SÍGUENOS EN @Ebooks @megustaleerarg @megustaleerarg Para Isabel y Carlos, nuestros superabuelos. Los amamos eternamente. Evelyn y Melina El sol del mediodía hacía que el calor en Tembleque fuera casi insoportable. Algunos habitantes del pueblo se refugiaban en sus casas mientras otros afortunados disfrutaban de sus piscinas. Cuando el reloj marcó la una ya todos los comercios habían cerrado por la hora del almuerzo y las ca es estaban prácticamente desiertas. Sin embargo, y a pesar del aplastante calor, dos personas subían la colina lentamente con su mascota, rumbo a la antigua casona de la abuela Rita. Uno de los dos era el panadero del pueblo, un hombre mayor, de unos setenta años. Era de esa clase de personas que con solo mirar a alguien lograba sacarle una sonrisa por su amabilidad y dulzura, pero tenía algo muy curioso: si bien su negocio evaba más de cuatro décadas en el pueblo y todos los habitantes lo conocían, nadie sabía su verdadero nombre. Incluso su nieto Dani, que caminaba a su lado, parecía ignorarlo, ya que solo lo amaba “abuelo”. La abuela y el panadero habían sido amigos durante años en su juventud, pero luego sus caminos se habían separado cuando Rita empezó a comprar en la panadería rival. Sin embargo, todo había cambiado un mes atrás, cuando se reencontraron en una clase de reggaetón. Desde ese momento parecían inseparables. —¡Abuela, están llegando! —avisó Lyna, que estaba tan aburrida que no había conseguido mejor distracción que pasar el rato mirando a través de la ventana. —Ay, ¿llegás a ver si trajo pan? —preguntó la anciana, asomando su cabeza desde el marco de la puerta de la cocina. —A veces parece que solo te importa por el pan —dijo Melina entre risas mientras miraba jamente el ventilador que tenía justo frente a e a. —¡Eso es mentira! —respondió Rita muy seria—. ¡También me gustan sus pastelitos! En ese momento las hermanas esta aron en carcajadas. La abuela las miró sin comprender, pero comenzó a reír también, para que no notaran que no había entendido el chiste. La vieja reja del jardín delantero chirrió cuando el panadero la empujó. Apenas Lyna abrió la puerta principal de la casona para recibirlos, el Señor Pato se precipitó hacia la gran fuente de la entrada para darse un chapuzón. Estaba tan entusiasmado que con su salto los salpicó a todos. El panadero sonrió al ver al animalito feliz y graznando en el agua, pero el gato de Dani no estaba tan feliz, porque odiaba el agua. —¡Uy, tanto tiempo sin vernos! —le dijo la mayor de las niñas a Dani en tono de burla. La tarde anterior, como casi todas, también habían recibido su visita—. ¿Qué estuviste haciendo de interesante? —No puedo decirte, es un asunto secreto —respondió Dani. —Estuviste todo el día jugando con el gato, ¿no? —lo interrogó Melina. — Mmm… sí —admitió el chico, con vergüenza. Melina se evaba bien con el nieto del panadero, pero su hermana y Dani se habían convertido en mejores amigos en muy poco tiempo. A pesar de que él era muy tímido y bastante ca ado, se sentía cómodo con Lyna, quien solía hablar por los dos y sacaba temas de conversación que a ambos les interesaban, porque tenían la misma edad y gustos parecidos. —¡M’ hijitos, a comer! — amó Rita y todos fueron al comedor. Durante el almuerzo, disfrutaron la comida, conversaron y rieron hasta que no quedó ni una miga sobre la mesa, y luego los niños ayudaron a sus abuelos a lavar los platos. —Bueno m’ hijitos, pueden ir al jardín a jugar si quieren —sugirió la abuela e inmediatamente los niños salieron junto a sus mascotas para disfrutar el día. —¿Y si jugamos a las escondidas? —propuso Melina, aburrida. —No, ni hablar, a ver si pasa como la última vez que estuvimos dos horas buscando a Daniel. Casi amamos a la policía y resultó que se había ido a comprar un chocolate al pueblo y nunca volvió —recordó Lyna. —Nadie había dicho que teníamos que escondernos dentro de la casa y tenía ganas de algo rico —se defendió Dani encogiéndose de hombros. —¿Y si jugamos con los abuelos? —preguntó la hermana mayor. —El mío ya debe estar durmiendo la siesta, pero podemos intentarlo — aclaró Dani. Lyna sonrió, fue hasta la casa y se asomó por la puerta entreabierta. En ese momento alcanzó a escuchar que Rita hablaba en voz baja con el panadero. Tanto secreto despertó su curiosidad y decidió no interrumpir para escuchar de qué estaban hablando. Entonces, se acercó un poco más y aguzó el oído. —¿Y cuándo les damos la noticia? —Y… hoy, ya no podemoS eSperar más ¿Tenían que darles una noticia? ¿Sería algo bueno o malo? Lyna estaba ena de preguntas. De pronto la abuela, que estaba sentada en el si ón de la sala de estar, se puso de pie. —Creo que se me va a quemar la tarta de manzanas, panadero —se lamentó mientras caminaba hacia la cocina para revisar su postre. Lyna dio media vuelta, y volvió con su hermana y Dani para que no la descubran los abuelos. —Chicos, algo está pasando —dijo confundida mientras se sentaba en el borde de la fuente para acariciar la cabeza del Señor Pato, que seguía chapoteando—, los abuelos tienen un secreto. —¿Un secreto? —preguntó Melina en voz baja, como si temiera que los ancianos la escucharan. —Sí, los escuché hablar bajito de una noticia que tenían que darnos y parece que se la guardan desde hace tiempo —le respondió su hermana mayor. —¿Será algo bueno o malo? —preguntó Dani. —No sé, hablaron muy poquito, no pude saber nada más —dijo Lyna mientras se encogía de hombros. Desde ese momento los niños no pudieron quedarse tranquilos. Sus cabezas iban a mil, empezaron a generar las más locas teorías sobre lo que podía estar pasando e, incluso, egaron a pensar que el secreto era que sus abuelos se casarían. —M’ hijitos, ya es hora de merendar —anunció la abuela desde la cocina al cabo de un buen rato. Los tres chicos entraron. Lyna evaba al Señor Pato envuelto en una toa a porque no había salido ni un segundo de la gran fuente. El gato de Dani seguía a su dueño muy de cerca: era casi imposible apartarlo de él. —Tenemos algo que contarles —dijo la abuela, nalmente, cuando todos estuvieran sentados alrededor de la mesa de la cocina con su porción de tarta de manzana en el plato. Los nietos se miraron entre sí, abrumados. ¡Era momento de descubrir la verdad! —¿Qué cosa? —preguntó Dani luego de unos tensos segundos. —¡Nos vamos de vacaciones todos juntos! —respondió la abuela Rita con una gran sonrisa en los labios. —¿Cuándo? ¿A dónde? —preguntó Melina casi saltando de su asiento por la emoción. Hacía mucho no pasaban unas vacaciones en familia y como ahora eran más, el viaje prometía ser muy divertido. —Em… bueno… el vuelo sale esta noche, así que mejor nos apuramos — respondió Rita, con toda naturalidad, como si hubiese dicho que faltaba un mes. ¡Pero solo tenían unas horas para preparar todo! —¡¿QUÉ?! —gritaron los tres al unísono. —Es que si les decíamos antes se iban a poner insoportables durante semanas y yo ya estoy vieja para tener que escucharlos todo el día preguntando cuánto falta para el viaje —se justi có Rita—. Así que vamos, apúrense, vayan a preparar las maletas que yo quiero mar, sol y paz; y si no las hacen a tiempo me voy sola con el panadero. Dani y el panadero se fueron a armar el equipaje y dos horas más tarde ya estaban de vuelta en la casa de Rita, listos para partir. Lyna y Melina, mientras tanto, ayudaban a la abuela a encontrar su traje de baño. —Les juro que estaba en este cajón, m’ hijitas —dijo Rita, irritada. —Ya buscamos tres veces y no está, abuela —respondió Lyna—. ¿No lo habrás dejado en otro lugar y no te acordás? ¿Cuándo fue la última vez que lo usaste? Rita se tomó unos segundos para pensar la respuesta. —Mmm… creo que como en los años sesenta o por ahí —respondió nalmente—. Ah, ¡qué buenas épocas! —Ya se debe haber desintegrado entonces —se burló Melina en voz baja. Decidieron que comprarían uno nuevo cuando egaran a destino y terminaron de empacar sus cosas. Poco tiempo después, dos taxis pasaron a recogerlos para acercarlos al aeropuerto. Al egar, las niñas estaban muy entusiasmadas: ¡era la primera vez que tomarían un avión! Estaban nerviosas y ansiosas al mismo tiempo por la idea de viajar tan lejos para unas vacaciones soñadas. Los que no parecían demasiado contentos eran el Señor Pato y el gato de Dani, que viajaban en sus cajas transportadoras. Una vez en el avión, Lyna, Melina y Dani se sentaron juntos en una la y los abuelos se acomodaron en la de atrás. Las mascotas habían subido con e os y viajaban cada uno en su jaulita, en el regazo de sus dueños. —Bueno, m’ hijitos —dijo la abuela Rita cuando estaban a punto de despegar —, nos vemos en unas horas, con el panadero nos vamos a echar una siestita. Y la siesta duró cinco horas. Al despertar, el avión estaba a punto de aterrizar. Mientras volaban, los chicos habían pasado el rato mirando películas y conversando muy tranquilos, salvo por un pequeño incidente cuando repartían refrescos: Lyna, sin querer, volcó parte de su bebida en los pantalones de su hermana, por el poco espacio que había entre los asientos. —Ay, Melinita, podrías haber ido al baño si lo necesitabas —se burló la anciana cuando, al bajar del avión, vio la marca que le había dejado Lyna en la ropa. Una camioneta que los estaba esperando a la salida del aeropuerto los trasladó al hotel. A í habían reservado dos habitaciones: una para Rita con sus nietas y otra para Dani y su abuelo. Las niñas entraron a la habitación, se dejaron caer sobre las camas y comenzaron a reír: ¡era un sueño hecho realidad! Melina pronto fue hacia la ventana, abrió las cortinas y dejó al descubierto el hermoso paisaje. —¡Tenemos vista al mar! —gritó de emoción. Si bien Lyna y Melina querían aprovechar la primera mañana de vacaciones, como no habían descansado durante el vuelo enseguida se quedaron dormidas. El Señor Pato, que se había acurrucado con su dueña, la despertó un par de horas después mediante graznidos y picotazos amistosos. Lyna abrió los ojos lentamente y comenzó a mirar a su alrededor: Melina estaba durmiendo en la cama de al lado. En el lugar de la abuela había un gran desorden, su ropa estaba tirada por todos lados, pero e a no estaba ahí. —Ay, ¡menos mal que te despertaste, Lynita, ya es mediodía! —dijo con entusiasmo la abuela mientras su cabeza aparecía desde la puerta del baño—. ¿Podés creer que no encontraba mi traje de baño? Estuve buscándolo por todos lados —rezongó. —No, abuela, es que no lo trajiste, ¿no te acordás? —le respondió Lyna, aún con voz de dormida e intentando ponerse de pie luego de la siesta. —¿Ah, no? —preguntó sorprendida—. Bueno, igual no pasa nada porque me compré uno en la tienda del hotel. Mirá, m’ hijita, estoy lista para la playa. Rita salió del baño y dejó ver su nuevo atuendo: un amativo traje de baño de una pieza color rojo. Caminó hasta su cama y se cambió los lentes por las gafas de sol. —Abuela, ¿estás segura de que es buena idea ir sin los anteojos de aumento? —preguntó Melina, que acababa de despertarse por el ruido que su hermana y su abuela estaban haciendo en la habitación. —Lo tengo todo bajo control —respondió Rita—. Ahora vamos, pónganse sus trajes de baño que quiero ir al mar. Las niñas se prepararon al instante. Pusieron dentro de una mochila las toa as, el protector solar y unos juguetes que la abuela les había comprado cuando salió a buscar el traje de baño. Enseguida fueron a amar al panadero y a Dani, que estaban en la habitación contigua, para ir todos juntos a la playa. El Señor Pato enloqueció al ver tanta cantidad de agua junta. Corrió hacia el mar, se sumergió y todo parecía estar bien hasta que comenzó a hacer caras algo extrañas y volvió corriendo a su dueña graznando enojado: al parecer, el agua salada no era de su agrado. El gato de Dani, en cambio, procuró mantenerse lo más alejado que pudo del mar. Rita y el panadero decidieron que se echarían a tomar sol un rato, así que los niños les pidieron permiso para ir a explorar el lugar. —Sí, m’ hijitos —les dijo la abuela— pueden ir, pero no muy lejos, eh — agregó. Así que Lyna, Melina y Dani, seguidos por el Señor Pato y Gatooo, comenzaron a caminar por la playa sin saber realmente a dónde se dirigían. La caminata fue muy divertida, porque no paraban de hablar y todo los sorprendía. —¿Cuánto caminamos? —preguntó Lyna deteniendo el paso. Había pasado un buen rato desde que se despidieron de sus abuelos, pero el tiempo se les había ido tan rápido que no lo habían notado. Miraron hacia todos lados y comprobaron que ni Rita ni el panadero estaban al alcance de la vista. De hecho, la playa estaba desierta a su alrededor. —Creo que deberíamos volver —dijo Lyna un poco asustada. ¿Y si Rita se preocupaba por e os? ¿Si pensaba que algo les había pasado por ausentarse tanto tiempo? —Sí, volvamos —respondió Melina. —Chicas, miren esto —gritó Dani. Lyna y Melina voltearon para ver dónde estaba su amigo y corrieron hacia él. —¿Qué es? —preguntó Melina al egar a su lado. Era la entrada a una mina abandonada. Si bien parecía que nadie había trabajado en e a por muchísimos años, aún se podían distinguir estructuras de madera y antiguas vías que usaban para transportar lo que obtenían de a í dentro. También había tablones de madera en la fachada. Estaban rotos y se podía ver claramente que alguien los había dañado a propósito para acceder a la mina; seguro eran señal de que la entrada solía estar tapiada para que nadie pudiera ingresar. —¿Y si entramos a ver? —sugirió Dani. —¿Estás loco? —le respondió Lyna, impaciente—, los abuelos creen que estamos cerca, tenemos que volver ya o nos van a matar. —¿Y podemos venir después? —preguntó él decepcionado. —Tengo una idea —intervino Melina—. ¿Y si les preguntamos a e os si quieren explorarla con nosotros? Sería como una de nuestras aventuras, yo creo que a la abuela le va a encantar —concluyó. —Bueno, si nos dejan venimos todos, pero ahora vámonos porque quiero mantener mi cabeza en su lugar —dijo Lyna. Al regresar con sus abuelos, los niños descubrieron que no habían notado su ausencia en absoluto: ambos estaban acostados boca abajo sobre sus toa as de playa, profundamente dormidos. —Les dije que podíamos explorar y no pasaría nada —se quejó Dani mientras abrazaba a su gato. —Abuela, panadero —dijo Lyna en voz muy alta, ignorando a su amigo—, ¿están despiertos? Era claro que no lo estaban, pero al escuchar los gritos de su nieta, Rita se despertó sobresaltada. —¿Qué? ¿Quién es? ¿Qué pasa? —preguntó mientras intentaba darse vuelta. —No te asustes, abuela —le dijo Melina muerta de risa al ver su reacción. Pero enseguida se puso seria cuando Rita pegó un grito de dolor. —¡Ahhh! —chi ó mientras se movía sin parar hacia un lado y el otro—. ¡Me quemé el trasero! La anciana había olvidado ponerse protector solar y se había quedado dormida bajo los implacables rayos del sol por tanto tiempo que su espalda estaba roja como un tomate. Sus nietas la ayudaron a incorporarse y todos volvieron al hotel para tratar las quemaduras de la piel de Rita. Cuando egaron, la abuela se recostó con mucho cuidado sobre la cama y comenzaron a ponerle paños húmedos. Lyna y Melina pasaron el resto de la tarde consintiendo a Rita para que se sintiese mejor y el panadero se fue a dormir la siesta. Dani, mientras tanto, se divertía mirando cómo interactuaban el Señor Pato y su gato. A la mascota de Lyna le encantaba picotear a Gatooo, pero a este no parecía hacerle mucha gracia. Al día siguiente, la abuela se encontraba de mejor ánimo y, aunque todavía le costaba un poco sentarse, ya podía hacer la mayoría de las actividades que se proponía. Llegaron a la playa a media mañana. El panadero le compró un helado a cada uno de los niños y Rita los obligó a todos a usar protector solar para que no terminaran como e a. —Abuela —le dijo Lyna mientras la anciana le pasaba la crema por la espalda —, hay una mina abandonada no muy lejos de acá, ¿podemos ir a explorarla? —¡Ni loca, m’ hijita! Si les pasa algo, sus padres me matan —respondió Rita. —Pero... —insistió Lyna. —A ver, Lynita, yo vine acá por sol, playa y arena. Las minas abandonadas no están en mis planes. Lyna, algo decepcionada, les lanzó una mirada a su hermana y a su amigo, que estaban algo apartados a la espera de una respuesta. Dani, al entender la señal, bajó la cabeza. Estaba muy entusiasmado por la exploración y toda su alegría se había desvanecido en un instante. Mientras Melina y Lyna jugaban con el Señor Pato, Dani se dedicó a observarlas durante un rato, frustrado. Pero poco después una idea cruzó su mente: si bien Rita no había permitido que sus nietas se alejaran, nunca lo había mencionado a él. Y, además, si e as se quedaban cerca de la anciana nadie notaría su ausencia si se alejaba solo por un rato. Miró al panadero y con rmó que estaba profundamente dormido sobre su toa a. Se colgó discretamente la mochila que había preparado para la aventura con un par de bote as de agua, algo de comida y una linterna, y se dirigió a la antigua mina seguido por su gato. Dani se alejó muy tranquilo mientras comía su chocolate favorito. Cuando egó a la entrada de la mina quiso guardar el envoltorio en su mochila, pero le erró al bolsi o y el papel quedó en la arena sin que él lo notara. —Vamos, Gatooo — amó muy entusiasmado a su mascota. Dani comenzó a recorrer la mina guiado por la luz de la linterna. Lo hacía con mucho cuidado, porque el suelo estaba cubiertos por rocas enas de verdín, que eran bastante resbaladizas y además estaban mojadas porque el agua salada se ltraba al subir la marea. Cuando logró traspasar las rocas encontró unas vías que seguían un camino recto. Dani y Gatooo las recorrieron sin inconvenientes hasta que egaron a una bifurcación. —Mmm… ¿derecha o izquierda, Gatooo? —dudó frente a los dos caminos. —Miau —mau ó su mascota concentrada en lamer una de las patas delanteras. —Sí, yo también iría por la derecha —concluyó el chico y retomó la caminata. Dani estaba maravi ado por lo que veía, el lugar parecía sacado de una película. El tiempo se había detenido dentro de esa mina. En un rincón oscuro encontró un cofre y la curiosidad pudo con él. Se acercó y abrió la tapa. Había varias herramientas en el fondo del baúl, entre e as, los picos que solían usar los antiguos mineros para excavar las rocas. También había carbón y algo dorado reluciente que podrían ser pepitas de oro. Sin embargo, Dani no alcanzó a sacar nada, porque estaba todo repleto de telarañas. Cerró el cofre y siguió de largo. Mientras tanto, en la playa, los abuelos decidieron volver al hotel para el almuerzo. El panadero fue el primero en egar porque quería darse una ducha refrescante. Rita se quedó atrás con sus nietas para ayudarlas a guardar los juguetes. —Meli, ¿dónde está Dani? —preguntó Lyna. Melina se encogió de hombros. Hacía rato que no lo veía. —Tal vez fue a buscar un baño —respondió nalmente. Meli miró a su hermana mayor y pudo notar el pánico en su mirada. —¿Creés que fue a la mina? —preguntó Melina. —¡Abuela! —exclamó Lyna—. ¡Perdimos a Dani! —¿Cómo que lo perdimos? —respondió Rita incrédula—. Si está ahí —agregó y apuntó con su dedo al lugar donde creía que estaba el niño. —Abuela, eso es un tacho de basura —le aclaró Melina. Rita acomodó sus lentes y entrecerró los ojos para poder enfocar mejor. Su vista, ya deteriorada, le había jugado una mala pasada una vez más. —¿A quién se le ocurre pintar un tacho de color rojo y marrón? —se quejó. Sus nietas le explicaron rápidamente dónde creían que podía estar. Rita, al escuchar el relato de las niñas, decidió que lo mejor era avisar al panadero y juntos ir a buscar a Dani. Pero al egar a la habitación del hotel, nadie contestó a la puerta. —Uy, este panadero debe estar durmiendo de nuevo —protestó la abuela. Como no había tiempo que perder, Rita, Lyna, Melina y el Señor Pato recogieron algunas cosas, las pusieron dentro de una mochila y se dirigieron a la playa. A ¡vamos o! l r a c S u b Dentro de la mina, Dani había caminado durante más de una hora. Si bien el camino había sido largo, no tenía demasiados desvíos, por lo que consideraba que volver sería tarea fácil. De pronto, su linterna comenzó a parpadear: se estaba quedando sin baterías. Miró hacia todos lados, desesperado, buscando una forma de iluminar el trayecto. Encontrar la salida en la oscuridad no iba a ser tan senci o. Apuntó con la luz intermitente hacia el piso húmedo, las paredes cubiertas de moho y el techo, y realmente se asustó. —No puedo creerlo. Y ahora, ¿qué voy a hacer? —dijo al mirar hacia arriba. Dani notó que un cable recorría el techo en toda su longitud. Parecía una antigua instalación eléctrica. Justo sobre su cabeza había una lamparita con una cadenita. Si bien suponía que no se usaba desde hacía mucho tiempo, tuvo la loca idea de que podría encenderla de alguna manera. Mientras su mascota olfateaba todo, Dani buscaba la manera de encender la luz. El techo no estaba demasiado alto y había visto en una película de esas que le gustaban a su abuelo que usaban esas cadenitas como interruptor. Estaba seguro de que eso funcionaría. Un poco más lejos encontró unos cajones de madera y los acomodo uno encima del otro para poder acercarse al techo. Se trepó como pudo, y en puntas de pies, logró egar al cordel que colgaba al lado de la luz. Cuando lo alcanzó, comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas. Pero el resultado no fue el esperado: en lugar de encender la lamparita, el tirón provocó un desprendimiento en el techo. Pequeñas piedras comenzaron a caer de golpe y Dani buscó desesperadamente la forma de bajar y escapar del lugar, pero no logró hacerlo a tiempo: una roca golpeó su cabeza y se desvaneció. Delante de él cayeron más piedras y se acumularon formando un muro que lo separó de Gatooo. La mascota quería ayudarlo, pero solo podía arañar las rocas y mau ar. Lyna, Melina y Rita egaron tan rápido como pudieron a la entrada de la mina abandonada. —De nitivamente está ahí adentro —con rmó Melina al encontrar el envoltorio del chocolate favorito de Dani en la arena. La abuela asomó su cabeza a través del gran agujero oscuro por el que se ingresaba a la mina y gritó el nombre de Dani un par de veces, pero lo único que tuvo como respuesta fue el eco de su propia voz. —Vamos a tener que entrar, m’ hijitas —dijo Rita. ¡DAniiiiiiiiiiiiii i i i i iii i i i i i i i n ¡DA Meli repartió las linternas que había empacado para explorar la playa de noche. Se adentraron en la mina cuidando mucho sus pasos, pero sin perder el ritmo porque Dani podría estar en peligro. Aunque avanzaban gritando su nombre, no había señales de él ni de su gato. —¿Y ahora qué hacemos? —dudó Lyna al egar a la bifurcación. —Puede haber ido por cualquier lado —se lamentó Meli mientras apuntaba con su linterna en ambas direcciones. —Vayamos por un camino y luego por el otro —sugirió Lyna. —M’ hijitas, ¿y si esto es un laberinto? —preguntó Rita—. ¿Y si nos cruzamos con más divisiones? Podemos perdernos acá adentro. La abuela tenía razón: no conocían el lugar y podían acabar en un lío peor del que ya estaban. Lyna sacó su teléfono de la mochila que evaba Rita. —Bueno, ¿para dónde vamos? —preguntó—. Voy a anotar hacia dónde giramos cada vez así no nos perdemos. La idea pareció dejar tranquilas a su abuela y a su hermana. Decidieron que comenzarían hacia la izquierda. Lyna escribió eso en las notas de su teléfono y retomaron la marcha. Las tres estaban muy preocupadas por Dani, pero también estaban muertas de miedo porque el lugar era realmente tenebroso. El suelo por el que transitaban se volvía peligroso: no solo resbalaba, sino que también, de vez en cuando, se encontraban con agujeros naturales de la cueva cubiertos solo por trozos de madera. Además, las vías estaban rotas en muchos tramos. Si no iban con cuidado, podían tener un accidente. Lyna caminaba adelante e iba marcando dónde debían pisar. —Cuidado, Meli, ahí hay una piedra —advirtió a su hermana. Pero mientras hablaba, Lyna pisó una tabla, que crujió, se quebró y la hizo caer al vacío. En la caída, perdió su linterna y de pronto se encontró rodeada por agua en la oscuridad y eso la desorientó. El pozo se estaba enando de agua muy rápido. Intentaba nadar para salir a la super cie, pero se hundía cada vez más. —¡Lynita! — amó la abuela muy angustiada, pero solo podía ver agua cuando se asomó. Melina, conmocionada por lo que estaba viendo, se quedó paralizada. El Señor Pato corrió y se lanzó al agua para rescatar a su dueña. Rita se movía de un lado a otro tratando de iluminar el hueco para ver dónde estaba su nieta. —Voy a buscarla —dijo Meli orando y se asomó al pozo. —¡No, m’ hijita, no vas a poder salir! ¡Hay cada vez más agua! —gritó la abuela angustiada. Mientras su familia seguía sin saber cómo ayudarla, el agua había enado el pozo y Lyna se le agotaba el aire. Comenzó a perder fuerza y dejó de moverse. Por n el Señor Pato la encontró debajo del agua. Tomó con su pico el bretel del traje de baño de su dueña y comenzó a tirar de él para evarla a la super cie, pero la niña pesaba demasiado. Entonces, al notar la presencia de su mascota, Lyna hizo un último esfuerzo por salir con la poca fuerza que le quedaba. Lo sujetó por el lomo y comenzó a nadar en la dirección que él le indicaba. Pocos segundos después, Lyna se chocó con el brazo de su abuela, que continuaba intentando encontrarla. Se aferró a e a y pudo salir del pozo. Cayó al piso, tomó una gran bocanada de aire y comenzó a toser. El Señor Pato, agotado pero feliz, se tumbó a su lado. —Pensé que te perdía, Lynita —confesó Rita secándose las lágrimas. —Todavía hay Lyna para rato —dijo e a recostada en el suelo—. Yerba mala nunca muere —agregó con una pequeña sonrisa. —Sí, por qué te pensás que sigo viva —bromeó la abuela. Rita sacó una toa a de la mochila y se la alcanzó a su nieta. Lyna se secó un poco y se tomó unos minutos para recomponerse mientras abrazaba al Señor Pato. Apenas estuvo lista para caminar, sugirió que volvieran a ponerse en marcha: Dani aún no aparecía. Avanzaron un poco más sin dejar de amar a Dani, pero tampoco obtuvieron respuesta, aunque hacía rato que estaban buscando. De pronto, Melina se detuvo frente a unas cajas de madera que le amaron la atención porque tenían impreso las letras TNT, seguramente traían explosivos que usaban los mineros. Encima, ha ó un viejo cuaderno con las hojas amari entas y arrugadas por la humedad. Estaba abierto en una página en la que solo decía “muerte”. Sintió tanta curiosidad que lo cerró y se lo evó. Durante el trayecto, trataba de no distraerse para que no le ocurriera lo mismo que a su hermana, pero la curiosidad pudo más. Por eso, se quedó un poco rezagada y comenzó a hojearlo. No tardó mucho en darse cuenta de que se trataba de un diario con las anotaciones de un minero que había trabajado a í. Empezaba muy prolijo y con buena caligrafía describiendo su tarea. Pero a medida que las hojas avanzaban, todo se volvía irregular; algunas páginas estaban enas de frases como “maldición”, “muertos”, “no hay salida” y otras repletas de garabatos. —Lyna, abuela — amó Meli frenándose— tienen que ver esto. Rita se acercó rápidamente para ver qué quería mostrarle su nieta. Lyna estaba molesta porque no quería interrumpir la búsqueda de Dani, pero ante la insistencia de su hermana decidió que sería más senci o prestarle atención que contradecirla. Melina comenzó a pasar rápidamente las páginas del diario hasta que encontró lo que estaba buscando. 5 de agosto de 1929: algo esta mal en esta mina. Ayer perdimos ´ a otro companer o y parece no haber rastr os de los cuatro desaparecidos. Mis coleg as dicen que algo aqui esta maldito. Yo no ˜ se si creer les, pero esto me quita el sueno. Quier o renunciar y no tener que volver nunca mas, sin embar go, debo segui r trab ajando para poder alimentar a mi famil ia. ´Solo esper ´ o que los mineros desaparecidos esten a salvo . ´ ˜ ´ ´ —¿Y qué pasó después? —preguntó Lyna, curiosa. —Según lo que dice acá —continuó Melina mientras pasaba página tras página del antiguo cuaderno— en cuatro meses desaparecieron casi todos los trabajadores. El dueño del diario cuenta que la mina no te deja salir, que te atrapa y después no sé cómo sigue porque hasta ahí escribió. —¿O sea que estamos en una mina maldita? —preguntó Lyna incrédula. Las tres se miraron jamente sin saber qué decir. Lo más razonable era pensar que el minero estaba loco y escribía cosas sin sentido, pero después de haber visto a Rita convertida en bebé hacía un tiempo atrás, todo era posible. Retomaron el camino, esta vez con más miedo que antes. Si lo que habían leído era cierto, tanto e as como Dani, Gatooo y el Señor Pato corrían un gran peligro. Pronto frenaron de nuevo. En un rincón encontraron un detonador. Miraron a su alrededor y notaron paquetes de dinamita apoyados contra las paredes. —Quizás estaban planeando tirar abajo todo —comentó Melina. —¿Creen que Dani vino por acá? —preguntó Lyna. —No lo sé, Lynita, pero si no vamos con cuidado podemos explotar —observó Rita. Lyna alzó al Señor Pato y con mucha cautela evitaron el detonador y siguieron caminando, pero lo que más les amó la atención no fue el artefacto, sino que a í terminaba la mina. Después de la dinamita, las vías desaparecían, aunque el lugar seguía y se convertía en una cueva con extrañas inscripciones ta adas en los muros. —Hagamos una cosa, m’ hijitas —dijo Rita preocupada—, caminemos un poquito más y si Dani no está vamos a buscar por el otro camino, ¿les parece? En ese momento, Lyna recordó la bifurcación: ¡era cierto, podría haber ido por el otro sendero, pero e as continuaban insistiendo en el que estaban! Todas estuvieron de acuerdo. Caminaron despacio observando detenidamente a su alrededor. Lyna iba iluminando con la linterna las inscripciones. —Son como jeroglí cos —observó— pero muy raros, ¿qué signi carán? —Mirá, Lynita —dijo Rita, que se había quedado algo atrás en la marcha. Lyna retrocedió para ver qué quería mostrarle su abuela. Melina, sin embargo, se adentró un poco más en la oscuridad. —¿Qué es eso? —preguntó Lyna al ver lo que parecía un gran botón de piedra. —No sé —respondió Rita encogiéndose de hombros. —Por las dudas no toques na... Pero antes de que Lyna terminara la frase, su abuela presionó el botón. Las inscripciones en la pared comenzaron a resplandecer. La luz provenía de los agujeros en la roca ta ada. Lyna y Rita se sobresaltaron, pero Melina ni siquiera lo notó porque mientras caminaba entre las sombras había detectado algo que la dejó completamente helada. —Abuela, Lyna — amó casi con un susurro mientras daba lentos pasos hacia atrás—, creo que veo gente muerta. Había varios esqueletos esparcidos por los oscuros y desolados rincones del camino. Tal vez eran los trabajadores extraviados, los otros mineros entre los que podía estar el dueño del diario o visitantes que, al igual que e as, habían quedado atrapados dentro de la cueva desde hacía mucho tiempo. Cuando la última inscripción en la pared se iluminó, el suelo tembló por unos segundos. Melina, que estaba intentando volver hacia donde estaban su hermana y su abuela, dejó de retroceder por miedo a tropezarse. Lyna, por su parte, sujetó a Rita para que no perdiera el equilibro. —¡Vámonos! —chi ó Melina desesperada. Pero en el momento en el que se disponía a correr, algo extraño ocurrió. Sintió que una mano la tomaba por el pie y tiraba fuerte. Presa del miedo, Melina apuntó con la luz de la linterna hacia su pierna: uno de los esqueletos, que estaba muy cerca de e a, ¡se movía y la estaba agarrando! No podían creer lo que veían. Poco a poco, todos los cuerpos del lugar comenzaron a moverse. —¡Corré, Meli! —gritó Lyna. Melina sintió un nuevo tirón. Esta vez fue tan fuerte que perdió el equilibrio y cayó. Lyna dejó el pato en manos de su abuela, le gritó que escapara y corrió a socorrer a su hermana. La tomó por los hombros y tiró de e a. Melina usó la pierna que tenía atrapada para pegarle una patada en el cráneo al esqueleto y pudo librarse de él. Sin embargo, no tenían tiempo que perder: los demás caminaban hacia e as. Ambas corrieron sin mirar atrás. Si caían, probablemente los esqueletos las alcanzarían y ya no habría escapatoria. —¡Abuela! —gritó Lyna al ver a la anciana trotando tan rápido como podía seguida por el Señor Pato. Pocos segundos después, que parecieron eternos, egaron nuevamente a las vías. —¡Nos van a alcanzar, no vamos a poder salir! —chi ó Melina. —¡No! —gritó la abuela—. Ningún muerto se mete con Rita. M’ hijitas, apártense —indicó y les hizo señas a sus nietas para que retrocedieran. Las niñas obedecieron, habían comprendido el plan de su abuela. Tan pronto como la luz de la linterna iluminó a uno de los esqueletos, la anciana presionó el viejo detonador y echó a correr. Un gran temblor volvió a sacudir la mina y las tres cayeron al suelo. Miraron hacia la cueva, pero solo pudieron ver un muro de rocas: la explosión había salido, increíblemente, como Rita lo había imaginado. El miedo que tenían era tanto que nadie había notado que el brazo aún seguía tomando con fuerza la pierna de Melina. Mientras estaba en el piso, Meli había sentido cómo se desprendía del resto del esqueleto. Intentó quitárselo de encima, pero no pudo. —¡Muere, muere! —exclamó Rita mientras tomaba el brazo y lo revoleaba contra la pared. Una vez que cayó al suelo, la abuela tomó el cucharón y comenzó a golpearlo sin cesar. —Esto es por meterte con Melinita —gritó. —¡Abuela, dejalo, ya está muerto! —dijo Lyna, pero la anciana no se detuvo. Las niñas alejaron a Rita del puñado de huesos que ya no se movía e intentaron tranquilizarla. —Mejor vayamos por el otro camino —sugirió la abuela. Lyna tiró lo que quedaba del brazo esquelético en un pozo parecido al que había caído e a y las tres se sentaron un momento. Luego de los golpes que sufrieron por el colapso de la mina, merecían un descanso. Lyna, Meli y la abuela estaban agotadas por tanto esfuerzo. Avanzaban despacio, con los brazos y hombros caídos, hacia la bifurcación de la mina. Todo lo que querían era salir de ese lugar con vida. De repente notaron que se iba colando agua por las grietas. Sin que se dieran cuenta, en poco tiempo ya les cubría los tobi os. —¿Qué tanto podría subir? —preguntó Melina algo preocupada. —No mucho —la tranquilizó su hermana, pero la verdad es que e a también temía que la mina quedara sumergida antes de que encontraran a Dani. Llegaron a la bifurcación y tomaron el camino que habían descartado antes. Ese sendero estaba bastante mejor conservado que el otro. Parecía que, de las dos opciones, antes habían elegido la más problemática. Mientras caminaban, Lyna escuchó un sonido y se detuvo rápidamente para prestar atención. —Shhh. Quédense quietas. —¿Qué pasó, m’ hijita?—preguntó Rita. —¿Lo escuchan? —quiso saber Lyna. Miró a su hermana y esta asintió con la cabeza. Algo sonaba muy débilmente en la distancia. La abuela metió un dedo en su oreja con la esperanza de que este gesto la ayudaría a escuchar mejor e intentó volver a aguzar el oído. —No, de nitivamente debés estar escuchando a tu estómago porque yo no oigo nada, Lynita —concluyó la anciana. Su nieta sonrió: hasta en los peores momentos Rita se las arreglaba para mejorarles el ánimo, incluso cuando no lo hacía a propósito. —Vengan, vamos a ver qué es —dijo y retomaron la marcha. A medida que se acercaban al sonido, se hizo cada vez más evidente de dónde provenía. m MIAA uuu u u ia —¡Es Gatooo! —exclamó Melina y junto con su hermana comenzaron a correr. Rita, que ya estaba bastante cansada, decidió avanzar lentamente y el Señor Pato se quedó con e a para hacerle compañía. Pronto Lyna y Meli egaron al lugar donde el pequeño gato continuaba rascando las piedras sin parar, con la esperanza de volver con su dueño. —¡¡¡Gatooo!!! ¿Qué pasa? ¿Dónde está Dani? —quiso saber Meli. uuu u u m ia —¿Dani? ¿Estás ahí? —gritó Lyna. —¿Chicas? —preguntó Dani desde el otro lado del muro. Una gran mezcla de emociones se apoderó de Lyna: se sentía feliz por saber que Dani estaba bien, pero a la vez preocupada por la marea creciente y el muro de rocas que los separaba. —Estoy atrapado —respondió él algo asustado. m i a u u u u u —¡Te estuvimos buscando por horas! —se quejó Melina. —Creo que me desmayé —dijo Dani—. Me desperté hace un ratito por un ruido muy fuerte. Lyna comenzó a mirar hacia todos lados, necesitaba encontrar alguna manera de sacar a su amigo de a í lo más rápido posible, porque el agua seguía subiendo. Tomó una vieja viga que se había desprendido del techo y comenzó a golpear el muro, pero no logró que la pared cediera. —¿Y si empezamos a tirar las rocas desde arriba hacia abajo? —preguntó Melina. —Tardaríamos demasiado —respondió su hermana—, no tenemos tanto tiempo. El agua ya les cubría la mitad inferior de las piernas, lo que hacía incluso más difícil moverse. Del lado de Dani, se ltraba por las separaciones de las rocas. —¡Hay picos! —advirtió Dani. —¿Cómo picos? —preguntó Melina confundida. —En un cofre, no muy lejos de donde están ustedes —continuó—, los vi al entrar. Las niñas retrocedieron y pronto encontraron el cofre al que Dani se refería. —Yo ahí no meto la mano ni aunque me paguen —dijo Melina aterrada al ver las telarañas. Rita y el Señor Pato nalmente las alcanzaron. Lyna acercó su mano al viejo baúl, pero justo antes de meterla, la alejó de nuevo. —A ver, ¿qué pasa acá? —preguntó Rita. —Está eno de telarañas —se quejó Melina. La anciana metió su mano en el cofre casi sin mirar. —¡Somos ricas! —exclamó mientras sacaba un puñado de pepitas de oro y las guardaba rápidamente en la mochila. —Abuela, ¿nos alcanzás un pico a cada una? —preguntó Lyna haciendo que seguía preocupada por su amigo Dani. Rita les entregó las herramientas y las tres juntas regresaron al muro que las separaba de Dani y comenzaron a picar las piedras con todas sus fuerzas. Todas golpeaban en puntos cercanos para hacer que una zona especí ca colapse y tirar la pared, pero no era tarea fácil. Picaron por alrededor de media hora sin descanso, hasta que Melina logró que una piedra cayera. —¡Miren! —gritó—. ¡Puedo ver hacia el otro lado! —M’ hijito, alejate —indicó Rita—, esto se va a caer en cualquier momento. Y tenía razón: en cuestión de minutos, la pared cedió y cayó. Varias piedras los rozaron, pero eso no les importó, tenían problemas más serios. Para ese entonces, el agua casi les egaba a la cintura. —Tenemos que nadar hacia la salida, el agua está demasiado alta para que caminemos, vamos a tardar mucho más —observó Lyna. —Ah no, m’ hijita, pre ero ir lento pero seguro —dijo Rita. —Si vamos lento, la marea nos va a tapar —insistió Melina, pero la abuela negó con la cabeza. —Hace muchos años que no nado, me da miedo —confesó la anciana. —Yo puedo cargarte —se ofreció Dani. La abuela dudó por un momento, pero luego aceptó. Cruzó los brazos alrededor del cue o del niño y dejó que la evara a cuestas. Meli lideraba el camino nadando con un solo brazo, el otro lo mantenía tan alto como podía para impedir que la linterna se estropeara con el agua. Detrás de e a, Dani evaba a Rita y Lyna nadaba a la par de su pato, con Gatooo aferrado a su cue o. Llegaron a la bifurcación y comenzaron a sentir cómo las olas chocaban con fuerza contra las paredes de la mina abandonada. —¡Tengan cuidado! —gritó Lyna desde el fondo al sentir un empujón de una ola que la arrastró varios metros hacia atrás. —¡Tranquila, vamos bien! —le respondió Dani. Pero pronto las olas crecieron más y más, y hacían muy difícil mantener el ritmo. Avanzaban lento, porque el oleaje los hacía retroceder constantemente. —¡La mina no te deja salir! —chi ó Melina mientras luchaba contra las olas. Lyna recordó lo que su hermana había leído en el diario del minero. Quizás era cierto que la mina estaba intentando evitar que salieran, pero daba igual en ese momento. Habían egado tan lejos que renunciar no era una opción. —¡Vamos a lograrlo! —respondió Lyna con di cultad y tratando de no tragar el agua salada mientras hablaba. Sabía que eso no dejaría tranquila a su hermana, pero decirlo en voz alta le daba fuerzas a su cuerpo cansado para seguir intentándolo. De pronto un grito la sorprendió: era su abuela. Una ola los había embestido tan fuerte que Rita no pudo mantenerse agarrada a Dani. Sus brazos se soltaron y la marea la hundió. Desesperada, Lyna comenzó a moverse en la oscuridad buscando a su abuela. El lugar no era muy grande, así que debía estar cerca. Retrocedió un poco y pudo rozar su mano bajo el agua. Rita se aferró al brazo de su nieta, sacó la cabeza a la super cie y desesperada tomó una bocanada de aire. Dani volvió a acomodarla en su espalda y siguieron adelante. Estaban tan agitados que ni siquiera pudieron pronunciar una palabra luego de lo sucedido. Solo querían salir de ese lugar. Siguiendo la linterna de Meli, se abrieron paso hacia la entrada de la mina. —¡Ahí está! —gritó Lyna al ver la luz del atardecer. Salieron, empujados por el agua, rodaron por la arena, se arrastraron por la arena para alejarse del agua tanto como pudieron y se dejaron caer. —Esta vez egué a ver la luz —dijo Rita casi en un susurro. Se quedaron tumbados un buen rato mientras intentaban recuperar fuerzas. Gatooo mau aba muy enojado por haberse mojado tanto. El único que estaba feliz con el accidentado paseo era el Señor Pato que se había dado el gusto de nadar bastante. Cuando decidieron volver al hotel, ya era de noche. —¿No podemos quedarnos un ratito más? —preguntó Melina, que apenas podía moverse por el dolor de los músculos. —Ah, no, de eso nada m’ hijita, que a mí ya me está rugiendo la tripa —le respondió Rita—, y todo lo que había en la mochila se estropeó con el agua. —Además, el panadero debe estar preocupado —reparó Lyna. —¿El panadero? —preguntó la abuela—. ¿Qué panadero? —¿Cómo qué panadero? —dijo Dani confundido. Al escuchar la voz del chico, la anciana giró rápidamente y enfocó tanto como pudo su vista en él. —¡Ah, ese panadero! —respondió Rita y comenzó a reír. Al egar al hotel, la abuela tocó la puerta de la habitación vecina. —¿Tuvieron un lindo paseo? —preguntó contento el panadero al verlos a todos. Al parecer, el hecho de que desaparecieran por tantas horas no lo había alarmado en absoluto. —Sí, muy lindo —respondió Rita con una sonrisa algo forzada en su rostro —, pero a partir de ahora a tu nieto lo sacamos con correa —agregó. Dani le agradeció a la anciana y a sus nietas, se despidió y entró al cuarto. Le parecía increíble que hubieran arriesgado sus vidas para poder sacarlo de esa cueva y sintió por primera vez que esa era realmente su familia. También aprendió la lección: tenía que obedecer a sus abuelos. Después de esta agitada aventura, las vacaciones fueron geniales hasta el último día, pero Rita cumplió su promesa y no dejó que Dani se separara de e a ni un segundo. Vallejos, Evelyn Una familia anormal: Y unas vacaciones muy extrañas / Evelyn Vallejos. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Altea, 2020. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-736-296-1 1. Literatura Infantil y Juvenil Argentina. I. Título. CDD A863.9282 Personajes originales: Lyna Vallejos Diseño grá co e ilustraciones: Candela Insua Corrección de textos: Guadalupe Rodríguez Edición en formato digital: febrero de 2020 © 2020, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A. Humberto I 555, Buenos Aires www.megustaleer.com.ar Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, de ende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. ISBN: 978-987-736-296-1 Conversión a formato digital: Libresque La familia anormal tiene nuevos integrantes y después de sus locas aventuras decidieron tomarse unas tranquilas vacaciones para disfrutar el tiempo juntos. Pero por supuesto nada salió como esperaban y una vez más deberán enfrentarse a situaciones increíbles, intensos desafíos y sus vidas correrán peligro a cada instante. ¿Podrán salvarse esta vez? ¿Lograrán disfrutar por n de sus vacaciones? ¿Quiénes son los nuevos integrantes de la familia? No pierdas más tiempo, descubrilo en esta nueva historia. Evelyn Va ejos, mejor conocida como LYNA, es una youtuber y gamer argentina con varios mi ones de seguidores, y está ubicada entre los 10 más populares de la Argentina. @LYNAVALLEJOS @LYVLOGS LYNAYOUTUBE LYNAVALLEJOS SRTALYNA Otros títulos de la autora en megustaleer.com.ar