Subido por Dimas Argenis Moreno Muños

Cuando-Llora-Un-Guerrillero

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EDITORIAL MUNDO HISPANO
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ARGENTINA: Casilla 48, Suc. 3, Buenos Aires
COLOMBIA: Apartado Aéreo 15333, Bogotá
COSTA RICA: Apartado 1883, San José
CHILE: Casilla 1253, Santiago
ECUADOR: Casilla 2166, Quito
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PARAGUAY: Pettirossi 595, Asunción
PERU: Apartado 2562, Lima
REPUBLICA DOMINICANA: Apartado 880, Santo Domingo
URUGUAY: Casilla 2214, Montevideo
VENEZUELA: Apartado 152, Valencia
Primera edición: 1970
Segunda edición: 1971
Tercera edición: 1973
Copyright Casa Bautista de Publicaciones
Clasifíquese: Novela — DL
C.B.P. Art. No. 37014
6 M 2 73
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INDICE
Capítulo I ALBORADA GRIS ………………………………………………………………………… 4
Capítulo II SANGRE Y FUEGO ……………………………………………………………………… 8
Capítulo III LA VENGANZA …………………………………………………………………………. 12
Capítulo IV LOS RECLUTAS DE BELLA VISTA ………………………………………………. 15
Capítulo V HACIA UN NUEVO RUMBO ……………………………………………………… 20
Capítulo VI EL DESAFIO DE LA VIUDA ……………………………………………………….. 24
Capítulo VII EL PODER DEL AMOR ……………………………………………………………. 28
Capítulo VIII EL ENCUENTRO ……………………………………………………………………. 33
Capítulo IX LA TRAICION …………………………………………………………………………. 38
Capítulo X EL RETORNO ………………………………………………………………………….. 42
Capítulo XI CON LA SUERTE DE ESPALDAS ………………………………………………. 50
Capítulo XII EL VALOR DE UN TESTIMONIO …………………………………………….. 55
Capítulo XIII LA AURORA DE LA REDENCION …………………………………………… 59
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CAPITULO 1
ALBORADA GRIS
—Hijo mío..., verás cosas peores en esta patria que te vio nacer. —Papá, ¿y
qué vamos a hacer en el futuro...? - ...Después te digo...
- ¡Mamá, mamaíta, quiero contarle algo muy triste! Dorian, un joven como de
quince años muy asustado, llegó a la casa llamando así a su mamá. Mientras
descargaba el pollero sobre la rústica mesa continuó hablando con mucho afán:
—¿Sabe lo que pasó en la hacienda de Las Camelias? ¡Pero hijo de mi alma,
cómo voy a saberlo si no he salido en todo el día de casa! —Mamá, sucedió
algo espantoso. —¡Ave María Purísima! ¿Qué sucedió? El sudor corría por la
frente amplia del joven, quien había caminado muy rápido para contarle a su
mamá la tragedia ocurrida. En un ademán forzado respondió a su progenitora:
—Que mataron a don Chepe Camargo, su mujer, su hijo y varios peones. —
¡Padre Claret bendito! ¿Vieron los cadáveres? —Papá y yo estábamos
negociando las naranjas en la bodega del pueblo, y don Ambrosio Godoy estaba
contando el incidente a doña Sofía. Varios "chusmeros" de Bella Vista se hablan
apoderado de la hacienda de Las Camelias en forma violenta. Dejaron como
saldo varios muertos y cargaron con todo lo que encontraron a la mano. La vieja
casona vestida en cafetalera fue testigo de semejante atrocidad. Algunas
personas del vecindario acudieron a la hacienda para ver los cuerpos
acribillados. Nadie profería palabra, parecía que todos estaban mudos ante la
escena que presentaban las víctimas.
En la cocina, frente al patio de la casa, había un cuerpo desnudo; era el de doña
Clarita. Yacía sobre un charco de sangre coagulada. Sobre su estómago abultado
se encontraba un niño atravesado sin brazos ni pies, lo habían mutilado sin
misericordia. Las cuencas del niñito estaban rotas y llenas de sal, los bandidos
le habían sacado los ojos.
El patio de la casa de Las Camelias olía a sangre humana. Era un espectáculo
de terror y lástima. En la parte interior de la casona, junto a la letrina, estaban
los otros cuerpos uno sobre el otro. Las manos y los rostros de aquellos
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desafortunados indicaban ligeramente síntomas de descomposición. La
violencia y el sadismo humano acusaban las huellas de la crueldad en la
humanidad de aquella gente indefensa, donde el machete asesino había
destrozado en forma repugnante los rostros de dos campesinos y el de don
Eliberto Martínez, y a un campesino como de cuarenta años le habían sacado la
lengua y' los ojos. Don Elibey, el padre de Dorian, se quitó el sombrero y se
santiguó en actitud religiosa, mientras que el muchacho rezaba en silencio el
Padrenuestro. Elibey llamó a solas a su hijo para decirle:
—Tú no sabes quién mató a esa pobre gente, ¿verdad? —No papá; sólo he oído
decir por ahí que los criminales han sido unos políticos de Bella Vista.
Caminaron hacia el trapiche de la hacienda y el padre siguió hablando con
marcada dificultad. Colocó la mano sobre el hombro de su hijo y con amor le
dijo: —Sí, Dorian; los siete que han muerto han sido asesinados por las manos
de unos bandidos de Bella Vista apodados "los chusmeros".
—¿Y por qué matan a la gente trabajadora y honrada? —Sencillamente porque
ellos eran "manzanillos", y los "chusmeros" han jurado acabar con todas las
familias que pertenezcan a ese partido político. --Papá, ¿nosotros somos
"manzanillos"? —No, hijo mío; yo no soy de ningún partido político. En este
mundo todos los hombres son iguales ... Unos a otros se matan y así se
exterminan miserablemente ... Lo mejor que debe hacer un campesino honrado
es trabajar con valor mientras Dios lo tenga con vida en este mundo.
Miró a su hijo con ternura y le afirmó lo siguiente: --Dorian; estamos viviendo
en un mundo envuelto en la injusticia. Por todas partes hay violencia y maldad.
Parece que el diablo ha desatado todos los demonios del infierno para que le
hagan mal a la humanidad. Nuestra patria está a la merced de los políticos
envidiosos y criminales. Son personas sin escrúpulos, tienen las manos
manchadas de sangre y de suciedad. Nosotros no debemos confiar en los
hombres porque "todos están cortados por un mismo cuchillo".
Elibey González habló a su hijo con tanto fervor y realismo, que casi empezó a
llorar. El jovencito lo escuchó con respeto. El padre volvió a decirle: —Hijo
mío, debes acostumbrarte a escenas como las que has visto este día. Verás cosas
peores en esta patria que te vio nacer. Los nubarrones de la violencia parece que
se están aproximando a estas tierras buenas y pacíficas. —Papá, ¿y qué vamos
a hacer en el futuro en medio de tanto peligro? —Bueno ... después te diré lo
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que tenemos que hacer. Elibey buscó evadir otras preguntas de su hijo y
exclamó: —Van a darle sepultura a los cuerpos, vamos a mirar más de cerca.
Varios campesinos de la comarca estaban colaborando en el entierro de los
cadáveres. Un hueco profundo estaba listo para recibir a las víctimas que
demostraban bastante descomposición. Las moscas verdes de la montaña
huyeron, abandonando las heridas de los cuerpos. Los presentes lloraban en el
silencio mudo del dolor, mientras la tierra recibía con un ges-to acogedor
aquellos despojos humanos. Las mujeres rezaban con las camándulas en las
manos. Todos derramaron lágrimas, pero Dorian no pudo llorar.
Don Cupertino, compadre de la familia desaparecida, se subió sobre un tronco
seco, se limpió los ojos con la manga de su camisa, y habló a la gente con acento
solemne pero decidido: "Campesinos de Los Paticos ... ante la realidad de los
hechos ocurridos en esta zona tengo que decirles lo siguiente: Ustedes son
personas trabajadoras, hombres de paz, ciudadanos dignos de respeto y
consideración. No contamos con nadie que nos garantice la seguridad
ciudadana. La política se ha corrompido, y la conciencia de justicia la han
enterrado ... Amigos campesinos, si continuamos en esta comarca tendremos
que convertirnos en criminales o en víctimas del azote de muerte que nos
amenaza. Ya hemos visto la suerte de los dueños de Las Camelias, es un triste
ejemplo que nos muestra el terror de la realidad presente. No quiero infundirles
miedo, sino más bien orientarlos y prevenirles del mal. Bien ha dicho el refrán
antiguo: 'Vale más consejo a tiempo, que un beso en la boca con angustia.' Yo
personalmente me iré la semana entrante rumbo a Santa Marta."
Los oyentes guardaron silencio. Parecía que el cetro de la muerte y del temor
reinaba en aquellos corazones. Empezaron a retirarse, y en cuestión de segundos
todo quedó solitario. Una cruz grande de madera seca miraba hacia el camino
con melancolía. Los tres puntos de aquel objeto simbólico hablaban sin palabras
en el idioma irónico de una leyenda maldita. Aquella cruz de madera presagiaba
a toda América la realidad de una avalancha cuya tempestad infrahumana iba a
ser su blanco en los corazones inocentes. Los hombres de aquella tierra de
esmeraldas eran enterrados con las cuencas podridas por la muerte. Los hijos de
Colombia eran la presa humana de una boca terrena. Morían con los ojos
abiertos como si estuvieran mirando al cielo en un reclamo de justicia. Las
orquídeas más hermosas de la Tierra de Indias tenían como abono los huesos de
los muertos.
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En la casa de la familia de Elibey González reinaba la tristeza y la expectación.
La confusión hacía eco en aquellos corazones ante la imagen de la violencia
nocturna. La señora Delmira, esposa de Elibey, remendaba una camisa sentada
sobre un tronco. A su lado, su marido, un poco nervioso, cargaba la escopeta,
mientras Dorian estudiaba con esmero las lecciones que su maestra le había
asignado. Era un joven inteligente que cursaba su quinto año de primaria en una
escuela vecina. La luz mortecina de una lámpara de kerosén inundaba con
pobreza aquella sala humilde.
La voz de la señora Delmira rompió aquel silencio: —Elibey, tenemos que
buscar una persona para que nos compre el conuco y la cosecha de café. —
¡Mujer de mi alma, mil veces te he dicho que no pensemos en marcharnos de
esta zona tan buena para el café! La vida se nos haría muy difícil fuera de Los
Paticos. Además, no tenemos adónde ir.
—Hijito, atiéndame un momento, se lo suplico. Por todas partes se habla de los
comienzos de la violencia y, ¿qué vamos a hacer? —Delmira, los cuentos son
cuentos en todas partes. ¿Acaso todos los campesinos de esta zona vamos a
correr la suerte de los dueños de Las Camelias? —Elibey, usted no me entiende
—afirmó la señora con cierta molestia. —¡Cómo no le voy a entender! —replicó
el campesino disgustado. —Todos los vecinos están marchándose a El Banco y
a Santa Marta. Han vendido sus conucos, la cosecha y todos sus bienes.
—Delmira, es mejor que cierres la boca por esta noche. Yo sé lo que tenemos
que hacer en el futuro. Doña Delmira guardó silencio con un gesto de
inconformidad, entretanto el jovencito que observaba la conducta de sus
progenitores aprovechó para intervenir con timidez: —Papá, yo creo que
debemos subir al caserío para pedir algunos consejos a don Venancio Plaza, el
dueño de la bodega. Muchas personas han ido a él y han conseguido ayuda y
orientación. El aludido guardó silencio. Fingió estar distraído en su oficio. —
Papá, ¿me ha oído usted? Elibey colgó el rifle en la pared, encogió los hombros
y con una sonrisa burlona le respondió: —Parece que su mamá ya lo contagió
de valor. Todos sonrieron amistosamente ante las palabras de Eli-bey. Llegó la
hora de dormir y asegurando las puertas de tabla se dispusieron a descansar.
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CAPITULO II
SANGRE Y FUEGO
- Cachiporra inmunda! —grito el chusmero furioso. - Suélteme cobar ... de!
Suel te me! ...
El año de 1948 moría en el ocaso de su calendario. La violencia y la sangre
humana corrían como mares por todos los surcos de la patria de las maravillosas
esmeraldas. Los hombres y las mujeres tenían que huir con los niños desnudos.
Aquel era el éxodo de los ciudadanos de Colombia, quienes corrían como locos
dejando atrás sus bienes y sus ilusiones. Las montañas eran las protectoras de
aquellos desamparados, cuya mirada de angustia estaba lejos de una bandera de
paz y de concordia. Muchas personas escaparon en forma milagrosa a las
Repúblicas de Panamá, Venezuela y el Ecuador. El panorama era oscuro, con
señales de tempestad y muerte.
La familia González permaneció en Los Paticos, tenían miedo de perder la
cosecha y, además no tenían a donde ir: estaban desorientados, con la confusión
en sus pobres almas, Ellos tenían mucha fe en el beato Claret, el santo de su
predilección. Todos los días lo alumbraban con aceite de tártago.
Una noche, como a eso de las once y media, ladro el perro de la familia
González. La oscuridad era notable, las estrellas dormían en el sueño de la
ausencia. El perro siguió ladrando y a la vez retrocedía buscando la puerta de la
casa. La detonación de un fusil hizo eco en el corazón de la montaña. EI animal
cayó muerto de un balazo en la cabeza. Elibey y los demás miembros de la
familia saltaron de sus camas asustados. Dorian impulsado por algo extraño,
tomo al machete y con nerviosismo corrió a la puerta interior, cruzo el patio y
se escondió en la platanera; mientras que el viejo agarro el arma de fuego con
resolución. La señora Delmira se arrodilló ante la imagen del beato Claret. Una
voz masculina gritó desde la calle:
— Ábrannos la puerta o la derribamos a tiros! ¡No vamos a hacerles ningún
daño! - Quienes son ustedes? —pregunto Elibey a los desconocidos. Somos
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representantes del gobierno; ¡deseamos darles algunas instrucciones, para que
sepan protegerse de los guerrilleros que están invadiendo la comarca! Los
González entendieron que se trataba de un truco muy peligroso. De esa manera
habían matado a otros campesinos en Los Paticos. El padre les respondió:
Nosotros no vamos a abrir la puerta, además no tenemos dinero ni pertenecemos
a ningún partido político. ¡Somos campesinos honrados y pacíficos!
Cuatro balas se estrellaron en la cerradura de la puerta. Una docena de
machetazos sonaron en las tablas, débiles de aquella puerta rústica; luego varios
empujones y la entrada estaba libre para ellos. El viejo Elibey hizo un disparo
para asustarlos, pero nada consiguió detenerlos. La presencia de un hombre los
sorprendió y —; Con que las palomitas no querían abrir!, eeh? Varias personas
armadas cercaron a los esposos González. El cabecilla de la chusma hablo:
¡Desgraciados cachiporros! malditos perros de monte! Con la rapidez de un
rayo desarmo al viejo y descargo el arma contra el piso, convirtiendo el fusil en
unos cuantos pedazos de madera y hierro. ¿Por qué disparó contra nosotros?!
¡Conteste, viejo infeliz! Elibey quiso defenderse de la acusación, pero no lo
dejaron hablar. ¿Usted quería asesinar a uno de mis compañeros? —Señores
tenia nervios y dispare sin culpa. --; Sus mentiras de mortecino lo están
delatando! ¡Usted es una lacra infernal, un puerco sin manteca! iPerro ...! ...!
Se lanzó contra el humilde campesino y le golpeo el rostro incansablemente,
hasta que lo tumbó al suelo en forma brutal. Lo arrastro hasta donde estaba su
esposa rezando y otro bandido afirmó: —A estos mortecinos les gusta rezar a
todos los santos. —Si —respondió el cabecilla—, tienen la hediondez de los
ratones de la iglesia.
Todos se rieron a carcajadas. El más joven de ellos agarró a la señora por el
cabello y le dijo con aire de sensualidad: —Todavía está muy bien la vieja perra.
¿No les parece que ...?
La sensualidad brutal de los hombres se hizo presente aquella noche en el
corazón malvado de aquel bandido. Se miraron unos a otros con malicia y
desidia. El señor Elibey no pudo aguantar la situación y decidió jugarse la vida
antes que permitir el deshonor de su esposa. Ella empezó a llorar y su marido
se lanzó contra su adversario más próximo. Quiso desarmarlo, pero sin éxito.
Un disparo ronco le introdujo una Bala en la cabeza y se fue de bruces,
emitiendo un quejido leve. La sangre corría por el piso, mientras que los sesos
buscaban salida por el orificio lleno de sangre. Entre gesticulaciones y vómitos
agonizo el campesino. Doña Delmira empezó a gritar con desesperación. Se
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agacho para recoger los sesos de su marido muerto y beso la herida. Se rompió
el vestido para tapar el escape de sangre de la víctima sin saber que ya estaba
sin vida. En un ataque de nervios exclamó:
—iDesgraciados asesinos, cobardes! ¡desnaturalizados!; Han acribillado a mi
maridito! Dorian alcanzó a oír los gritos de su madre, los disparos y todo lo
demás, pero algo extraño no lo dejo ir para buscar ampararlos. Allí estaba
estático como una piedra; su voluntad estaba paralizada por un temblor que no
podemos explicarlo los mortales de este mundo. El hielo de la muerte corría por
todo su cuerpo. En una forma solemne levanto la mirada al cielo, cuyo fondo
era oscuro y sin estrellas, y trato de imitar los rezos de su madre: "Padre Claret
bendito, no deje que asesinen a mis viejitos; ¡sálvelos, sálvelos de las manos de
esos bandidos perversos!"
Aquella plegaria se perdió en el infinito del universo, nunca recibió una
respuesta favorable del supuesto benefactor de la familia González. El jefe de
los chusmeros ordeno que revisaran la casa; luego se dirigió a la señora Delmira
y la agarro por un brazo para besarla, pero ella se resistió. Los dos empezaron a
luchar y la mujer cayó al suelo pidiendo auxilio. El bandido la desnudo con
sadismo brutal, pero la dama le mordió un brazo. Como último recurso y, ante
la defensa de su honor matrimonial, comenzó a darle puntapiés al victimario,
pero él le dio varios puñetazos por la cara. Los otros bandidos observaban la
escena con frialdad y deseos sensuales.
Aquella noche sin luna y sin estrellas fue testigo de la bestialidad sensual de los
hombres sin Dios y sin respeto moral para los indefensos. El infierno incendio
con las llamas de la maldad el corazón de aquel desconocido para abusar de una
señora honrada y humilde. La campesina como último recurso escupió el rostro
de su agresor y, en un arrebato decisivo, busco desarmarlo.
- Cachiporra inmunda! —gritó el chusmero furioso—. ¡Me las pagaras muy
caro! ¡Suélteme cobarde! Suel .te .me! .. . Cuatro machetazos rudos y sordos
decapitaron a la pobre mujer y en medio de un charco de sangre, quedó la cabeza
separada del cuerpo en convulsiones de dolor y agonía. El jefe de los chusmeros
habló con autoridad: --; ¡No hay tiempo que perder, manos a la obra,
muchachos! ¡Manco! --A la orden, jefe. —Riegue gasolina por todas partes, no
quiero dejar huellas para los soldados del gobierno, sería muy peligroso para
nosotros.
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El Manco obedeció y, minutos después, todos estaban en el patio listos para
formar el incendio. Dorian no podía moverse de aquel lugar, la parálisis del
nerviosismo lo tenía atado al mundo del estatismo general. El fuego empezó a
devorar la casa, parecían lenguas bajo el impulso fuerte del viento. El joven
miró atónito aquella escena macabra; le parecía una pesadilla indescriptible. La
cabeza del muchacho daba vueltas por el dolor y el terror que le dominaba. No
encontró que ha-ter. Quiso correr para que los bandidos lo mataran junto a sus
padres, pero no pudo dar un solo paso; buscó gritar, pero tampoco tuvo éxito.
El ruido de los caballos hizo reflexionar a Dorian por un momento: "Que debo
hater en estos momentos? ¿Los asesinos de mis padres se van y como voy a
conocerlos en medio de esta oscuridad?"
Una influencia misteriosa tomo las riendas del joven y el sintió como si alguien
lo hubiera desatado de sus ligaduras espirituales. Razono con claridad meridiana
y exclamó: "Soy un cobarde; ¡he dejado matar a mis padres en mis propias
narices!
Una voz retumbó en lo profundo de su conciencia y sintió como si alguien le
impartiera Ordenes: "¡¿Usted es todo un hombre y debe vengarse, me oye?!
¡Venganza, venganza, venganza!" El huérfano contaba con quince años de
edad. Se sintió fuerte, con osadía extraordinaria. Aquella voz le dio aliento y
valor: —Sígalos cuanto antes, sígalos Dorian, tiene que conocerlos para
vengarse." La fuerza del mal impelió a Dorian a seguir a los bandidos. Busco
su caballo que estaba a media cuadra de la casa, y en cuestión de minutos
alcanzo al pelotón y lo siguió con valor y osadía juvenil.
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CAPITULO III
LA VENGANZA
¿Quiénes mataron a los dueños de casi toda Bella Vista? La respuesta la
tenía una sola persona, el joven mayordomo de la hacienda Los Cisnes.
Los besos del alba descendían como hilos de plata en cuya luz aparecían los
matices de un mundo de rayos multicolores. Los pájaros se cruzaban perezosos
en sus primeros vuelos matinales. El pueblo de Bella Vista se vela desnudo de
las sombras y vestido de luz aboral. Los peones iban por las calles empedradas
a sus trabajos. A la entrada del pueblo había una casona muy elegante, era la
hacienda de Los Cisnes. Allí entra-ron los bandidos. Sin perder ni un segundo
Dorian corrió hacia una mujer que pasaba por aquel lugar.
--¿Señora, sabe usted quienes son los dueños de aquella casa grande? La
campesina descargó su cántaro con parsimonia y luego le respondió: —Usted
pregunta por los dueños de Los Cisnes? —Sí, sí, señora; ¿quiénes son, como se
llaman? —Los mismitos que acaban de entrar por la puerta grande montados a
caballo. La mujer miro hacia todas partes con cierta precaución, y continuo: —
Jovencito, no le vaya a decir a nadie que yo le di información; pues aquí en este
pueblo suceden cosas muy raras. Dorian no pudo entender lo que ella quería
decir y volvió a preguntar en voz baja:
—Dígame el nombre de los dueños de la hacienda. La campesina, titubeó, y
luego le respondió casi en el oído. Ellos son hermanos, toditos son muy ricos; a
ellos pertenecen casi todas las tierras de Bella Vista. Dicen las malas lenguas
que han hecho ricos de la noche a la mañana y, yo creo que es muy cierto. El
único que es bueno es el que atiende y administra la hacienda. Él nunca se ha
ensuciado las manos, se parece mucho a su difunto abuelo.
¡Usted no me ha dicho el nombre y apellido de ellos! Dijo Dorian inquieto. Yo
no recuerdo sus nombres, pero el apellido es ... algo así como Carri ...zo; ¡ajá,
ya recuerdo!, se apellidan Carrizo. El Joven le dio las gracias a la mujer y se
marchó; ella también siguió su camino sin llegar a comprender que había
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identificado a los asesinos de la zona de Los Paticos. Dorian, cabizbajo, en
actitud de meditación pensó: "Pediré información en la mencionada hacienda;
es posible que allí necesiten peones y ..."
Fue a aquel lugar y consiguió trabajo sin ningún problema. La oportunidad la
tenía en sus manos para reconocer exactamente a los criminales. Pasaron doce
meses como vuelan las golondrinas en tiempo de invierno, y el huérfano seguía
en la hacienda de los Carrizo. Él se había ganado el cariño de todos; cuando
sólo tenía diez meses de trabajar allí lo pasaron a mayordomo segundo de Los
Cisnes. El joven era inteligente y hábil para la administración. Sabía trabajar
con prontitud, y ya contaba con el certificado de quinto grado de escuela
primaria. En Bella Vista estudió un poco más en una escuela privada; lo hacía
de noche con mucho interés personal. Dorian hizo un esfuerzo grande y ahorró
para comprar un revólver. El día que lo tuvo en sus manos fue al campo y probó
puntería con éxito extraordinario. En la mente de aquel adolescente había el
deseo profundo de vengar a sus padres por sobre todas las cosas del mundo. Los
enemigos los tenía en su poder, sólo esperaba la oportunidad.
El panorama en la hacienda tomó otro cariz. Delfi Carrizo, el mayor de ellos, se
marchó a Santander del Sur, y cinco permanecieron en el mismo lugar. Uno de
ellos era inocente del asalto en Los Paticos y no estaba incluido en la lista negra
del huérfano intranquilo.
Una tarde, cuando los arreboles vestían el firmamento a la distancia, Dorian
regresaba de San Patricio, y en el camino se encontró con los Carrizo, quienes
venían de la hacienda. Los patrones del joven venían medio borrachos, y eran
exactamente cuatro de los que él deseaba encontrar en el camino de la vida para
ejecutar su venganza. La vía estaba solitaria. El mayordomo de Los Cisnes
sintió un leve temblor de piernas y su corazón aceleró el ritmo. La sangre corrió
por sus venas con un calor extraño, y en su conciencia percibió una voz
misteriosa que le dijo: "Dorian, la oportunidad es tuya, ¡mátalos, mátalos,
mátalos, Dorian!"
La obsesión infernal del padre del crimen se adueñó del alma del joven, y lo
instó una vez más para que derramara sangre bajo la bandera de la venganza.
Todo sucedió en cuestión de segundos. La voz del mal le dijo: "Dorian, dispara
sobre ellos, dispara, dispara!"
Se sintió fortalecido y su nerviosismo desapareció por completo. Cuando sus
patrones llegaron junto a él los saludó con las siguientes palabras: —Por fin los
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he encontrado en el camino. ¿Cuándo piensan volver a Los Paticos para rezar
por las almas de la familia González?
Los aludidos se miraron entre sí muy sorprendidos; reconocieron a su joven
mayordomo, y entendieron la acusación directa de su crimen aquella noche sin
estrellas ni luna. Se es-cucharon varios disparos que hicieron blanco preciso en
los hermanos Carrizo. Dorian les gritó con euforia: "¡Miserables asesinos!
¡Rateros de los pobres! ¡Cobardes desnaturalizados! ¡Ustedes acribillaron a mis
padres sin misericordia, y ahora les toca el turno a ustedes! ¡perros inmundos!
¡hijos del diablo!"
Uno de ellos trató de huir, pero no tuvo éxito, cayó del animal en una voltereta
mecánica con una bala en su corazón. Otro quedó herido por una pierna, y
cuando Dorian disparó de nuevo el caballo se espantó, el jinete quiso apearse,
pero se enredó en el animal y fue arrastrado por el camino real por varios
kilómetros; cuando lo encontraron los campesinos estaba muerto. Los otros dos
cayeron en el mismo sitio del incidente. El joven criminal descendió de su
caballo y arrastró los cadáveres hasta un matorral próximo, y allí los escondió
con mucha precaución. Tomó el sombrero y en forma irónica se dirigió a los
muertos: "Los felicito por la tumba que han escogido para reposar unos cuantos
días. 'El que la debe la paga.' Ya vendrán los zamuros para que hagan
investigación con la hediondez de los Carrizo; será un festín para ellos." Dorian
salió al camino principal y se perdió en la distancia, rumbo a la hacienda Los
Cisnes.
A Berly Carrizo lo llevaron al pueblo y allí lo velaron hasta el otro día. Los
mejores amigos casi no lo pudieron identificar, porque estaba desfigurado por
completo. Cuatro días más tarde un campesino descubrió los otros cuerpos en
el matorral, en estado de putrefacción. Los zamuros y los puercos de una casa
vecina estaban disputándose la presa humana. Los cuerpos habían perdido los
ojos, las orejas y parte de los pies. Tenían el estómago abierto por los continuos
picotazos de los zamuros, los cuales ya habían digerido parte de los intestinos.
Aquella escena era desagradable. La hediondez era casi insoportable. Los
campesinos que sepultaron los cuerpos por poco no pueden enterrarlos. Por
todas partes se oía la siguiente afirmación: ¡Han matado a los hermanos Carrizo!
Otros se preguntaban llenos de curiosidad: ¿Quiénes mataron a los dueños de
casi toda Bella Vista? La respuesta la tenía una sola persona: el joven
mayordomo de la hacienda Los Cisnes.
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CAPITULO IV
LOS RECLUTAS DE BELLA VISTA
¡Yo también quiero ir con todos los valientes a luchar contra los
"chusmeros"!
En la tierra de Colombia reinaba la violencia. La sangre corría por las calles y
por los campos. Los campesinos eran víctimas de la venganza política. Los
machetes y los fusiles eran exhibidos por todo el país. ¡Robos, asaltos a mano
arma-da, incendios nocturnos! La injusticia de los hombres abrió el surco de los
asesinatos. Los zamuros y los cerdos se disputaban la presa humana en los
caminos y en los callejones. ¡Hasta dónde pueden llegar los mortales cegados
por el impulso criminal y la antipatía política de un país azotado por la barbarie!
¡La ignorancia de la moral y el abandono del amor de Dios los llevó hasta los
umbrales del mismo infierno! Los niños inocentes se encontraban con la muerte
sin saber el porqué de su culpa. Las aguas de los ríos se manchaban de sangre
humana. Los nenes eran estrellados contra las paredes de los ranchos solitarios.
Los hombres eran colgados en los árboles del camino. Por todas partes se
escuchaban los gritos de las chusmas, las guerrillas, el ejército.
Pasó el tiempo y llegó un nuevo año. Dorian ocupaba un lugar de confianza en
la hacienda Los Cisnes. Una mañana apareció allí un grupo de hombres que
llegaron en sendos caballos, todos iban armados. Los jóvenes corrieron tras los
jinetes en señal de simpatía y confianza. En un momento todo el pueblo formó
una calle de honor a los desconocidos. Los gritos invadían la atmósfera del
caserío. La mayoría gritaban: "¡Los guerrilleros, los guerrilleros! ¡Han venido
a protegernos! ¡Vi-van los guerrilleros!"
Sí, eran los guerrilleros. Un puñado de hombres envueltos en el espíritu vi v leo
de proteger a los campesinos del peligro que los circundaba. Habían brotado de
la nada aquellos corazones voluntarios. El pelotón llegó hasta la hacienda de
Los Cisnes. Reunieron allí a todo el pueblo de Bella Vista. La mayoría estaba
ansiosa de noticias que prometieran ayuda y protección civil. El jefe del grupo
tomó la palabra y se dirigió a los presentes: "Ciudadanos de Bella Vista. Ya
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hemos visto cómo ustedes, en un gesto de patriotismo y confianza nacional, se
han movilizado sin excusas hasta nosotros para escuchar el mensaje que todo el
país necesita conocer. Deseamos organizar un "Frente Cívico Nacional",
representado por todos los hombres que sufrimos en carne propia la persecución
política. Ustedes son testigos de la sangre que se derrama en toda nuestra patria.
Las autoridades oficiales no han podido dominar la situación. Necesitamos
ayudar al ejército para acabar con las chusmas asesinas, las cuales se despliegan
como pulpos para destruir nuestros bienes y nuestras vidas."
La multitud emocionada empezó a dar vivas por varios minutos. Las palabras
de aquel hombre estaban llenas de calor y sinceridad. Aquella zona necesitaba
un libertador que le garantizara paz y seguridad pública. Allí se podían ver los
rostros inquietos, los niños descalzos y sucios, los hombres con las manos llenas
de callos por el arduo trabajo. Los corazones saltaban de alegría. Ellos deseaban
una esperanza cierta, sin demagogias ni mentiras. El líder de los guerrilleros
continuó hablando.
"Compañeros. La tierra buena que nos han legado nuestros abuelos está llena
de cruces. La injusticia reina en nuestra patria. Necesitamos luchar por su
bienestar. Nuestras huertas son testigos de la masacre nocturna. Allí entierran
los cuerpos de los campesinos honrados, pacíficos, hombres de corazón bueno.
¿Cuántos están listos a defender a nuestros compatriotas? ¡La justicia necesita
hombres como ustedes! ¡Tenemos que luchar en bien de los campesinos
indefensos! ¿Desean hacernos compañía?"
La pregunta no se hizo esperar. La mayoría respondió afirmativamente. Otros
empezaron a comentar el asunto en corrillos. Alguien pidió la palabra y dijo:
"¡Yo deseo ir con ustedes para hacer justicia!" La multitud lo miró con sorpresa.
El joven que había tomado la palabra era nada menos que el mayordomo de la
hacienda "Los Cisnes". Tenía los ojos negros y la mirada soñadora. Aquel
adolescente buscaba algo en la vida, lo cual no sabía interpretar. Su cuerpo era
atlético y ágil. El cabello abundaba en su cabeza como el café en las laderas de
Bella Vista. Era dueño de un carácter templado, y su corazón latía con fuerza
bajo el sentimiento de la venganza.
De entre la multitud salió una mujer y comenzó a hablar: "Según entiendo, la
persona menos capacitada para ir con la guerrilla soy yo, Ana Berta Freces;
tengo que sea sincera y confesar la verdad. Pero con todo eso, tengo un corazón
que todavía palpita a favor de mi patria. ¡Yo también quiero ir con todos los
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valientes a luchar contra los chusmeros!" Ana Berta recibió los aplausos del
pueblo. Algunos sentían miedo ante la realidad de la situación, pero otros
gozaban de valor y decisión para ir al frente del peligro que circundaba los
pueblos y las ciudades. Uno de los líderes habló a la multitud: "¡Campesinos!
El país está levantado en armas. El destino de nuestra patria está en las manos
de los valientes, y esos valientes son ustedes. Mañana estaremos de viaje para
ir a to-dos esos lugares donde están reclamando la justicia pura de los hombres.
He visto que algunos no han tomado una decisión firme, pero los invito a que
permanezcan fieles a nuestra causa. Hagan todo lo posible para que se organicen
y así puedan defender a los niños, a los ancianos y a las mujeres. También les
hago recordar que tengan mucho cuidado con los 'judas' políticos de este pueblo.
Ellos no perderán ni una sola oportunidad para atacar a sangre fría."
Dorian recordó a su maestro de escuela, quien también so-lía mencionar a los
'judas' políticos de Bella Vista. En esta reunión estaba José Antonio Carrizo, el
menor de la familia, quien juntamente con su primo Luis Franco, representaba
todos los bienes de la familia. La conducta de José Antonio era intachable. Él
no había tomado parte en el asesinato de los González. La reunión terminó con
las siguientes palabras de José Antonio Carrizo: "¡Amigos oyentes! Después de
tan heroica reunión, vale la pena que festejemos la inauguración del "Frente
Cívico Nacional". ¡Escuchen muy bien! ¡Pongan atención por favor! ¡Todos
están invitados a comer carne de ternera en el corredor de mi hacienda!"
En la comida los peones comenzaron a amenizar el ambiente con música criolla.
Las maracas y las guitarras perfumaban la atmósfera con los acordes del pueblo.
"Antioqueñita", "La Carta", y muchas otras canciones salieron de los labios
festivos. Todos comieron alegremente. Algunos discutían política mientras que
otros decían chistes de buen humor. Dorian se habla retirado un poco de la gente
y de la música. A quince metros aproximadamente corría un río de agua
cristalina. A la orilla (le éste se sentó el mayordomo de la hacienda. Su mirada
la tenía perdida en lo profundo del riachuelo. La mente de Dorian maquinaba
una sola cosa: vengarse lo más, pronto posible. Algunas veces presentía que
todo el mundo era culpable de la muerte de sus padres. No encontraba paz para
su alma. Parecía una fiera con hambre. Entre un mundo de malos pensamientos
se expresó en monólogo:
"Mañana partiré con los guerrilleros. Iré muy lejos, si, muy lejos. Ya tendré
oportunidad para despedazar el corazón de esos canallas asesinos. ¡Cuántos
hombres y mujeres habrán muerto quemados igual que mis viejos! Ya he
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matado a cuatro de los Carrizo, pero me falta uno, sí, me falta el más cobarde
de todos los hombres de este mundo. Delfi Carrizo se me ha escapado, pero ¡lo
buscaré hasta el fin de la tierra si fuere necesario!"
Escupió con ira desenfrenada y pronunció algunas maldiciones. Si alguien lo
hubiera visto lo hubiese considerado como un loco enfurecido. Tenía los ojos
rojos, el cabello desordena-do, los labios morados. Una fuerza extraña
dominaba su alma. Se olvidó que podía ser oído y empezó a hablar con voz
fuerte. "¡Lo buscaré en toda Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá! ...
Cuando lo tenga en mis manos, lo mataré lenta-mente. ¡Le arrancaré el alma a
puñaladas! ¡Lo meteré al fuego y después votaré sus cenizas al viento!"
Ana Berta escuchó a Dorian y comprendió que era víctima de una obsesión
fatal. Se le acercó con cariño e intervino: —Me pareció oírte hablar, ¿con quién
lo hacías? El joven no contestó ni una sola palabra. Ella insistió: —Deseo
ayudarte en algo, ¿por qué no me respondes? Dorian permaneció en un profundo
mutismo. Tenía los ojos puestos en el fondo del agua. Allí veía la imagen de
una mujer con las facciones alteradas. Era el rostro de Ana Berta. Ella no había
descubierto que él la estaba mirando con insistencia. Ana Berta, un poco
azorada por la conducta del joven, insistió por última vez. —Yo sé que no te
interesan las mujeres. He sido un estorbo, perdóname ... Él se volvió a mirarla
y le dijo muy suavemente: —Perdone usted. La música es tan linda que estaba
extasiado en ella y ... Ana lo interrumpió completando la frase: —Y no pudo
atenderme, ¿cierto?
—Ana Berta, ha dicho usted la verdad. —¿Y cómo has averiguado mi verdadero
nombre? —Bueno ... hace unas horas usted lo declaró en la reunión. —Es una
broma, Dorian. —¡Ah! Usted también sabe mi nombre. Sé Sonrieron
simultáneamente con cierta picardía. —Ana Berta —preguntó el joven con
sinceridad—, ¿ha pensado con seriedad lo que representa tornar parte activa en
las guerrillas? —Lo he pensado muy bien, Dorian. No tengo las fuerzas de un
hombre, pero mi alma y mi espíritu sienten el calor de mi patria y el deseo de
colaborar con la justicia. Además., —¿Además qué? —preguntó Dorian con
cierta malicia. —¡Estoy enamorada de un hombre que tiene los mismos
sentimientos míos! Los dos lucharemos por un mismo ideal, por una misma
causa. Los dos entregaremos la vida si fuere necesario. No hubo una respuesta
masculina. Reinó el silencio por unos segundos. La música se oía a lo lejos
envuelta en carca-jadas. El mayordomo de Los Cisnes dirigió su mirada hacia
la distancia, y con cierto azoramiento de hombre le dijo: —Anita, para cada
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mujer existe un hombre. Seguramente ha de encontrar ese hombre que le ame
con pasión y sinceridad.
Sin pérdida de tiempo dio media vuelta la futura guerrillera y se marchó. La
actitud de Ana Berta reveló disgusto. Amaba a Dorian por sobre todas las cosas
y él no le correspondía favorablemente. El quedó apenado ante la osadía de
aquella mujer. Realmente no amaba a Ana Berta. Ella era hermosa, pero tenía
en su mirada el brillo de la sensualidad que encandila a los hombres. Dorian
dijo entre sí: "Ella es bonita, pero ... ¡no debo permitir que el amor se anide en
mi corazón! ¡Odio el sentimentalismo!! ¡Para mí el romance es el pasatiempo
de los idiotas! Si yo me enamoro de una mujer corno Anita mis planes caerán
por tierra. ¡Detesto el amor y todo aquello que robe mi ansiedad de hacer
venganza! Si esta mujer me sigue molestando le diré la verdad en su cara." Con
un ademán de disgusto Dorian se marchó al patio de la hacienda.
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CAPITULO V
HACIA UN NUEVO RUMBO
— ¡Adiós, señorita! --. ¡Adiós señor! ¡Muchas gracias por haberme
protegido de la desgracia!
Seis lánguidos campanazos nacieron del viejo reloj del templo de Bella Vista.
Aquellas detonaciones indicaban los albores de un nuevo día. Un grupo de
hombres armados abandonaron el pueblo en sendos caballos. Iban rumbo al sur.
Entre ellos se encontraba un joven apuesto; era Dorian González. Los perros
ladraban en busca de los jinetes. Algunos campesinos salieron a la orilla del
camino para despedir al grupo de hombres, cuya única finalidad era hacer
justicia en medio de fin panorama de maldad y masacre. El huérfano de Los
Paticos se inició en un mundo de nuevas aventuras. Cabalgaba con el corazón
palpitante de nuevos senderos y nuevos rumbos. Las guerrillas para aquel joven
eran la mejor oportunidad para encontrar al otro asesino de sus padres.
Luego de tres días de camino empezaron su trabajo difícil: hicieron frente a los
chusmeros, para proteger a algunos pueblos que eran víctimas de la violencia y
el robo. Una mañana, cuando se disponían asaltar a un rico ganadero, el cual
tenía fama de ladrón y político sucio, encontraron a un hombre arrastrándose
como serpiente; había recibido tres balazos en el estómago, y pidió ayuda a los
guerrilleros. El jefe de ellos, apodado el Sargento, lo interrogó largo rato. El
herido confesó todo el incidente y la tragedia. Los chusmeros de San Andrés
habían matado a su esposa y a sus tres hijos. Contó el Campesino que su casa
estaba situada en Singalé, a orillas del río. ¡Señores, créanmelo por el amor de
Dios! Yo escapé por un milagro. ¡Les ruego que me lleven al hospital de La
Mata, háganlo por las misericordias de todos los santos!
El hombre se quejaba mucho. Había perdido bastante sangre. Mostraba un
aspecto pálido y agonizante. Las convulsiones de la muerte tenían dominado el
corazón de aquel miserable. Ana Berta lo agarró por el cabello y le preguntó:
¿Y dónde diablos se fueron los chusmeros? ¡Hable, perro Infeliz!
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El herido estaba en agonía, a punto' de sufrir un desmayo. Ella le dio unas
cuantas bofetadas con sadismo brutal. El hombre hizo un esfuerzo y respondió
entre los dientes: —Se fueron ... al pueblo ... llamado La Mata y ... —¿Y qué?
—preguntó Dorian afanado. —Querían robarse una maestra que vino de El
Carmen a pasar ... vacaciones ... No puedo más, ¡no puedo más, me muero, me
muero, sálvenme! ... El campesino estaba luchando entre la vida y la muerte.
Los intestinos se le empezaron a salir. Las moscas volaban sobre su cabeza llena
de sangre. coagulada. El tétano crecía inmisericorde.
—Debemos darle tranquilidad a su alma —afirmó el sargento. —¡Dorian! —
gritó el jefe con ira maléfica. —¡A sus órdenes, sargento! —respondió el
aludido. —¡Despache a ese hombre! ¡Rápido! ¿qué espera? ... El novel
guerrillero titubeó, pero ante la mirada del sargento se decidió a obedecer las
órdenes en forma inmediata. El herido estaba desmayado, aún tenía vida. Dorian
desenvainó el machete y ... —¡Dorian, no se manche las manos con la sangre
inocente de ese pobre campesino! —gritó Ana Berta. El sargento agarró a la
mujer por el cabello y la condujo a golpes hasta su caballo. Tres machetazos
hicieron impacto en el cuello del moribundo. Dorian era un asesino. Su corazón
ya no era de carne sino de mármol. Cuando vio la sangre en la tierra empezó a
reír a carcajadas. En cuestión de segundos se marcharon al pueblo de La Mata.
Tenían que ir una hora a caballo. A dos cuadras del caserío escucharon unos
disparos. El sargento impartió órdenes.
—¡Ana Berta! —¡A sus órdenes, jefe! —Regrese con las demás mujeres al
Platanal, allí nos esperan. La mujer obedeció inmediatamente. Luego el jefe
ordenó al Catire, el segundo jefe de la guerrilla, que tomara la ofensiva por la
parte alta del pueblo. Él se marchó con cinco hombres. También instruyó a
Lorenzo el loco para que buscara por todos los medios posibles la captura del
chusmero que dirigía el asalto. Lorenzo avanzó con diez hombres. Tres
guerrilleros fueron comisionados para que tomaran la planta eléctrica y así
poder impedir toda comunicación cablegráfica. Tres se hicieron cargo de los
caballos y otros dos se quedaron como centinelas a la entrada del pueblo. Dorian
y el sargento avanza-ron en compañía de treinta y cinco hombres. Subieron a la
esquina del Tarriplán. Desde aquel lugar vieron a varios chusmeros cuando
salían del Banco Agrícola. Más de ochenta personas estaban amarradas en los
árboles del parque para ser ejecutadas. Como veinte cadáveres yacían en el
suelo. Las mujeres y los niños lloraban a gritos, mientras que los asaltantes
hacían de las suyas sin mayor resistencia. Aquel día miércoles estuvo vestido
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de tragedia para el pueblo de La Mata. Ciento veinte hombres muy bien armados
tenían dominada la situación. Eran los chusmeros de La Ciénega, bandidos con
el corazón de piedra y el espíritu de hielo.
Con la presencia de los guerrilleros aumentó el tiroteo por todas partes. Las
balas emitían su sonido agudo en el espacio. Muchos de los habitantes se
encontraban en el monte; otros permanecían encerrados en sus casas esperando
la muerte. Los policías fueron alcanzados por sorpresa, la mayoría estaban
muertos. Los chusmeros habían aprovechado la ausencia del ejército el cual se
encontraba en una comisión en el sector denominado Pailitas.
El sargento y Dorian cruzaron en forma atrevida la calle y llegaron hasta el
parque. Empezaron a soltar a los prisioneros. Algunos chusmeros dispararon
desde un almacén, pero no pu-dieron impedir que las mujeres y los hombres
fueran dejados en libertad. El sargento, lleno de valor y osadía, quiso ocupar
una posición ventajosa pero no tuvo la suerte deseada. una bala enemiga hizo
blanco en su cabeza y cayó muerto al instante. Dorian lo vio caer y trató de
prestarle auxilio, pero un chusmero se lanzó sobre él con un puñal. Dorian
disparó y lo alcanzó por 'una pierna; quiso disparar de nuevo, pero su revólver
estaba descargado. El herido, viendo la situación a su favor, le tiró dos
puñaladas, pero sin éxito. El joven huérfano tomó un puñado de tierra y con la
rapidez de una gacela la tiró sobre los ojos de su contrincante.
— ¡Maldición! ¡No puedo ver, mis ojos! ... —exclamó el bandido angustiado.
El chusmero, viéndose perdido, comenzó a tirar puñalada al aire. Dorian le
asestó cuatro machetazos que le quitaron la vida al momento. El Catire llegó
corriendo hasta don-de estaba Dorian y le preguntó: —¿Dónde está el sargento?
¡Necesito sus instrucciones! Una bala silbó muy cerca de ellos y los dos se
tiraron en el suelo al momento. Estando acostados sobre la calle, Dorian le
respondió al Catire. Lo mataron hace unos momentos. Su cuerpo está frente a
la botica, muy cerca de los chusmeros. Cuando lo vi caer busqué auxiliarlo, pero
me fue imposible. Tuve que luchar cuerpo a cuerpo con un viejo salvaje. Menos
mal que lo despache de cuatro machetazos.
El Catire le informó a Dorian que su gente estaba dominando la situación Más
de cincuenta chusmeros habían caído en las manos de los guerrilleros. También
le comunicó sobra una maestra, la cual necesitaban salvar; ella permanecía en
manos de los bandidos. —¿Y dónde la tienen los chusmeros? —preguntó el
joven. —Junto a la capilla, en la casa cural. Los bandidos tienen el templo en
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sus manos, lo han convertido en cuartel general. —¿Será la maestra de la cual
habló el viejo moribundo que' encontramos en el camino? —¡Esa mismita,
Dorian! —¡Vamos a ese lar, tenemos que salvarla! Los guerrilleros continuaban
disparando hacia el templo, Los chusmeros respondían desde lo alto de la
capilla. Uno -los bandidos aprovechó la distracción de sus compinches
pretendió forzar a la bella maestra. Ella se negó y le mordió cara. El hombre la
agarró del cabello abundante y le dijo sensualidad y sadismo: —¡Tiene que ser
mía, palomita blanca, tiene que ser mía costo de lo que sea! --¡¡No!! --exclamó
ella—. ¡Suélteme, canalla, infeliz, prez carnal, suélteme! ...
Los gritos de la maestra llegaron hasta Dorian. Dorian por un valor sobrenatural,
subió por la ventana de hierro y alcanzó el techo de la casa contiguo al templo.
De un salto cayo al patio, y en cuestión de minutos abrió la puerta de donde
salían los gritos de la dama, Allí estaban dos personas luchando en el suelo. La
maestra al desconocido y gritó llorando—¡Sálveme, sálveme señor! ...
Un hombre de barba poblada la tenía, agarrada. por la cintura y al ver al
desconocido, puso nano en su revólver, pero ya era tarde, dos balas atravesaron
el pecho del chusmero. La situación estaba resuelta. Los chusmeros habían
caído en manos de los guerrilleros, mataron a muchos de ellos y los que
quedaron con vida escaparon al monte. Allí murieron cinco guerrilleros y
sesenta y cinco personas del pueblo. Dorian sacó a la joven a la calle y allí le
preguntó —¿Se puede saber su nombre? —. Estela. Ahora yo quiero saber el
suyo. —Dorian González. —Su nombre lo mencionan mucho en El Carmen y
…—Y dicen que soy un guerrillero, ¿verdad? —la interrumpió el joven. Y —
Correcto, Dorian. —¿Le hicieron daño los chusmeros? —No señor, solamente
recibí algunos golpes en el cuerpo. Llegaron los demás guerrilleros y entre ellos
venía Ana Berta. Ella intervino muy inquieta: —maestrita del diablo, es mejor
que te largues ahora mismo, no queremos líos con el ejército! ' Ana Berta tenía
celos, la belleza de la maestra era innegable. Todos lo entendieron así, pero
guardaron silencio. Abandonaron el pueblo y Dorian se despidió de la bella
joven. ¡Adiós, señorita! ¡Adiós, Dorian! Muchas gracias por haberme salvado
la vida. En la distancia se perdieron de vista los jinetes desconocidos.
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CAPITULO VI
EL DESAFIO DE LA VIUDA
--¡Señor! --dijo ella—, no le pegue a su compañera, ella tampoco conoce el
amor de Dios.
La violencia había llegado al clímax. El año de 1950 estaba salpicado de sangre
y era un torbellino. Las Fuerzas Armadas buscaban por todos los medios
dominar la situación, pero esto era imposible. Por todas partes reinaba el miedo,
la inquietud, la desesperación. La muerte cabalgaba sobre el fusil y el machete.
La injusticia gobernaba las riendas de la voluntad humana. Los zamuros vivían
en un festín con los cadáveres insepultos. Colombia parecía un desierto de amor,
un ocaso de piedad y la caricatura de una religión muerta.
Dorian González había pasado a gobernar el pelotón guerrillero. Su fama de
hombre peligroso corría por todos los contornos. El sentimiento cívico de
aquella gente y la voluntad justiciera había quedado en el sepulcro de la
degeneración. Los asaltos y el crimen eran su trabajo diario. ¡El Matorral, ¡San
Francisco, Chimichagua, Villanueva y otros lugares eran el escenario de los
crímenes de aquellos aventureros degenerados! Dorian sentía el impulso de la
venganza. La muerte de sus padres lo arrastraba por el fango del crimen y de la
obsesión bestial. En algunas oportunidades tomó el machete, abrió el estómago
de sus enemigos y bebió sangre humana. ¡Dorian González era una bestia
humana!! ¡El fruto del ambiente! ¡El instrumento de una moral endemoniada!
¡El torbellino de la injusticia!
Una tarde del mes de febrero la pandilla se dispuso a efectuar un asalto en la
hacienda de Los Rosales, muy cerca de La Ciénaga de Zapatosa. El personal
estaba trabajando en la sabana. Los guerrilleros tomaron la hacienda a mano
armada. Maniataron como a cinco personas y les dieron golpes sin piedad.
Nadie presentó resistencia. El dueño de Los Rosales había muerto en forma
accidental. Las aguas azuladas de La Ciénaga lo hablan arrancado la existencia.
En el aposento de la casa encontraron a una mujer de luto con un niño en brazos.
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La arrastraron sin misericordia hasta el corredor, ella sin soltar al nene empezó
a llorar silenciosamente. El Catire dio aviso al jefe.
Dorian, ¿qué hacemos con esta perra inmunda? El guerrillero la miró con
desprecio y respondió: —¡Sáquenla al patio y amárrenla junto a los otros
campesinos! —Jefe, ¿y el muchachito? —preguntó el Catire con malicia. --Ese
no se puede escapar, todavía es un perro sin patas. Se rieron con burla descarada.
El Catire ordenó a la mujer que saliera al patio, pero ella presentó resistencia y
se dirigió a Dorian con voz suplicante: —¡Permítame suplicarle un favor! Lo
ruego por las misericordias de Jesucristo. Todos guardaron silencio ante la
petición de la mujer. El nene comenzó a llorar como si presintiera el peligro en
que se encontraba. - ¡Jesucristo nunca ha existido! —afirmó Dorian con un
grito.
La mujer de luto quiso hablar, pero le ordenó que se callara. —Si Dios existiera
nunca hubiera dejado que mis padres murieran asesinados por los chusmeros.
¡Dios no existe, tampoco Jesucristo! ¡Menos su misericordia! Dorian parecía
envuelto en una obsesión satánica. Caminó hacia la ventana en forma maquinal.
Parecía un sonámbulo. Luego afirmó: —¡Solamente me falta uno de los
Carrizo! ¡Tendré que hallarlo! ¡Lo buscaré por todas partes, él no se puede
escapar! ... ¡Es un asesino, un desnaturalizado, un perro inmundo, un buitre
hambriento, un ...!" Se echó a reír a carcajadas como un loco, y le dio un puntapié a una muñeca de trapo que estaba en el piso del corredor. Sus compinches
lo miraban sorprendidos. Dorian volvió de su éxtasis y, mirándolos, exclamó:
—¡Idiotas, ¿por qué me miran así? ¡Fuera de mi presencia, fuera!
Ellos obedecieron al instante. Conocían a su jefe cuando estaba con ira y era
mejor obedecer. Abandonaron el corredor de la casa llenos de disgusto. Dorian
quedó frente a la mujer. La miró con odio profundo y le dio un puntapié. Ella
dobló su cuerpo e vuelta en un dolor agudo.
—¡Le voy a dar una oportunidad para que hable! —afirmó Dorian con
autoridad. La señora tenía abrazado al niño, pero sus ojos negros no los quitaba
del rostro de Dorian. Lloraba en silencio. De los ojos de aquella mujer salía una
mirada llena de amor, de humildad, de confianza en alguien. Dorian volvió a
hablarle. —¿Cuál es el favor que desea? —Que me deje leer la Palabra de Dios
por unos instantes. —Está bien. Puede leer lo que le venga en gana. ¡Pero que
sea rápido o le voy a.!. La dama colocó al nene muy cerca de ella, dentro de
una cunita de mimbre. Tomó un libro negro y lo llevó a su pecho. Luego afirmó:
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—Voy a leer algunos versículos de la Santa Biblia. Miró hacia el cielo
reverentemente. Luego empezó a hablar con piedad y confianza. como si tratara
de dirigirse a una persona invisible. "Padre celestial, socórreme una lectura que
me dé aliento y fortaleza para entregar mi cuerpo al suplicio de la muer-te.
Señor, ten piedad de mi niñito. Dios mío, estos señores no te conocen. Nunca
se han encontrado con la verdad tuya."
Dorian la observaba con reverencia. Un poder extraño reinaba en aquel
corredor. La mujer abrió el libro negro y, sin mirarlo, continuó la oración.
"Padre mío, perdónalos de todos sus pecados cometidos, ellos no saben lo que
hacen. Dios bendito, yo también los per-dono. En el nombre de Jesucristo.
Amén." Levantó el libro y empezó a leer: "Y no temáis a los que matan el
cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más sien a aquel que puede destruir
el alma y el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28).
El rostro de aquella mujer brillaba en una forma sobrenatural. Sus palabras
estaban llenas de poder. Dorian así lo entendió. Algo misterioso llegó hasta lo
profundo de su al-ma. Aquel hombre sintió miedo, temor y respeto. Dio media
vuelta y salió en forma abrupta. Sus compañeros estaban enterrando los,
cadáveres de los campesinos. Les habían dado muerte sin misericordia. Todo
estaba listo para escapar de Los Rosales. Dorian permaneció en el profundo
mutismo del re-mordimiento. Algo había afectado su conciencia. No podía
explicarlo; era un sentimiento interior misterioso. Hizo un es-fuerzo para hablar
y lo consiguió.
—¡Larguémonos de esta casa lo más pronto posible! tengo la Impresión de que
esta hacienda está embrujada por los poderes del Infierno. He sentido algo muy
raro en este ambiente misterioso. - -Yo creo que usted tiene mucha razón —
afirmó el Catire. Ana Berta quiso hacer alarde de incredulidad e intervino al
momento: ¡Yo no creo en brujerías, mucho menos en el Infierno! A lo mejor es
otro sentimiento lo que está atacando el corazón de nuestro jefe. Los celos de
aquella mujer estaban vivos en todo su cuerpo y alma. Dorian no pudo aguantar
la conducta de Ana Berta y le gritó: —¡Cállese la jeta, serpiente venenosa! Los
celos la tienen como una perra con mal de rabia. ¡No me callo ni permito que
nadie me ultraje de esa manera! El guerrillero se lanzó sobre ella para pegarle,
pero la señora de luto se colocó en medio de los dos con la intención de mediar
la situación. —¡Señor! —dijo ella—, no le pegue a su compañera, ella tampoco
conoce el amor de Dios. Perdónela.
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Todos los del grupo la miraban sorprendidos ante la tremenda osadía que
demostró a Dorian. El obedeció a la dama y se retiró unos cuantos metros.
Luego dijo: —¡Cinco deben ir adelante del pelotón! Tres cuidando el ganado
que nos vamos a llevar, y dos como punta de lanza. Los demás irán conmigo en
el grupo del centro. Al momento se marcharon de la hacienda Los Rosales.
Llevaban consigo dinero, ganado y alimentos. Tomaron una ruta distinta para
evitar el encuentro con la policía de Valledupar. En medio de una nube de polvo
y un baño de sol en el ocaso dé la tarde, los guerrilleros continuaron su ruta de
sangre y masacre.
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CAPITULO VII
EL PODER DEL AMOR
—¡Ella representa ... la ruina y la desgracia! ¿Por qué tengo que amar a
Estela?
Llegó el día cuando los guerrilleros carecían de municiones. No podían seguir
en semejante situación. Se encontraban muy cerca de La Gloria, un puerto del
río Magdalena. Allí estudiaron la forma para la adquisición de las municiones.
La preocupación se dejaba sentir en algunos de ellos. La situación era muy
difícil. El ejército buscaba solícitamente al grupo de Dorian.
—¡Muchachos! —dijo Dorian con entusiasmo, y todos se acercaron a su jefe
para escuchar sus palabras. —Algunos amigos míos me comunicaron ayer tarde
que en la población de Ayacucho existe un comité pro guerrilla. Se dice que
ellos tienen muchas municiones en un sótano, y que están dispuestos a prestar
ayuda a todos los grupos que se identifiquen con dicho comité.
—Jefe —dijo uno de Yo también escuché esa noticia hace unos días. Pero los
guerrilleros de El Banco dijeron que, en la ciudad de Gamarra, ellos habían
conseguido armas y muchísimas municiones. El caserío de Ayacucho es muy
peli-groso, todos sabemos que allí está un batallón de infantería, y además hay
mucha violencia particular. w —Yo creo que tiene razón —declaró Dorian—.
La entrada a ese pueblo puede costarnos la vida. ¡Entonces iremos a la ciudad
de Gamarra! —¿Iremos todos a Gamarra? —preguntó Ana Berta un poco
sorprendida. El jefe la miró con ira y le respondió: —¡No se moleste mujercita
valiente, usted no se moverá de esta casona vieja! —Dorian, en honor a la
verdad, yo no tengo miedo. Lo que pasa es que …
Dorian no la dejó que continuara su conversación. Tenía fastidio ante la
presencia de aquella mujer. Él le dijo a gritos: ¡Usted se me calla de una vez por
todas! Sus palabras carecen de valor. ¿A quién se le ocurre creer que un pelotón
de guerrilleros va a hacer entrada triunfal a una ciudad corno lo es Gamarra?
¡Eso sería buscar la muerte o la cárcel!
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Ana Berta volvió a intervenir con cierta humillación: Dorian, si he hablado mal,
perdóname. Todo lo que he afirmado es por tu bien. Yo no quiero que te haga
daño la policía de Gamarra; entrar allí representa para ti buscar la tumba para
que te entierren vivo. ¿Me comprendes ahora? —Yo te entiendo, Ana Berta,
pero necesitamos municiones para seguir nuestro trabajo en este sector y eso es
todo. ¡Sí, yo iré a la ciudad de Gamarra! ¡La muerte le llega al hombre cuando
el destino lo ordene!
Uno de los guerrilleros llamado El Gorila, intervino: —Jefe, usted es un
hombre valiente, pero es muy peligroso que entre solo a Gamarra. ¡Yo voy con
su persona! Los dos haremos frente a todo lo que se nos presente en el camino.
Dorian le dio las gracias a su compañero por la buena voluntad para ir a buscar
municiones. Cuarenta y cinco personas estaban a la expectativa, entre ellas
había algunas mujeres. Tenían que hacer algo, la situación era fatal para ellos.
Dorian tenía en su poder más de cien mil pesos, pero, ¿a quién iba a comprarle
municiones? Tenía que ir a Gamarra a costo de cualquier precio.
—¡Yo iré solo a buscar municiones! ¡Esa es mi última palabra! Si caigo en las
manos de la policía o del ejército ustedes deben seguir el trabajo en todo el país.
Cuando los chusmeros sean eliminados por completo ustedes quedarán en
libertad para tomar cualquier que bien les parezca. Espero regresar en el plazo
de diez días. Si en ese término no aparezco por ninguna parte es que Dorian
González ha muerto.
Todos guardaron silencio ninguno se atrevió a pronunciar palabra. El silencio
fue interrumpido por un hombre que venía galopando a toda velocidad. Traía
en señal de paz un pañuelo blanco y entre muchos comentarios hizo entrega de
algo, Era un paquete de regular tamaño, muy bien envuelto. Habló el mensajero
a los demás en una forma amistosa.
Les ruego que se retiren para poder hablar con libertad. Me ordenaron que
hablara en secreto con el jefe y ustedes comprenderán. Los curiosos del grupo
se retiraron inmediatamente. Dorian y el desconocido buscaron la sombra de un
árbol para conversar.
—¿Qué diablos ha de tener ese paquete? —preguntó Dorian con cierta
incomodidad. —Señor, es un regalo de la maestra del Carmen. —¿Y dónde la
vio usted? —En Ocaña, hace más o menos ... cinco días. Ella me dijo que iba
para la ciudad de San Cristóbal, Venezuela, y luego iba a Cúcuta donde están
sus padres. Parece que su señora mamá está muy enferma. —Está bien, con lo
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que me ha contado basta. Pida alimento a las mujeres y reclame cien pesos por
su trabajo. Dorian llamó al Catire y éste le entregó el dinero. —Si alguien le
pregunta dónde está mi gente, debe callar, ¿eh? —Señor, he venido desde Ocaña
para traerle la encomienda y ... —Está bien, está bien —lo interrumpió el jefe—
. Yo sé que usted es una persona de confianza. Puede irse. —¡Gracias, señor;
muchísimas gracias! El paquete permaneció cerrado. El corazón del joven palpitaba muy rápido. ¿Qué cosa podía venir envuelta en aquel paquete
exquisitamente preparado? Se aseguró de que nadie lo estaba observando y se
dispuso a abrir el regalo. "¡Un libro negro! ¡Qué tontería! ¿Acaso ella no sabe
que yo soy un guerrillero y que no tengo tiempo para las buenas lecturas?"
Abrió el libro con mucha curiosidad y empezó a hojearlo con marcada
indiferencia. De una de sus páginas salieron dos hojas secas muy bien
planchadas. Expelían un olor agradable. Volvió a la parte posterior del libro y,
como si deletreara, empezó a leer: "La Santa Biblia." "La Santa Biblia." "La
Santa Biblia."
En el rostro del bandido se dibujó una risa burlona. Cerró el libro con violencia
y exclamó “, ¡Pobre maestra de escuela! ¡A lo mejor está pensando que soy un
pobre religioso, un 'ratón de iglesia', un fanático de altar, un monaguillo! ¡Pobre
Estela! ¡Ella ignora, que mis manos están manchadas de sangre azul y de sangre
roja, ¡Si llegara a saber que mis manos le dieron muerte un sacerdote y a un
pastor protestante, nunca me hubiera mandado ese libro negro!" Y como si
deseara descargar el peso interior de su conciencia continuó; "¡Yo he matado
mujeres, niños inocentes, ancianos y jóvenes! He quemado seres humanos; ¡les
he sacado la lengua a los chusmeros, les he sacado los ojos! ¡He bebido sangre
de hombres! ¡Le he arrancado el corazón a los policías y a los esbirros! ¡He
jugado fútbol con la cabeza de los godos! ¡Por algo me buscan el ejército y la
policía! ¡Pero nunca me encontrarán! ¡Tengo que hacer venganza; tengo sed de
venganza y de sangre! ¡Necesito encontrarme con el último asesino de mis
padres! ¡Lo volveré pedazos!"
Dorian González era el producto de la violencia política. Ahora tenía diecisiete
años de edad. Era el asesino más joven de toda América. Sus manos vengativas
habían dado muerte a más de treinta personas. En forma abrupta apareció Ana
Berta.
—Dorian —dijo ella—, están listos el caballo y las municiones necesarias.
¿Piensas salir este mismo día? El aludido quiso esconder la Biblia, pero no tuvo
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tiempo para hacerlo. —Sí, pienso viajar a Gamarra lo antes posible. —Debes
recordar que el barco pasa por Tamalameque dentro de tres horas
aproximadamente, y estamos a dos horas de camino para alcanzar el puerto.
Además, alguien debe ir contigo para que se traiga tu caballo. —Está bien,
saldré en cuestión de minutos.
Dorian no sospechó que Ana Berta se había enterado de todo lo sucedido.
Cuando ella se marchó él volvió a hojear el libro con cierta indecisión. Encontró
una dedicatoria escrita a mano, con tinta azul. En ella decía: "Dorian, te invito
a que medites en las verdades eternas de la Biblia. En ella hallarás la paz para
tu alma. Tuya, Estela." –
El corazón de aquel guerrillero se estremeció igual que la barquilla en medio de
la tempestad. Dorian estaba enamorado, pero en lo profundo de su espíritu no
quería reconocerlo ni aceptarlo. Hubo una lucha intensa en el alma del joven.
El amor y el instinto criminal de venganza guerreaban en la disputa de una
voluntad palpitante. La emoción adquirió poder en la personalidad del joven y
él actuó. "¡Maldita Biblia! ¡Maldito" sea todo el mundo y todas las mujeres de
esta tierra! ¡En mis manos he tenido muchas mujeres hermosas y han sido mías,
pero nunca las he amado! ¡Jamás lo haré! ¡Ella representa Ora mi destino la
ruina y la desgracia! ¿Por qué tengo que amar a Estela? Ella es hermosa como
un ángel, blanca como la nube, joven y llena de vida; pero ... si le entrego mi
corazón tendré que dejar las guerrillas, y eso representa que tengo qué perdonar
al asesino de mis viejos y dejar el crimen impune. Tendré que entregar-me al
ejército y eso no puede ser. ¡Delfi Carrizo tiene que caer en mis manos! '¡Lo
mataré donde lo encuentre! ¡Yo no puedo amar a esa maestra! ¡La borraré de
mi alma y de mis pensamientos!"
Los ojos del guerrillero estaban rojos. Su rostro estaba pálido y sus labios tenían
un color morado. Las ojeras eran pro-fundas y el cabello estaba desordenado.
Dorian González tenía el aspecto de un loco. La inquietud del espíritu no era
otra cosa que la misma impresión de su moral, de su infortunio y de su pecado.
En medio de aquella tribulación sicológica Dorian no derramó ni una sola
lágrima. Él no sabía lo que era llorar. Recogió la Biblia y la guardó en su maleta.
Se despidió de sus amigos y emprendió el viaje.
Llegó a la ciudad de Gamarra sin ningún inconveniente. Era de noche, y el
puerto estaba lleno de gente por todas partes. La música de cantina inundaba el
ambiente. Buscó por to-das partes el comité pro guerrillas y nada encontró. La
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mente de aquel hombre estaba aprisionada por la imagen de Estela. No pudo
aguantar más tiempo y decidió viajar al día siguiente al aeropuerto de Ocaña.
De allí salió en la avioneta para Cúcuta. La ciudad estaba vestida de frondosas
acacias, y el clima era agradable.
Dorian no tenía allí conocidos. Llegó al parque Santander y tomó asiento en un
escaño. Necesitaba ir hasta San Cristóbal, Venezuela. Era muy peligroso el viaje
por el asunto de documentos legales. Buscó el monte y llegó a San Cristóbal en
la tarde. De esa manera pudo evadir las autoridades de la frontera. Allí buscó a
Estela por todas partes, pero no la encontró. Regresó a Cúcuta lleno de
preocupación.
Aquella tarde calurosa era para el guerrillero una tortura continua. Estando en
el parque Colón vio a unos cuantos policías y tuvo miedo. El guerrillero más
famoso del Magdalena estaba en las mismas narices, de la policía. En medio de
muchos árboles y en un ambiente tranquilo y hospitalario empezó a reflexionar
sobre la situación de sus compañeros. ¿Cómo iba a conseguir municiones para
sus amigos? ¿Dónde, en qué lugar, con quién? Compró el periódico por
curiosidad, pero el nerviosismo no lo dejó leerlo. Cuando lo iba a botar vio un
aviso que le hizo estremecer todo su cuerpo. El periódico decía algo sobre un
novenario. Sí, la señora Enriqueta de Flores había muerto. El aviso era de parte
del Ministerio de Educación. Allí estaba el nombre de Estela Flores y la
dirección exacta de la casa de su familia. Dorian respiró con profundidad
envuelto en una satisfacción inmensa. Sin pérdida de tiempo se dispuso a buscar
a Estela Flores.
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CAPITULO VIII
EL ENCUENTRO
—¿Me ama de verdad? —Mi alma quedó prendida a la tuya desde que te
conocí.
El día era caluroso por el astro rey, cuyos hilos de oro caían en la ciudad
cucuteña como una lluvia de reflejos. La Perla de Santander cuajaba su
ambiente bajo la sonrisa del sol. El reloj marcaba las once de la mañana y a
nuestro visitante lo encontramos en el barrio de La Playa, según lo indicaba la
dirección en el periódico regional. ¿Quién iba a pensar que el famoso
guerrillero, Dorian González, se encontraba en medio de la policía y del
ejército? Los transeúntes pasaban junto a Dorian sin llegar a conocer la verdad
de su vida. Ahora lucía un vestido nuevo, zapatos y camisa; parecía un caballero
de la ciudad. Detuvo la marcha frente a una casa color verde oscuro y comparó
la dirección. "Avenida dos con calles quince y dieciséis, número 15-55".
En sus ojos brilló la esperanza. Pensó un instante con indecisión. Observó de
nuevo la dirección y era exacta. "Bueno, tocaré la puerta, de no ser este el lugar,
no he perdido nada." Lo hizo con algo de nerviosismo. —¿Qué desea el señor?
—preguntó una joven rubia. —Deseo hablar con la señorita Estela Flores, la
maestra de El Carmen.
—Pase por favor y espere un momentito. Dorian tomó asiento en una butaca
muy confortable. La sala era un poco pequeña, pero se veía muy bien adornada.
Do-rían reconoció el retrato de Estela que pendía en la pared. Había olor a
flores. En el corredor de la casa estaban muchas coronas adornando las paredes.
Tomó una revista venezolana y empezó a hojearla. El criminal más peligroso
del Magdalena era inconocible por su manera de vestir. Se escucharon pasos y
... ¡Dorian!, ¿tú aquí en mi casa? si, aquí en su casa está Dorian, el mismo en
carne y hueso. ¡Qué sorpresa tan grande me has dado! No es para tanto, Estela.
Decidí viajar a Cúcuta para conversar con usted personalmente.
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La maestra comprendió la situación azarosa del joven y buscó cambiar el tema
con mucha discreción. Conversaron por largo rato. Él le contó cómo había
encontrado la dirección por medio del periódico. Recordaron los incidentes
pasados en la población de La Mata; luego hablaron de la familia de Es-tela y
sobre la muerte de su madre. La maestra de El Carmen era muy bonita y
elegante. Tenía el cabello suelto, lo que le daba una belleza natural admirable.
Su cuerpo era muy bien proporcionado y esbelto. Aquel día Estela estaba
bellísima. La tristeza de sus ojos la hacían mirar con delicadeza y las ojeras
azules la hacían parecerse a una estatua de Grecia, esculpida por aquellos
maestros inmortales. Dorian también gozaba de su juventud y era muy bien
parecido.
—Estelita —dijo Dorian con cariño—, nunca he podido olvidar el incidente
ocurrido en el caserío de La Mata. —Yo tampoco he podido olvidar el favor
que me prestaste aquel día. Menos he podido borrar de mi mente tu persona tan
bondadosa y amable. —Sí, Estelita, fue en aquel lugar donde nos conocimos;
parece que el destino lo tenía preparado todo en el camino de nuestras vidas. —
Mi familia está muy agradecida contigo. Ellos saben perfectamente todo lo que
hiciste a mi favor. Mi madre siempre quiso conocerte, pero ... Dorian le dio el
sentido pésame y ella le contó sobre la muerte de su mamá. Lágrimas
empezaron a nacer de los ojos de Estela. —Estelita, no llores. La muerte muchas
veces nos sirve para protegernos del sufrimiento humano. En este mundo sólo
reina el dolor, la injusticia y la muerte. Tu mamá está en la eternidad y, allí
tendremos que ir todos. —Mi madre era una mujer muy buena —afirmó ella
muy triste. —Yo también tuve una madre buena y humilde como la suya. Una
noche la asesinaron los chusmeros de Bella Vista. Estela, la historia de mi vida
es muy triste y llena de sinsabores. Prefiero no recordarla.
La maestra lo miró con ternura y le dijo: —Dorian, parece que he convertido tu
visita en un perfecto entierro y ... —No importa, señorita. Hay momentos en la
vida cuando vale la pena obedecer a los impulsos de nuestro corazón. He vivido
años de hierro donde nunca tuve tiempo para recordar tranquilamente. Quisiera
llorar con usted, pero nunca he podido hacerlo. —¿Ni cuando eras niño lloraste?
—Posiblemente sí, Estela, pero yo no recuerdo haber llora-do nunca. Mis padres
me decían con cariño que yo era un hombrecito muy raro. —¿Ellos vivían en
Gamarra? —Prefiero no hablar de ellos pues ... no quiero recordar nada más.
Él quiso marcharse, pero ella no lo dejó. En esos momentos llegaron los
familiares de Estela y la visita tomó un giro diferente. Pasaron al almuerzo, y
34
después doña Efelina le prestó el coche a su sobrina e invitó a Dorian a pasear
por la ciudad. Los acompañaron dos primos de Estela. Fueron a San Antonio
del Táchira y regresaron por la vía de Ureña, Venezuela. Conocieron el estadio,
el río Zulia y el Hotel Tonchalá. Después subieron a la redoma de Cristo Rey,
situada en el barrio de Santo Domingo. El atardecer era precioso, s rayos del sol
agonizaban y el poniente revivía invitando al romance y al amor. El aire
perfumado del Pamplonita era agradable. Los primos de la maestra se quedaron
arreglando algo del coche, y Dorian y Estela quedaron solos en la redoma.
—Estelita, ¿alguna vez en la vida ha encontrado usted la felicidad? —preguntó
él con curiosidad. —Dorian, la felicidad en esta vida es muy relativa. Yo la he
experimentado, pero muy pronto la he vuelto a perder. Me gradué de maestra
pensando que iba a ser una mujer muy feliz, me equivoqué; los anhelos del alma
son tan extraños que no y sé cómo alcanzarlos en este mundo. Todo en esta vida
me parece una farsa, una comedia desagradable.
Los dos se miraron en un mutismo leve. El lenguaje de los ojos dejaba revelar
el amor, no podían encubrirlo más tiempo. Les era imposible ocultar esa
potencia natural en s u que domina el corazón cuando palpita muy fuerte en
sentimientos. Ellos se amaban en silencio desde aquella vez cuando se
encontraron en el caserío de La Mata. Ella interrumpió el silencio.
—¿Por qué me salvaste la vida aquella tarde? --Era mi deber, Estelita; además
tenía que obedecer al des-tino de los hombres. ¿Estará el destino a favor de
nosotros? --preguntó ella con candidez. Posiblemente. ¿Recibiste el regalo que
te envié? ¿Te gustó algo? Bueno ... no tanto, Estela —su expresión fue
incómoda y se retiró un poco de ella azorado. -En ese regalo iba la expresión de
mi amor para contigo dijo Estela. —Señorita, no debo engañarla por nada de
este mundo. Cuando me encontré con un libro religioso me disgusté muchísimo.
Pensé que era una broma suya o una equivocación. Este-la, debe saber que odio
a los religiosos de todo mi país, no tengo interés en semejante tontería. Ella
sonrió ante la afirmación de él y dijo: —Conozco muy bien tus caminos, Dorian.
En El Carmen se habla mucho de ti. El gobierno está ofreciendo por tu cabeza
una buena cantidad de dinero.
El la interrumpió al instante: —Entonces, ¿por qué me mandó usted ese libro?
—Lo hice con el propósito de que leyeras algo bueno y digno. —¿Es que
pertenece usted a esa religión que enseña la Biblia? Hubo un silencio para
responder: —No soy creyente de la Biblia, sin embargo, tengo un concepto muy
35
bueno de sus enseñanzas. —¿Quién le enseñó que leyera ese libro tan raro? —
Una amiga que tengo en El Carmen. Ella me ha mostrado que la Biblia es un
tesoro. Sus páginas están llenas de pro-mesas e historias bellísimas. Yo he
encontrado en la Biblia aliento y ayuda para mi alma. ¿Encontraste mi
dedicatoria? —Sí la encontré. Señorita, dígame una cosa: ¿le gusta la religión
de la Biblia? —Ya te he dicho que no soy evangélica, pero me encanta. la lectura
de ese libro. Siempre que lo leo me llena de inspiración. —Estela, no me gusta
hablar de religión, mucho menos de la Biblia. Le agradezco si cambia el tema.
-Bueno ... no he querido ofenderte. Déjame explicarte por qué conozco la Biblia,
¿quieres? —Está bien hable.
Estela habló de la modista de El Carmen. Elogió su conducta, sinceridad y
honradez. Habló de los consejos que ella le daba con tanta sencillez y amor. —
Esa señora que usted menciona debe ser una misionera extranjera. —No,
Dorian, ella es de nuestro país. Su conducta es irreprochable y sus palabras
llenas de sabiduría y profundidad. —Si supieras que jamás en mi vida había
encontrado a una mujer que verdaderamente ame a Jesucristo como ella. El la
escuchó con respeto. En una forma inconsciente se habían acercado demasiado;
parecían dos enamorados en el clímax de su romance, La luna empezó a salir a
la distancia y las estrellas sonreían en el firmamento inmenso. Dorian colocó su
mano en el hombro esbelto de la maestra y le preguntó: —¿Me ama de verdad?
Bueno ... los hombres siempre están buscando una respuesta franca y directa.
Recostó su cabeza sobre el brazo corpulento de Dorian y con una sonrisa
envuelta en amor le respondió a media voz: --Mi alma quedó prendida a la tuya
desde que te conocí Dorian, yo también. te amo, así como tú me lo has
demostrado. ---Si te hablo de matrimonio ¿qué respondes? Ella cerró los ojos
como si estuviera buscando el sueño profundo. Su corazón palpitaba a un ritmo
acelerado. Tomó fuerzas para responder a su galán. — Si Dorian me casaré
contigo cuando bien lo desees, pero con una condición. — ¿Cual?
Una pausa larga se apoderó de la situación. El viento jugaba con el cabello de
la bella señorita. Caminaron varios metros prendidos de la mano y ella
respondió. --No quiero imposiciones en nuestro amor; si bien te exijo algo es
porque te estoy amando de verdad, Dorian. Mi amor, abandona para siempre las
guerrillas y busca la senda de la honradez y la paz. Entonces seremos felices y
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formaremos un hogar donde la tranquilidad esté por todas partes, no solamente
para nosotros, también para nuestros hijos.
En los ojos del guerrillero hubo un brillo de visto Se retiró de ella en forma
abrupta, como si hubiera visto a uno de sus enemigos más peligrosos del
Magdalena. Pasó la mano de recha por su boca en señal de indecisión. Ella
esperaba una decisión terminante, aunque con un poco de miedo. ¡Todas las
mujeres son iguales! —exclamó el joven con repugnancia. Ahora cuando he
descubierto que la amo, entonces saca las uñas como ... — No he querido
hacerte daño —dijo ella afanada. La palidez le cubrió el rostro a Dorian. Miró
a ella con disgusto y apretó los labios para no hablar. Aquel rostro pacífico y
lleno de amor y sinceridad se transformó en un instante con la imagen de un
bandido terrible. Lo hago por nuestros hijos, Dorian —afirmó ella angustiada.
No aguantó un minuto más y se marchó al momento con pasos decididos. -¡Dorian! —gritó ella—. Espera un momento, no te vayas.
Él no le hizo caso y se perdió en la oscuridad de la noche. La maestra empezó
a llorar desesperadamente sin cambiar de parecer; su petición tenía mucho valor
para ella, y no podía sacrificar su honor de mujer a cambio de un amor
aventurero. Ella amaba demasiado al guerrillero, pero en aquellos mismos
instantes tomó aliento y fuerzas para no ir a desistir. Su corazón estaba herido
y sangraba lágrimas de agonía y confusión. Tuvo la intención de gritar como
una loca, pero algo la contuvo en su intento desesperado. Se sintió impelida a
seguir a Dorian y desistir de su petición. Dio varios pasos hacia él, pero las
piernas le temblaban y no pudo seguir.
Dorian también iba con el alma zaherida por la tristeza y el dolor. Su cabeza era
presa de un dolor físico indescriptible. Quiso llorar en el camino, pero no pudo
hacerlo. Estela se de-tuvo frente a la baranda de hierro y se mordía- los labios
de angustia. Había visto ir a su amor igual que el barco cuando despega del
puerto. Las estrellas se ocultaron como si hubieran estado presintiendo el
desenlace fatal de aquellos corazones desgarrados. Los primos de la maestra
regresaron y ella buscó rápidamente ocultar sus lágrimas y su angustia.
Conversaron algunos segundos y se dispusieron a regresar a la casa.
37
CAPITULO IX
LA TRAICION
—"El guerrillero fue descubierto gracias a la colaboración de la señora
Ana Berta Freces, natural de Gamarra".
Dorian se había hospedado en el Hotel Royal, situado en la Avenida Sexta. Al
día siguiente quiso abandonar el hotel, pero al bajar al primer piso de la casa
escuchó el siguiente comentario: —¿Y dónde diablos estará ese guerrillero
matón? —preguntó uno de los huéspedes. —Seguramente huyó a la ciudad de
San Cristóbal. Las autoridades lo están buscando por todas partes. —¿Qué
buscará ese guerrillero por estos lugares? —preguntó una mujer. --¡A lo mejor
está buscando una cucuteñita, o una venezolana!
Todos se echaron a reír en señal de broma y buen humor. El guerrillero
retrocedió con algo de nerviosismo. Permaneció escondido con atención y
disimulo. Los demás siguieron la conversación. —La radio dijo que ese
guerrillero ha matado por lo menos a cincuenta personas. —"; A cada puerco le
llega su sábado!" —declaró el dueño del hotel. Dorian regresó a su habitación,
cerró la puerta y examinó su revólver. Sacó doce balas y las guardó en el bolsillo
del saco. Luego habló en soliloquio: "Parece que hasta hoy fue mi carrera por
este mundo. ¡No importa, moriré guerreando con esos esbirros miserables!
¡Antes que la policía me eche el guante desocupare el revólver en la barriga de
esos desgraciados! Tomo el equipaje y bajó de nuevo. Pagó la cuenta al
empleado y salió a la calle. Cruzó la ciudad y se metió en una pensión en el
barrio de La Magdalena. En aquel lugar permaneció escondido todo el día.
Esperaba la noche para huir a Gamarra.
Un joven llegó afanado a Dorian y le dijo: Señor, tengo que decirle algo. ¿Qué
sucede? Hace como media hora llegaron varios detectives preguntando por un
hombre. El dueño de la pensión les dijo que a nadie había hospedado, pero ...
—¡Pero ¡qué, imbécil! —Bueno ... tuve que decirles la verdad. Dorian botó el
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cigarrillo contra el suelo y regresó a su cuarto. El joven lo siguió muy nervioso.
En la habitación conversaron un rato. —¿Y los detectives se fueron? —preguntó
Dorian con malicia.
—No señor, están en la calle esperando que usted salga para pedirle los
documentos de identidad. Ellos han dicho que en la ciudad está un guerrillero
muy peligroso y tienen que echarle el guante.
—¡El guante se lo voy a echar a usted, perro inmundo! Agarró al muchacho por
el cuello, pero entonces intervino una mujer: —¡Señor, no pierda más tiempo!
Un carro de la policía acaba de llegar; dizque andan buscando a un guerrillero.
Si usted quiere salga por encima de la pared, caerá al callejón del acueducto y
así podrá escapar. ¡Escape por favor, no nos meta en líos con la policía!
Dorian inmediatamente agarró su linterna y en segundos saltó la pared y cayó
al callejón! La oscuridad era total. Las balas de varios fusiles se estrellaron en
las tejas de la pared por donde había saltado el guerrillero. El perseguido a
tientas cruzó el callejón y salió del manicomio de la ciudad. No quiso utilizar la
linterna porque era muy peligroso. Tomó la dirección del barrio Alfonso López.
Seis hombres del SIC lo venían persiguiendo. Hicieron varios disparos y Dorian
se tiró al suelo al momento y respondió con su revólver. Quiso alcanzar una
pared en construcción, pero una bala hizo blanco en su brazo izquierdo. Gateó
con angustia hasta las paredes y disparó por tercera vez. Un agente se acercó
demasiado y Dorian lo mató. Los disparos se perdían en la inmensidad de la
noche. Los perros ladraban a la distancia.
Herido, Dorian siguió la marcha y llegó al parque Gaitán. Iba perdiendo mucha
sangre, la debilidad hacía mella en su organismo. Allí detuvo a sus
perseguidores con varios disparos. Cuando notó que solamente le quedaban tres
balas disparó con furia y se dispuso a correr. Buscó la dirección del barrio Santo
Domingo y se perdió entre los callejones en la oscuridad. Saltó una pared y se
metió en tina casa de familia. Los agentes del SIC siguieron por la parte baja
del camino y lo perdieron de vista.
La dueña de la casa oyó ruido, se levantó. Fue al interior del corredor y
descubrió que la puerta de la cocina estaba abierta. Hizo una oración a Dios y
se dispuso a entrar. Vio a un hombre y quiso retroceder, pero él le agarró por
una mano y le dijo: --¡No se asuste, señora, no deseo hacerle ningún daño!
Déjeme en su casa unas horas y yo le pagaré cien pesos. Unos hombres me
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venían persiguiendo y querían matarme. Eran ladrones. ¡Señora, ayúdeme por
favor!
La anciana dudó por un momento, pero al observar que él estaba herido en el
brazo cambió de parecer. —Mi esposo no está en casa, pero ... —¡Señora, tenga
confianza en mí, soy una persona honrada y respetuosa! —Está bien, pase por
aquí. Dorian tomó asiento y reposó un poco. Descargó su cuerpo sobre el
espaldar de la silla y exhaló un suspiro de alivio. Alguien tocó la puerta. El
herido sacó el revólver al instante. —¡Guarde el arma, señor, guarde el arma
con toda confianza! El que está tocando en la puerta es mi marido. Él trabaja en
el hospital y por lo regular llega muy tarde a descansar.
El hombre entró a su casa y la señora le contó todo lo que estaba sucediendo.
El dueño de la casa le preguntó al herido: —¿Le quitaron el dinero los ladrones?
—¡No señor, tuve la buena suerte de esconderme en esta casa y escapé de los
hampones. Su esposa me dijo hace unos momentos que usted es enfermero, ¿por
qué no me extrae la bala que tengo en el brazo izquierdo? ¡Yo le pago lo que
me pida!
—Bueno ... es mejor que vayamos al hospital, yo puedo llevarlo. —Me siento
muy débil; he perdido mucha sangre. ¡Yo no puedo ir al hospital! —¡Está bien!
Le extraeré la bala aquí en mi casa. Hay un sentimiento que me impulsa a
prestarle ayuda a usted. —¿Cuál? —preguntó Dorian sorprendido. —Hacerle
bien al prójimo, según lo indica Dios en su Bendita Palabra. Jovencito, Dios es
amor y nosotros los que creemos en él debemos amar a nuestros semejantes. Él
nos sacó del fango y de la miseria espiritual y nos colocó sobre la Roca que es
Cristo Jesús.
El guerrillero guardó silencio. La señora sospechó del joven desconocido; pero
decidió guardar silencio para evitar alguna cosa peor dentro de su casa.
Hirvieron agua y desinfectaron las pinzas. En media hora el enfermero efectuó
la operación en la cual le extrajo la bala. Le vendó el brazo y le rogó que
descansara en una cama de hierro. Ellos fueron, a su aposento, allí leyeron la
Biblia y oraron a Dios. Dorian sintió una fuerza extraña en su alma. Un
escalofrío corrió por su cuerpo, escalofrío que no tenía ninguna explicación
física.
La última oración la hizo el viejo enfermero: "Dios mío; yo no sé quién es ese
joven a quien le he prestado ayuda esta no-che. Tú lo sabes, Señor. Si él me ha
engañado, tú lo sabes también. Te pido que lo sanes de su herida, no solamente
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la que tiene en el brazo sino también aquella que tiene en el corazón. Señor mío;
él es un pobre pecador sin esperanza de vida eterna. Ten piedad de él. En el
nombre de Cristo. Amén."
La frente de Dorian estaba llena de sudor frío. Aquella oración le tocó una vez
más su alma y su espíritu. Buscó levantarse para escapar de aquella casa, pero
la debilidad física no se lo permitió. Después de media hora se quedó dormido.
Al día siguiente la señora le llevó hasta su cama un desayuno muy sabroso. Él
estaba sorprendido ante el amor y la bondad de aquella dama. El enfermero se
había marchado a su trabajo y la señora dejó Al joven solo, pues tuvo que ir al
mercado público para comprar los alimentos necesarios. El joven se levantó y
utilizó los servicios de un radiorreceptor. Sintonizó las noticias con una
tremenda sorpresa.
"De fuentes policiales muy bien autorizadas se ha confirmado que el terrible
guerrillero, Dorian González, se encuentra en la ciudad de Cúcuta. Anoche
precisamente fue perseguido por los agentes del SIC, entre los barrios
Magdalena y Alfonso López, de donde logró escapar en forma milagrosa. Hubo
un saldo de dos muertos y varios heridos. Se cree que el antisocial iba herido
por un brazo. También se ha dicho que es muy posible que se haya escapado a
la vecina República de Venezuela. El guerrillero fue descubierto gracias a la
colaboración de la señora Ana Berta Freces, natural de Gamarra, quien en un
gesto de amor cívico puso en expectativa a la policía."
Dorian lleno de furia le pegó un puntapié al radioreceptor. Luego dijo con
repugnancia: "¡Desgraciada perra! ¡Me las ha de pagar bien caro!"
Darían comprendió el peligro en que se encontraba y se Dispuso a abandonar
su escondite. Además, pensó que era posible la delación por parte del
enfermero. Examinó los bolsillos y encontró dos balas. Vio en la habitación un
saco de paño y un sombrero y los tomó. Necesitaba cambiar de aspecto para
evitar todo el riesgo posible ante la policía. caminó hasta la Estación Cúcuta, y
allí tomó el ómnibus rumbo a Ocaña.
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CAPITULO X
EL RETORNO
—¿Te puedo pedir un favor? —Estoy para servirte, Estela. —Ora a Dios
por la vida de Dorian
San Cayetano, Santiago, Gramalote, Lourdes, Sardinata y Abrego, fueron la ruta
del bandolero. Nadie lo identificó. Su aspecto era el de un turista. El sombrero
y los anteojos, el saco de paño y todo lo demás lo disfrazó de una manera
notable. Burló la policía en las alcabalas y llegó a la ciudad de Ocaña. Allí
permaneció tres días mientras se recuperaba del brazo. Sintiéndose recuperado
regresó a Gamarra cuando era de noche.
El corazón de aquel joven estaba herido por la nostalgia y la melancolía. Su
amor estaba representado en una bella mujer con la mente de santa. A Dorian le
fastidió aquella noble actitud. Él quería una mujer de esas que hay por ahí con
cara de ángel y con el corazón de sapo. El mundo de aquel guerrillero era
completamente distinto a los anhelos de ciudadano pacífico.
Buscó por todos los rincones de Gamarra el comité pro guerrillas y nada
encontró. Compró municiones en forma se-creta y regresó por el río Magdalena
con rumbo a La Gloria. Encontró a sus compinches muy nerviosos, pero nada
había sucedido con respecto a la policía y al ejército. Festejaron el regreso de
Dorian con una cena típica y mucho aguardiente.
—¡Catire! —gritó Dorian. -- ¡A la orden, jefe! - ¿Dónde diablos se ha metido
Ana Berta?
El Catire miró al suelo con muchos nervios y no respondió nada. con Ana Berta
—¡Catire!,.? ¿está sordo? ¡¡Respóndame!! ¿Qué ha pasado —¡Bueno ... éste le
contaré ... ¡Tartamudo del diablo, hable pronto porque le va a costar muy caro
el silencio y la cobardía que hay en su alma! Dudan sabía perfectamente que
ella lo había delatado; sin embargo, deseaba escuchar de los labios del Catire
toda la verdad. Los demás guerrilleros tenían miedo ante la conducta del
interrogado. Dorian con la furia de un loco empezó a gritar a sus compañeros.
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—¡Estúpidos, cobardes, ¿por qué no abren la jeta para responder?! ¿Dónde está
Ana Berta? —¡Jefe —respondió el doblón con nervios—; se marchó con
Antonio Chuecos! Ya nos había dicho el Tuerto que ese miserable estaba
enamorado de Ana Berta. Cuando usted se marchó, jefe, esos perros
desaparecieron.
Dorian agarró el machete y lo descargó sobre una mata de plátano. Todos
estaban con miedo, envueltos en un completo mutismo y observación. Conocían
perfectamente a su jefe cuando estaba embriagado de ira y confusión. --¡Ana
Berta es una puerca! ¡Su alma es como una carnada de gusanos! ¡Perra sarnosa!
... ¡Si todos los demonios de este mundo la están acompañando, yo los mataré
a todos para hacer la venganza que deseo! Uno de ellos afirmó con un poco de
temor: —Jefe, el Tuerto nos había dicho que ellos hacía varios meses estaban
enamorados. Cantaclaro también habló mal de ellos en el caserío de Santa
Elena. Él nos dijo que ellos eran unos traicioneros con las espuelas muy bien
afiladas. A lo mejor nos convenía que ellos se largaran de nosotros. —¿En
dónde los podremos encontrar? ¡Esos mal nacidos merecen la muerte! ¡Si los
pudiéramos encontrar les sacaríamos la lengua pedazo a pedazo! ¡La traidora
de Ana Berta buscó por mucho tiempo mi amor, pero me repugnaba! ¡Tenía la
ponzoña de un escorpión y el veneno de una serpiente! ¡Su alma hedía a zamuro,
y sus ojos eran como de chacal silvestre!
Se retiró un poco de sus amigos y en una forma inconsciente cambió de
semblante y disminuyó el volumen de su voz para decir: —¡Yo amo a otra
mujer, la llevo prendida en mi alma! Esa mujer es muy buena, por eso no deseo
seguir amándola, pero hasta ahora me ha sido imposible olvidarla. Ella se llama
Estela Flores. Tiene los ojos como de paloma y los labios como una fuente de
agua fresca. Su cabello es largo como el río Magdalena y su sonrisa como el sol
de mediodía. —¿Acaso es la maestra que encontramos en el pueblo de La Mata
aquella tarde? --Si, esa maestra del cielo, es la mujer a quien yo adoro sin poder
evitarlo.
Los sentimientos estaban traicionando al guerrillero. Jamás había hecho una
confesión romántica a sus compañeros. Él se jactaba de ser un hombre
indomable al amor. Siempre que buscaba las aventuras en los caseríos solía
decir que todas eran iguales. Pero aquella noche no pudo contener el influjo de
su corazón, y reveló toda la verdad de su amor. El Charrasqueado con un tono
de buen humor le dijo al guerrillero enamorado:
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—Patroncito, patroncito; ¡cuando se vaya a casar nos avisa para servirles de
padrinos! Todos se echaron a reír a carcajadas, y el Catire intervino bajo el
influjo del licor: —Yo le daré un regalo muy bonito y ... Dorian despertó de su
éxtasis, miró al Catire con odio, y exclamó azorado: —¡Deben olvidar todo lo
que les he dicho! Cuando hablé estaba sin conocimiento, había perdido la razón.
Tengo la cabeza llena de problemas y ... no sé qué hacer, hasta la fantasía me
persigue como un fantasma. ¡Yo no he dicho nada, ¿me oyen?! ¡¡Yo no he dicho
nada!!
Nadie lo refutó, buscar hacerlo representaba un gran peligro. Ellos entendieron
que su jefe había sido víctima de un arrebato emocional. Es que cuando el amor
se anida en el corazón de una persona, se parece algunas veces al niño miedoso
cuando canta en el cuarto oscuro para espantar a los fantasmas. Dorian estaba
enamorado y no podía ocultarlo. Cambió el tema en una forma intencional para
evadir comentarios al respecto.
—¡Muchachos, saldremos dentro de dos horas para la hacienda de un tal
Gulfredo Franco! Entiendo que algunos han estado tomando, pero no hay peros
que valgan. El lugar queda muy cerca de Zapatosa, no estamos muy lejos que
se diga. Asaltaremos la hacienda con todo fervor y nos haremos dueños de una
buena fortuna. Ellos son ricos y tienen muchísimo gana-do y caballos. Todos se
dispusieron a obedecer en forma inmediata. Cuando el jefe ordenaba algo era
mejor cumplirlo a cabalidad. La fiesta terminó aquella noche y los guerrilleros
emprendieron el viaje a Zapatosa.
La señorita Estela, la maestra de El Carmen, había regresado de sus vacaciones.
Ahora la encontramos enseñando en una escuela pública. Una tarde la visitó una
señora de nombre Fermina. Ella era la modista del pueblo, mujer de una cultura
muy notable y con un espíritu amable, cariñoso, lleno de gracia y simpatía.
Aquella señora le habla regalado una Biblia a Estela para que se la enviara al
guerrillero. El Carmen estaba bañado por el sol y sus llanuras parecían
guardianes vigilantes. Como era domingo y ninguna tenía responsabilidades de
trabajo se dispusieron a conversar por largo rato. Charlaron sobre modistería,
hicieron un poco de historia patria, recordaron los incidentes familiares y Estela
relató la muerte de su mamá en Cúcuta.
—Tendré que hacerte los vestidos color oscuro —afirmó doña Fermina. —
Claro que sí, le pediré que me haga la ropa un poco más larga. —¿Un poco más
larga de lo que la usas? ¡Muchacha, te van a confundir con una gitana! Las dos
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se echaron a reír con agrado y buen humor. Gozaban de una confianza muy
especial y sabían comprenderse en todo aquello de aspecto social. Entre risas y
comentarios la señora Fermina le preguntó: —Estelita, no me has dicho nada de
tu novio, ¿sabes algo de él?
La aludida guardó silencio por un instante y luego respondió con cierta
dificultad. —Bueno ... éste ... no sé qué decirte al respecto. Se levantó con
inquietud, tomó el peine y, muy nerviosa, empezó a peinarse frente a un espejo
grande. Miró a su amiga por el espejo y con un acento triste y melancólico le
respondió: —Nos encontramos en Cúcuta y estuvimos paseando en el coche de
mi tía, junto con mis primos. —A lo mejor hablaron sobre el futuro matrimonio,
¿verdad? —Sí, discutimos el asunto, pero no llegamos a un compromiso formal.
—¡Cómo es posible! —exclamó doña Fermina con acento curioso. —No ... sé
cómo contártelo.
Estela hizo un esfuerzo para no empezar a llorar. Volvió a la silla y, como si
tratara de recordar, continuó hablando lentamente. —Doña Fermina, ¡todo se
terminó! —Pero ... ¡es imposible! —afirmó la señora. —Nada en esta vida es
un imposible. Me parece que todo en esta vida es como un sueño fugaz; cuando
uno cree haberlo alcanzado todo entonces despierta de la fantasía y de la ilusión.
Le hice una petición a mi novio, y eso fue suficiente para que todo quedara en
las cenizas del olvido. —Estelita, ¿qué ha sucedido? —Ya entenderás. Una
señorita honrada y decente necesita asegurar su porvenir. Yo he estado
trabajando varios años fuera de casa para ayudar económicamente a mi familia.
Siempre he deseado encontrar a un hombre bueno que me sepa comprender y
... todo ha sido en vano. Doña Fermina, la amistad de mujer me hace revelarte
todo lo que ha pasado. Te suplico me escuches con paciencia todo lo que te voy
a contar.
--No te preocupes, Estela, para mí es un privilegio compartir contigo todas las
vicisitudes de esta vida. Estela suspiró profundamente y comenzó a narrarle
todos los hechos en relación al guerrillero. Entre varias cosas le dijo: —Yo le
supliqué con lágrimas en los ojos que abandonara las guerrillas y empezara una
vida normal y decente; pero ... no quiso oírme. Cuando le hice la petición su
rostro cambió de color, una palidez cubrió toda su cara de tal manera que por
un momento tuve miedo de él. ¿Acaso yo le ofendí? ¡Tenía que decirle que
dejara la vida criminal! Doña Fermina, ¿hice mal en hablarle así?
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—Estelita, domina tus emociones. Cuando una joven cae en la desesperación
está en los umbrales de la derrota moral y espiritual. —Pero, ¿hice mal en
pedirle que dejara las guerrillas? —Tú no hiciste mal en hablarle así, créemelo,
te lo asegura una mujer consciente de la vida y experimentada en el sufrimiento.
—¿Entonces por qué se marchó para siempre, dejándome sumida en el dolor y
en la desesperación? Doña Fermina, ¡yo amo a Dorian con todas las fuerzas de
mi alma! ¡Yo lo amo y no puedo olvidarlo!
La maestra empezó a llorar y su amiga buscó consolarla en todo momento con
expresiones envueltas en amor. La modista parecía una madre aconsejando a su
hija cuando la frustración se anida en los años de adolescencia. Después de unos
minutos le dijo con suavidad y cariño: —Estelita, sólo Dios conoce el destino
de sus criaturas. A lo mejor así tenía que suceder para el bien de los dos. Si
Dorian te ama de verdad también debe estar sufriendo por ti. Dice la Santa
Biblia que "todas las cosas nos ayudan a bien". Debes tener paciencia y
comprensión. Yo también estuve enamorada y Dios guió mi destino en una
forma perfecta.
—¿Quieres decir, entonces, que Dios no tiene interés en el amor humano?
¿Acaso Dios está muerto a la felicidad de sus almas y al valor del santo
matrimonio? —Estela, no he querido decir tal cosa, al contrario, Dios es bueno
y tiene mucho interés en sus hijos; él ha formado en este mundo lleno de
oportunidades y privilegios. Lo que pasa es que la situación te ha confundido
un poco. Debes recordar una cosa, Estela: —¿Qué cosa? —preguntó la joven al
instante. —; Que Dios te ama de verdad! —¿Cómo puedo entender el amor de
Dios en esta manera tan dolorosa?
—Estela, si Dios no te amara te hubiera dejado en las manos de aquel guerrillero
sin escrúpulos. Él te habría engañado con facilidad y tu honor de virgen honrada
hubiera quedado por el suelo. ¿No ves que Dios puso en el corazón de aquel
joven sinceridad y respeto para tu amor? Ya me has dicho que amas a ese
hombre demasiado, y no voy a prohibírtelo nunca por medios ilícitos envueltos
en mentira o exageración. Soy tu amiga y respeto tus sentimientos. Estela,
Dorian es tu ama-do, pero él no teme a Dios ni guarda su Palabra en los pasos
de la vida. Dios te ama mucho y lo demostró por medio di-rectos y personales.
Yo sé que te ha costado mucho dolor, pero muchas veces en medio de la
angustia llegamos a comprender el amor infinito de Dios. ¿Acaso estás burlada
por un hombre? Tú eres una señorita y mereces el respeto de tu familia y de tus
amigas.
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La maestra poco a poco fue recapacitando hasta que dejó de llorar. Se limpió
los ojos con un pañuelo y se dispuso a con-versar formalmente con su amiga.
—Doña Fermina, bien sabes que no tengo mis padres en este mundo. Mi mamá
acaba de morir y a mi padre nunca lo conocí. Ahora cuando he puesto mi
corazón y todas mis ilusiones de mujer en un hombre, todo se ha terminado
como la flor del campo. ¿Comprendes mi situación?
—¡Cómo no voy a entenderte, Estela! Mis cuarenta y cinco años de vida me
han enseñado muchas cosas en este valle de dolores. Yo también he sufrido,
pero con una Persona muy poderosa y llena de misericordia. —¿Quién es esa
persona? —¡Dios! El enseña a sus criaturas cómo alcanzar la victoria sobre
todos los problemas del mundo.
Estela miró con intriga a doña Fermina, como si se tratara de una gran
revelación. Rompió la pausa con una pregunta enfática: —¿Cómo puedo
alcanzar la victoria en medio de mi problema? —Necesitas buscar a Dios en la
oración. No te hablo de re-zar o de tener una religión que nos indique una
cantidad de ritos y ceremonias, te hablo de hablar con Dios por medio del
diálogo sencillo que nace de nuestros corazones y se eleva al cielo por medio
de la fe. Señorita, la oración es capaz de hacer milagros portentosos. ¡Si el
mundo supiera lo que es hacer oración en el Espíritu Santo, todo sería distinto!
La joven miraba sorprendida el rostro de su amiga con un respeto y con una
admiración inexplicable. Mientras la señora Fermina estaba hablando, algo
extraño ocurría en el alma de la maestra. Aquella dama conversaba con poder
sobrenatural. Transmitía confianza y serenidad a Estela. Esta última no pudo
contener su admiración y le dijo: —¡Tú hablas con un poder rarísimo! En tus
ojos hay un brillo de esperanza e inspiración. Doña Fermina, ¿quién te ha
enseñado a pensar de esa manera tan prodigiosa?
—¡La gracia de Jesucristo y su infinito amor revelado en la Biblia! —Pero ...
¿es posible que un libro te pueda contagiar de esa certeza tan maravillosa? —
Hijita de mi alma, créemelo de todo corazón; Dios es grande y poderoso para
resolver tu problema. Sólo tienes que confiar en ese Dios que nosotros los
seguidores del evangelio tenemos siempre para toda ocasión. Dios abrió el mar
Rojo para que su gente pasara por él y escapara de los egipcios. Dios con su
infinito poder domó las impetuosas olas del mar para que Israel escapara de la
muerte hizo caer pan del cielo en el corazón del desierto. Sacó agua de una roca
para dar de beber a sus siervos. Resucitó a Jesucristo con gloria y majestad, y
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lo llevó al cielo en una nube con poder y santidad. Estelita, Dios puede obrar
maravillas. Todo aquello que los humanos no podemos hacer Dios lo puede
hacer en cualquier instante. Él dice por medio de Jesucristo: "Pedid y se os
dará". Señorita, tu problema con Dorian puede ser resuelto si es que en su santa
voluntad él tiene escrito en el destino de sus vidas una felicidad matrimonial.
¿Acaso el Señor no puede cambiar el corazón de ese guerrillero y traerlo a
Cristo?
Mientras testificaba aquella señora a Estela, lágrimas vivas caían de sus ojos.
La joven no perdía palabra de aquellos labios piadosos y llenos de gratas
experiencias. Hubo una pausa y Estela aprovechó para afirmar: —Realmente
mujeres como tú jamás las he encontrado en mi vida. Mi dolor y mi angustia sin
saberlo explicar han desaparecido de mi pecho. Doña Fermina, continúa
hablando de tu vida con toda con-fianza, que tengo muchos deseos de seguir
escuchándote.
—Gracias, Estelita, gracias. Permíteme decirte que conocí a Jesucristo como mi
Salvador personal por medio de unos misioneros. Ellos me vendieron una
Biblia, la cual estudié por varios meses. Comprendí el camino de la salvación y
lo acepté en mi corazón. Los misioneros me ayudaron en mi conversión. Por
varios años viví en la hacienda de Los Rosales, la cual era de mi propiedad. Fue
en aquel lugar donde conocí a los misioneros cristianos. En aquella casa había
felicidad y prosperidad. Mi esposo también era un creyente del Evangelio de
Jesucristo. Dios en sus benditos designios permitió que mi marido pereciera
ahogado en las aguas de La Ciénaga y quedé viuda con un niñito de corta edad.
Una mañana fui asaltada por los guerrilleros, los cuales asesinaron a cinco
obreros en forma espantosa.
—¿Y qué hiciste con el niñito? —preguntó afanada Estela. —Realmente fuimos
protegidos por la misericordia de Dios. Mi hijito y yo fuimos salvados en una
forma extraordinaria. Todos murieron menos nosotros. ¿No representa todo ello
un milagro perfecto de Dios? ¡Estelita, vale la pena confiar en Cristo! El jefe de
los guerrilleros me estropeó, pero Dios hizo la obra y nos dejó con vida. Aquel
día el Señor me dotó de poder y valor para darle testimonio de Cristo a ese
bandido. Estela: ¡Necesitas confiar en Cristo para que salve tu alma y resuelva
todos tus problemas!
Hacía dos años que Estela había conocido a Doña Fermi-na. Esta era su modista,
pero las dos habían simpatizado y se tenían cariño. Estela se había dado cuenta
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del valor de esta mujer que amaba a Dios, pero no había podido comprender el
valor del evangelio y la fe. Aquel domingo Estela le dijo: —Doña Fermina, te
felicito por esa fe tan grande que tienes en Dios.
—Muchas gracias por tu elogio, Estelita. —¿Te puedo pedir un favor? —
preguntó la joven con timidez. —Estoy para servirte, Estela. —Ora a Dios por
la vida de Dorian, para que lo cambie por completo y lo haga una persona
distinta. —Estelita, debo confesarte que he estado haciendo oración por tu vida
y por la de Dorian desde hace más de un año. Mi petición ante Dios ha sido
continua. Deseo verlos un día convertidos al Evangelio de Jesucristo. Tanto el
guerrillero como tú necesita la gracia del Hijo de Dios. Para el Señor no hay
nada imposible. Él puede hacer la obra más difícil de este mundo. La joven
guardó silencio en demostración de respeto. mundo. Doña Fermina se levantó
y se despidió de su amiga. Salieron a la puerta y con un adiós cariñoso termino
la visita.
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CAPITULO XI
CON LA SUERTE DE ESPALDAS
"¡Parece que tengo la suerte de espaldas!" Una serpiente había mordido al
caballo.
Los guerrilleros asaltaron la hacienda del rico Gulfredo Franco, muy cerca de
Zapatosa. Entre asaltos a mano armada y encuentros con la policía fueron
acercándose al pueblo de El Guamal, a unos kilómetros de El Banco. Buscaron
todos los medios para entrar a Potosí, un caserío próximo a La Ciénaga de
Chilloa, pero les fue imposible. No tenían municiones y estaban en una
situación peligrosa. El ejército los buscaba por todas partes, pues tenían
conocimiento del asalto en la hacienda del señor Franco. Evaluaron las armas y
las municiones que les quedaban, y eran muy pocas. La situación era contraria
a los designios de los guerrilleros, pero los ánimos en aquellos hombres no
decaían. Discutieron el asunto y decidieron tomar por asalto el cuartel de la
policía de un pueblecito de nombre San Andrés. Las mujeres del pelotón ya no
estaban con ellos, algunas habían muerto y otras estaban en las manos de la
policía.
Pasaron la tarde escondidos en la sabana, muy cerca del caserío. Esperaron con
muchas ansias la sombra misteriosa de la noche para emprender su cometido
nefando. El grupo ahora constaba de veinticinco hombres. El Catire y otros
estaban espiando la situación en San Andrés. Todos esperaban el regreso de
ellos para tener plena seguridad de la situación. Cuando empezó a oscurecer
llegaron los espías.
—¿Cómo les fue? —preguntó Dorian con inquietud. -Muy bien, jefe; por lo
menos hemos podido volver vivos, respondió el Catire con agitación emocional.
Los espías le contaron que la situación era muy peligrosa para atacar a San
Andrés. El cuartel de la policía había sido reforzado y contaban con armas
modernas y suficientes municiones. Todo el pueblo estaba a la expectativa
contra los ataques guerrilleros, y algunas veces habían peleado conjuntamente.
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Dorian no aguantó el informe negativo de sus compañeros y gritó: —¡Ya basta!
... No quiero más informaciones llenas de miedo. ¡Lacio, venga acá por un
momento! —¡A la orden, jefe! —respondió el guerrillero. —¿Cuántos somos
por todos? —Veinticinco hombres. Cinco están vigilando en la sabana, tres se
encuentran preparando algo de comida, y los demás estarnos aquí. —
¡Muchachos! —exclamó Dorian—. Lucharemos con esmero esta noche. ¿Quién
puede ponerse a un grupo de hombres valientes, con el deseo noble de conseguir
armas para hacer justicia a favor de nuestros campesinos indefensos? ¡La
revolución de nuestra patria está en nuestras manos, y somos nosotros los
llamados a cambiar el orden social y político de un país que está muerto en las
garras de nuestros opresores asesinos!
Dorian sabía perfectamente que mentía en su pequeño discurso. Sólo buscaba
la forma de alentar a sus compañeros para que atacaran a San Andrés. Él sabía
que en su país no se podía adquirir la victoria por medio de un grupo de
bandidos, cuya finalidad cívica se había perdido para abordar el puerto del
crimen y el robo. Aquellos guerrilleros eran el símbolo vivo de los cazadores
de una revolución sin esperanza. El cabecilla ahogó la voz de su conciencia y
continuó diciendo: —Yo sé que algunos de ustedes están desarmados, pero no
tienen desarmado el corazón para pelear como hombres valientes. ¿Cuántos no
tienen armas? —Siete —contestó el Catire. Muy bien; la machetilla todavía no
ha perdido su filo. Los siete que no tienen armas de fuego deben proveerse de
las machetillas. Solamente necesitamos un poco de suerte, y el cuartel de los
"chulavitas" caerá en nuestras manos.
El Catire corroboró las palabras de su jefe con entusiasmo: —La casa donde
están los policías tiene un solar grande y las paredes no son altas; podremos
alcanzar el interior de la casa sin mucha dificultad. —¿Dónde está el Mulato?
—preguntó Dorian a los mu-chachos. —Aquí estoy, jefe, a la orden.
¿Averiguaste el asunto de la luz eléctrica? Sí, jefe. La planta eléctrica funciona
en una esquina, a fu entrada del pueblo, y trabaja hasta las once de la noche.
Empezaremos el asalto entre las diez y media y las once de la noche. Correcto,
jefe; tomaremos el dominio de la planta y todo quedará resuelto.
El luto de la noche había colocado su cetro invisible por todas partes. El grupo
de guerrilleros permaneció conversan-do a la luz de una hoguera hecha de palos
secos. Los zancudos hacían de las suyas mientras la luna dormía en el sueño de
la ausencia. En San Andrés todo parecía normal. Las tiendas aún estaban
abiertas y algunos campesinos jugaban al dominó en forma distraída. Apareció
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un hombre en un caballo cuyo galope era rápido y se dirigía al cuartel de la
policía. Los campesinos, atraídos por la curiosidad, lo siguieron. Dos policías
levantaron los fusiles y dijeron: —¡Alto ahí, o disparamos! ...
El desconocido detuvo la marcha y sacó un pañuelo blanco en señal de amistad
y paz, y luego gritó con mucho afán: ¡Traigo algo muy importante para ustedes!
¡Es de vida o muerte!
Los agentes bajaron los fusiles y le permitieron avanzar. El hombre dio aviso
inmediato de la presencia de los guerrilleros. Contó que estaban como a cinco
kilómetros de San Andrés, muy cerca de su casa. En cuestión de minutos toda
la policía estaba en movilización. El cuento se regó por todo el caserío y la gente
corría en busca de seguridad. La hora decisiva marcaba los últimos compases.
A las diez y media apareció el pelotón de guerrilleros. Venían con la disposición
de asaltar el cuartel de la policía a costo de la vida o la muerte. ¡Qué lejos
estaban de la verdad circunstancial de aquella noche de dolor y fracaso! Iban
como el ave ignorante cuando se acerca a la jaula, y como el novillo que va al
matadero. Buscaron el solar descrito por los espías mientras que los otros
avanzaron hacia la planta eléctrica. El reloj de la capilla indicó con los roncos
campanazos las once, de la noche. Todo estaba en calma cuando de pronto:
—¡Cuidado, jefe! —exclamó el Catire alarmado—. Hay varios agentes en la
planta. —¡Maldición! Alguien nos ha delatado. Los disparos empezaron por
todas partes y las llamas de la muerte encendieron sus lenguas de terror y sangre.
—¡Catire! —dijo Dorian—. Avise a los muchachos que retrocedan, mientras
les hago resistencia a esos miserables uniformados que cuidan la planta. Si nos
apoderamos de la planta eléctrica dominaremos la situación.
El aludido obedeció en forma inmediata. Los disparos cruzaron el aire como
candelillas y los muertos empezaron a cubrir las calles de San Andrés. Solo
habían pasado quince minutos y la situación para los guerrilleros estaba perdida.
El jefe corrió hasta un solar lleno de árboles y desde allí detuvo a los policías
que lo perseguían con ansiedad. El catire busco cruzar el parque de caserío y
cayo acribillado por las balas de los oficiales del gobierno. La mayoría de los
asaltantes estaban muertos y algunos detenidos.
Dorian comprendió la situación, aprovechó la densa oscuridad y se echó a correr
por la sabana en busca de su caballo. Media hora más tarde todo el pueblo de
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San Andrés estaba en calma y la policía se dispuso a recoger los cadáveres y los
heridos que pedían auxilio. Dorian huía en su caballo con rumbo hacia el rio
magdalena, en busca de un pueblecito llamado Los Aljibes, donde esperaba
encontrar refugio. La policía lo venía siguiendo.
Después de dos horas Dorian alcanzo el rio caudaloso del Magdalena, el cual es
línea limítrofe con el departamento de Bolívar. Había perdido las botas de cuero
y sus pies sangraban. Continuó playa abajo montado en su caballo buscando
sacarles una ventaja considerable a sus perseguidores, pero el animal comenzó
a relinchar y se detuvo al instante. Dorian saco su linterna del pollero de tela y
examinó al animal; tenía una herida en la pata delantera. Luego, angustiado dijo
para sí: “Parece que tengo la suerte de espaldas”.
Una serpiente había mordido al caballo y los efectos del veneno se adueñaban
de la vida del animal. Allí abandonó a su fiel compañero de varios años, tenía
que hacerlo. Estaba perdiendo el tiempo y los policías ya se encontraban muy
cerca de Él. A la distancia empezaron a ladrar los perros. Dorian espantó al
caballo con insistencia luego se escondió en un matorral a orillas del rio. Los
agentes del gobierno pasaron en sendos caballos rumbo a Los Aljibes. El
guerrillero los observó escondido y cuando los vio marchar, exhaló un suspiro
de aliento y confianza para luego decir entre sí: todavía no me ha llegado la hora
de morir. Tomaré la vía contraria y así los podré burlar una vez más. Buscaré la
forma de como cruzar el río."
Dorian caminaba con dificultad, pues no tenía zapatos y estaba cansado. hizo
un esfuerzo y caminó un buen trecho. Volvió a oír el ruido de los jinetes y se
escondió de nuevo detrás de un árbol junto al río. Aquellos caminantes eran los
policías que subían furiosos por el engaño efectuado por el guerrillero. Uno de
ellos habló mientras se acercaban al escondite del Perseguido, el cual estaba
junto al camino real. —Sargento Molina, el guerrillero no debe estar lejos de
nosotros. Ha perdido su caballo, y a lo mejor está buscando cruzar el río.
El sargento respondió a su compañero: —Yo encontré sangre humana en los
estribos del animal, seguramente el guerrillero debe ir herido. Cuando iban
pasando junto a Dorian, éste sintió miedo y un temblor en todo su cuerpo. La
luna había salido a la distancia. Los nervios acosaban al guerrillero. La
conciencia lo acusaba de su mala conducta. Sintió el frío de la muerte. No Pudo
aguantar más y bajo el embrujo de sus emociones abandonó el escondite y los
policías lo vieron. Se lanzó al agua del Magdalena y dos policías gritaron al
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unísono: ¡Allí va alguien corriendo, disparen! ¡Sargento, debe ser el guerrillero!
—afirmó un agente con sorpresa. —Continúen disparando —ordenó el sargento
con afán.
Las balas hicieron blanco en las aguas impetuosas del río, sin resultado positivo.
Dorian se había sumergido mientras ganaba distancia. La corriente lo llevó a
varios kilómetros de sus enemigos escapando del peligro y de la muerte. Luchó
contra el cordón fluvial por quince minutos, hasta que alcanzó la otra orilla. Su
rostro tenía el aspecto de un cadáver y su cabello mostraba desorden. Caminó
lentamente por la playa haciendo un esfuerzo sobrehumano. Los pies los tenía
hinchados y la sangre vertía de sus dedos. Tenía los labios secos y la ropa
pegada al cuerpo. Si alguien hubiera visto al guerrillero aquella noche de luna
lo habría confundido con un fantasma misterioso. Las ojeras adornaban los ojos
vivos del bandido y el corazón latía con rapidez. Cuándo hubo caminado como
tres cuadras se encontró con una casita de madera. Allí pidió hospitalidad
después de haber tocado la puerta como diez minutos. Los moradores eran
pescadores y lo recibieron con cariño y humanidad. Dorian les narró una serie
de incidentes muy distintos a la realidad de las cosas. Se cambió de ropa y tomó
algunos alimentos, para luego dormir algunas horas de la mañana.
Al día siguiente Dorian se marchó a un pueblo llamado Las Margaritas,
pertenecía al Departamento de Bolívar. Allí se quedó un tiempo. Aquel
guerrillero empezó a saborear la frustración de sus caminos sangrientos. Era
joven aún, pero su alma transitaba por la alcoba de la vejez. Dorian buscó
recuperarse de su derrota aventurera; pero muy poco consiguió. Creía estar
huyendo del aposento de sus temores cuando en realidad estaba cruzando los
umbrales de la cobardía.
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CAPITULO XII
EL VALOR DE UN TESTIMONIO
—Yo no comprendo cómo has podido cultivar la paciencia y la resignación.
—Estelita, la paciencia y la resignación vienen del cielo por la gracia de Dios.
La flora de Bolívar es majestuosa. El río Magdalena hiere las tierras cálidas con
su agudo fluvial. Los pequeños barcos y las canoas pesqueras adornan el río
como las flores y las gaviotas junto a la playa arenosa.
La situación política del país estaba tomando otro cariz. Revelaba síntomas de
paz bajo la bandera de la alborada nacional. Los ciudadanos buscaban por todos
los medios corroborar el esfuerzo del gobierno para terminar el crimen y la
violencia. Los zamuros y los chacales dejaron de encontrar carne humana en los
caminos y en los montes desolados. Las Fuerzas Armadas, por intermedio de
un general inteligente y patriota, estaba ofreciendo libertad a los guerrilleros a
cambio de entregar las armas y abandonar los caminos de sangre. Muchos
respondieron al llamado cívico. La amnistía alboreaba rayos de esperanza.
Dorian aún estaba en Las Margaritas envuelto en una indecisión terrible. Tenía
miedo a la vida futura y su corazón no encontraba la paz que anhelaba. Su mente
estaba turbada por la necesidad de una venganza, y no encontraba cómo cumplir
sus deseos profundos. Se informó de la determinación del gobierno, pero no le
dio mucha importancia. Entre ceja y ceja tenía guardado el deseo de venganza.
Delfi Carrizo caminaba con vida y prosperidad. y Dorian necesitaba arreglar
cuentas con él. El joven era víctima de ese sentimiento que arrastra las almas
hasta el mismo antro de los infiernos criminales. El guerrillero huérfano vivía
sin Dios y sin ley. Sus compañeros estaban en diferentes lugares; unos en la
cárcel y otros en la tumba. Decidió subir hasta el Puerto de La Gloria y allí
permaneció algunos días.
Estela, la maestra de El Carmen, había mandado varias cartas a Dorian, pero no
había recibido respuesta. Su amor por aquel joven era inmenso, y no podía
apartar de su corazón ese sentimiento con raíces tan profundas en el mundo de
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los humanos. No pudo soportar la situación y la soledad de su alma y buscó
consuelo en la señora Fermina, la modista del pueblo. Conversaron algún
tiempo hasta que entraron al tema del guerrillero. La maestra en un arrebato
emocional exclamó angustiada: ¡Doña Fermina, soy la mujer más infeliz del mundo! —Tenga paciencia,
señorita, tenga paciencia. Estela continuó como si estuviera soñando, con la
mirada perdida en la distancia. —Cuando yo tenía dos años mi papá murió;
luego mi madrecita entregó su alma para siempre en el hospital, y a Dorian lo
he perdido para siempre. A lo mejor lo han matado los soldados del gobierno.
Las dos mujeres dejaron rodar gruesas lágrimas por sus mejillas. Cayeron en el
lenguaje mudo del dolor. La modista tenía la gracia y la virtud de apropiarse de
los problemas aje-nos; amaba de verdad a la señorita Estela. El amor cristiano
y la fe en el Cristo de los Evangelios la habían enseñado a amar y a querer a su
prójimo desinteresadamente. Después de largo rato de silencio donde sólo se
escuchaban los sollozos del corazón, tomó la palabra doña Fermina.
—Estelita, escúchame un momento, por favor. La joven levantó su cara en una
actitud de comprensión. --¿Me permites que te llame hija? —Como tú quieras,
Fermina; tú has sido para mí como una segunda madre. —Estelita, no pienses
que el dolor solamente está en tu corazón; yo también tengo las huellas
profundas de ese sentimiento, pero Jesucristo ha saturado con su amor mis
heridas. Ahora sólo hay en mi alma cicatrices muertas de un pasado al cual ya
he muerto para siempre. Señorita: tú eres joven, bonita, con ilusiones y
esperanzas futuras. Bien mereces toda una felicidad en este mundo.
—Gracias, amada amiguita. Tus palabras me consuelan el alma. —Las canas
que posee mi cabeza son testigos de un pasado angustioso. Mi hermana cayó
asesinada, y no he llegado a saber dónde enterraron su cuerpo. Bien sabes que
mi esposo murió ahogado en las aguas traicioneras de La Ciénaga. Yo fui
asaltada por los guerrilleros en mi hacienda y perdí todo el ganado y el dinero
que tenía en efectivo. Ahora, me sostengo de modista; Dios no les falta a sus
hijos que en él confían. Por él estoy aquí y por su poderosa mano llena de
misericordia.
—Yo no comprendo cómo has podido cultivar la paciencia y la resignación. —
Estelita, la paciencia y la resignación vienen del cielo por la gracia de Dios. He
perdido toda mi fortuna de este mundo material, pero he ganado el tesoro más
grande de este mundo que por cierto es incorruptible. —¿Qué quieres decir con
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esas palabras? —preguntó intrigada la maestra. —Hija mía, cuando recibas a
Cristo en tu corazón lo podrás comprender todo.
Estela no continuó hablando, por un momento guardó silencio. El testimonio de
aquella señora hablaba sin hablar con la elocuencia de un ángel de Dios. La
joven no podía comprender cómo un espíritu podía alcanzar una esfera tan alta
cuya dimensión sobrepujaba a la vida normal de una persona. Comprendió que
se estaba comprometiendo mucho en asuntos de religión y en un instante
cambió el tema discutido. —¿Y dónde está tu único hijo?
La señora Fermina entendió la estrategia de su amiga, y con una sonrisa
disimulada respondió: -Mi niño se encuentra en casa de unos misioneros
evangélicos que viven en Maracaibo, Venezuela. - ¿Lo regalaste a ellos por tinta
y papel? -No, Estelita, eso nunca. Esos misioneros trabajaban muy cerca de mi
hacienda, en un lugar llamado Las Vegas. Su amor por las cosas de Dios y por
los pecadores sin salvación los llevó hasta mi casa. Cuando asaltaron mi
hacienda los guerrilleros, ellos me aconsejaron que les dejara llevar el niño a
Maracaibo para ponerlo a salvo del peligro de la violencia.
- ¡Ah, ahora comprendo mejor el asunto! Ellos se marcharon ante el peligro y
te dejaron abandonada en medio de la muerte. -Estelita, los misioneros no se
marcharon por cobardía o por falta de amor. Después del asalto en mi casa ellos
permanecieron en Las Vegas como dos meses, y continuaron visitando mi casa
como siempre. El consuelo que me impartieron sus palabras y su amor no lo
puedo describir con palabras. Cuando la muerte casi los alcanzaba se vieron
en la necesidad de abandonar el campo misionero. —¿Los iban a matar los
guerrilleros? —No solamente los guerrilleros, Estela, los chusmeros y los
religiosos fanáticos de aquella zona estaban de acuerdo para matarlos y
quemarlos en la plaza pública del caserío. Varias veces estuvieron a punto de
perecer, pero la mano de Dios los protegió. Eran tan valientes aquellos hombres
de Dios y, tan llenos de amor y compasión por las almas perdidas, que nunca
han podido olvidar los moradores de Las Vegas el testimonio elocuente de
aquellos misioneros. Cuántas veces fueron ultrajados y perseguidos por la causa
noble del evangelio. —¿Y por qué no te marchaste con ellos a Venezuela? —
Bien sabes que tenía mi hacienda y no podía dejarla abandonada o en las manos
de una persona desconocida. Mi esposo tuvo que trabajar muchísimo para
comprar la tierra y transformarla en una hacienda fructífera.
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—Doña Fermina —dijo Estela con sinceridad a su amiga—, yo no hubiera
podido afrontar las cosas de esa manera. —Yo tampoco, Estelita. Sólo el poder
de Dios nos puede capacitar para resistir las pruebas de este mundo. Allí en la
hacienda permanecí un año hasta que pude vender todos mis bienes. Luego viajé
a Venezuela para ver a mi hijo, y preferí dejarlo en las manos de aquellos
misioneros consagrados y buenos, con la condición de que cuando yo pudiera
tenerlo ellos me lo darían inmediatamente. Después regresé a este pueblo,
compré una casita y aquí me tienes como la modista de El Carmen y exclusiva
de la señorita Estela.
Las dos se rieron con acento de buen humor. El ambiente era completamente
distinto. La alegría en los corazones de ellas se dejaba ver. Conversaron largo
tiempo sobre cosas de menor importancia. Doña Fermina, con habilidad y
perspicacia afirmó a su amiga: —Dentro de unos días estaremos fes-tejando la
Semana Santa. En los templos evangélicos de todo el mundo se efectúan cultos
muy interesantes. Por ejemplo, aquí en El Carmen tendremos la visita de un
gran evangelista precisamente en los días santos.
—¿Predicarán sobre las siete palabras? —preguntó la maestra con timidez. —
Claro que sí, Estelita. Serán explicadas con sencillez con-forme a las Sagradas
Escrituras. ¿Nunca has estado en una capilla evangélica? La joven con cierta
incomodidad respondió a su amiga: —Nunca he visitado un templo protestante.
—En la Semana Santa, muchas personas buscan a Dios y... —Yo también debo
buscarlo, ¿verdad? —afirmó Estela con cierta picardía interrumpiendo a su
amiga. —Exactamente, Estelita. —Doña Fermina, tengo que ser sincera al
respecto. Los evangélicos para mí eran las personas más odiosas del mundo.
Les tenía miedo y odio a la vez, pero desde que te conocí todo ha cambiado por
completo. He visto en ti una moral elevada y una fé inteligente y poderosa. Tú
hablas con certeza de Dios y de Jesucristo. Muchas veces lo he llegado a sentir
en tus palabras y hasta en tus mismos ojos e imagen. Doña Fermina, te
acompañaré a las reuniones en la Semana Santa.
Mientras hablaba la maestra, la señora Fermina estaba orando a su Dios en una
forma silenciosa. Dios le estaba escuchando sus plegarias. Ella le dio las gracias
por el buen concepto que ella tenía de Jesucristo y de su Evangelio. Entre
comentarios amistosos las dos amigas cerraron el diálogo.
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CAPITULO XIII
LA AURORA DE LA REDENCION
—Reciba mi revólver, ya no lo necesito.
El calendario señalaba el año 1953 y el panorama nacional empezaba a gozar
de cierta paz y orden colectivo. La seguridad civil empezó a marcar las primeras
pinceladas de tranquilidad y respeto. Dorian permaneció en La Gloria varios
meses. En aquel lugar se informó de la muerte de Ana Berta y su amante. El
ejército les había dado muerte cuando trataban de asaltar el hato de Los Cisnes,
a quince kilómetros de Tamalameque. Sus cabezas fueron exhibidas en forma
pública por las autoridades oficiales. Dorian supo también sobre el posible
paradero de su enemigo Delfi Carrizo. Dizque lo habían visto últimamente entre
las ciudades de Gamarra y Aguachica.
La situación del guerrillero fue tomando un estado de ánimo obsesivo. Con las
noticias recibidas los minutos le pare-cían años y las horas una eternidad. Su
corazón estaba ansioso por encontrarse con el asesino de sus padres.
Él se dijo entre varias cosas: "A cada puerco le llega su sábado." La traidora de
Ana Berta ya cayó en el hoyo para que se la traguen los gusanos y todos los
infiernos; pero ... Delfi Carrizo ... Subiré a Gamarra a costo de lo que sea y
buscaré poner las cosas en orden. Ese " ..." me las pagará. Le sacaré la lengua y
se la haré tragar después, corno lo he hecho con los consumados "chulavitas".
El sol hacía gala con sus rayos candentes. El barco dejaba en la superficie del
agua un surco espumoso cuya presencia parecían remolinos suicidas. La marcha
del barco era lenta y penosa. Los acompañantes de viaje comentaban sobre la
Se-mana Santa. Dorian iba solo. Tenía sus ojos con la mirada perdida en el
corazón de las aguas inquietas. Parecía como si estuviera recordando los
pormenores de su vida pasada, llenos de sangre y desilusión.
Después de varias horas de viaje llegó a Gamarra de noche. El guerrillero con
la prevención necesaria se enterró el sombrero sobre su cabeza y utilizó los
lentes oscuros. El puerto estaba invadido por la música alegre y las cantinas y
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las tiendas permanecían atestadas de borrachos y mujeres de la vida alegre.
Dorian pasó allí varios días en la búsqueda constante de su enemigo, pero nadie
supo darle razón de él. Decidió ir a Ocaña para pasar los últimos días de la
Semana Santa. Oca-ña era menos peligroso para el guerrillero. Se hospedó en
un hotel y en su cama, acostado, empezó a meditar profundamente.
"Caramba, por todas partes no veo sino la imagen de Estelita, me parece verla
con aquella sonrisa de virgen pura y sencilla belleza." Y en una obsesión aguda
continuó pensando: "Estelita, yo soy un guerrillero vulgar, mis manos están
manchadas de sangre inocente. Cuando tenía quince años de edad empecé a ver
la sangre derramada por todas partes. ¿Por qué me he enamorado con tanta
pasión? He solicitado a muchas mujeres sin necesidad de amarlas; pero ... usted,
Estelita, se ha metido en lo profundo de mi alma. ¿Por qué debo amarla?"
Recapacitó por unos instantes y volviendo en sí exclamó: "El amor es como el
veneno de las serpientes y el pasatiempo de los idiotas. ¡No debo amarla, ella
me ha pedido demasiado! Un guerrillero como yo no debe permitir el amor en
el corazón. ¡Mi ansiedad es matar a Delfi Carrizo y debo cumplir mi venganza!
¡Necesito matarlo lo antes posible, sólo así calmaré mi sed de sangre humana!"
Aquel jueves santo fue para el joven bandido una eternidad envuelta en
tormento. Su corazón era un campo de batalla. Meditó muchas, pero muchas
horas, como el filósofo en sus razonamientos y como el científico en la
búsqueda de su fórmula deseada. Luchó para olvidar a Estela, pero cuando más
ansiaba olvidarla más la recordaba. Aquel joven estaba preso en la celda de su
propio corazón. ¿Quién puede resistir al amor cuando él toca a la puerta del
alma?
Dorian afirmó con agonía interior: "No puedo, no puedo perderla, la necesito
en mi vida. La buscaré y le diré que en cuanto resuelva un asunto delicado e
importante me casaré con ella, nos iremos a vivir a Venezuela, y empezaré una
vida honrada y pacífica. ¿Dónde estará mi virgencita pura y llena de amor?
¿Acaso está en El Carmen donde tiene su escuela?
Decidió viajar al día siguiente, pero era viernes santo y el tráfico de vehículos
brillaba por su ausencia. Cuando ya todo estaba perdido para viajar apareció
una ambulancia cuya ruta indicaba la carretera de El Carmen. Pidió que lo
llevaran y le respondieron en forma positiva. Llegó el joven al pueblo deseado
y averiguó sobre el paradero de la maestra, pero nadie le supo dar razón exacta.
La gente la conocía, pero no sabían si estaba en el pueblo o había partido para
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Bucaramanga o Cúcuta. Decidió entrar a una cantina para tomarse una cerveza
y allí se encontró con un viejo amigo, el Charrasqueado. Con-versaron sobre las
guerrillas un buen tiempo. Dorian le preguntó con acento oportunista: —
Charrasqueado, ¿se acuerda de los hermanos Carrizo, los dueños de la hacienda
Los Cisnes, en Bella Vista?
El aludido respondió en una forma pesada: —Usted habla de los ricachones de
Bella Vista. —Exactamente —afirmó Dorian muy interesado. --Figúrese usted
que los hermanos Carrizo eran personas de pistola en mano. Ellos fueron mis
amigos por algún tiempo. Cuatro de ellos cayeron acribillados a balazos por un
desconocido. Bueno ... todos tenemos que morir tarde o temprano. Los Carrizo
debían por ahí algunas cositas y tuvieron que pagarlas.
El bandido estaba un poco borracho y empezó a desviarse de la conversación
que a Dorian le interesaba, y éste último le volvió a preguntar: —
Charrasqueado, ¿sabes dónde está Delfi Carrizo, el mayor de ellos? —¡Cómo
no lo voy a saber, muchacho! —¿Dónde lo vio la última vez? —Este ..., a ver
si recuerdo un poco. Pasó la mano por su bigote poblado y, con un gesto burlón.
respondió: —Seguramente lo he visto en estos días. ¡Ajá, ya recuerdo, lo
encontré aquí en El Carmen! —¿Recuerda el lugar donde lo vio? —El lugar
donde lo encontré no recuerdo. Me parece que ...
Se echó a reír a carcajadas bajo los efectos del alcohol. Tenía el aspecto de un
hombre degenerado. Su rostro era fastidioso y repulsivo. El joven lo agarró por
el cuello con furia y preguntó de nuevo: —¿Dónde vio usted a Delfi Carrizo?
_conteste, imbécil! —Un momentito, un momentito y le diré dónde lo vi. ¿Por
qué se enoja mi señor?
Tomó el vaso lleno de cerveza, bebió un poco y luego continuó: —Me lo
encontré en el parque Santander, en la parte alta del caserío. --¿Hace cuánto
tiempo más o menos? —Como a las cinco de la tarde. Patroncito, no se enoje
conmigo. —¿Lo vio usted esta semana? —Sí, señor; ayer tarde.
Dorian soltó al borracho del cuello y se dispuso a pagar la cuenta de la cerveza
ingerida. Ahora sabía que el asesino de sus padres se encontraba en El Carmen.
La imagen de Estela desapareció de su mente ante la noticia del Charrasqueado.
El reloj indicó las siete de la noche. Sin pérdida de tiempo Dorian dejó a su
viejo compinche semidormido, y se marchó por las calles empinadas del
poblado. Llegó al Parque Santander, pero estaba solitario. El frío empezaba a
sentirse; había hielo en aquellas colinas adormecidas. Notó que algunas
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personas se dirigían a un sitio determinado y él las siguió creyendo que iban a
alguna diversión. El corazón de Dorian palpitaba con fuerza como si buscara
salirse de su pecho. Dorian tenía la esperanza de que iba a localizar muy pronto
lo que buscaba. Las personas que iban delante de él se pararon en la puerta de
una casa donde había una reunión evangélica. De aquel lugar salían notas
melodiosas y tristes de un viejo armonio. Hombres, mujeres y niños cantaban
al unísono un himno religioso que decía:
"En la vergonzosa cruz padeció por mí Jesús; por la sangre que vertió mis
pecados él expió. Lavará 'de todo mal ese rojo manantial; el que abrió por mí
Jesús en la vergonzosa cruz."
El ritmo de su corazón era tal, que por un momento pensó que lo iba a delatar
como el guerrillero más criminal de todo el país. Las piernas experimentaban
un temblor muy extraño. La emoción lo embargaba de tal forma que no tenía
explicación humana. Por su frente corrían mares de sudor frío. Continuó en la
puerta de aquella casa estático por la emoción. Recordó la escena de aquella
mujer religiosa en la hacienda de Los Rosales, cerca de La Ciénaga.
En aquellos mismos instantes sintió algo misterioso que se adueñaba de todo su
ser. Un mundo de tinieblas llegó a su mente como un rayo diabólico y apareció
la imagen de su ene-migo Delfi Carrizo. Pensó por un momento: "Necesito
matar al criminal más despiadado de todo el mundo. La sangre de mis padres
claman venganza. ¿Será posible que Delfi Carrizo encuentre en esta reunión?
No puedo averiguarlo ahora porque hay mucha gente; pero debo esperar hasta
que termine la ceremonia religiosa. Si él está aquí no se me escapará. Lo mataré
en las narices de toda esta gente beata y tonta. ¡Me vengaré, sí, me vengaré esta
noche!"
La mente del guerrillero era un manicomio en desorden y un infierno de
venganza. Las llamas de un sentimiento obstinado encendían los cirios de su
corazón. La influencia maléfica había tomado posesión de su voluntad. Revisó
el revólver con disimulo y se cercioró de tenerlo cargado de balas. Una señora
en una forma cariñosa lo invitó a pasar al salón, pero él le respondió en una
forma grosera que no quería entrar a ese lugar, que solamente esperaba a un
hombre para arreglar algunas cuentas pendientes.
Los evangélicos entonaban un himno religioso. Después leyeron la Biblia con
reverencia. El salón estaba lleno de gente en una actitud intachable. Recitaron
algunos poemas alusivos a la Semana Santa. Un joven como de veinte años
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estaba dirigiendo el culto desde una pequeña plataforma. Él dijo a los
congregados: "Vamos a escuchar con toda reverencia el mensaje de la Palabra
de Dios en los labios de nuestro invitado especial."
Un hombre como de cincuenta años de edad tomó el púlpito. Vestía un flux azul
marino. Pidió que todos inclinaran las frentes e hizo una oración pública con
mucho fervor y poder. Dorian lo observaba abstraído por una influencia
sobrenatural. Sus cabellos se erizaron y el temor inundó las habitaciones de su
alma. Mientras el orador exponía su sermón, el guerrillero sintió que un poder
extraordinario lo impelía a entrar al salón. Luchó varios minutos, pero no pudo
resistir más y se dispuso a tomar asiento en uno de los escaños rústicos de
aquella casa religiosa.
Cada palabra que salía de la boca de aquel hombre era como fuego en los huesos
de Dorian. Por la mente del guerrillero pasaron pensamientos de toda índole.
Las sangres de las mujeres asesinadas con el filo de su machetilla se cruzaban
por su imaginación. Los estómagos abiertos de aquellas indefensas mujeres.
Hombres descuartizados. Veía niños estrellados contra la pared y le parecía
escuchar gritos desgarradores de angustia. Por un momento creyó tener las
manos húmedas de sangre humana. El tema del predicador tenía que ver con la
persona de Jesucristo en medio de dos ladrones. El evangelista dijo entre otras
cosas:
"Amigo presente en esta ocasión: Si estás cargado de maldad y pecado igual
que los ladrones del Calvario, junto al Hijo de Dios, ven a Cristo esta misma
noche y el amor de Dios te limpiará de todo pecado. La sangre de Jesucristo
puede convertir tu corazón sucio y pecaminoso en un corazón blanco limpio
como las nubes del, cielo. El ladrón pidió a Jesús que se acordara de él cuando
viniera en su reino, y aquella petición le fue correspondida.
Amigo mío: tú puedes alcanzar el perdón de tus pecados. Sólo necesitas un acto
de fe y arrepentimiento en lo profundo de tu alma, de tu espíritu y de todo tu
ser. ¿Piensas que eres demasiado pecador para alcanzar la misericordia divina?
Ama-do amigo: Cristo tiene poder para borrar todos tus pecados, no importa
cuántos hayas cometido. "La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado."
Su sangre es eficaz y poderosa para convertirte en un hombre santo y
regenerado. Ven a él ahora mismo. No te detengas. Da el paso de fe. Huye del
infierno y de la condenación eterna. La oportunidad está abierta, no la
desprecies. Cristo te ama tal como eres. Acepta al Señor. Amén."
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Varias personas levantaron sus manos indicando con ello que recibían a
Jesucristo por la fe para salvación de sus pe-cados. En la mente del guerrillero
ya no estaba ensañada la venganza de los hombres sin Dios; lo había olvidado
todo en aquellos momentos. Estela tampoco ocupaba el pensamiento del joven,
todo era un cambio radical. La sensibilidad varonil tomó las riendas de su
espíritu y, cabizbajo permaneció sentado en el escaño del salón. El no levantó
la mano cuando hicieron la invitación. La congregación cantó un himno y el
evangelista pidió que pasaran adelante los nuevos convertidos a Jesucristo. En
el alma de Dorian hubo una guerra sin cuartel. Deseaba pasar adelante, pero
algo muy poderoso se lo impedía. Entonces Dorian invocó a Dios por primera
vez en su vida: "Dios mío, ayúdame para tomar una decisión esta no-che. Dios,
¿es verdad que eres una persona llena de amor y bondad? ¿Tienes interés en mí
que soy un criminal sin escrúpulo? Entonces, aclara mi mente y dame valor para
investigar esa creencia que he acabado de escuchar."
Hizo un esfuerzo para levantarse y no pudo. Sentía temor en su alma atribulada.
La frente estaba llena de sudor y los labios tomaron un color morado. El mal
hacía todo lo posible para detenerlo, y Dios, por medio de su Espíritu Santo, lo
impelía por medio del amor a pasar adelante. Efectuó el segundo intento y lo
consiguió. Pasó adelante cabizbajo y avergonzado por algo que le hacía ver su
culpabilidad ante Dios. Aquella noche el guerrillero rompió las cadenas que lo
ataban sin compasión. El poder maléfico desapareció de su alma y empezó a
sentir alegría profunda, seguridad y confianza. El infierno había perdido la
batalla en la vida espiritual de aquel bandido.
Dios había ganado por su amor. Hicieron una oración y terminó la reunión.
Dorian ya no sintió temor; una catarata de agua viva saltó sobre su espíritu
proveyéndole paz y vida eterna. Dios había tomado posesión de su vida.
Levantó la mirada hacia la gente que allí conversaba amistosamente y de pronto
... - ¡Estelita!, ¿usted aquí?
Ella lo había visto pasar adelante y casi perdió el conocimiento. Hizo un
esfuerzo para recuperarse de la emoción que la embargaba. Vestía con elegancia
y buen gusto. Su vestido era color oscuro. No pudieron contener la alegría y
corrieron a encontrarse. Los demás concurrentes los miraban con mucha
curiosidad, no comprendían el milagro del poder de Dios en el destino de
aquellas personas. Después lo supieron perfectamente por medio del testimonio
de los recién convertidos al evangelio.
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—¡Dorian de mi alma! —exclamó ella emocionada. —¡Estelita! —dijo él con
un abrazo caluroso. Dorian le preguntó al instante: —¿Se ha convertido al
Evangelio? —Sí, Cristo ha entrado en mi corazón para darme una felicidad
perfecta. —¿Cuándo se convirtió a Cristo? —preguntó él emocionado. —
Anoche doña Fermina me invitó. Déjame presentártela, ella es muy buena y por
cierto mi mejor amiga en este pueblo.
Efectuó una señal y llamó a su amiga predilecta. Ella estaba conversando con
algunas personas muy distraída. Cuando estuvo junto a ellos dijo la maestra: -Dorian, te la presento: —Fermina viuda de López. Dorian González. Los dos se
quedaron atónitos. Por un instante no podían hablar. Intervino Estela
sorprendida: —¿Se conocían ustedes antes? La señora Fermina rompió el
mutismo y le preguntó al joven: —¿Eres tú el ...? El joven la interrumpió
afirmando: —¡Sí, yo soy el guerrillero que asaltó su hacienda! --¡Tú apellido
me parece conocerlo! —exclamó la modista asombrada. Soy hijo de los que
fueron en vida Delmira de González y Elibey González.
--¿Los que fueron asesinados por los "chusmeros" en los Paticos? —
Exactamente. —; Sobrino de mi alma ... Yo era hermana de tu madrecita
Delmira.
En aquel salón todos lloraban de alegría. El guerrillero había olvidado por
completo el motivo principal de su visita, Cuando habían pasado como quince
minutos apareció el evangelista: él había atentido a los convertidos, pero
deseaba saludar al joven visitante. Se dieron la mano con cariño y cordialidad.
– Dorian González.
--Soy el evangelista Delfi Carrizo.
Dorian echó mano al revólver con la velocidad de un rayo. Todos se quedaron
estupefactos. Cuando tenía el arma en la mano para disparar reflexionó por un
instante. Nadie se atrevió a pronunciar palabra. Miró de nuevo al evangelista,
quien no se movió, sino que se puso a orar en silencio. Allí estaba uno de los
legítimos asesinos de sus papás. Permaneció con el revólver frente al pecho del
predicador y dijo entre sí: "Ahora yo Soy cristiano y eso representa que debo
temer a Dios y guardar su Santa Palabra. No debo hacerle ningún daño, él es
hijo de Dios yo también lo soy. Cristo me ha perdonado a mí y yo debo
perdonarlo a él."
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Allí todos estaban orando en silencio. Dorian interrumpió el silencio para
afirmar lo siguiente: ---hermano Delfi Carrizo, reciba mi revólver, ya no lo
necesito, Ie hace entrega del arma el hijo legítimo de Elibey González y la
señora Delmira de González Concha. Los mismos que usted mató, junto con
sus hermanos, en Los Paticos.
El evangelista retrocedió ante tan solemne declaración. Dorian avanzó hacia
Delfi Carrizo con paso firme envuelto en una sonrisa llena de lágrimas, y lo
abrazó con amor cristiano. El predicador hizo lo mismo con su nuevo hermano
en la fe de Jesucristo. Los dos lloraron en el símbolo de la reconciliación y en
la experiencia del perdón bajo el influjo de dos vidas cambiadas por el poder
tangible del evangelio de Jesucristo.
Aquella noche lloró el guerrillero en la emoción de un corazón sensible y
transformado. Todos cayeron de rodillas para hacer una oración, El evangelista
Delfi Carrizo colocó sus manos sobre la cabeza del ex guerrillero. Éste tomó la
mano de Estela, y en un mismo Espíritu elevaron sus corazones a Dios en Amor
y Gratitud.
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