LA VIDA y LA MUERTE

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LA VIDA y LA
MUERTE
La muerte es algo de lo que nadie puede escapar. La muerte sigue a la vida con
tanta seguridad como la noche sigue al día, el invierno sigue al otoño o la vejez
sigue a la juventud. Las personas se preparan para no sufrir cuando les llegue el
invierno; se preparan para no tener que sufrir en la vejez. ¡Pero pocos se preparan
para la certeza aún mayor de la muerte!
La sociedad moderna ha alejado su mirada de este problema tan fundamental.
Para la mayoría de las personas, la muerte es algo a temer, algo terrible o si no,
sólo la ausencia de vida, algo hueco y vacío. Y la muerte ha llegado a ser
considerada incluso como algo "antinatural."
¿Qué es la muerte? ¿Qué ocurre con nosotros después de que morimos?
Podemos intentar ignorar estas preguntas. Muchas personas lo hacen. Pero si
ignoramos la muerte, creo que estaremos condenados a vivir una existencia poco
profunda, a vivir insatisfechos, espiritualmente hablando. Puede que hasta nos
convenzamos a nosotros mismos de que, de alguna manera, haremos una
transacción con la muerte "cuando llegue el momento." Algunas personas se
mantienen muy comprometidas en un sinfín de constantes tareas que le evitan
pensar en los problemas fundamentales de la vida y la muerte. Pero en semejante
estado mental, la alegría que sentimos es, en fin de cuentas, frágil y se encuentra
ensombrecida por la presencia ineludible de muerte. Es mi firme creencia que
enfrentar el problema de la muerte puede ayudar a traer verdadera estabilidad,
paz y profundidad a nuestras vidas.
¿Qué es, entonces, la muerte? ¿Es sólo extinción, un retroceso hacia la nada? ¿O
es la puerta hacia una nueva vida, una transformación en lugar de un fin? ¿Acaso
es que la vida no es más que una fase fugaz de actividad precedida y seguida por
la quietud y la no-existencia? ¿O será que tiene una continuidad más profunda,
que persiste más allá de la muerte en alguna forma u otra?
Según el punto de vista budista, la idea de que nuestras vidas acaban con la
muerte, es interpretada como una captación muy equivocada de la realidad. El
budismo ve que todo en el universo, todo lo que ocurre en él, es parte de un
inmenso tejido viviente de interconexiones. La energía vibrante que nosotros
llamamos vida y que fluye a lo largo y ancho del universo no tiene principio ni final.
La vida es un proceso continuo y dinámico de cambio. ¿Por qué, entonces, ha de
ser la vida humana la única excepción? ¿Por qué ha de ser nuestra existencia
algo arbitrario, aislado y desconectado del ritmo universal de la vida?
Nosotros sabemos ahora que las estrellas y las galaxias nacen, viven lo que les
corresponde por naturaleza vivir, y mueren. Lo que es aplicable a las inmensas
realidades del universo es igualmente aplicable al reino en miniatura de nuestros
cuerpos. Desde una perspectiva totalmente física, nuestros cuerpos están
constituidos por los mismos materiales y compuestos químicos que constituyen a
las galaxias más distantes. En este sentido nosotros somos, literalmente, hijos de
las estrellas.
Un cuerpo humano consta de unos sesenta billones de células individualizadas y
la vida es la fuerza inherente que armoniza el infinitamente complejo
funcionamiento de este arrebatador número de células. A cada momento, enormes
cantidades de estas células mueren y son reemplazadas por el nacimiento de
otras. A este nivel, cada uno de nosotros está experimentando día a día los ciclos
de nacimiento y muerte.
En términos muy prácticos, la muerte es necesaria. Si las personas vivieran para
siempre, tarde o temprano empezarían a anhelar la muerte. Sin la muerte,
enfrentaríamos gran cantidad de nuevos problemas, desde la superpoblación
hasta el hecho de que las personas tuvieran que vivir para siempre en cuerpos
avejentados. La muerte hace espacio para la renovación y la regeneración.
La muerte debe, por consiguiente, agradecerse tanto como se agradece la vida,
como una bendición. El budismo ve la muerte como un período de descanso,
como un sueño a partir del cual la vida recobra energía y se prepara para nuevos
ciclos de existencia. No hay ninguna razón para temerle a la muerte, para odiarla o
para buscar desterrarla de nuestras mentes.
La muerte no discrimina, nos despoja de todo. La fama, la riqueza y el poder son
todos inútiles en los solemnes momentos finales de la vida. Cuando el momento
llega, en lo único que podemos confiar es en nosotros mismos. Ésta es una
confrontación imponente ante la cual nos presentamos con la sola armadura de
nuestra cruda humanidad, del registro real de lo que hemos hecho, de cómo
hemos escogido vivir nuestras vidas. "¿He sido fiel a mí mismo? ¿Qué
contribución he aportado yo al mundo? ¿Cuáles son mis satisfacciones o
pesares?"
Para morir bien, uno tiene que haber vivido bien. Para quienes han vivido fieles a
sus convicciones, para quienes han trabajado por llevar felicidad a los demás, la
muerte puede venir como un placentero descanso, como un sueño bien ganado
después de un día de agradable ejercicio.
Yo me sentí muy impresionado cuando supe sobre la actitud que asumió mi amigo
David Norton, al confrontar su propia muerte, hace algunos años.
Cuando sólo tenía diecisiete años, el joven David era un bombero paracaidista
voluntario que se lanzaba en las áreas inaccesibles con el fin de cortar árboles y
excavar trincheras para impedir que los fuegos se extendieran. Él hacía esto,
decía él, para aprender a enfrentar sus propios miedos.
Cuando tenía alrededor de sesenta y cinco años, le fue diagnosticado un cáncer
avanzado y enfrentó la muerte con actitud de avance hasta encontrar que el dolor
no lo derrotaría. Tampoco encontró él que la muerte fuese una experiencia
solitaria. Según su esposa, Mary, rodeado por todos sus amigos, su marido
enfrentó la muerte sin miedo, y se refería a ella como: "otra aventura; el mismo
tipo de prueba que se enfrentan ante un fuego en el bosque."
"Yo supongo que lo primero sobre semejante aventura," dijo Mary, "es que es una
oportunidad en la que uno puede desafiarse a sí mismo. Es salirse de situaciones
que son cómodas, en las que uno sabe lo que está ocurriendo y en las que uno no
tiene nada de qué preocuparse. Es una oportunidad para crecer. Es una
oportunidad para uno transformarse a sí mismo en lo que uno necesita ser. Pero
es algo que se debe enfrentar sin miedo."
El estar consciente de la muerte nos permite vivir cada día y cada momento lleno
de agradecimiento hacia la incomparable oportunidad que tenemos de crear algo
durante nuestra estadía en la Tierra. Creo que para disfrutar verdadera felicidad
debemos vivir cada momento como si fuese el último. El presente nunca volverá.
Podemos hablar del pasado o del futuro, pero la única realidad que tenemos es
este momento presente. Y el confrontar la realidad de la muerte realmente nos
permite generar creatividad ilimitada, valor y alegría en cada momento que
vivimos.
LOS DILEMAS DE LA
VIDA Y LA MUERTE
La vida y la muerte deben elevarse a un mismo rango de derecho fundamental, es
una falacia la predicación para afirmar a la muerte como un valor. La muerte no es
un derecho fundamental, ya que ello es el resultado de la existencia de la vida, sin
vida no puede producirse la muerte. De ahí que el tema de la eutanasia requiera
de una reflexión seria, ya que el medio determina en ocasiones con mayor fuerza
nuestras preferencias, observándose en el mundo biológico mayor flexibilidad de
adaptación que en los estímulos sociales, hábitos y costumbres adoptados por el
ser humano y, que en ocasiones estos factores determinan más el
comportamiento humano que el comportamiento de las células orgánicas. El
dilema actual es hasta qué punto la vida y la muerte pueden aplicarse conforme a
mis intereses y convertir la vida humana en una cosa, y la muerte en el camino de
la selectividad de los hombres y en la discriminación de la posibilidad de la vida.
La muerte del infante.
El desarrollo psicológico del niño lo imposibilita para darse realmente cuenta del fenómeno de la muerte y sus
implicaciones. Su aparato psíquico se encuentra en esta etapa centrado en su propia perspectiva y en la
realidad vivenciada desde sí mismo, por lo cual su pensamiento presenta las características de egocentrismo
y animismo entre otras, que distorsionan sus experiencias en la formación de su realidad configurada
particularmente.
La falta de introspección y la incompleta cimentación de su individualidad, que aún está en desarrollo hacen
que la muerte para el niño tenga un significado libre en gran medida de angustia y crueldad, por lo cual difiere
de la significación adulta de la muerte. Sin embargo, el niño vivencia el fenecer como un viaje o un abandono,
por lo que puede experimentarlo con mucha ansiedad y considerar esta dolorosa separación como un acto de
agresividad contra él, ej. "la persona se murió por que no quiere estar conmigo".
Los niños asocian la muerte principalmente a la pérdida de su objeto amoroso más preciado, su madre, y con
ella todas las garantías de cuidado y amor incondicional que solían protegerlo del mundo desconocido y hostil.
Todo esto, además de temor le produce ira, pues como ya dijimos, el niño cree que la muerte es una afrenta
contra él, dado que el morir es para él dejarse morir sin perder la vida, sino solamente alejándose como en un
viaje. A su vez desconocen la posibilidad de su propia muerte dado que ésta constituye algo externo, ajeno,
situación en la cual no hay amenaza vital. En este sentido los niños tienden a ver la muerte como algo remoto
en cuanto la aversión que les provoca los obliga a alejarla hasta el punto que quede fuera de nuestra realidad.
Ellos creen que el que evita la muerte, engañándola, no muere. Esta es una característica de su pensamiento
egocéntrico, el cual no le permite entender la muerte por que va más allá de su experiencia personal, y
además es consecuencia de que los niños tienen en parte la noción de la inevitabilidad de la muerte, sin
embargo, desarrollan defensas psicológicas tales como el pensamiento mágico, para sobreponerse al
sentimiento de indefensión que le produce.
Los psicólogos abocados a la investigación de la ontogénesis de las distintas capacidades a lo largo del
desarrollo humano, han realizado diversos trabajos con niños. Ellos en sus distintos estudios encontraron que
a los 4 años la idea de muerte es muy limitada, y el hecho de que ésta ocurra o se mencione su concepto no
supone una emoción intensa, ni tanto positiva como negativa. Antes de esta edad el niño tiene ciertas
nociones ligadas a la muerte, pero éstas se traducen en intuiciones emocionales ligadas a la ausencia de la
madre.
Entre los 5 y los 7 años, los niños comienzan a entender que la muerte es irreversible, universal, o sea que
todas las cosas que están vivas inevitablemente tienen que morir, también comprenden que todas
las funciones de la vida terminan con la muerte. Según Piaget estas características se desarrollan cuando los
niños pasan del pensamiento preoperacional al operacional concreto. Durante esta etapa el niño busca
reafirmar su conocimiento objetivo, y vuelca sus esfuerzos al entendimiento de las pautas de su cultura. En
este sentido los códigos de significación cultural constituyen una buena base para la elaboración más
acabada del concepto de muerte. Las explicaciones fantasticas ya no le son funcionales, pasando de un
razonamiento mágico a un pensamiento materialista positivo. Aún más, en esta etapa la muerte adquiere una
connotación emocional mucho más intensa para el niño, que comienza a temer la muerte de sus seres
queridos. El hecho de morir se tiñe en su mente con las ansiedades de su cultura, y pese a no tener
conciencia de la posibilidad objetiva de morir, si reconoce a la muerte como una clara experiencia humana.
Ya a la edad de 8- 10 años acepta que todos moriremos, asimila con todo realismo el hecho de tener que
morir más adelante.
No todos los autores concuerdan en cuanto al grado de consciencia real que tienen los niños sobre las
diferentes dimensiones de éste acontecimiento, y prefieren hablar de etapas no tan marcadas y otorgar un
poco más de flexibilidad en el desarrollo de la elaboración de un concepto tan complejo como lo es la muerte.
De esta manera hablar de etapas sin referentes en el plano etario es útil para captar la secuencia del
desarrollo o formación del concepto. Diversos autores reconocen ésta secuencia de etapas como adecuadas :
1º etapa en que el niño es incapaz de comprender el problema de la muerte.
2º etapa en que la muerte se relaciona con una ausencia provisional.
3º etapa en que la muerte se integra en una imagen del mundo mediante elementos culturales.
4º etapa en que el niño elabora la idea de su irremediable destrucción.
El hecho de que la cultura otorgue un espacio dentro de su dinámica donde el dolor y la muerte se resuelvan,
mantienen la armonía de su continuidad.
Una cultura debe estructurar este dolor por que su sentido se configura a través de las historias personales
que la atraviesan. El orden y la continuidad de la misma depende de la construcción simbólica de rituales que
orienten la identidad de todos los individuos a la conformación de la unidad estructural y funcional de la
cultura.
Ahora bien, basta dar una mirada hacia el interior de nuestra cultura y nos encontramos con la
sobreexaltación de la vida, basada en su energía, en su dinámica y en su desarrollo, una cultura que esconde
a sus moribundos en hospitales donde no logren infectarnos con la muerte y que reducen las tumbas en los
cementerios donde cada domingo cientos de personas caminan sobre los cuerpos de nuestros ancestros que
simbólicamente yacen extendidos en el césped. Nuestra cultura no acepta la muerte, la arroja lo más lejos de
sí para no entorpecer su funcionamiento. En esta cultura la muerte debe ser un proceso rápido, dado que se
ha convertido en un tabú, así como alguna vez lo fue el sexo. Esta situación disminuye las posibilidades de
que logremos un duelo verdadero, dado que el duelo negado es el peor de los duelos.
El niño quiere saber que ocurre cuando está frente a la muerte, busca la respuesta en sus padres quienes no
confían en su capacidad de entender la situación, y creyendo protegerlo lo envuelven en un manto de
fantasía. Nuestra cultura nos enseña a proteger a nuestros hijos de algo que es tan natural como la vida
misma y lo único que logramos es condenarlos a una vida a medias, una vida orientada al absurdo de la
imposible eternidad, una ansiedad perpetua, una vida irreal.
Entonces el niño calla al ver la cara de sus padres timoratos ante la muerte y calla para protegerlos, el sabe
que odiamos a la muerte y lo que le espera como herencia es este odio, quien odia la muerte odia a la vida y
por lo tanto se odia a sí mismo y vive temiendo.
Un niño solo requiere expresar sus emociones, sus temores, sus inquietudes, solo requiere de un adulto
capaz de escucharlo y saber explicar con palabras simples y sensibles qué es lo que ocurre, sin mentiras. En
este sentido la religión puede ser muy beneficiosa, siempre y cuando su acción esté dirigida a resolver
los conflictos humanos existenciales en la forma más honesta, evitando la sobreexplotación de artificios y que
pueda brindar un soporte espiritual para el niño.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, la muerte es tan poderosa que nuestros impulsos dirigidos a ella
constituyen parte de nuestra personalidad. Estos impulsos no son privativos del hombre, dado que operan en
todas las criaturas vivientes y tienden a reducir la vida a su materia inerte original, estos impulsos son los
responsables de las tendencias destructivas y agresivas. Esto se traduce en que parte de nuestra naturaleza
busca la muerte, se dirige a ésta como también se dirige al amor. Esta dualidad posee al niño en su
corporalidad y en su psiquis, por eso a temprana edad inician su exploración con la muerte de pequeños seres
vivos, buscando la forma para asegurarse a sí mismo su individualidad y su potencia, actuando con
superioridad ante estos seres, pero a la vez reteniendo sus impulsos agresivos e identificándose
proyectivamente con sus víctimas. Esta experiencia condiciona de manera inevitable una buena parte de las
respuestas del niño y su desarrollo cognitivo respecto al concepto de muerte.
En la medida en que el niño va desarrollando más destrezas tanto en el área biológica, social, cognitiva y
emocional el concepto de muerte va evolucionando hacia causas más abstractas, como "enfermedades",
"hacerse mayor", etc. el punto de cambio para esta parte del concepto de algo concreto a algo abstracto
parece situarse alrededor de los 7 años. A esta edad se produce en el niño un gran temor en cuanto a
su salud dado que la relación que establece entre la enfermedad y la muerte lo atormenta cuando él está
enfermo, cualquier síntoma; fiebre, catarro, estornudos, etc. le hacen creer que se va a morir.
Los niños que se ven enfrentado al hecho de la muerte presentan una serie de reacciones, que si bien pueden
no darse en un orden específico, ni aparecer todas ellas, si nos sirven para comprender el cómo lo vivencian
en general:
1. La negación: el niño niega que la muerte haya ocurrido y parece que ésta no le ha afectado. Normalmente
esto significa que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que sigue pretendiendo que la persona en
cuestión está viva.
2. Aflicción corporal: la muerte produce en el niño un estado de ansiedad que se expresa en síntomas físicos
y/o emocionales.
3. Reacciones hostiles contra el difunto: el niño toma la muerte de una persona o animal como una afrenta
personal por parte del difunto, que lo ha abandonado.
4. Reacciones hostiles hacia otros: el niño, generalmente, culpa a otros de la muerte acaecida.
5. Sustitución: el niño rápidamente comienza a buscar el afecto de otros con el fin de sustituir la figura del
difunto.
6. El niño asume las maneras del difunto, intentando conseguir sus mismas características.
7. Idealización: el niño sobrevalora las cosas buenas del difunto y elimina los recuerdos de sus defectos,
llegando incluso a falsear los recuerdos respecto al carácter y la vida real del difunto.
8. Reacciones de ansiedad y de pánico, preocupándose por quién le cuidará en el futuro.
9. Reacciones de culpa: el niño puede pensar que la muerte tiene que ver con que «es malo» o ha tenido
mal comportamiento, y elaborar a partir de aquí fantasías de muerte.
El dato esencial es que toda muerte requiere un duelo, y esta es una ley de la naturaleza, dado que si bien
la estructura cultural de la vivencia varía, el sentido de la perdida es universal, con distinto matiz connotativo
emocional, pero que no obstante revela su cualidad netamente humana.
El niño debe poder desidentificarse de la causa de la muerte y estar desprovisto de todo deseo de muerte
inconsciente (los cuales llevan en sí sentimientos de culpabilidad o remordimiento) además debe elaborar y
aceptar a través de su experiencia la propia muerte futura en tanto que destino.
La muerte del adolescente.
La adolescencia se expresa en las siguientes necesidades: mayor autonomía, necesidad de estabilidad y
seguridad, reconocimiento del grupo de amigos y necesidad de diferenciación. Estos podrían considerarse un
buen marcador de la etapa, sin embargo la falta de un hito psicológico que determine el cambio de etapa hace
necesario un espacio social de soporte para el adolescente en su lucha por integrar su identidad, este espacio
estaría constituido por la familia. La falta de este soporte trae graves consecuencias al adolescente quien ve
como se ve absorbido por situaciones que escapan de su control, apareciendo sentimientos de
incontrolabilidad ante factores sociales, políticos y económicos para construir un proyecto de vida. Las
características de esta etapa hacen del adolescente un ser muy vulnerable a sentimientos ligados a la
autodestrucción. La muerte en estos casos puede presentarse como una alternativa favorable en pos de darle
fin al dolor psicológico que abruma al adolescente. El considerarse solos, alienados, que no son amados
pueden constituir motivos suficientemente fuertes como para elegir extinguirse, para comprender esto es
necesario pensar en que el joven está esencialmente volcado hacia las relaciones con otros y su aceptación,
por lo que hasta los fracasos académicos adquieren una fuerza desconocida dado que en estas actividades
sociales el joven va configurando su autoconcepto. Otros puntos de vista versan sobre el suicidio adolescente
no como una fuerza o tendencia a la autodestrucción, sino más bien como una súplica por llamar la atención y
pedir ayuda, por lo que prefieren hablar de prevención considerando el mejor modo de hacerlo, el tomar
conciencia del cuidado del adolescente y ser sensible a sus peticiones.
En otro sentido, el adolescente vivencia la muerte como un hecho romántico, entregando su vida por la lucha
por ideales, el ejercito, etc. a los jóvenes les importa mucho más la calidad de la vida que la cantidad, este es
otro factor que acerca a los jóvenes al suicidio. Dentro de su desarrollo mantienen una idea egocéntrica
llamada "fábula personal" la cual les hace creer que pueden tomar cualquier clase de riesgos dado que a ellos
jamás les ve a ocurrir nada, manejan imprudentemente, toman decisiones descabelladas, experimentan
potentes drogas y formas de placer.
Cuando los adolescentes se encuentran cara a cara con la muerte reaccionan de maneras sorprendentes y
contradictorias, elevando algunos las cuotas de misticismo o religiosidad. O bien otros jóvenes enfermos
optan por negar su condición y hablan como si se fuesen a recuperar aunque tienen la certeza de que eso no
será así. Sin embargo pese a lo dramático de esta situación y a los problemas que acarrea la utilización de
mecanismos de defensa en cuanto a la elaboración e integración de los hechos sin distorsión, la negación y la
represión de las emociones constituyen herramientas útiles que ayudan a muchos jóvenes enfermos a tratar y
superar este golpe agobiante para sus expectativas de vida. Los jóvenes enfermos por lo general están más
enfadados y disgustados que reprimidos. Ocupan mucho menos tiempo en pensar en el suicidio en
comparación a adultos de la misma condición, y probablemente están mucho más dispuestos en buscar a
alguien a quien culpar.
Las distintas maneras de reaccionar ante el hecho de la muerte inminente está supeditada en gran medida al
estilo de personalidad.
La muerte en adultos jóvenes.
Los adultos jóvenes están abocados al término de sus tareas sociales, y se encuentran ansiosos por
desarrollar sus planes de vida, para lo cual ya se encuentran capacitados. Su gran tarea es lograr la intimidad
para lo cual destinan una no menospreciable cantidad de su tiempo y energía. La muerte es algo lejano,
asumido como algo inevitable, sin embargo con una certeza inconsciente de que a uno jamás le va a pasar,
comienza la carrera por la consecución de lo que uno pueda llegar a ser, y junto a quienes ame, construir una
vida plena de satisfacción.
Para un individuo que se encuentra en esta etapa de la vida, la aparición de una enfermedad catastrófica se
vivencia como algo muy frustrante y difícil de llevar debido a la imposibilidad de conquistar las metas
anheladas. Su trabajo no ha valido de nada y esta injusticia lo enfurece, es el paciente más conflictivo y el
más lábil emocionalmente, a esto se suma la dificultad del personal que por lo general tiene la misma edad
que el paciente para tratar asertivamente a un desahuciado de su mismo grupo etáreo.
Estos adultos piensan de manera evasiva, rehuyen de la muerte pues es un tema que no les agrada.
LA MORALIDAD DEL
ACTO HUMANO
El acto humano no es una estructura simple, sino integrada por elementos
diversos. ¿En cuáles de ellos estriba la moralidad de la acción? La pregunta
anterior, clave para el estudio de la ciencia moral, se responde diciendo que, en el
juicio sobre la bondad o maldad de un acto, es preciso considerar:
o El objeto del acto en sí mismo,
o las circunstancias que lo rodean, y
o la finalidad que el sujeto se propone con ese acto.
Para dictaminar la moralidad de cualquier acción, hay que reflexionar antes sobre
estos tres aspectos.
INMORAL Y AMORAL
Moral: conjunto de creencias, valores, reglas y normas que usamos para orientar
la conducta de hombres y mujeres en determinada sociedad.
Amoral: (amoral: sin moral) carente de cualquier valor. Cuando se aplican a un
individuo significa que dicha persona carece de sentido moral, es decir, desconoce
e ignora totalmente el código moral y es juzgado como amoral.
Inmoral: todo aquello que va en contra de la moral establecida por una sociedad,
va asociado, con lo indecente. Se asocia con los vicios que impiden el desarrollo
de las virtudes. Se aplica a todas aquellas personas que de manera deliberada, o
a veces, sin poder evitarlo, transgreden o violan una norma moral.



Acto moral: cuando el individuo conocedor de las normas morales que
dirigen a su sociedad, la respeta y la sigue.
Acto amoral: cuando el individuo desconoce el código moral expuesto por la
sociedad.
Acto inmoral: cuando el individuo conocedor de las normas morales, las
corrompe.
AUTONOMIA Y
HETERONOMIA
MORAL
Autonomía: del griego (autos: sí mismo; nomos: ley) y significa la actitud de la
persona que se da leyes a sí misma.
Denominada a la libertad que poseemos para tomar decisiones por nosotros
mismos, sin ayuda o con presión de otra persona, es decir, que cada individuo
decide por el mismo.
Heteronomía: viene del griego (heteros: otro; nomos: ley) significa la actitud de la
persona que recibe leyes por parte de otros. Es la primera fase para alcanzar la
autonomía moral; abarca desde el nacimiento hasta los 6 años de edad. En esta
etapa los conceptos del bien y el mal no son otorgados desde afuera, por agentes
externos, pueden ser padres, maestros, etc. Adquisición o asimilación de los
valores, con la función del premio y el castigo.
EL VALOR DE LA
AUTORIDAD
Por parte de la tradición católica ¿Debe concederse a las tradiciones eclesiásticas
la misma autoridad que tienen las Escrituras? o, ¿deben seguirse las tradiciones
de la iglesia solo si están en total concordancia con la Escritura? La respuesta a
estas preguntas juega un importante papel para determinar lo que tu crees y cómo
vives la vida cristiana. Nuestra postura es que la Escritura es la única fuente
autoritativa e infalible para la doctrina y la práctica cristiana. Las tradiciones solo
son válidas si tienen su origen en el firme fundamento de la Escritura, y si están en
total acuerdo con toda la Escritura. A continuación veremos siete razones bíblicas
que respaldan la enseñanza de que la Biblia debe ser aceptada como la autoridad
para la fe y la práctica:
(1) Es la Escritura de quien se dice haber sido inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16),
y es la Escritura la que contiene la repetida frase, “Así dice el SEÑOR...” en otras
palabras, es la Palabra escrita la que repetidamente es vista como la Palabra de
Dios. De ninguna tradición eclesiástica, se ha dicho que sea igualmente infalible e
inspirada por Dios.
(2) Es la Escritura a quien Jesús y los apóstoles recurrían una y otra vez para el
soporte o defensa de sus acciones y enseñanzas (Mateo
12:3,5;19:4;22:31;Marcos 12:10) Hay más de 60 versos en los que leerás “está
escrito....” usado por Jesús y los apóstoles para respaldar sus enseñanzas.
(3) Es la Escritura hacia donde la iglesia es encomendada para combatir el error
que habría de surgir (Hechos 20:32). De igual manera, era la palabra escrita la
que era consultada en el Antiguo Testamento como fuente de verdad y sobre la
cual basaban sus vidas. (Josué 1:8;Deuteronomio 17:18-19;Salmo 1;Salmo 19:711;119; etc.) Jesús dijo que una de las razones por la que los saduceos estaban
en un error concerniente a la resurrección, es que ellos no conocían las Escrituras
(Marcos 12:24)
(4) La infalibilidad jamás se estableció como posesión de aquellos que se
convirtieran en líderes de la iglesia en sucesión a los apóstoles. En ambos
Testamentos, Antiguo y Nuevo, se puede ver que algunos designados como
líderes religiosos, eran responsables de que el pueblo de Dios se extraviara en el
error (1 Samuel 2:27-36;Mateo 15:14;23:1-7;Juan 7:48;Hechos 20:30;Gálatas
2:11-16). Ambos Testamentos exhortan a la gente a estudiar las Escrituras para
determinar lo que es verdadero y lo que es falso (Salmos 19;119;Isaías 8:20;2
Timoteo 2:15;3:16-17). Mientras que Jesús enseñó respeto hacia los líderes
religiosos (Mateo 23:3), enseñanza que siguieron los apóstoles; tenemos también
el ejemplo de los mismos apóstoles de resistir la autoridad de sus líderes
religiosos, cuando estaba en oposición a los que Jesús había ordenado (Hechos
4:19)
(5) Jesús compara las Escrituras con la palabra de Dios (Juan 10:35). En
contraste, cuando se trata de tradiciones religiosas, Él condena algunas de ellas,
porque contradicen la Palabra escrita (Marcos 7:1-13). Jamás utilizó Jesús las
tradiciones religiosas para dar soporte a Sus acciones o enseñanzas. Antes de la
escritura del Nuevo Testamento, el Antiguo Testamento era la única Escritura
inspirada. Sin embargo, había literalmente cientos de “tradiciones” judías
registradas en el Talmud (una colección de comentarios compilados por los
rabinos judíos). Jesús y los apóstoles tenían tanto el Antiguo Testamento como la
tradición Judía. Pero en ninguna parte de la Escritura Jesús o alguno de los
apóstoles se refiere a las tradiciones judías. En contraste, Jesús y los apóstoles
citan o aluden al Antiguo Testamento cientos de veces. Cuando los fariseos
acusaron a Jesús y los apóstoles de “quebrantar las tradiciones” (Mateo 15:2),
Jesús les respondió con una reprensión, “...¿Por qué también vosotros
quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” (Mateo 15:3) La
manera en que Jesús y los apóstoles distinguían entre las Escrituras y las
tradiciones que tenían, es un ejemplo para la iglesia. Jesús específicamente
reprende el tratar a los “mandamientos de hombres” como doctrinas (Mateo 15:9).
(6) Es la Escritura la que tiene la promesa de infalibilidad; que toda ella sería
cumplida. Nuevamente, nunca es dada esta promesa a las tradiciones de la iglesia
(Salmos 119:89,152;Isaías 40:8;Mateo 5:18;Lucas 21:33).
(7) Son las Escrituras las que son el instrumento del Espíritu Santo y Su medio
para derrotar a Satanás y cambiar vidas. (Hebreos 4:12;Efesios 6:17).
“... y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden
hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir
en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:15-17). “¡A la lay y al testimonio! Si no dijeren
conforme a esto, es porque no les ha amanecido.” (Isaías 8:20)
“Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea.
Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y éstos eran más
nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda
solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.”
(Hechos 17:10-11) Aquí, la gente judía del pueblo de Berea fue elogiada por
corroborar en las Escrituras las enseñanzas que estaban oyendo de Pablo. Ellos
no solo aceptaron las palabras de Pablo como autoritativas; ellos examinaron las
palabras de Pablo, comparándolas con la Escritura, y comprobaron que eran
verdaderas.
EnHechos 20:27-32, Pablo reconoció públicamente que se levantarían “lobos” y
falsos maestros “de vosotros mismos” (dentro de la iglesia). ¿A quién los
encomendó? “A Dios y a la palabra de Su gracia”. Él no los encomendó a los
“líderes de la iglesia” (ellos eran los líderes de la iglesia), ni a las tradiciones de la
iglesia, ni al cuidado de un anciano en particular. En vez de eso, Pablo los dirigió a
la Palabra de Dios.
En resumen, mientras que no hay un verso específico que establezca que
solamente la Biblia es nuestra autoridad; la Biblia una y otra vez nos da ejemplos
de las advertencias de volvernos a la Palabra escrita como nuestra fuente de
autoridad. Cuando se trata de examinar el origen de la enseñanza de un profeta o
líder religioso, siempre se recurre a la Escritura como la norma seguir.
La Iglesia Católica Romana utiliza un número de pasajes bíblicos para dar soporte
y conferir a las tradiciones el mismo valor que tiene la Escritura. Estos son algunos
de los pasajes más comúnmente utilizados, junto con una breve explicación:
“Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea
por palabra, o por carta nuestra.” (2 Tesalonicenses 2:15) “Pero os ordenamos,
hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo
hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis
de nosotros.” (2 Tesalonicenses 3:6) Estos pasajes se refieren a las tradiciones
que los Tesalonicenses habían recibido de Pablo mismo, ya fueran orales o
escritas. No se refieren a tradiciones que ellos hayan heredado, sino a
enseñanzas que ellos mismos habían recibido, ya fuera de la boca o de la pluma
de Pablo.
Pablo no les está dando su bendición sobre toda la tradición, sino más bien solo
en las tradiciones que él les ha transmitido a los tesalonicenses. Esto está en
contraste con las tradiciones de la Iglesia Católica Romana, las cuales han surgido
a partir del siglo cuarto en adelante, no de la boca o la pluma de uno de los
apóstoles.
“Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo,
sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios
viviente, columna y valuarte de la verdad.” (1 Timoteo 3:14-15) La frase “columna
y valuarte de la verdad” no indica que la iglesia sea creadora de la verdad, o que
pueda originar tradiciones para complementar o suplir la Escritura. La iglesia que
es la “columna y valuarte de la verdad” simplemente significa que la iglesia es la
proclamadora y defensora de la verdad. El Nuevo Testamento alaba a las iglesias
por proclamar la verdad, “Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la
palabra del Señor...” (1 Tesalonicenses 1:8). El Nuevo Testamento encomendaba
a los primeros cristianos a defender la verdad, “... y en la defensa y confirmación
del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia.” (Filipenses
1:7). No hay un solo verso en toda la Escritura que indique que la iglesia tiene la
autoridad de desarrollar, o de decretar una nueva verdad como salida de la boca
de Dios.
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él
os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan
14:26). Esta era una promesa dada solamente a los apóstoles. El Espíritu Santo
ayudaría a los apóstoles a recordar todo lo que Jesús les había dicho. En ninguna
parte la Escritura establece que habría una línea apostólica de sucesores, y que la
promesa también sería para ellos.
“Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y
las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino
de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo
que desatares en la tierra será desatado en los cielos.” (Mateo 16:18-19). Estos
versos son usados por la Iglesia Católica Romana para basar sus enseñanzas de
que Pedro fue el primer Papa, y que la iglesia fue construida sobre él. Pero
cuando es tomada en contexto con lo que sucede en el Libro de los Hechos,
encuentras que Pedro fue quien abrió el evangelio al mundo en el sentido de que
fue él quien primero predicó el evangelio de Cristo en el día de Pentecostés
(Hechos 2). Fue él quien primero predicó el evangelio a los gentiles (Hechos 10)
Así que, el atar y desatar fue hecho a través de la predicación del evangelio, no a
través de ninguna tradición Católica Romana.
Mientras que es claramente evidente que la Escritura arguye su propia autoridad,
en ninguna parte argumenta que “la autoridad de la tradición sea igual que la de la
Escritura”. De hecho, el Nuevo Testamento tiene más que decir en contra de las
tradiciones de lo que lo hace a favor de éstas.
La Iglesia Católica Romana, argumenta que la Escritura fue dada a los hombres
por la Iglesia y que por lo tanto la Iglesia tiene igual o mayor autoridad que ella.
Sin embargo, aún entre los escritores de la Iglesia Católica Romana (del Primer
Concilio Vaticano), encontrarán la confesión de que los concilios eclesiásticos que
determinaron cuáles libros debían ser considerados como la Palabra de Dios, no
hicieron más que reconocer que el Espíritu Santo ya lo había hecho evidente. Esto
es, la Iglesia no le “dio” las Escrituras al hombre, sino simplemente “reconoció” lo
que Dios, a través del Espíritu Santo ya había dado. Como lo establece A. A.
Hodge: el que un campesino reconozca a un príncipe y pueda llamarlo por su
nombre, eso no le da el derecho de gobernar sobre el reino. De igual manera, un
concilio eclesiástico que reconoce cuáles libros fueron inspirados por Dios y
poseen las características de un libro inspirado por Dios, eso no le concede la
misma autoridad de estos libros.
En resumen, uno no puede encontrar un solo pasaje que diga que “solo la Palabra
escrita y no la tradición, es nuestra única autoridad para la fe y la práctica” Al
mismo tiempo, lo que también debe ser admitido es que repetidamente, los
escritores del Antiguo Testamento, Jesús y los apóstoles, consultaban las
Escrituras como su instrumento de guía, y encomendaron hacer lo mismo a
cualquiera y a todos los que los siguieran.
AUTORIDAD MORAL
La ley natural escrita en el corazón + el valor de la vida humana
"Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e
incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede
llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor
sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho
de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el
reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma
comunidad política" (Evangelium vitae:n. 2).
Los cristianos deben defender y promover el derecho a la vida
"Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este
derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano
II: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre" (Gaudium et spes, 22). En efecto, en este acontecimiento salvífico se
revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios, que "tanto amó al mundo
que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada
persona humana"
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