación de los hombres para quedarse
en la sociedad se debe aumentar el bienestar de cada uno.
Sin embargo, los placeres de lujo no son el elemento principal para conseguir esa
felicidad, pero sí un remedio necesario para la desigualdad y sin los cuales las riquezas
recaerían sobre una sola persona. En aquellos estados despoblados el lujo de
ostentación prevalece al de comodidad, mientras que en los estados más poblados el
lujo de comodidad prevalece al de la ostentación. La seguridad y la libertad son los
factores que garantizan la felicidad de los hombres, gracias a ellas los placeres de lujo
favorecen a la población y sin ellas aparecería la tiranía. Esto demuestra que la ley de
aprisionar a un hombre en una nación es inútil e injusta, igualmente lo será la pena del
suicidio. Además, la pena no caería sobre el reo, sino sobre su familia.
También merece mención el contrabando, que es la ofensa más grande para el
soberano y para la nación. Sin embargo, aquel que quiera imponer una pena infamante
al culpable del delito estará cometiendo un error, ya que lo necesario para castigar este
delito es encontrando un equilibrio entre la pena y el bien que se pretendía afectar.
Sin ninguna duda, la justicia se echa a un lado cuando se pretende juzgar a un
deudor que, por razones ajenas, no ha sido capaz de cumplir con sus obligaciones. Este
recibe el mismo trato que aquel que defrauda y pretende acuñar moneda o a pedir
dinero como préstamo para luego en un futuro negarse a pagarlo. Aquel que pide y
luego se niega a pagar como prometió debe ser sancionado con la pena privativa de la
libertad y pena de servicio a la comunidad, mientras que aquel que, por razones ajenas
a él, no cumple con su acreedor no debe ser privado de la libertad ni de sus bienes,
siempre y cuando se comprometa a pagarlo cuanto antes y no permitiéndole que
abandone la nación por ningún motivo hasta que no cumpla con el compromiso.
Es importante plantearse también si los pactos entre los estados para entregar
reos recíprocamente son útiles y el efecto que tiene para el derecho el otorgar el asilo a
los individuos que huyen de la justicia de sus naciones. Entre el asilo y la impunidad
apenas hay diferencia, pero la pequeña diferencia entre estos es que quien cometa un
delito en su nación puede huir a otra con la finalidad de una protección de esta.
En cierta relación con lo anterior, hay que saber si es útil establecer un precio
para aquel que entregue a la persona culpable. En caso de que el reo esté fuera de los
confines, el soberano estimula a los ciudadanos estimula a los ciudadanos a entregar al
reo mediante la súplica. En caso de que el reo esté dentro de los confines, el soberano
muestra la flaqueza propia. De cualquier manera, el permitir poner precio a una persona
se permite que se cometa una serie de acciones que, al ser ejercitadas, derriba las
garantías fundamentales del hombre.
Continuando con el tema de los delitos, hay delitos no tienen un único autor,
sino que están encabezados por varias personas, quienes deciden unirse y cometer un
delito. Sin embargo, de todos estos tiene que haber uno que sea el ejecutor y el resto
los cómplices. Por tanto, el juez debe dar mayor responsabilidad al ejecutor y valorar el
grado de participación de los cómplices. En algunos tribunales se ofrece la impunidad al
cómplice. Esto tiene sus inconvenientes, que son la traición a la nación y la incapacidad
del tribunal, y sus ventajas, que son evitar delitos importantes. Sin embargo, también se
debe analizar otros factores como si el acto que se quería realizar se cometió finalmente
o no y los motivos por los que se ha interrumpido el delito, si fue por arrepentimiento o
por motivos externos.
Las leyes de aquellos tiempos prohibieron los interrogatorios sugestivos, es
decir, aquellos que dan lugar a una respuesta inmediata cuando se le formula una
pregunta. Este hecho era totalmente contradictorio a la legislación de aquella época, ya
que el culpable respondería con aquello que le afectaría menos a la hora de aplicarle
una pena, pues mejor una pena menor a una pena mayor, y era preferible el dolor,
mediante el cual el reo reconocería el delito. No obstante, se reconoce la necesidad de
juicios públicos que sean ordenados y verdaderamente ejemplares.
Por otro lado, en muchas ocasiones los culpables recurren al perdón como medio
para que no se les inculpe. Dicho esto, el perdón podía ser aplicado, pero debía estar
establecido en los códigos. Para Beccaria, esto debería estar en manos del legislador y
no del ejecutor de leyes, ya que no se beneficiaría a la nación.
Los legisladores plantean encontrar los mecanismos necesarios para
salvaguardar la seguridad de la sociedad, hecho que no llevaron a cabo correctamente,
ya que protegían los bienes jurídicos de manera errónea. En ocasiones, el legislador
pretende proteger al ciudadano de aquello que le pudiese afectar, por lo que se
decretaron leyes que prohibían el uso de ciertos actos u objetos. Sin embargo, el
legislador está obligado a valorar y analizar las ventajas y desventajas de una ley, ya que
en ocasiones esta ley es solamente para el beneficio del legislador y no para la sociedad.
Como conclusión final, una pena debe ser pública, pronta, necesaria, la más pequeña
posible en las circunstancias actuales, proporcional a los delitos y dictada por las leyes.
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