I C. G. Jung, G. Bachelard, J. Singer, R. Metzner, J. Hillman, M. Woodman, M. Scott Peck, U. K LeGuin, J. Campbell, M-L. von Franz, A. Lowen, J. Bradshaw, B. Bettelheim, E. Erikson y otros RECUPERAR EL NIÑO INTERIOR E dición a cargo de Jerem iah A bram s j^i editorial l/áirós Num ancia, 117-121 08029 Barcelona Para Phillip, Rachel y Barbara, mi buen hijo, mi buena hija, su buena madre: “Si no fuera por vosotros, no parecería cierto”. Título original: RECLAIMING THE INNER CHILD Traducción: Carlos Figueras Diseño portada: Ana y Agustín Pániker © 1990 by Jeremiah Abrams © de la edición en castellano: 1993 by Editorial Kairós, S.A. Primera edición: Septiembre 1994 Quinta edición: Junio 2001 ISBN: 84-7245-266-2 Dep. Legal: B-25.726/2001 Fotocomposición: Beluga & Mleka, Córcega, 267,08008 Barcelona Impresión y encuademación: índice, Caspe, 118-120,08013 Barcelona Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por escrito del editor o el propietario del copyright. Pensé, por último, que de todas las nostalgias que aco­ san al corazón humano la principal, para mí, es el per­ petuo anhelo de reconciliar aquello que hay de más jo­ ven con aquello que hay de más viejo en cada uno de nosotros. Laurens Van Der Post AGRADECIMIENTOS Un proyecto como éste es el fruto del trabajo de mucha gente, sin cuya cooperación generosa y creativa no hubiera llegado a ver la luz. Le debo un agradecimiento especial a mi mujer, Barbara Shindell, quien se sacrificó para que todo siguiera en marcha durante mi reclusión y ha sido, al mismo tiempo, mi sostén, mi lectora principal y mi aliento más entusiasta. Le estoy también muy agradecido a mi editora, Connie Zweig, persona dotada y singular que además de buena ami­ ga ha ejercido de “madre” y “comadrona” de este proyecto. Hay muchas personas que merecen también un agradeci­ miento especial por su contribución específica a nuestro li­ bro: Bob Stein y Joel Covitz dieron su apoyo intelectual y emocional a este esfuerzo, creyendo en él resueltamente y participando como lectores, críticos y colaboradores. Mark Dowie y Mark Libarle me ayudaron a encaminar el proyec­ to. Bill y Vivienne Howe, me permitieron usar su biblioteca generosamente, como si fuera un centro de investigación. Sharon Heath me alentó desde su propio proyecto, paralelo a éste. Lotte Stein, Joanna Karp, Bruce y Carla Burman, y Alice Graveson aportaron su incalculable ayuda como lecto­ res y críticos. Kathleen Dickey se encargó amablemente de o Agradecimientos la preparación del manuscrito. Jeremy Tarcher y su equipo me proporcionaron toda su atención y profesionalidad a lo largo de todo el proyecto. Y, por supuesto, debo dar las gracias también a cada uno de los autores y editores que generosa­ mente permitieron que sus escritos particulares se entrete­ jieran en la trama de este libro. Quiero reconocer especialmente a aquellos clientes y ami­ gos personales que a lo largo de los años han compartido conmigo su ser más íntimo y que han dotado de realidad a mi propia experiencia del niño interior y a las posibilidades curativas latentes en cada uno de nosotros. INTRODUCCION: EL NIÑO INTERIOR Jeremiah Abrams Es el Niño quien percibe el secreto primordial de la Natu­ raleza y es al niño que hay en nosotros a quien regresamos. El niño interior es lo bastante simple y osado como para vi­ vir el Secreto. C h u a n g T su La mayoría de nosotros sentimos una fuerte afinidad ha­ cia el niño interior. Sabemos intuitivamente lo que es, el sig­ nificado que tiene para nosotros. Percibimos, tal vez de for­ ma encubierta, que una parte de nosotros mismos permanece íntegra, a salvo de los pesares de la vida, capaz de alegrar­ se profundamente y de maravillarse ante las cosas más pe­ queñas. Esta imagen del niño es sutil, compleja y auténtica. Su mensaje es que todos llevamos a un niño eterno en nuestro 10 11 Introducción interior, un ser hecho de inocencia y asombro. Y este niño simbólico también nos conduce, a quienes hemos sido por­ que lleva consigo el registro de nuestras experiencias formativas, de nuestros placeres y de nuestros dolores. Como realidad poética y simbólica el niño interior se ma­ nifiesta en las fantasías, los sueños, el arte, y los mitos pro­ cedentes de todo el mundo, donde representa la renovación, la divinidad, el entusiasmo vital, la capacidad de asombro, la esperanza, el futuro, la curiosidad, el valor, la espontaneidad y la inmortalidad. El niño interior es un símbolo de unión que conecta aquellas partes de la personalidad individual pre­ viamente separadas o disociadas. Marie-Louise von Franz, eminente erudita y analista junguiana, dice: “Si confío en mi reacción ingenua, soy íntegra; estoy íntegramente en la si­ tuación y en la vida... Es por ello que los terapeutas infan­ tiles dan permiso a los niños para que jueguen y en dos mi­ nutos éstos revelan todo su problema, porque en su actividad son ellos mismos”. El niño interior es al mismo tiempo una realidad de nues­ tro desarrollo y una posibilidad simbólica. Es el alma de la persona, creada en nuestro interior por medio de la expe­ riencia vital, y es la imagen primordial del Yo, el núcleo mis­ mo de nuestro ser individual. Como sugirió Cari Gustav Jung, el niño representa una “plenitud que abarca lo más profundo de la Naturaleza”. “El Niño es el padre del Hombre”, dijo Wordsworth. El niño es el padre de la persona entera. La mayoría de nosotros, cuando adultos, continuamos en contacto con el niño mediante los hábitos, los deseos, y el comportamiento infantil, y la relación que sostenemos con los niños de verdad. Jung señaló que la tendencia a empren­ der actividades regresivas desempeña la función positiva de mantenernos ligados al niño, de activar al niño interior. Se­ gún él, la regresión es un “intento genuino de alcanzar algo necesario: el sentimiento universal de inocencia infantil, la 12 El niño interior sensación de seguridad, de protección, de amor recíproco, de confianza, de fe, algo que tiene muchos nombres”.1 Todos hemos sido niños Nuestro niño interior posee el espíritu de la verdad, la es­ pontaneidad y la autenticidad absoluta. Sus acciones mani­ fiestan la naturalidad que hay en nosotros, la capacidad de ac­ tuar adecuadamente y la aptitud para resolver cualquier situación. Culver Barker, un psicólogo británico, observó la importancia de conocer al niño interior, de relacionarse con él de modo consciente y de afianzarse gracias a él. A este res­ pecto escribió: Cuando hablo del niño interior me refiero a ese aspecto del adulto que todavía refleja algunas de las cualidades del niño divino... Cuando, por el motivo que sea, no somos cons­ cientes de él, cuando no estamos en contacto con él, esta fuerza contiene en potencia toda actividad constructiva o destructiva. Toda la dinámica creativa de la personalidad humana, toda su fuerza motriz, está circunscrita a él.2 “Sólo cuando escucho la voz del niño que hay en mi in­ terior”, dice la célebre psicoanalista suiza Alice Miller, “pue­ do sentirme auténtica y creativa.” La voz del niño es fundamental en el proceso de llegar a ser nosotros mismos. La individuación, el proceso de desa­ rrollo de la propia personalidad a lo largo de la vida, está li­ gada -y gira en tomo a - la identidad singular del yo infan­ til. Von Franz concuerda con Miller en este aspecto cuando señala que: “El niño interior es la parte auténtica, y la parte auténtica en nuestro interior es la que sufre... Muchos adul­ tos escinden esta parte de sí mismos y por ello no alcanzan la individuación, ya que sólo si se la acepta, y se acepta con 13 Introducción ella el sufrimiento que conlleva, puede tener lugar el proce­ so de individuación”. Todos y cada uno de nosotros podemos reconocer la voz del niño interior, puesto que la conocemos bien. Todos hemos sido niños. Y el niño que hemos sido pervive en nosotros -para bien o para m al- como recipiente de nuestra historia personal y como símbolo omnipresente de nuestras esperan­ zas y nuestras posibilidades creativas. El niño, sea cual sea el procedimiento seguido para esta­ blecer contacto con él, es la clave que nos permite alcanzar la expresión cabal de nuestra individualidad. Esta entidad in­ fantil, el ser que verdaderamente somos y hemos sido siem­ pre, vive en nosotros aquí y ahora. Si, por ejemplo, obser­ vamos la imagen que ciertos individuos excepcionalmente dotados tienen de sí mismos, nos sorprende hasta qué punto dicha imagen se halla ligada a la experiencia personal y sin­ gular del yo infantil. Albert Einstein es un caso célebre del genio que perma­ neció siempre vinculado a la naturalidad del niño interior. Se dice que Einstein no empezó a hablar hasta casi cumplir los cinco años. “Incluso a la edad de nueve años no era capaz de hablar con soltura”, comenta su biógrafo Ronald W. Clark.3 La autenticidad de su yo infantil no fue contamina­ da por el lenguaje, sino que quedó inscrita en una sensación de asombro no verbal. El mismo Einstein reconoció esta cua­ lidad del niño en su interior. Y, frente a la adversidad, supo rendirle fiel homenaje. En sus notas autobiográficas, escri­ tas a la edad de setenta y cinco años, encontramos la si­ guiente reflexión: De hecho es casi un milagro que los métodos modernos de enseñanza no hayan sofocado por completo la santa curio­ sidad indagadora; porque esta pequeña y delicada planta, además de estímulo, necesita sobre todo libertad; sin ella, el naufragio y la ruina son seguros. Es un error muy grave pen­ 14 El niño interior sar que el placer de observar e inquirir puede fomentarse mediante la coacción o el sentido del deber.4 Esta naturalidad, libertad y perpetua sensación de asom­ bro, puntualmente preservadas a lo largo de su edad adulta, perduraron como rasgos distintivos de la personalidad de Einstein hasta su vejez. La vida de Wolfgang Amadeus Mozart, por el contrario, ejemplifica la inversión unilateral de las tendencias positi­ vas del niño interior. Este es el caso de un genio infantil que, según sus biógrafos, fue incapaz de equilibrar su personali­ dad, porque no supo desarrollar su lado adulto y socializado. Su yo infantil quedó así prisionero del amor dependiente, henchido de grandiosidad y compelido a buscar la aprobación de su padre, de su monarca y de su mundo. Su talento musi­ cal brilló sin mácula, pero su comportamiento pueril termi­ nó llevándole a una muerte prematura. Existen también personas dotadas para las cuales el in­ greso en la madurez y en la edad adulta trae consigo una dis­ minución de la vibrante fuerza del niño. Considérese, por ejemplo, el desolador efecto de la madurez sobre los dones de muchos niños prodigio. El proceso de socialización sofo­ ca de alguna manera las facultades naturales de la mayoría de los niños. Este es el dilema narcisista. Tal vez las cosas suceden del siguiente modo: el niño real, viéndose forzado a adaptarse, se convierte en un pequeño adulto y se identifica con un yo falso. Los tesoros del au­ téntico yo infantil son entonces ocultados y protegidos en un santuario tan bien escondido que cuando el yo adulto madu­ ra, es incapaz de recordar y recuperar al niño interior que, de este modo, termina abandonado y perdido. Con el tiempo, la racionalidad o la amargura sustituyen a la espontaneidad y transparencia naturales de aquel yo resplandeciente. Como se lamentaba J. Robert Oppenheimer, oscuro y genial ade­ lantado de la era atómica: “Hay niños jugando en la calle 15 El niño interior Introducción que podrían resolver algunos de mis principales problemas en el campo de la física, porque poseen modalidades de per­ cepción sensorial que yo perdí hace mucho tiempo”.5 “¿Dónde está la vida c/ue hemos perdido viviendo?” Para algunos el niño interior dista mucho de ser inspira­ dor, puesto que apenas es real. Su experiencia infantil ha sido borrada por el dolor y por el tiempo, oscurecida por la ra­ cionalidad, expulsada por la ambición o distorsionada por el apremio a crecer y adaptarse. Son pocos los que gozaron de una infancia sin ansiedad, llena de contacto y de participación compenetrada en el mun­ do de los adultos; una infancia libre y abierta al juego ima­ ginativo o al gozo del esparcimiento; un entorno emocional en el que el hecho de ser vulnerable no era causa de insegu­ ridad. Para muchos, el niño interior es un ser herido y trau­ matizado, una víctima menoscabada por las experiencias que el adulto prefiere no recordar. Según la terapeuta infantil Edith Sullwold, el niño de nues­ tra experiencia “es el niño al que todos deseamos curar para poder recuperar la energía necesaria para nuestra actividad adulta, energía que reside aún en aquellos mecanismos auto­ máticos de defensa que desarrollamos como respuesta a nues­ tras primeras experiencias dolorosas”. Hemos jugado y hemos sufrido, hemos crecido y hemos aprendido. La parte joven y vital persiste, aunque en algunos casos sólo se manifieste en un brillo ocasional de la mirada o en cierta entonación de la voz. Mucha gente experimenta de modo inconsciente al niño interior como aquél cuyas necesi­ dades nunca fueron reconocidas ni satisfechas. Esta experien­ cia, y el anhelo que la acompaña, son fuente de humillación y vergüenza, difíciles de identificar y de compartir. De este modo, el niño puede inhibir las relaciones humanas del adulto. 16 Siempre que nos ligamos estrechamente a alguien, como ocurre, por ejemplo, en el matrimonio, nos enfrentamos al niño interior, ya que es entonces cuando las heridas afectivas de nuestro pasado se sienten más profundamente. “Esas he­ ridas del alma infantil”, comenta el autor y analista junguiano Robert M. Stein, “dificultan enormemente, cuando no im­ posibilitan, la posibilidad de establecer contactos humanos íntimos y creativos. En este sentido el niño herido represen­ ta también ese aspecto del alma que necesita y exige la unión con el prójimo.” Es posible sanar al niño herido y, de hecho, es preciso ha­ cerlo si se quiere alcanzar la plenitud. El remedio exige una transformación interior, la adopción de una actitud positiva que apoye y sustente compasivamente al niño interior. En su libro El drama del niño dotado, Alice Miller describe el cam­ bio que se opera durante el proceso curativo: Si una persona es capaz... de sentir que de niño no fue nun­ ca “amado” por lo que realmente era, sino por sus logros, sus éxitos y sus buenas cualidades, y que sacrificó su infancia por ese “amor”, padecerá una profunda conmoción, pero al­ gún día deseará poner fin a semejante “amor”. Descubrirá en­ tonces en sí mismo la necesidad de vivir de acuerdo con su “verdadero yo” y ya no se sentirá forzado a conquistar un amor que en el fondo no puede satisfacerlo, puesto que está destinado a un “yo falso” al que ahora ha empezado a re­ nunciar. La luz del mundo brilla a través de él El niño interior lleva consigo nuestra historia personal, y es el vehículo tanto de nuestros recuerdos del niño real como del niño idealizado del pasado. Es la cualidad verdadera­ mente viva de nuestro ser interior. Es el alma, aquello que ex­ 17 Introducción perimenta en nosotros a través de todos los ciclos vitales. Es la víctima. Y es el portador de la renovación a través del re­ nacimiento, apareciendo en nuestras vidas siempre que nos desidentificamos y que nos abrimos al cambio. En el poema “The Holy Longing” [Selige Sehnsucht], Goethe, el gran pensador europeo de los siglos dieciocho y diecinueve, ensalza esta notable cualidad del ser humano: Díselo a una persona sabia o quédate en silencio, porque el hombre ordinario se burlará en el acto. Celebro lo que vive de verdad, lo que anhela abrasarse hasta la muerte... Y si no has tenido esta experiencia -morir y así crecerno eres más que un huésped aturdido sobre la oscura tierra.6 La experiencia de este proceso de renovación equivale a experimentar las posibilidades creativas del niño interior sim­ bólico. “Morir” -esto es, entregarse a un período de transi­ ción- permite el nacimiento de nuevas posibilidades. “Re­ nuncia a lo que tienes y recibirás”, dice el proverbio latino. Cuando algo deja de ser, el niño aparece como una posibili­ dad interna que irrumpe en nuestro mundo pleno de su inge­ nua vitalidad. “Al proceso de morir psicológicamente, mientras uno to­ davía está vivo, sigue el renacimiento o la renovación psi­ cológica”, señala Ralph Metzner en su libro Las grandes me­ táforas de la tradición sagrada. Entonces nace un nuevo ser -una nueva manera de ser- imaginado como el resplande­ ciente niño simbólico. “El niño recién nacido todavía está vinculado al Tao, a la fuente de su vida y de su manifesta­ ción, motivo por el cual deberíamos emularlo”, añade Metz­ ner. “Como dice Chuang Tsu: ¿Puedes ser como un recién 18 El niño interior nacido? El bebé llora todo el día, pero su voz nunca es ron­ ca porque no ha perdido la armonía con la naturaleza”. Este niño eterno y verdaderamente vivo se encuentra en el corazón de nuestro ser esperando encarnarse en nuestros actos y nuestras actitudes. Y la luz del mundo brilla a través de él. “Hacerse joven lleva mucho tiempo ” Aunque no es sino en los últimos treinta años que la cul­ tura popular ha incorporado este concepto, el tema del niño interior es al mismo tiempo eterno y contemporáneo. Es tan antiguo como la religión y tan actual como una comedia de Hollywood. En la película Big, por ejemplo, un niño ve sa­ tisfecho su deseo de ser adulto instantáneamente y, en su nue­ vo cuerpo de hombre, le vemos triunfar en el mundo de los adultos simplemente porque conserva su yo infantil, inocen­ te y vibrante. Lo cual no difiere en sustancia de la figura del niño-dios Hermes de los himnos homéricos, quien (¡el día mismo de su nacimiento!) inventa la música y el canto al fa­ bricarse un juguete, una lira, a partir del caparazón de una tor­ tuga robado a su hermano mayor, el arquero Apolo, con el cual le apacigua y obtiene la aprobación de su famoso padre, Zeus. El niño interior es un concepto en evolución cuyos orí­ genes se remontan a los tiempos primordiales, a las tempra­ nas religiones solares y a los cultos de adoración a la natu­ raleza. Aquellos niños-dioses dieron origen al surgimiento de las divinidades infantiles mitológicas de todo el mundo. La fábula de Rómulo y Remo abrió las puertas a la civiliza­ ción romana. El concepto hebreo del mesías terminó dando lugar al símbolo principal del ser interior en nuestros tiem­ pos, el niño Jesús. Durante la Edad Media, cuando ciertas prácticas religiosas no eran autorizadas, se vieron empuja­ 19 El niño interior Introducción das a la clandestinidad, los alquimistas emprendieron la ta­ rea de alcanzar la síntesis de los opuestos, la creación de un alma infantil, el Hijo del Filósofo. En Oriente, hasta el día de hoy, la devoción al niño Krishna impregna la vida fami­ liar como conciencia de la presencia divina en la vida coti­ diana. En Occidente el pensamiento religioso ha dado paso al pensamiento secular sobre el tema del niño. En nuestra épo­ ca -que la sensibilidad científica victoriana llegó a imaginar como “el siglo del Niño”- las ciencias sociales se han desa­ rrollado de una manera impresionante y en el pasado más in­ mediato hemos presenciado una expansión muy notable del ámbito de las ideas psicológicas. En la década de los sesen­ ta, tanto la práctica como la teoría de la educación se vieron conmovidas por ideas modernas acerca de la psicología in­ fantil y de la teoría del desarrollo. Las aportaciones de la psi­ cología profunda de pensadores como Freud, Adler, Jung, Reich, Reik y otros, cobraron mayor influencia y respalda­ ron claramente algo que las tradiciones místicas habían va­ lorado desde tiempos inmemoriales -a saber, que no estamos hechos de una sola pieza, que cada uno de nosotros se ve marcado por una multitud de influencias internas, siendo la infancia y la niñez la más inmediata e importante. Este contexto intelectual fomentó la aparición de la noción del niño interior, un concepto que surge en los escritos psi­ cológicos, serios y populares, de los años sesenta, especial­ mente en la obra del eminente psicólogo suizo C.G.Jung (“La Psicología del Arquetipo Infantil”, publicada en Estados Uni­ dos en 1959), quien describió al niño interior como un sím­ bolo de plenitud en la psique, como un puente entre el ám­ bito personal y el colectivo. El psiquiatra norteamericano, W. Hugh Missildine (Your Inner Child ofthe Past, 1963) es­ cribió uno de los primeros libros de auto-ayuda en el que daba alentadores consejos acerca de cómo reconciliar al niño interior con la personalidad del adulto exterior. La obra su20 mámente popular del psiquiatra califomiano Eric Beme (Aná­ lisis Transaccional, 1961) puso al niño interior en relación con el padre interior y el adulto interior, ofreciendo así un mo­ delo flexible que funcionaba bien en contextos psicoterapéuticos y que permitía al niño interior asumir un papel cons­ tructivo en el restablecimiento de la persona total. Hay varios motivos importantes que explican por qué la noción del niño interior nos resulta tan atractiva en la actua­ lidad. Los seis factores siguientes, si bien no agotan la cues­ tión, contribuyen a convertir el tema del niño interior en un asunto de candente interés. La expansión del interés por la psicología La psicología -hija ella misma de este siglo- nos ha con­ ducido a tomar conciencia de la importancia de la infancia hu­ mana, subrayando la realidad de la experiencia infantil y su trascendencia en el desarrollo de la persona. Sigmund Freud, cuya lucidez dio origen a la investigación psicológica mo­ derna, comentó al final de su carrera que “el verdadero va­ lor del psicoanálisis es el de mejorar la relación entre padres e hijos”. Casi todo el pensamiento subsiguiente en el campo de la psicología ha concedido un lugar prominente al niño y al estudio de la infancia. Jung, cuyos descubrimientos han hecho avanzar de manera decisiva el pensamiento psicológico, tampoco subestimaba el carácter promisorio de la psicología para el temperamen­ to moderno cuando preguntó humorísticamente: ¿Por qué será que justo ahora nos interesam os de manera tan especial por la psicología? La respuesta es que todo el mundo la necesita con urgencia. La hum anidad parece ha­ ber alcanzado un punto a partir del cual los conceptos pre­ vios ya no son adecuados y em pezam os a darnos cuenta de que nos enfrentam os a algo extraño, cuyo lenguaje desco­ 21 Introducción nocemos. Vivim os en una época en la que desciende sobre nosotros la revelación de que el pueblo que vive al otro lado de la m ontaña no se com pone exclusivam ente de demonios pelirrojos responsables de todos los m ales que aquejan a este lado de la m ontaña.7 El crecimiento paralelo de la psicoterapia La “cura por la palabra”, que se originó con Freud y sus seguidores, ha evolucionado y ha diversificado sus focos de interés, pero sigue prestando atención al alma, valorando la vida interior del adulto y reconociendo la existencia de un niño interior necesitado de cuidado. En las últimas tres décadas el fenómeno del niño interior ha cobrado preminencia debido en gran parte a un interés creciente en la psicología junguiana, en general, y en el tra­ tamiento de los trastornos narcisistas de la personalidad, en particular. Ambas disciplinas identifican la imagen del niño interior con el alma vulnerable, con el niño herido que ne­ cesita integración y con el yo lastimado. El psicólogo James Hillman se adhiere a las opiniones de Jung cuando dice: “Lo que la psicología profunda llama regresión no es otra cosa más que el retorno al niño”. Con la creciente popularización de la psicoterapia, los te­ rapeutas han entrado en contacto con su propio niño interior y se han visto en la necesidad de sanarlo antes de poder ayu­ dar eficazmente a otros. Según el autor Charles L. Whitfield, muchos terapeutas han extendido este tipo de trabajo a sus pa­ cientes y han hecho de la recuperación del niño interior la cla­ ve de su terapia. El programa de los Hijos Adultos de Alcohólicos Este fenómeno de rápido crecimiento, derivado del po­ pular movimiento de autoayuda en doce etapas del grupo Al­ 22 El niño interior cohólicos Anónimos, hace buen uso del concepto del niño interior. Se estima que el programa de los Hijos Adultos de Alcohólicos crece a razón de un nuevo grupo diario (en EE.UU.) y su éxito parece descansar en el reconocimiento del sufrimiento, previamente desestimado, de aquellos que se criaron en hogares donde imperaba el alcoholismo y en la constatación de los efectos desastrosos que semejante vi­ vencia tiene sobre el yo infantil de quienes la sufrieron. El modelo de Hijos Adultos de Alcohólicos, que utiliza un en­ foque sistemático familiar, deja bien clara la idea de que to­ das las familias disfuncionales, y no sólo las afectadas por el alcoholismo o la toxicomanía, causan daños incalculables en los hijos y en el niño interior de sus miembros. Se trata de un fenómeno muy importante, sobre el que se publican nu­ merosos estudios, y que está contribuyendo a superar el re­ chazo de aquella parte auténtica y sufriente de nosotros mis­ mos a la que llamamos el niño interior. El creciente reconocimiento del abuso infantil El incremento del número de casos de abuso infantil y de la atención pública hacia este fenómeno nos obliga a pensar en la perpetuación de semejante comportamiento por parte de las víctimas. El autor y analista junguiano Joel Covitz, en su libro Emotional Child Abuse, califica de “maldición fami­ liar” a este fenómeno intergeneracional que termina por con­ vertir al niño interior maltratado en el causante del próximo abuso sobre su propia descendencia. Según Covitz, cuando observamos al autor adulto del abuso: casi siem pre nos encontram os con la m ism a raíz: una per­ sona cuyas necesidades narcisistas sanas no fueron satisfe­ chas durante su infancia... y, cuando el niño crece, el efec­ to devastador de este trastorno recae sobre sus propios hijos. Hasta que los padres no comprendan m ejor el efecto que sus 23 El niño interior Introducción ¿Qué rasgos de nuestra cultura se manifiestan en esta epi­ demia de abusos infantiles? Se trata de un problema compli­ cado que requiere el estudio detallado de nuestras actitudes colectivas hacia el niño interior. Según Robert M. Stein, uno de los pensadores más destacados en este campo y cuyos es­ critos nos incitan a reflexionar sobre el asunto con mayor sensibilidad y conciencia: “El abuso infantil refleja siempre una falta de contacto y de respeto hacia el niño interior o psí­ quico”. La progresiva atención al fenómeno del abuso in­ fantil en nuestra sociedad y la comprensión de que la mayo­ ría de los agresores han sido víctimas ellos mismos, refuerzan la importancia del estudio del niño interior. gráfica que siguió a la segunda guerra mundial, desea y ne­ cesita ampliar su conciencia colectiva de lo que es una bue­ na crianza. Hoy más que nunca los padres necesitan toda la ayuda que puedan obtener y, sin embargo, la crianza infantil -y también nuestros niños- parecen en la actualidad más des­ cuidados que nunca por la sociedad. Estas circunstancias nos obligan a prestar atención de ma­ nera especial hacia el niño interior de los padres y hacia la vida interior del niño: la calidad y el éxito de la crianza in­ fantil aumenta notablemente cuando los padres logran recu­ perar su propio niño interior, previamente descuidado, y cuan­ do logran transformarlo en una fuente de compasión para el cuidado de sus propios hijos. El trato que damos a nuestro niño interior determina fuertemente el trato que damos al niño exterior. . El incremento actual de las obligaciones de los padres La sed espiritual y la búsqueda de sentido La tarea de criar a los hijos encuentra hoy más obstácu­ los que nunca y requiere, por tanto, una mayor atención y apoyo. Las actitudes hacia los niños y su desarrollo están cambiando rápidamente. Aquello que se hubiera considera­ do inapropiado hace treinta años como, por ejemplo, la prác­ tica generalizada de dejar a los bebés de pocos meses al cui­ dado de otras personas, es hoy perfectamente aceptado. La rápida transformación de los valores en las sociedades post­ industriales ha alterado la estructura familiar y está afectan­ do de manera radical a la manera en que criamos a nuestros hijos. Las mujeres se han incorporado masivamente al mun­ do laboral obligadas por motivos económicos y por la nece­ sidad de reafirmar su identidad y su valor en la sociedad. Esta tendencia, junto al aumento de los casos de madres o pa­ dres solteros, nos exige replantear la tarea de los padres de este final de siglo. La nueva generación de padres, mucho más numerosa que la anterior debido a la expansión demo­ La incertidumbre espiritual de nuestros tiempos insta a un renacimiento de la esperanza y del sentido de la vida en cada uno de nosotros. actos tienen sobre sus hijos, las pautas del com portam iento abusivo no serán modificadas. 24 Todo se desmorona; el centro ya no aguanta, Suelta va por el mundo la pura anarquía, Suelta va la marea turbia de la sangre y, por doquier Se ahoga la ceremonia de la inocencia.. .8 W .B. Y e a t s “The Second Corning” (“El Segundo A dvenim iento”) [Versión de Manuel Soto] Padecemos lo que Jung llamó “un empobrecimiento sin precedentes de los símbolos”. Nuestra época siente hambre de espiritualidad y de sentido, anhelando el segundo adveni­ miento del niño divino interior, cuya aparición presagiaría el inicio de un nuevo milenio de esperanza. 25 Introducción A nivel personal sentimos una apremiante necesidad de entrar en contacto y de vivir el destino del niño interior para encontrar la salvación espiritual. Según Gastón Bachelard: “Nuestra infancia atestigua la infancia del hombre, del ser tocado por la gloria de vivir”. O en palabras de la psicóloga junguiana June Singer: “El niño divino que hay en nuestro interior da sentido a nuestros esfuerzos inmaduros; nos muestra el lado inconsciente de nuestras limitaciones y constituye, en este sentido, una vi­ sión de potencialidad floreciente”. En términos psicológicos podría decirse que la aparición del niño divino es una manifestación del Yo que reestructu­ ra la personalidad y da lugar a una notable expansión vital y a un renovado sentido de la vida. “Cuando se estudian los escritos de los místicos y de los guías espirituales y las vidas de quienes alcanzaron la au­ téntica madurez”, escribe John Loudon en su ensayo “Ha­ cerse Niño”, “se constata la presencia de un objetivo común: una integración plena que abarca la totalidad del potencial hu­ mano y que es, al mismo tiempo, natural, sabia, alegre e in­ cluso lúdica.” En suma, un retorno al niño. Este motivo se re­ fleja en los grandes mitos de las principales religiones, en los que el nacimiento de un niño especial supuso el despla­ zamiento de los antiguos dioses y el advenimiento de un nue­ vo comienzo. La aparición del arquetipo del niño divino -el niño inte­ rior colectivo- presagia una transformación del psiquismo colectivo o individual y la posibilidad de renovarse o crecer. “Hay en nuestro interior”, escribe Edith Sullwold en el pri­ mer artículo de este libro, “una potencia creativa que nos in­ vita a abandonar nuestra antigua cosmovisión para acoger una nueva.” 26 El niño interior “¡Canta, musa, al niño!” La atención que en la actualidad prestamos a la infancia es un síntoma saludable para nuestra sociedad que augura un futuro positivo para nuestros niños. De la misma manera que Homero invocó en su tiempo, “ ¡Canta, musa, al niño!”, tam­ bién podemos hoy buscar inspiración en el niño interior. Este libro se ha concebido para satisfacer dicho objetivo. Reúne por primera vez escritos importantes sobre el tema del niño interior. Su intención es sencilla y clara: estructurar un campo de investigación urgente y adecuado y proporcionar­ le al lector el material más interesante disponible al respec­ to. Al proyecto han contribuido la persistencia y la buena fe de mucha gente, sin desdeñar las útiles sugerencias de varios individuos no mencionados directamente en el texto. Una ta­ rea como ésta favorece, además, en sí misma, el descubri­ miento de la capacidad de elegir lo correcto y de confianza en la bondad de esa elección ingenua. Esta ha sido una ben­ dición inesperada, un don que el niño interior ha aportado. Cada una de las contribuciones de esta colección ha sido seleccionada, después de una investigación exhaustiva, en virtud de su calidad, punto de vista, o interés particular. El libro está organizado en torno a seis temas principales que constituyen otras tantas secciones. Cada sección co­ mienza con una introducción que describe y contextualiza los temas principales en ella tratados. Y cada uno de los ar­ tículos es a su vez introducido, de modo más concreto, por un breve pasaje informativo. La primera parte examina las dimensiones míticas del tema del niño interior, las imágenes innatas de la infancia que todos llevamos dentro. Es aquí donde encontramos el ar­ quetipo del niño, del niño divino, ese niño-dios, misterioso, poético y pleno de promesas, posibilidades, ensueño, asom­ bro, renovación y renacimiento; lo mejor y más sublime en cada uno de nosotros. 21 El niño interior Introducción La segunda parte trata el tema del abandono figurado o li­ teral, voluntario o involuntario; el niño abandonado, repri­ mido, rechazado, perdido, víctima del destino, las circuns­ tancias o la negligencia. La tercera parte se centra en el problema paradigmático de los trastornos narcisistas, ese campo minado que la mayoría de los niños han de atravesar, que constituyen uno de los di­ lemas centrales de nuestro tiempo. Se ilustran aquí los efec­ tos que ciertos conflictos interiores tienen sobre la forma­ ción de la personalidad, del yo y de la imagen que tenemos de nosotros mismo. Conoceremos aquí al puer aeternus, el joven eterno que, temeroso de perderse, esquiva la vida y vive provisionalmente. Si bien exuberante y encantador, este perturbado niño interior no se halla todavía en condiciones de tomarse la vida en serio. La cuarta parte trata del niño herido, el niño víctima, el niño maltratado, abandonado, descuidado, producto de una fa­ milia disfuncional o de una sociedad indiferente. Pero quien ha sido lesionado puede también sanar, y todos los artículos presentados en esta sección se ocupan de la curación del niño interior herido. En la quinta parte salimos de este valle de lágrimas y per­ juicios para encarar la tarea de recuperar el yo infantil, de ac­ tualizar todas sus facultades y de hacemos cargo de su vita­ lidad. La sexta parte, por último, explora la posible revitalización de las prácticas de la crianza infantil por medio del co­ nocimiento y la conciencia del niño interior. Vinimos en esta jornada Para encontrar nuestra vida. Porque todos somos, Todos somos, Todos somos hijos de... 28 Una flor de colores brillantes, Una flor ardiente. Y no hay nadie, No hay nadie, Que se lamente de lo que somos. C anto in d íg e n a H u ic h o l 9 PARTE I: LA PROMESA DEL NIÑO INTERIOR INTRODUCCIÓN En el fondo de todo adulto yace un niño eterno, en continua form ación, nunca term inado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Ésta es la parte de la personalidad hu­ m ana que aspira a desarrollarse y a alcanzar la plenitud. C .G . JU N G Empezamos, ante todo, con el arquetipo del niño que po­ dríamos denominar la “gran” imagen del niño interior, ese niño que todos llevamos dentro como parte de nosotros mis­ mos y como codificación de la experiencia humana colecti­ va de la infancia. El niño adviene al mundo como el ser hu­ mano al jardín del Edén, pleno de inocencia, asombro y felicidad, con todas las posibilidades de la vida humana y abierto al futuro. Lo que el niño promete se halla en nuestro interior. Está en nuestro origen y en nuestras esperanzas. Esta promesa se inicia al nacer. Cuando un niño nace se enciende una estrella y se abre un mundo de posibilidades. Todos los colaboradores de esta sección examinan las posi­ bilidades interiores que el niño aporta tanto a la vida indivi­ dual como a la vida colectiva del ser humano. 33 La promesa del niño interior Edith Sullwold nos introduce al mundo arquetípico in­ fantil y sugiere que todo nacimiento, toda existencia infan­ til, es un nuevo experimento en la evolución espiritual de la humanidad. También nos ayuda a diferenciar el mundo per­ sonal del niño interior del ámbito más extenso del niño m í­ tico. El ensayo de Cari Jung, henchido de ideas complejas, es su obra definitiva acerca de las dimensiones míticas del niño interior. Según él, el niño es el símbolo que expresa “la na­ turaleza global de la plenitud psíquica”. Al describir el ar­ quetipo infantil Jung señala que “separar un único arquetipo del tejido vivo de la psique constituye una empresa casi de­ sesperada; pero a pesar de estar entrelazados, cada uno de ellos forma una unidad de sentido susceptible de ser apre­ hendida intuitivamente”. (Es por ello que, a la hora de abor­ dar la lectura del artículo de Jung, recomendamos una apro­ ximación más intuitiva que analítica.) El pasaje de Gastón Bachelard es un canto al niño interior, al recuerdo de todas las posibles infancias que permanecen latentes en la figura de nuestro niño interior. Es verdadera­ mente un jubiloso poema en prosa donde se nos recuerda que, como dice el novelista contemporáneo Tom Robbins, “Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz”. June K. Singer trata al niño divino como una extensión de nuestra conciencia colectiva e indica que, simbólicamente, representa “los ideales de una cultura que ella misma no pue­ de consumar”. Sus estimulantes ideas acerca del motivo del niño amplían y elaboran la perspectiva arquetípica junguiana. También nos introduce en el tema del puer aeternus, el arquetipo del niño eterno del que se trata en la tercera parte de este libro. Esta sección concluye con un ensayo sobre el gran mis­ terio del renacimiento y la noción de que* mediante un pro­ ceso metafórico de muerte-renacimiento, se puede volver a ser niño. El breve ensayo de Ralph Metzner aclara la idea de 34 Introducción que renovarse equivale a adoptar una nueva actitud espiritual que, a menudo, consiste en realizar al niño interior. “De la confusión y la negrura de la muerte”, escribe Metzner, “se de­ riva la luminosa vitalidad del yo recién nacido. Este nuevo yo se halla vinculado a la fuente eterna de toda vida, la fuen­ te de donde proviene nuestra divina esencia interior. De ahí que reciba el apropiado nombre de ‘niño eterno’.” 35 Un nuevo experimento: El arquetipo del niño interior Una de mis citas favoritas acerca de la infancia proviene de una fuente apenas predecible: la pluma de George Bernard Shaw. En uno de sus ensayos se pregunta qué es un niño y responde: 1. UN NUEVO EXPERIMENTO: EL ARQUETIPO DEL NIÑO INTERIOR Edith Sullwold Eclith Sullwold aporta su energía, su inteligencia y su sen­ sibilidad a la difícil tarea de distinguir las cualidades per­ sonales de las cualidades arquetípicas del niño interior. Sus cálidos sentimientos por la vida del niño interior se combi­ nan aquí con su erudición, sus habilidades interpretativas, y su capacidad narrativa. La primera versión de este ensayo se presentó como el discurso inaugural de un congreso so­ bre “El Despertar del Niño Interior” celebrado en la ciu­ dad de Washington el 20 de noviembre de 1987. La doctora Sullwold, terapeuta infantil y supervisora de terapeutas, se ofreció generosamente a ampliar y adaptar su conferencia para esta compilación, de modo que volviera a constituir el “discurso inaugural” sobre el niño interior. 36 Un experim ento. Un nuevo intento de producir al hom bre ju sto , al hom bre perfecto, es decir, de divinizar a la hum a­ nidad. Pero apenas intentem os im poner la m enor im agen de lo que es un buen hom bre o una auténtica m u jer... aborta­ rem os el experim ento. El daño resultante de subordinar sus aspiraciones más sagradas a nuestros propósitos particulares es prácticam ente ilim itado.' En esta afirmación parece ponerse de manifiesto una pro­ funda comprensión de la naturaleza del niño exterior y del niño interior. La idea de que el niño es un “nuevo experi­ mento” implica una percepción del mismo como un indivi­ duo con facultades y limitaciones singulares, un ser que pue­ de contribuir a la exploración del sentido de la vida y a ofrecernos nuevas posibilidades vitales. Este nuevo ser, que precisa de orientación y cuidado, se encuentra en el seno de una familia, una cultura y una edu­ cación concretas, que conllevan valores, reglas y sistemas a los que el niño debe adaptarse y conformarse. Hasta tal pun­ to el niño se ve moldeado por su entorno que, frecuente­ mente, pierde el contacto con aquellos aspectos de su pro­ pio ser que no encajan con dichas expectativas y estructuras externas. Para algunos niños, adaptarse supone encubrir e incluso perder aquellas facultades que no se ajustan o no son valoradas por su entorno, lo que no sólo les afecta a ellos, sino que afecta también a la sociedad de la que forman parte. En otros casos, la vitalidad de las propias facultades es tal que no resulta fácil sofocarla y sin los conductos apropiados para canalizarse y expresarse, la energía subyacente a dichas 37 La promesa del niño interior facultades se convertirá en dolor, como ocurre con toda ener­ gía bloqueada que puja por manifestarse. Esta experiencia es comparable a la que describe Wordsworth: “Las sombras de la casa-prisión empiezan a cernirse / en tomo al niño que crece”2 (“Niño” se refiere al aspecto di­ vino o al Yo). Cada vez que leo estos versos siento en mi pro­ pio cuerpo la doble tensión existente entre las restricciones del mundo exterior y la presión del desarrollo orgánico interior. Mientras estaba escribiendo esto, en el primer día radian­ te de primavera, he salido al jardín para ver cómo nuestros tulipanes se abrían al sol y he visto varios lirios que pujaban por abrirse camino entre algunas tablas de madera abando­ nadas. La fuerza vital de estos frágiles brotes era impresio­ nante pero, debido a las restricciones que las tablas imponían a su desarrollo, se los veía doblados, contorsionados y amari­ llentos. Es posible que, una vez libres de las tablas y abier­ tos a la luz, consigan enderezarse, crecer y finalmente flore­ cer pero es probable que nunca alcancen la plenitud de otras flores vecinas que han podido brotar abiertas al aire libre, al sol y a la lluvia. Algo similar les ocurre a menudo a los niños. Las tablas que en algún momento podían servir de amparo y propor­ cionar estructura pueden llegar a sofocar o distorsionar su vida orgánica natural. Es por ello que debemos permanecer siempre alerta y observar lo que hay debajo de esas tablas: examinar nuestros sistemas de valores y nuestras imágenes preconcebidas de la realidad. ¿Dónde encontrar la inspiración y el aliento para desem­ barazamos de los escombros de las viejas y restrictivas es­ tructuras -nuestras ideas acerca del “buen hombre” y la “au­ téntica mujer” de las que habla Shaw? Desafortunadamente, estas imágenes suelen formarse a partir de nuestra acepta­ ción inconsciente de las definiciones colectivas de lo que es el éxito, la salud y la normalidad. Es aquí donde la última frase de Shaw revela su impor­ 38 Un nuevo experimento: El arquetipo del niño interioi tancia- la idea de que el niño tiene sus propias “aspiraciones sagradas” \holy aspirations], su propio camino. En este con­ texto la palabra holy puede tener un doble sentido: por ur lado da a entender que la fuente de dichas aspiraciones o in­ tenciones es sagrada o espiritual; por otro lado holy se rela­ ciona con whole, es decir, “todo” o “íntegro”. Es posible que nuestra misión más “sagrada” sea la de procurar, con cuida­ do y con respeto, que el don de la vida que se nos ha dado lle­ gue a desarrollarse “íntegra” o “totalmente”. Dicho desarro­ llo debe incluir todos los aspectos de nuestro ser individual, no sólo los sancionados por nuestros valores colectivos. El afán de crecer y desarrollarse es tan connatural a cada uno de nosotros como lo es para los lirios el abrirse camino entre las tablas de madera. C.G. Jung sostiene, en su ensayo “Psicolo­ gía del Arquetipo Infantil”, que la imagen del niño “repre­ senta el impulso más fuerte e ineludible de todo ser humano, es decir, el impulso de autorrealizarse”.3 El aspecto divino del niño interior que reside en todos no­ sotros puede proporcionarnos, si lo reconocemos conscien­ temente, el valor y el entusiasmo necesarios para liberarnos de nuestras ataduras. Uso el término “divino” para distin­ guirlo del niño interior formado por el recuerdo de la expe­ riencia personal -es decir, el niño abandonado, descuidado, que ha padecido abusos, falta de cariño o exceso de disciplina y de severidad; y también los rasgos de vulnerabilidad y de­ pendencia del niño que fuimos en el pasado. Éste es el niño -el niño de nuestra experiencia- al que todos deseamos sa­ nar para poder recuperar la energía necesaria a nuestra acti­ vidad de adultos, energía que reside aún en aquellos meca­ nismos automáticos de defensa que desarrollamos como respuesta a nuestras primeras experiencias dolorosas. Sanar a este niño significa también dejar de reproducir incons­ cientemente dichos mecanismos al tratar con ese “nuevo ex­ perimento” que son nuestros hijos. Ya no somos el niño de nuestro recuerdo. Pero aunque ha­ 39 La promesa del niño interior yamos sobrevivido a él, no es raro que sigamos viviendo se­ gún pautas de comportamiento que adoptamos cuando éramos jóvenes, con lo cual limitamos nuestra experiencia vital pre­ sente. En los últimos años, tanto la teoría psicológica como la práctica terapéutica han reconocido ampliamente las con­ secuencias del dolor, el miedo, la ira y la soledad padecidos en la infancia. Sin embargo, cuando dirigimos la mirada a nuestras primeras experiencias, podemos acceder también a otros recuerdos -imágenes positivas de acontecimientos que alimentaron la curiosidad infantil, la exuberancia, el espíri­ tu aventurero, el disfrute de los sentidos y la riqueza de la imaginación. Al aflorar, estos recuerdos nos proporcionan un sentido de la historia de nuestros placeres y dolores y nos ayudan a restablecer el contacto con el ser adulto que ahora somos. Nuestro modo de vivir en el presente es consecuen­ cia de todos los acontecimientos que se sucedieron en el cons­ tante experimento de nuestro vivir. Además de los recuerdos de acontecimientos concretos, en nuestro interior se halla a menudo la imagen de una infancia ideal, la infancia que nos hubiera gustado tener y que cons­ truimos a partir de las limitaciones de nuestra propia expe­ riencia. Al compararlas, nuestra infancia real nos parece de­ ficiente. A veces proyectamos esta imagen ideal sobre otras personas, creyendo que ellas sí tuvieron una infancia per­ fecta, con lo que añoramos el ideal y reforzamos nuestro do­ lor y nuestra soledad. Y a menudo también proyectamos di­ cha imagen sobre nuestros hijos, en la medida en que tratamos de proporcionarles una infancia perfecta al tiempo y nos con­ sideramos padres perfectos. Un antídoto contra esta idealización paradisíaca de la in­ fancia consiste en compartir nuestra historia y nuestros re­ cuerdos con los demás, de ese modo descubrimos que es co­ mún a la condición humana el que la relación entre padres e hijos sea una mezcla compleja de logros y de fracasos, de aptitudes, de limitaciones. 40 Un nuevo experimento: El arquetipo del niño interior Más allá de estas imágenes de la infancia real y de la in­ fancia ideal se encuentra la imagen del niño divino interior antes mencionado, procedente de un profundo nivel arquetípico de nuestro ser. La función universal de esta imagen arquetípica consiste en asegurar que nuestra experiencia vital se renueve. El niño divino interior posee una inocencia a la que el maestro zen Suzuki Róshi llamó “mental de princi­ piante” y representa la espontaneidad y la profunda necesi­ dad del alma humana de expandirse, de crecer y de explorar vastos territorios. A veces este niño interior tiene exigencias muy fuertes que se presentan en forma de emociones tales como la an­ siedad, la depresión, la ira, la desesperanza o ciertos sínto­ mas físicos. A veces nos aporta nuevos brotes sutiles y frá­ giles de inspiración -u n a idea súbita, un sueño, una fantasía, o el anhelo de algo renovador. La fuerza vital y natural de este arquetipo exige nuestro reconocimiento e ignorarla acarrea graves consecuencias ya que si no asumimos su vivificante energía, la proyectaremos frecuentemente hacia fuera. Pero si proyectamos al niño arquetípico sobre nuestros hijos serán ellos los que carguen con el peso de nuestro propio desarro­ llo creativo. Esta imagen inspiradora del niño interior representa los as­ pectos creativos de la vida, tanto en el ser humano indivi­ dual como en el colectivo que se expresa en los mitos, el ám­ bito metafórico de la historia. En toda cultura existen historias acerca del nacimiento del niño especial -hijo de dioses, dio­ sas o héroes- historias intemporales que pertenecen a la es­ pecie. Al escuchar estas antiguas historias tal vez podamos escuchar el eco de nuestros orígenes primigenios y redescu­ brir y recordar así las raíces de nuestra propia naturaleza, nuestros instintos, y nuestra creatividad reconociendo en­ tonces aquellos elementos de nuestro propio ser que alguna vez conocimos instintivamente. De este modo, quizás poda­ mos recordar nuestra incipiente integridad original. 41 La promesa del niño interior Tal vez sea mejor proporcionar un ejemplo de una de esas historias. Mi favorita, de entre todas las epifanías griegas, es la historia del niño Hermes. Hermes nació de la unión de Zeus con Maia, una ninfa de los bosques. El nombre de Maia evoca al mes de mayo; a María, la madre de Jesús, otro niño divino; y a Maya, la madre de Buda. A fin de proteger a Her­ mes de Hera, la celosa esposa de Zeus, Maia esconde al bebé en una cueva, una especie de segundo útero. Zeus, abando­ na entretanto a su nuevo hijo y regresa al Olimpo, junto a su antigua familia. Maia, un espíritu de la naturaleza, cuida de Hermes. El niño, de carácter travieso, escapa de la cueva al amanecer del primer día de su vida, fabrica una lira con el caparazón de una tortuga y roba el ganado de su hermano Apolo, quien lo apresa y lo lleva ajuicio ante el tribunal de Zeus. Hermes, según Homero, responde a las acusaciones omniscientes de Zeus diciendo: “¿Cómo podría haber hecho una cosa seme­ jante si nací ayer mismo?”, al tiempo que le guiña un ojo, ante lo cual Zeus y todos los que están con él en el Olimpo se echan a reír. El único veredicto de Zeus es que se restablez­ ca la armonía entre los dos hermanos, hazaña que sólo se cumple cuando Hermes tañe su nuevo instrumento creativo, la lira. En esta historia encontramos los elementos comunes uni­ versales a los relatos míticos que refieren el nacimiento del niño divino. Si bien existen variantes en el argumento, las circunstancias y el decorado, estos dramas míticos parecen compartir una misma estructura básica que define las cuali­ dades y características fundamentales del niño interior, atri­ butos que, a nivel psicológico, tienen mucho sentido para no­ sotros. En primer lugar estos niños son concebidos y nacen en circunstancias inusitadas -inusitadas desde el punto de vista del nacimiento humano corriente. Su concepción es, a veces, el resultado de la unión entre un espíritu y un ser humano, 42 Un nuevo experimento: El arquetipo del niño interior como en el caso de la inmaculada concepción de María o en el de la madre de Buda, fecundada por un elefante. A veces la unión se produce entre un dios y un aspecto de la natura­ leza, como ocurre en el caso de Hermes, hijo de Zeus y de una ninfa de los bosques. El nacimiento mismo puede ser inusitado: directamente de elementos primordiales, como el agua o el fuego (Venus), de la cabeza de Zeus (Atenea), o de su muslo (Dionisios). Estos insólitos nacimientos expresan metafóricamente el surgimiento en nosotros de un nuevo principio que procede de fuentes insondables, imprevistas y extraordinarias y que da lugar a alumbramientos espontáneos en nuestra propia psi­ que, bajo la forma de intuiciones, sueños, visiones o emo­ ciones. Si la personalidad exterior o la cultura se ha desa­ rrollado unilateralmente y de manera restringida, la aparición del niño divino interior presagiará una posibilidad de reno­ vación y expansión. Es posible que el nacimiento interior se deba a un acontecimiento externo que nqs sorprenda y so­ brecoja. Tal vez, entendido como un accidente del destino, nos despierte a una revelación acerca de nuestras posibilida­ des vitales. El niño, concebido y alumbrado de modo tan inusitado, in­ gresa en una situación particular, una cultura o un orden ya formados, sea en el ámbito de los dioses, en el mundo sub­ terráneo o en un entorno humano. Este mundo tiene sus pro­ pias normas y principios, representados por aquellos que os­ tentan el poder, y este niño, tan insólitamente creado y tan creativo, se encuentra, en la mayor parte de los casos, en gran peligro, un peligro que procede del antiguo orden. Incluso Apolo trata de destruir a su precoz hermano menor, Hermes. Herodes mata a los niños a fin de asegurar la destrucción del niño Cristo. Hera, siempre celosa de los devaneos amorosos de Zeus con nuevos y virginales elementos, procura destruir la progenie surgida de tales encuentros. Estos gobernantes re­ presentan en nosotros la antigua estructura que no quiere ce­ 43 La promesa del niño interior der su poder al nuevo ser, divinamente concebido. Pero para poder incorporar lo nuevo, lo viejo debe permitir el cambio. Mantener la capacidad de respuesta y la sensibilidad fren­ te a los dictados y las exigencias de este niño interior, quien nos urge constantemente a ser algo más, nos abre al cambio. Por otro lado, ésta es una experiencia incómoda que suele conducir a intentar aplacar, distraer o tranquilizar a este niño interior, o a olvidarlo, negarle tiempo y atención. De tal modo, sin embargo, ponemos en peligro nuestras “aspiracio­ nes más sagradas”. Pero además del peligro derivado del orden preestableci­ do que el poder vigente quiere preservar, estos niños divinos de los mitos y de la psique son vulnerables porque, con fre­ cuencia, son abandonados por uno o ambos padres, como le ocurre a Hermes con Zeus. En el seno de nuestra propia psi­ que esto podría indicar que los padres corrientes y familia­ res, modelo de lo ya conocido, abandonan a este niño a la ta­ rea de encontrar su propio lugar, singular y no convencional, entre las cosas y personas de su entorno. Pero aunque haya sido abandonado por sus padres divinos, el niño encuentra frecuentemente protección en guardianes te­ rrenales, representaciones de las fuerzas naturales de nuestra propia naturaleza, simple y primitiva, que pueden criar a este niño especial de manera discreta, con una especie de cono­ cimiento rústico-terrestre. Esta fuerza natural permitirá que el niño se afirme y se encarne en nosotros con su propio rit­ mo orgánico. El lugar de nacimiento del niño suele ofrecer alguna pro­ tección. Hermes nació en una cueva, una especie de segun­ do útero, lo mismo que su padre Zeus, quien de tal modo evitó ser devorado por su propio padre Cronos. Cristo nació en un establo, dado que no había lugar en la posada colecti­ va. Y también aquí son animales y pastores los primeros en rodearlo. En este lugar protegido el niño puede cobrar fuer­ zas hasta sentirse preparado para ingresar en un mundo hos­ 44 Un nuevo experimento: El arquetipo del niño interior til. Psicológicamente, esta protección podría representar cier­ to desarrollo en nosotros -u n idea creativa, un sueño, o una nueva actitud o relación con la vida- que no puede manifes­ tarse o salir a la luz antes de madurar y ser capaz de sobre­ vivir de manera autónoma y, consecuentemente, de cambiar de manera sana y eficaz el antiguo orden. Cristo, por ejem­ plo, tiene ya doce años cuando regresa para hablar con los an­ cianos en el templo. Paradójicamente, este niño abandonado, amenazado, y ne­ cesitado de protección, posee ya un poder indestructible y una individualidad creativa. Son las aptitudes extraordina­ rias de Hermes las que crean la lira y amenazan a Apolo con el poder mágico de su astucia. Buda, recién nacido, se aleja siete pasos de su madre y, señalando al mismo tiempo hacia el cielo y la tierra, se declara príncipe de todo lo que hay arriba y abajo. Y éste es el mismo poder que convoca a los tres reyes de Oriente para adorar al niño Jesús. De hecho, es precisamente este poder, reconocido, profe­ tizado e intuido, el que constituye una amenaza contra el an­ tiguo orden. Este nacimiento no es un acontecimiento ordi­ nario; en términos psicológicos podemos verlo como una manifestación del Yo que exige una reestructuración de la personalidad, lo cual puede abocar en una dolorosa desinte­ gración de la antigua forma y, a menudo, en un período de confusión, soledad y desorientación, previo al establecimiento de un nuevo orden. El principio gobernante de la personalidad, el ego, perci­ be estas tentativas como algo potencialmente amenazador. Puede que el ego, en un intento de silenciar esta nueva voz, erija resistencias pero, siendo divina, no podrá ser silencia­ da. Siempre tenemos su llanto implorando la posibilidad de escuchar que la liberemos de su prisión y de unirnos a su movimiento eufórico y jubiloso hacia una vida más humana y más abierta. Podremos entonces entrar con ella en el mun­ do del juego divino. 45 La promesa del niño interior Hermes llevó la risa y el sonido de la música armoniosa y serena al mundo del Olimpo -u n nuevo elemento a reco­ nocer y valorar que iba a cambiar ese mundo para siempre. En el adulto contemporáneo, la energía del niño interior puede dar lugar a cambios radicales, tanto de imagen como de estilo de vida; o puede que sólo conduzca al surgimiento de nuevos hábitos e intereses. Pero una vez haya nacido en nuestro interior, este niño exigirá que ampliemos nuestro mundo para darle cabida, que padezcamos el abandono de nuestras conocidas pautas internas, aquellas que nos sostie­ nen, y que toleremos la soledad que acompañará a una acción creativa concebida a partir de una relación inspirada con lo nuevo. El premio a ganar es nuestra totalidad, una totalidad sugerida ya en nuestro origen hacia la que nos sentimos ine­ xorablemente atraídos. Y también las sociedades y culturas pueden renovarse de este modo, los viejos órdenes pueden ser revisados y reconstruidos, encaminando a la raza humana ha­ cia un mundo más armonioso. El arquetipo del niño interior puede, por tanto, aportar ilu­ sión y esperanza a nuestra historia personal y a la historia del mundo. Nos recuerda el origen, el momento de la crea­ ción, lo nuevo, lo inesperado, la diferencia peculiar que al­ tera la totalidad. Esta es la promesa del “nuevo experimen­ to”, la promesa de niño interior. 46 2. PSICOLOGIA DEL ARQUETIPO INFANTIL C.G. Jung Éste es un extracto del estudio pionero acerca del niño in­ terior. Para comprender la noción del arquetipo infantil es preciso familiarizarse con el concepto de inconsciente co­ lectivo, que Jung concibió como el depósito de la herencia y de las posibilidades psíquicas de la humanidad. También se requiere cierto conocimiento sobre la naturaleza del arque­ tipo, uno de los descubrimientos principales de Jung y, tal vez, el concepto fundamental de todo su trabajo. Jung desa­ rrolló su teoría de los arquetipos por etapas, empezando al­ rededor de 1912. La toma de contacto con su propio niño in­ terior fue el resultado de ciertas experiencias personales que tuvieron lugar por esas mismas fechas (para más detalles, vé­ anse los capítulos 6 y 21). Este ensayo contiene las refle­ xiones primordiales acerca del niño interior, reflexiones que han terminado dando origen y realidad a nuestro tema; y va­ rios de los colaboradores de este volumen se remiten a él en su trabajo. 47 La promesa del niño interior El arquetipo, según Jung, “es una forma inconsciente irrepresentable y preexistente que parece form ar parte de la es­ tructura psíquica heredada. Su forma podría quizá compa­ rarse al sistema axial de un cristal que, por así decir, si bien no tiene existencia material propia, prefigura la estructura cristalina del líquido original... El arquetipo en sí está va­ cío y es puramente form al, nada más que una facultad pre­ establecida, una posibilidad de representación dada a priori. Las representaciones mismas no son heredadas, sólo las formas, y a este respecto se corresponden en todo sentido con los instintos, determinados también únicamente de ma­ nera formal. La existencia de los instintos no se puede pro­ bar, del mismo modo que tampoco puede probarse la exis­ tencia de los arquetipos, en tanto no se manifiesten de modo concreto”. (CW, vol.9, i, para. 155) Jung también escribió: ‘‘Los arquetipos fueron, y son to­ davía, fuerzas psíquicas vivas... Aportaron siempre protec­ ción y salvación, y violarlos conlleva aquellos ‘peligros del alma' que conocemos por la psicología del hombre primiti­ vo. Por otra parte, constituyen la causa indiscutible de tras­ tornos neuróticos e incluso psicopáticos, comportándose exactamente como órganos físicos o como sistemas orgáni­ cos desatendidos o maltratados”. (CW, vol. 9, i, para. 266) The Critical Dictionary of Junguian Analysis (Samuels, et al., 1986) menciona lo siguiente: Todas las imágenes psíquicas participan hasta cierto punto de lo arquetípico, razón que explica la numinosidad de los sueños, y de tantos otros fenómenos psíquicos. Los compor­ tamientos arquetípicos son especialmente evidentes en perío­ dos de crisis, cuando el ego es más vulnerable. Hallamos cua­ lidades arquetípicas en los símbolos, lo que explica en parte su atractivo, utilidad y recurrencia. Los dioses son metáforas de conductas arquetípicas y los mitos representaciones ar­ quetípicas. Los arquetipos no pueden ser completamente in­ 48 Psicología del arquetipo infantil legrados ni encarnados en forma humana. El análisis impli­ ca una toma de conciencia progresiva de las dimensiones arquetípicas de la vida de una persona... El concepto junguiano de arquetipo se inscribe en la tradición de las Ideas platónicas, presentes en la mente de los dioses y modelos de todas las entidades en el ámbito de lo humano. Este ensayo se publicó por primera vez en su versión com­ pleta en 1940. El arquetipo como vínculo con el pasado En lo relativo a la psicología de nuestro tema, debo se­ ñalar que toda afirmación que vaya más allá de los aspectos estrictamente fenoménicos de un arquetipo es susceptible de crítica. No cedamos ni por un instante a la ilusión de que un arquetipo puede explicarse de modo definitivo. Hasta las mejores tentativas de ofrecer una explicación no son sino traducciones más o menos acertadas a otro lenguaje meta­ fórico. (De hecho, el lenguaje mismo no es más que una imagen.) Lo más que podemos hacer es volver a soñar el mito y revestirlo de hábitos modernos. Y cualquier explica­ ción o interpretación que hagamos de él afecta también a nuestra alma, con las correspondientes consecuencias para nuestro bienestar. El arquetipo -n o lo olvidemos nunca- es un órgano psí­ quico presente en todos nosotros. Una mala explicación im­ plica, correlativamente, una mala actitud para con dicho ór­ gano, el cual podría resultar así dañado. Pero el máximo perjudicado es quien interpreta erróneamente. Por consi­ guiente, la “explicación” debería respetar la importancia fun­ cional del arquetipo, asegurando así un contacto adecuado y significativo entre la mente consciente y el arquetipo. Porque el arquetipo es un elemento de nuestra estructura psíquica y, 49 La promesa del niño interior por lo tanto, un componente vital y necesario de nuestra eco­ nomía psíquica. Representa o personifica ciertos datos ins­ tintivos de la psique primitiva y oscura, las raíces reales e in­ visibles de nuestra conciencia. La preocupación de la mentalidad primitiva por ciertos factores “mágicos”, que no son sino lo que nosotros llamaríamos arquetipos, evidencia la importancia primordial de la conexión con estas raíces. Esta forma original de religio (“re-ligar”) es la esencia y el fundamento de toda vida religiosa incluso en nuestros días, y siempre lo será, con independencia de la forma que dicha vida adopte en el futuro. No hay un sustituto “racional” para el arquetipo, así como tampoco lo hay para el cerebelo o los riñones. Podemos es­ tudiar los órganos físicos anatómica, histológica y embrio­ lógicamente, lo que correspondería a un perfil de la feno­ menología arquetípica y a su presentación en términos de historia comparada. Pero sólo llegamos al significado de un órgano físico cuando empezamos a formular preguntas teleológicas. De aquí surge la pregunta: ¿Cuál es la finalidad biológica del arquetipo? De la misma manera que la fisiolo­ gía responde a esta pregunta referente al cuerpo, es asunto de la psicología contestarla en relación al arquetipo. Afirmaciones como “El motivo del niño es un recuerdo ru­ dimentario de la propia infancia”, y otras similares, no hacen más que dar por sentadas cosas que deberían ser demostra­ das. Pero si, modificando levemente este enunciado, decla­ ramos: “El motivo del niño es una representación de ciertos aspectos “olvidados” de nuestra infancia, nos aproximamos más a la verdad. No obstante, dado que el arquetipo es siem­ pre una imagen que incumbe a toda la raza humana y no sólo al individuo, tal vez fuera mejor decir: “El motivo del niño representa el aspecto preconsciente de la infancia de la psi­ que colectiva”.1 (No creo superñuo señalar que el prejuicio común se in­ clina siempre a identificar el motivo del niño con la expe50 Psicología del arquetipo infantil rienda concreta “niño”, como si el niño real fuera la causa y la condición previa de la existencia de este arquetipo. Sin embargo, en la realidad psicológica la idea empírica “niño” es sólo un medio [y no el único] para expresar un hecho psí­ quico que no puede formularse con mayor exactitud. Por la misma razón, cabe afirmar de modo categórico que la idea mitológica del niño no es una réplica del niño empírico, sino un símbolo claramente reconocible como tal: es un niño pro­ digio, un niño divino, concebido, nacido y criado en cir­ cunstancias muy extraordinarias, y no -esto es lo importan­ te - un niño hum ano. Sus actos son tan m ilag ro so s y monstruosos como su naturaleza y constitución física. Es sólo a causa de estas propiedades tan poco empíricas que se hace necesario hablar de un “motivo del niño”. Por otra parte, el “niño” mitológico se presenta bajo varias formas: como un dios, un gigante, un animal, Pulgarcito, etcétera, lo cual apun­ ta a un tipo de causalidad que es cualquier cosa menos ra­ cional o concretamente humana. Lo mismo vale para los ar­ quetipos del “padre” o de la “madre” que, desde un punto de vista mitológico, son símbolos igualmente irracionales.) No nos equivocaremos si, por el momento, interpretamos este enunciado históricamente, sobre la analogía de deter­ minadas experiencias psicológicas que muestran que ciertas fases de la vida de un individuo pueden volverse autónomas y personificarse, hasta terminar configurando una imagen de uno mismo en la que uno, por ejemplo, se ve a sí mismo como un niño. Este tipo de experiencias visionarias, ya se formen en el sueño ya en el estado de vigilia, dependen, como sa­ bemos, de que previamente haya tenido lugar una disocia­ ción entre el pasado y el presente. Tales disociaciones se pro­ ducen a causa de distintas incompatibilidades; por ejemplo, el estado presente de una persona puede haber entrado en conflicto con su estado infantil o un individuo puede haber­ se escindido violentamente de su personalidad inicial identi­ ficándose tan sólo con cierta “persona”2 arbitraria más de 51 La promesa del niño interior acuerdo con sus ambiciones. Ha dejado así de ser como un niño, se ha vuelto artificial y ha perdido sus raíces. Todo ello presenta una oportunidad favorable para una confrontación igualmente violenta con la verdad primordial. En vista de que los hombres todavía no han cesado de emitir afirmaciones acerca del niño-dios, tal vez podamos extender la analogía individual a la vida del género humano y concluir que, es más probable que la humanidad entre siem­ pre en conflicto con sus condiciones infantiles, esto es, con su estado original, inconsciente e instintivo, y que el peligro del tipo de conflicto que da lugar a la visión del “niño” exis­ te efectivamente. Las prácticas religiosas, o sea, la narración y ritualización reiterada del acontecimiento mítico, sirven por lo tanto para traer una y otra vez a la vista de la mente consciente la imagen de la infancia y de todo lo que se rela­ ciona con ella, a fin de que no se rompa el vínculo con la con­ dición inicial. La función del arquetipo El motivo del niño no sólo representa algo que existió en un pasado remoto, sino también algo que existe ahora; es decir, no se trata simplemente de un vestigio sino de un sis­ tema que funciona en el presente cuyo propósito es el de compensar o corregir, de manera significativa, la inevitable excentricidad de la mente consciente. Esta suele concentrar­ se sólo en unos pocos contenidos, elevándolos a un grado máximo de claridad, lo que supone la exclusión de la con­ ciencia de otros contenidos potenciales. Esta exclusión dará lugar a cierta unilateralidad de los contenidos conscientes. Puesto que la conciencia diferenciada del hombre civilizado constituye un instrumento eficaz para la realización práctica de sus contenidos, a través de la dinámica de la voluntad, existe tanto mayor peligro, cuanto más ejercita su voluntad, 52 Psicología del arquetipo infantil de que se pierda en la unilateralidad y termine desviándose progresivamente de las leyes y raíces de su ser. Esto impli­ ca, por un lado, la posibilidad de la libertad humana pero, por otro lado, es una fuente de transgresiones continuas con­ tra los propios instintos. En consecuencia, el hombre primi­ tivo, que, como el animal, permanece más próximo a sus ins­ tintos, se caracteriza por el miedo a la novedad y por su apego a la tradición. Para nuestra manera de pensar, su atraso es muy notorio, mientras que nosotros exaltamos el progreso. Pero nuestro progresismo, aunque puede dar lugar al atrac­ tivo cumplimiento de muchos deseos, va generando una deu­ da prometeica igualmente colosal, que debemos pagar de tan­ to en tanto en forma de catástrofes monstruosas. Durante cientos de años el hombre ha soñado con volar, ¡y lo que ese sueño nos ha deparado son los bombardeos masivos! En la actualidad, la esperanza cristiana de una vida más allá de la tumba nos hace sonreír, y sin embargo caemos a menudo en milenarismos cien veces más ridículos que la noción de un idílico más allá. Nuestra conciencia diferenciada está en con­ tinuo peligro de desarraigo; de ahí que necesite la compen­ sación del aún vigente estado de la infancia. Desde la perspectiva progresista, los síntomas de la com­ pensación se describen en términos poco halagadores. Dado que, vista superficialmente, parece una operación dilatoria, la gente habla de inercia, atraso, escepticismo, crítica, conser­ vadurismo, timidez, mezquindad, y así sucesivamente. Pero en la medida en que el hombre tiene una enorme capacidad para disociarse de sus propias raíces, puede también verse arrastrado inadvertidamente hacia la catástrofe por su peli­ grosa unilateralidad. El ideal conservador es siempre más primitivo, más natural (tanto en su sentido positivo como ne­ gativo) y, en la medida en que confía en la ley y en la tradi­ ción, más “moral”. El ideal progresista, por su parte, es siem­ pre más abstracto, menos natural y, en la medida en que es desleal a la tradición, menos “moral”. El progreso impuesto 53 La promesa del niño interior por la voluntad es siempre convulsivo. El atraso podrá estar más próximo a la naturalidad, pero se ve a su vez amenaza­ do por peligrosos despertares. La antigua perspectiva se daba cuenta de que el progreso sólo es posible Deo concedente (“si Dios quiere”), mostrándose con ello consciente de la existencia de los opuestos y repitiendo en un plano más ele­ vado los seculares rites d'entrée et de sortie (“ritos de pasa­ je”). Cuanto más diferenciada se vuelve la conciencia, tanto mayor es el riesgo de ruptura con la condición de partida. La ruptura total se produce cuando se olvida el Deo concedente. La psicología tiene ahora por axioma la idea de que cuan­ do una parte de la psique se escinde de la conciencia, sólo queda aparentemente desactivada pero, de hecho, toma po­ sesión de la personalidad y falsea los objetivos conscientes del individuo. Por consiguiente, si se reprime el estado in­ fantil de la psique colectiva hasta excluirlo totalmente, los contenidos inconscientes pueden terminar dominando a los objetivos conscientes e inhibir, falsear e incluso destruir su realización. El progreso viable es sólo posible con la coope­ ración de ambos. El futuro del arquetipo Uno de los rasgos fundamentales del motivo del niño es su proyección futura. El niño es futuro potencial. Por consi­ guiente, la presencia del motivo del niño en la psicología del individuo implica una anticipación de tendencias futuras, por mucho que a primera vista parezca una configuración re­ trospectiva. La vida es un flujo, una corriente que discurre ha­ cia el futuro, y no un estancamiento o una resaca. No resul­ ta sorprendente, entonces, que tantos salvadores mitológicos sean dioses infantiles, lo cual concuerda exactamente con nuestra experiencia de la psicología individual, que muestra cómo el “niño” prepara el camino para un cambio futuro de 54 Psicología del arquetipo infantil personalidad. En el proceso de individuación, la figura del niño anticipa la síntesis entre los elementos conscientes e in­ conscientes de la personalidad. Es, por tanto, un símbolo de unidad de los opuestos3 un intermediario, portador de salud y de plenitud. Siendo éste su significado, el motivo del niño es capaz de las numerosas transformaciones que he mencio­ nado previamente: puede encontrar su expresión en lo re­ dondo, el círculo o la esfera, o en lo cuadrado como repre­ sentación de otra forma de plenitud.4 He llamado “Self” a esta plenitud que trasciende la conciencia.5 El objetivo del proceso de individuación es la síntesis del Self. Desde otro punto de vista, el término “entelequia” [entelequia = fuerza vital que impulsa a un organismo hacia la autorrealización] sería preferible a “síntesis”. Existe una razón empírica por la que, en determinadas circunstancias, el término entelequia re­ sulta más apropiado: los símbolos de plenitud suelen apare­ cer al principio del proceso de individuación y pueden ob­ servarse frecuentemente en los sueños iniciales de la primera infancia. Esta observación apunta hacia la existencia a priori de una plenitud potencial,6 sugiriendo de inmediato la idea de entelequia. Pero desde el momento en que, empíricamen­ te hablando, tiene lugar el proceso de individuación, se pre­ senta como una síntesis. Parece pues, paradójicamente, cómo si algo que ya existiera se estuviera reuniendo. Desde este punto de vista, el término “síntesis” también es aplicable. El niño como principio y fin Después de su muerte, Fausto es recibido como niño en el “coro de los niños bienaventurados”. No sé si mediante esta idea peculiar Goethe se estaba refiriendo a los cupidos de las antiguas sepulturas, pero no es una idea descabellada. La figura del cucullatus apunta al encapuchado, es decir, el invisible, el genio de los difuntos, que reaparece en las di­ 55 La promesa del niño interior versiones infantiles de una nueva vida, rodeado de las formas marinas de delfines y tritones. El mar es el símbolo favorito del inconsciente, madre de todo lo que vive. En determina­ das circunstancias (Hermes y los Dáctilos, por ejemplo) el “niño” está estrechamente relacionado con el falo, símbolo de la procreación y por ello lo vemos también aparecer en el falo sepulcral, como símbolo de una nueva concepción. El “niño” es por lo tanto renatus iri novarn infantiam (“re­ nacido a una nueva infancia”); al mismo tiempo principio y fin, una criatura inicial y terminal. La criatura inicial existía antes de que el hombre fuera y la criatura terminal existirá cuando el hombre ya no sea. Desde un punto de vista psico­ lógico, esto quiere decir que el “niño” simboliza la esencia preconsciente y postconsciente del hombre. Su esencia pre­ consciente es el estado inconsciente de su primera infancia; su esencia postconsciente es una anticipación, por analogía, de la vida después de la muerte. En esta idea se expresa la naturaleza global de la plenitud psíquica. Entre los límites de la mente consciente no cabe la plenitud -que incluye la ex­ tensión indefinida e indefinible del inconsciente. Empírica­ mente hablando, la plenitud es, por consiguiente, una exten­ sión in co n m ensurable, más vieja y más joven que la conciencia, que se despliega en el tiempo y el espacio. Esto no es una especulación, sino una experiencia psíquica inme­ diata. Los sucesos inconscientes no sólo acompañan conti­ nuamente al proceso consciente, sino que también lo guían, asisten o interrumpen. El niño tenía una vida psíquica antes de tener conciencia. Incluso el adulto sigue haciendo y di­ ciendo cosas cuyo significado no comprende hasta más tar­ de, si es que llega a comprenderlo. Y, sin embargo, las hizo y las dijo como si supiera qué significaban. Nuestros sueños hablan continuamente de cosas que nuestra conciencia no comprende (motivo por el cual son tan útiles en la terapia de las neurosis). Nos llegan intuiciones e indicaciones de fuen­ tes desconocidas. Temores, humores, planes y esperanzas pa­ 56 Psicología del arquetipo infantil san por nosotros sin causalidad aparente. Estas experiencias concretas se hallan en la base de nuestra impresión de cono­ cernos muy poco y constituyen también el fundamento de las perturbadoras conjeturas acerca de las posibles sorpresas que el futuro pueda deparamos. El hombre primitivo no es un enigma para sí mismo. La pregunta “¿Qué es el hombre?” es la pregunta que el hom­ bre siempre ha guardado hasta el final. El hombre primitivo tiene tanta psique fuera de su mente consciente que la expe­ riencia de algo psíquico exterior a sí mismo le resulta mucho más familiar que a nosotros. De hecho, la vivencia de fuer­ zas psíquicas que rodean a la conciencia, sustentándola, ame­ nazándola o engañándola, constituye una experiencia secular del género humano. Esta experiencia se ha proyectado en el arquetipo del niño, expresión de la plenitud humana. El “niño” es todo aquello que es abandonado y expuesto y al mismo tiempo divinamente poderoso; el principio insignifi­ cante e incierto y el fin triunfal. El “niño eterno” inherente al hombre es una experiencia indescriptible, una incon­ gruencia, una desventaja y una prerrogativa divina; un im­ ponderable que determina el valor fundamental o la falta de valor de una personalidad. 57 c Los ensueños sobre la infancia I 3. LOS ENSUEÑOS SOBRE LA INFANCIA Gastón Bachelard En este pasaje de su libro The Poetics of Reverie [La poétique de la reverie], de 1971, Gastón Bachelard ensal­ za repetidamente lo mejor, lo más puro y lo más sublime del niño. El autor, un destacado pensador de la Francia contemporánea, explora aquí no sólo la experiencia de la niñez, el niño que hay en el adulto, y el arquetipo infantil, sino también la infancia no vivida, la promesa del niño in­ terior, el niño en potencia. Según él: “Hay en nuestro inte­ rior una infancia potencial. Cuando vamos a su encuentro en nuestros ensueños, la revivimos más en sus posibilida­ des que en su realidad”. Bachelard no escribe, sino que vuela; no entiende, sino que ve. Leer este ensayo es descubrir el fundamento poético de la realidad infantil: “En nuestro interior, todavía en nues­ tro interior, siempre en nuestro interior, la infancia es un es­ tado mental”. 58 Cuando, estando solos, nos entregamos al ensueño y nos alejamos del presente para regresar a nuestra niñez, varios rostros infantiles vienen a nuestro encuentro. Fuimos varios en nuestros primeros ensayos vitales, en nuestra vida primi­ tiva. Es únicamente el relato de los otros el que nos ha he­ cho conocer nuestra unidad. Al hilo de la historia que nos han contado los demás, año a año, acabamos por parecemos a nosotros mismos y congregamos todos esos diversos seres alrededor de la unidad de nuestro nombre. Pero el ensueño no es un recuento. O. por lo menos, hay ensueños tan profundos, que nos ayudan a ahondar en noso­ tros mismos y nos libran de nuestra historia. Nos liberan de nuestro nombre. Estas soledades de hoy nos devuelven a la soledad original. Aquellas soledades primeras, las soledades de la infancia, dejan, en ciertas almas, huellas indelebles. Toda nuestra vida se agudiza en el ensueño poético, un en­ sueño que sabe el precio de la soledad. La infancia conoce la desdicha por los hombres. En la soledad puede aliviar sus penas. El niño se siente hijo del cosmos cuando la sociedad le deja en paz. Y es así como en sus soledades y desde el mo­ mento en que es amo de su ensueño, el niño descubre el gozo de soñar que constituirá más tarde la dicha de los poetas. ¿Cómo no sentir la relación que existe entre nuestra soledad de soñador y las soledades de la infancia? Y no es por acci­ dente que, en un ensueño tranquilo, solemos descender la pen­ diente que nos devuelve a nuestras soledades infantiles. Dejemos entonces al psicoanálisis la tarea de curar las in­ fancias maltratadas y aliviar los sufrimientos pueriles de una infancia endurecida que oprime la psique de tantos adultos. Hay todo un campo abierto a un análisis-poético que nos ayu­ daría a reconstituir en nosotros el ser de las soledades libe­ radoras. Ese análisis-poético debería devolvernos todos los privilegios de la imaginación. La memoria es un campo de 59 / Los ensueños sobre la infancia La promesa del niño interior ruinas psicológicas, un amasijo de recuerdos. Toda nuestra in­ fancia está por re-imaginar. Re-imaginándola tenemos la oportunidad de recobrarla en la vida misma de nuestros en­ sueños de niño solitario. A partir de entonces, las tesis que deseamos defender en este capítulo apuntan al reconocimiento de la permanencia, en el alma humana, de un núcleo de la infancia, una infan­ cia inmóvil pero siempre viva, ajena a la historia, oculta a los demás, disfrazada de historia cuando es contada, pero que sólo tiene existencia real en esos instantes de iluminación, es decir, en los instantes de su existencia poética. Cuando soñaba en su soledad, el niño conocía una exis­ tencia ilimitada. Su ensueño no era únicamente un ensueño de huida. Era un ensueño de vuelo. Hay ensueños infantiles que brotan con la luminosidad de un fuego. El poeta recobra su infancia cuando la nombra con palabra de fuego: Palabra de fuego. Diré lo que fue mi infancia. Cuando exhumábamos la luna roja en la espesura del bosque.' Un exceso de infancia es un germen de poema. Nos bur­ laríamos de un padre que, por amor a su hijo, fuera a “des­ colgar la luna”. Pero el poeta no se arredra ante este gesto cósmico. Vislumbra, en su ardiente memoria, que se trata de un gesto de la infancia. El niño sabe bien que la luna, ese gran pájaro rubio, anida en algún rincón del bosque. Así, ciertas imágenes de la infancia, imágenes que un niño ha podido concebir, o que un poeta nos dice que un niño ha concebido, son para nosotros manifestaciones de la infancia permanente. Ésas son imágenes de la soledad que nos hablan de la pervivencia de la gran infancia a través de los ensue­ ños del poeta. 60 II Parece pues que, con la ayuda de las imágenes de los poe­ tas, la infancia se revela como psicológicamente bella. ¿Cómo no hablar de belleza psicológica de un acontecimiento atrac­ tivo de nuestra vida íntima? Esta belleza está en nosotros, en lo más hondo de nuestra memoria. Es la belleza de un vue­ lo que nos reanima, que dinamiza la belleza de nuestra pro­ pia vida. En nuestra infancia, el ensueño nos daba la liber­ tad. Y resulta llamativo que el ámbito más favorable para recibir la conciencia de la libertad sea precisamente el del ensueño. Captar esta libertad cuando aparece en un ensueño infantil sólo resulta paradójico cuando olvidamos que segui­ mos soñando la libertad como lo hacíamos cuando niños. ¿De qué otra libertad psicológica disponemos sino de la libertad de soñar? Psicológicamente hablando, es en el ensueño don­ de hallamos la libertad. Hay en nuestro interior una infancia potencial. Cuando vamos a su encuentro en nuestros ensueños, la revivimos más en sus posibilidades que en su realidad. Soñamos todo lo que pudo haber sido, soñamos en la frontera entre la historia y la leyenda. Para acceder a los recuerdos de nuestras soledades, idealizamos los mundos en los que fuimos niños solitarios. Dar cuenta de la idealización realista de los recuerdos de in­ fancia y del interés personal que despiertan dichos recuer­ dos, supone pues un problema de psicología práctica. Y ésta es la razón por la que la comunicación entre un poeta de la infancia y su lector se produce por mediación de la infancia que perdura en nosotros. Esta infancia sobrevive además como una disposición receptiva y abierta a la vida y nos per­ mite comprender y amar a los niños como si fuéramos pri­ migeniamente sus iguales. Un poeta nos habla y somos agua viva, un nuevo manan­ tial. Escuchemos a Charles Plisnier: 61 La promesa del niño interior Los ensueños sobre la infancia ¡Ah! Con sólo consentirlo, mi infancia, estás aquí tan viva, tan presente. Al soñar la infancia regresamos a la morada del ensueño, a los ensueños que nos abrieron al mundo. El ensueño nos convierte en los primeros habitantes del mundo de la soledad. Y habitamos mejor el mundo porque lo habitamos como el niño solitario habita las imágenes. En el ensueño del niño la imagen tiene primacía sobre todo lo demás. Las experiencias vienen sólo más tarde y van a contra corriente de los ensue­ ños de vuelo. El niño lo ve todo grande y hermoso. El en­ sueño de la infancia nos devuelve a la belleza de las prime­ ras imágenes. ¿Puede el mundo ser ahora tan hermoso? Nuestra adhesión a la belleza primera fue tan intensa que si el ensueño nos re­ trotrae a nuestros recuerdos más amados, el mundo actual queda descolorido. Un poeta que escribe un libro de poemas titulado Días de hormigón dice: Firmamento de vidrio azul, árbol de hoja y de nieve, río que corre ¿a dónde voy?2 Cuando leo estos versos, veo el cielo azul sobre mi río en los veranos del otro siglo. El ser del ensueño atraviesa sin envejecer todas las eda­ des del hombre, desde la infancia hasta la vejez. Y es por ello que, en el otoño de la vida, uno trata de recuperar los en­ sueños infantiles redoblando la ensoñación. Este incremento de la ensoñación, este ahondamiento en­ soñador que sentimos cuando soñamos nuestra infancia, ex­ plica que, en todo ensueño, incluso aquel que nos sobrevie­ ne cuando contemplamos un aspecto hermoso del mundo, nos deslicemos pronto por la pendiente de los recuerdos y regresemos imperceptiblemente a antiguos ensueños, tan an­ tiguos que ya no pensamos en fecharlos. De repente, un ful­ gor de eternidad desciende sobre el mundo. Nos hallamos ante un gran lago cuyo nombre conocen los geógrafos, ro­ deado de altos picos, y hete aquí que regresamos a un pasa­ do remoto. Al soñar, recordamos y nuestro recuerdo nos de­ vuelve la imagen de un río que refleja un cielo apoyado sobre las colinas. Pero las colinas se agrandan y lo mismo ocurre con la curva del río. Lo pequeño se vuelve grande. El mun­ do del ensueño infantil es grande, más grande que el mundo que se ofrece a la ensoñación de hoy. Del ensueño poético ins­ pirado por el magnífico espectáculo del mundo al ensueño in­ fantil, hay comercio de grandeza. Y es por ello que en el ori­ gen de los paisajes más magníficos se encuentra la infancia. Nuestras soledades infantiles nos han dado las inmensidades primitivas. 62 ...E l mundo se tambalea cuando obtengo rescato del pasado lo que preciso para vivir en el fondo de mí mismo? ¡Ah! Que sólidos seríamos en nuestro interior si pudiéra­ mos vivir, volver a vivir sin nostalgia y completamente en­ tusiasmados en nuestro mundo primitivo. En suma, esa apertura al mundo de la que se valen los fi­ lósofos ¿no es acaso una reapertura al fascinante mundo pres­ tigioso de las primeras contemplaciones? Dicho de otro modo, esta intuición del mundo, esta Weltanschauung ¿acaso es otra cosa que una infancia que no se atreve a pronunciar su nom­ bre? Las raíces de la grandeza del mundo se hunden en la infancia. El mundo empieza para el hombre con una revolu­ ción del alma que a menudo se remonta a la infancia. El si­ guiente pasaje de Villiers de Llsle-Adam nos proporciona un buen ejemplo -procedente de su libro ísis, escrito en 1862, acerca de su heroína, la mujer dominante-: “El carácter de su mente se determinó a sí mismo y, por oscuras transiciones, 63 Los ensueños sobre la infancia La promesa del niño interior alcanzó las proporciones inmanentes donde el yo se afirma como lo que es. La hora sin nombre, la hora eterna en la que los niños dejan de mirar vagamente el cielo y la tierra, llegó para ella a los nueve años. Aquello que se soñaba de manera confusa ante los ojos de esta niña adquirió, a partir de ese mo­ mento, un destello más fijo; parece que experimente su propio sentido en la medida en que despierta en nuestras tinieblas”.4 Así, en “una hora sin nombre”, el mundo se afirma por lo que es y el alma que sueña es una conciencia de soledad. Al final del relato de Villiers de LTsle-Adam, la heroína podrá decir: “Mi memoria, abismada de repente en los profundos dominios del sueño, vivía recuerdos inconcebibles”. De este modo, alma y mundo se abren juntos a lo inmemorial. Así, como un fuego olvidado, la infancia puede volver a prender en nosotros. El fuego de antaño y el frío de hoy se dan cita en un estupendo poema de Vicente Huidobro: En mi infancia [naceJ una infancia ardiente como el alcohol. Me sentaba en los caminos de la noche A escuchar la elocuencia de las estrellas Y la oratoria del árbol. Ahora la indiferencia nieva en la tarde de mi alma.5 Estas imágenes que provienen del fondo de la infancia no son propiamente recuerdos. Para valorar toda su vitalidad, haría falta que un filósofo tal vez pudiera desarrollar todos los razonamientos dialécticos que se resumen en las palabras “imaginación” y “memoria”. Tratemos ahora de demarcar los confines existentes entre recuerdos e imágenes. Ill ... El pasado no es estable; no regresa a la memoria ni con los mismos rasgos ni bajo la misma luz. Tan pronto como 64 el pasado queda apresado en una red de valores humanos, en los valores íntimos de una persona que no olvida, reaparece con la doble fuerza de la mente que recuerda y del alma que se gratifica con su fidelidad. El alma y la mente no tienen la misma memoria. Sully Prudhomme, que conoció esta divi­ sión, escribe: Oh recuerdo, el alma renuncia, asustada, a concebirte. Sólo nos beneficiamos de la unión entre la imaginación y la memoria cuando el alma y la mente se unen en un ensue­ ño por la ensoñación. Podemos decir que es en dicha unión cuando volvemos a revivir nuestro pasado. Nuestro ser pasado se imagina volviendo a vivir. A partir de entonces, para constituir la poética de una in­ fancia evocada en un ensueño, es preciso dar a los recuerdos su atmósfera de imagen. Distingamos ahora, para aclarar nuestra reflexión filosófica acerca del recuerdo del ensueño, algunos aspectos polémicos entre los hechos psicológicos y los valores. En su estado psíquico originario, imaginación y memoria aparecen como un complejo indisoluble. Las analizamos mal si las vinculamos a la percepción. El pasado recordado no es simplemente un pasado percibido. Puesto que se recuerda, el pasado se designa ya en un ensueño como valor de imagen. La imaginación colorea desde el principio los paisajes que de­ sea volver a ver. Para llegar a los archivos de la memoria hay que redescubrir los valores existentes más allá de los he­ chos. No se analiza la familiaridad contando las repeticio­ nes. Las técnicas de la psicología experimental no pueden llevar a cabo un estudio de la imaginación desde el punto de vista de sus valores creativos. Para volver a vivir los valores del pasado hay que soñar, hay que aceptar esa gran dilatación psíquica que es el ensueño en la paz de un gran reposo. En65 La promesa del niño interior tonces la imaginación y la memoria rivalizan para devolver­ nos las imágenes que atañen a nuestra vida.... Semejante proyecto fenomenológico de acoger en su ac­ tualidad personal la poesía de los ensueños infantiles es, ob­ viamente, muy distinto de los útiles estudios objetivos de los psicólogos infantiles. Por más que se deje hablar libremente a los niños, por más que se los observe sin censura mientras disfrutan libremente de sus juegos, por más que se los escu­ che con la suave paciencia de un psicoanalista infantil, no se logra necesariamente la simple pureza del examen fenome­ nológico. Estamos demasiado instruidos para ello y, por con­ siguiente, demasiado inclinados a aplicar el método compa­ rativo. Más sabría una madre que percibe a su hijo como alguien incomparable. Pero por desgracia una madre no sabe durante mucho tiempo... En cuanto un niño alcanza la “edad de la razón”, en cuanto pierde su derecho absoluto a imagi­ nar el mundo, la madre, como todos los educadores, asume el deber de enseñarle a ser objetivo -objetivo del mismo modo simple que los adultos se creen “objetivos”. Entonces lo col­ ma de sociabilidad y se le prepara para su vida de hombre conforme al modelo ideal de los hombres estabilizados. Se le instruye también en la historia de su familia. Se le enseñan la mayor parte de los recuerdos de la primera infancia, la his­ toria que el niño podrá siempre contar. Se estira la infancia -¡esa m asa!- en el molde para que el niño siga sin desvíos el sendero de la vida de los demás. El niño ingresa así en la zona de los conflictos familiares, sociales y. psicológicos. Se convierte en un hombre prematuro, que es lo mismo que decir que este hombre prematuro se ha­ lla en un estado de infancia reprimida. El niño interrogado, el niño examinado por el psicólogo adulto,... no se entrega a la soledad. La soledad del niño es más secreta que la soledad del hombre. Suele ser tarde en la vida cuando descubrimos, en toda su profundidad, las sole­ dades infantiles y las soledades de nuestra adolescencia. Du­ 66 Los ensueños sobre la infancia rante el último cuarto de nuestra vida comprendemos la so­ ledad del primer cuarto, al reflejarse la soledad de la vejez en las soledades olvidadas de la infancia.6 El niño soñador se encuentra solo, muy solo. Vive en el mundo del ensueño. Su soledad es menos social, menos enfrentada a la sociedad, que la soledad del hombre. El niño conoce un ensueño natural de soledad, un ensueño que no hay que confundir con el del niño enfurruñado. En sus dichosas soledades, el niño soña­ dor conoce el ensueño cósmico que nos une al mundo. En nuestra opinión, es en los recuerdos de esta soledad cósmica donde encontraremos el núcleo de infancia que per­ vive en el centro de la psique humana. Es allí donde se fun­ den la imaginación y la memoria. Es allí donde el ser de la infancia reúne lo real y lo imaginario, donde las imágenes de lo real viven totalmente en la imaginación. Y todas estas imá­ genes de soledad cósmica resuenan profundamente en el ser del niño; al margen de su ser para los hombres, se crea, bajo la inspiración del mundo, un ser para el mundo. Éste es el ser de la infancia cósmica. Los hombres pasan, el cosmos per­ manece, un cosmos siempre primigenio, un cosmos que ni los espectáculos del mundo conseguirán eclipsar en el transcur­ so entero de la vida. La dimensión cósmica de la infancia perdura en nosotros y reaparece en nuestros ensueños solita­ rios. Este núcleo de infancia cósmica perdura en nuestro in­ terior como una falsa memoria. Nuestros ensueños solitarios son las actividades de una meta-amnesia. Parece que nuestros ensueños sobre los ensueños de nuestra infancia nos dan a co­ nocer a un ser previo a nuestro ser, toda una perspectiva so­ bre los antecedentes del ser. ¿Eramos, o acaso soñábamos ser, y ahora, al soñar nues­ tra infancia, somos nosotros mismos?... Si los sentidos recuerdan ¿acaso no encontrarán, en cier­ ta arqueología de lo perceptible, esos “sueños minerales”, esos sueños “elementales” que nos atan al mundo, en una “infancia eterna”? 67 La promesa del niño interior “Río arriba de mí mismo”, dice el poeta, “río arriba del río arriba”, dice el ensueño que procura remontarse a las fuen­ tes del ser; he aquí las pruebas de la antecedencia del ser. Los poetas buscan esta antecedencia del ser; luego existe. Semejante certidumbre es uno de los axiomas de una filoso­ fía del onirismo. ¿En qué más allá son los poetas incapaces de recordar? ¿Acaso la vida primera no es un ensayo de la eternidad? Jean Follain escribió: Por los campos de su infancia eterna el poeta pasea y nada quiere olvidar. 7 ¡Qué vasta es la vida cuando meditamos acerca de sus orí­ genes! Pero meditar sobre un origen ¿acaso no es soñar? Y soñar un origen ¿acaso no supone ir más allá de él? Más allá de nuestra historia se extiende “nuestra inconmensurable me­ moria”, según una expresión que Baudelaire tomó prestada de Quincey.8 Para forzar el pasado, cuando nos atenaza el olvido, los poetas nos invitan a re-imaginar la infancia perdida. Nos en­ señan “las audacias de la memoria”.9 Hay que inventar el pa­ sado, nos dice un poeta: Inventa. No hay fiesta perdida en el fondo de la memoria .10 Y cuando el poeta inventa esas magnas imágenes que re­ velan la intimidad del mundo, ¿acaso no recuerda?... Así dice el poeta: Infancias tengo tantas que contándolas me perdería." 68 Los ensueños sobre la infancia ... Y siempre regresaremos a la misma certeza onírica: la infancia es un Agua humana, un agua que brota de la som­ bra. Esta infancia en las brumas y fulgores, esta vida en la lentitud del limbo, está vinculada con multitud de nacimien­ tos. ¡Cuántos seres hemos iniciado! ¡Cuántos manantiales perdidos de los que, sin embargo, ha brotado agua! Entonces, el ensueño sobre nuestro pasado, el ensueño que busca nues­ tra infancia, parece restituir a la vida las vidas que nunca su­ cedieron, las vidas imaginadas. El ensueño es una mnemónica de la imaginación. En el ensueño restablecemos el contacto con las posibilidades que el destino no supo utilizar. Una gran paradoja se asocia a nuestros ensueños sobre la infan­ cia: en nosotros, este pasado muerto tiene un futuro, el futu­ ro de sus imágenes vivas, el futuro del ensueño que se abre ante toda imagen redescubierta. IV Toda infancia es fabulosa, naturalmente fabulosa. No por­ que se deje impregnar, como nos tienta pensar, por las fábu­ las artificiales que se le narran, y que apenas sirven para en­ tretener al antepasado que las cuenta. ¡Cuántas abuelas toman a sus nietos por tontainas! Pero el niño, nacido astuto, atiza la manía de contar, las sempiternas narraciones de los ancia­ nos. La imaginación del niño no vive de estas fábulas fósi­ les, de estos fósiles de fábulas, sino que vive en sus propias fábulas. El niño encuentra sus fábulas, las fábulas que a na­ die cuenta, en su propio ensueño. Entonces, la fábula es la vida misma: “He vivido sin saber que vivía mi fábula”. Este maravilloso verso se encuentra en un poema titulado: “No estoy seguro de nada”.12 El niño permanente es el niño que puede devolvernos el mundo de la fábula. Edmond Vandercammen hace un llamado a la infancia para “segar más cer­ ca del cielo”:13 69 La promesa del niño interior El cielo espera ser tocado por una mano De infancia fabulosa -Infancia, mi deseo, mi reina, mi arrulloPor un hálito de la mañana. Además, ¿cómo podríamos decir nuestras fábulas cuando, precisamente, hablamos de ellas como “fábulas”? Ya casi no sabemos lo que es una fábula sincera. Los adultos escriben cuentos infantiles con excesiva facilidad y crean así fábulas pueriles. Pero para ingresar en el tiempo de la fábula hay que ser serio como un niño soñador. La fábula no divierte, en­ canta. Hemos perdido el lenguaje del ensalmo. Thoreau es­ cribió: “Parece que sólo languidecemos durante la edad ma­ dura para contar los sueños de nuestra infancia, sueños que se desvanecen de nuestra memoria antes incluso de que ha­ yamos podido aprender su lenguaje”.14 Para redescubrir el lenguaje de la fábula es preciso parti­ cipar del existencialismo de lo fabuloso, convertirse de cuer­ po y alma en un ser que admira y sustituir, frente al mundo, la percepción por la admiración. Admirar para recibir los va­ lores de lo que se percibe. Y en el pasado mismo, admirar el recuerdo. Cuando Lamartine regresa en 1849 a Saint-Point, a un paraje donde va a revivir el pasado, escribe: “Mi alma no era más que un cántico de ilusiones”.15 Frente a los testi­ gos mudos del pasado, frente a los objetos y parajes que evo­ can y precisan los recuerdos, el poeta descubre la unión de la poesía del recuerdo y de la verdad de las ilusiones. Los re­ cuerdos de la infancia revividos en el ensueño son en verdad “cánticos de ilusiones” en lo profundo del alma. ¡Ah! ¿Permanece el niño que existe en nosotros bajo el signo de la infancia prohibida? Estamos ahora en el ámbito de las imágenes, imágenes que son más libres que los re­ cuerdos. La prohibición que debe suprimirse a fin de soñar libremente no depende del psicoanálisis. Más allá de los com­ plejos relacionados con los padres existen complejos antro70 Los ensueños sobre la infancia pocósmicos contra los cuales el ensueño nos ayuda a reac­ cionar. Estos complejos apresan al niño en lo que podemos llamar, como lo hace Henri Bosco, la infancia prohibida. To­ dos nuestros sueños infantiles deben ser recuperados para que vuelvan a cobrar su intenso vuelo poético. Esta labor co­ rrespondería al poético-análisis. Pero quien lo pusiera en práctica debería ser al mismo tiempo poeta y psicólogo, y eso es mucho pedir de un solo hombre. En nuestros ensueños sobre la infancia, en los poemas que a todos nos gustaría escribir para devolver la vida a nuestros ensueños primigenios, para recuperar el universo de la di­ cha, la infancia aparece, a la manera misma de la psicología profunda, como un arquetipo real, el arquetipo de la felici­ dad sencilla. Sin duda se trata de una imagen que hay en nuestro interior, un centro para las imágenes que atraen a las imágenes dichosas y repelen a las experiencias desdichadas. Pero esta imagen, en su principio, no es enteramente nuestra porque arraiga más allá de nuestros recuerdos. Nuestra in­ fancia atestigua la infancia del hombre, del ser tocado por la gloria de vivir. A partir de entonces, los recuerdos personales, nítidos y contados con frecuencia, jamás explicarán por qué los en­ sueños que nos llevan de regreso hacia la infancia poseen tanto atractivo, tanta cualidad anímica. La causa de esta cua­ lidad que resiste las experiencias de la vida es que la infan­ cia perdura en nuestro interior como un principio de vida profunda, de vida siempre en armonía con la posibilidad de un nuevo comienzo. Todo lo que se inicia en nosotros con la nitidez de un comienzo es un arrebato de vida. El gran ar­ quetipo del comienzo de la vida aporta a todo comienzo la energía psíquica que Jung ha reconocido en todo arquetipo. Como los arquetipos del fuego, el agua y la luz, la infan­ cia, que es un agua, un fuego que se vuelve luz, da origen a una gran abundancia de arquetipos fundamentales. En nues­ tros ensueños sobre la infancia, de alguna manera, se revita71 La promesa del niño interior lizan todos los arquetipos que vinculan al hombre con el mun­ do y armonizan poéticamente al hombre con el universo. En nuestro interior, todavía en nuestro interior, siempre en nuestro interior, la infancia es un estado mental. 4. EL MOTIVO DEL NIÑO DIVINO June Singer El niño-dios es una manifestación universal del arqueti­ po infantil. Lo advertimos en ejemplos tales como el.de la madona y el niño o el de los míticos héroes divinos infantiles. June Singer, analista junguiana y ensayista, se vale de su ex­ periencia clínica y de sus vastos conocimientos de mitología para trazar un perfil de las cualidades divinas del niño in­ terior. Este pasaje proviene de su libro Boundaries of the Soul, un detallado estudio de la psicoterapia desde una pers­ pectiva junguiana. El arquetipo del niño divino suele preceder a una trans­ formación en la psique. Su presencia nos recuerda los mo­ mentos de cambio de la historia del mundo, en los que la lle­ gada de un niño d iv in o c o n stitu y e el heraldo del derrocamiento del antiguo orden y la instauración entusias­ ta e inspirada de uno nuevo. El poema de William Blake A 72 73 La promesa del niño interior Song o f Liberty expresa perfectamente la fuerza de este ar­ quetipo. La Mujer Eterna, el anima, da nacimiento al niño divino, un dios solar de cabello llameante, lo que provoca la furia celosa del antiguo rey, el “rey sideral” de la noche y las tinieblas y de la decadencia se precipita sobre el mundo. Si bien el rey arroja al niño dios al mar occidental, el niño no se ahogará y al término de un viaje nocturno por los mares el hijo de la mañana ascenderá por el oriente para traer su luz al mundo: ¡La Mujer Eterna gimió! ¡Fue escuchada en toda la tierra!... con temblorosa mano tomó el terror recién nacido, aullando: ¡En aquellas infinitas montañas de luz, hoy separadas por el mar atlántico, el fuego recién nacido se presentó ante el rey es­ trellado! Marcado por las nieves de las cejas grises y los tormentosos rostros, las celosas alas batieron sobre las profundidades. La mano armada de una lanza ardió en las alturas, desabro­ chado estaba el escudo; la mano de la envidia se extendió entre el cabello llameante, y lanzó el milagro recién nacido a la estrella­ da noche. ¡El fuego, el fuego cae!... Los fogosos miembros y el cabello llameante, cayeron como el sol que se hunde en el mar occidental... Con truenos y fuego, llevando a sus huéspedes estelares por el erial baldío, [el tenebroso rey] promulga sus diez mandatos, pa­ seando sus radiantes párpados por las profundidades con oscuro desaliento, Donde el hijo del fuego en su nube oriental, mientras la mañana dispone sus plumas en su dorado pecho. Desdeñando las nubes de la maldición escrita, reduce a polvo las leyes de piedra y libera a los corceles eternos de sus guaridas nocturnas, aullando: ¡Ya no existe el imperio! Y en adelante el León y el Lobo han de cesar. ' 74 El motivo del niño divino En el psicoanálisis junguiano el motivo del niño se pre­ senta con frecuencia durante el transcurso del proceso de in­ dividuación. En un principio la persona analizada tiende a relacionar este fenómeno con su propio infantilismo, cosa que, hasta cierto punto, puede ser apropiada. Siempre que la apariencia del niño, que aparece en nuestros sueños o en nuestras imágenes, guarda cierta semejanza con la persona del soñante, o ciertos aspectos de su comportamiento, la imagen puede ayudar a comprender los aspectos personales movili­ zados y ayudan a rastrear ciertos elementos neuróticos has­ ta etapas anteriores del desarrollo del individuo. No obstante, aunque es posible que parte del material ima­ ginario o soñado se relacione parcialmente con la historia de quien la produce, también es cierto que la imagen del niño divino puede ser nueva, y no mostrar parecido alguno con la experiencia previa del individuo. Es este último aspecto el que incita a considerar la proyección futura del arquetipo, es de­ cir, a preguntarse lo que dicha imagen puede sugerir respec­ to a desarrollos que permanecen todavía en estado embrio­ nario en la psique, pero que llevan en sí la potencialidad para el crecimiento y el cambio. De la misma manera que nuestros propios hijos son, has­ ta cierto punto, extensiones de nuestro ego, podemos pensar en el “niño divino” como una extensión del inconsciente co­ lectivo. Y así como depositamos nuestros sueños y esperan­ zas en los hijos, deseando para ellos el cumplimiento de nues­ tras empresas inconclusas, la realización de lo que nunca pudimos realizar, así también el “niño divino” representa los ideales de una cultura que ella misma no puede consumar. A menudo el “salvador” se convierte en el chivo expiatorio de los pecados de su sociedad y, gracias a su sufrimiento y a su sacrificio, la sociedad consigue perdurar y dispone de otra oportunidad. El niño divino es excepcional desde el mismo momento de su nacimiento, o incluso de su concepción. Quizá sea se­ 75 La promesa del niño interior parado de su madre a fin de prevenir cierto espantoso desti­ no cjue pesa sobre su familia o su comunidad. Moisés, Edipo y Krishna fueron sustraídos a sus madres y criados por ex­ traños; Rómulo y Remo fueron abandonados en el bosque; y todos ellos fueron salvaguardados para el desempeño de una misión especial. Cierto designio milagroso los protegió has­ ta que llegó el momento propicio para el cumplimiento de su labor. Durante los años intermedios, el niño tiene que supe­ rar numerosas dificultades, encontrar su propio sentido, y adoptar un estilo de vida que lo exprese. En el momento ade­ cuado, manifestó su presencia e introdujo en la realidad el cambio dinámico para el que había sido invocado. Y poco después, cumplida su misión, muere.2 En nuestros propios sueños, la aparición del niño espe­ cial conlleva a menudo un hondo significado. A través de mi práctica psicoanalítica he constatado que el niño de muchos sueños se halla lisiado, enfermo, o moribundo, cosa que no tiene por qué corresponderse con la vida del individuo y que me lleva a preguntarme: ¿De qué manera el potencial inna­ to de la persona que tiene estos sueños está mermado o neu­ tralizado? El análisis de los detalles específicos del material inconsciente y su comparación con detalles similares pre­ sentes en situaciones arquetípicas procedentes de mitos o de textos religiosos pueden permitir al individuo ir más allá de sus preocupaciones inmediatas y percibir hacia dónde se di­ rige su quehacer vital. Como Víctor Frankl indicó en El hom­ bre en busca de sentido, un relato de sus experiencias en un campo de concentración, aquellos que consideraban sus vi­ das en el campo como “provisional” y vivían sólo día a día, perdían su energía muy rápidamente. Los pocos que conse­ guían convertir el sufrimiento en aquel lugar, en el que su cuerpo físico se hallaba apresado, en un desafío para liberar su espíritu, tendían a sobrevivir contra casi toda probabilidad. El niño divino que hay en nuestro interior da sentido a nues­ tras actitudes inmaduras y nos muestra el lado inconsciente 76 El motivo del niño divino de nuestras limitaciones, lo cual supone una visión de po­ tencialidad floreciente. Otro arquetipo con el que probablemente nos encontrare­ mos en el camino de la individuación, es aquel que Jung de­ nominó puer aeternus, refeririéndose al niño-dios Iaco de los misterios de Eleusis.3 Ovidio lo describe en las Metamorfo­ sis como un joven divino, nacido en el culto materno de los misterios. Es dios de la vegetación y la resurrección y tiene algunos de los rasgos del redentor. El hombre identificado con el arquetipo del puer aeternus, con la eterna juventud, permanece demasiado tiempo en la etapa psicológica de la adolescencia. En su caso, características que son normales en un joven quinceañero perduran en años posteriores.4 Qui­ zá la expresión “High living” [“vida regalada”, aunque lite­ ralmente significa “vivir alto”] es la que mejor describe en qué consiste este arquetipo: el joven se complace andando por las nubes con su fantasía, viviendo experiencias efíme­ ras por el mero gozo de la emoción que puedan aportarle, buscando amistades cuando desea divertirse y abandonándo­ las apenas se convierten en una responsabilidad. Varios hé­ roes de la cultura juvenil se inscriben en esta categoría y, para algunos, “getting high” [“drogarse” o “colocarse”, aun­ que literalmente significa “ponerse alto”] constituye su úni­ co objetivo. Es también propio del puer viajar sin propósito, moverse, y entrar y salir provisionalmente en grupos muy di­ versos. La homosexualidad es también una expresión de este arquetipo, especialmente cuando se manifiesta en la búsque­ da compulsiva de relaciones poco trascendentes y promis­ cuas. Si es heterosexual, pasa de aventura en aventura, hu­ yendo siempre ante el menor atisbo de compromiso. Von Franz, en su estudio sobre el arquetipo del puer ae­ ternus,5 señala que el hombre que se identifica con este ar­ quetipo suele intentar hacer carrera en el campo de la avia­ ción pero que, normalmente, sus tentativas son rechazadas, porque los tests psicológicos a que son sometidos demuestran 77 La promesa del niño interior que son personas inestables y así evidencian el carácter neu­ rótico de su interés en esta profesión. Los sueños de un individuo, tal vez de mediana edad, que ya se ha establecido en la vida y que se encuentra seguro en su posición, pueden revelar la actividad del arquetipo del puer aeternus. Las imágenes oníricas relacionadas con el vuelo (a veces sin avión, simplemente aleteando con los bra­ zos), la conducción de automóviles a toda velocidad, el sub­ marinismo en aguas profundas, la escalada de montañas es­ carpadas, son temas típicos de la persona cuyo inconsciente se halla dominado por este arquetipo y pueden tomarse como una señal de advertencia para fijarse en cómo el inconscien­ te se está tal vez preparando para entremeter su voluntad au­ tónoma en el funcionamiento conscientemente determinado. También existe, claro está, un complemento femenino del puer, es decir, la puella aeterna, la mujer que, aun sin admi­ tirlo, teme envejecer. En efecto, el miedo domina una gran parte de su existencia. Es la mujer que nunca confiesa su edad, que cae en la trampa que le tienden los regímenes alimenti­ cios y todos los cosméticos que le prometan un rejuveneci­ miento. Es “compinche” de su hijos y una coqueta empeder­ nida con los hombres. En sus sueños aparece con frecuencia sobre un pedestal, inspirando la adoración de los varones, o es una sirena, una prostituta o una “lolita”. En general, su conducta es imprudente e impulsiva pero, cuando se trata de tomar una decisión importante, vacila y pide consejo a todo el mundo; luego actúa repentinamente, por sorpresa, y se arre­ piente de sus actos antes casi de haberlos consumado. Vivir el arquetipo de la “juventud eterna” no es del todo negativo, como puede inferirse viendo algunas de las formas en que se manifiesta. Entre los aspectos más ventajosos y apreciables del puer aeternus y de la puella aeterna se cuen­ tan su entusiasmo juvenil, su ilimitada energía, la esponta­ neidad de su pensamiento, su capacidad de generar nuevas ideas y formas inéditas de solucionar problemas y su dispo­ 78 El motivo del niño divino sición a cambiar de rumbo sin identificarse con el pasado y sus valores. Como factores inconscientes, el puer y la puella propor­ cionan el impulso preciso para emprender nuevos caminos, pero no brindan la sensatez necesaria para discernir si la nue­ va empresa merece la pena, ni aportan la constancia y la te­ nacidad imprescindibles para llevarla a término en caso de que, en efecto, valga la pena. Con la participación activa de este arquetipo se tramarán grandes proyectos, pero para eje­ cutarlos con éxito, incluso parcialmente, se requerirá la co­ laboración compensatoria de otro arquetipo: el “senex”.6 Senex significa viejo o anciano y, como arquetipo, se alía con las fuerzas que preservan los valores tradicionales, es par­ tidario de dejar las cosas como están, o de aplicar un juicio sereno y mucha consideración a los proyectos del joven eter­ no. En el mejor de los casos este factor inconsciente se ma­ nifiesta en forma de una sabiduría madura nacida de la expe­ riencia; en el peor, representa una ortodoxia que no tolera las interferencias de quienes quieren quebrantar las normas esta­ blecidas. Una variante de la figura del puer aeternus, que a veces incluso incorpora aspectos del senex, es la encantadora figu­ ra conocida como el burlador. En los sueños el burlador es aquel que coloca obstáculos en nuestro camino por razones propias; es el que cambia de forma constantemente y que aparece y desaparece en los mo­ mentos más insólitos. Simboliza un aspecto de nuestra natu­ raleza que siempre está próximo, dispuesto a desinflarnos cuando nos envanecemos o a humanizamos cuando nos po­ nemos presuntuosos. Es el satírico por excelencia cuyo mor­ daz ingenio subraya las imperfecciones de nuestras arrogan­ tes ambiciones y que nos hace reír aunque tengamos ganas de llorar. En sociedad lo encontramos en el motejador o el cri­ ticón, e incluso a veces se aparece por sorpresa en alguno de los altos cargos de nuestro país. 79 El renacimiento y el niño eterno 5. EL RENACIMIENTO Y EL NIÑO ETERNO Ralph Metzner Renacimiento y renovación son a menudo experiencias que restauran la esperanza y abren nuevas posibilidades. El niño es la promesa del futuro, el símbolo del proceso de transformación. En este breve pasaje de su libro Las gran­ des metáforas de la tradición sagrada [publicado también por Ed. Kairós], Ralph Metzner describe la experiencia del renacimiento y su relación con el concepto del niño eterno interior. Al proceso de morir psicológicamente, mientras uno to­ davía está vivo, sigue el renacimiento o la renovación psi­ cológica. En palabras de Ramana Maharshi: “Quien encuen­ tra el camino al núcleo del Yo, donde se originan todos los niveles del yo, todas las esferas del mundo, quien, por me­ dio de la pregunta ‘¿de dónde soy yo?’ encuentra el camino de regreso a su fuente primordial, nace y renace. Sabed que 80 quien así nace es el más sabio de los sabios porque está re­ naciendo de nuevo en cada momento de su vida”.1 Esta fase de renacimiento del proceso de transformación se puede experimentar de varias maneras: a) En primer lugar existe la idea de resurrección: el renacimiento como recupe­ ración de la vida de una personalidad que ha muerto, b) Al­ ternativamente, el renacimiento se concibe como la sustitu­ ción del yo menor por otro Yo o Espíritu mayor, c) En tercer lugar, se considera que quien ha muerto, real o metafórica­ mente, sigue viviendo en un mundo distinto, en un estado distinto, d) En la cuarta variante, se concibe al nuevo ser como un niño: éste es el arquetipo del niño radiante, divi­ no o eterno que, como señala Jung, simboliza “el futuro po­ tencial”.2 a) La idea de la resurrección, la restitución a la vida de un cuerpo adulto que ha muerto, se describe en muchos relatos míticos y chamánicos: lsis resucita a Osiris; el cazador y el jaguar, gemelos del Popol Vuh, se recomponen después de ha­ ber sido desmembrados; los chamanes que han “muerto” pue­ den ser reconstituidos por su animal de poder, su aliado. Mu­ chos practicantes actuales del chamanismo cuentan cómo fueron “desmembrados”, “pulverizados”, “quemados”, “des­ tripados” o de alguna otra forma “destruidos”, y más tarde re­ constituidos por su animal aliado.1Un hombre, por ejemplo, reveló cómo su animal, un “caballo”, se arrimó a su “cadá­ ver” y, pasando suavemente los enormes ollares por encima de su cuerpo inanimado, le “insufló” y devolvió la vida. Aun­ que desde un punto de vista escéptico podríamos desestimar este relato como la engañosa fantasía de una imaginación ca­ lenturienta, todavía tendríamos que explicar el hecho de que este hombre, al igual que tantos otros, se sintiera mejor y más sano después de su experiencia. En el Nuevo Testamento, la historia de Lázaro, así como la del mismo Jesús, ejemplifica este tipo de resurrección fí­ sica. En menor grado, los testimonios modernos sobre la ex­ 81 La promesa del niño interior periencia de la muerte cercana coinciden con este modelo. Je­ sús, resucitó en un cuerpo “espiritual”, no físico, que, sin embargo, se parecía tanto al cuerpo físico que conservaba in­ cluso todas las heridas sufridas por aquél. Para la mayoría de nosotros, la experiencia más similar a ésta es la de una en­ fermedad casi mortal de la cual llegamos a recuperamos, res­ tableciéndose completamente la salud del cuerpo. Un rasgo común a todos estos casos en los que el individuo persigue intencionadamente una transformación del tipo muerte-rena­ cimiento, consiste en que el nuevo cuerpo es mejor que el an­ tiguo: más fuerte, más sano y más ligero. b) Otro aspecto de esta experiencia de renacimiento y re­ novación tiene que ver con el eclipsamiento o la sustitución del yo menor por el Gran Yo, del ego físico personal y mor­ tal por el Espíritu transpersonal inmortal. El Maestro Eckhart indica que en esta experiencia, “el alma... está muerta para el yo y vive para Dios”.4 Un santo sufí escribió: “mue­ re tu ser y Su persona cubre tu persona”.5 O en las palabras del evangelio según San Juan: “El que no nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; lo que nace del Espíritu, espíritu es”.6 Las personas que alcanzan tal estado sienten cómo las preocupaciones e intereses de su ego se desvanecen en la in­ significancia o la nada ante el poder impresionante y la ad­ mirable luz del Gran Yo, el dios interior, la “esencia ada­ mantina”, el Atman. Como indicó C.G. Jung en su ensayo “Concerning Rebirth”, el encuentro con el Yo puede ser una experiencia abru­ madora y aniquiladora. Jung escribió que: El que es verdadera y desesperadamente pequeño siempre degradará la revelación de lo superior al nivel de su pequeñez y nunca comprenderá que el día del juicio por su pequeñez ha despuntado. Pero el hombre que es grande inte­ riormente sabrá que el esperado amigo de su alma, el 82 El renacimiento y el niño eterno inmortal, ha llegado de verdad “para recluir la reclusión”; es decir, para aprisionar a quien confinaba y apresaba al in­ mortal y para entregar la vida al flujo de esa vida superior -un momento de peligro mortal.7 Tal como aclara esta cita, quienes se identifican con el pequeño yo, con el ego personal, corren peligro de muerte. Sin embargo no todos los encuentros con el Yo tienen por qué ser traumáticos ni dolorosos siquiera. Existe, después de todo, un vasto cuerpo de literatura mística que canta con en­ tusiasmo el éxtasis de la unión con lo divino, la beatitud de la muerte pacífica y de experiencias unificadoras que tienen el carácter de nupcias y que son comparables a la disolución en una sensación oceánica de unidad. c) Algunos relatos sobre la experiencia de muerte-resu­ rrección subrayan la nueva cualidad de la conciencia y de la percepción que surgen como resultado de la misma. Es como si hubiéramos entrado en un nuevo mundo, donde todo pre­ senta una nueva apariencia y se siente de forma distinta, don­ de todo se percibe bañado por una especie de prístino res­ plandor. También las reacciones mentales y emocionales ante lo percibido son nuevas; la alegría y la espontaneidad se con­ vierten en cualidades dominantes y se produce una efusión de afecto y entusiasmo. En un tratado hermético anónimo de la Edad Media se puede leer: “La resurrección es la revela­ ción de lo que es, y la transformación de las cosas, su tran­ sición [metabole] hacia lo nuevo. Porque la cualidad de lo im­ perecedero desciende sobre lo perecedero y la luz desciende sobre la oscuridad, absorbiéndola”.8 Encontramos aquí un pa­ ralelismo entre la metáfora del recién nacido y la metáfora de la visión desvelada; la depuración de las puertas de la per­ cepción. Los místicos sostienen que después de la revelación de la muerte-resurrección, lodo se percibe con amor y sabi­ duría, desde la perspectiva de lo infinito y lo eterno (sub specie aeternitatis). 83 La promesa del niño interior d) La máxima bíblica que nos advierte: “si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”, es una consecuencia natural de la enseñanza según la cual antes de entrar en el iluminado y bendito estado de dicho Reino es preciso morir. En este sentido, la metáfora de la muerte-renacimiento nos remite al arquetipo del niño-dios, el puer aeternus. Aunque la mayor parte de los comentarios a cargo de los junguianos sobre el puer y la puella se centran en el lado oscuro, en la sombra de este arquetipo, y en su manifestación clínica en individuos frívolos, inmaduros y “playboys”, esto sólo constituye una interpretación limitada de esta poderosa imagen. Los alquimistas chinos y occiden­ tales hablaban del feto de la inmortalidad, el hijo de los fi­ lósofos que nace como consecuencia de la conjunción inte­ rior de lo masculino y lo femenino. El concepto del niño eterno, que se manifiesta después de una experiencia de la ‘'muerte” consciente, guarda relación con el gran numero de mitos que tratan del nacimiento de un dios en forma huma­ na y que desempeñan un papel central en la mayoría de las religiones. Las leyendas indias acerca de Krishna y la le­ yendas cristianas acerca del niño Jesús son sólo sus ejem­ plos más conocidos. Jung, en su ensayo “Psicología del Arquetipo Infantil”, señaló varios de los rasgos y significados más importantes de este profundo símbolo. Lo describió como una anticipación de la síntesis entre lo consciente y lo inconsciente, como un símbolo de plenitud y como símbolo del Yo. El niño-dios o niño-héroe tiene siempre un nacimiento insólito y milagro­ so, o es concebido en la virginidad, lo cual corresponde a la “génesis psíquica” del nuevo ser. La imagen del niño repre­ senta así un vínculo con el pasado, con nuestro pasado, así como un vínculo con el futuro, puesto que anticipa un “es­ tado naciente de la conciencia”. El “niño dorado” o “joven eterno” es andrógino, porque representa la unión perfecta de los opuestos. Sólo el antiguo yo, el yo ordinario, se identifi­ X4 El renacimiento y el niño eterno ca como masculino o femenino -y ahora este yo ha muerto. El niño es al mismo tiempo principio y fin, “una criatura ini­ cial y terminal”, porque la plenitud que simboliza es “más vieja y más joven que la conciencia, a la que rodea en el tiempo y el espacio”.9 El niño-dios es invencible. Durante su infancia, él/ella de­ rrota a peligrosos enemigos: una de las imágenes del niño Krishna lo muestra, en una danza, pisoteando descalzo una serpiente -una metáfora de la agresividad instintiva y reptiliana. En otro ejemplo, procedente de la mitología griega, el bebé Heracles estrangula a una serpiente que lo atacó en su cuna. El Niño posee todo el poder de un dios, puesto que es un dios; es el Inmortal que sustituye a la personalidad “mor­ tal”. También aquí encontramos el concepto del niño-dios como representación del triunfo sobre la muerte. Cristo de­ mostró su poder para resucitar -a sí mismo tanto como a otro (Lázaro)- y muchos otros héroes divinos y yoguis muy evo­ lucionados han demostrado poderes similares, como docu­ menta, sobre todo, la literatura mística oriental. Aunque se­ mejante poder le parezca remoto a la persona normal, los mitos y las imágenes que lo expresan muestran el potencial y revelan lo que los seres humanos pueden conseguir. En la liturgia ortodoxa rusa, el triunfo sobre la muerte se expresa en los siguientes términos: “Cristo ha resucitado de los muertos, pisoteando muerte tras muerte y otorgando la vida a los que están en la tumba”. Pienso que esta imagen se refiere a la transformación que se opera en la psique cuando se experimenta el poder curativo y transformador de la muer­ te intencional. Las tendencias inconscientes a la muerte (thanatos), que se oponen a las tendencias del cuerpo a preser­ var la vida (eros) por medio de la enfermedad y de otros procedimientos destructivos, se reducen gradualmente, o más bien, se equilibran. Uno de mis profesores hablaba, en este sentido, de las “bolsas de muerte” inherentes a nuestra natu­ raleza que la conciencia iluminada abre y disuelve, provo85 La promesa del niño interior cando así la muerte de la muerte. La aceptación consciente de la muerte y del “morir” supone un proceso de alimento espi­ ritual. Shakespeare expresa esta idea en uno de sus sonetos: Así de muerte, que hombres come, comerás, y una vez muerta Muerte, no hay morir ya más. 86 PARTE II: - ----- — i---------- ----- También en la tradición china taoísta, que no es teísta, se conoce y se valora el arquetipo del niño eterno. El niño re­ cién nacido todavía está vinculado al Tao, a la fuente de su vida y de su manifestación, motivo por el cual deberíamos emularlo. Como dice Chuang Tsu: “¿Puedes ser como un niño recién nacido? El bebé llora todo el día, pero nunca tie­ ne la voz ronca. Esto es porque no ha perdido la armonía de la naturaleza”.10 Los taoístas resaltan el valor práctico con respecto a la salud y al bienestar, de sintonización con la con­ ciencia infantil. Para el individuo en proceso de transformación, las imá­ genes y los mitos del niño eterno fomentan una actitud po­ sitiva y afirmativa de la vida. Se nos alienta así a afrontar y transformar nuestro miedo a la muerte, a acoger el proceso del “morir” como deparador de libertad y sabiduría. De este modo llegamos a comprender que de la confusión y la negrura de la muerte se deriva la luminosa vitalidad del yo recién na­ cido, un nuevo yo que se halla vinculado a la fuente eterna de toda vida, la fuente de donde proviene nuestra divina esen­ cia interior. De ahí que reciba el apropiado nombre de “niño eterno”. EL NIÑO ABANDONADO INTRODUCCIÓN Según san Agustín, si no fuera por Dios, la humanidad se­ ría huérfana. Traducido a términos psicológicos esto impli­ caría que para el niño abandonado no hay padres “lo bastante perfectos”... De hecho somos todos parcialmente huérfanos, y es por medio del sufrimiento del hecho arquetípico del abandono (y del abandonar) que podemos congregarnos en comunidad. Este sentido de comunión, basado en la consta­ tación de nuestro sufrimiento y soledad comunes, es un sen­ timiento religioso, una realidad existencial. De este modo regresamos al mundo reconociendo que el mundo es todo lo que tenemos y que, quizá, sea “lo bastante perfecto”. P a tr ic ia B e r r y , Chivón, 1985 El niño empieza su vida en un estado análogo al paraíso. Puro y colmado de posibilidades —con todas sus necesidades cubiertas al amparo de un mundo líquido, maternal, atempo­ ral e ilim itado- el niño inocente llega al mundo portando consigo todo el potencial de la humanidad. Pero, por desgracia, la inocencia no puede perdurar. Lo que empieza como posibilidad infinita debe finalmente rea89 El niño abandonado lizarse en un mundo finito e impredecible. Por consiguiente, una de las primeras experiencias transitorias de todo ser hu­ mano es el abandono y la separación, un pasaje por el cual el niño se va internalizando a medida que la personalidad in­ dividual se adapta a las exigencias de su circunstancia exte­ rior. Según Jung, el abandono es, de hecho, lo que inicialmente define al niño interior: “‘Niño’ quiere decir algo que evoluciona hacia la independencia, cosa que no puede hacer sin desprenderse de sus orígenes. El abandono es, por tanto, una condición necesaria y no sólo un síntoma concomitante”. La experiencia del abandono -efectivo, emocional y psi­ cológico- es pues una iniciación a la vida, una segunda re­ presentación de la expulsión del Paraíso, una pérdida de la inocencia y, al mismo tiempo, una traición y una decepción. Se trata no obstante de un acontecimiento positivo por cuan­ to pone en marcha nuestro viaje en busca de experiencia e identidad. El poeta Rainer María Rilke expresó del siguien­ te modo el aspecto positivo de esta búsqueda solitaria: Vivo mi vida en círculos crecientes que encima de las cosas se dibujan. El último quizá no lo complete, pero quiero intentarlo. Giro en torno de Dios, de la torre antiquísima, durante miles de años voy girando. Todavía no sé: ¿Soy halcón o tormenta, o bien soy un gran cántico? Bookfor the Hours of Prayer, 1899 [Das Stundenbuch] [Versión de Federico Bermúdez-Cañete] El abandono nos obliga a adaptamos y a admitir nuestra condición. Como dice la analista Rose-Emily Rothenberg, “Unicamente cuando estamos realmente solos puede salir a la luz del día la fuerza creativa [el “niño”] que llevamos en 90 Introducción lo más hondo de nosotros”. Debemos aceptar el desafío de nuestro aislamiento. El dolor de nuestra soledad nos obliga a hacernos conscientes, a abrimos a la experiencia de la fi­ sura que existe entre nuestro yo y los demás. De este modo, quizás terminemos regresando a nosotros mismos y, como dijo T.S. Eliot, consigamos “llegar a donde empezamos / Y conocer el lugar por vez primera” (“The Four Quartets”). Para algunas personas el abandono constituye una herida al Yo infantil que resulta en una adaptación restrictiva, por la cual el niño queda profundamente enterrado bajo capas de resentimiento y cinismo. En el fondo de todo cínico, sin em­ bargo, se halla un romántico dolido, un niño interior inocen­ te que fue lastimado en su temprana existencia por una de­ cepción paterna o al descubrir que el mundo no es lo que parecía. La experiencia del abandono nos enfrenta a todos con el reto de asumir nuestra orfandad y de reconocer que en últi­ ma instancia estamos solos, lo que trae consigo la responsa­ bilidad de cuidar y proteger a nuestro niño interior. Aquel que intenta huir de la experiencia del abandono y trata de preservar la inocencia idealista en su madurez se expone a un grave peligro. Un rechazo semejante requiere de mucha ener­ gía y no puede sino abocar en la futilidad del dilema narcisista (asunto que será tratado en la tercera parte de este libro). Si el individuo no siente a su niño interior como algo real, si no lo reconoce como una entidad existente, lo abandona. Jung llegó incluso a sugerir que la conciencia del niño inte­ rior como algo real debe renovarse periódicamente por me­ dio del ritual. “El Niño Jesús”, escribió en su ensayo sobre el arquetipo infantil, “constituye una necesidad religiosa sólo en tanto que la mayor parte de los hombres [y mujeres] son incapaces de dotar de realidad psicológica al dicho bíblico: ‘Si no cambiáis y os hacéis como los niños...’”. Gilda Frantz, con cuyo ensayo se abre esta sección, señala que hay quienes sufren la experiencia del abandono antes in­ 91 El niño abandonado cluso de poder entenderla o integrarla: son los niños aban­ donados al nacer, los niños no deseados, los hijos de madres deficientes que no consiguen vincularse a ellos. Según Frantz, “estos niños nacen ya con el arquetipo del niño abandonado y están predestinados a integrar en algún momento de su vida a la madre interior protectora y al niño interior abandona­ do”. El artículo de Frantz es confesional e informativo, y sus comentarios finales sobre Jung resultan sumamente valiosos. El ensayo de James Hillman, por otro lado, nos invita a trascender las consideraciones literales del abandono real y a tener en cuenta otros aspectos relacionados con el niño in­ terior: el abandono del niño en nuestro pensamiento colecti­ vo acerca de la infancia; el abandono del niño en nuestros sueños y fantasías, en nuestras relaciones y en nuestros mo­ delos de madurez. El breve texto de Marión Woodman trata el tema de la identidad relacionada con el niño interior desamparado: “Si hemos pasado toda la vida ocultos detrás de una máscara, tarde o temprano -con suerte- la máscara se hará añicos. En­ tonces tendremos que mirar al espejo y ver la realidad de nuestro rostro. Es posible que nos espantemos, es posible que veamos la mirada horrorizada de nuestro propio niño, ese niño que nunca ha recibido amor y que ahora implora nues­ tra atención”. M. Scott Peck se centra en el tema del abandono por par­ te de los padres y expone las devastadoras consecuencias que se derivan del uso -consciente o inconsciente- de la amena­ za del abandono como instrumento en la educación de los niños. “Los niños abandonados física o psicológicamente lle­ gan a la edad adulta sin jamás sentir que el mundo es un lu­ gar seguro y protector.” Por último, en un tour de forcé literario, la autora de cien­ cia ficción Ursula K. LeGuin nos obliga a afrontar el dilema moral que supone abandonar a nuestro niño interior. 92 6. EL SECRETO CRUEL DEL NACIMIENTO: SOY LA MADRE PERDIDA DE MI TRISTE HIJO Gilda Frantz La cálida personalidad de Gilda Frantz se manifiesta cla­ ramente en este estudio acerca del destino y el abandono, y de sus consecuencias sobre el niño interior y la vida del adul­ to. Frantz, una analista junguiana, ha dedicado su vida al es­ tudio de la obra de Cari G. Jung. Sus revelaciones a propó­ sito del modo en que la vida creativa de Jung se benefició de la recuperación de su propio niño interior resultan ilumina­ doras. Este artículo apareció originalmente en la revista Chiron, en 1985. Introducción La parte más difícil de escribir este trabajo tuvo que ver con el recuerdo de mi propio desamparo infantil. Mi padre me 93 El niño abandonado abandonó. La pérdida de esa relación dañó también el arque­ tipo materno y mi madre no fue capaz de asumirlo. Este aban­ dono prematuro ha configurado toda mi vida y ha influido en casi todo lo que he hecho en términos de creatividad y ambi­ ción y en el deseo de encontrar maneras de cuidar de mí mis­ ma. Los niños como yo adquieren el conocimiento precoz de saber que su sentimiento estuvo rodeado de circunstancias complicadas y esto puede hacerlos más prudentes y observa­ dores, cualidades que, si no provocan su aislamiento, serán de inestimable ayuda en el futuro. La Gran Diosa entró en mi vida a través de la imaginación activa y el análisis de mis sueños; ella me protegió y me ayu­ dó a criarme. Mi relación con el arquetipo materno positivo se produjo, sin lugar a dudas, gracias al contacto con una psi­ coanalista. Sin embargo, la relación con el “buen padre” lle­ gó a través de mi matrimonio, y el cuidado masculino re­ presentó la “madre perdida” tanto como lo hizo el femenino. Espero que se entienda que cuando hablo de esta “madre per­ dida” me refiero a aquello que nos cría de una manera espi­ ritual. Es por ello que estoy agradecida a los dioses por todo lo que me han deparado, tanto lo bueno como lo malo. Escogí el título de este artículo a partir una nota que en­ contré en el escritorio de mi difunto marido. Su críptico sig­ nificado resultaba inspirador y estaba muy ligado a mi pro­ pia vivencia del abandono, ya que parecía una imagen poética del niño que sufre. “‘Niño’ significa algo que avanza hacia la independencia. Esto no es posible si uno no se desvincula de sus orígenes; el abandono es así una condición necesaria, no sólo un sín­ toma concomitante.”1 Para algunos niños, la condición ine­ ludible del abandono llega antes de que puedan asimilar su propósito o significado. Hay otros cuya experiencia comien­ za in útero: niños abandonados o no deseados; niños con ma­ dres deprimidas, enfermas o muertas durante el parto. Por último, hay madres solteras que, con enorme sufrimiento y 94 El secreto cruel del nacimiento renuencia, ceden sus hijos para que sean adoptados. En todo caso, la consecuencia de estos fatídicos nacimientos es que las vidas de hijos y padres resultan profundamente afecta­ das.2 La situación de estos niños es similar a la de los naci­ dos dentro del arquetipo del niño abandonado, puesto que ellos también están predestinados a integrar en algún mo­ mento de su vida a la madre interior protectora y al niño in­ terior abandonado. Los huérfanos son particularmente pro­ pensos a seguir este camino, así como los hijos de madres heridas de narcisismo.3 ¿Qué ocurre con el niño que no ha sufrido ninguna de es­ tas circunstancias? El abandono del niño llega por la falta de cuidados especiales, cuidados que su madre no es capaz de darle. El niño puede sentirse abandonado aunque las cir­ cunstancias externas de su vida parezcan indicar lo contrario. El destino intensifica la ya intensa relación existente entre padres e hijos. El destino de un niño está restringido por sus padres mientras que el de un adulto no presenta esa limita­ ción.4 Más adelante me extenderé sobre este tema, cuando describa el caso de Anne. Destino y abandono Todos tomamos determinadas decisiones a lo largo de nuestra vida: podemos evitar esto o aquello, o decidir cuán­ do casarnos y con quién; pero incluso esas decisiones nos llevan en una dirección que puede determinar nuestro desti­ no. “Es posible que la humanidad llegue a la conclusión de que sólo una parte del destino puede ser dominada con in­ tenciones racionales.”5La otra parte consiste en precipitarnos hacia un destino que no hemos escogido y que no podemos cambiar, la denominada por los estoicos “compulsión de las estrellas” o Heimarmene. Algo común a toda la gente que analizo es la presencia del 95 E l niño abandonado destino. Algunos tienen vidas difíciles, y no toda esa difi­ cultad es merecida. Es evidente que no siempre son ellos los causantes de su abandono, sino que a menudo es el azar del nacimiento, como se suele decir, el que determina su desti­ no. El reto es ver lo que cada uno de nosotros puede hacer con la materia prima de su vida. La vida es, en sí misma, un experimento y, como señala Emerson, cuantos más experi­ mentos hagamos, mejor. El abandono es una desafortunada experiencia en la que nos parece no tener alternativas. Nos encontramos solos, como si los dioses no estuvieran presentes. Cuando sentimos que ellos están con nosotros y nos apoyan, no padecemos el abandono. La palabra “abandono” significa literalmente “no ser llamado” y está relacionada etimológicamente con el tér­ mino “destino” [hadoj que significa “palabra divina”, y pro­ viene á efa ri y futían, “hablar”. Pero ¿quién es aquel que nos llama o no nos llama? Ha­ blemos de las Parcas, los seres divinos que determinaban el curso de las vidas humanas; los griegos las llamaban Moerae (Moiras) y los romanos Fata o Parcae. Las Parcas eran las hijas de Nix, y sus nombres eran Cloto, Láquesis y Atropos. “G oto” significa “la que teje el hilo”; “Láquesis”, “la que de­ vana el hilo”, y “Atropos”, “la inevitable y la que corta el hilo”. Las tres hermanas eran siempre representadas en su función de devanar, medir y cortar el hilo de la vida y, en este sentido, Homero las mencionó repetidamente en sus escritos acerca del destino que los dioses asignaban al hombre. La palabra “shroud” [mortaja] proviene de la raíz “to cut” [cor­ tar]. Aunque hay muchas contradicciones respecto a si las Parcas seguían o no la voluntad de los dioses, es evidente que hasta el mismo Zeus dependía de sus decisiones. Existe una relación entre las Parcas y las Erínias, las Fu­ rias de los romanos, quienes habían nacido de la tierra ferti­ lizada por las gotas de sangre del castrado Urano. Esquilo las describió como seres odiosos y aterradores, aunque no 96 El secreto cruel del nacimiento eran representadas así en pinturas o esculturas. A las Furias no se las tomaba por injustas ni malignas en sus acciones aunque su función fuera la de castigar las ofensas olvidadas por las leyes de los hombres, aquellas causadas, por ejemplo, por los miembros de su propia familia.6 Las tres Gracias también están relacionadas con las Par­ cas y las Furias. Ellas eran las Euménides, las divinidades bondadosas. Esta combinación de lo terrible y lo benéfico es frecuente entre las divinidades telúricas. En la Antigüedad se creía que los espíritus, los demonios, las divinidades y los héroes vivían en la tierra o bajo ella y que sus mayores pre­ ocupaciones eran la muerte o la fertilidad. Muchos de estos seres combinaban las funciones de castigo y benevolencia, fertilización y muerte, y aquellos espíritus que vivían en la tierra donde los muertos eran enterrados y las cosechas cre­ cían eran asociados inevitablemente con ambos aconteci­ mientos. Mientras pensaba acerca del abandono, tuve un sueño. En él, la palabra usada para referirse al destino era bashart, una palabra yiddish que significa “lo que se quiere decir, se quie­ re decir”. Según la interpretación de la doctora Clara Zilberstein, bashart significa; ‘'tiene que ocurrir en determina­ do m om ento” . Se trata de un co n cep to sem im ístico relacionado con lo que se ha prometido a una persona. Entre el pueblo judío, existe un genuino afecto por esta palabra que implica aceptar verdaderamente lo que Dios nos depara, sea bueno o malo. En el caso de mi sueño, suponía que el in­ consciente aceptaba la presentación de esta materia -que “quería decirse”- y me llevaba a concentrarme en mi desti­ no como mujer judía, esposa y viuda, así como en mi obli­ gación de hacer frente a “lo que las Parcas proponían”. “Nada se mueve sin necesidad, y menos la personalidad humana. Esta es tremendamente conservadora, por no decir apática, y sólo una necesidad aguda es capaz de animarla.”7 El sufrimiento y el abandono nos despiertan y, por medio del 97 El niño abandonado impresionante dolor de no ser requeridos, podemos encontrar una manera de cambiar aquello que debe cambiarse en nues­ tra vida. La alquimia lo expresa del siguiente modo: [La Liquefactio] es una de las maneras principales de di­ solver la conciencia y de acercarse al inconsciente, que tam­ bién juega un papel destacado en la alquimia. Una de las primeras etapas de la alquimia es la liquefactio, la conver­ sión en líquido a fin de disgregar la prima materia, que fre­ cuentemente se ha endurecido o solidificado equivocada­ mente y que, por tanto, no puede utilizarse para fabricar la piedra filosofal. Lo primero es licuar la materia. Natural­ mente, la imagen química subyacente es la extracción del metal, por fundición, a partir del mineral, pero la liquefac­ tio suele tener la connotación alquímica de disolución de la personalidad en lágrimas y desesperación.8 La intensidad de una llama aplicada externamente para fundir el metal aumenta o desciende de manera alternativa. La subida y la bajada de la llama es la agonía del abandono. La llama es el destino. Las lágrimas y el abandono Es frecuente que el paciente inicie el análisis en una eta­ pa en que hay muerte y duelo. La condensación de estos va­ pores se expresa en forma de lágrimas. En un trabajo no publicado sobre la depresión, Kieffer Frantz (1966) hizo una revisión bibliográfica, que incluía la posición psicoanalítica vigente entonces, y escribió lo si­ guiente: Se diría que estas características constituyen el testimonio observable más consistente de la presencia de depresión. No 98 El secreto cruel del nacimiento obstante, si decidimos no aceptar la valoración patológica como el único punto de vista ¿cómo evaluaremos el fenó­ meno observable de la depresión? Empecemos con el sueño de una mujer que inició la terapia encontrándose deprimida. El sueño consistía en que la so­ ñante lloraba y las lágrimas que descendían por sus mejillas terminaban convirtiéndose en diamantes. Pareciera que las lágrimas materializaran la desesperación, la impotencia, la tristeza y el sufrimiento interior descritos anteriormente. Pero ¿y los diamantes? Se ha producido un cambio notable. En Two Essays on Analytical Psychology, Jung afirma: “Esta transformación es la meta del análisis del inconsciente. Si no hay transformación, ello significa que la influencia deter­ minante del inconsciente permanece inalterada y que, en ciertos casos, persistirán los síntomas neuróticos a pesar de todo nuestro análisis y todo nuestro entendimiento o se pro­ ducirá una transferencia compulsiva, lo cual es tan negati­ vo como la neurosis”.9 El sueño apunta a un proceso que empieza con lágrimas y cambia o se transforma en diamantes, el “agua pura”. Des­ de este punto de vista, la depresión puede concebirse como un descenso al inconsciente con el propósito de iniciar el camino. Entre el principio y el fin hay muchas etapas dife­ rentes y tal vez muchas depresiones. Mi interés en las lágrimas como una expresión creativa del abandono empezó cuando, mientras leía el trabajo recién ci­ tado, un conocido me pidió que encontrase la mencionada referencia a lágrimas y diamantes. Las lágrimas son la ex­ presión del abandono por excelencia; pero ¿qué ocurre con los diamantes? Diamante’ significa “invencible”. También se dice “ada­ mantino”, lo que significa inflexible. De este modo, “dia­ mante” no sólo significa “una sustancia muy dura”, sino tam­ bién “d o m estica r”, “c o n q u ista r” . M etafóricam ente, la 99 El niño abandonado naturaleza tiene que sufrir para producir un diamante, a cau­ sa de la enorme presión y calor necesarios para convertir el carbón en diamante. En el sueño, los diamantes se desarro­ llan a partir de lágrimas. Mediante la operación de liquefactio, es decir, la fusión de una materia prima impropiamente endurecida y cristalizada, las joyas se revelan. De la misma manera, el soñante recibe alguna esperanza de que algo de va­ lor pueda surgir de su intenso sufrimiento. El cuerpo del diamante es el Yo que existe en cada uno de nosotros.10 La conciencia del Yo forma y pule este diamante y, con nuestra muerte física, el cuerpo desaparece y el dia­ mante se revela en toda su deslumbrante belleza." En nues­ tro ejemplo, el diamante se revela a través del proceso de la depresión, o nigredo, y del “sufrimiento consciente”. Al escribir sobre su larga relación con Jung, Hilde Kirsch dice: “El regalo más importante que Jung me ha dado, y el más esperanzador para la humanidad, es la aceptación del sufrimiento como algo necesario”. En su artículo, Kirsch cita una carta sobre el tema del sufrimiento que Jung le escribió a una amiga: “Intenta aplicar seriamente lo que te he dicho; no porque puedas eludir el sufrimiento -nadie puede eludir­ lo- sino para que evites lo peor, el sufrimiento ciego”. Jung también escribió acerca de sí mismo: Creo que Dios me ha otorgado la vida y me ha salvado de la petrificación. Así, he sufrido y he sido desdichado, pero aunque la vida no era nunca insuficiente e incluso en la más oscura de las noches... por la gracia de Dios, podía ver una luz poderosa. Se diría que en alguna parte de la divina os­ curidad abismal existe una gran bondad.12 La paciente mencionada anteriormente tuvo la experien­ cia de un sufrimiento consciente, no ciego, ya que sabía de él y posiblemente conocía su causa. En cierta ocasión, la víc­ tima de un desastre me dijo: “Sin esto, yo hubiera sido un ama El secreto cruel del nacimiento de casa normal, pero esta pérdida me obligó a cambiar, y ahora me he convertido en una persona más profunda”. El simbolismo de las lágrimas y el abandono puede en­ contrarse en aquellos mitos en los que la creación se origina a partir de las lágrimas o el llanto; o por la soledad de los dio­ ses. Hay un mito baluba en el que las lágrimas de los animales suavizan la tierra y proporcionan un lugar para que las se­ millas crezcan y se conviertan en refugio para los animales.13 En el cuento de Grimm “The Handless Maiden”, la hija es vendida al diablo y se salva gracias a sus lágrimas. Cuando el diablo pide comprar todo lo que hay detrás del molino, el padre, sin saber que su única hija se encuentra ahí, le vende la propiedad. Este abandono de la hija y el posterior descu­ brimiento son los que provocan las lágrimas que terminarán salvándola. La Cenicienta también es abandonada por su padre. Des­ pués de la muerte de la madre, el padre vuelve a casarse y pasa a formar parte de lo que hoy día se denominaría una “familia mixta”. Sus hermanastras reciben mejor trato que ella y, cuando el padre les pregunta qué desean de la ciudad, ellas piden regalos preciosos y caros. Movido por una ocu­ rrencia tardía, le formula la misma pregunta a Cenicienta y ella sólo desea la rama de un árbol que roce su sombrero cuando él cabalgue de regreso a casa. Después de comprar los regalos para sus hijastras, el padre olvida por completo la petición de su hija, pero una rama roza su sombrero y eso le ayuda a recordar. La Cenicienta planta la rama y de ella nace un árbol; entonces, un pájaro se acerca y concede tres de­ seos a la Cenicienta. Este pájaro es el espíritu de su madre muerta (perdida). La historia de la Cenicienta es un her­ moso ejemplo de la niña triste que, mediante su relación con el príncipe, redime a la madre perdida y al padre que la abandonó. Lo que ha sido lastimado por la madre sólo puede ser sa­ nado por la madre, y lo que ha sido lastimado por el padre 101 El niño abandonado sólo puede ser sanado por el padre.14 A menudo, una rela­ ción puede actuar como “padre”: puede sanar a un niño he­ rido y atenderlo como lo hace un padre. Solemos pensar que en el hombre encontraremos únicamente un padre, pero él puede ser también una buena madre. En el Bodhisattva de la Compasión,15 Kuan Yin era masculino y siguió así hasta el si­ glo xn, cuando se convirtió en una diosa. Lo masculino ofre­ ce su propia manera de criar.16 Kuan Yin es conocido como “aquel que escucha el llan­ to”, y forma parte de un mito que afirma desde antiguo la existencia del abandono, el sufrimiento y la curación. En el budismo tibetano existe el concepto de Dukkha, que viene a significar aproximadamente “sufrimiento”, pero que también quiere decir “insatisfacción”.17 En la tradición budista, el su­ frimiento se entiende como algo que está “dentro de ‘nues­ tra propia’ mente y de ‘nuestro propio’ cuerpo y cuando se comprende se puede alcanzar la verdadera felicidad”. Dukk­ ha puede representar dolor físico o angustia mental y se re­ fiere al “nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte”, así como a condiciones humanas comunes a todos: “aflicción, lamentación, dolor, angustia y desesperación”.18 El llanto acompaña a menudo la siembra del maíz. El llan­ to y el lamento por la muerte del dios de la fertilidad asegu­ ran su regreso en la primavera.19 Cuando lloramos de deses­ peración derramamos lágrim as y esperamos que alguien escuche nuestro llanto. El agua es el poder viviente de la psi­ que. Cuando el llanto y el simbolismo del agua se presentan durante el análisis, solicitan contención a la vez que propor­ cionan una experiencia purificadora. Lily tenía más de cincuenta años cuando vino a verme, después de haber dedicado su vida adulta a cuidar de sus doce hijos, entre varones y hembras. Sentía que, al haberse dedicado a atender las necesidades de su marido y sus hijos, se había traicionado a sí misma y había sacrificado a su pro­ pio niño interior. Cualquier cosa la hacía llorar -felicidad, 102 El secreto cruel del nacimiento tristeza, enojo, frustración- hasta el punto de que a veces consumía una caja entera de pañuelos de papel en una sola hora. Las lágrimas le impedían expresar sus sentimientos y, en lugar de hablar, lloraba. Su niño triste había salido a la su­ perficie. Lily fue una niña abandonada en el sentido de que su ma­ dre estaba tan centrada en sí misma que no era consciente de la verdadera naturaleza de su hija. Pasé sentada junto a Lily muchas, muchas horas de llanto, como si yo fuese un reci­ piente para su llanto, y un día le hice una pregunta: “¿Dón­ de desembocan todas estas lágrimas?”. Ella me miró sor­ prendida y pasó a describirme un lago o una balsa profunda que se había llenado con sus lágrimas. Después comenzó a conversar con ellas y ese diálogo le permitió sacar a la su­ perficie viejos y enterrados recuerdos, a menudo relaciona­ dos con injusticias cometidas contra ella por sus padres o hermanos (generalmente por omisión). Finalmente, Lily es­ cribió: “Escucho la corriente de un río. Lo ubico y observo el flujo del agua. De pronto un obstáculo imprevisto obstru­ ye su movimiento..., caen varias piedras, alteran su corrien­ te y la orientan en una nueva dirección”. Estos diálogos entre el yo y el inconsciente de Lily, re­ presentado por sus lágrimas, eran verdaderamente curativos. No reproduzco aquí el diálogo completo por respeto a la cua­ lidad orgánica y progresiva de la relación, pero debo decir que se trataba de imaginación activa, no de fantasía inconscien­ te. El contacto con el inconsciente por medio del diálogo es­ crito, por poner un ejemplo de las posibles formas de esta­ blecer la conexión, se produce cuando el yo reduce (voluntariamente) su influencia y deja lugar al inconsciente, dando así voz a las energías arquetípicas.20 Es así como Lily fue capaz de forjar una relación más profunda con sus lágri­ mas, encontrándolas en su interior. El niño triste de Lily era un hijo de “la tierra y del cielo estrellado”;21 estaba seco y agostado y precisaba el agua de 103 El nina abandonado la memoria. Lily necesitaba recordar, recuperar lo que había sido desmembrado y perdido y, al colmarse del agua fría de Osiris,22 logró por fin hablar con la madre interior perdida, causa de su tristeza y de su duelo. E l a b a n d o n o y el niño creativo Etimológicamente, la palabra duelo [mourning] signifi­ ca “recordar” [to rememberJ, y procede de la misma raíz que memoria \memory\. Por el duelo quedamos ligados al recuerdo de lo que se ha perdido o ha sido abandonado has­ ta que encontramos algo que lo reemplaza. El duelo apare­ ce tanto si hemos sufrido por una muerte real como si no y es uno de los rasgos, junto a la aflicción permanente, que suelen caracterizar a quienes emprenden un tratamiento ana­ lítico. Duelo y depresión son los otros nombres del aban­ dono. Anne empezó su tratamiento cuando yo todavía me sen­ tía abandonada y en duelo por la pérdida de mi marido. Aquél fue un encuentro sincrónico puesto que, desde mi condición, yo podía observar que ella también estaba lamentando una pérdida. Al principio, su dolencia parecía estar relacionada con muchos temores ante cosas supuestamente pequeñas. Era reservada y no solía contestar al teléfono. A medida que iba desgranando su historia, se hizo evidente que, años atrás, Anne había sufrido la pérdida de un objetivo muy apreciado por ella; quizá lo que se perdió fue la ilusión de sus posibi­ lidades en su vida. Había estudiado para ser actriz desde la edad de siete u ocho años pero en un punto crucial de sus estudios, cuando tenía alrededor de veinte años, sintió que no tenía talento y no se veía con fuerzas para ser actriz. Había planeado estu­ diar en Nueva York con un famoso profesor de interpreta­ ción, pero, de manera inopinada y sin casi reflexionar, aban­ 104 El secreto cruel del nacimiento donó su sueño. Esta brusca conclusión a su carrera hirió pro­ fundamente a su niño interior. La madre de Anne era una mujer fuerte y obstinada, por lo que Anne se hallaba bajo la influencia de un poderoso ar­ quetipo materno negativo. Estaba acostumbrada a que los de­ más decidieran por ella y determinaran su destino, sin pen­ sar en lo que la pérdida de su sueño llegaría a suponer para ella. En la década de los setenta se interesó por las drogas y encontró cierto alivio en ellas, pero ésta no era buena solu­ ción y, aunque había concluido sus estudios universitarios con un título de maestra, a menudo contemplaba el suicidio como una salida a la falta de sentido de su vida. En un sen­ tido espiritual, sólo estaba medio viva. No entendía que la causa de su congoja radicaba en su ambición perdida y en su carrera abandonada; lo único que sabía era que pensaba fre­ cuentemente en la muerte. El neurótico se resiste continua­ mente a ingresar en la vida y tiende a evitar la “peligrosa lu­ cha por la existencia”. No querer aceptar la experiencia real de la vida le fuerza a negarla, y de esta manera “se suicida parcialmente”.23 Mi propia experiencia de pérdida me había transformado. Cuando volví a trabajar, después de la muerte de mi marido, observé que un invisible velo que había existido previamen­ te, y al que podría denominar “actitud profesional”, había desaparecido. Durante mi luto -un estado casi carente de ego­ ísmo—mi psique se hizo más permeable, más abierta al in­ consciente. Me sentía menos a la defensiva y más presente. Parecía que hubieran retazos de humo, como los de un fue­ go bosquimano, rodeándonos a Anne y a mí. Cobré con­ ciencia de la presencia del poder reparador de la madre para el niño interior. Los sueños de Anne la atemorizaban pero a mí me mos­ traban que tenía la fuerza personal nécesaria para emprender el camino y que recorrerlo le iba a llevar tiempo. De mane­ ra gradual, Anne comenzó a considerar la idea de que, de al­ 105 El niño abandonado guna forma, aún le era posible incorporar a su vida el sueño de ser actriz que tanto había amado y que luego abandonó. Aunque el hecho de trabajar en compañías teatrales de afi­ cionados parecía desagradarle, a ella le gustaba mucho estu­ diar, por lo que se inscribió en algunas clases con profesores locales y empezó a disfrutar el contacto con el mundo del te­ atro. En lugar de sentirse inútil e identificada con la niña tris­ te, comenzaba a encontrar a la madre perdida y empezó a cuidar de sí misma. Más que sentirse próxima a las necesidades de su niña in­ terior entristecida, Anne se había identificado con ella. Su destino estaba ligado a sus padres; tenía miedo de lo que pu­ diera ocurrirle si ellos morían. Le asustaba el abandono. Pero si lograba recuperar su objetivo abandonado, tal vez fuera posible iniciar una nueva relación con su Yo. Recientemen­ te, ha comenzado a crecer y a integrarse en el mundo adul­ to, un mundo que ella siempre había identificado con el pro­ ceso de la muerte y el abandono. Esto no significa que Anne haya perdido todos sus miedos ni que su vida sea “perfecta”, sino que participa más de ella y que se muestra más abierta ante posibilidades aún desconocidas. E l a b a n d o n o y la pérd id a Un caso de abandono del tipo “niño triste/madre perdida” es la viudez. En ocasiones, los niños heridos encontramos en nuestro cónyuge a la madre o al padre del que hemos estado privados desde la infancia; pero con su muerte nos hallamos de nuevo sumergidos en el duelo más profundo. Entonces el “niño” sale al exterior, desconcertado y dolorido. Es como si uno conectase con el duelo de Demeter y Perséfone, o el de Jesucristo en la cruz, preguntando por qué Dios le ha aban­ donado. Voy a resumir la cuestión de la viudez para intentar acla­ 106 El secreto cruel del nacimiento rar el problema al que la viuda se enfrenta en relación con el niño triste. La situación de las viudas en muchas culturas es una de las más tristes. El simple hecho de nacer mujer ha determinado su destino. A partir del momento mismo de la muerte de su marido se consideraba que su función en la vida había ter­ minado. Frecuentemente eran destruidas para que pudieran acompañar y servir a sus difuntos esposos en la nueva vida más allá de la muerte del mismo modo que lo habían hecho en su vida terrenal.24 Si bien en la actualidad somos demasiado civilizados para permitir que las viudas acompañen a sus maridos a la sepul­ tura, lo cierto es que muchas mujeres viven su vida a través de ellos. El marido de Sylvia había fallecido repentina e ines­ peradamente, y ella, periodista con una buena posición eco­ nómica y amante de su profesión, se encontró sola con sus dos hijos, con su aflicción y con su furia. “¿Cómo se atreve a hacerme esto a mí?”, comentaba enojada. El sentido de lo que él “hizo” se aclaró muy pronto: su tímida y herida niña interior había encontrado un hogar entre los brazos de su ma­ rido, un hombre extravertido y dinámico gracias a cuya pro­ tección ella había podido enfrentarse al mundo exterior, y ahora había sido abandonada. Después de la muerte de su marido, Sylvia ya no se sen­ tía capaz de enfrentarse al mundo, y esa parte de ella fue se­ pultada. Su tarea, como la de Perséfone, debía consistir en ha­ cerla consciente o en encontrar a otro compañero extravertido y dinámico. Si no encontraba un sustituto, entonces lo que se estaba viviendo inconscientemente a través de él iba a tener que hacerse consciente. Este paso requiere un cambio enor­ me de actitud y un nuevo receptor para el niño triste. Es un cambio difícil porque no es deseado, no es algo que uno bus­ que de buena gana. 107 El niño abandonado La experiencia de la viudez reconstituye el arquetipo del niño abandonado. Los sentimientos que rodean la muerte de un ser querido, en especial de un cónyuge, suelen ser de cul­ pa. vergüenza, rabia, abandono, depresión, falta de libido y de­ sesperanza. En mi opinión, la vergüenza y la culpa se rela­ cionan directamente con la tradición del homicidio de la viuda, según la cual la persona más próxima al difunto lo acompa­ ñaba a la morada de los muertos. Nos sentimos culpables y avergonzados por el mero hecho de continuar vivos y de que para nosotros la vida continúe. Quien ha enviudado requiere todo el apoyo posible para poder dejar atrás la morada de los muertos y regresar a la vida, puesto que la tendencia a sus­ traerse a ésta es muy fuerte en ocasiones semejantes. En la vida moderna, la persona que se siente abandonada puede emplear su automóvil para pensar en la muerte o para llo­ rar en privado. Hoy día, el coche desempeña la función de san­ tuario y, como tal, se convierte en un espacio que favorece la reflexión acerca de la muerte y el morir. Esto no implica que el coche se use para provocar la muerte, pero es ahí donde se la contempla. Si se pregunta a cualquier persona que ha en­ viudado recientemente si emplea el coche como lugar donde gri­ tar, llorar y pensar en la muerte, la respuesta será afirmativa. Otra observación en torno a los viudos tiene que ver con el dinero. Muchos hombres y mujeres recién enviudados se obsesionan con este tema, y la ansiedad en torno al dinero se convierte en un sustituto del temor a la soledad. He conoci­ do a personas ricas aterrorizadas ante la idea de que pudie­ ran ser engañadas o robadas por abogados o contables, y este hecho es extensible a personas con menos recursos, ya que también éstas se muestran obsesionadas por el dinero cuan­ do, en realidad, están doloridas por la pérdida de su cónyu­ ge. Es indudable que hay preocupaciones, pero la ocasiona­ da por el dinero es un tipo de preocupación que la persona viuda expresa de un modo especial, debido, según creo, a su sentimiento de abandono y a su “niño” interior. En estas cir­ 108 El secreto cruel del nacimiento cunstancias, el ser afligido se siente tan indefenso y desam­ parado, tan abrumado por los sentimientos de amor, odio, pérdida, etcétera, que la ansiedad por el dinero se transfor­ ma en el recipiente idóneo para todos esos sentimientos. El homicidio de la viuda era la consecuencia natural de la cre­ encia según la cual la vida de la mujer terminaba con la muer­ te de su esposo. Y, a menudo, se las mataba de acuerdo a ri­ tuales prescritos... Hasta 1857 existía una ley en Oyó, Nigeria occidental, para garantizar que determinadas personas del sé­ quito del rey, incluidas su madre oficial, varias sacerdotisas y su mujer favorita, muriesen cuando él lo hiciera, y para que fueran ellas mismas quienes se quitaran la vida.25 En la actualidad, el homicidio de la viuda se practica de una forma mucho más sutil: no matamos a la viuda, sino que la abandonamos y dejamos que se haga invisible. Cuanto más se identifica una mujer con su marido, más propensa es a sentimientos de abandono y deserción. En mi propio caso, yo tenía “una vida propia”; pero la dolorosa sacudida que su­ frí se debía a que mi matrimonio había sido un recipiente se­ guro para mi niña interior triste. Cuando estaba sola, evita­ ba a esta niña, mientras que con mi marido no suponía ningún peligro dejar que se manifestara de vez en cuando. Odiaba la idea de tener que enfrentarme a solas con ella. Sin embargo, o le hacía frente o, como una de las viudas de las Nuevas Hébridas, en la Melanesia, donde se usaba un gorro cónico hecho de tela de araña para asfixiarlas, yo misma me iba a asfixiar, presa del aislamiento y el abandono. Cuando se permitía que las viudas siguieran vivas, sus fa­ miliares, o los familiares de su marido, debían resolver qué hacer con ellas. A menudo se las miraba con suspicacia y se las asociaba con la brujería, dado su contacto con la muer­ te y el... temor a que hubieran sido ellas las causantes de la 109 El niño abandonado muerte de su esposo. En aquellas sociedades en las que se permitía que la viuda siguiera con vida, tenía que ser libera­ da ritualmente de su contacto con el difunto antes de que los vivos pudieran tocarla o acercarse a ella, porque se creía que la muerte era sumamente contagiosa. Pasado un período de aislamiento, se le consentía el reingreso en su familia bajo el poco envidiable papel de recién enviudada. Este aisla­ miento de la viuda persiste todavía incluso en el mundo oc­ cidental.26 En tiempos Victorianos, el término que se usaba para re­ ferirse a la ropa de luto era “widow's weeds” , una expresión relacionada etimológicamente con la palabra wadmal, que alude a un tejido resistente y que consta de dos partes: wad, o sea “un fardo atado”, y mal, “tiempo”. El término “Wi­ dow's weeds” supone, pues, un límite de tiempo para el pe­ ríodo de duelo o para el aislamiento pero, en mi opinión, la connotación de tejido resistente indica que la prenda es con­ feccionada para durar toda la vida. El hecho de que las monjas católicas tomasen su hábito de la ropa vestida previamente por viudas no es muy conocido más allá de los círculos religiosos. La hermana Mary Patri­ cia Sexton me dijo que en Francia, durante el siglo xvn, las monjas podían cumplir con las labores de la iglesia en tas­ cas portuarias de dudosa reputación a sabiendas de que, si vestían como viudas, nadie las molestaría. El simbolismo del matrimonio con Cristo en ropa de luto incluye otros signifi­ cados pero, desde el punto de vista del presente artículo, es interesante reflexionar acerca de lo que monjas y viudas te­ nían en común. Muchos de los primeros conventos, por ejem­ plo, fueron fundados por viudas, la ropa que las monjas ves­ tían había sido diseñada con el fin dQ ocultar su sexualidad y se suponía que tanto su apariencia como su actitud iban a permanecer inalteradas para siempre.27 En ciertas tribus maoríes neozelandesas, existían leyes 110 El secreto cruel del nacimiento que prohibían las segundas nupcias hasta que el cuerpo del marido no se hubiese descompuesto, tiempo durante el cual la viuda vestía dos capas de plumas llamadas “capas de lá­ grimas”. “Finalmente, los huesos del difuntos eran exhuma­ dos, envueltos en las capas de plumas y vueltos a enterrar. Sólo entonces la viuda podía volverse a casar”.28 En la actualidad, las promesas matrimoniales podrán in­ cluir referencias a la muerte pero, de todos los viudos y viu­ das a los que he consultado, sólo uno recuerda haber oído las palabras “hasta que la muerte os separe” en la boda. “La tentativa humana de rechazar la muerte o de no tenerla en cuenta es una forma de autoengaño. Por mucho que nos es­ forcemos en ignorar o negar el conocimiento de que la vida terrenal aboca a un fin ineludible, nunca lo conseguiremos”.29 Conclusión La psicología analítica alienta a los individuos a renunciar a actitudes demasiado convencionales o demasiado colecti­ vas y sofocantes. Estudiando la historia de las prácticas del homicidio de la viuda, podemos observar que en cada uno de nosotros existe una tendencia poderosa y arcaica al abando­ no. Por medio del análisis yo procuro animar a la gente que sufre a que sea “diferente”, es decir, fiel a las necesidades de su alma. La relación con las fantasías y con el mundo inte­ rior funciona como contrapeso apropiado de las fuerzas de la conciencia colectiva que tienden a aislar a la persona aban­ donada y que suelen destruir su desarrollo. El niño triste re­ aliza un viaje al inframundo, se familiariza con la oscuridad, con el miedo, y con la más decisiva de las experiencias: es­ tar solo consigo mismo. Pero antes de llegar a este punto, algo que valoramos es sacrificado y/o perdido, abandonado. Debemos renunciar a la identificación con la unidad entre sujeto y objeto, a la participation mystique inconsciente.30 111 El secreto cruel del nacimiento El niño abandonado El abandono es un estado de constante desconexión respecto del objeto perdido. Hay un momento en el proceso del duelo durante el cual el aíligido alcanza cierta serenidad, un período de gracia. El viaje al mundo subterráneo es un rito de inicia­ ción, y es así como debe percibirse. Uno tiene que cruzar el río y regresar solo. El peligro consiste en quedarse atrapado entre una orilla y la otra. ¿Cuántos de nosotros todavía nos lamenta­ mos por una infancia que no fue como deseábamos? Al lado del manantial de Mnemosine se encuentra la fuen­ te prohibida de Lete, el olvido. La idea del olvido consiste en que con la muerte podemos dejar de lado las penas de este mundo y olvidar las dificultades del tránsito al otro mundo. Se trata de un tema humano fundamental que no pertenece únicamente a la mitología griega y órfica, sino que se presenta en todas partes.31 El olvido puede significar un obstáculo para este viaje. Cuando durante el proceso de análisis se recuerdan sueños o fantasías de la infancia, se favorece la curación. Estos re­ cuerdos se han ocultado a fin de protegerlos; pero si perma­ necen ocultos para siempre, uno puede estancarse en la tris­ teza y en el duelo. En un caso concreto, una mujer recordó un juego secreto de su infancia en el que ella era una alqui­ mista que inventaba la comida perfecta para erradicar el ham­ bre del mundo. Mediante este juego su inconsciente intenta­ ba compensar el hecho de que sus padres no le daban la comida adecuada. Pienso que, con los juegos secretos infan­ tiles, la psique intenta proteger aquello que es curativo y pre­ cioso del inmediato escrutinio de la imagen negativa de los padres. Esta es también la razón por la que los niños dejan de dibujar o pintar a una temprana edad si una figura que para ellos representa la autoridad critica su trabajo. De esta manera, la expresión de la psique imaginativa del niño se protege de daños ulteriores hasta la edad madura cuando es de esperar que pueda nuevamente encontrar una salida.’2 Los arquetipos del niño triste y de la madre perdida emer- l gen durante períodos de pérdida, abandono y sufrimiento in­ tensos. El propio Jung tuvo una experiencia similar después de su ruptura con Freud. Le sobrevino entonces un recuerdo intensamente emotivo de cuando tenía diez u once años. Se acordó de cómo le gustaba jugar con arena y piedras y hacer castillos con estos materiales y se dio cuenta de que había ol­ vidado a aquel muchacho, aunque le parecía obvio que el niño permanecía vivo y que necesitaba algo de él. Jung procedió a hacer cualquier cosa que el niño interior desease y anotó cuidadosamente las imágenes y fantasías motivadas por aquel contacto, actividad a la que denominó “juego serio”.33 Esto tuvo lugar durante el período en que Jung se sentía abatido por la pérdida de su relación con Freud y confuso con respecto a su orientación profesional y su trayectoria vital. A través de este “juego serio”, Jung reestableció el con­ tacto con su niño olvidado y abandonado y lo hizo regresar a su vida, como si él se hubiese convertido en la madre per­ dida de su propio niño triste. Por otra parte, el contacto con el niño interior generó una explosión de creatividad. En la pe­ lícula Matter ofH eart, von Franz dijo que siempre que Jung se disponía a escribir un nuevo libro caminaba hasta la ori­ lla del lago, cavaba en la arena y abría caminos por donde el agua pudiese correr: nunca consintió que el niño interior fue­ se olvidado de nuevo. Lo que nos ocurre a muchos de nosotros es que dejamos que el niño emerja en el contexto de una relación y, a menudo, buscamos una relación precisamente para que el niño salga a la luz y juegue. Cuando el vínculo se rompe a causa de una muerte, un divorcio o una separación equivalente a un aban­ dono, el niño se esconde y sufre. Muchas personas han ex­ perimentado la circunstancia de introducir al niño triste y abandonado en una relación a fin de que su pareja pueda cui­ dar de él. Cuando esto ocurre, la unión puede transformarse en un recipiente sagrado para el niño interior creativo o en un sustituto de la relación con él. 113 El abandono infantil tor de estudios del Instituto C.G. Jung de Zurich y es hoy uno de los más destacados defensores de la psicología arquetípica, escritor y conferenciante prolífico, analista junguiano y editor de la respetada revista Spring. ¿Qué es el niño? 7. EL ABANDONO INFANTIL James Hillman James Hillman es un escritor apasionado sea cual sea el tema que trate. En este ensayo, Hillman aborda la naturale­ za infantil inherente a todos nosotros y se muestra, tal vez, más elocuente que nunca. Hillman no concibe el abandono literalmente como un caso de orfandad. Lo que observa es un proceso poco saludable de sentimentalización de la in­ fancia por el que se relega al niño interior a cierto estado romántico (aunque inmaduro), una actitud cultural que divide al individuo en dos partes enfrentadas: el adulto contra el niño; de modo que este último, y su poder imaginativo, de­ ben recuperarse a partir de un estado infantil perdido y ol­ vidado. Hillman no se arredra ante la ambigüedad lingüís­ tica o conceptual si ella contribuye a despertar la conciencia del lector respecto de su propio psiquismo y, especialmente, de aquel aspecto que es “perennemente infantil”. Este ensayo es un extracto de la conferencia que el doc­ tor Hillman pronunció en 1971 en el Coloquio Eranos, en Ascona, Suiza. Hillman es una de las figuras más interesan­ tes en el campo de la psicología contemporánea. Fue direc114 Qué es el “niño” -ésta es sin duda la primera pregunta-. Cualquier cosa que digamos acerca de los niños y la infancia no tratará propiamente de los niños y la infancia. No hay más que consultar la historia de la pintura para ver lo peculiares que son las imágenes de los niños, particularmente si com­ paramos las distorsiones con que se los representa a la exac­ titud de los paisajes, los bodegones o los retratos de adultos en un mismo período. No hay más que consultar la historia de la vida familiar, de la educación y de la economía para darse cuenta de que los niños y la infancia, tal como entendemos di­ chos términos en la actualidad, son una invención reciente.1 ¿En qué consiste este ámbito peculiar al que llamamos in­ fancia, y qué es lo que verdaderamente hacemos cuando cre­ amos un mundo especial para los niños, con habitaciones para niños, juguetes para niños, ropas para niños, libros, mú­ sica, lenguaje, guarderías y pediatras, segregándolos de esta manera de las vidas efectivas de los hombres y mujeres que trabajan? Es evidente que el niño personifica cierto ámbito de la psique adulta llamado “infancia”. Resulta curioso el pa­ recido que este daseinbereich [ámbito de la existencia] ofre­ ce con el manicomio de hace algunos siglos -o incluso con el de nuestros días-, cuando se consideraba que el loco era un niño, un pupilo del estado custodiado por el ojo paternal del médico que se ocupaba de sus “hijos”, los locos, como de su familia. Insisto: qué extraordinaria resulta semejante confusión entre el niño y el demente, entre la infancia y la demencia.2 115 El niño abandonado La confusión entre el niño real y su infancia, por un lado, y el niño imaginado que ofusca nuestra percepción del niño y la niñez, por otro, es típica de la historia de la psicología profunda. Recordemos que Freud creyó, en un principio, que los recuerdos reprimidos causantes de las neurosis eran emo­ ciones olvidadas y escenas distorsionadas de la infancia real. Más tarde abandonó esta idea, al darse cuenta de que un ele­ mento fantástico había infiltrado entre los recuerdos de la in­ fancia acontecimientos infantiles que no habían ocurrido nun­ ca; lo que había era un niño fantaseado, y no un hecho real en la vida de la persona. Se vio por tanto obligado a distin­ guir entre el niño real y el niño fantaseado, entre sucesos del niño exterior e infancia interior. Freud, sin embargo, conti­ nuó aferrado a su opinión de que la tarea de la terapia con­ sistía en el análisis de la infancia. Es típica la siguiente afir­ mación de 1919: Rigurosamente considerado. . . el trabajo analítico merece re­ conocerse como psicoanálisis genuino únicamente cuando ha logrado eliminar la amnesia que le impide al adulto el conocimiento de su temprana infancia (esto es, más o me­ nos desde el segundo hasta el quinto año de vida)... El én­ fasis puesto aquí en la importancia de las primeras expe­ riencias no implica que se desestime la influencia de experiencias posteriores. Pero las impresiones vitales más tardías se expresan suficientemente por boca del adulto, mientras que es el médico quien tiene que elevar su voz en nombre de los derechos de la infancia/ ¿A qué infancia se refería Freud? Como ya apunté aquí hace dos años, Freud nunca analizó a niños de verdad. ¿Era la “infancia” real la que el analista debía recobrar? A este respecto el mismo Freud resulta ambiguo puesto que el pe­ queño y joven ser humano real al que llamamos “niño” con­ fluye, en el pensamiento de Freud, con un niño rousseaunia116 El abandono infantil no, incluso órfico-neoplatónico, “que es psicológicamente distinto al adulto”.4 “La infancia tiene su propia manera de percibir, pensar y sentir; nada hay tan absurdo como inten­ tar cambiar nuestra disposición.”5 La diferencia radica en la manera especial que tienen los niños de evocar: “ ... un niño recurre a... la experiencia filogenética cuando su propia ex­ periencia se le escapa. Rellena así los huecos de su verdad individual con la verdad prehistórica; sustituye aconteci­ mientos de su propia vida por acontecimientos de la vida de sus antepasados. Estoy totalmente de acuerdo con Jung en reconocer la existencia de esta herencia filogenética”.6 El niño real mismo no era del todo real porque sus expe­ riencias consistían en la confabulación de sucesos “prehistó­ ricos”, es decir, atemporales, míticos y arquetípicos. Y por in­ fancia Freud se refiere por tanto en parte a un estado de reminiscencia, como la memoria platónica o agustiniana, un ámbito imaginario que provee al niño real de “su propia ma­ nera de percibir, pensar y sentir” (Rousseau). Este ámbito, esta modalidad de existencia imaginaria, puede encontrarse, según la psicología popular y la psicología profunda, en el hombre primitivo, el salvaje, el loco, el artista, el genio y en el pasado arqueológico; la infancia de las personas se funde con la infancia de los pueblos.7 Pero el niño y la infancia no son reales. Son términos que designan una modalidad de existencia, percepción y emoción que todavía hoy insistimos en considerar propia de los niños reales, de modo que construimos un mundo para ellos si­ guiendo nuestra necesidad de ubicar esta fantasía en la rea­ lidad. No sabemos lo que los niños son en sí mismos, “sin es­ tar adulterados” por nuestra necesidad de tener portadores del ámbito imaginario, de los “orígenes” (es decir, del “pri­ mitivismo”, de la “creación”) y del arquetipo del niño. No po­ demos saber lo que son los niños hasta entender mejor el fun­ cionamiento del niño fantaseado, el niño arquetípico de la psique subjetiva. 117 El niño abandonado Freud asignó a la imagen infantil y a la infancia fantase­ ada un grupo de atributos sorprendentes, que tal vez recor­ déis: el niño no tiene super-ego (conciencia moral) como el adulto; ni tampoco tiene asociaciones libres sino confabula­ ciones de reminiscencias. Los padres y los problemas de los niños eran exteriores y no, como en el caso de los adultos, interiores, de modo que el niño no tenía una vida psíquica transferida simbólicamente.8 Cuán próxima a la vida mental de la “locura” del artista y cuán próxima a lo que llamamos “primitivo”, esta ausencia de conciencia personal, esta mez­ cla de conducta y ritual, de memoria y mito. Pero más sorprendentes que los atributos enunciados por Freud son los que podemos derivar de sus ideas. En primer lugar, Freud atribuyó primacía al niño: nada era tan impor­ tante en nuestra vida como aquellos primeros años y aquella modalidad de pensamiento y emoción de la existencia ima­ ginaria llamada “infancia”. En segundo lugar, Freud atribu­ yó cuerpo al niño: tenía pasiones, deseos sexuales, impulsos asesinos; temía, sacrificaba, rechazaba, odiaba y anhelaba; estaba compuesto de zonas erógenas, le preocupaban las he­ ces, los genitales, y merecía el nombre de perverso polimor­ fo. En tercer lugar, Freud atribuyó patología al niño: vivía en nuestras represiones y fijaciones; estaba en la base de nues­ tros trastornos psíquicos;9 estaba en nuestro sufrimiento. Se trata, en efecto, de atributos sorprendentes si los com­ paramos a los personajes infantiles de Dickens, ya que Dorrit y Nell, Oliver y David, apenas sentían pasión, tenían poco “cuerpo” y carecían de sexualidad, especialmente si los com­ paramos con el pequeño Hans, la pequeña Anna y otros ni­ ños de la literatura psicoanalítica. Cuando la perversidad in­ gresaba en el mundo de Dickens, lo hacía de la mano de los adultos, la industria, la educación o la sociedad; la patología se encontraba en escenas de muerte, cuando algún niño se disponía a regresar al paraíso. Es pues contraponiendo a Freud y a Dickens que el punto de vista del primero se revela más 118 El abandono infantil claramente, si bien en ninguno de los dos se diferencia to­ davía el niño real del niño imaginario. El artículo de Jung “Psicología del Arquetipo Infantil”, de 1940, llevó el asunto más lejos; el niño real es abandonado, y con él la fantasía del empirismo, la noción de que nuestra percepción del factor en nuestra subjetividad resulta de la observación empírica de la infancia real. Según Jung: No creo superfluo señalar que el prejuicio común se incli­ na siempre a identificar el motivo del niño con la experien­ cia concreta “niño”, como si el niño real fuera la causa y con­ dición previa de la existencia del motivo del niño. Sin embargo, en la realidad psicológica la idea empírica “niño” es sólo un medio... para expresar un hecho psíquico que no puede formularse con mayor exactitud. Por la misma razón, cabe afirmar de modo categórico que la idea mitológica del niño no es una copia del niño empírico... no -esto es lo im­ portante- un niño humano.10 ¿Qué precisión podrán tener nuestros estudios sobre el niño humano si no reconocemos suficientemente al niño arquetípico en nuestra subjetividad y el modo en que afecta a nuestro punto de vista? Dejemos pues al niño y a la infancia de lado y dediquemos nuestra atención a lo que Jung llama el “motivo del niño” y “el aspecto infantil de la psique co­ lectiva”. Nuestra pregunta es ahora ¿En qué consiste el motivo del niño, que sobresale tan intensamente e inspira tantas fanta­ sías? Y Jung responde: El “niño” es todo aquello que es abandonado y expuesto y al mismo tiempo divinamente poderoso; el principio insig­ nificante e incierto y el fin triunfal. El “niño eterno” inhe­ rente al hombre es una experiencia indescriptible, una in­ congruencia, una desventaja y una prerrogativa divina; un 119 El abandono infantil El niño abandonado imponderable que determina el valor o la falta de valor fun­ damentales de una personalidad." Jung elabora estos rasgos generales y particulares: pro­ yección hacia el futuro, invencibilidad heroica y divina, her­ mafroditismo, principio y fin, y el tema del abandono, del que se deriva el asunto del cual extraigo este lema. Las ex­ plicaciones de Jung de 1940 deben tomarse como ampliación de aquellas que aparecían en algunas de sus obras anteriores, en las que el tema del niño se relaciona con el pensamiento mítico arcaico, con el arquetipo de la madre,12 y con la dicha paradisíaca.13 Algunos de los aspectos que Jung discute ha­ bían sido ya descritos por Freud en su particular estilo y len­ guaje. La idea del niño creativo se encuentra en la ecuación freudiana niño = pene, y el niño rechazado en su ecuación niño = heces. “ ‘Heces’, ‘niño’ y ‘pene’ forman así una uni­ dad, un concepto inconsciente (sil venia verbo) -es decir, el concepto de una cosa pequeña que podría ser separada del propio cuerpo.”" A estos rasgos añadiría yo otros dos procedentes de nues­ tra tradición occidental, el primero específicamente cristiano y el segundo de la Grecia clásica. En la tradición cristiana (Legasse) “niño" hace referencia también a los simples, ingenuos, pobres y comunes -los huérfanos- de la sociedad, y de la psi­ que, como ocurría ya en el lenguaje de los evangelios, donde por niño se entendía marginado, condición previa a la salva­ ción, y que más tarde se asociaría a los sentimientos del cora­ zón, por oposición al conocimiento intelectual. En la tradición de la Grecia clásica el niño aparece en aquellas configuracio­ nes de la psicología masculina representadas específicamente por Zeus, Hermes y Dionisio, sus imágenes, sus mitemas y sus cultos. En este contexto, el tema del niño puede distin­ guirse del tema nrño-y-madre y también del tema niño-héroe, que tienen un significado psicológico claramente diferente. En el tratamiento de este asunto sigo literalmente a Jung, 120 cuando dice: “El motivo del niño no sólo representa algo que existió en un pasado remoto, sino también algo que existe ahora; es decir, no se trata simplemente de un vestigio sino de un sistema que opera en el presente cuyo propósito es el de compensar o corregir, de manera significativa, la inevita­ ble unilateralidad y extravagancia de la mente consciente”. 15 Si, según Freud, la esencia del método psicoanalítico con­ siste en alterar algo, y si el niño, según Jung, es aquello que actúa como corrector psicológico, nuestras reflexiones exigen que saquemos al niño del abandono en el que lo tenemos re­ cluido incluso cuando hablamos de él. Entonces el tema ge­ neral podrá centrarse específicamente en la subjetividad par­ ticular de cada uno y podrá servir para alterar la parcialidad de la conciencia en relación al niño. El abandono en los sueños Encontramos al niño abandonado ante todo en los sueños, en los que nosotros mismos, un hijo nuestro o un niño des­ conocido aparece descuidado, olvidado, llorando, en peligro, necesitado, o en una situación similar. El niño se hace pre­ sente por medio de los sueños y, aunque esté abandonado, todavía podemos oírlo y escuchar su llamada. En los sueños modernos encontramos al niño en peligro por varias causas: ahogo, animales, tráfico de carretera, aban­ dono en el maletero de un coche (tema del “cofre”) o en un cochecito de bebé o carrito de supermercado (tema de la “ces­ ta”), secuestradores, ladrones, familiares, personas incompe­ tentes, enfermedad, parálisis, infecciones secretas, retraso mental y lesión cerebral (el niño idiota); o catástrofes más ge­ nerales y menos específicas, como guerras, inundaciones o in­ cendios. A veces uno se despierta en mitad de la noche con la impresión de haber oído el llanto de un niño. Normalmente quien sueña con el tema del abandono re­ 121 El niño abandonado acciona con pronunciada preocupación o con una sensación de responsabilidad culpable: “No debería haber permitido que ocurriera; debo hacer algo para proteger al niño; soy un mal padre”. Si el niño del sueño es muy pequeño, tendemos a pensar que debemos mantener continuamente la sensación de este “niño” en nuestro interior, alimentarlo cada tres ho­ ras con solícita atención, llevarlo a nuestras espaldas como los indígenas norteamericanos llevan a sus hijos; tendemos a interpretarlo como una lección moral. Pero el sentimiento de culpa deposita la carga de alterar algo (Freud) y de corregirlo (Jung) sobre el ego. Después de todo, el sujeto que sueña no sólo está a cargo del niño, tam­ bién es el niño. Por consiguiente, la preocupación, la culpa y la responsabilidad, por más moralmente virtuosas que puedan ser, e incluso aunque en parte corrijan la negligencia, pueden también bloquear otras emociones: como el miedo, el desam­ paro y la impotencia. A veces, cuanto más nos preocupamos del niño, menores posibilidades tiene él de acceder a nosotros. De hecho, mientras sigamos interpretando el sueño principal­ mente desde la posición del ego responsable, reaccionando con culpa, deseando enderezar las cosas y mejorarlas a base de ac­ ciones específicas, cambiando actitudes, extrayendo de lo so­ ñado lecciones morales para el ego éticamente responsable, más tenderemos a reforzar a dicho ego y más enfatizaremos con ello la fisura padre-hijo. De este modo, el ego se convierte en el padre responsable, con lo que sólo lograremos distan­ ciamos aún más de las emociones infantiles. La vivencia emocional de todas sus partes es decisiva para la integración de cualquier sueño -integración, no interpre­ tación, ya que hablamos ahora de integridad con el sueño, de encontrarse con y en él, de intimar con todas sus partes y de participar en toda su historia-. La terapia gestalt trata de llevar esto a cabo haciendo que el soñante se identifique con todos los elementos del sueño: la madre o el padre alarma­ dos, pero también con los perros salvajes, el río desbordado, 122 ' El abandono infantil la infección secreta o el niño afectado. Resulta tan impor­ tante desahogarse con el llanto del niño y odiar ferozmente lo infantil, como regresar a casa después del análisis decidi­ do a atender mejor a los aspectos nuevos y tiernos que ne­ cesitan de nosotros para crecer. De la misma manera que la interpretación y el sentido de responsabilidad del ego reforzarán probablemente al padre a expensas del hijo, es probable también que la amplificación no alcance al niño abandonado. Una amplificación del niño en el río, vagando perdido por el bosque, o emprendiendo una tarea superior a sus fuerzas, tal como se suele dar en los cuentos de hadas, los mitos y los ritos de iniciación, enfoca­ rá el tema con precisión, de manera que ciertos aspectos pue­ dan percibirse claramente -principalmente el surgimiento de una nueva conciencia heroica-, pero esta técnica del reenfo­ que por medio de la amplificación, a fin de que resalte el sig­ nificado objetivo, puede que borre también la realidad sub­ jetiva del abandono. La am plificación, al desplazar el sufrimiento a un nivel más general, nos libera de él y nos sue­ le desahogar. En el caso de muchos sucesos psíquicos, esta ex­ tensión de la conciencia por medio de la amplificación es jus­ to lo que conviene, pero para el asunto concreto del abandono parecería contraindicado, porque resultará más fácil redescu­ brir al niño olvidado si se está dispuesto a acercarse al sufri­ miento subjetivo y a tomar conciencia de su ubicación. Tanto la responsabilidad como la amplificación constitu­ yen métodos insuficientes para este tema; en tanto que acti­ vidades de la persona madura y razonable sólo consiguen distanciamos aún más del niño. El abandono en el matrimonio Dado que todo hogar establecido, todo nido y todo refu­ gio en las costumbres, proporciona un santuario al niño aban­ 123 El abandono infantil El niño abandonado donado, el matrimonio evoca inevitablemente al niño. A ve­ ces se busca un matrimonio temprano con el fin obvio de en­ contrarle una cuna al niño que no fue aceptado en la casa de los padres. Y es posible que la misma pauta perviva mucho tiempo después, de modo que el marido y la mujer, tácita­ mente de acuerdo, se consagrarán con tanto esmero al cuidado del niño abandonado en sus hogares paternos que no logra­ rán encontrar un hijo adecuado a ellos. Estar en casa, regresar a casa e ir a casa son emociones re­ feridas a necesidades infantiles que indican abandono. Estas emociones transforman la casa real, sus paredes y su techo, en una fantasía libresca, en un entorno en el que ubicar nues­ tra vulnerabilidad y poder exponernos sin peligro a la per­ versa fragmentación polimorfa de nuestras exigencias. En casa ya no somos únicamente la madre que ampara y el padre que dirige, sino que también somos un niño pequeño. Lo que en cualquier otra parte se rechaza debe aceptarse aquí en casa. Esta realidad, denominada por algunos psicoterapeutas “el niño interior del pasado” y por otros “interacción neurótica en el matrimonio”, resulta tan importante en las fantasías re­ presentadas por un matrimonio como lo son los distintos mo­ delos de la conjunción descrita por Jung. Lo que obstruye las aspiraciones de la conjunción son las poderosas exigen­ cias incestuosas del niño, cuyos deseos de unión son de una clase diferente a los del quaternio matrimonial,16y cuya ima­ gen de “contenido” y “continente”17 está totalmente en fun­ ción de su ansioso desamparo. ¿Dónde más puede ir? Esta es también su casa, y para él, la madre y el padre, la asistencia y la protección, la omnipotencia y la idealización, son más importantes que el marido y la mujer. La procreación y el cuidado de los hijos definen uno de los propósitos del matrimonio. Pero existe también el niño arquetípico, modelado en el matrimonio, y cuya necesidad de atención arruinaría el matrimonio real al insistir en que en­ sayara comportamientos arquetípicos que son “pre”-matri124 moniales (infantiles, incestuosos). Y luego se dan los con­ flictos entre los hijos reales y el niño psíquico de los padres, conflictos en los que se define quiénes serán abandonados. En este sentido, el divorcio no sólo representa una amenaza para los hijos reales, sino también para el niño abandonado de los padres que se encontraba seguro en el matrimonio. La concentración del abandono en el matrimonio porque no hay otro hogar para él convierte al matrimonio en el es­ cenario principal para la representación del arquetipo infan­ til (no la “conjunctio”). En el matrimonio encontramos las idealizaciones del niño: el matrimonio como el alfa y el ome­ ga de la vida, el hermafroditismo vivido como “reparto de pa­ peles”, la proyección hacia el futuro vivida como planifica­ ción de esperanzas y temores y la vulnerabilidad defensiva. Los intentos de la pareja de contener al niño (y no de conte­ nerse el uno al otro) producen un patrón familiar de alter­ nancia entre la ausencia y la abundancia de emoción, y apre­ sa al matrimonio en la norma social, entumeciéndolo. La imaginación que el niño podría aportar se pierde en la osci­ lación. La imaginación se diluye en afectos o se concretiza en planes y hábitos que mantienen al niño acunado. Si se puede hablar de una “terapia matrimonial”, ésta se basaría no en la “interacción neurótica” de la pareja, sino en el niño como tactor central al matrimonio y en la imaginación del niño, o sea, el cultivo de la psique imaginaria, la peculiar vida fanta­ siosa que se mueve lúdicamente entre tu niño y el mío. Bautizar al niño Normalmente sentimos algo fundamentalmente erróneo en relación al niño, error que entonces achacamos o despla­ zamos hacia el niño. Las sociedades deben hacer algo con los niños para corregir este error y, dado que no aceptamos a los niños tal como son, debemos sustraerlos a la niñez. Es 125 El niño abandonado 126 ............. ........................................... — por ello que los iniciamos, los educamos, los circuncidamos, los vacunamos y los bautizamos. Y aunque idealicemos ro­ mánticamente al niño -y toda idealización constituye siem­ pre un signo de distancia- denominándolo speculum naturae, nunca acabamos de fiarnos de semejante naturaleza. Incluso el niño Emmanuel (Isaías 7:14-16) deberá comer mantequilla y miel antes de ser capaz de distinguir entre el bien y el mal. El niño per se nos incomoda y nos sume en la ambivalencia; sentimos ansiedad ante las tendencias huma­ nas concentradas en el símbolo del niño. Resulta excesiva­ mente evocador de lo desconocido y de lo marginal, y se aso­ cia fácilmente con lo primitivo, lo místico y lo lunático. Cuando uno se fija en las antiguas controversias en torno al bautismo infantil no puede sino interrogarse acerca del contenido psicológico de un tema que tanto preocupaba a aquellas excelentes mentes patrísticas. La energía que ellos dedicaron al niño es comparable a la que la psicología moderna dedica a la infancia. En un principio ellos (Tertuliano, Cipriano) no exhortaban a un bautismo temprano, y Grego­ rio el Nacianceno era partidario de no bautizar a los niños hasta que hubieran desarrollado parcialmente sus facultades mentales, es decir, hasta la edad de tres años aproximada­ mente. Pero san Agustín se mostró inflexible: el hombre, na­ cido en el pecado original, traía el pecado al mundo, como lo había traído, desde su pasado pagano, el propio san Agus­ tín. Unicamente el bautismo podía lavar al niño. San Agus­ tín fue terminante en cuanto a la necesidad de salvación del niño: “Aquellos que abogan por la mimesis de los niños no deberían amar su ignorancia sino su inocencia”.18 ¿Y qué es lo inocente? “La inocencia no está en el alma del niño sino en la fragilidad de sus facultades.”19 Es una visión parecida a la de los freudianos: el niño no puede funcionar con sus fa­ cultades todavía por desarrollar y la perversión latente está en su alma. El alma no sólo es portadora del pecado general sino que también lleva consigo el pecado específico de los im­ El abandono infantil pulsos precristianos y no-cristianos del paganismo politeís­ ta, descubierto más tarde por Freud, quien lo calificaría como “polimórficamente perverso”, y descrito después de manera más exhaustiva por Jung como los arquetipos. El bautismo podía así redimir al alma de la infancia de ese mundo ima­ ginario poblado por multitud de formas arquetípicas, de los dioses y de las diosas y de los cultos y las prácticas no-cris­ tianas que los justificaban. El niño no es un vestigio sino un sistema que sigue ope­ rando en la actualidad y es por ello que un sacramento tam­ poco es un vestigio de un lejano acontecimiento histórico sino algo que sigue perviviendo actualmente. En este senti­ do, el bautismo infantil está siempre vigente. Estamos bau­ tizando al niño continuamente, lustrando la “infancia” de la psique, sus “orígenes” y su recuerdo con los ritos apotropaícos de nuestro legado agustiniano, purificando el alma del potencial imaginario politeísta que lleva el niño, convirtién­ dolo así en un “prisionero de Cristo” (Gregorio el Naciance­ no, La Oración de Basilio), de manera muy similar a como la iglesia, en sus primeros tiempos, sustituyó a los niños de los cultos heroicos y del panteón pagano por el niño Jesús. Este bautizo se da cada vez que conectamos con los as­ pectos infantiles de nuestros sueños y sentimientos por me­ diación única de los modelos cristianos. Entonces nos damos cuenta de que es preciso actualizar el potencial polimórfico de nuestro politeísmo inherente transformándolo en una uni­ dad. De este modo, impedimos que el niño cumpla con la función suya de ser aquello que altera y lo corregimos, en lu­ gar de consentir que nos corrija. Regresión y represión El bautismo cumplió con dos funciones para las que ac­ tualmente tenemos nombres modernos: evitar la regresión y 197 El niño abandonado posibilitar la represión. Nuestra viveneia actual más inme­ diata del niño se produce mediante estas experiencias. Lo que la psicología profunda llama regresión no es otra cosa que el regreso al niño. Siendo ello así, podríamos ahon­ dar con más rigor en la noción psicológica de la madurez, cuya contrapartida es la regresión, y en la noción psicológi­ ca del desarrollo, que requiere el abandono del niño. La re­ gresión es la sombra ineludible de las formas de pensamien­ to lineal. Todo modelo de desarrollo se verá acosado por un movimiento en sentido opuesto, el atavismo y la reversión no se percibirá como un retomo analógico a una realidad ima­ ginaria de corte neoplatónico (Proclo, Plotino), sino como una regresión a una condición peor. La psicología interpreta el “regreso” como un “retroceso”, una involución a pautas previas e inferiores. De este modo, la madurez y la regresión se vuelven incompatibles y perdemos el respeto por la re­ gresión, olvidando la necesidad que tienen los seres vivos de “retornar” a sus “orígenes”. En la actualidad la regresión sólo se percibe como algo te­ óricamente aceptable cuando constituye una “regresión al servicio del ego” (E. Kris, Psychoanalytic Explorations in Art, 1952). Incluso para Jung la regresión es principalmente compensatoria, una especie de reculen pour mieux sauter. Para Maslow, Erickson, Piaget, Gesell y para la psicología freudiana del ego, si no avanzamos de etapa en etapa por ca­ minos bien explorados, quedaremos fijados en la “infancia” y manifestaremos un comportamiento regresivo que puede ser calificado de pueril o infantil. Detrás de cada paso ade­ lante hacia la “realidad” se esconde la amenazadora sombra del niño -hedonista o místico según consideremos la rever­ sión hacia lo primordial-. Propiciamos a este niño con sen­ timentalismo, superstición y kitsch, con agasajos y fiestas in­ dulgentes, y con psicoterapia, la cual debe en parte su existencia y deriva su sustento del impulso regresivo del niño. 128 El abandono infantil Nuestro modelo de madurez tiende a mostrar la regresión como algo atractivo. A distancia, idealizamos el estado an­ gelical de la infancia y su creatividad. Cuando abandonamos al niño lo ubicamos en la Arcadia, nacido del mar, acunado y mecido suavemente sobre el agua entre juncos y carrizos, alimentado por ninfas que se deleitan con sus caprichos, y pastores, ancianos y amables guardianes que acogen lo in­ fantil. Y luego, claro está, vuelve a afianzarse el movimien­ to contrario; el aquí prevalece; desde el niño abandonado el gran salto hacia adelante y el drenaje del Zuyder Zee con el que Freud comparó el trabajo del psicoanálisis.20 Dado que la represión afecta sobre todo al niño interior, la revolución contemporánea en nombre de lo reprimido -negro, pobre, femenino, natural o subdesarrollado- se convierte ine­ vitablemente en la revolución del niño. Las formulaciones se vuelven inmaduras, algo patéticas, el comportamiento regre­ sivo, y la ambición invencible y vulnerable al mismo tiempo. El hermafroditismo del arquetipo juega también su papel en la revolución, como lo hace esa mezcla peculiar de principio y fin, esa esperanza ejemplificada en la destrucción apoca­ líptica. Nuestro tema, pues, atañe a las relaciones de la psi­ cología con el momento actual y a su conflicto con el niño, todo lo cual sugiere que puede resultar provechoso reflexio­ nar acerca de las afirmaciones de [Herbert] Marcuse, [R.D.J Laing, y [Norman O.] Brown, con respecto a la revolución contemporánea de lo reprimido a la luz de la psicología de los arquetipos, es decir, como expresiones del culto al niño. Mejor que la división entre niño y adulto, y los consi­ guientes modelos de abandono que hemos esbozado, sería una psicología menos volcada sobre el niño, sus infortunios y romanticismo. Entonces dispondríamos de una psicología descriptiva del hombre, uno de cuyos aspectos es siempre in­ fantil; una psicología en la que no imperara ni el desarrollo ni el abandono, sino que acogiera la incurable fragilidad y ne­ cesidad de asistencia del niño, que sostuviera al niño, al niño 129 El niño abandonado interior. Nuestra experiencia subjetiva podría entonces refle­ jarse en una psicología al mismo tiempo más exacta en sus descripciones y más sofisticadamente clásica, en la que el niño se halla en el interior del hombre que muestra en su ros­ tro y en su porte la vergüenza de lo infantil, su inalterable psicopatología -no trascendida, no transformada- y las grandes e invencibles esperanzas que acompañan a la vulnerabilidad de estas mismas esperanzas; en el interior del hombre que lleva su abandono con dignidad, y cuya libertad procede del mun­ do de las imágenes redimidas de la amnesia de la infancia. 8. EL ALMA INFANTIL Marión Woodman Este artículo constituye un alegato apasionado en defen­ sa del niño interior abandonado: “Ese niño que es nuestra propia alma clama su dolor sepultado bajo los escombros de nuestras vidas, a menudo desde el centro mismo de nuestros peores complejos, suplicando que le digamos: ‘No estás solo. Yo te quiero’” . Al leer este pasaje, el lector advertirá sin duda que la analista junguiana canadiense Marión Woodman posee una aptitud particular para el empleo del lenguaje. El asombro­ so flujo de sus palabras se transforma así en un alimento para aquellos que se interesan por el conocimiento psicoló­ gico y que han tenido la suerte de entrar en contacto con su trabajo. Sus escritos son sumamente pertinentes al mundo contemporáneo. Este capítulo es un extracto de su libro The Pregnant Virgin. He observado que las personas tienden a reproducir la pauta de su nacimiento cada vez que la vida les exige acce130 131 El niño abandonado der a un nuevo nivel de conciencia. Entran entonces en cada nueva espiral de crecimiento de la misma manera que entra­ ron en el mundo. Por ejemplo, si el nacimiento fue fácil, tien­ den a encarar las transiciones con valentía y con una con­ fianza natural. Si el nacimiento fue difícil, sienten mucho miedo, manifiestan síntomas de ahogo y padecen de claus­ trofobia (psíquica y física). Si nacieron prematuramente, tien­ den a actuar con precipitación, mientras que si lo hicieron más tarde de la fecha prevista, el proceso de renacimiento puede ser muy lento. Si nacieron de nalgas, serán propensos a recorrer la vida “como los cangrejos”, y si lo hicieron por cesárea, es posible que eviten los enfrentamientos. Si su madre recibió muchos calmantes, puede que lleguen al nuevo umbral de tran­ sición llenos de energía y entonces, de pronto, sin motivo apa­ rente, quizá se detengan o inicien un proceso de regresión, es­ perando a que sea otra persona la que haga algo. A menudo, es en este punto cuando reaparecen las adicciones -comer descontroladamente o no comer nada, beber, dormir, trabajar de­ masiado; cualquier cosa con tal de no enfrentarse al hecho real de estar moviéndose en un mundo lleno de desafíos. En los sueños aparecen muchos bebés encantadores y tam­ bién muchos pequeños tiranos que necesitan una disciplina estricta y afectuosa. Sin embargo, cada niño es notablemen­ te distinto de los demás. El niño abandonado puede aparecer entre juncos, en medio de un pajar, en un árbol; casi siem­ pre en algún lugar perdido o remoto. Es un niño radiante, fuerte, inteligente y sensible. Con frecuencia es capaz de ha­ blar a los pocos minutos de haber nacido. Y tiene Presencia. Es el niño dios, el portador de la “dura y amarga angustia” del nuevo designio divino, la agonía de los Reyes Magos de Eliot. Cuando él nace, los antiguos dioses deben desaparecer. La psique tiene una inclinación natural a la plenitud y es por ello que el Yo intenta propulsar su parte ignorada hacia adelante para que se la reconozca. Esta parte contiene ener­ gías del más alto valor; el oro en el estiércol. En la Biblia, 132 El alma infantil la piedra que fue rechazada se convierte en la piedra angu­ lar.1 Se manifiesta en un cambio brusco o sutil de la perso­ nalidad o, a la inversa, en un fanatismo que el ego adopta para mantener marginada la nueva y amenazadora energía. Si el ego fracasa en atravesar el canal del nacimiento psíquico, surgen síntomas neuróticos que se manifiestan física y psí­ quicamente. El sufrimiento puede ser intenso, pero se basa en la adoración de falsos dioses; no se trata del auténtico sufri­ miento que acompaña a todo esfuerzo por integrar la nueva vida. El neurótico siempre va un paso por detrás de su pro­ pia realidad. Cuando debiera madurar, se aferra a los desati­ nos juveniles. Nunca es coherente consigo mismo o con los demás ni está donde aparenta estar. Lo que no puede hacer es vivir en el ahora. La vida diaria empuja a muchas personas hacia la pleni­ tud pero, como no comprenden los ritos de iniciación, no pueden entender lo que les sucede. Durante todo el día fin­ gen estar felices y de vuelta en su casa lloran toda la noche. Tal vez han sido abandonadas por alguien a quien amaban, tal vez se deben enfrentar a una enfermedad mortal, tal vez un ser querido ha fallecido, tal vez, y esto es lo peor de todo, las cosas les van mal sin ningún motivo aparente. En cual­ quier caso, si carecen de toda noción de los ritos de pasaje, se perciben a sí mismas como víctimas incapaces de afrontar el abrumador Destino que se cierne sobre ellos abrumador. El sin sentido de su sufrimiento las induce a evadirse mediante la comida, el alcohol, las drogas o el sexo. O quizás se rebe­ len en contra los dioses, gritando: “¿Por qué a mí?”. A estas personas se les presenta la posibilidad de renacer a una vida diferente. Los fracasos, los síntomas, los senti­ mientos de inferioridad y el agobiante peso de sus proble­ mas se convierten en el aguijón que las impulsa a renunciar a las ataduras superíluas. De este modo, la posibilidad de re­ nacer brota de entre las ruinas del pasado. Es por esto que Jung subrayaba la finalidad positiva de la neurosis.2 Pero, no 133 entendiéndolo, la gente se aferra a lo conocido, se niega a ha­ cer los sacrificios necesarios, se resiste al crecimiento. Inca­ paz de abandonar lo habitual, es incapaz también de abrirse a la nueva vida. Sin ritos culturales en que apoyarse cuando se salta de un nivel de conciencia a otro, no hay muros de contención para encauzar el proceso. Sin comprender los mitos o la religión, o la relación entre muerte y renacimiento, destrucción y cons­ trucción, el individuo padece los misterios de la vida como un caos carente de sentido, y lo hace a solas. Entonces pue­ den surgir las adicciones como una forma de aliviar el sufri­ miento absurdo, como un intento de reprimir las contradic­ to rias ex ig en cias del pro ceso de crecim ien to que las estructuras culturales han dejado de aclarar o contener. Cuando empieza el psicoanálisis el paciente se encara con una pregunta acuciante: “¿Quién soy yo?”. Pero el problema inmediato que se plantea en cuanto empiezan a aflorar las emociones suele ser la escisión psique/soma. Si bien las mu­ jeres tienden a hablar más que los hombres acerca de su cuer­ po, en nuestra cultura ambos sexos están dolorosamente des­ conectados de su propia experiencia corporal. Las mujeres dicen: “no me gusta este cuerpo”; los hombres dicen “me due­ le”. El hecho de que se refieran a su cuerpo en tercera perso­ na revela claramente su alienación. Es posible que hablen de “mi corazón”, “mis riñones”, “mis pies”, pero su cuerpo como un todo está despersonalizado. Es por ello que suelen afir­ mar: “no siento nada del cuello hacia abajo. Experimento sen­ timientos en mi cabeza pero nada en mi corazón”. Su falta de respuesta emocional ante una imagen onírica poderosa refle­ ja la escisión; sin embargo, cuando ubican dicha imagen en su cuerpo mediante un ejercicio de imaginación activa, sus músculos se estremecen con el dolor reprimido. El cuerpo se ha convertido en el potro de tormento. Si la persona siente ansiedad, obliga al cuerpo a pasar hambre o lo atiborra de co­ mida, lo droga, lo intoxica, lo fuerza a vomitar, abusa de él 134 -------............................. . ............ El niño abandonado El alma infantil hasta el agotamiento o lo empuja a reacciones frenéticas con­ tra la autodestrucción y, cuando este animal magnífico envía señales de advertencia, se lo silencia con píldoras. Mucha gente puede escuchar a su gato más inteligente­ mente que a su propio cuerpo despreciado. El gato corres­ ponde con amor a sus cuidados, mientras que el cuerpo se verá obligado a lanzar gritos estremecedores para hacerse oír. Antes de que los síntomas se manifiesten, las llamadas de ayuda aparecen en los sueños: un elefante recién nacido y abandonado, un gatito medio muerto de hambre, un perro al que se le ha roto una pata. Casi siempre el animal herido tra­ ta de llamar la atención de la persona que sueña, a veces con suavidad y otras con insistencia, y puede que ésta responda a la llamada o puede que no. En los cuentos de hadas, un animal amistoso suele conducir al héroe o a la heroína a su objetivo, porque el animal es el instinto que sabe cómo obe­ decer a la diosa cuando falla la razón. Es posible que el grito emitido por el cuerpo abandona­ do, el grito que se manifiesta en forma de síntoma, sea el llanto del alma que no encuentra otro modo de hacerse oír. Si hemos pasado toda la vida ocultos detrás de una máscara, tarde o temprano -con suerte—la máscara se hará añicos. En­ tonces tendremos que mirar en el espejo y ver la realidad de nuestro rostro. Es posible que nos espantemos. Es posible que veamos la mirada horrorizada de nuestro propio niño di­ minuto, ese niño que nunca ha recibido amor y que ahora nos implora atención. Es un niño solitario, abandonado in­ cluso antes de que saliéramos del útero, o al nacer, o cuan­ do empezamos a complacer a nuestros padres y aprendimos a hacer lo que nos pedían a fin de que se nos aceptara. Con el transcurso de la vida quizá hemos seguido abandonando a nuestro niño para complacer a los demás —maestros, profe­ sores, jefes, amigos, socios e incluso analistas-. Ese niño que es nuestra propia alma clama su dolor oculto tras los es­ combros de nuestras vidas, a menudo desde el centro mismo 135 El niño abandonado de nuestros peores complejos, suplicando que le digamos: “No estás solo. Yo te quiero”. Lo que sigue es el relato de un sueño infantil recurrente que acosó a una mujer hasta que, cumplidos los cincuenta años, logró enfrentarse a él en sus sesiones de psicoanálisis: Tengo cuatro o cinco años. E stoy con mi m adre en un edi­ ficio atestado de gente, probablem ente unos grandes alm a­ cenes. Mi m adre viste ropa oscura, un abrigo y un som bre­ ro negros o m arrones, y sólo le veo la espalda. Al salir del edificio la m uchedum bre me retiene y mi m adre, sin darse cuenta, se aleja y desaparece. Trato de llam arla, pero no me oye; nadie puede oírm e. Tengo m ucho m iedo, no únicamente de estar perdida sino tam bién de que mi m adre no se haya dado cuenta y de que nos hayam os separado. Salgo del edificio a una escalinata larga, de peldaños an­ chos, parecida a la que hay en la entrada de la National Gallery de Londres, sólo que más alta. Desde arriba veo que conduce a una gran plaza en la que no hay ningún objeto, aunque hay otras escalinatas sim ilares que llevan a los edi­ ficios que la rodean. La plaza, los peldaños y los edificios son muy blancos y están m uy lim pios. Con la m irada recorro la plaza esperando ver a mi m adre pero no la veo por ninguna parte. Estoy sola en lo alto de la escalinata. En la plaza hay otras personas, pero nadie se da cuenta de mi presencia. Sé que nada de lo que haga servirá para que me vean. El pánico me paraliza y me siento abrum ada por la sensa­ ción de estar perdida, de que me han abandonado. Es com o si hubiera dejado de existir para mi m adre, que ya no se pre­ ocupará de volver a buscarm e, es posible que incluso se haya olvidado de que existo; de hecho, no existo para nadie, no consigo que nadie se dé cuenta de que existo. Por un m om ento, y sim ultáneam ente, soy un observador adulto que desde el otro lado de la plaza ve a la niña sola en lo alto de la escalinata tratando de hacerse notar. Yo tam- El alma infantil bién soy este observador, una m ujer adulta que siente una enorm e com pasión por la niña y que desea consolarla y dar­ le ánim os, pero que no logra acercársele. Algo - e l incons­ ciente de las otras personas o el pánico propio de la n iñ a im posibilita la com unicación entre la niña y este adulto pre­ ocupado y com prensivo. La mujer asociaba este sueño con el cuadro de Edward Munch El grito, que despertaba en ella un pánico similar. “El fondo es oscuro y tenebroso”, dijo, “mientras que en mi sue­ ño el entorno es muy claro, blanco, nítido, con sólo unas po­ cas siluetas oscuras, irreconocibles pero también nítidas. El personaje que grita intenta escapar de su entorno; la niña de la escalinata intenta vincularse al suyo.” Muchos hombres y mujeres viven atrapados en su muda desesperación hasta que optan por ayudar a ese niño interior. E l g r i t o (1895), Edvard M unch ( B e t t m a n n A r c h i v e ) . 136 137 El amor y el miedo al abandono 9. EL AMOR Y EL MIEDO AL ABANDONO M. Scott Peck Este pasaje, extraído del conocido libro del psiquiatra M. Scott Peck La psicología del amor, trata de la naturaleza del amor destructivo, el tipo de amor que produce miedo e in­ certidumbre en el entorno emocional del niño y que da lugar a una carencia fundamental para el niño interior del adulto. Como señala Peck: “Para el niño, el abandono por parte de los padres equivale a la muerte”. Esta amenaza de abando­ no sacrifica la participación afectiva en favor del control so­ bre el niño. Es una de las formas más groseras y crueles de interacción padre-hijo y produce en este último una angustia existenciaI y un concepto muy pobre de sí mismo que tiene consecuencias devastadoras para el niño interior. No es que en los hogares de niños poco autodisciplinados falte la disciplina paterna. Al contrario, estos niños son cas­ tigados frecuente y severamente a lo largo de su infancia y 138 sus padres los abofetean, patean, golpean y fustigan incluso por la menor de las infracciones. Pero esta disciplina carece de sentido porque es un tipo de disciplina indisciplinada. Una de las razones por las que carece de sentido es que los padres mismos son indisciplinados, y por lo tanto sirven de modelo de comportamiento indisciplinado a sus hijos. Son padres del tipo: “Haz lo que digo, no lo que hago”; puede también que se emborrachen con frecuencia delante de sus hi­ jos, abandonando la razón, la dignidad e incluso el comedi­ miento; tal vez son descuidados; quizás hacen promesas que no cumplen y a menudo sus vidas son sumamente desorde­ nadas, de modo que todo intento de imponer orden en la vida de sus hijos resulta incomprensible para éstos. Si el padre pega a la madre regularmente, ¿qué sentido puede tener para un chico el que su madre le pegue a él por haber pegado a su hermana? ¿Qué puede entender cuando se le dice que debe aprender a controlar su genio? Dado que, cuando niños, no disponemos de otros modelos, nuestros ojos infantiles perciben a nuestros padres casi como dioses. Cuan­ do los padres hacen ciertas cosas de una manera determina­ da, el niño entiende que ésa es la manera en la que se hacen, en la que deben hacerse tales cosas. Si un niño observa que sus padres se comportan siempre con dignidad, moderación y autodisciplina, él mismo sentirá, en lo más profundo de su ser, que ése es el modo óptimo de comportarse; si, por el contrario, observa que sus padres se comportan día tras día sin moderación y autodisciplina, tendrá la sensación de que es así como hay que comportarse. Pero más importante todavía que el modelado de su com­ portamiento es el amor, puesto que el amor genuino puede es­ tar presente incluso en hogares caóticos y desordenados, de los cuales, en ocasiones, salen niños autodisciplinados. Y no es raro que padres que ejercen profesiones liberales -m édi­ cos, abogados, filántropos- y que llevan vidas estrictamente ordenadas y decorosas, pero carentes de amor, tengan hijos 139 El niño abandonado tan indisciplinados y desorganizados como cualquier niño procedente de hogares pobres y caóticos. En última instancia, el amor lo es todo... Cuando amamos algo, lo apreciamos, y cuando lo apre­ ciamos, le dedicamos tiempo, tiempo para disfrutarlo y para amarlo. Si observamos a un joven enamorado de su coche, no­ taremos cuánto tiempo dedica a admirarlo, abrillantarlo, re­ pararlo y ponerlo a punto. Lo mismo que una persona mayor enamorada de sus rosales, a los que consagra el tiempo ne­ cesario para podarlos, protegerlos de las heladas, fertilizar­ los y estudiarlos. También ocurre esto cuando amamos a los niños: dedicamos tiempo a cuidarlos y admirarlos. Les damos nuestro tiempo. La buena disciplina requiere tiempo. Cuando no desea­ mos ni podemos consagrar tiempo a nuestros hijos, ni si­ quiera los observamos con la suficiente atención como para damos cuenta de que están expresando sutilmente su necesi­ dad de disciplina. Si dicha necesidad es tan evidente que no podemos dejar de advertirla, cabe aún desecharla, aducien­ do que lo conveniente es que hagan lo que quieran - “Hoy sencillamente no tengo la energía necesaria para ocuparme de ellos’’-. O, por último, si lo que nos mueve a actuar son sus fechorías y nuestra irritación, acabaremos imponiendo la dis­ ciplina de un modo a menudo brutal, movidos más por la ira que por la reflexión, sin examinar el problema ni emplear si­ quiera el suficiente tiempo para considerar qué forma de dis­ ciplina es la más apropiada para cada problema concreto. Los padres que dedican tiempo a sus hijos, incluso cuan­ do no son las fechorías manifiestas de éstos las que así lo exigen, percibirán en ellos invocaciones solapadas a la dis­ ciplina, a las que responderán con suaves exhortaciones, re­ primendas, consejos o elogios formulados con solicitud y cuidado. Observarán cómo sus hijos comen pastel, cómo es­ tudian, cuándo mienten o cuándo huyen de sus problemas en lugar de hacerles frente. Se tomarán el tiempo necesario para 140 El amor y el miedo al abandono corregirlos, los escucharán, responderán a sus necesidades, ajustando un poco por aquí y aflojando un poco por allá, ad­ ministrándoles breves sermones, pequeñas historias, abrazos, besos, amonestaciones o felicitaciones. Es el caso, pues, que los padres cariñosos ofrecen a sus hi­ jos una disciplina de calidad muy superior a la suministrada por padres poco afectuosos. Pero esto es sólo el principio porque, al dedicar tiempo a la observación y a reflexionar acerca de las necesidades de sus hijos, los padres afectuosos suelen preo­ cuparse por las decisiones de éstos y, de una manera muy real, las padecen como ellos. Los hijos no son ciegos a este fenó­ meno. Se dan cuenta de que sus padres están dispuestos a su­ frir con ellos y, aunque no respondan con gratitud inmediata, aprenderán también a sufrir. “Si mis padres están dispuestos a sufrir conmigo”, se dirán, “será que el sufrimiento no es tan negativo; de modo que yo también debería estar dispuesto a su­ frir.” Éste es el principio de la autodisciplina. La cantidad y calidad del tiempo que los padres dedican a sus hijos son una indicación para estos últimos del aprecio en que se les tiene. Algunos padres que, en realidad, son poco afectuosos intentan encubrir su falta de interés a base de re­ petirles a sus hijos, de una manera mecánica, lo mucho que los quieren sin consagrarles realmente tiempo ni atención. Pero los hijos nunca se dejan engañar del todo por la vacui­ dad de esas engañosas manifestaciones de amor. Es posible que conscientemente se aferren a ellas, en su deseo de creer que de verdad son amados, pero inconscientemente saben que las palabras de sus padres no concuerdan con sus actos. Por otro lado, los niños verdaderamente amados, si bien en determinados momentos de resentimiento pueden pensar y proclamar que se les descuida, en el fondo, de modo in­ consciente, se saben queridos. Y este saber vale más que el oro. Porque cuando un niño sabe que se le aprecia, cuando de veras se siente apreciado en lo más recóndito de su per­ sona, entonces se sienten realmente valorados. 141 El niño abandonado La sensación de ser valioso - “soy una persona valiosa”es básica para la salud mental y constituye un elemento fun­ damental para el desarrollo de la autodisciplina y es un re­ sultado directo del amor de los padres. A dicha convicción debe llegarse durante la infancia; resulta muy difícil adqui­ rirla de adulto. Inversamente, cuando un niño, gracias al amor de los padres, aprende a autoestimarse, es casi imposible que las vicisitudes de la vida adulta destruyan su espíritu. Esta sensación de ser valioso es una de las piedras angu­ lares de la autodisciplina porque, cuando alguien se estima, procura cuidar de sí por todos los medios a su alcance. La au­ todisciplina significa el cuidado de uno mismo. Tomemos como ejemplo la cuestión del empleo del tiempo, ya que es­ tamos tratando ahora del proceso de demora de la gratifica­ ción, y la forma de programar y organizar la propia vida co­ tidiana. Si nos consideramos valiosos también concederemos importancia a nuestro tiempo y, si consideramos que nuestro tiempo es valioso, desearemos emplearlo bien. La analista financiera que constantemente aplaza su trabajo no valora adecuadamente su tiempo, de otro modo no se hubiera per­ mitido perder la mayor parte del día de forma tan improduc­ tiva y desdichada. El hecho de que durante todas las vacacio­ nes escolares sus padres, quienes podrían haberse ocupado perfectamente de ella, la dejaran al cuidado de unos padres adoptivos a los que pagaban por sus servicios, tuvo conse­ cuencias muy claras. No la valoraban, no querían ocuparse de ella. De modo que creció sintiéndose despreciable e indigna del cuidado de los demás. Y, por consiguiente, tampoco ella cui­ daba de sí misma. No sentía que mereciera la pena autodisciplinarse. A pesar de ser una mujer inteligente y competente, carecía del aprendizaje en las más elementales técnicas de au­ todisciplina, porque era incapaz de evaluar de forma realista sus propios méritos y el valor de su tiempo. En cuanto fue ca­ paz de percibir su tiempo como algo precioso, se propuso organizarlo, protegerlo y sacar el máximo provecho de él. 142 El amor y el miedo al abandono Aquellos niños afortunados que a lo largo de su infancia hayan disfrutado del amor y la atención consistentes de sus padres entrarán en la edad adulta no sólo con un profundo sentido interno de su propio valor, sino también con una arrai­ gada sensación de seguridad. A todos los niños les aterra el abandono, y con razón. Este miedo al abandono empieza ha­ cia la edad de los seis meses, tan pronto como el niño es ca­ paz de percibirse a sí mismo como un individuo, distinto de sus padres, porque dicha percepción viene acompañada de la constatación de que, en tanto que individuo separado, está totalmente indefenso y a merced de sus padres en lo que a sustento y supervivencia se refiere. Para el niño, el abando­ no por parte de los padres equivale a la muerte. La mayoría de los padres, aun cuando en otros aspectos se muestren más bien ignorantes o insensibles, perciben instintivamente el miedo al abandono de sus hijos, motivo por el que, día tras día, miles y miles de veces, procurarán tranquilizarlos: “Tú sabes que papá y mamá no te dejarán”; “Por supuesto que papá y mamá van a volver a buscarte”; “mamá y papá no te van a olvidar”. Si los hechos corresponden a estas palabras, mes tras mes y año tras año, cuando el niño llegue a la ado­ lescencia el miedo al abandono habrá sido sustituido por la sensación profunda de que el mundo es un lugar seguro, y de que uno hallará amparo cuando lo precise. Con esta arraiga­ da sensación de la consistente seguridad del mundo, el niño podrá demorar cualquier tipo de gratificación, convencido ahora de que esa gratificación, como el hogar y los padres, estará siempre a su alcance. Pero no todos son tan afortunados. Un número conside­ rable de niños es abandonado por sus padres durante la in­ fancia: por deserción, muerte, negligencia o, como en el caso de la analista financiera que mencionábamos, por una simple falta de cuidado. Otros, aunque no sean realmente abando­ nados, no reciben nunca de sus padres la confirmación de que no van a ser abandonados. Hay algunos padres, por ejem143 E l niño abandonado pío, que en su afán de disciplinar a sus hijos rápida y fácil­ mente, no dudan en emplear amenazas de abandono más o menos encubiertas. El mensaje que transmiten a sus hijos es el siguiente: “Si no haces exactamente lo que yo quiero que hagas, dejaré de quererte, y ya puedes imaginarte lo que eso significa”. Significa, por supuesto, abandono y muerte. Es­ tos padres sacrifican el amor a la necesidad que sienten de controlar y dominar a sus hijos, y el resultado de semejante actitud es que los hijos crecerán excesivamente temerosos del futuro. Así pues, los niños abandonados física o psicoló­ gicamente, llegan a la edad adulta sin sentir jamás que el mundo es un lugar seguro y protector. Al contrario, para ellos el mundo es un lugar peligroso y amenazador y de ningún modo están dispuestos a renunciar a gratificaciones presen­ tes con vistas a una mayor gratificación futura, puesto que para ellos el futuro es sumamente incierto. Resumiendo: para que los niños desarrollen la capacidad de demorar la gratificación es imprescindible que cuenten con modelos de comportamiento disciplinado, con una arrai­ gada sensación de autoestima y con la suficiente confianza en la seguridad de su existencia. Estas “posesiones” se ad­ quieren idealmente por medio de la autodisciplina y del ca­ riño constante y genuino de los padres, y son el mayor bien que éstos pueden legar a sus hijos. Cuando estos dones no han sido recibidos de los padres, es todavía posible obte­ nerlos de otras fuentes, pero en tal caso su adquisición re­ sultará invariablemente ardua; un proceso que a menudo re­ quiere el esfuerzo de toda una vida y que no siempre culmina con éxito. 144 10. LOS QUE SE MARCHAN DE OMELAS Ursula K. LeGuin Parece adecuado concluir esta sección con un relato so­ bre el chivo expiatorio, un concepto centrado en el dilema moral del sacrificio según el cual un alma torturada se in­ tercambia por la felicidad de toda una comunidad. Esto es análogo al problema moral de la comunidad interior: ¿Es posible abandonar al niño interior e ignorar sus necesida­ des a fin de asegurar la supervivencia y el bienestar de la personalidad adulta? Al igual que Ursula LeGuin, descubrí este tema por p ri­ mera vez en Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, don­ de Alyosha, el menor de los hermanos, se enfrenta al desa­ fío moral de establecer una sociedad utópica, un paraíso terrenal que sólo cobrará existencia si está dispuesto a sa­ crificar la vida de un lactante. ¿Sería capaz de hacerlo? Considere su propio dilema moral: ¿Sacrificaría usted (ha abandonado) al niño interior por una promesa de per­ fección? LeGuin pregunta: “¿Se marcharía usted de Ome145 El niño abandonado las?”. Y muestra en este cuento una sensibilidad tan aguda para captar la perversión moral que, con su talento, expri­ me los sentimientos más recónditos del lector. Este relato apareció originalmente en la colección de cuentos The WincTs Twelve Quarters. Ursula K. Leguin es una narradora de ficción muy conocida y respetada. La idea central del mito psicológico de la víctima propi­ ciatoria aparece en Los herm anos Karamazov, de Dostoievski, y varias personas me han preguntado, con bastan­ te suspicacia, por qué se la atribuí a William James. El caso es que, por mucho que me gustara, no he tenido ocasión de releer a Dostoievski desde que tenía veinticinco años y, sen­ cillamente, había olvidado que él utilizó la idea. Pero cuan­ do me la encontré en “The Moral Philosopher and the M o­ ral L ife ”, de William Jam es, me asaltó la impresión de reconocerla. Así es como la formula James: Si se nos ofreciera la posibilidad de un mundo que supera­ ra las utopías de Fourier, Bellay y Morris, y en el que mi­ llones de personas fueran siempre felices con la única con­ dición de que cierta alma perdida por los remotos márgenes de las cosas tuviera que llevar una vida de solitario tor­ mento ¿qué otra cosa sino una emoción muy específica e independiente sentiríamos de inmediato, aunque brotara de nuestro interior el impulso a aferramos a la felicidad así ofrecida, lo monstruoso de disfrutar de ella a cambio de aceptar deliberadamente semejante pacto? Difícilmente podría expresarse con mayor precisión el di­ lema de la conciencia americana. Dostoievski fue un gran ar­ tista y un radical, pero su temprano radicalismo socialista se volvió contra sí mismo y le convirtió en un violento reaccio­ 146 Los que se marchan de Ornelas nario. En cambio, el americano James, que parece tan mo­ derado, tan caballerosamente cándido -¡obsérvese cómo dice “nosotros”, dando por supuesto que todos sus lectores son tan honrados como él!- fue durante toda su vida, y todavía sigue siendo, un auténtico pensador radical. Justo después del fragmento sobre “el alma perdida ” escribe: Los ideales más lúcidos y elevados son todos revoluciona­ rios. Se presentan mucho menos como efectos de la expe­ riencia pasada que como causas probables de la experien­ cia futura, factores ante los que el entorno, y las lecciones que nos ha enseñado hasta el presente, deben aprender a in­ clinarse. Estas dos frases se aplican directamente a mi cuento, a la ciencia ficción y a todo el pensamiento acerca del futuro. Los ideales como “causas probables de la experiencia fu tu ­ ra” : ¡he aquí una observación sutil y estimulante! Por supuesto que no fu e cosa de leer a James, sentarse y decir: “Ahora escribiré un cuento sobre esa ‘alma perdi­ d a '”. Casi nunca es tan sencillo. Me senté y empecé una his­ toria por la única razón de que me apetecía, y sin otra cosa en la mente mas que la palabra “Ornelas”. Proviene de un letrero en la carretera: Salem (Oregón), leído al revés. ¿Us­ tedes no leen las señales de carretera al revés? P O TS. NOICUACERP soñiN. ocsicnarF naS... Salem equivale a schelomo, que equivale a salaam, que significa Paz. Melas. O Melas. Ornelas. Homme hélas. “¿De dónde saca sus ideas, señora LeGuin?” De olvidar a Dostoievski y leer los letre­ ros de la carretera al revés, naturalmente. ¿De dónde si no? Con un clamor de campanas que alzó el vuelo de las go­ londrinas, el festival de verano llegó a Ornelas, una ciudad de luminosas torres junto al mar. En las jarcias de las barcas atracadas en el puerto resplandecían las banderas. Por las ca1.17 El niño abandonado lies, entre casas de tejados rojos y paredes pintadas, entre viejos jardines cubiertos de musgo y bajo las avenidas de ár­ boles, frente a grandes parques y edificios públicos, avanza­ ban las procesiones. Algunas eran decorosas: personas m a­ yores en rígidos hábitos de color malva y gris, trabajadores circunspectos, mujeres alegres y tranquilas, con sus criaturas en los brazos, conversando mientras caminaban. En otras ca­ lles la música vibraba con ritmo más ligero, sonaban el gong y la pandereta y la gente bailaba, la procesión era una dan­ za. Los niños correteaban de un lado a otro, y sus voces agu­ das se elevaban por encima de la música y los cantos como el vuelo cruzado de las golondrinas. Todas las procesiones serpenteaban hacia el norte de la ciudad, hacia los grandes prados conocidos como Campos Verdes, donde chicos y chi­ cas, de cuerpos desnudos en el límpido aire, con los pies y tobillos cubiertos de barro, movían con agilidad los brazos mientras preparaban sus inquietos caballos para la carrera. Los caballos no llevaban más arreo que una cabezada sin fre­ no. Sus crines habían sido trenzadas con cintas de colores: plata, oro y verde. Venteaban con los ollares bien abiertos y cabriolaban y se exhibían jactanciosos; estaban impacientes y excitados ya que el caballo es el único animal que ha adop­ tado nuestras ceremonias como propias. En la lejanía, al nor­ te y al oeste, se recortaban las montañas circundantes a la bahía de Ornelas. El aire de la mañana era tan nítido que la nieve que todavía coronaba los Dieciocho Picos ardía en un fuego de oro blanco y reverberaba a la distancia, a la luz del sol, bajo un cielo azul oscuro. Hacía el viento suficiente para que las banderas que marcaban el curso de la carrera se ta­ balearan de vez en cuando. En el silencio de la vasta prade­ ra verde se podía oír la música que serpenteaba por las ca­ lles de la ciudad, próxim a o distante pero acercándose siempre, una dulzura tenue y jovial del aire que de tanto en tanto temblaba y se recogía y estallaba en el júbilo estrepi­ toso de las campanas. 148 Los que se marchan de Ornelas ¡Júbilo! ¿Cómo se puede hablar del júbilo? ¿Cómo des­ cribir a los ciudadanos de Ornelas? No eran gentes sencillas, aunque sí eran felices. Pero son palabras que ya apenas pronunciamos. Todas las sonrisas se han vuelto arcaicas. Dada una descripción como ésta uno tiende a suponer ciertas cosas y busca enseguida al rey, mon­ tado en un espléndido semental y rodeado de sus nobles pa­ ladines, o recostado quizá en su litera de oro cargada a hom­ bros de esclavos musculosos. Pero allí no había rey. No usaban espadas ni tenían esclavos. No eran bárbaros. No co­ nozco las normas ni las leyes de su sociedad, pero sospecho que eran muy escasas. Así como prescindían de monarcas y de esclavos, carecían también de bolsa de valores, de publi­ cidad, de policía secreta y de atentados. Sin embargo, insis­ to, no eran gentes sencillas, nada de dulces pastores, ni no­ bles salvajes, ni utópicos delicados. No eran menos complejos que nosotros. El problema es que tenemos la mala costum­ bre, fomentada por pedantes y sofisticados, de considerar la felicidad como algo bastante estúpido. Sólo el sufrimiento es intelectual y sólo la maldad interesante. Ésta es la traición del artista: negarse a admitir la banalidad del mal y el tre­ mendo aburrimiento del dolor. Si no puedes desterrarlos, haz­ los tuyos. Si te duele, reincide. Pero elogiar el desconsuelo es condenar la dicha y abrazar la violencia es omitir el res­ to. Nosotros lo hemos descuidado y ya casi no podemos ce­ lebrar la alegría ni describir a un hombre venturoso. ¿Cómo hablaré entonces de la gente de Ornelas? No eran niños cán­ didos y felices -aunque, de hecho, sus hijos sí eran felices-. Eran adultos maduros, inteligentes y apasionados cuyas vi­ das desconocían la desgracia. ¡Oh milagro! Pero ojalá pu­ diera describirlos mejor. Quisiera ser más convincente. Por lo que digo, parece que Ornelas era una ciudad de cuento de hadas, una ciudad ubicada allá lejos y hace tiempo, una ciu­ dad del érase una vez. Tal vez fuera mejor que cada uno la imaginara como el producto de su propia fantasía, suponiendo 149 El niño abandonado que estará a la altura de las circunstancias, porque es evi­ dente que yo no puedo contentar a todo el mundo. Por ejem­ plo ¿qué hay de la tecnología? Yo pienso que no habrían co­ ches en las calles ni helicópteros sobrevolándolas; esto se sigue del hecho de que la gente de Ornelas es gente dichosa. La fe­ licidad se basa en un justo discernimiento de lo que es nece­ sario, lo que no es necesario ni destructivo, y lo que es des­ tructivo. En la categoría intermedia, no obstante -que incluye lo innecesario pero inocuo, como el confort, el lujo, la exu­ berancia, etcétera- podrían disponer perfectamente de cale­ facción central, trenes subterráneos, lavadoras y toda clase de maravillosos artificios que nosotros aún no hemos inventa­ do: focos de luz inalámbricos y volantes, fuentes de energía sin combustible, un remedio para el resfriado común. O po­ drían no tener nada de todo esto, no importa. Como ustedes quieran. Yo me inclino a pensar que los habitantes de los pueblos de la costa han estado llegando a Ornelas durante los días anteriores al festival en pequeños y rapidísimos tre­ nes y en tranvías de dos pisos, y que la estación ferroviaria de Ornelas es el edificio más hermoso de la ciudad, aunque más sencillo que el magnífico Mercado Agrícola. Pero a pe­ sar de sus trenes, temo que a muchos de ustedes Ornelas siga pareciéndoles mojigata. Sonrisas, campanas, desfiles, caba­ llos... ¡bah! Si es así, por favor, añadan una orgía. Si les pa­ rece adecuada una orgía no vacilen en añadirla. Pero evite­ mos los tem plos de donde salen bellos sacerdotes y sacerdotisas, desnudos y medio extáticos, listos para copular con cualquier varón o hembra, amante o extraño, que desee unirse a la profunda divinidad de la sangre; aunque ésta fue mi primera idea. Verdaderamente, mejor sería que no hubie­ ran templos en Ornelas -p o r lo menos templos concurridos-. Religión, sí; clero, no. Cierto que los bellos cuerpos desnu­ dos pueden simplemente callejear por la ciudad, entregán­ dose como soplos divinos al apetito de los necesitados y al arrobo de la carne. Que se unan a las procesiones. Que so­ 150 Los que se marchan de Ornelas bre las cópulas resuene el sonido de las panderetas y que el tañido de los gongs proclame la gloria del deseo, y (lo que no carece de importancia) que los vástagos de esos gozosos rituales sean amados y atendidos por todos. De lo que sí ca­ rece Ornelas es del sentimiento de culpa. Pero ¿qué otras co­ sas debería haber? Al principio pensé que no habían drogas, pero eso resulta puritano. Para aquellos que lo prefieran, la suave y persistente dulzura del drooz podría perfumar las vías urbanas; el drooz, que procura primero lucidez a la men­ te y liviandad al cuerpo, ensoñadora languidez al cabo de unas horas, y, hacia el final, maravillosas visiones de los se­ cretos más íntimos y arcanos del universo, además de exal­ tar el placer sexual hasta límites inverosímiles, y de no pro­ ducir hábito. Para gustos más moderados creo que debería haber cerveza. Y ¿qué otras cosas son propias de esta jubi­ losa ciudad? El sentido de la victoria, sin duda, la celebra­ ción del valor. Pero lo mismo que hemos prescindido del cle­ ro, prescindamos también de los soldados. La alegría derivada de la matanza no es un tipo adecuado de alegría; no nos sir­ ve; es horrible y es banal. Una alegría ilimitada y generosa, un regocijo magnánimo, no por vencer al enemigo exterior, sino por entrar en comunión con lo más noble y justo de to­ das la almas humanas y con el estío espléndido del mundo: esto es lo que dilata el corazón de las gentes de Ornelas; y la victoria que celebran es la de la vida. En realidad no creo que muchos necesiten tomar drooz. La mayoría de las procesiones han llegado ya a los Cam­ pos Verdes. Las tiendas rojas y azules de aprovisionamiento despiden un estupendo aroma culinario. Los rostros de los chiquillos están radiantes y en la benévola barba gris de un anciano hay prendidas unas migajas de rico hojaldre. Los muchachos y muchachas han montado sus caballos y empie­ zan a colocarse ante la línea de salida de la carrera. Una an­ ciana gorda, menuda y risueña reparte las flores de su cesto y jóvenes talludos lucen flores en sus cabellos relucientes. Un 151 El niño abandonado niño de nueve o diez años toca una flauta de madera alejado de la multitud. Varias personas se detienen a escuchar y son­ ríen, pero no hablan con él porque él no deja de tocar y no las ve, sus ojos oscuros suspendidos por completo en la dul­ ce y tenue magia de la música. Concluye la melodía y con lentitud baja las manos, en las que sostiene la flauta de madera. Como si este pequeño silencio privado constituyese la se­ ñal, del pabellón cercano a la línea de salida surge de repen­ te el sonido de una trompeta: imperioso, melancólico, pene­ trante. Los caballos se encabritan sobre sus esbeltas patas, y algunos de ellos responden con un relincho. Serenos, los jó ­ venes jinetes acarician los cuellos de sus caballos y los apa­ ciguan con susurros: “Tranquilo, tranquilo, mi bien, mi or­ gullo... ”. Empiezan a alinearse, listos para la salida. La multitud congregada en torno al recorrido se asemeja a un campo de flores y tallos agitados por el viento. El festival de verano acaba de empezar. ¿Ya creen en todo esto? ¿Aceptan el festival, la ciudad, la alegría? ¿No? Permítanme entonces que describa una cosa más. En los bajos de uno de los hermosos edificios públicos de Ornelas, o tal vez en el sótano de una de sus espaciosas ca­ sas particulares, hay una habitación. Tiene una puerta cerra­ da con llave y no hay una sola ventana. Por entre las rendi­ jas de los tablones se filtran débiles haces de una luz polvorienta que proviene de una ventana cegada por telas de araña que se halla al otro extremo del sótano. En un rincón del cuchitril, junto a un balde oxidado, hay un par de frego­ nas con el mocho tieso, apelmazado y hediondo. El piso es de tierra, un poco húmedo al tacto, como es corriente en los sótanos. La habitación tiene unos tres pasos de largo por dos de ancho: un simple armario para las cosas de la limpieza o un cubículo de herramientas en desuso. Allí, sentado, hay un niño. Podría ser un niño o una niña. Parece tener unos seis 152 Los que se marchan de Ornelas años, pero en realidad tiene casi diez. Es débil mental. Pue­ de que naciera deficiente o quizá se ha vuelto imbécil a cau­ sa del miedo, la malnutrición y el abandono. Se hurga la na­ riz y, de vez en cuando, se manosea los dedos de los pies o los genitales, acurrucado en la esquina opuesta a aquella don­ de están el cubo y las fregonas. Tiene miedo de las fregonas. Las encuentra horribles. Cierra los ojos pero sabe que siguen ahí, que la puerta está cerrada y que nadie va a venir. La puerta siempre está cerrada y nunca viene nadie. Sólo a ve­ ces -el niño no tiene noción del tiempo ni de los intervalosla puerta rechina espantosamente, se abre y aparecen una o más personas. Tal vez una de ellas entra y patea al niño para obligarlo a ponerse en pie. Las demás nunca se acercan, pero lo miran desde afuera con ojos atentos, temerosos y asquea­ dos. El cuenco de comida y la jarra de agua se reponen, la puerta se cierra y los ojos desaparecen. Las personas nunca dicen nada, pero el niño, que no siempre ha vivido en el cu­ bículo, y que puede recordar la luz del sol y la voz de su ma­ dre, algunas veces habla. “Seré bueno”, dice, “por favor, dé­ jenme salir. ¡Seré bueno!” Pero ellos jamás responden. Antes el niño solía gritar, pidiendo ayuda, por la noche, y lloraba mucho; pero ahora sólo emite una especie de gemido, “ ¡ehhaa, eh-haa!”, y cada vez habla menos. Está tan delgado que sus piernas han perdido la musculatura; tiene el vientre hin­ chado; vive con medio cuenco diario de harina de maíz y de manteca. Está desnudo. Sus nalgas y sus muslos son una masa de llagas supurantes, pues permanece continuamente senta­ do sobre sus propios excrementos. Todo el mundo en Ornelas sabe que el niño está ahí. Al­ gunos han ido a verlo, otros se contentan simplemente con sa­ ber que está allí, pero todos saben que tiene que estar allí. Al­ gunos entienden el porqué y otros no pero todos comprenden que su propia dicha, la belleza de su ciudad, la ternura de sus amistades, la salud de sus hijos, la sabiduría de sus eru­ ditos, la destreza de sus fabricantes e incluso la abundancia 153 El niño abandonado 154 I i i i ----------------------------------------------------------------------------------- *--------------------------------H iM ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- de sus cosechas y los climas templados de sus cielos, de­ penden por entero del sufrimiento abominable de este niño. Lo normal es explicárselo así a los menores cuando tie­ nen entre ocho y doce años, en cuanto parecen capaces de comprenderlo. Y la mayor parte de los que van a ver al niño es gente joven, aunque tampoco es infrecuente que algún adulto vaya, o vuelva a ver al niño. Por muy bien que se les haya explicado el asunto, semejante visión siempre impre­ siona y repugna a los jóvenes espectadores. Sienten aversión, algo que creían poco digno de sí mismos. Y, a pesar de to­ das las explicaciones, sienten cólera, agravio e impotencia. Quisieran hacer algo por el niño. Pero no hay nada que pue­ dan hacer porque si sacaran al niño de su lugar ruin a la luz del sol, si lo limpiaran, lo alimentaran y lo consolaran, se trataría de un buen gesto, ciertamente. Pero, si así lo hicie­ ran, en ese mismo día y a esa misma hora toda la prosperi­ dad, la belleza y el encanto de Ornelas se marchitarían y se­ rían destruidos. Éstas son las condiciones. Canjear toda la bondad y la gracia de cada una de las vidas de Ornelas por esta única y pequeña mejora; poner fin a la felicidad de mi­ les a cambio de ofrecerle a uno la oportunidad de ser feliz: equivaldría, de hecho, a abrir las puertas a la culpa. Las condiciones son estrictas y absolutas; no puede ni si­ quiera proferirse una palabra amable para el niño. A menudo, después de ver al niño y enfrentarse a esta te­ rrible paradoja, los jóvenes regresan a sus casas llorando, o poseídos de una furia muda. Puede que pasen semanas o años meditando cabizbajos. Pero a medida que transcurre el tiem­ po, se dan cuenta de que aunque el niño fuera excarcelado, no sacaría mucho provecho de su libertad: una difusa sensa­ ción de placer por la comida y el calor, sin duda, pero poca cosa más. Está demasiado idiotizado y degradado para sen­ tir de veras la alegría. Ha vivido demasiado tiempo ame­ drentado para poder librarse del temor. Sus hábitos son ya de­ masiado toscos para poder acostumbrarse al trato humano. Los que se marchan de Ornelas Es probable que después de tanto tiempo se sintiera desgra­ ciado sin cuatro paredes a su alrededor para protegerlo, sin oscuridad para sus ojos, sin excrementos sobre los que sen­ tarse. Las lágrimas de quienes lloran esta amarga injusticia se secan cuando comienzan a percibir y aceptar la terrible justicia de la realidad. Sin embargo, son quizá sus lágrimas y su cólera, el afán de su generosidad y la aceptación de su impotencia las que constituyen la verdadera fuente del apo­ geo de sus vidas. La suya no es una felicidad insulsa e irres­ ponsable. Saben que, como el niño, tampoco ellos son libres. Conocen la compasión. Es la existencia del niño, y su cono­ cimiento de dicha existencia, lo que hace posibles la noble­ za de su arquitectura, la intensidad de su música y la pro­ fundidad de su ciencia. Es porque existe este niño que son tan amables con los otros niños. Saben que si ese desdichado no estuviera gimoteando en la oscuridad, el otro, el flautista, no podría componer su música jubilosa mientras los jóvenes ji­ netes, con toda su belleza, se alinean para la carrera expues­ tos a la luz solar de la primera mañana del verano. Y ahora ¿creen en ellos? ¿Acaso no son más creíbles? Pero aún queda una cosa por decir, y ésta es bastante in­ creíble. De vez en cuando, uno de los adolescentes que va a ver al niño no vuelve a su casa para llorar o enfurecerse; de he­ cho, ya no regresa nunca más. Y a veces también una mujer o un hombre de mayor edad enmudece durante uno o dos días, y luego se marcha de casa. Estas personas dejan sus ca­ sas y caminan solas por las calles. Continúan caminando y sa­ len de la ciudad de Ornelas a través de sus hermosas puer­ tas. Cada uno de ellos camina solo, muchacho o muchacha, hombre o mujer. Cae la noche; el caminante debe atravesar las calles de los pueblos, entre ventanas iluminadas, hacia la oscuridad de los campos. Cada uno de ellos se aleja solo ha­ cia el norte o el oeste, hacia las montañas. Y sigue cami­ nando. Se alejan así de Ornelas y caminan hacia la oscuridad, 155 El niño abandonado [ - de donde ya no regresan. El lugar adonde se dirigen resulta mucho más inimaginable para la mayoría de nosotros que la ciudad dichosa. No puedo describirlo en absoluto. Pero quie­ nes se marchan de Ornelas parecen saber a dónde van. — PARTE III: NARCISISMO Y ETERNA JUVENTUD: EL DILEMA DEL NIÑO 156 INTRODUCCIÓN Sólo al niño le es posible la verdadera felicidad, ya que lue­ go ésta siem pre se m alogra con el conocim iento de que no puede durar. P r o v e r b io c h in o Existen circunstancias especiales en la vida de un niño que pueden debilitarlo para siempre. Uno de dichos campos minados se atraviesa muy temprano en la vida, cuando el Yo infantil empieza a separarse de la madre o de ambos padres. Surge entonces el problema del narcisismo, expresado en el símbolo del puer aeternus, el arquetipo de la eterna juven­ tud. Se trata de una dificultad que puede dividir al niño en­ tre el afán de satisfacer a sus padres y el de desarrollar su pro­ pia sensación de identidad. Se ha dicho que el narcisismo es el trastorno psicológico de nuestro tiempo. En la tercera par­ te de este libro exploraremos el problema de la relación narcisista con el Yo y sus consecuencias para el niño interior. En general este problema puede atribuirse a un amor de­ fectuoso por parte de los padres, los cuales, cautivos de su pobre sensación de identidad e incapaces de desligar al niño 159 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño del Yo parental, crean una serie de ataduras que dificultan el desarrollo de la identidad de su hijo. La dificultad de los pa­ dres para percibir y satisfacer las necesidades del niño re­ fuerza la dependencia de éste, quien desarrolla entonces un Yo “postizo” que busca ante todo agradar a los padres. El in­ cipiente Yo real del niño queda así escindido u oculto y se convierte, de hecho, en el niño interior perdido. Estas heridas derivadas de una separación defectuosa ge­ neran con el tiempo una compleja serie de trastornos en la personalidad adulta, trastornos que designamos con el tér­ mino general de narcisistas, en referencia al mito griego de Narciso. El tema fundamental de este mito consiste en la fi­ jación del sujeto, encantado por su propia imagen -reflejada en una superficie de un estanque o en el rostro de su madree incapaz de separarse y de relacionarse con los demás. La fijación de Narciso a su reflejo le impide moverse de sitio y le lleva hasta la muerte. El mito sugiere de modo simbólico que un individuo, cuando niño, corre el riesgo de quedar fija­ do a una etapa de su desarrollo al tratar de consolidar una ima­ gen concreta de sí mismo, pero incapacitándose para llevar a término la tarea de independizarse o separarse, por miedo al rechazo de sus padres. Esta circunstancia puede condenar al in­ dividuo más adelante, divorciado de su Yo real (el niño inte­ rior) e incapacitado para enfrentarse a los aspectos perturba­ dores de la existencia, a una vida seriamente limitada. Este “dilema infantil” es una perpetuación de lo que Joel Covitz llama, en el primer artículo de esta sección, la “M al­ dición Familiar”. Los padres, a consecuencia de las heridas narcisistas que sufrieron cuando niños, son incapaces de va­ lorar su propio Yo auténtico infantil. De este modo, imponen inconscientemente sobre sus hijos el mismo destino exigién­ doles perfección e infundiendo una sensación de insuficien­ cia que conduce a los hijos a creer que sólo serán amados si logran ajustarse a la imagen que los padres tienen de lo que es perfecto. El dolor de no verse reconocidos, cuidados y 160 Introducción amados por lo que verdaderamente son obliga a los hijos a desarrollar un conjunto de conductas defensivas, con el ob­ jeto de mantener bajo control la ansiedad causada por seme­ jante situación. Éste es pues el dilema del niño interior: “¿Cómo puedo identificarme con mi verdadero Yo infantil y eludir el dolor del rechazo primordial?”. El ego infantil en proceso de for­ mación escogerá frecuentemente identificarse con un Yo fal­ so a fin de obtener cierta afectuosa atención. Ahí precisa­ mente se asientan las raíces de los trastornos narcisistas, en el miedo que el niño siente a que no se lo ame por lo que es. El verdadero Yo, o niño interior, se rechaza como algo infe­ rior y desagradable y, para protegerse de esta sensación, el narcisista edifica una fachada de grandiosidad, convirtiendo al niño interior en un prisionero del dilema. Este problema dificulta las relaciones del adulto con otras personas y con la realidad espiritual del Yo. El niño interior, meticulosamente oculto, queda fuera del alcance del adulto. La personalidad narcisista es vulnerable al menor fracaso y solicita la admiración y adulación ajenas para afirmar su fal­ sa identidad, sostenida a expensas del sacrificio del niño in­ terior. El niño que hay en el adulto se ve entonces atormen­ tado por sentim ientos de envidia, rabia, desesperación, aislamiento y depresión. En el segundo ensayo de esta sección, “La búsqueda del verdadero Yo”, Alice Miller indica que “Uno de los puntos de inflexión del análisis se alcanza cuando el paciente con trastornos narcisistas percibe emocionalmente que todo aquel amor, conquistado con tanto esfuerzo y negación de sí mis­ mo, no iba destinado a la persona que él era realmente, que la admiración por su belleza y sus logros tenía por objeto esa belleza y esos logros, y no al niño mismo”. El adulto narcisista anhelará tal vez el paraíso de la in­ fancia y, como sugiere Marie-Louise von Franz en el tercer ensayo, “Fuer Aeternus”, adoptará un estilo de vida provi­ 161 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño sional, como si ésta no fuera del todo real -com o si siempre faltara algo-. Al identificarse con el puer aeternus, la persona con lesiones narcisistas puede perder la capacidad vital del niño interior y malgastar sus facultades. Según von Franz: “Uno siente que este tipo de personas posee un enorme po­ tencial, pero no encuentran la forma de actualizarlo”. Identificarse con el arquetipo del puer aeternus equivale a anclarse en el dilema infantil, entregarse a una perpetua fantasía de juventud y negar la experiencia de la pérdida real y de la transición, imprescindible para el desarrollo y para el crecimiento. Sólo con suerte y perseverancia podrá el adul­ to superar este problema. Pero el puer encuentra dificulta­ des para ingresar en el mundo del adulto, al percibirlo vacío y carente de sentido. “No encuentra los medios para incor­ porar lo que podríamos llamar la vida auténtica [el niño in­ terior] a la vida del adulto”, añade von Franz. El síndrome de Peter Pan -la negativa a crecer y a con­ fiar en los adultos- puede llevar al individuo a vivir a la de­ riva, dispuesto a preservar las fantasías infantiles y a negar la realidad el resto de su vida. El puer teme envejecer, teme ser incapaz de recuperar al niño interior y, como señala Helen Luke en el último capítulo de esta sección, siente la ne­ cesidad de trascender sus propias limitaciones, cosa que a menudo se manifiesta literalmente en una irresistible atrac­ ción por el vuelo y la aviación. Jung observó que el puer aeternus se refiere al arquetipo infantil y sugirió que su recurrente fascinación se deriva de nuestra proyección de nuestra incapacidad de renovarnos. Pero el puer no tiene connotaciones exclusivamente negati­ vas ya que también puede encamar algunos de los atributos más positivos del niño interior: espontaneidad de pensa­ miento, creatividad a la hora de resolver problemas y expre­ sarse de manera original, valor para desprenderse de los pro­ pios orígenes y para arriesgarse a vivir en perpetua evolución, facilidad para imaginar nuevos comienzos, para buscar nue­ 162 Introducción vas oportunidades e incluso para deleitar al prójimo con su encanto. De hecho, James Hillman sugiere en su libro The Dream o f the Underworld la idea de que, mientras no nos identifiquemos con el arquetipo, el puer aeternus puede pro­ porcionar sentido y dirección a nuestra existencia. Narcisismo: El trastorno de nuestros días 11. NARCISISMO: EL TRASTORNO DE NUESTROS DÍAS Joel Covitz Este ensayo constituye una buena introducción a la ter­ cera parte del libro porque establece el contexto general del dilema narcisista: vivimos en una época en la que el arte de la crianza parece correr el riesgo de extinguirse. A menudo, no se entiende cuáles son los derechos y las obligaciones sa­ ludables de los niños, o simplemente se ignoran y rechazan, cosa que produce resultados desastrosos. Joel Covitz, un ana­ lista junguiano que trabaja en Boston, considera que esta negligencia por parte de los padres equivale de hecho a una forma psicológica de abuso infantil. “Los padres detentan un poder enorme”, dice, y las lesiones sobre el alma infan­ til tienen consecuencias que durarán toda la vida - conse­ cuencias que se estudian en los restantes ensayos de esta sección-. Este capítulo es un extracto de su libro, publicado en 1986, Emotional Child Abuse: The Family Curse, un ma­ nual muy útil para ayudar a los padres en su labor. 164 Cada período histórico parece caracterizarse por un tipo de trastorno. En la época de Freud se trataba de la histeria, pero el terapeuta actual se encontrará más probablemente con pacientes deprimidos o compulsivos, gente que siente que su vida carece de afecto, de atención y de relaciones persona­ les satisfactorias. Cuando examinamos las raíces de los trastornos narcisistas, resulta evidente que la mayor parte de ellos se remontan a la infancia. Dicho llanamente, el niño que no ve satisfe­ chas sus tempranas y saludables necesidades narcisistas (ne­ cesidad de atención, afecto y respeto, tanto como de alimen­ to y abrigo) d esarro lla con d ificu ltad su fortaleza, su independencia y su autoestima. Los padres que una y otra vez dejan de satisfacer estas necesidades básicas, están abu­ sando psicológica y emocionalmente de sus hijos. En casi to­ dos los casos eso es justamente lo contrario de lo que pre­ tenden, ya que lo que ellos quieren es apoyar y ayudar a sus hijos, pero las cosas toman otro cariz. En algunos casos, sim­ plemente no saben cómo ser padres; en otros, ellos mismos sufren de tales carencias y se sienten tan necesitados -dado que sus tempranas necesidades narcisistas tampoco fueron satisfechas- que no pueden responder a las necesidades de sus hijos. Hasta que estos padres rompan la cadena de abusos, el efecto sobre sus hijos seguirá siendo devastador y las mismas pautas destructivas se reproducirán probablemente de gene­ ración en generación. La frecuencia de casos de abuso físico infantil en nuestra sociedad nos obliga a cuestionar seriamente la cultura en que vivimos. Los niños golpeados que llegan a las salas de ur­ gencia de los hospitales marcados con las heridas del enojo y la frustración de sus padres vivirán con esas cicatrices du­ rante muchos años. Pero los niños que son víctimas del abu­ so psicológico y emocional también muestran cicatrices -qui­ zás menos visibles pero igualmente destructivas y difíciles de curar. 165 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño Una de las razones más obvias por las que dicho proble­ ma resulta tan difícil de solucionar es que estos niños, nor­ malmente, son incapaces de defenderse. Como dice María Montessori en The Child in the Family, “Ningún problema so­ cial es tan universal como la opresión infantil... Ningún es­ clavo fue tanto la propiedad de su dueño como ocurre en el caso del niño”.1Nuestra sociedad considera que los hijos son propiedad de los padres. Los padres detentan un poder enor­ me, y los niños disponen de muy pocos medios eficaces con los que protestar contra el abuso. Pero finalmente el precio del abuso se cobrará a la generación venidera. En su libro Prisoners o f Childhood, Alice Miller escribe que “dentro de veinte años estos niños serán adultos que tendrán que co­ brárselo todo a sus propios hijos”.2 Cuando las necesidades narcisistas infantiles se ven frus­ tradas, el niño suele manifestar su frustración enfadándose con sus padres o deprimiéndose. Pero a medida que el niño crece y se “socializa”, tiende a reprimir su enfado y trata de comportarse de manera tal que pueda conquistar o mantener el afecto de sus padres (lo que a veces resulta imposible). En última instancia, la ira y el dolor reprimidos terminarán ma­ nifestándose como una baja autoestima, un desarrollo perso­ nal mermado, ciertas tendencias autodestructivas o bien adop­ tando los mismos mecanismos de defensa utilizados por sus padres: tiranía, promiscuidad y desajuste. Sea cual sea el comportamiento de adaptación, la frustración latente no de­ saparece por sí misma. Sólo si el niño puede atravesar sus propias defensas y llegar a la raíz del problema, podrá con­ frontar el comportamiento abusivo de sus padres. Casi siem­ pre pueden reconocerse en el comportamiento del niño ras­ gos comunes al comportamiento de sus padres. Es imposible romper del todo la cadena del abuso familiar y despojarse completamente de la propia herencia emocional (tanto de su aspecto positivo como del negativo). Pero la comprensión del fundamento del comportamiento abusivo puede ayudar 166 Narcisismo: El trastrono de nuestros días tanto a los padres como a los hijos a modificarlo -acercán­ dose así cada generación un paso más a la meta. No hay secretos para el inconsciente de un niño, por mu­ cho que los padres se comporten a veces como si su actos y sus palabras fueran los únicos mensajes que transmiten a sus hijos. Una gran parte de la comunicación entre padres e hi­ jos es de carácter no verbal y todos los mensajes subliminalmente transferidos de padres a hijos serán percibidos por el inconsciente del niño, quien se formará una impresión bas­ tante ajustada de la personalidad de sus padres. Como dice Jung en The Development o f Personality: Los niños se hallan tan implicados en la actitud psicológica de sus padres que no es extraño que la mayor parte de los trastornos infantiles puedan retrotraerse al clima psíquico del hogar... No cabe duda que para los padres resulta de la máxima importancia juzgar sus síntomas a la luz de sus pro­ pios problemas y conflictos: es su deber en tanto que pa­ dres. Su responsabilidad a este respecto conlleva la obliga­ ción de hacer todo lo posible para no vivir de un modo tal que pueda dañar a sus hijos. En general, se pone demasia­ do poco énfasis en lo importante que la conducta de los pa­ dres resulta para los hijos: no sólo las palabras cuentan, tam­ bién los actos. Los padres deberían tener siempre presente el hecho de que la causa principal de la neurosis de sus hi­ jos radica en ellos mismos.3 Pero debe recordarse que los padres no son los únicos res­ ponsables de la maldición familiar. Según señala el propio Jung: “Los verdaderos progenitores no son tanto los padres como sus antepasados: -abuelos y bisabuelos”.4 A un niño se le puede disponer para que repita las insu­ ficiencias de sus padres. La madre de Katherine, por ejem­ plo, siempre se había considerado inteligente, pero no her­ mosa. En lugar de intentar reconciliarse con esta situación, 167 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del nino les transmitió a sus hijos la idea de que lo único importante es la inteligencia -no la simpatía ni la facilidad para esta­ blecer relaciones ni la amistad-. Sus hijos y su hija desarro­ llaron así su inteligencia pero no su aptitud para el trato so­ cial. A Katherine se le enseñó a menospreciar su vestimenta y su aspecto externo. Siempre estaba limpia pero, según su propia descripción, era el tipo de niña cuyas medias siempre resbalaban hacia los tobillos y que iba siempre despeinada. Toda su ropa la había heredado de sus primos. En su casa se desdeñaba el maquillaje. Los niños crecieron pensando que eran inteligentes pero feos, lo cual no era cierto. A Katheri­ ne, sobre todo, le resultaba difícil manejarse en sociedad; era una víctima de la maldición familiar. Resulta casi imposible liberarse por completo de la mal­ dición familiar. Pero los padres pueden llegar a darse cuen­ ta de las manifestaciones de esta maldición en sus hijos y pueden esforzarse para modificar las condiciones que la fa­ vorecen. Tienen la oportunidad de cambiar aquello que se puede cambiar con el fin de hacer que sus vidas sean más saludables. Y como dice Jung, “A la naturaleza no le intere­ sa la excusa de que uno ‘no sabía’”.5 Las raíces del problema ¿Cómo pueden las cosas ir tan mal desde los primeros años de vida de un niño? Las razones básicas son dos: el inadecuado desarrollo de la personalidad de los padres, quienes casi siem­ pre padecieron también abusos cuando eran niños, y las frus­ traciones que los padres sienten al tratar de criar a sus hijos en el seno de una sociedad que menosprecia su tarea. Nuestros hijos son víctimas de la opinión, cada vez más extendida, según la cual el trabajo de los padres es algo con­ fuso y frustrante, algo que obstaculiza el propio desarrollo personal, en lugar de enriquecerlo. La ausencia de un pensa­ 168 Narcisismo: El trastrono de nuestros días miento creativo y operativo respecto de la crianza y educa­ ción de los niños se muestra tanto más grave cuando obser­ vamos la desintegración contemporánea de la vida familiar. Niños que han sufrido el abandono o el divorcio de sus pa­ dres; niños, algunos de ellos menores de diez años, que se han escapado de casa porque prefieren vivir en las calles antes que enfrentarse a sus padres abusivos; niños que toman la re­ suelta decisión de no tener nunca hijos propios; niños que son padres en la adolescencia; niños que se odian a sí mis­ mos y se desquitan agrediendo a los demás -todos ellos son víctimas, no sólo de padres abusivos, sino también de una cultura que ha dejado de valorar el arte de la paternidad y la maternidad. Cuando se le pregunta a una joven mujer que se ocupa de la crianza de sus dos hijos pequeños, “Pero ¿qué estás ha­ ciendo con tu vida?”, se le viene a decir que lo que hace -criar a sus hijos- no merece ningún respeto. Cuando una sociedad ignora el valor que tiene el papel de la madre o del padre, también reduce la autoestima de quien asume dicho pa­ pel. Es como si la sociedad castigara a los padres, en lugar de respetarlos por dedicarse a una tarea sumamente impor­ tante. Unicamente el trabajo en el “mundo real”'parece dig­ no de respeto. Una mujer joven, cuya situación refleja la de miles, decidió regresar al trabajo cuando su bebé tenía ape­ nas dos meses a pesar de que el coste de la guardería y otros gastos reducía tanto su salario que no alcanzaba a ganar si­ quiera un dólar neto por hora. Cuando se le preguntó por qué había tomado semejante decisión contestó, “No quiero basar mi autoestima en las palabras de mi marido cuando me elo­ gia por haber preparado una buena cena para la familia”. La necesidad de autoestima y la voluntad de ser un padre o una madre que trabaja, no son en absoluto negativos. Pero es una lástima que nuestra sociedad no aliente la autoestima de quienes se ocupan de criar a sus propios hijos. John Bowlby presenta un enfoque más positivo a este respecto: 169 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño Un niño necesita sentir que su existencia genera placer y o r­ gullo en su m adre; una m adre necesita sentir cóm o su pro­ pia personalidad se expande en la personalidad de su hijo: cada uno de ellos necesita sentirse estrecham ente identifi­ cado con el otro. La relación entre una m adre y su hijo no es algo que puede planearse m aquinalm ente; se trata de una relación hum ana viva que m odifica el carácter de ambos p ar­ ticipantes. ... La sensación de continuidad resulta im prescindible para el desarrollo de una m adre. De la m ism a m anera que un bebé necesita sentir que pertenece a su m adre, una m adre n ece­ sita sentir que pertenece a su hijo, y sólo cuando disfruta de esta sensación podrá dedicarse fácilm ente a él. La atención co n stan te... sólo es posible para la m ujer que experim enta la profunda satisfacción de ver cóm o su hijo se desarrolla, pasando de ser un bebé, a través de las num erosas etapas de la infancia, a ser un hom bre o una m ujer independiente, g ra­ cias a sus cuidados.6 Pero nuestra cultura, en lugar de estimular a ambos padres a desarrollar esta “profunda satisfacción”, más bien los frus­ tra, llamando la atención sobre el hecho de que el niño exi­ ge una “atención constante”. Es por ello que muchas parejas deciden no tener hijos. Sienten que sólo deberían tener hijos si verdaderamente los desean y perciben la tarea de criarlos como una carga inde­ seada. Si es así como ven las cosas, es muy probable que su decisión resulte beneficiosa tanto para ellos como para los hi­ jos que no han tenido. Pero ¿qué implica esto respecto a nues­ tra cultura? ¿Y cuáles son las posibles razones que han de­ terminado semejante decisión? Las razones por las que una persona decide no tener hi­ jos suelen relacionarse de manera bastante directa con su pro­ pia experiencia infantil. La razón principal por la que se re­ chaza la paternidad y la maternidad se encuentra en el hecho 170 Narcisismo: El trastorno de nuestros días de que muchos niños se crían en hogares tan problemáticos y disfuncionales que, instintivamente, prefieren no recrear entornos semejantes para las generaciones futuras. Muchos de estos niños han padecido en carne propia lo que significa te­ ner padres que no los desean. Una paciente me dijo que ha­ bía decidido no tener hijos porque hubiera sido incapaz de so­ portar que sus hijos la rechazaran del mismo modo en que ella había rechazado a su madre y del modo en que su madre ha­ bía rechazado a su abuela. Es frecuente que quienes deciden no tener hijos hayan to­ mado dicha resolución muchísimo tiempo atrás. Esta gente vi­ vió una infancia tan desastrosa que no desea participar en la perpetuación del mismo ciclo vital. A la luz de sus expe­ riencias esta decisión resulta muy comprensible. Pero el cre­ ciente número de tales decisiones da pie a un triste comen­ tario acerca de la vida familiar contemporánea. En una etapa histórica individualista, la decisión de no ser padre constitu­ ye un derecho personal, -pero quizás también puede ser un trágico error. Valoración de la situación particular Para determinar la naturaleza y el alcance del abuso emo­ cional, debemos estudiar cada familia a la luz de su situa­ ción particular. Una cosa es la familia en tanto que institu­ ción y otra la familia individual. Todo elemento de la relación padre-hijo se ve afectado por esta especificidad. Cuando ob­ servamos una familia concreta, lo que vemos es su propia y singular combinación de esperanzas, educación, atributos y aspiraciones. El niño es consciente y tiene en cuenta la si­ tuación particular en la que se está criando. Existe una enor­ me diferencia, por ejemplo, entre un padre que cría a su hijo como si fuera “pobre” y un padre que realmente no tiene di­ nero que ofrecer a su hijo. 171 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño El padre de Keith, que era un profesor universitario, le dijo lo siguiente a su hijo: “Cuando yo tenía tu edad tuve que trabajar para pagarme la universidad, tuve que financiarme yo mismo mi educación y espero que tú hagas lo mismo”. Keith percibió el error del razonamiento de su padre. Dado que el abuelo de Keith había muerto cuando su padre tenía sólo seis años, éste se vio obligado a trabajar antes incluso de llegar a la adolescencia y creció, por tanto, como miembro de la clase media baja. Pero cuando Keith tenía la edad de ingre­ sar en la universidad, su padre era ya miembro de la clase me­ dia alta, entre la cual es frecuente que los padres colaboren en la financiación de la educación de sus hijos. Sin embar­ go, el padre de Keith se comportaba como si todavía estuviera atrapado en un nivel socioeconómico inferior; se negaba a darse cuenta de las necesidades y expectativas particulares de su familia. No alcanzaba a comprender que el desarrollo de la capacidad de tratar la situación familiar tal como ésta se presenta -y no simplemente como uno la vivió en el pasado, o como uno desearía que fuera- constituye un aspecto fun­ damental del arte de ser padre. El desarrollo del yo genuino De acuerdo con el mito griego, Narciso quedó cautivo de su propio reflejo. No deseaba desarrollar su propio yo ge­ nuino: estaba enamorado de lo que se ha llamado “el falso yo”, el yo que aspira únicamente a relacionarse con los as­ pectos hermosos, agradables y dichosos de la vida. Esta fi­ jación le privó de una amplia gama de experiencias vitales y de reacciones emocionales tales como la envidia, los celos y la ira. Semejante resistencia a hacer frente a las facetas más perturbadoras de la vida es característico del individuo que padece un trastorno narcisista. Hay una porción de la vida que no es consciente sino que permanece oculta e inaccesible a 172 Narcisismo: El trastorno de nuestros días la que podemos denominar “la sombra”, dado que estas cua­ lidades desconocidas, sean positivas o negativas, permanecen en la oscuridad. Como señala Jung: “La infancia no sólo es importante porque en ella tienen su origen posibles mutilaciones del ins­ tinto sino también porque es el período en el que se confi­ guran en el alma del niño los sueños e imágenes -terrorífi­ cos o esperanzadores—que condicionan todo su destino”.7 Los padres tienen hoy en día una gran responsabilidad. Cada uno de nosotros se halla en proceso de descubrir el te­ soro que constituye su yo genuino y el comportamiento abu­ sivo de los padres puede inhibir el desarrollo del yo genui­ no del niño. La búsqueda del verdadero Yo 12. LA BUSQUEDA DEL VERDADERO YO Alice Miller la sociedad misma de su traición al niño. (En la cuarta par­ te de esta colección se incluye un pasaje de dicho libro.) En su introducción a El drama del niño dotado, la docto­ ra Miller confiesa estar contando la historia de los abusos y el sufrimiento padecidos por su propio niño interior, espe­ jo, según ha descubierto, en el que mucha gente puede mi­ rarse. “Me di cuenta”, escribe, “de que no podía alterar en lo más mínimo el pasado de mis padres y mis profesores, pa­ sado que los había cegado. Pero al mismo tiempo tenía la im­ presión de que podía y debía tratar de recordar a los padres jóvenes de hoy - y especialmente a los del fu tu ro - el peligro de abusar de su poder, que debía intentar sensibilizarles a di­ cho peligro y ayudarles a escuchar la voz de su propio niño interior y también las del resto de los niños.” Introducción Este capítulo procede del celebrado libro de la psicoa­ nalista suiza Alice Miller, una escritora excepcionalmente lúcida que nos ha proporcionado el texto básico sobre tras­ tornos narcisistas y ha condenado con dureza la práctica contemporánea de la crianza infantil. Para muchos, Alice Miller se ha convertido en la santa patrono del niño interior. En su libro Prisoners of Childhood (aparecido en edicio­ nes posteriores bajo el título de El drama del niño dotado) esbozó las líneas generales del dilema narcisista del niño in­ terior. El pasaje que aquí reproducimos comprende el capí­ tulo fundamental de dicho libro. Posteriormente, en Por tu propio bien, definió la “pedagogía venenosa” que está en la base de la crueldad hacia la infancia, y describió en detalle las vidas de tres niños (uno de ellos A dolf Hitler) cuyo niño interior fue atormentado y aplastado por una crianza des­ tructiva. En Thou Shalt Not Be Aware rompió con la tradi­ cional teoría psicoanalítica de las pulsiones para acusar a 174 La experiencia nos enseña que, en nuestra lucha contra las enfermedades psíquicas, sólo disponemos de un arma du­ radera: el descubrimiento y la aceptación emocional de la verdadera y única historia individual de nuestra infancia. Pero ¿es posible, con ayuda del psicoanálisis, liberarse completa­ mente de las ilusiones? La historia nos demuestra cómo se in­ filtran por todas partes; toda nuestra vida está llena de ellas -porque probablemente la verdad resultaría, a menudo, into­ lerable- Y, sin embargo, la verdad es para muchas personas algo tan fundamental que pagan su pérdida con graves en­ fermedades. En el largo proceso del psicoanálisis procura­ mos descubrir nuestra verdad personal. Antes de abrirnos a una nueva dimensión de la libertad, esta verdad nos causa siempre gran dolor - a no ser que nos contentemos con el sa­ ber intelectual, previamente conceptualizado, que se basa en los penosos padecimientos de otros individuos, por ejemplo 175 La búsqueda del verdadero Yo Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño en los de Sigmund Freud-. Aunque en ese caso, sin embar­ go, continuaríamos asentados en la esfera de la ilusión y el autoengaño. Un tabú que ha resistido todos los embates desmitificadores recientes es la idealización del amor materno. La ava­ lancha continuada de biografías ilustra claramente este hecho. Al leer biografías de artistas famosos, por ejemplo, uno tie­ ne la impresión de que sus vidas comenzaron en la pubertad. Antes, según se dice comúnmente, vivieron una infancia “fe­ liz”, “dichosa”, “sin preocupaciones”, o bien “llena de pri­ vaciones”, o “muy estimulante”. Pero lo que no parece inte­ resar a los biógrafos es cómo fue realmente cada una de esas infancias individuales, -com o si las raíces de cualquier vida no se hallaran realmente ocultas y arraigadas en la niñez. Quisiera ilustrar esto mediante un sencillo ejemplo. Henry Moore cuenta en sus memorias que, siendo aún muy niño, solía friccionar la espalda de su madre con acei­ tes para aliviarle el reumatismo. Al leer esto, comprendí de pronto algo nuevo acerca de sus esculturas y podía ahora ver, en cada una de aquellas grandes mujeres yacentes de cabeza diminuta, a la madre de Moore tal como éste la había visto de niño, con la cabeza reducida por la perspectiva y la es­ palda, mucho más próxima a él, enormemente agrandada. Es posible que para muchos críticos de arte se trate de algo irre­ levante pero para mí constituye una demostración de la in­ tensidad con que las vivencias de un niño perduran en su in­ consciente, y de las posibilidades de expresión que pueden despertar en el adulto que es lo suficientemente libre para canalizarlas. Ahora bien, el recuerdo de Moore era inocuo y por lo tanto podía perdurar intacto. Pero todas las experien­ cia infantiles conflictivas permanecen presas y ocultas en la oscuridad, y las claves para comprender la vida subsiguien­ te se asientan en ella. 176 El pobre niño rico A veces me pregunto si realmente nos será posible captar la magnitud de la soledad y el abandono a los que estuvimos expuestos de niños y a los que, por consiguiente, seguimos expuestos de adultos en el ámbito intrapsíquico. No estoy aludiendo ahora a casos obvios de abandono o deserción por parte de los padres, que, por supuesto, pueden tener conse­ cuencias traumáticas. Tampoco estoy pensando en los niños que padecieron la negligencia o la falta de cuidados de sus progenitores de modo palmario y que, precisamente por ello, crecieron con la conciencia y la certeza de que así había sido. Aparte de estos casos extremos, hay una gran cantidad de personas que sufren trastornos narcisistas y serias depresio­ nes a pesar de haber tenido padres sensibles y solícitos que les apoyaron y alentaron. Estas personas emprenden el aná­ lisis con la convicción jamás puesta en tela de juicio hasta en­ tonces de que vivieron una infancia feliz y protegida. Se trata frecuentemente de pacientes muy dotados y ad­ mirados tanto por su talento como por sus logros. Casi todos ellos controlaban sus esfínteres ya en el primer año de vida y, muchos de ellos, entre el año y medio y los cinco años, eran muy capaces de colaborar en el cuidado de sus hermanos me­ nores. Según la actitud y la opinión prevalente, estas perso­ nas -orgullo de sus padres- deberían haber desarrollado una sensación de inseguridad firme y estable. Pero ocurre exac­ tamente lo contrario. Todo cuanto emprenden lo hacen bien, y a veces más que bien; se les admira y se les envidia y triun­ fan en todo lo que se lo proponen, pero todo ello no les sir­ ve de nada porque la depresión, la sensación de vacío y de enajenación y la impresión de que sus vidas carecen de sen­ tido siempre se halla al acecho. Esos sentimientos tenebro­ sos impondrán su dominio tan pronto como empiece a fal­ tarles la droga de la grandiosidad, cuando ya no estén entre los primeros, cuando no disfruten incuestionablemente de la 177 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño • El niño tiene la necesidad primordial de ser respetado y considerado como la persona que realmente es en todo momento y como el actor central de su propia actividad. A diferencia de los deseos pulsionales, se trata aquí de una 178 - --- ——y*--»'-"? condición de “superestrella”, o cuando les invada la repenti­ na sensación de no haber estado a la altura de cierta imagen o medida ideal de sí mismos a la que no quieren renunciar. Entonces, la ansiedad, la culpa y la vergüenza se apodera de ellos. ¿Cuáles son las causas de semejantes trastornos narcisistas en estas personas tan dotadas? Desde la primera entrevista le hacen saber al analista que tuvieron padres comprensivos o que, por lo menos uno de ellos, lo fue y que si alguna vez se sintieron incomprendidos, la culpa en realidad fue suya por no haber sabido expresar­ se adecuadamente. Cuentan sus recuerdos más antiguos sin ninguna compasión por el niño que fueron, cosa que resulta de lo más sorprendente si se tiene en cuenta que dichos pa­ cientes no sólo poseen una destacada capacidad introspecti­ va sino que también suelen relacionarse fácilmente con otras personas. No obstante, la relación que mantienen con el mun­ do emocional de su infancia se caracteriza por la falta de res­ peto, la compulsión a controlar, la manipulación y la exi­ gencia de rendimiento. A menudo manifiestan desprecio e ironía, e incluso mordacidad y cinismo. Es común a casi to­ dos ellos la ausencia absoluta de comprensión emocional y de un auténtico reconocimiento de las vicisitudes de su in­ fancia, así como el desconocimiento de sus verdaderas ne­ cesidades -m ás allá de la necesidad de alcanzar el éxito-. La interiorización del drama inicial es tal que puede mantener­ se la ilusión de una infancia perfecta. Como base para una descripción del clima psíquico de es­ tos pacientes,, comenzaremos formulando unos cuantos pre­ supuestos, bastante próximos al trabajo de D.W. Winnicott, Margaret Mahler y Heinz Kohut. La búsqueda del verdadero Yo necesidad narcisista, pero aun así legítima, cuya satisfacción es fundamental para el desarrollo de una autoestima salu­ dable. • Cuando hablamos de “la persona que realmente es en todo momento”, nos referimos a sus sentimientos y emocio­ nes, y a la expresión de los mismos, a partir del primer día de vida. Según Mahler (1968): “Las sensaciones internas del lactante constituyen el núcleo del yo. Parecen ser el punto central y el foco de cristalización de la ‘sensación del yo’, en tomo al cual se formará la ‘sensación de identidad’”.1 • En una atmósfera de tolerancia y respeto hacia los sen­ timientos del niño, éste puede renunciar en la fase de sepa­ ración a su simbiosis con la madre y dar los pasos necesarios para lograr su individuación y autonomía. • Para que los padres puedan cumplir con estos requisitos imprescindibles para el narcisismo saludable del niño es ne­ cesario que ellos mismos hayan crecido en una atmósfera si­ milar. • Los padres que no vivieron en este clima durante su in­ fancia padecen más tarde de trastornos narcisistas y buscan siempre aquello que sus propios padres no pudieron darles cuando era el momento: la presencia de una persona plena­ mente consciente de su existencia y que se los tome en se­ rio, los admire y los apoye. • Esta búsqueda, por supuesto, no terminará nunca, pues­ to que tiene que ver con una situación irrevocablemente pa­ sada, es decir, con las primeras etapas formativas del yo. • Sin embargo, una persona con este tipo de necesidad in­ satisfecha e inconsciente -es decir, reprimida—se siente compelida a intentar satisfacerla por vías sustitutorias. • Los propios hijos resultan los objetos más apropiados para la satisfacción de dichas necesidades. Un recién nacido depende completamente de sus padres y, dado que el cuida­ do de éstos es imprescindible a su propia existencia, hará todo lo posible por no perderlo. Desde el primer día de su Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño vida aplicará todos sus recursos a este fin, como una planta pequeña que se vuelve hacia el sol para sobrevivir.2 Hasta ahora me he movido en el ámbito de hechos más o menos conocidos. Las ideas que siguen se basan en obser­ vaciones derivadas de varios análisis que yo realicé o super­ visé y en numerosas entrevistas con aspirantes a la profesión psicoanalítica. Al trabajar con esta gente me di cuenta de que la historia infantil de todos ellos me parecía significativa. • Había una madre emocionalmente insegura cuyo equi­ librio narcisista dependía de que su hijo se comportara de una manera determinada. Esta madre encubría su inseguridad tras una fachada dura, autoritaria e incluso totalitaria. (Por “madre” me refiero aquí a la persona más próxima al niño du­ rante los primeros años de vida, sin que tenga que ser nece­ sariamente la madre biológica, y ni siquiera una mujer. En el transcurso de los últimos veinte años los padres han asumi­ do, con bastante frecuencia, esta función.) • Este niño mostraba una capacidad asombrosa para per­ cibir y responder intuitivamente, es decir inconscientemen­ te, a esta necesidad de la madre o de ambos padres; podía, por tanto, asumir el rol que de modo inconsciente se le ha­ bía asignado. • Este rol le garantizaba el “amor” al niño -esto es, la catexis narcisista de sus padres-. Se sentía necesitado, cosa que le garantizaba una cierta seguridad existencial. Esta capacidad se va ampliando y perfeccionando de modo que, más adelante, los niños de este tipo no sólo se convier­ ten en madres (confidentes, consoladores, consejeros, puntos de apoyo) de sus propias madres, sino que también se hacen responsables de sus hermanos y llegan a desarrollar una sen­ sibilidad especial para registrar las señales inconscientes que expresan las necesidades de los demás. No es de extrañar que a menudo acaben eligiendo la profesión de psicoanalista. 180 La búsqueda del verdadero Yo ¿Quién sino, faltándole esta historia previa, dispondría del suficiente interés como para pasarse el día entero tratando de descubrir lo que ocurre en el inconsciente de otra gente? Pero la ampliación y el perfeccionamiento de esta aguda sen­ sibilidad -que asistió al niño en su propia supervivencia y que más tarde capacita al adulto para la práctica de su extraña profesión- se asienta también en las raíces de su trastorno narcisista. El mundo perdido de los sentimientos En la actualidad se conoce bien la fenomenología del tras­ torno narcisista. Basándome en mi experiencia, tiendo a pen­ sar que su etiología debe buscarse en la adaptación emocio­ nal del lactante. En cualquier caso, las necesidades narcisistas que el niño tiene, de respeto, eco, comprensión, compene­ tración y reflejo, seguirán un curso muy especial como re­ sultado de esta temprana adaptación. Una consecuencia importante de esta adaptación es la im­ posibilidad de vivir de modo consciente ciertos sentimientos propios (como los celos, la envidia, la ira, la soledad, la im­ potencia y la ansiedad), sea en la infancia o en la edad adul­ ta. Esto resulta tanto más trágico por el hecho de que se tra­ ta de personas muy vitales y especialm ente aptas para experimentar sentimientos diferenciados. Podemos percibir­ lo cuando, en las primeras sesiones del análisis, describen experiencias infantiles no conflictivas. Por lo general se tra­ ta de experiencias relacionadas con la naturaleza, de la cual podían disfrutar sin herir a su madre ni crearle inseguridad, sin mermar su poder o poner en peligro su equilibrio. Pero llama mucho la atención el hecho de que estos niños atentos, vitales y sensibles, capaces, por ejemplo, de recordar exac­ tamente cómo descubrieron el brillo del sol en la hierba a la edad de cuatro años, fueran incapaces, a los ocho, de “notar 181 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño alguna cosa” relativa al embarazo de su madre, o de mostrar curiosidad por el asunto, y que no se sintieran “en absoluto” celosos con el nacimiento de su hermano. De manera simi­ lar, una de estas personas, se había encontrado sola en su casa, a la edad de dos años, en el momento en que unos sol­ dados forzaban la puerta y lo registraban todo, y ella se “ha­ bía portado bien”, padeciendo aquello en silencio y sin llo­ rar. Se trata de niños expertos en el arte de no vivir sus sentimientos, pues un niño sólo puede experimentarlos si tiene a su lado una persona que lo acepte, lo comprenda y lo apoye plenamente. Si esto falla, si el niño corre el riesgo de perder el amor de su madre o de quien la sustituya, en­ tonces, ya que no puede vivir sus sentimientos secretamen­ te y “sólo para sí”, deja de experimentarlos. Y sin embargo... algo queda. A lo largo de su vida, estas personas crean o escenifican situaciones en las que pueden resurgir aquellos sentimientos rudimentarios, pero sin que la conexión original les resulte comprensible. El sentido de esta “representación teatral”, como la denomina Jurgen Habermas (1970), sólo puede des­ cifrarse por medio del análisis, cuando el analista se incor­ pora al reparto y consigue relacionar las intensas emociones experimentadas durante el análisis con la situación origina­ ria. Freud describió esto en 1914, en su ensayo “Recollection, Repetition, and Working Through”. Tomemos como ejemplo la sensación de abandono -n o la del adulto que se siente solo y que por ello toma píldoras o drogas, va al cine o de visita, o hace llamadas telefónicas “innecesarias” para tender algún tipo de puente-. No, me re­ fiero al sentimiento originario del niño pequeño, que no te­ nía a su disposición esas posibles distracciones y cuyos men­ sajes, verbales o preverbales, no llegaban a la madre. Y no porque la madre fuera mala, sino porque ella misma padecía de necesidades narcisistas y dependía de un eco determina­ do proveniente del niño que tan imprescindible le resultaba, 182 La búsqueda del verdadero Yo porque ella misma era una niña en busca de un objeto dis­ ponible. Por paradójico que pueda parecer, un niño está a disposición de su madre. Un niño no se le puede escapar como lo hizo en otro tiempo su propia madre. Puede educar al hijo para que sea como a ella le gustaría que fuese. Puede hacer que el niño la respete, imponer sus propios sentimien­ tos, verse reflejada en su amor y en su admiración y sentir­ se fuerte en su presencia, pero cuando resulta molesto o ex­ cesivo, lo puede abandonar y dejarlo con un extraño. La madre puede sentir que es el centro de atención, pues los ojos de su hijo la siguen a todas partes. Si una mujer ha tenido que ocultar y reprimir todas estas necesidades relativas a su ma­ dre, ahora brotarán de las profundidades de su inconsciente y procurarán encontrar satisfacción a través de la relación con el hijo; por más educada que sea la mujer, por más bue­ na voluntad que tenga o por mucho que conozca las necesi­ dades del niño. El niño percibe este fenómeno claramente y muy pronto renuncia a manifestar su propia angustia. Más tarde, cuando en el curso del análisis afloran los antiguos sentimientos de abandono, lo hacen acompañados de un do­ lor y una desesperación tan intensos que resulta evidente que el niño no podría haber sobrevivido a tanto dolor. Para ello hubiera necesitado un entorno atento y empático del cual ca­ recía. Lo mismo vale para las emociones relacionadas con el drama edípico y con todo el desarrollo pulsional del niño. Había que protegerse de todo esto. Pero afirmar que nada de ello ocurrió equivaldría a negar la evidencia empírica obte­ nida por medio del análisis. Se pueden reconocer muchos mecanismos de defensa con­ tra los tempranos sentimientos de abandono. Además de la simple negación encontramos la inversión (“Me estoy hun­ diendo bajo el peso de una responsabilidad constante porque los otros me necesitan todo el tiempo”), la transformación del sufrimiento pasivo en conducta activa (“Debo abandonar a las mujeres en cuanto siento que les soy indispensable”), 183 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño la proyección o el desplazamiento hacia otros objetos y la introyección ante la amenaza de la pérdida del afecto (“Si soy bueno y me atengo siempre a las normas no correré nin­ gún riesgo; siento constantemente que las exigencias son ex­ cesivas, pero es algo que no puedo cambiar, debo rendir más que los demás”). La intelectualización también resulta muy común por ser un mecanismo de defensa muy fiable. Todos estos mecanismos de defensa van acompañados de la represión de la situación originaria y de las emociones co­ rrespondientes, que sólo se pondrán de manifiesto tras va­ rios años de análisis. La adaptación a las necesidades de los padres conduce a menudo (aunque no siempre) al desarrollo de una “persona­ lidad-como-si” (Winnicott la describió como el “falso yo”). Esta clase de persona se desarrolla de tal manera que mues­ tra únicamente lo que se espera de ella, y se fusiona tanto con lo que muestra que -antes del análisis- apenas se puede adi­ vinar lo mucho que encubre detrás de esa “visión enmasca­ rada de sí misma”.3No puede desarrollar y diferenciar su au­ téntico yo porque es incapaz de vivirlo. Permanece en un “estado de no-comunicación”, según lo denomina Winnicott. Y es perfectamente comprensible que estos pacientes se que­ jen de sentirse vacíos, inútiles y desplazados, pues ese vacío es real. Desde el momento en que arrinconaron todo lo vivo y espontáneo que había en su persona, se inició un proceso de empobrecimiento y vaciamiento, una eliminación de par­ te de su potencial. Durante la infancia estas personas solían tener sueños en los que se sentían parcialmente muertos. Qui­ siera ofrecer ahora tres ejemplos de este tipo de sueños: M is herm anos m enores están en un puente y arrojan una caja al río. Sé que estoy tendido en ella, m uerta, pero sien­ to mi corazón latir. En ese m om ento siem pre me despierto lun sueño recurrente]. 184 La búqueda del verdadero Yo Este sueño conjuga la agresividad inconsciente (envidia y celos) contra sus hermanos menores, para los cuales la pa­ ciente siempre había sido una “madre”, con el “asesinato” de sus propios sentimientos, deseos y exigencias, llevada a cabo mediante la formación reactiva. Otro paciente tuvo este sueño: Veo una gran pradera en la que hay un ataúd blanco. Tem o que mi m adre esté encerrada en él, pero abro la tapa y, por suerte, no es ella sino yo quien ahí se encuentra. Si, de niño, este paciente hubiera sido capaz de manifes­ tar su decepción respecto a la madre -experimentar la rabia y el enojo- habría permanecido vivo. Pero esto habría cau­ sado la pérdida del amor de su madre, lo que para un niño equivale a la pérdida de objeto y a la muerte. De modo que “mató” a su enojo y, con él, a una parte de sí mismo, a fin de preservar el objeto del yo, es decir, la madre. Una niña pe­ queña solía soñar: E stoy tendida en mi cam a. Estoy m uerta. M is padres hablan y me m iran, pero no se dan cuenta de que estoy m uerta. Las dificultades inherentes a la vivencia y el desarrollo de las propias emociones mantienen los vínculos que impiden el proceso de individuación, cosa que resulta aparentemente provechosa para ambas partes. Los padres encuentran en el “falso yo” del hijo la aprobación que buscan, un sustituto de las estructuras que les faltan, mientras que el hijo, que no ha podido construir sus propias estructuras, sigue dependiendo de sus padres, primero de modo consciente y más tarde a ni­ vel inconsciente (introyectándolos). No puede confiar en sus emociones, no ha llegado a experimentarlas mediante ensa­ yo y error, desconoce sus verdaderas necesidades y se halla completamente enajenado de sí mismo. En estas circunstan­ 185 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño cias no puede separarse de sus padres y de adulto también de­ penderá de la aprobación de su pareja, del grupo y, sobre todo, de sus propios hijos. El legado de los padres son los introyectos, ante los cuales hay que ocultar al “yo auténtico”, de modo que a la soledad en la casa paterna seguirá más tar­ de el aislamiento interior. La catexis narcisista del hijo por la madre no excluye el afecto; al contrario, la madre ama al hijo, como objeto de su yo, excesivamente, aunque no tenga en cuenta las necesidades del niño y ese amor siga depen­ diendo de que él siga manteniendo su falso yo. Esto no su­ pone un impedimento para el desarrollo de las capacidades intelectuales, pero sí que obstaculiza la evolución de una vida emocional auténtica. En busca del verdadero yo ¿Qué ayuda puede aportar el psicoanálisis en estos casos? Es muy probable que la armonía representada en Katchen von Hollbronn (la heroína de la pieza teatral del mismo nom­ bre escrita por Heinrich von Kleist en 1810) sea únicamen­ te posible en el plano de la fantasía, y se explique al tener en cuenta el afán de una persona tan narcisistamente atormen­ tada como Kleist. La simplicidad del Falstaff de Shakespea­ re -de quien Freud parece haber dicho que encarnaba la tris­ teza del narcisismo sano- no es posible ni deseable para este tipo de pacientes. El paraíso de la armonía preambivalente, que tantos pacientes anhelan, resulta inalcanzable. Pero la experiencia de la propia verdad, y el conocimiento postam­ bivalente de la misma, posibilitan el retorno del adulto a su propio mundo afectivo -u n mundo no paradisíaco, pero un mundo en el que es posible experimentar el duelo. Uno de los puntos de inflexión del análisis se alcanza cuando el paciente con trastornos narcisistas percibe emo­ cionalmente que todo aquel amor, con tanto esfuerzo y au186 La búsqueda del verdadero Yo toncgación conquistado, no iba destinado a la persona que él realmente era, que la admiración por su belleza y sus logros tenía por objeto la belleza y los logros, y no al niño mismo. Durante el análisis, el niño pequeño y solitario que se es­ conde detrás de sus logros despierta y se pregunta: “¿Qué habría ocurrido de haberme presentado ante vosotros como una persona mala, fea, iracunda, celosa, perezosa, sucia y maloliente? ¿Qué hubiera sido de vuestro amor? Porque yo era también todas esas cosas. ¿Quiere esto decir que no me queríais a mí sino a quien fingía ser: aquel niño correcto, res­ ponsable, comprensivo y dócil que, en el fondo, no era en ab­ soluto un niño? ¿Qué ha sido de mi infancia? ¿Acaso la he vivido? Nunca podré volver a ella. Jamás podré recuperarla. Desde el principio he sido un pequeño adulto. ¿No habré de­ saprovechado, acaso, todas mis capacidades potenciales? Estas preguntas van siempre acompañadas de una gran dosis de dolor y de aflicción, pero abocan a una nueva sen­ sación de identidad en el paciente (una especie de herencia de la madre que nunca tuvo), un nuevo compromiso con el propio destino, surgido a raíz del duelo. En esta etapa de su análisis un paciente soñó que hacía treinta años había mata­ do a un niño y que nadie se había preocupado de salvarlo. (Treinta años antes, precisamente en la etapa cdípica, quie­ nes rodeaban al niño percibieron que éste se volvía reserva­ do, educado y obediente, y que había dejado de manifestar sus emociones.) A partir de este momento el paciente ya no trivializa ni ri­ diculiza las manifestaciones de su yo, aunque inconsciente­ mente continúe ignorándolas del mismo modo sutil en que los padres lo habían hecho con el niño, antes de que éste dispu­ siera de palabras para expresar sus necesidades. Las ilusio­ nes de grandeza hasta entonces condenadas y censuradas vuelven a aflorar, clarificándose así su relación con las ne­ cesidades de atención, respeto, comprensión, eco y reflejo previamente frustradas y reprimidas. En el núcleo de estas 187 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño fantasías o ilusiones se halla siempre un deseo inaceptable an­ teriormente para el paciente. Por ejemplo: yo soy el centro, mis padres me respetan descuidando, incluso, sus propios de­ seos (fantasía: yo soy una princesa atendida por sus sirvien­ tes); mis padres me comprenden cuando trato de expresar mis sentimientos y no se burlan de mí (fantasía: soy un ar­ tista famoso y todo el mundo me toma en serio, incluso aque­ llos que no me entienden); mis padres tienen mucho talento, son muy valientes y no dependen de mis logros (fantasía: ellos son el rey y la reina). Para el niño, esto significa: pue­ do estar triste o alegre cuando algo me entristece o me ale­ gra; no debo parecer jovial ni debo ocultar mi aflicción y mi ansiedad para acomodarme a las necesidades de nadie. Pue­ do enojarme y nadie se morirá ni tendrá dolor de cabeza por ello. Puedo enojarme y romper un montón de cosas sin peli­ gro de perder a mis padres. En palabras de Winnicott: “Pue­ do matar al objeto y éste sobrevivirá”.4 Una vez que las fantasías de grandeza (acompañadas a menudo de fenómenos obsesivos o perversos) se han vivido y entendido como formas enajenadas de estas necesidades legítimas y verdaderas, puede superarse la escisión c iniciarse la integración. ¿Cuál es el desarrollo cronológico de este fe­ nómeno? 1) En la mayoría de los casos, y desde las primeras eta­ pas del análisis, no resulta difícil hacerle ver al paciente de qué manera se ha estado relacionando con sus sentimientos y necesidades y que se trataba de una cuestión de supervi­ vencia y para él supone un enorme alivio sentir que puede re­ conocer y tomar en serio todo aquello que estaba acostum­ brado a reprimir. El psicoanalista utiliza el material que el paciente presenta para mostrarle la forma en que ridiculiza sus sentimientos, cómo se burla de ellos, los menosprecia, se per­ suade de que no existen, y sólo llega a percibirlos, en el me­ jor de los casos, al cabo de varios días, cuando ya han pasa­ do. Poco a poco, el mismo paciente se va dando cuenta de que 188 La búsqueda del verdadero Yo cada vez que se encuentra inquieto, triste o conmovido, se obliga a buscar distracciones. (Cuando murió la madre de un niño de seis años, su tía le dijo: “Debes ser valiente; no llo­ res; ahora vete a tu habitación y ponte a jugar como un buen chico”). En muchas situaciones continúa viéndose a través de los demás, se pregunta constantemente qué impresión es­ tará causando, cómo debería comportarse y qué debería es­ tar sintiendo. Pero, en general, ya desde esta etapa inicial, empieza a notarse mucho más libre y, gracias a la función de ego auxiliar del analista, puede cobrar mayor conciencia de sí mismo cuando, durante la sesión de análisis, experimenta algún sentimiento inmediato y éste es tomado en serio. Tam­ bién agradece mucho esta posibilidad. 2) El proceso, por supuesto, no termina aquí. Tan pronto como se desarrolla la neurosis de transferencia, el analista, aunque conservando todavía por un tiempo su primera fun­ ción, asume una segunda: la de figura de transferencia. En este momento emergen sentimientos de distintos períodos de la infancia. Se trata de la etapa más difícil del análisis, aque­ lla en la que más se actúa o representa. El paciente empieza a romper con sus actitudes conformistas, por mucho que, de­ bido a sus experiencias infantiles, le cueste creer que esto sea posible sin exponerse a un grave peligro. La compulsión a la repetición le lleva a escenificar situaciones por medio de las cuales vive, en el momento presente, el miedo a la pér­ dida del objeto, al rechazo y al aislamiento, situaciones en las que incluye al analista (en calidad de madre que rechaza o exige, por ejemplo) para disfrutar más tarde del alivio que su­ pone haber asumido el riesgo y haberse mantenido fiel a sí mismo. Esto puede empezar de manera muy inocua. El pa­ ciente se sorprende ante la aparición de emociones que hu­ biera preferido no sentir, pero ya es demasiado tarde, ha co­ brado conciencia de sus propios impulsos y no puede echarse atrás. Ahora el analizado debe (¡pero también puede!) expe­ rimentarse a sí mismo de un modo previamente inconcebible. 189 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño Si bien este paciente había despreciado siempre a los ava­ ros, se descubre ahora, por ejemplo, de repente calculando el coste de dos minutos de sesión perdidos por culpa de una lla­ mada telefónica recibida por el analista. Y aunque hasta en­ tonces nunca exigía nada de los demás, de pronto ahora se en­ furece ante la posibilidad de que el analista pueda volver a irse de vacaciones. O le molesta que haya otra gente en la sala de espera. ¿Por qué? No será por celos, desde luego. Es un sentimiento que desconoce totalmente. Y sin em bargo... “¿Qué están haciendo aquí? ¿Hay otra gente que viene a verla aparte de mí?” Hasta entonces ni se le había ocurrido. En un principio le mortifica pensar que no es sólo bueno, com­ prensivo, tolerante, moderado y, sobre todo, maduro, puesto que ésta había sido siempre la base para su autoestima. Pero a ello se añade algo más grave cuando descubre en sí los introyectos y se da cuenta de hasta qué punto lo han aprisio­ nado. Le horroriza constatar que también él es capaz de gri­ tar en un ataque de ira similar a los que tanto odiaba en su padre, o que el día anterior controló y manipuló a su propio hijo “ ¡como lo hubiera hecho mi propia madre!”. Este modo de revivir los introyectos y aprender a confrontarlos con ayu­ da de la transferencia, constituye la parte más importante del análisis. Lo que no se recuerda se escenifica y representa de modo inconsciente, y por lo tanto, aunque indirectamente, se descubre. Cuanto más capaz sea de admitir y de vivir estos sentimientos tempranos, tanto más fuerte y coherente se sen­ tirá. Esto, a su vez, le permite exponerse a emociones de su primera infancia que ahora resurgen y a experimentar el de­ samparo y la ambivalencia de aquel período. Existe una gran diferencia entre tener sentimientos ambi­ valentes respecto a determinada persona cuando se es adul­ to y, después de haber desandado y procesado gran parte de la propia historia, sentirse de pronto como un niño de dos años a quien la criada está dando de comer en la cocina y pen­ sar desesperado: “¿Cómo es que mi madre sale cada noche? 190 La búsqueda del verdadero Yo ¿Por qué no le gusta quedarse conmigo? ¿Qué tengo yo de malo para que prefiera estar con otra gente? ¿Qué puedo ha­ cer para que se quede? Pero no debo llorar, no debo llorar”. En aquel momento el niño no podía formular sus sentimien­ tos en estos términos, sin embargo, durante la sesión, en el diván, la persona es, al mismo tiempo, adulto y niño, y pue­ de llorar amargamente. No se trata únicamente de un llanto catártico sino también de la integración de un anhelo por su madre que hasta entonces había negado. Durante las sema­ nas que siguieron a esa sesión, el paciente padeció toda la tor­ tura de su ambivalencia hacia la madre, que era una pediatra de mucho éxito profesional. La imagen de la madre, hasta ese momento “congelada”, se transformó al derretirse en la de una mujer con aspectos muy amables, pero incapaz de mantener una relación continua con su hijo. “Odiaba a esos pequeños monstruos que estaban siempre enfermos y me pri­ vaban de mi madre. Odiaba a mi madre porque prefería es­ tar con ellos antes que conmigo”. En la transferencia, la ten­ dencia a identificarse y los sentimientos de impotencia se mezclaron con la rabia, estancada durante tanto tiempo, ha­ cia el objeto del amor no disponible. Consecuentemente, el paciente pudo librarse por completo de una perversión que lo había atormentado durante años, porque ahora descifra­ ba su sentido. Sus relaciones con las mujeres perdieron el acentuado carácter de catexis narcisista y desapareció del todo la compulsión a conquistar primero para después aban­ donar. En esta fase del análisis, los sentimientos tempranos de ira, de impotencia y de estar a merced del objeto amado, son ex­ perimentados de un modo antes imposible de recordar, por­ que uno sólo puede recordar lo que ha vivido consciente­ mente. Pero el mundo emocional de un niño con trastornos narcisistas es ya el resultado de una selección en la que los elementos más importantes quedaron eliminados. Estos sen­ timientos tempranos, unidos al típico dolor infantil de no po­ 191 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño der comprender lo que ocurre, se viven ahora consciente­ mente por primera vez durante el análisis. Como dice Winnicott: “El verdadero yo se encuentra en un estado de no-comunicación”, porque debe protegerse. El paciente ya no tendrá que ocultar ninguna otra cosa con tan­ to esmero, tan profundamente, y por tanto tiempo como en­ cubrió su verdadero yo. De ahí que parezca un milagro cons­ tatar la individualidad que ha logrado sobrevivir detrás de semejante disimulo, negación y autoenajenación y ver tam­ bién cómo el individuo puede reaparecer tan pronto como, mediante el trabajo del duelo, se libera de los iruroyectos. No obstante, cometeríamos un error si entendiéramos las pa­ labras de Winnicott en el sentido de que detrás del falso yo se oculta un verdadero yo completamente desarrollado, por­ que si éste fuera el caso, no habría un trastorno narcisista sino una autoprotección consciente. Lo significativo es que el niño no sabe lo que oculta. Un paciente lo expresó en los siguientes términos: La búsqueda del verdadero Yo interior. El trato con los guardianes de esa cárcel no favore­ ce un desarrollo vivo. El yo únicamente empieza a articular­ se, a crecer y a desarrollar su creatividad, después de liberarse por medio del análisis. Allí donde antes sólo se encontraba el terrible vacío, o las temidas fantasías grandilocuentes, flo­ rece ahora una riqueza vital inesperada. No se trata de una vuelta al hogar, puesto que éste no ha existido nunca, sino que es, más bien, el descubrimiento del hogar. 3) La fase de separación se inicia cuando el analizado se encuentra ya firmemente capacitado para vivir el duelo y en­ frentarse a los sentimientos de su infancia sin depender cons­ tantemente del analista. Yo vivía en una casa de cristal, de m odo que mi m adre po­ día verm e en cualquier m om ento. En una casa de cristal es im posible ocultar nada sin traicionarse, excepto bajo tierra. Pero entonces uno m ism o tam poco lo ve. Un adulto únicamente puede llegar a ser plenamente cons­ ciente de sus sentimientos si ha internalizado un objeto del yo empático y afectivo. Esta es precisamente la carencia de las personas con trastornos afectivos. Por consiguiente, nun­ ca se dejan embargar por emociones inesperadas y sólo ad­ miten aquellos sentimientos aceptados y aprobados por su censor interior, heredero de los padres. La depresión y el va­ cío interior son el precio que tienen que pagar por este con­ trol. Volviendo al concepto de Winnicott, el verdadero yo no puede comunicarse porque ha permanecido en un plano in­ consciente y, por consiguiente, no desarrollado, en su cárcel 192 193 Puer aeternus 13. PUER AETERNUS Marie-Louise von Franz Esto es un extracto del estudio clásico sobre el conflicto del adulto con el paraíso de la infancia, Puer Aeternus. Los cursos que la doctora Von Franz impartió originalmente en el Instituto Cari Gustav Jung de Zurich han generado una au­ téntica avalancha de pensamiento acerca del tema del puer y de los trastornos de la personalidad narcisista. Se trata de un caso especial -y particularmente preocupante- del tema del niño interior, un motivo que, según Jung, es siempre un “agente del destino". Todo el que llega a conocer estas ide­ as acerca de dicho arquetipo se ve afectado por ellas. Von Franz es una de las fundadoras del Instituto C.G. Jung, ade­ más de escritora, analista, y renombrada investigadora del mundo de los sueños. Puer aeternus es el nombre de un dios de la Antigüedad. El término mismo proviene de las Metamorfosis de Ovidio ,1 donde se aplica al niño-dios de los misterios de Eleusis. Ovi­ dio habla del niño-dios Iaco, denominándolo puer aeternus 194 y elogiándolo por su rol en dichos misterios. Más tarde, el niño-dios se identificó con Dionisio y con el dios Eros. Es el joven divino y redentor, nacido por la noche en este típico culto a la madre que son los misterios de Eleusis. Es el dios de la vida, la muerte y la resurrección -el dios de la juven­ tud divina, relacionado con dioses orientales tales como Tammuz, Attis y Adonis-. El término puer aeternus significa por tanto “juventud eterna”, pero lo usamos también para refe­ rirnos a cierto tipo de hombre joven que padece un notable complejo materno y que, por consiguiente, se comporta de una manera distintiva que aquí quisiera caracterizar. En general, el hombre identificado con el arquetipo del puer aeternus permanece demasiado tiempo sumido en una psicología adolescente, es decir, todos aquellos rasgos que son propios de un joven de diecisiete o dieciocho años si­ guen vigentes en su vida posterior, acompañado, en la mayor parle de los casos, de una excesiva dependencia materna. Los dos trastornos característicos del hombre que padece un com­ plejo materno son, según señala Jung ,2 la homosexualidad y el donjuanismo. En este último caso, se persigue, en toda mujer, la imagen de la madre -imagen de la mujer perfecta sin defectos y que le entregará todo al hom bre- Este tipo de hombre busca a la diosa madre, de modo que cada vez que una mujer le fascina acaba por descubrir que se trata de un ser humano corriente. Después de relacionarse sexualmente con ella, toda la fascinación se diluye y, decepcionado, la abandona para seguir proyectando la misma imagen de mu­ jer en mujer. Anhela eternamente a la mujer maternal que lo ampare entre sus brazos y satisfaga todas sus necesidades; y es frecuente que esto se vea acompañado de la actitud ro­ mántica del adolescente. Normalmente, le resulta muy difícil adaptarse a la situa­ ción social. En algunos casos existe también un cierto tipo de individualismo antisocial ya que, sintiéndose especial, uno no necesita adaptarse, cosa que por otra parte resultaría im­ 195 Puer aeternus Narcisismo y eterna juventud: Ei dilema del niño posible para semejante genio, etcétera. Además, la actitud hacia los demás se vuelve arrogante, debido simultáneamen­ te a un complejo de inferioridad y a una falsa sensación de superioridad. A esta clase de gente suele resultarle muy di­ fícil encontrar un tipo de trabajo apropiado, dado que, en­ cuentren lo que encuentren, siempre les parece que no es ade­ cuado o que no es lo que desean. Hay siempre “un pelo en la sopa”. La mujer nunca es la apropiada; es agradable en tanto que novia pero... Siempre existe un “pero” que impi­ de el matrimonio o cualquier otro tipo de compromiso. Todo ello conduce a un tipo de neurosis que H.G. Baynes ha descrito como una “vida provisional”; es decir, la extra­ ña actitud y sensación conforme a las cuales la mujer toda­ vía no es lo que realmente se desea; y existe siempre la fan­ tasía de que, en algún momento futuro, llegará lo auténtico, lo realmente bueno. Si esta actitud se prolonga, terminará dando lugar a un rechazo interno constante a comprometer­ se con el momento presente. Junto a esta neurosis aparece frecuentemente, en mayor o menor grado, un complejo de salvador o de Mesías, con la idea secreta de que, algún día, uno podrá salvar al mundo, dará con la última palabra en el campo de la filosofía, la religión, la política, el arte o algu­ na otra cosa. Esto puede abocar a una típica megalomanía patológica; o puede que se encuentren huellas menores de la misma en la idea de que a uno “todavía no le ha llegado el momento”. La situación que todos los hombres de este tipo temen es la de sentirse atados a algo, sea lo que sea. Les ate­ rroriza verse atrapados e ingresar por completo en el tiempo, en el espacio y en el ser humano concreto que uno es. Exis­ te siempre el temor a verse atrapados en una situación de la cual tal vez resulte imposible evadirse. Toda situación real, en la que no cabe lo virtual, es un infierno. Al mismo tiem­ po hay algo enormemente simbólico, a saber, una fascina­ ción por los deportes peligrosos, particularmente el vuelo y la escalada, para poder subir tan alto como sea posible, lo 196 cual viene a simbolizar el afán de alejarse de la madre; es de­ cir, de la tierra, de la vida cotidiana, Cuando este tipo de complejo es muy pronunciado, muchos de estos hombres mueren a una edad temprana en accidentes de vuelo o de montaña. Se trata de un anhelo espiritual exteriorizado que se expresa de este modo. El siguiente poema de John Magee, fallecido en acciden­ te de aviación poco tiempo después de haberlo escrito, re­ presenta perfectamente el significado del vuelo para el puer: VUELO ALTO ¡Oh! Me he liberado de las desabridas ataduras de la Tierra y he danzado por los cielos sobre reidoras alas plateadas; he ascendido camino del sol y me he unido al júbilo acrobático de nubes radiantes,-y he realizado cientos de cosas en las que tú ni siquiera has soñado -he volteado y planeado y me he mecido en el silencio alto y luminoso. He dado caza, allí en suspenso, al ululante vendaval y he lanzado mi fogoso ingenio por las poco transitadas galerías de aire... Arriba en el incandescente azul de los delirios he dominado desenvuelto la altura huracanada, donde ni la alondra ni el águila volaronY, mientras con silenciosa y elevada mente recorría la inexplorada santidad cimera del espacio, al alargar la mano he tocado el rostro de Dios? A los puer generalmente les disgustan los deportes que requieren paciencia y un largo entrenamiento, ya que el puer aeternus -en el sentido negativo del térm ino- suele ser muy impaciente. Conozco a un hombre joven, ejemplo clásico del puer aeternus, que practicaba mucho el montañismo, pero era tal su odio a cargar con la mochila que prefirió entrenar­ 197 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño se en dormir al aire libre, incluso cuando llovía o nevaba; era capaz de dormir en un agujero hecho por él mismo en la nieve, envuelto en una gabardina de seda y practicando una técnica respiratoria aprendida del Yoga. Se entrenó también a pasar con muy poca comida, simplemente para evitar tener que llevarla a cuestas. Deambuló durante años por varias montañas de Europa y de otros continentes, durmiendo bajo los árboles o en la nieve. En cierto modo llevaba una vida muy heroica simplemente para no verse atado a la necesidad de buscar un refugio o cargar con una mochila. Podría decirse que se trata de algo simbólico, porque este hombre, en su vida real, no quiere cargar con ningún tipo de peso; rechaza absolutamente toda responsabilidad y se niega a asumir la carga de una situación determinada. En general, la cualidad positiva de estos jóvenes consiste en cierta espiritualidad que proviene de un contacto relativa­ mente próximo con el inconsciente colectivo. Muchos poseen el encanto de la juventud y la animada chispa de un vaso de champagne. Generalmente es muy agradable hablar con ellos, tratan temas interesantes y producen un efecto estimulante en quien les escucha; formulan preguntas profundas y buscan la verdad sin rodeos; suelen estar buscando una experiencia re­ ligiosa genuina, búsqueda típica de los jóvenes que se acer­ can a la edad de veinte años. Normalmente el encanto juve­ nil del puer aeternus se prolonga a otras etapas de la vida. Existe, sin embargo, otra clase de puer en quien no se re­ conoce el encanto de la juventud eterna ni el brillo del ar­ quetipo de la juventud divina. Al contrario, vive continua­ mente aturdido y atolondrado, característica típica también del adolescente, es un joven adormilado e indisciplinado, que puede pasar horas ocioso y con la mente vagabundeando de modo indiscriminado, hasta el punto de que resulta tentador echarle un cubo de agua fría en la cabeza. Pero la apariencia adormilada corresponde sólo al exterior porque en su interior se aloja una animada fantasía. 198 Puer aeternus Hasta aquí he proporcionado un breve resumen de las ca­ racterísticas principales de ciertos hombres jóvenes atrapados en un complejo materno e identificados con el arquetipo del puer. He pintado una imagen más bien negativa de esas per­ sonas porque es así como se les ve cuando la mirada es su­ perficial, pero, como es evidente, no hemos explicado exac­ tam ente cuál es el asunto. Lo que verdaderam ente me pregunto, lo que, en realidad, me interesa, es saber por qué el problema del hombre joven atado a su madre se ha vuel­ to tan prevalente en la actualidad. Como se sabe, la homo­ sexualidad -n o creo que el donjuanismo se halle tan difun­ dido- va en aumento, incluso entre los adolescentes, y pienso que el problema del puer aeternus se extiende cada vez más. No cabe duda de que las madres intentan siempre retener a sus hijos en el nido y que a algunos hijos les resulta difícil liberarse y han preferido seguir disfrutando de esa cómoda si­ tuación. Aun así, no se acaba de entender por qué algo tan natural se ha convertido hoy en un grave problema. Pienso que ésta es la pregunta más importante y más profunda que debemos plantearnos, dado que el resto es más o menos evi­ dente. El hombre que padece un complejo materno tendrá siempre que pugnar con su tendencia a convertirse en un puer aeternus. ¿Existe una cura? Si un hombre descubre que tie­ ne un complejo materno, y que se trata de algo que le ha ocu­ rrido -algo que él mismo no ha causado-, ¿qué puede hacer al respecto? En Símbolos de transformación, el doctor Jung habló de una cura -el trabajo- y, después de señalarla, vaci­ ló un instante y pensó, “¿Se trata verdaderamente de algo tan sencillo? ¿Es ésta la única cura? ¿Es así como debo enten­ derlo?”. “Trabajo” es precisamente la palabra que ningún puer aeternus quiere oír, la más desagradable, y el doctor Jung llegó a la conclusión de que en ella se hallaba la solu­ ción. Mi experiencia también me ha mostrado que por me­ dio del trabajo un hombre puede sustraerse a este tipo de neurosis juvenil. Se pueden producir, en este punto, algunos 199 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño malentendidos porque el puer aeternus es capaz de trabajar si se siente fascinado o entusiasmado. En tal caso es capaz de trabajar veinticuatro horas seguidas, o incluso más, hasta caer rendido. Pero de lo que no es capaz es de trabajar en una mañana lluviosa y gris, cuando el trabajo es aburrido y uno tiene que forzarse para emprenderlo; esto es algo que el puer aeternus no tolera, y usará cualquier tipo de excusa para evi­ tarlo. En el análisis del puer aeternus, tarde o temprano, siem­ pre se llega a este problema, un problema que sólo puede su­ perarse cuando el ego se ha consolidado lo suficientemente, alcanzando entonces la posibilidad de cumplir con el trabajo. Obviamente, por mucho que el objetivo sea el mismo, cada caso individual es diferente; y a mí no me parece que sermo­ nearle a la gente, diciéndole que debería trabajar, sirva de mu­ cho, ya que simplemente se enfada y deja de escuchar. En muchos de los casos que he presenciado, el mismo in­ consciente procuró hallar una salida o una solución, es decir, indicar una senda por donde se podía caminar con cierto en­ tusiasmo o por la que la energía psicológica fluyera natural­ mente, ya que, como es obvio, resulta más fácil disciplinar­ se a trabajar en algo que el propio instinto aprueba que oponiéndose al propio flujo de energía. Es por tanto reco­ mendable esperar un poco, averiguar en qué dirección Huyen la energía y el interés natural de la persona, y tratar enton­ ces de que encamine su trabajo en esa dirección. Pero en todo tipo de trabajo hay momentos en los que uno debe en­ frentarse a la rutina. Todo trabajo, incluso el trabajo creati­ vo, conlleva cierta cantidad de aburrida repetición, pretexto para que el puer aeternus se evada y vuelva a concluir que “¡esto no es lo que me interesa!”. En tales momentos, si aunó le apoya su inconsciente, suelen aparecer sueños indicativos de que conviene perseverar a fin de superar los obstáculos. Si eso ocurre, la batalla está ganada. En una de sus cartas, Jung dice respecto del puer. “Con­ sidero que la actitud del puer aeternus es un mal inevitable. 200 Puer aeternus Identificarse con el puer es una actitud psicológicamente in­ fantil que debería superarse. Siempre conduce a golpes del destino que indican la necesidad de adoptar otra actitud. Pero la razón no consigue nada, porque el puer aeternus es siem­ pre un agente del destino ” .4 Cuando el motivo infantil se manifiesta, representa cier­ ta dosis de espontaneidad, y el gran problema -en cada caso un problema ético individual- consiste en decidir si se trata ahora de una sombra infantil que es preciso aislar y reprimir, o si se trata de algo creativo que se mueve en dirección a una posibilidad vital futura. El niño se encuentra siempre de­ lante y detrás de nosotros. Detrás, es la sombra infantil que debemos abandonar, la niñez a la que debemos renunciar, aquello que siempre tira de nosotros regresivamente y nos hace infantiles, dependientes, perezosos y traviesos y que nos impulsa a eludir los problemas, las responsabilidades y la vida. Por otro lado, si el niño aparece delante nuestro, signi­ fica renovación, juventud eterna, espontaneidad y nuevas po­ sibilidades -el flujo de la vida hacia un futuro creativo-. El gran problema consiste siempre en decidir, ante cada situa­ ción, si se trata de un impulso infantil meramente regresivo o si se trata de un impulso de apariencia infantil pero que, en realidad, debería aceptarse y vivirse, porque nos impulsa ha­ cia adelante. A veces la solución a este dilema es bastante obvia, por cuanto el contexto de los sueños puede mostrar con mucha claridad de cuál de ellos se trata. Supongamos que un puer aeternus sueña con un niño pequeño; podemos entonces sa­ ber, en función del argumento del sueño, si la aparición del niño produce un efecto negativo, en cuyo caso será tratado como una sombra infantil regresiva. Si la misma figura apa­ rece positivamente, en cambio, podemos decir que se trata de algo, en apariencia infantil y ridículo, que debe ser aceptado porque representa una posibilidad vital. Pero' si siempre fue­ ra así, el análisis de este tipo de problema sería muy senci201 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño lio. Desafortunadamente, como ocurre con todos los pro­ ductos del inconsciente, el lado destructivo y el lado cons­ tructivo, el impulso regresivo y el impulso progresivo, se ha­ llan íntim am ente entrelazados. Es por ello que, cuando aparecen tales figuras, resulta muy difícil y, en ocasiones, prácticamente imposible, resolver el dilema. Desde un punto de vista negativo, el puer aeternus no de­ sea dejar atrás su juventud, superar la etapa juvenil, pero el crecimiento sigue su curso indiferente, hasta que lo destru­ ye; muere a causa del mismo factor en su alma por medio del cual habría podido superar su conñicto. Hay gente que se niega a crecer, a madurar y a afrontar este problema que se va acumulando hasta terminar generando un inconsciente des­ tructivo. En tal caso, uno debe decir, “Por el amor de Dios, haga algo, dése cuenta de que, a medida que el asunto se magnifica, se vuelve cada vez más en su contra y de que, en tal caso, acabará destruyéndolo”. Pero puede que ese mo­ mento llegue... cuando ya es demasiado tarde, porque el cre­ cimiento destructivo ha absorbido toda la energía. Frecuentemente, el puer aeternus posee un enorme cau­ dal interior de creatividad, una fantasía rica y vital, pero su rechazo a aceptar la realidad tal y como es obstruye la cana­ lización de dicho caudal que se va acumulando como tras de una presa en lugar de fluir naturalmente y de enriquecer la experiencia vital. La vida interior misma del puer queda en­ tonces represada. Así, por ejemplo, en su día a día, se le­ vanta a las diez y media de la mañana, vaga ociosamente por su casa con un cigarrillo en la boca, dando rienda suelta a sus fantasías y emociones hasta la hora de comer; por la tarde tie­ ne intención de trabajar, pero primero decide encontrarse con un amigo, después sale con una amiga y, por la noche, pasa largas horas discutiendo acerca del sentido de la vida. Por fin se acuesta hacia la una de la noche; y el día siguiente aca­ ba siendo una repetición del anterior. De tal modo su capa­ cidad vital y su riqueza interior van decantándose, dado que 202 Puer aeternus no encuentran aplicación en algo que tenga sentido, y lenta­ mente la personalidad real va quedando encubierta. El indi­ viduo deambula envuelto en una nube de fantasías que en sí mismas son interesantes, y que están colmadas de ricas po­ sibilidades, colmadas de una vida no vivida. Uno siente que este tipo de personas posee un enorme potencial, pero que no existe modo de realizarlo. Entonces el árbol -la riqueza in­ terior- se vuelve negativo y acaba por matar la personalidad. Es por ello que el árbol suele estar relacionado con el sím­ bolo materno negativo, pues éste es el tipo de peligro aso­ ciado al complejo materno, por cuya causa el proceso de in­ dividuación puede convertirse en algo negativo. El niño contempla la vida con ingenuidad, y si uno trae a la memoria su propia infancia, se recordará intensamente vi­ tal. A menos que sea ya neurótico, el niño está constante­ mente interesado en algo. Normalmente, sean cuales sean sus preocupaciones, el niño no se siente distanciado de la vida, al contrario, se siente plenamente vital -siempre y cuando no haya sido marcado por las neurosis de sus padres—. Es por ello que cuando la gente piensa en su propia infancia suele añorar aquella ingenua vitalidad que perdió al ingresar en la edad adulta. El niño es una posibilidad interna, una posibili­ dad de renovación. Pero ¿cómo integrarlo en la vida real del adulto? 203 El pequeño príncipe talento narrativo de su autora. Este ensayo es un capitulo de su libro The Inner Story. 14. EL PEQUEÑO PRÍNCIPE Helen M. Luke La necesidad narcisista de elevarse por encima y más allá de las propias limitaciones, fantasía que según el ensayo an­ terior constituye un problema característico del puer aeternus, se manifiesta a menudo literalmente en una irresistible atracción por el vuelo y la aviación. La sensible interpreta­ ción de Helen M. Luke resume las fantasías aeronáuticas del puer. Para ilustrar el problema nos cuenta la historia de la célebre figura del niño interior en El pequeño príncipe, y también la del adulto a quien este niño pertenece, el nove­ lista y aviador Antoine de Saint-Exupéry. Es un relato alec­ cionador que nos advierte acerca de los peligros que pueden derivarse de una identificación excesiva con el arquetipo del niño interior. El tratamiento de El pequeño príncipe desde una pers­ pectiva psicológica fue inicialmente abordado por MarieLouise von Eranz en sus conferencias sobre el puer aeternus, presentadas en el curso de 1959-60 en el Instituto C.G. Jung de Zurich. El trabajo de Helen M. Luke elabora y desarro­ lla aquellas ideas y pone simultáneamente de manifiesto el 204 En el siglo xx se han escrito dos libros famosos sobre el “niño eterno”. Son libros muy diferentes, excepto por el he­ cho de que ambos tratan esencialmente del niño que se nie­ ga a crecer. La obra de James Barrie, Peter Pan, escrita en 1902, es un fascinante cuento infantil, una fantasía lúdica en la que aparecen piratas, hadas, indios, una madre amorosa, ni­ ños aventureros que aprenden a volar y el niño héroe que es capaz de afrontar la muerte como “una gran aventura pero que se niega a vivir en el mundo adulto de los humanos. El pequeño príncipe, de Antoine de Saint-Exupéry , 1 escrito casi cuarenta años más tarde, no es realmente un libro dirigido a un público infantil, a pesar de lo que se dice en la dedicato­ ria, sino una obra acerca del niño que hay en el adulto, una historia infinitamente triste sobre la esterilidad del mundo y sobre la sabiduría perdida y la belleza de la infancia. Es la tragedia de aquellas personas, entre ellas Saint-Exupéry, cuya mirada se abre al mundo interior de los sueños y la imagina­ ción, que conocen la sabiduría de la inocencia infantil y la in­ sensatez y vacuidad de los valores colectivos, pero que no al­ canzan a cerrar la fisura existente entre su visión interior y la aspereza de la realidad exterior. Este tipo de gente padece una escisión tan pronunciada que les encamina hacia el suicidio, a veces al suicidio físico real, consciente o inconsciente pero, en cualquier caso, hacia un tipo u otro de suicidio. Desde el principio resulta evidente que el libro trata de la experiencia de un niño concreto. Un niño pequeño no está se­ parado de la humanidad de semejante modo, viviendo en un lugar vacío y remoto con tres volcanes, uno de los cuales, ex­ tinguido, contempla tristemente la belleza de los atardece­ res. Aquí se prefigura ya el trágico final. La infancia, tanto si hablamos del niño humano como del niño arquetípico en 205 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño el inconsciente de un adulto, es amanecer y no ocaso. El niño que aparece en nuestros sueños representa los orígenes o apunta a la plenitud del fin, cuando el sol y la luna brillan conjuntamente. Compárese la atmósfera del planeta del pe­ queño príncipe con el País de Nunca Jamás de Peter Pan y los niños perdidos. (Si alguien conoce a Peter Pan a través de la versión de Walt Disney, mejor será que abandone esa imagen de su mente.) El País de Nunca Jamás dista también mucho del mundo cotidiano, pero contiene la vigorosa vita­ lidad de la chispeante fantasía infantil. Los niños vuelan por los aires, viven bajo tierra, luchan contra los malvados pira­ tas -entre los que se cuenta, maravillosamente, el “amable” Smee—disfrutan de la amistad de Indios y de hadas, derro­ tan a los lobos; y es un pájaro quien rescata a Peter de las cre­ cidas de las aguas de la laguna azul. Cuando Wendy se une a ios niños, éstos la convierten inmediatamente en una ma­ dre, y es a través de ella que regresan finalmente al mundo real y que aceptan, todos menos Peter Pan, la necesidad de crecer, de hacer frente al mundo tedioso de la escuela, el tra­ bajo y la responsabilidad. Hay cierta tristeza en ello, porque sabemos que la mayoría perderá su contacto con el lumino­ so mundo de la infancia y su sabiduría, pero sólo así cabe la esperanza de una plenitud final. En Peter hay una huella del arquetipo -viviendo solo en los árboles pero visitado cada año por W endy- Es una historia de tono liviano, con cierto sentimentalismo y, sin embargo, se puede ver en Wendy un indicio de la función del anima, que establece un vínculo en­ tre la conciencia y el mundo inconsciente de la fantasía. Es interesante comparar esto con el símbolo de lo feme­ nino en El pequeño príncipe. En el caso del niño humano, el amor y el cuidado de la madre (si es una verdadera madre) son los agentes que lo conectan al mundo y que, llegado el momento apropiado, lo empujan fuera del nido. El niño de­ tenido en el interior del adulto puede despertar de su aisla­ miento al percibir, con cierta incomodidad, que no todo en su 206 El pequeño príncipe manera de sentir la vida es perfecto, por más “bonita” que ésta sea, y ese estímulo le impulsará a tratar de vincularse al mun­ do de los hombres. La rosa del pequeño príncipe (su víncu­ lo potencial) se muestra sumamente vanidosa y no del todo honesta, de modo que el niño terminará rechazándola e ini­ cia el viaje que le conducirá a la tierra. Sus primeras experiencias no son alentadoras; llega a va­ rios planetas, minúsculos y aislados, en cada uno de los cua­ les vive, en su mundo privado, un hombre tan solitario como él mismo, cada uno persiguiendo su propia meta fútil: poder, riquezas, conocimiento o placer. En el último conoce al fa­ rolero, con quien siente cierta afinidad -el hombre corrien­ te, que no está obsesionado por su propia importancia, pero aun así está solo, limitado a su tarea cotidiana, sin trascen­ derla nunca, encendiendo y apagando su farol a la puesta y a la salida del sol, cada pocos minutos, en un mundo redu­ cido y diminuto, sin tiempo para descansar y en el que no cabe la belleza. Al vislumbrar por primera vez la humani­ dad, el pequeño príncipe se encuentra únicamente con el polo opuesto a la simplicidad del niño -es decir, la obsesión con las metas. Por fin el pequeño príncipe llega a la tierra. Todavía está solo, en el desierto, pero, por estar en la tierra, se ve inme­ diatamente enfrentado al mundo de los instintos. Aparece primero la serpiente, el más terrestre de todos los seres, el más alejado de la conciencia humana, quien le advierte que el mundo de los hombres y de las mujeres resultará tan solita­ rio como su planeta, y le recuerda que la mordedura de ser­ piente puede traer la muerte y la liberación. No lo morderá todavía, dado que las serpientes no dañan al que es comple­ tamente inocente, pero cuando el pequeño príncipe regrese a este mismo lugar con la intención y el deseo de regresar a su planeta, la serpiente lo morderá, liberándolo así de la tierra. Se puede percibir aquí un indicio del cinismo del diablo. La serpiente no cree en la capacidad del pequeño príncipe de in­ 207 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño gresar en el mundo de los adultos, y desde el principio el pe­ queño príncipe se asegura una posible salida a su aventura. ¡Qué poco propio de la infancia! Uno tiene la impresión de que está destinado a no comprometerse. Es como si dispusiera de una póliza de seguros. Ahora el pequeño príncipe cruza el desierto en busca de los hombres, sintiéndose cada vez más infeliz, hasta que lle­ ga un día a un jardín de rosas. Por primera vez se da cuenta de que su rosa, la rosa de su planeta, no es la única del uni­ verso, y se tiende en el suelo a llorar. Ahora su rosa es una más, “una entre otras” -generando ese conocido estado men­ tal que representa el polo opuesto al orgullo posesivo-. Y es en este instante crítico cuando se encuentra con el zorro. El zorro es un símbolo de Mercurio o Hermes en el mun­ do interior. Es astuto y sabio, es el guía y el burlador -im a­ gen, aún hoy, de la numinosa intuición del vínculo existente entre el perseguidor y el perseguido-. The Running Foxes, de Joyce Stranger, es una hermosa historia real que trata de este tema. Parece probado que un zorro viejo llegará incluso a in­ citar a los cazadores a que lo persigan. Y es precisamente este animal, implacable cazador constantemente perseguido, quien habrá de enseñarle al pequeño príncipe lo que signifi­ ca tener un amigo, así como la verdadera naturaleza de la singularidad. El zorro le pide al príncipe que lo domestique y, respon­ diendo a las preguntas del niño, le explica que domesticar y ser domesticado significa “establecer vínculos”, es decir, re­ lacionarse y asumir responsabilidades. Le enseña al peque­ ño príncipe que ser único y singular no consiste en poseer la única rosa del mundo; la singularidad proviene del amor que nos vincula a otro, sea éste un zorro, una rosa o una perso­ na. Como todos sabemos, es un gran error identificar la va­ lía personal con la posesión de determinada virtud o habili­ dad especial o con la consecución de cierto logro. El zorro revela la profunda paradoja según la cual la singularidad de 208 El pequeño príncipe cada uno de nosotros se deriva únicamente de nuestra capa­ cidad para “establecer vínculos”, vínculos conscientes entre el yo y “otro” (sea este otro una realidad exterior o interior), y de la aceptación del sacrificio de las ataduras posesivas in­ conscientes. El zorro instruye entonces al pequeño príncipe en la do­ mesticación del otro: con infinita paciencia debe sentarse cer­ ca de él en silencio e ir acercándose poco a poco, día tras día. Conviene también respetar “los ritos apropiados”, es de­ cir, llegar siempre a la misma hora del día, ligando así el po­ der del ritual a un acto sencillo -u n consejo muy acertado, particularmente cuando se trata de “domesticar” nuestras imá­ genes interiores. Por fin el zorro llega a la parte medular de su mensaje -la curiosa paradoja según la cual un elemento fundamental para el establecimiento de cualquier vínculo consiste en aceptar la separación- incluso la separación final. La singularidad del vínculo no se pierde; de hecho, alcanza su máxima plenitud con la ineludible separación, puesto que del dolor de esta ex­ periencia consentida (consentida cotidianamente y no sólo en los momentos de pérdida exterior) surge un sentido pre­ viamente ausente. El oro de los campos de trigo, que el zo­ rro no había notado y que carecía hasta entonces de signifi­ cado, cobra ahora vida y es para siempre hermoso gracias al color dorado del pelo de su amigo. Todo campo de trigo es ahora singular en virtud de la singularidad del pequeño prín­ cipe. La característica peculiar de un amor libre del afán de posesión y transformado en el vínculo entre dos seres que aceptan estar separados es el de no ser exclusivo (es decir, que no funde todo lo exterior a él en una masa informe) sino que, por el contrario, engendra la intuición de la singularidad y el significado de toda persona y de toda experiencia, lo cual no implica que el dolor de la separación o despedida haya de ser menor. “Voy a llorar”, dijo el zorro. El último mensaje del zorro es el siguiente: “Lo esencial 209 Narcisismo y eterna juventud: El dilema deI niño es invisible a los ojos... El tiempo que perdiste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante... Eres responsable para siempre de lo que has domesticado”. Es evidente que el pe­ queño príncipe, por muy profundamente que haya entendido la lección del zorro, no ha captado lo esencial. Cito el pasa­ je donde se pone de manifiesto su error, que es también el de Saint-Exupéry. Se encuentra contemplando un jardín con cientos de rosas y les dice: No sois en absoluto parecidas a mi rosa. No sois nada to­ davía. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro cuando le conocí. No era más que un zorro semejante a cien mil otros zorros. Pero yo le he hecho mi amigo y ahora es único en el mundo. Sois hermosas, pero estáis vacías. Nadie moriría por vo­ sotras. Es indudable que un transeúnte cualquiera podría pensar que mi rosa, la rosa que me pertenece, se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras juntas, puesto que es a ella a quien he regado, es a ella a quien puse bajo un globo de cristal, es a ella a quien abrigué tras la pan­ talla, es por ella que he matado a las orugas (excepto las dos o tres que se transformaron en mariposas), es a ella a quien escuché cuando se quejaba, o cuando se alababa, o incluso, a veces, cuando no decía nada; ella es mi rosa. Esto es verdad, pero no es toda la verdad. Se da cuenta de su responsabilidad hacia la rosa que ha domesticado en su pla­ neta, acepta sus imperfecciones, y empieza a conocer el amor. Pero no se da cuenta de que, así como su responsabilidad ha­ cia el zorro implicaba la aceptación de la tristeza de ambos llegado el momento de la despedida, así también su respon­ sabilidad hacia la rosa implicaba la aceptación de la partida, de modo que la belleza de la rosa pudiera vivir en el mundo, no sólo en su planeta. Por eso contempla los cientos de ro­ sas con una piedad casi desdeñosa, y no, como lo hacía el zo­ 210 El pequeño príncipe rro frente al trigo, con la alegría de reconocer en cada una di ellas la imagen de su amada. Pasa entonces a conocer el mundo de los hombres: vt multitudes que viajan en los trenes de un lado para otro y sir meta aparente, habla con un comerciante que ha inventade unas pastillas que apagan la sed, para que la gente no tengí que perder tiempo buscando agua (¡qué imagen tan apropia da para nuestra condición actual!). Podemos suponer que er este contexto el pequeño zorro hubiera dicho, “Mira lo qu( los ojos no pueden ver. escucha lo que los oídos no pueder oír, busca al ser humano más allá de esta falsa máscara y pre ocúpate por domesticarlo. El tinte rosado de sus mejillas e in cluso la pintura roja de la locomotora podrían hacerte pen sar en tu rosa y dotar a esta gente y estas cosas de belleza ) sentido. Es así como debes vivir la responsabilidad hacia ti rosa”. Pero el pequeño príncipe no ha asimilado la sabiduríí del zorro y pierde su oportunidad: piensa únicamente en la be­ lleza de su rosa, en la necesidad que ella tiene de él y conso­ lida así su rechazo a participar en la vida sobre esta tierra, a tiempo que, aferrándose a su rosa, la traiciona del modo máí palmario. Inicia su viaje regresivo hacia la serpiente que le dará la muerte, no la muerte que es aceptación de la vida y e destino, sino la muerte como rechazo de la vida y la respon­ sabilidad. Jung ha señalado que “la amenaza de la serpiente' representa el peligro de que la conciencia recién adquirida set absorbida de nuevo por la psique instintiva. Esto es precisa­ mente lo que le ocurre al pequeño príncipe. Antes de la tragedia final se encuentra con el aviador que está reparando su avión y le pide una oveja para llevársela a su planeta. Los dibujos del aviador son rechazados: la oveja parece demasiado vieja o enfermiza. Finalmente el pequeño príncipe acepta el dibujo de una caja en cuyo interior hay una oveja que no se puede ver, pero que se puede imaginar como uno guste. Se trata de algo que causaría las delicias de un niño pequeño, pero no de un hombre identificado con el 211 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño niño. Una vez más, el pequeño príncipe interpreta errónea y peligrosamente las palabras del zorro: “Lo esencial es invi­ sible a los ojos”, lo que de ningún modo quiere decir que uno puede transformar una oveja real en una imagen priva­ da de lo que se desearía que fuese, sino que más allá de la apariencia externa de la oveja, por enferma o vieja que pa­ rezca, hay una singularidad esencial que puede hallarse si uno está dispuesto a “domesticarla”. Éste es el error fatal de la personalidad pueril: utilizar la imaginación, la intuición de verdades fundamentales, para desvirtuar la realidad y no para dotarla de sentido. El hombre, conducido por el niño, encuentra un pozo en el desierto. No es que lo imaginen porque saben que la fuen­ te de la vida yace bajo la árida superficie y que es la exis­ tencia del pozo la que hace hermoso al desierto. El hombre recibe ahora la profunda sabiduría del niño eterno, pero, en lugar de utilizarla para ir al encuentro de la vida misma y para domesticarla, prefiere no exponerla a los hombres y tra­ tar de preservarla en la soledad y en el retiro de los cielos, con lo que se ve obligado a pasar el resto de su vida con la mirada puesta en las estrellas atormentado para siempre por la duda de si todavía está vivo. Porque al regresar a su pla­ neta el pequeño príncipe se había llevado consigo algo de la tierra: la oveja que podría comerse a la rosa. El hombre ha­ bía olvidado añadir una correa al bozal que había dibujado para controlar a la oveja; el inconsciente se había encargado de que así fuera, y es que nunca podemos estar seguros de nada. Al bajar a la tierra, el niño había experimentado los opuestos y no podía regresar indemne a su paraíso infantil. Quería preservar de su viaje únicamente lo que a él le con­ venía, pero, de grado o por fuerza, se llevó consigo el impulso instintivo inconsciente que podía arrancar y comerse las ma­ las hierbas de su planeta, pero que, del mismo modo, podía devorar sus rosas y dejarle más terriblemente solo que antes. El hombre que se niega a escuchar todo el mensaje del zorro, 212 El pequeño príncipe el hombre que intenta preservar la belleza de su vida interior aislándola del mundo, se ve obligado a vivir roído eterna­ mente por la duda. ¿Devoró la oveja a la rosa? Esta es una duda que nos martiriza a todos cuando desoímos, aunque sea brevemente, el mensaje del zorro. El libro termina, pues, con la misma imagen del principio. El dibujo que hace el niño de una boa constrictor con un ele­ fante en su interior está lleno de imaginación y de promesas invisibles a los ojos del adulto aletargado, pero la imagen ha ido más allá de la separación entre los contrarios y se ha con­ vertido en una oportunidad para la conciencia, para terminar abocando, por fin, a una regresión en la que un contrario pue­ de ser tragado de nuevo por el otro -la tierna singularidad de la rosa devorada por la colectividad ovejuna de la que el pe­ queño príncipe aspiró escapar-. El hombre vive ahora con la mirada fija en las estrellas, contemplando su belleza y lleno de un anhelo insaciable, porque ha conocido y ha amado al niño interior. Pero ha rechazado con desdén la tierra que pisa y sobre la que se asienta y, de ese modo, se condena a no al­ canzar la plenitud en esta vida. Es una historia conmovedo­ ra y maravillosamente escrita, con el efecto de una trágica verdad, pero todo el libro está plagado de un sentimiento de tristeza y desesperación. Algo similar ocurre con la vida de Saint-Exupéry, un ge­ nio en potencia que nunca rompió su identificación con el niño eterno. Alguien que lo conocía bien escribió que en él se daban, en igual proporción, “un misticismo real y pro­ fundo, un gran apetito por el placer de los sentidos y una to­ tal irresponsabilidad en la vida cotidiana”. También se dijo que era “un extremista en todo y que no soportaba la con­ tradicción”. Tales son las huellas de esta identificación. Es in­ teresante el hecho de que algunos psicólogos hayan dicho que muchos aviadores, particularmente, quizás, los más te­ merarios pilotos de aviones de caza y de aviones de prueba, pertenecen a este tipo. 213 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño Saint-Exupéry casi nunca estaba contento, salvo cuando volaba. Para él se trataba de una necesidad vital, casi como si hubiera estado constantemente tratando de llegar hasta el pequeño príncipe, triste y solitario en su planeta. En el aire se sentía libre de la aplastante vulgaridad y mezquindad del hombre corriente, al que trató en sus escritos con mordaz menosprecio. Incluso sus más grandes admiradores recono­ cen su carácter desdeñoso. Era un piloto sumamente diestro, pero por el hecho de ser también “despistado” causaba en todo el mundo una gran inquietud. Era capaz de olvidarse de bajar el tren de aterrizaje o, perdido en sus ensueños, aban­ donaba su trayectoria de vuelo hasta que la proximidad de un peligro le devolvía bruscamente a la realidad. Este tipo de hombres cortejan inconscientemente a la muerte -anhelan la mordedura de la serpiente que puede devolverlos al niño per­ dido-. De hecho, acabó por encontrar la muerte en el aire dando así vida al símbolo. Su avión se perdió cuando sobre­ volaba Francia en la última misión de guerra que se le había encomendado y sus restos nunca fueron encontrados, sim­ plemente desapareció, como lo había hecho el cuerpo del pe­ queño príncipe. Había sido, como suele ocurrir entre este tipo de personas, el favorito de su madre, a quien adoró durante toda su vida. También Barrie sentía devoción por su madre; y en Peter Pan el padre, Mr. Darling, aparece como estúpido, mezqui­ no y cruel. El matrimonio de Saint-Exupéry, como era de es­ perar, fue un asunto tormentoso en el que las discusiones vio­ lentas, las separaciones y las reconciliaciones igualmente apasionadas se sucedían de manera irresponsable. Cuando se encontraba alejado de su mujer solía escribir conmovedoramentc acerca de su responsabilidad hacia la “pobre Consue­ lo”; era algo que sentía de verdad, pero que no lograba vivir. No fue nunca capaz de vivir responsablemente porque había desechado la mitad de la sabiduría del zorro, de modo que su delicada percepción de los valores reales permanecía “en el 214 El pequeño príncipe aire”, constantemente amenazada por la “oveja”. La oveja imagen doble como todos los arquetipos, es el símbolo a mismo tiempo de la inocencia y de la estupidez colectiva que él tan amargamente despreciaba. Las imágenes de su inconsciente -el Rey, el Sabio, el Tra bajador Pragmático, el Jugador y el Sirviente- permanecie ron para siempre en sus planetas solitarios, posesivos y ca rentes de sentido hasta el final, porque el niño, que de habe: estado atento al mensaje del zorro podría haberlos traído a h tierra, eligió regresar a su planeta. Así, el hombre no logre crecer hasta alcanzar la verdadera unión de los contrarios por la que el niño interior continúa intensamente vivo perc “domesticado” y vinculado a la realidad exterior. Saint-Exu péry tenía talento y no eludió la responsabilidad de mani festarlo. Pero su talento no maduró. Quizá únicamente en E pequeño príncipe llegó de veras a encarnarse, porque en é describe su propia lucha trágica con el poder y la verdad Muchos consideran que La Citadelle es el mejor de todos suí libros, cosa que él mismo pensaba. Sin embargo, y a pesar de la belleza de muchas de sus reflexiones, se mantiene de al­ gún modo distante de la humanidad, y parece teñido, conse­ cuentemente, de cierta irrealidad y sentimentalismo. En él, un rey del desierto formula todas sus ideas acerca de la vida y su sentido. Es significativa una de las escenas del principio: el rey sube a una alta torre y, contemplando desde arriba a los hombres, se apiada de ellos y decide curarlos. Más tarde declara haber “embellecido el alma de su pueblo”. Al rey le interesa “el pueblo”, no los individuos; y permanece solo cor su rosa hasta el final. También el título del libro es signifi­ cativo: la ciudadela, es decir, la torre, la fortaleza, el lugar se­ guro desde cuyas alturas el rey domina el mundo. Un hombre-niño de este tipo se analizó conmigo hace mu­ chos años. La agilidad de su inteligencia, su comprensión in­ tuitiva del inconsciente y su vital entusiasmo, parecían muy prometedores. Pero no tenía diecisiete años sino que ronda­ 215 Narcisismo y eterna juventud: El dilema del niño ba los treinta y no tenía la menor idea de lo que significa aceptar la responsabilidad que trae consigo la madurez. Esta clase de hombres suele poseer un gran encanto gracias a su imagen juvenil, la imagen de la promesa eterna de la juven­ tud. Las mujeres mayores acostumbran a perdonarles una y otra vez sus excesos. Este hombre cambiaba continuamente de trabajo, y era su mujer, mayor que él, la que ganaba lo esencial para su sustento. Como en el caso de Saint-Exupéry, las rupturas y las reconciliaciones se sucedían con asombro­ sa rapidez. No era un aviador pero coqueteaba con la muer­ te conduciendo temerariamente el coche. Cuando le retira­ ron el permiso no se le ocurrió dejar de conducir sino al contrario, ya que el riesgo incrementaba la emoción. Pero contraer riesgos insensatos en el mundo exterior es una for­ ma de compensar el rechazo interior a arriesgar la psique in­ fantil asumiendo las responsabilidades del adulto. Este hom­ bre tomó incontables resoluciones con absoluta sinceridad, pero todas se disolvieron al entrar en contacto con la reali­ dad y con la necesidad de disciplinarse. Y sin embargo, ¡cuán­ to entendía él de una sabiduría vedada al hombre aburrido y respetable! Murió de accidente: había regresado a su ser­ piente después de haberse negado a abandonar su paraíso in­ fantil y a exponer su rosa al mundo. Es raro encontrar casos tan extremos de puer aeternus. No obstante, en las imágenes de Saint-Exupéry hay una ad­ vertencia para cada uno de nosotros. Debemos hacernos cons­ cientes de nuestras identificaciones parciales con el niño in­ terior que lo relegan a un planeta solitario. Todo aquello con lo que nos identificamos deja de ser una realidad para noso­ tros. Si conservamos el valor infantil de la inocencia y la exaltación, y aceptamos, al mismo tiempo, plenamente la re­ alidad del tiempo y el espacio, y si sobrellevamos las sepa­ raciones, por medio de las cuales se disuelven el afán de po­ sesión y la voluntad de ser “especial”; entonces plantaremos firmemente nuestros pies en la tierra y contemplaremos si­ 216 El pequeño príncipe multáneamente el curso de las estrellas. Sólo entonces, ha­ biendo emergido del fácil paraíso de la puerilidad incons­ ciente, podremos “domesticar” y “ser domesticados” por el niño interior, portador de la verdadera singularidad y de la plenitud fundamental. Esta adorable imagen se nos presenta en nuestros sueños, seria y alegre, sabia e inocente, prome­ sa de renovación y de la plenitud final. “Si no cambiáis y os hacéis [os hacéis como, no os identificáis con los] niños no entraréis en el Reino de los Cielos.” (Mateo 18:3) Citemos ahora unas palabras de Jung: “El niño es el prin­ cipio y el fin... El niño simboliza la naturaleza preconscien­ te y postconsciente del hombre, su plenitud... El ‘niño’ es todo aquello abandonado y expuesto y, al mismo tiempo, di­ vinamente poderoso; el principio insignificante e incierto y el fin triunfal. El ‘niño eterno’ inherente al hombre es una experiencia indescriptible..., un imponderable que determi­ na el valor o la falta de valor fundamentales de una perso­ nalidad ” .2 217 PARTE IV: EL NIÑO INTERIOR HERIDO INTRODUCCION La violación de la fragilidad y la simplicidad natural del niño que aún no es autónomo puede generar un infantilismo defensivo que perdure durante toda la vida. Tales heridas pueden sanar por medio de la sencilla naturalidad del amor e incluso, de hecho, pueden proporcionar una vía de acceso al amor. J ean H o u sto n , The Searchfor the Beloved Hoy en día, en nuestra era de la información, nos vemos rodeados de imágenes de niños maltratados. Los innumera­ bles relatos de estos niños en todas las capas sociales que cotidianamente salen a la luz, han profundizado nuestra con­ ciencia de dicho fenómeno. Tales incidentes, que van desde el simple descuido o la lesión accidental hasta la moralmen­ te reprobable explotación o el abuso sexual de los jóvenes, constituyen manifestaciones patéticas de una verdadera epi­ demia social y mental. Frecuentemente, la ansiedad que resulta de los malos tra­ tos inclina a los niños a la sumisión y, como medida de se­ guridad, éstos terminan identificándose con un yo falso, con 221 El niño interior herido una máscara externa. El temor puede también generar una pomposa grandiosidad (como ya vimos al tratar el problema del puer aeternus), en el que la presunción y la suficiencia ocultan en realidad profundos sentimientos de humillación y autodesprecio. En cualquiera de estos casos, el yo infantil auténtico y vulnerable es repudiado y la vitalidad, conse­ cuentemente, disminuye. Para la frágil identidad infantil en proceso de formación, identificarse con la propia vulnerabi­ lidad supone un dolor tan espantoso que parece amenazar a la existencia misma. Estas heridas del alma infantil crean en el adulto un niño interior que anhela comprensión, amor, respeto y, posiblemente, justicia. El redescubrimiento del niño interior es a menudo do­ loroso porque devuelve a la conciencia emociones y recuerdos asociados con las lesiones sufridas durante la infancia. Nor­ malmente estas experiencias dolorosas ocurren en el seno de la familia. Cuando restablecemos contacto con el niño inte­ rior, entramos en contacto también con nuestros padres, a quie­ nes intentamos, en su momento, agradar y satisfacer. Y tam­ bién nos vemos obligados al mismo tiempo a aceptar nuestro yo, enfurecido, triste y lastimado. La redención de este pro­ blemático niño interior implica, cuando menos, la necesidad de aceptar su afán de amor, de cuidado y de sustento. Cuando de adultos deseamos cicatrizar las heridas de nues­ tro niño interior, es preciso también que aprendamos a com­ prender el sufrimiento de nuestros padres. Puesto que hemos internalizado a estos padres heridos, debemos renunciar aho­ ra a la severidad de nuestros juicios y a nuestro rencor. Sólo si reconocemos la herida de la imagen internalizada de nues­ tros progenitores seremos capaces de atajar las pautas de comportamiento abusivo en la familia y dejar de transmitir­ las de generación en generación. Esta actitud compasiva se manifiesta en la vida de aquellos valientes individuos que aspiran a superar su humillación y su dolor para reconocer y sanar al niño interior herido. 222 Introducción El niño interior herido es el símbolo emergente de esta conciencia compasiva y representa el potencial obstruido del niño interior. Es la víctima interna que padeció innumerables lesiones y que fue sepultado para evitar mayores daños y hu­ millaciones. Este ser auténtico que yace en nuestro interior -nuestro vulnerable Yo infantil- se siente atrapado en una aciaga red de comportamientos defensivos y suele estar de­ bilitado por una confusión de sentimientos de ansiedad, de­ sesperanza, dolor y rabia. Los ensayos de esta sección giran en torno al tema del niño interior herido. Cada capítulo presenta una sensibilidad y un modelo psicológico distinto en su aproximación a la he­ rida y a la curación del niño interior. Hal Stone y Sidra Winkelman postulan un modelo psico­ lógico según el cual la personalidad consciente repudia al niño en algún momento previo a los cinco primeros años de vida. “El niño vulnerable”, comentan, “ no puede sobrevivir en nuestra sociedad sin la protección de un fuerte elemento protector/controlador’’, en su personalidad, que sepulta al niño para evitar su daño. Los tipos básicos de herida del niño interior descritos en este modelo son la vulnerabilidad y la disociación respecto de otras partes de la persona total. La cu­ ración consiste en la integración del niño interior a la con­ ciencia, de modo que el ego consciente pueda cuidarse ade­ cuadamente de él. Alexander Lowen relata su descubrimiento personal del dolor y la traición por medio de la terapia que llevó a cabo con el famoso psiquiatra Wilhelm Reich. A Lowen le interesa el proceso por el cual el niño interior somatiza su sufrimiento psicológico inexpresado, sufrimiento que queda impreso en la musculatura del cuerpo del adulto. “La verdad de nuestra infancia”, dice Alice Miller, “está almacenada en nuestro cuerpo”, afirmación que sintetiza adecuadamente el modelo bioenergético de Lowen para el estudio del niño interior he­ rido. 223 El niño interior herido El artículo de Alice Miller, “En Defensa del Niño”, des­ cribe el tipo de lesión que se deriva del abuso infantil. Mi­ ller centra su atención en el niño exterior -y, por implica­ ción, en el niño interior herido-, aquél que padece la crueldad o los malos tratos inconscientes de los padres o de las per­ sonas que representan la autoridad en su vida. “Sólo cuando nos demos cuenta de hasta qué punto el niño es impotente frente a las expectativas de sus padres”, escribe, “ ... com­ prenderemos la crueldad inherente a las amenazas de los pa­ dres de retirar su amor si el niño no satisface estas expecta­ tivas imposibles. Y esa misma crueldad se perpetúa en el niño.” Siguiendo el modelo de la psicología profunda, Robert M. Stein relaciona de manera explícita el maltrato exterior del niño con las lesiones interiores o psíquicas: “La psicología profunda asume que el mundo exterior y el mundo interior se reflejan mutuamente...; debemos preguntarnos qué se es­ conde tras esa necesidad compulsiva de maltratar y de abu­ sar sexualmente del niño exterior”. A diferencia de la inter­ pretación más bien literal de Alice Miller, Stein analiza las polarizaciones individuales y culturales que padece por el niño interior herido, una escisión en las actitudes y en las creencias que niegan la identidad natural y elemental del niño, al que separan de sus propios instintos. Por último, Susanne Short estudia, desde una perspectiva junguiana, el pathos del niño herido que se ahoga en el ego­ centrismo perverso de sus padres. Se trata de una tragedia que atestiguamos cada día en nuestro entorno ya que este tipo de padres no reconoce la existencia real de sus hijos e ignora su experiencia interior. Como sugiere Short, ni el mis­ mo niño entiende lo que le ocurre; las únicas pistas son mur­ mullos y susurros. 224 15. EL NIÑO INTERIOR VULNERABLE Hal Stone y Sidra Winkelman Stone y Winkelman son los creadores del denominado “Voice Dialogue M ethod” [Diálogo interno], un método que se basa en la idea de que cada individuo posee una multi­ plicidad de identidades, o subpersonalidades, las cuales es­ tablecen diferentes tipos y niveles de relación entre sí y con lo que los autores llaman el “protector!controlador”, que es algo diferente de lo que entendemos normalmente como ego. Stone y Winkelman sugieren que algunas de dichas iden­ tidades, que se repudian por molestas o inquietantes, perdu­ ran en el inconsciente como sistemas energéticos no inte­ grados. El diálogo con las mismas, su reconocimiento y objetivación, capacitan al ego consciente para entenderlas y utilizarlas creativamente. El diálogo interno es un método eficaz para acceder a esas subpersonalidades, o voces internas, sin la interferen­ cia del protector!controlador. De este modo, uno puede, asis­ tido por un colaborador o “facilitador”, dirigirse a deter225 El niño interior herido minada subpersonalidad directamente, considerándola como una entidad individual que form a parte integrante de la per­ sonalidad total. Este proceso sitúa al sujeto en un estado al­ terado de la conciencia similar a la hipnosis y, con el tiem­ po, se puede ir cobrando con cien cia de más y más subpersonalidades repudiadas. “El propósito de todo esto", según Stone y Winkelman, “consiste en hacernos conscien­ tes de la mencionada fragmentación de la identidad, de modo que podamos tomar las decisiones adecuadas en cada etapa de nuestra vida.” Una de las subpersonalidades más importantes es la del niño interior abandonado y, como indican los autores: “En nuestro mundo civilizado, el niño vulnerable es tal vez el yo que más comúnmente se repudia”. Este capítulo demuestra la forma en que se manifiesta el niño interior en el trans­ curso del “diálogo interno". Procede de los dos libros de estos autores, Embracing Our Selves: The Voice Dialogue Manual 3; Embracing Each Other. Los niños de nuestro mundo interior saben cómo “ser”, mientras que el resto de nuestra personalidad sabe cómo “ha­ cer” y “actuar”. Al trabajar con estos sistemas energéticos, te­ nemos la oportunidad de aprender a “ser” con ellos; de lo contrario, no pueden emerger. Cuando trabajamos con el niño interior, la máxima es: “No hay ningún sitio a donde ir ni hay nada que hacer”. La pérdida del niño interior constituye una de las mayo­ res tragedias del proceso de “crecimiento”, ya que con ella malgastamos gran parte de la magia y el misterio de la vida, el placer y la intimidad de la relación humana. Casi todos los impulsos destructivas que nos manifestamos los unos a los otros es una muestra de la falta de conexión con nuestra sensibilidad, nuestros temores y nuestra propia magia. Qué diferente sería el mundo si, por ejemplo, los políticos dije226 El niño interior vulnerable sen cosas como: “Estoy desolado. Usted realmente hirió mis sentimientos cuando me habló de esa manera”; o: “Quisiera pedir disculpas a mis colegas por los comentarios que hice ayer. Mis sentimientos habían sido lastimados y me enojé. Lo siento”. Si el niño interior actúa en nuestra vida de manera autó­ noma y sin protección, podemos estar casi seguros de que acabaremos por convertirnos en una especie de víctima. El niño, por muy maravilloso que sea, no sabe conducir nues­ tro coche, como tampoco lo sabría hacer ninguna otra cons­ telación energética aislada. También él debe incorporarse a nuestro equilibrio personal. Sin embargo, mientras el protector/controlador conserve el dominio de la personalidad, el niño permanecerá enterrado y, por lo tanto, seguirá siendo inaccesible. A medida que reconocemos la presencia del niño interior, el ego consciente se transforma gradualmente en el padre de nuestro niño. Podemos entonces asumir la responsabilidad de emplear la energía del niño interior en nuestra vida y pro­ porcionarle la protección adecuada cuando la precise. Conforme el ego consciente se vuelve más eficaz, pode­ mos irnos relajando, a sabiendas de que la integridad funda­ mental del sistema se encuentra en buenas manos. Pasemos ahora a observar cómo se manifiesta el niño interior en el proceso del diálogo interno. Vulnerabilidad: un yo primario repudiado Es muy probable que en nuestro mundo civilizado el niño vulnerable sea el yo que más comúnmente se repudia. Sin embargo, este niño es quizá nuestra subpersonalidad más pre­ ciosa, la más próxima a nuestra esencia, la que nos capacita para establecer verdaderas relaciones, de una manera autén­ tica, para apreciar realmente a los demás y para amar. Por des- El niño interior vulnerable El nino interior herido gracia, todo esto suele desaparecer aproximadamente a los cinco años de edad. En la sociedad civilizada, el niño vul­ nerable no puede sobrevivir sin la protección de un fuerte protector/controlador. El único recurso de que dispone esta figura para manejar al niño vulnerable es el rechazo, una ac­ titud que, con el tiempo, llega a convertirse en absoluto de­ sinterés. ¿Cómo es este niño? Su cualidad más notable es la habi­ lidad que tiene de establecer estrechas relaciones con otras personas. El facilitador siente la calidez y plenitud que ema­ nan de él, como si el espacio entre las dos personas adqui­ riese vida propia y vibrase. Cuando el niño vulnerable se re­ tira (como suele hacer ante la más mínima provocación), la calidez y plenitud desaparecen, dejando tras de sí una ligera sensación de frialdad. Se trata de una experiencia similar a la que vivimos cuando nos acercamos afectivamente, en un momento de profundo cariño y confianza mutua, a un niño pequeño, o incluso a un perro. Esta capacidad de estar por en­ tero “con” otro ser humano es sumamente valiosa. No obstante, compenetrarse con otra persona no sólo su­ pone placer, sino también malestar. El niño vulnerable está sintonizado energéticamente, advierte cualquier cosa que su­ cede a su alrededor y no se deja engañar por las palabras. A medida que le hablamos, el niño apreciará todo cambio que pueda surgir en nuestra conexión energética con él. Por lo tanto, si en la comunicación se entromete un pensamiento externo -si nos preguntamos qué hora puede ser, o sentimos un repentino apetito, por ejemplo-, el niño notará de inme­ diato que nos hemos distanciado. Posee una sensibilidad muy aguda, y reacciona al instante en cuanto percibe el mínimo signo de abandono y, aunque ignore la causa, sabe perfecta­ mente que algo ha sucedido. Entrar en contacto con esta subpersonalidad puede abrir­ nos a sentimientos de rechazo muy desagradables, como el del abandono cuando, por la mañana, nuestra pareja se le­ 228 vanta de la cama y se dirige al cuarto de baño. Sin embargo, si la traemos a la conciencia, esta subpersonalidad es capaz de indicarnos quién merece nuestra confianza y quién no, ya que suele reconocer a la gente que ha rechazado a su propio niño vulnerable y que, por consiguiente, puede herir a otras personas, ya sea de manera casual o deliberada. Es posible que el primer diálogo con un niño vulnerable consista simplemente en sentarse en silencio junto a él y ani­ marle a salir al exterior. A menudo es preverbal; sencilla­ mente permanece quieto o llora. En su primera salida, el niño tal vez adopte una posición fetal, se cubra la cabeza y emita violentos sollozos; o quizá se muestre indeciso, como si qui­ siera comprobar la aptitud del facilitador para sentir su pre­ sencia o su ausencia. Lo cierto es que el niño vulnerable no se manifestará a menos que confíe en el facilitador y sepa que éste no le ocasionará ningún daño. En el pasado recibió múl­ tiples heridas y ahora tiene miedo de que se le vuelva a las­ timar. El siguiente caso, el de la niña vulnerable de una mu­ jer judía sobreviviente de la segunda guerra mundial, ilustra perfectamente esta situación. N iña : Me duele pensar en todo lo que ella ha sufrido. Yo tuve que marcharme cuando ella era muy, muy joven (llora). Existir es demasiado doloroso. Uno se siente como un saco de piel lleno de lágrimas F a c il it a d o r (con preocupación): ¿Quieres irte ahora? Niña : N o, me sienta bien tenerte aquí conmigo. Yo siempre acabo escondiéndome, pero me duele aún más estar sola. Ne­ cesito alguien que me acompañe y me permita estar triste. El dolor del niño vulnerable es un dolor profundo que re­ quiere respeto y compasión. Si nos mostramos distantes o ra­ cionales, él se dará cuenta y no aparecerá. Algunas veces el 229 El niño interior vulnerable El niño interior herido facilitador tiene que buscarlo. En el caso de Natalie, una te­ rapeuta, el niño vulnerable se presentó del modo más sor­ prendente. Natalie comenzó la sesión expresando el males­ tar que sentía al abrazar al facilitador. De hecho, ésta era la voz racional de Natalie, como después pudo observarse; pero al principio daba la impresión de que se trataba de su ego consciente. Cada vez que terminamos una sesión, pienso mucho acerca de este asunto de abrazarte, y no me re­ sulta nada cómodo. Tengo la sensación de que así descargo an­ siedad y de que esto afecta negativamente a la terapia. Ade­ más, en ese contexto no creo disponer de otra alternativa. N a t a l i e r a c i o n a l ; (también racional, a fin de proteger a su propio niño vulnerable): Muy bien ¿por qué no nos olvidamos en­ tonces de abrazamos y vemos qué pasa? Entiendo muy bien lo que dices acerca de la descarga de ansiedad y tensión, y a mí tampoco me resulta cómodo si siento que es algo forzado. F a c il it a d o r En ese momento, el facilitador advirtió un cambio, un amago de tristeza en Natalie. Espera un segundo. Deja que hable también de esa parte tuya que desea que yo la abrace. F a c il it a d o r : i ñ a i ñ a 230 : F : Y sé que Mike es muy eficiente y tiene mu­ cho éxito, pero ahora me gustaría hablar con su parte un poco más sensible, la que necesita mantenerse lejos de la gente o incluso ocultarse. a c i l i t a d o r o Me encanta prestarte atención. Háblame de ti. Soy muy pequeña, tengo como unos cuatro años, y soy Una vez que Mike sabe cómo fueron maltratados sus sen­ v u l n e r a b l e F a c il it a d o r : N Este diálogo constituye el retrato conmovedor de una niña vulnerable que quiere ser añorada, buscada y valorada, aun­ que el protector/controlador y otras subpersonalidades ra­ cionales insistan en no reconocer su existencia. Los hombres tropiezan con mayores dificultades que las mujeres a la hora de entrar en contacto con sus niños vulne­ rables porque la sociedad no acepta que los hombres sean vulnerables. También sus niños permanecen ocultos. Y han sido hallados en armarios, bajo el fregadero de la cocina, dentro de una cueva, en una cabaña construida en lo alto de un árbol, en el bosque, en un granero o en un desván. A ve­ ces, el facilitador puede establecer un primer contacto con él si pregunta por la parte que huye de la gente o se esconde. N iño: Por supuesto que necesito ocultarme. De pequeño, so­ lía irme al bosque cuando alguien hería mis sentimientos. Allí esperaba y esperaba a que alguien viniera a buscarme. Tenía mucho miedo de que, si encontraban a Mike, me las­ timaran de nuevo; pero, en realidad, yo ansiaba que notasen su ausencia y que saliesen en su busca. ¿Y sabes qué? Ellos nunca lo hacían. Y entonces yo me sentía muy mal. (rompe a llorar): Me preocupaba que no supieras que yo estaba aquí. Ella es tan sensata... Me preo­ cupaba que ella hiriese tus sentimientos y que no intentases buscarme. Yo quiero que me abraces. Me gusta. Quiero que me prestes atención (llora de nuevo). N muy mona. Pero tengo miedo. Y estoy escondida, estoy es­ condida en el armario. Y espero que alguien venga a bus­ carme pero (más sollozos) nadie viene, nunca viene nadie. De verdad, quiero que alguien venga y me busque, y me preste atención. Nadie me echa de menos. Necesito que la gente sepa que me he ido y que se preocupe por mí. 231 El niño interior herido El niño interior vulnerable timientos, puede hablar del asunto con su esposa. En caso contrario se refugia en una fría subpersonalidad paterna, una actitud que lesiona al niño vulnerable de su esposa. De esta ma­ nera, ella reafirma su rechazo a fin de protegerse a sí misma. El niño vulnerable nos ayuda a superar situaciones dolorosas que no podemos modificar. Asimismo, nos aparta de re­ laciones personales devaluadas o de trabajos ingratos, siem­ pre y cuando le prestem os nuestra atención. Frank, por ejemplo, esperaba estabilizar la relación que mantenía con una mujer más joven que él. Ella, por su parte, le mostraba cariño, pero no el amor necesario para que la pareja se pu­ diese plantear la posibilidad del matrimonio. A causa de esta situación, Frank había repudiado a su niño vulnerable hasta tal punto que, al principio, nosotros sólo podíamos hablarle a través de la figura del protector/controlador. Finalmente, éste nos permitió hablar directamente al niño. cidir qué hacer con todos esos datos. Así que consultó a otras subpersonalidades pero, al fin, siguió el consejo de su niño vulnerable, afrontó la situación y, con tacto y diplomacia, terminó su relación. Por contraste con su capacidad de poner punto final a una relación poco satisfactoria, la integración del niño vulnera­ ble a una relación positiva da lugar a una intimidad y una profundidad sin precedentes, tal como se observa en el caso de Suzanne. Suzanne había sido criada por una madre insensible y des­ pectiva. Su niña vulnerable fue rechazada a una edad tem­ prana y sustituida por el encanto, la sofisticación y un inge­ nio cap rich o so y fascin a n te . Los hom bres no podían resistírsele y, sin embargo, Suzanne se sentía muy sola. Cuan­ do se daba cuenta de que tenía sentimientos vulnerables, se conmocionaba, y su niña no sabía cómo ayudarla. harías el favor de hablarnos de tus senti­ mientos con respecto a la relación entre Frank y Claire? Niña: Pero ¿qué puedo hacer por ella? Si intento algo, me hace daño y me asusto. N iño: No me gusta nada. Me hiere constantemente. Él sigue pensando que Claire aprenderá a quererlo, pero yo sé que no es así, que ella sólo espera por lo que pueda sacarle. Él es una buena persona, y hace cualquier cosa para conservarla a su lado, pero sé que ella no le ama y eso me entristece. Sin em­ bargo, a él no le importa cómo me siento. sé que estar contigo resulta estupendo, y que tienes mucho que decirnos tanto a Suzanne como a mí. Eres encantadora. F a c il it a d o r : ¿ N F a c il it a d o r : o s Si tú dirigieses la vida de Frank, ¿qué harías? : Me alejaría. Cuando él está con ella, me siento muy solo, mucho más que si lo estuviera de veras. N i ñ o Como señalábamos antes, a menudo el niño vulnerable percibe las cuestiones emocionales con mucha claridad, y puede dar acertados consejos sobre ellas. Frank tenía que de­ 232 F a c il it a d o r : Y o Niña: N o estoy segura de eso (responde sonriendo porque el contacto energético es positivo). F a c il it a d o r : Dime, ¿por qué tuviste que ocultarte? N : S madre (ella comienza a llorar), su madre es muy mezquina y me hace llorar todo el tiempo. Siempre le decía a Suzanne que era fea y estúpida y le hablaba de su inopor­ tuno nacimiento. ¿Sabías que todavía le dice que nunca la deseó? (Llora un rato, a medida que asimila el impacto de esta revelación.) i ñ a u 233 El niño interior vulnerable El niño interior herido Bien, entiendo por q u é deseabas esconderte. Háblame un poco más de ti. F a c il it a d o r : N : Soy muy sensible y me afectan muchas cosas. Suzanne no deja de involucrarse en esas relaciones en las que hay una parte de ella que ríe, pero yo me siento mal. Como con Eric. Él se rodea de chicas sólo para creerse fabuloso pero, en realidad, no las quiere, simplemente las colecciona. Eso hiere mis sentimientos, pero Suzanne se limita a hacerse la sofisticada y a reírse. i ñ a Eso suena como algo muy difícil para ti. Dime, ¿te gusta estar aquí ahora? F a c i l i t a d o r : N i ñ a : Me gusta mucho. Me siento confiada y cómoda. Suzanne acogió rápidamente a su niña vulnerable; disfru­ taba del espacio abierto a la energía de su corazón. Disponía de mucha fuerza, una belleza inusual y la inteligencia y las aptitudes sociales necesarias para proteger a su niña vulne­ rable. Conscientemente, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance; se enfrentó a Eíic de una forma calmada y objetiva, haciendo uso de las observaciones de su niña y puso fin a su romance con él, aunque no a la amistad. La siguiente relación que estableció, iniciada poco des­ pués del primer contacto con esta niña vulnerable, eclipsó a todas las anteriores. Se encontró a sí misma comunicando sus sentimientos y sus reacciones en muy poco tiempo e in­ cluso habló de su pasado y de su madre con su nuevo com­ pañero. Al igual que éste, se sentía capaz de verbalizar cada “pequeña” herida o inquietud conforme las advertía, cir­ cunstancia que daba lugar a una compenetración hasta en­ tonces desconocida por ambos. Se requería auténtico coraje, pero Suzanne era una mujer decidida que aprendía pronto y su valor inspiraba en su compañero el mismo deseo de inti­ 234 mar. Cada riesgo que asumían ahondaba su mutua compren­ sión, reforzaba su amor y acallaba sus temores, cosa que les alentaba a abrirse a la exploración común de su compleja hu­ manidad. Y aunque esto no resultara siempre fácil, les pro­ curó a ambos muchas satisfacciones. Con la información que le proporcionaron sus niños vulnerables consiguieron en­ frentarse de manera práctica al dolor esporádico que surgía en la relación y proteger el maravilloso intercambio energé­ tico que se había creado entre ellos -esa cálida energía latente que vibra en las personas cuando se abren y confían genuinamente. Esto no significa, sin embargo, que todo vaya a ser siem­ pre perfecto. En algunas relaciones, circunstancias que se en­ cuentran más allá del control del yo consciente pueden oca­ sionar la retirada del niño. No obstante, una vez que hemos experimentado esa calidez, no dudaremos en luchar por re­ cuperarla, aunque para ello debamos atravesar muchos mo­ mentos difíciles. Quisiéramos presentar, como último ejemplo, otro frag­ mento de una sesión de diálogo interno con un niño vulne­ rable. En este caso, el facilitador formuló preguntas orienta­ das a acercar la conciencia del sujeto a las necesidades del niño vulnerable. Hasta ahora hemos hablado de tu soledad y de lo marginado que te sientes de la vida de Peter. ¿Qué podría hacer él para ayudarte? F a c il it a d o r : N iño : N o sé lo que podría hacer. Él siempre huye de mí. Bueno, eso ya lo sé, pero ahora Peter está es­ cuchando nuestra conversación y tal vez aprenda algo sobre ti. No te lo puedo asegurar, pero quizá él pueda llegar a com­ portarse como un buen padre. Ya sé que nunca lo ha hecho antes, pero podría ocurrir. F a c il it a d o r : 235 El niño interior herido me gustaría. Me sentiría mejor si él me cuidase, sobre todo cuando me asusto, y yo me asusto con frecuencia. Ojalá que él aprendiera a estar conmigo en lugar de esca­ parse todo el tiempo. Sólo con que me hablase me sentiría mucho mejor. N i ñ o : E s o De modo que una de las cosas que é l podría ha­ cer por ti es, sencillamente, aprender a estar contigo. F a c il it a d o r : Niño : Y quizá podría ahorrar algo de dinero. Cuando no hay dinero me acobardo. A él le gusta manejar su dinero de un modo que a mí me espanta. Me aterran sus inversiones en bolsa. Detesto sentir que puede perderlo todo. Y a él le gus­ ta arriesgarse. F : Ahora tenemos también otra cosa que te ayu­ daría. Necesitas sentir seguridad económica. ¿Hay algo más? a c i l i t a d o r Niño : También él podría dejarme salir más a menudo. Nadie sabe nada de mí. Todo el mundo piensa que Peter es fuerte y duro. Eso es lo que todos creen. Nadie se fija nunca en mí. Eso me hace sentir solo. Incluso Margaret (su esposa) lo ig­ nora, él nunca le habla de mis sentimientos. Durante el crecimiento del niño, los padres tienden a de­ sestimar su vulnerabilidad, ya que consideran que la vida exi­ ge fortaleza. Además, suelen carecer de una relación cons­ ciente con su propia vulnerabilidad. Así, cabe afirmar que todos nosotros, como adultos, renegamos de nuestro niño in­ terior y contribuimos a perpetuar este ancestral proceso de re­ chazo. Mediante el diálogo, logramos escuchar la voz del niño y, gradualmente, asumimos la responsabilidad de la crianza infantil, en lugar de delegarla en el protector/controlador. Hemos observado comportamientos muy interesantes en 236 El niño interior vulnerable algunos individuos, a medida que iban sintonizando con las necesidades de su niño interior. Cynthia montó y amuebló una gran casa de muñecas, y luego puntualizó, de cara a sus hijos, que aquélla era su casa de muñecas. John edificó un ho­ gar imaginario para el niño, donde lo iba a visitar con regu­ laridad. Ann se llevaba su almohada especial a todos los via­ jes de negocios. Sam comenzó a leer novelas de espionaje en lugar de la literatura a que estaba acostumbrado. Liarme acep­ tó un trabajo para aplacar la inseguridad de su niño respecto al dinero. Como se puede apreciar, existe una amplia varie­ dad de actividades diferentes para satisfacer las necesidades del niño. Escribir un diario personal constituye un excelente pro­ cedimiento para mantener la conexión con el niño, una vez que su realidad ha sido consolidada. Como paso previo, de­ bemos preguntamos quién escribe, puesto que si el ego cons­ ciente no se ha separado del controlador/protector, es posi­ ble que sea éste quien se encargue de redactar el diario. El diálogo por escrito con el niño interior es muy satis­ factorio y revelador. El uso de la mano no dominante para el niño y la dominante para el ego primario constituye una ma­ nera ideal de abordar esta tarea. Este principio puede apli­ carse, asimismo, a cualquier otro sistema primario rechaza­ do, siempre que se use el diario escrito para dialogar con él . 1 Antes de atender al niño de un modo correcto, el ego cons­ ciente debe acopiar toda la energía posible disponible. Sin la protección de las figuras influyentes, el niño no se sentirá seguro. Lo que pretendemos es que el ego consciente llegue a relacionarse, por una parte, con las energías de esas figu­ ras de peso y, por la otra, con la vulnerabilidad, la alegría y la magia. Esta actitud comporta una auténtica toma de poder. En el proceso de su consecución, es importante no sólo sa­ ber emplear de manera consciente nuestras figuras de peso, sino también aprender a manejar el poder que vamos adqui­ riendo. 237 El niño interior herido El niño vulnerable y la intimidad Todo el desarrollo de la personalidad y de los yoes pri­ marios cumple con la función de proteger nuestra propia vul­ nerabilidad. Cuando nos enamoramos, el hecho mismo de enamoramos hace posible que el niño vulnerable, el portador de esta vulnerabilidad, salga a la superficie y establezca un intenso contacto con otro ser humano, sin la protección usual de los yo primarios. La capacidad de mostrarse vulnerable en el seno de una pareja, y de liberar y acoger cualquier senti­ miento, idea o reacción, convierte el proceso de enamorarse en una experiencia maravillosa. Es la propia vulnerabilidad y aparente impotencia la que posibilita la intimidad en una relación, siendo también, al mismo tiempo, aquello que los defensivos yo primarios más temen. De la misma manera que la inclusión de la vulnerabilidad en una relación hace posible la intimidad, el rechazo de esa misma vulnerabilidad acaba por destruir la intimidad. Cuan­ do rechazamos a nuestro niño vulnerable, le negamos la aten­ ción que imperiosamente necesita, con lo que lo obligamos a buscarla en otra parte: estableciendo vínculos con personas de nuestro entorno y exigiéndoles a ellas el cuidado del que de otro modo carecería. Nosotros no nos damos cuenta de este proceso porque no somos conscientes de nuestra vulne­ rabilidad, pero, de una manera totalmente inconsciente y au­ tomática, caemos una y otra vez en intensas relaciones de dependencia del tipo padre/hijo. El cuidado de este niño interior a través del ego cons­ ciente desencadena un sentimiento de auténtica fortaleza. Cuando el ego consciente se ocupa del niño vulnerable, ya no resulta necesario confiar únicamente en los mecanismos de defensa automáticos proporcionados por los yoes primarios, aunque fueran éstos los que en el pasado nos procuraran la sensación de seguridad; como tampoco dependemos ya de que otras personas asuman la responsabilidad de nuestro niño. 238 El niño interior vlnerable Debemos recordar que cada uno de nosotros es, en el fondo, responsable de cuidar a su niño vulnerable interior. Cuando prestamos el interés adecuado a nuestra vulnerabilidad, nos encontramos en una posición idónea para relacionarnos de una manera profunda y eficaz con los demás. Si el niño no recibe nuestra atención, la buscará en otra parte y, en conse­ cuencia, acabará ligándose de modo inconsciente y profun­ do al aspecto paternal de otras personas. Esta noción, según la cual no podemos relacionarnos de manera consciente con los demás si no amamos antes a nuestro propio niño, es aná­ loga al dicho tradicional que afirma que sólo si nos amamos a nosotros mismos seremos capaces de amar a los demás. ¿Cómo podemos cuidar de nuestro niño interior? En pri­ mer lugar, tenemos que reconocer su presencia y llegar a fa­ miliarizamos con su personalidad, sus necesidades y sus re­ acciones. En cuanto lo conocemos y nos interesamos por sus necesidades y sentimientos, podemos empezar a hacer de­ terminadas cosas en su provecho. Debemos aprender a dis­ tanciarnos lo bastante de nuestros yoes vulnerables para po­ der evaluar con realismo las circunstancias que los activaron y defenderlos objetivamente, en lugar de abandonarlos y obli­ garlos a que se protejan por sí mismos. Esta capacidad de ser objetivos o de usar las energías impersonales para com­ prender y satisfacer las necesidades del niño vulnerable nos proporciona el poder y el control que precisamos para rela­ cionamos íntimamente con otros individuos sin caer en vie­ jos modelos de dependencia o para liberarnos de éstos en caso de que hayan llegado a consolidarse y dominar alguna de nuestras relaciones. El descubrimiento del niño interior es, de hecho, el des­ cubrimiento de una vía de acceso al alma. Aquellas personas que no basen su espiritualidad en la comprensión, la expe­ riencia y el aprecio del niño interior se alejarán, muy fácil­ mente, de su propia naturaleza humana. El niño interior pre­ serva nuestra humanidad. Nunca crece, sino que se vuelve 239 El niño interior herido más sensible y confiado a medida que aprendemos a dedicarle lodo el tiempo, la atención y los cuidados que sin lugar a du­ das se merece. 16. ¿POR QUÉ ESTÁS TAN ENOJADA CONMIGO? Alexander Lowen Este capítulo es un informe personal de la experiencia te­ rapéutica de Alexander Lowen con Wilhelm Reich, el crea­ dor del trabajo psicoterapéutico con el cuerpo. La podero­ sa vivencia del niño interior expuesta aquí por Lowen causó indudablemente un profundo efecto en su propia formación como terapeuta innovador y como profesor. Este pasaje pro­ viene de su libro Bioenergética, en el que describe la meto­ dología que concibió en colaboración con John Pierrakos, y que se conoce con el mismo nombre que da título al libro. Comencé mi terapia personal con Reich en la primavera de 1942. Durante el año anterior había visitado con bastante frecuencia su laboratorio, donde me mostró parte del traba­ jo que estaba llevando a cabo con preparaciones biológicas y tejidos cancerosos. Y un día, de repente, me dijo: “Lowen, si le interesa este trabajo hay sólo una manera de iniciarse en 241 El niño interior herido él, y ésta consiste en someterse a tratamiento terapéutico”. Su afirmación me sorprendió, porque no había pensado en se­ mejante posibilidad. Le contesté: “Me interesa, pero lo que yo quiero es hacerme famoso”. Reich se tomó aquello en se­ rio, puesto que replicó: “Yo le haré famoso”. Con los años he considerado estas palabras como una profecía. Era el empu­ jón que justo entonces necesitaba para sobreponerme a mi resistencia y para lanzarme a lo que sería mi carrera profe­ sional. Mi primera sesión terapéutica con Reich fue una expe­ riencia que nunca olvidaré. Me entregué a ella con la inge­ nua convicción de que a mí no me pasaba nada malo y de que se trataba únicamente de un análisis didáctico. Reich no uti­ lizaba un diván, puesto que aquélla era una terapia orienta­ da hacia el cuerpo, así que me tumbé en la cama vestido en traje de baño. Me dijo que doblase las rodillas, que me rela­ jase, y que respirase con la boca abierta y la mandíbula aflo­ jada. Seguí sus instrucciones y esperé a ver qué ocurría. Al cabo de un rato Reich me dijo: “Lowen, no está usted respi­ rando”. Yo le contesté: “Claro que estoy respirando, de otro modo ya estaría muerto”. Él entonces indicó: “Su pecho no se mueve. Toque el mío”. Puse la mano sobre su pecho y ad­ vertí que subía y que bajaba con cada respiración, cosa que no sucedía con el mío. Volví a tumbarme y esta vez me puse a respirar pronun­ ciando los movimientos ascendentes y descendentes de mi caja torácica. Pero no ocurría nada. Mi respiración prosiguió, fácil y profunda. Al cabo de un tiempo Reich me dijo: “Lo­ wen, deje caer la cabeza hacia atrás y abra bien los ojos”. Hice exactamente lo que me había indicado y... de mi gar­ ganta brotó un grito inesperado. Era un hermoso día de principios de primavera y las ven­ tanas de la habitación estaban abiertas. No queriendo mo­ lestar a los vecinos Reich me pidió que enderezara la cabe­ za, lo cual interrum pió el grito en el acto; y continué 242 ¿Por qué estás tan enojada conmigo? respirando como antes. Curiosamente, aquello no me pertur­ bó porque no me sentía vinculado emocionalmente a mi gri­ to. No tuve miedo alguno. Después de unos minutos de res­ piración, Reich sugirió que repitiera el procedimiento, o sea, que echara la cabeza hacia atrás y abriera los ojos comple­ tamente. El grito volvió a salir de mi garganta. No quiero de­ cir que yo grité, porque no tenía la impresión de haberlo he­ cho. Más bien el grito me ocurrió. Y una vez más quedé desvinculado de él, pero al salir de allí, terminada la sesión, tenía la sensación de que no estaba tan bien como creía. En mi personalidad había “cosas” (imágenes, emociones) que se ocultaban a mi conciencia, y supe entonces que tenían que sa­ lir a la superficie. Por aquellos días Reich llamaba a su terapia vegetoterapia caracteroanalítica. El análisis del carácter había sido su gran contribución a la teoría psicoanalítica, lo que le granjeó un gran prestigio entre todos los analistas. La vegetoterapia consistía en la movilización de los sentimientos a través de la respiración y de otras técnicas corporales que activaban los centros vegetativos (los ganglios del sistema nervioso au­ tónomo) y liberaban energías “vegetativas”. Para Reich, por tanto, el primer paso en el procedimien­ to terapéutico consistía en hacer que el paciente respirase fá­ cil y profundamente. El segundo se trataba de movilizar aque­ lla expresión emocional, que se manifestara de manera más evidente en el rostro o en la actitud del paciente. En mi caso esta expresión fue el miedo. Hemos visto el poderoso efec­ to que este procedimiento tuvo en mí. En las sesiones siguientes se reprodujo el mismo esque­ ma general de la primera. Me tendía en la cama y respiraba tan libremente como me era posible, tratando de que la ex­ piración fuese profunda. Reich me indicó que me rindiera a mi cuerpo y que no controlara ninguna expresión o impulso emergentes. Ocurrieron una serie de cosas que poco a poco me pusieron en contacto con recuerdos y experiencias anti­ 243 El niño interior herido guas. Al principio, la respiración profunda, a la que no esta­ ba acostumbrado, me producía intensos cosquilieos en las manos, que en dos ocasiones se acentuaron hasta convertir­ se en un agudo espasmo carpopedal que me acalambraba fuertemente. Esta reacción desapareció conforme mi cuerpo se fue acostumbrando al incremento de energía producido por la respiración profunda. La piernas me temblaban cuan­ do separaba y juntaba las rodillas suavemente, al igual que los labios cuando obedecía al impulso de adelantarlos. Siguieron luego liberándose varios sentimientos y re­ cuerdos asociados. Un día, mientras estaba estirado en la cama respirando, mi cuerpo empezó a balancearse involun­ tariamente y de modo cada vez más pronunciado, hasta que me incorporé. Entonces, sin parecerme que fuese yo quien lo hacía, me levanté de la cama, me volví hacia ella y comen­ cé a golpearla con ambos puños. Mientras lo hacía, apareció el rostro de mi padre sobre la sábana, y supe de pronto que le estaba golpeando por una paliza que me dio cuando yo era niño. Años después le pregunté acerca de este incidente. Me dijo que era la única vez en su vida que me había pegado. Me explicó que aquel día yo había regresado muy tarde a casa y que mi madre estaba inquieta y enojada y que la azotaina fue para que no volviese a hacerlo. Lo más interesante de esta ex­ periencia, como de la del grito, era su naturaleza completa­ mente espontánea e involuntaria. No fue un pensamiento consciente lo que me impulsó a aporrear la cama o a gritar, sino una fuerza interior que se apoderó de mí. En otra ocasión, mientras respiraba tendido sobre la cama, empecé a experimentar una erección. Sentí el impulso de to­ carme el pene, pero lo inhibí. Entonces recordé otro episo­ dio interesante de mi infancia. Me vi a mí mismo a la edad de cinco años caminando por el apartamento en que vivía, ori­ nándome en el suelo. Mis padres habían salido. Sabía que lo hacía para vengarme de mi padre, quien el día anterior me ha­ bía reñido por tocarme el pene. 244 ¿Por qué estás tan enojada conmigo? Pasaron unos nueve meses de terapia hasta que descubrí la causa de aquel grito de la sesión inicial. No había vuelto a gritar desde la primera sesión. Con el paso del tiempo creí tener la clara impresión de que había una imagen que me asustaba. Contemplando el techo desde la cama, sentía que algún día aquella imagen se me iba a aparecer. Y asi fue: era el rostro de mi madre que me miraba con una expresión de intensa cólera en los ojos. Comprendí en el acto que aquella era la cara que me había asustado. Reviví la experiencia como si estuviera ocurriendo en el momento presente. Yo era un bebé de unos nueve meses, acostado en un cochecito a la puerta de mi casa. Había estado llorando intensamente para llamar a mi madre. Ella, sin duda, tenía otras cosas que ha­ cer en la casa y mi llanto persistente debió molestarla. Vino hacia mí furiosa. Estirado en la cama de Reich, ahora, a mis treinta y tres años, contemplé su imagen y, usando palabras que no podía conocer de niño, dije: “¿Por qué estás tan eno­ jada conmigo? Sólo lloro porque te quiero”. Por aquel tiempo, Reich utilizaba otra técnica en su tera­ pia. Al principio de cada sesión pedía a sus pacientes que le declarasen todos los pensamientos negativos que albergaban contra él. Creía que todos los pacientes le transferían cosas negativas junto a las positivas, y no se fiaba de estas últimas hasta que le comunicaran las primeras. A mí esto me resul­ tó sumamente difícil. Habiéndome comprometido con Reich y con la terapia, desterré todos los pensamientos negativos de mi mente. Me parecía no tener nada de que quejarme. Reich había sido muy generoso conmigo, y no me cabía la menor duda de su sinceridad, integridad y validez de sus ideas. Yo estaba decidido a esforzarme para que la terapia saliese bien, y no expresé mis sentimientos hacia Reich hasta que estuvo casi a punto de fracasar. Después de la experiencia del miedo al ver el rostro de mi madre, transcurrieron varios meses sin que se produjera el menor progreso. Visitaba a Reich tres veces por semana, pero 245 El niño interior herido permanecía bloqueado porque no era capaz de hablarle de lo que sentía por él. Yo quería que se interesase por mí como un padre, no sólo como un terapeuta, pero, consciente de que se trataba de una petición irracional, no lograba exteriori­ zarla. Me debatía en mi interior, dándole vueltas al proble­ ma, pero sin llegar a nada. Reich parecía no darse cuenta de mi conflicto. Y yo, por mucho que lo intentara, no conseguía que mi respiración se hiciera más profunda y más completa; sencillamente no podía. Llevaba ya casi un año de terapia cuando me encontré en este punto muerto. Mi estancamiento parecía prolongarse in­ definidamente, de modo que Reich un día sugirió que aban­ donara. “Lowen”, dijo, “usted es incapaz de entregarse a sus sentimientos. ¿Por qué no desiste?” Sus palabras me afecta­ ron como si fueran una condena. Rendirme ahora equivalía a aceptar el fracaso de todos mis sueños. Me descompuse y lloré amargamente como no lo había hecho desde niño. Ya no podía seguir reprimiendo mis sentimientos. Declaré a Reich lo que esperaba de él, y me escuchó comprensivo. No estoy seguro de si Reich tenía la verdadera intención de poner fin a la terapia o si aquello no era más que una ma­ niobra para desbaratar mi resistencia, pero en aquel momen­ to tuve la fuerte impresión de que pensaba lo que decía. En cualquier caso, sus palabras produjeron el resultado apeteci­ do. Aquello me desbloqueó y pude progresar en mi terapia. Para Reich, el objeto de la terapia consistía en que el pa­ ciente desarrollase su capacidad de entregarse por entero a los movimientos espontáneos e involuntarios del cuerpo que for­ maban parte del proceso respiratorio, de ahí la importancia de abandonarse a una respiración plena y profunda. Al hacerlo así, las ondas respiratorias producían un movimiento corpo­ ral ondulatorio que Reich llamaba reflejo del orgasmo. Mi terapia con Reich se reanudó en el otoño de 1945, con una sesión a la semana. Al cabo de poco tiempo, el reflejo del orgasmo apareció consistentemente. Existían varias ra­ 246 ¿Por qué estás tan enojada conmigo? zones que explicaban esta evolución positiva. Durante el año de interrupción de la terapia había dejado de intentar satis­ facer las expectativas de Reich, así como de esforzarme en mejorar mi salud sexual, y pude asimilar y completar mi tra­ bajo previo con él. Fue también entonces cuando empecé a ver a mi primer paciente en calidad de terapeuta reichiano, lo cual me animó enormemente. Tenía la impresión de haber alcanzado una meta y la conciencia de sentirme muy seguro respecto a mi vida. Entregarme a mi cuerpo, lo que signifi­ caba asimismo entregarme a Reich, me resultó muy fácil. Al cabo de unos meses, se hizo evidente para ambos que, con­ forme a su criterio, mi terapia había concluido con éxito. Sin embargo, años más tarde me di cuenta de que no había re­ suelto muchos de mis problemas de personalidad más im­ portantes. No habíamos discutido a fondo mi temor a pedir aquello que deseaba, aunque fuera irracional. Mi miedo al fracaso y mi necesidad de triunfar estaban por resolver. Mi incapacidad para llorar a menos que se me empujase a una situación límite quedaba por explorar. Estos problemas ha­ llaron por fin solución muchos años más tarde por medio de la bioenergética. No quiero decir que mi terapia con Reich fuera ineficaz ya que, si no resolvió completamente todos mis problemas, me hizo más consciente de ellos. Pero lo más importante es que me abrió el camino hacia la autorrealización y me ayu­ dó a andar en esa dirección. Profundizó y afianzó mi com­ promiso con el cuerpo como base de la personalidad. Y me proporcionó una identificación positiva con mi sexualidad, que ha terminado convirtiéndose en la piedra angular de mi vida. En defensa del niño 17. EN DEFENSA DEL NIÑO Alice Miller La autora y psicoanalista Alice Miller sostiene con fir ­ meza que todo testigo de un caso de abuso infantil debe ac­ tuar en defensa de la víctima. Aquellos adultos que están en contacto con su niño interior deben comprometerse a ayudar a los niños que corren el riesgo de ser maltratados. “Si tan sólo una persona hubiera entendido lo que me pasaba y hu­ biera acudido en mi a yuda’, explica en la introducción de su libro El drama del niño dotado, “mi vida hubiera sido di­ ferente... En nuestra sociedad, hostil a los niños, este tipo de gente no se encuentra fácilm ente, pero poco a poco su nú­ mero va en aumento”. Por otra parte, como terapeuta, la doctora Miller desafía a la psicoterapia a que desarrolle una nueva imagen de su función, dado el conocimiento actual acerca del niño interior, y teniendo en cuenta todo lo que hoy sabemos respecto de la socialización destructiva del niño. Este pasaje procede de su tercer libro: Thou Shalt Not Be Aware. Hace más de ochenta años, Freud afirmó haber “probado” que los recuerdos de sus pacientes según los cuales habían sido abusados sexualmentc en la infancia por algún adulto no eran en absoluto recuerdos de acontecimientos reales, sino meras fantasías. ¿Cómo pudo probarlo? Unicamente después de haberme familiarizado con las circunstancias que acom­ pañan al abuso sexual, me he percatado de que la conclusión de Freud, que constituye una importante premisa de su teo­ ría de las pulsiones y que desde entonces ha sido repetida de buena fe por infinidad de estudiantes en sus exámenes, no es tanto una “demostración” como una conjetura porque uno puede probar, con la asistencia de testigos, que cierto acto sí tuvo lugar, pero nunca podemos estar seguros de que algo no ocurrió si ambas partes involucradas tienen interés en mantenerlo en secreto. Tal es el caso, normalmente, del abu­ so sexual, puesto que incluso la víctima se resiste a la ver­ dad, dados los sentimientos de miedo, humillación y culpa asociados al incidente. Jamás se insistirá lo suficiente en la importancia de esta cuestión, porque de su aceptación o su rechazo dependerá que, el paciente sea abandonado a la sociedad como el niño a la familia o encuentre la imprescindible comprensión de un terapeuta; la comprensión de que la realidad es más trágica que cualquier fantasía y que éstas contienen, ciertamente, algunos aspectos del trauma padecido, pero que esencial­ mente sirven para ocultar la intolerable verdad. Una difi­ cultad especial —de hecho un obstáculo—que se encuentra en el proceso terapéutico de rememoración se deriva justa­ mente del mecanismo de rechazo, que constituyó en deter­ minado momento un requisito para la supervivencia, y que se manifiesta en fantasías e imágenes procedentes de los cuentos de hadas o en perversiones crónicas. Las perversio­ nes, las adicciones y los comportamientos autodestructivos -a l igual que las fantasías- adquieren una función encubri­ dora y organizan el sufrimiento actual de acuerdo a las pau­ 249 El niño interior herido tas del pasado, garantizando, de este modo, la represión del sufrimiento insoportable. Existen en la actualidad, sin duda, numerosas técnicas que favorecen el resurgimiento de tempranos sentimientos infan­ tiles en un período de tiempo relativamente corto y que pro­ curan cierto alivio provisional. Estas técnicas pueden apren­ derse, pero no podemos considerarlas como terapia a no ser que proporcionen al mismo tiempo el apoyo adecuado y en grado suficiente. La aplicación de técnicas aprendidas pue­ de dar lugar a efectos tan perjudiciales que el paciente se vea atrapado por la depresión o abrumado por el caos de los sen­ timientos recién recobrados. Este tipo de resultado no es raro incluso cuando el terapeuta posee destreza técnica y una ac­ titud bien intencionada y comprometida, pero muestra, en su enfoque terapéutico, tendencias al mismo tiempo pedagógi­ cas e indulgentes con los padres. Así pues, el apoyo adecuado del terapeuta debe afianzar­ se por medio de sus conocimientos y de su experiencia emo­ cional. He hecho todo lo posible por llamar la atención so­ bre aquel aspecto de nuestro saber que guarda relación con la situación real del niño en nuestra sociedad, porque pienso que es una condición necesaria (aunque no suficiente) de toda terapia de éxito. Cuando ello falta, hasta el mejor método será de poca utilidad y, si el tratamiento falla, no es necesa­ riamente a causa del método. El conocimiento teórico por sí solo no es suficiente. Unicamente los terapeutas que hayan te­ nido la oportunidad de revivir y superar su propia experiencia traumática pasada serán capaces de acompañar a los pacien­ tes por el camino que les conduzca a la verdad sobre sí mis­ mos sin dificultar ni entorpecer su marcha. Tales terapeutas no confundirán a sus pacientes, ni los inquietarán, ni los edu­ carán, ni los instruirán, ni los manipularán ni los seducirán, puesto que ya no tienen por qué temer la erupción en sí mis­ mos de sentimientos sofocados hace mucho tiempo, y conocen por experiencia propia su beneficioso poder terapéutico. 250 En defensa del niño Pero este conocimiento difícilmente emanará de institu­ ciones autorizadas tales como universidades o institutos. Cuando los supervivientes del abuso (sexual y no sexual) se sientan verdaderamente apoyados por la sociedad y por sus terapeutas, de modo que puedan encontrar su propia voz, en­ tonces los terapeutas aprenderán más de ellos que de cual­ quier profesor. Como consecuencia de esto, a los terapeutas les resultará más fácil renunciar a muchas de las equivoca­ das creencias basadas en los principios pedagógicos de si­ glos anteriores. Unicamente la liberación de las tendencias pedagógicas aportará ideas cruciales relativas a la situación concreta y real del niño. Estas ideas pueden resumirse en los siguientes puntos: 1. El niño siempre es inocente. 2. Todo niño necesita entre otras cosas: cuidado, pro­ tección, seguridad, calor, contacto directo, caricias y ter­ nura. 3. Estas necesidades casi nunca se ven lo suficientemen­ te satisfechas; y, de hecho, los adultos las explotan con fre­ cuencia en provecho propio (trauma del abuso infantil). 4. El abuso infantil tiene consecuencias que durarán toda la vida. 5. La sociedad toma partido en favor del adulto y culpa al niño de lo que le ha ocurrido. 6 . A lo largo de la historia, la victimización del niño siempre se ha negado, e incluso en la actualidad se sigue ne­ gando. 7. Esta negativa ha hecho posible que la sociedad ignore los efectos devastadores de la victimización del niño duran­ te tanto tiempo. 8 . El niño, al ser traicionado por la sociedad, no tiene más alternativa que reprimir el trauma e idealizar a quien abusa de él. El niño interior herido 9. La represión conduce a la neurosis, la psicosis, los tras­ tornos psicosomáticos y la delincuencia. 10. En las neurosis se reprimen y/o rechazan las necesi­ dades infantiles y, en su lugar, se padecen sentimientos de cul­ pabilidad. 11. En las psicosis, los malos tratos se transforman en una versión simulada e ilusoria (locura). 12. En los trastornos psicosomáticos se padece el dolor de los malos tratos pero sus causas concretas permanecen en­ cubiertas. 13. En la delincuencia se reproducen una y otra vez la confusión, la seducción y los malos tratos padecidos en la infancia. 14. El proceso terapéutico sólo puede tener éxito si se basa en el descubrimiento de la verdad acerca de la infancia del paciente, en lugar de rechazar dicha realidad. 15. La teoría psicoanalítica de la “sexualidad infantil” en realidad protege a los padres y consolida la ceguera de la so­ ciedad. 16. Las fantasías siempre sirven para ocultar o minimizar la insoportable realidad de la infancia en beneficio de la su­ pervivencia del niño. Por consiguiente, el supuesto trauma inventado es sólo una versión menos dañina del trauma real y reprimido. 17. Las fantasías presentes en la literatura, el arte, los cuentos de hadas y los sueños expresan, a menudo incons­ cientemente y de manera simbólica, experiencias de la pri­ mera infancia. 18. Nuestra cultura tolera este testimonio simbólico gracias a su ignorancia crónica de la verdad en torno a la infancia propia de nuestra sociedad porque, si realmente se compren­ diera su significado, estas fantasías serían recusadas. 19. Un crimen pasado no puede repararse con la mera comprensión de las necesidades insatisfechas y de la cegue­ ra de quien lo perpetró. 252 En defensa del niño 20. Se pueden prevenir nuevos crímenes en la medida en que las víctimas empiezan a ver y a darse cuenta de lo que se les ha hecho. 21. Por consiguiente, los informes de las víctimas podrán despertar la atención, la conciencia y la responsabilidad de toda la sociedad. Gracias a los sinceros informes de experiencias infantiles, otros hombres y mujeres se verán estimulados a afrontar su propia infancia, a tomarla en serio y a hablar de ella. De esa forma, también ellos contribuirán a facilitar información a otros acerca de lo que tantos seres humanos han sufrido al princi­ pio de sus vidas, sin siquiera tener conocimiento de ello en años posteriores y sin que ninguna otra persona lo supiera. Hasta hace poco, resultaba simplemente imposible enterarse de estos asuntos y no había casi ni un solo informe publicado por la víctima que no idealizara al agresor. Sin embargo, cada vez existen más informes al respecto a disposición del público y, en mi opinión, seguirán apareciendo, presumiblemente en nú­ mero creciente. No creo que este proceso pueda invertirse. No soy fundadora de ningún instituto o escuela psicoa­ nalítica, ni he organizado ningún grupo ni tampoco estoy en condiciones de proporcionar nombres y direcciones de tera­ peutas. Mi intención ha sido la de describir el tácito manda­ miento que nos impide ver la verdadera situación de los ni­ ños en nuestra sociedad. Una vez que su infortunio se haga manifiesto, resultará más fácil ofrecer ayuda terapéutica a través de los canales ya existentes y se reducirá el peligro de que las prácticas terapéuticas se utilicen para someter a la gente (en sectas, por ejemplo). También los terapeutas apro­ vecharán entonces mejor que antes la investigación en este campo cuando por fin los investigadores acepten la verdad, la cual no es menos verdadera por ser dolorosa, sino que, precisamente por esa misma razón, tiene poder curativo y re­ generador. 253 El niño interior herido La verdad acerca de nuestra infancia se halla almacenada en nuestro cuerpo, y aunque consigamos reprimirla, nunca lograremos alterarla. Nuestro intelecto puede ser engañado, nuestros sentimientos manipulados, nuestras percepciones confundidas y nuestro cuerpo burlado con medicamentos. Pero algún día el cuerpo pasará su factura, porque es tan in­ corruptible como un niño que, todavía íntegro de espíritu, no acepta excusas ni acomodos, y no dejará de atormentamos hasta que miremos cara a cara la verdad. 18. ACERCA DEL INCESTO Y DEL ABUSO INFANTIL Robert M. Stein Este breve ensayo gira en torno a la creencia del ana­ lista junguiano Robert M. Stein según la cual: “Tal como trato a mi niño interior trataré a mi niño exterior". La epi­ demia de abusos infantiles en la sociedad contemporánea pone de manifiesto nuestra terrible falta de contacto con el niño interior, tanto a nivel individual como colectivo. El enfoque al mismo tiempo riguroso y sensible de Stein le ha convertido en uno de los pensadores más destacados de la actualidad en el ámbito de estudio del abuso infantil y de sus posibles soluciones. Por otro lado, Stein cuestiona la opinión de Alice Miller según la cual el niño es “siempre inocente”, y sugiere que semejante idealización del niño exterior no sólo es falsa sino que puede constituir también una peligrosa manera de estar en connivencia inconscien­ te con la ira del niño interior herido. En cualquier caso, el debate entre estos dos elocuentes colaboradores resulta su­ mamente estimulante. 254 255 El niño interior herido Este artículo se publicó originalmente en la revista Voiccs en 1986, y una versión revisada del mismo apareció al año siguiente en la revista Spring. El abuso infantil refleja siempre una falta de contacto y de respeto hacia el niño interior o psíquico. Como arquetipo, la imagen del niño se asocia con un aspecto todavía muy na­ tural de la psique que recién inicia su desarrollo. En pala­ bras de Kerenyi, la sensación de pertenencia al mundo pri­ migenio constituye una cualidad fundamental del arquetipo infantil.1 Nuestra actitud hacia el niño, heredada aparente­ mente de los tiempos Victorianos, o tal vez muy anterior, nos lleva a creer que la psique de un recién nacido se asemeja a una tabula rasa (un papel en blanco), y que su desarrollo de­ pende por completo de cómo lo eduquemos y formemos. El principal fundamento psicológico del abuso infantil consis­ te en tratar al niño como un objeto moldeable, en lugar de considerarlo como un alma inteligente y con capacidad de elegir y de expresar su voluntad. Los estudios relacionados con el abuso de padres a hijos, indican que la mayoría de los primeros afirman haber padecido los malos tratos de sus pro­ pios padres. De este modo, un superego crítico e impasible, que no muestra comprensión ni respeto por el niño interior, perpetúa interiormente el abuso. La psicología profunda asume que el mundo interior y el mundo exterior se reflejan mutuamente. Si la epidemia actual de incesto y maltrato infantil constituye una evidencia de nuestra actitud colectiva hacia el niño interior, debemos pre­ guntarnos qué se esconde tras esa necesidad compulsiva de maltratar y de abusar sexualmente del niño exterior. Tal como trato a mi niño interior trataré a mi niño exte­ rior. ¿Por qué puedo querer abusar de mi niño interior? ¿Cómo abuso de él? Si escapa a mi control, quiero retener­ lo, y esto puede ocasionar abusos. Digamos, por ejemplo, 256 Acerca del incesto y del abuso infantil que a mi niño interior le gusta jugar y ser y simplemente le desagradan los horarios y la presión a la que lo someto para trabajar, escribir este artículo o hacer cualquier cosa que no sea divertida. Abuso de mi niño, sobre todo, porque casi nun­ ca cuento con su voluntad y porque lo critico y desprecio por ser perezoso e improductivo. Y cuando se recluye o se de­ prime, hago todo lo posible para motivarlo, para mantenerlo ocupado en algo que valga la pena. Cuanto más convencio­ nales y egocéntricos resulten nuestros objetivos y actitudes, más problemas tendremos con respecto al niño interior, ya que el arquetipo infantil conoce sus propias necesidades de desarrollo, a menudo opuestas a la orientación de nuestro ego. Por esta razón, quienes no son lo bastante hábiles para manejar y controlar al niño verbalmente recurren con fre­ cuencia al abuso físico a fin de someterlo. Paradójicamente, la necesidad compulsiva de un adulto de entablar relaciones sexuales puede haberse originado en un profundo sentimiento de compasión por el niño maltrata­ do y descuidado. Lo que sugiero es que la otra cara del odio hacia el niño problemático es un intenso sentimiento de amor y de compasión por este aspecto vulnerable, abandonado y maltratado del alma. El alma necesita vincularse, unirse, y esta circunstancia se expresa a menudo mediante imágenes se­ xuales. Cuando un hombre o una mujer adultos sufren de una profunda escisión entre espíritu y carne, mente y cuerpo, amor y sexo, se someterán una y otra vez al poder del impulso sexual a fin de convertir en realidad esas imágenes, a fin de vivirlas literalmente. En este caso, el remedio no consiste en intentar superar estos “perversos” deseos, sino en ser capaz de experimentar a fondo, pero emocional e imaginariamen­ te, los deseos incestuosos. De este modo, el impulso sexual se va transformando de manera paulatina, y el niño (interior y exterior) puede ser amado, honrado y respetado como ser singular. La imagen del niño inocente, desprotegido y carente de 257 El niño interior herido impulsos sexuales, parece estar más arraigada en el arqueti­ po de la inocente divinidad virginal (Kore) que en las reali­ dades empíricas de la infancia. Perséfone, la inocente diosa virgen a la que Hades violó y arrastró al mundo subterráneo, representa una encantadora y seductora cualidad del alma, sin duda propia del niño. Esta cualidad inocente, vulnerable y virginal, que puede sufrir agresiones fácilmente -y que in­ cluso induce a las fuerzas oscuras del mundo subterráneo a violarla-, se corresponde con la necesidad que el alma tiene de ser descubierta, comprendida, penetrada y ahondada. Es preciso reconocer que esta penetración psicológica, a menu­ do experimentada como una violación, constituye un proce­ so psicológico fundamental para la formación del alma; de lo contrario, tenderemos a vivir tal proceso de una manera lite­ ral, es decir, mediante la identificación con la víctima ino­ cente o el apego a las personas sobre las que proyectamos el arquetipo. Es posible que la epidemia actual de abusos in­ fantiles y de vejaciones sexuales se deba también, en parte, al hecho de que hemos proyectado el arquetipo de Kore en nuestros menores, que tienden entonces a representar esta proyección para nosotros. Creo que Alice Miller, en su libro Prisoners o f Childhood, 2 describe al niño identificado con la proyección de Kore y, en consecuencia, repetidamente violado por no tener acceso al fondo de su ser instintivo. Ningún animal joven en buen estado de salud permanecería cerca de alguien que pudiese maltratarlo, ni tampoco toleraría que nadie se aprovechase de su confianza y vulnerabilidad. ¿Por qué entonces un niño sano ha de ser menos capaz de protegerse a sí mismo? Mi nie­ ta de tres años, vulnerable y seductora como un gatito, pue­ de ser al mismo tiempo, cuando se le antoja algo, resuelta, independiente y poderosa como un tigre. Miller presenta una imagen del niño como una criatura “siempre inocente”, y re­ chaza las teorías de Freud acerca de la sexualidad infantil como reflejo de la actitud patriarcal victoriana hacia los ni­ 258 Acerca del incesto y del abuso infantil ños.3 Sin embargo, a mí me parece que estos argumentos su­ ponen una regresión a la proyección idealizada sobre el niño característica de la época victoriana o prefreudiana. En su trabajo fundacional Three Contributions to the Theory ofSex* Freud echó por tierra la imagen clásica del niño inocente, puro, desprotegido y asexual. Haciéndonos reco­ nocer la crucial importancia de la pulsión sexual del lactan­ te y del niño para el desarrollo psicológico, Freud establece, paradójicamente, que el instinto sexual, y quizá otros instin­ tos humanos básicos, contienen una inteligencia y una in­ tencionalidad que trascienden la mera supervivencia física de la especie. Así, en el momento en que un niño queda blo­ queado o aislado con respecto a sus instintos sexuales como consecuencia de un complejo de Edipo, o lo que yo denomi­ no la herida del incesto, pierde contacto con un poder ins­ tintivo y una inteligencia que podrían protegerlo de abusos y manipulaciones. Freud no abandonó su teoría del trauma por creer que es­ tos recuerdos infantiles se basaran en seducciones que no ha­ bían ocurrido, sino porque comprendió que la verdad literal de los recuerdos sexuales era menos importante, a nivel psi­ cológico, que la realidad psíquica de las imágenes en sí. En mi libro Incest and Human Love,5 sostengo que, psicológi­ camente, el tabú del incesto sirve para estimular la imagina­ ción sexual y la formación de una imagen del matrimonio como Unión Sagrada, el hieros gamos. Asimismo, el tabú humaniza y transforma la sexualidad, nos permite observar nuestra imperfección, y estimula nuestro deseo de alcanzar la perfección, primero mediante la unión con otra persona y, en última instancia, por medio de una unión interior. También indico que, dentro de la polaridad del arquetipo del incesto, se hallan tanto el deseo como la inhibición y que la tensión entre estos opuestos resulta esencial para el desarrollo psi­ cológico. En mi opinión, la represión del deseo o de la inhi­ bición ocasiona una escisión en la psique del niño entre el 259 El niño interior herido amor y el sexo, entre la mente y el cuerpo, entre el espíritu y la carne, y empleo el término herida del incesto para refe­ rirme a estas divisiones que se producen durante el desarro­ llo. La gravedad de la herida del incesto viene determinada por la severidad de la ruptura psíquica entre sexo y amor, mente y cuerpo, deseo e inhibición. A mi juicio, las heridas del alma motivadas por la represión de la sexualidad pueden causar tanto daño como el contacto sexual real entre padres e hijos. Nuestra excesiva atención con respecto a los casos de violación física del tabú del incesto es desafortunada por­ que desvía nuestra atención de cuestiones psicológicas más profundas y pertinentes. La literalidad antipsicológica de Alice Miller respecto al tema del abuso infantil sugiere que la autora ha incurrido en una identificación con su propio niño interior enojado, desatendido y desvalido. Desafortunada­ mente, nada resulta más perjudicial para el niño y para su rica vida imaginaria que la literalidad. ¿Existe acaso una correspondencia entre el inicio de la era industrial y la explotación y el abuso de los niños du­ rante la época victoriana? ¿Y existe quizá una conexión si­ milar entre el inicio de nuestra era informatizada y la epide­ mia de abusos infantiles? ¿Nos sentimos acaso demasiado orgullosos, como nuestros antepasados Victorianos, de nues­ tro poder recién descubierto de entender y manipular las fuer­ zas naturales del universo? ¿Nos identificamos tal vez con lo que Jung llamaría el Viejo Sabio omnisciente o el arquetipo del senex? La identificación con un arquetipo siempre conduce a la inflación, la unidimensionalidad y la literalidad. Si se lo aís­ la de la vitalidad renovadora del arquetipo infantil, el arque­ tipo del senex se vuelve progresivamente más limitado, ári­ do y rígido. Cuanto mayor sea la escisión interna existente entre ambos arquetipos, más desesperada resulta la necesidad del senex de vincularse a esas cualidades de inocente admi­ ración, apertura, vulnerabilidad y frescura virginal propias 260 Acerca del incesto y del abuso infantil del niño. Sin embargo, el niño también precisa de la fuerza estabilizadora, la antigua sabiduría espiritual, los límites y la profundidad del senex. Así, Senex y Niño constituyen una polaridad que funciona creativamente y que garantiza el ade­ cuado desarrollo psicológico, siempre y cuando ambos polos formen un todo complementario en lugar de escindirse en dos elementos opuestos. Probablemente, este tipo de escisión es un factor responsable de la necesidad compulsiva que mu­ chos adultos sienten de mantener relaciones sexuales con me­ nores. En cuanto al niño que experimenta esta proyección del arquetipo de Kore, inocente y virginal, no sólo se le está privando de su capacidad instintiva de protegerse de seme­ jante abuso, sino que también se lo somete al dominio de un poder arquetípico que necesita unirse con su otra mitad. La histeria actual en tomo al incesto y a la vejación se­ xual intensifica el temor a la sensualidad y a la sexualidad en­ tre padres e hijos, en lugar de inspiramos en la búsqueda de una relación nueva y creativa con el misterio del incesto. En este sentido, sugiero que la función primordial de la prohi­ bición del incesto es incentivar la imaginación sexual y po­ ner los instintos al servicio del amor, la afinidad y la creati­ vidad. Esto significa que la salud psicológica y el proceso de madurez del niño dependen de que éste pueda sentir una corriente y una relación eróticas con sus padres y hermanos sin temor, culpa o agresión. Me gustaría concluir estas reflexiones con un par de citas extraídas de un magnífico trabajo de Harold Searles, “Oedipal Love in Countertransference”. En su opinión, la expe­ riencia mutua de sentimientos románticos y eróticos por par­ te del analista y el paciente constituye un aspecto fundamental de la resolución del complejo de Edipo en el análisis:6 En el curso del trabajo con cada uno de m is pacientes que han progresado hacia una cura analítica com pleta, he cons­ tatado en num erosas ocasiones la presencia de deseos ro­ 261 El niño interior herido m ánticos y eróticos de casarm e y fantasías en las que me veía casado con el paciente.7 Searles señala que ha observado el mismo fenómeno con respecto a ambos sexos.8 Y, para corroborar sus ideas, pro­ porciona datos adicionales referidos a su experiencia como marido y como padre: En relación a mi hija, que ahora tiene ocho años, he tenido innum erables fantasías y sentim ientos de carácter rom ánti­ co, com plem entarios de la rom ántica conducta am orosa y seductora que ella ha m anifestado m uchas veces desde la edad de dos o tres años. En algunas ocasiones, em belesado por sus encantos, me preocupaba verla representar para mí el papel de la coqueta muy segura de sí m ism a. Sin em bar­ go, hace un tiem po llegué a la conclusión de que esos m o­ m entos de proxim idad no representaban más que un apoyo para el desarrollo de su personalidad, así com o un deleite para mí. Si una niña no puede sentirse capaz de conquistar el corazón de su padre, que la conoce tan bien y desde hace tanto tiem po, y que está unido a ella por lazos de sangre, ¿cómo podrá la joven m ujer del futuro confiar plenam ente en la fuerza de su fem inidad?9 262 19. EL SUSURRO DE LAS PAREDES Susanne Short La analista junguiana Susanne Short nos introduce en el mundo intensamente dramático de “Rocking Horse Winner”, uno de los cuentos de D.H. Lawrence, para mostrarnos los devastadores efectos que el amor inconscientemente des­ tructivo tiene sobre la vida interior y exterior del niño. Este articulo trata de aquello que, en el seno de la familia, que­ da silenciado, aunque presente, y de que para el niño resul­ ta “insidioso y dañino, pudiendo incluso conducir a la locura, porque no deja evidencia de lo que realmente está ocurrien­ do”. Por desgracia, algunos niños padecen esta fatalidad desconsoladamente. ,/ung entendió que dicha condición en las relaciones en­ tre padres e hijos tenía únicamente una solución parcial: “Lo que ha sido dañado por un padre, sólo un padre puede re­ pararlo, de la misma manera que lo que ha sido dañado por una madre, sólo una madre puede repararlo” (C.G. Jung, CW, vol 14, par a. 182). Aunque se trata de un tema ingrato, 263 El niño interior herido Susanne Short sabe tratarlo con compasión y calidez. Según ella, aquella porción de nuestra alma que sufre y se acongoja es justamente el niño interior, y añade: “Cuando no escu­ chamos al niño que llevamos dentro, somos como padres que no escuchan a sus propios hijos”. “El Susurro de las Paredes” se publicó originalmente como parte de un estudio más extenso en la revista Psychological Perspectives, en el número, especialmente dedicado al niño, de otoño de 1989. “El Susurro de las Paredes” procede de un cuento de D.H. Lawrence y se refiere a todo aquello que se silencia en el seno de una familia, particularmente aquello que en la vida de los padres es palpable pero queda inarticulado y a la for­ ma en que los niños se ven afectados por ello. Según Jung nada influye tanto sobre los niños como los hechos silencio­ sos que forman el trasfondo de la vida de un hogar. Uno de ellos es, en sus palabras, “la vida no vivida de los padres”, es decir, aquellos aspectos de sus vidas que se vieron afec­ tados por circunstancias tales que no les permitieron alcan­ zar su plenitud; o aquello de lo que, consciente o incons­ cientemente, se habían evadido. Otro de dichos hechos silenciosos es la negación por parte de los padres de su pro­ pia necesidad de amor o de poder. Jung pensaba sobre todo que los problemas que los padres padecían en sus relaciones amorosas tenían claros efectos sobre las futuras relaciones amorosas de los hijos. Por último, otro hecho silencioso lo constituyen las expectativas no verbalizadas que los padres tienen de que sus hijos satisfagan o realicen sus necesidades narcisistas de un modo tal que los niños se ven así obligados a vivir la sombra de los padres.1 Estas formas sutiles de crueldad suelen considerarse como parte de una buena educación y no se percibe en ellas una in­ dicación de lo que puede haber fallado en el desarrollo psí­ 264 El susurro de las paredes quico del niño. El cuento de D.H. Lawrence “The Rocking Horse Winner” ilustra esta manera sutil de herir a los niños. Se trata de una historia que muchos analistas han podido es­ cuchar muchas veces en la intimidad de su consulta: Érase una m ujer muy herm osa, que había partido con todas las ventajas, pero que no tenía suerte. Se casó por amor, y el am or se volvió polvo. Tuvo hijos agraciados, pero sentía que le habían sido im puestos y no podía quererlos. Ellos la m iraban fríam ente, com o si la estuvieran criticando, y ella enseguida sentía que debía haber com etido una falta, aun sin saber nunca de qué se trataba. No obstante, cuando sus hijos estaban presentes, siem pre sentía que el corazón se le endurecía. A quello la turbaba y, a su m anera, se volvía to­ davía más am able y preocupada por sus hijos, com o si los quisiera mucho. Sólo ella m ism a sabía que en el centro de su corazón era incapaz de am ar a nadie. Todo el mundo de­ cía: “Es tan buena madre, adora a sus hijos”. Unicamente ella y los hijos m ism os sabían que no era así. Se lo leían m u­ tuam ente en la mirada. Tenía un niño y dos niñas pequeñas. Vivían en una casa agradable, con jardín, tenían sirvientes discretos y se consi­ deraban superiores a todos sus vecinos. Aunque vivían con gran lujo, en la casa se sentía siempre cierta ansiedad porque nunca había suficiente dinero. De m odo que la casa llegó a estar poseída por una frase que, sin em bargo, nunca fue pronunciada en voz alta: ¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero! Los niños podían oírla constantem ente, aunque nadie la pronunciara en voz alta. La oían en N avidad, cuando el cuarto de ju g ar se lle­ naba de juguetes caros y espléndidos. Entonces, detrás del reluciente y m oderno caballo m ecedor, se oía una voz que susurraba: ¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero! Y los niños dejaban de jugar para escuchar un instante. Se m iraban a los ojos para saber si todos la habían oído. ¡Hace 265 El niño interior herido falta más dinero! ¡Hace falta más dinero! Nadie profería nunca esa afirmación en voz alta y, sin em­ bargo, su susurro estaba en todas partes.2 El cuento gira principalmente en tomo al hijo, Pablo, quien se vuelve loco tratando de conseguir que su madre esté con­ tenta y pueda así quererlo. Pablo piensa que, con sólo lograr suficiente dinero para su madre, ésta será feliz. (No es extraño que los niños recurran al pensamiento mágico cuando no en­ tienden lo que ocurre en su entorno.) Con la ayuda del jar­ dinero de la familia, a quien le gusta apostar a los caballos, Pablo empieza a ganar dinero, porque sabe qué caballo va a ganar determinada carrera. El jardinero le dice los nombres de los caballos que participan en una carrera; Pablo sube a su caballo mecedor y lo monta hasta que el nombre del ga­ nador le viene a la mente -lo monta hasta hipnotizarse, de modo que su inconsciente le proporciona el nombre del ga­ nador-. El jardinero apuesta entonces a dicho caballo y los dos ganan dinero. Todo esto ocurre de forma secreta. Luego el niño le da el dinero a su tío y éste se lo hace llegar anó­ nimamente a la madre. Pero por más dinero que Pablo le haga llegar, su madre nunca parece satisfecha. Finalmente, Pablo se consume montando su caballo mecedor, se enferma, y mue­ re, no sin antes ganar para su madre la última suma de ochen­ ta mil libras esterlinas. Casi al final del cuento el tío de Pa­ blo le dice a la madre: “Tienes ochenta mil libras en tu haber y un pobre hijo en tu debe”. Muchos niños se sacrifican por las necesidades de sus pa­ dres; se matan tratando de contentarlos o de satisfacer las ex­ pectativas que éstos o la sociedad tienen de ellos. Como su­ giere Jung, en lugar de vivir su propia vida, viven la “vida no vivida” de sus padres sin tener la menor conciencia de ello. Durante los últimos años, todo el mundo ha podido no­ tar el aumento del número de suicidios infantiles en los su­ burbios afluentes de nuestras grandes ciudades. Los niños 266 El susurro de las paredes suicidas son típicamente perfeccionistas. El más joven del que yo haya tenido noticia tenía diez años. Hay muchas es­ cuelas que incluso ofrecen ahora un curso para la prevención del suicidio. Estos niños vienen a las sesiones de terapia de­ primidos y disociados de sus propios sentimientos, sin tener idea de quiénes son. Normalmente el único sentimiento que conocen es una sensación de vacío, o lo que los junguianos llamarían una “desesperada pérdida del alma”. Se sienten emocionalmente abandonados, como si no fueran nada más que un producto de las expectativas de sus padres y de la so­ ciedad. Para comprender la propia infancia es importante saber que lo que susurraba o lo que todavía sigue susurrando nues­ tra casa cuando éramos pequeños. Quizás diga: No hay sufi­ ciente dinero. (En las ciudades americanas donde abunda el di­ nero, éste es un susurro que se escucha frecuentemente, incluso entre los ricos), o tal vez murmure: Aquí no hay nadie res­ ponsable, o No estás a la altura, no eres tan bonita como tu hermana, no eres tan listo como tu hermano, nunca llegarás a nada, tienes que destacar o hacer carrera, o Esto no es per­ fecto, lo que estás haciendo no es lo suficientemente bueno para una persona con un talento como el tuyo, podrías ha­ cerlo mucho mejor (comentarios, todos ellos, que convierten en una maldición el talento de cualquier chico). Una de las labores naturales propias de la infancia es el desarrollo del ego. Cuando uno es niño y sigue este camino natural, resulta trágico escuchar en el silencio que se es de­ fectuoso, o que se espera de uno algo que uno mismo sólo puede percibir vagamente. Según T.S. Eliot: “Es la conver­ sación no escuchada intencionalmente, y que no le estaba destinada, la que trae la muerte al corazón del niño”.1 Y se­ gún Jung: “Son las cosas que flotan en el aire y son vaga­ mente sentidas por el niño; una atmósfera opresiva cargada de presentimientos que impregna el alma del niño como un vapor venenoso4... a través de los espesos muros del silen­ 267 El niño interior herido ció y de los sepulcros blanqueados del engaño, la compla­ cencia y la evasión”.5 Aunque no sean verbalizados, la psique del niño escucha estos mensajes con claridad. De hecho, cuanto más oculto es algo, más poderoso se vuelve. Las palabras no articuladas son insidiosas y dañinas y pueden conducir hasta la locura porque no dejan evidencia de lo que realmente está ocu­ rriendo. (Los analistas escuchan muchas veces a sus pacien­ tes hablar de su infancia en estos términos: “No existía la menor evidencia de lo que yo estaba sufriendo”.) La palabra hablada hiere y enoja y lleva a los niños a capitular o a re­ belarse, pero los susurros conducen a la neurosis, porque nun­ ca están seguros de dónde proceden, quién los pronuncia o qué es lo que significan exactamente. Los mensajes susurra­ dos emanan del maderamen, por decirlo metafóricamente, y van socavando la autoconfianza del niño, su sensación de bienestar y de ser querido. En lugar de ser un espacio segu­ ro y protector, el hogar se convierte entonces en un recipiente que no contiene, un recipiente que no le proporciona al niño un reflejo por medio del cual identificar quién es y qué es lo que siente. Según Jung, el niño capta sólo los conflictos no resueltos de sus padres. El niño necesita que estos sentimientos misteriosos afloren a su conciencia, que alguien le confirme su existencia real y la procedencia de estos mensajes no verbalizados. Si alguien le hubiera dicho a Pablo: “Parece que las paredes susurren... Lo que ocurre en realidad es que tu madre no se siente feliz porque nunca puede contentarse con lo que tiene... Pero tus padres no hablan de estas cosas y es por ello que tú sientes que debes hacer algo para que tu madre esté contenta y pueda así quererte libremente”, entonces Pablo hubiera entendido en qué consistía el verdadero sufrimiento: en que su madre era inca­ paz de quererlo, independientemente de todo lo que él inten­ tara o hiciera para conseguir su afecto. Su sufrimiento hubie­ ra sido entonces legítimo y no hubiera terminado enfermando. 268 El susurro de las paredes Según Jung, la neurosis resulta de la evasión del sufri­ miento legítimo. Por sufrimiento entiendo aquí sufrimiento consciente. Parece raro que se pueda defender el sufrimien­ to de un niño, pero, paradójicamente, es el sufrimiento cons­ ciente legítimo el único que puede salvarlo. Cuando no se permite que un niño padezca la soledad, la ira, la pérdida y la frustración, sus sentimientos verdaderos se distorsionan y se vuelven neuróticos y de adulto ordenará inconscientemente su vida de tal modo que pueda reproducir la misma represión de sus sentimientos. El psicólogo infantil Bruno Bettelheim se lamenta de que no se acepte el sufrimiento legítimo de los niños y señala que incluso los libros que leen en el colegio tienden a dar una imagen de la vida como una mera sucesión de placeres: nadie sufre o se enfada de verdad, no hay emo­ ciones reales. En todo ello, Bettelheim reconoce el mismo problema descrito por Jung. La madre de Pablo huía del sufrimiento legítimo. Si hu­ biera sido capaz de hablar con alguien y decir: “Amo a mis hijos, pero cuando estoy con ellos mi corazón se endurece y siento que debo encubrir una falta mía”, habría llegado a comprender el problema de fondo. No sólo tenía que hablar de sus experiencias, le era preciso comprender en qué con­ sistía su verdadero sufrimiento. Cuando un niño busca el amor, la atención o la confirmación de un padre o de una ma­ dre poco afectuosos, sabemos que eso mismo es lo que el pa­ dre o la madre necesitan: la madre de Pablo buscaba lo mis­ mo que él, amor y atención, de los que aparentemente había carecido siempre. ¿Cómo confiar en que seremos capaces de superar este obstáculo? Se diría que el poder de la influencia familiar li­ mita y determina enormemente nuestras vidas, pero ¿se cir­ cunscribe el destino de un niño a los límites impuestos por la familia? En este sentido resulta muy inquietante la afirmación que Jung hizo en 1928: “Los padres deberían tener siempre pre­ 269 El niño interior herido sente el hecho de que la causa principal de la neurosis de sus hijos radica en ellos mismos”.6 Y su idea según la cual “aque­ llo que más afecta a los niños no procede necesariamente del estado consciente de los padres sino de su trasfondo incons­ ciente”,7 nos atemoriza porque, por lo menos hasta cierto punto, podemos controlar nuestra vida consciente, pero nues­ tra vida inconsciente es incontrolable. Conviene sin embar­ go reconocer que, aunque esta opinión de Jung es en parte cierta, no tiene en cuenta el hecho de que el niño posee su propia naturaleza, en la cual no siempre se incluirá la pre­ disposición a incorporar la neurosis familiar. Existe hoy día un fascinante fondo de investigación psicológica basada en el trabajo de Manfred Bleuler, cuyos estudios, a lo largo de treinta años, sobre los hijos sanos de padres esquizofrénicos, ilustran este asunto. No debe subestimarse el papel de la per­ sonalidad del niño en la generación de su psicología y su destino como portador de los síntomas familiares. En última instancia, las dificultades psicológicas resultan tanto de la dinámica familiar como de las variables constitucionales par­ ticulares de cada niño. Desde 1928 sabemos que un niño es un individuo y que la teoría de la fusión padres-hijos puede ser exagerada. De hecho, con el transcurso de los años, has­ ta el mismo Jung llegó a suavizar sus puntos de vista. El niño, por muy joven que sea, es propiamente una per­ sona y no, según han afirmado varios filósofos, un papel en blanco, una tabula rasa en la que los adultos pueden “escri­ bir”. Un bebé es una persona en formación pero indudable­ mente es también un individuo. Un niño aporta algo especial y único al contexto de la re­ lación con sus padres. Cuando los niños nacen, nace con ellos una parte de lo que serán como adultos; llevan ya en su in­ terior la “materia prima” que les permitirá desarrollarse y madurar. Crecerán no sólo física sino también psíquicamen­ te. La tarea del adulto consiste en no violar la esencia del niño y en confiar en lo que yace en su interior. Gertrude Stein 270 El susurro de las paredes comentó en cierta ocasión que lo importante no era lo que Pa­ rís te daba sino lo que no te sustraía; lo mismo vale para los niños: la cuestión no es tanto lo que los padres les dan como lo que no les quitan. Cada uno puede aplicarse esta idea: de­ bemos entender qué es lo que se nos ha permitido conservar, lo que no nos ha sido sustraído; y también lo que se nos ha arre­ batado, para que podamos reponerlo. Según Jung: “Si los pa­ dres, a causa de su propia inseguridad, no pueden aceptar su­ ficientemente la naturaleza básica de su hijo, la personalidad de éste se malogra. Si el daño causado va más allá de los trau­ mas normales de la vida, el niño se aleja del centro de su ser y se ve forzado a abandonar su pauta natural de desarrollo”.8 ¿Cómo puede facilitarse esta pauta natural de desarrollo? Conocemos la importancia del reflejo: cuando en el entorno del niño existe una persona amada, fiable, y que puede in­ terpretar para el niño lo que éste siente o vive, el niño per­ cibirá su propia experiencia como algo real. Si se desea evi­ tar que las paredes susurren, el adulto debe aprender a verbalizar esos susurros. Un niño siente lo que siente, pero su lenguaje y su capacidad conceptual para interpretar estos sentimientos no están aún plenamente desarrollados. En ca­ sos óptimos, la tarea del adulto responsable, capaz de pensar racionalmente y de percibir sin distorsiones, consiste en ob­ servar y reflejar los sentimientos del niño. El reflejo contribuye a la autoafirmación del niño y le revela quién es y en qué se está convirtiendo. Es importante distinguir entre el elogio y el reflejo. El elogio es una forma de evalua­ ción; implica un juicio y puede generar una dependencia o ne­ cesidad de aprobación constante. El reflejo, en cambio, confir­ ma al yo. Por ejemplo, si te elogio, te estoy diciendo lo que siento o lo que pienso de ti; si te reflejo, te estoy devolviendo la imagen de lo que tú sientes o piensas sobre ti mismo. Sin esta confirmación, el niño puede sentirse desorientado; la falta de verificación produce una sensación de no-ser, con lo cual el niño se sentirá culpable de todo lo malo que ocurra. 271 El niño interior herido Recuérdese el ejemplo del cuento de D.H. Lawrence: lo trágico era que los susurros no llegaron nunca a concretarse en el habla, en forma de comunicación real en el seno de la familia. Y continuaron siendo meros murmullos. Para neu­ tralizar el daño que dichos susurros pueden causar debemos dar realidad al mensaje familiar, cualquiera que éste sea. Es preciso que los niños vean todos sus verdaderos sen­ timientos confirmados y reflejados, de modo que puedan con­ fiar en sus propias experiencias y creer en sí mismos. Cuan­ do una niña se da cuenta de que sus padres no confirmarán nunca lo que siente, se desanima, cede, y desarrolla una fal­ sa persona que encubre una base muy frágil. Si no puede ser ella misma y experimentar sus propios sentimientos se con­ vertirá en otra persona. Es algo que nos ocurre a muchos de nosotros: nos hemos transformado en nuestras madres o en nuestros padres, o en la fantasía de lo que constituye el niño bueno o el niño malo. A veces nos ocultamos tan bien, que finalmente ni siquiera nosotros mismos reconocemos nuestras propias máscaras, y vagamos lejos de nuestro vínculo origi­ nal con el verdadero yo, buscando la reconciliación sólo cuan­ do nuestras depresiones o ansiedades llegan a importunar­ nos. Es la difusa sensación de “añorar nuestro hogar incluso cuando nos hallamos en él”9 la que nos impulsa a buscar la claridad en las oscuras cavernas de nuestra infancia. Según Jung: “En el fondo de todo adulto yace un niño, un niño eterno, en continua formación y nunca terminado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Ésta es la parle de la personalidad humana que aspira a desarrollarse y alcanzar la plenitud”.10 La férrea conciencia de nuestro pro­ pio ego opone resistencia al niño interior y esa misma resis­ tencia convierte la tarea de descubrir al niño interior en algo sumamente importante. ¿Cuáles son los rasgos del niño in­ terior? Jung ofrece varias respuestas: “Algo que no sólo exis­ tía en el pasado, sino que existe ahora”; que “no es sólo la imagen de determinadas cosas del pasado ya olvidadas, sino 272 El susurro de las paredes un aspecto preconsciente de la psique colectiva... La noción de niño es un medio para expresar un hecho psíquico que no puede formularse con mayor exactitud... Es un sistema que funciona para compensar la unilateralidad de la mente cons­ ciente... la conciencia precisa compensarse por medio del estado infantil todavía existente”.11 La parte de nuestra psique que se aflige y sufre es la que contiene nuestro niño interior. A no ser que cobremos con­ ciencia de este niño interior actuaremos a veces inconscien­ temente desde esta parte de nuestro ser. Muchos de nosotros hemos desatendido o reprimido nuestras experiencias infan­ tiles y a nuestro niño interior y cuando nos cegamos de esta manera, limitamos nuestra conciencia y nuestra capacidad de vivir plenamente la vida. Cuando no escuchamos al niño que llevamos dentro somos como padres que no escuchan a sus propios hijos. 273 PARTE V: LA RECUPERACIÓN DEL NIÑO INTRODUCCION Regresa al origen; Hazte niño. T a o T e C h in g La gente se vuelve com pletam ente intolerable cuando tiene una idea creativa en su interior y no logra exponerla. Por ello hay que ayudarla a descubrir al niño. M a r ie - L o u is e v o n F ra n z Los ensayos de esta sección apenas requieren una intro­ ducción general puesto que es evidente lo que tienen en co­ mún: todos ellos han sido seleccionados por su aproxima­ ción directa y práctica a la tarea de actualizar al niño interior, y todos tratan de la forma de recuperar las especiales facul­ tades del niño y de cómo abrazar su vitalidad. El diáfano ensayo de Joyce C. Mills y Richard J. Crowley describe algunas técnicas para entrar en contacto con el niño interior, así como las aproximaciones al mismo de dos 277 La recuperación del niño destacados terapeutas, el eminente psicoanalista C.G. Jung y el decano de los hipnoterapeutas, Milton Erickson. En “Cómo liberar a su niño interior perdido”, el popular maestro y terapeuta John Bradshaw describe un proceso para recuperar al niño interior y al Yo auténtico que denomina “reducción de la humillación”. Con claridad de estilo y de conceptos, John Loudon res­ ponde en su ensayo a la difícil pregunta de cómo recuperar la manera de ser del niño sin aferrarse a la infancia. El autor y psicólogo Nathaniel Branden ha diseñado al­ gunos ejercicios muy prácticos, que consisten en completar oraciones inconclusas, a fin de cobrar conciencia del yo in­ fantil y facilitar su integración. Se trata de un instrumento de autosugestión muy útil para recobrar al niño interior. El artículo de Jean Houston “Recordar al Niño” promue­ ve la reconciliación con el niño que fuimos, el estableci­ miento de vínculos entre dicho niño y nuestro Yo actual, la evocación de lo que denomina la sensación expandida de nuestra identidad, y el conocimiento de la presencia viva de nuestro niño interior. “Matar al Dragón” es un extracto de una entrevista con el gran mitólogo Joseph Campbell, donde trata del acercamiento al niño que hay en nuestro interior. Por último, el intenso ensayo del analista junguiano Robert M. Stein, que nos desafía y recompensa simultáneamente, aborda el tema de la redención del niño interior abandonado a través de las relaciones personales, el matrimonio y la psi­ coterapia. 20. EL CONTACTO CON EL NIÑO INTERIOR Joyce C. Mills y Richard J. Crowley En el contexto de su trabajo, los terapeutas infantiles Joy­ ce C. Mills y Richard J. Crowley han descubierto la capaci­ dad de utilizar el conocimiento del propio niño interior en la comunicación con los niños. Un aspecto muy interesante de este ensayo se encuentra en la descripción y comparación del modo como dos grandes maestros, C.G. Jung y Milton Erikson, abordaron su trabajo, tomando como punto de par­ tida la relación con su propio niño interior. Este capítulo procede del libro de Mills y Crowley Therapeutic Metaphors for Children and the Child Within. Para quienes trabajamos con niños puede ser de gran uti­ lidad recordar aquella frase que dice “regresa al origen, vuel­ ve a hacerte niño”. Hemos encontrado sumamente valioso el retomo a nuestro propio niño interior por medio de la recu­ peración de recuerdos y de fantasías agradables y de la ob278 279 La recuperación del niño servación del juego infantil en parques, playas y patios es­ colares. Ello nos permite revivir dichos momentos espontá­ neos, recordados u observados, y utilizarlos luego como im­ portantes herramientas del trabajo terapéutico. Existen volúmenes y volúmenes de estudios teóricos acer­ ca de lo que contribuye a una relación terapéutica eficaz con los niños.1Todo el mundo concuerda en que es preciso pro­ porcionar un entorno seguro que estimule el diálogo, el res­ peto y la cooperación. Para nosotros, el contacto con el niño interior constituye un elemento clave en el desarrollo de to­ dos estos aspectos de la relación terapéutica y, de hecho, pue­ de que sea el elemento imprescindible más importante a la hora de comunicarse con los niños. En numerosas ocasiones nos hemos dado cuenta de que nuestras propias limitaciones y frustraciones se producían justamente cuando descuidába­ mos por momentos nuestra predisposición a ‘‘ingresar en el mundo del niño interior”. A través de los ojos del niño Cierto colega mío me llamó un día para preguntarme si po­ día ver inmediatamente a uno de sus clientes: se trataba de una madre y de Mark, su hijo de cuatro años. Mi colega me explicó que, según el informe de la madre, el padre de Mark había abusado sexualmente del niño en repetidas ocasiones. La madre se hallaba por aquel entonces en mitad de una con­ tienda judicial para obtener la custodia de su hijo, tratando de convencer a los tribunales de que, en efecto, el padre ha­ bía abusado de Mark. Durante varios meses, numerosos te­ rapeutas designados por los tribunales habían interrogado y examinado al niño, pero el proceso seguía sin resolverse mientras que el comportamiento y el estado emocional de Mark se deterioraban rápidamente. Según la madre, el niño se despertaba por las noches gritando sin control, y pasaba 2X0 El contacto con el niño interior los días sumamente atemorizado, víctima de numerosos arre­ batos de llanto. Consentí en ver al niño y a su madre a la mañana si­ guiente. La madre, una persona encantadora, trajo consigo a mi despacho todo un cargamento de documentos e informes que había ido acumulando. Mark, un niño menudo de pelo ru­ bio y ceniciento, luminosos ojos azules y sonrisa vacilante, se aferraba a los pantalones de su madre con su mano dimi­ nuta. Si bien la madre parecía abrumada por sus emociones, su congoja y su desolación, se sentó en el sofá y empezó a revolver entre sus papeles con toda la eficacia que podía, mostrándose resuelta y valiente. Mark se sentó a su lado, asi­ do todavía a sus pantalones. Noté que su mirada recorría las muchas estanterías que había a nuestro alrededor, llenas de juegos y juguetes, animales de peluche, muñecos, dibujos, lápices de colores y rotuladores. ¿Deseaba leer en primer lugar el informe del psicólogo anterior o.prefería acaso echarle una ojeada al extenso in­ forme judicial? Durante los primeros minutos de entrevista me acomodé a los deseos de la madre mientras observaba de soslayo al pequeño Mark. Revisé el expediente del psicólo­ go, fijándome en algunos términos clave. Parecían haber in­ contables explicaciones psicodinámicas a lo ocurrido entre el padre y su hijo. Eché un vistazo a las voluminosas actas ju ­ diciales, y también en ellas encontré una nube de sugerencias y de recomendaciones. Me di cuenta de que me empezaba a sentir incómodo y distraído; era como si miles de datos bai­ lotearan por toda la habitación reclamando mi atención. Cuan­ ta más “información” asimilaba, tanto más alejado me sen­ tía de Mark. Mientras tanto, el sujeto protagonista de toda aquella ver­ dadera barrera de información, aquel pequeño niño de cua­ tro años, permanecía sentado junto a su madre, triste y si­ lencioso. Apenas se movía, pero sus ojos seguían merodeando con curiosidad por todo el cuarto. Aunque mi repaso de toda 281 La recuperación del niño la “información pertinente” estaba ocupando un período re­ lativamente breve de la sesión, sabía que aquello no podía continuar. Me di cuenta muy pronto de que había permitido que todos aquellos documentos supuestamente pertinentes interfiriesen en lo más esencial para el tratamiento del niño: establecer un contacto con Mark en su propio mundo. Dejando los documentos de lado, le expliqué a la madre lo importante que resultaba para mí poder simplemente jugar un rato con Mark, a fin de que empezáramos a conocernos. Me dirigí entonces hacia él, tomé su mano en la mía, y con un tono de voz animado le dije: “He notado que mirabas las cosas que hay en este cuarto y apuesto a que te gustaría mi­ rarlas más de cerca”. Sus ojos se iluminaron, asintió con la cabeza y empezó a levantarse del sofá; simultáneamente yo noté que mi incomodidad y mi sensación de estar desconec­ tado disminuían. Mientras Mark pasaba la vista por la habitación, yo me acuclillé a su lado e intenté mirar también a través de sus ojos, y no de los de un psicólogo adulto. Repetí las palabras que él usaba para describir los juegos y juguetes que veía. Imité asimismo su tono y su pronunciación infantiles, no sólo para mostrar que estaba hablando su idioma, sino sobre todo en beneficio mío: para apreciar cómo mi propio niño interior de cuatro años se habría de sentir al volverse a ver en otro despacho y con otro psicólogo más, después de tan traumá­ ticas experiencias. Como terapeutas, aprendemos a preocupamos de cosas tales como la objetividad y la transferencia. Sin embargo, no podemos ser verdaderamente objetivos hasta que no sabe­ mos qué es lo que la otra persona está sintiendo. ¡A este niño se le había evaluado objetivamente hasta el punto de acu­ mular todo un archivo de documentos psicológicos y judi­ ciales que pesaba casi tanto como él mismo! Estaba claro que en este caso abundaba la objetividad, y que, por consi­ guiente, resultaba de vital importancia para mí hacer exacta­ 282 El contacto con el niño interior mente lo contrario: olvidarme provisionalmente de toda ob­ jetividad e identificarme con Mark, accediendo a sentir mi propio niño interior. Sabía que debía sentir parte del mundo de Mark a fin de que toda la información objetiva cobrara significado y me ayudara a intervenir. A pesar de que los terapeutas anteriores habían descrito a Mark como un niño sumamente reservado e insensible, en nuestra primera sesión pudo empezar a expresar sus muchos conflictos vitales por medio del dibujo y del relato; pero esto sólo ocurrió después de que empleáramos unos treinta mi­ nutos en la exploración del cuarto y en conocernos mutua­ mente de esa manera especial propia de los “niños”. Ha habido también ocasiones en que hemos buscado me­ canismos con los que ayudar a los padres a suspender sus puntos de vista de adultos para dar paso al mundo real de los problemas de sus hijos. Pero, para ello, es necesario que los padres entren mínimamente en contacto con su propio niño interior; y es que cuando consienten en percibir la situación desde la perspectiva de sus hijos, la perciben, de hecho, des­ de la óptica de su propia experiencia infantil. De este modo, se consiguen dos objetivos importantes: 1) lograr una mayor afinidad con las experiencias de sus hijos, y 2) acceder si­ multáneamente a una fuente potencial de recursos adquiri­ dos décadas atrás pero generalmente irrecuperables desde la perspectiva del adulto. Los monstruos y la Magdalena Daniele era una encantadora niña de ocho años que vino a analizarse con su madre a causa de diversas afecciones, en­ tre ellas un agudo nerviosismo y problemas crónicos de sue­ ño. Durante varios años, Daniele había tenido miedo de acos­ tarse por la noche porque decía que habían monstruos en su habitación. Su madre le había explicado racionalmente que 283 La recuperación del niño los monstruos no existen y que no había nada que temer, pero Daniele reiteraba que sí existían y trataba desesperadamen­ te de convencer a su madre de este “hecho”. De este modo, su miedo inicial a los monstruos creció todavía más al no lo­ grar convencer a nadie de que para ella sí eran reales. Durante la primera sesión me informé acerca de los mons­ truos y supe cómo eran; pregunté si hacían ruido, si entraban en contacto físico con ella y otras cosas por el estilo. Danie­ le se fue animando y emocionando a medida que contestaba aquellas preguntas que confirmaban la realidad de su mun­ do. Su madre parecía desconcertada y me llamó aparte para decirme que se sentía molesta de que yo pareciera sostener las creencias de su hija cuando ella había dedicado años de escrupulosos esfuerzos a tratar de desmentirlas. Le dije que antes de poder inducir a Daniele a pensar como ella, era pre­ ciso que ingresara en su realidad, que diera crédito a sus te­ mores, y que sólo entonces lograría conducirla en otra di­ rección. Le sugerí que se imaginara a sí misma como una niña de ocho años aterrorizada por los monstruos y que, tal vez así, mientras yo trabajaba con su hija, también ella iba a aprender algo importante. El resto del tiempo lo dediqué a crear una metáfora que reencuadrara los monstruos de Da­ niele, permitiéndole hallar soluciones para aplacar sus te­ mores. Cuando le pregunté a Daniele si había oído alguna vez el misterioso cuento de “Los Monstruos y la magdalena”, me dijo que no con la cabeza. Entonces me giré hacia la madre y pregunté: “¿Y usted?”. Respondió con un encogimiento de hombros: “No”. Daniele se enteró entonces de que los monstruos eran más­ caras fingidas tras las cuales se ocultaban niños infelices que no tenían amigos. Al principio, estos niños infelices, ahora disfrazados de monstruos, intentaron hacer amigos por todos los medios, pero los otros niños no les hacían caso. Nadie se ocupaba de ellos. Se entristecieron tanto, tanto, que acabaron 284 El contacto con el niño interior por abandonar su esfuerzo y por aislarse, muy dolidos. Por fin, un día se dieron cuenta de que lo que tenían que hacer para conseguir el aprecio de los otros chicos era llamar mu­ cho la atención, de modo que se vistieron de un modo su­ mamente extraño y empezaron a comportarse de una mane­ ra muy, muy rara. Regresaron entonces con los otros niños convencidos de que ahora éstos iban a admitirlos como ami­ gos; pero no fue así ya que los otros niños se dieron a la fuga espantados y aterrorizados, pensando que acababan de ver a unos monstruos. Así es que aquellos niños infelices, disfrazados de mons­ truos, quedaron muy confundidos, y hasta asustados. Sabía que Daniele había visto la película ET y le pregunté enton­ ces si recordaba el miedo que Elliott y ET habían pasado cuando se vieron por primera vez en el jardín de la casa de Elliot, y cómo éste le había dado a ET un regalo a fin de fa­ vorecer la amistad. “ ¡Chocolatinas!”, exclamó Daniele orgullosamente. “Sí, exacto”, admití con entusiasmo. “Ahora, Da­ niele, me gustaría que cuando vuelvas a casa les ofrezcas a tus monstruos un regalo que los convierta en tus amigos.” Después de esto Daniele pidió permiso para ir al cuarto de baño. Su madre me miró sonriente y comentó: “Sabe, he po­ dido visualizar todo lo que usted decía y debo admitir que, de una manera extraña, todo tenía sentido. Había olvidado cómo cuando era niña solía escuchar cuentos por la radio y cómo me imaginaba todo tipo de cosas emocionantes. Gra­ cias por recordármelo”. Una semana después la madre me informó de que Danie­ le había hecho una magdalena especialmente para los mons­ truos y la había dejado frente al armario de su cuarto donde “vivían” los monstruos. A excepción de una noche, Daniele había dormido profundamente toda la semana. En el curso de las tres semanas siguientes, Daniele volvió a sentir miedo alguna que otra vez antes de acostarse. Fue su madre, encantada ahora de verse transformada en una narra­ 285 La recuperación del niño dora que arrullaba a su hija con sus cuentos, quien le recor­ dó la magdalena, Elliot y ET y las chocolatinas. Jung y el niño interior En su obra autobiográfica, Recuerdos, sueños y pensa­ mientos, Jung rememora de manera hermosa su encuentro inesperado con su propio niño interior y el efecto curiosa­ mente perdurable que tuvo en su vida. En el capítulo titula­ do “Confrontación con el Inconsciente” describe una serie de sueños que le habían desorientado y “sometido a una ten­ sión interior constante”. Tan intensa era su desazón emocio­ nal que creía padecer un “trastorno psíquico”. Esperando dar con la causa originaria del problema, empezó a buscar entre sus recuerdos infantiles. La búsqueda, sin embargo, sólo con­ dujo al reconocimiento de su propia ignorancia, con lo que resolvió “hacer sencillamente todo aquello que se me ocu­ rriera”. El resultado fue la activación de una imagen intensa y conmovedora que se convirtió en un hito memorable de su vida: Lo primero que salió a la superficie fue un recuerdo de in­ fancia, quizá de mis diez u once años. En aquel entonces sentía yo pasión por jugar con bloques de construcción. Re­ cuerdo claramente cómo construía casitas y castillos, usan­ do botellas para formar los laterales de las puertas y las bó­ vedas. Poco después empecé a utilizar piedras corrientes y barro como argamasa. Estas construcciones me fascinaron durante mucho tiempo. Para mi asombro, este recuerdo ve­ nía acompañado de una considerable cantidad de emoción. “Ajá”, me dije, “en estas cosas todavía queda vida. El niño pequeño está todavía aquí y posee una vida creativa de la que yo carezco. Pero ¿cómo puedo abrirme camino hasta él?” Porque desde mi perspectiva de adulto me parecía imposi­ 286 El contacto con el niño interior ble atravesar la distancia existente entre el presente y el pe­ ríodo de mis once años. No obstante, si quería restablecer el vínculo con aquel período, no me quedaba sino regresar a él y acoger en mí la vida de aquel niño, con sus juegos infan­ tiles. Este instante constituyó un momento decisivo en mi destino, aunque sólo cedí después de mucha resistencia y con cierta resignación, pues me sentía molestamente humi­ llado al darme cuenta de que no había otra cosa que hacer sino jugar juegos infantiles.2 [Véanse también los artículos de G. Frantz y de C.G.Jung en este volumen.) Jung, en efecto, “cedió”, y empezó a recoger las piedras y los materiales necesarios para esculpir y construir su obra -un pueblo entero, incluidos un castillo y una iglesia-. Tra­ bajó en su “juego de construcción” cada día después de co­ mer, sin fallar nunca, y otra vez por la noche, terminada la última sesión. Aunque seguía cuestionando el valor de lo que hacía, el porqué de hacerlo, confiaba también en su impulso y prosiguió impelido por un vago sentido interior de que aquello era importante: En el curso de esta actividad se aclaraban mis ideas y al­ canzaba a apresar las fantasías cuya presencia sentía vaga­ mente en mí. Por supuesto que reflexionaba acerca del sig­ nificado de mi juego, y me preguntaba: “Vamos hombre ¿qué estás haciendo? ¡Construyes una pequeña localidad como si fuera un rito!”. No tenía una explicación para mi comportamiento ni respuesta a mi pregunta, pero sí la ínti­ ma certeza de que estaba en camino de descubrir mi propio mito y el juego con las construcciones no fue más que un principio.- [Itálicas añadidas.] El contacto de Jung con su propio niño interior contribuyó de forma crucial a desatar el vigor creativo que culminaría en su teoría de los arquetipos y del inconsciente colectivo. 287 La recuperación del niño Jung describió diversas figuras arquetípicas -la madre, el padre, el niño, el héroe, el villano, la tentadora, el burlador y muchas otras-. Es importante también destacar, en este ca­ pítulo, su lúcido estudio acerca de la singular importancia del arquetipo infantil -el niño interior- en un capítulo titu­ lado “Psicología del Arquetipo Infantil”.'1Según Jung, el ar­ quetipo infantil es un símbolo vivo de potencialidad futura que aporta equilibrio, unidad y vitalidad a la personalidad consciente. Por medio del niño interior se reconcilian las cua­ lidades opuestas de la personalidad y se abren nuevas posi­ bilidades: El m otivo del niño no sólo representa algo que existió en un pasado rem oto sino tam bién algo que existe ahora; es decir, no se trata simplemente de un vestigio sino de un sistema que opera en el presente... El “niño” allana el cam ino para un cam bio futuro de personalidad. En el proceso de individua­ ción, anticipa la figura que proviene de la síntesis de los ele­ m entos conscientes e inconscientes de la personalidad. Es, por tanto, un símbolo unificador que reconcilia los contra­ rios.5 En otro capítulo titulado “La especial fenomenología del arquetipo del niño”, Jung afirma, incluso con mayor vehe­ mencia: [El “niño”] es una personificación de aquellas fuerzas vita­ les que quedan fuera del ám bito lim itado de nuestra mente consciente, de m odalidades y posibilidades totalm ente des­ conocidos por nuestra m ente consciente unilateral... R epre­ senta el impulso más fuerte e ineludible de todo ser, la in­ clinación a realizarse.6 Para Jung el arquetipo infantil representaba mucho más que un concepto o una teoría, era una fuerza viva que le ayu­ 288 El contacto con el niño interior daba a guiar y a sostener su personalidad adulta y, en efec­ to, en los momentos difíciles de toda su vida personal y pro­ fesional, se benefició una y otra vez de su contacto especial con el niño interior. Erickson y el niño interior También Milton Erickson sentía un respeto natural por las cualidades infantiles, probablemente derivado del carácter lúdico y travieso de su propia personalidad adulta. Existe una anécdota deliciosa que ilustra perfectamente su disposición (inconsciente) a entrar en contacto con su niño interior para que éste le ayudara a resolver un problema “adulto”: Había un capítulo de cierto trabajo que no conseguía escri­ bir. No daba con el m odo de representar la falta de lógica de uno de mis pacientes. Entré en un estado hipnótico pen­ sando si debía trabajar en aquel caso o en otro y descubrí después que había pasado el rato leyendo un m ontón de te­ beos. ¡Había m algastado todo aquel tiempo leyendo un m on­ tón de tebeos! Cuando volví a tener ocasión de trabajar en aquel capítu­ lo me hallaba perfectamente satisfecho con la idea de hacerlo en estado de vigilia. Llegué a la sección difícil, la que no ha­ bía logrado representar y me di cuenta de que ¡Jorgito, Juanito, Jaim ito y el Pato Donald parafraseaban aquella misma situación, aquel tipo particular de lógica! Mi inconsciente me había dirigido al cajón de los tebeos y me los había hecho ojear hasta que había encontrado la paráfrasis exacta que yo había querido usar.7 Erickson cuenta también otra historia deliciosa que vuel­ ve a demostrar su conexión con el propio niño interior. Una niña de dos años y su madre esperaban en el aeropuerto. 289 La recuperación del niño Erickson también esperaba un vuelo y, para ocupar el tiem­ po, se dedicó a su pasatiempo favorito: observar el compor­ tamiento humano. La niña estaba intranquila y la madre can­ sada. La niña advirtió un juguete en uno de los mostradores vecinos y rápidamente miró a la madre, quien se hallaba ab­ sorta en la lectura de un periódico. Metódica y repetidamen­ te la niña interrumpió a la madre saltando y correteando al­ rededor suyo. Por fin, la madre, exasperada, se levantó para entretener y pasear un poco a la niña y ésta, por supuesto, condujo a su madre directamente al mostrador de los jugue­ tes. La niña había conseguido exactamente lo que quería sin proferir una sola petición verbal. Erickson nos proporciona un resumen apreciativo que refleja su percepción y su respeto por el mundo según lo ven los ojos infantiles: De m odo que aquella niña de dos años, con toda la sabidu­ ría de su infancia aún no entorpecida por los falsos conoci­ mientos que la sociedad y las convenciones nos imponen, re­ accionó de acuerdo con su propio modo de entender: “Quiero ese juguete; m am á dice no m uchas veces; tal vez lo m ejor será que la m oleste y que le dé una oportunidad de tranqui­ lizarm e con un paseo”. No creo que la niña elaborara todos estos pensam ientos con m ucha claridad, pero observé el epi­ sodio entero preguntándom e cóm o iba a conseguir el ju ­ guete. Pensé -p e ro claro que yo soy un ad u lto - que la niña iba sim plem ente a pedírselo directam ente a la m adre. Sin embargo la niña era m ucho más lista que yo: ¡Ella sabía cuál era la técnica apropiada!8 Nosotros, como terapeutas, podemos aprender de las ex­ periencias personales de Jung y de Erickson, quienes, cada uno a su manera, mantuvieron un contacto enriquecedor y creativo con su niño interior. 290 21. COMO LIBERAR A SU NINO INTERIOR PERDIDO John Bradshaw John Bradshaw, asesor y director de talleres de form a­ ción, posee una notable capacidad para sintetizar ideas com­ plejas y darles una forma que facilita su aplicación prácti­ ca, cualidad que mucha gente en los Estados Unidos pudo apreciar al ver sus programas sobre la familia emitidos por el canal público de televisión (PBS). El fragmento aquí re­ producido es un pasaje de su último libro Healing the Shame that Binds You y constituye una muestra de sus ideas más recientes. El concepto del niño interior ha aflorado en mu­ chos de sus trabajos y desde múltiples perspectivas, pero su plan en doce etapas para la recuperación de los alcohólicos sigue siendo su modelo -y metáfora- principal de los pro­ cesos de curación y desarrollo. Su “meditación del niño in­ terior perdido”, incluida en este capítulo, resulta especial­ mente interesante. 291 Cómo liberar a su niño interior perdido La recuperación del niño Es probable que también yo continuara sujeta a este impul­ so de proteger a los padres... si no hubiera entrado en con­ tacto con MI NIÑA INTERIOR, la cual se apareció tarde en mi vida, deseando revelarme su secreto... me hallaba frente a una puerta abierta... presa de un miedo adulto a la oscuri­ dad... Pero no podía cerrar la puerta y dejar a la niña sola hasta mi muerte... Tomé entonces una decisión que iba a alterar profundamente mi vida... confiar en este ser casi autista que había sobrevivido al aislamiento durante décadas. A l i c e M i l l e r , Pictures of Childhood Bradshaw On: The Family describe las tres etapas del pro­ ceso de extemalización y reducción del sentimiento de hu­ millación que yo mismo seguí. El esquema de la página 295 proporciona una imagen visual de estas etapas. La primera etapa es la de la recuperación. Mediante el apoyo y el afecto del grupo recobré mi autoestima. Me arries­ gué a abandonar mi refugio y a mostrar mi yo humillado. Al verme reflejado en la mirada de los otros, que ni juzgaban ni humillaban, empecé a reconciliarme conmigo mismo y dejé de sentirme completamente solo y escindido. De este modo, el grupo restauró mi sensación de que podía establecer vín­ culos interpersonales. El proceso de recuperación supone un cambio de primer orden. Esto significa sustituir un tipo de comportamiento por otro: dejé de beber, salí de mi reclusión, pude compartir mis experiencias, mi fortaleza y mis esperanzas, recuperé el con­ tacto con mis propios sentimientos y trasladé mi dependen­ cia a la nueva familia que había encontrado. Existía todavía en mi interior un niño dependiente y asentado en la humi­ llación que convirtió al nuevo grupo en la fuente de seguri­ dad proporcionada normalmente por los padres. Mi humillación se redujo pero permanecía activa, como in­ 292 dicaba el hecho de que mi comportamiento fuera aún com­ pulsivo y que la intimidad me resultara problemática. Me vinculaba a mujeres que parecían necesitarme, confundien­ do el amor con la piedad. Establecía relaciones de tipo res­ catador, en las que los otros dependían de mí y me veían como alguien todopoderoso. Comencé a trabajar doce horas al día, incluidos los sábados. Fumaba más y empecé a comer muchos dulces. Sin duda había atajado una enfermedad lla­ mada alcoholismo que amenazaba mi vida, había reducido mi humillación y me sentía más a gusto conmigo mismo, pero todavía era compulsivo y obsesivo, todavía no era libre. A fin de liberarme debía resolver interiormente la cues­ tión de mi familia original, tenía que crecer y abandonar re­ almente la casa de mis padres. Fritz Perls dijo en una ocasión: “El objetivo de la vida consiste en pasar del respaldo que proporciona el entorno al respaldo que se proporciona uno mismo”. El objetivo de la vida es alcanzar la independencia. La independencia se asien­ ta en una sensación sana de la vergüenza. Somos responsa­ bles de nuestras propias vidas. Nuestras primeras relaciones se tiñeron con las carencias de nuestros modelos y con la sensación de abandono, lo cual dio lugar a una identidad basada en la vergüenza o la humi­ llación. Puesto que carecíamos de un Yo auténtico, nos afe­ rrábamos a aquellos que nos cuidaban, por medio de un vín­ culo imaginario, o construíamos muros a nuestro alrededor a fin de que nadie pudiera herirnos. Estas primeras improntas colorean todas nuestras relaciones posteriores. Un día escuché la siguiente afirmación de Werner Erhard, el fundador de est: “Mientras no resolvamos nuestras relacio­ nes originales, no estableceremos realmente otras relaciones”. Marcharse de casa significa romper con nuestras relaciones originales; y puesto que cargamos con una gran parte de nues­ tra humillación como resultado de dichas relaciones, marcharse de casa es una forma poderosa de reducir la humillación. 293 La recuperación del niño F e lic id a d /D ic h a Marcharse de casa D esasim ien to ¿Qué implica el marcharse de casa? ¿Cómo lo hacemos? Marcharse de casa es la segunda etapa del camino hacia ia plenitud. La llamo la etapa del descubrimiento y supone el establecimiento de vínculos con el niño interior herido y aislado que fue abandonado mucho tiempo atrás. Este niño es aquella parte de nosotros donde se aloja nuestra energía emocional bloqueada, tanto más bloqueada cuanto más gra­ ves hayan sido lo abusos padecidos. A fin de volver a esta­ blecer contacto con el niño herido y lastimado, es preciso que volvamos atrás y que sintamos nuevamente las emocio­ nes que fueron bloqueadas. Cuando bloqueamos la energía emocional, nuestra capa­ cidad de pensar y razonar se ve seriamente afectada; el cam­ po visual de nuestra mente se empequeñece y nuestros jui­ cios y percepciones, así como nuestra aptitud para reflexionar acerca de los acontecimientos concretos de nuestra vida, que­ dan contaminados. (Semejante bloqueo emocional no parece perjudicar al pensamiento abstracto o especulativo.) Cuando nuestro juicio práctico se extingue, nuestra vo­ luntad, que es el ejecutor de nuestra personalidad, ya no se asienta en la realidad y pierde su capacidad de discernir al­ ternativas. La persona emocionalmente extinguida se halla literalmente llena de voluntad (will-full), todo en ella es in­ tención, obstinación y, al mismo tiempo, grandiosidad; se ca­ racteriza por su desenfrenado deseo de controlar, de jugar a ser Dios: se trata del peor desastre causado por la humilla­ ción tóxica. La única manera de liberar a nuestra mente de su obce­ cación y de curarnos de nuestras obsesiones, consiste en re­ vivir nuestras emociones bloqueadas tal como se manifesta­ ron por primera vez. Las necesidades y dependencias no resueltas o satisfechas deben reeducarse con nuevas leccio­ nes y experiencias correctivas. 294 Yo público y privado no humillado Serendipity Servicio Soledad Serenidad O 0 Etapa III / M / Intimidad con Dios Visión transformadora El “silencio” Oración y meditación R ev e la c ió n Autoestima y auloafirmación Imágenes Reprogramación Voces Mantenimiento Surgimiento del yo auténtico Encontrar al “niño interior" Aflicción por las etapas de desarrollo Experiencia reparadora o o \ Re-experimentar Dolor original Aflicción por el sufrimiento no resuelto Nueva conciencia Salvavidas cognitivo Sentir los sentimientos El programa en 12 pasos \ \ \ \ D escu b rim ien to / / / / Compartir secretos / 'Romper la regla de “no hablar’/ \ Arriesgarse a depender / \ de los demás / \ Etapa I Encontrar un poder / \ superior y una nueva / \ familia / \ de afiliación / \ Salir de \ la guarida / / R ecu p e ra c ió n í ,— Yo privado acomodado en la humi­ llación 295 La recuperación del niño Debemos afligimos por nuestra infancia perdida. Nues­ tros actos compulsivos son el resultado de antiguos senti­ mientos bloqueados (nuestra aflicción no resuelta) que tien­ den a aflorar una y otra vez. Una de dos: o aplacamos dichos sentimientos afrontándolos y volviéndolos a padecer o los transformamos en actos compulsivos. También podemos ca­ nalizarlos interiormente, camino de la depresión o del suici­ dio, o proyectarlos en el prójimo, como cuando usamos es­ trategias interpersonales para transferir la humillación. Para poder liberarnos de nuestras compulsiones debemos marchamos de casa y convertirnos en nosotros mismos. Yo nunca me había marchado de casa, aunque me estaba recu­ perando. Nunca había puesto al descubierto las fuentes de mis actitudes ni me había levantado contra la humillación tó­ xica, ni había emprendido la labor de revivir los sentimien­ tos del “dolor original”; ni me había enfrentado a mi familia original. El trabajo de experimentar el dolor original Toda persona cuya identidad se asienta en la vergüenza o la humillación ha vivido en una familia traumática; y los hi­ jos de tales familias sienten demasiados estímulos, en un pe­ ríodo demasiado breve de tiempo, como para ser capaces de dominarlos adecuadamente. Todo trauma de abandono esti­ mula las emociones aflictivas de los niños al mismo tiempo que bloquea su posible descarga. Recientemente, en un aeropuerto, observé a un hombre y a su hija pequeña, sentados cerca de mí. El la regañaba todo el rato, y en cierta ocasión le dijo coléricamente que, al igual que su madre, era un problema constante, con lo que asumí que estaba separado o divorciado. Antes de marcharse la abo­ feteó un par de veces. Era algo doloroso de ver. Y cuando la niña se puso a llorar, él volvió a abofetearla, después de lo 296 Cómo liberar a su niño interior perdido cual la arrastró hasta el puesto de los dulces y le compró un helado para callarla. Una niña así aprende desde muy pron­ to que no se la quiere, que tiene la culpa de todo, que ni si­ quiera es una persona, que sus propios sentimientos no cuen­ tan y que es responsable de los sentimientos de los demás. Me cuesta imaginar dónde podría encontrar un aliado que se sentara con ella, que valorara su tristeza y le permitiera acon­ gojarse. En una familia respetuosa y saludable se valoran los sen­ timientos de los niños, aunque en algún momento de toda in­ fancia normal tenderá a producirse un trauma. Como Alice Miller ha escrito repetidamente: “No son los traumas que padecemos en la infancia los que nos enferman emocionalmente sino nuestra incapacidad de expresarlos”. Cuando un niño es abandonado, por descuido, abuso o re­ clusión, el dolor y las heridas resultantes constituyen un ul­ traje. Los niños necesitan que su aflicción sea reconocida, necesitan aprender a descargar su dolor, y para ello precisan tiempo y respaldo. Ningún niño abandonado asentaría su identidad en la humillación si dispusiera de un aliado que le respaldara y que pudiera valorar su dolor y concederle tiem­ po para resolverlo. Pienso en una familia a la que conozco: el padre sufrió un serio accidente en la casa; el hijo, de seis años, estaba ju­ gando afuera cuando oyó una fuerte explosión y quedó con­ mocionado al encontrar a su padre sangrando y aparente­ mente m utilado. El padre le indicó que llam ara a una ambulancia y un vecino se ocupó de él en tanto que la ma­ dre regresaba del trabajo. La impresión lo afectó enorme­ mente, de modo que la madre lo llevó a un terapeuta infan­ til: temía bajar al sótano de la casa (donde se hallaba el calentador); estaba enfadado con su madre por no haber es­ tado en casa y con su padre por haberse ido (lo habían lle­ vado al hospital). Durante los meses que siguieron al accidente el niño tra297 La recuperación del niño bajó sus sentimientos en el contexto del juego simbiótico. Sus padres se alegraron de ver que era capaz de expresar su enfado hacia ellos. (Unos padres asentados en la humillación le hubieran provocado un sentido de culpa por expresar su en­ fado), le apoyaron en la tarea de superar su miedo a bajar al sótano y compartieron con él sus propios sentimientos. Convalidación Para remediar la aflicción deben tenerse en cuenta varios factores. El primero de ellos es la convalidación, la valora­ ción del abandono infantil como algo real. Tal vez la conse­ cuencia más perjudicial de basar la propia identidad en la hu­ millación es que no llegamos a saber de veras lo deprimidos o enfadados que estamos. Paradójicamente, las mismas de­ fensas que nos ayudaron a sobrevivir a los traumas infanti­ les se convierten luego en obstáculos a nuestro crecimiento. Fritz Perls afirmó en cierta ocasión que: “Nada cambia has­ ta que se convierte en lo que es”. Debemos dar salida a nues­ tra aflicción congelada. Recuerdo a mi abuela paterna ridiculizándome en cierta ocasión porque me puse histérico cuando mi padre salía para emborracharse. Acababa de pelear con mi madre y se mar­ chó de casa sumamente airado prometiendo emborracharse. Yo empecé a llorar y al poco rato me salí de quicio. Me di­ jeron que era un afeminado y que debía controlarme. Nunca he olvidado esa experiencia; años más tarde aún llevaba den­ tro aquella congoja irresuelta. Respaldo Lo más trágico de todo esto es que sabemos que nuestras aflicciones pueden sanar naturalmente con el respaldo aje- Cómo liberar a su niño interior perdido no. Según Jane Middleton-Moz: “Una de las cosas que sabe­ mos acerca de cómo remediar la aflicción es que se trata de uno de los pocos problemas en el mundo que se resuelve con el respaldo”. (Para un tratamiento claro y conciso del tema lé­ ase After the Tears de Jane Middleton-Moz y Lorie Dwinell.) El motivo por el cual muchas personas postergan su aflic­ ción es porque no encuentran a nadie que les respalde o dé valor a sus sentimientos. No se puede penar en soledad. Mi­ llones de nosotros lo intentamos cuando niños, llorando en la cama al acostarnos o encerrados en el cuarto de baño. La postergación del pesar constituye el núcleo de lo que llamamos el síndrome del estrés postraumático. Cuando los soldados regresan de la guerra, padecen síntomas comunes de irrealidad: pánico, insensibilidad psíquica, tendencia a so­ bresaltarse fácilmente, despersonalización, necesidad de con­ trol, pesadillas y trastornos del sueño, por otra parte, comu­ nes a los hijos de familias problemáticas, síntomas derivados de la aflicción no resuelta. El trabajo con los sentimientos aflictivos Después de la convalidación y el respaldo es preciso pa­ decer los sentimientos que fueron reprimidos, cosa que debe hacerse en un entorno seguro y no humillante. Los senti­ mientos aflictivos con los que debe trabajarse son la ira, el remordimiento, la congoja, la depresión, la tristeza y la so­ ledad. Remediar la aflicción implica un trabajo psíquico cuya duración dependerá de la intensidad del trauma. Uno nece­ sita suficiente tiempo para llevar a cabo este trabajo y en las familias problemáticas no se dispone nunca de tiempo sufi­ ciente. En nuestro Cerner for Recovering Families (Centro de Re­ cuperación Familiar) de Houston tenemos sesiones de con­ frontación con el “dolor original” de cuatro días y medio de 299 La recuperación del niño duración. Utilizamos el sistema de los roles familiares para que la gente pueda ver cómo perdió su identidad original y quedó presa de un yo falso. En cuanto una persona experi­ menta cómo su alma fue aniquilada, empieza a afligirse. Es frecuente que el supervisor de la terapia le ayude a aceptar sus sentimientos, dado que están relacionados con la humi­ llación. En cuanto una persona entra en contacto con sus au­ ténticos sentimientos, la humillación se reduce. Esta labor persiste más allá de las sesiones y puede que dure un par de años. Existen muchos otros métodos para llevar a cabo la labor de experimentar el dolor original, esfuerzo que debe em­ prenderse si se desea remediar la aflicción y poner fin al com­ portamiento reiterativo y compulsivo. Experiencia correctiva El trabajo con los sentimientos aflictivos es un proceso por el que se revive, libera e integra al niño interior perdido. Dado que el rechazo de nuestra dependencia a lo largo del de­ sarrollo era una de las fuentes principales de la humillación tóxica, resulta importante volver a establecer contacto con él. Cada etapa del desarrollo fue siilgular, con su propia di­ námica y sus necesidades especiales. Durante la infancia pre­ cisábamos un reflejo de amor incondicional, necesitábamos oír expresiones (no verbales, en el caso del lactante) que nos comunicaran algo así como: “Estoy muy contento de que es­ tés aquí. Bienvenido al mundo. Bienvenido a nuestra fami­ lia y a nuestro hogar. Estoy muy contento de que seas un niño o una niña. Quiero estar cerca de ti, abrazarte y querer­ te. Acepto perfectamente tus necesidades y te dedicaré todo el tiempo que precises para satisfacerlas”. Adapto estas afir­ maciones del libro de Pam Levin Cycles o f Power. Me gusta organizar sesiones de pocas personas (seis u 300 Cómo liberar a su niño interior perdido ocho) y dejar que una de ellas se siente en el centro del gru­ po e indique al resto dónde deben ponerse, a qué distancia de ella y de los demás: a algunos les gusta que se les abrace; otros prefieren que sólo se les toque; otros, privados de ca­ ricias durante la infancia, se sienten inseguros ante tanta pro­ ximidad. Cada persona establece sus propios límites. Una vez dispuesto el grupo, escuchamos canciones de cuna y cada uno transmite alguna de las afirmaciones verba­ les al tiempo que toca, acaricia o simplemente permanece próximo a la persona que está en el centro. Quienes de niños sufrieron el menosprecio o el abandono de sus padres lloran al escuchar las palabras que necesitaban oír y nunca oyeron. A menudo, aquel que fue un Niño Perdido, so­ llozará intensamente. Estas palabras llegan al vacío de su alma. Después de la afirmación el grupo discute la experiencia. Siempre trato de organizar grupos mixtos de modo que cada persona pueda oír voces masculinas y femeninas. Es frecuente que una persona declare haber apreciado de manera especial la voz de un hombre o de una mujer, por ser precisamente la que nunca oyó de niño. A veces, si alguien sufrió el abuso de uno de los padres, no se fiará de la voz que corresponde al sexo de quien abusó de él. Esta forma grupal de compar­ tir, transmitirse afirmaciones, tocarse y respaldarse, constituye una experiencia verdaderamente reparadora. También sugiero otros mecanismos para satisfacer las ne­ cesidades infantiles a medida que éstas se reciclan en nuevas experiencias. Usualmente se requiere a un amigo que pro­ porcione respaldo físico (mucho tocar) y alimento (salir a comer). Se precisa mucha satisfacción táctil, quizá un agra­ dable baño caliente, un masaje corporal o un gesto tan sim­ ple como arropar con una manta. Repetimos el procedimiento en grupo atendiendo ahora a las necesidades del niño que ronda la edad de un año. Pues­ to que éste necesita separarse, permitimos que la persona se siente cerca pero separada de los demás. Normalmente pon301 La recuperación del niño go en práctica un tipo de meditación de regresión en el tienv po y le pido a la persona que está en el centro que se perci­ ba como un niño de aproximadamente un año de edad. Y las afirmaciones son de este estilo: “Es bueno curiosear y ex­ plorar. Es bueno que pongas a prueba tus propios límites. Es bueno que lo hagas, y que lo hagas a tu manera. Yo estaré aquí. No tienes por qué darte prisa. Te voy a conceder todo el tiempo que necesites. No te voy a abandonar”. Una vez más, el grupo comparte sus impresiones después de que cada persona haya escuchado estas afirmaciones va­ rias veces, y a menudo se expresan emociones profundas, se recuerdan episodios de abandono que habían sido olvidados mucho tiempo atrás y algunos vuelven a enfrentarse a senti­ mientos aflictivos irresueltos. Pasamos por todas las etapas del desarrollo, hasta llegar a la adolescencia. La adolescencia es importante porque, du­ rante ella, mucha gente sufrió incidentes humillantes o de abandono doloroso... En general, le pido a cada persona que escriba una carta a sus padres para comunicarles las cosas que necesitaba y que nunca obtuvo. Wayne Kritsberg sugiere que se escriba la carta con la mano no dominante porque ello contribuye a crear la sensación de que se es un niño. Cuando una persona lee su carta al resto del grupo, la descarga emocional es muy intensa. Una vez leída, pido al grupo que pronuncie las afirmaciones correspondien­ tes a las necesidades insatisfechas que en ella se expresaban. Hacia el final de la sesión hago que todos los participan­ tes reencuentren su Niño Perdido. Me cuesta describir el po­ deroso efecto de dicho ejercicio; lo he incluido en muchas de mis grabaciones; no hay forma de transmitir su fuerza por escrito. Pasemos ahora a esbozar la meditación. Cada uno puede grabarla en una cinta magnetofónica para escucharla a la hora de emprender el ejercicio. Recomiendo el uso de “Going Home”, de Daniel Kobialka, como música de fondo. 302 Cómo liberar a su niño interior perdido Meditación: aceptar a su niño interior perdido Siéntese con la espalda recta. Relájese y fíjese en su res­ piración... Centre su atención en ella durante algunos minu­ tos... Concéntrese en el paso del aire al inhalar y al exhalar... Observe la diferencia entre el aire que inhala y el que exha­ la... Fíjese en esta diferencia... (un minuto). Ahora imagine que está bajando por un largo tramo de escaleras. Baje des­ pacio mientras yo cuento de diez a cero. Diez... (diez se­ gundos) Nueve... (diez segundos) Ocho... (diez segundos), etcétera. Cuando llegue al final de las escaleras doble a la iz­ quierda y siga caminando por un largo pasillo con puertas a ambos lados. Sobre cada puerta hay un símbolo de color... (un minuto). Al fondo del pasillo hay una zona iluminada... Crúcela y retroceda en el tiempo a una calle en la que vivía antes de tener siete años. Camine por esa cálle hasta la casa en la que vivía. Observe la casa. Fíjese en el techo, en el co­ lor de las paredes, en las ventanas y las puertas... Advierta a un niño pequeño que sale por la puerta principal... ¿Cómo va vestido? ¿De qué color son sus zapatos? Camine hacia él... Dígale que usted viene desde el futuro... Dígale que us­ ted sabe mejor que nadie todo lo que ha padecido... Su su­ frimiento, su abandono... su humillación... Dígale que de todas las personas a las que conocerá en su vida usted es la única a la que nunca perderá. Ahora pregúntele si está dis­ puesto a venir a casa con usted... Si no es así, dígale que le visitará mañana. Si esta dispuesto a ir con usted, cójalo de la mano y empiece a caminar... Vea entonces a su madre y a su padre salir de la casa. Despídase de ellos. Mire por encima de su hombro mientras se aleja y observe cómo se van ha­ ciendo más y más pequeños, hasta desaparecer por comple­ to... Dé la vuelta a la esquina y advierta a su Poder Superior y a sus amigos queridos que le esperan. Abrace a todos sus amigos y permita que el Poder Superior entre en su cora­ zón... Ahora váyase y prométale a su niño que se reunirá 303 La recuperación deI niño con él cada día por espacio de cinco minutos. Fije una hora precisa para la cita y prometa respetarla. Tome al niño en su mano y deje que se reduzca al tamaño de ésta. Póngalo en su corazón... Ahora camine hasta llegar a un hermoso paraje... Deténgase en el centro de este paraje y reflexione sobre la ex­ periencia que acaba de tener... Siéntase en comunión consi­ go mismo, con su Poder Superior y con todas las cosas... Ahora levante la vista al cielo; observe cómo las nubes vio­ láceas forman el número cinco... Note cómo el cinco se trans­ forma en un cuatro... y cobre conciencia de sus pies y pier­ nas... Vea cómo el cuatro se convierte en tres... Sienta el pulso vital en el estómago y en los brazos. Note cómo el tres se transforma en un dos; sienta el pulso vital en sus manos, en su cara y en todo su cuerpo. Sepa que está a punto de des­ pertar por completo -que puede emprender cualquier activi­ dad con la mente completamente abierta-, vea cómo el dos se convierte en uno y despierte por completo, recordando la experiencia... Le sugiero que consiga una foto suya de niño, preferible­ mente de cuando tenía menos de siete años, y que la lleve consigo en su cartera o en su bolso; o póngala sobre su es­ critorio para que le ayude a recordar a este niño que vive dentro de usted. Hay muchos datos que confirman la evidencia de que el niño vive en nuestro interior enteramente desarrollado. Este niño es nuestra parte más vital y espontánea y es preciso que la integremos en nuestra vida. Cómo liberar a su niño interior perdido tan nuevamente nuestras necesidades infantiles. Una vez que nos sentimos seguros y confiamos en nuestro entorno, la par­ te nuestra que corresponde a la etapa en que gateábamos de­ sea explorar y experimentar. Nuestros propios hijos desen­ cadenan también nuestras necesidades a medida que van atravesando las distintas etapas de su desarrollo. Tenemos la oportunidad, cuando adultos, de cuidar de nosotros mismos en cada una de dichas etapas. Como adultos podemos crear un entorno en el que nues­ tras necesidades puedan ser satisfechas. Yo carecí de una bue­ na relación con mi padre, de un padre que ejerciera como tal. He formado un grupo de hombres que me proporcionan un apoyo amistoso. He aprendido que de adulto puedo hacer que lo que obtengo de los demás sirva para satisfacer mis nece­ sidades. Los niños nunca se sienten satisfechos con lo que se les da; los adultos aprenden, al madurar, a sentirse satisfechos con lo que tienen. Así, yo puedo transformar una relación de camaradería, en el grupo, en una de paternidad. Si uno de los miembros del grupo se preocupa de mí de una manera especial, yo puedo ver en ello un gesto paternal. Del mismo modo puedo hacer que otros acontecimientos en mi vida me sirvan para satisfacer mis necesidades de afecto o atención pa­ terna o materna. Siendo adulto puedo aprender a obtener las cosas que necesito de una manera concreta; puedo ser ama­ ble conmigo mismo y tratarme con respeto y con cariño. La búsqueda universal del niño interior La satisfacción adulta de las necesidades propias del desarrollo del niño A lo largo de toda nuestra vida seguimos reciclando las ne­ cesidades que tuvimos en las distintas etapas de nuestro de­ sarrollo. Cada vez que emprendemos algo nuevo se despier­ 304 Es importante advertir que. la necesidad de encontrar al niño interior forma parte del camino de todo ser humano ha­ cia la plenitud. Nadie disfrutó de una infancia perfecta; to­ dos cargamos con asuntos inconscientes de nuestra historia familiar que aún no han sido resueltos. El camino del Niño Interior es el camino del héroe. Con305 La recuperación del niño vertirse en una persona integrada es una tarea heroica, no exenta de adversidades y de sufrimiento. En la mitología grie­ ga, Edipo mata a su padre y Orestes a su madre. Dejar a los padres es un obstáculo al que uno debe enfrentarse cuando emprende el camino del héroe. Matar a los padres es una ma­ nera simbólica de describir el acto de marcharse de casa y ma­ durar. Encontrar al Niño Interior es el primer intento de salvar el abismo de aflicción que nos amenaza. Pero encontrar al Niño Interno es sólo el comienzo. Dados su aislamiento, de­ pendencia y abandono, este niño es egocéntrico, frágil y te­ meroso. Hay que disciplinarlo a fin de liberar su enorme po­ der espiritual. 22. HACERSE NIÑO John Loudon La idea de asemejarse a un niño cuando se es ya adulto constituye una paradoja que muchos ensayistas han intenta­ do resolver: ¿Cómo se puede llevar a término esta tarea su­ til?, se pregunta John Loudon. Pero su ensayo es mucho más que un intento de responder a dicha pregunta: presenta el contexto filosófico, espiritual y religioso de esta búsqueda, subrayando el hecho de que el proceso del desarrollo nos ocupa hasta el final de nuestras vidas. “En cierto sentido", comenta, “hacerse niño -alcanzar niveles, destrezas, orien­ taciones y todo aquello a lo que estamos llamados- es una tarea cuya consumación tal vez requiera toda la vida." Este pasaje se publicó originalmente en un número especial de la revista Parábola (Vol. IV, núm. 3) dedicado al niño. Lou­ don es escritor y redactor y reside en el norte de California. Yo os aseguro: si no cam biáis y os hacéis com o los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. M a t e o 18:3 306 307 La recuperación del niño Hacerse niño Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño y razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. 1 C orintios 13:11 Las tradiciones religiosas, y en especial la cristiana, pa­ recen transmitir una serie de mensajes contradictorios acer­ ca de la infancia como un estado ideal. Por una parte, los evangelios afirman que si no cambiamos la orientación de nuestra vida (metanoia) y nos hacemos como niños, no en­ traremos en el Reino de los Cielos. En el más místico de los evangelios, Jesús dice, por boca de san Juan: “Quien no naz­ ca de lo alto no podrá ver el Reino de Dios” (Juan 3:3). Por otra parte, Jesús rechaza repetidamente la rutinaria pasividad de la religiosidad pueril y Pablo nos exhorta a renunciar, como hizo él, a las cosas de la infancia. De manera más sig­ nificativa, todos los evangelios son, de hecho, historias cuyo punto álgido se concreta en la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en todos ellos se declara que sólo perdiendo la vida la encontraremos. ¿En qué consiste este estado ideal que se parece a la infancia y que, sin embargo, adviene única­ mente con la madurez, la muerte y el nacimiento a una nue­ va vida? Es obvio que nos hallamos ante dos puntos de vista dife­ rentes respecto a la infancia. Se trata de una paradoja simi­ lar, en mi opinión, a los aparentes conflictos que tanto abun­ dan en las tradiciones vivas y que estim ulan nuestra comprensión invitándonos a investigar más profundamente. Una posible vía de resolución -que la mayoría de exégetas y teólogos tienden a seguir- consiste en estudiar con­ cienzudamente los pasajes de apariencia contradictoria (exa­ minando su lenguaje, contexto, función, fecha, etcétera) hasta dar con una interpretación sintética. No cabe duda de que ya 308 se han llevado a cabo varios estudios de este tipo. Pero yo me resisto a eliminar el aguijón de la paradoja demasiado expe­ ditivamente. Existe aquí un desafío que merece la pena acep­ tar; un desafío auténtico y, de algún modo, central a lo que el Nuevo Testamento quiere expresar. Sugiero, por tanto, un camino quizá más provechoso o, por lo menos, innovador, para tratar de acceder a la verdad contenida en el núcleo mismo de la paradoja: investigar el aparente ideal de la infancia a la luz de ciertas formas tradi­ cionales y contemporáneas de entender las etapas de la vida. ¿Cómo se relaciona la exigencia de convertirse en niño con las fases tradicionales del crecimiento y con la floreciente investigación acerca de las distintas dimensiones y períodos discernibles del desarrollo humano? ¿Es el mandato bíblico anómalo, o una máxima en clave que refleja los primeros de­ bates cristianos? ¿O contiene acaso una intuición más o me­ nos accesible sobre el crecimiento y potencial humanos, so­ bre las leyes que rigen nuestro devenir y nuestra perfección? Las distinciones más universales de las etapas de la vida que se observan en las religiones y sociedades tradicionales son, seguramente, las que se concretan en los ritos de paso. Según la explícita afirmación de cierta mujer apache: Subdividimos la vida de una mujer en varias partes: niñez, juventud, madurez y vejez. Las canciones sirven para ha­ cerla transitar de una a otra. Las primeras canciones descri­ ben el hogar sagrado y la ceremonia. Más tarde vienen las canciones que tratan de las flores y de las cosas que crecen. Estas representan la juventud; y a medida que las canciones describen las diferentes estaciones, la joven va creciendo hasta llegar a la vejez. Hay ritos para el embarazo, el nacimiento, la infancia, el ingreso en la edad adulta, el noviazgo, el matrimonio, la ini­ ciación al sacerdocio y la muerte como tránsito final. Lo que 309 La recuperación del niño resulta particularmente significativo acerca de las fases iden­ tificadas en estos ritos es su relación con la noción de creci­ miento, de desarrollo; son acumulativas y cada transición añade una nueva dimensión o nivel a la vida del individuo. De este modo, por ejemplo, las iniciaciones a la madurez implican, por lo común, la adquisición de un conocimiento especial, un desengaño simultáneo respecto a las creencias pueriles y una nueva responsabilidad. Algunas tradiciones diferencian las distintas etapas de la vida asociándolas a ideales religiosos específicos, cada uno con sus atraccio­ nes, riesgos y obligaciones. En el hinduismo, por ejemplo, el camino hacia el conocimiento se subdivide en cuatro eta­ pas (ashramas): la del estudiante, la del cabeza de familia (familia, profesión), la del morador del bosque (ermitaño, as­ ceta) y la del peregrino (santo, sannyasin). Si bien en cada etapa se alcanza una perfección relativa, la doctrina enseña que el desarrollo pleno, la consecución absoluta de moksha (la liberación plena de todo lo finito) sólo llega cuando el ci­ clo se ha completado. Y, por lo general, en las divisiones tra­ dicionales de la existencia humana por etapas, se asevera con firmeza que la infancia es una fase a superar si lo que se per­ sigue es el conocimiento pleno, la vida, el ser. Aun así -y con esta observación empiezo ya a esbozar en parte lo que será mi solución al dilema aquí tratado- hay aspectos de la últi­ ma etapa (naturalidad, una cierta dependencia, contempla­ ción, etcétera) que, de algún modo, recuerdan al mundo de la infancia. La psicología del desarrollo humano es, en gran medida, una ciencia independiente originada en el siglo xx y cuyas conclusiones se basan en datos empíricos. El psicólogo sui­ zo Jean Piaget fue el pionero de esta disciplina, a la que con­ tribuyó con una serie de estudios basados en sus minuciosas observaciones del desarrollo intelectual y moral del niño, y con ingeniosos tests para determinar las fases de crecimien­ to. Piaget identificó cuatro etapas básicas en el desarrollo del 310 Hacerse niño niño hasta la edad de doce años, cada una de ellas supone una expansión de los mundos infantiles iniciales (basados en res­ puestas egocéntricas de tipo sensación-acción) a un mundo más amplio, expansión facilitada por el lenguaje, la sociali­ zación y el pensamiento. Erik Erikson se basó en el trabajo de Piaget (y en el de Freud) para identificar ocho etapas en la totalidad de la vida humana, cuatro desde la infancia has­ ta la adolescencia y, después, adolescencia, primera edad adulta, mediana edad y madurez. En cada una de ellas nos en­ contramos nuevas esperanzas, nuevas posibilidades y nuevas responsabilidades, y el éxito o fracaso básicos resultante de cada desafío afecta a la plenitud de nuestro desarrollo a lo lar­ go de la vida. De esta manera, por ejemplo, en la etapa del lactante (aproximadamente el primer año de vida) se establece una sensación fundamental de confianza o de desconfianza que persistirá hasta la muerte. Por lo tanto, la “tarea” de esta eta­ pa evolutiva consiste en arraigar en el niño la sensación pro­ funda de bienestar, de ser aceptado, de pertenecer, de que el universo es su hogar. Otras tareas subsiguientes son la “con­ secución” de autonomía, iniciativa, diligencia, identidad, in­ timidad, capacidad de crear (de productividad, en un sentido amplio) y plenitud (un sentido de satisfacción ante una vida cuyas partes forman un todo armónico). El fracaso en cada una de estas “realizaciones” psicosociales produce un decli­ ve análogo de la potencialidad humana. Así, por ejemplo, si una persona de mediana edad no consuma la “autorrealización” requerida por la dinámica del desarrollo, esta persona tiende a un “estancamiento” caracterizado por una regresión ha­ cia satisfacciones infantiles y una interrupción del desarrollo de la personalidad y de las relaciones personales. Huelga decir que el trabajo de Piaget y Erikson es a me­ nudo técnico y bastante complejo y ha sido incorporado a un amplio programa de investigación práctica y teórica aún en curso. Lo más significativo para nuestro propósito es saber 3 ' La recuperación del niño que las etapas del desarrollo humano se pueden delimitar científicamente con bastante precisión y que dichas etapas no constituyen simplemente una secuencia automática por la que se va pasando por el mero hecho de hacerse mayor. Más bien existe una dinámica de desarrollo -energía interna y condiciones exteriores- que nos impulsa de una etapa a otra etapa y cada una de ellas comporta el cumplimiento de una serie de tareas básicas y el descubrimiento e integración de ciertas dimensiones de nuestra humanidad, requisitos nece­ sarios, todos ellos, para el logro de la plenitud personal. En cierto sentido, pues, puede decirse que el yo es un proyecto que dura toda la vida, siempre y cuando recordemos que se trata de un proyecto que precisa de tanta pasividad como ac­ tividad (por usar los términos de Teilhard), de abandono y su­ jeción, de yin y de yang. Dado que lo que nos interesa es la infancia en tanto que ideal religioso, merece la pena atender a otro aspecto de la psicología del desarrollo, esto es, el análisis de las fases de la evolución moral y religiosa. A finales de los años cin­ cuenta, Robert Havighurst y Robert Peck describieron cinco tipos de personalidad a través de los cuales la gente podía evolucionar: el amoral durante el período de lactancia; el oportunista durante la primera infancia; el conformista (que sigue una norma externa), el irracional-escrupuloso (que si­ gue normas internas propias) durante los últimos años de la infancia y el racional-altruista (que toma decisiones objeti­ vas) durante la adolescencia (aunque la capacidad del ado­ lescente de encarnar este tipo se concreta en contadas oca­ siones). Según estos autores los adolescentes y los adultos podrían encontrarse en cualquiera de estas etapas, aunque muchos permanecen en la segunda. Durante las dos últimas décadas, Lawrence Kohlberg ha diseñado tests para discernir seis etapas de actitudes mora­ les relacionadas secuencialmente. En realidad Kohlberg ha­ bla de tres niveles de desarrollo moral, cada una de las cua­ 312 Hacerse niño les se subdivide en dos etapas. Estos tres niveles son (si­ guiendo las distinciones sugeridas por John Dewey): el prcconvencional, el convencional y el postconvencional. La ma­ yoría de los niños pequeños (hasta los diez u once años) se encuentra en el primer nivel, donde se procura seguir las re­ glas establecidas por figuras de autoridad; en la primera eta­ pa de este nivel (entre los seis y los siete años), las reglas se obedecen para eludir el castigo; en la segunda etapa (ocho y nueve años), el proceder correcto se identifica con la satis­ facción de necesidades personales, como la aceptación, la re­ compensa, etcétera. Los niños más mayores pueden acceder al segundo nivel; en éste, la tercera etapa -orientada hacia el niño bueno/la niña agradable-, uno se comporta de forma tal que pueda obtener la aprobación del grupo; en la cuarta eta­ pa -orientada hacia la ley y el orden-, comportarse correc­ tamente significa obedecer la ley, respetar la autoridad y man­ tener el orden social. El tercer nivel supone la autonomía y la existencia de principios, y puede alcanzarse sólo cuando uno tiene la capacidad de tomar decisiones razonadas (es de­ cir, con el despertar del pensamiento abstracto en la adoles­ cencia); la quinta etapa se orienta hacia el contrato social, con principios de conducta estimados en función de su con­ tribución al bien máximo (que podría ser contrario a las con­ venciones predominantes relativas a la ley y el orden) y la sexta etapa exige juicios morales basados en principios mo­ rales universales (y universalizables), etapa ésta que, según Kohlberg, se alcanza raras veces. Es importante advertir que el progreso en la evolución moral depende del desarrollo psi­ cológico e intelectual. Desde el punto de vista religioso, Lewis Sherrill (en The Struggle o f the Soul, 1951) estableció paralelismos entre el desarrollo religioso y las etapas descritas por Erikson relati­ vas al desarrollo psicosocial. De acuerdo a Sherrill, existen coyunturas vitales críticas en las que se produce un conflic­ to entre la regresión hacia un tipo de fe y de compromiso 313 más primitivo y simple, por un lado, y el desafío de pasar a una fase más madura y evolucionada, por otro. Estos mo­ mentos decisivos son fundamentalmente cuatro y tienen lu­ gar al pasar del período de lactancia a la niñez, y al ingresar en la madurez, en la mediana edad y en la vejez. Más recientemente, James Fowler ha desarrollado una se­ rie de tests y análisis, basados en el trabajo de Kolhberg, a fin de distinguir seis etapas en el desarrollo de la fe: 1) fe infantil/indeferenciada -basada en los sentimientos y en la ma­ gia 2) fe mítica/literal- dependiente de las explicaciones re­ ligiosas ofrecidas por figuras de autoridad 3) fe sintética/convencional -cuando se comparten los significa­ dos y valores vigentes en el hogar, la escuela, la iglesia o los compañeros 4) fe individual/reflexiva -cuando uno mismo, por sí solo, define el o los significados de la vida 5) fe polar/dialéctica -que consiste en una reapropiación de la pro­ pia tradición personal y 6) fe completamente integrada -que es una actitud a la vez personal y universal-. Para Fowler, como para otros teóricos del desarrollo, es posible que una persona se detenga en cualquier etapa, o que regrese a algu­ na de las anteriores. Por consiguiente, alcanzar una fe madura no es tanto una cuestión de encontrar algo apropiado en lo que creer, como lo que John Dunne denomina una “aventura es­ piritual”, una odisea de descubrimiento cuyo trayecto discu­ rre por escalas distintas a las que nos ofrece la fe conven­ cional. El desarrollo -psicológico, moral, religioso, e incluso fisiológico- supone compromisos continuos, avances decisi­ vos hacia nuevos niveles y, en este sentido, “las conversio­ nes”, las metanoias propias de cada etapa, no son más que frá­ giles realizaciones. Es hora de volver a nuestra pregunta inicial. ¿En qué sen­ tido se nos exhorta a hacemos como niños y, sin embargo, a renunciar a las cosas de la infancia? Teniendo en cuenta nues­ tra breve reseña de las ideas tradicionales y modernas acer­ ca del desarrollo humano, se diría que la infancia misma im­ 314 ----------------------------------------------------------------------------------------------- ----------------- La recuperación del niño Hacerse niño plica varias etapas y que éstas forman la base para etapas subsiguientes que se suceden hasta la muerte. La infancia es un período de la vida en el que se deben cumplir ciertos fi­ nes básicos al objeto de facilitar la plenitud del desarrollo humano. Parece evidente, además, que los conflictos del cre­ cimiento durante este período continúan a lo largo de la vida; en cierto sentido, pues,/hacerse niño -alcanzar niveles, des­ trezas, orientaciones y todo aquello a lo que estamos llama­ dos- es una tarea cuya consumación tal vez requiera toda la vida. Sin embargo, creo que hay una manera más enriquecedora de comprender la paradoja que nos concierne. Como su­ giere el comentario de la mujer apache citado anteriormen­ te, las diferentes etapas a las que acabamos de aludir pueden reducirse a las cuatro más comunes, es decir, infancia, ado­ lescencia, edad adulta y madurez. En este esquema, tal como ocurre en los análisis más elaborados, cada fase presenta dos caras, una de promesa y otra de peligro, una de esperanza y otra de desesperación. La infancia, tanto desde una perspec­ tiva general como desde una perspectiva psicológica, se per­ cibe como un ideal: en esencia, lo que nos resulta atractivo es el potencial puro y, por lo tanto, incorrupto, del niño. Exen­ to de responsabilidades molestas y de exigencias compro­ metedoras, el niño da la impresión de vivir en y desde la ple­ nitud, la sim plicidad, la espontaneidad y la integridad, atributos a los que aspira el adulto y que, sin embargo, por grande que sea su esfuerzo, no parece poder alcanzar (o re­ cuperar). El niño tiene el don de simplemente ser, como una flor o un animal, sin necesidad de hacer nada, transformán­ dose en cualquier cosa a fin de ser plenamente lo que es. Este tipo de idealización de la infancia ha prevalecido sobre todo en Occidente, especialmente a partir del Renacimiento y el Romanticismo. El niño representa la inocencia, el asombro, la capacidad receptiva, la frescura, la espontaneidad, la fal­ ta de ambiciones y de objetivos mezquinos. En ocasiones se 315 La recuperación del niño diría que el niño tiene la singular aptitud de vivir conforme al ideal hindú consistente en “actuar sin perseguir los frutos de la acción”, de seguir el camino del wu-wei (no-acción), de vivir el Tao. No obstante, las apariencias engañan y, hasta cierto pun­ to, en nuestra idealización de la infancia proyectamos nues­ tras esperanzas y nuestros temores de adulto. Porque la in­ fancia, de acuerdo a Piaget y a otros autores, es un período de desarrollo intenso y vital -un período en el que no sólo se es, sino que se deviene y se actúa- y, en la medida en que sus cometidos permanecen inconclusos, la vida del niño se vuel­ ve más y más problemática. El niño habita el mundo de lo inmediato (donde lo real e importante es lo que se prueba, se toca, se ve, etcétera), depende de los valores y los significa­ dos de otras personas, es egocéntrico por constitución, y vive en mundos de fantasía y magia escasamente relacionados con lo que ocurre en la realidad. Por ello, la religiosidad infantil -como observó Gordon A llport- es muy dependiente y se asienta en creencias mágicas y en una fantasía descontrola­ da. Si el individuo no supera esta etapa de su desarrollo re­ ligioso y sigue todavía en ella cuando adulto (cosa que ocu­ rre a m enudo), otros aspectos de su desarrollo se ven afectados y sufren un retraso. Además, esta persistencia de la religiosidad infantil en la edad adulta es uno de los facto­ res que contribuyen a desprestigiar la religión, el mito, la contemplación, etcétera. En la última fase de la infancia, el niño incorpora los va­ lores y significados convencionales de la sociedad. Y si bien es necesario para la autoestima, la sensación básica de orien­ tación y el orden social, lo cierto es que el desarrollo de mu­ chos de nosotros puede quedar detenido en esta fase y nues­ tras vidas serán entonces “h eteró n o m as” (según la terminología de Paul Tillich), puesto que será algo ajeno a no­ sotros lo que determine nuestras prioridades y nuestros jui­ cios acerca de lo que tiene sentido o valor. 316 Hacerse niño El ingreso en la adolescencia resulta al mismo tiempo li­ berador e desalentador. Con esta etapa llegan las dudas, las distinciones, el cuestionamiento, las complicaciones, las an­ siedades (en relación al sexo y a la muerte), la responsabili­ dad del aprendizaje y el trabajo, las rebeliones y reconcilia­ ciones, el sufrimiento; y todo ello nos inicia en el camino hacia la autonomía y la autodeterminación. Se trata de un pe­ ríodo fundamental de cara a la elección de valores y signifi­ cados personales y al descubrimiento de la propia identidad. Pero los peligros abundan y las poderosas corrientes que em­ piezan a fluir y refluir amenazan con arrastramos. En muchas áreas de nuestra vida tendemos a seguir siendo adolescentes: nuestro cuestionamiento puede degenerar en un tipo de nihi­ lismo funcional, nuestros desafíos a la autoridad en rebelio­ nes sin causa y nuestro autodescubrimiento en un viaje ego­ céntrico. Resulta fácil rendirse ante el trabajo del desarrollo, eludir nuestras “noches oscuras” o quedar presos en ellas y, una y otra vez -cuando las crisis se presentan- buscar refu­ gio en el hedonismo, en el egocentrismo o en la regresión a la infancia. Pero si nos entregamos al proceso de crecimiento, si em­ prendemos la búsqueda de la plenitud y aceptamos el desa­ fío del conocimiento como exploración (más que anhelar la certidumbre), nos ubicamos en una vía que no conduce a una infancia nostálgicamente idealizada, sino que se dirige hacia adelante, hacia una plenitud y una integración auténticas. Si no acometemos esta búsqueda seguiremos siendo niños; sin comprometemos realmente con el crecimiento, como hijos pródigos que nunca vuelven a casa. Y de este modo se pre­ sentan los desafíos de la edad adulta, por los cuales los im­ pulsos y necesidades juveniles se satisfagan en el logro de la intimidad, la identidad personal y la creatividad. Esto no sig­ nifica que simplemente crecemos y nos convertimos en per­ sonas que aman, que tienen convicciones, que se valoran por lo que son, que contribuyen al depósito universal de signifi­ 317 La recuperación del niño cado, belleza, valor o vida; se trata más bien de que, a me­ dida que nos enfrentamos a las “tareas” de la edad adulta, nos “hacemos” a nosotros mismos. Cuanto más nos aparta­ mos de las exigencias, los sacrificios y los esfuerzos, menos somos nosotros mismos y más nos reducimos, convirtiéndo­ nos en “hombres huecos”, en símbolos vacíos. Como dijo Tillich: vivir es cosa de atreverse. Sin embargo, es también posible ensimismarse en las la­ bores cotidianas y reducir la vida al mero cumplimiento de una serie de obligaciones convencionales, es decir, soportar la lucha sin transformarse a sí mismo. Podríamos pensar que lo que realmente cuenta son los frutos tangibles de nuestras acciones, y valorar así nuestra vida en función de resultados externos (mientras que, en última instancia, lo que verdade­ ramente importa es en qué clase de persona uno se convier­ te en el curso de todas sus actividades). Esta actitud constL tuye, a fin de cuentas, un tipo de regresión a los principios de dolor y de placer y a la conducta convencional de la in­ fancia. Se diría que, en la fase intermedia de la vida, uno ne­ cesita de alguna manera mantener los ideales potenciales de la infancia y los impulsos de la adolescencia. La madurez consiste, pues, en consumar una síntesis; no se trata únicamente de una etapa cronológica de la vida. Como síntesis, representa una especie de segunda infancia -una plenitud, una cierta perfección y culminación, una ale­ gría de ser-, pero una infancia “consumada”, en la cual los ideales iniciales, e incluso los sueños, han sido integrados en el acto real de vivir. Uno se siente lleno de asombro sin ser ingenuo, reverente sin ser cándido, humilde sin ser sumiso. La madurez implica una concentración, una integridad, una sabiduría y una compasión que llegan sólo si se recorre el ca­ mino completo, el via crucis de las crisis (Erikson) en el iti­ nerario de la vida. Entonces, uno se encuentra con la objeti­ vidad y el conocimiento real, uno se m aravilla ante los auténticos misterios y confía en la auténtica bondad del ser. 318 Hacerse niño Las grandes tradiciones espirituales y filosóficas conocen perfectamente esta última etapa de plenitud, es la de los an­ cianos de la tribu; el staretz ruso que culmina una larga vida de desarrollo interior cuando se convierte en guía espiritual; el verdadero maestro y el gurú; el pensador genuino que co­ noce su campo de estudio no sólo por sus datos sino también en su esencia; el creyente maduro que ha vivido el consuelo y resistido las noches oscuras hasta desembocar en una fe atemperada; el crítico que se muestra sensible a la literatura y reacciona con instruido deleite, con “imaginación educada” (Northrop Frye); el buscador que encontró su camino con co­ razón y aprendió a concentrar su voluntad; Y resulta que las virtudes del niño en que uno aspira a convertirse son -creo que ésta es la respuesta de Jesús a nuestra pregunta- las de las bienaventuranzas del sermón de la montaña: “Bienaven­ turados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5:3). Cuando se estudian los escritos de los místicos y de los guías espirituales, y las vidas de quienes alcanzaron la au­ téntica madurez, se constata la presencia de un objetivo co­ mún: la plenitud, que abarca la totalidad del potencial hu­ mano y que es, al mismo tiempo, natural, sabia, alegre e incluso lúdica. Uno puede pensar en Gandhi, en Merton, en Einstein, en Juan XXIII, o en alguien más próximo a noso­ tros por capacidad y circunstancias, como Dag Hammarskjold, en cuyo libro autobiográfico, Markings, se pone de ma­ nifiesto una adm irable sensibilidad ante los rigores y satisfacciones del pleno desarrollo humano. Dag Hammarskjold sabía que “El viaje más largo / es el viaje hacia el interior”, y describió un aspecto de la etapa final del viaje del siguiente modo: Hay un punto a partir del cual todo se vuelve sencillo y ya no es cuestión de elegir, porque todo lo que invertiste se perderá si m iras hacia atrás. 319 La recuperación del niño M adurez: entre otras cosas, la serena felicidad del niño que juega y da por descontado que está de acuerdo con sus com pañeros de juego. Y la consecución de la madurez no debería tomarse como fin de trayecto. Se trata más bien de un nuevo principio, en cierto sentido el principio, que se origina en el momento en que iniciamos la búsqueda y nos decidimos a vivirla. Como lo expresa John Dunne en The Reasons o f the Heart : “Em­ prender la aventura espiritual es... ‘volver a nacer’, ‘ser en­ gendrado por el Espíritu”’. Y en el mismo libro: El individuo surge a una v id a... en la que la profunda sole­ d ad ... que norm alm ente ni el amor, ni el trabajo, ni la vida com unitaria pueden paliar, se vuelve tan intensa que em ­ pieza a socavar las relaciones hum anas norm ales haciéndo­ las parecer insatisfactorias; cuando ya no parece posible ha­ llar satisfacción ni plenitud en el am or, el trabajo o en la vida com unitaria. Cuando esto ocurre, la vida espiritual... puede comenzar. “Las personas mayores deberían ser exploradoras”, nos dice T.S. Elliot, y todas las etapas de la vida son también jor­ nadas decisivas en el camino a la vocación definitiva; un via­ je a lo desconocido análogo al aventurado ingreso del recién nacido en la vida. 23. LA INTEGRACIÓN DEL YO INFANTIL Nathaniel Branden El psicólogo Nathaniel Branden ha dispuesto su materia de un modo muy adecuado para ofrecernos una aproximación práctica a la realización y actualización del niño interior. “Rechazamos a ese niño de la misma manera que tal vez otros lo hicieron”, dice, “y nuestra crueldad hacia él puede continuar diaria e indefinidamente a lo largo de toda nues­ tra vida.” Como antídoto a este rechazo, Branden recomienda algunos ejercicios prácticos concretos, como los que consis­ ten en completar oraciones inacabadas. Este pasaje proce­ de de su libro Cómo mejorar su autoestima. “De niña quería desesperadamente que mi madre me ama­ ra”, recuerda una odontóloga de treinta y siete años. “Nece­ sitaba que me demostrara afecto, de cualquier manera, o que sencillamente me tocara. Cuando rememoro aquellos días, me asusta reconocer mi dependencia. Supongo que es por 320 321 La recuperación del niño ello que no me gusta recordarlos. No me gusta saber esto de mí, o por lo menos de la que yo era entonces. ¿Era yo, real­ mente? Me niego a aceptarlo. Prefiero pensar que aquella niña murió hace mucho tiempo y que yo soy otra persona.” Cuando su marido la dejó, quejándose de que ella parecía incapaz de dar y recibir amor, se sintió desolada y perpleja y afirma no entender lo que él quiere decir. “No me gusta recordarme de niño”, dice también un pro­ gramador de ordenadores de cuarenta y seis años. “Vivía siem­ pre aterrado. Mi padre volvía a casa borracho y golpeaba a todo el que se le pusiera delante. Mi madre no nos protegía nunca. Yo me escondía, buscaba lugares donde ocultarme y la mitad de las veces estaba tan atemorizado que ni siquiera podía hablar. Era una situación deprimente y aquel niño era deprimente. No me siento en absoluto relacionado con él.” Ahora, sus propios hijos no entienden por qué papá se muestra incapaz de jugar con ellos. Sólo saben que, emocio­ nalmente, papá casi nunca parece estar presente -com o si no tuvieran padre. “Mi madre era muy sarcástica”, dice una enfermera de treinta y un años, “Tenía una lengua viperina. Cuando yo era niña no podía soportarlo y lloraba continuamente. Me enco­ jo de angustia cuando me recuerdo a los tres, cuatro o cinco años.” Pero muchos de sus pacientes se han quejado de su brus­ quedad y de sus esporádicos comentarios mordaces. Sabe que tiende a caer mal y eso la desconcierta. “Cuando tenía doce años”, dice un abogado de cincuenta y un años, “en nuestra calle había un matón que me aterra­ ba. Me dio varias palizas y, después, con sólo verlo me ami­ lanaba hasta casi desaparecer. No me gusta recordarlo. No me gusta hablar de ello. De hecho, no me gusta admitir que yo fuera aquel chiquillo asustado. ¿Cómo es que no podía afrontar la situación de otro modo? Será mejor que me olvi­ de de ese pequeño degenerado cuanto antes.” 322 La integración del yo infantil Aunque es brillante en su trabajo, pocos de sus clientes simpatizan con él. Lo consideran insensible y cruel. “Es un matón”, ha observado más de uno. Existen muchas razones que explican por qué la gente sien­ te que no puede perdonar al niño que fue. Ocurre como en los casos que acabo de mencionar: niegan y rechazan a ese niño. Su actitud podría expresarse en estos términos: no puedo per­ donarme haberle tenido tanto miedo a mi madre; haber anhe­ lado tanto la aprobación de mi padre; Haberme sentido tan poco querido; haberme sentido tan confundido; tan indigno de la estima ajena; haber necesitado tanta atención y tanto afec­ to; haber provocado, de algún modo, la excitación sexual de mi madre; haber provocado inadvertidamente el abuso sexual de mi padre; haber sido tan torpe en las clases de gimnasia; haberme sentido tan intimidado por mis profesores; haber su­ frido tanto; no haber sido popular en la escuela; haber sido tí­ mido y apocado en lugar de duro y resistente; haber temido desobedecer a mis padres; haber sido capaz de hacer cual­ quier cosa para caer bien a la gente; haber deseado tanto la amabilidad ajena; haber sido irritable y enojadizo; haber sen­ tido celos de mi hermano menor; haber pensado que todo el mundo era más capaz que yo; no haber sabido reaccionar cuando alguien me ponía en ridículo; no haberme hecho res­ petar; que mis ropas fueran siempre las más pobres y andra­ josas de todo el colegio. En realidad, es posible sentir al niño que fuimos como una fuente de dolor, rabia, miedo, vergüenza o humillación, algo que debe ser reprimido, rechazado, repudiado y olvida­ do. Rechazamos a ese niño de la misma manera que, tal vez, otros lo hicieron, y nuestra crueldad hacia él puede conti­ nuar diaria e indefinidamente a lo largo de toda nuestra vida, en el teatro de nuestra psique, donde el niño sigue aún exis­ tiendo como una subpersonalidad, un yo infantil. Sin reconocer lo que estamos haciendo, puede que en­ contremos muchas pruebas del rechazo de los demás en nucs323 La recuperación del niño tras relaciones actuales pero no nos damos cuenta de que la raíz de nuestra impresión de rechazo es interior, más que ex­ terior. Toda nuestra vida consistirá quizá en una serie de ac­ tos de autorrechazo, aunque sigamos lamentándonos de que los demás no nos quieran. Cuando aprendemos a perdonar al niño que hemos sido, por algo que él o ella no sabía o no podía hacer, o no era ca­ paz de afrontar, o por algo que sentía o no sentía; cuando comprendemos y admitimos que ese niño luchaba por so­ brevivir de la mejor manera posible, entonces el yo adulto deja de ser el adversario del yo infantil. Una parte no está ya en guerra con la otra. Las reacciones del adulto se vuelven más adecuadas. El yo infantil es la representación interior del niño que fuimos, el conjunto de actitudes, sentimientos, valores y pers­ pectivas que fueron nuestras hace mucho tiempo y que go­ zan de inmortalidad psicológica como componentes de nues­ tra identidad total. Es un subyo, una ^^personalidad, un estado mental que puede ser más o menos dominante en un momento dado y que, sin que nos demos cuenta, se consti­ tuye a veces en el agente casi exclusivo de nuestros actos. Podemos relacionarnos (de forma implícita) con nuestro yo infantil consciente o inconscientemente, con benevolen­ cia u hostilidad, con compasión o con serenidad. Como es­ pero que aclaren los ejercicios que proponemos en este ca­ pítulo, cuando uno se relaciona de manera consciente y positiva con el yo infantil, éste puede ser asimilado e inte­ grado en el.yo total. En cambio, cuando la relación es in­ consciente y/o negativa, el yo infantil queda abandonado en una especie de olvido enajenado. En este último caso, si no traemos el yo infantil a la conciencia, si lo rechazamos y re­ pudiamos, padecemos una fragmentación, no nos sentimos plenos, nos enajenamos parcialmente de nosotros mismos y dañamos nuestra autoestima. El yo infantil no reconocido ni comprendido, rechazado 324 La integración del yo infantil y abandonado, puede convertirse en un “rebelde” que obsta­ culiza nuestro desarrollo y nos incapacita para gozar de la existencia. La manifestación externa de este fenómeno con­ siste en esporádicos comportamientos infantiles y nocivos, o tal vez caeremos de modo recurrente en inapropiadas actitu­ des dependientes, o nos volveremos narcisistas, o experi­ mentaremos el mundo como si éste perteneciera a “los ma­ yores”. Por el contrario, el yo infantil reconocido, aceptado, ad­ mitido y, por lo tanto, integrado, constituye una magnífica fuente para enriquecer nuestra vida, con su espontaneidad, su alegre vivacidad y su capacidad imaginativa. Antes de reconciliarse con su yo infantil y de integrarlo para que conviva en armoniosa relación con el resto de us­ ted, es preciso que tome contacto con él, con esa identidad que yace en su mundo interior. Como medio de presentar a mis pacientes o alumnos a su yo infantil, a veces les pido que se dejen llevar por una fantasía: que se imaginen cami­ nando por una carretera rural, que, a lo lejos, sentado bajo un árbol, vean a un niño, y que, al acercarse, constaten que ese niño es el yo que una vez fueron. Entonces les pido que se sienten bajo el mismo árbol y entablen un diálogo con el niño. Les animo a que hablen en voz alta, para dar más rea­ lidad a la experiencia. ¿Qué desean y necesitan decirse el uno al otro? No es raro verlos llorar; a veces sienten alegría. Pero, sea como fuere, casi siempre se dan cuenta de que, de algún modo, el niño existe todavía en su psique (como un estado mental) y tiene algo que contribuir a la vida del adul­ to -emergiendo a partir de este descubrimiento un yo más rico y pleno-. A menudo reconocen con tristeza el error de haber pensado que debían deshacerse de ese niño para poder madurar. Cuando trabajo con un paciente con el objetivo de integrar su yo infantil, suelo sugerir otro ejercicio que usted podrá realizar con facilidad. (Si tiene un amigo que pueda leer las 325 La recuperación del niño siguientes instrucciones, tanto mejor; o bien puede usted gra­ barlas en una cinta y después escucharlas; o sencillamente puede leerlas varias veces, hasta retenerlas, y luego empezar el ejercicio.) Contemple por espacio de algunos minutos unas cuantas fotografías de usted mismo cuando era niño (suponiendo que las tenga, de otro modo continúe sin ellas). Luego cierre los ojos, relájese y respire hondo varias veces. Concéntrese en sí mismo y lleve a cabo una exploración en base a estas pre­ guntas: ¿Cómo era tener cinco años? ¿Cómo imagina que ex­ perimentaba usted su cuerpo entonces?... ¿Cómo era sentir­ se triste?... ¿Cómo era sentirse entusiasmado?... ¿Cómo era vivir en su casa?... ¿De qué manera solía usted sentarse? Siéntese ahora tal como imagina que se sienta un niño de cinco años. Preste atención a sus impresiones. Retenga esta experiencia. Con sólo hacer este ejercicio una vez al día, durante dos o tres semanas, empezaría usted a conocer mejor a su yo in­ fantil y alcanzaría un nivel de integración superior al que ex­ perimenta actualmente -porque estaría dando el primer paso para hacer visible al yo infantil y para tratarlo con seriedad. Pero la práctica de completar oraciones inacabadas cons­ tituye un procedimiento más avanzado y poderoso que le pro­ porcionará un mayor conocimiento de su yo infantil y faci­ litará la integración. Utilice un cuaderno de notas y escriba cada una de las oraciones incompletas en una página dife­ rente, luego escriba de seis a diez finales para cada una de las oraciones en la página correspondiente. Hágalo tan deprisa como pueda, sin autocriticarse e inventando cuando sea ne­ cesario para no perder el ritmo y el impulso. Cuando tenía cinco años... Cuando tenía diez años... Si recuerdo cómo era el mundo cuando yo era muy pe­ queño... 326 La integración del yo infantil Si recuerdo cómo sentía mi cuerpo cuando era muy pe­ queño... Si recuerdo cómo veía a la gente cuando era muy pequeño... Con mis amigos me sentía... Cuando me sentía solo, yo... Cuando me sentía entusiasmado, yo... Si recuerdo qué me parecía la vida cuando yo era muy pequeño... Si el niño que hay dentro de mí pudiera hablar, diría... Una de las cosas que tuve que hacer de niño para sobre­ vivir fue... Una de las maneras en que trato a mi yo infantil como lo hacía mi madre es... Una de las maneras en que trato a mi yo infantil como lo hacía mi padre es... Cuando mi niño interior siente que no le hago caso... Cuando mi niño interior siente que lo critico... Una de las maneras en que ese niño me crea problemas es ... Creo que estoy obrando a través de mi yo infantil cuando... Si yo aceptara a ese niño... A veces, lo difícil de aceptar de lleno al niño interior es... Si perdonara a mi yo infantil... Sería más amable con mi niño interior si yo... Si escuchara las cosas que ese niño necesita decirme... Si acepto plenamente a ese niño como un aspecto valio­ so de mí mismo . . Estoy cobrando conciencia de... Cuando me contemplo desde esta perspectiva... A algunos pacientes les he hecho repetir este ejercicio va­ rias veces, con intervalos de alrededor de un mes. Siempre les pedía que no miraran cómo habían terminado las oracio­ nes en ocasiones anteriores, y cada vez escribían algunos fi­ nales nuevos que los llevaban a niveles más profundos. Con sólo este ejercicio alcanzaron profundas comprensiones y lo327 La recuperación del niño graron integraciones que dieron como resultado su curación y la consolidación de su autoestima. Le recomiendo que experimente con esta serie de oracio­ nes incompletas y descubra en qué medida puede usted be­ neficiarse de ellas. Al hacerlo, comprobará cómo este tipo de trabajo contribuye a mejorar su confianza en sí mismo y su autoestima, y proporciona una sensación de plenitud. A continuación expondré un modo más avanzado de ex­ plorar el mismo territorio abierto por el ejercicio anterior. Vuelva a completar la oración: Cuando tenía cinco años... y continúe con las siguientes: Una de las cosas que mi yo de cinco años necesita de mí y nunca ha obtenido es... Cuando mi yo de cinco años trata de hablarme... Si estuviera dis­ puesto a escuchar a mi yo de cinco años con aprobación y compasión... Si me niego a atender a mi yo de cinco años... Cuando pienso en ayudar a mi yo de cinco años... Luego re­ pita el mismo procedimiento aplicándolo a su yo de seis, sie­ te, ocho, nueve, diez, once y doce años. Logrará una mila­ grosa curación de sus heridas. Por último, cuando sienta que ha consolidado su sensación de identidad infantil como entidad psicológica, que es lo que deberían proporcionarle los ejercicios anteriores, le sugiero que practique este otro -a la vez sencillo y extraordinaria­ mente eficaz- para facilitar la integración. Empleando el tipo de imágenes que a usted le parezcan más apropiadas -visuales, auditivas, kinestésicas, etcéteraimagínese su yo infantil de pie frente a usted. Luego, sin emi­ tir ni una palabra, imagine que estrecha a ese niño en sus bra­ zos, acariciándolo suavemente, con la intención de cuidarle afectuosamente. Deje que el niño responda o no responda. Sea amable y resuelto. Transmítale su aprobación, compasión y respeto con el tacto de sus manos, sus brazos y su pecho. Recuerdo a una paciente, Charlotte, que en un principio encontraba difícil practicar este ejercicio porque, según dijo, su yo infantil era una mezcla de dolor, rabia y suspicacia: 328 La integración del yo infantil “Se me escapa todo el rato. No confía en mí ni en nadie”. Le indiqué que, dadas las experiencias de la niña Charlotte, su reacción era perfectamente natural. Luego proseguí: “Imagi­ ne que me presento a usted con una niña pequeña y le digo: ‘Me gustaría que usted se cuidara de esta niña. Ha sufrido ex­ periencias muy terribles y desconfía mucho de la gente. En­ tre otras cosas, un tío suyo intentó violarla y, cuando ella in­ tentó decírselo a su madre, ésta se enfadó con ella. Así que se siente abandonada y traicionada. (A Charlotte le había ocurrido esto mismo a los seis años de edad.) Ahora encon­ trará un nuevo hogar y una nueva vida con usted. Probable­ mente tenga que ayudarla para que aprenda a confiar en us­ ted y para que se dé cuenta de que usted es diferente de los otros adultos a quienes ella ha conocido’ Así es como le pre­ sento yo a esta niña. Más adelante podrá hablar con ella, y escucharla cuando le diga todas las cosas que necesita de­ cirle a un adulto para que éste comprenda. Pero, al principio, limítese a estrecharla en sus brazos. Permita que ella en­ cuentre seguridad en la calidad de su persona, en la calidad de su presencia. ¿Puede hacerlo?”. “Sí”, respondió Charlotte con entusiasmo, “hasta aflora la he tratado como la han tratado todos los demás: como si no existiera, como si no estuviera presente, porque su dolor me asustaba. Creo que yo también la he estado culpando, casi del mismo modo en que lo hacía mi madre”. “Entonces cierre los ojos, imagine a esa niña frente a us­ ted, tómela en sus brazos y transmítale su afecto. ¿Cómo se siente usted?... Me pregunto qué cosas quisiera usted decir­ le a ella... Tómese su tiempo y explórelo.” Más tarde, Charlotte comentó: “Durante todos estos años he tratado de ser adulta rechazando a la niña que fui. Me sen­ tía humillada, herida y furiosa. Pero sólo me he sentido ver­ daderamente adulta por primera vez al tomarla en mis bra­ zos y aceptarla como una parte de mí misma’ . Ésta es una de las maneras de fortalecer nuestra autoestima. 329 Recordando al niño 24. RECORDANDO AL NIÑO Jean Houston La profesora y filósofa Jean Houston nos pide en este ejercicio que regresemos al niño y nos amistemos con él de todo corazón. Se trata de un enfoque muy práctico para pro­ ducir lo que la autora llama “una sensación de expansión de la identidad”. Se recomienda hacer este ejercicio junto a otra persona que pueda servir de guía. “Recordando al niño” es un pasaje del libro que Houston publicó en 1982, The Possible Human. ¿Qué ocurriría si, a su edad actual y sabiendo lo que aho­ ra sabe, pudiera regresar a la infancia y convertirse en el gran amigo y guía del niño que fue? Muchos de los que han ex­ plorado esta posibilidad conmigo declaran que el niño que hay en ellos parece responder a esta amistad procurándoles la impresión de que su vida pasada se enriquece, aunque no siempre se transforma. En su estado adulto actual perciben los efectos derivados de sentir ese enriquecimiento: se sienten más fuertes, más seguros, más resistentes, más creativos, e in330 cluso empiezan a superar parte de su comportamiento para­ lizador y neurótico, posiblemente originado en la infancia. Para desandar su vida en busca del niño que vive en su in­ terior, trate de recordar un momento en el que él o ella se hu­ biera mostrado receptivo a la llegada de un desconocido ama­ ble y comprensivo. Muy pocos niños son capaces de abrirse a alguien que no conocen cuando se hallan en pleno trauma emocional. Una vez usted y su niño se hayan familiarizado y aceptado mutuamente, podrá repetir el ejercicio en dife­ rentes ocasiones centrándose en áreas más concretas. Tal vez desee encontrar a su niño en el momento en que se dispone a ir al colegio por primera vez, cuando se le acaba de caer un diente o cuando necesita a alguien que juegue con él en los columpios o que le hable en la oscuridad. En la segunda parte de este ejercicio entrará en contacto con la persona que va a ser en el futuro, de manera que uste­ des tres -el actual, el pasado y el futuro- podrán participar de la renovada experiencia inherente a este encuentro. Ir hacia el futuro es tan posible como trasladarse hacia el pasado. Si cre­ emos en esta idea, nuestras identidades futuras quizá puedan y deseen atender y redimir a nuestra existencia actual. De he­ cho, la física moderna sugiere que el tiempo no es lineal, sino más bien una dimensión omnipresente de la realidad, y que son únicamente nuestras limitaciones las que nos tienen pre­ sos en una visión secuencial del tiempo. Preparación La mejor manera de llevar a cabo este ejercicio es con la ayuda de otra persona que pueda servir de guía y leer las ins­ trucciones. El guía necesitará un tambor o un gong con el que marcar el paso del tiempo. Si ello no fuera posible, se pueden grabar las instrucciones y el compás en una cinta. 331 La recuperación del niño Ejercicio Primera etapa: Hacerse amigo del niño que uno fue Siéntese con los ojos cerrados y respire profundamente; concéntrese en su inspiración y expiración. Para este ejerci­ cio proceda como si el niño que usted fue existiera todavía en su interior, un niño que no sabe que, en otro ámbito tem­ poral de su existencia, ya se ha desarrollado y ha crecido. Al sonar el tambor (o el gong), pídale a ese niño que se manifieste. Tal vez incluso desee usted abrir su mano dere­ cha para que el niño pueda tomarla. Puede que ese niño apa­ rezca durante el toque del tambor o puede que lo haga cuan­ do el sonido haya cesado. En cualquier caso, en cuanto sienta la presencia de su niño, esfuércese por ser atento con él. Al­ gunas personas prefieren hacerlo con la imaginación, otras prefieren mantenerse muy activas durante el ejercicio y pa­ sear o acunar al niño. Siga el procedimiento que le parezca más apropiado. Es posible que sienta usted de hecho una mano pequeña tomada de su mano derecha. Advierta las necesidades y la personalidad de este niño. Tómelo en brazos si él está de acuerdo. Hable con él. Camine con él. Llévelo si quiere a un lugar como el circo, la playa o el zoológico, o déjese llevar por él a cualquier parte. Juegue con este niño que usted fue. Déle amor, amistad, atención y acceda también a recibir de él: puede que este niño tenga tanto o más que ofrecerle a us­ ted de lo que usted tiene que ofrecerle a él. Dispone de quin­ ce minutos para entablar amistad con ese niño. Si decide salir de la habitación o de la casa, se le avisará para que regrese por medio de una campana o un timbre. El guía tocará entonces el tambor o el gong, lentamente, treinta o sesenta veces. En este punto, según desee o no pasar a la próxima se­ cuencia de este ejercicio, puede hacer una de las siguientes 332 Recordando al niño cosas. Si el ejercicio se ha llevado a cabo en grupo, puede us­ ted reunirse con otra u otras dos personas y formar un pe­ queño círculo, cada uno con su niño, para que adultos y “ni­ ños” compartan sus experiencias. Permita que su niño hable y actúe a través de usted, y participe también desde su con­ ciencia adulta. Al compartir las experiencias de este modo se le hace honor al niño quien, por consiguiente, se manifiesta con mayor claridad. Si usted está llevando a cabo el ejercicio solo, haga algo con su niño -un dibujo, una figura de arcilla, un poemaque sirva para recordarle este encuentro y lo que ha apren­ dido de él. Considere al niño su socio en el trabajo que em­ prendan. Cuando el proceso ha terminado, despídase de su niño, asegurándole que regresará a visitarlo frecuentemente si tal es su intención. Si decide pasar a la etapa siguiente, en la cual entablará amistad con su yo expandido, dígale al niño que volverá a llamarlo en unos minutos. Segunda etapa: Hacerse amigo del yo expandido En esta etapa se vuelve usted como un niño frente a una especie de versión ampliada de usted mismo. Este yo ex­ pandido es su entelequia, aquél en el que se convertiría en el caso de que su potencial se realizara plenamente. Este Yo Superior es el roble del que usted todavía es la bellota. Su­ pongamos que, en determinado ámbito de la psique, este ser ya existe, de la misma manera que el niño que usted ya fue. Con los ojos cerrados y permaneciendo atento al ritmo de su respiración, tome conciencia de que su yo expandido está a punto de ingresar en su realidad actual y de ser para usted lo que usted fue para su niño. Éste es su ser superior, lleno de sabiduría y gracia, libre de maldad y mezquindad, col­ mado de un amor liberador, versado en múltiples conoci­ mientos y dispuesto a aprender y a compartir. Éste es usted 333 Recordando al niño La recuperación del niño como Sabio si dispusiera de otros cien años para desarrollar su conciencia. Mientras escucha el sonido del tambor o del gong, este ser potencial se va haciendo real, puesto que verdaderamente es real. Este ser expandido viene a su encuentro desde una di­ mensión ubicada más allá del tiempo y el espacio. El guía toca el tambor o el gong, lentamente, diez o vein­ te veces. Ahora que este ser viene y se preocupa por usted, déjese cuidar y alimentar por él. Acepte los dones que su propio Yo Superior le ofrece, y déjese purificar por ellos. Permanezca durante unos cinco o diez minutos en esta ex­ periencia. Una vez guiado, atendido, amado, reconocido y evocado, vuelva a llamar al niño que fue. Tómelo en brazos de la mis­ ma manera que usted está en los brazos de su yo expandido. Los tres están ahora juntos y forman una trinidad, una unidad perfecta. Permita que una corriente de amor, de aliento y de confianza fluya entre los tres, de modo que el niño transmita la pureza y la frescura de su visión al yo expandido y éste le devuelva su experiencia; y ofrézcase usted a ambos. Permanezca durante unos cinco minutos en esta expe­ riencia. Permita ahora que el niño y el yo expandido regresen a su lugar de origen sabiendo que cuando los necesite podrá so­ licitar su presencia en el ámbito de su realidad actual. Sepa también que. cada uno de estos aspectos tiene acceso a los demás y que esta comunión y comunicación es una expe­ riencia que puede siempre conocerse si se le dedica cuidado y atención. Vaya regresando ahora a su realidad cotidiana y perma­ nezca quieto unos minutos a medida que va abriendo los ojos. Reflexione acerca de lo que le ha sido entregado y lo que us­ ted ha ofrecido. Sienta la expansión de su propio ser en todo 334 su cuerpo conforme empieza a moverse por el cuarto. Com­ parta su experiencia con otra persona, si así lo desea, o es­ críbala en su diario. Discusión Según mencioné antes, este ejercicio produce una sensa­ ción de expansión de la identidad. Conociendo la presencia viva del niño interior y la promesa de la persona en la que se está transformando, se puede recurrir a estos seres con el objeto de percibir la realidad actual a través de ellos y así ga­ nar una perspectiva múltiple que conserva aún la integridad de su propia experiencia y de su propia naturaleza. Si bien esto parece funcionar para la mayoría de la gen­ te, existe no obstante una amplia gama de posibles reaccio­ nes individuales, que van de la conmoción o el patetismo a la carcajada. Una mujer, cuyo padre había muerto cuando ella tenía tres años y del cual no conservaba recuerdo algu­ no, se encontró a sí misma a los dos años arrullada por el canto de su padre. A otros les ha sorprendido la enorme for­ taleza y resistencia de su niño. Usted puede ampliar el poder y las posibilidades de este ejercicio si consiente en conceder una parte de su día -que es también el de ellos- a su niño y a su Ser Superior; un tiem­ po durante el cual podría por ejemplo escuchar música o di­ bujar -¡o pagar sus facturas!- guiado por el conocimiento par­ ticular de cada uno de ellos. Algunos padres y profesores han descubierto que su niño interior era de lo más perceptivo en su trato con los niños exteriores, proporcionándoles útiles con­ sejos e intuiciones. Por su parte, el Yo Superior procura una perspectiva temporal diferente y más amplia que facilita la vivencia de momentos dramáticos, traumáticos o incluso te­ diosos. De este modo, al convertir a estos seres en aliados, se amplían los horizontes del yo sujeto al tiempo. 335 Matar al dragón Hemos estado hablando acerca del gurú oriental, pero en Occidente también tenemos gurús. Creo que hay ciertas per­ sonas asociadas al movimiento de potencial humano, por ejemplo, han asumido el papel de gurú. C : Y diría que ellos mismos están siguiendo un mo­ delo oriental. De todos modos, debe de ser muy halagüeño de­ cir “¿Estás iluminado? ¡Yo lo estoy! ¡Así que escucha! No me creo nada”. Algo típico en Oriente es que cualquier crítica te descalifica para ser instruido por un gurú. ¿Pero acaso es eso apropiado para una mente occidental? En realidad, eso no es más que una transferencia de tu sumisión ante el padre de la infancia a otro padre para tu edad madura, lo cual quiere de­ cir que no estás creciendo. De manera similar, en el psicoanálisis aparece toda la no­ ción de transferencia. ¿Qué es lo que le transfieres al psico­ analista? Le transfieres todos los sistemas de relación con los padres, todavía estás atado, todavía eres una persona su­ misa y dependiente. a m p b e l l 25. MATAR AL DRAGÓN Joseph Campbell Después de la muerte del gran mitólogo Joseph Camp­ bell, en 1987, el interés por su trabajo provocó la publica­ ción simultánea de varios libros y programas de televisión y vídeo. Si tenemos en cuenta la amplitud del campo que cu­ brió con sus ideas y especulaciones acerca de la naturaleza universal de los motivos mitológicos, resulta curioso que ha­ blara tan poco del niño y del niño interior; sin embargo, como podrá verse de inmediato, lo poco que dijo resulta cla­ ro, terso y preciso. La pregunta es bastante evidente: ¿Cómo podemos, en tanto que individuos, establecer un contacto con el niño que hay en nuestro interior? Presentamos aquí un fragm ento de la entrevista que Campbell concedió a Michael Toms para el programa de la radio nacional pública estadounidense (NPR) “New Dimensions”. La transcripción de la entrevista completa se publi­ có en forma de libro bajo el título de An open Life: Joseph Campbell in Conversador! with Michael Toms. 336 o Cuando usted habla acerca de madurez en la etapa adul­ ta, pienso en las palabras de Jesús: “Debéis convertiros en niños para entrar en el reino de los cielos”. ¿Cómo podemos reconciliar una cosa con la otra? creo que él se refería a la espontaneidad. Sin embargo, la respuesta a su pregunta la ofrece Nietzsche en la introducción al Zarathustra. Es curioso mencionar a Nietzs­ che al mismo tiempo que hablamos de Jesús, porque por lo común se le ha tomado, y él mismo llegó incluso a pensarlo así, por el Anticristo. Pero éstos son dos grandes maestros, y los grandes maestros dicen frecuentemente cosas similares en lenguajes diferentes. Nietzsche dice que hay tres etapas para el espíritu. La pri­ mera es la del camello, que se arrodilla y dice “deposita la C a m p b e l l : Y o 337 La recuperación del niño * carga sobre mí”. Esta es la condición de la juventud y el aprendizaje. Cuando el camello está bien cargado, se levan­ ta y parte en dirección al desierto, el lugar donde va a en­ contrarse a sí mismo y donde se transforma en un león. Y la función y hazaña del león consiste en matar a un dragón cuyo nombre es “Obedecerás”. En cada escama del dragón hay es­ crita una ley; algunas proclamadas en el año 2000 a. de C., otras ayer mismo. Cuando el camello está bien cargado, el león es poderoso y mata al dragón. Ya ve, son dos cosas bas­ tante diferentes. Una es la sumisión, la obediencia y el apren­ dizaje, y la otra es la fuerza y la energía. Y cuando el dra­ gón mucre, el león se transforma en un niño. En palabras de Nietzsche, en lenguaje místico el niño re­ presenta “una rueda girando fuera de su propio centro”. El ser humano ha recobrado esa espontaneidad, inocencia y des­ preocupación por las normas tan maravillosas de la infancia. El niño no es obediente sino que es ese pequeño que apare­ ce de repente y le dice cosas absolutamente desconcertantes al extraño que visita su casa; ese niño inocente y espontáneo que tiene el valor de seguir sus impulsos. ¿Cómo podríamos nosotros, como individuos, establecer contacto con el niño que pervive en nuestro interior? C a m p b e l l : Matando al dragón “Obedecerás”. ¿Escogiendo no vivir según las normas de los demás? : Exacto. Respetándolas, pero no viviendo de acuer­ do a ellas. Respetándolas más o menos de la misma manera que respetamos las luces roja y verde de los semáforos. Exis­ ten normas que parecen convenientes -si, pensando tú mis­ mo, ves que cierta norma representa la decencia humana, por ejemplo. Pero una regla impuesta sobre ti - “obedecerás”- es otra cosa. Yo creo que uno puede aprender a ser valiente, lo C a m p b e l l 338 Matar al dragón que implica asimismo aceptar la responsabilidad de lo que hace - “pagar el pato” cuando hemos cometido errores radi­ cales y hemos herido a alguien-. Eso puede hacerse. La redención del niño interior 26. LA REDENCION DEL NINO INTERIOR POR EL MATRIMONIO Y LA TERAPIA Roben M. Stein Roben M. Stein, doctor en medicina y analista junguiano, ha escrito sobre el tema del niño interior de modo per­ suasivo, inteligente, honesto y compasivo. Sus ideas son ori­ ginales y están basadas en una aproximación al niño real constructiva y carente de sentimentalismo. Stein centra su atención en dos tipos de relación perso­ nal, el matrimonio y la psicoterapia, porque, en nuestra so­ ciedad, representan dos de los vehículos más aptos -y ame­ nazados- para lo que él llama “el cultivo del alma”. En su opinión, es el niño interior olvidado de los dos miembros de un matrimonio quien a menudo domina la relación, mante­ niendo al marido y a la mujer aferrados a una dinámica de tipo padre-hijo. Por otro lado, es también el niño interior que padece relaciones afectivas nocivas el que suele condu­ cir a la gente a buscar ayuda en la psicoterapia. Podemos atender al matrimonio y a la psicoterapia, por tanto, para en­ contrar y recuperar al niño interior. Este ensayo es al mis­ mo tiempo un desafío y un instrumento estimulante para re­ dimir al niño interior. El doctor Stein ha escrito este ensayo especialmente para nuestra colección, actualizando la materia que sobre el niño interior se incluía en su ya clásico libro Incest and Human Love. El matrimonio y el niño desatendido Un matrimonio no es un matrimonio si no se basa en la masculinidad y feminidad esenciales de marido y mujer. El progresivo deterioro de la polaridad masculino/femenino en la pareja constituye una clara evidencia de que el niño desa­ tendido que habita en los dos cónyuges ha asumido el con­ trol, circunstancia que, posiblemente, es la causa de muchas de las insatisfacciones entre los matrimonios contemporáne­ os. En realidad, la masculinidad y la feminidad puras se atra­ en mutuamente con fuerza, y entre ellas no existe la ene­ m istad u hostilidad que parece observarse en muchas relaciones matrimoniales actuales. Aunque la masculinidad y la feminidad comienzan a de­ sarrollarse a partir del nacimiento -de hecho, a partir de la concepción- el niño no alcanza su propia identidad sexual hasta que no adquiere conciencia de lo sexual. Y esto no pue­ de ocurrir antes de que los centros sexuales de su cuerpo se activen totalmente, ni antes de que su conciencia evolucione lo suficiente como para poder incorporar el oscuro misterio de la pasión sexual. En la mayoría de las culturas, los ritos de transición hacia la madurez se centran a menudo en los misterios de la sexualidad y la identidad sexual. La humani­ dad siempre ha considerado necesario el empleo de comple­ jos rituales para asistir al niño en ese arriesgado pasaje. En La recuperación del niño la actualidad, son pocos los que completan con éxito esta transición psicológica hacia la masculinidad o la feminidad; por eso, nuestro niño interior no iniciado y atemorizado re­ clama sin cesar ayuda e instrucción. Y ese niño descuidado domina de tal forma la relación matrimonial que ésta se de­ grada, transformándose en la asexual, cómoda y segura rela­ ción arquetípica padre-hijo. El niño y la niña no estarán preparados para el matri­ monio hasta que no sean iniciados en los misterios de la masculinidad o la feminidad, ni podrán comprender el mis­ terio de su propia oscura naturaleza sexual hasta que no se conviertan en hombre o en mujer. Sólo entonces ambos po­ drán experimentar el esplendor y la dignidad de su propia condición sexual, y sólo entonces pueden volver a sentir la poderosa atracción de la polaridad sexual que el alma ne­ cesita. ¿Qué debe hacerse por este niño desatendido e insatisfe­ cho para que pueda llegar a ser un hombre o una mujer en todos los sentidos? No cabe duda de que se precisa cierto rito de iniciación o curación y, en mi opinión, el análisis junguiano puede servir como tal rito, aunque parezca largo, len­ to y todavía imperfecto. De todos modos, con análisis o sin él, el niño problemático no tiene por qué dominar la relación si cada cónyuge procura, como mínimo, asumir la responsa­ bilidad de cuidar a su propio niño interior. Un niño exigente es aquel que ha tropezado con dema­ siadas resistencias destructivas para su propio desarrollo y que ha crecido entre la culpa y la vergüenza respecto a la singularidad de su naturaleza. El niño que habita en el adul­ to necesita sentirse completamente aceptado tal cual es y ab­ suelto de la agobiante culpa que ha limitado su desarrollo. Por desgracia, el niño exigente suele atraer la crítica y la repro­ bación de los demás, en particular cuando se expresa a tra­ vés de un cuerpo adulto. De hecho, lo que este niño quiere es que le dejen vivir espontánea y naturalmente. Pero si no­ 342 La redención del niño interior sotros mismos criticamos y rechazamos a nuestro niño inte­ rior, ¿cómo podemos esperar que otras personas lo acepten? De hecho, incluso cuando los demás sienten compasión por él, el arquetipo del Padre Negativo que actúa en nuestra psi­ que lo rechaza con la mayor vehemencia, con lo que la ne­ cesidad del niño de recibir aprobación se vuelve insaciable y queda insatisfecha. Cuando el niño exigente que hay en nuestro interior cla­ ma por la atención de otra persona, a menudo la incita a asu­ mir el rol de Padre Negativo. Padecemos entonces el recha­ zo, la traición y un sen tim ien to aún más profundo de insuficiencia y humillación. En el seno del matrimonio, esta circunstancia interrumpe por completo el flujo erótico. Es evidente, pues, que para lograr que renazca el contacto mas­ culino-femenino, debemos desarrollar la capacidad de con­ tener el sufrimiento del niño exigente. Cada vez que lo so­ metemos a nuevos rechazos y humillaciones postergamos su proceso de transformación. Resulta difícil contener las dolorosas necesidades del niño exigente, pues éstas suelen parecer muy simples, razonables y modestas: “No cabe duda de que todo ser humano tiene el derecho a recibir un poco de amor y comprensión. ¿Por qué tengo yo que padecer y reprimir una necesidad básica tan fá­ cil de satisfacer? ¡Dame una razón importante o justificada y demostraré lo que puedo soportar! Pero ¿por qué tengo que sufrir sólo porque tú te niegas a preparar una comida decen­ te o a cuidar de la casa como es debido? ¿Por qué tengo que aguantar el dolor que siento a causa del modo en que me frustras sexualmente? ¿Por qué tengo que padecer tu frialdad y falta de comprensión ante mis necesidades más sencillas y primordiales? Cualquier desconocido me demostraría más afecto que tú. ¡No pienso tolerarlo de ninguna manera! Ya puedes hablar cuanto quieras de la importancia del sufri­ miento y proclamar tus ideas a los cuatro vientos; lo cierto es que yo sé que tengo derecho a contar con ciertas cosas. 343 La recuperación del niño Además, un poco de consideración y de amabilidad tampo­ co es pedir demasiado... ”. ¿Tenemos el derecho de privar a un bebé de su alimento?, ¿de privar a nuestros seres queridos de amabilidad y com­ prensión? Pues bien, un lactante o un niño tienen el derecho a esperar que sus padres cubran ciertas necesidades elemen­ tales. Sin embargo, un marido y una mujer no son padres el uno del otro, por lo que esperar algo más que honestidad y franqueza significa destruir la corriente de amor entre ellos. Y si el niño interior insiste en reclamar sus derechos dentro del vínculo del matrimonio, éste seguirá estancado en una pauta propia del arquetipo Padre-Hijo, donde no hay lugar para un contacto vital entre lo masculino y lo femenino ni para unas relaciones sexuales auténticas. De esta manera, mi respuesta para el hombre o la mujer que no quiere reprimir las exigencias “legítimas” de su propio niño desatendido y frustrado es la siguiente: Hasta que no comprenda esto y lo viva plenamente, no cabrá ninguna esperanza de que se pro­ duzca un cambio real en su matrimonio, ni tampoco un nue­ vo encuentro con la armonía natural entre su propio ser y el cosmos; si no da este paso, el matrimonio se convertirá, de manera irremisible, en una prisión estéril o en un campo de batalla. La transformación del niño exigente no puede producirse sin un cambio interno paralelo en el arquetipo del Padre Ne­ gativo. Tan pronto como un cónyuge reclama sus “derechos”, el Padre Negativo que crítica y rechaza se activa en el otro. Extrapolando un poco esta idea, no cabe la menor duda de que el Padre Negativo también se configura en nuestro interior en cuanto comenzamos a sentirnos heridos o enojados con la otra persona porque nos defrauda, porque no nos da aquello a lo que creemos tener “derecho”. Describiré ahora, en mi opinión, el funcionamiento inter­ no del Padre Negativo que surge tan pronto como el niño in­ terior empieza a reclamar sus derechos y sus necesidades bá­ 344 La redención del niño interior sicas de amor, compasión y comprensión. El Padre Negati­ vo nos hace entonces sentir culpables por tener unas necesi­ dades tan infantiles e inmaduras: “¿No eres capaz de mante­ nerte firme por ti solo? Eres un niño inútil, dependiente. No eres nadie”. Bajo el efecto de tales palabras, nos hallamos confundidos y hacemos un enérgico esfuerzo para sostener­ nos en pie por nuestros propios medios, con lo cual desesti­ mamos las necesidades del niño interior. Pero él persevera, y pronto vuelve a la carga con sus peticiones, aún más in­ sistente que antes. Ahora la batalla alcanza su punto álgido, y nos vemos atrapados entre dos fuerzas opuestas: nuestro propio niño interno y la fuerza antivital del Padre Negativo. Y esta contradicción agota toda nuestra energía, nos parali­ za y nos deja sin saber qué camino tomar. Si seguimos al Pa­ dre Negativo, nuestra fuerza vital cae bajo su férreo dominio y nos sentimos aprisionados; pero si nos acercamos al niño exigente y tratamos de que otras personas cubran sus nece­ sidades, nos enfrentamos a la misma reacción del Padre Ne­ gativo proveniente ahora del exterior. Este dilema sólo puede resolverse si nos mostramos ca­ paces de contener la lucha, lo que permite que el Padre Ne­ gativo acabe por transformarse en un Padre Positivo que aco­ ge y sustenta al niño. Entonces, este niño interior empieza a recibir la compasión que precisa, y podemos hallar los me­ jores medios a nuestro alcance a fin de satisfacer sus nece­ sidades instintivas desatendidas. La psicoterapia y el niño desatendido La gente se refugia en la psicoterapia debido en gran par­ te al dolor, la desesperación, la rabia y las necesidades insa­ tisfechas del niño interior desatendido. Así, la misma diná­ mica que acabo de describir en relación al matrimonio se reproduce también en la relación terapéutica. El trabajo con 345 La recuperación del niño estas profundas heridas de la infancia, a medida que se van activando durante la transferencia al psicoterapeuta, puede resultar extremadamente curativo. El término transferencia se refiere al fenómeno por el que un individuo transfiere (pro­ yecta) una experiencia pasada reprimida al psicoterapeuta; es decir, el paciente puede tomar al terapeuta por una auto­ ridad paterna crítica, acusadora y poco afectuosa. En la infancia, todas las funciones psíquicas que con el tiempo configuran al niño humano se experimentan al prin­ cipio como si perteneciesen a otros. Mientras que ciertas áreas vitales de nuestra totalidad no lleguen a internalizar­ se permaneceremos en un estado continuo de dependencia psíquica. La iniciación a la edad adulta constituye, ante todo, un proceso por el que las proyecciones arquetípicas repre­ sentadas por las figuras paternas se van retirando e interna­ lizando. En nuestra cultura puede observarse una seria crisis en este proceso esencial de humanización. El fenómeno por el que una persona se transforma en portadora de un factor arquetípico inconsciente de otra persona tiene lugar cuando la primera es fuertemente atraída o repelida por la segunda. La proyección arquetípica no tiene por qué disminuir a medida que uno se acerca a un equilibrio interior sino que, de hecho, es muy probable que constituya un factor funda­ mental en cualquier relación dinámica y creativa y que sólo se vuelva negativa y obstructiva cuando la configuración ar­ quetípica se inmoviliza. La internalización psíquica no es nunca definitiva, sino un camino individual ininterrumpido que contiene la clave del misterio de nuestro desarrollo psi­ cológico. Las fijaciones paternas tan características de nues­ tra cultura son en gran medida responsables del estancamiento de nuestra capacidad de internalizar. En consecuencia ten­ demos a permanecer fijados, bloqueados en compartimentos arquetípicos con respecto a nuestras relaciones personales más significativas. Asimismo, una incompleta internaliza­ ción nos impide vivir nuestro propio “niño”; es decir, per­ 346 La redención del nina interior demos la capacidad de liberar nuestra imaginación. Sólo emancipándonos de las fijaciones paternas llegaremos a ser el niño y a descubrir nuestra imaginación emocional, ele­ mento imprescindible para la autorrealización psicológica. Los problemas de relación con el murído de las imágenes no sólo limitan y obstaculizan nuestra imaginación sino que también dificultan la diferenciación entre el ámbito interior de las imágenes y el mundo exterior concreto. Probablemente el quebranto de la imaginación y su indiferenciación van de la mano. Así, por ejemplo: las fantasías aparentemente desin­ hibidas y extravagantes que se observan en muchos estados psicóticos suponen, a menudo, una defensa contra otras fan­ tasías y emociones dolorosas o inaceptables. Las delirantes fantasías psicóticas suelen ser consecuencia de una severa re­ presión que atenaza la imaginación. Por otra parte, es frecuente que un individuo con una imaginación deficitaria y bloquea­ da tema abrirse a sus propias imágenes internas, porque no lo­ gra establecer una clara distinción entre el ámbito interior del pensamiento y de los sentimientos y el ámbito exterior de la expresión y la acción. El desarrollo psicológico creativo, la individuación, de­ pende de la libertad espiritual. Cuando decimos, por ejemplo, que un hombre posee un espíritu libre ¿nos referimos a que transgrede libre o necesariamente las normas impuestas, las costumbres y los tabúes de su cultura? Yo creo que no, pien­ so que aludimos a su libertad de hacer cualquier cosa o ir a cualquier sitio en el ámbito de las imágenes. Se trata de un hombre que ha distinguido claramente el mundo sagrado y atemporal del mundo terrenal e histórico. Sabe que puede moverse con dignidad entre los dioses y los demonios del mundo de las imágenes sin miedo a trangredir los tabúes pro­ pios del ámbito mundano. Este tipo de libertad no existe para una forma primitiva de conciencia, en la que los mismos va­ lores y leyes gobiernan la realidad interior y exterior. En este sentido, nuestra tradición judeocristiana nos parece primiti­ 347 La recuperación del niño va en cuanto que nuestros pensamientos y deseos se hallan sujetos al mismo dogma, la misma regulación, que nuestros actos. La libertad espiritual exige una ruptura con la tradición bíblica, así como el desarrollo de una nueva forma de con­ ciencia, una conciencia que promueva el cultivo de la liber­ tad de imaginar. En el seno de la psicoterapia, terapeuta y paciente adop­ tan desde el principio los roles arquetípicos de Doctor-Pa­ ciente, Maestro-Discípulo o Padre-Hijo. Pero la transferen­ cia es mutua: el analista proyecta el arquetipo del Niño desamparado o necesitado en el paciente, y éste, a su vez, le transfiere el arquetipo de Madre o Padre, fuerte y solícito. Mientras esta situación continúa y ambas partes se limitan a representar roles, la relación se mantiene esencialmente im­ personal. Consideremos ahora algunas aplicaciones de la transfe­ rencia en la relación terapéutica: a) como un medio para in­ crementar la conciencia y la diferenciación; b) como una po­ sibilidad de experim entar im portantes configuraciones arquetípicas con el terapeuta; c) como una manera de avan­ zar desde una fijación arquetípica hacia una relación huma­ na más individualizada. Esta última, sobre todo, resulta su­ mamente curativa. Después de varias de estas experiencias curativas, la capacidad de internalizar empieza a convertirse en una función viable y fiable, y el individuo va superando el temor a mostrar su alma a los demás. En base a estas consideraciones, podemos percibir que la correcta comprensión del fenómeno de la transferencia ayu­ da a proporcionar una auténtica curación. Por el contrario, si la transferencia resulta inconsciente, o si no se usa apropia­ damente, lo mejor que se puede esperar es un aumento de la conciencia del ego, y lo peor una mayor distancia entre men­ te y cuerpo y una mayor desconfianza respecto a las rela­ ciones humanas abiertas. Además, parece imprescindible re­ considerar las importantes cuestiones relacionadas con la 348 La redención del niño interior resolución de la transferencia. Puesto que la continua in­ mersión en configuraciones arquetípicas forma parte de la condición humana, la idea de que la transferencia sólo se re­ suelve cuando todas las proyecciones arquetípicas se retiran e internalizan constituye un objetivo falso e inalcanzable. Yo propondría una meta más plausible: el desarrollo de la capa­ cidad de internalizar, evidenciado por la habilidad del indi­ viduo de reconocer y, con el tiempo, alejarse de cualquier configuración arquetípica. Mientras el proceso analítico continúa no es posible re­ nunciar de modo permanente a una situación arquetípica que confiere al analista la función de portador de mayor con­ ciencia. Aunque esta configuración arquetípica pueda haber­ se trascendido, la misma naturaleza de la situación hace que ambas partes vuelvan a ella. Únicamente la terminación de­ finitiva de la relación analítica permite sustraerse a este en­ cajonamiento arquetípico. Pero concluir dicha relación re­ sulta difícil ya que, por lo general, implica la ruptura de un contacto humano que puede haberse convertido en algo im­ portante por sí mismo, más allá de sus objetivos terapéuticos o espirituales. Así, debe crearse un espacio donde la relación persista, pues, de lo contrario, quedará estancada en una si­ tuación arquetípica en que el analista acarrea la mayor parte de conciencia, tanto si el análisis continúa como si no. Los seminarios freudianos y los grupos psicoanalíticos junguianos, en los cuales podían participar pacientes, significaron quizá un intento de responder a la necesidad de preservar al­ gún tipo de vínculo. En los últimos años, esta experiencia ha derivado en la formación de grupos de terapia. Una posible objeción a los mismos es que el analista aún conserva el rol arquetípico de portador de conciencia, motivo por el cual ni él ni sus pacientes pueden apreciar la dimensión individual de la relación, ni tampoco su valor, significado y lugar en el ámbito más amplio de sus vidas. ¿Pero por qué es esta comprensión esencial para el pro­ 349 La recuperación del niño ceso analítico y la resolución de la transferencia? ¿No bas­ taría con que el paciente desarrollara la capacidad de inter­ nalizar? Sí, eso resultaría suficiente; aun así, analista y pa­ ciente necesitan también contar con la posibilidad de vivir una relación más personal o la función intemalizadora care­ cerá de sustancia y sentido. Si se contempla la internalización como el final de un vínculo humano profundamente signifi­ cativo, ¿quién va a quererla? Cuando un niño o un adoles­ cente se aferra a la figura de sus padres, no manifiesta nece­ sariamente una incapacidad de superar la fijación en la que se estanca sino que en muchas ocasiones teme renunciar a su rol arquetípico por cuanto ello significa verse privado de cier­ tas cualidades humanas, reconfortantes y positivas, que son muy importantes para el alma. Si el análisis reproduce esta dolorosa experiencia arquetípica, el paciente acaba con la misma sensación de desilusión y de traición que abruma al niño. La transferencia positiva Muchas personas acuden al análisis movidos por la sen­ sación de que su niño interior sufre a causa de hirientes re­ laciones afectivas. Como resultado de las heridas padecidas por el alma infantil, la función erótica suele quedar poco de­ sarrollada o lesionada, hecho que dificulta enormemente, cuando no imposibilita, el contacto humano íntimo y crea­ tivo. En este sentido el niño herido representa también ese aspecto del alma que necesita y exige la unión con el próji­ mo. La compasión del analista y su deseo de ayudar a este niño, consolidan la fundamental necesidad humana de unión y ponen en movimiento la voluntad de vincularse de ambas partes. Pero el desarrollo erótico del niño no basta para ca­ pacitarlo a unirse. El niño depende esencialmente del amor ajeno. Por lo tanto la conexión erótica del analista con el 350 La redención del niño interior niño herido y su intención de ayudarle, inician la transfe­ rencia positiva. De todos modos, el paciente no es un niño. Por lo gene­ ral, a menos que haya padecido lesiones muy graves, el pa­ ciente es capaz de sentir pasiones adultas y deseos de unión. Si bien es cierto que, en la mayoría de los casos, el niño he­ rido despierta el afecto del analista, el consiguiente flujo afec­ tivo implica a la totalidad tanto del analista como del pa­ ciente. Eros no sólo circula en torno al niño interior, sino también entre las dos personas que participan en su cuidado. De esta manera, aunque la transferencia tiene las propieda­ des de una relación padre-hijo, incluye también los ingre­ dientes propios de la amistad y el afecto entre adultos. Con todo, en tanto que no transformemos y curemos al niño, el de­ seo de unión del alma no se realizará plenamente. No será ca­ paz de amar a los demás si no atiendo previamente a mi pro­ pia naturaleza descuidada y maltratada. Esta contaminación entre las necesidades instintivas del niño enfermo y desatendido y la necesidad del alma de amar a otros constituye una de las causas principales de los pro­ blemas que surgen en la relación terapéutica. El hecho de que el niño sienta al analista como un padre, una madre, un dios curativo, etcétera, no quita que el flujo afectivo se haya desencadenado. Para ambos, analista y paciente, resulta vi­ tal mantener la conexión erótica, y siempre que ésta se blo­ quea o interrumpe (con frecuencia debido a las exigencias del niño), la víctima principal es el niño que precisa curación aunque el alma de los dos participantes también padece, dado su inherente deseo de unión. Detrás del embrollo de proyecciones arquetípicas libera­ das en el curso de la transferencia se encuentra la necesidad que analista y paciente tienen de sentir una correspondencia anímica. Todos los intentos de fomentar el desarrollo psico­ lógico del paciente y de comprender y eliminar las resisten­ cias oclusivas y otras manifestaciones de la transferencia ne­ 351 La redención del niño interior La recuperación del niño gativa, se deben sólo en parte a la preocupación y voluntad terapéutica del analista. La más honda necesidad del alma, en cualquier relación humana, no es nunca terapéutica; es el de­ seo de unirse a otro. Por lo tanto, la voluntad del analista de sanar no es nunca pura e incluso cuando procura adoptar una postura objetiva y científica, o concentrarse en la herida o en la psicopatología, el flujo erótico se moviliza, y esto ac­ tiva su necesidad de establecer un contacto humano. La aptitud de paciente y analista para mantener el nexo erótico con el niño herido depende, en gran medida, del flu­ jo entre ambos. La distinción entre el afecto que sienten el uno por el otro y el que sienten por el niño es hasta cierto pun­ to artificial, pero conviene hacerla. Podríamos compararla, por analogía, a la relación existente entre marido y mujer, cuando ambos se interesan por la salud y el crecimiento de su hijo. El amor entre padres e hijos, no obstante, se carac­ teriza por su unilateral idad, ya que el eros del niño está por desarrollar y sigue ligado a sus necesidades instintivas pri­ marias. Una relación creativa basada en la igualdad sólo es posible cuando se dan una capacidad y un deseo mutuos de comunión. En términos psicológicos, sabemos que cuando los padres sufren de una falta de contacto entre sí, el hijo acaba cargando con la necesidad de comunión insatisfecha de sus padres. Si la necesidad de unión entre analista y paciente recibe menos valor que la necesidad terapéutica de la relación, la primera evolucionará de manera autónoma e inconsciente, tal como lo hace en la típica relación negativa entre padres e hijos. El niño descuidado no sanará en el curso del análi­ sis sino que, por el contrario, su herida se agravará. Además, al llamar “transferencia” a la necesidad de unión y al inten­ tar neutralizarla por medio de la interpretación, la terapia se convierte en un reverso destructivo de sí misma en la que re­ sultan lesionados tanto el niño como la individuación del alma. 352 La transferencia negativa La desilusión y la frustración emocional que el niño pa­ deció en su relación con el padre o la madre se reproduce en la transferencia negativa. Si este aspecto de la relación ana­ lítica no se resuelve de modo satisfactorio no se producirá la unión entre los opuestos masculino y femenino. Esta expe­ riencia constituye un aspecto fundamental del proceso por medio del cual se restablece el contacto con la propia alma. Las exigencias del niño herido ocasionan en gran medida la fijación escisoria del alma que tiene lugar en la transfe­ rencia negativa. No obstante, como ya hemos visto, el niño suele estar herido porque no internalizó partes vitales de su alma, que permanecieron localizadas en las figuras paternas. En un principio, el paciente siente esta parte perdida de sí mismo como perteneciente al analista. Gran parte de su frus­ tración y de su rabia se deriva de su incapacidad de unirse a esta imagen que el analista ha encarnado. Dado que dicho tipo de unión es imposible, el único remedio a la transferen­ cia negativa es la aceptación de esta realidad. Detrás de esta imagen idealizada se encuentra la necesidad del paciente de alcanzar la unión con su propia alma. Este fenómeno requiere algunas explicaciones más detalladas. La experiencia negativa respecto a los padres ocurre cuan­ do el niño debe cargar con aspectos vitales del alma de és­ tos, generalmente a consecuencia de la falta de conexión aní­ mica entre marido y mujer. Esta situación da paso al típico triángulo incestuoso que aleja al niño de la posibilidad de sentir su totalidad en relación a cada uno de los padres. En lugar de sentir la atracción y armonía básicas entre los opues­ tos masculino y femenino, el niño experimenta estos arque­ tipos -yang y yin, sol y luna, cielo y tierra, espíritu y carnecomo contrincantes hostiles, hecho que parece ocasionar la mayoría de las escisiones entre cuerpo y mente que afligen a muchas personas hoy en día. La necesidad desesperada de 353 La recuperación del niño superar tales escisiones y de alcanzar la plenitud constituye el núcleo de la transferencia negativa, detrás de la cual ya se configure en ella el arquetipo paterno o materno, ya el ar­ quetipo del héroe-salvador-amante, se encuentra la precisión de unificar el Rey y la Reina arquetípicos, el hierosgamos. Hasta que no se restituya la armonía entre los opuestos masculino/femenino interiores, no podrán establecerse vínculos anímicos. La transferencia analítica se resuelve en cuanto el analista y el paciente llegan a la plena aceptación de que la satisfacción de esta necesidad arquetípica no resulta posible ni deseable en su relación. Es preciso comprender y aceptar la naturaleza de este frus­ trante aspecto de la relación analítica antes de que ésta con­ cluya. De lo contrario, ambas partes pueden dar por finalizado el análisis con la ilusión de que todo va bien entre ellos. Tal engaño tiende a perpetuar la escisión interior del paciente porque no ha afrontado la imposibilidad de la situación ar­ quetípica. Dado que la frustración del alma en la transferen­ cia negativa es idéntica a la trabazón incestuosa del niño con el padre o la madre negativos, esta experiencia hiriente de la infancia no hará más que reproducirse en el caso de que el análisis concluya con la falsa premisa de que el analista y el paciente se hallan satisfechos de su mutua vinculación. Por supuesto, el daño también aparece si el paciente termina la terapia con un sentimiento de ira y desilusión. Es importan­ te que exista una mutua comprensión y respeto por la frus­ trante situación arquetípica configurada por el análisis. Este reconocimiento de la naturaleza esencialmente impersonal de los obstáculos que interfieren en la unión anímica resulta humanizador y hace entonces posible terminar el análisis con dignidad, respeto mutuo y sentimientos personales positivos, libres del tipo de ilusión que escinde el alma. La idea de que la transferencia negativa puede modificarse en el contexto de la situación analítica resulta peligrosa y errónea ya que, por un lado, tiende a prolongar el análisis y, por otro, igno­ 354 La redención del niño interior ra el enorme valor que posee el hecho de terminar el análi­ sis con la transferencia negativa aún intacta y al descubier­ to. En resumen: la plena aceptación mutua de la transferen­ cia negativa prom ueve la reconciliación interna de los opuestos masculino y femenino. Esta intemalización de los arquetipos de unión (el arquetipo del incesto) constituye la clave para la conexión anímica y la individuación. Queda aún por examinar otra dimensión del dilema de la transferencia. Sobre todo en el caso del análisis junguiano, la experiencia analítica equivale a menudo a la iniciación en una orden espiritual o una secta misteriosa. Los profundos cambios que tienen lugar constelan gran cantidad de libido que, comprensiblemente, tiende a extenderse entre otros ini­ ciados. Si un individuo ha experimentado un auténtico rena­ cimiento, se siente dispuesto a comenzar una nueva vida en la que la afinidad de espíritu supone un vínculo más fuerte que los lazos de sangre. Por experiencia propia, creo que el proceso analítico queda muy limitado si no se desarrolla una afinidad espiritual entre analista y paciente. Esta afinidad for­ ma un vínculo que no se rompe con la terminación del aná­ lisis, pero que puede ser destruido si no se acepta la transfe­ rencia negativa o si, como consecuencia de ello, se niega la validez de la experiencia analítica. La falta de vínculos de afi­ nidad firmemente arraigados figura, quizá, como la principal razón del aislamiento y la enajenación que sentimos en la ac­ tualidad. La renovación frecuente por medio de relaciones afines proporciona un alimento básico para nuestro bienes­ tar físico y espiritual. Transferencia y plenitud interior El paso hacia la última fase del análisis parece exigir el reconocimiento mutuo y absoluto de la naturaleza especial de la relación y el contexto analíticos. El analista y el paciente 355 La recuperación del niño deben ser capaces de reconocer su necesidad, si existe, de continuar la relación relativamente abierta que los une, así como la imposibilidad de hacerlo. El sacrificio consciente que deben realizar se asemeja al que asumen los padres y el hijo cuando este último se dispone a abandonar la protección familiar y a ingresar en el mundo. En el ámbito de una rela­ ción positiva entre padres e hijos, poco frecuente en estos tiempos, el niño no cuenta con la certeza de que, en el futu­ ro, se sentirá tan próximo a otras personas como lo ha esta­ do a sus padres; no obstante, el niño ha de partir, y sus pa­ dres deben alentarlo a que se marche. Esta situación, sin duda, no es idéntica a la del análisis, pero, de cualquier manera, a uno le pesa darse cuenta de que le será muy difícil encontrar o crear un ambiente similar en su vida cotidiana, donde pue­ dan cultivarse los vínculos y la transformación del alma. Si el paciente no puede aceptar y apreciar totalmente este hecho, si se siente traicionado y desilusionado, las heridas de su alma no sanarán. Y si el analista atraviesa por una dificultad similar, acabará sumido en una sensación de fracaso y de­ sengaño respecto al análisis. La importancia de cauces viables y creativos para el fo­ mento de la conexión anímica no debería subestimarse. Es­ tos cauces forman las estructuras y convenciones básicas de la sociedad, e influyen y determinan las actitudes y el estilo de vida propios de una cultura. En la actualidad, existe una gran necesidad de hallar nuevas formas para el matrimonio, la amistad y la comunidad que fomenten el desarrollo del eros y de los sentimientos de afinidad. Sin embargo, es bas­ tante probable que transcurra mucho tiempo antes de que, en las unidades estructurales básicas de nuestra sociedad, se pro­ duzcan auténticos cambios creativos. ¿Qué debemos hacer, entre tanto, con la gran disparidad existente entre nuestras concepciones acerca de un estilo de vida mejor y la realidad de vivir en un mundo enfermo y fragmentado? ¿Qué hará el paciente que ha completado el análisis después de haber res­ 356 La redención del niño interior tablecido el nexo con la visión creativa de su alma y de ha­ ber vivido la realidad concreta de un contacto abierto e inin­ terrumpido con otra persona? El encuentro entre dos almas origina un intercambio de sustancia anímica indispensable para la vida y la salud cor­ poral y espiritual. Si no rehumanizamos ni renovamos con­ tinuamente nuestra alma por medio del contacto humano, la plenitud interior no tardará en enfriarse, rigidizarse y anular nuestra vitalidad. Aun así, es precisamente el hecho de que en nuestra cultura sea tan difícil entablar conexiones aními­ cas lo que hace que el restablecimiento de la plenitud inte­ rior, más allá de la escisión mente/cuerpo, resulte tan funda­ mental. Esto supone otra paradoja que no podemos evitar. Cuando la propia realización ya no depende del contacto con otra persona desaparece la necesidad de mantener el alma cuidadosamente escondida y protegida; desaparece el temor a vivir y a expresar los sentimientos y las reacciones ante los demás, porque la integridad y la plenitud del ser no están su­ peditadas a una relación concreta. Todo esto acrecienta la po­ sibilidad de establecer vínculos humanos más estrechos, y reduce nuestras habituales exigencias y expectativas respec­ to a la gente que queremos. Además, el alma que se exterio­ riza suele inspirar amor, sobre todo cuando no exige nada del prójimo. De este modo, la plenitud interior abre las puer­ tas a muchas más posibilidades de conexión anímica, a pe­ sar de la ausencia, en nuestra cultura, de cauces que favo­ rezcan el desarrollo del eros. Sin embargo, existe aún otra dificultad que amenaza cons­ tantemente con socavar la plenitud y el nexo con el niño in­ terior, y que atañe a la visión de un mundo nuevo y mejor. Al margen de las innumerables formas que esta visión pue­ de adoptar, su origen reside en el Arquetipo de la Unión, ex­ presado en imágenes tales como la del Matrimonio Sagrado de la Pareja Real (el hierosgamos), la Cuaternidad, o el Mán­ dala. El contacto con este arquetipo y la creencia de que, con 357 La recuperación del niño el tiempo, llegará a cumplirse, otorgan dirección, sentido y equilibrio a la vida. La realización y la plenitud pueden consumarse en varios niveles: interiormente, en forma de armonía e integración, y exteriormente, como vinculación y apertura a los demás, a la comunidad, al mundo y al cosmos. Las diversas imágenes de un ámbito ideal mediante las cuales se expresa el arquetipo comparten ciertas características comunes: se trata de un mun­ do donde la paz, la armonía y el amor constituyen la norma; una comunidad afín en la que toda persona se desenvuelve con una alegre y serena dignidad, a salvo de la irrupción de fuerzas extrañas; una sociedad regida por el principio de Eros, en la que los instintos agresivos y el principio del poder ope­ ran creativamente al servicio de la verdad, la belleza y los va­ lores estéticos. Estos elementos configuran el denominador común sobre el cual se basan todas las visiones celestiales del Paraíso, de un Nuevo Jerusalén. El análisis debe ser capaz de restablecer la fe individual en estas imágenes percibidas como una realidad psíquica, como la base imaginaria indis­ pensable para el desarrollo del niño interior y del alma; de otro modo fracasará en su promesa de guiar al individuo a lo largo del camino de la autorrealización y de la plenitud. 358 PARTE VI: NIÑO INTERNO/NIÑO EXTERNO: EL FUTURO DE LA TAREA DE SER PADRES INTRODUCCION Tal como trato a mi niño interior trataré a mi niño exterior. Robert M. Stein La sensación de ser valioso - “soy una persona valiosa”- es esencial para la salud mental y constituye una de las pie­ dras angulares de la autodisciplina. Esta sensación es un pro­ ducto directo del amor de los padres a la que debe llegarse durante la infancia ya que es sumamente difícil adquirirla de adulto. M. Scott Peck La infancia es importante no sólo porque en ella tienen su origen posibles mutilaciones del instinto, sino también por­ que es durante dicho período cuando se forman en el alma del niño los sueños e imágenes -terroríficos o esperanzadores- que condicionan todo su destino. C.G.Jung 361 Niño interno/niño externo Tal como sugerí al principio de este libro, la tarea de criar a los niños es hoy más problemática que nunca. La voluntad de conocer, valorar e integrar al niño interior no constituye, como pretenden algunos, un nuevo episodio de autocomplacencia de “la generación egocéntrica”. La creciente atención al niño interior debe entenderse en contexto como un proce­ so evolutivo de transmisión de las leyes formativas de la in­ dividualidad a nuestros hijos y a los hijos de éstos. Las ten­ siones que padecen nuestros hijos y algunos indicios que se manifiestan en nuestra cultura evidencian que dichas medi­ das explícitas se han convertido en parte de nuestro destino, requisitos iniciáticos que deben cumplir los niños nacidos en una época de transición milenaria. El niño interior de los padres y la vida interna de los hi­ jos comparten la necesidad de valores espirituales que pue­ dan nutrir nuestra capacidad de asombro y de apertura a los misterios de la vida. Tal como sugiere Robert M. Stein en el ensayo precedente, el niño interior exige la visión de un mun­ do nuevo y mejor. Si queremos otorgar sentido, dirección y equilibrio a nuestra vida, es preciso que entremos en con­ tacto con el arquetipo de la plenitud y con la esperanza de que eventualmente será satisfecha. Aquellos padres que logran conocer a su propio niño in­ terior previamente olvidado afianzan también sus recursos internos de simpatía y compasión, mejorando así las rela­ ciones con sus hijos. Son padres que pueden cumplir el man­ damiento de los rabinos: “No limitéis a los hijos a vuestro propio saber, pues han nacido en otro tiempo”. Los hijos be­ neficiarios de padres conocedores de su verdadera valía y dueños de una ilimitada capacidad de renovarse, se hallarán bien preparados para enfrentarse a los arduos desafíos de su época. Esta sección atiende al modo en que nuestra conciencia del niño interior puede contribuir provechosamente a mejorar la paternidad y la maternidad. Todos los colaboradores son te362 Introducción rapeutas o analistas que observan la tarea de ser padres te­ niendo presente al niño interior. El ensayo de James Hillman “Apunte sobre el relato” gira en tomo a la relación del niño con el mundo imaginario. La frecuente exposición a relatos orales acrecienta la capacidad de percibir y valorar la vida interior y, como dice el autor, “es buena para el alma”. A Bruno Bettelheim también le interesan los relatos y la imaginación, pero desde una perspectiva diferente. Al “na­ rrar” a sus hijos, señala Bettelheim, los padres tienen la opor­ tunidad de evocar importantes recuerdos de su propia infan­ cia y de conocer a su niño interior, al tiempo que estimulan la vida interior de sus hijos. En su breve tributo a Sigmund Freud, Erik H. Erikson re­ conoce nuestra deuda con el fundador del psicoanálisis por sus lúcidas ideas sobre la infancia. Freud hizo posible que co­ bráramos conciencia de nuestra niñez y nos exhortó a apli­ car este nuevo conocimiento a una mejora de la tarea de ser padres. La última colaboración de este libro es de Samuel O. Osherson, quien nos hace pensar en el padre herido que hay en el interior del adulto y en la necesidad de concluir la relación in­ conclusa existente entre el padre internalizado y el niño inte­ rior para que la personalidad adulta pueda honrarlos a ambos. 363 Apunte sobre el relato 27. APUNTE SOBRE EL RELATO James H iliman Éste es un breve pero fascinante ensayo acerca de los efectos enriquecedores de la “conciencia narrativa” sobre la vida interior de los niños. Según Hillman, psicólogo de los arquetipos, “Lo primero que hay que hacer es reconstruir la historia del adulto, el profesor, el padre y el abuelo con el fin de restituir la imaginación a un lugar prominente en la conciencia de cada uno de nosotros, independientemente de nuestra edad”. Las ideas de Hillman van siempre un poco más allá de la psicología. Aquí apunta a fundamentar la re­ alidad sobre una base poética, asentar la vida en la realidad simbólica y nos exhorta a alimentar la imaginación infantil desde bien temprano para que pueda mantener una larga y saludable vida interior. Este capítulo procede de la colección de ensayos de Hill­ man Loose Ends, publicada por primera vez en Children's Literature: The Great Excluded (vol III). 364 Desde mi punto de vista como psicólogo profundo, me doy cuenta de que quienes han tenido contacto con el mun­ do de los relatos se encuentran mejor y tienen mejor pro­ nóstico que aquellos que lo desconocen. Ésta es una afirma­ ción muy general que me g u staría an alizar más detalladamente. Pero no deseo limitar su pretensión apodíctica: tener “conciencia narrativa” es per se psicológicamen­ te terapéutico, es bueno para el alma. Haber disfrutado de relatos de cualquier tipo durante la in­ fancia -y me refiero a relatos orales, contados o leídos (pues­ to que la lectura tiene un aspecto oral, incluso cuando uno lee para sí mismo) más que vistos en una pantalla- conduce a la persona al reconocimiento y la familiaridad con la realidad legítima del relato per se. Es algo que viene dado con la vida, con el habla y la comunicación, y no algo posterior que se adquiere con el aprendizaje y la literatura, llega pronto en la vida y supone una perspectiva sobre ésta. Uno integra la vida como un relato porque hay relatos en la parte oculta de su mente (el inconsciente) que funcionan como receptáculos para organizar los acontecimientos y convertirlos en expe­ riencias significativas. Los relatos son medios para encon­ trarse a sí mismo en acontecimientos que, de otro modo, tal vez no tendrían significado psicológico alguno. (Las expli­ caciones económicas, científicas e históricas son “relatos” que muy a menudo no alcanzan a proporcionarle al alma el tipo de significado imaginativo que busca para entender su vida psicológica.) La persona que ha incorporado el relato desde la infancia, mantiene generalmente mejores relaciones con el material patológico de las imágenes obscenas, grotescas o crueles que aparecen espontáneamente en los sueños y en las fantasías. Quienes sostienen una teoría racionalista y asociacionista de la mente arguyen que si no presentáramos esos cuentos si­ niestros en los primeros e impresionables años de la vida in­ fantil, en años posteriores habría menos patología y más ra365 Niño interno/niño externo cionalidad. Mi práctica me indica, por el contrario, que cuan­ to más experimentada sea la parte imaginativa de la perso­ nalidad, menos amenazador resultará lo irracional, menos ne­ cesaria será la represión y, por tanto, menos aflorará la patología real en los acontecimientos cotidianos. Dicho de otro modo, por medio del relato, la calidad simbólica de las imágenes y los temas patológicos encuentra su lugar, con lo que se reduce la tendencia a percibir dichas imágenes y te­ mas de forma naturalista, con literalidad clínica, como sig­ nos de enfermedad. Estas imágenes encuentran su lugar le­ gítimo en el relato. Son propias de los mitos, leyendas y cuentos de hadas en los que, al igual que en los sueños, apa­ recen todo tipo de figuras extrañas y comportamientos dis­ locados. Después de todo, “el más notable de todos los rela­ to s”, como a m uchos le gusta denom inar la Pascua de Resurrección, esta repleto de imágenes siniestras, vistas con un detalle que resalta lo patológico. La “conciencia narrativa” proporciona un mecanismo más adecuado para reconciliarse con el propio historial clínico que la “conciencia clínica”. El historial clínico, además, es un tipo de ficción, escrito por miles de manos en miles de clínicas y salas de consulta, almacenado en archivos y raramente pu­ blicado. Este tipo de ficción llamado “historial clínico” sigue las pautas del género del realismo social; cree en datos y acon­ tecimientos e interpreta, de manera demasiado literal, todas las historias que cuenta. En el marco del análisis profundo, el ana­ lista y el paciente reescriben juntos el historial clínico crean­ do una nueva historia; crean la “ficción” cuando colaboran en el trabajo analítico. Una parte de la curación, quizás incluso la parte más esencial, se debe a esta ficción elaborada en equi­ po, esta manera de inscribir todos los acontecimientos caóti­ cos y traumáticos de la vida en un nuevo relato. Jung dijo que los pacientes necesitan “ficciones que sanen”, pero nos es di­ fícil adoptar este punto de vista si no existe de antemano una predilección por la “conciencia narrativa”. 366 Apunte sobre el relato La terapia junguiana, al menos tal como yo la practico, trae consigo la constatación de que la fantasía es una activi­ dad creativa que renueva de continuo la historia de la perso­ na. Cuando examinamos dichas fantasías descubrimos que reproducen los grandes temas impersonales de la humanidad, representados en la tragedia, la épica, el cuento folclórico, la leyenda y el mito. La fantasía, en nuestra opinión, constitu­ ye un intento del psiquismo de remitologizar la conciencia, y es por ello que intentamos fomentar esta actividad fami­ liarizándonos con los mitos y los cuentos folclóricos. La cons­ trucción del alma va de la mano de la desliteralización de la conciencia y del restablecimiento de sus vínculos con las for­ mas de pensamiento míticas y metafóricas. En lugar de in­ terpretar las historias a partir de conceptos y explicaciones ra­ cionales, preferimos concebir las explicaciones racionales como elaboraciones secundarias de relatos básicos que con­ tienen y proporcionan vitalidad. Según Owen Barfield y Nor­ man Brown: “la literalidad es el enemigo”. Y yo añadiría: “la literalidad es enfermedad”. Siempre que nos aferramos a una interpretación literal, una creencia literal o una afirmación literal, perdemos la perspectiva imaginaria y metafórica sobre nosotros mismos y sobre nuestro mundo. El relato es curati­ vo por cuanto siempre se presenta bajo la fórmula “érase una vez”, como una realidad condicional y simulada. Es la única manera de explicar o contar lo que no se postula como real, verdadero, positivo, revelado, es decir, literal. Esto nos lleva a la cuestión del contenido. ¿Cuáles son los relatos que deben contarse? En esto soy ortodoxo, parti­ dario de los relatos antiguos y tradicionales pertenecientes a nuestra cultura: mitos griegos, romanos, celtas y nórdicos; la Biblia; leyendas y cuentos folclóricos. Y todos ellos con el mínimo de comercialización moderna (puesta al día, revi­ sión, recortes, etcétera), es decir, con la mínima interferen­ cia del racionalismo contemporáneo que reduce precisamen­ te la conciencia que los relatos tenderían a ensanchar. Aunque 367 Niño interno/niño externo no seamos de ascendencia celta, ni nórdica, ni griega, estas narraciones constituyen el fundamento de nuestra cultura oc­ cidental, y, nos guste o no, contribuyen a formar nuestra psi­ que. Es posible que las consideremos parciales, dada su ten­ dencia proaria, prom asculina o proguerrera, pero si no comprendemos que estos relatos contienen elementos funda­ mentales de la psique occidental, seguiremos desconociendo los aspectos básicos de nuestra dinámica psicológica. En nuestra psicología del ego todavía resuenan el tema y las motivaciones del héroe, de la misma manera que en la psi­ cología de lo que hoy llamamos “lo femenino” se reflejan los modelos de las diosas y las ninfas de los mitos griegos. Es­ tos relatos temáticos canalizan la fantasía. Los platónicos, hace tiempo, y más recientemente Jung, señalaron el valor terapéutico de los grandes mitos para ordenar los aspectos caóticos y fragmentados de la fantasía. El cuerpo principal de los relatos bíblicos y clásicos conduce a la fantasía hacia patrones psicológicos organizados y profundamente vitales; en estas historias se manifiestan las formas arquetípicas de la experiencia. Pienso que es más difícil convencer a los adultos que a los niños de la importancia del relato. Ser adulto significa hoy verse adulterado por explicaciones racionalistas y darle la es­ palda al infantilismo que encontramos en los cuentos de ha­ das. En mi trabajo he tratado de mostrar cómo se ha llegado a confrontar, a oponer, al niño y al adulto: se suele identifi­ car la infancia con el asombro, la imaginación y la esponta­ neidad creativa, mientras que la pérdida de dichos rasgos se identifica con la madurez.1Es por ello que, en mi opinión, lo primero que hay que hacer es renarrar al adulto -profesores, padres y abuelos- con el fin de restituir la imaginación a un lugar prominente en la conciencia de cada uno de nosotros, independientemente de nuestra edad. He llegado a esto desde un punto de vista psicológico, en parte porque deseo sustraer al relato de su asociación dema­ 368 Apunte sobre el relato siado estrecha con la educación y con la literatura -com o algo que se enseña y que se estudia-. Me interesa el relato como algo que se vive, y a través de lo cual se vive, un me­ dio por el cual el alma se reencuentra en la vida. 369 La exploración de la infancia por parte del adulto 28. LA EXPLORACIÓN DE LA INFANCIA POR PARTE DEL ADULTO Bruno Bettelheim El eminente psicólogo Bruno Bettelheim alienta a los pa­ dres a ir más allá de la compenetración con sus hijos y vol­ ver a explorar “los pasos que dimos hasta llegar a sei lo que somos” . Se ofrecen aquí sabios consejos para lograr acercarse más a los hijos, recobrando la propia experiencia infantil. Este artículo procede de su último libro sobre la crianza infantil, A Good Enough Parent. No cesaremos en la exploración Y el fin de todo nuestro explorar Será llegar a donde empezamos Y conocer el lugar por primera vez. T.S. Eliot [Versión de Vicente Gaos] 370 Una de las experiencias más valiosas pero menos apre­ ciadas que puede proporcionar la condición de padre o ma­ dre es la de explorar, revivir y resolver los problemas de la propia infancia en el contexto de las relaciones con el hijo. Como T.S. Eliot nos recuerda, sólo explorando y reexplo­ rando una y otra vez los pasos que dimos hasta llegar a ser lo que somos podemos conocer verdaderamente nuestras ex­ periencias infantiles y lo que han significado en nuestra vida. Si adquirimos dicho conocimiento, se alterará la repercusión que estos acontecimientos tuvieron en nuestra personalidad, y cambiarán también nuestras actitudes ante la propia expe­ riencia y ante las experiencias paralelas de nuestros hijos. Este autoconocimiento desembocará en una mejor compren­ sión de nuestros hijos, sobre todo cuando las nuevas percep­ ciones estén en consonancia con sus experiencias. Lamenta­ blemente, casi ninguna de nuestras experiencias primarias se conserva en nuestra memoria consciente, puesto que tuvieron lugar demasiado pronto como para dejar en la mente otra cosa que huellas indistintas. No nos es dado revivirlas, pero podemos cuando menos explorar imaginativamente algunos de sus aspectos cuando observamos cómo nuestro hijo pe­ queño responde a sus propios procesos internos, a nosotros y a su mundo. Por ejemplo, si nos damos cuenta de que el mundo vigílico del bebé consiste sólo en dos experiencias opuestas -la felicidad y el bienestar físico, y la infelicidad y el dolor- nos resultará más fácil comprender el origen y la naturaleza am­ bivalente de todas las emociones intensas. Dado que son nor­ malmente los padres quienes transforman los estados nega­ tivos de la existencia del bebé, tales como el hambre o la incomodidad ocasionada por pañales sucios, en un estado de satisfacción, cuando \o alimentan o le cambian de pañal, el niño percibe a sus padres como la fuente todopoderosa de su felicidad e infelicidad, de su satisfacción y de su frustración. De este modo la ambivalencia se incorpora y llega a formar 371 Niño interno!niño externo parte de nuestro inconsciente, particularmente en lo que se re­ fiere a nuestros padres. Más adelante, los padres y sus susti­ tutos, nuestros educadores, seguirán proporcionándonos pla­ cer y dolor, cuando nos elogian, por ejemplo, o cuando nos critican y nos frustran. Es así como los sentimientos ambi­ valentes originales tan profundamente arraigados en nuestro inconsciente, continúan afianzándose con las innumerables experiencias de la vida cotidiana. Comprender este origen infantil de la ambivalencia, sobre todo respecto a nuestros padres, puede ayudamos a entender mejor su ambivalencia respecto a nosotros. Cuanto mejor aceptemos su ambivalencia tanto mayor será su oportunidad, a medida que vayan creciendo, de neutralizarla y controlar­ la -y, por tanto, menor su tendencia a reaccionar acalorada­ mente en un momento y con frialdad poco después—. Al acep­ tar que los aspectos negativos de esta ambivalencia deben ventilarse de vez en cuando, reducimos su necesidad de re­ primirlos; y cuanto menos reprimidos, más accesibles serán al escrutinio racional y, por consiguiente, al cambio. También a nosotros nos desgarraban las emociones am­ bivalentes cuando éramos niños. Pero cuando sus aspectos negativos se manifestaban en nuestro comportamiento, la de­ saprobación de nuestros padres solía ser tan fuerte que nos veíamos obligados a reprimir esos sentimientos, que conser­ vaban entonces toda su fuerza en nuestro inconsciente. Cuan­ do, siendo padres, nos enfrentamos a sentimientos similares en nuestros hijos, parte de este material reprimido tiende a re­ activarse. Resulta fácil aceptar que nuestros hijos tengan mu­ cho menos autocontrol que nosotros siempre y cuando su comportamiento no reanime en nosotros sentimientos que de­ seamos guardar reprimidos, porque cuando nuestras repre­ siones vuelven a movilizarse ya no logramos encarar de modo realista el negativismo de nuestros hijos. Que reprimamos los aspectos negativos de nuestros sen­ timientos hacia nuestros padres es comprensible; después de 372 La exploración de la infancia por parte del adulto todo los necesitamos y no deseamos ofenderlos ni enajenar­ los expresando abiertamente nuestra hostilidad. Resulta más difícil comprender por qué reprimimos también la identifi­ cación con lo que, como niños, nos parecen aspectos negati­ vos de nuestros padres. La mayoría de nosotros nos damos cuenta de que hemos hecho nuestras muchas de las cosas que nos gustan en nuestros padres, pero no somos conscientes de que también nos hemos identificado con los aspectos nega­ tivos de su actitud ante nosotros, internalizándolos. Esto es algo que advertimos - y que generalmente nos sorprende mu­ cho- cuando nos escuchamos reñir a nuestros hijos con el mismo, e incluso con las mismas palabras exactas, con las que nuestros padres nos regañaban. Y esto a pesar de que enton­ ces nos parecía mal y de haber pensado que nunca íbamos a comportamos de igual modo con nuestros propios hijos. Por otro lado, cuando hablamos cariñosamente con ellos, no nos sentimos en absoluto inclinados a usar las mismas ex­ presiones que emplearon nuestros padres. En nuestras ex­ presiones y comportamiento positivos somos singulares y ha­ blamos con nuestra propia voz. Esto se explica fácilmente si pensamos que, como no había motivo para reprimir lá iden­ tificación positiva con nuestros padres, dicha identificación no quedó encapsulada en nuestro inconsciente, sino que fue modificándose a medida que nos íbamos desarrollando. La identificación negativa, por el contrario, fue reprimida y, con­ secuentemente, permaneció sin modificar. Muy a menudo la ambivalencia caracteriza más a las re­ laciones del niño con el progenitor del mismo sexo que a las que sostiene con el progenitor del sexo contrario. Esto es de­ bido a que cuando nos relacionamos con un hijo de nuestro propio sexo tendemos a revivir algunos de los aspectos más difíciles de la relación que mantuvimos con nuestro proge­ nitor del mismo sexo. Así, es más probable que una madre se sorprenda hablando como su propia madre cuando critica a su hija, del mismo modo que un padre reconocerá, en las 373 Niño interno!niño externo interacciones negativas con su hijo, las que tuvieron lugar durante su infancia entre su padre y él. Éste es un buen ejemplo de nuestra tendencia a proyectar los conflictos internos que no hemos resuelto sobre nuestros hijos. Si aprovechamos la oportunidad que tales ocasiones brindan para examinar las causas de nuestro comportamien­ to, tal vez logremos por fin dar solución a ciertos conflictos infantiles que todavía están por resolver. Al abrirnos a nues­ tros sentimientos, comprenderemos también más fácilmente el hecho de que es justamente la enorme importancia que te­ nemos para los hijos, y su amor por nosotros, lo que a veces desencadena cierta hostilidad, y resultará claro que cuando la hostilidad se manifiesta lo que percibimos no es sino el re­ verso del gran afecto que nos tienen. Cuando así lo com­ prendamos cambiará nuestra actitud y pasaremos del fastidio a la aceptación comprensiva de las fuerzas emotivas subya­ centes, aunque es posible que aún así nos veamos obligados a inhibir su comportamiento agresivo. Pero tal vez recono­ ceremos también que al reprimirlos así reproducimos la con­ ducta de nuestros padres en situaciones paralelas, y el hecho de recordar lo injusta que ésta nos parecía evitará que reac­ cionemos desproporcionadamente ante el comportamiento de nuestros hijos. Con semejantes deliberaciones, las cosas se­ guirán un curso apropiado, y lo que ahora nos molesta de nuestros hijos ya no se verá agravado por su conexión con to­ dos los sentimientos hostiles que permanecen reprimidos en nuestro inconsciente. Además, si pensamos que a pesar de todas las tendencias agresivas que teníamos de niños, nos he­ mos convertido en adultos no violentos y respetuosos, dis­ minuirá también la probabilidad de reaccionar con excesiva dureza ante el comportamiento agresivo de nuestros hijos por pensar con inquietud que al hacerse mayores serán comple­ tamente ingobernables. Cuando el aspecto negativo de los sentimientos ambiva­ lentes de un niño hacia sus padres se reprime con excesiva 374 La exploración de la infancia por parte del adulto severidad, se puede contribuir a obstaculizar la expresión de los sentimientos positivos, que no son sino la otra cara de esta ambivalencia. He conocido a muchos niños que sólo lo­ graron establecer vínculos afectuosos con sus padres una vez dejaron de sentir la obligación de reprimir los sentimientos negativos que albergaban hacia ellos. Es evidente que si llegamos a reconocer, por medio de la introspección, que lo que sentimos por nuestros hijos tampo­ co se halla enteramente libre de ambivalencia, ya no necesi­ taremos reprimir los sentimientos negativos que de tanto en tanto brotan de nuestro interior. La pretensión de que nuestro hijo, dada su inmadurez y su falta de autocontrol, padece es­ porádicamente de sentimientos negativos hacia nosotros, mientras que nosotros somos totalmente ajenos a semejantes sentimientos hacia él, puede dificultar gravemente la relación. Comprender las pesadillas Lo que hemos mencionado acerca de los orígenes de nues­ tros sentimientos ambivalentes en relación con nuestros pa­ dres es válido, mutatis mutandis, para todo el período de la infancia. Nuestras primeras experiencias, y las de nuestros hijos, son en su mayor parte inconscientes y, por lo tanto, nuestra memoria no puede acceder directamente a ellas, pero ciertas etapas posteriores del desarrollo del niño reproducen algunas de nuestras experiencias que no eran necesariamen­ te inconscientes o que no llegamos a reprimir y, si lo hicimos, fue sólo de un modo poco profundo. Tales recuerdos pueden recuperarse con mayor facilidad, aunque es posible que ello requiera un esfuerzo considerable. Pocos de nosotros podemos recordar con detalle las pe­ sadillas que padecimos, como las padecen todos los niños; in­ cluso aquellos que recuerdan hasta cierto punto el contenido de sus pesadillas y el desasosiego que les produjeron no tie- La exploración de la infancia por parte del adulto 376 . nen una clara noción de lo que pudo causarlas más allá del hecho obvio de que el niño pequeño siente una incontrolable ansiedad en relación a muchas cosas que le resultan incom­ prensibles. No existe mucha gente que se dé cuenta de que una de las fuentes más comunes de las pesadillas infantiles es el superego en desarrollo, que trata de castigar al niño por sus tendencias “inaceptables” o incluso “pecaminosas”. Es­ tas tendencias pueden ser, entre otras, los impulsos sexuales o el deseo de rebelarse contra la autoridad o de librarse de un progenitor o de un hermano. En este sentido, la pesadilla desempeña un papel importante en el desarrollo de la perso­ nalidad de cada uno de nosotros, es la precursora y una de las primeras etapas de una conciencia más integrada; ésa fue su función en nuestro desarrollo y ésa es su función en el de­ sarrollo de nuestros hijos. Darnos cuenta de esto nos ayudará a tratar las pesadillas de nuestro hijo con mayor cuidado y con el respeto que se me­ rece una conciencia en desarrollo. Cuanto más entendamos nuestras propias pesadillas (de las cuales no nos libramos del todo ni siquiera de adultos), mejor preparados estaremos para ayudar a nuestros hijos con las suyas. El hecho de que las ha­ yamos olvidado tanto indica que reprimimos los deseos y los miedos infantiles que encontraban su expresión en aquellos tormentosos sueños. Por debajo de esta enajenación de nues­ tras experiencias infantiles subyace el deseo de ignorar su significado y tal vez incluso el vago reconocimiento de que el terror que entonces sentíamos ha dejado en nosotros algu­ nos residuos de los que no hemos conseguido liberamos por completo. Prueba de ello, por ejemplo, es la ansiedad poco realista que muchas personas siguen sufriendo en presencia de animales inofensivos tales como las culebras, un temor que suele remontarse a pesadillas infantiles olvidadas en las que alguna serpiente amenazaba con devorarlas. Podemos, pues, usar las pesadillas de nuestros hijos como una oportunidad para explorar y reexplorar -según sugirió ...... ............................ ....... .................. ............. *-------— tac*._______ ---------------------------- Niño interno/niño externo T.S. Eliot- lo que se encontraba quizá en la base de las nues­ tras, así como cualquier residuo de ellas que haya podido quedar en nuestro interior. Entonces, por primera vez, cono­ ceremos de verdad nuestras pesadillas y lo que significaron en nuestra vida. En la medida en que lo consigamos, esto re­ sultará beneficioso para nosotros y para nuestros hijos ya que, al comprendemos a nosotros mismos, seremos capaces de ayudarles con sus pesadillas, comprenderemos su sufri­ miento y la importancia de tales experiencias en la formación de su personalidad, lo cual despertará una corriente de em­ patia mutua de la que, de otro modo, ni ellos ni nosotros dis­ frutaríamos. A diferencia de nuestras pesadillas, que sólo recordamos vagamente, las ansiedades que padecimos cuando iniciamos nuestra escolarización siguen vigentes en la memoria de mu­ chos de nosotros; de hecho, hay quienes se pasan toda la vida tratando de demostrar la irrealidad de sus temores infantiles al fracaso escolar y social. Dado que estas preocupaciones suelen formar parte de nuestra memoria consciente, si bien de forma fragmentaria, sentimos una considerable compa­ sión por la ansiedad de nuestro hijo ante su primer contacto con la escuela. Por desgracia, a algunos padres se les acaba la compasión cuando un hijo de más edad da muestras de fobia escolar por motivos análogos. Es entonces cuando la com­ prensión basada en las propias experiencias resultaría espe­ cialmente útil. Estas situaciones son muestra de las muchas otras que pueden presentarse en la interacción con nuestros hijos. De este modo, el esfuerzo por comprender el papel desempeña­ do por acontecimientos paralelos en nuestro propio desarro­ llo siempre suele propiciar cambios muy beneficiosos porque nos permite vemos a nosotros mismos con mayor claridad. Entonces adquirimos una comprensión más honda de lo que determinadas experiencias han significado en nuestra vida y en la relación con nuestros padres, y también de cómo estas 377 Niño interno!niño externo mismas experiencias influyen ahora en nuestra actitud ante lo que nuestro hijo experimenta y expresa cuando vive si­ tuaciones similares. Dicha comprensión nos permite partici­ par de las emociones del niño, lo cual casi siempre dota a nuestras relaciones de mayor sentido y profundidad, convir­ tiéndola en una experiencia más agradable para ambos. De este modo, en torno a alguna experiencia común, no sólo in­ fluimos en las actitudes de nuestros hijos, sino que además cambiamos las nuestras, porque llegamos a comprendei me­ jor lo que acontecimientos similares significaron para noso­ tros en la infancia. Los niños son muy sensibles a las razones que mueven a sus padres a hacer algo con ellos o para ellos. ¿Piensan los padres que deberían hacerlo o disfrutan de verdad hacién­ dolo? ¿Acaso mi madre me lee un cuento para sosegarme o lo hace porque considera que es su deber? ¿Lo hace, tal vez, porque cree que disfrutaré de este cuento concreto que me gusta que me lean en voz alta o ambas cosas a la vez? Ob­ viamente el niño se sentirá mucho mejor si percibe que lo que su madre desea es proporcionarle satisfacción. Cuando un progenitor lee en voz alta para su hijo, la ex­ periencia de ambos es radicalmente distinta, aunque los dos participan en una misma actividad. No obstante, cuando tam­ bién los padres se involucran en el cuento ambas partes pue­ den compartir la experiencia. Quizá el cuento conmueva a los padres, trayéndoles recuerdos infantiles importantes. Me han dicho que algunas personas que leyeron mi libro sobre los cuentos de hadas, The Uses o f Enehantment, comprendieron de pronto por qué un cuento concreto había tenido una im­ portancia especial para ellas durante su infancia. En aquel en­ tonces, el cuento las cautivó de algún modo, despertó su an­ siedad, su placer o ambas cosas al mismo tiempo; pero hasta ahora no habían comprendido por qué, con qué experiencias o problemas personales estaba relacionado el cuento, y cómo ello le había dado una significación tan singular. 378 La exploración de la infancia por parte del adulto En la infancia estas personas querían que uno de sus pa­ dres les leyera el cuento una y otra vez porque abrigaban la esperanza subconsciente de que ello iba a transmitirle un mensaje importante a quien estaba leyendo, algo que enton­ ces no sabían pero que ahora pueden comprender. Para cier­ ta mujer el cuento importante era The Swiss Family Rohinson ya que, tejiendo fantasías en tomo a este relato, se había consolado de su desdichada situación familiar. El mismo li­ bro también significó mucho para otra niña que sufría a cau­ sa de las ausencias repetidas y prolongadas de sus padres, durante las cuales quedaba al cuidado de unos parientes que la atendían bien pero a los que odiaba porque ocupaban el lu­ gar de sus padres. Sólo al llegar a la edad adulta se dio cuen­ ta de que, si tanto insistía a sus padres y parientes para que le leyeran The Swiss Pamily Robinson, era porque esperaba que ellos captaran el mensaje de que los niños necesitan la presencia de sus padres. En su subconsciente albergaba la ilusión de que por medio del cuento sus padres entenderían su anhelo, dejarían de viajar tanto o la llevarían consigo. Tan pronto como esta mujer se percató de que el deseo in­ fantil de escuchar cierto cuento una y otra vez se origina qui­ zá en la esperanza de que los padres atiendan al mensaje que el niño percibe en la historia, ella misma empezó a disfrutar mucho más satisfacción de las sesiones de lectura con su pro­ pio hijo. Y, al mismo tiempo, el tipo de interés que prestaba a los cuentos que su hijo solicitaba también se transformó, pues recordaba con precisión lo muy decepcionada que ha­ bía llegado a sentirse de que ni sus padres ni sus parientes se hubieran enterado del mensaje que ella trataba de transmitirles por medio de The Swiss Family Robinson. Leerle cuentos a su hijo cobró entonces un nuevo sentido para ella. Antes se los leía porque recordaba lo importante que esta actividad había sido para ella y quería proporcionarle el mismo placer a su hijo. Ahora, en cambio, consideraba que cuando su hijo le sugería la lectura de un cuento concreto, le 379 La exploración de la infancia por parte del adulto 380 Durante el proceso de desarrollo de la personalidad adul­ ta, muchas experiencia infantiles quedan, por necesidad, pro­ fundamente enterradas en el inconsciente. Pero esta separa­ ción o distanciamiento de la infancia deja de ser necesaria cuando la personalidad adulta se ha terminado de consolidar. Sin embargo, para entonces, es muy frecuente que el distan­ ciamiento se haya convertido en parte de la personalidad mis­ ma. Es necesario separarse provisionalmente de la infancia, pero una separación permanente nos priva de experiencias interiores que si lográramos recobrar contribuirían a conser­ vamos jóvenes de espíritu y a unimos más a nuestros hijos. ............ estaba también tratando de transmitir un mensaje acerca de algo sumamente importante para él. Y se alegraba de que su hijo confiara en ella, cosa que se manifestaba en la voluntad del niño de comunicarle algo de importancia personal, aun­ que lo hiciera de una manera indirecta. Al comprender la significación que The Swiss Family Robinson había tenido para ella, esta madre adquirió una nue­ va perspectiva sobre su propia infancia. Lo que hasta enton­ ces había recordado y considerado simplemente como una evasión hacia fantasías sustitutorias se le presentaba ahora como una actividad inteligente y con un propósito específi­ co: aliviarla de una situación tan angustiosa como lo era la frecuente y larga ausencia de sus padres. Antes se recorda­ ba a sí misma incapaz de mejorar las condiciones que la afli­ gían, pero ahora veía que realmente había hecho todo lo po­ sible para persuadir a sus padres a cambiar de proceder. A partir de entonces, siempre que leía cuentos a su hijo recor­ daba que ésta era la experiencia que le había permitido ad­ quirir una imagen más positiva de sí misma como niña y como persona. Lo dicho hasta aquí con respecto de la lectura de cuentos infantiles vale también, con las variaciones pertinentes, para muchos otros aspectos de la crianza de los hijos. Compren­ der las propias experiencias infantiles cuando ya se es adul­ to puede proporcionar nuevas e importantes percepciones. Cuando esto ocurre, padres e hijos participan de una expe­ riencia significativa en la actividad que emprenden juntos; aunque se encuentran en niveles diferentes, las diferencias son menos importantes que el hecho de que se sienten mu­ tuamente agradecidos por el conocimiento adquirido y por disponer del marco de referencia necesario para semejante crecimiento. El elemento de igualdad que hay en esta expe­ riencia compartida es especialmente importante para los hi­ jos, quienes se han convertido también, como sus padres, al mismo tiempo en proveedores y en beneficiarios. ..................................................................— Niño interno!niño externo 381 L a i m p o r t a n c i a h i s t ó r i c a d e la i n f a n c i a h u m a n a El verdadero valor del psicoanálisis es el de mejorar la relación entre padres e hijos. S ig m u n d F r eu d 29. LA IMPORTANCIA HISTÓRICA DE LA INFANCIA HUMANA Erik H. Erikson Continuando con el tema de cómo mejorar las relaciones entre padres e hijos, el psicoanalista freudiano Erik H. Erik­ son nos introduce en el contexto del cual surgió la restitución psicológica del niño, es decir, la obra de Sigmund Freud. Hom­ bre de intelecto y valor indómitos, Freud resucitó de hecho a la infancia de su estado sumergido. “Inventó", dice Erikson, “un método específico para detectar aquello que de manera universal arruina el genio infantil de todo ser humano." Este capítulo, que rinde tributo a la contribución pione­ ra de Freud y a su percepción del potencial creativo del niño -interior y exterior-, procede de su colección de ensayos Insight and Responsibility, y es parte de una conferencia que el autor pronunció en la Universidad de Frankfurt el 6 de mayo de 1956, con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Freud. 382 Este cambio en el autoconocimiento [provocado por los descubrimientos de Freud] no puede confinarse a la relación profesional existente entre el observador y lo observado o la del médico con su paciente. Implica una orientación ética fundamentalmente nueva de la relación del adulto con la in­ fancia, con su propia infancia, que ya ha dejado atrás y que, al mismo tiempo, pervive en su interior; con su propio hijo; y con los hijos de todos los seres humanos que tiene a su al­ rededor. Los campos de conocimiento que tratan de la dimensión histórica del ser humano evalúan la infancia de maneras muy distintas. Las mentes académicas, cuyas perspectivas de lar­ go alcance pueden desestimar las urgencias cotidianas de las artes curativas y educativas, siguen escribiendo alegremente voluminosas historias del mundo, sin que haya en ellas ras­ tro alguno de mujeres o de niños, y extensos informes an­ tropológicos sin ninguna referencia a los variados estilos de la infancia. De este modo, su análisis causal de la realidad po­ lítica y económica, parece dejar de lado como meros acci­ dentes históricos debidos a la “naturaleza humana” aquellos temores y furores de los líderes y de las masas que son cla­ ros residuos de emociones infantiles. Sin duda los eruditos se habrán sentido justificadamente molestos frente a la inicial intrusión entusiasta de los doctores de la mente en sus feu­ dos disciplinarios, pero su negativa a tener en cuenta la im­ portancia histórica de la infancia humana sólo puede de­ berse a la aversión y la represión emocional profunda y universal señalada por el mismo Freud. Por otro lado, hay que admitir que en la literatura clínica (y en aquella otra que 383 Niño interno/niño externo se ocupa de intereses afines) la aversión ha dado paso a un interés, dictado por la moda, por los aspectos más sórdidos de la infancia, como si ellos constituyeran los determinantes decisivos del destino humano. Pero ninguna de estas tendencias puede impedir el surgi­ miento de una nueva verdad, a saber, que la vida colectiva de la humanidad, en toda su legalidad histórica, se nutre de las energías y las imágenes de las generaciones sucesivas; y que cada nueva generación aporta al destino humano un conflic­ to ineludible entre sus fines éticos y racionales y sus fija­ ciones infantiles. Este conflicto contribuye a impulsar al hom­ bre hacia sus más asombrosas realizaciones, y puede también terminar despeñándolo. Es una condición de la humanidad del hombre y la causa fundamental de su incesante crueldad, pues siempre que el hombre abandona su postura ética, lo hace al precio de regresiones masivas que ponen en peligro su propia supervivencia. Freud reveló esta tendencia regresiva al analizar sus ma­ nifestaciones patológicas en los individuos, pero señaló tam­ bién aquello que, en tan gran medida y con tanta regularidad, se pierde con los ambivalentes logros de la civilización: ha­ bló de la “inteligencia radiante del niño” -el entusiasmo in­ genuo, la osadía natural y la fe incondicional de la infancia, que quedan sojuzgados por las ambiciones excesivas, la en­ señanza atemorizante y la información limitante y limitada. Cada tanto nos sentimos inclinados a decir que un genio determinado conserva la mirada diáfana del niño. Pero ¿aca­ so no justificamos con excesiva facilidad las enormes regre­ siones de los seres humanos cuando recalcamos la aparición ocasional de líderes geniales? Y sin embargo sabemos (y morbosamente nos afanamos por saber) que muchos genios torturados se han visto impulsados a destruir con una mano lo que creaban con la otra. El caso de Freud es el de un genio que dirigió un nuevo instrumento de observación hacia su propia infancia, hacia la 384 La importancia histórica de la infancia humana infancia en general e inventó un método específico con el que detectar aquello que malogra umversalmente el talento infantil de todo ser humano. De este modo, mientras que, por un lado, nos enseñaba a reconocer la maldad demoníaca la­ tente en los niños, nos instaba, por otro, a no sofocar lo que en ellos hay de bueno y creativo. Desde entonces, perspica­ ces observadores de todo el mundo se han dedicado a estu­ diar la naturaleza del desarrollo humano: nunca antes la hu­ manidad supo tanto acerca de su propio pasado, filogenético y ontogenético. Por ello, se puede ver en Freud a un pione­ ro de una tendencia del conocimiento humano a la autocuración y el equilibrio. Porque ahora que la inventiva técnica se prepara para conquistar la luna, es muy posible que las ge­ neraciones futuras necesiten entender con mayor claridad sus pulsiones y cobrar mayor conciencia de las leyes que rigen el proceso de individuación; es muy posible que necesiten apreciar y que necesiten descubrir y conservar una actitud infantil más genuina a fin de evitar un completo infantilismo de proporciones verdaderamente cósmicas. 385 El padre interior herido 30. EL PADRE INTERIOR HERIDO Samuel Osherson Este pasaje conmovedor proviene del libro del psicoterapeuta Samuel Osherson, Finding Our Fathers, que trata de las relaciones problemáticas inconclusas entre los hombres y sus padres. Si bien Osherson se centra de modo específico en los conflictos internos de los varones, los sentimientos a los que hace referencia, sentimientos de abandono, anhelo y depen­ dencia que tanto hombres como mujeres se resisten a acep­ tar como propios, atañen a ambos géneros. Según Osherson: “Dado que no hemos podido cuidar a nuestra parte más vul­ nerable y dependiente, llevamos dentro un residuo infantil triste y furioso que frecuentemente determina nuestras rela­ ciones personales adultas". Sin embargo, este ensayo trata específicamente de los hombres y de su vulnerabilidad: “Mi trabajo con los hom­ bres me ha convencido de que, en las relaciones personales, se manifiesta una vulnerabilidad masculina que puede re­ trotraerse a nuestras primeras experiencias infantiles de se­ 386 paración y pérdida". La labor que tienen que emprender los hombres, sin duda paralela a la de las mujeres, consiste en liberarse de las erróneas, distorsionadas y dolorosas identi­ ficaciones con sus padres. La idea es que debemos sanar al padre interior herido si deseamos convertirnos en mejores pa­ dres de nuestros niños interiores y exteriores. Osherson su­ giere que ello no sólo es posible, sino que es necesario si queremos asumir el control de nuestras vidas. Este tono op­ timista y liberador, tanto para los hombres como para las mujeres, nos parece el más apropiado para poner punto f i ­ nal a nuestro libro. La situación actual de muchas familias está reavivando el interés por ciertas cuestiones relativas a la separación y la pérdida que los hombres no han tenido ocasión de resolver durante su etapa de crecimiento. Estos asuntos giran en tor­ no a nuestra propia vulnerabilidad y dependencia en tanto que hombres; las incertidumbres acerca de nuestra identidad y acerca de lo que significa ser un hombre; y las necesida­ des de apoyo y confirmación que muchos de nuestros padres ocultaron bajo la superficie del orden familiar tradicional y que transmitieron -sin afrontarlas- a sus propios hijos. De este modo, las primeras experiencias de los hombres en su re­ lación con el padre y con la madre, y las lecciones de ellas derivadas acerca de lo que implica ser un hombre, conforman muchos de los problemas que afectan a la vida familiar con­ temporánea. Frecuentemente, las reacciones de los hombres frente a la dedicación al trabajo o a los hijos por parte de sus mujeres reflejan los sentimientos infantiles de abandono y de la ne­ cesidad del cuidado y atención de los padres. Cuando nues­ tra mujer sale a trabajar, es posible que, sin darnos cuenta, sintamos parte de la vulnerabilidad y del enojo que experi­ mentamos de niños al desear aferramos a la Madre y al in­ 387 Niño interno!niño externo tentar desprendernos de ella. El hecho de que muchos de nuestros padres salieran a trabajar cada día, dejándonos so­ los con nuestras madres, acrecentó la importancia de éstas y debilitó el papel de aquéllos en cuanto figuras de transición necesarias para completar el proceso normal de separaciónindividuación respecto de la madre. Además, por haber ob­ servado sólo muy raramente a su padre adoptar una posición secundaria frente a su madre, es muy posible que el hombre no sepa apoyar decididamente a la mujer que trabaja. Un día, en un lujoso despacho de Manhattan, un abogado de éxito me habló de su matrimonio. De pronto, su tono con­ fiado y animado se tornó quejumbroso: “No quiero parecer paternalista pero aunque yo siempre creí que, quienquiera que fuese, mi mujer iba a tener su propia profesión, nunca su­ puse que pudiera resultar asC\ Y este así apuntaba a una mezcla de sentimientos de pérdida, de abandono y de nece­ sidades no satisfechas que el hombre padecía por las noches y durante los fines de semana, cuando su mujer consagraba su tiempo y su energía, no a él, sino a su profesión. Este abogado no era el único en lamentarse de sus senti­ mientos de abandono. Un aventajado profesor universitario me habló también del lado oscuro de los matrimonios en los que los dos cónyuges tienen una profesión. Era un hombre respetuoso y amable, obviamente orgulloso de los logros de su mujer que, ahora que sus hijos eran mayores, había con­ seguido un puesto estable en un centro de asesoramiento. No obstante, en un momento determinado de la conversación, dejó de hablar, reflexionó, y dijo: “La confianza en uno mis­ mo es una ilusión, sabe, y yo necesito que mi mujer alimen­ te mi creencia en el hecho de que puedo tener éxito, de que puedo cumplir con mi trabajo y publicar los artículos nece­ sarios para obtener la titularidad en la universidad. Desde que mi mujer trabaja dispone de mucho menos tiempo para dedicarse a mí y mantener la confianza en mí mismo supo­ ne un esfuerzo constante”. 388 El padre interior herido De la misma manera, la llegada de un hijo puede reavi­ var, por un lado, nuestra necesidad de ser atendidos con ese mismo sentimiento de dicha que ellos producen y, por otro, el apremiante deseo de probar que hemos dejado atrás tales ilusiones y que somos independientes. Es muy posible tam­ bién que convertirse en padre desate una lucha interior en el hombre que, habiendo carecido de modelos de comporta­ miento en el pasado, no sabe bien cómo ser un padre que está presente para sus hijos. Cierto ejecutivo me contó con orgullo lo mucho que ha­ bía participado en el nacimiento de su hija; pero me confesó también tímidamente que, ahora que eran padres, se sentía traicionado por la continua dedicación de su mujer a su exi­ gente profesión como abogado. Durante diez años habían compartido buena parte de su tiempo libre. Ahora, viendo como su mujer trataba de compaginar la abogacía y la ma­ ternidad, este hombre tenía la impresión de que “tiene tiem­ po para todo, excepto para mí”. Extendiendo las manos fren­ te a sí en un gesto de avergonzada dependencia, exclamó: “Al nuevo bebé le va de maravilla, pero ¿y el otro bebé?, ;y yo?” Existen muchas circunstancias en la vida de un adulto que reavivan sentimientos infantiles —dependencia, inseguridad, impotencia- Al crecer, a muchos hombres se les hace difí­ cil reconciliarse con su propia dependencia y vulnerabilidad porque, muy a menudo, nuestros padres nos enseñaron que semejantes sentimientos son inaceptables, que para tener éxi­ to en tanto que hombres y para obtener la aprobación pater­ na lo único que cuenta son los logros personales. De este modo, nuestra vulnerabilidad y nuestra dependencia pasaron a un segundo plano, ocultas tras una máscara de afectación de madurez o al concentrarnos en aquello que podemos ha­ cer bien, trabajar. No obstante, a pesar de nuestra propia confianza en el ám­ bito del trabajo, también ahí abundan las incertidumbres, gran 389 Niño internolniño externo parte de las cuales tienen que ver con la intensidad de nues­ tra dedicación al éxito profesional; la competitividad laboral puede desasosegarnos y poner en entredicho nuestra identi­ dad. Un consternado funcionario de Washington, director ad­ junto de una importante agencia gubernamental, al término de una entrevista repleta de heroicas anécdotas triunfantes, me comentó con cierto desaliento: “Hay algo que decididamen­ te me preocupa... Cada día me siento más y más como si fuera una afinada herramienta de mi jefe”. Y luego añadió el comentario clave: “Es como un padre para mí”. Hoy en día muchos hombres se preguntan hasta qué punto deben com­ portarse de acuerdo al modelo de sus jefes o mentores. Es indudable que la capacidad de ser autónomo e inde­ pendiente y la sensación clara de la propia identidad son esen­ ciales para tener una vida adulta saludable. Pero el énfasis que ponemos en estos rasgos al valorar a nuestros niños, oscure­ ce el conflicto que padecen cuando tratan de separarse del pa­ dre y de la madre. No habiendo sido capaces de atender a las partes más necesitadas y vulnerables de nosotros mismos, las llevamos todavía en nuestro interior, presas en un residuo in­ fantil triste y enojado que a menudo determina nuestras re­ laciones adultas con nuestra mujer, con nuestros hijos, con nuestros jefes y con nuestros propios padres. La distribución tradicional del trabajo solía proteger a los hombres del enfrentamiento con su tarea inconclusa de esta­ blecer relaciones saludables con el padre y con la madre. Pero aquellos de nosotros que hemos crecido durante las dé­ cadas en las que el movimiento feminista cobró mayor fuer­ za estamos inmersos en cambios sociales de proporciones épicas: el acceso de las mujeres a la igualdad laboral y a puestos de trabajo más influyentes, y el ingreso de los hom­ bres en la vida familiar. Al margen de si verdaderamente los hombres participan más de la vida familiar (y hay indicios de que en efecto es así), no se sienten ya protegidos de aquellos aspectos de su existencia que tuvieron que reprimir o me­ 390 El padre interior herido nospreciar para poder crecer . 1 Hoy en día, cuando una mujer trabaja fuera del hogar, cuando nace un bebé, o cuando la fa­ milia se reorganiza al marchar los hijos de casa, al hombre le resulta más difícil apoyarse en las expectativas y en los ro­ les sexuales tradicionales. Frecuentemente, vuelve a padecer los sentimientos de inseguridad e impotencia que no llegó a afrontar de niño y se ve sorprendido, sintiendo a menudo un dolor que no alcanza a comprender. La desconfianza mutua entre los sexos exacerba aún más la naturaleza de esta situación. En este período de transfor­ mación de los roles sociales, no es raro que hombres y mu­ jeres se miren con suspicacia. Muchas mujeres se impacien­ tan ante la resistencia de los hombres a cambiar, sintiendo que tratan únicamente de aferrarse a su poder en las relaciones personales o que sufren de una irremediable deficiencia en su aptitud para la intimidad. Por otro lado, los hombres suelen ponerse a la defensiva en su trato con las mujeres, sintiéndose acusados y criticados por el movimiento de liberación feme­ nina. Algunos hombres tratan entonces de ocultar su impo­ tencia o incompetencia tras una coraza emocional. Es así que, en muchos matrimonios contemporáneos, sumidos en un pro­ ceso de reordenación de las relaciones internas y de las prio­ ridades laborales y familiares, ninguno de los cónyuges se muestra paciente o simpatiza con los miedos y ansiedades infantiles del marido. Se diría que ambos sexos comparten hoy un mismo este­ reotipo, según el cual los hombres son distantes y permane­ cen incomunicados mientras que la especialidad de las mu­ jeres son las relaciones personales. Mucha gente piensa que las mujeres están más interesadas en el amor que los hom­ bres. Pero las división de los sexos que caracteriza a los hom­ bres como racionales y a las mujeres como sentimentales es simplemente falsa, un mito nocivo y peligroso. A pesar de las muchas aportaciones del feminismo a nuestra sociedad, éste ha traído también consigo una sutil idealización de la mujer, 391 Niño interno/niño externo y cierta incomprensión o descrédito, menos sutiles, del hom­ bre. Mi trabajo con los hombres me ha llevado al convenci­ miento de que, en las relaciones personales, se manifiesta una vulnerabilidad masculina que puede retrotraerse a nues­ tras primeras experiencias infantiles de separación y pérdida. La solución al problema inconcluso de nuestra masculinidad consiste en la liberación de nuestras equívocas y dolorosas identificaciones con nuestros padres. A fin de comprender los conflictos que el hombre adulto contemporáneo padece en el ámbito del trabajo y de la inti­ midad, debemos comprender también el modo en que el niño se percibe a sí mismo, a las mujeres y a los hombres, así como sus relaciones en curso, en tanto que hombre adulto, con la madre y con el padre de su infancia. Es posible sanar al padre interior herido. Los hombres no son víctimas pasivas; buena parte de nuestro deseo de parti­ cipar más directamente en la vida de nuestros hijos, o de asu­ mir, en el trabajo, el papel de mentores y buena parte del an­ helo de intimidad manifiesto en muchos hombres, constituye, de hecho, un intento de sanar la herida que llevamos dentro para poder así convertimos en hombres más confiados y aten­ tos. Cuanto más sabemos del ciclo vital de los adultos, me­ jor podemos darnos cuenta de que, a lo largo de la madurez, la gente vuelve a padecer y a afrontar repetidamente asuntos relacionados con el proceso de separación e individuación respecto de sus padres. El doctor George Vaillant, director del Grant Study, un estudio longitudinal sobre hombres que es­ tudiaron en Harvard, concluye: “La lección se repitió una y otra vez a lo largo del estudio: la infancia no termina a los veintiún años. Incluso estos hombres, seleccionados en la universidad por su salud mental, siguen separándose de sus padres a lo largo de otras dos décadas ” .2 He hablado con suficientes hombres para saber que el tra­ bajo y la familia pueden constituir experiencias saludables para ellos. En particular, de nuestra experiencia como padres 392 El padre interior herido y maridos atentos puede ayudamos a sanar nuestra relación con nuestros propios padres y madres, liberándonos así de fantasías opresoras acerca de lo que nos ocurrió durante el tiempo en que se formaba nuestra masculinidad. Pero hay también muchos hombres que transfieren sus conflictos irre­ sueltos con su padre y con su madre a las relaciones que es­ tablecen con su jefe y con su esposa. Sanar al padre interior herido constituye un proceso psi­ cológico y social que requiere tiempo y que supone la ex­ ploración de la propia historia personal, la búsqueda de una nueva sensación de identidad y la comprensión de las com­ plejas contracorrientes que afectaban a nuestra familia e in­ fluyeron sobre nuestro crecimiento. Obviamente, también im­ plica la aceptación de los sentimientos de dependencia y de enojo generados en el ámbito laboral y familiar; y tampoco conviene tratar de desechar con demasiada celeridad los in­ cómodos sentimientos infantiles de impotencia en aras de una supuesta pose de identidad y suficiencia masculinas. El padre interior herido Hace varios años, durante un día de verano en nuestra casa de New Hampshire, percibí a este niño pequeño que hay en mi interior. Ocurrió en un tiempo durante el cual me sen­ tía bloqueado y frustrado con mi trabajo. A pesar de que el clima era espléndido, yo trabajaba intensamente en un libro cuya tesis se me escapaba y empecé a sentirme absolutamente descorazonado. Me veía caminando por entre pantanos de palabras, hundido en ellas hasta las rodillas y aburrido de lo que estaba tratando de decir, mientras iba creciendo en mi in­ terior la frustración y el enfado. Mi mujer era testigo del cotidiano melodrama de mi frus­ tración. Una mañana, con la intención de animarme, sugirió que diéramos un paseo por uno de nuestros senderos favoritos. 393 El padre interior herido 394 ------- --- - - — “No, no puedo. Quiero terminar este capítulo, Julie. No pue­ do tomarme tiempo libre”, le contesté apretando las mandíbulas. “¿Y cómo te está yendo?” “Fatal. Odio escribir. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué tiene que ser tan difícil?” Vi pasar por el rostro de Julie una expresión de lástima, irritación y aburrimiento, el tipo de expresión característico de aquellos que observan cómo algún ser querido vuelve a lastimarse. No era la primera vez, pero en esta ocasión se desquitó: “Has dicho lo mismo un millón de veces, Sam. ¿Cuándo vas a escucharte a ti mismo? ¿Por qué no te tomas un tiem­ po de descanso y reflexionas un poco? No estás seguro de lo que quieres decir en este libro ni de si tu enfoque es el apro­ piado. Eres como un niño que camina por la calle tirando de un carro rojo lleno de rocas, llorando y pidiendo ayuda.” De la misma manera que los niños recurren a la madre, los hombres recurren a sus mujeres en busca de consuelo y aten­ ción y para no tener que tomarse su propio dolor en serio. Cuando yo era niño, le confesaba mis penas o dolores a mi madre (sintiéndome avergonzado e inconveniente), pero nun­ ca pude lamentarme realmente ante mi padre. Apreciaba el interés de Julie y, en última instancia, seguí su consejo y dejé temporalmente de trabajar en aquel libro. Sin embargo, al mismo tiempo que había identificado mis expectativas y había reconocido mi juego, Julie lo cancela­ ba. Me sentía humillado y enojado. Una furiosa voz interior le respondía a gritos: “ ¡Estás en deuda conmigo!”. De este modo se evidenció el pacto tradicional que los hombres hacen con sus mujeres: yo trabajo duro y sufro y tú permaneces conmigo y me aportas consuelo y seguridad. La incapacidad de muchos hombres para disociarse de su madre parece a menudo una especie de premio de consolación por la ausencia de una sensación de aprobación paterna. .. Niño interno!niño externo Ahí estaba yo, rodeado del herm oso paisaje de New Hampshire, sufriendo, y se suponía que ella debía consolar­ me, ¡no desafiarme a que creciera! Ella no estaba interpre­ tando el papel que tenía asignado en mi obra pasional. Si hubiera podido expresar mi enfado, tal vez hubiera di­ cho: “Tú eres una mujer y no puedes entender, no puedes ni siquiera imaginar lo que se siente siendo un hombre”. De pronto, me asaltó una imagen de mi padre, taciturno, viendo la televisión después de un extenuante día de traba­ jo. Mi madre parecía más animada y más energética pero mi padre estaba absolutamente decaído de un modo imposible de describir. Después de todo, tenía mucho éxito en su trabajo, pero la impresión de acorralamiento que sentía no era tema apropiado para una conversación familiar, o eso, al menos, era lo que me parecía entonces. Para mi asombro, sentado en aquella casa de verano hace varios años, me di cuenta de que, con todo lo que me irrita­ ba el rostro impotente y triste de mi padre en el hogar de mi infancia, aquella faceta suya pervivía en mí. Y mi mujer ha­ bía apuntado a una parte de mí mismo, airada y acorralada, que yo temía afrontar. En cierto lugar recóndito donde nos percibimos con cla­ ridad, vine a toparme con una verdad aterradora: me sentía impotente para tomar las riendas de mi propia vida. Estaba transformando a Julie en mi madre mientras yo me conver­ tía en mi padre, o al menos en la imagen que yo tenía de mi padre. Entonces me vino a la mente la lección de John Updike, expuesta y explorada en la jornada de Rabbi Angstrom a través de la madurez: el destino de los hombres america­ nos consiste en seguir siendo niños, sin llegar jamás a libe­ rarse de su padre o de su madre. Para que los hombres se sientan plenos, para poder re­ conciliarnos con nuestra propia identidad y relacionarnos ho­ nestamente con nuestras esposas, con nuestros hijos y con las exigencias de nuestra profesión, debemos sanar a nuestro pa395 Niño interno!niño externo dre interior herido, una versión triste y enojada de nosotros mismos que no se siente amada ni amable. Y todo ello implica una reconciliación con aquella persona desvirtuada a la que nunca llegamos a conocer lo suficiente: nuestro padre. EPÍLOGO: “QUE PUEDAS MANTENERTE SIEMPRE JOVEN” El niño [interiorj es por lo tanto... al mismo tiempo princi­ pio y fin, una criatura inicial y una criatura terminal. La criatura inicial existía antes de que el hombre fuera y la ter­ minal existirá cuando el hombre ya no sea. Desde un punto de vista psicológico, esto quiere decir que el “niño” simbo­ liza la esencia preconsciente y postconsciente del hombre. Su esencia preconsciente es el estado inconsciente de su pri­ mera infancia y su esencia postconsciente es una anticipa­ ción, por analogía, de la vida después de la muerte. En esta idea encuentra su expresión la naturaleza global de la ple­ nitud psíquica. C.G. J u n g El niño sobrevive en nuestro interior y permanece con no­ sotros durante toda la vida: siempre niño, completamente vivo, una posibilidad íntima que aguarda nuestro reconoci­ miento total y consciente. Sin embargo resulta inapropiado y psicológicamente debilitante convertir al niño interior en una 397 Epílogo: “Que puedas mantenerte siempre joven” fijación o identificarse excesivamente con el arquetipo, de la misma manera que cualquier identificación inconsciente con una idea puede ser peligrosa. Pero abrazar al niño y acogerlo de manera consciente como una expresión saludable de nuestra plenitud psíquica, equivale a recibir sus dones. El proceso debe iniciarse en alguna parte, probablemente la más obvia. Un simple acto de reconocimiento, una mira­ da lúdica o una sonrisa, ¡y de ahí puede arrancar todo! En el fondo todos somos simplemente niños. O como dijo Lewis Carroll en A través del espejo: “No somos sino niños grandes, querida, a quienes fastidia pensar que la hora de dormir pueda estar cerca”. Alice Miller, en Pictures o f Childhood, rememora el mo­ mento de su decisión del siguiente modo: Epílogo: ‘‘Que puedas mantenerte siempre joven” ble al que debes aceptar, por más que pueda llegar a com­ portarse. Es alegre, triste, hermoso y enriquecedor. Mas re­ cuerda que está siempre contigo (nunca contra ti). La experiencia del niño interior nos hace ingresar en el mundo. Estamos aquí para vivir el destino del niño. “El gran navio”, dijo Whitman, “el navio del Mundo. Ma­ rineros, marineros, reunid vuestras destrezas.” Es probable que también yo continuara sujeta a este impul­ so de proteger a los padres... si no hubiera entrado en con­ tacto con Mi Niña Interior, la cual se apareció tarde en mi vida, deseando revelarme su secreto... me hallaba frente a una puerta abierta... presa de un miedo adulto a la oscuri­ dad... Pero no podía cerrar la puerta y dejar a la niña sola hasta mi muerte... Tomé una decisión que iba a cambiar profundamente mi vida... confiar en este ser casi autista que había sobrevivido al aislamiento durante décadas. Yo mismo aprendí la lección de acoger al niño interior en uno de los períodos de mi vida en que más vulnerable me encontraba. Tenía veintiún años y mi padre había muerto re­ pentinamente. La revelación fue instantánea y me llegó gra­ cias a las palabras de dos afectuosos amigos que me envia­ ron un telegrama: La vida es un espíritu infantil que llevas dentro y que no responde a la pregunta ¿por qué?, sino que es un ser ama­ 398 399 Notas NOTAS ABREVIATURAS CW: Collected Works de C.G. Jung (Bollingen Series XX), tra­ ducido por R.F.C. Hull y compilado por H. Read, M. Fordham, G. Adler, y William McGuire. (Princeton, N.J.: Princeton University Press y London: Rouüedge and Kegan Paul, 1953), citado por nú­ mero de volumen y párrafo o página. MDR: Memorias, Dreams, and Reflections. (New York: Random House, Pantheon Books, 1961.) [Hay traducción castellana, con el título Recuerdos, sueños y pensamientos, publicada por Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 4- edición, 1986.] PC: “The Psychology of the Child Archetype”, en CW, vol. 9, sección I, The Archetypes and ¡he Collective Uncoñscious. Introducción/Abrams Todas las citas de los colaboradores proceden de sus respecti­ vos ensayos, excepto cuando se indique lo contrario. Los subtítu­ los citados son: “¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?”, de T.S. Eliot; “Hacerse joven lleva mucho tiempo”, de Picasso; y “¡Canta, musa, al niño!”, de Homero. 400 Epígrafe: C.G. Jung, CW, vol. 17, p. 286. 1. C.G. Jung, CW, vol. 16, The Practice of Psychotherapy (Prin­ ceton, N.J.: Bollingen, 1954), p. 32. 2. Culver Barker, “Healing the Child Within”, en The Wake of Jung (London: Coventure, 1983), p. 48-49. 3. Ronald W. Clark, Einstein: The Life and Times (New York: Abrams, 1984), p. 13. 4. Paul A. Schlipp, ed., Albert Einstein: Philosopher-Scientist (New York: Tudor, 1951), p. 17 (citado por Goertzel, Cradles of Eminence; véase la bibliografía). 5. Citado por Marshall McLuhan y Quentin Fiore, The Médium ls the Message (New York: Bantam Books, 1967), p. 93. 6 . Johann Wolfgang von Goethe, “The Holy Longing” [“Selige Sehnsucht”], 1814, trad. Robert Bly, según aparece en News of the Universe (San Francisco: Sierra Club Books, 1980), p. 70. 7. C.G. Jung, 1932, de la introducción al libro de M. Esther Harding, The Way of All Wornen (New York: C.G. Jung Founda­ tion, 1970), p. XVII. 8 . William Butler Yeats, “The Second Corning”, Selected Poems and Two Plays of William Butler Yeats, ed. M.L. Rosenthal (New York: Collier, 1962), p. 91. 9. “To Find Our Life”, en versión de Ramón Medina Silva, se­ gún aparece en Technicians of the Sacred, ed. Jerome Rothenberg (Berkeley: University of California Press, 1968, 1985), p. 232. Capítulo 1/Sullwold 1. George Bernard Shaw, “Essay on Parents and Children”, en Prefaces (London: Constable & Co., 1934), p. 47. 2. William Wordsworth, “Ode: Intimations of Immortality... ” en Laurel Poetry Series (New York: Dell, 1968), p. 115. 3. PC, p. 170. Capítulo 2/Jung 1. No creo superfluo señalar que el prejuicio común se inclina siempre a identificar el motivo del niño con la experiencia con­ 401 Notas creta “niño”, como si el niño real fuera la causa y condición pre­ via a la existencia del motivo del niño. Sin embargo, en la reali­ dad psicológica la idea empírica “niño” es sólo un medio [y no el único] para expresar un hecho psíquico que no puede formularse con mayor exactitud. Por la misma razón, cabe afirmar de modo categórico que la idea mitológica del niño no es un calco del niño empírico, sino un símbolo claramente reconocible como tal; un niño prodigio, un niño divino, concebido, nacido y criado en cir­ cunstancias muy extraordinarias, y no -esto es lo importante- un niño humano. Sus actos son tan milagrosos o monstruosos como su naturaleza y constitución física. Es sólo a causa de estas pro­ piedades radicalmente no empíricas que se hace necesario hablar de un “motivo del niño”. Por otra parte, el “niño” mitológico se presenta bajo varias formas: como un dios, un gigante, un animal, Pulgarcito, etcétera, lo cual apunta a un tipo de causalidad que es cualquier cosa menos racional o concretamente humana. Lo mis­ mo vale para los arquetipos del “padre” o de la “madre” que, des­ de un punto de vista mitológico, son símbolos igualmente irra­ cionales. 2. C.G. Jung, Psychological Types, en CW, vol.6 (fuente alter­ nativa: trad. H.G. Baynes [London and New York: 1923]) Def. 48; y Two Essays on Analytical Psychology, en CW, vol.7, 2- ed. (New York and London: 1966), índice, “persona”. 3. —. Psychological Types, en CW, vol. 6 , cap. V, 3: “The Significance of the Uniting Symbol”. 4. —. Psychology and Alchemy, en CW, vol. 12, 2" ed. (New York and London: 1968). 5. —. Two Essays on Analytical Psychology, en CW, vol. 7, pá­ rrafos 399 y siguientes. 6. —. Psychology and Alchemy, en CW, vol. 12, párrafos 328 y siguientes. Capítulo 3/Bachelard 1. Alain Bosquet, Premier testament (Paris: Gallimard), p. 17. 2. Charles Plisnier, Sacre, XXI. 402 Notas 3. Paul Chaulot, Jours de betón, ed. Amis de Rochefort, p. 98. 4. Comte de Villiers de LTsle-Adam, /sis (Paris, Bruxelles: Librairie Internationale, 1862), p. 85. 5. Vicente Huidobro, Altazor. 6 . Gerard de Nerval escribe: “Los recuerdos de la infancia se reavivan cuando alcanzamos la mitad de la vida” {Les filies du feu, Angelique, 69 carta, ed. du Divan, p. 80). Nuestra infancia es­ pera mucho tiempo antes de ser reintegrada en nuestra vida. Esta reintegración no es realizable más que en la segunda mitad de nuestra vida, cuando se redesciende la colina. Jung escribe (Die Psychology der Ubertragung, p. 167): “La integración del yo, to­ mada en su sentido más profundo, es un asunto propio de la se­ gunda mitad de la vida.” Mientras uno está en la plenitud parece que la adolescencia que subsiste en nosotros obstaculiza a la in­ fancia que espera ser revivida. Esta infancia es el reino del yo, del Selbst mencionado por Jung. El psicoanálisis debería ser ejercido por los viejos. 7. Jean Follain, Exisler, p. 37. 8. Baudelaire, Les paradis artficiels, p. 329. 9. Pierre Emmanuel, Tombeau d’Orphée, p. 49. 10. Robert Ganzo, L'oeuvre poétique, Grasset, p. 46. 11. Alexandre Arnoux, Petits poémes (Paris: Seghers), p. 31. 12. Jean Rousselot, II n’y a pas d'exil (Paris: Seghers), p. 41. 13. Edmond Vandercammen, Faucher plus prés du ciel, p. 42. 14. Henry David Thoreau, Walden, p. 48. 15. Lamartine, Les foyers de peuple, 1Qsérie, p. 172. Capítulo 4/Singer L William Blake, A Song of Liberty. [Versión de Pablo Mañé y Garzón.] 2. PC, en CW vol. 9, p. i. 3. Cf. también Baco, Dionisio. 4. Marie-Louise von Franz, The Problem of the Puer Aeternus. 5. Ibid. 6 . Puede leerse un extenso comentario acerca de este arquetipo 403 Notas y del precedente en el ensayo de James Hillman, “Senex and Puer: An Aspect of the Historical and Psychological Present”, en EranosJahrbuch XXXVI/1867 (Zurich: Rhein-Verlag, 1968). Capítulo 5/Metzner 1. Ramana Maharshi, Enseñanzas espirituales, prólogo de C.G. Jung (Barcelona, Kairós, 1983). 2. PC, p.164. Jung añade: “En la psicología del individuo el “niño” allana el camino para un cambio futuro de personalidad. En el proceso de individuación, anticipa la figura que sintetiza los ele­ mentos conscientes e inconscientes de la personalidad. Es, por tan­ to, un símbolo que reúne los contrarios; un intermediario, portador de salud, de plenitud.” 3. Michael Harner, The Way of the Shaman (San Francisco: Harper and Row, 1980). 4. Meister Eckhart, Meister Eckhart, trad. Raymond B. Blackney (New York: Harper and Row, 1941). 5. Fritz Meier, “The Transformation of Man in Mystical Islam”, en Man and Transformation, ed. Joseph Campbell; Eranos Yearbooks, vol. 5; Bollingen Series, n9 30 (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1964). 6 . Nuevo Testamento, San Juan 3:3 7. C.G. Jung, “Conceming Rebirth”, en The Archetypes and the Collective Unconscious, p. 121. CW, vol. 9, parte I. 8 . Evelyn Underhill, “Treatise of the Resurrection”, en Mysticism (New York: New American Library, 1955). 9. PC, pp. 151-181. 10. Chuang Tsu, Inner Chapters, trad. Gia-Fu Feng y Jane English (New York: Random House, 1974). Capítulo 6/Frantz 1. PC, párrafo 287. 2. M. Woodman, “Psyche/Soma Awareness” (Ponencia pre­ sentada en Conference of Jungian Analysts, en Nueva York, 3-6 mayo, 1984). 404 Notas 3. N. Schwartz-Salant, Narcissism and Character Transforma­ tion (Toronto: Inner City Books, 1982). 4. MDR, p. 152. 5. CW, vol. 5, Symbols of Transformation, párrafo 165. 6 . E, Tripp, The Meridian Handbook of Classical Mythology (New York and Scarborough, Ontario: New American Library, 1970). 7. CW, vol. 17, The Development of Personality, 1954, p. 173. 8 . M-L. von Franz, Creation Myths (New York: Spring Publications, 1972). 9. CW, vol.7, Two Essays on Analytical Psychology, 1966, pá­ rrafo 342. 10. J. Blofeld, Bodhisattva of Compassion: The Mystical Tradition of Kuan Yin (Boulder, Colorado: Shambhala, 1978). 11. Von Franz, Creation Myths, p. 237. 12. H. Kirsch, “Revenes on Jung”, en Professional Reports de Annual Conference of the Society of Jungian Analysts of Northern and Southern California, publicado por el C.G. Jung Institute of San Francisco, 1975. 13. Von Franz, Creation Myths, p. 122. 14. I Ching, 1950, p. 81. 15. J. Blofeld, Bodhisattva of Compassion, 1978. 16. G.A, Foy, “On Feeling: The Feeling Function Revisited” (Ponencia presentada en 13QBiennial Bruno Klopfer Workshop, Asilomar, California, 1983). 17. XIV Dalai Lama, The Opening of the Wisdom-Eye (Wheaton, Illinois: The Teosophical Publishing House, 1966), p. 142. 18. Ibid., pp. 142-143. 19. A. de Vries, Dictionnary of Symbols and Imagery (Amsterdam and London: North-Holland Publishing Co., 1974). 20. J. Dallett, “Active Imagination in Practice”, en Jungian Analysis, ed. M. Stein (La Salle, Illinois: Open Court, 1982), pp. 173-191. 21. J. Harrison, 1903, Prolegomena to the Study of Greek Re­ ligión (New York: Meridian Books, 1955), p. 574. 405 Notas 22. Ibid., p. 575. 23. CW, vol. 5, Symbols ofTransformation, 1956. 25. Ibid., p. 49. 26. Ibid., p.51. 27. Ibid.,. pp. 48-60. 28. Ibid., p. 56. 29. H. Feifel, The Meaning of Death, rev. ed. (New York and London: McGraw Hill Book Co.,1965), p. 124. 30. G. Frantz, “On the Meaning of Loneliness”, en Chaos to Eros, ed. R. Lockhart (Los Ángeles: C.G. Jung Institute, 1976). 31. Harrison, Prolegomena. 32. G. Frantz, “Images and Imagination: Wounding and Healing” (Ponencia presentada en el C.G. Jung Institute of San Fran­ cisco, 1980). 33. MDR, pp. 173-174. Capítulo 7/Hillman 1. P. Aries, Centuries of Childhood ftrad. R. Baldrick de L'Enfant et la vie familiale sous 1’anden régime, Paris: Pión, 1960] (New York: Knopf y London: Cape, 1962), Parte I. 2. M. Foucault, Madness and Civilization [trad. R. Howard de Histoire de la Folie, Paris: Pión, 1961] (New York: Pantheon, 1965). 3. S. Freud, Collected Papers, vol. II (London: Hogarth, 1924, 1925), p. 177. 4. S. Freud, New Introductory Lectures on Psycho-Analysis, trad. Sprott (London: Hogarth, 1933, 1957), p. 190. 5. Rousseau, Emile, II. 6 . Freud, “From the history of an infantile neurosis (1918)”, en Collected Papers, vol. III (London: Hogarth, 1924, 1925), pp.577578. 7. Cf. Collected Papers, vol. III, p. 470: el último párrafo de la discusión de Freud sobre el caso Schreber. 8 . Freud, New Introductory Lectures, p. 190. 9. Freud, Collected Papers, vol.II, p. 188. 406 Notas 10. CW, vol. 9, I, 2- ed. (London: Routledge, 1968), p. 161. 11. CW, vol. 9, I, párrafo 300. 12. CW, vol. 5, passim. 13. CW, vol. 6 , párrafos 422 y siguientes, 442. 14. Freud, Collected Papers, vol. III, p. 562. 15. CW, vol.9, I, párrafo 276. 16. CW, vols. 14 y 15, passim 17. CW, 33 Ic y siguiente. 18. St. Augustine, Enar. in Ps. XLIV, I. 19. St. Augustine, Confessions, I, 7, 11. 20. Freud, New Introductory Lectures, p.106. Capítulo 8/Woodman 1. King James Versión Bible: Psalms 118:22 2. C.G. Jung, “The Tavistock Lectures”, in CW, vol. 18, The Symbolic Life, párrafo 389. Capítulo 11/Covitz 1. María Montessori, The Child in the Family (New York: Hearst Corporation, Aron Books, 1970), pp.14-15. 2. Alice Miller, Prisoners of Childhood (reaparecido bajo el tí­ tulo Drama of the Gifted Child ) (New York: Basic Books, 1981), p.69. 3. CW, vol. 17, The Development of Personality, pp. 40-41. 4. Ibid., p.44. 5. Ibid. 6 . John Bowlby, Child Care and the Growth of Love (Middlesex, Enland: Penguin Books, Ltd., 1965), pp.77-78. 7. C.G. Jung, “On Psychical Energy”, en CW, vol.8 , p.52. Capítulo 12/MiIler 1. M. Mahler, On Human Symbiosis and the Vicissitudes of Individuation (New York: International University Press, 1968), p. 11. 2. Alice Miller, “Zur Behandlungstechnik bei Sogennanten Narzisstischen Neurosen”, Psyche 25:641-668. A (\n Notas Notas 3. J. Habermas, “Der universalitatsanspruch der Hermeneutik”, en Kultur un Kritik (Frankfurt: M. Suhrkamp, 1973). 4. D.W. Winnicott, “The use of an object”, International Jour­ nal of Psychoanalysis 50:700-716, 1969. Capítulo 13/von Franz 1. Ovid, Metamorphoses, vol. IV (London and Cambridge, Massachusetts: Loeb Classical Library, 1946), pp. 18-20. 2. C.G. Jung, CW, vol. 5, Symbols of Transforrnation. 3. J.G. Magee, Jr., “High Flight”, en The Family Album of Favorite Foems, ed. P.E. Ernest (New York: Grosset & Dunlap, 1959). 4. Gerhard Adler y Aniela Jaffé, eds. C.G. Jung: Letters, 2 vols. (Princeton: Princeton University Press, 1973) vol. 1, p. 82, carta del 23 de febrero de 1931. 6 . Harold Searles, “Oedipal love in Countertransference” (1959), en Collected Papers on Schizophrenia and Related Subjects (New York: International University Press, 1965), p. 284 7. Ibid. 8 . Ibid., p. 295. 9. Ibid., p. 296. Capítulo 19/Short Capítulo 15/Stone y Winkelman 1. CW, vol. 17, The Development of Personality, párrafo 153. 2. D.H. Lawrence, The Complete Short Stories (Penguin Bo­ oks, 1983), pp. 790-791. 3. T.S. Eliot, The Complete Poems and Plays (New York: Har­ court, Brace & Co., 1952), p. 260. 4. CW, vol. 17, párrafo 217a. 5. Ibid., párrafo 154. 6 . Ibid., párrafo 84. 7. Ibid. 8 . Ibid. 9. G.K. Chesterton, Orthodoxy (New York: Vintage Books, 1959), p. 80. 10. Ibid., párrafo 286. 11. Ibid. 1. Lucia Capacchione, The Power of Your Other Uaná (Van Nuys, California: Newcastlc Co. Inc., 1988). Capítulo 20/Mills y Crowley Capítulo 14/Luke 1. Antoine de Saint-Exupéry, The Little Prince, trad. Katherine Woods (New York: Harcourt, Brace and World, 1943). 2. C.G. Jung y C. Kerenyi, Essays on a Science of Mythology (New York: Harper Torchbooks, 1963), p. 96. Capítulo 18/Stein 1. C. Kerenyi y C.G. Jung, Essays on a Science of Mythology (New York: Pantheon Books Inc., 1949), p. 40. 2. Alice Miller, Prisoners of Childhood (New York: Basic Bo­ oks, Inc., 1981). 3. Alice Miller, Thou Shalt Not Be Aware (New York: Farrar, Strauss, Giroux, 1984). 4. Sigmund Freud, Standard Edition, vol. VII. 5. Robert M. Stein, Incest and Human Love: The Betrayal ofthe Soul in Psychotherapy (Dallas: Spring Publications, Inc., 1984). 408 1. V. Axline, Play Therapy (New York: Ballantine, 1969, pu­ blicado originalmente en 1947). Véanse también: A. Freud, The Psychoanalytic Treatment of Children (London: Imago, 1946); R. Gardner, Therapeutic Communication with Children: The Mutual Story-telling Technique (New York: Science House, 1971); G. Gardner y K. Olness, Hypnosis and Hypnotherapy with Children (New York: Gruñe & Stratton, 1981); V. Oaklander, Windows to Our Children (Moab, Utah: Real People Press, 1978); y S. Russo, “Adaptations in behavioral therapy with children”, Behavior Re­ search & Therapy 2:43-47. 2. MDR, pp. 173-174. 409 Notas 3. Ibid., pp. 174-175. 4. PC 5. C.G. Jung, Psyche and Symbol (New York: Doubleday, 1958), pp. 125-128. 6 . Ibid., pp. 135-136. 7. E. Rossi y M. Ryan, eds., Life Reframing in Hypnosis. 11. The Seminars, Workshops, and Lectures ofMilton H. Erikson (New York: Irvington, 1985), p. 51. 8 . Ibid., p. 65. BIBLIOGRAFÍA Parte 6: Introducción Epígrafe: “On Psychic Energy”, C.G. Jung, CW, vol. 8 , p. 52. Capítulo 27/Hillman 1. James Hillman, “Abandoning the Child”, en Loose Ends: Primary Papers in Archetypal Psychology (Dallas: Spring Publications and The University of Dallas, 1975). Capítulo 30/Osherson 1. J.M. Ross, “In Search of Fathering: A Review”, en Father and Child, eds. Cath, Gurwitz, y Ross. 2. D. Hall, “My Son, My Executioner”, en The Alligator Bride (New York: Harper & Row, 1969). Epílogo/Abrams “May You Stay Forever Young”: Bob Dylan, “Forever Young”, 1973, Ram’s Hom Music. Epígrafe: C.G. Jung, “The Psychology of the Child Archetype”, CW, vol. 9, i. párrafo 299. 410 Las obras aquí citadas incluyen las fuentes bibliográficas de esta colección junto con otros títulos pertinentes y relacionados con los mismos temas. Recomiendo estos textos al lector así como los citados en las bibliografías de los libros de donde proceden los ensayos de esta colección. Armstrong, Thomas. The Radiant Child. Wheaton, Illinois: Quest, 1985. Bachelard, Gastón. The Poetics of Reverle. Traducido por Daniel Russell. Boston: Beacon Press, 1971. —. Water and Dreams. Traducido por Edith R. Farrell. Dallas: Pegasus Foundation, 1983. Bettelheim, Bruno. A Good Enough Parent. New York: A. Knopf, 1987. Bly, Robert, comp. News ofthe Universe: Poems ofTwo-fold Consciousness. San Francisco: Sierra Club, 1980. Boer, Charles, trad. The Homeric Hymns. Dallas: Spring Publications, 1979. 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Young, James H. “The Child Archetype.” Quadrant, invierno, 1977: 63-72. 416 ACERCA DE LOS COLABORADORES GASTON BACHELARD ha sido uno de los pensadores contem­ poráneos más importantes de Francia. Filósofo y ensayista sobre te­ mas psicológicos, se ha dicho de él que fue una mente verdadera­ mente libre que vio en la imaginación la sustancia fundamental del mundo. Fue catedrático de historia y filosofía de la ciencia en la Sorbonne desde 1940 hasta su muerte, en 1962. BRUNO BETTELHEIM fue distinguido como profesor emérito de pedagogía, psicología y psiquiatría de la University of Chicago. Entre sus libros se cuentan: A Good Enough Parent, Love Is Not Enough, Children ofthe Dream, Freud and Man 's Soul, y The Uses of Enchantment. Este último ganó dos premios en 1977: el Natio­ nal Book Award y el National Book Critics Circle Award. JOHN BRADSHAW ha trabajado durante los últimos veinte años como consejero, teólogo, consultor empresarial y conferenciante. Es el presentador de la serie televisiva de la PBS Bradshaw On: The Family y autor de un libro que lleva el mismo título. Healing the shame that binds you es su libro más reciente. 417 Acerca de lo colaboradores NATHANIEL BRANDEN trabaja como psicólogo en el Biocentric Institute de Los Ángeles. Ha escrito abundantemente sobre temas de psicología. Entre sus libros se cuentan: The Psychology of Romantic Love, The Psychology of Self-Esteem y How to Raise Your Self-Esteem. JOSEPH CAMPBELL, eminente bardo y mitólogo erudito, falle­ cido en octubre de 1987, es sumamente conocido por sus obras de mitología universal comparada. Durante casi cuarenta años fue pro­ fesor del Sarah Lawrence College, en la ciudad de Nueva York, donde se creó, en su honor, la cátedra Joseph Campbell en mito­ logía comparada. Entre sus obras se cuentan: Los mitos (Ed. Kairós), The Mythic Image, The Masks of God (4 volúmenes), The Mero with a Thousand Faces, Myths to Live By, The Atlas of World Mythology, y, postumamente, las transcripciones de entrevistas que lleva por título The Power of Myth y An Open Life. JOEL COVITZ trabaja como psicólogo clínico y analista junguiano en Brookline, Massachusetts, donde vive con su mujer y sus dos hijos. Es autor de Emotional Child Abuse y Visions on the Night: A Study ofJewish Dream Interpretation. ERIK H. ERIKSON es una de las figuras más prominentes del cam­ po del psicoanálisis y el desarrollo humano. Ha ganado el Premio Prize y el National Book Award, y es autor de Gandhi’s Truth, Young Man Luther, ¡dentity: Youth and Crisis, Childhood and Society e Insight and Responsability. GILDA FRANTZ es una analista junguiana con consulta privada en Santa Mónica, California, y es fundadora y redactora de la re­ vista Psychological Perspectives, publicada por el C.G. Jung Institute de Los Ángeles. MARIE-LOUISE VON FRANZ, psicoanalista suiza, es probable­ mente la más destacada de los discípulos actuales de Jung, con 418 Acerca de lo colaboradores quien trabajó durante treinta y un años. Su obra incorpora lo esen­ cial de las ideas de Jung, sin que ello merme el carácter original y estimulante de su propio pensamiento. Muchas de sus conferencias han sido publicadas, y entre sus libros se cuentan: Sobre los sue­ ños y la muerte (Ed. Kairós), Number and Time, The Grail Lcgend (con Emma Jung), Puer Aeternus, Projection and Re-Collection in Jungian Psychology y The Feminine in Fairy Tales. JAMES HILLMAN, representante de la tercera generación de pen­ sadores junguianos, empieza a ser considerado como uno de los intelectuales más originales en el campo de la psicología america­ na, contemporánea. Formado como analista junguiano, él mismo se califica de psicólogo de los arquetipos y las imágenes, y sus escri­ tos han cautivado la imaginación de sus colegas analistas así como de novelistas, poetas, feministas e historiadores de la cultura. Pro­ nuncia muchas conferencias y es el redactor de la revista Spring. Entre sus libros se cuentan: Suicide and the Soul, The Myth of Analysis, Re-Visioning Psychology, Anima y Loose Ends. JEAN HOUSTON es directora de la Foundation for Mind Research de Nueva York. Dirige innovadores seminarios y ha trabajado en talleres dedicados al desarrollo humano en más de treinta y cinco países. Es autora de más de diez libros, entre los que se cuentan: The Search for the Beloved, The Possible Human, Life Forcé y Mind Games. C.G. JUNG, fallecido en 1961 y una de las personalidades más destacadas de nuestros tiempos, es básicamente conocido como uno de los fundadores del psicoanálisis. Sus reflexiones abarcan toda la gama de problemas y preocupaciones humanas del alma moderna. Su interés fundamental gravitó en torno al misterio de la concien­ cia y de la personalidad y su relación con el inconsciente. Entre sus libros se cuentan: Collected Works (20 volúmenes), Man in Search of a Soul, Paracélsica (Ed. Kairós) y su estimada autobiografía, Memories, Dreams, and Reflections. 419 Acerca de lo colaboradores URSULA K. LEGUIN es una conocida y apreciada narradora, autora de novelas y cuentos. Entre sus libros se cuentan Planet ofExile, The Left Hand ofDarkness, The Dispossessed, y la colección de cuentos The Wind’s Twelve Quarters. Vive con su familia en Portland, Oregon. JOHN LOUDON fue el primer redactor de la revista Parabola. Ha trabajado como director de la colección de temas religiosos de la editorial Harper and Row en Nueva York y en San Francisco. Ac­ tualmente reside en el norte de California. ALEXANDER LOWEN, director del Institute for Bioenergetic Analysis de Nueva York, es el creador de la bioenergética, una téc­ nica que incorpora el trabajo directo con el cuerpo al proceso psicoanalítico. Es autor de numerosos libros, entre los que se cuentan: Love and Orgasm; Betrayal ofthe Body; Pleasure, Depression and rhe Body y Bioenergetics. HELEN M. LUKE es asesora junguiana y directora de Apple Farm, un centro de retiro en Three Rivers, Michigan. Es autora de The Way ofWoman: Ancient and Modern; Woman: Earth and Spirit; White Rose y The Inner Story. RALPH METZNER ha trabajado como profesor e investigador en el campo de la conciencia durante más de veinticinco años. Es psicoterapeuta y profesor de psicología oriental-occidental en el Ca­ lifornia Institute of Integral Studies de San Francisco. Entre sus li­ bros se cuentan: Maps of Consciousness y Las grandes metáforas de la tradición sagrada (Ed. Kairós).. AL1CE MILLER, residente en Zurich, se ha dedicado a escribir desde 1979, después de haber enseñado y practicado el psicoaná­ lisis durante más de veinte años. Sus conocidos libros, Prisoners of Childho od (reaparecido bajo el título de The Drama ofthe Gifted Child ), For Your Own Good, y Thou Shalt Not Be Aware, han generado un activo movimiento en defensa de la infancia. 420 Acerca de lo colaboradores JOYCE C. MILLS y RICHARD J. CROWLEY son terapeutas in­ fantiles y ejercen en el sur de California. Su colaboración ha dado lugar a Therapeutic Metaphors for Children and the Child Within y a un tebeo terapéutico dirigido a los niños qüe han sufrido abu­ sos, Gardenstone: Fred Protects the Vegetables. SAMUEL OSHERSON es un investigador en el campo de la psi­ cología que ejerce como psicoterapeuta en Cambridge, Massachusetts. Es autor de Holding On or Letting Go y de Finding Our Fathers y ha colaborado con una columna semanal en la revista Boston. M. SCOTT PECK es un psiquiatra que ejerce en New Milford, Connecticut. Es autor del libro, sumamente popular, The Road Less Traveled así como de People of the Lie y The Different Drum. SUSANNE SHORT es una analista junguiana que ejerce en la ciu­ dad de Nueva York. JUNE SINGER, autora y analista junguiana, es miembro docente del Institute of Transpersonal Psychology de Palo Alto, en Cali­ fornia. Entre sus libros se cuentan: Energías del amor (Ed. Kairós), Androgyny, The Unholy Bible, Boundaries of the Soul, y Seeing Through the Visible World. ROBERT M. STEIN es uno de los principales miembros docentes del Jung Institute de Los Ángeles y ejerce la consulta privada en Beverly Hills. Es autor de numerosos artículos y del libro Incest and Human Love: The Betrayal of the Soul in Psychotherapy. HAL STONE es psicólogo clínico, profesor y director de la Academy of Délos, en el norte de California, donde él y su mujer, Si­ dra Winkelman, organizan grupos de formación del Voice Dialo­ gue Method. Es autor de Embracing Heaven and Earth y coautor de Embracing Our Selves y Embracing Each Other. 421 Acerca de lo colaboradores EDITH SULLWOLD fundó el Hilde Kirsch Children’s Center del C.G. Jung Institute de Los Angeles. Fue directora de Turning Point, un grupo profesional que trabaja con niños gravemente enfermos. Actualmente es profesora y supervisora de terapia en varias partes del mundo. SIDRA WINKELMAN es psicoterapeuta, madre y cocreadora del Voice Dialogue Method, que ella y su marido, Hal Stone, enseñan en los Estados Unidos y en otros países. Es coautora de Embracing Our Selves y Embracing Each Other. MARION WOODMAN es una analista junguiana con consulta pri­ vada en Toronto. Ha pronunciado muchas conferencias en distin­ tos lugares del mundo. Entre sus libros se cuentan: The Owl Was a Baker's Daughter: Obesity, Anorexia Nervosa, and the Repressed Feminine; Addiction to Perfection: The Still Unravished Bri­ de; y The Pregnant Virgin. SUMARIO Jeremiah Abrams, Introducción: El niño interior .................. 11 Parte I: LA PROMESA DEL NIÑO INTERIOR ................... 31 Introducción ..............................................................................33 1. Edith Sullwold, Un nuevo experimento: El arquetipo del niño interior ............................................... 36 2. C.G. Jung, Psicología del arquetipo infantil...................... 47 3. Gastón Bachelard, Los ensueños sobre la infancia ............ 58 4. June Singer, El motivo del niño divino ...............................73 5. Ralph Metzner, El renacimiento y el niño eterno ........... . 80 PARTE II: EL NIÑO ABANDONADO ...................................87 Introducción ............................................................................ 89 6 . Gilda Frantz, El secreto cruel del nacimiento: Soy la madre perdida de mi triste hijo ............................... 93 7. James Hillman, El abandono infantil ............................... 114 8 . Marión Woodman, El alma infantil .................................. 131 9. M. Scott Peck, El amor y el miedo al abandono.............. 138 10. Ursula K. LeGuin, Los que se marchan de Ornelas ....... 145 PARTE III: NARCISISMO Y ETERNA JUVENTUD: EL DILEMA DEL NIÑO .................................................. 157 Introducción ........................................................................... 159 11. Joel Covitz, Narcisismo: El trastorno de nuestros días .. 164 422 423 S u m a rio Sumario Epílogo: “Que puedas mantenerte siempre joven” ................397 12. Alice Miller, La búsqueda del verdadero Yo ................. 174 13. Marie-Louise Von Franz, Fuer Aeternus ....................... 194 14. Helen M. Luke, El pequeño príncipe ............................. 204 Notas ....................................... 400 Bibliografía ............................................................................ 411 Acerca de los colaboradores ...................................................417 PARTE IV: EL NIÑO INTERIOR HERIDO ........................219 Introducción ..........................................................................221 15. Hal Stone y Sidra Winkelman, El niño interior vulnerable ................................................................'......... 225 16. Alexander Lowen. ¿Porqué estás tan enojada conmigo? 241 17. Alice Miller, En defensa del niño .................................. 248 18. Robert M. Stein, Acerca del incesto y del abuso infantil 255 19. Susanne Short, El susurro de las paredes ...................... 263 PARTE V: LA RECUPERACIÓN DEL NIÑO ................... 275 Introducción ......................................... 277 20. Joyce C. Mills y Richard J. Crowley, El contacto con el niño interior ............................................................. 279 21. John Bradshaw, Cómo liberar a su niño interior perdido ................................................................................ 291 22. John Loudon, Hacerse niño ........................................... 307 23. Nathaniel Branden, La integración del yo infantil ......... 321 24. Jean Houston, Recordando al niño ................................ 330 25. Joseph Campbell, Matar al dragón .......... 336 26. Robert M. Stein, La redención del niño interior por el matrimonio y la terapia............................................ 340 PARTE VI: NIÑO INTERNO/NIÑO EXTERNO: EL FUTURO DE LA TAREA DE SER PADRES ........... 359 Introducción ........................................................................... 361 27. James Hillman, Apunte sobre el relato ............................364 28. Bruno Bettelheim, La exploración de la infancia por parte del adulto ............................................................ 370 29. Erik H. Erikson, La importancia histórica de la infancia humana ........................................................ 382 30. Samuel Osherson, El padre interior herido .....................386 424 i i 425