1 EDITORIAL MUNDO HISPANO Agencias de Distribución ARGENTINA: Casilla 48, Suc. 3, Buenos Aires COLOMBIA: Apartado Aéreo 15333, Bogotá COSTA RICA: Apartado 1883, San José CHILE: Casilla 1253, Santiago ECUADOR: Casilla 2166, Quito ESPAÑA: Arimón, 22, Barcelona-6 ESTADOS UNIDOS: Apartado 4255, El Paso, Texas 79914 GUATEMALA: Apartado 1135, Guatemala HONDURAS: Apartado 279, Tegucigalpa MEXICO: Vizcaínas No. 16, México 1, D. F. PARAGUAY: Pettirossi 595, Asunción PERU: Apartado 2562, Lima REPUBLICA DOMINICANA: Apartado 880, Santo Domingo URUGUAY: Casilla 2214, Montevideo VENEZUELA: Apartado 152, Valencia Primera edición: 1970 Segunda edición: 1971 Tercera edición: 1973 Copyright Casa Bautista de Publicaciones Clasifíquese: Novela — DL C.B.P. Art. No. 37014 6 M 2 73 2 INDICE Capítulo I ALBORADA GRIS ………………………………………………………………………… 4 Capítulo II SANGRE Y FUEGO ……………………………………………………………………… 8 Capítulo III LA VENGANZA …………………………………………………………………………. 12 Capítulo IV LOS RECLUTAS DE BELLA VISTA ………………………………………………. 15 Capítulo V HACIA UN NUEVO RUMBO ……………………………………………………… 20 Capítulo VI EL DESAFIO DE LA VIUDA ……………………………………………………….. 24 Capítulo VII EL PODER DEL AMOR ……………………………………………………………. 28 Capítulo VIII EL ENCUENTRO ……………………………………………………………………. 33 Capítulo IX LA TRAICION …………………………………………………………………………. 38 Capítulo X EL RETORNO ………………………………………………………………………….. 42 Capítulo XI CON LA SUERTE DE ESPALDAS ………………………………………………. 50 Capítulo XII EL VALOR DE UN TESTIMONIO …………………………………………….. 55 Capítulo XIII LA AURORA DE LA REDENCION …………………………………………… 59 3 CAPITULO 1 ALBORADA GRIS —Hijo mío..., verás cosas peores en esta patria que te vio nacer. —Papá, ¿y qué vamos a hacer en el futuro...? - ...Después te digo... - ¡Mamá, mamaíta, quiero contarle algo muy triste! Dorian, un joven como de quince años muy asustado, llegó a la casa llamando así a su mamá. Mientras descargaba el pollero sobre la rústica mesa continuó hablando con mucho afán: —¿Sabe lo que pasó en la hacienda de Las Camelias? ¡Pero hijo de mi alma, cómo voy a saberlo si no he salido en todo el día de casa! —Mamá, sucedió algo espantoso. —¡Ave María Purísima! ¿Qué sucedió? El sudor corría por la frente amplia del joven, quien había caminado muy rápido para contarle a su mamá la tragedia ocurrida. En un ademán forzado respondió a su progenitora: —Que mataron a don Chepe Camargo, su mujer, su hijo y varios peones. — ¡Padre Claret bendito! ¿Vieron los cadáveres? —Papá y yo estábamos negociando las naranjas en la bodega del pueblo, y don Ambrosio Godoy estaba contando el incidente a doña Sofía. Varios "chusmeros" de Bella Vista se hablan apoderado de la hacienda de Las Camelias en forma violenta. Dejaron como saldo varios muertos y cargaron con todo lo que encontraron a la mano. La vieja casona vestida en cafetalera fue testigo de semejante atrocidad. Algunas personas del vecindario acudieron a la hacienda para ver los cuerpos acribillados. Nadie profería palabra, parecía que todos estaban mudos ante la escena que presentaban las víctimas. En la cocina, frente al patio de la casa, había un cuerpo desnudo; era el de doña Clarita. Yacía sobre un charco de sangre coagulada. Sobre su estómago abultado se encontraba un niño atravesado sin brazos ni pies, lo habían mutilado sin misericordia. Las cuencas del niñito estaban rotas y llenas de sal, los bandidos le habían sacado los ojos. El patio de la casa de Las Camelias olía a sangre humana. Era un espectáculo de terror y lástima. En la parte interior de la casona, junto a la letrina, estaban los otros cuerpos uno sobre el otro. Las manos y los rostros de aquellos 4 desafortunados indicaban ligeramente síntomas de descomposición. La violencia y el sadismo humano acusaban las huellas de la crueldad en la humanidad de aquella gente indefensa, donde el machete asesino había destrozado en forma repugnante los rostros de dos campesinos y el de don Eliberto Martínez, y a un campesino como de cuarenta años le habían sacado la lengua y' los ojos. Don Elibey, el padre de Dorian, se quitó el sombrero y se santiguó en actitud religiosa, mientras que el muchacho rezaba en silencio el Padrenuestro. Elibey llamó a solas a su hijo para decirle: —Tú no sabes quién mató a esa pobre gente, ¿verdad? —No papá; sólo he oído decir por ahí que los criminales han sido unos políticos de Bella Vista. Caminaron hacia el trapiche de la hacienda y el padre siguió hablando con marcada dificultad. Colocó la mano sobre el hombro de su hijo y con amor le dijo: —Sí, Dorian; los siete que han muerto han sido asesinados por las manos de unos bandidos de Bella Vista apodados "los chusmeros". —¿Y por qué matan a la gente trabajadora y honrada? —Sencillamente porque ellos eran "manzanillos", y los "chusmeros" han jurado acabar con todas las familias que pertenezcan a ese partido político. --Papá, ¿nosotros somos "manzanillos"? —No, hijo mío; yo no soy de ningún partido político. En este mundo todos los hombres son iguales ... Unos a otros se matan y así se exterminan miserablemente ... Lo mejor que debe hacer un campesino honrado es trabajar con valor mientras Dios lo tenga con vida en este mundo. Miró a su hijo con ternura y le afirmó lo siguiente: --Dorian; estamos viviendo en un mundo envuelto en la injusticia. Por todas partes hay violencia y maldad. Parece que el diablo ha desatado todos los demonios del infierno para que le hagan mal a la humanidad. Nuestra patria está a la merced de los políticos envidiosos y criminales. Son personas sin escrúpulos, tienen las manos manchadas de sangre y de suciedad. Nosotros no debemos confiar en los hombres porque "todos están cortados por un mismo cuchillo". Elibey González habló a su hijo con tanto fervor y realismo, que casi empezó a llorar. El jovencito lo escuchó con respeto. El padre volvió a decirle: —Hijo mío, debes acostumbrarte a escenas como las que has visto este día. Verás cosas peores en esta patria que te vio nacer. Los nubarrones de la violencia parece que se están aproximando a estas tierras buenas y pacíficas. —Papá, ¿y qué vamos a hacer en el futuro en medio de tanto peligro? —Bueno ... después te diré lo 5 que tenemos que hacer. Elibey buscó evadir otras preguntas de su hijo y exclamó: —Van a darle sepultura a los cuerpos, vamos a mirar más de cerca. Varios campesinos de la comarca estaban colaborando en el entierro de los cadáveres. Un hueco profundo estaba listo para recibir a las víctimas que demostraban bastante descomposición. Las moscas verdes de la montaña huyeron, abandonando las heridas de los cuerpos. Los presentes lloraban en el silencio mudo del dolor, mientras la tierra recibía con un ges-to acogedor aquellos despojos humanos. Las mujeres rezaban con las camándulas en las manos. Todos derramaron lágrimas, pero Dorian no pudo llorar. Don Cupertino, compadre de la familia desaparecida, se subió sobre un tronco seco, se limpió los ojos con la manga de su camisa, y habló a la gente con acento solemne pero decidido: "Campesinos de Los Paticos ... ante la realidad de los hechos ocurridos en esta zona tengo que decirles lo siguiente: Ustedes son personas trabajadoras, hombres de paz, ciudadanos dignos de respeto y consideración. No contamos con nadie que nos garantice la seguridad ciudadana. La política se ha corrompido, y la conciencia de justicia la han enterrado ... Amigos campesinos, si continuamos en esta comarca tendremos que convertirnos en criminales o en víctimas del azote de muerte que nos amenaza. Ya hemos visto la suerte de los dueños de Las Camelias, es un triste ejemplo que nos muestra el terror de la realidad presente. No quiero infundirles miedo, sino más bien orientarlos y prevenirles del mal. Bien ha dicho el refrán antiguo: 'Vale más consejo a tiempo, que un beso en la boca con angustia.' Yo personalmente me iré la semana entrante rumbo a Santa Marta." Los oyentes guardaron silencio. Parecía que el cetro de la muerte y del temor reinaba en aquellos corazones. Empezaron a retirarse, y en cuestión de segundos todo quedó solitario. Una cruz grande de madera seca miraba hacia el camino con melancolía. Los tres puntos de aquel objeto simbólico hablaban sin palabras en el idioma irónico de una leyenda maldita. Aquella cruz de madera presagiaba a toda América la realidad de una avalancha cuya tempestad infrahumana iba a ser su blanco en los corazones inocentes. Los hombres de aquella tierra de esmeraldas eran enterrados con las cuencas podridas por la muerte. Los hijos de Colombia eran la presa humana de una boca terrena. Morían con los ojos abiertos como si estuvieran mirando al cielo en un reclamo de justicia. Las orquídeas más hermosas de la Tierra de Indias tenían como abono los huesos de los muertos. 6 En la casa de la familia de Elibey González reinaba la tristeza y la expectación. La confusión hacía eco en aquellos corazones ante la imagen de la violencia nocturna. La señora Delmira, esposa de Elibey, remendaba una camisa sentada sobre un tronco. A su lado, su marido, un poco nervioso, cargaba la escopeta, mientras Dorian estudiaba con esmero las lecciones que su maestra le había asignado. Era un joven inteligente que cursaba su quinto año de primaria en una escuela vecina. La luz mortecina de una lámpara de kerosén inundaba con pobreza aquella sala humilde. La voz de la señora Delmira rompió aquel silencio: —Elibey, tenemos que buscar una persona para que nos compre el conuco y la cosecha de café. — ¡Mujer de mi alma, mil veces te he dicho que no pensemos en marcharnos de esta zona tan buena para el café! La vida se nos haría muy difícil fuera de Los Paticos. Además, no tenemos adónde ir. —Hijito, atiéndame un momento, se lo suplico. Por todas partes se habla de los comienzos de la violencia y, ¿qué vamos a hacer? —Delmira, los cuentos son cuentos en todas partes. ¿Acaso todos los campesinos de esta zona vamos a correr la suerte de los dueños de Las Camelias? —Elibey, usted no me entiende —afirmó la señora con cierta molestia. —¡Cómo no le voy a entender! —replicó el campesino disgustado. —Todos los vecinos están marchándose a El Banco y a Santa Marta. Han vendido sus conucos, la cosecha y todos sus bienes. —Delmira, es mejor que cierres la boca por esta noche. Yo sé lo que tenemos que hacer en el futuro. Doña Delmira guardó silencio con un gesto de inconformidad, entretanto el jovencito que observaba la conducta de sus progenitores aprovechó para intervenir con timidez: —Papá, yo creo que debemos subir al caserío para pedir algunos consejos a don Venancio Plaza, el dueño de la bodega. Muchas personas han ido a él y han conseguido ayuda y orientación. El aludido guardó silencio. Fingió estar distraído en su oficio. — Papá, ¿me ha oído usted? Elibey colgó el rifle en la pared, encogió los hombros y con una sonrisa burlona le respondió: —Parece que su mamá ya lo contagió de valor. Todos sonrieron amistosamente ante las palabras de Eli-bey. Llegó la hora de dormir y asegurando las puertas de tabla se dispusieron a descansar. 7 CAPITULO II SANGRE Y FUEGO - Cachiporra inmunda! —grito el chusmero furioso. - Suélteme cobar ... de! Suel te me! ... El año de 1948 moría en el ocaso de su calendario. La violencia y la sangre humana corrían como mares por todos los surcos de la patria de las maravillosas esmeraldas. Los hombres y las mujeres tenían que huir con los niños desnudos. Aquel era el éxodo de los ciudadanos de Colombia, quienes corrían como locos dejando atrás sus bienes y sus ilusiones. Las montañas eran las protectoras de aquellos desamparados, cuya mirada de angustia estaba lejos de una bandera de paz y de concordia. Muchas personas escaparon en forma milagrosa a las Repúblicas de Panamá, Venezuela y el Ecuador. El panorama era oscuro, con señales de tempestad y muerte. La familia González permaneció en Los Paticos, tenían miedo de perder la cosecha y, además no tenían a donde ir: estaban desorientados, con la confusión en sus pobres almas, Ellos tenían mucha fe en el beato Claret, el santo de su predilección. Todos los días lo alumbraban con aceite de tártago. Una noche, como a eso de las once y media, ladro el perro de la familia González. La oscuridad era notable, las estrellas dormían en el sueño de la ausencia. El perro siguió ladrando y a la vez retrocedía buscando la puerta de la casa. La detonación de un fusil hizo eco en el corazón de la montaña. EI animal cayó muerto de un balazo en la cabeza. Elibey y los demás miembros de la familia saltaron de sus camas asustados. Dorian impulsado por algo extraño, tomo al machete y con nerviosismo corrió a la puerta interior, cruzo el patio y se escondió en la platanera; mientras que el viejo agarro el arma de fuego con resolución. La señora Delmira se arrodilló ante la imagen del beato Claret. Una voz masculina gritó desde la calle: — Ábrannos la puerta o la derribamos a tiros! ¡No vamos a hacerles ningún daño! - Quienes son ustedes? —pregunto Elibey a los desconocidos. Somos 8 representantes del gobierno; ¡deseamos darles algunas instrucciones, para que sepan protegerse de los guerrilleros que están invadiendo la comarca! Los González entendieron que se trataba de un truco muy peligroso. De esa manera habían matado a otros campesinos en Los Paticos. El padre les respondió: Nosotros no vamos a abrir la puerta, además no tenemos dinero ni pertenecemos a ningún partido político. ¡Somos campesinos honrados y pacíficos! Cuatro balas se estrellaron en la cerradura de la puerta. Una docena de machetazos sonaron en las tablas, débiles de aquella puerta rústica; luego varios empujones y la entrada estaba libre para ellos. El viejo Elibey hizo un disparo para asustarlos, pero nada consiguió detenerlos. La presencia de un hombre los sorprendió y —; Con que las palomitas no querían abrir!, eeh? Varias personas armadas cercaron a los esposos González. El cabecilla de la chusma hablo: ¡Desgraciados cachiporros! malditos perros de monte! Con la rapidez de un rayo desarmo al viejo y descargo el arma contra el piso, convirtiendo el fusil en unos cuantos pedazos de madera y hierro. ¿Por qué disparó contra nosotros?! ¡Conteste, viejo infeliz! Elibey quiso defenderse de la acusación, pero no lo dejaron hablar. ¿Usted quería asesinar a uno de mis compañeros? —Señores tenia nervios y dispare sin culpa. --; Sus mentiras de mortecino lo están delatando! ¡Usted es una lacra infernal, un puerco sin manteca! iPerro ...! ...! Se lanzó contra el humilde campesino y le golpeo el rostro incansablemente, hasta que lo tumbó al suelo en forma brutal. Lo arrastro hasta donde estaba su esposa rezando y otro bandido afirmó: —A estos mortecinos les gusta rezar a todos los santos. —Si —respondió el cabecilla—, tienen la hediondez de los ratones de la iglesia. Todos se rieron a carcajadas. El más joven de ellos agarró a la señora por el cabello y le dijo con aire de sensualidad: —Todavía está muy bien la vieja perra. ¿No les parece que ...? La sensualidad brutal de los hombres se hizo presente aquella noche en el corazón malvado de aquel bandido. Se miraron unos a otros con malicia y desidia. El señor Elibey no pudo aguantar la situación y decidió jugarse la vida antes que permitir el deshonor de su esposa. Ella empezó a llorar y su marido se lanzó contra su adversario más próximo. Quiso desarmarlo, pero sin éxito. Un disparo ronco le introdujo una Bala en la cabeza y se fue de bruces, emitiendo un quejido leve. La sangre corría por el piso, mientras que los sesos buscaban salida por el orificio lleno de sangre. Entre gesticulaciones y vómitos agonizo el campesino. Doña Delmira empezó a gritar con desesperación. Se 9 agacho para recoger los sesos de su marido muerto y beso la herida. Se rompió el vestido para tapar el escape de sangre de la víctima sin saber que ya estaba sin vida. En un ataque de nervios exclamó: —iDesgraciados asesinos, cobardes! ¡desnaturalizados!; Han acribillado a mi maridito! Dorian alcanzó a oír los gritos de su madre, los disparos y todo lo demás, pero algo extraño no lo dejo ir para buscar ampararlos. Allí estaba estático como una piedra; su voluntad estaba paralizada por un temblor que no podemos explicarlo los mortales de este mundo. El hielo de la muerte corría por todo su cuerpo. En una forma solemne levanto la mirada al cielo, cuyo fondo era oscuro y sin estrellas, y trato de imitar los rezos de su madre: "Padre Claret bendito, no deje que asesinen a mis viejitos; ¡sálvelos, sálvelos de las manos de esos bandidos perversos!" Aquella plegaria se perdió en el infinito del universo, nunca recibió una respuesta favorable del supuesto benefactor de la familia González. El jefe de los chusmeros ordeno que revisaran la casa; luego se dirigió a la señora Delmira y la agarro por un brazo para besarla, pero ella se resistió. Los dos empezaron a luchar y la mujer cayó al suelo pidiendo auxilio. El bandido la desnudo con sadismo brutal, pero la dama le mordió un brazo. Como último recurso y, ante la defensa de su honor matrimonial, comenzó a darle puntapiés al victimario, pero él le dio varios puñetazos por la cara. Los otros bandidos observaban la escena con frialdad y deseos sensuales. Aquella noche sin luna y sin estrellas fue testigo de la bestialidad sensual de los hombres sin Dios y sin respeto moral para los indefensos. El infierno incendio con las llamas de la maldad el corazón de aquel desconocido para abusar de una señora honrada y humilde. La campesina como último recurso escupió el rostro de su agresor y, en un arrebato decisivo, busco desarmarlo. - Cachiporra inmunda! —gritó el chusmero furioso—. ¡Me las pagaras muy caro! ¡Suélteme cobarde! Suel .te .me! .. . Cuatro machetazos rudos y sordos decapitaron a la pobre mujer y en medio de un charco de sangre, quedó la cabeza separada del cuerpo en convulsiones de dolor y agonía. El jefe de los chusmeros habló con autoridad: --; ¡No hay tiempo que perder, manos a la obra, muchachos! ¡Manco! --A la orden, jefe. —Riegue gasolina por todas partes, no quiero dejar huellas para los soldados del gobierno, sería muy peligroso para nosotros. 10 El Manco obedeció y, minutos después, todos estaban en el patio listos para formar el incendio. Dorian no podía moverse de aquel lugar, la parálisis del nerviosismo lo tenía atado al mundo del estatismo general. El fuego empezó a devorar la casa, parecían lenguas bajo el impulso fuerte del viento. El joven miró atónito aquella escena macabra; le parecía una pesadilla indescriptible. La cabeza del muchacho daba vueltas por el dolor y el terror que le dominaba. No encontró que ha-ter. Quiso correr para que los bandidos lo mataran junto a sus padres, pero no pudo dar un solo paso; buscó gritar, pero tampoco tuvo éxito. El ruido de los caballos hizo reflexionar a Dorian por un momento: "Que debo hater en estos momentos? ¿Los asesinos de mis padres se van y como voy a conocerlos en medio de esta oscuridad?" Una influencia misteriosa tomo las riendas del joven y el sintió como si alguien lo hubiera desatado de sus ligaduras espirituales. Razono con claridad meridiana y exclamó: "Soy un cobarde; ¡he dejado matar a mis padres en mis propias narices! Una voz retumbó en lo profundo de su conciencia y sintió como si alguien le impartiera Ordenes: "¡¿Usted es todo un hombre y debe vengarse, me oye?! ¡Venganza, venganza, venganza!" El huérfano contaba con quince años de edad. Se sintió fuerte, con osadía extraordinaria. Aquella voz le dio aliento y valor: —Sígalos cuanto antes, sígalos Dorian, tiene que conocerlos para vengarse." La fuerza del mal impelió a Dorian a seguir a los bandidos. Busco su caballo que estaba a media cuadra de la casa, y en cuestión de minutos alcanzo al pelotón y lo siguió con valor y osadía juvenil. 11 CAPITULO III LA VENGANZA ¿Quiénes mataron a los dueños de casi toda Bella Vista? La respuesta la tenía una sola persona, el joven mayordomo de la hacienda Los Cisnes. Los besos del alba descendían como hilos de plata en cuya luz aparecían los matices de un mundo de rayos multicolores. Los pájaros se cruzaban perezosos en sus primeros vuelos matinales. El pueblo de Bella Vista se vela desnudo de las sombras y vestido de luz aboral. Los peones iban por las calles empedradas a sus trabajos. A la entrada del pueblo había una casona muy elegante, era la hacienda de Los Cisnes. Allí entra-ron los bandidos. Sin perder ni un segundo Dorian corrió hacia una mujer que pasaba por aquel lugar. --¿Señora, sabe usted quienes son los dueños de aquella casa grande? La campesina descargó su cántaro con parsimonia y luego le respondió: —Usted pregunta por los dueños de Los Cisnes? —Sí, sí, señora; ¿quiénes son, como se llaman? —Los mismitos que acaban de entrar por la puerta grande montados a caballo. La mujer miro hacia todas partes con cierta precaución, y continuo: — Jovencito, no le vaya a decir a nadie que yo le di información; pues aquí en este pueblo suceden cosas muy raras. Dorian no pudo entender lo que ella quería decir y volvió a preguntar en voz baja: —Dígame el nombre de los dueños de la hacienda. La campesina, titubeó, y luego le respondió casi en el oído. Ellos son hermanos, toditos son muy ricos; a ellos pertenecen casi todas las tierras de Bella Vista. Dicen las malas lenguas que han hecho ricos de la noche a la mañana y, yo creo que es muy cierto. El único que es bueno es el que atiende y administra la hacienda. Él nunca se ha ensuciado las manos, se parece mucho a su difunto abuelo. ¡Usted no me ha dicho el nombre y apellido de ellos! Dijo Dorian inquieto. Yo no recuerdo sus nombres, pero el apellido es ... algo así como Carri ...zo; ¡ajá, ya recuerdo!, se apellidan Carrizo. El Joven le dio las gracias a la mujer y se marchó; ella también siguió su camino sin llegar a comprender que había 12 identificado a los asesinos de la zona de Los Paticos. Dorian, cabizbajo, en actitud de meditación pensó: "Pediré información en la mencionada hacienda; es posible que allí necesiten peones y ..." Fue a aquel lugar y consiguió trabajo sin ningún problema. La oportunidad la tenía en sus manos para reconocer exactamente a los criminales. Pasaron doce meses como vuelan las golondrinas en tiempo de invierno, y el huérfano seguía en la hacienda de los Carrizo. Él se había ganado el cariño de todos; cuando sólo tenía diez meses de trabajar allí lo pasaron a mayordomo segundo de Los Cisnes. El joven era inteligente y hábil para la administración. Sabía trabajar con prontitud, y ya contaba con el certificado de quinto grado de escuela primaria. En Bella Vista estudió un poco más en una escuela privada; lo hacía de noche con mucho interés personal. Dorian hizo un esfuerzo grande y ahorró para comprar un revólver. El día que lo tuvo en sus manos fue al campo y probó puntería con éxito extraordinario. En la mente de aquel adolescente había el deseo profundo de vengar a sus padres por sobre todas las cosas del mundo. Los enemigos los tenía en su poder, sólo esperaba la oportunidad. El panorama en la hacienda tomó otro cariz. Delfi Carrizo, el mayor de ellos, se marchó a Santander del Sur, y cinco permanecieron en el mismo lugar. Uno de ellos era inocente del asalto en Los Paticos y no estaba incluido en la lista negra del huérfano intranquilo. Una tarde, cuando los arreboles vestían el firmamento a la distancia, Dorian regresaba de San Patricio, y en el camino se encontró con los Carrizo, quienes venían de la hacienda. Los patrones del joven venían medio borrachos, y eran exactamente cuatro de los que él deseaba encontrar en el camino de la vida para ejecutar su venganza. La vía estaba solitaria. El mayordomo de Los Cisnes sintió un leve temblor de piernas y su corazón aceleró el ritmo. La sangre corrió por sus venas con un calor extraño, y en su conciencia percibió una voz misteriosa que le dijo: "Dorian, la oportunidad es tuya, ¡mátalos, mátalos, mátalos, Dorian!" La obsesión infernal del padre del crimen se adueñó del alma del joven, y lo instó una vez más para que derramara sangre bajo la bandera de la venganza. Todo sucedió en cuestión de segundos. La voz del mal le dijo: "Dorian, dispara sobre ellos, dispara, dispara!" Se sintió fortalecido y su nerviosismo desapareció por completo. Cuando sus patrones llegaron junto a él los saludó con las siguientes palabras: —Por fin los 13 he encontrado en el camino. ¿Cuándo piensan volver a Los Paticos para rezar por las almas de la familia González? Los aludidos se miraron entre sí muy sorprendidos; reconocieron a su joven mayordomo, y entendieron la acusación directa de su crimen aquella noche sin estrellas ni luna. Se es-cucharon varios disparos que hicieron blanco preciso en los hermanos Carrizo. Dorian les gritó con euforia: "¡Miserables asesinos! ¡Rateros de los pobres! ¡Cobardes desnaturalizados! ¡Ustedes acribillaron a mis padres sin misericordia, y ahora les toca el turno a ustedes! ¡perros inmundos! ¡hijos del diablo!" Uno de ellos trató de huir, pero no tuvo éxito, cayó del animal en una voltereta mecánica con una bala en su corazón. Otro quedó herido por una pierna, y cuando Dorian disparó de nuevo el caballo se espantó, el jinete quiso apearse, pero se enredó en el animal y fue arrastrado por el camino real por varios kilómetros; cuando lo encontraron los campesinos estaba muerto. Los otros dos cayeron en el mismo sitio del incidente. El joven criminal descendió de su caballo y arrastró los cadáveres hasta un matorral próximo, y allí los escondió con mucha precaución. Tomó el sombrero y en forma irónica se dirigió a los muertos: "Los felicito por la tumba que han escogido para reposar unos cuantos días. 'El que la debe la paga.' Ya vendrán los zamuros para que hagan investigación con la hediondez de los Carrizo; será un festín para ellos." Dorian salió al camino principal y se perdió en la distancia, rumbo a la hacienda Los Cisnes. A Berly Carrizo lo llevaron al pueblo y allí lo velaron hasta el otro día. Los mejores amigos casi no lo pudieron identificar, porque estaba desfigurado por completo. Cuatro días más tarde un campesino descubrió los otros cuerpos en el matorral, en estado de putrefacción. Los zamuros y los puercos de una casa vecina estaban disputándose la presa humana. Los cuerpos habían perdido los ojos, las orejas y parte de los pies. Tenían el estómago abierto por los continuos picotazos de los zamuros, los cuales ya habían digerido parte de los intestinos. Aquella escena era desagradable. La hediondez era casi insoportable. Los campesinos que sepultaron los cuerpos por poco no pueden enterrarlos. Por todas partes se oía la siguiente afirmación: ¡Han matado a los hermanos Carrizo! Otros se preguntaban llenos de curiosidad: ¿Quiénes mataron a los dueños de casi toda Bella Vista? La respuesta la tenía una sola persona: el joven mayordomo de la hacienda Los Cisnes. 14 CAPITULO IV LOS RECLUTAS DE BELLA VISTA ¡Yo también quiero ir con todos los valientes a luchar contra los "chusmeros"! En la tierra de Colombia reinaba la violencia. La sangre corría por las calles y por los campos. Los campesinos eran víctimas de la venganza política. Los machetes y los fusiles eran exhibidos por todo el país. ¡Robos, asaltos a mano arma-da, incendios nocturnos! La injusticia de los hombres abrió el surco de los asesinatos. Los zamuros y los cerdos se disputaban la presa humana en los caminos y en los callejones. ¡Hasta dónde pueden llegar los mortales cegados por el impulso criminal y la antipatía política de un país azotado por la barbarie! ¡La ignorancia de la moral y el abandono del amor de Dios los llevó hasta los umbrales del mismo infierno! Los niños inocentes se encontraban con la muerte sin saber el porqué de su culpa. Las aguas de los ríos se manchaban de sangre humana. Los nenes eran estrellados contra las paredes de los ranchos solitarios. Los hombres eran colgados en los árboles del camino. Por todas partes se escuchaban los gritos de las chusmas, las guerrillas, el ejército. Pasó el tiempo y llegó un nuevo año. Dorian ocupaba un lugar de confianza en la hacienda Los Cisnes. Una mañana apareció allí un grupo de hombres que llegaron en sendos caballos, todos iban armados. Los jóvenes corrieron tras los jinetes en señal de simpatía y confianza. En un momento todo el pueblo formó una calle de honor a los desconocidos. Los gritos invadían la atmósfera del caserío. La mayoría gritaban: "¡Los guerrilleros, los guerrilleros! ¡Han venido a protegernos! ¡Vi-van los guerrilleros!" Sí, eran los guerrilleros. Un puñado de hombres envueltos en el espíritu vi v leo de proteger a los campesinos del peligro que los circundaba. Habían brotado de la nada aquellos corazones voluntarios. El pelotón llegó hasta la hacienda de Los Cisnes. Reunieron allí a todo el pueblo de Bella Vista. La mayoría estaba ansiosa de noticias que prometieran ayuda y protección civil. El jefe del grupo tomó la palabra y se dirigió a los presentes: "Ciudadanos de Bella Vista. Ya 15 hemos visto cómo ustedes, en un gesto de patriotismo y confianza nacional, se han movilizado sin excusas hasta nosotros para escuchar el mensaje que todo el país necesita conocer. Deseamos organizar un "Frente Cívico Nacional", representado por todos los hombres que sufrimos en carne propia la persecución política. Ustedes son testigos de la sangre que se derrama en toda nuestra patria. Las autoridades oficiales no han podido dominar la situación. Necesitamos ayudar al ejército para acabar con las chusmas asesinas, las cuales se despliegan como pulpos para destruir nuestros bienes y nuestras vidas." La multitud emocionada empezó a dar vivas por varios minutos. Las palabras de aquel hombre estaban llenas de calor y sinceridad. Aquella zona necesitaba un libertador que le garantizara paz y seguridad pública. Allí se podían ver los rostros inquietos, los niños descalzos y sucios, los hombres con las manos llenas de callos por el arduo trabajo. Los corazones saltaban de alegría. Ellos deseaban una esperanza cierta, sin demagogias ni mentiras. El líder de los guerrilleros continuó hablando. "Compañeros. La tierra buena que nos han legado nuestros abuelos está llena de cruces. La injusticia reina en nuestra patria. Necesitamos luchar por su bienestar. Nuestras huertas son testigos de la masacre nocturna. Allí entierran los cuerpos de los campesinos honrados, pacíficos, hombres de corazón bueno. ¿Cuántos están listos a defender a nuestros compatriotas? ¡La justicia necesita hombres como ustedes! ¡Tenemos que luchar en bien de los campesinos indefensos! ¿Desean hacernos compañía?" La pregunta no se hizo esperar. La mayoría respondió afirmativamente. Otros empezaron a comentar el asunto en corrillos. Alguien pidió la palabra y dijo: "¡Yo deseo ir con ustedes para hacer justicia!" La multitud lo miró con sorpresa. El joven que había tomado la palabra era nada menos que el mayordomo de la hacienda "Los Cisnes". Tenía los ojos negros y la mirada soñadora. Aquel adolescente buscaba algo en la vida, lo cual no sabía interpretar. Su cuerpo era atlético y ágil. El cabello abundaba en su cabeza como el café en las laderas de Bella Vista. Era dueño de un carácter templado, y su corazón latía con fuerza bajo el sentimiento de la venganza. De entre la multitud salió una mujer y comenzó a hablar: "Según entiendo, la persona menos capacitada para ir con la guerrilla soy yo, Ana Berta Freces; tengo que sea sincera y confesar la verdad. Pero con todo eso, tengo un corazón que todavía palpita a favor de mi patria. ¡Yo también quiero ir con todos los 16 valientes a luchar contra los chusmeros!" Ana Berta recibió los aplausos del pueblo. Algunos sentían miedo ante la realidad de la situación, pero otros gozaban de valor y decisión para ir al frente del peligro que circundaba los pueblos y las ciudades. Uno de los líderes habló a la multitud: "¡Campesinos! El país está levantado en armas. El destino de nuestra patria está en las manos de los valientes, y esos valientes son ustedes. Mañana estaremos de viaje para ir a to-dos esos lugares donde están reclamando la justicia pura de los hombres. He visto que algunos no han tomado una decisión firme, pero los invito a que permanezcan fieles a nuestra causa. Hagan todo lo posible para que se organicen y así puedan defender a los niños, a los ancianos y a las mujeres. También les hago recordar que tengan mucho cuidado con los 'judas' políticos de este pueblo. Ellos no perderán ni una sola oportunidad para atacar a sangre fría." Dorian recordó a su maestro de escuela, quien también so-lía mencionar a los 'judas' políticos de Bella Vista. En esta reunión estaba José Antonio Carrizo, el menor de la familia, quien juntamente con su primo Luis Franco, representaba todos los bienes de la familia. La conducta de José Antonio era intachable. Él no había tomado parte en el asesinato de los González. La reunión terminó con las siguientes palabras de José Antonio Carrizo: "¡Amigos oyentes! Después de tan heroica reunión, vale la pena que festejemos la inauguración del "Frente Cívico Nacional". ¡Escuchen muy bien! ¡Pongan atención por favor! ¡Todos están invitados a comer carne de ternera en el corredor de mi hacienda!" En la comida los peones comenzaron a amenizar el ambiente con música criolla. Las maracas y las guitarras perfumaban la atmósfera con los acordes del pueblo. "Antioqueñita", "La Carta", y muchas otras canciones salieron de los labios festivos. Todos comieron alegremente. Algunos discutían política mientras que otros decían chistes de buen humor. Dorian se habla retirado un poco de la gente y de la música. A quince metros aproximadamente corría un río de agua cristalina. A la orilla (le éste se sentó el mayordomo de la hacienda. Su mirada la tenía perdida en lo profundo del riachuelo. La mente de Dorian maquinaba una sola cosa: vengarse lo más, pronto posible. Algunas veces presentía que todo el mundo era culpable de la muerte de sus padres. No encontraba paz para su alma. Parecía una fiera con hambre. Entre un mundo de malos pensamientos se expresó en monólogo: "Mañana partiré con los guerrilleros. Iré muy lejos, si, muy lejos. Ya tendré oportunidad para despedazar el corazón de esos canallas asesinos. ¡Cuántos hombres y mujeres habrán muerto quemados igual que mis viejos! Ya he 17 matado a cuatro de los Carrizo, pero me falta uno, sí, me falta el más cobarde de todos los hombres de este mundo. Delfi Carrizo se me ha escapado, pero ¡lo buscaré hasta el fin de la tierra si fuere necesario!" Escupió con ira desenfrenada y pronunció algunas maldiciones. Si alguien lo hubiera visto lo hubiese considerado como un loco enfurecido. Tenía los ojos rojos, el cabello desordena-do, los labios morados. Una fuerza extraña dominaba su alma. Se olvidó que podía ser oído y empezó a hablar con voz fuerte. "¡Lo buscaré en toda Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá! ... Cuando lo tenga en mis manos, lo mataré lenta-mente. ¡Le arrancaré el alma a puñaladas! ¡Lo meteré al fuego y después votaré sus cenizas al viento!" Ana Berta escuchó a Dorian y comprendió que era víctima de una obsesión fatal. Se le acercó con cariño e intervino: —Me pareció oírte hablar, ¿con quién lo hacías? El joven no contestó ni una sola palabra. Ella insistió: —Deseo ayudarte en algo, ¿por qué no me respondes? Dorian permaneció en un profundo mutismo. Tenía los ojos puestos en el fondo del agua. Allí veía la imagen de una mujer con las facciones alteradas. Era el rostro de Ana Berta. Ella no había descubierto que él la estaba mirando con insistencia. Ana Berta, un poco azorada por la conducta del joven, insistió por última vez. —Yo sé que no te interesan las mujeres. He sido un estorbo, perdóname ... Él se volvió a mirarla y le dijo muy suavemente: —Perdone usted. La música es tan linda que estaba extasiado en ella y ... Ana lo interrumpió completando la frase: —Y no pudo atenderme, ¿cierto? —Ana Berta, ha dicho usted la verdad. —¿Y cómo has averiguado mi verdadero nombre? —Bueno ... hace unas horas usted lo declaró en la reunión. —Es una broma, Dorian. —¡Ah! Usted también sabe mi nombre. Sé Sonrieron simultáneamente con cierta picardía. —Ana Berta —preguntó el joven con sinceridad—, ¿ha pensado con seriedad lo que representa tornar parte activa en las guerrillas? —Lo he pensado muy bien, Dorian. No tengo las fuerzas de un hombre, pero mi alma y mi espíritu sienten el calor de mi patria y el deseo de colaborar con la justicia. Además., —¿Además qué? —preguntó Dorian con cierta malicia. —¡Estoy enamorada de un hombre que tiene los mismos sentimientos míos! Los dos lucharemos por un mismo ideal, por una misma causa. Los dos entregaremos la vida si fuere necesario. No hubo una respuesta masculina. Reinó el silencio por unos segundos. La música se oía a lo lejos envuelta en carca-jadas. El mayordomo de Los Cisnes dirigió su mirada hacia la distancia, y con cierto azoramiento de hombre le dijo: —Anita, para cada 18 mujer existe un hombre. Seguramente ha de encontrar ese hombre que le ame con pasión y sinceridad. Sin pérdida de tiempo dio media vuelta la futura guerrillera y se marchó. La actitud de Ana Berta reveló disgusto. Amaba a Dorian por sobre todas las cosas y él no le correspondía favorablemente. El quedó apenado ante la osadía de aquella mujer. Realmente no amaba a Ana Berta. Ella era hermosa, pero tenía en su mirada el brillo de la sensualidad que encandila a los hombres. Dorian dijo entre sí: "Ella es bonita, pero ... ¡no debo permitir que el amor se anide en mi corazón! ¡Odio el sentimentalismo!! ¡Para mí el romance es el pasatiempo de los idiotas! Si yo me enamoro de una mujer corno Anita mis planes caerán por tierra. ¡Detesto el amor y todo aquello que robe mi ansiedad de hacer venganza! Si esta mujer me sigue molestando le diré la verdad en su cara." Con un ademán de disgusto Dorian se marchó al patio de la hacienda. 19 CAPITULO V HACIA UN NUEVO RUMBO — ¡Adiós, señorita! --. ¡Adiós señor! ¡Muchas gracias por haberme protegido de la desgracia! Seis lánguidos campanazos nacieron del viejo reloj del templo de Bella Vista. Aquellas detonaciones indicaban los albores de un nuevo día. Un grupo de hombres armados abandonaron el pueblo en sendos caballos. Iban rumbo al sur. Entre ellos se encontraba un joven apuesto; era Dorian González. Los perros ladraban en busca de los jinetes. Algunos campesinos salieron a la orilla del camino para despedir al grupo de hombres, cuya única finalidad era hacer justicia en medio de fin panorama de maldad y masacre. El huérfano de Los Paticos se inició en un mundo de nuevas aventuras. Cabalgaba con el corazón palpitante de nuevos senderos y nuevos rumbos. Las guerrillas para aquel joven eran la mejor oportunidad para encontrar al otro asesino de sus padres. Luego de tres días de camino empezaron su trabajo difícil: hicieron frente a los chusmeros, para proteger a algunos pueblos que eran víctimas de la violencia y el robo. Una mañana, cuando se disponían asaltar a un rico ganadero, el cual tenía fama de ladrón y político sucio, encontraron a un hombre arrastrándose como serpiente; había recibido tres balazos en el estómago, y pidió ayuda a los guerrilleros. El jefe de ellos, apodado el Sargento, lo interrogó largo rato. El herido confesó todo el incidente y la tragedia. Los chusmeros de San Andrés habían matado a su esposa y a sus tres hijos. Contó el Campesino que su casa estaba situada en Singalé, a orillas del río. ¡Señores, créanmelo por el amor de Dios! Yo escapé por un milagro. ¡Les ruego que me lleven al hospital de La Mata, háganlo por las misericordias de todos los santos! El hombre se quejaba mucho. Había perdido bastante sangre. Mostraba un aspecto pálido y agonizante. Las convulsiones de la muerte tenían dominado el corazón de aquel miserable. Ana Berta lo agarró por el cabello y le preguntó: ¿Y dónde diablos se fueron los chusmeros? ¡Hable, perro Infeliz! 20 El herido estaba en agonía, a punto' de sufrir un desmayo. Ella le dio unas cuantas bofetadas con sadismo brutal. El hombre hizo un esfuerzo y respondió entre los dientes: —Se fueron ... al pueblo ... llamado La Mata y ... —¿Y qué? —preguntó Dorian afanado. —Querían robarse una maestra que vino de El Carmen a pasar ... vacaciones ... No puedo más, ¡no puedo más, me muero, me muero, sálvenme! ... El campesino estaba luchando entre la vida y la muerte. Los intestinos se le empezaron a salir. Las moscas volaban sobre su cabeza llena de sangre. coagulada. El tétano crecía inmisericorde. —Debemos darle tranquilidad a su alma —afirmó el sargento. —¡Dorian! — gritó el jefe con ira maléfica. —¡A sus órdenes, sargento! —respondió el aludido. —¡Despache a ese hombre! ¡Rápido! ¿qué espera? ... El novel guerrillero titubeó, pero ante la mirada del sargento se decidió a obedecer las órdenes en forma inmediata. El herido estaba desmayado, aún tenía vida. Dorian desenvainó el machete y ... —¡Dorian, no se manche las manos con la sangre inocente de ese pobre campesino! —gritó Ana Berta. El sargento agarró a la mujer por el cabello y la condujo a golpes hasta su caballo. Tres machetazos hicieron impacto en el cuello del moribundo. Dorian era un asesino. Su corazón ya no era de carne sino de mármol. Cuando vio la sangre en la tierra empezó a reír a carcajadas. En cuestión de segundos se marcharon al pueblo de La Mata. Tenían que ir una hora a caballo. A dos cuadras del caserío escucharon unos disparos. El sargento impartió órdenes. —¡Ana Berta! —¡A sus órdenes, jefe! —Regrese con las demás mujeres al Platanal, allí nos esperan. La mujer obedeció inmediatamente. Luego el jefe ordenó al Catire, el segundo jefe de la guerrilla, que tomara la ofensiva por la parte alta del pueblo. Él se marchó con cinco hombres. También instruyó a Lorenzo el loco para que buscara por todos los medios posibles la captura del chusmero que dirigía el asalto. Lorenzo avanzó con diez hombres. Tres guerrilleros fueron comisionados para que tomaran la planta eléctrica y así poder impedir toda comunicación cablegráfica. Tres se hicieron cargo de los caballos y otros dos se quedaron como centinelas a la entrada del pueblo. Dorian y el sargento avanza-ron en compañía de treinta y cinco hombres. Subieron a la esquina del Tarriplán. Desde aquel lugar vieron a varios chusmeros cuando salían del Banco Agrícola. Más de ochenta personas estaban amarradas en los árboles del parque para ser ejecutadas. Como veinte cadáveres yacían en el suelo. Las mujeres y los niños lloraban a gritos, mientras que los asaltantes hacían de las suyas sin mayor resistencia. Aquel día miércoles estuvo vestido 21 de tragedia para el pueblo de La Mata. Ciento veinte hombres muy bien armados tenían dominada la situación. Eran los chusmeros de La Ciénega, bandidos con el corazón de piedra y el espíritu de hielo. Con la presencia de los guerrilleros aumentó el tiroteo por todas partes. Las balas emitían su sonido agudo en el espacio. Muchos de los habitantes se encontraban en el monte; otros permanecían encerrados en sus casas esperando la muerte. Los policías fueron alcanzados por sorpresa, la mayoría estaban muertos. Los chusmeros habían aprovechado la ausencia del ejército el cual se encontraba en una comisión en el sector denominado Pailitas. El sargento y Dorian cruzaron en forma atrevida la calle y llegaron hasta el parque. Empezaron a soltar a los prisioneros. Algunos chusmeros dispararon desde un almacén, pero no pu-dieron impedir que las mujeres y los hombres fueran dejados en libertad. El sargento, lleno de valor y osadía, quiso ocupar una posición ventajosa pero no tuvo la suerte deseada. una bala enemiga hizo blanco en su cabeza y cayó muerto al instante. Dorian lo vio caer y trató de prestarle auxilio, pero un chusmero se lanzó sobre él con un puñal. Dorian disparó y lo alcanzó por 'una pierna; quiso disparar de nuevo, pero su revólver estaba descargado. El herido, viendo la situación a su favor, le tiró dos puñaladas, pero sin éxito. El joven huérfano tomó un puñado de tierra y con la rapidez de una gacela la tiró sobre los ojos de su contrincante. — ¡Maldición! ¡No puedo ver, mis ojos! ... —exclamó el bandido angustiado. El chusmero, viéndose perdido, comenzó a tirar puñalada al aire. Dorian le asestó cuatro machetazos que le quitaron la vida al momento. El Catire llegó corriendo hasta don-de estaba Dorian y le preguntó: —¿Dónde está el sargento? ¡Necesito sus instrucciones! Una bala silbó muy cerca de ellos y los dos se tiraron en el suelo al momento. Estando acostados sobre la calle, Dorian le respondió al Catire. Lo mataron hace unos momentos. Su cuerpo está frente a la botica, muy cerca de los chusmeros. Cuando lo vi caer busqué auxiliarlo, pero me fue imposible. Tuve que luchar cuerpo a cuerpo con un viejo salvaje. Menos mal que lo despache de cuatro machetazos. El Catire le informó a Dorian que su gente estaba dominando la situación Más de cincuenta chusmeros habían caído en las manos de los guerrilleros. También le comunicó sobra una maestra, la cual necesitaban salvar; ella permanecía en manos de los bandidos. —¿Y dónde la tienen los chusmeros? —preguntó el joven. —Junto a la capilla, en la casa cural. Los bandidos tienen el templo en 22 sus manos, lo han convertido en cuartel general. —¿Será la maestra de la cual habló el viejo moribundo que' encontramos en el camino? —¡Esa mismita, Dorian! —¡Vamos a ese lar, tenemos que salvarla! Los guerrilleros continuaban disparando hacia el templo, Los chusmeros respondían desde lo alto de la capilla. Uno -los bandidos aprovechó la distracción de sus compinches pretendió forzar a la bella maestra. Ella se negó y le mordió cara. El hombre la agarró del cabello abundante y le dijo sensualidad y sadismo: —¡Tiene que ser mía, palomita blanca, tiene que ser mía costo de lo que sea! --¡¡No!! --exclamó ella—. ¡Suélteme, canalla, infeliz, prez carnal, suélteme! ... Los gritos de la maestra llegaron hasta Dorian. Dorian por un valor sobrenatural, subió por la ventana de hierro y alcanzó el techo de la casa contiguo al templo. De un salto cayo al patio, y en cuestión de minutos abrió la puerta de donde salían los gritos de la dama, Allí estaban dos personas luchando en el suelo. La maestra al desconocido y gritó llorando—¡Sálveme, sálveme señor! ... Un hombre de barba poblada la tenía, agarrada. por la cintura y al ver al desconocido, puso nano en su revólver, pero ya era tarde, dos balas atravesaron el pecho del chusmero. La situación estaba resuelta. Los chusmeros habían caído en manos de los guerrilleros, mataron a muchos de ellos y los que quedaron con vida escaparon al monte. Allí murieron cinco guerrilleros y sesenta y cinco personas del pueblo. Dorian sacó a la joven a la calle y allí le preguntó —¿Se puede saber su nombre? —. Estela. Ahora yo quiero saber el suyo. —Dorian González. —Su nombre lo mencionan mucho en El Carmen y …—Y dicen que soy un guerrillero, ¿verdad? —la interrumpió el joven. Y — Correcto, Dorian. —¿Le hicieron daño los chusmeros? —No señor, solamente recibí algunos golpes en el cuerpo. Llegaron los demás guerrilleros y entre ellos venía Ana Berta. Ella intervino muy inquieta: —maestrita del diablo, es mejor que te largues ahora mismo, no queremos líos con el ejército! ' Ana Berta tenía celos, la belleza de la maestra era innegable. Todos lo entendieron así, pero guardaron silencio. Abandonaron el pueblo y Dorian se despidió de la bella joven. ¡Adiós, señorita! ¡Adiós, Dorian! Muchas gracias por haberme salvado la vida. En la distancia se perdieron de vista los jinetes desconocidos. 23 CAPITULO VI EL DESAFIO DE LA VIUDA --¡Señor! --dijo ella—, no le pegue a su compañera, ella tampoco conoce el amor de Dios. La violencia había llegado al clímax. El año de 1950 estaba salpicado de sangre y era un torbellino. Las Fuerzas Armadas buscaban por todos los medios dominar la situación, pero esto era imposible. Por todas partes reinaba el miedo, la inquietud, la desesperación. La muerte cabalgaba sobre el fusil y el machete. La injusticia gobernaba las riendas de la voluntad humana. Los zamuros vivían en un festín con los cadáveres insepultos. Colombia parecía un desierto de amor, un ocaso de piedad y la caricatura de una religión muerta. Dorian González había pasado a gobernar el pelotón guerrillero. Su fama de hombre peligroso corría por todos los contornos. El sentimiento cívico de aquella gente y la voluntad justiciera había quedado en el sepulcro de la degeneración. Los asaltos y el crimen eran su trabajo diario. ¡El Matorral, ¡San Francisco, Chimichagua, Villanueva y otros lugares eran el escenario de los crímenes de aquellos aventureros degenerados! Dorian sentía el impulso de la venganza. La muerte de sus padres lo arrastraba por el fango del crimen y de la obsesión bestial. En algunas oportunidades tomó el machete, abrió el estómago de sus enemigos y bebió sangre humana. ¡Dorian González era una bestia humana!! ¡El fruto del ambiente! ¡El instrumento de una moral endemoniada! ¡El torbellino de la injusticia! Una tarde del mes de febrero la pandilla se dispuso a efectuar un asalto en la hacienda de Los Rosales, muy cerca de La Ciénaga de Zapatosa. El personal estaba trabajando en la sabana. Los guerrilleros tomaron la hacienda a mano armada. Maniataron como a cinco personas y les dieron golpes sin piedad. Nadie presentó resistencia. El dueño de Los Rosales había muerto en forma accidental. Las aguas azuladas de La Ciénaga lo hablan arrancado la existencia. En el aposento de la casa encontraron a una mujer de luto con un niño en brazos. 24 La arrastraron sin misericordia hasta el corredor, ella sin soltar al nene empezó a llorar silenciosamente. El Catire dio aviso al jefe. Dorian, ¿qué hacemos con esta perra inmunda? El guerrillero la miró con desprecio y respondió: —¡Sáquenla al patio y amárrenla junto a los otros campesinos! —Jefe, ¿y el muchachito? —preguntó el Catire con malicia. --Ese no se puede escapar, todavía es un perro sin patas. Se rieron con burla descarada. El Catire ordenó a la mujer que saliera al patio, pero ella presentó resistencia y se dirigió a Dorian con voz suplicante: —¡Permítame suplicarle un favor! Lo ruego por las misericordias de Jesucristo. Todos guardaron silencio ante la petición de la mujer. El nene comenzó a llorar como si presintiera el peligro en que se encontraba. - ¡Jesucristo nunca ha existido! —afirmó Dorian con un grito. La mujer de luto quiso hablar, pero le ordenó que se callara. —Si Dios existiera nunca hubiera dejado que mis padres murieran asesinados por los chusmeros. ¡Dios no existe, tampoco Jesucristo! ¡Menos su misericordia! Dorian parecía envuelto en una obsesión satánica. Caminó hacia la ventana en forma maquinal. Parecía un sonámbulo. Luego afirmó: —¡Solamente me falta uno de los Carrizo! ¡Tendré que hallarlo! ¡Lo buscaré por todas partes, él no se puede escapar! ... ¡Es un asesino, un desnaturalizado, un perro inmundo, un buitre hambriento, un ...!" Se echó a reír a carcajadas como un loco, y le dio un puntapié a una muñeca de trapo que estaba en el piso del corredor. Sus compinches lo miraban sorprendidos. Dorian volvió de su éxtasis y, mirándolos, exclamó: —¡Idiotas, ¿por qué me miran así? ¡Fuera de mi presencia, fuera! Ellos obedecieron al instante. Conocían a su jefe cuando estaba con ira y era mejor obedecer. Abandonaron el corredor de la casa llenos de disgusto. Dorian quedó frente a la mujer. La miró con odio profundo y le dio un puntapié. Ella dobló su cuerpo e vuelta en un dolor agudo. —¡Le voy a dar una oportunidad para que hable! —afirmó Dorian con autoridad. La señora tenía abrazado al niño, pero sus ojos negros no los quitaba del rostro de Dorian. Lloraba en silencio. De los ojos de aquella mujer salía una mirada llena de amor, de humildad, de confianza en alguien. Dorian volvió a hablarle. —¿Cuál es el favor que desea? —Que me deje leer la Palabra de Dios por unos instantes. —Está bien. Puede leer lo que le venga en gana. ¡Pero que sea rápido o le voy a.!. La dama colocó al nene muy cerca de ella, dentro de una cunita de mimbre. Tomó un libro negro y lo llevó a su pecho. Luego afirmó: 25 —Voy a leer algunos versículos de la Santa Biblia. Miró hacia el cielo reverentemente. Luego empezó a hablar con piedad y confianza. como si tratara de dirigirse a una persona invisible. "Padre celestial, socórreme una lectura que me dé aliento y fortaleza para entregar mi cuerpo al suplicio de la muer-te. Señor, ten piedad de mi niñito. Dios mío, estos señores no te conocen. Nunca se han encontrado con la verdad tuya." Dorian la observaba con reverencia. Un poder extraño reinaba en aquel corredor. La mujer abrió el libro negro y, sin mirarlo, continuó la oración. "Padre mío, perdónalos de todos sus pecados cometidos, ellos no saben lo que hacen. Dios bendito, yo también los per-dono. En el nombre de Jesucristo. Amén." Levantó el libro y empezó a leer: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más sien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28). El rostro de aquella mujer brillaba en una forma sobrenatural. Sus palabras estaban llenas de poder. Dorian así lo entendió. Algo misterioso llegó hasta lo profundo de su al-ma. Aquel hombre sintió miedo, temor y respeto. Dio media vuelta y salió en forma abrupta. Sus compañeros estaban enterrando los, cadáveres de los campesinos. Les habían dado muerte sin misericordia. Todo estaba listo para escapar de Los Rosales. Dorian permaneció en el profundo mutismo del re-mordimiento. Algo había afectado su conciencia. No podía explicarlo; era un sentimiento interior misterioso. Hizo un es-fuerzo para hablar y lo consiguió. —¡Larguémonos de esta casa lo más pronto posible! tengo la Impresión de que esta hacienda está embrujada por los poderes del Infierno. He sentido algo muy raro en este ambiente misterioso. - -Yo creo que usted tiene mucha razón — afirmó el Catire. Ana Berta quiso hacer alarde de incredulidad e intervino al momento: ¡Yo no creo en brujerías, mucho menos en el Infierno! A lo mejor es otro sentimiento lo que está atacando el corazón de nuestro jefe. Los celos de aquella mujer estaban vivos en todo su cuerpo y alma. Dorian no pudo aguantar la conducta de Ana Berta y le gritó: —¡Cállese la jeta, serpiente venenosa! Los celos la tienen como una perra con mal de rabia. ¡No me callo ni permito que nadie me ultraje de esa manera! El guerrillero se lanzó sobre ella para pegarle, pero la señora de luto se colocó en medio de los dos con la intención de mediar la situación. —¡Señor! —dijo ella—, no le pegue a su compañera, ella tampoco conoce el amor de Dios. Perdónela. 26 Todos los del grupo la miraban sorprendidos ante la tremenda osadía que demostró a Dorian. El obedeció a la dama y se retiró unos cuantos metros. Luego dijo: —¡Cinco deben ir adelante del pelotón! Tres cuidando el ganado que nos vamos a llevar, y dos como punta de lanza. Los demás irán conmigo en el grupo del centro. Al momento se marcharon de la hacienda Los Rosales. Llevaban consigo dinero, ganado y alimentos. Tomaron una ruta distinta para evitar el encuentro con la policía de Valledupar. En medio de una nube de polvo y un baño de sol en el ocaso dé la tarde, los guerrilleros continuaron su ruta de sangre y masacre. 27 CAPITULO VII EL PODER DEL AMOR —¡Ella representa ... la ruina y la desgracia! ¿Por qué tengo que amar a Estela? Llegó el día cuando los guerrilleros carecían de municiones. No podían seguir en semejante situación. Se encontraban muy cerca de La Gloria, un puerto del río Magdalena. Allí estudiaron la forma para la adquisición de las municiones. La preocupación se dejaba sentir en algunos de ellos. La situación era muy difícil. El ejército buscaba solícitamente al grupo de Dorian. —¡Muchachos! —dijo Dorian con entusiasmo, y todos se acercaron a su jefe para escuchar sus palabras. —Algunos amigos míos me comunicaron ayer tarde que en la población de Ayacucho existe un comité pro guerrilla. Se dice que ellos tienen muchas municiones en un sótano, y que están dispuestos a prestar ayuda a todos los grupos que se identifiquen con dicho comité. —Jefe —dijo uno de Yo también escuché esa noticia hace unos días. Pero los guerrilleros de El Banco dijeron que, en la ciudad de Gamarra, ellos habían conseguido armas y muchísimas municiones. El caserío de Ayacucho es muy peli-groso, todos sabemos que allí está un batallón de infantería, y además hay mucha violencia particular. w —Yo creo que tiene razón —declaró Dorian—. La entrada a ese pueblo puede costarnos la vida. ¡Entonces iremos a la ciudad de Gamarra! —¿Iremos todos a Gamarra? —preguntó Ana Berta un poco sorprendida. El jefe la miró con ira y le respondió: —¡No se moleste mujercita valiente, usted no se moverá de esta casona vieja! —Dorian, en honor a la verdad, yo no tengo miedo. Lo que pasa es que … Dorian no la dejó que continuara su conversación. Tenía fastidio ante la presencia de aquella mujer. Él le dijo a gritos: ¡Usted se me calla de una vez por todas! Sus palabras carecen de valor. ¿A quién se le ocurre creer que un pelotón de guerrilleros va a hacer entrada triunfal a una ciudad corno lo es Gamarra? ¡Eso sería buscar la muerte o la cárcel! 28 Ana Berta volvió a intervenir con cierta humillación: Dorian, si he hablado mal, perdóname. Todo lo que he afirmado es por tu bien. Yo no quiero que te haga daño la policía de Gamarra; entrar allí representa para ti buscar la tumba para que te entierren vivo. ¿Me comprendes ahora? —Yo te entiendo, Ana Berta, pero necesitamos municiones para seguir nuestro trabajo en este sector y eso es todo. ¡Sí, yo iré a la ciudad de Gamarra! ¡La muerte le llega al hombre cuando el destino lo ordene! Uno de los guerrilleros llamado El Gorila, intervino: —Jefe, usted es un hombre valiente, pero es muy peligroso que entre solo a Gamarra. ¡Yo voy con su persona! Los dos haremos frente a todo lo que se nos presente en el camino. Dorian le dio las gracias a su compañero por la buena voluntad para ir a buscar municiones. Cuarenta y cinco personas estaban a la expectativa, entre ellas había algunas mujeres. Tenían que hacer algo, la situación era fatal para ellos. Dorian tenía en su poder más de cien mil pesos, pero, ¿a quién iba a comprarle municiones? Tenía que ir a Gamarra a costo de cualquier precio. —¡Yo iré solo a buscar municiones! ¡Esa es mi última palabra! Si caigo en las manos de la policía o del ejército ustedes deben seguir el trabajo en todo el país. Cuando los chusmeros sean eliminados por completo ustedes quedarán en libertad para tomar cualquier que bien les parezca. Espero regresar en el plazo de diez días. Si en ese término no aparezco por ninguna parte es que Dorian González ha muerto. Todos guardaron silencio ninguno se atrevió a pronunciar palabra. El silencio fue interrumpido por un hombre que venía galopando a toda velocidad. Traía en señal de paz un pañuelo blanco y entre muchos comentarios hizo entrega de algo, Era un paquete de regular tamaño, muy bien envuelto. Habló el mensajero a los demás en una forma amistosa. Les ruego que se retiren para poder hablar con libertad. Me ordenaron que hablara en secreto con el jefe y ustedes comprenderán. Los curiosos del grupo se retiraron inmediatamente. Dorian y el desconocido buscaron la sombra de un árbol para conversar. —¿Qué diablos ha de tener ese paquete? —preguntó Dorian con cierta incomodidad. —Señor, es un regalo de la maestra del Carmen. —¿Y dónde la vio usted? —En Ocaña, hace más o menos ... cinco días. Ella me dijo que iba para la ciudad de San Cristóbal, Venezuela, y luego iba a Cúcuta donde están sus padres. Parece que su señora mamá está muy enferma. —Está bien, con lo 29 que me ha contado basta. Pida alimento a las mujeres y reclame cien pesos por su trabajo. Dorian llamó al Catire y éste le entregó el dinero. —Si alguien le pregunta dónde está mi gente, debe callar, ¿eh? —Señor, he venido desde Ocaña para traerle la encomienda y ... —Está bien, está bien —lo interrumpió el jefe— . Yo sé que usted es una persona de confianza. Puede irse. —¡Gracias, señor; muchísimas gracias! El paquete permaneció cerrado. El corazón del joven palpitaba muy rápido. ¿Qué cosa podía venir envuelta en aquel paquete exquisitamente preparado? Se aseguró de que nadie lo estaba observando y se dispuso a abrir el regalo. "¡Un libro negro! ¡Qué tontería! ¿Acaso ella no sabe que yo soy un guerrillero y que no tengo tiempo para las buenas lecturas?" Abrió el libro con mucha curiosidad y empezó a hojearlo con marcada indiferencia. De una de sus páginas salieron dos hojas secas muy bien planchadas. Expelían un olor agradable. Volvió a la parte posterior del libro y, como si deletreara, empezó a leer: "La Santa Biblia." "La Santa Biblia." "La Santa Biblia." En el rostro del bandido se dibujó una risa burlona. Cerró el libro con violencia y exclamó “, ¡Pobre maestra de escuela! ¡A lo mejor está pensando que soy un pobre religioso, un 'ratón de iglesia', un fanático de altar, un monaguillo! ¡Pobre Estela! ¡Ella ignora, que mis manos están manchadas de sangre azul y de sangre roja, ¡Si llegara a saber que mis manos le dieron muerte un sacerdote y a un pastor protestante, nunca me hubiera mandado ese libro negro!" Y como si deseara descargar el peso interior de su conciencia continuó; "¡Yo he matado mujeres, niños inocentes, ancianos y jóvenes! He quemado seres humanos; ¡les he sacado la lengua a los chusmeros, les he sacado los ojos! ¡He bebido sangre de hombres! ¡Le he arrancado el corazón a los policías y a los esbirros! ¡He jugado fútbol con la cabeza de los godos! ¡Por algo me buscan el ejército y la policía! ¡Pero nunca me encontrarán! ¡Tengo que hacer venganza; tengo sed de venganza y de sangre! ¡Necesito encontrarme con el último asesino de mis padres! ¡Lo volveré pedazos!" Dorian González era el producto de la violencia política. Ahora tenía diecisiete años de edad. Era el asesino más joven de toda América. Sus manos vengativas habían dado muerte a más de treinta personas. En forma abrupta apareció Ana Berta. —Dorian —dijo ella—, están listos el caballo y las municiones necesarias. ¿Piensas salir este mismo día? El aludido quiso esconder la Biblia, pero no tuvo 30 tiempo para hacerlo. —Sí, pienso viajar a Gamarra lo antes posible. —Debes recordar que el barco pasa por Tamalameque dentro de tres horas aproximadamente, y estamos a dos horas de camino para alcanzar el puerto. Además, alguien debe ir contigo para que se traiga tu caballo. —Está bien, saldré en cuestión de minutos. Dorian no sospechó que Ana Berta se había enterado de todo lo sucedido. Cuando ella se marchó él volvió a hojear el libro con cierta indecisión. Encontró una dedicatoria escrita a mano, con tinta azul. En ella decía: "Dorian, te invito a que medites en las verdades eternas de la Biblia. En ella hallarás la paz para tu alma. Tuya, Estela." – El corazón de aquel guerrillero se estremeció igual que la barquilla en medio de la tempestad. Dorian estaba enamorado, pero en lo profundo de su espíritu no quería reconocerlo ni aceptarlo. Hubo una lucha intensa en el alma del joven. El amor y el instinto criminal de venganza guerreaban en la disputa de una voluntad palpitante. La emoción adquirió poder en la personalidad del joven y él actuó. "¡Maldita Biblia! ¡Maldito" sea todo el mundo y todas las mujeres de esta tierra! ¡En mis manos he tenido muchas mujeres hermosas y han sido mías, pero nunca las he amado! ¡Jamás lo haré! ¡Ella representa Ora mi destino la ruina y la desgracia! ¿Por qué tengo que amar a Estela? Ella es hermosa como un ángel, blanca como la nube, joven y llena de vida; pero ... si le entrego mi corazón tendré que dejar las guerrillas, y eso representa que tengo qué perdonar al asesino de mis viejos y dejar el crimen impune. Tendré que entregar-me al ejército y eso no puede ser. ¡Delfi Carrizo tiene que caer en mis manos! '¡Lo mataré donde lo encuentre! ¡Yo no puedo amar a esa maestra! ¡La borraré de mi alma y de mis pensamientos!" Los ojos del guerrillero estaban rojos. Su rostro estaba pálido y sus labios tenían un color morado. Las ojeras eran pro-fundas y el cabello estaba desordenado. Dorian González tenía el aspecto de un loco. La inquietud del espíritu no era otra cosa que la misma impresión de su moral, de su infortunio y de su pecado. En medio de aquella tribulación sicológica Dorian no derramó ni una sola lágrima. Él no sabía lo que era llorar. Recogió la Biblia y la guardó en su maleta. Se despidió de sus amigos y emprendió el viaje. Llegó a la ciudad de Gamarra sin ningún inconveniente. Era de noche, y el puerto estaba lleno de gente por todas partes. La música de cantina inundaba el ambiente. Buscó por to-das partes el comité pro guerrillas y nada encontró. La 31 mente de aquel hombre estaba aprisionada por la imagen de Estela. No pudo aguantar más tiempo y decidió viajar al día siguiente al aeropuerto de Ocaña. De allí salió en la avioneta para Cúcuta. La ciudad estaba vestida de frondosas acacias, y el clima era agradable. Dorian no tenía allí conocidos. Llegó al parque Santander y tomó asiento en un escaño. Necesitaba ir hasta San Cristóbal, Venezuela. Era muy peligroso el viaje por el asunto de documentos legales. Buscó el monte y llegó a San Cristóbal en la tarde. De esa manera pudo evadir las autoridades de la frontera. Allí buscó a Estela por todas partes, pero no la encontró. Regresó a Cúcuta lleno de preocupación. Aquella tarde calurosa era para el guerrillero una tortura continua. Estando en el parque Colón vio a unos cuantos policías y tuvo miedo. El guerrillero más famoso del Magdalena estaba en las mismas narices, de la policía. En medio de muchos árboles y en un ambiente tranquilo y hospitalario empezó a reflexionar sobre la situación de sus compañeros. ¿Cómo iba a conseguir municiones para sus amigos? ¿Dónde, en qué lugar, con quién? Compró el periódico por curiosidad, pero el nerviosismo no lo dejó leerlo. Cuando lo iba a botar vio un aviso que le hizo estremecer todo su cuerpo. El periódico decía algo sobre un novenario. Sí, la señora Enriqueta de Flores había muerto. El aviso era de parte del Ministerio de Educación. Allí estaba el nombre de Estela Flores y la dirección exacta de la casa de su familia. Dorian respiró con profundidad envuelto en una satisfacción inmensa. Sin pérdida de tiempo se dispuso a buscar a Estela Flores. 32 CAPITULO VIII EL ENCUENTRO —¿Me ama de verdad? —Mi alma quedó prendida a la tuya desde que te conocí. El día era caluroso por el astro rey, cuyos hilos de oro caían en la ciudad cucuteña como una lluvia de reflejos. La Perla de Santander cuajaba su ambiente bajo la sonrisa del sol. El reloj marcaba las once de la mañana y a nuestro visitante lo encontramos en el barrio de La Playa, según lo indicaba la dirección en el periódico regional. ¿Quién iba a pensar que el famoso guerrillero, Dorian González, se encontraba en medio de la policía y del ejército? Los transeúntes pasaban junto a Dorian sin llegar a conocer la verdad de su vida. Ahora lucía un vestido nuevo, zapatos y camisa; parecía un caballero de la ciudad. Detuvo la marcha frente a una casa color verde oscuro y comparó la dirección. "Avenida dos con calles quince y dieciséis, número 15-55". En sus ojos brilló la esperanza. Pensó un instante con indecisión. Observó de nuevo la dirección y era exacta. "Bueno, tocaré la puerta, de no ser este el lugar, no he perdido nada." Lo hizo con algo de nerviosismo. —¿Qué desea el señor? —preguntó una joven rubia. —Deseo hablar con la señorita Estela Flores, la maestra de El Carmen. —Pase por favor y espere un momentito. Dorian tomó asiento en una butaca muy confortable. La sala era un poco pequeña, pero se veía muy bien adornada. Do-rían reconoció el retrato de Estela que pendía en la pared. Había olor a flores. En el corredor de la casa estaban muchas coronas adornando las paredes. Tomó una revista venezolana y empezó a hojearla. El criminal más peligroso del Magdalena era inconocible por su manera de vestir. Se escucharon pasos y ... ¡Dorian!, ¿tú aquí en mi casa? si, aquí en su casa está Dorian, el mismo en carne y hueso. ¡Qué sorpresa tan grande me has dado! No es para tanto, Estela. Decidí viajar a Cúcuta para conversar con usted personalmente. 33 La maestra comprendió la situación azarosa del joven y buscó cambiar el tema con mucha discreción. Conversaron por largo rato. Él le contó cómo había encontrado la dirección por medio del periódico. Recordaron los incidentes pasados en la población de La Mata; luego hablaron de la familia de Es-tela y sobre la muerte de su madre. La maestra de El Carmen era muy bonita y elegante. Tenía el cabello suelto, lo que le daba una belleza natural admirable. Su cuerpo era muy bien proporcionado y esbelto. Aquel día Estela estaba bellísima. La tristeza de sus ojos la hacían mirar con delicadeza y las ojeras azules la hacían parecerse a una estatua de Grecia, esculpida por aquellos maestros inmortales. Dorian también gozaba de su juventud y era muy bien parecido. —Estelita —dijo Dorian con cariño—, nunca he podido olvidar el incidente ocurrido en el caserío de La Mata. —Yo tampoco he podido olvidar el favor que me prestaste aquel día. Menos he podido borrar de mi mente tu persona tan bondadosa y amable. —Sí, Estelita, fue en aquel lugar donde nos conocimos; parece que el destino lo tenía preparado todo en el camino de nuestras vidas. — Mi familia está muy agradecida contigo. Ellos saben perfectamente todo lo que hiciste a mi favor. Mi madre siempre quiso conocerte, pero ... Dorian le dio el sentido pésame y ella le contó sobre la muerte de su mamá. Lágrimas empezaron a nacer de los ojos de Estela. —Estelita, no llores. La muerte muchas veces nos sirve para protegernos del sufrimiento humano. En este mundo sólo reina el dolor, la injusticia y la muerte. Tu mamá está en la eternidad y, allí tendremos que ir todos. —Mi madre era una mujer muy buena —afirmó ella muy triste. —Yo también tuve una madre buena y humilde como la suya. Una noche la asesinaron los chusmeros de Bella Vista. Estela, la historia de mi vida es muy triste y llena de sinsabores. Prefiero no recordarla. La maestra lo miró con ternura y le dijo: —Dorian, parece que he convertido tu visita en un perfecto entierro y ... —No importa, señorita. Hay momentos en la vida cuando vale la pena obedecer a los impulsos de nuestro corazón. He vivido años de hierro donde nunca tuve tiempo para recordar tranquilamente. Quisiera llorar con usted, pero nunca he podido hacerlo. —¿Ni cuando eras niño lloraste? —Posiblemente sí, Estela, pero yo no recuerdo haber llora-do nunca. Mis padres me decían con cariño que yo era un hombrecito muy raro. —¿Ellos vivían en Gamarra? —Prefiero no hablar de ellos pues ... no quiero recordar nada más. Él quiso marcharse, pero ella no lo dejó. En esos momentos llegaron los familiares de Estela y la visita tomó un giro diferente. Pasaron al almuerzo, y 34 después doña Efelina le prestó el coche a su sobrina e invitó a Dorian a pasear por la ciudad. Los acompañaron dos primos de Estela. Fueron a San Antonio del Táchira y regresaron por la vía de Ureña, Venezuela. Conocieron el estadio, el río Zulia y el Hotel Tonchalá. Después subieron a la redoma de Cristo Rey, situada en el barrio de Santo Domingo. El atardecer era precioso, s rayos del sol agonizaban y el poniente revivía invitando al romance y al amor. El aire perfumado del Pamplonita era agradable. Los primos de la maestra se quedaron arreglando algo del coche, y Dorian y Estela quedaron solos en la redoma. —Estelita, ¿alguna vez en la vida ha encontrado usted la felicidad? —preguntó él con curiosidad. —Dorian, la felicidad en esta vida es muy relativa. Yo la he experimentado, pero muy pronto la he vuelto a perder. Me gradué de maestra pensando que iba a ser una mujer muy feliz, me equivoqué; los anhelos del alma son tan extraños que no y sé cómo alcanzarlos en este mundo. Todo en esta vida me parece una farsa, una comedia desagradable. Los dos se miraron en un mutismo leve. El lenguaje de los ojos dejaba revelar el amor, no podían encubrirlo más tiempo. Les era imposible ocultar esa potencia natural en s u que domina el corazón cuando palpita muy fuerte en sentimientos. Ellos se amaban en silencio desde aquella vez cuando se encontraron en el caserío de La Mata. Ella interrumpió el silencio. —¿Por qué me salvaste la vida aquella tarde? --Era mi deber, Estelita; además tenía que obedecer al des-tino de los hombres. ¿Estará el destino a favor de nosotros? --preguntó ella con candidez. Posiblemente. ¿Recibiste el regalo que te envié? ¿Te gustó algo? Bueno ... no tanto, Estela —su expresión fue incómoda y se retiró un poco de ella azorado. -En ese regalo iba la expresión de mi amor para contigo dijo Estela. —Señorita, no debo engañarla por nada de este mundo. Cuando me encontré con un libro religioso me disgusté muchísimo. Pensé que era una broma suya o una equivocación. Este-la, debe saber que odio a los religiosos de todo mi país, no tengo interés en semejante tontería. Ella sonrió ante la afirmación de él y dijo: —Conozco muy bien tus caminos, Dorian. En El Carmen se habla mucho de ti. El gobierno está ofreciendo por tu cabeza una buena cantidad de dinero. El la interrumpió al instante: —Entonces, ¿por qué me mandó usted ese libro? —Lo hice con el propósito de que leyeras algo bueno y digno. —¿Es que pertenece usted a esa religión que enseña la Biblia? Hubo un silencio para responder: —No soy creyente de la Biblia, sin embargo, tengo un concepto muy 35 bueno de sus enseñanzas. —¿Quién le enseñó que leyera ese libro tan raro? — Una amiga que tengo en El Carmen. Ella me ha mostrado que la Biblia es un tesoro. Sus páginas están llenas de pro-mesas e historias bellísimas. Yo he encontrado en la Biblia aliento y ayuda para mi alma. ¿Encontraste mi dedicatoria? —Sí la encontré. Señorita, dígame una cosa: ¿le gusta la religión de la Biblia? —Ya te he dicho que no soy evangélica, pero me encanta. la lectura de ese libro. Siempre que lo leo me llena de inspiración. —Estela, no me gusta hablar de religión, mucho menos de la Biblia. Le agradezco si cambia el tema. -Bueno ... no he querido ofenderte. Déjame explicarte por qué conozco la Biblia, ¿quieres? —Está bien hable. Estela habló de la modista de El Carmen. Elogió su conducta, sinceridad y honradez. Habló de los consejos que ella le daba con tanta sencillez y amor. — Esa señora que usted menciona debe ser una misionera extranjera. —No, Dorian, ella es de nuestro país. Su conducta es irreprochable y sus palabras llenas de sabiduría y profundidad. —Si supieras que jamás en mi vida había encontrado a una mujer que verdaderamente ame a Jesucristo como ella. El la escuchó con respeto. En una forma inconsciente se habían acercado demasiado; parecían dos enamorados en el clímax de su romance, La luna empezó a salir a la distancia y las estrellas sonreían en el firmamento inmenso. Dorian colocó su mano en el hombro esbelto de la maestra y le preguntó: —¿Me ama de verdad? Bueno ... los hombres siempre están buscando una respuesta franca y directa. Recostó su cabeza sobre el brazo corpulento de Dorian y con una sonrisa envuelta en amor le respondió a media voz: --Mi alma quedó prendida a la tuya desde que te conocí Dorian, yo también. te amo, así como tú me lo has demostrado. ---Si te hablo de matrimonio ¿qué respondes? Ella cerró los ojos como si estuviera buscando el sueño profundo. Su corazón palpitaba a un ritmo acelerado. Tomó fuerzas para responder a su galán. — Si Dorian me casaré contigo cuando bien lo desees, pero con una condición. — ¿Cual? Una pausa larga se apoderó de la situación. El viento jugaba con el cabello de la bella señorita. Caminaron varios metros prendidos de la mano y ella respondió. --No quiero imposiciones en nuestro amor; si bien te exijo algo es porque te estoy amando de verdad, Dorian. Mi amor, abandona para siempre las guerrillas y busca la senda de la honradez y la paz. Entonces seremos felices y 36 formaremos un hogar donde la tranquilidad esté por todas partes, no solamente para nosotros, también para nuestros hijos. En los ojos del guerrillero hubo un brillo de visto Se retiró de ella en forma abrupta, como si hubiera visto a uno de sus enemigos más peligrosos del Magdalena. Pasó la mano de recha por su boca en señal de indecisión. Ella esperaba una decisión terminante, aunque con un poco de miedo. ¡Todas las mujeres son iguales! —exclamó el joven con repugnancia. Ahora cuando he descubierto que la amo, entonces saca las uñas como ... — No he querido hacerte daño —dijo ella afanada. La palidez le cubrió el rostro a Dorian. Miró a ella con disgusto y apretó los labios para no hablar. Aquel rostro pacífico y lleno de amor y sinceridad se transformó en un instante con la imagen de un bandido terrible. Lo hago por nuestros hijos, Dorian —afirmó ella angustiada. No aguantó un minuto más y se marchó al momento con pasos decididos. -¡Dorian! —gritó ella—. Espera un momento, no te vayas. Él no le hizo caso y se perdió en la oscuridad de la noche. La maestra empezó a llorar desesperadamente sin cambiar de parecer; su petición tenía mucho valor para ella, y no podía sacrificar su honor de mujer a cambio de un amor aventurero. Ella amaba demasiado al guerrillero, pero en aquellos mismos instantes tomó aliento y fuerzas para no ir a desistir. Su corazón estaba herido y sangraba lágrimas de agonía y confusión. Tuvo la intención de gritar como una loca, pero algo la contuvo en su intento desesperado. Se sintió impelida a seguir a Dorian y desistir de su petición. Dio varios pasos hacia él, pero las piernas le temblaban y no pudo seguir. Dorian también iba con el alma zaherida por la tristeza y el dolor. Su cabeza era presa de un dolor físico indescriptible. Quiso llorar en el camino, pero no pudo hacerlo. Estela se de-tuvo frente a la baranda de hierro y se mordía- los labios de angustia. Había visto ir a su amor igual que el barco cuando despega del puerto. Las estrellas se ocultaron como si hubieran estado presintiendo el desenlace fatal de aquellos corazones desgarrados. Los primos de la maestra regresaron y ella buscó rápidamente ocultar sus lágrimas y su angustia. Conversaron algunos segundos y se dispusieron a regresar a la casa. 37 CAPITULO IX LA TRAICION —"El guerrillero fue descubierto gracias a la colaboración de la señora Ana Berta Freces, natural de Gamarra". Dorian se había hospedado en el Hotel Royal, situado en la Avenida Sexta. Al día siguiente quiso abandonar el hotel, pero al bajar al primer piso de la casa escuchó el siguiente comentario: —¿Y dónde diablos estará ese guerrillero matón? —preguntó uno de los huéspedes. —Seguramente huyó a la ciudad de San Cristóbal. Las autoridades lo están buscando por todas partes. —¿Qué buscará ese guerrillero por estos lugares? —preguntó una mujer. --¡A lo mejor está buscando una cucuteñita, o una venezolana! Todos se echaron a reír en señal de broma y buen humor. El guerrillero retrocedió con algo de nerviosismo. Permaneció escondido con atención y disimulo. Los demás siguieron la conversación. —La radio dijo que ese guerrillero ha matado por lo menos a cincuenta personas. —"; A cada puerco le llega su sábado!" —declaró el dueño del hotel. Dorian regresó a su habitación, cerró la puerta y examinó su revólver. Sacó doce balas y las guardó en el bolsillo del saco. Luego habló en soliloquio: "Parece que hasta hoy fue mi carrera por este mundo. ¡No importa, moriré guerreando con esos esbirros miserables! ¡Antes que la policía me eche el guante desocupare el revólver en la barriga de esos desgraciados! Tomo el equipaje y bajó de nuevo. Pagó la cuenta al empleado y salió a la calle. Cruzó la ciudad y se metió en una pensión en el barrio de La Magdalena. En aquel lugar permaneció escondido todo el día. Esperaba la noche para huir a Gamarra. Un joven llegó afanado a Dorian y le dijo: Señor, tengo que decirle algo. ¿Qué sucede? Hace como media hora llegaron varios detectives preguntando por un hombre. El dueño de la pensión les dijo que a nadie había hospedado, pero ... —¡Pero ¡qué, imbécil! —Bueno ... tuve que decirles la verdad. Dorian botó el 38 cigarrillo contra el suelo y regresó a su cuarto. El joven lo siguió muy nervioso. En la habitación conversaron un rato. —¿Y los detectives se fueron? —preguntó Dorian con malicia. —No señor, están en la calle esperando que usted salga para pedirle los documentos de identidad. Ellos han dicho que en la ciudad está un guerrillero muy peligroso y tienen que echarle el guante. —¡El guante se lo voy a echar a usted, perro inmundo! Agarró al muchacho por el cuello, pero entonces intervino una mujer: —¡Señor, no pierda más tiempo! Un carro de la policía acaba de llegar; dizque andan buscando a un guerrillero. Si usted quiere salga por encima de la pared, caerá al callejón del acueducto y así podrá escapar. ¡Escape por favor, no nos meta en líos con la policía! Dorian inmediatamente agarró su linterna y en segundos saltó la pared y cayó al callejón! La oscuridad era total. Las balas de varios fusiles se estrellaron en las tejas de la pared por donde había saltado el guerrillero. El perseguido a tientas cruzó el callejón y salió del manicomio de la ciudad. No quiso utilizar la linterna porque era muy peligroso. Tomó la dirección del barrio Alfonso López. Seis hombres del SIC lo venían persiguiendo. Hicieron varios disparos y Dorian se tiró al suelo al momento y respondió con su revólver. Quiso alcanzar una pared en construcción, pero una bala hizo blanco en su brazo izquierdo. Gateó con angustia hasta las paredes y disparó por tercera vez. Un agente se acercó demasiado y Dorian lo mató. Los disparos se perdían en la inmensidad de la noche. Los perros ladraban a la distancia. Herido, Dorian siguió la marcha y llegó al parque Gaitán. Iba perdiendo mucha sangre, la debilidad hacía mella en su organismo. Allí detuvo a sus perseguidores con varios disparos. Cuando notó que solamente le quedaban tres balas disparó con furia y se dispuso a correr. Buscó la dirección del barrio Santo Domingo y se perdió entre los callejones en la oscuridad. Saltó una pared y se metió en tina casa de familia. Los agentes del SIC siguieron por la parte baja del camino y lo perdieron de vista. La dueña de la casa oyó ruido, se levantó. Fue al interior del corredor y descubrió que la puerta de la cocina estaba abierta. Hizo una oración a Dios y se dispuso a entrar. Vio a un hombre y quiso retroceder, pero él le agarró por una mano y le dijo: --¡No se asuste, señora, no deseo hacerle ningún daño! Déjeme en su casa unas horas y yo le pagaré cien pesos. Unos hombres me 39 venían persiguiendo y querían matarme. Eran ladrones. ¡Señora, ayúdeme por favor! La anciana dudó por un momento, pero al observar que él estaba herido en el brazo cambió de parecer. —Mi esposo no está en casa, pero ... —¡Señora, tenga confianza en mí, soy una persona honrada y respetuosa! —Está bien, pase por aquí. Dorian tomó asiento y reposó un poco. Descargó su cuerpo sobre el espaldar de la silla y exhaló un suspiro de alivio. Alguien tocó la puerta. El herido sacó el revólver al instante. —¡Guarde el arma, señor, guarde el arma con toda confianza! El que está tocando en la puerta es mi marido. Él trabaja en el hospital y por lo regular llega muy tarde a descansar. El hombre entró a su casa y la señora le contó todo lo que estaba sucediendo. El dueño de la casa le preguntó al herido: —¿Le quitaron el dinero los ladrones? —¡No señor, tuve la buena suerte de esconderme en esta casa y escapé de los hampones. Su esposa me dijo hace unos momentos que usted es enfermero, ¿por qué no me extrae la bala que tengo en el brazo izquierdo? ¡Yo le pago lo que me pida! —Bueno ... es mejor que vayamos al hospital, yo puedo llevarlo. —Me siento muy débil; he perdido mucha sangre. ¡Yo no puedo ir al hospital! —¡Está bien! Le extraeré la bala aquí en mi casa. Hay un sentimiento que me impulsa a prestarle ayuda a usted. —¿Cuál? —preguntó Dorian sorprendido. —Hacerle bien al prójimo, según lo indica Dios en su Bendita Palabra. Jovencito, Dios es amor y nosotros los que creemos en él debemos amar a nuestros semejantes. Él nos sacó del fango y de la miseria espiritual y nos colocó sobre la Roca que es Cristo Jesús. El guerrillero guardó silencio. La señora sospechó del joven desconocido; pero decidió guardar silencio para evitar alguna cosa peor dentro de su casa. Hirvieron agua y desinfectaron las pinzas. En media hora el enfermero efectuó la operación en la cual le extrajo la bala. Le vendó el brazo y le rogó que descansara en una cama de hierro. Ellos fueron, a su aposento, allí leyeron la Biblia y oraron a Dios. Dorian sintió una fuerza extraña en su alma. Un escalofrío corrió por su cuerpo, escalofrío que no tenía ninguna explicación física. La última oración la hizo el viejo enfermero: "Dios mío; yo no sé quién es ese joven a quien le he prestado ayuda esta no-che. Tú lo sabes, Señor. Si él me ha engañado, tú lo sabes también. Te pido que lo sanes de su herida, no solamente 40 la que tiene en el brazo sino también aquella que tiene en el corazón. Señor mío; él es un pobre pecador sin esperanza de vida eterna. Ten piedad de él. En el nombre de Cristo. Amén." La frente de Dorian estaba llena de sudor frío. Aquella oración le tocó una vez más su alma y su espíritu. Buscó levantarse para escapar de aquella casa, pero la debilidad física no se lo permitió. Después de media hora se quedó dormido. Al día siguiente la señora le llevó hasta su cama un desayuno muy sabroso. Él estaba sorprendido ante el amor y la bondad de aquella dama. El enfermero se había marchado a su trabajo y la señora dejó Al joven solo, pues tuvo que ir al mercado público para comprar los alimentos necesarios. El joven se levantó y utilizó los servicios de un radiorreceptor. Sintonizó las noticias con una tremenda sorpresa. "De fuentes policiales muy bien autorizadas se ha confirmado que el terrible guerrillero, Dorian González, se encuentra en la ciudad de Cúcuta. Anoche precisamente fue perseguido por los agentes del SIC, entre los barrios Magdalena y Alfonso López, de donde logró escapar en forma milagrosa. Hubo un saldo de dos muertos y varios heridos. Se cree que el antisocial iba herido por un brazo. También se ha dicho que es muy posible que se haya escapado a la vecina República de Venezuela. El guerrillero fue descubierto gracias a la colaboración de la señora Ana Berta Freces, natural de Gamarra, quien en un gesto de amor cívico puso en expectativa a la policía." Dorian lleno de furia le pegó un puntapié al radioreceptor. Luego dijo con repugnancia: "¡Desgraciada perra! ¡Me las ha de pagar bien caro!" Darían comprendió el peligro en que se encontraba y se Dispuso a abandonar su escondite. Además, pensó que era posible la delación por parte del enfermero. Examinó los bolsillos y encontró dos balas. Vio en la habitación un saco de paño y un sombrero y los tomó. Necesitaba cambiar de aspecto para evitar todo el riesgo posible ante la policía. caminó hasta la Estación Cúcuta, y allí tomó el ómnibus rumbo a Ocaña. 41 CAPITULO X EL RETORNO —¿Te puedo pedir un favor? —Estoy para servirte, Estela. —Ora a Dios por la vida de Dorian San Cayetano, Santiago, Gramalote, Lourdes, Sardinata y Abrego, fueron la ruta del bandolero. Nadie lo identificó. Su aspecto era el de un turista. El sombrero y los anteojos, el saco de paño y todo lo demás lo disfrazó de una manera notable. Burló la policía en las alcabalas y llegó a la ciudad de Ocaña. Allí permaneció tres días mientras se recuperaba del brazo. Sintiéndose recuperado regresó a Gamarra cuando era de noche. El corazón de aquel joven estaba herido por la nostalgia y la melancolía. Su amor estaba representado en una bella mujer con la mente de santa. A Dorian le fastidió aquella noble actitud. Él quería una mujer de esas que hay por ahí con cara de ángel y con el corazón de sapo. El mundo de aquel guerrillero era completamente distinto a los anhelos de ciudadano pacífico. Buscó por todos los rincones de Gamarra el comité pro guerrillas y nada encontró. Compró municiones en forma se-creta y regresó por el río Magdalena con rumbo a La Gloria. Encontró a sus compinches muy nerviosos, pero nada había sucedido con respecto a la policía y al ejército. Festejaron el regreso de Dorian con una cena típica y mucho aguardiente. —¡Catire! —gritó Dorian. -- ¡A la orden, jefe! - ¿Dónde diablos se ha metido Ana Berta? El Catire miró al suelo con muchos nervios y no respondió nada. con Ana Berta —¡Catire!,.? ¿está sordo? ¡¡Respóndame!! ¿Qué ha pasado —¡Bueno ... éste le contaré ... ¡Tartamudo del diablo, hable pronto porque le va a costar muy caro el silencio y la cobardía que hay en su alma! Dudan sabía perfectamente que ella lo había delatado; sin embargo, deseaba escuchar de los labios del Catire toda la verdad. Los demás guerrilleros tenían miedo ante la conducta del interrogado. Dorian con la furia de un loco empezó a gritar a sus compañeros. 42 —¡Estúpidos, cobardes, ¿por qué no abren la jeta para responder?! ¿Dónde está Ana Berta? —¡Jefe —respondió el doblón con nervios—; se marchó con Antonio Chuecos! Ya nos había dicho el Tuerto que ese miserable estaba enamorado de Ana Berta. Cuando usted se marchó, jefe, esos perros desaparecieron. Dorian agarró el machete y lo descargó sobre una mata de plátano. Todos estaban con miedo, envueltos en un completo mutismo y observación. Conocían perfectamente a su jefe cuando estaba embriagado de ira y confusión. --¡Ana Berta es una puerca! ¡Su alma es como una carnada de gusanos! ¡Perra sarnosa! ... ¡Si todos los demonios de este mundo la están acompañando, yo los mataré a todos para hacer la venganza que deseo! Uno de ellos afirmó con un poco de temor: —Jefe, el Tuerto nos había dicho que ellos hacía varios meses estaban enamorados. Cantaclaro también habló mal de ellos en el caserío de Santa Elena. Él nos dijo que ellos eran unos traicioneros con las espuelas muy bien afiladas. A lo mejor nos convenía que ellos se largaran de nosotros. —¿En dónde los podremos encontrar? ¡Esos mal nacidos merecen la muerte! ¡Si los pudiéramos encontrar les sacaríamos la lengua pedazo a pedazo! ¡La traidora de Ana Berta buscó por mucho tiempo mi amor, pero me repugnaba! ¡Tenía la ponzoña de un escorpión y el veneno de una serpiente! ¡Su alma hedía a zamuro, y sus ojos eran como de chacal silvestre! Se retiró un poco de sus amigos y en una forma inconsciente cambió de semblante y disminuyó el volumen de su voz para decir: —¡Yo amo a otra mujer, la llevo prendida en mi alma! Esa mujer es muy buena, por eso no deseo seguir amándola, pero hasta ahora me ha sido imposible olvidarla. Ella se llama Estela Flores. Tiene los ojos como de paloma y los labios como una fuente de agua fresca. Su cabello es largo como el río Magdalena y su sonrisa como el sol de mediodía. —¿Acaso es la maestra que encontramos en el pueblo de La Mata aquella tarde? --Si, esa maestra del cielo, es la mujer a quien yo adoro sin poder evitarlo. Los sentimientos estaban traicionando al guerrillero. Jamás había hecho una confesión romántica a sus compañeros. Él se jactaba de ser un hombre indomable al amor. Siempre que buscaba las aventuras en los caseríos solía decir que todas eran iguales. Pero aquella noche no pudo contener el influjo de su corazón, y reveló toda la verdad de su amor. El Charrasqueado con un tono de buen humor le dijo al guerrillero enamorado: 43 —Patroncito, patroncito; ¡cuando se vaya a casar nos avisa para servirles de padrinos! Todos se echaron a reír a carcajadas, y el Catire intervino bajo el influjo del licor: —Yo le daré un regalo muy bonito y ... Dorian despertó de su éxtasis, miró al Catire con odio, y exclamó azorado: —¡Deben olvidar todo lo que les he dicho! Cuando hablé estaba sin conocimiento, había perdido la razón. Tengo la cabeza llena de problemas y ... no sé qué hacer, hasta la fantasía me persigue como un fantasma. ¡Yo no he dicho nada, ¿me oyen?! ¡¡Yo no he dicho nada!! Nadie lo refutó, buscar hacerlo representaba un gran peligro. Ellos entendieron que su jefe había sido víctima de un arrebato emocional. Es que cuando el amor se anida en el corazón de una persona, se parece algunas veces al niño miedoso cuando canta en el cuarto oscuro para espantar a los fantasmas. Dorian estaba enamorado y no podía ocultarlo. Cambió el tema en una forma intencional para evadir comentarios al respecto. —¡Muchachos, saldremos dentro de dos horas para la hacienda de un tal Gulfredo Franco! Entiendo que algunos han estado tomando, pero no hay peros que valgan. El lugar queda muy cerca de Zapatosa, no estamos muy lejos que se diga. Asaltaremos la hacienda con todo fervor y nos haremos dueños de una buena fortuna. Ellos son ricos y tienen muchísimo gana-do y caballos. Todos se dispusieron a obedecer en forma inmediata. Cuando el jefe ordenaba algo era mejor cumplirlo a cabalidad. La fiesta terminó aquella noche y los guerrilleros emprendieron el viaje a Zapatosa. La señorita Estela, la maestra de El Carmen, había regresado de sus vacaciones. Ahora la encontramos enseñando en una escuela pública. Una tarde la visitó una señora de nombre Fermina. Ella era la modista del pueblo, mujer de una cultura muy notable y con un espíritu amable, cariñoso, lleno de gracia y simpatía. Aquella señora le habla regalado una Biblia a Estela para que se la enviara al guerrillero. El Carmen estaba bañado por el sol y sus llanuras parecían guardianes vigilantes. Como era domingo y ninguna tenía responsabilidades de trabajo se dispusieron a conversar por largo rato. Charlaron sobre modistería, hicieron un poco de historia patria, recordaron los incidentes familiares y Estela relató la muerte de su mamá en Cúcuta. —Tendré que hacerte los vestidos color oscuro —afirmó doña Fermina. — Claro que sí, le pediré que me haga la ropa un poco más larga. —¿Un poco más larga de lo que la usas? ¡Muchacha, te van a confundir con una gitana! Las dos 44 se echaron a reír con agrado y buen humor. Gozaban de una confianza muy especial y sabían comprenderse en todo aquello de aspecto social. Entre risas y comentarios la señora Fermina le preguntó: —Estelita, no me has dicho nada de tu novio, ¿sabes algo de él? La aludida guardó silencio por un instante y luego respondió con cierta dificultad. —Bueno ... éste ... no sé qué decirte al respecto. Se levantó con inquietud, tomó el peine y, muy nerviosa, empezó a peinarse frente a un espejo grande. Miró a su amiga por el espejo y con un acento triste y melancólico le respondió: —Nos encontramos en Cúcuta y estuvimos paseando en el coche de mi tía, junto con mis primos. —A lo mejor hablaron sobre el futuro matrimonio, ¿verdad? —Sí, discutimos el asunto, pero no llegamos a un compromiso formal. —¡Cómo es posible! —exclamó doña Fermina con acento curioso. —No ... sé cómo contártelo. Estela hizo un esfuerzo para no empezar a llorar. Volvió a la silla y, como si tratara de recordar, continuó hablando lentamente. —Doña Fermina, ¡todo se terminó! —Pero ... ¡es imposible! —afirmó la señora. —Nada en esta vida es un imposible. Me parece que todo en esta vida es como un sueño fugaz; cuando uno cree haberlo alcanzado todo entonces despierta de la fantasía y de la ilusión. Le hice una petición a mi novio, y eso fue suficiente para que todo quedara en las cenizas del olvido. —Estelita, ¿qué ha sucedido? —Ya entenderás. Una señorita honrada y decente necesita asegurar su porvenir. Yo he estado trabajando varios años fuera de casa para ayudar económicamente a mi familia. Siempre he deseado encontrar a un hombre bueno que me sepa comprender y ... todo ha sido en vano. Doña Fermina, la amistad de mujer me hace revelarte todo lo que ha pasado. Te suplico me escuches con paciencia todo lo que te voy a contar. --No te preocupes, Estela, para mí es un privilegio compartir contigo todas las vicisitudes de esta vida. Estela suspiró profundamente y comenzó a narrarle todos los hechos en relación al guerrillero. Entre varias cosas le dijo: —Yo le supliqué con lágrimas en los ojos que abandonara las guerrillas y empezara una vida normal y decente; pero ... no quiso oírme. Cuando le hice la petición su rostro cambió de color, una palidez cubrió toda su cara de tal manera que por un momento tuve miedo de él. ¿Acaso yo le ofendí? ¡Tenía que decirle que dejara la vida criminal! Doña Fermina, ¿hice mal en hablarle así? 45 —Estelita, domina tus emociones. Cuando una joven cae en la desesperación está en los umbrales de la derrota moral y espiritual. —Pero, ¿hice mal en pedirle que dejara las guerrillas? —Tú no hiciste mal en hablarle así, créemelo, te lo asegura una mujer consciente de la vida y experimentada en el sufrimiento. —¿Entonces por qué se marchó para siempre, dejándome sumida en el dolor y en la desesperación? Doña Fermina, ¡yo amo a Dorian con todas las fuerzas de mi alma! ¡Yo lo amo y no puedo olvidarlo! La maestra empezó a llorar y su amiga buscó consolarla en todo momento con expresiones envueltas en amor. La modista parecía una madre aconsejando a su hija cuando la frustración se anida en los años de adolescencia. Después de unos minutos le dijo con suavidad y cariño: —Estelita, sólo Dios conoce el destino de sus criaturas. A lo mejor así tenía que suceder para el bien de los dos. Si Dorian te ama de verdad también debe estar sufriendo por ti. Dice la Santa Biblia que "todas las cosas nos ayudan a bien". Debes tener paciencia y comprensión. Yo también estuve enamorada y Dios guió mi destino en una forma perfecta. —¿Quieres decir, entonces, que Dios no tiene interés en el amor humano? ¿Acaso Dios está muerto a la felicidad de sus almas y al valor del santo matrimonio? —Estela, no he querido decir tal cosa, al contrario, Dios es bueno y tiene mucho interés en sus hijos; él ha formado en este mundo lleno de oportunidades y privilegios. Lo que pasa es que la situación te ha confundido un poco. Debes recordar una cosa, Estela: —¿Qué cosa? —preguntó la joven al instante. —; Que Dios te ama de verdad! —¿Cómo puedo entender el amor de Dios en esta manera tan dolorosa? —Estela, si Dios no te amara te hubiera dejado en las manos de aquel guerrillero sin escrúpulos. Él te habría engañado con facilidad y tu honor de virgen honrada hubiera quedado por el suelo. ¿No ves que Dios puso en el corazón de aquel joven sinceridad y respeto para tu amor? Ya me has dicho que amas a ese hombre demasiado, y no voy a prohibírtelo nunca por medios ilícitos envueltos en mentira o exageración. Soy tu amiga y respeto tus sentimientos. Estela, Dorian es tu ama-do, pero él no teme a Dios ni guarda su Palabra en los pasos de la vida. Dios te ama mucho y lo demostró por medio di-rectos y personales. Yo sé que te ha costado mucho dolor, pero muchas veces en medio de la angustia llegamos a comprender el amor infinito de Dios. ¿Acaso estás burlada por un hombre? Tú eres una señorita y mereces el respeto de tu familia y de tus amigas. 46 La maestra poco a poco fue recapacitando hasta que dejó de llorar. Se limpió los ojos con un pañuelo y se dispuso a con-versar formalmente con su amiga. —Doña Fermina, bien sabes que no tengo mis padres en este mundo. Mi mamá acaba de morir y a mi padre nunca lo conocí. Ahora cuando he puesto mi corazón y todas mis ilusiones de mujer en un hombre, todo se ha terminado como la flor del campo. ¿Comprendes mi situación? —¡Cómo no voy a entenderte, Estela! Mis cuarenta y cinco años de vida me han enseñado muchas cosas en este valle de dolores. Yo también he sufrido, pero con una Persona muy poderosa y llena de misericordia. —¿Quién es esa persona? —¡Dios! El enseña a sus criaturas cómo alcanzar la victoria sobre todos los problemas del mundo. Estela miró con intriga a doña Fermina, como si se tratara de una gran revelación. Rompió la pausa con una pregunta enfática: —¿Cómo puedo alcanzar la victoria en medio de mi problema? —Necesitas buscar a Dios en la oración. No te hablo de re-zar o de tener una religión que nos indique una cantidad de ritos y ceremonias, te hablo de hablar con Dios por medio del diálogo sencillo que nace de nuestros corazones y se eleva al cielo por medio de la fe. Señorita, la oración es capaz de hacer milagros portentosos. ¡Si el mundo supiera lo que es hacer oración en el Espíritu Santo, todo sería distinto! La joven miraba sorprendida el rostro de su amiga con un respeto y con una admiración inexplicable. Mientras la señora Fermina estaba hablando, algo extraño ocurría en el alma de la maestra. Aquella dama conversaba con poder sobrenatural. Transmitía confianza y serenidad a Estela. Esta última no pudo contener su admiración y le dijo: —¡Tú hablas con un poder rarísimo! En tus ojos hay un brillo de esperanza e inspiración. Doña Fermina, ¿quién te ha enseñado a pensar de esa manera tan prodigiosa? —¡La gracia de Jesucristo y su infinito amor revelado en la Biblia! —Pero ... ¿es posible que un libro te pueda contagiar de esa certeza tan maravillosa? — Hijita de mi alma, créemelo de todo corazón; Dios es grande y poderoso para resolver tu problema. Sólo tienes que confiar en ese Dios que nosotros los seguidores del evangelio tenemos siempre para toda ocasión. Dios abrió el mar Rojo para que su gente pasara por él y escapara de los egipcios. Dios con su infinito poder domó las impetuosas olas del mar para que Israel escapara de la muerte hizo caer pan del cielo en el corazón del desierto. Sacó agua de una roca para dar de beber a sus siervos. Resucitó a Jesucristo con gloria y majestad, y 47 lo llevó al cielo en una nube con poder y santidad. Estelita, Dios puede obrar maravillas. Todo aquello que los humanos no podemos hacer Dios lo puede hacer en cualquier instante. Él dice por medio de Jesucristo: "Pedid y se os dará". Señorita, tu problema con Dorian puede ser resuelto si es que en su santa voluntad él tiene escrito en el destino de sus vidas una felicidad matrimonial. ¿Acaso el Señor no puede cambiar el corazón de ese guerrillero y traerlo a Cristo? Mientras testificaba aquella señora a Estela, lágrimas vivas caían de sus ojos. La joven no perdía palabra de aquellos labios piadosos y llenos de gratas experiencias. Hubo una pausa y Estela aprovechó para afirmar: —Realmente mujeres como tú jamás las he encontrado en mi vida. Mi dolor y mi angustia sin saberlo explicar han desaparecido de mi pecho. Doña Fermina, continúa hablando de tu vida con toda con-fianza, que tengo muchos deseos de seguir escuchándote. —Gracias, Estelita, gracias. Permíteme decirte que conocí a Jesucristo como mi Salvador personal por medio de unos misioneros. Ellos me vendieron una Biblia, la cual estudié por varios meses. Comprendí el camino de la salvación y lo acepté en mi corazón. Los misioneros me ayudaron en mi conversión. Por varios años viví en la hacienda de Los Rosales, la cual era de mi propiedad. Fue en aquel lugar donde conocí a los misioneros cristianos. En aquella casa había felicidad y prosperidad. Mi esposo también era un creyente del Evangelio de Jesucristo. Dios en sus benditos designios permitió que mi marido pereciera ahogado en las aguas de La Ciénaga y quedé viuda con un niñito de corta edad. Una mañana fui asaltada por los guerrilleros, los cuales asesinaron a cinco obreros en forma espantosa. —¿Y qué hiciste con el niñito? —preguntó afanada Estela. —Realmente fuimos protegidos por la misericordia de Dios. Mi hijito y yo fuimos salvados en una forma extraordinaria. Todos murieron menos nosotros. ¿No representa todo ello un milagro perfecto de Dios? ¡Estelita, vale la pena confiar en Cristo! El jefe de los guerrilleros me estropeó, pero Dios hizo la obra y nos dejó con vida. Aquel día el Señor me dotó de poder y valor para darle testimonio de Cristo a ese bandido. Estela: ¡Necesitas confiar en Cristo para que salve tu alma y resuelva todos tus problemas! Hacía dos años que Estela había conocido a Doña Fermi-na. Esta era su modista, pero las dos habían simpatizado y se tenían cariño. Estela se había dado cuenta 48 del valor de esta mujer que amaba a Dios, pero no había podido comprender el valor del evangelio y la fe. Aquel domingo Estela le dijo: —Doña Fermina, te felicito por esa fe tan grande que tienes en Dios. —Muchas gracias por tu elogio, Estelita. —¿Te puedo pedir un favor? — preguntó la joven con timidez. —Estoy para servirte, Estela. —Ora a Dios por la vida de Dorian, para que lo cambie por completo y lo haga una persona distinta. —Estelita, debo confesarte que he estado haciendo oración por tu vida y por la de Dorian desde hace más de un año. Mi petición ante Dios ha sido continua. Deseo verlos un día convertidos al Evangelio de Jesucristo. Tanto el guerrillero como tú necesita la gracia del Hijo de Dios. Para el Señor no hay nada imposible. Él puede hacer la obra más difícil de este mundo. La joven guardó silencio en demostración de respeto. mundo. Doña Fermina se levantó y se despidió de su amiga. Salieron a la puerta y con un adiós cariñoso termino la visita. 49 CAPITULO XI CON LA SUERTE DE ESPALDAS "¡Parece que tengo la suerte de espaldas!" Una serpiente había mordido al caballo. Los guerrilleros asaltaron la hacienda del rico Gulfredo Franco, muy cerca de Zapatosa. Entre asaltos a mano armada y encuentros con la policía fueron acercándose al pueblo de El Guamal, a unos kilómetros de El Banco. Buscaron todos los medios para entrar a Potosí, un caserío próximo a La Ciénaga de Chilloa, pero les fue imposible. No tenían municiones y estaban en una situación peligrosa. El ejército los buscaba por todas partes, pues tenían conocimiento del asalto en la hacienda del señor Franco. Evaluaron las armas y las municiones que les quedaban, y eran muy pocas. La situación era contraria a los designios de los guerrilleros, pero los ánimos en aquellos hombres no decaían. Discutieron el asunto y decidieron tomar por asalto el cuartel de la policía de un pueblecito de nombre San Andrés. Las mujeres del pelotón ya no estaban con ellos, algunas habían muerto y otras estaban en las manos de la policía. Pasaron la tarde escondidos en la sabana, muy cerca del caserío. Esperaron con muchas ansias la sombra misteriosa de la noche para emprender su cometido nefando. El grupo ahora constaba de veinticinco hombres. El Catire y otros estaban espiando la situación en San Andrés. Todos esperaban el regreso de ellos para tener plena seguridad de la situación. Cuando empezó a oscurecer llegaron los espías. —¿Cómo les fue? —preguntó Dorian con inquietud. -Muy bien, jefe; por lo menos hemos podido volver vivos, respondió el Catire con agitación emocional. Los espías le contaron que la situación era muy peligrosa para atacar a San Andrés. El cuartel de la policía había sido reforzado y contaban con armas modernas y suficientes municiones. Todo el pueblo estaba a la expectativa contra los ataques guerrilleros, y algunas veces habían peleado conjuntamente. 50 Dorian no aguantó el informe negativo de sus compañeros y gritó: —¡Ya basta! ... No quiero más informaciones llenas de miedo. ¡Lacio, venga acá por un momento! —¡A la orden, jefe! —respondió el guerrillero. —¿Cuántos somos por todos? —Veinticinco hombres. Cinco están vigilando en la sabana, tres se encuentran preparando algo de comida, y los demás estarnos aquí. — ¡Muchachos! —exclamó Dorian—. Lucharemos con esmero esta noche. ¿Quién puede ponerse a un grupo de hombres valientes, con el deseo noble de conseguir armas para hacer justicia a favor de nuestros campesinos indefensos? ¡La revolución de nuestra patria está en nuestras manos, y somos nosotros los llamados a cambiar el orden social y político de un país que está muerto en las garras de nuestros opresores asesinos! Dorian sabía perfectamente que mentía en su pequeño discurso. Sólo buscaba la forma de alentar a sus compañeros para que atacaran a San Andrés. Él sabía que en su país no se podía adquirir la victoria por medio de un grupo de bandidos, cuya finalidad cívica se había perdido para abordar el puerto del crimen y el robo. Aquellos guerrilleros eran el símbolo vivo de los cazadores de una revolución sin esperanza. El cabecilla ahogó la voz de su conciencia y continuó diciendo: —Yo sé que algunos de ustedes están desarmados, pero no tienen desarmado el corazón para pelear como hombres valientes. ¿Cuántos no tienen armas? —Siete —contestó el Catire. Muy bien; la machetilla todavía no ha perdido su filo. Los siete que no tienen armas de fuego deben proveerse de las machetillas. Solamente necesitamos un poco de suerte, y el cuartel de los "chulavitas" caerá en nuestras manos. El Catire corroboró las palabras de su jefe con entusiasmo: —La casa donde están los policías tiene un solar grande y las paredes no son altas; podremos alcanzar el interior de la casa sin mucha dificultad. —¿Dónde está el Mulato? —preguntó Dorian a los mu-chachos. —Aquí estoy, jefe, a la orden. ¿Averiguaste el asunto de la luz eléctrica? Sí, jefe. La planta eléctrica funciona en una esquina, a fu entrada del pueblo, y trabaja hasta las once de la noche. Empezaremos el asalto entre las diez y media y las once de la noche. Correcto, jefe; tomaremos el dominio de la planta y todo quedará resuelto. El luto de la noche había colocado su cetro invisible por todas partes. El grupo de guerrilleros permaneció conversan-do a la luz de una hoguera hecha de palos secos. Los zancudos hacían de las suyas mientras la luna dormía en el sueño de la ausencia. En San Andrés todo parecía normal. Las tiendas aún estaban abiertas y algunos campesinos jugaban al dominó en forma distraída. Apareció 51 un hombre en un caballo cuyo galope era rápido y se dirigía al cuartel de la policía. Los campesinos, atraídos por la curiosidad, lo siguieron. Dos policías levantaron los fusiles y dijeron: —¡Alto ahí, o disparamos! ... El desconocido detuvo la marcha y sacó un pañuelo blanco en señal de amistad y paz, y luego gritó con mucho afán: ¡Traigo algo muy importante para ustedes! ¡Es de vida o muerte! Los agentes bajaron los fusiles y le permitieron avanzar. El hombre dio aviso inmediato de la presencia de los guerrilleros. Contó que estaban como a cinco kilómetros de San Andrés, muy cerca de su casa. En cuestión de minutos toda la policía estaba en movilización. El cuento se regó por todo el caserío y la gente corría en busca de seguridad. La hora decisiva marcaba los últimos compases. A las diez y media apareció el pelotón de guerrilleros. Venían con la disposición de asaltar el cuartel de la policía a costo de la vida o la muerte. ¡Qué lejos estaban de la verdad circunstancial de aquella noche de dolor y fracaso! Iban como el ave ignorante cuando se acerca a la jaula, y como el novillo que va al matadero. Buscaron el solar descrito por los espías mientras que los otros avanzaron hacia la planta eléctrica. El reloj de la capilla indicó con los roncos campanazos las once, de la noche. Todo estaba en calma cuando de pronto: —¡Cuidado, jefe! —exclamó el Catire alarmado—. Hay varios agentes en la planta. —¡Maldición! Alguien nos ha delatado. Los disparos empezaron por todas partes y las llamas de la muerte encendieron sus lenguas de terror y sangre. —¡Catire! —dijo Dorian—. Avise a los muchachos que retrocedan, mientras les hago resistencia a esos miserables uniformados que cuidan la planta. Si nos apoderamos de la planta eléctrica dominaremos la situación. El aludido obedeció en forma inmediata. Los disparos cruzaron el aire como candelillas y los muertos empezaron a cubrir las calles de San Andrés. Solo habían pasado quince minutos y la situación para los guerrilleros estaba perdida. El jefe corrió hasta un solar lleno de árboles y desde allí detuvo a los policías que lo perseguían con ansiedad. El catire busco cruzar el parque de caserío y cayo acribillado por las balas de los oficiales del gobierno. La mayoría de los asaltantes estaban muertos y algunos detenidos. Dorian comprendió la situación, aprovechó la densa oscuridad y se echó a correr por la sabana en busca de su caballo. Media hora más tarde todo el pueblo de 52 San Andrés estaba en calma y la policía se dispuso a recoger los cadáveres y los heridos que pedían auxilio. Dorian huía en su caballo con rumbo hacia el rio magdalena, en busca de un pueblecito llamado Los Aljibes, donde esperaba encontrar refugio. La policía lo venía siguiendo. Después de dos horas Dorian alcanzo el rio caudaloso del Magdalena, el cual es línea limítrofe con el departamento de Bolívar. Había perdido las botas de cuero y sus pies sangraban. Continuó playa abajo montado en su caballo buscando sacarles una ventaja considerable a sus perseguidores, pero el animal comenzó a relinchar y se detuvo al instante. Dorian saco su linterna del pollero de tela y examinó al animal; tenía una herida en la pata delantera. Luego, angustiado dijo para sí: “Parece que tengo la suerte de espaldas”. Una serpiente había mordido al caballo y los efectos del veneno se adueñaban de la vida del animal. Allí abandonó a su fiel compañero de varios años, tenía que hacerlo. Estaba perdiendo el tiempo y los policías ya se encontraban muy cerca de Él. A la distancia empezaron a ladrar los perros. Dorian espantó al caballo con insistencia luego se escondió en un matorral a orillas del rio. Los agentes del gobierno pasaron en sendos caballos rumbo a Los Aljibes. El guerrillero los observó escondido y cuando los vio marchar, exhaló un suspiro de aliento y confianza para luego decir entre sí: todavía no me ha llegado la hora de morir. Tomaré la vía contraria y así los podré burlar una vez más. Buscaré la forma de como cruzar el río." Dorian caminaba con dificultad, pues no tenía zapatos y estaba cansado. hizo un esfuerzo y caminó un buen trecho. Volvió a oír el ruido de los jinetes y se escondió de nuevo detrás de un árbol junto al río. Aquellos caminantes eran los policías que subían furiosos por el engaño efectuado por el guerrillero. Uno de ellos habló mientras se acercaban al escondite del Perseguido, el cual estaba junto al camino real. —Sargento Molina, el guerrillero no debe estar lejos de nosotros. Ha perdido su caballo, y a lo mejor está buscando cruzar el río. El sargento respondió a su compañero: —Yo encontré sangre humana en los estribos del animal, seguramente el guerrillero debe ir herido. Cuando iban pasando junto a Dorian, éste sintió miedo y un temblor en todo su cuerpo. La luna había salido a la distancia. Los nervios acosaban al guerrillero. La conciencia lo acusaba de su mala conducta. Sintió el frío de la muerte. No Pudo aguantar más y bajo el embrujo de sus emociones abandonó el escondite y los policías lo vieron. Se lanzó al agua del Magdalena y dos policías gritaron al 53 unísono: ¡Allí va alguien corriendo, disparen! ¡Sargento, debe ser el guerrillero! —afirmó un agente con sorpresa. —Continúen disparando —ordenó el sargento con afán. Las balas hicieron blanco en las aguas impetuosas del río, sin resultado positivo. Dorian se había sumergido mientras ganaba distancia. La corriente lo llevó a varios kilómetros de sus enemigos escapando del peligro y de la muerte. Luchó contra el cordón fluvial por quince minutos, hasta que alcanzó la otra orilla. Su rostro tenía el aspecto de un cadáver y su cabello mostraba desorden. Caminó lentamente por la playa haciendo un esfuerzo sobrehumano. Los pies los tenía hinchados y la sangre vertía de sus dedos. Tenía los labios secos y la ropa pegada al cuerpo. Si alguien hubiera visto al guerrillero aquella noche de luna lo habría confundido con un fantasma misterioso. Las ojeras adornaban los ojos vivos del bandido y el corazón latía con rapidez. Cuándo hubo caminado como tres cuadras se encontró con una casita de madera. Allí pidió hospitalidad después de haber tocado la puerta como diez minutos. Los moradores eran pescadores y lo recibieron con cariño y humanidad. Dorian les narró una serie de incidentes muy distintos a la realidad de las cosas. Se cambió de ropa y tomó algunos alimentos, para luego dormir algunas horas de la mañana. Al día siguiente Dorian se marchó a un pueblo llamado Las Margaritas, pertenecía al Departamento de Bolívar. Allí se quedó un tiempo. Aquel guerrillero empezó a saborear la frustración de sus caminos sangrientos. Era joven aún, pero su alma transitaba por la alcoba de la vejez. Dorian buscó recuperarse de su derrota aventurera; pero muy poco consiguió. Creía estar huyendo del aposento de sus temores cuando en realidad estaba cruzando los umbrales de la cobardía. 54 CAPITULO XII EL VALOR DE UN TESTIMONIO —Yo no comprendo cómo has podido cultivar la paciencia y la resignación. —Estelita, la paciencia y la resignación vienen del cielo por la gracia de Dios. La flora de Bolívar es majestuosa. El río Magdalena hiere las tierras cálidas con su agudo fluvial. Los pequeños barcos y las canoas pesqueras adornan el río como las flores y las gaviotas junto a la playa arenosa. La situación política del país estaba tomando otro cariz. Revelaba síntomas de paz bajo la bandera de la alborada nacional. Los ciudadanos buscaban por todos los medios corroborar el esfuerzo del gobierno para terminar el crimen y la violencia. Los zamuros y los chacales dejaron de encontrar carne humana en los caminos y en los montes desolados. Las Fuerzas Armadas, por intermedio de un general inteligente y patriota, estaba ofreciendo libertad a los guerrilleros a cambio de entregar las armas y abandonar los caminos de sangre. Muchos respondieron al llamado cívico. La amnistía alboreaba rayos de esperanza. Dorian aún estaba en Las Margaritas envuelto en una indecisión terrible. Tenía miedo a la vida futura y su corazón no encontraba la paz que anhelaba. Su mente estaba turbada por la necesidad de una venganza, y no encontraba cómo cumplir sus deseos profundos. Se informó de la determinación del gobierno, pero no le dio mucha importancia. Entre ceja y ceja tenía guardado el deseo de venganza. Delfi Carrizo caminaba con vida y prosperidad. y Dorian necesitaba arreglar cuentas con él. El joven era víctima de ese sentimiento que arrastra las almas hasta el mismo antro de los infiernos criminales. El guerrillero huérfano vivía sin Dios y sin ley. Sus compañeros estaban en diferentes lugares; unos en la cárcel y otros en la tumba. Decidió subir hasta el Puerto de La Gloria y allí permaneció algunos días. Estela, la maestra de El Carmen, había mandado varias cartas a Dorian, pero no había recibido respuesta. Su amor por aquel joven era inmenso, y no podía apartar de su corazón ese sentimiento con raíces tan profundas en el mundo de 55 los humanos. No pudo soportar la situación y la soledad de su alma y buscó consuelo en la señora Fermina, la modista del pueblo. Conversaron algún tiempo hasta que entraron al tema del guerrillero. La maestra en un arrebato emocional exclamó angustiada: ¡Doña Fermina, soy la mujer más infeliz del mundo! —Tenga paciencia, señorita, tenga paciencia. Estela continuó como si estuviera soñando, con la mirada perdida en la distancia. —Cuando yo tenía dos años mi papá murió; luego mi madrecita entregó su alma para siempre en el hospital, y a Dorian lo he perdido para siempre. A lo mejor lo han matado los soldados del gobierno. Las dos mujeres dejaron rodar gruesas lágrimas por sus mejillas. Cayeron en el lenguaje mudo del dolor. La modista tenía la gracia y la virtud de apropiarse de los problemas aje-nos; amaba de verdad a la señorita Estela. El amor cristiano y la fe en el Cristo de los Evangelios la habían enseñado a amar y a querer a su prójimo desinteresadamente. Después de largo rato de silencio donde sólo se escuchaban los sollozos del corazón, tomó la palabra doña Fermina. —Estelita, escúchame un momento, por favor. La joven levantó su cara en una actitud de comprensión. --¿Me permites que te llame hija? —Como tú quieras, Fermina; tú has sido para mí como una segunda madre. —Estelita, no pienses que el dolor solamente está en tu corazón; yo también tengo las huellas profundas de ese sentimiento, pero Jesucristo ha saturado con su amor mis heridas. Ahora sólo hay en mi alma cicatrices muertas de un pasado al cual ya he muerto para siempre. Señorita: tú eres joven, bonita, con ilusiones y esperanzas futuras. Bien mereces toda una felicidad en este mundo. —Gracias, amada amiguita. Tus palabras me consuelan el alma. —Las canas que posee mi cabeza son testigos de un pasado angustioso. Mi hermana cayó asesinada, y no he llegado a saber dónde enterraron su cuerpo. Bien sabes que mi esposo murió ahogado en las aguas traicioneras de La Ciénaga. Yo fui asaltada por los guerrilleros en mi hacienda y perdí todo el ganado y el dinero que tenía en efectivo. Ahora, me sostengo de modista; Dios no les falta a sus hijos que en él confían. Por él estoy aquí y por su poderosa mano llena de misericordia. —Yo no comprendo cómo has podido cultivar la paciencia y la resignación. — Estelita, la paciencia y la resignación vienen del cielo por la gracia de Dios. He perdido toda mi fortuna de este mundo material, pero he ganado el tesoro más grande de este mundo que por cierto es incorruptible. —¿Qué quieres decir con 56 esas palabras? —preguntó intrigada la maestra. —Hija mía, cuando recibas a Cristo en tu corazón lo podrás comprender todo. Estela no continuó hablando, por un momento guardó silencio. El testimonio de aquella señora hablaba sin hablar con la elocuencia de un ángel de Dios. La joven no podía comprender cómo un espíritu podía alcanzar una esfera tan alta cuya dimensión sobrepujaba a la vida normal de una persona. Comprendió que se estaba comprometiendo mucho en asuntos de religión y en un instante cambió el tema discutido. —¿Y dónde está tu único hijo? La señora Fermina entendió la estrategia de su amiga, y con una sonrisa disimulada respondió: -Mi niño se encuentra en casa de unos misioneros evangélicos que viven en Maracaibo, Venezuela. - ¿Lo regalaste a ellos por tinta y papel? -No, Estelita, eso nunca. Esos misioneros trabajaban muy cerca de mi hacienda, en un lugar llamado Las Vegas. Su amor por las cosas de Dios y por los pecadores sin salvación los llevó hasta mi casa. Cuando asaltaron mi hacienda los guerrilleros, ellos me aconsejaron que les dejara llevar el niño a Maracaibo para ponerlo a salvo del peligro de la violencia. - ¡Ah, ahora comprendo mejor el asunto! Ellos se marcharon ante el peligro y te dejaron abandonada en medio de la muerte. -Estelita, los misioneros no se marcharon por cobardía o por falta de amor. Después del asalto en mi casa ellos permanecieron en Las Vegas como dos meses, y continuaron visitando mi casa como siempre. El consuelo que me impartieron sus palabras y su amor no lo puedo describir con palabras. Cuando la muerte casi los alcanzaba se vieron en la necesidad de abandonar el campo misionero. —¿Los iban a matar los guerrilleros? —No solamente los guerrilleros, Estela, los chusmeros y los religiosos fanáticos de aquella zona estaban de acuerdo para matarlos y quemarlos en la plaza pública del caserío. Varias veces estuvieron a punto de perecer, pero la mano de Dios los protegió. Eran tan valientes aquellos hombres de Dios y, tan llenos de amor y compasión por las almas perdidas, que nunca han podido olvidar los moradores de Las Vegas el testimonio elocuente de aquellos misioneros. Cuántas veces fueron ultrajados y perseguidos por la causa noble del evangelio. —¿Y por qué no te marchaste con ellos a Venezuela? — Bien sabes que tenía mi hacienda y no podía dejarla abandonada o en las manos de una persona desconocida. Mi esposo tuvo que trabajar muchísimo para comprar la tierra y transformarla en una hacienda fructífera. 57 —Doña Fermina —dijo Estela con sinceridad a su amiga—, yo no hubiera podido afrontar las cosas de esa manera. —Yo tampoco, Estelita. Sólo el poder de Dios nos puede capacitar para resistir las pruebas de este mundo. Allí en la hacienda permanecí un año hasta que pude vender todos mis bienes. Luego viajé a Venezuela para ver a mi hijo, y preferí dejarlo en las manos de aquellos misioneros consagrados y buenos, con la condición de que cuando yo pudiera tenerlo ellos me lo darían inmediatamente. Después regresé a este pueblo, compré una casita y aquí me tienes como la modista de El Carmen y exclusiva de la señorita Estela. Las dos se rieron con acento de buen humor. El ambiente era completamente distinto. La alegría en los corazones de ellas se dejaba ver. Conversaron largo tiempo sobre cosas de menor importancia. Doña Fermina, con habilidad y perspicacia afirmó a su amiga: —Dentro de unos días estaremos fes-tejando la Semana Santa. En los templos evangélicos de todo el mundo se efectúan cultos muy interesantes. Por ejemplo, aquí en El Carmen tendremos la visita de un gran evangelista precisamente en los días santos. —¿Predicarán sobre las siete palabras? —preguntó la maestra con timidez. — Claro que sí, Estelita. Serán explicadas con sencillez con-forme a las Sagradas Escrituras. ¿Nunca has estado en una capilla evangélica? La joven con cierta incomodidad respondió a su amiga: —Nunca he visitado un templo protestante. —En la Semana Santa, muchas personas buscan a Dios y... —Yo también debo buscarlo, ¿verdad? —afirmó Estela con cierta picardía interrumpiendo a su amiga. —Exactamente, Estelita. —Doña Fermina, tengo que ser sincera al respecto. Los evangélicos para mí eran las personas más odiosas del mundo. Les tenía miedo y odio a la vez, pero desde que te conocí todo ha cambiado por completo. He visto en ti una moral elevada y una fé inteligente y poderosa. Tú hablas con certeza de Dios y de Jesucristo. Muchas veces lo he llegado a sentir en tus palabras y hasta en tus mismos ojos e imagen. Doña Fermina, te acompañaré a las reuniones en la Semana Santa. Mientras hablaba la maestra, la señora Fermina estaba orando a su Dios en una forma silenciosa. Dios le estaba escuchando sus plegarias. Ella le dio las gracias por el buen concepto que ella tenía de Jesucristo y de su Evangelio. Entre comentarios amistosos las dos amigas cerraron el diálogo. 58 CAPITULO XIII LA AURORA DE LA REDENCION —Reciba mi revólver, ya no lo necesito. El calendario señalaba el año 1953 y el panorama nacional empezaba a gozar de cierta paz y orden colectivo. La seguridad civil empezó a marcar las primeras pinceladas de tranquilidad y respeto. Dorian permaneció en La Gloria varios meses. En aquel lugar se informó de la muerte de Ana Berta y su amante. El ejército les había dado muerte cuando trataban de asaltar el hato de Los Cisnes, a quince kilómetros de Tamalameque. Sus cabezas fueron exhibidas en forma pública por las autoridades oficiales. Dorian supo también sobre el posible paradero de su enemigo Delfi Carrizo. Dizque lo habían visto últimamente entre las ciudades de Gamarra y Aguachica. La situación del guerrillero fue tomando un estado de ánimo obsesivo. Con las noticias recibidas los minutos le pare-cían años y las horas una eternidad. Su corazón estaba ansioso por encontrarse con el asesino de sus padres. Él se dijo entre varias cosas: "A cada puerco le llega su sábado." La traidora de Ana Berta ya cayó en el hoyo para que se la traguen los gusanos y todos los infiernos; pero ... Delfi Carrizo ... Subiré a Gamarra a costo de lo que sea y buscaré poner las cosas en orden. Ese " ..." me las pagará. Le sacaré la lengua y se la haré tragar después, corno lo he hecho con los consumados "chulavitas". El sol hacía gala con sus rayos candentes. El barco dejaba en la superficie del agua un surco espumoso cuya presencia parecían remolinos suicidas. La marcha del barco era lenta y penosa. Los acompañantes de viaje comentaban sobre la Se-mana Santa. Dorian iba solo. Tenía sus ojos con la mirada perdida en el corazón de las aguas inquietas. Parecía como si estuviera recordando los pormenores de su vida pasada, llenos de sangre y desilusión. Después de varias horas de viaje llegó a Gamarra de noche. El guerrillero con la prevención necesaria se enterró el sombrero sobre su cabeza y utilizó los lentes oscuros. El puerto estaba invadido por la música alegre y las cantinas y 59 las tiendas permanecían atestadas de borrachos y mujeres de la vida alegre. Dorian pasó allí varios días en la búsqueda constante de su enemigo, pero nadie supo darle razón de él. Decidió ir a Ocaña para pasar los últimos días de la Semana Santa. Oca-ña era menos peligroso para el guerrillero. Se hospedó en un hotel y en su cama, acostado, empezó a meditar profundamente. "Caramba, por todas partes no veo sino la imagen de Estelita, me parece verla con aquella sonrisa de virgen pura y sencilla belleza." Y en una obsesión aguda continuó pensando: "Estelita, yo soy un guerrillero vulgar, mis manos están manchadas de sangre inocente. Cuando tenía quince años de edad empecé a ver la sangre derramada por todas partes. ¿Por qué me he enamorado con tanta pasión? He solicitado a muchas mujeres sin necesidad de amarlas; pero ... usted, Estelita, se ha metido en lo profundo de mi alma. ¿Por qué debo amarla?" Recapacitó por unos instantes y volviendo en sí exclamó: "El amor es como el veneno de las serpientes y el pasatiempo de los idiotas. ¡No debo amarla, ella me ha pedido demasiado! Un guerrillero como yo no debe permitir el amor en el corazón. ¡Mi ansiedad es matar a Delfi Carrizo y debo cumplir mi venganza! ¡Necesito matarlo lo antes posible, sólo así calmaré mi sed de sangre humana!" Aquel jueves santo fue para el joven bandido una eternidad envuelta en tormento. Su corazón era un campo de batalla. Meditó muchas, pero muchas horas, como el filósofo en sus razonamientos y como el científico en la búsqueda de su fórmula deseada. Luchó para olvidar a Estela, pero cuando más ansiaba olvidarla más la recordaba. Aquel joven estaba preso en la celda de su propio corazón. ¿Quién puede resistir al amor cuando él toca a la puerta del alma? Dorian afirmó con agonía interior: "No puedo, no puedo perderla, la necesito en mi vida. La buscaré y le diré que en cuanto resuelva un asunto delicado e importante me casaré con ella, nos iremos a vivir a Venezuela, y empezaré una vida honrada y pacífica. ¿Dónde estará mi virgencita pura y llena de amor? ¿Acaso está en El Carmen donde tiene su escuela? Decidió viajar al día siguiente, pero era viernes santo y el tráfico de vehículos brillaba por su ausencia. Cuando ya todo estaba perdido para viajar apareció una ambulancia cuya ruta indicaba la carretera de El Carmen. Pidió que lo llevaran y le respondieron en forma positiva. Llegó el joven al pueblo deseado y averiguó sobre el paradero de la maestra, pero nadie le supo dar razón exacta. La gente la conocía, pero no sabían si estaba en el pueblo o había partido para 60 Bucaramanga o Cúcuta. Decidió entrar a una cantina para tomarse una cerveza y allí se encontró con un viejo amigo, el Charrasqueado. Con-versaron sobre las guerrillas un buen tiempo. Dorian le preguntó con acento oportunista: — Charrasqueado, ¿se acuerda de los hermanos Carrizo, los dueños de la hacienda Los Cisnes, en Bella Vista? El aludido respondió en una forma pesada: —Usted habla de los ricachones de Bella Vista. —Exactamente —afirmó Dorian muy interesado. --Figúrese usted que los hermanos Carrizo eran personas de pistola en mano. Ellos fueron mis amigos por algún tiempo. Cuatro de ellos cayeron acribillados a balazos por un desconocido. Bueno ... todos tenemos que morir tarde o temprano. Los Carrizo debían por ahí algunas cositas y tuvieron que pagarlas. El bandido estaba un poco borracho y empezó a desviarse de la conversación que a Dorian le interesaba, y éste último le volvió a preguntar: — Charrasqueado, ¿sabes dónde está Delfi Carrizo, el mayor de ellos? —¡Cómo no lo voy a saber, muchacho! —¿Dónde lo vio la última vez? —Este ..., a ver si recuerdo un poco. Pasó la mano por su bigote poblado y, con un gesto burlón. respondió: —Seguramente lo he visto en estos días. ¡Ajá, ya recuerdo, lo encontré aquí en El Carmen! —¿Recuerda el lugar donde lo vio? —El lugar donde lo encontré no recuerdo. Me parece que ... Se echó a reír a carcajadas bajo los efectos del alcohol. Tenía el aspecto de un hombre degenerado. Su rostro era fastidioso y repulsivo. El joven lo agarró por el cuello con furia y preguntó de nuevo: —¿Dónde vio usted a Delfi Carrizo? _conteste, imbécil! —Un momentito, un momentito y le diré dónde lo vi. ¿Por qué se enoja mi señor? Tomó el vaso lleno de cerveza, bebió un poco y luego continuó: —Me lo encontré en el parque Santander, en la parte alta del caserío. --¿Hace cuánto tiempo más o menos? —Como a las cinco de la tarde. Patroncito, no se enoje conmigo. —¿Lo vio usted esta semana? —Sí, señor; ayer tarde. Dorian soltó al borracho del cuello y se dispuso a pagar la cuenta de la cerveza ingerida. Ahora sabía que el asesino de sus padres se encontraba en El Carmen. La imagen de Estela desapareció de su mente ante la noticia del Charrasqueado. El reloj indicó las siete de la noche. Sin pérdida de tiempo Dorian dejó a su viejo compinche semidormido, y se marchó por las calles empinadas del poblado. Llegó al Parque Santander, pero estaba solitario. El frío empezaba a sentirse; había hielo en aquellas colinas adormecidas. Notó que algunas 61 personas se dirigían a un sitio determinado y él las siguió creyendo que iban a alguna diversión. El corazón de Dorian palpitaba con fuerza como si buscara salirse de su pecho. Dorian tenía la esperanza de que iba a localizar muy pronto lo que buscaba. Las personas que iban delante de él se pararon en la puerta de una casa donde había una reunión evangélica. De aquel lugar salían notas melodiosas y tristes de un viejo armonio. Hombres, mujeres y niños cantaban al unísono un himno religioso que decía: "En la vergonzosa cruz padeció por mí Jesús; por la sangre que vertió mis pecados él expió. Lavará 'de todo mal ese rojo manantial; el que abrió por mí Jesús en la vergonzosa cruz." El ritmo de su corazón era tal, que por un momento pensó que lo iba a delatar como el guerrillero más criminal de todo el país. Las piernas experimentaban un temblor muy extraño. La emoción lo embargaba de tal forma que no tenía explicación humana. Por su frente corrían mares de sudor frío. Continuó en la puerta de aquella casa estático por la emoción. Recordó la escena de aquella mujer religiosa en la hacienda de Los Rosales, cerca de La Ciénaga. En aquellos mismos instantes sintió algo misterioso que se adueñaba de todo su ser. Un mundo de tinieblas llegó a su mente como un rayo diabólico y apareció la imagen de su ene-migo Delfi Carrizo. Pensó por un momento: "Necesito matar al criminal más despiadado de todo el mundo. La sangre de mis padres claman venganza. ¿Será posible que Delfi Carrizo encuentre en esta reunión? No puedo averiguarlo ahora porque hay mucha gente; pero debo esperar hasta que termine la ceremonia religiosa. Si él está aquí no se me escapará. Lo mataré en las narices de toda esta gente beata y tonta. ¡Me vengaré, sí, me vengaré esta noche!" La mente del guerrillero era un manicomio en desorden y un infierno de venganza. Las llamas de un sentimiento obstinado encendían los cirios de su corazón. La influencia maléfica había tomado posesión de su voluntad. Revisó el revólver con disimulo y se cercioró de tenerlo cargado de balas. Una señora en una forma cariñosa lo invitó a pasar al salón, pero él le respondió en una forma grosera que no quería entrar a ese lugar, que solamente esperaba a un hombre para arreglar algunas cuentas pendientes. Los evangélicos entonaban un himno religioso. Después leyeron la Biblia con reverencia. El salón estaba lleno de gente en una actitud intachable. Recitaron algunos poemas alusivos a la Semana Santa. Un joven como de veinte años 62 estaba dirigiendo el culto desde una pequeña plataforma. Él dijo a los congregados: "Vamos a escuchar con toda reverencia el mensaje de la Palabra de Dios en los labios de nuestro invitado especial." Un hombre como de cincuenta años de edad tomó el púlpito. Vestía un flux azul marino. Pidió que todos inclinaran las frentes e hizo una oración pública con mucho fervor y poder. Dorian lo observaba abstraído por una influencia sobrenatural. Sus cabellos se erizaron y el temor inundó las habitaciones de su alma. Mientras el orador exponía su sermón, el guerrillero sintió que un poder extraordinario lo impelía a entrar al salón. Luchó varios minutos, pero no pudo resistir más y se dispuso a tomar asiento en uno de los escaños rústicos de aquella casa religiosa. Cada palabra que salía de la boca de aquel hombre era como fuego en los huesos de Dorian. Por la mente del guerrillero pasaron pensamientos de toda índole. Las sangres de las mujeres asesinadas con el filo de su machetilla se cruzaban por su imaginación. Los estómagos abiertos de aquellas indefensas mujeres. Hombres descuartizados. Veía niños estrellados contra la pared y le parecía escuchar gritos desgarradores de angustia. Por un momento creyó tener las manos húmedas de sangre humana. El tema del predicador tenía que ver con la persona de Jesucristo en medio de dos ladrones. El evangelista dijo entre otras cosas: "Amigo presente en esta ocasión: Si estás cargado de maldad y pecado igual que los ladrones del Calvario, junto al Hijo de Dios, ven a Cristo esta misma noche y el amor de Dios te limpiará de todo pecado. La sangre de Jesucristo puede convertir tu corazón sucio y pecaminoso en un corazón blanco limpio como las nubes del, cielo. El ladrón pidió a Jesús que se acordara de él cuando viniera en su reino, y aquella petición le fue correspondida. Amigo mío: tú puedes alcanzar el perdón de tus pecados. Sólo necesitas un acto de fe y arrepentimiento en lo profundo de tu alma, de tu espíritu y de todo tu ser. ¿Piensas que eres demasiado pecador para alcanzar la misericordia divina? Ama-do amigo: Cristo tiene poder para borrar todos tus pecados, no importa cuántos hayas cometido. "La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado." Su sangre es eficaz y poderosa para convertirte en un hombre santo y regenerado. Ven a él ahora mismo. No te detengas. Da el paso de fe. Huye del infierno y de la condenación eterna. La oportunidad está abierta, no la desprecies. Cristo te ama tal como eres. Acepta al Señor. Amén." 63 Varias personas levantaron sus manos indicando con ello que recibían a Jesucristo por la fe para salvación de sus pe-cados. En la mente del guerrillero ya no estaba ensañada la venganza de los hombres sin Dios; lo había olvidado todo en aquellos momentos. Estela tampoco ocupaba el pensamiento del joven, todo era un cambio radical. La sensibilidad varonil tomó las riendas de su espíritu y, cabizbajo permaneció sentado en el escaño del salón. El no levantó la mano cuando hicieron la invitación. La congregación cantó un himno y el evangelista pidió que pasaran adelante los nuevos convertidos a Jesucristo. En el alma de Dorian hubo una guerra sin cuartel. Deseaba pasar adelante, pero algo muy poderoso se lo impedía. Entonces Dorian invocó a Dios por primera vez en su vida: "Dios mío, ayúdame para tomar una decisión esta no-che. Dios, ¿es verdad que eres una persona llena de amor y bondad? ¿Tienes interés en mí que soy un criminal sin escrúpulo? Entonces, aclara mi mente y dame valor para investigar esa creencia que he acabado de escuchar." Hizo un esfuerzo para levantarse y no pudo. Sentía temor en su alma atribulada. La frente estaba llena de sudor y los labios tomaron un color morado. El mal hacía todo lo posible para detenerlo, y Dios, por medio de su Espíritu Santo, lo impelía por medio del amor a pasar adelante. Efectuó el segundo intento y lo consiguió. Pasó adelante cabizbajo y avergonzado por algo que le hacía ver su culpabilidad ante Dios. Aquella noche el guerrillero rompió las cadenas que lo ataban sin compasión. El poder maléfico desapareció de su alma y empezó a sentir alegría profunda, seguridad y confianza. El infierno había perdido la batalla en la vida espiritual de aquel bandido. Dios había ganado por su amor. Hicieron una oración y terminó la reunión. Dorian ya no sintió temor; una catarata de agua viva saltó sobre su espíritu proveyéndole paz y vida eterna. Dios había tomado posesión de su vida. Levantó la mirada hacia la gente que allí conversaba amistosamente y de pronto ... - ¡Estelita!, ¿usted aquí? Ella lo había visto pasar adelante y casi perdió el conocimiento. Hizo un esfuerzo para recuperarse de la emoción que la embargaba. Vestía con elegancia y buen gusto. Su vestido era color oscuro. No pudieron contener la alegría y corrieron a encontrarse. Los demás concurrentes los miraban con mucha curiosidad, no comprendían el milagro del poder de Dios en el destino de aquellas personas. Después lo supieron perfectamente por medio del testimonio de los recién convertidos al evangelio. 64 —¡Dorian de mi alma! —exclamó ella emocionada. —¡Estelita! —dijo él con un abrazo caluroso. Dorian le preguntó al instante: —¿Se ha convertido al Evangelio? —Sí, Cristo ha entrado en mi corazón para darme una felicidad perfecta. —¿Cuándo se convirtió a Cristo? —preguntó él emocionado. — Anoche doña Fermina me invitó. Déjame presentártela, ella es muy buena y por cierto mi mejor amiga en este pueblo. Efectuó una señal y llamó a su amiga predilecta. Ella estaba conversando con algunas personas muy distraída. Cuando estuvo junto a ellos dijo la maestra: -Dorian, te la presento: —Fermina viuda de López. Dorian González. Los dos se quedaron atónitos. Por un instante no podían hablar. Intervino Estela sorprendida: —¿Se conocían ustedes antes? La señora Fermina rompió el mutismo y le preguntó al joven: —¿Eres tú el ...? El joven la interrumpió afirmando: —¡Sí, yo soy el guerrillero que asaltó su hacienda! --¡Tú apellido me parece conocerlo! —exclamó la modista asombrada. Soy hijo de los que fueron en vida Delmira de González y Elibey González. --¿Los que fueron asesinados por los "chusmeros" en los Paticos? — Exactamente. —; Sobrino de mi alma ... Yo era hermana de tu madrecita Delmira. En aquel salón todos lloraban de alegría. El guerrillero había olvidado por completo el motivo principal de su visita, Cuando habían pasado como quince minutos apareció el evangelista: él había atentido a los convertidos, pero deseaba saludar al joven visitante. Se dieron la mano con cariño y cordialidad. – Dorian González. --Soy el evangelista Delfi Carrizo. Dorian echó mano al revólver con la velocidad de un rayo. Todos se quedaron estupefactos. Cuando tenía el arma en la mano para disparar reflexionó por un instante. Nadie se atrevió a pronunciar palabra. Miró de nuevo al evangelista, quien no se movió, sino que se puso a orar en silencio. Allí estaba uno de los legítimos asesinos de sus papás. Permaneció con el revólver frente al pecho del predicador y dijo entre sí: "Ahora yo Soy cristiano y eso representa que debo temer a Dios y guardar su Santa Palabra. No debo hacerle ningún daño, él es hijo de Dios yo también lo soy. Cristo me ha perdonado a mí y yo debo perdonarlo a él." 65 Allí todos estaban orando en silencio. Dorian interrumpió el silencio para afirmar lo siguiente: ---hermano Delfi Carrizo, reciba mi revólver, ya no lo necesito, Ie hace entrega del arma el hijo legítimo de Elibey González y la señora Delmira de González Concha. Los mismos que usted mató, junto con sus hermanos, en Los Paticos. El evangelista retrocedió ante tan solemne declaración. Dorian avanzó hacia Delfi Carrizo con paso firme envuelto en una sonrisa llena de lágrimas, y lo abrazó con amor cristiano. El predicador hizo lo mismo con su nuevo hermano en la fe de Jesucristo. Los dos lloraron en el símbolo de la reconciliación y en la experiencia del perdón bajo el influjo de dos vidas cambiadas por el poder tangible del evangelio de Jesucristo. Aquella noche lloró el guerrillero en la emoción de un corazón sensible y transformado. Todos cayeron de rodillas para hacer una oración, El evangelista Delfi Carrizo colocó sus manos sobre la cabeza del ex guerrillero. Éste tomó la mano de Estela, y en un mismo Espíritu elevaron sus corazones a Dios en Amor y Gratitud. 66