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“La Tierra es del Señor. El mundo interior del
judío en Europa Oriental” (texto del autor incluido
en las solapas de la edición impresa de 1984)
A nuestros ojos la cultura es el estilo de vida de un pueblo.
Medimos la cultura por el grado en que un pueblo entero
–y no solo algunos individuos– vive conforme a los dictados de una doctrina eterna o aspira a la integridad espiritual; por el grado en que la vida interior, la compasión, la
justicia y la santidad, se encuentra en la vida cotidiana de
las masas.
El modelo de vida de un pueblo es más significativo que el
modelo de su arte. Lo que más cuenta no es la expresión,
sino la existencia misma. La llave para la fuente de la creatividad reside en la voluntad de unirse a la espiritualidad,
de estar cerca de lo inefable, y no solamente en la capacidad de expresión. Lo que es creador nace como respuesta
a la unión de lo eterno con la realidad, y no como una ambición de decir algo. Para apreciar debidamente el período
europeo oriental de la historia judía, tuve que examinar los
sentimientos y el estilo de vida del pueblo. Esto me llevó a
la conclusión de que en este período, nuestro pueblo llegó
al máximo grado de vida interior.
Creo poder afirmar justificadamente que fue la edad de oro
de la historia judía, de la historia del alma judía.
La civilización técnica es la conquista del espacio por el
hombre. Es un triunfo frecuentemente logrado mediante
el sacrificio de uno de los ingredientes escenciales de la
existencia: el tiempo. En la civilización técnica gastamos
tiempo para ganar espacio y el acrecentamiento de nuestro poder en el mundo del espacio se convierte en nuestro
objetivo principal. Pero tener más no significa ser más. El
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poder que alcanzamos en el mundo del espacio se detiene
bruscamente ante los límites del tiempo. Mas el tiempo es
el corazón de la existencia.
Una de nuestras tareas principales es, ciertamente, lograr el
control del mundo del espacio. El peligro comienza cuando
al adquirir este poder en el reino del espacio traicionamos
toda inspiración en el reino del tiempo. Existe un reino del
tiempo cuyo obejtivo no es tener sino ser, no poseer sino
dar, no dominar sino compartir, no someter sino acordar.
La vida adquiere un sentido erróneo cuando el control del
espacio, la conquista de las cosas del espacio, se convierte
en nuestra única preocupación.
ABRAHAM J.
HESCHEL
Foto de Joel Orent
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En bendita memoria de
la Morá Leah Spak de Kupchik,
Leah bat Yaakov ve Tzipora.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
LA TIERRA ES
DEL SEÑOR
El mundo interior del judío en Europa Oriental
BUENOS AIRES
2021
www.seminariorabinico.org
“La Tierra es del Señor. El mundo interior del judío en Europa
Oriental”. Título del original: The Earth is the Lord`s. The Inner
World of the Jew in East Europe.
© 1950 por Farrar, Straus and Giroux, Inc. Nueva York.
Basado en la versión castellana de Segismundo Krebbs.
© 1984 por Seminario Rabínico Latinoamericano.
© 2021 por Seminario Rabínico Latinoamericano.
José Hernández 1750, C1426EOD CABA. República Argentina.
[email protected]
www.seminariorabinico.org
Corregido por Ilse y José Smilg.
Supervisión: Marshall T. Meyer.
Xilografías de Ilya Schor.
Diseño de tapa sobre idea original de Ariel Pien.
Heschel, Abraham Joshua
La Tierra es del Señor / Abraham Joshua Heschel ; compilación de Isle Smilg ; José Smilg. - 1a ed. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires: Ediciones Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer, 2021.
Libro digital, Amazon Kindle
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Eugenia Lublin.
ISBN 978-987-8394-18-3
1. Religión Judía. I. Smilg, Isle, comp. II. Smilg, José, comp.
III. Lublin, Eugenia, trad. IV. Título.
CDD 296.7
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o
parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni
su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por
escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos
puede constituir un delito contra la propiedad intelectual y su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
Contenido
Prefacio...............................................................................11
Uno................................................................................... 19
El suspiro........................................................................................ 20
Dos....................................................................................23
“Con todo tu corazón”.................................................................... 24
Tres ..................................................................................29
Las dos grandes tradiciones........................................................... 30
Cuatro .............................................................................43
Para el pueblo................................................................................. 44
Cinco ................................................................................49
El deleite de estudiar...................................................................... 50
Seis....................................................................................55
Pilpul............................................................................................... 56
Siete ................................................................................. 61
Un mundo de palimpsestos............................................................ 62
Ocho..................................................................................67
La acción canta............................................................................... 68
Nueve................................................................................ 71
Los hombres piadosos de Ashkenaz...............................................72
Diez .................................................................................. 75
La Cábala........................................................................................ 76
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Once ................................................................................. 81
Los Jasidim..................................................................................... 82
Doce .................................................................................89
Amarás al perverso......................................................................... 90
Trece ................................................................................93
Treinta y seis Tsadikim.................................................................. 94
Catorce.............................................................................99
“Preserva mi lengua de la calumnia”........................................... 100
Quince............................................................................ 105
La historia que no fue contada..................................................... 106
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Prefacio
“La tierra es de Dios y todo lo que hay en ella…”
(Salmo 24: 1)
Este versículo inspiró a A. J. Heschel el nombre del libro.
El autor revela el propósito de su libro en el título, sólo se
dirige al mundo interior del judío en Europa del Este. El
libro retrata poderosa y bellamente una cultura judía pasada, como lo afirma: “en este período nuestro pueblo alcanzó el más alto grado de interioridad…fue el período dorado
en la historia judía, en la historia del alma judía”.
El autor nos presenta una introspección parroquial de la
vida del shtetl (aldea judía) que experimentó como hijo de
una familia jasídica tradicional de principios del siglo XX
en Polonia. Hay una rica y detallada narrativa del judío de
Europa Oriental en busca de lo Divino, que favorece la espiritualidad y el asombro por sobre la erudición y el corazón sobre el intelecto.
Las viñetas del shtetl comienzan con reflexiones personales
de Heschel sobre el significado del tiempo en contraste con
el espacio para conducirnos al interior del estado mental
judío, siempre enfocado en la espiritualidad ubicada en los
recuerdos, los sentimientos y los pensamientos atemporales y no en posesiones espaciales (materiales). En su línea
coherente de visión teológica el autor destaca cómo los judíos santificaban el tiempo y no tenían apego por cuestiowww.seminariorabinico.org
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nes materiales. La alegría provenía de su vida interior, una
mezcla de intelectualismo y misticismo.
Las descripciones y relatos atestiguan, de alguna manera, la visión de Heschel: la motivación del judío es alentar
la consolidación de los actos humanos que favorezcan el
bienestar, no solo para un grupo particular, sino en la óptica de una misión global que concierne a todos los humanos, judíos o no.
Entre los cuentos jasídicos relatados en estas conmovedoras memorias sobre los judíos de Europa Oriental, hay uno
acerca del pobre melamed (maestro) que, mientras camina
penosamente por un camino invernal, es invitado a subir
al carruaje del hombre más rico de la ciudad. Después de
cubrirse con cálidas mantas de lana y participar de una
cena –por invitación de su anfitrión– con brandy, pastel y
ganso asado, el melamed se vuelve hacia el hombre rico y
le pregunta: “Dígame, por favor, ¿cuáles son sus placeres
mundanos?” El hombre rico, asombrado, pregunta si su
carruaje, sus caballos y su buena comida no son lo suficientemente placenteros. “No –dice el melamed–, estos son tus
placeres celestiales, la cima de tus placeres, pero ¿cuáles
son tus placeres de este mundo?”.
Sin duda, encontramos un enriquecedor texto que nutrirá
no sólo nuestro aprendizaje sino nuestra propia experiencia de Dios y de la vida misma.
Dios misericordioso, hoy recordamos que esta tierra Te
pertenece, cada parte de ella. Tú la creaste. Te preocupas
por ella. La has redimido. Y cada día renuevas la obra de
Tu creación.
Te agradecemos por el regalo de esta tierra, por su belleza y
generosidad. Ayúdanos, querido Dios, a honrarTe cuidanwww.seminariorabinico.org
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do la tierra y su gente. Que podamos todos vernos en este
mundo como perteneciente a Ti. Enséñanos a mirar esta
tierra con Tus ojos. Amén.
Rabino Shmuel Szteinhendler
Director del Centro de Estudios de las
Religiones y Diálogo Interreligioso
Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer
Santiago, Chile
2 de diciembre de 2021
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Prólogo
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Lo que he intentado relatar en este ensayo, es la historia de
los judíos de Europa Oriental, la cual ha llegado a su fin en
nuestros días.
No he hablado de sus libros, ni de su arte, ni de sus instituciones, sino de su vida cotidiana, de sus usos y costumbres,
de sus actitudes hacia las cosas fundamentales de la vida y
de la escala de valores que orientaba sus aspiraciones.
Es el relato de toda una época de la historia judía, y en ella
se intenta describir el carácter de un pueblo, tal como se
refleja en su forma de vida a través de generaciones, en sus
lealtades y motivaciones, en sus rasgos únicos y duraderos.
Vistos desde una amplia perspectiva histórica, los problemas que parecieron importantes en años recientes fueron
considerados sólo en relación al cuadro total del período,
que se prolongó por más de 800 años [1].
Mi tarea no fue explicar, sino ver, discernir y describir. Una
investigación de los factores sociales, económicos y políticos, vigentes durante ese período, y su influencia sobre el
espíritu del pueblo, no estaba dentro de los límites de este
ensayo. Tampoco tuve la intención de extenderme sobre
las diferentes realizaciones de aquel período, tales como las
contribuciones a la ciencia y a la literatura, al arte y a la
teología, el surgimiento de la Wissenschft des Judentums
[2], el renacimiento de la lengua hebrea, las modernas literaturas hebreas e idish, el desarrollo del idioma idish, el
sionismo, el socialismo judío, el establecimiento de nuevos
centros, la reconstrucción de Israel y los diversos intentos
1 El período europeo oriental fue una fase en el desarrollo de la judería
ashkenazí, ver Las dos grandes tradiciones.
2 Investigación científica moderna acerca de la historia y literatura judías.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
de modernizar la vida judía y de adaptarla a las condiciones
cambiantes.
Pues, ¿cómo valoramos el significado histórico de un período? ¿Cuáles son los patrones para medir la cultura? En
el mundo moderno, se acostumbra evaluar un período por
el progreso de su civilización en general, por la calidad de
sus libros, por el número de sus universidades, por sus producciones artísticas y por sus descubrimientos científicos.
Como judíos, con una antigua tradición para valorar y juzgar acontecimientos y generaciones, evaluamos la historia
según criterios distintos, y en especial por cuánta cultura
hay en la vida de un pueblo, por cuánta sustancia espiritual
hay en su existencia cotidiana. A nuestros ojos la cultura
es el estilo de vida de un pueblo. Medimos la cultura por el
grado en que un pueblo entero –y no solo algunos individuos– vive conforme a los dictados de una doctrina eterna
o aspira a la integridad espiritual; por el grado en que la
vida interior, la compasión, la justicia y la santidad, se encuentran en la vida cotidiana de las masas.
El modelo de vida de un pueblo es más significativo que el
modelo de su arte. Lo que más cuenta no es la expresión,
sino la existencia misma. La llave para la fuente de la creatividad reside en la voluntad de unirse a la espiritualidad,
de estar cerca de lo inefable, y no solamente en la capacidad de expresión. Lo que es creador nace como respuesta
a la unión de lo eterno con la realidad, y no como una ambición de decir algo. Para apreciar debidamente el período
europeo oriental de la historia judía, tuve que examinar los
sentimientos y el estilo de vida del pueblo. Esto me llevó a
la conclusión de que en este período, nuestro pueblo llegó
al máximo grado de vida interior.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Creo poder afirmar justificadamente que fue la edad de oro
de la historia judía, de la historia del alma judía.
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Uno
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
El suspiro
La mayoría de nosotros sucumbe a la propiedad magnética de las cosas y evalúa los acontecimientos por sus resultados tangibles. Apreciamos las cosas que hay en el reino
del espacio. Sin embargo, lo cierto es que lo genuinamente
precioso se encuentra en el reino del tiempo, y no en el espacio. Los monumentos de bronce viven gracias a la memoria de quienes contemplan su forma, mientras que los
momentos del alma perduran, aunque sean relegados a las
profundidades de la mente. Los sentimientos y los pensamientos son nuestros, mientras que las posesiones son ajenas y a menudo traicionan al yo. Ser es más importante que
tener. Aunque nos ocupamos de las cosas, vivimos en las
acciones.
Los paganos exaltan las cosas sagradas, los profetas alaban
las acciones sagradas. El objeto más precioso que jamás ha
existido sobre la tierra fueron las Dos Tablas de piedra que
Moisés recibió en lo alto del Monte Sinaí. “Las tablas eran
la obra de Dios, y la escritura era la escritura de Dios, grabada sobre las tablas” [3]. Pero cuando, al descender de la
montaña con las Dos Tablas que acababa de recibir en sus
manos, Moisés vio al pueblo bailando alrededor del Becerro de Oro, arrojó las Tablas y las rompió ante los ojos del
pueblo.
La piedra está rota, pero las Palabras están vivas. La reproducción que luego hizo Moisés desapareció también, pero
las Palabras no han muerto. Siguen llamando a nuestras
puertas como si pidieran ser grabadas “en las Tablas de
cada corazón”. En tanto que otros tradujeron su piedad,
su fervor y su fe, en magníficos cantares de arquitectura,
3 Éxodo 32:16.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
nuestros antepasados no tuvieron la habilidad, ni el material necesario, para producir obras comparables. El rey
Salomón debió llamar a artesanos fenicios para que ayudasen a construir el Templo del Señor. Pero hubo judíos que
supieron colocar ladrillos en el alma, crear santidad hecha
de acciones simples, de estudio y de oración, de afecto, de
temor y de amor. Sabían cómo modelar y levantar una pirámide que nadie podía ver salvo Dios.
Los judíos de Europa Oriental vivían más en el tiempo que
en el espacio. Era como si su alma estuviera siempre en
camino, como si el secreto de su corazón no tuviera afinidad con las cosas. Raras veces le ha sido dado a un artista
traducir su espíritu en colores y en trazos. Un nigún, una
melodía que fluye en busca de su propio fin inalcanzable;
un cuento en que el alma sorprende a la mente, un knaich,
el sutil matizado de un pensamiento o un gesto ferviente,
que pone una situación, como si estuviera entre comillas
divinas, son quizás más sugestivos de su esencia.
El judío de Europa Oriental fue un ser único en su género, cuyos hábitos y gustos no concordaban con los modelos
clásicos de belleza, pero que, no obstante, estaba dotado de
un encanto pensativo; cuya fisonomía no se parecía a un
pasaje de un libro abierto –cuadro estático de líneas uniformes con proporción definida de texto y margen–, sino
que era como un libro cuyas páginas se dan vuelta continuamente.
Este encanto provenía de la riqueza interior de su ser, de la
polaridad de la razón y del sentimiento, de la alegría y de la
pena, de la mezcla de intelectualismo y de misticismo, que
desconcierta a menudo a los observadores analíticos. Su
espíritu no era como el brillo de una perla sedosa, que resplandece suavemente en paciencia y tranquilidad, sino más
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
bien centelleante como un trémulo destello de luz, como el
titilar de una gema tallada.
Estar alegres, relajados, era un arte que pocos llegaban
a aprender. Al niño judío se le enseñaba que la vida era
demasiado seria para malgastarla en juegos. El regocijo,
cuando se lo sentía, era siempre por un motivo serio, como
galardón para una ocasión feliz, justificado como una culminación lógica.
Había muchos que no confiaban en las palabras y sus más
profundos pensamientos encontraban su expresión en un
suspiro. La pena era su segunda alma, y el vocabulario de
su corazón se reducía a un solo sonido; ¡Oy! Y cuando había más de lo que podía decir el corazón, sus ojos daban
testimonio en silencio. Resultaba revelador de su estado de
ánimo el que, generación tras generación, algunos de sus
dirigentes se sintieran llamados a enseñar que el regocijo
no era pecado, siéndolo, por el contrario, la ausencia de él.
Había aflicción reprimida en su entusiasmo, profunda
tristeza en su regocijo. Sus cantos auténticos están, consecuentemente, en tono menor. Las melodías que tocaban
los músicos en las bodas antes de la ceremonia del velo,
casi desgarraban el alma de la novia. El bodjan, el animador, pintaba con voz plañidera los sufrimientos y las privaciones que la vida tiene reservada para cada ser humano.
Debajo de la jupá, el palio nupcial, la novia, la madre y la
abuela sollozaban, y hasta un hombre que escuchaba una
buena nueva solía prorrumpir en llanto. Sin embargo, los
judíos cantaban: el estudiante sobre el Talmud, el sastre
cuando cosía los pantalones, el zapatero cuando remendaba los zapatos rotos y el predicador cuando pronunciaba
un sermón.
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Dos
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
“Con todo tu corazón”
No cometían el error de pensar que se alcanza el bien inconscientemente, y que es suficiente vivir las horas para
llegar a las metas de la vida. Para comunicarse con la meta
hay que consagrarse a ella. Lo que no está dirigido, lo que
se hace al azar, se pierde.
Desdeñaban lo grosero, lo vulgar y trataban de prestar una
dignidad interior a todo lo que hacían. No sólo los días extraordinarios, no sólo el shabat, sino también sus días laborables tenían un modelo. Cada cosa estaba determinada
conforme a un patrón. Nada era casual, nada se dejaba al
azar.
Los platos que debían servirse en determinados días, la
manera de ponerse o quitarse los zapatos, la posición de
la cabeza al caminar por la calle, todo se adaptaba a cierto
estilo. Cada parte de la liturgia, cada oración, cada himno tenía su tonada propia; cada detalle, su fisonomía propia; cada objeto, su estampa individual. Hasta el paisaje se
tornaba judaico. En el mes de Elul [4], durante los días de
arrepentimiento, temblaban los peces en los ríos; en Lag
Ba-Omer [5], fiestas de los eruditos en la primavera, se regocijaban todos los árboles. Y al acercarse una festividad, lo
sentían hasta los caballos y los perros. Y un cuervo posado
sobre una rama aparecía a lo lejos “como si llevara puesto
un manto ritual blanco con rayas azul oscuro al frente, y se
4 Aproximadamente, septiembre, mes que precede a los Días Austeros: Año Nuevo y Día del Perdón. El mes de Elul está dedicado a la
preparación interior y al examen de conciencia, como anticipación del
juicio celestial en los Días Austeros.
5 El trigésimo tercer día de un período que comienza a contarse el segundo día de la Pascua, y que termina con la Fiesta de las Semanas.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
ladeaba y se hamacaba como si rezara e inclinara su cabeza
en intensa plegaria”.
Pero tenían también suficiente vitalidad como para modificar constantemente el modelo aceptado. Permanentemente se agregaban costumbres nuevas y, las viejas, se enriquecían con matices. Formas y ceremonias se transmitían
inalteradas de generación en generación, pero el significado que se les atribuía no seguía siendo el mismo. Había una
fuente perenne que mantenía frescas las viejas praderas.
Se les enseñaba a cuidar lo más remoto en lo más inmediato, sabiendo que lo pasajero es un reflejo de lo duradero,
que las mesas en sus humildes hogares podían transformarse en altares sagrados, que una única acción de un solo
hombre podía decidir el destino de todos los hombres. Lo
característico de su piedad era el sacrificio sin heroísmo, la
devoción modesta y recatada en lugar de la extravagancia,
de la mortificación y del ascetismo. El propósito era ennoblecer lo vulgar, dotar las cosas mundanas de la belleza sagrada.
Se consideraba que una persona escrupulosamente exacta
en la observancia de las reglas y normas establecidas era un
buen judío. Pero, sólo los que “iban más allá de lo requerido por la ley”, se acercaban a lo extraordinario.
Se pensaba que la santidad no consistía en actos específicos, como, por ejemplo, en oraciones desmedidas o en el
cumplimiento de rituales, sino que era una actitud relacionada con todas las acciones, concomitante con todos los
actos, acompañando y conformando todas las actividades
de la vida. La santidad no era una excursión a la espiritualidad. Su nota era la amabilidad afectuosa. Santo era aquel
que no sabía cómo era posible no amar, no ayudar, no ser
sensible a la ansiedad de los demás.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Rabí Israel Salanter, renombrado pensador y fundador del
movimiento “moralista”, murió en un país extranjero, lejos
de sus numerosos admiradores y discípulos. Sólo un hombre muy humilde que lo cuidaba durante su enfermedad,
estuvo presente cuando falleció. Ávidos de saber qué legado de profundas ideas expuso el gran sabio en sus últimas
horas, los discípulos interrogaron al servidor. Durante toda
la tarde –les contó el servidor– trató de convencerme que
no temiera quedar solo con el cuerpo de un difunto durante
toda la noche [6].
Para esta gente, el judaísmo era más que un conjunto de
creencias y de rituales, más que lo que estaba condensado
en principios y reglas. El judaísmo no estaba en el fruto,
sino en la savia que irrigaba los tejidos del árbol. Producida
en el silencio del suelo, la savia ascendía a las hojas para
volverse elocuente en el fruto. El judaísmo no era sólo la
verdad; era la vitalidad, la alegría; para algunos, la única
alegría. La majestad intelectual del Shema Israel [7] al traducirse al lenguaje de sus corazones, significaba: “Es una
alegría ser judío”.
Los judíos de Europa Oriental tenían una voluntad común
y un destino común. Constituían no solamente un grupo
social, sino una comunidad llena de color y de contrastes,
uniforme en su variedad. Los judíos eran como un país con
muchas provincias: litvaka [8], besarabíes ucranianos y galitzianos; jasidim, mitnagdim [9], masklilim, jabadnik [10],
6 El cuerpo de un difunto nunca se dejaba solo.
7 La profesión de fe, recitada dos veces al día: “Oye Israel, el Señor es
nuestro Dios, el Señor es Único” (Deuteronomio 6:4).
8 Judíos lituanos.
9 Los opositores de los jasidim.
10 Una escuela dentro del movimiento jasídico, fundada por rabí Shneur Zalman de Ladi.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
sionistas, agudistas [11] y socialistas, un solo idioma con
muchos dialectos. La vida social era compleja, dominada
frecuentemente por fuerzas centrífugas, pero había un centro común y, casi siempre, también una periferia común.
Había suficiente dinamismo social para crear agrupaciones específicas. Los jasidim, que eran adeptos de un determinado rebe [12], aunque residían en ciudades diferentes
y pertenecían a distintas capas económicas, formaban un
grupo con un modo de vida propio, con peculiaridades de
pensamiento, de habla y de gestos, con costumbres e intereses que, a veces, eran tan intensos que hasta afectaban la
situación social y económica de los miembros del grupo. A
la inversa, las divisiones económicas imprimían, a menudo,
su sello a las instituciones religiosas. Los artesanos de un
gremio determinado levantaban sus propios templos, haciéndose independientes de la sinagoga de la comunidad.
11 Miembros de una organización política de judíos ortodoxos.
12 El título de dirigente jasídico.
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Tres
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Las dos grandes tradiciones
En los últimos mil años, florecieron en la vida judía dos
tradiciones principales, correspondientes a los dos grupos
que mantuvieron sucesivamente la hegemonía espiritual:
primero la sefaradita-española y, en el período subsiguiente, la ashkenazí.
El grupo sefaradita está compuesto por los descendientes
de los judíos que se establecieron en la península ibérica
durante el período mahometano. España es llamada Sefarad en hebreo y, por consiguiente, estos judíos son conocidos como sefaradim. Forzados a migrar y más tarde expulsados de España y de Portugal, en el siglo XV, estos judíos
se establecieron principalmente a lo largo de las costas del
Mediterráneo, así como en Holanda, en Inglaterra y en sus
dependencias.
La comunidad ashkenazí abarca a los descendientes de los
judíos que vinieron de Babilonia y de Palestina a los Balcanes y a Europa Central y Oriental, y que desde las postrimerías de la Edad Media han hablado alemán e idish. Se
llaman ashkenazim por la voz hebrea Ashkenaz, que significa Alemania.
Hasta el siglo XIX, todos los judíos ashkenazim que vivían en el territorio limitado por el Rin, el Dniéper, el Mar
Báltico y el Mar Negro, así como en algunas regiones vecinas, presentaban un grupo culturalmente uniforme. En
el centro de ese período cultural tenemos a Rashi, el mayor comentarista de la Biblia y del Talmud, así como a rabí
Iehudá el Piadoso y su círculo. El desarrollo espiritual del
período ashkenazí llegó a su apogeo en Europa Oriental especialmente en la difusión del movimiento jasídico. En la
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
actualidad, los ashkenazim constituyen la mayoría preponderante de nuestro pueblo.
Los judíos de la Península Ibérica fueron responsables de
la brillante época anterior de la historia judía, señalada no
solo por monumentales obras científicas, sino también por
una universalidad de espíritu. Sus obras fueron, en ciertos
aspectos, una síntesis de la tradición judía y de la civilización musulmana.
La vida intelectual de los judíos de España experimentó la
profunda influencia del medio ambiente. A menudo adoptaron de los árabes, las formas literarias, los métodos científicos, las categorías filosóficas y aun los principios teológicos. Estimulados y enriquecidos en su forma de escribir y de
pensar por modelos extranjeros, los autores judíos estaban
inclinados a subrayar las concordancias básicas entre las
doctrinas de su fe y las teorías de los grandes pensadores
no judíos. En efecto, frecuentemente parecían enfatizar los
elementos que el judaísmo tenía en común con la filosofía
clásica, dejando de recalcar sus propios rasgos científicos.
Se encontraban bajo constante desafío y ataque por parte
de los miembros de otros credos y se sintieron obligados a
disputar y a defender los principios de su fe.
En el período ashkenazí, la vida espiritual de los judíos fue
vivida en el aislamiento. Por lo tanto, ella surgió de sus propias raíces antiguas y se desarrolló en un ambiente indígena independientemente de las tendencias y convenciones
del mundo circundante. Intelectualmente más avanzados
que la generalidad de sus vecinos alemanes o eslavos, los
judíos desplegaron singulares pautas culturales en su forma de pensar y de escribir, en su forma de vida comunitaria
e individual. Aferrándose con tenacidad a sus propias tradiciones, se concentraron a cultivar lo que era más suyo, lo
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
que era más específico y más personal. No tomaron prestados de otras culturas, ni el fondo ni la forma. Lo que escribieron fue literatura creada por judíos, sobre judíos y para
judíos. No pidieron disculpas a nadie, ni a los filósofos ni a
teólogos; no pidieron recomendación a príncipe ni a literato alguno. No sintieron la necesidad de compararse con nadie, ni derrocharon energías en refutar opiniones hostiles.
Allí, en Europa Oriental, el pueblo judío llegó a hacer valer
sus méritos. No vivió como un huésped en una casa ajena que debe tener siempre presente los usos. y costumbres
del anfitrión. Allí, los judíos vivieron sin reserva ni disfraz,
tanto fuera de sus hogares como dentro de ellos. Cuando,
en sus comentarios al Talmud, empleaban la frase “el mundo pregunta”, no se referían a su problema planteado por
Aristóteles o por Averroes. Sus compañeros de estudio de
la Torá eran para ellos el “mundo”.
La cultura de los judíos sefaraditas-españoles fue modelada por una élite; vino desde arriba, y apenas fue tocada por
la simplicidad arcaica, la ingenuidad imaginativa y la sencillez natural de las masas humildes.
En España, los estudiosos judíos se inspiraron en la filosofía y en la ciencia clásicas. Frecuentemente tomaron por
prototipos a la poesía árabe y a la ética griega. Los eruditos judíos estaban absortos en las investigaciones teóricas,
destinando a menudo sus libros a grupos reducidos o aun a
algunas personas determinadas. Su punto de vista era aristocrático. A menudo sus poesías estaban escritas en un hebreo tan complicado y rebuscado que solo los eruditos podían gozar de ellas. Bajo la influencia de la métrica y de la
retórica árabes, el genio innato del hebreo, con su castidad,
su severidad y su vigor límpido, cedió ante el estilo árabe.
Los escritores gustaban de metáforas ornamentales y fan32
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
tasiosas, que deleitan más la imaginación del conocedor de
lo que cautivan su sentimiento. Empleadas para engalanar
la fachada de una frase, se agrupaban palabras en combinaciones fantásticas. Y en los libros traducidos del árabe se
solía adaptar el hebreo a las formas del original árabe.
Sin embargo, en los labios de los judíos ashkenazim, el hebreo fue liberado de las cadenas doradas de una retórica
compleja y se tornó tan fácil y tan natural como el hebreo
de los autores del Midrash en los primeros siglos de la era
común. Este hebreo no era como una elegante alfombra
oriental pisada con pasos acompasados, sino como un suave talit [13] –manto ritual–, a la vez sagrado y profano, en
que podemos envolvernos y estar a solas con nuestro Dios.
Los ashkenazim no escribieron piutim [14], poemas litúrgicos elaborados y a menudo complicados, preferidos por los
autores sefaraditas; escribieron principalmente selijot [15],
simples oraciones y elegías de arrepentimiento. Derivaron
su estilo de la prosa casera de los dichos talmúdicos y no
de la retórica elevada de los profetas. El trueno del Libro
de Job estaba ausente de sus escritos. Prevalecían otros
ritmos y otros tonos. El hebreo de los libros ashkenazim
sobre la moral o sobre la piedad estaba saturado de la tristeza, del anhelo y de la contrición del Libro de los Salmos.
Además, los judíos de Europa Oriental crearon su propio
idioma, el idish, que nació gracias a la voluntad de hacer inteligibles, de explicar y de simplificar, las tremendas complejidades de la literatura sagrada. Así nació, casi espontá13 Manto ritual, rectangular, con franjas –tsitsit– en las cuatro puntas.
14 Poesía sinagogal compuesta en la Edad Media y recitada durante
los servicios.
15 Oraciones de arrepentimiento recitadas en días de ayuno y después
de medianoche o muy de mañana, durante el período de arrepentimiento.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
neamente, una lengua materna, una expresión directa de
los sentimientos, como forma de hablar sin ceremonia ni
artificio, un idioma que habla de por sí solo sin tomar sendas tortuosas, una lengua que tiene intimidad y calor maternales. En este idioma decimos “belleza” para decir “espiritualidad”; decimos “amabilidad” para decir “santidad”.
Pocos idiomas pueden hablarse tan simple y directamente;
pocos idiomas se prestan tan difícilmente a la falsedad. No
es de extrañar que rabí Najman de Bratslav [16] eligiera, a
veces, el idish para abrir su corazón y presentar sus anhelos a Dios. Los judíos han hablado muchos idiomas desde
que han ido al destierro; ese fue el único al que llamaron
“judío”.
En el período sefaradita, cada libro y cada manuscrito era
un raro tesoro. Pocas comunidades eran tan afortunadas
como para poseer ejemplares de las seis secciones del Talmud. En el período ashkenazí, los judíos tuvieron todos los
textos; hicieron amplio el uso del arte de imprimir; permanentemente se publicaron libros. Se abrieron las puertas
de la Torá. Cada comunidad tenía el Talmud, el Código de
Leyes y el Shulján Aruj [17], el sistema legal de Maimónides
y el Zohar [18], la obra clásica del misticismo judío.
Numerosos judíos españoles poseían un profundo saber secular. Sus trabajos originales en medicina, en matemáticas
y en astronomía contribuyeron considerablemente al progreso de la civilización europea, y gracias a sus traducciones de las obras científicas y filosóficas, del árabe al latín,
sirvieron de intermediarios culturales, poniendo al alcance
16 Famoso dirigente jasídico.
17 “La Mesa Servida”, libro representativo de la ley judía, codificado
por rabí José Caro, en el siglo XVI.
18 “El Libro del Esplendor”, primera obra sobre el misticismo judío,
escrita en forma de comentario al Pentateuco.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
de las naciones europeas los tesoros de la literatura y de la
ciencia, que en aquel entonces estaban bajo custodia árabe.
Por otra parte, el conocimiento del acervo cultural judío no
parece haber estado difundido entre los judíos españoles.
Los jóvenes no estaban acostumbrados a aplicar su mente
exclusivamente al estudio de la Torá. Los programas educacionales establecidos para las escuelas judías perseguían
objetivos muy modestos. El celebrado poeta y metafísico
rabí Salomón Ibn Gabirol lamentaba que la gente no comprendiera la lengua sagrada. Rabí Salomón Parjón, gramático que fue discípulo de rabí Iehudá Haleví, escribió:
“En nuestro país (España) la gente no es muy versada en
la lengua hebrea”, mientras que los judíos ashkenazim “están acostumbrados a pensar y a hablar en hebreo”. Muchos
autores sefaraditas escribieron principalmente en árabe;
inclusive obras sobre temas del ritual judío, homilías sobre
la Biblia y comentarios al Talmud fueron escritos en árabe.
Sin embargo, a un autor ashkenazí le habría parecido inconcebible escribir sus obras en un idioma extranjero.
Los libros sefaraditas se distinguen por su estructura estrictamente lógica. Están compuestos conforme a un plan
preciso, donde cada detalle tiene su lugar asignado y las
transiciones de un tema a otro son claras y simples. Los
escritores ashkenazini renuncian a la claridad, en aras de la
profundidad. Los contornos de sus pensamientos son irregulares, vagos y, a menudo, asombrosamente intrincados;
su contenido es inquieto, animado por una lucha interior y
por una especie de emoción barroca.
Los libros sefaraditas son como cuadros de Rafael; los libros ashkenazim son como obras de Rembrandt: profundos, alusivos y llenos de significados ocultos. Los primeros
prefieren la armonía de un sistema, los segundos la tenwww.seminariorabinico.org
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
sión de la dialéctica; los primeros están sostenidos por una
solemnidad equilibrada, los segundos por una inspiración
impulsiva. La fuerza de los sabios sefaraditas reside en su
dominio de la expresión, la de los ashkenazim, en la armonía inexpresada de sus palabras. Un espasmo de sentimientos, un movimiento apasionado de ideas, un entusiasmo explosivo, se abren paso a través de las formas.
Los libros sefaraditas son como parques arreglados y cultivados con esmero, los escritos ashkenazim son como viejos
bosques encantados; los primeros son como un cuento con
un principio y un final; los segundos tienen un principio,
pero frecuentemente se convierten en cuento sin final.
Los célebres gramáticos meticulosos de la lengua hebrea
provinieron de los sefaradim; los ashkenazim se interesaron más por la dinámica de la sutil gematría –el arte de
encontrar los conceptos que, según se creía, estaban contenidos en los valores numéricos de las letras de la Biblia–
que por las formas gramaticales transparentes y sobrias.
Más tarde, prácticamente desapareció la exégesis literal y
crítica de la Biblia.
Sumamente preocupados por preservar la herencia espiritual judía, los sefaradim eran maestros sin par en sistematizar, cotejar y codificar el caudal múltiple y disperso del
acervo cultural judío, acumulado a lo largo de los siglos
anteriores. Los ashkenazim estaban menos interesados en
coleccionar que en descubrir, en sondear en busca de significados más profundos; para ello la motivación primordial
no era conocer ni recordar, sino descubrir y comprender;
lo importante no era la decisión final, sino los pasos del
silogismo por los cuales se llegaba a la misma.
En Mishné Torá, código de leyes redactado por el principal
maestro sefaradita, Maimónides (1135-1204), los temas es36
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
tán ordenados conforme a conceptos lógicos; el caudal de
leyes y preceptos está reducido a un sistema abstracto. En
los Cuatro Turim [19], compilado por el rabí ashkenazí, Jacob, hijo de Rosh, (siglo XIV), y que sirve de base al Shuljan
Aruj, las leyes están clasificadas de acuerdo con la rutina
diaria de cada judío, comenzando con el acto de levantarse
a la mañana y terminando con la oración de la noche, el
Shemá. El sistema de Maimónides es lógico, pero el Arba
Turim es un espejo que refleja la vida tal cual es.
En Europa Oriental no se escribieron obras clásicas. El Tálmud, la Mishné Torá, el Moré Nevujim [20], el Zohar y el
Ets Jaím [21] fueron producidos en otros países. Los judíos
de Europa Oriental no tenían la ambición de crear expresiones terminantes y perfectas. Y dado que sus libros eran
el producto de su tiempo y de su lugar y tenían sus raíces en
un mundo cerrado, son menos accesibles a los lectores modernos que aquellos de los autores sefaraditas. Los ashkenazím no estaban interesados en crear una literatura; sus
obras se leen como breves notas para una conferencia. No
eran producto de la investigación pura, sino de discusiones
con sus discípulos. Raras veces los ashkenazim escribieron
libros construidos como edificios aislados con cimientos
propios, libros que no se apoyan en obras anteriores; escribían comentarios o notas sobre las obras clásicas “de tiempos antiguos, libros que se adhieren modestamente a las
murallas monumentales de fortalezas más antiguas.
19 Código de la ley judía escrito en el siglo XIV.
20 Guía de los Descarriados”, obra de Maimónides sobre la filosofía
del judaísmo.
21 “El árbol de la vida”, obra sobre la doctrina mística del rabí Isaac
Luria, escrita por su discípulo, el rabí Jaim Vital (1543-1620).
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Los sefaradim aspiraban a la perfección personal e intentaban expresar sus ideales en forma racional. Bregaban
por la tranquilidad del alma, por la paz interior y por el
conformismo. Su ética era a veces burguesa, llena de prudencia y de sabiduría práctica. Seguir la regla de oro, optar
por el término medio y evitar los extremos, estaban entre
sus máximas más populares. La cábala [22] seguía siendo la
búsqueda de unos pocos; contrariamente a la situación de
Europa Oriental, la vida del pueblo en la comunidad sefaradita apenas resultaba afectada por las osadas doctrinas
místicas de algunos de sus rabinos.
Por otra parte, la ética ashkenazí no conocía perfección que
fuese definible; su aspiración apuntaba a lo infinito, jamás
transigente, jamás satisfecha, siempre anhelante, “trata de
llegar más arriba”. El moralista ashkenazí o jasid era exaltado; anhelaba lo trascendente, por preternatural. Sentía
de alguna manera que no solo el espacio, sino también el
alma era infinita. No era para él tranquila contemplación,
la elevación gradual. Lo que buscaba era el fervor ilimitado, rezando y estudiando sin límites ni fin. Aunque aquel
que busca está empeñado en una lucha constante con lo
material y con lo finito, sin poder escapar de ello en forma
permanente, por lo menos puede aspirar a desprenderse
de todos los problemas terrenales, en breves momentos de
éxtasis.
Sin embargo, lo que distingue a la cultura sefaradita de la
ashkenazí es, en primer término, una diferencia de forma
y no una divergencia de contenido. Es una diferencia que
no puede ser caracterizada por las categorías de racionalismo contra misticismo o de mentalidad especulativa contra
22 Misticismo judío.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
mentalidad intuitiva. La diferencia va más allá de eso y podría ser expresada más exactamente como la distinción entre una forma estática, donde lo espontáneo está sujeto a la
rigidez y al orden abstracto, y una forma dinámica, que no
obliga al contenido a ajustarse a lo ya establecido. La forma
dinámica se alcanza por medios más sutiles y más directos.
Queda margen para la espontaneidad, para la sorpresa,
para lo instantáneo. Lo interior cuenta infinitamente más
que lo exterior.
El dualismo de las culturas sefaraditas y ashkenazí no desapareció con la trágica expulsión de España en 1492. Hasta
la edad moderna se puede seguir el rastro sefaradita, con su
esfuerzo por la mesura, por el orden y por la armonía, y el
rastro ashkenazí, con su preferencia por lo espontáneo y lo
dinámico. Los sefaradim conservaron su manera independiente en las costumbres y en los pensamientos, negándose
a amalgamarse. En su aislamiento se combinaba una rigurosa lealtad a su herencia, con un sentimiento de orgullo
por el esplendor de su pasado. Sus servicios religiosos eran
como espejos silenciosos del antiguo rito. Lo espontáneo
quedaba reprimido, lo impropio, eliminado. Pero la poda
permanente de las ramas frecuentemente tendía a suprimir cualquier movimiento inesperado de las raíces.
Por otra parte, el judío ashkenazí siempre se opuso a forzar
lo fluído dentro de formas rígidas. Manteniéndose espiritualmente vivo, gracias a un sentido de lo inmenso, más
que a un sentido del equilibrio, no se sometió a las exhortaciones de los pocos eruditos de espíritu sistemático que
había en su medio. La pasión por lo ilimitado no podía estar condicionada a la consideración por la proporción y por
la medida.
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Mucho de lo que crearon los sefaradim fue adoptado y
transformado por los ashkenazim. Bajo la influencia de
los jasidim, las ricas y tediosas especulaciones de los místicos sefaraditas fueron despojadas de sus rasgos rígidos y
austeros, sin pérdida alguna de su profundidad o de su seriedad. Las elevadas y elaboradas doctrinas de la cábala se
fundieron en pensamientos comprensibles para el corazón.
En tiempos modernos, la mentalidad sefaradita fue ejemplificada, en cierto sentido, por Spinoza. En efecto, él debe
muchos elementos de su sistema a la filosofía medieval
sefaradita; y aunque rechazaba sus aspiraciones predominantes, su pensamiento llevó a extremos ciertas tendencias
inherentes a aquella tradición. Su intelectualismo aristocrático lo determinó, por ejemplo, a establecer una división
precisa entre la piedad y la moralidad del pueblo y el conocimiento especulativo de los pocos. Dios está concebido
como un principio de necesidad matemática, una especie
de cáscara lógica dentro de la cual existen todas las cosas;
sólo el pensamiento lógico puede llevar a los hombres a una
relación con Dios. Queda excluida toda clase de personalismo. Es notable cuán limitada fue la influencia de la filosofía
de Spinoza incluso sobre aquellos pensadores judíos que se
apartaron de la tradición religiosa.
Como los ideales de los judíos ashkenazim eran compartidos por todos, las relaciones entre los diferentes sectores
de la comunidad –entre el estudioso y el ignorante, entre el
estudiante, de la Yeshiva [23] y el comerciante– tenían un
íntimo carácter orgánico. El apego a la tierra de los aldeanos, la calidez de la gente sencilla y la simplicidad espiritual de los maguidim, o predicadores laicos, penetraba en
el beit hamidrash, la casa de oración; que era también una
23 Escuela superior de estudios talmúdicos.
casa de estudio y de aprendizaje. Labradores, campesinos,
changadores, artesanos, tenderos, todos eran socios en la
Torá. Los maguidim –término originado, probablemente,
en Europa Oriental– no necesitaban diploma alguno. Se
sentían autorizados por Dios para predicar la moral.
Aquí, en el reino ashkenazí, se realizó la amalgamación de
la Torá con Israel. Los ideales se transformaron en costumbres populares, y los imperativos divinos en asuntos
humanos; el pueblo mismo se convirtió en fuente de judaísmo, en fuente de espíritu. Lo más distante resultó muy
íntimo, muy cercano. Espontáneamente, sin causa externa,
el pueblo improvisó costumbres de solemnidad celestial.
Los dictados de su propia visión interior eran observados
como mandamientos de la autoridad suprema. Los judíos
comenzaron a conocer el sitio de “desde el interior de mi
carne veo al Señor” [24].
24 Job 19:26.
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Cuatro
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Para el pueblo
Un factor inestimable en el desarrollo de la judería ashkenazí fue la democratización de los estudios talmúdicos hasta un grado antes desconocido.
En los cinco primeros siglos que siguieron a la terminación
del Talmud [25], las academias babilónicas ejercieron la hegemonía sobre la vida judía. Los judíos de todos los países
solían consultar a los gueonim, célebres directores de las
academias de Sura y Peumbedita [26], sobre todo los puntos
de extrema dificultad. Cada vez que encontraban un pasaje
equívoco u oscuro en el Talmud, o un aspecto discutible
de la ley, o un problema religioso, enviaban su pregunta a
Babilonia. Las decisiones, los fallos y las interpretaciones
de aquellos eminentes sabios eran a la vez terminantes e
ineludibles.
Recién en el siglo XII, el Occidente comenzó a emanciparse.
En aquel período, dos acontecimientos literarios descollantes cambiaron las condiciones intelectuales de los estudios
judaicos: Rashi compuso su amplio comentario al Talmud,
y Maimónides publicó su Código de la Ley judía. Gracias a
ellos, las masas judías se independizaron de los gueonim,
cuya función empezó a declinar desde ese momento. Ya no
fue necesario formular preguntas a Babilonia; Maimónides
creó por primera vez un compendio que abarcaba todo el
campo de la ley, una obra maestra de la estructuración, no
superada en la profundidad de sus decisiones y deducciones, ingeniosa por su estilo simple y conciso, brillante por
la omisión de lo argumentativo y de lo dialéctico.
25 Cuerpos de leyes, leyendas y pensamientos judíos, que comprende
la Mishná o texto, y la Guemará o comentario. Fue terminado en el
siglo V.
26 Ciudades de Babilonia.
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Sin embargo, fue especialmente Rashi el que trajo la emancipación intelectual al pueblo. Sin un comentario, la Biblia hebrea y especialmente el Talmud, solo son accesibles
a unos pocos iniciados. Los viejos comentarios ofrecían
interpretaciones de pasajes aislados y se limitaban, casi
siempre, a tal o cual sección del Talmud. El comentario de
Rashi, que explica con exquisita sencillez casi cada palabra
del inmenso texto y que desenmaraña las complejidades
involucradas en la dialéctica del Talmud, es un compañero
leal que ayuda al estudiante a comprender cualquier parte
del texto que este consulte. Se conecta con el estudiante
en forma humilde y modesta, transmitiéndole un máximo
de significado con un mínimo de palabras. Con el auxilio
de una frase corta e inclusive de una sola palabra, ilumina
frecuentemente lo que parece ser una profunda oscuridad.
En vez de ofrecer disertaciones abstractas sobre principios,
métodos y decisiones legales, explica sólo lo que interesa
directamente al estudiante, el significado de un término, el
sentido de una frase, la dificultad de una discusión intrincada.
Rashi democratizó la educación judía, llevó la Biblia, el
Talmud y el Midrash [27] al pueblo. Convirtió al Talmud en
un libro popular, en un libro de todos. El estudio dejó se
ser el monopolio de unos pocos. Se difundió más y más el
andar del tiempo. En muchas comunidades, una persona
inculta llegó a ser una rara excepción.
En casi todos los hogares judíos de Europa Oriental, aun
en los más humildes y pobres, se encontraba una biblioteca
llena de libros; orgullosos y soberbios infolios, junto con
tímidos volúmenes de formato menor. Los libros no eran
el asilo para el frustrado ni el medio para una satisfacción
27 Obras de exégesis bíblica, escritas en el primer milenio.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
ocasional. Eran hornos de fuerza viviente, receptáculos resistentes al tiempo para las eternamente válidas monedas
del espíritu. Casi cada judío dedicaba parte de su tiempo
al estudio, ya sea en privado, o bien participando de algunas de las sociedades establecidas con el propósito de estudiar el Talmud u otra rama de la literatura rabínica. Para
algunos resultaba imposible rezar sin haberse refrescado
previamente durante un tiempo, en la sublime atmósfera
de la Torá [28]. Otros, después de la oración de la mañana,
dedicaban una hora a sus libros antes de empezar a trabajar. Al anochecer, casi todos se retiraban del bullicio y del
trajín de la vida diaria para estudiar en el beit ha-midrash.
No obstante, los judíos no se sentían como “el pueblo del
Libro”. No sentían que poseían el “Libro”, al igual que no
sentimos que poseemos vida. El libro, la Torá, era su esencia, tal como ellos, los judíos eran la esencia de la Torá.
Una típica aldea judía de Europa Oriental era “un lugar
donde se ha estudiado la Torá desde tiempos inmemoriales; donde, prácticamente todos los habitantes son eruditos; donde la sinagoga o la casa de estudios está atestada
de toda clase de gente aplicada al estudio, tanto moradores
de la ciudad como jóvenes forasteros...; donde al caer de
la tarde, entre las oraciones del crepúsculo y de la noche,
los artesanos y otra gente sencilla, se reúnen alrededor de
las mesas para escuchar una disertación sobre los grandes
libros de la Torá, sobre las interpretaciones de la Biblia, sobre los escritos teológicos, homiléticos o éticos, como, por
ejemplo, Jovot halevavot [29] u otros...; donde el shabat y
días de fiesta, cerca del Arca Sagrada, desde el púlpito, se
pronuncian prédicas fogosas, que inflaman los corazones
del pueblo judío con amor a la Presencia Divina, prédicas
28 Instrucción u orientación divina. Sagrada Escritura; saber judío.
29 “Los deberes del corazón”, obra sobre piedad judía, escrita por el
rabí Bajiá ibn Pakuda, en el siglo XI.
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sazonadas con palabras reconfortantes de los profetas, con
eruditas parábolas y agudos aforismos de los sabios, con
una voz y un tono que reconfortan el alma, que derriten
todos los miembros y que penetran todo el ser” [30].
Judíos pobres, cuyos hijos conocían sólo el gusto de “papas
los domingos, papas los lunes y papas los martes” estaban
sentados allí como magnates intelectuales. Poseían verdaderos tesoros de pensamientos, un caudal de información, de ideas y de máximas de muchos siglos. Cuando se
planteaba un problema, inmediatamente un gran número
de personas emitía opiniones, argumentos y citas. Cuando
alguien iniciaba un debate sobre un paisaje polémico en la
obra de Maimónides, muchos rivalizaban entre sí en tratar
de explicarlo, eclipsándose unos a otros en la sutileza de
los artificios dialécticos o en las citas de fuentes extraordinarias. Los estómagos estaban vacíos, los hogares desprovistos, pero las mentes estaban rebosantes con las riquezas
de la Torá.
30 De “Shloime Reb Jaim”, de Mendele Mojer Sforim, uno de los
grandes escritores en hebreo e idish.
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Cinco
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
El deleite de estudiar
Muchos vivían en una pobreza aterradora, muchos estaban
perseguidos por problemas sin fin y había gran número de
tabernas con bebidas alcohólicas fuertes. Pero raras veces
se veían borrachos entre los judíos. Cuando llegaba la noche y un hombre deseaba matar el tiempo, no corría hacia
una taberna para tomar un trago, sino que se ponía a estudiar un libro o se unía a un grupo que, con o sin maestro,
se entregaba al placer de estudiar los libros venerados. Físicamente agotados por el trabajo diario, estaban sentados,
discutiendo frente a los textos abiertos, tocando la música
austera de la búsqueda de la verdad por medio del Talmud
o las dulces melodías de la piedad ejemplificada por los antiguos sabios.
“En cierta ocasión –escribe un erudito cristiano que visitó
la ciudad de Varsovia durante la primera Guerra Mundial–
vi muchos carruajes en una playa de estacionamiento, pero
sin cocheros a la vista. En mi país habría sabido dónde
buscarlos. Un muchacho judío me enseñó el camino: en un
patio interior, en el segundo piso, estaba el shtibl de los cocheros judíos. Constaba de dos habitaciones, una atestada
de tomos del Talmud y otra destinada a las oraciones. Todos los cocheros estaban enfrascados en fervoroso estudio
y en discusiones religiosas... Entonces descubrí y me convencí de que todos los oficios, los panaderos, los carniceros, los zapateros, etc., tenían su propio shtibl en el barrio
judío; y cada momento libre que podían robar a su tarea,
lo dedicaban al estudio de la Torá. Y cuando se reunían en
grupos íntimos el uno apremiaba al otro: ‘Sog mir a stikl
Toire’, dime un poco de Torá”.
Un viejo libro rescatado de las innumerables bibliotecas recientemente quemadas en Europa, y que ahora se encuen50
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tra en la Biblioteca Iwo [31], en Nueva York, lleva este sello:
“Asociación de Leñadores para el Estudio de la Mishná [32]
en Berdichev”.
Era gente cuya canción de cuna más popular decía: “La Torá
es el bien más elevado”. Las madres canturreaban junto a
las cunas: “Hijito, cierra los ojos; si Dios quiere, serás rabino”. No era necesario que el estado obligara a los judíos a
enviar a sus hijos a la escuela. Josué había mandado a los
hijos de Israel a estudiar la Torá “día y noche”.
Al nacer una criatura, los escolares venían a cantar al unísono el Shemá Israel alrededor de la cuna. Al ser llevado
por primera vez al jeder [33], el niño era envuelto en un
manto ritual como un rollo de la Torá. Decían “el santo rebaño” para referirse a los escolares, y el más dulce de los
nombres afectuosos que una madre ponía a su hijo era
“mi pequeño tsadik”, mi pequeño santo. Los padres estaban dispuestos a vender las almohadas de debajo de sus
cabezas para pagar los aranceles escolares de sus hijos; un
padre pobremente educado deseaba que por lo menos sus
hijos fuesen instruidos.
Las mujeres trabajaban afanosamente de día y de noche
para que sus maridos pudieran consagrarse al estudio.
Cuando las exigencias económicas impedían a los hombres
dedicar la mayor parte de su tiempo a la Torá, trataban por
lo menos de mantener a los estudiantes. Compartían su escasa comida con algún estudiante forastero, al que daban
alojamiento. Y cuando el dulce y melancólico canto del estudio talmúdico proveniente del beit ha-midrash penetra31 Instituto Científico Idish
32 La parte más antigua del Talmud; contiene los fundamentos de la
ley judía.
33 Escuela primaria hebrea.
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ba en las calles vecinas, los judíos exhaustos, acostados sobre sus catres, sentían dulce deleite al pensar que, gracias
a su ayuda, tenían parte en aquellos estudios. Al amanecer,
en las pequeñas ciudades, el bedel solía ir de casa en casa,
golpeando las persianas y cantando:
¡Levantaos judíos!
¡Dulces y santos judíos!
¡Levantaos y rezad al Creador!
Dios está en el exilio,
La Shejiná [34] está en el exilio,
El pueblo está en el exilio.
¡Levantaos para servir al Creador!
La ambición de cada judía era tener un erudito por yerno,
y un hombre versado en la Torá podía casarse fácilmente
con una joven acomodada y obtener el kest [35] por algunos
años o incluso permanentemente, teniendo así la suerte de
poder estudiar en tranquila paz. Hoy hablamos despectivamente de esa costumbre. Pero pocas instituciones han
ayudado más a promover el desarrollo espiritual de las
grandes masas populares.
Su estudio era esencialmente desinteresado, prácticamente
libre de finalidades pragmáticas, una experiencia estética.
Profundizaban en aquellas partes del saber que no tenían
relación con la vida diaria, con no menos fervor que en las
que estaban directamente conectadas con ella. Estando su
estudio lejos del interés por los asuntos mundanos, abordaban problemas ajenos a las banalidades del curso nor34 Divina providencia que mora en el mundo y comparte el exilio de
Israel. Presencia de Dios entre los hombres; sinónimo de Dios.
35 Parte de la dote que consistía en la promesa de dar comida y alojamiento por un número determinado de años después del casamiento.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
mal de la vida. El que estudiaba por el propósito de recibir
un diploma rabínico, caía en el ridículo. A los ojos de aquella gente, el conocimiento no era un medio para alcanzar
el poder, sino un camino para unirse a la fuente de toda
la realidad. A los ojos de los jasidim, estudiar con el fin de
obtener una beca era una profanación.
El objetivo era participar de la belleza espiritual o llegar
por ósmosis a cierto grado de autopurificación. Arrastrada
por el dulce y armonioso canto de la lectura del Talmud, la
mente se elevaba al reino puro del pensamiento, lejos de
este mundo de realidades y de preocupaciones, lejos de los
límites del aquí y del ahora, remontándose a una región
donde la Shejiná escuchaba lo que los hijos de los hombres
creaban en el estudio de Su Palabra. Había santidad en su
sutileza y en su lucha con el Conocimiento clamaban: “mi
alma tiene sed de Dios, del Dios viviente” [36]. Eran capaces
de sentir el cielo en un paisaje del Talmud.
Cierta vez, Rabí Zusia de Janipo [37] comenzó a estudiar
un tomo del Talmud. Al día siguiente, sus discípulos notaron que seguía detenido en la primera página. Supusieron
que debía haber encontrado un pasaje difícil, y que estaba
tratando de resolverlo. Pero cuando transcurrieron algunos días, y él continuaba absorto en la primera página, se
asombraron, pero no se animaron a interrogar a su maestro. Finalmente, uno de ellos juntó coraje y le preguntó por
qué no pasaba a la página siguiente. Y Rabí Zusia contestó:
“Estoy tan bien aquí, ¿por qué he de seguir adelante?”.
36 Salmo 42:2.
37 Dirigente jasídico.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Pilpul
Enamorados del saber, ponían todo su ser en el estudio del
Talmud. Su esfuerzo intelectual estaba animado por una
pasión ardiente. Es una historia jamás relatada, quizás
imposible de expresar, cómo la mente y el corazón podían
fundirse en una sola cosa. Sumidos en complicadas discusiones legales, podían sentir al mismo tiempo la angustia
de la Shejiná, que mora en el exilio. Esforzándose por resolver una antinomia o una contradicción suscitada por un
comentario del siglo XVII al Talmud, eran capaces de vibrar de simpatía por Israel y, al mismo tiempo, por todos
aquellos afligidos por la desgracia. El estudio era una técnica para sublimar sentimientos en pensamientos, para convertir sueños en silogismos, para expresar el dolor formulando sutiles objeciones teóricas y la alegría encontrando
solución a un pasaje difícil de Maimónides. La tensión del
alma hallaba una válvula de escape ideando acertijos sagaces y casi insolubles. Inventaban nuevos artificios lógicos
para explicar la palabra de Dios, conmovidos por su añoranza del Santo. Encontrar una respuesta a las dudas que
los carcomían era para ellos un placer supremo. En efecto,
un mundo de alegría y de diversiones refrenadas palpitaba
en las sutilezas juguetonas de su pilpul.
El pilpul es el método de estudio característico, desarrollado en el período europeo-oriental, y tuvo su origen en
las antiguas academias de Babilonia, durante los primeros
siglos de la era común. Su meta no era adquirir información sobre la Ley, sino examinar las deducciones y las presuposiciones; no era solo absorber y recordar, sino discutir
y ampliar. Todas las doctrinas posteriores eran consideradas como tributarias de la antigua corriente de tradición
que jamás fallaba. Podían debatir con los grandes sabios
de tiempos pasados. No había barrera entre el pasado y el
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
presente. Cuando se descubría un desacuerdo entre el punto de vista sostenido por rabí Akiba Eiger de Posen, que
vivió en el siglo XIX, y el de rabí Isaac Alfasi de Marruecos,
que vivió en el siglo XI, un erudito de Varsovia del siglo XX
intervenía para probar la coherencia de los estudios realizados a través de los siglos.
El poder del pilpul penetró inclusive en la cábala. La dialéctica se unió al misticismo. Los cabalistas ashkenazim
construyeron con signos místicos laberintos simbólicos
tan complicados, que solo los cabalistas dotados de pasión
mística y de agudeza intelectual podían aventurarse a entrar en ellos sin peligro.
El significado liso y llano de las palabras, la línea recta de
una regla general parecían demasiado superficiales, demasiado delgados, demasiado estrechos para contener el poder
expansivo de sus mentes. A la luz del pilpul, la naturaleza y
la fuerza de las palabras y de los conceptos experimentaron
un cambio radical. Se descubrió que el principio más simple se basaba en un cúmulo de conceptos y que participaba
en una multitud de relaciones con otros principios. Así, se
sacaron nuevas conclusiones de viejas reglas no advertidas
hasta entonces, las cuales servían de guía en los casos que
no habían sido tenidos en cuenta en las obras antiguas. Al
mismo tiempo se revelaron incoherencias y divergencias,
aplicando un análisis aún más penetrante y más minucioso
al tema tratado.
El pilpul degeneraba, a veces, en una dialéctica excesivamente sutil y se aferraba a fantasmas intelectuales. Al desviarse de las formas convencionales de la sana lógica, fue
amargamente atacado por algunos de los grandes rabinos.
Sin embargo, el pilpul no sólo infundió nueva vitalidad al
estudio del Talmud, sino que estimuló la ingeniosidad y la
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independencia de la mente, alentando a los estudiantes a
crear nuevas ideas en base a las antiguas. Más aún, la tormenta del alma que fue mantenida en jaque por una rigurosa disciplina y la inquietud interior encontraron salida
en el vuelo del intelecto. El pensar se llenó de vigor y se
cargó de pasión. La mente fundió el metal de las ideas talmúdicas y las forjó en moldes fantásticos, en zigzagueos en
los cuales el pensamiento primero se alarmó, luego perdió
su camino, pero finalmente logró desenmarañarse a sí mismo. No sabían cómo tomar algo por sentado. Todo debía
tener una razón, y estaban más interesados en las razones
que en las cosas.
Las ideas eran como piedras preciosas. El pensamiento que
los animaba, reflejaba una riqueza de matices y de distinciones, tal como el rayo de luz que pasa a través de un prisma produce los colores del arco iris. Al girar, las ideas polifacéticas despedían un resplandor centelleante que variaba
de acuerdo a la dirección en que la interceptaba la luz de la
razón. La gracia seductora, la diversidad de las ideas pulidas iluminaba el intelecto, deslumbraba el ojo, Los conceptos adquirían una cualidad dinámica, un color y un sentido
que a primera vista no parecían tener relación entre sí. La
alegría del descubrimiento, el proceso de inventar artificios originales y de adquirir experiencias y conocimientos
nuevos, aceleraban y exaltaban el corazón. Esta no era una
forma realista de pensar; pero el gran arte tampoco es una
reproducción de la naturaleza, ni la matemáticas son una
imitación de algo que existe realmente.
Es fácil minimizar semejante actitud mental y llamarla
práctica, no terrenal. Pero ¿qué es más noble que el espíritu poco práctico? El alma se sostiene por la consideración
de lo que trasciende a todos los fines inmediatos. El sentido
de lo trascendente es el corazón de la cultura, la verdadera
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esencia de la humanidad. Una civilización consagrada exclusivamente a lo utilitario, en realidad no se distingue de
la barbarie. La tierra se sostiene por lo no terrenal.
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Siete
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Un mundo de palimpsestos
Para ellos la historia era sólo una insinuación. Las cosas
eran como palimpsestos, el cielo, la tangente al círculo de
toda experiencia. Estaban seguros de que cada cosa apuntaba hacia algo trascendente; de que lo que era manifiesto
para la mente no era más que una delgada superficie de lo
oculto y, a menudo, preferían afirmarse al borde del abismo, aun al precio de abandonar el sólido terreno de lo superficial. Creían que las palabras de la Torá no podían ser
captadas por medio de una interpretación literal. Nada podía tomarse al pie de la letra, ni la Biblia, ni la naturaleza.
Ningún hombre, ni siquiera viviendo mil años, sería capaz
de desentrañar los misterios del mundo. Rabí Natán Spira
de Cracovia, autor de “El Revelador de lo Profundamente
Oculto”, escrito en el siglo XVII, interpreta de doscientas
cincuenta y dos maneras distintas los pasajes del Pentateuco en los cuales Moisés solicita permiso a Dios para entrar
en la Tierra Prometida. Se pensaba que una palabra de la
Biblia, una costumbre o un dicho, tenía un sinnúmero de
significados. Lo simple era demasiado superficial para ser
lo verdadero. Sólo el misterio era plausible, mientras que
lo unidimensional, lo superficial, era inconcebible. Por doquier descubrían un significado oculto.
Aun en aquella parte del Código que trata del derecho civil
y penal, descubrían profundos misterios. Encontraban alusiones en nombres de ciudades y de países. Se afirmaba que
el nombre de Polonia deriva de las dos palabras hebreas
po-lin, “aquí moran”, inscripta en una esquela que había
descendido del cielo, y que fue hallada por quienes huyeron de Alemania en su camino hacia el este, en la época de
la peste negra y de las consiguientes masacres de judíos. Se
cuenta que en las hojas de los árboles estaban inscriptos
nombres sagrados, y entre las ramas se ocultaban las almas
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errantes, en busca de salvación gracias a la intervención de
un judío piadoso que al pasar se detendría bajo el árbol
para pronunciar sus oraciones vespertinas.
Considerando el itinerario de nuestra vida ¿quién podría
comprender dónde están las metas? Podríamos salir de
viaje con el fin de hacer un negocio, mientras que la finalidad verdadera sería rezar en una posada donde nunca había llegado la idea de Dios o prestar auxilio en el camino a
un hombre fatigado. De paso podríamos cumplir con nuestro destino.
Se cuenta que cierta vez, rabí Israel Baal Shem, el fundador
del movimiento jasídico, parecía desalentado y apesadumbrado. Cuando sus discípulos le preguntaron por la causa,
les contó: Había un hombre muy perverso. Después de su
muerte, no hubo manera de salvarlo. Pero Dios tuvo compasión de su alma, y dispuso que se reencarnara en una
rana, y estuviera cerca de una fuente en un país lejano, y si
su hijo llegara alguna vez a aquel lugar y bebiera del agua de
la fuente después de haber pronunciado la bendición sobre
el agua, el alma sería redimida. Pero el hijo era muy pobre y no tenía medios ni oportunidad para viajar a lugares
distantes; por eso, Dios hizo que llegara a ser mayordomo
de un hombre rico que cierta vez se enfermó, y los médicos
declararon que se curaría si iba a ciertos baños termales.
El hombre rico viajó a aquel lugar llevando a su mayordomo. En cierta ocasión, mientras paseaban, el mayordomo
sintió una sed irresistible –casi murió de sed–. (Su sed era
tan grande porque se hallaba cerca de la fuente donde se
encontraba el alma de su padre) Cuando empezó a buscar
agua, se encontró con una fuente. Tan sediento estaba que
se olvidó de pronunciar la oración, la bendición sobre el
agua, y el alma no fue redimida... El Santo, ¡bendito sea!,
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
concluyó el Baal Shem, hizo tanto para posibilitar la redención del alma, pero todo fue en vano.
¿Quién sabe cuál será el fin de su propio camino?
Así como su forma de pensar se distinguía por su afán por
llegar hasta lo más sutil, su manera de expresarse, en particular en aquellos dedicados a los estudios místicos estaba
marcada por una tendencia a lo conciso.
Sus dichos eran agudos, presentando las ideas de golpe, en
vez de aproximarse a ellas en forma gradual y lenta. Los judíos de Europa Oriental tenían predilección por las frases
elípticas, por la forma epigramática, incisiva, por el destello
del ingenio, por el trueno de una idea. Hablaban en forma
breve, aguda, rápida y directa; se entendían unos con otros
por medio de una insinuación; escuchaban dos palabras,
cuando se decía una sola. Mencionar la más evidente de
dos premisas era considerado vulgar.
Las doctrinas audaces se disfrazaban de alegorías o inclusive de máximas ingeniosas, y una perogrullada aparente
contenía a menudo un pensamiento sublime. Había justos
que parecían estar discutiendo sobre la construcción de un
techo; hablaban de tejas y de ladrillos, mientras que en realidad debatían sobre los misterios de la Torá. Teorías enteras sobre la vida estaban implícitas en cuentos sencillos,
que se contaban durante el té después de la ceremonia de
havdalá que marcaba el fin del shabat. Los chistes sin un
significado más profundo eran considerados de mal gusto;
el tipo de humor realmente apreciado, era un cuento del
cual surgía, de repente, un significado, tal como aparece
en. el bosque un claro placentero.
El rasgo característico de su ingenio era el intelectualismo.
Los juegos de palabras, tales como la famosa frase de Reine
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“Yo estaba sentado al lado de Rothschild, y él me trataba
de igual a igual, muy famillonariamente”, puede servir de
ejemplo de lo que era ajeno al espíritu de su humor. El doble sentido está prácticamente ausente en el idish, y en el
hebreo no se usa para mostrar ingenio, sino en la búsqueda
seria de asociaciones simbólicas. La debilidad o la deformación física tampoco eran un tema para chistes. Se reían,
no tanto de lo incongruente de algún accidente o de lo insólito de una situación, como de nociones preconcebidas y de
deducciones ilógicas. La tendencia favorita de su ingenio
era la de ridiculizar las falacias lógicas antes que las verbales. Sus chistes podrían servir de ilustraciones perfectas
de las falacias, tal como están definidas y clasificadas en la
lógica normal.
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Ocho
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
La acción canta
Debemos comprender la escala de valores que caracteriza a los judíos de Europa Oriental, para apreciar el hecho
de que sus mejores talentos se consagraban al estudio, a
la interpretación y al desarrollo de la Torá. A sus ojos, el
mundo no era algo que el Creador hubiera abandonado al
azar. Para ellos la vida no era una oportunidad para la complacencia, sino una misión encomendada a cada individuo,
una empresa por lo menos responsable como, por ejemplo,
la dirección de una fábrica. Cada persona genera constantemente pensamientos, palabras y acciones, sometiéndolas
a las fuerzas de la santidad o a las fuerzas de la impureza. Está constantemente dedicada a construir o a destruir.
Pero su tarea consiste en reparar por medio del cumplimiento de la Torá lo que ha sido dañado en el universo, en
trabajar al servicio del universo por la causa de Dios.
Pocas veces, el estudioso de Europa Oriental estaba dominado por el deseo de un rigorismo austero o por una afición
a la disciplina irracional como fin en sí mismo. En general,
estaba inspirado por el sentido de la importancia de su misión y por la convicción de que el mundo no podía existir
sin la Torá. Este sentido prestaba a su vida la calidad de un
acto artístico cuyo medio no es la piedra ni el bronce, sino
la sustancia mística del universo.
Los hombres de ciencia dedican sus vidas al estudio de los
hábitos de los insectos o de las propiedades de las plantas.
Para ellos, cualquier bagatela es significativa; investigan
diligentemente las cualidades más intrincadas de las cosas. Pero los eruditos ashkenazim investigaban con igual
pasión las leyes que deben gobernar la conducta humana.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
La inexorable honestidad y la cuidadosa devoción invertidas en sus estudios tienen, en efecto, analogía con la labor
de los hombres de ciencia. Deseosos de desterrar el caos de
la existencia humana y de civilizar la vida del hombre acorde con la Torá, temblaban por cada movimiento, por cada
hálito; ningún detalle era tratado a la ligera, todo era serio.
Así como la sacrificada abnegación del hombre de ciencia
parece una tortura para el libertino, la poesía del rigorismo hiere el oído del cínico. Pero, quizás la cuestión de cuál
es la bendición que debe pronunciarse sobre determinada
clase de alimento, el problema de combinar lo material con
lo espiritual, es más importante de lo que generalmente se
supone.
El hombre no se ha alejado mucho de las playas del caos.
Un llamado frenético al desorden grita en el mundo. ¿Dónde está el poder capaz de neutralizar el efecto de ese llamado tentador? El mundo no puede seguir siendo un vacío.
Todos somos sacerdotes de lo sagrado o, si no, esclavos del
mal. La única defensa contra un peligro constante es una
vigilancia constante, una guía constante.
Los hombres que no son libres se horrorizan ante la sugerencia de aceptar un régimen espiritual. Asociando el control interior a la tiranía exterior, prefieren sufrir que estar
sometidos a una autoridad espiritual. Solo los hombres libres, dispuestos a renunciar a sus antojos, no identifican la
autolimitación con el autosometimiento.
Sería un error caracterizar la piedad de los judíos de Europa Oriental como una actitud de autolimitación. La noción
clara del significado espiritual de la observancia de la ley,
hacía innecesaria la autoeliminación. Lo placentero de las
“buenas acciones”, hacía pensar a muchos de ellos si no sewww.seminariorabinico.org
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
ría inmerecido el premio por su cumplimiento, prometido
por los rabinos para el mundo por venir.
Una mujer abrió su corazón al rabino de Tel Aviv. Sus hijos
habían abandonado la observancia religiosa. Eran jalutsim,
pioneros que habían abandonado sus estudios y carreras
para desecar pantanos en Tierra Santa. “Yo sé –dijo– que
mis hijos son santos varones, y estoy segura de que heredarán el mundo por venir. Pero estoy afligida por el hecho de
que no gocen también de los placeres de este mundo, de los
placeres que ofrece observar la ley judía”.
El Shulján Aruj es para el no inspirado lo que la partitura
de un oratorio para quienes no saben leer música; para el
judío piadoso está lleno de coros y de arias. La ley judía
es para él música sacra. Lo Divino canta en las acciones
nobles. El esfuerzo del hombre sólo es el contrapunto de la
música de Su voluntad.
El judío debe pagar un precio. Debe enaltecerse para poder ser normal. Para ser un hombre, debe ser más que un
hombre. Para ser un pueblo, los judíos deben ser más que
un pueblo.
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Nueve
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Los hombres piadosos de Ashkenaz
Así como Rashi democratizó la educación judía, Rabí Iehudá Hejasid y su círculo de jasidim, “los piadosos”, democratizaron los ideales de la piedad mística en los siglos
XII y XIII. Para alcanzar estos ideales, no se necesitaban
grandes dotes intelectuales: los requisitos principales eran
la fe, un corazón puro y vida interior. Se pensaba que la piedad era más importante que la sabiduría; la candidez valía
más que la especulación; y el hombre temeroso de Dios estaba por encima del erudito. Por medio de su apoteosis de
la simplicidad, de la fe fervorosa, de la humanidad y de la
devoción moral, pavimentaron un camino hacia Dios para
los simples mortales.
La importancia de la oración era subrayada incesantemente por estos jasidim medievales. El libro de oraciones, el sidur, la obra que posee mayor carácter popular que ninguna
otra de nuestra literatura, era apasionadamente amado por
ellos, siendo cada una de sus palabras una joya preciosa.
Contaban las palabras del sidur, porque creían que en ellas
estaba contenido un mundo de misterios. Trataban de descubrir los viejos secretos que los profetas (según nos cuenta rabí Eleázar Rokeaj de Worms, místico del siglo XIII)
transmitieron a sus discípulos, y que más tarde, pasando
de boca en boca, fueron revelados a unos pocos elegidos.
Sin embargo, la concentración en los secretos no era la finalidad principal. La oración torpe pero sincera del hombre sencillo inculto, tiene más valor que las oraciones ceremoniosas y pedantes del hombre estudioso.
Al jasid se le enseñaba a ser indulgente con todo el mundo,
a ser paciente, apacible y benévolo al juzgar a los demás,
a amar al hombre así como a los animales, a ser recatado,
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vergonzoso, a eludir honores y posición social, y a servir a
Dios por amor a Dios, y no para obtener una recompensa.
El constante autoanálisis y arrepentimiento ocupaba un lugar prominente, desconocido hasta entonces en la piedad
jasídica; con ejercicios ascéticos como medio indispensable
para el arrepentimiento. Aunque no se sintieran cargados
con el paso de los pecados propios, debían arrepentirse de
los pecados ajenos.
Los “hombres piadosos de Ashkenaz” atribuyeron gran
importancia a las costumbres, minhaguim, adoptadas por
gente piadosa, a los usos que no habían sido derivados de
interpretaciones escolásticas de los textos, sino que habían
sido improvisados independientemente, instintivamente.
Comenzaron a poner por escrito las costumbres de diferentes individuos y comunidades. Se redactaron libros con
el propósito de enseñar al pueblo la discreción, los buenos
modales y la cortesía para con el prójimo. En este espíritu se escribieron libros destinados especialmente para el
hombre común, libros de estilo poético y ameno, con abundantes cuentos folklóricos y parábolas. No discutían los
elevados ideales en lo abstracto, sino que predicaban la
moralidad en forma popular. Allí surgió toda una literatura
en taich (idish) para mujeres. Durante siglos las mujeres
judías leyeron el Lev tov, “El Buen Corazón”, y el Tse-enáuré-ená, “Ve Hacia Afuera y Mira”, y volcaron sus corazones en tejinot, oraciones tiernas y piadosas, escritas por
mujeres para mujeres.
Los tiempos eran duros, los judíos eran perseguidos y acosados por todas partes. Las masacres eran un acontecimiento casi diario; eran degollados como ovejas. Pero los
judíos soportaron pacientemente su suerte y se sacrificaron por su fe con ardor sobrehumano. El Sefer Jasidim “El
Libro de los Piadosos”, que contiene las máximas y los diwww.seminariorabinico.org
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chos de los jasidim ashkenazim, juzga necesario consolar
a los que “mueren en sus camas”, a quienes se les niega el
privilegio de morir por la Santificación del Nombre. En el
mejor de los casos, la vida se vive en un campo de batalla
espiritual. El hombre debe luchar constantemente contra
la inclinación al mal, “pues es como si el hombre estuviera
sobre una cuerda y de uno de sus extremos tira Dios, y del
otro, Satán”. Por lo tanto, el judío debe aprender la táctica
de esta guerra. Debe rehuir todo, menos lo esencial de la
vida, resistir a las tentaciones y evitarlas. Y si alguno tropezara, no lo quiera Dios, sus faltas podrían ser expiadas por
medio de la mortificación y de un número adecuado de días
de ayuno, que ayudaban a purificar su alma de la mancha.
Por tal razón, sabios renombrados cerraban, a veces, sus
tomos del Talmud y se marchaban para vivir en un “exilio”
autoimpuesto, lejos de sus hogares, entre extraños, para
humillarse y para probar el cáliz de la privación y de la miseria.
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Diez
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La Cábala
En el siglo XVII, las enseñanzas místicas del Zohar y de
Rabí Isaac Luria de Safed comenzaron a penetrar en Polonia. Los rabinos permitieron imprimir los libros esotéricos
y del pueblo se apoderó el deseo de estudiar la cábala, que
hasta entonces había sido conocida sólo por unos pocos y
que ahora estaba al alcance de todos.
La propagación del misticismo ejerció una profunda influencia sobre la vida de los judíos de Europa Oriental. La
cábala les dio un nuevo sentido: el sentido del misterio que
todo lo penetra.
Para la mente analítica el universo está desunido. Está dividido en lo conocido y lo desconocido, en lo visible y lo
invisible. Pero en la contemplación mística todas las cosas
se ven como una sola. La mente mística tiende a mantener unido al mundo: tiende a ver lo visible en unión con
lo invisible, a mantener la asociación con lo desconocido a
través de la puerta giratoria de lo conocido. Los cabalistas
sabían que lo que perciben sus sentidos, no es más que el
borde saliente de lo profundamente oculto. Extendiéndose
más allá, dentro de lo invisible, las cosas de este mundo
están en contacto secreto con lo que jamás ha percibido ojo
alguno. Cada cosa da testimonio de lo sublime, actuando
lo inaparente junto con lo aparente. Siempre hay en el más
allá un eco de toda acción realizada aquí. Todas las cosas
de abajo son símbolos de lo que existe arriba. Se sostienen gracias a las fuerzas que fluyen desde mundos ocultos.
Lo de este mundo está subordinado a lo del otro mundo.
Se comprende la esencia del aquí concibiendo el más allá
pues este mundo es la realidad el espíritu en un estado de
trance. La manifestación del misterio está, en cierto modo,
interrumpido y nosotros vivimos en el letargo. El estado
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consciente normal es un estado de estupor, en el cual están reducidas la sensibilidad a lo enteramente real y la respuesta a los estímulos del espíritu. Los místicos, sabiendo
que el hombre participa de la historia oculta del universo,
se empeñan en despertar de la modorra y de la apatía y en
recuperar el estado de vigilia para sus almas encantadas.
Para los cabalistas, se tornaba confusa la diferencia entre
lo conocido y lo desconocido, entre lo “revelado” y lo “oculto”, entre lo limitado y lo ilimitado. Lo familiar y habitual
se concebía como flotando en la poderosa corriente de los
misterios y del infinito, y los hombres tomaban conciencia
del mar en el cual él mundo no es más que una gota.
La unión con los mundos ocultos mantenía a los cabalistas en la fascinación de cosas más básicas que las que dominan los intereses de la mente común. Inspirados por la
idea de que no sólo Dios es necesario para el hombre, sino
que también el hombre es necesario para Dios, y de que las
acciones del hombre son vitales para todos los mundos y
afectan el curso de acontecimientos trascendentes, los predicadores y escritores populares cabalísticos intentaban
infundir a todo el pueblo la . idea de que todas las acciones
son de suma importancia. Llegó a ser convicción popular
que lo que se realiza “arriba”, en las esferas superiores, depende del hombre de “abajo”.
Por medio de cada acción sagrada, de cada pensamiento
puro, el hombre interviene en los “mundos celestiales”.
Un acto piadoso es un misterio. En virtud de la devoción
puesta en él, el hombre construye permanentemente mundos espirituales, cuya esencia la mente no puede concebir
mientras aún sea de este mundo. Pero sus obras son significativas, no soló para las esferas superiores, sino también
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para este mundo. Como arquitecto de mundos ocultos,
cada judío piadoso es, en cierto modo, el Mesías.
De acuerdo a la cábala, la redención no es un acontecimiento que sobreviene de golpe en “el fin de los días”, ni algo que
concierne sólo al pueblo judío. Es un proceso continuo, que
tiene lugar en cada instante. Las buenas acciones del hombre son actos singulares en el largo drama de la redención,
y no sólo el pueblo de Israel, sino el universo entero debe
ser redimido. Inclusive la misma Shejiná, la Morada Divina, está en el exilio. Dios participa, por así decir, en el estado trágico de este mundo; la Shejiná “yace en el polvo”. El
sentimiento de la presencia de la Shejiná en el sufrimiento
humano se grabó indeleblemente en la conciencia de los
judíos de Europa Oriental. Llevar a cabo la recuperación
del universo, era la meta de todos los esfuerzos.
El sentido de la vida del hombre consiste en perfeccionar
el universo. Debe distinguir, reunir y redimir las chispas
de santidad dispersas por la oscuridad del mundo. Este
servicio es el motivo de todos los preceptos y buenas acciones. El hombre posee las llaves que pueden abrir las cadenas que tienen atado al Redentor. Pero el judío, a quien
le incumbe la liberación del mundo, no sólo está en condiciones de construir, sino también de destruir. Dotado de
fuerzas gigantescas, puede ascender a las más altas esferas,
por medio de la consagración adecuada; su espíritu puede
crear cielos. Sin embargo, al mismo tiempo, no debe olvidar que tiene los pies en la tierra, cerca de los poderes de
la oscuridad. Puede suceder fácilmente que de repente el
instinto del mal se apodere del hombre, y que sea arrojado
al abismo, en vez de ascender al cielo.
Cada pecado engendra una fuerza demoníaca, dotada de
vida y de poder vicioso, y que trata de aumentar la realidad
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del mal, para dañar y pervertir a todos los hombres. Es horroroso vivir en este nuestro mundo, donde la atmósfera
está atestada de la inmensa población de seres malignos
engendrados por las malas acciones. Y todo ese peligro y
toda esa hostilidad son la propia creación del hombre.
Nunca antes en la historia judía, el sentido del poder del
mal había sido obsesionante, ni tan agudo, como en Europa Oriental durante los siglos XVII y XVIII. Como consecuencia de tales conocimientos y de la firme convicción de
la superioridad última del hombre sobre el poder del mal,
los judíos movilizaron sus fuerzas en el intento de someter
al enemigo en el corazón, al llamado de la materia bruta.
Ayudaban cada lunes y jueves y se sometían a rigurosas
mortificaciones para purificarse. Creían que el instinto del
mal persigue a cada hombre dispuesto a hacerlo tropezar
con cualquier paso en falso. Este estado de ánimo llevó tanto al éxtasis como a la tristeza: los judíos sentían la infinita belleza del cielo, los misterios sagrados de la piedad y
también lo peligroso y lúgubre de este mundo. El hombre
es tan indigno y tan desafortunado, y los cielos, tan altos y
tan remotos; ¿qué debe hacer el hombre para no caer en el
Abismo más Profundo?
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Once
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Los Jasidim
Luego vino Rabí Baal Shem, en el siglo XVIII, y trajo el cielo a la tierra. El y sus discípulos, los jasidim, desterraron la
melancolía del alma y descubrieron el inefable deleite de
ser judío. Dios no es sólo el creador de la tierra y del cielo.
Es también Él “que creó el deleite y la alegría”. “Y hablando
de la necesidad de la alegría”, dice uno de los grandes pensadores jasídicos “no nos referimos a la alegría que se siente al cumplir los mandamientos, pues la capacidad para
sentir espontáneamente semejante alegría, es un privilegio
de las almas ilustres, y no se puede exigir que cada judío
sea ilustre. Lo que queremos decir es, estar libre de tristeza. El judío que no se regocija del hecho de ser judío, es ingrato para con el cielo; es una señal de que ha sido incapaz
de captar el significado de haber nacido judío”. Inclusive la
fiesta más humilde tiene su origen último en la santidad. El
fuego del mal puede combatirse mejor con las llamas del
éxtasis que por medio del ayuno y de la mortificación.
Era como si el judaísmo hubiera renacido. Los versículos
de la Biblia, las observancias y las costumbres cobraron
repentinamente un sabor similar al del grano nuevo. Se
agregó una nueva prohibición: “¡No serás viejo”. El Baal
Shem nos rejuveneció en unos mil años. Los judíos se enamoraron del Señor y sintieron “tal anhelo de Dios, que era
inaguantable”.
Comenzaron a sentir la infinita dulzura que acompaña al
cumplimiento del precepto de la hospitalidad o de usar talit y tefilín [38]. ¿Qué sentido tiene la vida de un judío si no
38 Pequeños cubos de cuero que contienen textos bíblicos escritos
sobre pergamino según el mandamiento de Deuteronomio 11:18; los
tefilín se aplican al brazo izquierdo y a la cabeza durante el servicio matutino en los días hábiles. Son el signo de la alianza entre Dios e Israel.
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es el de alcanzar la capacidad de sentir el gusto del cielo?
El que no siente el gusto del paraíso al cumplir un precepto
en este mundo, no sentirá el gusto del paraíso en el mundo por venir. Y así, los judíos comenzaron a sentir cómo la
vida perduraba en una melodía sagrada y a incorporar el
shabat como una anticipación viviente de la vida por venir.
Hubo gran agitación en Strelisk. Los jasidim bailaban en
las calles. Rabí Mendel, rebe de Kosov, había llegado para
pasar un día con su cuñado, Rabí Uri el Serafín [39], rebe de
Strelisk. Era bien conocido que a estos dos tsadikim, justos,
les estaban abiertas las puertas del cielo. El rebe de Kosov
tenía la llave del Tesoro Celestial del Sustento, y quienquiera recibiera su bendición ya no debía preocuparse por las
necesidades de la vida. El Serafín, a su vez, tenía la llave del
Tesoro de la Santidad. Como resultado, los jasidim o adictos del rebe de Kosov, gozaban todos de bienestar, algunos
hasta de fortuna, mientras que los jasidim del Serafín eran
muy santos, pero extremadamente pobres. Sin embargo,
eran gente feliz - los jasidim de Serafín. Los entusiasmaba
vivir en su presencia y gozaban de las alegrías y del éxtasis
de la oración y del servicio a Dios. Tres veces por día se libraba la gran batalla de la oración a la que se arrojaban con
coraje denodado, como si intentaran asaltar ocultas fortalezas del cielo. Terminada la lucha, quedaban exhaustos y
asombrados por el milagro de haber sobrevivido.
El rebe de Kosov, el distinguido huésped, se escandalizó al
ver la extrema pobreza en que vivían los jasidim del Serafín. Había oído hablar de su indigencia, pero lo que vio –los
cuerpos extenuados, los trajes andrajosos– sobrepasó su
imaginación. Airadamente se volvió hacia su cuñado: “¿Por
qué permites esto?”. “Créeme, no es culpa mía. Realmente
39 Con este título es conocido hasta el día de hoy, y le fue dado por su
alma fogosa y su fervor perpetuo.
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no sienten ninguna necesidad”, contestó el otro, disculpándose.
Esta respuesta no dejó satisfecho al rebe de Kosov. A altas
horas de la noche, después de la gran celebración en honor
del huésped y, terminadas las canciones y los bailes, hizo
saber a todos los jasidim del Serafín que vinieran a verlo.
“¿Cuál sería, por ejemplo, vuestro mayor deseo?”, les preguntó. Los jasidim se desconcertaron. Por supuesto su mayor deseo era alcanzar la santidad perfecta, ser capaces de
pronunciar, por lo menos, una oración en el mismo espíritu que su rebe. Pero, ¿quién se atrevería a soñar siquiera
con metas tan inalcanzables? Entonces el rebe de Kosov
fue más explícito: “¿Qué hay del sustento?”. Esto fue una
sorpresa. Sí, convinieron en que sería bueno no sufrir penurias. Pensaron en sus esposas, en las dotes para sus hijas
adultas. “Escuchad –anunció el rebe de Kosov– mañana,
durante el servicio matutino, todo aquello por lo cual rezáis, se cumplirá”.
Fue una noche de excitación. Pasaron horas sin descanso,
repitiéndose a sí mismos y grabando en sus mentes el deseo por el sustento, por miedo de que se olvidaran a rezar
por él. Aquí había una oportunidad que podía no presentarse nunca mas.
A la mañana siguiente, muy temprano, cuando el Serafín
apareció en la sinagoga, rugiendo cual león: “Adon Olam”,
Señor Eterno, los jasidim se lanzaron unidos al encuentro
impetuoso. Sus cánticos casi siempre desgarraron al mundo, y por poco perdieron sus almas en el camino hacia el
cielo, olvidando por completo el tema que habían ensayado
la noche anterior...
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
Después del servicio, recuperándose gradualmente de su
agotamiento, se dieron cuenta consternados: “¡Ah, ah!
¡Nos hemos olvidado! ¡Olvidado por completo!” [40].
Los jasidim lograron alcanzar tanta fuerza interior que dejaron de temer a la carne. No le inflijas castigo, no la tortures, debemos apiadarnos de la carne. “No te ocultes de
tu propia carne” [41]. Podemos servir a Dios inclusive con
el cuerpo, inclusive con la inclinación al mal; solo debemos ser capaces de distinguir entre la escoria y el oro. Este
mundo adquiere sabor recién cuando se le mezcla algo del
otro mundo. Sin nobleza, la carne está llena de oscuridad.
Los jasidim siempre han sostenido que los placeres de este
mundo no eran lo más elevado que pueda lograr, y alentaban en sí mismos la pasión por la espiritualidad y el anhelo
por los placeres del mundo por venir.
En su vida sobre la tierra, el hombre es capaz de experimentar, tanto este mundo como el mundo por venir y jamás debería confundir los placeres mundanos con los placeres supremos, la tierra con el cielo.
Hay un cuento acerca de un melamed [42] que hizo un peregrinaje a pie para ver a su rebe, que vivía en una ciudad
distante. Era invierno. El camino era cansador y hacía un
tiempo terrible. De repente, el hombre más rico de la ciudad pasó en un carruaje suntuoso, tirado por cuatro caballos, con otros dos caballos adicionales atrás. Al ver al
melamed caminar afanosamente con su hatillo al hombro,
ordenó a su cochero que se detuviera y preguntó: ¿Adónde
vas?”
40 Este cuento, que oí del rabí A. J. Heschel de Kopcsynce, es narrado
ahora por B. Hager, en Oifn Weg, Bucarest, 1946.
41 Isaías 58:7.
42 Maestro de primeras letras.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
El maestro se lo dijo.
“Bien –dijo el hombre rico–, sube a mi coche. Te llevaré
hasta allá”.
“¿Por qué no’?”, dijo el maestro.
Sentarse en el coche era una verdadera delicia: no faltaban
mantas de lana abrigadas. Además, el hombre rico le dijo:
“¿Quieres beber algo?”
De esta manera, el melamed se calentó con un poco de
aguardiente y lo acompañó con un pedazo de pastel. Luego comió una porción de ganso asado y tomó otro poco de
aguardiente. En resumen, tuvo la sensación de vivir en la
abundancia. De repente se dirigió al hombre rico: “Dime,
por favor, ¿cuáles son tus placeres mundanos?”
El hombre rico lo miró con asombro: “¿No lo ves? El carruaje, y los caballos, y los manjares caros que puedo permitirme aun durante el viaje. ¿Quieres decir que todo eso
no es placer mundano suficiente para una persona como
tú?”.
“No –dijo el melamed, con tono de burla–, estos son tus
placeres celestiales, la culminación de tus placeres, pero
¿dónde están tus placeres de este mundo?”.
La percepción de lo espiritual, la experiencia del milagro, se
convirtieron en algo corriente. Frecuentemente el hombre
común llegó a sentir lo que los eruditos, a menudo, fueron
incapaces de percibir. Y en efecto, el suspiro de un corazón
contrito o un poco de autosacrificio, no equivalen a los méritos de aquel que está henchido de orgullo y de erudición.
En muchas personas la actitud frente al estudio había llegado a ser una especie de idolatría, despreciando los valores
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
del corazón. A menudo el pilpul excesivo había secado las
fuentes interiores y se convirtió en el objeto de un despliegue pretencioso del intelecto. A los ojos de un jasid, tal autoindulgencia hace más daño que un pecado. Abriendo un
tomo del Talmud, un jasid suspiraría: “Señor del mundo,
quizá esté yo entre aquellos de quienes está escrito: “¿Qué
derechos tienes tú de proclamar mis leyes?” [43].
43 Salmo 50:16.
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Doce
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Amarás al perverso
Existe el cuento de un hombre instruido que fue a visitar a
un rebe. El estudioso ya no era joven –estaba cerca de los
treinta–, pero nunca había visitado a un rebe.
“¿Qué has hecho durante toda tu vida?”, le preguntó el
maestro.
“He pasado tres veces por todo el Talmud’’, contestó el
hombre instruido.
“Sí, pero ¿cuánto del Talmud ha pasado por ti?”, inquirió
el rebe.
Por pura escrupulosidad en la observancia de la ley podemos llegar a olvidarnos de la presencia viviente del Señor.
Pero ¿cuál es el objetivo principal de la observancia si no es
sentir el alma, el alma en nosotros mismos, en la Torá, en
el mundo? El hombre no es un mero reflejo de lo que está
más arriba, en un manantial. Despojándose de sus caparazones, puede iluminar al mundo. Dios ha instalado en el
hombre algo de Sí Mismo.
En particular para Israel, el pueblo judío, el vivir para el
“cumplimiento de la torá” es de importancia única. Por eso,
el destino de Su querido pueblo de Israel es tan importante
para Dios. Dios es lo infinito, “lo Oculto de todo lo Oculto”,
que ningún pensamiento puede concebir; pero cuando un
judío casi ha agotado su fuerza en el anhelo por Él, suele
exclamar: “¡Dulce Padre!”. Nos incumbe a nosotros obedecer a nuestro padre en el cielo, pero Dios, a su vez, está
obligado a apiadarse de sus hijos. Y en efecto, su compasión es abundante.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
“Quisiera poder amar al hombre más santo de Israel así
como el Señor ama al más perverso de Israel”, rezaba rabí
Arón el Grande. Sin embargo, cuando el sufrimiento del
exilio se hace demasiado duro de soportar, y no llega ayuda
del cielo, para rabí Levi Itzjak de Berdichev [44], es posible,
por así decir, emplazar a Dios a someterse a juicio.
En 1917-18, durante el período de los pogroms de Podolia,
David Koigen [45], dedicado a registrar los acontecimientos, quedó asombrado por el hecho de que durante las diferentes olas de pogroms, determinada ciudad había sido
respetada por los asesinos, otras ciudades habían sufrido
varios pogroms, y había una localidad que, situada en el
camino por donde pasaron las hordas, sin embargo, había
quedado como oculta a los criminales.
Cierto día se encontró casualmente con un habitante de
aquella ciudad, y le preguntó por qué había sido respetada.
El hombre dijo: “No hay motivo para sorprenderse. Tenemos una promesa. Hace generaciones que vivió en nuestra
ciudad un gran tsadik. Sucedió que un viernes tuvo que ir
a una ciudad vecina para cumplir con una mitsvá [46]. Pero
vaciló durante un rato. ¿Cómo salir de viaje al día anterior
al shabat? Una demora en el camino podría impedirle completar su viaje antes de la llegada del shabat, pero el asunto
era urgente, y era posible ir y volver antes de la puesta del
sol. De modo que partió, cumplió con la mitsvá y emprendió el regreso a casa. El cochero hizo chasquear el látigo,
y los caballos galoparon. Pero ocurrió lo imprevisible; el
camino se iba haciendo cada vez más largo, y al fin, cuando el carruaje entró en su ciudad natal, las velas sabáticas
44 Famoso dirigente jasídico.
45 Filósofo y sociólogo, fallecido en 1933.
46 Precepto, mandamiento; cumplir nuestra obligación para con Dios
y los hombres; una buena acción.
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brillaban ya en todos los hogares judíos. El tsadik estuvo
fuera de sí, estaba enojado con el Señor por haberlo tratado
de esa manera. En su indignación se negó categóricamente
a recitar el kidush [47]. Su negativa provocó gran agitación
en el cielo. Pero el tsadik no quiso abandonar hasta que no
se le asegurara que nunca habría pogrom alguno en su ciudad. Sólo entonces procedió a recibir el shabat.
El Baal Shem pasó una vez el Séptimo Día en un pueblito y se hospedó en una posada. Cuando el shabat estaba
por terminar, el posadero convocó, como de costumbre, a
todos los judíos del pueblo para celebrar en su compañía
la Tercera Comida, con cánticos e himnos. “¿Por qué te
contentas con tomar las otras comidas sabáticas en el seno
de tu familia, mientras que para la Tercera Comida buscas
la compañía de mucha gente?”, preguntó el Baal Shem. Y
el posadero contestó: “Tengo entendido que en su última
hora, cuando un hombre está a punto de morir, deben estar
presentes diez personas. Al finalizar el shabat, nos abandona el Alma Adicional, y a la hora de la Tercera Comida es
como si hubiera muerto una parte de nosotros”.
Purim, fiesta alegre y divertida que conmemora la derrota
de la intriga de Amán, era celebrado por algunos jasidim
con un espíritu diferente en su forma, pero idéntico en su
esencia, al espíritu que reinaba en el día más sagrado, Iom
ha-Kipurim, el día del Perdón. Día tras día practicaban el
rito de la inmersión en agua, pues sin purificación, ¿quién
se atrevería a emprender una acción sagrada?
47 Santificación pronunciada sobre el vino y sobre el pan antes de la
comida del viernes a la noche.
Trece
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Treinta y seis Tsadikim
El momento presente desbordaba sus límites. Los judíos
no vivían cronológicamente. sino en una fusión del pasado
y del presente. Vivían con los grandes hombres del pasado,
no sólo con los cuentos acerca de ellos, sino también con
sus emociones y con sus sueños. Estudiando el Talmud, los
judíos sentían cierto parentesco con sus sabios. Se creía que
el profeta Elías asistía a las ceremonias de circuncisión, y
que los espíritus de los Santos Huéspedes [48] –Abraham,
Isaac, Jacob, Moisés, Arón, José y David– visitaban sus
cabañas en los días de sucot. Entre estos judíos vivían los
treinta y seis tsadikim” [49], que permanecen desconocidos al pueblo, y cuya santidad sostiene al universo. En su
alma, el judío común estaba siempre preparado para dar
la bienvenida al Mesías. Si el profeta Isaías se hubiera levantado de su tumba y hubiera entrado en el hogar de un
judío, aunque fuera un día miércoles cualquiera, ambos se
habrían entendido.
Koretz, Karlin, Bratslav, Lubavich, Guer, Lublin, centenares de pequeñas ciudadades eran como libros sagrados.
Cada lugar era un modelo, un aspecto, una forma de judaísmo. Cuando un judío mencionaba el nombre de una
ciudad como Mieclzybosh o Berdichev, era como si hubiera
mencionado un misterio divino. Un esplendor sobrenatural emanaba de los actos comunes.
48 Según el Zohar (III, 103 b), cuando un hombre está sentado en la
sucá (cabaúa) “a la sombra de la fe, la Shejiná abre sus alas sobre él
desde arriba”, y los siete santos huéspedes ‘’hacen su morada con él”.
49 Es el número de justos que vive en cada generación y por cuya causa Dios concede su misericordia al mundo. Generalmente toman como
disfraz a un pobre trabajador, de modo que su santidad queda desconocida hasta para sus íntimos.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
“¿Por qué vas a ver al rebe?”, preguntó alguien a un rabino
eminente, el cual, aunque su tiempo era precioso, se dispuso a caminar con afán días enteros para visitar a su maestro
en shabat.
“Para estar cerca de él y para observar cómo se ata los cordones de sus zapatos”, replicó.
Cuando los jasidim estaban reunidos, contaban unos a
otros cómo el rebe abría la puerta, cómo probaba su comida en la mesa: acciones simples, pero llenas de misterio.
¿Qué necesidad había de discutir sobre la fe? ¿Cómo era
posible no sentir la presencia de Dios en el mundo? ¿Cómo
podía no verse que toda la tierra estaba llena de Su gloria? Habría sido superfluo predicar a estos judíos la necesidad de observar los seiscientos trece mandamientos.
Vivir de acuerdo con el Shulján Aruj había llegado . a ser
su segunda naturaleza. Pero los judíos deseaban más que
eso, deseaban alcanzar niveles aún más elevados. Un dirigente del movimiento musaf [50] observó en cierta ocasión:
“Si yo pensara que siempre he de seguir siendo lo que soy,
me mataría. Pero si no tuviera la esperanza de ser como
el Gaon de Vilna [51], no sería ni siquiera lo que soy”. Tal
anhelo por elevarse cada vez más, les confería una cualidad
casi sobrehumana. Cada uno sabe lo que es la belleza, cada
uno puede percibirla con sus sentidos. Lo nuevo en Europa
Oriental fue que la santidad, el mayor de todos los valores,
llegó a ser tan real y tan concreto que terminó siendo tan
perceptible como la belleza.
50 Movimiento ético iniciado en el siglo XIX por rabí Israel Salanter
entre los judíos de Lituania. Véase el hermoso retrato de rabí Salanter
en Louis Ginzberg, “Estudiantes, sabios y santos”; págs. 145 a 194.
51 El más eminente talmudista de su época (1720-1797).
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
Por fuera los judíos estaban atormentados por la miseria y
la humillación política que debían soportar, pero por dentro llevaban la fecunda aflicción universal y la noble visión
de la redención para todos los hombres y para todos los
seres. Había judíos de cuyo espíritu nunca se apartaba el
sufrimiento de las épocas pasadas, así como el de su propio
tiempo. Sin embargo, esto no perturbaba la corriente de su
alegre fe diaria. Pues el hombre no está solo en el mundo.
“N o existe la desesperación”, dijo rabí Nahman de Bratslav, un dirigente jasídico. “No temas hijo mío, Dios está
contigo, dentro de ti y a tu alrededor. Aun en el Abismo
Más Profundo podemos tratar de acercarnos a Dios”. La
palabra “malo” nunca se asomaba a sus labios. Las desgracias no los asustaban. “Pueden quitarme todas las cosas –la
almohada debajo de mi cabeza, mi casa–, pero no pueden
sacar a Dios de mi corazón”.
Los milagros ya no alarmaban a nadie, y era sorprendente
descubrir entre los contemporáneos, hombres que alcanzaban el espíritu santo, hombres cuyos oídos percibían
la voz del cielo. Dejaron de pensar que su generación era
inferior a la precedente; ya no se consideraban epígonos.
Al contrario, los jasidim creían que era más fácil lograr la
inspiración por el espíritu santo en sus propios días, de lo
que había sido en los remotos días del Talmud. Pues tal
inspiración proviene de dos fuentes: del Templo de Jerusalén y de la Redención Completa en los días del Mesías.
Y nosotros estamos más cerca del momento de la redención de lo que los sabios del Talmud estaban de la época del
Templo. La luz del Mesías ya puede verse delante nuestro
iluminando a los justos contemporáneos. “Hay que ser ciego para no ver la luz del Mesías”, dijo rabí Pinjas de Koretz.
Él se compadecía del rabí Abraham Ibn Erza, del siglo XI,
cuya época distaba tanto de las fuentes de la profecía en los
tiempos del Templo, como de la luz de la época mesiánica.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
Eso explica por qué era tan prosaico y por qué era incapaz
de apreciar la profundidad oculta en los himnos inspirados
de rabí Eleazar Hakalir.
Predominaba el sentimiento de que el hombre era superior a los ángeles; el ángel desconoce el autosacrificio, no
debe superar obstáculos, ni posee el libre albedrío en sus
acciones. Además, la naturaleza del ángel es estacionaria,
manteniendo por siempre la jerarquía en la cual ha sido
creado. Pero el hombre es un pasajero, siempre se mueve, hacia arriba o hacia abajo; no puede permanecer en un
mismo lugar. Más aún, el hombre no es sólo la corona de
la creación, puede convertirse en un partícipe del acto de la
creación. Los jasidim se daban cuenta de la amplia esfera
de su responsabilidad, sabían que mundos enteros esperaban ser redimidos de la imperfección. No sólo nosotros
necesitamos el cielo, sino que también el cielo necesita de
nosotros.
Las pequeñas comunidades judías de Europa Oriental eran
como textos sagrados abiertos ante los ojos de Dios, pues
tan cerca del Monte Sinaí estaban sus casas de oración. En
las humildes sinagogas de madera, que parecían aislarse
deliberadamente del mundo, los judíos purificaban las almas que Dios les había entregado, y perfeccionaban su semejanza a Dios. Allí nacía en ellos un mundo infinito de
vida interior, una “Torá en el corazón”, además de la Torá
escrita y oral.
Inclusive el hombre sencillo era como un artista que sabía
como llenar de belleza mística las horas de un día de trabajo. N o escribían cánticos, ellos mismos eran cánticos.
Cuando los judíos estaban listos para recibir el “Alma Adicional del Shabat” y se enamoraban una vez más de Dios,
recitando el pasaje del Libro del Esplendor sobre “el mistewww.seminariorabinico.org
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rio del shabat”, alcanzaban cumbres de belleza y de éxtasis.
A menudo carecían de brillo exterior, pero estaban llenos
de luz oculta.
Para los más sabios de entre ellos era más importante cumplir con lo que decían, que decir lo que cumplían.
En la dimensión espiritual, la abnegación vale más que alcanzar la erudición. Rabí Isaac Meir Alter de Guer, el más
prominente talmudista de su época en Polonia, visitó a su
maestro, rabí Mendel de Kotzk, y le rogó que leyera el manuscrito de una obra suya. Se trataba de un comentario sobre el Joshen Mishpat, el código civil judío. Pocas semanas
más tarde, el rabí de Kotzk hizo llamar al autor: “He estudiado tu manuscrito”, dijo. “Es la obra de un genio. Cuando
se publique, los comentarios clásicos que se han estudiado durante generaciones, resultarán anticuados. Sólo me
siento afligido al pensar en el disgusto que esto causará a
las almas de los santos comentaristas”.
Era tarde de invierno. En la chimenea ardía el fuego. Rabí
Isaac Meir tomó el manuscrito de la mesa y lo arrojó a las
llamas.
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Catorce
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“Preserva mi lengua de la calumnia”
No era casualidad que los judíos de Europa Oriental despreciaban la educación secular.
Se resistían a la corriente del iluminismo que amenazaba
tragar la pequeña provincia del judaísmo. No desdeñaban
la ciencia. Sin embargo, creían que un poco de nobleza espiritual valía mil veces más que todas las ciencias seculares, que rezar tres veces al día. “Dios mío, preserva mi lengua de la calumnia”, era más importante que el estudio de
la física y la meditación sobre los Salmos llenaba el hombre
de más compasión que el estudio de la historia romana.
No tenían confianza en el mundo secular. Creían que la
existencia del mundo no dependía de museos y de bibliotecas, sino de casas de oración y de estudio. Para ellos, la casa
de estudio no era importante porque el mundo la necesitaba, sino, por el contrario, el mundo era importante porque
en él había casas de estudio. Para ellos, una vida sin Torá
y sin piedad eran el caos, y un hombre que vivía sin Torá y
sin piedad era mirado con una sensación de miedo. Sabían
muy bien que el mundo está lleno de pruebas y de peligros,
y que abarca los celos de Caín, la fría malevolencia de Sodoma y el odio de Esaú, pero también comprendían que en él
existe la caridad de Abraham y la ternura de Raquel.
Hostigados y oprimidos, sentían en lo más hondo dé sus
corazones, un desdén por el “mundo”, con su poder y su
pompa, con su bullicio y su ostentación. Aquellos que a media noche se compadecían de la gloria de Dios que está en el
exilio y pasaban sus días vendiendo cebollas por las calles,
no se sentían insultados por el desprecio de sus enemigos,
ni impresionados por sus elogios. Sabían que los judíos estaban en el exilio y que el mundo no había sido redimido.
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
Su vida se orientaba hacia lo espiritual y, por eso, podían
ignorar los aspectos exteriores. Por fuera un judío podía
ser indigente; pero por dentro, se sentía como un príncipe,
como un allegado del rey de reyes. Había en él una libertad
invencible cuando, envuelto en tality tefilin, consagraba su
alma a la santificación del Nombre Sagrado.
Hay literaturas más atrayentes y filosofías más sutiles que
las creadas por los judíos de Europa Oriental, pero en sus
imágenes y en sus ideas no se apagaba jamás la luz de la
semejanza a Dios. Había judíos que pretendían poder recordar cómo sus almas presenciaron la Revelación en el
Monte Sinaí. Sus almas gritaban constantemente: “Haremos y escucharemos” y pocas veces esta afirmación ha sido
pronunciada con más sinceridad. Jóvenes fogosos se precipitaban a las calles para proclamar:
“¡No hay otro fuera de Él!”
¿Hubo alguna vez más luz en las almas de los judíos en estos últimos mil años? ¿Podía haber sido más hermoso en
Safed o en Worms, en Córdoba o en Pumbedita?
Los judíos siempre habían conocido la santidad del shabat
y la piedad. Lo nuevo en Europa Oriental fue que algo del
shabat fuera infundido en cada día. Se podía saborear el
gusto de la vida eterna en el momento fugaz. En un tal ambiente no era difícil mantener la neshamá ieterá, el Alma
Adicional, que se otorga a cada judío para el día de Shabat.
No había conciertos ni óperas en sus pequeñas ciudades;
mas ninguna canción era bastante elocuente como para expresar lo que sentían al asistir a la Tercera Comida Sabática. Los judíos no construían sinagogas magníficas; construían puentes que llevaban desde el corazón hasta Dios.
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Se cuenta que cierta vez el santo Baal Shem y sus discípulos
llegaron a Berdichev, para ver a rabí Lieber el Grande. Rabí
Lieber no estaba en su casa. Era día de feria; los visitantes
fueron pues al mercado y allí vieron a rabí Lieber conversando con un campesino. “¿Sabéis con quién está hablando
rabí Lieber?”, preguntó el Baal Shem a sus discípulos. “Es
Elías, el profeta”. Notando el asombro de los discípulos,
agregó: “No es rabí Lieber quien tiene el privilegio de tener
una revelación de Elías; es Elías el que tiene el privilegio de
tener una revelación de rabí Lieber”.
Este cuento es, quizás, lo que mejor explica lo sucedido en
aquel período. En tiempos de Moisés, Israel tuvo una revelación de Dios; en tiempos del Baal Shem, Dios tuvo una
revelación de Israel. De repente se reveló en la vida judía
una santidad que había venido acumulándose a lo largo de
muchas generaciones. En últimas instancias, “haremos y
escucharemos” [52] es tan importante como “Yo soy el Señor, tu Dios” [53]. Y “¿Quién es como tu pueblo Israel, una
nación única en la tierra?” [54] es tan significativo para Él,
como “El Señor es Único” [55] lo es para Israel. “¿Quién habría creído nuestro relato?” “¿Y a quién ha sido revelado el
brazo del Señor?” [56]. Mirando a los judíos, se percibía a
la Shejiná.
Cuando Nabucodonosor destruyó a Jerusalén y prendió
fuego al Templo, nuestros antepasados no olvidaron la Revelación en el Monte Sinaí, ni las palabras de los profetas.
Hoy en día, el mundo sabe que lo que aconteció en el suelo
de Palestina fue historia sagrada, en la que se inspira la hu52 Éxodo 24:7.
53 Éxodo 20:2.
54 2 Samuel 7:23.
55 Deuteronomio 6:4.
56 Isaías 53:1.
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manidad. Podrá llegar el día en el cual será revelada la luz
oculta de la época de Europa Oriental.
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Quince
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
La historia que no fue contada
Por supuesto, en la vida de los judíos de Europa Oriental
no hubo sólo luz, sino también sombra -la monotemática de los estudios, la despreocupación por los modales, el
provincialismo. En las condiciones de hacinamiento en que
vivían-perseguidos y atormentados por leyes crueles, intimidados por terratenientes borrachos, despreciados por
los nuevos ricos de las ciudades, pisoteados por las botas
de los policías y elegidos como chivos emisarios por los políticos demagogos - a veces se rompían violentamente. las
ataduras de la disciplina. Además, la miseria espantosa y
la pobreza aterradora los hacían sordos a las exigencias y
a las exhortaciones del entusiasmo religioso. A veces, las
esferas de la piedad resultaban demasiado elevadas para
los simples mortales.
No todos los judíos podían consagrarse a la Torá y al servicio de Dios, no todos los ancianos tenían caras de profetas,
no sólo había jasidim y cabalistas, sino también patanes y
vagos. Pero, hasta en el lodo de sus pequeñas ciudades brotaban tiernas flores y en la oscuridad, ardían las brasas; a
la espera de ser encendidas.
Prácticamente no había ningún judío en el cual hubiera
muerto totalmente el respeto por el espíritu. Siempre hubo
moralistas que censuraban públicamente los abusos que
aparecían en las comunidades judías, y lanzaban denuncias apasionadas contra los de arriba, indiferentes a la justicia. Los defectos estaban a la vista de todos; los schnorrers difundían por todas partes la fama de sus cualidades
desagradables.
La historia del autosacrificio silencioso, de la caridad no
publicitada, de la vida interior y de la devoción de la gente
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
sencilla, de los que sobrellevaban pacientemente su pobreza y no salían del país en busca de fortuna, probablemente
quedará eternamente sin contar.
Es más fácil apreciar la belleza de la vida judía tradicional,
que la espiritualidad revolucionaria de los judíos modernos. A menudo, los judíos de los días de antaño pasaban
por alto este mundo, a causa de su preferencia por el otro
mundo. Entre el hombre y el mundo estaba Dios. En el ínterin, sin embargo, las persecuciones, los pogroms y los
asesinatos resquebrajaron el suelo debajo de los pies del
pueblo. No había paz ni seguridad y, sistemáticamente, les
fueron quitados los medios para ganarse la vida. Las masas
eslavas, dominadas por terratenientes engreídos, respondieron débilmente al ímpetu de la revolución industrial,
que en el siglo XIX arrastró a los países septentrionales.
Careciendo de espíritu de empresa, tanto los terratenientes
como los funcionarios civiles y los campesinos, ignoraban
el desafío de la transformación que sacudía al mundo. El
hombre medio prefería vivir del presupuesto público, como
empleado estatal o municipal, en lugar de exponerse a los
riesgos de la libre empresa. Como resultado de la ausencia
de explotación de las riquezas naturales y de la falta de sustitución de los métodos anticuados por otros más moderno;,; en la agricultura y en el comercio, el pueblo vivía en la
miseria y en la pobreza. La creciente pauperización afectó
especialmente a la población judía, dedicada en parte a la
agricultura, pero principalmente a la artesanía y al comercio, que tenían pocas esperanzas de recuperación, por falta
de capital y a causa de la opresión sistemática del Estado.
Precursores en la edificación urbana y en el desarrollo de
industrias importantes, los judíos tropezaron con un sistema bien organizado de restricciones y de obstáculos. La
juventud judía, inquieta, alerta y flexible, ansiosa y llena
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
de dinamismo, buscó salir de las calles sombrías y hacinadas, donde no podía encontrar posibilidades de progreso,
ni condiciones de desarrollo.
Luego llegaron jóvenes con ideas nuevas; se negaron a
aceptar pasivamente el infortunio y deseaban crearse una
existencia en su propio suelo. No querían seguir viviendo
de milagros, querían libertad , una forma natural de vida.
No querían vivir espiritualmente del pasado, se rehusaban
a vivir de legados: querían empezar de nuevo.
La brisa cosmopolita de la civilización que soplaba desde el
oeste con su mensaje optimista de emancipación para todos
los pueblos,. llevó un rayo de esperanza a las comunidades
judías. El romanticismo de poetas y estudiantes que aspiraban lograr un renacimiento de la lengua hebrea, coincidió con las actividades postmendelsohnianas, tendientes
a racionalizar y a simplificar el contenido de la vida y del
saber judíos. Surgieron: el movimiento iluminista (Haskalá), el sionismo, el movimiento jalutziano y el socialismo
judío. ¡Cuánto autosacrificio, cuánto amor al pueblo, cuánta Santificación del Nombre Sagrado puede encontrarse en
los judíos modernos, en su voluntad de sufrir, con el fin
de ayudar! El fervor de los judíos piadosos se transmitió a
sus hijos y a sus nietos emancipados. El fervor y el anhelo
de los jasidim, la obstinación ascética de los cabalistas, la
lógica inexorable de los talmudistas se reencarnaron en los
activistas de los movimientos judíos modernos. Su creencia en nuevos ideales se inspiraba .en una antiquísima piedad. Eran capaces de ver una “hija del cielo” en el mensaje
del racionalismo, un templo sagrado en el renacimiento del
idioma hebreo, o en la esencia del judaísmo en el idish, la
“lengua madre”.
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Creyeron en Europa y exaltaron el “siglo veinte”. Su deseo
más ferviente, su sueño de felicidad era incorporar la cultura y las ideas de la civilización occidental. Sin embargo,
a diferencia de las sectas antiguas, ni siquiera aquellos que
sentían que para adoptar lo nuevo debían abandonar lo
viejo, ni siquiera aquellos a quienes el ímpetu revolucionario había llevado a la antítesis de la tradición, cortaron
los vínculos con el pueblo; salvo unas pocas excepciones
permanecieron dentro de la grey. El poderoso impulso a
la redención sobrevivía en sus almas. Las tentaciones de
la asimilación eran realmente seductoras; pero los judíos
que no capitularon, que no huyeron de la pobreza judía,
que renunciaron a sus carreras, a su comodidad y a la fama
con el fin de encontrar remedio al mal de su pueblo, y que
abandonaron los libros sagrados o las universidades para
cultivar la tierra y para desecar los pantanos de Palestina,
eran como vino añejo en odres nuevos.
Las masas judías de Europa Oriental repudiaron la emancipación cuando les fue ofrecida al precio de la deslealtad
a las tradiciones de Israel. Los judíos, tanto los piadosos
como los librepensadores, lucharon por una existencia digna, esforzándose en asegurar los derechos de la comunidad
y no sólo los del individuo. Manifestaron una voluntad colectiva para un propósito colectivo. Con la rapidez de un
rayo enderezaron sus espaldas y aprendieron a dominar las
artes y las ciencias. Aplicaron a la investigación científica
sus dotes para el pensamiento dialéctico abstracto, desarrolladas a lo largo de generaciones. El entusiasmo jasídico
se sublimó en la noble profundidad de músicos virtuosos.
Tres mil años de historia no los han desgastado. Sus espíritus estaban animados por una vitalidad que, a menudo, los
indujo a oponerse a principios aceptados.
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
En la confusión espiritual de los últimos cien años muchos
de nosotros no hemos percibido la incomparable belleza de
nuestros viejos y pobres hogares. Comparamos a nuestros
padres y a nuestros abuelos, a nuestros eruditos y a nuestros rabinos con los intelectuales rusos o alemanes. Predicamos en nombre del siglo veinte, medimos los méritos de
Berdichev y de Ger con los patrones de París y de Heidelberg. Deslumbrados por las luces de la metrópoli, a veces
perdimos la capacidad de introspección. Para algunos de
nosotros se apagaron las visiones luminosas que durante
tantas generaciones brillaban en las pequeñas velas.
En las últimas décadas se ha desarrollado un deseo vehemente para armonizar el presente con el pasado. La antítesis de la Haskalá había comenzado a transformarse gradualmente en síntesis. Lentamente se descubrió la belleza
interior de la vida de antaño y el vacío de la civilización
actual. Pero el tiempo ha sido demasiado corto, la voluntad
demasiado débil. La claridad y la solidaridad han faltado
no sólo en lo espiritual, sino también en lo político. Al enfrentarse con un mundo de miseria y de indiferencia, nuestra voluntad y nuestro enfoque resultaron inadecuados.
En nuestro anhelo por cambiar y en nuestra pasión por
avanzar, ridiculizamos tanto la superstición, que perdimos
nuestra capacidad de creer. Hemos ayudado a apagar la luz
que nuestros padres habían encendido. Hemos cambiado
la santidad por la conveniencia, la lealtad por el éxito, la
sabiduría por la información, las oraciones por las prédicas
y la tradición por la moda.
En los textos elementales de hebreo, que se usaban hace
un cuarto de siglo, había un cuento de un niño que todas
las mañanas estaba en un gran aprieto por haber olvidado
dónde había puesto su ropa y sus libros antes de acostarse. Una noche halló la solución a su problema. Escribió en
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LA TIERRA ES DEL SEÑOR
un papelito: “El traje está en la silla, la gorra, en el ropero,
los libros, sobre el escritorio, los zapatos, debajo de la silla; y yo estoy en la cama”. A la mañana siguiente comenzó
a juntar las cosas. Todas estaban en su lugar. Al llegar al
último punto de la lista, fue a buscarse en la cama pero su
búsqueda fue en vano. Un mundo se ha desvanecido. todo
lo que queda es un santuario oculto en el reino del espíritu.
Nosotros, los de esta generación, aún poseemos la llave. A
menos que nos acordemos, a menos que usemos esa llave,
la santidad de los siglos quedará como un secreto de Dios.
Nosotros, los de esta generación, aún tenemos la llave, la
llave del santuario, que es también el refugio de nuestras
propias almas desamparadas. Si extraviamos la llave, nos
evadiremos de nosotros mismos.
En esta hora, nosotros, los que vivimos, somos “el pueblo
de Israel”. La obra iniciada por los patriarcas y por los profetas y continuada por sus descendientes, ahora no está
encomendada a nosotros. O somos los últimos judíos, o somos aquellos que entregaremos todo el pasado a las generaciones por venir. O traicionaremos el legado de los siglos,
o lo enriqueceremos.
Hoy, el judaísmo es la religión menos conocida. Su raro esplendor ha sido adaptado tan frecuentemente a las trivialidades de opiniones cambiantes, que lo que queda es un
lugar común. Sólo unos pocos son los que aún perciben el
nigún desvaneciente de sus anhelos perennes.
La humanidad no puede elegir entre religión y neutralidad. La irreligiosidad no es opio, sino veneno. Nuestras
energías son demasiado abundantes para vivir indiferentemente. Tenemos necesidad de un propósito infinito para
absorber nuestra inmensa potencia, a fin de que nuestras
almas no corran amok. O somos sacerdotes de lo sagrado, o
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ABRAHAM JOSHUA HESCHEL
somos esclavos del mal. Ser judío es mantener el alma limpia y abierta a la corriente de infinitos esfuerzos, para que
Dios no se avergüence de Su creación. El judaísmo no es
una cualidad del alma, sino una vida espiritual. Con alma
nacemos; el espíritu lo debemos adquirir.
El judaísmo es el sendero de Dios en el desierto del olvido.
Al ser lo que somos –judíos– y al armonizar nuestros anhelos con la santidad solitaria de este mundo, ayudaremos
más a la humanidad que mediante cualquier servicio en especial que podamos prestarle.
Somos Judíos, de la misma manera que somos hombres.
La alternativa de nuestra existencia como judíos es el suicidio espiritual, la extinción. No es un cambio por otra cosa.
El judaísmo tiene aliados o socios, pero no sustitutos. No
es un sirviente de la civilización, sino su piedra de toque.
No vivimos en un vacío. Nunca sufrimos del miedo de andar errantes en la vacuidad del tiempo. Poseemos el pasado y, por lo tanto, no tememos al porvenir. Recordamos
de dónde venimos. Estamos dotados del conocimiento de
participar en una historia que trasciende los intereses y la
glorias de determinadas dinastías e imperios. Hemos sido
convocados, y no podemos olvidarlo, dando cuerda al reloj de la historia eterna. Se nos ha enseñado a percibir los
nudos de la vida, en los cuales lo trivial está entrelazado
con lo sublime. No hay límites para nuestra experiencia del
significado intenso y grave y de la grandiosidad peligrosa
del compromiso divino para con la vida humana. Nuestros
brotes pueden ser aplastados, pero nos sostenemos gracias
a la fe que viene de lo más profundo de nuestras raíces.
Nuestra vida está plagada: de dificultades, pero nunca carece de sentido. La sensación de futilidad está ausente de
nuestras almas. Nuestra existencia no es en vano. Hay un
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compromiso Divino en nuestra vida. Esta es nuestra dignidad. El estar investido de una tal dignidad significa representar algo más que a sí mismo. El pecado mas grave de un
judío es olvidar lo que él representa.
Somos los socios de Dios en la historia humana. Somos el
alba y la oscuridad, el desafío y la prueba, ¡Cuán extraño
es ser judío y perderse en las peligrosas misiones ordenadas por Dios! Hemos sido ofrendados como un modelo de
fervor religioso y como una víctima de la ira, pero aún hay
mucho más en nuestro destino. Llevamos en nuestras almas el oro de Dios para forjar la puerta del reino. La época
del reino puede estar aún lejos, pero la tarea es sencilla:
mantener nuestra relación con Dios, a pesar del peligro
y del desprecio. Hay que hacer la guerra contra lo vulgar,
contra la glorificación de lo absurdo, una guerra incesante
y universal. Leales a la presencia de lo último en lo trivial,
debemos ser capaces de demostrar que el hombre es más
que hombre, que al hacer lo finito puede percibir lo infinito.
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