Subido por Pablo del Monte

historiadelperufraymartin

Anuncio
Historia General del Perú.
Fray Martín de Murúa
Capítulo XLIV
De la jornada que mandó hacer Huascar Ynga en los chachapoyas, y muerte de su hermano
Chuquis Huaman
Certísima cosa es que ninguno está contento con su suerte y que esta hambre y deseo de
oro y plata, y la ambición de reinos y señoríos cada día, como enfermedad de hidropesía, va
en aumento como ellos se van aumentando y creciendo, sin jamás verse satisfecho el
apetito. Bien clara muestra desta dio Huascar Ynga, que en viendo ya concluidas las
inauditas fiestas de su coronación y desposorio, lo primero que trató, sin dar lugar de
descansar a los capitanes que en la guerra habían servido a su padre, fue de ensanchar su
estado y ampliarle, porque entre los ingas se tenía por mengua, después que creció su
poder, con el no hacer hazañas y no conquistar nuevas tierras y naciones, y así Huascar
entró en acuerdo con sus mensajeros, a los cuales pareció que por la parte de los
chachapoyas se hiciese una entrada, y para ello mandó apercibir en todas las provincias de
su reino soldados nuevos, los más valientes y esforzados que se hallasen, y a los orejones
ordenó que los mejores y más atrevidos se hiciesen dos ejércitos. Habiéndose juntado en el
Cuzco con la demás gentes que de fuera vinieron, declaró no querer él ir en persona a la
guerra, sino que gustaba hacerla por medio de sus capitanes, de los cuales nombró por su
capitán general al traidor Chuquis Huamán, que ya dijimos que presto le llegó el pago de su
alevosía, y con él a su hermano Tito Atauchi. Dioles comisión para que con ellos fuese Unto,
gobernador de los chachapoyas.
Aderezadas todas las cosas para la partida y habiendo en presencia de Huascar Ynga hecha
reseña general del ejército, salieron los dos hermanos poco a poco del Cuzco, no queriendo
a los principios cansar la gente con jornadas largas, y llegaron al Avanto y de allí entraron
por la provincia de Pumacocha y conquistaron parte della, y pasaron adelante con ánimo de
prender al señor principal de toda la provincia, el cual, sabida la intención de los capitanes
del Ynga, con la gente más valiente y de quien más confianza tenía, se fue retirando a un
sitio y fortaleza llamada Pumacocha, y allí se fortaleció como mejor supo y pudo de las
cosas necesarias a la defensa del fuerte. Y Chuquis Huaman, sabido el lugar donde se había
encastillado, caminó con todo su ejército sobre él y llegado a Pumacocha le cercó en torno
por todas partes, poniendo guardas y espías, porque no se le fuese, pensando cuando no
pudiese haberle a las manos, por fuerza de armas que la hambre se lo haría entregar. El
señor de Pumacocha, habiendo estado cercado algunos días y viendo que el cerco iba a la
larga y conociendo la intención con que su enemigo estaba de cogerle por falta de comida, y
entendiendo que esto era su perdición, por no poderle meter ningún socorro por las muchas
guardas y el gran ejército del Ynga, acordó librarse por maña y arte, donde la fuerza le
sobrepujaba. Y así envió mensajeros a Chuquis Huaman y Tito Atauchi, con mucha humildad,
diciendo que bien conocía que era por demás tratar de la defensa contra un ejército
invencible, como era el suyo, y así él tenía voluntad de entregarles la fortaleza y toda su
tierra y sujetarse a Huascar Ynga y reconocerlo por rey y señor para siempre, y que
mandaría que el restante de su tierra, que no había venido a su poder y obediencia, hiciese
lo mismo que él, pero que había de ser con condición que no le robasen y destruyesen la
tierra, matando la gente della, pues de su voluntad se entregaba y no por fuerza. Oída esta
embajada por Chuquis Huaman y Tito Atauchi, trataron los embajadores del señor de
Pumacocha con mucha cortesía y humanidad, y les agradecieron la buena intención con que
venían y el buen consejo que habían tomado en su negocio y aceptaron en nombre de
Huascar Ynga su señor, el ofrecimiento que les hacía de la fortaleza y todo lo demás
restante de la tierra y prometieron que el señor de Pumacocha y todos sus vasallos serían
muy bien tratados y honrados, así del Ynga como de sus capitanes, sin consentir ahora ni
siempre se les quitase nada de lo que poseían y tenían, sino antes se lo aumentarían y harían
cada día nuevas mercedes. Hechos los conciertos y habiendo regalado a los embajadores, y
dádoles de comer y beber en abundancia, y muchas ropas finas de todas suertes, los
despidieron.
Muy contentos Chuquis Huaman y Tito Atauchi con el buen suceso que parecía iban tomando
sus negocios en aquella conquista, pareciéndole que volvería al Cuzco rico y triunfante, y
que sería muy estimado del Ynga, habiendo concluido lo que se le había encargado, tan
felizmente, para entrar en la fortaleza de Pumacocha y apoderarse della, como se había
concertado, mandó apercibir tres mil indios orejones, charcas y de otras naciones de los
más escogidos de todo el ejército para que fuesen con él arriba haciéndole compañía y lo
demás del restante del ejército se quedase en el Real donde habían estado de la otra parte
del un río que allí había. El señor de Pumacocha, para más disimular su traición que tenía
pensada y descuidar mejor a los capitanes de Huascar, les envió grandes presentes de
plumas y pájaros muy vistosos y lindos, los cuales habiendo recibido Chuquis Huaman los
envió a su señor Huascar Ynga, con mensajeros, dándole aviso como tenía conquistada
aquella provincia y que le había dado obediencia y todos le reconocían por señor, no
sabiendo el engaño que se le aparejaba.
Y así, habiendo despachado al Ynga los mensajeros, salió Chuquis Huaman de su Real,
dejando en él a su hermano Tito Atauchi, con los tres mil indios orejones y de otras
provincias, que estaban aparejados para ir en su compañía, y con ellos entró por un
montecillo que cerca de la fortaleza estaba y subieron todos a ella, y al camino le tornó a
enviar el señor de Pumacocha muchos presentes y regalos de cosas de su tierra, para con
ellos asegurarlo más. Llegado a la entrada de la fortaleza Chuquis Huaman salió al
encuentro el señor de Pumacocha, y con rostro alegre y grandes muestras de buena
voluntad le hizo reverencia con todos los principales de los suyos y le dio obediencia en
nombre de su señor Huascar, recibiéndole por tal y le entregó la fortaleza y toda su tierra
como tenía prometido y luego se sentaron en la Pampa, donde hizo una solemne fiesta a los
que habían entrado con Chuquis Huaman, dándoles de comer y beber en abundancia. Otro
día por la mañana, sin haber dado muestras de su ruin y dañado pecho en cosa por donde
Chuquis Huaman se pudiese recelar del ni los suyos, le dijo el señor de Pumacocha que si
gustaba se querían holgar en la fortaleza él y todos los suyos, para que por sus ojos viese
los vasallos y gente nueva de los cuales daría la obediencia a su hermano y señor Huascar
Ynga. Chuquis Huaman se lo concedió con mucha voluntad y gusto, y así se juntaron
grandísima cantidad de aquellos indios de Pumacocha y entraron en la plaza de la fortaleza,
que era muy grande, con invenciones para hacer la fiesta al Chuquis Huaman. Todos venían
aderezados con sus armas secretas sin que las pudiese ver ninguno de los indios del Ynga, y
así comenzaron a celebrar su fiesta, con bailes y danzas y grande ostentación de regocijo y
contento, y Chuquis Huaman les dio muchas dádivas de cosas del Cuzco, que no había en
aquella provincia, todo para acariciarlo más y mostrarles amor. Así estuvieron holgándose
desde la mañana hasta que pasó el medio día, brindando los chachapoyas a priesa a los
orejones y demás soldados del Ynga, y ellos menudeando los vasos y la bebida, con más
priesa que se la ofrecían, hasta que los humos de la chicha se fueron subiendo por las
chimeneas arriba, de suerte que dieron señal que ya estaban apoderados de los altos y
bajos de las casas.
Entonces los chachapoyas, que moderados habían andado, conociendo la ocasión, la cogieron
por los cabellos y cerrando las puertas de, la fortaleza salió la demás gente que el señor de
Pumacocha tenía apercibida y con ímpetu furioso dieron sobre los orejones y demás gente,
y de los primeros mataron al traidor de Chuquis Huaiman, con que remató su vida y
traiciones, y no gozó del triunfo que deseaba y con él juntamente murió Unto, que había
entrado allá y fue tal la matanza y la gana con que la hacían, que no escapó de la gente del
Ynga, sino solos mil indios de tres mil que habían entrado en la fortaleza. Esos que
escaparon más fueron guiados en la huida de una suerte venturosa, que no de industria ni
diligencia suya. Y los chachapoyas, hecha esta mortandad, se bañaban en la sangre de
Chuquis Huaman, untándose con ella el rostro y en la demás de los enemigos y luego alegres
y regocijados empezaron de nuevo a hacer fiestas y bailes.
Los mil indios de las manos de los chachapoyas escaparon, vinieron a dar aviso al Real,
donde había quedado Tito Atauchi con el ejército, donde oída tan nueva todo fue confusión
y alboroto, sin saber adónde acudir en tal trance, temerosos que los enemigos no viniesen
sobre ellos, que sin duda si siguieran el alcance y arremetieran al Real los desbarataran
haciendo una notable destrucción. Pero olvidados deste pensamiento, no salieron de la
fortaleza como debieran, y Tito Atauchi y demás capitanes tristes y dolorosos de tan no
pensado suceso, tomaron por último remedio por entonces retirarse, y así con la mejor
orden que pudieron se retiraron al Avanto, donde se fortalecieron y los chachapoyas
tomaron las cabezas de Chuquis Huaman y demás indios principales que habían muerto, y las
pusieron en, las puertas de sus casas por trofeo e insignia de su valentía, o por mejor decir
de su traición.
Capítulo XLV
De la venganza de la muerte de Chuquis Huaman, y cómo llegaron a Huascar Ynga
mensajeros de su hermano Atao Hualpa
Tito Atauchi y los demás capitanes como se certificaron de la muerte de Chuquis Huaman
por las señales de ver puesta su cabeza en lugar público, que habían sospechado lo tendrían
en prisión, habiéndose retirado como está dicho, enviaron mensajeros al Ynga a avisarle de
la muerte de su hermano y de todos los sucesos, y la traición con que los de Pumacocha lo
habían cogido y muerto. Juntamente con el aviso le enviaron pintada toda la tierra y la
traza della, y donde estaba asentada la fortaleza y el sitio que tenía, lo cual hicieron con
consejo de Tambusca Mayta, capitán de la gente de Urincuzco y de Jicci de Hanancuzco.
Llegados al Cuzco los mensajeros y dando a Huascar Ynga la nueva, tan no pensada, del
desastrado suceso de su hermano Chuquis Huaman, no hay palabras con que significar la
pena que recibió y el llanto que secretamente hizo. Porque por la traición pasada estaba
este hermano muy en su gracia y hacia mucho caudal dél, y quiso él mismo en persona ir a la
venganza de tan gran traición, pero Ynga Roca, sacerdote mayor, y los demás se lo
estorbaron, poniéndole por delante el riesgo que corría de las asechanzas de los enemigos.
Habiendo habido acuerdo sobre el modo con que podía socorrer a su gente, y concluir la
conquista, destruyendo la tierra, envió comisión nuevamente a Tito Atauchi y a Maita
Yupanqui, tío de Huaina Capac, con nuevo ejército de muy valerosos soldados de todas
naciones, y a decir la manera y orden que habían de tener en combatir la fortaleza de
Pumacocha, por la traza que había visto. Y fue que los indios, que eran de tierras ásperas y
fragosas, entrasen en la fortaleza por las partes montuosas y los demás por un lado donde
había llanura, y los orejones por el camino Real que iba a dar a la frente della. Y así salió el
ejército nuevo del Cuzco, y llegado al Avanto, donde estaba retirado Tito Atauchi y los
demás, se juntaron, y viendo la comisión diferente que antes y traza mejor para tomar la
fortaleza, partieron de allí con más cuidado y recato que la vez pasada, en buen orden de
guerra.
Llegados a la fortaleza de Pumacocha la cercaron, destruyendo toda la tierra en contorno y
quemando mucha parte de los montes que había cerca della por las partes do le podía
entrar socorro de repente. Así estuvieron un mes dándole recios combates y al cabo le
dieron por todas partes, uno con toda la gente, en el cual entraron en la fortaleza, haciendo
una lamentable destrucción en los que en ella estaban, satisfaciendo el deseo que tenían de
vengar la muerte de Chuquis Huaman y los que con él murieron. En la toma y entrada
llevaron la loa los tomebambas y los quihuares, huaros y chupaicos. Habiendo preso gran
multitud de los chachapoyas hizo Tito Atauchi con ellos diligente inquisición de los que se
habían hallado en la fortaleza en la muerte de Chuquis Huaman, y a todos los que ayudaron a
la traición los hizo hacer pedazos, y asoló y destruyó sus tierras y poblaciones, para
memoria del castigo. Algunos bien agestados guardó para el triunfo con que había de entrar
en el Cuzco y los que no se habían hallado en la muerte de Chuquis Huaman, en la fortaleza,
dejólos para población della y de la demás tierra. Y habiendo pacificádola toda y puesto
orden según su costumbre, y dejando guarnición de soldados, volvió con el ejército
victorioso y triunfante hacia el Cuzco, conforme tenía la orden de Huascar Ynga, trayendo
consigo a los hijos del señor de Pumacocha para el triunfo, porque al padre, luego que lo
tuvo en las manos, lo mandó hacer cuartos y poner por los caminos de su misma tierra, para
más atemorizar a sus vasallos para que no intentasen rebelarse de nuevo. Llegados cerca
del Cuzco y sabido por Huascar Ynga, salió acompañado de todos sus hermanos y parientes,
entró con todo el ejército vencedor y triunfo de los cautivos y vencidos solemnísimamente,
y con mucha grandeza por haber sido la primera victoria que sus capitanes habían alcanzado
en su nombre. A todos los que en la empresa se señalaron hizo diferentes mercedes de
ganado, vestidos de todas suertes, criados y mujeres, y mandó hacer muy regocijadas
fiestas en el Cuzco, para más ostentación y memoria de la victoria.
Estando Huascar Ynga en estos placeres y contentos, le llegaron mensajeros de Quito,
enviados de su hermano Atao Hualpa a darle el parabién de la asunción suya en el reino y de
ser Ynga y señor, y a decirle cómo él estaba en aquellas provincias por él, y que le suplicaba,
pues era su hermano, y tan obediente, le diese la gobernación dellas, para que en su nombre
las guardase y defendiese de sus enemigos y se las rigiese, y que el Hacedor le tuviese de
su mano y la tierra le obedeciese todo como a único señor della, y que el Sol su padre le
diese infinitos reinos y señoríos, los cuales poseyese y gobernase en paz y sosiego, para
siempre, y que envejeciese en ellos y dejase a sus hijos por herederos, y que engrandeciese
el reino de su padre, y lo aumentase como habían hecho sus antepasados y fuese respetado
y tenido de sus enemigos como los Yngas sus antecesores. Oída esta embajada por Huascar
Ynga, como vino en medio de los placeres del triunfo, se holgó mucho con ella, y recibió los
mensajeros de su hermano Atao Hualpa con honra y les hizo mercedes. Estos mensajeros
trajeron muchos presentes y ricos dones a Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga, y a su
mujer Chuqui Huipa y Rahua Ocllo los recibió muy bien, lo cual sabido después por Huascar
Ynga y que habían traído a su madre y mujer dádivas, tomó mala sospecha dello, y de allí a
algunos días mandó llamar los mensajeros de Atao Hualpa con mala voluntad, y con poca
cortesía y muestras de tibieza, les dijo: decidle a mi hermano que pues se quedó en esa
tierra y está en ella desde la muerte de mi padre, mire con mucho cuidado por ella y la
gobierne tratando los naturales y soldados de guarnición muy bien, y que no haya quejas dél
ningunas, que yo le despacharé mis mensajeros a Quito y le mandaré mediante ellos lo que
tiene que hacer allá, y con esto los despidió. Los mensajeros se volvieron a Quito a do
estaba Atao Hualpa y le dijeron todo lo que su hermano les había dicho, y él oído esto, no
sospechando mala voluntad ni falta de amor en su hermano, se holgó mucho, pensando que
estaba en su gracia, y habiendo regalado a los mensajeros se vino a Tomebamba y allí mandó
hacer unos suntuosísimos palacios para su hermano Huascar, de mucha labor y artificio, y
con este achaque hizo hacer y levantar otros para sí, de no menor grandeza y majestad, de
lo cual empezaron las diferencias y emulaciones entre los dos hermanos cómo adelante
diremos.
Capítulo LI
De la embajada que envió Huascar Inga a Huanca Auqui, y de las batallas que tuvo con la
gente de Atao Hualpa, y al fin se retiró
Estando Huanca Auqui con la intención dicha, aparejándose para entrar de propósito a la
jornada y conquista de los pacamoros, le llegaron mensajeros de su hermano Huascar Ynga
para él, Yahuapanti y Huaca Maita, los cuales trajeron acsos y llicllas para que se vistiesen,
menospreciándolos, y también les envió espejos y mantur con que se afeitasen como si
fueran mujeres, y a decir que con ellos se había descuidado, encomendándoles aquel
negocio, pensando y teniendo dellos concepto que en el caso se gobernaran como hombres
de vergüenza, y que lo habían hecho al revés en todo, peor que si fueran mujeres, y que
¿dónde estaban las palabras y blasones que habían dicho y prometido delante del Sol su
padre?Que todo había salido al contrario, y que ya no eran dignos ni merecedores de tomar
armas, ni ponerse vestiduras ni arreos de soldados valientes, sino de vestirse acsos y
llicllas, como mujeres, pues tan mala cuenta habían dado de sí y de tanto número de gente
como habían llevado consigo. Que sin duda se habían aliado y concertado con Atao Hualpa,
pues siempre se envidiaban unos a otros mensajeros y presentes, y que luego se viniesen al
Cuzco a dar cuenta al Sol de lo que les había sucedido en las batallas y rencuentros y que
viniesen con aquellos vestidos de mujer como personas que lo habían hecho peor que
mujeres.
Cuando Huanca Auqui oyó esta embajada de Huascar tan vil y afrentosa, que con tantos
menosprecios le afrentaba y ultrajaba, juntó a consejo a todos los capitanes, trató con
ellos de tornar de nuevo contra los capitanes de Atao Hualpa que estaban en Tomebamba y
ver si podía restaurar las quiebras y menoscabos pasados. Todos juntos siendo de acuerdo
salió de Cusi Pampa con buen orden e incomparable presteza porque no hubiesen aviso de su
venida, y llegado a Tomebamba les embistió y dio batalla y desbarató toda la gente de Atao
Hualpa, que sabiendo lo sucedido recibió grandísima pena y en su pecho determinó de seguir
la guerra hasta el fin, sin descansar, pues a él le provocaban y dijo: ¿cómo es posible que
habiendo yo dejado de destruir a mi hermano Huanca Auqui, y se fuese en paz cuando le
vencí en Tomebamba, y habiendo yo puesto mis mojones en Cussi Pampa, con ánimo de vivir
quieto y no querer disgustar a mi hermano Huscar Ynga, ni hacerle guerra ni molestia en sus
vasallos, me ha querido hacer ahora esta burla? Pero, pues, así es, yo quiero tomar de veras
este negocio y darle la guerra como verán, y proseguirla hasta que uno de los dos quede
quieto y pacífico en el señorío.
Y luego envió un mensajero a Huanca Auqui que le dijese, avergonzándole, si se había
vestido los acssos y llicllas que Huascar Ynga le había enviado, en pago de tantas batallas
como había vencido, que si no se las había puesto se las pusiese y volviese al Cuzco con ellas
para entrar en triunfo. En enviando el mensajero ordenó de hacer el más poderoso ejército
y de más número de cuantos hasta allí había hecho. Nombró por General dél a Quisquis, el
principal capitán suyo, que había servido a su padre Huaina Capac en todas las guerras y
conquistas, y a Chalco-Chima por su teniente, o por maese de campo como agora se usa,
porque era indio ingenioso y de grandes ardides de guerra, cruel y astuto, y por capitanes
nombró a Yura Hualpa, natural chirque, a Rumiñaui, natural quiles cache, que es sujeto a
Corca tres leguas del Cuzco, y a Tumairima y Ucumari y otros muchos. Y habiendo hecho
reseña general de todo el ejército, que era de todas las naciones de cerca de Quito y de los
soldados viejos que allí había puesto su padre Huaina Capac, los despachó, mandando al
general que siguiese a Huanca Auqui hasta Caxa Marca, y llegando allá pusiese sus mojones
en el río Tanamayo. Quisquis, con todo el ejército, se vino por sus jornadas hasta llegar a
Cusi Pampa, a do alló a Huanca Auqui, el cual le salió al encuentro con mucha determinación
y ánimo. Y tuvieron una tan reñida batalla que de ambas partes murió infinita gente, y como
fuese la pujanza del ejército de Atao Hualpa tanta, que sin duda era mayor que el de
Huanca Auqui, le desbarataron e hicieron retirar a Cusi Pampa, a los fuertes que tenía allí
aderezados.
Visto por Huanca Auqui lo mal que le había ido y el mucho número de gente que había
perdido en la batalla, y el enemigo victorioso y soberbio, y el poco socorro que de ninguna
parte podía esperar tan presto, acordó aquella noche hacer un Parlamento a los cañares y
tomebambas que allí estaban por mitimas puestos por su padre Huaina Capac, y a sus
capitanes, diciéndoles que ya veían por sus ojos el poco remedio que tenían de escapar de
las manos de sus enemigos, que tan pujantes estaban, y que a él le parecía, con su acuerdo y
voluntad, aquella noche se huyesen hacia Caja Marca con todas las riquezas y huacas que de
Tomebamba habían traído, hasta que hallasen ventura, o gente de socorro que les pudiese
favorecer, y se amparasen en algún lugar fuerte, hasta que Huascar le mandase lo que había
de hacer, pues no retirándose tenían vendidas las vidas, y era imposible no perderlas, y
todas las riquezas que allí tenían vendrían a manos de los enemigos con que se harían más
poderosas y soberbios. Oído lo que Huanca Auqui propuso, todos convinieron en ello, que era
grande el miedo que habían concebido, y con los malos sucesos todos se habían acobardado.
Así lo propusieron por obra, y con todo el silencio del mundo aquella misma noche,
trayéndose las huacas y riquezas dichas, se empezaron a retirar, no dando muestras que
huían, y en las provincias por donde pasaban se iban rehaciendo de gente dellas, por fuerza
o por grado. Y así, poco a poco, sustentándose como mejor podían, se iban retirando hacia el
Cuzco, y Quisquis con su ejército siempre sobre ellos, no perdiendo ocasión ninguna en que
les pudiese hacer daño y matarle de la gente desmandada que no gozase della.
Desta manera llegaron a Caja Marca, a donde Huanca Auqui halló un buen socorro de diez
mil indios chachapoyas que Huascar Ynga, sabiendo los ruines sucesos de su ejército, había
mandado saliesen de ayuda, para que le reforzasen. Con este aliento se holgó en gran
manera Huanca Auqui y se animó algo, y mandóles que se fuesen a encontrar con Quisquis,
que venía cerca, y llevasen consigo la gente que él tenía de cañares y tomebambas y otras
naciones, y le diesen batalla en algún lugar fuerte donde le tuviesen ventaja. Él no quiso ir
con ellos pareciéndole que en su desdicha iba el perder siempre las batallas, y así se quedó
en Caja Marca cansado, por aliviarse algo de los trabajos pasados.
Capítulo LII
De cómo Quisquis venció a los chachapoyas, y a Huanca Auqui, en otras dos batallas
Juntos los chachapoyas recién venidos con el restante del ejército de Huanca Auqui,
salieron de Caja Marca a gran prisa y se fueron a encontrar con Quisquis al camino, y se
vieron en Concha Huaila, que es entre Huanca Pampa y Caja Marca, y otro día por la mañana,
con buen orden, le presentaron la batalla, aunque iban los unos y los otros cansados del
camino. Pero como Quisquis y sus soldados venían victoriosos, no tardaron de romper y
desbaratar a los chachapoyas y demás que con ellos se habían juntado, y fue tanta la
mortandad que en ellos hizo Quisquis que de diez mil que eran los chachapoyas no se
escaparon más de tres mil apenas, los cuales heridos, y los que pudieron retraer de las
demás naciones, se vinieron huyendo adonde estaba Huanca Auqui en Caja Marca, salvo
algunos de los chachapoyas, que teniéndose por venturosos, y no queriendo volver a ponerse
en nuevo riesgo, pareciéndoles que las cosas de Huanca Auqui iban muy de caída,
secretamente se fueron a sus tierras.
Vistos tantos desmanes y adversidades por Huanca Auqui, y que Quisquis cada día iba
aumentando su ejército de gente y con las victorias haciéndose más temido, no le pareció
aguardarle en Caja Marca, pues no tenía socorro ni remedio alguno para resistirle, y así se
salió de Caja Marca con lo poco que le había quedado de su ejército. A grandes jornadas se
retiró hacia el Cuzco, dejando aquellas provincias desamparadas y sujetas al furor del
enemigo, que le venía siguiendo a gran prisa. Llegado Huanca Auqui a Bombón halló un
grandísimo ejército que Huascar Ynga le enviaba de todas las provincias del Collao y otras
vecinas, y contento con tan buena ayuda reparó allí y descansó él, y los que con él venían, y
se rehízo de todo lo necesario de armas y vestidos, de lo que había en los depósitos, porque
su gente con tantas pérdidas venía destrozada y desnuda y aun ambrienta, y así aguardó a
sus enemigos, deseoso de restaurar los daños pasados.
Sabido que llegaban cerca de Bombón les salió fuera con buen orden y ánimo, habiendo
esforzado a toda su gente con palabras de gran confianza, y aguardó la batalla en la puente
del río llamado Bombón, y allí se embistieron los unos y los otros con brava furia. Fue tan
reñida la batalla que duró hasta la noche, sin que se conociese ventaja ninguna de ambas
partes. Al otro día por la mañana se tornó a ella con nuevo brío y deseo, que los de Huanca
Auqui se habían animado, viendo la resistencia que el día antes habían hecho al enemigo, tan
hecho a vencer, y habiendo peleado todo el día los departió la noche sin vencimiento, y con
infinitas muertes. Al tercero tornaron a pelear, ya como desesperados los unos y los otros.
Como la pujanza de Quisquis fue tan grande que traía doblado ejército del que sacó de
Tomebamba, a causa de que en todas las provincias que ganaba se rehacía de gente nueva, y
todos se le juntaban de temor de los grandes y crueles castigos que hacía en los que no les
salían a dar la obediencia, y en los gobernadores puestos por Huascar Ynga en las
provincias, pudo tanto, que al cabo desbarató el ejército del Ynga y lo venció con infinita
mortandad dél, y los hizo huir, a los que de la muerte se escaparon, vergonzosamente.
Vista tanta desventura por Huanca Auqui y el desbarate y menoscabo de su ejército, y que
les era forzoso huir y retirarse con los demás, lo hubo de hacer con harto dolor de su
ánimo, y se retrajo hasta jauja, donde le llegó otro socorro no pequeño de soras, chancas,
rucanas, aymaraes y quíchuas, y de huancas y yauyos, y viendo esto, acordó de juntar éstos
ejércitos y ponerlos en orden para salir a probar de nuevo ventura contra Quisquis, que ya
venía sobre él a gran furia. Y, puesto todo a punto, salió dos leguas de jauja hacia Huánuco,
a un valle llamado Yanamarca, a do se encontró con sus enemigos, y les presentó la batalla,
mostrando que los desastres y vencimientos pasados no le habían acortado el ánimo, y se
empezó a pelear de ambas partes con gran determinación y braveza, cayendo infinitos
muertos y sustentando el tesón de la batalla casi todo el día. Como ya Huanca Auqui tuviese
la fortuna por opuesta y los enemigos favorable, al fin, fue vencido por Quisquis y Chalco
Chima, con tan lamentable destrucción de los suyos que no se puede contar, y fue de tal
manera la matanza que hasta hoy está todo aquel valle lleno de huesos de los que allí
murieron. Huanca Auqui, que como tenía desdicha en ser vencido, tenía ventura en
escaparse de las manos de sus enemigos, se retiró desbaratado con algún poco número de
gente hasta Paucaray. Allí descansó algunos días, que los contrarios no le siguieron porque
estaban muy cansados y tuvieron necesidad de curar los heridos y repararse de gente,
porque perdieron mucho número della en la batalla.
Estando Huanca Auqui en Paucaray no sabiendo qué consejo tomar en tanta desdicha, le
llegó una capitanía de orejones con un capitán llamado Maita Yupanqui, que dijo a Huanca
Auqui de parte de su hermano Huascar Ynga, que qué cosas eran aquéllas, que cómo se había
dado tan mala maña en la guerra y en perder tantas batallas y tanto número de gente, y
venirse retirando dejando destruidas las provincias, y que no era posible sino que se
hubiese hecho de concierto con Atao Hualpa, su hermano, y Quisquis, su general, en su
nombre, pues tales cosas habían sucedido entre ellos y tanta suma de gente, de la mejor,
había dejado perder en las batallas. A lo cual Huanca Auqui, sentido de que en su fidelidad
se pusiese mácula y sospecha, respondió que no era verdad que entre él y Quisquis hubiese
algún concierto y alianza contra lo que él era obligado, sino que no había podido más, que
siempre había hecho todo su poder, y ordenado las batallas conforme entendió que estaban
mejor para vencer a sus enemigos, y que si había sido desbaratado no estaba en su mano,
sino en la del Hacedor que lo permitía así.
Entonces dicen que Huanca Auqui, con el enojo y cólera de lo que Huscar le envió a decir,
estuvo resoluto y determinado de pasarse a su hermano Atao Hualpa y hacerse a una con él,
por vengarse de lo que le imputaban. Pero los capitanes que dese el principio habían venido
con él del Cuzco y se habían hallado en todas las batallas, le persuadieron no hiciese tal, que
con ello sería confirmar las sospechas en que malsines y chismosos le habían puesto con
Huascar y sería causa de la destrucción de sus hijos y parientes y amigos que hasta allí le
habían seguido y los que en el Cuzco estaban, que los mandaría Huascar matar luego que
supiese que se había pasado al campo de Quisquis. Así lo dejó de hacer, que sin dudar
estuviera mejor haberlo hecho, pues después murió por orden de Atao Hualpa, con Huascar,
cuando los llevaban presos, como veremos.
Entonces Huanca Auqui dijo a Maita Yupanqui, capitán de los orejones, que fuese a
encontrarse con Quisquis, para que viese la fuerza y valor y el número de su ejército. Los
orejones, como valerosos, pasaron adelante a toparse con Quisquis en la puente de
Ancoyaco, y allí tuvieron con él un rencuentro sangriento, e hicieron detener el ejército sin
poder pasar el río, que es caudaloso, más de un mes, estando el ejército de Atao Hualpa de
la una parte y los orejones de la otra. Estando de esta suerte, como no les fuese socorro
ninguno enviado por Huascar, ni otro de sus capitanes, al fin, Quisquis los cargó un día con
tanto denuedo que los desbarató y auyentó, pasando el río. Ellos siguieron a Huanca Auqui,
que se iba retirando hacia Vilcas, a esperar nueva orden de Huascar Ynga.
Capítulo LVI
Cómo Quisquis mandó sacar a Huascar Ynga en público y de lo que con él pasó y las
crueldades que empezó a hacer
No faltaba, para acabar de consumir los corazones de Rahua Ocllo y Chuqui Huipa y de los
demás orejones que presos estaban, sino hacer lo que en aquel instante mandó Quisquis se
hiciese para más afrenta y dolor y menosprecio dellos. Y fue a los que tenían a cargo a
Huascar Ynga y los demás prisioneros, ordenó los sacasen en público con las prisiones, de la
manera que estaban, y así los sacaron. Salió Huascar Ynga en un lecho de soga y de Icha,
atado fuertemente, y con él salieron Tito Atauchi y Topa Atao, sus hermanos, e Ynga Roca,
su consejero mayor. Y, en saliendo de la casa donde estaban presos, toda la multitud del
ejército de Quisquis alzó una confusa vocería por modo de burla y menosprecio, mofando
dellos, y así fueron por medio de todos los orejones que sentados estaban y rodeados del
ejército, diciendo: veis aquí a vuestro Señor, el que dijo que se había de convertir en fuego
y agua en la batalla para destruir y acabara sus enemigos y había de hacer en ellos castigos
nunca vistos. Visto y oído esto por los orejones, bajaron las cabezas con tanta pena y
sentimiento de sus corazones cuanto no se podrá explicar, y con un llanto interior del alma
pasaron su afrenta y trabajo. Entonces Quisquis, sentado, mandó llegar junto a sí a Tito
Atauchi y Topa Atao, hermanos de Huascar, e Ynga Roca, su consejero, y otros presos de
los más principales, y a Huascar Ynga mandó le bajasen del lecho de sogas donde estaba
atado, y luego llamó a Rahua Ocllo, madre del dicho Huascar, y a su mujer Chuqui Huipa, y a
Huanca Auqui y otros capitanes, y los sacerdotes que habían dado la borlas a Huascar Ynga,
para que en presencia de todos se desdijese, y preguntó Quisquis a Huascar Ynga, con unas
palabras soberbias y de menosprecio: Quién destos os hizo a vos Señor e Ynga habiendo
otros hijos de Huaina Capac mucho mejores que vos, que lo fuesen y lo merecían más.
Oyendo esta pregunta Rahua Ocllo, antes que su hijo respondiese palabra, vuelta a él le
dijo: esto merecéis, hijo, que se os diga y, en fin, todo este trabajo viene enviado de la
mano del hacedor por las crueldades que habéis hecho con vuestros vasallos y las muertes
que distes a vuestros hermanos y parientes tan sin razón, no habiéndose en nada ofendido.
A estas palabras respondió Huascar Ynga a su madre, diciéndole: madre, déjanos a nosotros
que somos hombres que eso que decís ya está hecho y no tiene ahora ningún remedio; y
volviendo el rostro a Chalco Yupanqui, que era el sacerdote mayor de Sol, enderezó a él sus
razones,
diciendo:
habla
vos
y
responde
a
lo
que
me
ha
preguntado
Quisquis, pues lo sabéis y lo vistes; y Chalco Yupanqui dijo a Quisquis: es verdad lo que me
preguntas, que yo lo alcé a Huascar Ynga delante del Sol por Señor por mandado de su
padre, Huaina Capac, que así lo dejó ordenado en su testamento y porque le venía de
derecho ser Ynga, por ser hijo de Coya y haber sido su madre Rahua Ocllo, mujer legítima
de Huaina Capac. Oyendo estas palabras Chalco Chima, que estaba presente, con grande ira
y, enojo se levantó y dio una voz diciendo: mentís, que sois engañador, y con razón os tengo
yo por tal, que en todo habéis mentido, que no mandó tal Huaina Capac cuando murió; y
vuelto a Rahua Ocllo le dijo: si es así verdad, dad, a vuestro hijo, y aporreadle y afrentadle.
Las cuales palabras dijo por menosprecio, y oyendo esto Huascar Ynga, llorándole el
corazón lágrimas de sangre, dijo en alta voz: Quisquis y Chalco Chima, dejaos desas
razones, que no os toca averiguar lo que decís, que vosotros solamente sois mandados de mi
hermano Atao Hualpa, y esta cuestión y diferencia no es entre los Anan Cuzcos y Urin
Cuzcos, sino entre mí y mi hermano, y ambos somos hijos de Huaina Capac, y yo estoy
nombrado por Ynga y Señor legítimamente, por venirme a mí de derecho, como vosotros
sabéis muy bien, yo lo hablaré con mi hermano, y ambos nos entenderemos en este caso, y
vosotros poca cuenta tenéis que tomar de esto ni de otras cosas. Oyendo esto Quisquis se
alteró mucho viendo la libertad con que Huascar Ynga le había hablado, estando en su
poder, y casi corrido dello, lo mandó volver a la prisión con los demás prisioneros, y que los
guardasen con mucho recaudo no se huyesen, y levantóse en pie, juntamente con Chalco
Chima, y dijeron a los orejones: ya vosotros estáis perdonados, idos al Cuzco y enviad a
decir a todas partes a los que andan huidos al monte y a los que se han escondido, que
pierdan el miedo y salgan en público, pues ya todos están perdonados, Las cuales palabras
dijeron cautelosamente y con fraude por sosegarlos, y después coger a los que querían y
matarlos.
Concluido todo lo dicho por Quisquis y Chalco Chima, los orejones, tristes y afligidos, se
volvieron al Cuzco con suma tristeza, diciendo: ¡oh Hacedor!¿dónde estás tú agora, que
diste ser a los Yngas? ¿cómo has permitido que tantos desastres y desventuras hayan
pasado y pasen por ellos? ¿porqué para tan poco tiempo los ensalzastes y distes tanto
señorío? Y diciendo estas palabras, sacudían las mantas que llevaban puestas hacia do
estaba el ejército contrario, en señal de maldición y desdicha que sobre los causadores de
aquello viniese. Y ansí llegaron al Cuzco, juntamente con Rahua Ocllo, madre de Huascar, y
su mujer, Chuqui Huipa, adonde cada uno se fue a su casa, y allí de nuevo se comenzaron los
llantos y gritos, visto cual quedaba el triste de Huascar Ynga en su prisión, temiendo que lo
habían
de
matar
como
a
los
demás
que
aquel
día
habían
muerto.
Otro día por la mañana, Quisquis y Chalco Chima, queriendo hacerse tener más y que su
nombre sonase en todas las provincias del reino, mediante los castigos que hiciesen,
mandaron matar a todos los indios chachapoyas y cañares, que habían sido en las batallas
presos, y con ellos a todos los caciques y capitanes y principales que estaban detenidos en
prisión, lo cual se ejecutó luego con una crueldad nunca vista, y se vio un espectáculo
temeroso y horrendo, porque unos fueron asaltados con tiraderas y varas tostadas; otros,
muertos a macanazos; otros, abiertos por medio; otros, empalados con éstos, y otros mil
géneros de muertes desesperadas. Todo esto mandaron hacer en esta nación porque el
Cacique de los cañares, llamado Uelco Colla, había revuelto a los dos hermanos, Atao Hualpa
y Huascar Ynga, metiendo entre ellos cizaña, quizás para destruirlos a entrambos en
guerras que entre sí se hiciesen, como ya dijimos, pero bien lo pagó.
Capítulo LXVI
Que Manco Ynga salió del Cuzco y se rebeló y envió a ponerle cerco con sus capitanes
De poco aprovechamiento fueron las cartas del marqués Pizarro para que el trato que se
hacía a Manco Ynga mejorase, como hemos dicho antes. Hernando Pizarro, su hermano, con
una insolencia terrible, cada día trataba más mal al Manco Ynga, y lo hacía hechar preso sin
causa y luego lo soltaba, pidiéndole oro y plata, y siempre el cuitado le daba todo cuanto
podía, y no contento con esto, por otra parte, maltrataba a los curacas y principales,
haciéndose cada día más temido dellos y aun más aborrecible y odioso. Por no poderlo sufrir
y para reparar lo que hacía, un dío, por sacarle oro y plata, prendió a Manco Ynga y le dio
trato de cuerda, y le quitó de sus mujeres por darle más dolor y pena. El Inga todo lo
sufría, aguardando la ocasión dicha, pero hiciéronsela apresurar, porque sus capitanes
Vilaoma y Anta Alca y otros parientes suyos y caciques principales, apurados de lo que veían
y pasaban, no pudiendo ir ya, como dicen, atrás ni adelante, le dijeron a Manco Ynga: mira,
Señor, que mejor es que nos defendamos y muramos por ello, que no hemos de estar toda la
vida en tanta sujeción y miseria, tratados como a los negros de los españoles y aun con más
aspereza, y así alcémonos de una vez y muramos por nuestra libertad y por nuestros hijos y
mujeres, que cada día nos los quitan y afrentan. Movido ya con estas razones, Manco Ynga
concedió con ellos y les dijo que saliesen del Cuzco para efectuarlo con más comodidad y se
fuesen a Yucay, donde lo tratarían entre sí, y concertado esto pidió licencia a Hernando
Pizarro y a sus hermanos, diciendo que se quería ir a holgar a Yucay y que le diese algunos
españoles que fuesen con él, para que allí se regocijase con ellos y lengua para parlar con los
españoles que fuesen con él. Esto de pedir soldados fue para disimular mejor su trato e
intención.
Hernando Pizarro y los demás hermanos y capitanes, no recelándose de Manco Ynga, ni
pareciéndoles tenía sentimiento de las injurias que le hacían, consintió en que se fuese a
Yucay, y diole por intérprete a un indio Huancavilca, llamado Antonillo. Así, con su
beneplácito, salió del Cuzco y no quiso volver más a él, y todos los indios de las provincias le
siguieron, y los que más en número fueron con él eran los cañares y chachapoyas, que ahora
residen en el Cuzco. Cuando salió para irse a Yucay se quedaron, que no quisieron ir con él o
por deseo de servir a Su Majestad o por particulares pasiones y odios que entre ellos
hubiese, Pazca, Huayparosoptor, Cayo Topa, hijos de Auqui Topa Ynga y sobrinos de Huaina
Capac. También se quedó don Juan lona y don Luis Utupa Yupanqui y don Pedro Mayor
Rimachi,
con
otros
muchos
indios
naturales
del
Cuzco.
En viéndose Manco Ynga en Yucay libre de las manos y opresión de Hernando Pizarro y sus
hermanos, habiendo conferido con sus capitanes y consejeros el negocio, hizo llamamiento
general a todas las provincias y gentes dellas, y habiéndose juntado mucho número, muy de
veras trató con los principales el alzamiento, y cómo se había de efectuar mejor y con más
brevedad, sin que los españoles se pudiesen defender ni librar de sus manos. Y no lo pudo
hacer tan secreto que no viniese a noticia de Hernando Pizarro y sus hermanos. Sabido por
él, enviaron algunos españoles que al disimulo fuesen por él y lo trajesen, no mostrando
recelarse dél. Pero él estaba ya prevenido, y cuando llegaron adonde él estaba no quiso
venir, antes se defendió con grandísimo ánimo y osadía, y embistiendo a los españoles los
hizo retirar y a los indios que venían con ellos y, no contento, los fue siguiendo y los hizo
huir hasta el Cuzco.
Viendo ya Manco Ynga su negocio declarado y que no se podía escusar la guerra, parecióle
concluirla de una vez acabando a Hernando Pizarro y a los demás conquistadores que había
en el Cuzco. Así dentro de tres o cuatro días envió gran multitud de gente y por general
della a Inquill, que representaba su persona, y por capitanes a Vila Oma y a Paucar Huamán,
los cuales salieron de Yucay y vinieron a mucha prisa y cercaron el Cuzco. Fue tan riguroso y
apretado el cerco, que se vieron Hernando Pizarro y los españoles en un aprieto notable, y
tan afligidos que los indios no les dejaban tomar agua para beber, sino que a lanzadas y
arcabuzazos la habían de ganar, que siendo cosa tan necesaria y en el Cuzco habiendo, como
es notorio, tan poca, llegaron a todo el extremo posible. Y más, que Inquill hizo quemar todo
cuanto pudieron de la ciudad, que fue nueva aflición y trabajo. Duró, sin dejarlos descansar,
el cerco dos meses, peleando cada día e impidiéndoles los indios el entrarles comida ni
otros bastimentos.
Viendo Hernando Pizarro y sus hermanos y los demás capitanes que tan a la larga iba -el
asedio-, y que socorro de Lima no le podían tener, porque aunque habían avisado no sabían si
llegara la nueva o no, determinaron con Pazca, que era capitán de los indios de la ciudad y
amigos, de salir y dar batalla a los indios que los tenían cercados. Así por dos partes les
embistieron con temeraria furia y denuedo, resolutos de morir o de hacer alzar el cerco.
Rompieron primero por la parte de Carmenga, y con ventura favorable rompieron la gente
de Chinchay Suyo que estaba por aquella parte, y eran capitanes dellos Curi Atao y Pusca, y
así rompidos los fueron siguiendo, matando e hiriendo en ellos, sin dejarlos reparar, aunque
quisieron rehacerse, y los llevaron hasta donde solía ser el pueblo de Jicatica, de donde
viene una fuente de agua que es la principal que sustenta al Cuzco. Desde allí dieron la
vuelta por la falda del cerro de Zenca y llegaron a la fortaleza y de allí vieron que Vilaoma y
Paucar Huaman, que valerosamente se habían resistido, estaban abajo junto a la ciudad,
peleando con grande ánimo con los españoles.
Los cuales como de allá abajo vieron a los españoles en Chuquibamba, que estaba junto a la
fortaleza, paresciéndoles que debían de haber vencido a los de Chinchay Suyo, y que si
bajaban les tomarían las espaldas y los matarían a todos, faltos de ánimo con la vista del
enemigo en lo alto, dejaron de pelear y se fueron con buena orden retirando y se entraron
en la fortaleza, haciéndose fuertes en ella, porque es lugar muy aparejado para defenderse
y ofender. Viéndose dentro, los españoles se retiraron, y ellos desde allí hacían grandísimo
daño en los españoles e indios amigos, y visto por Hernando Pizarro la buena ventura y
suceso que Dios le había dado en desbaratar a los enemigos y hacerles por fuerza alzar el
cerco, determinó con sus compañeros y con Pazca, general de los indios amigos y los negros
que tenían, e indios de Nicaragua, cercarle la fortaleza y procurar entrar dentro y echar
de allí a Vilaoma y a los suyos. Así lo puso por obra, cercándoles por todas partes, y en esto
estuvieron cuatro días.
Antes que adelante pase, quiero referir lo que he oído contar a españoles e indios por cosa
constante y verdadera, y es que dicen que andando en el mayor conflicto de la pelea
apareció uno de un caballo blanco, peleando en favor de los españoles y haciendo en los
indios gran matanza, y que todos huían dél. Muchos españoles tuvieron por cierto que era
Mansio Sierra, conquistador principal del Cuzco, y que después, averiguando el caso,
hallaron que Mansio Sierra no había peleado allí sino en otra parte y no había otro que
tuviese caballo blanco, sino él, y así se entiende haber sido el Apóstol Santiago, singular
patrón y defensor de España el que allí apareció, por lo cual la ciudad del Cuzco le tiene por
abogado. También se refiere por los indios que, estando abajo peleando y teniendo
apretados. en gran manera a los españoles, una mujer les cegaba con puñados de arena y no
podían parar delante della, sino todos le huían, la cual se presume haber sido Nuestra
Señora Abogada y Madre de los pecadores, que querría en aquel trance favorecer a los
españoles, y así la Santa iglesia del Cuzco la tiene por patrona y titular suya. Poderoso es
Dios para favorecer a los suyos y más cuando menos esperanza pueden tener del favor y
socorro humano, entonces llega con el suyo para que se estime en lo que es razón. Démosle
todos por sus infinitas misericordias gracias perpetuamente.
LIBRO II.
Capítulo II
Del Palacio Real del Ynga, llamado Cuusmanco, y de sus vestidos e insignias
Como los Yngas, desde Manco Capac, que dio principio a esta monarquía, fuesen cada uno
por su parte añadiendo a su señorío y extendiendo sus reinos y vasallos, así cada cual iba
extendiendo y ampliando su casa y Palacio Real, con edificios magníficos y suntuosos,
aumentando la guarda de su persona y concediendo a los de ellas más libertades y
privilegios, y poniéndolos en más orden y policía, y haciendo mayor muestra de su grandeza.
Tenía el Palacio Real, llamado entre ellos Cuusmanco, dos soberbias puertas, una a la
entrada dél y otra de más adentro, de donde se parecía lo mejor y más digno de estas
puertas, y su obra era de cantería famosa y bien labrada, porque causa admiración notable
que, no teniendo estos indios picos, ni otros instrumentos con que labrar y pulir las piedras,
como no los tenían, las labrasen y ajustasen tan cabal y perfectamente, que no tenía el
entendimiento
más
que
desear,
ni
tacha
ninguna
que
les
poner.
A la primera puerta, en la entrada della, había dos mil indios de guarda con su capitán un
día, y después entraba otro con otros dos mil, que se mudaban de la multitud de los cañares
y de chachapoyas. Estos soldados eran privilegiados y exentos de los servicios personales;
los capitanes que los gobernaban eran indios principales de mucha autoridad, y cuando el
Ynga iba a la Sierra, iban junto a su persona, y se les daban las raciones ordinarias y pagas
aventajadas, y andaban de ordinario acompañados de los hijos de los curacas y principales,
muy lucidamente aderezados.
A esta puerta primera, donde estaba la guarda dicha, se seguía una plaza, hasta la cual
entraban los que con el Ynga venían acompañándole de fuera y allí paraban, y el gran Ynga
entraba dentro con los cuatro orejones de su consejo, pasando a la segunda puerta, en la
cual había también otra guarda, y ésta era de indios naturales de la ciudad del Cuzco,
orejones y parientes y descendientes del Ynga, de quien él se fiaba, y eran los que tenían a
cargo criar y enseñar a los hijos de los gobernadores y principales de todo este Reino, que
iban a servir al Ynga, y a asistir con él en la corte cuando muchachos.
Junto a esta segunda puerta estaba la armería del Ynga, donde había de todo género y
diferencias de armas que ellos usaban, es a saber flechas, arcos, lanzas, macanas, champis,
espadas, celadas, hondas, rodelas fuertes, todo puesto muy en orden y concierto. A esta
segunda puerta estaban cien capitanes de los que más se habían señalado en la guerra y se
habían ejercitado en ella, los cuales estaban entretenidos allí para, cuando se ofreciese
alguna ocasión de guerra o jornada, despacharlos brevemente a ello, de suerte que en
ninguna cosa hubiese dilación.
Más adelante de esta puerta, estaba otra gran plaza o patio para los oficiales del Palacio, y
los que tenían oficios ordinarios dentro dél, que estaban allí aguardando lo que se les
mandaba, en razón de su oficio. Después entraban las salas y recámaras, y aposentos, donde
el Ynga vivía, y esto era todo lleno de deleite y contento, porque había arboledas, jardines
con mil género de pájaros y aves, que andaban cantando; y había tigres y leones, y onzas y
todos los géneros de fieras y animales que se hallaban en este reino. Los aposentos eran
grandes y espaciosos, labrados con maravilloso artificio, porque como entre ellos no se
usaban colgaduras, ni las tapicerías que en nuestra Europa, estaban las paredes labradas de
labores, y ricas y adornadas de mucho oro y estamperías de las figuras y hazañas de sus
antepasados, y las claraboyas y ventanas guarnecidas con oro y plata, y otras piedras
preciosas, de suerte que lo más estimado y rico de todo el reino se cifraba en esta casa del
Ynga.
Había en el Palacio del Ynga una cámara de tesoro, a quien ellos llamaban capac marca huasi,
que significa aposento rico del tesoro, el cual servía de lo que acá la Recámara Real, donde
se guardaban las joyas y piedras preciosas del Rey. Allí estaban todos los ricos vestidos del
Ynga, de cumbi finísimo, y todas las cosas que pertenecían al ornato de su persona; había
joyas ricas de inestimable precio, piezas de oro y plata de la vajilla que se ponía en los
aparadores del Ynga. Toda esta riqueza tenían a su cargo cincuenta como camareros, y el
mayor sobre ellos era un tucuiricuc, o cuipucamayoc, que era como veedor y contador mayor
del Ynga, el cual tenía a cargo las llaves de ciedrtas puertas, aunque eran de palo a su modo
de ellos, pero no las podía abrir sin que estuviesen sus compañero allí delante, los cuales
también tenían su llaves diferentes. Tenía este tesorero, o contador mayor, gran salario y
muchos provechos, porque el Ynga le daba muchos vestidos de los suyos, ganado y chácaras,
y destos dones de él se llevaba las dos partes y la una era para sus compañeros. Sin estos
que tenían a su cargo el tesoro, había otros veinte y cinco guarda-ropas, los cuales eran
mancebetes desde doce a quince años, hijos de curacas y de indios principales, los cuales
andaban muy bien tratados y vestidos ricamente, que les daba cada semana un mayordomo
que tenía salario para ello, y era privilegiado pata andar en hamaca, cuando quería. Estos
mancebos limpiaban los vestidos que el Ynga se vestía de ordinario, y a éstos se avisaba de
qué color se había de poner el vestido, y lo preparaban, y también le servían de llevar los
platos a la mesa, cuando el Ynga comía.
LIBRO III
Capítulo XVIII
De
otras
ciudades
y
villas
deste
Reino
hasta
la
ciudad
de
Trujillo
Viniendo de la ciudad de Quito, que tenemos escrita, hacia la Ciudad de los Reyes, están,
por la parte de la Sierra, la villa de Riobamba, veinte y cinco leguas de Quito, poblada de
españoles; después, por el mismo camino, está la ciudad de Cuenca, la ciudad de Loja,
fundada por el capitán Mercadillo, la ciudad de Zamora y las ricas minas de Garuma, la
ciudad de Jaén y, en la provincia de los bracamoros, la ciudad de Santiago de las Montañas
y Moyopampa, la ciudad de Chachapoyas y la villa de Cajarmarca, dicha Sant Antón, donde
fue preso el Ynga Ata Hualpa, y se repartió aquel famosísimo rescate, nunca hasta hoy dado
tal por ningún príncipe ni monarca del mundo. Todas estas ciudades y villas que he dicho,
aunque tiene pocos moradores que las habiten, todavía están muy concertadas y dispuestas,
y hay en sus distritos grandes crías de ganado de todas suertes y estancias, chácaras y
sementeras de trigo, maíz, cebada y cualesquier granos y legumbres que fácilmente
producen, y así son las comidas variadísimas, y los habitadores viven una vida quieta y
sosegada, quitados de ruidos y disensiones, y, apartados y aun olvidados de los tráfagos y
bullicios de las guerras.
En los llanos de la costa de la mar está la ciudad de Puerto Viejo, y luego Guayaquil, junto al
famoso río que dijimos. Dónase y se cría la zarzaparrilla, y el agua del río es delgada y
sabrosa, que hace los mismos efectos que la zarza a quien por algún tiempo la bebe. Junto a
Guayaquil está la mentada isla de la Puná, que tiene doce leguas de boje, la cual, cuando los
españoles la conquistaron, hervía de gente, que casi no cabía en ella; pero después ha venido
a notable disminución, que hay el día de hoy muy pocos indios por justo castigo y permisión
del cielo. Fue que Fray Vicente de Valverde, religioso del orden de predicadores, el que se
halló con el Marqués Pizarro en Cajamarca, cuando la prisión de Ata Hualpa, habiendo ido a
España y héchosele merced del obispado del Perú, todo con tan extendida jurisdicción que,
si no es la del Pontífice Romano, no se sabe de otra que en aquel tiempo fuese mayor ni más
alcanzase, y viniendo de Panamá para la Ciudad de los Reyes, pasó por esta isla de la Puná
con poco acompañamiento y, los indios de ella, movidos con furor diabólico, le mataron
haciéndole piezas, y después se lo comieron en diversos guisados y locros. Pero, como es un
negocio que tiene Dios muy a su cargo el castigar a los que manos violentas ponen en sus
sacerdotes y ministros, todos lo que en este abominable hecho se hallaron, murieron mala y
desastrosamente, y se han ido los indios de aquella isla apocando, como vemos que ha
sucedido siempre en el mundo, en los pueblos donde semejantes delitos se cometen. Hoy los
religiosos de Nuestra Señora de la Merced tienen a su cargo la isla, y son curas y
doctrinantes della y de las reliquias que han quedado.
Después está la ciudad de San Miguel de Piura, la primera y más antigua que en este Reino
se fundó, y aún quizás hoy la más pequeña y de menos gente dél. El puerto de Paita está
cerca, poblado de españoles, escala generalísima de todos lo navíos que vienen de Tierra
Firme, México, Nicaragua y Guatemala, que la reconocen, y desde allí se meten a la mar
para llegar a tomar el puerto del Callao, que es abundantísimo de pescado, especialmente
tollos.
Corriendo la costa adelante, se topa con la Villa de Miraflores, del Valle de Saña, situada
siete leguas de la mar, cuyo puerto se llama Cherrepe, algo trabajaso y bravo para la
desembarcación. Esta villa es una de las más ricas y de más contratación que hay en el
Reino, a causa que se crían en sus alrededores y estancias, y por los algarrobales de ella,
más de doscientas mil cabezas de ganado cabrío, de que se hacen muchos millares de
cordobanes y quintales de sebo. Muy mucho número de ingenios poblados de negros
esclavos, donde se hace miel y azúcar, que todo se lleva en navíos a la Ciudad de los Reyes,
y no hay año que no se carguen en su puerto más de diez o doce navíos, y así debe de valer
lo que llevan sobre quinientos mil ducados. Hay hombres muy ricos y poderosos en ella, y es
pueblo de muchos regalos por los dulces que cría y la sobra de mantenimientos. Es obispado,
y hay vicario en ella y beneficiados y monasterios de religiosos, del orden de San Francisco,
San Agustín y Nuestra Señora de las Mercedes, en cuya iglesia está una imagen que hace
muchísimos milagros, y hay parroquias de indios.
Más adelante, veinte leguas, está un pueblo de indios, donde hay un monasterio de
religiosos agustinos, y en él una devotísima imagen de Nuestra Señora de Guadalupe,
retrato de la que está en España, en Extremadura, y frecuentadísima de españoles e indios
de la Sierra y de los Llanos, que acuden a esta misericordiosísima Señora al remedio de sus
necesidades, trabajos y enfermedades, donde hallan consuelo los afligidos y salud los
enfermos. Tienen allí los religiosos estudio ordinario de Gramática y, algunas veces, de
Artes, y hay mucho número de religiosos que viven contentísimos en la quietud de aquel
desierto.
Siete leguas corridas de la costa hacia la Ciudad de los Reyes, está la muy nombrada ciudad
de Trujillo, fundada por Diego de Mora, un muy leal vasallo de su Majestad, como se refiere
en la historia del Perú. Antiguamente tuvo esta ciudad por nombre Chimoca Capac, por
haber sido su fundado de este nombre y haber los chimocacapas enseñoreádose della y de
toda su comarca, y sido señores naturales della, hasta que los Yngas la conquistaron, y así
los edificios della son obras destos y no de los yngas. Habrá más de cuarenta años que, en
su comarca, se descubrieron tan ricas y soberbias huacas con entierros de oro y plata,
vasijas y bebederos destos metales, que no se puede contar la multitud que fue, y así
quedaron riquísimos y muy poderosos, los que las labraron, y aún hoy se tiene noticia de
otras muchas, que los indios procuran encubrir a los españoles, instigados por el diablo a
quien en extremo temen, diciendo que los matará, si descubren las huacas y entierros.
Hay en Trujillo muchos encomenderos y vecinos muy ricos en rentas y en haciendas y crías
de ganados mayor y menor, y, sobre todo, famosos ingenios de azúcar, de que se sacan
grades rentas, y es cierto que, si el puerto de esta ciudad que está dos leguas de ella,
llamado Huanchaco, fuera seguro y fácil para embarcarse y salir a tierra, fuera Trujillo una
de las más prósperas y opulentas ciudades del Reino. Pero acontece estar el puerto quince
días, que no se puede navegar de tierra a los navíos, y, a esta ocasión los azucares y cargas
del pueblo no se pueden llevar a la Ciudad de los Reyes, si no es por tierra y a gran costa, y
así la villa de Saña ha ido creciendo y poblándose cada día más, y, Trujillo menguando. Está
asentado en un llano, y es fertilísimo el terreno dél y, los mantenimientos se cogen en gran
muchedumbre, y la gente de la ciudad muy cortesana y apacible. Hay en ella vicario, y los
conventos de religiosos de todas las órdenes muy bien labrados y ricos de ornamentos y
aderezos de plata y servidos con gran decencia, como gozaron del tiempo de las huacas, y
de las riquezas y tesoros que dellas se sacaban.
Alrededor deste pueblo y su comarca, hay grandísimas poblaciones de indios yungas, aunque
muchas despobladas por secreto juicio del cielo, que se van acabando visiblemente tanto,
que refieren haber un pueblo desierto donde hubo noventa mil indios moradores. Siémbrase
en todos estos llanos y costa infinito algodón, de que se visten los indios en general y, las
indias, y se hace dello jarcias y velas de navíos, y es trato de mucho interés.
Diez y ocho leguas adelante de Trujillo, junto a la mar, está la villa de Santa María de la
Parrilla, poblada de españoles con su puerto seguro, y muchos ingenios de azúcar alrededor.
La villa de Guaura, dicha Nueva Carrión, poblada por orden del visorrey don Luis de Velasco,
a diez y ocho leguas de Lima, de la cual se sacan cada año mucho navíos cargados de trigo
para los Reyes, y toda la sal que se gasta en ella, y se lleva al Reino de Chile, y aún se podrá
henchir, con la que se da y hay en el puerto, a toda España, Francia e Italia. A nueve leguas
de los reyes, se ve la villa de Arnedo, en el valle de Chancay, rodeada de viñas, huertas y,
chácaras de mucho regalo y temple sanísimo, donde se coge trigo que se lleva a los Reyes y
todo lo recibe y gasta.
Descargar