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ROSA MARIA BOIXAREU (COORD.)
DE LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
A LA ANTROPOLOGÍA DE LA SALUD
Prólogo de JOSEP M. COMELLES
Epílogo de LLUÍS DUCH
Colaboran
AMPARO MOGOLLÓN, ÀNGELA PALLARÉS, ANTONI NELLO, CARME VILA,
ELISABET VENDRELL, FRANCESC CÓNSOLA, FRANCESC TORRALBA, ISABEL
PÉREZ, JOSEFINA CAMINAL, JOSEP FATJÓ, LALI ROS, LLUÍS COSTA, MARÍA
LUISA VÁZQUEZ, TERESA FORCADES, XAVIER CARDONA
Herder
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Edición digital: José Toribio Barba
© 2008, Rosa Maria Boixareu
© 2008, Herder Editorial, S.L., Barcelona
© 1.ª edición digital, 2016
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3827-1
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la
legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
Hablar de salud exige plantearlo como un reto creativo.
¿Cómo hacer de la actualidad un potencial positivo que
posibilite
la oportunidad de una calidad de vida satisfactoria?
(«Salud», cap. 7)
SUMARIO
CONSIDERACIONES PREVIAS
Rosa M. Boixareu
PRÓLOGO
Josep M. Comelles
Primera parte
LA SALUD, UNA EXPERIENCIA POLISÉMICA
I. INTRODUCCIÓN
1. El ser humano, una realidad personal
Francesc Torralba
2. La antropología filosófica en el marco de las ciencias de la salud
Francesc Torralba
3. La antropología en el marco de la sociedad y de la cultura
Rosa M. Boixareu
4. Las raíces de la antropología de la salud
Rosa M. Boixareu
II. SALUD
1. La salud en el pensamiento de los clásicos griegos
Rosa M. Boixareu
2. Factores históricos que influyen en la evolución de la salud
Rosa M. Boixareu
3. La OMS y el concepto de salud
Rosa M. Boixareu
4. La salud «como la manera de vivir autónoma, solidaria y dichosa»
Rosa M. Boixareu
5. Ecología y salud
Rosa M. Boixareu
6. La dimensión integral de la salud
Rosa M. Boixareu
7. Acentos actuales a propósito de la salud
Rosa M. Boixareu
8. Aspectos polivalentes para una mejor comprensión de la salud
Rosa M. Boixareu
9. De la definición a la descripción de la salud: las necesidades fundamentales de la vida humana
Rosa M. Boixareu
10. Salud y vida: lectura ética
Antoni Nello
III. ENFERMEDAD
1. La enfermedad, cuestión antropológica
Rosa M. Boixareu
2. Factores importantes para una comprensión actual de la enfermedad
Rosa M. Boixareu
3. Las dimensiones de la enfermedad: psicoorgánica (disease), subjetiva (illness), social (sickness)
Rosa M. Boixareu
4. La experiencia humana de la enfermedad
Rosa M. Boixareu
5. Los «modelos» de la enfermedad: las representaciones y sus significados
Rosa M. Boixareu
6. La enfermedad, cuestión social
Rosa M. Boixareu
IV. SUFRIMIENTO
1. El sufrimiento: una exploración conceptual. La cuestión del sentido
Francesc Torralba
2. El sufrimiento: la construcción de un significado
Rosa M. Boixareu
3. Enfermedad y sufrimiento: lectura ética
Antoni Nello
V. MUERTE
1. La muerte humana: suceso biográfico y suceso histórico
Rosa M. Boixareu
2. La muerte y el morir. La objetividad de la muerte y la subjetividad del morir
Rosa M. Boixareu
3. El proceso y el ritual del duelo
Rosa M. Boixareu
4. La muerte del enfermo. El acompañamiento
Rosa M. Boixareu
5. El momento social de la muerte. Las representaciones
Rosa M. Boixareu
6. Muerte, último acto humano
Antoni Nello
Segunda parte
LA SALUD, UN LUGAR DE CONVIVENCIA
I. INTRODUCCIÓN
1. Investigación y metodología
Francesc Cónsola, Lluís Costa y Àngela Pallarés
1.1. Áreas de investigación y métodos de trabajo aplicados a la Antropología de la Salud
1.2. Relación de las variables culturales y sociales en los procesos de salud, sufrimiento y
enfermedad
II. COMUNICACIÓN Y SALUD
1. Educación para la salud
Lali Ros
2. La relación terapéutica. La humanización de la técnica
Rosa M. Boixareu
3. Los medios de comunicación social y la promoción de la salud
Josep Fatjó
III. SOCIEDAD, POLÍTICA,Y SALUD
1. La gestión de la salud. Del modelo biomédico al de participación. La irrupción del sida como
ejemplo
Xavier Cardona
2. La violencia, un problema de salud pública. El desplazamiento forzado, un padecimiento generado por
la violencia
Amparo Mogollón y María Luisa Vázquez
3. La medicalización y sus escenarios
Josefina Caminal
IV. SERVICIOS DE SALUD
1. Sistemas de salud y niveles de atención sanitaria
Isabel Pérez
2. Cuidar. Punto de vista asistencial
Carme Vila
V. MEDIO AMBIENTE Y SALUD
1. El medio ambiente. Una perspectiva ecológica de la salud
Elisabet Vendrell
VI. TEOLOGÍA Y SALUD
1. ¿En qué sentido puede considerarse la teología: una propuesta de «sanación»?
Teresa Forcades
VII. BIOÉTICA
1. De la ética a la bioética
Antoni Nello
2. Contenidos fundamentales de bioética. Retos y perspectivas del discurso bioético
Xavier Cardona
VIII. EPÍLOGO
Lluís Duch
Tercera parte
LA SALUD COMO «MOTIVO»
I. Biblografía general
II. Lecturas: narrativa, películas, pintura y escultura
III. Notas sobre los autores
IV. Índice sistemático
CONSIDERACIONES PREVIAS
El texto que presentamos es una traducción al castellano del original en catalán
De l’antropologia filosòfica a l’antropologia de la salut (Càtedra Ramon Llull,
Blanquerna URL, Barcelona, 2003). Pero no es una traducción «al uso». El
índice se ha reestructurado en función de las aportaciones de nuestra
experiencia en la profundización de los diversos temas como fruto del estudio y
de la docencia. En algunos capítulos la transformación del texto es notoria
tanto por la novedad que representan en relación con el original como por su
contenido; en otros capítulos se trata simplemente de una revisión del mismo
por parte de sus autores.
Se ha seguido el criterio de una obra pensada, en primer lugar, para
estudiantes de Ciencias de la Salud a fin de ofrecer un material de estudio de
temas de interés profesional que sea sugerente por la amplitud y derivaciones
de su contenido. Simultáneamente, es una obra dirigida a los profesionales de
la salud en general, en cualquiera de sus campos de interés o actividades que
lleven a término. Todavía hay que distinguir un tercer grupo muy importante:
el de aquellas personas sensibilizadas por los temas que se tratan
específicamente en el presente libro, ya sea por motivos personales o
profesionales.
El lector apreciará que esta obra no busca hacer aportaciones «originales» o
«novedosas» (no se excluye que se hagan en algún momento), sino que
pretende proponer una línea de reflexión inspirada en otros autores y que se
incorpora al discurso, de los cuales se hace motivo de reflexión y cuyo
pensamiento ha ido madurando a lo largo de nuestro ejercicio docente. A
veces, es difícil discernir qué pertenece al propio discurso y qué al de otros.
La «Bibliografía» actualizada al final de cada capítulo es orientativa. Nos
hemos servido de aquellas obras que utilizamos principalmente y que
recomendamos como instrumento de estudio, trabajo, consulta. Somos muy
conscientes de las lagunas bibliográficas. Hará bien el lector en
complementarlas ejerciendo esa actividad tan estimulante que es completar el
texto.
El apartado «Lecturas» incorpora el intento de transformar la teoría
contenida en el capítulo correspondiente en una sesión práctica extraída de la
vida real, ya sea por medio de la narrativa, la pintura o una película: se trata de
la plasmación de una experiencia, de un momento de vida, de una situación
reconocida… que se puede leer e interpretar desde el tema en cuestión.
«Lecturas» quiere ser un recurso de trabajo pero, sobre todo, sugerir-provocar
otras formas de abordar la temática y descubrirla en el día a día.
Finalmente, que no en último término, queremos agradecer la confianza y la
curiosidad de quienes abordan la aventura de seguirnos paso a paso, capítulo a
capítulo. Esperamos satisfacer sus expectativas y generarles otras nuevas.
PRÓLOGO
Una de las cosas que más satisfacen cuando uno llega a la edad en que encara la
cuenta atrás es comprobar que aprendes de quienes han sido tus alumnos, y te
sientas en un pupitre imaginario desde el que lees o escuchas o ves y absorbes
lo que cuentas. Óscar Guasch afirma que hay una Escuela de Tarragona de
Antropología y quizás sea verdad, puesto que ésta es la impresión que tuve
cuando Rosa M. Boixareu me envió hace algunos años la edición catalana de
este libro y la leí de un tirón. Confieso que cuando me llegó me sorprendió y la
miré, aún sin abrirla, con cierto temor. En un cuarto de siglo de desarrollo de
la Antropología Médica en España nadie había osado —y aquí el término
remite al valor físico y moral— afrontar la redacción de algo parecido a un
manual destinado a un público esencialmente sanitario. Tampoco en lenguas
latinas, y lo que han producido los anglófonos no es particularmente
satisfactorio, con alguna excepción. Tampoco nuestros amigos italianos, ni los
lusófonos peninsulares o americanos, ni nuestros colegas latinoamericanos han
estado nunca por la labor. Como mucho, se tradujo en Brasil el excelente
manual de Cecil Helman,1 pero siempre teníamos claro que esa obra encajaba
muy mal en el contexto de la sanidad del sur de Europa o de América Latina.
Por eso, el libro de Rosa en catalán es el primer manual de Antropología
Médica en lenguas latinas. Me embarqué de una vez en su lectura, pues el
lenguaje de Rosa no es el catalán funcional que se enseña en las escuelas, sino
que testimonia una calidad literaria y humana muy atractiva. Quedé
completamente atrapado por la originalidad y la honestidad del proyecto y por
la brillantez que supone resolver con maestría un tipo de obra siempre
compleja, sin renunciar a que sea muy personal.
El libro en catalán no tuvo excesiva difusión por el obstáculo idiomático, la
modestia del proyecto editorial publicado por una editora institucional y el
hecho de que hoy los profesionales de la sanidad no leen como antes, o no leen
sino los protocolos que envían las administraciones... Pero, sin duda, el libro ha
circulado entre los sectores más conscientes. Ahora la traducción al castellano le
permitirá una difusión mayor.
Rosa M. Boixareu procede de los estudios bíblicos, no es una teóloga ni una
antropóloga de campo. Me decía, no sin ironía, que ella no era teóloga sino
que siempre había trabajado apegada al texto, al documento. Me sorprendió,
hace más de una década, cuando acudió a Tarragona como alumna del Máster
de Antropología de la Medicina de la URV. Era docente en una escuela de
enfermería y de fisioterapia en una universidad de inspiración cristiana, pero
nunca entendía la Antropología desde la única vertiente de reflexión filosófica,
sino desde una perspectiva mucho más amplia, más compleja, probablemente
más relativista y más escéptica, lo cual se corresponde muy bien con ese perfil
de análisis textual al que hacía referencia. Por eso deseaba la formación en
Antropología médica que sentía que le faltaba. Vivió como alumna un período
fundacional de la Antropología de la medicina en el que confluían en
Tarragona tres generaciones de docentes: séniores de la primera generación
como Benoist, Bibeau, Menéndez y Seppilli; los de mi generación y los de la
suya; sus condiscípulos constituyeron un grupo interesante y pluridisciplinar
que posteriormente ha desarrollado carreras importantes en este campo.
El libro de Rosa es, por ello una apuesta peculiar —razonablemente personal
para un manual— en la que trata con éxito de presentar distintas tradiciones
intelectuales, a partir de unos puntos de anclaje transversales en torno a dos
polaridades, que no significan oposición sino complementariedad cuando
encaran los problemas de salud: la Antropología Filosófica y la Antropología
social y cultural. El lector hará bien en olvidarse de eventuales prejuicios
derivados del perfil de la autora. Rosa no cae en la trampa en que cayó Laín
Entralgo, quien sesgó la Antropología exclusivamente hacia la filosofía y se
desinteresó de los estudios empíricos de la Antropología y de la sociología de su
tiempo. Al contrario que Laín, Rosa propone una síntesis, encajes y
genealogías. Por esto su obra no es un libro proselitista sino, al contrario, un
libro de muy inteligente diálogo, de establecimiento de puentes, de
comunicación entre escuelas, que van del pensamiento católico social al
marxismo, pero sin que el conjunto chirríe. No podía ser menos porque los
puntos de confluencia son muchos. Rosa, con la humildad que la caracteriza,
apuesta por un libro «al servicio de» los lectores, fundamentalmente
profesionales sanitarios en formación que necesitan un background teórico para
no andar por el mundo sin poder —o querer— entender nada, y sacrifica
probablemente, o pone sordina, el ir más allá. Por eso el lector puede
«comprender» los engarces entre unos enfoques y otros y los puntos comunes,
pero siempre expuestos por la autora, a diferencia de Laín, con los pies en la
realidad de cada día, en los problemas del terreno. De hecho va más allá, en
cuanto que la claridad y la honestidad de su propuesta y su vocación
pedagógica convierten al libro en una pequeña «escuela de pensar». Para ello
organiza los capítulos de su libro en función de diferentes aspectos (o
«problemas»): los capítulos de la primera parte versan sobre la salud, la
enfermedad, el sufrimiento y la muerte, y en los de la segunda parte se
entrecruzan la bioética, la relación de la salud con los medios de comunicación
social y las políticas públicas de salud, lo cual, en fin de cuentas, resulta ser uno
de los escenarios más visibles de la fase actual del proceso de medicalización.
Cada uno de estos capítulos representa un diálogo entre escuelas
extremadamente equilibrado y lúcido que busca más los puntos de encuentro
que las divergencias. De esta forma, el libro adquiere un tinte de obra de
síntesis y a la vez de aportación esclarecedora. Añade, además, una voluntad
didáctica proponiendo lecturas complementarias procedentes de la literatura,
del cine y de la pintura.
El lector puede abordar el libro de dos modos, o leyéndolo de un tirón o
entrando por cualquiera de las partes. Seguro que acabará atrapado en la
lectura porque el libro va a sugerirles cosas que sólo hubiesen sido posibles
desde la posición distinta y distante de una especialista en el análisis y
contextualización de textos. Ese punto de distancia funciona muy bien. Por eso
encajan tan bien el pensamiento filosófico de raíces clásicas, cristiano o no, con
la fenomenología de los culturalistas americanos y la revisión, a partir de
Gramsci, de los análisis marxistas en salud. Disfruten de una obra fascinante e
insólita, y del primer manual de Antropología médica en castellano encarado al
personal sanitario.
JOSEP M. COMELLES,
Universitat Rovira i Virgili (URV)
PRIMERA PARTE
La salud, una experiencia polisémica
I.
INTRODUCCIÓN
1.
EL SER HUMANO, UNA REALIDAD PERSONAL
Francesc Torralba
OBJETIVO
Exponer el carácter pluridimensional de la persona humana y sus características
intrínsecas.
Sin ánimo de mostrar toda la complejidad del fenómeno humano, nos
proponemos tratar los grandes ejes que definen la persona humana.
No cabe duda de que una de las cuestiones más arduas, desde el punto de
vista filosófico, consiste en caracterizar esencialmente el ser humano y sus
diversas dimensiones. El ser humano puede ser definido de maneras muy
diferentes, lo que ya pone de manifiesto, de entrada, su intrínseca complejidad.
Sería desorbitado tratar de referirse a esta multiplicidad de aproximaciones en
un capítulo como éste, pero no lo es considerar, como mínimo, algunos de sus
rasgos más relevantes.
En tanto que realidad personal, el ser humano es un sujeto de derechos
llamado a construir un itinerario libre con su vida en un marco social y cultural
determinado. En términos generales, la experiencia de la enfermedad, del
sufrimiento o de la vulnerabilidad no es ajena a la vivencia humana, sino muy
propia, y afecta de una manera decisiva a su itinerario y sus horizontes de
referencia. Nuestra propuesta, aquí, no consiste en describir
fenomenológicamente el homo infirmus, sino el ser humano como realidad
personal, esbozando alguno de los contenidos que incluye esta expresión.
Proponemos algunas aproximaciones del ser humano como realidad personal
que es. Si bien es verdad que no todos los autores identifican el ser humano
con el ser personal, nosotros partimos de la plena identificación entre ser
humano y la persona. Todo ser humano, indistintamente de su grado de
desarrollo o de su vulnerabilidad, es una persona, aunque no todo ser humano
puede expresar las dimensiones propias de la persona atendiendo a su grado de
fragilidad o de enfermedad o de precariedad en el desarrollo. Nos referimos al
ser humano en términos de persona, admitiendo que, en algunas circunstancias
de vulnerabilidad, algunos rasgos que aquí detallaremos no pueden vivirse en
su plenitud. Este hecho, sin embargo, no menoscaba la dignidad, ni el valor de
la persona. Siguiendo la terminología de Kant, la persona es un fin en sí mismo
y su valor no radica en sus rasgos externos, tampoco en el quehacer o en lo que
dice, sino en el hecho de ser persona, es decir, de ser un fin en sí mismo,
alguien que no tiene precio y cuyo valor no puede ser cuantificado.
DESARROLLO
LA PERSONA ES UN SER LLAMADO A LA LIBERTAD
LA PERSONA ES UN SER RELACIONAL
LA PERSONA ES UNA UNIDAD INTEGRADA
LA PERSONA ES AUTOCONCIENCIA
LA PERSONA ES UN ACTOR
LA PERSONA ES UN SER VULNERABLE
LA PERSONA ES ANTICIPACIÓN
LA PERSONA ES UN SER LLAMADO A LA LIBERTAD
Al igual que en el humanismo existencialista, en el humanismo personalista la
libertad consiste en un valor fundamental de la persona. Ahora bien, la libertad
no es una cosa ni un puro surgimiento, sino que está condicionada, situada de
una determinada manera en el mundo y delante de los valores. Ser libre es
aceptar la propia condición y sacar el mejor partido posible. La persona ha de
saber lo que debe hacer con la propia libertad. Ésta carece de sentido si no se
dirige realmente hacia una liberación: la personalización del mundo y del
hombre mismo.
En el humanismo encontramos tres dimensiones de la libertad: libertad de
acción, libertad de ruptura y libertad de adhesión. En la primera, la persona se
afirma por su capacidad de optar. Es un poder creador que transforma el
mundo a través de sus aceptaciones y sus negativas, y transforma también al
propio hombre. En el segundo caso, el movimiento de la libertad es también
distensión, permeabilidad, predisposición a la disponibilidad. No es solamente
ruptura y conquista, sino también adhesión. El hombre libre es el hombre al
que el mundo interroga y él responde: es el hombre responsable.
Desde el humanismo se insiste en la necesidad de reconocer en la libertad no
sólo la capacidad de opción, tal como la expresa, por ejemplo, el humanismo
existencialista, sino también la capacidad de adhesión. Adhesión que debe ser
vivida, no obstante, en el ámbito de la creatividad y de las relaciones humanas.
La libertad como ruptura significa la radicalización de la libertad y la
voluntad de convertirla en camino auténtico de liberación. En definitiva, la
libertad individual plena no consiste en el aislamiento del individuo en el
interior de sí mismo, por ejemplo, en la propiedad privada, sino en el servicio
libre a los otros en la comunidad, a pesar de que cada uno necesita una
protección de su vida y de sus derechos frente a la arbitrariedad de todas las
autoridades.
LA PERSONA ES UN SER RELACIONAL
El valor de la comunicación surge espontáneamente cuando se ha descubierto
la esencia del ser personal. La experiencia fundamental de la persona no
consiste en la originalidad, en la reserva circunspecta, en la afirmación solitaria;
no consiste en la separación, sino en la comunicación. La persona solamente se
desarrolla si se vuelve más disponible y más transparente a sí misma y a los
otros. Sólo existimos en la medida en que existimos para los demás.
El ser humano toma conciencia de sí mismo en su relación con los otros, de
manera que la intersubjetividad constituye una dimensión propia de la
subjetividad. Gabriel Marcel llama la atención a este punto cuando afirma que,
para la realización plena del ser humano, se requiere la comunicación con los
demás. Lévinas va más lejos al afirmar que el otro es anterior al yo.
La comunicación y la solidaridad en la sociedad se refieren a la integración
efectiva del hombre en una sociedad concreta, en la cual se le llama a intervenir
por la dimensión social de su ser y de su existir. Es una llamada a la
responsabilidad social de cada persona en la construcción de un verdadero
humanismo que considere a los hombres como hombres en una perspectiva de
justicia equitativa. Toda existencia es, pues, coexistencia.
La persona, aquello más íntimo de mí, significa ser en relación con el tú. No
es un ser previo, es un ser en relación con el tú, que no se da antes ni fuera de
este terreno. Se trata de una relación inconfundible: tú, el que llevas este
nombre, me llamas por mi nombre. Este misterio inconfundible de la relación
se encuentra en el nombre. Solamente existe la persona en el ritmo del
movimiento hacia fuera de la llamada amorosa, de la autoentrega y del
movimiento hacia dentro de la respuesta amorosa, de la entrega del otro. El
acto personal es don y tarea, vida y exigencia al mismo tiempo.
En esta línea de reflexión, el filósofo judío Martin Buber presentó una
Antropología basada en la relación «yo-tú». El ser humano, según Buber, se
constituye como una persona de esta relación y no a partir de su relación con el
mundo material. La relación «yo-tú» es una relación de reciprocidad: cada
persona nace desvelada por el otro. Y cada persona está inmediatamente
presente en el otro. Aquello que el «yo» descubre en el «tú», y viceversa, no es la
subjetividad del otro, ni su propia subjetividad, sino realmente El Otro.
LA PERSONA ES UNA UNIDAD INTEGRADA
Casi todas las grandes culturas de la humanidad han rechazado el cuerpo
humano y lo han tratado como si fuese una prisión que retiene la verdadera
humanidad, hecha de valores intelectuales. El evangelio cristiano ignora la
separación del cuerpo y del alma, ignora el rechazo del cuerpo, aunque el
cristianismo histórico ha caído casi siempre en las mismas deformaciones de las
otras grandes culturas. En cierto sentido podemos decir que el hombre es su
cuerpo y que en su cuerpo está todo lo que constituye su valor.
Desde la Antropología que proponemos rechazamos todo dualismo en el ser
humano, tanto el dualismo griego de corte platónico como el dualismo
moderno y burgués como, por ejemplo, el cartesiano. Entendemos el ser
humano como una unidad que coincide con su cuerpo, cuyo centro lo
constituye el cerebro. El alma sólo puede ser la vida del cuerpo, no se distingue
de éste, ya que es ésta la que constituye la diferencia entre un cuerpo vivo y un
cuerpo muerto.
La persona única y total forma una sola realidad y un solo ser. Según esta
concepción, hemos de considerar todo ser humano único y real como
espiritual, y todo él como corporal. Ambos conceptos son dos determinaciones
propias de todo el hombre y se refieren al ser mismo del hombre único y total.
La persona no es una unidad hecha de dos seres, sino de un ser; existe como
un organismo viviente que despliega su existencia humana en el cuerpo y a
través del cuerpo. No solamente la existencia personal comparte la suerte del
organismo, sino que se realiza expresándose corporalmente. El cuerpo es el que
permite ser con los otros y realizarse en el mundo. Es el punto de inserción en
el mundo.
El cuerpo real no es el objeto observado y reconstituido por la ciencia, sino
«mi» cuerpo; cosa que lo convierte en único e insustituible. El cuerpo es el
fundamento de la comunidad, ya que es el ser humano expresándose y
comunicándose con los otros en una comunidad. La misma sexualidad es el
primer paso de la sociabilidad.
Desde esta perspectiva antropológica, el cuerpo no desaparece
completamente con la muerte. La vida que hay en este cuerpo y que forma una
persona no se apaga, sino que sobrevive de alguna manera, aunque no sabemos
filosóficamente de cuál. Desde un punto de vista antropológico, el cuerpo
solamente existe en el espacio, sobre la tierra, en una geografía que lo
condiciona, en una patria, en una cultura rodeada de otras culturas, ligada a un
lugar, pero también habitando libre y extranjero en el mundo, enraizándose en
ciudades y comunidades menores.
LA PERSONA ES AUTOCONCIENCIA
La persona es consciente de sí misma o, mejor dicho, es aquel ser capaz de ser
consciente de sí mismo. Con la palabra «autoconciencia» no entendemos aquí
el hecho de darse cuenta de algo, lo cual destacaría más el aspecto psicológico,
sino el hecho de ser consciente de sí mismo. Cuando la persona dice, piensa o
hace alguna cosa, cuando le apetece algo o cuando lo padece, siempre sabe que
ella, sólo ella y nadie más, es el sujeto de esta palabra y de esta acción, de esta
aspiración y de este sufrimiento. Se sabe como alguien separado del resto,
distingue su yo de todo lo que no es yo, de la sociedad, de la naturaleza, de la
historia; en una palabra, es siempre consciente de sí misma. Esta conciencia de
sí misma es un conocimiento implícito que precede a todo pensamiento y toda
acción concreta.
Ahora bien, la persona no es tan sólo un ser consciente de sí mismo, sino que
se experimenta como un sujeto de apetencias y deseos. En el hecho de
distinguirse y sentirse separado del resto, no se trata simplemente de ser otra
cosa como, por ejemplo, podrían serlo una mesa y una máquina de escribir.
Más bien se trata de una actuación movida por la voluntad. La persona es un
ser capaz de apartarse del resto y de situarse delante de los demás. Podemos
denominar esta conciencia autoafirmación, pero con este concepto designamos
tanto la autosatisfacción psicológica como la autoafirmación previa a cualquier
acto tendencial, es decir, aquello que está implícitamente en la base de todos
los actos humanos.
LA PERSONA ES UN ACTOR
La persona tiene una capacidad de abstraerse, de pensarse a sí misma y de ser
consciente de sus actos y pensamientos. Pero es también un actor en el mundo
social y natural. El yo es el lugar de origen de cualquier actividad o realización
humana, precisamente porque sólo en la distinción respecto de todo el resto se
ofrece la posibilidad del conocimiento y de la acción y, en consecuencia, de
cualquier existencia histórica.
El hombre, como se ha dicho más arriba, es un yo encarnado. Un
presupuesto del sufrimiento no es solamente la materialidad vulnerable y
sensible dada en la corporalidad, sino también, de manera especial, el mismo
yo. Es el yo el que experimenta, como algo suyo, el dolor corporal, la
enfermedad, la inminencia de la muerte, el sufrimiento de la violencia y las
privaciones de todo tipo.
El yo es el punto central de toda acción vital, es la condición de posibilidad
de las múltiples situaciones y las relaciones concretas con las que el hombre se
encuentra. Sólo en la medida en que el hombre se sabe y se quiere como tal
centro puede experimentar como su propio mundo la realidad del mundo que
le rodea, y vivirla. La experiencia del yo revela tanto la grandeza y dignidad
insustituibles del hombre como su propia pequeñez y su abandono.
LA PERSONA ES UN SER VULNERABLE
La persona es un ser vulnerable y eso significa que está expuesta al sufrimiento,
al dolor, a la muerte y a la desesperación. El sufrimiento, que es la expresión
más patética de la vulnerabilidad, es un signo del hombre y de su humanidad.
De una manera negativa, el sufrimiento acusa y denuncia todas las formas de
totalidad que reducen al hombre a la categoría de medio. Denuncia la voluntad
de poder, las falsas perspectivas de salvación puramente histórica, política y
económica.
El sufrimiento critica concreta y existencialmente y de una manera negativa
todo tipo de explotación del hombre, todo falso empeño en el ámbito de
sistemas o de teorías totalitarias, toda autosuficiencia que encierra al hombre
dentro de sí mismo. Contribuye así en gran medida a formular juicios
universalmente válidos sobre el ser y sobre el destino del hombre.
La memoria de los sufrimientos del hombre inocente constituye, por eso
mismo, un valor permanente de humanidad. Invita a encontrar la comunión
con los otros que sufren y enseña hasta qué punto son frágiles y están expuestos
los valores fundamentales como el amor y la libertad. El sufrimiento es la
experiencia que con más urgencia suscita un interrogante sobre el misterio
último del hombre. La actitud más humana ante el sufrimiento y los males es
el compromiso de la esperanza. Es la actitud del que cree fundamentalmente en
las posibilidades del hombre y en las perspectivas de mejorar las condiciones
existenciales.
LA PERSONA ES ANTICIPACIÓN
La persona, en su conocimiento y su actuación, se anticipa, se avanza y capta el
ser. Más exactamente: la persona, en la realización de su existencia como
totalidad, es la anticipación permanente, el excessus permanente, la superación
de sí misma, la trascendencia en dirección al ser mismo. El hombre, así lo
expone Karl Rahner en su obra Oyente de la palabra, encuentra seres diversos,
los tiene objetivamente delante de él, los percibe con sus sentidos, los capta con
sus conceptos. No obstante, todo esto sólo es posible porque él supera estos
objetos, los trasciende en dirección al ser que es común a todos los seres.
CONCLUSIÓN
LA PERSONA ES MISTERIO
La persona no es, propiamente, un problema filosófico, sino un misterio
trascendental. Problemas hay muchos, y, tarde o temprano, se pueden
solucionar. El misterio, en cambio, es insoluble; en caso contrario, no sería
misterio. El misterio es una magnitud de la cual no podemos disponer, un
horizonte que se nos escapa, un abismo sin fondo, incomprensible, algo ante lo
que se siente vértigo y los pies dejan de pisar tierra firme. Es la última
dimensión: la dimensión que todo lo abarca, que escapa a cualquier intento de
ser comprendida por una realidad finita; si se evade, se esfuma; y debe
esfumarse necesariamente por su propia grandeza.
Por eso, el hombre comienza a balbucear cuando intenta hablar sobre
el misterio; busca siempre nombres nuevos y conceptos nuevos, pero
sabiendo que cualquier nombre que encuentre no es el nombre
auténtico, sabiendo que cada concepto representa el esfuerzo,
paradójico en sí mismo, de comprender lo incomprensible.
La persona es el misterio más profundo, ya que escapa a toda
comprensión. Cuando nos acercamos con la intención de objetivarla
y contemplarla, desaparece de nuestra vida. Cuando queremos
tomarla como un objeto, deja precisamente de ser persona. Por tanto,
no es objetivable.
Precisamente porque el lugar auténtico del hombre lo constituye el
hecho de que está en el horizonte del misterio, porque le afecta y le
interesa la realidad que no tiene límites y está abierta a ella, el hombre
mismo es misterio, no porque sea en sí mismo la plenitud absoluta,
sino porque él, en su auténtico fondo originario, en su naturaleza, es
la referencia pobre y débil que en sí misma está orientada hacia esta
plenitud.
Así, pues, el hombre no debe vérselas con el misterio una y otra vez,
aquí y allá. Más bien debemos decir que el hombre vive, incluso
aunque no lo advierta de manera consciente, del misterio y, por eso,
es él mismo una referencia a la plenitud del misterio mismo.
BIBLIOGRAFÍA
CONILL, J. (1991). El enigma del animal fantástico. Madrid: Tecnos.
DOU, A. (ed.) (1975). Ciencia y humanismo. Madrid: Universidad Pontificia de
Comillas.
ECHARRI, J. (1985). La naturaleza y el ser del hombre. Madrid: Universidad
Pontificia de Comillas.
FRANKL,V. (1996). La voluntad de sentido. Barcelona: Herder.
GARCÍA BACCA, D. (1982). Antropología filosófica contemporánea. Barcelona:
Anthropos.
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LECTURAS
Narrativa:
KAZANTZAKIS, N. (1995). Cristo de nuevo crucificado. Madrid: Alianza.
YOURCENAR, M. (1998). Memorias de Adriano. Barcelona: Edhasa.
2.
LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA EN EL MARCO DE LAS CIENCIAS DE LA
SALUD
Francesc Torralba
OBJETIVO
Describir las líneas fundamentales de la Antropología Filosófica y su estatuto en el
campo de las ciencias humanas y experimentales. Nos proponemos diferentes
definiciones de la disciplina, mutuamente complementarias.
La pregunta por la naturaleza humana constituye uno de los interrogantes
fundamentales en la historia del pensamiento occidental. Desde Sócrates hasta
Wittgenstein, la pregunta filosófica por la existencia humana es un continuum
sin ningún intervalo. No es una cuestión banal, ya que se trata de determinar
cuáles son las dimensiones fundamentales de nuestra condición, qué podemos
esperar en el futuro.
En la Antropología Filosófica todo gira, por tanto, alrededor de la cuestión:
¿qué es el hombre? A primera vista parece que se trata de una pregunta a la cual
se puede responder de manera sencilla porque en el fondo se trata de describir
al hombre común, al hombre de carne y huesos, como diría Unamuno. No
obstante, en realidad, cuando los hombres se preguntan por sí mismos, se están
preguntando por el hombre, por los hombres, por la humanidad; ya sea por el
género humano, ya sea por la naturaleza humana, se están preguntando por el
yo humano, por su yo.
Desde un punto de vista exterior, uno puede considerar, en efecto, que la
pregunta en cuestión es una pura evidencia, ya que el ser humano se puede
caracterizar fácilmente por sus rasgos externos, por su anatomía, por su
fisiología, por sus costumbres y por sus hábitos. Uno puede responder a la
pregunta de una manera directa, a partir de su propia experiencia como ser
humano y a partir del trato con sus semejantes. No obstante, la pregunta
filosófica por la naturaleza humana, por la esencia del hombre, va más allá de
una simple caracterización formal, transciende la descripción exterior y
fenoménica de la persona. Cuando uno se pregunta filosóficamente qué es la
persona humana, se está peguntando por el sentido de su existencia, por su
interioridad, por aquello invisible de la persona; uno se pregunta cuál es el
fundamento último de su ser, de su manera de actuar, de su manera de hacer,
de su manera de pensar.
DESARROLLO
LA PREGUNTA POR EL HOMBRE
EL CENTRO DE LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
DEFINICIONES EN LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
LA PREGUNTA POR EL HOMBRE
La pregunta por la naturaleza humana me afecta fundamentalmente como ser
humano, porque en el fondo me estoy preguntando quién soy. Desde este
punto de vista, la pregunta antropológica no es extrínseca a mi ser, sino
completamente intrínseca, ya que estoy completamente involucrado en la
cuestión. En este sentido, tiene mucha razón el antropólogo alemán H.
Plessner, cuando dice que el hombre es una pregunta abierta por sí misma, o
dicho de otra manera, es un ser que pregunta (E. Straus).
En efecto, el hombre no puede vivir sin interpretar su vida y la Antropología
Filosófica responde, precisamente, a esta imperiosa necesidad que tiene el ser
humano de interpretarse a sí mismo, de comprender, en el sentido amplio del
término (W. Dilthey), quién es, por qué está aquí. Por decirlo de una manera
aforística: todo ser humano, por el sólo hecho de ser persona, se convierte
inequívocamente en un antropólogo, ya que trata de comprenderse a sí mismo
y de comprender a sus semejantes y esta interpretación repercute siempre sobre
lo que él mismo hace.
Como dijo I. Kant, existen dos tipos de filosofía, una académica y otra
popular. La primera es la que han desarrollado los filósofos en el decurso de la
historia. Es la filosofía de la Academia platónica, del Liceo aristotélico, de la
«Universitas» medieval, de las salas parisinas del siglo XVIII, de las universidades
contemporáneas. No obstante esto, existe otra filosofía que es la filosofía del
hombre común, del hombre de la calle, es la filosofía popular.
Ambas filosofías, la académica y la popular, tienen el mismo origen y la
misma raíz común, a saber, la disposición natural del ser humano hacia el
pensamiento, hacia la metafísica. Como dice I. Kant en los Prolegómenos a toda
metafísica futura, la metafísica como una disposición natural pertenece a la
esencia del ser humano y resulta imposible extirparla. También lo dijo M.
Heidegger: la metafísica pertenece a la esencia del hombre. Todo ser humano,
por tanto, por definición, es un animal metafísico (A. Schopenhauer), ya que
todo ser humano se pregunta, de una manera u otra, en una u otra
circunstancia, el sentido que tiene su existencia y el valor que tiene su vida.
Siguiendo la definición kantiana, también es necesario distinguir entre
Antropología popular y Antropología Filosófica. La primera se expresa
connaturalmente en el hombre común, en sus datos, en sus dichos, en sus
adagios y en sus narraciones populares. Detrás de toda cultura popular hay una
visión del hombre. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre ambas orientaciones?
Fundamentalmente, la diferencia radica en la metodología, en el rigor
conceptual, en la radicalidad del análisis. El filósofo académico dispone de
unos instrumentos lógicos y de unas herramientas conceptuales que permiten
un análisis más detallado, pero también más complejo, de la cuestión. No
obstante, más allá de las múltiples diferencias, ambos discursos responden a un
mismo interrogante: la pregunta por la naturaleza humana.
EL CENTRO DE LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
El centro de gravedad de la Antropología Filosófica es, pues, el interrogante por
lo humano, por la humanidad del hombre. ¿Cuál es la humanidad del hombre?
¿Cuál es el atributo fundamental del ser humano? ¿Dónde radica su
especificidad en el conjunto del universo natural? Se trata, en el fondo, de un
interrogante fundamental en el discurso filosófico occidental, un interrogante
que en el transcurso de los siglos ha sido objeto de diversas aproximaciones
parciales, pero que subsiste, a pesar de todo, como un interrogante. Los más
grandes filósofos de la historia han convertido el interrogante antropológico en
materia filosófica, en discurso metafísico. No obstante esto, la pregunta
subsiste, ya que la riqueza del hecho humano es inmensa y cualquier
perspectiva sectorial resulta insuficiente.
La cuestión del hombre no se puede resolver racionalmente y menos de
forma apodíctica, es decir, de una manera concluyente. Ya F. W. Nietzsche
llama la atención a todos aquellos que creen saber o presumen de saber lo que
es el hombre, insistiendo en la problemática específica de aquel ser vivo. En
este sentido, habla de la persona humana como del animal aún no determinado
y señala el peligro de las tendencias a descentrar la cuestión a partir de
respuestas y afirmaciones. La cuestión del hombre es y sigue siendo una
cuestión.
Esto no significa que, en la historia de la Antropología Filosófica, el largo
recurrente especulativo desde Sócrates hasta Wittgenstein haya sido en vano, ya
que, en el decurso de este extenso itinerario filosófico, se han aportado
múltiples perspectivas sobre lo humano, hasta tal punto que determinadas
caracterizaciones se vuelven hoy insuficientes, simples y banales. Quizás, el
mayor éxito de tal itinerario sea la complejidad, la riqueza de perspectivas, la
variedad analítica. Todo en conjunto contribuye, aún más, a convertir el
interrogante por lo humano en el interrogante filosófico por definición.
En el transcurso de la historia, el interrogante por el hombre no se resuelve,
sino que adquiere mayor profundidad. No iba desencaminado B. Russell
cuando afirmaba que la historia de la filosofía no se tiene que medir por las
respuestas, sino por la profundidad de las preguntas. Por tanto, en
Antropología Filosófica no se intenta resolver un problema enigmático ni de
superarlo a base de darle una respuesta definitiva que convierta en superfluas
todas las otras respuestas. Se trata, en el fondo, de introducirse rigurosamente
en el laberinto de lo humano, en la compleja esfera de la persona, para
desarrollar desde múltiples perspectivas los rasgos fundamentales de nuestra
condición.
Los rastros de esta pregunta en el transcurso de la historia del pensamiento
son muy patentes. Después de Platón, san Agustín se pregunta, con angustia,
en sus Confesiones: «¿Quid ergo sum? Quae est natura mea?». En la Edad Media,
el tratado De homine constituye una parte fundamental de las grandes Sumas
Teológicas. En la filosofía teológica de santo Tomás, en las construcciones
lógicas de Ramón Llull, en los textos místicos de san Bonaventura, la cuestión
del hombre, como una criatura de Dios («imago Dei») constituyen un tema
fundamental en la historia medieval.
B. Pascal, en la época moderna, recoge la enigmática cuestión en sus
Pensamientos y se pregunta desde el vértigo metafísico de los espacios
celestiales: «Qu’est-ce que c’est l’homme?». Después de él, D. Hume, el más
grande de los empiristas anglosajones, dedica su monumental obra, el Tratado
de la naturaleza humana, a dilucidar la cuestión. También, I. Kant, en la
Crítica de la razón pura y en el decurso de toda su obra, se enfrenta al
misterioso interrogante. En la filosofía de Kant, el giro antropológico de la
filosofía moderna llega a su máxima expresión, ya que en la filosofía
trascendental de Kant, la pregunta por el hombre («Was ist der Mensch?»)
constituye la pregunta fundamental («die Grundfrage»), el punto culminante de
todas las preguntas filosóficas. Todas las preguntas filosóficas alrededor del
conocer, alrededor del obrar, alrededor del esperar, nos remiten, según el
pensador de Königsberg, a la pregunta por el hombre. ¿Qué puedo conocer?
¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? En definitiva, ¿qué es el hombre?
En algunos tratados de Antropología Filosófica, la capacidad de preguntar
resulta la característica decisiva del hombre. Se da en B. Pascal cuando
caracteriza al hombre por su grandeza y por su debilidad, o en J. G. Herder
cuando dice que el hombre es la criatura más desvalida de la naturaleza. J. J.
Rousseau lo califica como un animal depravado y, más tarde, M. Scheler se
refiere a él como un ser abierto al mundo. La caracterización del hombre como
un animal que pregunta, como un animal interrogante, no es en absoluto
banal, porque, de hecho, el ejercicio de preguntar acompaña al hombre
durante toda su existencia, desde que tiene uso de razón, en la infancia, hasta
su vejez. En la Antropología Filosófica, el contenido de este preguntar es el
propio del hombre.
No resulta fácil caracterizar, a grandes rasgos, la naturaleza formal y material
de esta disciplina denominada Antropología Filosófica, porque existen muchas
y diferentes aproximaciones. Además, entre estas múltiples aproximaciones,
hay unas diferencias abismales no sólo por lo que hace al contenido, sino
también a la forma. En efecto, desde un punto de vista material, el tema de la
Antropología Filosófica es, como se ha comentado antes, el hombre. A pesar de
ello, esta cuestión puede y de hecho es abordada desde diferentes perspectivas.
Por otro lado, la forma, es decir, la manera de desarrollar la cuestión, difiere
sustancialmente de un antropólogo a otro.
Quizá lo más adecuado sea una aproximación circular y progresiva a la
disciplina. En esto se basa, fundamentalmente, el método filosófico de J.
Ortega y Gasset. Se trata de analizar la cuestión envolviéndola y avanzar
progresivamente a partir de múltiples perspectivas. Partiremos, pues, de una
definición simple y evidente de la Antropología Filosófica, para introducir
posteriormente diferentes variaciones con la finalidad de caracterizar la
disciplina desde la complejidad. En esta disciplina, la complejidad es
consustancial.
DEFINICIONES DE LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
La Antropología es un discurso filosófico
Una primera definición: la Antropología Filosófica es el discurso filosófico
sobre el ser humano. No trata de este o de aquel ser humano, sino del ser
humano «in abstracto», es decir, del que es ser humano más allá de sus
concreciones históricas, biológicas, sociales, religiosas y culturales. El objetivo,
por tanto, de esta disciplina, no es caracterizar eternamente al ser humano y sus
múltiples facetas, sino analizar, «in recto», el sentido de la existencia humana.
Refleja un discurso filosófico y, por tanto, especulativo y teórico que pretende
dilucidar el sentido de la existencia humana, la razón de ser y el fundamento
último de la condición humana. Precisamente por esto, la Antropología
Filosófica pertenece al ámbito de la filosofía pura y no directamente a la esfera
de la filosofía práctica.
Tradicionalmente, desde Aristóteles hasta Kant, se distinguen dos grandes
ámbitos en la investigación filosófica: el ámbito del ser y el ámbito del obrar.
La filosofía teorética es un discurso de carácter especulativo y abstracto
destinado a dilucidar el sentido del ser, como diría adecuadamente M.
Heidegger en una de sus obras. Por otro lado, la finalidad de la filosofía
práctica, que Aristóteles identifica con la ética, es el análisis del obrar humano.
El discurso antropológico se ubica dentro de la primera esfera, ya que su
objetivo es analizar la naturaleza humana, la esencia última del ser humano, sus
comportamientos fundamentales. El discurso ético se centra en la manera de
obrar humana.
El objetivo de la Antropología Filosófica es la descripción filosófica del ser
humano, es decir, de lo que es el ser humano en su esencia, pero eso sólo es
posible a partir del análisis del obrar, ya que la manera de obrar es la
manifestación del ser; como decían los medievales, «operari sequitur esse», es
decir, la manera de obrar sigue al ser. Eso significa que la Antropología
Filosófica es el análisis del ser humano, pero a partir del obrar, y la manera de
obrar humana es plural y muy rica por el hecho de que el ser humano es por
encima de todo un animal polifacético, capaz de múltiples actividades. Es
capaz de amar, es capaz de aprender, es capaz de odiar, es capaz de crear, es
capaz de destruir. El acceso a aquello que es el ser humano pasa por el análisis
del obrar, a pesar de que la persona es más que la suma de sus actos.
En el esquema arquitectónico del saber filosófico que elaboró Ch.Wolf y que
sirvió de base a la crítica de I. Kant, hay dos grandes áreas de la filosofía
teorética: la metafísica general y la metafísica especial. Dentro de las esferas de
la metafísica general, se ha de ubicar la Ontología, el objeto fundamental de la
cual es el análisis filosófico del ser y su sentido último. Como dice M.
Heidegger, siguiendo a G. Leibniz, al final de uno de sus textos más citados, la
pregunta fundamental de la metafísica versa de la siguiente manera: ¿por qué
hay el ser y no más bien el no-ser?
Por otro lado, dentro de la esfera de la metafísica especial, se desarrollan tres
saberes teóricos: la Cosmología, cuyo tema de análisis es el universo, su
constitución, su génesis y su evolución; la Teología Racional, cuyo centro de
análisis es la existencia y la naturaleza de Dios, y finalmente la Antropología
Filosófica que tiene la finalidad reinvestigar la esencia de la persona humana y
su lugar en el cosmos. Dios, Mundo y Hombre constituyen los tres núcleos
problemáticos de la filosofía teorética y el ejercicio de la metafísica consiste en
encontrar una correlación lógica y racional entre estos tres polos de la realidad.
Los tres saberes: Teología, Cosmología y Antropología, están mutuamente
implicados, ya que cada uno de ellos se refiere ineludiblemente al otro, a pesar
de que no necesariamente de una manera afirmativa, sino también de manera
negativa. En el pensamiento de san Agustín, por ejemplo, su Antropología se
refiere directamente a la Teología, ya que el hombre se define como una
criatura de Dios y, por tanto, su referente constitutivo es Dios. En su
concepción del mundo, el hombre es creado por Dios y su fin último consiste
en la comunión con Dios. Por otro lado, en la teoría evolutiva de Ch. Darwin,
su Antropología está en íntima relación con su Cosmología, cuyo origen se
remonta a los orígenes del Universo y se ha desarrollado en el decurso de
millones de años. En la filosofía de F. W. Nietzsche, su concepción del hombre
se refiere también a la Teología, a pesar de hacerlo de una manera crítica, ya
que la afirmación del hombre en Nietzsche requiere la negación de Dios, la
muerte de Dios, como dice el hombre loco del aforismo CXXV de La Gaya
Ciencia.
A partir de estos ejemplos históricos, cualquiera se da cuenta de que la
Antropología está íntimamente relacionada con la Cosmología y con la
Teología, a pesar de que la comentada relación no es unívoca, sino que
adquiere, en el transcurso de la historia del pensamiento, expresiones muy
diferentes. Resulta imposible introducirse en la esfera humana, sin referirse al
cosmos, al mundo que, en definitiva, es el espacio donde el ser humano realiza
su existencia. Por otro lado, resulta imposible pensar lo humano sin referirse a
la esfera divina, aunque sea de forma crítica, ya que, desde la génesis del pensar
filosófico, la pregunta por Dios y por su relación con el ser humano constituye
un tema clave de la filosofía y, antes, de la mitología.
La Antropología es un discurso crítico, racional y dialógico
Segunda definición: la Antropología Filosófica es un discurso racional, crítico y
dialógico en el entorno de la condición humana. La Antropología es un
discurso fundamentalmente racional, aunque no únicamente racional, ya que
intervienen factores de tipo subjetivo, emotivo, histórico, social y religioso.
Esto significa que el instrumento de análisis de la realidad es, en esta disciplina,
la razón. La herramienta del antropólogo es la racionalidad, mediante la cual,
intenta explicar el fenómeno humano, como diría P. Teilhard de Chardin. Eso
significa que en el seno de este discurso, la argumentación, el entramado lógico
de las tesis, la explanación racional de los comportamientos humanos, es
fundamental.
La razón, como dijo I. Kant, es un instrumento que puede emplearse de
diversas maneras. Hay usos diferentes de la razón. En primer lugar, hay un uso
especulativo de la razón y un uso práctico. Kant se dedicó, en la Crítica de la
razón pura, a analizar los límites de la razón en relación a su uso especulativo, y
dedicó la Crítica de la razón práctica a analizar el alcance de la razón práctica en
el terreno de lo moral.
El uso de la razón en la ciencia o en la tecnología es diferente del uso de la
razón en la Antropología o en la poesía. Esto significa que la razón es un
instrumento que puede utilizarse de formas muy diferentes. En la
Antropología, la razón no opera de manera matemática, es decir, no avanza de
una manera puramente lógica, sino que lo hace de una manera circular y
meditativa. El objetivo fundamental de la Antropología es pensar la realidad
humana y pensarla desde todas las perspectivas, por ello en esta disciplina la
razón no se emplea de una manera instrumental, como en la tecnología, sino
reflexiva y meditativa.
El instrumento racional es clave para distinguir la Antropología Filosófica de
otros discursos sobre el hombre. Así pues, a pesar de que el tema de la
Antropología Filosófica es, como se ha dicho, la persona, la Antropología,
como tal, no tiene la exclusiva del ser humano, ya que la condición humana es
un tema constante en otros saberes como la poesía, la novela, la mitología y,
exclusivamente, la música. De hecho, hay también una Antropología literaria
cuya finalidad es analizar el sentido de la condición humana a partir de las
grandes obras maestras de la literatura universal. Hay mucha Antropología en
los textos de W. Shakespeare, de L. Tolstoi o de F. Kafka, ya que, en ellos, se
trata, fundamentalmente, de lo humano, pero desde otra perspectiva
intelectual y estética. En los personajes universales de la literatura (Hamlet,
Don Quijote, Ana Karenina, Gregor Samsa…) es posible rastrear los grandes
tópicos y los grandes temas de la existencia humana: el amor, la muerte, la
angustia, la esperanza, el temor, el sufrimiento, el placer.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre estos discursos? El punto de encuentro
es evidente, a saber, el fenómeno humano, pero la metodología para abordar
esta cuestión difiere sustancialmente. En la Antropología Filosófica, el
instrumento fundamental de aproximación al misterio humano es la razón,
mientras que en la poesía, la literatura o la música, la razón no tiene el papel
central y decisivo que tiene en la Antropología Filosófica. En una descripción
poética del ser humano, la emotividad, el sentimiento, la pasión, la
imaginación, el sueño, son elementos clave para su ejecución. La finalidad del
texto poético no es dilucidar racional y críticamente la esencia humana, sino
expresar con belleza la emoción frente a lo humano. La razón especulativa,
abstracta y meditativa no tiene el papel central que se da en la Antropología
Filosófica.
Esto significa que la Antropología Filosófica ha de integrarse y
correlacionarse con las disciplinas que, de una manera oblicua, se aproximan al
misterio del universo personal. A pesar de que el instrumento central de esta
materia es la racionalidad, esto no significa que pueda desarrollarse al margen
de las aproximaciones emotivas y subjetivas al ser humano. En este punto, la
Antropología Filosófica actual aún debe integrar en su discurso las grandes
aportaciones de estas artes en relación con el tema humano.
El discurso antropológico es, además de racional, crítico. La perspectiva
crítica es inherente al ejercicio de la filosofía. Sócrates fue un crítico en su
tiempo y, precisamente por eso, tuvo que beber la cicuta; también lo fue
Aristóteles frente a la religiosidad mitológica y pagana de su tiempo. R.
Descartes, en El discurso del método, sometió a una crítica radical todos los
conocimientos filosóficos que había recibido en el decurso de su formación e,
incluso, sus propias percepciones y sensaciones. En I. Kant, la crítica adquiere
toda su plenitud, ya que no sólo somete a aquella los conocimientos de su
tiempo, sino las mismas posibilidades cognoscitivas de la razón. En F. W.
Nietzsche, la actitud crítica es radical y su crítica se orienta hacia toda la
tradición occidental, socrática y cristiana. El ejercicio de la sospecha es, pues,
constante en la historia del pensamiento occidental.
La Antropología Filosófica es un discurso crítico porque pone en cuestión
nuestras concepciones habituales y comunes de la naturaleza humana.
Precisamente por esto, en esta disciplina, es absolutamente necesaria la
interrogación crítica de nuestras convicciones fundamentales puestas entre
paréntesis, ya que sólo nos es posible pensar en el ser humano si somos capaces
de criticar los prejuicios que tenemos y que hemos heredado con respecto a la
naturaleza humana. La actitud crítica es fundamental para progresar en el
conocimiento de lo humano, pero la crítica debe realizarse desde la
racionalidad, desde la argumentación. No se trata, pues, de una crítica fácil y
reaccionaria, sino de una crítica fundamentada, contrastada y con la finalidad
de buscar la verdad del hombre. Detrás de la actitud auténticamente crítica, se
esconde el interrogante: ¿cuál es, en definitiva, la verdad del hombre?
El diálogo es intrínseco a la filosofía. De hecho, la filosofía nace en el ágora
ateniense, cuando Sócrates comienza a dialogar con sus contemporáneos sobre
cuestiones como la virtud, la inmortalidad y la felicidad. Después de las
incursiones presocráticas, la filosofía es, por definición, diálogo. También la
Antropología Filosófica tiene una naturaleza dialógica, ya que sólo a través del
diálogo es posible progresar en el conocimiento de lo humano, porque en el
diálogo se integran perspectivas diferentes y variadas sobre lo humano. El
monólogo empobrece la cuestión antropológica, mientras que en el diálogo
adquiere cotas de máxima complejidad.
Esta integración de perspectivas diferentes no se ha de interpretar como una
especie de eclecticismo filosófico, ya que el término final del diálogo es, según
Platón, la verdad y, precisamente por eso, es necesario considerar todas y cada
una de las perspectivas filosóficas, pues cada una aporta, en un grado diferente,
alguna brizna de verdad sobre el hombre. La tarea de pensar en la condición
humana no puede ser nunca a título individual, ya que la cuestión humana es
demasiado enigmática para ser dilucidada en solitario. De hecho, la historia de
la Antropología Filosófica es la historia de un diálogo sobre lo humano.
La Antropología es hermenéutica de la condición humana
Ensayaremos, todavía, una última definición de Antropología Filosófica que
integre sintéticamente rasgos que se han esbozado aquí. Según lo que se ha
comentado anteriormente, la Antropología Filosófica puede definirse como un
discurso filosófico —esto es racional, crítico, dialógico—, respecto del entorno
de la condición humana con la finalidad de dilucidar aquello que le es más
propio y específico y comprender globalmente las múltiples expresiones y
modalidades del vivir humano.
La vida humana, con todas sus ambigüedades y perplejidades, constituye, al
fin y al cabo, el tema de la Antropología Filosófica.
CONCLUSIÓN
A partir de lo que ha ido diciendo a lo largo de este capítulo sobre la
Antropología Filosófica, queda claro que la Antropología Filosófica es una
disciplina que pertenece, claramente, al marco de las ciencias humanas y que su
ámbito esencial es explorar los rasgos fundamentales de la condición humana.
BIBLIOGRAFÍA
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Cátedra.
WILSON, E. O. (1980). Sobre la naturaleza humana, México: FCE.
LECTURAS
Narrativa:
CERVANTES, M. El Quijote.
3.
LA ANTROPOLOGÍA EN EL MARCO DE LA SOCIEDAD Y DE LA CULTURA
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Mostrar el marco interpretativo del cual surge y se desarrolla la vida humana.
Fundamentalmente, la ANTROPOLOGÍA es el estudio del ser humano y, por
extensión más inmediata, de la vida humana: de la convivencia, de las
relaciones que se establecen, de los significados y de las interpretaciones que se
construyen. La Antropología evidencia la capacidad simbólica del ser humano
sugiriendo diversidad de significados y de sentidos que dan paso a aquello que
entendemos como cultura; da una visión sobre el ser humano ofreciendo la
comprensión sobre sí mismo, sobre el entorno y sobre las relaciones que se
generan: es decir, sobre todo aquello que entendemos por sociedad.
La Antropología, por tanto, implica un conocimiento del entorno, del lugar,
de los comportamientos y de las formas de vida humana: cómo está constituida
esta vida, cómo cambia y cómo se transforma. La Antropología descubre
similitudes y diferencias, sugiere posibilidades, es un campo abierto de
contrastes y de diálogo, observando y analizando cualquier realidad del pasado
y del presente, y teniendo como actor principal al ser humano como una
realidad personal.
Al devenir de la realidad personal a lo largo de la propia vida lo
denominamos «biografía», al devenir de un grupo humano a lo largo del
tiempo lo denominamos «historia». Visto así, podemos decir que la biografía y
la historia son objeto de estudio y de interpretación de la Antropología.
Biografía e historia humana que se dan en un marco cultural y social al que nos
aproximamos con una falsa linealidad ya que coinciden en la realidad humana
con una convergencia a veces difícil de separar.
Cuando hablamos de cultura hoy, ¿de qué hablamos y qué queremos decir?
Ciertamente, nos encontramos con un concepto polivalente y complejo que
genera problemas similares a los que generan otros conceptos de características
parecidas; por ejemplo, preguntas, problemas parecidos suscitan temas como
salud y enfermedad. Hacer una aproximación a una teoría de la cultura pide
una mente abierta, libre de prejuicios, dispuesta a sentirse incómoda con
aquello que uno se va encontrando, con las explicaciones que se deriven,
significa también renunciar a invocar la arbitrariedad del término para justificar
motivaciones/acciones reprobables.
El alcance significativo del término «cultura» es de una actualidad
indiscutible a nivel académico y en general: queremos que lo explique todo.
Todo está inmerso en este concepto al cual relacionamos estrechamente otros
como tolerancia, normalidad, estilo de vida, salud, enfermedad… Queda lejos
la comprensión estricta del término limitada a un saber intelectual, a múltiples
conocimientos, a un cultivo de las costumbres reservado a un tipo de elite. Si la
vida es el gran tema de la biología, la conciencia, las emociones lo son de la
psicología; la trascendencia, el misterio de la divinidad lo es de la teología. Se
puede decir que la cultura es objeto de estudio preferente de la Antropología,
tema específico para antropólogos y sociólogos que han contagiado su interés y
su importancia a otras disciplinas que afectan a un amplio sector de la
población.
DESARROLLO
BREVE REFERENTE HISTÓRICO
CULTURA Y SOCIEDAD
LA PERSONA, UN SER SOCIOCULTURAL
LOS SÍMBOLOS
BREVE REFERENTE HISTÓRICO
Plantearse el origen de la Antropología es como si lo hiciéramos respecto al
origen del ser humano, la cultura y la historia; plantearse el origen de la
Antropología cultural y social tiene connotaciones parecidas. Con todo,
podemos esbozar un perfil en el tiempo. Nombrar Heródoto (s. V a. C.) es
situarnos en un tiempo muy próximo: vivió en Atenas y viajó por el mundo
conocido de su época (Persia, Arabia, Egipto,…), aportó informaciones
geográficas, de costumbres y de creencias, descripciones de luchas y
acontecimientos… Cicerón lo denominó el «padre de la historia», algunos
autores lo designan como el primer etnógrafo. Pero antes de Heródoto,
muchos otros observaron y recogieron, describieron e interpretaron diversidad
de maneras de vivir y entender la vida, la muerte, la convivencia, la
enfermedad… Sólo a modo de ejemplo, allá en el siglo XXV a. C., el autor del
poema sumerio de Gilgamesh ya hacía Antropología cuando reflejaba en
tablillas de barro la preocupación por la vida, la muerte, la guerra, la felicidad,
el amor y el desamor, la enfermedad… Así mismo, los restos de la cueva de
Shanidar (Zagros-Irak, circa -60.000 años) nos remiten a un grupo de hombres
de Neandertal que tienen especial cuidado por los difuntos y los ritos con que
se acompaña la muerte de uno de sus miembros: una ordenada distribución de
flores y plantas aromáticas alrededor de los restos fósiles nos hablan de un
enterramiento llevado a término deliberadamente y con preocupación por el
más allá del difunto. Todos estos datos nos proporcionan la comprensión de un
aspecto cultural y social de los neandertales, pero, sobre todo, nos lleva a
considerar que desde los tiempos más lejanos de la historia, la curiosidad y la
inquietud interior construyen mediante expresiones externas (con expresiones
simbólicas) aquello que en términos generales denominados cultura. Eso es la
Antropología: observación, análisis e interpretación de la realidad.
El término «Antropología» está compuesto por dos palabras griegas: lógos
(palabra, discurso, ciencia…) y ánthropos (ser humano); y significa la palabra,
el discurso, el estudio… del ser humano y de todo lo que le atañe.
Posiblemente, si el referente es la utilización del nombre (Antropología)
tendríamos que citar a Aristóteles (s. IV a. C.) como alguien que ya la utilizaba.
Pero la Antropología, como disciplina que se interesa por los aspectos
culturales, nace entre los siglos XVIII y XIX de la mano de investigadores
británicos, alemanes y americanos que sienten una gran curiosidad por los
pueblos primitivos contemporáneos y se valen de relatos de misioneros,
viajeros, aventureros… así como de las ideas evolucionistas y comparativas de
la época. Éste era, sin embargo, un conocimiento indirecto, a distancia. Se
trabajaba con la información recibida. Más tarde, se descubrió el trabajo de
campo: el descubrimiento por uno mismo y desde el lugar donde sucedía, de
todo aquello que hasta entonces se conocía por boca de otros. A partir de aquí,
la Antropología se hace más crítica y se diversifica en escuelas.
Una mirada rápida y breve sobre la comprensión de la cultura nos lleva a
hablar de los siguientes autores:
E. Taylor (1832-1970): entendió la cultura como herencia no
biológica de la especie.
A. Kroeber (1876-1960) y C. Kluckhohn (1905-1960). Clasificaron
unas 164 definiciones de cultura y construyeron una genealogía de la
idea antropológica de cultura, entendiéndola como un todo
integrado y estructurado por diversas partes interrelacionadas.
F. Boas (1858-1942). Sus estudios sobre los indios kwakiutl
(Vancouver, Canadá), le permitieron establecer un concepto de
cultura y de raza diferente, introduciendo el denominado
«relativismo cultural»: los sistemas culturales son esencialmente
iguales, y las diferencias surgen a causa de condiciones históricas,
sociales y geográficas.
R. Benedict (1887-1948). Desde el nacimiento, las costumbres
modelan la experiencia y la conducta del individuo. También, M.
Mead (1901-1978) perteneciente a la corriente «Cultura y
personalidad», plantea una concepción holística de la cultura.
B. Malinowski (1884-1942). «La cultura es un todo edificado a base
de instituciones en parte autónomas y en parte coordinadas» (Una
teoría científica de la cultura, Madrid 1981).
C. Lévi-Strauss (1908-2004) Define la cultura como un conjunto de
sistemas simbólicos, que abarca, sobre todo, el lenguaje, las reglas del
matrimonio, las relaciones económicas, el arte, la ciencia y la religión.
La complejidad que esconde el concepto «Cultura» se hace patente en los
numerosos intentos por describirla. Incluye factores subjetivos, convicciones,
actitudes, conocimientos, valores, formas de comportamiento, costumbres,
creencias, hábitos…
En este capítulo incidimos en dos aspectos fundamentales simultáneos y que
se desprenden de la capacidad y la necesidad humanas de construir y
relacionarse: el aspecto cultural y el aspecto social.
CULTURA Y SOCIEDAD
A pesar de las dificultades y los límites de toda definición es importante que
intentemos definir (o mejor, describir) qué es «cultura». Entendemos por cultura
el ambiente, el espacio, humanizado por un grupo en constante proceso de
transformación y de influencia sobre las relaciones sociales. La cultura es el marco
de interpretación de la vida y del mundo, delimitada por un espacio y un tiempo
que proporcionan una clave de lectura de la realidad, no independiente de la
acción y la reflexión humana.
El término «cultura» siempre ha aglutinado unos rasgos específicos y
referentes a un grupo: se entiende como una manera de vivir en el mundo, de
verlo y de expresarlo. Por ejemplo, globalmente, no es lo mismo la percepción
que uno tiene de aquello que se vive desde los inicios del siglo XXI que si se
sitúa en el siglo V; en términos más concretos, no es la misma la percepción
que se tiene desde un ámbito profesional que desde otro. Si el tiempo ofrece un
marco muy amplio de interpretación, lo mismo podemos decir del «lugar» en
el cual uno vive; no lo es lo mismo la ciudad que el campo, de cara al mar que
tierra adentro, un núcleo industrial o intelectual; un suburbio, una prisión, un
hospital; ni un oficio o una actividad social que otra. Como no es lo mismo el
área geográfica condicionada, aunque sea por su historia, el clima, la
alimentación… Las tradiciones, las costumbres, los hábitos, las creencias…,
todo forma parte de un pasado que se recoge y se representa (se actualiza) en el
presente, se reconstruye y proyecta la vida hacia el futuro. Podemos ver, por
tanto, que hay grandes afinidades y diferencias culturales. La capacidad de
integrarse y comprender una cultura (un ámbito de convivencia con rasgos
propios) radica en potenciar las afinidades sin abolir ni ignorar las diferencias,
ya que éstas forman parte de la especificidad del grupo, de la especificidad de la
propia cultura. Es precisamente el respeto a esta especificidad lo que facilita la
convivencia.
Esto es la cultura: el patrimonio humano de un grupo trasmitido de
generación en generación, que se actualiza. La cultura es algo cambiante,
dinámico, progresivo, aunque hay en la cultura algo que siempre queda, que
permanece.
Es necesario entender, por tanto, que las «realidades» solamente son
asumibles plenamente dentro del marco interpretativo de su cultura: de forma
parecida, lo genuino de aquello que uno quiere transmitir se da fielmente desde
la propia lengua; el fenómeno de la traducción nos ilustra a la hora de
comprender las dificultades de expresar algo en una lengua distinta, desde otra
cultura. La visión que uno tiene desde fuera es una percepción, una
aproximación, más o menos fiel de esta realidad; la visión desde dentro es la
que permite comprender el significado y el sentido. Por ejemplo, la enfermedad
es un espacio cultural: comprender la persona enferma y su situación pide, por
lo menos, verla desde dentro de ella misma y de su enfermedad, más allá de las
apariencias y de nuestras preconcepciones.
El campo de estudio de la Antropología Cultural es muy amplio: formas de
vida, de comportamiento, rasgos culturales cambiantes, estables, símbolos,
valores, creencias… Pero entre los fenómenos culturales, fijaremos la atención
en dos: el de aculturación y el de inculturación.
Aculturación
La aculturación es el cambio que se produce en una cultura concreta al
convivir con otra: cuando grupos de culturas diversas entran en contacto
prolongado, se observan cambios de comportamiento, de costumbres, de
valores… Actualmente, el estudio de la aculturación es importante no
solamente por el fenómeno de las migraciones, sino también porque las formas
de comunicación permiten entrar en contacto con todo el mundo, a pesar de
las distancias. Recibimos cantidad de información de todo tipo que puede
influirnos, y nos influye, en el hablar, el comportamiento, las ideas, las
costumbres, a pesar de que en algunos medios de comunicación no hay
reciprocidad de influencias.
Inculturación
La inculturación es la inserción de una categoría de pensamiento en otra
cultura distinta sin corromper el sentido nuclear (esencial) de aquello que se
quiere transmitir. La inculturación no es solamente una relación entre culturas
(aculturación) sino, más bien, la interacción de una cultura con otra: la mutua
compenetración que pide respeto por las realidades propias de cada cultura.
Cuando este respeto se pasa por alto, se provoca la denominada inculturación
traumática: la imposición por la fuerza y la coacción de una cultura más fuerte
sobre otra más débil. La historia ofrece numerosos casos.
Por ejemplo, traducir es inculturar el sentido de aquello que se quiere
expresar en otra lengua con distintas categorías de pensamiento. Otro ejemplo
muy cercano lo tenemos en el cristianismo: en su origen, el «hecho Jesús» tuvo
lugar en un ámbito de cultura semítica (en el judaísmo), pero el esfuerzo de la
primera comunidad cristiana por «traducirlo» a la cultura griega es un ejemplo
de inculturación.
La Constitución Gaudium et spes (cap. II, 53-62) del Concilio Vaticano dice:
En general, con esta expresión, cultura, indicamos todo aquello que hace que el hombre afine y
despliegue, de muchas maneras, sus cualidades espirituales y corporales; que intente poner bajo su
dominio, con el estudio y el trabajo, toda la tierra; de hacer más humana la vida social, tanto dentro de
la familia como en toda la convivencia civil; y, finalmente, a través del tiempo, hace que exprese,
comunique y conserve, en sus obras, para provecho de muchos e incluso de toda la humanidad, sus
grandes experiencias y aspiraciones…Y de eso deducimos que la cultura humana comporta
necesariamente un aspecto histórico y social, y a menudo la palabra cultura tiene un sentido
sociológico y también etnológico.
LA PERSONA, UN SER SOCIOCULTURAL
La breve descripción expuesta sobre la cultura muestra que ésta no es posible
sin la participación humana, la interacción constante entre cultura y las
relaciones humanas. De estas relaciones nos surge aquello que, en términos
generales, denominamos sociedad.
La sociedad no es algo de definición abstracta: es un contexto de relaciones
personales, organizadas, institucionalizadas (normalizadas), que se cohesionan
alrededor de unas características y de un interés común. La red estable de estas
relaciones es aquello que, en una primera aproximación, se llama «estructura
social». Un elemento que se debe tener en cuenta es la interacción que existe
entre pequeños grupos dentro de una misma sociedad; ésta constituye una
macroestructura que no necesariamente implica la pérdida de identidad y la
disolución del pequeño grupo: el mismo concepto de red social ya indica este
movimiento de distanciamiento y de cohesión de grupos particulares dentro de
uno mayor. Esto no es óbice para que existan peculiaridades e intereses
(personales) que actúan y condicionan, en mayor o menor intensidad, la
estructura social, y al revés, también. Por ejemplo, el mundo sanitario es una
macrosociedad en la cual interactúan diversos pequeños grupos (pequeños
núcleos sociales); esto no diluye la autonomía y la identidad de cada una de las
personas que participan, que influyen y, al mismo tiempo, son influenciadas
por los grupos pequeño y grande.
Toda sociedad tiene unos mecanismos de interacción llamados «sistemas de
acción social», con capacidad de generar unos tipos de comportamientos
específicos (rol) dentro del sistema. Por ejemplo, el sistema sanitario es un
sistema de acción social que pauta, regula (configura) las relaciones de sus
actores, ya sean profesionales de la salud, pacientes, familiares, etcétera. Se da
una pluralidad de individuos que cooperan en un mismo marco con diversidad
de relaciones, funciones y beneficios: con diversidad de roles.
Toda estructura social debe entenderse dentro de un proceso histórico; así,
los conceptos de cambio, transformación, participación, conflictividad, forman
parte de la descripción de sus características fundamentales y de la dinámica de
relaciones que se dan. Su estudio y comprensión piden contextualizarla a fin de
entender la vida que en ella se desarrolla. Factores económicos, políticos,
demográficos, religiosos, etcétera, pertenecen al proceso que experimenta toda
sociedad y sus componentes lo viven desde la diferente pertenencia a las
denominadas clases sociales, las cuales tienen relación con las condiciones de
vida de los individuos y no siempre con las capacidades y las valoraciones
personales. El concepto de clase social sugiere el de «desigualdad»; en sentido
amplio, lo entendemos desde la perspectiva de la diferencia: en una primera
aproximación, la diferencia marca la desigualdad; la cantidad y la calidad son
términos que calificarán su valoración o estimación.
Por ejemplo, las etapas vitales (infancia, adolescencia, juventud, etcétera) van
asociadas a diferencias y desigualdades entre las personas; considerar qué es
salud y qué quiere decir estar sano en unas y otras está en función de las
posibilidades de la edad, pero también de la calidad de las condiciones de vida,
de los recursos personales y de cómo se organicen y distribuyan los
denominados procesos sociales. Hacemos referencia a los mecanismos de
funcionamiento de una sociedad: distribución del trabajo y del ocio,
prestaciones sociales, acceso a la educación y a la sanidad, y otros.
La sociedad es responsable del progreso social; es decir, de favorecer unas
buenas condiciones de vida para sus miembros. Por ejemplo, el fenómeno de la
emigración se debería poder explicar desde el ejercicio de la libertad del
individuo a optar por un lugar y un tipo de vida, no por una necesidad vital
(por la urgencia) de supervivencia.
El ser humano (la persona) es un ser cultural y social: es excéntrico
(trascendente), abierto a las realidades externas y con capacidad de influencia
sobre su medio, es decir, con capacidad y posibilidad de ejercer sus cualidades
como ser personal. La bibliografía sobre este tema es muy amplia, pero aquí
queremos simplemente repasar el ineludible protagonismo y la responsabilidad
del individuo en la construcción social y en sus procesos.
La misma noción de persona implica relación, compañía, referencia a algún
otro, es decir, trascendencia. Ésta es la génesis del tejido social. Necesariamente
la persona es un ser social, es el motor de las relaciones que establece consigo
mismo, con los demás y con el entorno (el mundo social); es capaz de adoptar
la iniciativa del tipo de
«colaboración» que establece en su medio: proyecta aquello que es y, a la vez,
recibe y aprehende sus influencias. Paradójicamente, por medio de este
movimiento de proyección y de aprehensión uno se va haciendo ser social, se
va socializando día a día, y esto tiene efecto en su vida concreta, en el entorno,
en su bienestar, en su salud.
La consideración de la persona como ser social y cultural permite darse
cuenta de la constante colaboración y tensión entre el individuo y su entorno.
Dicho de otra manera, el espacio sociocultural es algo dado, algo que se
aprehende (se asume) y que se puede modificar.
Uno tiene una conciencia implícita (interiorización) y explícita (acción) de
este proceso de construcción de la persona como ser social: todo esto tiene
implicaciones importantes a lo largo de la vida y en la comprensión de la salud
de las personas y sus sociedades. La salud humana, estar sano, se inscribe en los
parámetros de aquello que es, y puede llegar a ser, el ser humano. Nuestra
reflexión no olvida el doble encaje entre interiorización y acción, entre la
realidad personal y la proyección social. No olvida el carácter eminentemente
humanístico de la realidad: un mundo humano, hecho por hombres y habitado
por hombres en continuo proceso histórico (J. L. Berger, T. Luckmann, p.
258).
La sociedad del siglo XXI
Manuel Castells (1997) destaca como principales características de la sociedad
actual:
La Revolución tecnológica (y creciente auge de la tecnología móvil).
No obstante existe una enorme brecha entre nuestro sobredesarrollo
tecnológico y nuestro subdesarrollo social.
La profunda reorganización del sistema socioeconómico (globalización).
La nueva economía se sustenta sobre tres pilares: la información, la
globalización y la organización en red (frente a las anteriores
organizaciones jerárquicas verticales)
Los cambios en el mundo laboral. Frente al trabajo ejecutor (sin
capacidad de iniciativa, limitado a una tarea genérica no
especializada), el trabajo calificado («trabajo autoprogramable», con
capacidad para cambiar tanto en lo tecnológico como en lo
organizativo, para definir objetivos y transformarlos en tareas) se
considera como el gran factor para la creación de valor en la
empresas.
Los cambios sociales. Crisis de la familia patriarcal, nuevos modelos de
convivencia y creciente multiculturalidad.
LOS SÍMBOLOS
Nuestra aproximación a la Antropología como un conocimiento de la cultura y
de la sociedad no puede olvidar la dimensión simbólica del ser humano; uno se
expresa y es reconocido por medio de símbolos. Unos símbolos propios de cada
tradición cultural. La capacidad simbólica es inherente a la condición humana
y, como tal, siempre y en todos los sitios se encuentra socialmente y
culturalmente configurada (Ll. Duch, 2002). El mundo de la salud, del
sufrimiento y de la enfermedad es un espacio de vida impregnada de
expresiones y de significados que encuentran en los símbolos su posibilidad de
representación.
El símbolo es un «recurso» sensible por medio del cual uno intenta expresar
aquello que siente y su significado: el símbolo es un recurso cultural
socialmente consensuado y que representa alguna cosa.
El símbolo muestra aquello que quiere significar o significa: es la forma
física, material-visible (sensible), de todo un contenido que el símbolo es capaz
de expresar. El símbolo pone al descubierto que la relacionalidad constituye la
expresión antropológica más genuina de la existencia humana (Ll. Duch,
2002) ya que el objetivo del uso del símbolo es para que sea interpretado: parte
de él mismo y, al reconocerlo, se interpreta.
La importancia del símbolo radica en aquello que representa, no en aquello
que es en sí mismo. Por ejemplo, el simbolismo religioso es un recurso sensible
que representa realidades inaccesibles a la realidad humana.
Cada cultura, cada sociedad, cada individuo confiere y reconoce sus
símbolos, y éstos forman parte de su vida y de su lenguaje. La vida cotidiana
está llena de expresiones simbólicas de diferentes características:
saludar/despedirse es un gesto simbólico con un sentido u otro según la forma
y la expresión que uno le dé, también según la situación. La expresión corporal
contiene un lenguaje simbólico lleno de significado en relación a las
costumbres del lugar, o bien según la intencionalidad particular del individuo:
comunica algo.
En el ámbito de la salud-enfermedad, la representación simbólica es
importante. En la cultura del Antiguo Oriente Medio, las diversas
enfermedades simbolizaban el espacio del mal y de la punición: por ejemplo,
las enfermedades que afectaban a la piel representaban la impureza, la
contaminación del enfermo y de su espacio vital (lepra, úlceras, etcétera). La
representación del sufrimiento y del dolor ha construido todo un mundo
simbólico con una significación fundamental: ser aliviado. A su alrededor se ha
configurado todo un entramado de gestos, imágenes y ritos, un mundo de
nombres con los cuales se identifica y se busca una respuesta, una atención
personal y del entorno.
El sistema sanitario sería un tipo de respuesta de un tipo de sociedad a un
tipo de sufrimiento que, a veces, se convierte en enfermedad. El sistema
sanitario es símbolo de la salud, del sufrimiento y de la enfermedad, y
comunica la necesidad humana (el deseo) de ser sanado, de ser aliviado, o al
menos, de haberlo intentado. También es símbolo de poder y de sumisión: el
enfermo y su entorno se someten a un diagnóstico, un tratamiento, una
manera de entender el proceso salud-enfermedad-atención; y a la vez, sugiere
un multitud de respuestas alternativas a las estrictamente sanitarias. Estamos en
el ámbito de la representación-interpretación del símbolo.
El chamanismo. Un ejemplo
Hacer referencia al chamanismo es incorporar (aunque sea simbólicamente) la
importancia terapéutica de un buen grupo de culturas que han estado, y están,
presentes en la historia humana. Es también «recordar» que la salud y la
enfermedad, desde muy antiguo, han sido percibidas como situaciones que
afectan no solamente a toda la persona sino al propio grupo y al entorno: es
entender la salud y la enfermedad como un fenómeno universal y solidario.
El chamanismo se basa en la idea de la ausencia de barreras entre el mundo
humano y el mundo cósmico, teniendo en cuenta la diversidad de modalidades
de ambos. El chamán («el hombre medicina») es alguien que, con autoridad
reconocida por el grupo, es capaz de establecer contacto con las fuerzas
desconocidas y superiores que provocan aquellas enfermedades que no pueden
ser curadas mediante remedios cotidianos.
El chamanismo concibe la salud como un «hecho total»: un equilibrio de
fuerzas del espíritu y de la naturaleza. Curar significa restablecer la armonía
perdida entre el enfermo y su entorno (Ll. Duch, pp. 340-348). Hay
psicoterapias modernas que recuerdan los rituales de curación chamánicos en
los cuales se aplicaban técnicas psicológicas ayudadas con simbolismos
culturales propios, a fin de curar un tipo determinado de enfermedad (sin
obviar las diferencias entre aquellas terapias y las actuales).
Del chamanismo interesa resaltar la percepción global de la salud y de la
enfermedad, así como la resolución de ésta en coherencia con una manera de
entender al individuo en relación con todos los ámbitos de la realidad. De aquí
que la enfermedad sea la expresión de un conflicto del individuo con el mundo
en el cual vive. Hoy, cuando hablamos de la enfermedad como una cuestión
social, no estamos diciendo nada nuevo.
CONCLUSIÓN
Titular este capítulo «La Antropología en el marco de la sociedad y de la
cultura» es situarla como marco conceptual de toda reflexión. No solamente
esto, también es hacer del ser humano el protagonista de cualquier suceso y el
constructor de la realidad: ésta refleja aquello que es el individuo, sus
posibilidades y sus carencias. Una breve aproximación a la cultura nos invita a
comprender la diversidad humana que se organiza y cohesiona por medio de
aquello que se denomina sociedad. En términos más concretos: los espacios
culturales son múltiples y las fisonomías sociales también. La referencia al
símbolo tiene, como mínimo, una doble intencionalidad: por un lado, poner
de relieve que pertenece al ser humano la peculiaridad de conferir, utilizar e
interpretar los símbolos, y a la vez, evidenciar su carácter comunicativo, es
decir, de compartir con otros aquello que uno siente. Concretando:
La Antropología observa, analiza, describe la experiencia humana; es
fuente de la que bebieron otras disciplinas con las que interacciona.
La cultura es un hecho universal en el cual interviene de manera
determinante la acción humana.
La salud-el padecimiento-la enfermedad-el cuidar se viven en un
marco sociocultural general (social) y concreto (personal). Desde este
marco tiene sentido y es eficaz su diagnóstico, tratamiento,
prevención o promoción.
El lenguaje sociocultural está afectado por el proceso histórico y
biográfico. Interpretarlo quiere decir ir descubriendo aquello que
somos y aquello que podemos ser. El lenguaje de la salud descubre las
posibilidades humanas y sus límites.
BIBLIOGRAFÍA
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l’era digital. Barcelona: Trípodos (Papers d’Estudi).
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MIGUÉLEZ, F., GARCÍA,T., REBOLLO, O., SÁNCHEZ, C., ROMERO, A. (1997).
Desigualtat i canvi. L’estructura social contemporània, Barcelona: Proa-UAB.
NIETO, C. (1997). La dimensión cultural. Una aproximación a la Sociología de la
Cultura, Alicante: Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert» (Diputación
Provincial de Alicante).
LECTURAS
Narrativa:
BARLEY, N. (1989). El antropólogo inocente. Barcelona: Anagrama.
LEVI, C. (2005). Cristo se detuvo en Eboli. Madrid: Gadir.
Pintura:
VICTORS, Jan (c. 1650). Escena de mercado con un charlatán en su tenderete.
Museum of Fine Arts, Budapest. Hungría.
4.
LAS RAÍCES DE LA ANTROPOLOGÍA DE LA SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Descubrir los antecedentes más cercanos de la «preocupación» por la salud, el
padecimiento y la enfermedad, dada la conveniencia actual para definirlos.
Las cuestiones que uno se plantea a sí mismo y sobre sí mismo son el núcleo de
la Antropología. El ser humano, sujeto y objeto de la cuestión, focaliza su
reflexión (preocupación) hacia la realidad de la salud a raíz de la comprobación
y observación del fenómeno de la enfermedad. La salud es un bien y un valor
universal, objeto de observación, conocimiento y comprensión. Se utiliza el
término «universal» en el sentido de aquello que alcanza a todos los ámbitos del
ser humano: es decir, las múltiples y variables manifestaciones de la vida.
Los antecedentes inmediatos de la Antropología de la Salud los
ejemplificamos a través de unos momentos históricos que evidencian la toma de
conciencia del protagonismo y evolución de la condición social del hombre. En
consecuencia, se va formando un medio que propicia la formación de las
diferentes ideologías que, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, conforman
lo que denominamos las corrientes institucionalizadas. Somos conscientes del
riesgo de citar nombres de personas concretas, lo que a menudo supone olvidar
otras. Estos nombres representan un abanico de oportunidades para ir
perfilando el discurso sobre la salud, también para corregirlo y enriquecerlo.
Son una muestra de la diversidad y la complejidad que acompaña al mundo de
la salud, el padecimiento y la enfermedad.
Lo importante, sin embargo, no es la concreción del antecedente que se
relata, ni la crítica de sus planteamientos que aquí, sobre el papel, no se hace,
lo importante es el discurso que surge de la reflexión que suscita su contexto;
desde esta perspectiva iremos desarrollando el marco de la Antropología de la
Salud.
DESARROLLO
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
ANTECEDENTES CONCEPTUALES (IDEOLÓGICOS)
ANTECEDENTES ACADÉMICOS
ETNOLOGÍA, ANTROPOLOGÍA DE LA MEDICINA Y ANTROPOLOGÍA DE LA SALUD
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
El siglo XVIII, en Europa, fue un tiempo de marcado carácter social. No fue un
siglo de grandes descubrimientos científicos o filosóficos, sino un tiempo de
toma de consciencia de la fuerza de las ideas. Es el denominado Siglo de las
Luces, de la razón; un siglo que pide libertad, tolerancia, universalidad en el
ámbito político, religioso y social. El pensamiento sobre la salud y la
enfermedad se irá impregnando de este acento.
En el año 1789 tiene lugar en Francia un movimiento político y social que
conocemos como Revolución Francesa, y que proclama «los derechos del
hombre y del ciudadano». Estos derechos son los principios básicos para el
gobierno de los pueblos y de las sociedades perfilando un nuevo tipo de
hombre: con conciencia de su protagonismo y de su responsabilidad social. Es
un hombre que vive en este mundo y para este mundo.
La conciencia progresiva de la persona como un ser social se puede
generalizar a cualquier lugar según las circunstancias politicosociales que
convergen en la historia de los pueblos. Los factores sociales adquieren
importancia ya que afectan a la salud de la población, a su bienestar: por
ejemplo, el crecimiento de las ciudades lleva a un planteamiento sobre el
abastecimiento y saneamiento. También el paso de una economía rural a una
urbana, de una economía comercial a una industrial plantea cuestiones
importantes para la salud de los individuos con un interés creciente que
alcanzará su punto álgido a finales del siglo XIX, cuando surge lo que más
adelante se denominará preocupación por la salud-enfermedad laboral.
Pero quizá la auténtica conciencia de salud pública se adquiere cuando la
sociedad debe hacer frente al problema de las epidemias, habitualmente
marcadas por profundas raíces sociales: no es suficiente con la intervención y la
eficacia de los expertos, es todo el cuerpo social el que se activa a fin de
contribuir a resolver una situación ciertamente problemática y urgente, (por
ejemplo, véase La peste de Albert Camus; Diario del año de la peste, D. Defoe).
En el mismo sentido se puede hacer referencia a las enfermedades endémicas,
ya que endémica es la situación social que las provoca. Por ejemplo, en el
primer caso, la vacuna contra la viruela (E. Jenner, 1749-1823) marca un
momento de progreso social en la salud pública: el interés por la prevención es
creciente, como también lo es la focalización de la enfermedad en la causalidad
biológica. En el segundo caso, podemos citar a J. P. Frank (1745-1821) quien
crea el lema «la miseria es la madre de la enfermedad», poniendo de relieve que
la preocupación por la salud y por la enfermedad abraza a todo el cuerpo
social. Crece la sospecha de las raíces sociales de la enfermedad; así pues, se
entiende que el espacio social no solamente es generador de enfermedad, sino
también de salud.
En el siglo XVIII, en Europa, la preocupación por la salud se va
democratizando; el interés ya no es solamente para una élite social, sino que se
extiende a otros estratos de la población: ancianos, niños, enfermos mentales,
presos, etcétera. La salud se convierte en un motivo de evolución —y de poder
— social vigente hasta nuestros días.
En la Europa del siglo XIX emerge un movimiento político que sustituye los
gobiernos absolutistas por un tipo de gobierno parlamentario, por mucho de
que el sistema electoral aún no admita el sufragio universal. Este hecho indica
un movimiento político en el cual el absolutismo de la monarquía va
desapareciendo. El principio político según el cual todo el mundo es igual ante
la ley favorece implícitamente el que una persona tenga derecho a la salud y,
naturalmente, a los medios que la promuevan; es decir, a unas condiciones
sociales favorables. El reconocimiento de unos derechos políticos incluye el de
unos derechos sociales: a la educación, a la asistencia, a la propiedad, al
ejercicio de la libertad dentro del marco de protección y permisividad de la ley,
por ejemplo.
En este período se da la denominada Revolución Industrial, uno de los
hechos más decisivos de la historia desde la aparición de la agricultura. Su
origen se sitúa en Inglaterra y, brevemente, su itinerario consiste en la
transformación de la producción de bienes que da paso a un sistema
económico de grandes inversiones. Se caracteriza por un progreso tecnológico
acelerado, por la explotación de fuentes de energía naturales (por ejemplo, el
vapor en el ferrocarril y en la navegación), así como por el progresivo descenso
de la producción artesanal y sus dificultades para sobrevivir. Algunas de sus
consecuencias son las que se enumeran a continuación.
Condiciones de vida
La fuerte emigración del campo a las nuevas zonas industriales da lugar a
núcleos de población con unas deficientes condiciones de vida social y laboral.
Por ejemplo, el hacinamiento y la falta de condiciones higiénicas elementales,
así como la inseguridad del trabajo ya sea por enfermedad, vejez, descenso de la
producción… Autores como J. P. Frank y A. Grotjhan se hacen eco de la
relación «condiciones de vida/enfermedad.»
Cambio social
Surge un nuevo marco laboral que apunta un cambio social: las mujeres y los
niños se incorporan al mundo de la producción (a bajo coste) y el trabajador
depende de la producción de la fábrica, no tanto de su ingenio y de su trabajo
como sucedía con el artesano.
Desigualdad y desequilibrio social
El cambio provoca la desigualdad y el desequilibrio social: surgen el proletario
(individuo de clase pobre, sin propiedad), el carácter colectivo de la
producción, la división del trabajo, la vigilancia de la producción (disciplina
autoritaria del trabajo), la concentración de la producción y del capital,
etcétera. La fábrica pide un incremento constante del capital invertido, ello
favorece a aquellas empresas y países que son capaces de llevar a término esta
inversión en detrimento de aquellos que no pueden hacerlo.
Emergencia de la técnica y de la especialización
Simultáneamente, la ciencia progresa, se tecnifica y se especializa: surgen
nuevos modelos de atención médica marcadamente biologistas.
Paradójicamente, parece como si la preocupación por las causas sociales de la
enfermedad entrara en un período letárgico (esta situación se ve favorecida por
el descubrimiento de las causas microbianas de algunas enfermedades).
A lo largo de las situaciones planteadas, encontramos las siguientes
características: se busca un beneficio, se ejerce un control, se normativiza la
vida, se toma conciencia del conflicto social. Ch. Dickens revive en sus
personajes parte de la sociedad inglesa del siglo XIX, y su relato resulta
fácilmente aplicable en cualquier lugar.
ANTECEDENTES CONCEPTUALES (IDEOLÓGICOS)
Los siglos XVI y XVII llevan a descubrir y comprender la diversidad en las formas
de vivir y de entender la vida como resultado de la percepción de otras
culturas, de otras formas de convivencia y de expresión religiosa conocidas a
consecuencia de las facilidades de los viajes, de los intercambios comerciales, de
las ambiciones económicas y territoriales, etcétera. Y a la vez, la profundización
en el estudio del cuerpo humano pone de manifiesto la complejidad de su
constitución. Los movimientos-cambios que se apuntan a lo largo del siglo
XVIII llevaran a entender la interrelación entre salud, sociedad y enfermedad.
Diversidad y complejidad son dos conceptos que empiezan a formar parte de
la comprensión humana. Diversidad y complejidad son, también, dos
conceptos que, más tarde, se implicarán en la comprensión del concepto de
salud. Los antecedentes conceptuales e ideológicos los situamos en los
siguientes puntos:
La comprensión del individuo dentro del marco social
Este individuo que se comprende en esta sociedad, que es la suya, también se
comprende desde una identidad particular que es la suya. El siglo XVIII le ha
ofrecido la conciencia de unos derechos universales, el siglo XIX le abre
numerosas perspectivas dado el mosaico de realidades nacionales y sociales, y
las derivaciones ideológicas del capitalismo y del socialismo. Se toma
conciencia de lo que hay y de la elección que es necesario hacer. Pero no
solamente esto, la elección es una cuestión de discernimiento ético y moral a
niveles individual y social.
Pareja con los acontecimientos que tienen lugar en el siglo XIX, nace en
Europa una nueva forma de pensamiento que se denomina Romanticismo.
Resulta difícil ofrecer un perfil homogéneo del movimiento romántico. En
términos muy generales, el Romanticismo sitúa al individuo como el máximo
valor y le vincula con su contexto social e histórico. La sociedad, el pueblo,
asume las características propias del individuo: esencia, valores, derechos,
cultura, propios —no universales— de este pueblo, de esta sociedad, de esta
nación en concreto. Surge el concepto de nación: agrupación de pueblos con
identidades y sensibilidades comunes; es la búsqueda de una nueva conciencia
personal y grupal, es la búsqueda de la interioridad.
Dentro de este marco que acabamos de perfilar, se advierte que la salud no es
solamente una cuestión que afecta a las funciones orgánicas, sino que también
incluye la responsabilidad que el propio marco comporta dentro de un ámbito
de reconocimiento de la pluralidad de opciones y actitudes orientadas hacia el
bien del ser humano como ser social que es. La ideología hace emerger en un
discurso aquello que la realidad histórica vive.
Un nuevo orden social
La industrialización comporta una frustración social y política. Por un lado, el
trabajador depende de la fábrica y, por otro lado, su participación real en la
legislación del país es casi nula. De aquí se deriva la necesidad de asociarse y la
libertad de poder hacerlo a fin de hacer valer los propios derechos. Nace la
necesidad de un nuevo orden social en el cual prima la armonía (el equilibrio)
entre todos los hombres (podría decirse que el conde de Saint Simon, muerto
en 1825, es uno de sus principales líderes ideológicos).
En 1848, K. Marx y F. Engels, en el Manifiesto Comunista, definen los
objetivos de la revolución socialista: no a la propiedad territorial, no a la
herencia, centralización y nacionalización del crédito y de los medios de
transporte, sí al trabajo obligatorio y a la educación pública y gratuita, y al
Estado como un instrumento de supresión de las clases sociales… Estos
objetivos son la síntesis del espíritu que nutre las diferentes revoluciones de la
segunda mitad del siglo XIX y buena parte de las del siglo XX.
A través de este marco ideológico que se extiende por Europa y
posteriormente por todo el mundo, queremos dibujar el fenómeno creciente de
la necesidad de transformación de la estructuras sociales, económicas y
políticas, fenómeno que tiene como objetivo utópico conseguir un tipo de
hombre y de sociedad ideal: un hombre feliz en un mundo feliz, un hombre
sano en un mundo sano.
La sociedad y la psicología
La sociología es una disciplina que se enmarca en la compleja pluralidad de las
relaciones humanas, sus estructuras y los factores que interactúan con ellas: una
de las funciones de la sociología es comprender y explicar la sociedad como una
realidad autónoma. El cambio social, la desigualdad, la calidad de vida, la
tecnología, la ecología, la familia, la religión y otros son algunos de los temas
que se abordan desde la sociología.
La sociología tiene una función crítica: analiza la realidad social, denuncia
los problemas sociales y apunta posibles soluciones. El ser humano es un ser
social: un actor que interpreta su papel y le da sentido en la interacción
constante con los otros mediante el intercambio y el reconocimiento de
símbolos significativos (por ejemplo, el lenguaje, el gesto, el rito y demás). La
sociología de la salud es el planteamiento teórico de la salud desde una
perspectiva interdisciplinaria, y que profundiza en los diversos aspectos que
influyen en la interpretación de la salud-enfermedad: sobre todo, la sociología
de la salud trata de ilustrar sus aspectos sociales como elementos constituyentes
de los procesos de «bienestar» y de «malestar» (Donati, XXIII).
Una de las funciones de la sociología es comprender y explicar las relaciones
humanas y los factores que interactúan con ellas. La psicología aborda la
comprensión del comportamiento humano particular y colectivo. Cuando la
interpretación del comportamiento se hace desde la dimensión cultural se
habla de etnopsicología o psicología cultural. Si la interpretación se hace en
relación con los grupos étnicos, se denomina psicología étnica. La expresión
«psicológica transcultural» se refiere a la comparación diferencial entre culturas,
entendiendo que el interés de la psicología no se agota con los niveles
contemplados.
Entre los factores que intervienen en el comportamiento humano están los
sentimientos, los impulsos, las tendencias, etcétera, que van dejando registro a
lo largo de la vida. A este registro, y de una manera muy simple, lo
denominamos «experiencia». Se verá, a lo largo de estas páginas, la importancia
que damos a la experiencia al construir y significar la salud, los sufrimientos y
la enfermedad. Una experiencia que, como mínimo, se entiende a tres niveles:
personal, cultural y social. Como la salud.
ANTECEDENTES ACADÉMICOS
Los antecedentes académicos se encuadran en tres secciones:
Corrientes antropológicas que dan pie a desarrollar una Antropología
que centra el interés en la salud y la enfermedad.
Instituciones internacionales que en todo el mundo luchan por la
promoción de la salud.
Algunos autores concretos que favorecen un proceso de reflexión
sobre la salud como un ámbito interdisciplinario.
Corrientes antropológicas
La escuela antropológica de Heidelberg (años 1920)
Denominada así por P. Laín Entralgo, una de su figuras principales es V. von
Weizsäcker (1886-1957) quien, con un concepto crítico de la medicina, pone
de actualidad la expresión «Antropología médica» (1927) e introduce la
reflexión filosófica en el ámbito de la medicina. Su experiencia en la primera
guerra mundial le dice que la práctica médica no es suficiente, sino que es
necesario, también, tener cuidado del traslado, del aprovisionamiento, del
avituallamiento del enfermo, etcétera. Es necesario ocuparse de su vida en el
sentido más amplio y profundo del término: de aquella vida que se puede
percibir y de la que queda escondida (el yo más personal y trascendental del
sujeto). Von Weizsäcker entiende que hay una relación esencial entre la
enfermedad y la línea biográfica que dibuja el destino personal del enfermo. De
aquí la importancia de la relación profesional-paciente y de la historia clínica
como biografía del enfermo.2
De la etnopsicología al movimiento Cultural y Personalidad (1930-1940)
En los siglos XIX-XX el interés por la lengua, la historia, la religión o el derecho
de los pueblos da paso a la denominada etnopsicología (W. Wundt, S. Freud).
En los años 1920-1940 emerge en el campo de la etnopsicología el
denominado movimiento Cultura y Personalidad con estudios antropológicos
de la enfermedad y de la psicología social y la etnopsicología (R. Benedict, A.
Kardiner, G. Devereux y otros).
Esta corriente plantea la relación entre cultura y naturaleza humana,
personalidad típica del grupo y del individuo. Desde la perspectiva saludenfermedad se cuestionan los criterios de normalidad-anormalidad, el papel de
la cultura en la sintomatología, el análisis de las diversas concepciones
culturales sobre aquello que se entiende por salud, etcétera. Se ve la cultura
como configuradora de la personalidad del individuo: sus valores, sus creencias,
su socialización.
La Escuela de Chicago (1939)
La influencia del ámbito social y cultural de las grandes ciudades incide en la
aparición de las distintas enfermedades, principalmente las mentales (R. E. L.
Faris, H. W. Dunhamn, J. Addams). Se define la enfermedad mental como
«una fase de desorganización de la persona que proviene de un desajuste en sus
relaciones sociales». Se reconoce una relación entre la vida social y la vida
mental.
Ecología Cultural (J. Steward, 1902-1972)
Estudio de la forma como los individuos y los grupos humanos se adaptan a
sus condiciones naturales por medio de su cultura. El entorno cultural es
fuente de creatividad, no de límites. Además, en la crítica que desde algunos
sectores antropológicos se hace a la ecología cultural vemos el interés por la
Antropología de la Salud; se le reprocha a la ecología cultural que olvide la
relación entre biología y cultura, así como la valoración del entorno sociológico
y sus complejas relaciones. El movimiento de la Ecología Cultural se diversificó
en diferentes enfoques, como, por ejemplo, la Antropología ecológica
La Escuela de Tarragona (Universitat Rovira i Virgili)
Actualmente, con nombres como Josep M. Comelles, Oriol Romaní, Angel
Martínez y otros, ha institucionalizado y desarrollado el campo de la
Antropología de la Medicina a partir de las instituciones, del Estado y de los
procesos históricos en la configuración de los problemas de salud y de la
atención sanitaria.
La Antropología Filosófica
(Véase Introducción I, cap. 2 «La Antropología Filosófica en el marco de las
ciencias de la salud».)
La Antropología teológica
En un primer paso, la Antropología teológica es el estudio del ser humano
desde la reflexión que suscita la contemplación de la realidad como
trascendente. Un segundo paso tiene lugar cuando esta trascendencia es
reconocida como el ser que está más allá de todo ser. La identificación de este
ser trascendente se logra desde distintas afecciones religiosas. Uno simpatiza
como individuo o bien como comunidad creyente.
El judaísmo y el cristianismo hacen una interpretación teológica de la
experiencia humana, pero no desde la especulación, sino desde el relato y la
tradición: el relato es la experiencia creyente fijada en una forma literaria, en él
interviene el ambiente cultural en el cual se vive; la tradición es la memoria
creyente formando parte de la comunidad. La Antropología teológica cristiana
fundamenta su reflexión en la revelación: en el conocimiento del ser que está
mas allá de todo ser (Dios) a través de sus manifestaciones. Un Dios personal
que suscita confianza y es motivo de esperanza y de bienestar.
Instituciones internacionales
El factor que favoreció la aparición de las organizaciones internacionales fue la
conciencia de los Estados de que la solución a los problemas comunes pedía
una cooperación entre ellos. Esto dio pie a la creación de un tipo de
instituciones con intereses colectivos, integradas en los Estados que las
conformaban y dotadas de gobierno y estatuto jurídico propio con influencia
internacional.
La existencia y proliferación de las organizaciones internacionales no deja de
ser una fuente de problemas, pero su finalidad, en términos generales, es dar
respuesta eficaz a una necesidad, ya sea expresada como protección del
individuo, como cooperación económica o bien como promoción de la
cultura, por ejemplo.
La mayoría de las organizaciones internacionales están vinculadas a la ONU,
otras han sido promovidas por ella. Su clasificación resulta dificultosa ya que a
menudo sus finalidades están interrelacionadas; globalmente, se cubren los
ámbitos sociales, culturales, humanitarios, económicos, financieros, de la
ciencia y de la técnica, de las comunicaciones, etcétera. A su vez, la diversidad
de intereses ha originado la formación de otras organizaciones, como por
ejemplo, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Organización de la
Unidad Africana (OUA), la Liga de los Estados Árabes, con finalidades
preferentemente políticas en el último caso.
Aquí solamente se hará referencia explícita a tres organizaciones
internacionales, aunque teniendo presente la existencia de muchas otras que
cubren un amplio espectro de las necesidades que hay en el mundo:
La Organización de las Naciones Unidas, 1945-1946 (ONU)
Es el intento de favorecer el diálogo internacional al más alto nivel con el fin de
evitar los enfrentamientos violentos, defender los derechos de las naciones,
plantear cuestiones de interés mundial y favorecer vías de solución a los
conflictos. Quiere ser una plataforma capaz de generar y mantener la paz y la
seguridad mundial: «Los propósitos de las Naciones Unidas son mantener la
paz y la seguridad internacional y, con esta finalidad adoptar medidas colectivas
eficaces para prevenir y eliminar las amenazas a la paz y suprimir actos de
agresión u otras violaciones de la paz; y conseguir por medios eficaces, y de
conformidad con los principios de la justicia y el derecho internacional, la
supresión de controversias o situaciones internacionales susceptibles de
conducir a violaciones de la paz» (Carta de las Naciones Unidas, art. 1).
La Organización Mundial de la Salud, 1946 (OMS)
Según el artículo 1 de su Constitución, tiene como finalidad «alcanzar para
todos los pueblos el grado más alto posible de salud». De aquí se desprende
una serie de funciones y técnicas muy amplias relacionadas con la salud y la
higiene de una incidencia marcadamente social. Por ejemplo, el artículo 2 de
su Constitución, proclama, en el punto g): «Estimular y adelantar las tareas
destinadas a suprimir enfermedades epidémicas, endémicas y otras», y, en el
punto n): «Promover y realizar investigaciones en el campo de la salud».
La Organización de las Naciones Unidas por la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO)
El texto de la Constitución de la UNESCO entró en vigor el 4 de noviembre
de 1948, y situó su sede en París. Su finalidad radica en «contribuir a la paz y la
seguridad haciendo más estrecha, mediante la educación, la ciencia, la
colaboración entre las naciones con el fin de asegurar el respeto universal a la
justicia, a la ley, a los derechos humanos y las libertades humanas y las
libertades fundamentales que sin distinción de raza, sexo, idioma o religión, la
Carta de las naciones Unidas reconoce a todos los pueblos del mundo» (art. 1
de la Convención creadora). La Organización centra preferentemente su
atención en la educación, la información, la cultura y la difusión del saber.
Algunos autores y la salud como un ámbito interdisciplinario
A. Grotjahn (1869-1931)
Teórico de la medicina social, desarrolla un programa que estimula la
investigación de las formas de vida y su relación con la salud: «la vida y la
salud, especialmente de la clases pobres, dependen de las condiciones sociales y
del ambiente». Articula las dimensiones sociales y culturales de la enfermedad.
Los principios de su teoría son expresados en la obra Soziale Pathologie (1925),
considerada como un tratado fundacional de la patología social actual.
E. H. Ackerknecht (1955)
Defiende la existencia de numerosas medicinas primitivas diferentes de la
medicina racional científica, y señala que es la cultura lo que
fundamentalmente condiciona dichas diferencias. Así pues, la integración de la
medicina en el contexto cultural varía según éste, de donde se deduce la
diversidad de prácticas médicas (sanitarias), según el contexto cultural en el que
se aplican. Solamente tiene en cuenta la visión social de la enfermedad.
Representa un primer paso histórico hacia la precaución de la medicalización.
E. Sigerist (1891-1957)
Representa una visión hermenéutica y biográfica de la historia. Redactor de
una Historia de la Medicina, murió cuando solamente había publicado los dos
primeros volúmenes. Contempla la salud y la enfermedad integrada en todos
los aspectos de la vida humana: hace historia de la vida real. Hay una manera
de enfermar que corresponde a una época: la enfermedad tiene una textura
psicoorgánica, social e histórica.
C. Lévi-Strauss (1908)
Sus escritos son puntos de referencia entre la medicina y la Antropología.
Dentro de la corriente estructuralista, defiende la existencia de unos principios
(estructura) universales en la cultura y en la vida social desde unas
infraestructuras inconscientes que se combinan y recombinan entre sí hasta dar
lugar a los fenómenos culturales que conocemos. A partir de este
planteamiento, las distintas culturas son el resultado de las diversas funciones
de la inteligencia humana, ni mejores ni peores, distintas.
H. Fábregas
En 1972 elabora una propuesta teórica de lo que habría de ser «la Antropología
de la Medicina»: la enfermedad y sus factores, procesos y dimensiones son el
objeto de estudio. Para H. Fábregas el término «disease» hace referencia a la
dimensión biológica de la enfermedad, mientras que «illness» hace referencia a
la percepción subjetiva que el paciente y su entorno tienen del proceso de
enfermar y que se expresan por medio de representaciones simbólicas propias
de su cultura.
E. L. Menéndez (1990)
Antropólogo, profesor e investigador de CIESAS, en 1990 publica su
Antropología médica, obra con la que construye el discurso sobre la
Antropología médica desde la Antropología social y la Etnología a través de los
sujetos sociales (grupos étnicos) y sus problemáticas (salud mental,
enfermedades tradicionales). Investiga predominantemente los sistemas
culturales y/o ideológicos que operan, preferentemente, en los padecimientos
«tradicionales». Describe y analiza las relaciones económicas, sociales y
culturales en los procesos de salud-enfermedad en los sujetos sociales.
P. Laín Entralgo (1908-2001)
Con su Antropología médica para clínicos (1984), entiende el ser humano como
una estructura dinámica, cambiante, «con un interior invisible del cual esta
estructura es signo enigmático». A partir de esta idea, fundamenta su obra.
Define la Antropología médica como el conocimiento filosófico y científico del
hombre en tanto que sano, que puede enfermar, que enferma, que puede
curarse y que muere. Lo desarrolla a partir de tres grandes temas: la realidad
humana, la realidad de la salud y la enfermedad, y la realidad de la actividad
profesional.
Libertad, justicia y amor (bien) son tres conceptos que mueven la reflexión
de Laín, para quien la salud es una tarea creativa y la enfermedad una manera
de vivir: la enfermedad es algo personal, y también lo es la medicina que el
médico sabe y ejerce; de aquí, la importancia de la comunicación.
El listado de nombres es abundante, el lector hará bien en suplir los que
falten. Actualmente, y entre otros, nombres como M. Augé, B. Good, A.
Kleinman, F. Laplantine, C. Herzlich,T. Seppilli; no se pueden pasar por alto.
ETNOLOGÍA, ANTROPOLOGÍA DE LA MEDICINA Y ANTROPOLOGÍA DE LA SALUD
En la actualidad hablar de salud-enfermedad pide que el discurso se enmarque
dentro de la cultura y la sociedad en la cual se produce este fenómeno. La
Etnografía se define como aquella disciplina que tiene por objeto la descripción
y evaluación de las formas culturales, y la Etnología, como el estudio
comparativo de las formas culturales con el fin de descubrir su sentido. La
etnomedicina es aquel sistema que en una cultura intenta resolver sus
necesidades sanitarias; por tanto, el referente es la enfermedad, a pesar de que
el resultado que se busca sea recuperar la salud. De aquí se deriva la doble
lectura de salud-enfermedad, de normalidad-anormalidad.
Todos los grupos humanos entienden desde sí mismos aquello que hace
referencia a la salud-enfermedad. Del mismo modo, todos los grupos humanos
poseen unos recursos tradicionales, populares, para hacer frente a la
enfermedad, para preservar la salud: es lo que llamamos «sabiduría popular».
De esta «sabiduría» surgen unas «prácticas» curativas y preventivas. De aquí
también se deriva que cada uno hable de salud teniendo muy presente la
diversidad y complejidad humana, sin que esto cierre el paso a una
profundización cautelosa de aquello que significa «estar sano».
El término de «Antropología Médica» (Medical Anthropology) nace desde la
consideración de la medicina como una ciencia social: la enfermedad es un
fenómeno universal en tiempo y espacio, y la etnomedicina muestra las
peculiaridades del marco cultural en el cual aquélla se da y, en consecuencia,
dónde se ha de buscar la forma propia para hacerle frente. El objeto de estudio
de la Antropología médica es la comprensión de la enfermedad, los procesos
que desencadena y su gestión, relacionándola con su contexto social y cultural.
Este es un campo en el cual convergen diversas disciplinas además de la
Antropología y la medicina.
Hablar de la «sociología de la medicina» y de la «Antropología de la
Medicina» es entrar en una terminología en la cual, muy a menudo, una
disciplina invade el terreno de la otra (en el caso de que sea posible delimitar
fronteras). Los antecedentes de la sociología de la medicina seguramente
tendremos que ir a buscarlos en Hipócrates, cuando implica al entorno en la
enfermedad. Pero, más próximamente en el tiempo, hay que hacer referencia a
la época anterior a la Revolución Francesa, cuando el concepto de «salubridad»
cobra suficiente protagonismo como para que se creen en las provincias y
ciudades los «comités de salubridad», y no entramos ahora en la
intencionalidad de control y de poder político que tenían.
En 1790, J. P. Frank, dio una conferencia en la Escuela de Medicina de la
Universidad de Pavía, titulada De populorum miseria: morborum genitrice («La
miseria de los pueblos, madre de las enfermedades»). En 1973, D. Gracia
publicó un estudio sobre La estructura de la Antropología de la Medicina,
fundamentándola en dos grandes vertientes: la dimensión histórica y la
dimensión trascendental de la persona. Sus fuentes son el filósofo X. Zubiri y P.
Laín Entralgo. En 1984, P. Laín Entralgo, en Antropología médica para clínicos,
hizo una lectura humanística de esta disciplina a partir de los planteamientos
filosóficos de J. Ortega y X. Zubiri. El eje de su pensamiento ya se ha expuesto
anteriormente. Su referente es la condición humana indigente (necesitada),
cambiante, que se relaciona y es mortal: su objetivo es la comprensión de la
realidad humana como tal.
La Antropología de la Salud es y parte de todo lo dicho, le preocupa. De un
tronco histórico-ideológico se desprenden dos ramas que interactúan: la
Antropología de la Salud y la Antropología de la Medicina. En relación con la
primera, se destaca V. von Weizsäcker, como figura a partir de la cual surge una
escuela de pensamiento relacionada con la salud-enfermedad, en la cual el
objeto de su discurso es el ser humano. En cuanto a la segunda, nos remitimos
a H. Fábregas, como el personaje que hace emerger otro tipo de discurso en el
cual es el fenómeno de la enfermedad y sus desencadenantes el objeto de
atención.
Para nosotros, la Antropología de la Salud es el estudio, conocimiento y
comprensión del ser humano en y desde el ámbito de la salud, el sufrimiento y
la enfermedad. Su referente es la necesidad de describir y definir qué se
entiende por salud, cuál es su espacio, cuál es su ambición, cuál es su éxito y su
satisfacción. Pero hay más, también es la preocupación (reflexión) por aquello
que quiere decir «salud» y «estar sano».
El referente de la Antropología de la Salud también es la necesidad de
comprender y definir qué se entiende por padecimiento y por enfermedad.
Naturalmente esta comprensión pide situarse en el tiempo-espacio previo a la
propia enfermedad; es decir, en el tiempo-espacio de la salud. Situarse en el
medio cultural, social, existencial en el cual la salud se produce como un
fenómeno, como una vía, como una experiencia, como una historia o también
como un discurso a través del cual se ordena y se canaliza la reflexión. Su
objetivo es la pregunta que el individuo concreto se hace a sí mismo y sobre sí
mismo en relación con aquello que entiende por salud y por enfermedad.
La Antropología de la Salud comparte «interés» con todas las disciplinas por
cuanto focaliza su atención en el ser humano y su circunstancia. La salud es
una situación vital que uno experimenta desde ella misma, o bien a partir de su
carencia; podemos decir: «Estoy sano a pesar de mi enfermedad».
Hay una simpatía significativa entre etnomedicina, Antropología de la
Medicina y Antropología de la Salud. Sin embargo, una dependencia
interdisciplinaria señala lo distinto del punto de partida de cada una de ellas y,
en consecuencia, del concepto de persona y de salud que priorizan. Desde
nuestra perspectiva, la Antropología de la Salud prioriza la salud entendida,
fundamentalmente, a partir de la experiencia, la responsabilidad y el bienestar
de la persona concreta con las incidencias y las influencias que recibe y revierte
de su entorno y en él.
CONCLUSIÓN
De la consideración de los antecedentes inmediatos contemplados a lo largo
del capítulo, se desprende que la Antropología de la Salud no es solamente una
disciplina del ámbito de la problemática sanitaria; ésta es una consecuencia
que, a su vez, se puede transformar en causa, por ejemplo, al convertir en acto
sanitario una acción deshumanizadora. «Enfermedad» no se opone
necesariamente a «salud», ni una es lo contrario de la otra. No se busca tanto
aquello que no es la salud como aquello que la afirma y le da crédito.
A partir de lo dicho, podemos señalar las áreas de influencia (investigación)
de la Antropología de la Salud en todos aquellos ámbitos en los cuales se lleva a
término la vida humana. Precisando un poco más los podemos recoger en
cuatro grandes áreas: la personal, la de la convivencia, la de la atención sanitaria
y la de la relación con el entorno. Inmediatamente, en cada una de estas áreas
se abre un extraordinario abanico de incidencias, si se tiene en cuenta que hay
situaciones que comparten un interés común, como por ejemplo, el paro, la
violencia o el alcoholismo, por citar sólo algunos.
La Antropología de la Salud parte de la observación de la experiencia
histórica y biográfica, como memoria viva de un pasado cuyo heredero es el
presente, lo que da pie a todo un proceso ideológico: somos también aquello
que ha ocurrido, pero no del todo. Uno no puede renunciar a aquello que es,
pero tampoco ha de entenderlo como inevitable. Los antecedentes, brevemente
expuestos, evidencian la capacidad y posibilidad humana de búsqueda,
transformación y mejora de esta experiencia. De todo lo dicho hasta aquí se
puede desprender:
La Antropología de la Salud es una disciplina aplicada, es decir,
teoriza (describe) a partir de la experiencia y evalúa las formas
universales de la existencia humana, y orienta su resolución (su
discurso) en términos de mejora, bien y bienestar.
La Antropología de la Salud no es una disciplina abstracta, sino que
racionaliza y explica la realidad. Es transmisora de conocimientos y
de valores, respeta la idiosincrasia de los individuos y sus sociedades.
Los principios, contenidos y perspectivas de la Antropología de la
Salud pueden ser transmitidos como una disciplina académica
(educación) y como una práctica (actitud).
El interés y la motivación fundamental de la Antropología de la Salud
es la persona en su ámbito de relaciones y referencias.
La Antropología de la Salud tiene como objetivo principal
cuestionarse qué quiere decir salud y estar sano, contemplando la
trascendencia (la abertura al otro y la interacción con el otro) como la
realidad en y desde la cual uno se realiza.
Es posible hablar de salud, de sufrimiento y de enfermedad desde un
marco concreto, personalizador; a su vez, en un marco global y
generalizador.
La salud no es un objetivo, sino un afán individual y colectivo. Es
una cuestión de alcance personal, social e internacional.
La salud es un derecho, no un privilegio. En consecuencia, la
promoción de la salud es un deber.
La concreción del relato histórico, ideológico y académico no es otra cosa que
el ejemplo a través del cual se va poniendo de manifiesto la evolución y la
transformación de las peculiaridades que acompañan a la preocupación por la
salud. En ese sentido, allá donde se dé un hecho capaz de provocar lo dicho,
allá es donde uno puede descubrir una parte de las raíces más cercanas de la
Antropología de la Salud. Su finalidad es bastante clara: vivir, comprender y
mejorar la realidad humana desde su propia peculiaridad, entendiendo esta
realidad en los términos expresados cuando hablamos del ser humano, una
realidad personal (parte I, cap. 1).
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LECTURAS
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DICKENS, Ch. (1851). Oliver Twist.
Escultura:
RODIN, A. (1880-1882). El pensador. Museo Rodin. París.
II.
SALUD
1.
LA SALUD EN EL PENSAMIENTO DE LOS CLÁSICOS GRIEGOS
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Definir el marco cultural en el cual nacen una reflexión y una acción —respecto a
la salud y a la enfermedad— estrechamente vinculadas a la convivencia y las
relaciones.
Con los griegos se inicia una nueva manera de ver el mundo: se observa, se
representa, se interpreta y se recrea la realidad. La palabra es un recurso
fundamental para expresar esta realidad. Para el griego, hablar de salud humana
significa hablar de algo real, no abstracto; algo que se va haciendo, que se va
buscando: la salud se educa, se exige, se enseña, se vive: «El hombre sano» es un
tipo humano, una figura, un ideal.
Pero la salud también se pierde, uno enferma y quiere ser curado, el médico
es el que restablece el equilibrio que la enfermedad ha deteriorado (Duch
2002, p. 350). En los cantos homéricos de la Ilíada y la Odisea no es extraño
encontrar referencias a la salud, a la enfermedad y a los sanadores, esos
personajes considerados como artesanos de un arte que se practica en público y
que transmiten los conocimientos adquiridos mediante la experiencia. En
particular, la atención se centra en la persona del enfermo como protagonista
del curso de la enfermedad. Es necesario mirar y saber ver qué hay, y qué se
puede hacer con lo que hay. Este es el saber que es necesario transmitir. En
definitiva, la salud es un saber práctico que reconoce sus posibilidades en los
límites.
En primer lugar, haremos referencia al lugar y al ambiente cultural griego a
fin de familiarizarnos con el mundo que acogió el pensamiento de autores
como Alcmeón, Hipócrates, Platón, Aristóteles, los estoicos, Galeno y otros. A
través de ellos se ofrece un paisaje donde se cultiva y va surgiendo aquello que
en términos generales se denomina «humanismo». Estos autores son el perfil de
una «manera de pensar» que, a la vez, pide una armónica conjunción entre
«saber», «sentir» y «hacer».
DESARROLLO
PERFIL CULTURAL
PERFIL ANTROPOLÓGICO
LOS CLÁSICOS
PERFIL CULTURAL
Hacia 2000 a. C., pueblos de origen ario invadieron la península balcánica y
llegaron hasta las islas de los mares Egeo y Jónico. Hablaban una lengua que
después se llamaría «griega», practicaban una religión esencialmente naturalista
porque sus fuerzas eran el Sol, la Tierra, la Noche, etcétera. Grecia humanizó
estas figuras y su mitología las hizo más comprensibles. Sin embargo, los dioses
griegos no son creadores, sino que forman parte del cosmos, como el hombre.
Hay una cierta familiaridad entre lo humano y lo divino, aunque a distintos
niveles y jerarquizada; por ejemplo, las virtudes de los dioses son la
prolongación lineal de las de los hombres: orden, belleza, justicia, armonía…
En el siglo VI con el triunfo de la democracia instaurada en Atenas por
Clístenes hasta el año 338, se dibuja una nueva visión de Estado con una nueva
organización en la cual se busca el equilibrio entre el individuo y el Estado (la
ciudad) democrático. Será el individuo, la cultura y los conocimientos lo que
tendrá primacía en la política, en el culto y en la organización de la ciudad.
Este marco prepara el camino de una nueva época: el helenismo, definido por
algunos autores como la infiltración progresiva del espíritu oriental en el
espíritu griego. El helenismo será una intensificación progresiva de las
relaciones culturales a partir de la formación del imperio de Alejandro Magno,
y su muerte.
La sociedad griega estaba integrada por tres niveles: ciudadanos libres y ricos
(la aristocracia), ciudadanos libres y pobres (artesanos y comerciantes) y
esclavos. También la asistencia médica estaba estratificada: en el primer nivel
social había una asistencia individualizada llevada a cabo por los mejores
médicos; en el segundo, había una terapéutica eficaz por parte de los médicos,
y en el tercer nivel social había sanadores empíricos. El pueblo griego era
profundamente religioso, con una diversificación social y con una concepción
de la convivencia que miraba a un ideal de equilibrio y participación social de
los ciudadanos libres.
Para los griegos, la palabra (el lógos) es la explicación de la realidad. No es
solamente expresión, también es representación, interpretación, recreación de
esta realidad. Su racionalización pasa, así mismo, por dar forma a esta realidad
por medio del lenguaje. La palabra expresa el ser y la infinidad del hombre, y lo
hace evidente a quien lo escucha; pero la palabra también es portadora de
engaño, de ofensa, de manipulación. Las cosas son según la palabra que las dice
y es entendida: es un medio de enunciación, de revelación, de convivencia, de
persuasión. La palabra es poder.
Para los griegos las palabras tienen una significación profunda, evocan
realidades que se concentran en conceptos. Por ejemplo, el término
«contaminación» indica tanto la violación de las normas divinas que regulan el
orden social como la infracción de los juramentos o de los ritos en honor de los
dioses: el término contaminación indica suciedad. La imagen que hace visible
la contaminación es el cuerpo llagado del enfermo. Entonces, se impone el
aislamiento del contaminado para evitar el contagio. El ritual del pharmakós
consiste en el hecho de que cada año la comunidad elige a uno de sus
miembros marginados (deformado psíquico o físico, por ejemplo) y le expulsa,
con todo un ritual que indica que con él son expulsadas todas las
contaminaciones del cuerpo social. Es un ritual de purificación (kátharsis)
social y, a través de él, se trata de devolver a la sociedad (al individuo) la pureza
perdida.
Otro término capital en relación con la salud-enfermedad es phýis: la
naturaleza, el principio, el origen de todo. La phýsis es aquella realidad que hace
crecer las plantas, desplazarse a los seres vivos y mueve los astros. Es una
potencia viva, animada, es aquello divino que hay en la realidad. Todo tiene
phýis, los dioses también. El origen de la enfermedad está en la phýsis: todas las
enfermedades tienen un origen humano y divino.
Asimismo, el término kósmos se emplea para designar el conjunto del
universo, aquello que está bien ordenado, bien reglado y que es bello. El kósmos
es un ser vivo y el ser humano forma parte de él; así, toda la naturaleza humana
tiene unos rasgos que la distinguen de otras naturalezas, bien sean objetos,
animales o dioses. El hombre es un microcosmos, un kósmos en pequeño.
Conocerse a sí mismo implica conocer la phýsis del kósmos, la cual también
incluye la intimidad personal. La ciudad (pólis), el mundo social, es un cosmos
homogéneo en el cual hay un equilibrio, una proporción, una reciprocidad
(isonomía) en el derecho y la distribución de bienes. De aquí, la relación entre
salud, orden, armonía y belleza, en la cual inciden nuestros autores. De aquí,
también, la relación entre salud-enfermedad y entorno-comunidad.
PERFIL ANTROPOLÓGICO
La filosofía griega entiende el ser humano como «el animal que es y tiene
razón» (lógos). Es decir, el ser humano tiene capacidad para decir y explicar las
cosas, sea cual sea la naturaleza de estas cosas. El hombre es su alma: el yo
consciente, la conciencia y la personalidad intelectual y moral. El alma es
aquello que distingue al ser humano de manera específica de cualquier otra
cosa.
La persona es, y este ser es esencialmente dinámico: es un ser racional, social,
ético. La libertad es el dominio racional de los propios instintos: del placer, del
cansancio, del dolor, etcétera. El héroe socrático no es aquel que triunfa sobre
sus enemigos, sino quien es capaz de autodominarse, quien es autónomo.
Después vendrán Platón, Aristóteles y las escuelas helenísticas, y con ellos la
manera de entender el mundo de los hombres se irá enriqueciendo y, a la vez,
diversificando. A diferencia del judaísmo y del cristianismo, para Grecia, el
hombre ha estado formado, no creado.
El ser humano se perfila como el ser que conoce y quiere (es decir, con
conciencia y con libertad), que opta y realiza los valores en su vida individual y
social. De aquí la gran importancia de la educación. Son, sin embargo, el
epicureismo y el estoicismo los sistemas filosóficos que más se preocupan por la
conducta humana.
Hemos visto que la ciudad ideal (el mundo social) es un cosmos homogéneo
en el cual hay un equilibrio (una reciprocidad-isonomía) en el derecho y la
distribución de los bienes. Hemos visto también que lo mismo se puede decir
del ser humano considerado como un cosmos en tamaño reducido. Veremos
más adelante que de la observación de la realidad social y ambiental surge una
reflexión (preocupación) sobre la salud, el sufrimiento, la enfermedad y el
cuidado.
Así pues, la preocupación (reflexión) por la salud nace a raíz de la
comprobación y la observación del fenómeno de la enfermedad (del desorden,
del desequilibrio, de la falta de reciprocidad). No resulta extraño que la primera
experiencia de salud que se tiene suceda precisamente cuando uno vive la
enfermedad. Entonces la salud se convierte en algo perdido que es necesario
recuperar. Hacerlo supone un conocimiento y una habilidad que la experiencia
y la práctica transforman en un «saber hacer» (en un arte). Este «saber hacer»,
supone un aprendizaje y una mejora, algo que en Grecia se denominó «el arte
de curar», pero que hoy, más acertadamente, deberíamos llamar «arte de la
salud», el arte de disfrutar de la salud, sobre todo.
Enfermar es experimentar la salud como una pérdida. También
antiguamente, a partir de la experiencia de la enfermedad, se fue descubriendo
y describiendo el fenómeno de la salud. En Grecia, dioses y diosas
representaban la salud y la enfermedad de los humanos, y se implicaban en
ellas.
LOS CLÁSICOS
No se puede entender la vida de Grecia sin tener en cuenta la influencia y la
incidencia del aspecto religioso en todos sus ámbitos: las artes, las letras, el
pensamiento y el día a día. En la mitología griega, Asclepio, dios de la
medicina, hijo de Apolo y de una ninfa, se interesa por las enfermedades y las
cura; sus hijas Higía y Panacea, seguirán su obra; la primera como la diosa de la
salud (está al cuidado de la salud y de las enfermedades), la segunda es quien
las cura.
Los autores que a continuación se comentan se inspiran en el marco señalado
anteriormente.
Alcmeón de Crotona (siglos VI-V a. C.)
Médico y filósofo nacido en Crotona en las postrimerías del siglo VI a. C. El
primer libro médico del cual se tiene noticia es su Perì phýseos. Para él, la salud
consiste en la bien proporcionada mezcla de las cualidades.
El equilibrio (la isonomía)
Alcmeón define la salud como la isonomía (armonía-equilibrio-reciprocidad) de
los contrarios: húmedo-seco, seco-caliente, amargodulce, etcétera. Se trata del
equilibrio en el período cíclico de los humores. Alcmeón hereda y consolida
una intención política: la igualdad de las partes. La igualdad salvaguarda el
derecho (la justicia, la paz) y la convivencia. Preservar la justicia (la igualdad, el
equilibrio) en una sociedad consiste en la pareja distribución de poder entre sus
miembros. El término que expresa esta igualdad (equilibrio-reciprocidad) es
«isonomia».
Alcmeón define la enfermedad como la «monarquía» (el monopolio) de una
estas fuerzas, es decir, el hecho de que una de ellas prevalece sobre las otras. El
tratamiento de la enfermedad consiste en contrarrestar la acción por exceso o
por defecto de una de las fuerzas contrarias (por ejemplo, frío contra calor).
Salud-equilibrio
Para Alcmeón, el estado normal del hombre es la salud, el equilibrio, y eso
también es válido para el universo tanto como para el gobierno de la ciudad.
Uno vive en sociedad, y cuando las diversas fuerzas que constituyen esta
sociedad mantienen una relación de equilibrio, entonces sus miembros viven
(conviven) en una situación de equilibrio, justicia y paz. La salud tiene una
dimensión personal, política y social. Se habla de salud a partir del equilibrio
de los humores, a partir del equilibrio de la convivencia, del gobierno, y no a
partir de la imposición o el predominio de una facción sobre otra, por ejemplo.
Para Alcmeón la salud es un ideal de vida. Es lo mismo que decir que la justicia
y la paz son el ideal de vida.
Visto así, la reflexión sobre la salud humana surge de la observación del día a
día, de la observación de la organización de la convivencia. Visto así, la
enfermedad no es concebida como un castigo de los dioses o de las fuerzas que
atraviesan al hombre, sino como un desequilibrio, un desorden. Alcmeón pone
los fundamentos para hacer del arte de curar hipocrático un saber
fundamental, un conocimiento de la naturaleza (la phýsis); a partir de estos
fundamentos la medicina hipocrática se irá elaborando a lo largo de unos
trescientos años.
La escuela hipocrática (siglos V-VIII a. C.)
Hipócrates de Cos
La tradición occidental tiene a Hipócrates por padre de la medicina de la que
Alcmeón fue el percusor. A partir de aquí, no es de extrañar la leyenda y la
atribución de escritos anónimos a Hipócrates. Si el personaje histórico no fue
el autor directo de algunos de estos escritos, podía haberlo sido, o por lo menos
fue sin duda su maestro. Por ello, es más idóneo hablar de escuela hipocrática
que del personaje concreto.
La escuela hipocrática es la autora de la Colección Hipocrática (cincuenta y
tres tratados) que se confeccionan hasta el siglo III a. C.
Para la escuela hipocrática el concepto fundamental es el de phýsis. Laín
Entralgo resume en cinco puntos la visión hipocrática de la phýsis:
Universalidad e individualidad: todas las cosas tienen su phýsis (los
astros, los alimentos, el cuerpo, el alma, las enfermedades). Cuando
se juntan todas, forman la phýsis universal. Es necesario distinguir «la
comunidad phýsis de todas las cosas» y «la phýsis propia de cada cosa».
Principialidad. La phýsis es el principio de todo lo que hay, y de todas
y cada una de las cosas que existen.
Armonía. La phy´sis tiene armonía y la produce.
Racionalidad. La phy´sis tiene su lógos, su explicación.
Divinidad. La phýsis es en sí misma lo divino. Las causas de las
enfermedades son humanas y divinas, ya que constituyen un
desorden de la phýsis.
Una de las características de la escuela hipocrática es el estudio de las
enfermedades en relación con el ambiente. El tratado Sobre aires, aguas, y
lugares, es un exponente. El tratado Sobre la naturaleza del hombre, nos dice que
la naturaleza humana está constituida por cuatro elementos fundamentales:
pituita (flema), sangre, bilis amarilla y bilis negra. La salud depende del
equilibrio entre los humores.
Se denomina «salud suficiente» a la capacidad para llevar a término aquello
que en el lenguaje cotidiano llamamos una vida normal. Por el contrario, la
enfermedad es injusticia (desorden de lo justo), es impura (contaminación), es
deformación, es debilidad, es desproporción (monarquía). La enfermedad
afecta a la phýsis; el remedio, también. Justo (díkaios), limpio, (katharós), bello
(kalós), fuerte (iskhyrós), bien proporcionado (metríos), entre otros, son algunos
ejemplos de las calificaciones que acompañan la percepción de la salud. Al
contrario, injusticia (desorden), impureza, deformación, debilidad,
desproporción serán rasgos que acompañan el estar enfermo.
Metodología: observación, análisis, conocimiento, acción
Las características de la escuela hipocrática son: observación, análisis,
conocimiento y acción consecuente. Para la escuela hipocrática, el arte de curar
es el conocimiento científico de las alteraciones de la phýsis a fin de recuperar su
orden, la salud. Para que esto suceda, es necesario percibir y distinguir
(observar) los signos indicativos de la realidad enfermiza (un cambio climático,
un cuerpo enfermo) con inteligencia, es decir, buscando una explicación
razonable (las causas) de aquel hecho, de aquella enfermedad. De este
conocimiento, surge el arte (tékne) de curar: se trata de saber qué es aquello que
se hace, sabiendo por qué se hace. Para conseguirlo, es necesario un análisis de
los síntomas, el interrogatorio del enfermo y ser hábil en el uso de las manos.
En conjunto, es una combinación de experiencia, habilidad y reflexión:
«interrogando al enfermo y examinándolo todo con mucho cuidado», dice el
mensaje hipocrático. El arte de curar no es magia, es un saber hacer. Pide una
physis-logia, un conocimiento de la naturaleza humana tanto en la salud como
en la enfermedad. Para los hipocráticos, la salud es el primero de todos los
bienes, el valor más alto, la condición y el presupuesto de cualquier otro bien.
La relación asistencial
El médico hipocrático tiene conciencia de sus limitaciones en el arte de curar,
pero, a su vez, confía en su capacidad de observación, en su inteligencia y
habilidad estableciendo el principio de favorecer al enfermo, o bien de no
perjudicarlo. El amor al hombre (philanthropía) es el fundamento del arte de
curar: no se puede amar aquello que no se conoce, la filantropía es un
conocimiento (un saber) que repercute en beneficio del enfermo, no es un
afecto o un sentimiento. Por ello, el conocimiento del ser humano es, para los
hipocráticos, el fundamento del saber. Su objetivo principal es salvar al
enfermo, y a través de él, a la humanidad. Este planteamiento da una
conciencia de dignidad profesional, social y moral del médico (del profesional
de la salud actual) y de aquel a quien se dirige su arte.
Es notable la dimensión ético-moral del pensamiento hipocrático: favorecer o
no perjudicar, junto con la conciencia de dignidad profesional son sus rasgos
esenciales. En este sentido el ejemplo más conocido es el famoso Juramento
Hipocrático: un texto apócrifo que simboliza la conciencia de responsabilidad
del curador hacia la persona enferma y su familia, así como el respeto por el
enfermo y por la práctica profesional.
Platón (siglo IV a. C.)
Las referencias de Platón, a lo largo de su obra, al mundo de la salud y la
enfermedad son numerosas, y su importancia no es secundaria. En los Diálogos,
La República, el Fedón, Las Leyes, el Gorgias, etcétera, es donde Platón se
pregunta en boca de Sócrates: «¿Hay para el hombre un bien más preciado que
la salud?». Evidentemente, la respuesta es que no.
De la relación entre cuerpo y alma nace, para Platón, la relación entre
medicina y ética. El cuerpo se ennoblece cuando vive en sintonía con el alma,
con su contenido espiritual, dejándose orientar y corregir por ésta. El cuerpo es
un bien estimable, después de los dioses y del alma. En Platón se aprecia un
nuevo sentido de salud.
Platón da un nuevo sentido al concepto hipocrático de salud: la salud es más
que la igualdad de las cualidades de Alcmeón y más que el pragmatismo
hipocrático. La salud pide que el espíritu tenga un ordenado sistema de
convicciones y virtudes intelectuales y morales; un conjunto de creencias,
saberes, deseos y virtudes bella y ordenadamente combinados entre sí.
La salud pide dominio de uno mismo y equilibrio de todo aquello que
constituye el alma del hombre: creencias, virtudes, saberes, sentimientos,
impulsos; y es este conjunto (el alma) lo que rige y produce estas virtudes. Un
alma sana procura salud al cuerpo; en este punto Platón se considera precursor
de la denominada medicina psicosomática: la consideración, en la atención al
paciente-enfermo, de la interrelación entre interioridad y exterioridad.
La palabra
Ya se ha señalado más arriba la importancia del aspecto religioso en el mundo
griego. Para Platón, la salud no es indiferente a la relación del hombre con la
divinidad: la palabra dirigida a los dioses pidiendo salud es plegaria,3 y actúa
por aquello que ella es (por su naturaleza), por aquello que es el paciente y por
aquello que son los propios dioses. La palabra en sí misma no es mágica: no
sirve cualquier palabra para cualquier paciente. La palabra del terapeuta
pretende «seducir» al fin que quiere conseguir: la curación o la mejora del
enfermo. Por tanto, esta palabra debe estar ordenada (en contenido y forma) a
la peculiaridad y la situación del espíritu del paciente a fin de engendrar
sophrosýne: la salud del espíritu o del corazón. El uso terapéutico de la palabra
es una técnica, un arte.
Platón, forjador de la psicoterapia verbal, pide al paciente una profunda
confianza en el médico. Éste hace un uso técnico de la palabra como
herramienta curadora, que purifica el alma y es capaz de generar la sophrosýne
necesaria para gozar de salud. Platón pide un amplio consenso alrededor del
enfermo, y un consentimiento de éste en el tratamiento. La instrucción, y más
tarde la persuasión, son herramientas que se utilizan con una finalidad: situar al
enfermo en un clímax favorable para la salud.
Aristóteles (siglo IV a.C.)
Aristóteles era hijo de un médico. En relación con la salud y la enfermedad, se
distingue en su obra los siguientes caracteres:
Formación del profesional
La fecundidad de la filosofía aristotélica se muestra al requerir la necesidad de
una formación filosófica en aquel que ejerce la medicina práctica, junto con
una definida actitud ética y pedagógica. Para Aristóteles, la palabra es eficaz
según el prestigio de quien la pronuncia y el conocimiento que éste tiene de las
necesidades del oyente. Se trata del arte de hablar y del arte de escuchar. A
veces es necesario ir más allá, es necesario usar la coacción: los fármacos, o bien
la cirugía.
Entre otras, las aportaciones aristotélicas condujeron a la anatomía
estructural, a la embriología y a la morfología comparada; introdujo el
concepto de partes anatómicas como unidades morfológicas observables y
realizó una observación sistemática de embriones de pollo.
Relación entre salud y ética
Para Aristóteles, cuerpo y alma no son dos entidades que requieran un discurso
diferente, sino dos aspectos de un mismo ser; de la misma manera, salud y ética
son dos aspectos de una misma realidad expresada a través de dos conceptos.
Para Aristóteles la salud es el equilibrio y la buena mezcla (eukrasía), la buena
disposición de cualidades, elementos o humores que se convierte en fecunda
(pensamiento muy próximo al de Alcmeón, ya comentado). La salud no es algo
que concierne sólo a los ámbitos orgánico o corporal; la falta de equilibrio
también es causa de las denominadas enfermedades del espíritu, como por
ejemplo la demencia. Si para Platón el cerebro es el lugar del alma, para
Aristóteles ésta reside junto con la sabiduría y la inteligencia, en el corazón.
Salud e interdisciplinariedad
Para Aristóteles, como también para Platón, la salud no es patrimonio
exclusivo de la medicina sino que va más allá. El tema de la salud es motivo de
reflexión en otras ciencias como la lógica, la metafísica o la ética. Si la práctica
de la medicina es un arte, la salud es su obra; por tanto, se trata de una manera
de hacer en la cual tienen mucho que ver la disposición y las cualidades de la
persona.
También pertenece a esta época Diocles de Caristo, médico que escribió el
primer tratado de «dietética». Hay que tener presente que el término
«dietética» no estaba restringido a la alimentación sino que recogía todos los
aspectos de la vida humana. Vista así, la dietética es, más bien, un «estilo de
vida».
Los estoicos (siglos IV-III a. C.)
Para el estoico, el ser humano está escindido en alma y cuerpo. Es estoico quien
descubre la fuerza interna humana capaz de hacer frente a sus propias
reacciones primarias. La enfermedad, el sufrimiento o el dolor permiten
descubrir la dimensión interna, aquello que está dentro de la corporeidad y que
es capaz de hacer que el hombre supere la soledad y la desesperanza.
Para el estoico, la salud y la enfermedad que realmente importan son las del
alma, ya que ésta es un bien superior al cuerpo y tiene responsabilidades sobre
sus acciones. La salud del cuerpo representa una importancia relativa; el dolor
es la prueba de la virtud, la muerte es un hecho natural y como tal se debe
entender.
La cuestión es: ¿para qué se quiere la salud del cuerpo si falta la salud del
alma? Los conflictos, las pasiones, los vicios, etcétera arrebatan la salud del
alma, y ésta puede enfermar psíquica y éticamente. Si cuando uno enferma
llama a un médico, cuando enferma el alma será necesario hacer caso del
filósofo. No se menosprecia la salud del cuerpo, sino que se jerarquiza.
El interés del estoicismo radica en descubrir un punto de referencia para la
conducta humana: encontrar la mejor manera de vivir en este mundo. Esta
actitud no excusa al estoico de unos deberes para con la sociedad, que le
conducen a una conciencia de hombre cívico activo: hacer algo útil y eficaz por
amor a la humanidad, sin distinción de clases sociales.
Galeno (siglo II)
Nació en 130 de nuestra era, en Pérgamo, ciudad helenística e importante
centro cultural y religioso con un conocido templo dedicado a Esculapio
(Asclepio, en griego), dios de la medicina, de quien Galeno era devoto. A pesar
de su larga estancia en Roma, fue un griego que vivió de espaldas al mundo
latino que le rodeaba. Los rasgos fundamentales de su pensamiento son muy
cercanos a los de la escuela hipocrática, enriquecidos con las aportaciones
posteriores; su criterio era combinar la práctica con la búsqueda de una
explicación lógica.
La enfermedad y sus causas
Para Galeno, la enfermedad es un estado del cuerpo, puesto que fuera de él no
puede haber enfermedad como tal. La enfermedad, sin embargo, es algo real,
independiente de la subjetividad del paciente; es una alteración de la phýsis
(naturaleza) debida o a la propia naturaleza, y en este caso no es curable, o a un
azar, y entonces es curable.
Para este autor no hay suficiente con conocer la localización de la
enfermedad, es necesario buscar y conocer su causa: la enfermedad (nósos) es
siempre una afección pasiva-activa de unas funciones vitales que pueden
constituirse en una manera de vivir alterada, de forma ocasional, o bien de
forma crónica. La esencia de la enfermedad se manifiesta a través de síntomas
(signos). La enfermedad siempre es sufrimiento (pathos), los sufrimientos son
«sombras de la enfermedad» (García Ballester 1972, p. 246).
El cuerpo
«El cuerpo humano —dice Galeno— disfruta de una salud excelente cuando la
virtud y la abundancia de los humores poseen la medida adecuada y, sobre
todo, si están bien mezclados. Hay enfermedad cuando algunos de estos
humores abunda más en el cuerpo o bien no está bien mezclado con los
otros.»En la cultura griega clásica, el cuerpo tiene una dignidad sacra. Para
Galeno, el cuerpo es la epifanía de su phýsis, y, por tanto, la epifanía de la phýsis
universal, según la visión helenística del hombre como microcosmos. El cuerpo
humano está ordenado de manera racional: las manos le hacen artesano, las
piernas y los pies le facilitan el hecho de estar de pie y, con eso, la
contemplación del universo. El cuerpo es la razón y el fundamento de la vida
política y social, y sus cualidades le constituyen en un ser moral.
La dietética
Para Galeno es importante la significación de los términos en relación con las
enfermedades. «Simpatía» indica la afección de algo a través de la afección de
otro, es la fuerza que determina las afinidades. Para este autor, el ejercicio del
arte de curar es la armonía entre el saber científico y filosófico con los cuales es
capaz de diagnosticar enfermedades no detectables para los sentidos. Pero hay
más, no solamente se trata de diagnosticar la enfermedad, también es necesaria
la capacidad de la naturaleza del propio enfermo para superarla ya que la
naturaleza es sanadora por sí misma, a pesar de que, a veces, la enfermedad
adquiere tal gravedad que necesita un auxilio exterior. Se trata de saber regular
la vida del paciente con tratamientos fundamentados en la «dietética» antes que
en la farmacia y la cirugía. Recordemos que «dietética» se refiere al régimen de
vida que regula todos los aspectos de la vida humana, lo que equivale a «estilo
de vida».
Galeno también alude a la necesidad de considerar las circunstancias
individuales del enfermo (edad, carácter, costumbres, etcétera). Un hombre
sano es aquel que es libre con un cuerpo sano; en consecuencia, la
dependencia, junto con un cuerpo enfermo, es la peor vida que uno puede
tener. Reparemos en la relación que hay entre clase y salud: la aristocracia es,
según esta óptica, el «lugar» social de la salud.
CONCLUSIÓN
Todo lo dicho pretende ordenar una serie de notas sobre la salud en la Grecia
clásica. La historia de Grecia es el relato del ser humano que deviene autónomo
(consciente), solidario (la pólis) y trascendente (lógos). El lógos es la
racionalización de la realidad y la posibilidad humana de comprender el
mundo de la divinidad y el mundo del otro. Ciertamente, este relato no es el
único de la historia de la humanidad, otras culturas y expresiones religiosas
también lo hacen; por ejemplo, los pueblos mesopotámicos, el Egipto
faraónico, la antigua India, la medicina china, el antiguo Israel, los Incas, los
Mayas, los Aztecas…
Hay un trinomio metodológico: observar para saber (conocer) con el
fin de curar.
La salud no depende de las «creencias», sino del «saber»; la
preocupación por la salud gira alrededor de aquello que se hace y por
qué se hace. Es la pregunta por el qué de las cosas, por su phýsis
(naturaleza).
Hay una conciencia del valor de la individualidad y de su inserción
en la ciudad, en la sociedad. Pero también hay una conciencia del
límite humano (la muerte) y de la aplicación de la técnica de curar.
A su vez, hay una conciencia de la dimensión social de la salud: el
hombre y su relación con el universo, la naturaleza, la ciudad (la
convivencia)...
Hay una continuidad entre la política (el gobierno de la ciudad) y la
manera de entender el cuerpo, la salud, la enfermedad y el arte de la
curar; quien lo ejerce tiene un prestigio moral y social. El ideal de la
salud es el ideal del gobierno: medida, armonía, saber hacer, etcétera.
El griego confía en su curador, en aquel que puede alejar su dolor, su
enfermedad, ya que éste «sabe», conoce la enfermedad, su remedio y
al enfermo mismo. El sanador no es alguien poseedor de poderes y de
prácticas mágicas, como en la época arcaica lo eran el chamán, el
brujo o el sacerdote, sino alguien que tiene un «saber» teórico y
práctico sobre aquello que concierne a la salud y la enfermedad. Pero
también sabe que la enfermedad puede dominar al enfermo y,
entonces, el arte no es capaz de hacer nada.
Junto con la conciencia de una manera de ser de la condición
humana que se mueve entre la posibilidad —nunca del todo agotada
— y el límite, hay también, progresivamente, una preocupación por
el destinatario de la acción sanadora: el paciente.
Hay una jerarquización de la salud. La salud del alma prevalece sobre
la salud del cuerpo.
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PIGEAUD, J. (1992). «Maladie et santé dans la médicine hippocratique». En M.
A. Bernardis (dir.), L’homme et la santé. París: Seuil.
VERNANT, J. P. (1993). El hombre griego. Madrid: Alianza.
LECTURAS
Narrativa:
HOMERO (2000). La Ilíada. Barcelona: Océano.
Pintura:
POYNTER, sir Edward (1880). Una visita a Esculapio. Gran Bretaña.
2.
FACTORES HISTÓRICOS QUE INFLUYEN EN LA EVOLUCIÓN DE LA SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Recoger, a grandes rasgos, el testimonio de algunos acontecimientos que actualmente
enmarcan la preocupación por la salud.
Este capítulo pretende llenar el vacío histórico entre los capítulos «La salud en
los clásicos griegos» y «La definición de la OMS». La pretensión no es hacer un
recorrido por la historia de la salud en sentido cronológico, más bien se trata de
ver cómo la compresión de la salud evoluciona con el tiempo y con los
acontecimientos y circunstancias que la acompañan. Se trata de recordar que el
discurso sobre la salud se construye a partir de categorías ya existentes.
En el Occidente antiguo las actividades dirigidas a la conservación de la
salud y a la prevención de la enfermedad se articulaban alrededor del concepto
de «higiene». La higiene equivale a un estilo de vida y a un «conjunto de
relaciones» del individuo con su entorno: con el aire y el ambiente, con el
comer y el beber, con el trabajo y el ocio, con la evacuación y la retención, con
las «pasiones del alma»… Las implicaciones de la salud alcanzaban todas las
actividades y las relaciones humanas.
Con el paso del tiempo, el concepto de higiene da paso al de «saneamiento»
como una necesidad que, principalmente, nace en las áreas urbanas: por
ejemplo, aguas limpias y eliminación de las sucias, situación estrechamente
relacionada con determinados trastornos de la salud y con la planificación de
medidas para evitarlos o paliarlos. Surge la salud pública, la promoción de la
salud y la prevención de la enfermedad con reconocidas connotaciones sociales
en la participación política, económica y técnica. Surge la expectativa de
diversas maneras de acercarse a la comprensión de la salud y la enfermedad.
DESARROLLO
SALUD Y CONCIENCIA COLECTIVA
SALUD Y ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS
SALUD Y PROCESO SOCIOCULTURAL
SALUD Y CONCIENCIA COLECTIVA
El cristianismo
El cristianismo surge y se desarrolla a partir de los siglos I y II de nuestra era, y
supone un cambio radical en la manera de ver y de entender al enfermo y su
sufrimiento. El enfermo es objeto de atención y de predilección, es la imagen
del Cristo doliente. El sufrimiento ya no es un castigo, en todo caso, es un
misterio, porque a pesar de todo el sufrimiento es una manera de participar en
la salud (salvación) de la humanidad y del individuo particular. Este cambio
radical desemboca en una acción de tipo social orientada al cuidado de la salud
de las personas y de sus modos de vida.
En el siglo XIII, en la Europa latina surge paulatinamente una ética de
responsabilidad colectiva que desarrolla estrategias de asistencia social y
sanitaria. Las clases económicamente más precarias (los pobres) son objeto de
una preocupación que penetra fuertemente en ciertos ámbitos civiles y en
algunas instituciones eclesiásticas. Por ejemplo, las órdenes mendicantes
entienden la salud en términos de una salvación espiritual que se representa y
también se interpreta en la realidad social: en la asistencia, en la hospitalidad y
en la atención del pobre y del desvalido.
Los siglos XII-XIII inaugurarán una forma de vida y de espiritualidad que
quiere ser un testimonio de autenticidad en la interpretación de la vida
evangélica. San Francisco de Asís es un ejemplo. También lo son otros nombres
y otras instituciones que se formaron alrededor de las antiguas órdenes
monásticas; los lugares donde se instalaban eran repoblados con todo tipo de
bienes, incluido el cultivo de las artes y las letras. El cuerpo y el espíritu de
personas y de grupos sociales se vieron favorecidos. Hoy entendemos que la
salud es, según aquel espíritu de los «mendicantes», un peregrinaje a lo largo de
la vida, no exento de enfermedad, de dolor y de sufrimiento, pero siempre
impregnado de una esperanza que ellos nos enseñaron a entender en términos
de capacidad de respuesta y de resolución de conflictos: hoy, decimos,
«acompañamiento», «curación», «investigación», etcétera.
La construcción de la hospedería cerca del edificio monacal es la evidencia
histórica de una sensibilidad hacia el desvalido que se traduce en términos de
eficacia y eficiencia. Por ejemplo, el desvalido y el viajero son acogidos y
atendidos en este recinto con los conocimientos y los medios disponibles en el
monasterio, con un significado y una influencia social que es necesario
contextualizar a la hora de hacerle observaciones críticas.
La sociedad civil también se ve afectada por la responsabilidad social
promovida por la toma de conciencia de la pobreza como una fuente de
contagio y de infección. El hambre, la miseria, las guerras, los desastres
naturales, sacuden las conciencias y provocan alternativas civiles junto con un
progreso sanitario, una mejor administración de las ciudades y de la economía,
del transporte, del comercio, de las técnicas agrícolas, entre otras.
Las epidemias
Probablemente la epidemia es uno de los fenómenos que penetra más
profundamente en la conciencia colectiva y en la polémica sobre las causas de
la enfermedad, su prevención y la valoración social en la salud. No solamente
esto, la epidemia evidencia la impotencia de la lucha particular contra la
enfermedad, y también la fragilidad de la salud. El estudio de la epidemia
estimula la observación y el análisis crítico de los diversos factores que
interactúan en la salud y en la enfermedad, así como su interpretación según la
época y el momento en el cual se da. Por ejemplo, en el Canto I de la Ilíada, la
peste que asola al ejército de Agamenón se atribuye a un castigo de los dioses.
La epidemia hace revivir el significado simbólico de la salud y de la
enfermedad, pide un esfuerzo de comprensión, de recomposición de ideas, de
interpretación de la realidad. Tiempo atrás, un tipo de lectura de la epidemia
atribuía su causa a un castigo de la divinidad: a su presencia o a su ausencia, al
absurdo de tal mal. Entonces, el enfermo era estigmatizado, denunciado y
marginado. Había todo un ritual que acompañaba esta exclusión social.
También hoy, otras formas epidémicas reproducen las representaciones del
pasado: el sida, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, los accidentes, el
alcoholismo, la depresión, la encefalopatía bovina («el mal de las vacas locas»),
la contaminación, la violencia… sólo por citar algunas. Las epidemias del siglo
XXI reflejan las tensiones, las carencias y las necesidades de la actualidad.
La epidemia hace revivir la idea de contagio y todo aquello que se constituye
alrededor; por ejemplo, el alcance del concepto de higiene (el saneamiento
público y privado), la educación sociosanitaria, los estilos de vida. Pero la
epidemia también actualiza la denuncia, el uso de la fuerza, la segregación del
afectado y la organización del cuerpo social: todo esto también pertenece al
ámbito de la salud. Y no se debe olvidar que si bien la enfermedad se presenta
con unas «formas» biológicas, a menudo la salud también. La epidemia hace
revivir la salud y la enfermedad como un fenómeno social, con su etiología, su
configuración, su incidencia, su interpretación, su resolución y su prevención.
La epidemia es un signo de vulnerabilidad biológica, social y medioambiental.
Con frecuencia las epidemias se relacionan con crisis económicas, estaciones
del año, condiciones meteorológicas o catástrofes naturales, condiciones
higiénicas, estilos de vida, etcétera y muestran la fragilidad y las carencias de la
organización civil, así como los recursos particulares y colectivos. Las epidemias
conocidas de los siglos XIV-XVII son una muestra de las estrategias que organiza
la sociedad civil contra la enfermedad, fundamentalmente a nivel municipal.
En la obra de D. Defoe, Diario de un año de la peste, la narración es una
prolongación de la realidad, es un reportaje, reconstruye los hechos y el
ambiente; muestra las repercusiones de la enfermedad en diferentes ámbitos:
económico, político, religioso, moral, familiar, etcétera.
SALUD Y ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS
Este recorrido histórico no olvida la tarea intelectual que a partir del siglo IX
llevaron a cabo traductores judíos y árabes al verter en latín los textos griegos.
En este sentido, Salerno y Toledo fueron dos ciudades paradigmáticas. Con la
traducción de estos textos se hizo accesible todo un cuerpo de literatura
médica, a la vez que se ponían en contacto los saberes oriental y occidental.
Maimónides (siglo XII), médico judío de Córdoba, tendrá una gran
influencia posterior al buscar una coherencia entre la espiritualidad y las
tradiciones hipocrática y galénica. Su pensamiento influyó en Tomás de
Aquino, quien un siglo más tarde buscaba conciliar fe y saber (Tubiana, p. 63).
Averroes (siglo XII), médico árabe, reivindicará el derecho a pensar. En
definitiva, es un momento histórico en el cual se intenta combinar la
espiritualidad, la intelectualidad y la práctica médica.
La relación entre salud y bienestar se encuentra en 1699 cuando F. de la
Mothe-Fénelon, arzobispo de Cambray, publica Las aventuras de Telémaco, y en
1711 las Tablas de Chaulnes; partidario de un incremento de la población, lo es
también de su felicidad: es necesario preocuparse por el bienestar de la
población a través de una acción de gobierno que proporcione asistencia
pública en el sentido más amplio posible.
En el siglo XVIII la industrialización deteriora las condiciones de vida y de
trabajo de las clases sociales bajas, principalmente de aquellas de dependen de
la fábrica. En algunos países de Europa (Inglaterra y Francia, por ejemplo) hay
una conciencia de la relación entre condiciones sociales y problemas de salud.
A su vez, la industrialización supone una mejora del nivel de vida y es causa del
desarrollo de una amplia red de servicios (transportes, cuerpo sanitario).
El higienismo es una corriente médica que adquiere importancia a finales del
siglo XVIII. Esta conciencia colectiva a la cual ya se ha hecho referencia, tiene
como respuesta la preocupación del Estado por la salud y la enfermedad, en
términos de una política de salud pública que analiza el clima, las condiciones
de vida, la calidad del agua y de los alcantarillados, etcétera, y la relación de
todo esto con el incremento de las enfermedades en la población. Hay una
toma de conciencia del «rol social del médico» como un elemento fundamental
para la salud de la población. Ya se ha hecho alusión a J. P. Frank como
iniciador de la medicina en tanto que ciencia social, al observar la influencia
del entorno en la salud y el bienestar de las personas.
La convergencia de factores políticos y sanitarios fue el motor de la
protección social y de la asistencia médica gratuita.
El progreso científico
No hay fronteras estrictas entre períodos históricos; éstos encuentran en épocas
anteriores el terreno propicio para irse configurando y, a su vez, mostrarse
como diferentes. Por ejemplo, en Europa, el Renacimiento de los siglos XV y
XVI surge en la Edad Media con la desintegración del régimen feudal pero
mirando a clásicos como Aristóteles, Platón y Galeno; en esta época se
recuperan autores como Virgilio, Ovidio, Horacio, se descubre otra manera de
pensar en la cual el hombre y su vida es lo más importante, reclamando la
atención por el valor de todo lo humano. Nuevos descubrimientos, nuevas
formas de relación y transacción comercial y humana, nuevas expectativas
acompañan cada época histórica. También nuevos riesgos para la salud y
nuevas enfermedades o formas de enfermar.
Todo progreso es un devenir en el tiempo, y tiene en el pasado sus
antecedentes y en el futuro su perspectiva. No se trata de citar nombres
concretos, que por otro lado ya se pueden encontrar en una historia de la salud,
sino de seguir un hilo de progreso y de transformación en la promoción de la
salud y la lucha contra la enfermedad. Ya en el siglo XVI hay un creciente
interés por el conocimiento del cuerpo humano (Vessalio, Miguel Ángel,
Leonardo da Vinci), por su funcionamiento (en 1626 Harvey descubre la
circulación de la sangre), por el desarrollo y perfección de la observación del
enfermo, de los síntomas y de las causas sociales que provocan la enfermedad,
así como de las situaciones que minan el bienestar de la población,
principalmente de las clases económicamente más débiles.
A esta observación se le juntan unas técnicas de investigación médica (por
ejemplo, la percusión) y sociológicas (por ejemplo, la estadística). Pasteur y
Koch son los líderes de una disciplina que se denominará microbiología. El
descubrimiento de los «microbios» como una causa de las enfermedades
infecciosas desencadena unas consecuencias en la medicina que deja en
segundo término todo el movimiento social que supone el higienismo. Nace el
método científico con la objetivación racional de la realidad; nace, pues,
también, una nueva mentalidad que ve en el individuo sano, o enfermo, un
órgano o una función observable en sí misma, aislada del entorno.
Actualmente, la complejidad y la tecnificación de la medicina parecen no
tener límites. Su eficacia no es cuestionada, pero no es el camino exclusivo de la
prevención, el tratamiento, la curación o la mejora de la salud o de la
enfermedad.
La biomedicina y el proceso de medicalización
La biomedicina, o medicina occidental es, en sí misma, una institución, un
lugar de conocimiento, de producción e innovación tecnológica que ha
constituido un sistema de atención de alto coste y gastos económicos,
olvidando los aspectos socioeducativos de la salud. Es necesario reconocer a la
biomedicina el haber forjado un ámbito de conocimiento —investigación,
textos, autores, maestros— y la introducción de alta tecnología en las
instituciones. Hay una clara diferencia entre la práctica médica en el marco de
la intimidad doméstica y la misma práctica empapada de burocracia y prácticas
estandarizadas según el criterio de funcionamiento de la institución.
Desde la biomedicina, a menudo, el profesional es burocratizado y el
paciente se convierte en usuario, consumidor de los servicios de la institución.
Todo eso favorece el conflicto entre jerarquía, control y autonomía profesional.
Es una medicina individual, individualista, que reduce la relación profesionalpaciente a un objeto de mercado ignorando la dimensión colectiva (Foucault,
p.124)
El proceso de medicalización forma parte de uno de los atributos de la
biomedicina: es la irrupción soberana de los saberes y de las prácticas médicas
en el día a día. Su historia comienza en el siglo XVIII con la denominada
medicina moderna y se incentiva en el siglo XX con la introducción de la
quimioterapia y la vinculación de la economía con la gestión sanitaria. El
sector biomédico ejerce cierta influencia en algunos problemas sociales que
pone bajo su criterio: alcoholismo, violencia, obesidad, etcétera se presentan
articuladas como situaciones de salud bajo la influencia de este sector. Ningún
otro sistema terapéutico ejerce este grado de poder, ya que ningún otro dispone
de tales mecanismos de control social.
La medicalización, por un lado, responde a necesidades «expresadas» por la
población: por ejemplo, el caso del envejecimiento. Por otro lado, es una forma
de inducir, por parte del sistema médico, al consumo del medicamento o
medicalizar determinadas situaciones, a veces debidas a un estilo de vida: por
ejemplo, el sedentarismo puede ser causa de un tipo de patologías. La
medicalización, a veces, responde a necesidades «construidas» por la sociedad:
por ejemplo, la anorexia. También puede responder a los intereses de un tipo
de industria. Numerosos factores sociales, de relación, de identidad o laborales
pueden explicar un tipo de patologías que son objeto de medicalización, con
los problemas que eso puede comportar.
La pregunta es: ¿qué pasa en la sociedad civil para que eso suceda? ¿Qué
medicaciones hay? ¿Cuáles son las medidas alternativas o complementarias? En
todo caso, es necesario dejar claro que no todo proceso de medicación es
proceso de medicalización.
SALUD Y PROCESO SOCIOCULTURAL
En relación con la salud-enfermedad es necesario tener en cuenta el proceso
cultural en el cual se dan ambos estados. Por un lado, tenemos un conjunto de
prácticas a nivel tradicional-familiar que dan pie a un conjunto de saberes
enraizados en el sentimiento y en la práctica de la población en general. Por
otro lado, tenemos un conjunto de ideas (sistema cognitivo) que provocan un
conjunto de prácticas (sistema de atención). En toda sociedad, estructuralmente,
podemos advertir un conjunto de factores que intervienen en la evolución de la
manera de entender y de vivir la salud por parte de una población. Los
distinguimos de la siguiente manera:
La distribución diferencial entre salud y enfermedad. La enfermedad y la salud no
están nunca homogeneizadas, nos trasladan a la diversidad de cualquier grupo
de oficio, de sexo, de grupo social, etcétera. En toda sociedad habrá siempre
una diferencia en salud y enfermedad que generará desigualdad. Este es un
elemento estructuralmente presente en cualquier sociedad. Pero esta
desigualdad no habría de generar, necesariamente, una discriminación
peyorativa.
Los sistemas de atención a la salud son la respuesta de la sociedad a las
necesidades de la población. Necesariamente han de estar integrados en la
cultura del individuo. Los sistemas no son otra cosa que una visión de la
realidad que se refleja en este ámbito como puede hacerlo en el económico, el
político, el educativo o cualquier otro. Los sistemas de atención están en
coherencia con estos ámbitos. Cuando se manipula un sistema de atención se
está manipulando el sistema cultural de la población y a ella misma.
Muy brevemente, en los sistemas de atención se distingue:
La perspectiva ecológica. Se trata de ver la distribución espacial y
temporal de la salud, la interacción que hay entre el ambiente y las
relaciones de salud-enfermedad. La enfermedad genera roles socialesgrupales que pueden influir en el medio ambiente (por ejemplo,
industrias y enfermedades que generan). Hay un cruce con otras
disciplinas.
La perspectiva institucionalista. Estudia los sistemas de atención
propiamente dichos: qué subsistemas hay en este sistema y qué
implican; por ejemplo, el papel de la mujer y de los ancianos como
formadores o como cuidadores constituye un subsistema de atención.
Sería necesario ver hasta qué punto los sistemas de atención generan
organizaciones dedicadas a la salud-enfermedad (hospitales, ámbitos
profesionales, etcétera). Es interesante el estudio de las relaciones de
las instituciones de salud con otras instituciones y la valoración que se
hace del nivel de desigualdad que generan, así como la eficacia y la
eficiencia que se consigue y cómo se consigue.
Toda sociedad tiene aspectos con un fin curador y preventivo. Eso se ha de
entender en el sentido de que tan preventiva es la medida que impide como la
sanción que reprime. Las estrategias preventivas son normativizadoras. El
término «preventivo» se refiere a un mecanismo que pone «normas» y sirve
para evitar la curación porque busca impedir la causa provocadora de la
enfermedad; legitima aquello que es saludenfermedad y la práctica de la
curación.
El sistema sanitario evita «no saber qué hacer». Cada acción del sistema refuerza
los criterios generales a causa de los cuales se ha optado por este sistema
concreto. El fracaso se justifica como la necesidad de desarrollar más el sistema
vigente, ya que se ha visto que el desarrollo todavía es incipiente.
Hay una serie de actividades y de ideas tecnológicas que tienen que ver con la
gestión de la salud-enfermedad. Por ejemplo, en el tándem terapeutaenfermo se
trata de dos roles específicos. No siempre «quien cuida» debe ser la misma
persona, son posibles numerosas variaciones: por ejemplo, el ámbito familiar
pide que «quien cuida» sea alguien de dentro de la familia; en el ámbito
hospitalario, ocurre algo parecido.
En políticas preventivas y educativas es muy necesario tener un marco de las
«causalidades»: conocer las necesidades estructurales y las causalidades
inmediatas. Cuando se trata de resolver causalidades socioestructurales desde la
biomedicina, entonces lo que se hace es medicalizar.
CONCLUSIÓN
La dimensión histórica de la salud pretende seguir a grandes rasgos la evolución
de la misma de la mano de tres ideas fundamentales:
La interacción histórica de la individualidad y de la colectividad: el
interés por el individuo en concreto se alterna con el interés por
resaltar su presencia en el grupo.
Los acontecimientos ponen de relieve la falta de líneas fronterizas
precisas. La historia es un factor causal, a la vez que preventivo y
curador.
El proceso sociocultural intenta inculturar una situación conocida en
otras realidades: pretende un lenguaje universal, no universalizador.
A partir de todo esto, la consideración de los factores históricos aporta:
La conciencia histórica de responsabilidad social, la cual se pone de
relieve a través de unos hechos, ideologías, instituciones y personas
concretas como representantes de todo un movimiento social.
El beneficio de situar al individuo concreto en su mundo, estimula
un cambio de perspectivas en el registro de la manera de ver y de vivir
la vida y el entorno.
La crítica a los movimientos históricos (la biomedicina, por ejemplo)
tiene un papel revulsivo, impide reducir la realidad a una sola
concepción, a un solo criterio. Es un movimiento de apertura.
Desde la perspectiva histórica, la salud se comprende como una
responsabilidad social, como un momento que aporta novedades de
comprensión, de cambio y de apertura.
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LECTURAS
Narrativa:
DEFOE, D. (2001). Diario del año de la peste. Barcelona: Ediciones B.
WALTARI, M. (1996). Sinuhé, el Egipcio. Barcelona: Plaza & Janés.
3.
LA OMS Y EL CONCEPTO DE SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Adquirir conciencia histórica del cambio cualitativo que supone la definición de la
OMS, de sus límites y de las expectativas que provoca.
En 1946 la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la salud como
«un estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no solamente la
ausencia de lesión o enfermedad». En 1978, y en el marco de la Conferencia
Internacional de Alma Ata (URSS), la OMS lanzó una serie de conceptos sobre
la salud y la atención primaria de salud, medicamentos esenciales y salud para
todos en el año 2000. Ya no se trataba de definir la salud sino de plantear
estrategias para conseguirla. La Carta de Ottawa (1986), la Carta de Ljubljana
(1996) y la Declaración de Yakarta (1997), son los documentos a través de los
cuales nos aproximamos al alcance del concepto salud en la actualidad.
La OMS es una organización que fundamenta su acción en la cooperación
internacional. Sus objetivos son: promover los servicios de salud en todo el
mundo; intervenir eficazmente en la prevención de enfermedades endémicas;
llevar a término el desarrollo de la salud a nivel mundial; alertar sobre los
peligros de nuevas patologías, del mal uso de los medicamentos, y de hábitos
nocivos, etcétera; regular las actitudes sanitarias en todo el mundo; informar de
la situación sanitaria; aconsejar a gobiernos; planificar estrategias de mejora
sanitaria (vacunaciones y fármacos, por ejemplo)...; y como alguien dice; «si la
OMS no existiera, habría que inventarla».
La promoción de la salud es un factor esencial para la reducción de la
pobreza y el desarrollo económico, pero exige un compromiso y una acción de
tipo político, social y cultural que la favorezca. Pide un conocimiento de los
elementos diferenciales de cada comunidad así como de las prioridades de la
salud. Pide reflexionar sobre las estrategias de salud y los valores que las
animan, a fin de adecuarlas a las necesidades locales.
DESARROLLO
CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA DE LA DEFINICIÓN DE LA OMS
ANÁLISIS CRÍTICO
PERSPECTIVAS ACTUALES:
LA OMS Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA SALUD
CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA DE LA DEFINICIÓN DE LA OMS
El 7 de abril de 1998, la OMS cumplió cincuenta años. La cooperación
sanitaria internacional ya había comenzado en París en 1851 con la I
Conferencia Sanitaria Internacional. Después de la Primera Guerra Mundial, y
en el marco de la Sociedad de las Naciones, con sede en Ginebra, se creó la
Organización de la Higiene. La redacción de la Constitución de la OMS,
aprobada por la Conferencia Internacional de la Salud, tuvo lugar en Nueva
York el 1946, finalizada la Segunda Guerra Mundial. La OMS quedó
constituida el 7 de abril de 1948, cuando así lo firmó el número exigido de
Estados miembros de las Naciones Unidas. En esa fecha, el 7 de abril, se
celebra cada año el Día Mundial de la Salud.
La OMS actualmente reúne unos ciento noventa países. Uno de sus éxitos
más célebres es la erradicación de la viruela, y entre sus preocupaciones más
inminentes está la lucha contra el paludismo, enfermedad endémica en un
centenar de países, así como conseguir la voluntad y el compromiso político de
los gobiernos a fin de combatir las enfermedades infecciosas, principal causa de
muerte en el Tercer Mundo. Resulta significativo el marco en el cual nace la
definición de la OMS (1946): una Europa destrozada por la guerra sufre en sus
tierras el reparto interesado de las fronteras, gran número de emigrantes y
fugitivos atraviesan el continente: es gente sin patria, sin casa, sin destino, sin
nada. Familias mutiladas, dignidades perdidas y arrasadas, priman el hambre
por doquier, el frío del cuerpo y del espíritu; el interés y los abusos hacen de la
posguerra un paisaje desolado. En este sombrío marco histórico la OMS define
la salud como: «algo más que ausencia de enfermedad». A continuación se
analiza esta definición teniendo presente el contexto en la que se pronuncia.
ANÁLISIS CRÍTICO
Aspectos positivos
Es importante tener en cuenta el marco histórico de la definición de la OMS.
La preocupación por los aspectos humanos y sociales queda reflejada en el
lecho de concebir la salud como algo que afecta al bienestar físico, mental y
social del individuo. No se trata solamente del buen funcionamiento, de la
normalidad orgánica o de movimiento. Lo que determina la salud es, también,
el equilibrio psíquico, interno, junto con la valoración de la relación personal
con el grupo social, y todo eso entendido en términos de bienestar: de aquel
sentimiento de vida que hace que uno se sienta bien y se relacione de manera
placentera con su individualidad y en su convivencia.
Se habla de salud «no solamente como la ausencia de enfermedad». Hay todo
un sustrato, ya comentado en «Las raíces de la Antropología de la Salud» que
prepara, favorece e invita a entender la salud en términos diferentes, más
amplios, más completos, pues la condición humana es conciencia corporal y
vivencia social. Así pues, salud es también el derecho a permanecer en la propia
tierra, en la casa, en el trabajo, en la familia; a un futuro; a no tener necesidad
de vender la dignidad; a los bienes materiales; a las ilusiones, a las esperanzas…
Salud también es el deber de velar para que todo eso se realice. Por analogía, la
posguerra invita a comprender la enfermedad fuera de los límites del
organismo, del cuerpo: la necesidad vital de la dependencia, la pérdida y demás
se entienden como otra forma de enfermar.
A partir de la definición de la OMS, los niveles de salud no solamente se
miden a partir de criterios estrictamente sanitarios sino que las desigualdades
sociales, la distribución y el uso de los recursos naturales, la educación y demás
pertenecen también a la evaluación de la salud: el espacio de la salud ya no es el
estrictamente sanitario, sino todo aquel en el cual acontece la vida humana. El
sentimiento de bienestar debe ser algo que se viva y se pueda explicar como tal.
El paisaje que ofrece la Europa de posguerra es el perfil de un mundo y de una
vida con graves carencias de salud. La paz es la condición de posibilidad para la
salud (para el bienestar), así como la justicia lo es para la paz.
Cierto que los conceptos de salud y enfermedad también son culturales; la
OMS, sin embargo, da una perspectiva común y universal. La lucha a favor de
la salud y contra la enfermedad es, a partir de ahora, también un asunto
político y una responsabilidad de alcance internacional. La salud se convierte
en un derecho y un deber, un bien y un valor particulares y universales. En
consecuencia, su gestión exige la implicación de los aspectos individual, social y
político.
Aspectos polémicos
La OMS, en su definición, utiliza la expresión «un estado». Se entiende que
indica la referencia a una situación inalcanzable ya que, ¿quién puede estar
sano? Si hablamos de salud lo hemos de hacer en unos términos realizables y
alcanzables, teniendo en cuenta las circunstancias cambiantes y diversas en las
cuales vivimos las personas. Si la meta es «un estado de perfecto bienestar», uno
advierte que esto nunca se podrá conseguir. Como mínimo, las edades
biológicas, las actitudes, los valores sociales, culturales y religiosos, y la variedad
de situaciones de la condición humana llevan a entender la salud como una
realidad amplia, dinámica, posible..., incluso con los sobresaltos y
contratiempos propios de la vida humana.
¿Cómo se puede entender la salud como un «estado» cuando la vida es un
proceso de cambio cualitativo y defectivo?, ¿dónde encaja este bienestar total y
cómo se debe entender? La salud es un suceso en el cual participa el factor
biográfico, el factor biológico y social; es un bien, un valor, un derecho y un
deber… Como declaración de un organismo de cooperación internacional, la
OMS ha de tener en cuenta, por lo menos, la diversidad y la complejidad de
culturas, de pueblos, de sociedades y de personas, su riqueza, sus dificultades,
incluso sus callejones sin salida.
La salud no se puede situar en un espacio ideológico cerrado en el que no sea
posible experimentar el bienestar y el malestar como situaciones propias, ni
conocer qué significan «bienestar» y «malestar». A nivel de sociedad, ¿cuál es la
sociedad que alcanza por sí misma «un estado de perfecto bienestar»? ¿Cuáles
son los valores sociales, cuáles las creencias que permiten que sus miembros se
consideren sanos? ¿Quién define esos valores y creencias? ¿Dónde se
contemplan las libertades individuales que conforman esta sociedad? El
término «estado» sugiere un molde, nosotros entendemos que «salud» más bien
tiene que ver con «libertad», que es un término indicativo de conciencia, de
opción, de llegar a ser.
Finalmente, bienestar no equivale necesariamente a «estar sano» ni malestar a
su contrario. A veces, bienestar significa ignorar un malestar orgánico que no se
manifiesta, o bien una realidad humana que no afecta a la persona. A veces,
malestar significa el aviso de un cuerpo enfermo, o bien la carencia de las
posibilidades que exige el bienestar. También nos podemos referir a malestar
como a la preocupación por el bien propio y el de los demás: ciertamente, éste
es un malestar sano. ¿Es que quizá se puede decir que esté sano quien se
desentiende del bienestar de los otros?
La definición de la OMS se ha vuelto ambigua precisamente en su
contundencia. Una ambigüedad que, a lo mejor, dejaría de serlo si sus objetivos
se explicitasen en una nueva definición.
Evolución
Alma Ata (1978)
En el Documento sobre Asistencia Primaria elaborado en la Conferencia de
Alma-Ata, la OMS, incluso reafirmándose en su definición de salud de 1946,
añade: «Los gobiernos tienen la obligación de cuidar de la salud de sus pueblos,
obligación que solamente puede cumplirse mediante la adopción de medidas
sanitarias y sociales adecuadas […] Que todos los pueblos del mundo alcancen
en el año 2000 un nivel de salud que les permita llevar una vida social y
económicamente productiva. La atención primaria de salud es la clave para
alcanzar este objetivo como una parte del desarrollo, de acuerdo con el espíritu
de justicia social».
Aunque parece que el beneficio de la salud se limita a «un vida social y
económicamente productiva», vale la pena poner de relieve la insistencia de la
Organización en el aspecto social al referirse a la salud de los pueblos en
términos: de «mediante la adopción de medidas sanitarias y sociales». Se
percibe una preocupación por las desigualdades de atención primaria y de
bienestar.
Cuando la OMS habla de salud está haciendo referencia a «servicios de
salud». El programa «Salud para todos en el año 2000», se debe entender como
una atención sanitaria mínima para todos. Muchos de los problemas sanitarios
que surgen en todo el mundo afectan al servicio de atención primaria. La OMS
tiene capacidad no solamente para recoger y hacer llegar información a
cualquier sitio, sino que también puede ser, y es, eficaz en su tarea, a pesar de
que no todos los proyectos son asequibles o realizables, entre otras cuestiones
por el problema financiero de la propia Organización.
Carta de Ottawa (1986)
Alma Ata representa construir la salud a partir de hechos (los servicios de
salud), y disminuir la desigualdad de los servicios sanitarios y sociales (las
medidas adecuadas). Ottawa introduce una sensibilización por la promoción
de la salud a partir de los requisitos para la salud: paz, educación, vivienda,
renta, ecosistema estable y demás.
¿La salud es una dimensión importante de la calidad de vida?, o bien ¿la
calidad de vida es un componente de la salud? Un componente, en todo caso,
que se potencia con estrategias y programas que deben adaptarse a las
necesidades locales y a las posibilidades específicas, teniendo en cuenta los
diversos sistemas sociales, culturales y económicos. Ottawa da un enfoque
sociosanitario a los servicios de salud. Estas redacciones hacen olvidar las
reticencias que surgen a raíz de la definición de 1946.
Carta de Ljubljana sobre la reforma de la atención sanitaria (1996)
Como se dice en el Proemio de esta carta, su intención «es articular un
conjunto de principios que formen parte de los sistemas actuales de atención
sanitaria». Aunque el marco para el que se habla es Europa, no vemos que
existan serias dificultades para «universalizar» estos principios si se tienen en
cuenta las peculiaridades propias de cada comunidad.
Entre los principios fundamentales se destaca que las reformas de atención
sanitaria deben inspirarse en valores, es decir, en los principios de dignidad
humana, equidad, solidaridad y ética profesional, sabiéndolo combinar todo
con las necesidades de los ciudadanos que han de compartir las
responsabilidades de la propia salud.
Declaración de Yakarta sobre la promoción de la salud en el siglo
(1997)
XXI
El siglo XXI se inicia con unos desafíos que invaden todos los campos. Entre
éstos, destaca la pobreza como la mayor amenaza para la salud, cuestión ésta
que ya pusieron en evidencia autores como J. P. Frank y A. Grotjahn (a finales
del siglo XVIII, y comienzos del XIX, respectivamente). También destacan los
«determinantes» que condicionan los estilos de vida y las condiciones de vida
en todo el mundo, como por ejemplo, el desarrollo de la tecnología, la
comunicación o el comercio, que, de manera parecida a lo sucedido en tiempos
de la Revolución Industrial, representan un agravio extraordinario para aquellas
sociedades que no pueden seguir el ritmo trepidante del progreso.
Las prioridades en salud se entienden en la perspectiva de la promoción de
las responsabilidades sociales por la salud, aumento de las inversiones en el
desarrollo de la salud, ampliación de las capacidades de gestión de las
comunidades y de los individuos. En definitiva, el documento hace una
llamada a la acción, a una acción por la salud en la cual el abanico de
participación va desde lo particular a lo internacional, a la petición general de
«inversiones en el desarrollo de la salud». Se entiende que no todos los pueblos
están en condiciones de invertir y los itinerarios de las inversiones, a veces, son
controvertidos.
El futuro de la salud, según la OMS, se puede leer directamente en el
informe del año 1998. Se pasa de la utopía de 1946 al pragmatismo actual con
una preocupación por la dimensión social de la salud que incluye las
generaciones actuales y las futuras: se conocen los factores que determinan los
niveles de salud y este conocimiento se puede transformar en una gestión
eficaz, traducida tanto en la presencia directa como en la promoción de
acciones de prevención y alerta sanitaria, principalmente, en todo el planeta.
PERSPECTIVAS ACTUALES: LA OMS Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA SALUD
A través de lo visto hasta ahora, resulta sencillo considerar las implicaciones de
la gestión de la OMS en los núcleos sociales en los que se inserta. Según las
declaraciones que se han comentado, los conceptos afines a dicha gestión son
los de posibilidad, responsabilidad e inteligencia, teniendo presente que su
actuación puede incidir en los lugares geográficos más inverosímiles.
La OMS, en tanto que organización internacional, ve incrementada su
responsabilidad de no restringir el campo de su acción en beneficio de interés
alguno: ni económico, ni científico, ni político. Esta intención se puede
encontrar en las palabras de H. Nakajima con motivo del Día Mundial de la
Salud dedicado al tema de la «Maternidad segura» (7 de abril de 1998): «Los
riesgos a los que hacen frente las mujeres del mundo no son desgracias sin
importancia o bien inconvenientes naturales inevitables, sino injusticias que las
sociedades tienen el deber de paliar a través de su política, su sanidad y sus
sistemas legales».
La mejora de la salud no se puede separar de decisiones y colaboraciones al
más alto nivel, en las cuales la OMS pude levantar su voz. Por ejemplo, en el
suministro y regulación del agua de una población, ya sea como provisión,
protección y almacenamiento en los procesos agrícolas, en el uso industrial, o
bien para cubrir las necesidades primarias de un núcleo social; todo esto pide
una investigación de las necesidades, los recursos, las influencias..., problemas
orientados a mejorar la salud pública; y ésta es una situación que se puede
plantear a nivel mundial. En este nivel las organizaciones internacionales tienen
algo que decir para poner de relieve el tema de la salud. Igualmente necesaria es
la cooperación a otros niveles: particulares, de mercado o industriales no menos
complejos. La solidaridad pide una gestión lúcida y eficaz, porque se dirige a
resolver situaciones humanas.
El futuro de la salud también pasa por la financiación de la Organización.
Todo discurso programático debe ir acompañado de unas posibilidades reales
de recursos económicos y de una inteligencia eficiente a la hora de aplicarlos.
La OMS no escapa a estos planteamientos y a las dificultades que comportan.
Las posibilidades de gestión siempre son, en el mejor de los casos, limitadas.
Por eso hablamos de lucidez, de inteligencia y de eficacia. A pesar de que el
enfoque de la OMS es fundamentalmente de ámbito sanitario, es obvia su
incidencia social; y en ella, la educación sanitaria de la población y la formación de los profesionales se incluyen de una manera más o menos explícita,
sin que sea necesario «normativizar» ni el modelo sanitario ni el modelo
humano al cual aplicarlo. Se trata de construir el espacio de salud en el cual el
individuo pueda armonizar la vivencia de sus derechos y deberes, y pueda
disfrutarlo. No se trata de moldear nada ni de establecer prioridades
socioeconómicas en la distribución de recursos sanitarios. Ésta debería ser, por
lo menos, la proyección social de la OMS de cara al futuro.
CONCLUSIÓN
La conclusión se orienta a partir del hecho de que la OMS es un organismo de
interés público, interés que se refleja en dos aspectos: a) el número de países que
subscriben sus resoluciones, y b) consecuencia del anterior, la capacidad de la
Organización para ser escuchada y llevar a cabo proyectos a nivel mundial.
Esto, a su vez, puede comportar un riesgo: que la misma OMS sea la única
autoridad en materia de salud. En este caso, su criterio se impondría en
función de dicha autoridad y no en la de ser un organismo al servicio de la
salud de los pueblos, las sociedades y los individuos. Lo dicho hasta ahora
desde la perspectiva de las posibilidades de la Organización y de las prioridades
que se pueden sugerir se concreta en los siguientes puntos:
El alcance de las posibilidades de la OMS puede llegar a constituir
una trampa para la salud si, por ejemplo, se entiende ésta,
exclusivamente, en términos de costes y prioridades económicas y no
en términos de observación, de análisis, de valoración y ejecución de
los programas en beneficio de una calidad de vida individual y
colectiva en la cual la jerarquía de prioridades no sea represente nunca
un detrimento de aquellos que podrían quedar al margen. Por ejemplo,
el coste de la calidad de vida en la vejez no se puede sacrificar
menospreciando ésta en beneficio de otros intereses.
El criterio de salud no está en función de la utilidad del individuo y
su beneficio material, sino en función de la promoción de un bien
universal como es la salud.
Hay que plantear las prioridades existenciales y, en el momento en
que éstas menosprecien cualquier situación humana, ésta se
convertirá inmediatamente en objetivo de la acción de salud.
Se trata de alcanzar conciencia de lucidez, de necesidadesposibilidades y de capacidades para resolverlas o estimularlas. Toda
persona tiene derecho a ser tratada como tal y «disfrutar de los frutos
del progreso científico y de sus aplicaciones» (OMS, Declaración de
Viena 1993).
La acción de salud se orienta a resolver situaciones humanas: éste es
un nuevo concepto de bien sanitario en el cual la salud se convierte
en un bien, un valor particular y universal que es necesario gestionar
y promocionar.
La dimensión social de la salud, por lo menos, abarca tres aspectos: la
salud y su relación con la sociedad, la salud como un valor social, y la
salud en la política social y sanitaria.
BIBLIOGRAFÍA
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Internacional de Salud Pública.
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LECTURAS
Narrativa:
LAPIERRE, D., MORO, J. (2001). Era medianoche en Bhopal. Barcelona: Planeta.
CÉLINE, L. F. (1977). Semmelweis. Madrid: Alianza.
4.
LA SALUD «COMO LA MANERA DE VIVIR AUTÓNOMA, SOLIDARIA Y DICHOSA»
(X Congreso de Médicos y Biólogos de Lengua Catalana.
Perpiñán, 1976)
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Poner de relieve unos planteamientos que tiendan a convertir el ser humano en un
sujeto activo de salud.
En 1976 se celebró en Perpiñán el X Congreso de Médicos y Biólogos de
Lengua Catalana en el marco del Congreso de Cultura Catalana. Allí se definió
la salud como «aquella manera de vivir autónoma, solidaria y dichosa». En
primer lugar, es necesario destacar el contexto en el cual tuvo lugar la
definición de salud: una dependencia política de los llamados Países Catalanes
junto con un crecimiento económico y un desarrollo sociocultural que no
afecta a todos por igual. A pesar de todo, en 1976, junto con las deficiencias y
los condicionamientos, había un acceso a la asistencia sanitaria, una toma de
conciencia política sanitaria coherente y descentralizada, y una carencia de
educación sanitaria por parte de la población con todas sus consecuencias.
En segundo lugar, el Congreso abordó la perspectiva del bienestar, no tanto
desde la lucha contra la enfermedad y la asistencia a los enfermos, como desde
unos planteamientos nuevos sobre la salud: la salud está en relación con un
contexto sociocultural: «Tanto el concepto de salud como la lucha por la salud
son asuntos necesariamente personales y colectivos, por un lado, e
interdisciplinares y políticos por otro» ( J. Gol y otros, p. 33). La salud es «una
manera de vivir», un estilo de vida calificado como autónomo, solidario y
dichoso.
DESARROLLO
CONSECUENCIAS DE LAS TEORÍAS SOBRE LA SALUD. LA CURACIÓN
ANÁLISIS DE LA DEFINICIÓN DE PERPIÑÁN
LA SALUD, ¿UN DERECHO O UN DEBER?
CONSECUENCIAS DE LAS TEORÍAS SOBRE LA SALUD
Desde Alcmeón hasta hoy, la reflexión sobre la salud (y la enfermedad) invita a
un cambio social. El término «isonomía» identifica en sí mismo el espíritu de
una salud compartida por todos, y no precisamente en aquellos términos que
hoy entenderíamos como estrictamente sanitarios.
De forma parecida, podemos decir que no es lo mismo un discurso que parte
de la salud desde una perspectiva de las relaciones y la convivencia, que si se
tienen en cuenta aspectos parciales de la vida, como el biológico. Por ejemplo,
no es lo mismo planificar la asistencia sanitaria desde la propia enfermedad
como eje y punto de partida, que hacerlo desde una concepción de la salud en
la cual la enfermedad es una realidad con la que se tropieza, pero no es su
objetivo primero.
Marcar los objetivos desde la perspectiva de la salud significa que la finalidad
de la acción no es solamente curar un estado maltrecho por la enfermedad
sino, a su vez, considerar que la curación no es tal si al individuo le falta la
autonomía, el bienestar y la relación con los otros. Por ejemplo, el enfermo
crónico es alguien no-curado que necesita una atención habitual e integral; su
vida presenta un tipo de alteraciones que le afectan a muchos niveles y en
diversos ámbitos de su vida. El enfermo crónico puede convertirse en una
persona sana, a pesar de su enfermedad no curada. De forma parecida, hay
personas que no padecen ninguna enfermedad y sin embargo tienen salud;
dicho de otra manera, hay personas sanas a pesar de su enfermedad.
La curación
Enfermo, enfermedad y curación son términos que se corresponden
significativamente. La curación concentra en sí todas las esperanzas del
enfermo, y lo hace gradualmente. En el primer nivel, hay esperanza de la
curación total; después, hasta donde se pueda, para acabar con un deseo de, al
menos, una mejora. Respecto al mundo del enfermo: la esperanza debe
entenderse en términos de respuesta y de resolución de un conflicto, no como
situación de debate ideológico o sensibilizado porque la persona afectada
quiere resultados que mejoren su situación.
El término «curar» significa volver a la vida, no se cura solamente una
enfermedad (aquella que afecta al enfermo), se cura un cuerpo, un espíritu, una
relación, una convivencia. La curación es el reencuentro con uno mismo de
forma placentera, acomodada (no es aceptar la enfermedad, sin más). Si la
expresión que acompaña al enfermo es «no puedo», curar implica «poder de
nuevo», volver a ser uno mismo; quizás, incluso, a pesar de la enfermedad y
desde ella.
Curar incluye recobrar la libertad, sentir que aún es posible querer la vida,
quizá de otra manera, pero quererla: es decir, encontrar en la vida un espacio, o
un motivo, de bondad y de bien para construir, y ponerse a hacerlo.
Para la persona enferma la experiencia de la curación le supone convertirse
en un ser nuevo a partir de aquello que es en aquel momento. Desde esta
perspectiva, estar sano es estar curado: ser capaz de vivir la vida, de proyectarla
con sentido. Pero si por curación entendiéramos solamente el restablecimiento
de la salud perdida, entonces no siempre estar curado es estar sano. Estar sano
tiene un matiz de descubrimiento, de novedad, de una expectativa que se abre
y en la que uno se introduce. Debe decirse, sin embargo, que la curación no es
posible sin el acompañamiento, lo que a su vez significa ayuda, estímulo,
competencia, respeto.
Hay enfermos y enfermos, también hay curaciones y curaciones. Es necesario
tener en cuenta la intervención de muchos factores: sociales, económicos,
criterios subjetivos-objetivos, sin que todo eso invalide lo dicho antes.
«Cuidar»
Las raíces del «cuidar» las hemos de buscar en «el arte de curar» hipocrático y
en su manera de concebir la philantropía. Cuidar significa «preparar» para que
uno pueda desarrollar al máximo sus capacidades y potencialidades a fin de
vivir autónomamente (A. Bonafont). Cuidar es un acto de comunicación
mediante el cual se adoptan las actitudes de acompañamiento y de soporte,
integradas en un proceso de relación curadora, en los términos explicitados en
los apartados anteriores.4
Visto así, el acto (o la acción) de cuidar es una actitud de ayuda que forma
parte del proceso de salud: es un «saber estar» que ayuda a vivir, a recuperar la
autonomía, a descubrir las posibilidades de aquello que realmente hay. Si la
enfermedad es una experiencia de dolor y de sufrimiento, de impotencia y de
frustración, la acción de cuidar se orienta a aliviar el dolor, paliar el sufrimiento
y transformar la impotencia en un recurso de construcción positiva y
satisfactoria de algo.
Cuidar es un acto de solidaridad: de intercambio de necesidades, de bienes y
de beneficios. El paciente representa la vulnerabilidad humana, el terapeuta
significa las posibilidades de la condición humana. Cuidar significa aceptar la
situación del paciente y acompañarlo. La acción de cuidar está estrechamente
relacionada con la curación.
ANÁLISIS DE LA DEFINICIÓN DE PERPIÑÁN
Popularmente, hablar de salud y «estar sano» se entiende en relación con el
estado del organismo y su funcionalidad. Popularmente, también, hablar de
salud y «estar sano» se entiende con relación a una concepción más amplia que
incluye una manera de vivir abierta y cómoda.
«Sentirse sano», también significa tener una visión positiva de la vida y del
mundo, es decir, ver en el otro una multitud de posibilidades para hacer cada
vez más amable y placentera la existencia. Esto no quiere decir cerrar los ojos a
una realidad a veces pesada y controvertida, sino tener el valor de afrontarla,
superarla o transformarla.
El punto de partida
La definición de Perpiñán nace de la salud, no de la enfermedad, y adopta una
visión positiva que acierta exactamente, a nuestro parecer, en la expresión
«aquella manera de vivir», que reclama un estilo de vida con implicaciones
personales y referenciales respecto del entorno. Es precisamente en su
ambigüedad («aquella manera de vivir») donde ello se hace más factible, pues
no marca metas, sino que pone la salud al alcance de las posibilidades
personales de cada uno, haciéndola una realidad tan dinámica y cambiante
como la misma vida: la vida es un irse haciendo, un suceso en el cual uno
puede ir descubriendo, o reafirmando, el matiz del bienestar.
Perpiñán encarna la salud en el conjunto del vivir personal, del entorno, del
ambiente, de las circunstancias.
La autonomía
El concepto de autonomía, en una primera aproximación muy simple, se
refiere a la capacidad de gestionar y ejercer las propias posibilidades para
adaptarse al entorno y dar respuesta al día a día.
Envolver el espacio de la salud en la convivencia humana no significa ignorar
el carácter particular, individual, del ser humano. No significa renunciar a la
autonomía; al contrario, quiere decir ejercitarla en función del bien de la
comunidad. De forma parecida, la aceptación obligada de una renuncia es un
acto autónomo: por ejemplo, la aceptación de la propia discapacidad es una
acción de autonomía: con la aceptación, uno decide gestionar las propias
posibilidades.
La salud afecta al individuo particular y su responsabilidad, pero esta
afirmación no nos permite obviar los factores circunstanciales, como ya se ha
indicado. La definición de Perpiñán reclama «una manera de vivir» propia en la
cual uno sea y se sienta libre y responsable de sus opciones, de sus respuestas y
sobre todo de sus posibilidades. Hemos de tener presente, sin embargo, que el
concepto de autonomía pide que el espacio en el cual uno vive posibilite y
favorezca la autonomía con medios de soporte y acompañamiento, si es
necesario, como, por ejemplo, en el caso de la rehabilitación y la reinserción.
La solidaridad
El concepto de solidaridad lo entendemos en el sentido de que no podemos
olvidar a los otros en sus necesidades pero tampoco debemos ser olvidados en
las nuestras (Llimona, 1991, p. 61). Desde esta perspectiva, la salud es una
colaboración que se mueve entre el «saber recibir» y el «saber dar»; se puede
decir que se trata de un «intercambio de bienes» prioritarios a todos los niveles.
La salud implica, también, reconocer nuestras necesidades en las necesidades de
los otros, lo que excluye la salud perfecta. La salud humana siempre es
mejorable: siempre se puede hacer algo mejor y más saludable para uno mismo
y para los demás.
La solidaridad es un ámbito de influencia y de convivencia personal en el
cual la conciencia de bienestar no queda nunca cerrada en la parcela del deseo
y las posibilidades estrictamente particulares, sino que exige una apertura (una
contemplación) activa hacia el bienestar de los otros. Es decir, de su salud.
La dicha
Pudiera parecer que todo lo que supone lo dicho sobre la autonomía y la
solidaridad fuera dibujando un perfil de salud más cercano a la idea de una
carga pesada que se debe soportar. Al contrario, encontrar gusto en el vivir
apreciando aquello que uno tiene y aquello que uno puede conseguir;
mostrándolo y enseñándolo a los otros, es signo de buena salud.
Una salud «dichosa» es aquella manera de vivir experimentada con alegre
conciencia de bienestar. Una manera de vivir que hace de la libertad y de la
sociabilidad causa y motivo de complacencia.
LA SALUD, ¿UN DERECHO O UN DEBER?
Las oportunidades de salud se entienden para todos, la salud es un «asunto
personal» y solidario, en los términos ya expresados. La pasiva e interesada
aceptación de una realidad injusta no se acomoda con el concepto integral de
salud aquí expuesto. No se puede entender la salud como un monopolio de
clase, de sistemas sociales o de instituciones, ni de criterios. Entendemos que
este «asunto personal» comporta la responsabilidad no solamente de potenciar
la salud, sino también de denunciar de manera constructiva las «causas» de
todo tipo de su degradación. De aquí surge una nueva manera de entender y
gestionar la salud personal y el entorno, en la cual interviene la interrelación
entre el derecho y el deber a la salud para todos: asumiendo aquello que hay
con realismo, aceptando aquello que uno es, pero también aquello que uno
puede llegar a ser, proyectándolo hacia el entorno.
El artículo 25 de la Declaración Universal Derechos Humanos (1948) reconoce
el derecho de las personas a disfrutar de un nivel adecuado de salud y de
asistencia médica. Otras declaraciones de diversas organizaciones
internacionales se definen en el mismo sentido sin que la pluralidad de
definiciones enturbie su intención fundamental: una búsqueda de lo que es
«estar sano», integrando los diversos aspectos del entorno humano.
El derecho a la salud comporta un conflicto práctico e ideológico ya que si
bien, a nivel de discurso, hay un consenso en la amplitud del horizonte de la
salud (prevenir, mantener-recuperar, mejorar la salud), a nivel práctico la
cuestión se complica, ya que en el contexto de la salud intervienen muchos
factores y desde muchos ámbitos: cultural, medioambiental, relacional,
económico, laboral. Algunos autores, ante la complejidad, concentran la
declaración del derecho a la salud en el derecho a la asistencia y los servicios
sanitarios: es cierto, pero incompleto.
Es un hecho que las diferencias marcan las desigualdades. Por ejemplo, la
cantidad y la calidad en los países ricos se estima en unos niveles distintos
respecto de los de los países pobres, como también lo son sus necesidades y
prioridades. Pero hablar de países ricos sin hacer matizaciones es un
eufemismo, porque en ellos viven muchos ciudadanos que no disfrutan del
bienestar que enseñan las estadísticas. Y al revés, también.
Hablar y gestionar el derecho a la salud en una situación o en otra significa
tener conciencia del deber de promocionar sus oportunidades de manera
eficiente, efectiva y no discriminatoria. Por esto se necesitan unos criterios que
proporcionen el acceso a la salud según las necesidades —dicho de forma muy
general y simple— ya que el análisis que se desprende no busca un solo
objetivo y parte de unos tipos de recursos.
CONCLUSIÓN
La reflexión sobre la salud nos lleva a darnos cuenta del valor de la vida y de sus
exigencias, una vida que se vive y para la cual se pide que sea posible irla
conformando con una actividad personal, de relación. La afirmación de la vida
exige una conciencia lúcida de su valor, es decir, del derecho a vivirla con la
intensidad y la riqueza que contiene y puede dar, y del deber de ser gestores
eficientes y eficaces de sus bienes, que no son meramente físicos y materiales
sino también morales y espirituales.
La salud está relacionada con el ambiente sociocultural. Es
importante contextualizarla.
Actualmente, la concepción de la salud se contempla también desde
su dimensión social, con los factores implícitos, con su
fenomenología, con sus procesos. Lo encontramos reflejado en la
referencia a «una manera de vivir… solidaria».
La definición de Perpiñán invita a una construcción individual y
social de la salud: a un participación activa y responsable del
individuo en la gestión personal y pública de la salud.
La definición de Perpiñán invita a una participación activa y
responsable del individuo en la gestión de una salud entendida como
un intercambio de bienes.
De la salud, así entendida, uno hace un estilo de vida, una manera de
vivir que integra los derechos y deberes civiles (el ejercicio de la
libertad individual), políticos (la participación en la vida pública) y
socioeconómicos (la participación en el nivel de vida y en la
protección social).
El ejercicio de estos derechos-deberes exige unas «condiciones»
personales-materiales.
BIBLIOGRAFÍA
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Acull.
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SEN, A. (1995). Nuevo examen de la desigualdad. Barcelona: Alianza.
LECTURAS
Narrativa:
MORO, J. (1995). El pie de Jaipur. Barcelona: Planeta.
Película:
En el mundo a cada rato (2004). Dirs.: P. FERREIRA, P. J. VENTURA, CH.
GUTIÉRREZ, J. CORCUERA, J. FESSER. Documental. España.
5.
ECOLOGÍA Y SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Ver el alcance y las diversas interrelaciones del término «ecología», así como su
incidencia en la construcción de la salud.
El término «ecología» proviene del griego: oikós (casa), y lógos (palabra,
discurso). Ecología hace referencia al estudio del «lugar» en el que vive o se
encuentra alguien o alguna cosa. Cuando se habla de ecología,
mayoritariamente, se entiende un discurso que interpreta las relaciones entre el
ser humano y su entorno: la evolución, los recursos, la protección… Por
extensión, también se entiende el medio en donde uno habita: el país, la
ciudad, la casa; por ejemplo, la ecología urbana trata de la mejora de la ciudad
con el fin de hacerla habitable; es decir, que la vida sea cómoda. El discurso
sobre la ecología y la economía está interrelacionado: el objetivo de ambas es
«cuidar» el propio ámbito en su dimensión personal y relacional. La ecología es
una ciencia social y la economía también; ambas se refieren a la
administración, la distribución, el crecimiento de recursos y la promoción del
bienestar desde sus espacios más particulares: la relación entre economía y
salud pertenece a otro apartado, como también hay otro capítulo específico
para la relación entre la salud y el medio ambiente.
La aproximación ecología y salud se hace desde el cuerpo como lugar
particular, y a la vez público, en el cual uno vive y se expresa de una forma
personal; desde los saberes populares como lugar integrado en las estructuras
socioculturales de cualquier comunidad en la cual uno vive la salud, el
sufrimiento, la enfermedad y la muerte; desde la epidemiología como el lugar
desde el cual se busca la distribución, la diferencia y la causalidad de la saludenfermedad de la comunidad; y desde el estilo de vida como lugar de
significado personal y social.
DESARROLLO
EL CUERPO
LOS SABERES POPULARES
LA EPIDEMIOLOGÍA
EL ESTILO DE VIDA
EL CUERPO
El cuerpo es lo más particular y próximo a uno mismo, el lugar donde se
obtiene la primera experiencia de vida y de relación; un lugar con
oportunidades, sensibilidades, recursos, influencias y contrastes; el escenario
cotidiano de la existencia; una presencia a través de la cual uno se expresa, se da
a conocer, se relaciona. El cuerpo transmite un mensaje, incubado en el espacio
de la interioridad, que muestra la personalidad. El espíritu toma conciencia en
el cuerpo. La historia humana es la historia del cuerpo, la biografía personal es
la historia del propio cuerpo, del «yo» íntimo y, a la vez, público.
Las múltiples formas de expresión del cuerpo orientan sobre las diferentes
maneras de la realidad. Decimos que el ser humano está abierto al mundo
exterior y es conocedor de él; el cuerpo es la ventana a través de la cual uno ve
y es visto, uno sufre y es sufrido («siente» y «es sentido»), de tal forma que
también a causa del cuerpo podemos hablar de la persona como de un
principio unitario que compagina la interioridad (la decisión) y la exterioridad
(la ejecución).
Las funciones del cuerpo se llevan a cabo, por un lado, con la autonomía
propia del organismo, y, por otro, con cierta dependencia del sujeto. Cada
órgano cumple sus funciones de acuerdo con un «criterio» biológico; a la vez,
este «criterio biológico» no es ajeno a la estima que la persona tiene de sí
misma, no solamente en relación con las preferencias que cada uno establece
respecto a su cuerpo, sino también en relación a las condiciones generales de
vida, al estilo de vida y a su escala de valores. La salud y la enfermedad tienen
que ver con el «criterio biológico», pero también con los «sufrimientos» del
sujeto, es decir, con aquello que le afecta, con sus opciones, con sus
motivaciones para obrar y para hacer. La experiencia del cuerpo puede cambiar
la vida, puede imponer un ritmo; por ejemplo, hay un tipo de enfermedades, o
de situaciones vitales, como la esclerosis múltiple o la vejez, que imponen un
determinado ritmo de vida. La experiencia corporal no es nunca únicamente
del cuerpo, hay diversidad de factores que intervienen con mayor o menor
intensidad, según las circunstancias.
Las relaciones del cuerpo son experiencia personal y social, tejen, rehacen y
deshacen una red de comunicación interpersonal que va más allá de uno
mismo, pero nunca sin esta participación particular. El cuerpo social evidencia
las múltiples y variables formas personales, corporales, de sus miembros.
Constituye una red de influencias y de posibilidades que escapa a las
estrictamente particulares. La calidad de tales relaciones no es ajena a la vida
personal del sujeto, ni a aquello que uno decide sobre ellas. La salud y la
enfermedad forman parte de la experiencia personal y relacional, y con ella se
favorece también una convivencia marcada por la salud o por su ausencia.
LOS SABERES POPULARES
«Saberes» populares son aquellas creencias enraizadas en una comunidad
(sociedad), nacidas y formadas en la experiencia, orientadas a la conservación y
cohesión de la comunidad como tal y de sus miembros en concreto. Estos
«saberes» forman parte de la cultura tradicional de un pueblo, de su historia.
Incluyen creencias, costumbres o prácticas que se recuerdan, se traspasan de
generación en generación y, por supuesto, se practican.
Hablar de tradición popular equivale a hablar de folclore: es un ámbito de
conocimiento y de experiencia de sociabilidad humana. El folclore es uno de
los lugares humanos más próximos a la propia vida. Fundamentalmente, su
importancia radica en el significado profundo de lo que le hizo nacer y le
sostiene: las creencias, las prácticas y las costumbres son los grandes ejes del
folclore siendo difícil establecer una línea divisoria entre unas y otras. El
folclore es un pasado encarnado en el presente de la convivencia, forma parte
de sus raíces. Por ejemplo, la denominada medicina popular (la folkmedicina)
no se entiende como tal hasta finales del siglo XIX. Pero eso no significa que en
un pasado lejano no se divulgaran ciertos saberes populares en relación con la
medicina, ya sea a través de textos escritos, ya sea a través de un circuito
consciente de transmisión de creencias para ser aplicadas.
En la historia de los saberes populares los espacios de la religión y de la
medicina popular se entrecruzan, las diferencias hay que contemplarlas según
las áreas geográficas y los espacios culturales concretos. Simultáneamente a este
hecho, surge aquello que se denomina superstición: lo extraño a la fe religiosa y
contrario a la razón (Tomás de Aquino). Hoy, el concepto de superstición se
puede aplicar a situaciones en las cuales la creencia religiosa no tenga nada que
ver: por ejemplo, la conservación de un tipo de prácticas domésticas de eficacia
dudosa y que, a lo largo del tiempo, han perdido su conexión con el espacio
religioso. La idea de superstición va ligada a un tipo de ignorancia, no así el
concepto de saber popular.
LA EPIDEMIOLOGÍA
Desde un punto de vista conceptual, la epidemiología es el estudio de la
fenomenología de salud-enfermedad de una población. Es tan antigua como la
humanidad misma. Cuando las sociedades primitivas buscan y atribuyen las
causas de la enfermedad a las fuerzas de la naturaleza, dan los primeros pasos
de aquello que hoy llamamos epidemiología; lo mismo, cuando las culturas
antiguas atribuyen la enfermedad a una disgregación de la voluntad de los
dioses, o bien a un castigo divino. Ya Hipócrates relacionaba la enfermedad con
factores personales y ambientales, con el lugar en el que vive el individuo, lo
cual sirve igual para cuerpo, la ciudad o la naturaleza.
Como disciplina, la epidemiología se desarrolla a lo largo de los siglos XVIII y
XIX a causa de las enfermedades infectocontagiosas y laborales. Actualmente, es
un área de estudio y de investigación de la frecuencia, distribución y
determinantes relacionados con la salud-enfermedad humana. Acoge un
amplio espectro de profesionales más allá de los estrictamente sanitarios (por
ejemplo, informáticos). La epidemiología es una herramienta a través de la cual
se busca conocer la realidad cuantificando los problemas de salud, detectando
necesidades. Uno de sus usos más importantes es la investigación etiológica
(posible factores causales), la descripción de la historia natural de las
enfermedades (período de incubación, de latencia, etcétera) y la evaluación de
las intervenciones sanitarias.
Para la determinación de los posibles factores causales o preventivos de la
salud-enfermedad, es necesario conocer su frecuencia y distribución: dar razón
del quién, del cómo, del cuándo y del dónde. Es decir, conocer las variables de la
persona, el tiempo y el lugar. La investigación nace de la sospecha de la
existencia de ciertas asociaciones entre el algo (el factor causal) y la existencia de
una enfermedad o problema de salud, y también al revés. De aquí surge la
recogida y el análisis de datos, los patrones y controles, la cuantificación de los
errores y de las desviaciones, y el establecimiento de relaciones.
Descripción, análisis y experimentación son las tres grandes etapas del
método epidemiológico, teniendo presente la importancia de las variables
comentadas. La incidencia ética de la investigación epidemiológica es
importante: conocimiento y consentimiento de quien participa en el estudio,
toma de decisión sobre la conveniencia o no de llevar a cabo un ensayo,
cuantificación y cualificación de los costes y procedimientos, relación entre
eficacia, eficiencia y equidad, relación entre condiciones de vida y
sufrimiento… La epidemiología, en general y en relación con la saludenfermedad, estudia también las causas estructurales derivadas del sistema
político y social, de la escala de valores, del sistema sanitario, del ser persona…
EL ESTILO DE VIDA
«Estilo de vida» se refiere a una «manera de hacer», particular o colectiva, que
refleja un marco social (un ambiente), unas condiciones de vida, unas
características biológicas, un marco educativo, y unas opciones y decisiones
personales y grupales. El estilo del sujeto es su vida (E. Menéndez 1998); si esta
vida ya induce a un tipo de comportamiento nos encontramos con el sujeto
condicionado por el lugar (medio).
En el discurso sociomédico, el estilo de vida hace referencia a un modelo de
comportamiento individual que afecta al status de la salud. Esta definición del
concepto es adecuada si tenemos en cuenta las redes y conexiones de
convivencia que establecen las personas individuales entre sí. A menudo, los
estilos de vida expresan el ámbito cultural, el nivel social, la tendencia
económica, las simpatías ideológicas, las afecciones religiosas, etcétera dicho de
otra manera, a veces, los estilos de vida muestran el tiempo, el contexto, la
contingencia relacional y personal de su protagonista, sin que todo esto se
pueda afirmar en términos absolutos. A su vez, se puede decir que el ámbito
cultural, el nivel social, la tendencia económica, las simpatías ideológicas, las
afecciones religiosas y demás son estilos de vida de las personas que los
reproducen.
El análisis del concepto estilo de vida nos remite a las ciencias sociales: es una
construcción (¿un modelo?) que permite seguir el proceso de desarrollo del
individuo o de un grupo, así como las influencias y las preferencias que
intervienen, y los significados de todo orden; por ejemplo, la pobreza es un
factor condicionante de un estilo de vida y, a su vez, es la vida del sujeto:
alimentación, higiene, educación, relaciones, todos modifican la causalidad
biológica de la salud y de la enfermedad.
No representa ninguna novedad recordar que en la salud, el sufrimiento y la
enfermedad convergen diversidad de factores. Entre ellos, el factor estructural
es capaz de favorecer un tipo de organización que limite la capacidad de
prevención y promoción de la salud. Actualmente, el estilo de vida se utiliza
con cierta frecuencia para evaluar la salud de una población, sobre todo en
relación con aquello que podemos denominar «comportamientos de riesgo»:
consumo de tabaco y alcohol, actividades de ocio, hábitos alimenticios… Un
tipo de campañas de promoción de la salud recuerda a la población que
algunos estilos de vida son causa de sufrimientos y enfermedades, indicando la
oportunidad de alcanzar determinados comportamientos con finalidad
terapéutica o preventiva. Ahora bien, hay que analizar cuál es el contexto, en
qué tipo de organización social se dan, cuál es su margen (la posibilidad) para
reconvertir los estilos en hábitos de salud, ya que las circunstancias sociales
tienen la capacidad de alterar las diferencias y las desigualdades respecto
aquélla. Todo ello sin obviar la importancia de la responsabilidad, de la
capacidad personal del cambio, o la afirmación de un estilo de vida.
De esta primera aproximación surgen dos niveles de consideración, respecto
al estilo de vida considerándolo más allá del comportamiento personal:
El aspecto personal
Como reclamo de una intencionalidad, responsabilidad individual que no
necesariamente debe generar una corriente culpabilizadora, ya sea objetiva o
subjetiva, pero que tampoco la debe excluir: hay ciertos estilos de vida
conocidos, queridos, consentidos y favorecidos que generan un perjuicio o
beneficio personal con repercusiones sociales. Entonces, según sean las
circunstancias no habrá inconveniente en recuperar el concepto de culpabilidad
(por ejemplo, la culpabilidad de un estilo de vida personal que genera y
consiente un desprecio de los derechos fundamentales de los demás).
No se ignora la existencia de recursos personales que pueden cambiar o
transformar una manera de hacer particular, pero teniendo otra vez presente
que ni todo el mundo está en condiciones de elegir, ni siempre es posible
hacerlo. A menudo la elección individual está en función de las circunstancias
que la posibilitan o la colapsan. Tampoco se puede dejar de lado la
consideración de aquellos estilos de vida que surgen de una opción personal.
En este último caso hay una elección consciente y un querer orientar la propia
vida hacia un objetivo concreto. Se puede ilustrar recordando las opciones por
un estilo de vida que se inscriben dentro de un marco de afecciones y
pertenencias religiosas, por ejemplo, cuando uno convierte la renuncia en un
itinerario terapéutico (un cuidado), una espiritualidad (una respuesta) al
servicio de la calidad, del bienestar y del sentir.
Podemos hablar también de los factores causales de la personalidad que se
inscriben en el tipo de persona que uno es y nos hace proclives a la
vulnerabilidad y a resistencia. Por ejemplo, los factores hereditarios transmiten
una particular tendencia a unos rasgos, a unas cualidades, a un tipo de
debilidades y de enfermedades, también nos hacen proclives a un tipo de
degeneración de la personalidad, de las funciones de los órganos del cuerpo.
Por ejemplo, el proceso de envejecimiento es un factor genético común a los
seres vivos; el envejecimiento y la vejez forman parte de un estilo de vida
personal y social.
Los factores de desequilibrio (desigualdad) entre el exceso y la carencia de las
necesidades y las satisfacciones personales son causa de un deficiente
funcionamiento de órganos y sistemas, de capacidades y de posibilidades que
perjudican (a veces bloquean) el buen funcionamiento de las facultades
personales. Estos ejemplos, centrados en el nivel particular son importantes
para considerar el origen, el proceso y la responsabilidad del individuo en su
estilo de vida.
El aspecto social
El aspecto social se considera como un reclamo de la responsabilidad en la
organización de la planificación de unos servicios sociales que favorezcan la
salud y cubran las necesidades de calidad y bienestar de vida de la población.
Su carencia debería generar una corriente social y una presión de denuncia en
el caso de que no cumplieran sus funciones. Desde el nivel social se pueden
apuntar vías de salida a un tipo de sufrimientos que, a veces, son crónicos. Por
ejemplo, hay un tipo de violencia que encuentra su medio de cultivo en unas
condiciones particulares de convivencia (y de supervivencia), marcadas por
carencias de todo tipo. O bien, en un tipo de convivencia que hace de lo
superfluo un espejismo de algo necesario. El consumismo es un fenómeno
paradójico en un tipo de sociedad como la nuestra: por un lado, es un recurso
de desarrollo y, por otro, un desafío a la lucidez social.
En este mismo aspecto hay que considerar el ámbito familiar-doméstico
como un lugar prioritario donde se aprenden y recuperan unos saberes y
prácticas (estilos de vida) que pueden favorecer la aplicación de estrategias en
otras redes de relación más complejas.
El factor educativo es un elemento que influye en los comportamientos y los
hábitos de las personas. La educación para la salud es una intervención social
de incidencia particular y colectiva que tiene como objetivo la promoción de la
salud, la prevención de los sufrimientos y de la enfermedad, así como su
curación o mejora, recordando la estrecha relación con calidad, bienestar y
sentido. La educación puede generar cambios en los comportamientos de las
personas y afectar a su estilo de vida y al de su comunidad.
El concepto de estilo de vida favorece el desarrollo de la concepción
multicausal de la salud y de la enfermedad. Al estar situado el individuo en una
red de interrelaciones, puede llegar a considerar que una misma causa
(situación) puede desencadenar diferentes sufrimientos, diferentes biografías —
según las circunstancias de cada sujeto— impidiendo de este modo la
homogeneización de la representaciones y de los significados de los
sufrimientos. Situado el individuo en el cruce de su historia personal y social,
hablar de causalidad histórica del proceso de salud-enfermedad, es plantear la
necesidad de no desentenderse del marco social y, a la vez, preocuparse por la
salud. Hay unas peculiaridades (características) de este marco, gracias a las
cuales éste se puede entender como «factor fundamental» de salud, o bien su
contrario.
Estilo de vida y riesgo son dos términos relacionados. Hay un tipo de estilo
de vida que es factor de riesgo (por ejemplo, fumar) pero también lo es respirar
en un ambiente contaminado, beber agua infestada, trabajar en condiciones
precarias o vivir en un ambiente conflictivo. Cada una de estas situaciones
forma parte de estilos de vida y los configuran, sin olvidar que las posibilidades
personales pueden estar muy disminuidas (a veces, del todo). También se trata
de modificar las condiciones sociales (de orden económico, político, cultural,
educativo, etcétera) que limitan o impiden la posibilidad de elección, de
promoción de una calidad de vida, de encontrar sentido a la vida y de
disfrutarla con bienestar.
El concepto de estilo de vida tiene su propia fenomenología que hace
evidente la difícil dialéctica entre posibilidad y oportunidad: aquello que uno
puede y aquello que el entorno le permite. Aquello que el discurso afirma y
aquello que la realidad concede. El estilo de vida introduce en el análisis de la
salud las variables de impotencia o de inutilidad principalmente cuando se
contempla en su globalidad. También introduce la variable del estímulo y de la
honestidad. Su discurso debe ser honesto, es decir, debe reconocer en la
realidad aquello que hay.
CONCLUSIÓN
Tal como se presenta, el concepto de ecología es en sí mismo un «lugar»
privilegiado para el discurso sobre la individualidad y sociabilidad humana.
Hemos visto que se trata de un lugar definido con formas diversas, es un
espacio de conocimiento sensible a la realidad medioambiental: las costumbres,
los saberes, los hechos y acontecimientos, los estilos de vida. El término
«ecología» apunta a la conciencia de la necesidad de recomponer los valores
propios y los tradicionales, de desarrollarlos y convertirlos en creativos en la
perspectiva cercana de mejorar la calidad de vida.
El factor ecológico es la combinación de muchos elementos: es
multidisciplinar e interactuante.
El factor ecológico exige valorar la importancia de la conservación y
promoción de la salud.
La salud no es un resultado, ni un conocimiento ni una práctica. Es,
fundamentalmente, una orientación que transforma las condiciones
de la realidad en una situación, una manera de ser y de hacer, sana,
generadora de bienestar del «lugar» en el cual uno vive o se
encuentra.
El ser humano, con su libertad, sensibilidad y responsabilidad, es el
agente principal de la gestión ecológica. Su capacidad de progreso e
innovación se entiende como la capacidad y la posibilidad de integrar
nuevos y viejos sistemas (estilos de vida) que lleven a conseguir un
marco de habitabilidad cómodo y concreto, que no escondan otros
lugares de degradación y exclusión social (ecológica).
Cada «lugar» tiene su cultura, su carácter, su estética, su rostro humano, su
fenomenología. Se trata de recrear el lugar de la ecología y esto lo han de hacer
las personas.
BIBLIOGRAFÍA
COMELLES, J. M.; MARTÍNEZ, A. (1994). «La medicina popular. ¿Los limites
culturales del modelo médico?». En Revista de Dialectología yTradiciones
Populares. Madrid: Consejo de Investigaciones Científicas. Instituto de
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Humanitas. Humanidades médicas, (2003). Cuerpo, Mente. Arte y Medicina
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vol
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4.
Disponible
en
internet:
http://www.fundacionmhm.org
KUSCHICK, I. (1995). Medicina popular en España. Madrid: Siglo XXI.
LAST, J. M. (1989). Diccionario de epidemiología. Barcelona: Salvat.
LE BRETON, D. (1995). Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires:
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LIVI BACCI, M. (1990). Historia mínima de la población mundial. Barcelona:
Ariel.
MENÉNDEZ, E. (1998). «Estilos de vida, riesgos y construcción social.
Conceptos similares y significados diferentes». En Estudios Sociológicos.
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Madrid: Triacastela.
PIZZA, G. (2005). Antropologia medica. Saperi, pratiche e politiche del corpo.
Roma: Carocci.
REIS (Revista Española de Investigaciones Sociológicas) (Oct.-Dic. 1994).
Perspectivas en la sociología del cuerpo, nm. 68. Madrid.
STAROBINSKI, S. (1999). Razones del cuerpo. Valladolid: Cuatro Estaciones.
LECTURAS
Narrativa:
REVERTE, J. (2006). Corazón de Ulises. Barcelona: Plaza & Janés.
Película:
El hombre elefante (1980). Dir.: D. LYNCH. Gran Bretaña.
6.
LA DIMENSIÓN INTEGRAL DE LA SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Enfocar las implicaciones de la salud desde un planteamiento global y de
cooperación relacional
Vida y convivencia, existencia y coexistencia, son realidades que forman parte
de la fenomenología humana. A lo largo de estos capítulos, iremos viendo
cómo la «preocupación» por la salud quiere planear, y sumergirse, en todo
aquello que afecte a la vida y la situación humana. La dimensión integral
recuerda, por un lado, la necesidad de integrar un abanico amplio de criterios
respecto a la salud, y, por otro, la ambigüedad y relatividad del concepto de
salud. La salud se ve afectada por la situación que acompaña a la persona a la
cual se refiere, pero también por la percepción que uno tiene de sí mismo. Este
planteamiento no nos lleva a colapsar la comprensión de aquello que
entendemos por «salud» y por «estar sano», sino, al contrario, nos sirve de
precaución, de factor de lucidez ante su alcance y complejidad; también sirve
de elemento de decisión: es necesario alcanzar un criterio, decir alguna cosa,
ofrecer y contemplar elementos de reflexión y de consenso, así como adecuar el
discurso a la realidad que, paradójicamente, se muestra estable y, a la vez,
cambiante.
P. Laín Entralgo, en su Antropología Médica, dedica unas páginas a
interrogarse y responder respecto a la salud humana integral. En este capítulo,
se sigue su criterio como fundamento y perspectiva de reflexión.
DESARROLLO
PERSPECTIVA SUBJETIVA
PERSPECTIVA OBJETIVA
PERSPECTIVA SOCIOCULTURAL
PERSPECTIVA SUBJETIVA
El sentimiento de estar sano va parejo a la conciencia de sentirse capaz de
realizar personalmente las actividades básicas: comer, beber, pasear, conversar,
trabajar… Es la vivencia de la espontaneidad silenciosa del día a día, a pesar de
una conciencia de límite natural. Lo extraordinario escapa al «poder hacer»
cotidiano, y la salud no se sitúa en los parámetros del espectáculo y de lo que
carece de límites, sino en los de lo accesible y cotidiano. La salud pertenece al
día a día, es una situación familiar, doméstica, tanto en el ámbito del discurso
como en el de la afectación y la vivencia.
Esta «espontaneidad silenciosa» no solamente se «siente» en el ámbito de las
actividades diarias, sino en el denominado «silencio del cuerpo»: es un «no
sentir» el cuerpo y sus órganos ya que todo va como debe de ir, sin hacerse
notar. Laín lo denomina un sentimiento de bienestar psicoorgánico que da al
sujeto «cierta seguridad de poder seguir viviendo», ya que nada anuncia un
peligro vital, a pesar de la conciencia de límite y de la fragilidad que uno pueda
tener. Este «silencio» incluye sentir una cierta «libertad del propio cuerpo»: se
mueve y actúa sin que el individuo esté pendiente. Uno, sin embargo, no
olvida que puede ser un «sentimiento» falso, detrás del cual se esconda, o aún
no se manifieste, una disfunción o una patología.
Considerando que estar sano y sentirse sano reclaman un marco de significado
y de sentido que alcance todo el ser personal, se puede decir que en esta
subjetividad de «sentirme sano» se incluye el vivir en soledad y en compañía.
No poder, o no ser capaz de conocer la propia interioridad, de quedarse solo
con uno mismo, de disfrutar de la soledad del espíritu y de ser consciente de
unas dificultades parecidas en la relación y la convivencia con los otros, indica
una tensión, una carencia de «silencios» en las interrelaciones personales. Lo
cual no significa confundir los términos y hacer de la soledad, ausencia de la
realidad. Desde esta perspectiva, la persona sana es capaz de combinar el
tiempo del «yo» consigo misma, y del tiempo el «yo» con los otros, y disfrutar
libremente de ambos.
PERSPECTIVA OBJETIVA
«Perspectiva objetiva» se refiere a aquellos criterios que se utilizan para afirmar:
«Tú estás sano». Es decir, se trata de la percepción que desde fuera de uno
mismo se tiene de la salud; a partir de qué uno hace este juicio de valor; cuáles
son los criterios y respuestas que se dan. Para conferir esta objetividad se
consideran el criterio morfológico, el criterio etiológico, el criterio funcional, el
criterio utilitario y el criterio conductual.
Criterio morfológico
El criterio morfológico se acoge a aquello que muestra la estructura visible del
cuerpo humano, lo que muestra dentro del organismo o de la realidad
observable. Desde esta perspectiva, «salud» se refiere a la ausencia de
deformaciones, de lesiones, de alteraciones, internas o externas, capaces de ser
observadas. En esta parcela, sano equivaldría a ileso.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta objetividad no se limita a la
anatomía de un organismo, también corresponde a la anatomía de un sistema
social en general o en un sentido más concreto: por ejemplo, los sistemas
sanitario, educativo, religioso, institucional… Respecto a este criterio, también
podemos aplicar las consideraciones que se refieren a las «formas» con que son
acogidas las necesidades de la población, o del paciente, y las respuestas que se
le ofrecen. Entonces, ileso, tiene también connotaciones de ausencia de
deformación en el trato con las personas, de ausencia de lesiones respecto a los
derechos del individuo y de ausencia de alteraciones visibles en la gestión de
estas necesidades, entre otras.
Criterio etiológico
El criterio etiológico considera la no existencia de taras genéticas y agentes
patógenos. Se puede decir que la realidad objetiva está sana cuando así lo
indica la inspección realizada con recursos y pruebas diagnósticas. Sano,
entonces, equivale a limpio de causas internas-externas que provoquen falta de
salud.
En el nivel del criterio etiológico, ciertas condiciones de vida equivalen a
taras o agentes patógenos provocadores de un estilo de vida que favorece, o no,
la salud. Por ejemplo, podemos hablar de la pobreza como un agente (o tara
social) provocador de enfermedad, o bien de ausencia de salud.
El criterio de las causas también se puede hacer extensivo más allá del
organismo del individuo sin menospreciar su importancia. Por ejemplo, la
exploración (la etiología) de la contaminación medioambiental nos lleva a
considerar la complejidad de su causas, muy ligadas a un estilo de vida actual
en el cual está implicada un tipo de industria, de tecnología, de medios de
comunicación y de intereses que tienen mucho que ver.
Criterio funcional
El criterio funcional se refiere a la «normalidad» de los valores de las constantes
vitales, en aspectos tanto cualitativo como cuantitativo. Sano equivale a
normorreactivo.
La aplicabilidad de este criterio a cualquier aspecto de la realidad nos lleva a
considerar qué se entiende por normal y qué por su contrario. Sobre esta
cuestión se habla, más o menos directamente, en diferentes apartados de este
libro. Valga aquello que se dice y podemos concretar considerando la
variabilidad del término «normal» según la cultura, el grupo o la persona
particular a quien se aplica. Sin embargo, dado que la complejidad y la
ambigüedad no son un callejón sin salida, sino una perspectiva de precaución,
entendemos, por ejemplo, que las constantes de normalidad funcional de un
paciente ingresado en una UCI se aprecian con unos criterios distintos
comparados con otras situaciones de bajo o nulo riesgo. El criterio funcional
está en relación con, pero esto no impide definirlo.
Criterio utilitario
Por criterio utilitario entendemos aquel rendimiento vital especificado en la
actividad social cuando se cumple, dentro de cierta normalidad, aquello que
uno mismo y el entorno esperan, o bien que el propio contexto favorece. No
solamente se trata de una utilidad productiva o rentable: ser útil también
equivale a generar un beneficio no necesariamente cuantificable, ni una
apreciación inmediata. Sano equivale a útil.
Por ejemplo, la vejez es útil en términos de «presencia» y de «memoria»: en la
vejez, la vida es constructora activa del presente, sea cual sea la realidad de este
presente; también en el sentido de que la persona vieja es el espejo de aquello
que uno mismo es. Actualmente, la utilidad en la vejez también se refiere al
hecho de que cumple un papel de sustitución de unos roles, tanto a nivel
familiar como social.
Criterio ético (conductual)
La aproximación objetiva a la salud tiene, naturalmente, un marcado
componente social. Es el otro, como particular y como grupo, quien observa,
analiza y define «aquello que ve», y cuáles son las actitudes y los
comportamientos que se dan en su lugar de convivencia, estableciendo así el
criterio de normalidad social y de conducta.
Para Laín, desde esta perspectiva, sano equivale a socialmente integrado: un
comportamiento que se estima de acuerdo con las pautas que se consideran
normales en la sociedad a la cual se pertenece. Así pues, la estimación de la
salud está en relación directa con el lugar sociocultural en el cual uno convive.
Sería necesario contemplar si un comportamiento no integrado pero que
respetase sin conflictividad aquello que una sociedad entendiera por «normal,
también entraría en la consideración de sano. También sería necesario
contemplar aquel «desacuerdo» que ni interfiere ni perjudica la convivencia y se
ajusta a un vivir personal y respetuoso. Entonces, ¿podríamos hablar de
conducta sana?
El criterio ético (conductual) se sitúa a caballo entre la objetividad y la
subjetividad, teniendo presente que no es posible una conducta sin
interferencias de tipos religioso, moral o legislativo. El desarrollo del criterio
ético puede ser un marco de referencia importante para definir qué es salud y
qué se aleja de ella.
PERSPECTIVA SOCIOCULTURAL
La perspectiva sociocultural pretende situar el criterio de salud en el contexto
en el que uno vive o se define, sin olvidar las precauciones que sugiere lo dicho
más arriba. Hablar de salud significa contar, también, con unos indicadores de
tipo cultural, social, histórico, religioso y demás que influyen en su percepción
objetiva y subjetiva.
La apreciación de la salud-enfermedad tiene unos rasgos comunes matizados
por la época histórica, el lugar geográfico, el momento sociocultural y las
creencias, a nivel general. El lugar de convivencia, el trabajo, la concepción del
ocio, por ejemplo, también inciden en aquello que se entiende por saludenfermedad. Esta apreciación no es ni fija ni estática. Puede cambiar, y de
hecho sucede, si, por ejemplo, uno reside en la ciudad o en el campo, y
también dependiendo del tipo de ciudad o de lugar rural. La educación es un
factor esencial no solo en el sentimiento de salud-enfermedad, sino también en
su prevención, en el seguimiento de un tratamiento o en el significado y
vivencia del sufrimiento. También las prácticas y los saberes populares son un
factor importante y que se debe tener en cuenta en el entorno de la saludenfermedad.
CONCLUSIÓN
La aportación de la aproximación global a la salud pone de manifiesto la
complejidad del tema y la relatividad de lo que se entiende por salud y por
enfermedad, así como la necesidad de definirse. También pone de manifiesto la
precariedad de una aproximación reduccionista a esta cuestión: para hablar de
salud no es suficiente un buen funcionamiento orgánico, se necesita, a la vez,
un cierto bienestar en las relaciones y en la convivencia, un estar y sentirse útil
e integrado. Al revés, también. Teniendo presente este triple aspecto, a
continuación se resume aquello que incluye la perspectiva integral.
Los tres criterios (subjetivo-objetivo-sociocultural) conforman la
telaraña en la cual se construye la salud.
Se destaca la importancia de la propia estimación en el sentimiento
de estar sano. El carácter de la particularidad personal no se diluye ni
se rehúye.
Esta peculiaridad personal puede decidir su criterio de salud a pesar
de la patología orgánica o funcional socialmente consensuada. Dicho
de otra manera, aquello que uno entiende por estar enfermo no
excluye ni el sentimiento de estar sano ni el hablar de salud desde la
enfermedad.
La mirada objetiva hace de contrapunto a una posible subjetividad
cerrada en sí misma, y que no acierta a ver ni a apreciar otros aspectos
de la realidad.
La perspectiva sociocultural pone el acento de la relatividad, que no
ambigüedad, en el discurso de la salud. A la vez, recuerda el valor de
la persistente eficacia de algunas de las prácticas y de los saberes
populares.
«La salud es un hábito psicoorgánico al servicio de la vida y la
libertad de la persona, y consiste tanto en la posición de esa
normalidad y esa anomalía, como en la capacidad física para realizar
con la mínima molestia, con el daño mínimo y, si fuese posible, con
bienestar o gozo verdaderos, los proyectos vitales de la persona en
cuestión». (Laín Entralgo, p.199).
BIBLIOGRAFÍA
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ORRINGER, N. R. (1997). La aventura de curar. La Antropología médica de Pedro
Laín Entralgo. Barcelona: Círculo de Lectores.
LECTURAS
Narrativa:
MORAN,T. (2000). Sueños para Nuala. Barcelona: Ediciones B.
SAMPEDRO, J. L. (1992). La sonrisa etrusca. Barcelona: Alfaguara.
Pintura:
JIMÉNEZ ARANDA, L. (1897). La visita al hospital.
7.
ACENTOS ACTUALES A PROPÓSITO DE LA SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Advertir cómo los cambios socioculturales, derivados de todo tipo de migraciones,
muestran una diversa manera de entender la vida y el mundo.
Iniciamos un itinerario por el siglo XXI. Este capítulo, al igual que los
anteriores, se orienta a estimular la curiosidad y el interés del lector por los
acentos actuales a propósito de la salud. No se pretende dar una palabra
definitiva y cerrada, sino que más bien se busca estimular la reflexión, el
espíritu crítico, la respuesta.
Nuestra actualidad se ve acompañada por graves contradicciones, grandes
interrogantes, nuevos retos, multiplicidad de ideas y de comportamientos, así
como por un gran potencial de posibilidades y más. La actualidad también
constata la vigencia de la libertad como uno de los valores más reclamados,
quizá por ser uno de los más enmascarados, o por la diversidad de maneras de
entenderlo. Al mismo tiempo, nuevas formas de relación y de organización
social se hacen patentes en todo el mundo, y el fenómeno del progreso, en
términos de innovación tecnológica y de revolución humanística, es un hecho.
Desde la tríada de la diversidad, el crecimiento y la tecnología identificaremos
los llamados «determinantes de la salud». A partir de estos enfoques, y como
una cuestión abierta, planteamos los retos para la salud de este milenio.
Algunas preguntas planean a lo largo de la redacción de este capítulo: ¿es
posible concebir y reconocer, en nuestro tiempo, unos puntos de referencia
universales? ¿Es posible una línea de cuestiones y de inquietudes que gocen de
consenso? ¿Podemos afrontar el tema de la salud, en la actualidad, desde una
perspectiva global que no olvide las particularidades? ¿Qué tenemos que decir
al respecto? Este capítulo no es un análisis exhaustivo. Sólo quiere ser un punto
de reflexión.
DESARROLLO
DIVERSIDAD Y DESIGUALDAD
EL CRECIMIENTO SOSTENIBLE
TECNOLOGÍA Y HUMANISMO
DETERMINANTES DE LA SALUD
DIVERSIDAD Y DESIGUALDAD
El fenómeno de la diversidad es histórico, es decir, siempre ha sido actual; hoy
significa el reconocimiento del carácter plural de nuestro mundo como algo
propio del tiempo presente.
El análisis de la diversidad es un auténtico desafío. Reclama tener en cuenta
la singularidad dentro de la pluralidad, o bien, desde la pluralidad contemplar
la individualidad. Pero no solo esto, también, exige poner en juego la
capacidad de cambio y de adaptación humana. O, lo que es lo mismo, la
comprensión de otras concepciones culturales, sociales, ideológicas y personales
en tanto que formando parte de la realidad. Se trata de ver y comprender las
conexiones entre cultura, historia y sociedad como un planteamiento teórico
que incide en ideas y formas de comportamiento, con la habilidad de practicar
un análisis entre la novedad del momento y el respeto a lo propio, personal,
que cada uno reconoce y quiere mantener.
De la diversidad surge la diferencia. La diferencia es un concepto relacional,
remite a la comparación y necesita la reflexión (preocupación) para poderse
llevar a cabo. La reflexión es una apuesta por la flexibilidad y el cambio, admite
la noción de posibilidad como algo implícito en cualquier realidad. Fácilmente
se puede caer en la confusión, incluso también en la contradicción. Ejemplos
actuales de la diversidad los encontramos en el multilingüismo, en el
reconocimiento de pluralidad de formas y de expresiones religiosas y, cómo no,
la diversidad humana en medio de la originalidad propia y única de cada
individuo. A continuación, exponemos algunos ejemplos de formas de
diversidad para, así, ilustrar lo dicho.
Diversidad política
Distintas maneras de entender, y desear, la organización y el gobierno de la
sociedad. Con la variedad de opciones se articula una ideología sobre la
persona, la economía y el futuro. La opción política no es neutra, es el
instrumento con el que se construye y consolida un objetivo que implica y
afecta a la persona, la sociedad y su futuro. Un ejemplo de la insatisfacción que
genera la praxis de esta diversidad lo podemos ver en la proliferación de
organizaciones no gubernamentales. En principio, no es el consenso ideológico
lo que aglutina a sus miembros, sino la percepción de unas necesidades y las
carencias de unos sistemas tradicionales institucionalizados tales como las
diferentes formas de gobierno. El fenómeno de las ONG refleja la conciencia
del hombre como ser social limitado y, a la vez, insatisfecho; también refleja la
capacidad humana de ir más allá de la inmediatez y sensibiliza a la sociedad
sobre las auténticas causas de la miseria, el sufrimiento y el desarrollo.
Diversidad de formas y expresiones de vida
Hay una coexistencia de formas de relación que van desde la tradicional
organización familiar como forma de convivencia hasta la renuncia a cualquier
forma establecida de organización social. El fenómeno «okupa» puede ser un
ejemplo, entre otros. A veces, la actualidad se manifiesta con un grito de
protesta que se mueve entre la denuncia y el interrogante de la participación
social.
Diversidad cultural y intelectual
Los espacios generales de necesidades y comportamientos se han vuelto algo
muy común (necesidades sanitarias y comportamientos lúdicos, por ejemplo).
Posiblemente hay que observar la existencia de diversas maneras de vivir en
ámbitos que se han convertido en típicos y son fruto de los tiempos actuales:
vejez, juventud, marginación, enfermedad, mundo laboral, dentro de una
misma organización social, que marcan un espacio tipo, una diversidad cultural
e intelectual con su simbología, con sus códigos y con su racionalidad. Todo
ello explica, muestra, la realidad desde una perspectiva que se modifica cuando
uno cambia de ámbito. Por ejemplo, la «enfermedad» modifica hábitos y
formas de vida y de pensamiento; paradójicamente, la enfermedad puede
convertirse en el «lugar» de la salud. Ir encajando las diversas formas
cambiantes de la existencia particular y social pide, al menos, aprender a
conjugar en presente los términos integrar, reajustar, mantener, es decir,
integrar la pluralidad, reajustar el momento presente, mantener la identidad. A
todo esto los clásicos lo llaman equilibrio, medida y armonía.
La diversidad, como ya hemos señalado, lleva a contemplar el presente como
una actualidad contradictoria. Lo acabamos de ver en el ejemplo propuesto, la
enfermedad como posible lugar de salud. Pero la actualidad también es
contradictoria en otros sentidos: el riesgo, la aventura, el espectáculo, se han
convertido en una peculiar forma y expresión de vida que busca en la apuesta,
el reto y la farándula una seguridad y una estabilidad para el presente; ¿también
para el futuro? Curiosamente la apuesta no es ideológica, sino de actitud.
Diversidad de recursos y de necesidades
La alteración en la distribución de los recursos da al término «pobreza» una
amplitud de significado que va más allá de su sentido clásico. Por ejemplo, el
analfabetismo se entiende como un tipo de pobreza por la falta de posibilidades
de leer y comprender no sólo un texto escrito sino también la actualidad, y en
consecuencia, la imposibilidad de formar un criterio y participar activamente
en la construcción social. Dentro de este apartado hay que considerar la
conservación y recuperación de la diversidad biológica del planeta
(biodiversidad) como uno de los retos importantes de la comunidad
internacional, clave de bóveda del denominado desarrollo sostenible (Río de
Janeiro, 1992).
Diversidad de saber y de aprendizaje
El reconocimiento de la diversidad pide información sobre otras realidades
sociales, culturales, ideológicas, y sensibilidad por la diferencia. La noción de
diferencia es importante en el tema de la salud. Las mismas definiciones sobre
la salud ponen de relieve las diferentes maneras de entenderla: representan la
especificidad de una con respecto a la otra y, también, lo que ambas tienen en
común.
Desigualdad y exclusión
Somos desiguales porque somos diferentes. La desigualdad es una necesidad
natural. Pero aquella desigualdad que atenta contra la igualdad esencial del ser
humano privándolo del uso y del gozo de las posibilidades de su condición
humana, no sólo es innecesaria, sino también rechazable y denunciable. La
salud también lo es referida al malestar por el bienestar de los demás,
entendiendo este malestar como una sensibilidad eficaz para resolver un tipo de
desigualdades perturbadoras y destructoras de la dignidad de las personas.
La desigualdad que centra ahora nuestra atención es aquella que provoca un
riesgo de calidad, de sentido, de bienestar, a nivel particular y social: a igual
oferta, hay desigualdad de acceso a los recursos, al bienestar, al sentido. La
desigualdad penetra en el terreno de la normalidad pero ésta no excluye la
patología, y este riesgo introduce una desigualdad patológica: es una amenaza
vital, y se vive como tal.
La debilidad económica (la falta de bienes materiales) es una de las
representaciones más punzantes de la desigualdad marginadora ya que genera
un tipo de sufrimiento que tiene sus raíces en las estructuras sociales, en los
intereses, en las condiciones laborales y medioambientales, en la incapacidad
por afrontar problemas y generar recursos… y no en un desajuste biológico o
funcional. Aquí no pretendemos, ni mucho menos, elaborar un análisis
sociológico de la pobreza, pero sí podemos apuntar algunas pistas de reflexión
sobre las causas y las consecuencias de esta desigualdad: que provoca no sólo la
exclusión de la calidad de vida, sino también una falta (¿imposibilidad?) de salir
airoso de esta situación. Las dificultades para la formación y, por tanto, para la
promoción, son una barrera casi insuperable de desigualdad social que
perjudica las clases sociales más desfavorecidas. No hay una distribución
equitativa de los recursos mínimos para conseguir bienestar: el objetivo tendría
que ser el «máximo suficiente», no el «mínimo necesario».
Falta un debate social que estimule la reflexión y la acción sobre la
conveniencia de una política de salud que entienda a ésta como el resultado de
un bienestar social, y esto incluye concebir el estatus social no como una
ventaja o una desventaja (en la atención y la asistencia sanitaria por ejemplo).
Se trata de favorecer (provocar) unas condiciones de vida que constituyan un
recurso y una acción de calidad, de bienestar y de sentido: a esto, también, se le
llama, política social.
El concepto QALY
La expresión QALY (Quality Adjusted Life Years) se refiere a los años de vida
con calidad. El criterio QALY es interesante por la racionalización de los
recursos sanitarios, porque capta la combinatoria eficiencia-eficacia y porque
puede ayudar a reducir los costes económicos. Mide el bienestar físico, psíquico
y social con el objetivo de evaluar costes y beneficios de nuevos programas de
intervención sanitaria. Tendríamos que saber de qué hablamos cuando decimos
«calidad de vida», y recordar, además, que no siempre coinciden las
percepciones subjetiva y objetiva desde las que se diseñan las políticas de salud.
Sin embargo, el concepto QALY no constituye un criterio exento de profundas
críticas que cuestionan su bondad en numerosas situaciones.
EL CRECIMIENTO SOSTENIBLE
El concepto de sostenibilidad se entiende en el sentido de desarrollo de los
recursos existentes y sus posibilidades, conservándolos y enriqueciéndolos para
el crecimiento y la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras. Se
trata, por tanto, de producir, consumir y crecer teniendo en cuenta las
consecuencias negativas que todo esto podría aportar en un futuro al medio
ambiental, a los pueblos y a las comunidades, sobre todo a las más
desfavorecidas. Se trata de crecer conservando los recursos y transformándolos
en causa y efecto de bienestar. Hay un tipo de crecimiento que provoca la
competitividad, cuando debería contribuir a la distribución equitativa de
bienes y ser una fuerza generadora de desarrollo humano que compensase las
desigualdades patológicas.
Hay unos tipos de modelos de crecimiento (sobre todo en el denominado
mundo occidental) que no son sostenibles porque agotan los recursos naturales
o transmiten a otros lugares un modo de vida y de consumo perturbadores de
sus riquezas naturales y humanas. En la actualidad toma cuerpo una conciencia
general del crecimiento sostenible capaz de proporcionar a las personas una
vida cómoda, es decir experimentada como agradable en sí misma y en relación
con su entorno, sin dejar de lado el futuro.
El crecimiento sostenible también exige que las nuevas formas de producción
contemplen fuentes de energía alternativa; el consumo, formas de reciclaje y
aprovechamiento de los productos, y que la justicia social no sea una filigrana
retórica sino una realidad vivida. Todo eso se consigue con programas de
gobierno, con políticas de las organizaciones internacionales y con la
colaboración particular del ciudadano. Por ejemplo, si bien el control de
emanación de gases de la industria de un país es un asunto de política
gubernamental, el cuidado por el consumo particular de energía es un asunto
privado.
TECNOLOGÍA Y HUMANISMO
La tecnología ha generado un cambio trascendental en la sociedad actual, no
solamente en el ámbito de las ciencias de la salud (biología, sociología,
disciplinas sanitarias, etcétera) sino, también, en las comunicaciones, la
industria, la economía, la cultura… si es que los ámbitos se pueden desligar
entre sí.
La tecnología es un nueva fuerza de crecimiento que genera un cambio en las
mentalidades, un cambio social que puede contribuir al desarrollo de los
lugares y de las comunidades más necesitadas del planeta y a mejorar la calidad
de vida de las personas. Claro que también puede constituir todo lo contrario,
porque no debemos olvidar que la tecnología, en sí misma, no es más que es un
medio.
Progreso, competencia y resultados son algunos de los conceptos que
acompañan a la innovación tecnológica, junto con inmovilismo, incertidumbre
y fracaso si lo primero se rompe. Con la tecnología es posible que la realidad
supere la ficción, como si los límites no existieran. De la tecnología deriva una
nueva cultura: por tanto, una nueva manera de ver y de vivir en un mundo en
el que las oportunidades y las posibilidades parecen ilimitadas, tanto para bien
como para mal. Se deriva una complejidad de relaciones entre conocimiento,
tecnología, y contexto: una nueva visión y división del tiempo, del trabajo, de
la productividad, el entorno, un nuevo entramado de relación y construcción
social cuyo fundamento deben ser los valores tradicionales del humanismo:
libertad, justicia y paz.
En una sociedad donde la tecnología es una realidad (por presencia o por
ausencia) con un peso ineludible, hay que hablar de ella antes que de la salud.
Se trata de responder a la pregunta: ¿cómo hablar de tecnología humanística?
Es decir, ¿qué valor y qué respeto se concede a la persona en este nuevo espacio
cultural? ¿Pueden no ser compatibles y complementarios los valores humanos
con los valores tecnológicos? Sin embargo, el planteamiento de la cuestión es
incompleto, ya que el hombre es constructor de la propia cultura y, a la vez,
ésta le hace tal y como es. Quizá sería mejor orientar la cuestión hacía qué
valor y qué respeto uno se da a sí mismo y a los otros en esta cultura.
Las preguntas no dan pie a la certeza de las respuestas, sino a la duda que
éstas a su vez generan: ¿Puede el progreso tecnológico cambiar al ser humano
como especie? ¿Es cuestión de tiempo? Y si es así, ¿cómo se concibe el cambio?,
¿hay algo específico, intransferible, en la especie humana?
Una grave contradicción emerge hoy: por ejemplo, mientras se habla de
alimentos transgénicos, de estaciones espaciales, de clonación…, una parte de
los habitantes del planeta viven en la miseria y un buen número de
enfermedades son causa, o efecto, de pobreza, sufrimiento y muerte. La
tecnología pone en evidencia la vulnerabilidad humana tanto en aquello que
consiente (las graves contradicciones) como en aquello que no acierta a
resolver. Es la pervivencia del viejo sistema: unos tienen en exceso, otros no
tienen nada.
LOS DETERMINANTES DE LA SALUD
Se aplica el término «determinante» a aquello que predispone a o motiva
(suscita) la salud o la enfermedad; no se utiliza en el sentido de algo que las fija
irrevocablemente. La dificultad para definir qué es la salud se aligera cuando se
intenta describirla. El análisis de los «determinantes de la salud» llevó, en 1974,
a la construcción de un modelo que se conoce como Informe Lalonde. Según
M. Lalonde (ministro de Sanidad de Canadá) en el nivel de salud de una
comunidad intervienen cuatro factores que se interrelacionan: la biología
humana, el medio ambiente, el estilo de vida y los sistemas de asistencia
sanitaria (la asistencia primaria). Con todo, y siguiendo el patrón de Lalonde,
se distinguen más aspectos en cada uno de los «determinantes», aunque se
deberían introducir con un «pero también…».
El medio ambiente entendido desde la perspectiva de la
contaminación en sentido amplio (incluye los ámbitos psicosocial y
sociocultural) «pero también» en sentido particular: la interioridad
como el medio ambiente (el lugar) más cercano a uno mismo.
El estilo de vida, entendido como una conducta de salud
(sana/insana), «pero también» en el sentido de responsabilidad y
compromiso por una calidad de vida que otorgue sentido a la
existencia particular y colectiva.
La biología humana como favorecedora, o privativa, de numerosas
patologías y discapacidades, «pero también» entendida como un
aspecto del todo personal.
El sistema sanitario, la cobertura de las necesidades del grupo, el
acceso de la población, «pero también» el sistema sanitario como un
aspecto del sistema social, que contempla, a la vez, las necesidades y
el acceso al sistema educativo, laboral, de ocio, por no decir más.
El informe Lalonde sugiere otros «modelos» en su referencia a la salud de una
población porque la salud, por ejemplo, también viene determinada:
Por el diseño de las líneas maestras de una política social y su
ejecución.
Por el diseño y ejecución de la gestión de los servicios a todos los
niveles.
Por la competencia humana y técnica de los profesionales de la salud
directa e indirectamente implicados.
Por la población en general que utiliza los recursos sociales y
sanitarios que se ponen a su alcance.
En estos cuatro puntos se aprecia una implicación importante de la economía
que se diseña en función de un presupuesto que distribuye los recursos
existentes. Si bien es cierto que la competencia profesional de los agentes de
salud puede sacar un máximo de beneficio de un mínimo de recursos, también
es cierto que la conciencia «sostenible» de la población puede mantener
satisfactoriamente los recursos disponibles mediante su utilización racional y
poniendo freno al «consumismo» sanitario.
Desde esta perspectiva, los «determinantes de la salud» son el paso previo a la
«descripción de las necesidades» que abordamos en el capítulo siguiente.
CONCLUSIÓN
Un análisis de lo dicho dibuja un perfil de la sociedad actual y un marco social
en el cual se habla de la salud.
El respeto y la agresión. Hay una conciencia de la dignidad y de los
derechos de las personas y sus sociedades; a su vez, hay una
conciencia de falsa libertad (dependencias de todo tipo), búsqueda de
placer e indiferencia hacia el sufrimiento… Hay una patología de la
abundancia en la información, el consumo, la oferta…, que suscita
confusión, tensión y contradicción.
Hablar de salud exige respeto, defensa y promoción de la vida con
significado y sentido, con sensibilidad social.
La calidad y utilidad; el desarrollo y la supervivencia. El desarrollo es
el paso «de unas condiciones menos humanas a otras más humanas»
(encíclica Populorum progressio); lo mismo puede decirse de la calidad,
el progreso y la innovación como «formas» de desarrollo. A su vez,
hay un creciente sentimiento de valoración de lo útil junto con una
reticencia hacia lo que no lo es. En realidad, se trata de sobrevivir, no
de vivir.
Hablar de salud exige una búsqueda de estrategias que transformen
los recursos disponibles y los problemas en oportunidades de vida y
bienestar.
Los marcados desequilibrios sociales, psíquicos, de comportamiento,
estilos de vida, etcétera, junto con un aumento de esperanza de vida,
de incremento de las incapacidades, de la disponibilidad de los
medios y de las expectativas de todo tipo. Es una actualidad de crisis
(cambio) constante.
Hablar de salud exige hacerlo como un reto creativo. ¿Cómo hacer
de la actualidad un potencial positivo que ofrezca la oportunidad de
una satisfactoria calidad de vida como un derecho y un deber
individual y social?
Nuevas maneras de entender la salud conviven con las ideas
tradicionales sobre ella.
Hablar de salud exige estrategias creativas de sentido; pero, sobre
todo, pide sentirlo y vivirlo así.
Hemos visto cómo el intento de describir la actualidad nos lleva a
preguntarnos sobre ella misma. Esta es, quizá, su naturaleza: una realidad que,
por todas partes, sugiere cuestiones, y nos invita a no conformarnos con
aquello que vemos, sino a profundizar en la naturaleza de los hechos y de las
situaciones. Hablar de salud en la actualidad implica preocuparse, inquietarse,
resolver. Hablar de salud en la actualidad invita a replantearse qué significa y
qué entendemos como tal.
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LECTURAS
Narrativa:
MAALOUF, A.(1999). Las identidades que matan. Barcelona: La Campana.
8.
ASPECTOS POLIVALENTES PARA UNA MEJOR COMPRENSIÓN DE LA SALUD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Mostrar las diversas lecturas de algunos conceptos que atañen a la salud, el
sufrimiento y la enfermedad, así como sugerir la riqueza de su significado.
Actividades, comportamientos, adaptaciones; formas de pensamiento, de
conocimiento, de comunicación; acontecimientos históricos, sistemas
educativos, sanitarios, de ocio; afinidades, discrepancias, diferencias, todo ello
se describe y comprende a través de una terminología que, a menudo, nos
resulta difícil precisar. Como medida de precaución, hacemos referencia a
algunos aspectos muy cercanos al discurso sobre la salud y la enfermedad.
Los aspectos de la salud más cercanos son sus fenómenos. La fenomenología
de la salud son sus representaciones, aquello que se nos pone enfrente, pero
también lo que queda escondido detrás de las apariencias y aquello que queda
por descubrir. Los aspectos de la salud se presentan con variedad de formas y
significados. Para comprender la salud y su alcance, es necesario conocer la
diversidad de significados de las formas con las que se representa y se nombra.
La salud es un momento vital y como tal se acompaña y se manifiesta de
formas diversas. La manera de denominar este «momento» puede suscitar
malentendidos (por ejemplo, lo que puede suceder con los términos
«identidad» y «cambio»), o desconcierto (por ejemplo, lo que puede suceder
con los términos «normalidad» y «anormalidad»), o bien la profundidad
significativa de los términos «curar» y «cuidar». Parece oportuno hacer una
breve incursión de algunos de los términos con que se describen la salud, el
padecimiento y la enfermedad, a fin de constatar tanto su riqueza significativa
como su capacidad de representación.
DESARROLLO
ASPECTOS POLIVALENTES DE LA SALUD
EL ESTILO DE VIDA
CURAR
TENER CUIDADO
ASPECTOS POLIVALENTES DE LA SALUD
La vida
La vida no es un contenido de fenómenos inconexos, sino que se presenta
animando la realidad humana claramente integrada en su espacio (medio). La
falta de contenido anímico (la falta de vida) perturba, como mínimo, la
armonía del ser humano con el medio. La vida humana es el lugar de la
existencia: de la construcción del sentido. Nada que le afecte es ajeno al interés
de la Antropología.
En un sentido amplio, la vida significa aquel principio o propiedad que
anima a toda realidad. Así, por ejemplo, podemos hablar de la vida de un
paisaje, de un poema, de una época o del ser humano. No entraremos ahora en
distinciones entre los diferentes tipos de vida, ni a cualificarlas. Según la
realidad a la cual se aplica el término, éste tiene un significado y un sentido
particular. El estudio de la vida, en general, tiende a describir sus rasgos, sus
componentes principales y sus propiedades. En la medida en que a la realidad,
sea la que sea, le falta este principio que la anima (principio vital), entonces se
degrada hasta el extremo de llegar a la muerte biológica: por ejemplo, un tipo
de mediatización que ahogue la libertad, debilita la vida hasta el extremo de
extinguirla, y esto se refiere tanto a la víctima como a quién provoca esta
mediatización.
Así pues, la vida es el «lugar» en el cual es posible desarrollar un tipo de
capacidades y cualidades. Eso no quiere decir que la vida en sí misma sea salud,
sino que es la condición de posibilidad para experimentarla y poder hablar de
ella. Vida no es sinónimo de salud, pero le es esencial. En principio, vida se
opone a muerte, pero el objetivo de la vida es su propia comprensión y
promoción; la muerte no es el objetivo, sino el final.
El contexto existencial humano
El contexto existencial es la realidad más inmediata del ser humano que le
permite ser como es, llevar a término un tipo de actividades y
comportamientos y adaptarse. Imposible listar todo aquello que caracteriza la
realidad humana, ya que los rasgos que marcan las peculiaridades y las
diferencias nos introducirían en una inacabable disparidad de criterios.
La variabilidad humana es también un rasgo común. Estas consideraciones
quieren evidenciar, una vez más, que el discurso sobre lo que concierne al
contexto existencial humano, es parcial, incompleto y variable. A su vez, es un
discurso real, se fundamenta en la experiencia: en la observación, en la relación
intersubjetiva, en el relato, en los acontecimientos, en las representaciones.
Utilizando un lenguaje típicamente antropológico, la experiencia enfoca de un
modo émico y ético la realidad humana. El punto de vista émico es la
experiencia biográfica del individuo y el discurso al cual da lugar: se refiere a la
perspectiva subjetiva. El punto de vista ético es el saber que el otro tiene sobre
el individuo en particular, y en general: se refiere a la objetividad.
La existencia humana se mueve entre la soledad y la convivencia, entre la
interioridad y la vida en común. Es decir, se mueve en el espacio de la
coexistencia con uno mismo y con los demás. La soledad no implica
aislamiento, como la interioridad no excluye la fiesta y la convivencia. Es otra
forma de comunicarse con el entorno. La cuestión radica en la intensidad con
que uno vive la vida en soledad y en compañía. La cuestión radica en cómo se
entiende esta vida, con qué nivel de conciencia y de libertad, con qué
capacidades y posibilidades personales se lleva a término. El contexto
existencial humano exige considerar la salud desde el punto de vista de la vida
humana y de la construcción del sentido: una vida que se vive y se construye
con un cuerpo, con una inteligencia, con una identidad y una realidad unida
de tal forma que es capaz de favorecer tanto la salud como la enfermedad.
Las miserias físicas y morales ayudan a entender las limitaciones de las
convivencias personal y social, pero no deberían constituir el factor
desencadenante de un diagnóstico social de falta de salud, sino el punto de
partida real de un proceso de despliegue de las posibilidades humanas para
vivir plenamente la existencia. También es cierto que las miserias sociales son el
punto de partida de un proceso de falta de salud que aboca a las personas a una
existencia deshumanizada: una existencia con carencias para poder construir el
sentido de la vida. La actualidad siempre ha dado un ejemplo escandaloso de
esta forma de enfermar.
Identidad y cambio
Obviamente, no es posible aproximarse al espacio de la salud en su totalidad.
Es un campo cuyos aspectos constituyentes deben concebirse y asumirse de un
modo variable: tiempo y lugares distintos, protagonizados por personas
diversas. Si el arte es el resultado de la creatividad humana innovadora y
espontánea, el camino hacia la consecución de la salud tiene mucho de esta
fuerza profunda y secreta que permite poner en marcha un proceso creador
siempre vinculado con el mundo en que uno se sitúa. Sin embargo, es
necesario mantener una relación de fidelidad consigo mismo, tanto si se trata
de un individuo particular como si éste se encuentra integrado en un grupo
humano original y distinto. A esto lo llamamos identidad personal y cultural.
La identidad es la memoria personal que conserva y transforma la historia
vivida en historia propia, reconociéndola como tal. Tomar conciencia de la
propia identidad significa distinguirse a sí mismo como alguien original dentro
de un grupo plural. Significa, además, distinguir la originalidad y la pluralidad
del otro como individuo y como grupo, con sus creencias, valores, tradiciones,
comportamientos, es decir con su cultura. La identidad, sin embargo, no es
algo estático y ya logrado; paradójicamente, la fidelidad a uno mismo reclama
la capacidad del cambio que hace posible «integrar en la propia vida la novedad
del momento» (Ll. Duch, p. 115), sin perder la referencia a uno mismo y al
grupo al cual se pertenece. Es la dialéctica constante entre el yo-nosotros y el
tú-vosotros. Dicho de otra manera: cambio es la capacidad de integrar la
memoria del pasado en un presente nuevo y abierto a un futuro cercano e
ideal.
Desde la perspectiva de la salud, la identidad se refiere, por tanto, a la
fidelidad (a la interacción entre confianza y conocimiento) a aquello que uno es
como límite y como posibilidad. Por ejemplo, en el ámbito sociosanitario, la
identidad se adecua a la realidad social y biológica integrada en la vida de la
persona concreta. La toma de conciencia de la identidad puede comportar un
trauma profundo: un diagnóstico inquietante sitúa el espacio de la salud en un
momento bastante comprometido. Pensar la salud también incluye considerar
la realidad de un diagnóstico irreversible, así pues, también incluye considerar
la realidad de un profundo desasosiego personal de resolución imprevisible. El
cambio («la fidelidad al propio momento histórico»), a raíz de una situación
como la descrita, se entiende como la capacidad y posibilidad humana de
reconvertir en bienestar una situación que obviamente no lo es. No solamente
eso: cambio también es el intento frustrado de alcanzar el bienestar en la
desdicha, es decir, también la deconstrucción del sentido.
Identidad y cambio son dos elementos que tienen lugar, bajo diversas
formas, en la reflexión sobre la salud. Actitudes, comportamientos, hábitos o
maneras de pensar son acontecimientos en los cuales uno descubre un proceso
de cambio y, a la vez, una afirmación de la propia identidad.
La crisis
En este punto del discurso, hay que considerar que la resolución de una
situación y el ingreso en una situación nueva que plantea sus propios
problemas se denomina con la palabra «crisis». La crisis es un momento de
impasse en el cual se acentúa (o se hace evidente) un proceso de cambio que
afecta a la identidad, personal o social. Un rasgo típico del momento de crisis
es la inquietud y, en consecuencia, la búsqueda de la resolución. No es posible
valorar apriorísticamente una crisis, sino que depende de la resolución: es
positiva si el nivel personal o social se orienta hacia una existencia con
significado y sentido; negativa, si se orientan hacia una existencia en la que la
carencia de sentido se impone significativamente.
Un elemento característico del momento de crisis es el riesgo que supone
esperar que se resuelva de forma aislada y espontánea. Podemos decir que la
crisis pone en evidencia la constitución social de la persona; o por lo menos,
conduce a la toma de conciencia (al deseo) de la necesidad del otro.
Desde la Antropología de la Salud, la palabra «crisis» adquiere un relieve
extraordinario. Indica el momento vital caracterizado por el hecho de que uno
reconoce la necesidad (el deseo) de buscar respuesta a cuestiones puntuales. La
crisis se hace patológica cuando uno se encalla en la problemática que plantea
la situación. Entonces la desconfianza, la desorientación y la angustia pasan a
constituir una manera de vivir que ha perdido la confianza en una respuesta
eficaz y curadora. Por otra parte, es sabido que este tipo de confianza es el
resultado de un proceso en el que intervienen múltiples factores, ninguno de
ellos aleatorio. Por ejemplo, la numerosa literatura que cuestiona la eficacia
unilateral del papel tradicional de la medicina en la curación y mejora del
paciente, pone de manifiesto la existencia de una crisis en el pensamiento
biomédico occidental. La búsqueda de respuesta a los interrogantes que suscita
esta situación indica un proceso y un progreso en la identificación, atención y
resolución de problemas de salud que afecta directamente al sector sanitario, al
cual, sin embargo, no pertenece de forma exclusiva.
Normalidad-anormalidad
En el ámbito de la salud es necesario saber con qué criterio empleamos las
expresiones normalidad o anormalidad, que son como las dos caras de una
misma moneda. El término «normal» está estrechamente ligado al contexto
cultural al cual se refiere quien evalúa una situación. Desde la perspectiva de la
Antropología de la Salud, la expresión alcanza una ambigüedad que solamente
puede dejar de serlo si se tienen en cuenta los distintos factores que intervienen
en la existencia humana. No es ahora oportuno entrar en una rueda exhaustiva
de contraposiciones que harían imposible una aproximación real a aquello que
entendemos por normalidad.
La perspectiva cultural exige conocer y valorar los usos y costumbres propios
de un medio social concreto, así como sus creencias y la influencia de éstas en
la vida del individuo y de la comunidad. A esto se le denomina «relativismo
cultural», y éste implica la particular concepción de la vida y del mundo en un
contexto en el que ambos tienen un significado que deriva en un tipo de praxis
determinada. Esto equivale a la necesidad de un respeto por las peculiaridades
propias de la diversidad, y a que es la toma de conciencia de nuestra manera de
expresar la vida ha de ser limitada, ya que existen otras formas en las que la
vida también se hace evidente.
Una manera sencilla de ilustrar lo dicho, es aplicarlo a una situación virtual
concreta, como la vejez. Nuestra normalidad cultural nos da a entender la vejez
como una circunstancia de normalidad biológica dentro del proceso vital
humano. Nadie tiene dificultad en hablar de la salud en relación con la vejez y
en relación con la juventud, por ejemplo, a pesar de la distancia de normalidad
biológica que hay entre una y otra. Naturalmente, se debe hablar desde la etapa
vital correspondiente, no desde fuera de ella.
Pero la cuestión se complica si lo aplicamos a otra situación vital concreta,
como la de la pobreza. Pobre es aquella persona carente de lo necesario para
vivir, para ser y tener una vida. Utilizando una imagen retórica, podemos decir
que la pobreza tiene mil rostros, y cada uno de ellos refleja la nostalgia de la
vida que no tiene, que se le escapa. Sin embargo, si invertimos la lectura, cada
rostro también refleja el morir de la vida que menoscaba o arrebata a otro. Y,
con todo, nos quedamos cortos, ni decimos, ni podemos decirlo todo, ya que
la pobreza también es el olvido del sufrimiento y del bienestar del otro. Por
otro lado, la pobreza cultural se hace evidente cuando se ponen en peligro la
supervivencia y el cultivo de los valores fundamentales, cuestionando el
auténtico significado de la dignidad y la libertad humanas. Devaluar la estima
por aquello que pertenece al ámbito estrictamente humano, como una riqueza
cultural propia del ser humano, no es otra cosa que empobrecer de las razones
para vivir que animan a las personas y a los espacios sociales.5
La diversidad cultural lleva a comprender las peculiaridades de aquello que
llamamos «normalidad social». No se trata solamente de una manera de
comportarse dentro de un núcleo social concreto. Se trata, también, de ser útil
a la sociedad a la cual se pertenece. Una utilidad responsable y cómoda,
enraizada en la experiencia histórica tradicional del propio núcleo social —
familia, país, trabajo, ocio— estableciendo una armonía en la relación entre el
individuo y los distintos marcos de convivencia. No es suficiente con estar y
sentirse integrado en la sociedad, es necesario transformar la normalidad del
individuo en un progreso social hacia el bien común. Uno puede sentirse muy
cercano al espacio de la salud cuando el malestar por el bienestar de los otros es uno
de los motivos que anima la propia existencia.
El término «normalidad» se ve afectado por la misma diversidad.
Subjetividad, objetividad y reconocimiento social son tres elementos que
intervienen a la hora de definir terminológicamente aquello que uno entiende
por enfermo y enfermedad, por normalidad y anormalidad.
Los momentos de la salud
En el discurso sobre la salud, «momento» equivale a aquel espacio de tiempo
más o menos dilatado que nos permite integrarlo en nuestra experiencia. El
momento difiere del instante. El instante es fugaz: contiene la inconsciencia de
su brevedad, a pesar de que, a veces, es intenso. ¡Qué imagen tan distinta nos
sugiere la expresión un instante de dolor, o bien, un momento de dolor! A la
salud, como proceso cualitativo del ser y del devenir humano, le es propia la
comprensión de la búsqueda del momento vital del bienestar que se puede
vivir con malestar (con «preocupación»). El momento de la salud incluye el
momento de la enfermedad, y el momento de la enfermedad no excluye el de
la salud.
El momento pertenece a la dimensión social de la persona: la frecuencia y la
forma de las patologías sociales ofrecen una orientación sobre la evaluación de
la salud del conjunto de la población. Dicho de otra manera: la frecuencia y la
forma de las patologías sociales son indicadores de los momentos de injusticia
de una población: son la medida de la calidad de vida de sus miembros como
individuos, como grupo social. Naturalmente, la relación entre causa
(injusticia) y efecto (patología social) es directa. La terapéutica recomendada
debe tener como objetivo real alcanzar resultados efectivos, a fin de determinar
y modificar los condicionamientos patológicos que favorecen una manera de
enfermiza ser y vivir en detrimento de la dignidad y promoción humana. La
investigación de las necesidades vitales de una sociedad no se limita solamente
al estudio de la etiología y la prevención de la enfermedad biológica, sino que
también exige la evaluación de los recursos necesarios y disponibles para
resolverla, así como la capacidad para aplicarlos en función del bien individual
y social. Pero, si bien es cierto que prevenir, curar o mejorar la experiencia de la
enfermedad psicoorgánica es una necesidad vital, también lo es aplicar el
mismo criterio para otras necesidades vitales como, por ejemplo, las
condiciones de habitabilidad, nutrición y educación, ya que la experiencia
humana corrobora a menudo las palabras de A. Grotjahn: «La vida y la salud,
sobre todo de las clases pobres, dependen de las condiciones sociales y del
ambiente».
EL ESTILO DE VIDA
Véase, Parte I, Salud, cap. 5, Ecología y Salud, «El estilo de vida», págs. 129s.
CURAR
Véase, Parte I, Salud, cap. 4, La salud «como la manera de vivir autónoma,
solidaria y dichosa». Consecuencias de las teorías sobre la salud, págs. 117ss.
«CUIDAR»
Véase, Parte I, Salud, cap. 4, La salud «como la manera de vivir autónoma,
solidaria y dichosa». Cuidar, pág. 119.
CONCLUSIÓN
La salud, como la vida y la muerte, es un proceso cualitativo. La enfermedad y
la muerte pueden entenderse y vivirse como representaciones de otra manera
de vivir, en la cual el mundo interior califica la propia vida en términos de
salud o de enfermedad.
Detrás de estas reflexiones, hay una búsqueda de la identidad humana
como individuo y cuerpo social: la búsqueda del sentido de una vida
que pueda ser leída y vivida en términos de salud, incluso cuando está
afectada por la enfermedad. Esto es lo que sugieren la crisis y el
cambio.
Se puede hablar de salud en términos de un marco de referencia que
dé sentido a la vida, en el que la persona encuentre el lugar que le sea
propio y al cual adherirse y dedicar sus energías.
Desde esta perspectiva, la salud no solamente se comprende en
términos de proceso, sino también de transformación del lugar de
vida en un espacio de vida intensa y amable.
El concepto de estilo de vida está relacionado con la conducta de la
persona como resultado del conjunto de sus relaciones y condiciones
de vida. El concepto de estilo de vida es multicausal, incide en el
proceso salud-enfermedad-atención.
Salud y enfermedad tienen mucho en común, repetidamente invitan
a cuestionarse qué significa estar sano.
BIBLIOGRAFÍA
BENEDICT, R.F. (1934). Patterns of Culture. Boston: Mariner Books.
CANGUILHEM, G. (1934). Le normal et le pathologique. París: PUF.
FAINZANG, S. (1989). Pour une anthropologie de la maladie en France. Un regard
africaniste. París: Éditions de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales.
FOUCAULT, M. (2001). Normales. Madrid: Akal.
FROMM, E. (1994). La patología de la normalidad. Barcelona: Paidós.
HORTON, R. (1998). Histoire de l’intolerance dans les journaux. Guggenheim
lecture. Lugano: Société Suisse d’Histoire Médicale et d’Histoire Naturelle.
MENÉNDEZ, E. (1998). «Estilos de vida, riesgos y construcción social.
Conceptos similares y significados diferentes». En Estudios Sociológicos 46,
37-67.
PARSONS,T. (1999). El sistema social. Madrid: Alianza.
TODOROV,T. (1995). La vida en común. Ensayo de Antropología general.
Madrid: Taurus.
LECTURAS
Narrativa:
PIRANDELLO, L. (1971). El difunto Matías Pascal. Barcelona: Salvat.
Pintura:
MAGRITTE, R. (1928-1929). Ceci n’est pas une pipe. Los Ángeles: County
Museum.
9.
DE LA DEFINICIÓN A LA DESCRIPCIÓN DE LA SALUD:
LAS NECESIDADES FUNDAMENTALES DE LA VIDA HUMANA
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Describir a qué y a quién se refiere el término salud y, desde esta perspectiva, qué
necesidades se derivan.
La salud es algo positivo, constructor de la realidad, y se refiere a aquello que es
bueno y se entiende como un bien. Libertad, paz, justicia, diálogo,
convivencia, relación son algunos de sus elementos constitutivos. La salud
también se refiere al deseo sereno de alcanzar este bien: es decir, a aquella
predisposición de la voluntad evocadora de una manera de hacer que busca el
bien y el bienestar integral de la persona y de su entorno.
Hemos ido viendo, a lo largo de los capítulos anteriores, cómo «salud» alude
a un conjunto global de factores y circunstancias que acompañan a la vida
personal y colectiva, las relaciones que se establecen y el «lugar» en el que se
ubican. Todo esto no se puede desligar del entramado estructural en y desde el
cual se da la realidad, ya que dicho entramado puede ser provocador de salud
tanto como de sufrimiento y enfermedad. Salud también es el deseo activo de
provocarla.
La salud se refiere a toda la realidad, es objeto de conocimiento,
preocupación y ocupación, pero su protagonismo está en manos de quien debe
vivirla y de quien puede conocerla, hablar de ella y gestionarla: es decir, el
protagonismo de la salud está en manos de las personas. Yendo un poco más
lejos, salud, responsabilidad y compromiso son acciones que se corresponden.
DESARROLLO
A QUÉ SE REFIERE EL TÉRMINO «SALUD»
A QUIÉN SE REFIERE EL TÉRMINO «SALUD»
EL ÁMBITO DE LA SALUD
LA SALUD. UNA MANERA DE ENTENDERLA
LA SALUD Y SUS NECESIDADES
A QUÉ SE REFIERE EL TÉRMINO «SALUD»
En una primera aproximación, el término salud se refiere a la vida, el vivir y el
existir. En el sentido amplio, vida significa aquel principio o propiedad que
anima toda realidad. Así, pues, la vida es el «lugar» en el cual es posible
desarrollar un tipo de capacidades y cualidades. Eso no significa que la vida en
sí misma sea salud, sino la condición para que sea posible hablar de ella.
Vivir indica actividad, acción. Es aquello que hace ser a la vida, le da
movimiento y le imprime personalidad. Es decir, así como el concepto vida
tiene un sentido de homogeneidad, vivirla tiene una particularidad muy
concreta y aplicada al ser humano. Vivir es la conciencia de tener vida y
ocuparse de ella, a veces subsidiariamente. Por ejemplo, la acción de «curar»
implica un ocuparse del vivir de otro. Visto así, y en sentido pleno, vivir es una
actividad propia del ser humano: éste vive la vida, está capacitado para hacerlo.
Los conceptos existir y existencia han sido objeto de estudio y controversia a
lo largo de la historia de la filosofía. Nosotros los utilizamos fundamentalmente
en relación con una realidad que está aquí y de la cual podemos decir alguna
cosa y sólo diciéndola podemos saber qué es. Es decir, situamos la existencia en
el espacio de la posibilidad. Visto así, el término «existencia» se puede aplicar a
cualquier realidad, pero solamente la realidad humana es capaz de saber qué es
y decir alguna cosa al respecto.
La salud, algo bueno y deseable
Es necesario descifrar qué es lo que hace entender la salud como algo bueno y
deseable. No se trata de adivinar nada sino de exponer desde dónde se parte,
qué itinerario se sigue y cuál es el propósito respecto a la salud. Se parte de la
historia, ya que en ella se incuba la experiencia humana, se sigue un itinerario
afín a la sensibilidad cristiana, se incide en la diversidad cultural como
indicadora de otras ofertas y otras maneras de ser, vivir y entender la vida y el
mundo.
En definitiva, la reflexión sobre la salud descubre que desde siempre ésta se
entiende como algo positivo y deseable teniendo como objetivo final el bien, la
bondad y el bienestar, tal y como se entiende en el día a día, sin complejidades
ideológicas pero con rigor y honestidad.
En este contexto, se habla de salud como deseo, es decir, acción que se orienta
hacia el bien; dicho de otro modo, aquella predisposición de la voluntad
evocadora de una manera de hacer que busca el bien y el bienestar integral de
la persona y de su entorno. Desde este punto de vista, paz, justicia, diálogo,
corporeidad son algunos de los términos con los cuales se construye la
identidad de la salud. Hablar de salud equivale a hacerlo también de salvación,
ya que la paz favorece la convivencia, la justicia humaniza la realidad, el
diálogo invita al conocimiento y la corporeidad significa la presencia personal y
relacional.
La salud afecta a un conjunto, no solamente a una parte
Cuando reflexionamos sobre la salud tenemos en cuenta la globalidad de
aquello a lo que nos referimos, sin olvidar ni menospreciar el protagonismo y la
particular sensibilidad de sus partes. Cuando hablamos de salud, el acento lo
ponemos en las personas sin olvidar que su globalidad está conformada por
diversidad de experiencias y situaciones, a veces, contradictorias. Es necesario
cuestionarse la no siempre buena concordancia entre aquello que es, aquello
que parece y aquello que se interpreta: la salud, a veces, es un espejismo, parece
algo pero no lo es o no se vive. La salud representa la constante tensión entre
apariencia y realidad. Hablar de salud exige discreción, prudencia, precaución.
Eso se puede ilustrar con las expresiones: «Estoy sano a pesar de mi
enfermedad», o bien, «No me siento bien, a pesar de no padecer ninguna
enfermedad». Por ejemplo, el hígado enfermo condiciona la salud de quien lo
padece, pero uno puede estar y sentirse sano con esta circunstancia.
A QUIÉN SE REFIERE EL TÉRMINO «SALUD»
Salud se refiere al ser humano, como ser personal. Respecto al ser humano
como ser personal, nos remitimos a lo que se ha dicho en capítulos anteriores.
Recordando algunos puntos que disfrutan de un consenso casi universal:
Posee una naturaleza común, la humana, que iguala y vincula a unos
con otros, y le capacita para conocer, entrever, valorar, optar y hacer.
Se representa (se da a conocer) a través de una expresión personal
propia y única, que se manifiesta a través del cuerpo.
Se hace a lo largo de su vida, y, aún haciéndose, incide en el entorno
y éste en él.
Está dotado de capacidades para transformar la realidad; es un ser
dinámico en lo que es: racional, social, ético, etcétera.
Así pues, el ser humano vive en una red de relaciones que recibe y
que él mismo va construyendo y transmitiendo.
Si se tuviera que concretar, diríamos que el ser humano es personal, particular,
que convive con los otros y con su entorno en y desde la dimensión de la
interioridad y de la sociabilidad: conoce la realidad y se relaciona con ella (ver),
construye su propia personalidad e influye en el entorno (obrar), produce algo
y lo enseña (hacer). El principio vital es la trascendencia, es decir, aquella
realidad que va más allá de cualquier otra realidad conocida y es capaz de
transformarla en algo bueno, lleno de bondad y deseable.
EL ÁMBITO DE LA SALUD
Entendemos que el ámbito de la salud es la vida personal, en la cual
distinguimos:
El aspecto de la interioridad (el diálogo con uno mismo). La
interioridad es el lugar donde se gesta la personalidad, se lleva a
término la primera experiencia y se comprende el alcance y el
significado de la salud.
El aspecto de la corporeidad (el diálogo con uno mismo y con el
grupo). Las relaciones del cuerpo son experiencia personal, tejen y
destejen una red de comunicaciones interpersonales más allá de uno
mismo, pero nunca sin la participación propia. La salud y la
enfermedad son experiencia personal y relacional; y esta misma
experiencia favorece una convivencia marcada por la salud o por la
ausencia de ella.
El aspecto de la relacionalidad. Distinguimos tres círculos que se
afectan mutuamente: el círculo inmediato (familiar, doméstico,
íntimo), el círculo cercano (laboral, de ocio o de vecindad), el círculo
del entorno en la vida personal y concerniente a unas actitudes que se
describen como indicativas de buena o mala salud; siendo esta
valoración variable según la cultura, la época, las creencias, el ámbito
familiar o laboral y según la elección que uno hace respecto de sí
mismo o también según aquello que los otros aprecien.
LA SALUD. UNA MANERA DE ENTENDERLA
Son numerosos los intentos de definir la salud y la preocupación sobre ella
constituye un tema de actualidad. Desde siempre ha habido un interés por el
bienestar y por todo aquello que le incumbe o lo falsea, pero más
recientemente se ha producido un salto considerable entre entender la salud en
términos casi biologistas y mecanicistas, hasta comprender que la salud es algo
que alcanza también al aspecto psicológico, social y medioambiental.
La salud es un concepto que alcanza el carácter polisémico de la realidad. Es
arriesgado intentar pautar las dimensiones de la salud. Sentirse sano es algo
personal, y el alcance de la salud es aquel que uno quiere (¿o puede?) darle. Por
tanto, su evaluación es variable. Tenemos presente las situaciones que influyen
en esta subjetividad: el pronóstico del entorno (familiar, sanitario, cultural) y
aquello que llamamos la «oferta social», es decir, aquellos recursos que el
entorno social proporciona para disfrutar de unas condiciones generales de vida
beneficiosas: trabajo, ocio, prestaciones sociales, etcétera. En el engranaje
multidimensional de la salud, se presentan las siguientes dimensiones:
La dimensión ética moral. La interioridad
Plantear la cuestión de la salud también significa tener en cuenta las
implicaciones morales de las opciones, las prácticas individuales y colectivas.
La dimensión ética moral de la salud exige una estrecha conexión entre
salud, actitud de vida y formas de vida, en la cual estén implicados, como
mínimo, la constitución personal, la causalidad y necesidad social y los
procesos biográficos particulares.
La dimensión biológica y funcional. La corporeidad
La salud lo es también del cuerpo, de sus órganos y de sus funciones, y la
manera de concebir la corporeidad incide sobre la apreciación subjetiva y
objetiva de la salud. La corporeidad es la manifestación visible del propio ser, es
el lugar de la relación y la convivencia. También es el lugar de los sufrimientos.
La salud y la enfermedad del cuerpo condicionan las categorías humanas
fundamentales: conocimiento, libertad, acción.
La dimensión relacional. La sociabilidad
La salud es una cuestión social. La observación de la realidad conduce a unir las
teorías sociales sobre la salud, los sufrimientos y la enfermedad. Dicho en otras
palabras: las condiciones de vida favorecen un estilo de vida que genera salud o
bien enfermedad social. Salud y enfermedad forman parte de un sistema de
reproducción social del que, en cierta manera, dependen. En todo caso, esto no
es algo nuevo. Seguramente es el concepto de estilo de vida lo que genera
amplias expectativas en la dimensión relacional de la salud, ya que se trata de
un concepto que se mueve entre la particularidad del individuo y aquello que
provoca el estrato social.
Tensiones, desórdenes, padecimientos y enfermedades pueden estar
directamente relacionadas con situaciones de vida; en tal caso, hablar de salud
significa hacerlo de políticas de planificación y organización social, y de
estrategias de intervención y de denuncia de situaciones y comportamientos.
Significa hablar de necesidades y de posibilidades.
La salud. La búsqueda del sentido
«Sentirse sano», o «sentirse mal» tiene mucho que ver con encontrar sentido, o
no, a la existencia. Significado es lo que dice algo, sentido es la relación que lo
que se dice tiene con el entorno. Se puede encontrar significado a la vida, pero
no el sentido, cuando la vida ciertamente dice alguna cosa que tiene relación
con la propia vida.
Un ejemplo: cuando un diagnóstico comprometido provoca la pérdida de
sentido de la realidad, incluso sabiendo que tiene un significado, esta realidad
no dice nada y precipita la persona en un vacío de sentido. La situación
también se puede relatar al revés: cuando este mismo diagnostico provoca
multitud de descubrimientos y de intereses antes desconocidos o ignorados,
entonces, estando mal, uno puede sentirse muy bien.
«Sentirse sano» o «sentirse mal», también implica un nivel de sociabilidad. La
declaración social de salud o de enfermedad no deja indiferente, puede llegar a
establecer como patológica una situación que no se vive como tal, o bien que
en otros lugares no es apreciada como tal.
Quizás una de las causas de la crisis actual del sistema biomédico (sistema
médico occidental) radica en la insatisfacción con que las personas y sus
sociedades responden a la cuestión del sentido, y en la dificultad del propio
sistema para ofrecer alternativas generadoras de sentido por aquello que
representa (una cierta hegemonía en el hacer y en el pensar, por ejemplo) y por
aquello que obvia (el sentimiento popular-personal, por ejemplo).
De la definición a la descripción de la salud
Es difícil definir la salud ya que ésta se vive, y la experiencia que uno tiene de
ella no puede encasillarse ni generalizarse. Se ha dicho que la salud es un
concepto polisémico y dinámico, como el de realidad. Todo lo analizado hasta
ahora, y más, lleva al intento de describir la salud por medio de su estructura y
de sus funciones, señalando la importancia del concepto de persona, del que se
parte. Se presentan algunos rasgos estructurales que conforman la salud, sin
orden de preferencia:
Autonomía. Implica un criterio lúcido y dinámico sobre el propio
vivir con posibilidad de ejercerlo.
Capacidad de decisión. Íntimamente ligada al anterior, exige planificar
y llevar a término el tipo de vida que uno quiere o puede vivir.
Conciencia de bienestar. Se refiere al sentimiento experimentado de
agradable satisfacción de vida con conocimiento de los límites y
carencias, recursos y posibilidades.
Referido a un conjunto, no solamente a una parte. Depende de un
conjunto de factores que afectan a una visión global de la persona: el
entorno cultural, social, histórico, etcétera.
Un proceso. Calidad dinámica y cambiante en función de las
circunstancias y de las situaciones.
Una manera de vivir. Indica un horizonte de referencia, un tener
cuidado de las capacidades y de los límites: saber el qué y el para qué.
Tiene en cuenta la realidad del sufrimiento y de la enfermedad como
realidades que se dan a lo largo de la vida fuertemente marcadas por
el dolor y por el sufrimiento, por la soledad y por la dependencia, por
la nostalgia y por la debilidad, por la incertidumbre y por el temor,
como mínimo.
Incluye una novedad de vida. Es la caja de Pandora de la salud; en el
fondo del fondo, hay una posibilidad de descubrir algo nuevo y
estimulante.
Importante la evaluación personal del momento vital. Es la estimación
que uno da a la propia vida e incluye el descubrimiento de
potenciarla cualitativamente.
Tiene un significado y una evaluación sociocultural. «Recuerda» que
uno no está sano o enfermo a espaldas del mundo en el que cual vive.
Tiene que ver con las condiciones de vida y con el estilo de vida.
Condiciones de vida y estilo de vida a menudo ligados entre sí; tanto
se refiere a las condiciones socioeconómicas como a las derivadas de
un momento histórico, de un marco ideológico o religioso, de una
opción de vida o bien de una imposición (por ejemplo, el estilo que
impone una enfermedad).
Exige establecer estrategias de reconversión. Es la capacidad y la
posibilidad de transformar los problemas en recursos de bienestar.
Establece una nueva relación con los otros y con el entorno. Es el
descubrimiento de aquello que queda escondido tras las apariencias.
Se adecua a las capacidades y posibilidades personales y sociales. Es la
conciencia, el conocimiento de lo que hay y de aquello que uno
puede hacer con lo que hay.
Es un sentir y padecer la propia manera de ser. Comporta la capacidad
de vivir alegremente aquella vida que uno puede vivir. Es la
aceptación de la contingencia personal.
Es un nuevo proceso de búsqueda personal y relacional. Es el ejercicio de
la libertad individual referida a unos valores morales prioritarios
como pueden ser el cuidado del bienestar (la salud) de los otros.
Incluye la interiorización y la reflexión.
Se orienta hacia aquello que es bueno y construye el bien. Como bien
que es, es un derecho para alcanzar y disfrutar la salud, pero también
es un deber velar ella.
Tiene que ver con las actitudes. Fundamentalmente, la salud es una
cuestión ética.
En cuanto a las funciones generales y particulares de la salud, se sugieren
algunas:
Ser motor de bienestar personal, social y medioambiental. Pertenece a su
cualidad dinámica y procesal, es una consecuencia de la concepción
del hombre como un ser relacional.
Promover la autonomía responsable de personas y grupos sociales. Es el
respeto por maneras de ser y de vivir distintas de las propias.
Promover la conciencia de solidaridad. Uno es tan necesario para los
otros como los otros lo son para uno mismo.
Descubrir el significado y el sentido de la vida y del existir. Descubrir el
valor de la vida y de la dignidad humana.
Ser agente de denuncia de aquellas estructuras o situaciones que impiden,
colapsan, ahogan su desarrollo. Es decir, poner de manifiesto todo
aquello que impide la promoción, y alcanzar actitudes de resolución.
Reconvertir el malestar en bienestar. Modificando las condiciones
generales de vida o las situaciones de sufrimiento y de enfermedad.
Transformar los problemas en motivo de bienestar. Es la capacidad de
reconvertir una situación perjudicial en otra beneficiosa.
Considerar la oportunidad de un estilo de vida generador de bienestar
integral. Es la contemplación de la salud como ideal (opción) de vida.
Denunciar las formas de muerte en vida. Es la denuncia de la
injusticia, del abuso, de la opresión, de la pobreza, de la infelicidad,
de la soledad, del abandono, de la ignorancia, del sinsentido…
Humanizar la vida. Paradójicamente, se trata de hacer más humana la
vida de las personas y sus lugares.
LA SALUD Y SUS NECESIDADES
La principal dificultad a la hora de abordar este apartado está en articular una
definición sobre lo que constituye una necesidad.
Ya se ha dicho, salud es el deseo de un bienestar de vida con calidad. Así
pues, en términos generales, el discurso sobre las necesidades no se sitúa en el
nivel de la supervivencia, incluso sabiendo que estas necesidades esenciales a
menudo no se cubren. Algún ejemplo para clarificar el alcance de esta
reflexión: desde el hambre no se puede hablar de salud si no se cumplen unos
requisitos complejos que tengan como objetivo fundamental paliar esta
situación. Tampoco desde una situación de violación de los derechos
fundamentales se puede hablar de salud si no se cumplen unos requisitos que
permitan su reinstauración. Frente a un paciente en estado vegetativo, hablar
de salud quiere decir mantener o estabilizar la situación con un criterio de
beneficio o de bienestar global. No se trata de criterios elegidos al azar:
En el primer caso, intervienen factores de justicia social junto a
planificaciones y decisiones políticas y económicas, como mínimo.
En el segundo, se introduce el tema de la libertad en todos los niveles
como expresión y ejercicio de los derechos en general, ya que hablar
de bienestar los implica directamente.
El tercer ejemplo no se refiere tanto al caso particular que se presenta,
sino a las situaciones concretas a las que es necesario responder, y que
se dan en un marco concreto y con unas perspectivas de futuro muy
comprometidas. No se busca la resolución, sino explicar que es
necesario tomar conciencia de cuáles son las categorías de análisis que
se habrían de utilizar para establecer un criterio, o tomar una
decisión.
Estos tres ejemplos sólo son un reflejo de muchas situaciones que se dan y en
las cuales hablar de salud significa hablar de justicia social, de responsabilidad y
de compromiso: es necesario ver cuáles son los criterios y los objetivos que uno
se plantea y desde los que uno decide y actúa.
Según lo que se entienda por salud, así serán sus necesidades. Si salud
corresponde a supervivencia, su factibilidad radica en cubrir las condiciones de
esta supervivencia: comer, beber, dormir…; si salud corresponde a deseo de
calidad de vida, entonces se debe de contemplar todo lo que se va diciendo a lo
largo de estos capítulos.
Salud no se corresponde sólo con supervivencia, va más allá. En situaciones
de extrema carencia, cubrir estas necesidades esenciales es la condición
necesaria para comenzar a decir alguna cosa sobre la salud. Por tanto, el listado
de necesidades como, por ejemplo, respirar, comer y beber no se ignora, se
presupone.
La salud y diez necesidades fundamentales
A continuación, se presenta una constelación de necesidades,. Se puede decir
que una necesidad nace, en cierta manera, de la anterior. Cada necesidad viene
expresada por una forma verbal (la acción) con la cual se dibuja un espacio de
vida, de existencia. Se trata de cualificar tanto la acción como el «lugar» en el
cual se desarrolla y se transforma.
1. Necesidad de narrar. La intimidad
La narración es la toma de conciencia de uno mismo como ser histórico. El
narrador selecciona, organiza, da forma y muestra todo un mundo de saberes,
de experiencias, de deseos y de fantasías: es su mundo. Es un mundo lleno de
formas y de géneros: monólogos, diálogos o relatos empapados de lirismo,
dramatismo y ficción.
La narración es la expresión de la intimidad, es la necesidad de pronunciarla,
esconderla o interpretarla. Implica tensión, relación, correspondencia entre dos
mundos: la realidad interior y la realidad externa, el mundo de quien vive y ve,
de quien dice, de quien percibe e interpreta. Es la necesidad de retener la
atención, de ser leído, de ser escuchado. Es la necesidad de ser realmente
«alguien» para uno mismo y para los otros.
2. Necesidad del encuentro. La comunicación
El encuentro es el primer paso hacia la convivencia social, representa la
sociabilidad. El encuentro es el espacio de convergencia de personas, de
situaciones, de ideas…, donde las personas y sus comunidades organizan y
gestionan esta confluencia de realidades, se las dicen y las transmiten. Las
comunican.
El encuentro (la comunicación) implica conocimiento, transmisión,
participación, evolución. Uno se hace según sus encuentros y las características
de ellos, de su calidad depende la humanización del propio medio. Es la
necesidad de relacionarse, de hacerse, de participar, de construir, de
comunicarse.
3. Necesidad de mecanismos. El recurso
El término «mecanismo» nos remite a la imagen de un tipo de engranaje
necesario para que algo funcione según el objetivo para el cual está construido.
No todos los mecanismos sirven para llevar a término idénticas funciones.
Dicho de una manera global, los mecanismos son la posibilidad de convertir
los problemas (las cuestiones) en oportunidades (en respuestas). Hablar de
mecanismos es hablar de recursos.
El recurso es un reto al futuro y al bienestar, es el mecanismo por medio del
cual «algo» tiene la oportunidad de alcanzar el objetivo planteado; también es
el mecanismo por medio del cual se producen la adaptación, el progreso, el
cambio. Es un marco de posibilidades. Es la necesidad de sentir la proximidad
del futuro.
4. Necesidad de innovar. El proceso y el cambio
Innovar significa hacer algo a partir de lo existente. La innovación no se lleva a
término sin la participación, la dialéctica y la emoción: sin aquel balanceo del
ser promovido por la sensibilidad consciente. Innovar equivale a redescubrir
formas, valores, competencias, es un factor de proceso y cambio, un
renacimiento. El fracaso, el sufrimiento, el desencanto, la degradación son
objeto de planteamientos innovadores, de estrategias de cambio; por ejemplo,
innovar desde una situación negativa quiere decir destruirla creativamente. La
necesidad de innovar es el testimonio de la necesidad de responder a desafíos
personales, sociales, ecológicos. Vivir es un proyecto de innovación constante,
un proceso, un cambio que no contradice la definición de la propia identidad,
es la necesidad de crecer, de renovarse, de volver a ser.
5. Necesidad de sorprender. La creatividad
Para sorprender es necesario captar las posibilidades que se esconden detrás de
toda realidad. La sorpresa pertenece al ámbito de lo inesperado, de lo
enigmático; es un concepto impregnado de futuro y pone en entredicho lo que
uno vive en el presente. La vida es una retahíla de sorpresas indeterminadas que
uno representa, distingue y valora: surge un nuevo mundo al cual darle forma,
y esto solamente está al alcance de las personas. Nace la creatividad.
La creatividad es una necesidad, es la imaginación, la autonomía, el
conocimiento, la cotidianidad hecha arte, provocación, belleza. Es la
reivindicación de la alternativa, de la transformación, de la diferencia. La
creatividad motiva la existencia, descubre el placer de vivir, busca el propio
mundo para hacerlo bello y agradable a los sentidos. Nace la sonrisa, el buen
humor, y esto es una necesidad.
6. Necesidad de provocar. El misterio
En el lenguaje coloquial, provocar puede tener connotaciones peyorativas; a
menudo la provocación pertenece al ámbito del poder (del dominio) y sitúa al
otro en el ámbito de la debilidad (de la sumisión). No es éste nuestro punto de
vista. La provocación tiene connotaciones positivas.
El misterio es el lugar privilegiado para la provocación, es el deseo de un más
allá significativo para la finitud y para la contingencia humana. Es la apuesta
para la confección de un tejido de relaciones que escapan al control humano;
va más allá, ya que el misterio no se hace presente solamente en la interioridad
personal, sino en todas las relaciones que se establecen a cualquier nivel.
El misterio es la apuesta por una experiencia progresiva de realizar la tarea de
ser persona superando horizontes que ponen al descubierto otras relaciones que
nos trascienden.
Esto es la provocación, un cambio sugerente, estimulante, que desvela las
capacidades y desafía los límites.
El misterio provoca tensión entre la perspectiva y la realidad, entre el
presente y el futuro. Es la necesidad de abandonarse constructivamente a una
confianza incomprensible y para la cual la racionalidad es un límite: el misterio
es su más allá.
7. Necesidad de definirse. El compromiso
Definirse significa tener el coraje de elegir y reconocer el terreno en el cual uno
quiere vivir y desde donde uno decide convivir. Pero definirse tiene el riesgo de
levantar barreras, cultivar el propio campo y perder de vista un mundo
alternativo. Quizá, más bien, tendríamos que hablar de «configurarse».
Configurarse en relación a algo, significa un proceso a través del cual se va
deslindando y perfilando la fisonomía del lugar en el cual se desarrolla la
acción. La fidelidad al «lugar» elegido es el compromiso.
La necesidad de definirse es un nivel esencial para la configuración de la
identidad, es decir, para la construcción del «lugar» personal. El compromiso,
la fidelidad a aquello que uno es y está haciendo implica, a su vez, el
reconocimiento de otros lugares, de otras fidelidades que no son las propias. Es
la necesidad de ir dibujando una trayectoria de vida: saber lo que se hace y por
qué.
8. Necesidad de satisfacción. El bienestar
La satisfacción es aquella situación que merece la valoración y la estima propia.
Está en estrecha relación con las otras necesidades descritas, con un significado
que solamente tiene sentido cuando su análisis desemboca en una acción
solidaria y eficaz. Nace desde la interioridad y crece cuando se mira afuera y
tiene cuidado de los otros. Es el malestar por el bienestar de los otros.
El bienestar es la necesidad de sentir y vivir los beneficios de una forma de
vida, un estilo que se orienta hacia una convivencia más libre, más justa, más
humana. Es la dicha de vivir. No solamente esto. El bienestar también es
aquella sonrisa creativa que rompe la apatía y viste la realidad de simpatía y
buen humor. Es necesario romper el rictus de la abulia, esforzarse por alejar un
sufrimiento, evocar con la sonrisa un mundo diferente.
9. Necesidad de descanso y de ocio. El trabajo
«Y al séptimo día, descansó». La alusión al descanso divino en el texto bíblico
del Génesis, alude, por un lado, a un aspecto religioso: el fiel liberado de las
tareas del día a día, dedica todo el tiempo del descanso a Dios. Por otro lado,
tiene un aspecto social: el descanso y el tiempo libre forman parte de la vida, de
su bienestar. La vida tiene algo de festivo, de distendido, de ocioso.
Teológicamente, el descanso y el ocio divino son signo del carácter sagrado de
la existencia: todo alude a algo que trasciende.
Despreciar el descanso y el ocio es una especie de profanación, como
también menospreciar el valor del trabajo. El trabajo es una afirmación vital
positiva, un servicio y una participación social. A menudo el trabajo está teñido
de agresividad, de fatiga, de imposiciones que colapsan inteligencias y
libertades. Entonces, el trabajo es un yugo totalmente innecesario.
En el trabajo y el ocio es necesario apropiarnos y gestionar aquellos atributos
positivos que califican la existencia y le dan una perspectiva amable de presente
y de futuro.
10. Necesidad de vivir. El morir y la muerte
Vivir implica morir, perder algo, soltarlo… Vivir es una necesidad que escapa
al sentido estrictamente biológico y funcional del término. Vivir implica perder
algo creativamente. Vivir y morir son indicativos de la muerte y de la vida. Hay
situaciones irreversibles, también hay compromisos, fidelidades irrenunciables.
La muerte es la gran tragedia del ser humano. Es un destino marcado,
ineludible. Pertenece al ámbito de la realidad y del misterio. Es una necesidad.
Pero el ser humano no es un ser para la muerte, sino para la vida. Lo que uno
puede ser, hacer, convertirse y transmitir, es una posibilidad de vida, incluso
más allá de la propia muerte. Lo importante es saber vivir y saber morir para
poder vivir. Importante y necesario.
Se trata de (poder) saber qué tipo de vida se quiere vivir y qué se quiere decir
cuando se habla de bienestar, calidad, progreso, salud. Si el término salud lo
referimos únicamente al aspecto orgánico y funcional, entonces el relato de
«necesidades» aquí expuesto es inútil. Pero si se concibe como una realidad que
alcanza la existencia, entonces este rosario de «necesidades» es necesario.
CONCLUSIÓN
La supervivencia es la condición necesaria para hablar de salud; a
partir de aquí, se hace un listado flexible de necesidades.
Se habla desde la vida y la referencia es el ser humano. Ni una ni otra
son el objetivo: uno es el destinatario (el ser humano), la otra (la
vida) es la necesidad fundamental para que se pueda hablar de él.
No se define nada, se dibuja un perfil y, haciéndolo, se señala la
trayectoria: salud-actitud, salud-corporeidad, salud-relaciones, saludsentido. Cuatro aspectos de una misma realidad que forman el
engranaje principal de la vida humana.
Cuidar la salud significa alejar, mejorar; descubrir y construir las
capacidades y las posibilidades de estas dimensiones, a fin de hacer
más amable y beneficiosa la vida humana.
El objetivo salud tiene un contenido de calidad que acompaña a esta
manera de ser humana. Las necesidades de salud expuestas las
entendemos en este sentido de calidad.
En sentido restringido, «estoy sano» cuando «no me siento mal».En sentido
amplio, «estoy bien» cuando puedo gestionar las capacidades del bien y del
bienestar en beneficio propio y de los otros, cuando estos otros procuren lo
mismo para mí.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Narrativa:
ALBOM, M. (2006). Martes con mi viejo profesor. Madrid: Maeva.
SAINT-EXUPÉRY, A. de (1991). El pequeño príncipe. Barcelona: Emecé.
Película:
Los chicos del coro (2004). Dir.: Christophe BARRATIER. Francia-Suiza
Alemania.
10.
SALUD Y VIDA: LECTURA ÉTICA
Antoni Nello
LA VIDA ES UN DON
Estamos lejos de la poesía o de la espiritualidad cuando afirmamos que la vida
es un don. De hecho nadie ha pedido vivir. Nos hemos encontrado con la vida,
nos hemos descubierto viviendo. Tiene mucha razón Heidegger cuando
plantea la experiencia de la existencia, de la vida, como una experiencia fáctica,
como un parámetro que se escapa a nuestra libertad. Lo afirma incluso de una
manera peculiarmente pesimista al afirmar el Dasein como una de las dos
únicas certezas que el hombre tiene sobre sí mismo. El Dasein quiere decir «el
ser expulsado a la existencia», la experiencia de que «estamos aquí», «estamos
en el mundo, en la vida» sin haberlo pedido. Nos han parido, nos han dado la
vida.
La vida es pues una tabula rasa que nos es dada y en la cual nos toca escribir.
Tomamos conciencia de ello poco a poco, con el crecimiento, y cuando ya se
han escrito en ella tantas cosas: el código genético, nuestra situación prenatal,
son ya un texto de nuestra vida que no depende de nosotros. La infancia, la
adolescencia, poco a poco nos damos cuenta de que la vida también depende
de nosotros, de que tenemos un bagaje importante a nuestras espaldas, pero,
sobre todo, mucho futuro por delante en el cual podemos intervenir.
De aquí que podamos afirmar que hay que vivir la vida. Es una obligación
sin alternativa posible. Incluso el rechazo de la vida, y la tentación límite, o el
error de quitarse la vida, son una manera de vivir, de escribir el texto de nuestra
vida.
Hasta aquí el registro de la constatación. Pero podemos ir más allá y hacer
una lectura positiva del don de la vida.
La vida nos ha sido dada como un caudal del que podemos disponer ahora y
más adelante. La vida que nos ha sido dada nos hacer ser, nos hace sabernos,
nos saca de la nada, del no haber sido nunca, del no existir, y en principio
todos estamos bastante satisfechos de ello. Es curioso cómo el hombre desea
señalar su presencia, y por tanto su existencia. Incluso ante los acontecimientos
importantes de la vida social, nos gusta decir «yo estuve ahí», «yo estaba
presente», «yo lo viví». Ya se trate de un concierto importante de uno de
nuestros ídolos líricos, o de un magno acontecimiento deportivo, social,
político, incluso religioso, o de un lugar y de un país que nos gusta conocer en
primera persona, pisándolo, viviéndolo.
La vida se convierte entonces en un don que agradecemos. Estamos
realmente satisfechos de ello. Queremos vivir, queremos aprovechar la vida,
exprimir todo su jugo. Tenemos incluso miedo a perderla, ¡a veces demasiado
miedo a perderla! Todo esto explica que, desde el ámbito de la religión, la vida
se afirme como el gran don de Dios; la vida del mundo y de todos los seres,
pero especialmente nuestra vida individual, precisamente porque es una vida
consciente de serlo, una vida inteligente y libre, llena de posibilidades, de
esperanzas, de experiencias. Una vida que no solo discurre sino que
pretendemos discurra según nuestros planes.
LA VIDA ES UNA TAREA
La vida es un don y a la vez una tarea, y este hecho nos hace personas. La vida
no está escrita definitivamente. Cuando tomamos conciencia de ella, ya
arrastramos, ciertamente, un buen bagaje de experiencias, positivas y negativas,
que nos afectarán para siempre jamás. Qué importantes son nuestra infancia y
nuestra adolescencia, nuestros ambientes familiares, sociales, escolares… Pero,
con todo, la vida es también, y siempre, lo que nos queda por vivir, el futuro
que nos espera y que se gestiona en el presente que construimos.
A diferencia de los otros seres vivos, vegetales y animales, que viven de una
manera inmediata e instintiva, que hacen lo que pueden pero no pueden hacer
otra cosa, el hombre, ser inteligente y libre, puede tomar en mano su propia
vida e interpretarla, proyectarla. Interpretarla significa darle sentido. Para unos,
la vida será un valle de lágrimas que debemos soportar. Para otros, una
aventura fantástica que hay que afrontar y disfrutar. Para otros, aún, la
posibilidad de gozar constantemente del momento presente, el gozo de pasarlo
lo mejor posible en cada instante. Todavía para otros, en cambio, exigirá un
enorme esfuerzo de construcción en el que será necesario jugar astutamente el
momento presente en perspectiva de futuro… Da igual, hay miles de
posibilidades en la interpretación de la vida, y de eso se ha ocupado a menudo
la filosofía cuando no se ha convertido en estéril discurso intelectual de
laboratorio. Lo importante es que cada persona interpreta de una manera
peculiar su propia vida, en función de sus experiencias, en función también de
sus expectativas.
Por otra parte, el hombre proyecta su vida, hace de ella un ejercicio de
libertad. Un ejercicio de libertad limitada, ciertamente. No puedo quererlo
todo, ni todo a la vez. Ni me dejan hacer todo lo que pasa por mi mente a cada
instante. Pero en los márgenes de la libertad real, el hombre proyecta su vida,
diseña lo que quiere ser y lo que quiere hacer entre las muchas posibilidades de
las que dispone.
Esta es la grandeza del hombre: a la luz del significado que se le dé, y con el
ejercicio de la real libertad de la que disponemos, la vida se puede y se debe
construir. Y es una grandeza que a veces nos incomoda. Muchas personas
pretenden una vida acertada y ya dada, que no implique esfuerzo ni reflexión,
ni decisión; les resulta demasiado pesado tener que afrontar los
acontecimientos, el tiempo, las situaciones. Y sin embargo es así:
necesariamente interpretamos y proyectamos la vida, y esta es precisamente su
grandeza. De hecho, no nos podemos dejar vivir, y el mero hecho de intentarlo
es ya una manera de entender y de diseñar la propia vida. Y, además, éste es el
gran juego: vivirse a sí mismo, y hacer la propia vida. En eso mostramos que
somos personas, que somos nosotros mismos, irrepetibles, únicos, distintos de
los otros seres vivos pero también de todas las otras personas.
La vida, pues, es un dato, un don, pero también una tarea, una
responsabilidad. Cada uno debe decidir quién quiere ser, qué quiere hacer, con
quién cuenta, cómo se ubica… Es una aventura magnífica, destinada al éxito o
al fracaso, o mejor dicho, destinada al mejor de los éxitos posibles.
LA SALUD COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD DE LA MÁXIMA PLENITUD DE VIDA
Para que la vida pueda darse hacen falta unas condiciones mínimas. De entrada
hay que vivir. La muerte es la ruptura de la vida: ya no hay interpretaciones ni
proyectos posibles, todo se ha acabado. Ciertos acontecimientos también
dificultan, e incluso imposibilitan, el desarrollo normal de una vida
plenamente humana.
Pensemos, por ejemplo, en la enfermedad mental profunda. Ante un
enfermo mental profundo se nos encoge el corazón, porque vemos reflejado en
él el sentido más profundo de la vida junto a la imposibilidad de llevarla a
término con inteligencia y libertad. Lo consideramos un enfermo, y le
querremos, muy especialmente y precisamente porque le falta aquello más
relevante de lo que dispone el hombre, la posibilidad de construirse.
Pensemos en la existencia de tantas personas condicionadas por entornos
degradados y degradantes, que no pueden desarrollar ni alcanzar el éxito en el
diseño de su vida. Eso también es una enfermedad, una indeseable enfermedad
social que frustra la mayor de las expectativas del hombre.
Pensemos también en una persona gravemente enferma, de una enfermedad
que la obliga a estar enclaustrada en el propio domicilio o en una institución
sanitaria. Es evidente que sus posibilidades de interpretar y construir su vida
son peculiares, limitadas, especiales.
Y tantas otras situaciones que podríamos ilustrar. De todo ello se deriva que
un desarrollo adecuado de la vida requiere unas condiciones de posibilidad a
las que llamamos salud. La vida se desarrolla adecuadamente en un contexto de
salud física, psíquica, o social. Se trata de estar bien en el propio cuerpo, con la
propia identidad, con el propio entorno, para que se pueda diseñar el día tras
día de la vida hacia el horizonte que uno se ha prefijado.
Habrá muchas cosas a decir sobre el desarrollo de la vida en condiciones de
precariedad, de enfermedad. Pero ese será el tema del próximo capítulo. Por
ahora conviene subrayar que la vida se forja correctamente en el crisol de una
buena salud.
LA SALUD COMO RESPONSABILIDAD, PROPIA Y AJENA
De este modo, vivir exige unos márgenes de salud. La salud es algo que a
menudo se presupone: nacemos, crecemos, nos desarrollamos y morimos en
términos de salud. Y a menudo es así en general, más allá de las afecciones
consideradas benignas, episódicas, curables, que no rompen el hilo conductor
de la construcción de la propia vida.
Pero si es verdad que debemos presuponer la salud, hasta el punto de que se
la exigimos a la vida —una vida de la que los medios sanitarios
contemporáneos tienden a garantizar un alto y saludable nivel en intensidad y
en duración—, también debemos contemplar la salud que se puede dañar, y
eso no sólo por motivos objetivos e independientes de nuestra libertad.
Dañar la salud significa obligarse a construir una vida en la precariedad y en
la dificultad, lo que tiende a impedir precisamente el normal despliegue de la
propia vida. Dañar la salud es maltratar la propia salud. Y con ello, a veces a
corto plazo, otras a un plazo más largo, dañar la propia vida, fracasar en ella.
La salud se debe cultivar precisamente porque es el marco de desarrollo de la
vida. No hacerlo es una grave irresponsabilidad que más tarde o más temprano
pasará factura. No habrá lugar entonces para lamentos ni para llantos. Quien
no cuida del propio cuerpo no puede pretender que el cuerpo responda
adecuadamente. Ponerlo en peligro físico es una irresponsabilidad, lo que no
significa sólo ponerse en peligro de muerte inmediata, sino muchas cosas más.
El cuidado del propio cuerpo es una responsabilidad de cada uno; el cuidado a
través de la alimentación, del descanso, del ejercicio adecuado… No hace falta
ser exhaustivos en el elenco de los deberes hacia nuestra propia salud física,
todos sabemos perfectamente de qué se trata, y las campañas sanitarias nos
hacen de puntual recordatorio.
Pero también hay que cuidar la propia identidad, la propia personalidad.
Hay que fomentar una manera de vivir que nos ayude a ser verdaderamente
libres, por formación, por capacidad de reflexión, por equilibrio emocional,
por serenidad de carácter, por capacidad de relación.
Y hay que cuidar también de nuestra salud social, nuestra incorporación al
mundo de los seres humanos, tejiendo una red de relaciones adecuadas tanto
en el ámbito afectivo y familiar como en el laboral, vecinal o ciudadano. La
salud se muestra entonces como el crisol necesario para el desarrollo de la vida.
Sin embargo, esta salud no puede consistir sólo en la reivindicación de algo que
nos es debido, sino también en una responsabilidad personal de la que no
podemos desentendernos.
Dicho esto, debemos añadir también que la salud es a la vez una
responsabilidad social, un deber que la sociedad tiene con las personas.
Precisamente porque valoramos la vida como el más alto don del que dispone
el hombre, y porque se desarrolla en el crisol de la salud, una primera
responsabilidad de la sociedad consiste en garantizar al máximo la salud de los
ciudadanos.
Habría mucho que decir sobre esta cuestión. No podemos limitar la
responsabilidad social de la salud al ámbito de la salud física: ésta es una meta a
menudo ya alcanzada en las sociedades desarrolladas, a pesar de que ello se
ponga en discusión muy a menudo, en la sana discusión social sobre la
exigencia de una atención sanitaria más rápida, más eficaz, más personalizada,
más humana.
Hay que añadir, y con carácter de urgencia, que la responsabilidad social
hacia la salud de las personas se extiende también a la salud psíquica y social, y
aquí el déficit es altamente alarmante.
La atención a la salud psíquica implica muchas cosas. Sirvan como ejemplos
significativos la importancia de un buen ambiente familiar que pueda atender
adecuada y amorosamente a sus miembros, la importancia de una buena
educación garantizada socialmente, la importancia de los modelos de vida que
se preconizan desde los medios de comunicación y que deberían responder a
criterios de bienestar psicológico más que a un consumo y despilfarro
desorbitados, la importancia de unas condiciones urbanísticas adecuadas para
el adecuado desarrollo y vivencia de los núcleos familiares, etcétera. Y todavía
hay que señalar la importancia de una responsabilidad hacia la salud social. Las
bolsas de pobreza de las grandes metrópolis que generan marginalidad y
delincuencia, el paro que imposibilita las condiciones de sostén adecuado para
muchas familias, la falta de respuesta a los problemas sociales emergentes como
la vejez, la discapacidad y otros.
En este contexto no podemos olvidar la existencia del Tercer Mundo: es un
grave e irresponsable problema de salud social en un mundo que se quiere
«globalizador», pero que diseña la globalización por unos caminos que no son,
precisamente, los de la justicia, la equidad y el bienestar generalizados y
compartidos.
III.
ENFERMEDAD
1.
LA ENFERMEDAD, CUESTIÓN ANTROPOLÓGICA
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Mostrar los orígenes, las relaciones, influencias y perspectivas de la enfermedad
desde la preocupación (reflexión) antropológica.
Con el término «enfermedad» describimos un fenómeno vital que se define
como un conflicto, un proceso a través del cual se hace patente la pérdida o
debilidad, la alteración de la capacidad de decisión y ejecución personal,
autónoma o colectiva, acompañada o no de trastorno, sufrimiento,
reconocimiento social, que conduce a una manera de vivir particular
(personal). Dicho en pocas palabras, la enfermedad es la vida amenazada:
enfermar supone sentirlo y sufrirlo de esta manera. La historia del interés por
describir qué es la enfermedad va pareja con el interés por saber qué es la salud.
Las realidades que muestran y esconden a la vez tanto la salud como la
enfermedad, a menudo son inseparables. Esto hace que la aproximación a la
salud y a la enfermedad se enfoque desde diversos ángulos y perspectivas. El
resultado puede dar una imagen, un perfil, de lo que se entiende por salud y
por enfermedad.
La enfermedad pone al descubierto la vulnerabilidad humana y revela el
interior del ser humano que se vuelve transparente, sin envoltorios, desnudo
ante el mundo y contemplado él. La persona enferma se siente vencida,
desbaratada, necesitada.
Este capítulo se centra, de manera general, en las diversas implicaciones que
tiene el fenómeno de la enfermedad en diferentes ámbitos. La enfermedad se
vive y siente de una manera personal y social: la viven e interpretan el sujeto y
la sociedad. También es un fenómeno cultural, ecológico, universal en espacio
y en tiempo. La relación entre enfermedad, experiencia y conocimiento es tan
real que hay que tenerla presente tanto en la historia como en la biografía
humanas.
DESARROLLO
EL ORIGEN DE LA ENFERMEDAD
BIOGRAFÍA DE LA ENFERMEDAD
LOS «MOTIVOS» DE LA ENFERMEDAD
EL «HECHO» DE ENFERMAR. LAS FORMAS INDIVIDUALES Y SOCIALES
EL ORIGEN DE LA ENFERMEDAD
La paleopatología estudia los primeros vestigios de la enfermedad, sus traumas
y su desenlace de curación o de muerte anteriores a la historia humana escrita.
Los vestigios se pueden encontrar en los restos humanos y de animales de los
tiempos antiguos. El interés de la paleopatología estriba en su contribución al
conocimiento sobre el origen y la naturaleza de muchas de aquellas
enfermedades que actualmente conocemos. Esta disciplina también ayuda a
determinar la longevidad de nuestros antepasados y la relación de sus
enfermedades y lesiones con los cambios del medio geográfico, del régimen
alimentario, del vestido, del trabajo, etcétera. La paleopatología no sólo nos
acerca en el tiempo a los orígenes de la enfermedad, sino también a sus
cambios e influencias. Naturalmente, el estudio sólo puede hacerse en aquellas
enfermedades que afectaron al sistema óseo, o bien la piel, pero no a las que
afectaron a las vísceras, ya que éstas se destruyen. La paleopatología ensancha el
ángulo de comprensión del fenómeno de la enfermedad. Hoy, como ayer,
muchas situaciones influyen en el hecho de enfermar.
La enfermedad es uno de los fenómenos socioculturales más antiguos de la
humanidad. La entendemos también como una expresión de adaptación del ser
humano a un medio, agresivo o no. Cada cultura intenta estructurar este
enfrentamiento en formas de organización social: el sistema sanitario es una
forma de organización social para hacer frente a la enfermedad, y cada tipo de
sociedad tiene el suyo propio. Por ejemplo, la cultura faraónica (Egipto)
centralizaba su preocupación por la vida, la salud y la prosperidad alrededor de
una persona: el faraón. Su debilitamiento, (enfermedad) significaba la ruina y
el retorno al caos primitivo. Preservar la salud del faraón era una necesidad
vital. El faraón era la representación simbólica de la institución de la salud, era
la representación del orden, el progreso y la confianza en el futuro.
Con el descubrimiento de los papiros podemos tener acceso al conocimiento
y a la interpretación sobre las creencias, las artes, las costumbres, la salud y la
enfermedad de aquella cultura. En ellos podemos encontrar, al menos, tres
clases de sanadores que correspondían a tres conceptos diferentes de
enfermedad.
El sacerdote. Era visto como un intermediario entre el dios y el
enfermo, y era el que administraba drogas junto con oraciones y
rituales. El sacerdote era el intermediario de la potencia superior (de
la divinidad, del genio) la cual era responsable del mal. El sacerdote
era capaz de anular este mal al solicitar su perdón o intervención para
curar al enfermo. Hay una interpretación de la enfermedad
entendiéndola como de origen sobrenatural. Enfermar era un tipo de
castigo.
El mago. Cuidaba de aquellas enfermedades que se atribuían a la
acción de fuerzas invisibles y misteriosas (principalmente en las
afecciones internas). Para los pueblos primitivos este tipo de
enfermedades representaban la mayoría de las patologías. La forma de
acceder a la enfermedad era poniéndose en contacto con las potencias
ocultas que eran las que tenían el poder de influir. Hay una
interpretación de la enfermedad como algo externo, venido de fuera.
El sanador laico. Curaba aquellas enfermedades que se consideraban
de causa natural, como, por ejemplo, traumatismos o heridas de caza
o guerra.
Esta construcción puede hacerse extensiva a otras culturas del mundo antiguo,
en el que se considera la enfermedad como una presencia perjudicial y no
deseada, incorporada temporalmente al individuo; los signos y síntomas son
manifestaciones de esta presencia extraña. La curación se orienta hacia un tipo
de medicina mágica y sacerdotal. El sanador posee una personalidad poderosa y
temida, moviliza y dirige las fuerzas ocultas, las utiliza con una finalidad
benéfica o maléfica según los casos. Esta manera de hacer, principalmente, es
propia del mago y del brujo. Con el tiempo, el sanador laico va asumiendo un
prestigio social y concentra en él las atribuciones del poder, de temor, y de
saberes de sus predecesores en la curación.
Visto así, no tiene mucha importancia reconocer el lugar o la naturaleza de la
enfermedad. Hay un responsable (lo sobrenatural, la divinidad), una causa (la
transgresión cometida) y un agente (el enfermo). El diagnóstico consiste en
reconocer la potencia causal y los motivos que la han impulsado. Por ejemplo,
una impiedad, un crimen, la violación de un tabú, un enfrentamiento con la
divinidad. El enfermo no siempre es consciente de la falta cometida. El adivino
se esfuerza por revelarla y el sacerdote por interceder. La enfermedad es
interpretada como una sanción con proyección social: puede afectar también a
la familia, a la comunidad. En las sociedades primitivas «la existencia de la
enfermedad no se decide por la presencia de un cambio biológico […]
solamente cuando la sociedad decide que este cambio biológico es enfermedad
entonces aparece la enfermedad […] medicina y enfermedad son funciones de
la cultura» (E. H. Ackerknecht, p. 17).
BIOGRAFÍA DE LA ENFERMEDAD
Se entiende por biografía la historia de una vida, de un individuo, de un grupo.
La enfermedad es la historia de la humanidad, la búsqueda de su vitalidad, de
su sentido, de su bienestar como experiencia individual y comunitaria. La
enfermedad es la representación subjetiva-objetiva de un malestar que
amenaza, vívido sin significado y sin sentido: es una situación no deseada, no
querida, que se rechaza, que hace daño. De esta situación se quiere, se busca,
salir desde la prevención, el tratamiento, la curación, el alivio, la mejora.
Vamos a ver, brevemente, algunos pasos biográficos de la enfermedad:
La prevención individual y comunitaria
Prevenir la enfermedad significa reconocerla como algo dañino, no querido. La
prevención no sólo pretende evitar el riesgo, también pone en evidencia la falta
de criterios preventivos. Por ejemplo, cuando el libro bíblico del Levítico (cap.
13) establece normas de tratamiento y relación respecto a los afectados por
diversos tipos de enfermedad, se está tratando, previniendo la enfermedad; a la
vez que se está guardando, previniendo la salud de otros miembros de la
comunidad. Es la doble vertiente de la prevención: por un lado, frenar el
avance de la enfermedad, y, por otro, evitar el contagio entre las personas.
Hoy la prevención de la enfermedad contempla el espectro de interrelaciones
en el cual vive el individuo. Es un espacio público que se vive y se sufre desde
dentro. No todo está en función de los criterios con los cuales se organiza
socialmente la prevención de la enfermedad o bien la promoción de la salud; el
individuo y su entorno más inmediato son agentes activos, responsables y
eficientes de esa prevención y esa promoción.
La enfermedad es un suceso polifacético: de cura, de alivio, de contenido vital.
La enfermedad es un suceso, un hecho de tipo biológico, funcional, social,
cultural, que desde siempre se vive desde uno mismo, desde su «lugar», y busca
la «simpatía» del entorno humano, institucional, tradicional. Este entorno lee
la enfermedad y la interpreta. La enfermedad es algo objetivo que se vive
subjetivamente.
A lo largo de la historia de la enfermedad, encontramos que es tanto un
fenómeno particular —enfermedad concreta de origen y manifestaciones
biológicas (un agente patógeno, una degeneración, un debilitamiento)—,
como colectivo —epidemia (por ejemplo, la agresividad como epidemia actual
a nivel mundial)—. La cronicidad comparte esta doble vertiente, es un
fenómeno particular afectando a la persona en concreto y colectivo afectando a
diversos campos de análisis (economía, demografía, planificación, etcétera).
La biografía de la enfermedad también es la biografía del «lugar» y entonces
se convierte en reflejo de su situación geográfica, política, económica, de
trabajo, de ocio. La enfermedad es la biografía de un tipo de influencias que
este lugar recibe; por ejemplo, el fenómeno de la emigración tiene un abanico
de repercusiones muy amplio, tanto en relación con el individuo y el lugar de
destino (adaptación) como desde el lugar de partida (falta de recursos para
vivir).
La biografía de la enfermedad es la historia de las representaciones de los
saberes y de las prácticas populares con el objetivo de combatirla, de los
sistemas de atención y prevención sanitaria junto a las afecciones y
desafecciones que se producen. Tiene un significado social: mágico, religioso o
tecnológico. La enfermedad es un suceso sociocultural.
LOS «MOTIVOS» DE LA ENFERMEDAD
Se entiende por «motivo» aquello que es capaz de provocar algo, en este caso
«algo» que amenaza, debilita, desorganiza, conlleva sufrimiento. Motivo y
causa son equivalentes. Los factores desencadenantes y determinantes de la
enfermedad son diversos en sentido amplio, no solamente la provocan o la
favorecen directamente, sino que en ella confluyen múltiples circunstancias;
por ejemplo, en el paludismo intervienen un agente causal y también la
insalubridad del lugar, los factores climáticos e higiénicos, las políticas
sanitarias, los recursos económicos y los intereses.
La desigualdad económica y social puede ser un conflicto vital, por defecto y
por exceso, para quien lo ve y para quien lo vive: la insensibilidad hacia el
«conflicto» del otro es la incapacidad de asumir eficaz y satisfactoriamente el
vivir en el mundo. En términos generales y sin pretender ser taxativos,
podemos decir que los motivos de la enfermedad pueden ser naturales y
provocados, entendiendo que entre un espacio y otro se suceden motivos
distintos y de difícil clasificación.
Factores naturales
Son aquellos que surgen de la misma naturaleza, ya sea humana o referida al
entorno. Por ejemplo, un terremoto es un riesgo natural y puede ser un motivo
de enfermedad: genera una pérdida de bienes materiales y humanos en
viviendas y recursos, y afecta la salubridad con infecciones y muertes…
Los microorganismos causantes de un tipo de enfermedades (gripe, por
ejemplo) también son un factor natural que se introduce en el organismo y le
afecta de tal manera que enferma. Se ha de tener en cuenta que estos factores
naturales también pueden ser provocados por desequilibrios, cambios
ecológicos naturales o provocados por el hombre (deterioro climático,
desforestación). Es necesario contemplar, también, las alteraciones de los
ritmos biológicos, psicológicos y mentales sucedidos por motivos de orden
endógeno. Hay muchas enfermedades en las que su agente causal es una cierta
manera constitutiva de ser.
Las condiciones de vida «permitidas» y «admitidas» dentro del marco de
convivencia, son generadoras naturales de enfermedad con signos y relaciones
sociales y biológicas. A la vez, favorecen un «estilo de vida», unas formas
individuales y sociales inductoras de enfermedad (también de salud): por
ejemplo, una manera de vivir impregnada de competitividad.
Factores provocados
A lo dicho, se puede añadir que la actividad humana a menudo se ha mostrado
destructora de su entorno. Más allá de los factores ya comentados, están los
que son fruto de una situación social, como por ejemplo, el hacinamiento, la
falta de higiene, la desnutrición o el analfabetismo. Son factores determinantes
de un tipo de enfermedades con manifestaciones biológicas; enfermedades
sociales vividas y padecidas por personas y comunidades. En términos
generales, su origen hay que buscarlo en la no distribución de los bienes de la
comunidad mundial. En términos más concretos, un tipo de organización, de
ideología o de condiciones de vida, «provoca» que el individuo y la sociedad
enfermen; por ejemplo, una organización social que discrimina a sus miembros
en función de la edad, hábitos, creencias, origen. Se trata de una degradación
de lo que internacionalmente se conoce como Derechos y Deberes Humanos.
En términos de responsabilidad personal, uno es provocador de enfermedad
en la medida en que hace del malestar de los otros su propio bienestar. Dicho
de otra manera: cuando uno no hace del bienestar de los otros su propio
malestar.
Dentro de este apartado también se incluyen aquellas condiciones de vida,
actitudes, estilos de vida que un tipo de convivencia construye: una manera de
vivir (estrés), de comer o de relacionarse a la cual se accede y que
paradójicamente, produce consecuencias y respuestas para las cuales no
estamos constitucionalmente preparados. Es necesario adaptarse a ellas. El
esfuerzo para hacerlo puede provocar la enfermedad; tal provocación tiene para
nosotros varias consecuencias:
Debemos tener presente que el discurso sobre la enfermedad surge de
la preocupación por la salud.
La articulación de las diferentes categorías o escuelas de pensamiento
que teorizan sobre la persona, el entorno y la salud, busca describir y
explicar la enfermedad, sus efectos y secuelas, y el modo de preverla y
curarla o bien alejarla.
EL «HECHO» DE ENFERMAR. LAS FORMAS INDIVIDUALES Y SOCIOCULTURALES
Las formas individuales
La enfermedad siempre es un fenómeno físico, psíquico y espiritual: afecta a la
globalidad de la persona. Enfermar tiene consecuencias personales únicas. No
hay enfermedades. Hay enfermos: es decir, hay personas afectadas por una
forma de enfermedad. La enfermedad, como la vida, se vive y se convive en y
desde la individualidad. Si cada época histórica y cada cultura tiene sus formas
propias de enfermar, cada individuo también su forma de vivir, sentir, y
expresar su enfermedad. Ésta se tipifica en unos «signos» comunes de los cuales
participa el enfermo (en general, síntomas, causas, consecuencias), pero es el
individuo quien le da su impronta personal y, a menudo, también es el
responsable de ella.
El enfermo habla de su enfermedad desde la realidad de vivirla, no de
conocerla y contemplarla. Es «su enfermedad», mientras que para los demás es
la enfermedad de otro. De entrada, hay un desnivel de apropiación y de
conocimiento del fenómeno; quien contempla y escucha sabe de la enfermedad
algo que el sujeto ignora, ya que le falta la perspectiva. Cada enfermedad
imprime al enfermo su vivencia, y viceversa. Hay una correlación de
influencias.
Se enferma bajo diversas formas: de dolor, de incomunicación, de
desocialización, de rechazo, de soledad, de sufrimiento, de deseo, de
desesperación, de alteración de funciones, de incapacidades… Desde la
enfermedad, la realidad se distorsiona, se ve con ojos propios, con ojos de
enfermo: de disminución de la capacidad de vida, de conflicto, de amenaza, de
sinsentido. O bien, se descubren en la realidad muchas «novedades» hasta
entonces desconocidas. Se vive la enfermedad bajo la forma de una
representación en la cual, paradójicamente, uno tiene un papel principal y
secundario e insignificante a la vez: el enfermo depende de otro. Por la otra
parte, el enfermo es un intruso, un elemento perturbador de la normalidad,
una fuente de gastos. Se vive y ve la enfermedad bajo la forma de una presencia
incómoda y molesta.
Las formas socioculturales
La enfermedad siempre es un fenómeno social. Enfermar puede tener origen y
consecuencias sociales. Como hemos visto, la enfermedad está muy ligada al
«estilo de vida» que genera unas condiciones, de las que ya se han hecho eco
diversos autores (J. P. Frank, A. Grotjahn, C. Herzlich, E. Menéndez, entre
otros). La influencia de los factores socioculturales es importante para la
interpretación y los sentimientos del enfermo, de tal manera que «el estar
enfermo» a menudo se corresponde con un determinado nivel de las relaciones
sociales.
T. Parsons llevó a término una investigación sociológica sobre el rol del
enfermo. Según su planteamiento, la enfermedad se contempla como un hecho
que distorsiona las relaciones del enfermo con su entorno. Se deducen
correlativamente dos derechos, y dos deberes. Algunos de los puntos de T.
Parsons son cuestionables (por ejemplo, el de la responsabilidad y el de buscar
ayuda y cooperar), pero su planteamiento hace del enfermo un miembro más
de su sociedad, con un estatus particular: normaliza su situación sin marginarlo
ni culpabilizarlo. Al enfermo se le asigna un estatus social como el que se puede
apreciar en el enfermo crónico y sus relaciones con la familia, el trabajo, el
sistema sanitario o el ocio. Estos núcleos de relación se ven afectados por la
enfermedad. Se establece entonces una doble corriente que busca «nuevas»
formas de hacer frente a la situación y de «normalizarla».
La asistencia sanitaria es fruto del reconocimiento de la implicación social de
la enfermedad. A menudo, la relación entre aquello que se ve como normal
(salud) y aquello que se denomina anormal (enfermedad) tiene fuertes
connotaciones sociales. El enfermo está en una situación de anormalidad
respecto a los demás, quienes desarrollan una actividad y una relación social
que les permiten sentirse y ser considerados como «integrados» y
«productivos». Desde este punto de vista, «la enfermedad y la salud se definen
en función de las exigencias y de las demandas sujetas a nuestro entorno, a
nuestras intenciones y a nuestras relaciones familiares y profesionales, y
constituyen, en sentido propio, los estados sociales» (P. Adam, C. Herzlich, p.
7).
Hay formas sociales de enfermar estigmatizadas por la sociedad: son aquellas
que se consideran popularmente indignas, culpabilizadoras, oscuras, peligrosas
para el resto de la sociedad. Entonces, el enfermo es escondido y se esconde de
la luz pública. Él y su entorno viven la enfermedad con un sentimiento de
reclusión. Cada época histórica ha tenido esta forma de enfermar: la lepra, la
peste, la epilepsia, la tuberculosis, el sida son algunos nombres con los cuales se
puede ejemplificar este fenómeno que, a una amenaza vital física, añade una
amenaza vital de rechazo social. Todo ello sin olvidar aquellas formas sociales
de enfermar que son fruto de «un estilo de vida» y a los cuales ya se ha hecho
referencia.
Los síndromes de filiación cultural
Hay un tipo de sufrimientos que determinados grupos reconocen como
enfermedad. Algunos autores los denominan enfermedades folk, o populares:
son los síndromes de filiación cultural. Con la aproximación a las diferentes
realidades culturales se manifiesta que éstas también construyen sus propios
sufrimientos, sus enfermedades y la forma de vivirlas y de curarlas. Son
enfermedades de un determinado ámbito cultural. Lo importante es que son
sufridas por las personas que pertenecen a este mismo ámbito cultural. Por
ejemplo, la anorexia, al obesidad, el estrés… son síndromes de la cultura
occidental.
En la actualidad se muestra un interés creciente desde el sector sociosanitario
por este tipo de sufrimientos. Su reconocimiento pasa por una aproximación a
la cultura local de la que provienen. Son sufrimientos que se dan en un marco
cultural concreto, pero que en otro marco no representan ningún tipo de
malestar. Un ejemplo de estos sufrimientos se encuentra en la obra de E. De
Martino, A. Rubel y G. Magherini que se cita en la bibliografía.
CONCLUSIÓN
La enfermedad es un fenómeno vital capaz de cuestionar la identidad humana.
¿Por qué enferma el ser humano? Si para unos la enfermedad es una reacción
de protesta y de adaptación a un medio o a un agente agresor, ¿no será también
la oportunidad, la alternativa de denuncia, o de transformación, de esta
agresión? El problema no es sólo del enfermo, también de quien lo «ve» y de
«cómo» lo interpreta. Se recogen en algunos puntos las relaciones entre el ser
humano y la enfermedad, y descubrimos un cruce de complejidad y de
contradicción, de ayuda y de rechazo, de creación y de destrucción.
La enfermedad es una cuestión antropológica y universal en el
espacio y el tiempo. Es decir, la preocupación por la enfermedad ha
existido siempre y en todas partes, y esto es así porque sucede y afecta
al ser humano y a su medio: le priva bienestar vital y lo puede
conducir a la muerte.
El fenómeno de la enfermedad no es exclusivo del ser humano: la
naturaleza también enferma, así como las ideologías, la convivencia o
las formas de relación.
La enfermedad es un fenómeno que afecta a la persona en todas sus
dimensiones y manifestaciones. Conforma una manera de vivir desde
la cual la realidad es vista e interpretada de «otra manera»: como una
desdicha, como un conflicto, como distancia, o bien como riqueza,
como novedad, como esperanzada.
Como fenómeno que está vivo (subjetivo) y que se ve (objetivo),
supone, en el ser humano, un cambio biológico y de conducta, de
relaciones, de intereses, de bienes, de ideas. Es un acontecimiento
particular que afecta a la convivencia en un marco cultural concreto.
A la vez, es un acontecimiento social que afecta al individuo en su
convivencia.
La influencia de la enfermedad va más allá de una afectación
individual: tiene repercusiones en el entorno humano al tiempo que
el enfermar de este entorno es un factor patologizante para el
individuo.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
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MANN,. (2005). La montaña mágica. Barcelona: Edhasa.
Pintura:
GOYA, F. (1820). Autorretrato con el doctor Arrieta. Instituto de Arte de
Minneapolis.
2.
FACTORES IMPORTANTES PARA UNA COMPRENSIÓN ACTUAL DE LA
ENFERMEDAD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Tomar conciencia de los diferentes niveles de realidad de la enfermedad, de la
interrelación de variedad de factores en su manifestación, así como de la necesidad
de una gestión plural en el día a día.
Todos conocemos qué significa enfermar. El mejor discurso es aquel que se
realiza a partir de la experiencia, a pesar de que ésta también deforma la
realidad. La experiencia es lo vivido o conocido por transmisión. En la
actualidad, hablar de la enfermedad es un riesgo porque ésta es diversa y la
lectura que se hace de ella depende del ámbito sociocultural en la cual se
presenta. Además, hoy no hay es homogénea en la manera de comprender la
persona, la salud, la enfermedad, la muerte. Hay numerosos elementos que
influyen en su aproximación: culturales, sociales, religiosos, ideológicos,
familiares y otros.
Diversidad, cambio y complejidad son conceptos que ilustran la actualidad y
la experiencia que se tiene de la enfermedad y del enfermar. El proceso saludenfermedad es un continuum a lo largo de la vida y la estrategia para abordarlo
no es solamente sociosanitaria, sino también existencial: afecta a la persona en
todos sus ámbitos y relaciones.
Referirse a enfermedad y actualidad es dibujar un perfil del momento
presente: un paisaje con cambios de formas sociales, de referentes culturales, de
dependencias económicas, de crisis ideológicas y de todo tipo. Todo eso invita
a dar un nuevo significado a los términos «bienestar» y «malestar». La
enfermedad refleja diversidad de formas, vivencias, representaciones e
interpretaciones. Existen un conocimiento científico de la enfermedad y una
técnica sofisticada, a veces, para abordarla y tratarla. Hay una dimensión social
de la enfermedad: causas, motivos, terapéutica y otros se inscriben en el marco
de las relaciones y de las interacciones sociales y en el de las posibilidades reales
de curación. Hay también un estilo de vida que favorece el enfermar, y a su
vez, la enfermedad provoca una manera de vivir con algunos rasgos comunes.
DESARROLLO
NIVELES DE REALIDAD DE LA ENFERMEDAD
ENFERMEDAD Y SOCIEDAD (PERSPECTIVA RELACIONAL)
ENFERMEDAD Y VIDA COTIDIANA
LAS NUEVAS FORMAS DE ENFERMAR
NIVELES DE REALIDAD DE LA ENFERMEDAD
Nivel etimológico (las raíces)
En todas partes, la manera de denominar la enfermedad tiene unas raíces en la
historia de las palabras; a la enfermedad se le reconocen unos orígenes, unas
causas y unos motivos que se abordan desde una clasificación muy genérica.
Este capítulo pretende dar una visión de todo ello desde diversos ángulos y
espacios. Los nombres de la enfermedad significan su sentido, ya que cualquier
signo de expresión lleva el sello de la enfermedad de alguien. Somos herederos
de una manera de denominarla que muestra diversidad de experiencias, todas
ellas derivadas del griego pathos, asthenia, nosos. O bien del latín infirmitas,
morbus, que también significan debilidad, mal.
«Deficiencia», «discapacidad», «minusvalía» son expresiones que se refieren a
una disminución en términos de debilidad, de carencia o ausencia, de
funcionalidad, de gestión del individuo en alguna de sus dimensiones. O bien
en la interacción de la naturaleza, de un organismo o institución, por ejemplo.
Discapacidad indica la falta de posibilidad para llevar a término las propias
facultades, mientras que minusvalía indica una situación que está por debajo de
las propias posibilidades naturales. Estas «situaciones vitales» no son
enfermedad, pero a menudo acompañan a la persona enferma. Ésta lo «siente»,
lo «padece», lo vive de esta manera: como un sentimiento (como algo que le
afecta), como una conciencia, como una decisión, como una interpretación.
Nivel etiológico (las causas)
Podemos dividir las causas en exógenas y endógenas respecto de la realidad que
enferma, ya sea el individuo, la naturaleza, la sociedad. El nivel exógeno se
refiere a aquel agente o suceso externo que se convierte en patógeno: un virus,
un accidente, unas condiciones de vida, factores climáticos o ambientales que
provocan un cambio nocivo que uno ha de reparar o al cual uno se ha de
adaptar. Tanto en una situación como en otra, la acción de intervención se
denomina «terapéutica», es decir, orientada a cuidar esta nueva situación.
En el nivel etiológico, el contagio es un elemento externo de la enfermedad.
El concepto de contagio no solamente se refiere al ámbito biológico (una
enfermedad infecciosa), sino también a otros espacios de vida y de relación: la
información que se transmite a través de los medios de comunicación puede
ser una vía de contagio de una manera de pensar que pretende influir en el
individuo y en la sociedad, por ejemplo. Desde otra perspectiva, los ambientes
asépticos de los centros sanitarios pueden convertirse en un lugar de contagio
de una manera de enfermar para la cual no se dispone de unas defensas
efectivas. La falta de conciencia crítica puede ser un lugar equivalente al
descrito y con parecidos efectos, ya que colapsa recursos propios de la persona,
tales como el de la evaluación de situaciones, percepción de posibilidades o de
decisión.
El nivel endógeno se refiere a la comprensión de la enfermedad como algo
que preferentemente proviene de la persona: la predisposición a, debida a un
tipo de constitución, temperamento, genética. Tales pueden ser, por ejemplo,
algún tipo de psicosis de cáncer (F. Laplantine, pp. 91-92), siendo difícil
desestimar alguna conexión del momento social y ambiental, de las relaciones
que establece el individuo con el mundo exterior, factores sociales como
elementos causales en lo que atañe a la salud y a la enfermedad (desigualdad
socioeconómica, insalubridad, ocio, alimentación). En este nivel, la referencia
al cáncer es bastante ilustrativa: se instala en el organismo y lo invade desde
dentro, a pesar de que el agente provocador se localice en el exterior. En
relación a las causas, es oportuno recordar aquello que dice, aludiendo a la
particularidad de cada organismo, H. Sigerist en su Introducción a la medicina
(1932): tres hombres caen de un barco: el primero contrae una neumonía, el
segundo se consume con un reúma y el tercero no tiene nada de nada.
Nivel filosófico
La filosofía surge de la capacidad del individuo para cuestionarse la realidad y
embelesarse con ella. Hay una íntima relación entre filosofía y experiencia; de
hecho, es la experiencia la que ofrece los recursos para preguntarse y
maravillarse por todo lo que nos rodea. De la cuestión surge la búsqueda de la
respuesta, la argumentación y la duda. También surge el silencio y la espera.
Del embelesamiento surge la atracción, el deseo, el rechazo, la aceptación.
Cada persona es un manual de filosofía, un río de cuestiones y búsqueda, una
cadena de encuentros y desencuentros. La filosofía no construye un mundo
abstracto, quizá representa en abstracto el mundo real.
Hay una íntima relación entre enfermedad y filosofía. También la
enfermedad es un «lugar» de cuestiones, investigaciones y dudas, en el que
surge tanto la aceptación como el rechazo, la enfermedad es un «lugar» de
silencios y de espera, donde tanto es posible descubrir el encanto de vivir como
la amargura de la misma vida. La enfermedad es un «lugar» lleno de
experiencias e, inevitablemente, la persona busca encontrar sentido a su
situación: es decir, la persona enferma busca que su situación le «diga» algo que
tenga un valor para ella.
La enfermedad desvela el carácter dependiente, limitado y finito de la vida.
Pone en evidencia la vulnerabilidad de la realidad: no solamente se trata de la
vulnerabilidad de la vida en sí misma, sino también de todo aquello de lo que
forma parte: las relaciones, los proyectos, las ideologías, las instituciones.
La enfermedad cuestiona la firmeza de criterios, ideologías y creencias. En
ella se experimenta el «sufrimiento» propio y el de los otros, y se buscan
respuestas que transformen la eficacia en bienestar. Desde lo que entendemos
por enfermedad se nos hace presente el significado de «prójimo»: aquel que está
cerca de mí y reclama (necesita) mi atención (cuidado). El itinerario
terapéutico no es otra cosa que un «cuidar» al otro: «cuidar» al paciente que
está próximo.
En esta breve referencia a la relación entre enfermedad y filosofía no se puede
pasar por alto el hecho de que la enfermedad es uno de los «lugares» de toma
de conciencia de sí mismo: oportunidad de conocerse gracias precisamente a las
características que acompañan a la enfermedad. Desde la enfermedad se
descubre la realidad del espíritu no como una idea que forma parte de un
discurso etéreo, sino como una realidad que forma parte de la experiencia. Se
descubre el espíritu como una realidad consistente, como aquello que
realmente es y hace ser. El espíritu es la condición de posibilidad para ejercer la
libertad: desde la enfermedad se descubre la vulnerabilidad, la dependencia y, a
la vez, ser libre: conocerse y poder decidir.
ENFERMEDAD Y SOCIEDAD (PERSPECTIVA RELACIONAL)
En este aparatado se toma conciencia de que enfermedad no es solamente algo
que acontece en el ámbito biológico o funcional, o bien en el de la
interioridad, sino también en el de las relaciones que se establecen y de las
estructuras que las enmarcan. No solamente esto, a veces unas y otras favorecen
la presencia de la enfermedad y, a la vez, su comprensión y resolución. En la
actualidad, las ciencias humanas y las sociales son imprescindibles para
describir y comprender la enfermedad, el enfermar y sus repercusiones.
Enfermar también es un hecho social, tiene lugar dentro de las relaciones que
el individuo establece con su entorno, generando un proceso. El primer nivel
de este proceso tiene lugar en las relaciones del individuo consigo mismo
cuando se da cuenta del «cambio» que le supone enfermar: cómo lo
comprende, qué lectura hace de ello, qué consecuencias tiene para él. Se
denuncia a sí mismo la presencia del fenómeno de la enfermedad. Pero el
presente del individuo actúa con otras situaciones de convivencia que le
rodean, más allá de la propia situación que le afecta, y de ellas no puede
desentenderse. Tales situaciones pueden tener distintos significados y sentidos,
y distinta valoración según las circunstancias que la acompañen. Un mismo
hecho, enfermar, se convierte en un fenómeno distinto según la persona
afectada y el modo como se articulen las relaciones que la envuelvan y en las
cuales actúa.
La perspectiva relacional contempla que todo acto humano se inscribe en el
nivel de las relacionales sociales, y éstas pueden asumir diversas características,
además de relacionarse con todos los espacios de la vida. La relación se
establece por aquello que uno dice del otro, por aquello que uno hace con el
otro, por aquello de uno que afecta al otro, y a la inversa. Por ejemplo, el sida
es una enfermedad relacional con un agente biológico; la anorexia es una
enfermedad relacional con un agente social de consecuencias y manifestaciones
biológicas.
La primera relación que el enfermo establece es con uno mismo. Más allá de
este nivel más inmediato, se debe hablar del entorno cercano: aquel que
envuelve al individuo y en el cual actúa (doméstico), y hacerlo extensivo a los
recursos que ofrece la red social tanto para favorecer la enfermedad como para
prevenirla o atenderla. El enfoque relacional debe tener en cuenta el
protagonismo del propio sujeto en todo el proceso: aquello que piensa, decide,
quiere, comprende, sus capacidades y posibilidades. Las causas y formas de la
enfermedad tienen un valor simbólico inscrito en las relaciones que la persona
establece con un entorno en el que también cuentan las variables de espacio y
de tiempo (lugar geográfico, climatología: espacio de vida, tiempo histórico,
por ejemplo).
Aquí es oportuno enumerar un tipo de relaciones de atención que
desencadena la enfermedad: relaciones de autoatención/autogestión, en las
cuales el responsable es la misma persona o su círculo íntimo, otro nivel es el
doméstico como un «lugar» en el cual se da un tipo de atención primaria: es el
primer nivel de atención social en cualquier cultura y sociedad. Este es el lugar
donde la persona vive una parte de sus sufrimientos como una experiencia que
afecta a su proceso de vida y la expresa a través de su subjetividad. Cuando
hablamos de atención primaria distinguimos, pues, dos niveles: el primero se
refiere a todo lo dicho anteriormente, y la atención primaria sanitaria la
situamos en un segundo nivel respecto al anterior. Por otra parte están el nivel
popular y el institucional, que se consideran aparte.
Las condiciones de vida de la persona o del grupo inciden en el proceso de
salud y enfermedad como generador de un estilo de vida que puede ser
preventivo, provocador o favorecedor tanto de la salud como de la enfermedad.
El concepto «estilo de vida» está relacionado con la conducta del sujeto y no es
ajeno a las relaciones que él establece. Mayoritariamente, aquello que se
entiende como «normal» se ha elaborado a partir de maneras de vivir que se
hacen propias. Algo parecido podemos decir con respecto al concepto de
«normalidad» social.
ENFERMEDAD Y VIDA COTIDIANA
«La vida cotidiana se presenta como una realidad que la persona interpreta y
que resulta subjetivamente significativa, como un mundo dotado de
coherencia» (P. L. Berger, T. Luckman, p. 37). Todo tiene su nombre y su
significado. La vida cotidiana es un mundo en propiedad («el mío»),
caracterizado por la intersubjetividad: comunicarse a través de un lenguaje
reconocido y compartido. La intersubjetividad se agrieta cuando la
comunicación se ve interferida por algo extraño que fuerza la comprensión y
empuja a situarse en un espacio «distinto».
La enfermedad es una realidad que interfiere la coherencia de la
cotidianeidad, ya que empuja a la persona enferma a recogerse, cerrarse, en el
ámbito de su intimidad, de su identidad resignificada. A su vez, pide que el
entorno penetre en un espacio nuevo y no querido: el de la enfermedad o,
mejor dicho, del enfermo. La enfermedad rompe la transferencia espontánea
del día a día y reclama ser su referente. El enfermo subjetiviza el espacio común
y construye un mundo personal marcado, en parte, por las peculiaridades que
la enfermedad impone y por las oportunidades que él tiene. Todos los espacios
comunes se ven afectados por pequeñas o grandes formas de enfermar. La
enfermedad provoca toda una organización sociosanitaria, planifica la vida del
enfermo, impone o sugiere unos criterios de prevención. Moviliza ciertos
valores éticos y morales (por ejemplo, el asunto de la sangre contaminada o la
producción de medicamentos genéricos) y pide que el ritmo cotidiano se
adapte al hecho de que alguien ha enfermado.
En todos los lugares de la vida particular y social surgen numerosas
estrategias, a distintos niveles, con el objetivo de hacer frente a los problemas, a
las maneras de vivir, a la adaptación de quien enferma. A su vez, surgen
estrategias de soporte, de acogida o atención, de tipo asociativo (civil,
religioso), o particular, como fruto de una variedad de motivaciones. Los
proyectos de cooperación internacional respecto la salud-enfermedad pasan por
abordar la potenciación de la salud y la problemática de la enfermedad en la
realidad de cada «lugar», en sentido internacional y local. La precariedad social
es un nuevo mundo para un hecho demasiado viejo que forma parte del día a
día, y es un reto para la construcción de la salud en un mundo afectado por
graves y resistentes padecimientos: pobreza, marginación, amontonamiento,
conflictos provocadores de clásicas enfermedades biológicas y funcionales;
provocadores de necesidades de salud que requieren la intervención del ámbito
social, con una gestión pública marcada por la eficacia.
LAS NUEVAS FORMAS DE ENFERMAR
El binomio «enfermedad» y «biología» no se puede separar. Uno se refiere al
otro y cuando se habla de enfermedad se entiende que algo del organismo se
tambalea de forma perturbadora. Pero esto no señala una relación de
exclusividad sino que aquello que en términos generales entendemos por
enfermedad repercute en cierta medida en la biología humana, en su
representación corporal.
Ya lo vamos viendo, enfermedad equivale a conflicto, pérdida, desorden,
sufrimiento que modula unas condiciones y un estilo de vida peculiar que es
sufrido por la persona enferma y no deja indiferente a nadie, ni al propio
enfermo ni a su entorno. La enfermedad contiene un mensaje que hay que
descifrar y se representa en múltiples formas: accidentales (el accidente, al
enfermedad leve-grave), intermedias (la fatiga, la inactividad), estilos de vida
(los comportamientos, la medicación). Las «nuevas formas» de enfermar son
aquellas que surgen como resultado de un nuevo contexto social que propicia
nuevas condiciones y un nuevo estilo de vida. En las «nuevas formas» de
enfermar a menudo hay un factor desencadenante de tipo social que cede
protagonismo al sector sanitario. Otras tienen su origen en el progreso y la
aplicación de nuevas tecnologías, por ejemplo, la contaminación por
exposición personal al agente contaminante o ambiental.
El estrés, la depresión, los accidentes de carretera, la obesidad, son formas
actuales de enfermar que, a menudo, corresponden a un estilo de vida
propiciado por el contexto social. Fundamentalmente, la intervención se realiza
en el sistema sanitario, cuando, en realidad, sería necesario un análisis de por
qué determinados estilos de vida se dan en aquel sector de población y por qué
son compartidos por sus miembros. Entonces, el término «prevención» no se
dirigiría tanto a corregir comportamientos, como a favorecer determinados
cambios sociales en cada contexto.
CONCLUSIÓN
Hablar de niveles de realidad de la enfermedad no significa establecer fronteras
que delimiten espacios, sino distinguir espacios interrelacionados, aunque sea
por la dificultad que supone identificarlos. Hoy, y en todas partes, la
enfermedad se refleja en el perfil de las diferentes opciones sociopolíticas y
económicas a través de las cuales se modifican las condiciones de vida del
individuo y de su hábitat.
El proceso salud-enfermedad-atención está relacionado con la actitud que,
como individuo y como sociedad, uno lleva a término a lo largo de su vida. La
intervención capaz de transformar un proceso de enfermedad en un proceso de
salud, pasa por hacer existencialmente significativa la falta de coherencia social
que afecta a las particularidades, y a la inversa.
Considerar que hay una suma de factores y procesos que pueden dar
a un mismo fenómeno un significado y un sentido distintos. Ciertos
«sufrimientos» son etiquetados como patológicos si influyen
negativamente en la convivencia.
La consideración filosófica de la enfermedad aporta un horizonte
creativo a los sufrimientos que la acompañan.
La enfermedad avala la construcción de saberes y técnicas a nivel
individual, popular y social, así como una actitud y condiciones de
vida referidas a una convivencia y a unas relaciones.
Actualmente, el alcance significativo de la enfermedad se extiende a
cualquier realidad humana y actividad vital.
El estilo de vida es un concepto que recoge la multicausalidad de la
enfermedad. También de la salud. Su protagonismo es de primer
orden.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
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Película:
Llueven piedras (1993). Dir.: K. LOACH. Gran Bretaña.
El jardinero fiel (2005). Dir.: F. MEIRELLES. Gran Bretaña.
3.
LAS DIMENSIONES DE LA ENFERMEDAD:
PSICOORGÁNICA (DISEASE), SUBJETIVA (ILLNESS), SOCIAL
Rosa M. Boixareu
(SICKNESS)
OBJETIVO
Aproximarnos a la enfermedad desde tres perspectivas de significado.
Desde la Antropología de la Medicina, el sistema médico es un sistema cultural
que interpreta la enfermedad, sus causas y los procesos que provoca en la
cultura popular y en su respuesta terapéutica. Las representaciones de la
enfermedad son leídas desde el sistema médico, pero son representadas por la
persona enferma a través de unas señales, signos y síntomas, en una
subjetividad construida por el medio cultural y por una sociedad que responde
a las necesidades y a las exigencias del enfermo.
La historia de la interpretación de la enfermedad también es la historia de la
cultura y de la sociedad que convive con ella. Es decir, la historia de la
enfermedad es la de la realidad humana: según sea la lectura y la interpretación
que se hace de la vida y del mundo, la enfermedad tendrá un significado u
otro. La enfermedad siempre será una experiencia personal vivida desde las
relaciones sociales, desde la realidad clínica, desde el itinerario terapéutico,
desde la aceptación (o el rechazo) del entorno.
Tres dimensiones de esta experiencia son las que se comentan en este
capítulo: la psicoorgánica, la subjetiva y la social, siguiendo la terminología que
la lengua inglesa ha ido introduciendo al respecto denominándolas como
disease, illness y sickness, respectivamente.
En 1972, H. Fabrega hace referencia a la dimensión biológica de la
enfermedad como disease, y los criterios sociales y psicológicos para designar
que alguien está enfermo como illness. En 1982, A. Young hace algo parecido
con el término sickness aplicándolo a la dimensión social de la enfermedad, e
identifica illness con la dimensión cultural de la misma.
DESARROLLO
LA DIMENSIÓN PSICOORGÁNICA. DISEASE
LA DIMENSIÓN SUBJETIVA. ILLNESS
LA DIMENSIÓN SOCIAL. SICKNESS
LA DIMENSIÓN PSICOORGÁNICA. DISEASE
La dimensión psicoorgánica de la enfermedad es la que nos parece más
adecuada. Sea porque afecta al organismo y a su funcionamiento (algo muy
cercano a nosotros mismos), sea por una cierta tradición que favorece la
relación unívoca enfermedad-biología.
Disease, indica una alteración o un debilitamiento de las actividades
normales del organismo, del funcionamiento de sus órganos: es la consecuencia
de un mal funcionamiento del organismo humano. Es un término técnico que
también puede ser aplicado a un animal, un fruto o una planta. El binomio
normalidad-anormalidad va asociado a disease pero no nos resulta un obstáculo
para su comprensión, ya lo hemos considerado en el bloque correspondiente a
la salud.
Disease y biomedicina
Disease se identifica con la objetiva observación de las señales, signos y
síntomas de las formas biológicas y funcionales de la enfermedad: para la
biomedicina, disease es la expresión de una enfermedad, eso provoca una cierta
uniformidad en la descripción, diagnóstico y tratamiento (práctica) biomédico.
Disease es un concepto biomédico y, dicho con mucha precaución, desde la
biomedicina se ve como un concepto libre de condicionantes culturales
inmediatos, sin olvidar que la biomedicina ya es un sistema cultural. La
Antropología de la Medicina la hace objeto de estudio precisamente por las
interacciones que observa entre disease y entorno sociocultural: por ejemplo, los
signos y los síntomas clínicos de una enfermedad se observan y se comprenden
considerando las interacciones que se dan entre biología y cultura (cambios
biológicos, modificaciones genéticas, etcétera), ecología y comportamiento (los
cambios de hábitos o de actitudes están en relación con el entorno). Estos
signos y síntomas pueden variar y mutar según el ámbito sociocultural.
Disease y factores etiológicos
Es importante señalar la relación entre modelos culturales y la distribución de
la disease entre la población, ya que ésta refleja unas condiciones de vida y sus
estilos. Los programas de prevención de la enfermedad y de promoción de la
salud deben tener en cuenta esta distribución, y por qué se da de ésta manera y
no de otra.
Las variaciones de la disease también responden a la edad, al sexo, la clase
social… Hay un tipo de hábitos y comportamientos que predispone a ciertas
manifestaciones psicoorgánicas: hábitos higiénicos, comportamientos sexuales,
regímenes alimentarios, ideologías, creencias, prácticas, y demás atentan contra
la salud, la modifican y evidencian un tipo de sintomatología.
Algunos autores hablan de la disease como de un mecanismo de adaptación
al entorno, un proceso desencadenado por una interacción entre un entre un
huésped y un entorno agresivo: visto así, la infección es una condición
necesaria pero no suficiente para que se produzca la disease (F. Sargent-M.
Johnson, p. 184). Por ejemplo, la malnutrición o la falta de higiene pueden ser
factores desencadenantes de la virulencia de un tipo de microorganismos que
actúan dentro del organismo como agentes de la disease y que influyen en el
comportamiento del individuo de acuerdo con el contexto sociocultural. Esto
puede dar lugar a unas particulares señales, signos y síntomas de enfermedad, a
la acomodación o el rechazo.
En otras situaciones, el hecho traumático puede ser condición necesaria pero
no suficiente para que estas situaciones se conviertan en signos de discapacidad
o minusvalía: por ejemplo, un accidente puede ser el factor desencadenante de
una minusvalía que actúa como agente de la disease y que influye en el estilo de
vida de la persona afectada de acuerdo con el contexto sociocultural. Esto
puede dar lugar a la acomodación o al rechazo.
Los factores etiológicos de la disease son múltiples y en ellos influyen los
estilos de vida junto con determinantes sociales y culturales. Algunos factores
que contribuyen a esta causalidad son: factores genéticos (ciertos tipos de
discapacidad hereditaria), nutricionales (dietas deficientes o excesivas),
medioambientales (agentes físicos, contaminación), biológicos (infecciones),
psicosomáticos (factores psíquicos como causantes de disease orgánico),
biomédicos (efectos de un tipo de intervención sanitaria, de una medicación),
etcétera.
Todo ello, nos lleva a destacar la interacción entre disease y comportamiento.
La importancia de los comportamientos culturales en la etiología de la disease
se ilustra con la emergencia de nuevas infecciones en espacios concretos de los
centros sanitarios actuales; así, un tipo de hongos en zonas esterilizadas de
centros hospitalarios refleja un ámbito cultural concreto y sus
comportamientos. Por otra parte, la mutación de la disease de algunas
enfermedades según el ámbito cultural (sida, ébola…) en conjunto, da a
entender que la disease no pertenece solamente al campo biomédico, sino que
comparte su «preocupación» con otras disciplinas. Como la salud.
LA DIMENSIÓN SUBJETIVA. ILLNESS
El concepto illness es complejo. Se refiere a la dimensión subjetiva de la
enfermedad: aquel «sentimiento» de incapacidad para las relaciones y las
actividades del día a día que acompaña al enfermo paciente: cómo lo vive, lo
expresa y lo representa. Sentimiento, expresión y representación no son ajenos
al entorno sociocultural. Si disease más bien se refiere al punto de vista del
espectador, illness lo hace desde el punto de vista de un actor que tiene mucho
de autor: es la perspectiva del paciente, la narración de la experiencia de su
sufrimiento. La illness puede moldear un nuevo estilo de vida, ya sea por
imposición de la misma enfermedad o a partir de la conciencia que se adquiere
de la situación y sus posibilidades, con tal de poder vivir plenamente la
existencia.
En la Antropología de la Medicina, illness se refiere a la dimensión cultural
de la enfermedad. Este planteamiento no se opone a lo dicho antes, ya que
subjetividad y dimensión cultural están estrechamente relacionadas entre sí.
Más aún si recordamos que son las personas quienes construyen y transmiten
cultura, es decir, son agentes culturales principales y activos.
En la lectura subjetiva de la salud-enfermedad tiene mucho que ver el marco
de creencias del individuo, así como el contexto de normas y el significado
moral de la vida. Cuestiones religiosas, filosóficas y éticas conviven a la hora de
significar y expresar qué es la enfermedad. Disease muestra la vulnerabilidad
biológica del ser humano, mientras que illness muestra su vulnerabilidad
personal. Por ejemplo, la manera de vivir algunas enfermedades está
influenciada por la tendencia del contexto social: la inquietud y el desconcierto
en el caso del cáncer, o la evaluación moral en el caso del sida. La lectura
personal del cáncer o del sida no es ajena a las circunstancias sociales.
Disease — illness
Disease e illness se encuentran dentro del espacio humano en una convivencia
difícil de disociar. Las antiguas concepciones sobre contaminación, tabú e
higiene, quedan en el substrato de nuestras percepciones sobre la salud y la
enfermedad. Así, hablando en términos generales, las enfermedades infecciosas
arrastran una historia de algo considerado como «mal visto», ya que el enfermo
puede contaminar a los otros con el mal que le afecta (la idea de contagio). No
es extraño ver cómo, a veces, se asocia la idea de contaminación con la de
higiene: algunos ritos de purificación pueden tener su origen en este contexto:
la religión extrae de la vida criterios de expresión y comprensión religiosa,
haciendo que el ámbito de lo profano interaccione con el de lo sagrado en la
vida individual y comunitaria. Desde esta perspectiva, disease e illness
(manifestación psicorgánica y lectura personal) se influyen mutuamente según
las circunstancias socioculturales: el enfermo es alguien «manchado» y
«apartado» de la comunidad. Y así lo vive.
Siguiendo la misma línea de reflexión, hay enfermedades que aún conservan
el estigma del tabú: son prohibidas o no aceptadas por la comunidad; el
enfermo es culpabilizado y se siente rechazado y marginado por el sólo hecho
de estar afectado de tal enfermedad. Por ejemplo, en su momento fue la peste o
la lepra, en un tiempo más cercano podemos referirnos a la tuberculosis o al
cáncer. En la actualidad, el sida o cualquier trastorno patológico relacionado
con el comportamiento. En realidad, no deja de ser una manera (un intento)
de justificar (de explicar) el dolor y el sufrimiento humano. Es un intento
particular y colectivo de dar respuesta a la cuestión: y esto, ¿por qué? y ¿por qué
a mí? Es la pregunta sobre el sentido de la vida. De hecho, el enfermo vive la
enfermedad en el rechazo y la búsqueda o el cuestionamiento sobre su sentido.
Illness y contexto sociocultural
Actualmente la dimensión subjetiva de la enfermedad también recibe la
influencia de las características que acompañan a nuestro tiempo. Por ejemplo,
el fenómeno de la secularización ofrece una nueva manera de entender y
expresar la salud y la enfermedad desmitificando, erosionando y reformulando
teorías tradicionales. Si el movimiento de secularización «cuestiona la autoridad
en términos absolutos y es el reclamo de saber y comprender el alcance y los
límites de la libertad humana», también puede cuestionar (y cuestiona) la
comprensión de la salud y la enfermedad de manera unívoca, estimulando la
libertad y la creatividad humana para transformar una situación de enfermedad
en un proceso de salud.
Illness y sufrimiento
La persona enferma siempre es paciente: alguien afectado por una situación
concreta que la vive como una amenaza vital. El paciente narra su experiencia a
partir de los signos de enfermedad que experimenta: es un relato en primera
persona que interpreta y es interpretado.
La dimensión de la illness es importante para plantear los «modelos de
comunicación» ya que la subjetividad tiene sus límites (por ejemplo, de
memoria) y sus influencias (por ejemplo, de transmisión), que pueden
distorsionar la interpretación e incidir en un diagnóstico o un tratamiento; o
bien porque propone, por sí misma, una alternativa a la hora de comprender la
naturaleza de la enfermedad.
Illness muestra un estatus social con implicaciones en la construcción de la
identidad de la persona enferma. La enfermedad no solamente lesiona la
integridad biológica del paciente, también compromete su integridad y su
inserción social. Incluso leída en términos biológicos, puede ser consecuencia
de una «situación social». Recordemos lo ya dicho respecto a «la geografía del
hambre» y añadámosle el ámbito popular o familiar.
LA DIMENSIÓN SOCIAL. SICKNESS
Sickness se refiere a la dimensión social de la enfermedad. Es decir:
Aquello que la sociedad produce y es causa de enfermedad.
Aquello que le enfermedad provoca a nivel social.
Al reconocimiento que la sociedad hace del enfermo como tal.
Las respuestas a las cuestiones que provoca su situación: por ejemplo,
los procesos asistenciales que desencadena.
Al hablar de la dimensión social de la enfermedad (sickness) algunos autores se
decantan por el concepto de «proceso asistencial», «ya que permite integrar en
el mismo tanto al enfermo como al profano, como al especialista, como a la
institución» (J. M. Comelles, Diccionario, p. 557). Entendemos por proceso
asistencial las prácticas que se aplican a quien se reconoce como necesitado de
asistencia y los contextos sociales implicados, teniendo presente que las
prácticas surgen y se transforman en un contexto cultural. Por ejemplo, el
subdesarrollo es la causa de ciertos problemas de salud que se formulan a nivel
de un conjunto de factores —históricos, ideológicos, de política económica, de
distribución y uso de fármacos— que definen la organización y planificación
sociosanitaria, la práctica profesional o la situación del paciente; en definitiva,
constituyen un conjunto de relaciones en las cuales se introducen los «procesos
asistenciales». Sickness se referiría a estos «procesos» y sus contextos: sickness se
refiere a la dimensión social de la enfermedad.
Los problemas sociales son de interés de la epidemiología social; el
alcoholismo, las toxicomanías, la violencia o la inmigración desencadenan
procesos asistenciales que originan interacciones entre lo social, lo cultural, lo
biológico y lo personal. A su vez, la propia biomedicina y determinadas
tecnologías (por ejemplo, la fecundación in vitro) muestran, en la dimensión
de sickness, un alcance extraordinario que integra directamente otras disciplinas
y exige revisar modelos o paradigmas vigentes. Por ejemplo, ¿cómo resolver
conflictos en los cuales da lo mismo elegir, priorizar, distribuir o buscar
criterios alternativos?
A. Young y M. Taussig
En la Antropología de la sicknes se pueden distinguir dos corrientes: la de A.
Young y la de M. Taussig.
Para Young, el paciente está subsumido en las fuerzas sociales. La
sickness es la forma en que cada sociedad normativiza la translación de
signos en síntomas, la forma en que se enlazan sintomatologías con
etiologías e intervenciones, y se legitiman éstas. Siendo las fuerzas
sociales las que deciden qué es salud y qué enfermedad, lo cual no
está desligado ni de los procesos económicos y políticos, ni del marco
histórico.
Young muestra, principalmente, que la utilización de herramientas
propias de la tecnología biomédica destruye recursos propios e
impide otros de atención primaria para los cuales no hay presupuesto,
ya que se ha agotado con la sofisticación, en perjuicio de las capas
sociales bajas.
Taussig cuestiona el modelo biomédico. Se trata de combinar el
modelo biomédico con otros modelos estratégicos: curandería,
herboristería, acupuntura, balneoterapia… Reconoce la dificultad de
trabajar sin tocar el modelo biomédico. Sería necesario ver cómo se
puede trabajar en otros modelos sin rasgos biomédicos.
Sickness busca ir más allá en las vivencias del individuo, ya que se
considera que éstas están condicionadas por la red social. Se fija en las
condiciones históricosociales y económicas implicadas en el hecho de
enfermar.
Desde un tipo de Antropología de la sickness se hace una fuerte
crítica a la Antropología de la illness, ya que se desvincula del marco
social en el cual se da la enfermedad. Pero si se tiene en cuenta la
dimensión subjetiva, se puede advertir que el punto de vista expuesto
es la conexión que hay entre las tres dimensiones. Es más, si se tiene
presente lo dicho hasta ahora, se podrá advertir de que es imposible
desvincular la realidad personal de la red de relaciones que ésta va
construyendo, precisamente porque son como son.
CONCLUSIÓN
Hablar hoy de la enfermedad como disease, illness o sickness, significa disponer
de una perspectiva amplia y tener en cuenta su trasfondo histórico. Sobre todo
en las sociedades occidentales, disease se acerca a los parámetros biomédicos;
illness «recuerda» la versión personal del enfermar: es la versión personal en el
marco sociocultural; sickness, como dimensión social de la enfermedad, es el
reconocimiento de la persona enferma como tal y todo lo que ello comporta.
En Antropología, disease y sickness corresponden a la perspectiva etic, illness a
la perspectiva emic. Se trata de un nuevo lenguaje con el cual se expresan
realidades, inquietudes e influencias que uno descubre en el de la enfermedad.
Una nueva manera de denominar, clasificar y significar qué y con qué se vive
desde siempre.
La enfermedad se define, al menos, en función de tres perspectivas de
significado: biológico, personal y social.
Cada una de estas perspectivas tiene su «código de lectura», su
criterio evaluativo relacionado con la situación del paciente.
Cada una de estas perspectivas define qué es la enfermedad sin que
necesariamente haya coincidencia o contradicción entre ellas.
Los «procesos asistenciales» son procesos sociales de construcción y
ejecución humana provocados por la enfermedad. Son la respuesta a
la necesidad de ser cuidado y cuidar.
La enfermedad es un «lugar» en el cual es posible desplegar las
posibilidades humanas con tal de vivir plenamente la existencia.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Narrativa:
DELIBES, M. (1959), La hoja roja. Barcelona: Salvat.
VALVERDE, C. (2004). En tránsito de sueño en sueño. Barcelona: El Cobre.
Película:
Go now (1995). Dir.: M. WINTERBOTTOM. Gran Bretaña.
Pintura:
MUNCH, E. (1893). El grito. Museo Munch. Oslo.
PICASSO, P. (1937). Guernica. Museo Reina Sofía. Madrid.
4.
LA EXPERIENCIA HUMANA DE LA ENFERMEDAD
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Enunciar algunas situaciones que hacen de la enfermedad vida vivida, evocada y
narrada.
La experiencia es la vida vivida, evocada y narrada, fuente de conocimiento y
de valoración que nace y crece en una convergencia de relaciones que van desde
el diálogo con uno mismo hasta el diálogo con el entorno y alcanza una
diversidad de matices, situaciones y circunstancias. La enfermedad es una
posibilidad a lo largo de la vida, y afecta a esta vida. No deja indiferente: la
enfermedad humana siempre es sufrida por alguien, y observada por los otros;
es narración de vida. La enfermedad construye un tipo de sufrimiento:
construye algo vivido y sentido por uno mismo sin dejar indiferente al entorno.
Es preciso recordar que la enfermedad es un proceso. Un proceso que tiene
lugar y se relata a lo largo de la vida, que inquieta y se quiere resolver
satisfactoriamente. Es positivo, a favor de la persona enferma. La vida humana
se desarrolla entre una cadena de procesos, algunos de los cuales se producen a
causa de la enfermedad o del hecho de enfermar. Entre estos procesos destacan
la misma vida que se vive desde la cronicidad: la enfermedad vivida a lo largo
de un tiempo; desde el hospital: la enfermedad normativizada, como respuesta
social al sufrimiento humano; desde la convalecencia: un tiempo de impasse
provocado por la enfermedad, enunciador de un tiempo de salud: cada uno de
estos procesos ejerce una influencia crítica en los planteamientos de futuro; a su
vez, desposee a la persona de falsas seguridades dibujando en el horizonte de su
vida la realidad del límite y la necesidad de los otros.
No solamente esto. A través de la enfermedad se reconoce la capacidad
humana de transformar una realidad enfermiza en algo amable y generador de
sentido: se descubre la posibilidad real de hacer de la enfermedad una acción de
salud.
DESARROLLO
ENFERMEDAD Y BIOGRAFÍA HUMANA
LA CRONICIDAD
EL HOSPITAL
LA CONVALECENCIA
ENFERMEDAD Y BIOGRAFÍA HUMANA
La experiencia es una manera de conocer (de aprehender) la realidad. Forma
parte de la vertiente práctica de la vida humana. De este tipo de práctica surge
un discurso que se va construyendo y deconstruyendo con la experiencia.
Por esto, cuando nos referimos a la experiencia humana de la enfermedad
entendemos que ésta, principalmente, es conocida (es aprehendida) por la
persona enferma. El testimonio directo del enfermo y su valoración es el mejor
texto para acercarse a ella. Después habrá que ordenar el relato, buscarle los
puntos de convergencia, las diferencias, las particularidades según el enfermo,
según la enfermedad, según las circunstancias. También la literatura y el cine,
como narración de la realidad y de la fantasía, nos permiten acercarnos a la
vida del enfermo en diversas épocas y situaciones. Solamente a través de la
experiencia accedemos a conocer algo, ella es el punto de partida.
Distinguimos dos niveles de experiencia: el propio (vivido en la propia vida)
y aquel que se nos hace accesible a través del relato de otros. La experiencia
enseña a redefinir el valor de las cosas, de la compañía con uno mismo, a
encontrar la proximidad óptima con los demás: enseña a redefinir el valor de
aquello que hay y a encontrar la distancia óptima con aquello que ya no puede
ser. Algunos autores se refieren a la «intuición» como experiencia primaria y
otros se refieren a la experiencia como cuna de la sabiduría.
Biografía y experiencia están íntimamente unidas. La biografía es la
experiencia propia, particular: la de una persona en concreto, de una
institución, o de un pueblo; a menudo, biografía e historia se confunden. Da
lo mismo, lo importante es la experiencia de las personas y sus comunidades, la
narración como transmisora de una vivencia que se comparte con quien
escucha o lee. Lo importante de la biografía y de la historia es que sus
protagonistas son las personas mostrando espacios particulares y, a la vez,
comunes.
La enfermedad forma parte de la historia y de la biografía humana. La
historia de la enfermedad es la biografía de las personas, de los pueblos, de las
épocas que han vivido y padecido la enfermedad. También es la historia de los
afanes por prevenirla y combatirla. A menudo, la «preocupación» por la salud
surge a raíz de la experiencia de la enfermedad. Salud no solamente no se
identifica con ausencia de enfermedad, sino que precisamente es posible hablar
de salud a partir de la experiencia de la enfermedad. Entonces, la enfermedad
es generadora de un proceso de salud.
La enfermedad se concibe como algo propio («mío») de una persona
concreta, de una institución, de una época. La conciencia de enfermedad hace
que esa persona posea este «episodio» de su vida: lo haga suyo, lo denomine, lo
evoque, lo narre como tal. Se es autor y actor de la propia enfermedad. Por
ejemplo, nos referimos a «mi hepatitis», al «hambre de Etiopía», cómo fue la
«peste de Atenas» o el «terremoto de Managua». E, incluso habiendo algo en
común en cada hepatitis, hambre, peste o terremoto, hay mucho de personal,
de particular, que lo hace distinto de las otras hepatitis, hambres, pestes o
terremotos porque es la «mía», la concreta, y se vive como tal.
La enfermedad siempre es una ruptura biográfica: impone unas
modificaciones en la organización precisa de la vida, poniendo en entredicho el
sentido de la existencia, la imagen que uno tiene de sí mismo y las
explicaciones que se dan. En la enfermedad hay una cierta pérdida del «yo»
íntimo, un cambio en la identidad personal que resulta difícil evaluar en la
inmediatez. Implica también un sufrimiento existencial.
LA CRONICIDAD
La cronicidad es un proceso de larga duración. Una enfermedad crónica tiene
esta característica. A menudo, esta «larga duración» es «para toda una vida» y a
veces se la acompaña con la calificación de «irreversible». El asma, la esclerosis
múltiple, la diabetes o la hemofilia son enfermedades que comparten la
característica de «crónicas» a pesar de que haya pocas semejanzas entre ellas.
Pero la idea de cronicidad no solamente se aplica a enfermedades que afectan el
organismo, también se aplica a algunas incapacidades físicas o psíquicas, a la
vejez o la jubilación. Lo mismo podemos decir respecto de la pobreza, la
malnutrición, el analfabetismo. En términos generales, no todas las situaciones
de cronicidad constituyen una amenaza vital, pero exigen el aprendizaje de
adaptarse a la «novedad» a fin de poder vivir con ella.
El concepto de normalidad encuentra en el espacio de la cronicidad una
excelente muestra de su ambigüedad: aquello que puede ser visto como
«anormalidad» en relación con los demás, para el paciente crónico se convierte
en «normal»: es su vida, la que se va constituyendo según los padecimientos que
la afectan. La buena gestión de la cronicidad pide tener en cuenta este aparente
contrasentido, tanto por parte de la persona afectada como por parte del
entorno.
A menudo, la atención sanitaria está pensada y planificada para
enfermedades de «corta duración», siendo la asistencia familiar o social, pública
o privada, la que asume la atención al enfermo crónico o a las situaciones de
cronicidad. La cronicidad es un «lugar» de experiencia del cuerpo: del cuerpo
físico, social, político o religioso. Es capaz de provocar una mutación de la
experiencia y una deconstrucción de su significado que puede abrir la puerta a
una creatividad constructora de salud (de sentido) hasta entonces ignorada.
El paciente crónico
Al paciente crónico le preocupan dos cosas: la supervivencia y la calidad de
vida. Algunos de los interrogantes con los cuales se enfrenta el enfermo crónico
son los siguientes:
La incertidumbre por el curso de la enfermedad: el futuro es una caja
cerrada, no se sabe qué puede ocurrir. Es difícil hacer proyectos a
largo plazo porque el futuro es cuestionado.
Las secuelas de la cronicidad: cómo afectarán, qué consecuencias se
pueden derivar.
Un incidente imprevisto. La enfermedad puede dar un vuelco y
agravarse; entonces surge algo inesperado que puede complicar la
situación y el pronóstico.
El coste económico que supone el «plus» de la cronicidad.
La estimación que hace el entorno sobre su situación. Cómo será
clasificada: qué afecciones y desafecciones puede provocar.
En la cronicidad, la persona afectada es protagonista de la situación: está
obligada a elegir y a tomar iniciativas (dejar que los otros asuman estas
funciones, de hecho ya es una elección). La enfermedad puede modificar
relaciones familiares, laborales, de ocio; son frecuentes los problemas
emocionales, psicológicos, de cuestionamiento del sentido de la vida. Se ha de
aprender a gestionar el modo de vida que la cronicidad va modulando, se ha de
renegociar estratégicamente el sentido de la vida a partir de aquello que hay,
teniendo en cuenta aquello que puede ocurrir de improviso. Se ha de aprender
a «normalizar» la vida, readaptarse a su novedad.
Al paciente crónico también le acompaña una cierta descalificación
(estigmatización) social, que puede no ser visible a sus ojos, pero sí vivida en la
reticencia del entorno; es un tipo de descalificación a menudo provocada por
una lectura e interpretación cultural de la enfermedad: hay enfermedades «mal
vistas» (por ejemplo, el histerismo, la epilepsia, el sida). A veces, hay signos
visibles de esta cronicidad (por ejemplo, la pérdida de cabello, una amputación,
un estilo de vida) que producen una reacción negativa en los observadores.
Entonces, la persona afectada tiende a esconder el atributo que la descalifica, y
así ser aceptada como «normal». Intenta reducir su condición con el fin de no
ser objeto de una atención que incluso puede llegar a la marginación y el
escarnio.
El mal crónico y el mundo social
La enfermedad no es solamente una cuestión que atañe al cuerpo y a su
funcionamiento, y el origen del mal físico puede ser diverso. El concepto de
enfermedad social viene de lejos.
Enfermedad social no es solamente la que afecta a un número considerable
de personas de un grupo social, la que suscita el interés colectivo o afecta al
conjunto de la sociedad, o que es susceptible de contagiar a otros miembros del
cuerpo social. El concepto de enfermedad social se extiende a aquellas
situaciones patológicas que, provocadas o favorecidas por el medio social,
afectan a sus miembros y los margina del resto. La enfermedad social está
ligada a sus condiciones y estilos de vida: en el siglo XVIII, J. P. Frank ya lo
evidenciaba con la sentencia «La miseria es fuente de enfermedad».
Por un lado, el mal crónico apela a la conciencia colectiva tanto en medidas
preventivas de todo tipo como en necesidades asistenciales, más allá de las
estrictamente sanitarias aunque sin obviarlas. Por otro lado, el mal crónico
sacude la sensibilidad humana hacia el sufrimiento, hacia aquello que afecta y
no deja indiferente: un miembro de la comunidad se encuentra en una
situación de vulnerabilidad evidente que se prolonga en el tiempo. La eficacia
de las formas de soporte social se ven potenciadas en el caso de la cronicidad.
La experiencia de la soledad se acentúa, pide a la persona que intente encontrar
coherencia a su situación y de sentido a esta nueva experiencia. El soporte de la
red social ejerce una función terapéutica y se pueden distinguir en él diversos
niveles:
El nivel íntimo, el más cercano. Aquel que pertenece al «yo», al
encuentro con uno mismo.
Aquellos pequeños servicios que favorecen un sentimiento de vida
acomodada; por ejemplo, llamadas telefónicas, correspondencia,
contribuyen a que la persona se sienta interesante y se interese por los
otros.
La red de relaciones familiares, laborales, de ocio… Insertarse en
otros círculos de relación, sentirse atraído por el día a día. Mantener
el contacto.
Las asociaciones de afectados donde se facilitan, al menos,
encuentros, información o asesoramiento de todo tipo.
La cronicidad repercute en diversos espacios de la vida social: privado,
cotidiano, político, religioso, y otros.
EL HOSPITAL
El hospital es uno de los lugares privilegiados de la experiencia humana de la
enfermedad, desde los puntos de vista del paciente, profesional y social. El
hospital es un lugar en el cual se vive la enfermedad y se aplica la práctica del
saber profesional. En principio, es un lugar de paso, a menudo es el lugar en el
cual el enfermo experimenta la soledad, la distancia, el desvalimiento y la
dependencia que provoca su situación. A menudo, también, es el lugar donde
el enfermo muere y sus familiares experimentan los límites del saber humano.
El hospital es un mundo particular, propio. Ocupa un lugar especial en la
vida social. Las relaciones tienen unas características distintas (profesionales,
con los pacientes, familiares, administrativas, académicas). Son unas relaciones
mediatizadas por el saber científico y la técnica: el paciente y su entorno lo
espera todo de esta sabiduría y esta técnica. Es un lugar mágico, mezcla de
angustia y de esperanza, de recursos y de posibilidades frustradas, lleno de
elementos incomprensibles para el profano que lo interpreta a su manera según
la perspectiva y el conocimiento que tiene de la vida y del mundo. El hospital
es un ámbito cultural que posee su propio lenguaje, su simbolismo, sus
tradiciones, sus hábitos y comportamientos.
El hospital representa un sector de la clínica, la práctica y la investigación
sobre la salud, el padecimiento y la enfermedad. En la actualidad, aquel arte de
curar hipocrático encuentra en el hospital un lugar de ejercicio privilegiado
donde la técnica puede convertirse en arte y de la relación con el paciente
puede hacer un «lugar» de filantropía, es decir, de búsqueda de su bien, de su
salud. En el hospital, todo lenguaje tiene un papel destacado: las palabras, el
gesto, la modulación de la voz, la actitud, las técnicas, los olores, el espacio
físico conforman un ambiente particular que conduce al paciente a sentirse en
un mundo distinto dentro de su mundo.
A menudo, el enfermo hospitalizado se caracteriza por un cambio en su
manera de ser. Se convierte en protagonista pasivo de su vida, experimenta una
cierta pérdida de interés por aquello que le rodea (no por su enfermedad), y
presenta un comportamiento que puede oscilar entre la agresividad y la
sumisión; dispone de un tiempo de ocio inacabable, carece de
responsabilidades y es objeto de una notable disminución de sus capacidades
de decisión. En el hospital, el paciente es normativizado: «ahora toca hacer
esto», «ahora no toca hacerlo». Es un espacio homogeneizado donde el paciente
se refugia en sí mismo, se abandona en una soledad con regusto a aridez y
añora su espacio doméstico: ¿«Cuándo podré ir a casa…?»
El hospital marca el ritmo de organización de la vida de sus habitantes,
pacientes, profesionales, familiares, quienes pasan a depender de la estructura y
de las prioridades establecidas por el centro. El hospital pretende reincorporar
al paciente a una «normalidad» de vida: la del centro. El paciente hospitalizado
y su entorno más cercano han de encarar este nuevo aspecto de su vida. En
realidad, este paciente reconoce en su situación de enfermo un problema que le
preocupa y cuya solución, en gran parte, está en manos de «otros». En
conjunto, el hospital comporta un nuevo aprendizaje de «ser enfermo», es
decir, comporta hacer proyectos desde la hospitalización.
El hospital debería ser el lugar de aquella curación que mezclada con la
experiencia y con la técnica, pasa de «práctica», a «arte». Y en este «arte», se
trata al enfermo y a su enfermedad como paciente de una situación de la que,
al menos, quiere sentirse alejado. El arte de curar significa retornar al paciente
la capacidad de retomar la decisión responsable sobre su propia vida.
E. Goffman
E. Goffman (1922-1982), sociólogo canadiense, analizó las interacciones entre
los individuos y en la sociedad como representaciones teatrales por lo que hay
que prestar atención al «medio», a los «actores» y al «rol» que desarrollan.
Muestra la actividad hospitalaria como un lugar en el cual el enfermo se
recupera, a pesar precisamente del hospital. Según Goffman, en el hospital lo
que importa es la «máscara» de la persona, no aquello que es. El rol del
«enfermo hospitalizado» es diferente del rol del enfermo de T. Parsons. Aquél
desnuda al paciente de su identidad: es el hospital quien impone una
organización, un estilo de vida y un tratamiento las 24 horas del día. El
paciente, a menudo, es excluido de las decisiones y no es suficientemente
informado.
Goffman hace del paciente un producto del sistema hospitalario. Quizá
olvida que el paciente es alguien que puede cambiar (modificar) el sistema,
puede discutir las decisiones, opinar, participar… Sobre todo el paciente
actual, que cada vez es se siente más protagonista de su papel.
LA CONVALECENCIA
En el Museo Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, hay una pintura de María
Gutiérrez Blanchard (1881-1932) titulada La convaleciente. Comentaristas de
la obra atribuyen a su autora una sensibilidad poco corriente y una gran
capacidad para deslizarse en el interior del ser humano. Quizá porque ella
misma fue una convaleciente permanente, supo captar con el pincel la
debilidad física y el ánimo vencido por la enfermedad: un ánimo, a la vez,
animado por una fortaleza interior que hace del cuerpo espejo de la
enfermedad y del espíritu, reflejo de la salud.
La convalecencia es un momento de aprendizaje: se miden las propias
fuerzas: lo que las resta, lo que las recupera, lo que conviene. Se dibuja el
futuro en el horizonte de una vida que languidece debido a la enfermedad. A
veces, uno se enfrenta a cambios irreversibles que pueden afectar a la propia
identidad, como puede suceder en ciertas discapacidades adquiridas (por
ejemplo, parapléjicos). La convalecencia es una parada definitiva, a medio
camino de la salud y de la enfermedad. Es una forma de sufrimiento revestida
por la reflexión y el deseo: la reflexión sobre el futuro y el deseo de alcanzar el
bienestar. Es la representación que va del giro que provoca la enfermedad al
resurgimiento paulatino de la salud. Y entre medio, el tratamiento.
H. G. Gadamer se refiere al «tratamiento» como «una palabra muy elocuente
y significativa» (p. 116). El tratamiento no es solamente la aplicación de saberes
y de técnicas contrastadas anteriormente: es un espacio de colaboración entre el
paciente y las prácticas y los saberes que se le aplican. Es la participación en el
«poder hacer» juntamente con. Es un tiempo de convalecencia. Para el paciente
y para su entrono, el tratamiento es la posibilidad de reconstruir algo
desbaratado por la enfermedad. El tratamiento no es la simple reproducción de
unos saberes y de unas prácticas: es una correspondencia terapéutica, un
intercambio de servicios donde cada uno ofrece al otro los recursos que éste
necesita y no tiene. Recordemos que el paciente es el espejo de aquello que uno
seria si estuviera en la situación del otro.
De hecho, la relación que surge a causa de la enfermedad ya es un
tratamiento a través del cual uno es acompañado y, además, es motivo de cura,
de atención.
CONCLUSIÓN
La experiencia es la vida vivida, evocada y narrada. La experiencia es la
conciencia de aquello que va sucediendo. La enfermedad introduce en la
experiencia un factor de perturbación a diferentes niveles, en la medida de ella
misma y en la de los recursos de que se disponga.
La enfermedad es un acontecimiento que turba la vida, perturba el
bienestar (Gadamer, 1994).
La enfermedad ocupa un tiempo y un espacio en la biografía personal
y en la historia colectiva. Es una presencia para uno mismo y para los
otros.
Estar enfermo significa estar presente de una manera distinta a la
conocida hasta ahora.
La enfermedad es un lugar de aprendizaje. Desde la enfermedad, se
aprende a convivir, a aceptar, a rebelarse, a mirar y a vivir.
La cronicidad, el hospital, la convalecencia son «situaciones» que
surgen a raíz de la enfermedad y se puede leer desde el enfermar tanto
particular como social.
Desde la enfermedad, el bienestar es un sentimiento de ir hacia bien,
que puede ir a mejor.
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Película:
Cuarta Planta (2003). Dir.: A. MERCERO. España.
Pintura:
KAHLO, F. (1944). e Broken Column.
5.
LOS «MODELOS» DE LA ENFERMEDAD: LAS REPRESENTACIONES Y SUS
SIGNIFICADOS
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Resaltar la construcción de unos «modelos» a través de los cuales la enfermedad ser
representa y es representada como un fenómeno pluridimensional de diversos
significados.
La enfermedad es un proceso complejo. Su interpretación escapa a los motivos
o causas estrictamente biológicas. El procedimiento para abordar tanto la salud
como la enfermedad implica un conocimiento que no se limita a una
disciplina. El diagnóstico (reconocimiento de la enfermedad) y la terapéutica
que deberá seguirse no se pueden aplicar de un modo homogéneo. Llevar a
cabo una lectura universal y particular de los factores convergentes que se ven
implicados en el fenómeno de la enfermedad, obliga a buscar perfiles de
referencia denominados «modelos de enfermedad».
Los «modelos» son la explicación-interpretación de las realidades y se
elaboran para conocer una de ellas en concreto. Son esquemas generales que en
nuestro ámbito permiten ver la estructura inicial del proceso de la enfermedad:
aquello que emerge alterando significativamente las funciones de la persona, de
su organismo, impidiendo que ésta se relacione y se desenvuelva en su medio y
provocándole daños de diversas características y consideración. Cuando
hablamos de «modelo» de enfermedad, hablamos de lo que le concierne; de
ninguna manera pretendemos domesticar el discurso ajustándolo a una
estructura fija: el «modelo» es activo, capaz de transformarse con la realidad.
Este capitulo hace un breve recorrido por los cuatro modelos de base de F.
Laplantine. La bibliografía da fe de otros «modelos» aparte del citado.
DESARROLLO
LA CONSTRUCCIÓN DEL «MODELO»
«MODELOS» DE LA ENFERMEDAD
LA CONSTRUCCIÓN DEL «MODELO»
La noción de enfermedad y la práctica terapéutica son producciones sociales
culturalmente determinadas: es decir, son construcciones humanas dentro de
unas categorías de pensamiento forjadas en el marco de una cultura. La noción
de enfermedad y la práctica terapéutica son una manera de representar la
realidad, una realidad que se ve así en aquel lugar y momento determinado,
aunque no ignora diversas influencias de todo tipo: religioso, político,
económico o tradicional; por ejemplo, según el enfoque de cada autor, la
historia de la medicina nos presenta la enfermedad como un suceso biológico
(conjunto de síntomas y manifestaciones de la lesiones del organismo o una
alteración fisico química del mismo) o como un suceso capaz de poner en
cuestión el sentido de la propia existencia o la organización social.
Son de capital importancia los elementos que se utilizan y el proceso que se
sigue en la construcción de la noción de salud o de enfermedad, así como la
definición de su núcleo de interés. Humanizar la atención al enfermo (es decir,
humanizar la terapia) significa reconocer la existencia humana como el suceso
preeminente en el cual se produce la enfermedad. De aquí se deriva que ésta se
inserte en un contexto pleno de sentido.
Junto con la precomprensión de la enfermedad, actualmente se produce una
reconceptualización de aquello que se entiende como tal y de la práctica
terapéutica que de ella se deriva. A todo esto no es ajeno el reclamo de aplicar
las humanidades a la denominadas disciplinas cientificotécnicas. La percepción
de la enfermedad desde el punto de vista médico y científico, por tanto, no es
la única existente. Por ejemplo, el sida ha contribuido a entender la relación
entre los factores biológicos y socioculturales de la enfermedad: el sida, hoy día,
ha puesto de relieve la importancia del cuerpo como sistema simbólico de
expresión y de representación de una salud y de una enfermedad entendida
más allá de los parámetros biomédicos.
Hay que decir que la percepción subjetiva de la persona sobre su enfermedad
no es la misma que la de un observador, sea éste un profesional de la salud, un
familiar o perteneciente al entorno social. Es necesario distinguir unos matices
que no siempre coinciden: una cosa es la narración del enfermo y otra la
narración del profesional. Las «lecturas» que proponemos al final de cada
capítulo son una muestra de este último aspecto.
A partir de una determinada concepción de la salud, el grupo percibe y
evalúa la emergencia de un fenómeno anormal sin que a esta percepción le sean
extraños los diversos factores políticos, económicos, religiosos o sanitarios,
como tampoco le es ajena la variabilidad de referencias utilizadas para construir
el «modelo» y los criterios con que se organizan. Por ejemplo, la Antropología
de la Medicina enfatiza la consideración de la relaciones entre medicina y
cultura, es decir, entre los factores biológicos y todo lo demás, mientras que en
la Antropología de la Salud se parte de las personas y, desde ellas, se abre el
abanico de interacciones recíprocas y con el entorno.
Todo esto no constituye una cuestión menor porque de aquí se deriva un
«modelo» de curación y sanación. Por ejemplo, si la enfermedad es
comprendida en términos de representación mágica religiosa (la enfermedad
como castigo de las fuerzas sobrenaturales o de la divinidad), el modelo de
curación y sanación se construirá a partir de la comprensión del enfermo como
culpable y merecedor de punición; entonces la terapia se orientará
principalmente hacia unas formas ritualizadas según las creencias o el marco
religioso.
Por el momento hemos abordado la construcción social de la enfermedad
que se produce en una sociedad concreta y en un momento histórico
determinado; de la construcción de un «modelo», hablaremos a continuación.
El «modelo»
Un «modelo» es una construcción teórica elaborada a partir de aquello
observado y vivido que pone de manifiesto lo que a veces los discursos olvidan:
el «modelo» representa una sensibilidad. Los modelos no son una parte de una
historia sino que pretenden abrazar toda esa historia: por ejemplo, los modelos
de enfermedad quieren representar todo un mundo de experiencia, incluso
aquello que esta experiencia se calla. Los modelos permiten descifrar y analizar
la constelación de factores que intervienen en la enfermedad con el fin de
construir un sistema de atención y de sanación. Los modelos son sistemas de
representación, facilitan la comparación con otros sistemas y con otros discursos:
es decir, con otros saberes y con otras prácticas; con otras respuestas a la
enfermedad, y, por tanto, con otras formas de comprenderla e interpretarla.
Los «modelos» son autónomos: es decir, son la expresión teórica de lo vivido y
observado. Por tanto, hay una diversidad de modelos que sirven a la
legitimidad de la experiencia que reflejan o que los ha construido. Sin
embargo, esto no quiere decir que no se establezcan vías de comunicación o de
interacción entre ellos, ni que uno descalifique al otro. Simplemente, surgen, se
transforman y se influyen mutuamente.
Una cuestión muy interesante es la comparación de los «modelos».
Comparación que, a veces, permite ver ciertas contradicciones que de otra
manera podrían pasar inadvertidas. La comparación permite estudiar las
relaciones, la variabilidad y las posibilidades de otros recursos terapéuticos
hasta el momento desconocidos. La comparación permite plantear la
reinterpretación de la enfermedad a partir de categorías distintas a las
contempladas en un primer momento. Por medio de la comparación, se
pueden estudiar los procesos de transformación de los «modelos», analizar la
evolución propia de cada uno de ellos y relacionarla con la de los demás. Esto
exigirá contextualizarlos socioculturalmente, impidiendo la desintegración de
este factor en las medidas terapéuticas que se deberán tomar. Hoy es
impensable desatender el contexto social de cualquier «modelo» que se
proponga, cualquiera que sea la situación a la que se refiera. Por ejemplo, en el
caso del sida, la comparación entre los modelos de enfermedad permitirá
ponerla en un nuevo contexto y ampliar así las perspectivas de la orientación
terapéutica que se proponga. También permitirá tomar cierta distancia, dada la
singularidad de cada narración de la enfermedad.
Es importante insistir en lo dicho en la introducción de este capítulo: el
«modelo» no es una estructura fija y acabada: es activo, se transforma y
evoluciona en contacto con la realidad. Más bien es un lugar de encuentro entre
lo visto y lo vivido, entre los espacios personal y colectivo, entre la biografía y
la historia. Una de sus características es la reversibilidad; otra es que el
«modelo» no contiene soluciones. Éstas se proponen a partir de su estudio y
análisis, a partir de los significados que representa.
El «modelo» debe ser capaz de sugerir significado y sentido a la experiencia,
ya sea como representación de la salud o de la enfermedad, porque ni una ni
otra son exclusivamente una producción biológica y sociocultural: también son
una construcción personal.
«MODELOS» DE ENFERMEDAD
F. Laplantine
Laplantine se apoya principalmente en testimonios literarios para clasificar y
desarrollar los «modelos de enfermedad». Se sirve del relato literario como
intermediario entre los factores culturales y los biomédicos, por decirlo de
alguna manera. El texto literario es el testimonio de la persona enferma, quien
relata su experiencia y el sentido de la misma por medio de la letra escrita. L. F.
Céline, A. J. Cronin, E. Ionesco, . Mann, F. Mauriac, M. Proust, M.
Yourcenar... son algunos de los autores estudiados.
De entre los testimonios literarios, selecciona el caso típico de la misma
manera que el investigador selecciona el suyo, distinguiendo el espacio del
enfermo (caracterizado por el sufrimiento) y el espacio del médico (del
profesional de la salud) como sujeto socialmente legitimado para llevar a
término el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento. Su objetivo es primar la
perspectiva del paciente, a menudo demasiado olvidado, y poner de relieve la
variabilidad de interpretaciones de la enfermedad, según sea la experiencia del
paciente, o la perspectiva del profesional.
Laplantine construye unos modelos teóricos buscando unas líneas comunes,
a partir de lo que denomina «las formas elementales de la enfermedad» y
teniendo presente la disparidad cultural y las variabilidades individuales que se
dan en una misma sociedad. Estos «modelos» responden a tres exigencias
principales: 1. Ser distinto a las normas de interpretación elaboradas por las
diferentes culturas. 2. Estar en relación con la realidad (debe poner de
manifiesto aquello que las diversas «narraciones» esconden). 3. Tener un
carácter metacultural. A partir de aquí, el autor construye cuatro pares de
modelos combinando:
Un grupo etiológico: ontológico-relacional; exógeno-endógeno;
aditivo-sustractivo; maléfico-benéfico (entiende la etiología del tipo
científico, subjetivo y social diferenciando las narraciones en tercera
persona-objetivas y en primera persona-subjetivas).
Un grupo terapéutico: alopático-homeopático; aditivo-sustractivo;
exorcístico-adorcístico; sedativo-excitativo.
Con esto analiza la doble constelación etiológica-terapéutica que rige los
sistemas de representación de la enfermedad y la curación, las convergencias y
divergencias entre los discursos del enfermo y los del profesional, la crítica al
pensamiento biomédico, las relaciones entre enfermedad y el mundo de lo
sagrado (relaciones entre santidad y salud, castigo y enfermedad, curación y
recompensa). La complejidad de la red que establece Laplantine para la
construcción de los «modelos» ya indica de por sí la complejidad del hecho de
la enfermedad y su curación, a pesar de que la mayoría de las enfermedades
participan de diversas etiologías, sobrepasando el dualismo con que se nos
presentan los «modelos«.
No se trata de oponerse a un sistema de representación o a unas formas de
interpretación, sino de buscar modelos más ágiles (flexibles) que permitan
alcanzar al máximo la realidad del fenómeno que nos interesa, desvistiéndolo
de presupuestos ideológicos de cualquier tipo. En nuestro caso, el fenómeno
que nos interesa es la enfermedad, y no olvidemos la triple terminología que
emplea la lengua inglesa cuando se refiere a ella (disease, illness, sickness).
Formas elementales de la enfermedad: modelos etiológicos
Modelo ontológico y modelo relacional
Constituye la matriz de todos los modelos, ya que está transversalmente
presente en todos los otros. Se compone del modelo ontológico y del modelo
relacional.
Respecto del primero, la salud y la enfermedad tienen entidad propia,
autónoma para con su huésped o portador. La medicina occidental se enmarca
dentro de esta tradición de las especies, las lesiones, las especificidades
etiológicas (gérmenes, virus, microbios, la penetración en el cuerpo de algo
extraño).
Respecto del segundo, la situación patológica está provocada por la ruptura
del equilibrio con uno mismo, con el cosmos o con el entorno (medio social).
Se piensa la enfermedad y la salud como una relación perturbadora o
satisfactoria. La enfermedad es considerada como un trastorno por exceso o por
defecto. El centro de interés es la persona enferma. Es la concepción
hipocrática de la enfermedad: los síntomas son el efecto de las variaciones de
los «cuatro humores» (la salud como la justa proporción de estos «cuatro
humores»).
En la historia de la medicina, estos dos modelos han tenido una presencia
equilibrada, a veces con la prevalencia de uno sobre el otro.
Modelo exógeno y modelo endógeno
Indica la situación recíproca de la salud y de la enfermedad. De esta segunda
reproducción forman parte el modelo exógeno y el modelo endógeno.
Respecto del primero, la enfermedad está determinada por un factor externo
al organismo. La imputación etiológica puede ser tanto química ( por ejemplo,
la causa de una infección que puede ser de naturaleza bacteriana o parasitaria),
como social (la polución, el ruido, la vivienda, las condiciones de vida, un
accidente).
Respecto del segundo, el mal se desarrolla en el interior del sujeto. Por
ejemplo, el carácter, la constitución personal, las predisposiciones, el
patrimonio genético…
El paso del modelo ontológico al relacional se realiza por continuidad en las
relaciones y la evolución de estas dos reproducciones: por ejemplo, en un
contexto en el cual hay una explicación exógena de la enfermedad, este carácter
exógeno se debe sobre todo al estilo de vida. Entonces, el paso del
microbiologismo al sociologismo es posible sin que la sociedad o los individuos
que la forman cambien los sistemas de representación. Pero en un contexto en
el cual hay una explicación endógena de la enfermedad, el paso del modelo
ontológico al modelo relacional solamente puede suceder por una
transformación del sistema de representación, ya que la enfermedad se entiende
como algo interior del individuo, y, por tanto, el entorno tiene poca
incidencia, ya que la búsqueda de las causas va siempre acompañada de
representaciones morales.
Modelo aditivo y modelo sustractivo
En la tercera reproducción encontramos el modelo aditivo, según el cual la
enfermedad se debe a algo que se añade al organismo y lo envenena. Este
modelo es común en la brujería, en algunas religiones y en la medicina
occidental (biomedicina): la enfermedad es una presencia extraña que se
introduce dentro del cuerpo, la enfermedad es vista como un enemigo.
Para el modelo sustractivo, la enfermedad se debe a la falta o la pérdida de
algo: la anemia, la atrofia, la amnesia pueden servir como ejemplo. La
intervención terapéutica es de tipo aditivo o restitutivo: un tratamiento o un
ritual de devolución que se ilustra con el siguiente comentario: la patología de
otras épocas históricas a menudo estaba marcada por la debilidad
(constitucional), la carencia (nutricional) o la ausencia (de higiene). En la
actualidad, la patología viene marcada por un exceso de energía, información,
alimentación, consumo. Por ejemplo, el cáncer como proliferación de células
malignas, un exceso.
Modelo maléfico y modelo benéfico
Esta última representación califica y significa las interpretaciones precedentes.
Al lado de las representaciones ya vistas, hay una dualidad que se sitúa entre el
sentido y el sinsentido, el valor positivo o negativo de las representaciones
anteriores. Se trata del modelo maléfico y del modelo benéfico.
El primero ve en la enfermedad un suceso nocivo. Es necesario recordar que
la enfermad es una perturbación no solamente biológica sino también social: el
enfermo se ve y es visto como un miembro devaluado de la comunidad. La
enfermedad es algo indeseable.
El segundo, el modelo benéfico, ve surgir de la enfermedad una realidad
positiva: la experiencia de la enfermedad es vivida como una aportación de
bienes. La enfermedad tiene un valor, un sentido, se ve y vive como un
acontecimiento que aporta «beneficios» de diversa consideración. La
enfermedad se vive como una experiencia significativa de una vida que hasta
entonces tenía un sentido indefinido. Es la enfermedad como punto de partida
de un proceso de salud al cual se ha hecho referencia a lo largo de los capítulos
anteriores.
Modelos de curación
Todo acto profesional establece un ligamen entre el modelo patológico y el
modelo terapéutico. El objetivo de la construcción de un modelo de
enfermedad es, a partir de éste, la construcción de un modelo de curación.
Laplantine propone los siguientes:
Modelo alopático-homeopático
El modelo alopático (biomedicina) interviene cuando la patología del paciente
se presenta como un conflicto que agrede el organismo del enfermo: por
ejemplo, las terapias modernas como los antibióticos, la quimioterapia o
terapias del comportamiento.
El modelo homeopático consiste en la prescripción de un remedio capaz de
reproducir miméticamente un cuadro de manifestaciones similares a la
enfermedad: por ejemplo, la sensibilización del organismo hacia la enfermedad
le da a aquél los medios de defensa, como en el caso de las vacunas. El hecho
de comunicar la enfermedad, ya es una protección contra ella.
Modelo aditivo-sustractivo
El modelo aditivo y el modelo sustractivo están asociados a una visión
ontológica de la enfermedad. En el primero, la acción terapéutica trata de
añadir o restituir aquello que ha sido sustraído: por ejemplo, la prescripción de
un tipo de alimentación o de movilizaciones, o un acto quirúrgico. En el
segundo, el tratamiento pretende eliminar el factor que ha penetrado dentro
del organismo: el eructo, las flatulencias, el estornudo, son conductas
corporales sustractivas, como lo fueron en su tiempo en la práctica médica las
sangrías, los cataplasmas, o un tipo de actos quirúrgicos como la extracción de
un órgano o una parte del mismo.
Modelo exorcístico-adorcístico
La tercera alternativa terapéutica que propone Laplantine es el modelo
exorcístico y el modelo adorcístico. En el primero de ellos, la curación es
entendida como un combate contra la enfermedad que se ha de extraer del
cuerpo o del espíritu del enfermo. El adorcismo es lo contrario: el terapeuta
acompaña al enfermo, y le conduce a un proceso iniciático o educativo de la
enfermedad: la enfermedad se considera como un estado privilegiado, un valor
capaz de introducir al enfermo a un nivel superior de la existencia. En un
extremo se sitúa un tipo de prácticas sociorreligiosas con una concepción muy
particular de lo sagrado (chamanismo); pero en otro nivel, el adorcismo
también se puede ver como una actitud terapéutica que busca considerar al
enfermo como el principal agente de su curación.
Modelo sedativo-excitativo
El primero intenta reequilibrar el organismo inhibiendo o frenando los
procesos desproporcionados; por ejemplo, con la prescripción de calmantes y
prácticas de relajación, o con la sofrología. En el segundo, la situación se
invierte: se pretende provocar la estimulación del organismo o de la
personalidad; son ejemplos, la gama de balsámicos, afrodisíacos, hipertensivos,
o las terapias de grupo para liberar emociones o energías bloqueadas.
CONCLUSIÓN
Estos modelos6 y la interacción de los significados que representan están
presentes en nuestra cultura, en nuestra manera de ver y entender la
enfermedad. El paciente afectado por un conflicto de tipo orgánico, se expresa
en términos ontológicos y busca que el profesional le repare el órgano o la
función deteriorada. Pero hay más. Este paciente busca en el profesional un
buen técnico y también alguien en quien confiar y que le escuche: busca el
reconocimiento del otro y su protección. Vemos cómo el nivel ontológico
disimula significados más profundos: la enfermedad es una experiencia
personal y social en la cual tanto el paciente como el profesional son expresión
de múltiples significados (Casalone, p. 244).
La experiencia de la enfermedad nos revela la posibilidad de sus
diversas representaciones e interpretaciones.
Ningún «modelo» ni discurso es capaz de agotar la representación y la
interpretación de la enfermedad. El significado siempre es relativo,
según el sistema de representación por el cual se opta.
El «modelo» es una forma de representación que quiere reconstruir e
integrar aquello que se interpreta. Debe ser un instrumento de
análisis flexible, ya que el discurso sobre el «modelo» reconoce
múltiples experiencias y de interpretaciones.
Los «modelos» no se dan aisladamente sino que hay una continuidad,
una comunicación entre ellos.
Los «modelos» de enfermedad remiten a «modelos» terapéuticos de
curación.
El estudio y el análisis de los modelos etiológico-terapéuticos hace
evidente la articulación del espacio biológico-culturalpersonal.
Del análisis correlativo de los «modelos» propuestos, se desprende, al
menos, que las causas de la enfermedad son culturales e intrínsecas.
También se desprende una resignificación de la enfermedad como
fenómeno pluridimensional con diversos significados y una
resignificación del «modelo» terapéutico centrado en la persona y sus
«necesidades».
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6.
LA ENFERMEDAD, CUESTIÓN SOCIAL
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Extender la comprensión de la salud y de la enfermedad a todos los ámbitos de la
vida social.
La enfermedad es una cuestión social. Al hablar de los clásicos griegos ya se
hizo mención de la dimensión social de la salud y de la enfermedad en la
relación entre la armonía en la convivencia, en la búsqueda de las causas
naturales de la enfermedad por parte de la escuela hipocrática, en las
condiciones físicas y las influencias de diversos factores del entorno, o en la
atribución del origen de algunas enfermedades, todo ello con las consiguientes
cargas morales. Todo esto dibuja las características del espacio de convivencia
humana: armonía participativa, calidad del entorno físico y social,
preocupación sanitaria, desarrollo de la protección social, junto a un concepto
de bien y de bienestar en el cual se integra la responsabilidad moral.
Entender la salud y la enfermedad como una cuestión social viene de lejos,
con una cierta discontinuidad a lo largo de la historia. Por ejemplo, recordemos
lo que supuso a comienzos del siglo XIX la medicina anatomoclínica, y, a
mediados del mismo, la denominada medicina experimental: para ésta, la
enfermedad se debía a alteraciones funcionales que se podían arreglar. Más
tarde, las consecuencias de la microbiología y el impacto del descubrimiento de
los antibióticos, junto con nuevas técnicas de diagnóstico y de terapéutica,
parecen oscurecer la influencia y la incidencia de las causas y los motivos
sociales de la enfermedad.
No se puede pasar por alto algunos de los autores que, con su reflexión
alrededor de la salud, incluyen la importancia de la influencia del espacio
social. Por ejemplo, B. Ramazzini (1790), cuyo pensamiento queda reflejado
en estas dos frases: «Las condiciones de vida originan un estilo de vida que
favorece una forma de enfermedad», y «Cada clase social padece un tipo de
enfermedad debida a su manera de vivir»; R. Villermé (1782-1863), analizó los
mecanismos de actuación en las «causas» sociales de las enfermedades («el estilo
de vida»); R. Virchow (1847), para quien la medicina es una ciencia social y la
política no es nada más que una medicina a gran escala; A. Grotjahn (1911),
según el cual las condiciones socioeconómicas deben de ser analizadas
científicamente como causa de enfermedades, con lo que introdujo el concepto
de patología social.
Pero todo este mapa de progreso pone en evidencia sus propios límites y sus
dificultades: los conceptos de diferencia y de desigualdad a menudo califican
diversas patologías con raíces y consecuencias sociales.
DESARROLLO
DESIGUALDAD Y DIFERENCIA
SOCIOLOGÍA DE LA ENFERMEDAD
LOS «LUGARES» SOCIALES DE LA ENFERMEDAD. LAS RELACIONES SOCIALES
LA PROTECCIÓN SOCIAL
DESIGUALDAD Y DIFERENCIA
La diferencia siempre se produce en relación con algo. Se difiere de los otros en
unos aspectos, nunca del todo: hay algo en común, una especie de «materia
prima» que permite localizar semejanzas en las diferencias. A su vez, hay algo
de distinto que permite advertir los diversos niveles e intensidades de la
diferencia. Todos somos diferentes, complejos. Todos somos semejantes, en
tensión constante. La diferencia es una cualidad, no un reproche. Otra cosa es
el grado de sintonía entre las diferencias. Otra cosa es cuando la diferencia se
hace destructora; manipuladora, no administradora; impositora, no educativa;
cuando uno hace de su diferencia un derecho particular que no contempla el
de los demás.
La noción de diferencia es importante en el tema de la salud y de la
enfermedad. Las diferencias y las desigualdades en salud son motivo de
preocupación pública internacional: reflejan desigualdades socioeconómicas, de
recursos, de desarrollo, culturales. Hay diversidad de desigualdades: de
constitución, de calidad de vida, de oportunidades, de recursos, de edad; en el
acceso a los recursos sanitarios, en la comprensión de la prevención y
promoción de la salud; en la respuesta del individuo frente a un padecimiento
o una situación de salud-enfermedad.
Por ejemplo, en la relación entre el profesional de la salud y el paciente, el
diálogo pretende poner en relación dos mundos diferentes, dos lenguajes con
sus contextos y valores específicos, es decir, dos culturas —la del profesional y
la del paciente—, a fin de facilitar la comprensión, la aproximación de la una a
la otra, y obtener un beneficio (la «curación») para el paciente. Es necesario
discernir también qué diferencias y desigualdades son causa y motivo de
injusticia, y cuáles son naturales.
La diferencia es un concepto relacional. Remite a la comparación y necesita la
reflexión (preocupación). Por ejemplo, la representación social del paciente
pone de manifiesto las diferencias de clase y los desajustes en las estructuras
sociales en los cuales uno vive. Pero hay más, también pone de manifiesto
planteamientos, capacidades y oportunidades particulares que pueden ser tanto
causa como consecuencia de aquello que, en términos generales, denominamos
injusticia social. Los sentidos y las sensaciones influyen en la captación de la
realidad; influyen en la percepción que el profesional de la salud (el cuerpo
sociosanitario) tiene del paciente y de su situación. De su diferencia. Por
ejemplo, a menudo las oportunidades de acceso a una calidad asistencial
marcan las diferencias sociales.
Diferencia, preocupación (reflexión) y comparación son conceptos que
incorporamos al discurso social sobre la enfermedad.
Desigualdad y exclusión. Somos desiguales porque somos diferentes. La
diferencia nos muestra la necesidad de la desigualdad. Por ejemplo, una misma
enfermedad puede ser descrita en la literatura científica con unos signos y unos
síntomas que muestran cierta universalidad, pero su expresión y vivencia es
particular, diferente. ¿El tratamiento también? Se debería ver qué matices o
cambios introduce el paciente en la descripción y la vivencia del padecimiento
que lo hace no exactamente igual a otros ya conocidos. Podemos decir que la
génesis de la desigualdad es la diferencia. La historia nos ofrece numerosos
ejemplos, pero la desigualdad que centra nuestra atención es aquella que
provoca un riesgo de calidad, de sentido, de bienestar, a nivel particular y
social: a igual oferta, desigualdad de acceso a los recursos, al bienestar, al
sentido. A la salud. La diferencia y la desigualdad pertenecen al terreno de la
normalidad, pero ésta no excluye la patología y cuando la desigualdad es
marginadora y excluyente, entonces se trata de una desigualdad patológica: es
una amenaza vital y se vive como tal. Esto se puede ilustrar con la pobreza y el
significado de sus representaciones.
Entendemos que es en el espacio de la comunidad donde se pueden
compartir y ensayar respuestas y nuevas formas de normalización de la
desigualdad patológica: los problemas relativos a este tipo de desigualdad
pueden encontrar una vía de solución de las carencias y necesidades concretas
en la intervención a partir de los grupos pequeños. Podemos decir que la
comunidad es el lugar de la prevención de estos tipos de desigualdades que
pueden llegar a ser excluyentes.
La pobreza: causa y consecuencia de la enfermedad
La pobreza es un lugar humano considerado clave para el desarrollo de la «mala
salud». En los países denominados «pobres», hay un abanico de enfermedades
que causan auténticos estragos porque las condiciones naturales, las
posibilidades de promoción del país, el éxito de la promoción de la salud y la
intervención eficaz en la enfermedad son escasos. Por ejemplo, la malaria es
una de las enfermedades que más personas mata en el mundo, afectando
principalmente a países pobres (toda África al sur del Sáhara, desde México
hasta el norte de Argentina; Afganistán, India, China, Sudeste asiático). La
malaria, ya descrita por Hipócrates, está controlada en Europa, pero en otros
países falta una estructura de salud pública eficaz; incluso a veces esta
estructura es inexistente. Además, la investigación en la eficacia de terapéuticas
preventivas carece de aportaciones económicas importantes. No así en el caso
del sida. Las aportaciones para la investigación del sida son cuantiosas desde
que el mundo rico se ha visto afectado por la enfermedad.
Pobreza y enfermedad constituyen un «círculo vicioso» que puede romperse
dando prioridad social, política y económica al control de aquellas
enfermedades que son causa y consecuencia de la pobreza: hay algún autor que
de la resolución del problema de la malaria hace depender el desarrollo
económico de África. Algunas medidas que ya se llevan a cabo en algunos
países contribuyen a deshacer el círculo vicioso: la formación de la mujer como
agente de salud, el hogar como primer lugar de prevención y atención, la
producción propia de artículos para la salud (mosquiteras, medicinas), la
asociación entre organizaciones humanitarias, el sector privado y las agencias
internacionales, la educación sanitaria…
El hambre y la miseria son auténticas epidemias a nivel mundial que, a su
vez, favorecen el surgimiento de otras o el agravamiento de un tipo de
enfermedades que en otro ámbito socioeconómico tendrían una incidencia
menor. Pensemos, por ejemplo, en la incidencia que tienen en los países ricos o
en los países pobres las patologías infecciosas o parasitarias. En este sentido, el
caso de la tuberculosis es paradigmático: el nivel socioeconómico del país o de
la persona afectada influye en el acceso a un tratamiento y en la perseverancia
del mismo. Y una cosa similar ocurre con toda clase de discapacidades. Las
posibilidades son distintas según el nivel particular o del país; entonces la
diferencia marca una desigualdad aguda.
SOCIOLOGÍA DE LA ENFERMEDAD
El cuerpo puede enfermar y ser causa de enfermedad, se le puede atribuir
cualquiera de las peculiaridades de las que hablamos cuando nos referimos a la
enfermedad en general. No se considera solamente social aquella enfermedad
que afecta a un gran número de personas de una comunidad, sino también:
Aquellas «formas» de enfermar más frecuentes entre los individuos de
un mismo grupo.
Aquellas condiciones o estilos de vida que influyen negativamente en
la salud o favorecen el enfermar.
Las políticas sanitarias de un país.
La distribución de bienes y beneficios.
Por ejemplo, las enfermedades infecciosas son sociales por el riesgo de contagio
entre la población, pero también lo son los estilos de vida nocivos para la salud
que se adquieren a consecuencia de un tipo de publicidad o de un modo de
vida que convierte el riesgo en un espectáculo atractivo. En nuestra sociedad, se
habla del accidente de tráfico como de una «nueva» epidemia actual; el
elemento de contagio está presente: la velocidad, el gusto por sobrepasar
cualquier límite, la seducción de un modus de vida, la oferta de una
herramienta (el coche) al umbral de toda posibilidad, todo esto, y más, forma
parte de un proceso de transmisión que a menudo culmina en «el accidente».
La comprensión de la enfermedad como una cuestión social incluye hacer
prevalecer, al mismo tiempo, el interés colectivo y el interés de cada miembro
de esta colectividad.
La comprensión de la enfermedad como una cuestión social incluye
considerar el conjunto de valores, de normas sociales y modelos de
comportamiento que se han elaborado en esta sociedad y con los cuales ella se
orienta, así como las respuestas a los interrogantes y los retos que se presentan.
Todo debe tener un significado y un sentido particular y colectivo al cual se
refiera la persona enferma. Todo esto no es en absoluto secundario. El enfermo
también construye, y vive, los miedos, las angustias, las esperanzas y los
malestares-bienestares de la enfermedad, según los criterios con que su sociedad
ha construido la identidad de la enfermedad y de la persona.
T. Parsons y el rol del enfermo (y del profesional de la salud)
En 1951, el sociólogo T. Parsons publicó e Social System influenciado por las
enfermedades infecciosas y agudas propias de su época. Se considera a Parsons
como el primer sociólogo que analiza el papel de la enfermedad y de la
medicina dentro de la sociedad. La salud es necesaria para el buen
funcionamiento de la sociedad, como también es necesaria la integración del
enfermo como tal en la misma y, su curación, lo mejor y más pronto posible a
fin de minimizar las consecuencias. La medicina, como institución, es la
encargada de poner remedio a la situación que provoca la enfermedad. Desde
este punto de vista, la medicina ejerce un control social beneficioso para el
conjunto de la sociedad. El médico (el actual profesional de la salud) es quien
tiene el poder de decir quien está enfermo y quién no lo está. Como se verá, el
planteamiento de Parsons es normativo.
En este escenario, dos actores juegan un papel con repercusiones sobre el
cuerpo social: el enfermo y el profesional. Respecto de la necesidad de ayuda
del enfermo, existe la figura del profesional, como aquella persona que puede
ofrecer aquello que el paciente necesita. Todo esto provoca un modelo de
relación entre profesional y paciente que Parsons sitúa en un nivel de
desigualdad e, incluso, de subordinación: el problema del enfermo (personaje
pasivo) sólo lo puede resolver el médico (personaje activo).
Después de esta breve contextualización, vamos a ver la secuencia de los roles
del enfermo y del profesional.
El rol del enfermo:
El enfermo está libre de sus responsabilidades habituales: no
puede trabajar ni atender a su familia, ni participar en
actividades de ocio.
El enfermo no es responsable de su situación y tiene derecho
a la asistencia.
El enfermo debe volver lo más pronto posible a sus
responsabilidades habituales.
La enfermedad es algo indeseable y el enfermo tiene que
querer desligarse de ella.
El enfermo, por tanto, tiene la obligación de buscar ayuda
competente y cooperar en su curación.
El reconocimiento de la legitimidad de enfermar está condicionado por las dos
características finales. Y aquí juega un papel importante el rol del médico.
El rol del médico (profesional):
El médico es quien tiene la competencia técnica (autoridad)
para declarar quién está enfermo y quién no lo está.
La relación del médico con el enfermo responde al campo
técnico. El médico debe ser neutro afectivamente. Solamente
así se puede asegurar la objetividad profesional.
El rol del médico se caracteriza por la preocupación y el
interés por el bienestar del enfermo.
En estos dos modelos, Parsons reconoce la significación social de la salud y de
la enfermedad, poniendo en el centro de atención el acto profesional, no
solamente como una función técnica, sino también social.
Crítica al modelo de Parsons
En primer lugar, es necesario tener en cuenta que la sociedad no es homogénea.
Los conflictos y las diferencias de intereses y de puntos de vista están presentes
en ella: no siempre el enfermo es responsable de su situación y puede disimular
una carencia de interés hacia su curación, alargando así el período de no
responsabilidad en la participación social.
Por otro lado, son obvios los límites a la capacidad de discernir cuál es la
ayuda más competente: a menudo, el enfermo es profano en estas cuestiones.
Pensemos también en los límites al acceso a aquello que podemos denominar
«una mejor atención y que sea adecuada». Las jerarquías sociales interfieren
tanto en «el acceso» a la mejor atención como en la capacidad para optar por
ella, así como en el comportamiento del enfermo y de su entorno, sin olvidar
los problemas de capacidad y de atención de la organización sanitaria;
recordemos, por ejemplo, la problemática de la falta de camas, de las listas de
espera o el colapso de algunos servicios sanitarios.
En cuanto a la relación paciente-profesional, recordemos lo dicho en el
capítulo correspondiente a los «modelos»: dada la variedad de patologías y
pacientes, debe ser flexible. La relación ente el paciente y el profesional debería
ser de una mutua cooperación. Cada uno desde su situación de necesidad o
posibilidad. Hoy día se reconoce la pasividad del enfermo como un factor que
desvirtúa su proceso de curación (por más que existan determinadas situaciones
en que la pasividad es inevitable, por ejemplo, en el paciente en coma o en
situación de extrema gravedad).
Los determinantes sociales de la enfermedad
No se trata de sustituir una explicación biológica de la enfermedad por otra de
tipo social. Se trata de ver el encaje de una con la otra (Adam Herzlich, p. 41)
sabiendo que el término «determinante» se utiliza en un sentido flexible y
abierto a diversas variables como pueden ser, por ejemplo, la edad, el sexo, el
nivel socioeconómico, la «clase social», las creencias…, ya que es interesante
analizarlo y tenerlo en cuenta todo. De hecho, al hablar de los «determinantes
de la salud», ya lo estamos haciendo también de los determinantes de la
enfermedad. Ahora, como entonces, recogemos los mismos aspectos y los
contemplamos desde el interés concreto de este apartado, sugiriendo preguntas
que incentiven al lector a buscar por sí mismo las posibles respuestas.
El medio ambiente. Sería necesario incluir aquí la consideración
cultural y de desarrollo social. Por ejemplo, ¿cuáles son los factores
sociales que favorecen que la esperanza y la calidad de vida sean
distintas de un país a otro?
El estilo de vida como factor de riesgo de causalidad social. Por
ejemplo, el paro, la jubilación, el mobbing (la persecución
psicológica-moral), el alcoholismo, el estrés, ¿no son factores de
riesgo de causa social?
La biología humana como «determinante» de patologías concretas o
de la capacidad para resolverlas más o menos satisfactoriamente, pero
teniendo presente la estrecha relación entre factores sociales y
biológicos. Por ejemplo, ¿a qué se puede atribuir la «preferencia»
patológica entre los sectores profesionales?
El sistema sanitario entendido como política sanitaria que responde a
las necesidades de la población. Por ejemplo, ¿cuál es la capacidad del
sistema sanitario para hacer frente a las carencias de comprensión
sanitaria de la población?
La epidemiología social
Vamos viendo la relación entre los factores sociales y culturales en el proceso
salud-enfermedad. La epidemiología social es la disciplina que observa, estudia
y teoriza la fenomenología de la salud-enfermedad de una población, teniendo
en cuenta los factores socioculturales que intervienen.
El testimonio de las personas afectadas permitirá seguir el proceso biográfico
de la enfermedad en cuestión (o del padecimiento) y situarla en un contexto
concreto. Así se evidencian las influencias sociales y las relaciones implicadas. A
partir de las individualidades, se puede ver el proceso histórico de la
enfermedad y los recursos de atención que han surgido o que aún le faltan.
Claro que el proceso también se puede desencadenar al revés: a partir de la
observación y el estudio de un grupo, se pueden ver los motivos de enfermedad
de sus miembros y la capacidad de respuesta. La epidemiología social trabaja a
partir de planteamientos metodológicos propios.
E. Menéndez habla de «epidemiología popular», la participación activa de la
persona afectada y del grupo en la definición de prioridades y en la toma de
decisiones en relación con la prevención y la promoción de la salud. Es la
interacción entre la biomedicina y la sociología teniendo en cuenta las
necesidades y particularidades de los miembros del grupo.
LOS «LUGARES» SOCIALES DE LA ENFERMEDAD.
LAS RELACIONES SOCIALES
Los «lugares» sociales de la enfermedad son los de la vida social, es decir,
aquellos en los cuales se da la relación y la convivencia: la familia, el vecindario,
el trabajo, el ocio, la escuela, la calle, los «lugares» de los acontecimientos de
cualquier tipo, los «lugares» sanitarios… La proximidad espacial es importante
para la formación de grupos o de redes de relación. También son importantes
los cambios sociales, ya que provocan nuevas experiencias, modifican los
recursos tradicionales, nos plantean nuevas percepciones y nuevos derechos
sociales: aparecen nuevas situaciones que reclaman nuevos planteamientos. Por
ejemplo, el concepto de solidaridad no equivale a «dar a quien lo necesita»,
sino comprender la «reciprocidad universal de los necesitados», y actuar en
consecuencia.
Cuando se enferma, se produce un movimiento de reorganización en el
«lugar» en el cual se da la enfermedad, ya sea como reparto de tareas, como
sustitución, como ausencia de cumplimiento, como cuestionamiento o como
refuerzo de los valores: se hace socialmente evidente que la enfermedad pide
una respuesta del entorno. La salud también, pero la respuesta que provoca
puede pasar más desapercibida, ya que, a menudo, relacionamos salud con
cotidianidad. Si la enfermedad tiene incidencia en el día a día, la salud
también.
La enfermedad hace de puente entre enfermo y el «lugar», provocando redes
específicas de relación social que rompen la soledad, el sentimiento de
abandono y el desconcierto en el cual se sumerge la persona que enferma: estos
son los procesos sociales que se desencadenan a consecuencia de la enfermedad.
Las redes específicas de relación social motivada por la enfermedad son
sistemas culturales de atención a la salud en los cuales se trata de entender los
significados y las relaciones que provoca la enfermedad. Podemos dividir estos
«lugares» entre profesionales (oficialmente legitimados e institucionalizados),
folk (menos profesionalizados: se incluyen las prácticas no biomédicas) y los
sectores populares (la autoatención y sus procesos). Todos tienen un objetivo
común: la curación o, al menos, la mejora de la situación de la persona
enferma. Lo ideal sería una interacción de estos «lugares» con el fin de
conseguir el objetivo señalado.
LA PROTECCIÓN SOCIAL
¿Por qué en una determinada sociedad surge la necesidad de la «protección
social»? La pregunta ya sugiere un perfil de necesidades, de miedos latentes y de
carencias estructurales importantes. Históricamente, de aquí surgió la
conveniencia de oficializar la previsión y la protección de la población por
parte del Estado con la idea de asegurarse la paz social mediante la
organización de las ciudades y la vigilancia sanitaria de la población,
principalmente de los pobres y mendigos. De hecho, se trata de la
institucionalización de la gestión de la salud y del reconocimiento de las
desigualdades sociales.
Las raíces de la protección social las hemos de buscar en la «filantropía»
hipocrática: aquella actitud de amor a la persona enferma que busca y genera
su mejora o curación. Más cercana en el tiempo, esta filantropía se convierte en
la beneficencia cristiana y en la caridad luterana que en el tiempo de la
Ilustración se leerá como providencia y bienestar social.
En el siglo XIX, el modelo de Estado social se da en Alemania. La seguridad
social vincula la protección social al trabajo: la salud estará dirigida por el
Estado, la medicina será su protectora. Francia establece la asistencia
obligatoria a los alienados, a los infantes, a los viejos, a los enfermos y a los
incurables. Seguramente es necesario buscar el origen de las instituciones de
protección social a partir de la segunda guerra mundial, y su expansión, a partir
de la segunda mitad del siglo XX. No están del todo desligadas de ello ciertas
etapas políticas concretas y algunas instituciones de «asistencia alternativa»,
como, por ejemplo, el Cotolengo del P. Alegre, fundado en Barcelona con la
finalidad de acoger y dar asistencia a un tipo determinado de desvalidos.
CONCLUSIÓN
La sociabilidad se da cuando existe la comprensión de una interrelación de la
responsabilidad individual respecto del otro como miembro de la comunidad.
Hablamos de responsabilidad cuando nos referimos a la salud y a la
enfermedad personales. También cuando hablamos de la enfermedad como
una cuestión social. Así pues, si el bien común se entiende como el bien de las
personas al servicio de las personas, la preocupación por la salud desde una
perspectiva social se entiende como la preocupación de todos y cada uno de sus
miembros a cargo de todos ellos.
La visión de la salud y de la enfermedad está enmarcada en el interior de la
cuestión social, son inseparables.
Todo grupo social cumple una función social que opera como
constructora y reproductora de estilos de vida generadores de salud,
de padecimientos y de enfermedades.
La vida social genera una relación de reciprocidad con distintos
niveles de capacidad para dar y recibir según las necesidades. Estas
relaciones se mueven entre la «dependencia» y la «equivalencia».
Los «lugares» donde se da la relación son importantes. Por ejemplo,
no es lo mismo un «lugar» urbano que un «lugar» rural, un «lugar»
sanitario que uno civil, un «lugar» familiar que uno laboral.
La consideración de la motivación social de la enfermedad pretende
eliminar o paliar el daño a la salud, a partir de las causas sociales que
lo provocan.
Las «condiciones de vida» (el nivel socioeconómico) son una variable
determinante en la salud, el padecimiento y la enfermedad. Influyen
en la estimación particular y colectiva de una buena salud o de una
enfermedad.
En la actualidad, la salud es un bien de consumo al que no es ajena la
posición social del individuo: el poder adquisitivo de cada uno tiene
mucho que ver con su estilo de vida, con su salud y con la forma de
enfermar.
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Película:
El hombre elefante (1980). Dir.: D. LYNCH. Gran Bretaña.
IV.
SUFRIMIENTO
1.
EL SUFRIMIENTO:
UNA EXPLORACIÓN CONCEPTUAL. LA CUESTIÓN DEL SENTIDO
Francesc Torralba
OBJETIVO
Recorrer las teorías contemporáneas sobre el dolor haciendo hincapié en la reflexión
de Edith Stein sobre la empatia y su relación con el acto de cuidar.
Uno de los conceptos de sufrimiento que ha tenido más eco desde el punto de
vista asistencial fue elaborado por Cicely Saunders del Saint Christopher’s
Hospice. Según su perspectiva, la percepción del sufrimiento depende de
múltiples factores. Articula el concepto de dolor total que ya no se refiere al
dolor que se experimenta en una determinada región de la corporeidad
humana, sino a un dolor configurado por elementos no sólo somáticos sino
también psicológicos, afectivos, socioeconómicos, rituales y espirituales. La
importancia de tal noción es que si el dolor es total, sólo será posible
controlarlo llevando a cabo una intervención multidimensional.
Cada cual tiene una explicación personal del sufrimiento. Depende de su
educación, de su reflexión, de su experiencia, de su historia individual. Estas
explicaciones derivan, en el fondo, de las grandes visiones tradicionales de
orden filosófico o religioso. Se podría hablar con propiedad de distintas
aproximaciones humanistas al sufrimiento. El estoicismo, el epicureísmo, el
cristianismo o el existencialismo proponen, cada cual a su modo, una
interpretación del sufrimiento, cuyo fin es ayudar a vencer el mal y a alcanzar
la paz interior.
Cada religión tiene su percepción de la cuestión. Un ejemplo especialmente
iluminador es el budismo. La base del mensaje de Buda se resume en las cuatro
nobles verdades: el sufrimiento es un hecho universal; la razón del sufrimiento
es el deseo; no los deseos particulares, como comer, gozar, sino el deseo global
de ser en plenitud, de no tener límite. La solución al problema del sufrimiento
consiste en alcanzar la raíz del deseo. El sentido de la vida moral y de la
búsqueda espiritual consiste en caminar hacia el cese del deseo.
La presentación del pensamiento cristiano sobre el sufrimiento ha tenido, a
menudo, un sesgo dolorista e incluso masoquista. Se ha presentado como un
castigo por los pecados, como una prueba enviada por Dios o incluso como
una bendición de Dios a esos que ama. Según una gran parte de teólogos, el
evangelio presenta el sufrimiento como un mal que se debe eliminar con todos
los medios posibles; pero igualmente como un mal que, cuando no se puede
eliminar, debe ser aceptado al ejemplo de Jesús.
En ocasiones, no queda otro remedio que asumirlo ya sea para poder
alcanzar determinados proyectos de vida o respetar determinados valores
morales y espirituales. En un mundo constitutivamente plural como el nuestro,
estas cosmovisiones filosóficas y religiosas coexisten una al lado de otra sin que
una se imponga a las otras. Con todo, hacen difícil las relaciones humanas,
particularmente en el mundo de la salud.
DESARROLLO
TEORÍAS CONTEMPORÁNEAS SOBRE EL DOLOR
EL SUFRIMIENTO EN EL MUNDO ASISTENCIAL
LOS LÍMITES DE LA EMPATÍA. EXCURSUS SOBRE EDITH STEIN
TEORÍAS CONTEMPORÁNEAS SOBRE EL DOLOR
Desde el darwinismo clásico o su versión social de Herbert Spencer, el dolor
favorece la selección y el crecimiento de las especies. Según esta perspectiva, el
dolor es un bien, en el fondo, porque actúa como signo del mal orgánico,
como el signo de un mal que nos alerta de un mal más grave. Dicho de otro
modo: la perfección se alcanza a través del dolor.
Para Spencer, sólo las especies dotadas de un sexto sentido preventivo se
adaptarán a los nuevos entornos. A su juicio, hay una forma de teleología
natural que se lleva a cabo a través del dolor. Este finalismo conlleva un debate
ético que todavía hoy no está cerrado. Por un lado, parece una exigencia ética
paliar cualquier forma de dolor, pero si la especie no tiene una cierta capacidad
de asumir por sí misma el dolor, no podrá sobrevivir en la lucha de todos
contra todos.
Generalmente se sitúa la aparición del dolor en el paso del reino vegetal al
reino animal, en el despertar de la sensación y en la extenuación del reflejo. A
través de la señal del dolor, las especies aprenden a defenderse de un modo más
reflexivo que a través de la agresión. Según esta perspectiva, el progreso de la
conciencia es un progreso en lucidez; el sufrimiento está, pues, en la raíz de la
inteligencia.
Frente a esta postura, existen otras teorías sobre el dolor. Según Leriche,
cirujano del dolor, el dolor no protege el hombre sino que lo disminuye; es,
verdaderamente, una experiencia contra natura. Leriche cree en la conciencia,
en la civilización, y no contempla la dimensión positiva que puede acarrear la
experiencia dolorosa.
En cualquier caso, más allá de estos abordajes, lo que resulta evidente es que
estar enfermo es vivir una vida distinta de la que vive la persona sana. El dolor
no es solamente un fenómeno fisiológico, una variación cuantitativa, sino
estado auténticamente anormal. El dolor es un fenómeno de reacción total.
Cada cual se enfrenta a él individualmente.
Según Friedrich Nietzsche, el sufrimiento tiene un significado moral: aporta
una lucidez decisiva, aunque pasajera (Aurora, § 114). Lo que realmente
indigna, según el punto de vista de el autor de Así habló Zaratustra, no es el
sufrimiento, sino su sinsentido. Esta frase resume la sensibilidad moderna
frente al sufrimiento, pero también la actitud de Job. Es el paradigma del
hombre sufriente sin razón alguna, en la soledad y la incomprensión total.
Sigmund Freud no dilucidó sistemáticamente el problema del dolor en su
teoría psicoanalista. A pesar de ello, en su obra se pueden detectar algunas
consideraciones que permiten articular los ejes fundamentales de una posible
teoría sobre el dolor.
La palabra alemana Schmerz significa, en el lenguaje de Freud, dos tipos de
dolor muy distintos: el dolor físico, que parece no interesar al psicoanálisis, y el
dolor psíquico que constituye un elemento fundamental de él. Paralelamente a
la idea de dolor físico, Sigmund Freud desarrolla una concepción muy
interesante del dolor psíquico entendido como reacción propia frente a la
pérdida de un objeto amado, a diferencia de la angustia que, según su visión, es
la reacción al peligro que conlleva la pérdida.
Para Ernst Jünger, el sufrimiento es la regla que mide el valor del hombre
(Sobre el dolor). Nadie se conoce a sí mismo mientras no sufre. Toda acción que
no sea la aceptación del dolor no es acción. Actuar es desarrollar el ser a través
de la aceptación del esfuerzo, del sufrimiento, de la renuncia. Toda la vida es
una acción a través de la cual el ser alcanza lo que es. Hegel insiste en «el largo,
paciente y doloroso trabajo de lo negativo».
La Sociedad Internacional para el Estudio del Dolor (International
Association for the Study of Pain) ofrece la siguiente definición de dolor: una
experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a un mal presente o
potencial.
La vivencia del enfermo no constituye un criterio fiable de enfermedad. Si la
salud «es la vida en el silencio de los órganos» (Leriche), el silencio de los
órganos no es forzosamente signo de salud.
La toma de conciencia progresiva del dolor en sí mismo conduce a poner de
manifiesto los múltiples factores que inciden en él. El dolor es, pues, desde un
punto de vista antropológico, un fenómeno multidimensional, plurifactorial y
no una simple reacción unívoca. En esta línea, R. Melzack y P. D. Wall en Le
Défi de la douleur (París: Maloine, 1982) articulan una formulación de este
modelo multidimensional. Se propone la noción de síndrome doloroso para
designar un conjunto de factores que entran en juego y que pueden sintetizarse
en las dos modalidades que se examinan a continuación.
El componente afectivo-emocional
Más allá del proceso sensorial, el dolor tiene un componente afectivo que lleva
a vivir estados tales como la ansiedad o la depresión. Este componente puede
estar disociado del proceso sensorial. La delimitación del concepto de dolor es
compleja. Se puede dar dolor sensorial, pero ello puede o afectar al nivel
emocional. También puede generarse el dolor por sugestión.
El componente comportamental
El dolor no es un hecho puramente individual. La interacción con el otro
puede ser generadora de dolor. La falta de comunicación, la soledad forzada, el
sentimiento de inferioridad, la humillación son modos de interrelación que
generan dolor en la persona. Eso significa que la raíz del dolor no siempre está
en el sujeto que lo sufre, sino en el modo de interacción que éste tiene con su
entorno.
EL SUFRIMIENTO EN EL MUNDO ASISTENCIAL
Frente al dolor, el mundo de la salud se confronta con un doble problema
ético. Por un lado, la ética está estrechamente ligada al sentido que cada
individuo da a su sufrimiento. Y ello es muy distinto según cada persona. Por
otro lado, los medios que se utilizan para suavizar el dolor conllevan
eventualmente efectos secundarios como el riesgo de toxicomanía, el peligro de
la tolerancia, la disminución de la conciencia o la aceleración de la muerte.
Desde hace algunos años, la reflexión interdisciplinar ha permitido separar
algunas reglas éticas respecto a las cuales se da unanimidad. Así se recogen en el
Comité de Bioética del Hospital Notre-Dame-de-la-Merci:
1. Sea cual fuere la visión del sufrimiento que tenga el profesional, la
primera regla ética respecto al control del dolor consiste en respetar la
voluntad del enfermo. Esta regla deriva de un principio ético
fundamental: el respeto a su autonomía, fundada sobre la dignidad misma
del ser humano. El ser humano, en efecto, no es un objeto, ni un animal,
cuyo comportamiento pueda determinarse desde fuera, sino una
conciencia que elige y, al hacerlo, garantiza libremente su destino. La
mayor parte de enfermos buscan suavizar su sufrimiento y, en el mejor de
los casos, paliarlo totalmente; pero algunos prefieren enfrentarse a él con
plena conciencia.
2. Salvo en el caso de una negación explícita y reiterada del paciente,
la segunda regla ética consiste en esforzarse para disminuir, suavizar el
dolor de los enfermos, teniendo en cuenta, como consecuencia, los efectos
secundarios no buscados. En efecto, el sufrimiento raramente es un bien;
debilita la resistencia del enfermo, deteriora las relaciones interpersonales,
limita la creatividad y oscurece el gusto por la vida, la voluntad de vivir,
para decirlo al modo de Schopenhauer. Una actitud responsable implica,
a pesar de todo, tener en cuenta los efectos secundarios de la intervención
y evaluar la proporcionalidad entre riesgos y beneficios a la hora de
intervenir. La atención debe llevar a la preservación de la calidad de vida
que hallará el enfermo después del episodio traumático.
3. En fin, teniendo en cuenta el carácter complejo del dolor,
considerando la variedad de modos de percibirlo y de tolerarlo, el respeto
a la persona exige superar la intervención puramente médica y técnica
para prestar un apoyo psicológico y fraterno. La reducción del
sufrimiento, en efecto, exige una aproximación global, incluyendo, por un
lado, el conjunto de recursos del mundo médico y paramédico
(farmacología, cuidados enfermeros, acupuntura, musicoterapia, hipnosis,
yoga, relajación) y, por otro lado, la puesta en marcha de todas los
recursos de la relación de ayudar (acompañamiento, empatía, escucha
activa y contacto terapéutico).
La situación más compleja se produce en el caso de un dolor crónico
ligado a una enfermedad terminal, cuando el sufrimiento es permanente y
no hay posibilidad alguna de curación a partir de los medios científicos y
técnicos vigentes. El realismo médico exige en tales casos limitar el
esfuerzo terapéutico y velar para limitar el sufrimiento del paciente y su
bienestar. La exigencia ética se mueve en el mismo sentido.
El miedo a reducir la vida del moribundo, como si la cantidad de días
contaran por encima de todo, y el temor a acostumbrar a los narcóticos
en un ser al que no le quedan más que algunas semanas de vida, no son
razones suficientes para retardar el acceso a los analgésicos y facilitarle un
final indoloro. Esta actitud permitió elaborar, tanto en Gran Bretaña
como en América del Norte, lo que se denominó el Hospice Mouvement o
los cuidados paliativos. El movimiento Hospice, nacido en Gran Bretaña
bajo la iniciativa de Cicely Saunders, se desplazó a Estados Unidos donde
rápidamente se crearon muchas unidades. En Canadá, la primera unidad
de cuidados paliativos fue creada en el Hospital RealVictoria, la segunda
en el Hospital Notre-Dame, ambas en Montreal.
El esfuerzo por curar o prolongar la vida se abandona para poner la
atención en la calidad de vida del enfermo (control óptimo del dolor,
bienestar, relaciones humanas) y para ayudar al moribundo a conocer un
fin de vida decente y digno. En muchos lugares, esta perspectiva se
presenta como alternativa a la eutanasia activa. Para otros especialistas, la
eutanasia no se opone necesariamente a los cuidados paliativos. Podría
constituir el momento último para ayudar al moribundo cuando la vida
no tiene para él ningún sentido y el dolor supera todas sus fuerzas.
LOS LÍMITES DE LA EMPATÍA. EXCURSUS SOBRE EDITH STEIN
Uno de los temas más difíciles de aclarar desde un punto de vista
antropológico es el de los límites y posibilidades de la empatía. Cada cual
tiene una experiencia subjetiva del sufrimiento, pero la cuestión radica en
saber cómo podemos hacernos una idea del dolor del otro y qué
posibilidades reales existen de empatizar con su estado anímico.
El dolor es, siempre, una percepción subjetiva, pero, a partir de la
interacción con el otro, podemos percibir algo de su dolor, podemos
captar algo de su situación interior. Esta captación anímico-afectiva de la
experiencia patética ajena es lo que se denomina empatía y, a pesar de que
se insiste en que ésta debe estar presente en los procesos del cuidar y del
curar, no existe consenso respecto a si realmente es posible empatizar unos
con otros.
A lo largo de la tradición filosófica del siglo XX, una de las pensadoras
que más ha reflexionado sobre esta cuestión es Edith Stein (1891-1942),
filósofa judía que pertenece a lo que se denominó la fenomenología.
En 1905 el filósofo alemán Edmund Husserl introdujo en su
pensamiento el concepto de la empatía (Einfühlung). Entendía por tal la
experiencia de la conciencia ajena y de sus vivencias, a diferencia de la
experiencia que la propia conciencia hace de sí misma. El primer estudio
fenomenológico extenso sobre este tema fue la tesis doctoral de su
discípula Edith Stein.7
En 1913 Edith Stein decidió acercarse directamente a la escuela
fenomenológica que, en aquel momento, tenía como máximo exponente
la figura de Edmund Husserl. Posteriormente, aparecerían figuras de
enormes trascendencia en la historia del pensamiento contemporáneo
como Martin Heidegger o Max Scheler, figuras que, de un modo directo
o indirecto, también recibirían un fuerte influjo del pensamiento de
Edmund Husserl.
Pocos meses después de su llegada a la universidad de Göttingen, Edith
Stein, que en aquel entonces sólo tenía veintidós años, solicitó a Husserl
realizar con él la tesis doctoral en filosofía. Eligió el tema de la empatía y
el 3 de agosto de 1916 la defendió bajo el título de El problema de la
empatía en su desarrollo histórico y en consideración fenomenológica; ese
mismo año se publicó con el título original Sobre el problema de la
empatía (Zum Problem der Einfühlung).8
Cabe decir que fue la primera tesis doctoral en filosofía defendida por
una mujer en toda la historia de Alemania. Más allá de este dato, si se
quiere anecdótico pero también muy significativo, cabe decir se trata de
un texto arduo y difícil, conceptualmente muy compacto y que
difícilmente se deja comprender en un primer acercamiento. Con todo,
nuestro objetivo, ahora y aquí, consiste en deslindar algunas de sus
intuiciones fundamentales en torno a la empatía que, a nuestro modo de
ver, son extraordinariamente útiles para ahondar en la capacidad empática
entre profesional y paciente.
Desde 1914 hasta 1916, en plena guerra mundial, Edith Stein dedicó la
mayor parte de su tiempo a la realización de su tesis, alternándola con
otros estudios y actividades. Durante la elaboración de su investigación
abrió un paréntesis vital para trabajar como voluntaria en un hospital de
guerra de la Cruz Roja. Lejos de suponer una interrupción en su labor
intelectual, la experiencia y el contacto con los heridos y moribundos de
guerra, enriqueció y urgió en su interior la necesidad de retomar y
concluir el trabajo de su tesis.9
La empatía, tal y como la comprende Edith Stein, es un acto del
conocimiento que no se confunde ni con la memoria, ni con la
imaginación, ni con la percepción externa, aunque tiene que ver con
todas ellas. En el proceso empático intervienen, a su juicio, tres
momentos: el primero es la percepción de la situación del otro, de su
vivencia (Erlebnis); el segundo consiste en la interiorización de esta
vivencia, y el tercero se produce cuando la vivencia ajena que se ha
percibido en el otro, se percibe como propia. Estos tres momentos se dan
casi simultáneamente, pero en el orden conceptual es fundamental
distinguirlos.
La empatía requiere de estos tres momentos, de tal modo que la
finalidad del proceso no tiene por objeto el conocimiento del otro, sino la
comprensión (Verständnis) del otro. La empatía presupone una
concepción del hombre como ser abierto, o mejor todavía, como ser
permeable, capaz de interaccionar con su entorno y con sus semejantes y
de establecer vínculos afectivos con ellos. El ser humano, en la concepción
antropológica de Edith Stein, no es una estructura monádica, cerrada
sobre sí misma, sino una estructura bidimensional, dotada de una
exterioridad y de una interioridad y ello le permite, por un lado,
exteriorizar pensamientos, ideas y sentimientos propios, y, por otro,
interiorizar vivencias, ideas y sentimientos ajenos.
El concepto de empatía que sostiene Edith Stein coincide exactamente
con el de Edmund Husserl. Se puede definir como la aprehensión de las
vivencias ajenas, como el apercibimiento del vivenciar del otro. En este
sentido, la empatía es un acto espiritual y tiene su condición de
posibilidad en el espíritu del sujeto. Cuerpo vivo (Leiblichkeit), alma
(Seele) y espíritu (Geist), son los constitutivos de la persona propia y ajena
que va decantando la experiencia empática.
Edith Stein concibe la empatía como el acto a través del cual la realidad
del otro se transforma en elemento de la experiencia más íntima del yo.
Consiste en darse cuenta, en la observación y la percepción de la
alteridad, supone la percepción de la existencia del otro y de su
experiencia. A pesar de esta apropiación, se debe indicar que, como dice
Edith Stein, esa experiencia del otro que yo interiorizo respeta su
experiencia en tanto que originaria. No significa alegrarse o entristecerse
porque el otro está alegre o triste, sino ser capaz de vivir su alegría o su
tristeza en él. A través de la empatía, se produce una relación con el
mundo objetivo, esto es, con el mundo que está más allá del yo.
Según la filósofa judía, la empatía es el fundamento de todos los actos
cognoscitivos (sean de carácter emotivo o volitivo, de juicio o narrativo),
pues gracias a este proceso se puede captar la vida psíquica-espiritual del
otro. De hecho, la empatía es el fundamento de la comunicación de
experiencia entre sujetos.
La auténtica empatía, pues, no busca desencarnar la experiencia del
otro, sino vivirla en su lugar original, es decir, en el otro; adquiriendo la
realidad del sentir del otro. No es extraño, por esto, que Edith Stein, en el
estudio de la empatía, llegue a la conclusión de que el ser humano es
trascendente, es decir, que no se agota en su materialidad, sino que posee
una espiritualidad que le hace capaz de entrar en comunicación más allá
de los límites sensoriales-materiales. La empatía se convierte, de este
modo, en el fundamento de la comunidad humana, de una auténtica
comunidad donde los miembros que la constituyen no son simples
objetos, sino sujetos de experiencia con capacidad de entrar
recíprocamente en comunión sin perder su identidad.
El contenido de la experiencia empática no me pertenece: es la alegría o
el dolor del otro, que sin embargo siento y vivo en mi interioridad.
Experimento en mi interior una experiencia que, después de todo, no es
mía, no me pertenece en cuanto tal, pero la vivo como si fuera mía. En
este sentido, empatizar significa alargar los horizontes de la experiencia del
yo hacia los horizontes del otro, consiste en salir del propio yo cerrado
para adentrarse en el mundo de la alteridad trascendente, sabiendo que la
distinción entre yo y el otro no desaparece, no se disuelve en la nada. Es,
por lo tanto, la capacidad de trascendencia, es decir, de salir del propio yo
(Hinausgehen) para ir al yo del otro.
La empatía, tal y como la concibe la autora de Ser finito y ser eterno, es
la posibilidad de enriquecer la propia experiencia. La vivencia del otro es
aquello que, por lo general, está más allá de nosotros, y puede ser algo que
ni hemos vivido ni quizá nunca tendremos la posibilidad de experimentar.
Adentrarse en la experiencia del otro significa, entonces, adentrarse en lo
que nos lleva más allá de nosotros mismos, implica superar los márgenes
del propio mundo interior, lo que ya enriquece la propia imagen del
mundo.
La empatía es, pues, una forma de co-sentir o «sentir con el otro», de tal
modo que trasciende la mera simpatía. Se puede entender la empatía
como una energía de unión con el otro y, en este sentido, es apertura
hacia la amistad con el otro. A través de la empatía se hace posible la
apertura amorosa en cuanto capacidad de hacer presente lo que siente o
vive el otro. Empatizar implica en el sujeto la voluntad de salir de sí para
encontrar y afrontar, incluso, una posible desproporción con el otro. De
tal modo, la empatía, además de fuente de conocimiento del otro, es
también fundamento para el conocimiento personal. Viendo al otro,
descubro al mismo tiempo lo que yo no soy.
A lo largo de su exploración filosófica, Stein dice que la empatía
consiste en la capacidad de establecer un contacto vital, fundado
inicialmente en un intercambio concreto de energía vital, que constituye
la base no verbal de la cual nace el conocimiento concreto del otro, de sus
vivencias, de su contexto histórico, social, político, cultural, económico y
religioso. La empatía no sólo exige hacer uso de la intuición, sino que,
especialmente en los adultos, conlleva una gran dosis de ascesis intelectual
para liberarse de todos los posibles prejuicios adquiridos, de razonamiento
objetivo, y apertura a lo que es diverso de mí y de mi experiencia, con la
conciencia clara de que el mundo no se agota en lo que conozco y vivo.
Para Edith Stein, no todos los seres humanos tienen la misma capacidad
empática. A su juicio, los niños, en la medida en que todavía no han sido
contaminados por los prejuicios, son más empáticos; también los artistas,
puesto que tienen una mayor capacidad de sensibilidad ante la realidad y,
según su punto de vista, el género femenino también es más empático que
el masculino, puesto que está orientado hacia lo vivo y personal.
En su investigación conceptual, Edith Stein ejemplifica la esencia del
acto empático de este modo: «Un amigo viene hacia mí y me cuenta que
ha perdido a su hermano, y yo noto su dolor. ¿Qué es este notar? Sobre lo
que se basa, el de dónde concluyo el dolor, sobre eso no quiero tratar
aquí. Quizás está su cara pálida y asustada, su voz afónica y comprimida,
quizá también da expresión a su dolor con palabras. Todos éstos son, por
supuesto, temas de investigación, pero eso no me importa aquí. Lo que
quiero saber es esto, lo que es el notar mismo, no por qué camino llego a
él».10
La empatía no posee el carácter de percepción externa, pues cuando
uno empatiza con el dolor del otro, no tiene la experiencia externa del
dolor, sino que lo siente en el interior como si fuera suyo. Sin embargo,
tampoco es un dolor que brota del interior, sino que se interioriza, aun
teniendo su origen en la visión del semblante del otro.
Edith Stein lo expresa así: «El sujeto de la vivencia empatizada —y ésta
es la novedad fundamental frente al recuerdo, la espera, la fantasía de las
propias vivencias— no es el mismo que realiza la empatía, sino otro.
Ambos están separados, no ligados, como allí, por una conciencia de la
mismidad, por una continuidad de vivencia. Y mientras vivo aquella
alegría del otro no siento ninguna alegría originaria, ella no brota viva de
mi yo, tampoco tiene el carácter del haber-estado-viva-antes como alegría
recordada. Pero mucho menos aún es mera fantasía sin vida real, sino que
aquel otro sujeto tiene originariedad, aunque yo no vivencio esa
originariedad; la alegría que brota de él es alegría originaria, aunque yo no
la vivencio como originaria. En mi vivencia no originaria me siento, en
cierto modo, conducido por un originario que no es vivenciado por mí
pero que está ahí, se manifiesta en mi vivenciar no originario. Así
tenemos, en la empatía, un tipo sui géneris de actos experienciales».11
Edith Stein distingue la empatía de la pura asociación de ideas, puesto
que en la teoría de la asociación de ideas no se produce un vivenciar de la
vivencia del otro, sino una asociación por referencia a una experiencia
propia en el pasado. Lo ejemplifica del siguiente modo: «Yo veo a alguien
dar patadas con el pie, se me ocurre que yo mismo daba patadas con el pie
una vez, al mismo tiempo se me representa la rabia que entonces me
imbuía y me digo: así de rabioso está el otro ahora. Entonces no me es
dada la rabia del otro a mí mismo, sino que colijo su existencia e intento
aproximarla a mí mediante un representante evidente: la rabia propia. La
empatía, por el contrario, como acto experiencial pone inmediatamente al
ser y alcanza su objeto directamente, sin representantes».12
La empatía no es, pues, una asociación de ideas, pero tampoco consiste
en sentir a una (einsfühlen), sino que consiste en el vivenciar ajeno. Edith
Stein pone también un ejemplo de lo que es sentir a una: «Ha caído una
fortificación y a todos los que lo oímos nos invade un entusiasmo, una
alegría, un júbilo. Todos nosotros sentimos «el mismo» sentimiento. ¿Han
caído aquí los límites que separan a yo de otros? ¿Se ha liberado de su
carácter monádico? ¡Desde luego que no totalmente! Siento mi alegría y
empáticamente aprehendo la de los demás y veo que es la misma. Y en
tanto que veo esto parece desaparecer aquel carácter de no originariedad
de la alegría ajena, poco a poco, coincide aquella fantástica alegría con la
mía viviente misma, y creo que tan viva como la mía sienten ellos la suya.
Lo que ellos sienten lo tengo ahora evidente ante mí, cobra cuerpo y vida
en mi sentir, y desde el «yo» y «tú» se erige el «nosotros» como un sujeto
de grado superior».13
CONCLUSIÓN
En el acto de cuidar se presupone en el profesional que cuida la capacidad
de empatizar con el paciente, de interiorizar sus vivencias y apropiárselas.
Esta capacidad que, como se ha dicho, no es idéntica en todos los seres
humanos, hace posible la comunidad entre profesional y paciente y, en
consecuencia, la humanización en el trato.
Con todo, no podemos dejar de formularnos si existe una pedagogía de
la empatía y, en el caso que la hubiere, cuáles son las estrategias para
desarrollarla en los procesos formativos de los futuros profesionales del
cuidar. La reflexión crítica de Stein nos sugiere otra pregunta, la de si
existe, igualmente, una cierta capacidad de resistir a la empatía, pues una
excesiva interiorización del dolor ajeno puede tener efectos negativos en la
persona del profesional, dado que, en tanto que ser permeable y sensible,
ese dolor puede afectarle gravemente en su vida profesional e incluso en
su vida personal y ello supondría reducir la necesaria distancia crítica en el
acto de cuidar.
BIBLIOGRAFÍA
STEIN, E. (2004). Sobre el problema de la empatía. Madrid: Trotta.
TORRALBA, F. (1998). «Metafísica de la interioritat. Lectura d’Edith
Stein». En Ars Brevis 3: 257-275.
TORRALBA, F. (2004). La recerca de Déu en temps d’incertesa: El camí
d’Edith Stein. En VV. AA., Edith Stein. Retrobar Déu en temps
d’incertesa. Barcelona: PAM: 11-41.
2.
EL SUFRIMIENTO: LA CONSTRUCCIÓN DE UN SIGNIFICADO
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Expresar diferentes significados y valoraciones del dolor y del sufrimiento humano.
El dolor y el sufrimiento son un auténtico desafío a la teoría y a la práctica de
cualquier disciplina. Sufrir viene de subferre y quiere decir «soportar»; sabemos
muy bien que ese «soportar» tiene mucho de pesado, áspero, dañino, incluso,
insano. No es suficiente con curar enfermedades, se espera una mejor salud: el
dolor y el sufrimiento son capaces de cuestionar el éxito de una terapia, de un
descubrimiento, de una política de salud.
Dolor y sufrimiento convergen en una sola realidad que se expresa con un
concepto: padecimiento, es decir, aquello que capta la propia sensibilidad y
afecta con un sentimiento de debilidad, de pérdida, de daño sobreañadido y no
querido. La tristeza, la fatiga, el dolor de muelas, son diferentes formas de
padecimiento: de dolor y de sufrimiento. No todo padecimiento revela una
enfermedad, pero sí que toda enfermedad comporta padecimiento. Salud no se
opone a enfermedad. Dolor y sufrimiento no son, necesariamente un límite
para la salud, pero sí un desafío.
En el dolor y en el sufrimiento confluyen todas las dimensiones humanas: la
biológica, la social, la psicológica, la espiritual. El arte, la filosofía, la teología,
la medicina, la sociología… representan e interpretan el padecimiento humano
desde la comprensión del momento histórico, desde la cultura, desde las
creencias, es decir, desde las posibilidades humanas para representar e
interpretar simbólicamente algo que solamente la experiencia está calificada
para distinguir.
Hay algún autor que habla del padecimiento como del crisol de la sabiduría:
de aquella percepción de la vida que es capaz de transformar el malestar en
recursos y posibilidades de bienestar. Es decir, se establece una relación
profunda entre sabiduría y salud. Entre padecimiento y sentido. Pero el dolor y
el sufrimiento no son el mejor recurso de la salud.
DESARROLLO
ASPECTOS ANTROPOLÓGICOS
LA CONSTRUCCIÓN DEL SIGNIFICADO
CLÁSICOS DEL DOLOR Y DEL SUFRIMIENTO
ASPECTOS ANTROPOLÓGICOS
Dolor y sufrimiento son dos términos que se articulan mutuamente. En
general, el término dolor se emplea con relación a aquello que afecta al cuerpo,
siendo descrito mediante imágenes como el fuego, de tipo penetrante, una
punzada, invasivo, rítmico, etcétera. Dicho con mucha precaución, el dolor es
mensurable y puede ser controlado, aligerado, suprimido. El sufrimiento surge
del interior de la persona, se hace inexpresable, la evaluación es subjetiva,
aunque también se utilizan formas metafóricas del lenguaje para representarlo.
Tanto el dolor como el sufrimiento están ligados a una causa (por ejemplo,
una pérdida), se combinan con otros signos (por ejemplo, temperatura) y
reclaman una respuesta (por ejemplo, un calmante, un acompañamiento). Al
menos, tienen el valor de alertar y mantener despierto (vivo) a quien sufre a
pesar de que, tanto el dolor como el sufrimiento, pueden conducir a la muerte.
Se puede pasar del dolor corporal al sufrimiento: por ejemplo, del dolor del
cuerpo a la inquietud por el diagnóstico y la resolución; o al revés.
El dolor y el sufrimiento son universales en espacio y en tiempo: se dan en
todas partes y todos los hemos experimentado. Hay una íntima relación entre
padecimiento y vida humana que se explica desde la anatomía y la fisiología,
desde la cultura y la sociología, desde la filosofía y la teología, desde la política
y la economía… La persona no es receptora pasiva del dolor: lo aprehende, lo
padece, le da una significación y un valor.
Los conceptos de diferencia y de desigualdad potencian sus peculiaridades en
el padecimiento. Todos hemos experimentado el padecimiento, pero delante
del dolor y el sufrimiento somos peyorativamente diferentes y desiguales. Por
ejemplo, cuando la diferencia nos hace extraños al entorno (una
malformación), o bien cuando la desigualdad nos cierra el paso a una
diversidad de oportunidades (bajo nivel socioeconómico).
El tema del dolor y del sufrimiento encaja con el de la vulnerabilidad
humana. La vulnerabilidad es una cualidad que en el ser humano tiene un
atractivo especial: reconocerse vulnerable quiere decir poner al descubierto la
conciencia de la propia sensibilidad: uno se reconoce capaz de verse afectado
por la realidad propia y la del entorno.
La expresión más explícita de la vulnerabilidad humana la encontramos en la
infancia, la vejez y en la enfermedad. Son tres momentos del vivir humano en
los cuales la sensibilidad está a flor de piel y se tiene conciencia de la debilidad
y del límite: el niño, el viejo o el enfermo buscan la proximidad solícita del
otro: en ellos se revela la condición de necesidad y de dependencia junto con la
capacidad de transformación. El dolor y el sufrimiento son eso: necesidad de
alejamiento (¡al menos!), grito de dependencia (de compañía, de consuelo) y
posibilidad de transformar el sentido de la propia vida. Con el padecimiento,
nos encontramos con una de las dimensiones antropológicas más excelentes: la
dimensión de la representación y del sentido.
La experiencia personal del dolor y del sufrimiento
La experiencia del dolor y del sufrimiento no deja indiferente. Hay que tener
en cuenta que todo depende de una serie de circunstancias: la cultura, el
momento, las creencias, la constitución, el ambiente social, el tipo de
causalidad y de intensidad, las consecuencias, etcétera. Podemos decir que el
padecimiento imprime carácter de cambio en la manera de ver y vivir la vida:
modula la propia historia, las condiciones y el estilo de vida; no olvidemos que
también puede destruir la vida, ya que puede convertirse en un tipo de
tormento insoportable. No en vano, al enfermo se le llama también paciente.
Hablar de experiencia personal no significa hablar de la corporeidad.
Recordemos: la corporeidad es el cuerpo, su funcionamiento, su argumento
(psicología), sus relaciones y afecciones, la corporeidad es la articulación del
conjunto de factores que intervienen en la vida de la persona. Por esto, no
podemos dejar de referirnos a la corporeidad cuando hablamos del dolor y del
sufrimiento: éste se materializa en la corporeidad y desde ella construye la
experiencia: el dolor y el sufrimiento tienen la capacidad de modificar la
conciencia personal de la experiencia. Por ejemplo, el dolor crónico es capaz de
imponer en quien lo padece un cambio de perspectiva de la vida y del mundo.
La narración
El mundo de la experiencia es subjetivo, en contraste con el mundo objetivo de
quien escucha y contempla el sufrimiento: a menudo, la narración es una
buena terapia para alejar el padecimiento y una fuente muy valiosa para
conocerlo. La narración tiene la capacidad de favorecer el paso de la
subjetividad a la intersubjetividad: implica al oyente (al espectador) en la
propia vida; implica al mundo social y construye el espacio cultural.
La fenomenología del dolor y del sufrimiento se fundamenta en la
descripción que nos hacen sus protagonistas: en la narración del sujeto y en la
percepción del «oyente». Narración y percepción son dos fases esenciales en la
construcción de la experiencia. Sería un buen ejercicio distinguir estas dos fases
en las lecturas que se proponen al final del capítulo: qué dice el relato y qué
percibo yo como lector. Con este material se puede confeccionar un discurso
sobre el dolor y el sufrimiento.
El tiempo
El dolor y el sufrimiento colapsan el tiempo personal, lo hacen más lento,
inacabable, sin fin. El tiempo se dilata, se contradice: no hay ni pasado ni
presente, solamente cuenta la esperanza en el futuro por si el padecimiento se
aleja, se acaba. Una pregunta típica del enfermo que padece es: «¿Cuánto
tiempo tardará en hacer efecto el calmante?», o bien: «¿Cuándo se acabará todo
esto?».
El tiempo del dolor es un tiempo perdido. El dolor lo invade todo, lo
protagoniza todo, absorbe proyectos, ilusiones, disminuye capacidades,
empobrece los propios recursos e impregna el tiempo personal de dudas,
incertidumbres, desconfianzas. Desde el sufrimiento, se ve el tiempo de la vida
como un fraude, un engaño, una estafa, aquello que podía haber sido y no es.
Es un tiempo de sufrimiento: un tiempo distorsionado, desfigurado. Es un
tiempo no querido. Desde el dolor y el sufrimiento total, el tiempo de la vida
es un deseo de muerte o de otro tipo de vida. Es un tiempo de soledad, de
añoranza y de envidia de una vida en la que el padecimiento fuera por lo
menos soportable.
También hay un tiempo social del sufrimiento con las mismas características
del tiempo personal, pero vividas colectivamente, en comunidad. Por ejemplo,
el tiempo de la violencia, de la pobreza, de la manipulación, del asedio, del
colapso de las libertades y de las políticas que favorecen todo eso y más. El
tiempo social parece diluir el mundo interior de sus miembros, lo esconde, lo
disimula en la confusión del grupo. Si el padecimiento puede modificar la
conciencia personal, también podrá modificar la conciencia social. El individuo
particular quiere escapar del tiempo social del dolor: «Esto no va conmigo», es
una expresión típica para huir de la responsabilidad personal en la construcción
social del bienestar y de la salud.
Si el dolor es capaz de destruir, abatir, la vida personal, también es capaz de
hacerlo con la convivencia social. Una sociedad que no es capaz de construir
defensas o alternativas al dolor y al sufrimiento de sus miembros, es una
sociedad infecunda, inepta, ya que no se hace cargo eficientemente de los más
necesitados o de las situaciones sociales de padecimiento. La política sanitaria
no es la única oferta terapéutica en el tiempo social del sufrimiento: son muy
importantes también la planificación y distribución de los recursos
económicos, así como el compromiso y la participación social.
La valía
El máximo sufrimiento es la insensibilidad. Por ejemplo, el enfermo de lepra es
insensible al dolor. Incapaz de sentir las señales dolorosas, el enfermo puede
herirse seriamente sin darse cuenta. Esto el enfermo de lepra lo sabe, y se
protege y vela con el fin de defenderse de las posibles heridas.
El máximo sufrimiento es la insensibilidad a él, la incapacidad para la
emoción y para el sentimiento, para el padecimiento: el máximo sufrimiento
humano es su deshumanización, el ser extraño a todo; tenemos como ejemplo
a Mersault, el personaje de El Extranjero de Camus. Quien es insensible al
sufrimiento no lo sabe, no puede protegerse ni defenderse de la falta de
sensibilidad. Carece de algo esencial, se convierte en un extraño en su mundo.
El dolor y el sufrimiento nos previenen y protegen de numerosas situaciones:
a través del dolor el organismo avisa de un peligro e imprime a la memoria la
sensibilidad para la precaución, la búsqueda de ayuda y la protección. Por
ejemplo, a menudo es un aviso de enfermedad; y, a veces, es la enfermedad
misma.
El dolor y el sufrimiento pueden constituir un factor educativo: enseñan
prudencia, compensan la fragilidad de la condición humana imprimiendo
fortaleza allá donde el contratiempo ha impuesto mutilación, discapacidad,
disfunción: uno puede sobreponerse al dolor y al sufrimiento del infortunio y
transformarlo en una fuente de creatividad y bienestar. Claro que también
puede suceder lo contrario.
Pero hacer sufrir a los otros y no buscar alternativas beneficiosas a su
padecimiento también es deshumanizar la condición humana: también es ser
un extraño en el propio mundo. De forma parecida, cerrar los ojos, ignorar la
realidad del dolor humano es signo de insensibilidad, de muerte.
LA CONSTRUCCIÓN DEL SIGNIFICADO
Todos los pueblos han buscado dar significado al dolor y al sufrimiento
integrándolo en la red de significaciones simbólicas que han ido construyendo
a lo largo de su historia. Con los miembros particulares de cada comunidad
ocurre algo parecido: concierne a cada uno integrar en la propia vida y dar
sentido a los propios padecimientos con la contribución del contexto
sociocultural.
De entrada, el dolor y el sufrimiento tienen un significado y unas
representaciones según la cultura a la cual se pertenece. Los saberes y las
prácticas que se utilizan para combatirlos han surgido de la cultura y se han
enriquecido con las aportaciones o incorporaciones de otros saberes. Por
ejemplo, en el tratamiento del dolor intervienen saberes populares, domésticos,
sanitarios, en la medida en que cada uno tiene la experiencia de su eficacia, o
bien, según los medios a su alcance y también según la significación simbólica
que se ha elaborado tanto individual como colectivamente. Para el sufriente, su
padecimiento califica el marco de valores en el que se insertan sus creencias o la
consideración que tiene el entorno: si está «mal visto» o no, la estima o el
prestigio social que tiene; hay enfermedades o circunstancias que provocan
unos padecimientos históricamente desprestigiados, por ejemplo, aquellos que
causan un deterioro físico o cierto tipo de comportamientos controvertidos.
La capacidad de resistencia al padecimiento está en relación con su
significación particular y colectiva; la respuesta que se le da también. La lectura
que se hace del dolor y del sufrimiento es personal, pero no escapa de la
experiencia de las circunstancias sociales que la acompañan. Un ejemplo
bastante típico es el del dolor del parto: hasta mediados del siglo XX, con la
frase bíblica «darás a luz en medio del dolor», se universalizó una situación que
parecía irreversible, olvidando que el texto también refleja las vivencias
culturales, y parir con dolor es una de ellas. Se convirtió en una sentencia, todo
un símbolo colectivo de significación que penetró en el lenguaje popular y en
la asociación generalizada de parto y dolor. El parto es un trabajo que
comporta esfuerzo y fatiga, a menudo ligada al dolor y al sufrimiento intenso,
pero no necesariamente ni de forma irrevocable, como hoy sabemos.
El ámbito de significado de la frase bíblica va más allá de la situación
concreta, sin obviarla: si, por un lado, el dolor es un perfil indicador del límite
humano, por el otro el sufrimiento es un indicador de las posibilidades
humanas de combatirlo y transformarlo. Lo hemos dicho: todo dolor
comporta un nivel de sufrimiento, y éste expresa y sugiere todo un mundo de
experiencias y posibilidades.
El dolor y el sufrimiento existen porque hay quien los padece, y no todos
padecemos igual ni siempre se ha padecido de la misma manera. No siempre
hay relación entre la gravedad de la situación y la intensidad con la que se vive;
en este desplazamiento intervienen factores constitucionales, culturales,
sociales, personales. El nivel de tolerancia es diverso, así como lo son la
intensidad de algunos dolores asociados a ciertas patologías, pero la
«sensibilidad» al dolor también está influenciada por el grupo social al cual se
pertenece; más aún, la sensibilidad al dolor está influenciada por la estimación
que de ella tiene la sociedad: la biología humana no funciona
independientemente de los símbolos y de los significados de la historia y de la
cultura. La relación entre la salud, el padecimiento y la enfermedad está
asociada al momento en que se vive y, naturalmente, se está capacitado para
modificarlo. Hay una parte personal en la construcción del dolor y del
sufrimiento, como hay una parte biológica y sociocultural (Le Breton, 1995,
p.111).
El factor educativo
Aunque ya se ha dicho algo sobre este tema, parece oportuno hacer mención
singular de los factores educativos en un apartado en el cual se trata de la
construcción de los significados. La manera en que uno comprende y se
enfrenta al dolor y al sufrimiento tiene mucho que ver con lo que se ha
aprehendido a lo largo de la vida. Algunos autores se refieren al factor
educativo como un «proceso de socialización»: aquel tiempo en el cual uno
aprende a integrase y a convivir en un grupo.
El factor educativo no tiene fronteras: está presente a lo largo de la vida del
individuo en todas sus etapas vitales y en cualquier circunstancia, con una
presencia y una influencia más o menos intensa por diversidad de motivos.
Hemos visto que la sociedad va construyendo sus significados. La familia,
pequeño núcleo social dentro de otro más grande, tiene una influencia en el
modo como sus miembros desarrollarán la sensibilidad al dolor y al
sufrimiento: por ejemplo, el niño graba en su experiencia las imágenes de
respuesta al sufrimiento que ofrece su entorno familiar: en un tiempo aún no
agotado, un signo de coraje, incluso de virtud, era mostrarse capaz de
«aguantarlo todo».
Quien acompaña el dolor y el sufrimiento del otro, acompaña al otro tal
como es, no a una imagen o un perfil estereotipado, prefabricado. Quien
acompaña el dolor y el sufrimiento del paciente, acompaña a «alguien» con una
manera de ser particular: no la propia. Por ejemplo, no acompaña «tal
discapacidad», sino a una persona concreta afectada por «tal discapacidad».
En el factor educativo no se trata de aleccionar, sino de ofrecer una gestión
eficaz de las situaciones con las cuales sea posible transformar los problemas en
recursos de bienestar, incluso cuando el problema sea el padecimiento y los
recursos de bienestar se deban construir desde aquél.
Existe todo un proceso de aprendizaje no desvinculado de las relaciones que
se establecen. La interiorización del dolor y del sufrimiento no es ajena a los
vínculos habituales ni a los que forzosamente se han establecido cuando el
padecimiento es impuesto por un tiempo muy largo que puede alcanzar toda la
vida. Por ejemplo, el enfermo crónico establece unos nuevos vínculos de
relación a través de los cuales «aprende» respuestas y estrategias hasta entonces
desconocidas; algo parecido se podría decir de padecimientos generados por
diferentes tipos de disfunción o de discapacidad.
En sí mismo, todo padecimiento es educativo. Por defecto, enseña el valor
del bienestar; también ilustra sobre los límites de las propias posibilidades y la
necesidad de los otros; pone en guardia sobre diversos peligros (por ejemplo,
enfermedades), provoca una toma de conciencia de lo que significa transgredir
un código natural o moral (por ejemplo, la violencia); despierta la sensibilidad;
descubre otros mundos (por ejemplo, el del sufrimiento de los otros); invita a
la compasión (es decir, a compartir el padecimiento de los otros) y a la
reconciliación tanto en el ámbito particular como en el ámbito público. El
padecimiento puede imprimir comprensión, flexibilidad, sensibilidad y
también todo lo contrario. Entendemos que «educar», al menos, significa
mostrar todo un mundo de realidades y de posibilidades, enseñar a utilizar
todo un abanico de recursos y descubrir al educando cuáles son las capacidades
de conocimiento y de recreación disponibles.
CLÁSICOS DEL DOLOR Y DEL SUFRIMIENTO
Job
Job es el personaje ficticio de un libro real que lleva su nombre y pertenece a la
colección de libros de la Biblia. Job simboliza un tipo de sufrimiento humano;
es la pretensión humana de entender la relación entre el sufrimiento y Dios.
Un Dios que desde el sufrimiento parece lejano y terrible.
El libro de Job pertenece a un género literario que se puede denominar
«sabiduría teológica». Narra una historia corriente de dolor y sufrimiento y
descubre su sentido. Decimos una historia corriente porque representa la queja
de aquel sufrimiento que no se comprende, difícil de soportar, que la persona
vive como inmerecido. Job se sabe inocente y justo. El inocente es aquél que es,
y se sabe, dependiente, débil, desvalido, y Job lo es delante de su Dios. El justo
es aquél que es, y se sabe, fiel y bueno, y Job lo es delante de su Dios. Job es
inocente y justo.
Job, despojado de bienes y de familia, maldice su suerte. Es la imagen del
hombre enfermo: cuerpo deshecho, piel reseca, noches de insomnio y de
sufrimiento, meses de desengaños, incomprensión; vive una situación que
impacta por sí misma: está enfermo de cuerpo y de espíritu, y esto se agrava
con la actitud de la familia y de los amigos.
La moralidad personal de Job le permite esperar de su Dios todo tipo de
retribuciones y de beneficios, pero no es así. Al contrario. El libro de Job
muestra una profunda crisis personal y religiosa marcada por la duda sobre la
justicia divina y la desesperanza por el sentido de la vida: si la vida no es nada
más que esto, no vale la pena vivirla. El libro muestra también la soledad del
«creyente»: nadie lo comprende, ni lo acompaña, ni siquiera su Dios.
Aparentemente.
El libro de Job es un debate sobre este tipo de padecimiento vivido así, entre
la fidelidad, la duda y la desesperanza. En el libro, el debate sobre el
sufrimiento no lo soluciona, pero introduce la posibilidad de que el lector
reconsidere su sufrimiento y, con esto, la posibilidad de aligerarlo: la auténtica
fidelidad y la auténtica bondad no esperan recompensas particulares, sino
beneficios a favor de los más débiles, olvidándose de uno mismo. Este es uno
de los mensajes del libro de Job.
Job es la imagen del fracaso humano frente al bien, mientras que no se
comprenda que un compromiso religioso ha de llevar a un compromiso de
justicia social: uno no puede ir a contrapelo del otro. A partir de aquí, el libro
de Job lleva a considerar que la muerte humana no puede ser un punto final: es
necesaria una confianza hacia una trascendencia que dé pleno cumplimiento al
amor y a la justicia. El libro de Job muestra una espiritualidad del dolor y del
sufrimiento que nuestro tiempo parece ignorar, pero no por eso deja de ser
intensamente, dolorosamente, real. El libro de Job muestra una espiritualidad
que hace de la bondad, compromiso por la justicia y confianza en su
cumplimiento. Visto así, espiritualidad y salud son equivalentes.
Para el libro de Job, el hombre es incapaz de comprender el ritmo de Dios,
pero sí que es capaz de contemplarlo y adherirse al compromiso que supone.
A. Camus
El dolor y el sufrimiento están presentes en la obra de Camus, la atraviesan.
Nace en 1913 y muere en accidente de circulación en 1960; queda huérfano de
padre al año de vida, conoce las dificultades de sobrevivir, enferma de
tuberculosis y es recluido en un sanatorio. El pensamiento sobre el sufrimiento
y la muerte le acompañan siempre poniéndole incondicionalmente del lado del
hombre: para Camus, el sufrimiento humano no tiene ninguna justificación ni
ningún sentido. El dolor y la muerte son un escándalo, una injusticia.
En El Extranjero, se muestra un mundo lleno de sentido y que Mersault (el
protagonista) es incapaz de captar en su incapacidad para el sufrimiento. La
justicia se pone en cuestión y esto invita a interrogarse por el «cómo» y el «por
qué» de las cosas, a profundizar en las causas: a rebelarse frente a las
apariencias. Mersault afronta con indiferencia el sufrimiento y la muerte: la
muerte de la madre, la muerte del otro, la propia. No conoce el sentimiento ni
la sensibilidad, es como un mecanismo al que se le debe dar cuerda para
ponerse en movimiento. El mundo de Mersault es un mundo humano, un
mundo de padecimientos (de sentimientos que afectan) pero a él le es extraño,
le es indiferente: es extranjero de su propia condición, la humana.
En La Peste, se representa el dolor y el sufrimiento en distintas variantes: lo
particular enlazado con lo colectivo. La enfermedad no solamente afecta a
personas concretas, sino a toda la ciudad, haciendo emerger los
comportamientos típicamente humanos que van del egoísmo a la solidaridad
intranscendente, desde el interés particular a la renuncia que beneficia a los
otros, de la organización personal a la planificación de la ciudad, del
aislamiento a la compañía, de la incomprensión a la desesperación… y en cada
una de estas actitudes protagonizadas por personajes ficticios, pero reales, hay
un matiz de padecimiento, hay una variante de dolor y de sufrimiento siempre
actual.
Los pobres y los miserables del mundo son los apestados de la novela:
aislados del resto, dependen del amor desinteresado de los otros para, al fin, ver
como su «mal» los consume y mueren. Es la renuncia de un mundo sin
esperanza: el mundo de las víctimas de la injusticia de todo tipo que la novela
representa en los apestados. También es el mundo de la solidaridad y la
desesperanza: más allá del amor y del desamor humano, no hay nada.
La Peste invita a analizar los comportamientos y las actitudes humanas frente
a la enfermedad, el sufrimiento, la muerte. Invita a una reflexión moral. En La
Peste no existe la duda de Job, pero sí la desesperanza. La Peste no es la
negación de la trascendencia, sino la nostalgia por ella. Si en El Extranjero el
sufrimiento se hace patente con la indiferencia de Mersault, en La Peste el
máximo sufrimiento radica en la falta de confianza en un amor y una justicia
más allá de la humana, como la que muestra el libro de Job.
El paciente
Paciente es la persona que se siente afectada por una situación que vive como
contratiempo; el paciente es sufriente en el sentido de que soporta este suceso
como adverso y le preocupa; lo siente y lo vive con dolor o sin él. El dolor y el
sufrimiento son una cuestión de acción porque provocan la reflexión
(preocupación) por sus motivos y consecuencias. La persona enferma, en todas
sus variantes, es motivo y consecuencia del dolor y del sufrimiento.
Cuando se enferma, el sufrimiento es una apuesta segura. ¿De qué tipo, con
qué intensidad y pronóstico? Imposible dar una repuesta; seguramente no
existe una respuesta genérica. Corresponde al lector resituar en cada paciente y
su circunstancia todo lo que se va diciendo respecto a la salud, el padecimiento
y la enfermedad, junto con lo mucho que se olvida. Este apartado quiere
recordar que, dentro de la generalización necesaria para abordar los temas, es
necesario particularizar.
El enfermo de hoy desea no solamente vivir, sino también existir; es decir,
estar con los otros: no quedarse aislado en su mundo, con su enfermedad, sino
que quiere gestionar su identidad y las relaciones interpersonales, participar: ser
y estar. No solamente estar. El dolor y el sufrimiento introducen en la vida del
paciente una tensión entre el vivir (¿sobrevivir?) y existir (¡ser !).
Pero el paciente de hoy se encuentra en medio de ambigüedades: por un
lado, la ciencia y la técnica pueden paliar (¿eliminar?) su dolor, incluso aligerar
cierto tipo de sufrimiento; por otro lado, las mismas ciencia y técnica son
generadoras de nuevos padecimientos. Por ejemplo, un tipo de tratamiento
puede eliminar un mal, pero eso no quiere decir que retorne la salud al
paciente; pueden quedar posibles secuelas difíciles de encajar en la nueva vida
que surge «a partir de ahora». Así y todo, la ciencia y la técnica son la gran
esperanza para muchos pacientes, quizá lo importante es tener previstos los
límites y las deficiencias pero también las posibilidades de todo aquello que es
humano.
CONCLUSIÓN
La biología estudia y describe los mecanismos biológicos provocadores y
transmisores del dolor y del sufrimiento. La Antropología estudia y describe
cómo vive y qué efectos tiene en el ser humano esta «provocación». La filosofía
busca preguntas y respuestas a esta «experiencia» humana. La sociología pone al
descubierto la conciencia comunitaria del bienestar y del malestar social. La
teología ofrece un futuro de esperanza al padecimiento humano.
El dolor y el sufrimiento son parte de la experiencia humana. Se ven
involucradas y afectadas todas las dimensiones.
El dolor y el sufrimiento son como otro «yo» dentro de uno mismo:
tienen la fuerza y el poder de domesticar, anular, reforzar, enriquecer
la sensibilidad y la voluntad personales: son una parte del sujeto.
El dolor y el sufrimiento tienen causa y consecuencias, y reclaman
respuestas eficientes para paliarlo o eliminarlo. Es necesario
reconsiderar siempre el tema del sufrimiento a fin de poder aligerarlo
o, mejor, suprimirlo.
Hay un dolor y un sufrimiento social que posee las mismas
características que el particular, con víctimas y desesperanza, sin
sentido ni provocación, con posibilidad de paliarlo, pero...
Las actitudes inhumanas provocan padecimiento: la violencia, la
coacción, el desprecio, la incompetencia, la negación del otro.
Desde el dolor y el sufrimiento se puede inaugurar una nueva forma
de espiritualidad. Es decir, una nueva forma de diálogo interior.
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Pintura:
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PICASSO, P., Guernica. Museo Reina Sofía. Madrid.
3.
ENFERMEDAD Y SUFRIMIENTO: LECTURA ÉTICA
Antoni Nello
INEVITABILIDAD DE LA ENFERMEDAD Y DEL SUFRIMIENTO
El desarrollo normal de la vida humana representa un proceso, una sucesión de
acontecimientos físicos, psíquicos, espirituales y sociales, que van configurando
el perfil de nuestra vida individual, de nuestra historia, pero que constituyen
también el ámbito de incidencia de nuestra libertad, el material con el cual nos
expresamos nosotros mismos, escribimos nuestra propia vida. De hecho,
algunos de estos acontecimientos son espontáneos, como el crecimiento de
nuestro cuerpo, la convivencia de hecho con los conciudadanos. Otros nos
vienen dados por las influencias externas, como el entorno afectivo que nos
rodea y que nos marca, las condiciones laborales o políticas. Otros, finalmente,
manifiestan y materializan nuestras propias decisiones, como adentrarse en una
determinada formación académica universitaria, establecer nuevas amistades,
hacerse un tatuaje, comer mal, dormir poco...
Algunos de estos acontecimientos son positivos, y como tales queridos y
aceptados. El buen funcionamiento cotidiano de nuestro cuerpo, la serenidad
de nuestro espíritu en la vida de cada día, el regalo que recibimos de un buen
amigo, el aprobado que reconoce y avala nuestro esfuerzo académico, el inicio
de una relación afectiva que nos interesa... Estos acontecimientos representan
la buena combinación entre nuestra manera de vivir y un entorno que nos es
favorable. Son los acontecimientos que nos hacen sentir que la vida vale la pena
y que es un gozo vivirla y saborearla.
Pero hay otros acontecimientos que son negativos. De repente nuestro
cuerpo no funciona adecuadamente. A veces nos sentimos inquietos, nerviosos,
tal vez asustados por un temor, o deprimidos por una mala experiencia. Otras
veces nuestras relaciones son fuente de disgusto, un amigo nos ha traicionado,
alguien a quien queríamos acaba de morir, nuestra relación de pareja no
funciona y nos ocasiona trastornos importantes en nuestra vida afectiva.
Alguna vez nuestra vida profesional, o académica, nos provoca disgustos,
frustraciones... Todos estos acontecimientos nos hacen sentir dolor, y nos
hacen pensar que la vida es, a veces, terrible, injusta. Ya sea por nuestra culpa,
porque hemos trabajado insuficientemente, porque no hemos cuidado
adecuadamente nuestro cuerpo... Ya sea por causas ajenas a nosotros mismos,
por culpa de un accidente, debido a una infección o a una intoxicación, por
motivos que se escapan a nuestro dominio y que conciernen a la libertad de
quienes nos rodean, de quien nos lo hace pasar mal, de quien no nos
entiende... Son los acontecimientos que nos hacen pensar que la vida es dura,
tal vez cruel, a veces inútil. Son la fuente y la causa de la enfermedad y del
sufrimiento humano. No son deseables, pero tampoco son siempre evitables.
Nadie quiere estar enfermo, pero la enfermedad llama inexorablemente a
nuestra puerta de vez en cuando, de forma ligera o de forma grave. Nadie
quiere vivir en un ambiente relacional desagradable, pero hay relaciones que
nos provocan sufrimiento y dolor, así, de pronto, a veces obstinadamente.
Todas estas situaciones, no deseables pero inevitables, constituyen el abanico
experiencial de la enfermedad y del sufrimiento.
La enfermedad es objetivable física, psíquica o socialmente. El sufrimiento,
en cambio, es la personal vivencia que se hace de ella. Una comporta la otra,
pero no siempre, ni en todas las personas, en la misma proporción.
ENFERMEDAD Y SUFRIMIENTO EN EL HORIZONTE DE LA RADICAL LIMITACIÓN DE
LA VIDA HUMANA: NACER ES COMENZAR A MORIR, A ENFERMAR, A SUFRIR
La enfermedad y el sufrimiento, precisamente por indeseables pero inevitables,
nos hacen pensar y nos recuerdan siempre la radical limitación de la vida
humana.
Lejos de las pretensiones prometeicas, el hombre es frágil. Está llamado a
vivir, tiene la sana y noble ambición de lograr su vida y la esperanza
comprometida de que la vida se desarrollará de la mejor de las maneras
posibles..., pero también con la certeza de que habrá tropiezos, fracasos,
enfermedades, sufrimientos y, finalmente, la muerte.
La cultura contemporánea está intentando engañar al hombre. Le promete
una vida sencilla, fácil, llamada a conseguir sólo placeres y satisfacciones, en
una feroz lucha contra el envejecimento y contra la muerte que se insinúan
cada mes más alejados, casi un horizonte inalcanzable en el infinito del espacio
y del tiempo. Arrincona el dolor, el sufrimiento, la muerte... son los nuevos
tabús: no hablamos demasiado de ellos, no nos conciernen a nosotros...
Ciertamente no debe hacerse el elogio de la enfermedad, ni del sufrimiento,
pero esto no puede comportar su negación. La enfermedad, el sufrimiento, y a
la postre la muerte, están presentes en el humano vivir y recuerdan la
limitación humana. No deben suponer una renuncia, un abandono del gozo de
vivir, ni de la ambición de vivir bien, ni una estúpida resignación, ni una
patética dramatización de la vida humana. Pero deben redimensionar el gozo y
la ambición de vivir, redimensionamiento que no hace más que ubicar en los
espacios que les son propios los espacios de la limitación y de la fragilidad, las
más nobles y loables ambiciones de la vida humana.
ACTITUDES FRENTE A LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO: NEGACIÓN, RECHAZO,
RESIGNACIÓN, ASUNCIÓN
Hay muchas maneras de afrontar la enfermedad y el sufrimiento. Todas ellas
son plausibles, y todo el mundo las ha experimentado. Todas ellas pueden
darse en el proceso y en la simultaneidad de un acontecimiento concreto de
salud y enfermedad. Hay que saberlo y comprenderlo. Pero no todas son
necesariamente correctas.
Por una parte, se puede dar una negación bajo la forma de íntima convicción
de que eso sólo concierne a los demás, que a uno no le va a suceder. En
realidad, esto no hace más que alargar, aplazar, una cuestión que obviamente le
afectará algún día y para el cual no se habrá preparado. O bien una negación
más ingenua, la negación de quien se cree en medio de una pesadilla, de quien
espera despertarse y descubrir que aquella enfermedad, aquel sufrimiento, no
eran reales, de quien pretende una tregua, de quien busca inútilmente nuevos
diagnósticos. Es un desgaste y una pérdida de tiempo. Es un reflejo manifiesto
del pánico a afrontar la realidad también en sus aspectos más crudos y
dolorosos.
Por otra parte se puede dar el rechazo. No acepto la enfermedad que sufro,
las limitaciones que se derivan de ella, ni acepto la nueva situación que altera el
desarrollo de mi vida ocasionando sufrimiento e inquietud. Este rechazo sólo
tiene dos salidas: la patología en el equilibrio emocional e intelectual y/o la
pérdida de un tiempo precioso para recomponer y asumir el nuevo escenario de
vida que se deriva del acontecimiento.
También puede darse, a veces, una enfermiza resignación. ¡Qué le vamos a
hacer! ¡La vida es así! Se trata de una actitud frecuente, incluso alimentada por
una malsana espiritualidad, que comporta una pasividad absoluta, una
renuncia a aquello que es más importante y precioso del humano vivir, la
capacidad de dar sentido y afrontar la plural y heterogénea manifestación de
acontecimientos, especialmente cuando comportan lucha y esfuerzo.
De hecho, la actitud más adecuada frente a los episodios de enfermedad y de
sufrimiento es la actitud de un compromiso esperanzado de quien asume la
realidad y la afronta en clave humanizadora, haciendo todo lo posible para vivir
en grandeza y sanamente cualquier acontecimiento, alegre o doloroso, que le
ofrezca la vida.
PEDAGOGÍA DEL SUFRIMIENTO
Precisamente porque la enfermedad y el sufrimiento forman parte inexorable
de la vida humana, hay que asumirlos y, cuando sea necesario, afrontarlos. Pero
eso no se improvisa, como no se improvisa todo aquello que es importante en
la vida. La improvisación, el dejarse llevar por la simple espontaneidad, lleva al
ser humano por caminos costosísimos, duros y a menudo desastrosos. Las
grandes experiencias de la vida humana deben ser preparadas, siendo necesario
un itinerario pedagógico adecuado que entrene al hombre y le ayude cuando
estas experiencias se den. Hay que aprender a vivir, a convivir, a amar, a
trabajar, a afrontar el mundo profesional... y a vivir la enfermedad, el
sufrimiento e incluso la muerte.
Cada aprendizaje tiene sus estrategias. A veces es necesaria la simulación:
escenificar un espacio de convivencia conflictiva para aprender, en el ejercicio
concreto, a afrontarlo con serenidad, con diálogo, con capacidad de
negociación y de pacto. Pero éste no es el caso de la pedagogía de la
enfermedad y del sufrimiento: sería absurdo, masoquista, construir escenarios
gratuitos e innecesarios de enfermedad y de sufrimiento para aprender a
afrontarlos. Éste no es, en ningún modo, el sentido noble de una pedagogía del
sufrimiento.
La pedagogía del sufrimiento consiste en aprovechar todas aquellas
experiencias de enfermedad, de sufrimiento, también de muerte, especialmente
cuando son sencillas y lógicas (una buena gripe, un disgusto con unos
compañeros, la muerte de un familiar de edad muy avanzada...) para hacer de
ellas una sabia interpretación (eso pasa, es normal, se puede asumir, hay que
saber hacerlo...) y un buen ejercicio de libre determinación (cómo lo viviré,
qué puedo hacer, qué duelo y qué esperanza me ofrece esta experiencia, qué
nueva sensibilidad se va abriendo camino en el corazón hacia aquellos que
también lo sufren, y tal vez de una manera mucho más grave...).
Esta pedagogía debe empezar con el comienzo de la vida, y en cada etapa de
su desarrollo hay que renovarla con las características y las posibilidades que le
serán propias. En este sentido hay que denunciar el síndrome del «niño
mimado», la situación de aquella persona a la que, por un exceso de amor mal
entendido, se le ahorra todo disgusto, toda inquietud, todo problema. El
resultado es una inmadurez que le imposibilitará para afrontar las
complejidades, a veces dolorosas, de la vida y de la convivencia en sus
desarrollos habituales.
Sólo con una sabia pedagogía del sufrimiento el hombre consigue madurar,
una pedagogía que bien combinada con la pedagogía del gozo de vivir y de
convivir, favorezca la capacidad de aprovechar y gozar de todas las
oportunidades que la vida ofrece, pero también la capacidad de asumir y
afrontar, con la lícita rabia cuando sea necesario, con serenidad cuando sea lo
más conveniente, todas aquellas situaciones penosas que la vida, ciertamente,
en alguna ocasión, nos deparará.
VIVIR
LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO EN EL MARCO DE LA SALUD: UNA
POSIBILIDAD, UNA RESPONSABILIDAD
En definitiva se trata de vivir sanamente la enfermedad y el sufrimiento. Esto
comporta un esfuerzo intelectual colectivo y un ejercicio de esfuerzo espiritual
por parte de cada persona.
Es un esfuerzo intelectual colectivo porque implica una redefinición del
concepto de salud. No podemos conceptualizar y difundir la salud como una
plenitud y perfección que en realidad no se dan nunca. No podemos engañar a
las personas con unas propuestas de vida que excluyan toda experiencia
dolorosa. No podemos hacer creer que podemos mantener una eterna juventud
llena de satisfacciones.
Pero también debe darse un esfuerzo personal. La cuestión no es pretender
una plena salud, sino cómo vivir sanamente todos los episodios de la vida, los
más fáciles y gratificantes, pero también los más espinosos y difíciles. De
hecho, el hombre está llamado a vivir, todo en él es un clamor de vida. Pero
hay que aprender a hacerlo, es una responsabilidad que nos implica
íntimamente y que hay que asumir con inteligencia y tenacidad. Este
aprendizaje implica también la capacidad creciente de asumir los
acontecimientos negativos, de salir de ellos reforzado, más maduro y más
lúcido. Incluso, o tal vez especialmente, cuando son acontecimientos dolorosos
y difíciles de enfermedad y de sufrimiento.
V.
MUERTE
1.
LA MUERTE HUMANA:
SUCESO BIOGRÁFICO Y SUCESO HISTÓRICO
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Considerar la muerte como una experiencia personal que acontece a lo largo de la
historia de los pueblos.
Tres grandes cuestiones inquietan la reflexión humana: la vida, la convivencia y
la muerte. El problema del sentido de la existencia consigue su máxima
radicalidad cuando se contempla la realidad de la muerte. El sentido de la vida
cambia según la manera de pensar la muerte, ya sea porque se la considere
como punto final definitivo, ya sea porque se admita algún tipo de
inmortalidad: es decir, algún tipo de vida más allá de la muerte.
Si bien se mira, no es fácil encontrar una cultura, una sociedad que acepte de
buen grado la realidad de la muerte: es necesario todo un proceso de
argumentación (de tradición) a través del cual la muerte se hace cercana e,
inclusive, llega a tener un rostro de amabilidad. Pero según se contemple la
muerte, así será la manera de entender la vida y vivirla. Cada cultura y cada
sociedad la ve (la entiende) de forma diferente.
«Ganar terreno a la muerte», significa alargar el tiempo de vida, mantener y
mejorar una calidad de vida, aumentar el número de enfermedades curables y
también ilusionarse por el arte de vivir. El lenguaje sobre la muerte se ha
convertido en metáfora de la vida: por ejemplo, cuando ésta no tiene
posibilidad de desplegar sus capacidades y disfrutar de las cualidades que le son
propias.
En una primera aproximación, no se pueden obviar tres puntos: el ser
humano frente la muerte, la muerte como acontecimiento sociocultural y la
simbología de la muerte.
DESARROLLO
EL SER HUMANO FRENTE A LA MUERTE
LA MUERTE COMO ACONTECIMIENTO SOCIOCULTURAL
LA SIMBOLOGÍA DE LA MUERTE
EL SER HUMANO FRENTE A LA MUERTE
La muerte es una realidad vivida por todos a pesar de que no es una experiencia
propia: vivimos y padecemos la muerte de los otros y, a partir de aquí,
pensamos, conceptualizamos e interpretamos la propia muerte. En términos
generales, podemos decir que hay una visión negativa de la muerte: es algo no
querido, que se teme y a menudo, distorsiona la vida. Pero también
entendemos que es algo natural, propio de todo ser vivo. Hay circunstancias
que favorecen el hecho de pensar en la muerte; por ejemplo, la enfermedad, la
muerte de otro, una lectura, un suceso.
El lenguaje sobre la muerte no es unívoco. De hecho, el término indica todo
hecho, o suceso, en el cual se produce una cesación definitiva (una pérdida
definitiva). La muerte es un recurso del lenguaje y a menudo se aplica como
metáfora o imagen de destrucción, de aniquilamiento, de final. Habitualmente,
sin embargo, cuando nos referimos a la muerte lo hacemos con relación a la
muerte humana.
Muerte y corporeidad
La corporeidad es más que el cuerpo y la biología: incluye la manera de ser,
hacer, sentir, relacionarnos. La corporeidad es este conjunto de interacciones a
través de las cuales nos vemos y nos damos a conocer: los otros nos ven y nos
conocen a través de nuestra corporeidad. Hablar de muerte y de corporeidad
significa hacerse cargo de la complejidad que supone el tema. Se trata de la
muerte de la persona total, entera: de sus funciones vitales, concierne a sus
capacidades y sus relaciones de manera irreversible y definitiva. No hay
posibilidad de volver atrás, hacia la vida.
Actualmente, para la determinación de la muerte humana hay unos criterios
neurológicos: cesación irreversible de las funciones encefálicas y comprobación
de ausencia de las funciones cerebrales, a pesar de que se pueda mantener la
función cardiaca: «La muerte significa la irreversibilidad del funcionamiento
biológico integrado de la persona como una unidad, y el inicio del proceso de
desintegración de los tejidos. Esto tiene lugar una vez se ha dado la parada
circulatoria cerebral» (De Castro y Monge, 2001, p. 52-54).
Aunque la muerte, como tal, es un hecho puntual, la acompaña un proceso
que se prologa a lo largo de un tiempo determinado, a no ser que se trate de
una muerte súbita. En este proceso se distinguen algunas etapas en las cuales se
pueden colapsar los centros vitales dando lugar a la reanimación, o bien a la
ralentización de algunas funciones vitales. A nivel clínico, se puede observar la
carencia de reflejos, de latidos del corazón, hipotermia progresiva, apnea,
midriasis, lividez y rigidez corporal. Son los llamados signos premonitorios de
la muerte, ya que anuncian aquello que sucederá en poco tiempo, es decir, la
defunción de la persona en cuestión y la consecuente descomposición
progresiva del organismo. La muerte biológica está estrechamente ligada a esta
situación relacionada con la desestructuración total del equilibrio del
organismo, con un proceso irreversible debido a la lesión de un órgano vital.
En el caso del «coma», es necesario referirse a él con precaución. En ciertos
casos, se trata de una supervivencia artificial transitoria con posibilidad de
recuperación; en otras situaciones la posibilidad de recuperación es nula y
solamente se mantienen las funciones vegetativas, en otras situaciones hay
cierta sensibilidad corporal. Pertenece al equipo profesional competente
discernir e ilustrar a la familia sobre cuál es la situación concreta que afecta al
paciente. La determinación de la muerte comporta problemas morales y
jurídicos con importantes connotaciones culturales y religiosas. Es una cuestión
siempre abierta al debate y al replanteamiento.
Pero la corporeidad es más que el organismo y sus funciones: no muere un
cuerpo, sino una persona concreta a quien la muerte afecta en su totalidad
particular y a su entorno. La corporeidad tiene un sentido y unas implicaciones
sociales. La muerte humana es también un fenómeno social.
Las actitudes ante la muerte
Hay una tendencia generalizada a eludir el tema de la muerte. Como si no
existiera. El pensamiento sobre la muerte proyecta una sombra de inquietud,
de malestar, de inoportunidad, de «no saber qué decir». No es un tema de
conversación frecuente: más vale no pensar en ella y esconderla del día a día.
Incluso se evita pronunciar la palabra muerte y la sustituimos por otras
expresiones como «traspaso», «descanso eterno», «nos ha dejado». La muerte es
un inconveniencia de la vida, pero vivir supone morir y la muerte. Tenemos
una visión contradictoria de la muerte:
Como algo negativo y, a la vez, según las circunstancias, como un
bien; por ejemplo, cuando el sufrimiento se prolonga de manera
irreversible e insoportable, entonces la muerte es comprendida como
una liberación: «Ha dejado de sufrir».
Como algo natural que forzosamente debe suceder. Sin embargo, la
ciencia busca la manera de vivir más tiempo.
De la muerte no se habla. Y cuando se habla, se hace con ironía o
sarcasmo, en broma.
Hay un tipo de «pacto de silencio» sobre la muerte. Pero, a su vez, la
muerte suscita un callado interés extraordinario.
No es lo mismo la muerte de alguien cercano que la de alguien lejano; la
muerte súbita o la muerte prolongada (siguiendo un proceso que se reconoce
como tal); la muerte en casa o en el centro sanitario; la muerte tranquila o la
muerte alterada por el sufrimiento, la soledad, el cansancio, el abandono de los
otros.
Hay variedades de muertes y variedades de actitudes frente a la misma por
parte del moribundo y de quien lo acompaña o asiste. En esta variedad de
actitudes hemos de tener en cuenta, al menos, la edad de la persona: no es lo
mismo vivir la muerte desde la infancia que desde la vejez. Tampoco es lo
mismo vivir la muerte desde la serenidad de una vida con sentido que desde el
vacío y el sinsentido de la vida misma. Podemos decir que la actitud frente a la
muerte es relativa a algo: según sean las circunstancias personales y del entorno,
las influencias recibidas a lo largo de la vida, la cultura, las creencias.
En un apartado dedicado a las actitudes frente a la muerte, no se puede pasar
por alto la significación de los restos mortales. No es lo mismo un esqueleto
que un cadáver: éste significa el «todavía» de la presencia de alguien concreto.
La presencia del cadáver evoca un cúmulo de situaciones vividas. Es el
testimonio silencioso de una vida. No en vano, el cadáver suscita respeto,
temor, nostalgia, tristeza, es objeto de acompañamiento y de ternura,
constituye la última oportunidad de ver la presencia física del difunto. Hay
también una atención higiénica del cadáver, aunque sólo sea por el proceso de
descomposición orgánica, que lo hace objeto de un tipo de tratamiento. Lo
veremos en el capítulo dedicado al duelo.
El deseo de una vida para siempre. La inmortalidad
La reflexión sobre la muerte va pareja con el planteamiento de numerosas
cuestiones sobre la misma y sobre aquello que de posible, real o cierto tiene el
deseo innato de inmortalidad: es decir, al deseo de vivir después de la muerte le
sigue la pregunta: si vivimos después de la muerte, ¿dónde y cómo?
En las narraciones y en la mitología de muchas culturas se contempla la
humanidad como inmortal. Por ejemplo, la narración bíblica de Adán y Eva, o
en el Poema de Gilgamesh, donde los temas principales son la amistad, la
muerte y sus ritos, la búsqueda de la inmortalidad, de la vida eterna. También
en la Ilíada es notorio el pesar del más allá: «Decía aún estas palabras cuando el
fin de la muerte lo envolvió. El alma saliendo de sus miembros, se fue volando
hacia el Hades, llorando su destino, abandonando vigor y juventud» (XVI 855858). El más allá homérico es más bien un más acá disminuido: el ser humano
está dominado por el destino, un destino no demasiado atractivo que atraviesa
lo humano.
En algunas culturas la muerte del niño, o del adulto, encuentran explicación
en la concepción de la muerte como punición personal, familiar o social: la
muerte natural es aquella que sobreviene serenamente después de una vida en
las se nace, se es niño, joven, adulto y viejo. Se contempla la vejez como
plenitud de experiencia y, por tanto, de sabiduría; no como un estado de
incapacidad de funciones, de degeneración, de debilidad. En ciertas culturas,
abandonar a los viejos permitía la supervivencia del pueblo: con la muerte,
dejaban vivir. El anciano representaba el ideal y el modelo cultural de aquella
sociedad más joven. Los grupos nómadas abandonaban a los enfermos y a los
ancianos, pero con precaución, no con distanciamiento, indiferencia o dejadez.
Hay un equilibrio entre la necesidad de supervivencia como pueblo, el modelo
cultural en el que se desarrolla su vida y la afección real hacia los individuos del
grupo humano.
Hay una tendencia universal a creer que cada persona tiene un aliento vital
que anima su comportamiento y estimula su cuerpo. Un aliento vital que se
hace personal es un deseo de inmortalidad que para algunos autores (Tylor)
deriva de la experiencia, no del instinto. Por esto la enfermedad, los accidentes
y las lesiones que conducen a la muerte, son consecuencia de la condición
natural y humana de la persona, que no excluye la certeza de la inmortalidad:
de una vida más allá de la muerte.
Para otros autores (Durkheim, Hertz), la creencia en la inmortalidad no es la
consecuencia de una experiencia individual o psicológica, sino «una espontánea
expresión de una exigencia social permanente»: es la misma sociedad la que
comunica a los individuos que la componen la exigencia de permanecer, ya que
no acepta que el destino último de los individuos, en los cuales ella se encarna
y se identifica, sea la muerte, la Nada definitiva.
Todo esto lleva a tratar la evidencia de la muerte desde una perspectiva
intercultural. La Antropología hace evidente la «diferencia» de valores y de
prácticas que se adecuan con las particularidades de cada cultura y de cada
época.
LA MUERTE COMO ACONTECIMIENTO SOCIOCULTURAL
La actualidad del tema de la muerte está presente desde siempre y presenta
unos rasgos comunes: preocupación y afectación que, a menudo, se transforma
en dolor. La conciencia de la muerte, y lo que supone, se pierde en los tiempos
de la historia y surge paralela al proceso de humanización: es decir, surge junto
a la progresiva toma de conciencia de la realidad y a la decisión que se formula
sobre ella. Y con esto, surge también el deseo de supervivencia.
Nuestros antepasados del Paleolítico (los neandertales) ya tenían un tipo de
estructuras simbólicas relacionadas con una cultura espiritual: un ritual
funerario con enterramientos. En los hallazgos de Atapuerca (la Sima de los
Huesos), que datan de 1976, se sitúa una especie humana preneandertal (cir.
300.000 a. C.) que disponía los restos en lo que parece un ritual funerario. En
conjunto, muestra una manera de entender, un comportamiento y un culto
ante la muerte, ya que las creencias son anteriores a las expresiones del arte.
Más cercano en el tiempo, la cultura mesopotámica, que nació a lo largo de
los ríos Tigris y Éufrates (cir. 3.000 a. C.), busca la inmortalidad: la muerte es
el destino y no tiene retorno. El cadáver y el lugar del enterramiento (la tumba)
son motivo de una atención ritual, en la cual no falta la ceremonia de
purificación (el cadáver es respetado, pero es impuro). La muerte también
posee un dimensión social: las ofrendas al difunto tienen la función simbólica
de su presencia en el mundo de los vivos por medio del papel que su familia
representa en la sociedad. El difunto vive en la familia. Su nombre persiste en
su descendencia.
En Egipto, la cultura faraónica elabora una Antropología según la cual la
persona humana abarca una multiplicidad de componentes, además del
corporal. En sus creencias en el Más Allá, es necesario distinguir un
componente que se denomina aj, que representa la forma de existir del alma
del difunto. El Más Allá es la tierra prometida donde el muerto se convierte en
dios e inicia una vida nueva superior, aunque no exenta de peligros. Para
hacerles frente, es necesaria una preparación para el «viaje»: de aquí el cuidado
de la tumba, del cadáver y de su avituallamiento (E. Hornung, p. 69). Cada
Libro de los Muertos contiene recopilaciones de fórmulas, plegarias y rituales
centrados en el difunto y en la vida eterna.
Si en Mesopotamia la muerte preocupa y es motivo de temor, en Egipto, por
el contrario, la muerte fascina. La muerte inspira la literatura, el arte (las
pirámides), la ciencia (la momificación), las costumbres y su influencia en la
vida del día a día: por ejemplo, la fiesta de los muertos reúne a la familia
alrededor de la tumba, se hacen ofrendas, se canta y se danza: es la vinculación
de la familia con el difunto. Hay una convivencia entre los vivos y los muertos.
La significación e implicación sociocultural de la muerte existe desde
siempre. Hasta aquí, todo lo dicho puede servir como una muestra histórica.
Pero también hoy día la muerte se lee e interpreta en un variado mosaico de
formas y colores: un mismo hecho (la muerte) es visto y padecido de maneras
diferentes, no sólo según el marco sociocultural en el cual se produce la
muerte, sino también según la perspectiva que se tenga de la vida y del mundo:
también, por supuesto, según los recursos que el difunto tenga o le ofrezcan.
Por ejemplo, no es lo mismo vivir la muerte desde el desencanto de la vida que
desde la serenidad y la amabilidad de la misma.
Abordar el tema de la muerte como un acontecimiento sociocultural
pretende recordar su carácter universal: en todo tiempo y en todo lugar, la
muerte suscita curiosidad, reflexión e interpretación a diferentes niveles:
individual, cultural, social, religioso, biológico. Referirse a la cultura de la
muerte, significa esto: todos los momentos históricos y todos los grupos
sociales han ido construyendo un marco de lectura y de interpretación del
hecho de la muerte con un lenguaje, unos signos, un ritual, unos
comportamientos, unas creencias y una literatura propios.
La muerte en Occidente
Ph. Aries es uno de los autores que ha estudiado las diferentes formas de ver la
muerte en Occidente siguiendo el marco histórico de cada época, ayudándose
de la literatura, del arte o de las prácticas de duelo. Este autor describe en
cuatro etapas las formas de afrontar la muerte en la sociedad occidental,
fácilmente extrapolables al presente:
La muerte domesticada
Representa la muerte aceptada como algo natural. Se da en la Baja Edad
Media. Quien muere, tiene conciencia de su finitud y muere con serenidad,
acompañado de un ritual previsto, rodeado de la familia, por los suyos: la
muerte se vive como un hecho natural: el difunto dicta sus disposiciones
finales, se despide con cierta solemnidad.
La muerte individualizada
Representa la muerte propia. Se da entre los siglos XVII y XVIII (recordemos: en
Europa, el siglo XVIII es la época del racionalismo, de los descubrimientos
científicos y de la confianza en el progreso). Hay un interés creciente por los
temas relacionados con la muerte y por la personalización de la tumba:
iconográficamente se representa con el juicio final, el cual se interpreta como
un juicio particular. La muerte es el «lugar» donde uno toma conciencia de sí
mismo y donde se juega su destino definitivo. El miedo a la culpa y al mal se
proyecta sobre la muerte. Esto lleva a un gran interés por la vida y por vivir.
La muerte del otro
Es la escenificación de la muerte. Quien muere es el otro. En los siglos XVIII y
XIX, la muerte se idealiza, se enaltece como algo bello y emocionante: el
movimiento romántico invade el ámbito de la muerte. El enamorado, el héroe,
son sus protagonistas. Hay una exageración en la manifestación del duelo, de la
ausencia: se olvida la propia muerte, la preocupación por la muerte se desplaza
a la muerte del otro. Es un tipo de socialización de la muerte.
La muerte escondida
Es la muerte como tabú. En los siglos XIX y XX, se da una tendencia a ver la
muerte como algo prohibido, desocializado, desacralizado, aséptico, algo que
no se comunica, de lo que no se habla. La muerte se esconde al enfermo y éste,
muere solo, sin saberlo: no lo debe saber. La muerte se esconde, se
despersonaliza, no encaja en la sociedad: surgen las empresas funerarias, el
moribundo es recluido en residencias o instituciones (por ejemplo, el enfermo
terminal o el viejo). La muerte es vista como una especie de fracaso de la
medicina.
LA SIMBOLOGÍA DE LA MUERTE
La imagen es la concreción del pensamiento. La imagen da forma a aquello que
hemos captado: la imagen lo reproduce y, al hacerlo, se transmite y afecta a la
sensibilidad de quien la recibe. La muerte se representa a través de imágenes: es
una manera de hacer aprehensible, de poder captar subjetivamente una
experiencia que siempre nos llega a través de otros.
La imagen se convierte en símbolo cuando a través de su forma representa
algo con un significado conocido o elegido. La imagen de la muerte es símbolo
del sufrimiento, de la inquietud, de la limitación, de la esperanza… humana. Y
todo esto se acompaña, en nuestras culturas, con signos tales como el color
negro, la calavera, la noche, el ciprés.
La historia, la cultura, las tradiciones y las experiencias tienen mucho que ver
con el nacimiento y la consolidación de las imágenes, de los símbolos y de los
signos que acompañan las representaciones de la muerte. Cada época histórica,
cada generación, transmite y construye sus propias imágenes. Es posible que los
dólmenes y los menhires sean los primeros monumentos funerarios conocidos
en Europa: son representaciones de la muerte y del sentimiento y el cuidado
que acompañan a los deudos del difunto. Los panteones expresan con otro
imaginario parecidos sentimientos e inquietudes, por ejemplo, el ángel
esculpido en la tumba, hace presente la creencia en un más allá desconocido: es
un símbolo de esperanza, de serenidad, de tranquilidad para los vivos. La visita
al cementerio puede convertirse en una lección magistral sobre la simbología
de la muerte: es la ciudad de los muertos que los vivos construyen, adornan y
organizan. El cementerio no es la imagen de aquello que el difunto era, sino la
de cómo es y se entiende la sociedad que lo edifica.
La metáfora es un lenguaje impropio que se relaciona con aquello que se
quiere expresar: sirve para ampliar el ámbito de significado, hacerlo más
sugerente. A través de la metáfora, se expresan ideas, parecidos, relaciones. Lo
importante es aquello a lo que se refiere. La imagen y el símbolo pueden
convertirse en metáfora. Por ejemplo, el cementerio es imagen y símbolo de la
muerte; también podemos decir que el cementerio es metáfora de la vida
porque es precisamente contemplando la muerte cuando se valora la vida.
CONCLUSIÓN
Hay conciencia universal de la muerte a lo largo de la historia. Toda cultura,
sociedad, religión, comunidad e individuo sabe de la muerte como algo
inevitable y que comporta la destrucción de la vida personal: es decir, la
imposibilidad de desarrollar capacidades y relaciones particulares. La muerte es
la ruptura definitiva con la existencia. No hay posibilidad de retorno.
La muerte es algo natural, propio de toda realidad. A menudo,
cuando se habla de la muerte nos referimos a la muerte humana.
El lenguaje sobre la muerte no es unívoco: a menudo se aplica como
metáfora o como imagen de destrucción, de aniquilamiento, de fin.
La muerte afecta a la persona entera: no es el cuerpo quien muere, es
el «yo personal» y su posibilidad de sensación, de expresión y de
relación.
La muerte tiene un significado que depende del momento histórico,
cultural o de las creencias. Del significado que se le dé, depende la
actitud frente a la muerte.
Inmortalidad significa conceder al ser humano la capacidad y
posibilidad de trascender la existencia humana más allá de la realidad
conocida.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Narrativa:
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Película:
El séptimo sello (1956). Dir.: I. BERGMAN. Suecia.
Pintura:
HODLER, F. (1915). Valentine Godé-Darel agonizando.
VAN DYCK, A. (1633). Venetia Stanley, Lady Digby, en su lecho de muerte.
Londres: Dulwich Picture Gallery.
2.
LA MUERTE Y EL MORIR.
LA OBJETIVIDAD DE LA MUERTE Y LA SUBJETIVIDAD DEL MORIR
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Percibir el alcance significativo del morir y de la muerte.
No es lo mismo el morir que la muerte. El morir es un proceso de cambio, de
pérdida, que se sucede a lo largo de la vida. Nacer ya implica el morir de una
situación para dar paso a otra. Morir es una experiencia de vida, la acompaña.
Morimos (cambiamos-perdemos) cada día, con diversidad de niveles de
conciencia y con variedad de formas y consecuencias. No necesariamente el
cambio y la pérdida se deben entender con significado negativo, pero todo
cambio y toda pérdida reclaman una adaptación de la persona y ésta no
siempre lo vive con amabilidad. Es necesario morir para poder vivir. Es decir, es
necesario tomar conciencia de aquello que quiere decir vivir para encontrar
sentido a los cambios y a las pérdidas del día a día.
Morir tiene un doble significado. Morir también quiere decir distanciarse de
la vida, alejarse de la posibilidad de construirla y encontrarle un sentido.
Entonces, el cambio y la pérdida se orientan hacia una disminución de la
calidad de vida: de la vivencia subjetiva de la realidad como construcción
positiva, como construcción del bienestar y de la salud.
Morir también se refiere a la situación previa a la muerte, el proceso que
ineludiblemente llevará a la muerte: a la cesación definitiva de la vida. Ya
hemos visto que la muerte no es solamente la cesación definitiva de un tipo de
funciones del organismo humano: es también la destrucción de la calidad de
vida (de las condiciones sociales, de la relaciones, de los valores); es la
destrucción de la vivencia de la realidad como un sentido (la imposibilidad de
construir un «proyecto de vida»); es la destrucción del entorno (del bienestar,
de la salud); es, por último, la negación del otro.
La aproximación a la objetividad de la muerte y a la subjetividad del morir,
se hará desde la perspectiva de pensar la muerte y dibujar su entorno.
DESARROLLO
«PENSAR LA MUERTE»
EL ENTORNO DE LA MUERTE
«PENSAR LA MUERTE»
La reflexión sobre la muerte se encuentra en diversos marcos culturales,
corrientes de pensamiento y creencias religiosas. Hay diversidad de «lugares»
desde los cuales se piensa la muerte: el día a día, el accidente, la enfermedad, la
guerra, la vejez. Hay mucho tiempo para pensar en la muerte y, a pesar de
todo, la vida es corta. Del pensamiento popular sobre la muerte ha surgido
toda una sabiduría que se transmite en forma de dichos o refranes de
experiencias. Aquí se hace una breve aproximación desde la filosofía y desde el
marco cultural de unas creencias con el fin de mostrar el amplio abanico de
perspectivas que surgen alrededor de la muerte.
Desde la filosofía
La filosofía «piensa» la muerte porque se siente atraída por el fenómeno de la
vida. La manera de «pensar la muerte» depende de la concepción que se tenga
de la vida y del mundo, de la respuesta que se dé a la cuestión del sentido de la
vida y de la inmortalidad, para afirmarla o para negarla. Hay diversas formas de
comprender el morir y la muerte. El pensamiento filosófico occidental
comprende la antigua filosofía griega, la época medieval, la filosofía moderna y
el mundo contemporáneo. Lo vemos.
La antigua filosofía griega (presocráticos, Sócrates, Platón, Aristóteles)
El drama del proceso y ejecución de Sócrates es un punto de capital
importancia en la reflexión de Platón sobre la muerte: en el Fedón, Platón narra
la última hora de Sócrates.
Del período helenístico, distinguimos dos corrientes: los epicúreos y los estoicos.
Para los epicúreos, los seres humanos son combinaciones de átomos materiales
(partículas indivisibles) y su disgregación produce eso que denominamos
muerte. La muerte, pues, es un fenómeno natural que no tiene por qué
angustiar y no tiene sentido pensar en un «más allá» después de aquélla. El
epicúreo, tiene una concepción positiva del placer sereno y duradero, material
y espiritual: rechazar el temor a la muerte es una de las condiciones para
alcanzar la felicidad.
El estoicismo, es un conjunto de doctrinas filosóficas, un estilo de vida y una
concepción del mundo: El hombre debe poseer un dominio completo sobre la
vida emotiva que impida ser perturbado por nada: la muerte es un fenómeno
natural, externo, así pues, es necesaria cierta libertad y serenidad ante la
muerte. El estoicismo establece un modus de vida destinado a hacer tolerable la
existencia, y un sistema de conocimiento basado fundamentalmente en la ética
como deber y como virtud cívica. La muerte puede ser una huida del mal
inevitable, una puerta siempre abierta que se puede traspasar.
El pensamiento medieval
En Europa, la cultura medieval comienza con el reconocimiento del
cristianismo por Constantino (año 313). El fundamento del pensamiento
medieval es el helenismo que utiliza argumentos recogidos del pensamiento
antiguo (sobre todo, comprende las tradiciones platónica y aristotélica). Como
consecuencia de la conquista y penetración árabe de la Península Ibérica, se
incorporan nuevos elementos de reflexión árabes (Avicena, Averroes) con la
contribución de filósofos hebreos (Maimónides). A través del islam se
recuperan las obras de los clásicos griegos y se difunden por toda Europa. Éstos
y otros factores favorecen el retorno a la filosofía, el arte y la literatura
naturalistas, durante el Renacimiento del siglo XV.
El mapa que se acaba de dibujar nos da a entender la dificultad de encajar
«una manera» de pensar la muerte: influencias clásicas, cristianas, árabes, van
configurando la imagen de la muerte inmersa en el cruce de corrientes
filosóficas y con influencia de diversas creencias. Por otro lado, a finales del
siglo XV se prepara la reforma religiosa llevada a término por M. Lutero y por J.
Calvino en el siglo siguiente: la idea del pecado y de la salvación pondrán el
acento en la manera de ver la muerte.
La filosofía moderna del siglo XVI-XVII (revolución y reforma social, religiosa y
científica) a la de los siglos XVIII-XX (Ilustración, Romanticismo, Evolucionismo)
En el siglo XVI se inicia la denominada secularización del pensamiento y el
surgimiento del pensamiento científico: desarrollo del estudio de la naturaleza,
nueva metodología y aplicación práctica del conocimiento. El problema de la
muerte es el problema de la relación mente-cuerpo, cuestión que estará
presente en toda la filosofía y en la búsqueda de una conciliación entre ciencia
y religión.
La cuestión de la muerte y de la inmortalidad sigue preocupando en el siglo
XVIII. Autores como J. G. Herder sostienen que creer en una vida más allá de la
muerte es universalmente natural para el ser humano. Para F. Hegel, la
inmortalidad es una calidad del espíritu vivo, no un acontecimiento que
pertenece al futuro (Spinsanti, 1987, pp. 61-62).
El pensamiento filosófico contemporáneo
En el siglo XIX, A. Comte inaugura la corriente filosófica que conocemos como
«positivismo»: en términos generales, se fundamenta en los hechos, en las
realidades concretas o accesibles a los sentidos. La muerte es eso: un hecho, una
realidad que se percibe objetivamente y se padece subjetivamente. Desde
entonces hasta ahora, diversas posturas ante la muerte que incluyen las ya
pensadas en tiempos anteriores: idealistas (Fichte: la muerte como un simple
tránsito en el cual el «yo» sobrevive); existencialistas (M. Heidegger: «el hombre
es un ser para la muerte», un angustia que el hombre debe asumir);
materialistas (K. Marx: la muerte afecta al individuo, pero no a la especie
humana); personalistas (G. Marcel: lo importante no es la propia muerte, sino
la muerte de las personas que queremos); el evolucionismo cristiano (P. Teilhard
de Chardin: la muerte deja subsistir una parte de nosotros mismos que
podemos considerar como una partícula de absoluto); la Antropología Filosófica
(P. Laín Entralgo: la muerte es un hecho objetivo-subjetivo, es un suceso
histórico y social).
De hecho, la cuestión no está en la muerte, sino en la constitución mortal de
la existencia humana: de aquí se derivan cuestiones como, por ejemplo: ¿qué
significado tiene la vida si la muerte es ineludible? ¿Es posible evitar la muerte?
En realidad, ¿la muerte qué es? ¿La muerte es solamente un hecho biológico, o
bien la falta de futuro, de posibilidades, de esperanza son propiamente la
muerte? ¿Cuál es el auténtico problema, la muerte o la vida?
Religiones y culturas actuales
El Hinduismo
El hinduismo es una cultura cuyas creencias se basan en textos antiguos que
comentamos a continuación.
Los Vedas (hasta el 1000 a.C.). La muerte es concebida como algo
negativo: aquello que se reclama a los dioses es fundamentalmente un
bienestar: larga vida, hijos, rebaños. Recogen un período de
revelación trasmitida oralmente.
Los Brahmanas (1000-750 a. C.). Son textos que recogen la ciencia
sagrada del sacrificio (karman). La inmortalidad es posible si se
cumplen a la perfección los rituales del sacrificio; en tal caso, se
produce la reencarnación en este mundo. La inmortalidad se produce
cuando a través del sacrificio, el atman (el «yo») de aquel que lo
realiza, se identifica con Brahman (el Creador).
Los Upanishads (750-550). Son discursos filosóficos en los cuales la
identificación del atman (el «yo») con Brahman se hace explícita, así
como la doctrina de la reencarnación según los actos (karma). El
atman es la individuación de Brahman en cada individuo, por tanto
es inmortal como él.
El Bhagavad Gita (600 a. C.). Es un cántico en forma de epopeya.
Insiste en la identificación del atman con Brahman: conocerle es el
camino para conseguir la «liberación de la decrepitud de la muerte»,
de aquí la importancia, en el momento de la muerte, de pensar
solamente en el Ser Absoluto.
En el hinduismo, las prácticas funerarias están de acuerdo con sus
creencias: con la cremación se libera el alma (el atman) del cuerpo,
pero eso no impide el enterramiento por motivos económicos. Hay
un gran respeto hacia los difuntos y los antepasados.
El budismo
El budismo fue fundado por Buda, príncipe de una de las castas de Nepal (cir.
560-480 a. C.). Su nombre significa «Iluminado». El budismo cree en una vida
futura culminada en el Nirvana (el goce absoluto, carente de todo afán, deseo,
sufrimiento o reencarnación). El budismo está emparentado con otras
religiones que creen en la reencarnación como, por ejemplo, el hinduismo. El
momento de la muerte es muy importante, ya que según sea el estado de
conciencia de este momento, la reencarnación será de una manera o de otra.
En el Libro Tibetano de los Muertos, se ayuda al moribundo a concentrarse
adecuadamente en el momento de la muerte, con el fin de no dejarse engañar
por falsas visiones.
El islam
Entre el 610 y 632 d. C., Mahoma recibe la revelación contenida en el Corán.
Es una religión monoteísta: «Sólo Dios es Dios».
La Antropología contenida en el Corán es muy parecida a la judía. El cuerpo
es un componente muy importante y no se concibe el ser humano sin éste, ni
antes ni después de la muerte. Existe la promesa de la resurrección de la
persona entera, que sólo se producirá el Día del Juicio: mientras tanto, hay un
período intermedio de apaciguamiento sin posibilidades de retorno al mundo.
El premio a la fidelidad a las creencias y doctrinas del Corán es el paraíso, lugar
donde hay todo tipo de placeres corporales. En cambio, el castigo por la
infidelidad es el infierno, entendido como un lugar de sufrimiento. La mística
sufí y la filosofía islámica hablan de la inmortalidad del alma en una unión
mística con Dios.
Los ritos funerarios, en general, se caracterizan por el cuidado del cuerpo
hasta el momento de su enterramiento, con oraciones y lecturas del Corán.
La muerte, hoy
Actualmente, hay un interés renovado por la muerte en los ámbitos
antropológico, sociológico, histórico y ético. Se organizan espacios de estudio,
debate y reflexión sobre la muerte, su fenomenología y problemática. Es
creciente el número de estudios sobre el duelo, la eutanasia o la terminalidad.
Algunos autores señalan el retorno a una personalización de la muerte como
un hecho que sucede en solitario, bajo el paraguas de una institución (hospital,
residencia) dentro del contexto actual de control de la afectividad. Pero la
muerte sigue siendo vista como un misterio que despierta la curiosidad del
mundo. El siglo XXI se inicia como el siglo de la imagen, de los medios de
comunicación y de las nuevas tecnologías. La imagen y los medios de
comunicación nos permiten estar presentes en la diversidad de la muerte en
todo el mundo, lo que produce un resultado paradójico: por un lado, se
sensibiliza al espectador frente a las desigualdades y las diferencias en la salud,
padecimientos y muerte; por el otro, las nuevas tecnologías consiguen «ganar
terreno» a la muerte (¡no siempre!) y, a su vez, provocar una gran
discriminación en recursos y posibilidades de calidad de vida en aquella
población excluida de la información y utilización de tales recursos. Se trata de
otra forma de muerte: a menos recursos, mayor dependencia.
Hoy, la muerte se comprende desde la variedad de realidades culturales y
sociales. Hay una creciente tendencia a la medicalización y tecnificación de la
muerte, de tal manera que el espacio familiar ya no es el lugar donde se muere,
más bien lo es el hospital o un centro residencial: a menudo, se muere en un
lugar extraño —profesionalizado por la misma muerte— que invita al control
de las emociones y del duelo.
EL ENTORNO DE LA MUERTE
Hablar del entorno de la muerte significa referirse a los espacios donde ésta se
puede medir y apreciar. Aceptando que la muerte es un hecho que atañe a
cualquier realidad, hacer una mención particular de su entorno es bastante
atrevido ya que es fácil olvidarse de algo: desde la muerte hablamos del entorno
biográfico, histórico, social, religioso, ético.
El entorno personal
Es el más íntimo y particular. En él se da la vivencia de la muerte según la
visión que se tiene de la vida y del mundo. No solamente esto; también, según
las posibilidades que ofrece el entorno sociocultural y las circunstancias
personales que la acompañan. Es el «lugar» donde se elaboran las disposiciones
finales y se expresan los deseos que se prevé que se cumplan más allá de la
propia muerte.
En la dimensión personal, influyen muy intensamente las culturas y las
creencias de la persona difunta y de su entorno más inmediato. Por ejemplo, la
preparación del difunto antes y después del momento de la muerte, estará en
estrecha relación con este entorno. Así también, sus prescripciones finales.
El entorno afectivo
La muerte no solamente afecta a quien la vive subjetivamente, también a quien
es testigo de ella. El entorno afectivo es el más cercano: en él las relaciones
están imbuidas de sensibilidad y emoción, de afecto y complicidad. Las
relaciones familiares y amistosas, a menudo, son el lugar donde se constituye el
entorno afectivo.
Desde esta perspectiva, la muerte incide profundamente en el entorno
afectivo. La muerte es una despedida para siempre y sin ninguna posibilidad de
relación con quien se va: para el entrono afectivo siempre es un suceso
traumático intensamente emotivo. En esta dimensión, la muerte provoca el
lamento, la queja, la protesta, el desconsuelo, la ira, la venganza, la ternura,
dependiendo del tipo de muerte y de las circunstancias que la acompañen.
El entorno traumático
Todos debemos morir porque todos somos mortales. Es deseable que la muerte
sobrevenga de una manera natural, suave, amable, pero, a menudo, no es así.
La dimensión traumática de la muerte no se refiere a la inquietud y
preocupación que suscita, sino a su propia capacidad de provocación; a la
insensibilidad hacia ella, hacia sus causas.
La omisión y el olvido social son dimensiones traumáticas de la muerte
como también lo son el engaño, la manipulación, el abuso, las hostilidades, las
torturas, la crueldad.
El entorno traumático de la muerte también alcanza a aquellas muertes
inesperadas, que impresionan por acontecer fuera de tiempo (en la infancia),
inexplicablemente dolorosas, incomprensibles (el accidente), indignas (la
víctima). Son todas las que remueven la natural bondad humana. Queda lejos
de esta muerte la imagen de una despedida acompañada por la ternura del
entorno.
El entorno sanitario
El entorno sanitario es, en principio, frío, distante, organizado, aséptico,
técnico. El calor humano proviene de las personas que lo animan. La muerte
en el centro sanitario genera pocas expectativas al enfermo y a su entorno
íntimo: de hecho, la muerte en el centro genera una impresión cierta sobre la
realidad: la ciencia no lo puede todo y, las personas que la aplican, tampoco.
El centro sanitario es, por un lado, la imagen del éxito y de la eficacia
científica y humana, pero también, de la limitación de toda realidad y esfuerzo
intramundano.
Perfiles de la muerte
Según sea el entorno, será la muerte. No hay un único entorno, más bien se
debe hablar de diversas influencias de los diferentes espacios en los cuales nos
movemos: como un tipo de círculos concéntricos donde todos intervienen en
la formación del anillo, si bien es cierto que la influencia de unos es mayor que
la de otros; a veces, incluso determinante.
El entorno vital dibuja por sí mismo unas características propias del
momento: la infancia, la juventud, la edad adulta, la vejez, imprimen unas
características en el morir.
En la infancia, la muerte tiene rasgos de fantasía: el niño se mueve
entre el mundo real, el mundo que se construye a su alrededor y
aquel que él dibuja. A menudo, cuando dibuja en el papel lo hace
con una multiplicidad de colores y de formas no definidas: es como
ve la realidad, tan inmensa y tan compleja que no sabe cómo
abarcarla del todo. La muerte, para el niño, se mueve a caballo entre
aquello que percibe y aquello que se le ha construido. La muerte del
niño es cruel, cotidiana, lenta, traumática, empapada de afectividad y
de violencia. Incomprensible, para el niño y para su entorno.
La muerte del joven va acompañada de fuerza y rebeldía: el desafío, la
tensión, el coraje propios de la juventud. Si para el niño el futuro es
un espacio de fantasía, para el joven lo es de posibilidades de
conseguirlo todo. Y la muerte roba este futuro. El joven protesta, se
rebela, con toda la energía propia de la edad, contra «algo» que no
puede evitar. La muerte frustra proyectos, deseos, relaciones, frustra
una vida que ahora mismo está empezando.
La muerte del adulto se acompaña con los rasgos de la juventud: es
una vida que se vive con energía, perspectiva y conciencia de la
realidad. El adulto sabe de la proximidad de la muerte; ésta no tiene
día, momento ni edad. No siempre avisa, no siempre da tiempo,
siempre es inoportuna: morir mañana, mucho mejor que hoy. Mejor
una muerte serena que con violencia, dulce que cruel, acompañada
que en soledad. Mejor no haber de morir nunca. Pero el adulto tiene
la vida marcada por la experiencia y ha vivido muchas muertes de
todo tipo. Así pues, quizá ya toca.
La muerte en la vejez se ve con un temor conforme con la situación.
De viejo no se pasa, la frontera es la muerte. El final de la vejez es la
muerte. A menudo, el viejo expresa cómo le gustaría morir:
tranquilamente, sin dolor, con los suyos, «sin dar trabajo, ni
molestar»; dispone de pequeños (o grandes) deseos, habla de la
muerte, habla de aquellos que le han precedido, el recuerdo es
intenso y frecuente. Pero no nos engañemos, en la vejez no se quiere
morir. Se quiere vivir, ser espectador de la vida y disfrutarla. Si el
viejo tuviera poder para escaparse de la muerte, escaparía. Pero sabe
que esto no es posible.
Hay otros perfiles de la muerte, otros círculos de influencia como, por ejemplo,
la muerte indigna (la muerte de la víctima), la muerte cotidiana (del día a día,
llena de miedo, de soledad, de vacío, de silencio, de sufrimiento, de esperanza),
la muerte inesperada (el azar, el accidente, el sobresalto biológico, a menudo
sin dolor ni sufrimiento), la muerte obscena (aquellas imágenes que, a
menudo, nos ofrecen los medios de comunicación), la muerte autoprovocada
(el suicidio). Todo esto solamente a modo de ejemplo. El lector completará este
listado un poco precipitado.
CONCLUSIÓN
La reflexión sobre el morir y la muerte llevan a escindir su tiempo entre la
soledad y la participación. El morir es un perder, transformar y cambiar,
obligado a lo largo de la vida: es un tiempo de participación. La muerte es un
vivir en soledad el morir definitivo: la pérdida sin retorno. Pero las creencias y
las religiones, sostenidas por la experiencia, han calificado esta soledad dando
sentido a la muerte, al morir y a la vida.
La creencia en un más allá, en una inmortalidad, en una vida después de la
muerte, pertenece al patrimonio histórico de la biografía humana. Otra cosa es
la adhesión personal a estas creencias o desde qué planteamientos se hace.
No es lo mismo el morir que la muerte. Morir remite a la idea de
«pérdida, transformación, cambio». La muerte, en cambio, remite a la
cesación definitiva de la vida, al punto final.
Morir también se refiere a la situación previa a la muerte.
El «pensar la muerte» surge de la preocupación por la vida. Se piensa
la muerte según el momento histórico, según la cultura, según el
momento personal, etcétera.
Todas las creencias y religiones elaboran un pensamiento sobre la
muerte que se traduce en un estilo de vida (de su «seguidor»), en un
acompañamiento al moribundo y en unas prácticas y rituales
funerarios relacionados con el cadáver.
Es importante el entorno desde el cual se vive la muerte, tanto para el
moribundo como para quien es testimonio de la situación.
Todos moriremos, pero no hay muerte igual a otra. Toda muerte es
diferente porque todos somos distintos.
El ser humano es un ser para la vida, por tanto es necesario tener
cuidado de esta vida.
BIBLIOGRAFÍA
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EL GRECO (1586-1588). El entierro del conde Orgaz. Toledo: Capilla de St.
Tomé.
3.
EL PROCESO Y EL RITUAL DEL DUELO
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Mostrar los motivos de la «pérdida» y las formas individuales y colectivas de su
expresión.
El duelo es la expresión del sufrimiento ocasionado por la «pérdida». En la
pérdida se experimenta la fragilidad humana frente a la grandeza de lo
inexpresable: el misterio del sentido de la vida a pesar de la «pérdida». La
pérdida sitúa al ser humano en el cruce de la experiencia de aquello que es
inexpresable, tanto por el dolor que provoca como por las posibilidades que
surgiere; profundiza en la pregunta por el sentido y el destino final de la
existencia.
Proceso de duelo y ritual del duelo comparten un fondo común: comunican
algo, construyen una rueda significativa entre la persona y el entorno, entre el
entorno y uno mismo. Eso significa que la comprensión del proceso de duelo y
del ritual del duelo se ha de situar en el marco de las circunstancias que la
acompañan: la biografía y la historia. Los grandes acontecimientos de la vida se
acompañan de un ritual: nacer, comprometerse, morir: en todos hay pérdida,
transformación; en todos se hace presente el duelo.
Hoy la muerte ha dejado de ser un espacio sagrado. La secularización ha
dado paso a un amplio abanico de lecturas sobre la muerte. Los ritos y las
liturgias sagradas son significativas para bien pocos: se han convertido en actos
sociales con cambios y ausencias contemplados como meros fenómenos
culturales. La cultura absorbe a la religión y la religión se sumerge en las
categorías culturales. Solamente una minoría vive los ritos y la liturgia como la
expresión de la contemplación de un más allá lleno de significado y de sentido
de la divinidad. El duelo ha dejado de ser el espacio privado compartido con
los íntimos para convertirse en un espacio vivido individualmente con
inquietud, y manifestado como una necesidad social.
DESARROLLO
EL PROCESO DEL DUELO
EL RITUAL DEL DUELO
LAS DANZAS DE LA MUERTE
EL PROCESO DEL DUELO
La tragedia griega surge, en parte, de los rituales dedicados a la conmemoración
de los difuntos, familiares y héroes, representando situaciones de dolor y
sufrimiento humano. El proceso de duelo, en su dimensión individual, no es
privativo de la muerte, sino que pertenece al ámbito de aquello que
entendemos por morir: tiene lugar en cada pérdida significativa, es universal en
espacio y tiempo; un período de tiempo que se vive en la intimidad, en la
soledad de uno mismo y se manifiesta externamente. De esta vivencia
particular de la pérdida se derivan los comportamientos sociales y religiosos,
denominados «ritual de duelo».
El duelo frente a la pérdida es algo natural, forma parte del modo como
afecta a uno mismo cualquier cambio importante y significativo que despierte
vivamente la sensibilidad, las emociones, la afectividad, el pensamiento…, a fin
de reestablecer el equilibrio personal. El duelo nos hace sentirnos
conscientemente vivos y, a veces, a través de él, descubrimos otras sentidos y
otras perspectivas. Se ha de decir, sin embargo, que la forma en que se produce
la pérdida influye en el modo de vivirla: no es lo mismo una pérdida
inesperada y traumática, que una pérdida que es previsible y se produce al cabo
de un proceso.
Por lo general, la pérdida se asocia con el dolor y el sufrimiento. Se puede
tratar de pérdida de personas (la muerte de alguien cercano), la pérdida de
aspectos de uno mismo (en la vejez), la pérdida de algo apreciado o que se
comprende como necesario (un objeto, un recuerdo), pérdidas relacionadas
con el curso de la vida (la pérdida de un lugar de trabajo, de una amistad, de
una oportunidad), la pérdida de ideales, de motivaciones (la pérdida del
sentido de la vida, de objeciones, de ilusiones). Toda pérdida genera un duelo,
y la intensidad del mismo (el duelo por la pérdida) está en relación con el valor
que se da a aquello que se ha perdido: la significación del duelo es personal,
forma parte de la experiencia.
Todo duelo va acompañado de un encierro en sí mismo, en un silencio
interior y exterior. Hay un recluirse como una necesidad de aislamiento del
mundo. A su vez, paradójicamente, existe la necesidad de escenificar el duelo,
de darlo a conocer, de dramatizarlo. El duelo es un impacto para la
sensibilidad: es la ruptura de un estilo de vida porque algo cambia, a veces
definitivamente en la vida de la persona. Esta ruptura supone un proceso en el
cual se distingue:
La separación provocada por la pérdida.
La acomodación a la novedad que comporta la separación.
La apropiación de la nueva situación que puede perfilar un nuevo
estilo de vida.
Todo duelo provoca una crisis, un cambio, un impasse en la vida de la persona,
que reclama una resolución, una decisión. Es difícil hacer una valoración del
duelo; en todo caso podemos decir que «a hechos pasados», el duelo puede
tener una lectura positiva.
E. Kübler-Ross sintetiza en cinco fases el proceso del duelo relacionadas con
la muerte, aunque se pueden hacer extensivas a toda «pérdida» significativa.
Estas fases han dado lugar a numerosas variaciones y exposiciones sobre el
proceso del duelo, y no necesariamente se presentan todas, ni en el orden
expuesto.
Primera fase. Negación
Es la incredulidad de la persona frente a una situación de muerte (de pérdida):
corresponde a la expresión «no puede ser». Es un tipo de conmoción que
funciona como un mecanismo de defensa con el fin de dar tiempo para asumir
la situación. Puede ir acompañada de algunos signos externos, como por
ejemplo, el llanto, trastornos del sueño, palpitaciones. No hay plena conciencia
de lo que sucede.
Segunda fase. Agresividad, confusión
Se buscan culpabilidades en uno mismo y en el entorno. Es una etapa de
desorden personal que puede llevar a la soledad o al aislamiento. En esta fase,
hay conciencia de la pérdida, puede ir acompañada de manifestaciones
parecidas a la anterior.
Tercera fase. Desesperanza
Va acompañada de tristeza intensa, de nostalgia: la vida no será nunca más
aquello que era. Es una sensación de vacío y de abandono profundo. Hay
conciencia progresiva de la situación que posibilita la comprensión y la
necesidad de adaptarse. No es extraño que la persona quiera y busque salir de
esta situación.
Cuarta fase. Pacto, negociación
Es un intento de sobreponerse a la situación. Si se es «creyente», se recurre a las
creencias en un último intento de dominar aquello que se perfila como
inevitable: la muerte. También se da un componente que refleja esta
«negociación» con la vida: una fiesta, un banquete, una actividad, con la cual se
despide de los más cercanos o se intenta evitar lo inevitable. No deja de ser un
intento de «reconstrucción» de la propia vida, a partir de la experiencia de la
pérdida, sea ésta parcial o definitiva.
Quinta fase. Aceptación
Se trata, ahora sí, de reorganizar la propia vida y las relaciones: se trata de llevar
a término aquello que preparaba la fase anterior. Se revive (recuerda) la pérdida
con tristeza, pero también con serenidad. No es el fin del mundo, sino la
acomodación a una nueva manera de vivir.
Hay tantas formas e intensidades de duelo como situaciones se dan y
personas las viven. Hay duelos difíciles de superar, la persona se resiste a
expresar aquello que vive y siente, se resiste a dejarlo salir de su intimidad
impidiendo así una despedida que le permita asumir el hecho y reorganizar
nuevamente la vida a partir de aquello que queda, no a partir de aquello que ha
perdido.
EL RITUAL DEL DUELO
El ritual de duelo es una expresión pública de duelo personal, pero también de
duelo comunitario. En los pueblos, la muerte tiene un bello perfil que se
difumina en la gran ciudad. Es todo el pueblo el que participa en el duelo y
ritual de despedida. Todo el mundo se siente implicado. La muerte provoca
una cohesión espontánea del vecindario, un acompañamiento comunitario
para los más allegados: el pueblo se hace cercano en la ausencia definitiva.
Todo duelo es un proceso de adaptación. Con el ritual se facilita la
proyección hacia el exterior (hacia los otros) del sentimiento interno de la
muerte (de la pérdida). No se dice aquí que con el duelo se supera el impacto
de la muerte porque entendemos que la muerte no se supera nunca: ni
subjetiva ni objetivamente. El duelo ayuda a «acomodar» el impertinente efecto
que la muerte genera en uno mismo o en la vida social. El duelo construye
experiencia. Y según se viva el duelo, así serán la experiencia y la vida particular
y social a partir de ahora.
Se acompaña a la persona difunta más allá de la misma muerte: los ritos de
despedida, el enterramiento en sus diversas formas y el duelo que le sigue, son
actitudes frente a la muerte, son actitudes sociales. Culturalmente, hay todo un
rito alrededor de los restos según las creencias previas del moribundo. Las
diversas formas de enterramiento y de despedida no son otra cosa que actitudes
frente a la muerte. Los ritos de despedida no son solamente acompañamiento
de la persona difunta, son, también, expresión de los sentimientos del entorno:
uno acompaña y es acompañado en el propio dolor.
El cadáver
El cadáver alcanza gran protagonismo en los rituales de duelo: provoca tensión
ya que hace ostensiblemente presente la ausencia. Quien estaba, no está. O lo
que es lo mismo, está presente quien ya no está.
El cadáver genera actitudes y comportamientos socialmente ritualizados:
limpiarlo, maquillarlo, vestirlo constituyen una cadena de acciones que se
orientan a reestablecer un «orden» que la muerte ha perturbado. A su vez, los
ritos que se llevan a cabo en torno al cadáver se orientan a aligerar la tensión
del momento. La preocupación por el cadáver distrae del impacto y de la
dificultad que supone vivir la vida a parir de ahora.
El ritual de duelo es la narración social de dolor de la pérdida, del cambio
que comporta. El ritual de duelo interpreta y expresa, a través de los signos y
los símbolos que lo acompañan, los valores y las creencias del grupo o de la
comunidad. Hay diversidad de «formas» (de rituales) con los cuales se expresa
socialmente el duelo.
Costumbres y tradiciones con motivo de la muerte y alrededor del
cadáver que se descompone (por ejemplo, vela del difunto). Son
rituales culturales que expresan creencias religiosas o actitudes
tradicionales. Entre estas costumbres, están las formas de tratar el
cadáver: la inhumación (que oculta descomposición) tiene una fuerte
carga simbólica y como tal el lugar de la inhumación atrae
periódicamente la presencia de los allegados: la visita al cementerio
resulta de una mezcla de piedad y de tradición cultural. La
incineración o cremación reduce el cadáver a cenizas dificultando la
peregrinación al cementerio, a no ser que estas cenizas reciban un
tratamiento parecido al de la inhumación. Con el embalsamamiento
se prepara el cadáver para una larga conservación, por causa de
traslado, por motivos sanitarios o por deseo propio o de los allegados:
se trata de retrasar la descomposición (una exposición del cadáver de
más de cuarenta y ocho horas obliga al embalsamamiento). Personajes
de la vida pública han sido embalsamados y expuestos. La
momificación era una técnica muy empleada en el antiguo Egipto con
fuertes connotaciones religiosas en relación con el tratamiento del
cadáver y la vida del Más Allá.
Disposiciones jurídicas, normas, leyes y prescripciones dictadas por la
autoridad, con las cuales se constata la desaparición legal de quien ha
muerto. Hay una burocratización de la muerte, son necesarios unos
trámites legales establecidos que certifiquen la baja social definitiva.
Estas disposiciones pueden variar de un país a otro, de una época a
otra. Todo ello confirma que la muerte es, también, un asunto social.
Costumbres sanitarias que giran alrededor de la preparación y la
higiene del cadáver, y del protocolo establecido en caso de muerte en
el centro sanitario.
De forma parecida al proceso de duelo, en el rito del duelo hay una
escenificación con un lenguaje que no se limita a las palabras. Por lo que se
refiere al grupo, el gesto es muy significativo: el abrazo, el rictus facial, la
manera de vestir, la compostura, son parte de lo que podemos denominar
«formas estereotipadas del duelo».
Los ritos del duelo, hoy día, se han profesionalizado: servicios funerarios,
jurídicos, sanitarios, aseguradoras, todos se han tecnificado y reclaman unos
saberes y unas habilidades profesionales a las que unen la obtención de bienes y
beneficios lucrativos. También el ritual de despedida, tanto de tipo religioso
como laico, reclama la gestión y la presencia de algún experto que organice los
pasos a seguir con el fin de que todo el conjunto no quede sumergido en un
desorden y un desconcierto sobreañadido al que ya de por sí provoca la propia
muerte (o pérdida). Estas funciones antes eran realizadas por la familia, el
vecindario o la Iglesia.
LAS DANZAS DE LA MUERTE
Las representaciones populares de la muerte constituyen todo un género de
expresión de la muerte característico de finales de la Edad Media y comienzos
del Renacimiento, y se extienden por Europa. Seguramente la epidemia de
Peste Negra en la Europa de 1348 influyó en las escenificaciones de la muerte:
su mensaje es que la muerte afecta a todos, es un hecho cotidiano.
El personaje principal de estas danzas es la Muerte. Algunos autores sitúan su
origen laico en las danzas nocturnas en los cementerios, acompañadas de
instrumentos musicales: la vida es corta y la muerte afecta a todos, a la sociedad
también. En un principio, las Danzas de la Muerte son esqueletos danzando.
Buscan recordar el carácter permanente (no mortal) de los valores morales y
espirituales frente al carácter fugaz de los valores materiales: son la validación
de un tipo de valores y la representación plástica de que la desigualdad del
mundo se acaba con la muerte.
Las Danzas de la Muerte, acostumbran estar enmarcadas en los rituales de la
Semana Santa cristiana. En Verges (Girona), «La Danza de la Muerte» tiene
como marco de representación las calles del pueblo. «La Danza de la Muerte»
narra (ritualiza) unas creencias y unos valores religiosos que se encuadran en la
celebración dramática del Misterio de la Pasión de Jesús, el día del Jueves
Santo: la «Danza», silenciosa, irrumpe en la escenificación del Misterio y sigue
un itinerario por las calles, variando de posición en el proceso. Al final, cuando
la procesión se deshace, solamente «ella» entra en la iglesia y, con una sobriedad
impresionante, se inclina delante del sagrario. Es un drama litúrgico que
arranca en la época medieval.
La «Danza de la Muerte» es una pedagogía popular de la muerte y de su
significación dentro del cristianismo: la muerte irrumpe calladamente en
medio de la representación de la vida, en medio de los figurantes, de otras
danzas, de diferentes encuadramientos que el mismo pueblo (la misma vida) va
ofreciendo, no se detiene; plena de simbología, recuerda la certeza de su
presencia en el día a día, y la posibilidad de comprender la muerte como la
nada, como un viaje, un nacimiento o una transformación. «La Danza» es un
lenguaje que habla a quien lo contempla, como la misma muerte. Recordemos
que, al final, cuando todo se deshace, la misma muerte va y, con un gesto, lleno
de significación y de belleza, se inclina delante del misterio de la presencia de
Dios en el sagrario: es decir, la muerte no tiene la última palabra de la vida. Y
el sentimiento popular así lo entiende, así lo expresa y transmite.
CONCLUSIÓN
El duelo se vive en solitario. Y solamente sabe qué quien lo ha vivido. Aquello
que distingue al duelo es, principalmente, el sufrimiento y la soledad con que
se vive, a pesar del ritual comunitario. El duelo no es una actitud negativa, es la
expresión natural de nuestra manera de ser: humana, es decir, sensible. El ritual
social que acompaña al duelo recoge visiblemente la emoción y el sentimiento
expresado en compañía. El ritual del duelo favorece la posibilidad de compartir
la soledad el los vivos, a pesar de que sea la persona difunta quien muere en
solitario.
El duelo es algo natural. Expresa el sentimiento por la pérdida.
El dolor y el sufrimiento van asociados a la pérdida.
A lo largo de la vida se suceden diferentes formas y niveles de
pérdida. La muerte es la pérdida definitiva.
El proceso de duelo es la vivencia y la expresión personal del
sentimiento por la pérdida.
El ritual del duelo es la vivencia y la expresión social del sentimiento
por la pérdida.
El sentimiento popular también tiene sus formas de representación
del duelo: por ejemplo, Danzas de la muerte.
La representación del duelo es una mezcla de sentimientos,
emociones y creencias de orden diverso: religioso, cultural,
tradicional, doméstico…
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LASALA, A. (1999). Tambores confusos. Una visión antropológica de la Semana
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Orden social y costumbres tribales pintura facial y corporal. web:
http://www.tierradelfuego.org.ar/museo/pinturas.htm [Consulta: 7 de
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PANGRAZZI, A. (1993). La pérdida de un ser querido. Un viaje dentro de la vida.
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TERRADES, I. (1995). Réquiem Toda. Ensayo de comprensión de las costumbres
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TIZÓN, J. L. (2004). Pérdida, pena, duelo: Vivencias, investigación y asistencia.
Barcelona: Paidós.
LECTURAS
Narrativa:
BARLEY, N. (2001). Bailando sobre la tumba. Barcelona: Anagrama.
DIDION, J. (2006). El año del pensamiento mágico. Barcelona: Global Rhythm.
Película:
La habitación del hijo (2001). Dir.: N. MORETTI. Italia.
La vida (2001). Dir.: J.-P. AMÉRIS. Francia.
Pintura:
DALÍ, S. (1984). Tarot: la Muerte.
PICASSO, P. (1903). La tragedia.Washington: National Gallery of Art.
4.
LA MUERTE DEL ENFERMO. EL ACOMPAÑAMIENTO
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Particularizar una situación concreta de muerte y resaltar la importancia del
acompañamiento.
La muerte no tiene un espacio propio —todos le pertenecen—, pero hay
situaciones que hacen más cercana su idea y realidad: la enfermedad es un
ejemplo. La persona enferma piensa en la muerte como una posibilidad real y
próxima. Los esfuerzos de la investigación y el progreso tecnológico en el
ámbito de la medicina tienen dos objetivos: ganar terreno a la muerte y dar
calidad a la vida. Estos objetivos, a menudo, no se consiguen.
El morir está implícito en la muerte y en la vida. Cuando una función cesa
definitivamente, es decir, muere, se produce una pérdida parcial en la persona a
pesar de que la vida continúe. Por ejemplo, la pérdida definitiva de la
capacidad de oír (la sordera) es un morir que no implica la muerte del sujeto.
La muerte del enfermo es un hecho biológico que no podemos considerar
independientemente de otros hechos que también intervienen en la
constitución de la persona (psicológicos, sociales, espirituales, etcétera).
Acompañar al enfermo con riesgo de muerte parcial o definitiva significa
«cuidar» de la persona en su totalidad: también de su cuerpo, es decir, de su
bienestar. El acompañamiento representa la dimensión humana de la vida: la
sensibilidad, los sentimientos, las emociones… afloran en presencia de la
muerte. Quien es insensible a la muerte del otro, se aleja de aquello que es
verdaderamente humano.
Este capítulo hace referencia, en términos generales, a la «muerte del
enfermo», como una situación cercana al profesional de la salud. La
terminalidad es un ejemplo puntual de la muerte del enfermo. Con el
acompañamiento se quiere ilustrar la vertiente humana de la muerte.
DESARROLLO
EL ENFERMO Y LA MUERTE
LA TERMINALIDAD
EL ACOMPAÑAMIENTO
EL ENFERMO Y LA MUERTE
La persona enferma es la figura que se toma como referencia. Hay muchas
clases de enfermos en situación de muerte y cada una de ellas dibuja un tipo de
necesidades: por ejemplo, el enfermo crónico o el viejo-enfermo.
Cuando pretendemos precisar de qué hablamos cuando decimos el
«enfermo» y la «muerte», nuestra terminología, a menudo, nos sitúa en un
espacio de ambigüedad ya que el tema de la «enfermedad» lo hemos abordado
desde una perspectiva bastante amplia. ¿A qué tipo de persona enferma nos
referimos? Hablamos a la vez de aquello que entendemos por un enfermar
biológico y orgánico, sin olvidar otras formas de enfermar, porque el aspecto
orgánico no tiene un valor absoluto. Aquí se pretende que el lector haga esta
doble consideración no solamente a lo largo de este capítulo, sino también a lo
largo de todos los otros.
La muerte del enfermo es una categoría cultural: se da en el marco de una
cultura que posee sus propios saberes, sus creencias y su prácticas (no
olvidemos que el centro sanitario es un «lugar» cultural); es un hecho subjetivo:
le atañe personalmente; es un hecho objetivo; es contemplado por los otros; es
un acontecimiento social: afecta a la comunidad. Los profesionales de la salud
detectan unos signos y unos síntomas premonitorios de muerte, excepción
hecha del caso de la muerte súbita o no prevista. Quien está más próximo al
enfermo también observa unas señales que le indican la inminencia de la
muerte. El entorno social construye estrategias de resolución frente a la muerte
de sus miembros: los tanatorios, las empresas aseguradoras o la burocracia que
ha surgido a raíz de la muerte son algunos ejemplos.
En la muerte del enfermo, el hecho biológico de la muerte ocupa un gran
espacio de interés, ya que la cesación de las funciones vitales del organismo se
adivina a corto plazo. A pesar de que el factor biológico sea el desencadenante
principal, nunca es solamente un hecho biológico. Por ejemplo, al enfermo de
Alzheimer la muerte le sobreviene a causa de afecciones derivadas de la propia
enfermedad; es un morir lento, largo, pesado: es la pérdida progresiva de
capacidades y facultades que antes el enfermo ejercía con naturalidad.
Generalmente, al cabo de un largo tiempo, el enfermo muere. Es toda la
sociedad la que se ve implicada en este proceso del morir: el ámbito familiar,
relacional, laboral, sanitario, científico, educativo, económico, político…
LA TERMINALIDAD
La terminalidad es una situación de muerte cercana. En la actualidad, el
término «terminalidad» no se refiere solamente a una situación de muerte
inminente del enfermo, sino también a una situación que desemboca en el fin
definitivo de «algo». Por ejemplo, no podemos referirnos a la vejez como una
situación de terminalidad: de viejo no se pasa. Por eso, aunque se haga
referencia expresa al enfermo en situación terminal, todo lo que se dice puede
ser aplicado a otras situaciones: el paciente terminal está en una situación
límite, es un problema y, a menudo, no se sabe muy bien qué hacer con él.
Las necesidades del enfermo terminal
Una necesidad importante del la persona en situación de terminalidad es
recuperar «el interés social». La terminalidad pone al sujeto en una situación de
ser aquello que la mayoría no es o que nadie querría ser. Las posibilidades de
«curación» son muy precarias y, en este sentido, los recursos de la ciencia más
bien son paliativos y de mantenimiento. El paciente terminal es alguien en
quien prevalece el «no puedo» o el «no puede» irreversible. Es alguien sin fuerza
ni poder. Es alguien que está en manos de los otros.
A menudo, la terminalidad se da en el hospital, en un ambiente que no es el
habitual ni de la persona ni de sus allegados. A menudo, se prefiere que la
muerte sobrevenga en el hospital porque en casa no se sabe qué hay que hacer
y, sobre todo, porque existe la culpabilidad, mejor o peor disimulada, por
desligarse de los fantasmas y sentirse responsable de aquella muerte. La muerte
en el hospital es una muerte segura. No hay imprevistos y, si los hay, el
personal profesional «ya sabrá qué hacer». La muerte en el hospital libera al
entorno más íntimo de la tensión, del miedo, del sentimiento de ineficacia e
inutilidad. Tener al moribundo en casa puede verse como un inconveniente.
La muerte en el hospital, a veces, va acompañada de una tecnificación de la
situación del paciente: intubado, sedado, conectado. Es una persona
despersonalizada, a menudo privada de la conciencia, más parece un «objeto»
que una persona; pero no es un «objeto»: así es como se interpreta, o se padece,
y las muertes en el hospital se ajustan a este modelo. Hay un tipo de
terminalidad que conserva la categoría de enfermo, a pesar de la inmediatez de
la muerte. Las personas allegadas están allí, y la imagen, incluso conservando el
trastorno de la muerte, es la de una muerte acompañada, cálida. Ha sucedido
aquello que era inevitable, y, sin embargo, se respira una especie de paz en el
ambiente.
No es extraño que el enfermo, todavía consciente de su situación, reclame el
traslado a su domicilio porque quiere morir allí donde ha vivido con lo suyos,
con las personas y las cosas con quienes ha compartido la vida: es la imagen de
la normalización de la muerte, la aceptación de que la muerte pertenece a la
vida y es el límite de lo humanamente posible. La muerte en casa es una
muerte que inquieta a los presentes, pero tranquiliza al moribundo.
EL ACOMPAÑAMIENTO
Una cosa es estar al lado del moribundo y otra cosa es acompañarlo. Los
familiares, los amigos, los cuidadores, los profesionales pueden estar en la
cabecera del enfermo cuando muere y no haber acompañamiento. Si
dramatizáramos la imagen de la muerte del enfermo, podríamos distinguir
diversas escenas con diversos clímax y actitudes. Un clímax sería aquel donde el
silencio se mezcla con el miedo, la angustia y el temor. No se dice nada, o no se
dice lo que se piensa: a veces porque no se piensa nada, a veces porque se
piensan banalidades en un intento de huida de la situación que se hace
agobiante; a veces, se llora, se suspira, hay como una especie de remordimiento
(hemos llegado tarde, si hubiésemos ido a tal parte, no hemos acertado, es el
destino); a veces, hay una rabia contenida, un terror a vivir a partir de la
ausencia del otro, a veces, hay una dolida serenidad: contra la muerte no se
puede hacer nada.
Acompañar no es estar al lado, sino estar allí. Querer estar allí y transmitirlo
así. Se trata de llenar el vacío de la soledad de la muerte ofreciendo calor y
proximidad humana. Alguien como yo muere. El acompañamiento no precisa
un lugar específico, da igual acompañar en casa como en el hospital: el
acompañamiento reclama sensibilidad y bondad.
El acompañamiento consiste en humanizar la muerte: hacerla más tierna
para quien se va y menos cruel para quien se queda. Por eso, no valen teorías ni
discursos sobre los comportamientos: esencialmente, es necesario ver en el
moribundo la propia imagen. Alguien como yo muere.
Las necesidades del moribundo
No se trata aquí de las necesidades sanitarias que se desprenden de cada
situación concreta. Nos referimos a las necesidades humanas elementales de
alguien que se encuentra en situación de muerte inmediata o cercana. Son, por
tanto, «necesidades» universales y su atención no debería de marcar diferencias
entre clases sociales. Todos somos iguales en la muerte, pero no el proceso del
morir.
Si el enfermo está consciente, es probable que una de las preguntas que nos
formulemos respecto a él sea: ¿qué decir? A menudo, en el silencio se
encuentran las mejores palabras que se pueden dirigir: un silencio lleno de
proximidad, de ternura, de calor humano. Pero este silencio no equivale a «no
decir», sino que equivale a acompañar: a estar allí. Posiblemente, un buen
criterio es decir al enfermo aquello que sea capaz de soportar, y quiera saber: es
un momento en que la inteligencia y al sensibilidad pueden aligerar el peso de
la propia muerte. No se trata de maquillar la realidad, sino de apuntalarla con
el fin de que la muerte sea más humana para quien ha de morir.
El moribundo necesita comunicarse y recibir comunicación. No siempre es
fácil, no siempre se puede conseguir. Vale la pena tener en cuenta que el tacto
es un sentido a través del cual se perciben variedad de sensaciones. Saber
«tocar» a la persona enferma quiere decir trasmitir interés, decirle que no está
desasistida, hacerle notar una presencia de acompañamiento, de comunicación
con el exterior. A través del contacto táctil se penetra en el interior del otro, se
establece un canal de relación a través del cual se hace evidente la máxima
posibilidad del ser humano: ser reconocido por el otro.
No podemos olvidar un tipo de necesidades que se sitúan a caballo del nivel
particular y del nivel social. Se trata de disponer de todo aquello que se posee y
se quiere transmitir en forma de testamento o últimas voluntades, que pueden
ser de orden material o moral.
Con el moribundo está la familia, los íntimos. También este entorno tiene
sus necesidades, sus temores: necesita saber todo lo concerniente al moribundo:
tratamiento, posibilidades, pronóstico, medidas que se deben tomar. Necesita
saber si debe participar en las decisiones. Se debe hablar de la muerte
favoreciendo actitudes y sentimientos positivos y realistas.
No podemos olvidar la asistencia religiosa al paciente (moribundo) y a su
entorno. Es necesario tener prevista esta necesidad para quien la quiera o la
solicite. Es necesario preguntar si se desea esta asistencia y de qué tipo, y es
necesario estar preparado para proporcionarla lo más rápida y eficazmente
posible. Para el fiel de cualquier religión, la muerte tiene una significación
capaz de darle sentido sin ignorar las dificultades que para todos representa la
muerte; estas mismas creencias también dan sentido a la vida y no por eso ésta
ha dejado de tener sus dificultades y contradicciones.
Las necesidades del acompañante
Acompañar a alguien que muere es duro. No es fácil. Uno se encuentra a sí
mismo reflejado en la situación del otro. El acompañamiento hacia la muerte
es una mediación sobre la misma: es una reflexión sobre la inevitable soledad
del ser humano, pues ya sabemos que no acompañamos en la muerte, sino en
el proceso que la trae.
El acompañamiento necesita ser acompañado. Necesita tranquilidad, tiempo
para sí mismo, compartir con alguien los propios sentimientos, las
contradicciones y agotamientos. Por muy asumida que se tenga la naturalidad
de la muerte, despedir a alguien de forma definitiva trastoca la propia
sensibilidad. La experiencia en el acompañamiento da destreza para
comunicarse con el enfermo, pero no evita sentir en la propia piel el dolor del
otro. La muerte es una incomodidad, y acompañarla también.
A menudo, acompañar en la muerte debilita las propias fuerzas, más incluso
cuando el proceso se alarga y el sufrimiento es difícil de controlar. Estar
pendiente de las necesidades del otro reclama lucidez mental y sutileza de
actitud. Uno lo espera todo de quien le acompaña: competencia profesional,
discreción humana, disponibilidad más allá de lo previsible. Se espera que
construya una especia de idilio controlado con el paciente y su entorno. En
conjunto, no es fácil. Cansa. No hay gratificaciones sociales. A menudo, quien
es acompañado ignora el potencial humano que le dedica el acompañante.
CONCLUSIÓN
La terminalidad nos pone delante de la disyuntiva de un tiempo pasado que se
deja y un tiempo presente que se convierte en único. Me he centrado en un
tipo de terminalidad y de acompañamiento, pero ya se ha dicho que su
significación se puede extender a otros imaginarios, a otras situaciones.
La terminalidad es una situación sin salida. Es un callejón existencial.
Anuncia la muerte.
La terminalidad afecta y conmociona a la persona particular y al
entorno social.
La pobreza, la vejez (humana, cultural, institucional), el fracaso
social, la marginación, son algunas formas de terminalidad: un
discurso sobre ella debe tener presente (recuperar) estas formas
negativas.
La terminalidad supone dolor y sufrimiento. Reclama
acompañamiento humano y alejamiento.
La terminalidad supone carencia y precariedad. Reclama eficacia
política y acción social y sanitaria.
El acompañamiento es un arte, un aprendizaje; es comunicación,
solicitud, profesionalidad. Se trata de tener en cuenta los aspectos
personales, sociales, sanitarios que confluyen en el acompañamiento.
Quien acompaña necesita ser acompañado. Quien acompaña
transforma en propias las necesidades del otro.
BIBLIOGRAFÍA
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de la enfermedad terminal». En Jano. Barcelona: 215-231.
AMÉRY, J. (2001). Revuelta y resignación. Acerca del envejecer. Valencia:
PreTextos.
BUCKMAN, R. (1992). Com donar males notícies. Una guia pels professionals de la
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CABODEVILLA, I. (1999). Vivir y morir conscientemente. Bilbao: Desclée De
Brouwer.
DELISLE-LAPIERRE, I. (1984). Vivir el morir. De la relación asistencial a los
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GÓMEZ-SANCHO, M. (1998). Medicina Paliativa: La respuesta a una necesidad.
Madrid: Arán.
LEONE, S. (1996). Il malato terminale. Milán: San Paolo.
PANGRAZZI, A. (1993). La pérdida de un ser querido. Madrid: Paulinas.
SEBAG-LANOË, R. (1986). Mourir accompagné. París: Desclée de Brouwer.
LECTURAS
Película:
El estanque dorado (1981). Dir.: M. RYDELL. EE.UU.
Pintura:
MUNCH, E. (1893). La muerte en la habitación del enfermo.
RAFAEL (1507). La traslación de Cristo. Roma: Galleria Borghese.
Escultura:
MIGUEL ANGEL (1552-1564). Piedad Rondanini. Milán: Museo del castillo
Sforcesco.
5.
EL MOMENTO SOCIAL DE LA MUERTE. LAS REPRESENTACIONES
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Ver la proyección social de la muerte y las representaciones que suscita.
La muerte proyecta su propia vida en las relaciones y la convivencia humana
combinando racionalidad y abstracción. Desde la racionalidad se analiza el
hecho concreto de la muerte que, paradójicamente, genera una forma de vida,
de relación. Desde la abstracción, se argumenta y se reflexiona sobre la cuestión
de la vida humana: la inevitabilidad de la muerte. Y a pesar de todo, el acceso a
la muerte es doble: subjetivo-objetivo, personal-social, conceptual-simbólico,
físico-imaginario.
El momento social de la muerte se sitúa dentro del contexto cultural en el
cual se produce, y responde a la manera de ser personal del individuo: es decir,
a la experiencia de su estar en el mundo, que le hace moverse y expresarse de
diversas formas. Ante el hecho de la muerte se construyen rituales, liturgias
comunitarias de carácter religioso o civil enraizadas en costumbres y tradiciones
culturales, locales o familiares, institucionales o populares, evocando la
pertenencia a un grupo, condicionando comportamientos humanos tanto
colectivos como individuales.
No se puede olvidar que la muerte propicia un lenguaje significativo propio.
Así, cuando decimos que una institución, organismo o colectivo muere,
queremos expresar su incapacidad para construir algo positivo, para crecer, para
entusiasmar y proyectarse hacia el futuro. La muerte significa lo contrario de la
vida, pero eso no quiere decir que de la misma muerte no pueda nacer otro
tipo de vida.
La muerte es una cuestión social: se vive individualmente pero también en
grupo, suscita comportamientos y significados sociales, refleja diferencias y
desigualdades, ideologías y creencias. La muerte juega un papel en la vida
social. Pero la muerte también es aquel «lugar» donde la convivencia no es
posible ni por tanto capaz de generar ilusión, aunque sí colapsarla.
DESARROLLO
LA MUERTE SOCIAL
LA MUERTE DE LAS CULTURAS
LAS REPRESENTACIONES SOCIALES DE LA MUERTE
LA MUERTE SOCIAL
La «muerte social» sugiere una contemplación desde un punto de vista
particular referido a la vida social. Todo grupo se desarrolla en un contexto
cultural que impregna las creencias y las prácticas que se llevan a cabo y son
estas mismas creencias y prácticas las que conforman la cultura. En cuanto a la
muerte, sucede lo mismo. Ésta no se construye a expensas de los factores
sociales y de las relaciones que se establecen: eso puede dar pie a diferencias,
incluso importantes, a la hora de abordar el tema. Podemos hablar de «muerte
social» como de aquella situación en la que uno vive pero es ignorado; también
se puede decir de otra manera: cuando la sociedad determina que la situación
de algunos de sus miembros no le ofrece ningún tipo de futuro en su
desarrollo. Entonces, tales miembros son víctimas de esta decisión colectiva
incluso no tomada de manera oficial: es suficiente con que los
comportamientos y las motivaciones de dinámica social lo constaten.
Por ejemplo, una sociedad cuyo dinamismo prima el atractivo personal y la
capacidad competitiva, tiende a olvidar a aquellas personas que no se
encuentran en tales circunstancias y provoca un tipo de muerte social. La
novela y el cine representan un microcosmos de humanidad: la decadencia de
personas, de una clase social, de una época, la muerte de un estilo de vida; un
ejemplo, se puede ver en El Gatopardo, una de las lecturas recomendadas en
este capítulo.
Ya es un tópico decir que la muerte nos iguala a todos por el hecho de ser
ineludible. Pero la manera de morir y el camino hasta llegar a la muerte no es
igual para todo el mundo, ni mucho menos. El eco social de algunas muertes
contrasta con el anonimato social de la mayoría. Por ejemplo, la muerte de
protagonistas públicos de la vida política, cultural, económica, religiosa. A su
vez, el eco social de algunas «formas» de muerte contrasta con la habitual
manera de morir de la mayoría de gente; por ejemplo, los casos de muerte
violenta, de suicidio, o accidente.
La muerte de la persona social debe de tener el reconocimiento de la
sociedad a la cual pertenece. Ésta, por medio de sus representantes reconocidos
para estas funciones, certifica las causas y las circunstancias de la muerte,
certifica la defunción. Entonces, la persona difunta pasa a formar parte de unas
variables demográficas, según conceptos basados en unos índices estadísticos
establecidos.
Los hechos sociales están sujetos a un ciclo vital y, por tanto, mueren,
desaparecen para siempre, o bien mueren respecto de aquello que son para
transformarse en algo nuevo. Por ejemplo, en el primer caso se puede hablar de
una institución, de un proyecto político o cultural que nace, se desarrolla,
decae y desaparece. En el segundo caso, pertenece al lenguaje cotidiano
referirse a la muerte para indicar un cambio, una actualización que la aleja de
criterios del pasado y se acerca al presente. Es un lenguaje metafórico que
revive constantemente la antigua creencia de que con la muerte se deja de ser
de una manera para convertirse en otra cosa: la muerte es la transformación de
la identidad; no su aniquilamiento. La muerte social tiene variedad de rostros,
enseguida veremos algunos ejemplos:
La omisión
El imaginario de la muerte social es diverso y desigual. Por ejemplo, cuando se
inicia un proceso de despersonalización en la vida del grupo: la pérdida
progresiva de protagonismo social. Es una fase multicausal, por ejemplo: la
vejez y el paro. La vejez es un problema particular y social. La longevidad es un
plus de tiempo que no siempre se acompaña de calidad de vida o de
posibilidades de bienestar. A pesar del discurso público, a menudo la vejez se ve
como inútil socialmente: consume y no produce, no puede cumplir las
funciones habituales, se va empapando de una fría soledad: entonces se
convierte en la imagen de la agonía previa a la muerte. El mundo mira esta
vejez, pero desea no verla. La omite.
El olvido
El culto a los muertos, o las actitudes hacia ellos son la pervivencia de éstos
entre los vivos. El olvido es como una doble capa de muerte: cuando ya nadie
recuerda al difunto, es la ausencia total. La Iglesia católica reserva un día del
año a la memoria de todos los difuntos (2 de noviembre). La liturgia del Día de
los Difuntos nos recuerda que la muerte no tiene la última palabra. No hay
olvido ni ausencia total: hay otra manera de pervivencia. El olvido social tiene
otros matices: la marginación es un ejemplo. La persistencia de la problemática
social ya es un olvido de sus causas: la agonía de la gestión del bienestar.
La pérdida de valores sociales
Es difícil pensar en una pérdida total de valores, no es tan difícil constatar la
degeneración de unas actitudes y de unas prácticas que no respetan los
derechos fundamentales de las personas y de las instituciones. Todos los valores
tienen un fondo subjetivo y otro social: no se nace con ellos, se comunican y se
descubren casi simultáneamente.
En nuestro espacio cultural hay una distancia notable, por ejemplo, respecto
a cien años antes, en la organización y gestión en los avances tecnológicos y en
la investigación. No todo son fracasos. Un valor social que a menudo se
enmascara es el de la civilidad: es decir, una manera de ser y de hacer
respetuosa con los demás y con el entorno. La civilidad es un estilo de vida
sano.
La eficacia del progreso y de la novedad en la calidad de vida no es total ni lo
es para todos: el bienestar personal y en la convivencia se resienten. Todos
tenemos muy presente la sofisticación ideológica del mal que se lleva a la
práctica: por ejemplo, el atentado de la Torres Gemelas, la tortura, las guerras
esparcidas por toda la geografía mundial, el hambre, el desprecio a los derechos
fundamentales de las personas, los problemas de la propia tecnología…
El refinamiento tecnológico ha desplazado de la preocupación pública los
«pequeños grandes problemas» del día a día, ha desplazado la inteligencia de
preguntarse qué quiere decir el «bien común»: es decir, el bien de las personas
al servicio de las personas. Éste es, a mi entender, uno de los rostros de la
muerte social.
LA MUERTE DE LAS CULTURAS
No se trata de la evolución o de los cambios que se producen en toda cultura,
sino de su desaparición. Hay numerosas lenguas que han desparecido y otras
que están en camino de hacerlo. Cuando ya no hay nadie que hable o pueda
trasmitir una lengua, con ella también muere todo un mundo de creencias, de
ideas, de costumbres, de maneras de pensar y de hacer: muere una cultura y,
con ella, una manera de entender la vida y la muerte. La vida de la cultura
depende de las personas que están dentro de este marco de interpretación del
mundo. La muerte de una cultura es la abolición de una historia personal y
comunitaria: es una de las experiencias más dramáticas del ser humano como
ser social. La muerte cultural suele producirse en grupos poco numerosos y con
pocas posibilidades de conservar el idioma, las costumbres y la historia,
envueltos o fuertemente influenciados por otra cultura más fuerte que
contribuye decisivamente a su anulación. A menudo, son culturas con una
intensa tradición oral que se va debilitando en un mundo tan vertiginoso como
el nuestro, donde la palabra está muy devaluada. La muerte de una cultura
también se da por destrucción, ya sea con el uso de la violencia, ya sea
mediante otras intervenciones no menos punitivas: por ejemplo, la
esterilización de la población o la falta de planificación educativa o de servicios
sociosanitarios. Toda colonización es un proceso de muerte cultural: es el
ahogamiento (la negación) de otros sistemas socioculturales, de su identidad y
de sus valores. Es la reducción de las personas a la condición de objetos: se
utilizan y se destruyen (L. V. omas, p. 60).
LAS REPRESENTACIONES SOCIALES DE LA MUERTE
El cementerio
La palabra «cementerio» significa «dormitorio»: aquellos que nos han dejado
duermen el sueño de la muerte. El cementerio es la «casa de los muertos». El
cementerio recuerda la organización de pueblos y de ciudades: con calles más
amplias, más estrechas, habitáculos en serie, distinguidos, adornados,
esculpidos, austeros, con nombres, frases, fotografías, que transportan a las
«casas» de los que han muerto. El cementerio es un lugar frío, apartado,
solitario para los vivos, pero los muertos forman una comunidad, una sociedad
muy peculiar: la suya y a su manera, llena de silencio, de quietud, lejos del
trasiego de los vivos, como si esperasen sin prisa.
El cementerio es la prolongación del pueblo o de la ciudad; también lo es de
la época en la que los muertos vivían: es una expresión de arte. El cementerio
de pueblo reflejaba la sencillez de la vida rural, el cementerio de ciudad refleja
la complejidad de la misma. Hay cementerios diferentes, como por ejemplo,
cuando la muerte ha sucedido de forma obscena, como ocurre en el Museo de
Hiroshima dedicado a aquellos que murieron por la bomba atómica o en Yad
Vashem (Jerusalén), el monumento en memoria de los seis millones de judíos
que murieron en Europa entre 1933 y 1945 a causa del nazismo.
El espectáculo
La muerte espectáculo es aquella que, a menudo, nos ofrecen los medios de
comunicación social. La muerte escenificada en la pantalla del cine, de la
televisión, en la prensa, en fotografías, en el lenguaje coloquial es espectáculo y
la convertimos en él. Es una muerte lejana la que pretende sensibilizar al
espectador, que puede tener el efecto contrario: provocar la insensibilidad
afectada por una morbosidad que la noticia alimenta al ofrecer imágenes de la
muerte como horror, como crueldad, como injusticia. Es la banalización de la
muerte: parece que se busque «comunicar» (compartir) la muerte a fin de
hacerla significativa para el receptor. Pero se trataría de un milagro: si fuese así,
las escenas de horror no se repetirían porque no sucederían.
La muerte puede convertirse en espectáculo obsceno cuando las imágenes
sobre ella no respetan la intimidad y el padecimiento de sus protagonistas,
cuando inducen al espectador a banalizarla, precisamente por la crudeza de las
circunstancias que la acompañan en contraste con la tranquila privacidad desde
donde son contempladas. Así fueron la agonía de Omyara Sánchez después de
la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia (1985), o bien la del pequeño
Mohamad El Dirah, de doce años, que murió tiroteado por soldados israelíes
en Netzarim (Gaza) el 30 de septiembre de 2000.
El sida
Hablar de la muerte es un tipo de tabú social. No hace mucho, hablar de
cáncer era como hacerlo de una condena, de algo oscuro; el enfermo de cáncer
se veía, y era visto, como un condenado.
El sida ha roto (ha cambiado) el tabú social de la muerte, de las relaciones,
del orden establecido, de la afectividad; ha saltado a la luz pública, se ha
mostrado; no ha denunciado la enfermedad, sino los tabúes sociales, y la
muerte, qué duda cabe, es uno de ellos. El sida afecta a una generación joven,
provoca una situación paradójica en una sociedad en la que estar al límite de
todo vende mucho: el sida hace actual el discurso sobre la fascinación del riesgo
y reclama atención para los «pequeños grandes problemas» del día a día. A su
vez, el sida pone en evidencia la fuerza del grupo cuando la necesita, el grupo
se cohesiona en función de unos derechos y de unos beneficios. En el escenario
social, el sida representa la muerte por olvido, por omisión; pero también, la
actualización de los «valores sociales» vigentes en una dimensión de creatividad:
ésta es, por ejemplo, la eficacia social de las asociaciones de afectados.
El sida permite un análisis sociológico del «vivir la muerte»: el
comportamiento del paciente, de su entorno y de las instituciones ha
estimulado el progreso en la investigación con un rápido, y podemos decir,
eficaz resultado. El sida integra en una sola expresión a los que mueren y los
que morirán. Los representa. El sida ha focalizado la atención hacia el proceso
salud-enfermedad-atención, un proceso en el cual se debe tener en cuenta la
persona entera y sus necesidades.
El proceso salud-enfermedad-atención es el cruce de diversas disciplinas,
reclama un análisis y una respuesta interdisciplinar. El proceso saludenfermedad-atención es la representación social de la gestión pública de la
promoción de la salud y la prevención de la enfermedad. Es la representación
de las desigualdades sociales y de sus diferencias frente a la muerte.
La medicalización
La medicalización es la irrupción soberana de los criterios médicos en el día a
día. En este apartado hablamos de la medicalización de la muerte desde dos
perspectivas: la muerte sanitariamente medicalizada y la muerte socialmente
medicalizada.
La muerte sanitariamente medicalizada se produce cuando la situación del
paciente es absorbida de forma generalizada por la medicina en la creencia de
que ésta lo podrá hacer todo, lo debe poder conseguir todo.
Son muchos los enfermos favorecidos por nuevas medidas terapéuticas que
no solamente alargan la vida, sino que dan cierta calidad de vida. Sin embargo,
la lucha hasta el último límite prolongando el sufrimiento no constituye
ningún avance. Aún hay bastantes personas afectadas que no pueden ser
curadas ni aliviadas médicamente. El tratamiento es para cada momento, en
cada caso, y para cada persona.
La muerte socialmente medicalizada se produce cuando de la fenomenología
social de la muerte se hace un objetivo de intervención sanitaria ignorando sus
causas y alternativas sociales. Por ejemplo, la omisión, el olvido, la pérdida de
valores sociales, puede ser motivo de algunos padecimientos y enfermedades.
Entonces, la asistencia al paciente debe orientarse hacia aspectos biomédicos y
también hacia otras «habilidades» sociales.
El avance de la ciencia y de la técnica ha provocado cambios en la manera de
gestionar y entender la muerte: la ciencia y la técnica han introducido
modificaciones interactuantes en el comportamiento de las personas y en las
estructuras sociales que a menudo son asumidas de forma acrítica: la frialdad
aséptica que acompaña a la muerte en el centro sanitario, la organización de los
servicios funerarios, la secularización de los rituales de la despedida son
ejemplos de un tiempo social que se aleja de todo aquello que recuerda la
precariedad de la vida y la imposibilidad de poderlo todo. La medicalización de
nuestro tiempo ha convertido la muerte en un símbolo de impotencia: no
debido a la incapacidad de conseguir una vida para siempre, sino de asumir sus
límites.
CONCLUSIÓN
Solamente se puede hablar de la muerte desde la vida, y la vida es soledad y
convivencia. La vida es una interacción de relaciones con uno mismo y con el
entorno, vivir implica ser uno mismo y estar con los otros.
El momento social de la muerte se refiere a su fenomenología: aquello que
hace visible el debilitamiento de la vida hasta su extinción (el sida), aquello que
provoca visiblemente la muerte antes de hora (el olvido, la omisión); aquello
que conserva la memoria social del difunto (el cementerio).
El lenguaje de la muerte es equívoco: todo aquello que nace, muere.
La «cultura» de la muerte no se construye a expensas de los factores
sociales y de las relaciones que se establecen.
El imaginario de la muerte social es diverso y desigual, pero real.
La pérdida de valores sociales (del bien común, de la solidaridad, de
la civilidad, de la paz) es una señal de muerte para una sociedad y
para sus miembros.
La muerte de una cultura es la de una historia y de muchas biografías:
todo lo perdido no se puede recuperar: lengua, creencias, costumbres,
tradiciones...
La muerte humana suscita cambios socioculturales (burocratización,
institucionalización, desacralización, tecnificación, medicalización de
la muerte).
La muerte es una cuestión social; es una cuestión política: evoca la
gestión de la administración pública en diferentes niveles de la
sociedad.
BIBLIOGRAFÍA
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tradicions populars.
CASADO, M. (1995). La mort en les ciències socials. Barcelona: Signo U-B.
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LECTURAS
Narrativa:
LAMPEDUSA G. (1993). El Gatopardo. Madrid: Espasa-Calpe.
SELLIN, B. (1994). Quiero dejar de ser un dentrodemí. Mensajes desde una cárcel
autista. Barcelona: Círculo de Lectores.
Película:
El Gatopardo (1963). Dir.: L. VISCONTI. Italia-Francia.
La vida es bella (1997). Dir.: R. BENIGNI. EE.UU.
6.
MUERTE, ÚLTIMO ACTO HUMANO: LECTURA ÉTICA
Antoni Nello
EL HOMBRE COMO SER PARA LA MUERTE
Nacer es empezar a morir. Ciertamente ésta es una afirmación dramática,
insuficiente e injusta, porque nacer es empezar la maravillosa aventura de vivir,
una aventura que será un largo proceso de aprendizaje y de maduración en el
envoltorio de las relaciones interpersonales, afectivas o no, que nos irán
forjando. Nacer es una afirmación de la vida, un grito de esperanza para toda la
humanidad, para su prolongación y para su mejora. Pero todo eso no nos
puede impedir reafirmar que nacer es empezar a morir. En un tono más suave,
con matices... pero es bien cierto que nacer es comenzar un proceso que nos
conducirá inexorablemente a la muerte, a una muerte que se prevé lejana, en la
vejez, cuando todo se irá apagando poco a poco; y no a una muerte repentina,
violenta, innecesaria, que constituye una agresión, un robo, para quien muere y
para aquellos que le rodean y le quieren. O tal vez también será así, la muerte
imprevista, repentina.
El hombre tiene que morir. No sabemos exactamente qué sucederá con la
vida naciente. Quienes la aman, están llenos de proyectos, de sueños. El recién
nacido también hará, con los años, sus propios proyectos, sus propios sueños.
Unos se cumplirán; otros, no. No lo sabemos, lo podemos desear, preparar,
forjar, pero el futuro permanece siempre incierto. Sólo la muerte es cierta, no
sabemos cuándo ni cómo, pero es una certeza absoluta, indiscutible.
Nacer es empezar a morir. El recién nacido empieza a morir con su llanto
que es, a la vez, grito de vida y dolor de muerte, grito de autoafirmación y
lamento de una comodidad perdida en el seno de la madre. Igual que el
hombre descubre que la vida le ha sido dada, que él mismo no ha escogido
vivir, que es algo fantástico, aunque tal vez, a veces, doloroso, también
descubre que la muerte formará parte de su vida, que se dibuja oscuramente en
su horizonte lleno de temores pero no por ello negable. El hombre es un ser
para la muerte, la muerte forma parte inexorable del decurso de la vida.
LA VIDA HUMANA EN EL HORIZONTE DE LA MUERTE
Lo quiera o no, el hombre da sentido a su vida. Precisamente porque es
hombre, vive más allá de las inmediateces, de la simple percepción de la
realidad y de la primariedad del instinto en la organización de su vida.
Convierte la percepción en sentido, y el instinto en proyecto. Interpreta la
realidad que le rodea, la quiere y la puede entender para adecuarse a ella o
cambiarla. Diseña su historia, da forma racional y procesual según sus deseos,
sus sueños, y aspiraciones.
El hombre interpreta y organiza su futuro, sus aspiraciones profesionales,
afectivas, familiares, sociales, culturales. Interpreta y organiza las diversas etapas
de su vida: el niño quiere ser mayor, más autónomo; el adolescente quiere ser él
mismo, sin trabas; el adulto quiere ser feliz, con su trabajo y con los suyos, en
su entorno social y político; el anciano... el anciano quisiera ser joven, y a
menudo se siente marginado, inútil, aburrido. En cualquier caso, todos, y a
todas las edades, proyectamos e interpretamos nuestra vida. Y en esta tarea
acierta o se equivoca, confirma o corrige... y eso es vivir. ¡Precisamente eso es
vivir!
Pero, ¿y la muerte? La muerte no entra ni en la percepción ni en los instintos
más espontáneos del hombre. El hombre percibe su vida y la protege
espontáneamente. El hombre desea vivir, y vivir bien, espontáneamente. Y sin
embargo la muerte está presente en el horizonte del vivir humano. Pero no de
manera espontánea sino como una amenaza.
Cuando el hombre piensa, interpreta, se da cuenta de la presencia inexorable
de la muerte, de la muerte de los demás, de la muerte de seres queridos y
cercanos, de la propia posibilidad de morir; cuando el hombre proyecta su
vida, sabe que todo podría derrumbarse con la muerte, lo experimenta en
quienes han dejado proyectos inacabados, a veces seres queridos que le dejan
dolorido por su ausencia. Y sabe que eso también le puede pasar a él, pero
espera que ocurra muy tarde, cuando «toque» por edad, y entre tanto se
organiza y hace proyectos de vida, aunque siempre bajo una pequeña ansiedad,
con miedo: «¿Y si me muriera?...».
En realidad, desgraciadamente y de manera especial en nuestra época, el
hombre procura eliminar la muerte del horizonte de su vida. Hace ver que no
está presente. No la niega, no puede hacerlo. Pero la elude, la maquilla, la
silencia, la pospone... No entra en su interpretación de la vida, ni en ninguno
de sus proyectos. Vive en la mentira, en la oscuridad de un engaño que tal vez
se revele abruptamente.
Hay que tener en cuenta la realidad de la muerte en la interpretación y
proyección de la vida humana. Hay que vivir de cara a la muerte. No se trata
de desearla, ni de provocarla, ni de anticiparla. ¡Eso nunca, por ningún motivo!
Hay que amar, querer y vivir la vida. Pero hay que saber, también, que la
muerte forma parte del vivir humano. Que el esfuerzo titánico por sobrevivir
ha de convertirse en un esfuerzo por saber vivir en el horizonte de la muerte.
Que las esperanzas prometeicas de inmortalidad son una falacia, un engaño
que no puede deslumbrar a la inteligencia humana.
La muerte es un acontecimiento siempre presente en nuestra interpretación y
proyección lúcidas de la vida, un acontecimiento que nos recuerda la
precariedad humana, la fragilidad de todo; un acontecimiento que debe
ayudarnos a relativizar muchas de las cosas a las que nos aferramos y que son
evanescentes, para enraizarnos en aquello que vale la pena y atraviesa el espacio
y el tiempo. Es un acontecimiento que nos interpela profundamente sobre
nuestro futuro, sobré el más allá de la muerte, sobre una eternidad que no está
hecha de inmortalidad sino de resurrección.
LA MUERTE INJUSTA Y LA MUERTE JUSTA
El discurso sobre la muerte debe ser más preciso. La muerte es un
acontecimiento genérico que se manifiesta bajo muchas formas, no todas
iguales. Existe la muerte del niño, la muerte accidental, la muerte por
enfermedad, la muerte de civiles inocentes en las eternas guerras humanas, la
muerte en la vejez. No todas son iguales, y debe distinguirse entre distintos
tipos de muerte.
Hay muertes injustas. Son, no se pueden negar. Formaban parte del abanico
de posibilidades del vivir humano, pero no eran previsibles ni deseables. Tan
sólo crean desconcierto y dolor. Generan rechazo, rabia. El hombre se siente
engañado: las promesas de vida se le han revelado falsas, espejismos
inaccesibles. Todos estos sentimientos generados por la muerte injusta son
nobles, lógicos, comprensibles, sanos. Ante la muerte inocente debemos gritar
el dolor y la rabia, pero deberemos sobrevivir, sobreponernos, nos
acostumbraremos incluso. Como decía omas Mann, uno de los grandes
intérpretes de la condición humana durante el siglo XX, «lo más doloroso del
dolor es que también se olvida». Pero eso no debe impedirnos un análisis
lúcido que desenmascare la crudeza e inutilidad de ciertas muertes.
Vivir de cara a la muerte, incorporar el acontecimiento inexorable de la
muerte en el horizonte de comprensión de la vida, no conlleva justificar todo
tipo de muerte, bien al contrario. El hombre debería morirse cuando le
corresponde, por degeneración natural de su proceso vital. Debería morir en la
ancianidad, en la propia cama, en paz, con el sentimiento de haber hecho lo
que debía hacerse. El resto es siempre una agresión indebida que habrá que
asumir pero no por ello aceptar. En esto consiste el arte de curar y de cuidar.
En preservar de la muerte injusta, en dar vida, en crear, tal vez, nuevos
escenarios de vida para aquellos que están gravemente afectados por la
enfermedad o por el accidente o por el desgaste del vivir cotidiano.
Una vez hecha la distinción entre la muerte justa y la muerte injusta, hay que
añadir entonces, y sólo entonces, que la comprensión de la vida debe
incorporar el acontecimiento de la muerte. Tal vez, y desgraciadamente, como
posibilidad no deseada de agresión injusta. Tal vez, y más lógicamente, como
realidad ineludible y justa que marcará el final natural de nuestro recorrido
histórico.
LA MUERTE Y EL SABER ACABAR
Hay una distinción clásica entre los actos humanos y los actos del hombre.
Éstos son actos que no dependen directamente de nuestra libertad racional.
Digerir, soñar, respirar... son actuaciones propias de cada uno. Nadie digiere
como yo, especialmente con el paso de los años. Nadie sueña como yo, ni lo
que yo sueño... Ciertamente podemos intervenir en estos actos: saber comer y
beber son una garantía del buen funcionamiento del aparato digestivo;
proteger el descanso y vivir en serenidad profunda son garantía de un sueño
tranquilo...
Los actos humanos, en cambio, son aquellos que dependen directamente de
nosotros mismos, de nuestra gestión inteligente y libre de la vida: convertirse
en un profesional, lo que significa planificar la formación pertinente y
desarrollar su ejercicio adecuado; formar una determinada familia, con todo lo
que comporta de libre decisión de vivir en una convivencia afectiva que deberá
cuidarse día tras día... son actos humanos que, evidentemente, dependen de
nosotros mismos, pero no sólo de nosotros mismos. Tener los profesores
adecuados es una condición para convertirse en un buen profesional. Tener un
marco socioeconómico adecuado será una condición importante que facilitará
el buen funcionamiento de una vida familiar sana...
Los actos humanos dependen de nosotros mismos pero están siempre
situados en el espacio y en el tiempo, en la historia que nos ha tocado vivir,
general y concreta, de carácter político y cultural, pero también de carácter
cotidiano y de relaciones próximas. Este entorno facilitará o dificultará la
gestión de nuestro vivir humano, la consecución de lo que pretendemos con
nuestros actos humanos. Facilitar e impedir no son siempre sinónimos de
positivo y negativo: facilitar el consumo de drogas será malo, a pesar de que
haya personas que quieran consumirlas; impedir el asesinato será bueno, a
pesar de que haya personas que, en un momento dado, pretendan quitar la
vida a alguien. Todo esto, que fácilmente comprendemos en el desarrollo
ordinario de nuestra vida cotidiana, pero que no está exento de debates ni de
matices concretos, hay que aplicarlo al acto de morir.
Morir puede ser un acto del hombre, el inevitable final de nuestro
funcionamiento orgánico, independientemente de nuestra voluntad. Es el caso
de muerte por sorpresa, la que nos atrapa sin avisar y sin darnos margen de
elaboración. Pero también aquí, como en el caso de todos los actos del hombre,
la persona puede incidir en ello indirectamente: saber que la muerte puede
interrumpir de repente mi vida, tener una vida suficientemente organizada
para evitar las consecuencias que esta muerte generará entre los que me
rodean... No se trata de vivir en la angustia de la muerte, sino de vivir de modo
que la muerte nos afecte lo menos posible.
Pero sobre todo la muerte debe ser un acto humano. Y eso es así cuando se
sabe encararla, cuando se sabe preparar, asumir y vivir. La persona mayor debe
saber que la muerte se acerca, y debe saber vivir su vejez haciendo de ella,
todavía, un momento gozoso y útil para aquellos que la rodean. Pero debe
aprender a esperar la muerte, a no tenerle miedo, a entender que es el escenario
que concluye la grandeza de su vivir. Evidentemente necesitará también un
entorno favorable, que la haga sentirse útil, importante, apreciada, que la
acompañe con ternura hacia lo que está por venir, con agradecimiento hacia lo
que ha acontecido ya. Y hay que añadir todavía que la misma persona mayor
deberá haberse ganado este entorno con su vida vivida, con el amor sembrado
hacia todos aquellos que ahora están a su alrededor.
También el enfermo puede afrontar la muerte como el último acto humano
de su vida. Mucho se ha escrito sobre el proceso del duelo, y su última fase es
precisamente la aceptación de la muerte. Esto quiere decir que es lícito, incluso
sano, que cuando la enfermedad letal llama a la propia puerta, primero haya
que rechazarla, luchar en su contra, aprender a convivir con ella… pero
finalmente habrá que aceptar, sanamente, su final, inexorable. La escenas de
despedida madura de personas que se saben en los últimos momentos de su
vivir histórico son importantes, entrañables, sagradas.
Ciertamente, y para que eso sea así, es necesario un entorno favorable. Un
entorno sanitario adecuado, sano. Pero sobre todo será necesario un entorno
afectivo, familiar y amigable. Porque, ¿cómo puede convertirse en un acto
humano la muerte solitaria de quien se siente abandonado, arrinconado,
rechazado, olvidado?
SEGUNDA PARTE
La salud, un lugar de convivencia
I.
INTRODUCCIÓN
1.
INVESTIGACIÓN Y METODOLOGÍA
1.1. Áreas de investigación y métodos de trabajo aplicados a la
Antropología de la Salud
Francesc Cónsola, Lluís Costa y Àngela Pallarés
OBJETIVO
Conocer las áreas y los métodos de investigación en ciencias de la salud.
El principal problema ante los procesos de investigación es la falta de
comprensión de las perspectivas teóricas en relación con los problemas y las
soluciones. El positivismo y, posteriormente, el neopositivismo han alimentado
ideológicamente un modelo de investigación fundamentado en la
experimentación empírica y las matemáticas: lo concreto como una manera de
entender el hombre, la realidad y la propia investigación. Este paradigma
concreto afirma que todo aquello que pueda ser verificado, comprobado,
manipulado y controlado podrá ser considerado investigación. Esta creencia ha
hecho que se considere como exclusivamente válido, en el terreno del
conocimiento científico, todo aquello que contenga análisis estadístico y
matemático. El mismo hombre y sus ámbitos sociales, psicológicos,
antropológicos y de salud han sido estudiados desde la ciencia. La misma
Antropología se ha convertido en ciencia.
DESARROLLO
LA APLICACIÓN DE UNAS METODOLOGÍAS. EL MOMENTO DE LAS TÉCNICAS
LA METODOLOGÍA CUANTITATIVA
LA METODOLOGÍA CUALITATIVA
LA APLICACIÓN DE UNAS METODOLOGÍAS. EL MOMENTO DE LAS TÉCNICAS
A lo largo del siglo XX la investigación cuantitativa ha ido variando las
posiciones que la sostenían en su comienzo. En el umbral entre los siglos XX y
XXI algunas de las características más importantes derivadas de la teoría
positivista para la Antropología social y de la salud son (tabla I):
La teoría positivista busca un conocimiento sistemático,
comprobable, comparable, mensurable y que se pueda replicar.
La metodología de la investigación debe ser la de las ciencias exactas,
matemáticas y físicas.
La realidad es observable, mensurable y cuantificable (variables
dependientes e independientes), pero es imposible controlar todas las
variables.
Parte de una muestra significativa para generalizar los resultados.
Participa de las limitaciones del método. La muestra significativa sólo
es orientativa.
La observación parte de una pretendida neutralidad-objetividadverdad. Admite la necesidad de explicar los puntos de referencia
asumidos, previos a la investigación: se ha de explicar qué
instrumentos de análisis se utilizan y con qué perspectiva.
PUNTO DE
INVESTIGACIÓN CUALITATIVA
COMPARACIÓN
INVESTIGACIÓN CUANTITATIVA
Centro de interés Calidad (naturaleza, esencia)
Cantidad
Filosofía
La fenomenología
El positivismo. El empirismo lógico
Conceptos
asociados
Trabajo de campo, etnografía,
naturalista
Experimental, empírica, estadística
Objetivo de la
investigación
Comprensión, descripción,
Predicción, control, descripción,
descubrimiento, generadora de hipótesis confirmación, comprobación de hipótesis
Características del
Flexible, envolvente, emergente
diseño
Predeterminado, estructurado
Muestra
Pequeña, no aleatoria
Grande, aleatoria, representativa
Recolección de
datos
El investigador como instrumento
primario, entrevistas, observaciones
Escalas, pruebas, encuestas, cuestionarios,
estadística, ordenador
Modalidad de
análisis
Inductivo (por el investigador)
Deductivo (por métodos estadísticos)
Resultados
Comprensivos, holísticos, expansivos
Precisos, limitados, reduccionistas
Tabla I. Características de la investigación cualitativa y cuantitativa
En paralelo a este enfoque, han subsistido otros paradigmas de investigación,
los denominados modelos cualitativos que se fundamentan en la
fenomenología, la Etnografía, la hermenéutica, la escuela de Frankfurt con
pensadores como Husserl, Dilthey, Gadamer, Weber, Adorno o Habermas, y
por el principio de la Etnografía reflexiva expuesto por Hammersley y Atkinson
(1994). Es otra manera de pensar. Estos modelos de investigación cualitativos
se caracterizan por su voluntad de comprender la realidad desde la cuestión del
sentido. Tienen un enfoque histórico-hermenéutico y consideran que el
mundo se comprende desde esta interpretación. Cada cosmovisión es ya una
interpretación-comprensión del mundo. Se han de explicar los fenómenos que
están sucediendo y la confrontación de sentido-valores que están produciendo.
Las características más importantes de este paradigma son:
La teoría constituye una reflexión sobre la praxis. Intenta comprender
la realidad.
Describe el fenómeno en el que se desarrolla el acontecimiento y
profundiza en los diversos motivos de los fenómenos; busca sus
significados, su sentido.
El individuo es un sujeto interactivo, comunicativo, que comparte
significados y sentidos.
LA METODOLOGÍA CUANTITATIVA
La investigación cuantitativa es aquella que utiliza datos numéricos para
intentar demostrar relaciones entre variables. Para esto es necesario que las
variables sean cuantificables, es decir, que haya algo que se pueda contar. La
herramienta principal de la investigación cuantitativa es la estadística, que
permite interpretar estos datos y extraer resultados que sirvan para describir el
estado de una población respecto a las variables (estadística descriptiva), o bien
para extraer alguna conclusión referida a una hipótesis planteada (inferencia
estadística).
En la investigación cuantitativa es necesario tener claras las variables que hay
que estudiar. Estas variables deben ser operativas, es decir, ha de haber alguna
manera objetiva de saber en cada sujeto qué valor toma la variable, o, cuando
menos, hay que poder clasificar los sujetos en diferentes categorías. En el
primer caso, cuando la variable toma diferentes valores numéricos, hablamos
de variables cuantitativas, y en el segundo, cuando las diferentes posibilidades
de la variable no tienen representación numérica, hablamos de variables
categóricas o cualitativas (no se debe confundir esta clasificación de las
variables con los dos paradigmas de investigación, el cuantitativo y el
cualitativo; aquí estamos hablando del paradigma cuantitativo). Es muy
importante tener claro con qué tipo de variables estamos trabajando, pues si
son cuantitativas o categóricas tendrán tratamientos estadísticos diferentes.
En Antropología de la Salud, y en general en ciencias sociales, hay variables
que son de por sí objetivas, o por lo menos fácilmente operativizables
(hablamos de operativizar una variable cuando se describe de tal manera que se
pueda trabajar estadísticamente con ella). Pero también hay variables no tan
bien definidas, cuando menos con respecto a la posibilidad de hacer un estudio
cuantitativo. Por ejemplo, el sexo, la edad o la ciudad de procedencia son
variables que no hace falta operativizar, pues claramente podemos clasificar a
un sujeto según su sexo o según la ciudad de donde procede (variables
categóricas en los dos casos), o podemos asignarle un valor numérico objetivo
según su edad (variable cuantitativa). En cambio, la clase social o el nivel de
autonomía de una persona mayor son variables que hay que operativitzar antes
de empezar a trabajar con ellas. De hecho, podemos encontrar definiciones
bien diferentes, y formas diversas para definir la clase social. Sería necesario
concretar en primer lugar cuántas clases hay, y después definir un
procedimiento objetivo que permitiera clasificar las personas en alguna de ellas.
Y con respecto al nivel de independencia de una persona mayor, hay diferentes
escalas con criterios diferentes por evaluarlo.
Por último, a menudo nos encontramos ante variables que son difícilmente
operativizables, cómo pueden ser el sufrimiento, la felicidad, el entorno
cultural. En estos casos, mejor que intentar formular dificilísimas escalas de
evaluación para extraer al final un dato numérico, es preferible utilizar métodos
cualitativos como los que se expondrán en el siguiente punto de este capítulo.
Otros aspectos importantes en investigación cuantitativa son el de la población
sobre la cual se hace el estudio y el de la muestra que se utiliza. Si es
importante tener claro cuáles son las variables estudiadas, no lo es menos saber
cuál es la población objeto de investigación, con el fin de extraer una muestra
suficientemente representativa. Debemos pensar que si queremos generalizar
(inferir) a toda la población los resultados obtenidos en la muestra, hay que ser
muy cuidadoso en el muestreo, para conseguir que el error que podamos
cometer sea lo más pequeño posible (decimos el más pequeño posible, porque
cuando se infiere, es imposible eliminar totalmente el error, pues el azar tiene
un papel importante). A continuación presentamos, de forma muy resumida,
los análisis más básicos que se acostumbra hacer en toda investigación
cuantitativa.
Descripción de datos
Hablamos de describir cuando, sin hipótesis planteadas, se trata sencillamente
de presentar los datos de forma resumida e inteligible, pero sin intención de
sacar ninguna conclusión.
Descripción de datos categóricos
Cuando una variables es categórica, lo más sencillo es calcular los porcentajes
de cada categoría (por ejemplo, porcentaje de hombres y de mujeres,
porcentaje de personas en cada clase social), lo que nos permite extraer un
perfil de la población investigada. Una herramienta muy empleada en la
descripción de datos (tanto categóricos como cuantitativos), es la
representación gráfica. Para las variables cualitativas, las figuras más utilizadas
son los diagramas de barras y los gráficos circulares (denominados también de
sectores).
Descripción de datos cuantitativos
En el caso de las variables cuantitativas, se suelen calcular parámetros que
resuman el conjunto de valores observados en la muestra; es lo que
denominamos medidas. En cuanto a las medidas, las hay de posición, de
dispersión y de forma. Las más utilizadas para describir datos cuantitativos son
las de posición y las de dispersión.
Medidas de posición
Las hay de dos tipos, las basadas en momentos (denominadas así por la
fórmula que se utiliza para calcularlas, que deriva del estudio de los momentos
de inercia en la física) y las basadas en el orden. Las basadas en momentos, pese
a ser las más utilizadas, tienen el problema de verse afectadas por los valores
extremos o por la asimetría de los datos. La medida de posición basada en
momentos por excelencia es la media aritmética. Es recomendable su uso
cuando no hay valores muy extremos a uno de los dos lados de la distribución
que puedan producir una asimetría pronunciada. Un dato que ejemplifica el
problema de la media, es el salario medio de un país o la renta per capita. Se
calculan como medias, pero el resultado no acostumbra ser representativo de lo
que cobran o tienen la mayoría de los ciudadanos.
Las medidas basadas en el orden son mucho más fáciles de interpretar, pero
su cálculo, pese a ser sencillo, es laborioso si no se dispone de ordenador (esta
es la razón por la cual no se han empezado a imponer hasta hace relativamente
pocos años). Son medidas de posición basadas en el orden la mediana y los
percentiles. La mediana es aquel valor que deja por debajo un cincuenta por
ciento de la población, después de ordenar de menor a mayor los datos, es
decir, es el valor que está en medio. Este valor es independiente de la asimetría
de la distribución y de que haya valores extremos. Por ejemplo, en el caso de la
renta per capita, la mediana nos indicaría cuál es la cantidad de dinero por
debajo la cual está la mitad de la población, independientemente de si hay
personas por encima de este valor que tengan rentas mucho mayores. Los
percentiles surgen de generalizar el concepto de mediana a cualquier posición.
Percentil X es aquel valor que deja por debajo de él un X por ciento de la
población; así el percentil 90 deja un 90 % de la población a su izquierda (o si
se prefiere, sólo hay un 10 % por encima). Los percentiles 25 y 75 se
denominan respectivamente primero y tercero cuartil (puesto que dividen a la
población en cuartos).
Medidas de dispersión
Sólo con las medidas de posición no es suficiente para describir una variable.
Hace falta también saber si los datos están relativamente muy alejados o poco
alejadas del valor central calculado (ya sea la media aritmética o la mediana).
La medida de dispersión basada en momentos (la que hace falta emplear, pues,
cuando se ha calculado la media) es la desviación estándar. Su interpretación
no es sencilla, pero una definición aproximada sería «la distancia promedio
entre el conjunto de datos y el valor central». Su problema es también que los
valores extremos le afectan mucho.
Si estamos trabajando con la mediana o los percentiles, la medida de
dispersión recomendada es la amplitud interquartil (IQR); se calcula restando
el tercer y el primer cuartil, y se ha de interpretar como la distancia que hay
entre estos dos valores (entre el primer y el tercer cuartil, hay el cincuenta por
ciento central de la población). Dado que en ciencias sociales y en
Antropología suelen aparecer distribuciones bastantes asimétricas, es más
recomendable trabajar con medidas basadas en el orden, puesto que estas nos
pueden dar una imagen más real de la población investigada. Hay muchas
gráficas que acompañan los datos cuantitativos, los histogramas, los polígonos
de frecuencias, los diagrama de caja.
Contraste de hipótesis
Una hipótesis es una proposición referida a la relación entre las variables
investigadas (por ejemplo, si hay relación entre la clase social y la percepción de
salud subjetiva). Cuando hablamos de contraste, nos referimos a los cálculos
estadísticos que se hacen para aceptar o refutar nuestra hipótesis. La hipótesis
siempre se refiere a toda la población, pero los cálculos se hacen con datos
obtenidos en muestras, por lo cual, tanto si la aceptamos como si no, nos
podemos equivocar. Las técnicas de contraste intentan que esta probabilidad de
error sea lo más pequeña posible. En todo estudio en que se intente corroborar
una hipótesis, se debe marcar cuál es el nivel de significación, esto es, el
máximo error aceptado (acostumbra ser de un 5 %). Si aceptar una hipótesis
supone que la probabilidad de error supera el nivel de significación, la debemos
descartar.
LA METODOLOGÍA CUALITATIVA
La investigación cualitativa aporta una serie de técnicas basadas en el contacto
directo entre la realidad y el que la estudia. Estas metodologías se han de
adaptar de forma flexible a cada investigación que se realice. Antes de describir
las principales técnicas utilizadas con esta perspectiva metodológica, hemos de
presentar la técnica que hace posible este encuentro con la realidad facilitando
la realización de las otras técnicas: el trabajo de campo. A través de la relación
personal con el problema que se debe tratar se realiza la observación directa, la
indirecta, la participante o una mezcla de ellas, con la finalidad de conseguir
una rigurosa perspectiva etnográfica.
Entrevistas
Son herramientas muy útiles para obtener información pragmática sobre cómo
actuamos los diferentes sujetos y reconstruir los sistemas de representación
social de las prácticas individuales.
Las entrevistas cualitativas en profundidad son las más utilizadas. Consisten
en diversos encuentros cara a cara (relación interpersonal) entre el investigador
y los informantes. Estos encuentros están dirigidos a la comprensión, a partir de
las perspectivas que tienen los informantes respecto de sus vidas, experiencias y
situaciones. Es esencial analizar cómo expresan sus experiencias o situaciones y
preservar sus propias palabras como parte del material.
La entrevista no actúa sólo en el campo de la conducta (el hacer) ni tampoco
exclusivamente en el campo de la lingüística (el decir). Es en el campo
intermedio donde encuentra el máximo rendimiento metodológico: el decir del
hacer, basado fundamentalmente en el hecho de que hablar con los
interlocutores de lo que hacen y lo que son (lo que piensan ellos que son y
hacen) es el principio de toda Etnografía.
Los autores que trabajan con esta metodología llegan a distinguir hasta siete
tipos diferentes de entrevistas teniendo en cuenta la función y el grado de
apertura y de directividad, así como los diferentes ámbitos de las ciencias a los
que se aplican (por ejemplo, sesión clínica focalizada sobre temas precisos,
como preguntas abiertas, listadas, cerradas).
Historias de vida y autobiografías
Las historias de vida y autobiografías son una reconstrucción de la realidad
social (Berlenky, 1986; Gilmore, 1994). No son tan sólo datos referenciales de
vida, sino que articulan la realidad de una vida personal dentro de un contexto
social determinado. El análisis de una vida no ha de seguir necesariamente el
desarrollo lineal de un proceso. Es importante construir las historias de vida de
manera no cronológica. Resulta mucho más productivo realizar estas historias
en forma de playbacks que van reconstruyendo la realidad.
Los protagonistas presentan los hechos como lógicos, puntuales e
incontrastables. En cambio, las vidas reales suelen ser ilógicas, contradictorias,
incoherentes, dudosas e inexplicables. Las autobiografías representan un
sistema de certificación de una vida a partir de la racionalización por parte del
autobiografiado, de las diferentes situaciones que va describiendo.
Las historias de vida y autobiografías han de tener un objetivo claro. ¿Por qué
se escribe?, ¿para quién se escribe? Un buen investigador se pregunta por el
objetivo real de la historia de vida, es decir, de su elaboración y posible análisis.
Ha de partir de la cuestión teórica que desea descubrir y analizar, explicar y
entender. El objetivo final ha de hacer posible entender la estructura de la
sociedad en sus procesos sociales.
Diferencias entre las interpretaciones de las historias de vida y autobiografías
Técnicamente, las historias de vida y autobiografías se conocen como espejos o
ventanas, dependiendo de la perspectiva que tomen. Las autobiografías ventana
son la expresión de experiencias colectivas, normalmente de una clase o grupo
social determinante. Permiten conocer una realidad social determinada que
afecta a un colectivo; son la expresión de una experiencia individual.
Habitualmente se utiliza este método de autoexpresión para entenderse a uno
mismo o entender a los seres queridos o cercanos.
Las dos formas técnicas, ventanas y espejos, de realizar las autobiografías no
son importantes por la historia peculiar que relatan, sino por la exploración
social que realizan.
Grupos de discusión
El grupo de discusión es una técnica de investigación social que (como las
entrevistas abiertas y en profundidad o las historias de vida) trabaja con el
discurso, pero, a diferencia de estas últimas, en que la información es
transmitida personalmente, en el grupo de discusión la información se extrae a
través del grupo. El objetivo fundamental del grupo de discusión es el estudio
de las representaciones sociales, es decir, de los sistemas de normas y valores,
tópicos, discursos estereotipados, etcétera.
La gran ventaja del trabajo en grupo es la interacción comunicativa. La
identidad individual se configura desde las identificaciones colectivas. Las
características del discurso social, la ideología en el sentido más amplio,
aparecen diseminadas en el social. No son interiores al individuo, en el sentido
de una subjetividad personal, sino exteriores, sociales.
Formación y construcción del grupo de discusión
El de discusión es un grupo creado; es decir, los miembros han sido
seleccionados por un agente exterior, con un propósito determinado. Toda
investigación cualitativa depende de una pregunta inicial, explícita o implícita,
que la atraviesa de principio a fin.
Entonces, el grupo de discusión es un constructo que se realiza en función de
una tarea. La formación ha de estar adaptada al nivel de la realidad social
donde quiere actuar. Lo que hace que el grupo de discusión sea un dispositivo
de investigación sociológica es que está diseñado para dar cuenta de cómo los
individuos y los grupos construyen y dan sentido a la realidad en que viven,
haciendo aflorar las categorías e interpretaciones que se generan dentro de los
marcos intersubjetivos de la interacción social, por medio de procesos
comunicativos y lingüísticos.
Investigación, acción, o la rebelión del laboratorio
Al hablar de investigación participativa nos referimos a un modelo muy
peculiar de investigación que se caracteriza por un conjunto de principios,
normas y procedimientos metodológicos que permiten obtener conocimientos
colectivos sobre una determinada realidad social. Tienen en común como
preocupación básica una repercusión inmediata de la investigación en la mejora
de la realidad.
El nacimiento de esta técnica se atribuye a Lewin (1944), quien describió el
proceso de Action Research. Identificaba algunas de les sus características
esenciales: análisis, recogida de datos y contextualización de problemas;
programas para planificar la acción, ejecución y nueva recogida de datos para
evaluarla. Collier (1945) hizo un nuevo avance al señalar que el administrador
y el ciudadano pueden criticarse a partir de la experiencia; es más, pueden
participar creativamente en la investigación.
CONCLUSIÓN
Es difícil definir una forma de investigar que ha recibido múltiples
denominaciones: investigación activa, investigación dentro del centro,
investigación colaborativa, participativa, crítica, de acción, etcétera.
En síntesis, la investigación participativa es una combinación de
investigación, educación-aprendizaje y acción. Tiene como objetivo prioritario
conocer y analizar una realidad, así como sus elementos constitutivos. Es, en
definitiva, una actividad integrada que combina la investigación social, el
trabajo social y la acción. Los principios a partir de los cuales trabaja son los
siguientes:
Todos los métodos de investigación están impregnados de ideología.
El proceso de investigación no puede agotarse en un producto
académico, sino que ha de presentar un beneficio directo e inmediato
para la comunidad.
Si la meta es el cambio, todos los interesados han de estar implicados.
El proceso de investigación se tendría que ver como parte de un
proceso de salud holístico. También, como un proceso dialéctico a
graves del tiempo.
El principio fundamental es: «El proceso de investigación ha de estar
basado en un sistema de discusión, indagación, análisis, de cuyo
proceso forman parte los participantes al mismo tiempo que el
investigador». Las teorías no se desarrollan antes de la investigación.
La realidad se describe mediante el proceso por el cual una
comunidad crea sus propias teorías y soluciones sobre sí misma.
BIBLIOGRAFÍA
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de roles. Madrid: CIS.
LECTURAS
Narrativa:
BEAUVOIR, S. (1997). Una muerte muy dulce. Barcelona: Edhasa.
1.2. Relación de las variables culturales y sociales en los procesos de
salud, sufrimiento y enfermedad
Francesc Cónsola, Lluís Costa y Àngela Pallarés
OBJETIVO
Conocer la relación existente entre las variables sociales y culturales en los procesos
de salud enfermedad.
Asumir las cuestiones sociales y culturales ha supuesto una irrupción de la
Antropología en el ámbito de la investigación en el campo de la salud. La
Antropología social y cultural contempla tanto al hombre como a la realidad
social de forma global. Esto obliga a replantearnos nuevas cuestiones así como
a abrir el discurso institucional (el del modelo médico hegemónico) a fin de
incluir en el proceso las diferentes áreas comprendidas en el continuum saludenfermedad.
Todo acceso a una definición del hombre, y ésta es una de las tareas de la
Antropología, supone un posicionamiento previo: el nuestro, desde el
humanismo personalista, la fenomenología y la hermenéutica. Definimos la
fenomenología como la ciencia de las esencias, frente al neopositivismo, que
entendemos como la ciencia de los hechos. La diferencia entre esencia y hecho
tiene como raíz una comprensión metafísica diferente.
Los dos macromodelos planteados de búsqueda en ciencias sociales, el
cuantitativo y el cualitativo, son antropológicos y al mismo tiempo científicos
porque, en último término, el sujeto y el objeto de estudio es el hombre.
Hacemos nuestro este texto: «La práctica concreta de la investigación social
empírica en su búsqueda de lógica y dato, no ha cesado de combinar el uso de
lo cuantitativo y lo cualitativo, es decir la reducción de la realidad social a
números y a lenguaje, descripciones o explicaciones de los sujetos observados»
(Callejo, 1998).
DESARROLLO
LA CUESTIÓN ANTROPOLÓGICA
ANÁLISIS EMIC Y ANÁLISIS ETIC
EL NIVEL DE ABSTRACCIÓN
LA CUESTIÓN ANTROPOLÓGICA
En definitiva lo que está en juego es el problema antropológico. ¿Qué
entendemos por hombre? Esta es la pregunta clave. Dependiendo de la
respuesta que demos nos posicionaremos en nuestra búsqueda, absolutizando
uno u otro modelo —o como parece ser la tendencia actual— relativizándolos
y teniéndolos en cuenta como meros instrumentos utilizados por los
investigadores.
Para los investigadores en ciencias sociales es importante comprender el
problema antropológico, entender y comprender el grupo social y su cultura
concreta para determinar las perspectivas teóricas: es importante no solamente
para la búsqueda, sino también para la comprensión de la realidad por parte
del investigador.
Un ejemplo de esta actitud metodológica es la adoptada por un grupo de
salud comunitaria de Vichada (Colombia) para captar la satisfacción de los
usuarios de un centro de salud comunitaria, así como controlar las
enfermedades crónicas entre personas de edad avanzada o la nutrición de los
niños. En el primer caso, a través de entrevistas en profundidad o aplicando la
técnica de los grupos de discusión se puede obtener una visión de conjunto
muy cercana a la realidad de la comunidad. Para el segundo caso, es necesario
un conocimiento profundo de la realidad sociocultural y su cosmovisión, así
como su concepto de la salud y la enfermedad. Sin esta aproximación no se
puede realizar ninguna intervención adecuada a la comunidad en el área de la
salud.
El investigador en el área de las ciencias de la salud aparte de las condiciones
ya descritas, debe ser una persona consciente de la problemática que supone la
aproximación a la realidad vivida. Debe tener en cuenta los instrumentos de
acercamiento y sus limitaciones.14 El investigador, como parte del concepto
más holístico posible de persona y salud, no puede rechazar ningún
instrumento que le permita acceder a la realidad. Sin embargo, debe ser
consciente de las limitaciones de cada uno de ellos y adecuarlos a sus
finalidades. Dada la objetividad fantasmal de la enfermedad y de sus
tratamientos —centrales en nuestra sociedad— negar las relaciones humanas
en-carnadas en síntomas, signos y terapias no sólo las mitifican, sino que
también las reproducen y cosifican desde la vertiente biológica y física.
La ciencia médica intenta explicar el cómo pero no los porqués, pero los
hechos no están separados de los valores, las manifestaciones físicas no son
independientes de los contextos sociales. Observar, analizar e interpretar en
ciencias sociales requiere, desde esta perspectiva, una visión etnográfica donde
los diversos actores implicados en el proceso (básicamente enfermos y
profesionales de la salud) puedan expresarse y escuchar a los dos grupos de
forma democrática. Esta actitud posibilitará una visión holística imprescindible
para llegar a una aproximación lo más cercana posible a la realidad.
La comprensión de la realidad
Acercarse a la comprensión de la realidad, en el área de la salud, no es una tarea
fácil. No obstante, la búsqueda cualitativa consiste en descripciones detalladas
de situaciones, personas, interacciones y comportamientos observables.
Además, incorpora aquello que los participantes dicen, sus experiencias,
actitudes, creencias, pensamientos y reflexiones, tal y como son expresadas por
ellos mismos.
De esta forma, se establecen los diferentes significados y perspectivas de los
principales participantes en las investigaciones, teniendo en cuanta el personal
sanitario, los enfermos y, dependiendo de la investigación, las familias. Es a
partir de una narración densa cuando se establecen los diferentes patrones de
comportamiento de estos actores así como sus interacciones, y se describen y
analizan los escenarios de comportamiento, la investigación de las relaciones
con la estructura social, así como los diferentes acontecimientos significativos
producidos a lo largo de todo el proyecto estudiado.
Siguiendo a Danzin (1989), se trata de categorizar, agrupar, mezclar datos
para interpretarlos a través de un análisis comparativo. Se intenta encontrar por
el camino los datos que identifiquen los puntos de tensión provocados por la
ideología dominante.
Características fundamentales del investigador holístico
Los principios más importantes que ha de tener en cuenta el investigador
holístico son:
La investigación cualitativa es inductiva. Se empiezan los estudios a
partir de preguntas-interrogantes. Las preguntas-interrogantes son
posibles gracias a la problematización de la realidad. Aparece un
problema cuando la comprensión de la realidad y la realidad misma
no coinciden. La fisura entre las dos representaciones es el problema.
En la metodología cualitativa el investigador ve el escenario y las
personas desde un punto de vista holístico. Escenario y persona no
pueden ser reducidos a variables, sino que han de ser considerados
como un todo. Se debe tener en cuenta la historia y las cosmovisiones
donde se mueven.
Los investigadores cualitativos son sensibles a los efectos que ellos
mismos causan sobre las personas que son objeto de su estudio.
Los investigadores cualitativos tratan de comprender a las personas
dentro del marco de referencia cosmovisional de éstas. A través de la
perspectiva fenomenológica y, por lo tanto, en la investigación
cualitativa, es esencial experimentar la realidad tal como los otros la
experimentan.
Todas las perspectivas son valiosas; la investigación cualitativa busca
una comprensión detallada de las perspectivas de las otras personas.
Los métodos cualitativos son humanistas. Los métodos utilizados
para estudiar a las personas necesariamente influyen sobre nuestra
manera de verlas. Cuando reducimos las palabras y los actos de la
gente a ecuaciones estadísticas, podemos perder de vista el aspecto
humano de la vida social. Si estudiamos a las personas
cualitativamente, llegamos a conocerlas en aquello que es personal y a
experimentar el que ellas sienten en sus luchas cotidianas en la
sociedad.
Los métodos cualitativos están destinados a mantener un estrecho
ajuste entre los datos y lo que la gente dice y hace. Todos los
escenarios y personas son dignos de estudio. Ningún aspecto de la
vida será excluido por trivial.
La búsqueda cualitativa es un arte. El científico cualitativo está
llamado a instaurar su propio método. Se siguen orientaciones pero
no reglas. Los métodos sirven al investigador; el investigador nunca
debe ser esclavo de un procedimiento.
Se integran dos conceptos: emic (fonémica) y etic (fonética).
ANÁLISIS EMIC, ANÁLISIS ETIC
Para realizar un análisis etic o emic, se ha de tener muy presente la dimensión
cultural de la enfermedad, que no puede ser negada desde tendencias
biomédicas. Es una dimensión de sentido que organiza las experiencias de
aflicción además de las sociales, psicológicas y biológicas (Martínez, A.1996).
El término etic, desde la Antropología cultural, se refiere a la descripción
desde el punto de vista externo. Se refiere a aquellos conceptos o categorías que
se utilizan para hacer comparaciones entre culturas. La perspectiva se
totalmente descriptiva y refleja macronociones y aspectos generales. Desde esta
perspectiva el observador se convierte en juez de la realidad puesto que la juzga
desde su macroteoría (él establece qué situaciones, frases, etcétera tienen
sentido, o no, para los interlocutores).
El término emic, en Antropología cultural, presenta la perspectiva interna de
las personas que ya están integradas dentro de la cultura o de la propia
sociedad; desglosa la interpretación del significado con sus reglas o categorías,
como, por ejemplo, el conocimiento sociocultural que rige y es común para
este grupo o sociedad. Un ejemplo evidente del diferente posicionamiento
frente una misma realidad lo encontramos perfectamente descrito en el estudio
de J. Mercado (1998). Se trata de una investigación realizada para conocer
básicamente la perspectiva de los sujetos enfermos; individuos que observan la
diabetes como un sufrimiento que tendrán que arrastrar el resto de su vida.
Cuando pensamos en el tratamiento de enfermedades crónicas, existen
múltiples formas de aproximarse a ellas y vivirlas: la perspectiva de los
enfermos y la del personal sanitario, la perspectiva etic y la emic.
Hay una diferencia relativa en la comprensión de la enfermedad si la
perspectiva es la de la persona que la sufre o la del personal sanitario; no sólo
en cuanto al nivel de especificidad, racionalidad y consecuencias, sino también
respecto al fondo del problema: la forma de entender una enfermedad es
divergente si la interpreta el paciente (conocimiento de aquí y ahora) o el
personal sanitario (conocimiento de experiencia progresiva sobre el colectivo de
enfermos).
Si nuestro propósito es entender las formas de pensar de las personas, el
análisis completo de la experiencia ha de fomentarse desde sus conceptos. La
descripción de la forma de vivir de un pueblo o un grupo de individuos (cómo
se comportan, cómo interactúan, qué creencias o valores sostienen, qué
motivaciones tienen, etcétera) se realiza, con este método, desde dentro del
grupo y desde las perspectivas de los miembros de dicho grupo. Un buen
ejemplo de esta aproximación lo ofrece Osorio (2002) a través de su estudio
sobre los conocimientos maternos de las enfermedades de los bebés; a partir de
las explicaciones de las propias madres, se puede conocer qué tipo de
conocimiento tienen sobre las enfermedades que afectan a sus hijos y cómo las
tratan; de este modo es posible intervenir con programas de salud
maternoinfantil eficaces, ya que se adaptarán a la cosmovisión del grupo.
Este enfoque está directamente confrontado con el «eticista», que da más
importancia a la perspectiva del observador que a la de los actores. Ambas
responden a dos Antropologías diversas. En realidad, siempre funcionamos con
las dos a la vez. Siempre nos acercamos a la realidad (miramos, juzgamos,
observamos) con una cosmovisión (teoría) concreta y desde aquí la
escuchamos. Cuando seamos más conscientes de esta problemática podremos
acentuar una u otra Antropología.
Volviendo a la investigación de mercado y analizando las partes básicas de su
trabajo, primero hay un acercamiento al tratamiento: cómo lo lleva (por parte
del enfermo), cómo interacciona con su vida diaria; la importancia que tienen
los medicamentos, cómo los utiliza y su interacción con los remedios
populares; la instauración definitiva de una dieta, o no, las numerosas
particularidades a la hora de seguirla, la negativa a endietarse , sus
connotaciones negativas, sanciones corporales, debilidad, pasar hambre,
etcétera.
NIVEL DE ABSTRACCIÓN
El nivel de abstracción se puede caracterizar por varios métodos. En primer
lugar, la inducción analítica mediante la cual se precisan las categorías de
fenómenos singulares encontradas entre los datos e informaciones recibidas. A
partir de esta tarea se desarrollarán hipótesis de trabajo que emergerán
directamente de un profundo estudio de los datos y de sus interrelaciones.
En segundo término, se pueden utilizar taxonomías, es decir, tipologías
ideales y sistemas de clasificación de nociones utilizadas por la gente.
Por último, el uso del caso único que funciona como microrreflejo de una
situación se analiza directamente a través de las observaciones que se realizan
sobre comportamientos.
CONCLUSIÓN
A lo largo del capítulo hemos visto cómo el eje central de este tipo de
investigación es el análisis de las relaciones de los diferentes actores, sus
dinámicas y las diversas significaciones que se les otorgan respecto al problema
analizado. La aproximación a estos términos intenta dar cuenta del
funcionamiento, la articulación y la sobredeterminación de las dimensiones
sociales, económicas, ideológicas y culturales que operan en los procesos
estudiados. En este sentido, los datos cualitativos, tradicionalmente asociados a
las disciplinas antropológicas, poseen un especial significado relacional.
Yach, 1992, planteaba un análisis de los métodos cualitativos aplicados a la
investigación en salud: «Los métodos cuantitativos enfatizan aíslan y controlan
el papel de las variables predefinidas así como los factores potenciales de riesgo
de las enfermedades, mientras que los métodos cualitativos enfatizan el
contexto dentro de cual la enfermedad y el sufrimiento son experimentados.
Así, los métodos cualitativos se orientan al descubrimiento, mientras que los
métodos cuantitativos son utilizados para verificar hipótesis previamente
planteadas. Definitivamente si somos capaces de interrelacionar las dos
perspectivas metodológicas, obtendremos una capacidad mucho más
esclarecedoras en nuestras investigaciones».
A lo largo del capítulo hemos relacionado la importancia de la aplicación de
métodos de investigación cualitativa que integran los procesos de salud,
sufrimiento y enfermedad, tanto desde la perspectiva del usuario (emic) como
desde la de los servicios públicos de salud (etic), dado que la aplicación de la
biomedicina de forma universal, ahistórica, acultural, etcétera, hace
imprescindible, para su aproximación a la sociedad, las variables sociales y
culturales de cada grupo.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Narrativa:
ALLENDE, I. (1999). Paula. Barcelona: Plaza & Janés.
II.
COMUNICACIÓN Y SALUD
1.
EDUCACIÓN PARA LA SALUD
Lali Ros
OBJETIVO
Sensibilizar a los futuros profesionales sanitarios sobre la importancia de desarrollar
un rol educativo.
En los últimos tiempos, el modelo de sistema sanitario biomédico y centrado
en el abordaje de la enfermedad está dando paso a un modelo más integrador
en el que ha ido adquiriendo presencia el concepto de salud desde una
perspectiva positiva. Desde este enfoque, resulta ineludible la necesidad de una
intervención educativa por parte de los profesionales para facilitar estilos de
vida saludables.
La educación para la salud, teniendo en cuenta los dos conceptos que la
integran, educación y salud, comporta una acción amplia y compleja en la que
intervienen distintos agentes educativos. La familia, como primer entorno de
socialización, asume la responsabilidad de la adquisición de los primeros
hábitos, costumbres y rutinas de salud que tendrán una importancia decisiva
en la promoción de la misma. Posteriormente y/o en paralelo, la escuela, los
compañeros, los medios de comunicación y los servicios sociales y sanitarios
también influyen en el desarrollo de comportamientos de salud, de formas
diversas.
El profesional sanitario, desde el rol que socialmente tiene asignado,
participa formalmente en esta tarea educativa al disponer, como profesional, de
la competencia (conocimientos, habilidades...) y de la credibilidad necesarias
para actuar como educador. Probablemente, también interviene de manera más
informal al actuar como modelo de salud siguiendo los principios del
aprendizaje por modelado según el cual la conducta humana se transmite
socialmente, de forma deliberada o no, a través del ejemplo que suministran las
personas influyentes observadas por el sujeto. Así pues, será a través de la
comunicación y otras estrategias educativas específicas como el profesional, de
forma más o menos formal, desarrollará este rol educativo con la intención y
responsabilidad de contribuir en la mejora de la salud de individuos y grupos.
Por este motivo, conocer y reflexionar sobre la educación para la salud y la
manera de llevarla a término, sin menospreciar sus limitaciones, es un primer
paso para asumir este rol inherente a cualquier profesional sanitario y no sólo al
equipo de atención primaria, que es el que ha asumido esta función como
competencia propia.
DESARROLLO
¿QUÉ ES LA EDUCACIÓN PARA LA SALUD?
¿QUÉ PRETENDE LA EDUCACIÓN PARA LA SALUD?
LA INTERVENCIÓN DEL PROFESIONAL SANITARIO EN LA EDUCACIÓN PARA LA SALUD
¿QUÉ ES LA EDUCACIÓN PARA LA SALUD?
Como ya se ha dicho en la introducción, la duplicidad en los conceptos
dificulta la definición de educación para la salud. De hecho, se pueden
encontrar definiciones diferentes, tanto desde un punto vista ideológico como
metodológico, siguiendo la evolución y las tendencias predominantes en los
ámbitos educativo y sanitario.
En una perspectiva actual, e integrando diversas propuestas, se puede
considerar que la educación para la salud es la combinación de experiencias de
aprendizaje planificadas sobre conocimientos, actitudes y habilidades
destinadas a facilitar la adopción voluntaria de comportamientos positivos de
salud individual y colectiva. Por tanto, no se trata de promover cambios a
través de formas coercitivas sino, mediante la capacitación de recursos
personales y comunitarios, de promover la participación y responsabilidad en la
toma de decisiones informada sobre comportamientos que tienen efectos en la
salud.
En general, se asocia la educación para la salud con el conjunto de pautas de
conducta y hábitos cotidianos que configuran todo un estilo de vida por los
efectos que éstos tienen en el binomio salud-enfermedad. Esta relación
también funciona al revés, es decir, el hecho de enfermar o de sufrir una lesión
genera trastornos en la vida diaria. Tanto las consecuencias que comporta la
nueva situación como el tratamiento al que uno debe someterse pueden obligar
a un cambio de hábitos y de estilo de vida, temporal o permanente, que
requieran un trabajo educativo. En consecuencia, la educación para la salud no
se limita a procesos de promoción y prevención de la salud, también hay una
tarea importante para restablecerla y/o mantener al paciente en las mejores
condiciones posibles.
Hablar de educación sanitaria es hablar de una tarea complicada. Por más
que se plantee desde una perspectiva amplia, es decir, a través de la adquisición
y desarrollo de conocimientos, habilidades y actitudes, esto no siempre resulta
suficiente para un cambio de comportamiento perdurable en el tiempo, que es
cuando realmente se constata la eficacia educativa. Existen varios motivos: por
un lado, las intervenciones siguen priorizando los aspectos cognitivos cuando
los cambios dependen más de cuestiones afectivas; por otro, aunque se
disponga de las herramientas necesarias para el cambio (conocimientos,
habilidades y actitudes), el comportamiento humano es complejo y depende
también de otros condicionantes internos (físicos, psicológicos, etcétera), y
externos (socioculturales, políticos, ambientales, económicos, legislativos, de
recursos sanitarios, entre otros) que pueden dificultar e incluso bloquear el
aprendizaje. Hacer fácil lo saludable es fundamental para que algunos cambios
a favor de la salud no se vivan como una auténtica heroicidad. En España, por
ejemplo, la Ley Antitabaco que entró en vigor en 2006 y que prohíbe o
restringe el consumo en lugares públicos y de trabajo, supone una excelente
oportunidad para aquellas personas que desean abandonar el hábito de fumar.
¿QUÉ PRETENDE LA EDUCACIÓN PARA LA SALUD?
A grandes rasgos se pueden diferenciar dos finalidades de la educación para la
salud: la promoción y prevención por un lado, y la restauración de la salud por
otro.
Desde el enfoque de promoción y prevención, la educación debe favorecer la
construcción de hábitos y conductas positivas (higiene, ejercicio físico,
prácticas dietéticas, hábitos de sueño, descanso, relaciones interpersonales) para
que la salud adquiera un buen lugar en la escala de valores. También debe
incluir estrategias y actividades dirigidas a impedir o disminuir la probabilidad
de sufrir una enfermedad determinada. En este sentido, es necesario hacer
referencia al control de la exposición de los individuos a agentes nocivos
(físicos, químicos, biológicos) incidiendo en la prevención de riesgos, la
adquisición de hábitos de control sanitario y la detección temprana de
enfermedades y problemas de salud prevalentes. Por último, se incluyen los
programas de educación para la salud destinados a colectivos con necesidades
específicas como inmigrantes, embarazadas, tercera edad, etcétera.
Desde el enfoque de restauración y rehabilitación, la actividad educativa debe
facilitar al paciente las herramientas para recuperar el estado anterior a la
enfermedad y prevenir recaídas y, si esto no es posible, como ocurre con
muchas enfermedades crónicas, conseguir la máxima autonomía, adaptación y
calidad de vida; a la vez, se pretende que pueda prevenir o ralentizar cualquier
posible regresión o complicación. En este último caso, a menudo es necesario
hacer extensiva la actividad educativa a la familia y a otros colectivos que
actúan como cuidadores principales.
LA INTERVENCIÓN DEL PROFESIONAL SANITARIO EN LA EDUCACIÓN PARA LA SALUD
Tipos de intervención
En el marco de la educación sanitaria, las oportunidades de acción educativa
por parte de los profesionales pueden ser diversas. Se identifican diversos tipos
de intervención, sin que eso signifique que se trata de tipologías incompatibles
y excluyentes porque en una misma acción educativa pueden observarse rasgos
característicos de varias de ellas.
Para empezar, una intervención de carácter promocional y preventivo se
diferencia de una de restauración y/o rehabilitación por los objetivos que
pretenden, y también por la situación y condiciones del educando. En la
educación de pacientes, la pérdida de salud ya constituye por sí misma una
fuente de motivación para la acción, para recuperar al máximo y lo más pronto
posible el estado de salud «perdido». No obstante, es posible que las
condiciones físicas (dolor, cansancio) y psicológicas (depresión, angustia) y del
mismo entorno no sean las más adecuadas para participar en una actividad
educativa que requiere una actitud activa y de participación por parte del que
aprende. Al contrario, los procesos de aprendizaje de promoción de la salud y
prevención deben poner énfasis en la motivación y remover las resistencias para
el cambio. Estos aspectos resultan clave para el éxito de este tipo de actividad
con población sana y, en especial, con jóvenes que no suelen tener la salud
como valor en alza.
Otra opción es diferenciar la intervención dirigida al individuo y a la
posición que toma sobre su salud de la que va dirigida a familiares y personas
próximas. Cuando se trata de una actividad de rehabilitación, a menudo la
familia debe participar y tomar un papel activo en este proceso porque será esta
colaboración y la vivencia de la enfermedad lo que facilite o bloquee el proceso
de restauración; en cuanto a la actividad preventiva, además de trabajar con los
directamente implicados, el equipo de salud debe formar a familiares y
educadores con la clara intención de actuar con efecto cascada. En otras
palabras, se debe trabajar con aquellos colectivos que mantienen una relación
estrecha con los implicados, ya que son los que pueden llevar a cabo un
seguimiento más continuado.
La intervención educativa se puede plantear con carácter individual o grupal.
Cuando es individual, muy habitual en los procesos de restauración de la salud,
es más probable que haya la oportunidad de personalizarse en la relación
establecida con el paciente en el «encuentro clínico»; por el contrario, las
actividades educativas en grupo, más habituales en la acción preventiva y de
promoción de la salud, no permiten desarrollar una tarea tan personalizada
aunque la potencialidad educativa del trabajo grupal (role-playing, debates,
intercambio de experiencias, etcétera) las hace especialmente pertinentes
cuando se trata de poner énfasis en lo emocional y en las actitudes; este es el
caso cuando se trata de abordar conductas de riesgo con adolescentes.
Por último, se pueden distinguir intervenciones muy sistematizadas y
planificadas y otras que se dan por una influencia más informal y sin
sistematización. No es lo mismo organizar una actividad con intencionalidad
claramente educativa, en la que se marcan unos objetivos, un tiempo
determinado y un enfoque metodológico, que cuando se mantiene una actitud
educativa en el proceso comunicativo que se establece entre el profesional y el
paciente o la familia como herramienta del trabajo terapéutico cotidiano.
En todos los casos, interviene el profesional de la salud, ya sea de forma
individual —conviene aprovechar los contactos interpersonales para transmitir
mensajes de salud— o colectivamente, considerando que la intervención implica
frecuentemente el establecimiento de programas educativos estructurados y
organizados con la colaboración de los diferentes profesionales, cada uno desde
su campo de acción y ámbito competencial.
La comunicación como eje básico de la educación para la salud
Actualmente se considera la comunicación como una competencia
fundamental en un profesional de la salud. Numerosos estudios han puesto de
manifiesto que una comunicación efectiva y satisfactoria afecta de forma
positiva al proceso diagnóstico-terapéutico, en particular en la obtención de
información válida y significativa, y en la adhesión al tratamiento y la
satisfacción del paciente.
Será precisamente mediante estas habilidades de comunicación como el
profesional podrá desarrollar su rol educativo con el paciente, familia y el
entorno. En este sentido es necesario ir abandonando el papel transmisor y el
tono paternalista propios de un modelo tradicional, y en su lugar potenciar la
escucha, la empatía, la orientación, la negociación que nos sitúan ante un
enfoque más centrado en las necesidades del que aprende. La comunicación
bidireccional y la simetría favorecen la actitud de colaboración y la
responsabilidad de la persona respecto a su salud. Adquirir buenos hábitos de
comunicación es pues, todo un reto para los profesionales sanitarios.
CONCLUSIÓN
El campo de acción de la educación sanitaria es toda la colectividad,
cualquiera que sea su edad, condición social, y de salud. Sin embargo,
puesto que existen distintas necesidades, es importante establecer
programas distintos con objetivos y actuaciones diferenciadas.
La acción educativa no será suficiente ni efectiva si no se coordina y
es coherente con otros cambios —políticos, legislativos, etcétera— en
el entorno social.
La educación sanitaria debe buscar cambios en los comportamientos
y en los estilos de vida. Debe generar nuevos hábitos.
Los aspectos emocionales y actitudinales del paciente ocupan un
papel importante en la tarea educativa; a ésta no podemos limitarla a
ofrecer información.
El rol educativo del equipo sanitario debe estar presente en sus
actividades diarias como algo inherente a la actuación profesional, y
no vivirse como un proceso separado del resto de actividades clínicas.
Las habilidades y actitudes comunicativas que tomamos como
educadores resultan un elemento clave en este proceso.
La educación sanitaria debe dar herramientas para fomentar la
autonomía, la autogestión y el autocuidado.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
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Despertares (1990). Dir.: P. MARSHALL. EE.UU.
A propósito de Henry (1991). Dir.: M. NICHOLS. EE.UU.
El doctor (1991). Dir.: R. HAINES. EE.UU.
El hijo de la novia (2001). Dir.: J. J. CAMPANELLA. Argentina.
2.
LA RELACIÓN TERAPÉUTICA. LA HUMANIZACIÓN DE LA TÉCNICA
Rosa M. Boixareu
OBJETIVO
Reconstruir la autenticidad de la acción comunicativa como acto terapéutico.
La comunicación es relación y la relación es comunicación. Toda acción
comunicativa está dentro del marco de las relaciones sociales. Incluso cuando
nos comunicamos con nosotros mismos construimos una relación social
porque «estamos» con los otros y con el entorno. La relación terapéutica
disfruta de una peculiaridad: tiene como objetivo «curar». Tiene, pues, como
objetivo mejorar la situación del paciente, alejándole del dolor y del
sufrimiento, y colaborar en la construcción social de la salud.
Para que todo esto se lleve a término es necesario tener en cuenta algunos
factores como son el marco sociocultural de las personas implicadas en la
relación, y el lugar en el cual se da la relación. No es lo mismo una relación que
se establece en un centro hospitalario, en un servicio de atención primaria, en
una consulta privada o en un domicilio. Entre otras observaciones, hay que
decir que los motivos por los cuales la relación se da en un lugar y no en otro
ya influyen per se en la misma.
A tales «motivos» les llamamos «necesidades». La acción comunicativa viene
provocada por un tipo de «necesidad» y por la posibilidad de asistencia y de
diálogo por parte del sector profesional que pueda darle una respuesta de
curación, de mejora, de aligeramiento. Se trata de una respuesta terapéutica
que cuida a la persona afectada por la necesidad. Vista así, la relación ya es
terapéutica en sí misma si tiene en cuenta todos los aspectos que integran la
persona: la humanidad y la técnica a su servicio. De todo esto hablaremos a lo
largo de este capítulo.
DESARROLLO
PROFESIONAL Y PACIENTE: DOS CULTURAS DISTINTAS
DIFICULTADES E INFLUENCIAS EN LA RELACIÓN
MODELOS DE RELACIÓN
PROFESIONAL Y PACIENTE: DOS CULTURAS DISTINTAS
A partir de lo que entendemos por diálogo, hablamos de la comunicación como
de una representación social de la salud, del sufrimiento y de la enfermedad. La
comunicación, el diálogo, siempre se da entre realidades culturales diferentes:
el diálogo interpersonal pone de manifiesto afinidades y discrepancias de
diferente nivel e intensidad, pero también muestra maneras de hacer y de ser
particulares.
En la comunicación se determina en qué difieren un interlocutor y otro; así,
en la relación entre el profesional de la salud y el paciente, lo que pretende el
diálogo es poner en relación dos mundos, dos lenguajes con sus contextos y
valores específicos, es decir, dos culturas —la del profesional y la del paciente
—, con el fin de facilitar la comprensión, la aproximación de una a la otra y así
obtener un beneficio (la «curación») para el paciente.
De la diferencia puede surgir un modelo de comunicación que se puede
denominar «intercultural». La comunicación está muy ligada a la identidad, a
la manera de ser de cada uno, como aquello que nos distingue como alguien
original en un mundo plural. Desde la perspectiva de la salud, a través de la
comunicación se facilita la comprensión de lo que se entiende por «salud» y
cómo se vive; también se facilita la interpretación de las necesidades del
paciente y se favorece la comprensión de la intervención profesional.
Puede darse el caso de una distancia profunda entre percepciones, distancia
que entorpece el diálogo y la comprensión, hasta dificultar la gestión de la
salud tanto por parte del profesional como por la del individuo. Por ejemplo,
frente a un diagnóstico inquietante, se puede optar por disimular la situación y
esconder al paciente algo que le pertenece: su enfermedad. La situación, sin
embargo, también puede darse al revés: cuando se esconde la propia
enfermedad a causa del rechazo o los prejuicios sociales. Tanto en un caso
como en otro, el paciente es el personaje no participativo de un proceso que le
afecta vitalmente; se le arrebata la posibilidad de conocer, evaluar y gestionar
algo que le afecta: en el primer caso, el ámbito profesional (o el familiar, más
íntimo) imponen unilateralmente sus criterios sobre la salud y la enfermedad
apoyándose en su capacidad de influencia y de decisión, en su prestigio, en su
saber. No hay oferta, ni intercambio, ni relación, o bien ésta sufre reconocidas
carencias; en el segundo caso, el entorno social se ha erigido no sólo en definidor
de la salud y de la enfermedad, sino también de los juicios de valor sobre ésta:
la aceptación o el rechazo del paciente está en función del etiquetaje social y
olvida, como mínimo, que el paciente y sus padecimientos son la imagen que
refleja quiénes somos y quiénes son aquellos que son como nosotros.
En el ámbito de la salud, comunicar significa informar y facilitar recursos de
bienestar: es un itinerario de ayuda, de asistencia, es un lugar terapéutico,
educativo. Siguiendo el hilo del ejemplo propuesto, comunicar quiere decir
ofrecer la cogestión de la enfermedad (de la salud), esto es, el acompañamiento
profesional en la enfermedad.
La comunicación individual se da en lo que podemos denominar la
comunicación (el diálogo) comunitaria, no exenta ciertamente de problemas y
dificultades: reclama autonomía y consenso de criterios; evaluación de
competencias y de necesidades; servicios, capacidad de negociación con
diversos interlocutores, iniciativa… Es todo un reto de decisión, de
participación y de construcción social que no puede olvidar la conexión con el
gran grupo social en el cual se insiere.
Una comunidad está formada por un grupo de personas vinculadas por unos
intereses y una inquietudes comunes que se plantean en una espacio físico
concreto, establecen canales de relación con otros grupos parecidos y se
refieren, por lo menos, a uno más grande. No todos los intereses ni las
inquietudes son comunes, pero, en algunas situaciones puntuales, hay un
consenso explícito de participación común. La comunidad es el lugar de
prevención de un tipo de desigualdades o enfermedades. Así, en el caso de la
pobreza falta un debate social que estimule la reflexión y la acción sobre la
connivencia de una política de salud que también entienda a ésta como el
resultado de una gestión orientada al bienestar social. Falta comunicación
social. A esto también se le llama política social.
Tanto la promoción como la prevención de la salud necesitan vías de
transmisión que hagan posible la reducción o el aligeramiento de las
desigualdades sociales. Entendemos la prevención y la promoción de la salud
como la respuesta a la comunicación comunitaria. Tanto una como otra
reclaman un consenso sobre las necesidades del grupo y los mecanismos
sociales que es necesario articular a fin de estimular la participación de las
personas en un tipo de acciones que influyan positivamente en la vivencia de su
bienestar.
DIFICULTADES E INFLUENCIAS EN LA RELACIÓN
En todo este proceso de relación, intervienen los sentidos y las sensaciones: la
modulación de la voz, el gesto, la mirada…; la impresión que todo eso provoca
en el interlocutor y cómo lo interpreta. Por ejemplo, la representación social
del paciente pone de manifiesto las diferencias de clase y los desajustes de las
estructuras sociales en los cuales se vive.
Encuentro y comprensión son dos términos que acompañan a la reflexión
sobre la comunicación. Con el encuentro se descubre la presencia de lo nocivo
e intimidador y así se tiene, por lo menos, la oportunidad de paliarlo. Pero
también en el encuentro se puede descubrir una fuente de sentido hasta
entonces desconocida. Con la comprensión, se aprehenden las múltiples
expresiones del entorno y también las propias. Comprender significa
objetivizar, analizar y resolver algo: interpretar y explicar. Por ejemplo, el
encuentro con el enfermo persigue la finalidad de interpretar su situación y
explicarla, a fin de curar, aligerar o mejorar un episodio de alteración
inquietante. Encuentro y comprensión nos llevan al terreno de un tipo de
comunicación que se implica con la acción. Toda comunicación es activa y
operativa.
Dificultades
Entre las dificultades de la relación hay que tener en cuenta la situación del
profesional y la del paciente. En la acción profesional, la comunicación se
puede ver alterada por el prestigio que la sociedad reconoce a los profesionales
de la salud al conceder un tipo de poder moral sobre la vida y la salud de sus
miembros. Desde la Antigüedad la persona con conocimientos y prácticas de
curación es vista como una persona especial, con unos poderes que no poseen
otros miembros de la comunidad.
Hoy, como ayer, el profesional disfruta del poder que le confieren unos
conocimientos que le capacitan para tomar unas decisiones sobre las que la
mayor parte de la población es profana. Cuando este poder en vez de ofrecerse
se impone colapsa la expresión y la confianza de la persona necesitada de
ayuda.
Naturalmente, las dificultades en el ámbito profesional no se agotan aquí.
Sería necesario tener en cuenta también las situaciones que provocan la rutina,
el desencanto profesional, el prestigio social (también por defecto), la escala de
valores, las preferencias… No se puede olvidar que las dificultades de relación
también pueden estar provocadas por el mismo paciente, quien, ignorante de
los desenlaces que acompañan a su situación, se siente indefenso y temeroso
ante una perspectiva desconocida. No es la mejor postura para que se dé una
comunicación franca y fluida a través de la cual se expresen las propias
vivencias. En definitiva, esta comunicación se puede facilitar con una
educación sanitaria de la población y con el conocimiento del «lugar» (de la
cultura) del paciente.
Influencias
El encuentro entre personas de culturas distintas —como el profesional de la
salud y el paciente—, recibe diversidad de influencias positivas (que lo
favorecen) y negativas (que lo dificultan). Influye positivamente en la relación
el hecho de acercarse a la persona afectada como si fuera alguien necesitado de
atención y de cuidado especial que busca, y cree poder encontrar en el
profesional, la ayuda que necesita. Pero, por encima de todo, aquello que está
en la raíz de la construcción de una buena relación es asumir, como criterio
fundamental, el derecho de todo ser humano a ser asistido de la mejor manera
posible de acuerdo con las necesidades que requiere su situación. Y todo esto
como adhesión a unos principios que configuran sus propias creencias: es decir,
como un criterio que hace del discurso, acción.
Pero ya hemos dicho que hay influencias negativas que estropean la relación.
Por ejemplo, los juicios de valor por parte del profesional y del paciente.
Prejuicios socialmente aceptados, culturalmente transmitidos sobre algunas
enfermedades y comportamientos (sida, tuberculosis, cáncer), sobre actitudes y
comportamientos (drogadicción, violencia, obesidad), sobre desfiguración
física, minusvalías, discapacidades de todo tipo.
También hay que tener en cuenta los juicios de valor sobre patrones de
conducta establecidos y consensuados por el grupo social: la desviación de la
norma establecida puede provocar reticencias a la hora de facilitar una
proximidad que favorezca una buena relación. Lo mismo vale para valores
económicos de rentabilidad, de éxito social o de oportunidad.
MODELOS DE RELACIÓN
Se presentan tres modelos de relación principales, no exclusivos.
El modelo hipocrático
Recordemos que para los hipocráticos la salud es el máximo bien y la
terapéutica se entiende como una acción que el profesional lleva a cabo en un
paciente particular: es decir, lo importante es la persona enferma: siempre
favorecer, nunca perjudicar.
El fundamento de la relación entre el médico (profesional actual) y el
paciente es doble: por un lado, el médico debe ser fiel al principio hipocrático
de buscar el bien del paciente; ser su «amigo», entendiendo que la amistad se
constituye por encima de todo con el criterio de buscar el bien de la persona
«amiga». A partir de aquí, se entiende qué quieren decir los hipocráticos
cuando reclaman una relación de amistad entre el paciente y su terapeuta
(sanador). Esto se llama philia.
La philotécnica hipocrática se refiere al amor del terapeuta respecto del acto
de curar. Aquello que hoy en día llamamos «competencia profesional», que
nace de la estimación (del cuidado) que se tiene por cuanto se relaciona con los
saberes, las habilidades y las técnicas propias de la profesión. Esta competencia
genera confianza porque hace que el paciente se fíe y se ponga en las manos de
alguien que, en definitiva, busca su bien.
P. Laín Entralgo
Según Laín Entralgo, el fundamento de la relación es la asistencia a la
necesidad del otro. Este autor estructura dicha relación en cinco momentos:
Momento afectivo. Es el sentimiento que vincula al profesional con el
paciente y que uno y otro viven de manera diversa; su evolución
puede presentar diversidad de modalidades: desde la amistad al
distanciamiento, o la seducción, pasando por todos los matices
posibles.
Momento cognoscitivo. La relación reclama conocer para distinguir las
peculiaridades de la necesidad: es el diagnóstico como conocimiento
del paciente y como técnica de la cual se vale el profesional para
formular dicho conocimiento de la manera más precisa posible. La
falta de conocimientos y habilidades, la restricción del tiempo o de
recursos pueden constituir algunos de los factores que influyan
negativamente en este momento.
Momento operativo. Corresponde a la terapéutica que se debe seguir,
teniendo en cuenta la persona enferma (paciente). En él intervienen,
por lo menos, el marco en el cual se llevará a cabo el tratamiento, la
situación emocional del paciente, sus deseos e intereses, la voluntad
de colaborar y, naturalmente, el tratamiento en sí mismo y la
proximidad de quien lo verbaliza o lo aplica.
Momento ético. Abarca dos situaciones: la decisión de ayudar a quien
lo necesita y lo solicita, y la asistencia habitual, sin olvidar la actitud y
la decisión del paciente. Entran en este momento los deberes y
derechos legislados o asumidos como morales sobre todo por parte
del profesional, quien debe responder a la cuestión «¿Qué debo
hacer?», y argumentar «¿Por qué lo debo hacer?»
Momento social. Toda relación (comunicación) es social, La relación
entre el profesional y el paciente afecta hasta más allá de la privacidad
de cada uno: afecta a otras relaciones, otros lugares y personas, y se ve
afectada por el momento histórico, la economía, la política, las
creencias…
E. D. Pellegrino
E. D. Pellegrino analiza distintos modelos de relación asistencial, cuyos valores
positivos destaca; sin embargo, muestra su preferencia por el modelo benéfico
(o de amistad) porque integra las virtudes de los otros, se interesa por la
persona enferma como paciente y tiene en cuenta la experiencia de la
enfermedad.
La relación mercantil. Como su nombre indica, la relación entre el
profesional y el paciente es de tipo económico: el servicio de
asistencia se ve compensado por el servicio de aportación pecuniaria.
El objetivo de la relación es ofrecer un buen producto que satisfaga
las necesidades y las expectativas del paciente. El paciente es un
cliente.
La relación contractual. La relación entre el profesional y el paciente
se da en un marco contractual en el cual se formalizan los términos
de la relación y de la asistencia. Se trata de un reconcimiento de la
igualdad de derechos del profesional y del paciente. Destaca la
autonomía del paciente en un momento en el que sus capacidades y
posibilidades están debilitadas.
La relación de alianza. Es un tipo de relación que proviene del
ámbito religioso difícilmente aplicable al ámbito profano. Se
fundamenta en la confianza de quien necesita y en la obligación de
quien puede dar. Desde esta perspectiva, el ejercicio profesional es
una implicación vital, un compromiso por el bien del paciente.
La relación preventiva. En este modelo no hay relación interpersonal.
Cada uno es responsable de su salud, y la tarea del profesional
consiste en informar.
La relación benéfica. En este modelo, el enfermo es un paciente
(alguien que padece); el profesional debe responder a las necesidades
del paciente y éste se convierte en dependiente de quien puede
ayudarle, respetando, en todo caso, su voluntad. Es una relación de
amistad ya que el factor esencial es el bien del paciente y se tiene en
cuenta la experiencia de la enfermedad y la vulnerabilidad de quien
padece.
CONCLUSIÓN
La comunicación es una «relación de ayuda» que pertenece al ámbito de la
asistencia frente a la necesidad. En principio, una buena relación debe ser
interpersonal y se debe dar en una proximidad de espacio y tiempo. Las nuevas
tecnologías alejan el espacio de la relación, pero no necesariamente constituyen
un impedimento para cierta proximidad; simplemente, la expresión personal
cambia de medio de transmisión. En todo caso, corresponde a los
interlocutores discernir cómo se suple esta distancia.
Toda relación (comunicación) es, a la vez, un acontecimiento
particular y social.
La relación profesional-paciente se inicia en la necesidad de ayuda y
la posibilidad de facilitarla. Es una relación de ayuda y de asistencia.
La relación profesional-paciente es un encuentro entre personas de
«culturas» distintas.
Hay factores e influencias que dificultan o facilitan la comunicación.
Los «modelos» de relación pretenden acercarse a la variedad de
factores y de situaciones que intervienen. El modelo no existe. La
realidad es una interrelación de modelos.
El objetivo de la relación es «cuidar», acompañar, «curar», mejorar,
aligerar.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Lectura:
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Pintura:
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DANCE-HOLLAND, sir N. (1735-1811). Médico, enfermo y enfermera. Londres:
Tate Gallery.
3.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y LA PROMOCIÓN DE LA SALUD
Josep Fatjó
OBJETIVO
Entender qué es la información y la comunicación. Cuál es o tendría que ser la
función de los medios de comunicación social en diferentes ámbitos y en el de la
salud.
La comunicación es el proceso de transmitir un mensaje estableciendo, al
mismo tiempo, una relación o una interacción social. El mensaje que contiene
el objeto de la comunicación se compone de signos o símbolos, y la
comunicación se materializa, normalmente, a través de los medios de
comunicación auditivos o visuales (escritos o no). Para que cualquier tipo de
comunicación sea efectiva, hace falta que la actitud del destinatario sea, a todos
los niveles, receptiva; de otro modo sería difícil que se produjera la aceptación y
la interpretación del mensaje emitido. La comunicación directa entre un
emisor y un receptor es bidireccional porque existe un feedback, es decir, una
respuesta de la persona que recibe el mensaje. Los medios de comunicación de
masas (prensa, televisión, radio y publicidad) son unidireccionales porque no
existe respuesta del receptor o receptores: no hay feedback.
La comunicación tiene un papel importante en el ejercicio de las diversas
ramas de la sociología tanto por lo que se refiere a la función de las clases
sociales en relación con el ejercicio del poder político, como también en el
desarrollo de las ideologías y la educación de los ciudadanos.
Desde el punto de vista de la comunicación lingüística, es decir, desde
aquella relación social establecida entre un emisor y un receptor a través del
signo lingüístico, Jakobson cita seis elementos que realizan sendas funciones:
emisor (función emotiva), contexto (función referencial), mensaje (función
poética), contacto (función fáctica), código (función metalingüística) y receptor
(función conativa). En un acto de comunicación estos seis elementos siempre
están presentes de manera combinada aunque, en cada caso concreto, hay uno
que predomina sobre los otros.
DESARROLLO
COMUNICACIÓN E INFORMACIÓN
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD Y EN SU
SALUD
LA PUBLICIDAD, EL CONSUMO Y LA SALUD
COMUNICACIÓN E INFORMACIÓN
En la terminología científica no siempre se entiende lo mismo por
información. La noción que se tiene, en general, es la de disponibilidad de un
mensaje para ser utilizado adecuadamente en un proceso de comunicación. Esta
«disponibilidad» (Piñuel, 1997) se puede entender desde dos puntos de vista
diferentes: el de la física de los mensajes (el flujo de señales que se transmiten o
se pueden transmitir) y el uso humano que se hace de ellas. Así pues, desde el
punto de vista de la física de los mensajes, información es «la capacidad de un
mensaje para ser soporte de significación y por la cual éste se distingue de
cualquier otro, en relación con el conjunto de todos los mensajes posibles de
ser transmitidos desde una fuente. Se la conoce mediante el cálculo de
probabilidades de las señales que contiene».
Evidentemente, esta definición realizada por Shannon en 1948 en su famosa
Teoría matemática de la Comunicación no viene al caso de momento. En
cambio, nos interesa la definición de información desde el punto de vista del
uso humano que se hace de los mensajes como portadores de significación:
«Contenido de un mensaje dado a conocer a una persona, o a un público
destinatario, con independencia de que, para significar lo mismo, pueda
sustituirse físicamente un mensaje por otro, siempre que su contenido no
cambie». Esta definición hecha por Westphalen y Piñuel (1993), nos da un
punto de vista muy diferente y más interesante. La información, pues, es un
concepto que nos sirve para comparar mensajes, ya sea desde el punto de vista
de sus componentes físicos (señales) o su frecuencia, o desde el punto de vista
de sus contenidos. Si para Shannon mensaje es cualquier secuencia de señales o
impulsos energéticos, para aquellos que solamente toman el modelo gráfico de
la transmisión un mensaje es un estímulo en el ámbito humano —que puede
ser una idea, un dato, una experiencia, etcétera—, en primera instancia de la
transmisión.
Dada la manera de interpretar el concepto de mensaje, éste acaba siendo
sinónimo de contenido y el objeto de estudio de todo aquello que se refiere a los
mensajes es el estudio y control de los contenidos difundidos a través de los
medios de comunicación social. Entonces los problemas que se empiezan a
plantear son los de saber cuántos contenidos se transmiten a través de estos
medios, y cuáles son. En fin, la información es la noticia y la comunicación es
la transmisión social (v. Benito, 1973, pp. 183 y ss.), lo cual nos lleva,
naturalmente, a plantearnos problemas éticos y hasta jurídicos respecto a este
proceso informativo.
Los problemas éticos del proceso informativo y de la comunicación colectiva
nos remiten a tres puntos fundamentales: la objetividad y veracidad de la
información, el derecho a que ésta sea objetiva y verdadera, y el derecho a
informar y a ser informado. A partir de estos puntos nos tendremos que
plantear, también, cómo ha de ser la información sobre la salud para que
resulte lo más objetiva posible y, al mismo tiempo —si la finalidad es ésta—
promueva la salud en aquel público al que va dirigida o, en cualquier caso,
dada la influencia que tienen los medios en la sociedad, no sea perjudicial.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD Y EN SU
SALUD
Uno de los valores que nuestra sociedad tiene más en consideración es la salud,
sabiendo que en la actualidad ésta lleva asociados conceptos tales como el
bienestar físico y psíquico, y sin descuidar, evidentemente, la desaparición del
hambre y de las guerras. Esto lo podemos percibir a través de los medios de
comunicación y, por lo tanto, a través de las noticias que éstos nos ofrecen.
Hemos de tener presente, pues, que los medios de comunicación,
cualesquiera que sean, constituyen la principal fuente de información, no
solamente de las noticias sobre aquello que pasa en el mundo, sino también
sobre actos y hechos que pueden influir en la salud de las personas. Así mismo,
los propios medios de comunicación social son un poderoso instrumento de
influencia en la conducta de las personas y esto lo conocen perfectamente todas
las instituciones públicas y privadas, y lo aprovechan para influir en el
comportamiento de compra de productos, en el caso de la publicidad; o en la
opinión pública, cuando se pretende mostrar un hecho determinado desde un
punto de vista concreto. Por tanto, es necesario pensar que los llamados mass
media pueden ser utilizados tanto de manera positiva como negativa siempre
según el uso que se haga de ellos. Huxley (1980) dice: «La comunicación de
masas [...] no es ni buena ni mala; es sencillamente una fuerza y, como toda
fuerza, puede ser utilizada correcta o incorrectamente».
Hay que conocer, también, las críticas de algunos autores sobre este tema.
Toussaint (1981) establece en relación con las comunicaciones pasivas
(indirectas):
Desinformación en lugar de información verdadera: se capta la
información material de la imagen (la representación) como si fuese
auténtica, mientras que la cosa se presenta deformada.
Masificación: se forma parte de una multitud mentalmente gregaria y,
por lo tanto, despersonalizada; se trata de una verdadera esclavitud
mental.
A pesar de ello, es necesario reconocer que el poder educativo de los medios de
comunicación social es evidente aunque en algunos temas en concreto, como
en el caso del consumo de algunas drogas, tiene un papel ambiguo. Estos
medios, por en general, no tienen ningún inconveniente en realizar campañas
de prevención, pero, en contrapartida, dan una imagen un tanto
«distorsionada» y tal vez contradictoria al ofrecer al público todo tipo de
publicidad de las drogas socialmente aceptadas (Vega, 1983). Esta exposición
que recibe la sociedad de manera cotidiana y que se contradice con aquello que
se predica desde instituciones públicas, no ayuda de ninguna manera a que las
personas se formen un juicio claro sobre esta materia y, por lo tanto, cabe
pensar que en casos como éste los medios de comunicación social pueden
ejercer un efecto negativo en el público.
En este sentido, la Organización Mundial de la Salud determina que, para
que exista una comunicación eficaz en materia de salud, pocas veces se
consigue utilizando uno o dos métodos. El éxito se atribuye, según esta
organización, a la habilidad con la que se combinan diferentes métodos
comunicativos, directos o indirectos. La comunicación en el ámbito de la salud
ayuda a equiparar a las personas con los hechos y fomenta, también, las ideas y
actitudes que son necesarias para tomar decisiones sobre la propia salud.15
Decía el periodista I. López en El Correo de Bilbao que en el periodismo
sobre temas de salud hay que buscar, a veces, titulares que capten la atención
del lector. Y es bien cierto teniendo en cuenta que todos los medios de
comunicación, sin excepciones, presentan cada día noticias «impactantes» en
relación con sucesos de actualidad como pueden ser catástrofes, atentados o
alborotos políticos, por poner algunos ejemplos. Por este motivo —justificaba
el periodista— los profesionales que escriben sobre salud están «compitiendo»
con sus compañeros de redacción de otras secciones. Y añadía que todo ello se
hace para mantener el número de lectores y anunciantes, pero reconoce, al
mismo tiempo, que esto no supone dejar de lado el rigor científico porque
muchas personas utilizan la prensa para informarse y mejorar su salud.
Si la educación para la salud no tuviese el apoyo de los medios de
comunicación social, es evidente que los niveles de información de la sociedad
serían muy inferiores a los actuales. Algunas campañas sobre el tabaco, el
alcohol o los accidentes de las que aquellos se hacen eco, transmiten y facilitan
conocimientos sobre hábitos nocivos y promueven, en general, estilos de vida
saludables.
Algunas veces aparecen noticias e informaciones sin contrastar sobre
supuestos nuevos tratamientos o investigaciones y la necesidad de ser los
primeros en informar hace que se pierda la calidad de la información, de la
misma manera que, a menudo, las fuentes de información no son muy fiables.
Hace algunos años (marzo de 2002) salía una noticia en los medios de
comunicación escrita, explicando que unos investigadores de Estados Unidos
habían comprobado que dormir menos de siete horas o dormir más de ocho
«podía» ser perjudicial para la salud y no se especificaba mucha más
información. Pocos días más tarde, un reconocido médico de nuestro país,
especialista en enfermedades del sueño, ponía en claro —contestando una
pregunta de un periodista— que aquella investigación se había realizado en dos
tipos de enfermos concretos (cardíacos y oncológicos) y que se había
determinado este hecho solamente en este tipo de enfermos. La primera
información aparecida en la prensa era claramente incompleta porque no decía
que la investigación se había realizado en un tipo de enfermos concretos y
podía llevar a la confusión a aquellas personas que leyesen el artículo. Este es
un hecho habitual en la comunicación: la falta de rigor científico o la omisión
de datos pueden llevar a la confusión o también a una alarma social infundada.
Los medios de comunicación social ponen al alcance de todo el mundo gran
cantidad de noticias de todo tipo; la televisión en particular, una «maravillosa
ventana» a través de la cual podemos contemplar el mundo y aquellas imágenes
que más impactan en la sociedad. Muchas cadenas de televisión y emisoras de
radio tienen sus espacios dedicados a la salud y, aunque la información tendría
que llegar de manera sencilla y clara, muchas veces se recibe (quizá porque uno
no es especialista en el tema) de manera confusa; por este motivo estas
informaciones deberían llegar de manera concisa y breve, evitando tecnicismos
innecesarios y formas complejas de expresión que pudieran confundir al oyente
o telespectador.
Es cierto, también, que es necesaria una buena información que ayude a que
la sociedad comprenda aquellas cosas relacionadas con la salud individual o
colectiva. El diagnóstico de una enfermedad grave, por ejemplo, supone un
fuerte impacto emocional, no solamente al enfermo sino también a la familia;
muchas veces este impacto se acompaña de una sensación de falta de control
sobre la propia enfermedad, porque no se sabe qué puede pasar y cuál pueda
ser el pronóstico. La persona enferma está muchas veces poco informada; no
conoce bien el proceso de su enfermedad y sus posibles tratamientos, y por
tanto busca información; ésta, evidentemente, tiene que darla el médico, pero,
además, uno siempre busca más, ya sea a través de los medios o de otras
personas y se puede acumular, información errónea.
También hay que tener en cuenta que las noticias que aparecen en los medios
de comunicación social pueden crear confusión y alarma social, y repercutir de
esta manera en todo el sistema sanitario, aumentando considerablemente las
consultas en los días posteriores a la aparición de la noticia. En estos casos, las
reacciones son variables y cada individuo, según sus necesidades, puede percibir
una misma información de manera diferente. Una persona que tiene miedo a
ciertos tipos de información puede bloquear la percepción de los estímulos que
le resulten amenazadores y puede no ser consciente de lo que se le está
transmitiendo en los mensajes. Otras personas pueden llegar a seleccionar parte
de la información recibida y obviar el resto, tomando quizá decisiones fuera de
toda lógica.
Por lo tanto, la actividad informativa tiene que ser entendida,
fundamentalmente, como un deber —el deber de informar— íntimamente
ligado al derecho a la información que tiene el público. Así lo dice el artículo
20 de la Constitución y en gran manera son los medios de comunicación social
son los responsables de este hecho por más que la información haya de ser
totalmente verídica. Para conseguirlo el periodista tiene que consultar
numerosas fuentes y, a partir de aquí, descubrir cuáles de éstas son reales y
cuáles ficticias, o cuáles persiguen realmente una finalidad honesta.
En definitiva, existen tres condiciones para el ejercicio de la libertad de
información: veracidad de la noticia, interés para la formación de la opinión
pública y adecuación del lenguaje. Así, el derecho constitucional de la libertad
de información y de expresión está sometido a unas determinadas pautas de
comportamiento: ejercer este deber según las exigencias de la buena fe y
hacerlo sin ánimo de dañar a pesar de la orientación particular de cada medio y
los fuertes intereses económicos, políticos y sindicales que, en todo momento,
se disputan la atractiva parcela de la presencia pública.
LA PUBLICIDAD, EL CONSUMO Y LA SALUD
Efectos generales
Se hace difícil comprender la publicidad sin hacerlo antes de la sociedad del
consumo o del bienestar. Muchos críticos de la publicidad, cuando hablan de
ella, se refieren al consumo, y es lógico que lo hagan teniendo en cuenta que la
publicidad es el elemento que más destaca en esta sociedad y en consecuencia
se piensa que lo más visible es también lo más relevante. La importancia del
consumo también es obvia ya que ha pasado a ser uno de los distintivos de la
sociedad moderna occidental, de aquí los términos «sociedad del consumo» o
«de bienestar» (aunque «bienestar» muchas veces nos provoca «malestar»).
Galbraith, de profesión economista, dijo con referencia a la publicidad y a su
relación con el consumo: «La publicidad y sus artes relacionadas ayudan a
desarrollar el tipo de hombre que necesita el sistema industrial; alguien que
previsiblemente gaste sus ingresos y siga trabajando porque siempre necesitará
más y más» (Galbraith, 1967, p. 219). Es evidente que si solamente nos
quedásemos con esa definición no podríamos pensar en ningún momento que
«este tipo de hombre» pueda tener un buen estado de salud, y menos psíquica.
Tampoco la sociedad de consumo habría sido posible con la intensidad actual
sin la existencia de un buen sistema de comunicación, como es el de la
publicidad. Ésta, que es en definitiva la estrella del marketing, no habría podido
desarrollarse sin el sistema mediático actual y aún menos sin la televisión.
En relación con el tema de la belleza en la publicidad, debemos preguntarnos
cuál puede ser su efecto más allá de la promoción de una estética. Podría ser
que esta belleza tuviera efectos nocivos, tal como dijo en su momento Lasch
(1978). La comparación entre la magnificencia de los modelos publicitarios
con la limitada estética de la vida real y, en concreto, la comparación entre la
belleza corporal publicitaria y el físico «mediocre» del consumidor, puede llevar
a éste a la ansiedad y a la neurosis, y a adoptar comportamientos totalmente
insanos con consecuencias como la anorexia. Los anuncios con modelos muy
atractivos pueden conducir a personas con un físico completamente normal se
infravaloren; o, dicho de otra manera, la belleza de personajes publicitarios
puede conducir a una reducción en la satisfacción con el propio físico. Además,
está estudiado que existe una «convivencia» en el sentido de que lo que gusta es
el anuncio y el producto anunciado. Esta «convivencia» entre el gusto estético
promovido por la publicidad y sus efectos negativos, es la que la hace muy
ambigua.
En definitiva, la publicidad propone placer, gusto estético e ilusiones, y en
esto se encuentra toda una modalidad antropológica.
Otros efectos de la publicidad
Son muy amplios los efectos de la publicidad en los niños, porque el mercado
infantil es uno de los más amplios y rentables; en efecto, ellos constituyen un
gran potencial como futuros consumidores al tiempo que condicionan en gran
medida las compras de los adultos. A parte de esto, la publicidad infantil
sobrepasa, a veces, el formato normal de los spots porque algunas veces un
programa televisivo entero puede ser un vehículo publicitario.
De esta manera, la publicidad infantil puede tener diversos efectos globales
—sobre todo por la vulnerabilidad del público— e influir en gran manera no
solamente en el efecto comercial de consumo de productos, sino también en el
comportamiento general y por tanto en los hábitos de salud. Algunos países,
como Bélgica y otros países del Norte de Europa, han suprimido la publicidad
infantil porque creen que no es buena la influencia que ejerce en dicha
población.
En relación con el consumo de tabaco y bebidas alcohólicas, la publicidad
puede actuar como un instrumento positivo o negativo. En este sentido se han
hecho estudios y se cree que la eliminación de la publicidad del tabaco y el
alcohol no reduce su consumo porque es más fuerte la influencia implícita
presentada como recurso artístico en el cine y la literatura, que la influencia
explícita de la propia publicidad. La mayoría de estudios han demostrado que
el impacto de la publicidad por el consumo de estos productos es casi nula; en
cambio parece que el precio y otras variables son mucho más influyentes que la
propia publicidad. Ni la penalización fiscal ni la prohibición publicitaria son
medidas capaces de limitar los efectos sobre el consumo. Pero hay que
considerar dos roles, tal vez contradictorios, de la publicidad: favorecen o
incitan al consumo de alcohol y tabaco, y lo frenan.
Otro efecto de la publicidad puede ser la perturbación del psiquismo con
imágenes «agresivas»; sin embargo, este sería un efecto de la publicidad
subliminal que teóricamente está prohibida y que pretende ir más allá de la
pura comercialización. Existen diferentes procedimientos para crear mensajes
de este tipo y condicionan el subconsciente del público, aunque no de manera
sistemática y no solamente en el ámbito de la publicidad. Así también, la
publicidad influye en la homogeneización cultural en el mundo y en la
configuración de nuevos cánones para crear una imagen del hombre y de la
mujer.
Finalmente, podemos ver cómo cualquier tipo de comunicación a través de
los medios de comunicación social influye inevitablemente en la población, y
es lógico que en la era de las nuevas tecnologías y a la que se llama sociedad de
la información y del conocimiento, estemos sometidos a sus influencias de
manera constante. Es la época que nos ha tocado vivir. Solamente hace falta
que cada persona sepa escoger esa información pasada una y otra vez por el
cedazo del sentido común y de la honradez y, a partir de aquí, escoger todo
aquello que pueda ser útil para mejorar uno mismo (como persona y su salud
en su más amplio concepto) y la sociedad en general.
CONCLUSIÓN
Los medios de comunicación social (publicidad incluida) ejercen una gran
influencia en la sociedad. Será bueno saber escoger la información de manera
objetiva y con sentido común a favor de nuestra «salud social». La información
es la disponibilidad de un mensaje para ser utilizado adecuadamente en
cualquier proceso comunicativo. Según la manera de interpretar el concepto de
mensaje, éste acaba siendo sinónimo de «contenido» y objeto de estudio en
todo aquello que se refiera a los mensajes difundidos a través de los medios.
Los problemas éticos del proceso informativo nos remiten a los siguientes
puntos fundamentales: la objetividad y veracidad de la información y el
derecho a informar y ser informado. Con referencia a los efectos de la
publicidad, es necesario entender previamente qué es la sociedad de consumo o
de bienestar y al mismo tiempo preguntarse cómo afecta la «belleza» percibida
a través de los anuncios. Igualmente, habrá que ver y tener muy en cuenta la
publicidad dirigida a los menores, ya que, a causa de su vulnerabilidad, puede
tener diferentes efectos globales.
BIBLIOGRAFÍA
BENITO, A. (1982). Fundamentos de teoría general de la información. Madrid:
Pirámide.
GALBRAITH, J. K. (1969). La sociedad opulenta. Barcelona: Ariel.
HUXLEY, A. (1980). Más allá de un mundo feliz. Barcelona: Edhasa.
JAKOBSON, R. (1975). «La lingüística y la teoría de la comunicación». En
Ensayos de lingüística general. Barcelona: Seix Barral.
OMS. (1983). Nuevos métodos de educación sanitaria en atención primaria de
salud. Serie Informes Técnicos: 690.
PIÑUEL RAIGADA, J. L. (1997). Teoría de la comunicación y gestión de las
organizaciones. Madrid: Síntesis.
SHANNON, C., WEAVER, W. (1981). Teoría matemática de la comunicación.
Madrid: Forja.
TOUSSAINT, F. (1981). Crítica de la información de masas. México: Tillas.
VEGA, A. (1983). Los educadores ante las drogas. Madrid: Santillana.
VEGA, A. (1995). «Los medios de comunicación social y las drogas: entre la
publicidad y el control social». En Revista Española de Drogodependencia, 20
(2): 99-111.
WESTPHALEN, M. H., PIÑUEL, J. L. (1993). La dirección de comunicación:
prácticas profesionales. Diccionario técnico. Madrid: Ediciones del Prado.
LECTURAS
Hay dos películas «clásicas» y otra más reciente, que pueden resultar muy
interesantes si se miran desde el punto de vista de la influencia que ejercen los
medios de comunicación social en el mundo actual:
Primera Plana (1974). Dir.: B. WILDER. EE.UU.
Todos los hombres del presidente (1976). Dir.: A. J. PAKULA. EE.UU.
Buenas noches y buena suerte (2005). Dir.: G. CLOONEY. EE.UU.
III.
SOCIEDAD, POLÍTICA Y SALUD
1.
LA GESTIÓN DE LA SALUD.
DEL MODELO BIOMÉDICO AL DE PARTICIPACIÓN.
LA IRRUPCIÓN DEL SIDA COMO EJEMPLO
Xavier Cardona
OBJETIVO
Proponer un nuevo modelo de relación terapéutica que mejore el actualmente
existente. Ejemplificarlo con lo que la epidemia del sida ha supuesto en la actual
forma de gestión de la salud.
Hasta ahora, cuando hablábamos de «gestión de la salud», pensábamos
principalmente en una atención sanitaria institucionalizada, pensamiento que
es fruto de la historia sanitaria y en especial del proceso de medicalización
iniciado a finales del siglo XVII y desarrollado sobre todo en los siglos sucesivos.
Hoy, cuando hacemos una búsqueda bibliográfica del concepto «gestión de la
salud», nos percatamos de que este sentido institucionalizado es casi el único
que contempla.
Sin embargo, las cosas han ido cambiando. Se ha ido produciendo a lo largo
del siglo XX un continuo de situaciones que han ido ampliando todo lo que
entendemos por «gestión de la salud», sobre todo gracias a un nuevo concepto
de la salud según el cual el paciente que vive en el pathos de la enfermedad, se
apropia de lo que está viviendo y se anima a participar en su proceso de salud.
El sida, como otras situaciones de enfermedad, ha confirmado este proceso,
pero le ha dado además un cariz especial. Es el propio paciente, su entorno
afectivo —su familia— y la sociedad civil quien pide la palabra, quien empieza
a tomar protagonismo y a cuestionar el modelo dominador de gestión de la
salud, apuntando hacia uno nuevo, más participativo y menos medicalizado.
La autoatención, el acompañamiento familiar amplio, las organizaciones no
gubernamentales de servicio en sida y las nuevas relaciones paciente-sistema
sanitario son un claro ejemplo. Es también una cuestión política: el debate
entre el sector público y el sector privado surge con fuerza. ¿Qué política
sanitaria se debe seguir? ¿La policial o la educativa; la impositiva o la
propositiva?
DESARROLLO
QUÉ ENTENDEMOS POR GESTIÓN DE LA SALUD
EL MODELO BIOMÉDICO DE GESTIÓN DE SALUD
LA IRRUPCIÓN DEL SIDA, UN EJEMPLO DE CAMBIO
LA GESTIÓN DE LA SALUD EN EL SIGLO XXI
QUÉ ENTENDEMOS POR GESTIÓN DE LA SALUD
Gestionar quiere decir, en su primera acepción, «hacer gestiones para conseguir
algo», y gestión (del latín gerere, llevar [a cabo]) tiene dos acepciones, la
primera: «Conjunto de operaciones administrativas sobre ciertos bienes,
efectuadas por una o más personas en nombre de sus propietarios y con el
objeto de obtener resultados beneficiosos» y la segunda: «Cada una de las
diligencias que alguien hace por conseguir algo».
En nuestro caso, «gestión» lo referimos a todo lo que una persona y otros a
su alrededor llevan a cabo para obtener el objetivo de la salud. Si seguimos
aquella primera acepción de gestión, nos encontramos con un proceso
delegado —«en nombre de sus propietarios»— lo que no ocurre con la
segunda: «diligencias que alguien hace», donde el proceso está regulado por el
propio individuo, donde su participación es necesaria, ya que sin su tarea
perseverante no se produce el proceso de salud.
Siguiendo las mismas definiciones nos surgen diversas preguntas sobre los
modelos de gestión y sobre la salud misma: ¿es ya salud el proceso de salud, o
sólo lo es la consecución de un objetivo final? ¿Qué importancia tienen las
relaciones que se establecen entre las personas que intervienen en este proceso?
¿Y los lugares donde se producen tales relaciones? ¿Hay un modelo posible de
gestión que sea autónomo (segunda acepción) y delegado (primera acepción) al
mismo tiempo? Es posible una definición de «gestión de la salud» que
contemple las dos acepciones, pues en el caso del proceso de salud, la
colaboración es imprescindible.
Éstas y otras preguntas nos permitirán establecer quiénes son los actores, cuál
el escenario y cuál la obra que se debe representar. La obra es el proceso de la
salud: su gestión, su administración; los actores son los pacientes, los
profesionales sanitarios, la familia, y la sociedad en general ya que son ellos los
que deben gestionar este nuevo modelo: una gestión nueva, con una intención
definida que nos lleve a la salud; su escenario son las instituciones y la sociedad
implicadas en este proceso. Según sea la relación entre todos ellos que
hablaremos de un modelo de gestión de salud o de otro.
EL MODELO BIOMÉDICO DE GESTIÓN DE SALUD
No es sino a finales del XVII cuando la Ilustración permite nuevos horizontes a
una concepción de salud heredada de épocas anteriores. A partir de este
momento, ya no es únicamente la razón teológica la que tiene como intérpretes
a los sacerdotes mediadores —por tanto ante los médicos— en los temas de
salud y enfermedad. Aparece el «cogito, ergo sum» y con él la creencia de que es
ahora la razón humana la que puede dar respuesta a todo lo que sucede,
personalmente, individualmente, sin necesidad de intermediarios.
La realidad político-social de finales del siglo XVII ayudará, entre otros
factores, a que surja una nueva concepción de gestión de la salud. La aparición
de la organización de los Estados, iniciada en la Alemania de la época, la
emigración a las ciudades desde el campo (Francia), y la revolución industrial
en Inglaterra producirán la organización administrativa, el control policial de la
salud y los sistemas públicos y privados de salud, lo que se ha llamado la
medicina de Estado, medicina urbana y medicina laboral, que hasta el siglo XIX
irán configurando la estructura de lo que hoy continúa estando en la base del
sistema de salud llamado biomédico.
El proceso de medicalización
Es lo que Bartoli llama la «dilatación tendencialmente totalitaria del ámbito de
competencia de la Medicina» y se muestra en:
a. Abandono de la razón teológico/a y eclesiástica por la razón médica.
El neopositivismo, que inicialmente fue un proceso que impulsó la
búsqueda y la investigación y todo lo que el método científico proponía,
pero que el tiempo ha transformado en muchas ocasiones en un
cientifismo, donde la ciencia por la ciencia ahorra cualquiera otro objetivo
primario.
b. La institucionalización de la medicina y el control que ejerce sobre
lo que llama desviación. Un control político de la población, desde el
Estado hacia la práctica de la medicina, considerando como «mal vistas»
situaciones y actitudes como la pobreza, las deformidades, las
enfermedades, y estableciéndose la relación entre salud y poder: las
instituciones sanitarias como máxima representación de esta unión. En un
principio, la estructuración propuesta por la administración central
alemana y de la higiene urbana francesa de los que surgirán tantos
modelos urbanos y el modelo de salud público-privado inglés que tanta
fortuna ha hecho entre nosotros. Foucault ya nos recuerda que eso
propicia un mayor control en el que el proceso de salud se ve implicado:
interesa tener a la población sana para poder disponer de ella para el
ejército y la productividad laboral. El problema reside en convertir los
motivos políticos en razones profesionales.
c. El rechazo de los saberes populares con la progresiva incorporación
del médico institucionalizado en la vida. Aunque el período colonial
aporta nuevas informaciones sobre nuevos saberes sanitarios, la
preponderancia del saber científico-médico lleva al prejuicio, cuando no
al menosprecio, de los saberes populares, así como a ignorar otras culturas
y sus modelos explicativos tan importantes en la gestión de la salud y la
enfermedad.
El modelo biomédico
Hablamos de «modelo» relacionándolo con el concepto establecido por
Kleinman, quien hace referencia a las nociones individuales o colectivas de
etiología, sintomatología, fisiopatología, curso y tratamiento. Estos modelos
explicativos los tienen tanto los terapeutas como los pacientes y su entorno
afectivo, y de modo que en la relación entre ellos se produce el modelo de
gestión de salud.
La relación entre los modelos explicativos de los terapeutas y de los pacientes
puede conseguir los siguientes resultados:
El paciente no acepta el modelo del terapeuta y se queda con el suyo.
El paciente acepta el modelo del terapeuta y elimina el suyo.
El paciente sale con dos modelos: el suyo y el del terapeuta.
El paciente hace una mezcla de los dos modelos.
El paciente elabora, crea, un nuevo modelo.
Hoy el sistema sanitario occidental ha optado mayoritariamente por el modelo
conocido como biomédico, ortodoxo, cosmopolita, organicista, de eficacia
biológica que pone en los signos y síntomas orgánicos sus principales aliados,
considerando los modelo explicativos del paciente que no sean orgánicos como
no objetivos, de segunda categoría o sin importancia en el diagnóstico y la
terapéutica.
Debido a un proceso histórico y sociocultural, este modelo biomédico, tiene
como raíces:
La reproducción de una ideología hegemónica, basada en la eficacia
tecnológica y en el pragmatismo, considerando la dimensión
biológica como la única o la que más importancia tiene en los
procesos patológicos, y considerando las otras dimensiones como
periféricas y satélites alrededor de la central que es la orgánica: se trata
de la dimensión disease, en la concepción anglófila de las dimensiones
de la enfermedad. Todo ello a partir de la concepción positivista de
separación entre cuerpo y mente, y entre esta dualidad y el contexto
sociocultural, dejando de lado los momentos sickness e illness que
todo proceso de enfermedad tiene.
La doctrina de la neutralidad científica y la objetivación que ya fue
rehusada por Hume con su concepto de «falacia naturalista»
poniendo en evidencia la imposibilidad de la objetividad total desde
la subjetividad, en contra también de la mentalidad neopositivista de
que la ciencia es la verdad y el objetivismo es la realidad.
«Neutralidad científica» simbólicamente expresada con el blanco de
las batas o la imagen de desideologización que quiere dar el colectivo
sanitario.
La relación terapéutica de tipo jerárquico, ya que se entiende la relación
de forma asimétrica sólo por una parte; el terapeuta es el que sabe y el
paciente es el que está demandando una respuesta; el sanitario a
través de sus palabras, fármacos, diagnósticos y recetas continúa
manteniendo la simbología de su poder frente a un enfermo que está
enfermo, infirmus, poco firme, infantilizado.
El etiquetado y la estigmatización, que se producen reflejando los
valores morales de una parte de la sociedad, como veremos más
adelante tomando al VIH-sida como ejemplo; afectándolos en el
diagnóstico y en la terapia y en el trato diferencial que estos pacientes
reciben.
Todo eso acaba produciendo un modelo relacional entre el paciente y el
terapeuta, el modelo biomédico, que posee las siguientes características básicas:
Unidimensional. Sólo ve la dimensión orgánica, desde la eficacia
biológica; esta dimensión es la realmente importante frente a las otras
que también conforman la realidad pluridimensional, biopsico-socialtrascendente del ser humano.
Unidireccional. El modelo jerárquico de sumisión, el paciente se debe
someter a lo que los sanitarios le dicen por su bien, siendo el
paternalismo el peligro por la aplicación del principio de
beneficencia: se hace el bien decidido por el terapeuta.
Unilineal en la terapia, respondiendo a la explicación diagnóstica
organicista —y por lo tanto farmacéutica o quirúrgica— de las
cuestiones.
Es el modelo biomédico imperante mayoritariamente en nuestro sistema
sanitario occidental, que tantas cosas positivas aportó en su momento —
racionalización de un sistema sanitario, eficacia terapéutica—, pero que en la
actualidad debe llevar a otro modelo de gestión.
LA IRRUPCIÓN DEL SIDA, UN EJEMPLO DE CAMBIO
El síndrome de inmunodeficiencia adquirida y su historia nos pueden servir
muy bien como ejemplo para el análisis que estamos planteando.
El año 1981 aparecen relatados en el Center Disease Control de Atlanta
unos 6 casos de personas con neumonía por Pneumocystis carinii, que les causa
la muerte. A partir de este momento, múltiples casos de la misma patología se
van registrando en el centro, y eso lleva a pensar en una epidemia sin causa
conocida.
Se establecen inicialmente unos grupos de afectados y la enfermedad se acaba
denominando de forma descriptiva como «la enfermedad de las 4H»: ya que
son los cuatro factores descriptivos de la mayoría de estos primeros casos:
homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos; aunque estos factores
no se dan conjuntamente en ningún de ellos y —en muchos sólo uno de ellos
se repite— se mantiene esta primera descripción derivada de la gran
incertidumbre inicial.
Desde el comienzo, esta clasificación llevó a una estigmatización de los
cuatro colectivos señalados y, lo más grave, a la creación de un imaginario de la
causa de la enfermedad que en estos veinte años ha irresponsabilizado a
tantísima gente frente a ella. Hay quien piensa que habría que exigir
responsabilidades a quienes utilizaron la primera descripción de forma
interesada, provocando el aumento de la infección que hoy constatamos en
personas no homosexuales, no heroinómanas, no hemofílicas y no haitianas; o
sea, la inmensa mayoría de los infectados actuales. Todavía hoy escuchamos
repetidamente el «me pensaba que eso a mí no me podía pasar», fruto de un
infantilismo que en este caso ha sido mortal.
Habrán de pasar algunos años hasta que el mito de las 4H sea rechazado por
la comunidad científica y ésta señale que no existen «grupos de riesgo» sino
«prácticas de riesgo». Hoy, además, se prefiere hablar de «grupos vulnerables» y
«factores de vulnerabilidad» y aquí es donde la gestión de la salud tiene una
gran importancia, como veremos.
Las desigualdades, sin embargo, no terminan aquí sino que el tiempo ha
impuesto en la gestión de la salud, como en otras esferas de la realidad, el
modelo neoliberal imperante y las desigualdades Norte-Sur se han hecho
también muy visibles en la distribución geográfica de la pandemia. Hoy el 80
% de los infectados por el VIH están en África subsahariana y en los países del
sur de Asia y de América, sin que se haga en ellos ni de lejos lo que se está
haciendo en la órbita de lo que etnocéntricamente hemos llamado «primer
mundo». Como bien dice Benedetti en uno de sus poemas, «el sur también
existe»; lástima que sólo lo haga en las consecuencias negativas de un
determinado modelo de gestión de los recursos.
Políticas de prevención: de la policial a la educacional
Las políticas de prevención y sus campañas nos muestran hoy la tendencia
evolutiva en la gestión de la salud; se ha pasado de unas políticas de control
policial a otras más educativas, lo que refleja el paso de una gestión paternalista
y de control a otra participativa, autónoma y educativa: el paso de un modelo
biomédico más asistencial a uno de participación más preventivo. Durante los
primeros años la inexistencia de cualquier tipo de campaña escondía la
estigmatización de determinados colectivos, su marginación, o simplemente la
criminalización directa de determinados estilos de vida. «Es culpa suya» oímos
durante demasiado tiempo; aún hoy, en determinados ambientes y países, la
débil dedicación de recursos se debe a esta mentalidad retrógrada y
moralmente condenable.
Afortunadamente los años fueron dando paso a campañas generalistas,
primero más impositivas («Póntelo, pónselo»), y hoy mucho más localizadas en
grupos diana (adolescentes, jóvenes, mujeres, viejos...) que no tienen nada que
ver con los equivocados «grupos de riesgo» y tienden a la participación y
educación preventiva de las personas. Los jóvenes toman la palabra a través de
medios múltiples que facilitan su participación (material audiovisual,
encuentros con profesionales, campañas más adecuadas). Por otra parte,
mientras pensábamos que estábamos venciendo a la enfermedad, los resultados
nos hacen desconfiar de que con eso sea suficiente; la pura información no
cambia hábitos de conducta, hay que trabajar en el nivel más profundo de los
valores que dan sentido a la vida y esto exige una coordinación eficaz de todas
las personas que trabajan en la formación sanitaria: familias, profesionales
sanitarios, centros educacionales. De nuevo se impone una gestión de la salud
con una concepción nueva.
Promoción de la salud
En esta nueva forma de gestión de la salud aparecen, también a nivel de la
OMS, las políticas de promoción de salud. Ya no se habla de procesos de salud
exteriores, sino de políticas de salud, cuyo objetivo final es la promoción:
políticas que contemplen hábitos como la autoatención, la importancia del
entorno afectivo, el voluntariado de servicio en sida y los grupos de ayuda
mutua, entre otras propuestas.
Autoatención
Como primera línea de acción en la promoción de salud está la conciencia de
que es la propia persona quien tiene mucho que hacer en su proceso de salud;
es la protagonista y es ella quien sabe en el fondo lo que quiere y la única que
puede decidir en rectitud y competencia qué quiere de la propia vida.
Las relaciones asimétricas del anterior modelo pasan a ser de una simetría en
la asimetría. Si bien es cierto que los profesionales saben de la patología,
también es cierto que sólo los pacientes saben qué es lo que quieren de su vida.
Eso debería alejar toda tentación de paternalismo por parte de los profesionales
de la salud. Es cierto que el principio de beneficencia es el rector de la acción
del profesional de la salud, pero no se puede olvidar que en el proceso de salud,
entendido como el bien del paciente, éste tiene también muchas cosas que
decir y la última palabra. Siempre hablamos de pacientes competentes, en el
caso de incapacidad (menores, discapacitados mentales o legales, personas en
coma) será la persona de sustitución asignada, el tutor legal, quien entrará en la
decisión del proceso de salud, a no ser que exista un documento de voluntades
anticipadas; sólo en caso de urgencia el profesional de salud resolverá sin
consultar con los responsables del proceso.
La autoatención comporta la implicación de la propia persona en su proceso
de salud, por lo cual la asunción de responsabilidad es ya una parte del proceso.
En el caso del VIH no hay suficiente con seguir el tratamiento farmacológico
establecido, es muy importante el cuidado integral de uno mismo, el no
reinfectarse, la prevención sexual, el trabajo pluridimensional, etcétera, todo lo
cual confirma la importancia de promover estas conductas en un plan de
gestión de salud participativo. Se ha visto que las campañas en este sentido y
entre iguales son mucho más eficaces. El testimonio personal de un afectado
que ha conseguido responsabilizarse de la propia vida es lo que genera cambios
de actitudes más profundos.
El entorno afectivo, la responsabilidad compartida
En sociedades mediterráneas como la nuestra, donde la familia tiene tanta
importancia, habrá que ver cuál es su papel en el proceso de gestión de salud.
Llamamos a estas personas entorno afectivo, lo cual influye un círculo mayor
que el meramente familiar, en el sentido tradicional del término, y que hoy
conforman lo que se llama «nuevas familias».
No podemos ignorar esta realidad tan presente en nuestro medio. Hay que
especificar su papel, ya que el peligro de tomar demasiado protagonismo,
ejerciendo un paternalismo secundario al de los profesionales es muy grande.
Hay muchas familias que tratan al paciente como a un niño y toman
decisiones por él, escondiéndole la información. Hay que estar atentos para
que quien debe presidir el proceso de salud no quede excluido.
En el nuevo modelo participativo, habrá que especificar muy bien el papel
del entorno afectivo, para que sea el propio paciente en diálogo con los
profesionales quien especifique el nivel de implicación. El caso de la capacidad
de los menores es peculiar; legalmente hay una edad de adulto, pero a nivel
ético se considera que a partir de los doce años el menor debería ser informado
en primera instancia de la mayoría de cosas que le están pasando, y, en diálogo
con él, establecer el nivel de implicación familiar.
En el caso del VIH, su realidad inicial en colectivos particulares —
drogadictos e infectados por transmisión sexual—, manifestaba que las
relaciones con las familias eran inexistentes o muy conflictivas, y aparecía un
nuevo círculo afectivo que permitía un tipo de relación más participativo sin la
carga de la institución familiar. Esto fue aprovechado por los profesionales para
aumentar su poder paternalista o bien, menos frecuentemente, para generar
unas nuevas relaciones con el nuevo entorno afectivo.
Estamos convencidos de que el entorno afectivo, en buena parte de los casos,
si no sufre él también una patología, puede ser una buena ayuda en el proceso
de salud, en el acompañamiento diario del paciente, en su ámbito domiciliario
especialmente, pero también en los otros ámbitos donde se produce el cuidado.
En el caso del sida, las dificultades se presentan cuando se rehacen los lazos
familiares por pura necesidad, y no se resuelven los conflictos de fondo
generados a lo largo del tiempo; esta es la causa de que lo que debería ser una
ayuda se convierta en un factor que dificulta el proceso de salud. Una parte
muy importante de la gestión de la salud contempla ya desde hace tiempo el
cuidado comunitario entendido también como la atención del entorno afectivo
del paciente. La gestión de la salud adquiere entonces un carácter
interdisciplinario clarísimo y eficaz con el trabajo conjunto con los psicólogos y
los trabajadores sociales.
Las organizaciones no gubernamentales
En este modelo nuevo de gestión de salud aparecen unos nuevos colectivos más
amplios que incluyen los nombrados anteriormente como entorno afectivo. Es
la sociedad civil quien toma la iniciativa ante unas instituciones, en este caso
sanitarias que ofrecen una respuesta parcial y esto ha sido muy común en
muchas enfermedades, y en especial el VIH. Los propios afectados saben que,
para algunas cosas (compartir información), vivencias y recursos específicos,
erradicar todo lo negativo que comporta la enfermedad, etcétera), la unión
entre ellos puede ser muy positiva. De este modo surgen grupos como las
ONG de servicio en sida, que durante bastantes años han desempeñado una
función de suplencia en muchos campos, hasta que las administraciones han
ido asumiendo su papel. Aún queda mucho por hacer, pero también tienen un
papel propio que nunca ninguna institución pública debería suplir: la
solidaridad, el permanecer gratuitamente con los infectados no debería ser
nunca regulado por ninguna ley aunque el poder paternalista en algunos casos
ya lo haya hecho.
Hoy las políticas han ido cambiando aunque la relación entre las
administraciones y las ONG es más o menos intensa, según los lugares y
ámbitos de actuación. Pero no podemos olvidar cuáles son los fundamentos de
toda ONG: una ONG es una asociación de personas que surge de la sociedad
civil con unos objetivos comunes, en todos los ámbitos donde está implicada:
social, sanitario, político, familiar, personal, educativo, etcétera. En una ONG
podemos ver tres niveles: estructural, funcional y de valores que la
fundamentan y le dan identidad.
Estructura:
a. Deben estar legalmente constituidas y no tener afán de lucro.
b. Deben ser autónomas en el funcionamiento e independientes
económicamente del ámbito gubernamental, con los problemas
que esto comporta dada la escasez de fuentes económicas y de
subvenciones.
c. Deben poseer estructura y capacidad de trabajo suficiente para
gestionar con eficacia y eficiencia; en muchos, casos gestionar
correctamente desde la precariedad.
d. Deben funcionar con limitada burocracia y austeridad.
Funciones:
a. Ser instrumento de participación social; es necesaria una base
social que las apoye, no puede tratarse de un grupo de gente sin
más.
b. Ser expresión de la solidaridad de la sociedad y al mismo tiempo
construir solidaridad, cultura de la solidaridad, no modas.
c. Crear conciencia de la interdependencia en la que vivimos
necesariamente, según las palabras de Terencio: «Nada humano
me es ajeno».
d. Ser conciencia crítica, pero no amargada, sino generadora de
utopía y de esperanza, nunca de desánimo. Por lo tanto, la
denuncia ha de ir siempre acompañada de la propuesta optimista.
e. Pasar de la asistencia a la promoción y de ésta, o conjuntamente
con ella, a la transformación de las estructuras injustas.
Valores cimentadores:
a. Reconocimiento de la dignidad ontológica de todos los seres
humanos, y por lo tanto del derecho a una vida digna.
b. Reconocimiento de la igualdad, lo que significa trabajar con los
implicados como iguales y no imponer el propio criterio.
c. Desarrollo, entendido como de «ser» más que de «tener»,
aumentando la gama de oportunidades, de posibilidades de
escoger, aplicando el principio de la diferencia para ser justos, dar
más a quien menos tiene y más necesita.
d. Solidaridad como lo sólido, lo que une; universal, integral y
radical, que va a la raíz de los problemas.
Los Grupos de Ayuda Mutua son un instrumento muy valioso, una forma de
reciprocidad generalizada (J. Canales). Habrá que resolver por lo tanto, como
premisa inicial, las cuestiones de equivalencia y simetría en el grupo. Los
profesionales no pueden ser protagonistas, como máximo pueden ser
inductores del grupo para desaparecer de inmediato. A diferencia de la
autoatención o de la atención por parte del entorno familiar, los grupos de
ayuda mutua surgen de una necesidad más terapéutica, son voluntarios y no
adquieren en la mayoría de los casos una centralidad en la vida del paciente.
Las instituciones sanitarias
Los diferentes niveles de atención
La gestión de la salud deberá tener en cuenta los diferente niveles de atención
sanitaria: ámbito primario, terciario hospitalario, de los sociosanitarios,
domiciliario, privado. La especificidad de cada uno de ellos marcará algunas
especificidades en la gestión de la salud.
Entorno familiar Profesionales Paciente Institución
Domiciliario
++
+,
interdiscip.
+
Primario
+
+
+
Hospitalario
Sociosanitario
++
+
+,
interdiscip.
+
++
+
+
El trabajo interdisciplinario
En el caso del VIH, no se puede olvidar que se trata de una epidemia global:
sanitaria, social, política, familiar, educativa; por lo tanto, si su abordaje olvida
cualquiera de estas dimensiones no será realmente eficaz ni eficiente, los dos
parámetros necesarios en toda resolución de problemas en salud. Por esto, la
interdisciplinariedad es totalmente necesaria, y sabiendo lo difícil que resulta
en los niveles de trabajo, cuánto más lo será en otros ámbitos como los de la
sociedad civil...
Una relación de interdisciplinariedad no es de sumisión ni de tolerancia
pseudoprogresista, sino realmente de respeto, escucha y consenso de decisiones
entre médicos, enfermeros, trabajadores sociales, psicólogos, familia y, está
claro, la persona enferma. Las dificultades serán muchas, y los prejuicios,
presentes por todas partes. Sería mucho más rápido funcionar de forma
autoritaria, pero a la larga ¿sería más eficaz?
LA GESTIÓN DE LA SALUD EN EL SIGLO XXI
Todo eso hace que la propuesta de gestión de la salud para el siglo XXI tome lo
mejor que el modelo biomédico ha ofrecido, que es mucho y diverso, para
poner al paciente en primer término y permitir su participación protagonista.
La autonomía del paciente es un hecho importante en la conciencia de salud
para el siglo XXI. Los diferentes ámbitos de atención sanitaria deberán resituar
sus funciones, el gesto profundo de actuación, la gestión del proceso de salud.
El modelo de participación en la gestión de la salud
Si tuviéramos que definirlo siguiendo las características que el biomédico
proponía, diremos que este es un modelo pluridimensional, interdisciplinario y
complementario.
Pluridimensional
Tiene en cuenta a la persona como un ser pluridimensional, bio-psicosocialtrascendente; contempla a la persona integralmente, globalmente,
holísticamente.
Interdisciplinario
Esto hará que el trabajo en equipo sea indispensable, la realidad
pluridimensional ha de ser abordada pluridimensionalmente y, por lo tanto,
interdisciplinariamente. Eso también significa tener en cuenta lo que el
paciente quiere, abandonando una relación jerárquica por otra más
participativa en la que el paciente exprese cuál es el sentido de su vivir.
Complementario
El abordaje terapéutico debe responder también a la realidad pluridimensional
y, por lo tanto, no sólo tener en cuenta el tratamiento de la dimensión
biológica sino también complementarlo con otro tipo de tratamiento que
ayude a la resolución de lo que está pasando: tratamiento en globalidad y con
terapias mal llamadas alternativas que habría que llamar complementarias.
CONCLUSIÓN
El modelo participativo, en el caso del VIH, ha empezado a ser experimentado
en diferentes ámbitos y niveles de actuación.
Tomemos como ejemplo la Conferencia Mundial del Sida, que se celebró del
7 al 12 de julio de 2002 en Barcelona. Los ámbitos de trabajo fueron tres: uno
llamado científico, otro llamado epidemiológico y otro llamado comunitario.
El científico no sólo contempla la dimensión biológica sino que intenta,
aunque con resultados bastante modestos, tener en cuenta la otras
dimensiones; la dimensión social trabajada fue sobre todo la del ámbito
comunitario.
En cuanto a la interdisciplinariedad esta conferencia fue la única que
contempló la posibilidad de trabajo conjunto entre profesionales sanitarios,
otros profesionales, pacientes y ONG de servicio en sida y de desarrollo,
aunque las cotas de poder de cada uno de ellos fueran muy variables.
En cuanto a la posibilidad de tratamientos, aunque la fuerza de la
medicalización hace que las investigaciones farmacológicas sean las más
potenciadas y las que resultados más espectaculares están obteniendo, también
hay personas que se preguntan que si se dedicaran los mismos recursos
económicos a otro tipo de terapias, éstas no darían también resultados muy
loables. En el trabajo diario con las personas afectadas por el VIH, el modelo
de participación ha sido un banco de pruebas muy importante.
BIBLIOGRAFÍA
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d’etnografia de Catalunya: revista d’antropologia social, 7, 1989: 17-24.
CANALES, J., «La reciprocidad y las formas actuales de ayuda mutua». En J.
Contreras, VII Congreso de Antropología Social. Zaragoza: FAAEE, 43-55.
DEL LLANO SEÑARÍS, J. Y., MILLÁN, J. (2002). «Ética y gestión sanitaria». En
Med Clin. (B) 118 (9): 337-8.
FOUCAULT, M. (1990). «Historia de la medicalización». En La vida de los
hombres infames. Madrid: Alcotana.
GARICA FÉREZ, J. (2001). «Aspectos éticos del cuidado a personas cono
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KLEINMAN, A. (1980). Patients and Healers in the Context of the Culture. U.
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MARTÍNEZ HERNÁEZ, A. «Eficacia simbólica, eficacia biológica». En ROL de
Enfermería 172: 61-67.
ORGANIZACIÓN PANAMERICANA DE LA SALUD (1986). Promoción de la salud:
una antología.
LECTURAS
Película:
Philadelphia (1994). Dir.: J. DEMME. EE.UU.
2.
LA VIOLENCIA, UN PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA
El desplazamiento forzado:
un padecimiento generado por la violencia
Amparo Mogollón y María Luisa Vázquez
OBJETIVO
Analizar las repercusiones que el desplazamiento forzado, como principal
manifestación de la violencia política, genera sobre la salud y la calidad de vida de
quienes lo padecen.
El presente capítulo describe las consecuencias que la violencia política y, en
particular, el conflicto armado generan sobre la población. Con el ánimo de
profundizar en una de sus consecuencias —el desplazamiento forzado— se
abordará el caso colombiano y se analizarán sus implicaciones en los ámbitos
individual y social.
DESARROLLO
ENTENDIENDO EL FENÓMENO DE LA VIOLENCIA
LA VIOLENCIA POLÍTICA: UN PROBLEMA DE ALTO IMPACTO INTERNACIONAL
EL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN COLOMBIA: PRINCIPAL CONSECUENCIA
CONFLICTO ARMADO INTERNO
IMPACTO SOCIOECONÓMICO DEL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN
DE SU
COLOMBIA.
REPERCUSIONES DEL DESPLAZAMIENTO FORZADO SOBRE LA SALUD
EL SECTOR SALUD FRENTE A LAS NECESIDADES DE ATENCIÓN DE
LA POBLACIÓN
DESPLAZADA
ENTENDIENDO EL FENÓMENO DE LA VIOLENCIA
El origen de la violencia se remonta a los orígenes del hombre ya que está
mediado por los mecanismos de interacción que el ser humano establece con
su entorno, el ejercicio de poder entre los individuos y el reconocimiento de las
normas de convivencia social. Las múltiples causas que producen la violencia y
el impacto negativo que provoca sobre los individuos y la sociedad en general,
la han convertido en objeto de numerosos estudios con un abordaje
interdisciplinario. Además de la pérdida de vidas humanas —su consecuencia
más grave—, la violencia genera importantes implicaciones de carácter
individual y social: compromiso de la salud, deterioro del entramado social,
pérdida de capacidad productiva del país, incremento del gasto público y
pérdida de la credibilidad y confianza en las instituciones del Estado; por ello la
violencia se identifica como un problema de enormes dimensiones y al que se
enfrentan muchos países del mundo.
A nivel mundial, la violencia es la causa de muerte de aproximadamente 1,6
millones de personas al año y responsable del 14% de las defunciones de los
hombres y de un 7 % de las mujeres. La mitad de estos fallecimientos
corresponde a suicidios, un tercio a homicidios y aproximadamente una quinta
parte a conflictos armados, tipificados a nivel internacional como
manifestaciones de violencia política.
LA VIOLENCIA POLÍTICA: UN PROBLEMA DE ALTO IMPACTO INTERNACIONAL
Dentro de la violencia política, las guerras y los conflictos entre naciones son
los que disfrutan de una mayor visibilidad en la opinión pública internacional.
Pero también pertenece a esta categoría la violencia ejercida por representantes
del Estado en muchos países, que conduce a desapariciones, torturas y otras
violaciones de los derechos humanos. En términos generales, se entiende la
violencia política como una forma de lucha político-social, cuyos objetivos son
mantener, modificar, sustituir o destruir un modelo de Estado, una sociedad o
un colectivo, por motivaciones sociales, políticas, gremiales, étnicas, raciales,
religiosas, culturales o ideológicas.
Las consecuencias de la violencia política se clasifican según los agentes
responsables y formas de actuar: agentes del estado, grupos de insurgencia
armada y otros grupos armados ajenos a los anteriores. En el primer caso, la
violencia puede ser ejercida por representantes del Estado o por particulares
que actúan bajo el apoyo o tolerancia del mismo; sus consecuencias son
descritas como violaciones de los Derechos Humanos. Cuando es llevada a
cabo por grupos armados de naturaleza subversiva que combaten contra el
Estado o contra el orden social vigente, sus actuaciones se dan en el marco de
las leyes o prácticas de la guerra y, por tanto, se denominan acciones bélicas.
Sin embargo, cuando al desarrollarse los conflictos bélicos no se tienen en
cuenta las disposiciones que los regulan, como, por ejemplo, el involucrar a la
población civil dentro de sus prácticas de guerra, tal situación se conoce como
infracción contra el Derecho Internacional Humanitario. Por último, las
acciones violentas pueden ser desarrolladas por grupos ajenos al Estado y a los
grupos armados de insurgencia, motivados por la lucha en torno al poder
político o por la intolerancia frente a otras ideologías, razas, etnias, religiones,
culturas o sectores sociales estén o no organizados; en este caso, también se
reconocen como consecuencias de la violencia política.
Los conflictos armados se acompañan de diversas formas de violencia —las
ejecuciones extrajudiciales, las torturas, las desapariciones y la violencia sexual
— que, en la actualidad, provocan la pérdida de millones de vidas y múltiples
discapacidades en sus sobrevivientes.
La violencia política también genera procesos de migración forzada que sitúa
a la población afectada en condición de refugiada o desplazada. Los refugiados
constituyen un colectivo que, por cuestiones de guerra, raza, religión,
nacionalidad o sencillamente por pertenecer a un grupo social o político, ha
visto amenazada su vida o su integridad personal y ha decidido migrar
traspasando fronteras internacionales; los desplazados internos migran dentro
del territorio de un país, huyendo de continuas violaciones de los derechos
humanos. Debido a la violencia política en sus diversas manifestaciones, cerca
del uno por ciento de la población mundial se encuentra actualmente en
condición de refugiada o desplazada.
EL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN COLOMBIA: PRINCIPAL CONSECUENCIA DE SU
CONFLICTO ARMADO INTERNO
El desplazamiento forzado como consecuencia del conflicto armado en
Colombia, es uno de los principales problemas sociales que afectan al país.
Aunque sólo recientemente sus cifras han saltado a la opinión pública
internacional, no se debe olvidar que es un drama que lastima al país desde
hace aproximadamente seis décadas y que, por el atentado que supone a la
dignidad y los derechos humanos de miles de sus ciudadanos, conlleva graves
repercusiones en el plano económico, político y social.
Se considera que los factores que han favorecido el desarrollo de la violencia
política en Colombia son fundamentalmente tres: la inequidad, la intolerancia
y la impunidad. La inequidad se asocia a factores económicos, derivados de la
inadecuada distribución de la riqueza, factores políticos y ético-culturales. La
intolerancia se considera un producto de las desigualdades sociales que
provocan la exclusión de ciertos grupos de la vida económica y política del país.
Finalmente, la impunidad se constituye en la sumatoria de problemas políticos
y culturales y refleja la debilidad de las instituciones y de la estructura del
Estado.
Un factor añadido, íntimamente ligado a la inequidad y descrito como
generador de violencia, es la ideología neoliberal que ha dominado las políticas
públicas en las últimas décadas y que condujo a la privatización de numerosas
empresas y a una escasa preocupación por la justicia social y los sectores sociales
más desfavorecidos, lo que ha contribuido al incremento de las desigualdades y
al desarrollo de sentimientos de insatisfacción en muchos colectivos. En las
últimas seis décadas, la expropiación forzada de terrenos de los campesinos dio
lugar a una inadecuada distribución de tierras y al auge de los latifundios, que
no sólo se convirtieron en un instrumento de dominación, sino también en un
mecanismo de exclusión de la vida productiva del país. Desde el punto de vista
político, se sumaron factores internos y externos. Por un lado, la hegemonía
ostentada durante muchos años por los partidos tradicionales (el conservador y
el liberal) impidió el acceso al poder a otros grupos sociales y generó una gran
insatisfacción que se tradujo en fuertes movimientos de oposición a la clase
política dirigente. A nivel externo, la guerra fría tuvo repercusiones sobre los
países de América Latina y, entre ellos, Colombia. Las dictaduras, apoyadas en
muchos casos por Estados Unidos y presentes en diversos países del continente,
ejercieron una fuerte represión de movimientos afines a las llamadas ideologías
de izquierda o a los movimientos de carácter popular que representaban
intereses democráticos, como los movimientos campesinos, los obreros y los
estudiantiles. Todo ello, propició el surgimiento de los primeros grupos
militares tipo guerrilla como una respuesta popular hacia los sectores de
mayores privilegios económicos y políticos en el país.
Los combates permanentes con la insurgencia armada, principalmente con
los grupos de guerrilla librados por las fuerzas militares y policiales del Estado,
resultaron ineficientes a lo largo de los años. Por un lado, no se disponía de una
adecuada infraestructura para combatir y, por otro, su radio de acción se
concentró en las grandes ciudades y se disminuyó la presencia en las zonas
rurales donde los grupos al margen de la ley ejercen un mayor control
geográfico y estratégico.
La debilidad y escasa presencia del Estado en muchas regiones del país
permitió la aparición de otro movimiento armado: las Autodefensas Unidas de
Colombia, conocidas como grupo paramilitar. Esta organización surgió en la
década de los ochenta como un grupo de civiles armados que defendía las
propiedades y la integridad personal de los grandes terratenientes que sufrían
los ataques de la guerrilla. No obstante, sus mecanismos de acción se
extendieron desde la amenaza hasta la eliminación de la población civil, con la
ejecución de numerosos asesinatos, masacres y torturas.
En los últimos años, las actividades de la guerrilla y de los grupos
paramilitares se han incrementado con enfrentamientos cada vez más
frecuentes por el control de áreas económicas estratégicas. Sus acciones no se
limitan al desarrollo de combates entre si o con las fuerzas del Estado, sino que
han establecido mecanismos de intimidación y de violencia hacia la población
de sus zonas de acción, lo que ha provocado un sinnúmero de desplazamientos
forzados de enormes magnitudes.
La confrontación entre la guerrilla, los paramilitares y las fuerzas del Estado
ha llevado a que la población civil de una u otra manera se vea involucrada en
el conflicto, ya sea como víctima directa o a través de la coacción para obtener
su apoyo. Se calcula que la violencia por conflicto armado ha provocado el
desplazamiento forzado de cerca de 4 millones de personas, que representan el
8 % de la población y sitúa a Colombia en el segundo lugar del mundo con
mayor número de desplazados internos, después de Sudán.
Miles de campesinos residentes en las zonas afectadas por la violencia se han
visto obligados a migrar a los centros urbanos del país en busca de su
sobrevivencia y la de sus familias, y con la esperanza de encontrar nuevas
oportunidades que les permitan superar los traumas generados por la violencia.
Además, el agravamiento del clima sociopolítico en el país impide que gran
parte de ellos encuentren las condiciones mínimas que garanticen su regreso,
por lo que no pueden retornar a sus lugares de origen.
IMPACTO SOCIOECONÓMICO DEL DESPLAZAMIENTO FORZADO EN COLOMBIA
La población desplazada en Colombia constituye un grupo muy heterogéneo, y
su característica común consiste en que son habitantes de una región en
conflicto armado. Su éxodo puede haberse producido de forma individual o
familiar, con una tendencia en los últimos años al aumento de los
desplazamientos masivos. Si bien la gran mayoría proviene de zonas rurales, en
la actualidad se detecta un crecimiento del desplazamiento urbano, siendo cada
vez más numerosos los colectivos afectados por esta problemática: trabajadores,
maestros, sindicalistas y miembros de grupos étnicos minoritarios.
Entre los diversos colectivos afectados, la niñez es el grupo que más sufre las
consecuencias del conflicto armado. En Colombia, un 74,4 % de los
desplazados son menores de edad y un 5,2 % son adultos mayores. Las
mujeres, con un 56,4 %, constituyen la mayoría de la población desplazada; de
ella, el 86 % son blancos o mestizos, 12 % negros y 2 % indígenas. En la
población adulta, se evidencia un bajo nivel de escolaridad, con una media
aproximada de cuatro años de estudio, observándose una disminución del nivel
educativo con el aumento de la edad. La tendencia es a agravarse con el
proceso de desplazamiento y las dificultades subsecuentes para el acceso a las
instituciones educativas que obliga, en muchos casos, a que las familias
suspendan los estudios de sus hijos.
El desplazamiento forzado conduce a una serie de cambios en la estructura
de la familia y en los roles sociales de sus miembros. Antes del desplazamiento,
la mayor parte se dedicaba al desarrollo de actividades relacionadas con la
agricultura y la ganadería, y la jefatura de la familia descansaba sobre el
hombre. En la ciudad, el hombre tiende a quedar desempleado, a vincularse
con la economía sumergida o a abandonar a la familia; en tal caso, la mujer
debe asumir la jefatura y el sostenimiento del hogar. Aproximadamente un 54
% de los hogares de desplazados están encabezados por mujeres, el 40 % de las
cuales son viudas y el 18 % abandonadas por sus cónyuges tras la llegada a la
ciudad. La mujer, con escasa formación y con menores ingresos, asume la
dirección y el sostenimiento del hogar. La ciudad ofrece a las mujeres
desplazadas muy escasas posibilidades para su desarrollo y les obliga, en muchas
ocasiones, a permanecer en una economía de subsistencia y, en el peor de los
casos, a dedicarse a la mendicidad y a la prostitución, lo que implica la ruptura
con su estilo de vida, su rol y su identidad social.
Por su situación socioeconómica, la población desplazada no puede acceder
fácilmente a una vivienda y debe ubicarse en zonas marginales donde sus
ingresos le permitan sobrevivir. Se considera que esta población tiene, por lo
menos, una necesidad básica insatisfecha y las más importantes por cubrir son
la alimentación, el trabajo, la atención en salud, el acceso a medicamentos, el
alojamiento y la educación.
En resumen, la pérdida de los bienes de subsistencia, la dificultad para
insertarse en la vida laboral en el nuevo lugar de asentamiento y el limitado
acceso a los servicios públicos mantienen a esta población en una difícil
situación económica que se traduce en un deterioro progresivo de su calidad de
vida. Por su parte, la infraestructura de las ciudades receptoras resulta
insuficiente para proporcionar una respuesta adecuada a las necesidades de la
población desplazada que acaba sumándose a los pobres que residen allí de
manera habitual y engrosando los cordones de pobreza de los núcleos urbanos.
REPERCUSIONES DEL DESPLAZAMIENTO FORZADO SOBRE LA SALUD
La población de Colombia, como muchos otros países latinoamericanos,
enfrenta un gran número de problemas de salud relacionados con la pobreza,
derivados de sus desigualdades sociales que se agravan por una insuficiente e
inadecuada asignación del gasto público en salud, y por diversos factores de
riesgo sociales y medioambientales que favorecen la presentación de numerosas
enfermedades infecciosas en principio prevenibles. La población desplazada no
es ajena a esta situación y presenta problemas de salud que se corresponden, en
gran parte, con el perfil epidemiológico de la población colombiana de
similares condiciones socioeconómicas. A éstos se agregan los problemas de
salud asociados al desplazamiento, una menor cobertura dentro del Sistema
General de Seguridad Social en Salud y mayores dificultades para acceder a los
servicios de salud. Es decir, es una población con amplias necesidades de salud.
La mayoría de los desplazados se ve sometida a numerosos riesgos
medioambientales debido a que residen en viviendas con materiales de muy
mala calidad, ubicadas en tugurios o zonas marginales de las ciudades alejadas
de cualquier planeación urbana y que carecen de la mayoría de los servicios
públicos: luz, agua, alcantarillado y recogida de basuras. Viven en condiciones
de hacinamiento, con exposición a vectores de infección, convivencia con
animales domésticos y contaminación ambiental. Condiciones que favorecen la
aparición de enfermedades infecciosas de tipo respiratorio, gastrointestinal y
dermatológico, entre otras.
Otro problema que padece la población desplazada, principalmente la que se
encuentra en fase de transición, es la disminución del consumo calórico como
consecuencia del cese de las ayudas humanitarias de emergencia y la generación
de una subsistencia independiente. En la mayoría de las ocasiones se ven
obligados a ingerir alimentos más económicos y con valores nutricionales más
bajos, que favorecen la pérdida de peso, la desnutrición y una mayor tendencia
a la adquisición de enfermedades de diversa índole.
El compromiso de su salud mental constituye un gran problema de salud
específico de este colectivo. Se considera que aproximadamente un 40 % de las
personas expuestas a la violencia de guerra presentan algún tipo de
sintomatología psiquiátrica. Diversos estudios, la mayoría de ellos sobre
población refugiada, han encontrando, como síntomas comunes a las
experiencias de guerra, el síndrome de estrés postraumático y diversas
manifestaciones somáticas consecuencia directa de la pérdida de seres queridos,
del recuerdo de los actos violentos que padecieron, de la desintegración de la
familia, del cambio de roles de sus miembros e incluso de la incertidumbre que
les genera un futuro con escasas perspectivas de cambio. En estas personas,
víctimas del desarraigo como producto del desplazamiento, se mezclan
sensaciones de pérdida, rechazo, tristeza, temor, culpa e impotencia que —
independientemente del sexo, edad o clase socia— conllevan una sensación de
pérdida de su dignidad humana.
Un problema frecuente y estrechamente asociado con el anterior lo
constituye la alteración de la dinámica psicosocial, siendo común que se
reconozcan situaciones de maltrato físico o verbal entre los diversos miembros
de la familia. En muchos casos, se evidencian situaciones de maltrato de las
parejas hacia las mujeres y de los mayores a los menores de edad, acudiendo a
los golpes o castigos como un mecanismo de ejercicio de la autoridad. La
mujer desplazada se enfrenta al riesgo de la violencia sexual que se asocia con la
pobreza, las condiciones de hacinamiento, la desintegración de la familia, y con
un inicio de la actividad sexual y de la maternidad en edades muy tempranas.
Además, la población desplazada debe enfrentarse a los altos índices de
violencia urbana de las comunidades receptoras donde residen. Esta es, sin
duda, otra de las dificultades de adaptación a la ciudad y se constituye en
motivo de preocupación de los padres de familia, que se enfrentan con la
posibilidad de que sus hijos entren a formar parte de pandillas o asuman
riesgos más frecuentes en las grandes ciudades, como la prostitución y la
adicción a sustancias psicoactivas.
Al analizar el impacto del desplazamiento sobre la salud de los individuos, se
identifican múltiples acontecimientos que influyen negativamente: la violencia
a que son sometidos por los grupos armados, la pérdida de los seres queridos,
los cambios climáticos producto de su movilización a diversas zonas geográficas
del país y las inadecuadas condiciones de vida en los refugios temporales. Una
vez definido un lugar de asentamiento deben enfrentarse a un proceso de
adaptación que, en la mayoría de las ocasiones, resulta tan hostil como los
sucesos que obligaron a la huida. En la ciudad, muchos de los problemas se
derivan de la precariedad económica que les impide acceder a suficientes
alimentos para cubrir los requerimientos nutricionales de la familia, asistir a los
servicios de salud, seguir los tratamientos prescritos y modificar sus lugares de
vivienda. En general, puede considerarse que el compromiso de la salud de la
población desplazada, aunque en parte es producto del desarraigo y de los
hechos violentos que padecieron, también se debe a las dificultades de
adaptación a un nuevo entorno, que les resulta violento y que en muchas
ocasiones los rechaza por su condición de desplazados.
EL SECTOR SALUD FRENTE A LAS NECESIDADES DE ATENCIÓN DE LA POBLACIÓN
DESPLAZADA
Todas las personas, de una u otra manera, están expuestas a algún tipo de
vulnerabilidad social, pero existen factores —nivel de ingresos, etnia, cultura,
género, discapacidad, políticos, ambientales— que se asocian a una mayor
propensión de determinados grupos poblacionales a constituirse en grupos
vulnerables. En este sentido, se considera que la vulnerabilidad de los
individuos o colectivos está mediada por su fragilidad o indefensión ante
cambios del entorno, la cobertura insuficiente de servicios sociales y de
protección institucional por parte del Estado y el debilitamiento del tejido
social que les harán enfrentar mayores dificultades en la identificación de
recursos y alternativas de solución a sus problemas. El desplazamiento forzado
es un fenómeno que conlleva una gran vulnerabilidad social en la medida en
que limita las posibilidades de satisfacer las necesidades básicas de los sujetos,
les obliga a afrontar situaciones de marginación y rechazo social, y provoca un
deterioro progresivo de la calidad de vida de quienes lo padecen.
Aunque el desplazamiento forzado es contemplado como uno de los
principales problemas sociales que afronta el país, la atención a los derechos
fundamentales vulnerados de esta población ha suscitado controversias en
diversos sectores de la vida nacional. Para algunos autores, la mayor debilidad
consiste en haber formulado una amplia reglamentación de carácter
asistencialista e inmediatista, con un escaso esfuerzo en la prevención del
desplazamiento y el desarrollo de acciones para la estabilización
socioeconómica a largo plazo de la población desplazada. El informe de
Naciones Unidas del año 2001 atribuye este énfasis a la visión a corto plazo de
las políticas públicas en el país que sólo plantean soluciones de emergencia y no
logran proporcionar una respuesta clara y profunda a los principales problemas
de la población desplazada.
El gobierno estableció en sus políticas la necesidad de mejorar la afiliación al
Sistema General de Seguridad Social Sanitaria de la población desplazada,
disposición que por sí misma no garantiza un acceso efectivo a los servicios de
salud. No sólo el porcentaje de población desplazada afiliada al sistema es
menor que el de la población en general, sino que este colectivo refiere
dificultades en el acceso a los servicios de salud, ya sea por limitaciones
individuales o familiares, o por barreras dentro del propio sistema.
Algunos estudios indican una amplia inaccesibilidad de los servicios de salud
para este colectivo, siendo limitada su posibilidad de contar con atención en
salud. En algunos casos se describen dificultades de orden territorial, como el
ser zonas de conflicto armado o ubicarse en zonas geográficas de difícil acceso
para la población. En muchos lugares del país, las instituciones prestadoras de
servicios de salud poseen una limitada capacidad para atender las necesidades
de salud de la población en general y obliga a la población desplazada a buscar
en muchas instituciones, hasta encontrar una que les atienda. En general, se
puede considerar que el principal problema para proveer servicios de salud a la
población desplazada responde al déficit estructural debido a un
financiamiento insuficiente, por el que atraviesan hoy en día las instituciones
prestadoras de servicios de salud, especialmente las del sector público. Esta
situación, unida a la precaria condición económica de la población desplazada,
limita su acceso a los servicios de salud. Se requieren acciones estatales que
realmente garanticen el pleno cumplimiento del derecho a la salud de la
población y que estén encaminadas a dar apoyo a las instituciones prestadoras
de servicios de salud para que puedan prestar atención sanitaria a la población
más vulnerable del país.
CONCLUSIÓN
La complejidad de las causas subyacentes y de las consecuencias que conlleva el
desplazamiento forzado, como principal manifestación del conflicto armado,
implica que se han de asumir retos importantes para su manejo efectivo. En
estos retos se involucran cambios en el sistema de justicia, el fortalecimiento de
los valores ciudadanos y la reivindicación de los derechos individuales y
colectivos;en resumen, estrategias que posibiliten la reducción de las
desigualdades socioeconómicas existentes. Mientras tanto, como alternativa
para la mejora de la calidad de vida de quienes padecen este fenómeno de
violencia, se deberían aplicar de forma efectiva las políticas existentes para su
atención.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Narrativa:
RESTREPO, L. (2001). La multitud errante. Bogotá: Planeta Colombiana.
(Aborda la problemática del desplazamiento forzado.)
Película:
La primera noche (2003). Dir.: L. A. RESTREPO. Colombia.
3.
LA MEDICALIZACIÓN Y SUS ESCENARIOS
Josefina Caminal
La enfermedad es la madre de la modestia.
ROBERT BURTON,
Anatomía de la melancolía, 1621
OBJETIVO
Recorrer los diferentes escenarios que retratan la realidad de la práctica médica.
Un recorrido por diferentes escenarios que retratan la realidad de la práctica
médica ofrece la oportunidad de analizar el fenómeno de la medicalización. El
objetivo es crear opinión sobre un fenómeno que está afectando de manera
importante la forma de vida de la población de los países industrializados; unas
sociedades que a su vez están olvidando el cumplimiento de los principios
éticos y de justicia social para todos los miembros de la comunidad global.
DESARROLLO
EL CONCEPTO DE MEDICALIZACIÓN
LA PRÁCTICA MÉDICA EN EL SIGLO XXI
EL PODER DE NOMBRAR: LOS FINES DE
LA MEDICINA EN CRISIS O LA CRISIS DE LA
SOCIEDAD ACTUAL
EL CONCEPTO DE MEDICALIZACIÓN
Hace más de treinta años, un librepensador llamado Ivan Illich dio la alarma,
afirmando que la expansión del establishment médico estaba en vías de
«medicalizar la vida misma», socavando la capacidad de las personas para
afrontar la realidad del sufrimiento y la muerte, y transformando una cantidad
demasiado importante de ciudadanos normales en enfermos. Criticaba el
sistema médico «que pretende tener autoridad sobre la gente que no está
todavía enferma, sobre personas que no se puede razonablemente esperar que
mejoren, y sobre personas a quienes los remedios de los médicos les resultan
por lo menos tan eficaces como los ofrecidos por sus familiares». Aunque este
trabajo inicial no escogía la medicina como tema, sino como ejemplo, el autor
comenzaba afirmando que «la medicina institucionalizada amenaza la salud» (I.
Illich 1975).
Más recientemente, Lynn Payer describe el proceso denominado «la venta de
enfermedades» como «la manera en que los médicos y las empresas
farmacéuticas amplían sin necesidad las definiciones de las afecciones, con el
objeto de recibir más pacientes y comercializar más medicamentos». Estos
textos se han vuelto cada vez más pertinentes, a medida que se amplifica el
rugido del marketing y se consolida el dominio de las multinacionales sobre los
sistemas de salud. En los países industrializados, tras haber tocado fondo en el
mercado de las personas enfermas, actualmente algunas firmas farmacéuticas
fijan sus objetivos en las personas que gozan de buena salud, para continuar
creciendo. Y para ello utilizan las técnicas más avanzadas de publicidad con las
que propiciar la creación de trastornos médicos; a veces se trata de un estado de
salud poco conocido que goza de más atención; a veces, se redefine una
enfermedad conocida desde hace mucho tiempo, dándole un nuevo nombre; a
veces una nueva «disfunción» se crea de la nada. La disfunción eréctil, el
trastorno del déficit de atención e hiperactividad y el síndrome disfórico
premenstrual son algunos ejemplos. Las compañías farmacéuticas no sólo
catalogan y definen sus productos exitosos, como el Prozac o la Viagra, sino
que también definen y catalogan las condiciones que crean el mercado para los
medicamentos (R. Moynihan 2006). Este claro signo de desplazamiento del
motor de la medicalización a la población teóricamente sana ya fue predicho
por Illich en uno de sus últimos textos al avanzar que «en los países
desarrollados la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en un factor
patógeno predominante».
En el año 2002, el British Medical Journal promovió una votación sobre
cuáles son en nuestro entorno las principales «no-enfermedades» con el
objetivo de «atraer la atención sobre la tendencia en aumento a clasificar como
enfermedades los problemas de la gente». Ésta y otras aportaciones sobre el
impacto de la medicalización están contribuyendo a aumentar la conciencia de
que los beneficios marginales que aportan muchas intervenciones sanitarias son
mínimos y a menudo inferiores a los riesgos o costes que suponen (S. Márquez
2003).
La más pura expresión de «la medicalización de la vida» es el «lenguaje
ordinario medicalizado», cuyo estudio sería de sumo interés con la metodología
sociolingüística o del análisis semiótico pragmático —relación de los signos
con los intérpretes. La medicina con su triple dimensión científica, profesional
y asistencial, se ha convertido en una institución paradigmática de moderna
reforma social. La salud ya no es un asunto privado, entendida como «ausencia
de enfermedad» por una medicina en la que aparentemente armonizan la
ciencia, el arte y el sacerdocio; la salud es ahora cosa pública, objetivada como
«bienestar» según una atención médica en la que notablemente confluyen la
industria, el comercio y la política. En consecuencia, se amplía el espectro de la
atención de la salud —que incluye desde el consejo genético hasta la cirugía
estética— y los fines de la medicina se someten al análisis de los beneficios (J.
A. Mainetti 2006).
El término «la medicalización de la vida» materializa la crítica de la medicina
moderna. Durante siglos la medicina fue impotente y, por lo tanto, no
problemática. Desde los griegos hasta la segunda guerra mundial, su papel fue
sencillo: luchar contra las enfermedades letales y las grandes discapacidades,
asegurar la supervivencia natal y controlar el dolor. Alcanzó estas indiscutibles
tareas, en la mayoría de los casos con escaso éxito. Hoy, con la misión
cumplida, los éxitos de la medicina se disuelven en la desorientación. La tarea
con la que se enfrenta la medicina en el siglo XXI será la redefinición de sus
límites incluso mientras vaya extendiendo sus capacidades.
LA PRÁCTICA MÉDICA EN EL SIGLO XXI
La medicina moderna en el siglo XXI está extendiendo sus capacidades y
abarcando problemas que antes no se consideraban como entidades médicas:
síntomas que se consideran enfermedades susceptibles de tratamiento médico
en aras a la prevención de futuras enfermedades, y redefinición de las
situaciones vitales bajo la mirada médica: las fases normales del ciclo
reproductor y vital de la mujer (menstruación, embarazo, parto y menopausia),
la vejez, la infelicidad, la soledad y el aislamiento por problemas sociales, así
como la pobreza o el desempleo. Someter todos estos procesos a la mirada
médica lleva asociada una cascada de intervenciones diagnósticas y terapéuticas
de las que se deriva un largo listado de efectos adversos de considerable
magnitud, en términos de calidad de vida y de costes, que no siempre son
controlados ni tenidos en cuenta (B. Starfield, 2001; M. T. Martín, 2002).
Dado el auge que toma la medicina preventiva en el discurso médico actual,
el hombre llega a angustiarse ante la sola perspectiva de enfermar; es algo que
no se puede permitir y tiene la responsabilidad de hacer lo posible para
evitarlo. Bajo los nuevos valores imperantes en la sociedad actual —salud,
juventud, belleza, bienestar, etcétera— todo lo que amenaza al cuerpo adquiere
una nueva gravedad. La norma social dicta que se mantenga una apariencia
joven, y hasta tal punto la personalidad se confunde con el cuerpo que
permanecer siendo uno mismo tiende a confundirse con continuar siendo
joven. En nuestra cultura la vejez ha sido vista fundamentalmente, a nivel
individual y colectivo, como un mal y se ha equiparado tradicionalmente con
la enfermedad. Por otro lado, con el inicio de la segunda década del siglo XX, la
salud se erige como elemento fundamental del que dependen las ideas de
felicidad y bienestar. La felicidad y el bienestar se encuentran directamente
relacionados con la estética del cuerpo. Para conservar y potenciar la salud es
necesario cuidar el cuerpo, asearlo, alimentarlo adecuadamente, ejercitarlo y
mimarlo. La relación salud-estética es recíproca, de modo que la consecución
de una agradable apariencia —tan importante en la sociedad competitiva en la
que vivimos— llevará también emparentada la consecución de un mayor grado
de salud y bienestar.
Las actividades preventivas, y de forma más específica las pruebas de cribaje,
se aplican a personas sanas para obtener un beneficio en el futuro con una
probabilidad pequeña (al menos por comparación con otras intervenciones
sanitarias). Así, la posibilidad de beneficio de un fármaco cardioprotector
(tratamiento prescrito tras cribaje de factores de riesgo cardiovascular) para una
persona con alto riesgo es menor de un 5 % durante 5 años (P.N. Trewby,
2002). Por otro lado, los resultados falsos positivos son frecuentes y tienen
serias consecuencias en términos de realización de pruebas más agresivas (como
biopsias), tratamientos innecesarios (como fármacos preventivos), costes
evitables, y la ansiedad de los pacientes hasta que tengan un diagnóstico
definitivo negativo (USTFPS 1996). Un aspecto importante aquí es que la
interpretación de la superioridad de los beneficios sobre los riesgos (o viceversa)
es realizada por profesionales que tienen sus propias preferencias y actitudes
ante dichos resultados, y algunas veces también pueden estar sujetos a
conflictos de intereses (relaciones con la industria, desarrollos profesionales en
líneas de trabajo determinadas, creencias previas, etcétera). En la atención
preventiva oportunista se enfrenta a las personas a información y a tomar
decisiones que no responden generalmente a necesidades sentidas por ellas.
Con las nuevas tendencias en la práctica de la medicina, donde el principio de
autonomía cobra importancia en relación a otros principios éticos (como el de
beneficencia, que ha sido el principal en una medicina paternalista), es
necesaria mucha información sobre las preferencias y expectativas de las
personas.
En los últimos quince años la denominada terapia de sustitución hormonal
de la menopausia ha venido ocupando gran parte de las iniciativas de
investigación en el campo de la ginecología. Cumpliendo una norma casi
obligada en historia, resulta evidente que la terapia de sustitución hormonal no
ha surgido como un fruto histórico del azar. Más bien representa la respuesta
terapéutica de una época frente a los cambios demográficos y sociológicos. Las
nuevas premisas científicas acerca de la menopausia y una noción antropológica
de esta etapa de la vida femenina han sido un caldo de cultivo excelente para el
florecimiento de una enorme controversia, no ya sólo entre los profesionales de
la medicina, sino también entre filósofos, sociólogos, colectivos feministas y
población femenina en general, de la que no han sido ajenos los medios de
comunicación. La tarea investigadora se ha plasmado en la creación en la
mayoría de centros hospitalarios de «unidades de menopausia» y en el
surgimiento de una nueva subespecialidad dentro de la ginecología «la
medicina de la menopausia».
Es bastante habitual que la población femenina y los medios de
comunicación asimilen los términos «climaterio» y «menopausia». Sin
embargo, desde el punto de vista ginecológico ambos términos expresan
situaciones distintas. El concepto ginecológico de la menopausia señala un
hecho puntual: el final de la regla. El climaterio, por el contrario, abarca un
período de tiempo mucho más largo, siendo habitual que comience años antes
de la menopausia, y se define como «la época de la vida en la que la mujer
pierde la capacidad reproductiva». Parejo a la pérdida progresiva de la función
ovárica aparece un cortejo sintomático de distinta intensidad y de gran
variabilidad individual que, caracterizando a esta época de la vida, condicionará
en más de un sentido la calidad de los últimos años; expresado en términos
ontológicos, acotará de forma decisiva en cada mujer su modo-de-ser-en-elmundo.
En una misma línea medicalizadora, pero en unas condiciones humanas
marcadas por una especial vulnerabilidad, que contrastan con las de los
individuos teóricamente sanos, se sitúa el proceso de morir para la población
anciana y la población enferma. Ancianos inconscientes y condenados a una
vida más o menos breve, ancianos postrados que asisten cada día a lo que viven
como una decadencia insoportable, tetrapléjicos e inválidos que ya no soportan
el sufrimiento y reclaman un gesto salvador, personas en coma irreversible —
pero que pueden seguir viviendo décadas—, cancerosos que saben que su
muerte es inminente y quieren acabar de una vez... Un largo listado de
situaciones límite para las cuales la práctica médica es el encarnizamiento
terapéutico y el sistema sanitario carece de respuesta al reto que se plantea a
una medicina moderada y prudente que respete las opciones y la dignidad de
las personas. La falta de medios especializados — unidades de cuidados
paliativos— y la sobrecarga que pesa sobre la red asistencial —falta de camas,
familias desamparadas, pacientes que viven solos— deriva en muchos casos en
la eutanasia pasiva cayendo nuestra sociedad en una gran hipocresía que rehuye
un debate y posicionamiento ético al respecto (V. Camps 2001). Todo el
mundo sabe lo que sucede en determinados servicios, pero nadie quiere saberlo
y el anciano o el paciente que agoniza muere en la más atroz soledad.
Finalmente, la medicalización como expresión de las políticas internacionales
en materia de salud y el ejercicio de la medicina en las sociedades desarrolladas
tiene su contraparte en lo que denomino la «no-medicalización» en los países
en vías de desarrollo. Se utiliza eufemísticamente el término «nomedicalización» para ilustrar la negación o inaccesibilidad a los tratamientos
médico-farmacológicos a grupos de población enferma que los requieren. El
enfoque global incluye lo otro, lo que no pertenece o está más allá de nuestro
mundo desarrollado. Las estrategias medicalizadoras en la sociedad desarrollada
son posibles gracias a la negación de los fármacos necesarios a grupos de
afectadas por la pandemia del sida y otras enfermedades infecciosas que viven
en sociedades pobres. El acceso a los medicamentos genéricos por parte de estas
sociedades está limitado por el incremento extraordinario del poder político y
económico de las grandes compañías farmacéuticas que ha influido sobre las
leyes de extensión de patentes y ha consolidado la creación de la OMC
destinada a asegurar que la globalización no atente contra los intereses del gran
capital (T. Forcades 2006).
EL PODER DE NOMBRAR: LOS FINES DE LA MEDICINA EN CRISIS O LA CRISIS DE LA
SOCIEDAD ACTUAL
La «salud» es el concepto clave de la medicina y las «relaciones entre salud y
enfermedad» un debate necesario para comprender el proceso de
medicalización. El término genérico «enfermedad» se inscribe bajo diversos
conceptos relevantes, como mal (malady), enfermedad (disease), malestar o
padecimiento (illness) y dolencia (sickness). La salud y la enfermedad
habitualmente se presentan como realidades contrapuestas o antagónicas —
salud es la ausencia de enfermedad—, cuando deberían ser entendidas como
expresiones complementarias que forman parte consustancial del individuo
como ser único (J. Caminal 2005). Posteriormente a la definición de salud de
la OMS surgieron iniciativas que matizan y precisan aquella definición de
salud que marcó un reto inalcanzable: «Un estado de completo bienestar físico,
mental y social, y no meramente la ausencia de enfermedad o decaimiento». La
salud como un ideal inmóvil es la más perversa de las utopías. Michel Foucault
decía que, si se la asume desde la experiencia de la muerte, incluso la
enfermedad puede ser vista como un ejercicio de la vida (M. Foucault 1966).
La salud no existe, es un cielo que no forma parte de la existencia: los seres
humanos sólo podemos vivir enfermos. Una contribución relevante es la de
Jordi Gol: «La salud no es un estado, sino un proceso, y consiste en la
consecución y mantenimiento de una forma de vivir autónoma, solidaria y
gozosa»; el autor, en sus debates, incorporaba también lo que puede constituir
la esencia del vivir: «Vivir sanamente enfermos» (R. Casares 1988). Identificar
salud como ausencia de enfermedad es una simplificación que, por una parte,
se puede traducir en un incremento de la medicalización, y, por otra, conlleva
ignorar la complejidad del ser humano y de la vida.
El término «mal» se refiere a una variedad de estados, además de la enfermedad, que suponen una
amenaza para la salud: comprende discapacidad, lesión y defecto. Partiendo de esta variedad de
estados, se puede definir «mal» como aquella situación en la que una persona sufre o corre un mayor
riesgo de sufrir un daño (muerte prematura, dolor, discapacidad o pérdida de libertad, de oportunidad
o de placer) en ausencia de una causa externa clara. Con la expresión de «en ausencia de una causa
externa clara» se pretende distinguir entre las fuentes internas de un mal y la dependencia continua de
causas claramente externas a uno mismo (por ejemplo, el dolor causado por la tortura o la violencia
social). El daño, en resumidas cuentas, proviene de dentro de la persona y no del exterior. Con
«enfermedad» nos referimos a una alteración fisiológica o mental, basada en la desviación de una
norma estadística, que causa malestar o discapacidad, o bien aumenta la probabilidad de una muerte
prematura. Con «malestar» o «padecimiento» nos referimos a la sensación subjetiva por parte de una
persona de que su bienestar f ísico o mental se halla ausente o mermado, de modo que no puede
desenvolverse con normalidad en la vida diaria. Con «dolencia» nos referimos a la percepción por parte
de la sociedad del estado de salud de una persona, lo cual implica normalmente que desde el exterior se
percibe una alteración del funcionamiento normal, físico o mental, de la persona. (D. Callahan 2004.)
Los conceptos de salud y enfermedad han experimentado una transformación
considerable si tomamos como perspectiva el transcurso del siglo XX. En sus
orígenes, el proyecto intelectual y científico que guiaba a la medicina era claro
y consistía en integrar el conocimiento de la salud y la enfermedad con pleno
derecho en el dominio de las ciencias naturales. Salud y enfermedad como
procesos naturales se debían acotar en clave de normalidad/anormalidad, de
acuerdo con parámetros estadísticos o normativos, que tienen que derivar de la
estadística biológica y de los valores sociales. La noción de determinismo
biológico, el concepto de especificidad en el caso de las enfermedades
infecciosas y hereditarias, la noción de tara genética y muchos otros conceptos,
alimentaron la ilusión de una sólida concepción científiconatural de la salud y
la enfermedad, que tuvo un público amplio durante la primera mitad del siglo
XX y despertó grandes expectativas. De este modo la mentalidad científiconatural despojaba del concepto de salud y enfermedad cualquier referencia a la
sociedad o a los valores culturales.
No obstante, la tan manida definición planteada por la OMS poco después
del horrendo desastre de la segunda guerra mundial ponía patas arriba la
estricta visión naturalista de la salud y la enfermedad. La afirmación positiva de
la salud, más allá de la ausencia de la enfermedad, desvelaba, proponía, al
mismo tiempo, una ambiciosa visión de la salud como meta hacia unas
condiciones de vida cada vez mejores. La definición de la OMS era sintomática
del intento de construcción de un paradigma de la salud y la enfermedad que
incluyera su dimensión psicosocial, que relacionara la salud y la enfermedad
con el grado de integración del individuo en su medio social. De este modo, el
aparato ideológico e institucional de la medicina, amparado por la autoridad
científica de la concepción científico natural, establece una concepción
biológica de la salud y la enfermedad, y unas categorías diagnósticas que no
siempre coinciden con las construcciones culturales de la enfermedad, ni tienen
en cuenta los condicionantes económicos y sociales de la salud. «Las
enfermedades son modelos explicativos de la realidad y no elementos
constitutivos de ella».
Las expectativas de la sociedad coinciden con el abuso del poder médico en
el momento de definir salud y enfermedad, y ello permite la disminución sin
límites de lo que se considera normal, por lo que «problemas aceptados hasta el
presente como una molestia», ahora son «dignos de una intervención médica».
La razón de la consulta la define el paciente, pero, al contrario, el problema de
salud lo define el médico ( J. Gérvas 2006). Las vías alternativas para
comprender y cuidar los problemas de salud, lo mismo que la reducción de la
cantidad estimada de enfermedades, son frecuentemente relegadas a un
segundo plano, satisfaciendo así una promoción frenética de los medicamentos.
En el universo del marketing de la industria farmacéutica, un problema de
salud importante, como las enfermedades cardiovasculares, puede ser tomado
en consideración exclusivamente a través de colesterol o la tensión arterial de
una persona. La prevención de la fractura de cadera en las personas de edad se
confunde con la obsesión por la densidad ósea de las mujeres de edad madura
con buena salud. Para vender los anticolesterolémicos de forma automática, se
ha utilizado el miedo a una muerte prematura. El tratamiento hormonal de
sustitución (THS) incrementa el riesgo de crisis cardiaca entre las mujeres; y,
según parece, los antidepresivos aumentan el riesgo de pensamientos suicidas
en los jóvenes. Por lo menos uno de los medicamentos con mayor éxito contra
el colesterol fue retirado del mercado porque provocó el deceso de «pacientes»
(T. Forcades 2006).
Una mezcla de intereses económicos y el dominio de las multinacionales
sobre los sistemas de salud, junto con la crisis de valores de la sociedad del siglo
XXI, pueden explicar el incremento de la medicalización. El miedo constituye la
base de muchos mercados emergentes y de la organización social de este siglo
XXI y la medicina se erige como una religión laica y decide lo que es bueno y lo
que es malo.
El miedo constituye un elemento dominante en las sociedades más
avanzadas. Nuestro miedo es la sociedad estabilizada y bienpensante. No
arriesgamos principalmente la vida, sino nuestro bienestar. Es el afán inducido
por la pérdida de nuestra salud y bienestar lo que ha generado una industria
farmacéutica cada vez más poderosa y que ha situado la salud y la enfermedad
como un valor en alza como base del mercado. Las estrategias de las mayores
empresas farmacéuticas se dirigen ahora activamente a los sanos. Mediante
campañas de promoción, la industria farmacéutica, que mueve alrededor de
quinientos mil millones de dólares, explota nuestros miedos más profundos a la
muerte, al deterioro físico y a la enfermedad, cambiando así literalmente lo que
significa ser humano (R. Moynihan 2006).
El afán por la salud, juntamente con el coste de la prevención de las
enfermedades, alimenta una religión laica a favor de la promoción de la salud.
En el siglo XXI, en los países desarrollados europeos, la religión ha perdido importancia y se sustituye
por el culto al cuerpo, por la búsqueda de la salud perfecta [...]Ya no hay pecados, sino factores de
riesgo y enfermedades imaginarias. Los nuevos sacerdotes son los médicos, los expertos capaces de
decidir qué es bueno y conveniente, los que pueden definir lo que es salud o enfermedad, los que
pueden recomendar pruebas diagnósticas y terapéuticas que eviten o reparen la enfermedad. ( J.
Gérvas 2006.)
Dicho puritanismo puede enturbiar la diversidad de los valores relacionados
con el bienestar del ser humano, poniendo asimismo en peligro su libertad.
Dado que todos los intentos de adaptación para minimizar el sufrimiento y la
discapacidad, y para postergar la muerte están basados en estudios de
probabilidades, la lucha por la salud está condicionada por una serie de
disposiciones, inclinaciones o elecciones de asumir el riesgo. Mientras que a su
vez se nos amenaza con un puritanismo secular en defensa de la salud y con el
tratamiento de los problemas del ser humano desde un punto de vista médico
y sin sentido crítico.
La medicina nos ha ahorrado muchas preocupaciones sobre enfermedades,
discapacidades y sobre la muerte prematura, permitiéndonos de este modo
planificar proyectos de vida con mayor seguridad y confianza para llevarlos a
cabo, algo totalmente impensable en el pasado. Este éxito de la medicina trae
consigo nuevos retos. Dado que aumentar las inversiones en salud sólo nos
permitirá posponer la muerte pero no evitarla, y dado que el éxito de todas las
alternativas sólo es probable, la política sanitaria tiene el carácter de una
elección libre sobre el modo de especular sobre el sufrimiento, la discapacidad
y la muerte prematura de los miembros de nuestra sociedad.
La mayoría de las virtudes del ser humano llevan consigo nuevas tentaciones.
El propio éxito de la medicina en la prevención de las enfermedades indica que
la lucha por la salud mediante la medicina y la promoción de una política
sanitaria es una obligación moral que todo Estado debería imponer. Son
tentaciones que marcan el nacimiento de un nuevo puritanismo laico cuyo fin
es lograr una población sana. En primer lugar hay que entender que la lucha
por la salud puede transformarse fácilmente en una ideología omniabarcante o
en una religión laica sobre la salud. Al fin y al cabo, la fascinación de un Estado
entregado a promocionar la salud es muy poderosa. La salud nos mantiene en
esta vida y nos hace sentir que la dominamos. En una era poscristiana, en la
que esta vida lo es todo para el ser humano, cualquier opción que pueda
prolongar la vida y preservar la salud puede alcanzar valores muy elevados.
Cuando el cielo deja de ser la meta de la vida humana, esta vida y la salud en
este mundo cobran mayor importancia. La lucha por la salud puede convertirse
en objeto de máxima preocupación tanto a nivel individual como cultural (H.
T. Engelhardt 1999).
Los avances biotecnológicos y las expectativas sociales fundamentan el
inmenso poder de la medicina para cambiar y modificar el cuerpo humano y
estimulan el proceso de «medicalización». Sin embargo, la naturaleza humana
es imperfecta, la vida puede ser motivo de infelicidad y angustia existencial, en
las sociedades existe violencia y la medicalización puede generar falsas
expectativas en la población al alimentar la creencia de que la medicina puede
erradicar los problemas individuales y sociales. La medicalización no sólo
genera incertidumbre acerca de la naturaleza y el ámbito propio de la
medicina, sino que además aumenta el coste de la asistencia sanitaria. A pesar
de los atractivos económicos de la medicina como fuente de enormes ganancias
y el uso de modelos de mercado para la prestación de asistencia médica, éstos
generan problemas de una magnitud y escala sin precedentes en la historia de
la medicina. El grupo de investigadores del Hastings Center concluyó su
trabajo sobre los fines de la medicina subrayando cinco aspiraciones para la
medicina del futuro, basadas todas ellas en una reflexión sobre la naturaleza de
la medicina, una disciplina dominada por dos entidades que se debaten
continuamente, el individuo y la sociedad.
La medicina del futuro debería aspirar a ser:
Una medicina honorable, al frente de su propia vida profesional.
Una medicina moderada y prudente.
Una medicina asequible y sostenible.
Una medicina socialmente sensible y pluralista.
Una medicina justa y equitativa.
Una medicina que respeta las opciones y la dignidad de las personas.
(D. Callahan 2004.)
CONCLUSIÓN
Los altibajos de la vida cotidiana se han convertido en trastornos mentales, las
quejas más comunes se han vuelto las afecciones más terribles, y cada vez más
las personas comunes se transforman en enfermos. Mediante campañas de
promoción, la industria farmacéutica explota nuestros miedos más profundos a
la muerte, al deterioro físico y a la enfermedad, cambiando así literalmente lo
que significa ser humano.
En un momento en que la mayoría de los habitantes de los países
desarrollados gozan de una vida más larga, más sana y más dinámica que las de
sus ancestros, los habitantes de los países en vías de desarrollo se hunden en la
pobreza y no pueden dar respuesta a las necesidades vitales básicas. La
medicalización en mundo desarrollado tiene su contrapartida en la justicia
social global.
Los fines de la medicina y su contribución a la salud de toda la población no
deberían ser cuestionados por causa del dominio de las multinacionales sobre
los sistemas de salud.
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IV.
SERVICIOS DE SALUD
1.
SISTEMAS DE SALUD
Y NIVELES DE ATENCIÓN SANITARIA
Isabel Pérez
OBJETIVO
Describir las características fundamentales de los principales sistemas sanitarios
existentes. Reconocer la importancia del sistema sanitario como factor determinante
de la salud
Una de las necesidades fundamentales y primarias de todas las personas es vivir
saludablemente. Esta necesidad esta íntimamente ligada al derecho
fundamental de todo ser humano a la vida.
El nivel de salud de una población, es el resultado de la interacción de los
factores sociales, económicos, políticos y culturales de una sociedad concreta.
Así pues, la salud humana depende de las condiciones sociales y ambientales.
La paz, la educación, el trabajo digno y un medio social y físico apropiados son
condiciones básicas para el desarrollo saludable de las personas (Carta de
Ottawa 1986). Juntamente con estas premisas, los hábitos cotidianos
condicionan los comportamientos relacionados con la salud: la dieta, el
consumo de sustancias adictivas o la actividad física favorecerán o
comprometerán la salud. La promoción de la salud y la prevención de las
enfermedades constituirán uno de los ejes para mejorar la salud de la
población. La mejora de la salud es una responsabilidad individual,
manteniendo hábitos saludables, y colectiva, mediante el compromiso de los
Estados a garantizar la salud de los ciudadanos.
La sociedad del futuro depende en parte de los progresos sanitarios y su
aplicación a la población. Durante el siglo XX se dobla la esperanza de vida de
la población mundial, de treinta y cinco años a más de setenta años de media
mundial. En los países avanzados se ha conseguido sobrepasar los ochenta años
de vida. En España, el nivel de salud de la población ha experimentado un gran
progreso a lo largo del siglo XX. En la década de los años 70 se inicia el
fenómeno denominado envejecimiento demográfico, provocado por diferentes
factores:
La existencia de unos índices de natalidad bajos en relación con la
población autóctona.
La progresiva prolongación de las expectativas de vida.
La mortalidad infantil, que ha experimentado también un descenso
espectacular pasando de 150 muertos por 1.000 nacidos vivos al
inicio del siglo XX, a menos de 5‰ en la actualidad.
La prolongación de la esperanza de vida como consecuencia inmediata de la
mejora de la salud, conjuntamente con el descenso de las tasas de natalidad y
fecundidad, ha producido un rápido y notable envejecimiento de la población
y una variación notable en la pirámide de edad, aunque la pirámide de
población comienza a ampliarse en la base por los movimientos migratorios.
El conjunto de estos factores constituye un hecho social sin precedentes
históricos, y será determinante por las implicaciones que comportará tanto a
nivel político, sanitario y socioeconómico como individual.
DESARROLLO
SISTEMA DE SALUD
COMPONENTES QUE IMPULSAN LAS REFORMAS DE LOS SISTEMAS SANITARIOS
SISTEMA NACIONAL DE SALUD EN ESPAÑA: ORGANIZACIÓN DEL SISTEMA SANITARIO
SISTEMA DE SALUD
Denominamos sistema al conjunto de elementos que, sujetos a determinadas
leyes, mantienen unas relaciones de interacción o interdependencia para
obtener objetivos comunes. Los sistemas pueden ser abiertos o cerrados. Los
sistemas sanitarios son abiertos porque están influidos e interrelacionados con
factores externos de otros sistemas.
El sistema sanitario es el conjunto de estructuras organizativas, centros y
servicios con los que se ofrecen los programas de la política sanitaria
preestablecida por el modelo sanitario. De acuerdo con la teoría general de
sistemas, el sistema sanitario es un sistema complejo en interacción continua
con otros factores y sistemas sociales.
La Organización Mundial de la Salud define el sistema sanitario como «Un
conjunto de elementos interrelacionados que contribuyen a la salud de las
familias en sus domicilios, el medio laboral, los lugares públicos y las
comunidades, así como el medio ambiente físico y psicosocial, y en el sector de
la salud y de otros sectores afines».
La OMS y el sistema de salud
Los principios de un sistema de salud idóneo, según la OMS, son:
Universalidad o cobertura total de la población.
Integración de actividades de promoción, prevención, tratamiento y
rehabilitación: atención integral.
Equidad en la distribución de los recursos.
Eficiencia: mejores prestaciones y mejor nivel de salud al coste más
bajo posible.
Funcionalidad para tener capacidad de respuesta ante nuevas
necesidades.
Participación real de la población en la planificación y gestión del
sistema sanitario.
Los sistemas sanitarios tienen el objetivo de mejorar el estado de salud y la
calidad de vida de las persones. Las mejoras en el estado de salud de la
población son un indicador del desarrollo de la sociedad. Los servicios
sanitarios son importantes, pero no constituyen el único sector que tiene un
efecto sobre el bienestar de las personas: otros sectores también tienen una
contribución y una responsabilidad en relación a la salud. Por tanto la
intersectorialidad ha de ser una característica esencial de la reforma de los
sistemas sanitarios.
Las características de los sistemas sanitarios actualmente existentes son fruto,
entre otros factores, de la evolución social, política y económica de un país así
como de los cambios producidos en el concepto de salud, los avances
científico-técnicos y la participación ciudadana en el diseño y planificación de
la salud comunitaria; por tanto podemos hablar de tantos sistemas sanitarios
como formas de estructurar la organización sanitaria de un país.
La finalidad del sistema sanitario es satisfacer las necesidades de la población
en materia de salud. Incrementar el nivel de salud al mismo tiempo que
disminuyen las desigualdades sanitarias en la población es la meta de cualquier
sistema sanitario público.
Modelos de sistemas de salud
Los términos «modelo» y «sistema» a veces se utilizan de forma indiscriminada
pero responden a conceptos diferentes. Por modelo de sistema de salud
entendemos la concepción ideológica, filosofía o paradigma que ayuda a definir
los objetivos que guiarán el desarrollo del sistema sanitario de un país.
Los modelos definen las formas de los sistemas, las características
fundamentales y sus formas de interactuar, la organización, y su
infraestructura. Ningún país tiene un modelo puro, ya que intervienen diversas
variables; por tanto el modelo se define por la combinación de las variables.
Los principales modelos de servicios de salud sanitarios se clasifican como
sigue:
Sistema o modelo liberal de libre mercado.
Modelo de seguros sociales.
Servicio Nacional de Salud.
En la mayoría de países no existe un modelo que se aplique de forma
totalmente teórica, sino que se complementa con características propias de los
otros modelos sanitarios.
Sistema o modelo liberal de libre mercado
El sistema sanitario más representativo de este modelo es el de los Estados
Unidos. Se basa en la ley de la oferta y la demanda.
Los profesionales ejercen de forma libre la profesión. El paciente puede
escoger libremente al profesional pagándole directamente los honorarios. La
práctica médica se realiza con un sistema de mercado similar al de otros tipos
de empresas basado en la relación profesionalusuario y los seguros médicos.
Este modelo está orientado a la cu-ración de las enfermedades, tanto por
interés de los propios profesionales, como de la industria farmacéutica (mayor
prescripción de medicamentos) y de la tecnología (mayor utilización de
pruebas diagnósticas). La salud se considera como un bien de consumo con
escasa protección, por parte del Estado, a los grupos vulnerables, lo que
provoca un sistema de falta de equidad y difícil accesibilidad. Los presupuestos
federales se destinan a los programas Medicare para las personas mayores, y
Medicaid para las personas con escasos recursos económicos y sin seguro
sanitario.
Modelo de seguros sociales
Este modelo combina la filosofía del modelo liberal y las prestaciones que
otorga el modelo de Seguridad Social. Este modelo, hoy día, está representado
en los países de tradición liberal de Europa Occidental, Francia, Andorra,
Bélgica y Holanda. Se considera la salud como un bien tutelado por el Estado,
quien interviene en los programas de salud pública y de medicina preventiva.
La mayoría de la población se beneficia de las prestaciones de la Seguridad
Social, que es financiada en parte por el Estado y en parte por las cuotas
obligatorias de empresarios y trabajadores. El usuario puede escoger al
facultativo y paga por acto médico que será retribuida en parte por la
Seguridad Social (ticket moderador).
La utilización de los tickets moderadores dificulta la equidad, ya que limita la
igualdad de acceso. Para algunos, su utilidad se puede aceptar como fórmula
parcial de financiación, pero no como mecanismo que mejore la eficiencia en la
asignación de los recursos. Experiencias empíricas realizadas con la
implantación del «copago» en la provisión sanitaria han revelado que
efectivamente disminuye el consumo, pero a costa de pérdidas en la
distribución equitativa.
Servicio Nacional de Salud
Este modelo se basa en el principio de universalidad por el que todas las
personas tienen derecho a la salud y a mejorar el tratamiento médico,
independientemente de sus recursos económicos y su situación laboral. Es
utilizado en diversos países europeos (Reino Unido, Suecia, Noruega,
Dinamarca, España). El Estado se responsabiliza plenamente de garantizar el
derecho a la salud controlando el proceso de financiación y provisión de los
servicios sanitarios mediante los impuestos establecidos y con las aportaciones
de los seguros sociales. El eje que guía la planificación sanitaria son las
necesidades de la población y se basa en la atención integral dirigida a la
promoción, prevención, curación y rehabilitación de la salud. Este modelo ha
de permitir el paso de una concepción presidida por la enfermedad a una
práctica sanitaria basada en la salud igual para todos.
Las principales características de este modelo son:
Universalización de la atención. Proporciona cobertura sanitaria al 100
% de la población, independientemente de la la situación económica
y de la afiliación a la Seguridad Social.
Accesibilidad y descentralización. Para garantizar la equidad en el
acceso a los servicios sanitarios se ha efectuado una planificación
sanitaria que tiene como eje la regionalización sanitaria, basada en
situar los diferentes servicios sanitarios lo más cerca posible de donde
vive y trabaja la población, reduciendo de esta forma la concentración
de centros sanitarios en los núcleos urbanos.
Descentralización. En la actualidad se tiende a descentralizar la gestión
de los recursos sanitarios y a implicar a la comunidad en la toma de
decisiones sobre la gestión del gasto sanitario y en la forma de
utilización de los servicios.
Atención Primaria. En el Servicio Nacional de Salud, la base de la
atención sanitaria es la utilización de la filosofía de la Atención
Primaria de Salud como eje que guía el desarrollo del sistema
sanitario.
La Atención Primaria de Salud, según la definición aceptada
universalmente, es la «asistencia sanitaria esencial, basada en métodos
y tecnologías prácticas científicamente fundamentadas y socialmente
aceptables, al alcance de todo los individuos y familias de la
comunidad mediante su plena participación y a un coste que la
comunidad y el país puedan soportar en todas y cada una de las
etapas del desarrollo con espíritu de autorresponsabilidad y
autodeterminación».
Participación de la comunidad. Los ciudadanos han de participar en la
orientación y control del funcionamiento del Sistema Nacional de
Salud, mediante los órganos de gestión local y regional.
En los países que pertenecen a la Comunidad Europea encontramos diferentes
modelos de atención sanitaria. Últimamente es posible identificar una cierta
armonización de los diferentes modelos sanitarios por las presiones externas del
escenario macroeconómico (Maastricht) y por otros vinculados al creciente
proceso de globalización de la economía. Sería deseable una armonización
paralela y una similar proporción del gasto sanitario, pero no es así, existiendo
a nivel europeo y de los países desarrollados, diferencias tanto en la
universalidad, la estratificación, la equidad y los niveles de salud. En las últimas
décadas los países de nuestro entorno socioeconómico se han planteado
cambios estructurales en sus sistemas sanitarios intentando:
Consolidar el sistema sanitario.
Conseguir una mayor capacidad en la implicación y satisfacción del
ciudadano.
Motivar e incentivar a los profesionales a alcanzar los objetivos
sanitarios.
Proporcionar una financiación adecuada de los servicios sanitarios de
acuerdo con el nivel socioeconómico y la eficiencia en los resultados.
COMPONENTES QUE IMPULSEN LAS REFORMAS DE LOS SISTEMAS SANITARIOS
La atención sanitaria en general y los sistemas sanitarios en concreto están
inmersos en un proceso de reforma y cambios. Se ha producido en los últimos
años, y en general involucra a la mayoría de los países europeos.
Por otra parte, el debate sobre el contenido y el alcance de las reformas afecta
a un proceso más amplio en el que influyen no sólo los aspectos puramente
sanitarios, sino el conjunto de la política social, y la revisión o redefinición de
las políticas de bienestar social, su financiación y sus contenidos. Esta dinámica
de cambio y reestructuración está impulsada por cuestiones endógenas o
propiamente intrínsecas del sector sanitario, así como por cuestiones
extrínsecas al sector.
Las cuestiones que están impulsando este proceso de reforma sanitaria son
esencialmente de índole demográfica (envejecimiento de la población),
económica (financiación y gasto sanitario), tecnología (medicamentos, y otras
tecnologías), vinculadas a la modificación del patrón de morbilidad
(cronificación de procesos), vinculados a expectativas y demandas ciudadanas y
vinculadas al sistema de valores e ideológico. La OMS, en la Declaración de
Ljubljana afirma que, en el contexto europeo, los sistemas sanitarios han de
estar:
Guiadas por los valores. Las reformas de los sistemas sanitarios han de
ser guiadas por los principios fundamentales de la dignidad humana,
la equidad, la solidaridad y la ética profesional.
Dirigidos a la salud. Toda reforma importante del sistema sanitario ha
de marcarse objetivos claros de mejora de la salud. La promoción y la
protección de la salud han de ser la inquietud principal del conjunto
de la sociedad.
Centrados en las personas. Las reformas de los sistemas sanitarios han
de responder a las necesidades de los ciudadanos. Han de garantizar
que la opinión y preferencia de los ciudadanos tengan una influencia
decisiva sobre la forma en que se diseñen y funcionen los servicios de
salud. Los ciudadanos también han de compartir la responsabilidad
en su salud.
Enfocados a la calidad. Toda reforma de los sistemas sanitarios ha de
tener como propósito la mejora continua de la calidad de la atención
sanitaria que se ofrece, incluyendo la relación coste-efectividad.
Basados en una financiación solvente. La financiación de los sistemas
sanitarios ha de permitir que la atención sea dispensada a todos los
ciudadanos de forma viable. Ello implica la cobertura universal y el
acceso equitativo para todos en la atención necesaria y requiere una
utilización eficiente de los recursos para la salud.
Orientados a la atención primaria de salud. Las reformas, en la
atención primaria de salud como filosofía, han de garantizar que los
servicios sanitarios a cualquier nivel protejan y promuevan la salud,
mejoren la calidad de vida, traten las enfermedades, rehabiliten los
pacientes y tengan cuidado de las personas que sufren y los
pacientesterminales. La reforma ha de reforzar la toma conjunta de
decisiones del paciente y el proveedor de la atención y promover la
globalidad y la continuidad de la atención en sus entornos culturales
específicos.
SISTEMA NACIONAL DE SALUD EN ESPAÑA.
ORGANIZACIÓN DEL SISTEMA SANITARIO Y NIVELES DE ATENCIÓN
Cada uno de los sistemas de salud establece su propia organización y
funcionamiento. En España, la Constitución Española de 1978 establece (art.
43) el derecho a la protección de la salud y a la atención sanitaria de todos los
ciudadanos. Los principios y criterios sustantivos que permiten el ejercicio de
este derecho están regulados por la Ley 14/1986, General de Sanidad (LGS)
que se concreta en:
Financiación pública, universalidad y gratuidad de los servicios
sanitarios.
Derechos y deberes definidos para los ciudadanos y los poderes
públicos.
Descentralización política de la sanitaria en las Comunidades
Autónomas.
Prestación de una atención integral de la salud de alto nivel de
calidad debidamente evaluado y controlado.
Integración de las diferentes estructuras y servicios públicos en el
Sistema Nacional de Salud con el objetivo de mejorar la salud.
El Sistema Nacional de Salud comienza a plantearse el concepto de
participación comunitaria que se desarrolló a partir de las propuestas de la
década de los 60 y que fue ampliamente recogido por la OMS en Estrategia de
Salud para todos en el año 2000. Se pretende reducir la desigualdad, mejorar el
nivel de salud y calidad de vida para frenar la crisis económica de los sistemas
sanitarios tradicionales. La estrategia se basa en tres ejes vertebradotes
fundamentales:
La orientación de los servicios sanitarios a la promoción de la salud
El desarrollo de la atención primaria de salud como eje del sistema
La participación comunitaria.
Ya que la experiencia de un sistema sanitario basado en un modelo de atención
centrado en la enfermedad, la práctica medica individual, la hegemonía de la
atención hospitalaria, la tecnología avanzada, y el gran consumo de medicación
eran incapaces de frenar los determinantes de la mortalidad.
El Sistema Nacional de Salud español es el conjunto coordinado de los
Servicios de Salud de la Administración del Estado y los de las Comunidades
Autónomas que integra todas las funciones y prestaciones sanitarias que, de
acuerdo con la ley, son responsabilidad de los poderes públicos. La
Administración del Estado, en coordinación con las Comunidades Autónomas
efectúa intervenciones en materia de:
Control sanitario del medio ambiente y de alimentos, servicios y
productos directa o indirectamente relacionados con el uso y
consumo humanos.
Reglamentación, autorización y registro, inspección, control y
homologación de los medicamentos de uso humano y veterinario, y
fomento de uso racional del medicamento
Fomento de la calidad en el Sistema Nacional de Salud.
Formación sanitaria especializada en centros y unidades docentes
acreditadas al efecto.
Competencias de las Comunidades Autónomas
La Constitución Española diseñó una organización territorial del Estado que
posibilita la asunción por las Comunidades Autónomas de competencias en
materia de sanidad. Las Comunidades Autónomas han asumido
paulatinamente competencias en esta materia. El proceso de transferencia de la
asistencia sanitaria gestionada por el Instituto Nacional de la Salud (Insalud) se
inició en 1981 y culminó en 2002. Las Comunidades Autónomas ejercen sus
competencias en las materias de planificación sanitaria, salud pública y
asistencia sanitaria.
Para ello, han asumido las funciones y servicios, los bienes, derechos y
obligaciones relativos a dichas competencias, así como el personal y los créditos
presupuestarios adscritos. A continuación se indica cuándo han ido
adquiriendo las competencias en materia de salud cada una de las
Comunidades Autónomas del Estado español, así como la respectiva Ley de
transferencia.
Cataluña, Ley 1517/1981 de 8 de julio
Andalucía, Ley 400/1984, de 22 de febrero
País Vasco, Ley 1536/1987, de 6 de noviembre
Comunidad Valenciana, Ley 1612/1987, de 27 de noviembre
Galicia, Ley 1679/1990, de 28 de diciembre
Navarra, Ley 1680/1990, de 28 de diciembre
Canarias, Ley 446/1994, de 11 de marzo
Asturias, Ley 1471/2001, de 27 de diciembre
Cantabria, Ley 1472/2001, de 27 de diciembre
La Rioja, Ley 1473/2001, de 27 de diciembre
Murcia, Ley 1474/2001, de 27 de diciembre
Aragón, Ley 1475/2001, de 27 de diciembre
Castilla-La Mancha, Ley 1476/2001, de 27 de diciembre
Extremadura, Ley 1477/2001, de 27 de diciembre
Baleares, Ley 1478/2001, de 27 de diciembre
Madrid, Ley 1479/2001, de 27 de diciembre
Castilla y León, Ley 1480/2001, de 27 de diciembre
Todas las Comunidades Autónomas tienen un Servicio de Salud, que integra
todos los centros, servicios y establecimientos de la propia Comunidad. Los
principios relacionados con la coordinación sanitaria a nivel estatal están
recogidos en la Ley 14/1986 de 25 de abril, General de Sanidad, que además
concreta los instrumentos de Colaboración y crea como órgano de
coordinación el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud
(CISNS). Son titulares de los derechos a la protección de la salud y a la
atención sanitaria:
Todos los españoles y los extranjeros en el territorio nacional artículo
1.2 de la Ley Orgánica 4/2000.
Los ciudadanos de los Estados miembros de la Unión Europea, que
resulten del derecho comunitario europeo y de los tratados y
convenios que se suscriban por el Estado español.
Los ciudadanos de Estados no pertenecientes a la Unión Europea,
que tienen los derechos que les reconozcan las leyes, los tratados y
convenios suscritos.
Cobertura poblacional
En enero de 2005, la población española era de 44.108.000 habitantes, de los
cuales un 8,4 % extranjeros. La pirámide de edad mostraba una estructura
demográfica característica de un importante envejecimiento de la población, de
tal modo que el 16,7 % era mayor de sesenta y cinco años. El acceso a los
servicios se realiza a través de la tarjeta sanitaria individual, documento que
identifica a cada ciudadano como usuario en todo el Sistema Nacional de
Salud. La sanidad en España es una prestación no contributiva cuya
financiación se realiza a través de los impuestos y está incluida en la
financiación general de cada Comunidad Autónoma. La atención a la salud
constituye uno de los principales instrumentos de las políticas redistributivas
de la renta entre los ciudadanos españoles: cada persona aporta impuestos en
función de su capacidad económica y recibe servicios sanitarios en función de
sus necesidades de salud.
La organización del Sistema Nacional de Salud es consecuencia de los
principios en que se sustenta: dado su carácter universal y solidario, necesita
asegurar la equidad en el acceso a los servicios para todos los ciudadanos. Su
financiación con recursos públicos exige que el gasto en que se incurra esté
sometido a criterios de eficiencia.
El SNS se organiza en dos niveles o entornos asistenciales: atención primaria
y atención especializada.
Atención primaria
Es la base de la atención sanitaria en el Sistema Nacional de Salud y constituye
la forma de acceso de la población al sistema sanitario. Este modelo cambia la
forma de relación del usuario con el Sistema de Salud, que pasa de ser una
relación individual entre médico y usuario, a un abordaje multidisciplinar de
los diferentes problemas de salud mediante la intervención de los equipos de
atención primaria. La atención que se presta ha de incluir criterios de
accesibilidad, integralidad y continuidad, y ha de integrar las actividades de
promoción de la salud, prevención, curación, rehabilitación y reinserción social
dirigidas al individuo y a la comunidad en su conjunto.
Funciones:
Prestar asistencia sanitaria, tanto a nivel ambulatorio como
domiciliario y de urgencias a la población adscrita.
Realizar actividades dirigidas a la promoción de la salud, a la
prevención de la enfermedad y a la reinserción social.
Contribuir a la educación sanitaria de la población.
Realizar el diagnóstico de salud de la zona para detectar las
necesidades de salud de la población.
Realizar las actividades necesarias para mejorar la atención de la
población protegida.
Cuando los usuarios requieren servicios de consultes especializadas o de
hospitalización, se derivan al siguiente nivel.
Atención especializada
Constituye el segundo nivel de asistencia sanitaria. Cuando las posibilidades
diagnósticas y terapéuticas de la atención primaria se han agotado persistiendo
la necesidad de asistencia por parte del usuario, éste es remitido al médico
especialista correspondiente con un informe de interconsulta donde se indica la
especialidad a la que se deriva, el diagnóstico y los datos clínicos pertinentes;
normalmente el usuario será enviado a un Centro de Atención Primaria
Especializada, pero si este centro no dispone de la especialidad, se derivará al
hospital de referencia.
La atención especializada comprende:
Atención ambulatoria.
Atención hospitalaria, que incluye los servicios de Urgencias
Hospitalarias.
La atención especializada ambulatoria comprende:
La asistencia ambulatoria en consultas.
La asistencia ambulatoria en el hospital de día para aquellos pacientes
que precisen cuidados especializados continuados, siempre que no
requieran ingreso hospitalario.
La atención a la salud mental, y la asistencia psiquiátrica.
A la asistencia hospitalaria, se accede, generalmente, por indicación del médico
especialista o a través de los servicios de urgencia.
CONCLUSIÓN
Los cambios (políticos, sociales, económicos) que se han producido en las
últimas décadas del siglo XX han tenido una repercusión muy directa sobre la
salud de los ciudadanos. La genética tiene un papel muy importante en la
existencia de los seres vivos y en la supervivencia de las especies; a pesar de ello
los avances en la cultura, condiciones medioambientales, alimentación,
vivienda, etcétera, en los países industrializados, han sido los elementos
diferenciadores en el ciclo vital de las personas. También han sido clave para la
mejora de la salud la incorporación de la filosofía de la Atención Primaria de
Salud como eje que guía el desarrollo del sistema sanitario al desarrollar
actuaciones preventivas y de promoción de la salud, implicar y responsabilizar
a las personas sobre las decisiones que afectan su salud, incrementar la
participación ciudadana sobre la gestión y control del sistema sanitario y buscar
soluciones a las necesidades de salud desde una perspectiva intersectorial.
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2.
CUIDAR. PUNTO DE VISTA ASISTENCIAL
Carme Vila
OBJETIVO
Describir el significado del acto del cuidar desde el punto de vista de una enfermera
asistencial en el ámbito hospitalario.
En el mundo asistencial, aparentemente, la mayoría de los cuidadores tienen
claro que las actividades realizadas en su trabajo tienen una relación directa con
el cuidado, y su misión es cuidar. Pero cuando uno se plantea una definición
concreta de «cuidar» aparecen muchas palabras, actividades y acciones que
implican cuidar: acompañar, escuchar, ayudar, enseñar, explicar, tocar, dar la
mano, acariciar, acompañar en el proceso de morir, en el proceso de nacer,
convertirse en defensor de los derechos de los pacientes cuando nadie puede
hacerlo por ellos, dar soporte a la familia, mantener e impartir una relación de
ayuda para poder asimilar y aceptar la enfermedad de aquel familiar tan
amado. Todo ello se consigue siempre con el consentimiento del otro, siendo
necesario este consentimiento para personalizar e individualizar el cuidado.
Cuando se habla del mundo asistencial, en muchas ocasiones se
sobreentiende que se está hablando del mundo hospitalario, pero hace falta
aclarar que todo acto realizado por un cuidador en calidad de tal es una
asistencia (un cuidado); igual se realiza asistencia en el mundo hospitalario,
como el que tiene su ámbito de trabajo en la atención primaria, en el domicilio
del paciente, en la vía pública, en el ámbito escolar, en el barrio, en el mundo
rural, en una ONG, etcétera. La variación está en el tipo de cuidados que se
deben impartir y que siempre estarán relacionados con las necesidades que se
encuentren alteradas por parte del paciente, de la familia, o de su entorno.
Si se busca el significado de la palabra cuidar, se encuentra definido en el
diccionario como: ocuparse, preocuparse de alguien o de alguna cosa. No siendo
suficiente esta definición para el tema que nos ocupa ni en otras encontradas,
se puede considerar como una de las más completas la propuesta realizada por
el área de Enfermería de la Universidad Ramon Llull, donde se define cuidar
como «El hecho de ayudar a las personas, en su globalidad, (manteniendo y/o
mejorando la calidad) durante su proceso de vida, a adaptarse a las diversas
situaciones de salud y de vida que se vayan presentando».
DESARROLLO
ACOMPAÑAR
ESCUCHAR, COMUNICARSE
EDUCAR EN Y PARA LA SALUD
LOS PROFESIONALES DE LOS CUIDADOS
Desde que el ser humano habitó en el planeta Tierra y empezó a reproducirse,
existe el concepto del cuidado, entendiendo como tal curar, proteger, ayudar,
compartir, alimentar, sobrevivir. Esta tarea puede ser tan extensa como se
pueda imaginar, pues gracias a ella el ser humano se ha reproducido y ha sido
capaz de poblar todo el planeta y sobrevivir hasta desarrollarse y evolucionar.
La diferencia se debe buscar en quién y en cómo se imparte el cuidado.
Si se realiza un repaso histórico, se puede observar que en un primer
momento fue la mujer la principal cuidadora de sus descendientes, de la
perpetuidad de la especie humana y de su supervivencia. A lo largo de los
tiempos, tuvo cuidado de los niños desde el momento del nacimiento,
haciéndose responsable de los partos, de la lactancia, de sus cuidados durante la
infancia y de ayudar a otras mujeres en el momento del parto y en los primeros
cuidados de los recién nacidos. Igualmente, fueron las mujeres quienes bajo la
protección de sus viviendas cuidaban a los enfermos, los indefensos y los
ancianos. Primero impartieron sus cuidados en el entorno familiar, después y
con el tiempo, extendieron sus cuidados al entorno tribal y a las poblaciones de
las tribus vecinas hasta llegar finalmente a la atención a desconocidos. Fue así
como fueron extendiendo sus cuidados a la comunidad.
La expresión cuidar, según Anna Bonafont, «engloba actividades cotidianas
como lavarse, alimentarse, vestirse o caminar, es decir, acciones que garantizan
la satisfacción de las necesidades más básicas e indispensables para la vida, pero
también aquellas otras actividades que permiten vincularse, como mantener
relaciones significativas y gratificantes, comunicarse con los otros, alegrarse de
las propias realizaciones o adecuar a la realidad los deseos y expectativas».
Si se mantiene un buen nivel de autocuidados, se podrán desarrollar todas las
actividades diarias que correspondan, según el rol que se tenga dentro de la
É
sociedad en la que se viva. Éste se considera hoy el estado de salud ideal,
definido como la capacidad para desarrollar las actividades de la vida diaria
normalmente. Cuando este equilibrio se rompe, empiezan a aparecer signos,
síntomas y alteraciones que suponen una interrupción de dichas actividades; en
este momento se habla de enfermedad y es cuando se deben ofrecer unos
cuidados más específicos, dirigidos básicamente a la curación.
La curación se puede conseguir de forma total, parcial, o nula. Si la
enfermedad deja secuelas al individuo que la padece, deberá pasar por un
proceso de rehabilitación para llegar a un estado lo más próximo posible al
estado inicial. Si estas secuelas se mantienen, obligarán al individuo a obtener
un nivel de autocuidado diferente del de su estado anterior o si no se pudiera
recuperar la salud, el proceso derivará hacia el final de la vida, es decir, hacia la
muerte.
En todos los estados de la vida se deben mantener unos cuidados adecuados
a cada momento, a cada situación, a cada necesidad, en definitiva a cada
persona.
ACOMPAÑAR
El acompañamiento se puede realizar de diferentes formas y en diferentes
situaciones: se puede acompañar durante un ingreso hospitalario, a lo largo de
un proceso crónico, durante la asistencia domiciliaria cuando las personas que
requieren cuidados son enfermos mayoritariamente en estado crónico y/o con
una esperanza de vida relativamente corta y/o con las necesidades básicas
cubiertas con mecanismos artificiales y con los cuidados básicos cubiertos por
los familiares o por cuidadores denominados informales. También en la
atención domiciliaria se pueden llegar a realizar cuidados más especializados,
sobre todo en la hospitalización domiciliaria. En estos casos, el
acompañamiento o la atención, tanto al paciente como a los familiares o
cuidadores será a otro nivel: será más intenso en particular durante las primeras
horas, aunque procurando no crear una dependencia que posteriormente
resultaría difícil de romper; para evitarlo, es conveniente dedicar el tiempo
necesario, para proporcionar una educación adecuada respecto a los cuidados
que se deben realizar.
También se puede acompañar en el proceso de la muerte, en el momento de
la defunción. Éste es un acompañamiento que puede llegar a proporcionar una
sensación de paz interior, de satisfacción personal del cuidador (si está
preparado para este tipo de acompañamiento); son momentos en los que, si el
paciente o moribundo es consciente del momento que está viviendo, se puede
llegar a percibir, incluso a palpar una cantidad de amor y cariño que
difícilmente se percibirá en otras circunstancias.
Durante un ingreso hospitalario se pueden vivir tanto por parte del cuidador
como de la persona cuidada, diferentes situaciones. Una persona puede estar
hospitalizada porque necesita someterse a un acto quirúrgico que, aunque se
desarrolle de forma correcta y sin ninguna complicación, exigirá la
administración de cuidados. A estos enfermos también se les debe acompañar
durante todo el proceso, ya que será necesario en primer lugar escuchar sus
temores y miedos siempre presentes cuando alguien se debe someter a un
proceso quirúrgico. Por tanto, una vez conocidas estas angustias y miedos, se
deben tratar dando todo tipo de explicaciones y aclaraciones que sean
oportunas en cada caso, y con un nivel totalmente asequible al interlocutor que
se tenga delante. No se debe olvidar que hay estudios en los que se demuestra
que cuando una persona está sometida a un proceso quirúrgico, por grave que
sea, si entra en el quirófano sin angustias ni miedos, o con los miedos muy
disminuidos o paliados por la información recibida, tiene una recuperación
mucho más rápida.
Al mismo tiempo, en el postoperatorio se deberá seguir dando la
información solicitada por el paciente, para ayudarlo a conseguir una rápida
recuperación. Ésta se conseguirá de forma efectiva y eficaz si el cuidador es
capaz de enseñar de forma comprensible todo tipo de actividades, acciones,
ejercicios, rehabilitación, etcétera, necesarios para volver a su estado habitual y
con plenas facultades para reincorporarse a su actividad diaria. Si, por el
contrario, con el proceso quirúrgico no se obtienen los resultados deseados y
las circunstancias derivan hacia la fatalidad, el cuidador deberá ser capaz de
informar, ayudar y acompañar tanto al paciente como a la familia, pues no se
debe perder de vista que el respeto a la vida implica el derecho a la muerte y
todo ser humano tiene derecho a una muerte digna.
Con todo lo expuesto llegamos a otro ámbito del cuidar: la preparación para
afrontar la muerte, el gran tabú de la sociedad actual. En el ámbito doméstico
nadie habla de la muerte, es aquello que sólo aparece en nuestros hogares
cuando se presenta un diagnóstico médico con mal pronóstico o cuando, de
improviso, llegan noticias de una persona conocida, más o menos allegada,
familiar o no, que ha fallecido. Es entonces, y quizá sólo en estas ocasiones,
cuando se comentan cosas por las que se recuerda a la persona desaparecida y
aparecen en escena comentarios como «no somos nada» o «todos tenemos el
mismo destino». La verdad es que a pesar de los avances tecnológicos, de la
prosperidad, del desarrollo económico en que está sumergida la sociedad
occidental, todavía no se ha aprendido a convivir con la muerte, o a tener
presente que la muerte forma parte de la vida.
En el mundo asistencial hospitalario hay ciertos servicios en los que la
muerte se ve muy de cerca; esto supone un planteamiento diferente frente a la
vida. Se aprende a ver claramente que la muerte forma parte de la vida, que es
su faceta última. Se aprende a vivir día a día, no como si fuese el último, pero
se aprende a cambiar el valor de las cosas, el valor de la vida. Esto obliga a que
el personal sanitario busque recursos, para, en caso necesario, obtener ayuda o
soporte psicológico, pues no todo el personal sanitario está preparado para
convivir con pacientes en estado crítico, terminal, o sometidos a cuidados
paliativos. En estas situaciones el personal debe estar preparado para atender a
los familiares más cercanos, estar a su lado y entablar una relación de ayuda
efectiva y de soporte.
Los familiares de pacientes terminales o sometidos a cuidados paliativos
tienen un doble papel, como cuidadores y como receptores de cuidados. Como
cuidadores, es necesario que entren a formar parte del equipo terapéutico, por
tanto será imprescindible formarlos y educarlos, para que se responsabilicen de
tareas muy concretas relacionadas con los cuidados de la persona enferma. Este
hecho disminuirá de forma importante el impacto emocional final y, por tanto,
ayudar en su preparación para el proceso del duelo. Como receptores de
cuidados, es necesario darles soporte emocional y un acompañamiento durante
la lucha iniciada contra el transcurso del tiempo, un tiempo, la mayoría de las
veces, indeterminado. El tiempo, tan sencillo y complejo a la vez, tan presente
como ausente, tan valorado y a la vez tan despreciado; esa magnitud física que
permite ordenar los sucesos en presente, pasado y futuro domina y rige
altivamente nuestra vida, sin atender a excusas o razones, sin perdonar el
mínimo descuido. Así es el tiempo, así de irreverente, apareciendo y
desapareciendo sin avisar, cruel, puntual, intransigente, implacable; es el
tiempo quien nos conduce hacia el fin de nuestra vida. Y es que curar muchas
veces es casi una utopía, un imposible, así debemos conformarnos con aliviar el
sufrimiento… y cuidar. Cuidar se puede realizar siempre, sabiendo que hay
momentos en que lo único que se puede hacer es eso, cuidar.
ESCUCHAR, COMUNICARSE
Una parte muy importante del acompañamiento y de los cuidados a lo largo de
la vida, y sobre todo durante la enfermedad es escuchar, pero ¿cómo?
Efectivamente, hay muchas maneras de escuchar, una de ellas es la escucha
activa, o lo que es lo mismo, escuchar con todo el cuerpo, concentrarse
exclusivamente en esa persona que está expresando sus miedos y dudas, o que
sencillamente necesita expresar o explicar aquello que no puede explicar a
nadie, porque sufre de una enfermedad social, muy grave y abundante en
nuestra sociedad del bienestar, y que probablemente no tiene curación posible
como es la soledad.
Cuando se escucha, es necesario tener en cuenta tanto el lenguaje verbal
como el no verbal; es importante mirar a la cara del interlocutor, ver la mirada
del que habla, la mirada es la expresión visible del estado anímico de la
persona, interviene directamente en la comunicación, a su través se puede
entrever qué necesidades tiene el interlocutor; pero la persona que escucha
también puede expresar su estado: preocupación, incertidumbre, dudas, dolor,
sufrimiento..., empatía.
En la comunicación, es importante igualmente la actitud, la posición del
cuerpo; es necesario estar atento al lenguaje no verbal, para detectar si la
persona está en posición de escucha activa, o, todo lo contrario, encerrada en sí
misma; en este caso, la comunicación será mucho más costosa y difícil.
La comunicación que ha empezado con la mirada, es necesario
profundizarla; para ello, deberá ir acompañada por la escucha y el habla: será
importante el tono que se utilice al hablar, no será lo mismo un tono
dominante que uno compasivo, empático, pasota o incomprensible para evitar,
negar o huir la conversación.
La respuesta puede ser verbal y expresiva, o un silencio que será necesario
respetar. El silencio también puede proporcionar información sobre el estado
anímico del interlocutor. Como indica Laín Entralgo, existen tres tipos de
silencio: un silencio presignificativo, cuando la persona está buscando o
elaborando una respuesta; un silencio significativo, que da una respuesta al
acabar la escucha, en este caso la mirada y los gestos son el principal vehículo
de expresión; y finalmente un silencio transignificativo, cuando las palabras que
se acaban de pronunciar suponen un final o una plenitud en el alma del que
escucha.
Existen silencios que sencillamente significan no querer hablar; entonces será
necesario cuestionarse cuál es su causa real y qué expresa: simulación, pudor,
desconfianza, miedo, etcétera. No se debe perder de vista que cuando una
persona está enferma, se siente incapacitada o deprimida por la obligada parada
de la actividad de su vida diaria, y un silencio puede expresar dolor, rabia,
rebeldía, impotencia, miedo, molestia, rechazo, etcétera.
El tacto y el contacto físico también forman parte de la comunicación, pero
en este tipo de expresión se deberá tener en cuenta el origen o la etnia de la
persona que recibe la caricia, puesto que hay muchas culturas que no aceptan
este tipo de comunicación; con todo, en nuestra sociedad, como en las otras,
siempre hay momentos de sufrimiento en los que mientras se realiza una cura,
un cambio de posición, un acomodamiento, se puede realizar un masaje con la
excusa de cuidar la piel, por ejemplo; sólo es necesario añadir un poco de amor
mientras se realiza esta acción y el resultado puede ser espectacular.
En este momento es necesario mencionar los consejos que ofreció el doctor
Jordi Estapé: «En el trato con los enfermos, como proponía el doctor Benjamí
en 1984, utilizad vuestra palabra y vuestras manos. Los grandes sanadores de la
humanidad, como Jesucristo y Buda, utilizaron el poder curativo de manos y
palabra. El paciente desea ser acariciado y desea escucharos, desea vuestra
conversación, la palabra tiene un poder curativo. Tocad y acariciad al paciente
[…] Dad al paciente vuestra propia humanidad dolorida, compartid con ellos
vuestros problemas, que no os vean como dioses perfectos inaccesibles
parapetados dentro de vuestras batas inmaculadas […]. Para las personas
enfermas, tan esencial como el mejor tratamiento, son asimismo el amor (amar
y sentirse amado), la necesidad (sentirse necesarios y cuán inútiles se sienten los
enfermos) y la voluntad (el querer curarse). Estimulad estos valores, amor,
necesidad, voluntad y estimuladlos para que desarrollen planes de futuro.
Sabed que la persona enferma deja de hacer planes de futuro, mientras que en
la persona sana son necesarios para su existir cotidiano».
También se hace necesario acudir al punto de vista filosófico sobre este tema:
«Cuando el sujeto se encuentra inmerso en la vulnerabilidad, esto es, cuando
sufre o enferma, necesita de forma fehaciente unos cuidados que integren
afectividad y sobre todo ternura. La ternura, dice Levinas, es una piedad que
nos complace, un placer, un sufrimiento transformado en felicidad. La
expresión por excelencia de la ternura es la caricia, pues la caricia es un tipo de
contacto donde se pone de relieve la proximidad ética y el respeto hacia el otro
[…]. La persona enferma agradece la caricia, pues este gesto expresa de forma
lacónica el acercamiento y los cuidados solícitos […]. La caricia es, quizá, la
forma más bella de expresar la ternura humana».
EDUCAR EN Y PARA LA SALUD
La educación, en general, es una parte fundamental en el desarrollo del
potencial humano, y permite e incrementa la libertad y la responsabilidad de
las personas; es un proceso continuado a lo largo de la vida destinado a
conseguir un desarrollo integral (físico, psíquico y social) de la persona y
ayudarle en el conocimiento y la aceptación de sí mismo, facilitando la
capacidad de decidir de una manera consciente y responsable.
La educación sanitaria es un proceso de comunicación interpersonal dirigido
a proporcionar la información necesaria para la resolución de los problemas de
salud, y para responsabilizar a individuos y grupos sociales en la elección de
comportamientos que incidan sobre la salud física y psíquica de las personas y
la colectividad, al tiempo que los capacitan para conseguir una implicación más
directa en la toma de decisiones sobre los tratamientos, pruebas diagnósticas y
otras técnicas tanto invasivas como no invasivas.
LOS PROFESIONALES DE LOS CUIDADOS
Existen en nuestras sociedades unos profesionales que dedican sus esfuerzos y
su vida laboral al cuidado de las personas (familia y comunidad) como seres
bio-psico-sociales, culturales y trascendentes, en constante adaptación y
desarrollo, mediante la interacción con el entorno, buscando la
autorrealización. La sanidad es uno de los pilares básicos del estado del
bienestar gracias, en parte, al trabajo de profesionales como las enfermeras.
Las enfermeras son las que conviven diariamente con el dolor, el sufrimiento
y la muerte, recibiendo los miedos de los enfermos y de los familiares. Cuidan,
escuchan y ayudan a los pacientes para que su recuperación se realice lo más
pronto posible, pues tienen conocimientos y habilidades para tomar decisiones
y actuar de forma autónoma, dado que, con el paso del tiempo han ido
incrementando su nivel de competencias a través de la experiencia, la
formación, las actividades científicas, etcétera. Sin duda, los cuidados de
enfermería son una parte esencial en el proceso de la salud de la población y
por tanto un elemento fundamental e indispensable en la atención sanitaria,
contribuyendo a la mejora de la salud y la calidad de vida de la población.
Como dijo Collière: «Cuidar es ayudar a vivir aprendiendo a reencontrar
unas fuerzas diversificadas, aparentemente opuestas pero en realidad
complementarias. Los cuidados son fuente de placer, de satisfacción y
expresión de una relación, los cuidados suavizan, calman, aligeran, dispersan
temores, intentando evitar el sufrimiento».
Una de las cuestiones que todavía preocupa y angustia a los profesionales de
la enfermería es la falta de una identidad profesional social clara, bien definida,
delimitada, estructurada y ordenada, pero con el actual paradigma de
enfermería es necesario aprender a lo largo de toda la vida profesional; esto
supone una adaptación continua, dinamismo y actitud de crítica, contraste,
mejora, exigencia, voluntad de servicio, pero también dudas, miedos,
inseguridades y un alto nivel de ansiedad.
El reconocimiento social de la profesión sólo se conseguirá, manteniendo un
buen equilibrio personal y una buena estabilidad emocional, para trabajar con
seguridad e inteligencia, añadiendo grandes dosis de humanidad y ofreciendo
unos cuidados de calidad.
CONCLUSIÓN
Con el paso del tiempo, el modelo biomédico occidental ha ido evolucionando
y con ello se ha producido la floración de las distintas disciplinas relacionadas
directamente con el cuidar, como pueden ser: la acupuntura, la nutrición, la
fisioterapia, las terapias alternativas y cómo no, la enfermería.
Esta disciplina, la enfermería, ha trabajado de forma invisible a los ojos de la
población en general (por su feminización según algunos estudiosos del tema),
pero, en lugar de hundirse, ha sabido crear un conocimiento científico propio
de su disciplina, nutriéndose del progreso tecnológico y de los conocimientos y
las técnicas derivadas de las ciencias humanas, físicas, sociales y biológicas. La
enfermería se centra en la atención al enfermo, la familia y la comunidad,
teniendo en cuenta a la persona como sujeto rico en emociones, relaciones
sociales y vinculado a un sistema de valores personales; tiene un sólido
compromiso con la sociedad para dar respuestas ajustadas a las necesidades.
Estas actividades las desarrolla en el marco de una sociedad que está en cambio
permanente y se ve influenciada por un conjunto de factores sociales,
económicos, culturales y políticos.
Estos cambios, que quedan implícitos con el desarrollo de las sociedades en
sí mismas, significan que, para ejercer íntegramente todas las competencias de
enfermería, se está éticamente obligado a mantener una actualización y una
renovación constante de experiencias y conocimientos, para dar las respuestas
correctas a las necesidades surgidas en la población, campo de trabajo o área de
atención.
En este momento existe la tendencia a encontrar un equilibrio entre el saber
teórico y el conocimiento práctico. Como dice José Luis Medina, «el
conocimiento académico es abstracto, descontextualizado, estable y rígido,
mientras que el conocimiento práctico es un proceso activo y dinámico,
inestable, complejo, incierto y saturado de valores, por tanto un reflejo de la
vida real».
Con todo, ha sido esta disciplina, la enfermería, la que aplicando todo su
saber hacer, su saber ser y su saber estar, se ha responsabilizado tanto del
cuidado de su población, como de su formación para contribuir a mejorar la
calidad de vida de la sociedad que le rodea.
BIBLIOGRAFÍA
CÁMARA, S. (2004). http://ciberrevista.enferurg.com/editorial. htm
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COHEN, H. A. (1988). La enfermera y su identidad profesional. Madrid:
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MARTÍN DUCE, A. (2004). Patología Quirúrgica. Madrid: Elsevier.
MEDINA MOYA, J. L. (2005). «Redescubrir el saber práctico de la enfermería».
En Rev. ROL Enf, 28 (7-8): 487-490.
POUS,T. (2001). Guarir, l’aventura de la salud. Barcelona: Proa.
SONTAG, S. (1996). La enfermedad y sus metáforas y el sida y sus metáforas.
Madrid: Taurus.
TORRALBA I ROSELLÓ, F. (1998). Antropología del cuidar. Barcelona: Institut
Borja de Bioètica.
LECTURAS
Película:
Diarios de motocicleta (2004). Dir. :W. SALLES. EE.UU.-ArgentinaChile-Perú.
V.
MEDIO AMBIENTE Y SALUD
1.
EL MEDIO AMBIENTE.
UNA PERSPECTIVA ECOLÓGICA DE LA SALUD
Elisabet Vendrell
OBJETIVO
Redefinir un nuevo concepto de desarrollo y de bienestar relacionándolos
íntimamente con la sostenibilidad medioambiental, social y económica
DESARROLLO
REDEFINIR EL CRECIMIENTO Y EL DESARROLLO
DESARROLLO Y NECESIDADES HUMANAS
EL DESARROLLO SOSTENIBLE
Una serie de características han distinguido a lo largo de la historia a la especie
humana del resto de especies vivas, características que han propiciado la
aparición del problema ambiental, pero que al mismo tiempo nos posibilitan
superarlo. Podemos afirmar que la especie humana es ambiciosa, cualidad que
le ha permitido ir siempre más allá; es inteligente, aunque no siempre utiliza su
inteligencia de forma racional (R. Folch, 1998); está capacitada para crear y
transformar grandes cantidades de materia y energía; y es libre, bastante libre
como para actuar no siempre de manera previsible y por consiguiente crear
nuevas pautas de comportamiento.
El desarrollo en un determinado modelo político, económico, y hasta
religioso, ha provocado que estas características nos impidan avanzar hacia una
transformación y utilización positiva del entorno.
Estas y otras cualidades hacen que utilicemos y explotemos recursos más allá
de la propia capacidad del medio para regenerarlos, creemos estructuras y
energías altamente destructoras sin saber cómo evitar sus consecuencias,
modifiquemos el entorno reconfigurando la superficie del planeta, acumulemos
residuos de nuestro consumo exagerado que no pueden ser reinsertados a los
circuitos naturales o, al menos, no pueden hacerlo en nuestra escala de tiempo
humana.
Por todo esto, el problema ambiental que generamos es un problema
ambiental para la propia especie humana, no un problema ambiental para la
supervivencia del planeta como tal. O sea, el problema ambiental está
afectando y afectará en el futuro de forma negativa a la especie humana, y
somos precisamente las personas las que tenemos capacidad para modificar
antes de que suceda y para corregir cuando ya ha pasado.
Nuestra civilización actual, al igual que nuestros antepasados cazadores y
recolectores, depende totalmente de los sistemas y recursos naturales de la tierra
para sobrevivir. Dependemos del entorno en la extracción de recursos
materiales y energéticos y, los mecanismos utilizados en la extracción así como
los utilizados en su transformación y consumo o uso, acaban limitando a
menudo la capacidad de continuar proveyéndonos de ellos. Estos mecanismos
limitantes pueden ser tanto la extracción desmesurada que impide la
regeneración natural del recurso en una escala de tiempo relativamente corta,
como puede ser la escala temporal humana; como el propio impacto que
genera sobre el medio la actividad extractora acumulando los residuos de todo
tipo.
Todas y cada una de las actividades que lleva a término la especie humana
dependen del mundo biofísico, impactan sobre él y, a la vez, se ven afectadas
por él.
REDEFINIR EL CRECIMIENTO Y EL DESARROLLO
El desarrollo socioeconómico va paralelo al desarrollo tecnológico. De hecho,
en nuestra civilización, esta relación se está produciendo no sólo en paralelo
sino de una forma exponencial: el desarrollo científico y tecnológico conduce
cada vez más a un mayor desarrollo socioeconómico de los países ricos. Las
relaciones de causa y efecto entre ambos tipos de desarrollo hace tiempo que se
están evidenciando.
De manera general podemos decir que, al crecer la economía de un país,
aumenta el impacto ambiental. Nos lo muestran algunos indicadores como,
por ejemplo, la cantidad de residuos municipales que por persona y año
generamos los países ricos, observable también dentro de un mismo país entre
zonas más ricas y zonas menos ricas: cuanto mayor es el ingreso por cápita
mayor la cantidad de basura producida. Lo mismo pasa con las toneladas de
CO2 emitidas: a mayores ingresos mayor emisión (J. Martínez Alier, 1999).
Hay también detractores de este planteamiento que muestran indicadores de
todo lo contrario, afirmando que la pobreza tiene mayores efectos negativos
para el medio ambiente que la riqueza, y que además, la riqueza tiene la
capacidad de corregir los efectos adversos que ocasiona, cosa que no puede
hacer un país pobre. Ejemplos de lo dicho son la concentración de partículas
en ambiente atmosférico en zonas urbanas: a menores ingresos por cápita
observamos un parque automovilístico más viejo y degradado y en
consecuencia, mayor concentración de partículas en aire. Otro indicador en
este sentido es el aumento de población urbana sin servicios sanitarios a
medida que disminuye el ingreso por cápita. ( J. Martínez Alier, 1999).
Estos indicadores, lejos de impedir tomar partido por uno u otro
planteamiento, permiten ver que la riqueza de unos pocos vinculada a la
pobreza de muchos genera sufrimiento: desigualdad, injusticia, imposibilidad
de acceder a bienes y servicios, e imposibilidad de acceder a grandes dosis de
energía exosomática cuando no también de energía endosomática,16 y perpetúa
el prejuicio de que el progreso y el desarrollo son sinónimos de bienestar para
todo el mundo.
Como afirma V. de Semir (2000): «Los humanos avanzamos en nuestras
capacidades, hemos duplicado en un siglo nuestra esperanza de vida (aunque
con una distribución muy desigual entre poblaciones ricas y pobres), nos
preparamos hasta para ser protagonistas de nuestra propia evolución biológica
[…]. Pero no somos capaces de solucionar el abismo de las injusticias que
nosotros mismos hemos promovido. Es por este motivo que parece claro que
ya no podemos hablar de progreso, ni tampoco debemos hacerlo, sin que vaya
ineluctablemente unido a la ética».
Como explica E. Morin (2000; p. 67), la complejidad humana no se puede
entender disociada de los individuos que la formamos, y que interaccionamos
produciendo sociedades con una cultura propia, la cual a su vez retroactúa
influyendo en los mismos individuos: «Todo desarrollo verdaderamente
humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las
participaciones comunitarias y del sentimiento de pertenencia a la especie
humana. La especie humana se encuentra mundializada en el todo del planeta,
para lo mejor y para lo peor. Así, el despertar por la mañana en el “circuito
planetario del confort” de una persona en Europa, no tiene nada que ver con el
despertar de una persona en África, Asia o Suramérica, que lo hará en el
“circuito planetario de la miseria”. Cada persona lleva en sí misma el planeta
entero, ya sea en forma de electrodomésticos japoneses, de ropa americana, de
fruta tropical; o de expulsión de la tierra de cultivo por los progresos del
monocultivo industrial, de ropa de segunda mano procedente de recogida
selectiva en Europa, o de vajilla de plástico. La mundialización unifica y segrega
al mismo tiempo» (E. Morin 2000, pp. 58-59).
La capacidad que como especie tengamos de controlar la interrelación entre
las actividades humanas y el mundo biofísico condicionará la continuidad en el
tiempo de las diferentes formas de actividad y también nuestro potencial para
el desarrollo económico y social. Aunque no debemos hablar sólo de desarrollo
a nivel material: «Necesitamos una noción más rica y compleja del desarrollo
que no sea sólo material sino también intelectual, afectiva, moral» (E. Morin,
2000, p. 60).
DESARROLLO Y NECESIDADES HUMANAS
La falsedad de la idea de que el crecimiento económico y el consumo son
sinónimos del desarrollo humano ha sido ya expuesta por muchos autores y, de
hecho, los índices para medir el crecimiento y la producción no tienen en
cuenta la producción no remunerada en forma de voluntariado, cuidado del
hogar, atención a los hijos y ancianos, etcétera. Este tipo de actividades
suponen a los países desarrollados un 50 % de la producción no remunerada y
hasta un 75 % en los países en vías de desarrollo (Pérez Adán 1997).
Son necesarios nuevos medidores del desarrollo que integren las necesidades
humanas fundamentales, para visualizar el desarrollo ya no sólo en términos de
crecimiento económico sino de satisfacción de las necesidades materiales y
espirituales de los seres humanos. Necesidades humanas como subsistencia,
protección, afecto, comprensión, participación, ocio, creatividad, identidad y
libertad. En el mismo sentido, J. Pérez Adán (1997) se pregunta cuáles son los
parámetros que hay que medir hoy para redefinir la riqueza, y apunta que la
felicidad debe ser un factor de referencia. El mismo autor dice que ya en 1993
la ONU, en su Manual de cuentas nacionales, propone empezar a utilizar en
lugar del PIB y PNB, el PIA y el IDH, Producto Interno bruto ajustado
Ambientalmente e Índice de Desarrollo Humano, respectivamente; puesto que
el PIB no es más que un medidor del crecimiento cuantitativo de los objetos, y
necesitamos un indicador del crecimiento cualitativo de las personas.
EL DESARROLLO SOSTENIBLE
Desde la celebración, en 1992, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
el Medio Ambiente y el Desarrollo en Río de Janeiro, se ha deseado e intentado
a menudo trabajar para que el desarrollo de los pueblos sea respetuoso con el
entorno y permita una mejor calidad de vida de las personas. Y en la Cumbre
Mundial sobre Desarrollo Sostenible de 2002, los gobiernos aprobaron un plan
para reducir significativamente la pérdida de biodiversidad para el año 2010.
No se trata ni de impedir ni de detener el desarrollo, sino de llevar a término
un desarrollo sostenible.
Brundtland definió: «El desarrollo sostenible es el que satisface las
necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones
futuras para satisfacer sus propias necesidades». Y es que se ha constatado la
falacia de los dos infinitos (Boff 2000), el infinito de los recursos naturales y el
infinito del progreso en dirección al futuro. Los recursos naturales son
limitados y no renovables, y el actual tipo de progreso no es universalizable
porque destruiría la tierra o paralizaría varias naciones. El modelo de
crecimiento ilimitado se sustenta en la depredación de la naturaleza, la
explotación de las clases trabajadoras y el subdesarrollo de las naciones
dependientes. Así pues, el desarrollo económico no es simultáneo al desarrollo
social ni al bienestar de la naturaleza, sino todo lo contrario, el desarrollo
económico afecta solo a algunas gentes de algunos países a costa del deterioro
ambiental.
Volviendo al Informe Brundtland, esta definición contiene dos ideas o
conceptos, como dice Huckle (1999 p. 12): «El concepto de necesidades,
concretamente las necesidades básicas de los pobres, a las cuales se ha de dar
prioridad máxima» y que nos permitirá introducir el término de sostenibilidad
social, y «la idea de las limitaciones impuestas por la tecnología y la
organización social que afectan a la capacidad del medio ambiente para
satisfacer las necesidades presentes y futuras» que nos permite introducir los
términos de sostenibilidad ecológica y sostenibilidad económica.
Conseguir el equilibrio deseado entre las actividades humanas, el desarrollo y
la protección del medio ambiente, exige una corresponsabilidad justa y
definida claramente en lo que respecta al consumo de los recursos naturales y a
la actitud hacia el entorno.
Este equilibrio se podría representar gráficamente con un triángulo
equilátero en el que el mantenimiento de posiciones sería un tira y afloja
constante.
Esto implica la integración de consideraciones ecológicas a la hora de
formular y aplicar políticas económicas, de tomar decisiones por parte de los
poderes públicos, y de dirigir y desarrollar procesos productivos. Pero sobre
todo y mucho más importante, implica integrar consideraciones de tipo
ecológico en nuestro comportamiento individual y en nuestras tomas de
decisiones día a día.
Sostenibilidad social
Con el término de sostenibilidad social nos referimos a la pregunta de a quién
va dirigido principalmente el desarrollo sostenible. El Norte sigue creyendo
que tiene que servir para hacer más ecológico el Sur, y el Sur en cambio cree
que se refiere a la inviabilidad del estilo de vida del Norte. Creemos interesante
es comparar el ritmo de consumo de unos y otros, o sea, la carga para el medio
ambiente que suponemos unos y otros.
Los datos que nos presenta el Informe para el Club de Roma, Factor 4 (Von
Weizsäcker; Lovins, A.B.; Lovins, L.H. 1997, p. 291) son significativos. La
carga total para el medio ambiente que suponen los 80 millones de alemanes es
superior a la de 900 millones de hindúes. Mil alemanes consumen diez veces
más energía que mil egipcios, y lo mismo por el consumo de toneladas de
cemento, o de acero o por quilómetros de carretera. Mil alemanes generan diez
veces más gases de efecto invernadero que mil egipcios. El consumo de recursos
por cápita es un criterio decisivo a la hora de valorar la sostenibilidad de los
diversos estilos de vida y de las diversas culturas.
También es interesante el análisis que el mismo informe (p. 349) hace del
crecimiento demográfico. La población mundial aumenta en casi cien millones
cada año, y el 95 % de este incremento corresponde a los países en vías de
desarrollo. Pero el informe nos dice que cada recién nacido de Estados Unidos
supone una carga mayor para el medio ambiente que veinte hindúes o
bengalíes. Por tanto, desde el punto de vista ecológico, muchos países del
Norte están mucho más superpoblados que India o China.
Como recogen entre otros, Mayor Zaragoza (2000, p.18) y R. Folch (1999,
p. 176-177), algunos datos que quisiéramos señalar son:
El 20 % de la población mundial corresponde a los países más
desarrollados, unos mil doscientos millones de personas consumen el
86 % de los bienes y servicios producidos en la tierra.
El 20 % de individuos más ricos pasaron de repartirse el 70 % de la
riqueza mundial en 1960 a repartirse el 85 % en 1991.
Pero de este 20 % de población mundial de los países desarrollados,
aproximadamente un 15 % son pobres, es la pobreza del Cuarto
Mundo, unos 180 millones de personas. Por tanto, entre el Cuarto
Mundo y el Tercer Mundo estamos hablando de casi 5.000 millones
de personas.
El 80 % de población restante se tiene que conformar con el 14 % de
la producción mundial.
Al 20 % de individuos más pobre del globo sólo les queda para
repartirse actualmente la miserable fracción del 1,1 % de la renta
mundial, ante el 1,4 % de 1991 y el 2,3 % de 1960.
La proporción entre la renta del 20 % más rico y la del 20 % más
pobre pasó de 30 a 1 en el año 1960, a 61 a 1 en 1991, y a 82 a 1 en
1995.
Más de ochocientos millones de personas padecen hambre o
malnutrición y 2.000 millones de personas padecen falta de
alimentos.
Más de mil millones no tienen acceso a los servicios sanitarios.
Más de mil cuatrocientos millones no tienen acceso directo al agua
potable.
Unos dos mil millones no están conectados a la red eléctrica.
Unos 880 millones de personas del mundo son analfabetas, 866
millones de las cuales están en los países en vía de desarrollo.
Las dos terceras partes de la población mundial que está en la pobreza
absoluta no llega a los quince años de vida y el 70 % son mujeres.
Otros datos que publica el Informe sobre desarrollo humano 2000 (PNUD
2000) son:
Las guerras y los conflictos internos ocurridos en la década de los 90,
obligaron a 50 millones de personas a abandonar sus casas.
Hay más de diez millones de refugiados y cinco millones de personas
internamente desplazadas.
Cien millones de niños y niñas viven o trabajan en la calle.
Para conseguir la prestación universal de servicios básicos en los países
en desarrollo, harían falta 80.000 millones de dólares anuales más.
En otro orden de cosas, pero directamente relacionadas, citemos estos datos
(Mayor Zaragoza 2000, p. 21):
A escala mundial los gastos militares representan entre 700.000 y
800.000 millones de dólares.
Proporcionar un techo, agua potable y equipamiento sanitario básico
para los 1.300 millones de personas que viven en situación de
pobreza absoluta costaría 130.000 millones de dólares.
Cuando hablamos de sostenibilidad social no podemos olvidar el fenómeno de
las migraciones humanas. En el estado español la llegada de inmigrantes en los
últimos años pasa de los 242.000 en 1985, a 498.000 en 1995, para llegar a los
938.873 en el año 2000. Este baile de números no hace más que ilustrar otro
aspecto de la pobreza y la marginación. La de aquellos que tienen que dejar su
casa porque no pueden sobrevivir en ella y, de hecho, al llegar a nuestro país o a
otros países de los llamados ricos, no pueden llevar a término el trabajo para el
cual profesionalmente están preparados sino que sólo pueden acceder a aquellas
colocaciones que la gente de aquí no queremos: jornaleros, cuidadores de gente
mayor, trabajo doméstico, repartidores de butano… y esto sólo cuando
disponen de papeles para tener un contrato. Es un círculo vicioso: sin papeles
no pueden trabajar, pero sin un contrato no tienen los papeles. Y es esta
situación la que está conduciendo a un tipo de marginación y pobreza que
desarraiga, pero que al mismo tiempo impide echar nuevas raíces.
Con todos estos datos en las manos, no queda muy clara la relación que se
quiere establecer entre la salvaguarda del medio ambiente y la salvaguarda de la
calidad de vida de la minoritaria parte de la población mundial que somos los
países ricos. De entrada podríamos decir que se trata de una relación bastante
interesada: conservamos el entorno que nos permite la vida.
Es ampliamente aceptado que el tipo de crecimiento actual es insostenible,
pero que esta insostenibilidad afecte a la calidad de vida de todo el planeta no
es realmente el motor de arranque para un cambio real. Lo que de verdad está
movilizando esfuerzos es la afectación del mundo biofísico que permite el
desarrollo de las actividades de una quinta parte de la población mundial. Pero
estas actividades que se pueden ver afectadas no se circunscriben sólo al
territorio geográfico que habitamos, sino a zonas mucho más alejadas.
Seguramente, el interés de preservación de un entorno saludable va más allá
atravesando las fronteras del mundo desarrollado, no por solidaridad ni por
responsabilidad, sino para salvaguardar las fuentes que nos permiten mantener
un nivel de vida como el actual, y éste es siempre un interés a muy corto plazo
y que abarca sólo las áreas geográficas de las que se extrae algún provecho. De
esta manera continúa primando el interés de unos pocos por encima del interés
de la gran mayoría de la población mundial.
Sostenibilidad ecológica
El concepto de sostenibilidad ecológica se refiere a una política y a unas
estrategias que tienen por objetivo un desarrollo que no se haga en detrimento
del medio ambiente ni de los recursos naturales de los cuales dependen las
actividades humanas y el propio desarrollo.
Diversos informes y diversos autores han ido aportando datos, en los últimos
tiempos, de la degradación ambiental de nuestro entorno, de la reducción de
los espacios naturales, de la pérdida de biodiversidad, de la contaminación de
las aguas y del aire, del despilfarro de energía, del crecimiento exponencial de
los residuos…
Recogemos a continución algunos de los hechos que destaca el Informe del
Worldwatch Institute 2000 (L.R. Brown, C. Flavin, H. French, 2000):
Se prevé que las concentraciones de CO2 dupliquen durante este
siglo los niveles de la época preindustrial, y que por tanto la
temperatura del planeta aumentará entre 1ºC y 4ºC. Así, para el año
2100 se calcula que el mar habrá aumentado entre 17 cm y 1 m.
La disminución de los niveles de las capas freáticas es consecuencia
del uso insostenible del agua. Se extrae tanta agua y a tal velocidad,
que supera la capacidad natural de recarga. En China, desde el año
1980 hasta ahora, la capa freática disminuye 1,6 m/año en zonas
donde se produce el 40 % de los cereales del mundo.
Desde los años 50, la tierra de cultivo de cereales por cápita se ha
reducido a la mitad, pasando de 0,24 hectáreas a 0,12 hectáreas, y se
prevé que para el año 2050 la extensión de cereales por cápita pasará
a 0,08 ha. Y para muchos de los países más pobres, que no tienen
acceso a la importación, la escasez de terreno se traduce en hambre.
La alimentación humana, por lo que a proteína animal se refiere,
también depende mucho del mar. El mar no puede aumentar una
captura anual que supere los 95 millones de toneladas. Entre 1950 y
1997 las capturas de pescado pasaron de 19 millones de toneladas a
más de 90 millones, situándose prácticamente más allá del límite en
la mayor parte de pesquerías oceánicas. Esto significa que el
crecimiento futuro en la demanda de alimentos deberá resolverse
desde la tierra.
Respecto a los bosques, se calcula también que para el año 2050 la
superficie de bosque por cápita en el mundo pasará de las 0,56 ha
actuales, a 0,38 ha.
Finalmente, cabe destacar la pérdida de biodiversidad, ya que a
medida que aumenta la población humana en el planeta, disminuye
el número de especies con las que lo compartimos, colapsándose los
ecosistemas locales. Actualmente hay en el mundo un 11 % de
especies de aves, un 25 % de las de mamíferos y entre un 3 y un 4 %
de especies de peces en peligro o amenazadas inmediatamente por la
extinción.
El Informe Planeta Vivo 2004 de la World Wide Found, es el quinto de una
serie de publicaciones que exploran el impacto del ser humano sobre nuestro
planeta, en tanto en cuanto es un planeta de recursos finitos. De entrada
cuantifica los cambios en el estado de los ecosistemas naturales de la tierra a lo
largo del tiempo y, en segundo lugar, mide la presión que el ser humano hace
sobre el medio ambiente, a través del consumo de recursos renovables y la
contaminación, y analiza cómo varían estas presiones en las diferentes regiones
del planeta.
El análisis que realiza contribuye a la medición del progreso del mundo hacia
el desarrollo sostenible y la conservación de la biodiversidad. Se basa en dos
indicadores clave: el primero es el Índice Planeta Vivo, que mide las tendencias
generales de la población de especies salvajes en todo el mundo; el segundo, la
Huella Ecológica, que es una medida de la sostenibilidad ambiental y compara
la demanda pasada y presente de la humanidad sobre los recursos naturales
renovables de la Tierra. Estos dos indicadores nos proporcionan información
vital sobre el estado de los ecosistemas del mundo y las presiones humanas que
les afectan.
Las conclusiones más importantes del citado Informe son que el Índice
Planeta Vivo ha disminuido un 40 % entre 1970 y 2000, lo que representa un
problema grave para la vitalidad y la resistencia de los sistemas naturales del
mundo. Durante el mismo período, la Huella Ecológica de la humanidad
creció hasta exceder en un 20 % la capacidad de carga biológica de la Tierra
(WWF, 2004).
La biocapacidad o capacidad de carga biológica de la Tierra es el total de la
capacidad biológica de producción utilizable en un año específico por una área
biológicamente productiva, o sea, por una superficie de tierra u océano con
una actividad fotosintética y de producción de biomasa importante. En nuestro
planeta sólo una cuarta parte de la tierra y los mares es biológicamente
productiva, lo que equivale a 11.300 millones de hectáreas globales. Las tres
cuartas partes restantes corresponden a desiertos, casquetes glaciales y océanos
profundos con una bioproductividad baja y muy dispersa difícil de cuantificar
(WWF, 2004, p. 34).
Toda esta retahíla de datos nos demuestra el desequilibrio existente
actualmente entre el ser humano, la naturaleza y el desarrollo; o sea, el
desequilibrio entre nuestro desarrollo y la protección del medio ambiente. Y
nos demuestra también la necesidad de una sostenibilidad desde el punto de
vista ecológico.
La huella ecológica
En el año 1996 se publicó el libro Our Ecological Footprint, de los
investigadores canadienses Mathis Wackernagel y William Rees, en el que
presentaban un nuevo indicador para intentar estimar los efectos de las
actividades humanas sobre el medio ambiente: la huella ecológica. Este
indicador permite calcular el espacio que necesitaría un territorio determinado
para poder mantener su modelo de desarrollo de manera ecológica, en
términos de obtención de recursos y de asimilación de residuos.
El concepto de huella ecológica tiene mucho más en cuenta las repercusiones
de nuestras actividades sobre el entorno y, consideramos que es un buen
indicador de sostenibilidad o, por qué no, insostenibilidad de un territorio.
La huella ecológica mide el consumo natural de recursos de toda la
humanidad. Se define como el área de territorio ecológicamente productivo
(cultivos, pastos, bosques o ecosistema acuático) necesario para producir los
recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población
concreta, con un nivel de vida específico, de manera indefinida, cualquiera que
sea el lugar donde se encuentre esta área. O sea, aquella cantidad de territorio
necesario para sustentar indefinidamente la actividad de una población
humana con los niveles de vida y las tecnologías actuales. Se trata de
contabilizar el suelo agrícola y ganadero necesario para satisfacer la energía
endosomática; el suelo forestal para las necesidades de madera y papel; el suelo
urbano; y el espacio destinado a absorber mediante la fotosíntesis, el CO2
emitido.
Las personas consumimos recursos y servicios de todo el mundo y por tanto
nuestra huella es la suma de todas estas áreas, en cualquier lugar del planeta. La
huella ecológica global fue de 13.500 millones de hectáreas globales el 2001 o
2,2 hectáreas globales por persona. En 2001, la huella ecológica de la
humanidad excedió la capacidad global en un 21 %. Este exceso empezó en
1980 y ha seguido creciendo desde entonces, lo que indica que estamos
consumiendo los recursos naturales de manera más rápida que el tiempo
necesario para que la naturaleza los regenere y, por tanto, puede reducirse la
capacidad ecológica de la Tierra de manera permanente (WWF, 2004, p. 10).
Los países de altos ingresos tienen una huella ecológica de 6,4 hectáreas
globales por persona; los países de ingresos medianos 1,9 hectáreas globales por
persona; y los países de bajos ingresos 0,8 hectáreas globales por persona. Sólo
por poner algunos ejemplos, el Estado español y Alemania tienen una huella
ecológica de 4,8 hectáreas globales por persona; en cambio, Australia tiene una
huella ecológica de 7,7 hectáreas globales por persona y Estados Unidos, 9,5
hectáreas globales por persona (WWF, 2004, pp. 24-31).
La huella ecológica catalana es de 3,92 hectáreas globales por persona
teniendo en cuenta que la población de Cataluña en el año 2001 era de
6.361.365 habitantes (Mayor Farguell, 2005, pág. 16).
Analizando de dónde salen estas 3,92 hectáreas globales por persona de la
Huella Ecológica de Cataluña, vemos que:
El consumo de suelo asociado a la producción de alimentos es de
2,03 ha/habitante. Dividiendo por sectores se observa que el sector
ganadero consume en terreno de pastos 0,53 ha/persona, el sector
agrícola consume en suelo de cultivo 0,61 ha/persona, y el sector
pesquero consume en terreno de mares 0,89 ha/persona.
El consumo de madera y corcho es de 80,84 kg/persona. Tenemos
que incluir en este consumo todos los productos derivados de la
madera, como por ejemplo el papel y los derivados de la celulosa. Si
la productividad local de madera de los bosques es de 2.400 kg/ha y
la productividad mundial es de 1.990 kg/ha, resulta que para
producir 80,84 kg de madera se necesitan 0,043 hectáreas boscosas.
Por tanto cada persona en Cataluña «hipoteca» 0,043 ha de bosque
para su consumo de madera, papel, etcétera.
El consumo energético produce en general dióxido de carbono,
asimilando la producción de energía eléctrica (de origen térmico
convencional y nuclear) a la producción con combustibles fósiles, y
una vez sumadas la emisión de todos los tipos de energía nos da una
media de 11,9 toneladas de CO2 por cápita cada año. Se han hecho
cálculos de la absorción de CO2 por el arbolado de los bosques
mediante la fotosíntesis y se ha comprobado que cada hectárea
arbolada absorbe 6,6 toneladas de CO2. Por tanto, para absorber
11,9 toneladas son necesarias 1,805 hectáreas de área boscosa. Así
pues, cada persona «hipoteca» 1,805 ha de área boscosa para absorber
el CO2 que tira al aire.
La ocupación de terreno en Cataluña (ciudades, pueblos, segundas
residencias, carreteras y autopistas, vía férrea, industrias,
equipamientos, etcétera) es del 6,47 % de la superficie el año 2001.
Esto significa un total de 207.526 ha no productivas que divididas
por el número de habitantes da una repercusión por habitante de
0,033 ha. Si la huella ecológica catalana es de 3,92 hectáreas globales
por persona,significa que en términos absolutos (es decir, sin dividir
la superficie necesaria por el número de habitantes) el valor de la
huella ecológica de Cataluña es de 7,77 veces la superficie del país.
Estos datos nos están diciendo que no podemos continuar con el ritmo de
crecimiento exponencial que hemos estado llevando a cabo hasta ahora, que no
hay suficiente superficie en todo el planeta Tierra. De hecho, si toda la
población mundial tuviese el nivel de vida del mundo occidental, se
necesitarían 19.380 millones de hectáreas de territorio, y si tenemos en cuenta
que la superficie productiva de la tierra es de 9.300 millones de hectáreas,
significa que necesitaríamos más de dos planetas Tierra.
El Informe del Planeta Vivo (WWF 2004) nos aporta los datos
correspondientes a las huellas ecológicas de todos los países del mundo,
desglosadas en sus seis parámetros (cultivos, bosques, pastos, pesque-rías,
energía y suelo urbanizado), así como la biocapacidad total, y el déficit
ecológico. El déficit ecológico es un valor que se obtiene al restar la
biocapacidad total de la huella ecológica de cada país.
De esta retahíla de datos señalamos que Latinoamérica-Caribe, África y
Europa central y oriental tienen un déficit ecológico negativo (-2,4 ha
globales/persona, -0,13 y -0,4 respectivamente), lo que indica que disponen de
una reserva ecológica; en cambio Europa occidental, América del Norte,
Oriente Medio, Asia central y Asia Pacífico tienen un déficit ecológico positivo
(3,0 ha globales/persona, 3,9, 1,1 y 0,6 respectivamente), lo que significa que
no disponen de reserva ecológica en su territorio.
Lo cierto es que el desarrollo sostenible no se puede alcanzar en un período
corto de tiempo. Este es el motivo por el que debemos considerar el desarrollo
sostenible como un proceso a largo término para la salvaguarda del medio
ambiente y la conservación de nuestra calidad de vida, y por ende de todo el
planeta. Cuando ya han pasado casi veinte años desde el Informe Brundtland,
no vemos una tendencia clara hacia que el bienestar deje de ser sinónimo de
consumo ilimitado de bienes y recursos, ni de uso indiscriminado de
combustibles fósiles.
Sostenibilidad económica
La economía neoliberal defiende que el único peligro para el medio ambiente
es la pobreza, ya que dado que la riqueza económica exige calidad ambiental,
cuanto más crezcamos económicamente, más capacidad tendremos para
solucionar los problemas medioambientales. En el mismo sentido se asegura
que el conocimiento humano, evolucionando con el desarrollo económico,
dará respuesta a cualquier irreversibilidad aplicando el principio de sustitución
según el cual, cuando un recurso se agota, utilizamos los mecanismos de
sustitución por otro que nos proporcione los mismos beneficios (Pérez Adán,
1997, p. 35). O como ha remarcado Alan Durning (Mayor Zaragoza, 2000; p.
61), «indigencia económica y degradación ecológica se refuerzan mutuamente
para formar una espiral descendente que amenaza con engullir más víctimas».
También desde esta óptica, el capitalismo verde asegura que el mercado es
compatible con el medio ambiente y que será la iniciativa privada la que
preservará la naturaleza.
Y en cambio la economía ecológica, enfrentándose con las corrientes
anteriores, nos habla de la imposibilidad de sustituir infinitamente los recursos
agotables, de que no existe un principio general de sustitución de bienes y
servicios ya que hay algunos que son tan importantes que no pueden ser
sustituidos por otros (Martínez Alier 1999). Debemos tomar en consideración
el mundo biofísico en el que realizamos las actividades humanas. Debemos
buscar paradigmas ecológicos alternativos que nos permitan redefinir los
conceptos de riqueza y de valor.
En términos económicos, Martínez Alier (1999) nos dice que las cosas son
valiosas según una determinada escala de valores. Cabe preguntarnos cuál es la
escala de valores que atribuye importancia al medio ambiente y, aún más, cuál
es la escala de valores que atribuye importancia al medio ambiente del futuro.
Actualmente sólo cuantificamos costes y beneficios sociales en términos
monetarios, punto de vista por otra parte destinado al fracaso. De hecho, una
propuesta es eficiente si la suma de los beneficios es superior a la suma de los
costes. Y los beneficios y los costes del futuro son menos valorados que los
actuales. El hecho pues de estar infravalorando el futuro está haciendo
desplazar el daño ambiental al futuro, o sea, nuestras preferencias actuales
cuentan más que las propias preferencias futuras, no digamos ya que las
preferencias de las generaciones futuras.
Pero es que, además, la economía ecológica argumenta que es realmente
imposible en la práctica internalizar las externalidades. Todas las acciones que
como especie llevamos a término tienen unas consecuencias, que es necesario
medir y contabilizar para saber de qué estamos hablando realmente. Cuando
estas consecuencias se traducen en forma de impacto negativo sobre el entorno
no incluido en el precio de mercado del producto final, es cuando no se lleva a
término la internalización del impacto. Pero es que realmente no es posible dar
valor monetario actual a todas las externalidades, muchas de las cuales son aún
hoy sólo suposiciones, o sencillamente desconocidas, o incluso no consideradas
como perjuicios sino como beneficios.
Por ejemplo, la gestión de los residuos radiactivos generados como
consecuencia de la utilización de las radiaciones ionizantes ya sea para producir
energía eléctrica, o en usos de atención a la salud o en investigación, no puede
internalizarse en el recibo de la luz ni en el coste de un tratamiento o de un
diagnóstico. Se trata de material residual que tiene un período de
semidesintegración que puede oscilar entre treinta y centenares de miles de
años. ¿Como internalizamos hoy las externalidades que se tienen que
desarrollar en un futuro tan lejano?
Desde ya hace unos años, diversos pensadores están proponiendo formas
alternativas de conceptualizar y evaluar el estado de bienestar del mundo, el
estado de salud ecológica, como dice Víctor Toledo (1999).
El desarrollo humano consiste en la libertad y la formación de las
capacidades humanas, es decir, en la ampliación de todo aquello que las
personas pueden hacer y ser. Sin embargo, esta libertad se ve muy restringida si
uno es pobre, está enfermo, es analfabeto, está discriminado, vive en conflicto
violento o se le niega la participación política (PNUD, 2005, pp. 20 y 21).
El Informe sobre Desarrollo Humano 2005 del PNUD, es el decimoquinto
desde que se publicó por primera vez en 1990, y clasifica a los países mediante
el Índice de Desarrollo Humano, un indicador que mide los avances de un país
en función de tres dimensiones básicas del desarrollo: la esperanza de vida, el
logro educacional y el ingreso real ajustado. Aunque el desarrollo humano es
un concepto bastante amplio y complejo, el IDH es una herramienta mucho
más útil que el PIB para medir el bienestar humano (PNUD, 2005, p. 238).
Todos los países que se incluyen en el Índice de Desarrollo Humano se
clasifican en tres grupos atendiendo a los éxitos conseguidos: alto desarrollo
humano (con IDH igual o superior a 0,800) en el que se incluyen 57 países;
desarrollo humano medio (con IDH comprendido entre 0,500 y 0,799) en el
que se incluyen 88 países; y desarrollo humano bajo (con IDH inferior a
0,500) en el que se encuentran 32 países clasificados.
El Estado español ocupa el 21° lugar de esta especie de ranking de 177
países, Níger el último, y Noruega el primero. Por lo que se refiere a la
esperanza de vida, son Swazilandia con 32,5 años seguido de Lesotho con 36,3
años, los dos países con menos esperanza de vida al nacer. También la tasa de
mortalidad de niñas y niños menores de cinco años (por cada mil nacidos
vivos) presenta unas grandes desigualdades entre países. Mientras en el Estado
español es de cuatro, en Tayikistán es de 118 y en Sierra Leona 284 (la más
elevada de los ciento setenta y siete países). En otro orden de cosas, el análisis
de las personas usuarias de internet (por cada mil habitantes) también permite
reflejar la enorme distancia que hay entre los países de alto IDH y los de medio
y bajo. De muchos de los países de bajo y medio IDH no hay ni datos; en
Noruega es de 346, en el Estado español es de 429, en Estados Unidos es de
556 y en Islandia 675; es el país con más personas usuarias de internet por
1.000 habitantes.
Si no perdemos de vista el conjunto de la especie humana ni la totalidad del
planeta, nos daremos cuenta de que «visto el crecimiento de la población
mundial que prevé la ONU, el PIB mundial se tendría que multiplicar por
cinco en cincuenta años para que la renta por cápita aumentase un 3 % anual
en los países en vías de desarrollo, cosa que requeriría un crecimiento
considerable y sostenido durante medio siglo» y en particular en los países más
pobres. Y esto solo será posible con políticas que den prioridad a programas de
educación y de atención sanitaria primaria, que son los que hasta en un
contexto de desarrollo económico débil permiten una mejora de la calidad de
vida de la población, y no con programas que priorizan los gastos militares por
encima de la educación y del desarrollo humano (Mayor Zaragoza 2000, pp.19
y 21) (PNUD 2005, pp. 308 a 311). Y es así como vemos que es necesario
tender hacia a aquel desarrollo que no signifique un gollete que se estrecha ante
el desenfrenado consumo de unos cuantos.
Los derechos humanos ambientales o derechos ecológicos (derecho que tiene
toda persona a nacer y vivir en un entorno sano, no contaminado, y en una
sociedad en paz) chocan con una serie de contradicciones. Por un lado, con el
prejuicio de que economía y medio ambiente son términos opuestos. Como ya
hemos explicado, hay determinadas corrientes de pensamiento dentro del
razonamiento económico que ya empiezan a considerar la naturaleza y los
impactos negativos sobre la misma.
Otra contradicción es la de la oposición entre países del Norte y países del
Sur por lo que afecta a consideraciones sobre su desarrollo y crecimiento, y por
tanto consideraciones sobre qué cantidad de contaminante se puede verter en
el medio, quién puede verterlo, durante cuánto tiempo, y quién paga por los
daños que se produzcan hoy y en un futuro. También se pone sobre la mesa
quién tiene que pagar por los daños efectuados en el pasado y que están
afectando no sólo a los que eran los países emisores de aquel momento, sino a
la totalidad del planeta. Léase cantidades de contaminantes emitidos por los
países industrializados desde hace doscientos años, que son la causa del actual
agravamiento del efecto invernadero o del debilitamiento de la capa de ozono
estratosférico.
Y la tercera contradicción es la tensión entre las generaciones actuales y las
futuras (Mayor Zaragoza 2000, pp.439-446). La humanidad de hoy se apropia
de los derechos de la humanidad de mañana, de manera que amenaza su
bienestar, su equilibrio y a veces su vida con actuaciones de emergencia
precipitadas, no reflexionadas, nada previsoras de las consecuencias que pueden
derivarse, y tampoco para nada preventivas.
CONCLUSIÓN
Es necesario preservar el patrimonio común de la humanidad, el cual no está
formado sólo por los monumentos históricos, el patrimonio natural y el
cultural; sino que «el verdadero patrimonio común de la humanidad, nuestra
riqueza universal, somos nosotros mismos: la humanidad del ser humano»
(Mayor Zaragoza 2000, p. 443). Y en este punto hay que insistir en la ética de
la responsabilidad, asumiéndola a otro nivel, como responsabilidad de
ciudadanos del mundo, tomando conciencia de nuestro lugar aquí, hoy y para
el mañana. Esta responsabilidad nuestra debe posibilitar a las personas del
futuro escoger, y no verse obligadas a asumir las consecuencias de nuestras
decisiones de hoy. Debemos formar personas responsables ante el futuro y, por
tanto, enfatizar la importancia de la educación para favorecer los cambios. «La
educación del futuro deberá enseñar una ética de la comprensión planetaria»
(Morin 2000; p. 69).
A esta prevención hace referencia el Principio de Precaución ideado a partir
de la Cumbre por la Tierra de Río de Janeiro en 1992: si desconoces las
consecuencias no lo hagas. Se trata de la estrategia de tomar decisiones
reversibles, porque «las peores consecuencias de una decisión reversible pueden
evitarse, pero las de una decisión irreversible no pueden evitarse» (Martínez
Alier 1999. p. 15).
La ética del futuro, la nueva ética planetaria, tiene que ser la que prevea en
vez de la que palie. Que vaya por delante de lo que pueda ocurrir o de lo que
tiene que ocurrir para evitarlo.
La nueva ética planetaria debe basarse en nuevos valores, nuevos no porque
los inventemos sino porque los retomamos y los redefinimos haciéndolos
prioritarios en un momento en que el individualismo ha primado por encima
de los intereses de la comunidad. Nuevos valores que superen y perfeccionen
los valores de siempre. O, en palabras de R. Folch (1998), el surgimiento de la
nueva ética ambiental está obligado a desencadenar una subversión de los
valores actualmente vigentes y la proposición de actitudes.
Sólo a partir de un cambio de valores y actitudes empezar a pensar que el
problema ambiental tiene posibilidad de ser modificado. En suma, que la
afectación negativa a la especie humana puede ser corregida.
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LECTURAS
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LAPIERRE, D. MORO, J. (2001). Era medianoche en Bhopal. Barcelona: Planeta.
Película:
Baraka (1992). Dir. y fotografía: R. FRICKE. Producción: M. MAGIDSON.
EE.UU.
Una verdad incómoda (2006). Dir.: AL GORE. EE.UU.
VI.
TEOLOGÍA Y SALUD
1.
¿EN QUÉ SENTIDO PUEDE CONSIDERARSE
LA TEOLOGÍA: UNA PROPUESTA DE «SANACIÓN»?
Teresa Forcades
OBJETIVO
Analizar la relación entre espiritualidad cristiana y salud o proceso de sanación
integral de la persona y la comunidad, a la luz de la paradójica y fecunda
dinámica pascual.
Múltiples pasajes evangélicos confirman lo que san Ireneo expresó en su célebre
frase: «La gloria de Dios es que la humanidad viva» (Adversus haereses, IV:
20,7), ampliamente citada para fundamentar una teología afirmativa de la vida
humana y sensible a sus anhelos y esperanzas, solidaria ante su dolor y siempre
dispuesta a disminuir hasta su eliminación definitiva las lágrimas y el
sufrimiento (Ap 7,17; 21,4). «Yo he venido para que [las ovejas] tengan vida, y
la tengan en abundancia» (Jn 10,10), anuncia Jesús. Y sin embargo, más de dos
mil años después de su resurrección, de su victoria sobre el dolor y la muerte,
sigue vigente la devastadora constatación del salmista que se da cuenta de que
la salud no siempre acompaña a los justos sino más bien a los que ejercen el
mal: [Los injustos] «No se atribulan por su muerte, pues su vigor está entero»
(Ps 73, 4); también Job da testimonio de este hecho y se pregunta por su
sentido: «¿Por qué viven los impíos y envejecen, e incluso crecen sus riquezas?»
(Job 21,7).
Una teología que desee presentarse a sí misma como propuesta de sanación
no puede cerrar los ojos ante el hecho de que, a pesar de la resurrección de
Jesús, en este mundo los ricos siguen engordando y gozando de buena salud
mientras que los pobres, los preferidos de Yahvé y de Jesús, enferman y
mueren, a menudo entre sufrimientos atroces y en la mayoría de los casos
Á
evitables. En los países del África subsahariana muere hoy en día una de cada
catorce mujeres por complicaciones del embarazo-parto (en los países ricos, la
proporción es una de cada cuatro mil); treinta millones del total de cuarenta
millones de infectados por el virus del sida que existen hoy en día en el mundo
viven en los países pobres y un 98 % de estas personas no tiene acceso a ningún
tipo de tratamiento (Forcades i Vila 2006). Las sociedades y las clases sociales
privilegiadas tienen acceso a los recursos terapéuticos que alivian su dolor. Los
pobres sufren más enfermedades y no tienen con qué tratarlas. Job —el justo
enfermo a quien todos desean convencer de que «algo habrá hecho» para
merecer su enfermedad— se rebela ante esta situación y se lamenta: «Uno [el
injusto] muere en la plenitud de su vigor, del todo próspero y en paz; sus
vasijas están llenas de leche y sus huesos rellenos de tuétano. Otro, en cambio,
[el justo] muere con el ánimo amargado, sin haber comido jamás con gusto»
(Job 21,23-25).
Y, sin embargo, tras constatar la dureza y la realidad de la injusticia y la
aparente disociación entre salud moral y salud física, el salmista tiene aún algo
que decir referente a los que obran el mal: «¡Cómo han sido asolados de
repente! ¡Perecieron, se consumieron de terrores!» (Ps 73,19). Job también se ha
dado cuenta de que la aparente victoria y la buena salud de los injustos es
efímera: «¡Cuántas veces la lámpara de los impíos es apagada y viene sobre ellos
su quebranto, y Dios en su ira les reparte dolores!» (Job 21,17). En nuestros
días, constatamos que el índice de suicidios y el consumo de somníferos,
estimulantes y antidepresivos no dejan de aumentar entre las clases más
privilegiadas. Solamente en Estados Unidos se estima que existen más de dos
millones de cutters, esto es, personas (en su mayoría —aunque no únicamente
— adolescentes y jóvenes de familias acomodadas) con síndromes de
despersonalización tan graves que han descubierto que lo único que les hace
sentirse vivos o conectados con la realidad, aunque sea por breve tiempo, es
provocarse el sangrado mediante incisiones en el cuerpo que ellos mismas se
practican con cuchillos o trozos de vidrio. El fenómeno de la autolesión con
sangrado no es privativo de Estados Unidos se da también en Europa y parece
que va en aumento (según un reportaje publicado en e Independent en abril
de 2006, en Inglaterra se autolesionan con este u otros métodos uno de cada
15 niños y adolescentes; Frith, 2006).
La afirmación de san Ireneo que encabeza este apartado tiene una segunda
parte que, aunque no sea tan citada o conocida como la primera, resulta
fundamental para la elaboración de una Antropología teológica que desee
tomar en consideración la experiencia humana de la enfermedad y la salud en
su conjunto. Así, tras afirmar que «La gloria de Dios es que la humanidad
viva», añadió Ireneo: «Y la vida de la humanidad es la contemplación de Dios».
Aunque a primera vista pueda parecer contradictorio, el hecho es que si no
concebimos la vida humana como algo más que vida biológica, queda la
humanidad privada de fundamento en su esperanza intrahistórica y proyectada
solamente al futuro escatológico, el único —según esta interpretación— capaz
de hacer prevalecer la justicia de Dios y mostrar la fecundidad y la eficacia
sanadora de la bondad. Nuestra tesis presupone, por el contrario, que la
fecundidad y la eficacia sanadora de la bondad se pueden experimentar ya en
esta vida, aunque no de la manera como normalmente esperamos.
DESARROLLO
PERSPECTIVAS TEOLÓGICAS SOBRE EL TEMA DE LA EXPERIENCIA DE DIOS Y LA SANACIÓN
NUESTRA TESIS: SOLAMENTE COMO THEOLOGIA CRUCIS PUEDE SER LA TEOLOGÍA UNA PROPUESTA DE
SANACIÓN.
LA BONDAD, ¿FUENTE DE PATOLOGÍA?
EL CASO DE LOS SANTOS
PERSPECTIVAS TEOLÓGICAS SOBRE EL TEMA DE LA EXPERIENCIA DE DIOS Y LA
SANACIÓN
Ante la pregunta (vital, acuciante) del justo que enferma y sufre hasta morir
mientras contempla cómo el injusto engorda y celebra festejo tras festejo (Lc
16, 19-21), caben tres perspectivas teológicas:
Perspectiva ética
Enfatiza la primera parte de la frase de san Ireneo: «La gloria de Dios es que la
humanidad viva» y concibe la vida de la que Dios habla en términos terrenos y
prácticos: ausencia de enfermedad, necesidad y sufrimiento, y presencia de
salud, abundancia y felicidad. La perspectiva ética vincula la enfermedad al
alejamiento de Dios de la propia persona enferma (enfermo = culpable) o de las
personas o estructuras que la rodean (enfermo = víctima) (Forcades i Vila
2004). El presupuesto es que si todos y cada uno nos comportáramos como
debemos, la enfermedad desaparecería de la Tierra. La perspectiva ética
denuncia la injusticia del mundo presente, y estimula a la solidaridad y al
cambio estructural y personal. Paradójicamente, sin embargo, ante la demora
de ese cambio que no llega (tanto a nivel estructural como personal persiste la
injusticia y la falta de solidaridad), la perspectiva ética acaba de hecho
proyectando en el mundo futuro la sanación de los pobres y la felicidad de las
víctimas que tan injustamente enferman y mueren a causa del mal de los otros.
La ventaja de la perspectiva ética es que permite mirar a los ojos el dolor
presente sin disfrazarlo y ofrece fuerza y motivación para trabajar en pro de su
erradicación. Inconveniente: ¿qué significa, entonces —según esta perspectiva
— que el Reino de Dios ya está entre nosotros? ¿De qué manera es eso posible?
¿Lo es solamente como sanación física, constatable empíricamente y visible a
nivel biológico? Si esto fuera así, el Reino de Dios estaría más lejos de los
enfermos que de los sanos. Para los enfermos, ¿el Reino de Dios y la felicidad
que a él asociamos debe ser solamente una esperanza futura? Y para los
enfermos incurables, ¿debe ser solamente una esperanza escatológica? Además,
¿cómo concebir y dar sentido a la enfermedad que no nace del pecado propio
ni ajeno? «Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le
preguntaron sus discípulos, diciendo:“Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para
que haya nacido ciego?” Respondió Jesús:“No es que pecó este, ni sus padres,
sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”». ( Jn 9, 1-3)
Perspectiva estética
Enfatiza la segunda parte de la frase de san Ireneo: «Y la vida de la humanidad
es la contemplación de Dios». Concibe la vida de la que Dios habla en
términos espirituales. Según la perspectiva estética, la plenitud interior y la
salud moral no solamente son posibles en medio de la enfermedad biológica y
compatibles con su agravamiento hasta la muerte, sino que pueden ser
precisamente, y en sí mismas, expresión de una superioridad moral o de una
mayor experiencia de Dios. Salud moral y salud física se disocian aquí de
manera radical. Esta espiritualización de la enfermedad concibe a los injustos
que están sanos como más enfermos (en su interioridad) que los justos que
están enfermos. La ventaja de esta perspectiva es que resuelve en un cierto
sentido, ya en este mundo, la injusticia de las víctimas que mueren sin que sea
reconocido su dolor y la percepción negativa de sí mismos (de su éxito o valor
personal) que pueden tener los enfermos crónicos o incurables. Según esta
perspectiva estética, los pobres (desproporcionadamente más enfermos que los
ricos) no son los perdedores de este mundo, puesto que —si son justos— ya en
esta tierra Dios les favorece en sentido espiritual más que a los ricos, y este plus
en el espíritu de alguna manera les compensa las penalidades materiales y el
exceso de enfermedades que hoy por hoy les toca sufrir. El Reino de Dios (la
plenitud y la felicidad/salud humana, que son la gloria de Dios) no está más
lejos de los enfermos que de los sanos. Más bien al contrario. Inconveniente:
¿cuál es la imagen de Dios que se esconde tras esta aparente generosidad con
los que sufren? ¿No se trata acaso de un Dios en el fondo indiferente e incluso
cruel, que menosprecia el sufrimiento físico y no da importancia a los lamentos
y la desesperación de los que sufren?
Perspectiva pascual
La perspectiva teológica es capaz de superar los límites de las dos perspectivas
anteriores sin anularlas ni menospreciar la fuerza de sus postulados. La
perspectiva pascual concibe el dolor y la enfermedad asumidos en el amor
como fuente de sanación para el mundo, de forma mística y de forma práctica,
sin que podamos controlar el proceso y quizás ni tan siquiera apercibirnos de
él, pero también en los momentos más inesperados con la revelación palpable
de la plenitud divina del amor, de su fecundidad callada y de su fuerza. En el
siguiente apartado, desarrollaré el significado antropológico y el alcance de la
perspectiva pascual a la luz del testimonio de los evangelios.
NUESTRA TESIS: SOLAMENTE COMO THEOLOGIA CRUCIS PUEDE SER LA TEOLOGÍA UNA
PROPUESTA DE SANACIÓN
La expresión theologia crucis tiene su origen en la predicación de Lutero
(capítulo de Heidelberg, 1518), que la contrapuso a la theologia gloriae de la
escolástica medieval, a su parecer excesivamente especulativa y triunfalista. Más
allá de su origen histórico, se utiliza hoy en día esta expresión para referirse a
aquellas perspectivas teológicas que enfatizan el momento dialéctico del
discurso teológico (la discontinuidad entre lo humano y lo divino), sin negar
por ello el valor analógico de la experiencia del amor (la continuidad entre lo
humano y lo divino). Aunque, como veremos, sea el amor indisociable del
sufrimiento mientras haya una sola persona que sufra, resulta obvio que no se
puede identificar con él sustantivamente.
Al inicio de este capítulo, hemos citado el evangelio de Juan a favor de una
teología afirmativa de la vida humana, solidaria con sus anhelos y esperanzas, y
contraria a su sufrimiento: «Yo he venido para que tengan vida y para que la
tengan en abundancia» (Jn 10,10). Debemos ahora añadir el siguiente
versículo de este evangelio: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da
por las ovejas» (Jn 10,11). ¿Cómo interpretar la unidad que forman estos dos
versículos? «Dar la vida» (a diferencia de «compartir la vida») significa
normalmente «desprenderse de ella», «quedarse sin ella», «morir». ¿Por qué
debe el Buen Pastor «dar su vida» para que las ovejas «obtengan la vida» y
puedan vivirla en plenitudsalud? Parece que aquí se afirma que la vida de los
unos (y la salud que es parte constitutiva de su plenitud), es posible sólo gracias
a la pérdida de la vida de los otros: «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno
ponga su vida por sus amigos» (Jn 15,11). ¿Qué significa esto?
El estudio de estos versículos joánicos en la lengua griega original nos ofrece
una primera pista para resolver nuestra contradicción, pues en griego no
leemos «dar la vida perdiendo la vida» sino dar la zoé ( Jn 10,10) perdiendo la
psiché ( Jn 10,11 y también 15,11). Dos palabras, pues, distintas. Dos
conceptos distintos. ¿Cómo caracterizarlos, hoy?
Una posibilidad sería tratar de identificar la psiché con lo que en el
psicoanálisis se conoce como ego, falsa autoimagen o yo ideal. En este sentido,
la vida-zoé se obtendría superando las falsas imágenes de uno mismo, la
mentira sobre uno mismo. Según esta interpretación (más propia de las
místicas orientales que de la mística cristiana), zoé equivaldría a «vida auténtica
o verdadera» (la verdad sobre mí misma que se esconde inconsciente en mi
interior), mientras que psiché equivaldría a «vida no-auténtica, artificial, falsa»
(la imagen que doy de mí misma, mi fachada externa ante los demás y, sobre
todo, ante mí misma: mi falsa conciencia).
El primer problema que plantea una interpretación de este tipo es el
siguiente: ¿cómo puede el Buen Pastor superar por mí —y por cada una de sus
ovejas— la imagen falsa de si que cada uno de nosotros tenemos?; es decir,
¿acaso no es la superación de la falsa auto-imagen una tarea necesariamente
individual?; es más, ¿acaso no es ésta precisamente la tarea individual e
individuante por excelencia según los postulados del mismo psicoanálisis, y de
todas las espiritualidades gnósticas y demás filosofías que se fundamentan en la
máxima del templo de Delfos: «Conócete a ti mismo?»
¿Cómo puede el conocimiento de sí del Buen Pastor liberarme, iluminarme
o salvarme a mí?
No es ésta la única dificultad de las interpretaciones que conciben la psiché
como ego a superar. Junto a la dificultad de vincular el autoconocimiento de
uno a la liberación —directa y eficiente— de los otros, encontramos la
dificultad de hablar de ego a superar en el caso de Jesús, el Buen Pastor, Dios
encarnado. Según Juan 10, 11, queda claro que Jesús tenía psiché (si no la
tuviera, no podría ofrecerla por sus ovejas). Si identificáramos psiché con ego,
deberíamos concluir que Jesús tenía una imagen falsa de sí mismo, fruto del
miedo o el deseo de aparentar. Una tal conclusión contradiría de pleno la
afirmación central de la fe cristiana respecto a la humanidad de Jesús: en todo
igual a la nuestra, excepto en el pecado.
Así, puesto que el evangelio da testimonio de que Jesús participaba de ella,
no podemos concebir la psiché como algo ni remotamente malo o negativo. No
se trata de perder lo malo para ganar lo bueno. No es este el esquema ni la
dinámica paradójica y fecunda del misterio pascual del cual nos beneficiamos,
conforme al cual estamos todos continuamente invitados por Dios a
experimentar nuestra vida, y sin referencia al cual el mensaje de sanación de la
teología quedaría desvirtuado. Identificar psiché y ego equivaldría a adoptar la
perspectiva ética la cual, tal como hemos visto más arriba, acaba —muy a su
pesar— reduciendo al enfermo y al sufriente a culpable o víctima.
Tampoco no nos interesa interpretar estos dos versículos de Juan en
perspectiva estética, a saber, identificando la diferencia entre psiché y zoé con la
supuesta diferencia jerárquica que según ciertas Antropologías platónicoidealistas existe entre vida bio-psicológica o terrenal (psiché) y vida eterna o
espiritual (zoé). Si así hiciéramos, obtendríamos que el Buen Pastor da la vida
bio-psicológica o terrena para que las ovejas obtengan la vida eterna. Esta
interpretación superaría la dificultad de atribuir a Jesús una psiché concebida
como algo negativo o falso (ego). La psiché concebida como vida bio-psicológica
o vida terrena no es ni negativa ni falsa. Pero contraponer vida bio-psicológica
a vida espiritual y vida terrena a vida eterna, equivaldría a estructurar nuestra
experiencia humana de acuerdo con un dualismo espiritualista que tiende a
menospreciar el cuerpo y sus enfermedades y también a desvincularnos de la
historia y de la lucha por construir un mundo mejor aquí abajo. Por esto no
nos resulta satisfactoria.
Cabe, sin embargo, interpretar la psiché no como falsa identidad (ego) ni
como vida bio-psicológica contrapuesta a la vida espiritual, sino, simplemente,
como la vida de la cual tengo responsabilidad; mi vida, por tanto, en tanto que
ésta (en la tierra y en el cielo) depende de mí, de mi libertad intransferible. La
psiché sería entonces mi persona (entera, unidad bio-psico-espiritual
indivisible) concebida como mi proceso de subjetivización, como el espacio
inalienable de mi responsabilidad en el mundo. Ésta es la vida que nos define
como sujetos (cf. Lc 9,25) y que el Hijo en su encarnación asume. El Buen
Pastor nos enseña que solamente en el amor podremos poseer la propia
libertad. Solamente en el don de sí nos subjetivizamos y hallamos la vida que
no muere. No se trata de ejercer nuestra libertad individual (concebida como
previa al acto amoroso) en el amor, sino de recibir nuestra libertad, nuestra
mismidad inalienable, en el mismo momento del don de sí. La psiché (nuestra
mismidad) la poseemos dándola y abriéndonos al don de sí que nos ofrecen los
otros. Este diálogo de amor total es la zoé (vida eterna, vida que no muere, vida
sana en el sentido más pleno y más empíricamente comprobable). La psiché
(vida individual) es el momento personal de la zoé (vida compartida). Una no
puede existir sin la otra.
A diferencia de la superación del ego falso, el don de si es gratuito y
recíproco. Es gratuito porque no está motivado por el deseo de ser mejor, de
conocerme mejor a mí misma o de superar mis problemas, sino únicamente
por el amor (como una rosa ofrece belleza). Es recíproco porque es don, va
dirigido hacia alguien a quien necesariamente considera (si no, no sería amor)
un interlocutor, un igual, alguien capaz también de amar (así es como Dios nos
ama y nos considera a nosotros capaces de amar; cf. Lc 6,36).
La vida eterna (zoé) así concebida es vida nueva que se experimenta no
solamente de forma mística, sino de manera eminentemente práctica. Cuando
nos amamos los unos a los otros procurando el bien mutuo, nuestra vida se
transforma palpablemente, visiblemente. Especialmente si somos enfermos y
dependemos de los demás para sobrevivir. En el Nuevo Testamento, la
supervivencia, es decir, la vida en tanto que materialidad y sustento, se designa
con un tercer substantivo: bíos que, junto con psiché y zoé, componen la tríada
antropológica cristiana. La tríada bíos-psiché-zoé, aunque superficialmente
pueda parecer paralela a la tríada platónica cuerpo-mente-espíritu, es en
realidad muy distinta y no debe ser interpretada de acuerdo con los postulados
idealistas. La tríada platónica es dualista y jerárquica (la mente domina el
cuerpo; el espíritu domina la unidad mente-cuerpo). La tríada (o la
Antropología) bíblica es unitaria y no jerárquica: «Quien quiera salvar su vida
(psiché), la perderá, pero quien la pierda por mí, la encontrará» (Mt 16,25).
Esta afirmación aparece, con ligeras variantes, en los tres evangelios
sinópticos (Mc 8,35; Mt 16,25; Lc 9,24). En el evangelio de Marcos y en el de
Mateo, el pasaje aparece justo después de que Jesús haya llamado a Pedro
Satanás por negar que Jesús deba sufrir y haya anunciado: «Quien quiera venir
conmigo, que cargue su cruz y me siga» (Mc 8,34; Mt 16,24). A Pedro le dice
también Jesús que sus criterios no son los de Dios sino los de los hombres (Mc
8,33; Mt 16,23). ¿Dónde queda, en este contexto, la luminosa afirmación de
san Ireneo: «La gloria de Dios es que la humanidad viva?» ¿No parece más bien
que Jesús sitúa los planes y pensamientos de Dios en contraposición a nuestros
anhelos humanos de plenitud y de ausencia de sufrimiento? La respuesta es un
rotundo no. La afirmación de Ireneo sigue en pie. Jesús no la contradice en
absoluto, simplemente —y esto es decisivo— le añade realismo. En su palabra
y en su vida, Jesús sitúa el anhelo de Dios para nosotros (anhelo de que la
humanidad viva; de que todos tengan vida y la tengan en abundancia) en el
contexto histórico y concreto de nuestras circunstancias. Si la vida que Dios
nos ofrece y para la que Dios nos ha creado es la vida feliz que encuentra su
plenitud en el amor compartido, intentar vivirla, ponerla en práctica, en el
mundo tal como está, sin lugar a dudas nos hará sufrir y nos pondrá a prueba
la salud e incluso —si somos bastantes coherentes— puede que nos reduzca la
esperanza de vida (como le ocurrió a Jesús). Lo importante es destacar que esta
aparente división entre vida biológica y vida espiritual no responde a un
dualismo que las opone de modo intrínseco o necesario. A diferencia de lo que
ocurre en la perspectiva estética, en la perspectiva pascual vida espiritual y vida
biológica no pueden contraponerse, pero tampoco pueden identificarse ni es
posible fijar su relación de manera que aumenten o disminuyan al unísono.
No. Puede darse el caso que aumente la vida del espíritu mientras disminuye la
vida biológica y, al revés, puede aumentar la vida biológica a medida que
disminuye la vida del espíritu. Por ejemplo, si alguien abandona a su suerte a
su hermano enfermo con una infección altamente contagiosa, probablemente
se salvará de contraer la enfermedad —aumentará su vida biológica— pero
sólo a costa de disminuir mediante su acto de desamor no únicamente la vida
del Espíritu en si mismo tal y como afirmaría una Antropología dualista, sino
también —y ahí ponen el acento Yahvé y Jesús— la vida biológica (terrenal,
física, palpable, concreta) de su hermano. Es en la solidaridad de toda la
humanidad donde se cumple la afirmación de Ireneo de forma no dualista: «La
gloria de Dios es que la humanidad (entera, sin exclusiones) viva.»
LA BONDAD, ¿FUENTE DE PATOLOGÍA?
El caso de Tatiana y Jelena
Tras la guerra de los Balcanes, la psiquiatra británica Lynne Jones llevó a cabo
un estudio entre los niños serbios en la ciudad de Foca (Bosnia) ( Jones 2005).
Su objetivo era analizar el estado de salud de estos niños y la relación entre su
salud y sus ideas políticas. Para apreciar en toda su extensión los resultados de
Jones, debe tenerse en cuenta que el 70 % del territorio de Bosnia-Herzegovina
(que contaba al inicio de la guerra con 4,35 millones de habitantes: 44 %
musulmanes eslavos, 32 % serbios y 17 % croatas), fue ocupado por el ejército
serbio en solamente seis semanas y que durante y tras la ocupación se llevaron a
cabo de forma sistemática operaciones de limpieza étnica que consistían en la
expulsión, cuando no directamente en la matanza, de la casi totalidad de la
población musulmana. Antes de la guerra, la población de Foca era de unos
cuarenta mil habitantes —52 % musulmanes, 45 % serbios— que convivían
desde hacía siglos tan estrechamente que los niños ni tan siquiera sabían si ellos
y sus familias eran serbios o bien musulmanes. Tras la guerra, la población de
Foca quedó reducida a 15.000 habitantes, todos serbios.
15.000 habitantes, todos serbios.
Jones estudió en la posguerra inmediata durante un año seguido (1997-98) a
un grupo de 40 niños y niñas serbios de 14 años que vivían en Foca. Estos
niños tenían 9 años cuando empezó la guerra (1992). Jones regresó a Foca en
2002 para entrevistarlos de nuevo. Entonces contaban con 19 años.
Aportamos a continuación algunas de las respuestas de dos de las muchachas
del estudio: Tatiana y Jelena.
Tatiana
Tatiana ha vivido siempre en Foca. Justo antes de que empezara la guerra le
preguntaron en el patio del colegio si ella era serbia, croata o musulmana.
Tatiana (que, como todos los niños del estudio, es serbia) no tenía idea de cuál
era su nacionalidad, pero dijo «musulmana» porque le gustaba como sonaba el
nombre y le pareció que ésa era la palabra más bonita.
Tatiana (a los 14 años): «No estoy contenta; me gustaría volver a ver a mis
amigas musulmanas; ¿por qué han destruido nuestra infancia?; el ambiente de
Foca ha cambiado y no me gusta nada».
Tatiana (a los 19 años): «Me resulta indiferente si los musulmanes vuelven o
no a Foca; yo no tengo nada en común con ellos; nosotros no le hemos quitado
nada a nadie; tengo cosas más importantes de qué ocuparme; yo no he visto
ninguna de las masacres de musulmanes, quizás hayan ocurrido, pero yo no las
he visto, no se puede saber a ciencia cierta si han ocurrido, en una guerra sufre
todo el mundo; cuando me preguntan digo que soy serbia, no digo que soy de
Bosnia porque entonces podrían confundirme con una musulmana; no tengo
nada contra los musulmanes, pero yo no lo soy; soy serbia, pero no soy
nacionalista».
Tatiana se encuentra bien de salud, está bien integrada en su entorno, sus
estudios progresan correctamente y se siente llena de planes y esperanzas para el
futuro.
Jelena
Jelena fue desplazada de su ciudad natal, Sarajevo, y a su padre lo mataron
durante el primer mes de la guerra.
Jelena (a los 14 años): «Antes de la guerra no nos odiábamos; la culpa la
tienen los políticos; me gustaría que volviéramos a vivir juntos».
Jelena (a los 19 años): «Las matanzas de musulmanes a manos de los serbios
(especialmente en Srebrenica) fueron horribles; murieron muchos niños y
mujeres que no podían defenderse; no puedo hablar con nadie de todo esto y
me siento muy sola; me gustaría que los musulmanes volvieran a Foca».
Jelena no se encuentra bien. Duerme y come mal, está tensa y enferma con
frecuencia. Sus notas han bajado mucho y más de una vez ha pensado en
suicidarse.
Las conclusiones del estudio de Jones (aun corrigiendo por factores
individuales como sería, en el caso de Jelena, la muerte de su padre) fueron
claras:
Sostener opiniones políticas contrarias a las de tu comunidad, aunque
sean éticamente correctas y fácilmente demostrables, es fuente de
patología.
Los niños serbios más sanos son los que más se distanciaron de lo que
había ocurrido evitando las contradicciones, aceptando la explicación
oficial de su comunidad, abandonando todo interés por restablecer
lazos intercomunitarios y reduciendo a cero su empatía con los
perdedores musulmanes.
Los niños que desean aún que sus vecinos vuelvan a sus casas y que
persisten en reconocer su humanidad común con los musulmanes
tienen peores indicadores de salud, tanto física como psíquica.
EL CASO DE LOS SANTOS
Seguramente no puede decirse que los santos sean en general personas más
sanas que las demás. Muchos santos sufren enfermedades diversas que a veces
se curan pero que suelen agravarse a medida que aumenta su santidad. Santa
Teresa de Jesús —cuyas obras siguen aún hoy maravillando y ayudando a
personas de todo el mundo a vivir su vida con más plenitud y sentido— parece
que no gozó a lo largo de su vida de muy buena salud; se especula con que
quizá padeciera epilepsia, y ella por su parte alude en más de una ocasión en
sus escritos a un dolor de cabeza continuo que no le permite concentrarse
como querría. Santa Teresa de Lisieux, otra testimonio de una admirable y
profunda experiencia de Dios, fue al parecer la única monja de su convento
que enfermó de tuberculosis hasta el punto de morir a los 24 años. San
Francisco de Asís padeció al final de su vida una enfermedad en los ojos que lo
dejó prácticamente ciego.
Entre las posibles causas del exceso de patología de los santos se halla en
primer lugar el desgaste físico ocasionado por el continuo servicio a los
hermanos o hermanas de comunidad y a los más pobres y desfavorecidos de sus
sociedades. También, de acuerdo con los resultados de Jones, cabe aludir a la
disonancia cognitiva ocasionada por las discrepancias con la propia comunidad
o con la Iglesia institucional (san Benito tuvo que irse del primer monasterio
que había fundado porque no lo querían sus hermanos; san Francisco fue
virtualmente expulsado de la orden que lleva su nombre, san Juan de la Cruz
fue excomulgado por el nuncio papal). No podemos tampoco olvidar la
envidia y malos tratos de los superiores o hermanos (santa Teresa de Lisieux y
san Juan de la Cruz no fueron cuidados ni alimentados suficientemente
durante sus respectivas enfermedades). En palabras del profeta Isaías, más
adelante aplicadas a Jesús y, en Él, a todos los que con Él se identifican:
«Despreciada y desechada entre la humanidad, su humanidad singular,
humanidad de dolores, “acostumbrada a la enfermedad”; y como que
escondimos de ella el rostro, fue menospreciada y no la estimamos.
Ciertamente llevó ella nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero
nosotros la tuvimos por azotada, como herida y afligida por Dios!» (Is 53, 3-4).
El sufrimiento y la enfermedad, por sí mismos, no aceleran la venida del
Reino (la sanación del conjunto de la humanidad, su plenitud). Solamente el
amor es capaz de acelerarla. Ahora bien, allí donde se experimenta sufrimiento
y enfermedad, es un hecho que se multiplican las ocasiones de amar en sentido
concreto y palpable, tanto por parte de la persona enferma como por parte de
quienes se preocupan por ella. Quizás podamos interpretar en este sentido la
respuesta de Jesús a sus discípulos (ya citada): «Al pasar Jesús vio a un hombre
ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: “Rabí, ¿quién
pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?”. Respondió Jesús: “No es
que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios [obras de amor] se
manifiesten en él”». ( Jn 9, 1-3)
La humanidad está formada por personas individuales que constituyen a la
vez una unidad orgánica. Somos un solo cuerpo y lo que nosotros sufrimos con
amor lo ahorramos a otros. Esto no significa —de ninguna manera— que Dios
utilice a algunas personas como instrumentos de sanación para otras personas.
Como muestra el debate contemporáneo sobre si es ético o no traer un hijo al
mundo con el propósito de obtener las células necesarias para sanar a su
hermano enfermo, el valor de cada persona es absoluto, personal e
intransferible. Ahora bien, el sufrimiento con amor implica una relación
especial con las propias circunstancias. Una relación que solamente es posible y
se sostiene gracias a mi libertad (a su vez sostenida y alimentada por el amor
libre de Dios). La comunión orgánica con las hermanas no es un regalo extra
que Dios reserva para los que progresan suficientemente en la vida espiritual.
No. La comunión orgánica no es una opción. Es una realidad. Lo quiera o no,
mis alegrías y mis dolores afectan a los demás y las alegrías y dolores de los
demás me afectan a mí. La comunión orgánica hace posible que nos amemos.
A causa de ella compartimos también el dolor y las consecuencias del mal. Por
esto, aceptando el sufrimiento o la enfermedad con amor (lo cual no significa
con pasividad o con síndrome de víctima) llevo a cabo, efectivamente,
palpablemente, algo positivo por los demás. No a través de una mística extraña,
forzada u hostil a nuestra humanidad y a nuestro deseo de felicidad y salud
sino, simplemente, porque si no devolvemos mal por mal, si no proyectamos
nuestro dolor físico o nuestro malestar en los otros ni los culpamos o
tiranizamos, es como si les transfundiéramos directamente vida y esperanza. Es
muy difícil no quedar impactado por alguien que carga con su enfermedad con
elegancia y se preocupa, sin por ello negar sus propios límites y dolores, por el
bien de los demás. Resulta claro que si no cruzamos al otro lado del camino
como el fariseo y el levita (cf. la parábola del buen samaritano Lc 10, 30-37), y
compartimos en cambio siempre que se nos presenta la ocasión, las cargas de
nuestras hermanas, sufriremos y quizás enfermaremos o incluso moriremos a
causa de ello. En palabras que la priora Ana de Jesús dedicó a san Juan de la
Cruz, tras haber sido éste excomulgado por el nuncio y hallándose enfermo y
perseguido por los hermanos de su propia orden:
Quien no sabe de penas
En este triste valle de dolores,
No sabe cosas buenas
Ni ha gustado de amores,
Pues penas es el traje de amadores.
CONCLUSIÓN
Solamente si consideramos a la humanidad como un todo orgánico podemos
hablar de la teología como propuesta de sanación. A nivel individual, la
profundización espiritual puede ser causa indirecta de un aumento de patología
o incluso la muerte.
En la actual comunidad monástica de Bose (Italia), se puede admirar una
pintura mural que representa a un monje joven cargando a sus espaldas a un
monje anciano. Al pie de esta pintura puede leerse la siguiente inscripción:
«¿Quién carga a quién?» También el lema de los Traperos de Emaús de Gran
Bretaña nos recuerda que las cosas no son siempre tal como aparentan y que los
más desvalidos y faltados de todo son a veces quienes más tienen y quienes más
ofrecen: «To offer a bed and a reason to get out of it every morning»; esto es: «A
fin de ofrecer una cama y una razón para levantarse de ella cada mañana».
Según los traperos de Emaús, los ricos pueden ofrecer la cama y los pobres la
razón necesaria para levantarse de ella. Los ricos/sanos ofrecen —a veces,
cuando se sienten caritativos— ayuda material; los pobres/enfermos ofrecen —
siempre, en su mismo ser— acceso al sentido profundo de la vida.
La profundización espiritual puede provocar indirectamente (a través de su
interacción con un mundo preocupado por otros asuntos) una disminución de
la salud de la persona. Lejos de ser ésta una situación querida por Dios, la
disociación entre vida espiritual y vida biológica representa un escándalo
frontalmente contrario a sus planes que la teología no puede dejar de
denunciar, a la vez que proclama y da testimonio de la profundidad insondable
del misterio del amor, capaz de alcanzar el núcleo más íntimo de la persona
enferma y de sanar desde ahí, juntamente con ella, el mundo.
BIBLIOGRAFÍA
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LECTURAS
Pintura:
PICASSO, P. (1897). Ciencia y Caridad. Barcelona: Museo Picasso.
VII.
BIOÉTICA
1.
DE LA ÉTICA A LA BIOÉTICA
Antoni Nello
OBJETIVO
Dar a conocer la bioética, su origen, su alcance, su importancia y su marco de
comprensión en aras de una adecuada atención a la salud humana.
Cuando parece que todo está permitido, que imperan las libertades
individuales de manera absolutamente indiscriminada, se va abriendo paso,
desde hace unos años, la exigencia de calidad en las prestaciones profesionales,
especialmente en el ámbito sanitario. Y junto a la exigencia de calidad, se va
perfilando el nuevo papel del paciente en el ámbito de la atención sanitaria, un
papel que le hace más protagonista de su propia salud y de las intervenciones
que a ella y a su mantenimiento van dirigidas. Esa exigencia nos lleva del
paternalismo clásico del profesional de la salud hacia su paciente, a la llamada
judiciliación de la atención sanitaria, en la que el paciente se ha convertido en
usuario reivindicativo de un bien básico del que reclama su obtención eficaz en
consonancia con la comprensión que él tiene de «salud» y de «atención
sanitaria». A la vez los avances científicos y tecnológicos nos prometen nuevas y
esperanzadoras posibilidades de intervención sobre la vida del hombre y su
salud. Este es el escenario en el que surge y del que se nutre la bioética. De su
adecuada comprensión queremos tratar en este capítulo.
DESARROLLO
EL ESTALLIDO DE LAS ÉTICAS APLICADAS EN EL AHOGO DE LA ÉTICA
LA BIOÉTICA COMO VANGUARDIA Y FRONTERA DE LAS ÉTICAS APLICADAS
EL MARCO CONCEPTUAL DE LA ÉTICA PROFESIONAL Y SU CONCRECIÓN SANITARIA: LA
RESPONSABILIDAD SOCIAL
DE LA ÉTICA PROFESIONAL CONVENCIONAL A LA ÉTICA DE LOS ACTOS PROFESIONALES:
LA CORRESPONSABILIDAD COMO MARCO
DE UNA VERDADERA ÉTICA SANITARIA
HACIA UNA BIOÉTICA AL SERVICIO DE LA ATENCIÓN SANITARIA
EL ESTALLIDO DE LAS ÉTICAS APLICADAS EN EL AHOGO DE LA ÉTICA
La bioética nace en el marco de las éticas aplicadas y lo hace, precisamente, en
un momento de crisis de la ética. Así, mientras la ética empieza a cuestionarse
sobre su posibilidad, las éticas aplicadas aparecen como la necesaria
organización responsable de las profesiones en la medida en que éstas
responden a bienes básicos de la sociedad y dirigen sus servicios a ciudadanos
que reclaman calidad y prontitud. Resulta paradójico, de una paradoja
interesante, que se resuelve en una necesaria dialéctica entre lo objetivo, y por
ello imponible, y lo subjetivo, y por eso mismo respetable.
La ética trata de la buena vida, buena en el noble sentido de vida acertada. Es
una disciplina antigua, que camina en paralelo a la filosofía.
La pregunta sobre el ser, y sobre el hombre, rápidamente se convierte en la
pregunta sobre la manera adecuada de ser y de actuar del hombre. En la
historia del pensamiento occidental, del pensamiento que viene del mundo
griego y será absorbido por el cristianismo, encontramos, ya en sus orígenes,
tratados de Ética. La ética aristotélica del bien, entendido como felicidad y
plenitud, y plasmada en su Ética a Nicómaco, o la ética platónica, ética idealista
y ascética que aspira siempre a los valores del espíritu y distribuida en los
Diálogos de Platón, o la ética estoica, ética que reclama la sabia adecuación del
hombre al orden natural y que tanta influencia tendrá en el naciente
cristianismo, dan razón de la presencia constante de la Ética en nuestro bagaje
conceptual. La ética trata, por lo tanto, de la manera humana de ser y de obrar,
una manera que obliga al hombre si éste no quiere perder precisamente su
humanidad, su dignidad.
Pero la historia ha sido larga, en un proceso que va interrogándose sobre la
entidad y el alcance de la ética. En determinados períodos se ha acentuado la
importancia del hacer del hombre, de su conducta, de sus actos. En otros se ha
puesto el acento sobre su personalidad, sobre su carácter, sobre su manera de
ser hombre, subrayando entonces la importancia de las buenas intenciones
como la digna manera de ejercer la humanidad. Y en este debate, a veces áspero
y crudo, se ha ido marcando una distinción que es hoy convencional: la
distinción entre ética y moral. Mientras la primera pretende precisamente dar
razón del discurso sobre la bondad del hombre, la segunda se limitaría a
establecer las normas operativas que deben presidir el actuar del hombre.
La distinción entre ética y moral es discutible porque en realidad la mayor
diferencia entre ellas proviene de su origen lingüístico: mientras la ética
procede del griego ethos, la moral procede del latín mos. Ambas deberían
expresar lo mismo. Pero la distinción que hoy se establece, por encima de su
acierto al atribuirla a la diferencia entre ética y moral, es importante y acertada:
¿de qué hablamos cuando hablamos de ética?, ¿podemos hablar de ética?,
¿existe una ética universal, válida para todos los hombres?, ¿cuál es su
fundamento epistemológico y cuáles sus condiciones de posibilidad?... Todas
éstas son las cuestiones propias de la ética, cuestiones fundamentales, fundantes
y previas a las cuestiones morales, más propias de la reflexión sobre los
principios y normas operativas que deben regir el humano vivir, individual y
colectivo.
Kant fue el primero en hacer la crítica de la ética. Desde su Crítica de la
razón pura hasta su Crítica de la razón práctica y su Metafísica de las costumbres,
el gran pensador plantea una cuestión fundamental: ¿cómo podemos sustentar
rigurosamente un pensamiento ético que se quiera objetivo y universal? Y esta
pregunta, en el marco del objetivismo científico, enraizado en la experiencia
empírica como fuente y verificación del conocimiento, no es una pregunta
banal. Su respuesta ya nos da la medida de las dificultades para elaborar un
pensamiento ético: la afirmación del imperativo categórico, de aquello que se
impone por encima de la experiencia empírica a propósito de algo tan subjetivo
como son el bien y la bondad, y que se formula en términos de una única
norma universal de conducta, «haz a los demás aquello que puede ser elevado a
norma universal de conducta», muestra la dificultad para justificar un discurso
ético que sea incontestable.
Pero la contestación del discurso ético se ha abierto camino. Y éste es el
escenario contemporáneo: un escenario que llamamos eufemísticamente
«posmodernidad» y que postula la desaparición de la metafísica, de verdades no
empíricas indiscutibles. Y con la desaparición de la metafísica, postula,
obviamente, la desaparición de la ética, de un saber que formule la adecuada
manera de ser y de actuar de los hombres, dejándolo todo a la libre, personal,
íntima y subjetiva interpretación. ¿Y no es así como concebimos la ética en
nuestras sociedades occidentales, abiertas y democráticas? ¿No es verdad que
cada uno reclama el derecho a vivir según su personal manera de entender la
vida? ¿No es menos verdad que el debate social sobre muchos temas rugientes
se resuelve, frecuentemente, en un «haga cada cual según su parecer»? La vida
familiar, la vida afectiva y sexual, la convivencia social y política, el uso del
tiempo libre, las aplicaciones de las nuevas tecnologías al ámbito de la
reproducción, las decisiones a propósito de la propia salud... ¿no son cuestiones
sobre las que el ciudadano reclama cada día mayor autonomía?
En este escenario de crisis aparecen las éticas aplicadas. Paradójicamente, los
mismos ciudadanos que reclaman subjetividad en su toma personal de
decisiones, reivindican objetividad en las intervenciones profesionales que se les
ofrecen socialmente y objetividad en la formulación del marco conceptual en el
que se inscribe la democracia como tutela y servicio de las libertades
individuales. Y esta exigencia es el crisol contemporáneo de lo que venimos
llamando ética aplicada, recogiendo y matizando el antiguo apelativo de
deontología profesional. No se trata de resolver aquí la paradoja, crisis de la
ética y emergencia de las éticas profesionales, sino simplemente de dejar
constancia de ella, porque en muchos temas de bioética esta paradoja se
manifestará duramente en el momento de formular la buena conducta
profesional en el ámbito de la salud.
LA BIOÉTICA COMO VANGUARDIA Y FRONTERA DE LAS ÉTICAS APLICADAS
La bioética aparece en el marco de la emergencia de las éticas aplicadas. Pero es
ciertamente más antigua que ellas, aun más, propiamente hablando, la bioética
entendida como ética profesional representa la materialización primera del
ejercicio profesional, entendido éste como un ejercicio de responsabilidad que
debe atenerse a unas obligaciones. Así el juramento hipocrático, el juramento
que se hace remontar a Hipócrates de Cos en el siglo IV antes de Cristo,
juramento vinculante que debe presidir el ejercicio y la función social de la
medicina, es el primer código deontológico que conocemos.
Sin embargo, el término moderno de bioética se empieza a utilizar en la
década de los setenta del siglo apenas concluido. Y lo hace plenamente en
1971, de la mano de Van Rensselaer Potter (1911-2001), bioquímico
norteamericano que con su obra Bioética: puente hacia el futuro quiere describir
una disciplina que afronte la integración entre biología, ecología, medicina y
valores humanos. La bioética pretende, en concreto, hacer frente a los retos que
los nuevos conocimientos científicos, y especialmente sus aplicaciones
tecnológicas, plantean al quehacer sanitario, médico en primera instancia. No
es de extrañar que así sea: nunca el hombre había tenido tantas posibilidades de
intervenir sobre la misma vida humana, desde su concepción hasta su muerte.
El primer transplante de corazón marca un hito y un punto de no retorno a
partir del cual asistimos, a veces atónitos, a las nuevas posibilidades
«terapéuticas»: control de la natalidad, fecundación asistida, inseminación
artificial, intervención sobre el embrión, clonación, ingeniería genética,
trasplantes de órganos, mantenimiento asistido de la vida... la lista es larga y
cada día se nos ofrecen nuevas y más sofisticadas posibilidades. Y en este
escenario aparecen, lógicamente, las nuevas estrategias de investigación
sanitaria y los nuevos mercados de investigación y producción farmacológica.
Es normal, y sano, que en este escenario aparezca la voz de la conciencia
reclamando un marco ético para todas estas prácticas. Y así surge la bioética.
Así y, digámoslo ya, con su propio pecado original, su focalización casi
exclusiva, cuando no excluyente, sobre los temas más espinosos de la tarea
sanitaria.
Pero la bioética no anda sola. Los cambios científicos y tecnológicos y los
nuevos horizontes ideológicos, no afectan sólo al ámbito de la salud humana.
Los nuevos medios de comunicación con su poder de convocatoria y de
concienciación o de manipulación, la relación del hombre con su entorno y la
amenaza de desastre ecológico, el uso de nuevas fuentes de energía, los nuevos
escenarios geopolíticos con los fenómenos de hambrunas, genocidios,
migraciones, el desarrollo de los derechos humanos que desde su declaración
básica en 1948 se han desarrollado ulteriormente con los derechos llamados de
segunda generación, derechos de igualdad, que conciernen especialmente a la
necesidad de generar servicios al servicio de la ciudadanía, y con los derechos
llamados de tercera generación, o derechos de solidaridad, que conciernen a la
protección contra los desafíos que presentan las nuevas tecnologías en aras de
una vida de calidad en equilibrio con el medio ambiente... Todos ellos son
acontecimientos que interpelan al hombre sobre la adecuada manera de ser, de
vivir y de convivir en función de un objetivo indiscutible, una sociedad
verdaderamente humana y humanizante.
La bioética forma parte, así, del abanico de las éticas aplicadas en el ámbito
de la salud y de la vida humanas. Y forma parte, también, del creciente abanico
de las éticas profesionales que quieren marcar los deberes que incumben a los
profesionales en la administración de un determinado servicio que, por su
relevancia, requiere un ordenamiento que sea a la vez cauce para su ejercicio y
declaración de las expectativas que puede tener el ciudadano que lo recibe.
La bioética, sin embargo, representa algo muy peculiar en este marco de
éticas aplicadas y éticas profesionales. Precisamente porque trata de algo tan
importante como es la vida humana, su salud y las humanas posibilidades de
intervenir sobre ambas, la bioética se ha erigido en vanguardia y frontera de las
éticas aplicadas. Es en la reflexión bioética donde se marcarán las pautas que
después recogerán el resto de éticas aplicadas y éticas profesionales. Serán sus
principios y criterios los que incidirán en las otras reflexiones éticas. Baste
como ejemplo la formulación de los tres principios fundamentales de la
bioética postulados por Beauchamp y Childress en 1979, los principios de
beneficencia, de autonomía y de justicia, que han servido de pauta, incluso en
su discusión y en los intentos de generar sus alternativas, y de punto de partida
para toda la reflexión ética profesional que se desarrolla en otros ámbitos.
EL MARCO CONCEPTUAL DE LA ÉTICA PROFESIONAL Y SU CONCRECIÓN SANITARIA: LA
RESPONSABILIDAD SOCIAL
El concepto de profesión conlleva, de manera esencial, el sentido de la
responsabilidad. Y ello, en el caso de la bioética, adquiere todavía un cariz de
mayor gravedad. La profesión, a diferencia del oficio, expresa aquel trabajo que
responde y sirve a una necesidad básica de la sociedad. De ahí la seriedad con la
que la sociedad encauza la formación de los futuros profesionales y su ejercicio
público y privado. De ahí la responsabilidad inherente a toda profesión, la
exigencia de que el ejercicio de la misma se haga en calidad y humanidad.
Es cierto que actualmente, en el lenguaje coloquial, la distinción entre
profesión y oficio es más difuminada, casi inexistente. Tendemos a asociar el
término profesión a un trabajo remunerado, y entonces no hay fronteras que
distingan entre los diversos trabajos. También asociamos la profesionalización a
la seriedad en el ejercicio de cualquier trabajo, de manera que la
profesionalización se convierte en sinónimo de calidad y seriedad,
contrapuestas a un trabajo improvisado, desorganizado o incluso sometido al
libre albedrío por haberse forjado en términos de voluntariado. No hay porque
discutir estos sentidos que damos al término profesión.
Pero es bueno recordar que originariamente la calificación de profesiones se
reservaba precisamente a aquellos trabajos que por su importancia social,
porque respondían a necesidades básicas de la ciudadanía, suponían un
prestigio y una importancia muy por encima de los demás trabajos y tareas que
el hombre hacía. Ese es el caso, indiscutible y primero, de la medicina. El
médico es un profesional porque sirve a algo tan esencial y necesario como es la
salud de las persona. Pero también es el caso de las otras profesiones. El
abogado sirve para tutelar los derechos de los individuos. El juez imparte
justicia. El maestro es el vehículo de la educación básica.
En una sociedad cambiante, y la sociedad moderna está sometida a cambios
trepidantes y cada vez más acelerados, es normal que aparezcan nuevas
profesiones, que se perfilen mejor algunas que ya existían o que se ordene de
manera más socializada su ejercicio. La aparición de la sanidad pública, o de la
enseñanza pública, son fenómenos no tan antiguos en la historia de la
humanidad y expresan, precisamente, la voluntad social de garantizar a los
ciudadanos la satisfacción de esas necesidades consideradas básicas para su
bienestar. Es éste un escenario dinámico que en su misma dinámica impide
una mirada definitiva, sincrónica, pero permite afirmar precisamente la
creciente sensibilización social hacia el ejercicio de las profesiones.
La profesión, así, comporta una responsabilidad especial por parte de quien
la ejerce. Porque responde a una necesidad básica de las personas, ya se ha
dicho, pero también, y eso es muy importante, porque en la satisfacción de esas
necesidades dibuja un escenario en el que de una parte se halla el profesional, el
entendido, mientras que por la otra se encuentra el ciudadano, un ciudadano
en situación de precariedad porque necesitado (a nadie, excepto en casos
patológicos, le gusta sentirse mal, ni ir de médicos) y porque es dependiente
(nadie, en principio, sabe curarse a sí mismo y por sí mismo). Este escenario es
de una asimetría formal, asimetría que en el caso sanitario bien refleja la misma
terminología de médico-paciente, reservando al segundo una connotación de
pathos a la par que de paciencia, de dependencia, de sujeto pasivo que recibe la
atención por parte de otro.
No podemos ignorar que el mundo cambiante, en especial el primer mundo,
ha equilibrado progresivamente esta asimetría. La creciente culturización de la
sociedad, la democratización social conseguida, hacen que el ciudadano no
desee sentirse «paciente» sino «agente» en todo aquello que le concierne,
incluida la satisfacción de sus necesidades básicas. Quiere, exige incluso a través
de asociaciones de usuarios, que se le tenga en cuenta. Y consigue, incluso,
pero de manera no exenta de peligros, unas altas costas de autorresolución de
las necesidades básicas: la automedicación, con sus ventajas y sus peligros, la
formación autodidacta a través de los nuevos medios de comunicación
cognoscitiva, con sus posibilidades y sus nuevas dependencias y limitaciones en
función de las fuentes del conocimiento...
Aun así, en este escenario equilibrante y democratizado que tendrá enorme
repercusión en la reflexión sobre las éticas profesionales, como se verá en el
siguiente capítulo, debemos reafirmar la asimetría entre el profesional y el
receptor de los servicios profesionales. Y esta asimetría genera responsabilidad,
una responsabilidad que históricamente se ha plasmado en la elaboración de
códigos deontológicos, códigos que expresan de manera pública y constrictiva
las obligaciones a las que está sometido un profesional en el ejercicio de su
profesión.
En definitiva, la profesión expresa un servicio que se ofrece a las personas,
que responde a un bien básico para ellas y que, precisamente por eso, está
socialmente canalizada, ya sea en la formación previa requerida, a través de las
universidades que reciben la delegación de la sociedad para ello, ya sea en su
ejercicio, a través de los colegios profesionales, socialmente reconocidos, que
materializan las expectativas sociales frente a la profesión a través de códigos
éticos que dan fiabilidad al profesional.
La conclusión es fácil: al ejercicio de la profesión le es inherente una
responsabilidad que va más allá del simple trabajo bien hecho para no perder el
puesto de trabajo, sino una responsabilidad social y legal en la medida que
responde a necesidades básicas de la población y que se ofrece para la
satisfacción de éstas.
Que históricamente la atención sanitaria, concretamente la profesión
médica, haya sido la primera en materializar esta responsabilidad a través de un
código deontológico, el juramento hipocrático, no debe extrañarnos: es en el
ámbito de la salud, es decir en el ámbito de la enfermedad, del dolor, del
sufrimiento, de la muerte, y del modo de afrontarlos en su prevención, en su
curación o en su acompañamiento especializado, donde mayor precariedad
siente la persona, donde aún hoy el paciente, por más que algunos intenten
llamarle enfáticamente «usuario», o «cliente», bajo pretendidas
democratizaciones bastante sospechosas, es verdaderamente paciente, sujeto
pasivo de unas atenciones que él mismo no puede darse a sí mismo, sujeto
dependiente de otros especialmente cualificados, sujeto de paciencia que debe
esperar ser atendido y serlo bien.
DE LA ÉTICA PROFESIONAL CONVENCIONAL A LA ÉTICA DE LOS ACTOS PROFESIONALES:
LA CORRESPONSABILIDAD COMO MARCO DE UNA VERDADERA ÉTICA SANITARIA
A propósito de la bioética como ética profesional, queremos desplegar una
interpretación que va más allá de una concepción estrictamente deontológica
para adentrarnos en una concepción plenamente ética. Se trata, en realidad, de
entender la bioética como una tarea de corresponsabilidad, sin restringirla a los
estamentos estrictamente profesionales. Una restricción, a nuestro entender,
que sigue sumiendo a la bioética, y a muchas otras éticas profesionales, en un
«secuestro institucional».
Precisamente porque las profesiones dibujan una asimetría entre el
profesional y el receptor de sus servicios, la ética profesional ha puesto su
acento, tradicionalmente y desde sus orígenes, en la deontología, en los deberes
del profesional en el ejercicio de su tarea. Así han surgido los códigos
deontológicos, ya a partir del juramento hipocrático, que identifican la calidad
exigible y esperable en torno a una cierta profesión.
Y esto ha sido bueno, generando confianza en los usuarios o receptores de los
distintos servicios profesionales y en la misma sociedad global que así saben, el
ciudadano singular y la sociedad global, qué pueden y qué no pueden esperar
de un sector profesional. Más aún, la misma existencia de un código
deontológico ha venido a dignificar y a dar credibilidad a colectivos
profesionales emergentes, hasta el punto que se tiende a identificar al código
deontológico como uno de los elementos que caracterizan a una profesión —a
diferencia de un oficio—, junto con los conocimientos y técnicas que les son
propios, y culminando el prestigio social y la fiabilidad moral que la sociedad
les concede. Así ha sido, por ejemplo, en el caso de la psicología, cuyo código
deontológico de 1993 representa un momento de maduración social de la
profesión.
No pretendemos invalidar esta percepción de la ética profesional en clave
estrictamente deontológica, sino expresar su insuficiencia y la necesidad de
ampliarla en una visión más holística del acto profesional. Y ésta es una
perspectiva nueva que se va abriendo un camino que socialmente se hace a
tientas, pero que conceptualmente debería profundizarse con cierta rapidez. De
hecho, la creciente culturización de nuestras sociedades desarrolladas, así como
la democratización formal que han asumido como horizonte social de la toma
de decisiones, justifican ampliamente nuestra propuesta. Surgirá el interrogante
de en qué medida estas reflexiones son transportables a sociedades en vías de
desarrollo, una cuestión espinosa sobre la que nos detendremos brevemente
más adelante.
La cuestión es que el ciudadano ya no quiere, ni debe, ser sujeto
estrictamente pasivo, mero receptor de los servicios profesionales. Bien sabe de
su precariedad y de sus necesidades, pero exige su protagonismo en la toma de
decisiones, exige saber qué le ofrecen y entenderlo lo mejor posible, incluso sus
derechos a través de asociaciones civiles que controlan la calidad de las
prestaciones profesionales... Eso está bien. Pero esta misma exigencia sugiere
algo trascendental, la propia responsabilidad del ciudadano en la consecución
de los fines propios del acto profesional. Baste un ejemplo propiamente
sanitario. Para que el acto sanitario sea exitoso no es suficiente una buena
intervención profesional: esa es sólo una condición necesaria, pero no
suficiente. Si el paciente no es un buen paciente, si no sigue las prescripciones
sanitarias, si no asume adecuadamente y correctamente «su» papel en la
consecución del acto sanitario, éste fracasará y la responsabilidad no será de la
clase profesional sino del paciente.
La asimetría tradicional que establece la profesión encuentra así un
equilibrador, que no un igualador, entre el profesional y el receptor de los
servicios profesionales. La relación tradicionalmente entendida en sentido
unívoco, unidireccional, es ahora biunívoca, bidireccional. Podemos y debemos
hablar de las obligaciones del profesional, pero podemos y debemos hablar
también de las obligaciones del paciente. Derechos y obligaciones se entrelazan
y complementan en cada uno de ellos, en el profesional de la salud y en el
paciente que recibe prestaciones sanitarias.
Hay en esta percepción un desplazamiento del centro de interés que nos
parece, hoy, irrenunciable. No basta con tener buenos profesionales sino que
pretendemos el éxito del acto profesional. Y para ello, todos y cada uno de los
implicados en su realización deberán asumir adecuadamente su
responsabilidad. El profesional de la salud deberá ser un «buen» profesional de
la salud. Y el paciente deberá ser un «buen» paciente. Y desde esta nueva
perspectiva focalizadora, el escenario y el paisaje del ejercicio profesional se
ensanchan enormemente. Y lo hace en términos de corresponsabilidad.
El profesional sanitario y el paciente son corresponsables del acto sanitario,
cada uno con sus posibilidades, con sus peculiaridades (la peculiaridad del
paciente de sentirse mal, de pasarlo mal, de sentirse precario y necesitado,
jamás dejará de ser una peculiaridad sustancial, así como el prestigio social
concedido a quienes ejercen la profesión sanitaria) y sus atribuciones.
Pero la corresponsabilidad no acaba ahí. La corresponsabilidad se extiende,
en el ámbito del ejercicio profesional, a todos aquellos que intervienen
calificada y eficazmente en el acto profesional. En el sector sanitario, la tan
invocada interdisciplinariedad no puede ni debe ser ya un objetivo loable, sino
una responsabilidad profesional indiscutible y exigible: médicos, enfermeros,
psicólogos, fisioterapeutas, nutricionistas, trabajadores sociales..., todos los que
intervienen de una manera u otra en la prestación del servicio profesional, cada
uno desde las características propias de su especialización, deben
corresponsablemente diseñar una estrategia conjunta de actuación para que la
atención sanitaria sea correcta y adecuada. Lejos de anacrónicas primacías y
obsoletos poderes otorgados a determinadas clases sanitarias sobre otras, se
impone la interdisciplinariedad por motivos de un eficaz servicio sanitario y se
impone, por tanto, como exigencia ética.
De la misma manera hay que formular los deberes que competen al paciente,
y no sólo a él, sino también a su entorno humano inmediato. El paciente no es
un individuo aislado y solitario, sino que pertenece a una familia, tiene
normalmente un entorno afectivo. Y ese entorno es también responsable, en la
medida de sus atribuciones y posibilidades, del acompañamiento del paciente
en el decurso del acto sanitario. Invocar los casos de los menores de edad y la
responsabilidad de quien tiene su tutela legal, o de los casos del adecuado
acompañamiento emocional de los enfermos terminales, es poner ejemplos
evidentes de una cuestión en realidad mucho más amplia que no podemos
desdeñar.
Y aun es necesario dar un paso más en el sentido de la corresponsabilidad.
Las actuaciones profesionales se realizan en el marco de instituciones. A ellas les
corresponde también su parte, a veces muy importante, de responsabilidad en
la correcta realización del acto profesional. En el campo sanitario es evidente
que el hospital, o la clínica, es el ejemplo fácil de lo que intentamos expresar. El
profesional de la salud no siempre, o casi nunca, hace lo que quiere, sino que
hace aquello que le impone el marco institucional en el que desarrolla su tarea.
Sirva como ejemplo socialmente significativo el fenómeno de las listas de
espera para pruebas o intervenciones específicas, o la masificación de la
asistencia primaria en muchos centros de atención sanitaria que no permite la
debida atención del profesional hacia su paciente. La responsabilidad no es
exclusiva, ni siquiera atribuible, al profesional de la salud: él es sólo la cara
visible de la institución sanitaria, la materialización de una determinada
política sanitaria. De esta manera la institución hospitalaria, o de política
sanitaria, o cualquier otra institución de carácter sanitario, adquieren
personalidad ética, responsabilidad frente al acto sanitario, una responsabilidad
que comparte, cada uno en su registro, con el concreto profesional de la salud y
con el concreto paciente.
Y todavía nos atrevemos a añadir un vector más en este dibujo de
corresponsabilidad profesional, lo que denominamos el «factor humano».
Detrás de cada profesional, detrás de cada paciente, detrás de las instituciones
sanitarias, hay personas, personas concretas con su concreta calidad personal.
La cuestión es delicada, pero no banalizable. Se trata, en realidad, de tender
puentes entre la esfera de lo privado, de las peculiaridades y derechos del
individuo, y el ámbito de lo público, el trabajo socialmente relevante y
reconocido que éste realiza. Lo dejamos simplemente apuntado, necesitado a
nuestro entender de profundización y de matizaciones, pero relevante por su
incidencia en el éxito del acto profesional. No basta con profesionales
competentes en términos conceptuales y técnicos, es necesario también contar
con personas suficientemente serenas, suficientemente equilibradas,
socialmente integradas... «Dame un punto de apoyo y levantaré el mundo»,
clamó el sabio. ¡Denme personas «sanas» y forjaremos grandes profesionales,
podríamos parafrasear! Preparados adecuadamente, serán capaces de trabajar
con responsabilidad, de formarse en la medida de lo posible para actualizar sus
conocimientos y recursos, de trabajar en equipo de manera respetuosa y
corresponsable...
La ética profesional no se resuelve, pues, en la simple deontología, sino que
la incluye y la amplía en términos de una verdadera ética profesional, una ética
que incluye a todos los protagonistas del acto profesional, formulando y
pretendiendo de cada uno de ellos su adecuada intervención.
En este escenario todavía nos queda por apuntar un último y envolvente
factor de responsabilización profesional: la misma sociedad entendida como
espacio de debate y de consenso ético. Porque es la sociedad la que acaba por
determinar y distinguir lo lícito y lo ilícito, lo bueno y lo malo, lo tolerable y lo
intolerable. ¿Concebir hijos en edades tardías? ¿Adoptar niños por parte de
personas no casadas y que no viven en pareja? ¿Diseñar estrategias de
priorización sanitaria? ¿Aceptar clonaciones terapéuticas? ¿Asumir las
voluntades manifiestas de enfermos terminales?... La lista de cuestiones
problemáticas es enorme, y lo será siempre, precisamente porque avanzan los
conocimientos y las técnicas, y avanzan de manera trepidante. Y paralelamente
va desarrollándose, para bien o para mal, la autoconciencia social en su
concepción de la vida humana. Es la sociedad la que va discerniendo las nuevas
posibilidades y revisando las antiguas. Es la que va dictaminando, también, el
papel y las funciones de los profesionales y, entre ellos de manera muy especial,
de los profesionales de la salud.
Concluyamos este apartado. Hemos partido de los códigos deontológicos
como expresión de la responsabilización social de las profesiones, la sanitaria
por antonomasia y por tradición. Pero hemos llegado a la insuficiencia de estos
códigos deontológicos para abrirnos a códigos de ética que afrontan un ámbito
de actuación profesional en perspectiva de amplia corresponsabilidad. Códigos
que todavía hay que escribir.
HACIA UNA BIOÉTICA AL SERVICIO DE LA ATENCIÓN SANITARIA
Un último apunte en esta introducción a la bioética, una disciplina de cuyos
contenidos específicos se dará razón en el siguiente capítulo. Queremos y
debemos añadir que la bioética no puede limitarse a discernir y dilucidar
aquellos casos más espinosos y mediáticamente notorios de las ciencias y las
profesiones que se aplican a la vida y la salud humanas. Creemos que así ha
sido, y aún lo es con demasiada frecuencia: basta con ver el índice de muchos
manuales de bioética, especialmente cuando éstos están teñidos de
concepciones ideológicas o religiosas determinadas. En realidad, la bioética
debe tratar de la responsable, corresponsable podemos ya decir, atención
sanitaria. Una atención sanitaria que encuentra en sus casos extremos
momentos de especial intensidad reflexiva y de debate social: las cuestiones en
torno al inicio de la vida humana, inseminación artificial, experimentación con
embriones, embarazos de alquiler, aborto terapéutico…, o las cuestiones en
torno al final de la vida humana, eutanasia, curas paliativas, encarnizamiento
terapéutico, testamento vital… Pero esos casos no deben llevarnos a olvidar
que la bioética debe recubrir todo el abanico de la atención sanitaria, marcando
las pautas de una adecuada atención sanitaria, de una «buena» atención a la
salud.
La bioética debe exigir que el profesional de la salud sepa dialogar con su
paciente y con su entorno, más allá del caduco discurso paternalista que se
fundamenta única y exclusivamente en la autoridad científica y profesional de
la clase sanitaria. Debe exigir las adecuadas medidas de prevención social de la
salud, así como de atención prioritaria dirigida a las franjas sociales más frágiles
y desatendidas. Debe postular el adecuado equilibrio entre recursos y servicios,
especialmente en el ámbito de la salud, en el ámbito de importancia social
privilegiada como lo es el de la infancia, o el de la educación, o el de la no
exclusión social de minusválidos, o el de la tercera edad… La bioética, en este
sentido, es una disciplina todavía joven, con apenas cuarenta años de historia,
que tiene mucho recorrido por hacer para perfilarse y dotarse del adecuado
contenido.
En el contexto de una bioética que se extiende a todo el arco de la atención
sanitaria, queremos concluir esta breve introducción con una reflexión de
índole planetario. Queremos dejar constancia de la incomodidad que debe
sentir la reflexión bioética, una incomodidad que frecuentemente brilla por su
ausencia salvadas raras excepciones, frente a las enormes desigualdades
sanitarias que se dan, todavía hoy, entre los países ricos y los países pobres. Se
tiene, y tal vez se deba tener, un sentimiento de vergüenza y de exceso cuando
formulamos cuestiones de calidad y alcance de prestaciones sanitarias en un
planeta en el que muchos países están condenados al asistencialismo más
precario, donde los índices de longevidad nos llevan de cotas antaño
inimaginables en los países del primer mundo a cifras bajísimas en el
continente africano, donde la mortalidad infantil todavía campa a sus anchas y
enfermedades erradicadas en el Occidente opulento, siguen siendo letales. Y
que estos países, sanitariamente desahuciados sean el laboratorio de
investigación de los países ricos es algo denunciado pero jamás profundizado
en su realidad y en su alcance, una espada de Damocles que planea sobre los
países ricos y su sofisticado sentido de los derechos cívicos de la ciudadanía. La
bioética debe escribirse, hoy sin excusas, en un escenario planetario.
CONCLUSIÓN
Hemos intentado describir la importancia y el alcance de la bioética en el
marco de la ética y de las éticas aplicadas y éticas profesionales. Hagamos el
elenco de algunas conclusiones:
A pesar de un aire de relativismo ético que impregna el puente entre
los siglos XX y XXI, la sociedad y los ciudadanos reclaman la buena
práctica profesional.
Los avances científicos y tecnológicos aplicados a la vida del hombre
presentan grandes posibilidades pero también grandes interrogantes
sobre su validez ética.
La bioética es la ciencia que pretende interpretar responsablemente
las posibilidades de la intervención del hombre sobre su propia vida y
sobre la naturaleza humana.
El ejercicio profesional lleva implícito el sentido de la
responsabilidad, especialmente en las profesiones sanitarias, desde la
asimetría básica que se dibuja entre el profesional de la salud y el
paciente.
La responsabilidad profesional debe interpretarse en clave de una
corresponsabilidad que concierne a todos los estamentos, personas e
instituciones que de alguna manera intervienen, directa o
indirectamente, sobre el acto profesional. En el ámbito de la salud
hay que dibujar las responsabilidades de cuantos intervienen en el
acto sanitario, incluyendo al mismo paciente, receptor de la atención
sanitaria.
La bioética no debe limitarse a una casuística de frontera sino que
debe extenderse a toda la praxis sanitaria como reflexión sobre la
buena praxis sanitaria.
La bioética está llamada a escribir la corresponsabilidad universal para
satisfacer las necesidades sanitarias de toda la humanidad, priorizando
a los más desfavorecidos.
BIBLIOGRAFÍA
ABEL, F. (2001). Bioética: orígenes, presente y futuro. Madrid: MAPFREInstitut
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ALARCOS, F. J. (2005). Bioética global, justicia y teología moral. Bilbao: Desclée
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Nueva York: Oxford University Press.
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LÓPEZ ARANGUREN, J. L. (1994). Ética. Obras Completas II. Madrid: Trotta.
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Brevis. Anuari de la Càtedra Ramon Llull-Blanquerna 2000: 289-309.
POTTER,V. R. (1971). Bioethics: Bridge to the Future. New Jersey: PrenticeHall
Inc, Englewood Cliffs.
TORRALBA, F. (1998). Antropología del cuidar. Madrid: MAPFRE-Institut Borja
de Bioètica.
TORRALBA, F. (2002). Ética del cuidar. Madrid: MAPFRE-Institut Borja de
Bioètica.
LECTURAS
En primer lugar recomendamos un visionado atento y crítico de las series
televisivas cuya acción se desarrolla en escenarios sanitarios. En ellas hay
suficiente casuística a propósito de la adecuada atención sanitaria, de las nuevas
posibilidades tecnológicas, de la toma de decisiones y, curiosa y pertinazmente,
de eso que hemos llamado el «factor humano». Y constituyen un ejemplo claro
de cómo la sociedad, en este caso las series televisivas, constituyen una
plataforma eficaz, desgraciadamente o afortunadamente mucho más que los
sesudos libros de texto o ensayos específicos, para generar un pensamiento
ético, a veces discutible, otras sanísimo, entre la ciudadanía. Así
recomendamos, entre las más actuales y reconocidas y en orden de la calidad
que nos merecen:
Urgencias. Serie TV (1994). Dir.: M. CRICHTON. EE.UU.
Anatomía de Grey. Serie TV (2005). Creada por Sh. RHIMES. EE.UU.
House. Serie TV (2005). Creada por Sh. RHIMES. EE.UU.
Hospital Central. Serie TV (1997-2007). España.
Recomendamos también la lectura de algunas novelas, conscientes de la
limitación en el tiempo de esta recomendación, así como de la anterior.
Podríamos bucear en la narrativa y encontrar antiguas propuestas que apuntan
elementos bioéticos: sería un trabajo innecesario, porque lo importante es tener
la sensibilidad crítica en la lectura de la narrativa actual para descubrir en ella
mensajes importantes que iluminan nuestro pensamiento ético y bioético:
WINCKLER, M. (1998). La enfermedad de Sachs. Madrid: Akal.
LE CARRÉ, J. (2001). El jardinero fiel. Barcelona: Areté.
MANKELL, H. (2006). El cerebro de Kennedy. Barcelona: Tusquets.
2.
CONTENIDOS FUNDAMENTALES DE BIOÉTICA. RETOS Y PERSPECTIVAS DEL
DISCURSO BIOÉTICO
Xavier Cardona
OBJETIVO
Reconocer los contenidos fundamentales de la bioética, sus retos y perspectivas de
futuro en una sociedad pluralista como la nuestra.
La bioética necesita puntos de referencia para su fundamentación. El criterio
bioético no es neutral, sino que se configura a partir de supuestos
antropológicos, éticos, sociales, religiosos... La bioética aborda las cuestiones
sobre la vida: la salud, la enfermedad y la muerte. Discierne sobre sus
dimensiones morales y argumenta su discurso con respeto y precaución. La
bioética toma en consideración los factores, las circunstancias y los significados
que acompañan el fenómeno de la vida con el fin de integrarlos en su análisis.
Los valores y las creencias tienen también mucho que decir. Vista de esta
forma, la bioética es un punto de encuentro que necesita ser interpretado. La
bioética en su decisión, apela a la libertad y a la responsabilidad personal y
social.
Este capítulo nos permitirá ver las bases de la bioética actual y profundizar
en este mundo y su complejidad. ¿De qué estamos hablando cuando decimos
«ética de máximos y de mínimos»? ¿Qué relación hay entre ellas? ¿Es posible
una ética común en una sociedad pluralista como la nuestra?
También nos plantearemos cómo podemos analizar una situación
éticamente: desde los principios y las consecuencias, con el intento de
complementar las dos visiones. La deontología y su relación con la bioética es
objeto de nuestra atención dados los desafíos que nuestra praxis profesional nos
propone en la actualidad.
DESARROLLO
ÉTICA DE MÍNIMOS Y ÉTICA DE MÁXIMOS EN UNA SOCIEDAD PLURALISTA
ÉTICA DE PRINCIPIOS. ÉTICA DE CONSECUENCIAS. ÉTICA COMPLEMENTARIA
DEONTOLOGÍA. LOS CÓDIGOS ÉTICOS. LA EXCELENCIA PROFESIONAL.
MODELO DELIBERATIVO INTERDISCIPLINARIO DE TOMA DE DECISIONES
DESAFÍOS ACTUALES Y PROPUESTAS DE FUTURO
ÉTICA DE MÍNIMOS Y ÉTICA DE MÁXIMOS EN UNA SOCIEDAD PLURALISTA
Nos preguntamos si en este inicio de milenio estamos en un cambio de
paradigma, en un final de etapa o bien en un relanzamiento de la ética en el
campo práctico. ¿Hace falta consensuar unos mínimos en los que todos
estemos de a cuerdo, una ética de mínimos, una ética civil, cívica, para poder
convivir?
Hoy la ética y la moral están de moda en nuestra sociedad. Todo el mundo
habla de ellas. Se les pide orientaciones para ir construyendo desde la libertad
una sociedad más justa y feliz, más humana. En este capítulo nos cuestionamos
cual es el papel de una ética civil y de las éticas religiosas en esta sociedad
pluralista, tanto en el nivel más estricto de las comunidades particulares como
en el de una sociedad más global.
En nuestra sociedad nos tendremos que plantear qué sistema establecemos: el
del pluralismo moral, en el cual a través del diálogo podemos llegar al consenso
de unos mínimos axiológicos que compartiremos y a partir de los cuales
podemos lentamente deliberar; o bien, nos encontramos en una sociedad en
donde el politeísmo moral impera, donde cada uno tiene su escala de valores y
lo único que podemos hacer es convivir a través de un pacto. La ética civil
surge únicamente en las sociedades en las que es un hecho el llamado
pluralismo moral. Lo cual no quiere decir que tengamos que estar de acuerdo
en todo, pero sí en los mínimos a partir de los cuales el diálogo es posible en
una relación en la que la tolerancia y el respeto son básicos. Cuando hablamos
de ética cívica, de ética de mínimos, hablamos del conjunto de valores morales
compartidos por los miembros de una sociedad y que les permite construir su
convivencia conjuntamente, así como organizar las esferas social y política: la
economía y la empresa, el ámbito de las biotecnologías y la relación con la
ecoesfera, los medios de comunicación y la organización política, el mundo de
las profesiones y los mecanismos de la opinión pública. El ejemplo más claro
de estos mínimos, en los cuales la mayoría estamos de acuerdo, son los
Derechos Humanos.
Todas las personas podrán, si quieren, tener como objetivo la felicidad, de
eso se encargará su ética de máximos. El ejemplo más claro son las éticas
religiosas, y también las políticas, entre otras. Las éticas de máximos serán
siempre propositivas, nunca impositivas. A ser feliz se invita, nunca se obliga.
La relación entre la ética de mínimos y la de máximos es de suma, nunca de
absorción. La ética de mínimos tiene que estar siempre en la base de la de
máximos, no es posible una ética de máximos que no respete los Derechos
Humanos.
ÉTICA DE PRINCIPIOS. ÉTICA DE CONSECUENCIAS. ÉTICA COMPLEMENTARIA
Ética de principios
Es la llamada deontológica, de los deberes. Son los imperativos categóricos de
Kant, a priori de la experiencia, no deducida, sino la imposición de lo que
tiene que ser por el hecho de ser persona. Contempla los siguientes principios:
Principio de la universalidad: «Actúa de tal forma que puedas querer
que la máxima de tu acción se convierta en ley universal».
Principio de la persona como un fin en sí misma: «Actúa de tal forma
que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de los
otros, siempre como un fin y nunca sólo como un medio».
Éstos serían los principios de no maleficencia y de justicia, lo que ya Adorno
definió en su Minima moralia y de lo que surgirá tiempo después la ética de
mínimos. Hay dos principios que para nosotros son incuestionables:
El respeto a la vida humana, que pertenece al orden de la objetividad y
tiene que servir como finalidad de la actuación ética.
El principio de la autodeterminación de la persona, que nos remite al
dominio de la subjetividad y es esencial en ética.
Estos principios no suprimen las reglas y normas más concretas y específicas.
Éstas, son aquellas que están más cercanas a la acción y la determinan y
enmarcan, permitiendo la aplicación concreta de los principios: el precepto de
«no matar», la noción «de medios proporcionados», el principio de totalidad
cuerpo-espíritu, el «consentimiento libre e informado», etcétera.
Por lo que hace a las reglas específicas de la deontología médica,
distinguimos:
El principio de beneficencia.
El principio de benevolencia.
La confidencialidad.
El principio utilitarista: encontrar el mayor beneficio para el mayor
numero de personas.
El principio de universalización, que propone siempre a la persona
como un fin y nunca como un medio.
El principio de igualdad en dignidad y valor de todas las personas.
El principio de justicia como equidad que compensa al utilitarista
primando la ayuda a los más necesitados.
En el marco en el que nos movemos, el concepto valor incluye la
«significación» y «la orientación» de la acción, pertenece al orden del bien o del
ser: el valor de la vida, de la dignidad de la persona o de la autonomía de la
persona como ser libre. Los principios y reglas-normas tendrían que estar al
servicio de los valores y traducirlos en términos operativos.
El conflicto entre valores hará necesaria su jerarquización y regulación, en los
casos concretos y a nivel teórico. En la actualidad este es un tema de discusión
en el campo de la bioética norteamericana: si la bioética se tiene que
fundamentar en principios, o en una ética de la virtud personal.
Del principio de no maleficencia saldrá la ley general: «todos somos iguales y
merecemos igual consideración y respeto». No hacer daño, no discriminar de
entrada.
Ética de consecuencias
Es la ética teleológica, utilitarista. Se trata de la utilidad social como criterio: el
mayor bien para el mayor número de personas, es típico de las tradiciones
anglosajonas: «El bienestar de la mayoría es la medida del bien y del mal»
(Bentham). La regla de la mayoría es un bienestar cuantitativo. «Las acciones
son justas en la medida que tienden a promover la felicidad, e injustas cuando
tienden a producir el contrario de la felicidad» (Stuart Mill).
Ética complementaria
M.Weber, siguiendo una ética más utilitarista, dice: «Se deben tener principios,
pero hace falta flexibilizarlos según las consecuencias». Por esto las éticas
utilitaristas necesitan un complemento que dé contenido a la ética de
principios y ponga limitaciones a la ética de las consecuencias.
La ética procedimental, ética dialógica, propone que a través del diálogo es
posible llegar a un consenso y a una toma de decisiones que sea
complementaria.
DEONTOLOGÍA. LOS CÓDIGOS DE ÉTICA. LA EXCELENCIA PROFESIONAL
Concepto de profesión
Profesión y responsabilidad son dos conceptos que van íntimamente ligados y
se refieren a profesar y dar respuesta. Profesión tiene un origen religioso. El
profesar, es el confesar, que exige un acto de entrega, el compromiso público
entre una persona y una comunidad y la asunción de deberes y derechos entre
ellos, se firma públicamente, es un pacto público, que lo hace diferente de un
oficio y de una simple ocupación.
Históricamente algunas actividades merecieron el reconocimiento de
llamarse profesiones: sacerdotes, médicos, juristas, que tienen una vocación y
una misión y que son consagrados por encima del propio interés egoísta.
Posteriormente, con la pérdida del sentido religioso, las profesiones han ido
vinculando un trabajo específico con toda la sociedad; hoy por eso todo el
mundo se considera profesional, hablamos de «nuevas profesiones». Las
profesiones forman parte de las entidades económicas, la opinión pública y las
asociaciones cívicas, lo que llamamos sociedad civil, el ámbito de lo público.
Por lo tanto, mejorar la sociedad querrá decir también las actividades
profesionales, entre otras cosas, ya que no hay una sola dimensión
determinante sobre las otras; hace falta hacer «excelente» la vida cotidiana.
Las características de una profesión son:
Servicio específico institucionalizado de la sociedad. El servicio tiene que
ser imprescindible para la producción y la reproducción de la vida
humana digna:
un servicio único de exclusividad,
unas prestaciones claramente definidas,
una labor indispensable, por esto se pide que llegue a todos
los ciudadanos.
Una vocación, unas aptitudes determinadas, y un peculiar interés para
el objetivo que la actividad persigue, con lo que esto supone de
tiempo de dedicación. Las competencias profesionales reflejan estas
aptitudes necesarias.
Seguir las metas de la profesión y no los propios motivos, metas que
dan sentido y legitimidad a la profesión; sus bienes internos, bienes
que ninguna otra actividad puede proporcionar; las razones de una
profesión, los motivos personales sólo se convierten en razones
cuando coinciden con los bienes internos de la profesión. Cuando
esto no se produce, lo que hay es la corrupción de una profesión, por
los bienes externos: el dinero, el prestigio o el poder que, siendo
legítimos, aparecen normalmente en toda práctica profesional, pero el
problema es cuando son los únicos.
Un cuerpo coherente de conocimientos y unas capacidades y técnicas
específicas que se adquieren a través de un largo proceso de
capacitación, de estudios y práctica regulados.
Identidad social, el experto, el profesional, los colegios profesionales.
Fiabilidad moral, asumir su propia responsabilidad en los actos y las
técnicas de la profesión.
Código ético: la organización sistemática y normativa del ethos
profesional, es decir las responsabilidades morales que provienen del
rol social del profesional y las expectativas que las personas tienen
derecho a exigirle.
Deontología y/o ética profesional
La deontología es el conjunto de deberes del profesional, el código ético es el
conjunto de derechos y deberes del profesional y del paciente. Teniendo en
cuenta siempre al profesional, a la institución y al paciente, dentro del
horizonte ético y legal de la sociedad. Lo que busca la ética profesional es la
excelencia profesional ante la burocratización, el corporativismo y la
endogamia profesional.
Hace falta revitalizar las profesiones, recordando cuáles son sus fines
legítimos y qué hábitos y actitudes es necesario desarrollar para llegar a la
excelencia profesional; las virtudes, las aretai, las excelencias, los hábitos y las
actitudes para conseguirlo. Es preciso reconocer a quién compite consigo
mismo para ofrecer un buen producto profesional, quién no se conforma con
la mediocridad, en la medicina defensiva, la burocratización de obedecer lo que
dice la ley y basta, y el corporativismo en una sociedad utilitarista aburguesada.
Hace falta que el profesional desarrolle dos tipos de aptitudes: las habilidades
que resultan indispensables, pero también la capacidad de tomar decisiones
desde unos valores propios de la profesión que son valores morales. La
conjunción de habilidades y capacidad de optar por los valores preferibles
componen al buen profesional. La competencia profesional. Porque las cosas al
final no se hacen porque la ley obliga, sino que el compromiso es con las
personas concretas, los pacientes necesitados de atención.
Lo que dice la ley son los mínimos (la no maleficencia) y quién no los
obedece, es negligente, los máximos son aspirar a la excelencia (la beneficencia
no paternalista). Esto puede crear conflictos entre los deberes institucionales y
los personales. ¿Hasta qué punto podemos exigir máximos a los profesionales,
cuando el órgano gestor de los mínimos, el Estado, no cumple con sus
obligaciones? Según Gracia, en este momento aumentan, se incrementan, las
obligaciones de máximos, los defectos públicos no eximen de las obligaciones
privadas, ya que los máximos surgen de los mínimos y no al revés. Estos
máximos tienen que ser autónoma y voluntariamente asumidos por cada
individuo en el momento de ingresar en la profesión, pero una vez dentro, ya
no son de libre cumplimiento, sino que pueden y deben ser exigidos a todos.
Otra pregunta es ¿la excelencia tiene límites? Éstos se los marca cada uno en
su conciencia, pudiendo llegar hasta el heroísmo (del latín heros, el noble, el
virtuoso, el valiente). Los códigos éticos, más tradicionalmente llamados
deontológicos, aunque los primeros se refieren a los deberes y a los derechos de
los profesionales y los segundos sólo a los deberes de cada profesión, son un
ejemplo de ética de mínimos en las profesiones.
MODELO INTERDISCIPLINARIO DE TOMA DE DECISIONES
El modelo interdisciplinario de toma de decisiones es un procedimiento que
puede ayudar en lo fundamental de la ética: la toma de decisiones diaria en
nuestra praxis profesional. Como camino señalado, la metodología comporta
cinco pasos que no se deben olvidar en la deliberación de las situaciones que
nos encontramos:
Historia clínica completa:
Historia de todos los profesionales que han actuado: Médica, de
enfermería, de fisioterapia, de nutrición, social, psicológica...
Aclaraciones y alternativas complementarias de tratamiento desde
la competencia profesional interdisciplinar.
Competencia-capacidad legal del paciente.
Documentos adjuntos: consentimientos informados, testamento
vital-voluntades anticipadas, poderes notariales, validación de la
información dada, etcétera.
Clarificar los conflictos éticos: identificarlos, definirlos, enumerarlos,
relacionarlos, priorizarlos. Valorar, un por uno, los conflictos éticos,
desde:
Los principios bioéticos: beneficencia, no maleficencia,
autonomía, justicia, vulnerabilidad, dignidad, integridad...
Las circunstancias y las consecuencias concretas.
Los valores en juego: del paciente, su entorno afectivo, los
profesionales sanitarios y las instituciones que intervienen.
Los mínimos éticos: los código éticos/deontológicos, los Derechos
Humanos, otros.
La legalidad vigente.
Árbol de decisiones posibles. Justificación.
Evaluación de la acción hecha en el tiempo.
DESAFÍOS ACTUALES Y PROPUESTAS DE FUTURO
Entendemos el término «desafiar» en la acepción que dice: «Afrontar, no temer
la lucha contra algo». Algunos de los retos que presentan los desafíos que la
bioética genera son: el afrontar, el encuentro, el encarar, que nos recuerdan
aquello de Levinas con respecto al «rostro del otro» como fundamento del
diálogo y espacio de encuentro. La base de la bioética es todo eso que acabamos
de citar y también la construcción personal del ser profesional que nos lleva
hacia la excelencia.
Guilligan en In a different voice, libro de ética feminista, habla de un diálogo
interdisciplinario en una sociedad plural. En algunos países, la enfermería ha
tomado como propio este discurso que habría que hacer extensivo a la bioética.
En la bioética, hace falta una nueva voz, que tome lo mejor de lo que hemos
hecho y que sea capaz de afrontar el futuro de una manera diferente, con los
retos que la reflexión bioética nos genera.
Esta nueva voz, debe surgir de la reflexión capaz de afrontar, y encarar, los
nuevos retos bioéticos que nos plantea el mundo de la salud en la actualidad.
Por ello, hay que empezar un diálogo interdisciplinario humilde, con la
conciencia de que, el nuestro, es un saber de probabilidades que quiere ser
competente escuchando las voces de otros saberes y otras conciencias. Todo
eso, sin embargo, no obvia el conflicto.
La realidad del mundo de la salud es muy variada y por lo tanto podemos
encontrar desafíos comunes o específicos, sobre todo del lugar en el que se
trabaja, sea en hospitales de referencia o comarcales, en urgencias o en planta,
en primaria reformada o no, en ciudad, en el centro o en un barrio, en un CAP
de pueblo, el PADES, en una ONG, en una unidad de cuidados paliativos o en
una unidad de salud mental, en un centro de planificación, en un
sociosanitario o en una residencia.
Habrá desafíos éticos propios, pero también comunes, según el lugar en el
que se lleve a término la actividad profesional.
Desafíos
Hemos agrupado los desafíos contemporáneos en bloques de relaciones: con
los pacientes, los familiares, los médicos, las instituciones, la misma profesión y
la acción profesional en determinados casos.
Relación con el paciente
Con respecto a la autonomía del paciente: escucha activa no
manipuladora, participación en la toma de decisiones, respeto frente
al rechazo del tratamiento; dignidad; autodeterminación; libertad;
asistencia personalizada.
La ética de lo cotidiano: cubrir las necesidades básicas, mirar al interior
del paciente, la escucha empática: «ponerse en el lugar de», es la
reflexión en la acción, el conocer actuando; la práctica reflexiva es un
antídoto contra la rutina.
Determinar la competencia: juez y parte al mismo tiempo, en una
población cada vez más envejecida.
Conceptos de calidad de vida, salud, muerte, gestión del cuerpo y de
la vida para evitar frustraciones.
Información: Consentimiento informado; veracidad.
Rechazo
de
tratamientos:
manipulación/seducción/persuasión:
fidelidad.
Retirada de tratamientos; beneficencia/autonomía.
Confidencialidad: intimidad, la informatización, el secreto
profesional.
La equidad, la justicia, la no discriminación: en una medicina que
por el elevado coste de la tecnología se hace insostenible para mucha
gente.
Responder a las verdaderas demandas que plantea la sociedad:
escucha activa.
Placebos: veracidad.
Aplicación de protocolos, individualización del tratamiento.
Relación con la familia
Información, ¿con el consentimiento del paciente o sin él?
Conjura de silencio; antes de entrar en quirófano, con cáncer,
terminal, etcétera: veracidad.
Presencia en espacio y tiempo: que marchen/que se queden.
No competentes (menores, discapacitados): sustitución, tutores.
Papel en la toma de decisiones.
Relación entre las diferentes disciplinas
La interdisciplinariedad: desde la equidad y la igualdad, desde un
discurso propio unificado; asumir la responsabilidad profesional
dentro del equipo; liberarse de una relación de sumisión, «tú debes
conseguirlo, es tu trabajo».
Rol autónomo/rol int
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