Subido por Verónica Iribarren

dos cuentos cortos

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Curas (Silvia Molloy)
Se llamaba Quintana, no recuerdo su nombre de pila pero mi madre le decía así, hola Quintana necesito
que vengas mañana (porque Quintana se tuteaba con todo el mundo), tengo a las chicas enfermas. Era
enfermero y daba inyecciones a domicilio, no sé bien de qué, de algo que curaba gripes y resfríos invernales.
Era una práctica tan inútil como festiva porque Quintana hablaba hasta por los codos y era divertido, a ver,
boca abajo en la cama, m´hijita, no me llore que no va a sentir nada, cuando pincha Quintana no duele y si
sana, mirá si yo voy a hacerte mal, así quietita querida, no ves que no te dolió y ya está, pinchó Quintana,
pinchó, y ahora a otra cosa, chau, que se va Quintana. Y así, como una ráfaga, pasaba Quintana, de quien
recuerdo la voz algo arrastrada, con un leve acento provinciano, y el olor a agua de colonia. Recuerdo el
pequeño calentador de alcohol en que brevemente hervían las jeringas y agujas, y también que mi madre le
tenía preparadas unas toallas blancas de hilo. Muy planchadas para que se secara las manos después de
lavárselas, antes de administrar la inyección. De vez en cuando reconocíamos su auto estacionado frente a
alguna casa, o lo cruzábamos en la avenida, y mi padre tocaba la bocina y decía ahí va Quintana a pinchar
algún traste.
Pero sobre todo recuerdo una vez que yo sola estaba enferma y vino Quintana, que acababa de quedarse
viudo. Andaba desganado, se ha quedado muy solo, observaba mi madre. Se le notaba en la cháchara,
forzada, como una representación que ha perdido su gracia. Me dio la inyección (que no me dolió) y me dijo
que estaba muy triste, y luego me dio vuelta en la cama, y me bajó los calzones hasta los muslos, dejame
que te vea querida, y me acarició diciéndome cómo te parecés a mi mujer, pobrecita, y por un instante apoyó
la cabeza contra mi vientre y me besó, y vi de muy cerca su pelo engominado. Luego se levantó y se fue.
No sé dónde estaba mi madre esa tarde. Tampoco recuerdo si le dije algo, pero si no, algo adivinó, porque
Quintana no volvió a casa. Desde entonces, recurrimos a otras curas, igualmente ineficaces, para nuestros
resfríos y gripes.
EL RUIDO DEL TRUENO (Ray Bradbury)
En la tierra las cosas iban de maravilla, estando en 2055 era todo posible, nos encontramos en la era de
los viajes en el tiempo y las compañías aprovechaban al máximo este recursos. Sobre todo lo hacía Safari
en el tiempo S.A. que ofrecía a sus clientes un viaje en el tiempo inolvidable para ir a cazar dinosaurios,
el premio más grande era quedarse con el Tiranosaurio Rex. Sin embargo todos sabemos que es casi
imposible de cazar. Un cazador experimentado se suma invirtiendo el dinero correspondiente en la
aventura, para explicar mejor el concepto tienen que saber que los cazadores irían acompañados por otros
cazadores y 2 guías para indicarles todo el camino a seguir que siempre es derecho porque se debe hacer
sobre una plataforma que se encuentra suspendida a distancia de la tierra para que nada pueda
cambiarse del pasado.
Deutscher era un dictador que estaba perdiendo las elecciones presidenciales frente a un candidato muy
bueno que tenía gran corazón. Por otro lado, las cosas eran como las conocemos. Este viaje en el tiempo
sería diferente a los demás porque en él viajaba el cazador Eckels, un hombre que tenía mucho oficio por
la caza y que haría cualquier cosa por tener al tiranosaurio como trofeo. Sin embargo, luego de tanto
caminar en el pasado y nada encontrar, él se dio por vencido y decidió hablar con su superior para volver a
la nave y acabar con esto. Mientras él no estaba pudieron cazar al dinosaurio, pero la peor parte es que
este cazador desobediente salió de la nave y el camino. Al regresar todos a la nave se dieron cuenta que
las botas de Eckels tenían barro y eso significaba que se había bajado de la plataforma y podría haber
cambiado cualquier cosa en el futuro.
Durante el viaje, su guía lo apuntaba con un arma y le decía que si al llegar a la tierra las cosas se habían
cambiado por su aventura, entonces tendría que matarlo. Estuvieron así todo el viaje, al llegar la ortografía
inglesa era diferente, la gente y los edificios también, pero la peor parte es que había ganado las
elecciones Deutscher y se fijó Eckels en el barro de sus zapatos, allí encontró una pequeña mariposa que
había pisado sin darse cuenta. En ese mismo momento su guía le disparó, nadie sabe si lo mató o
simplemente disparó por alguna otra razón, pero aquí termina la historia de este cuento.
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