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486067351-NHC-TOMO-1-Colombia-indigena-conquista-y-colonia-lili-pdf

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NHC
Nueva
Historia
de Colombia
1 Colombia Indígena,
Conquista y Colonia
PLANETA
Dirección del proyecto: Gloria Zea
Gerencia general: Enrique González Villa
Coordinación editorial: Camilo Calderón Shrader
Director Científico: Jaime Jaramillo Uribe
Título original: Manual de historia de Colombia
© Instituto Colombiano de Cultura, 1978, 1980
© Procultura S.A., 1984,
© PLANETA COLOMBIANA EDITORIAL S.A., 1989
Calle 31 No. 6-41, piso 18, Bogotá, D.E.
ISBN 958-614-251-5 (obra completa)
ISBN 958-614-252-3 (este volumen)
Diseño: RBA Proyectos Editoriales, S.A., Barcelona, España
Composición: Grupo Editorial 87
Impresión: Printer Colombiana S.A.
La responsabilidad sobre las opiniones expresadas en los diferentes capítulos de esta
obra corresponde a sus respectivos autores
Nueva historia de Colombia 1director Alvaro Tirado Mejía. - Bogotá: Planeta Colombiana Editorial,
1989.
8v.: ils., mapas; 24 cm.
Contenido: v.I: Colombia indígena, conquista y colonia 1 Gerardo Reichel-Dolmatoff... [et
al.] - v.2: Era republicana 1 Javier Ocampo López ... [et al.] - v.I: Historia política 1886-1946 1
Jorge Orlando Melo ... [et al.] - v.II: Historia política 1946-1986 1 Catalina Reyes Cárdenas ...
[et al.] - v.III: Relaciones internacionales, movimientos sociales 1 Fernando Cepeda Ulloa [et al.]
- v.IV: Educación y ciencia, luchas de la mujer, vida diaria 1 Magdala Velásquez Toro ... [et al.]
- v.V: Economía, café, industria 1 Bernardo Tovar Zambrano ... [et al.] - v.VI: Literatura y
pensamiento, artes y recreación 1 Andrés Holguín... [et al.]v. 1-2 corresponde al Manual de Historia de Colombia editado por Colcultura.
ISBN 958-614-251-5 Obra completa
l. COLOMBIA - HISTORIA - HASTA 1986. 2. COLOMBIA- CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES. 3. COLOMBIA POLÍTICA Y GOBIERNO, 1886-1986.1. Tirado Mejía,
Alvaro, 1940CDD 986.1
N83
Nueva historia de Colombia: Colombia indígena - conquista y colonia 1 director Jaime Jaramiilo
Uribe. - Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989.
v. I: 304 p., mapas, planos; 24 cm.
Contenido: v.I. Colombia indígena- Período Prehispánico 1 Gerardo Reichel-Dolmatoff. La
conquista del territorio y el poblamiento 1 Juan Friede. La economía y la sociedad coloniales,
1550-1800 1 Germán Colmenares. La esclavitud y la sociedad esclavista 1 Jorge Palacios Preciado.
La administración colonial 1 Jaime Jaramiilo Uribe. Factores de la vida política colonial: el Nuevo
Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40) 1 Germán Colmenares. El proceso de la educación
en el virreinato 1 Jaime Jaramiilo Uribe. La arquitectura colonial 1 Alberto Corradme Angulo. Las
artes plásticas durante el período colonial 1 Francisco Gil Tovar. La literatura en la conquista y
la colonia 1 María Teresa Cristina Zonca.
ISBN 958-614-252-3 tomo 1
1 INDIOS DE COLOMBIA. 2. COLOMBIA- HISTORIA- DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA, 1499-1550. 3. COLOMBIA- HISTORIA - COLONIA, 1550-1810. 4. ARQUITECTURA COLONIAL. l. Jaramiilo Uribe, Jaime, 1918- -11. Colombia indígena, conquista y colonia.
CDD 986.1
N83
Sumario
7
Sumario
Presentación
Alvaro Tirado Mejia
9
Prólogo: La historia y el historiador
Jaime Jaramillo Uribe
11
Los autores
19
1
2
Colombia indígena, período prehispánico
Gerardo Reichel-Dolmatoff
27
La conquista del territorio y el poblamiento
JuanFriede
69
3
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
Germán Colmenares
117
4
La esclavitud y la sociedad esclavista
Jorge Palacios Preciado
153
5
La administración colonial
Jaime Jaramillo Uribe
175
8
Nueva Historia de Colombia, Vo¡
6
7
8
9
10
Factores de la vida política colonial:
El Nuevo Reino de Granada en el sigloXVII1(1713-1740)
Germán Colmenares
193
El proceso de la educación en el virreinato
Jaime Jaramillo Uribe
207
La arquitectura colonial
Alberto Corradme Angula
217
Las artes plásticas durante el período colonial
Francisco Gil Tovar
239
La literatura en la conquista y la colonia
María Teresa Cristina Z.
253
Presentación
9
Presentación
Alvaro Tirado Mejía
Director Científico y Académico
Nueva Historia de Colombia
a obra que hoy presentamos, con el nom~re
de Nueva Historia de Colombia, ha s1do
elaborada en épocas diferentes. Los dos primeros volúmenes fueron preparados hace unos diez
años, para el Manual de historia de Colombia
que fue publicado por Colcultura, entidad que
promovió su realización y le dio todo el apoyo
necesario. Ese libro constituyó la presentación
conjunta de una nueva manera de percibir la
historia colombiana, que rompía radicalmente
con las visiones y marcos tradicionales. Los
autores aportaban una visión novedosa y fresca,
que superaba el énfasis habitual con un enfoque
mucho más amplio y complejo del pasado nacional. Los aspectos económicos, sociales y culturales eran tratados con igual atención que la
política, y en su estudio se hacía uso de nuevos
métodos y orientaciones. No era un grupo ideológicamente homogéneo, pero tenía en común
una actitud profesional hacia el saber histórico
y un conocimiento de las metodologías históricas más modernas. Buena parte de ese profesionalismo y rigor se debió a la influencia y al
trabajo de Jaime Jaramillo Uribe, director de la
obra, cuya enseñanza en la universidad y cuyas
publicaciones habían contribuido a formar el
clima de investigación que la obra mostraba. El
L
Manual fue recibido con un gran interés en el
país, y provocó polémicas bastante ruidosas.
Sin embargo, las interpretaciones y enfoques
representados en el Manual se han impuesto en
el país, y la obra sirvió para presentar el estado
del conocimiento histórico en ese momento y
para estimular un verdadero renacimiento de la
escritura de la historia en el país.
Dentro de las líneas abiertas por esa obra,
surgieron nuevas investigaciones y trabajos que
han contribuido a hacer de la literatura histórica
colombiana una de las más activas y variadas
de América Latina.
Los volúmenes restantes, es decir del tercero en adelante, y que se publican por primera
vez, representan una clara continuación de ese
esfuerzo. Por supuesto, el nuevo texto intenta
ofrecer una visión mucho más detallada de la
historia reciente del país, de los últimos cien
años de nuestra vida. Pero hay muchas continuidades entre los dos trabajos: una continuidad en
el grupo de colaboradores, pues muchos de los
autores del Manual de historia contribuyeron a
la obra reciente. Una continuidad en la orientación: la nueva obra amplía y profundiza algunas
de las tendencias que ya se esbozaban en el
Manual. El desarrollo de la historia social ha
permitido enfrentar con mayor detalle la historia
del sindicalismo, el campesinado o las mujeres,
por ejemplo, o atender los detalles de la historia
de las costumbres. Y los capítulos de historia
cultural pueden atender campos ignorados incluso en la primera visión del Manual, como la
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
10
historia del cine, o la historia de la ciencia. En
esto: los últimos volúmenes reflejan la madurez
crecien~e ~e la disciplina histórica en el país, y
e~ surgrmiento de nuevas generaciones de estudiOsos, a los cuales se ha tratado de dar cabida
en esta obra. El conjunto inicial de colaboradores .~e ha a~enta~o en un grupo muy numeroso
~e JOvenes mvestigadores, o con escritores que
tienen un conocimiento muy serio y seguro de
los temas que tratan.
Algo sorprendente de los textos incluidos
en los primeros dos volúmenes es el hecho de
que, a pesar de haber sido escritos hace algún
tiempo, conservan toda su validez. Evidentemente, ~n alg;uno_s campos se han producido
nuevas mvestigacwnes que complementan lo
q~e en~onces se conocía de la colonia o el siglo
~Ix. ~m ~mbargo, es evidente que las nuevas
mvestigacwnes han conducido en general a corroborar o sustent~r mejor las ideas expuestas
hace ya un decemo, pero no a contradecirlas.
Pa~ecería más bien que los mayores avances en
la mvestigación histórica colombiana se han hecho en los campos de la historia moderna y
contemp?ránea y en la aparición de nuevos temas de mterés y curiosidad.
Así pues, la decisión de incorporar en una
sola obra el tratamiento de la historia colonial
y del siglo XIX del Manual de historia con un
texto radicalmente nuevo y mucho más detallado
relativo al siglo xx, resulta plenamente justificada. El lector puede tener así en sus manos
una ob~a q~e le permite obtener una image~
C?mp~eJa y nca de los primeros siglos de nuestra
histona ~ un cuadro detallado y muy matizado
de los últimos cien años de historia de Colombia.
Creemos que en_ conj~to se trata de un trabajo
que ofrece consistencia y que por primera vez
da a los colombianos una visión total del desarrollo de su hi~toria: desde una perspectiva que,
aunque plurahsta, tiene una coherencia indudable.
•
Prólogo: La historia y el historiador
11
Prólogo: La historia
y el historiador
Jaime Jaramillo Uribe
E
n junio de 1977, con motivo de la apertura
oficial de la Fundación Antioqueña para
los Estudios Sociales, FAES, creada por Luis
Ospina Vásquez, el Instituto Colombiano de
Cultura reunió en Medellín a un grupo de investigadores de la historia nacional y de economistas y sociólogos interesados en problemas históricos con el objeto de estudiar las posibilidades
de escribir un Manual de historia de Colombia.
Se discutieron entonces los fines, el contenido
y las dificultades que tal empresa intelectual
implicaba. Hoy, cuando el proyecto empieza a
tener realidad con la aparición de su primer volumen, parece conveniente, para información
de los lectores, reconstruir las consideraciones
que se hicieron entonces.
En primer lugar se trató de la necesidad y
contenido de la obra. Sin desconocer el mérito
y el servicio que habían prestado a sucesivas
generaciones de colombianos los tradicionales
manuales de historia nacional, como el benemérito de Henao y Arrubla, o los múltiples estudios monográficos de épocas, acontecimientos
y hombres producidos por los miembros de
nuestra Academia de Historia y por las academias regionales, se llegó a la conclusión de que
a nuestra bibliografía histórica le hacía falta una
nueva síntesis del pasado nacional que no sólo
presentara aspectos de él tratados pasajera o
marginalmente por la historiografía tradicional,
sino también que abordara dichos temas utilizando los métodos y conceptos que en los últin:os años han renovado la investigación histó-
nca.
La idea y el propósito parecían apenas naturales dentro de los esfuerzos que ha venido haciendo el Instituto para adelantar la investigación del patrimonio cultural del país, y en cuanto
se refiere a los estudios históricos, para enriquecer nuestra bibliografía y acercarla a los niveles
que ésta ha logrado alcanzar, no digamos en las
metrópolis europeas de la cultura, lo que sería
un despropósito, sino en los países latinoamericanos que partiendo de los mismos supuestos
de tiempo y recursos económicos y humanos
presentan hoy un panorama de producción historiográfica de mayor significación. Pues si asumimos la incómoda tarea de comparar el estado
actual de nuestros estudios históricos con el que
tienen en otros países del Continente, es notoria
la precariedad de la producción colombiana de
obras históricas. Las razones de este hecho son
varias, pero una de ellas y quizá la de más peso
es que carecemos de un instituto de investigaciones históricas especializado, comparable al que
desde hace años tenemos en el campo de la
filología y las ciencias del lenguaje, es decir, a
nuestro Instituto Caro y Cuervo, o que pueda
equipararse a una institución como El Colegio
de México, de donde en el curso de cuatro décadas han salido dos o tres centenares de obras
12
que no desmerecen ante sus similares europeas,
entre ellas la gran Historia Moderna de México
que dirigió Daniel Cossio Villegas. Para la preparación, no digamos de historiadores, sino de
profesores de historia, sólo hasta época muy
reciente nuestras universidades, siguiendo los
pasos dados hace quince años por la Universidad
Nacional, cuentan con departamentos de historia
y otorgan una licenciatura en estas materias.
Otras instituciones como nuestra meritoria Academia de Historia, si bien han cumplido una
labor que merece nuestra gratitud, por sus escasos recursos materiales y por la índole misma
de su composición y fmalidades sólo han podido
cubrir en forma limitada la misión que corresponde a un centro de investigación.
Algo más, hasta hoy hemos carecido de la
noción del historiador profesional tal como ésta
se entiende desde la primera mitad del siglo xix
cuando ingleses, alemanes y franceses crearon
la moderna historiografía. Para que no se crea
que al hacer esta afirmación incurrimos en uno
de los habituales ejercicios de masoquismo nacional y para que se mida en su dimensión real
lo que significa el esfuerzo hecho por los autores
de este Manual, resultarían oportunas unas consideraciones sobre la formación, destrezas y virtudes que debe tener el historiador, tal como lo
entiende la ciencia moderna y como lo exige el
lector de una sociedad culta.
e
omencemos con sus conocimientos científicos y técnicos. Dominio del oficio en primer
lugar; de lo que Marc Bloch llamaba le métier
de ¡'historien: paleografía, archivística, diplomática, critica textual. Conocimiento de la historia general y de sus grandes clásicos cuando
se escribe la historia en el ámbito de la cultura
de Occidente, como es el caso nuestro. Sin cierto
grado de familiaridad con las obras de los grandes maestros alemanes, ingleses, franceses del
siglo xix y xx faltaría al novel historiador el
conocimiento de la historia universal en que está
inserta la nuestra y el modelo formal de la obra
histórica y del historiador como científico y
como artesano. Una sólida preparación en ciencias impropiamente llamadas auxiliares, porque
para el historiador constituyen el instrumento
mismo de trabajo y elemento esencial de su
capacidad de comprensión y síntesis: Economía, Sociología, Filosofía, Derecho, Filología
para situamos en el terreno del historiador clásico, es decir, del anterior a 1930. Porque en
Nueva Historia de Colombia, Vol.!
la formación de un historiador contemporáneo
entran sin apelación disciplinas como la Demografía, la Estadística, y si se trata de historiadores de la economía, un cierto grado de formación
matemática. Los historiadores de la escuela clásica alemana creían que no se podía ser historiador sin ser jurista. Era un postulado inobjetable
para una interpretación de la historia que considera al Estado, es decir, el centro abstracto de
la organización política y de concentración del
poder, como el actor y la realidad máxima de
la historia. Posteriormente, después de Marx,
se piensa que no puede ser historiador quien no
sea economista, o por lo menos quien no tenga
un cierto conocimiento riguroso de la vida económica. Después de Marx tampoco se puede
serlo sin ser sociólogo. Otros dirían que no
puede serlo sin ser geógrafo, porque el paisaje,
la calidad de tierras, el clima, la posición geográfica relativa, las rutas terrestres y marítimas
a los grandes centros de tráfico son dimensiones
insoslayables del conocimiento histórico. Tampoco se podría ser historiador sin ser, en alguna
medida, filólogo. No sólo porque el lenguaje
es el vehículo indispensable de toda comunicación y el depósito inagotable de las vivencias
del hombre, sino porque la semántica es un instrumento eficaz de conocimiento de la conciencia individual y social a la cual tiene que referirse
el historiador con mayor frecuencia de la que
suele aceptarse en una época en que la historia
de las cosas parece suplantar la historia de los
hombres. Finalmente, en la época de la sociedad
de masas, después de que Freud descubrió e
indagó los fenómenos del inconsciente, los efectos de los procesos de represión, frustración y
alienación, ¿podría decirse que el historiador
puede ignorar ciertos aspectos, métodos y conceptos de la psicología?
Suponiéndolo armado de sólidos conocimientos científicos y de una amplia cultura, quedan al historiador problemas lógicos y morales
no menos dificiles y decisivos para su formación. Dos aspectos, por cierto íntimamente ligados en el trabajo de todo investigador y de todo
hombre de ciencia, pero que adquieren excepcional importancia en su caso. Los lógicos aparentemente los resuelven su conocimiento y dominio de los métodos de investigación, sus recursos documentales, la existencia de buenos y
eficaces archivos y aun las condiciones materiales en que se desarrolla su labor. Los morales,
mucho más complejos, sólo los resuelven su
Prólogo: La historia y el historiador
voluntad de verdad y la posesión de las que
hemos llamado virtudes del historiador.
En efecto, la lógica y la metodología le indican los pasos que debe seguir su investigación,
la licitud de sus generalizaciones, de sus explicaciones causales, en una palabra, las etapas
que debe cumplir su pensamiento para plantear
sus hipótesis y probarlas. Pero el método es un
instrumento neutro que el investigador puede
usar con libertad para plantear las premisas, y
en el caso de la historia, para seleccionar los
hechos, relacionarlos y obtener las conclusiones
previamente buscadas y propuestas. Ahora bien,
los lógicos saben que con premisas falsas se
puede obtener conclusiones formalmente verdaderas, es decir, exentas de contradicción. Con
mayor razón en la historia. Unos hechos desfigurados, o parcialmente admitidos, o sofísticamente probados pueden dar la apariencia de verdad o la apariencia de realidad ante un espectador o un lector que está en incapacidad de someter a prueba las afirmaciones del autor o que
por el fetichismo que despiertan las ciencias,
las letras y sus cultores, se echa en sus brazos
con la fe del creyente, mucho más cuando el
autor habla como el apóstol de una causa y en
nombre de una doctrina de salvación.
Sentido y sensibilidad artísticas parecen ser
indispensables para el historiador. Una deformada y falsa concepción del carácter científico
de la historia puede llevar a sacrificar no sólo
la lógica sino también la gramática y la estética
que debe tener todo lenguaje. Desde luego, no
se trata aquí de la vieja polémica de si la historia
es ciencia o arte, es decir, de si para establecer
sus generalizaciones sigue el método inductivo
de las ciencias, observando hechos homogéneos
para obtener la ley o tendencia de un proceso,
o si recurre a la intuición globalizadora del artista cuando pretende lograr la imagen de una
época o de una sociedad. En este caso la Historia
puede ser, y de hecho lo es, ciencia y arte,
según el objeto y los propósitos del historiador.
El historiador del arte que quiere reconstruir los
valores de un estilo o de la obra de un artista,
no puede hacerlo siguiendo los mismos pasos
y el mismo método que sigue el historiador de
la economía que quiere dar razón de las oscilaciones de la coyuntura económica. Lo mismo
ocurre con el biógrafo de una personalidad. Ambos siguen un procedimiento lógico semejante
al del artista que crea un cuadro al que da sentido
13
a través de la coherencia estructural de sus partes.
Pero no se trata de este aspecto del problema
cuando se habla de los valores artísticos de la
obra histórica. Se trata de los valores estéticos
del lenguaje como instrumento de comunicación: O en otros términos, se trata de los valores
estéticos de la prosa que escribe el historiador.
¿Cómo lograr estos valores? Seguramente se
carece de fórmulas para ello. No hay en el campo
del estilo recetas, como quizá las hay en el caso
del método científico, porque en este campo
están de por medio las formas individuales de
la sensibilidad que dependen de factores inefables y de la cultura total de quien escribe. Haciendo un esfuerzo incompleto por definir las
cualidades estéticas del estilo del historiador,
podríamos enunciar algunas características de
su prosa. Sobriedad en primer lugar; ausencia
de retórica, de lo superfluo, de consignas, de
clisés, en una palabra, de fárrago. Que en su
texto sólo haya las palabras indispensables para
transmitir una idea con claridad, sin posibilidad
de confusiones. Casi podríamos decir que claridad y belleza se identifican en la prosa histórica
y en la científica. Hay unas categorías del estilo
científico como las hay del novelístico o del
poético. En el caso del historiador, como en el
del científico, de la claridad y el orden de los
conocimientos la belleza aparece como resultado intrínseco. Donde hay fealdad generalmente hay confusión. Y viceversa, donde hay
orden y claridad de los conceptos la belleza
surge como producto natural. Ce qui se pense
bien, se exprime bien, decía Pascal. «Lo que
se piensa bien se expresa bien». No hay, pues,
mala expresión para un pensamiento correcto,
ni habrá belleza cuando se tengan pensamientos
confusos.
Simpatía por el tema, por la materia que
trata, pasión dirían algunos, debe tener el historiador. La relación entre el conocer y el sentimiento o los temples del ánimo, es un viejo
tema de la filosofía. Platón creía que el asombro
está en la raíz de todo saber; Quevedo postulaba
el desengaño; Max Scheler, el pensador moderno que mayor atención ha puesto al tema,
consideraba la simpatía, el amor, como el punto
de partida del conocimiento de la naturaleza y
sobre todo del conocimiento de los otros. De
ahí que el tema tenga que ver con la formación
del historiador. Pues la historia es esencialmente
una forma del conocimiento del otro, del hombre
14
que individual y socialmente es el actor del proceso político, social, económico, cultural que
es la historia. Y no puede haber acceso al conocimiento del otro sin esa apertura del espíritu
hacia su objeto que es la simpatía. Por eso es
difícil o imposible saber lo que sea el enemigo.
Por lo mismo, resulta fatal para el historiador
toda forma de maniqueísmo. Si el mal y bien
se reparten por iguales y excluyentes partes entre
nacionales y extranjeros, entre patriotas y españoles, entre proletarios y burgueses, entre católicos y herejes, entre europeos civilizados y pueblos bárbaros, la historia resultaría simplemente
una forma de la metafísica y así ha llegado a
ser en no pocas tendencias de la historiografía
y en no pocos casos de historiadores creyentes
que han atribuido el papel del ángel a su propio
país, a su propia cultura, a su propia raza o a
su propia clase o la clase de su simpatía y el
de la bestia a la contraparte.
Se dirá que esta apertura simpática hacia la
totalidad del objeto histórico y no simplemente
hacia una de sus partes resulta incompatible con
el compromiso ético que el historiador debe tener, como hombre y como ciudadano, con su
patria, con su partido, con su clase, o con su
iglesia, con la causa de la justicia, de la libertad,
de la democracia o del progreso. ¿No habrá
siempre una buena y mala causa y no es deber
del historiador estar del lado de la buena? Y por
otra parte, ¿no es de su compromiso de donde
recibe el impulso, la voluntad de conocimiento?
La pretensión de imparcialidad, o de objetividad, se dice, es simplemente una forma sospechosa de la complicidad. Es simplemente una
complicidad con los poderes dominantes que no
se atreve a decir su nombre. Más todavía, ¿la
historia misma de la historiografía no nos indica
que ha sido la voluntad de servir a una causa,
la que ha producido las grandes obras de la
historiografía moderna? Los infortunios de una
Alemania fragmentada frente a la unidad de
otras potencias europeas, Inglaterra o Francia,
llevó a la formación de la escuela histórica alemana y produjo la obra impresionante de los
Monumenta Germaniae Historica, que compilaron Droysen, Ranke y los grandes representantes
de la Escuela Histórica alemana. De la primera
gran historia de las condiciones de la clase
obrera en la sociedad industrial, El Capital de
Marx, se ha dicho que tuvo una motivación
ética: la indignación de un moralista ante las
opresoras condiciones de vida de la clase obrera
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
en los albores de la sociedad industrial. Y para
tomar casos domésticos, ¿no fue el fervor de su
fe católica el que llevó a Groot a meterse en los
archivos coloniales y a dedicar varios años de
su vida a escribir la Historia eclesiástica y civil
de la Nueva Granada, para defender a la Iglesia
de las imposturas de los historiadores liberales?
Imaginación también parece serie indispensable. En un sugestivo ensayo escrito con motivo del homenaje que la Gaceta de Colcultura
rindió recientemente al historiador Luis Ospina
V ásquez, Jorge Eliécer Ruiz aludía a la "comprensión imaginativa", como una cualidad esencial del historiador. Dar el paso de situaciones
conocidas hacia situaciones desconocidas del
pasado cuyos hechos no han podido establecerse, pero que, gracias a la intuición creadora, el
"brillante fogonazo" del artista de que hablaba
Croce, puede crear el historiador imaginativo
reconstruyendo lo que Luis Ospina llamaba "atmósferas".
Sugestión tentadora, pero peligrosa. Ni siquiera, o por la circunstancia misma de apoyarse
en hechos conocidos del presente, puede el historiador pasar por analogía de una época a otra.
Es un paso lógicamente ilícito que implicaría
desconocer lo que hay de único en cada circunstancia social, política o cultural y la calidad de
irrepetible que caracteriza al acontecer histórico
y lo diferencia del acontecer de la naturaleza.
Ese principio analógico, que lleva a algunos a
juzgar, o reconstruir, el pasado por el presente,
o viceversa, el presente por el pasado, es precisamente el que debe evitar el historiador que
realmente lo es. Quien posee en verdad el sentido histórico, no puede imaginarse situaciones
ni reconstruir atmósferas que no tengan apoyo
en los hechos de la época, las situaciones y los
procesos que trata de historiar y comprender.
Que reconstruir la atmósfera, como dice Ospina Vásquez, sea una tarea no fácil, no autoriza
para traspasar la frontera de los hechos. Para
reconstruir las actitudes, las maneras de pensar,
los contenidos de la conciencia de un grupo o
de una clase, el historiador tendrá que recurrir
a una multiplicidad de fuentes y aquí sí, tener
imaginación para encontrarlas: cartas, memorias, papeles personales, fotografías, dibujos,
vestidos, muebles, etc., etc. Mas cuando así
procede, sigue ateniéndose a los hechos. Y es
justamente este camino el que a la postre debe
recorrer la historia social y de la cultura para
no caer en afirmaciones a priori, ni hacer cons-
Prólogo: La historia y el historiador
tracciones ad hoc, ni caer en imaginaciones.
Sería esta la manera de reconstruir la conciencia
de clase sobre la que ha insistido el marxismo.
Nuestra nueva historiografía hace muchas referencias a la burguesía colombiana del siglo xix,
le atribuye intereses, intenciones, capacidades
e incapacidades, pero es poco lo que ha hecho
para establecer, para documentar, para probar
el grado de desarrollo y la existencia real de
una conciencia de clase en nuestra naciente burguesía del siglo xix. Se supone que eran burgueses y tenían intereses burgueses quienes defendían el liberalismo, ellaissezfaire y los derechos
individuales. Pero ni el liberalismo, ni ellaissez
faire, ni el individualismo son suficientes para
definir la conciencia burguesa, que no sólo está
hecha de ideologías políticas y económicas, sino
de hábitos, de formas de trabajo y de pensamiento, de actitudes éticas, de gustos y formas de
consumo, de intereses y ambiciones. Ahora
bien, esas capas de la vida social, como también
el ambiente espiritual de una época o lo que
Ospina Vásquez llamaba "la atmósfera", están
hechas de realidades microscópicas que no se
encuentran en los documentos públicos que suelen llenar los archivos. Para llegar a esas zonas
y reconstruir la conciencia de una clase o una
generación o revivir una atmósfera, para tener
lo que podríamos llamar la historia por dentro,
tendríamos que traspasar los esquemas macrohistóricos y llegar al tejido interno de la sociedad, apoyados en fuentes menos convencionales. El historiador alemán Bemard Groethuysen reconstruyó la conciencia burguesa de la
Francia del siglo xvii estudiando libros de rezo
y sermones dominicales y Sombart estableció
su imagen del burgués clásico escudriñando diarios íntimos, cartas y libros de contabilidad. Es
aquí donde podría encontrarse la analogía entre
el novelista y el historiador. No sin cierta razón
pensaba Marx que la conciencia burguesa de
Francia se encontraba mejor descrita en las novelas de Balzac que en los tratados de historia.
Pero no debemos olvidar que para escribir sus
novelas Balzac consultaba las notarías y los juzgados.
Hay sí una forma de imaginación indispensable al historiador. Es la capacidad de plantearse problemas, de formular hipótesis, de perseguir fuentes y pruebas. Muchas veces hemos
comparado su labor con la del detective o la del
juez investigador. Es común a ellos establecer
hipótesis a partir de los hechos, para establecer
15
relaciones, encontrar imputaciones causales,
fundamentar generalizaciones. Y por sobre
todo, el establecer y analizar las pruebas de sus
hipótesis. Uno y otro trabajan con testimonios,
indicios, declaraciones del actor o los actores y
los testigos. La ciencia que los penalistas llaman
crítica de las pruebas, es el equivalente de lo
que los historiadores llaman análisis o crítica
del documento. Sólo que las sentencias del historiador nunca podrán ser definitivas como las
del juez -y estas mismas no siempre lo son-,
porque nunca, o casi nunca, podrá tener a su
disposición todos los hechos, ni encontrar todas
las pruebas cuando trata de explicarse y reconstruir un período, una época o un proceso histórico complejo como una revolución. Por eso sus
sentencias estarán siempre sujetas a revisión y
nunca podrán tener el efecto "de cosa juzgada".
De ahí el carácter de abierto, de provisionalidad
y también de antidogmático que tiene el conocimiento histórico.
Lo cual nos lleva a considerar otra virtud
del historiador: el sentido crítico, que crea y al
mismo tiempo es creado por la Historia. El sentido crítico que descubrió el pensamiento occidental a partir de Descartes, que maduró con
Kant y los filósofos ilustrados del siglo xviii,
que ha hecho la fecundidad y también el desasosiego y el tormento del pensamiento científico
auténtico. Se ha dicho que la ciencia, aun la
que se pretende más exacta como la ma~emática
o la física, está constituida por un conJunto de
conocimientos siempre abiertos, porque para
modificarlos, siempre pueden aparecer nuevos
hechos, nuevas hipótesis, nuevas explicaciones
de procesos que antes se consideraron leyes inmutables. Y si esto puede decirse de la ciencia
natural, con mayor razón puede decirse de la
historia. El conocimiento histórico es el conocimiento abierto por excelencia. Siempre habrá
en la historia posibilidad de encontrar nuevos
documentos, nuevos hechos que nos lleven a
rectificar o confirmar con mejores razones los
juicios que se han dado sobre una época, un
acontecimiento o el carácter de una estructura
social, económica o intelectual. Por eso es la
historia el producto y el origen del pensamiento
crítico, el producto y el origen del pensamiento
antidogmático, de la tolerancia y casi diríamos
de la civilización política, en una palabra, de
aquellas características de realismo, buen sentido, convivencia y tolerancia de cuya ausencia
en los pueblos hispanoamericanos se ha lamen-
16
tado recientemente el escritor mexicano Octavio
Paz. Que donde faltan surgen las inquisiciones,
los dogmas, las dictaduras y el Estado policivo.
Viejos problemas de método y epistemología de la historia que posiblemente nunca encontrarán una solución que produzca el sosiego del
historiador y que éste tendrá que plantearse continuamente. Lo cierto, es que, tanto el historiador como el investigador de todas las formas
de expresión de la sociedad, tendrá que vivir
en medio de estas tensiones que no le resolverán
los dogmas de las iglesias. Algunas escuelas de
antropología aconsejan al antropólogo hacerse
un psicoanálisis antes de comenzar su investigación sobre un grupo o una cultura, para traer a
plano de la conciencia todos sus preconceptos,
para purgada de prevenciones y prejuicios etnocéntricos, porque sólo así podrá tener acceso al
conocimiento de una cultura y de un grupo extraños. Para el historiador el problema es idéntico, sólo que posiblemente más complejo, pues
tiene que entendérselas con los hombres y las
sociedades del pasado. Sólo siendo conscientes
de estas contradicciones y dificultades podemos
asumir el conocimiento del pasado con un mínimum de lucidez. ¿Es esta una invitación al
escepticismo, al eclecticismo, que tanto desdén
produce a los espíritus militantes y comprometidos? La apertura hacia lo universal, el esfuerzo
hacia la objetividad y hacia la realidad total que
implica la simpatía en que creyeron el humanismo y el mejor liberalismo occidental, siguen
siendo las metas del historiador preocupado con
ese esquivo personaje que denominamos verdad
histórica.
L
os colaboradores de este Manual representan la última etapa de la historiografía colombiana y la primera generación de historiadores profesionales. Han asumido la tarea de presentar, en una serie de cuadros, los principales
aspectos de la historia nacional, la cultura, la
vida social, los grandes hechos políticos y la
economía, respondiendo al encargo del Instituto
Colombiano de Cultura de elaborar una obra
sintética, dirigida a un público no especializado,
según reza la carta de intención dirigida por la
directora del Instituto, Gloria Zea de Uribe, al
director científico del proyecto y a sus colaboradores. Se trata, pues, de una idea que por su
misma naturaleza implica ciertas limitaciones
que es conveniente recordar para orientación del
lector y de los eventuales críticos de esta obra.
Nueva Historia de Colombia. Vol. I
Conviene también informarlos de los otros criterios adoptados para su ejecución.
En primer lugar, mencionemos las limitaciones. Se ha querido hacer una obra que presente
en forma de síntesis, aspectos parciales de la
historia nacional, no toda la historia. Ello, como
es explicable, ha obligado a un esfuerzo de selección de los aspectos presentados, con lo cual
necesariamente se han quedado por fuera detalles y en no pocas veces aspectos significativos
de cada tema. Se ha pedido de cada colaborador
escribir sobre aquel campo que a través de su
carrera de investigador hubiera llegado a constituir su especialidad y sobre el cual hubiera ya
publicado obras y ensayos monográficos. No se
pensó, por lo tanto, en hacer un esquema teórico
e hipotéticamente necesario de temas, para
luego buscar los autores, sino al contrario, encontrados los autores se les solicitó que escribieran sobre el tema de su predilección y su conocimiento.
Dentro del carácter de obra de divulgación
que se le ha querido dar, se ha recomendado a
los colaboradores de esta obra, sencillez en
la presentación de los temas, es decir, renunciar
en la medida de lo posible a tecnicismos y sofisticados recursos de expresión. Renunciar inclusive al exceso de referencias, citas y notas que
parecen ser inherentes a cierta interpretación del
carácter científico de la historia. Una bibliografia general, para orientación didáctica del lector,
ha parecido suficiente.
El lector no debe buscar o no hallará en esta
obra, uniformidad de criterios, de juicios o de
métodos históricos. Sus colaboradores pertenecen a tendencias científicas diferentes, a sensibilidades y a orientaciones filosóficas y políticas
distintas y en no pocas ocasiones antagónicas.
Para invitarlos a participar en ella, su capacidad
probada, sus antecedentes como investigadores
y el puesto que ocupaban en sus respectivas
especialidades fueron los únicos criterios de selección. Ni el Instituto Colombiano de Cultura,
ni el director de la obra impartieron recomendaciones, menos exigencias, que pudieran limitar
la libertad científica o las tendencias ideológicas
de los colaboradores. Se limitaron a recomendar
ciertos criterios de seriedad científica y aspectos
formales y técnicos que se han cumplido rigurosamente en los trabajos que contienen estos volúmenes.
Prólogo: La historia y el historiador
Al promover la ejecución de esta obra,
el Instituto Colombiano de Cultura, no se ha
propuesto imprimirle una determinada tendencia
de escuela científica o política, ni defender una
causa, ni adelantar polémicas. Ha querido dar
a un grupo de investigadores la oportunidad de
presentar, para un amplio público, el resultado
de sus investigaciones y al mismo tiempo hacer
una contribución más al conocimiento de nuestro pasado histórico, que considera una, si no la
más importante de sus misiones.
En las discusiones previas que se tuvieron
antes de iniciarse la ejecución de esta obra, tanto
17
las autoridades del Instituto Colombiano de Cultura, como sus colaboradores fueron conscientes
de las dificultades y riesgos de una obra de esta
naturaleza. Fueron conscientes sobre todo del
carácter abierto y provisional que tiene todo conocimiento histórico. Tome, pues, el lector los
estudios que forman este Manual como lo que
son: un intento y un esfuerzo más de los muchos
que se han hecho por describir y comprender
algunos aspectos de nuestra historia.
Bonn, marzo 30 de 1978
(_
Los autores
Los autores
f Eugenio Barney-Cabrera
Cali, 1917 - Bogotá, 1980. Fue Profesor Titular, Director de la Escuela de Bellas Artes y del
Departamento de Humanidades, Decano de la Facultad de Ciencias Humanas y Director de la Biblioteca
Central, Universidad Nacional de Colombia. Autor de: Geografza del arte en Colombia (Bogotá,
1963), El arte agustiniano: Boceto para una interpretación estética (Bogotá, 1964), Temas para la
historia del arte en Colombia (Bogotá, 1970), Fauna religiosa en el alto Magdalena (Bogotá, 1975).
Editor de Arte monumental prehispánico de Konrad Theodor Preuss y autor de las notas marginales
con Pablo Gamboa H. (Bogotá, Universidad Nacional, 1974). Director Cientifíco y autor de varios
ensayos sobre arte precolombino y del siglo XIX para la Historia del arte colombiano (Barcelona,
Salvat, 1977). Su contribución a la presente obra: "La actividad artística en el siglo XIX".
Eduardo Camacho Guizado
Tunja, 1937. Licenciado en Filosofía y Letras, Universidad de los Andes, 1960. Doctor en
Filosofía y Letras, Sección Filología Románica, Universidad Central de Madrid, España, 1962.
Profesor de Literatura Española, Hispanoamericana y Colombiana, Universidad de los Andes, State
University ofNew Ymk (Albany) y Middlebury College (Vermont y Madrid), del cual es Director
de su Spanish Graduate School. Diversos artículos y estudios sobre literatura en revistas como Eco,
Razón y Fábula, Colegio del Rosario, Gaceta-Colcultura y Letras Nacionales. Autor de: Estudios
sobre literatura colombiana: siglos XVI y XVII (Bogotá, Universidad de los Andes, 1965), La poesía
de José Asunción Silva (Bogotá, Uniandes, 1968), La elegía foneral en la poesía española (Madrid,
Gredos, 1969), Relatos libres (Bogotá, Bandera Roja, 1972), "La gran negociación y su contraimagen
en la poesía de la generación del 27", en Studio philologica in honorem Rafael Lapesa (Madrid,
Gredos, 1974), Naturaleza, historia y poética en Pablo Neruda (Madrid, Sociedad General, 1978),
Estudios sobre literatura española y latinoamericana (Bogotá, Colcultura, 1978), "Los cronistas de
Indias", en Historia de la literatura universal (Madrid, Orbis, 1983), Sobre la raya (novela, Bogotá,
Oveja Negra, 1985), "Juan Rodríguez Freyle", en Historia de la literatura hispanoamericana, Tomo
I (Madrid, Cátedra, 1982), "José Asunción Silva", en Historia de la literatura hispanoamericana,
Tomo 11 (Madrid, Cátedra, 1987), "Estética del modernismo en Colombia", en Manual de literatura
colombiana, Tomo I (Bogotá, Planeta, 1988). Ediciones: Obra completa de José Asunción Silva (con
Gustavo Mejía, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977), Martín Fierro de José Hemández (Madrid,
SGAL, 1982), Poemas de Jorge Rodriguez Romero (Bogotá, El Ancora, 1985), Poesía y prosa de
José Asunción Silva (Bogotá, El Ancora, 1986). Enjunio de 1986 el Teatro Libre de Bogotá estrenó
su obra teatral Sobre las arenas tristes. Su contribución a la presente obra: "La literatura colombiana
entre 1820 y 1900".
19
Nueva Historia de Colombia. Vol.!
20
Germán Colmenares
Bogotá. 1938. Abogado del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Licenciado en
Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Historia, Universidad de Paris
Fellow de St. Edmund's House, Cambridge, Becario Guggenheim y Woodrow Wilson. Profesor de la
Universidad de los Andes y de la Universidad del Valle, donde fue Decano de la Facultad de
Humanidades. Profesor visitante en las Universidades de Columbia (Nueva York) y Cambridge
(Inglaterra). Autor de: Partidos políticos y clases sociales (1968). Las haciendas de los jesuítas en el
Nuevo Reino de Granada (1969). Historia económica y social de Colombia. 1537-1719 (1973). Cali:
terratenientes, mineros y comerciantes (1975). Popayán, una sociedad esclavista (1979). Rendón: una
fuente para la historia de la opinión pública (1984 ). Las convenciones contra la cultura (1987), además
de su ensayo ''Manuela, la novela de costumbres de Eugenio Díaz", del Manual de literatura colombiana
(Planeta, 1988). Su contribución a la presente obra: "Factores de la vida política colonial: el Nuevo
Reino de Granada en el siglo XVIII(1713-1740)" y "La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800".
Alberto Corradine Angulo
Zipaquirá. 1933. Arquitecto. Universidad Nacional de Colombia (1957). Cursos sobre Historia
del Arte y de la Arquitectura, Francfort y Stuttgart (1960-1962). Especialización en Restauración de
Monumentos, Universidad de Madrid. Consultor de UNESCO en varias misiones (Argentina, Nicaragua, Honduras, Perú, Ecuador). Profesor de la Universidad Nacional desde 1962, donde ha sido
también Director de Construcciones, Jefe de Planeación Física y Secretario Administrativo. Varios
artículos sobre historia de la arquitectura en Colombia en revistas nacionales y extranjeras. Autor de:
Algunas consideraciones sobre la arquitectura en Zipaquirá (Bogotá, 1969 y 1979), Mompox, arquitectura colonial (Bogotá, 1961 y 1981), Raíces hispánicas de la arquitectura en Colombia (Bogotá,
1987), Arte y arquitectura en Santander (Bogotá, 1986). Inéditos: "La arquitectura en Tunja", "La
arquitectura en Colombia de 1538 a 1850". Su contribución a la presente obra: "La arquitectura
colonial".
María Teresa Cristina-Zanca
Gattico (Italia). 1939. Licenciada en Filosofía y Letras. Universidad de los Andes. Master en
Literatura Francesa, Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania. Profesora, Departamento de Humanidades, Universidad de los Andes (1965-1983). Profesora en el Departamento de Filología e Idiomas
(1979-1984), Directora de la Sección de Literatura (1984-1986) y profesora del Departamento de
Literatura, Universidad Nacional de Colombia. Autora de: "Actitud narrativa y técnicas narrativas en
la novela colombiana contemporánea (teoria y análisis)", tesis de licenciatura, Uniandes, 1969; "La
familia, el ciclo de vida y algunas observaciones sobre el habla de Bogotá" (con Bárbara Rimgaila,
Thesaurus, Instituto Caro y Cuervo, 1966). "Novela y sociedad en José María Samper", Razón y
Fábula, No. 42 (mayo-junio, 1976); "Macondo, ciudad de la verídica historia", Lecturas Dominicales
de El Tiempo (agosto 8, 1976), "La literatura colonial", en Historia de Colombia, Bogotá, Salvat,
1985), "Dos fragmentos inéditos de Jorge Isaacs", Revista de la Universidad Nacional, Vol. 11 No.
12 (mayo. 1987). Prepara la edición crítica de la obra literaria y recopilación de escritos de Jorge
Isaacs, para la publicación de la obra completa de este autor. Su contribución a la presente obra: "La
literatura en la Conquista y la Colonia".
Fernando Díaz Díaz
Lorica (Córdoba), 1935. Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas, Universidad Pedagógica
y Tecnológica de Colombia, Tunja (1960). Doctor en Historia, Centro de Estudios Históricos, El
Colegio de México (1971). Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica (1964-1980),
Universidad Nacional de Córdoba en Montería (1980-1984) y Director del Centro de Servicios Auxiliares Docentes, CASD, de Cartagena (1984-1987), donde se dedica a la investigación pedagógica e
histórica. Además de artículos en revistas y periódicos nacionales y extranjeros, es autor de: Caudillos
y caciques (El Colegio de México, 1972), Sania Anna y Juan Alvarez, frente a frente (México.
Sepsetentas, 1972), Historia documental de Colombia, siglos XVI, XVll y XVlll (Tunja. UPTC,
1974), La desamortización de bienes eclesiásticos en Boyacá (Tunja, UPTC, 1977). Tiene para
publicación las siguientes obras: "Ensayos sobre metodología de la historia" (1984), "Esquema para
una breve historia de la ciencia" (1986), "Letras e historia del Bajo Sinú" (1988), Historia de la
educación en Colombia" (en preparación). Su contribución a la presente obra: "Estado, Iglesia y
desamortización".
Los autores
Juan Friede
Mlawa (frontera de Rusia con Alemania). 1901. Ciencias Económicas. Universidad de Viena. Especialización, London School of Economics and Political Science. Profesor de Historia de América
Latina, Universidades de Indiana y de Texas. Catalogación de documentos sobre el Perú para la Lilly
Library, Universidad de Texas. Catalogación de manuscritos relativos a Hemán Cortés, Biblioteca
del Congreso, Washington, D.C., trabajo publicado con el título: The Harkness Collection in the
Library of Congress (Washington, 1974). Miembro de Número de la Academia Colombiana de
Historia. Autor de: Los indios del alto Magdalena. Vida, luchas y exterminio (1609-1931) (Bogotá,
Instituto Indigenista de Colombia, 1943), Comunidades indígenas del Macizo Colombiano (Bogotá,
Instituto Indigenista de Colombia, 1944), El indio en lucha por la tierra. Historia de los resguardos
del Macizo Central Colombiano (Bogotá: Espiral, 1944; La Chispa, 1972; Punta de Lanza, 1976),
Los Andakí, 1538-1947, Historia de la aculturación de una tribu selvática (México, FCE, 1953,
1974); Invasión del país de los Chibchas, Conquista del Nuevo Reino de Granada y fondación de
Santafé de Bogotá: Revaluaciones y rectificaciones (Bogotá, Tercer Mundo, 1955, 1966), Documentos
inéditos para la historia de Colombia (1509-1550)(1 OVols., Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1955-1960), Los franciscanos y el clero en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVI
(Madrid, Jura, 1957), Nicolás Federmán en el descubrimiento del Nuevo Reino de Granada (México,
Ed. Cultura, 1957), "Problemes de colonization de l'Amazonie colombienne", en: Miscelánea Paul
Rivet. Octogenario Di cata (México, UNAM, 1958), La censura española del siglo XVI y los libros
de historia de América (México, Cultura, 1959), Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y
Fundación de Bogotá (15 3 6-15 3 9) según documentos del Archivo General de Indias, Sevilla (Bogotá,
Banco de la República, 1960), Gonzalo Jiménez de Quesada a través de documentos históricos.
Estudio biográfico 1509-1550 (Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1960;2a. ed.: El adelantado
don Gonzalo Jiménez de Quesada, 2 Vols., Bogotá, Carlos Valencia, 1979), Los gérmenes de la
emancipación americana en el siglo XVI (Monografias Sociológicas No. 5, Bogotá, Universidad
Nacional, 1960), Vida y viajes de Nicolás de Federmán, conquistador, poblador y cofundador de
Bogotá, 1506-1542 (Bogotá, Buchholz, 1960), Los Welser en la conquista de Venezuela (Madrid/Caracas, Edime, 1961), Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de
los indios (Popayán, Ed. Universidad, 1961), Documentos sobre la fundación de la Casa de Moneda
en San tafo de Bogotá (1614-1635) (Bogotá, Banco de la República, 1963), Historia de la antigua
ciudad de Cartago, en: Historia de Pereira, 2a. parte (Pereira, Club Rotario, 1963), Los Quimbayas
bajo la dominación española. Estudio documental (1539-1810) (Bogotá: Banco de la República, 1963;
Carlos Valencia, 1978), Problemas sociales de los Arhuacos: Tierras, gobierno, misiones (Monografias
Sociológicas No. 16, Bogotá, Universidad Nacional, 1963; 2a. ed.: La explotación indígena en
Colombia bajo el gobierno de las misiones. El caso de los Arhuacos de la Sierra Nevada de Santa
Marta, Bogotá, Punta de Lanza, 1973), "Algunas consideraciones sobre la evolución demográfica en
la provincia de Tunja", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 3 (1965);
Descubrimiento y conquista del Nuevo Reino de Granada. Introducción (Historia Extensa de Colombia,
Vol. 11, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1965), La batalla de Boyacá a través de los
archivos españoles (Bogotá, Banco de la República, 1969), La evolución de la propiedad territorial
en Colombia. Hacia una reforma agraria masiva (Monografias y Documentos, No. 8, Bogotá, CIAS
e IDES, 1971), La otra verdad: La independencia americana vista por los españoles (Bogotá: Banco
de la República, 1971; Tercer Mundo, 1972; Carlos Valencia, 1979), Bartolomé de Las Casas
(1474-1566): Inicios de las luchas contra la opresión enAmérica (Bogotá, Punta de Lanza/La Chispa,
1974; 2a. ed.: Bartolomé de Las Casas (1474-1566). Su lucha contra la opresión, Bogotá, Carlos
Valencia, 1978), Bartolomé de Las Casas, precursor del anticolonialismo: Su lucha y su derrota
(México, Siglo XXI, 1974, 1976), La batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824 (Bogotá, Banco
de la República, 1974), Los Chibchas bajo la dominación española (Bogotá, La Carreta, 1974),
"Bartolomé de Las Casas y su lucha en pro de la justicia social", en: Indigenismo y aniquilamiento
de indígenas en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional, 1975; Ediciones CIEC, 1981), "Las misiones
y el problema indígena en Colombia", en: El problema indígena en la historia contemporánea de
Colombia (Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica, 1975),Fuentes documentales para la historia
del Nuevo Reino de Granada, desde la instalación de la Real Audiencia en Santafé (8 Vols., Bogotá,
Banco Popular, 1975-1976), "Proceso de aculturación del indígena en Colombia", en: Indígenas y
represión en Colombia (Serie Controversia No. 79, Bogotá, Cinep, 1978), Rebelión comunera de
1781: Documentos (2 Vols., Bogotá, Colcultura, 1981). Editor de: Recopilación historial de Fray
Pedro de Aguado (4 Vols. Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Nos. 31-34, 1956-1957),
Historia indiana de Nicolás de Fedennán (Madrid, Arco, 1958), Rutas de Cartagena de Indias a
Buenos Aires y sublevaciones de Pizarra, Castilla y Hernández Girón, 1540-1570 (Madrid, Porrúa,
1970), Bartolomé de Las Casas in history. Toward an understanding ofthe man and his work (con
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
Benjamín Kee, Dekalb, Northem Illinois University Press, 1971) y de Noticias historiales de las
conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales de Fray Pedro Simón (7 Vols., Bogotá, Banco
Popular, 1978). Su contribución a la presente obra: "La conquista del territorio y el poblamiento".
Francisco Gil Tovar
Granada (España). 1923. Residente en Colombia desde 1953. Periodista. Escuela Oficial de
Periodismo, Madrid. Profesor de Bellas Artes, Academia de Bellas Artes, Florencia. Profesor Titular
de Historia del Arte, Universidad Javeriana (desde 1959), Universidad Nacional de Colombia (desde
1961). Fundador y Decano de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Javeriana
(1963-1977). Fundador y Director del Centro de Educación Humanística de la Universidad del Rosario
(desde 1979), y allí mismo Director del Programa de Crítica de Arte. Director Area Humanística,
Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. Director del Museo de Arte Colonial, Bogotá (1975-1986).
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Comentarista de arte del diario El
Tiempo, Bogotá. Entre otros libros, autor de: Breviario de arte y crítica (1954), Trayecto y signo del
arte en Colombia (1957), Historia del arte y conocimiento de los estilos (1957, 1965), La pintura
flamenca en Bogotá (1964), ¿A dónde va el arte? (1965), El arte colonial en Colombia (coautor con
Carlos Arbeláez Camacho, 1968), Introducción al arte (1969, 197 4, 1988), Del arte llamado erótico
(1975), El arte colombiano (1976, 1980, 1984), La obra de Gregario Vásquez (1980), Ultimas horas
del arte (1982), Historia y arte en el Colegio Mayor del Rosario (1982), Arte virreina/ en Bogotá
(coautor con Alvaro Gómez Hurtado, 1987). Coautor en varias obras colectivas como Historia del
arte colombiano (Salvat, 1977) y Kunst Tieme (1977). Su contribución a la presente obra: "Las artes
plásticas durante el período colonial".
Margarita González Pacciotti
Bogotá, 1942. Licenciada en Filosofía, Universidad Nacional de Colombia. Profesora, Departamento de Historia, Universidad Nacional. Autora de: El resguardo en el Nuevo Reino de Granada
(1970), Ensayos de historia colombiana (1977) y Bolívar y la independencia de Cuba (Bogotá, El
Ancora, 1985). En el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, del cual fue Directora
(1979-1982), ha publicado: "El resguardo minero de Antioquia" (No. 9, 1979), "La política económica
virreinal en el Nuevo Reino de Granada" (No. 11, 1983) y "Algunos aspectos económicos de la
administración pública en Colombia. 1820-1886" (No. 13114, 1986-87). Su contribución a la presente
obra: "Las rentas del Estado".
Jaime Jaramillo Uribe
Abejorral (Antioquia), 1918. Licenciado en Ciencias Económicas y Sociales, Escuela Normal
Superior, Bogotá. Doctor en Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Libre de Colombia; Postgrado,
Universidad de la Sorbona, París. Profesor Titular de la Universidad Nacional de Colombia y durante
varios años Decano de la Facultad de Filosofía y Letras y Director del Departamento de Historia.
Profesor Visitante, Universidades de Hamburgo (Alemania), Vanderbilt (Nashville, Tennessee). St.
Antony's College de la Universidad de Oxford (Inglaterra), Universidad de Sevilla (España). Profesor
de la Universidad de los Andes, donde ha sido Decano de la Facultad de Filosofía y Letras y donde
desempeña la cátedra de Historia Económica y Social de Colombia en su Departamento de Historia.
Fundador del Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, fue también director de la
revista Razón y Fábula de la Universidad de los Andes. Autor de más de un centenar de ensayos
sobre Historia Social y de la Cultura en revistas nacionales y extranjeras. Director científico del
Manual de historia de Colombia (Colcultura, 1980). Entre sus obras se cuentan: El pensamiento
colombiano en el siglo XIX (Temis, 1963). Historia de Pereira (con Luis Duque Gómez y Juan Friede,
1963). Entre la historia y la filosofía (1968), Ensayos de historia social colombiana (Universidad
Nacional, 1969), Historia de la pedagogía como historia de la cultura (Universidad Nacional, 1970),
Antología del pensamiento político colombiano, (2 Vols, Banco de la República, 1970), La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos (Colcultura, 1977), "Etapas y sentidos de la historia de
Colombia", en: Colombia, hoy (siglo XXI, 1978). Su contribución a la presente obra: "La administración
en la colonia", "El proceso de la educación en el Virreinato" y "El proceso de la educación en la
República (1830-1886)".
Salomón Kalmanovitz Krauter
. Barranquilla, 1943. Filosofía y Economía, Universidad de New Hampshire, Durham. Postgrado,
New School for Social Research, Nueva York; candidato al PhD. en Economía. Profesor Titular de
Los autores
la Universidad Nacional de Colombia (desde 1970). Investigador Asociado, temas de macroeconomía
y gasto público, Contraloría General de la República (desde 1987). Investigador Invitado, Institute
ofSocial Studies, La Haya (1978), Institute ofDevelopment Studies, Universidad de Sussex, Inglaterra
(1979-1980) y Universidad Hebrea de Jerusalén (1987). Coautor en volúmenes colectivos: La agricultura en Colombia en el siglo XX (dirigido por Mario Arrubla, 1976), La nueva historia de Colombia
(selección de Darío Jaramillo, 1976) y Colombia, hoy (1978). Autor de: El desarrollo de la agricultura
en Colombia (1978), Ensayos sobre el desarrollo capitalista dependiente (1979), El desarrollo tardío
del capitalismo ( 1983), Economía y nación: una breve historia de Colombia ( 1985), Ensayos escogidos
de economía colombiana (1987), Historia de Colombia, 9° grado (con Sylvia Duzán, 1987). Su
contribución a la presente obra: "El régimen agrario durante el siglo XIX en Colombia".
Jorge Orlando Melo González - - - - - - - - - - - - - Medellín. 1942. Filosofia y Letras, Universidad Nacional de Colombia. Postgrado en Historia,
Universidades de North Carolina y Oxford. Profesor en las Universidades Nacional y del Valle;
Profesor Invitado, Universidad de los Andes, Duke University y Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (FLACSO). Director de los Departamentos de Historia, Universidad Nacional y del Valle.
y en esta última. Decano de Investigaciones, Vicerrector y Rector (e). Director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, CID, de la Universidad Nacional. Profesor del Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales de la misma universidad. Miembro de las juntas directivas de:
Fundación para la Promoción de la Investigación y de la Tecnología (Banco de la República), Fondo
Fen-Colombia para la Protección del Medio Ambiente y Centro de Estudios de la Realidad Colombiana,
CEREC. Autor de: Historia de Colombia, Tomo 1: El establecimiento de la dominación española
(Bogotá, 1977-78), Sobre historia y política (Bogotá, 1979). Editor de: Los orígenes de los partidos
políticos en Colombia (Bogotá, 1978), Indios y mestizos en la Nueva Granada en el siglo XVIII
(Bogotá, 1986) y Reportaje de la historia de Colombia (dos volúmenes, Bogotá, Planeta, 1988).
Colaborador en: Colombia, hoy (Bogotá, 1978), Historia económica de Colombia (Bogotá, 1987,
Premio de Ciencia Alejandro Ángel Escobar 1988) y Manual de literatura colombiana (Bogotá, Planeta,
1988). Director y colaborador de La historia de Antioquia (Medellín, El Colombiano, 1987-88, Premio
Nacional de Periodismo Simón Bolívar 1988). Su contribución a la presente obra: "La evolución
económica de Colombia 1830-1900".
Javier Ocampo López
Aguadas (Caldas), 1939. Licenciado en Ciencias Sociales, Universidad Pedagógica de Colombia.
Doctor en Historia, El Colegio de México. Miembro de la Academia Colombiana de Historia y
Academia Colombiana de la Lengua. Profesor Titular, Programa de Magister en Historia, Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja. Autor de: El positivismo y el movimiento de la
Regeneración en Colombia (México, UNAM, 1968),Historiografza y bibliografza de la emancipación
del Nuevo Reino de Granada (Tunja, 1969), Las ideas de un día, El pueblo mexicano ante la
consumación de su independencia (El Colegio de México, 1969), Las ideologías en la historia
contemporánea de Colombia (México, UNAM, 1972), Historia de Colombia (Bogotá, 1973), El
proceso ideológico de la emancipación (Tunja, 1974; Bogotá, Colcultura, 1980; Premio Nacional de
Literatura "José María Vergara y Vergara" de la Academia Colombiana de la Lengua), El caudillismo
colombiano (Bogotá, 1974), Las ideas bolivarianas, Fuentes documentales y bibliográficas (Tunja,
1977), La emancipación de Hispanoamérica (Bogotá, 1978), La independencia de Estados Unidos
y su proyección en Hispanoamérica (Caracas, OEAIIPGH, 1979), Historia de las ideas de integración
de América Latina (Tunja, Idesil, 1981), Ideario del Libertador Simón Bolívar (Tunja, Idesil, 1983),
Historia del pueblo boyacense (Tunja, ICBA, 1983), Música y folclor de Colombia (Bogotá, 1984),
Las fiestas y el folclor en Colombia (Bogotá, 1985), Historia básica de Colombia (Bogotá, 1986),
Los orígenes ideológicos de Colombia contemporánea (México, OEA, 1986), Historia de la cultura
hispánica, sigloXX(Bogotá, 1987),Mitos colombianos (Bogotá, 1988). Su contribución a la presente
obra: "El proceso político, militar y social de la Independencia".
Jorge Palacios Preciado
Tibasosa (Boyacá), 1940. Licenciado en Filosofia y Letras, Universidad Nacional de Colombia.
Doctor en Historia, Universidad de Sevilla. Profesor, Universidad Nacional, Javeriana, Rosario y
Pedagógica y Tecnológica (Tunja), en la cual ha sido Secretario Académico, Director del Postgrado
24
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
en Historia, Decano de Educación y Rector en dos oportunidades. Director del Archivo Nacional de
Colombia (1979-1981 ), Organizador y primer Director del Archivo Regional de Boyacá, en Tunja.
Autor de: La trata de negros por Cartagena de Indias (Tunja, 1973), Cartagena, gran factoría de mano
de obra esclava (Tunja, 1975), Los grupos ajroamericanos (1980), "La esclavitud y la sociedad de
castas", en: Historia de Colombia (Bogotá, Salvat, 1985), La esclavitud de los africanos y la trata
de negros, entre ¡a teoría y la práctica (1988). Su contribución a la presente obra: "La esclavitud y
la sociedad esclavista".
Gerardo Reichel-Dolmatoff
Salzburgo (Austria). 1912. Ciudadano colombiano. 1942. Estudios humanísticos en Austria y
Francia, que lo llevaron a la arqueología y etnología. Viaja a Colombia antes de la segunda Guerra
Mundial, invitado por el presidente Eduardo Santos (1939). Bajo la dirección de Paul Rivet, inicia
sus investigaciones antropológicas. Miembro durante años del Instituto Etnológico Nacional y del
Instituto Colombiano de Antropología. Fundador del Instituto Etnológico del Magdalena y Fundador
y Director del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes. Visiting Scholar,
Universidad de Cambridge (Inglaterra). Desde 1974, vinculado a la Universidad de California (Los
Angeles). Ha dedicado sus investigaciones principalmente a la Sierra Nevada de Santa Marta, a las
costas Caribe y Pacífica y al Vaupés. Autor de quince libros y de unos doscientos artículos en revistas
científicas, muchos de ellos publicados en colaboración con su esposa, la antropóloga Alicia Dussán.
Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la
National Academy of Sciences, Miembro Fundador de la Third World Academy of Sciences. Premio
Nacional de Ciencias Francisco José de Caldas, Medalla Thomas Henry Huxley (Inglaterra), Ordre
des Arts et des Lettres, desPalmes Académiques (Oficial, Francia), Ordre National du Mérite (Caballero), Gran Cruz al Mérito (Austria). La Universidad Nacional de Colombia le confirió uno de sus
doctorados honoris causa. Autor de: Los kogi: una tribu indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta,
Colombia, 1951; reedición, Procultura, 1985; Investigaciones arqueológicas en el departamento del
Magdalena: Arqueología del río Ranchería; Arqueología del río Cesar, Ministerio de Educación
Nacional, 1951; Datos histórico-culturales sobre ¡as tribus de la antigua provincia de Santa Marta,
Bogotá, Banco de la República, 1951; Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega entre ¡os
indios y negros de la provincia de Cartagena - 1787, Ministerio de Educación Nacional, 1955; The
people ofAritama: the Cultural Personality ofa Colombian Mestizo Village, University of Chicago
Press, 1960, 1968; Colombia: Ancient peoples and places, Londres, Thames & Hudson y Nueva
York, Praeger, 1965; Desana: simbolismo de los indios tukano del Vaupés, Bogotá, Universidad de
los Andes, 1968; Procultura, 1975; Amazonian Cosmos: The sexual and religious symbolism ojthe
Tukano indians, University of Chicago Press, 1970; San Agustín: Culture ofColombia, Londres,
Thames & Hudson, Nueva York, Praeger, 1972; The Shaman and the Jaguar: a study ofnarcotic
drugs among the indians ofColombia, Philadelphia, Temple University Press, 1975; Contribuciones
a la estratigrajia cerámica de San Agustín, Colombia, Bogotá, Banco Popular, 1975; Estudios antropológicos, Bogotá, Colcultura, 1977. Beyond the Milky Way: the hallucinatory imagery oflhe Tukano
indians, Los Angeles, University of California, 1978; El chamán y el jaguar, México, Fondo de
Cultura Económica, 1978; Orfebrería y chamanismo, un estudio iconográfico del Museo del Oro,
Medellín, Colina, 1988. Su contribución a la presente obra: "Colombia indígena- Período prehispánico".
Germán Téllez Castañeda
Bogotá, 1933. Arquitecto, Universidad de los Andes. Estudios de Restauración de Monumentos
e Historia de la Arquitectura, Francia y España. Profesor de Historia de la Arquitectura (1961-1973)
y Director del Centro de Investigaciones Estéticas e Históricas (1968-1973), Universidad de los Andes.
Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Autor de: Cartagena de Indias,
Zona histórica (1968), Crítica e imagen (1978). Ensayos: "Santa Fe de Antioquia, Zona histórica"
(1972), "Esquema de Villa de Ley va" (197 4), "Restauraciones en Colombia" (1976), "Manual práctico
de la bella época en arquitectura" (1976). "La casa de hacienda", "Templos y conventos coloniales",
"El barroco en arquitectura" y "Arquitectura contemporánea 1935-1950", en: Historia del arte Colombiano (Barcelona, Salvat, 1977). Su contribución a la presente obra: 'La arquitectura y el urbanismo
en la época republicana, 1830/40- 1930/35".
Alvaro Tirado Mejía
Medellín, 1940. Doctor en Derecho y Ciencias Políticas, Universidad de Antioquia. Doctor en
Historia, Universidad de París. Decano de la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional,
Los autores
Medellín, y de la Facultad de Sociología, Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín. Vicerector. Profesor Titular y Emérito y Director de la Revista de Extensión Cultural, Universidad Nacional
de Colombia. Presidente. Centro de Estudios de la Realidad Colombiana. CEREC. Vicepresidente.
Asociación de Historiadores de América Latina y del Caribe, Adhilac. Secretario de Relaciones
Internacionales del Partido Liberal de Colombia. Ministro Plenipotenciario, XL Período Ordinario de
sesiones de la Asamblea General de la ONU, Nueva York. Delegado con carácter de Embajador,
XLIV Período de Sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, Ginebra. Embajador
en misión especial. Sesiones Comisión lnteramericana de Derechos Humanos, Washington (1988).
Miembro, Comisión de Diálogo para la Paz con el M-19 y EPL. Consejero Presidencial para la
Defensa, Protección y Promoción de los Derechos Humanos. Miembro del Comité para la conmemoración del Centenario del nacimiento de Alfonso López Pumarejo, Comité Académico Asesor del
45" Congreso Internacional de Americanistas (Bogotá, 1985). Miembro especial, Delegación a la
posesión presidencial de Julio Sanguinetti, Uruguay (1985). Conferencista invitado por varias universidades extranjeras y participante en seminarios y congresos realizados en el país y el exterior. Asesor
Histórico del video Colombia, rebelión y amnistía, 1944-1986 (Focine, 1987). Autor de: Introducción
a la historia económica de Colombia (Bogotá. 1971 ), Colombia en la repartición imperialista 1870-1914
(Medellín, 1976), Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia (Colcultura, 1977), Reportajes
sobre el socialismo heterodoxo (Bogotá, 1978), Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso
López Pumarejo: 19 34-1938 (Procultura, 1981 ), Antología del pensamiento liberal colombiano (Medellín, 1981), La reforma constitucional de 7936 (Bogotá, 1982), Centralización y descentralización
en Colombia (Bogotá, 1983), El pensamiento de Alfonso López Pumarejo (Bogotá, Banco Popular,
1986). Autor en las obras colectivas: Colombia, hoy (Bogotá, Siglo XXI, 1978), y Estado y economía,
50 años de ¡a reforma del36 (Contraloría General de la República, 1986). Su contribución a la presente
obra: "El Estado y la política en el siglo XIX".
25
27
Colombia indígena, período prehispánico
Colombia indígena,
período prehispánico
Gerardo Reichel-Dolmatoff
Introducción
L
a siguiente exposición sobre la prehistoria
colombiana se dirige a un lector no especialista pero interesado en el pasado aborigen del
país, en sus más amplios delineamientos. En un
ensayo de este orden sería, desde luego, inoportuno hablar de detalles técnicos de la investigación científica, describir tipologías estilísticas,
o hablar de los innumerables problemas teóricos
o metodológicos de la arqueología moderna.
Asimismo, estaría fuera de lugar pretender tratar
de todas las zonas y de todos los vestigios arqueológicos del territorio nacional, y de presentar así un árido inventario de datos, a veces
totalmente desconectados. En el espacio a mi
disposición y en presencia de un lector atento,
pero no directamente interesado en un tratado
técnico, deseo que se me conceda cierta libertad
al no restringirme a un extenso apparatus de
citaciones y referencias bibliográficas, sino que
se me permita desarrollar sin pedantería un conjunto de ideas y evaluaciones que introduzcan
al lector en una dimensión de problemas y procesos culturales que, aunque se refieren a hechos
ocurridos en épocas muy antiguas, conservan
aún toda su actualidad, por haberse desarrollado
en un medio ambiente físico que sigue siendo
el escenario de nuestra vida actual.
Las llanuras, las cordilleras, las costas y
los ríos de Colombia han sido, desde hace miles
de años, el terruño, el sustento y el continuo
estímulo de un sinnúmero de seres humanos
que, desde los albores de los tiempos hasta la
conquista española, han desarrollado aquí sus
diversas formas culturales, de acuerdo con su
respectivo equipo intelectual y tecnológico. Este
lento proceso de adaptación ha llevado a la acumulación de un gran acervo de experiencias referentes a recursos naturales, a las ventajas o
desventajas de ciertas zonas climáticas y muchos
otros aspectos más que siguen siendo de apremiante importancia para nuestra época. En este
sentido, la arqueología recobra vida palpitante,
pues, por donde estemos, nos vemos en presencia del ingenio humano que, a través de los
milenios, trató de hacer de esta tierra un hogar.
La gran mayoría de las personas aún identifican el proceso prehistórico de Colombia con
los Chibcha, los Quimbaya o con las estatuas
de San Agustín, sin saber que la arqueología ya
nos permite trazar a grandes rasgos los desarrollos culturales de muchas otras culturas indígenas, a través de etapas sucesivas que nos muestran un panorama tan variado como intelectualmente estimulante. Así, la vida de los grupos
de recolectores de moluscos, el desarrollo de la
agricultura del maíz en las faldas de las cordilleras, o la adaptación de los primeros habitantes
a los altiplanos andinos, forman, todos, capítulos de un proceso dinámico que abarca problemas de profundo interés para el lector moderno.
Nueva Historia de Colombia. Vol I
28
y en las páginas que siguen trataré de sintetizar
las principales etapas de estos desarrollos.
Esta tarea, sin embargo, es difícil. Desafortunadamente, se carece aún de investigaciones
sistemáticas en extensas zonas del país, y sobre
muchos períodos y etapas culturales no se dispone sino de escasísimos datos. Resulta dificil
organizar las informaciones, por lo disparejo de
su alcance y su calidad. El hecho más limitante
es que la arqueología colombiana se ha ocupado
de sitios y no de contextos. En general, contamos con gran número de estudios sobre la cerámica, la orfebrería, la escultura y otros aspectos
tecnológicos o estéticos, pero faltan estudios que
analicen los problemas de estratigrafía, de asociaciones y conjuntos culturales, o de la adaptación ecológica a este mosaico de medio-ambientes que es el país. En otras palabras, son aún
muy pocos los estudios que traten de reconstruir
los sistemas dentro de los cuales se originaron
y se usaron los objetos que llenan las vitrinas
de los museos y, en estas condiciones, el lector
comprenderá que aún es dificil lograr consistencia interpretativa.
En lugar de organizar los datos disponibles
según áreas culturales o arqueológicas, me he
propuesto en el presente trabajo tratar de la arqueología colombiana en términos de grandes
etapas históricamente significativas, ya que las
implicaciones de procesos culturales me parecen
ser más importantes para adquirir una perspectiva teórica, que la simple enumeración de sitios
ubicados en ciertas regiones sobre cuyas secuencias locales se carece aún de datos.
Iniciaré mi exposición con el planteamiento
acerca de los primeros pobladores, lo que, necesariamente, implica adoptar una visión muy amplia que abarca una extensa región del noroeste
de América del Sur, para ubicar luego en ella
los hallazgos colombianos que corresponden a
esta etapa fundamental. Ya que en este capítulo
se trata de ofrecer una dimensión temporal de
gran alcance, he citado en el texto algunos nombres de investigadores que se han ocupado de
la defmición de periodos o de categorías de
manifestaciones culturales específicas. En cambio, para los capítulos que siguen, el lector encontrará al fmal una bibliografía anotada que le
permitirá consultar una serie de fuentes que contienen datos detallados sobre la etapa cultural
en cuestión.
Una síntesis como la presente no debe consistir en ideas que repitan las mismas proposicio-
nes que se han hecho en el pasado. Como ocurre
en todos los campos de la investigación, la arqueología debe revisar y revaluar continuamente
sus premisas, ya que tanto los avances metodológicos como los nuevos descubrimientos e interpretaciones modifican rápidamente el estado
de los conocimientos y llevan a nuevos enfoques
y replanteos. Así, en la actualidad, las formulaciones de la década de los sesenta ya son obsoletas y se debe tratar, entonces, de interpretar la
prehistoria en un espíritu que corresponda a nuestra época presente y, ante todo, que haga justicia
a este gran legado, a esta gran aventura, que fue
el desarrollo de las culturas indígenas del país.
La etapa paleoindia:
los cazadores y recolectores tempranos
L
os primeros hombres que poblaron a América del Sur, sin duda pasaron inicialmente
por suelo colombiano; debido a la situación geográfica del país en el Continente. Sin embargo,
los datos arqueológicos acerca de esta etapa aím
son muy deficientes. La escasez de investigaciones sistemáticas y, ante todo, de resultados significativos y comprobados, hace muy dificil obtener una visión histórica de los grupos humanos
más antiguos del país. Es obvio que la extraordinaria variedad geográfica de Colombia haya
constituido siempre un escenario muy estimulante durante el milenario proceso de la evolución de las sociedades indígenas, y es por esta
razón por la que, no obstante la actual escasez
de datos, debemos iniciar nuestra introducción
a la prehistoria colombiana con un breve esbozo
general, que luego permita apreciar la posición
que el país ocupaba en los albores de la Etapa
Paleoindia, así como su importancia para los
futuros científicos, sobre las primeras grandes
etapa_s de desarrollo cultural en el Continente
amen cano.
Pobiamiento de América--------
En el presente estado de conocnmentos
acerca del primer pobiamiento de América,
existe acuerdo general entre los arqueólogos respecto a ciertos hechos fundamentales. Así, según todos los datos disponibles, el pobiamiento
inicial lo efectuaron grupos asiáticos que, procedentes de Siberia, migraron por el Estrecho de
Bering a América y se dispersaron por el Continente, entrando luego a América del Sur por
Colombia indígena, período prehispánico
el Istmo de Panamá. Este proceso del advenimiento del hombre en el Nuevo Mundo y su
lenta penetración, se efectuó en la última era
glacial, es decir, en tiempos relativamente recientes, y los movimientos migratorios de est~s
primeros grupos hut?anos estaban, duran~e ~?~­
les de años, determmados por factores chmatlcos que, desde luego, variaban según la época
y la región. En aquellos tiempos, gran part~ del
Continente estaba poblada por una fauna extmta,
de elefantes, camellos y otros mamíferos de gran
tamaño (megafauna). Los hombres que formaban bandas migratorias, eran portadores de una
cultura material rudimentaria, lo que, desde luego, no excluye el conocimiento de tradi~iones
y creencias relativamente complejas, denvadas
de sus orígenes asiáticos; ellos eran cazadores
y recolectores omnívoros, provistos de artefactos toscos de cuyo empleo eficaz dependía en
gran parte su sobrevivencia. A través de milenios estas bandas buscaron adaptarse a las más
dive~sas condiciones físicas del medio ambiente
americano y, en el curso de este largo proceso,
se modificaron sus herramientas, sus modos de
sobrevivir, y así, lentamente, comenzaron a diferenciarse ciertas tradiciones culturales locales.
Hasta aquí, se puede decir que los arqueólogos concuerdan en sus opiniones sobre el poblamiento de América. Pero tan pronto se plantean preguntas acerca de fechas precisas, de períodos cronológicos, de rutas migratorias internas, de tipos de utensilios o de modos de subsistencia, los criterios tienden a diferir. La principal
causa de estas divergencias de opinión yace en
el hecho de que la documentación arqueológica
aún es muy incompleta y todavía existen grandes
áreas geográficas en las cuales sólo se han efectuado muy pocas o ningunas investigaciones.
También es cierto que los mismos vestigios culturales de estos primeros pobladores son difíciles de detectar e interpretar, pues demasiadas
veces se trata apenas de algunos objetos toscamente labrados de piedra o de hueso, de restos
de un fogón, de fragmentos de un hueso fosilizado y, además, las condiciones en que s~ efectuaron dichos hallazgos muchas veces deJan serias dudas acerca de asociaciones geológicas y
climáticas precisas.
Hace unos 70.000 años se inició la glaciación de Wisconsin, el último gran avance glacial
del Cuaternario, el cual llegó a su máximo desarrollo aproximadamente hace 20.000 años.
Durante este largo período, las masas de hielo
29
fluctuaban, avanzando y retrocediendo al tiempo
que oscilaba el clima y el nivel del mar. ~ste
último, al acumularse grandes casquetes de htelo
que cubrían partes de la tierra, bajaba notablemente, pero en cambio subía cuando, durante
épocas más templadas (interglaciales), se derretían los glaciares; estas oscilaciones modificaban las líneas costaneras y hacían salir o sumergirse islas o puentes terrestres. Por lo menos en
dos ocasiones, una vez hace 40.000 o 50.000
años y otra vez hace 28.000 o 10.000 años aproximadamente, el nivel del mar descendió de tal
modo, que la zona de Beringia formó un amplio
puente entre Asia y América y fue quizá d~rante
estos períodos cuando pasaron, de un contmente
al otro, la mayoría de los primeros pobladores.
Una fecha conservadora sería tal vez de 30.000
años,pero algunos arqueólogos consideran laposibilidad de un poblamiento inicial con magnitud
de unos 100.000 años. La fecha de entrada del
hombre a América del Sur se había calculado,
hasta hace poco, en unos 8.000 o 12.000 años
a. de e, pero actualmente, en vista de los últimos descubrimientos arqueológicos en el Perú
y en otros países, se sugiere más bien una fecha
de 20.000 años.
La correlación de las migraciones y adaptaciones ecológicas tempranas, con las condici~­
nes paleoclimáticas, es, desde luego, de un máximo interés para la interpretación del desarrollo
cultural indígena. En la actualidad, la mayoría
de los geólogos y oceanógrafos están de
acuerdo en que las glaciaciones en América del
Norte y del Sur fueron esencialmente sincrónicas
y también en que los grandes ciclos climáticos
de América fueron contemporáneos con los de
Europa.
Parece que, hace 14.000 o 13.000 años, la
mayoría de los grupos humanos se hallaban relativamente bien adaptados a los diversos medioambientes suramericanos que se habían formado al paso que se retiraban los casquetes glaciare; y que, de acuerdo con sus necesidades locales habían desarrollado en estas 'facetas' ecológic~s una serie de conjuntos de artefactos líticos
y óseos que se diferenciaban por de~alles de
forma, uso y tecnología. Para dar unos eJet~plos:
la ocupación humana de la Cueva de Gmtarreros, en Perú, se fechó en 12.509 años a. de C.;
el sitio de Tagua-Tagua, en Chile, así como la
Cueva de F ell en el Estrecho de Magallanes,
datan de 11.000 años, y en la zona de Lagoa
Santa, en el Brasil oriental, se conocen vestigios
30
humanos de hace 10.000 años. Por cierto, algunas fechas indican una edad aún mayor: Tlapacoya, un yacimiento en México central, se fechó
en 24.000 años, y Paccaicasa, en Perú, arrojó
una fecha de 20.000 años.
Industrias Líticas
Las diferencias entre los conjuntos o 'industrias' de artefactos líticos se deben, desde
luego, tanto a modificaciones ocurridas a través
del tiempo, como también a su uso específico,
determinado por cierto modo de subsistencia.
Obviamente, las armas de un grupo de cazadores
de la megafauna pleistocena diferían de las de
aquellos que sólo en ocasiones perseguían pequeños roedores o aves; los utensilios de los
cavernícolas andinos eran diferentes de los que
usaban los nómadas que vagaban a lo largo de
los grandes ríos de las tierras bajas. Dichas diferencias han dado lugar a una multitud de esquemas tipológicos y a su agrupación en grandes
categorías, pero éstas, en cambio, siguen siendo
discutidas, sobre todo en lo que se refiere a la
presencia o ausencia de ciertos elementos que,
según el caso, se consideran diagnósticos para
un período de determinada etapa de adaptación
ecológica o de cierto modo de subsistencia. En
primer lugar se observó que, mientras que en
América del Norte hay profusión de puntas de
proyectil, este elemento era más bien escaso en
los yacimientos de Suramérica, donde, en cambio, abundan complejos líticos carentes de tales
puntas. En Norteamérica, los hallazgos de estas
puntas de proyectil, a veces asociadas a restos
faunísticos, hacían pensar que allí los primeros
pobladores habían sido ante todo cazadores,
mientras que los del Hemisferio Sur parecían
haber sido más bien recolectores. Estas consideraciones llevaron recientemente a la formulación
de una etapa u horizonte designado como 'prepunta de proyectil', cuyo abogado principal es
el arqueólogo norteamericano Alex Krieger
(1964). Krieger defme esta etapa, ante todo, por
el bajo nivel de su tecnología lítica, pero sin
referirse a una etapa cultural propiamente dicha.
Aunque sugiere que los vestigios de ésta en Norteamérica pueden datar hasta de 40.000 años,
siendo algo más recientes en Suramérica, cree
que se puede tratar de una tradición tecnológica
que eventualmente persistió a través del tiempo.
Mientras que las puntas bifaciales de los cazadores del Norte son artefactos altamente especiali-
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
zados, es notorio que las industrias líticas suramericanas consisten, ante todo, de raspadores
cuchillos, golpeadores y otros utensilios poco
diferenciados, lo que parece dar cierta credibilidad a la formualación de Krieger. Por cierto
ocasionalmente, se han encontrado en Suramérica fmas puntas de talla bifacial, puntas acanaladas del tipo llamado 'cola de pez', así como
puntas lanceoladas, pero estos hallazgos son más
bien escasos; el número de puntas de proyectil
sólo aumenta en épocas tardías y entonces difiere de la tipología lítica asociada a la Etapa
Paleoindia.
Aún no ha terminado el debate sobre la
validez del llamado Horizonte Pre-punta de proyectil y ya se han formulado varios nuevos esquemas clasificatorios y cronológicos que deben
mencionarse, ya que ofrecen eventualmente un
marco teórico para la evaluación de los vestigios
más antiguos encontrados en suelo colombiano.
A raíz de recientes hallazgos en Venezuela, los
arqueólogos Edward Lanning y Thomas Patterson (1973) lanzaron la teoría de un 'Horizonte
Andino Bifacial' que, según ellos, antecede a
las industrias líticas de punta de proyectil y que
estaría caracterizado por un conjunto de golpeadores alargados y de puntas de lanza (no arrojadiza) toscamente talladas por percusión. Están
ausentes en este conjunto los artefactos de manufactura más delicada, y en cambio abundan
utensilios burdos y pesados, de talla bifacial.
Comparando este complejo lítico con otros que
acababan de descubrirse en Perú, Chile y Argentina, los dos investigadores postularon un amplio
horizonte, ubicado entre 9.500 y 7.000 años a.
de C, aproximadamente. Además, para ciertas
partes de Chile, Perú y Ecuador formularon tma
etapa aún más temprana (12.000 a 9.500 a. de
C) , caracterizada por buriles, y otra contemporánea en Venezuela, constituida ante todo por
golpeadores y otros artefactos burdos.Gordon
Willey ( 1966-1971 ), en su reciente obra monumental sobre la arqueología de América, adoptó
este esquema con algunas modificaciones y lo
designó como '"Tradición de Bifaces y Golpeadores', precedida por una etapa que designa
como 'Tradición de Lascas' y que se caracteriza
por industrias líticas que consisten ante todo de
lascas manufacturadas por percusión provistas a
veces de leves retoques marginales, pero carentes
de talla bifacial. El último esquema de periodización y tipología lítica fue propuesto por Richard
MacNeish (1973) con base en sus excavaciones en
Colombia indígena, período prehispánico
Ayacucho, Perú. MacNeish postula una secuencia de cuatro 'tradiciones', asi: tradición de utensilios de nodulos (25.000 a 15.000); tradición
de lascas y utensilios óseos (15.000 a 13.000 o
12.000); tradición de hoja, buril y punta lanceolada (13.000 a 10.000) y tradición especializada
de puntas bifaciales (11.000 o 10.000 a 9.000
u 8.000). MacNeish presupone que las tres primeras tradiciones se derivan directamente del
Viejo Mundo y atribuye sólo a la cuarta y última
un origen americano propiamente dicho.
El conjunto de los esquemas presentados
por Willey, Lanning y Patterson fue severamente atacado por Lynch (1974), quien pone en
duda casi la totalidad de los criterios que habían
servido para la definición de las diversas industrias líticas y quien tampoco acepta la existencia
de un Horizonte Pre-punta de proyectil; asimismo, Lynch tiene muchas críticas acerca del esquema de MacNeish.
Los puntos básicos de los diversos juicios
y dudas que se han expresado acerca de la definición de los desarrollos culturales de la Etapa
Paleoindia en Amércia del Sur se pueden resumir
así: muchos conjuntos de artefactos líticos provienen de yacimientos superficiales que necesariamente no representan una misma época y que,
de todas maneras, sólo raras veces pueden fecharse de un modo seguro; en muchos casos
deja lugar a dudas la asociación precisa de los
artefactos con terrazas, determinados estratos
geológicos, períodos climáticos o restos faunísticos; el mero hecho de una tecnología lítica
rudimentaria no indica de ningún modo gran
antigüedad; respecto a muchos objetos líticos
existen dudas acerca de su identificación como
artefactos humanos; las fechas obtenidas con
base en materiales orgánicos que no sean carbón
vegetal, dan, a veces, lugar a recelos. El examen
crítico de un número elevado de industrias líticas, consideradas como paleoamericanas, pone
en seria duda la validez de las tipologías y de
su posición cronológica. El mismo MacNeish
reconoce que " . . . nuestro conocimiento de los
primeros habitantes del Nuevo Mundo está aún
en su infancia... un terreno arqueológico casi
intocado está en espera de su exploración".
Primeros hallazgos en Colombia
¿Cuál es, entonces, la situación en Colombia y qué se sabe actualmente acerca de los
primeros pobladores del país?
31
Gracias a los estudios de Thomas van der
Hammen, la cronología del Pleistoceno y Roloceno de Colombia está bien establecida y se
conoce una larga secuencia de períodos glaciales
e interglaciales, que abarcan la historia del último millón y medio de años. Van der Hammen
estudió en detalle las fluctuaciones climáticas
postglaciales, de manera que se cuenta con un
detallado marco de referencia para ubicar en él
los desarrollos culturales de aquellas épocas del
primer poblamiento humano. Infortunadamente,
los datos arqueológicos son aún escasos, aunque
últimamente tienden a aumentar.
En los años pasados apenas se conocían
algunas puntas de proyectil que, por lo general,
constituían hallazgos aislados, sin que se supieran las circunstancias de su procedencia y asociaciones. En Espinal (departamento del Tolima) se encontró una punta lanceolada, bifacialmente tallada por percusión y retocada por presión. Otras puntas proceden de !bagué (departamento del Tolima), La Tebaida (departamento
del Quin dí o) y Manizales (departamento de Caldas), la última caracterizada por un pedúnculo
alargado, con base bifurcada; la talla es bifacial
y notoriamente tosca. Varias puntas proceden
de la Costa Atlántica (Santa Marta, Mahates,
Laguna de Betancí) y se caracterizan, asimismo,
por su talla bifacial y algunos retoques secundarios, aunque varían en forma general y en muchos detalles de su técnica de manufactura. Existen algunas otras puntas de proyectil, unas en
colecciones particulares, otras halladas por arqueólogos y aún no publicadas; pero, en términos generales, se puede decir que, hasta la fecha,
los hallazgos de puntas son muy esporádicos y
no dejan reconocer ningún rasgo tipológicamente significante. Además, las pocas puntas
mencionadas en la literatura arqueológica de Colombia, carecen de todo contexto cultural.
Otra categoría de hallazgos está constituida
por algunas industrias líticas formadas por un
número más o menos elevado de instrumentos
tallados, de lascas o de núcleos desbastados. En
estos complejos líticos se observan raspadores
de diversas formas, cuchillos, utensilios denticulados, así como nódulos que a veces dejan
reconocer una plataforma de choque donde se
desprendieron lascas por percusión. Por lo general, se trata sólo de artefactos unifacialmente
tallados y poco diferenciados; se conocen complejos líticos de la Costa Atlántica (Canal del
32
Dique), Costa Pacífica (ríos Catrú, Juruvidá y
Chorí; Bahía de Utría), del Magdalena Medio
(Bocas del Carare) y de algunas otras localidades
del interior. Más recientemente, Correal (1974,
1977) ha descrito una serie de estos conjuntos
líticos, uno de ellos de la hacienda "Boulder"
(departamento del Huila), y otros, de otras localidades de la Costa Atlántica y del Valle del
Magdalena. Los materiales líticos consisten,
ante todo, de lascas que se tallaron toscamente
por percusión, para formar de ellas una variedad
de raspadores, raederas y denticulados. Existen
también núcleos desbastados y algunos golpeadores no diferenciados; nuevamente es de anotar
la ausencia de puntas de proyectil y, en la mayoría de los casos, de materiales líticos pulidos.
Ya que se trata de colecciones superficiales,
estos complejos líticos aún no permiten hablar
de pautas de poblamiento, modos de subsistencia ni mucho menos de ocasionales semejanzas
con complejos líticos de otras regiones de América. En realidad, los complejos descritos por
Correal pueden representar culturas paleoindias,
como también puede que representen culturas
posteriores, ya que las tipologías tan poco diferenciadas también pueden haber perdurado a través de muchos milenios de años, hasta épocas
relativamente recientes. Sólo excavaciones estratigráficas podrán en el futuro determinar su
verdadero significado.
Un hallazgo de especial interés fue hecho,
hace algunos años, por el geólogo H. Bürgl
(1957). En una terraza aluvial del río Magdalena, cerca de Garzón (departamento del Huila),
Bürgl excavó varios objetos de madera fosilizada (xilópalo ), que identificó como artefactos
humanos asociados con huesos de megaterio.
El geólogo afirmó que los objetos se hallaban
in si tu, en gravillas pertenecientes al Pleistoceno
Medio o Inferior y que deberían haber sido llevados a este lugar por un agente humano. Van
der Hammen (1957) confirmó la gran edad de
la terraza, pero con referencia a los objetos de
xilópalo se limita a decir que no le parece 'natural' su presencia en este lugar. En efecto, la
identificación como artefactos deja lugar a duda
y, posiblemente, se trata de desconchamientos
y golpes de origen natural; pero aun en este caso
queda por explicar el fenómeno de la acumulación de estos objetos en un solo lugar, pues los
dos geólogos citados se inclinan a creer que sólo
un agente humano pudo haber llevado allí los
objetos de xilópalo. Lynch (1974), cuya actitud
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
crítica ya se mencionó, atribuye, en cambio,
cierta importancia decisiva a los hallazgos en la
terraza de Garzón, y dice que, en el caso de
comprobarse el origen humano de los objetos
de xilópalo, "... Garzón parece ser uno de los
sitios más prometedores para ser colocado dentro de la Tradición de Bifaces y Golpeadores,
postulada por Willey". Schobinger (1969) discute el posible significado de Garzón y compara
los objetos líticos con los de Taima Taima, una
industria lítica de Venezuela occidental, fechada
alrededor de 13.000 años a. de C. Lynch, al
resumir su evaluación de Garzón, formula tres
posibles opciones: 1) la interpretación de Bürgl
es correcta y los primeros pobladores llegaron
a suelo colombiano hace más de 100.000 años;
2) los objetos de xilópalo no son artefactos humanos; y 3) Bürgl está en lo cierto, pero la
terraza aluvial de Garzón pertenece a una fase
tardía de la glaciación de Wisconsin. He aquí,
pues, un problema importante de resolver, cuya
dilucidación definitiva sería un aporte considerable a los estudios paleoindígenas.
En la última década se han efectuado algunas investigaciones cuyos resultados constituyen
un avance muy notable en este campo de la
arqueología. En la región de El Abra, cerca de
Zipaquirá, en la Sabana de Bogotá, se excavaron
varios abrigos rocosos que contenían una larga
secuencia estratigráfica de artefactos humanos,
restos faunísticos, polen fósil y otros indicios
de cambios climáticos. El Abra, localizado a
2.570 metros sobre el nivel del mar, es un antiguo cañón abierto entre areniscas del Cretáceo
Superior, que en fechas muy posteriores se llenó
de sedimentos lacustres pleistocenos. La Sabana
de Bogotá había sido un gran lago que se drenó
hace unos 40.000 o 3 O. 000 años, pero algunas
zonas pantanosas y aun lagunas se han conservado a través del tiempo. Al pie de las paredes
verticales del cañón de El Abra la acción de las
aguas había formado cavidades y cornisas de
rocas sobresalientes, y estos abrigos sirvieron a
los antiguos indios como lugares de vivienda.
En el sitio de El Abra, el estrato más reciente contenía cerámica muisca y evidencia de
agricultura testimoniada por el polen de maíz,
fechado en A. D. 1610. A continuación se observaron varios estratos depositados durante el
Holoceno tardío y medio, que contenían artefactos líticos, huesos de animales de presa y restos
de fogones. La primera ocupación humana, re-
Colombia indígena, período prehispánico
presentada por 37 lascas, correspondió a un
clima relativamente templado y húmedo, cuando
la región estaba cubierta de bosques. Este estrato
fue fechado en 10.450 años a. de e es decir
'
correspondiente aún a la época tardiglacial.
A'
través de los estratos superpuestos y que arrojaron fechas de 8.750, 7.375 y 6.800 años a. de
e, se pudieron observar fluctuaciones climáticas del Holoceno, indicadas por cambios en la
vegetación. El material lítico de El Abra procede
de todos estos estratos y consiste principalmente
de lascas unifaciales hechas por percusión y no
muy diferenciadas. Se cree que estas herramientas hayan podido servir para despresar los animales, cuyos huesos se encontraron en los diversos
estratos, y también pueden haberse utilizado
para manufacturar artefactos de madera. N o se
hallaron puntas de proyectil y los restos óseos
pertenecen a una fauna de pequeños animales
en _la cual no se observan restos de especies
extmtas. En su conjunto, los complejos líticos
de El Abra se han clasificado dentro de la Tradición de Lascas, postulada por Willey ( 1971;
Lynch, 1974). Los materiales tardiglaciares, fechados en 10.450 a. de e, podrían clasificarse,
entonces, como pertenecientes a la Tradición de
Caza y Recolección, del esquema de Willey.
Otro sitio importante fue descubierto hace
poco cerca del Salto de Tequendama, en el extremo suroccidental de la Sabana de Bogotá (Correal, 1973; Correal & Van der Hammen, 1977).
Se trata de varios abrigos bajo rocas sobresalientes, que habían sido ocupados durante los finales
del Pleistoceno y los comienzos del Holoceno
por grupos de cazadores y recolectores. Nuevamente se observó aquí un conjunto de raspadores
hechos de lascas talladas a persecución, así
como de numerosos golpeadores poco diferenciados. Algunos de los artefactos procedentes
de los estratos superiores y medios se cree tengan
semejanzas con el material lítico de El Abra y
aun con el de la hacienda "Boulder". En los
estratos inferiores del sitio del Tequendama se
observaron artefactos de manufactura técnicamente más avanzados, como, por ejemplo, un
raspador aquillado, una hoja bifacial y una punta
de proyectil, todos con retoques secundarios.
Fuera de los artefactos líticos se hallaron muchos
utensilios de hueso y de cuerno, ante todo en
forma ~e perforadores; se ha sugerido que algunas astillas agudas de hueso podrían haber sido
utilizadas como puntas de proyectil. Acerca del
modo general de subsistencia, no cabe duda de
33
que se trata, esencialmente, de cazadores y recolectores que perseguían una fauna de venados,
p~queños roedores y armadillos, cuya composición fluctuaba con los cambios climáticos.
Un aspecto interesante de los yacimientos
arqueológicos del Tequendama consiste en los
numerosos entierros que se encontraron en casi
todos los estratos de la acumulación de basuras
que llenaban los abrigos, ya a partir de los niveles más profundos. La mayoría de los esqueletos
corresponden a adultos, enterrados en posición
acurrucada dentro de depresiones irregulares
o_valadas; hay indicios de incineración y en vanos casos se hallaron sólo los huesos largos.
Aparte de algunas ofrendas funerarias, tales
como i~strumentos líticos y óseos, se observó
el uso ntual de ocre.
La posición cronológica de la secuencia
total del Tequendama se calcula entre los 5.000
y 11.000 antes del presente y uno de los entierros
fue fechado en 6.375 años.
Hasta aquí los datos concretos; es evidente
que en general se trata de informaciones muy
e~porádicas que deben interpretarse con prudenc~a, pues todaví~ no sugieren ninguna pauta,
mnguna tendencia comprobable en lo que se
refiere a la dispersión geográfica ni a la evolución temporal de los primeros pobladores. El
Abra y el Tequendama son los únicos yacimientos que han producido asociaciones, secuencias
y fechas consistentes y que cuentan con un
marco de referencia geológica y climatológica·
estos dos sitios comprueban que el hombre es~
tuvo presente en la Sabana de Bogotá por lo
menos ya 10.500 años a. de C. Por cierto, en
aquella fecha sería de suponer que hubieran sobrevivido aun en la Sabana varias especies de
la fauna pleistocena, pero no se tienen aún indicios de que dichos indios fuesen cazadores de
estos animales, y los dos yacimientos mencionados sugieren más bien la existencia de grupos
de recolectores que sólo ocasionalmente se dedicaban a la cacería de pequeñas especies de
animales de los alrededores.
Las pocas puntas de proyectil que se han
encontrado en territorio colombiano, seguramente no pueden ser asociadas con una etapa
cronológicamente muy antigua, de cazadores espec_ializados; son puntas tipológicamente muy
vanadas que, es probable, se distribuyan a través
de muchos miles de años. La escasez de datos
sobre los primeros pobladores, sobre complejos
34
Uticos de puntas de proyectil y sobre una adaptación a los valles interandinos y a las tierras
bajas tropicales, muy probablemente no se debe
a la ausencia de tales vestigios sino al simple
hecho de que aún no se hayan efectuado intensas
investigaciones acerca de estas primeras etapas
de la prehistoria del país.
La etapa formativa: de los comienzos
de la vida sedentaria, hasta el desarrollo
de la agricultura y de las aldeas
L
os datos arqueológicos disponibles actualmente, atestiguan que los vestigios culturales más antiguos de Colombia se ubican en la
región andina. Sin embargo, es poco probable
que las sierras y los altiplanos hayan desempeñado un papel decisivo en los desarrollos que
siguen a la Etapa Paleoindia. Más bien, parece
que los verdaderos orígenes culturales de las
etapas siguientes tuvieron lugar en las regiones
tropicales que, por la gran complejidad de sus
medio ambientes, resultaron ser más propicias
y estimulantes que las cordilleras o las zonas
semiáridas.
La costa como foco cultural
Desde que, en los años cuarenta, se formuló
el concepto de una extensa Etapa Formativa,
subyacente a todos los desarrollos en América
Nuclear, es decir, entre el norte de México y el
norte de Chile, se llegó a pensar que las dos
zonas de máximo avance en una época clásica
- Perú 1 Bolivia y México 1 Guatemala - se
habían constituido en focos culturales por sus
factores internos de particulares impulsos creadores. En cambio, en el curso de la última década ha adquirido más y más aceptación la teoría
de que los orígenes de las culturas más avanzadas de América se encuentren en el noroeste de
Suramérica o, para ser más exacto, precisamente
en las tierras tropicales colombianas al oeste de
la Cordillera Oriental y en la región costanera
del Ecuador. Al plantear esta teoría, se parte de
la premisa de que la agricultura intensiva, así
como la vida aldeana, se desarrollaron primeramente en las selvas amazónicas y que estos modos de vida se difundieron luego -hace unos 4.000
a. de C - , hacia las tierras bajas de la Costa
Atlántica de Colombia y la Costa Pacífica del
Ecuador. En efecto, recientes excavaciones en
la hoya del río Guayas (Ecuador), han demos-
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
trado que ya antes de 3.000 a. de C. existían
allí aldeas hasta con dos mil habitantes, que
cultivaban maíz, yuca, y varias cucúrbitas, manufacturaban cerámica y comenzaban a organizarse en comunidades numerosas. En Colombia
se han podido observar desarrollos parecidos,
en una fecha similar. En varios lugares de la
Costa Atlántica se han encontrado indicios de
horticultura, de vida sedentaria y de tecnologías
avanzadas.
Es de máxima importancia anotar aquí lo
siguiente: todos estos desarrollos ocurrieron
aquí mucho antes que surgieran los primeros vestigios comparables en Mesoamérica o en los
Andes Centrales. Parece, pues, actualmente,
que fueron los territorios de Colombia y Ecuador
los que crearon los impulsos que constituyeron
las bases de las grandes civilizaciones americanas posteriores. En otras palabras, los orígenes
del continuum Olmeca-Maya y del continuum
Chavín-Inca, se supone estén en las tierras bajas
del noroeste de Suramérica, y las Etapas Formativas de estos dos centros parece que estuvieron
precedidas por una amplia fase de desarrollo
que se puede designar como Etapa de Selva
Tropical. Se puede suponer entonces, que, durante el período aproximado de 3.000 a 1.000
a. de C, Colombia, Ecuador y el Alto Amazonas formulaban la verdadera área de climax cultural del Nuevo Mundo, la cual servía de fuente
cultural al Perú y a Mesoamérica, regiones que
en aquel entonces eran aún marginales a la gran
corriente de los desarrollos americanos. Sólo
alrededor de 1.000 a. de C. estos dos centros,
al sur y al norte, comenzaron a diferenciarse y
tomaron sus particulares rumbos, que posteriormente culminaron en las grandes civilizaciones
aborígenes del Continente.
En vista de este planteamiento, es obvio
que los sucesos prehistóricos, acaecidos en territorio colombiano en aquella etapa, son de un
interés extraordinario, ya que no se trata de meras formas adaptativas locales, sino de una dinámica cultural cuyos procesos influyeron de un
modo decisivo sobre el curso de la evolución
de las sociedades indígenas en una muy extensa
zona de América.
Comienzos de la cerámica
Ya a comienzos del cuarto milenio a. de
C, aparecen en la Costa Atlántica indicios de
una forma de vida bien definida, constituida por
Colombia indígena, período prehispánico
los indios recolectores de moluscos. En diversos
sitios arqueológicos se han encontrado grandes
acumulaciones de conchas marinas, entremezcladas con artefactos líticos, óseos y, lo que es
más notable, con fragmentos cerámicos. El yacimiento principal fue descubierto en el lugar
de Puerto Hormiga, sobre el Canal del Dique,
en el departamento de Bolívar, donde se halló
un gran conchero anular que contenía abundantes vestigios culturales constituidos por cerámica, litos, fogones y otros restos de ocupación
humana. La fecha de 3.100 a. de C, obtenida
para el estrato cultural más bajo, resultó ser la
más antigua para la cerámica de todo el Continente. Los pobladores de Puerto Hormiga eran
recolectores de moluscos del litoral y de los
esteros cercanos y se dedicaban también a la
cacería de especies pequeñas de la fauna local,
así como a la recolección de recursos vegetales.
Entre los artefactos líticos figuran ante todo piedras con pequeñas depresiones ovaladas, que
servieron de yunques para romper semillas duras. También se encontraron varias placas de
piedra arenisca y granulosa que, según se puede
apreciar por las marcas de uso visibles en ellas,
sirvieron de base para moler o triturar algún
material relativamente blando, probablemente
semillas o tallos verdes. Estos objetos, junto
con las lascas de filo cortante, los raspadores,
golpeadores y pequeñas manos de triturar o machacar, indican una notable dependencia de alimentos vegetales. La cerámica de Puerto Hormiga se caracteriza por sus formas sencillas globulares y por su desgrasante de fibras vegetales
que se mezclaron con la greda, rasgo muy particular de su tecnología. Sin embargo, no se
trata allí, de ningún modo, de una fase inicial
del arte alfarero; tanto tecnológica como artísticamente, la cerámica de Puerto Hormiga atestigua ya un nivel bastante desarrollado, lo que
hace suponer que los verdaderos comienzos de
la cerámica se remontan a épocas aun anteriores.
La última fecha de Puerto Hormiga es de 2.552
a. de C., es decir, el lugar estuvo habitado -probablemente sólo por temporadas- durante más
de quinientos años, a través de los cuales se
observan sólo muy pocos cambios en su composición cultural. Un complejo cerámico parecido
al de Puerto Hormiga se encontró en Bucarelia,
cerca de Zambrano, sobre el bajo río Magdalena, pero allí no se trata de una estación de recolectores de moluscos sino más bien de pescadores y recolectores ribereños y lacustres.
35
A Puerto Hormiga sigue cronológicamente
una muy variada secuencia cultural representada, ante todo, por una serie de materiales excavados en los sitios de Monsú, Canapote y Barlovento, todos ubicados en la Llanura del Caribe. Canapote, al borde de la Ciénaga de Tesca
y fechado en 1.940 a. de C., es un gran conchero, originalmente también en forma anular, que
contiene los restos alimenticios y culturales de
grupos de recolectores de recursos marinos. Barlovento, en cambio, ubicado más hacia el noroeste, entre el mar y la ciénaga mencionada,
es un anillo de seis grandes concheros unidos
por sus bases y que, como los anteriores, contienen abundantes vestigios de cerámica, artefactos
líticos, fogones y pisos de conchas trituradas,
que representan antiguas superficies. La fecha
más antigua para Barvolento es de 1.560 a. de
e, y la más reciente es de 1.030 a. de e, de
manera que la ocupación de este sitio abarca
nuevamente un espacio de medio milenio.
La secuencia de Puerto Hormiga, Canapote
y Barlovento muestra en esencia una adaptación
a un ambiente del litoral y sugiere que se trataba
de grupos que dependían en alto grado de la
recolección de moluscos. Esta imagen, sin embargo, no se debe generalizar, pues otros yacimientos arqueológicos, algunos de ellos en las
cercanías y otros en regiones más alejadas,
muestran que ya en esta época los antiguos habitantes del norte del país sabían explotar muy
eficazmente una gran variedad de diferentes recursos de sus ambientes ecológicos, y que ciertos grupos -aunque contemporáneos- habían desarrollado muy variados modos de subsistencia.
El sitio de Monsú, por ejemplo, también situado
en la región costanera, consiste en una gran
acumulación, en forma anular, de desperdicios
culturales; pero lo notable es que en este caso
no se trata predominantemente de moluscos,
sino de restos materiales de grupos que dependían en un grado muy manifiesto de recursos
vegetales. En efecto, la presencia de grandes
azadas indica que estos indígenas ya labraban
la tierra. La secuencia excavada en este sitio
consiste en tres grandes períodos: el más antiguo, designado como Monsú, es posterior al
final de Puerto Hormiga; le sigue el Período
Canapote, y los últimos estratos están representados por el Período Barlovento, pero por una
adaptación ecológica de Barlovento que implicaba sólo pocos moluscos.
36
Vale la pena explicar aquí, brevemente, la
estructura estratigráfica de este yacimiento arqueológico. Parece que originalmente el sitio de
Monsú estaba localizado sobre una playa arenosa de un río selvático. Hallamos en este estrato
basal los vestigios de gruesos horcones de madera que sugieren una con~trucción de ~l~ta
ovalada de grandes dimensiOnes. La ceramica
asociada a este estrato inicial, a grandes rasgos
se ubica entre el Período de Puerto Hormiga y
el de Canapote, pero, en cambio, no se parece
en nada a la de aquel primer complejo alfarero;
dicha cerámica representa una tradición diferente, sin desgrasante vegetal, y sus motivos decorativos geométricos se trazaron con anchas y
muy profundas líneas incisas;, ~o exis_ten aquí
los característicos adornos plasticos bwmorfos
de Puerto Hormiga o Bucarelia, y, en cambio,
se observan modos decorativos que sugieren
otras múltiples tradiciones e influencias. Lo
mismo se observa en el Período Canapote, que
se superpone al de Mon,sú y donde no ~ólo aparecen las categorías ceramicas establecidas para
el sitio-tipo de la Ciénaga de Tes~a, sino donde,
además, se añade ahora una multitud de nuevos
elementos que demuestran que se tt:ata de ~a
época en que ya existían las más variadas. ~adi­
ciones cerámicas. El período final del sitiO de
Monsú está constituido por un complejo cerámico estrechamente emparentado con Barlovento, pero que está muy poco asociad_o c?n la
recolección de moluscos, y en cambiO SI con
restos de pescados y de la fauna te~estre d~ ~a
región. A través de toda la secuencia del sitio
de Monsú se hallaron grandes y pesadas azadas
hechas del reborde grueso de una gran concha
marina (Strombus gigas). Estas azadas aparecen
en dos formas: la una, algo más liviana y angosta lleva un fmo filo curvo que puede haber sido
utilizado para cortar materiales relativamente
blandos, tales como madera o fibras vegetales;
la otra, pesada y burda, muestra en el filo un
desgaste astillado que sólo puede hab~rse producido al usar la azada para cavar la tierra.
Los testimonios hallados en Monsú demuestran que en el tercer milenio a. de C. los
pobladores de las tierras bajas tropicales de la
llanura del Caribe y del bajo Magdalena habían
logrado formas muy variadas y ~uy efi~ientes
de adaptación a los diversos medio ambi~n~es:
marino ribereño lacustre, sabanero, selvatico,
etc. Además, la~ azadas indican dos posibles
formas de uso: las de filo cortante podrían haber
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
sido empleadas para sacar el almidón del interior
de los troncos de ciertas palmas, mientras que
las más pesadas y romas sugieren su emple? _en
la horticultura. Y a que no encontramos ~dicios
del cultivo del maíz entre el polen recogido, y
en las excavaciones están ausentes las piedras
y manos de moler, parece que se trata del cultivo
de la yuca y de otras raíces.
En Monsú se encontraron varios entierros
secundarios que consistían en algunos fragmentos de cráneos y de huesos largos, depositados
en un pozo irregular, debajo del piso, en la
misma zona de los fogones. Huesos humanos
desarticulados se hallaron en la basura y sugieren
prácticas de canibalismo. Se deb~ hacer resa~tar
un aspecto importante de Monsu, que consiste
en que ya en los estratos basales se _observa una
gran variedad estilística en la cerámica. Las formas son sencillas y globulares, pero los modos
de decoración y los detalles tecnológicos son
muy variados y, por cierto, hay que repetir que
no muestran ninguna semejanza con la cerámica
de Puerto Hormiga. Ello reafirma lo dicho arriba: la gran variación en las tradiciones cerámicas
hace suponer que el origen del arte alfarero se
remonta a una época muy anterior a la de los
comienzos de Puerto Hormiga y que la Costa
Atlántica de Colombia fue en el cuarto milenio
a. de C. una zona de importantes desarrollos
tecnológicos, económicos y artísticos. Todo ello
viene a reforzar la teoría de los orígenes culturales en las tierras bajas tropicales, en este caso
en las de la gran Llanura del Caribe y del medio
y bajo río Magdalena. La selva tropical húmeda
que, en aquel entonces, se combinaba con el
ambiente lacustre de ciénagas, pantanos y esteros
que se extienden hacia el bajo Cauca, los ríos
San Jorge y Sinú, hasta el Golfo de Urabá, parece haber sido un gran foco cultural.
La secuencia Puerto Hormiga/Monsú/Canapote/Barlovento constituye un eje fundamental en la prehistoria de Colombia, no sólo porq~e
forma una escala cronológica detallada y continua que abarca desde 3 .1 00 a. de e, sino, ante
tod~, porque representa una se~uencia de de~a­
rrollo cultural que, por sus vanadas caractensticas, adquiere una importancia que va mucho
más allá de la Costa Atlántica colombiana. Para
poder apreciar plenamente esta afirmación, debemos colocar nuestra secuencia dentro de un
contexto prehistórico más amplio y referirnos a
ciertos hechos de las décadas pasadas.
Colombia indígena, período prehispánico
En 1956 se encontró en la Costa del Ecuador el yacimiento denominado Valdivia, constituido por acumulaciones de conchas marinas
mezcladas con fragmentos cerámicos, y se les
asignó una fecha de 3.200 a. de C. Los descubridores de esta cultura preshistórica llegaron a
la conclusión de que la cerámica de Valdivia y,
con ella, la de América, era de origen japonés
(Período Jomon Medio, de 5.000 a 3.000 a. de
C.) y que ésta había llegado por navegación
transpacífica a la costa ecuatoriana, donde fue
adoptada por los aborígenes americanos que,
hasta entonces, no tenían ningún conocimiento
de la alfarería. Valdivia sería, entonces, el foco
de difusión de la cerámica que, de allí en adelante, se habría dispersado por todo el Continente. Esta difusión, sin embargo, no se habría
efectuado por comercio directo: lo que se habría
difundido sería un estímulo, es decir, el conocimiento de una invención tecnológica, de modo
que, según los arqueólogos descubridores, la
cerámica de Valdivia en sí quedaría limitada a
una pequeña zona de la Costa Pacífica del Ecuador. Los mismos investigadores hallaron, además, otro complejo cerámico cerca de Valdivia,
denominado Machalilla, que fue fechado en
1.500 a. de C. y al cual también atribuyeron un
origen japonés. Machalilla, asimismo, tendría
una distribución muy limitada en el Ecuador,
pero sus técnicas y formas se habrían difundido
ampliamente. Cuando cinco años más tarde se
descubrió Puerto Hormiga, los arqueólogos de
Valdivia opinaban que se trataba apenas de una
derivación cultural del Ecuador hacia Colombia
y que la cerámica de Puerto Hormiga era una
derivación de aquella que se decía ser originaria
del Japón. Aunque algunos arqueólogos se preguntaron cómo, exactamente, los japoneses del
Neolítico habrían podido efectuar semejante travesía de más de 8.000 millas náuticas, e introducir, al cabo de ella, un complejo cerámico
tan variado y tan adelantado como el de Valdivia, los hallazgos ecuatorianos no dejaron de
producir una profunda impresión en los círculos
de expertos. Con el descubrimiento de Valdivia,
el problema del origen de la cerámica prehistórica del Nuevo Mundo y, lo que es más, de todo
lo que este hecho significa para el desarrollo
cultural del Continente, parecía resuelto entonces.
En los últimos tiempos, sin embargo, se
ha producido un nuevo viraje en el rumbo de
las investigaciones y en la interpretación de los
37
hallazgos. Los materiales de Valdivia fueron
revisados y, junto con los resultados de nuevas
excavaciones, se demostró que, en primer lugar,
debajo de los estratos de Valdivia yacían otros
complejos cerámicos más antiguos aún y, en
segundo lugar, que alrededor de 3.500 a. de C.
ya los indígenas de aquella región no sólo cultivaban una raza muy evolucionada de maíz,
sino que vivían en grandes aldeas permanentes
y sus habitaciones se agrupaban alrededor de
una construcción de carácter ceremonial. A eso
se añadió que la cerámica de Valdivia no resultó
ser tan única como se había supuesto. En efecto,
en Colombia, a lo largo del río Magdalena, se
encontró cerámica de tipo Valdivia, y la cerámica de tipo Machalilla se halló asimismo, en
varias localidades de la Costa Atlántica. En la
actualidad, las recientes excavaciones en el
Ecuador han demostrado que la cerámica no
aparece abruptamente sino de un modo gradual,
dejando suponer que sus orígenes se remontan
a fechas aún más tempranas y a un foco de
dispersión que aún se desconoce. Quedó, así,
descartada la teoría del origen japonés de la
cerámica americana. En vista de todas estas consideraciones, el centro de intereses se está trasladando de nuevo a Colombia y sobre todo a la
zona de la Costa Atlántica.
Aquí caben algunas observaciones que ayuden a aclarar los motivos que hacen pensar en
que aquella región de Colombia haya sido un
antiguo foco cultural de gran importancia.
La Llanura del Caribe, con sus lagunas y
esteros, sus ríos y colinas, forma un habitat muy
propicio para culturas simples que disponen apenas, de un inventario tecnológico limitado. La
Costa Atlántica no es tanto "tierra maicera" como lo serían los valles y vertientes de la región
interandina-, sino que es, en esencia, una región
propicia para el cultivo de raíces, la explotación
de palmas, para la pesca, la cacería de presas
menores y para la recolección de moluscos. Las
lagunas, los esteros y las playas ofrecen recursos
muy abundantes de proteínas, no sólo en forma
de moluscos y peces sino también de reptiles.
Aunque en lo que se refiere a los suelos y al
clima prevalente se observan pocas diferencias
fundamentales de una región a la otra, el ambiente de la Llanura del Caribe ofrece un crecido
número de sistemas ecológicos contiguos, todos
muy ricos en recursos: las playas, las sabanas,
el ambiente lacustre, el ribereño, los bosques y
otras zonas más. En realidad, en ninguna otra
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
38
región del país se combinan tantas y tales ventajas, a las que se pueden añadir las de los suelos
arenosos fáciles de trabajar con herramientas
rudimentarias, un clima benigno, y un régimen
de lluvias muy adecuado para el cultivo de la
yuca y de otras raíces. También se trata allí de
una región donde hay gran abundancia de palmas, muchas de las cuales contienen almidón
comestible en sus troncos o cargan frutos de
gran valor nutritivo. Es precisamente en este
tipo de ambiente tropical donde se puede suponer que se haya iniciado la horticultura, tal vez
en las riberas inundadizas del bajo Magdalena,
en las orillas de las lagunas o cerca de los grandes
esteros del litoral.
En vista del gran número de sistemas fácilmente explotables, sería entonces erróneo creer
que los grupos humanos de determinada época
se hubieran dedicado exclusivamente a aprovechar una sola fuente de recursos; por ejemplo,
que hubiera habido grupos de orientación estrictamente marítima; otros de orientación sólo lacustre y otros aún de orientación sólo ribereña
o sabanera. Según todos los indicios, existía
una muy evidente fluctuación en los modos de
subsistencia, pues tanto los peces como las aves,
los reptiles, los roedores y aun los moluscos
marinos, migran localmente en ciertas épocas;
hay épocas de abundancia de tortugas o caimanes, y otras de escasez de frutas silvestres. Todo
esto influye sobre el tamaño, el sedentarismo y
la tecnología de los grupos humanos que, con
la ayuda de técnicas poco diferenciadas, se adaptan a un gran número de medios y participan en
una amplia gama de recursos. Parece, entonces,
que entre el cuarto y el primer milenio a. de C.
la Costa Atlántica y el bajo Magdalena desempeñaron un papel fundamental en lo que se refiere a la creación y adaptación de pequeños
sistemas hortículos y el establecimiento de la
vida aldeana.
Es curioso observar que muchos sitios muy
antiguos, del continuum Puerto Hormiga/Barlovento, tienen un plano anular y que el centro
del círculo carece de desperdicios culturales.
Eso hace pensar que esta forma, por cierto muy
antigua también en otras partes del Continente,
tenga alguna relación con la organización social
o religiosa de los habitantes, o que se trate de
un círculo gnomónico. La importancia de fijar
fechas y estaciones, para anticipar la maduración
de frutas silvestres, la migración de los animales
de presa, o de otros ciclos biológicos, sería en-
tonces la base para un futuro calendario agrícola.
De esta manera, los círculos de conchas pudieron haber sido, tal vez, las primeras construcciones de carácter ceremonial.
Lo dicho arriba se refiere casi exclusivamente a la Llanura del Caribe; en efecto, las
manifestaciones culturales representativas de la
secuencia Puerto Hormiga/Monsú/Canapote/
Barlovento, se encuentran desde el Golfo de
Urabá hasta la Baja Guajira y suben el río Magdalena por lo menos hasta la región de El Banco
y la Laguna de Zapatosa, extendiéndose en una
ancha franja sobre las tierras bajas de esta inmensa región.
En el interior del país no se dispone aún
de datos arqueológicos, lo que, desde luego, no
indica de por sí la ausencia de vestigios de esta
etapa prehistórica. Es muy posible que en algunas regiones tales como el alto Magdalena, el
Valle del Cauca o en algunas zonas de Cundinamarca, se hayan desarrollado pequeños enclaves
que, eventualmente, ya en el segundo milenio
a. de e, adoptaron el cultivo del maíz, junto
con una horticultura mixta, de la cual ulteriormente se constituyó un complejo andino de plantas alimenticias, incluyendo la papa. Pero las
grandes ventajas ecológicas, para la Etapa Formativa, de la Llanura del Caribe, dificilmente
se podrían superar, y es allí donde se concentra
una dinámica cultural que durante largas épocas
constituye una fuerza de gran intensidad y alcance.
Vida aldeana
Al terminar el segundo milenio a. de C
se encuentran en la Llanura del Caribe vestigios
de una vida aldeana ya bien defmida y caracterizada por un gran número de rasgos culturales
propios. El sitio de Malambo, ubicado al borde
de una laguna al sur de Barranquilla, cerca de
la orilla occidental del río Magdalena, ejemplifica esta nueva forma de adaptación. En una
época fechada en 1.120 a. de e, aparece en
Malambo, una población ribereña y sedentaria.
La cerámica es mucho más rica en formas que
la de los períodos precedentes, y entre estos
vestigios se observa gran número de fragmentos
de grandes platos planos (budares) que, por lo
general, se pueden considerar como indicadores
de la preparación del cazabe, el pan hecho de
harina de yuca. Aunque los habitantes de Malambo entonces eran todavía pescadores y se
Colombia indígena, período prehispánico
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dedicaban ocasionalmente a la caza, su base de cierto muy adecuado para el cultivo de raícessubsistencia, según parece, fue el cultivo de la las orillas de las lagunas y ciénagas ofrecen tieyuca. Es de interés, anotar que la cerámica de rras aluviales húmedas, en buena parte auto-irriMalambo se relaciona en ciertos detalles con la gadas por las crecientes anuales de los grandes
de varios yacimientos de Venezuela, notable- ríos. Las condiciones básicas para que se desamente con el de Barrancas, lugar sobre el bajo rrolle una agricultura más eficiente son, pues,
río Orinoco que estaba poblado en una fecha aquí, mucho más propicias y permiten una exsimilar a la de Malambo. La cerámica de Malam- perimentación más amplia, sobre todo con planbo, como la de Barrancas, se caracteriza por la tas que no se reproducen vegetativamente sino
firmeza de las anchas líneas incisas, que delimi- por semillas.
tan los contornos de los elementos modelados,
La lenta retirada del litoral es significativa.
y po! otros rasgos que forman su estilo muy Los indios de la Costa Atlántica parece que
propiO.
nunca tuvieron una orientación manifiestamente
Con Malambo se inicia una larga secuencia marítima; no fueron grandes navegantes que hude formas culturales que luego se extienden so- bieran emprendido largos viajes de exploración
bre toda la Llanura del Caribe. Viene la pauta o de comercio, sino que más bien se limitaban
de poblaciones establecidas en las orillas de las a una navegación costanera y fluvial. La postegrandes lagunas de los ríos Magdalena, Sinú y rior concentración en las orillas de las lagunas
algunos otros, es decir, se trata de un alejamiento y de los grandes ríos llevó entonces consigo una
del mar y de los esteros, de una tendencia hacia reorientación hacia el interior del territorio, souna vida lacustre, con una manifiesta dependen- bre todo siguiendo los valles del Magdalena y
cia de los recursos de los bosques secos o de del Cauca, y condujo así, luego, a un contacto
las cadenas de colinas adyacentes a las lagunas. con otras culturas de las selvas húmedas tropicaEsta reorientación en la pauta de asentamiento les que, probablemente, estaban aún bastante
no implica de ningún modo un cambio en la relacionados con los desarrollos en las hoyas
cantidad o en la accesibilidad de las diversas del Amazonas y del Orinoco.
zonas microambientales de abastecimiento en
Ejemplos para esta etapa cultural lacustre
las cuales participa la población, pues se trata y ribereña, en la Llanura del Caribe, son abudande zonas que ya habían conocido y para cuya tes y se encuentran nuevamente desde el Golfo
explotación ya existía entonces una tecnología de Urabá hasta la Guajira y las hoyas de los ríos
adecuada. Lo que sí se modifica son ciertos Ranchería y Cesar. Un yacimiento arqueológico
aspectos cualitativos de la subsistencia. En pri- de especial importancia es Momil, ubicado en
mer lugar, la fauna utilizada del ambiente marí- la orilla nororiental de la Ciénaga Grande, en
timo y litoral (peces, grandes tortugas de mar, el bajo río Sinú. La densa y muy profunda acumoluscos, crustáceos) es remplazada ahora por mulación de desperdicios constituidos de ceráuna fauna de agua dulce, en la cual predominan mica, piedra, hueso y concha, atestigua un largo
reptiles (tortugas de río y de tierra, cocodrilos período de ocupación humana en el perímetro
y caimanes, iguanas y lagartos), mamíferos de una antigua aldea, situada en una zona plana
grandes como el manatí, la danta y el venado, entre el borde de la laguna y una cadena de leves
peces de los ríos y de las lagunas, así como colinas. El análisis de los abundantes vestigios
moluscos lacustres (ostras, almejas) y caracoles culturales (se excavaron más de 300.000 fragde tierra. El aprovechamiento de un nuevo recur- mentos de cerámica) no deja duda alguna acerca
so, por cierto muy importante, parece que haya del notable nivel de eficiencia que los habitantes
producido en aquella época una fuerte influencia aborígenes habían logrado en aquella época.
sobre la estabilidad de las aldeas, a saber, las Durante la primera mitad de la secuencia de
migraciones de las diversas especies de peces. Momil, fechada para sus comienzos en unos 170
Varias especies marinas (juruel, róbalo, corbi- años a. de C, se cuenta con cantidad de fragnata y otras) buscan periódicamente las ciénagas mentos de grandes platos, que indican el cultivo
para desovar y suben entonces por los ríos, en de la yuca; una prueba adicional al respecto
cantidades enormes. En segundo lugar, en los consiste en la multitud de pequeñas esquirlas o
sitios de asentamiento la calidad de las tierras astillas puntiagudas de piedra muy dura, que
cambia notablemente, pues en lugar de los para- probablemente estaban incrustadas en tablas que
jes arenosos y algo desecados del litoral -por servían de rallos, instrumentos que aún hoy en
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día se pueden observar entre muchos indígenas
tribales de Guainía y Vaupés, y que son esenciales en la preparación de las raíces.
Junto con estos indicios de agricultura se
encontraron huesos de mamíferos, aves acuáticas y reptiles, notablemente miles de fragmentos
del carapacho de tortugas de agua dulce, todo
lo cual indica que la principal fuente de proteínas
fue la laguna y sus alrededores. Durante este
período se observa una cerámica muy variada
en formas, motivos decorativos y técnicas de
manufactura, como lo son las vasijas de silueta
compuesta, los recipientes de base anular y una
multitud de otras formas. Predomina la decoración incisa, y sus diferentes modos permiten
gran elaboración y efectos estéticamente muy
atractivos.
La segunda y, cronológicamente, más reciente mitad de la secuencia de Momil, muestra
un cambio muy significativo, ante todo en lo
que se refiere a las bases de subsistencia de los
antiguos habitantes del lugar. Al paso que va
disminuyendo la cantidad de grandes platos del
tipo de budares, abruptamente hacen su aparición los grandes metales y manos de moler, es
decir, elementos indicativos del cultivo del
maíz. En la primera parte de la secuencia no hay
pruebas claras del cultivo de semillas, pero en
la segunda parte se encuentra, además de las
piedras de moler, cierta cantidad de pequeños
platos de cerámica, probablemente para preparaciones a base de maíz, así como grandes tinajas
que pudieran haber servido para guardar la
chicha. Estas observaciones dan a pensar que
Momil, y todo el período cultural de que forma
parte, es representativo de la transición del cultivo de raíces al cultivo de maíz. Un paso tal,
naturalmente, no implica sólo el remplazo de
un alimento básico por el otro, sino que consiste
principalmente, en un cambio total de procedimientos agrícolas, a saber, del paso de la reproducción vegetativa, es decir, la siembra de un
tallo, a la reproducción por semillas y todo aquello que implica en términos de conocimientos
de suelos, de la selección de semillas, de los
ciclos de crecimiento, de su relación con la periodicidad de intensidad de las lluvias y muchos
factores más. El maíz se había dicho que se
domesticó inicialmente en México, donde unos
2.000 a. de C. formaba ya la base de la subsistencia aldeana; pero, según los datos recientes,
fue en el norte de América del Sur, en las regiones tropicales húmedas, donde se cree que ya
alrededor del año 3. 000 a. de C. se logró por
primera vez un alto rendimiento de este cultivo
La yuca, por cierto, es originaria de las tierras
bajas del oriente de Suramérica y fue domesticada allá en épocas aún más antiguas, para extenderse luego a través de los Andes hacia la
región noroccidental, es decir, a Colombia.
Como ya subrayamos en otras ocasiones, la importancia cultural de la Costa Atlántica y de los
grandes valles interandinos del país es fundamental para los desarrollos posteriores en Mesoamérica y en el Perú, y todo parece sugerir
que la Llanura del Caribe fue un centro de creación y difusión de gran alcance.
La hipótesis de una secuencia yuca/maíz
en Momil se encuentra reforzada por algunas
observaciones adicionales. En primer lugar, la
presencia de grandes piedras de moler está
acompañada por la introducción de varios rasgos
nuevos que son muy sugestivos de influencias
mesoamericanas, como, por ejemplo, vasijas
con rebordes basales, trípodes, soportes huecos
mamiformes y silbatos en forma de pequeñas
aves. Parece que el maíz fue introducido como
un complejo plenamente desarrollado, junto con
una serie de nuevas formas cerámicas. En segundo lugar, en Venezuela también se han encontra_do indicios que sugieren esta misma secuenc1a.
Aquí cabe la pregunta de por qué el cultivo
del maíz se introdujo en la Llanura del Caribe
en una fecha relativamente tardía. Parece que
la contestación está, en parte por lo menos, en
la suposición de que las necesidades nutricionales de los primitivos aldeanos se veían satisfechas
por una combinación de tubérculos ricos en almidón y de proteínas, más las grasas obtenidas
de la fauna de los ríos y de las lagunas; en este
caso, el maíz tal vez no constituía un alimento
especialmente deseable. Sin embargo, el crecimiento demográfico y la eventual disminución
de las fuentes de proteínas pueden haber llevado
a la aceptación de este grano. Otro motivo para
admitir, al parecer de súbito y en fecha tardía
la introducción del cultivo del maíz, puede encontrarse en un evidente cambio climático ocurrido en las tierras bajas de la Costa Atlántica.
Alrededor de 700 a. de C., el clima, hasta entonces seco y continental, se volvió más húmedo
a consecuencia de un aumento de lluviosidad.
Es posible que este hecho hubiera producido
condiciones más favorables para la introducción
de este cultivo.
Colombia indígena, período prehispánico
Las consecuencias sociales de un tal incremento en producción de alimentos, debido al
cultivo del maíz, fueron desde luego muy notables. En cierto modo, el paso de una horticultura
de raíces a una de semillas constituye un punto
crucial en el desarrollo de la organización social
de la comunidad, pues significa nada menos que
el cambio de una sociedad esencialmente igualitaria a una sociedad jerárquica. Las raíces tales
como la yuca, no pueden almacenarse largo
tiempo; por un lado, deben consumirse lo más
pronto después de haberse sacado de la tierra,
y, por otro lado, se dañan si se dejan enterradas
por demasiado tiempo. El horticultor de raíces
y el pescador de las lagunas no pueden fácilmente acumular un excedente de alimentos y
almacenar éstos para su consumo futuro. El agricultor de maíz, en cambio, se encuentra en una
posición muy favorecida: con dos cosechas
anuales y con un esfuerzo fisico muy limitado
puede obtener una gran cantidad de granos que
son fáciles de almacenar, de preparar para su
consumo y que, además constituyen un valioso
artículo de comercio.
En Momil se observan rasgos que indican
cierto grado de especialización artesanal. Además, se notan diferencias de calidad enlosadornos personales tales como cuentas de collar y
otros pequeños artículos de lujo. Es posible
pues, que Momil vio, tal vez no los comienzos,
pero sí en su fase desarrollada, un muy notable
incremento de una estratificación social y de un
lento advenimiento de un grupo de dirigentes y
de especialistas en artes y oficios.
En Momil se encuentra una serie de actividades rituales que por primera vez permiten reconocer algunos aspectos ideológicos que posteriormente se expresan en muy diversas formas.
Así, a través de toda la secuencia se hallaron
pequeñas figurinas de barro, generalmente femeninas, que, de ahí en adelante, comienzan a
formar parte integral de muchas culturas prehistóricas del país. Es posible que estas figurinas,
algunas de las cuales representan mujeres embarazadas o personas enfermas, se relacionaban
con ritos de fertilización o de la curación de
enfermedades. Hay además, un voluminoso
complejo de pequeños artefactos que parecen
haber sido utilizados en actividades chamanísticas, muy probablemente relacionadas con el uso
de drogas narcóticas. Se trata de diminutos recipientes, de minúsculos banquitos zoomorfos,
delgados tubos de arcilla, cascabeles, silbatos y
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otros objetos. Hay pequeñas representaciones
felinas y adornos modelados que sugieren un
concepto de dualismo.
Que la gente de Momil practicaba la antropofagia, está atestiguado por el hallazgo de algunos huesos humanos desarticulados, dispersos
en la basura casera. Aunque no se encontraron
objetos metálicos en Momil, es muy probable
que en aquella época ya se conocía la orfebrería.
En un extenso sitio arqueológico en Ciénaga de
Oro, donde se excavó un complejo cultural emparentado con Momil, se encontraron algunas
pequeñas cuentas tubulares de laminillas de oro
martilladas, y objetos similares se han hallado
en varios sitios relacionados con Momil.
Manifestaciones arqueológicas comparables con Momil existen en toda la Costa Atlántica. Entre el Golfo de Urabá y la hoya del río
Sinú, es decir, en las regiones de los ríos Mulatos, San Juan y Canalete, se encuentran yacimientos más o menos extensos, a veces muy
profundos, que muestran afinidades con la secuencia arriba descrita. Sobre las lagunas del
río San Jorge y luego sobre toda la ancha región
del bajo río Magdalena, se hallan estos sitios,
a veces dispersos en las orillas de lagunas y
caños, en ocasiones concentrados en ciertas zonas, como es el caso en las regiones de El Banco,
de Zambrano o de Calamar. A veces estos complejos arqueológicos se localizan en las faldas
de colinas o pequeñas serranías, fenómeno que
lentamente introduce una nueva pauta de asentamiento. En efecto, la frecuencia con que, en
estos sitios, se encuentran grandes piedras y manos de moler, demuestra que la agricultura del
maíz se está desarrollando más y más, hecho
que lleva a nuevas formas de adaptación.
Al este del río Magdalena se localizan culturas no directamente emparentadas con Momil
pero sí coetáneas y relacionadas entre sí por
muchos detalles estilísticos y tecnológicos. En
todo el valle del río Ranchería se encuentran
sitios que forman parte de una secuencia de complejos agrícolas sedentarios caracterizados por
cerámica pintada, cerámica negra, figurillas antropomorfas huecas y gran variedad de formas
nuevas como, por ejemplo, tetrápodes y grandes
bandejas planas. De acuerdo con los sitios principales donde se determinaron estratigráficamente estas tipologías, la principal secuencia
del río Ranchería se designa (de temprano a
tardío) como El Horno/La Loma/Portaceli, y
forma otro eje, otro jalón, por decir así, que
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fija una serie de fases de desarrollo en estas
culturas agrícolas aldeanas, cuyos nexos inmediatos se extienden luego a través de la Guajira
y la Sierra de Perijá hacia el occidente de Venezuela. En dirección al sur, es decir, en la hoya
del río Cesar y luego subiendo hacia el Magdalena Medio, sigue observándose la influencia de
estas mismas culturas, aunque con algunas modificaciones. La cerámica pintada continúa, pero
al lado de ella se forman varios estilos de decoración incisa o modelada que se constituyen en
complejos muy característicos para gran parte
de la hoya del río Magdalena.
Mientras que en la Llanura del Caribe se
conocen muchos sitios arqueológicos relacionados con una serie de columnas estratigráficas
establecidas para Momil, Zambrano, el río Ranchería y otras regiones de alta concentración de
vestigios prehistóricos, que nos permiten seguir
los procesos culturales que llevaron a la vida
agrícola aldeana, hay sólo muy pocos datos sobre el interior del país. Sabemos que alrededor
de 500 a. de C. existían comunidades sedentarias en la región de San Agustín, en el alto
Magdalena, pero no conocemos sus características. Una cerámica toscamente incisa aparece
en la Sabana de Bogotá y en algunas otras partes
de los altiplanos en los últimos siglos a. de e,
pero no se tienen aún suficientes datos para establecer un contexto cultural que nos permita
apreciar estos desarrollos en las cordilleras y los
valles interandinos.
Es más factible entonces, relacionar los
complejos culturales costeños tales como Momil, con las manifestaciones coetáneas que se
han descubierto en países vecinos. Así, por
ejemplo, las relaciones con el Formativo Tardío
de Meso y Centro América son bastante evidentes; en Mesoamérica los parentescos de Momil
se extienden hasta el sitio de Morett, en la Costa
Pacífica de Colima (México), donde, entre 400
y 300 a. de C., se habían desarrollado complejos
culturales muy similares que, por su lado, se
relacionan con culturas coetáneas del litoral centro y suramericano, hasta el Ecuador. En Costa
Rica, el complejo de El Bosque, ubicado en la
vertiente atlántica, muestra estrechas afmidades
con Momil. Gran número de rasgos muy característicos de Momil, como por ejemplo los rodillos y sellos, los silbatos omitomorfos, soportes
abombados y rebordes basales, indican parentescos mesoamericanos. Por cierto, hay que tener
muy en cuenta al respecto que los orígenes de
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
la cerámica mesoamericana son suramericanos
(Colombia-Ecuador) y que los desarrollos subsiguientes de la alfarería no son unilineares, sino
que en éstos se entrelazan muchas tradiciones
locales, que, con el tiempo se difundieron en
diversas direcciones.
Una región del país donde, durante los últimos siglos a. de C., se nota una profunda
influencia procedente de Mesoamérica, es el extremo sur de la Costa Pacífica donde, en la zona
de Tumaco y en los cursos bajos de muchos de
los ríos vecinos (río Mataje, río Mira y otros),
se encuentran yacimientos arqueológicos que
contienen cerámicas de tipo mesoamericano. Parece que se trata de pequeñas colonias, inicialmente establecidas por grupos migratorios navegantes, que se extendieron hacia la costa del
Ecuador, donde dieron impulso al Período JamaCoaque (ca. 500 a. de C. a 500 A.D.). Ya que
las condiciones climáticas de la Costa Pacífica
colombiana no eran favorables para un tradición
cultural que se había formado en un medio ambiente muy diferente, los principales vestigios
de estas influencias externas se hallan en el
Ecuador y sólo en ocasiones se observan en
algunas regiones de la costa del departamento
de Nariño. Una gran acumulación de basuras y
pisos de habitación se encontró en las riberas
del río Mataje, y consiste en una secuencia que
abarca unos cuatrocientos años, de 400 a. de
C, hasta 10 A. D.; obviamente, se trata de una
extensión septentrional del Periodo Jama-Coaque.
Aunque por lo inhóspito de la Costa Pacífica colombiana estas culturas de origen mesoamericano no florecieron y tuvieron que desplazarse más hacia el sur, donde las condiciones
ecológicas eran más propicias, es muy probable
que en el medio milenio antes del comienzo de
nuestra era, ciertas influencias mesoamericanas
procedentes de la Costa Pacífica penetraron hacia el oriente y llegaron al interior del país, tal
vez subiendo por el río Patía, el Calima y otros.
Por cierto, también es un hecho que en aquellos
siglos se hicieron notar influencias peruanas que
se extendieron hacia el norte, sea por la costa
o sea por vía andina, al penetrar a N ariño y al
Macizo Central.
Al resumir este capítulo debemos destacar
que el último milenio a. de C. se caracteriza
ante todo, por el poblamiento gradual de las
faldas de los valles interandinos. El desarrollo
del cultivo del maíz permitió a los pobladores
Colombia indígena, período prehispánico
-hasta entonces ribereños y dependientes de una
combinación de recursos acuáticos y de su agricultura de raíces- retirarse de los ríos y extenderse sobre las laderas del sistema andino. Al
ocupar tierras tan accidentadas, siempre en búsqueda de regiones propicias para su cultivos,
los grupos tribales, que antes habían vivido en
buena parte en aldeas nucleadas, se dividieron
en unidades sociales más pequeñas. La penetración o colonización de las cordilleras llevó a
una manifiesta descentralización y, por consiguiente, a nuevas formas de adaptación que se
caracterizan por su diversidad, su notable regionalismo y su elaboración de instituciones económicas, sociales y religiosas.
El advenimiento de Jos cacicazgos
E
n el milenio que precede el comienzo de la
era cristiana -en algunas zonas tal vez ya
antes- se operó en Colombia un paso fundamental en el desarrollo cultural de muchas agrupaciones indígenas. Se trata de la transición de la
sociedad igualitaria tribal a la sociedad jerárquica señorial. Designamos estas nuevas formas
sociales con el término de cacicazgos y observamos en sus diversas manifestaciones un fenómeno cultural que se prolongó a través de varios
miles de años, hasta la conquista española. Los
cacicazgos forman un tipo de organización que
perduró hasta la época histórica y así es posible
combinar, para su definición y análisis, los datos
arqueológicos con los relatos de los cronistas de
los siglos XVI y XVII.
Concepto de cacicazgo
El concepto de una etapa cultural de cacicazgos (o señoríos, como también se pueden
designar) surgió hace ya algunas décadas, al
examinarse los niveles de desarrollo de ciertos
grupos indígenas de América Central, las Antillas Mayores, los Andes Septentrionales y de
algunas otras regiones suramericanas, y fue elaborado y refmado con datos referentes a sociedades aborígenes del sureste de los Estados Unidos, de Mesoamérica y de Polinesia. De estos
análisis se puede abstraer un modelo que debemos describir aquí brevemente, ya que los problemas de los orígenes y características específicas de esta etapa cultural constituyen un aspecto teórico sumamente interesante en la
prehistoria colombiana.
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El modelo de cacicazgo muestra una combinación de ciertos rasgos que hacen de las sociedades de esta etapa un conjunto fácilmente
diferenciable, tanto del nivel tribal que les precede (o que se desarrolla al margen de éste),
como del nivel estatal que les sigue. El aumento
de la población producido por la creciente eficacia en el aprovechamiento de los recursos ambientales, especialmente los agrícolas, llevan a
una mayor complejidad social; esta complejidad
se expresa en una acentuada jerarquización social, caracterizada por la desigualdad tanto de
individuos como de grupos enteros. Se instituye
el señorío, junto con un sistema de linajes y de
prerrogativas, generalmente hereditarias; alrededor de esta jefatura surge un grupo de familias
de alto rango que ejercen los controles sociales,
económicos y religiosos. La gradación de rango
lleva entonces al fenómeno de "clanes cónicos"
y, a través de ellos, a sociedades piramidales
de ancha base, sobre la cual se estructura el
escalonamiento, a lo largo de varios estratos,
hasta culminar en la persona del cacique.
Las motivaciones para este cambio fundamental en la estructura social se cree que estén,
ante todo, en el desarrollo de nuevas formas
económicas que hicieran necesario un sistema
de controles más formales. Mientras que en las
sociedades tribales, de carácter segmentario e
igualitario, el principio económico básico fue la
reciprocidad, ahora la agricultura sistemática y
altamente productiva en ciertas zonas, hace necesaria la redistribución, tanto de productos de
subsistencia como de los eventuales excedentes.
Esta redistribución tiene que organizarse y coordinarse del modo más expedito, y este proceso
necesariamente se efectúa por parte de individuos y sus familias, lo cual conduce así a la
formación de incipientes centros administrativos
(de depósitos, mercados, tribus, etc), donde se
planifica la repartición de los recursos, junto
con el cobro de contribuciones individuales. Es
un punto fundamental la necesidad de imponer
un sistema de redistribución cuando los grupos
humanos comienzan a establecerse en regiones
de gran diversidad fisiográfica y biótica, ya que
un tal medio lleva a una insistente especialización ecológica y desaparece así la antigua autonomía de subsistencia, tan característica de la
vida en regiones de poca variación fisiográfica
y climática.
Una característica de los cacicazgos es la
diferenciación y especialización de los grupos
44
sociales en administradores políticos, chamanes
y sacerdotes, artesanos y comerciantes, guerreros, y otros más. La pauta de asentamiento es
de grandes aldeas nucleadas y en sus alrededores
pequeños poblados satélites. Las actividades religiosas se institucionalizan bajo estamentos sacerdotales en centros ceremoniales, generalmente en la población principal, y se establece
el culto de divinidades específicas. La defensa
de las tierras de alto rendimiento agrícola o de
otros recursos importantes, conduce a la institución de guerras endémicas, con los fenómenos
concomitantes de alianzas militares, la construcción de fortificaciones, y la movilidad social
vertical por valentía. Hay un gran ímpetu en
desarrollar las relaciones comerciales con regiones vecinas y alejadas, y figuran prominentemente los artículos suntuarios. Se institucionalizan los mercados y hay obras públicas ejecutadas por una fuerza laboral numerosa.
Veremos ahora cómo se puede aplicar este
modelo a la situación prehistórica colombiana.
En los siglos que preceden el comienzo de
nuestra era, se observa en muchas partes del
país un evidente cambio en la pauta de asentamiento. Encontramos ahora una pauta de pequeños núcleos de casas, a veces aun de viviendas
aisladas y dispersas alrededor de un pequeño
poblado, que se van alejando de los grandes ríos
y que ocupan las colinas o algunas planadas
naturales en las faldas montañosas. Siempre ubicados cerca de algún pequeño curso de agua,
pero, por lo demás, ya a considerable distancia
de las tierras ribereñas y pantanosas bajas, estos
sitios son testimonio de la existencia de agrupaciones dedicadas al cultivo del maíz en las faldas
aledañas. Los sitios se distinguen generalmente
por ciertos rasgos bien defmidos: una o varias
casas cuyas plantas ovaladas o circulares están
marcadas por medio de algunas piedras, ocupan
un pequeño plano o "patio", a veces cavado en
la ladera y relleno por el lado de la pendiente.
Varios grandes metates y manos de moler forman parte prominente del conjunto de artefactos
usados en la economía casera, lo mismo que un
crecido número de manos de machacar y triturar,
de raspadores, golpeadores y otros artefactos
líticos burdos que sirvieron en la preparación
de los alimentos. Son características las pesadas
hachas (¡no azadas!) de piedra pulida y manufacturadas en un material de grano denso. Los complejos cerámicos contienen ahora vasijas antropomorfas que llevan una cara humana sobre el
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
cuello cilindrico o abombado del recipiente; hay
vasijas de base anular más o menos alta, copas
pandas para triturar alimentos o condimentos,
grandes tinajas para líquidos y muchas formas
de recipientes de servicio, a veces decorados
con motivos incisos, modelados y aun pintados.
Rodillos y pintaderas, cuentas de collar hechas
de conchas, volantes de huso manufacturados
en cerámica o en piedra, así como objetos pequeños y poco elaborados de cobre o de oro, son
bastante característicos. El entierro en urnas es
otro rasgo frecuente.
Colonización maicera
Esta "colonización maicera", que se aleja
del ambiente fluvial y lacustre y comienza a
extenderse sobre las estribaciones y luego en las
faldas de las cordilleras, constituye un desarrollo
cultural muy significativo. Fue el cultivo del
maíz lo que hizo posible este movimiento hacia
regiones que antes habían sostenido una población poco numerosa de grupos tribales selváticos
y que ahora comenzó a ofrecer una nueva base
de subsistencia. En el curso de esta expansión
sobre las cordilleras y sus innumerables hoyas,
los indios habían podido apreciar que lo productivo del cultivo de razas evolucionadas de maíz
dependía de la combinación de ciertos factores,
que no se presentan en todas partes, sino que
estaban restringidos a ciertas zonas. El maíz
necesita ante todo lluvia y sol, en especial durante ciertas fases de su crecimiento, y la distribución pareja de las lluvias es esencial en este
caso. En condiciones óptimas se pueden obtener
entonces dos o hasta tres cosechas anuales, y la
productividad depende, además, de la selección
de las semillas. En un terreno tan accidentado
como lo son las cordilleras colombianas, con
un régimen de lluvias muy variado y grandes
diferencias en la calidad de los suelos, la localización en las mejores tierras fue, desde luego,
un estímulo continuo -para no decir, una necesidad vital- y, después que un grupo aborigen
tomó posesión de cierta región favorable, tuvo que
estar dispuesto a defender sus tierras contra
eventuales invasores o merodeadores. En este
empeño, algunos grupos obtuvieron más éxitos
que otros, y tanto la pauta de asentamiento como
la calidad de los vestigios arqueológicos, dejan
apreciar la eficiencia con que ciertas sociedades
supieron adaptarse a aquellos lugares que prometían más, como tierras productivas de maíz.
Colombia indígena. período prehispánico
La primera fase de este movimiento repr~­
senta evidentemente, un proceso de descentrahzación. La densa población que anteriormente
había estado agrupada en sus aldeas ~ibereñ~s,
se convirtió, en parte, en un campesmato disperso sobre las colinas y vertientes.
En la Llanura del Caribe o en las anchos
valles de los cursos inferiores de los ríos Magdalena y Cauca, los recursos na~rales ,estaban
distribuidos de un modo muy pareJO y solo muy
pocas variables podí~ afectar la pr<?ducción ,o
recolección de los alimentos necesanos. El regimen de lluvias era, por lo gen~ra~, predecible,
y las diversas zonas de abastecimiento, o sean
las playas, esteros, lagunas, pantanos, r~os, sabanas, colinas, bosques, etc., .eran con~Iguas. y
ofrecían una amplia y muy v~nada s_ubsistencia,
para una sociedad poco diferenciada en su
equipo tecnológico. Al penetrar ahora a las. cordilleras, estos grupos encontraron un ambiente
de gran complejidad ecológica, en el cual el
área de captación tuvo que ser mucho más
grande que en las condiciones ecológicas anteriores. Así, después de establecerse algunos centros poblados en las zonas más productivas, se
formaron alrededor de ellos varias aldeas satélites en diferentes zonas altitudinales y bióticas.
Es decir, en lugar de la explotación de u1_1a serie
de sistemas contiguos sobre un plano hor~zo~tal,
se llegó a una adaptación a u1_1a escala altltud~n~l
de facetas de aldeas ecológicamente especiahzadas. Es {nuy posible que estas sociedades crearon localmente un ecosistema simplificado que
consistía en un complejo alimenticio de maízyuca-fríjol-auyama, en lugar de _contar. con~ la
variedad de los recursos del ambiente nbereno,
pero también es de suponer que los ambientes
serranos de las faldas andinas ofrecieron una
serie de cultivos cuyo aproyechamiento ~e
ahora organizado a través de sistemas de redistribución. Aquí, por cierto, se añade un factor
importante: en las tierras bajas y planas una
migración espontánea o forzosa no tenía mayores consecuencias económicas, ya que tanto las
tierras como las comunidades bióticas y las condiciones climáticas eran muy parejas; pero en
las faldas de las cordilleras, cada 100 metros en
la escala vertical significaban una diferencia aproximada de un grado centígrado de temperatura.
Así, con un traslado de unos centenares de metros
en una vertiente andina, cambiaban eventualmente
el número de cosechas anuales de maíz, la calidad
de los demás cultivos y además la productividad
45
de la biomasa animal, como por ejemplo de venados, saínos o armadillos.
Los cacicazgos colombianos
Trataremos de defmir ahora algunos de los
criterios que nos permitan ~istinguir lo~ vestigios arqueológicos pertenecientes. a sociedades
indígenas de la Etapa de los_ Caci_c,azgos ..
La característica estratlficacwn social se
expresa muy claramente en diye~sos aspect<?s;
tenemos en primer lugar las practicas funeranas
cuya gran variación -desd~ el entierro más ~~­
milde hasta el más suntuano- muestra una piramide de rangos es~alonados. La ~nver~ión de
energía en la arqmtectura funerana (tumulos,
criptas, estatuas, pozos profundos con cámar~s
sepulcrales decoradas, etc.), así como la c~tl­
dad y calidad del ajuar asociado, son claros mdicios de la existencia de personas o de categorías sociales de alto rango. Los adornos personales o los símbolos de sus oficios se encuentran
luego en representaciones plásticas en piedra,
cerámica y metalurgia. En éstas se muestran
personas ricamente adornadas, a veces llevando
máscaras o insignias de mando. Hay guerreros
armados de macanas, escudos o propulsores;
personajes ataviados y sentados en bancos otronos especiales; mujeres adorn~da~ co1_1, collares
y brazaletes. El ~arácter Y, la _dis~bucwn ~e los
artículos suntuanos tambien mdican estas Jerarquías: objetos de orfebrería, collares y pendientes de piedras semipreciosas, cerámi~as finas,
objetos importado~ como conch~s mannas o pequeñas tallas de piedra no obtembl~ localment~.
En ocasiones, la riqueza de un aJuar funerano
o de un tesoro escondido se podría interpretar
como la intencional eliminación de una categoría de objetos, con el fin de m~tene~ su alto
valor. Otros rasgos serían las diferencias en l_a
ubicación, tamaño y calida~ de ~deas y de VIviendas individuales; la existencia de templos,
estatuas u obras de relevancia astronómica; la
incorporación de espacios cívicos o sagrados en
el plano de las aldeas; las obras públi_ca_s, t~~s
como los sistemas de control de aguas (Imgacwn
y drenaje), terrazas de cultivo, caminos y puentes.
Los principales hallazgos arqueológicos
que contienen vestigios culturales co1_1 estas características se han hecho en la Cordillera Central en las faldas del Macizo Andino y en los
valles de los ríos Magdalena, Cauca y Sinú. En
46
todos estos casos se trata obviamente de zonas
arqueológicas ubicadas en las mejores tierras
agrícolas, y en su mayoría se trata de regiones
cuyos habitantes podían participar en varios pisos térmicos y sus correlativos bióticos. Por cierto, fue precisamente en dichas zonas donde se
desarrolló la guaquería y de allí proceden las
colecciones arqueológicas que formaron la base
de los museos del país y que sirvieron a una
pasada generación de investigadores para formular sus "áreas arqueológicas".
La zona de San Agustín, en el alto río
Magdalena, nos puede servir como un ejemplo
ilustrativo del desarrollo de estas sociedades j erárquicas, y describiremos brevemente sus principales características.
Los orígenes de San Agustín se remontan
muy probablemente, a una época bastante lejana, cuando las condiciones tan favorables de la
región para una agricultura intensiva fueron reconocidas y aprovechadas por diferentes grupos
indígenas que luego hicieron de esta zona un
centro de sedentarismo. Fue tal vez a mitades
del segundo milenio antes de Cristo cuando algunos grupos selváticos se establecieron en las
lomas y vegas del alto Magdalena y sentaron
allí las bases para una larga y muy variada sucesión de culturas. Este último punto merece
ser destacado: no se puede hablar de una cultura
de San Agustín; se trata de una región en la cual
se encuentran superpuestos los vestigios de muchas diferentes culturas, algunas de las cuales
se desarrollaron en el mismo lugar, a través de
fases sucesivas, pero otras llegaron desde zonas
alejadas, sea como invasores o sea en forma de
una lenta penetración pacífica.
La región de San Agustín es una de aquellas
comarcas colombianas que -en una cierta época
y dentro de los límites de determinados niveles
socio-tecnológicos- se han convertido eventualmente en verdaderos focos culturales. Situada
a una altura de unos 1.800 metros, las ventajas
que estas tierras ofrecen para la agricultura son
múltiples, y tanto el régimen de lluvias como
la ausencia de inundaciones o de problemas de
erosión hacen del alto Magdalena una zona muy
propicia para cultivos intensivos de maíz. En la
región de San Agustín se observa un fenómeno
cultural importante, que también aparece en
otras regiones, a partir de la intensificación de
la agricultura andina; se trata de una forma de
"control vertical" de las laderas, es decir, de la
participación en varios niveles altitudinales y
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
pisos térmicos, por parte de un grupo humano
establecido en una zona intermedia. Así, dentro
de un radio de uno o dos días de camino desde
San Agustín se encuentran regiones tanto paramunas como tropicales que ofrecen los recursos
muy variados de poblaciones ecológicamente especializadas. Otro aspecto es el siguiente: cerca
de San Agustín está ubicada la depresión más
baja en toda la Cordillera Oriental, que forma
una comunicación natural con el noroeste Amazónico; hacía el noreste se abren varios pasos
en las cadenas montañosas, por las cuales se
establece un acceso a las cabeceras del río Guaviare y a los llanos del Orinoco. Otros pasos,
todos de fácil alcance, llevan al valle del río
Cauca y de allí al río Patía y a la Costa Pacífica,
y una serie de rutas se abren por las montañas
del sur hacia las cordilleras ecuatorianas. Si añadimos el gran valle del río Magdalena que se
abre hacia el norte, se puede apreciar que San
Agustín está ubicado en la encrucijada de grandes vías de comunicación, de migraciones y de
influencias culturales. La zona arqueológica
constituye pues un importante punto de articulación que, por un lado, recibió estímulos de otras
regiones y, por el otro, ejerció su influencia
sobre las culturas de sus alrededores.
La zona arqueológica de San Agustín está
formada por más de treinta extensas agrupaciones de rasgos culturales, y hasta hoy día no hay
una evidencia que permita hablar de un centro
o de alguna aldea principal. Ha sido costumbre
designar estos parajes con sus nombres vernáculos; por ello se mencionan Las Mesitas, Alto
de Lavapatas, Alto de los ídolos, Alto de las
Piedras, etc., y estas mismas designaciones nos
indican ya la pauta de asentamiento, pues, evidentemente, los restos arqueológicos, los monumentos líticos y otros rasgos culturales se encuentran ubicados ante todo en las partes elevadas
de las lomas que se extienden por toda la región
entre una red de arroyos y pequeños ríos.
San Agustín es indudablemente el sitio arqueológico más espectacular del país, ya que
tradicionalmente está caracterizado por varios
centenares de grandes estatuas de piedra y por
un crecido número de túmulos o montículos de
tierra que cubren los más diversos templos y
entierros. Las investigaciones arqueológicas se
han ocupado ante todo en la excavación de estas
estatuas y en otros rasgos monumentales, y también se han excavado muchos entierros y se ha.
podido observar que éstos varían muy notable-
Colombia indígena, período prehispánico
mente en su forma y composición. Se han encontrado tumbas en profundos pozos, en cuyo fondo
hay una cámara lateral que contiene la sepultura
propiamente dicha; otros ha habido, donde el
cadáver yacía estirado en un sarcófago tallado
de un solo bloque de piedra; otros aun compuestos por una serie de lajas que forman una especie
de cajón, y aun simples enterramientos en que
el esqueleto se encontró como acurrucado en
una pequeña depresión superficial. Los ajuares
funerarios asimismo varían y, mientras que algunos entierros están acompañados por pequeños objetos de oro y por cerámicas elaboradas,
otros contienen por mucho algún recipiente cerámico tosco como único objeto.
Las estatuas también muestran una gran
diversidad de motivos, formas y estilos. A veces
las grandes piedras talladas tienen el aspecto de
seres monstruosos o de personas desproporcionadas. En muchas esculturas predominan rasgos
felinos, seres con una jeta bestial de la cual salen
colmillos de jaguar; otras tallas muestran aves,
reptiles, o simplemente formas mal definidas
que se prestan a las más variadas interpretaciones. Es frecuente la representación de guerreros,
con sus armas y casquetes, estatuas que llevan
cabezas de trofeo o que blanden macanas o mazas, y también se conocen esculturas que muestran mujeres en estado de gravidez, o personas
enmascaradas.
Con el deseo de descubrir-y luego interpretar- más y más esculturas y túmulos funerarios,
se ha presentado al público una imagen algo parcial y distorsionada de los fenómenos culturales
de San Agustín, y la tendencia a lo espectacular
y fantástico ha llevado a la formulación de estereotipos y de hipótesis que será defícil desarraigar, ya que la realidad escueta es desde luego
mucho menos llamativa. El énfasis que se ha
dado a lo fúnebre y a lo " misterioso" no hace
justicia a la verdadera importancia cultural de
esta zona arqueológica.
Vista escuetamente, la situación real es la
siguiente: en toda la zona arqueológica de San
Agustín se pueden observar vestigios de la vida
diaria de sucesivas poblaciones que, en una
época o la otra, habitaban en estos parajes. Sus
huellas se ven en los grandes allanamientos artificiales que servían de base a grupos de casas
o como espacios públicos; en explanadas y terraplenes, en rampas y zanjas; en restos de antiguos
caminos y en muchísimos rasgos que marcan
los antiguos campos de cultivo. Todas estas
47
obras de ingeniería aborigen están asociadas a
abundantes indicios de las más diversas actividades de los antiguos pobladores. Los desperdicios
arrojados en sus casas y aldeas consisten en
capas de muchos metros de espesor, acumuladas
a través de siglos, que contienen el testimonio
de miles y miles de fragmentos cerámicos, artefactos líticos, rastros de fogones y de antiguas
superficies, restos carbonizados de plantas, piedras traídas de otras partes, en fin de una densa
masa de restos culturales cuyas características
varían de acuerdo con la época o la población
particular. Es necesario pues captar el ambiente
físico de San Agustín en términos más ecológicos, como una antigua zona más o menos densamente habitada por grupos eminentemente
agrícolas y sedentarios que, durante siglos y aun
milenios, imprimieron sus profundas huellas en
estos parajes. No se trata pues en manera alguna
de una" necrópolis" o de algún lugar misterioso
de culto, sino simplemente de una zona donde
la combinación de una serie de factores naturales, o sea: lluviosidad, vientos, suelos, irrigación, insolación, etc., así como factores culturales, llevaron a una sucesión de ocupaciones
humanas a través de por lo menos tres mil años.
Los orígenes de la vida sedentaria en San
Agustín se deben buscar con toda probabilidad
en la selva amazónica, en donde, como lo sugerimos en páginas anteriores, emanaron los comienzos de la agricultura americana. Esta tradición selvática tropical perduró a través de los
siglos, pues en el arte escultórico de San Agustín
que, desde luego, data de períodos muy posteriores, se observan aún muchos rasgos que se
relacionan más bien con el medio del trópico
húmedo y no con el de las tierras templadas de
las vertientes andinas. La escasa vestimenta que
se representa en algunas estatuas, la forma de
las coronas de plumas y el uso de máscaras,
indican un origen selvático, y muchos de los
animales que se representan en las tallas de piedra, tales como jaguares, caimanes, peces y culebras grandes, son fauna del ambiente de los
grandes ríos tropicales y no de la zona templada
y carente de caudalosos cursos de agua, como
son las cabeceras del río Magdalena.
Las etapas iniciales del poblamiento de San
Agustín, aún no se han estudiado. Es probable
que se remonten a la mitad del segundo milenio
a. de e, es decir, que sean aproximadamente
coetáneas y tal vez aun algo anteriores a los
primeros desarrollos de la Cultura Olmeca en
48
México y la Cultura Chavín en el Perú. En aquella época se había extendido entre Mesoamérica
y los Andes Centrales un modo de vida básico
que contenía muchos elementos en común, tanto
en lo que se refiere a plantas domesticadas, como
también a aspectos tecnológicos y a ciertos conceptos ideológicos de tipo religioso. La imaginación expresada en el arte de estos tres grandes
centros escultóricos mencionados estaba estimulada probablemente por el uso de drogas alucinógenas y, en estas visiones monstruosas de un
mundo aparentemente sobrenatural parece que
los felinos, reptiles y aves desempeñaban un
papel muy destacado.
El desarrollo cronológico del arte estatuario
tampoco se conoce, pero es evidente que se trata
de un gradual desarrollo de técnicas y conceptualizaciones. Ya que estilísticamente varían en
muchos detalles, su clasificación por categorías
se hace en extremo difícil y, más aún, su correlación con determinadas etapas de desarrollo social y económico. Por cierto, cabe mencionar
aquí que la cerámica de San Agustín, sea cual
fuera su edad o procedencia, es más bien sencilla
en su acabado y decoración y que no ha sido
posible todavía relacionar sus características estilísticas con las de determinado grupo de esculturas de piedra.
Otro problema de considerable interés teórico es el desarrollo de las pautas de asentamiento, pero también a este respecto faltan investigaciones sistemáticas. Como ya anotamos, el área
arqueológica de San Agustín aparentemente carece de un centro urbano y aun de aldeas nucleadas de alguna extensión. En parte, este hecho
puede que se deba a la conformación del terreno
y a la ausencia de planadas adecuadas, pero
también es posible que tenga otras razones que
desconocemos. Parece entonces que, en todas
las épocas, se trataba de una población algo
dispersa, agrupada en una multitud de pequeñas
aldeas, localizadas en las partes altas de las lomas; pero no es de suponer que todas las lomas
o colinas de la actual zona arqueológica hayan
estado pobladas simultáneamente en una misma
época prehistórica. De las excavaciones relevantes para este problema, se puede deducir más
bien que hubo un lento flujo y reflujo, y que
mientras unas elevaciones estaban ocupadas por
viviendas, otras -vecinas o alejadas- estaban
deshabitadas durante largas épocas.
Se cuenta con una secuencia parcial, basada
en la estratigrafia de basureros y en ella se de-
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
finen tres grandes períodos, todos representados
por ciertos complejos cerámicos y líticos utilitarios, pertenecientes a grupos sedentarios, agrícolas e intensamente maiceros. El primer período abarca los últimos siglos del primer milenio a. de C; el segundo comprende los cuatro
primeros siglos A. D. y el último ocupa una
posición tardía, protohistórica a histórica. Una
serie de fechas de radiocarbono ubican estos
períodos en una escala temporal absoluta y comprueban la validez de las conclusiones estratigráficas. El período más antiguo (Complejo
Horqueta) contiene algunos rasgos estilísticos
cerámicos que sugieren una relación con el Formativo Tardío. El segundo período, caracterizado por el Complejo Isnos, de ningún modo
está emparentado con el anterior, sino que representa una población muy diferente, quizás invasora, que se estableció durante varios siglos al
comienzo de nuestra era, en toda la región; hay
indicios que sugieren que muchas obras de ingeniería-allanamientos, terraplanes, rampas-fueron construidas durante este período. La cerámica del Complejo Isnos muestra algunos parentescos con el sur de la Costa Pacífica. A partir
de 330 A. D., sigue un largo período de más
de mil años, durante el cual no se conocen detalles estratigráficos. Sólo en 1410 A. D. encontramos otra vez un conjunto estratificado y bien
definido, que se denomina Sombrerillos, pero
de nuevo corresponde a una población distinta
de las anteriores. La última fecha de radiocarbono, asociada con estos ocupantes, es de 1630
A. D., y demuestra que la región de San Agustín
estaba aún habitada por indígenas cuando la mayor parte del territorio del país ya había sido
descubierta por los españoles. Por cierto, estos
indios ya no presentaban las características de
un cacicazgo, sino que vivían sobre un nivel
tribal selvático.
Es posible que el Complejo Isnos represente las primeras manifestaciones de una integración social de tipo cacicazgo. La densidad
de los vestigios, el sedentarismo, los indicios
de agricultura, de extensas obras de ingeniería
y de una pauta bien defmida de asentamiento,
sugieren esta forma de organización, lo mismo
que el notable avance de la tecnología cerámica.
Por todo lo que se pueda apreciar, las culturas
anteriores a Isnos parecen ser más bien sociedades tribales. Por cierto, no se puede hablar de
continuidad entre los Complejos Horqueta e
Isnos.
Colombia indígena, período prehispánico
Un somero examen de los restos cerámicos
y líticos que se encuentran por millares en la
superficie de los terrenos de San Agustín, demuestra que se trata de una gran cantidad de
complejos arqueológicos que aún no han sido
aislados como tales y que representan largas
secuencias y muy diversas tradiciones tecnológicas y estilísticas. Repetimos que de estos y
de muchos otros vestigios, tales como los diversos rasgos arquitectónicos y de ingeniería, se
puede deducir que la región de San Agustín no
parece haber sido una zona cultural donde se
efectuó una lenta y continua evolución interna,
sino que fue más bien una zona de invasión y
de una repetida superposición de diversas culturas que, atraídas por las ventajas ambientales
de la región, se iban desplazando a través de
los siglos. Es quizá posible que ciertos rasgos
culturales como, por ejemplo, algunos conceptos religiosos, la talla de estatuas líticas y, desde
luego, las técnicas básicas de subsistencia, hayan tenido cierta continuidad más allá de los
movimientos migratorios de menor escala; pero
la impresión general es la de una zona arqueológica, en la cual las tradiciones más diversas
han confluido para crear no una cultura coherente, sino una combinación muy heterogénea.
Otra zona de destacado interés arqueológico es la región de Tierradentro, al norte de
San Agustín. En Tierradentro se han hallado
estatuas, rocas labradas y, ante todo, grandes
cámaras o más bien templos funerarios subterráneos, ubicados en las partes más altas de las
lomas y accesibles sólo por escaleras de caracol.
La planta de estos templos tallados en la roca
es circular u ovalada, con una serie de nichos
separados por altos bloques que imitan columnas. Varios gruesos pilares sostienen el techo
que generalmente, tiene forma de bóveda. Las
paredes del interior están cubiertas de pinturas
en blanco, negro, rojo, y amarillo, con motivos
geométricos de rombos y círculos, a veces también con grandes caras humanas muy estilizadas
o con representaciones de reptiles. Estas cámaras contienen urnas de cerámica con huesos calcinados, así como restos dispersos de vasijas y
objetos líticos.
Las grandes estatuas que se encuentran en
algunas partes de Tierradentro son algo menos
estilizadas que las de San Agustín, y por lo
general carecen de los rasgos monstruosos que
caracterizan a estas últimas. Las formas cerámicas más típicas de Tierradentro son vasijas bur-
49
das de color oscuro, decoradas con franjas modeladas y con caras de forma triangular. Es posible que algunas fases de Tierradentro estén
relacionadas con la secuencia de San Agustín,
pero aún no se ha elaborado una correlación
válida. De todas maneras, los diferentes modos
de entierro, la gran elaboración de las cámaras
pintadas, las estatuas, y la existencia de obras
públicas de ingeniería, hacen suponer que se
trata de una zona de cacicazgos cuya base económica fue el cultivo intensivo del maíz y la
explotación de varios sistemas ecológicos dispuestos a lo largo de una escala vertical.
En las fértiles vertientes de la Cordillera
Central, en los actuales departamentos del Cauca, Valle, Caldas, Quindío, Risaralda y Antioquia, se encuentran innumerables vestigios arqueológicos que atestiguan la antigua presencia
de sociedades del tipo de los cacicazgos. Montículos y terraplenes, entierros suntuosos dejefes y sacerdotes, verdaderos tesoros de orfebrería y de piedras finas, nos indican que en estas
regiones privilegiadas para la agricultura, se desarrollaron pequeños señoríos con una estructura
social jerárquica, una clase sacerdotal influyente
y un alto desarrollo tecnológico y estético. Los
cronistas españoles del siglo xvi describen con
algún detalle la adaptación ecológica de estos
grupos a las vertientes, la variedad de los cultivos, la forma de las aldeas y los templos, y la
jerarquía de señores, nobles, plebeyos y esclavos. Estos cacicazgos vivían en un estado crónico de guerras, acompañadas de sacrificios humanos, canibalismo ritual, la toma de cabezas
de trofeo, y muchas de estas costumbres encuentran su confirmación en las excavaciones arqueológicas o en los elementos iconográficos de
su arte.
La mayoría de los cacicazgos colombianos
se destaca por el gran desarrollo de la orfebrería.
No sabemos dónde ni cuándo se originó este
arte y, posiblemente, se trata de una mtroducción desde los Andes Centrales; pero es seguro
que Colombia fue el centro de grandes avances
tecnológicos y estéticos en la metalurgia americana. Fue ante todo en los cacicazgos interandinos donde se refmaron las técnicas de fundición,
aleación, cera perdida, falsa filigrana y tantas
otras, y los objetos manufacturados de oro abarcan una asombrosa gama de adornos personales
y objetos rituales que atestiguan la actividad de
artesanos especializados. El uso de estos objetos
suntuarios como ajuar funerario, constituye
50
desde luego un mecanismo económico, de eliminar periódicamente de la circulación ciert;a cantidad de capital acumulado en forma de Joyas.
Los Quimbaya, un grupo histórico que en
el siglo xvi formaba un pequeño cacicazgo en
las faldas occidentales de la Cordillera Central,
han dado su nombre a un inmenso complejo de
artefactos arqueológicos hallados en tumbas de
diferentes tipos, principalmente objetos cerámicos y orfebrería que, por cierto, está constituido
por varias diferentes tradiciones culturales. Las
vasijas cubiertas de pintura roja brillante, a veces
pintadas en una técnica llamada "negativas"; los
recipientes de doble vertedera y asa en forma
de estribo; las figuras antropomorfas y zoomorfas; la multitud de volantes de huso, rodillos,
pintaderas y cuentas de collar que, en los museos
y las publicaciones de divulgación se designan
como "Quimbaya" por lo general no tienen nada
que ver con aquellos indios de la época de la
Conquista, sino que representan zonas arqueológicas y períodos cronológicos muy diversos.
Al lado de los Quimbaya, los principales cacicazgos del occidente colombiano en el siglo xvi
eran los Anserma, los Caramanta y los Nutibara,
con muchos otros más de menor importancia.
Las investigaciones sistemáticas sobre los
cacicazgos interandinos son aún demasiado esporádicas para poderse discernir las características de períodos o fases en el desarrollo de las
sociedades indígenas respectivas. Se han estudiado algunos detalles tecnológicos o estilísticos
de esa u otra categoría de artefactos (orfebrería,
cerámica), pero carecemos totalmente de contextos que den vida y significado social a estos
objetos. Así, cerca de Buga, en el Valle d~l
Cauca, se pudo establecer una corta secuencia
cerámica, con fechas de radiocarbono que van
desde l. 200 a 1.600 A. D. La cerámica excavada en la Tebaida, cerca de Armenia, fue fechada entre 1.000 y 1.400 A.D., y algunos autores han tratado de trazar las correlaciones de
ciertos tipos cerámicos; pero, obviamente, se
trata aquí de investigaciones muy locales, con
resultados demasiado limitados. Sólo podemos
anotar aquí que la cerámica del Complejo Isnos,
de San Agustín, fechada entre 40 y 300 A. D.,
parece ser ancestral de varios complejos cerámicos de la Cordillera Central. También se ha sugerido que la particular forma de las tumbas de
pozo, con cámara lateral, que son frecuentes en
las faldas de la cordillera, se pudo haber difun-
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
dido desde Colombia hasta la costa occidental
de México.
Otra zona cuyas características arqueológicas parecen indicar el nivel cultural de los cacicazgos, es la región del alto río Calima, en la
Cordillera Occidental. Nuevamente se debe advertir que no se trata de una sola cultura que se
pueda designar con el nombre "Calima", sino
de una secuencia de manifestaciones culturales
que se extienden a través del tiempo y que abarcan diferentes períodos y conjuntos estilísticos.
Sobresalen ciertas cerámicas, tales como las vasijas de doble vertedera, vasijas en fo~~ de
una persona acurrucada que lleva un recipiente
en la espalda, y otras más. La zona del Calima
se destaca además por su orfebrería elaborada;
se han encontrado grandes máscaras de oro, diademas, pectorales, orejeras, collares, narigueras
y aun instrumentos musicales y cucharas del
mismo metal. A veces estas piezas hacen pensar
en ciertas estatuas de San Agustín, pues se observan en ellas rasgos felinos, cabezas con jetas
monstruosas de las cuales sobresalen grandes
colmillos, así como representaciones de "dobles", pero no se han trazado aún las P?S~bles
relaciones entre estas dos zonas arqueologicas.
En la región Calima abundan pequeñas wnas
aplanadas de vivienda, terrazas, y campos de
cultivo antiguos, algunos de los cuales muestran
vestigios de canales formando cuadrículas.
Es de interés destacar aquí que los cacicazgos no se desarrollaron sólo en los valles y
vertientes de las cordilleras, sino que se hallan
abundantes indicios de su existencia también en
algunas regiones de las tierras llanas tropicales
como las hoyas de los ríos Sinú y San Jorge y
ciertas zonas del bajo Magdalena, como, por
ejemplo, Tamalameque, Momp_ós y Zamb!ano.
En todas estas zonas que, por cierto, son tierras
muy fértiles, se han encontrado grandes montículos, tumbas elaboradas, restos extensos de
obras públicas y objetos suntuarios de orfebrería
y otros materiales valiosos, o sea piedras finas,
adornos hechos de conchas marinas o de cobre
preciosamente elaborado. Parece que cacicazgos
incipientes se organizaron también en algunas
zonas selváticas, tales como algunas bahías en
el norte de la Costa Pacífica, y en algunos de
estos sitios se observa una fuerte influencia de
los cacicazgos panameños contemporáneos.
Lo que es verdaderamente sorprendente en
el caso de estos cacicazgos que se desarrollaron
en las regiones costaneras, es la ausencia de
Colombia indígena, período prehispánico
51
vestigios de militarismo. Los cacicazgos de la
Llanura del Caribe parecen haberse formado en
condiciones que no llevaron a la institución de
un complejo bélico que se manifieste en rasgos
tales como la representación de guerreros en el
arte, la construcción de fortificaciones, una iconografia con cabezas-trofeos o armas ceremoniales. Más bien parece que su orientación haya
sido manifiestamente teocrática. El gran túmulo
cerca de la Laguna de Betancí, sobre el río Sinú;
las tumbas de cámara de los llanos de Tamalameque, con sus grandes urnas antropomorfas;
los túmulos funerarios de la región de Ayapel
y otros más, no atestiguan la presencia de sociedades belicosas. Los cronistas del siglo xvi hablan de grandes templos, de montículos, estatuas y otros rasgos de una religión muy compleja, pero no mencionan las cruentas guerras que
-dicen ellos- eran la regla entre los cacicazgos
de la Cordillera Central. Esta aparente diferencia
entre cacicazgos militaristas y teocráticos -si es
válida esta hipótesis-, sería otro aspecto teórico
importante en las futuras investigaciones arqueológicas.
Entre el bajo río Magdalena y la hoya del
río San Jorge se halla una extensa zona, semiacuática durante parte del año, cubierta de un
sistema de pequeñas lomas alargadas paralelas,
construidas artificialmente. Probablemente se
trata de campos de cultivo y de un sistema de
drenaje, aunque no se puede descartar la posibilidad de que sean nansas o estanques para la
cría de ciertas especies de peces. Tales construcciones, restos de las cuales se observan también
en el medio Cauca, no están correlacionadas
necesariamente con centros urbanos y pueden
haberse hecho en una época muy anterior al
advenimiento de los cacicazgos. Algunas excavaciones efectuadas en la zona del río San Jorge
indican que este sistema de zanjas y lomas ya
estaba abandonado en una época que corresponde a los cacicazgos protohistóricos e históricos de la región. Nuevamente se trata de un
problema muy importante de adaptación ecológica en épocas prehistóricas, que bien merece
una investigación detallada.
Se debe añadir otra hipótesis interesante:
los sistemas religiosos de los cacicazgos parecen
haberse basado ante todo en conceptos en que
el sol y la luna desempeñaban un papel central,
y es de pensar, por consiguiente, que esta religión dependía en buena parte de la elaboración
de un calendario muy preciso. Ya que los sols-
ticios y equinoccios señalan claramente los comienzos y fines de las estaciones de lluvias o
de verano, su observación se hace esencial para
el agricultor. La fijación de puntos de referencia
sobre el horizonte por medio de alineaciones de
piedras, llevaría entonces a la selección de determinados lugares de observación solar, así
como a la delimitación de espacios sagrados
cuyo modelo es, desde un punto de vista geocéntrico, el recorrido del sol entre los solsticios de
verano y de invierno. La exacta ubicación de
monumentos arqueológicos tales como templos,
adoratorios, estatuas, grupos de columnas, cámaras subterráneas, petroglifos y otros rasgos,
se relaciona muy probablemente con estas observaciones astronómicas, y la importancia que una
cultura indígena pueda atribuir a ellos, se relaciona desde luego con el creciente desarrollo de
la agricultura del maíz y de otros cultivos que
dependen en alto grado de fenómenos meteorológicos cíclicos. Fue en el contexto cultural de
los cacicazgos donde la astronomía y el calendario se desarrollaron muy notablemente y en
donde los chamanes y sacerdotes adquirieron
posiciones de gran influencia, no sólo en un
terreno religioso, sino por el manejo inteligente
de diversos aspectos ecológicos. La ritualización
del ciclo de tala, quema, siembra y cosecha, o
de cualquier otra modificación de la flora o fauna, es a veces un mecanismo de equilibrio ecológico.
Al tiempo que se desarrollaron los cacicazgos en las regiones interandinas y costaneras,
un crecido número de sociedades tribales ocupaba muchas zonas interfluviales, ribereñas o
litorales, generalmente en el trópico húmedo.
Alrededor del Golfo de Urabá, en las estribaciones de las cordilleras, en las hoyas de muchos
ríos menores y en ambas costas, se han encontrado restos de poblaciones, junto con basureros,
entierros y otros vestigios que indican la presencia de grupos dedicados a una economía mixta
en la cual se combinaba la horticultura con la
caza, la pesca y la recolección de recursos silvestres. Algunos de estos grupos tribales del primer
milenio A. D. crearon complejos cerámicos muy
avanzados en su teconología y concepción estética, como, por ejemplo, los habitantes de las
orillas de los ríos Ranchería y Cesar, los pobladores de las riberas del bajo río Magdalena en
las regiones de El Banco, Plato y Zambrano, o
los grupos ribereños del medio y alto Magdalena, por ejemplo de Barrancabermeja, Honda.
52
Girardot, Espinal y El Guamo. Muchos de estos
grupos practicaban el entierro secundario en
grandes urnas funerarias, a veces antropomorfas, y los complejos cerámicos que acompañan
estos entierros son a veces muy elaborados en
lo que se refiere a sus formas plásticas. Es de
suponer que estos grupos, esencialmente selváticos, formaban parte de aquel gran estrato de
horticultores mixtos del cual surgieron, en algunas regiones, los cacicazgos. Algunas de estas
sociedades tribales perduraron hasta la conquista
española, por ejemplo los Pantagora, Pijao, Panche, Carare, y muchos pobladores de la Llanura
del Caribe, de los llanos del Orinoco o de las
selvas amazónicas, y es en estas regiones marginales, al este de la Cordillera Oriental, donde
algunas tribus han sobrevivido hasta la época
actual.
Ciertas de estas manifestaciones prehistóricas de los grupos tribales vecinos a los cacicazgos, deben describirse aquí someramente.
En las bahías y las islas costaneras entre
la desembocadura del río Magdalena y el Golfo
de Urabá, agrupaciones de agricultures y pescadores habían establecido gran número de pequeñas aldeas y campamentos, muchos de ellos sobre dunas y lomas arenosas del litoral. La cultura
material que se encuentra asociada a estos sitios
está ejemplificada por el sitio arqueológico de
Crespo, cerca de Cartagena. Allí, extensas acumulaciones de basura y agrupaciones de sencillas urnas funerarias atestiguan el carácter sedentario de los habitantes. Los complejos cerámicos
incluyen budares, vasijas pandas para triturar
condimentos, copas y platos con bases anulares,
así como recipientes para líquidos, que consisten en ollas globulares con un cuello restringido.
La decoración de estas formas cerámicas está
constituida por motivos simples, incisos o punteados; algunas vasijas están decoradas con caras
humanas modeladas y se han encontrado pequeñas figurinas antropomorfas, quizá de uso ritual.
Son características de estos sitios las hachas y
azadas manufacturadas de piedra pulida o de
grandes conchas, instrumentos que probablemente se usaban tanto en la agricultura como
en la manufactura de canoas y para extraer el
almidón de los troncos de las palmas. También
se encuentran grandes piedras de moler. Conjuntos similares se han hallado también sobre las
colinas bajas que se extienden a lo largo de la
costa y sobre los cursos inferiores de algunos
de los ríos. Existen relaciones tipológicas con
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
los complejos culturales del Bajo Magdalena y,
eventualmente, con culturas de la costa venezolana y de Panamá. El sitio de Crespo ha sido
fechado en la última parte del siglo XIII A. D.,
y la distribución de los asentamientos de estos
agricultores-pescadores representa una adaptación tardía al ambiente litoral; corresponde pues
a las poblaciones que encontraron en esta wna
los españoles, unos dos siglos más tarde.
En la Costa Pacífica los desarrollos culturales tomaron un rumbo algo distinto. Con excepción del extremo sur del litoral, donde el
clima y los suelos son algo más favorables, el
nivel cultural prehistórico de aquella época no
avanzó más allá del de pequeñas comunidades
selváticas que, con frecuencia, cambiaban de
lugar. En la selva pluvial de las riberas del río
San Juan, en el Chocó, encontramos vestigios
de una ocupación prehistórica relativamente
densa, que data de los comienzos del siglo IX
A. D. y que consiste en pequeñas aldeas construidas sobre pilotes, escalonadas a lo largo del
río y de algunos de sus afluentes. Para dar un
ejemplo: el Complejo de Murillo se caracteriza
por una cerámica de color pardusco, fragmentos
de la cual se encuentran asociados con artefactos
líticos. Algunas de estas vasijas están decoradas
con líneas rectas profundamente incisas que forman meandros, rectángulos concéntricos o grupos de líneas paralelas. El material lítico consiste de hacha en forma de T, con proyecciones
laterales que sirvieron para amarrar la hoja a un
mango, así como de una variedad de raspadores
y golpeadores. No se hallaron metales ni manos
de moler, y parece que la economía se basaba
en el cultivo de raíces, la recolección de fiutas
de palma, así como de caza y pesca. Las fechas
de radiocarbono muestran que este complejo cultural data de aproximadamente 800 a 900 A.
D., fecha en que hace su aparición una nueva
tradición cultural, denominada Minguimalo.
Las gentes de Minguimalo eran agricultores de
maíz que usaban grandes metates y su cultura
se extendió rápidamente sobre toda la hoya del
río San Juan. La cerámica es ordinaria, con
formas simples globulares, pero las técnicas decorativas son muy características. Una técnica
consiste en hileras de protuberancias o, mas
bien, burbujas producidas por la inserción de
un palillo en la superficie interna de la vasija
hasta que levanta una "burbuja" en el exterior.
Luego se retira el palillo y el pequeño orificio
se tapa con un poco de greda, de manera que
Colombia indígena, período prehispánico
la protuberancia que aparece en el exterior de
la vasija, queda hueca. Otra técnica decorativa
son impresiones hechas con la uña del dedo,
formando hileras de pequeñas incisiones curvas.
A diferencia de Murillo, las hachas asociadas a
esta cerámica son de forma trapezoidal y carecen
de las proyecciones laterales tan características
para el Complejo Murillo. Nada se sabe del
origen de estos dos complejos, ninguno de los
cuales parece tener antecedentes en el área del
Chocó. Sólo podemos observar que la técnica
de decoración por impresiones con la uña, se
encuentra en algunos complejos cerámicos del
Alto Amazonas, lo mismo que las hachas con
proyecciones en forma de T.
En la Bahía de Cupica, en el sector norte
de la Costa Pacífica, se encontró un gran túmulo
funerario que contenía varias docenas de entierros secundarios acompañados por cerámicas,
algunos volantes de huso, un pequeño objeto de
oro, y algunos artefactos líticos. Los entierros
habían sido efectuados en épocas diferentes y
se pueden reconocer cuatro fases principales:
tres de entierros superpuestos y una durante la
cual el montículo se cubrió con un relleno de
tierra. Las asociaciones de la secuencia de Cupica parecen ser muy variadas. La cerámica más
antigua muestra ciertas semejanzas con Momil
y con Ciénaga de Oro, este último un sitio estrechamente relacionado con Momil. Las fases siguientes tienen relaciones con sitios del alto río
Sinú, tales como Betancí y Tierra Alta, de manera que los comienzos de Cupica parecen relacionarse con la hoya del río Sinú. Las fases
posteriores, sin embargo, están estrechamente
emparentadas con cerámicas panameñas de la
zona del Lago Madden y también de la Provincia
de Coclé. Una fecha de radiocarbono de 1.227
A. D., para los entierros más recientes de Cupica, coresponde al período de Coclé Tardío, en
Panamá
En otras partes de la Costa Pacífica, en las
bahías, esteros y manglares en el sur de Buenaventura, hay muchos pequeños sitios de habitaciones que contienen cerámicas de posición cronológica tardía, algunas de las cuales se relacionan con los complejos del río San Juan, mientras
que otras se asemejan a ciertos estilos encontrados en la región de Tumaco. Al proceder hacia
el sur, aproximadamente del río Guapí en adelante, la influencia de las culturas de Tumaco
aumenta y encontramos muchos sitios que se
conectan con las diversas fases cronológicas
53
de la secuencia del río Mataje. Algunos de estos
sitios son aún más tardíos; las grandes acumulaciones de desperdicios culturales situados cerca
de Imbilí, sobre el río Mira, datan, aproximadamente, de 1.000 A. D.
Al ascender los ríos hacia el filo de la Cordillera Occidental, encontramos relaciones con
los complejos cerámicos pintados, del valle del
Cauca. En las cabeceras del río Patía ha sido
excavado gran número de profundos entierros
de cámara lateral, que contienen a veces varias
sepulturas. Un rasgo curioso de estos entierros
consiste en que la cámara se tapó con una gran
tinaja globular cuyo orifico se orienta hacia el
cadáver, mientras que su base está orientada
hacia el cañón del entierro. El ajuar funerario
consiste de vasijas decoradas con muy elaborados motivos pintados en rojo y negro, junto con
pequeños objetos de oro o tumbaga, y algunos
volantes de huso.
Entierros de pozo o cañón vertical con cámara lateral son frecuentes en la parte sureña
de las cordilleras, en dirección hacia el Ecuador,
y continúan desde allí hacia el norte. En la región
de Cali se han identificado varios complejos
cerámicos, entre ellos los de Pichindé, Río Bolo
y Quebrada Seca, nombres de los pequeños ríos
sobre cuyas riberas se encontraron planos de
viviendas y entierros. Las tumbas consisten en
profundos pozos con cámara lateral, de plano
circular, semicircular o elíptico y, en su mayoría, éstas se localizaron en las partes más altas
de las colinas vecinas. En Pichindé los pozos
verticales se hallaron llenos de pesadas piedras
y las cerámicas asociadas con el entierro son
apenas algunas ollas toscas, mientras que las
cerámicas del complejo de río Bolo llevan a
veces una fina capa de pintura roja. También
se encontraron en Río Bolo algunas copas o
vasijas de base alta. El complejo más elaborado
es el de Quebrada Seca; uno de los entierros de
cañón contenía cinco esqueletos acompañados
por 260 vasijas, y varios otros entierros también
contenían gran cantidad de cerámica, la mayoría
cubierta de color rojo. Los complejos de la región de Cali no parecen relacionarse con Tierradentro, Calima o las cerámicas denominadas
"Quimbaya"; probablemente son relativamente
recientes y anteceden la Conquista sólo por unos
pocos siglos.
Podemos resumir aquí algunas observaciones acerca de las costumbres funerarias. Hacia
el final del primer milenio A. D. parece que se
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
54
operó un profundo cambio en las prácticas religiosas en gran parte del territorio colombiano,
por lo menos en lo que se refiere a los ritos de
entierro. Mencionamos ya la pauta de enterramiento en urnas, a veces acompañadas por la
incineración, y otras veces en que sólo consiste
en el reentierro de huesos desarticulados. En
ocasiones, estas urnas, en grupos de algunas
docenas y aun centenares, forman grandes cementerios cerca de las antiguas aldeas; en otras
ocasiones se encuentran en pequeños grupos, de
tres o cuatro, sea en cavernas o enterradas cerca
de las casas. Ocasionalmente también se han
hallado grupos de urnas en tumbas de pozo con
cámara lateral. Hay muchas formas diferentes
de urnas funerarias; la forma más común consiste en una gran tinaja ovoidal provista de una
apertura suficientemente grande para introducir
en ella el cráneo; pero también hay urnas globulares, grandes recipientes cilindricos o urnas
muy elaboradas, de silueta compuesta y adornadas con elementos plásticos, pinturas o motivos
incisos. A veces se representa la cara, o la figura
entera del muerto, sobre el cuerpo o la tapa de
la urna. En el alto y medio Magdalena las urnas
comunes ovoidales con frecuencia llevan una
cara delineada con franjas aplicadas de arcilla,
mientras que en las estribaciones de la Sierra
Nevada (La Mesa), se presenta la cara o la cabeza entera en la tapa semiesférica. Del medio
Magdalena proceden grandes urnas cubiertas
con motivos incisos sobre cuyas tapas se modeló
un pequeño personaje sentado en un banquito.
Muchas de estas urnas se usaban en el contexto
de los cacicazgos. Por ejemplo en la hacienda
"La Marquesa", cerca de Popayán, se descubrió
una tumba de pozo, que contenía una colección
extraordinaria de objetos asociados. Varias
grandes figuras antropomorfas de barro muestran guerreros que llevan escudos redondos y
cascos crestados. Están sentados en bancos bajos, de cuatro patas. Sobre la espalda de las
figuras aparece un animal monstruoso que parece trepar hacia la cabeza, motivo similar al
que se puede observar en algunas escultur~s de
San Agustín. Junto con estos y otros objetos
antropomorfos de barro cocido, el entierro contenía un gran objeto de oro que representa un
personaje altamente estilizado y adornado con
una corona muy elaborada. La parte baja de la
figura consiste en una placa semilunar y sobre
los brazos de la figura trepan animales crestados.
En el medio Magdalena (Río de la Miel, Guari-
nó, Honda), las urnas antropomorfas tienen tapas a veces con figuras de guerreros con muchos
ornamentos, sentados en banquitos y que recuerdan las figuras de "La Marquesa", asimismo,
se representan figuras femeninas y aves. Este
horizonte de urnas funerarias se extiende sobre
un área muy amplia: desde la Guajira hasta el
Darién, desde el alto Cauca hasta el Orinoco, a
lo largo de ríos, sobre las lomas y en lo más
alto de las colinas, se hallan estas urnas, siempre
en el contexto de poblaciones de horticultores.
Las federaciones de aldeas:
los Tairona y los Muisca
E
ntre la gran variedad de cacicazgos y de
pequeñas sociedades agrícolas tribales que
se extendían sobre las cordilleras y tierras bajas,
sobresalen dos grandes complejos culturales que
han perdurado hasta los períodos históricos: los
Tairona de la Sierra Nevada de Santa Marta, y
los Muisca de las tierras altas de Cundinamarca
y Boyacá. En ambos casos se trata de grandes
agrupaciones indígenas de habla chibcha, cuyo
avance cultural fue notable y se acerca a una
etapa de desarrollo que señala el nivel de una
incipiente organización estatal. Mientras que en
los cacicazgos la cohesión política se limitaba
por lo general a una hoya hidrográfica relativamente restringida, en donde una aldea principal
coordinaba y dominaba algunas poblaciones satélites, situadas en diferentes facetas ecológicas,
entre los Tairona y Muisca se trataba más bien
de dos grandes federaciones de aldeas que estaban sometidas bajo la autoridad de jefes, los
cuales combinaban en su persona funciones políticas, administrativas y aun religiosas. Culturalmente, estas dos federaciones tenían muchos
rasgos fundamentales en común, pero se diferenciaban en detalles de énfasis y calidad y, desde
luego, en muchos aspectos, de su particular
adaptación ecológica, ya que las faldas_ de la
Sierra Nevada de Santa Marta y los altiplanos
de la Cordillera Oriental ofrecen condiciones
fisiográficas y bióticas muy diferentes.
Sobre un nivel de una federación de aldeas,
la estratificación social evolucionó hacia un sistema de clases, en que los factores económicos
adquirían más importancia que los factores de
rango individual, como había ocurrido en los
cacicazgos. Los grandes jefes pertenecían ahora
a los mismos linajes de la alta jerarquía sacerdotal o militar, lo que, en un caso dado, podía
Colombia indígena, período prehispánico
llevar a la constitución de un "gobierno" claramente definido, apartándose así de la autoridad
difusa de las cabecillas y jefes guerreros de los
cacicazgos. Además, se formaba ahora una clase
importante de artesanos y comerciantes que, por
sus amplias relaciones intertribales, se constituían en agentes muy activos del cambio cultural. La agricultura se intensificó, en parte por
obras públicas de control hidráulico y de tierras,
tales como terrazas de cultivo y sistemas de
riego, y en parte por especializarse en ciertas
plantas cultivadas de alto valor nutricional, tales
como la papa, o razas de maíz de alto rendimiento.
Para ambas federaciones -los Tairona y los
Muisca- disponemos de datos históricos contenidos en las crónicas de los siglos XVI y XVII
que, en combinación con los resultados de las
investigaciones arqueológicas, nos ofrecen una
visión somera de los respectivos desarrollos culturales. Trataremos en primer lugar de la Cultura
Tairona.
Pautas de asentamiento
Los Tairona eran habitantes de las tierras
bajas y ocupaban las estribaciones de la Sierra
Nevada, generalmente a menos de 1.000 metros
de altura sobre el nivel del mar. En la época de
la Conquista, el territorio tairona se extendía
principalmente sobre la zona de Santa Marta y
de allí sobre las faldas septentrionales de la sierra, hasta aproximadamente el río Ancho, en el
oriente. Al sur de Santa Marta se extendía el
habitat sobre la vertiente occidental. Las otras
vertientes del macizo, es decir, toda la zona
meridional y oriental, hacia los altos cursos de
los ríos Ariguaní, Cesar y Ranchería, estaban
ciertamente bajo una fuerte influencia tairona,
pero los principales asentamientos se encontraban en las zonas norte y noroeste, en los valles
de los ríos Palomino, Buritaca, Don Diego,
Guachaca y la zona del Cerro de San Lorenzo.
La densa población vivía en grandes aldeas,
muchas de las cuales merecen el calificativo de
ciudades. Estos centros poblados consistían, según el caso, de docenas o aun de centenares de
casas redondas construidas de madera y paja
sobre plataformas y cimientos de piedras. En
muchos casos estas aldeas y ciudades se construían en zonas muy accidentadas, sea en las
hoyas de quebradas o en filos o faldas abruptas,
situadas entre ríos profundamente encajonados.
De esta manera, la distribución y disposición de
55
las viviendas muestra gran variación, adaptándose las diversas construcciones de la mejor manera a las vertientes, hondonadas, lomas y zanjones. Cada centro poblado tenía por lo menos
un templo, constituido por una construcción circular de grandes dimensiones, en cuya inmediata
vecindad había espacios públicos y eventualmente otras edificaciones de carácter ritual.
Los diferentes tipos de casas de vivienda
dejan reconocer una bien acentuada estratificación social: las casas más sencillas consisten apenas en un círculo de piedras, en el cual se marcaron las dos puertas opuestas con dos o más
lajas planas; otras casas están señaladas además,
por un círculo de piedras muy parejas, acompañadas por un círculo de lajas que rodean toda
la construcción. Un tipo más elaborado aún consiste de cimientos formados por varios círculos
de lajas enterradas en forma vertical y otras horizontalmente colocadas, cada una de las cuales
fue cuidadosamente tallada y alisada. En algunos casos se pueden distinguir claramente áreas
residenciales de élite. Fuera de las viviendas
propiamente dichas, encontramos gran variedad
de otras construcciones líticas por lo general
hechas de piedras no modificadas y simplemente
puestas la una sobre la otra y luego acuñadas
con piedras más pequeñas, pero a veces también
construidas con piedras talladas y con lajas muy
parejas, lisas y bien ajustadas. Las murallas de
contención de las numerosas terrazas de cultivo
llegan a veces, en zonas muy pendientes, a una
altura de varios metros. Hay largos caminos enlajados; escaleras, canales de desagüe y, a veces,
un trecho de una quebrada ha sido canalizado
entre paredes de pesados bloques. Puentes hechos de una o varias lajas puestas de orilla a
orilla, se encuentran en algunas partes. En la
zona plana del río Manzanares, alrededor de
Santa Marta, había grandes obras de irrigación,
tan bien construidas que causaron la admiración
de los españoles.
La base principal de subsistencia eran los
grandes cultivos de maíz, pero fuera de éste se
sembraba la yuca, la auyama, fríjoles y un gran
número de árboles frutales. Una fuente importante de alimentos era el mar, y en algunas regiones se practicaba la apicultura en gran escala.
Los Tairona practicaban el control vertical de
una escala de facetas ecológicas, y parece que
tenían en cada hoya hidrográfica varios centros
de redistribución en forma de ciudades. Cada
ciudad rodeada de sus cultivos, y aun cada grupo
56
de terrazas aisladas, formaba así un ecosistema
artificial.
Al comienzo del siglo xvi gran número de
poblaciones de los Tairona se habían aglutinado
alrededor de dos centros urbanos importantes y
de este modo comenzaban a formarse dos federaciones, dos pequeños Estados incipientes y
antagónicos. Un centro era Bonda, situada en
la parte plana, cerca de la actual Santa Marta;
y el otro era Pocigueica, situado en las faldas
abruptas y dominando las zonas de las cabeceras
de los ríos Frío y Don Diego. Entre ambos centros existían rivalidades y, en lo general, se
observa que una clase poderosa de sacerdotes
se encontraba en pugna más o menos abierta
contra los jefes civiles. Existía también una
fuerte tendencia militarista, pero parece que las
lealtades estaban divididas, circunstancias que
eventualmente facilitaron grandemente la conquista española. Como es obvio, los Tairona no
habían logrado la plena consolidación de un gobierno centralizado y efectivo, y el poder ejecutivo se organizaba aun sobre una base de parentesco y de los intereses de determinados linajes.
Sin embargo, la conquista de los Tairona fue
un largo proceso que se extendió sobre casi todo
el siglo xvi, debido ante todo a la táctica de
guerrillas de los indios, en un terreno muy accidentado y topográficamente muy complejo.
Contactos culturales
Las investigaciones arqueológicas aún no
permiten reconstruir los orígenes de la Cultura
Tairona, y sólo se pueden hacer breves sugerencias acerca de algunas fases de su desarrollo.
La fase protohistórica a histórica la conocemos
a través de varios sitios de contacto, es decir,
de aquellos conjuntos de vestigios que contienen
algunos elementos europeos, generalmente fragmentos de utensilios de hierro. Estas asociaciones permiten establecer un amplio complejo cultural que corresponde aproximadamente al siglo
xvi. Subyacentes a este complejo se pueden
observar varios otros en que faltan estos elementos de contacto y que tienen un carácter prehistórico. No obstante la escasez de datos sobre
estos complejos, de las informaciones disponibles se desprenden ciertos aspectos de interés.
En primer lugar, es notoria una fuerte influencia
centroamericana -más específicamente costarricense- en la cerámica, la orfebrería, el arte lapidario fmo en la arquitectura de uso doméstico.
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
En segundo lugar, parece que las primeras grandes aldeas que emplearon extensas construcciones de cimientos líticos, se edificaban con preferencia en posiciones de defensa y en los parajes
altos y accidentados, aunque parte de la población vivía en las zonas bajas del litoral. En tercer
lugar, hasta ahora la búsqueda de fases más
antiguas y verdaramente ancestrales de la Cultura Tairona ha sido en vano; el complejo arquitectónico, asociado con ciertos elementos cerámicos y otros materiales, aparece más bien súbitamente alrededor del siglo XI o XII de nuestra
era, sin claros precedentes locales, sobreponiéndose a culturas de tipo tribal; de agricultores y
pescadores relacionados con los grupos selváticos y ribereños del bajo río Magdalena y de las
hoyas de los ríos Ranchería y Cesar. Esta discontinuidad hace pensar en la posibilidad de que
los Tairona sean de origen centroamericano y
que hayan llegado a las Costas de Santa Marta
por mar, puesto que faltan todos los indicios de
una migración por tierra. A este respecto es de
sumo interés tener en cuenta las tradiciones de
los indios Kogi de la Sierra Nevada de Santa
Marta tribu actual que se identifica con los antiguos Tairona y que afirman que sus antepasados vinieron por vía marítima "hace 52 generaciones", huyendo de un país amenazado por
erupciones volcánicas. A eso se puede añadir el
hecho de que la actual cultura de los Kogi contiene muchos elementos ideológicos que hacen
pensar en un origen mesoamericano, de carácter
esencialmente mayoide. Por cierto, esta teoría
-y admitidamente no puede ser más en el estado
actual de los conocimientos arqueológicos- no
excluye de ningún modo la posibilidad de que se
hayan efectuado migraciones centroamericanas
hacia Colombia, muchas o todas de ellas siendo
portadoras de elementos mayoides tardíos. Es
pues interesante obsevar este flujo y reflujo a
través del tiempo: parece que hace unos 3.000
o 4.000 años, las culturas indígenas de la Costa
Atlántica de Colombia dieron un gran impulso
a lo que luego fue Mesoamérica, región en donde
luego surgieron las grandes civilizaciones de
México y Guatemala. En cambio, en fechas muy
tardías, las influencias de aquellas grandes naciones se hicieron sentir en tierras colombianas
pero aquí las antiguas culturas, que habían sido
impulsoras, no habían logrado mientras tanto
un nivel comparable.
La cerámica tairona del período protohistórico es muy elaborada; las vasijas culinarias
Colombia indígena.
período prehispánico
y de almacenamiento son más bien toscas, pero
hay un gran número de cerámicas de servicio
uso ritual que atestiguan un desarrollo muy notable del arte alfarero. Son característicos ciertos
recipientes con superficies negras brillantes, vasijas con cuatro soportes, copas, grandes platos
y una multitud de otras diversas formas. La decoración es generalmente modelada e incisa, y
casi nunca pintada. Con los recipientes cerámicos se combinan muchos elementos plásticos
que representan animales tales como felinos,
marsupiales, murciélagos, aves y reptiles. Las
representaciones humanas en cerámica -por lo
general en forma de silbatos- muestran personajes ricamente ataviados, que llevan máscaras,
coronas e insignias de mando.
Los Tairona eran grandes especialistas en
la manufactura de cuentas de collar de muy diversas formas y hechos de minerales de diferentes clases y colores. También se ha encontrado
gran cantidad de otros objetos finamente tallados
en piedra -a veces de nefrita-, tales como máscaras, estatuicas, bastones, objetos en forma de
hacha enmangada o en forma de campana, que
constituyen un conjunto de objetos rituales, enterrados como ajuar funerario o escondites, debajo de las lajas de casas o templos. También
se conocen algunas estatuas grandes, ante todo
cabezas humanas o monstruosas, talladas en granito. La metalurgia tairona se destaca por su
riqueza de formas: existen figurinas fantásticas,
que llevan grandes atavíos de plumas y máscaras
de felinos monstruosos; hay aves y reptiles, discos repujados, cascabeles, brazaletes, narigueras y otros objetos, en su mayoría hechos de
cobre dorado o de tumbaga.
Muchos elementos iconográficos observables en los vestigios arqueológicos de la Cultura
Tairona encuentran sus paralelas y su explicación de los mitos y la religión de los actuales
indios Kogi. Varios de sus objetos rituales actualmente en uso, son de origen tairona. Un
breve resumen de los principales conceptos cosmológicos y religiosos Tairona-Kogi nos muestra un universo formado por varios estratos horizontales superpuestos, con nuestro mundo, es
decir, la Sierra Nevada, en el centro. Este cosmos está orientado según los cuatro puntos marcados por las salidas y puestas de sol en los
solsticios, completándose el quincunse con un
punto central, fijado por la posición meridional
del sol en lo» equinoccios. Estas "esquinas" del
mundo, así como el "centro", están bajo el dominio
57
de cinco "Señores", y además están asociadas con
animales, plantas, vientos, colores y una serie de
conceptos abstractos. Este cosmos y sus componentes fue creado por una divinidad femenina de
carácter reptil, cuyos hijos son héroes culturales y
fundadores de linajes sacerdotales y señoriales.
El Sol y la Luna son divinidades que fueron
creadas por la Magna Mater para establecer y
mantener un orden cíclico en el mundo, según
la cual la humanidad debe vivir. La observación
de este orden, es decir, el ciclo de los solsticios
y equinoccios, junto con la formulación de un
calendario agrícola y ceremonial, quedaba a
cargo de los sacerdotes, que construían sus templos y centros ceremoniales en función de estos
fenómenos astronómicos y metereológicos. El
Sol y la Luna eran una pareja sobrenatural y
tanto ellos como sus respectivos linajes sacerdotales tenían asociaciones felinas, de manera que
el jaguar y el puma llegaron a simbolizar tanto
la energía solar como la lluvia fertilizadora. Fue
dentro de este contexto de ideas donde se desarrolló la Cultura Tairona y en donde viven en
la actualidad sus descendientes, los Kogi.
Vista en el amplio conjunto de los desarrollos prehistóricos colombianos, la Cultura Tairona se destaca ante todo por haber logrado un
incipiente nivel urbano, sostenido por grandes
obras públicas, como lo son las terrazas de cultivo, sistemas de irrigación y una red de caminos
enlosados. En ninguna otra parte del territorio
colombiano encontramos este grado de eficiencia económica y administrativa, y sólo la tan
débil cohesión política y la poca extensión territorial de los Tairona, los colocan bajo el nivel
cultural de los Muisca.
Volvamos entonces otra vez al interior del
país, a los altiplanos y valles de la Cordillera
Oriental donde se desarrolló la Cultura Muisca
o Chibcha.
A la llegada de los españoles estos indios,
en un número de aproximadamente medio millón, ocupaban las tierras altas y las faldas templadas, entre el macizo del Sumapaz, en el suroeste, y el Nevado del Cocuy, en el noreste,
extensión de unos 25.000 kilómetros cuadrados.
Las tierras más fértiles eran las de los antiguos
lechos de los lagos pleistocenos, tales como la
Sabana de Bogotá, así como las regiones irrigadas por los cursos altos de los ríos Bogotá, Suárez, Chicamocha y alguno de los afluentes del
alto río Meta. La población estaba organizada
58
en dos grandes federaciones de aldeas, cada una
bajo el mando de un jefe supremo: la zona suroccidental formaba el dominio del Zipa, con su
centro en la región de Tunja (Hunza). Pero mientras que los Tairona habían desarrollado grandes
aldeas y aun ciudades, fundadas sobre una arquitectura lírica de carácter duradero, la población
Muisca era aparentemente mucho más dispersa
y ocupaba innumerables pequeñas aldeas y caseríos, pero sin concentrarse en grandes centros
nucleados que puedan considerarse ciudades. La
arquitectura lítica de carácter doméstico falta
casi por completo entre los Muisca, y aunque
los españoles encontraron algunas aldeas bien
construidas y fortificadas, los Muisca no dejaban
de ser un pueblo eminentemente campesino, a
diferencia de la orientación tan manifiestamente
urbana de los Tairona.
Estados incipientes
Fuera de estos dos pequeños Estados o "reinos" incipientes y relativamente bien delimitados, existían en el siglo XVI algunos territorios
marginales o casi independientes, cuya sumisión
al Zipa o al Zaque no estaba del todo clara. El
status de estos territorios en el momento de la
Conquista debe evaluarse, en parte por lo menos, en términos de un proceso histórico. En
primer lugar, los dos "Estados" incipientes eran
el resultado de una serie de campañas de expansión territorial, y así, algunos de los jefes locales, como por ejemplo el Tundama (Duitama) o
el señor de Sáchica, parecen representar remanentes de cacicazgos que aún no se habían consolidado dentro de una estructura federal. En segundo lugar, las fuentes históricas no distinguen
claramente entre la autoridad civil y la religiosa
de los indios. Obviamente, los "señores" de los
principales centros ceremoniales no eran simples
caciques tributarios, sino sacerdotes de alto rango, que, por esta misma razón, no se sujetaban
al poder civil o militar del Zipa o del Zaque.
Al respecto, es de gran interés la geografía
mítica de los Muisca. El centro ceremonial del
territorio del Zipa era Chía, población sabanera
donde se levantaba el Templo de la Luna; el
centro ceremonial del Zaque era Sogamoso,
donde estaba el Templo del Sol. Ahora bien:
esta distribución plantea ciertos problemas de
carácter astronómico, cosmológico y socioeconómico. Los quince o más fértiles altiplanos de
la Cordillera Oriental de Cundinamarca-Boyacá,
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
están localizados entre cadenas montañosas que
los encierran por casi todos los lados. El ciclo
anual se divide en cuatro estaciones, ya que,
entre marzo y junio, las crestas de estas montañas reciben los vientos húmedos procedentes del
Pacífico, y entre septiembre y diciembre los de
la Cuenca Amazónica, intercalándose, entre estas estaciones de lluvias, dos estaciones secas.
Nuevamente, como en el caso de los cacicazgos
la astronomía, la meteorología, y la formulación
de un calendario llegaron a ser fundamentales
para la agricultura, y esta preocupación se expresa claramente en la naturaleza de los dos
centros ceremoniales. Parece que la función
principal de los sacerdotes de los Muisca haya
sido la observación astronómica, y varios monumentos arqueológicos, generalmente en fonna
de toscas columnas de piedra, se relacionban con
estos fines. Los llamados "Cojines de Diablo",
dos grandes discos tallados en la roca, en un
alto dentro del perímetro urbano de Tunja, son
probablemente un punto de observación solar.
En el sitio de Saquenzipa, pequeño pero muy
importante centro ceremonial de los Muisca,
cerca de Villa de Leyva, se ven unas 25 grandes
columnas cilindricas alineadas en dirección esteoeste y, visto desde este lugar, el día del solsticio
de verano se ve salir el sol exactamente sobre
la Laguna de Iguaque, de donde, según el mito,
emergió la diosa Bachué, la madre primigenia
de los Muisca. Alineaciones de piedra, grupos
de columnas y otros restos de construcciones
líticas que no parecen haber sido de uso doméstico sino ritual, se encuentran en varias wnas
del territorio muisca. En efecto, la orientación
suroeste-noreste del teritorio ocupado por los
Muisca, parece haber formado la base de su
cosmogonía. Tal como los Kogi y muchos otros
indios de los Andes, los Muisca consideraban
las lagunas como lugares especialmente sagrados. Las lagunas de Guatavita, Siecha, Tota,
Fúqene y, desde luego, Iguaque, figuraban promisoriamente en sus mitos, y en los alrededores
de todas ellas se han encontrado ofrendas de
oro, cerámica y aun figuras de madera.
La planificación de la agricultura con base
en un calendario sancionado por la religión, dio
excelentes resultados en las tierras tan fértiles y
climatológicamente privilegiadas como lo son
las de los altiplanos andinos. El principal producto de la agricultura muisca era la papa, tubérculo que madura en cuatro o cinco meses. El
maíz, cuyo cultivo requiere el doble del tiempo.
Colombia
indígena.
período prehispánico
seguía en importancia, junto con varios cultivos
característicos de los Andes, como lo son los
cubios, ibias, chuguas, así como la arracacha,
la batata y la yuca, en zonas más templadas.
Estas regiones, de un clima algo más templado,
eran de gran importancia para los Muisca y
-puesto que en ellas se trataba de zonas fronterizas, expuestas a los ataques de tribus bélicas
en un nivel cultural más bajo-los Muisca vivían
en un estado permanente de guerra defensiva.
En algunas regiones del territorio muisca
se pueden observar antiguos sistemas de cultivos
tales como terrazas, hileras de montículos, eras
o zanjas de desagüe, pero como obras de ingeniería, no llegan a la perfección de las construcciones de los Tairona. Esta falta de interés en
la conservación de las tierras o en la intensificación de su uso, podría indicar la gran abundancia
de tierras fértiles, ocupadas por una población
bastante dispersa. Es claro que el país de los
Muisca tenía un "interior", una región nuclear,
y este hecho fue fundamental para el camino
hacia la integración estatal. Esta región central,
o sea los altiplanos de Bogotá-Tunja-Sogamoso,
ofrecía una amplia base de recursos permanentes
y de fácil aprovechamiento, ventaja de que carecían los Tairona y, en lo general, los cacicazgos de las vertientes. Fue alrededor de este concepto de un "centro" como la Cultura Muisca
encontró su cohesión y su estabilidad.
En la alimentación de los Muisca se combinaban los cultivos locales con los obtenidos
por el comercio con grupos vecinos de tierra
templada. Además, los Muisca tenían crías de
curies y de patos moscovitas, y los bosques de
roble abundaban en venados. El activo comercio
que practicaban los Muisca, tanto en mercados
locales como con grupos indígenas de las regiones fronterizas, se basaban en productos tales
como sal, alfarería, esmeraldas, mantas de algodón y otros productos locales, en cambio de los
cuales se adquirían oro, conchas marinas, cuentas de collar, plumas de aves tropicales. Los
Muisca eran ávidos consumidores de narcóticos
y alucinógenos vegetales como los son la coca,
el tabaco, el "borrachero" (Datura), así como
de un rapé hecho de una semilla pulverizada
llamada yopo (Anadenanthera peregrina) y,
fuera de su grande importancia religiosa, estas
drogas también eran objeto de intercambio comercial.
En el momento de la Con9uista no se había
logrado aún la estabilidad pohtica que hubiera
59
hecho de este territorio un verdadero Estado. El
Zipa y el Zaque eran nominalmente los jefes
supremos de sus dominios respectivos, pero las
rivalidades entre jefes locales llevaban en ocasiones a alianzas o incursiones violentas en que
un cabecilla trataba de arrebatarle al otro sus
subditos tributarios. El sistema de tributos se
hallaba establecido en todo el territorio y suscitab~ tensiones internas y luchas entre grupos
vecmos.
La población estaba comenzando a estratificarse en varias clases sociales. Los dirigentes,
que heredaban rango y oficio por descendencia
matrilineal, vivían en casas grandes y bien construidas. Los nobles ocupaban posiciones privilegiadas y los guerreros formaban un estamento
aparte, dedicado a la defensa de las fronteras.
Los sacerdotes, llamados jeques, se formaban
durante largos años de reclusión en un templo,
donde los aprendices debían ayunar y llevar una
vida dedicada sólo al estudio de la religión y de
sus prácticas esotéricas. Los templos, construcciones circulares de techo cónico cubierto
de paja, estaban dedicados a los astros, pero
además había otros lugares de culto, tales como
cavernas o ciertas cumbres de los cerros. Igual
que muchos otros indios andinos, los Muisca
consideraban a las lagunas como lugares especialmente sagrados; en los alrededores de todas
ellas se han encontrado ofrendas de oro, cerámica y aun estatuillas de madera. En los templos
y demás lugares de culto, se guardaban figuras
de oro, piedra, madera, algodón y de ellas se
hacían ofrendas de oro, cobre, esmeraldas e incienso. Ocasionalmente los secerdotes hacían
sacrificios humanos al Sol, siendo las víctimas
los prisioneros de guerra, o niños que se traían
de tierras lejanas. En muchas de estas prácticas
religiosas, claramente se observan influencias
mesoamericanas. Existían diferentes tipos de
entierro; a los individuos de más alta categoría
se los momificaba o disecaba y luego se envolvían en mantas finas, para depositar sus cadáveres en cuevas. Otra forma de entierro consistía
en tumbas formadas por lajas de piedra y, en
todos los casos, la calidad del ajuar funerario
deja reconocer los diversos estratos sociales. En
algunas pocas ocasiones se han hallado entierros
en urnas.
Aunque los cronistas españoles describen
en detalle la Cultura Muisca, tal como la observaron durante el siglo xvi, son muy pocas aun
la investigaciones arqueológicas que corroboran
60
estas descripciones. No se han descubierto todavía las grandes aldeas o "alcázares", ni los "palacios", de los cuales hablan la crónicas, y, en
realidad, se conocen sólo muy pocos sitios de
vivienda. En ciertas colinas o faldas de las cercanías de Bogotá y Tunja se pueden ver pequeñas planadas artificiales, y sobre ellas, algunas
piedras puestas en círculo; pero estos sitios dan
la impresión de ser restos de casas sencillas,
cerca de los cultivos. En algunos lugares, como
Funza, Tunja y Sogamoso se han hallado vestigios de postes u horcones de madera que marcan
una construcción circular u ovalada; pero en
verdad, aún no se conoce una sola casa muisca
sistemáticamente excavada.
Lo poco que sabemos de la cultura prehistórica de los Muisca se basa principalmente en
los objetos encontrados por guaqueros, hallados
por campesinos al labrar sus campos o por cazadores y pastores al recorrer los parajes solitarios
de las serranías. Así, conocemos objetos de orfebrería, cerámicas, textiles, tallas de piedra o
madera y otros artefactos -todos carentes de
contexto- que por ciertas características formales pueden identificarse con los Muisca de la
época protohistórica o histórica. Las escasas excavaciones, científicamente controladas, se han
limitado a problemas muy locales y a sitios arqueológicos muy superficiales, de modo que no
han podido defmir aún grandes fases de desarrollo que dejen reconocer cambios adaptativos y
sus correlativos sociales y tecnológicos.
La cerámica muisca es tecnológicamente
bien lograda, pero tiene menos elaboración y
decoración que la de la mayoría de los cacicazgos de las tierras bajas. Por lo común se trata
de cerámicas monocromas, de color pardusco,
rojo, gris o anaranjado y la textura es opaca y
áspera. Aparte de la ollas culinarias comunes,
hay vasijas en forma de zueco, vasijas de doble
cuerpo y algunos recipientes globulares, con alto
cuello cilíndrico. La decoración pintada, de motivos geométricos, es bastante frecuente. Una
forma característica son figurinas humanas muy
desproporcionadas, con caras triangulares y rasgos faciales estilizados. Representaciones zoomorfas en cerámica son raras. Algunas de las
figurinas humanas representan guerreros o dignatarios que llevan mazas o propulsores, y también se muestran collares, coronas y otros adornos personales. Ocasionalmente estas figuras estaban vacías o contenían objetos de oro.
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
En la región de Mongua, no lejos de Sogamaso, se han hallado varias estatuas grandes de
piedra, muy toscamente talladas. Otros objetos
de piedra, son a veces, de manufactura preciosa
como, por ejemplo, los volantes de huso de
diferentes formas, adornados con motivos muy
fmamente incisos y las matrices de piedra que
se emplearon en la orfebrería. También hay pequeñas representaciones de piedra, de aves, ranas o de personas adornadas.
La orfebrería muisca estaba mucho menos
avanzada tecnológicamente que la de sus vecinos. La mayor parte de los artefactos consiste
en tunjos o pequeñas figuras humanas en forma
de una placa triangular muy alargada, sobre la
cual se indicaron los rasgos fisicos y algunos
adornos o atributos por medio de trozos de alambre o, más bien, de delgadas varitas de oro.
estas estilizaciones, que a veces muestran personas armadas o ricamente ataviadas, se hicieron
en la técnica de la cera perdida. Hay una multitud
de pequeños objetos de oro: cetros, coronas,
diversos animales y de toda clase de adornos
personales, que han encontrado bien sea en entierros o, en calidad de ofrendas, en el borde de
lagunas o en vasijas enterradas en algún lugar
escondido. El arte muisca es rígido, lineal y
altamente estilizado, y se distingue inmediatamente de los estilos elaborados, a veces exhuberantes, de las culturas prehistóricas de las tierras
vecinas. Pero esta misma rigidez y simetría,
estas superficies opacas y estas formas sobrias,
tienen un especial encanto.
Poco o nada se conoce de la estratigrafia
en el territorio muisca. La mayoría de los materiales arqueológicos que se hallan en museos y
colecciones particulares pertenecen estilísticamente a fases recientes, pero ocasionalmente se
ven objetos de cerámica, piedra y hasta de oro
o cobre que, sin lugar a duda, pertenecen a fases
más antiguas, o aun a culturas diferentes que,
en otras épocas, ocupaban algunas zonas de los
altiplanos y de las serranías de sus alrededores.
Investigar y reconstruir los orígenes y sucesivas
fases de desarrollo de la Cultura Muisca, es pues
una tarea del futuro.
El nivel cultural logrado por los Muisca no
debe juzgarse por los escasos y más bien sencillos restos materiales de su vida diaria, sino que
debe buscarse en su desarrollo espiritual e intelectual; la cultura material, la tecnología y las
expresiones artísticas en barro, piedra y metales,
no muestran un avance proporcional. Lo que
Colombia indígena, período prehispánico
marca los grandes logros de la Cultura Muisca
son sus elaboraciones astronómicas y religiosas
que, con sus templos, lagunas sagradas y observatorios monumentales, indican un avance científico e ideológico que, junto con las instituciones políticas, legales y económicas, constituyen
un nivel cultural que no fue alcanzado por las
otras sociedades indígenas del país.
Al terminar nuestro largo recorrido por las
etapas de la prehistoria del territorio nacional,
cabe una observación. Es cierto que ni los
Muisca ni los Tairona lograron el nivel de "civilización", de una verdadera estructura estatal.
Su organización social permaneció en una fase
de desarrollo en que predominaba aún un sistema
de rangos diferenciales, pero no uno de clases
sociales claramente estratificadas. Los pocos
centros de tipo urbano, las "ciudades" tairona,
no eran la sede de instituciones administrativas,
sino apenas de grupos debidamente organizados
en grandes categorías de "jefes" y artesanos, y
había una gran población fluctuante entre el núcleo poblado y los campos de los alrededores.
Las ideas religiosas aún no estaban expresadas
en sistemas simbólicos que abarcasen grandes
regiones coherentes.
¿Cuál es, entonces, el legado indígena?
¿Qué significado tienen para nosotros los vestigios de estas culturas de antaño? El arqueólogo
61
sabrá contestar estas y otras preguntas y no vacilará en hablar en gran detalle de la importancia
de secuencias cronológicas y técnicas líticas, de
etapas paleoclimáticas, de modelos de microevolución y de tantos otros aspectos de la investigación. Pero tal vez no es eso lo que pueda
interesar a nuestro lector.
Dejando de lado todas la minuciosidades
técnicas y toda curiosidad por lo exótico que
pueda motivar la investigación, yo diría que el
gran legado del indio consiste en la manera como
comprendió y manejó esta tierra. El largo camino que recorrió el indio colombiano -desde
las cuevas de El Abra hasta el Templo del Solconstituye una gran enseñanza ecológica para
nuestra época, ya que nos muestra los fracasos
y los éxitos, los errores y los logros de aquellos
hombres que, con sus mentes y manos, supieron
adaptarse a una tierra bravia y, al mismo tiempo,
crear sus culturas, sin que en el proceso sufrieran
las selvas y la sabanas, como sufren hoy en día.
El legado consiste en la manera como apreciaron
y explotaron los diversos medio-ambientes de
las costa y de las vertientes, de las selvas y de
los altiplanos; cómo supieron extraer de ellos
su sustento sin destruir la fauna; cómo conservaron la tierra con sus terrazas y canales. Es esto
lo que nos han dejado los indios, y esto lo que
nos debe enseñar la arqueología.
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Los cazadores y recolectores tempranos.
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69
La conquista del territorio y el poblamiento
La conquista del territorio
y el poblamiento
Juan Friede
Los antecedentes
L
a incorporación de América al mundo conocido que ~n el siglo xv sólo abarcaba Europa, Asia y Africa, y aún éstos no explorados
en profundidad, abrió una nueva página en la
historia de la Europa occidental. Antes de aquel
descubrimiento el mundo conocido era circunscrito a algunas partes de aquellos tres continentes, rodeados de un océano que la rudimentaria
navegación de entonces no se atrevía a explorar.
Es cierto que en los mapamundis de los siglos
xiv y xv ya se delineaban con cierta exactitud
esos continentes, basándose en conocimientos
adquiridos en acciones políticas e intercambios
económicos, mediante una navegación costera
que desde Europa alcanzó durante las cruzadas
la Tierra Santa en el Asia Menor (1 096-1270).
Se conocía de una manera global una parte de
Asia, debido a los viajes de Marco Polo, de
mercaderes y misioneros. Se conocían las costas
africanas incluyendo la Península Ibérica que
formaban parte del imperio musulmán. Pero el
resto del mundo era desconocido y los mapas
geográficos lo presentaban como mar habitado
por monstruos y animales exóticos. Tal geografia correspondía a la Edad Media, cuando ni
las necesidades económicas, ni los problemas
sociales, ni la densidad de la población europea
precisaban una extensión territorial mayor que
la conocida.
Tal situación cambió durante los siglos xv
y XVI, época que llamamos el Renacimiento.
Se había producido un notable aumento de la
población europea, un avance de las técnicas
de producción, un progreso del comercio y la
minería, de medios de comunicación terrestre
y marítima y un desarrollo de las ciencias naturales. En el escenario político se fortaleció el
orden monárquico que trataba de sustituir el feudalismo descentralizador, cuya inoperancia política había demostrado el fracaso de las cruzadas. Con todo, tales cruzadas habían ejercido
una notable influencia sobre el desarrollo económico de la Europa occidental, pues hicieron
conocer las fuentes desde donde se distribuían
a Europa artículos de primera necesidad como
especies y fármacos y otros de lujo como el oro,
la seda y las piedras preciosas, anheladas por
la decadente nobleza y por la burguesía que se
había enriquecido como proveedora de los ejércitos de aquellas cruzadas con navios, armas y
vituallas. Lo último produjo un auge económico
de esa burguesía, que llegó a constituirse en un
nuevo y pujante grupo social, hasta cierto punto
libre del tradicionalismo retardatario y permeable al progreso con base en la explotación de
laman<? de obra de la población de obreros y
campesmos.
En ese comercio con artículos orientales
ocuparon privilegiada situación los países mediterráneos como España, Portugal, Italia y las
70
Nueva Historia de Colombia, Vol.!
partes meridionales de Francia y Alemania, esta Canarias por España; islas todas que sirvieron
última a través de un antiguo camino que atra- luego como puertos intermedios entre Europa y
vesaba los Alpes, por el paso de Brenner y que América.
conducía a Italia y sus puertos mediterráneos.
La grave situación social y económica de
Fue Venecia la que alcanzó un lugar destacado España después de la Reconquista incitaba a
en ese comercio, mediante el pacto convenido esas exploraciones marítimas. Finalizada la Recon el Imperio Otomano, que se adueñó del conquista, España carecía de posibilidades de
Asia Menor; un pacto que concedió práctica- dar sustento y ocupación a su población rural y
mente a Venecia un monopolio del comercio urbana. Pues como consecuencia de las donaciocon artículos orientales que llegaban por mar y nes hechas por la Corona a la nobleza por la
tierra desde la India y la China hasta los puertos ayuda prestada durante las guerras de la Reconde Asia Menor; monopolio que encarecía sensi- quista, la mayor parte de las tierras peninsulares
blemente el precio de los artículos orientales pasaron a poder de los nobles. Sin embargo, la
tan apetecidos en Europa.
nobleza no dedicó estas tierras a la producción
de
géneros de consumo, lo cual hubiera penniEl monopolio veneciano fue reforzado con
la caída de Constantinopla en manos de los tur- tido dar trabajo y alimentación a la masa popucos (1543), con lo cual se cerró otro acceso al lar, sino a la ganadería trashumante -la mestaLejano Oriente por el Mar N egro, el Caspio y y al cultivo de olivares en el sur y centro de la
luego por el centro del continente asiático; este Península; actividades que exigían poca mano
último cerrado cuando la dinastía de los Ming, de obra ocasionando un masivo desempleo de
antioccidental y anticristiana, se hizo dueña de la población, que la industria "subdesarrollada"
la China, encerrándose en la famosa muralla.
no pudo absorber. Tal situación produjo un "soEs así como ya a comienzos del siglo xv brante" de la población, que la literatura coetáse inicia en Europa la búsqueda de otro acceso nea llamó "desesperados", gentes sin medios de
al oriente y esta a través del Atlántico, pues era subsistencia decidida a cualquier actividad aunconocida la redondez de la tierra ya desde el que fuera delincuente. Por otra parte, el régimen
tercer siglo a. C. Los adelantos en la navegación de mayorazgos, según el cual el hijo mayor
alcanzados en aquella época parecían suficientes heredaba los títulos y bienes del difunto, dejando sin ellos a los demás hermanos, creaba
para emprender tal hazaña.
En esta búsqueda del camino, a través del "segundones" entre la nobleza, sin más alternaAtlántico, hacia el oriente asiático, tomaron tiva para su subsistencia, que integrarse al estado
parte principal Portugal y España. Habían for- eclesiástico o al de hombres de "capa y espada",
mado parte del vasto Imperio musulmán y here- en cierto modo también "desesperados", que
daron los notables adelantos en navegación que buscaban en las guerras el modo de subsistencia.
logró aquel Imperio. Las relaciones económicas En una palabra, España vivía una crisis social
de España con la parte oriental del Mediterráneo que fue la fuerza motriz de sus guerras en Europa
no habían cesado pese a la Reconquista, siendo y el acicate para las exploraciones y descubrique el Reino moro de Granada permaneció en mientos. Esta crisis social explica la anarquía
la Península hasta fmes del siglo xv. Ocupaba y la falta de planeación que caracterizaron la
junto con Portugal, la punta más occidental de conquista de América y la casi inmediata ocupaEuropa, es decir, la más próxima al imaginario ción de las islas y tierras que se iban descubrienoriente asiático que la complaciente geografía do, independientemente de que si se las consicontemporánea acercaba sensiblemente, calcu- derara etapas del camino al Lejano Oriente o
lando la circunferencia de la tierra en dos terce- bien como un nuevo continente.
ras partes de lo que era en realidad y sembrando,
A la conquista de América contribuyeron
además, el Atlántico en los mapas geográficos pues el deseo de la burguesía peninsular de apro-portulanos y globos-, con islas que parecían vechar el comercio con el oriente, la necesidad
facilitar su travesía. El cierre de la vía oriental que tenía la Corona de ofrecer a los "segundohacia Asia impulsó a España y Portugal a buscar nes" y militares desocupados un campo de acesta vía, la occidental, al Lejano Oriente. A ción y al proletariado rural y urbano, ocupación
este empeño se deben los descubrimientos por y sustento. Además del deseo natural de extenPortugal de las Azores en el norte y de las islas der su poder político, incorporando nuevas tiedel Cabo Verde en el sur y la ocupación de las rras al Imperio.
La conquista del territorio v el poblamiento
Los viajes descubridores
N
o correspondería a esta corta introducción,
enumerar todos los viajes que realizaron
los españoles y los portugueses durante el siglo
xv para explorar el Atlántico. Dieron por tierra
con el mito de la existencia de una zona tórrida
inhabitada que cerraba el paso hacia el hemisferio meridional. Desvirtuaron las fantásticas
creencias sobre el Atlántico como mar tenebroso. Y como si quisieran incitar a la exploración
del océano, los mapas geográficos del siglo xv
mostraban una sucesión de islas interpuestas entre la Europa occidental y el continente asiático
que alimentaba la ilusión de una fácil travesía.
Cristóbal Colón, en su búsqueda fervorosa
de un paso marítimo al Asia emprendió cuatro
viajes. En el tercero, 1498, avistó, sin saberlo,
el continente americano frente a La Trinidad,
pero la consideró ser otra "isla". Atacado de
fiebre tropical insistía en que por allí se llegaría
al paraíso de que nos habla la Biblia. Continuó
su viaje a La !sabela (Santo Domingo), donde
tuvo que enfrentar la primera "revolución" de
carácter popular en el continente americano,
cuando el escudero Francisco Roldán, llegado
con él en el segundo viaje y quien, como hombre
del pueblo, se había establecido en la isla como
colono, desconoció los privilegios concedidos
a Colón por el Rey de España y se opuso con
éxito a su autoritario proceder, gozando del
apoyo de los indios, de más de medio centenar
de sus compañeros y de buena parte de los inmigrantes que por entonces llegaron desde España
a un cercano puerto.
Guardadas las proporciones y características peculiares, el levantamiento de Roldán
puede considerarse como la primera revolución
social en América, porque se trataba de colonos
que a su riesgo personal y sin apoyo estatal
conquistaban el continente y que se opusieron
al Almirante, representante del lejano país, el
cual, aunque fuera su patria, no aportó gran
cosa a la empresa.
En el cuarto y último viaje, 1502, buscando
un paso marítimo hacia la India asiática, Colón,
sin saberlo, tocó las costas de Honduras y Panamá y con toda probabilidad llegó al punto
más septentrional del actual departamento del
Chocó, el cabo de Tiburón. Luego, por no encontrar un paso hacia la India y porque sus navios se deshacían atacados por la broma, emprendió el regreso a España en un largo, penoso
71
y accidentado viaje por Jamaica y Santo Domingo. Poco tiempo después, en 1506, murió en
España creyendo firmemente haber tocado el
continente asiático.
Aún en vida de Colón, otros expedicionarios obtuvieron licencias de la Corona, las llamadas "capitulaciones", para explorar las islas y
tierras americanas. Es cierto que la empresa descubridora americana comenzó como un monopolio de la Corona que incurrió para ello en
deudas y gastos, pero los medios financieros de
que disponía no eran suficientes para continuarla
como tal monopolio. En 1495, la Real Cédula
del 19 de abril abrió las puertas de América a
la emigración general mediante aquellas "capitulaciones" con personas particulares. En éstas
se otorgaban licencias para la exploración, conquista, o, simplemente, para el reconocimiento
de tal o cual sector del territorio americano,
continental o isleño, concediendo al capitulante
prerrogativas, derechos y licencia para alistar
gentes en su expedición. La Corona se reservaba
la suprema jurisdicción civil y criminal y una
parte del botín denominada "quinto real" -antigua institución medieval vigente durante las
guerras de la Reconquista cuyo monto porcentual, el20%, podía variar- e imponiendo, según
fuera el caso, otras condiciones. Sobra decir
que ni Cristóbal Colón ni su hijo y sucesor Diego
Colón aceptaron ese cambio, originando con
ello los llamados "pleitos colombinos", que sólo
se pudieron resolver con el hijo de Diego, Luis
Colón, mediante el pago de indemnización y la
confirmación de la nobleza de la familia.
Fue con estas nuevas condiciones con las
cuales en el año 1500, Rodrigo de Bastidas,
escribano de Triana, barrio de Sevilla, capituló
la conquista del sector del litoral Caribe, que
se extendía desde el Cabo de la Vela hasta la
desembocadura del Atrato (el Darién). Partió
de Sevilla con sus navios hacia el Cabo de la
Vela. Fue recibido por los indígenas pacíficamente, como primer europeo que veían en sus
tierras. Comerció con ellos mediante el "rescate": cambio de efectos traídos de España (espejos, avalorios, machetes, etc.), por oro, perlas,
nácar, telas, etc. Siguió luego la costa hacia el
occidente, descubrió la desembocadura del
Magdalena, que desde entonces se llamó Río
Grande, y la ensenada de Urabá. Llegó hasta
el punto Nombre de Dios, cercano al actual
puerto de Colón en la República de Panamá.
Continuó viaje a La Española y durante la travo-
72
sía, sus naves sufrieron un naufragio en el cual
perdió gran parte de lo "rescatado". Desde Santo
Domingo se dirigió Bastidas a España donde
tuvo que enfrentar a los acreedores que habían
fmanciado su expedición. Con todo, volvió a
América y se estableció en Santo Domingo. Allí
se convirtió en próspero negociante y arrendador
de rentas reales, sin pensar en nuevas conquistas.
Durante los años que siguieron a ese primer
viaje descubridor, la costa Atlántica se ha convertido en una "tierra de nadie" que proporcionaba esclavos indios a las islas antillanas "útiles": Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico y Jamaica, ya ocupadas por españoles. La primera
de ellas, Santo Domingo, se constituyó en un
emporio de "artículos de rescate" y punto de
partida de las expediciones conquistadoras a las
costas circundantes del mar Caribe.
Desde Santo Domingo partió en 1508 el
experimentado conquistador, Alonso de Ojeda,
quien "capituló" por intermedio de un amigo
suyo entonces en España, Diego de Nicuesa, la
conquista del territorio que había sido recorrido
anteriormente por Bastidas. Compañero de Ojeda, fue el famoso cartógrafo Juan de la Cosa,
autor del primer mapa geográfico basado sobre
los descubrimientos hechos hasta 1501, quien
aspiraba a un lugar en la empresa. Por su parte,
Diego de Nicuesa, acaudalado negociante, "capituló" con la Corona la conquista de Veragua,
territorio que se extendía hacia el norte y occidente de la gobernación de Ojeda. Entre ambas
gobernaciones servía de frontera la ensenada
del Darién.
La hueste de Ojeda llegó a Calamar, sitio
de la actual Cartagena, donde los indígenas,
escarmentados por los continuos asaltos de los
cristianos, ya habían variado su anterior carácter
pacífico, tomándose aguerridos y belicosos enemigos de los invasores. Para doblegarlos salió
de Calamar un contingente conquistador, al
mando de de la Cosa quien fue atacado por los
indígenas en cercanías de Turbaco, muriendo
la mayoría de los españoles, incluido de la Cosa.
El castigo que posteriormente les propinó Ojeda,
apoyado por los hombres de Nicuesa que habían
llegado a Calamar en su viaje a Veragua, no
consiguió amedrentarlos.
Continuando la marcha hacia el oeste,
Ojeda llegó a Urabá y fundó en 1509 un pueblo:
San Sebastián de Urabá, primer pueblo de españoles en tierras actualmente colombianas. Desde
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
allí trató en vano de pacificar a los indios del
Sinú, fracasando también en sus expediciones
a las cercanías del pueblo. El oro recogido entre
los indios, pese a la abundancia, no satisfizo a
los hombres de su ejército, quienes minados por
las enfermedades y el hambre, obligaron a Ojeda
a embarcarse contra su voluntad a Santo Domingo, donde murió sin volver a su gobernación.
La situación en que quedaron los españoles
se volvió muy pronto insostenible y finalmente
optaron también ellos por regresar a Santo Domingo. Francisco Pizarra, más tarde famoso
conquistador del Perú, fue elegido caudillo de
la hueste ya sensiblemente mermada. Pizarra
llegó con su gente a Calamar donde encontró a
Martín Femández de Enciso, bachiller y "socio
capitalista" de Alonso de Ojeda, quien lo había
nombrado alcalde mayor de su gobernación. Enciso se había enriquecido en Santo Domingo y
había decidido probar suerte en la empresa americana, trayendo en su navio un grupo de nuevos
pobladores a más de armas y provisiones.
Más con amenazas que de buena voluntad,
la tropa al mando de Pizarra fue obligada por
Enciso a regresar a San Sebastián. Al llegar
encontraron los escombros del pueblo que había
sido quemado por los indios; mientras, el navio
que llevaba las provisiones naufragó y sólo se
salvó la tripulación.
En ese momento de aflicción general aparece en el escenario histórico Vasco Núñez de
Balboa, quien después de Francisco Roldán,
puede considerarse segundo caudillo revolucionario popular que conoció América. De baja
estirpe social, Balboa había acompañado a Bastidas en su desafortunado primer viaje, pero no
quiso, como sí lo hizo éste, regresar a España.
Decidió quedarse en Santo Domingo donde bien
o mal ganaba la vida engordando cerdos o haciendo negocios ocasionales hasta cuando la presión de sus acreedores lo obligó a huir, embarcándose clandestinamente en la flota que salió
al mando de Enciso para Cartagena.
Ante la grave situación en que se encontraba el ejército, se reunió el llamado "cabildo
abierto" -antigua institución democrática arraigada en Castilla, que se reunía en caso de situaciones descomunales y donde todos tenían voz
y voto y eligió a Balboa como caudillo.
Tal elección produjo significativos cambios en la política colonizadora. Cuando Femandez de Enciso exigió que de la caja del "común"
le pagasen las mercancías que había perdido en
La conquista del territorio y el poblamiento
el naufragio, Balboa negó tal pago, por considerar que dichas mercancías eran traídas por Enciso para su venta y bajo su riesgo, como lo
hiciera cualquier comerciante. Y cuando éste
insistiera en su demanda, lo depuso de su oficio
de alcalde mayor y el "común" eligió un nuevo
cabildo con sus regidores, alcaldes y oficiales.
Con la aceptación del "común", Balboa
decidió abandonar la región, la cual volvió a
ser "tierra de nadie". Pasó con su ejército a la
otra banda del Atrato y fundó un nuevo pueblo
con el nombre de Santa María la Antigua del
Darién. Cuando Diego de Nicuesa protestó contra esa fundación, pues caía en tierras de su
gobernación, Balboa no vaciló en embarcarlo a
la fuerza y enviarlo a Santo Domingo, pese a
las protestas de los oficiales reales y de lo más
granado de la vecindad de Santo Domingo que
acompañaba a aquél; un regreso que resultó infortunado, pues Nicuesa se ahogó en la travesía.
Al anunciar a España lo sucedido con Nicuesa,
Balboa escribía: "Les parece ser señores de la
tierra y que desde la cama han de mandarla".
Para Balboa, líder popular, la tierra pertenecía
a quien la ocupaba y trabajaba y, en este caso,
a quien la conquistaba y con riesgo de su vida
abría nuevas tierras para la colonización. Fue
ésta la más antigua versión del principio que
luego habría de guiar los movimientos revolucionarios americanos en su lucha contra España,
cuando desde la lejanía quería imponer leyes
adversas a los intereses de los colonos. Aún
actualmente "la tierra para quien la trabaja", es
el lema de la moderna reforma agraria que buscan los campesinos americanos.
73
no se poblaran con españoles recién llegados de
España -los llamados después "chapetones" -,
sino con los procedentes de las islas antillanas
"¡América para los americanos!".
Aunque la bonanza de Santa María la Antigua del Darién fue el resultado de la explotación de la fuerza de mano indígena, política
que correspondía a la base económica del colonialismo y que siguió aplicándose durante mucho tiempo, el grado de la explotación no indujo
a los indígenas de aquella tierra a la belicosidad
y al rechazo, como sí sucedió durante otras expediciones. Fue debido a esta política, más benigna para con la población terrígena, por la
cual los indígenas revelaron a Balboa la existencia al occidente, de la "otra mar" o "Mar del
Sur", el Pacífico. Tales noticias las ocultaron a
Colón, preocupado por la gloria personal; a
Diego de Nicuesa, banquero y opulento mercader; a Alonso de Ojeda, hombre de "capa y
espada". Fue un hombre del pueblo, colono más
que conquistador, hombre ya "americanizado"
y que no anhelaba regresar enriquecido a España, quien recibió tan extraordinaria noticia.
El 1" de septiembre de 1513 desembarca
Balboa con 180 hombres en Acla, puerto del
Atlántico, al norte del Darién. Luego, avanzando por tierras de los caciques Carreta y Pauca
y guiado por ellos, avista el 25 del mismo mes
el Océano Pacífico. Ni un soldado, ni un indio,
ni siquiera un perro, lebreles feroces que acompañaban al ejército español, perdió la vida en
la expedición que llevó a tan trascendental descubrimiento y abrió una vía directa al Lejano
Oriente, todavía hoy utilizada mediante el canal
Con un trato más ecuánime que el em- de Panamá.
Balboa comprendió la importancia de su
pleado hasta entonces por los conquistadores y
esclavistas, Balboa logró muy pronto la colabo- descubrimiento. Informó de él a España. Pidió
ración indígena y convirtió la nueva población el pronto envío de herramientas, oficiales maen una floreciente colonia. Un informe anónimo nuales, etc. Permaneció en el lugar descubierto
de aquella época describe a Santa María del y comenzó la construcción de bergantines a fin
Darién como un pueblo "bien aderezado, más de explorar las costas del nuevo océano.
La noticia del descubrimiento del Pacífico
de doscientos bohíos hechos, la gente alegre y
contenta, cada fiesta juegan cañas ... tenían muy produjo gran impacto en España. Parecía que
bien sembrada toda la tierra con maíz y yuca, por fin se había logrado descubrir un paso dipuercos hartos para comer, todos los caciques recto y corto al Lejano Oriente, objeto de los
en paz ... ". A diferencia de otros conquistadores viajes colombinos y anhelo del comercio peninque erigían un coto de las tierras que descubrían, sular y mundial. Pero no fue a Balboa, hombre
Balboa invitaba a los hambrientos vecinos de de pueblo, a quien se confió la empresa. El Rey
la gobernación de Nicuesa (Veragua) a pasarse le agradeció efusivamente, el virrey, Diego Coa vivir al pueblo fundado por él y juzgando por lón, hijo del almirante, lo nombró gobernador
los documentos conocidos, fue el primer caudi- de la tierra descubierta. Pero desde España fue
llo que pidió al Rey que las tierras bajo su mando enviada una vez más por cuenta de la Corona,
Nueva Historia de Colombia. Vol I
74
una lujosa flota de 22 navios, bien pertrechada
y aderezada, comandada por Pedro Arias Dávila
(Pedrarias ), persona de noble cuna y abolengo,
casado con una dama de gran alcurnia e influyente en la Corte. Este recibió la gobernación
de Castilla de Oro, nombre que se dio a la región
que antes perteneció a Diego de Nicuesa, y
pronto comenzaron las intrigas para quitar a Balboa del medio. Se señalaron al Rey la ilegalidad
de haberse erigido caudillo, la culposa expulsión
del gobernador legítimo, Diego de Nicuesa, las
vejaciones cometidas con Fernández de Enciso,
la explotación de sus propios compañeros, pues
no concedía encomiendas de indios y hacía trabajar no sólo a los indígenas, sino también a
los españoles que quedaban "hambrientos y en
jarapas". Se le acusó de rebeldía, del envío de
informes falsos al Consejo. Y cuando Balboa,
apercibiéndose de la trama que le estaban urdiendo, se presentó ante Pedrarias, le instalaron
un "juicio de residencia", utilizando en su contra
toda lajauría de oficiales reales, testimonios de
varios miembros de la alta capa social que acompañaba a Pedrarias y, ante todo, las deposiciones
del propio gobernador, interesado en el dominio
de todo el Estrecho, cuya importancia no desconocía. Y cuando Balboa, el desdichado descubridor del Pacífico, persistiendo en su propósito
de explorar las costas del océano envió a Cuba
por nuevos colonos, Pedrarias lo encarceló por
rebelde y lo hizo encerrar en una jaula de madera, para escarmiento, como hombre de baja estirpe.
Libre de nuevo, Balboa se trasladó a Acla
y prosiguió aceleradamente los preparativos
para explorar las tierras de su gobernación en
el litoral del Pacífico. Pero las intrigas en la
Corte de España no cesaron. Lo acusaron de
rebeldía contra las autoridades locales, de traidor al Rey y amotinador del pueblo. Se le instauró un juicio cuyos pormenores no se han
conservado en la documentación y se le condenó
a muerte y a la pérdida de sus bienes a favor
del fisco. La apelación presentada por el reo el
12 de septiembre de 1519, fue denegada y unos
días más tarde, probablemente el día 22 del
mismo mes, se ejecutó la sentencia. Sus bienes
fueron confiscados y entregados a Gonzalo Fernández de Oviedo, futuro cronista, quien desempeñaba el oficio de tesorero.
Pedrarias había logrado su objetivo. Trasladó la sede del gobierno a Panamá, ciudad fundada por él, y la costa del Caribe se convirtió,
una vez más, en "tierra de nadie", proveedora
de esclavos y de oro que se arrebataba a los
indios, situación que perduró varios años.
Fue Panamá, sede definitiva de Pedrarias
Dávila, la que poco después, al descubrirse el
Perú, se convirtió en importante puerto comercial y, en 1538, sede de una Real Audiencia
que tuvo pocos años de duración.
La gobernación de Santa Marta
D
urante el tercer decenio del siglo XVI cambió significativamente la política colonizadora de España. Las Antillas ya habían sido
exploradas, una Real Audiencia-institución político-administrativa a cuyo cargo estaba la solución in situ de los problemas que se presentaban- estaba instalada en Santo Domingo, y el
interés por Panamá y por su papel como punto
de apoyo para el comercio con el Lejano Oriente, había menguado después que Magallanes
con su viaje (1519-1522), demostró la insospechada lejanía de aquellas tierras.
Por otra parte, en el lapso de los treinta
años que ya cumplía la dominación española en
América habían sido descubiertos, en forma
anárquica y precipitada miles de kilómetros del
litoral, y los deltas de las grandes arterias fluviales: Amazonas y La Plata, en el oriente, Orinoco, Magdalena y Darién, en la parte septentrional, todos ellos ya conocidos y parcialmente i
explotados, evidenciaban la existencia en su interior de una extensa "tierra adentro", donde
forzosamente aquellos ríos debían recoger su
caudal. El rico botín que produjo México, primer país americano penetrado en profundidad
-hasta entonces la conquista se había limitado
a los litorales- fue un poderoso acicate para
intentar la exploración de esas misteriosas "tierras adentro".
Para dirigir y controlar el naciente imperio
colonial, se había erigido en España el Consejo
de Indias, supremo órgano estatal en asuntos
americanos. Componían el Consejo un presidente y consejeros nombrados por el Rey, dedicados exclusivamente a la solución de los problemas que surgían en la integración del continente americano al imperio español. La tarea
inmediata del Consejo fue favorecer la apertura
del continente a la colonización que hasta ese
momento había sido fundamentalmente costera.
El viejo y emiquecido conquistador, el ya
nombrado Rodrigo de Bastidas, capituló en
La conquista del territorio y el poblamiento
1524, con la Corona, la gobernación de Santa
Marta. Se le otorgó el gobierno del trecho de
la costa que corre desde el Cabo de la Vela,
hasta la desembocadura del río Magdalena, con
la correspondiente "tierra adentro"; y un año
más tarde, Gonzalo Fernández de Oviedo recibió el gobierno sobre el trecho que va desde la
desembocadura del Magdalena hasta Urabá y
su correspondiente "tierra adentro", bajo el
nombre de gobernación de Cartagena. La esencia de estas capitulaciones, por cuenta y riesgo
de los capitulantes y sin obligaciones por parte
de la Corona, fue la fundación de uno o varios
pueblos, la traída de familias de colonos, de
semillas de granos para la siembra, de ganado
vacuno, caballar y ovino para la procreación,
como también de esclavos negros -la tercera
parte mujeres-, para aumentar la mano de obra
disponible. Al gobernador se le ofrecían títulos
honoríficos, sueldos y participación en los rendimientos económicos de la gobernación, sin
obligación alguna por parte de la Corona y perteneciendo a ésta, por el contrario, las ventajas
estipuladas en las capitulaciones.
Rodrigo de Bastidas llegó a la gobernación
en 1526 y fundó a Santa Marta como capital y
principal puerto. Era ya un anciano sin ambiciones de conquistador sino de un colonizador
quien, como lo fueron Roldán y Balboa, quería
echar raíces en esa tierra.
Distinta era, sin embargo, la intención de
la hueste conquistadora que lo acompañaba,
compuesta en gran parte por hombres que quedaron "desocupados" luego de la conquista de
México. Estos buscaban un rápido enriquecimiento mediante el despojo de los indios, de su
bienes o su venta como esclavos. La política
de Bastidas que trataba de frenar tales ambiciones fue bien pronto rechazada y Bastidas tuvo
que afrontar la tercera de la larga serie de "revoluciones" ocurridas en América durante el siglo
XVI. Al grito de "Viva el Emperador y la libertad; que no hemos de morir aquí como esclavos
en poder de ese mal viejo", Bastidas fue atacado
de noche en su bohío, herido gravemente y expulsado de su gobernación. Murió en Cuba,
como consecuencia de las heridas recibidas. El
capitán del navio en que viajó fue acusado de
haberse desviado de la ruta directa a Santo Domingo, sede de la Real Audiencia, para evitar
que el odiado gobernador se quejase ante la alta
institución gubernamental y volvieron a la gobernación. Sea como fue», lo cierto es que la
75
muerte de Bastidas, entregó la provincia de
Santa Marta a la desenfrenada conquista.
Muerto aquél, el "común" eligió para gobernar a Santa Marta a Rodrigo Alvarez Palomino, conquistador curtido en las guerras de México, gobierno que fue luego compartido con
Pedro de Vadillo, enviado por la Audiencia de
Santo Domingo, al saberse la muerte del viejo
gobernador. El mediador entre los dos caudillos
fue Pedro de Heredia quien llegó con Vadillo
y fue más tarde (1532), gobernador de Cartagena.
Zanjadas las diferencias, ambos caudillos
dieron vía libre a sus ejércitos para proseguir
la "conquista", recoger oro y enviar esclavos.
Para tener una idea del carácter del elemento
humano que se apoderó de la región y que produjo su "destrucción", basta citar la carta de la
Real Audiencia de Santo Domingo, fechada el
9 de julio de 1530, cuando, para justificar ante
el Consejo de Indias el envío de Vadillo a Santa
Marta, escribía: "La gente que se hizo para remedio de aquellas provincias fue de personas
inútiles para esta isla y de la gente de guerra
que aquí quedó, y los no necesarios y por los
escándalos y alborotos que cada día hacían ... ,
que es enemiga de cualquier población."
Poco después arribó al puerto para tomar
agua el navio capitaneado por Fernando Pizarra,
con el primer oro recogido por su hermano Francisco, en el Perú. Iba a España para dar en la
Corte las noticias del fabuloso país que fue descubierto.
No tardó Palomino en organizar una salida
hacia aquel fantástico país, "de donde vinieron
-según declaraba- dos ovejas (llamas), que habían pasado por allí, que venían del Perú".
Siendo desconocida por entonces la extensión
del continente Suramericano, Palomino creía
poder alcanzar fácilmente el Perú, dirigiéndose
por tierra hacia el sur. Pero la suerte le fue
adversa pues pocos días después de haber salido
de Santa Marta, murió ahogado en el río que
todavía lleva su nombre.
Muerto su compañero, le correspondió a
Vadillo ejercer el gobierno, limitándose prácticamente, al envío de esclavos indios para la
venta en Santo Domingo. La población indígena, después de una vana resistencia, huía a las
montañas de la Sierra Nevada abandonando sus
labranzas y destruyéndolas para que no cayeran
en manos españolas, con lo cual el hambre diezmaba al ejército invasor.
76
El Consejo de fudias en España, alarmado
por los sucesos de Santa Marta, resolvió nombrar para aquella tierra a un gobernador de estamento civil: ni "conquistador" ni "neoamericano". Fue ya la época en la cual las autoridades
españolas trataron de combatir la arrogancia de
los "americanos" que orgullosos de haber conquistado un imperio para España, desafiaban
cualesquiera leyes que trataban de limitar su
libre acción. En México fue destituido por aquel
entonces el "conquistador" Hernán Cortés, entregando el gobierno a una nueva Real Audiencia; en Venezuela, el "americano" Juan de Ampiés, que ocupaba la región de Coro, fue removido y el territorio entregado a Ambrosio de
Alfínger en nombre de una compañía comercial
alemana, Bartolomé W el ser y Compañía; y para
Santa Marta fue nombrado García de Lerma,
de profesión banquero, quien ya desde 1514
tenía negocios en Santo Domingo.
Sin embargo, en la historia de un pueblo
poco influye el reemplazo de personalidades
mientras queden incólumes las condiciones políticas y económicas creadas. Y así, García de
Lerma, poco pudo hacer para frenar la ambición
de los "conquistadores" de que se componía la
hueste que lo acompañaba. Y a después de su
primera y luctuosa experiencia personal cuando
tomó parte en una salida contra los indios rebeldes de su gobernación, dejó de acompañar las
tropas, contentándose con la parte del botín que
le correspondía como gobernador y dejando las
acciones bélicas en manos de los capitanes. Por
otra parte, los indios, incapaces de contener la
invasión de sus tierras, continuaron la política
de "tierra arrasada", esperando, y no en vano,
que la escasez de alimentos junto a la adversidad
del clima tropical, las enfermedades y la muerte,
ahuyentaran a los invasores.
La política adoptada por Lerma produjo
expediciones anárquicas al mando de varios capitanes en busca de oro y comida. Pero también
tuvo como consecuencia el mejor conocimiento
del territorio. El sobrino del gobernador, Pedro
de Lerma, encontró un largo pero cómodo camino al río Magdalena, cuyo acceso por la desembocadura parecía imposible debido a la
fuerte corriente. Circunvalando la Sierra Nevada
topó con el nacimiento del río Cesar. Bajó por
el Valle de Upar (Valledupar) y siguiéndolo descubrió su desembocadura en el Magdalena, en
un punto distante casi 50 leguas del mar. Casi
simultáneamente, dos intrépidos navegantes, el
portugués Jerónimo Mel o y el español Rodrigo
Llano, lograron encontrar en el amplio estuario
del Magdalena, otra vía de acceso con navios
Un cacique del territorio descubierto por los dos
navegantes se embarcó con ellos a Santa Marta
para visitar al gobernador, comunicando a éste
los detalles y la facilidad con que el río se navegaba cien leguas más arriba.
De esta manera fue descubierta la vía de
penetración a las tierras del interior tanto con
navios como por tierra; descubrimientos trascendentales en la historia de las tierras actualmente colombianas que llevaron a la conquista
de la meseta chibcha, región central de la actual
Colombia. Estas vías de acceso perduraron durante toda la época colonial e incluso republicana y sólo recientemente fueron adicionadas
por carreteras, ferrocarriles y aviones.
La noticia del descubrimiento de las entradas al interior de la gobernación de Santa Marta
fue recibida con satisfacción por el Consejo de
fudias. Correspondía a la política estatal de entonces penetrar en el interior del continente no
limitándose a "arañar" las playas. El enviado a
reclutar en España nuevos pobladores recibió
un decisivo apoyo oficial. A los descubridores
del acceso al Magdalena, les fueron otorgadas
señaladas mercedes. Para favorecer la pronta
exploración del río, se adjudicaron a la gobernación de Santa Marta las islas situadas en el Magdalena, pese a la oposición de Pedro de Heredia
quien ya entonces gobernaba las tierras del otro
lado del río.
Con todo, el papel histórico que habría de
tener la utilización del Magdalena como vía de
penetración al interior, no fue reservado a García de Lerma, banquero, amante de comodidades y de provechos inmediatos proporcionados
por sus capitanes con la participación en el botín. García de Lerma hizo algunos intentos para
que sus capitanes aprovechasen el importante
descubrimiento y reconocieran el curso bajo del
río. Pero éstos se contentaban con las escaramuzas con indios de las tribus inmediatas y con el
reparto de un botín, cuya magnitud era cada
vez menor, ya por la merma de la población
indígena, ya porque los "conquistadores" no aspiraban a grandes empresas. Lerma murió a fines de 1534 sin efectuar gestión alguna para
llevar a cabo la expedición.
Desde Santo Domingo fue enviado como
gobernador interino el doctor fufante, hombre
de constitución débil y siempre enfermo, quien
La conquista del territorio y el poblamiento
dejó el campo libre a los conquistadores. En su
época, la empresa conquistadora se asemejaba
a las tradicionales "aceifas" practicadas por los
moros en la Península Ibérica, cuando de manera anárquica invadían las tierras del norte,
ocupadas por los cristianos, retirándose luego
con el botín y destruyendo a su paso las labranzas e incendiando las casas del enemigo. Tal
política produjo en Santa Marta una espantosa
carestía de los alimentos, a más de la hostilidad
general de la población indígena hacia los invasores, lo cual llegó a tal punto que el simple
tránsito por el territorio de la gobernación resultaba peligroso para el mermado ejército español.
Quien podía, abandonaba a Santa Marta, echándose incluso a nado para alcanzar a los navios
que pasaban de largo, sin hacer escala en el
empobrecido puerto. La decadencia de Santa
Marta era completa. Ante tal situación, el doctor
Infante abandonó la gobernación, sin esperar
siquiera la licencia de la Real Audiencia para
hacerlo, ni el reemplazo que ya venía de España.
La gobernación de Cartagena
"'\.Tase mencionó cómo, al fracasar la expedi.l ción de Alonso de Ojeda, el litoral meridional del Caribe se convirtió en una "tierra de
nadie", proveedora de esclavos para las islas
"útiles". En 1514, cuando Pedrarias Dávila navegaba por la costa hacia su gobernación de
Castilla de Oro, la flota se detuvo algunos días
en el puerto de Calamar (Cartagena), a fin de
capturar indios como esclavos. Siguió luego a
Urabá, ávido de aprovechar el descubrimiento
hecho por Balboa.
A mediados del tercer decenio del siglo
XVI, cuando España varió radicalmente su política y resolvió reconocer y colonizar las tierras
del interior y no simplemente los litorales, el
trecho entre las desembocaduras de los ríos
Magdalena y Darién (Urabá) le fue entregado
en gobernación (18 de marzo de 1525), al ya
nombrado Gonzalo Fernández de Oviedo. Pero
Oviedo no hizo diligencia alguna para tomar
posesión de la tierra y los vecinos de Santa
Marta acostumbraron a cruzar el Magdalena en
busca de esclavos y provisiones.
El ya mencionado Pedro de Heredia, teniente de Vadillo, supo aprovechar bien supermanencia en Santa Marta. Mediante el negocio
de "rescate" con los indios, reunió 4.000 pesos
de oro. Con ellos se trasladó a España y a prin-
77
cipios de 1532 logró si no el nombramiento de
gobernador que tanto anhelaba, sí una licencia
Real para conquistar el trecho costero entre el
Magdalena y Urabá con la correspondiente "tierra adentro", pese a la oposición del cabildo y
la vecindad de Santa Marta que ocupaba con su
ganado la banda opuesta del río.
Llegado a la tierra asignada, Heredia fundó
en 1532 la ciudad y puerto de Cartagena. Hizo
luego algunas salidas de reconocimiento, encontrando una general hostilidad de la población
indígena que desbarataba fácilmente. La principal actividad de Heredia se concentró sobre la
exploración del Sinú, donde se hallaron tumbas
indígenas, en las cuales, junto a los muertos,
depositaban los indios el oro; tumbas fáciles de
encontrar y saquear, pues estaban señaladas por
montículos de tierra, como era su costumbre.
Fue el oro de estas "ricas" tumbas la base del
progreso económico de la provincia y permitió
que Cartagena fuera desde el principio una ciudad floreciente. Su puerto, al contrario de lo
que sucedió con el de Santa Marta, lo visitaban
frecuentemente comerciantes y navios. El número de sus habitantes creció permanentemente,
a tal punto que ya a principios de 1535 Cartagena
contaba con 800 vecinos, "hombres de guerra",
provenientes de Santo Domingo o directamente
de España.
Pero, como también sucedió en otros casos,
ni la conquista ni el hallazgo de las tumbas
favoreció de modo igual a toda la población.
Heredia exigió licencias para vaciar las tumbas
-con el pretexto de evitar fraudes de los derechos
de la Corona- y él mismo, lejos de contentarse
con el salario de gobernador, se dedicó a explotarlas mediante cuadrillas de esclavos negros
importados, al tiempo que entrababa la concesión de licencias a otros Españoles. Esta medida
provocó la rebelión de algunos inmigrados y
hasta un ataque del cual Heredia escapó con
algunas heridas. Salvo la magnitud del suceso,
se trataba de una nueva "revolución" en las tierras actualmente colombianas contra la autoridad legal establecida.
Muy pronto la afluencia de inmigrantes tras
el señuelo del oro, provocó una superpoblación
de Cartagena con gentes sin medios de subsistencia, lo que por otra parte, favoreció indirectamente el descubrimiento de nuevas tierras del
interior. Durante su gobierno se produjo la repoblación del antiguo sitio de San Sebastián de
Urabá, pese a la oposición de Castilla de Oro,
78
gobernada entonces por Francisco de Barrionuevo. Se desató una verdadera guerra entre las
dos gobernaciones con muertos y prisioneros;
suceso que ocasionó la intervención de la Real
Audiencia y la ratificación del río Atrato como
frontera entre ambas gobernaciones .
Tampoco Heredia pudo sustraerse del señuelo del Perú cuando se tuvo noticia del descubrimiento por parte de los samarios de un acceso
al río Magdalena. Organizó algunas expediciones hacia el interior de su gobernación sin que
se lograra encontrar un acceso al río, por la
maraña que forma su amplio estuario antes de
verter sus aguas al mar. Unos subieron por el
río San Jorge, creyéndolo el Magdalena; otros
exploraron la desembocadura del Cauca, regresando luego a la costa.
No faltaron quejas contra Pedro de Heredia. La abundancia de oro produjo una inflación
y la vertiginosa subida de los precios de caballos, armas y productos importados. Las licencias exigidas para vaciar las sepulturas y su frecuente negativa fueron piedras de escándalo. El
trabajo indígena forzado mermó sensiblemente
a esta población. Graves acusaciones se elevaron contra Heredia al Consejo de Indias, ante
todo por su codicia lo cual ocasionó el envío
como juez de residencia al licenciado Dorantes,
quien se ahogó en la travesía. En vista de ello,
a comienzos de 1536, la Audiencia de Santo
Domingo mandó a Cartagena como reemplazo
a uno de sus oidores, el licenciado Juan de Vadillo. Pedro de Heredia, temeroso del juicio y
una posible condena, se embarcó clandestinamente a España llevando oculta una buena cantidad de oro, según se le acusó. Con todo, ya
en España, logró una sentencia favorable. El 12
de junio de 1540, obtuvo el título de gobernador
y regresó a su gobernación con un nutrido grupo
de nuevos inmigrantes.
Mientras tanto, el licenciado Juan de Vadillo, a pesar de ser oidor, no pudo escapar a la
atracción que ejercía la "tierradentro" de la gobernación. Concluida la residencia contra Heredia y tentado por las noticias fantásticas traídas
del interior de la gobernación por el capitán
Francisco César, Vadillo resolvió hacerse conquistador. En compañía de César y comandando
un ejército de 200 hombres, algunos esclavos
negros e indios cargueros, se dirigió por las
montañas hacia el sur. Luego de un accidentado
viaje por tierras de los actuales departamentos
de Antioquia y Caldas (antiguo), Vadillo llegó
Nueva Historia de Colombia. Vol.!
hasta Anserma y Cali, pertenecientes ya a otr
gobernación. Allí dejó su ejército y prosiguió
viaje al sur. En un puerto del Pacífico se embarcó rumbo a Panamá y Santo Domingo, para
continuar en la Audiencia, de la cual era oidor
A la búsqueda del Perú
""'\.Tase señaló el revuelo que produjo en España
_l la noticia del descubrimiento del acceso al
"Río Grande de la Magdalena", tanto por tierra
como por mar. La fama del Perú crecía y tanto
en Panamá como en Venezuela, e incluso en la
Audiencia de Santo Domingo surgen ideas y
hasta preparativos para descubrir por la vía terrestre el fabuloso país del Perú.
Ante la fama que adquirió Perú y al conocerse en España la muerte de García de Lenna,
se nombró para reemplazarlo no a un gobernador
cualquiera sino al adelantado y gobernador de
las Islas Canarias, Pedro Fernández de Lugo,
viejo y experimentado soldado en la conquista
de aquellas islas. Se le otorgaron, a más de las
mercedes acostumbradas, señaladas ventajas y
honores, elevados salarios, una crecida srnna
para los gastos y la participación en las ganancias que produjera la provincia. Le fue señalada
la línea equinoccial como límite de su gobernación, como había sido el caso por entonces de
otras gobernaciones del litoral atlántico.
Las diligencias para la capitulación estuvieron a cargo de su hijo y heredero, Alonso Luis
de Lugo, quien viajó a la Corte para adelantarlas. Se limitaron algunas de las exigencias hechas por Fernández de Lugo, pero con todo, las
condiciones de la capitulación fueron excepcionalmente favorables y era fácil el reclutamiento
de los futuros conquistadores. Entre ellos no
faltaban miembros de la pequeña nobleza, algunos mercaderes acaudalados e incluso hombres
de letras que fascinados con la posibilidad del
enriquecimiento se alistaron en la empresa. Entre los últimos, se destacó luego el licenciado
Gonzalo Jiménez de Quesada, quien ya en España venía ejerciendo la abogacía ante la Real
Audiencia de Granada y que por problemas en
los cuales se vió envuelta su familia, prefirió
emigrar, recibiendo luego el cargo de teniente
de gobernador.
Con casi un millar de hombres se embarco
Alonso Luis de Lugo hacia las Canarias donde
esperaba su padre. Completada la tripulación
con los "isleños" v habiendo embarcado anna.
La conquista del territorio y el poblamiento
79
y bastimento en cuantía superior a las necesida- cuales iría por tierra para alcanzar el río, miendes de la jornada, con la intención de expender- tras que el otro se embarcaría en bergantines
los a los colonos, la flota se hizo a la mar a con el encargo de prestarse mutua ayuda en todo
finales de 1535 con destino a Santa Marta.
momento. Pero mientras que el banquero quiso
Cuando a principios de enero del año si- reconocer el interior de su gobernación, acorraguiente desembarcaron en el puerto con caballos lando a los indios para aprovecharse de un botín,
y armaduras, paños y terciopelos, encontraron Femández de Lugo, militar y conquistador,
un país desolado por hambre y enfermedades, quiso reconocer el interior del país. El grueso
las chozas de bahareque derruidas, las calles del ejército, unos seiscientos hombres, acompaenhierbadas, el monte de la selva circunvecina ñados de indios cargueros y con los caballos
invadiendo las afueras de lo que esperaban fuera necesarios, iría a pie por el camino explorado
una gran ciudad. Hacía meses que no entraban anteriormente por Pedro de Lerma, para que,
barcos en el puerto, pasándolo de largo, ni los circunvalando la Sierra Nevada, alcanzar la oriindios comarcanos traían los frutos de sus cose- lla del Magdalena en un lugar ya alejado de su
chas para alimentar la hambrienta población.
desembocadura, evitando así los manglares,
La situación alimenticia se tomó tan angus- ciénagas y afluentes que dificultaban el tránsito
tiosa que con la llegada del nuevo ejército resultó de hombres y bestias. El resto del ejército parinsostenible. Fueron atacadas por la parte occi- tiría simultáneamente en los bergantines, lledental de la gobernación las tribus vecinas de vando bastimento y los elementos necesarios
Bonda, lo cual, sin embargo, no dio resultado, para una largajomada. Las dos partes del ejérporque los desmanes de los conquistadores an- cito, debían reunirse en las orillas del Magdaleteriores impidieron que los indios aceptasen la na, sirviendo luego los bergantines para transpaz. Las escaramuzas, aunque victoriosas para portar los enfermos, auxiliar a los hombres que
los invasores, se convertían en graves derrotas iban por tierra, en el cruce de los afluentes y
pues no reportaban alimentos ni lograban la su- recoger los alimentos que se encontrasen en las
misión de los indígenas. Estos, después de ofre- orillas. Quedarían en Santa Marta muy pocos
cer alguna resistencia, huían invariablemente a soldados encargados de la protección del puelas montañas, destruyendo e incendiando todo blo, de los enfermos, de las mujeres y niños.
lo que dejaban atrás, cuando no lo hacían los
Para tal jornada nombró Lugo al licenciado
propios capitanes de Lugo, para escarmiento.
Gonzalo Jiménez de Quesada como teniente geAlonso Luis de Lugo, con un destacamento neral del ejército por tierra, y para el comando
de los recién llegados, entre los cuales se con- de los bergantines al capitán Pedro de Urbina.
taba Jiménez de Quesada, emprendió una expedición a la parte oriental de la gobernación, La La conquista de la meseta chibcha
Ramada. Sostuvo algunos encuentros con los
indios y recogió algún oro. Sin embargo, desia expedición al interior constituyó una verlusionado de lo que esperaba fuera un paraíso,
dadera odisea. Es cierto que ni el ejército
abandonó la empresa. Sin repartir el oro con de tierra ni los bergantines, sufrieron ataques
sus compañeros, Lugo se embarcó para España de los indígenas, pues tal hecho no se señala
abandonando a la suerte a su anciano padre; un en los documentos. En cambio, hay constancia
hecho que éste denunció a España pidiendo para del hambre y las enfermedades sufridas en esa
el hijo un castigo ejemplar.
jornada. Un participante declaraba: "Que en el
La situación en Santa Marta era desespera- dicho camino y descubrimiento, además de los
da. No era posible sostener el numeroso ejército, dichos trabajos y peligros, se padeció por todos
aunque ya algo mermado por el hambre, las en general tanta hambre, que se comieron los
enfermedades, las luchas con los indígenas y el caballos que traían y hierbas ponzoñosas y lagarduro clima tropical. Esta circunstancia obligó tos y murciélagos y ratones y otras tantas cosas
al anciano gobernador a organizar a la buena semejantes". Basta decir que sólo la tercera parte
ventura la expedición a la desconocida "tierra- del ejército logró sobrevivir la jornada.
Los numerosos pleitos ocasionados por esta
dentro", a principios del mismo año; organización parecida a la que había planeado, sin lle- expedición y varios documentos más, ofrecen
varla a cabo, García de Lerma cuando resolvió detalles sobre la organización de tales expediciodividir el ejército en dos grupos, uno de los nes. Cada participante iba "por su cuenta y mi-
L
80
sión", es decir, a su propio riesgo, sin salario
o garantía alguna salvo la esperanza de recibir
la parte que le correspondía en el botín en el
caso de que éste se lograra. El reparto del botín
se regía por la costumbre o un convenio entre
los participantes. La obediencia al caudillo era
total y se castigaba severamente cualquier rebeldía. Muchos de los futuros colonos venían endeudados a veces ya desde España, con la esperanza de poder saldar las deudas con las hipotéticas ganancias que esperaban. Los más aventajados económicamente llevaban caballos, mantenimientos, armas o medicinas y se hacían pagar su valor del "montón" del botín en caso de
pérdida o consumo, o las vendían a sus compañeros a precios que dictaba el momento. Que
no todo era altruismo se desprende de las acusaciones hechas a Femández Gallego, sucesor
como veremos de Pedro de Urbina, en el comando de los bergantines, quien sin preocuparse
de la precaria situación de la tropa aprovechó
su viaje como comerciante, haciéndose pagar
lo que llevaba a precios de usura. De ahí que,
aunque la acción conquistadora como tal fue la
obra común de los participantes, sujetos todos
a los mismos peligros, no eran iguales las oportunidades de sobrevivir ni el lucro a que tenían
derecho.
La expedición al mando de Jiménez se inició el 5 de abril de 1536. Luego de circunvalar
la Sierra Nevada y seguir el valle del río Cesar,
el ejército llegó a Chiriguaná y después a Tamalameque, en la orilla del Magdalena, con la
esperanza de que ya hubieran llegado los bergantines. Desconocían el percance sufrido por la
flota capitaneada por Diego de Urbina, la cual
no logró, debido a condiciones atmosféricas adversas, franquear la entrada del río, naufragando
algunos navios y dispersándose el resto.
A fmes de julio, ya desesperados por la
tardanza de los navios, el ejército prosiguió su
marcha Magdalena arriba cruzando con gran dificultad las ciénagas, los manglares y las desembocaduras de los ríos. Cuando ya se habían
alejado bastante del punto fijado para el encuentro, fueron alcanzados por los bergantines al
mando de Femández Gallego. Ciertamente, apenas conoció Femández de Lugo la noticia del
percance sufrido por la flota que comandaba
Urbina, se apresuró a enviar otra, comandada
por Femández Gallego. Y así, unos por tierra
y otros a bordo de los navios, por el mes de
octubre del mismo año, alcanzó el ejército La
Nueva Historia de Colombia.
Tora, lugar de la confluencia de varios ríos v
un poco más arriba la desembocadura del Opón
En ese lugar, la corriente del río ya era tan recia
que hacía imposible la subida de los bergantines
Por otra parte y aún antes de llegar a La
Tora, llamó la atención del ejército el hecho de
que la sal que consumían los indígenas que habitaban en las orillas del río no era la sal en
granos de procedencia marina que ellos bien
conocían, sino una sal compacta, en bloques
de procedencia minera. El indicio de la existencia de salinas y, por consiguiente de una región
poblada, fue indudablemente una de las causas
por las cuales la expedición reducida ya a dos
centenares de hombres, varió su ruta dirigiéndose a la cordillera que se elevaba al oriente.
Y, ciertamente, la vanguardia del ejército enviada por Jiménez para explorar el Opón, encontró varias chozas habitadas por indígenas. Un
nuevo destacamento enviado posteriormente a
la sierra, confirmó la existencia más adelante
de una densa población.
A fmes de diciembre, el ejército se puso
en marcha a la cordillera quedando en el puerto
el capitán Gallego con sus bergantines por si
fuera necesario el reembarque. Bien por la falta
de noticias o por las enfermedades, o porque
como lo sostuvo más tarde fue atacado por los
indios al ver reducido el número de los invasores, Gallego resolvió regresar a Santa Marta,
abandonando a su suerte ai ejército de tierra.
Entretanto, éste seguía el avance, encontrando de trecho en trecho poblaciones indígenas
bien abastecidas de vituallas, y a principios de
marzo de 1537, pasando por Vélez y el valle
de Moniquirá, el ejército alcanzó la meseta chibcha bien poblada, habiendo reunido en el camino
una buena cantidad de oro y de esmeraldas y
logrando a veces en un solo día un botín que
sobrepasaba con creces lo conseguido durante
los once meses que emplearon en la jornada por
el río.
Sin encontrar resistencia, el ejército llego
a los "pueblos de la sal" (Nemocón, Tausa y
Zipaquirá) y el22 del mismo mes avistó el "Valle de los Alcázares", como llamaron los españoles a la propia sabana de Bogotá, por los
bohíos cercados en que vivían los indios. El
ejército arribó luego a Chía y el 5 de abril a
Suba, población cercana a Bogotá, sede del zipa
Tisquesusa ("Bogotá el viejo" se llama en la
documentación). El zipa, con dádivas primero
y luego mediante una ineficaz resistencia con
La conquista del territorio y el poblamiento
indios equipados con primitivas armas de madera, pretendió defender su territorio. Huyó después a las montañas donde muy pronto encontró
la muerte en una refriega nocturna, llevándose
a la tumba el secreto del lugar donde supuestamente había escondido un tesoro.
Desde Bogotá, Jiménez dirigió su ejército
al norte recogiendo entre los indios oro y esmeraldas. Tan pronto tuvo noticias de que las esmeraldas provenían de las minas de Somondoco,
envió a reconocerlas al capitán Pedro Hernández
de Valenzuela, quien regresó con algún botín
y con la noticia de haber visto a través de una
brecha en la cordillera, extensos llanos hacia el
oriente. Para reconocer esos llanos, despachó
Jiménez al capitán Juan Tafur, quien no logró
atravesar la cordillera. La visión de tan extensas
tierras llanas al oriente y el señuelo de un "Dorado", en aquellas partes, prendieron la mente
de los conquistadores y su búsqueda habría de
cobrar más adelante no pocas víctimas.
El6 de agosto de aquel año, 1537, estando
acantonado el ejército en el valle que llamaron
de Murcia, recibió el caudillo noticias de la
existencia de otro rico cacique que residía en
el valle de Tunja, el zaque Quemuenchatocha.
Hacia allá se dirigen los conquistadores y el 20
del mismo mes obtienen un cuantioso botín, al
despojar al zaque de 136.500 pesos de oro fino,
14.000 de oro bajo y de 280 esmeraldas. Hasta
ese entonces, habían entrado a la caja del "común" solamente unos 8.000 pesos de oro de
todos los quilates y un millar de esmeraldas. En
este sitio recibió Jiménez noticia de la existencia
de un gran sacerdote de los muiscas, Suagamoso. Hacia allá dirige su ejército y el4 de septiembre despoja al cacique de 40.000 pesos de oro
fino, 12.000 pesos de oro bajo y 118 esmeraldas.
Según las anotaciones que se hicieron en
el libro donde se registraban las entradas de oro
y esmeraldas, parece que una parte del ejército
continuó explorando el Reino de Tunja, pues
afluye oro de Sáchica y Sogamoso. Otra parte
volvió al "Valle de los Alcázares", pues el 12
de octubre Jiménez depositó en la caJa del "común" una cantidad de oro procedente de esta
región.
A fines de 1537 se reciben noticias de la
existencia de un "Valle de las Minas" (Neiva),
habitado por indios supuestamente muy ricos.
Hacia ese valle se dirige el caudillo por el camino de la cordillera, con una parte de la solda-
81
desea. Desilusionado, regresa a Bogotá en febrero del año siguiente, trayendo consigo apenas
4.000 pesos de oro. Sin embargo, al regreso
encontró un nuevo camino a la meseta chibcha,
bajando por el valle del río Magdalena hasta
Guataquí y subiendo luego a Bogotá.
Entre tanto su hermano, Hernán Pérez de
Quesada, alguacil mayor, no resistió la tentación
de "El Dorado"; leyenda cuyas fuentes históricas
son desconocidas, pero que tuvo una desastrosa
influencia en la conquista de toda la parte septentrional de Suramérica. El 12 de mayo, Hernán Pérez regresó a Bogotá trayendo consigo
2.500 pesos de oro y la noticia de haber llegado
a un sitio distante sólo cuatro días de la "provincia de las amazonas", otro fabuloso país de legendaria riqueza.
Considerando suficientemente esquilmada
la región, en junio de 1538 procedieron a repartir
el botín. En el Archivo General de Indias en
Sevilla se conserva el documento original que
tiene valor histórico, por constituir, junto con
el del reparto que hiciera Francisco Pizarra en
el Perú -este último publicado sólo parcialmente-,
los dos únicos documentos originales conocidos hasta ahora tocantes al reparto de los botines
durante la conquista de América.
El reparto del botín
E
n la "instrucción" dada por el gobernador
Pedro Fernández de Lugo a Jiménez de
Quesada, su teniente general, habían sido fijadas las reglas para el reparto del botín entre los
hombres de a pie y de a caballo y los que venían
en los bergantines. De acuerdo con esa instrucción, el botín reunido en "montón", una vez
deducidos los gastos que afectaban al común
(vituallas, drogas, mercancías inutilizadas, caballos muertos, etc., y la "joya": una pieza de
mayor valor que correspondía al gobernador),
se dividía en "partes" así: diez al gobernador;
a Jiménez de Quesada, como teniente general,
cinco y como capitán, cuatro; cuatro "partes" a
cada uno de los ocho capitanes; tres "partes" al
alférez; dos "partes" a cada uno de los jinetes,
dueños de los caballos; una y media "partes" a
cada uno de los ballesteros y arcabuceros; y una
"parte" a los rodeleros y demás soldados. No
hemos encontrado en las "Siete Partidas", disposiciones que debían regir en estos repartos. Probablemente pertenecían a la época de la Reconquista o fueron introducidos por los moros.
Nueva Historia de Colombia. Vol!
82
La "instrucción" de Femández de Lugo ordenaba informar a los indios que quienes se
sometieran voluntariamente a los españoles, recibirían un buen trato; pero a quienes no lo
hicieran se les haría la guerra como a enemigos,
con todas sus consecuencias: serían declarados
esclavos y sus bienes formarían parte del botín.
A todos los indígenas se les exigió la entrega
del oro para pagar los gastos en que incurrieron
los conquistadores para llevar a cabo la expedición; cláusula que merece destacarse por insólita. Pues si bien existía un derecho consagrado
de aprovecharse de los bienes del enemigo, no
así de quienes se sometían voluntariamente, sin
hacer la guerra. Se exigía pues de los indios
pacíficos, su apoyo a la invasión.
El 6 de junio de 1538 se procedió al reparto
del botín. En un acto solemne son elegidos tres
repartidores, representantes de cada uno de los
tres grupos que componían el ejército: capitanes, jinetes y soldados a pie. Los oficiales reales
presentaron el botín: el oro y las esmeraldas que
habían sido guardados celosamente en una caja
que por la noche se suspendía del techo del
bohío donde reposaba el caudillo. A continuación se procedió a pesar, avaluar y contar el
"montón" que ascendió a 191.274 pesos de buen
oro u oro fino (mayor de 16 quilates), 37.288
pesos de oro bajo (de 9 a 15 quilates) y 18.288
pesos de oro de "chafalonía" (mezclado con
otros metales), este último valorado en siete
pesos por uno de buen oro. Asimismo resultaron
1.815 esmeraldas de toda suerte, para repartir.
De este "montón" se entregó a los oficiales reales el "quinto" (20%) perteneciente a la Corona,
a saber: 38.259 pesos de oro fino, 7.257 pesos
de oro bajo, 3.690 pesos de chafalonía y 363
esmeraldas de diferentes tamaños. Se pagaron
luego los gastos a cargo del "común" con el oro
de chafalonía y el bajo: las "mejoras" a quienes
más se distinguieron durante la expedición, el
valor de los caballos muertos durante la jornada,
el valor de las medicinas gastadas durante ella
y el de las herramientas y objetos inutilizados
en las acciones de provecho para el común.
Pagados estos gastos a los respectivos dueños, quedaron luego para repartir 148.000 pesos
de oro fino, 16.964 pesos de oro bajo y 1.455
esmeraldas.
Se suman luego las "partes" señaladas en
la instrucción de Femández de Lugo, más algunas no previstas por el gobernador, como para
macheteros, trompetero, etc. Resultaron 290
"partes". El botín se divide por este número
resultando cada parte de 51 Opesos de oro fmo'
57 pesos de oro bajo y 5 piedras esmeraldas dé
distinta calidad y procurando que cada grupo
fuera de igual valor. Luego, a cada participante
se entregaron las partes a que tenía derecho,
dando un fiador -generalmente un compañero-para que respondiera ante la justicia en caso de
que se presentaren reclamos por parte de quienes
habían quedado en las riberas del Magdalena.
En la lista de los presentes figuran 179
participantes (y no 160 o 166 como declaran
los cronistas y aparece en ciertos documentos),
incluyendo un soldado que murió después de
llegar al altiplano.
Es interesante insistir sobre el carácter comunitario de estas expediciones conquistadoras
y en el hecho de que se trataba de una acción
conjunta de todos los participantes. Si bien el
riesgo era para todos igual, no era igual la participación en el botín. Así, los 15 más aventajados -el gobernador y los capitanes-, que en
conjunto constituían sólo el 5,2% del total de
los participantes, recibieron 70 partes, es decir,
el 25% del botín, correspondiendo a cada uno
1,66% del "montón". Los 43 jinetes y caporales
y los 2 religiosos, que juntos representaban el
24% de los participantes, recibieron 86 partes,
es decir, 30% del botín, correspondiendo a cada
uno O. 7% del "montón". Mientras el resto, ballesteros, arcabuceros, rodeleros y demás soldados, que sumaban 121 personas y constituían
el 70% de la hueste, recibieron el40% del botín,
es decir, cada uno recibió por dos años y dos
meses que duraba ya la expedición conquistadora, un 0,37% del botín.
Por supuesto el fraude era una cosa ya entonces bien establecida, puesto que antes del
reparto, se procedió a una "cata" en busca de
oro y esmeraldas escondidas en los bohíos, que
no dio resultados positivos.
La fundación de Bogotá
A
juzgar por la documentación conservada,
una vez repartido el botín, Jiménez decidió
marchar a España para informar sobre el señalado descubrimiento. Al igual de muchas ciudades americanas, se desconoce el acta de fundación, de Santa Fe de Bogotá, si bien se considera
el 6 de agosto de 1538, como la fecha de fundación es decir, unas semanas después del reparto
del botín. En la documentación sólo consta la
La conquista del territorio y el poblamiento
fundación durante ese mismo año de la ciudad
de Vélez, pues el 13 de agosto estuvo en ella
Jiménez de Quesada, quien recibió junto con el
capitán Juan de San Martín, de manos del cabildo de aquella ciudad un poder para representarla ante la Corte de España en la búsqueda de
mercedes para sus pobladores. La existencia del
cabildo indica la fundación en regla de una ciudad. Sabemos que en esa ocasión Jiménez no
prosiguió su viaje a España, pues por el mes de
noviembre actúa una vez más en Bogotá.
Mientras proseguía la conquista de la altiplanicie chibcha, los muiscas rebeldes, muerto
su zipa Tisquesusa, eligieron como nuevo cacique a un indio aguerrido, Sajipa (o Saxajipa),
para proseguir la guerra contra los invasores.
Bien pronto, dándose cuenta de la inutilidad de
su resistencia, el cacique se entregó a los enemigos. Fue recibido con toda deferencia por Jiménez quien para demostrarle su amistad lo acompañó con algunos soldados en la guerra contra
sus enemigos, los panches. De regreso a Bogotá,
Jiménez trató de averiguar el sitio que, como
suponía debiera conocer Sajipa, donde "Bogotá
el Viejo" había escondido el tesoro. Al negar
el cacique conocer la existencia de tal tesoro,
fue sometido a tormento que resultó infructuoso,
por lo cual fue puesto preso.
A comienzos de 1539 un incendio destruyó
el pueblo donde hasta entonces habitaban los
cristianos entre los indios. Una nueva ciudad
fue erigida en el sitio Teusacá (Teusaquillo),
con el nombre de Santa Fe, que es el lugar
donde ocupa actualmente la capital de la República (1 ). El incendio del antiguo pueblo se atribuyó a las instigaciones del cacique Sajipa, pese
a su insistente negativa. Fue sometido a un
nuevo y recio tormento a consecuencia del cual
murió al mes siguiente.
Pocos días después de aquel luctuoso suceso, Jiménez recibió noticias sorprendentes:
desde el suroeste se aproximaba un ejército de
españoles al mando de Sebastián de Belalcázar
y en las montañas del oriente apareció otro ejército al mando de Nicolás de Federmán.
Ciertamente, al tiempo del nombramiento
de García de Lerma para la gobernación de Santa
Marta, se nombró como hemos dicho, para la
vecina gobernación de Venezuela a Ambrosio
de Alfinger. Muerto Alfinger por los indios de
Chinácota, fue nombrado sucesor otro alemán,
Jorge de Espira, y en calidad de teniente, aquel
Nicolás de Federmán quien ya en 1530-31, ha-
83
bía recorrido una parte de Venezuela. Pronto
abandonó Espira su gobernación y emprendió
una expedición hacia el sur en busca de "El
Dorado"; expedición que terminó en un rotundo
fracaso. Espira murió en 1538, cuando preparaba una nueva expedición. Su teniente Nicolás
de Federmán quien tenía la orden de seguirlo,
después de explorar la Guajira y fundar la actual
Riohacha, siguió tras los pasos de Espira, pero
luego, desviando su ruta hacia la cordillera, la
atravesó, llegando a Pasea por el mes de marzo
de 1539, cuando la tierra ya estaba ocupada por
la hueste de Jiménez.
Algunos años antes de esa fecha, Sebastián
de Belalcázar, viejo conquistador y fundador de
Quito, bajo las órdenes de Francisco Pizarra,
gobernador del Perú, había resuelto explorar las
tierras que se extendían al norte de Quito con
el fin de independizarse de su superior. Ya en
1535, comenzó Belalcázar la exploración de
aquellas tierras mediante el envío de capitanes
que alcanzaron el actual Quindío. A esas exploraciones se debe la fundación de Pasto, Popayán, Cali, Anserma y Cartago.
A mediados de 1538, estando en Quito,
Belalcázar tuvo noticias, proporcionadas por un
indio, sobre la existencia de un "Dorado", al
oriente de la gobernación. Fue uno de tantos
"Dorados" cuya existencia aceptaba la mente
exaltada de aquellos españoles, tratándose de
informes a veces malévolos y a veces mal entendidos, que los indígenas suministraban con prolijidad, muchas veces sólo para alejar a los españoles de sus tierras.
Pese a la oposición del cabildo de Quito,
Belalcázar se puso en marcha con indios y soldados.
Sin hallar el pretendido "Dorado" ni lograr
atravesar el nudo andino, su ejército llegó al
Valle de las Papas, lugar de nacimiento de los
ríos Cauca y Magdalena que en el dicho lugar
están separados sólo por un corto trecho de terreno cenagoso. Belalcázar se dirigió hacia el
valle del Magdalena creyendo que se trataba del
nacimiento del Darién (Atrato) y alcanzó la región de Neiva donde encontró huellas de lapasada expedición de Jiménez de Quesada. Continuó su marcha bajando por el valle del Magdalena. Allí fue alcanzado por Hemán Pérez de
Quesada, enviado por su hermano, el licenciado, para averiguar la procedencia del nuevo ejército. Hemán Pérez indujo a Belalcázar a desviar
su ruta hacia Bogotá, donde los españoles se
Nueva Historia de Colombia, Vol 1
84
encontraban ya prácticamente desarmados bia, que sólo poco a poco se iban aclarando, no
frente a una numerosa y cada vez más hostil lograron ofrecer una base segura para determinar
población indígena. Pero deseoso de afianzar a qué gobernación debía pertenecer la tierra dessus derechos sobre el territorio recorrido, Belal- cubierta y conquistada por Jiménez de Quesada.
cázar envió a uno de sus capitanes, Pedro de Prevaleció el hecho cumplido: lo descubierto
Añasco, a fundar en el curso alto del Magdalena por Jiménez siguió formando parte de la goberla ciudad de Guacacallo (actual Timaná) (2); ya nación de Santa Marta, mientras que sólo uno
anteriormente su capitán, Pedro de Puelles, ha- de los tres conquistadores, Belalcázar, obtuvo
bía fundado la ciudad de Pasto (3). Luego se diri- compensación al ser nombrado gobernador de
gió Belalcázar a Tibacuy, lugar desde el cual ante lo que había recorrido desde Pasto, incluyendo
la insistencia de los enviados de Jiménez, se Urabá como salida al Atlántico aunque él no
dirigió a Bogotá.
había pisado aquel territorio. Eligió como capital
la ciudad de Popayán como centro de su
No faltaron discusiones entre los tres conquistadores sobre los derechos que correspon- estirada gobernación.
dían a cada uno como descubridor. Pero la hábil
Federmán, acusado por sus patronos, los
diplomacia de Jiménez logró convencer a los Welser, de deslealtad, murió en 1542 en España,
dos de la conveniencia de viajar a España y siendo archivado el pleito que instauró contra
dejar en manos del Consejo de Indias la decisión sus patronos de Ausburgo. Jiménez de Quesada,
final, Jiménez logró asimismo, que Federmán luego de inútiles gestiones para obtener la goberdejara su hueste en el Nuevo Reino y Belalcázar nación de Santa Marta que por herencia perteneuna parte de la suya, lo cual contribuyó mucho cía a Alonso Luis de Lugo, por haber muerto
a la seguridad de la región y al asentamiento en Santa Marta su padre Pedro Hernández de
defmitivo de los conquistadores en la tierra que Lugo ya a fmes de 1536, fue acusado por el
habían descubierto, que el caudillo llamó Nuevo fiscal de encubrir una gran cantidad de oro
Reino de Granada, por haber sido vecino de esa (150.000 pesos) que trajo a España clandestinaciudad en España como afirman algunos, o por mente para evadir los impuestos correspondienhaber nacido en ella según otros. Asimismo, tes. Ante la orden de prisión, decidió ausentarse
distribuyó los indios en encomiendas, adjudi- de España y viajó a Francia e Italia. El obispo
cándolas a los principales conquistadores, sus de Panamá, fray Tomás de Berlanga, y el de
compañeros.
San Juan, Pascual de Andagoya, desistieron del
Embarcados en Guataquí a principios de pleito.
junio de 1539, los tres caudillos acompañados
de algunos conquistadores, llegaron a Cartagena La anarquía
a mediados del mismo mes. Allí iniciaron un
pleito ante el licenciado Juan de Santa Cruz
l ausentarse de Santa Fe, Jiménez había
quien estaba en aquel puerto tomando residencia
nombrado a Hernán Pérez de Quesada, su
a Pedro de Heredia, ausente en España.
hermano, como su lugarteniente, nombramiento
Ese pleito continuó en España ante el Con- que fue revalidado por el cabildo de la ciudad.
sejo de Indias. Fue largo y engorroso debido a Con el fm de congraciarse con los conquistadoque se trataba de un territorio cuya verídica res procedentes de las huestes de Federmán y
situación geográfica era desconocida y se pres- Belalcázar, Pérez de Quesada comenzó a adjutaba a interpretaciones. A los tres aspirantes se dicarles encomiendas de indios, en detrimento
sumaron Pedro de Heredia, insistiendo que el de los derechos de los antiguos conquistadores,
Nuevo Reino caía dentro de su gobernación de lo cual no contribuyó a la tranquilidad social.
Cartagena, el obispo fray Tomás de Berlanga, La llegada al Nuevo Reino de Jerónimo Lebrón,
que consideraba que el territorio debía adjudi- juez de residencia enviado por la Real Audiencia
carse a la gobernación de Panamá, e incluso de Santo Domingo cuando se supo la muerte de
Pascual de Andagoya, nombrado por entonces Pedro Fernández de Lugo, generó nuevos congobernador de San Juan (Chocó), aspiraba poder flictos. Aceptado por una parte de la población
lograr la inclusión del Nuevo Reino en su gober- y rechazado por otra, Lebrón fue obligado por
nación. Informes de testigos, interesantes por Hernán Pérez a regresar a Santa Marta donde
los conceptos embrollados y contradictorios que instauró un juicio contra éste y su ausente herexpresan sobre la geografía de la actual Colom- mano, con muchos testimonios adversos a la
A
La conquista del territorio y el poblamiento
fama de ambos. Sin embargo, Hernán Pérez,
más conquistador que colonizador, atraído por
el antiguo señuelo de "El Dorado", abandonó
pronto Santa Fe con un grupo de conquista~ores
y varios millares de indios cargueros, dejando
como su teniente a Gonzalo Suárez Rendón. Se
trasladó a Tunja y pese a la oposición del cabildo
a tal expedición, por ser una institución más
inclinada a la colonización que a la desenfrenada
conquista, enganchó otros vecinos e indios para
lajornada. Luego se dirigió y atravesó la Cordillera Oriental y siguiendo con ingentes penalidades las vertientes orientales de la cordillera
hacia el sur, alcanzó Mocoa, ascendió la cordillera y llegó a Pasto con su ejército deshecho.
Desde allí regresó a Santa Fe donde encontró
como nuevo gobernador a Alonso Luis de Lugo.
Ciertamente, al no aceptar Carlos v el traspaso de la gobernación de Santa Marta a Jiménez
de Quesada el heredero de Fernández de Lugo,
Alonso Lui~ de Lugo, se embarcó a fines del
año 1542 para hacerse cargo de la gobernación.
Allí se apoderó violentamente, pese a las protestas de los oficiales reales, de la doceava parte
de las perlas depositadas en la Real Caja de
Riohacha. Alegaba que pertenecían a él, según
la capitulación concedida por la Corona a su
padre. Una vez en Santa Fe declaró inválidas
las encomiendas otorgadas por los hermanos
Quesada y sus tenientes, entregándolas a sus
"paniaguados" y adjudicándose a sí mismo un
buen número de las más productivas, contra la
general oposición de los demás conquistadores.
Instauró luego un pleito contra Hernán Pérez y
contra otro hermano del licenciado que había
llegado del Perú, Francisco Jiménez de Quesada, embargándoles sus bienes y enviándolos presos a Cartagena junto con el teniente Gonzalo
Suárez Rendón, para que se presentasen con las
actas de sus procesos ante el Consejo de Indias.
Estando a bordo del barco que iba a llevarlos a
España, los dos hermanos del licenciado murieron fulminados por un rayo.
Algunos meses después, ante la creciente
y peligrosa enemistad de los vecinos, el propio
gobernador se embarcó hacia España, haciéndose pagar antes por la fuerza sus salarios y
derechos. El Nuevo Reino quedó acéfalo.
No menor anarquía se produjo en la parte
occidental de la actual Colombia. El descubrimiento del Pero no fue tan sólo un acicate para
que desde Venezuela, Santa Marta y Cartagena
se intentara penetrar la "tierradentro". Aún antes
85
de los Pizarra, en 1522, el ya nombrado Pascual
de Andagoya, quien era entonces regidor de
Panamá, había explorado un buen trecho de la
costa del Pacífico hacia el mediodía y estando
en España a tiempo de la llegada de los tres
conquistadores, Jiménez, Belalcázar y Federmán, capituló con la Corona la gobernación de
aquella costa desde Panamá hasta Catamez, que
fue el trecho vacante desde la muerte de Gaspar
de Espinoza, quien lo había capitulado con la
Corona, en 1536, sin tomar la posesión de lo
capitulado. Catamez era el límite septentrional
de la gobernación de Pizarra. Al llegar a Panamá
provisto del título_ de gobernador,, Andag<?Y~, se
embarcó con su ejército en el Pacifico dingiendose al sur. Al llegar a la desembocadura del
río San Juan, exploró la bahía de Buenaventura
y fundó el puerto que lleva este nombre. Luego,
desviándose de su ruta al sur, se internó en las
montañas y llegó a Cali donde encontró una
situación inesperada.
Ciertamente, Francisco Pizarra, olfateando
desde el Perú las intenciones de Belalcázar de
apoderarse de la parte norte de lo que él consideraba incluido en su gobernación (dentro de
las 200 leguas de la costa del Pacífico con su
correspondiente "tierradentro" que le fueron
concedidas en la capitulación), se apresuró a
enviar como teniente general al capitán Lorenzo
de Aldana. Llegado a Tumbez, Aldana impidió
que la vecindad enviase los refuerzos pedidos
por Belalcázar. Luego se trasladó a Quito donde
logró afirmar ante el cabildo los derechos de
Pizarra. Se dirigió seguidamente al norte donde
deshizo la ciudad de Pasto, ya fundada por los
hombres de Belalcázar, y la trasladó en nombre
de Pizarra al sitio que ocupa actualmente. Pro~
siguió su viaje a Popayán y más tarde .a Cah
donde fue recibido por los cabildos que Ignoraban la suerte de Belalcázar.
Aldana trató de considerar los derechos de
Pizarra, otorgando en nombre de éste ~ncomien­
das de indios. Con el mismo fm envió al norte
un destacamento al mando de Jorge Robledo,
como su teniente; destacamento que llegó a los
sitios ya visitados por Belalcázar y sus tenientes
en sus anteriores correrías desde Quito.
El joven y ambicioso teniente llegó a Anserma cuyo nombre cambió por Santa Ana de
los Caballeros. Estaba allí a cargo del gobierno
cuando recibió noticias de un ejército que se
acercaba desde el norte. Eran las tropas enviadas
desde Cartagena por el ya nombrado juez de
Nueva Historia de Colombia. Vol I
86
residencia, Juan de Santa Cruz, en pos de Vadi11o, para obligarlo a rendir la residencia, pues
ignoraba que éste se había embarcado rumbo a
Santo Domingo. La mayoría de los soldados se
unió a Robledo para compartir la empresa conquistadora. Reforzado su ejército, Robledo decidió reconocer la región habitada por los quimbayas de cuyas riquezas tuvo noticias.
Tal era la situación que encontró Andagoya
cuando arribó a Cali. No le fue difícil convencer
al cabildo de la ciudad para que lo recibieran
como gobernador, porque los vecinos preferían
una autoridad cercana a un lejano gobierno como
era el de Pizarra, a quien ni siquiera conocían
y quien no había tomado parte en la conquista
de la región.
La misma actitud adoptó Robledo, quien
se trasladó a Cali y aceptó al nuevo gobernador.
Pero para afianzar su situación como poblador,
había fundado antes, a la ligera, la ciudad de
Cartago en el territorio de los quimbayas. Confirmado por Andagoya como teniente, Robledo
regresó a Cartago para fundar, el 9 de abril de
1540, la ciudad en firme, repartiendo solares
entre los vecinos.
En febrero de 1541 entró Belalcázar a Cali
como legítimo gobernador, habiéndose ya quejado al Rey, desde Panamá, por la irrupción de
Andagoya en su gobernación. Fue recibido por
la vecindad sin contradicción y después de instaurar un proceso a Andagoya, como usurpador
de tierras que no le pertenecían, lo expulsó del
territorio.
Luego Belalcázar envió a notificar a Robledo su llegada, con la orden de presentarse
en Cali. Pero éste, bien por haber traicionado
antes a Belalcázar, poniéndose a órdenes de Andagoya, o bien porque hacia el norte se extendían regiones que carecían de una autoridad
constituida a cuyo gobierno aspiraba, no se trasladó a Cali ni esperó al gobernador. Al mando
de una tropa de soldados, Robledo se dirigió al
norte donde fundó la ciudad de Santa Fe de
Antioquia. Llegando a Urabá, cayó en poder de
Heredia quien consideraba las tierras de Antioquia como pertenecientes a su gobernación.
Después de un proceso que le instauró Heredia,
Robledo fue enviado a España. Allí recibió
buena acogida. Lo que interesaba a la Corona
era la ocupación de nuevas tierras; poca importancia tenía para ella saber quién las había descubierto.
El gobierno del Licenciado
Juan Díez de Armendáriz
L
a anarquía e improvisación que se observan
en las primeras décadas de la ocupación
española, se debía en gran parte a la dificultad
que tenía el Consejo de Indias para regir desde
la lejana España las tierras descubiertas. Por
otra parte, Carlos v, absorbido por los asuntos
políticos europeos, tampoco se preocupó por
América. Habiéndose ausentado de España poco
después de su coronación, regresó al país sólo
en 1541, después de la humillante derrota sufrida en Argel. Al regreso suyo y bajo su influencia se produjo la llamada "reforma Carolina".
Fueron destituidos y multados varios consejeros
de Indias y un nuevo equipo tomó las riendas
del gobierno.
Se buscó frenar las aspiraciones de los arrogantes conquistadores y encauzar la empresa
americana por una vía definitivamente colonizadora, limitando sustancialmente los derechos de
los "nuevos americanos". Entre las reformas
adoptadas de carácter administrativo, merecen
señalarse las famosas "Nuevas Leyes de 1542"
que reglamentaban de una manera definitiva las
relaciones entre indios y españoles; leyes imbuidas del espíritu indigenista del famoso protector de indios, fray Bartolomé de las Casas,
quien por entonces se encontraba en la Corte.
Con ellas se trató de abolir el "señorío" que de
hecho ejercían los españoles americanos sobre
la población indígena, impedir su esclavización,
acabar las encomiendas a medida que fueran
caducando y declarar a los indios personas libres, sujetos a las leyes que regían en España
para la gente común: los "pecheros". Los indios
debían pagar tributos a la Corona pero sin perder
su libertad personal y sin estar sujetos de manera
alguna a los encomenderos
Para imponer la "reforma Carolina" fueron
enviados a América varios jueces y, entre ellos,
el licenciado Juan Díez (o Díaz) de Armendáriz.
N o se daban cuenta las autoridades españolas
de la magnitud de los problemas que encontraría
un solo juez cuando a Armendáriz se le ordeno
"residenciar" las autoridades de las gobernaciones del río de San Juan, Santa Marta, Cartagena,
Popayán y del Nuevo Reino de Granada y, específicamente, a los gobernadores Belalcázar,
Heredia y Andagoya, como también a Gonzalo
Jiménez de Quesada, entonces ausente, y a su
hermano, Hemán Pérez de Quesada, ya muerto.
La conquista del territorio y el poblamiento
A fines de 1544 llegó Armendáriz a Cartagena y ante el cúmulo de problemas que lo esperaban, despachó a Santa Fe a su sobrino, Pedro
de Ursúa, en calidad de su teniente, y a Jorge
Robledo a Antioquia en calidad de gobernador
de la región que disputaban Pedro de Heredia,
gobernador de Cartagena, y Sebastián de Belalcázar, gobernador de Popayán.
Ambos enviados tuvieron luego un desastroso fin. La oposición de los santafereños a
Ursúa, pese a la expedición contra los belicosos
muzos y la efímera fundación entre ellos de la
ciudad de Tudela, le obligó a ausentarse. Huyendo de un juicio de residencia, se dirigió al
norte y fundó las actuales ciudades de Pamplona
y Valledupar. Luego viajó vía Panamá al Perú
donde en 1559 fue encargado por el virrey como
caudillo de la expedición al Amazonas, durante
la cual murió asesinado por la hueste que acaudillaba el que más tarde sería famoso capitán,
Lope de Aguirre.
A su vez Robledo, cuando recibió los poderes de manos de Armendáriz, se hizo cargo
de Santa Fe de Antioquia y continuando al sur,
enfrentó a Sebastián de Belalcázar para instaurarle un "juicio de residencia". Pero fue Belalcázar quien enjuició a Robledo por invadir una
gobernación ajena, sentenciándolo a muerte; la
que fue ejecutada en la loma de Pozo, entre los
indios carrapas.
Más de dos años duró la residencia que
tomó Armendáriz a Pedro de Heredia en Cartagena, a quien envió con su proceso a España.
Sólo en 1547 pudo Armendáriz embarcarse en
el Magdalena para proseguir su camino al Nuevo
Reino. Allí debió enfrentarse a una convulsionada situación.
Gobernaba Belalcázar en Popayán cuando
en el Perú se produjeron luctuosos acontecimientos. En 1542 fue asesinado el gobernador
Francisco Pizarra, por gentes de Diego de Almagro, debido a la diferencias que surgieron entre
ambos por los límites de sus respectivas gobernaciones. A su vez, el propio Almagro fue asesinado poco después por el hermano del gobernador Pizarra, Remando, quien vengó así la
muerte de aquél. Pizarristas y almagristas, recorrieron el país asesinándose mutuamente y causando estragos entre la población indígena, obligada por la fuerza a acompañar a cualquiera
de los ejércitos enemigos.
Tal fue la titilación cuando, considerando
la riqueza que prometía el territorio y el reinante
87
desgobierno, el Perú fue elevado a la categoría
de virreinato. En 1543 llegó el primer virrey,
Blasco Núñez Vela, para tomar las riendas del
gobierno en sus manos, a más de hacer cumplir
las famosas Nuevas Leyes de 1542, las cuales
encontraron no sólo en Perú sino en todas las
posesiones españolas en América una firme oposición. El resultado fue que las autoridades coloniales de la Ciudad de los Reyes (Lima), embarcaron violentamente al flamante virrey, expulsándolo de su virreinato en un navio con
destino a Panamá.
En esta rebelión se destacó muy pronto
Gonzalo Pizarra, hermano del gobernador asesinado, de regreso de su desafortunada expedición al oriente, el "País de la Canela", que nunca
fue encontrado, pero cuyo resultado fue el descubrimiento del Amazonas. Ciertamente, entre
la hueste de Pizarra iba Francisco de Orellana,
quien, enviado por Gonzalo en busca de un cómodo paso por la cordillera, topó con un afluente
del curso alto del Amazonas, se embarcó en él
y dejándose llevar por la corriente lo recorrió
hasta la desembocadura. Posteriormente se embarcó a España a pedir la gobernación de las
tierras bañadas por el potente río, la que le fue
concedida pero que nunca pudo realizar.
Entre tanto Gonzalo Pizarra, después de
esperarlo en vano, emprendió la retirada con no
pocas bajas entre los hombres de su ejército y
al llegar a Lima se puso a la cabeza del movimiento rebelde que rechazaba las Nuevas Leyes
de 1542, por afectar los intereses de la clase
social de los encomenderos. Tal rebeldía se extendió luego a todo el país, desencadenando una
verdadera guerra, que alcanzó a tener rasgos de
franca oposición a la dominación española.
Gobernaba prácticamente el país Gonzalo
Pizarra, cuando el virrey Blasco Núñez Vela,
logró abandonar el barco en que había sido expulsado hacia Panamá. Se trasladó a la gobernación de Popayán y pidió a Belalcázar apoyo
para recuperar su virreinato. Buen realista, Belalcázar acompañó ai virrey en su jornada hacia
el sur como caudillo de un ejército fácilmente
reclutado entre los conquistadores, ávidos de
encomiendas y botín en aquella tierra revolucionada. En la batalla de Añaquito se enfrentaron
los ejércitos de Pizarra y de Núñez Vela, sufriendo el último una derrota en la cual perdió
la vida así como varios de sus capitanes y soldados. Belalcázar fue herido aunque no de gra-
88
Nueva Historia de Colombia. Vol 1
vedad y cayó prisionero de Pizarra. Sin embargo, logró la libertad y regresó a su gobernación.
La llegada de Armendáriz a Santa Fe en
1547 coincidió con la de Pedro de La Gasea, el
"pacificador", a Panamá, enviado desde España
para doblegar el peligroso levantamiento de los
peruanos. Tanto Armendáriz como Belalcázar
le apoyaron en tal tarea. Armendáriz reunió soldados e indios, los cuales, aunque se pusieron
en marcha, fueron retenidos porque La Gasea
logró suficiente apoyo de los conquistadores
procedentes de la América Central e incluso
entre los propios peruanos. Belalcázar sí pasó
al Perú con otro grupo de indios y españoles.
Su apoyo ya no era necesario porque La Gasea
había logrado desbaratar la rebelión en la batalla
de Xaquixaguana, siendo condenado a muerte
Gonzalo Pizarra y sus principales colaboradores
y otros enviados a galeras.
Esta rebelión de Pizarra doblegada no por
un ejército traído desde España, sino reclutado
entre los propios americanos, refleja la situación
sociopolítica existente no sólo en el Perú, sino
en toda la América española, cuando había pasado la primera ráfaga de la conquista. En los
comienzos de la ocupación del continente, los
llamados conquistadores se dividían en dos grupos antagónicos: conquistadores aventureros,
ávidos de botín inmediato, los cuales proseguían
la conquista haciéndose acompañar de los indios
de las tribus sometidas; y el de los pobladores
que buscaban medios estables de subsistencia,
a base de la explotación de la abundante mano
de obra indígena. Poco a poco, al avanzar del
siglo se habían formado dos clases sociales,
réplica americana de la situación en Europa.
Unos, ya fueran antiguos conquistadores o inmigrantes acomodados que gozaban de bienestar
económico basado en la posesión de tierras y
de indios encomendados, sin que tal situación
privilegiada fuera necesariamente resultado de
acciones conquistadoras personales. Otros, eran
inmigrantes llegados pobres desde España, que
no tuvieron igual suerte en América. Formaban
una clase social numerosa, poco favorecida con
tierras o encomiendas de indios y a veces incluso
carente de simples medios de subsistencia. Era
una clase de verdaderos proletarios a quienes ni
la paupérrima industria colonial, ni la agricultura y ganadería extensivas podían ofrecer el
sustento. Apareció en América la réplica de los
"desesperados" en España: calles de las ciudades
repletas de mendigos, de hombres sin trabajo,
chozas inmundas de bahareque o caña, ancianos
rebozando los hospitales y una criminalidad de
la cual se quejaban continuamente las autoridades. Una rebelión como la de Pizarra, al igual
que otras menores, ofrecía a aquella clase de
"españoles pobres" la posibilidad de lograr un
sustento, un botín y, sobre todo, adquirir encomiendas de indios que habían pertenecido a los
rebeldes y cuya mano de obra les aseguraría la
subsistencia.
La Corona supo aprovechar tal situación
para doblegar la revolución pizarrista que era
en esencia la de terratenientes y encomenderos,
lastimados por la expedición de las Nuevas Leyes de 1542 que recortaban sus prerrogativas y
hacían peligrar un bienestar económico basado
sobre el trabajo de sus indios. Pero pese al éxito
que tuvieron las fuerzas realistas esa numerosa
clase de "españoles pobres", la enorme mayoría
quedó defraudada al finalizar la contienda. Un
conquistador que tomó parte en los sucesos escribía refiriéndose a La Gasea: "Dióle Su Majestad en recompensa de lo que había servido el
obispado de Palencia y Sigüenza. Plega a Nuestro Señor que con los obispados no se haya ido
al infierno por lo que en el Perú hizo con los
conquistadores que tan bien le habían servido ...
Vínose a la Ciudad de los Reyes (Lima) y tras
de él venimos mil hombres, que a cada uno nos
había dicho nos daría de comer...". Y cuando
La Gasea se embarcó casi furtivamente a España, continúa el autor: "Valióle estar el mar de
por medio que, según vi voluntades y quejosos,
fuera otro alcance como el que Carvajal (4) dio a
Blasco Núñez Vela ... , porque fue grande inhumanidad quitarlo a los que lo merecían y darlo
a los tiranos". Y ciertamente, las encomiendas
de los enemigos que resultaron vacantes no fueron repartidas al vulgo que peleó en favor de la
Corona, sino a los caudillos e incluso a los caudillos pizarristas que abandonaron a su jefe
cuando vieron peligrar el buen éxito de la "revolución", pasándose a las filas realistas y recibiendo jugosas ventajas. "Hízolo mal La Gasea
-continúa el autor- con los servidores de Su
Majestad. Dejólos todos pobres y a muchos que
fueron contra Su Majestad que se le pasaron,
les dio lo que tenían y mucho más. De manera
que él lo que nos quitaba a nosotros se lo daba
a ellos".
Y ciertamente Pedro López, autor del escrito que venimos citando, tenía razón. Pues
pese a la derrota de Pizarra el resultado de la
La conquista del territorio v el poblamiento
contienda favoreció a la alta clase social ya que
en 1545, en plena guerra del Perú, las Nuevas
Leyes de 1542 fueron revocadas por la Corona.
Ya antes de esos sucesos, Juan Díez de
Armendáriz, dándose cuenta de la magnitud de
las tierras ya ocupadas por los españoles, había
sugerido al Consejo de Indias el establecimiento
en Santa Fe de una Real Audiencia, sugerencia
que encontró una buena acogida, y más ante los
sucesos que tenían lugar en el Perú. Los primeros nombramientos de oidores para la Audiencia
datan de 1547. Con excepción de los puertos
de Santa Marta y Cartagena que por lo pronto
se mantuvieron bajo la jurisdicción de la Audiencia de Santo Domingo, el territorio ocupado
quedó bajo la jurisdicción de la Nueva Audiencia. Poco tiempo después, aquellos puertos también fueron incluidos, ya que constituían los
puntos de entrada al Nuevo Reino.
La primera Audiencia
L
a instalación de la real audiencia se efectuó
en 1550 y se inició bajo adversos augurios.
Su presidente, el licenciado Gutiérre de Mercado murió en Mompox antes de emprender su
viaje al interior, sospechándose que fue envenenado. A Bogotá sólo llegaron dos oidores: los
licenciados Juan de Galarza y Beltrán de Góngora quienes inauguraron la Audiencia el 12 de
abril de 1550. El tercer oidor, licenciado Francisco Briceño, se dirigió desde Cartagena vía
Panamá al puerto de Buenaventura, desde donde
se trasladó a la gobernación de Popayán para
tomar residencia a Sebastián de Belalcázar.
Bé!io el gobierno de ese antiguo conquistador la extensa provincia alcanzó cierto desarrollo. Fueron fundados varios pueblos y tanto la
agricultura como la minería estaban progresando, hasta tal punto que, ante la merma progresiva de la población indígena, los mineros de
Anserma y Caramanta ya empleaban con profusión esclavos negros.
El oidor, Francisco Briceño, no tuvo dificultad para encontrar cargos en contra de Belalcázar: gastos hechos indebidamente de dineros
de la Caja Real cuando se trasladó al Perú para
auxiliar a La Gasea; la explotación de los indios;
continuas y sangrientas expediciones contra los
indómitos armas (5), maltrato de españoles, etc.
Tan riguroso fue el juicio de residencia, que se
llegó a sospechar que, acumulando las acusaciones, Briceño aspiraba a quedarse con el gobier-
89
no. Porque lejos de limitar sus actividades de
juez, enviaba capitanes contra los indios hacia
el sur (uno de ellos, Alonso de Fuenmayor,
fundó a San Luis de Almaguer en 1551, como
centro de ricas minas de oro), y también al norte
de Anserma, acusándosele de participar en el
botín que se obtuviera. Belalcázar fue suspendido por Briceño y enviado a España para justificarse ante el Consejo de Indias. Murió en
Cartagena a bordo del navio que debía llevarlo.
Luego en su reemplazo, fue enviado desde España García de Bustos, quien pereció en la travesía. Más tarde ocupó el puesto de gobernador
de Popayán su hermano, Pedro Hernández de
Busto (o Bustos). Pero debido a las quejas de
la vecindad contra Briceño, ya a fmes de 1552
se le ordenó integrarse a la Audiencia de Santa
Fe para ocupar su curul.
La instalación de la Real Audiencia con
sólo dos oidores, Góngora y Galarza y sin un
presidente, fue una calamidad que pronto se
hizo sentir. Para tomar la residencia a Juan Díaz
de Armendáriz llegó el oidor de la Audiencia
de Santo Domingo, Alonso de Zurita. Debido
a su inclinación indigenista ocurrieron algunos
incidentes en Riohacha y Santa Marta, desde
donde denunció los maltratos que sufrían los
indios tanto en la pesca de perlas como en la
boga en el río Magdalena. Desde allí Zurita
prosiguió su viaje a Santa Fe donde encontró
un ambiente francamente hostil. Nada logró en
el juicio de residencia contra Armendáriz y las
condenas de algunos encomenderos no se hicieron efectivas, pues aquellos abandonaban impunemente la cárcel. Incluso los dos oidores se
mostraron hostiles a Zurita y cuando se cumplió
el plazo fijado para la residencia, lo obligaron
a regresar a Cartagena, otorgando simultáneamente licencia a Armendáriz para viajar a España y defender su causa en el Consejo de Indias. Zurita, sin lograr nada positivo, regresó a
Santo Domingo. Luego fue trasladado a Guatemala donde continuó su vana lucha en pro de
la población indígena.
La llegada de frailes dominicos y franciscanos al Nuevo Reino y del obispo fray Juan de
Barrios, produjo roces entre las autoridades civiles y eclesiásticas, ya por el maltrato de los
indios, ya por el reparto de los diezmos o por
las prerrogativas jurisdiccionales. La característica esencial de esas relaciones, no reglamentadas suficientemente sino hacia fines del siglo,
fue la mutua desconfianza y a veces incluso una
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
90
franca hostilidad. Baste decir que las divergencias entre los oidores de la Real Audiencia y el
obispo se hicieron tan tensas, que unos años
más tarde en 1562, Juan de Barrios se ausentó
casi furtivamente a Cartagena con la intención
de seguir a España y quejarse ante el Consejo
de Indias; viaje que le fue prohibido por el ConseJO.
La tensa situación entre la autoridad civil
y eclesiástica prosiguió durante gran parte del
siglo xvi hasta cuando, mucho después, en
1574, las Nuevas Leyes de Patronato vinieron
a reglamentar el alcance de ambos poderes.
Aquellas leyes limitaron el papel de la Iglesia
a la pura administración del culto a colonos e
indios, asignando a los frailes la tarea de la
conversión de las tribus a medida que se iban
sometiendo, prohibiendo su intervención activa
en la política indigenista de la Corona, aunque
sin lograr impedir las denuncias ante el Consejo
de Indias; por lo cual las fricciones entre el
poder civil y eclesiástico recorren todo el siglo
XVI.
Si la paz social interna dejaba mucho que
desear, la ocupación del país iba a pasos acelerados debido a la creciente ola emigratoria hacia
el Nuevo Reino, consecuencia de la prohibición
temporánea de inmigrar al Perú, después de los
luctuosos hechos ocurridos allí. Y así, Andrés
López de Galarza fundó San Bonifacio de !bagué en el Valle de las Lanzas, como baluarte
contra los indómitos pijaos que ocupaban las
tierras hacia el mediodía. Poco después el capitán Francisco Núñez Pedrozo, fundó Mariquita,
en la rica región minera ya descubierta por Hernán Vanegas. Por Remando de Alcacer, fue
abierta una cómoda vía a Facatativá, en busca
del camino hacia las orillas del Magdalena.
Como consecuencia fue fundada Villeta de San
Miguel, como la ruta hacia el río, lo que trajo
el descubrimiento del cómodo puerto de Honda,
en el Magdalena.
A mediados de 1552 se ordenó a los oidores
Galarza y Góngora se trasladasen a otras audiencias. Para la de Santa Fe fueron nombrados,
para acompañar al licenciado Briceño, los licenciados Tomás López, oidor de la Audiencia de
los Confmes (Guatemala), y el licenciado Juan
de Montaña quien debía llegar desde España.
Entre tanto, Pedro de Heredia, después de
justificar sus actuaciones ante el Consejos de
Indias, regresó a Cartagena con encargo especial
de construir una fortaleza como defensa contra
los piratas y contra los franceses, entonces en
guerra con España. Continuaba gobernando de
una manera autoritaria como lo atestiguan las
cédulas reales que le fueron dirigidas. Estas
extendidas luego a otras gobernaciones, prohibían al gobernador estar presente en el cabildo
cuando se trataran asuntos tocantes a su persona
otorgar oficios a sus familiares y allegados, impedir a los vecinos de quejarse directamente al
Consejo de Indias. Se quitó al gobernador el
derecho de ser juez en los pleitos de segunda
instancia porque la apelación debía ir al Consejo
de Indias. Se ordenaba respetar la libertad de
los indios quienes después de pagar los tributos
deberían ser tratados como libres, dueños de su
destino. Se insistía en el cumplimiento de las
leyes protectoras.
Muy pronto múltiples quejas en contra
de Heredia indujeron al Consejo a enviar a Cartagena un nuevo juez de residencia, y a fines
de 1553 se encargó para ello al fiscal de la Real
Audiencia, Juan de Maldonado. Se le ordenó
suspender a Pedro de Heredia por el tiempo que
durare la residencia.
Los testimonios depositados en este juicio
fueron altamente adversos a Heredia. Resultó
culposo de matar y quemar indios, entorpecer
la obra del cabildo, encubrir oro, etc. Ante el
cúmulo de las acusaciones, Heredia decidió ausentarse de la ciudad permaneciendo oculto en
los alrededores, para luego embarcarse furtivamente para Santo Domingo. El barco en que
viajaba naufragó, muriendo ahogado ese primer
gobernador de Cartagena, siendo sustituido
luego por Juan de Bustos.
Fue debido a las acusaciones contra Maldonado que elevó Antonio de Heredia, hijo del
gobernador muerto, por lo cual la Audiencia
envió en 1556 al licenciado Gonzalo Jiménez
de Quesada como juez de residencia a Cartagena. Jiménez encontró exageradas las acusaciones y débiles las pruebas contra Heredia, lo cual
lo enemistó con Maldonado elevado muy pronto
al puesto de oidor de la Real Audiencia de Santa
Fe.
La segunda Audiencia
L
a segunda audiencia no tuvo mejor suerte
que la primera. En 1553 llegó a Santa Fe
solamente un oidor: Juan de Montaña. El licenciado Tomás López señalado como su compañero tardó más de dos años en llegar desde Gua-
91
temala, por haberse extraviado su título de nombramiento. En 1554 fue nombrado presidente
de la Audiencia el licenciado Gracián de Briviesca, pero tal nombramiento no se hizo efectivo,
y el año siguiente se nombró presidente al doctor
Arbizo, quien murió ahogado durante la travesí a.
La Audiencia quedó pues una vez más solamente en manos de dos oidores, Briceño y
Montaña, y continuó sin presidente. Quedó en
suspenso la solución a los problemas que se
presentaban, inéditos muchos de ellos. Tal fue
el caso del derecho a la explotación de las salinas
todavía en manos de los indios, de la invasión
de labranzas indígenas por el ganado de los
españoles, la decisión sobre los límites jurisdiccionales de las ciudades del Nuevo Reino que
pleiteaban entre sí. Tampoco lograron zanjarse
las rivalidades entre los encomenderos por linderos de sus encomiendas o por los indios encomendados, pues los títulos con frecuencia carecían de datos precisos. No se tasaban los tributos
que debían pagar los indios y que se cobraban
arbitrariamente por los encomenderos, y la delimitación de los ejidos pertenecientes a las ciudades ya fundadas, ocasionaba continuos pleitos
y rivalidades. En todos esos casos prevalecía la
arbitrariedad de los "nuevos americanos": el derecho de facto se impuso el cúmulo de leyes y
ordenanzas expedidas en la lejana metrópoli.
Por otra parte, pese a que los dos oidores
compartían la responsabilidad del gobierno
hubo entre ellos, por razones que no se descubren fácilmente en la documentación, serias enemistades que contribuyeron a la anarquía. La
población "neoamericana" se dividió en bandos
opuestos, que continuamente enviaban informes
contradictorios al Consejo de Indias.
La amplia documentación conservada en
el Archivo General de Indias sobre estos dos
oidores no ha sido aún suficientemente estudiada. Parece que su extracción social fue distinta.
El oidor Montaña, según parece, pertenecía a
la clase media española, si no a la baja. Llegó
a Santa Fe con su mujer, cuatro hermanos y
muchos familiares que buscaban y obtenían gracias a él, encomiendas y puestos importantes
en la administración del Nuevo Reino, pese a
las quejas de los demás vecinos. Montaña insistía en la tasación de los tributos, expulsaba a
los encomenderos casados en España para obligarlos a traer sus mujeres como estaba prescrito
en las leyes, mandaba abrir caminos de recuas
para evitar el transporte a espaldas de los indios.
A esfuerzos suyos se debe la apertura de un
camino para recuas que iba desde Vélez a Tunja,
Santa Fe y a Tocaima en las orillas del río Magdalena. Castigaba tahúres, logreros, etc., y llegó
a manifestar franca simpatía por la población
indígena.
Distinta parece haber sido la extracción social del oidor Briceño. Al llegar a la gobernación
de Popayán como juez de residencia contra Belalcázar, no se contentó con su oficio. Enviaba
capitanes para hacer guerra a los indios tanto a
Timaná como a Arma, con la condición, según
se le acusaba, de que le entregasen una parte
del botín. Obstaculizaba las gestiones del obispo
de Popayán, Juan del Valle, y las de su provisor,
Francisco González Granadino, quienes trataban aunque con poco éxito, de proteger a los
indios de las crueldades cometidas con ellos en
aquella gobernación. Cuando posteriormente el
oidor licenciado Alonso de Grajeda, le tomó
residencia, lo cual era usual y de oficio, se quejó
de tal hecho al Rey como si su honor fuera
lesionado. Lejos de ser castigado cuando aquel
juez lo remitió a España y pese de ser ya anciano,
volvió al nuevo reino como presidente de la
Real Audiencia. Tales hechos parecen ser indicio de la pertenencia de la alta clase social española.
En la rivalidad sostenida por ambos oidores
por el puesto dirigente en la Audiencia, Montaña
dejó pronto en la sombra a su rival y gobernó
de una manera autoritaria el Nuevo Reino, pese
a las quejas que continuamente enviaban al Consejo de Indias, vecinos y autoridades.
El levantamiento de Alvaro de Oyón en
San Sebastián de la Plata, ocurrido en octubre
de 1553, fue la continuación de la inquietud
social latente en aquella sociedad clasista y que
no desapareció pese al fracaso del levantamiento
de Gonzalo Pizarra. Pero la rebelión de Oyón
era de carácter más popular. Fue Oyón el primero en las tierras actualmente colombianas a
quien podemos llamar revolucionario consciente, pues con sus actuaciones demostró el deseo
de un cambio social radical. Se hacía llamar
"capitán general de la libertad" pero procedía
sólo contra los intereses de la alta clase social,
la cual, con el apoyo de las autoridades coloniales, acaparaba las encomiendas de indios y los
altos puestos burocráticos, dejando a los españoles menos pudientes en la miseria. De ahí que
no encontrara dificultad para reunir bajo sus
92
banderas a muchos españoles que aspiraban sin
lograrlo a honras y bienes, aquellos "conquistadores anónimos" que se vieron desplazados por
los más pudientes, iniciándose una lucha de clases dentro del propio grupo de los colonos españoles, de acuerdo con la diferente posición económica, política y administrativa que ocupaban
en esa sociedad colonial, lucha persistente en
las colonias españoles, no estudiada a cabalidad,
aunque no siempre exteriorizada en una acción
violenta como la de Oyón. Este rebelde mató
al justicia mayor de San Sebastián de la Plata,
Sebastián Quintero, y a ocho de los principales
vecinos (6). Con un grupo de soldados atacó a
Timaná donde asimismo dio muerte al alcalde,
Diego López Trujillo. Con los nuevos adeptos
pasó a N eiva y mató al alcalde, habiendo huido
los principales vecinos de la ciudad. En todos
los pueblos que ocupaba se apoderaba de los
fondos de la Caja Real y los repartía entre su
hueste, destituía las autoridades establecidas y
nombraba nuevos alcaldes y regidores. Se dirigió luego a Popayán donde su rebelión fue doblegada y él y 16 de sus compañeros fueron
ahorcados.
Según declaraciones de testigos, los planes
del rebelde eran, una vez ocupada la ciudad de
Popayán, regresar a Timaná y engrosado su ejército con nuevos adeptos dirigirse a Almaguer,
la rica ciudad minera, y desde allí volver a Timaná para recoger un mayor número de gentes
para atacar a Cali y a Santa Fe "y cortar la
cabeza de vuestros oidores y a otros muchos
capitanes ... y tomar la tierra para sí". Lo más
probable y lo que se desprende de la documentación, aunque contradictoria, es que de Popayán quiso proseguir al Perú para reunirse allí
con aquellos descontentos que se vieron defraudados por La Gasea y provocaron poco después
los levantamientos de Sebastián de Castillo y
Francisco Hernández Girón.
La preocupante situación que produjo en
Santa Fe el levantamiento de Oyón, agravada
entonces por la rebelión del poderoso cacique
de Saboyá, quien amenazaba las ciudades de
Vélez y Tunja, indujo a la Audiencia al envío
del oidor Montaña, a la gobernación de Popayán. Ya antes de llegar a !bagué supo Montaña
del desbarajuste sufrido por Oyón. Sin embargo,
desoyendo el llamado de Briceño para que regresase a Santa Fe, siguió su viaje a Cartago y
luego a Cali donde apoyó al obispo de aquella
gobernación, el indigenista Juan del Valle, en
Nueva Historia de Colombia, Vol I
su brega contra la poderosa clase social de lo
encomenderos. Con dicha actuación, Montaña
se enemistó definitivamente con la alta clase
social del Nuevo Reino, cuyo representante en
la Audiencia era su compañero, el licenciado
Briceño. Los gastos en que incurrió Montaña
en este viaje, unos $ 2. 000, fueron luego objeto
de la demanda que le puso el fiscal.
De regreso a Santa Fe, Montaña, pese al
ambiente francamente hostil por parte del obispo, Juan de Barrios, de los oficiales reales y de
lo más granado de la sociedad, emprendió la
visita a Cartagena para proseguir la residencia
contra Juan Díaz de Armendáriz que le había
sido encargada desde España. Allí encontró al
fiscal de la Audiencia, Juan de Maldonado, juez
de residencia contra el gobernador de Cartagena,
Pedro de Heredia. Tuvo con éste graves roces
que le obligaron a dejar en manos de Maldonado
las diligencias contra Armendáriz que ya estaba
en España. Se produjo más tarde en Santa Fe
un incidente que por su carácter, parece haber
sido único acaecido en América, el cual vale la
pena de reseñar.
Uno de los capitanes de Francisco Núñez
Pedrozo, fundador en 1553 de Mariquita con
sus minas de oro y plata, de nombre Pedro de
Sauceda, ocupado en la pacificación de los indios de Chapaima, se había distinguido por su
crueldad, dando muerte, quemando y cortando
narices y brazos a los indios capturados. Llegada
la noticia a la Audiencia, en la cual oficiaba en
esa ocasión sólo Montaña, Sauceda fue acusado
por el fiscal y tras un corto proceso, condenado
por Montaña a muerte; sentencia ejecutada el
26 de mayo de 1554, pese a las inteiVenciones
de lo más granado de la vecindad en favor del
reo.
Vale la pena señalar que en la historia de
América fue Sauceda el único español que pago
con su vida las crueldades cometidas con los
indios. Otro español a quien Montaña condenó
igualmente al último suplicio, Cristóbal Bueno,
lo fue por ser espía de Alvaro de Oyón, el rebel de.
La ejecución de Sauceda, hecho inaudito,
fue más tarde la principal causa por la cual el
Consejo de Indias condenó a Montaña a muerte
en el cadalso. Siendo Sauceda apenas un teniente de Francisco Núñez Pedrozo, caudillo de
aquella expedición, también éste fue encarcela
do, pero luego recobró la libertad.
La conquista del territorio v el poblamiento
Gobierno de los oidores
E
n 1557 llegaba a Santa Fe un nuevo oidor,
Alonso de Grajeda anteriormente oidor de
Santo Domingo, y luego el licenciado Melchor
de Arteaga, nombrado en España al saberse la
desaparición del otro oidor, doctor Santiago,
quien se ahogó en la travesía. La llegada de
esos oidores no logró producir sosiego en el
Nuevo Reino de Granada, ni contribuyó a ello
el oidor, Juan de Mal donado, quien poco a poco
atrajo contra sí la general enemistad.
La población cristiana se dividió en bandos
en pro y en contra de tal o cual oidor, lo que
aumentaba la zozobra social. El desgobierno
llegó a tal punto que el licenciado Tomás López,
oidor nombrado hacía más de dos años y que
llegó en aquel año desde Guatemala, pedía insistentemente se reuniera el Consejo de Indias
en España en una sesión dedicada exclusivamente a la solución de los problemas que desgarraban el Nuevo Reino, donde imperaban según
afirmaba, "costumbres públicas corruptísimas".
Proponía un total cambio de la organización
política del Reino: Venezuela, Riohacha y cabo
de la Vela, quedarían bajo la Audiencia del
Nuevo Reino; una nueva audiencia en Quito
incorporaría en su jurisdicción el territorio que
se extiende desde Cali "para arriba", es decir,
al sur; y la audiencia de Santa Fe se trasladaría
a Tunja donde encontraría un ambiente más sosegado.
Los viajes al interior de Tomás López como
visitador, lo convirtieron en decidido indigenista. Basta decir que la tasación de tributos que
hiciera al ser enviado por la Audiencia hacia el
norte, incluyendo Pamplona, fue rechazada por
los encomenderos y mineros. Lo mismo sucedió
con el licenciado Melchor de Arteaga, visitador
de la Costa atlántica. Impresionado por la cruel
explotación indígena en la pesca de las perlas
y boga en el Magdalena, elaboró instrucciones
que no solo provocaron protestas de los interesados sino también por parte de la Audiencia y
el Consejo de Indias. Por otra parte, la enemistad
entre los oidores de la Audiencia llegó a tal
punto que muy pronto Mal donado recusó a Grajeda y a López; Arteaga a Mal donado; el obispo
Juan de Barrios a Maldonado; los dominicos a
Grajeda. Cuando los demás oidores ordenaron
suspender los salarios a Maldonado, éste suspendió los de Grajeda y Arteaga. Los oficiales
reales fueron puestos en prisión cuando se nega-
93
ron cumplir las órdenes de la Audiencia. Pese
a las cajas reales vacías, Felipe II ordenaba un
"empréstito forzoso" para financiar la guerra
contra los turcos.
El fiscal, García de Valverde, denunciaba
los desmanes de los oidores que se enriquecían,
de los oficiales reales que con el dinero de la
Caja Real hacían negocios, los roces entre clérigos y frailes, cada uno de los cuales insistía
en sus derechos y prerrogativas. Los encomenderos imponían el nombramiento de frailes para
sus indios encomendados. Valverde tachaba el
Nuevo Reino como "tierra llena de vicios y malas costumbres". Señalaba que de los 250.000
indios tributarios que hubo a tiempo de la conquista sólo quedaban cien mil. Avaluaba en tres
millones de pesos el oro que había sido ya enviado a España, "todo salido de indios, con lo
demás que han sacado vuestros vasallos". Graves acusaciones elevaba contra las autoridades
civiles y eclesiásticas, "porque a los oidores de
esta Audiencia, algunas veces los veo arzobispos y papas, y otras al obispo-veo-Audiencia".
Se hizo sentir la falta de un presidente para la
Audiencia, quien con su autoridad pudiera zanjar las diferencias ocasionadas por la falta de
definir de una manera precisa los derechos, poderes y obligaciones de cada uno de los grupos
de una sociedad que se estaba estructurando.
En las esferas eclesiásticas tampoco existía
una armonía, bien si se trataba de proveer curas
en los pueblos españoles o misioneros entre los
indígenas. Serias dificultades enfrentó el primer
obispo de Santa Fe, Juan de Barrios, para resguardar su autoridad. Reunió un sínodo para
afirmarla, cuyas providencias envió a España,
por orden del Rey, para que fueran confirmadas.
El recio carácter del obispo poco ayudó a sus
tareas. Crecieron sus divergencias con los oidores de la Audiencia por asuntos de jurisdicción,
e incluso con las órdenes religiosas que se consideraban a sí mismas como "un estado dentro
del estado", sometido exclusivamente a sus generales en Roma o España.
El resultado de la controversia fue el viaje
casi clandestino del obispo a Cartagena en 1562
para embarcarse a España que ya hemos menciondo. Al año siguiente se produjeron algunos
cambios en la organización eclesiástica. Santa
Marta fue separada del obispado de Santa Fe,
convirtiéndose en abadía, mientras que Santa
Fe se elevó al arzobispado, siendo nombrado
para tal dignidad Juan de Barrios, primer arzo-
94
hispo, con mando sobre Cuenca, Quito y Popayán, al sur, y Santa Marta, Cartagena y Panamá
al norte. Riohacha siguió por lo pronto integrada
al obispado de Santo Domingo hasta que posteriormente Santa Marta se erige una vez más en
obispado que incluye Riohacha y Ocaña.
Investido de la nueva dignidad, Juan de
Barrios proseguía la lucha por afianzar su autoridad con mayores bríos. A los frailes señalaba
como "escoria y heces que trajo el mar muerto
a estas partes", y fueron continuas sus virulentas
quejas contra los oidores de la Real Audiencia.
Si desplegaba su ira contra los dominicos por
su mundano vivir y por la suntuosidad de la
iglesia que estaban construyendo, no faltaban
tampoco críticas contra su propia Orden. Las
quejas que continuamente llegaban contra Barrios al Consejo de Indias, acusándolo de maltrato de los religiosos, de excomuniones inmerecidas, de derechos excesivos que cobraba, de
maltrato de los miembros del propio cabildo
eclesiástico, no amedrentaban nuestro arzobispo. Ni la avanzada edad ni la proximidad de la
muerte (febrero de 1569), lograron apaciguar a
ese luchador por los fueros de la Iglesia.
Mientras tanto afluían graves quejas contra
Montaña por parte de la Audiencia, del cabildo,
de los oficiales reales y de los más prestantes
miembros de la sociedad santafereña. Aún antes
de comenzar el oidor Grajeda el juicio de residencia que le fue encargado, Montaña fue denunciado de haber querido sublevarse contra la
Corona y huir con la riqueza que había acumulado, al Amazonas, al "Dorado". Ante tal acusación fue preso por la Audiencia (febrero de
1558) y juntamente con el expediente (256 cargos) enviado bajo escolta a España, donde después de un largo proceso fue sentenciado a la
muerte en cadalso; mientras que a sus familiares
y hermanos les fueron quitadas las encomiendas
y los oficios que ejercían.
La prohibición de inmigrar al convulsionado Perú desvió las olas inmigratorias destinadas a aquel país del Nuevo Reino. La huida de
los antiguos pizarristas para evitar represalias y
de los que fueron leales a la Corona desilusionados por la falta de la esperada compensación,
produjeron en el Nuevo Reino una presión demográfica, una "superpoblación" que exigía
drásticas soluciones. En 1557 declaraba el oidor
Tomás López: "Las Indias están más llenas y
cargadas de gentes de lo que convendría". Esta
"superpoblación" favoreció la expansión territo-
rial del Reino. Fue descubierto el camino que
conducía de Santa Fe a Cali por vía de Cartago
cuando la belicosa tribu de los pijaos cerró el
antiguo por N eiva y Timaná a Popayán. Esta
presión demográfica, aunque no en términos absolutos sino en relación con la situación, se constata en los informes rendidos al Consejo de Indias. No era pues el carácter "aventurero" que
se atribuye a los llamados "conquistadores". En
la realidad se trataba en su mayor parte de colonos en búsqueda de medios de subsistencia y
de definitivo asentamiento. Pero la tierra era
ocupada por los indígenas y para hacerse a ella
había que desplazarlos mediante empleo de la
violencia o aprovecharse de ellos, según el caso.
En 1556 el capitán Asencio de Salinas organizó una expedición contra los belicosos panches, que ya había tratado inútilmente pacificar
Hemán Vanegas, acusados de haber dado
muerte a más de doscientos españoles. Tan
cruenta fue la guerra que les hizo Salinas, que
el nombre de la tribu desaparece en la historia.
En sus tierras fundó el conquistador la ciudad
de Tocaima. Luego atravesó el Magdalena y
d_irigiéndose al norte, fundó la ciudad de Victona.
El capitán Juan Rodríguez Alvarez fimdó
la ciudad de Mérida en la actual Venezuela y
el capitán Maldonado exploró otras comarcas.
En la gobernación de Popayán fue repoblado
San Sebastián de la Plata, destruido por Oyón,
y Giralda Gil Estupiñán fundó Buga, con el
nombre de Nueva Ciudad de Jerez. El capitán
Alonso de Fuenmayor doblegó la rebelión de
sus indios e impuso un nuevo nombre a la ciudad: Guadalajara. En la misma gobernación de
Popayán fue fundada Placencia.
Desde Santa Fe, Gonzalo Suárez pacificó
los indios muzos, fundando en sus tierras de la
ciudad: Trinidad de los Muzos. El dificultoso
camino que llevaba desde Santa Fe por Vélez
al desembarcadero en el Magdalena, incitó a la
búsqueda de un camino más cómodo al río. La
consecuencia fue el descubrimiento del puerto
de Honda que ya hemos mencionado, y un camino directo desde allí a Santa Fe. En la costa
atlántica aparecen fuera de Tolú, una nueva fimdación: Villa María, y al oriente, en camino a
Maracaibo, la villa de San Cristóbal.
Debido a esa presión demográfica renace
el señuelo del "Dorado". Solicita su conquista
Pedro Rodríguez Salamanca. Enumera en su
petición las expediciones anteriores que han
La conquista del territorio y el poblamiento
casado de Diego de Ordaz, Hemán Pérez de
Quesada, Antonio Sedeño, Gerónimo Dortal,
Pedro de Limpias y de los alemanes de Venezuela, Ambrosio de Alfínger y Felipe Von Hutten
(Utre ), que todos buscaban sin encontrar las
puertas del "Dorado". Al morir Salamanca lo
solicitó Juan Montalvo y luego el licenciado
Gonzalo Jiménez de Quesada. El clamor por
nuevas conquistas fue general. Pero tanto la Audiencia como también el Consejo de Indias rechazaron tales peticiones. De acuerdo con la
política colonizadora española se trataba de frenar esos ímpetus conquistadores antes de afianzar la colonización de las "bolsas" que quedaban
al margen de la desenfrenada y anárquica conquista. Pero al fin, la presión demográfica, la
insistencia de las autoridades coloniales para
permitir nuevas conquistas, bien contra las tribus de la Cordillera Central o de las tierras del
oriente, el "Dorado", dieron resultado. Por Real
Cédula del15 de junio de 1559, la Corona volvió
a permitir las conquistas, dando para ello largas
y detalladas instrucciones sobre el buen trato de
los indios, fundaciones de pueblos, envío de
religiosos, etc. Los "conquistadores" habían ganado.
En todas estas acciones pacificadoras o colonizadoras sirven los indios como cargadores,
guías y tropas de choque. Son los sacrificados
para hacer posible la conquista y con sus manos
de obra, la colonización . Su organización terrígena, política y social se deshace cuando los
caciques pierden poco a poco su preeminencia.
Su vida familiar se destruye cuando las exigencias de un orden socioeconómico impuesto,
conduce a la separación de sexos: el hombre a
las minas, la ganadería, transporte de carga y
acompañamiento de las tropas conquistadoras;
las mujeres y niños a la agricultura y al servicio
de las casas de los encomenderos y sus allegados, lo cual favorece el mestizaje, bien con el
blanco o esclavo negro, según el caso. El trabajo
de la población masculina en las minas alejadas
de los pueblos impide la procreación; los tributos
impuestos en oro, favorecen el desarrollo de la
minería; los impuestos en mantas de algodón y
el trabajo excesivo en el campo favorecen la
industria y agricultura. Las leyes protectoras siguen letra muerta y su cantidad disminuye sensiblemente al avanzar la colonización.
A fines de 1561 se tuvo noticias del levantamiento de Lope de Aguirre y de su arribo a
la isla Margarita. Luego se supo haber desem-
95
barcado en tierra firme. Se dudaba si tomaría
la vía de Mérida para luego atacar a Cartagena,
o si se dirigiría a Santa Fe para dirigirse el Perú
y aprovechar el desasosiego allí reinante. Tanto
en Cartagena como en Santa Fe se preparó un
ejército para ir a su encuentro. Como se sabe,
el levantamiento de esos "marañones", fue deshecho ya en V ene zuela.
Aparece la primera petición de construir
un molino de viento para el trigo que ya se
cosechaba en alguna cantidad. Los vecinos de
Tocaima y Pamplona pedían la erección de una
casa de fundición para no tener que enviar el
mineral a Cali donde esta ya existía. Aparece
también la petición de fundar una casa de moneda en Popayán y acuñar moneda de vellón o
plata, facilitando el intercambio comercial. Se
pedía insistentemente que el oro que corría
como medio circulante en el Nuevo Reino, fuera
de una ley más baja que lo era en España -la
devaluación-, con el fin de contrarrestar su
exportación, dejando al Nuevo Reino sin numerario suficiente para sus transacciones comerciales en el interior, que ya adquirieron alguna
importancia.
En ese proceso de consolidación de la economía colonial no faltaron quejas sobre el acaparamiento de las encomiendas por los familiares y amigos de los oidores, mientras que en
algunas partes del Reino la población terrígena
ha disminuido tanto que los dueños de tierras
pedían la reunión de varias encomiendas en manos de un solo encomendero; tendencia que en
el transcurso del tiempo se realiza y la encomienda desaparece o su importancia disminuye
como factor del progreso económico de la clase
pudiente de los inmigrados, quedando más bien
como signo de distinción social y de la pertenencia a esa clase privilegiada de la sociedad.
La Corona trata de favorecer la minería
con la rebaja del quinto real al décimo y el
desarrollo de las ciudades con el reparto como
"propios" de los bienes de difuntos no reclamados por los herederos. Los dos novenos de los
diezmos eclesiásticos que pertenecen a la Corona, sirven para dotar los pueblos con iglesias.
Donde el clima y el terreno lo permiten, se
establecen ingenios de azúcar y se invaden sin
contemplación las tierras de los indios aprovechándose además, de su mano de obra. La industria azucarera pronto ocupa un puesto importante
en la economía de la costa atlántica.
96
En esa época de relativo auge de la economía colonial las leyes protectoras de la población indígena quedaron letra muerta, si bien la
expansión no se titula ya "conquista", palabra
declarada tabú por la legislación, sino "descubrimiento", "ocupación" o "pacificación". En la
gobernación de Popayán lucha en pro del indio
el obispo Juan del Valle. Acompaña al oidor
Tomás López en una extensa visita a la región,
tasando los tributos y dejando reglas para la
protección de los indígenas; reglas de franco
carácter lascasiano, que no logra imponer. Viaja
a Santa Fe y luego a España para lograr la protección de la población indígena; pero ni en la
Audiencia de Santa Fe ni en el Consejo de Indias
en España encuentra buena acogida. Viaja a
Roma para pedir el auxilio del Papa; pero en
1561 muere en Francia.
Pese a los ocasionales ataques de los piratas
a Cartagena bajo gobierno entonces de Juan de
Busto, y los casi constantes a Santa Marta, entonces bajo el gobierno de Luis de Manjarrés,
puerto que además, sufre la hostilidad de los
indómitos indios y los ataques de navios franceses, por estar entonces Francia en guerra con
España, las peticiones sobre el establecimiento
de fortalezas se dilatan por la penuria del erario
público. Tan insegura parecía a los colonizadores la situación política del Nuevo Reino, que
también el cabildo de Santa Fe pedía licencia
de construir una fortaleza, alegando peligros en
que se encuentra la ciudad; petición francamente
denegada. Pero pese a los ataques de corsarios
y la más grave en 1559, el auge económico de
Cartagena prosigue su marcha, acompañado de
la explotación de la ya seriamente menguada
población indígena. A tal punto que el obispo
Juan de Simancas, después de serias desaveniencias con la vecindad y autoridades locales por
sus derechos y salarios, viendo inútiles sus esfuerzos de lograr la protección de la población
indígena y ante las trabas que se le ponían renuncia, en un acto público, su obispado.
La falta de indios tanto de las regiones
costeras como en el interior del país induce a
los colonos solicitar el permiso de importar negros africanos. Muy pronto Cartagena se convierte en el principal puerto de su distribución.
Se traen negros mediante capitulaciones de la
Corona con casas europeas especializadas en el
tráfico negrero, bien fueran españoles, portugueses o de otras nacionalidades. Ciertamente,
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
la demanda de esclavos negros crece a medida
que mengua la población indígena.
A fmes de 1561 y a principios de 1562
llegaron nuevos oidores: Diego de Villafañe en
remplazo de Juan de Maldonado; licenciado Angula de Castejón, para remplazar a Tomás López; y Juan López de Cepeda, nombrado algo
más tarde, en sustitución de Alonso de Grajeda.
La renovación del equipo trae una serie de
reales cédulas que tratan de antiguos problemas:
la necesidad de congregar a los indios en pueblos, con el fin de facilitar la obra de los religiosos; la obligación de los encomenderos de construir iglesias en pueblos indios, dotándolas de
religiosos; el derecho de éstos de predicar en
cualquier pueblo indígena, bien fuera encomendado o de la Corona; la obligación de tasar los
tributos; la prohibición de aprovecharse de los
indios de la Corona y de emplear cepos para el
castigo. Así mismo se ordenó que los oidores
se abstuviesen de intervenir en asuntos que correspondían a los alcaldes, y que no se enviasen
visitadores, salvo en casos graves. Que se tratase
de poner los principales pueblos indígenas b'!io
la Corona.
Mientras Melchor de Arteaga visitaba la
costa, Diego de Villafañe tomó la residencia al
oidor Juan de Maldonado, haciéndole casi doscientos cargos. La documentación de esta residencia nunca llegó al Consejo pues fue ocultada
por el mismo reo, según las acusaciones. Villafañe destinado para tomar residencia en Popayán
a su gobernador Pedro de Agreda, escribía al
Rey acerca de las expediciones descubridoras,
que ninguna se hace "que no sea en daño y
disminución de estos naturales, sino con el celo
de emiquecerse, que no de su conversión". Hizo
una retasa de los tributos que hicieran Tomás
López y el obispo Juan del Valle; retasa que no
fue aceptada por los encomenderos. Fue acusado
de haber tasado "sumariamente" a los indios de
Santa Fe, Tocaima, !bagué, Mariquita, La Victoria, la Villa de San Miguel, en petjuicio de
los encomenderos. Este oidor, resolvió luego
regresar desilusionado a España, lo que impidió
su prematura muerte.
El licenciado Angulo de Castejón visito
Pamplona. Informaba al Rey que sin el trabajo
indígena era imposible la explotación de sus
minas. Por falta de una casa de fundición, corría
el oro en polvo con fraude de los derechos reales.
Durante su viaje de regreso a Santa Fe, visito
las encomiendas de Chiscas, Chita y el Cocuy
La conquista del territorio y el poblamiento
y tasó los tributos que los indios debían pagar;
tasas que fueron rechazadas por los encomenderos, insistiendo en la retasa.
Por fin, después de urgentes solicitudes
p~a que ,se enví~ ~ presidente para la AudienCia, _llego la noticia de que se nombró para tal
oficiO, al doct_or Andrés Díaz V enero de Leyva.
Su nombr~Iento se produjo a principios de
1563,_es decir, _trece años después de la muerte
del pnmer presidente, el licenciado Mercado.
Gobierno de V enero de Leyv:. . aL..._
. _ __
L
a zozobra que reinaba en el Nuevo Reino
y los bandos que se habían formado en pro
o en co_ntra de cualquier medida gubernamental,
se refleJa en el hecho de que al presidente V enero
de Leyva no sólo se le dieran amplias facultades
d~ que go~~ba como presidente de la Audiencia,
s~o tam~Ien un explícito permiso de gobernar
sm !lece~Idad de 1~ aprobación de los oidores y
la licencia de vemr acompañado de un destacam~nto de esclavos negros armados; prueba esto
último de la tensa situación que reinaba en Santa
Fe. El presidente arribó a Cartagena en agosto
de 1563 y en enero del año siguiente ya estaba
en Santa Fe.
Sus informes al Consejo de Indias patentizan 1? _poco que logró España mediante leyes y
provisiOnes. V enero se enfrentó a rencillas entre
los oidores con los principales vecinos. Constató
el _general incumplimiento de las leyes: las encomiendas en manos de unos pocos, irregularidades e~ el cobro. de los_ tributos y los antiguos
conqmstadores sm medws de subsistencia contraviniendo las leyes que ordenaban que 'en el
r~parto de la~ encomiendas se prefieran los antiguo~ conqmstadores. Se empleaban indios en
las mmas, se vendían encomiendas como si fueran mercancías, las cuentas de la Real Caja estaban atrasadas y las condenas no cobradas.
~n la lista ~e los enc~men~eros que Venero
ordeno confecciOnar al licenciado Gonzalo JiméJ!ez de Que~ada, aparecen sólo pocos de los
antiguos conqmstadores o sus herederos que tuvi~ron "bien de comer". La mayoría era constituida ~on gente nueva, que no participó en la
conqmsta: Eran los "capitalistas" o allegados a
tal ~ual mdor o funci\mario públ_ico. El poderío
social de la clase pudiente desafiaba las órdenes
reales, situación que se ha afirmado a tal punto
que el propio presidente admitía no atreverse ~
intervenir.
97
V enero tomó residencia a Melchor Pérez
de Arteaga,. ?idor con inclinaciones indigenistas. Lo. enviO con su pr?ceso a España pese a
haber _sido n<?J?brado mdor para la Audiencia
de Qmto~ accwn q~e luego fue desaprobada por
el ConseJO de Indias. Al oidor Juan López de
~epeda. lo envió como visitador al norte, para
mspeccwnar Pamplona, Riohacha, Santa Marta
y C~agena y luego la provincia de Tunja; al
licenciado Angulo de Castejón, a Tunja y a los
pueblos cercanos a Santa Fe en sustitución del
oidor Diego de Villafañe cuando murió. Pronto
llegó ,desde _España un nuevo oidor, Diego de
Narvaez, qmen conservó su puesto hasta 1574
fecha en que fue nombrado oidor de la Audienci~
de Lima.
Bien debido a la presión por parte de los
e!lcomende~os o bien por la importancia adquinda por la cmdad de Tunj a, que con su ganadería
y agricultura permitió la conservación de buena
parte de su pob~ació~ terrígena, Venero propuso
q~e la Audi~ncia seswnara seis meses en aquella
cmdad y seis en_ Santa Fe; petición que recibió
una buena acogida por parte de la Audiencia
pero que no prosperó en la Corte.
V enero pudo constatar una notable merma
de la población i~dígena, por lo cual apoyaba
el clamor de la vecmdad para que se le permitiera
la introducción de esclavos negros, los cuales,
d,eclaraba, emrle~do~ en la minería, resguardana!lla poblaci~n mdigena rural de su total aniqmlamiento. Sm embargo, cuando se descubrieron nuevas minas de plata en Chita, Zipaquirá
(?) y otras nuevas en San Sebastián de la Plata
no vaciló en a~et:irse a la petición de permiti;
el_ empleo de mdws en aquellas minas. Asimismo abogaba por el permiso general de buscar
or<? en las sepulturas, bajo el pretexto de que
qmtánd_olo, ayudaría a que los indios olvidasen
sus antiguas costumbres y se convirtieren a la
religión católica.
Venero de Leyva admitía que la boga en
el lyiagdalena re~UJO los doce mil indios que
habitaban sus onllas, a mil doscientos individuos. Pero consideraba que sin ellos cesaría el
~áfico. ~obre aquella vital vía fluvial, lo que
Impedina el progreso del Nuevo Reino. Admitía
que se vendían los indios encomendados como
si fuer8? merc~cías, pero confesaba no atreverse a mtervemr para no chocar con la poderosa
clas_e de encomeJ!deros. ~o en vano pedían los
vecmos al ConseJO de Indias para que se amplia-
98
sen las facultades de ese presidente tan condescendiente a sus intereses.
Al fiscal García de Valverde, incómodo
por sus continuas denuncias acerca de los desmanes de los españoles, le mandó Venero a
visitar Cali y Popayán y tomar residencia al
gobernador, Juan de Busto de Villegas. Cuando
poco después Valverde renunció la protecturía
de indios y fue nombrado oidor de la Audiencia
de Quito, su indigenismo se esfumó. En la visita
que hiciera en 1570 a las minas de Almaguer
ya como oidor, impuso a los indios el servicio
obligatorio y otras graves imposiciones, "teniendo respeto a la conservación y sustento de
esta ciudad de Almaguer, vecinos y encomenderos de ella".
Durante el gobierno de Venero de Leyva
seguían expidiéndose inútilmente leyes protectoras a favor de los indios. Hacia 1565 se ordenó
quitar a la Audiencia de Santa Fe la jurisdicción
en asuntos indígenas, pasándola a los jueces
ordinarios. Se mandó que las actas de pleitos
sobre las encomiendas se ventilasen ante el Consejo de Indias, exclusivamente. Se retiró a los
oidores la facultad de nombrar escribanos e inmiscuirse en asuntos concernientes a la Caja
Real. A los vecinos se les limitó el tamaño y
efectividad de las armas que era permitido llevar. Pero salvo las leyes que cercenaban la jurisdicción de los oidores, otras no se cumplían.
La "superpoblación" del Nuevo Reino con
conquistadores ociosos se manifestaba en simple
bandolerismo en el campo, que afectó la libre
circulación. Los "desesperados" sin tierras, encomiendas y oficios atentaban contra la seguridad social. El presidente aconsejaba darles una
batida general. Otros preferían que se ampliase
el permiso para nuevas conquistas. Se multiplicaron las peticiones en este sentido, bien para
el descubrimiento del "Dorado" hacia el oriente
o de las tierras situadas "entre dos ríos", el
Cauca y el Magdalena. Pero aunque Venero no
consideraba oportunas esas conquistas que se
saldrían, como informaba al Consejo, con la
muerte y destrucción de la población indígena,
y que más conveniente fuera la prisión de los
forajidos y su condenación a galeras o su expulsión a España, no se opuso a la presión de la
soldadesca. Otorgaba generosamente encomiendas a los capitanes que con grupos de soldados
recorrían el país, a quienes encomendaba indios
a veces sin contarlos sino simplemente con el
número redondo de bohíos sin proceder a un
Nueva Historia de Colombia. Vol.!
censo pormenorizado de la población. Fue durante su gobierno cuando fueron descubiertas
las famosas minas de esmeraldas en la cercanía
de la Trinidad de los Muzos, fundada en 1559
por Luis Lanchero.
Debido a ese gobierno condescendiente de
Venero de Leyva, no se produjeron en su época
graves convulsiones sociales. Los problemas se
tomaron personales: reyertas entre los oidores
o entre los encomenderos por los límites territoriales de sus encomiendas o por el "señorío" de
los indios que las ocupaban.
La alarma sobre un nuevo levantamiento
en Pasto se reveló como la de unos aventureros
sin implicaciones políticas. Otro suceso se produjo en Tunja cuando, después del asesinato de
Diego Femández de Serpa por los indios de la
Nueva Andalucía (oriente venezolano) tma
buena parte de la soldadesca se dirigió a Tunja
siendo un elemento inquieto y perjudicial. Después de la oportuna intervención de Venero y
el castigo de algunos, el resto de ese ejército se
dispersó, unos hacia Venezuela y otros al Perú.
Más agitado era el ambiente en las esferas
eclesiásticas. Se produjeron serios roces y franca
enemistad entre el clero regular y el secular e
incluso entre los miembros de las mismas órdenes que se disputaban la doctrina de los pueblos
indígenas. Pues todos querían situarse en pueblos "ricos", dejando sin doctrina a los demás.
Una Real Cédula de 1565 dirigida a los provinciales de todas las órdenes insistía en que "dejen
los bienes temporales", que no aceptasen mandas testamentarias, que no cobrasen sus servicios a los indígenas, etc. Pero era "letra muerta"
para los frailes que consideraban poco menos
que su feudo las tierras de América.
Lo sucedido a fray Francisco de Olea, enviado desde España como visitador de la orden
franciscana, ilustra el ambiente que reinaba entre los frailes. Fray Francisco llegó a la diócesis
y escribe: "Castigué y reformé, poniendo a Dios
delante mis ojos". Los frailes, proseguía, "sabían mejor el camino de las minas que el de las
buenas conciencias". Intentó expulsar a algunos
para España. Pero se rebelaron los frailes, lo
depusieron violentamente y nombraron a otro
en su lugar. Era fray Juan de Belmes quien a
su vez se quejaba al Consejo de Indias de Venero de Leyva y de las autoridades civiles, acusándolos de impedir la obra de la conversión,
de obstruir la labor de los frailes negando es
vino y aceite para celebrar, de no brindarles
La conquista del territorio y el poblamiento
apoyo en la construcción de sus monasterios,
en la apertura de los caminos rurales y favoreciendo arbitrariamente a unos y perjudicando a
otros.
La noticia de haber sido nombrado (1571)
fray Luis Zapata para el arzobispado de Santa
Fe, indujo a los oidores de la Audiencia a dirigirle una larga carta en que pedían que antes
de su partida definiera en el Consejo de Indias
sus prerrogativas como arzobispo, el alcance de
su jurisdicción en asuntos civiles y eclesiásticos,
para dominar "la libertad y soltura de los frailes", pedían se definiera a quién correspondía
la elección de los doctrineros para los pueblos,
a quién incumbía el derecho de visitarlos. ¿Tenía el arzobispo derecho de expulsar a frailes
díscolos? ¿Cuáles artículos eran libres del pago
del diezmo? etc. Por su parte, el cabildo eclesiástico de Santa Fe instaba a fray Luis Zapata
lograse del Consejo de Indias una disposición
para que los provinciales de las órdenes religiosas delegasen al arzobispo el derecho de nombrar doctrineros para los pueblos indígenas,
como sucedía, declaraban, en el Perú. Y ciertamente, pese a la ocupación de las tierras americanas que ya duraba más de ochenta años, España continuaba frente a sus colonias una políti ca casuista, improvisada, mediante leyes y provisiones sueltas, causales, variables y no pocas
veces contradictorias, sin ofrecer un cuerpo legislativo definitivo que abarcase todos los problemas que exigía la obra colonizadora.
También Venero de Leyva escribió al arzobispo sobre "los escándalos, atrevimientos y entredichos" que ocasionaban los religiosos, escandalizando la vecindad. Informaba que los
eclesiásticos crían caballos y tienen granjerias
"y todos los aprovechamientos que pueden".
Asimismo, se quejaba de su negligencia en erigir
conventos y observar la clausura. Se comprenden los ataques a que fue expuesto Venero por
parte de las órdenes religiosas durante su gobierno.
Le tocó a Venero presenciar el regreso a
Santa Fe, en marzo de 1573, del licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, después de su fracasada expedición al "Dorado". Solicitada por el
licenciado durante varios años e inútilmente la
capitulación de tal jornada, la logró en 1569.
De ella regresaba desbaratado con cincuenta sobrevivientes de los 300 que lo habían acompañado y con 30 indios de los 1.500 que había
llevado entre indios y mestizos. Este fracaso
99
señaló el comienzo del definitivo declive moral
y económico de nuestro licenciado. Encargado
luego de la pacificación de los indios de Gualí,
fundó la ciudad minera de Santa Ague da y murió
atacado de la lepra en Mariquita, el 16 de febrero
de 1579.
En abril de 1573 recibió Venero la noticia
de que desde España le llegaba un sustituto. Iba
a ser remplazado ya en el año anterior por el
licenciado Gedeón de Hinojosa del Consejo de
Indias, quien declinó el nombramiento. El sustituto fue el antiguo oidor, licenciado Francisco
Briceño, quien llegó a Santa Fe en marzo de
1574. Fue encargado de tomar residencia a Venero y a sus dos compañeros, los oidores Juan
López de Cepeda y Angulo de Castejón. Había
llegado también un nuevo oidor, el licenciado
Francisco de Auncibay y Bohorquez, rector del
colegio de la Universidad de Sevilla.
El presidente saliente, convencido de haber
gobernado rectamente el Nuevo Reino y de haber, como declaraba en su carta al Consejo de
Indias, otorgado 300 encomiendas y haber favorecido la fundación de 5 pueblos mediante sus
enviados, esperaba su juicio de residencia benévolo. En su carta al Rey aconsejaba tres cosas
basadas en su experiencia: que las licencias de
la conquista y población se diesen con parsimonia por sus graves consecuencias para la población indígena; que al tomar cuentas a los oficiales reales, se les embargase preventivamente
sus bienes, para que respondan en las residencias; que se impidiera que los frailes, cuyos
gastos de transporte y sostenimiento sufragaba
la Corona, vivan con "escándalo y libertad"
vuelven luego a España "con mucho dinero de
ciento en ciento, sin hacer fruto ninguno sino
criando caballos y perros de caza, teniendo granj erias y aprovechamiento que no es decente decirse".
Pero se había equivocado. El nuevo presidente, Francisco Briceño, tomó residencia a los
dos antiguos oidores, sin encontrar culpas graves. López de Cepeda fue nombrado alcalde de
crimen en el virreynato del Perú. Angulo de
Castejón murió en Cali antes de embarcarse a
su nuevo destino. No así le sucedió a Venero
de Leyva. Más de un año duró su juicio de
residencia, aunque para ello fueron designados
sólo 50 días. En febrero de 1575 estaba todavía
en Santa Fe quejándose amargamente de la residencia en que el fiscal, Alonso de la Torre,
tomaba testigos "delincuentes y revoltosos",
Nueva Historia de Colombia. Vol I
100
siendo "ignorante e incapaz". Enumeraba las
calumnias y los testigos falsos que deponían en
el juicio, se quejaba de que la residencia ya le
había costado $ 8.000 pesos, por lo cual estaba
arruinado. Esperaba del Rey justicia, "porque
de otra manera no hay quién pueda servir a
Vuestra Alteza en estas partes".
Poco después bajó a Cartagena para embarcarse con su proceso a España. Un documento
de 1579 en el que pide a la Corona alguna asignación demuestra su ruina y desesperación.
La diversificación de la economía del
Nuevo Reino, minera y agrícola, tuvo como
consecuencia la separación político-administrativa de la parte central del Nuevo Reino, rica
en minas, de la gobernación de Popayán, de la
cual aquella formaba parte. Ya en 1562 la pidieron los pueblos mineros de Santa Fe de Antioquia, Caramanta, Anserma y Cartago. Tal separación fue concedida unos años más tarde,
siendo su primer gobernador, Andrés de Valdivia. Tuvo, como hemos señalado, desaveniencias con el gobernador de Cartagena, Francisco
Bahamonde de Lugo, por cuestión de límites
de ambas gobernaciones en la costa atlántica.
Y lo mismo sucedió con el gobernador de Popayán, Gerónimo de Silva, opuesto a la separación. Valdivia encontró seria resistencia de la
población indígena de su gobernación y tuvo
que retirarse a Santa Fe de Antioquia desde
donde pedía auxilio de la Audiencia. Murió
luego en manos de los indios.
Pero bajo el largo gobierno de Gaspar de
Rodas (1578-1597), la gobernación de Antioquia no sólo conservó su puesto de ser principal
centro minero, sino también de las exploraciones del Chocó y de las tierras que se extendían
al norte hacia las costas del Atlántico. Los ríos
A trato, el Cauca y en cierto grado el Magdalena,
fueron sus vías naturales del acceso al mar.
La gobernación de Antioquia alejada del
bullicioso Perú y del anárquico gobierno central
en Santa Fe, llevó una vida más sosegada que
el resto del Nuevo Reino. Sus indios organizados políticamente en "behetrías" sin un fuerte
poder central de los cacicazgos y a veces enemigos entre sí, disputándose los lugares de caza
y pesca, fueron pronto exterminados hasta tal
punto que, según informe de un eclesiástico fechado en 1598, la población indígena había
prácticamente desaparecido y las minas de oro
se beneficiaban casi exclusivamente con esclavos negros. Antioquia, Arma, Cáceres, Zara-
goza y Los Remedios contaban en conjunto cuarenta indios encomendados.
La privilegiada topografía y el clima benévolo de gran parte del territorio a más de la
facilidad de la introducción de negros por los
puertos del Atlántico, produjo un gobierno menos problemático. Su capital, Santa Fe de Antioquia, alejada de la capital "oficial" que era Santa
Fe de Bogotá, favoreció un aislamiento que alejó
la provincia de la bulliciosa historia de las demás
partes del Nuevo Reino.
El ocaso de Santa Marta
D
espués de los sucesos originados por Jerónimo Lebrón en su viaje a Santa Fe y su
querella contra los hermanos Jiménez, Santa
Marta dejó de ser un hito importante en la historia del Nuevo Reino. Su vecindad trató sin
éxito a desviar el interés del gobierno, que se
dirigía a la vecina Cartagena. Varios años quedó
sin un gobernador señalado, hasta que en 15ED
fue nombrado para el dicho oficio Juan de Manjarrez. Este no logró detener la decadencia de
la gobernación. Fundó nuevamente La Ramada
y un pueblo, Pacarabuey, entre los indómitos
chimila, abandonado poco después por la hostilidad de los indios. Muerto Manjarrez en 1563,
le sucedió el capitán Martín de las Alas, un
militar a quien se encareció la defensa de la
gobernación no sólo de los indios, sino de los
piratas ingleses y franceses que tenían en wwbra la gobernación. Sin lograr su propósito, fue
nombrado gobernador de Cartagena, dejando
provisionalmente el gobierno de manos de un
teniente Diego de Santillán.
No tuvo mejor suerte el gobernador siguiente, Luis de Rojas, quien llegó desde España en 1572. Apoyado a veces por el gobierno
de Cartagena y otras veces abandonado a su
suerte, no logró pacificar los indígenas de su
gobernación. Varias veces trató de establecer
una fortaleza en Bonda, que desbarataban los
indios. A veces fue socorrido por las flotas armadas que se dirigían a Cartagena pero la decadencia de la gobernación no le permitía pagar
los soldados cuando allí los dejaba la flota.
La situación económica de Santa Marta fue
tan precaria que los principales vecinos se ausentaban, instalándose en Cartagena de lo cual Rojas se quejaba sin éxito al Consejo de Indias.
Inútilmente pedía el gobernador que la "rica"
Riohacha con su pesquería de perlas, depen-
La conquista del territorio v el poblamiento
diente de la Audiencia de Santo Domingo, fuese
agregada a su gobernación. Denunciaba a los
vecinos de comerciar con los "piratas", adquiriendo de ellos artículos sin pagar los derechos.
Ni la instancia del cabildo sobre la antigüedad
de la ciudad y su lealtad al Rey conmovían la
Corona. Para combatir la indiferencia de España
hacia Santa Marta que ya había jugado su rol
en la historia colonial, señalaba el peligro que
para él Nuevo Reino sería la ocupación de la
ciudad porteña por los enemigos. Inútilmente
pedía el envío de plomo, pólvora, mechas, arcabuces, lombardas y el permiso de alistar gentes en Cartagena y Santa Fe para la defensa de
la ciudad. De la fortaleza que aspiraba a construir, existe un plano en el Archivo General de
Indias.
Cuando a fines de 1573 el electo presidente
de la Audiencia de Santa Fe, licenciado Francisco Briceño, visitó Santa Marta, tampoco se
logró un apoyo, ni fondos para pagar seis soldados que defendían la fortaleza. Todo k) contrario, el gobernador Rojas tuvo que viajar a Santa
Fe para defenderse de las acusaciones de los
pocos vecinos que todavía moraban en la gobernación y quienes, como de costumbre, le hacían
responsable de todas sus dificultades. Incluso
lograron el envío contra él de un juez de residencia, Juan Díaz de Martos, y pedían su relevo.
Como ya era costumbre, el mencionado juez
elevó contra Rojas graves cargos y condenas,
de los cuales el gobernador se quejaba amargamente. Un alivio pasajero produjo un navio encallado en la playa cuya carga, de acuerdo con
el uso de la época, pertenecía a la vecindad del
puerto. Pero los aprovechados fueron los comerciantes de la vecina Cartagena, que acudieron
para comprar las mercancías.
La situación económica de Santa Marta fue
tan precaria que ya desde 1574 el sueldo del
gobernador fue situado en la caja de la "rica"
Riohacha, cuyo sustento ofrecía la pesca de las
perlas.
En agosto de 1576, Luis de Rojas fue destituido por el nuevo gobernador, Lope de Orozco. Y así, declaraba Rojas " ... se acabará esta
peregrinación ... en que he padecido muchos trabajos con los naturales de la tierra y con los
enemigos franceses e ingleses por el mar".
En septiembre de aquel año llegó desde
España Lope de Orozco. Trajo consigo un numeroso grupo de españoles, 200 hombres entre
casados, con sus mujeres, niños y los demás
101
solteros, con el propósito de detener la decadencia de la gobernación. No pudo desembarcar en
Santa Marta pues el puerto no ofrecía suficientes
mantenimientos para los nuevos inmigrantes.
Se dirigió a la Nueva Salamanca de la Ramada,
situada más al oriente, que ofrecía mejores posibilidades de sustento, con su ganado y maíz.
Orozco tomó residencia a Luis de Rojas,
cuya documentación envió junto con el reo a
España. Una parte de su hueste la envió a La
Ramada y otra al Valledupar donde existían pequeños núcleos de pocos vecinos, porque, como
se quejaban, Miguel de Castellanos encargado
de la pesca de perlas en Riohacha, extraía indios
de las tierras que ocupaban. Compró ganado
para el sustento de la población y despachó destacamentos al mando de los capitanes al interior
de su gobernación. Mandó abandonar la fortaleza en Bonda cuyos pocos soldados se mantenían mediante asaltos a los indios de la región.
Sus esfuerzos de fundar pueblos entre los chimilas, Gente Blanca, Tairona y Valle de San Sebastián, fallaron "por lo que Nuestro Señor sabe,
no se han podido sustentar"; aunque el obispo
de Cartagena, fray Dionisia de Sanchis, sí indica
la verdadera razón de no poder sustentarse el
ejército cuando informaba al Consejo que algunos destacamentos enviados por Orozco, "con
escándalo robaron cincuenta casas de indios y
los llevaron todos para que les lleven cargas a
la guerra". Asimismo, intentó fundar un pueblo
en Cabo de la Vela, éste, según informes, a
pedimento de los indios que se agraviaban de
tener que acudir a las labranzas alejadas hasta
treinta leguas de sus moradas. Ante la abundancia de "palenques" que formaron los esclavos
negros huidos, y siguiendo las órdenes reales
desde España, trató de convenir con el gobernador de Caracas para organizar una batida general
contra esos "cimarrones", establecidos en las
faldas de la Sierra N evada, tanto por la parte
de Riohacha como por la de V alledupar. Asimismo, inútilmente trató de fundar un pueblo entre
los chimilas y otro, en Maicuirá, en Bahía Honda, que todos desaparecían en corto tiempo.
Orozco logró cierta paz, aunque inconstante, en su gobernación. En febrero de 1579, visitó
Tamalameque, donde procedió a una minuciosa
información sobre aquella provincia, de acuerdo
con la orden del presidente del Consejo de Indias, Juan de Obando, cuando mandó reunir
tales informaciones en todas las posesiones españolas en América.
Nueva Historia de Colombia. Vol!
102
Después de Lope de Orozco, la gobernación de Santa Marta quedó acéfala por casi
quince años y la antigua ciudad perdió su importancia. En 1582 sucedió un general levantamiento de los indios. Destruyeron los hatos
de ganado, mataron indios y esclavos negros y
también algunos españoles. Asimismo, atacaron
Riohacha abandonada por los cristianos, que
pidieron socorro a Santa Marta y ésta a Cartagena. La reacción fue la acostumbrada: un destacamento de soldados apoyado por los cartageneros, desbarató a los indios, matando, quemando,
sus casas, destruyendo los jagüeyes y haciendo
estragos en sus pueblos. El gobernador de Cartagena, Pedro Fernández de Busto aprovechó
ese suceso para pedir que Riohacha se integrase
a la gobernación de Santa Marta, lo que se efectuó unos años más tarde.
Se concluyó una frágil paz y se volvieron
a levantar los ranchos de los españoles, y, como
siempre, se elaboraron peticiones al Consejo de
Indias solicitando armas y apoyo. Pero la gobernación seguía en declive. Al obispo Juan Méndez, nombrado en 1574, le siguió fray Sebastián
de Ocando nombrado en 1578, quien ya nomoraba en Santa Marta sino en Riohacha, dedicado
a la pesca de perlas con indios y esclavos. El
fraude de los derechos reales y el comercio con
los piratas era ya tan arraigado, que un informe
al Consejo de 1588 señala que en la región corrían, sin pagar los derechos reales, perlas como
moneda, cuyo valor se elevaba a más de 20.000
pesos oro.
En 1591 el capitán Pedro de Cárcamo fundó, en nombre del gobernador de Santa Marta,
la ciudad de Nueva Sevilla, de poca duración.
En mayo de 1595 el Consejo de Indias
sometió al Rey una petición de Riohacha. El
puerto fue nuevamente destruido por los piratas
que se llevaron no sólo perlas sino también los
esclavos negros ocupados en la pesquería. Se
concedió a los habitantes varias mercedes: libertad por diez años del pago del quinto real y del
almojarifazgo sobre las perlas, se prometió la
reconstrucción, por cuenta de la Corona de la
Iglesia y un préstamo de mil pesos. Luego se
rebajaron a los vecinos los derechos de importación al dos y medio por ciento y se les concedió
la libertad de derechos sobre los artículos de
consumo. Asimismo, se rebajó al veinteavo el
impuesto sobre oro de minas (en vez del quinto)
y una prórroga de las condenaciones en que
habían incurrido en el pasado. Para favorecer
el repoblamiento tanto de Santa Marta como de
Riohacha se les otorgaron otras franquicias: un
transporte gratuito desde España de cien familias, cifra luego aumentada a 150; libertad de
almojarifazgo por 20 años de todo lo que introdujeran de efectos de uso personal, los dos novenos por diez años y un préstamo de 10.000
pesos para los inmigrantes.
En octubre del mismo año, Santa Marta y
Riohacha sufren nuevamente un ataque de los
indios de la región. Se informa al Consejo que
ambas ciudades están "alteradas con guerras con
los naturales", que están casi despobladas y cesó
la pesquería de las perlas. Un nuevo gobernador,
el licenciado Manzo de Contreras, tuvo un éxito
pasajero contra los indios, y los dominicos pidieron apoyo fmanciero de la Corona para erigir
nuevamente su convento que había sido destruido por los piratas. A Manzo de Contreras
siguió en 1599 como gobernador Juan Giral,
con la orden de tomar residencia al gobernador
pasado. La gobernación de Santa Marta no logró
recuperar la posición clave que jugó en las primeras décadas de la conquista.
El puerto de Cartagena
L
a que siguió progresando fue Cartagena,
alejada de los bulliciosos sucesos que sucedían en el interior del Nuevo Reino. A la muerte
de Pedro de Heredia, la gobernación quedó acéfala por unos años hasta la llegada del nuevo
gobernador, Juan de Bustos de Villegas (1557),
preocupado ante todo por fortalecer las defensas
del puerto, el cual por su situación geográfica
privilegiada y como vía cómoda de penetración
al interior del país, adquirió un sobresaliente
puesto en el Caribe.
Hacia aquella época comenzaron las flotas
regulares entre España y los puertos de Cartagena y de Veracruz en México. Se establecieron
dos flotas anuales protegidas por buques de guerra para la defensa de los continuos ataques de
piratas y corsarios franceses e ingleses. Las islas
Canarias servían de depósito para el abastecimiento de las flotas y almacén de las mercancías
de exportación. Cartagena se convirtió en tma
escala obligatoria para la flota que debía seiVÍ
el Nuevo Reino y los territorios adyacentes, amque los navíos proseguían hasta el Nombre
Dios, para recoger allí el oro que llegaba a Panamá desde el Perú y de los demás puertos del
Pacífico. Por supuesto, tales flotas que, teórica-
La conquista del territorio y el poblamiento
mente, deberían llegar dos veces al año, carecían de regularidad, bien por las intermitentes
guerras de España con Francia e Inglaterra y
también por la irregularidad de la llegada del
oro tanto del Perú como del interior del Nuevo
Reino de Granada para enviarlo a España.
En 1554 Juan de Bustos fue nombrado gobernador de Panamá, siendo encargado, interinamente, el licenciado Antonio de Salazar,
mientras llegaba un nuevo gobernador, Antonio
de Aval os (Dávalos ). La vecindad orgullosa de
ser el puerto principal de la entrada al Nuevo
Reino, pidió al Consejo de Indias la ampliación
de los poderes jurisdiccionales del gobernador,
dejándole plena autonomía para la concesión de
encomiendas, sin la intervención de la Audiencia de Santa Fe.
En otra petición solicitaba estar sujeta a la
gobernación de Panamá, por quedar más cerca
y de fácil acceso; peticiones rechazadas por la
Corona. Y a que el puerto controlaba la entrada
al Reino, Cartagena quiso extender su comercio
hasta el Perú, sin necesidad de pasar por Panamá. A tal ambición se deben dos capitulaciones
con la Corona: la de Jorge Quitanilla en 1564
y la posterior de Juan de Villorio y Avila en
1574. Ambas proyectaban como vías los cauces
de los ríos Atrato que desembocaba en el Atlántico y de San Juan, que vertía sus aguas en el
Pacífico. Sus nacimientos se acercaban tanto
que durante toda la época colonial existía un
"arrastradero", por el cual las canoas se arrastraban de un río al otro, hecho que probablemente
conocían ambos capitulantes. Pero pese a muy
generosas capitulaciones, estas nunca fueron
realizadas.
Gozando del amplio "hinterland" y de una
posición clave en el norte del continente, Cartagena siguió progresando. Desde 1567, el gobierno militar del capitán Martín de las Alas se
preocupó por dotar el puerto de artillería y de
una flota armada para ahuyentar los continuos
asaltos de los piratas a las costas de la gobernación.
Durante su gobierno, el teniente Juan de
Junco trató de imponer en Mompox las minuciosas ordenanzas expedidas por la Real Audiencia
en 1568 con el fin de proteger los indios de su
aniquilamiento, ya que las antiguas de 1562 no
se cumplían (como tampoco se cumplió la última).
Le sucedió en la gobernación (1571) Francisco Bahamonde de Lugo, oidor que fue de
Puerto Rico, a quien se le dieron los más amplios
103
poderes, y quien, buen conocedor de los problemas del Caribe recorrido por piratas, bucaneros,
franceses e ingleses, gozaba de plena confianza
en la Corte. La falta de una eficaz protección
del puerto mediante una fortaleza, la necesidad
de resguardarlo con una armada que recorriera
constantemente la costa, evitar los fraudes de
los derechos que cometían los importadores, el
floreciente contrabando y las incursiones de piratas, quienes no sólo atacaban Santa Marta y
Riohacha sino también el Tolú, fueron los principales temas de sus cartas al Consejo de Indias.
Asimismo, se preocupaba por la constante
merma de la población indígena. Con sus "ordenanzas" trató de protegerla de la explotación a
que estaba sujeta por los encomenderos que vivían en las ciudades, mientras que sus administradores, los "calpixques", gobernaban las encomiendas como sus feudos, con contratos que les
otorgaban a veces 50% de la producción de la
hacienda. Las pocas encomiendas que eran de
la Corona, las había encontrado Bahamonde tan
explotadas por los oficiales reales, que ningún
provecho aportaban a la Corona, por lo cual
aconsejaba su arriendo en pública subasta.
También él consideraba la boga del Magdalena mortífera para los indios y solicitaba para
ello la importación de esclavos negros. Su inclinación indigenista le atrajo una franca enemistad
de los vecinos que no tardaron en quejarse al
Consejo de Indias.
En su informe fechado en 1573 el visitador
enviado por la Real Audiencia, licenciado Juan
López de Cepeda, informaba sobre el constante
progreso de Cartagena. Cepeda había ido a Pamplona, donde la vecindad, por falta de una casa
de fundición, empleaba como moneda oro
en polvo, sin pagar los derechos reales; oro que
luego salía del país para pagar las mercancías
que se adquirían de contrabando de los buques
extranjeros que llegaban al puerto. El empleo
de los indios en las minas era general, lo que
el visitador denunció a España. Visitó también
la gobernación de Santa Marta, cuyas tierras ya
estaban en parte ocupadas por la agricultura y
la ganadería, pero denunciaba también aquí la
explotación de los indios "aculturados".
A su llegada a Cartagena encontró construido un nuevo muelle y el agua potable corría
por una asequia desde Turbaco. La élite de la
ciudad la constituían trece encomenderos que
se turnaban en la administración municipal. El
resto de la población la constituían viajeros.
104
comerciantes, empleados e inmigrantes, y no
pocos portugueses. A indicación del visitador
se ordenó posteriormente que los portugueses
abandonasen el puerto, salvo los casados y los
de más de diez años de vecindad. Asimismo,
ordenó el Consejo que no se impidiera establecerse en Cartagena a españoles provenientes de
Santa Fe y de Santa Marta, debido a la oposición
a ello de los ya establecidos en Cartagena.
En vista de que existía ya una apreciable
cantidad de esclavos negros, Cepeda aconsejaba
monopolizar su importación, sin dejarla en manos de los comerciantes, que artificiosamente
subían los precios. Asimismo, ante la merma
de la población indígena, aconsejaba traer indios
caribes desde la Dominica y Guadalupe. Entre
Bahamonde de Lugo y el gobernador de Antioquia, Andrés V aldivia, se produjeron serios roces, pues el último trataba de incorporar Urabá
en su gobernación. En octubre de 1573 viajó
Bahamonde a Santa Fe para lograr un arreglo
con ese vecino. La Audiencia confirmó la pertenencia a la gobernación de Cartagena de las
tierras que se extendían hasta las márgenes derechas del Darién.
Como generalmente sucedía en los casos
en que la autoridad no se doblegaba a los intereses de la clase pudiente de la sociedad, la
vecindad de Cartagena se dividió en dos bandos.
Informes contradictorios llegaban al Consejo en
su mayoría hostiles al gobernador, incluyendo
los enviados por parte de los eclesiásticos. Pues
Bahamonde de Lugo, ya fuera por sus experiencias en Puertorrico, donde la población indígena
había sido exterminada, o porque quiso conservarla en su gobernación, no se doblegaba -aunque sólo con tímidas ordenanzas protectoras- a
los intereses de la alta clase de los españoles
que formaban un poderoso grupo de presión, ni
a los de los eclesiásticos quienes, en ausencia
de Simancas, obispo y protector de indios, no
tenían quién frenase sus ambiciones.
Durante su gobierno Bahamonde de Lugo
tomó residencia a los anteriores gobernadores
de Santa Marta, Martín de las Alas y Pedro
Fernández de Busto y Villegas. Tomó cuentas
de la Caja Real encontrándola desarreglada y
sin oficial, porque había muerto. Encontró que
los marineros de las flotas traían y vendían mercancías sin pagar los derechos de almojarifazgo,
ni los oficiales guardaban las tarifas impuestas a
la importación. Pedía una vigilancia más eficaz
de las costas y galeras armadas que pudieran
Nueva Historia de Colombia. Vol I
recorrerlas desde la desembocadura del Darién
hasta Nicaragua.
El cuadro que en sus cartas pintaba de la
ciudad de Cartagena no era nada halagador. Era
una plaza, declaraba, "donde vienen a parar todos los excesos y pecados de Castilla". Sus pobladores son "amancebados, fuleros, usureros
logreros". "Los frailes son escandalosos, sueltos
y libres y deshonestos".
N o parece que Bahamonde se hizo amedrentar por las denuncias a la Corte que contra
él elevaban continuamente los vecinos y los religiosos. A mediados de 1574 el cabildo eclesiástico lo denunció al Consejo "por los trabajos
y persecuciones que esta iglesia y ministros de
ella han padecido y padecen, después de la llegada del gobernador". Lo acusaban de irrespeto,
de que interceptaba los informes que se enviaban
a la Audiencia, que se quejaba de ellos al arzobispo de Santa Fe, fray Luis Zapata, a sabiendas
que era su enemigo porque se habían negado
pagarle la "cuarta general" acumulada y vacante
por ausencia del obispo Simancas. Protestaban
contra la orden dada por Bahamonde de Lugo,
de poner preso al tesorero de la iglesia, el bachiller Juan Fernández. Sostenían que ningún escribano se atrevía recibir testimonios adversos al
gobernador, quien además influía y amenazaba
a los testigos.
En junio de 1575 llegó a Cartagena como
obispo fray Dionisia de Santis O. P., quien logró
apaciguar los ánimos de los eclesiásticos. Pero
ese obispo se reveló como un franco seguidor
de las ideas lascasianas. Reprochaba al arwbispo Zapata quien "se dio mucha prisa" de
ordenar religiosos ineptos e inconstantes quienes
no moraban en su destino, abandonando Cartagena a la primera oportunidad. Denunciaba la
"insaciable codicia de los encomenderos ... sirviéndose de ellos -los indios- de balde". Criticaba a los administradores de las encomiendas
por su crueldad, sin permitir que los indios,
hombres libres, trabajasen en las haciendas de
su agrado. Se lamentaba que de los 25.000 indios que hubo a tiempo de la fundación de Cartagena, sólo quedaban 2.500 y se indignaba que,
pese a los graves delitos que continuamente cometían los encomenderos, estaban para las Pascuas, "confesados y comulgados". Abogaba por
una tasa de tributos en maíz o mantas y no en
trabajo. Y como si fuera otro Las Casas, elevaba
una duda: si en América, donada por el papa
Alejandro VI a España para la conversión de los
La conquista del territorio y el poblamiento
indios a la religión cristiana, no se les proporcionaba sacerdotes para su conversión ¿es válida
tal donación? El obispo es autor de un extenso
catecismo que envió al presidente del Consejo
de Indias, Juan de Obando.
N o tardó en llegar desde España una carta
de reconvención a ese obispo demasiado indigenista. La contesta el 15 de noviembre de 1575
a Juan de Obando, relatando hechos concretos
que confirman la inhumana explotación de la
población indígena y pidiendo "una regla y orden por donde la homa de Dios se ampare y los
pecados sean castigados". Esta, declaraba,
"guardará sin poner pie fuera de ella".
En cartas posteriores no sólo prosigue en
sus denuncias sino se preocupa también por
asuntos generales. Pide que se funde en Cartagena una casa de moneda, por lo defectuosa que
era la que de plata estaba en circulación, proveniente indudablemente, de los navios que llegaban al puerto. Informaba que la costa estaba
siendo atacada de continuo por piratas y navios
franceses, por lo cual aconsejaba el descargo
en Cartagena de todos los buques llegados desde
España, sin llevar las mercancías hasta Nombre
de Dios, puerto con un clima húmedo, insalubre,
que exigía anualmente muchas víctimas entre
negros, indios y blancos. Pedía para el tráfico
costero no galeones que no pudiendo fondear
cerca de la costa, exigían un descargo en un
mar abierto, sino galeras que pudiera arrimar a
las playas, con lo cual se evitarían pérdidas y
peligros del mar y se ahorrarían vidas en la boga
con los indios. Asimismo consideraba injusto
que en la construcción de la catedral, que estaba
en proceso, aportasen los indios la tercera parte
como prescribían las leyes, por su extensa pobreza.
Este obispo muere a fines de 1577 cuando
ya gobernaba Cartagena Pedro Fernández de
Busto. Enjunio de 1579 llegaba un nuevo obispo, fray Juan de Montalvo. Y una vez más tiene
que sufrir la vecindad de Cartagena graves denuncias al Consejo, de ese "hombre belicoso
que se preció más soldado que no de obispo".
Este obispo denuncia que en Cartagena "ni se
teme a Dios ni a las cédulas de Vuestra Majestad, ni Vuestra Majestad es obedecida, ni la
iglesia ni sus ministros son respetados". Denuncia "corrupción y vicios" de los españoles. No
se respeta al Patronato Real, ni los encomenderos, admiten religiosos que él señalaba para las
doctrinas sino que ellos lo eligen. Informa que
105
en la visita que hiciera pudo observar que a la
doctrina asistían sólo mujeres y niños, pues los
hombres trabajaban en el campo o en la boga
del río, lejos de cualquier doctrina. A pesar de
ser fraile, abogaba porque en tas doctrinas se
emplease al clero secular y no regular, por las
malas costumbres de los frailes que pudo observar.
Este obispo muere en octubre de 1586 y
tres años más tarde, cuando en Cartagena ya
gobernaba Pedro de Ludeña, llegaba al puerto
un nuevo obispo, fray Antonio de Hervías, anteriormente obispo de Verapaz en México. Y
una vez más llueven quejas contra los vecinos.
Es cierto, escribía el obispo, que los diezmos
que se pagaban en la floreciente ciudad cubrían
los gastos eclesiásticos, pero ni se construye la
iglesia ni se ofrece a los indios la doctrina. El
obispo describe el deplorable estado del puerto,
de los navios sin remos, el ejército sin municiones, soldados que huyen porque no se les pagan
sus sueldos. Indica que en el próximo ataque a
la ciudad, los enemigos la destruirán de una
manera definitiva.
Muy lúgubre se presenta la situación de
los indios en la visita que hiciera en mayo de
1591. El obispo se quejaba de los crecidos tributos que impuso el presidente, doctor González, cuando visitó la ciudad, imponiéndolos tan
excesivos que acabarán sin remedio con el resto
de la población indígena; máxime porque los
encomenderos vivían entre ellos y no respetaban
las críticas de los eclesiásticos. Fue este obispo
quién pidió la fundación de un seminario en
Cartagena, "porque hay mozos que podían emplearse en el ejercicio de las tierras y virtud".
El último obispo del siglo XVI fue el augustino
fray Juan de Ladrada, ya integrado a lo que se
llamó la "modorra" colonial y quien ocupó la
silla hasta 1613.
En octubre de 1575 había llegado como
gobernador, Pedro Fernández de Busto, después
de haber residenciado a Pedro de Agreda, gobernador de Popayán. La residencia de que fue
encargado contra Bahamonde de Lugo, gobernador anterior, se vio frustrada, porque éste murió en el mismo año.
Bajo el gobierno de Busto, Cartagena y su
puerto progresaron notablemente. Fray Pedro
Mártir, de paso por la ciudad en 1580, consideraba que el puerto de Cartagena y no el de Panamá debería ser el punto fmal de las flotas
anuales, debido a su privilegiada situación. Asimismo abogaba ante el Consejo de Indias que
106
fuera este puerto el mercado central de la importación de esclavos negros, traídos del Cabo
Verde donde, según el fraile, los preci9s eran
más ventajosos que en otras partes de Africa.
En 1585 el gobernador escribía que "esta
república va en grandísimo crecimiento". Sólo
se quejaba de la irregularidad de la llegada de
las flotas desde España, pues afectaba el mercado y ocasionaba grandes fluctuaciones en los
precios. En esta ocasión la flota llevaba
2.600.000 pesos oro para la Caja Real y cerca
de tres millones que enviaban los particulares.
Por el mes de marzo de 1586, Cartagena
fue víctima de un ataque del famoso pirata,
Francisco Drake, quien destruyó una buena
parte de la ciudad, cobrando además, una crecida suma como rescate. Fue también el último
acontecimiento durante el gobierno de Busto,
pues ya en febrero del mismo año fue nombrado
desde Madrid un nuevo gobernador, Pedro de
Ludeña, quien al recibir noticias del infausto
suceso, solicitó gente, armamento, artillería,
pólvora y municiones. A su llegada ya habían
abandonado Cartagena unas 40 familias y el
puerto estaba en peligro de despoblarse. Pidió
al Rey una masiva introducción de negros y
comenzó las necesarias reparaciones de la semidestruida población. Ciertamente, ya en 1587
la Corona contrató la importación de esclavos
africanos desde Guinea, Cabo Verde y Angola
con una compañía particular.
En octubre de 1592 fue nombrado Pedro
de Acuña para el cargo de gobernador de Cartagena. De las actas de la visita a Cartagena hecha
enjulio de 1594 por Luis Tello de Erazo, oidor
de la Audiencia de Santa Fe, sabemos que, aprovechándose de aquel insuceso, muchos esclavos
habían sido importados a Cartagena fraudulentamente, sin licencia o con licencias de esclavos
ya difuntos, y sin pagar los derechos de importación. Para remediar tal situación, el visitador
propuso que todos los dueños de esclavos pagasen diez pesos por cada uno, marcando de nuevo
a todos, independientemente si estuvieren ya
marcados o no. Se concedió además, un plazo
para el pago de los derechos de importación de
los que no tuvieran la marca.
En noviembre de 1595 el Consejo de Indias
presentó al Rey nuevas peticiones de los vecinos
del puerto, quienes seguían persistiendo en su
pobreza. Pedían en préstamo las 2/3 partes de
penas de cámara. Insistían sobre la falta de ganado vacuno, teniendo que importarlo desde
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
Santa Fe o de Panamá. Ciertamente, a comerciantes e importadores poco les interesaba la
ganadería y agricultura. Pedían se les concediera por 4 años un préstamo de los dineros
retenidos en Cartagena; por la continua irregularidad de las flotas debido a los corsarios. El
Consejo insinúa un préstamo de 20.000 ducados, dando fiadores.
En julio de 1596, pasó por Cartagena el
doctor Francisco de Sande quien viajaba a Santa
Fe, para ocupar la silla del presidente de la
Audiencia. Había sido anteriormente presidente
de Guatemala. En su carta al Consejo de Indias
informaba sobre la fortaleza que se estaba construyendo y la notoria falta de armamentos. Comunicaba que la ruta de los corsarios eran las
islas de Barlovento, Santa Marta, Honduras y
Yucatán, y "que si en una parte no hallan qué
robar, en otra hallan". Consideraba que los puertos de Santa Marta y Riohacha debieran ser dotados de fortalezas. En octubre de 1598, la ciudad seguía pidiendo armas, artillería, municiones, etc. Al margen de la petición hay una que
dice: "Véase en el Consejo por dónde se podrá
pagar esto allá y avíseseme de ello". Ciertamente, en España seguía la crónica escasez de fondos.
Por aquella época se produjo un notable
avance en la navegación del Magdalena, cuando
en 1597 el capitán Martín Camacho subió el río
hasta Honda con un barco a vela, tripulado por
negros y blancos, ya que los indígenas de la
orilla habían prácticamente desaparecido. Poco
después recorrían fragatas el río. A veces bajaban indios de las montañas para atacar a los
navegantes. Fray Alberto Pedrero avisaba al Rey
de ese peligro, acrecentado por la cantidad de
negros que se empleaban cada vez más y que
eran más "animosos" que los indios. Proponía
que el tráfico se haga con fragatas por el río del
Oro o Lebrija y luego por tierra a Pamplona,
V élez, Villa de Leyva y Tunja.
El ocaso de la conquista
P
oco sociego le esperaba al anciano presidente, Francisco Briceño, cuando a fines
de 1573 llegó a Santa Fe. Los dos oidores, Diego
de Narváez y Bahamonde de Lugo, debido a su
juventud e inexperiencia y a la enemistad por
asuntos personales no colaboraban. Briceño encontró pendientes las actas de apelación que
elevó el cabildo de Cartagena contra las condenas impuestas por el oidor Diego de Narváez a
La conquista del territorio y el poblamiento
la vecindad, cuando visitó la ciudad porteña.
Estaban también apeladas al Consejo de Indias
todas las residencias pasadas: la que tomó el
licenciado Angulo a los vecinos de Popayán y
a los de Tunja; las que tomó el licenciado Cepeda
en Cartagena y otra en la provincia de Tunja.
En estado de apelación se encontraban las actas
de la visita que hiciera el licenciado Villafañe
a Santa Fe y su provincia y otra a la Tierra
Caliente (sector del río Magdalena). Las actas
de estas residencias ocupaban ya 4.147 folios
cuando Briceño resolvió enviarlas a España pidiendo que, "aunque en ellas hay algunas culpas
contra los encomenderos", se tratase benignamente a los reos.
Varios problemas se le presentaron a Briceño: la afluencia de los indios a las ciudades en
busca de subsistencia era ya tan crecida que
tanto en Santa Fe como en Tunja y en Vélez,
se trató de concentrarlos en barrios aparte. El
problema de los límites jurisdiccionales entre
los poderes civil y eclesiástico, seguía sin solución. La Audiencia se opuso a que obispos y
arzobispos ejercieran poderes inquisitoriales y
que se impusieran diezmos a los artículos que
antes no lo pagaban, como eran las mantas y la
leña. Consideraba perjudicial el nombramiento
de "oficiales -manuales- y advenedizos" para
curas, acusaba a los frailes de estorbar la inspección de su bienes y protestaba contra el continuo
envío de sus procuradores a la Corte de España.
A fmes de 1575 murió el anciano presidente
y la Audiencia quedó acéfala por más de tres
años, pues sólo a mediados de 1579 llegó desde
España para ocupar la presidencia, el licenciado
Lope Díez de Armendáriz, anteriormente presidente de la Audiencia de Charcas. Nuevos oidores llegaron a Santa Fe: el doctor Luis Cortés
de Mesa, el licenciado Antonio de Cetina y Juan
Rodríguez de Mora, anteriormente oidor de Panamá.
En ese último cuarto del siglo XVI reinaba
ya cierta paz social. La población indígena estaba ya diezmada y muchos indios huidos a los
lugares protegidos por accidentes geográficos.
El centro del país, desde las vertientes occidentales de la Cordillera Oriental hasta las orientales
de la Occidental -los valles del Cauca y del
Magdalena- estaba ocupado por los cristianos
y los dos accesos marítimos, por Cartagena en
el Atlántico y Buenaventura en el Pacífico, estaban firmemente en sus manos, habiéndose ya
"pacificado" los carrares, los pantágoras y otras
107
tribus belicosas. En los territorios marginales al
oriente -selvas y llanos-- estaba languideciendo
San Juan de los Llanos, fundada por Juan de
Vallaneda. Al occidente estaba fundada la ciudad de Toro, como puerta de entrada al Chocó.
En la parte central del país quedaban algunas
"bolsas" en el interior, la principal de las cuales
estaba en manos de los pijaos, cuyo territorio
sólo se logró "limpiar" en el siglo XVII.
Los problemas sociopolíticos de mayor
envergadura seguían siendo los conflictos dentro de la clase pudiente de la sociedad laica y
eclesiástica. Ciertamente, los oidores que se turnaban llegaban, unos más y otros menos, en
compañía de familiares y allegados que buscaban y obtenían ventajosos puestos en la administración colonial o encomiendas de indios; lo
cual produjo intrigas y enemistades no sólo entre
aquellos, sino también con los antiguos conquistadores o herederos y los recién llegados. Por
otra parte, en las esferas eclesiásticas proseguía
la antigua brega entre el clero secular y el regular
que en las Nuevas Leyes del Patronato de 1574
no han logrado zanjar.
La llegada en 1573 del arzobispo fray Luis
Zapata no pudo contribuir a la paz social. Antiguo militar convertido en fraile y luego en arzobispo, comenzó desde su llegada a fustigar los
oidores, los vecinos e incluso los indios los cuales encontró en un estado primitivo, poco aculturados. En sus cartas al Consejo de Indias no
ocultaba Zapata su desilusión. Denunciaban el
"poco fruto que han hecho -los españoles- en
la viña del Señor". Los indios proseguían sus
ritos y ceremonias, los frailes eran hombres incapaces y algunos incluso delincuentes, huidos
de la justicia. Vivían en chozas que llamaban
monasterios, sin ley ni orden. El cabildo eclesiástico se quejaba de lo poco que producían
los diezmos, de la poca devoción de los vecinos
denunciaba la continua intromisión de la Audiencia en asuntos que competían a la Iglesia.
Zapata alababa la tierra como "un rincón
de los buenos que Su Majestad tiene en las Indias". Le entusiasmaba la fertilidad del suelo,
la abundancia de los frutos, el bajo precio del
ganado y la prodigalidad de las minas de esmeraldas y del oro. "La tierra -exclamaba- está
quieta y la gente de él -los indios- tal, que con
poco apremio se puede sujetar". Pero con todo
se sintió engañado. En otro largo memorial dirigido al Consejo, uno de los muchos que luego
enviaría continuamente a España, exponía mu-
108
chas irregularidades: publicación de las bulas
papales sin el visto bueno del Consejo de Indias;
utilización ilegal de los diezmos que cobraban
los oficiales reales, ineptitud de muchos doctrineros, atropello de los derechos de asilo que
gozaba la Iglesia, etc. Se quejaba de la falta de
apoyo por parte de las autoridades civiles a la
justicia eclesiástica.
Tuvo su primer desengaño cuando a estas
peticiones, tal como luego sucedería con la mayoría de las futuras, el Consejo dictaminaba:
"Que está proveído lo que conviene", "Que está
bien ordenado", "No hay que responder", etc.
No convencido que sus peticiones eran extemporáneas cuando en España se elaboraban
las Nuevas Leyes del Patronato de 1574 que
reglamentaban las relaciones entre el Estado y
la Iglesia y restringían notablemente la autoridad
del poder eclesiástico en favor del civil, nuestro
fraile seguía enviando largas cartas quejándose
de la Audiencia, de los oficiales reales y de la
vecindad. "En ninguna parte-exclamaba-están
en menos tenidos los religiosos, ni menos reverenciados". La doctrina y obra de conversión
"están ahora como eí primer día que entraron
aquí los españoles". Informaba sobre las ordenanzas que compuso para remediar la situación
y que quedaban en el papel sin que la Audiencia
las tomara en cuenta. En lo único en que concordaban el arzobispo y la Audiencia era pedir la
perpetuidad de las encomiendas como medio
más eficaz para la conversión y conservación
de la población indígena.
No desaprovechó el arzobispo el viaje de
los dos provinciales, fray Pedro Aguado, franciscano, y fray Antonio de la Peña, agustino,
quienes iban a España, para quejarse de las Nuevas Leyes del Patronato. Con ellos enviaba una
larga petición al Consejo, ya que, como declaraba "no merezco respuesta de Vuestra Majestad".
En esa extensa petición presentada por los
frailes en el Consejo de Indias, repetía Zapata
las antiguas quejas. Solicitaba además, fondos
para la catedral que se estaba construyendo, una
orden para que se devolviera a los obispos y
arzobispos la protecturia de los indios, que tuvieran derecho de visitar los conventos y vigilar
la vida de los frailes y que a los últimos se
prohiba nombrar "jueces conservadores", pues
impedían cualquier reforma. Exigía que los encomenderos pagasen diezmos de los frutos que
cosechaban -sus indios encomendados y que
Nueva Historia de Colombia. Vol I
cuando se pagaban en especies, fuesen llevados
por los encomenderos y no por los indios a la
iglesia. Incluso pedía que se prohibiese la fundación de capellanías en las iglesias de los conventos. El arzobispo aspiraba al ejercicio de la
dignidad de patriarca en los casos que según las
leyes, deberían enviarse a Roma. Enumeraba
los pueblos indios que ya entonces pertenecían
a la Corona (Fontibón, Guasca, Cajicá, Pasea
Chía y Zaque, Fusagasugá, Choachí y Suche)
y sugería que los indios de Fontibón proveyeran
a las iglesias de Santa Fe de leña y hierba.
Pese al mutismo que encontraban sus cartas, sus peticiones, sus quejas y sugerencias,
nuestro buen fraile no se dejó desanimar. En
cada ocasión enviaba nuevas peticiones al Consejo repitiendo lo pedido y añadiendo nuevas
exigencias. Tachaba de improcedentes varias
disposiciones del Patronato de 1574 y seguía
arremetiendo contra los frailes por ignorantes,
díscolos e inobedientes y que amasaban riquezas
para luego regresar a España. Es debido a estas
quejas que fue expedida la orden Real que sin
licencia especial, ni frailes ni clérigos pudiesen
viajar a España.
Sucedió por entonces que los frailes franciscanos depusieron violentamente a fray Esteban de Asencio de su prelacia, la cual ejercía
a nombre de fray Pedro Aguado que estaba en
España, y eligieron en su lugar a otro prelado.
Y lo mismo hicieron los dominicos con su enviado a España, fray Antonio de la Peña. Zapata
comunicaba al Rey ese suceso como demostración del carácter insubordinado de los frailes a
cualquier autoridad. Exponía tal incidente en
favor de su exigencia de que sólo con su permiso
se construyeran iglesias y que sólo en su presencia se abriesen testamentos para impedir que no
se ejecutasen las mandas en favor de la Iglesia
y no se hiciesen efectivas las limosnas señaladas
por el difunto. Rechazaba la acusación de haber
pedido abusivamente "composiciones" de los
vecinos por las faltas cometidas, "porque cada
vez que sale un oidor a visitar la tierra, sentencia
a los vecinos por lo que han llevado a los indios
fuera de la tasa, o cargado, o sementeras demasiadas, o falta de doctrina y de lo a ésto semejante y la condenación aplicada para sus salarios
o gastos".
En una de estas peticiones solicitaba al arzobispo la erección de un colegio para enseñar
"gramática y artes y otras ciencias, porque ya
hay copia de naturales, hijos de españoles". Y
La conquista del territorio y el poblamiento
ciertamente, de los informes posteriores se desprende que en 1582 funcionaba un colegio seminario con 50 estudiantes y 40 colegiales, financiado con las rentas eclesiásticas, y que un catedrático enseñaba gramática y retórica. Asimismo consta que Zapata introdujo la enseñanza
de la lengua chibcha para los doctrineros, según
lo ordenaban las leyes; intento fracasado porque
los frailes no acudieron a las clases. En el caso
del colegio encontramos una nota marginal que
rezaba: "La Audiencia informa de qué podría
sustentarse"; pero al margen de las demás peticiones se lee invariablemte: "No hay que responder", "no ha lugar", "que la Audiencia informe".
El mencionado colegio tuvo una corta vida.
Fue cerrado en 1586 cuando el estudiantado lo
abandonó quejándose del profesorado y de la
manera como se proporcionaba la enseñanza.
Consta que el colegio estaba endeudado y sólo,
una vez pagadas las deudas, el maestro Francisco de Porras emprendió diligencias para
abrirlo de nuevo, con cátedras de gramática,
latinidad y teología, aprovechando los jesuítas
que llegaron en aquel entonces. Fue este colegio
el origen del actual Colegio de San Bartolomé
en Bogotá reinstalado en regla en el tiempo del
arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero. Uno de
sus profesores sería luego, a principios del siglo
XVII, el célebre cronista, fray Pedro Simón.
En las cartas de Zapata no faltaron denuncias contra los indios. Se quejaba de que pese
a los cuarenta años de la ocupación española
los indios estaban "peor que en el tiempo de su
barbarismo ... Tomaron los vicios de españoles
y los suyos no han dejado". Generalizando, los
denunciaba por "incestos gravísimos de hermanos con hermanas, padres con hijas y otros pecados muy graves". Informaba sobre las "camicerías públicas" entre los indios (se refiere indudablemente a los pijaos) y abogaba porque tales
se entregasen a los cristianos como esclavos.
Insistía en las ventajas de las encomiendas perpetuas y no olvidaba de exponer al Rey el acrecentamiento de sus rentas en este caso, por las
donaciones que recibiría de los favorecidos. Varias veces, pese a la vigencia de la Real Cédula
de 1576 que prohibía terminantemente ordenar
mestizos como curas, insistía sobre su conveniencia, pidiendo se logre un dispenso papal
para el caso, porque tales sacerdotes conocían
las lenguas del país y no abandonaban las doctrinas, como lo hacían los frailes españoles apenas enriquecidos; lo cual rechazaban los frailes
109
considerando a tales mestizos "ser monos, porque ellos no saben rastro de cristiandad, ni tienen
virtud alguna". Al referirse a la fundación de
nuevas poblaciones, el arzobispo insistía en que
debía estar presente para defender los fueros de
la Iglesia.
Por lo demás, Zapata no dejaba de insistir
sobre el permiso de volver a España, "porque
ni tengo fuerzas para sufrir estos encuentros ni
con qué poderme sustentar en esta tierra, ni con
qué pagar las deudas que debo". Informaba que
al principio, cuando fue destinado al obispado
de Cartagena, pidió prestados mil pesos y que
no pudiéndolos pagar, sus bienes y la parte de
los diezmos que le correspondía le fueron embargados. Pero distintos informes llegaban al
Consejo. Se enumeraban las pingües entradas
que tenía el arzobispo con las "composiciones".
Un fraile, Franciso de Miranda, escribía en abril
de 1575 que Zapata, llegado endeudado desde
España en 12.000 pesos, no sólo había cancelado tal deuda sino que amasó mayor valor en
joyas y esmeraldas y que gastaba en el mantenimiento de su casa más de 2.000 pesos anuales.
No faltaron otras quejas contra ese arzobispado militante. Se le acusó que por causas baladíes amenazaba los vecinos con la inquisición;
por lo cual el Consejo de Indias ordenó que los
casos de inquisición no los decida el arzobispo
personalmente sino acompañado de los oidores
y del fiscal. Pero sus controversias con estos
jueces llegaron a tal punto que en una ocasión
fue declarado "extraño de Vuestros Reinos y
perdimento de bienes". La Audiencia ordenó
incluso su expulsión a Cartagena y desde allá a
Portugal. Se trataba de un clérigo que forzó una
doncella, delito que Zapata consideraba como
de su incumbencia y no de la justicia civil, por
ser clérigo el reo.
En este caso Zapata tuvo que ceder pero
no desaprovechó la oportunidad de quejarse al
Rey del desacato de que era víctima, especialmente por parte del oidor Auncibay. Denunció
a los españoles que bajo el pretexto de fundar
un pueblo y construir una iglesia obligaban a
los indios contribuir dinero. Informó sobre otro
suceso acaecido en el pueblo indígena de Bogotá
cuando en su visita halló "muchos oratorios y
tunjos, ídolos y santuarios", lo cual denunció a
la Audiencia. Pero los oidores y el pueblo en
general, al tener tal noticia, se volcaron sobre
aquel pueblo y "se dieron tanta prisa y tan desconsiderablemente para sacar el oro, que mu-
110
Nueva Historia de Colombia
chos indios se ahorcaban, viendo invadir sus por gastos injustificados. Era pues Monzón un
tierras ... Los que piden justicia, dan voces por juez severo, de carácter duro, calidad algo nueva
las calles". Imploraba, refiriéndose a la juventud para las complacientes autoridades del Nuevo
de los oidores, que el Rey "quite tanta mocedad Reino de Granada.
y liviandad".
Monzón se mostró muy celoso en el eierci
La llegada en 1579 del presidente de la cio de su oficio. Instauró procesos y condenó a
Real Audiencia, Juan López de Armendáriz, no muchos. Muy pronto los dos oidores, Antonio
ha logrado establecer armonía entre la autoridad de Ce tina y Luis Cortés de Mesa pararon en la
civil y eclesiástica. La audiencia ordenó a Za- cárcel y el otro oidor, Juan Rodríguez de Mora
pata visitar su diócesis. Este exigió que lo acom- fue suspendido. Fueron encarcelados muchos
pañase un oficial real para que pudiera recoger de los más prestantes vecinos por delitos comeel oro que los indios ofrecían a sus dioses y a tidos ante todo por el mal tratamiento de los
sus muertos, que calculaba en 600.000 pesos. indios y el fraude de los derechos reales. LePero la Audiencia rechazó tal petición y negó vantó el destierro en que otros habían sido conel envío de un oficial, "porque en cuanto al denados por la Audiencia, y entre ellos el caciabrir sepulturas, santuarios, ídolos... no con- que mestizo de Turmequé, Diego de Torres,
viene con color de la conversión escandalizar a quien condenado a la prisión, huía de la justicia,
los indios". Y así, el problema indígena se uti- habiéndose erigido líder de la causa indígena.
liza como pretexto, como arma política en la
El arzobispo Zapata se unió al presidente
brega entre grupos sociales opuestos por sus de la Audiencia, Juan Díez de Armendáriz, para
intereses económicos y políticos. Quienes se
aprovecharon del despojo de los indios de Bogo- elevar ante el Consejo de Indias, graves quejas
tá, se convierten en "indigenistas"; y quien en contra el visitador. Y cuando Monzón envió al
aquella ocasión fustigaba a los "robadores", eri- fiscal Alonso de la Torre a España, lo acusó de
giéndose en protector de los indios, invitaba al haberlo hecho para lograr su nombramiento
despojo de sus protegidos. Es un caso entre como presidente de la Audiencia. Informaba al
muchos, que obliga al historiador pasar por el Consejo que el Nuevo Reino "está tan por el
"cedazo de la crítica" la documentación conser- suelo que sólo el nombre le ha quedado". Acusó
vada y escudriñar la realidad de lo que pasaba a Monzón de haber encarcelado injustamente
los principales vecinos, haber vendido ill1a relien aquella controvertida sociedad americana.
quia que le fue regalada en España, haber perEl fracaso del concilio que trató reunir mitido el regreso de todos los desterrados, acudir
nuestro arzobispo fue otro motivo de críticas a mohanes y hechiceros y, especialmente, de
levantadas contra Zapata. El obispo de Popayán tramar con el cacique Diego de Tarres y sus
negó su asistencia, considerando que su diócesis indios un levantamiento general. Admitía Zapertenecía al arzobispado de Lima. El de Santa pata haber aconsejado la prisión de Monzón,
Marta sostuvo que, según sus títulos, el obis- encontrando oposición en el presidente Armenpado no pertenecía al arzobispado de Santa Fe dáriz. Pero luego cuando pese a las amenazas,
sino al de Santo Domingo. Sólo se trasladó a Monzón prosiguió su visita, fue acusado de apoSanta Fe y el obispo de Cartagena, Juan Mén- yar abiertamente el alzamiento tramado porTodez, quien luego se querelló contra Zapata por rres y fue encarcelado.
los gastos que hiciera en su inútil viaje.
Como sucedía en estos casos otros inforFueron las continuas críticas del arzobispo mes al Consejo diferían de lo que denunciaba
y las no menos numerosas acusaciones contra el arzobispo. El provincial, fray Alberto Pedroél, las que indujeron al Consejo de Indias a zo, informaba que el envío del juez con tan
enviar al Nuevo Reino un juez visitador con amplios poderes como gozaba Monzón, llenó
amplios poderes. Lo fue el oidor y fiscal de la de temor a lo más granado de la sociedad neoAudiencia de Lima, Juan Bautista Monzón, Por granadina. Para ablandar a Monzón se tramo un
vía de Panamá y Cartagena llegó a Santa Fe a casamiento de su hijo con una rica heredera, lo
cual no tuvo éxito y Monzón prosiguió con su
fines de enero de 1580.
En 1564, cuando Monzón era fiscal de rigurosa residencia. Luego se trató de atemoriaquella Audiencia, logró que a la muerte del zarlo, asimismo inútilmente, mandando al capivirrey, Conde de Nieva, se embargasen los bie- tán Diego de Ospina reunir un ejército y encannes del difunto por las deudas en que incurrió tonarlo en las goteras de la ciudad. Incluso apa-
La conquista del territorio y el poblamiento
reció una Real Cédula falsificada por la cual el
Rey revocaba su nombramiento. Ya que nada
se pudo lograr, continuaba el fraile, Monzón
fue puesto preso e incluso se le acusó de ser
judío converso. Luego fue llevado como prisionero a Pamplona. El autor de la carta protestaba
contra tales procedimientos y varios vecinos
apoyaron tal protesta.
El cacique Diego de Torres, el supuesto
aliado de Monzón, huyó con los suyos de Santa
Fe. Después de haberse escondido por un tiempo
en las montañas logró llegar a Cartagena. Allí
se embarcó, visitó varias islas antillanas y luego
viajó a Madrid donde se presentó en el Consejo
de fudias con una larga y minuciosa acta acusatoria contra las autoridades coloniales, en la cual
describía la deplorable situación de la población
indígena y el desgobierno que reinaba; un "memorial de agravios" que se ha conservado. Sin
lograr nada positivo en la Corte, fue luego nombrado caballerizo del Rey y nunca volvió a
América.
N o hemos encontrado las actas del proceso
contra Monzón, salvo una carta del cabildo de
Santa Fe, en la cual se le exigió "no tratase de
quitar el servicio personal, ni boga, ni -trabajo
en minas-", pidiendo que no se introduzca "otra
orden que la que presente hay"; documento que
aclara suficientemente el meollo de la controversia.
Por supuesto, cuando en 1582 llegó a España la noticia del luctuoso acontecimiento, el
Consejo condenó la acción y desde España fue
enviado como juez, el licenciado Gas par de Carilla, quien murió antes de embarcarse. Y lo
mismo sucedió con el oidor de la Audiencia de
Guatemala, el licenciado Cristóbal de Azueta,
quien murió en el mar camino a Santa Fe. Por
fin, para acabar la visita comenzada por Monzón, fue enviado el licenciado Prieto de Orellana
y como fiscal, el doctor Guillén Chaparro, con
la orden de que luego ocupase la silla de oidor
en la Audiencia.
A la llegada de Prieto a Santa Fe, Monzón
fue puesto en libertad y viajó a España. Fueron
destituidos todos los miembros de la pasada Audiencia y embarcados con sus procesos a España, muriendo el presidente Armendáriz en Cartagena.
N o tardaron en producirse contra Prieto de
Orellana las acostumbradas acusaciones, entre
las cuales se destacaban una vez más las de
111
nuestro arzobispo. Sus largas cartas al Consejo
de fudias comenzaban casi siempre con: "N o
quisiera dar más fastidio, etc.", pero que el Tribunal Divino le ordenaba "No ceses". En otra
carta escribe: "Aunque tenía determinado no
cansar más Vuestra Majestad, viendo lo poco
crédito que a mis cartas se ha dado", lo hace
"como pastor" de sus ovejas. En varias cartas
se quejaba Zapata de las actuaciones de Prieto
de Orellana quien "ha guiado tan mal estos negocios". Atacaba al cacique Diego de Torres y
al licenciado Monzón a quien consideraba ser
"factor" de aquel. Se dolía que durante el gobierno del visitador "los nobles y leales fueron
perseguidos y encarcelados". Prevenía al rey
que si Prieto de Orellana no cambiare su actitud,
los acusados "han de proseguir en su atrevimiento con doblada desvergüenza como se ha
visto en el Perú". Por lo demás,le dolía "en el
alma de no ser parte para poner remedio. La
idolatría ha retornado a retoñar y las pasiones
a crecer de nuevo". Ponía a "Dios por testigo
que ni pasión ni aficción no me mueve y no me
ha movido en ninguna cosa".
En su carta de 1585 el arzobispo se indignaba que el Rey no ha proseguido contra Monzón quien en la visita gastó más de 60.000 pesos
de los fondos de la Caja Real. Su indignación
es comprensible, pues Monzón en España le
acusó en el Consejo de fudias de ser cabecilla
de la conjura de que fue víctima.
N o se crea que todos los eclesiásticos insistían en el privilegio de la Iglesia de inmiscuirse
en los asuntos políticos, como lo hacía Zapata,
aunque pertenecieran a la misma orden religiosa. El provincial Franciscano fray Pedro de
Azuaga, apoyaba las actuaciones de Prieto de
Orellana y en su carta al Consejo de fudias
(1583) condenaba la actitud del arzobispo en el
caso de Monzón. El fraile enumeraba las vejaciones que se cometían con la población indígena; el servicio personal de los indios lo consideraba como "esclavonía que no hay en el
mundo semejante". Se revela como un verdadero lascasiano, salvo que difiere del célebre
protector de indios en el grado de agresividad.
Por lo demás, insistía en la necesidad de que
los indios aprendieran la lengua castellana y no
los frailes la suya, por la diversidad de las lenguas que se hablaba en Santa Fe, Tunja, Victoria, Tocaima, La Palma o Muzo "porque si algún
clérigo sabe una lengua,no sabe otra". Del abuso
que cometían los frailes para con los indios se
112
quejaba también el provincial de los agustinos,
fray Luis Saavedra.
La reacción del arzobispo ante tales críticas
fue la de señalar en las doctrinas, pese a ser
franciscano, cada vez más clérigos y no frailes,
por lo cual el citado provincial acuasaba a Zapata
de otorgar las doctrinas "a quien ni sudó, ni
trabajó sino que con la lozanía y manos lavadas,
se nos ha entregado por ellas".
Poco a poco, ya por su avanzada edad, se
calmó ese luchador por los fueros de la Iglesia,
en cuyo dominio consideraba caer todos los problemas políticos y sociales que afrontaba el
Nuevo Reino. Después de 1585 ya no encontramos su firma en la peticiones del cabildo eclesiástico el cual, aunque tímidamente y con vigor
intermitente, proseguía su lucha por los antiguos
fueros de la Iglesia, adoptando una postura "criticista", e insistiendo en que los indios pagasen
diezmos y también los monasterios cuando adquiriesen propiedades "por herencia o compra
o donación". En 1586, al quejarse del oidor
Alonso Pérez de Salazar porque apresaba clérigos y frailes y también los reos que se acogían
a la Iglesia, o porque cobraba derechos e impuestos sobre los indios de alquiler y la venta
de velas, carne y vino, el cabildo escribía: "Porque los encomenderos, mercaderes y hombres
ricos, que tienen negros y caballos con qué servirse y estancias con ganado para su mantenimiento, no alquilan indios, no compran vinos
por menudeo, no compran velas porque las hacen en sus casas, ni carne porque la tienen de
suyo". Es el pobre colono sobre el cual, ciertamente, caían todos esos impuestos.
Destaquemos esta declaración del cabildo
eclesiástico como manifestación de la sensibilidad social que persistía en algunos elementos
de la Iglesia, pese a la cabeza, como lo fue el
arzobispo Luis Zapata, quien se preocupaba más
por conservar las prerrogativas político-sociales
de la Iglesia que por el bienestar del pueblo.
Nuestro combativo arzobispo muere por el
mes de enero de 1590, después de haber gobernado 17 años, y el cabildo, al informar de ello
a la Corona, pedía insistentemente que se nombrara para el arzobispado un clérigo y no un
fraile. Tal petición fue atendida. En mayo de
1592 fue nombrado para el cargo don Alonso
López de Avila, arzobispo de Santo Domingo,
quien murió antes de ocupar la silla. En julio
del año siguiente se propuso para la dignidad
al arzobispo de Panamá don Bartolomé Martí-
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
nez, quien falleció en octubre el mismo año
En 1596 se nombró al doctor Bartolomé Lobo
Guerrero, inquisidor que había sido en México
quien ocupó la silla arzobispal de Santa Fe hasta
1608 cuando fue trasladado al arzobispado de
Lima.
A la muerte del presidente Lope Díez de
Armendáriz, la Audiencia quedó acéfala durante
varios años. En 1588, a la llegada del doctor
Antonio González, miembro del Consejo de Indias como presidente, se produjeron reformas
significativas. González promovió nuevas y definitivas ordenanzas en la extracción mineral
habiendo sido ya aceptada de hecho la labor de
los indios en la minería, bien si fueran de tierra
fría o tierra caliente, siendo remplazados por
esclavos negros importados. La importancia de
los últimos como fuerza de trabajo ya había
crecido tanto que en 1594 Antonio González
propuso al Consejo se estableciera su importación por cuenta de la Corona como un monopolio, afirmando que su precio en Cartagena podía
fácilmente alcanzar cien pesos la "pieza". Por
lo demás, el Nuevo Reino gozaba de la paz
social, salvo en Tunja cuando se ordenó cobrar
el impuesto de alcabala, del cual estaban eximidos hasta entonces las colonias españolas. Esto
produjo una reacción de la vecindad, lo cual
obligó en 1596 a enviar al oidor, Luis Tello de
Erazo a aquella ciudad.
En las últimas décadas del siglo XVI, el
otorgamiento de permisos para nuevas expediciones ya no precisaba licencias del Consejo de
Indias, siendo suficientes las de la Audiencia.
Con tal licencia había emprendido su expedición
Gonzalo Jiménez de Quesada de que ya hemos
hablado y también su heredero y sobrino Antonio de Berrío a la Guayana, en tierras actualmente venezolanas.
Asimismo fue eregida en junio de 1573
una nueva gobernación, la de Muzos y Colimas,
cuyo primer gobernador fue Alvaro Cepeda de
Ayala, encargado especialmente de la explotación de minas de esmeraldas sin que se le concediera límites geográficos precisos, salvo que
la tierra no perteneciera a ninguna otra gobernación. En abril de 1575 Cepeda de Ayala tomó
el mando de su gobernación pero fue suspendido
más tarde, ocupando su puesto Juan López de
Cepeda con aceptación de la vecindad. Fue encargado de levantar un censo de las familias
indígenas señalando la edad de cada miembro,
ordenando que los niños mayores ayudasen a
La conquista del territorio v el poblamiento
los padres, que un religioso cuide de la educación de los niños, etc. Durante el mismo año
el capitán Melchor Velásquez, hizo una entrada
al Chocó en nombre del gobernador de Popayán,
Jerónimo Silva. Después de unas escaramuzas
con los indios, reconoció el curso alto del Darién
y fundó la ciudad de Nuestra Señora de la Consolación de Toro, que luego fue trasladada al
sitio actual como puerta de entrada a las tierras
que baña el Pacífico.
Otra capitulación fue realizada por la Audiencia con Francisco de Cáceres, antiguo capitán del ejército de Jerónimo de Silva en Guayana, quien a la muerte del gobernador, regresó
a Santa Fe. El objeto de la capitulación fue la
provincia de Espíritu Santo, cuya ubicación no
es bien conocida, salvo que se situaba al oriente
de Pamplona. Se le dio el derecho de alistar la
gente y repartir los indios a medida que fueran
conquistados. Y tendría derecho de nombrar sucesor si estuviere en peligro de muerte.
La consecuencia de la fracasada expedición
de Gonzalo Jiménez de Quesada, fue la licencia
otorgada en marzo de 1592 a Diego de Rosales,
compañero de aquél, para la pacificación de los
indios de San Juan de los Llanos y luego emprender una jornada al Valle de la Plata, que se creía
situado en algún lugar al oriente de los Andes.
Pero la atención de los colonizadores se
concentró principalmente, en la búsqueda y explotación de minas de metales preciosos. En
1572 se labraban entonces las minas de Tocaima, Mariquita, !bagué, Victoria, Remedios,
V élez, Pamplona y de las del río del oro, mientras que otras minas de que se tenía noticia, no
se labraban por falta de mano de obra. En el
informe sobre estas minas se sostiene que desde
su descubrimiento perecieron 50.000 indios,
pese a la frecuencia de los visitadores y a las
restricciones legales que regían para el empleo
de indios en la minería. Con todo, el autor del
informe consideraba indispensable el trabajo indígena en las minas e incluso de los indios encomendados, dándoles, las herramientas, pagándoles salarios, tratándolos bien, etc.
De los documentos se desprende que en la
casa de fundición de Cartago se fundía el metal
procedente de las minas de Anserma, Arma,
Caramanta y Antioquia. El que llegaba de las
minas situadas de los pueblos "para arriba", incluyendo Buga y Pasto, se fundían en Cali;
mientras que el oro llegado de las minas de
Popayán, Almaguer, Madrigal, Agreda, Pasto
113
y de San Juan de los Llanos ("llamado Iscuandé") debía fundirse en Quito. Para vigilar la
producción minera se propone dividir el territorio en corregimientos: uno para Cartago, Anserma y Arma; otro, para Popayán, Cali y Buga;
y otro en Pasto, para Almaguer y Madrigal.
A la llegada del presidente Francisco González creció notablemente el interés por intensificar la explotación minera. Testimonio de ello
es su largo informe al Consejo sobre las minas
de plata descubiertas en Mariquita adjudicadas
a los mineros. Sólo cuatro mineros poseían ingenios (molinos), mientras los restantes lo explotaban de una manera primitiva, "con pies y
manos" con un rendimiento de cuatro quintales
del material al día. González indicaba que si se
empleasen caballos en la molienda, se podrían
beneficiar diez quintales diarios. Había también
mineros que carecían de medios económicos
para perforar socavones y que compraban el
mineral bruto, beneficiándolo en su casa. De
ahí que gran cantidad de vetas auríferas quedaban sin beneficiar.
Es interesante el cálculo que hizo el presidente sobre costo y ganancias de la explotación.
Un indio sacaba doce quintales del material
bruto semanalmente, por lo cual ganaba doce
reales, es decir, dos reales diarios. La manipulación, incluyendo el costo del azogue y de la
sal, se elevaba a 248 reales, semanalmente. De
esta manera, declaraba González: "cada día con
cada indio jornalero al respecto de dos quintales
que saca -el indio- cada día, son 19 reales y
22 y medio maravedís de ganancia líquida, horra
de costos y costas". La relación entre el jornal
del indio y el valor de lo que producía era 1:10.
González calculaba que con la introducción de
mil esclavos negros se podrían beneficiar dieciséis minas más y se sacarían en cada ingenio
200.000 quintales de metal bruto que, a cinco
onzas de ley por cada quintal, darían 125.000
marcos de plata, más otros 75.000 que sacarían
personas particulares. Aceptaba que los indios
se estaban acabando, pero su empleo, mientras
no llegasen los esclavos negros, consideraba
como indispensable. Proponía echar a las minas
1.300 indios distribuidos en grupos de 35 individuos en cada ingenio y calculaba que con mil
quintales de azogue y 25.000 arrobas de sal, se
podría sacar anualmente un millón de pesos de
plata.
Ante la riqueza de las minas de Mariquita,
González propuso la fundación de una Casa de
Nueva Historia de Colombia Vol. 1
114
Moneda en Santa Fe donde se pudieran acuñar
reales de a 8, de a 4, de a 2, sencillos y medios
reales lo cual activaría el comercio interior;
sugerencia que tardó más de vemte años para
realizarse.
'
o
Fue también Antonio González quien introdujo por orden del Consejo de Indias, los "resguardos" o "tierras de resguardo", terrenos más
o menos alinderados, que ocupaban los núcleos
indígenas al mando de un ~ac~que,. ~ereditario
o electivo, en los cuales los mdws vivian dentro
de un estatuto sociopolítico y régimen económico más o menos tradicionales, bien si se tratase de indios encomendados o indios "libres",
tributarios a la Corona. El resto de las tierras
aprovechables estaba bien en manos particular~s
cuyos dueños obtenían _mediante u~a "composición" la propiedad legítima de las tierras, o quedaban "baldíos" a disposición de la Corona.
La fundación de los resguardos era un hito
histórico importante en las relaciones entre in-
dios y "blancos". Su introducción n\> er_a exenta
de dificultades y la lucha de los mdios para
conservar las tierras de sus resguardos recorre
la historia colonial y republicana. Pero el ciclo
histórico de la conquista, como acción militar
se había cerrado. De ahí en adelante, las dos
comunidades, la blanca y la cobriza, emplearían
en su lucha métodos que les permitía la constelación histórica, inclinada a favor de los "blancos" a medida que progresaba la colonización.
Los territorios que por su clima, vías de comunicación y fertilidad del suelo, estaban aptos
para la colonización, se encontraban ya más o
menos firmemente en manos de los "blancos"
y las principales vías de acceso desde el exterior
estaban abiertas, quedando reservadas, para la
futura colonización, las tierras que bordeaban
el Pacífico (Chocó), las selvas y los llanos orientales y las "bolsas" en el interior ocupadas por
los indígenas; territorios que poco a p~co se
abrían a la colonización, según las necesidades
económicas, políticas y sociales del país.
Notas
l. La fecha de la erección de la ciudades 27 de abril de 1539.
2. Diciembre 1538.
3. Agosto 1537.
4. El principal lugarteniente de Gonzalo Pizarra.
5. Nombre de la tribu al norte de Anserma.
6. Sobre las actividades de este encomendero, veáse mi
libro: DonJuan del Valle. Cap. vi.
La conquista del territorio y el poblamiento
115
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La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
117
La economía y la sociedad
coloniales 1550-1800
Germán Colmenares gobernación de Popayán entre los siglos xvi y
XVIII, que desarrollaron un sector minero y una
actividad agrícola (en ocasiones complementaria del primero), además de un tráfico comercial
en ropas de Castilla (o géneros europeos) y en
Introducción
productos locales (o de la tierra), van surgiendo
n los últimos años los temas de investiga- interrogantes sobre la mutua dependencia de toción histórica que se refieren a la economía das estas actividades. ¿Cómo sustentaban, por
y a la sociedad de la época colonial en Colombia ejemplo, la agricultura y el comercio la labor
han merecido más atención que en el pasado. de los mineros? ¿Cuál de estas actividades era
Cuando los estudios monográficos se multipli- el motor de las otras? ¿Qué elementos y en qué
can y se acumulan materiales factuales, siempre forma se integraban en su ejercicio? Preguntas
conviene hacer un alto y ensayar una síntesis similares a estas sugieren complementaridades
que sirva para formular otros interrogantes y y oposiciones, a veces verdaderos conflictos.
abrir otros territorios de investigación. Aunque Aun cuando en cada caso se tengan en cuenta,
hoy existen grandes vacíos en el conocimiento sin embargo, por razones de claridad, cada acdel período, es legítimo sin embargo, intentar tividad deberá describirse separadamente.
una síntesis provisional que sirva al menos para
Lo mismo puede decirse del método expollamar la atención sobre esos vacíos.
sitivo que se adopta para describir la sociedad.
La ordenación del material existente plan- A la actividad económica correspondían relaciotea algunos problemas que se refieren primero, nes sociales determinadas, y por tanto es arbitraa la ubicación de una economía y una sociedad rio disociar de ella. Ante todo, una división
locales dentro de un marco mucho más general; profesional (u horizontal) no siempre demasiado
segundo, a una cronología o periodización his- neta entre mineros terratenientes y comerciantórica que señale transformaciones significativas tes. Luego, una división vertical entre propietatanto en lo económico como en lo social y, por rios (mineros, terratenientes) y mano de obra
último, a las hipótesis que, para este período sujeta a varias formas de explotación (indígenas
específico, den cuenta de las relaciones entre encomendados, esclavos negros, peones precariamente asalariados, dependientes que debían
lo económico y lo social.
prestaciones
en trabajo, etc.). En términos ecoOtros problemas surgen en el orden de la
nómicos,
ha
resultado
más fácil hasta ahora para
exposición cuando se intenta encarar el análisis
simultáneo de varias ramas económicas. En el los historiadores hacerse a una idea diferenciada
caso de la economía de la Nueva Granada y la de las actividades profesionales (de su volumen,
E
118
su rentabilidad, etc., es decir, de su participación en el producto total) que de las oposiciones
verticales. Esta no ha sido siempre una opción
ideológica, sino que se ha visto forzada por la
escasez o la abundancia de materiales. Es obvia
la necesidad de que esta tendencia se invierta.
Sólo que deberán aportarse no meras generalizaciones teóricas tomadas de otros contextos, sino
investigaciones reales sobre la participación de
las clases explotadas en todo el proceso.
Estas cuestiones deberán enmarcarse dentro de una cronología, puesto que ni la economía
ni la sociedad presentan un aspecto absolutamente homogéneo o estático a lo largo del período estudiado. Se dieron momentos de expansión y de contracción económicas y se conocieron lo que los economistas designan como crisis.
Estas crisis no afectaron a todos los sectores de
la actividad económica de manera similar. Ni,
por lo tanto, a los distintos sectores profesionales. Además, cuando una crisis afectaba a un
determinado sector se operaban cambios también en las formas de subordinación del trabajo.
Debe agregarse que en muchos casos era precisamente el trabajo (su disponibilidad, su organización, su base demográfica) el que se encontraba en el origen de la crisis, en el trabajo
agrícola, por ejemplo, se sucedieron institucionalmente la encomienda y el concierto cuando
todavía se disponía de mano de obra indígena.
En el momento que ésta faltó, se introdujeron
arreglos no institucionales destinados a subordinar la creciente población mestiza. Este es el
origen del peonaje y de diversas formas de colonato, es decir, de prestación de servicios dentro de un sistema de clientela, no remunerada
por un salario. En las minas y en las construcciones urbanas trabajaron también inicialmente
indígenas encomendados como parte de su obligación de satisfacer un tributo, mediante alquiler
a través del sistema de la mita. La crisis de la
población indígena condujo a buscar un aprovisionamiento regular de esclavos negros para el
trabajo en las minas. A pesar de lo que representaba esta forma de trabajo como inversión, tampoco el tamaño de las cuadrillas pudo mantenerse y la producción minera se vio afectada
por la mortalidad de los esclavos. Otras complejidades surgen cuando se considera que la división vertical de la sociedad tuvo como base una
sujeción de origen racial. Con todo, las polaridades iniciales muy bien defmidas no podían
durar indefinidamente. Indígenas y negros afri-
Nueva Historia de Colombia. Vol!
canos alcanzaron en generaciones sucesivas grados diversos de mestizaje. Aun cuando la actitud
hacia las llamadas castas se percibe claramente
que el hecho objetivo que la inspiraba resulta a
la postre muy confuso. No hay, en efecto, manera de fijar rasgos conceptuales precisos a designaciones tales como pardos, vecinos blancos
y aun la muy tajante de negros. Por esta razón
los esfuerzos por cuantificar indistintamente los
grupos sociales sobre una base étnica resulta
casi imposible. Sólo un reducido círculo de notables, criollos o de origen español, resulta inconfundible. A este grupo deben atribuirse también los patrones que circulaban para valorar
negativamente las castas.
El enunciado somero de los problemas que
enfrenta un estudio sobre la economía y la sociedad coloniales sugiere el siguiente orden de exposición:
l. Un marco teórico general, en el que se
contemple la ubicación de la economía del
Nuevo Reino y de la gobernación de Popayán
con respecto a un contexto más amplio. El tratarse de una economía colonia/le imprimía rasgos de dependencia a un mundo exterior y, al
mismo tiempo, la condenaba al aislamiento.
11. Una cronología o periodización que
identifique algunos hitos, al menos con respecto
al sector más decisivo de esa economía. Se ha
partido del supuesto de que éste fue el sector
minero, en especial la explotación del oro (la
plata jugó un papel secundario en la Nueva Granada), cuya salida vinculaba la actividad económica local a una corriente mundial de intercambios.
111. Un tratamiento descriptivo de cada una
de las ramas de la actividad económica (minería,
comercio, agricultura) y algunas hipótesis respecto a sus nexos. En cada caso se examinaran
los factores productivos, así:
A. Minería del oro. l. Fronteras y yacimientos. 2. Las minas, las técnicas y los mine-/
ros. 3. El trabajo. 4. La producción y las crisis.
B. La agricultura. l. La apropiación de la
tierra. 2. Configuración regional de las unidades
productivas, a. El nuevo Reino. b. Los valles
interandino s.
C. El comercio. l. Los comerciantes. 2.
Las mercancías.
IV. Finalmente, se esbozará un cuadro de
la sociedad colonial. Aquí tratará de evitarse la
descripción meramente costumbrista para tratar
de percibir los rasgos más característicos de una
La economía y la sociedad coloniales, 155 0-1800
sociedad que iba a evolucionar muy lentamente
en el futuro. No se trata en este caso de justificar
un estado de cosas, sino de penetrar algunos de
los mecanismos de dominación social que se
han mostrado más persistentes y de preguntarse
por las razones de su eficacia. A pesar de cambios coyunturales y de verdaderas crisis en la
economía colonial, y aun de la economía agraria
posterior, ciertas estructuras elementales, vinculadas al dominio de la tierra casi siempre, parecen ser una constante inalterable de las formaciones económico-sociales de la América Latina. Algunos de los elementos de estas estructuras caen fuera de los límites del presente estudio,
pues tienen que ver con un complejo ideológico
cuyas transformaciones son todavía menos aparentes que en el caso de la economía y de la
sociedad. El esquema analítico de esta última
parte se presenta así:
La sociedad.
A. Conceptos históricos sobre diferenciación y conflicto social.
B. La preeminencia de los encomenderos
y las comunidades indígenas.
C. Terratenientes, mineros y comerciantes.
D. Las Castas.
A la búsqueda de un marco de interpretación
E
el análisis histórico de una sociedad no
puede prescindir de una reflexión simultánea sobre las peripecias de la actividad económica desarrollada por los grupos que integran
esa sociedad. Una observación superficial muestra inmediatamente cómo las oportunidades sociales están ligadas a los altibajos de la economía. Pero más allá de las correspondencias obvias entre prosperidad o depresión económica
y oportunidades de cambio en la ubicación social
de los individuos, subyace el problema de las
relaciones entre economía y sociedad.
Comúnmente se admite que estas relaciones son de tipo estructural, es decir, que se dan
a un nivel más profundo que las apariencias que
fundamentan la observación empírica de casos
aislados. Si, por ejemplo, consideramos a una
clase social en su conjunto, percibimos que su
existencia o su manera de ser no se ve afectada
por la mera promoción o por la pérdida de categoría social de algunos individuos. Para que
una clase social desaparezca se requiere que
desaparezcan las condiciones objetivas de su
existencia. Estas condiciones son muy comple-
119
jas, pues integran todo tipo de relaciones con
otras clases sociales. Desde relaciones muy concretas en la actividad económica hasta nexos
más sutiles definidos por un aparato legal o indicados por una ideología y por actitudes mentales.
Cuando se habla de economía y de sociedad
coloniales se está afirmando implícitamente
que, para un período histórico, existe una identidad en conjunto que lo diferencia de otros períodos históricos. Para definir esta identidad de
nada valdría acumular biografías de individuos
que vivieron en ese período, pues éstas no pueden servir sino de los ejemplos que ilustran una
situación general. Esta situación general se
mueve dentro de ciertas rigideces, ciertas limitaciones que le imponen el desarrollo de la técnica, el número de hombres, la distribución de
éstos en oficios, su acceso a ciertos bienes, la
manera como producen y se reparten el fruto
de su trabajo, etc. Todas estas limitaciones, que
pueden considerarse en abstracto, hacen posible
caracterizar un régimen productivo.
De nada vale, sin embargo, una caracterización aislada. En la realidad, las sociedades
no producen exclusivamente para sí mismas.
Todas intercambian parte de lo que producen y
no consumen, es decir, sus excedentes. Puede
adelantarse que desde el siglo xvi este tipo de
intercambios se hizo mundial al incorporar el
Atlántico a una red comercial que ya unía tres
continentes a través de la cuenca mediterránea.
Debe observarse que los fenómenos que
podemos aislar como puramente económicos
son susceptibles de un cierto esquematismo y,
en ultimas, pueden reducirse a una unidad conceptual (denominar todo el complejo de intercambios capitalismo mercantil, por ejemplo),
por cuanto se ligan unos a otros en conjuntos
cada vez más vastos en la esfera de la circulación
de los bienes. De esta manera pueden descubrirse relaciones insospechadas entre una economía aldeana, en la que existe una aparente autonomía, y una esfera cada vez más amplia de
intercambios, hasta reconstruir una red mundial.
En cambio, los arreglos sociales que hacen posible determinadas formas de explotación, revisten una variedad tan grande, que resultan irreductibles unos a otros.
En el razonamiento abstracto de algunos
historiadores económicos (inspirados en la economía neoclásica) no existen rasgos históricos
de una sociedad o no perciben sino su participa-
120
ción mensurable en un producto total. Las relaciones sociales desaparecen así detrás de fenómenos cuantificables: precios, rentabilidad de
entidades igualmente abstractas (empresas, no
importa que se trate de una plantación esclavista
o de una fábrica), producto dedicado al autoconsumo y producto dedicado a la comercialización
o a la exportación, etc. Empero, el análisis de
los fenómenos de intercambio, desde un nivel
local inmediato hasta sus proyecciones a nivel
mundial, no puede sustituir la observación de
formas de producción específicas y de las relaciones sociales que implican. Esto no quiere
decir que los fenómenos productivos aparentemente más aislados no estén influidos, así sea
negativamente, por las exigencias de un régimen
de la circulación de los bienes impuestos por
un mercado metropolitano.
El llamado capitalismo mercantil influyó
sin duda en las cantidades y en la naturaleza de
los bienes producidos en América y, por consiguiente, en el ritmo agotador del trabajo exigido
a indígenas y esclavos negros. Pero aun así, las
formas de producción local no fueron capitalistas. Aún más, el intercambio generalizado de
productos, o de excedentes generados (a veces
mediante la violencia) dentro de un régimen no
capitalista, imprimió rasgos particulares a una
explotación colonial y a las relaciones sociales
dentro de las colonias.
La peculiaridad irreductible de los arreglos
sociales, por un lado, y por otro la posibilidad
de canalizar excendentes hacia un mercado mundial, acumularon confusiones en los comienzos
de una polémica sobre la caracterización del
modo de producción prevaleciente en América
después de la Conquista.
¿Feudalismo? ¿Capitalismo? Cuando hace
ya unos diez años se desencadenó la polémica,
las discusiones estuvieron sembradas de equívocos que han ido despejándose. Quienes teorizaban con abundancia sobre esta cuestión se apoyaban en una información muy magra sobre la
economía y la sociedad coloniales. Hoy nadie
sostendría, como entonces, la tesis extrema de
que América estuvo inmersa a partir del primer
contacto europeo en un modo de producción
capitalista. Ahora se conoce mejor el papel jugado por los comerciantes y por las instituciones
fiscales españolas en la canalización de los excedentes producidos en América hacia una circulación mundial. Y aun antes de llegar a este
punto se han explorado mejor las relaciones en-
Nueva Historia de Colombia Vol. 1
tre las ramas de la producción (minería, agricultura) que permitían generar un excedente.
La alternativa no es tampoco ver un régimen de producción feudal capaz de extraer un
excedente comercializable mediante coerciones
extraeconómicas. En otras palabras, suponer
que en América se enquistaron los restos de un
sistema agotado ya en el viejo mundo. Si en la
esfera de circulación de los bienes existió desde
el siglo xvi una red que movilizaba los productos más variados y distantes y establecía tma
comunicación incesante, los arreglos sociales
no se comunicaron tan fácilmente. La homogeneización de las sociedades es un hecho nrny
reciente y obedeció a la atomización del trabajo
impuesta por el capitalismo industrial. En el
siglo xvi, en cambio, la preexistencia de sociedades autóctonas en América presentaban resistencias, que sólo podían vencerse muy lentamente, a los arreglos sociales europeos. Por esta
razón, la organización social tuvo que adaptarse
a las condiciones existentes, en vez de imponerse como sobre una tabla rasa.
Así, el que quiera ver en la encomienda
una forma feudal, parangonable con la servidumbre europea, corre el riesgo de ignorar los
rasgos más sobresalientes de esta institución y
sus contradicciones. Por ejemplo, el hecho de
que tuviera un efecto deformador sobre las jerarquías sociales que los indígenas reconocían entre ellos y simultáneamente se valiera de ellas
para imponer la explotación económica y la dominación política de los españoles. O que haya
sido un instrumento de mediación entre el Estado español y las sociedades indígenas y, al
mismo tiempo, un riesgo que amenazaba seriamente la unidad de ese Estado en América.
Si bien puede decirse que las leyes de protección de los indígenas fueron un monumento
a la ineficacia, no por ello puede ignorarse la
presencia constante de una monarquía centralizadora en el terreno fiscal. Es cierto que el rasgo
más característico de la producción feudal, la
coerción extraeconómica, existió, pero no solo
en beneficio de los encomenderos sino también
de la Corona y aun de algunos notables indígenas. Finalmente, la presencia de los ocupantes
españoles no puede decirse que haya alterado
de una manera radical las formas indígenas de
producir.
N o es cierto entonces que las condiciones
creadas en América a raíz de la Conquista reprodujeran un estado de cosas anterior existente en
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
Europa. Simplemente, integraron un tipo de
economía y de explotación preexistentes a la
Conquista dentro del marco de una institución
original. Que esta institución haya tenido rasgos
feudales, no resulta nada extraordinario, dados
sus antecedentes europeos. Pero eso no puede
ocultar el hecho de que la institución operó inicialmente sobre un modo de producción desconocido en Europa.
El debate feudalismo-capitalismo puede
admitir hoy que la vinculación a Europa de la
economía que se desarrolló en América a partir
de la Conquista no tiene por qué concebirse
como una uniformización de los fenómenos productivos. El llamado capitalismo mercantil, fue
capaz de extender el radio de circulación de los
productos, pero no de alterar fundamentalmente
las maneras de producir. Por eso su influencia
debe confmarse a la elección de productos para
un mercado mundial y no extenderse a la producción misma o a las relaciones sociales que la
hacían posible. El período histórico de la transición entre feudalismo y capitalismo (que se
extiende desde el siglo XVI hasta el XVIII), no
conoció una base productiva uniformemente capitalista, en la que la forma mercancía se extendiera a todas las modalidades del trabajo. Este
hecho, conocido suficientemente para Europa,
es mucho más evidente en el caso de las colonias
hispanoamericanas.
De esta manera la economía de mercado,
la circulación cada vez más extendida de los
productos, se presenta como un elemento uniformizador, en tanto que las sociedades que intervenían en la producción reclaman un tratamiento
particularizado. Estas consideraciones hacen
posible detenerse en el estudio de variantes regionales y en sus cambios históricos. No se trata
de realizar aportes decisivos a la teoría de los
modos de producción sino de ahondar en la significación de datos concretos de un desarrollo
histórico particular.
A nivel de las castas dominantes en América, por ejemplo, observamos ciertos cambios
característicos. El poder económico y el prestigio social fue detentado sucesivamente por diferentes grupos profesionales. Inicialmente recayeron en una casta de encomenderos. Su supremacía derivó el reparto inicial entre los invasores del botín de sus conquistas, sobre todo de
los recursos de mano de obra. El acrecentamiento de la población española, el agotamiento
de la población indígena y una afirmación simul-
121
tánea de la iniciativa reguladora del Estado español, fueron debilitando el sector de los encomenderos. Al cabo de tres generaciones, hacia
1590-1610, el sistema entero empezó amostrar
indicios de agotamiento. En dos generaciones
más (hacia 1640-50) puede afirmarse que la
preeminencia absoluta de los descendientes de
los conquistadores había concluido.
Otros grupos se disputaron el escenario de
la figuración en adelante. Terratenientes, mineros y comerciantes, reforzados en materia de
prestigio por alianzas con descendientes de la
burocracia imperial, fueron intercambiando papeles dentro de una coyuntura económica que
los afectaba de manera diversa.
El papel de otras fuerzas sociales es menos
aparente. Aunque la sociedad colonial recelara
profundos conflictos, su expresión escapaba a
cualquier formulación ideológica que les diera
un contenido político. Aun los conflictos tempranos con indígenas hallaron una forma de conceptualización dentro de la ideología escolástica
dominante. En el siglo XVI, la formulación más
clara de los agravios indígenas, expresada por
don Diego de Silva, un mestizo cacique de Turmequé, es ya una sumisión cultural a los conceptos platonizantes de justicia y una aceptación
del papel atribuido al soberano como dispensador de esa justicia.
La homogeneidad ideológica se revela en
todo tipo de conflictos hasta el siglo XVIII. entre
esclavos y amos, entre gañanes mestizos y terratenientes, entre españoles pobres y notables, entre ciudades y pueblos de indios y entre ciudades
de mayor y menor influencia. En este último
caso, tal vez uno de los más característicos, la
oposición de intereses ni siquiera comprometía
estratos sociales diferentes, sino que los integraba en conflictos entre localidades.
El confmamiento ideológico de los conflictos revela un confinamiento paralelo de las relaciones sociales. La sociedad colonial presenta
un aspecto uniforme en el que sólo la coyuntura
económica introduce alguna variedad. Los economistas designan como coyuntura los cambios
sostenidos de prosperidad y depresión que experimenta la totalidad de un proceso económico.
Tales cambios son identificables mediante indicadores, como los precios o el volumen de la
producción. Usualmente la coyuntura se localiza
en un sector privilegiado de la economía, susceptible de influir en todos los demás. Los cambios coyunturales, a diferencia de los cambios
122
de estructura, no son capaces de modificar de
manera radical las relaciones sociales existentes,
pero sí de trastornar las vidas individuales y aun
la de grupos enteros.
A través de la coyuntura es posible establecer una cronología racional en el desarrollo histórico de un período. Es decir, señalar el alcance
de cambios relativos que afectaron el conjunto
de la vida social. Aquí debe insistirse en la
relatividad de los cambios frente a la uniformidad del sistema. Pues lo propio de un estudio
histórico reside precisamente en percibir el movimiento temporal de las economías, de las sociedades, o de las estructuras mentales, aun si
se hallan confinadas dentro de una caracterización mucho más general. Así, el establecimiento
de una cronología contribuirá a fijar de manera
más precisa los límites de este estudio.
Fundamentos económicos de una
periodización para la época colonial
L
a economía de los territorios que hoy constituyen Colombia (y que se designaban
como Nuevo Reino y gobernación de Popayán)
fue, durante más de tres siglos, una economía
del oro. El oro y la plata americanos tuvieron
un papel importante en el tráfico mundial que
comenzó a organizarse en tomo a un eje atlántico
después de la época de los grandes descubrimientos. Para entonces los metales preciosos
extraídos en América eran, literalmente, mercancías. ¿Por qué este tipo peculiar de mercancía y no otros?
Esta pregunta hace surgir una serie de problemas que tiene que ver con las necesidades
de las economías europeas, con los niveles de
la tecnología del transporte, con las posibilidades de rentabilidad de las nuevas colonias y con
el aprovechamiento y la explotación de sus recursos naturales y de mano de obra.
La economía de los metales preciosos no
surgió al azar o por el mero hecho de que este
recurso hubiera sido abundante en América. Menos aún por cuanto el oro o la plata poseyeran
un valor intrínseco que los hiciera especialmente
apetecibles. En la producción de metales preciosos, como en la de cualquier mercancía, el producto fmal incorporaba ingentes esfuerzos humanos y unos costos que podían exceder su
precio en el mercado.
La explotación de metales preciosos se impuso en América por una necesidad en el desa-
Nueva Historia de Colombia. Vol 1
rrollo de las economías europeas. Después de
una crisis compleja, cuyos orígenes se hacen
coincidir con graves problemas demográficos v
que condujo a la disminución de las rentas señoriales, es decir, al debilitamiento del sistema
feudal, algunas economías en Europa experimentaron un proceso de expansión, sobre todo
en el sector manufacturero. En vísperas del descubrimiento de América esta expansión corría
el riesgo de estancarse y de generar una nueva
crisis. Las fuentes africanas de aprovisionamiento de metales preciosos, indispensables
para el cambio, eran incapaces de saldar un
déficit crónico de la balanza de pagos europea
con respecto al oriente, y la moneda que circulaba en Europa resultaba escasa. La economía
europea estaba "hambrienta" de metales amonedables para mantener el ritmo de los precios y
con ellos un estímulo a la producción. En tma
economía de mercado, como la que se estaba
constituyendo entonces, los precios favorables
eran un resorte impulsor y, por el contrario,
descorazonaban a los productores cuando la escasez de la moneda los deprimía. Por estas razones, algunos autores han atribuido un papel
muy importante en el crecimiento europeo a los
metales americanos. Al llegar a Europa éstos
produjeron un ciclo de inflación sostenida que
mantuvo las expectativas de los productores.
Otro factor importante que intervino en la
elección de los metales preciosos como mercancías coloniales fue el de su valor por unidad de
peso y volumen. La lentitud y la inseguridad
en los transportes tenía como consecuencia que
sólo los productos que representaran un valor
elevado con respecto a su peso y a su volumen
justificaban un viaje por el océano. De allí que
el comercio colonial se alimentara con productos
muy apetecidos en los mercados europeos: especies, colorantes naturales para los textiles o metales preciosos.
Finalmente, la explotación del oro y la plata
obedece a una relativa abundancia de recursos
en América que facilitaban su extracción a un
costo muy bajo. Esta, a lo menos, fue la primera
impresión que tuvieron los ocupantes españoles.
Pero la búsqueda obstinada de un Dorado revela
mucho más acerca de los condicionamientos de
una economía que tenía hambre de metales que
sobre la existencia real de yacimientos metalíferos inagotables, tal como se los representaba
la sicología primaria de los conquistadores. Aun
cuando finalmente los descubrimientos de vene-
La economía y ¡a sociedad coloniales, 1550-1800
123
Los ciclos de oro en Colombia
1er . CICLO
(Mil e de peso plata)
E23
Chocó
D
Popayán
2o. CICLO
~ Antioquia
'*r~*M Santa Fe
•
Cartago
Fuente: JARAMILLO URIBE , "La Economía del virreinato" En: OCAMPO, Ed. Historia económica de Colombia
1550 y 1800 presenta ciertas lagunas de informaros y filones vinieran a coincidir en parte con
ción
(entre 1570 y 1595, por eJemplo, en donde
este espejismo, la mera posibilidad de disponer
de mm mano de obra abundante y barata ya le faltan cifras significativas de los yacimientos de
Popayán y de la región antioqueña), la tendencia
daba un principio de consistencia.
Todas estas circunstancias sugieren una co- general marca claramente los ciclos productinexión estrecha entre las economías del occi- vos. El primer ciclo, que abarca desde 1550
dente de Europa, capaces de organizar intercam- hasta 1630-40 se va ampliando hasta llegar a
bios a nivel mundial, y las economías coloniales una cúspide o techo en los dos decenios de 1590161 O. En adelante la producción tiende a conobedientes a las iniciativas de un núcleo eurotraerse
hasta entrar en una crisis que abarca una
peo. Se trataba, en verdad, como se ha venido
describiendo, de la relación entre un núcleo y buena parte del siglo XVII. Hacia 1680 se obuna periferia. Los metales preciosos se extraje- serva un repunte (para el distrito de Popayán;
ron en vista de esta relación y para satisfacer posiblemente también para Antioquia) que se
va afirmando en los primeros decenios del siglo
las necesidades del núcleo europeo.
Al examinar el perfil de una curva de la XV~I. Este siglo conoce un segundo ciclo proproducción total de oro en el distrito de la Au- ductivo, con una pequeña depresión hacia 1740diencia de la Nueva Granada y en la gobernación 1760, hasta alcanzar en el último decenio una
de Popayán (véase figura 1), es posible atribuir magnitud comparable a la del último decenio
a sus rasgos más salientes -aquellos que indican del siglo xvi.
. Basándose en trabajos sobre el comportalos ciclos productivos más durables- una conexión de este tipo. Si bien la curva que se ha mi~nto d~mográfico de la población indígena,
reconstruido para el período comprendido entre un mvestlgador norteamericano adelantaba hace
Nueva Historia de Colombia. Vol 1
124
unos 25 años la teoría de que México había
sufrido un siglo de depresión en el XVII. Esta
tesis conincidía con la Idea generalizada de una
depresión europea en la misma centuria. La explicación más coherente de este último fenómeno lo atribuía al agotamiento de un primer
siglo capitalista. El crecimiento manufacturero
que hizo la fortuna de algunas ciudades del norte
de Italia y del norte de Europa no habría sido
capaz de prosperar en un entorno todavía feudal,
que limitaba su mercado.
Antes de sugerir un parentesco entre la depresión de la periferia colonial y el núcleo europeo, queda por realizar mucha investigación a
nivel empírico. De otro lado, tanto la depresión
mexicana como la crisis del siglo xvn europeo
han encontrado objeciones recientemente. Con
todo, esta objeciones no parecen tan graves (particularmente las que hacen relación a México,
basadas en trabajos parciales) como para desechar una coincidencia que sugiere algunas explicaciones en el plano teórico.
Pero aun si prescindimos de este tipo de
explicaciones, nos queda el fundamento empíricamente objetivo de dos ciclos bien diferenciados de la producción aurífera para sustentar una
cronología de la historia económica de la Nueva
Granada y de la gobernación de Popayán. Estos
dos ciclos, separados por un período de depresión en el siglo XVII, se diferencian no sólo
cronológicamente. Dentro de ellos se dieron
desplazamientos regionales, con énfasis diferentes en la importancia de los distritos de explotación minera. Ambos ofrecen también matices
diferentes en cuanto a la mano de obra empleada
y en cuanto a su sustentación agrícola. A través
de ellos puede examinarse el alcance de ciertas
transformaciones en la población, en la ocupación de la tierra y en sus formas de explotación.
A grandes rasgos, estos límites cronológicos
serían:
1550-1640: Primer ciclo del oro. En éste
distinguimos un primer período en el que la
producción más Importante tuvo lugar en los
distritos de Santa Fe (en Pamplona, Tocaima,
Venadillo, Victoria y Remeaio), Antioquia,
Cartago y Popayán. En ellos predominó la mano
de obra indígena y su explotación fue posible
gracias a la encomienda. A partir de 1580 se
mcorporaron los grandes descubrimientos antioqueños (de San Jerónimo, Cáceres y Zaragoza)
que, con el concurso de mano de obra esclava,
hicieron elevar la producción a magnitudes sólo
igualadas dos siglos más tarde. El apogeo no
duró sino unos treinta años y hacia 1610-1620
mineros y oficiales reales comenzaron a percibir
una crisis de la cual dan razón las cifras en
declive entre 1610 y 1630 y que iba a prolongar
sus efectos hasta bien entrado el último cuarto
de siglo.
1640-1680: Período de recesión que separa los dos ciclos
1680-1800: Segundo ciclo. El eje de este
ciclo secular se ubicó en las provincias del Chocó, bajo la dominación de Popayán, y en otras
zonas del distrito antioqueño. La recuperación
de este último operó sobre bases sociales diferentes de las del primer ciclo, en el que habían
predominado grandes cuadrillas de esclavos.
Ahora se habían multiplicado los pequeños empresarios y su actividad contrastaba con el monopolio ejercido por los señores de cuadrilla de
Popayán. En cuanto al distrito tradicional de
Santa Fe, había perdido para entonces toda importancia como productor de oro, aunque siguiera jugando un papel importante como sustento agrícola del distrito antioqueño
Esta cronología cubre también a grandes
rasgos, como se verá más adelante, otros fenómenos sociales y económicos como el de la
formación y desintegración de unidades productivas agrícolas o el del auge y decadencia del
sistema de encomiendas. Hasta qué punto existen correspondencias entre estos fenómenos, es
un tema abierto al debate. Pero, en todo caso,
los ciclos del oro marcan con nitidez algunos
hiatos en lo que hasta ahora parecía un desenvolvimiento temporal uniforme.
La economía colonial - Minería del oro
U
no de los motores de la expansión y de la
ocupación del suelo por parte de los españoles fue la búsqueda de metales preciosos. El
oro y la plata significaban para los ocupantes
algo más que una oportunidad de elevar su nmgo
social y equipararse a una nobleza terrateniente
en España. Aunque este tipo de resorte sicológico individual jugara un papel, para el conjunto
de los ocupantes, los metales preciosos representaban la posibilidad de mantener un nexo
permanente con el Viejo Mundo.
Desde los primeros momentos, la participación en empresas de conquista significó aportar
un capital en forma de bienes y equipos que,
en ocasiones, alcanzaron precios inauditos: ca-
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
ballos, sillas de montar, estribos, armas, etc.
Pero una vez asentados, los conquistadores debían buscar formas de intercambio permanente
que les asegurara la provisión de ciertos bienes
indispensables a su forma de vida: hierro, acero,
y, en general, artículos manufacturados de procedencia europea.
Esta necesidad parece obvia si se tiene en
cuenta que la mayoría de los ocupantes permanecieron en América aun cuando algunos hubieran buscado solamente una ocasión de enriquecimiento rápido para regresar a España. Otros
no se contentaron con el primer botín alcanzado
y prosiguieron su aventura en búsqueda de fabulosos dorados o de una participación más grande
en el reparto de privilegios. Los asentamientos
urbanos se ramificaron distribuyendo un contingente muy tenue de población española en espacios enormes. Santa Fe, Tunja Vélez, Pamplona, Mérida, Ocaña, !bagué o Popayán, Almaguer, La Plata y Cali, Buga, Arma, Anserma,
Cartago, etc., surgieron sucesivamente, como
los retoños de un árbol, de las expediciones o
huestes que procedían de Santa Marta y el Perú.
En los confines de estos asentamientos definitivos no tardaron en aparecer reales de minas, a
veces como puestos fronterizos respecto a tribus
hostiles. Toro y Caloto en el occidente, o Victoria y Remedios bajo la influencia de Santa Fe,
fueron ciudades de frontera y centros mineros
constantemente amenazados.
La economía del oro no se desarrolló uniformemente, con un centro único o dentro de
una unidad territorial, y ni siquiera dentro de
un marco administrativo centralizado. Las ciudades españolas nacidas de la iniciativa de las
huestes de conquistadores, se apropiaban y guardaban celosamente sus recursos. Muchas obtuvieron el privilegio de una Caja Real, en la que
se quintaba y se fundía el oro para ser gastado
inmediatamente. El control de la Audiencia más
allá del núcleo inicial del Nuevo Reino se ejercía
mediante jueces de comisión, cuyas actuaciones
eran casi siempre rechazadas por los vecinos
del lugar. Aun dentro del Nuevo Reino, Tunja
y Santa Fe rivalizaron durante todo el siglo xvi
como centros de poder, y sólo visitas sucesivas
de los oidores (o visitas de la tierra) lograron
coartar a la postre una actitud muy acentuada
de autonomía entre los vecinos encomenderos.
Además, casi la mitad del territorio ocupado
caía bajo la jurisdicción de la gobernación de
Popayán, en los confínes de la Audiencia de
125
Quito. Entre ésta y el Nuevo Reino se extendía
una zona incierta, una verdadera frontera interior en la q~e resistieron durante mucho tiempo
paeces y piJaos.
La explotación del oro se desplazó en fronteras sucesivas a todo lo largo y ancho del Nuevo
Reino y de la gobernación de Popayán en un
lapso de tres siglos. Esta movilidad produjo
como resultado que en diferentes épocas la riqueza, y con ella el acceso a un mundo exterior,
se concentrara en regiones aisladas unas de
otras. La prosperidad que caía de pronto sobre
un territorio era apenas compartida por los demás. Paradójicamente, los nexos entre una región minera y las regiones vecinas resultaban a
veces más débiles que aquellos que mantenía
con un mercado mundial. En algunos casos se
trataba de un episodio pasajero, en el que en
medio de la euforia de un hallazgo, los habitantes recreaban en una región aislada todas las
extravagancias del consumo de un gran centro
urbano. Cuando el aliento de las explotaciones
era más sostenido, la prosperidad no alcanzaba
a cobijar sino a los centros comerciales o agrícolas que abastecían la región minera.
Esta economía de islas, como la ha llamado
un historiador colombiano, fue un fenómeno
dominante hasta bien entrado el siglo xix. Era
lo propio de un régimen colonial y presentaba
ciertas analogías con el patrón de la factoría o
enclave destinado a canalizar ganancias comerciales en favor de una metrópoli. Sólo que en
este caso la integración económica era más compleja y, junto con un comercio itinerante que
se desplazaba a lo largo de los corredores andinos desde Cartagena, se desarrollaban actividades agrícolas más permanentes.
Los primeros distritos mineros surgieron
como avanzadas de las regiones más favorecidas
con población indígena. La encomienda o reparto de indios no sólo sirvió de base de sustentación agrícola a los yacimientos, sino que originó los capitales para su explotación y aun la
mano de obra indispensable en ella. Indios de
encomienda trabajaron en los yacimientos de la
región de Popayán, en los filones de Cartago,
Arma y Anserma, en los de Pamplona y en los
aluviones del valle del Magdalena, desde las
cercanías de !bagué hasta la ciudad de los Remedios. Después de 1580, los hallazgos de Gaspar
de Rodas en San Jerónimo, Cáceres y Zaragoza
no sólo no dieron un nuevo impulso a la produc-
126
cwn del oro, sino que su riqueza permitió el
empleo sistemático de esclavos negros.
Prácticamente, todas las ciudades fundadas
en las regiones andinas poseyeron distritos mineros tributarios en el curso del siglo xvi. A
los habitantes de Tunja y Santa Fe, por ejemplo,
se debió la iniciativa de la fundación de !bagué,
Tocaima, Victoria y Remedios. Pamplona se
disputó con V élez los yacimientos del Río del
Oro y explotó filones en los reales de Vetas y
Montuosa. Cartago, Arma y Anserma explotaron filones y aluviones en Marmato, Quiebralomo y Supía, y Popayán tuvo avanzadas en
Almaguer y Caloto, fuera de las minas de Chisquío que explotaba la Corona directamente. La
ciudad de Santa Fe de Antioquia no sólo explotó
desde muy temprano el cerro vecino de Buriticá,
sino que fue la metrópoli de nuevas fundaciones,
San Jerónimo, Cáceres, Zaragoza, y más tarde
Guamocó. Casi ningún centro minero, por importante que fuera, pudo establecerse o perdurar
independientemente de las ciudades que debían
abastecerlo o de las cuales dependía administrativamente. Tales centros iban desde campamentos provisorios hasta poblamientos con el rango
de ciudades. En muchos casos, la existencia de
una Caja Real, con su acompañamiento de funcionarios y de la percepción de gravámenes sobre el comercio o de diezmos agrícolas, elevaba
el rango de poblamiento pero no le impedía que
en el momento de la decadencia de las explotaciones quedará reducido a un villorio en el que
no se conservaba ninguna traza de su antigua
prosperidad. En un caso extremo, como en el
que los campamentos mineros del Chocó, ya en
el siglo XVIII, la riqueza aurífera podía atraer
funcionarios y poderosos señores de cuadrilla,
comerciantes y aventureros, religiosos y curas
deseosos de una rica prebenda, pero no propiciar
un asentamiento estable.
La declinación progresiva de la producción
del oro en el conjunto de los distritos mineros
después de 1610 puede verse como un fenómeno
coyuntural. Esta coyuntura sirve para definir la
economía global de la Nueva Granada en el
contexto de sus relaciones con la metrópoli. Pero
al acercarse a cada distrito por separado, se advierte que se trataba de un proceso uniforme e
inevitable en este tipo de explotación. Aun en
el caso de que el agotamiento de los yacimientos
no fuera absoluto, el nivel de la técnica empleada se presentaba como un límite insalvable.
A esto debe agregarse el hecho de que la fuerza
Nueva Historia de Colombia,
Vol. 1
de trabajo (fuera indígena o de esclavos negros)
se deterioraba muy rápido y los costos de su
mantenimiento se elevaban a medida que la explotación minera iba restando brazos a la agricultura. Así, desde el punto de vista de los factores que intervenían en la producción (técnica,
mano de obra, abastecimientos), las crisis mineras obedecían a la estructura de la producción.
Por estas razones, las curvas de producción
de los diferentes yacimientos presentan un
mismo perfil, de un ascenso inicial hasta alcanzar un techo que se mantiene apenas por uno o
dos decenios para luego caer uniformemente.
Se trata de un ciclo en el que la riqueza del
hallazgo y la facilidad de la explotación permiten, como en Zaragoza, invertir inicialmente en
instalaciones y mano de obra. Estas inversiones
acrecen la productividad hasta alcanzar los límites del rendimiento de la mano de obra y de la
riqueza de los yacimientos. Una vez alcanzado
este punto, las cifras de producción descenderán
en forma uniforme y solamente la incorporación
de un nuevo hallazgo podrá mantener el nivel
de la producción anterior. Esto explica los contin~os desplazamientos a través de fronteras sucesiVas.
Sin embargo, después de la cúspide alcanzada en los decenios de 1590-1600 y 1600-1610,
los hallazgos no significaron un incremento significativo del volumen de metal extraído. Esta
situación se prolongó durante casi todo el siglo
XVII, hasta cuando se incorporó una nueva frontera con la ocupación de los distritos de N óvita,
Citará y el Raposo.
Estos distritos del Pacífico acentuaron aún
más los rasgos de aislamiento fronterizo que
habían caracterizado los yacimientos en el ciclo
anterior. Como se ha dicho, en estas regiones
no se produjo un asentamiento estable de los
señores de cuadrilla, los cuales residían usualmente en Popayán y Cali. Esta circunstancia no
impidió que, mientras se mantuvieron niveles
elevados de extracción de oro, la región fuera
abastecida desde el hinterland agrícola del valle
del Cauca y mantuviera contactos permanentes
con contrabandistas franceses, ingleses y holandeses.
Desde otro punto de vista, el Chocó caracteriza muy bien los esfuerzos de la administración española por integrar fiscalmente estas regiones fronterizas. Desde 1713 el oidor Aramburu había sido comisionado para asentar un
poblamiento y establecer una Caja Real. El oidor
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
observaba el estado lamentable de la provincia,
en donde no parecía que hubieran pisado españoles a pesar de que hacía casi cuarenta años
que se explotaba. Más adelante se hicieron esfuerzos repetidos por disminuir la influencia y
la arbitrariedad de los mineros y de poner coto
al contrabando y a la fuga ilícita del oro, erigiendo la región primero en superintendencia,
bajo el control directo de la Audiencia de Santa
Fe, y luego en gobernación. Pero ni aun así el
Chocó pudo integrarse en tomo a núcleos urbanos que le prestaran un carácter de asentamiento
estable.
Tres siglos de economía del oro, construida
fugazmente en yacimientos dispersos que obligaban a desplazamientos permanentes, dejaron
una huella profunda en la formación económica
y social de estas regiones. Por un lado, su aislamiento impuso un esfuerzo enorme para mantener algún nexo con sectores complementarios,
especialmente con zonas de abastecimiento
agrícola. Este esfuerzo trajo consigo el desarrollo lento de vías de penetración a regiones apartadas que recorrían comerciantes itinerantes. De
otro lado, el desplome frecuente y casi fatal de
la productividad, que alcanzaba un tope en el
rendimiento más accesible de los veneros, condenaba de nuevo al aislamiento a regiones enteras y anulaba todos los esfuerzos anteriores. El
hallazgo repetido de yacimientos impuso también un ritmo de desarrollo desigual que acentuaban la ausencia de comunicaciones y la imposibilidad de imponer patrones políticos uniformes. Estas características hacen que los dos
ciclos mineros estén asociados con regiones diferentes. Mientras el primero cobijó tanto el
occidente como la región oriental de los Andes,
el segundo perteneció exclusivamente a los mineros de Popayán y de Antioquia.
La actividad global de los distritos mineros
es mejor conocida (a través de las declaraciones
a las cajas reales) que la actividad de las empresas individuales de explotación. En este último
caso sólo pueden fijarse algunos rasgos que revelan las primeras ordenanzas de minería y de
alguna información dispersa en los archivos.
En primer término, debe observarse que la
mayoría de los yacimientos auríferos en el
Nuevo Reino, en Popayán, Antioquia y el Chocó
fueron aluviones. Minas de veta o de filón estuvieron localizadas apenas en los distritos de
Pamplona. (Vetas y Montuosa), Anserma-Cartago (Marmato y Quiebralomo ), el legandario
127
cerro de Buriticá cerca de Santa Fe de Antioquia
y algunas explotaciones aisladas en Popayán y
Almaguer. Los yacimientos aluviales, que demandaban técnicas menos elaboradas fueron
más durables. Algunos ríos en especial se explotaron por largo tiempo con rendimientos extraordinarios. En ellos se asentaron reales de mina,
a veces con una capilla como único núcleo de
un poblamiento disparatado y bajo la jurisdicción de una ciudad de españoles. Durante el
primer ciclo minero la mayoría de los reales de
minas aprovecharon el sistema de encomiendas
como fuente de mano de obra, y sólo los yacimientos antioqueños, explotados a partir de
1580, emplearon masivamente mano de obra
esclava, lo mismo que las explotaciones del siglo XVIII en Nóvita, Citará y el Raposo. Este
hecho, como vamos a verlo, influyó decisivamente en el nivel y en el repertorio de las técnicas empleadas.
Las ordenanzas de minería más antiguas
(de Antioquia y de Pamplona, que datan del
siglo xvi) establecían no sólo una reglamentación sobre los derechos a los yacimientos propiamente dichos, sino también sobre las aguas aledañas. Tales regulaciones revelan no sólo las
modalidades de apropiación de un recurso en lo
jurídico, en lo social y en lo económico, sino
también lo esencial de una tecnología. Sobre
esta última, las investigaciones del geógrafo
norteamericano Robert C. West han mostrado
cómo se trataba de una adaptación por parte de
los españoles de procedimientos utilizados
desde antiguo por los indígenas. Los indígenas
ya estaban familiarizados con la extracción del
oro de terrazas de las corrientes, de depósitos
altos de gravas y del lecho mismo de los ríos.
W est describe en detalle una de las técnicas más
usadas, la del canalón, que consistía en hacer
pasar una corriente de agua por un canal paralelo
al depósito aurífero, al cual se habían arrojado
arenas y gravas auríferas. La fuerza del agua,
combinada con el trabajo manual de extraer los
materiales más pesados del canal, dejaba en el
fondo los residuos de polvo de oro.
Las ordenanzas antioqueñas de Gaspar de
Rodas se ocupaban en detalle de regular los
derechos de agua, elemento esencial en todas
las técnicas empleadas en los lavaderos. West
señala cómo la escasez de agua en Antioquia
obligaba a conducirla por kilómetros hasta las
terrazas auríferas del N echí. Por eso las ordenanzas preveían privilegios excepcionales en las
128
otorgaciones para quienes abrieran canales o
acequias de una cierta extensión. El agua también se conducía mediante sistemas de manpostería elevada en los que se empleaban guaduas
partidas en dos o fuertes cortezas de árboles.
En el Chocó y en el Raposo, los inventarios de
las minas del siglo XVIII mencionaban cortes y
pilas, y acequias para cada corte. Estos elementos están asociados igualmente a la técnica del
canalón, pero indican el aprovechamiento de
aguas-lluvias, tan frecuentes en la región del
Pacífico. Las aguas-lluvias se recogían en depósitos (pilas) construidos en las cimas de las
colinas y se conducían al lavadero por acequias.
West hace notar el desconocimiento técnico por parte de los españoles que vinieron a
la Nueva Granada. Por ejemplo, el hecho de
que no se mencione en documentos coloniales
el procedimiento de amalgamación con mercurio para separar el metal de los sedimentos. En
realidad, hubo por lo menos un intento de introducir esta técnica hacia 1620 para las minas de
filón de la región de Anserma. Para esta época
las minas estaban en decadencia y los mineros
no se atrevieron a encarar los costos de la innovación.
Las limitaciones impuestas a la explotación
por el nivel de la técnica empleada son más
evidentes en el caso de las minas de filón. Estas
se explotaban siguiendo la veta con tajos abiertos o mediante socavones de tiros inclinados.
Los indígenas emplearon esta técnica en Buriticá y en Mariquita, aunque sin reforzar las galerías con armazones de madera. En Pamplona,
alcanzada una cierta profundidad, los socavones
tuvieron que abandonarse, debido al riesgo para
la vida de los indígenas que los trabajaban.
Que los pobladores españoles tuvieran que
depender de las técnicas indígenas no sólo indica
el desarrollo y el ingenio de tales técnicas sino
también la ausencia, entre los ocupantes, de una
actividad profesional. Aunque con el curso del
tiempo llegaron a desarrollarse algunas técnicas
ingeniosas, especialmente en Antioquia, los ciclos -que se repiten casi fatalmente en cada
distrito- revelan en su fase final de decadencia
una incapacidad para superar las limitaciones
de procedimientos rutinarios. Los llamados mineros era en realidad capataces a sueldo de un
señor de cuadrilla, de un encomendero o de un
funcionario ausentista, y estaban encargados de
supervigilar el trabajo de indígenas y esclavos.
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
En muchos casos la actividad de los señores
de cuadrilla no solía reducirse a la minería. En
el siglo XVI se trataba de encomenderos-terratenientes que encontraban lucrativo emplear a los
indios de su encomienda en labores de minas.
Algunos llegaron a realizar inversiones importantes en Zaragoza y, a la inversa, mineros afortunados se asociaron a familias de terratenientes
y encomenderos en Santa Fe. En Popayán, a
partir de la recuperación de las últimas décadas
del siglo XVII, el papel de los comerciantes fue
muy importante en las actividades mineras. Algunos tomaron la iniciativa de abastecer con
esclavos los reales de minas o de combinar la
minería con la explotación de haciendas. La
decadencia del sector de encomenderos abrió
paso al predominio de comerciantes capaces de
realizar inversiones en los nuevos yacimientos
y simultáneamente disminuir los costos de explotación al encargarse ellos mismos del abastecimiento de esclavos y comestibles.
El problema del trabajo en la minería del
oro se ha encarado usualmente con la noción
un poco vaga de que en algún momento el trabajo indígena fue n;mplazado por el de esclavos
negros traídos del Africa. Esta sustitución súbita
habría obedecido a la voluntad de la Corona
española de proteger a los indígenas de un trabajo agotador. De otro lado, se alega, el trabajo
indígena daba pobres rendimientos y los esclavos negros resultaban más aptos y más resistentes a las duras jornadas de la explotación minera.
Hemos visto, sin embargo, cómo las técnicas mismas de la explotación del oro dependieron de la experiencia acumulada por los indígenas en muchas regiones. No eran pues motivos
de idoneidad para este trabajo lo que inducía a
remplazados. Ni la sustitución se operó de un
momento a otro. Durante mucho tiempo la institución de la encomienda, mediante la exigencia
del pago de los tributos en oro, sirvió para servirse de cuadrillas de indígenas en la explotación
de los yacimientos. A Pamplona, por ejemplo,
después de 1551 fueron conducidas cuadrillas
de más de cien indios sacados de las encomiendas de la provincia en Tunja. En la gobernación
de Popayán el empleo de indios en las minas
fue generalizado, y desde 1554 los vecinos de
Popayán, Cali, Cartago y Anserma se resistían
a la aplicación de las Leyes Nuevas que prohibían este tipo de trabajo. A pesar de la acción
de obispos y visitadores el trabajo minero de
los indígenas perduró allí, por cuanto vecinos'
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
y encomenderos alegaban la imposibilidad de
emplear esclavos debido a sus costos. En 1570,
tanto las ordenanzas del virrey Francisco de Toledo en el Perú como otras similares promulgadas por la Audiencia de Santa Fe sancionaron
esta situación de hecho, permitiendo que los
indígenas trabajaran en las minas "voluntariamente" y mediante la paga de un jornal. El
intento de introducir un régimen salarial no pasaba de ser una intención piadosa, debido al
tipo de relaciones de dominación que se derivaban de la encomienda. De esta manera, el trabajo
indígena generalizado se prolongó hasta bien
entrado el siglo XVII, particularmente en la provincia de Popayán. En cuanto a Santa Fe, debe
recordarse que a fines del siglo XVI se organizó
un sistema de mitas (o trabajo forzado) para la
explotación de la plata en Mariquita. Este sistema, con algunas interrupciones, iba a perdurar
durante todo el siglo XVII y las dos primeras
décadas del XVIII.
La disminución del trabajo en las minas
que pesaba sobre los indios (y que las tasaciones
de tributos en oro autorizaban indirectamente)
sólo vino a ser efectiva en virtud de conflictos
de intereses dentro del sistema mismo de la encomienda. En algunos casos, el trabajo indígena
(de una manera semejante al trabajo servil de
criados ingleses en las Antillas) sirvió para acumular los capitales necesarios para una inversión
ulterior en esclavos negros. Este parece haber
sido el caso en Remedios e, indirectamente, en
Zaragoza, en donde algunos encomenderos llegaron a introducir esclavos. Sin embargo, muchos encomenderos de las regiones más favorecidas con población indígena no estaban interesados directamente en las minas, e inclusive,
algunos mineros las habían abandonado a comienzos del siglo XVII para convertirse en terratenientes. De esta manera surgió un conflicto
entre las necesidades de abastecimiento agrícola
de las ciudades y las exigencias insaciables de
mano de obra de los centros mineros. Esta situación no era tan aparente en Popayán, en donde
encomenderos-terratenientes se dedicaban a la
minería. En el Nuevo Reino, en cambio, la mita
minera de Mariquita provocó una controversia
sobre los efectos nocivos para la agricultura del
drenaje continuo de los indios.
Por otra parte, el empleo de los indígenas
en la minería dependió siempre de su relativa
abundancia. Las regiones cuya población indígena era escasa o demasiado hostil (los yaci-
129
mientas antioqueños o la primera ciudad de
Toro) se vieron obligadas a emplear esclavos
negros. Esta carencia condujo de todas maneras
a la quiebra de los yacimientos auríferos más
ricos del siglo XVI por la falta de abastecimientos que podía proporcionar una población indígena. Allí, como en los centros explotados por
indígenas, las cuadrillas de esclavos fueron
diezmadas rápidamente.
Así, la decisión de emplear esclavos negros
no obedeció a una voluntad deliberada de ahorrar a los indígenas un trabajo agotador. Se trató,
en el mejor de los casos, de mantener un equilibrio entre los requerimientos de mano de obra
en las minas y la necesidad de los abastecimientos proporcionados por haciendas de los encomenderos. La inversión en esclavos negros pareció siempre demasiado onerosa a aquellos que
tenían acceso al trabajo indígena, y sólo se decidieron a efectuarla cuando el trabajo indígena
comenzó a faltar.
Si el trabajo de los indios creaba un conflicto de intereses entre terratenientes-encomenderos y mineros, la compra de esclavos negros,
que favorecía desmesuradamente a algunos comerciantes, no tardó en crear enfrentamientos
entre mineros y comerciantes. A fmes del siglo
XVI era claro para los habitantes de Zaragoza
que sólo los esclavos obtenidos a crédito podían
procurar el oro para amortizar su propio valor.
La riqueza de los yacimientos permitió que se
concentraran allí unos tres mil esclavos, pero
con este número se alcanzó un tope que a partir
de 1600 comenzó a disminuir. Todo indica que
la premura de los mineros para amortizar el
valor de los esclavos condujo a una explotación
excesiva y al agotamiento de la mano de obra.
Por esta razón fue una operación rentable sólo
en el corto plazo, y muchos mineros la abandonaron en el momento justo para obtener una
situación más estable en Santa Fe. Otros cargaron con la ruina y con las dificultades cada vez
mayores de remplazar los brazos que iban faltando. En ausencia de condiciones favorables, la
posibilidad de reproducción de los esclavos, y
con ello una menor dependencia del abastecimiento de esclavos adultos y costosos, quedaba
excluida.
El segundo ciclo productivo, que arranca
con la conquista del Chocó, presenta rasgos diferentes en cuanto al trabajo. En primer término,
la permanencia de cuadrillas de esclavos más
amplias, gracias a un abastecimiento regular.
130
Luego, un equilibrio real entre producción minera y abastecimientos agrícolas. Finalmente,
la posibilidad de reproducción de la mano de
obra en virtud de condiciones favorables creadas
por una alternativa de empleo y de permanencia
en explotaciones agrícolas.
Dentro del sistema defensivo del Imperio
y la ruta de la Carrera de Indias, Cartagena gozó
de una situación estratégica que favorecía no
sólo la introducción lícita de esclavos y mercancías, sino que invitaba a su comercio ilícito por
parte de holandeses, franceses e ingleses. Aunque se trataba de un centro distribuidor de la
trata negrera desde el siglo XVI, el número de
esclavos internados en la Nueva Granada, legalmente o de contrabando, no parece haber sido
excesivo. En 1598 el presidente Sande calculaba
la presencia de unos seis mil esclavos para todos
los yacimientos antioqueños. Todavía, durante
los dos decenios del siglo siguiente, entraron
por Cartagena (además del contrabando) unos
17 mil esclavos (12 mil por cuenta del Asiento
de Baez Cutinho, entre 1603 y 1611, y otros 5
mil de Antonio Fernández D'Elvas, entre 1615
y 1621 ), pero es muy improbable, dados los
preludios de una crisis en los yacimientos más
importantes, que una parte significativa de estos
esclavos haya sido internada para la producción
minera o que el número de los seis mil esclavos
indicado por Sande se haya incrementado.
Para el segundo ciclo, centrado en lagobernación de Popayán, los datos que se poseen
hasta ahora sugieren una mayor conexión entre
la trata negrera desarrollada por Cartagena y la
demanda de haciendas y minas. De tres asientos
que se sucedieron entre 1696 y 1743: el de los
portugueses, el de la Compañía francesa de Guinea y el de la Compañía de los mares del Sur
(o South Sea Company, creación del antiguo
monopolio inglés de la Royal African C ompany
para atender el aprovisionamiento del Imperio
español a raíz del tratado de Utrecht en 1713),
hay trazas consistentes del internamiento de
buen número de esclavos. Durante el período
más activo, el de la Compañía de los mares del
Sur, el crecimiento de los esclavos en el Chocó
estuvo acompasado con las introducciones de
la trata. Desde comienzos del siglo comenzaron
a formarse allí cuadrillas que pronto excedieron
en número a las que se mantenían en los yacimientos tradicionales de Jelima, Quinamayó,
La Teta, etc., en los distritos mineros de Caloto
y Almaguer. Hacia 1730 se calculaban 4 mil
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
esclavos en las minas de Popayán y los lavaderos
del Pacífico, de las cuales más de 3 mil se
encontraban en éstos. Diez años más tarde ya
había diez mil y en 17 59 en la sola provincia
de Nóvita se contaban 56 cuadrillas con un total
de 4.322 esclavos. Según otras cifras (Sharp,
1975) los esclavos del Chocó habrían aumentado apenas a 5.756 en 1778 y a 7.088 en 1782,
para caer a 4.968 en 1804.
El aspecto más fundamental de este segundo ciclo de producción minera reside en el
hecho de que, en un cierto momento, el crecimiento vegetativo de la población esclava pudo
asegurar su reproducción sin tener que depender
exclusivamente del abastecimiento exterior. Algunos datos iniciales (de una investigación en
curso) sugieren que por lo menos en las haciendas y en el servicio doméstico los esclavos habían alcanzado desde muy temprano, índices
positivos de crecimiento demográfico, si bien
las minas tenían que ser abastecidas con esclavos bozales. Tal vez por esta razón, los esclavos
bozales alcanzaban precios más elevados en el
mercado de Popayán que los esclavos criollos,
dedicados al servicio doméstico y a la agricultura.
A mediados del siglo XVIII, la esclavitud
no sólo sustentaba la producción minera, sino
también un sistema de haciendas creadas para
abastecer los centros mineros. Los comerciantes, que jugaron el papel más dinámico en este
período, invertían tanto en las minas como en
tierras. De su parte, algunos terratenientes se
dedicaron al comercio y tuvieron cuadrillas de
esclavos en minas y haciendas. En la juntura
de los siglos XVII y XVIII comerciantes de Popayán se desplazaron hacia Cali, en donde encontraban más oportunidades sociales y mayores
disponibilidades de tierra. Allí, en efecto, las
unidades territoriales circulaban más que en la
región de Popayán, en donde estaban asociadas
todavía al régimen de la encomienda y a núcleos
familiares más cohesionados.
Las posibilidades de combinar explotaciones mineras con unidades productivas agrícolas
valiéndose del mismo tipo de trabajo, presentaban la ventaja adicional del empleo más racional
de éste. Los esclavos no sólo se desplazaban de
las haciendas a las moradas urbanas, en donde
apenas llenaban una función de prestigio para
sus dueños, sino también de las minas a las
haciendas y, probablemente,en menor medida,
de las haciendas a las minas. Estos desplaza-
La economía v la sociedad coloniales. 1550-1800
mientas estaban regidos por las posibilidades
de rentabilidad de los esclavos y, en todo caso,
permitían su reproducción en condiciones más
favorables que en las minas.
Ya se ha aludido en el curso de este trabajo
a factores estructurales de la producción minera
que la conducían fatalmente de un momento
inicial de expansión a un declive paulatino. Este
fenómeno está descrito por el perlíl de una curva
en la que se advierten dos ciclos muy notorios
de productividad en los siglos XVI y XVIII. Sin
embargo, este es el resultado final de agregar
las cifras de producción de distintos aislados,
calculadas sobre los llamados quintos o impuestos percibidos por la Corona española. No sobra
advertir que tales cifras están lejos de revelar
la producción real de los distritos mineros. Por
eso sólo son aceptables en cuanto muestran una
tendencia, es decir, la evidencia en bruto de que
en un momento dado la producción alcanzaba
un cierto orden de magnitudes y en otro momento este orden se había visto drásticamente
afectado.
Este razonamiento se ve reforzado por el
comportamiento de las curvas individuales de
cada distrito. En el caso de Santa Fe, por ejemplo, entre 1565 y 1580 se mantuvo un techo de
producción anual promedio de unos 160 mil
pesos oro. A partir de 1600 la producción anual
había disminuido a un promedio de 60 mil pesos, y a partir de 1620 se desplomó hasta alcanzar sólo 20 mil en 1625. La disminución de un
orden de magnitudes de 8 al de 1 ilustra la
noción de tendencia, que dificilmente pudo
verse afectada por el hecho de que en 1565-1580
o 1620-1625 las cantidades efectivamente extraídas hubieran sido mucho mayores que el oro
declarado y quintado en las cajas reales. En
Zaragoza la caída fue todavía más uniforme,
pues en el caso de Santa Fe, varios distritos
mineros, compensaban mutuamente sus altibajos. En Zaragoza se pasó de 300 mil pesos oro
a la mitad de esta cifra en 1620 y a menos de
50 mil hacia 1640. Lo mismo ocurrió en Cáceres, Remedios, el distrito de Cartago y Popayán.
Los descensos dramáticos de la producción
en cada distrito minero, solían ser advertidos
muy pronto por los oficiales de las cajas reales
y def Tribunal de Cuentas de Santa Fe. Las
quejas frecuentes, que tendían a aliviar la condición de los mineros en materia fiscal, llevaron
a paulatinas reducciones del quinto real a un
131
octavo, un décimo, un duodécimo, un decimoquinto y un vigésimo.
Es cierto que, en materia de quintos, hubo
fraudes permanentes. Pero aun así, otras cifras
de las cajas reales reproducen un orden paralelo
de magnitudes. Las alcabalas de Zaragoza, por
ejemplo, pasaron de más de 2.500 pesos oro en
1596, a 600 en 1620 y a 200 en 1640. Aquí
debe anotarse que si bien la observación sobre
la simple tendencia de las cifras de producción
puede ayudar a plantear hipótesis sobre la estructura de la producción mmera y de sus crisis,
éstas deberían verificarse con estudios sobre explotaciones individuales. Un estudio reciente de
William F. Sharp, sugiere una aproximación al
problema del fraude a tavés del estudio de la
rentabilidad del sector globalmente considerado.
Este estudio sobre la minería en el Chocó
en el siglo XVIII está inspirado en las técnicas
de la New Economic History norteamericana,
la cual aspira a ligar más estrechamente la investigación histórica a modelos y razonamientos
de la teoría económica neoclásica. Sharp se basa
en la consideración de que si se comparan las
cifras del oro declaradas en las cajas reales con
la inversión total de capital y con los costos de
producción, la tasa de ganancia para la actividad
minera sería negativa a partir de 1759. Este
resultado no se compadece con el auge de la
producción. Para plantear esta hipótesis el autor
se vale de un modelo en el que reconstruye todas
aquellas variables (ingresos declarados, depreciación de activos -incluidos los esclavos-, costos de manutención de las cuadrillas, valor total
de los esclavos, etc.) que determinan la tasa de
ganancia. De esta manera llega a la conclusión
de que para que la tasa de ganancia fuera positiva, se requería que la producción representara
el doble o un tercio más de lo que fue declarado.
Otros resultados de la investigación resultan igualmente sugestivos.
El autor los formula así:
l. Se dio un período de auge de la minería
del oro en el Chocó entre 1725 y 1785.
2. En el curso de la primera mitad del siglo
los propietarios de cuadrillas obtenían grandes
provechos con pocos esclavos. Esto lo mcitó a
aumentar su inversión en esclavos.
3. Aunque el número de esclavos se duplicó entre 1759 y 1782 la explotación fue tornándose menos provechosa.
132
Nueva Historia de Colombia,
Vol. 1
4. Con una tasa de ganancia declinante los jados inicialmente por la sencilla ecuación entre
propietarios redujeron sus cuadrillas y con ello el número de ocupantes y la disponibilidad de
los costos de su mantenimiento. En algunos ca- tierras. Este problema presenta dos aspectos.
sos los mismos propietarios estimularon un pro- Uno, el de los mecanismos de hecho o derecho
que condujeron a las apropiaciones. Otro, el de
ceso de manumisión por compra.
5. Lo anterior tiende a mostrar que, en el las determinaciones económicas que las confiChocó, un límite óptimo de rentabilidad se al- guraron.
canzó cuando el número de esclavos llegó a 5
El origen de la propiedad de la tierra para
mil.
los ocupantes españoles está ligado a situaciones
6. Aunque entre 1782 y 1804 el número de poder y de privilegio. Cada poblamiento pode esclavos disminuyó en más de dos mil, la seyó un cabildo designado inicialmente por el
producción se mantuvo e inclusive aumentó.
caudillo de la hueste, elegido más tarde por
Las hipótesis y conclusiones de Sharp miembros de la hueste que habían adquirido la
abren nuevas perspectivas a la investigación. calidad de vecinos e integrado luego por dignaMucho se ha discutido sobre la pertinencia de tarios vitalicios que habían comprado el cargo.
aplicar criterios de rentabilidad capitalista a em- Estos cabildos, integrados casi siempre por vepresas surgidas en un período precapitalista o cinos encomenderos, se atribuyeron la facultad
de reconstruir datos sobre cálculos plausibles de otorgar estancias, caballerías y solares. Otras
pero sin una evidencia empírica consistente. veces el título provenía del caudillo o del goberCon todo, es evidente que los métodos de la nador de una provincia y, finalmente, de las
New Economic History ayudan a precisar pro- audiencias o de su presidente.
blemas que de otra manera no surgirían en el
Las numerosas otorgaciones de los cabildos
horizonte de las preocupaciones usuales del hisno
fueron
sino títulos precarios, pues nunca tutorirador.
vieron la autorización del monarca español
En este caso, por ejemplo, valdría la pena quien, en teoría (la teoría de la época, naturalpreguntarse si los dos ciclos de productividad mente), había tomado posesión de las tierras
que se han señalado poseen una estructura dife- americanas por derecho de conquista. Esta prerente. En el caso del primero, asociado particu- cariedad no fue un obstáculo para que la actualarmente con los veneros antioqueños, ¿la drástica disminución de las cuadrillas fue una con- ción de los cabildos creara situaciones permasecuencia del alza del costo de los mantenimien- nentes con respecto a la tierra. Estos cuerpos
tos? Y en el segundo ciclo, con la creación de representaban sin matices los intereses de los
haciendas en el valle del Cauca, ¿no habían encomenderos y por eso sus otorgaciones recasurgido condiciones más favorables para que se yeron, por lo general, entre éstos. Se trataba de
diera un equilibrio entre producción agrícola y un núcleo reducido de personas (casi en ninguna
actividad minera? ¿La reducción en el número parte más de 60 o 70 individuos) que, a través
de esclavos observada por Sharp entre 1782 y del cabildo, podía controlar la asignación de
1804 pudo obedecer a su traslado a las hacien- todo tipo de recursos: tierras, minas, aguas, bosdas, en donde resultaban más rentables? Todas ques, etc.
La preponderancia de los encomenderos les
estas preguntas sugieren una conexión tan estrecha entre minería y agricultura, que la encuesta permitió también usurpar tierras de los indios.
de Sharp debería ampliarse para abarcar los dos Entre 1550 y 1590 éstos debían trabajar gran
sectores. Otros problemas menores surgen con parte de sus tierras en beneficio exclusivo de
respecto al cálculo de la población esclava o sus encomenderos al cultivar para ellos tributos
con sus precios, datos que están lejos de alcanzar en especies (trigo, cebada, maíz y a veces gar-en el ensayo de Sharp-, la consistencia (hard banzos, habas, fríjoles, caña y lino). Fuera de
data) requerida por los razonamientos de laNew esto, debían dar indios de servicios (un 3 o 4%
de los varones adultos) para los aposentos del
Economic History.
encomendero, los cuales eran casi siempre tierras ocupadas de hecho en las inmediaciones
La agricultura
del asentamiento indígena. Además, la obligación del tributo en especie significaba un verdaLos patrones de la apropiación de la tierra
por parte de los ocupantes españoles fueron
dero usufructo de las tierras de los indios. Con
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
la disminución de estos las tierras vacías podían
ser incorporadas al núcleo de los aposentos.
A las otorgaciones de los cabildos y a las
usurpaciones vinieron a sumarse las mercedes
de tierra por parte de la Corona a través de las
audiencias y de los gobernadores. En muchos
casos estas mercedes no hicieron otra cosa que
sanear títulos precarios o usurpaciones antenares, como en el caso de las composiciones posteriores a 1590. Para esta época la población
indígena había quedado reducida a un 10% de
su tamaño original. Reducida a poblamientosy
confinada a resguardos, es decir, nucleada de
tal manera que su patrón de poblamiento disperso quedaba abolido, muchas tierras se desembarazaron y fueron objeto de mercedes nuevas.
Por debajo del aspecto jurídico-formal de
la apropiación subyace el problema más complejo de la evolución económica que llevó a la
efectiva ocupación de la tierra por parte de los
españoles. Inicialmente las comunidades indígenas proveyeron de abastecimientos agrícolas
a los pobladores españoles. Estos no eran muchos, y en casi todas las nuevas fundaciones el
contorno indígena podía producir los excedentes
necesarios para alimentarlas. La composición
misma de los tributos exigidos muestra a las
claras que a través de ellos eran canalizados los
excedentes agrícolas para el consumo de los
pobladores españoles. A través del tributo se
impuso también una transformación en las siembras de los indios, obligándolos a cultivar trigo
y cebada en vez de maíz tradicional. Por esta
razón las primeras otorgaciones de tierras por
parte de los cabildos apenas echaron mano de
las goteras del núcleo poblado por españoles.
Entre los primeros vecinos se distribuyeron solares urbanos y caballerías y peonías confmadas
dentro de unos términos que respetaban todavía
el poblamiento indígena y que estaban destinadas al cultivo de hortalizas y a mantener algún
ganado.
El crecimiento del núcleo urbano español
(la "República de los españoles") y la disminución desastrosa de los indios, quebrantaron muy
pronto este equilibrio inicial entre las necesidades de los ocupantes y la capacidad de las economías indígenas para satisfacerlas. Esto dio
origen a la aparición de las primeras estancias,
alrededor de los aposentos de los encomenderos.
Aun entonces el grueso de la producción siguió
gravitando sobre las tierras de los indígenas.
Las tasaciones de los tributos llevadas a cabo
133
en Santa Fe y Tunja entre 1551 y 1571/2 muestran cómo se consideraba indispensable asegurarse el pago de tributos en especie para el abastecimiento de las ciudades. De otro lado, el
número de indígenas asignados para el trabajo
permanente en las estancias de los encomenderos resulta relativamente bajo. En 1565 este concurso se limitó en dos ocasiones al 3 y al 4%
de la población masculina adulta. En adelante,
a medida que se consolidaban las explotaciones
en manos de españoles y disminuía la población
indígena, esta proporción fue elevándose en la
práctica hasta llegar al 15% en algunos casos.
El proceso de formación de estancias de
españoles es muy mal conocido. Aunque se repite a menudo que las mercedes de tierra fueron
independientes jurídicamente de las otorgaciones de las encomiendas, lo cierto es que fueron
los encomenderos quienes monopolizaron la tierra en el curso del siglo XVI. Ellos controlaban,
por un lado, los cabildos que la otorgaban y,
por otro, no sólo disponían con exclusividad de
la mano de obra indígena para explotarla, sino
que, con o sin títulos, estaban en posibilidad
de usurpar las tierras de los indios encomendados.
A fines del siglo y comienzos del siguiente,
sin embargo, las presiones contra este doble
monopolio fueron suficientes para introducir
modificaciones importantes. A pesar de la cohesión del grupo de encomenderos, que les permitía guardar dentro de linajes familiares una encomienda más allá de las dos vidas previstas
por la ley, la multiplicación de las familias fue
haciendo aparecer un grupo creciente de propietarios no encomenderos. De otro lado, también
surgieron simples labradores que aspiraban a
disponer de la mano de obra indispensable para
los trabajos agrícolas. En este grupo habría que
incluir a una población mestiza en aumento que
se toleraba mal en el seno de la "República de
los españoles" y a la que se prohibía residir en
los pueblos de indios.
La actividad de los encomenderos que recibieron tierras fue muy desigual. Algunos las
explotaron y se propusieron acrecentarlas, otros
se contentaron con percibir los productos que
los indígenas estaban obligados a cultivar para
ellos, y algunos hasta se desprendieron de sus
tierras en favor de los más emprendedores. Esto
último dio origen a al~nas concentraciones latifundiarias en la región de los altiplanos de
Santa Fe, Tunja, Pasto y Popayán. De suyo, las
134
otorgaciones originales eran enormes. Entre
1540 y 1585 se otorgaron en Santa Fe y Tunja
estancias de ganado mayor y estancias de pan
sembrar que equivalían a 2. 540 y 635 hectáreas,
respectivamente. A partir de 1585, estas medidas se redujeron a370 y 327 has. para las de pan.
En las regiones de los altiplanos, sin embargo, la apropiación indefmida de tierras encontraba un límite en las labranzas indígenas. Como
de éstas dependían los ingresos de los mismos
encomenderos, los indios rudieron gozar de tierras por lo menos hasta e momento en que su
propio encomendero las usurpaba. La competencia de mestizos y de una creciente población
española contribuyó también a que la concentración latifundiaria no fuera absoluta.
En otras regiones, en cambio, la ecuación
entre población y tierras disponibles dio lugar
a inauditos acaparamientos de tierras que se dedicaban a la ganadería extensiva. Este fue el
caso de los dos grandes valles interandinos en
donde otorgaciones y mensuras se designaban
simplemente por leguas, de más de 8 mil metros.
La unidad productiva colonial, la hacienda,
conoció diversas formas en distintas épocas y
lugares durante el período colonial. En los altiplanos del centro de lo que hoy es Colombia
acabamos de ver cómo empezaron a formarse
estancias cuando los excedentes de la agricultura
indígena fueron insuficientes para alimentar a
la población española. Estancias en la jurisdicción de Santa Fe, Tunja, Vélez y Villa de Leiva,
no sólo abastecieron estos centros urbanos, sino
también las explotaciones mineras del valle del
Magdalena, de Victoria, Remedios y tan lejos
como Cáceres y Zaragoza.
Quedan muy escasos testimonios de la actividad de estas unidades productivas de formación temprana. Se sabe, eso sí, que producían
y comercilizaban cantidades considerables de
trigo y de cebada. Es muy probable que su esquema de funcionamiento haya sido similar al
de la estancia de Chiquinquirá, propiedad de la
encomendera de Suta, quien empleaba 21 gañanes de su encomienda. De esta estancia se conocen las cuentas de quince años, entre 1590 y
1605. Según estas cuentas, el rendimiento de
las semillas de trigo sembradas fluctuaba de 1
a 3 hasta 1 a 11 en los mejores años.
De la producción, una buena parte (entre la
cuarta parte y la mitad) debía reservarse para
semillas, para pagar diezmos y para el consumo
de la hacienda. La estancia empleaba también
Nueva Historia de Colombia. Voi. 1
indios vaqueros, pastores, arrieros y molineros.
Treinta en total para unas mil cabezas de ganado
vacuno y más de dos mil ovejas.
Cuando los encomenderos de Santa Fe y
Tunja se vieron privados del monopolio de la
mano de obra, clamaron por su ruina. Para ese
momento, cuando visitas sucesivas de oidores
de la Audiencia habían otorgado resguardos a
los indios, las tierras más apetecibles ya debían
haber sido ocupadas por españoles. Las otorgaciones de resguardos, que se hicieron entre
1590-1605 y se completaron en 1636, significaron un confinamiento de la población indígena
al mínimo vital dejando tierras disponibles para
mercedes y agrupando a los indios de tal manera
que pudieran ser accesibles simultáneamente a
varios estancieros españoles.
Es obvio que, dada la densidad de la población total, las estancias de los españoles no podían aprovecharse con algo que se pareciera a
una explotación intensiva. La acumulación de
tierras servía en todo caso para monopolizar el
mercado de la "República de los españoles" y
de los centros mineros. Los indígenas, a los que
se asignó entre una y dos hectáreas de tierra por
cabeza, ya no podían generar excedentes en sus
propias tierras, pero, en cambio, siguieron compelidos a trabajar en las estancias de los españoles.
La limitación en el uso de mano de obra
por parte de los encomenderos no sólo provino
de las actuaciones administrativas de los oidores, sino de la disminución de los indios, que
ya era alarmante a comienzos del siglo XVII.
De otro lado, la presencia de propietarios no
encomenderos forzó a adoptar un régimen de
distribución de mano de obra para las estancias
con el control directo de la Audiencia. A petición de los interesados, encomenderos o no,
este organismo ordenaba a los corregidores asignar un porcentaje de indígenas al propietario
para sus labores. Los encomenderos dejaron de
gozar del privilegio de tener trabajadores permanentes como prestación del tributo o de poder
disponer de una comunidad entera para las labores de la cosecha. Sin embargo, cada vez fue
más frecuente la presencia de "agregados" en
las haciendas, es decir, de indios huidos de su
comunidad que pretendían escapar a la obligación del tributo de las levas de la mita para las
minas de plata. Es verosímil también que entre
la población mestiza se fueran intensificando
formas de colonato, es decir, que vaqueros y
gañanes mestizos recibieran algunas tierras den-
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
tro de las haciendas a cambio de la obligación
de trabajar en ellas por un tiempo determinado.
En los primeros decenios del siglo XVII las
propiedades de españoles aumentaron en virtud
de mercedes de tierras otorgadas sobre los pedazos que se había obligado a abandonar a los
indios en el momento de asignarles resguardos.
Así surgieron, al lado de los grandes hacendados
que habían recibido mercedes en el siglo anterior, los llamados estancieros o propietarios medianos y los simples labradores, generalmente
mestizos e inmigrantes españoles pobres.
Los resguardos contribuyeron a fijar una
residencia nucleada de los indios que hasta entonces se habían resistido a varios intentos de
las autoridades españolas para poblarlos. La
construcción de capillas doctrineras a comienzos
del siglo XVII y la residencia permanente de un
doctrinero, contribuyeron también a abolir la
dispersión, aunque siguieron dándose casos de
migración. Los indígenas pudieron también,
como se ha indicado, distribuirse mejor entre
los estancieros mediante conciertos y alquileres.
El régimen del concierto (o de trabajadores permanentes) y de alquiler(o de trabajadores estacionales o temporales en mayor número que el anterior) proveyó de mano de obra
las propiedades durante todo el siglo XVII y gran
parte del XVIII. Sin embargo, ya a mediados
del siglo XVII, un auto del presidente de la Audiencia permite entrever una crisis que enfrentaba a propietarios importantes con estancieros
y labradores. El auto reservaba la posibilidad
de emplear indios de concierto y alquiler a quienes poseyeran una propiedad sustancial y excluía en todo caso a propietarios indígenas o
mestizos. Hay evidencias también de que los
encomenderos se vieron más favorecidos que
los propietarios no encomenderos, estancieros
y labradores, con el nuevo sistema.
Durante el siglo XVII, el régimen de concierto y de alquiler sustentó un tipo de unidad
productiva agrícola que se había originado en
el siglo antenor, bajo el régimen de la encomienda. Con el incremento que aportaba la tracción
animal (usada muy parsimoniosamente en el siglo XVI) se mantuvieron niveles de producción
(en cereales, productos lácteos, tubérculos y
hortalizas) suficientes para abastecer las ciudades y aun centros mineros y la plaza fuerte de
Cartagena.
Los propietarios de Santa Fe y Tunja mantuvieron también en el siglo XVII trapiches de
135
caña de azúcar en las tierras calientes próximas
al altiplano: en Guaduas, Tocaima, Tena, Pacho, Tocarema y Valle de Tenza. En los últimos
decenios del siglo fueron concentrándose en estas regiones arrendatarios mulatos y mestizos
que establecían pequeños trapiches por su cuenta. A finales de siglo, los grandes propietarios
de Santa Fe se sintieron amenazados por esta
proliferación y quisieron forzar la aplicación de
una antigua ordenanza que prohibía entablar trapiches con menos de seis esclavos y acordaron
no arrendar tierras en adelante. Este conflicto
se prolongó durante todo el siglo XVIII. A mediados de este los propietarios se escandalizaban
de que:
" ... Los peones llamados tomineros, que debieran trabajar en las arrias y demás ministerios de tales haciendas, se extraen (sic) de
éstas por no vivir bajo la enseñanza y doctrina
cristiana que infaliblemente en ellas se observa
y diariamente se practica, porque hallan los
tales trapichillos en que trabajar con una libertosa condición ... "
Y más adelante:
" ... El reino gozará de aquellos opimos efectos
que experimentan los que conservan por su
gobierno división de clases en las labores, frutos, oficios, dueños y trabajadores como libres
de la confusión que en éste se reconoce, de
que aquél que había de ser peón, tominero,
arriero u otro ministerio, por verse dueño de
un tal trapichillo o semejante al dueño, ocasiona ya por sí, ya su ejemplo, la anunciada
ruina a nosotros y a sí propio se fabrica otra
tal ... " (AGI. Santa Fe 677 Doc. 15).
Este tipo de racionalización sobre el bien
de las "clases inferiores", que había sido tan
frecuente en el siglo XVI para someter al indio,
a quien se atribuía todo tipo de defectos, sonaba
en falso en el siglo XVIII. Ya en 1718 se había
suprimido la encomienda y en 1720 todo sistema
de trabajo compulsivo en agricultura. Esta, además, había entrado en crisis, pues desde 1693
hasta 1700 una sucesión de malas cosechas puso
en peligro el mercado de Cartagena. Entre 1701
y 1713 los hacendados del Nuevo Reino apenas
contribuyeron con una cuarta parte de los abastecimientos de la plaza. A partir de 1713 este
mercado estuvo controlado por las introducciones inglesas de trigo, amparadas por la trata
negrera.
Las tierras bajas de los valles interandinos
y de la costa, tuvieron patrones diferentes de
136
ocupación y de explotación que los altiplanos.
Allí, en ausencia de una mano de obra abundante, la ocupación efectiva fue más tardía. En el
valle del Alto Magdalena, como territorio de
frontera hasta la derrota de los pijaos, el ganado
comenzó por señalar la presencia de los ocupantes. Al término de las guerras, en el segundo
decenio del siglo XVII, las reses cimarronas eran
tan abundantes que dieron origen a una economía pastoral desarrollada en vastos latifundios.
La región de Neiva se convirtió en una dehesa
que debía abastecer los altiplanos de Santa Fe
y Popayán. A fines del siglo XVII y comienzos
del XVIII los propietarios de Neiva procuraban
deshacerse de la obligación de llevar sus ganados al Nuevo Reino, a cuya jurisdicción pertenecían, para vepderlos e~ Popayán, en donde
encontraban meJores preciOs.
El valle del Cauca abasteció también de
carne desde muy temprano a las regiones mineras de Antioquia y Popayán y a algunas ciudades
de la Audiencia de Quito. Los patrones de ocupación de la tierra habían sido muy semejantes
a los del valle del Magdalena. En el curso del
siglo XVII dominó en el valle del Cauca el latifundio ganadero con propietarios que residían
en las ciudades de Cali, Buga, Caloto y Popayán. El surgimiento de una nueva frontera minera en el Chocó indujo algunos cambios en el
latifundio original. Por un lado, la minería creó
un mercado que podía absorber algunos productos agrícolas y, sobre todo, aguardiente de caña.
De otro, la presencia masiva de esclavos alteró
en algo la ecuación hombre-tierra cuyo balance
había sido tan precario en los siglos XVI y XVII.
Con la aparición de una nueva unidad productiva
-la hacienda- que implicaba una reacomodación
de las tierras más fértiles y una cierta medida
de trabajo intensivo, los grandes rebaños de las
haciendas del valle geográfico fueron diezmándose. La región empezó a atraer los ganados de
Neiva, en desmedro del abastecimiento de Santa
Fe, creando un nuevo eje sobre el cual gravitaba
la economía entera del Nuevo Reino.
La formación de haciendas del valle del
Cauca en el siglo XVIII y a fines del XVII presenta
variantes a un modelo demasiado rígido que
polariza las explotaciones agrícolas con grandes
disponibilidades de tierra en haciendas y plantaciones. Como lo ha observado recientemente el
americanista sueco Magnus Mórner, estos dos
modelos constituyen los eslabones terminales
de una cadena de posibilidades que combinarían
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
uno y otro. Por otra parte, la formación de estas
unidades productivas sirve para ilustrar la tesis,
también reciente, que sotiene que entre la aparición de la hacienda y la explotación minera
no hubo solución de continuidad. La tesis tradicional sostenía, en efecto, que la hacienda había
surgido como una alternativa al fracaso final de
las explotaciones mineras. Por ejemplo, en México -país que ha fijado irresistiblemente la
atención en cuanto a las formaciones agrarias
se refiere-, los mineros que confrontaban la decadencia de sus explotaciones habrían invertido
en tierras. Esta interpretación -que puede llamarse clásica- no tomaba en cuenta las conexiones necesarias entre un sector minero y su fuente
de abastecimientos agrícolas. Veamos un poco
más en detalles estos dos problemas.
En cuanto a la forma, las explotaciones
agrícolas del valle del Cauca en el siglo XVIII
no correspondían exactamente al modelo de la
hacienda o de la plantación. Estos dos modelos
suelen describirse tanto por las relaciones de
producción que generan como por su radio de
acción con respecto a un mercado. Así, la hacienda se caracteriza por mantener relaciones
de peonaje para asegurar una mano de obra indispensable y por estar vinculada a un mercado
local. La plantación, en cambio, posee una inversión considerable en mano de obra (esclavos)
y sus productos están orientados hacia un mercado internacional. Además, a lo menos en las
plantaciones inglesas de las Antillas, las cantidades tanto de tierras como de mano de obra
tendían a alcanzar un límite óptimo, por debajo
o por encima del cual la plantación dejaba de
ser rentable.
Ahora bien, las explotaciones del valle del
Cauca combinaban más o menos arbitrariamente
aspectos de uno y otro modelo. Como las plantaciones, empleaban mano de obra esclava (aunque en cantidades mucho más modestas) pero
sus productos estaban destinados a un mercado
local. El empleo de esclavos en las haciendas
era una consecuencia del predominio de los mineros. Estos podían hacerse a tierras baratas y
asegurarse una fuente de abastecimiento regular
para sus empresas mineras, empleando una
mano de obra que de otro modo hubiera estado
desocupada o producido rendimientos muy bajos en las minas. Es probable también que la
residencia de los esclavos en las haciendas haya
sido más favorable a su reproducción que en las
minas y que por lo tanto las haciendas hayan
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
sido también una fuente de abastecimiento de
mano de obra. ¿Haciendas o plantaciones? Los
rasgos más peculiares de estas explotaciones
agrícolas de tipo colonial eran apenas subsidiarios de una economía minera no sólo en cuanto
al mercado para sus productos, sino también
respecto al tipo de mano de obra empleado. Su
evolución posterior estuvo condicionada por los
avatares de las explotaciones mineras hasta el
punto de estancarse en el momento en que la
minería del oro entró en decadencia. A fines
del siglo XVIII comenzó a insinuarse la presencia
de sistemas de colonato (asociados a la explotación del tabaco), los cuales se generalizaron en
el siglo xix, particularmente después de la abolición de la esclavitud.
Si estas haciendas contrastan con el modelo
tradicional en el tipo de mano de obra empleando
inicialmente, su evolución posterior pudo mostrar un parentesco mayor que con las plantaciones. Además, la utilización misma de la tierra
no puede compararse con el tratamiento que
recibía en la economía antillana, altamente competitiva. Aquí la unidad productiva combinaba
porciones reducidas sembradas de caña con platanares, cultivos de arroz y grandes reservas de
pastos naturales para una ganadería extensiva.
En algunas partes del valle geográfico (en el
norte, entre Roldanillo y Río frío, en las inmediaciones de Cali y en el sur del valle, en la
jurisdicción de Caloto) pudieron instalarse pequeños cultivadores, a veces pardos y mestizos.
Las haciendas mismas permitieron el asentamiento de "agregados" que mantenían porqueras, rozas y algunas cabezas de ganado.
La presencia de esta población que iba en
aumento permitió la formación de núcleos y
poblamiento que a fines del siglo XVIII se reconocían como parroquias o viceparroquias. Estas
formas de poblamiento en ocasiones en torno a
la capilla de una hacienda, contrastaban con la
de los altiplanos, en donde una población indígena original había dado paso a una creciente
mestización y a la conversión de los primitivos
pueblos de indios en parroquias de "españoles"
a finales del siglo XVIII también.
El comercio
El comercio fue una actividad integradora
del mundo colonial español. En la medida en
que comerciantes itinerantes se desplazaban por
las regiones del Imperio, éstas quedaban ligadas
137
a circuitos más vastos de circulación de los bienes. Los comerciantes eran los agentes del desplazamiento de riquezas y del drenaje de excedentes. A pesar de los riesgos de su actividad
-entre los que figuraban los malos caminos y
la precariedad de las relaciones jurídicas- el
comerciante gozó siempre de ventajas económicas frente a los productores directos. Desde los
tiempos de la Conquista el comerciante estuvo
por encima del resto de los ocupantes, si no en
consideración social, por lo menos en cuanto a
las oportunidades de amasar una fortuna excepcional.
El papel de los comerciantes como acumuladores de riqueza no se limitó, empero, a servir
de eslabón entre una metrópoli que drenaba excedentes productivos y colonias en las que había
avidez o necesidad de consumir productos europeos. Durante los siglos XVII y XVIII, cuando
encontraron una aceptación social más favorable, los comerciantes no se contentaron con hacer una fortuna para disfrutarla en España. Muchos buscaron incorporarse a la nueva sociedad
e invirtieron en minas y haciendas. A este fenómeno puede atribuirse, por lo menos en parte,
la nueva prosperidad alcanzada en el siglo XVIII.
El comercio no fue una actividad estrictamente profesional en América. Desde los días
de Jerónimo Lebrón, muchos funcionarios -fueran el mismo presidente de la Audiencia, los
gobernadores y los oidores o simples jueces de
comisión y otros funcionarios menores- se vieron envueltos en actividades comerciales. Durante todo el período colonial los funcionarios
de la Corona fueron acusados insistentemente
de buscar un lucro en el comercio e inclusive
en el contrabando. De otro lado, la venalidad
de ciertos cargos abrió la puerta para que comerciantes buscaran el prestigio que aquellos implicaban y los compraran. En ciertos casos, la práctica comercial era hasta una ventaja para ejercerlos.
Desde un punto de vista profesional, los
comerciantes eran de dos clases: mercaderes de
la carrera o comerciantes al por mayor, con
vinculaciones directas con Cartagena y Sevilla,
y simples tratantes o comerciales locales al por
menor. Los mercaderes de la carrera eran en su
mayoría españoles, aunque muchos de ellos estuvieran avecindados en Cartagena,Mompox,
Santa Fe, Tunja, Honda, Popayán o Quito, Estas
ciudades fueron muy pronto los centros nodales
del comercio, desde donde las tiendas de los
mercaderes repartían los géneros a centros mi-
138
neros o ciudades menores. Los mercaderes de
la carrera manejaban capitales que desde el siglo
XVI podían sobrepasar los cien mil pesos de
plata (o patacones), riqueza con la_ que sólo c?ntados terratenientes y algunos mmeros podian
rivalizar.
Estos comerciantes al por mayor manejaban una gran parte del crédito colonial, aquél
que estaba representado por obl!gacio~es. pers?nales, garantizadas por una escntura pubhca (sm
garantía hipotecaria),por simples vales o por un
asiento en sus libros. Los préstamos que usualmente se otorgaban los mismos merca~eres entre
sí solían ser de una cuantía excepciOnal y se
consignaban ante un escribano. En ocasiones se
trataba de contratos de comandita encubiertos
bajo la ficción legal de un préstamo. Los plazos
para tales préstamos no solían exceder de un
año y su tasa de interés era mucho mayor que
la de los préstamos censitarios, usuales entre
terratenientes. Aunque la tasa de interés de estos
préstamos solía ser del 10% (contra un 5% de
los préstamos censitarios ), en el momento de la
llegada de la flota a Cartagena podía elevarse
al 20 y al 25%.
Los grandes mercaderes se hacían cargo
también de "empleos" es decir, de dinero de los
particulares -fueran comerciantes o no- que deseaban hacer una inversión fructífera en las ferias de Cartagena o en la plaza de Quito. Estos
"empleos" ampliaron el desastre a muchas fortunas del interior cuando ocurrió el saqueo de
Cartagena por los franceses en_ 1697. Prec~sa­
mente ese año muchos comerciantes de Qmto,
Popayán y Santa Fe habían bajado a esperar la
armada con sus propios capitales y numerosos
"empleos".
El adelanto de mercancías de los mercaderes a los tratantes o a simples particulares se
consignaban en memorias o en simples yales.
Los asientos de los libros de los comerciantes
podían aducirse también como p-.:n~ba en juicios
ejecutivos. Gran parte de la ac~IVIdad y de los
desplazamientos de los comerciantes giraba en
tomo a estos cobros, aunque podían realizarlos
también mediante apoderados, generalmente
otros comerciantes. La frecuencia de poderes
en los archivos notariales sugiere una comunidad de mercaderes bien asentada, en la que la
proveniencia de una misma región ~n España o
vínculos familiares y de amistad Jugaban un
gran papel.
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
Desde el siglo XVI las fortunas más considerables aun entre encomenderos, pertenecían
a aquell~s que podían dedicars~ al com~rcio.
Algunos encomenderos lo hacian por mterpuesta persona (sobre todo cuando tenía~ tie~~a
abierta) para no inhabilitarse para el eJercicio
de cargos honoríficos, generalmente en el .cabildo de su ciudad. Pero ya en la segunda rmtad
del siglo XVII grandes comerci_antes en Santa
Fe (Ricaurtes, Londoño y Trasmiera) y e!! Popayán (Arboleda, Hurtado del ~guila, Dieg~ _de
Vitoria) no sólo estaban asociados a la pohti~a
local, sino que ocupaban cargos en la ~urocr~cia
imperial. Un Ricaurte era oidor en Qmto, mientras su hermano había heredado la tesorería de
la Moneda en Santa Fe. En Popayán, un Hurtado
del Aguila fue contador de la Caja R~al a c~­
mienzos del siglo XVIII. Estas promociOnes VInieron después que los descendientes de un comerciante se habían integrado a los estratos más
tradicionales y poseían haciendas y minas.
La influencia local de los grandes comerciantes fue muy notoria en el curso del siglo
XVIII. El comercio de esclavos y el contrabando
estuvieron en el origen de las grandes fortunas
de la época y de la influencia crecient~ de este
sector. En algunos sitios la competencia por el
poder local originó conflictos con otros sectores
que finalmente se resolvieron a favor de los
comerciantes, privilegiados por la política ilustrada de los últimos barbones.
Las necesidades de los pobladores españoles atrajeron desde muy temprano mercancías
europeas. Durante la Conquista es_t~s artí~ulos
habían sido escasos, pues el aprovisiOnamiento
desde Europa no sólo era precario ~i~o que el
mismo internamiento de las expediciOnes las
alejaba de los sitios a donde llegaban. De allí
que los conquistadores ~v~eran que pagar las
mercancías europeas, casi literalmente, su peso
en oro.
El trabajo del historiador francés Pierre
Chaunu ha mostrado cómo el volumen de este
tráfico respondía a la importancia de los ~senta­
mientos españoles. Durante los decemos de
1531-1540 y 1541-1550 los puertos de ~e~a
Cruz y Nombre de Dios sobrepasaron ~n actividad a su antigua base en Santo Dommgo. La
plata peruana y mexicana rivalizaba, p~r lo menos en peso, con el oro de Santo Dommgo durante él primer decenio, y en el segundo lo sobrepasaba aun en valor. Frente a estos dos puertos, la actividad de Cartagena fue muy modesta
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
hasta el decenio de 1581-1590, en que experimentó un crecimiento que culminó en el decenio
siguiente. Las magnitudes del comercio de 1600
se mantuvieron con altibajos en los treinta años
siguientes, para caer abruptamente después.
Esta tendencia del tráfico comercial es una réplica de la curva de la producción aurífera.
Los dos decenios del tránsito al siglo XVII
significaron para España un esfuerzo enorme en
cuanto a la organización del comercio, su fiscalización (en 1592 se introdujo la alcabala) y su
defensa mediante el costoso sistema de flotas
armadas. Tras la captura de la flota entera en
Matanzas (1628) por los holandeses, una guerra
con Francia (1635-1659), revueltas en Cataluña,
desasosiego y conspiraciones en Castilla, la separación de Portugal (1640), dos bancarrotas de
las finanzas reales (1647 y 1653), una nueva
captura de la flota ( 165 7), esta vez por los ingleses, y la pérdida consiguiente de Jamaica, el
comercio regular con las Indias se vio muy afectado. En este período de 1653 y 1659 sólo pudieron arribar a Cartagena una flota (enero de
1654) y cuatro galeones. Para un observador
contemporáneo de la Nueva Granada era
" ... cosa tan irregular y tan impensada, que desde
que se descubrieron estos reinos de Indias no
se ha visto ... ".
Nuevas guerras con Francia (1673-1678 y
1697, cuando España tuvo que ceder parte de
Santo Domingo), y aun sin ellas, trajeron saqueos de plazas fuertes que vigilaban el comercio entre la metrópoli y sus colonias Porto Belo
en 1668, Maracaibo en 1669, Santa Marta y
Río de la Hacha en 1670 y la captura de Cartagena en 1697. Ya se ha mencionado cómo en
esta ocasión los comerciantes de la carrera perdieron no sólo sus propios capitales, sino los
"empleos" que habían llevado a la feria.
No eran, sin embargo, las flotas españolas
las únicas en abastecer de ropas de Castilla a
los mercaderes de la carrera. Pues lo de ropas
de Castilla no pasaba de ser un eufemismo para
designar cualquier mercancía de procedencia
europea. N o sólo el comercio lícito estaba dominado en la fuente misma de su monopolio, Sevilla, por capitales franceses, genoveses, etc.,
ya desde comienzos del siglo XVII, sino que
otras naciones fondeaban sus barcos en las costas del Caribe o sobornaban a los funcionarios
de los puertos para vender sus mercancías de
contrabando.
139
Los asientos de la trata negrera que España
tuvo que otorgar sucesivamente a portugueses,
franceses e ingleses, servían para disimular también la introducción de mercancías de comercio
ilícito. Durante el siglo xvn, las luchas por la
supremacía colonial, que interrumpían el tráfico
entre España y las Indias, favorecieron la actividad de empresarios-piratas ingleses, franceses
y holandeses. Durante el siglo XVIII el auge de
las posesiones antillanas, particularmente Jamaica, permitió a los ingleses desvertebrar completamente el comercio español.
A comienzos del siglo XVIII las cosas habían llegado a tal punto, que podía presumirse
que cualquier comerciante de la carrera estaba
mezclado en el contrabando. Así, entre 1710 y
1713 se otorgó un indulto al que se acogieron
voluntariamente muchos comerciantes, entre
ellos hombres que gozaban de prestigio local y
de cargos honoríficos como los maestros de
campo Agustín de Londoño y Trasmiera (uno
de los comerciantes más ricos de Santa Fe) y
José Tafur de Valenzuela (quien había administrado la Real Hacienda en Santa Marta). Como
resultado del indulto se recogieron más de 14
mil patacones entre quince comerciantes. Este
indulto, lo mismo que uno similar que se extendió a los mineros del Chocó que no habían pagado los quintos reales, revela la incapacidad
en que se encontraba el Estado español para
controlar aun aquello a lo que dedicaba sus mayores desvelos. En momentos de conflicto con
potencias extranjeras, y especialmente los primeros años del siglo XVIII marcados por la guerra de secesión, las flotas se hacían tan irregulares que el contrabando llegaba a aceptarse
como la forma normal de abastecimiento de las
colonias.
El comercio-legítimo o ilegítimo-obtenía
tasas de ganancia exorbitantes y servía para drenar no sólo el metal amonedado sino también
el oro físico que no había pagado quintos reales.
Era el origen de las fortunas más sólidas en el
Nuevo Reino y la gobernación de Popayán, y
la fuente de capitalización de minas y haciendas
cuando los comerciantes de la carrera (generalmente españoles) decidían avecindarse. Naturalmente, la suerte del comercio estaba ligada
a la coyuntura general y, sobre todo, al ritmo
de la explotación del oro. Sin embargo, como
observaba un funcionario en medio de la crisis
del siglo xvn:
140
" ... Nunca ha cesado el comercio de los frutos
y mercaderías de este Reino con la costa y
todas las ciudades donde se saca oro, que importan mucha cantidad, ni tampoco han dejado
de venir mercaderías de navios que han entrado en Cartagena ... "
Es decir, que el comercio podía alimentarse
hasta cierto punto con la producción interna. En
algunos casos, la carrera individual de un comerciante había evolucionado desde su calidad de
simple tratante a la de mercader. El fundador
de una gran dinastía de terratenientes y mineros,
Jacinto de Arboleda Salazar, se inició como tratante en Anserma, en donde fue procesado por
un visitador por vender géneros a indios y esclavos. Cuando el Chocó era una frontera inhóspita
atrajo también a muchos tratantes que esperaban
adquirir un capital con las ganancias que se obtenían en el trato con los mineros.
Algunos géneros agrícolas podían ser objeto también de transacciones provechosas. Los
cereales del Nuevo Reino, por ejemplo, alimentaron mercados urbanos, centros mineros y la
plaza fuerte de Cartagena hasta comienzos del
siglo XVIII, cuando fueron sustituidos por las
harinas que introducían los ingleses de sus colonias, al amparo de la trata negrera. Las harinas
del Nuevo Reino fueron objeto de un prolongado
debate en el siglo XVIII. Algunos virreyes (Eslava y Guirior, por ejemplo) quisieron estimular
este comercio, pero otros (Solís, Messía de la
Cerda) autorizaron a asentistas particulares para
que introdujeran esclavos negros y con ellos
bastante harina como para abastecer a Cartagena. Gran parte de las dificultades residían en el
transporte de las harinas desde el interior. En
1757 quiso regularizarse el aprovisionamiento
mediante un monopolio otorgado a dos comerciantes. Estos no pudieron cumplir sus compromisos, tanto por las dificultades en el tranporte
(que combinaba muías y embarcaciones) como
por la competencia de las harinas que venían
con los esclavos.
Del Nuevo Reino se llevaban también a
Cartagena y a los centros mineros de Antioquia
azúcar, carne, camisetas, costales, cabuyas,
ajos, frazadas, garbanzos, cacao, lienzos, sal,
arroz y panela. Se conservan algunas cifras (que
se han reducido a un gráfico) sobre el derecho
de puertos que estos artículos pagaban en Honda
y que revelan los altibajos en el volumen de
este comercio. La curva, que cubre más de cuarenta años del siglo XVIII, muestra una cierta
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
estabilidad, pues los derechos fluctuaban apenas
entre cuatro y seis mil pesos de plata cada año.
Durante el virreinato de Messía de la Cerda
(1761-1767/8) se observa un cierto auge, seguido de una depresión que se prolonga más
allá de la Revolución de los Comuneros.
La estructura de este comercio puede deducirse de las cuentas detalladas de dos años (1773
y 1775). En 1773 pasaron por Honda, con destino a Cartagena, Mompox, Santa Fe de Antioquia, Medellín, Remedios, Rionegro, Marinilla
y Yolombó 6. 752 arrobas de azúcar, 1.930 cargas (de 10 arrobas) de harina, 375 cargas de
cacao y 381 de frazadas. La harina pagó el
28.7% de los derechos, el azúcar 23 .4%, el
cacao 22.1 %, las frazadas el 11.3% y el resto
(14.5%) estaba repartido entre cerdos, jamones,
garbanzos, sal, arroz, panela, etc. El comercio
estaba dominado por antioqueños (Carrasquilla, Tirado, Posadas, Montoya y Aranzazu) que
enviaban mercancías desde Honda a sus socios
en la región antioqueña. Que este comercio no
representaba gran cosa, puede deducirse del hecho de que para 1716/18 se calculaba que las
solas regiones de Tunja y Villa de Leiva cogían
30 mil cargas de trigo. Para el mismo año de
1773 la jurisdicción de Pamplona producía 6
mil quintales, o 2.400 cargas, cantidad que excedía la que se registraba en Honda para abastecer a Cartagena y a los centros mineros. El
consumo de Cartagena tampoco parece haber
sido demasiado grande, y lo que empujaba a
buscar el control de este mercado contra los
abastecimientos de las colonias inglesas eran
los mejores precios que se podían obtener por
el trigo. Según el Tribunal de Cuentas de Santa
Fe, entre 1701 y 1713 se habían llevado a Cartagena 4.246 cargas de harina, la mayor parte
extranjeras. Y entre 1714 y 1769 el consumo
habría sido de 60.590 barriles (de dos quintales)
introducidos por los negreros. Estos barriles representaban entonces un consumo anual aproximado de 900 cargas. El problema parece haber
residido en la amplitud de los mercados para
una producción especializada. Por eso el auge
de los yacimientos antioqueños debió suplir la
pérdida del mercado cartagenero.
El comercio local sufrió fmalmente la
suerte que había corrido el monopolio andaluz
debido a la irrupción de productos extranjeros.
En 1773 el Tribunal de Cuentas de Santa Fe
observaba cómo, fuera de la decandencia de la
agricultura, habían venido también a menos los
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
141
obrajes en que se fabricaban ropas de batán,
"pañetes", "frazadas", "bayetas" , etc., que antes se vendían en las provincias de Caracas,
Maracaibo, Barinas, etc. Las ferias de Tunja
habían perdido importancia debido a que la compañía Guipuzcoana traía lienzos fmos y otros
textiles a cambio de cacao, y con ello perdían
estimación las ropas fabricadas en el Reino y
aun las de Quito.
El último cuarto de siglo XVIII trajo consigo
cambios radicales en los patrones de comercio
entre España y sus colonias. El fin de la guerra
de los siete años (1756-1762), en la que España
participó en 1762 por un lado, y por otro el
crecimiento experimentado por los países de Europa occidental en los inicios de la revolución
industrial, aceleraron la puesta en práctica de
los principios reformadores que caracterizaron
la política ilustrada de los últimos Barbones,
especialmente de Carlos 111. El reglamento de
libre comercio de 1778 fue la culminación de
una serie de medidas destinadas a liberalizar
gradualmente y a incrementar al tráfico entre
España y el Nuevo Mundo. La metrópoli quería
sumarse ahora a la expansión que prometía el
crecimiento industrial localizado en algunas regiones de la Península. Para ello debía modificar
sus rígidos patrones mercantilistas, tal como lo
proponían los ministros ilustrados o el tratado
atribuido a José Campillo sobre Nuevo sistema
de gobierno economzco para la América
(¿ 1743?). En 1768, por ejemplo, se había autorizado el comercio intercolonial entre Perú y
Nueva Granada, y en 1774 entre todas las colonias con puertos en el Pacífico. Esta medida
favorecía a los reales de minas del Chocó que
durante todo el siglo xvm habían visto limitadas
sus fuentes de abastecimiento. En 1776 y 1777
Santa Marta y Río de la Hacha se sumaron a
otros puertos del Caribe (y a Mallorca, Louisiana y la provincia de Yucatán) que se habían
abierto a los grandes puertos españoles.
El Reglamento de 1778 no surtió efectos
visibles en Nueva Granada hasta pasado algún
tiempo. Un trabajo del investigador inglés Anthony McFarlane muestra cómo sólo a partir de
1785 se experimentó un crecimiento gradual en
el movimiento del puerto de Cartagena. Lo más
importante de este movimiento fue sin duda la
alteración perceptible de la estructura misma del
comercio en los artículos coloniales. A pesar
de que el producto tradicional de exportación,
el oro, siguió ocupando el primer lugar, e inclusive aumentó, a su lado otras exportaciones crecieron moderadamente.
El algodón pasó, de 2.573 arrobas en 1770,
a un promedio de 24 mil en el quinquenio 178589. La exportación de cacao por Cartagena aumentó en el último decenio del siglo, aunque
Comercio por Honda
Según lo derechos de puesto )
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142
el área de producción granadina estaba ubicada
en la región de Cúcuta, como una prolongación
de las plantaciones de la Capitanía de Venezuela, por donde encontraba su salida. Los cueros
siguieron exportándose, lo mismo que el palo
brasilete de la provincia de Santa Marta. La
quina tuvo un breve período de auge para ser
remplazada muy pronto por la que provenía de
la Audiencia de Quito.
Aunque las promesas que despertó la política borbónica con respecto a este comercio y
a su diversificación en productos tropicales se
desvanecieron con las guerras desastrosas en
que se vio envuelto el hnperio a partir de 1796,
debe verse en las nuevas orientaciones, aun con
todas las restricciones del patrón mercantilista
colonial, un preludio a la incorporación de las
futuras naciones a un tipo de intercambios que
iba a prevalecer durante el siglo xix y aun más
allá.
La sociedad. Conceptos históricos sobre
diferenciación y conflicto social _ _ _ __
S
i la historia económica está en su infancia
en Colombia, la historia social, en rigor,
no ha acabado de nacer todavía. La curiosidad
que debería despertar una temática que, según
un historiador inglés, cubre toda la historia pero
desde un punto de vista social, sólo ha podido
fijar rasgos generales, a veces muy imprecisos,
respecto a las clases sociales. Pero aún estas
observaciones siguen siendo subsidiarias de una
historia política cuyo esquema enfrenta a españoles e indígenas durante la Conquista y a españoles y criollos en los episodios de la Independencia.
Curiosamente , aun los comentarios de viajeros extranjeros en el curso del siglo xix, más
próximo a nosotros, no han sugerido tratamientos historiográficos a pesar de abundar sobre lo
que podría ser el objeto de una historia social.
La observación distante del viajero subentendía
casi siempre una comparación con Europa y por
eso se daba en términos que la historiografía
nacional se resistía a asimilar. De otro lado, la
imagen que reflejaban tales observaciones no
era nada halagadora. Costumbres, hábitos indumentarios y dietéticos, alojamiento, el trato cotidiano entre las clases y el valor social atribuido
a personajes por su figuración política o por sus
esfuerzos intelectuales, el sentido de identidad
de una élite en los gestos y en las convenciones
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
que alimentaban su orgullo, la inestabilidad de
instituciones republicanas incapaces de cohesionar una sociedad en la que abismos de desigualdad se aceptaban como el orden natural de las
cosas, todo aparecía descrito a veces con simpatía, a veces con impaciencia, pero con el necesario distanciamiento de una mentalidad urbana
Y. curiosa que se adentraba en un mundo provinciano.
La labor de una historia social en Colombia
debería ser semejante, aunque más sistemática,
a esta observación desasida de los viajeros europeos del siglo xix. Debería confrontar la realidad social, no como un orden que pertenece a
"la naturaleza de las cosas" sino como una formación de carácter histórico cimentada en valoraciones y percepciones peculiares. Esta labor,
inscrita en un conocimiento objetivo, debería
servir al menos para deshacerse de los complejos
que, desde el siglo xix, han presidido la conformación de las clases sociales. Si se adopta la
actitud de necesario distanciamiento que exige
este objeto de estudio, sería bueno empezar por
dar a los conceptos que designan lo social en
un proceso histórico su justo valor. Es decir,
proceder como historiadores, sin caer en la tentación de abusar de esquemas pretendidamente
teóricos.
Para comenzar, debe hacerse énfasis en el
hecho de que, mucho más que los procesos económicos, los fenómenos sociales se circunscriben a una época y a un lugar específicos, sin
que sea válido introducir conceptos ajenos o que
pertenecen a un sistema socio-económico diferente. Hablar, por ejemplo, de la "proletarización" de los indígenas o de burguesía criolla
para algún momento de la época colonial o,
peor aún, tratar de entender los conflictos de la
sociedad colonial valiéndose de los mismos esquemas conceptuales que sirven para aproximarse a nuestra propia sociedad, no es válido
ni siquiera como metáfora. La posibilidad de
elaborar una teoría que sirva de marco de interpretación para una sociedad distante, reposa en
la familiaridad que tengamos con todos sus elementos. Sólo en la medida en que podamos
apropiarnos de esos elementos, que aparecen a
primera vista en forma disparatada, veremos
surgir las relaciones de lo concreto, es decir,
de su inteligibilidad. Pero esta posibilidad desaparece si de entrada desnaturalizamos el objeto
que_ se pretende estudiar con falsas conceptual!zacwnes.
La economía v la sociedad coloniales, 1550-1800
El origen de las diferenciaciones sociales
en la época colonial se fundamenta en el hecho
de la conquista y en el privilegio institucionalizado. La condición de cada individuo, fijada de
antemano por la ley, aproximaba la sociedad
americana a la sociedad de órdenes y estados
europa, aun cuando este rasgo no parece el más
esencial de la nueva sociedad. Es más, este ordenamiento se vio desvirtuado por el hecho de
haber sido impuesto violentamente sobre sociedades de suyo complejas, queriendo despojarlas
de sus propios criterios de estima y de privilegio
social. La dualidad étnica y cultural aparece
entonces como el trasfondo decisivo de las diferenciaciones sociales. Y de entrada, la dominación política que repartía recursos y establecía
preeminencias, se coloca como el factor más
importante en la aparición de las clases sociales.
Las transformaciones posteriores de la sociedad colonial no se definieron institucionalmente de modo tan claro como con respecto a
la dualidad inicial. Nada equivalente a las categorías de "vecino", "encomendero" o "indios
de tributo" las sustituyó cuando transformaciones demográficas y económicas les hicieron perder su nitidez. Los vagos títulos de nobleza
exhibidos en el siglo XVIII, por ejemplo, deben
asociarse más con una preeminencia alcanzada
frente a patrones de estima propios de las sociedades locales, que a un privilegio institucional.
Desde el momento en que la encomienda entró
en decadencia, otros factores intervinieron en
el juego, particularmente la competencia profesional en actividades económicas. Funcionarios,
mineros, terratenientes y comerciantes comenzaron a disputarse preeminencias y sitios de figuración y a tratar de inclinar los favores del
Estado. Mestizos y blancos pobres, condenados
al ejercicio de oficios serviles y artesanales o
al cultivo de una parcela como pequeños propietarios o como agregados, se vieron ubicados
socialmente también por su condición económica.
Estas transformaciones sólo podrían visualizarse con claridad a través de factores cuantitativos, mal conocidos. Por ejemplo, ¿cuál era
el peso de la población mestiza (o esclava o de
españoles pobres) en un determinado momento?
¿Cómo se repartían cuantitativamente entre los
diversos oficios? ¿Cómo participaban en el reparto de la riqueza social y en sus productos,
es decir, cuál era su nivel de vida?.
A pesar de todos los matices que se pueden
introducir con una exploración más adecuada
143
de los datos que sirven a una historia social, el
esquema dual implantado inicialmente persiste
a lo largo de todo el período. O por lo menos
se percibe claramente el linde que separa las
llamadas castas de un élite de origen europeo.
En todo caso , sería un error considerar estos
dos sectores como algo homogéneo. Tampoco
la simple diferenciación entre los componentes
de las castas sirve de criterio infalible para determinar la posición de unos con respecto a los
otros. El expediente rudimentario de suponer
que blancos, mestizos, indios y negros se ordenaban jerárquicamente según las tonalidades de
la piel, como en un espectro, significa ignorar
deliberadamente todas las complejidades que
podía introducir el juego político y económico
o la manera como la mentalidad colectiva incubaba sus propios prejucios en diferentes épocas
y lugares.
La mayor dificultad que encuentra una historia social reside en el limbo documental en
que se movieron los sectores mayoritarios de la
sociedad. Si, en el caso de la sociedad indígena,
poseemos un acervo satisfactorio de información, por ejemplo, en las visitas de la tierra que
practicaban periódicamente oidores de la Audiencia y en las cuales inquirían sobre la organización social y política del grupo, los avances
del indoctrinamiento religioso, el tratamiento
que recibían del encomendero, el estado y la
cuantía de sus siembras y de su comercio y el
número de varones aptos para tributar, en el
caso de la élite blanca poseemos toda la información deseable sobre sus actividades de todos los
días, desde el nacimiento hasta la muerte, en
archivos parroquiales y notariales, en libros de
cabildos y en informaciones de tipo administrativo, los datos sobre la población mestiza o sobre
blancos pobres, artesanos, gañanes, aparceros,
etc., es pobre y aparece muy dispersa. Aunque
sobre los esclavos negros hay una información
muy rica cuando se trata de ellos como de un
factor cosificado de la economía, las observaciones sobre su vida cotidiana, para no hablar
de elementos aún más subjetivos, son casi inexistentes. Esta ausencia entraña el peligro de
hacer aparecer los rasgos que caracterizan a una
élite como propios de toda una sociedad, escamoteando de esta manera la existencia histórica
de los sectores mayoritarios.
El trabajo del historiador no puede ser sustituido tampoco en este caso con esquemas abstractos, por bien intencionados que sean. Una
144
cierta ingenuidad histórico-militante suele acumular anacronismos de este tipo con el objeto
de hacer de la historia un relato ejemplar y moralizante. Se niega a admitir que hay un conocimiento histórico y se contenta con agarrar cualquier incidente para construir un mito intemporal. No importa que ese incidente tenga una
significación propia (que es posible reconstuir)
dentro de un contexto histórico. Por ejemplo,
el tratamiento de guerras y levantamientos in dígenas o de rebeliones de esclavos ni siquiera
contempla a veces la posibilidad de situarlos
dentro del tipo de sociedad en la que ocurrieron,
una sociedad dotada de leyes y de determinaciones ideológicas ajenas a las nuestras. Esta absoluta ineptitud para manejar materiales históricos
(que haría ruborizar a un Porchnev, a un Hobsbawm o a un Pierre Vilar, por cuanto se reclama
como la más esforzada y efectiva militancia política) se disimula, de contera, como el fruto de
agotadores combates el "empirismo".
Para que la historia social del período cobrara vida y no se presentara como un mero
esquema de falsas pretensiones teóricas, haría
falta preguntarse por los contenidos y la significación de vidas oscuras, mal iluminadas por las
fuentes tradicionales de los historiadores. En
algunos momentos culminantes de conflictos intensos y a veces banales, en la misma trasgresión
de las normas, en los tipos de criminalidad, se
nos revelan algunos caracteres de esta parcela
de la sociedad.
No siempre la sujeción social deja huellas
en un conflicto. Ni estos conflictos pueden ser
asimilados, sin más, a rebeliones populares en
el sentido de insurrecciones orientadas ideológicamente. Todo conflicto social se mueve y se
expresa dentro de las limitaciones de su propio
contexto ideológico. Varios autores han señalado cómo las explosiones de ira popular dentro
de un régimen de tipo precapitalista tienen casi
siempre un carácter espontáneo. Un levantamiento de esclavos, por ejemplo, podría perseguir fines inmediatos frente a una situación intolerable: la esencia misma del sistema esclavista, basado en el temor, tendía de suyo a engendrar temor y violencia en amos y en esclavos.
Pero en ningún momento se buscaba el objetivo
político preciso de abolir el sistema mismo.
En un trabajo reciente, Orlando Fals Borda
se preguntaba por la existencia histórica de blancos pobres. Pues es cierto que en la sociedad
colonial los dominados no eran únicamente in-
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
dígenas y esclavos. Estos proporcionaron el
grueso de la mano de obra que sustentaba el
sistema económico y cuyo empleo se daba mediante formas institucionales de explotación: la
encomienda, la mita, el concierto/alquiler o la
esclavitud. A su lado existían otros sectores populares de blancos pobres y todas las formas
posibles de mestización que no estaban enmarcados dentro de un esquema institucional rígido.
Puede decirse que estos sectores fueron la base
de relaciones sociales de producción abiertas
hacia el futuro. Como las exigencias de tipo
salarial no podían ser satisfechas por el tipo de
unidad productiva colonial (la hacienda), se derivó hacia una explotación extensiva de pastos
naturales, que empleaba algunos gañanes y pastores, o a formas de colonato, de agregados,
aparceros, medieros, etc., es decir, a formas que
generaban una renta de la tierra en especie o en
trabajo.
Gran parte de esta población, que no podía
ser ubicada en los campos por la limitación intrínseca de aquellos arreglos sociales, o de la
agricultura parcelaria sin salidas a un mercado,
debió convertirse en población urbana, al menos
por largas temporadas. Artesanos, pequeños
"tratantes" y pulperos, arrieros, gentes de servicio, etc., formaban parte del paisaje urbano del
siglo XVIII, concentrados en barrios enteros: San
Victorino, en Santa Fe, el Ejido, en Popayán o
La mano del Negro, en Cali.
Hasta aquí ha tratado de sugerirse la complejidad que, en un estudio de las determinaciones concretas de la realidad, puede alcanzar
nuestra visión de las parcelas aparentamente homogéneas de una sociedad dual. Proceso, demográficos (en un doble sentido inverso: declinación de la población indígena y acrecentamiento
de los mestizos) y transformaciones económicas
introdujeron modificaciones a un enfrentamiento étnico incial, haciendo perder relevancia
a las definiciones institucionales. Los cambios
se perciben tanto en el sector blanco de la población, en donde los intereses profesionales eran
susceptibles de generar conflictos, como en los
sectores populares, en donde a los matices étnicos vinieron a sumarse otros factores de diferenciación impuestos por la vinculación a diversos
tipos de trabajo: coerción extra-económica institucional, formas de colonato, trabajo urbano
y rural.
Para la historia social, sin embargo, todas
estas distinciones (étnicas, institucionales, pro-
La economía y la sociedad coloniales,
1550-1800
fesionales, etc.) no deberían ser suficientes. A
pesar de ellas, sigue persistiendo un esquema
dualista incapaz por sí solo de dar cuenta de
otros conflictos, muy frecuentes en la sociedad
colonial y hasta en el siglo xix.
Al lado de diferenciaciones verticales y horizontales dentro de la sociedad, existían otras
que oponían transversalmente a todos sus e~tra­
tos. En el territorio cobijado por la autondad
de una Audiencia coexistían ciudades, villas,
pueblos de indios, lugares y parroquias. Lajerarquización de estos poblamientos repo~a~a en
privilegios,más que en un esquema admmistrativo-constitucional uniforme. En ésto, las normas de derecho público seguían las pautas de
un Estado patrimonial que distribuía favores a
los individuos en el derecho privado. La base
objetiva de tales privilegios se fundaba en situaciones de preeminencia o de poder de los centros
urbanos alcanzadas durante la Conquista o desarrolladas después. Dentro de ciudades y villas
(que constituían la "República de los españoles"),algunas poblaciones no gozaban d~l prestigio que acompañaba a los centros administrativos, comerciales o mineros. Sin embargo,
como éstos estaban compuestos por vecinos
cuya estructura social, j~rarquía~ y pr~sti~ios
eran su réplica exacta, asi no pudieran nvahzar
con ellos en riqueza y en poder. En centros
como Girón, Socorro, Cartago, Caloto, Mariquita u Honda, existía un patriarcado cuya preeminencia era reconocida localmente pero que
resultaba disminuida en Pamplona, Vélez, Popayán o Santa Fe. El hecho de que los centros
urbanos reprodujeran los mismos rasgos estructurales, ha disimulado que entre ellos existía
una jerarquía. Muchos conflictos en la época
colonial, y aun en la época republicana, no deben atribuirse a un enfrentamiento vertical de
clases sociales, sino a un espíritu comunal en
el que las solidaridades regionales se anteponían
a los desfases verticales. Un poblamiento de
indios que alcanzaba el rango de "parroquia"
en el siglo XVIII, adquiría sus propios té~inos
territoriales y una cierta autonomía, semeJante
a la de las ciudades y villas. Las villas a su vez
luchaban por desasirse de la influencia invasora
de las ciudades.
A pesar de los contactos más o menos permanentes y a una cierta fluidez de la élite criolla
y española, no siempre las pretension~s de las
aristocracias lugareñas eran reconocidas. El
ritmo desigual del desarrollo de centros mineros
145
y agrícolas daba un movimiento de vmven al
rango que alcanzaban los poblamientos. Cartagena y Mompox, Santa Fe Y, Tunj~, Pampl~ma
y Vélez, Cali, Buga y Popayan registran episodios de permanente rivalidad, lo mismo que villas, pueblos, parroquias y lugares. Durante el
siglo xix la vieja ciudad de españoles de Caloto
se refería desdeñosamente a los habitantes de
Santander de Quilichao (que había surgido en
desmedro de los propios términos territoriales
de Caloto) como pueblo de "libertad y manumisos".
En conclusión, la historia social se presenta
en Colombia como un terreno casi virgen para
la investigación. El efectivo conocimiento de
estas realidades encuentra, sin embargo, obstáculos en actitudes diferentes: una, tradicionalista, incapaz de distanciarse de la imaginerí_a co~­
placiente y vacua que escamotea toda evidencia
sobre conflictos sociales y profundos. Otra, que
quiere forzar esquemas rudimentarios en pro_c~­
sos más complicados de lo que puede percibir
una ortodoxia militante.
La preeminencia de los encomenderos
y las comunidades indígenas
El carácter privado de las empresas de conquista en América española tuvo com~ ~on~e­
cuencia la formación de una casta pnvllegiada, la de los encomenderos. Los rasgos esenciales de este estrato social surgieron no sólo en
función de antecedentes europeos, sino apoyados también en las características de las sociedades indígenas sometidas por las huestes de la
Conquista. El hecho de que empresas de descubrimiento y de conquista no hubieran sido fmanciadas por el erario real sino que en ellas se
hubiera aportado capitales privados (de procedencia europea o formados al ritmo de la conquista misma), justificó el reparto inicial de los
recursos americanos entre los participantes en
esas empresas. Este reparto no sól? s~gnific?.un
premio para quienes habían con~:n~mdo militar
y financieramente en el sometimiento de los
pueblos americanos, sino también una forma de
mantener un control efectivo sobre los vastos
territorios incorporados a la Corona. Por esta
razón, las primeras generaciones de encomenderos conservaron ciertos rasgos militares. No sólo
estaban obligados, por razones de pulicía (la
palabra viene depolis), a mantener casa poblada
en un recinto urbano, sino que, en ella, solían
146
alojar un buen número de soldados, sus antiguos
conmilitones. Esto explica también que, mucho
después de terminada la Conquista y cuando ya
las expediciones de conquista (o entradas) eran
cosa del pasado, esta sociedad conservara sus
rasgos turbulentos.
El carácter de premio en el reparto de in dígenas de encomienda subrayaba tanto su origen
militar como las jerarquías de una organización
de este tipo. La proporción del premio correspondía a la importancia del rango dentro de la
hueste. Al caudillo le tocaba la parte del león
y una buena porción a sus capitanes y subordinados inmediatos. El resto se distribuía entre
los simples soldados, habida cuenta de sus méritos. Estas jerarquías estaban dadas por el origen social de los miembros de la hueste, por su
participación financiera en la expedición o por
su experiencia militar anterior. Así, sucesivas
expediciones podían mejorar la situación relativa de cada uno y acrecentar sus posibilidades
de un premio mayor. La dinámica de la conquista se explica, en parte, por estas expectativas
que producían una errancia inquieta de soldados
y caudillos insatisfechos con el botín inicial. El
asentamiento definitivo de una hueste, tras el
reparto del botín, hacía evidente una estratificación social. Que no siempre iba acompañada de
la conformidad entre los miembros de la antigua
hueste militar. Solidaridades de origen regional
en España, diferencias entre caudillos y simples
soldados, o entre los primeros que llegaban y
expediciones posteriores, celos y rivalidades de
todo tipo contribuían a que los pobladores no
encontraran un punto de estabilidad. A la conquista militar sucedió un intenso juego político
en el que el reparto de privilegios, entre ellos
el más jugoso de la encomienda, motivaba todos
los movimientos. Desde el comienzo muchos
conquistadores eran dados a quejarse de las injusticias del reparto. Esto originaba facciones
que buscaban controlar el poder y redistribuir
una vez más lo que se había otorgado anteriormente. De esta manera, el juego político tendía
a desconocer lo que se sentía ganado por méritos
militares y a crear confusión y turbulencia dentro
de los pobladores.
Las condiciones en que se verificó la conquista y la situación de los pobladores frente al
Estado español impartieron rasgos específicos
a la sociedad en la que los encomenderos se
situaban a la cabeza. Pero no menos importante
fue el papel de las mismas sociedades indígenas,
Nueva Historia de Colombia,
Vol. 1
sobre las que se fundaba la institución de la
encomienda y el poder de los encomenderos.
Al fm y al cabo, una de las principales funciones
de la encomienda consistió en sustituir las jerarquías de la sociedad indígena, poniendo en su
lugar a los beneficiarios españoles de los repartimientos. El reconocimiento que lograban los
jefes indígenas a través de la percepción de un
tributo fue transferido a la nueva clase dominante representada por los encomenderos. Estos
quedaban colocados así como un eslabón entre
una soberanía distante y los nuevos vasallos
incorporados a la Corona española. Sin ser funcionarios del Estado, eran ellos los que recibían
el reconocimiento debido a ese Estado, como
la cúspide, de un nuevo ordenamiento social.
Los conflictos políticos y sociales que perturbaron constantemente la sociedad colonial
hasta comienzos del siglo XVII deben interpretarse a la luz de esta polaridad entre un Estado
centralizador y los esfuerzos de la casta de los
encomenderos por mantener las prerrogativas
que se derivaban de la conquista. Dentro de este
marco tan amplio de interpretación se inscriben
las particularidades de una historia social en la
que los encomenderos se enfrentaban a menudo
con funcionarios del Estado español, por un
lado,y, por otro, mantenían relaciones cotidianas de dominación con los indígenas.
La naturaleza de estas últimas está ilustrada
con testimonios directos que provienen de las
visitas de la tierra. A pesar de que tales relaciones estaban regulados por la ley de tal manera
de reducir al mínimo los contactos entre españoles e indígenas, confinándolos, especialmente
en las ciudades -o "República de los españoles"
-y a los pueblos de indios, en la práctica la
presencia de los encomenderos era muy notoria
entre los indígenas. En teoría, éstos no debían
a sus encomenderos sino la prestación de un
tributo fijado de antemano. En la realidad, los
encomenderos se apersonaban en la comunidad,
por sí o por intermedio de calpixques o administradores, para extraer de los indios todo el trabajo posible. La coerción permanente e ilegal
creaba un clima de mutua desconfianza reforzado por el desamparo de los indios. Todo sugiere que rara vez sus quejas podían elevarse
ante la Audiencia por intermedio del protector
de naturales. Cuando éstas se dirigían a los corregidores o a los cabildos, los indígenas se
encontraban con un nudo de complicidades mu-
La economía y la sociedad coloniales, 155 0-1800
tuas en el que las relaciones de parentescos entre
encomenderos jugaban un gran papel.
Todos los motivos de descontento señalados periódicamente en las visitas de la tierra
fueron expuestos directamente ante el rey en
una Relación de agravios por donDiego de Torres, un mestizo cacique de Turmequé, en 1584.
La mayoria de estos agravios se referia a los
abusos a que daba lugar la prestación del tributo.
Aunque desde 1542 la Corona había querido
limitar esta prestación a aquello que los indígenas reconocían ya a sus propios jefes, sustituyendo simplemente el beneficiario, los encomenderos no se contentaron con esto. La explotación de los indígenas adquirió así rasgos de
violencia extrema para forzarlos a tributar no
sólo en especies sino también en jornadas de
trabajo. La extorsión cotidiana de las comunidades indígenas, realizada al margen de la ley y
con la complicidad de las autoridades, iba forzosamente acompañada de elementos represivos
que parecían normales para el funcionamiento
del sistema. En algunos casos, la justificación
provenía de prejuicios que alimentaba el mismo
complejo de dominación. Los indígenas, según
sus explotadores, eran naturalmente inclinados
a la pereza. Peor aún, no se movían por las
mismas razones que los europeos y parecían
indiferentes a la necesidad de acumular bienes
indefinidamente. Sus creencias religiosas eran
además, un magnífico pretexto para probar su
indiferencia moral, insensible a las bondades de
la indoctrinación en el cristianismo.
Numerosos episodios dan testimonio de la
efectividad de este tipo de justificaciones. Por
ejemplo, la persecución de los indígenas que
conservaban santuarios subrepticiamente. En
1577 se emprendió una verdadera cruzada para
localizar entierros y santuarios, ricos en ofrendas votivas de oro, encabezada por el arzobispo
Zapata de Cárdenas y los oidores Auncibay y
Cortés de Mesa. Algunos indígenas de la región
de Tllllja y Santa Fe fueron acusados por sus
encomenderos de practicar la hechicería o de
intentos de envenenamiento y encarcelados sin
fórmula de juicio. Pero además de estos casos,
un poco espectaculares, los abusos cotidianos
formaban una cadena interminable. Algunos
historiadores interpretan estos testimonios desde
llll punto de vista moral, recalcando su anormalidad dentro de un sistema de relaciones que,
según ellos, debían ser "armoniosas y justas".
Sólo ven meras violaciones individuales de la
147
ley que, como tales, deberian considerarse como
un fenómeno excepcional. Este razonamiento
ignora deliberadamente que la encomienda era
un sistema de explotación, así fuera justificada
como un instrumento civilizador. La verdadera
anormalidad hubiera consistido en el caso de
encomenderos que hubiesen rebajado las cargas
de sus indios -o que al menos se hubiesen atenido a la ley al percibir sus frutos-. Pero el
principio que animaba a esta sociedad no era
precisamente el de la justicia abstracta definida en
las leyes, sino el del enriquecimiento a toda costa.
Se ha observado muchas veces que la sociedad colonial del siglo XVI, dominada por el
estrato de los encomenderos, era una sociedad
señorial. Los afanes de la conquista debían conducir a los honores, al poder y a la posibilidad
de llevar un tren de vida adecuado a una súbita
elevación social. Algunas casas de la ciudad de
Tunja dan testimonio de estas pretensiones. Lo
mismo que la actividad febril que algunos encomenderos desarrollaron en los negocios y en la
política local de sus ciudades. Si bien muchos
se quejaban de que las encomiendas no se hubieran atribuido siempre a beneméritos, es decir,
a soldados de la Conquista o sus descendientes,
sino que muchas habían sido compradas por
hábiles negociantes o por algunos escribanos,
y la condición misma de comerciante excluía
de las dignidades de la República, los encomenderos más poderosos no desdeñaban ejercer el
comercio, casi siempre valiéndose de testaferros. La explotación de los indígenas dio origen
a acumulaciones de riqueza que se invirtieron
en minas y en géneros o ropas de Castilla vendidos a precios muy convenientes. Otros, como
Alonso de Olalla, consiguieron privilegios para
abrir caminos y cobrar peajes. Al&:mas mujeres
encomenderas se mostraron también muy activas, a lo menos en la comercialización de los
productos de sus estancias.
El dominio económico incontrastable generado por las encomiendas dio origen a casi todas
las empresas locales del siglo XVI. El auge de
la economía en su conjunto aprovechaba de las
posibilidades de explotación de sociedades indígenas relativamente ricas y de una mano de
obra todavía numerosa. Como las ventajas económicas se derivaban de privilegios sociales,
no resulta extraño que el Juego político haya
producido constantes disturbios. El aparato legal
y burocrático del Imperio tendía naturalmente
a limitar los excesos de los encomenderos, sobre
148
todo para prevenir que "se alzaran con la tierra".
Preocupaciones éticas sobre el tratamiento de
los indios llevaron también a frecuentes enfrentamientos entre encomenderos y unos pocos fun-,
cionarios de la Corona. Esta lucha, que llegó a
su máxima violencia en el decenio de 1580,
comenzó a inclinar la balanza del poder favorablemente a la Corona en el decenio siguiente.
Para entonces, visitas sucesivas pudieron comprobar la pasmosa disminución de los indígenas,
cuya abundancia original había sustentado precisamente el poder de los encomenderos.
A partir de 161 O, cuando ya se había cumplido el ciclo de las visitas más importantes y
de algunas reformas fundamentales como la normalización del tributo, la creación del concierto
indígena y la distribución de resguardos, el estrato social de los encomenderos comenzó a debilitarse. A mediados del siglo XVII muchos
encomenderos estaban empobrecidos y, en conjunto, habían dejado de representar el peso político que condujera a la ruina a tantos funcionarios de la Corona durante el siglo anterior.
Algunos linajes de beneméritos siguieron
conservando el orgullo de su casta y de sus
parentescos. Inmigrantes españoles recién llegados, funcionarios y comerciantes sobre todo, se
apresuraron a injertarse en viejos troncos familiares locales. Aunque la actividad y las ambiciones de estos recién llegados tuvieron una
orientación más concreta, no tardaron sin embargo en asimilar el tono y las maneras de la
sociedad señorial que había surgido a raíz de
la Conquista. Esta sociedad había logrado una
estratificación rígida merced al tipo de alianzas
familiares en que se confmaba un estrecho círculo de beneméritos. La mecánica matrimonial
había servido para perpetuar las encomiendas
mucho más allá de las dos vidas establecidas
por la ley. La endogamia del grupo permitía
que las encomiendas recayeran siempre en un
consaguíneo, así éste no fuera un descendiente
directo. Más tarde, las alianzas con recién llegados de España, siempre que poseyeran algún
título o pretensión de hidalguía, permitía perpetuar la preeminencia social de algunos linajes,
que de otra forma se hubieran extinguido.
La relativa pobreza, que era casi generalizada en el curso del siglo XVII, no fue un obstáculo para que las pretensiones de un estrecho
círculo de familias se manifestara a menudo en
querellas sobre minucias de protocolo y de preeminencias. El antiguo poder, capaz de enfren-
Nueva Historia de Colombia.
Vol. 1
tarse con oidores y visitadores reales, había dado
paso a ínfimas intrigas en las que se desgastaba
una sociedad en decadencia. Muchos descendientes de conquistadores ni siquiera podían permitirse el lujo de vivir en las ciudades, y desertaban las dignidades del cabildo que hasta comienzos del siglo se habían disputado en subastas públicas.
Terratenientes, mineros y comerciantes
Los encomenderos habían derivado ventajas
económicas de sus privilegios sociales y políticos. De allí que se desempeñaran como
terratenientes, casi sin competencia. También
invirtieron en empresas mineras o comerciales.
El exclusivismo social que se desprendía de la
participación en la conquista fue dominante en
el siglo XVI, y si bien algunos mineros accedieron al rango de encomenderos o algunos comerciantes compraron oficios honoríficos, la piedra
de toque de su ascenso social fue la integración
previa a los linajes de beneméritos a través de
alianzas matrimoniales. La actividad económica, por exitosa que fuera, no bastaba por sí sola
para conferir prestigio social. Durante el siglo
xvn este patrón fue transformándose, a medida
que los fundamentos del poder de los encomenderos se deterioraban. El agotamiento de las
poblaciones indígenas significó el término de
unas posibilidades de enriquecimiento. Los encomenderos no gozaron en adelante del monopolio de la mano de obra servil, y las inversiones
en esclavos comenzaron a poner en un primer
plano a los comerciantes.
Un investigador norteamericano, Peter
Marzahl, ha señalado cómo en Popayán los comerciantes habían sustituido en parte a una élite
más tradicional a fmes del siglo XVII. A ellos
y a las inversiones en esclavos que hicieron debe
atribuirse la apertura de una nueva frontera minera. Hurtados, Arboledas, Victorias, etc., o
inmigrantes más recientes como Torrijanos o
Garcés de Aguilar, fueron los detentadores de
fortunas realizadas inicialmente en el comercio
y en el tráfico de esclavos.
Pero si los nombres asociados al dominio
económico podían cambiar, no ocurría así con
los patrones que perpetuaban un linaje establecido. Si hubo un cambio, éste fue relativo y
sólo con respecto a la estratificación todavía
más rígida de la sociedad de los encomenderos.
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
Establecidas las nuevas bases del poder y del
prestigio, su acceso encontraba las mismas dificultades que las encomiendas. Sería por lo tanto
un error hablar de mayor movilidad social o de
una nueva mentalidad que la favoreciera. Los
mismos mecanismos que habían servido para
solidificar el estrato encomendero y que contribuyeron a su monopolio de los recursos de tierras, minas y mano de obra, se pusieron en obra
para consolidar esta sociedad de comerciantes,
terratenientes y mineros.
Esto no quiere decir que los conflictos estuvieran ausentes. No sólo existieron rivalidades
económicas y se formaron facciones dentro de
los mismos linajes establecidos, sino que la
competencia de los recién llegados creó turbulencias que se vieron reflejadas en la política
local. A mediados del siglo XVIII puede observarse un nuevo desfase entre comerciantes de
origen español y los linajes reconocidos de descendientes de comerciantes que habían invertido
en minas y sobre todo en tierras.
El estrato dominante en la sociedad del
siglo XVIII exhibía aún los rasgos originales de
una sociedad señorial. La herencia de la Conquista no se había perdido enteramente, aun
cuando las polaridades iniciales de origen racial
se hubieran complicado a tal punto, que ahora
los miembros de la élite tuvieran que redoblar
su celo para defenderse de la sospecha de mestizaje.
El insulto más frecuente, en efecto, era la
insinuación de esta sospecha, esgrimida no sin
malicia por los recién llegados. Este temor explica también las frecuentes alianzas con inmigrantes recientes, a veces pobres de solemnidad
pero instalados muy pronto en los negocios con
una buena dote y con acceso fácil al crédito.
Los conflictos de la élite en el siglo xvmrevisten las coloraciones de sociedad locales que
tendían a conservar un statu qua asentado en
privilegios adquridos. Por esto, a pesar de la
coyuntura económica favorable del siglo xvm,
la propiedad territorial jugó un papel tan importante como factor de inmovilismo social. Aunque el comercio fuera más rentable, la fuente
real de privilegio social y político a nivel local
se sustentaba, en últimas, en la calidad terrateniente. Esto explica también la reacción de las
élites locales al intento borbónico de privilegiar
el estamento de los comerciantes, dominado por
intereses y capitales peninsulares.
149
Las castas
La polaridad racial entre los ocupantes de
origen europeo, por una parte, y los in,dígenas,
los negros esclavos traídos del Africa y
todas las variantes de mezclas raciales originadas de estos tres componentes básicos, por otra,
originó el concepto social de las castas. Con
este nombre se designaba a las etnias indígenas
y africanas y sus derivados mestizos. El concepto, que englobaba despectivamente una variedad
infinita de matices raciales, no podría descomponerse con alguna precisión para explicar actitudes sociales características frente a cada una
de las castas. Las designaciones blanco, indio,
pardo, negro y aun esclavo, plantean problemas
de definición en el contexto de su utilización
corriente en el trato social y hasta en su empleo
convencional en censos y recuentos de población, como lo señala John Lombardi en un reciente trabajo demográfico sobre poblados venezolanos. ¿Qué entendían exactamente los contemporáneos con estas designaciones?
Aunque aparentemente la palabra blanco
designaba a una persona de puro ancestro español, lo cierto es que a medida que avanzaba el
siglo XVIII el concepto genético iba perdiendo
peso frente a la acepción de status social o de
privilegio administrativo. Categorías como indio o esclavo tuvieron una definición institucional y no meramente social. Esto fue cierto para
los indios, por lo menos mientras estuvieron
sujetos a la obligación de pagar un tributo. Pero
ya en el siglo XVII muchos habitantes de los
pueblos de indios alegaban su condición de mestizos para escapar al pago de los tributos.
Las designaciones más problemáticas resultaban ser, naturalmente, aquellas que aludían
a la mezcla racial. Aunque los casos no fueran
muy frecuentes, los mestizos podían obtener
una declaración de ser blancos por merced real
y con ella el acceso a ciertas dignidades y privilegios vedados a las castas: ejercer cargos como
el de escribano, tener acceso a la Universidad
o a las órdenes sagradas, etc. Aun sin esta declaratoria, algunos mestizos, sobre todo en el
siglo XVI, se colocaron en los rangos reservados
a los beneméritos y hasta se aseguraron el goce
de encomiendas por el hecho de descender de
un conquistador.
El nombre de pardo se reservó en el territorio de la Nueva Granada para los mulatos (o
zambos) libres. Cuando se trataba de esclavos,
150
lo corriente era designar la misma categoría
como mulatos. Para distinguir a los negros de
procedencia africana se hablaba de bozales o se
agregaba la "casta", es decir, el origen tribal,
aunque es posible que estos apelativos (arara,
congo, mina, biafra, lucumi, etc.) se hayan empleado en términos muy latos para identificar
una región de extensión variable en el Africa
occidental. Los negros nacidos en América eran
criollos, aunque en algunos casos podía tratarse
de mulatos.
A diferencia de las Antillas, o de la sociedad esclavista del sur de los Estados Unidos,
en donde la manumisión llegó a ser indeseable
y muy restringida por la ley, en la Nueva Granada las manumisiones fueron frecuentes. A ello
contribuyó la heterogeneidad racial básica, en
donde la oposición de los blancos a otros sectores raciales se diluía a través de una gama muy
amplia de mestizaje. Además, el manumiso o
liberto encontraba un inserción dentro de las
clases bajas que las colonizaciones anglosajonas
toleraban con dificultad. Allí los blancos pobres
nunca hubieran admitido una familiaridad social
con los libertos. En la Nueva Granada eran frecuentes las uniones entre libertos y mestizos y
aun blancos pobres. En ocasiones éstos llegaban
hasta comprar la libertad de un cónyuge o de
los hijos. El amo podía encontrar ventajosa la
compra o razonar como las monjas de la Encarnación de Popayán en 1719, quienes pensaban
que,
" ... De no convenir a dicha libertad se puede
seguir el que dicha mulata se pierda retirándose al palenque del castigo, en donde se refugian muchos esclavos y totalmente se pierden".
En Colombia ha habido una aceptación tácita del argumento clásito de Frank Tannenbaum, según el cual la actitud de los colonizadores ibéricos frente a etnias diferentes estaba
suavizada por consideraciones éticas sobre el
valor de la persona humana. Esta actitud básica
se habría reflejado en una legislación explícita
destinada a proteger a los indios y a ahorrar a
los esclavos un tratamiento inhumano. El hecho
objetivo de la mestización en las proporciones
que se dio, probaría, además una ausencia de
prejuicios raciales. Este argumento no ha sido
examinado entre nosotros a la luz de otras evidencias. Para muchos investigadores norteamericanos hoy resulta claro que un tipo de racionalidad económica o un tratamiento legal pragmá-
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
tico en la explotación de los esclavos resultó
más favorable a la larga al incremento vegetativo
de la población negra, que una posición de principio consignada en las leyes. Además, el hecho
evidente de la mestización no borraba las diferencias sociales, sino que más bien tendía a
hacer extensiva la actitud negativa de una élite,
que se identificaba fácilmente entre sí, hacia
los blancos pobres.
Con todas las complejidades que pueden
resultar de un examen somero de las designaciones raciales que proceden de los documentos de
la época, el problema resulta incomparablemente mayor si se trata de establecer las actitudes y la valoración social que acompañaba a
cada una. Evidentemente, muchos prejuicios
provenían de la minoría blanca dominante y ella
poseía de manera natural el monopolio de las
valoraciones. El indio era perezoso en el siglo
XVI y se había embrutecido en el siglo XVIII.
Los mestizos, fuente inagotable de conflictos,
y los pardos, pendencieros y borrachos. Los
estereotipos sobre las castas tuvieron una larga
vida en la época colonial y, al parecer, una
aceptación universal.
Pero si estos estereotipos manipulados por
la población blanca eran negativos para la generalidad de las castas e iban acompañados de
toda clase de limitaciones sociales, la ubicación
de cada una en el aparato productivo podía prestarle condiciones de ascenso o de consideración
social. Los mestizos, por ejemplo, sobre quienes
recaía una buena dosis de desprecio, estaban
sin embargo ampliamente distribuidos en muchos intersticios sociales. Eran gañanes en el
campo, arrieros, pequeños tratantes o pulperos,
artesanos o dueños de parcelas. Algunos, inclusive, se hicieron a una fortuna considerable en
el comercio o en las minas, aun cuando este
hecho no les haya traído inmediatamente el reconocimiento social.
En las minas del Chocó algunos pardos y
negros libres poseían uno o dos esclavos durante
el siglo XVIII. Los arrieros, mestizos o pardos,
podían acumular también una fortuna en muías
y contratar los servicios de muleros. Excepto
en algunos casos, cuando la mano de obra era
muy competida, no había cortapisas para que
un miembro de las castas explotara el trabajo
ajeno. Gran parte del descrédito de los mestizos
provenía sencillamente en que lo hacían, aunque
en mucho menor escala que españoles y criollos,
La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800
como calpixques, mayordomos o tratantes y pulperos. Las limitaciones económicas de las castas
se derivaban más bien del hecho de que los
privilegios sociales y políticos podían dar lugar
a venuyas económicas, tales como la asignación
de concertados, de tierras, de derechos de minas, etc., y de que, por otra parte, las minorías
conservaban una cohesión que multiplicaba las
oporttmidades y el acceso al crédito, reservado a
los propietarios de inmuebles o, entre comerciantes, a quienes se reconocía solvencia o podían contar con avales conocidos.
En un artículo memorable, Jaime Jaramillo
Uribe ha descrito esta sociedad en la que la
151
"hidalguía", la "nobleza" o la simple "limpieza
de sangre" eran buscadas y celosamente defendidas de suspicacias o de meras agresiones verbales. La honra o la estima general en que era
tenido un linaje, por su ancestro libre de toda
sospecha de mestizaje, podía ser asunto de pleitos ruidosos, como si se tratara de un bien tangible. Las ocasiones para estos pleitos se multiplicaron en el siglo XVIII, cuando el mestizaje
era tan generalizado que, para mantener una
cohesión, las minorías dominantes debían multiplicar su celo ahondando aún más las diferencias sociales que se basaban en el desprecio de
las castas.
Bibliografía
General
Este trabajo está basado en gran parte en el material de investigaciones anteriores al que se ha
dado una forma más conceptual, prescindiendo al mismo tiempo de referencias eruditas
a los archivos {Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, 2a edic., Medellín,
1975. Cali: terratenientes, mineros y comerciantes, siglo XVIII, Cali, 1975), y de una
investigación en curso sobre la provincia de Popayán.
En los últimos quince años la historia social y económica ha tenido en Colombia las orientaciones
del Anuario colombiano de historia social y de la cultura, cuyo primer número apareció
en 1963 y el último en 1972. Varios ensayos de su director, JAIME JARAMILLO URIBE,
fueron recogidos en el libro Ensayos sobre historia social colombiana (Bogotá, 1968).
Además del libro de AL V ARO TRADO MEJIA, Introducción a ¡a historia económica de
Colombia (6a edic., Medellín, 1976), síntesis que recoge algunas de la nuevas orientaciones
de la historiografia colombiana, la Historia de Colombia (t, I, El establecimiento de la
dominación española, Medellín, 1977) de JORGE ORLANDO MELO, promete ser una
visión equilibrada entre el hilo factual y los temas de la historia económica, social y
cultural. Sobre el carácter de la economía europea en el siglo XVI y los problemas del
período de transición, la síntesis más reciente y sólida: INMANUEL WALLERSTEIN, the
Modern World-System. Capitalist Agriculture and the Origins ofthe European World-Economy in the Sixteenth Century (New York, 1976).
Economía
Sobre el oro y la minería, la obra clásica de VICENTE RES TREPO, Estudio sobre las minas de
oro y plata en Colombia (Bogotá, 1952). También ROBERT C. WEST, La Minería de
aluvión en Colombia durante el periodo colonial (Bogotá, 1972) y WILLIAM F. SHARP,
"The Profitability ofSlavery in the Colombian Choco", 1680-1810 (en the Hispanic
American Historical Review, vol. 55, núm. 3, August, 1975, págs.469, ss.). Sobre las
minas de plata de Mariquita, JULIÁN B. RUIZ RIVERA, "La plata de Mariquita en el
siglo XVIII: mita y producción" (en Anuario de Estudios Americanos, vol.xxix, 1972,
págs. 121-169), JORGE O. MELO ha dado a conocer las cifras del oro producido en la
152
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
Nueva Granada durante el siglo XVIII en una ponencia presentada al seminario de Historia
de Colombia de la Universidad Nacional (septiembre de 1977) y cuya publicación está
anunciada en la Revista de la Universidad del Valle, núm. 3. Sobre la moneda y la
amonedación, A. M. BARRIGA VILLALBA Historia de la casa de moneda, 3 vols., Bogotá,
1969.
Sobre la tierra, particularmente los resguardos indígenas, ORLANDO F ALS BORDA, El hombre
y la tierra en Boyacá, Bogotá, 1957, y MARGARITA GONZÁLEZ, El Resguardo en el
Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1970. Las haciendas han sido objetos de trabajos
regionales o monográficos. Las de la Sabana de Bogotá, por ejemplo, en JUAN A.
VILLAMARIN, Encomenderos and Indians in the Formation ofColonial Society in the
Sabana de Bogotá, Colombia 1530 to 1740 (2 vols. Tesis de doctorado, 1972. Reproducida
en xerox por University Microfilms Intemational. Ann Arbor Mich.), uno de los trabajos
más consistentes escritos hasta ahora sobre este tema. Las haciendas de la Compañía de
Jesús, en G. COLMENARES, Las haciendas de los jesuitas en el Nuevo Reino de Granada
(Bogotá, 1969).
La sociedad
La historia social de la época colonial ha concentrado hasta ahora su atención en la
encomienda. Además de los trabajos pioneros de JUAN FRIEDE: Vida y luchas de Don
Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de indios (Popayán, 1961 ), y Los
Quimbayas bajo la dominación española (Bogotá, 1963), DARÍO FAJARDO, El régimen
de la encomienda en la provincia de Vélez (Bogotá, 1969) y dos trabajos recientes de la
escuela que orienta en Sevilla Luis Navarro García: JULIÁN B. RUIZ RIVERA, Encomienda
y mita en Nueva Granada (Sevilla, 1975), y SILVA PADILLA, M. L. LÓPEZ ARELLANO
y A. GONZÁLEZ, La encomienda en Popayán, tres estudios, (Sevilla, 1977).
Otros aspectos de la cuestión indígena han sido tratados por MAGNUS MÓRNER en La Corona
española y los foráneos en los pueblos de indios de América (Estocolmo, 1970) y ULISES
ROJAS, EL cacique de Turmequé y su época (Tunja, 1965).
Sobre los esclavos africanos la bibliografia es todavía escasa. JORGE PALACIOS P. se ocupa
de La trata de negros por Cartagena de Indias (Tunja, 1973), con énfasis especial en los
asientos de finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. JAIME KING, Negro Slavery
in New Granada (Berkeley, 1945) y AQUILES ESCALANTE, El negro en Colombia(Bogotá,
1964).
La esclavitud y la sociedad esclavista
153
La esclavitud y la sociedad
esclavista
Jorge Palacios Preciado
Trata de Negros.
Necesidad de la mano de obra esclava
U
no de los aspectos más importantes de la
Historia de América Latina es el relacionado con la presencia y herencia del esclavo
negro procedente de las costas africanas. El tema
ha sido analizado por numerosos historiadores,
quienes han abordado aspectos de la esclavitud
en relación con algunos problemas económicos,
sociales, demográficos e institucionales, y asimismo se han adelantado estudios específicos
sobre la trata, la abolición, la legislación, etc.
Sin embargo, las investigaciones sobre el negro,
el africanismo o la esclavitud en Colombia, no
han sido sistemáticas, si bien es cierto que en
los últimos años ha surgido un gran interés por
el tema y se han adelantado trabajos con un
mayor rigor científico y con nuevos enfoques
metodológicos.
La más reciente historiografía ha hecho énfasis sobre una realidad histórica evidente, en
el sentido de que la colonización española tuvo
como base la explotación de las minas de oro
y plata mediante la utilización de grandes concentraciones de indios sedentarios. En otros términos, la política colonizadora de España estuvo condicionada por la búsqueda inaplazable
de los metales de que tanto precisaba Europa,
ya en la prehistoria del capitalismo, para dilatar
los canales de su circulación mercantil.
Durante casi todo el período colonial la
economía de la Nueva Granada fue esencialmente una economía minera y la explotación
intensiva de los yacimientos de oro, plata y esmeraldas se realizó utilizando la mano de obra
indígena, básicamente en los primeros ciclos.
En efecto, las curvas de producción de metales (1)
en las cuales se puede apreciar cierto paralelismo de los movimientos, permiten observar
alguna correspondencia entre el descenso de la
población nativa, la disminución en la extracción de metales y las ingentes solicitudes de
mano de obra esclava, especialmente en el período crítico 1550-1650. Se genera entonces en
la explotación minera lo que Pierre Vilar denomina "el proceso de destrucción del beneficio
por el mecanismo del propio beneficio" (2). Si
bien es cierto que resultaría demasiado simplista
afirmar que se dio una relación directa, casi una
identificación entre uno y otro fenómeno, de
causa a efecto, es evidente la incidencia de la
crítica situación demográfica en la producción
de metales y en la actividad económica de la
Nueva Granada.
La mayoría de los historiadores de la economía y la sociedad colonial, en particular los
estudiosos de la demografía, sostienen que la
extracción de los minerales y la vida económica
general se basó en la sistemática explotación de
la fuerza de trabajo indígena, lo cual es evidente,
pero sin advertir la pronta presencia del ele-
154
mento africano, el cual, en su condición de esclavo y como mero instrumento de producción,
fue traído para sustituir al aborigen, como refuerzo y para contrarrestar-a lo menos en partela crisis demográfica. En otras palabras, se ha
puesto de relieve la decisiva aportación indígena, pero no se ha destacado suficientemente la
importancia estratégica del elemento negro en
la economía colonial.
No pretendemos polemizar en tomo a esta
apreciación (3), pero cabe anotar que funcionarios
y mineros, agricultores y comerciantes, misioneros y clérigos, así como cabildos y conventos,
solicitaron, desde muy pronto, esclavos negros.
De esta manera, antes de finalizar la primera
mitad del siglo XVI, cuando el descenso de la
población no había llegado a su punto crítico
como tampoco había concluido aún la primera
gran etapa de "conquista y pacificación", de
reducción y dominación de la población nativa,
surgió el propósito de aumentar las introducciones de esclavos (4) sobre el principio o el cálculo
muy pronto generalizado, de que el trabajo de
un negro producía lo que tres mdios juntos. Y
este principio, que rápidamente se convirtió en
la opinión común, creó la convicción en los
funcionarios y colonos, especialmente en el siglo XVIII, de que trata e introducción masiva
de negros era la panacea para la economía del
virreinato (5).
Después de 1595, es decir, un poco antes
de la iniciación de los grandes asientos cuyo
comienzo más o menos coincidió con cierta expansión de fronteras y el hallazgo de minas notablemente ricas, se intensificó considerablemente la introducción de esclavos al territorio
de la Nueva Granada. Algunos registros ponen
en evidencia la decisiva contribución de la
fuerza de trabajo esclava en la economía minera
del Nuevo Remo. Germán Colmenares ha establecido cómo entre 1590 y 1640, por ejemplo,
el trabajo esclavo en los yacimientos mineros
fue del orden del 7 5% frente al restante 2 5%
del indígena (6).
" ... El conducirse negros a la América no sólo
es conveniente pero necesario, porque con la
falta que hay de indios en lo principal de América, los negros son los que laoran las haciendas,
sin que s~ puedan labrar ni se la~ren p~)f españoles, as1 porque estos no se aphcan m se lian
aplicado nunca ... habiendo manifestado la expenencia que cuando no hay copia de negros que
asistan a las labores del campo una fanegada de
Nueva Historia de Colombia,
Vol.
1
maíz ha valido 15 pesos y a este respecto las
demás semillas y en habiéndola, baja a 2 y 1/2.
Las haciendas principales de los vecinos de ingenios de azúcar, viñas en el Perú, crías de
ganado, todas se mantienen con negros, sirven
también de trajineros y marineros, de suerte que
si estos faltasen faltaría el alimento para mantener la vida humana y los caudales porque lo
principal de ellos consiste en esta hacienda
siendo también precisos para el servicio personal
porque ni criollos ni españoles no sirven .. .los
indios han faltado y donde los hay no se los
puede obligar al servicio personal. .. se ha tenido
siempre por tan necesaria la introducción de
esclavos negros en las Indias que aún en el principio de su descubrimiento y reducción... que
el año de 1510 se mandaron enviar esclavos por
el poco espíritu y fuerza de los indios. Y si
desde el año de 1510 se ha tenido por conveniente y en los sucesivos por precisos respecto
del aumento de las poblaciones, labores de los
campos y ministerios serviles a que se aplican
y falta de indios, hoy que son más numerosas
y mucho menor el número de indios es más
necesaria la continuación de la introducción de
estos esclavos y mayor el inconveniente de que
les falten a los vasallos de la América y muy
arriesgado para la quietud de aquel reyno... y
muy perjudicial a V. M. que perderá si se prohibiere la gran suma que le contribuye y ninguna
prohibición será bastante para que dejen de introducirse siendo la necesidad de ellos inexcusable ... " (7).
Es claro que ante la crisis demográfica indígena y dada la índole de la economía colonial,
la esclavitud negra se imponía como única solución y la Corona, para proveer a las colonias
americanas de la mano de obra requerida, superó
las dificultades políticas, así como las reservas
morales planteadas por algunos teólogos. En
esta forma, la institución de la esclavitud, que
al momento del Descubrimiento estaba en una
etapa de recuperación, particularmente en los
países meditep-áneos que mantenían intenso comercio con Africa, adquirió en el Continente
americano un gran impulso, una nueva forma
y un nuevo sentido.
El desarrollo del capitalismo europeo, la
disponibilidad de grandes extensiones de tierra
y el hallazgo de ricos yacimientos de minerales
en América, la disminución de la fuerza de trabajo indígena y la especulación creciente del
capital comercial, fueron factores determinantes
esclavitud y la sociedad esclavista
de la nueva etapa de la esclavitud africana en
América. Fue la coyuntura económica y no razones de tipo racial o filosófico lo que provocó
la intensa explotación de la población africana
e hizo de la esclavitud una institución económica
del primer orden.
155
esclavos en las minas de Antioquia en número
apreciable. En Cáceres y Buriticá laboraban 150 y
300 esclavos, respectivamente; en 1590 había
1.000 en las minas de Anserma y 600 en Buriticá; en 1595 se registran 2.000 esclavos en
Zaragoza y hacia 1600 trabajan 2.000 en Remedios (12). Vásquez de Espinosa (13) calcula la
El negro en la economía colonial_ _ __
población negra de Zaragoza para fines del siglo
entre 3.000 y 4.000 esclavos. Francisco Beltrán
Es evidente que en la Nueva Granada la de Caycedo poseía en las minas de Remedios 500
participación del esclavo africano en el proceso negros esclavos (14). De otra parte, en las minas
productivo, particularmente en la minería, tuvo de Las Lajas y Santa Ana -las que generalmente
una significación más que transitoria. Puede se supone fueron trabajadas exclusivamente por
afirmarse que el negro, prácticamente desde el los mitayos de Santa Fe y Tunja (15) se hallaron
mismo siglo XVI, jugó un papel esencial en la en la visita de 1640 en los distritos mineros de
economía neogranadina, que fue acentuándose Santa Rosa 221 indígenas y 294 esclavos neen la medida en que descendía la población gros, mientras que en los ingenios de la misma
aborigen y se ampliaban las fronteras de explo- sólo había 30 negros por 118 indígenas; en Las
Lajas se registraron 119 aborígenes y 64 esclatación.
El elemento africano participó, en primer vos; en sus ingenios hubo 64 indígenas y ningún
término, en algunas empresas de conquista y esclavo, y en la solicitud de fuerza de trabajo,
expansión, en su condición de esclavo domés- obviamente, se pedían más esclavos que indítico de capitanes y empresarios. Muy pronto, genas (16).
sin embargo, su influencia en las actividades
Parece seguro que desde la última década
cotidianas y la explotación económica fueron del siglo XVI el esclavo negro sustituyó al indímayores, llegando a constituirse en elemento gena en el trabajo de las minas, siendo entonces
casi insustituible en ciertos menesteres y oficios, destinada la poca población nativa a la producasí como en objeto de ostentación y lujo de la ción agraria y a labores de abastecimiento. En
sociedad colonial.
efecto, la Corona, ante el proceso de extinción
del
indígena, había dispuesto una legislación
El esclavo negro en la Nueva Granada fue
más
rigurosa respecto del empleo de los aborídestinado básicamente a la explotación minera.
Es claro que en las primeras etapas de la econo- genes en el trabajo minero, y si bien es cierto
mía la participación del elemento africano no que tales normas sólo fueron observadas parcialfue tan amplia, no sólo por el volumen de éstos, mente, el grave problema de la mano de obra
sino por la abundancia de mano de obra indígena quedaba resuelto, a lo menos en parte, con la
cuyo trabajo gratuito y forzado sería justamente provisión de esclavos africanos al regularizarse
fuente de capitalización para la adquisición de el tráfico mediante la concertación de grandes
esclavos negros (8). Pero a partir de 1560 -co- asientos, así como por el continuo y numeroso
mienzos del segundo interciclo del tráfico comer- contrabando.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI
cial-el número de esclavos fue en aumento, en tal
fonna que los negros se convirtieron en el grupo -punto crítico de la catástrofe demográfica-, la
predominante entre los trabajadores mineros du- participación del elemento nativo en la explotación de los minerales necesariamente tuvo que
rante los siglos xvn y XVIII (9).
Aunque persiste la apreciación de que el ser reducida, pues si bien es cierto que la mita
número de esclavos negros en el siglo XVI fue y las conducciOnes sustituyeron la rapiña inicial
reducido (10), hay algunos indicios que permiten de la fuerza de trabajo indígena por parte de
creer que el volumen de esclavos fue mucho mineros y encomenderos, para entonces las parmayor de lo que tradicional mente se ha afirma- cialidades se hallaban diezmadas. De otra parte,
do. Hacia 1543, por ejemplo, Belalcázar pedía la recuperación demográfica indígena, de haautorización real para introducir cien esclavos berse dado efectivamente, no pudo ser factor
más para trabajar en las minas, y para entonces determinante de cierta reactivación de la economuchos negros lavaban oro en Popayán (11 ). mía minera (17). Por lo demás, para entender esta
Desde 1583 se encuentran algunas cuadrillas de recuperación económica, así como las crisis de
156
la economía minera, habría que considerar en
primer término la masiva introducción de esclavos africanos, el agotamiento y hallazgo de nuevos yacimientos mineros, los conflictos entre
comerciantes, mineros y hacendados, la política
económica de la metrópoli, las innovaciones tecnológicas, los sistemas de abastecimiento, el
auge del contrabando de mercancías, las nuevas
vías de comunicación, el mayor control burocrático de la producción y en general la reorganización de la explotación, los cuales, como
factores interactuantes y junto con el demográfico, incidieron en el sensible aumento registrado en la extracción de metales a partir de
1580.
La población esclava en el siglo XVI ya
debió de ser apreciable, pues fue creciente el
temor a sublevaciones y rebeliones ( 18), puesto de
manifiesto en las medidas coercitivas y en las
disposiciones y ordenanzas de cabildo relativas
a los negros, así como en la dureza de la represión contra el cimarronismo (19). De otra parte,
los conflictos con la población de color fueron
constantes y desde muy pronto se prohibió el
"que los esclavos negros, cada vez más frecuentes en la Nueva Granada" (20), viviesen entre los
indios, todo lo cual es indicio del volumen en
ascenso de la población esclava.
La participación del elemento negro en el
proceso productivo y en la economía minera del
Nuevo Reino fue aún más decisiva durante los
siglos XVII y XVIII, pues el empleo de la mano
de obra esclava se intensificó en los distritos
mineros de Antioquia y especialmente en los
nuevos del Chocó; asimismo, otros segmentos
de la economía colonial fueron atendidos por
la población africana. En efecto, aparte las numerosas cuadrillas de mineros, muchos esclavos
fueron destinados a otras actividades como la
agricultura, la ganadería y a una amplia gama de
oficios artesanales y de servicio doméstico (21 ).
El número de esclavos de una cuadrilla
oscilaba entre 10 y 40, pero por lo general una
mina tenía varias cuadrillas, las cuales estaban
integradas por hombres y mujeres, si bien éstas
laboraban preferentemente las minas de aluvión
y aquéllos las de veta. Por su parte, los ancianos
y los niños eran dedicados a trabajos agrícolas
y funciones domésticas.
La distribución y abastecimiento de la
mano de obra esclava corría por cuenta de los
comerciantes, quienes despachaban desde Cartagena grupos de 10 y 20 negros. Los precios
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
en los centros de trabajo eran altos, pues por lo
general duplicaban los registros en el puerto y
el sistema de ventas a crédito, hipotecando la
mano de obra ya existente, no sólo incrementaba
los costos, sino que daba origen a numerosos
enfrentamientos y pleitos entre mineros y comerciantes.
" ... Los mercaderes que bajan de este Nuevo
Reino a emplear en esclavos negros para vender
a los mineros de minas de oro particularmente
a los de Zaragoza, Cáceres, San Gerónimo del
Monte y los Remedios que se labran con ellos,
los compran en Cartagena en partidas a los precios referidos, algo más o menos, de contado,
conforme a los tiempos, de haber más o menos
esclavos y más o menos compradores y los venden los dichos mercaderes a los dichos mineros
comúnmente puestos en sus casas pagadas al
tercio de contado y lo restante a pagar en dos
años por mitad. Los de ley 340 y 350 pesos de
oro de 20 quilates y los ardás, angoles y congos
a 250 pesos del dicho oro ... " (22).
En las zonas urbanas el ansia de prestigio,
la ostentación y el lujo hizo que muchos funcionarios y familias ricas invirtieran grandes sumas
de dinero en la adquisición de esclavos africanos
que servían como cocineras, niñeras, amas de
cría, lavanderas, etc., pero, de otra parte, los
negros en la sociedad esclavista se convertían
en inversión económica rentable. Muchos propietarios alquilaban a sus esclavos y recibían
los jornales, constituyéndose este sistema en
fuente importante de recursos para los dueños
de esclavos. En Cartagena, por ejemplo, lamayoría de los funcionarios de la Corona que compraban esclavos o los recibían como obsequio
de los tratantes en los frecuentes casos de soborno, solían arrendados para el trabajo en obras
públicas, trabajo de las murallas, en cárceles,
hospitales, mercados, o como aseadores, conserjes, tamboreros, bogas, pregoneros, etc. (13).
El sistema de alquiler de esclavos adquirió
gran importancia, pues, además de los funcionarios, muchos propietarios, y especialmente mujeres de medianos y escasos recursos económicos, compraban negros esclavos con el objeto
de arrendados para el desempeño de numerosos
oficios, o para la venta de comestibles, dulces
y frutas. Una dueña reclamaba sus esclavos alegando que siendo " ... un artículo de tanto beneficio para mí y para mis hijos ... y siendo su
trabajo precio estimable no debo perder los jornales ... " (24 ). N o faltaron los casos en que los pro-
La esclavitud y la sociedad esclavista
Dietarios obtenían ingresos provenientes de la
prostitución de sus esclavos (25)
De otra parte, la población africana y especialmente los esclavos domésticos se utilizaban
para respaldar operaciones de préstamo, hipotecas, permutas, trueques y pagos por servicios,
y en muchas ocasiones eran objeto de especulación, gracias a las habilidades del esclavo y a
las fluctuaciones de precios provocadas por los
comerciantes, en tal forma que los negros eran
tratados efectivamente como mercancías con valor de uso y valor de cambio.
Ahora bien, en el campo de los oficios
artesanales la población negra, tanto esclava
como liberta, desempeñó un papel importante.
Gracias al grado de civilización más evolucionada de que eran portadores algunos grupos de
afiicanos, muchos se desempeñaron con habilidad en trabajos mecánicos, de trapichería, en
sastrería y manufactura de artículos de vestir,
en carpintería y trabajos de la madera, herrería
y trabajos en metales, albañilería y labores en
fortificaciones y obras de defensa. Muchos adquirieron destreza como asistentes de artesanos
y algunos oficios fueron confinados casi exclusivamente a los negros, lo que les permitía disfrutar de relativa independencia frente al común
de los esclavos, si bien es cierto que tanto los
propietarios como las autoridades fueron extremadamente celosos para prevenir actividades
autónomas de la población negra.
De acuerdo con algunos registros de venta
y transacciones realizados en Cartagena, puede
afirmarse que, con excepción de los indígenas,
los restantes grupos socio-raciales, incluyendo
muchos negros libertos, adquirieron esclavos,
bien para la explotación directa o para especular
en operaciones económicas. Así, por ejemplo,
en la relación de deudores del asiento de Domingo Grillo figuran varios pardos y morenos
libres como compradores de negros (26) y en
el censo de minas y esclavos del Chocó de 1759
aparece como propietario de veinte esclavos el
negro libre Miguel Solimán (27).
Los mayores compradores eran los comerciantes de negros, quienes se encargaban de la
introducción de la mercancía a los sitios de trabajo, pero también se destacaron los funcionanos, las comunidades religiosas y los artesanos.
Durante el asiento de la Compañía de Cacheu,
de los 425 compradores 31 adquirieron 10 o
más esclavos y solamente uno compró más de
100. Esto hace evidente cierta amplitud de la
157
trata, si bien esos 31 compradores adquirieron
el 55.5% de los esclavos vendidos en el puerto.
El 63% de los tratantes eran hombres, el 34%
mujeres y los restantes representaban entidades
como conventos, cabildos, etc. Por lo general,
los esclavos se adquirían por unidades, pero era
frecuente la negociación por "toneladas de negros", "piezas de indias", "cabezas" y "lotes".
Así, por ejemplo, a Salvador Mora le vendieron
o le reservaron los siguientes esclavos: 20 muleques y mulecas de "tres por dos", 5 muleques
de "tres por dos", 3 muleques de "dos por uno",
42 negros y negras "piezas de india" y 35 negros
"piezas" (28).
El gran comercio de esclavos en Cartagena y
otros puertos neogranadinos como Santa Marta
y Riohacha pone de manifiesto la decisiva participación del elemento africano en la economía
y la sociedd colonial, pues, como se ha dicho,
fue involucrado en casi todas las actividades y
en algunas constituyó la base de la producción.
La trata de negros. Abastecimiento
y comercio de esclavos
L
os proveedores de la mano de obra esclava
en las costas africanas utilizaron diversos
métodos para la consecución de la mercancía.
En efecto, comoquiera que la esclavitud era una
institución corriente, especialmente en la costa
occidental del Africa, buena parte del comercio
negrero tuvo como fuente la población africana
ya esclavizada. Sin embargo, el mayor volumen
de esclavos se obtuvo mediante la caza directa
y utilizando la violencia, el fraude, promoviendo las guerras intertribales y fomentado la
avaricia en príncipes y gobernadores africanos,
a quienes se les convirtió en intermediarios del
comercio, básicamente por los tratantes portugueses, holandeses, franceses e ingleses.
Tratándose de una mercancía tan especial,
la Corona española, desde el comienzo mismo
de la trata, dispuso una serie de medidas no sólo
para controlar estrictamente el comercio y asegurar los impuestos y gabelas, sino para impedir
el paso de algunas tribus consideradas levantiscas y peligrosas para el proceso de aculturación
del indígena, así como la concentración excesiva del elemento negro que pudiese en peligro
la seguridad de los puertos y de las propias
colonias, estableciéndose una legislación que
regulaba la calidad y cantidad del tráfico de
esclavos.
158
Además del estrito control que llevaría la
Casa de Contratación de Sevilla en relación con
los permisos, licencias y asientos, así como
otros organismos de la administración, en cada
caso se establecieron los llamados puertos de
permisión o desembarco, internación y reparto
de las cargazones africanas. La Nueva Granada
contó con el puerto de mayor movimiento y
actividad, pues a Cartagena de Indias eran conducidas no sólo los esclavos destinados al gran
virreinato peruano, sino los que posteriormente
serían reexportados a las islas del Caribe y las
Antillas.
Cartagena reunía ciertas condiciones económicas y sociales que la habilitaban como
puerto ideal para el comercio negrero. Contaba
con buen número de médicos y protomédicos
para el minucioso examen a que eran sometidas
las "piezas de esclavo", la seguridad para mercancía tan valiosa y codiciada era casi total; la
actividad de comerciantes, intermediarios y tratantes, así como la circulación de metales, era
intensa; el sistema de comunicaciones era relativamente rápido, lo que facilitaba un comercio
y tráfico continuos, etc.; pero, además, a los
tratantes les resultaba particularmente atractivo
arribar a Cartagena y comerciar precisamente
allí, pues siendo el Nuevo Reino el mayor productor de oro y dicha ciudad el puerto de salida
de los metales, el precio de los esclavos tendía
a ser superior y, de otra parte, las posibilidades
para el contrabando de los minerales resultaban
excepcionales.
Cabe advertir que la política de la Corona
en relación con los puertos de permisión obedecía, además, al interés oficial por continuar en
estos grandes depósitos el proceso de aculturación del elemento negro, el cual supuestamente
comenzaba en las costas africanas. De otra parte, el esclavo negro necesariamente entraba en
relación con otras castas y grupos socio-radicales, sobre todo con el indígena, lo que a juicio
de los funcionarios españoles constituía un
riesgo para la labor de cristianización de los
aborígenes, si no se adoptaban medidas preventivas en el momento mismo de la llegada de los
esclavos a territorio americano.
Cartagena, en razón de la conquista y defensa militar de los territorios ocupados se convirtió, casi desde su fundación, en punta de
lanza de colonización en la etapa continental y
fue ademas puerto de gran movimiento, centro
administrativo de primera importancia, lugar de
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
intenso intercambio y de servicios de una extensa región. Sin embargo, la actividad más lucrativa y el comercio más apetecido fue el que
se adelantó con la fuerza de trabajo esclava,
convirtiéndose éste en la mayor fuente de riqueza.
Aun sin haberse establecido la magnitud
del movimiento negrero ni la intensidad del comercio durante el siglo XVI y primera mitad del
XVII, es de presumir que fue a partir y alrededor
de las transacciones con la mercancía fuerza de
trabajo esclava como se formaron los grandes
capitales de intermediarios y comerciantes, y,
por su parte, el tesoro real, como sostenían los
propios funcionarios reales, "recibía mayor beneficio con un navio de negros que con galeones
y flotas". A pesar de las continuas quejas de las
autoridades del puerto sobre el decaimiento del
comercio esclavista, Cartagena fue, desde 1595
hasta 1615, el único 2uerto de América española
autorizado para recibir las cargazones de los
asentistas y tratantes de esclavos; con posterioridad se agregó Veracruz y excepcionalmente
se dieron permisos para otros sitios. Sin embargo, en casi todos los contratos se estipuló que
Cartagena sería el puerto de primera entrada.
Mediante una red organizada de grandes
comerciantes españoles y criollos, la mercancía
humana se distribuía por mar, ríos y caminos
a los distintos centros de mercado y sitios de
trabajo de América como México, Perú, Santo
Domingo, Puerto Rico, Cuba, Caracas, etc.,
así como a los distritos mineros y a las regiones
agrícolas de la Nueva Granada.
Debido a la constante demanda y a la consiguiente especulación, los comerciantes de esclavos, tanto los que abastecían el mercado en
las costas africanas como quienes traficaban en
los puertos americanos, obtuvieron beneficios
extraordinariamente altos. En efecto, los costos
de la mercancía en las costas africanas variaban
según los métodos de obtención, pero como normalmente se utilizaba el trueque, los precios de
intercambio no afectaban sensiblemente a los
tratantes europeos. Estos utilizaban para sus
operaciones como artículos de trueque vino, armas, tejidos, hierro, caballos y ganado. El precio promedio en bienes de intercambio y productos europeos, de valor intrínseco relativamente
pequeño, oscilaba entre los cuatro y los sesenta
pesos españoles en mercancía cada uno (29).
En el gran mercado de Cartagena el precio
de los esclavos variaba entre 200 y 400 pesos
La esclavitud y la sociedad esclavista
159
y en los centros de consumo dichos valores se
duplicaban (30). En tales condiciones, las ganancias que generaba la trata eran considerables. Teniendo en cuenta datos de George Scelle (31)
y en algunos que hemos podido establecer para
Cartagena, durante el asiento de Antonio Rodríguez Deivas (1618-1624), por ejemplo, la rentabilidad fue de aproximadamente el 700%. En
efecto, el movimiento fue el siguiente:
Esclavos introducidos
Valor de compra
Derechos causados
Gastos generales
Inversión total
Pérdidas calculadas
Producido de ventas
Gastos totales
Ganancia líquida
Rentabilidad (Aprox.)
20.574
118.294
1.380.000
887.220
1.005.514
197.200
7.393.500
2.582.714
4.810.786
700%
Estas cifras, que ponen en evidencia una
tasa de beneficio extraordinariamente alta en el
comercio normal de los esclavos, deberían tenerse en cuenta en el análisis acerca de la naturaleza de la economía y sociedad coloniales. En
realidad, aunque aún no se dispone de información suficiente para calcular el movimiento de
mercancías, artículos de lujo, objetos de valor,
bastimentas y productos de consumo en general,
parece seguro que por lo menos en el siglo XVII
y primera mitad del XVIII, los capitales se invertían más en fuerza de trabajo que en utensilios,
aparejos, maquinaria y herramientas. En otros
términos: este movimiento de recursos y esta
inversión en fuerza de trabajo más que en capital, reflejan un mayor interés por los hombres
que por las riquezas, lo que ha sido señalado
por Marx como característico del feudalismo (32),
pese a considerarse como inversión de capital
variable la realizaba en fuerza de trabajo esclava, inversión considerada por el propio Marx
como de capital fijo, pero dentro de un régimen
esclavista (33).
De acuerdo con lo dispuesto en las licencias, contratos y asientos, la mercancía humana
debía trasladarse de las costas africanas a los
puertos de permisión, y sólo con la debida autorización se podrían habilitar puertos de refresco o sitios de escala como San Tomé, Jamaica, Barbados, etc. Legalizada la mercancía mediante el pago de impuestos, examen médico e
imposición de la coronilla real o marca -opera-
ciones conocidas como de Palmeo y Carimbase procedía a la subasta pública por lotes o por
"piezas de indias" (34) y posteriormente a su distribución e internación a los distintos sitios de
trabajo. En el caso de la Nueva Granada, los
esclavos eran conducidos en pequeños grupos
por los ríos Magdalena y Cauca hacia Santa Fe,
Antioquia, Cali, Popayán, Chocó y demás centr~s y zonas de actividad y explotación económicas.
Los precios de los esclavos en los puertos
de arribada, por lo general no sufrieron bruscas
fluctuaciones durante el desarrollo de un asiento, pero sí se dieron marcadas diferencias entre
los de uno y otro contrato. Así, por ejemplo,
en el gran mercado de Cartagena, el precio promedio de los esclavos adultos vendidos por la
Compañía de Portugal fue de 270 pesos (35) y durante el asiento de la Compañía de Inglaterra
oscilaron entre los 200 y 240 pesos cada uno (36).
La relativa estabilidad que se dio a pesar de las
continuas interrupciones de los asientos y de la
irregularidad en el envío legal de los esclavos
fue el resultado del contrabando en gran escala.
Ahora bien, las variaciones de precios que se
daban en los remates, dependían básicamente
de la demanda, pero otros factores como la casta, el sexo, la edad, la forma de pago y el estado
físico de las armazones, también incidían. Las
enfermedades, las llamadas tachas, "vicios" y
defectos de los esclavos eran determinantes en
la conformación de las "piezas de indias" y de
las "toneladas de negros" y obviamente en los
precios (17).
Tomando como base una cuadrilla de 24 7
esclavos en las zonas mineras del Chocó, Sharp
estableció una tabla de precios para fmes del
siglo XVIII según edad y sexo de los esclavos
Edad
Varones
Precio Promedio
Mujeres
Precio Promedio
0-4
5-9
10-14
15-19
20-29
30-34
35-39
40-49
50-59
60-69
70 o más
145
244
356
489
486
500
480
393
234
147
75
146
240
240
500
453
475
467
375
204
158
44
160
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
y de acuerdo con la cual habría una devaluación en cuenta que en atención a la productividad y
anual del 2% a partir de los 30-40 años, período rentabilidad del esclavo, el empresario negrero
de mayor productividad de la mano de obra, prefería los varones cuya edad permitiera una
rápida y gran explotación. Konetzke (42) presenta
cuando se obtiene el mayor precio.
algunas
cifras acerca de la población negra en
En el puerto de Cartagena, la gran mayoría
de las ventas se hicieron a plazos, los cuales Hispanoamérica, según los cuales hacia 1570
iban, por lo general, de los tres a los seis meses, habría unos 40.000 esclavos; en 1650 cerca de
con un recargo aproximado del 5% sobre las 857.000 y al fmal del período colonial
ventas al contado. En la relación de operaciones 2.347.000. El volumen de la población esclava
de la factoría efectuadas entre 1715 y 1718, de y la intensidad del comercio negrero estaban en
las 355 transacciones registradas solo 72 se hi- relación directa con la actividad económica de
cieron al contado y ni una sola fue superior a las distintas colonias. Así, por ejemplo, en la
los 2.000 pesos, mientras que en dicho lapso segunda mitad del siglo xvi habría en México
hubo ventas a crédito de 10.000 y 20.000 pesos 6.464 esclavos; en el Perú unos 4.000; en Panamá 2.809 y al Brasil habrían ingresado entre
cada una (38).
1570 y 1600 aproximadamente 50.000 esclavos.
La Corona, por su parte, para prevenir el
drenaje de los metales que ocasionaba el contra- A mediados del siglo XVII México tendría una
bando de mercancías y de esclavos, adoptó un población esclava de 35.089; Perú 30.000, Pasinnúmero de medidas y dispuso un amplia vi- namá 4.000 y al Brasil se habrían conducido
gilancia, pero no obstante estas y el celo de unos 200.000 esclavos entre 1600 y 1650. A
muchos funcionarios, el fenómeno fue práctica- finales del siglo XVIII el volumen de población
mente incontrolable y persistente. Los puntos esclava descendió en algunas regiones como
de desembarco y los sitios de mayor movimiento México que tendría menos de 10.000, Panamá
ilegal fueron Santa Marta, Riohacha, Mompox, con 1676, pero simultáneamente las introducChirambira, Buenaventura y Barbacoas. Sin ciones aumentaron en otras zonas intensa exploembargo, aun en Cartagena el comercio de con- tación como Cuba y Venezuela. Respecto de la
trabando era considerable, mediante el soborno Nueva Granada, puede considerarse que durante
y pago de comisiones a funcionarios de todo los años de comercio negrero arribaron al puerto
de Cartagena entre 500 y 1.500 esclavos al año,
rango destacados en el puerto.
si bien es cierto que no todos permanecían en
El número, siquiera aproximado, de escla- dicha provincia (43).
vos introducidos en las colonias americanas es
un punto aún demasiado oscuro. Existen numeDe acuerdo con el movimiento legal de
rosos cálculos e hipótesis pero la información esclavos africanos por el puerto de Cartagena y
de archivo no parece ser suficiente para llegar aceptando la proporción de un tercio respecto a
a conclusiones definitivas. Algunos autores to- los conducidos a Nueva España, especialmente
mando cifras de funcionarios, cronistas y misio- durante el período de las licencias, el volumen
neros, consideran que en los momentos de in- total de esclavos introducidos por el puerto neotensa actividad negrera en el puerto de Cartage- granadino desde la iniciación de la trata hasta
na, habrían llegado entre 10.000 y 12.000 escla- el momento de decretarse la libertad de comercio
vos al año (39), cifras que parecen a todas luces en 1789, oscilaría entre los 130.000 y 180.000
excesivas. Otros investigadores, teniendo como esclavos, cifra que en principio puede parecer
base el tonelaje medio de los barcos dedicados demasiado pequeña si se tiene en cuenta lo que
a la trata consideran que durante el período co- tradicionalmente se ha afirmado sobre este colonial se habrían introducido unos tres millones mercio. Pese a que la información es incompleta
de esclavos a la América española, sin tener en -aún no se dispone, por ejemplo, de datos para
cuenta el contrabando (40). Algunos estiman que uno de los períodos de más intensa actividad,
del continente africano se extrajeron entre 50 y el de 1600-1640 y sin tener en cuenta el contra200 millones de esclavos negros para ser condu- bando, estas cifras reflejan la importancia del
cidos al continente americano (41 ), de los cuales movimiento negrero y el papel de la esclavitud
la gran mayoría serían jóvenes de 10 años, cál- en la economía y sociedad coloniales.
culos que de acuerdo a los datos que se han
En relación con el sexo de las armazones,
establecido para las colonias españolas, parecen fue constante la proporción de un tercio de mubastante exagerados. De otra parte hay que tener jeres por dos de varones y aproximadamente el
La esclavitud v la sociedad esclavista
mismo porcentaje se presentó en los sitios de
trabajo. En 1.698, por ejemplo, de los 1.027
esclavos que arribaron a Cartagena, 394 eran
mujeres y en el año siguiente de los 608 negros
sólo 186 eran mujeres (44 ). Durante el primer período del asiento inglés, de los l. 3 83 esclavos
vendidos en el puerto, 890 eran varones y 493
hembras (45). Una cuadrilla de 94 esclavos mineros de Remedios, en 1632 estaba integrada por
38 mujeres y 56 hombres (46). De otra parte, la
proporción de muleques y mulecas frente a los
adultos fue de un cuarto aproximadamente.
Frederick Bowser cree que entre 1580 y
1600, Cartagena de Indias recibiría hasta 1.500
esclavos al año, mientras que entre 1600 y 1640
habría llegado un mínimo de 2.000 africanos (4 7).
El gobernador de Cartagena en comunicación
de 1598 se refiere a los negros " ... vienen de
Guinea, Angola y Cabo Verde, que de un año
con otro serán más de 2.000" (48) y para 1621 se
calcula la población negra de la provincia de
Cartagena en más de 20.000 esclavos (49).
De acuerdo con los datos de Francisco Silvestre para fines del siglo XVIII habría en la
Nueva Granada 53.788 esclavos y para comienzos del siglo XIX la población negra y mulata,
así esclava como libre, sería de 21 O. 000 (50). Según algunos cálculos recientes, la población de
origen africano negra y mulata en la actual República de Colombia alcanza a ser el 30% de
la población total (51).
Orígenes tribales
Uno de los aspectos más importantes en
relación con el comercio de esclavos africanos
es el relativo a los orígenes de la población
negra, no sólo desde el punto de vista de la
contribución biológica, sino fundamentalmente
para precisar el aporte cultural y social de las
diferentes castas, naciones o países a los distintos grupos de esclavos.
Lamentablemente, no se han adelantado
trabajos sistemáticos en este sentido y las referencias al origen tribal del elemento negro importado a la Nueva Granada son muy generales
y vagas, sin que hasta el momento se haya confrontado, por ejemplo, la información de archivo con las conclusiones de los trabajos de
campo adelantados (52).
En las primeras etapas de la trata y especialmente durante los siglos XVI y XVII, los sitios
de donde debían ser extraídos los esclavos afri-
161
canos se establecían en las licencias y asientos.
Durante dicho lapso los únicos lugares autorizados fueron los llamados Islas de Cabo Verde y
Ríos de Guinea, pues los negros de estas zonas
eran considerados de mejor calidad y ofrecían
mayores posibilidades económicas a los tratantes. Sin embargo, de acuerdo con los trabajos
de algunos investigadores (53) y teniendo en
cuenta la información de documentos como las
licencias, los asientos, los registros de compraventa, documentos notariales, testamentos, etc.,
puede afirmarse que a la Nueva Granada fueron
introducidos esclavos de todas las zonas de extracción africana, básicamente tribus de los Ríos de
Guinea, Sierra Leona, Arará, Mina, Carabalí,
Congo, y Angola.
" .. .los esclavos negros que se traen en Cartagena
y venden en ella son de tres suertes. La primera
de más estima los de los ríos de Guinea que
llaman de Ley que tiene diferentes nombres ...
y su común precio es a 200 pesos de plata ensayada de contado. La segunda suerte es la de los
ardás o araraes, destos son los menos que se
traen y se venden a 160 ducados de a 11 reales,
comúnmente de contado. La tercera e ínfima es
de los angolas y congos de que hay infmitos en
su tierra y se venden comúnmente a 150 ducados
de contado ... (54).
Al parecer, la mayor parte de la población
africana llegada a la Nueva Granada era portadora de una cultura económica y tecnológica
más evolucionada, en algunos aspectos, en relación con la de los aborígenes, lo que en cierto
sentido determinó la función socio-económica
de la población negra y, obviamente, dio lugar
a una inversión en el status social respecto de
la condición legal entre el negro y el indio. Sin
embargo, aún no existen trabajos suficientes ni
estudios sistemáticos no sólo sobre el origen
tribal sino sobre la distribución geográfica de
la población africana (55).
Etapas de la trata
Inicialmente y en desarrollo de una política
de excepciones, recompensas, estímulos y garantías, la Corona concedió permisos individuales para pasar a la América entre tres y ocho
esclavos negros, supuestamente para el servicio
doméstico y no negociables, a casi todos los
funcionarios designados por las autoridades de
la metrópoli y sin el pago de derechos, lo que
constituía, en efecto, una especie de gastos de
162
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
representación. Muy pronto, sin embargo, a par- el esclavo africano se convirtió en elemento funtir de 1513, el derecho de introducción o almo- damental en el proceso de conquista y colonizajarifazgo se fijó en dos ducados por cabeza, ción, y de otra, los recursos provenientes de
pero para 1560 ya se pagaban 30 ducados por derechos de introducción y trata de negros jugaron papel importante en la política de expansión
cada licencia de esclavo.
En desarrollo de esta política, los virreyes europea.
por lo general recibían 12 permisos excepcionalAhora bien, establecer el número de licenmente 20, los oidores 4 y los funcionarios de cias concedidas es factible, no así el número de
la tesorería 3, así como los inquisidores del esclavos introducidos. Si se acepta el cálculo
Santo Oficio y los corregidores. Por su parte, de que la mercancía fuerza de trabajo negra
un arzobispo tenía derecho a 6 permisos de es- representaba cerca de un millón de ducados al
clavos, los obispos 4 y el clero secular 2. En año (57) y se tienen en cuenta los promedios del
muchas ocasiones la Corona eximió igualmente tonelaje de los barcos dedicados a la trata (58),
del pago de derechos a las órdenes religiosas, se podría concluir que durante el período de las
conventos y cabildos municipales para introdu- licencias se habrían introducido legalmente más
cir esclavos con destino al servicio y no con de cien mil esclavos a las colonias españolas y
fmes de venta (56).
básicamente a la Nueva Granada y al Perú. Pero
Estos permisos, libres de todo cargo y en si se considera que entre 1595 y 1610, según
pequeñas cantidades, se concedieron durante los registros de contratación, se concedieron licasi todo el siglo XVI, sin perjuicio del desarro- cencias para 75.389 esclavos africanos -de los
llo de la nueva política financiera de la Corona, cuales 42.749 arribarían al puerto de Cartageque encontró en las licencias para introducir na (59)-, bien podría concluirse que entre 1510 y
esclavos en las colonias, una fuente importante 1595 el número de esclavos introducidos pudo
de recursos. En efecto, la concesión de permisos ser superior a la cifra atrás mencionada, sin
negociables para el traslado de mano de obra considerar el contrabando adelantado al amparo
esclava de las costas africanas y de la propia de los permisos legales.
Península, además de causar notables ingresos,
El sistema de licencias individuales y de
fue utilizada como mecanismo muy a propósito permisos negociables hizo crisis frente a la crepara atender los altos intereses que ocasionaban ciente demanda de mano de obra esclava, pues,
la confiscación de caudales privados, mediante de una parte, encareció notablemente la mercanel otorgamiento de juros que se traducían en cía, ya que en el proceso de reventa el intermelicencias, pues el principal provecho que perse- diario pretendió un margen de ganancia, cada
guían era el comerciar con ellas. De esta mane- vez mayor, y de otra parte, esta modalidad no
ra, las concesiones negociables se convirtieron permitía satisfacer las necesidades del mercado.
en fuente de recursos y básicamente en instru- De esta manera se abrió paso al sistema de conmento económico y político de gran importan- tratos semimonopolistas, para llegar finalmente
cia.
a la concesión del gran monopolio.
El período de las licencias se extendió prácA finales del siglo XVI la crisis demográfica
ticamente desde 1510 hasta 1595, lapso durante indígena se había agudizado con la consecuente
el cual la Corona atendió la creciente demanda incidencia en la actividad económica de las code mano de obra esclava con el otorgamiento lonias. Para entonces la política de la Corona
de permisos, licencias menores y licencias mo- respecto de la utilización de mano de obra servil
nopolistas y se sentaron las bases de lo que sería era mucho más precisa; de un lado, se buscaba
la política de la trata de negros en América.
implementar la legislación de protección tutelar
Este largo período, con un control relativo hacia la población aborigen, y de otro, se conde la Corona sobre el comercio de esclavos, solidaba definitivamente la esclavitud negra
coincidió con tres fenómenos importantes: a) como única alternativa ante la escasez de mano
etapa continental de la Conquista; b) crisis de- de obra y la intensificación de la explotación
mográfica indígena, y e) política imperial de de las minas.
España en Europa. Es evidente la incidencia de
Los grandes asientos surgieron como conestos factores en el desarrollo y auge del comer- secuencia de la necesidad de atender la demancio de mano de obra negra, pues, de una parte, da; de controlar el comercio y aumentar los in-
La esclavitud y la sociedad esclavista
gresos por concepto de derechos y, finalmente,
como resultado de la nueva situación políticoeconómica europea.
En este largo período que se extendió desde
1595 hasta 1789, con algunas interrupciones y
esporádicas vueltas al sistema de las licencias,
se dieron dos etapas bien diferenciadas. La primera comprendió los asientos portugueses, ciertos períodos de transición y algunos asientos
menores, celebrados entre 1595 y 1689. La segunda etapa se dio a partir de la intervención
directa de los nuevos países expansionistas
como Holanda, Francia e Inglaterra, decididos
a lograr por vía de pacífica negociación política
o como resultado de capitulaciones de paz el
monopolio del comercio de esclavos. En efecto,
para entonces la trata de negros no sólo era un
pingüe negocio con una rentabilidad que llegaba
al 800%, sino el medio más directo y eficaz
para debilitar el deteriorado dominio de España
en América y, en último término, para sustituir
un imperio por otro, aunque ya no sobre bases
de predominio político, sino fundamentalmente
de control económico.
De este modo, Portugal, Francia, Holanda
e Inglaterra, que poseían factorías en las costas
africanas y colonias en América y contaban con
grandes compañías negreras bien organizadas,
ejercieron a partir de 1595 pleno control sobre
el lucrativo comercio de esclavos, que, dada su
importancia, se convirtió desde entonces en
pieza clave en el tablero del expansionismo, la
política europea y el predominio económico
dentro del marco del desarrollo capitalista mercantil.
El masivo traslado de la fuerza de trabajo
africana a las colonias americanas contribuyó
al crecimiento y predominio de países y compañías capitalistas. Si los primeros metales llegados a Europa estaban manchados de sudor y
sangre indígena (60), el desarrollo del capitalismo supuso la sangría del Continente africano
y el comercio con los esclavos incrementó la
explotación durante casi cuatro siglos.
De los grandes asientos cabe destacar los
celebrados con las compañías de Cacheu de Portugal, Guinea de Francia y Mar del Sur de Inglaterra, no sólo por el carácter de tratados internacionales que tuvieron, sino por la naturaleza de
las compañías, la concentración de grandes capitales y, finalmente, por el papel desempeñado
163
de la estructura económica del imperio español
en América (61).
En efecto, los asientos tuvieron la categoría
de verdaderos tratados internacionales y jugaron
un papel político importante. La Paz de Utrecht,
por ejemplo, sólo se firmó después de la ratificación del asiento de negros, y desde el ángulo
económico tanto Portugal como Francia y particularmente Inglaterra concibieron los asientos
de negros como "tapadera", capa o pabellón
oficial para cubrir el comercio clandestino de
mercancías dentro de la ya tenaz lucha por la
consecución de extensos mercados.
Estas etapas reflejan el proceso de concentración del comercio de esclavos en grupos y
compañías monopolistas, pues de las licencias
individuales se pasó a los contratos semi-monopolistas de los primeros asientos -en los cuales
el monarca español se reservaba aún el derecho
de conceder algunas licencias especiales a particulares y cabildos- y de éstos a los grandes
asientos internacionales que tuvieron el monopolio absoluto de la trata.
Como consecuencia de las medidas económicas de los Barbones respecto a las colonias
americanas y en atención a circunstancias políticas europeas, el bloqueo de los traficantes y
la desesperada demanda de los colonos, se optó
por la libertad de comercio de la mano de obra
esclava en 1789.
La libertad del tráfico negrero no sólo supuso la ruptura con un sistema de monopolio y
el sacrificio de los derechos que pesaban sobre
la trata, sino que simultáneamente pretendió
acelerar el desarrollo de la gran hacienda tabacalera y cacaotera, así como el de los grandes
ingenios azucareros sobre la base de la introducción masiva de esclavos.
La trata en este período tuvo ciertas oscilaciones y los comerciantes españoles intentaron
controlarla directamente desde las propias costas
africanas; pero, de un lado, la opinión adversa
que paradójicamente estaba surgiendo, precisamente en Inglaterra, y en segundo lugar los movimientos americanos de independencia política, así como otros factores, la debilitaron y en
algunos casos la extinguieron.
El desarrollo de la trata de negros siguió,
en términos generales, las etapas de evolución
del comercio colonial, pues fue realmente la
rama más lucrativa de esta actividad.
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
164
Síntesis de la trata y número aproximado de esclavos autorizados para las colonias españolas
1)
Licencias 1510-1595
l.
2.
3.
2)
Asientos 1595-1789
l. Asientos de monopolio portugueses 1595-1640:
2.
3.
4.
5.
Período de transición (licencias y asientos con
particulares y compañías) 1662-1684
Número aproximado de licencias:
Períodoholandés 1685-1687
Número aproximado:
Administración directa 1687-1689
Número aproximado:
Período de transición 1689-1696
7.
Períodoportugués 1696-1701
Número autorizado
Período francés 1702-1713
Número autorizado
Períodoinglés 1713-1750
Número autorizado
Asientos y licencias sueltas 1743-1789
Número aproximado:
9.
1O.
Libre comercio 1789 - Independencia
Gran total aproximado
La sociedad colonial y la esclavitud.
Amos y esclavos _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __
E
n la sociedad colonial neogranadina, como
en el resto de América, se reprodujeron
muchos elementos de la sociedad esclavista del
antiguo mundo europeo, pero igualmente surgieron formas y relaciones distintas y aun se
dieron ciertas singularidades en las diferentes
colonias americanas.
Las relaciones que se dan entre esclavos y
señores surgen de la naturaleza misma de la
institución, y la condición servil hacía al esclavo
y al señor, recíprocamente, al mismo tiempo
enemigos ( 62), pero igualmente se daban relaciones de franco paternalismo y mutuo efecto.
La aparente contradicción responde a la
naturaleza del sistema. En el caso de la Nueva
100.000
158.963
Sin datos
Administración directa 1651 -1662
6.
8.
3)
Permisos y licencias no negociables
Licencias vendibles
Licencias semimonopolistas
Número aproximado de esclavos introducidos:
24.800
9.000
2.400
Sin datos.
30 000
48.800
144.000
35.677
Sin datos
553.646
Granada, el aprecio que sentía el elemento español por el trabajo del esclavo en razón de su
productividad y por el elemento negro en general (63) -en parte determinado por la cultura más
evolucionada, de que eran portadores algunos
grupos africanos- fue de tal índole, que se dio
una verdadera inversión en el status social respecto de la condición legal entre el negro y el
indio, siendo éste desplazado por aquél, aun
tratándose de la explotación' de una mano de
obra en lo legal completamente desprotegida (64).
Sobre este particular son abundantes y elocuentes los testimonios. El obispo de Cartagena, por
ejemplo, a mediados del siglo XVII, en carta a
la Corona sostenía: "estos pobres indios padecen
la más dura servidumbre que han conocido las
gentes por los malos tratamientos de sus encomenderos, los cuales miran por sus esclavos que
La esclavitud y la sociedad esclavista
le costaron su dinero dándoles lo necesario y
curándoles sus enfermedades. Pero a estos pobres
indios los tratan peor que a bestias ... oprimiendo
a estos miserables chupándoles la sangre y aun
desollándolos y quitándoles las vidas ... " (65).
Se trataba, en efecto, de dos clases de trabajadores: los indígenas eran una especie de
"regalo de la Naturaleza" que no implicaba erogación alguna; los esclavos negros suponían una
inversión y, obviamente, requerían cierta atención y cuidados mínimos para lograr un mayor
beneficio. Acá puede residir el origen de la "opinión" de que un negro rendía más que tres indios
juntos.
Pero si los costos de la mano de obra esclava y el capital invertido en su adquisición
obligaban al usufructuario a contener la represión a morigerar la violencia en las relaciones
con el esclavo, el objetivo de lograr una mayor
productividad necesariamente aceleraba el consumo de lamercancíahumana(66). Los empresarios mineros, así como los grandes hacendados,
sentían ya "los tormentos civilizados del trabajo
excedente", y siendo los esclavos considerados
como una inversión productiva, se explica el
ansia de obtener el máximo de rendimiento en
el menor tiempo posible, si bien a la larga el
proceso la convertiría, como lo observa Pierre
Vilar, en una verdadera "desinversión".
" ... Cada indio gana de jornal cada día que trabaja un tomín y de los 365 días que tiene el
año huelga 80 por los domingos y fiestas y otro
que descansa y trabaja 285 días que son otros
tantos tomines de plata corriente que hacen 35
pesos 5 tomines, de éstos se sustenta y viste
todo el año de la mita y paga la demora y requintos y dado que un negro trabaja otros tantos días
al año y que hubiese de haber de jornal otro
tanto se considera que el dueño le sustenta todos
los 365 del año y que le cuesta medio tomín al
día hacen 182 tomines y 1/2 y ahorra 102 tomines y 1;2 al año que hacen 12 pesos, 6 tomines
y 6 granos de la dicha plata... claro es por ser
los negros para mucho más trabajo que los indios
ha de ser mayor la saca de la plata ... y así se
presupone quedarán dos tantas más de provecho
de lo que se ahorra en los dichos jornales ... " (67).
Obviamente, es imposible medir la productividad del esclavo en el trabajo minero y tanto
más en términos comparativos respecto del aborigen. Factores como la naturaleza de las minas,
la riqueza de los yacimientos, las técnicas utili-
165
zadas, las condiciones de trabajo, etc., incidían
en el rendimiento del esfuerzo humano. De
acuerdo con algunos datos, en los comienzos
de la Colonia, por ejemplo, los negros esclavos
recogían en Castilla de Oro un peso diario, aproximadamente 4.18 gramos de oro. En México,
a mediados del siglo XVI, un esclavo utilizaba
un mes para recoger un peso (68). En la Nueva
Granada, a comienzos del siglo XVII y sobre la
base de trescientos días laborables al año, un
negro esclavo extraía de las minas de Zaragoza,
en promedio, un poco menos de un peso de oro
diario ( 69). En tales condiciones, y sin tener en
cuenta los gastos de sostenimiento del esclavo
-los cuales se podrían calcular en un real diariopero tampoco el trabajo suplementario que desarrollaba, el empresario minero recuperaba en un
año la inversión que representaba el precio del
esclavo.
Si bien es cierto que en su condición de
esclavo el elemento negro estaba completamente
desprotegido y sin que se le reconociera ninguna
capacidad jurídica, no es menos evidente que
el empresario, movido por razones económicas,
tuvo un comportamiento y actitud, en términos
generales, bastante humanitario, trato dispensado básicamente a la población en condiciones
de producir y el cual se traducía en alimentación
adecuada y cuidado en las enfermedades.
A diferencia de lo que sucedía con el indio
mitayo, el esclavo africano era alimentado por
el amo y la dieta y raciones eran aceptables y
muy superiores a las que podía procurarse aquél.
La base de la alimentación del esclavo era el
maíz, e igualmente se le suministraba carne,
pescado, yuca y plátano, y en algunas ocasiones
se le facilitaba tabaco y aguardiente (70). De otra
parte, tanto en obedecimiento de las disposiciones de la Corona como en guarda de sus propios
intereses, muchos mineros adoptaban medidas
de seguridad y prevención y dispensaron atención médica aceptable a los enfermos. Es claro,
sin embargo, que ni sobre este ni muchos otros
aspectos de la esclavitud pueden hacerse generalizaciones válidas, pero es forzoso aceptar que
un propietario difícilmente podría exponer un
capital por insensibilidad o egoísmo.
Un factor importante que influyó en las
relaciones entre esclavos y señores fue la destreza de algunos africanos en el desempeño de
ciertos oficios y trabajos, así como la habilidad
para algunas manifestaciones culturales como
166
la música, el canto y la danza. Esta circunstancia
permitió que, a lo menos, un sector de la población esclava no solo recibiera un tratamiento
especial, sino que fuera objeto de la confianza
y aprecio del empresario blanco. En las haciendas se les empleaba como mayordomos y administradores, en las minas como jefes de cuadrillas y en las casas señoriales como camareras,
doncellas, amas de cría, etc.
Si bien es cierto que en esta sociedad colonial el esclavo desplazó al indígena, que muchos
lograron la confianza y el aprecio de los amos
y que en general recibieron un tratamiento humanitario sin ocupar el nivel más bajo de la
sociedad, no se alteró la naturaleza del sistema
ni desaparecieron las formas más extremas de
abuso y explotación.
La legislación
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
tismos y velorios; se prohibió frecuentar ciertos
sitios y se proscribió el consumo de bebidas, el
baile público y el juego, se redujeron las actividades de ventas ambulantes y, obviamente, se
prohibió el vagar, aun en busca de trabajo (73).
Sin embargo, la legislación más drástica
se reservó a la huida y el cimarronismo. En
efecto, uno de los primeros problemas que debieron enfrentar los dueños de negros y las autoridades coloniales, fue la rebelión y escape
de los esclavos, fenómeno que se presentó desde
antes de la primera mitad del siglo XVI. Para
detener esta actitud se dieron normas severísimas y se estableció una escala de castigos físicos
que iba desde los azotes hasta la pena de muerte,
pasando por el cepo y la mutilación de miembros. Y aunque la legislación diferenciaba las
penas de acuerdo con la gravedad de los delitos
y se establecía el proceso que se debía seguir,
en la mayoría de los casos los amos -fuertes
defensores del derecho de juzgar y castigar por
sí mismos a sus esclavos- cometían grandes
abusos y excesos.
La situación de desamparo jurídico del esclavo y el carácter punitivo de la legislación
sólo varió en la segunda mitad del siglo XVIII
con la expedición de la Instrucción o especie
de Código Negrero de tono humanitario y proteccionista. A semejanza de lo que se había
dispuesto para la población aborigen en el siglo
XVI, se estableció un protector de esclavos y
las exigencias de doctrina, buen trato, alimentación y vivienda decentes fueron continuas y aun
se previeron penas y multas para los amos, y
los cabildos y audiencias abundaron en legislación para contener las atrocidades de los amos.
Es evidente que la política de la Corona y
la nueva legislación no variaron esencialmente
la situación del esclavo, pero sí se atenuaron
algunos excesos -no sólo gracias a la reciente
actitud hacia la población esclava, sino ante la
situación social tensa-, las dificultades crecientes para la consecución de la mano de obra debido al bloqueo inglés a la trata y a los asientos
de negros, así como en virtud a la opinión adversa, a la esclavitud y al comercio de fuerza
de trabajo.
Contrasta la abundante legislación protectora indígena que se inició desde los comienzos
del siglo XVI y se condensó en las nuevas leyes
de 1542, con las muy limitadas relativas al negro, las cuales casi siempre fueron de carácter
penal o por lo menos restrictivas y precautelativas. Los cabildos y las autoridades coloniales
expidieron, por su parte, un buen número de
disposiciones y ordenanzas igualmente de carácter punitivo, como resultado del temor que siempre se tuvo frente a la población esclava (71).
Uno de los aspectos que más preocupó a
las autoridades coloniales fue el de las relaciones
entre negros e indígenas. Por lo general, éstas
fueron muy tensas y de mutua hostilidad (72), en
razón a la participación del elemento negro en
algunas empresas de conquista, y la tendencia
del esclavo africano a utilizar y abusar del in dígena y sus bienes. Pero más que impedir estos
excesos, la Corona veló porque el proceso de
cristianización de la población aborigen no sufriera ninguna interferencia por parte del elemento negro, de por sí considerado como naturalmente malo.
Similar preocupación produjo en la población blanca y, desde luego, en las autorioades,
el número y las actividades de los esclavos,
principalmente de los concentrados en las zonas
urbanas. Así, desde muy pronto se prohibió el La cristianización
porte indiscriminado de annas y la utilización
Cle cierta indumentaria, se estableció una especie
La Iglesia, y en particular algunos miemde toque de queda para los negros, se limitó la bros del clero y órdenes religiosas como los
libertad de reunión y la asistencia a bodas, bau- jesuítas, aun aceptando la institución de la escla-
La esclavitud y la sociedad esclavista
vitud, procuraron por muchos medios un tratamiento humanitario de parte de los amos, aunque la preocupación fundamental fue la cristianización y la salvación del alma del esclavo.
Es verdad que el interés y el celo por la
evangelización del esclavo no fue muy grande,
pero en esto ni los tratantes ni los amos deseaban
tener problemas de conciencia ni dificultades
con la Iglesia y, en general, no obstaculizaron
la acción del clero y especialmente de los misioneros empeñados en administrar a los negros el
"pasto espiritual". En la primera mitad del siglo
XVII, por ejemplo, fue notable la labor de los
jesuítas que se dedicaron a atender las armazones en Cartagena de Indias: Alonso de Sandoval
y Pedro Claver. El primero elaboró -sobre la
base de sus experiencias en Lima- Una especie
de código misional para la cristianización de los
esclavos, tratado que siguió su discípulo, el padre Claver.
La metodología y el proceso de catequesis
propuesto por el padre Sandoval, inspirado claramente en el principio aristotélico de que " ... el
amo y el esclavo que por naturaleza merecen
serlo tienen intereses comunes y amistad recíproca" (74), conducía al elemento negro a la aceptación resignada de su "condición natural". En
efecto, se trataba -como lo pone de relieve Sylvia Vilar al analizar el proyecto de Asiento presentado por fray Juan de Castro- de predestinados no sólo para el cielo sino para el trabajo de
los campos, de las minas y de los ingenios de
América (75).
Alonso de Sandoval recomendaba a los
doctrineros métodos y modalidades de catequesis basadas en las consideraciones religiosas
pero determinadas por circunstancias económicas:
"... Dirales que su amo les quiere mucho y (que
si) hace lo que dice, que le pedirá y rogará les
trate bien, les regale y cure y después de buen
amo que vivan contentos en su cautiverio ... Ensáncheseles el corazón diciéndoles tendrán por
estas partes muchos parientes con quien tratar
y que si sirven bien, tendrán buen cautiverio,
estarán contentos y bien vestidos ... " (76).
Los ofrecimientos radicalmente utópicos la felicidad dentro del cautiverio y la alegría en
el trabajo forzado- llevaban indefectiblemente
el afianzamiento del sistema colonial, y las enseñanzas y prácticas religiosas, por lo general,
fueron utilizadas como ideología de domina-
167
ción, para la explotación y control de la población.
, Ahora bien, el trabajo de los misioneros
en Africa era en extremo superficial y formalista, pues se limitaban a suministrar al esclavo
un nombre y echarles el agua bautismal -métodos de los cuales se lamentaba el padre Sandov al- sin iniciar un verdadero proceso de catequesis; pero esta modalidad convenía a los comerciantes y dueños, pues, al parecer,era muy común la opinión de que un negro, debidamente
cristianizado, perdía precio frente a un esclavo
bozal. Por su parte, los mineros y empresarios
agrícolas, aduciendo numerosas disculpas, eludían la obligación de promover la cristianización
del esclavo sin tener en cuenta las sanciones
económicas que esto podría acarrear y que iban
desde una multa equivalente a la mitad del precio
del esclavo hasta la confiscación de los mismos.
La actitud de los propietarios hacia el proceso de aculturación variaba sólo cuando el amo
estaba seguro de que mediante la doctrina y las
prácticas religiosas se podría controlar la conducta del elemento negro, y en esta forma evitar
las indemnizaciones y costas judiciales que le
ocasionaba el comportamiento licencioso del esclavo.
Mezcla de razas
La mezcla y relación sexual del elemento
africano con el indígena y el blanco fue intensa,
pese a la estratificación de los grupos sociales
de la sociedad esclavista y a la legislación de
la Corona para evitar la convivencia de los negros con los indios y españoles.
Factores de diversa índole contribuyeron
al cruzamiento de razas, fenómeno bien característico de la sociedad colonial hispanoamericana. Dada la condición del esclavo, el amo abusaba impunemente de las mujeres de su propiedad. Estas, por su parte, despertaban cierto
atractivo en la población blanca y, en general,
preferían mantener relaciones sexuales con los
amos, con la esperanza de que los hijos alcanzaran la libertad o por lo menos pudiesen retenerlos. De otro lado, el elemento negro se vio
limitado en su satisfacción sexual no sólo por
los abusos del dueño y por la desproporción que
se daba entre la población esclava-aproximadamente un tercio de esclavos eran mujeres-, sino
también por las dificultades e impedimentos
para contraer matrimonio con la esclava. Son
Nueva Historia de Colombia. Vd 1
168
ab~ndantes
los testimonios de archivo, juicios,
pleitos y procesos por abuso sexual, promiscuidad, estupro, prostitución y amancebamiento
dentro de la sociedad esclavista, comoquiera
que estos problemas y excesos se dieron con
mucha frecuencia.
A pesar de la política de separación racial
promoVIda por la Corona y determinada básicamente por fact<?res e~onómicos y políticos, así
como por consideraciOnes religiosas y morales
y de la consi~iente legisla~ión segregacionista (77), las umones entre miembros de distintos
grupos raciales, especi~llmente las ilegítimas,
fueron frecuentes ~n particular en los siglos XVII
y XVIII. A~ ~n ~mdades como Tunja, con abundante poblac10n mdígena, se aprecia este fenómeno con toda evidencia. En efecto en los libros parroquiales de Santa Bárbara,' por ejemplo, de los 985 individuos de todas las castas
de que -t-ieron .~auti_zad?~ entre 1659 y 1700, figunm
440 como hiJOS Ilegltimos y 545 como legítimos. De los 56 pardos y mulatos sólo 12 son
legítimos y 44 son registr~do~ como ilegítimos.
~or su parte, de los 301 mdws, 126 son ilegítlllos y 175 aparecen como hijos ilegítimos. De
otro lado, entre 1624 y 1659 el número de mestizos bautizados apenas dobla el de los negros
esclavos, pues aparecen recibiendo óleo y
crisma 205 mestizos y 101 esclavos (78).
El proceso de mestizaje fue más fuerte en
las regiones económicamente más activas como
las ~ineras y las de intensa explotación agropecuana, y en zonas como las costas del Atlántico
y Pací~co, Cauca, V_alle y Antioquia, adonde
concumeron c~?lpulsivamente negros e indígenas, la poblac10n mulata y zamba fue considerable.
tagen~
proponía fórmulas para fmanciar la persecución y búsqueda, a través de cuadrilleros y
la Santa Hermandad, de los "Negros cimarrones
que con la ocasión de los muchos montes y
aspereza de montañas crecen cada día" (81) y pna
entonces ya se habían organizado los célebres
palenques de la Matuna y San Basilio.
Durante el siglo XVII, y especialmente a
lo lru:go del siglo XVIII, fueron numerosas las
rebeliones y huidas de esclavos y surgieron muc?os palenques y comunidades de negros fugitivos. Frente a este fenómeno que tanta inquietud_ despertó en la ~orona, fue muy distinta la
a~titud de ~as auton~ades y la de los propietanos. En pnmer térmmo los cabildos, audiencias
y gobe_rnadores es~ablecieron penas severas para
Impedir y combatir la fuga y el cimarronaje y,
~as a~e~ante, la Corona adoptó muchas de las
disp~osiciOnes provinciales. Por su parte, los
duenos de _esclavos solían exigir la aplicación
~e los. castigos más severos, pero dificilmente
fmancmban las empresas de debelación y exter-
Sublevación y cimarronismo
. Uno de los problemas más dificil es y persistentes que debió afrontar la sociedad esclavista prácticamente desde la primera mitad del
siglo _)(VI, fue la huida de los esclavos. En 1530,
por eJemplo, los negros fugitivos incendiaron a
Santa Marta; hacia 1533, un buen número de
escl~vos traídos por el fundador de Cartagena
huyo a las zonas. mont~osas de la provincia;
en 1556 se produJO una Importante rebelión de
esclavos ~~ Popayán (79); en 1598 se presentó una
sublevac10n de esclavos en las minas de Zaragoza, matando a dueños y fortificándose en palenques (80); a finales del siglo, el gobernador de Car-
COLOMBIA
! !!;
Zonas esclavísias
La esclavitud y la sociedad esclavista _ _ _ _ _ _ __
minio de los palenques, no sólo por los costos
que significaban por los permanentes fracasos,
sino porque el precio de un esclavo cimarrón
tenía una depreciación considerable.
El cabildo de Cartagena, hacia 1570, dispuso penas severísimas:
"... Si al negro o negra que anduviere huido o
asuente de sus amos, no se volviere y redujere
al servicio de sus amos dentro de un mes después
que se ausente, caiga o incurra de que al negro
le sea cortado el miembro genital e supinos, lo
cual cortado lo pongan en la picota de la ciudad,
para que ello tomen ejemplo los negros y negras,
la cual justicia se haga públicamente en el rollo,
donde todos los vean, lo cual se ejecute por
todo rigor..." (82).
y en la Recopilación (Lib. VII, tít. v) se establecieron castigos para los negros cimarrones, a
quienes, sin necesidad de instruirles proceso alguno, se les podría castigar con 50 azotes si se
ocultaban cuatro días; con 100 azotes si el negro
huido se juntaba con otros fugitivos y, finalmente, si permanecía por más de seis meses en cimarroné!ie, se le aplicaría la pena de muerte, siendo
ahorcado "hasta que mueran naturalmente".
De otra parte, las autoridades solían organizar expediciOnes para la captura de los negros
fugitivos, utilizando especialmente grupos de
indígenas como guerreros y guías; y mediante
el soborno, dádivas, primas y recompensas a la
población de color, se lograba la delación, captura y aun muerte de los cimarrones. Sin embargo, pese a la severidad de las penas y a la persecución sistemática, surgieron numerosos palenques en casi toda la zona esclavista de la
Nueva Granada. La Matuna, Tabacal, San Basilio, San Antero, San Miguel, el Arenal, etc.,
en la costa del Atlántico; Mompós, Uré, Carate,
Cintura, Norosí, en las riberas del bajo Cauca
y San Jorge; Envigado, Cáceres, Remedios,
Guame, Rionegro, Guayabal, Anolaima, Tocaima, Cartago, Otún, San Juan, etc., en el Magdalena Medio, Antioquia, región oriental y los
Llanos; Palia, Guapí, Cali, Puerto Tejada, El
Cerrito, Yurumangui en el Chocó, litoral Pacífico y Valle del Cauca (83).
Algunos de estos palenques se dieron una
organización político-militar muy definida alrededor del cabildo, pero igualmente se adoptaron
algunas instituciones del gobierno colonial,
mientras que en el aspecto económico predominaron formas africanas, como el uso y explotación comunal de la tierra sobre la base de la
169
COLOMBIA
:; ; Zona de Pa Jenqu ~s
•
Principales Palenques
ayuda mutua, y en igual forma desarrollaron su
propia cultura y tuvieron variadas manifestaciones de la misma.
El más famoso de los palenques tanto por
su organización como por la beligerancia ante
las autoridades y dueños de esclavos fue el de
San Basilio, el cual se formó desde fmales del
siglo XVI al sur de Cartagena. Las autoridades
intentaron muchas veces la rendición y destrucción de esta comunidad, pero los palenqueros
resistieron los ataques y en no pocas ocasiones
pusieron en serio peligro la seguridad del puerto.
Las relaciones con este palenque y algunos otros
fueron, sin embargo, desde la franca hostilidad
y la guerra abierta hasta la solidaridad y entendimiento (84). Así, por ejemplo, en algunas ocasiones a lo largo del siglo XVII, como en 1619,
fueron declarados libres algunos grupos de negros cimarrones y se les facilitó tierras para
laborar, mientras que en otras, especialmente a
fines del siglo, se ordenó el exterminio total de
los palanqueros (85).
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
170
Estas comunidades, relativamente libres,
dentro de la sociedad esclavista, se convirtieron
en una amenaza permanente para las autoridades
coloniales y despertaron una gran inquietud entre la población blanca. De una parte, las autoridades y funcionarios vivían bajo el constante
temor de una sublevación general del elemento
negro, encabezado por los cimarrones, o la
alianza con grupos de extranjeros y piratas; de
otra parte, los particulares y dueños corrían el
peligro de perder el capital invertido en los esclavos o ser víctimas de asaltos en caminos y
haciendas, revueltas en las minas, sufrir robos
de bienes de consumo y raptos, especialmente
del elemento femenino de color.
Al parecer, los amplios movimientos de
esclavos, particularmente los del siglo XVIII,
tenían como objetivo provocar una insurrección
general de la población de color con la posible
participación de algunos grupos indígenas (86) en
contra de la esclavitud y de las autoridades coloniales. Hacia 1721, don Juan de Herrera expresaba el temor a una sublevación en Cartage-
na, pues " . . . la cantidad grande de negros que
hay en esta ciudad si se levantan (como en otra
ocasión la tuvieron intentando, convocándose
con la del palenque que está medio día del camino de esta ciudad) con gran facilidad hacer
mucho daño" (87). Por su parte, el capitán de milicias de Popayán, ante la posibilidad de un movimiento de cimarrones y esclavos, propuso la
formación, en 1777, de varias compañías de
milicianos en Popayán, Cali, Buga, Cartago,
Pasto y Barbacoas (88).
El cimarronismo, el bandidaje y los intentos de rebelión general ponen en evidencia la
crisis del sistema y de la sociedad esclavista, la
cual se agudizaría más adelante, dentro del proceso general de evolución de la sociedad colonial, y que comprendería algunas etapas, como
la interrupción de la trata y del comercio de
esclavos, mayor amplitud en los procesos de
manumisión, la libertad de partos y, finalmente,
la abolición de la esclavitud a mediados del
siglo XIX.
Notas
l. Obsérvense los datos y curvas demográficas establecidas
por los investigadores Jaime Jaramillo Uribe Hermes Tovar, Dario Fajardo, Juan Friede y Germán Colmenares.
Sobre la producción de metales, el trabajo de Colmenares:
Historia económica y social de Colombia, Bogotá, 1973.
2. Fierre Vilar, Oro y moneda en la Historia , Barcelona,
1969, pág. 125.
3. Habría que establecer, entre otras cosas, un recuento de
cuadrillas a lo menos para los siglos XVI y XVII, lo que
hasta el momento no parece posible.
4. El licenciado Anuncibay, por ejemplo, solicitaba grandes
cantidades de esclavos para atender la explotación de los
minerales. A.G.I.. Patronato 240, ramo 6. El presidente
de la Audiencia, Antonio González, solicitaba igualmente el envío de esclavos negros para el trabajo de las
minas. A.G.I., Patronato 196, ramo 23. Otras solicitudes
en DIHC, vols VII y VIH.
5. Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos sobre historia social colombiana, Bogotá, págs. 10 y ss. Desde luego, no compartimos la explicación tradicional ni la "razón oficial"
acerca de la embriaguez sistemática del indígena, como
tampoco en la supuesta cobardía ni en la debilidad física
del aborigen frente al esclavo africano. Es posible que
la resistencia pasiva fuese el mecanismo de defensa utilizado ante la explotación de que era objeto. Ciertos
estímulos como el salario, la modificación del tributo,
el trueque, etc., al parecer no despertaron mayor interés
en la población indígena. El trabajo, de Hermes Tovar,
Notas sobre el modo de producción precolombino, 197 4,
pone de relieve la intensa actividad productora anterior
a la Conquista.
6. Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, Cali, 1973, pág. 240, figs. 5-15.
7. A.G.I., Indiferente General 2841. Representación del
Consejo de Indias a S.M., 21 de agosto 1685.
8. Colmenares, ob. cit., pág. 193.
9. Robert West, La minería de aluvión en Colombia durante
el período colonial, Bogotá, 1972, pág. 71.
10. Jorge Orlando Melo, Historia de Colombia, t. I, Medellín, 1977,pág. 341.
11. West, ob. cit., pág. 81, nota 34.
12. Id., pág. 81.
13. Antonio Vásquez de Espinosa, Compendio y descripción
de las Indias Occidentales, Madrid, 1969, págs. 238 y ss.
La esclavitud y la sociedad esclavista
171
14. A.G.I-, Santa Fe, 131, Petición de Francisco Beltrán de
Caicedo, 1618.
26. A.G.I. Contaduria 1418. Testimonio de autos, asiento
de Grillo en Cartagena, 1670.
15. A.G.I. Santa Fe, Doc. 22. Autos de la visita de minas
realizada por Gonzalo Murillo 1640. La movilización de
indios a estas minas -en las únicas que se empleó la mita
en la Nueva Granada- continuaron hasta 1720 por lo
menos, cuando se discutía la abolición de la mita de
Potosí. En 1704 y 1718, por ejemplo, se condujeron a
las minas de Mariquita y Pamplona 2.448 indígenas de
las dos provincias, de los cuales cerca del 70% pertenecían a los partidos de la provincia de Tunja, como Turmequé, Gámeza, Sogamoso, Sáchica, Paipa, Chivatá y
Tenza. A.G.I. Santa Fe, 297. Informe del fiscal de la
Audiencia, 1723.
27. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 81. A diferencia de
lo que ocurrió en otras regiones de América, por ejemplo
en el Perú, los indígenas de la Nueva Granada no adquirieron mano de obra esclava.
16. A.G.I. Santa Fe, 24, Doc. 22. Autos de la visita de minas
realizada por Gonzalo Murillo, 1640.
17. Cohnenares, ob. cit., tablas de producción, págs. 228 y
ss. Compárense las tablas de las págs. 228, 232, y ss.,
así como las figuras de las págs. 236 y 237.
18. En 1556, por ejemplo, se produjo una importante rebelión
de los esclavos en Popayán. A.G.I., Patronato 162, ramo
9.
19. En 1542 se ordenó a los cabildos la elaboración de ordenanzas para evitar que los negros deambularan en las
horas nocturnas. Leyes de Indias, lib. VII. t. V, ley XII.
En 1551 se prohibió el porte de armas a los esclavos.
Desde 1540 se legisló en tomo a los negros cimarrones,
estableciendo severos castigos que iban desde los azotes
hasta la pena de muerte. Respecto de Cartagena, véanse
las ordenanzas de cabildo de 1552 en José Umeta, Documentos para ¡a historia de Cartagena, vol. I, Cartagena,
1887, Doc. 65, págs. 184 y ss.
20. Magnus Momer, "Las comunidades indígenas y la legislación segregacionista en el Nuevo Reino de Granada",
en ACHSC, vol. I, pág. 6, nota 6.
21. El gobernador de Santa Marta, por ejemplo, solicitaba
esclavos para la ganadería y trabajo de hacienda, así
como para la manufuctura de queso, manteca, jabón,
velas, etc. A.G.I., Santa Fe, 1181. Sobre la participación
del esclavo en las haciendas véase, entre otros, Germán
Cohnenares, Las haciendas de ¡os jesuítas en el Nuevo
Reino de Granada, Bogotá, 1969; Orlando Fals Borda,
Historia de la cuestión agraria en Colombia, Bogotá,
1975.
22. A.G.I. Santa Fe, 52, Ramo 5, Doc. 178.
23. A.G.I. Santa Fe, 454. Carta de oficiales reales, Santa
Fe, 472. Cuentas de pago.
28. Jorge Palacios Preciado, La trata de negros por Cartagena
de Indias, Tunja 1973, pág. 70.
29. Para fines del siglo XVII, por ejemplo, el precio de un
negro bozal era de ocho pesos, pero allí mismo podrían
llegar a los 150 y 200 pesos. A.G.I., Indiferente General
2841. Voto singular del consejero Lope de Sierra, sin
fecha.
30. West, ob. cit., pág. 83. Germán Colmenares, Cali, terratenientes, mineros y comerciantes siglo XVIII, Cali,
1975, pág. 92; Palacios P., ob. cit., pág. 142.
31. Geogers Scelle, La traité negriere aux Indes de Castille.
Contrats et traités D' Asiento, París, 1906, pág. 210.
32. Pierre Vilar, Crecimiento y desarrollo, Barcelona, 1964,
pág. 26.
33. Marx, El capital, I, IV, 2; cfr. VILAR, ob. cit., pág.
26, nota 7.
34. Sobre algunos términos y expresiones utilizadas en el
comercio de esclavos, véase Palacios, ob. cit., págs. 373
y
SS.
35. Palacios, ob. cit., págs. 88 y ss.
36. Id., págs, 233 y ss.
37. Id., pág. 156. Véase tabla de reducción de la Cía. de
Francia. Se aprecian algunas diferencias con el tipo de
reducción empleada en el asiento de Grillo de 1669.
A.G.I. Contaduría, 263.
38. lbidem.
39. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 10, nota 3.
40. Rolando Mellafe, La esclavitud en Hispanoamérica, Buenos Aires, 1972, pág. 59.
41. J. Griguievich, "La esclavitud y la Iglesia en la América
Hispano-portuguesa", Ciencias Sociales, Academia de la
URSS, núm. 4, 1977, págs. 142-161.
42. Richard Konetzke, América Latina, Madrid, 1972, pág.
72.
43. Palacios, ob. cit., pág. 36, nota 16.
24. A.G.I. 472 Autos contra José García.
44. Id., págs. 87 y 95.
25. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 45.
45. Id. pág. 233.
172
46. West, ob. cit., pág. 84, nota 49.
cattle) la mayor masa de rendimiento posible en el menor
tiempo" Marx, El capital I, pág. 209.
4 7. Frederick Bowser, El esclavo africano en el Perú colonial,
67. A.G.I. Santa Fe, 52, Ramo 5, Doc. 178. Cuentas y
1524-1650, México, 1977, pág. 108.
advertencias, 1622.
48. Roberto Arrazola, Palenque, primer pueblo libre de
68. Pierre Vilar, ob. cit., págs. 115 y 128.
América, Cartagena 1970, pág. 15.
49. Id., pág. 57.
69. R. West, ob. cit.
50. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., págs. 11 y ss.
70. A.G.I. Santa Fe, 838. Relación de gastos de minas. West
id., pág. 87, nota 67.
51. Aquiles Escalante, El negro en Colombia, Bogotá, 1964,
pág. 5. Roger Bastide, Las Américas negras, Madrid,
1969, pág. 22.
71 . José Urueta, Documentos para la historia de Cartagena
vol. I, Cartagena, 1887, Doc. 65.
52. Para algunas regiones de América existen algunos trabajos
rigurosos e importantes sobre este aspecto, como los de
Gonzalo Aguirre Beltrán, Arturo Ramos, Robert Foguel,
Philip Curtin, etc.
72. Fenómeno que aún se aprecia en algunas manifestaciones
del folklor. Véase, por ejemplo, Rogerio Velásquez,
"Cantares de los tres Ríos. Adivinanzas del Alto y &yo
Chocó", Revista Colombiana de Folklor. vol. 11 núm. 5.
53. Por ejemplo, Rogerio Velásquez, José Arboleda, Aquiles
Escalante, etc.
73. Leyes de Indias, lib. VII, t. V, ley XII y ss.
54. A.G.I. Santa Fe, Ramo 5, Doc. 178.
74. Aristóteles, Política, Lib. I, cap. 6., Madrid, Instituto
de Estudios Políticos, 1951, pág. 11.
55. La Cía. de Cacheu, por ejemplo, condujo a Cartagena,
directamente de las costas africanas, esclavos de Guinea,
San Tomé de casta mina, angola, etc. Bowser, ob. cit.,
pág. 66 y ss., ofrece algunos cuadros étnicos de los afroperuanos que pueden tomarse como referencia para estudios similares en la Nueva Granada.
76. Alonso de Sandoval, El mundo de ¡a esclavitud negra en
América, Bogotá, 1956, Lib. III, cap. VIII, pág. 381.
56. Bowser, ob. cit., pág. 51, nota 10.
77. M. Mómer, ob. cit.
57. R. Konetzke, ob. cit., pág. 69.
78. Datos del trabajo en curso sobre archivos parroquiales de
Fernando Díaz Díaz y Jorge Palacios.
58. Mellafe, ob. cit., pág. 58.
59. Enriqueta Vila, "Los asientos portugueses y el contrabando de negros". AEA, t. XXX, Sevilla, 1973. pág. 6.
60. Cfr. P. Vilar, Oro y moneda en ¡a historia, Barcelona,
1969, pág. 41.
61. G. Scelle, ob. cit.
62. Octavio Iann, Esclavitud y capitalismo, México, 1967,
pág. 60.
63. J. Jaramillo U., ob. cit., págs. 20 y ss.
64. Id., pág. 50. Sobre el status social y el ordenamiento
legal, véase Magnus Momer, La mezcla de razas en la
historia de América Latina, Buenos Aires, 1969, y "Raza
y estratificación social de Hispanoamérica hacia 1800",
lberoamérica, vol. IV, 2, 1974.
65. A.G.I. Santa Fe, 228. Carta del obispo de Cartagena, 25
de septiembre de 1650.
66. " ... en los paises de importación de esclavos es máxima
de explotación de éstos la de que el sistema más eficaz
es el que consiste en estrujar el ganado humano (Human
7 5. Sylvia Vilar, Los predestinados de Guinea, Melanges de
la Casa de Velásquez, París, 1971, pág. 299, nota 2.
79. A.G.I. Patronato, 162, Ramo 9.
80. J. Vásquez de Espinosa, ob. cit., pág. 239.
81. R. Arrazola ob. cit., pág. 15.
82. Id., pág. 26.
83. Orlando Fals Borda, ob. cit., pág. 59.
84. En 1719, por ejemplo, ante la noticia de un posible ataque
inglés, se concertaron los servicios de algunos negros del
Palenque para la defensa del puerto. A.G.I., Santa Fe,
453.
85. Véase, por ejemplo, Arrazola, ob. cit. y María Borrego
Pla, Palenques de negros en Cartagena de Indias a fines
del siglo XVII, Sevilla, 1973.
86. Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 69.
87. A.G.I. Santa Fe, 472, Cartadel29 de noviembre de 1721.
88. A.G.I. Quito, 574, Carta de Diego Nieto al virrey, 15
de marzo de 1777.
La esclavitud y la sociedad esclavista
173
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1
La administración colonial
175
La administración colonial
Jaime Jaramillo Uribe
Etapas de la administración colonial
E
spaña y Portugal fueron las primeras naciones europeas que formaron un gran imperio
colonial y que tuvieron que asumir la tarea de
organizarlo administrativamente. Más tarde surgieron los imperios inglés, francés y holandés
cuando ya España tenía una experiencia centenaria en matena de administración colonial ( 1).
La organización administrativa de España
en América podría dividirse en tres grandes períodos. El primero, que coincide con el proceso
de descubnmiento y conquista, es un período
de experimentación y tanteos, representado por
las capitulaciones entre la Corona y los primeros
conquistadores que con el título de adelantados
impusieron su voluntad personal en un proceso
de explotación y rapiña que poco tenía que ver
con una organizacion institucional. El segundo
se inicia con la fundación de las primeras audiencias y la promulgación de las primeras Leyes
de Indias, particularmente con las de 1542, expendidas por Carlos V, en la Ciudad de Burgos.
En este momento es la monarquía, el Estado
español, el que asume el control y ejercita sus
plenos derechos soberanos sobre los nuevos territorios. Los siglos subsiguientes XVII y XVIII,
verán surgir la imponente y compleja organización burocrática, Jurídica, social y política del
Estado español de las Indias, tal como se configuró durante el reinado de los Austrias. Las
reformas introducidas por los reyes Barbones,
a partir de Felipe V, en los comienzos del siglo
XVIII, constituyen la tercera etapa que se prolonga hasta la emancipación de los territorios
americanos. La obra de Carlos III, representa
el momento culminante y más significativo de
tales reformas. Las tres etapas pueden seguirse
en la historia de la administración española en
el Nuevo Reino de Granada (2).
Los principios generales que configuran
la administración colonial
En el momento de producirse la conquista
y colonización de América, España estaoa ya
organizada como una monarquía nacional absoluta que no compartía sus derechos de soberanía
con los poderes feudales. Este rasgo característico del Estado español se acentúa todavía más
en los territorios americanos. El Imperio será
dirigido y administrado desde Madrid, a través
de los órganos especialmente creados para el
ejercicio del control político y económico centralizado, auxiliados por una legislación unitaria
en sus principios, instrumentada por una burocracia de organización jerárquica, hasta cierto
punto especializada en sus funciones y en última
mstancia controlada desde la dirección central
del Imperio. En la cúspide de dicha jerarquía
176
estaba el Rey; debajo, en orden descendente, el
Consejo de Indias, las audiencias de América,
los virreyes, los cabildos y los tribunales reales
y una cadena de funcionarios políticos y fiscales
que iban desde los capitanes generales, los gobernadores y los corregidores, hasta los alcaldes, los escribanos y los alguaciles.
Es cierto que a medida que fue complicándose la vida colonial los órganos administrativos
de audiencias, virreinatos y capitanías generales
fueron adquiriendo mayor poder decisorio y discrecional y algún grado de autonomía y que los
funcionarios americanos gozaron de poderes de
interpretación de la ley, conforme a los factores
reales que actuaban en los diversos territorios;
pero es igualmente cierto que las decisiones fundamentales en el campo político, jurídico y económico emanaban de la dirección central de la
monarquía y que la solución de los litigios importantes o el establecimiento de los principios
institucionales en que se basaba la vida social
de los territorios del Imperio debían recibir la
confirmación o la decisión final y original de
los órganos centrales. Las últimas y decisivas
instancias eran el Rey y sus consejos. Desde
luego, esta administración jerárquica y centralizada no se identificaba con un sistema arbitrario
y desprovisto de apoyos en la realidad de los
territorios ultramarinos y aún en la voluntad o
el consentimiento y las necesidades de sus habitantes. Un sistema de consultas e información,
lento, costoso y complicado las más de las veces, pero real y efectivo en amplia medida, permitían la realización de una política realista,
que se fue perfeccionando con el correr de los
tiempos a través de un proceso de ensayos y
rectificaciones. Tal era la función que llenaban
instituciones como la visita, la residencia y las
relaciones que virreyes, presidentes y capitanes
generales debían presentar al final de su mandato, y además, el ir y venir constantes de consultas e informaciones sobre los más variados negocios de la adminstración colonial.
Organizada cuando la concepción mercantilista de las nacientes monarquías nacionales
europeas estaba ya configurada, la administración colonial española se caracterizó por su sentido reglamentarista. Todas las actividades, funciones, obligaciones y derechos, tanto de los
funcionarios como de los súbditos fueron reglamentadas en leyes, reales cédulas, acuerdos de
audiencias y resoluciones de los cabildos. Desde
las cuestiones de la Hacienda Real, hasta las
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
más minúsculas cuestiones de competencias jurisdiccionales y protocolo estuvieron reglamentadas.
Intimamente unido a este afán reglamentarista, estaba el intervencionismo. El Estado español de las Indias, fue un Estado intervencionista en el más amplio sentido de la palabra. A
ello conducían no sólo las doctrinas dominantes
en la metrópoli, sobre la soberanía real absoluta,
practicada por los monarcas de la Casa de Austria e intensificada por los reyes Barbones a
partir de Felipe v, sino también las características de la sociedad de castas que se pretendía
mantener en América. De ahí que los órganos
de la administración española, especialmente
sus audiencias y cabildos, intervinieron y reglamentaron desde los mercados y los abastos hasta
las profesiones y su ejercicio, los vestidos y
armas que podían llevar sus habitantes y las
órdenes de precedencia que debían cumplirse
en ceremonias civiles y religiosas (3).
La necesidad de controlar y administrar un
vasto territorio como el Imperio Colonial de
América, condujo a los administradores españoles a introducir una amplia estructura de normas
e instituciones comunes y uniformes. La administración colonial española de América fue una
de las primeras en aplicar en amplia escala los
conceptos de administración racional y burocratizada que caracteriza a los estados modernos.
Un elemento de dicha racionalidad era la uniformidad. Sin unas normas y unas instituciones
comunes era imposible el control y explotación
de los territorios imperiales. Por eso fueron comunes instituciones como la Audiencia y el cabildo, y comunes la designación y funciones de
la burocracia política y administrativa: virreyes,
presidentes, gobernadores, capitanes generales,
alcaldes, corregidores. De ahí también el corpus
legislativo representado por las leyes y cedularios que constituyen el contenido del derecho
indiano.
Sin embargo, un alto grado de uniformidad
no fue incompatible con un marcado casuismo.
La diversidad de los territorios americanos se
hizo patente desde los comienzos de la colonización. Diversas culturas, diversas densidades
de población, diferentes territorios geográficos,
disímiles riquezas fueron imponiendo normas
legales y procedimientos administrativos diferentes. Aún dentro de una misma Audiencia o
virreinato la diversidad regional fue obligando
a diferenciar la legislación y la gestión administrativa. También el tiempo impuso sus cambios
La administración colonial
y adaptaciones sucesivos. Esa variación se hace
evidente en la legislación sobre encomiendas,
minas, poblamiento, jurisdicción, etc., que fue
una en el siglo XVI, otra en el XVII y otra en
el XVIII. El se obedece pero no se cumple con
que respondían las autoridades coloniales en
ciertas ocasiones al recibir una nueva disposición legal procedente de Madrid, era un principio de realismo político que evitó en muchas
oportunidades desaciertos y conflictos. Interpretado a veces como expresión de una actitud anárquica y ajena a las prácticas de la vida jurídica,
su sentido práctico y racional ha sido destacado
por historiadores y juristas, aun por lo menos
sospechosos de simpatía por la obra de España
en América (4).
Por sus mismas características de interventor y reglamentarista, y por su mismo carácter
de dominación colonial, el Estado colonial americano fue un Estado altamente burocratizado.
Como lo es, por otra parte, todo Estado moderno. Pero a las condiciones de una sociedad en
que el ciudadano debe contar para casi todas
sus actividades públicas con el funcionario estatal, en América se presentaban otras que acentuaban la función y la presencia de la burocracia.
La necesidad de dar ocupación y prebendas a
los españoles peninsulares era una de ellas; el
limitado desarrollo de la economía privada era
otro. Finalmente, la aversión a las ocupaciones
llamadas innobles por parte de españoles y criollos, engendraba el gusto y la necesidad del
cargo público, que por otra parte era un motivo
de prestigio social. El carácter prebendario y el
escaso desarrollo educativo de sus territorios
coloniales, fueron un gran obstáculo para el reclutamiento de una burocracia eficaz, sobre todo
en los cargos medios. La ignorancia y la ineficacia de los funcionarios es una de las continuas
quejas de los virreyes y visitadores reales. Sumada a factores como la corrupción, que propiciaban por igual las bajas remuneraciones, la
inexistencia del espíritu de servicio y la impreparación, que en ocasiones llegaba hasta la falta
del saber leer y escribir, constituyeron los varios
motivos de la ineficiencia de la administración
colonial (5).
No conoció la administración colonial el
principio de la separación de poderes que caracteriza a los estados modernos, tal como estos
se organizaron después de la Revolución Francesa. El concepto de soberanía, radicado en el
Rey y por extensión en sus agentes, se tomaba
177
como el poder de legislar,juzgar y hacer ejecutar
las decisiones estatales. De manera que los diferentes órganos y funcionarios del Estado podían, y de hecho ejercían conjuntamente las fimciones de juzgar, legislar y ejecutar. Así ocurría,
por ejemplo, en el caso de los virreyes, presidentes y audiencias y aun en los funcionarios de
menor categoría como corregidores, gobernadores y alcaldes que pudieron, simultáneamente,
dictar providencias de carácter legal, servir de
instancia de apelación en los litigios civiles y criminales y ordenar el cumplimiento de las leyes.
Los peligros inherentes a la concentración
de poderes indicada en el párrafo anterior, eran
contrabalanceados por el control mutuo y la interdependencia que existía entre los diversos
órganos administrativos. La desconfianza y el
temor al abuso del poder de la burocracia parecía
inspirar la política de la Corona ( 6). La necesidad de la confirmación real para muchas decisiones de virreyes, el sistema de consultas obligatorias y la provisional aplicación de las normas
que solía encabezarse con la expresión "por ahora", mantenían los límites jurisdiccionales de
instituciones y funcionarios. Los poderes otorgados a una instancia, eran contrabalanceados
con alguna forma de intervención de otra. El
sistema se daba con suma claridad en el caso
de los virreyes y las audiencias. Aunque los
poderes de los primeros fueron muy amplios,
como representantes de la soberanía real, sin
embargo, éstos debían actuar en armonía y contacto permanente con la Audiencia y sus oidores.
Recíprocamente el virrey, como presidente de
la Audiencia, influía en las decisiones de ésta.
La historia de las disputas jurisdiccionales y de
las relaciones entre virreyes y audiencias, demuestra que ese mutuo control fue algo más que
una norma teórica (7).
Organos de la administración colonial
Desde comienzos del siglo XVI hasta las
administraciones borbónicas que redujeron considerablemente sus funciones en el siglo XVIII,
el Consejo de Indias, constituido en forma definitiva en 1518, fue el órgano supremo de la
administración colonial española. En su seno
fue donde se elaboró la enorme y complicada
legislación de Indias y por su conducto se realizó
la política colonizadora. El Consejo ejercía simultáneamente las funciones de órgano de consulta para todos los asuntos referentes a las In-
178
días, supremo cuerpo legislativo y máximo tribunal de apelación en asuntos contenciosos civiles, administrativos y criminales (8).
En su época de mayor importancia, es decir, durante los reinados de Carlos v y Felipe II,
el Consejo estaba compuesto de varios consejeros, hacia 1600, generalmente juristas o
teólogos, un secretario, un fiscal de la Corona,
varios procuradores, entre ellos uno de pobres,
varios notarios y numerosos oficiales como relatores, conserjes, alguaciles, etc. Durante el
reinado de Felipe II, se agregaron un cronista
mayor, cargo que desempeñó Antonio de Herrera, autor de la Historia General de Indias (Décadas) y un cosmógrafo, función ejercida por
primera vez por Juan López de Velasco, redactor
de la famosa Descripción de las Indias Occidentales.
Las funciones del Consejo era muy amplias. Debía en primer lugar proteger la población indígena; proponía al Rey las personas para
los cargos eclesiásticos y civiles, lo mismo que
para recibir mercedes, privilegios o beneficios.
Controlaba la administración de la Hacienda.
Desempeñaba funciones legislativas y judiciales, elaborando leyes para las colonias. Revisaba
y aprobaba las ordenanzas dictadas por los oficiales reales en los territorios americanos y por
las autoridades eclesiásticas en desarrollo del
Regio Patronato. Era la Suprema Corte de Justicia en asuntos civiles y criminales. Defmía los
recursos de apelación en las controversias sobre
sumas mayores de 600 pesos, límite que varió
con el tiempo hasta llegar a la suma de 10.000
pesos. Defmía en última instancia sobre las sentencias de la Casa de Contratación y sobre los
asuntos relacionados con los repartimientos de
indígenas. Finalmente ordenaba las visitas generales y especiales a los territorios ultramarinos.
Con el advenimiento al trono español de
la dinastía de los Barbones, el Consejo, y los
tradicionales órganos de administración de las
Indias como la Casa de Contratación perdieron
importancia. En 1714, Felipe v reorganizó el
gobierno siguiendo el modelo de la administración francesa. Los consejos reales fueron sustituidos por un gabinete de ministros o secretarios.
Al Ministro de Marina y de Indias fueron asignados los más importantes asuntos comerciales,
militares, de hacienda y navegación referentes
a América. También el nombramiento de los
principales cargos políticos y judiciales incluyendo los miembros del Consejo de Indias que
Nueva Historia de Colombia.
Vol. 1
cada vez tomó más carácter de un cuerpo exclusivamente consultivo.
Fundada en 1503, la Casa de Contratación
fue el primer organismo de las relaciones comerciales con el Nuevo Mundo y el primer órgano
consultivo de la Corona en asuntos referentes a
Indias. Controlaba el envío de flotas y pasqjeros
la importación y la exportación de mercancías,
graduando los derechos de aduana y haciendo
efectivos los ingresos reales. En 1510 la Casa
adquirió facultades legislativas en materias de
hacienda y de justicia en procesos fiscales. Se
transformó así en tribunal mercantil con jurisdicción civil y criminal en materias de comercio
y navegación. En 1543, al fundarse el Tribunal
del Consulado, muchas de sus funciones pasaron
a este nuevo organismo encargado de regular
todo lo referente a la justicia comercial y al
gremio de los comerciantes (9).
Las reales audiencias, creadas en territorios
americanos a partir de 1511, con la fundación
de la de Santo Domingo, fueron la célula central
de la administración colonial. Organizadas según el modelo de las audiencias peninsulares
como tribunales de Justicia, en América adquirieron amplias funciones de gobierno. Estaban
compuestas por un número variable de magistrados llamados oidores y un cuerpo de funcionarios que incluía fiscales, escribanos, alcaldes
de corte, procuradores, notarios y alguaciles.
Como corte judicial la Audiencia servía de
tribunal de apelación de providencias dictadas
por tribunales inferiores o por funcionarios coloniales como gobernadores o corregidores. En
asuntos de mayor cuantía actuaba como tribunal
de primera instancia. Conocía también del
llamado recurso de fuerza contra las disposiciones de funcionarios eclesiásticos. Poseía igualmente jurisdicción criminal sobre casos ocurridos a cinco leguas a la redonda de su ubicación.
La protección de los indios le estaba especialmente encomendada y a partir de 1609, decidía
en primera instancia todos los litigios referentes
a encomiendas. Conocía también de los litigios
de carácter secular que se producían entre órdenes religiosas y de los delitos cometidos por
eclesiásticos en violación de las leyes civiles.
Los poderes legislativos de la Audiencia eran
muy amplios. A través de sus acuerdos, prácticamente podían legislar sobre todos los asuntos
no contemplados en las leyes o cédulas reales
y reglamentados con carácter más general. Cubrían campos como el comercio, los precios,
La administración colonial
los abastos, asuntos de tierras, composiciones,
encomiendas, caminos, hacienda, régimen de
policía, etc.
Era además, órgano de consulta para las
gestiones de presidentes y virreyes, quienes debían actuar en armonía con ellas, no obstante
las múltiples tensiones y conflictos que se presentaron en la historia de sus relaciones. Actuando colectivamente, con el carácter de Real
Acuerdo, la Audiencia llegó a ser, en suma, el
cuerpo central del gobierno en los territorios
americanos ( 1O).
Formas de control e información
Para controlar la conducta de sus funcionarios y establecer su responsabilidad, la administración colonial española dispuso de dos instituciones: La Visita y la Residencia. Esta última
tomaba la forma de un juicio -juicio de residencia-, conducido por un juez de residencia, nombrado por el Consejo de Indias en los casos de
cargos que dependían directamente de Madrid,
y por el virrey o la Audiencia para los funcionarios que desempeñaban cargos por nombramiento de estas dos instancias o por compra de
ellos. Consistía la residencia en una investigación sobre la conducta y manejo de los asuntos
confiados a cargo de los funcionarios reales,
particularmente de aquellos que tenían jurisdicción y manejo de caudales. Generalmente se
hacía al finalizar el período, cuando se trataba
de nombramientos a término fijo. Tal era el caso
general de los virreyes, nombrados ordinariamente para un período de 5 años. Si el caso era
de empleos o cargos perpetuos, la residencia
solía ordenarse cada tres años. De acuerdo al
menos a los términos legales, ningún funcionario podía dejar el cargo o transferirlo a un sustituto hasta que no se hubiera definido su situación por sentencia del juicio de residencia ( 11).
Nombrado el juez, éste se trasladaba al
lugar de domicilio del residenciado, con secretario y escribano. Iniciaba su labor haciendo
saber públicamente que se adelantaba la residencia y que se recibían testimonios y quejas sobre
la conducta y actividades del funcionario. Generalmente se llamaba a rendir testimonio a los
vecinos más notables de la ciudad, villa o aldea,
sobre la base de un prolijo y estereotipado cuestionario, que incluía preguntas sobre cumplimiento de las leyes, manejo de los caudales
reales, costumbres morales públicas y privadas,
179
nepotismo, favoritismo, protección de los indios, diligencia en el despacho de sus funciones,
etc. Los cuestionarios eran prolijos y llegaban
a contener hasta 50 preguntas. El juicio terminaba con una sentencia, absolutoria o condenatoria. Las condenas incluían desde multas monetarias hasta la pena de muerte. Las que se
referían a los altos funcionarios como los oidores de Audiencia, virreyes, presidentes o capitanes generales, requerían confirmación del Consejo de Indias.
Como ocurría de hecho con muchas otras
instituciones indianas, el juicio de residencia no
siempre se hacía efectivo y lograba sus propósitos. Muchos de ellos no concluían con sentencia; otros duraban períodos interminables y finalmente no era excepcional que por medio de
influencias se eximiera de él a funcionarios,
especialmente cuando ocupaban altos cargos.
Un agudo observador de la administración colonial americana, Alejandro de Humboldt, escribió a fines del siglo XVIII: "Si un virrey es rico,
astuto, y tiene el respaldo de un desvergonzado
consejero en América y poderosos amigos en
Madrid, puede gobernar arbitrariamente sin temor a una residencia. Además, un oficial deshonesto estaba siempre listo a usar el soborno, con
grandes probabilidades de éxito, para vencer los
escrúpulos del comisionado para escapar a las
sanciones, y con frecuencia esta conducta delictuosa surgía de la misma información sumaria
de la residencia" (12).
Algunos comentaristas han observado que,
dadas las condiciones de la vida social de las
colonias, la residencia en no pocas ocasiones
era desfigurada en sus fines. Frecuentemente servía de instrumento de venganzas o por el contrario de encubrimiento de conductas delictuosas.
Los testigos podían utilizar sus testimonios en
uno u otro sentido. Podía ocurrir también, y de
hecho el caso era quizás el más frecuente, que
los testimonios fueran tan anodinos y vagos,
que sobre ellos no podía apoyarse una sentencia,
sobre todo condenatoria (13).
Las relaciones de mando que tenían que
hacer los virreyes y presidentes de Audiencia
al terminar su período de gobierno, fueron un
complemento de los juicios de residencia. Destinadas a informar a sus sucesores sobre el estado
de los territorios a su cargo y sobre su gestión
gubernamental, incluían descripciones del estado de las rentas y situación de la Real Hacienda, los caminos y vías de comunicación, los
180
asuntos eclesiásticos, la situación de los indígenas, la salubridad y el urbanismo, la vida política y militar, etc. Las 9 Relaciones de Mando
del Siglo XVIII, que incluyen la del presidente
Manso (1729) y la de los virreyes Eslava, escrita
por el oidor Berástequi (1751), Solís (1760),
Messía de la Zerda (1772), Guirior (1776), Caballero y Góngora (1789), Ezpeleta (1796),
Mendinueta (1803), Montalvo (1818), se cuentan entre los más valiosos documentos que dejó
el gobierno colonial para el estudio de la situación social, económica y política del Virreinato
de la Nueva Granada en la última centuria de
la dominación española (14).
Constituyó el segundo instrumento de control e información de que dispuso la Corona.
Las hubo generales y especiales. Las primeras
se ordenaban sin sujeción a períodos fijos y
tenían por objeto obtener amplios informes sobre la marcha de la administración, la economía,
la hacienda y, sobre todo, la situación de la
población indígena. Estaban a cargo de un visitador general (por ejemplo, las de Monzón
Prieto de Orellana, Saldiesne Nuño de Villavicencio, Zambrano, Rodríguez de San Isidro y
Juan Cornejo) y fueron muy frecuentes en el
siglo XVI y en la primera mitad del siglo XVII.
Un nuevo e importante ciclo de visitas se presentó en la segunda mitad del siglo XVIII. Las
especiales (o visitas "de la tierra") por ejemplo,
las de !barra, Ega, Henríquez, Villabona, tenían
por objeto el estudio de una situación particular,
fuera de una región o de un problema. Las visitas
de la tierra fueron encomendadas a los oidores
de Audiencia. Las generales a delegados especiales del Rey enviados para tal fin a los territorios americanos. Estas últimas solían hacerse
cuando se presentaban ante las autoridades quejas sobre abusos, deshonestidad o ineficiencia
de algún funcionario. Los investigadores tomaban en este caso el nombre de pesquisadores o
jueces de comisión y estaban sujetos al recurso
de recusación, para evitar persecuciones y venganzas que no eran infrecuentes en el ambiente
de la época.
En la historia administrativa del Nuevo
Reino de Granada se destacan tres ciclos de
visitas de la tierra. Las de la segunda mitad del
siglo XVI (1550-1600), momento de fundación
de la Real Audiencia; las de comienzos del XVII
y las de mediados del siglo XVIII. La principal
finalidad de estas visitas era el recuento de la
población indígena y el examen de sus condicio-
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
nes de vida, la tasación de los tributos y el
control del cumplimiento de las normas que regulaban el régimen de encomiendas. Las del
siglo XVIII suministran un material informativo
más amplio relacionado con el estado general
de las provincias, las rentas de la Hacienda Real,
el funcionamiento de los cabildos, los problemas
de la tierra y el poblamiento y la situación demográfica de los diversos grupos socio-raciales (15).
Para el conocimiento de la situación general del Nuevo Reino en la segunda mitad del
siglo XVIII y de los problemas que tuvo que
afrontar la administración virreina!, son particularmente importantes las visitas que efectuaron
en el oriente del virreinato los oidores Verdugo
y Oquendo, el corregidor de Tunja José María
Campuzano y Lanz, Aréstegui y Escuto (1758)
y el fiscal de la Audiencia Francisco Antonio
Moreno y Escandón (16). La información demográfica, fiscal y administrativa acopiada en ellas
sirvió en parte muy considerable a la orientación
de los virreyes y a las reformas administrativas
intentadas por el regente Gutiérrez de Piñeres
en 1780. Del examen de sus informaciones las
autoridades virreinales establecieron ciertos hechos e intentaron fundar una nueva política de
distribución de tierras y poblamiento. Observaron en primer lugar la disminución de la población indígena y el aumento de la blanca y mestiza. Comprobaron también la existencia de algunos fenómenos relacionados con la propiedad
de la tierra, determinados justamente por el cambio demográfico que se había producido después
de las visitas efectuadas a comienzos del siglo
XVII. En efecto, las tierras de resguardo otorgadas entonces resultaban ahora excesivas para el
número de indígenas asentado en ellas, hasta el
punto de que éstas llegaron a darles parcialmente
en arriendo a la creciente población blanca y
mestiza. Por otra parte, el descenso demográfico
del grupo indígena hizo más dificil y costosa
la administración eclesiástica y civil de los pueblos de indios que rendían cada vez menores
tributos y que por su reducido tamaño justificaban cada vez menos la presencia e intervención
de funcionarios civiles y eclesiásticos. Ante esta
situación las autoridades virreinales iniciaron
una política de concentración de pueblos que
tuvo múltiples incidencias y dificultades. Al
mismo tiempo se trató de reducir las tierras de
resguardo, sacando a remate las que dejaban los
pueblos suprimidos o las que se disminuían a
los antiguos resguardos, buscando así fortificar
La administración colonial
el fisco y dotar de tierra a la población blanca
y mestiza que carecía de ella o pretendía ampliar
sus propiedades a costa de la propiedad indígena. Tal política no se llevó a efecto sin resistencias de la población indígena y sin controversias
entre los funcionarios reales. Así lo revelan numerosos documentos de la época, particularmente el largo informe rendido al virrey Flórez
por el regente visitador Juan Francisco Gutiérrez
de Piñeres, donde critica duramente al abanderado de esta política, el criollo y fiscal de la
Real Audiencia Francisco Antonio Moreno y
Escandón, a quien acusa de haberse extralimitado en sus funciones y haber adelantado una
política de traslado y eliminación de pueblos
inconveniente y que expedía a las órdenes reales
que sólo le habían encomendado el empadronamiento y descripción de tales poblaciones ( 17).
Competencias de Jurisdicción
Una de las características de la administración colonial fue la falta de unos límites precisos
en la jurisdicción de los funcionarios y las instituciones. De ahí que los conflictos de competencia fueran constantes y restaran eficacia a la
gestión gubernamental (18). Las colisiones entre
virreyes y Real Audiencia, sobre todo, fueron
continuas. El establecimiento del virreinato en
el Nuevo Reino de Granada puso de manifiesto
el fenómeno desde sus comienzos. Eslava, una
personalidad enérgica y activa desde los primeros meses de su gestión, tuvo que acudir a la
Corona solicitando aclaraciones y demandando
poderes para resolver sus conflictos con la Audiencia de Santa Fe (19). Se le otorgaron en Real
Cédula de agosto de 1739, que sin embargo
incluía la recomendación de "comunicar y tratar
con la Audiencia", en casos como el nombramiento e instrucciones de gobernadores. En la
correspondencia sostenida con el Real Consejo
de Indias, el virrey llegó a quejarse hasta de las
"vejaciones y desacatos" de que fue víctima por
parte de los oidores.
Los mismos conflictos se presentaban entre
la Audiencia y los Tribunales de Cuentas a propósito de problemas cotidianos como la calificación de fianzas y otros semejantes. Las autoridades metropolitanas, el Rey y el Consejo de
Indias, nunca tuvieron en este aspecto de la
política colonial un criterio definido y claro. Al
parecer sostuvieron una actitud ambigua encaminada a mantener en el gobierno de América
181
un equilibrio de poderes y un mutuo control de
las diversas instancias de la gestión gubernamental y a impedir el predominio de una de
ellas. No debe olvidarse que el estado español
indiano no conoció, ni se organizó sobre la base
del principio moderno de la separación de poderes u órganos de la administración pública. Este
hecho, por supuesto, aumentaba los conflictos
de jurisdicción.
La inasistencia a funciones, la lentitud en
el despacho de los asuntos confiados a su cargo,
el cierre de actividades por días feriados fue un
fenómeno frecuente aun en instituciones como
la Real Audiencia. La Real Cédula de mayo de
1789 hubo de reglamentar y reducir el número
de días feriados y de obligaciones protocolarias
que deberían cumplir los oidores. El despacho
sólo podría cerrarse los "días de fiesta que celebra la Iglesia como de precepto, aunque sólo
sea de oír misa, los días de la Virgen del Carmen
y la Virgen del Pilar, el día de los Angeles; en
las vacaciones de Resurrección desde el Domingo de Ramos hasta el martes de Pascua; en
los de N avi dad, desde el 25 de diciembre hasta
el lo. de enero; en los días de carnestolendas
hasta el miércoles de ceniza, inclusive" (20).
La lucha de las autoridades metropolitanas
contra la lentitud, el abandono de funciones y
la dedicación de los funcionarios a sus menesteres privados, fue continua. Reales cédulas de
1789, y 1790, ordenaban, una vez más, "que
los ministros de los Dominios de Indias se dedicaran muy especialmente a sus obligaciones,
conteniéndose cada uno de lo que pertenece a
su empleo". La Real Cédula de 1790 ordenaba,
además, que la Real Audiencia enviara cada año
una relación pormenorizada de los asuntos despachados y de los pendientes en el respectivo
período. El compartir las gestiones públicas con
negocios privados de comercio y actividades
agrícolas, fue un hecho común sobre todo entre
corregidores y miembros de la burocracia menor. De ahí que fuera éste uno de los aspectos
en que insistían los juicios de residencia y sobre
los cuales eran interrogados los testigos (21 ).
El mal se presentaba también en los cabildos. Estos fueron en el caso general inoperantes,
con excepción de los cabildos de ciudades de
alguna importancia, por ausencia permanente
de los regidores que preferían vivir en sus estancias a permanecer en las villas y poblados. En
comunicación del virrey Ezpeleta a la Audiencia
de Santa Fe, el 29 de agosto de 1795, se quejaba
182
éste del estado de postración a que había llegado
el cabildo de la capital. "El número de regidores,
decía, se hallaba reducido a 6, de los cuales
dos son hermanos, lo que es un inconveniente",
y 4 son hacendados que viven ausentes durante
casi todo el año. Agrega que la laxitud de la
institución había llegado a tal extremo, que para
ocupar los cargos vacantes entonces, no se habían presentado postores "a pesar de la baratura
de los oficios, el último de los cuales se remató
por 80 pesos, lo que podía facilitar la entrada
a ellos de los sujetos menos idóneos". La situación había llegado a tal extremo, que el fiscal
de la Audiencia había propuesto que el virrey
hiciera uso de su facultad de nombrar interinos
por 5 años, "sin perjuicio de pregones y remates", obligando a los designados a aceptar el
cargo (22). Si esto ocurría en la capital del virreinato, puede suponerse lo que acontecía en cabildos menos importantes del Reino.
En general los altos cargos de la burocracia
colonial fueron reservados para premiar servicios a la Corona fuera en la propia administración peninsular o en las colonias, fuera en el
ejército o la marina, y en no pocas ocasiones
para otorgar mercedes y canonjías a los validos
de los altos funcionarios reales. Sin embargo,
gracias sobre todo al Consejo de Indias, para
los altos cargos políticos, especialmente para
presidentes, virreyes, y oidores de Audiencia,
se exigieron servicios, experiencia y títulos de
jurista o letrado (23). Estos cargos que generalmente llevaban anexa jurisdicción y mando político, estuvieron por fuera del sistema de remate
y venta, generalmente dependieron directamente del Rey y se concedieron para períodos
fijos. Virreyes, oidores y presidentes fueron
nombrados por cinco años; pero fue muy frecuente -y ese fue el caso de los virreyes neogranadinos- se prorrogaron los períodos hasta 10
años. En el caso de los oidores de Audiencia
los períodos fueron generalmente largos. 10,
15, 20 años, no eran infrecuentes. Esto último
fue un motivo de reiteradas quejas de los virreyes pues, por una parte, los largos períodos
terminaban en complejas vinculaciones de intereses y parentescos, y por otra, la vejez y los
achaques de muchos funcionarios eran un motivo de ineficiencia administrativa (24 ).
Como la provisión de cargos públicos era
considerada una regalía de la Corona, hubo en
la administración colonial una considerable cantidad que se adjudicaba por venta en subasta
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
pública. Entre ellos se hallaron los llamados
oficios de pluma (escribanos, relatores, etc.) y
un buen número de los cargos de la Real Hacienda (recaudadores, veedores, tesoreros,
etc.). También fueron vendibles los llamados
oficios concejiles de los municipios (regidores,)
alcaldes, alguaciles, etc.). Fue este un recurso
fiscal del Estado y a pesar de las reiterdas críticas
que se le hicieron el sistema se sostuvo hasta
fines de la dominación española. Los cargos así
obtenidos podían ser vitalicios y en ocasiones
transmitirse por herencia y a perpetuidad según
la fórmula llamada a juro de heredadperpetua.
La venta de cargos públicos fue una de las
grandes fallas de la administración colonial. Los
funcionarios beneficiarios de ellos frecuentemente abusaron de sus funciones tratando de
obtener el mayor lucro posible, no obstante que
la Corona nunca abandonó sus facultades de
control, ni su derecho a imponer sanciones. Los
tenedores de ellos estaban sujetos a residencia
y visita y al requisito de fianza que se trataba
del manejo de caudales públicos.
Otra modalidad de la asignación de cargos
estuvo constituida por las llamadas futuras en
el lenguaje de la época. Consistía esta figura
en el otorgamiento de una posición administrativa, por excepción de un cargo de carácter político jurisdiccional como una gobernación de
provincia, para ser ocupada por el beneficiario
en el momento en que quedara vacante. El sistema se usó para recompensar servicios al Estado o para gratificar donaciones en dinero al
tesoro real en casos de emergencia fiscal. Fue,
pues, en muchas ocasiones, una venta disimulada.
Hubo en la burocracia colonial un sector
relativamente profesionalizado. Servicios como
el judicial y el prestado por las casas de amonedación y ensaye de metales exigieron a sus funcionarios títulos e idoneidad técnica. Los servicios públicos fueron también protegidos por un
sistema de jubilaciones y pensiones exentas de
pagos fiscales como la media anata. Al producirse vacantes en el escalafón de los cargos,
generalmente se prefería a quienes estuvieran
incorporados en cargos inmediatamente inferiores y cuando por las necesidades del servicio
un funcionario tenía que ocupar un cargo con
menor remuneración de la que antes recibía, la
ley ordenaba que siguiera recibiendo el salario
anterior más favorable. Muchas de estas reglamentaciones y prácticas indican pues, la existen-
La administración colonial
cia de un principio de carrera administrativa en
el sentido moderno.
Los salarios de la burocracia colonial fueron en general bajos, especialmente en el virreinato de la Nueva Granada. Sólo los virreyes
devengaron altos sueldos. El de Nueva Granada
recibía 40.000 pesos anuales, para sus gastos
totales que incluían el sostenimiento de un amplio séquito de servidores personales.
Los oidores solían recibir alrededor de
5.000 pesos y 2.500 los gobernadores y capitanes generales. Corregidores, alcaldes mayores,
recaudadores o funcionarios de la Real Hacienda, tuvieron bajos salarios, lo que producía varios fenómenos observados reiteradamente por
los virreyes en sus informes a la Corona: mezcla
de funciones públicas con actividades privadas,
corrupción, lentitud en la resolución de los problemas.
"Yo soy de parecer, decía el virrey Solís, que
siempre que con reflexión de distancias, comercio y otros antecedentes, ocurra luz para poner
este género de cajas y oficiales reales, con el
sueldo de seis por ciento de lo que ingrese, no
se excuse el hacerlo; porque se empeñan en su
cuidado y mayor aumento por el mayor que les
cabe, y se corta el descuido que pueda haber
en territorios tan dilatados con otras cajas, y de
lo mucho que a ellas ocurre, y el que siempre
han tenido los alcaldes ordinarios que han manejado la Hacienda en estos lugares retirados,
como que lo hacen por un año, sin sueldo y
entre sus compatriotas. Pero es menester sostener a los puestos y a los que se pusieren; porque
es mucho lo que los hacen padecer los vecinos
y habitantes del país, eclesiásticos y seculares,
como acostumbrados a vivir con fraude de los
derechos reales" (25).
Sobre las dificultades para reclutar funcionarios debido a los bajos salarios y sobre la
corrupción y el fraude que esta situación propiciaba, se expresaba el virrey Mendinueta: "Nada
es más difícil que la elección de sujetos para
los pequeños destinos -corregidores, recaudadores, escribanos, etc.-, porque careciendo de
aliciente justo y permitido, hay el recelo de que
se haga un abuso de autoridad para existir a
expensas del público y con perjuicio suyo" (26).
El mismo alto funcionario, al finalizar su
período, se refería a la lentitud de las decisiones
administrativas, sobre todo de las que debían
consultarse a la metrópoli, y ejemplificaba sus
opiniones historeando el caso de la solicitud
183
hecha en 1776 por el virrey Flórez para que se
crease una sala especial de asuntos criminales
en la Audiencia, solicitud reiterada por Ezpeleta
en 1796 y que no había sido resuelta todavía
en 1803 al terminar su propio mandato (27).
Las reformas borbónicas en el Nuevo Reino
Las reformas iniciadas por los reyes Barbones a comienzos del siglo XVIII tuvieron una
acentuada tendencia administrativa. En el sentido moderno representaron un esfuerzo porracionalizar la gestión del Estado y hacerla más
eficaz como instrumento de la política económica de tipo mercantilista que España puso en
práctica en la metrópoli y en las colonias. Dicha
política tenía particularmente tres propósitos:
intensificar el comercio intercolonial y de los
territorios ultramarinos con la Península; fomentar en América la produccción de nuevas materias primas (quinas, tabaco, maderas, cacao,
azúcar), e intensificar la minería; reorganizar la
Hacienda haciendo más eficaz el recaudo de
impuestos, tributos y regalías de la Corona (28).
La nueva política implicaba un amplio plan
de reformas en la metrópli y en las colonias. Se
intentó modernizar los servicios del Estado, sobre todo la administración hacendaría y la enseñanza superior, incorporando en los planes universitarios la ciencia y la tecnología modernas,
con el fin de vitalizar la economía y hacer una
explotación racional de las riquezas naturales
del sector colonial. El movimiento estaba impulsado por los monarcas de la nueva dinastía, que
se apoyaron para sus propósitos en una élite
ilustrada, admiradora de la cultura francesa del
siglo de las luces, que veía en las reformas la
posibilidad de evitar la bancarrota del Imperio
español en su ya secular lucha con Inglaterra.
Pero no sólo las nuevas fuerzas intelectuales y económicas de España presionaban en favor del nuevo giro político. También el crecimiento económico y el desarrollo social de las
colonias demandaba cambios en la administración de los territorios americanos y el Nuevo
Reino de Granada no era ajeno a la transformación que se verificaba en los diversos virreinatos, audiencias y capitanías en la segunda mitad
del siglo XVIII. La población había entrado en
un movimiento ascendente. Con base en el censo
de 1778, el arzobispo virrey Caballero y Góngora, consideraba que entre 1770 y la fecha del
mencionado empadronamiento, la población del
Nueva Historia de Colombia. Vol./
184
virreinato correspondiente al Nuevo Reino había do, tan abundaJ?.te en la época, el promedio anual
de las exportaciOnes del metal fue el siguienteaume~tado en 240.432 habitantes, lo que representana un aumento de 1.5% anual, coeficiente
alto para la época (29). El aumento no era única~~nte n~mérico; también cambiaba la composiCuadroNo. 1
cion ~ocial de los grupos socio-raciales. El grupo
Valor anual promedio
mestizo blanco, sobre todo había crecido aun
ntmo más rápido que el indígena que más bien
de las exportaciones de oro
pell?anecí~ estático o posiblemente disminuía,
(Pesos españoles de 8 reales)
se~ pu~eron obs~ryarlo para la parte oriental
del virremato los visitadores reales a partir de
1661-1700
2.790.000
175? .. T~, crecimiento significaba una mayor
participacwn de los criollos en los problemas
públicos y un mayor grado de conciencia polí1701-1760
3.487.500
ti ca y s~cial d,e_ estos s~ctor~s, capaz de generar
una actitud cntica y mas activa frente a la administración colonial (30).
1761-1780
2.790.000
Algunas cifras del desarrollo económico
i~dicaban igualmente la urgencia de modifica1781-1800
3.138.750
ciOnes en la gestión administrativa del Estado.
El comercio se activó gracias a la política liberal
1801-1810
3.487.500
borbónica iniciada en 1778. La fundación del
consulado del ramo en Cartagena y Santa Fe
(1795) podría considerarse un indicio del creciAlgo semejante a lo dicho sobre la mineria
miento ~e _las a~~ividades mercantiles y de la
mayor sigmficacwn del grupo de los comercian- podría decirse de los intentos de reorganización
de los estudios superiores en los que tantas estes en la vida económica del virreinato (31 ).
peranzas ponían los impulsores de la transfor. Otro tanto podría decirse de la actividad mación económica. El renovador plan de Mommera. Aunque el crecimiento de la minería reno y Escandón no se puso en vigencia. Tam~eogranadina no _fue comparable a la que expepoco e! s~sti~utivo del arzobispo virrey que, aunnmentaron los vmeinatos de México y el Perú
que mas timi~o, representaba un progreso, llegó
en las. última~ déca~as del siglo se observa ~
sostemdo meJoramiento de la exportación de a s_er ~a reahdad (36). Al fmalizar el siglo las
oro. Sin embargo, aparte de los esfuerzos hechos u~Iversi~ad~s n~ogranadinas seguían siendo las
en ~tioquia por el go~~mador Mon y V elarde, mismas mstitucwnes tradicionales donde se enlos ~ntentos ~e renovac10n de la minería neogra- s~ñaban filosofia escolástica, teología y gramánadina termmaron en el fracaso (32). Así ocurrió tica. El refugio de las ciencias y las nuevas
con los planes de explotación de las minas de técnic~s estuvo ~n la Expedición Botánica y en
el gabmete particular de los autodidactas. En
Mariqu~ta adelantados por D'Elhuyar, "empresa
resumen, el movimiento renovador de la España
desgr~cmda y nunca conveniente, que en lugar
de mar a otros, ha resfriado los deseos de Borbónica tuvo en la Nueva Granada sólo moalgunos, que ~lentados con la posibilidad de destos logros.
t~ner un buen d!rector, hubieran quizás emprenTambién aumentaron las rentas públicas
dido el be~efic10 de una mina de plata, o aspirado a meJor~ el de las de oro", según lo mani- ~unqu~ a un ritmo lento y con muchas alterna~
tivas, mcluyendo algunas disminuciones, como
festaba Mendinl;leta en su relación de mando (33)
En forma semeJante se expresaba Francisco Sil- en la r~nta_ de ~~uanas, atribuida por Mendinueta
a la dismmucwn del comercio de importación
vestr~ r~specto. a la minería de Antioquia, donde
las ~ecmca~ mmeras ?~ habían sobrepasado las causada por la guerra con Inglaterra. Al comparudimentanas y tradicionales en la minería de rar el qumquemo de 1791-95 con el último de
aluvión (34). Según las cifras presentadas por Vi- su gestión gubernamental 1796-1800 el mencente Restrepo (35), que no incluyen el contraban- cionado virrey encontraba' la siguiente 'situación
en los principales ingresos del fisco (37).
o
'
La administración colonial
185
Cuadro No. 2
Ingresos del fisco (1796-1800;>
Aduana (1)
(Cartagena)
Aguardiente (2)
Tabaco (1)
Pólvora (1)
Aduana y alcabala (1)
(Local de Santa Fe)
(1) Pesos.
1791/95
1796/1800
756.575
373.483
- 373.092
1.142.192
1.486.786
1.834.281
57.358
358.470
1.903.510
37.664
+ 344.594
+ 69.229
544.960
Variación
19.714
+ 186.490
(2) Maravedís.
El reinado de Carlos III que se caracterizó dos de facultades muy amplias, tan amplias que
en América por una gran actividad constructiva podían actuar con independencia de los virreyes
en vías de comunicación, obras de defensa mi- y audiencias (39).
litar y construcciones urbanas y civiles y eclePor circunstancias que aún no han sido
siásticas, tuvo también sus reflejos en la Nueva aclaradas, el virreinato de la Nueva Granada
Granada. No sólo las obras militares, como la quedó por fuera del sistema de intendencias. En
terminación de las fortificaciones de Cartagena, sustitución de él y en cierta forma para llenar
sino también la renovación arquitectónica de sus funciones, para el Nuevo Reino, bajo Carlos
ciudades como Popayán, la misma Cartagena y III se creó la institución de la Regencia. En la
Santa Fe en cuanto sobrepasaron los modestos Real Orden del 25 de marzo de 1783, dirigida
niveles del siglo xvn, que podrían tenerse como a la Audiencia de Quito, con motivo de la lleun resultado del nuevo clima creado por la po- gada del regente para ese territorio, se acompalítica borbónica, debieron generar una mayor ñaba la Ordenanza de Intendentes del Río de la
actividad económica general, que a su tumo Plata "para que se adapte en lo que fuere adapconstituía un reto a la deficiente y disuelta ma- table", lo que indica que el propósito de la Coquinaria administrativa. Sin embargo, según la rona al establecer los regentes era obtener de su
hipótesis planteada por el historiador Paul Wi- gestión los resultados que esperaba de los intenlliam McGreevey, el nuevo esfuerzo de produc- dentes en otros territorios (40).
tividad, en lo que se refiere a las exportaciones
Así lo entendió el primer regente que llegó
de oro, no se tradujo en crecimiento interno al Nuevo Reino, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeporque dichas exportaciones no produjeron un res (41 ), cuya actividad en materia de Hacienda
equivalente en las importaciones de bienes (38). actuó sin duda como causa precipitante del moPor otra parte, a juzgar por los informes virrei- vimiento comunero de 1781, porque uno de los
nales, la administración del Nuevo Reino nunca objetivos al que puso mayor atención fue el
pudo ponerse a tono con las nuevas exigencias aumento de la recaudación de impuestos. Gueconómicas y sociales.
tiérrez de Piñeres era un buen representante de
los nuevos funcionarios borbónicos. Enérgico,
El régimen de intendencias
autoritario, buen jurista, su gestión sin embargo,
fue relativamente corta, pues llegó a Santa Fe
El principal instrumento de la nueva polí- a comienzos de 1778 y regresó a España en
tica fueron las intendencias. Los virreinatos y diciembre de 1793 (42). En los años posteriores,
capitanías generales fueron divididos y puestos el cargo de regente tuvo poca importancia en la
baJO la dirección de un intendente, nombrado administración del virreinato. Luis Chaves de
cfuectamente por el Rey. Los nuevos funciona- Mendoza (1793-1797), Manuel Bravo Bermúrios fueron rigurosamente seleccionados y dota- dez (1798-1799) y Francisco Manuel de Herrera
186
(189?-1810), lo~~tres rege~tes que sucedieron a
Gutierrez de Pmeres tuvieron una actuación
opaca y fugaz. El cargo estuvo acéfalo cerca de
diez años, después de la muerte de Bravo Bermúdez, quien sólo desempeñó sus funciones por
un año (43).
Pero si bien el régimen de intendencias no
tuvo vigencia y aplicación en el Nuevo Reino
sin embargo el reformismo borbónico se hiz~
presente a través de sus virreyes, todos auténticos representantes de la nueva mentalidad y los
nuevos propósitos políticos y administrativos
de la Corona. Desde Eslava hasta Mendinueta
y Ezpeleta, los virreyes tuvieron una constante
preocupa~ión_ por mejorar la gestión administrativa del virremato. De sus relaciones de mando
se puede extraer una valiosa información sobre
el es~ado general del país en la segunda mitad
del siglo XVIII. En cuanto se refiere a administración, todos insisten en las dificultades y deficien~ias que enco~traban para que el Estado
cumpliera sus funciOnes. En su relación de
m~do de 1729, el presidente de la Audiencia,
manscal de campo Antonio Manso denunciaba
los inveterados vicios de la administración colonial: inexpe_rienci~ de los funcionarios, nepotismo? favontismo, Impotencia de los presidentes
y VIrreye_s frente a un cuerpo de oidores frecuentemente Impreparados y muchas veces dispuestos a posponer los intereses del Reino a sus
propios intereses y los de sus parientes y amigos.
Decía el presidente Manso:
"Concurre a este grande inconveniente [la deficiente administración de justicia] como causa
muy próxima, la permanencia en estas plazas
porque en el d~latado tiempo en que las ocupar{
contraen enemistades y parentescos; porque si
no se. casan ellos, por la prohibición que para
ello tienen, se casan sus hermanos y parientes
que suelen traer consigo cuando vienen a servir
a estas plazas, de donde se ocasionan mezclarse
en dependencias q~e los hacen parciales. Sería
bueno que se practicasen las dependencias que
para estos casos están ~adas,. siendo la principal
el que se mu~sen a ciertos tiempos, de calidad
que ~o se considerasen perpetuos, y que la residencia que V. M. tiene ordenada de cuando
saliesen de la plaza que dejan, se tomase muy
de propósito y con integridad, y no por alguno
de los co!llpañeros de quien se despiden, para
que practicada de veras recelasen la corrección
y los que le sucediesen procederían más atentados y administrarán justicia con más integridad
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
Muchos d~os de l<?s e_xpresados se podrían haber corregido al pnnciplO, con que no hubiese
pasado adelante el mal que hoy se considera
muy dific~ltoso de conval_ecer, y aunque parece
que e~ pnmer lugar pudiera ser reprendido el
desc~ndo_ de gobernadores y presidentes de esta
Audiencia, pienso, por lo que tengo experimentado, que han tenido una razonable disculpa
porque ~unq~e es así? que los presidentes de
est~ Audiencia han temdo la autoridad de prerrogativas que V. M. se ha servido concederles
pero como de cualquier cosa que manda, si la
persona o personas que han de obedecer no lo
hacen con mucho gusto, tiene fácil recurso a la
Audiencia, y aunque sobre esto están dadas todas aqu~l~as provid~n~ias por las leyes que pueden fa~I!Itar la de~Isión, acontece que hoy la
emulacwn de los mdores o el deseo de persuadir
que alcanza más, hace~ contados los frutos;
como de las competencias que de aquí se siguen
sean. peores las consecuencias, es preciso a un
presidente que es letrado subordinarse a las togas; y si en éstas hubiese aquella madurez y
b~en deseo de la pura administración de justicia,
mngún desconsl!elo quedará al presidente; pero
muchas veces ~ste conoce y le consta que la
senda es extraviada, y ha de tolerar la sin razón
porque tiene ~tadas las manos y si los anteceso~
res han expenmentado esto, lo podrán decir. Lo
que yo puedo asegurar es que es inexplicable
lo que yo he_ padecido. Por eso me parecería
fuera convemente que o el presidente tuviese
una mano para contener a los oidores o que los
q~e hu~iesen de venir a estas partes: donde la
distancia les hace más animosos fuesen hombres provectos y que hubiesen pa~ado un trieno
en,otra Audiencia, os~ eligiesen de los abogados
mas ~xpertos que hubiese en la monarquía; porque si vienen acabados de dejar los colegios, ni
las letras son las que bastan para la práctica, ni
la edad les concilia la madurez" (44).
y
"Hacia mediados del siglo la mayor parte
de los corregimientos de indios se hallan vacos
porque el más opulento de ellos apenas da d~
comer al que lo acepta. Por la misma razón se
encuentran vacos l~s cargos de_ regi~ores, porqu~ co~? estos oficio~ en sus pnncipws tuviesen
estimacwn, se apreciaban en subidos precios;
pero hoy, que ~o. hay pers~ma que sólo apetezca
el ~,onor del oficiO, no temendo utilidad no hay
qmen los ponga, y todos, como queda dicho
están vacos ... De donde se sigue estar mal g~
bemadas en un todo las cosas de la República •
La administración colonial
Así se expresaba en 1751 el oidor Berástegui,
autor de la relación del virrey Eslava (45).
Crítica de las reformas borbónicas
A juzgar por el producto de las rentas durante las últimas décadas del virreinato, la gestión de los regentes no tuvo significativos resultados para mejorar la organización hacendaría.
Tampoco los tuvo para rectificar los inveterados
vicios de la administración -corrupción, lentitud, defraudación, abusos de autoridad, e te pues invariablemente los virreyes de las últimas
décadas del siglo XVIII denuncian las existencias
de los mismos vicios y deficiencias.
Los regentes, en cambio, como ocurrió en
general con los intendentes, debilitaron la gestión de los virreyes dando lugar a colisiones de
competencia y a dilución de la responsabilidad.
A propósito anotaba Francisco Silvestre en su
Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá:
"Con las regencias y su instrucción, quedó reducida sólo al nombre o a un fantasma, la autoridad
del virrey, que siempre conviene para seguridad
de las Américas, que en la sustancia y el hecho
represente la del soberano, respecto de su larga
distancia; especialmente templada como sabiamente lo está, por nuestras sabias leyes municipales. Sin aquellos y con sólo el nombre de
oidor decano, se ha hecho cerca de trescientos
años lo mismo que podría hacerse con el regente, ahorrando el erario muchos y considerables
sueldos que se han aumentado y son carga siempre de los pueblos" (46).
El comentario del mismo funcionario sobre
las intendencias contiene más o menos las mismas opiniones. Ellas serían indeferentes en orden a mejorar la administración colonial y no
tendrían más resultado que el aumento de sueldos y gastos. Lo que importa y más se necesita,
dice, es simplificar cuanto sea posible la administración de la Hacienda Real; velar sobre los
que la administran y cuidar de que sean para
ello los que se nombren. Aumentar sueldos a
unos y reformar muchísimos, y formar y llenar
de hombres hábiles el Tribunal de Cuentas con
lo que sería inútil o no necesaria la Dirección
General de Rentas Estancadas, y ahorrarse muchos sueldos; pues para todo puede alcanzar
bien manejada y distribuida y mucho puede irse
aumentando el Reino en sus minas y agricultura,
haciendo trabajar la gente ociosa pero auxiliándola (47).
187
Si no fueron positivos los resultados de la
gestión de los regentes en el campo administrativo, en cambio sus efectos políticos fueron negativos. En una clara referencia a la gestión de
Gutiérrez de Piñeres en la Nueva Granada, y
posiblemente al movimiento de los Comuneros,
Silvestre concreta más sus críticas:
"Con el objeto de arreglar las rentas, fueron
restableciéndose algunos ramos suprimidos, y
aumentando excesivamente los empleos. Esta
novedad y la demasiada autoridad que se tomaban éstos -los funcionarios de la Real Haciendafaltando al respeto a las justicias, cometiendo
no pocas vejaciones y fraudes y aún desatendiendo sus quejas por suponerse que era odio a
las rentas el tratar de contener los excesos de
aquellos, comenzó a inquietar los ánimos. Como
sus instrucciones eran secretas y sus facultades
extraordinarias, sabiendo el señor Flórez aquí
lo que sucedía al señor Guirior en Lima, con
motivo de hacer presentes algunos inconvenientes que debían esperarse, no se resolvió a contradecir cosa alguna de cuanto le proponían los
visitadores, sabiendo que éstos estaban sostenidos y seguían ciegamente las órdenes del Señor
Gálvez. El recelo de ésto, que no dejaba de
traslucirse, hacía decaer y aun despreciar la autoridad del virrey y engreía la de los visitadores
y regentes, siendo lo peor que éstos mandaban
y disponían cuando les parecía y era conforme
con sus instrucciones; y saliendo las órdenes y
providencias a nombre del virrey, en la mayor
parte gravosas o considerándolas los pueblos
tales, el odio público recaía sobre el inocente
virrey, y los autores se resguardaban con su
capa, y eran elogiados y temidos, considerándolos como unos redentores" (48).
El mismo autor y sobre el mismo período,
se expresa con la mayor dureza y en los términos
más desfavorables de la administración del arzobispo virrey: "Los empleos fueron dándose en
la mayor y principal parte, aumentándose la parcialidad y las hechuras, a todos los que adulaban
y tenían conexiones con los jefes o sus directores. Se crearon nuevos empleos, y se aumentaron sueldos en algunos, no buscando hombres
de talentos que supiesen desempeñarlos, sino
en acomodar a los ahijados". Luego se refiere
al "desorden" que reinaba en los despachos de
la Audiencia, durante las administraciones del
virrey Flórez y de Caballero y Góngora debido
al cambio de los empleados y a la ineficiencia
de los nuevos y al exceso de aranceles cobrados
188
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
miento de las minas, sino también mejorar los
servicios del Estado y la organización del sistema de rentas de la Hacienda Real, eliminando
cargas y abandonando el sistema de los estancos
o monopolios, con excepción de algunos de amplio interés social como el de la sal. Cabe observar que tanto Vargas como Nariño parten de la
base de estar formulando planes para una colonia
y no para un país independiente, pues ambos
aceptan en el papel del Nuevo Reino como productor de materias primas y dejan a salvo los
intereses de la metrópoli como tal. No se apartaban mucho de los planes formulados por los
economistas españoles de la época y probablemente se inspiraba muy de cerca en ellos (51).
"Y o no propongo, dice Nariño, que se establezcan fábricas o manufacturas que harían
decaer el comercio nacional, y que peijudicarían
en una colonia naciente, abundante en frutos y
escasa en brazos; no me olvido que las riquezas
de una colonia deben ser diferentes de las de la
metrópoli, y que esta diferencia es la que debe
entretener el comercio recíproco" (52).
El plan de Nariño, que es el más explícito
y el que posee más carácter administrativo, podría sintetizarse así: a) Supresión de los estancos
de tabaco y aguardiente y conservación de la
sal por razones de utilidad común; b) eliminación de alcabalas internas y sustitución de ellas
por un impuesto directo de capitación, igual
para toda la población, incluyendo la indígena;
Nuevos planes al finalizar el siglo XVIII
e) mejoramiento del sistema monetario, amoneLa preocupación por las cuestiones econó- dando el cobre y haciendo uso del papel moneda;
micas y admimstrativas y la tendencia moderni- d) reformas judiciales, para hacer expedita la
zadora que caracterizó a la España Borbónica, administración de justicia, creando la institución
sobre todo durante los reinados de Carlos III y de los jueces de paz.
de Carlos rv, tuvieron su eco en la Nueva GraEl de Vargas, verdadero estudio de connada, no sólo entre los virreyes y funcionarios junto en el sentido moderno, analiza el estado
de la administración, sino también entre los crio- social, las condiciones demográficas, la geograllos ilustrados. Las ideas expuestas en la metró- fia del reino, los transportes y comunicaciones,
poli por Campillo, Ward y otros consejeros de la educación y la tecnología agrícola y minera.
la Corona encaminadas a fomentar la producción Si el Reino quiere salir del atraso en que se
de bienes exportables en las colonias y a inten- halla postrado tiene que desarrollar una econosificar las importaciones y el comercio, encon- mía más integrada que atienda por igual a la
traron su respuesta en similares preocupaciones agricultura, que todavía fuera de las tierras frías
expuestas por Pedro Fermín de Vargas y Anto- no conoce el arado; la minería, que desconoce
nio Nariño en verdaderos planes de reforma ins- la explotación de vetas por falta de maquinaria
titucional y política del virreinato. El primero para el rompimiento de rocas y la construcción
en sus Pensamientos Politicos y el segundo en de desagües; a las manufacturas que necesitan
su Ensayo sobre un nuevo plan de administra- estímulos y sobre todo libertad para su comerción en el Nuevo Reino de Granada, insisten cio. Pero las medidas de fomento económico
en que no sólo es necesario fomentar la produc- serían incompletas y no darían todos sus frutos
ción de nuevos géneros exportables y el rendisi no fueran acompañadas de la educación de
por escribanos y asesores "habiéndose visto con
extraña pública, que hasta de una limosna que
se pidiera al virrey, o una carta política, o familiar que se escribiese, se reducía a expediente,
se mandaba correr vista fiscal y se cobraban
derechos" (49).
Comentando los intentos de Caballero y
Góngora sobre mejoramiento de la explotación
de las minas y la misión de D'Elhuyar, decía
Mendinueta en 1803:
"Persuadido de estas verdades, el arzobispo virrey impetró y obtuvo la benignidad del Rey
que se destinasen a este Reino dos mineralogistas dotados por S. M. Vinieron con efecto, y
don Juan José D'Elhuyar, que era el principal,
pudo haber desempeñado la dirección de las
minas del Reino y contribuir a sus progresos
con la superioridad de sus luces y completa instrucción que poseía, según se me ha informado;
pero en lugar de empleárselo en este objeto, que
fue el de su venida, se le destinó al laboreo de
las minas de plata de Mariquita por cuenta de
la Real Hacienda, y esta empresa, al fin desgraciada y nunca conveniente, en lugar de animar
a otros ha resfriado los deseos de algunos que
alentados con la proporción de tener un buen
director, hubieran quizás emprendido el beneficio de una mina de plata, o aspirado a mejorar
el de las de oro" (50).
la administración colonial
189
sus habitantes, sobre todo del aprendizaje de las
ciencias útiles, del aumento de la población a
través de una política de puertas abiertas al inmigrante y del mejoramiento de su estado sanitario. El autor da gran importancia al desarrollo
de las comunicaciOnes, que debería incluir la
construcción de un canal mteroceánico a través
del Atrato y el San Juan, en el Chocó.
Tales fueron las líneas dominantes de la
administración pública en el período colonial
de nuestra historia, particularmente en las décadas anteriores al movimiento emancipador. La
República modificará sustancialmente algunos
sectores institucionales, pero también será heredera de muchas de sus formas de gestión, de
sus vicios y deficiencias, porque ninguna época
histórica puede desprenderse totalmente de su
inmediato pasado.
Administración Virreinal
Consejo de Indias
(1518- 1810)
Secretarfa de Indias
(1750- 1810)
TribuRel de CueniBS y Tesorerfa Real
Nueva Historia de Colombia, Vol. I
190
Notas
l. Las principales disposiciones legales sobre administración colonial hasta Tines del siglo XVII se encuentran en
la Recopilación de las Leyes Indias de 1688, Libro II,
Títulos III y siguientes. Ed. facsimilar del Consejo de
la Hispanidad, 3 vote., Madrid, 1943. La bibliografia
sobre la organización administrativa del Imperio español
americano no es muy abundante. Entre las obras de carácter general mencionamos las siguientes: C. H. Haring,
The Spanish Empire in Ame rica, New York, 1963. Eulalia Lahmeyer Lobo, Administracáo colonialluso-espanhola mas Americas, Río de Janeiro, 1952. Jhon
Lynch,Administración colonial española, Buenos Aires,
1967. Para el siglo XVIII, especialmente, José María
Mariluz Urquijo, Ensayos sobre los juicios de Residencia, Sevilla, 1952. Emest Schaefer, El Consejo Real y
Supremo de Indias, 2 vote., Sevilla, 1935, 1947. Ismael
Sánchez Bella, La organización financiera de las Indias,
siglo XVI, Sevilla, 1968. Para el Nuevo Reino de Granada: José Maria Ots Capdequi. El Estado Español en
las Indias, México, 1941. Instituciones del gobierno del
Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII, Bogotá,
1956. Nuevos aspectos del siglo XVIII en América, Bogotá, 1945. Eduardo Posada y Pedro Maria Ibáñez, Relaciones de mando de los virreyes del Nuevo Reino de
Granada, Bogotá, 1910. CitaremosestaobracomoRelaciones de mando o relaciones, únicamente.
2. Las principales fuentes primarias para el estudio de la
administración colonial en el Nuevo Reino de Granada
se encuentran en numerosos fondos del Archivo Histórico
Nacional (AHN). Mencionamos los principales: virreyes,
gobierno, residencias, empleados públicos, poblaciones,
mejoras materiales, reales cédulas, Real Audiencia, visitas, cabildos, Real Hacienda. En la bibliografia deben
tenerse en cuenta los estudios citados de José Maria Ots
Capdequi, ricos en información y materiales, particularmente para el siglo XVIII.
3. Enrique Ortega Ricaurte, Libro de acuerdos de la Real
Audiencia del Nuevo Reino de Granada, 2 vol., Bogotá,
1947, 1948. Del mismo autor Cabildos de Santa Fe de
Bogotá, Bogotá, 1957.
4. C. H. Haring, The Spanish Empire in America, Ed. cit.,
págs. 113, 114; Ots Capdequi,Instituciones de gobierno
del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII, pág. 21.
Citaremos esta obra como Instituciones de gobierno o
simplemente como Instituciones.
Sánchez Bella, op. cit.; Haring, op. cit., capítulo VI,
págs. 94 y SS.
9. Haring, op. cit., págs. 94 y ss.; Eugenia Lahmeyer Lobo,
op. cit., págs. 144 y ss.
10. Haring, págs. 280 y ss.; Ots,Instituciones de gobierno,
cap. 11, págs. 63 y ss.
11. Sobre la residencia, ver Mariluz Urquijo, op. cit. También
Haring, op. cit., págs. 138 y ss. Ambos autores están de
acuerdo sobre la dudosa efectividad de la residencia sobre
todo cuando se refería a funcionarios de alta categoría.
La primera inspección hecha por nosotros en el Fondo
Residencias del Archivo Histórico. Nacional (AHN), confirma esta opinión, en los juicios del virrey Villalonga y
de Messía de la Zerda, t. III, ff. 628 y ss. La residencia
del virrey Solís, estudiada por Ots Capdequi, parece que
fue más severa y efectiva. Se le condenó a reintegrar
algunas sumas gastadas y a las costas del juicio que ascendieron a 6.585 pesos. Ots, Instituciones de gobierno,
págs. 288 y SS.
12. Citado por Haring, op. cit., pág. 141.
13. Haring, op. cit., págs. 138 y ss. En la residencia de
Messía de la Zerda, 12 testigos de Popayán, todos notables de la ciudad y la mayoría españoles, responden generalmente que "no saben nada" que "no les consta", que
"no han oído decir". AHN. Residencias, t. III, ff. y 628
SS.
14. La edición más conocida de las Relaciones de Mando,
de Posada e Ibáñez, publicada en la Biblioteca de Historia
Nacional de la Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1910, es deficiente por varios aspectos. Contiene transcripciones confusas y en la relación de Caballero y Góngora, omite los cuadros estadísticos anexos. Para este
último caso la mejor publicación es la incluida por José
Manuel Pérez Sarmiento, en su Biograjia del arzobispo
virrey, Bogotá, 1951. El Banco de la República, publicó
en 1952 una selección dirigida por Gabriel Giralda Jaramillo, que incluye los temas económicos y agrega la
relación del virrey Gil y Lemos (1789), que falta en la
edición de la Academia. Nuestras citaciones se refieren
a la edición de Posada e Ibañez.
7. OTS, Instilaciones de gobierno, págs. 126 y ss. Sobre
este aspecto también se encuentran abundantes referencias en Relaciones de mando.
15. Ver José Mojic~ Silva, Relaciones de visitas coloniales,
Tunja, 1948. Util para recuentos de población indígena,
pero de poca utilidad para cuestiones administrativas. En
el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura,
Departamento de Historia de la Universidad Nacional,
núm. I, Bogotá, 1963, se publicó la visita de Verdugo
y Oquendo, al oriente del virreinato en 1755. En el Resguardo en el Nuevo Reino de Granada, de Margarita
González, Bogotá. 1970. se publicó la de Moreno y Escandón, al corregimiento de Tunja, en 1778.
8. La obra clásica sobre el Consejo de Indias sigue siendo
la de Emest Schaefer, ed. cit. Para la primera época.
16. Alm. Visitas de Boyacá, t. IV y t. IX. Visitas de Cundinamarca, t. VII. Visitas de Santander, t. 11.
5. Relaciones de mando, e d. cit.; Ots Capdequi, Instituciones de gobierno, págs. 60, 61, 87 y ss.
6. Haring, op. cit., págs. 113 y ss.
La administración colonial
17. Ahn. Visitas de Boyacá, t. VIII, ff. 872r/903r.
18. Ots Capdequi, Instituciones de gobierno. Ed. cit.
19. Ahn. Reales cédulas, t. X, ff. 673 ss.; OTS,Instituciones,
págs. 129 y SS.
20. Ots, op. cit., pág. 129.
21 . Ver el apéndice documental incluido al final de esta monografia.
22. Ots,Nuevos aspectos, págs. 27-28. Observaciones semejantes hacia el presidente Manso, hacía comienzos del
siglo XVIII V. Relaciones, pág. 12.
191
32. Sobre la gestión administrativa de Mon y Velarde en
Antioquia, ver Emilio Robledo, Bosquejo biográfico del
oidor J A. Mon y Ve larde, visitador de Antioquia, Bogotá, 1954, 2 vols.
.
33 Relaciones, págs. 500-501
34. Silvestre, Descripción, ed. cit., págs. 176 y ss.
35. Vicente Restrepo, Las minas de oro y plata de Colombia,
1952, pág. 194
36. Ver Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el
siglo XIX, Bogotá, 1966; Fray José Abel Salazar, Los
estudios eclesiásticos superiores en el Nuevo Reino de
Granada, Madrid, 1946.
23. Ots Capdequi, Instituciones, cap. IV. Para las calidades
37. Relaciones, págs. 525, 526, 528.
personales que tuvieron los virreyes, gobernadores, oidores, etc., ver José María Restrepo Saenz, Biografza de
38. McGreevey, op. cit., págs. 19 y ss.
los mandatarios y ministros de la Real Audiencia (16711819), Bogotá, 1952.
39. Sobre las intendencias en general, Lynch, op. cit., págs ..
51 y ss. Haring, op. cit., págs. 134 y ss.; 260 y ss.
24. Relaciones de mando, ed. cit., particularmente Manso,
págs. 11-12, Ezpeleta, 315,316; Mendinueta, pág. 455.
40. Ots, Instituciones, pág. 76.
25. Relaciones, Solís, pág. 79.
26. Relaciones, págs. 449,455.
27. Relaciones, pág. 448.
28. Harding. op. cit.. págs. 89 y ss.; Lynch, op. cit. Para la
Nueva Granada no existe un estudio especializado sobre
los resultados para este virreinato de la política borbónica.
Algunos aspectos han sido estudiados por Ots Capdequi,
en las obras ya citadas. Luis Ospina Vásquez, en su
Industria y protección en Colombia, Bogotá, 1952, cap.
1, analiza algunos aspectos de la política económica. También William Paul McGreevey en su Historia económica
de Colombia (1845-1930), Londres, 1970, caps. 11 y III.
29. Relaciones, Caballero y Góngora, pág. 242; Francisco
Silvestre, Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá,
Bogotá, 1950. Será citado más adelante como Descripción.
30. Ver Jaime Jaramillo Uribe, Mestizaje y diferenciación
social en el Nuevo Reino de Granada, en Ensayos de
Historia Social Colombiana, Bogotá, 1968.
31. Ospina Vásquez, op. cit .. págs. 38-55; McGreevey. op.
cit.. págs, 30 y ss.
41. Las capitulaciones de Zipaquirá, núms. 16,35, así lo
declaran directamente.
42. Restrepo, Saenz, op. cit., págs. 509 y ss.
43. Restrepo, Saenz, op. cit., págs. 509 y ss.
44. Relaciones, págs. 11-12.
45. Relaciones, pág. 12.
46. Silvestre, op. cit., pág. 102.
47. Silvestre, op. cit., pág. 103.
48. Silvestre, op. cit., págs. 103-104.
49. Silvestre, op. cit., pág. 115
50. Relaciones, págs. 500-501.
51. Antonio Naríño, Ensayo sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada, en "Vida y escritos
del señor general Antonio Naríño", José María Ve¡gara
y Vergara, Bogotá, 1945.
52. Pedro Fennín de Vargas, Pensamientos políticos y memoria sobre la población en el Nuevo Reino de Granada,
Bogotá 1944.
192
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
Bibliografía
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Janeiro, 1952.
LYNCH, JOHN: Administración colonial española, Buenos Aires, 1967.
MARILUZ URQUIJO, JOSÉ MARÍA: Ensayos sobre los juicios de Residencia, Sevilla, 1952.
SCHAEFER, ERNEST: El Consejo Real y Supremo de Indias, 2 vols., Sevilla, 1935, 1947.
SANCHEZBELLA, ISMAEL: La organización financiera de las Indias, sigloXVI, Sevilla, 1968.
OTS CAPDEQUI, JOSÉ MARÍA: El Estado español en las Indias, México, 1941.
------Instituciones de gobierno del Nuevo Reino de Granada en siglo XVIII, Bogotá,
1956.
- - - - - : Nuevos aspectos del siglo XVIII en América, Bogotá, 1945.
POSADA, EDUARDO e IBÁÑEZ, PEDRO MARÍA: Relaciones de mando de los Virreyes del Nuevo
Reino de Granada, Bogotá, 1910.
Además de los aludidos en el ensayo, es importante tener en cuenta los estudios citados por
JOSÉ MARÍA OTS CAPDEQUI, ricos en información y materiales, particularmente para
el siglo XVIII.
Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40)
193
Factores de la vida
política colonial:
el Nuevo Reino de Granada
en el siglo XVIII (1713-17 40)
Germán Colmenares manifestaciones más obvias debían ser estudiadas por sí mismas. La expresión filosófica de
este tipo de metodología se encuentra cabalmente expresada en el idealismo ale~án. ~us
Consideraciones metodológicas
trazas pueden seguirse desd~ las matllfestacwnes más teóricas (Hegel o Fichte) hasta las ~la­
a primera y gran tentación de los hist~riado­ boraciones historiográficas alemanas del siglo
res ha sido la interpretación de la vida ~el XIX (Niehbur, Ranke, etc.).
Estado. Pero este tipo de empresa ha te~Ido
El siguiente paso, derivado _de tomél!" l,a
siempre un doble riesgo. Por un lado, su apan_e~­ vida del Estado como punto de partida, consistia
cia de facilidad en la descripción de una activi- en que, una _vez construid~ el .~azón de l9s
dad notoria. Esta descripción era posible me- hechos políticos o de las mstitucwnes, debm
diante la concatenación de hechos a los que la buscarse un sentido oculto, una significación,
historiografia idealista atribuía un sentido, una que se traducía en un concepto cl~ve. Este co~­
intención aun si se desdeñaba el problema de cepto, que podía ser una. generalidad o un ~n~­
sus coneriones causales. La centralización de versal llamado "despotismo", "democracia ,
la fuente de donde emanaban tales hechos, la etc. debía informar de una manera coherente
posibilidad de referirlos a un sujeto identificable perí~dos enteros y toda la actividad humana
y, sobre todo la posib!lid~d de rec?~stuirlos a inscrita en ellos.
partir de un vasto y mm_ucw~o deJ?<?Sito de tesEl gran aporte de la metodología marxi_sta
timonios, hacían de la histona pohtica el marco ha consistido en señalar un punto de partida
más obvio de referencia para encuadrar una vaga diferente y en identificar este punto. de parti~a
noción del pasado en una sucesión cronológica como una totalidad concreta. No existe una sigrigurosa. El espes~r te~p~ral se poblaba ';!SÍ de nificación aislada para la vida del Estado, para
hitos de referencia objetivos y lo suficiente- la política. Su existencia y s~ forma_m~s~a están
mente abstractos como para cobijar -dentro de determinadas por un moVlilliento dialectico q~e
su generalidad- una referencia tácita a todas las no es inmanente sino que se apoya en una sene
actividades humanas.
de instancias complejas y que to~aliz~ ~as relaEl otro riesgo consistía en ,señalar. como ciones sociales, sus expresiOnes Ideologicas, sus
punto de partida lo que no podía ser smo un conflictos, etc., a partir de un modo de producpunto de llegada. Se pretendía 1~ existencia de ción históricamente determinado.
Veamos un ejemplo concreto de la vida
una signific~ción aislada para la _v¡da del Estado,
para la política, o un desarrollo mmanente cuyas política de la historiografia tradicional.
194
Para una tipología del funcionario español
del Siglo XVIII
La imagen usual suele ser la del oidor orgulloso y envanecido, pronto a maltratar de palabra o de obra a los naturales del país. La
fórmula consagrada de los levantamientos del
siglo XVIII, "Viva el Rey, muera el mal gobierno", debía apuntar a los funcionarios de la Audiencia, encerrados en su tribunal y sin ningún
contacto con los clamores y las necesidades de
los subditos. Oscuro tribunal y oscuros asuntos
los que se decidían en él. La pintura usual de
los oidores y escribanos de cámara los describe
con desprecio, como rábulas y hombres dados
a procedimientos administrativos tenebrosos,
capaces de liar a un subdito y reducirlo a un
oscuro calabozo en Cartagena por el sólo hecho
de impetrar justicia. Esta es, al menos, la imagen
que popularizó la propaganda republicana de
quienes sucedieron precisamente a esos funcionarios en el poder. Se trata de un cuadro impresionista, recargado de tintas negras como un
grabado de Daumier, en el que las rutinas burocráticas contrastaban con la luz de las nuevas
ideas.
La realidad no es tan recargada. Como
frente a cualquier otra interpretación maniquea,
la verdad histórica debe reinterpretar estos datos
y colocarlos en una perspectiva diferente. Ante
todo porque son datos que se refieren a la tradición republicana y de ningún modo a la administración colonial española. Y mucho menos a las
personas reales de los funcionarios. Estos estaban ya limitados por sus funciones. Pero mucho
más todavía por un contexto de relaciones concretas con un medio que, originalmente, les era
extraño y hasta cierto punto hostil.
Hasta ahora se ha insistido suficientemente
en la naturaleza ideal de las funciones de estos
personajes. La Audiencia, las cajas reales o las
escribanías poseían el carácter tradicional de
una burocracia que se manejaba por la intangibilidad de los precedentes y en ésto no se diferenciaban de las prácticas de cualquier Imperio,
antiguo o contemporáneo. Se ocupaban de asuntos de justicia, de finanzas, de administración
en un sentido más bien restringido, pero la expectativa fundada en tales instituciones consistía
primordialmente en la defensa de los intereses
del Rey. Del Rey como árbitro de la justicia,
del Rey como depositario de la defensa de la
fe, pero de una manera mucho más inmediata,
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
del Rey como poseedor de un erario. Todas
éstas eran funciones ideales, situadas en un contexto ideológico. ¿Pero qué respecto a la actuación de un conjunto de personas que poseían
unos antecedentes de educación, de servicio
dentro de los rangos de una burocracia imperial,
que estaban situadas en alguna parte del espectro
social y que, en su fuero interno, esperaban un
avance en su carrera? En otras palabras, ¿qué
puede decirse de la significación social de estas
gentes, al margen de su significación institucional?
Dividir, como se ha hecho hasta ahora, la
sociedad en razón de este tipo de funciones, por
un lado, y por otro en razón de una pertenencia
a estratos sociales y castas, resulta artificial.
Establecer un enfrentamiento sin matices entre
quienes representaban los intereses reales, funcionarios "españoles" y los criollos, que presuntamente no se identificaban con estos intereses,
es falso. O pensar que los intereses del Rey de
España eran ajenos a todo el cuerpo social significa desconocer la función de la ideología dentro del régimen colonial o suponer que se la
desafió siempre, cuando en realidad sólo en el
momento de la ruptura política se echó mano a
una nueva ideología justificativa.
Esto lleva a plantear otro problema, a saber, qué tipo de lealtades unían a la sociedad
criolla con la monarquía española y, más concretamente, qué ventajas se esperaban de ésta.
En teoría, la fidelidad al soberano se daba como
una relación natural de subordinación. En la
práctica existían expectativas muy concretas de
gracias y mercedes que actuaban en el plano
social y económico de manera evidente, aun
cuando sus relaciones con lo político deban ser
exploradas con mayor detenimiento.
Ninguno de estos problemas encuentra una
respuesta que no sea una mera hipótesis provisora en el espectro institucional, en donde se
han discutido siempre. Se ha creído discernir,
por ejemplo, una discriminación de los criollos
en los puestos de responsabilidad, creencia que
ha perdido mucho peso con estudios detallados
sobre la participación de este estamento en audiencias, cajas reales, corregimientos, alcaldías
mayores y, naturalmente, cabildos eclesiásticos
y seculares, para no hablar de sitios en donde
debía ejercerse una influencia soterrada, los
conventos.
Estos estudios, junto con los que se realizan
en el dominio de la economía y de la sociedad.
Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-1740)
debieran conducir a reformular tesis muy generales con respecto a la naturaleza de la sociedad
colonial. Porque lo cierto es que si nuestras
nociones de detalles son más exactas, ocurre
que seguimos formulándolas en un contexto inadecuado de definiciones generales. Quienes realizan investigaciones especializadas de historia
económica presumen que el marco político que
se ha concebido tradicionalmente es correcto.
A la inversa, quienes formulan el problema de
la estructura política de las colonias españolas
no parecen tener demasiado en cuenta una realidad económica y social que pueda servirle de
fundamento. Y entre estos dos tipos de estudio
lo específicamente social se pierde, para quedar
reducido a una vaga idea, más o menos convencional, de descripciones efectistas.
Perspectivas sobre el siglo XVIII
Empero, el siglo XVIII impone una reflexión política. Es decir, un punto de vista privilegiado del análisis y una manera peculiar de
abordarlo. No se trata de afirmar que la realidad
histórica del siglo XVIII sea más política o que
en el siglo anterior los temas económicos revistan más interés. En ambos casos se trataría de
una opción metodológica, de una manera de
abordar los problemas por parte del historiador.
Se dirá que esta preferencia tiene todo el
aspecto de ser puramente subjetiva. No es en
modo alguno así. Aunque se trata, siempre, de
una misma realidad global, en la que los fenómenos sociales, económicos y políticos se articulan indisolublemente, la manera de articularse
es cada vez diferente. Bien es cierto que el historiador puede verse constreñido en muchos casos por la relativa abundancia de fuentes de un
cierto tipo. Pero la abundancia o escasez de
fuentes no es el resultado de un puro azar. El
nivel en que se dan contradicciones y conflictos
puede ser diferente. Ni tampoco es el mismo
nivel de conciencia que alcanzan. Ahora bien,
el siglo XVIII manifiesta explícitamente conflictos que antes sólo existieron de manera larvada.
Hasta el punto de que, en las postrimerías del
siglo, alcanzan una formulación tan precisa que
ningún análisis puede soslayarlas.
El análisis del fenómeno político colonial
comporta tres niveles. Uno, el más general, se
refiere a las políticas que se gestaban en la metrópoli. Como se sabe, su aplicación a cada
fragmento del Imperio operaba a través del Con-
195
sejo de Indias. En un análisis político esta institución no puede verse, como hasta ahora, en
forma estática, a través de sus privilegios o de
su funcionamiento, descrito en una forma más
o menos mecánica. Tampoco fue, dentro del
aparato del Estado colonial, un mero instrumento pasivo del soberano. Por eso el Supremo
Consejo debe contemplarse más bien en sus
prácticas cotidianas, en sus formulaciones y en
sus incertidumbres y vacilaciones o en ciertos
tics que se repiten una y otra vez y que nada
tienen que ver con su esquema jurídico-institucional.
Es claro que detrás de todos estos fenómenos hay un transfondo ideológico mucho más
amplio, rituales jurídicos complejos y concepciones doctrínales que se traducen en reglas operantes sobre la organización administrativa, la
calidad y la actuación de los funcionarios, los
problemas relativos a la Real Hacienda, la solución de conflictos de intereses entre particulares
y de éstos con el Estado, los asuntos relativos
al Real Patronato y hasta las costumbres y las
creencias. Pero el asunto propiamente histórico
-si ha de delimitarse un objeto para la historia
política- consiste en el análisis de la manera
concreta como la institución hace operantes tales
reglas, para designarla de algún modo, humanamente, y la manera como esas reglas se relativizan por presiones o influencias sobre la institución.
Una historia institucional y hasta una historia de las ideas podrían muy bien detectar variaciones en el acervo doctrinal e ideológico. O
señalar el proceso de su acumulación y de su
destrucción. Pero se sabe muy bien que este
tipo de formulaciones nuevas suele ir a la zaga
de prácticas consagradas y de rutinas administrativas bien probadas. El peso de éstas era tan
grande que la audacia o la imaginación políticas,
consignadas en propuestas que los funcionarios
de rango inferior elevaban a la consideración
del Consejo, no merecían sino algún comentario
displicente. Cuando se iba más allá, la censura
era fulminante.
En otra instancia de poder el fenómeno
político colonial se desenvuelve en el ámbito
de los organismos superiores de gobierno en
ultramar: presidente, oidores, fiscal, es decir,
la Audiencia, virreyes, capitanes generales, visitadores, gobernadores oficiales reales, etc.
Sobre esta instancia ya se ha señalado cómo
debe situarse a sus funcionarios en un contexto
196
social, haciendo abstracción de sus funciones
ideales, para comprender la verdadera naturaleza de sus actuaciones.
Finalmente, existe un nivel menos estudiado y mucho más problemático: el de las instancias puramente locales de poder, el de un
equilibrio perpetuamente inestable entre las exigencias de la Corona y una manera de reconocimiento a la influencia no institucionalizada de
las oligarquías locales. Conviene distinguir entre los criollos que estaban más cerca de las
instancias superiores, aunque en posiciones subordinadas, y ocasionalmente se integraban en
ellas y crecían a su sombra: fiscales y funcionarios menores de la Audiencia (porteros, escribanos, etc.), empleados en las cajas reales y de
la Casa de Moneda, etc. Este nivel -que estaba
integrado socialmente a las instancias locales
del poder- se nutría en el mismo contexto ideológico que las instancias más altas, de las cuales
se derivaba.
Otros criollos hacían parte de instancias de
poder puramente locales. En éstas el reconocimiento social era más significativo que la sanción institucional. A este nivel, historia política
e historia social se confunden. El avance social
(de una familia entera) y el éxito económico se
veían refrendados por nombramientos honoríficos, como una manera de reconocimiento del
poder que ya se poseía. Aunque este nivel se
bañara en el mismo contexto ideológico que los
anteriores, era mucho más susceptible de originar conflictos debido a su carácter informal. El
reconocimiento de las preeminencias del nacimiento y la riqueza eran, como las instancias
jurídicopolíticas, parte del orden social. Pero
su desarrollo era en mucha medida imprevisible.
Favorecido por un orden social abstracto, debía
ser controlado políticamente o encauzado mediante una participación formal en instituciones
menores como el cabildo. Normalmente se esperaba que fuera un elemento de cohesión pero
podía generar desajustes súbitos en circunstancias excepcionales.
Los dos primeros decenios del siglo XVIII,
por ejemplo, en los que tuvo lugar la guerra de
sucesión española y que culminaron con una
reorganización a fondo de la administración del
Nuevo Reino de Granada con la creación de un
virreinato, presentan rasgos confusos y contradictorios pero también una ocasión muy favorable para estudiar los factores que intervenían en
un conflicto durante la época colonial.
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
Conflictos a través de un texto colonial
En un apéndice de la Historia eclesiástica
y civil de la Nueva Granada (1 ), José Manuel
Groot reproduce un curioso documento llamado
"Las brujas", el cual se supone ser una "carta de
Felipe Nogales, escrita desde Tolú a Therencia
del Carrizo, residente en Cajamarca". El escrito,
fechado el 12 de febrero de 1716, tiene como
tema central la deposición del presidente Francisco de Meneses Bravo de Saravia, ocurrida el
15 de septiembre de 1715. Es un panfleto político virulento contra dos oidores y algunos criollos que conspiraron contra el presidente. Se
menciona al oidor Juan de Aramburo como
"Juan Largo", el oidor Mateo Yepes y de la
Cuadra como "Trafalmejas", el fiscal de la
Audiencia, el criollo Manuel Zapata como "Cagajón de parda leche" o "Manuelillo", el teniente
general del Reino, Juan de Cárdenas Barajas,
como "Secula seculorum". Denuncia particularmente la extendida parentela del fiscal, todos
pertenecientes a la familia Flórez y descendientes del escribano de cámara de la Audiencia,
don Juan Flórez de Ocariz. Se menciona también
a otros personajes menores, meros instrumentos
en la conspiración, como Diego López y un
mestizo de apellido Burgos.
El corresponsal, una bruja que dice haber
volado a Madrid por arte de magia, relata las
reacciones de los consejeros de Indias al recibir
las noticias de la deposición del presidente, un
día de enero de 1716. La acción se traslada
después a un aquelarre de brujas en las llanuras
del Prado, en donde cada uno de los personajes
comprometidos en la rebelión es objeto de burlas
rimadas. La forma y la composición barroca del
escrito sugieren, junto con las alusiones a la
Corte, que su autor pudo ser un español. La
profunda inquina contra los Flórez y un elogio
improcedente al contador Francisco López de
Olivares " ... ajado, deshonrado y perseguido,
siendo el ministro más fiel que en estas partes
ha tenido su majestad", señalarían como autor
al mismo contador. Este pertenecía al círculo
del oidor Luis Antonio de Losada y de su mujer,
doña Teresa de Cabrera, a quienes Yepes y
Aramburo acusaban en octubre de 1716 (2) de
participar en "conferencias" y celebrar coplas y
papeles contra ellos. Losada, oidor decano de
la Audiencia, no había participado en el golpe
contra Meneses y se había mantenido alejado
en Mariquita, cuidando de sus achaques. A su
Factores de la vida política colonial: elNuevoReinode Granada en el siglo XVIII (1713-1740)
regreso había hecho reproches a sus colegas y
había comenzado a reunirse con todos aquellos
que manifestaban una queja contra los dos oidores. En este círculo figuraban, además del contador López de Olivares, los cuñados del oidor,
hijos del presidente Gil de Cabrera; don Nicolás
de Santa María, de quien decían haber privado
de un corregimiento; don Antonio de Berrío,
criollo prominente que había renunciado a su
oficio de regidor; don Juan de Ricaurte, hijo del
antiguo tesorero de la Casa de Moneda, hermano
del actual y el mismo oidor en Quito, resentido
a causa del pleito con su hermano sobre la sucesión de la moneda; don Pedro de Laiseca y Alvarado, español, sobrino de un inquisidor, que
en los momentos de los disturbios se había puesto
francamente de lado del presidente (3) siendo
alguacil mayor del Santo Oficio, estaba emparentado a criollos prominentes por su matrimonio
con doña Petronila Fajardo ( 4).
López de Olivares había sido comerciante
en el Perú durante treinta años y se había instalado como contador del tribunal de cuentas en
julio de 1706, cargo que ocupó hasta su muerte
en 1727. En su largo ejercicio el contador se
mostró excesivamente celoso, haciendo tantas
denuncias ante el Consejo de Indias que acabaron por ser desestimadas como ligerezas de un
funcionario pugnaz y enconado. Este encono
tenía motivos, particularmente con la familia
de los Flórez. En 171 O el fiscal Manuel Antonio
Zapata y Flórez le había iniciado un pleito por
haber conducido mercancías de contrabando en
1692. El mismo año, el contador José Flórez
de Acuña había querido probar su incompetencia y había logrado que el presidente Diego de
Córdoba le prohibiera fenecer las cuentas. Olivares replicaba que era notorio que el presidente
ni siquiera sabía leer y escribir y que el contador
Flórez quebrantaba la Real Hacienda. Como en
el panfleto de las "Brujas", mencionaba que la
familia Flórez ocupaba todas las dignidades: don
José Flórez, contador; don Martín Flórez, escribano y relator de la Audiencia; don Nicolás
Flórez, chantre de la catedral; don Jacinto Flórez, canónigo; don Manuel Zapata y Flórez,
sobrino de los anteriores, fiscal de la Audiencia;
don Tomás Flórez, alguacil mayor de la Caja
Real y don Melchor de Figueroa y Vargas, el
tesorero de la Caja, cuñado del fiscal. En 1717
escribía sobre ". . . esta dilatada familia de los
Flórez que abrasa todos los tribunales y cabildos" y los acusaba de atraer a presidentes y
197
oidores o de perderlos y amedrentarlos. Es el
mismo argumento de las Brujas. "... el temple
de Santa Fe ha sido, es y será flores; los Flórez
la ajustan a su temple y quien no se ajusta al
temple de los Flórez y los contenta, anda destemplado; son sus mañas y ardides tan extraños
y tan eficaces, que de ellos dependen las audiencias, los tribunales, los juzgados, las rentas reales, lo eclesiástico, lo secular, las monjas; y aún
los regulares exentos no están exentos de Flórez ... " (5).
Sin mucho sentido crítico José Manuel
Groot se apoya en este panfleto, obviamente
parcial, en su relato de la conspiración. El
blanco de los reproches de Groot son los oidores,
a quienes atribuye una conducta arbitraria en
todo momento. No para mientes en que el panfleto mismo acusa a Meneses de ladrón o de
que sus ataques más feroces están dirigidos a
una familia criolla y a un funcionario criollo.
Su único interés reside en mostrar una imagen
siniestra y sin matices de los oidores.
Obviamente, muchos detalles del escrito
son inexactos o falsos, pues su intención era la
de un ataque político y muy posiblemente personal. Pero posee otro tipo de verdad El autor
conocía sin duda todos los intríngulis del juego
político y administrativo. Estaba familiarizado
además con la sicología de los personajes, con
sus maneras y hasta con sus tics peculiares. A
Zapata, que tenía entonces 34 años y era fiscal
desde los 30, lo describe como un abogadillo
ambicioso, que trepaba en el andamiaje administrativo apoyado en su vasta parentela. No se le
escapa el aspecto enfermizo que debía tener el
fiscal (murió a los 39 años, en Madrid) y lo
apoda "cagajón de parda leche". La descripción
de los Flórez, cuyo antepasado dominaba los
vericuetos genealógicos de Santa Fe, es un testimonio de la aparición temprana de un tipo
social, la del criollo que medraba en las antesalas
del poder y cuya especie todavía hoy es reconocible:
" ... ellos, con risitas afectadas, cortesías fingidas, con promesas sin sustancia, con agachaduras y comedimientos ridículos, pretenden engañar a los simples ... ".
El panfleto es uno de esos raros testimonios
que iluminan la cara oculta de un acontecer político, consignado en documentos de intención
burocrática. Aunque los hechos de la deposición
de Meneses pueden ser reconstruidos plausiblemente, siempre se echa de menos una cierta
198
dimensión -familiar en acontecimientos posteriores- en los conflictos que agitaban a la temprana sociedad colonial. No es cuestión de reconstruir literalmente el conflicto sobre la base
de un documento parecido. Sino de darse cuenta
del manejo de una "opinión pública" a través
de la única herramienta entonces disponible: el
escrito anónimo, panfleto, copla o pasquín.
Aunque la realidad de una "opinión pública" no
existiera como factor político, el anónimo procuraba una cierto eficacia y una sensación de
fuerza. Nacido del resentimiento personal, un
panfleto como el de "las Brujas" tenía también
una intención política. En parte, la de amedrantar a los personajes que se habían alzado con
el poder. El documento contiene amenazas más
o menos embozadas de destitución para los funcionarios que se atrevieron a deponer al representante del Rey. Se buscaba también escarnecer
o, como se decía entonces "deshonrar". El uso
de coplas sonoras está destinado a popularizar
el escarnio y la deshonra. Improperios como el
de "tirano" "ladrón" "borracho" o "lúbrico"
' de boca en boca en la
debían más ' tarde correr
pequeña aldea despojando a los aludidos del
prestigio de su cargo o de la gravedad de su
aspecto. Y desvelando de paso, a los ojos del
pueblo, la interioridad de unas relaciones de
poder en sus aspectos más venales.
Política y sociedad:
la deposición de Meneses
El 25 de septiembre de 1715, dos oidores
depusieron al presidente en ejercicio, don Francisco de Meneses Bravo de Saravia. Los dos
oidores, Vicente de Aramburo y Mateo de Yepes, se habían retirado el día anterior al convento de San Agustín en donde, contra todos
los precedentes, celebraron Real Acuerdo y enviaron mensajes quejosos al presidente. Estas
novedades lograron reunir bastante gente, excitada sin duda por los conjurados mismos. En la
noche del 24, la plaza mayor estaba "repleta"
y el capitán Juan de Herrera Osorio a duras
penas lograba contener el alboroto popular de
unas mil personas. El Cabildo de Santa Fe y
otros personajes intervinieron para mediar entre
los funcionan os en pugna y lograron aplacarlos.
El25 presidente y oidores se reunieron a puerta
cerrada en la sala de la Audiencia, en donde se
les oyó discutir con violencia. En un momento
Nueva Historia de Colombia,
Vol. 1
dramático los oidores llamaron en auxilio del
Rey y, previamente complotados sin duda, hicieron que el anciano teniente general del Reino,
Juan de Cárdenas Barajas, prendiera al presidente. Este fue enviado a Cartagena con una escolta
de voluntarios compuesta por pequeños comerciantes y propietarios (6).
Aunque los conjurados se hubieran preocupado por hacer aparecer el incidente como una
rebelión popular, toda la excitación del 24 de
septiembre no lograba ocultar la premeditación
del golpe. El teniente general no sólo estaba
casado con una hija del contador José Flórez de
Acuña, sino que había asistido a varias reuniones en casa de su pariente el fiscal Zapata, tanto
en Santa Fe como en una estancia de Tunjuelo.
Los motivos de los conjurados aparecen claramente también en la carrera del presidente, a
quien se atribuía un genio irascible, mucha avidez y cierta afición al alcohol.
Francisco de Meneses había sido corregidor en Riobamba, Audiencia de Quito, en donde
había nacido. Allí dejó deudas por más de 39
mil pesos y pasó a España en donde obtuvo la
presidencia de 1~ Nueya Granada en 170~ (7).
Quiso regresar mmedmtamente a las In~ms y
pidió licencia para embarcarse en Francia. En
París firmó una escritura a favor del asiento de
negros (Real Compañía de Santo Domingo) por
1.700 libras con el objeto de:
... "Seguir y conseguir sus pretensiones, como
para poderse obviar salir de aquel Reino y transportarse a éstos a la posesión de dicho empleo ... " (8).
Los tratos entre un alto funcionario colonial, precisamente aquel bajo cuya jurisdicción
caía la principal factoría del asiento, y quienes
gozaban del monopolio negrero merced a la accesión al trono español de un nieto de Luis XIV,
sugieren en parte al menos, una explicación
del cont;abando que acompañó estos asientos y
de actitud complaciente de las autoridades.
En 1710 el Consejo de Indias ordenó que
todos los funcionarios que estaban por embarcarse en Francia para las Indias, retomaran inmediatamente a España. Meneses regresó y se
radicó en Victoria desde donde escribía al Consejo de Indias las mayores necesidades. Como
la "futura" del cargo se había dado al marqués
de San Miguel de la Vega, Meneses temía que
éste se le adelantara en la posesión y él tuviera
que esperar nueve años más, con grave que-
Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-1740)
branto de su hacienda o, mejor, la de sus acreedores.
Con todas sus deudas a cuestas y el compromiso tácito de hacer rendir su gobierno lo suficiente para pagarlas, Meneses llegó a Cartagena
a fines de 1711. Allí tuvo que dejar en prenda
nada menos que sus títulos y despachos para
aplacar al factor del asiento francés y sólo pudo
desempeñarlos con el auxilio de dos comerciantes españoles. Uno de ellos era don José Prieto
de Salazar, yerno del tesorero de la Casa de la
Moneda. En el curso de los tres años siguientes
Meneses se las arregló para pagar a la compañía
de negreros franceses 44 mil pesos y quedó
adeudándoles menos de seis mil.
¿Qué había hecho el presidente para pagar
una suma que representaba la totalidad de su
sueldo de más de cinco años? El presidente,
usando de su investidura, había recibido regalos
o hecho empréstitos por varias cantidades que
nunca llegó a pagar. También tenía mercancías
en su poder, tomadas a crédito en Cartagena.
A su caída, comerciantes y algunos notables de
Santa Fe iniciaron un concurso de acreedores
sobre sus bienes.
Pero estas actividades -más o menos lícitas- no debían constituir el grueso de sus operaciones. El carácter del verdadero origen de
sus pagos está sugerido por testimonios contradictorios de los notables de Santa Fe. El 13 de
marzo de 1713 los vecinos principales, terratenientes, comerciantes y algunos funcionarios
men?res de la Audiencia, escribían para dar las
gracias,
" ... Por el beneficio que hemos recibido y todo
este reino en la provisión de don Francisco Meneses Bravo de Saravia por presidente ... " (9).
Apenas dos meses más tarde el cabildo de
la ciudad se quejaba amargamente del presidente
por presionarlo en sus elecciones e intervenir
mediante un testaferro, en el abasto de carnes
de la ciudad. Y agregaban:
" ... No hay empleo mayor ni menor que no se
dé debajo de la contribución, sin reparar en los
sujetos ... ".
Al parecer, el presidente jugaba a la política de favorecer abiertamente las pretensiones
de algunos propietarios en desmedro de concesionarios y arrendatarios de rentas y de recibir
participación en algunas operaciones no muy
claras (10).
En algún momento los oidores que lo depusieron calificaban su gobierno de confusión bao
'
199
bilónica ( 11). Las relaciones de los oidores con
Meneses habían sido francamente malas desde el
comienzo. Apenas unos meses después de su
posesión, el presidente se quejaba del oidor más
a~tiguo, J?omingo de la Rocha, "... por sus
vwlentos Impulsos y estregadas operaciones".
De Aramburo, que hacía 20 meses ejercía una
comisión en los distritos mineros del Cauca
msmuaba que se demoraba en su comisión a
causa de las utilidades que debía reportarle la
riqueza de las minas (12).
Además de la situación personal del preside~te, debida a su carácter y a la urgencia de
satisfacer acreedores exigentes, en el incidente
de su caída jugaron una serie de circunstancias
características, de enemistades contraídas de antiguo y de facciones propiciadas por la pugna
entre presidente y oidores. Como se ha dicho,
a la casa y estancia del fiscal Manuel Antonio
Zapata y Flórez solían ocurrir amigos y parientes
días antes del golpe. Cuando en 1713 Tomás
Flórez de Acuña había pedido para su hijo la
sucesión de un puesto de alguacil que él mismo
había recibido de su padre, el fiscal del Consejo
de Indias era de parecer que se le negara por
cuanto esta familia ocupaba puestos en los tribunales, en la Iglesia y en los conventos, con lo
cual extendía su influencia por todas partes (13).
Ya se ha visto cómo la enemistad personal del
contador López de Olivares se había encargado
~e llamar la atención del Consejo sobre el nepotismo de los Flórez y sobre su influencia con
los funcionarios españoles.
o
o
'
En el caso de Meneses la familia jugó un
papel muy importante a través del fiscal y del
teniente general del Reino que, aunque español,
estaba casado con una hija de José Flórez de
Acuña. El organizador del virreinato, Pedroza
y Guerrero, quien conocía a la familia de antiguo, le atribuyó gran parte de la responsabilidad
en la deposición del presidente y por eso condenó a Martín Jerónimo Flórez, el escribano
relator de la Audiencia, a cuatro años de prisión,
uno de destierro, venta de sus bienes y pérdida
de su cargo. Sus hijos perdieron también sus
situaciones (14) y el fiscal murió preso en Madrid,
dos años después de su detención (15).
El círculo del oidor Losada obtuvo aquí
plena satisfacción. Que no duró mucho, sin embargo. El mismo Pedroza y Guerrero se interesó
en la administración de las cajas reales y encontró que los dineros procedentes de composición
de tierras, a cargo del oidor Losada, andaban
200
extraviados en manos de subdelegados. Estos
subdelegados, amigos y compadres del oidor,
rara vez dieron cuentas de los dineros recaudados. Losada, viejo y enfermo no pudo responder
por estos subdelegados que fueron a parar a la
cárcel, incluido el gobernador de Antioquia
quien, según Pedroza, hizo fuga vergonzosa.
Según averiguaciones efectuadas en Cartago y Anserma, el subdelegado don Ignacio
Fernández de Bentosa había recibido por concepto de composiciones 2.795 pesos de plata,
de los cuales no había remitido a Losada sino
1.375. Un amigo del subdelegado le escribía
en mayo de 1718 (16), reprochándole amistosamente permanecer en esos "desiertos" en donde
sólo podía cosechar contratiempos. Le decía:
" ... tengo por bien merecido cuanto a V. Merced
le sucede en esos territorios, pues en ellos sólo
por destierro se puede vivir. .. ".
Y le aconsejaba:
" ... moderarse en hablar, porque en tierras cortas todos son chismes y procuran con ellas gratificarse los jueces y éstos, justo o injusto, pueden lo que quieren, y así, valerse de la prudencia
y juicio que Dios le dió,procurando granjearse
amigos y dineros, porque lo demás no sirve".
Esta misma nota del cinismo tranquilo y
experimentado se traduce en la correspondencia
de Losada y su subdelegado. Este pretendía en
1717 nada menos que un puesto de tesorero o
de teniente de Citará, a lo que el oidor daba
largas con vagas promesas. La muerte del oidor,
ocurrida en el Espinal el 2 de julio de 1719, lo
libró de la cárcel, aunque no de que su sueldo
fuera embargado.
El contexto de la política imperial
y la creación del virreinato de
la Nueva Granada
Sobre la actuación de la sociedad criolla
en el golpe a Meneses los juicios estuvieron
divididos entre sus sucesores, encargados de poner en orden la administración de la Nueva Granada. El oidor Antonio de Cobián, quien llegó
apenas medio año después de estos sucesos (en
enero de 1716) procedió como si todo el mundo
estuviera implicado. Desterró a los oidores a
más de 20 leguas de Santa Fe, procedió contra
el Cabildo de Santa Fe, contra los ministros
subalternos de la Audiencia, contra el teniente
general don Juan de Cárdenas y contra algunos
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
personajes menores, comerciantes y propietarios. El oidor aspiraba al menos a que la causa
no se convirtiera en algún enredo inextrincable
como (él mismo lo decía) había ocurrido con
muchas otras en Indias.
El organizador del virreinato, Antonio de
la Pedroza y Guerrero, se inclinaba en cambio
a culpabilizar a los Flórez y a su allegados.
Pedroza había sido protector de indios bajo la
presidencia de Gil de Cabrera y Dávalos, quien
le había asignado una renta en pueblos de indios.
Esto debió ponerlo en conflicto con el círculo
de los encomenderos. Al primer virrey, Jorge
de Villalonga, los habitantes de la Nueva Granada le parecían, al contrario, muy sumisos y
no creía que hubieran participado en el golpe ( 17).
La rivalidad entre estos dos funcionarios
es uno de esos capítulos frecuentes en la historia
colonial. Al margen de un trasfondo sicológico,
de choque de dos personalidades opuestas en
todo sentido, los roces se originaban no sólo en
la actitud de cada uno frente a la sociedad criolla
sino que se desarrollaron en medio de cambios
políticos importantes trazados por una nueva
dinastía para esta región del Imperio. La paz
de 1713 había traído consigo concesiones a los
ingleses, entre otras el monopolio del tráfico
negrero que en los próximos treinta años ejercería la South Sea Company. Esta concesión tenía
por objeto legalizar una situación de hecho, el
contrabando que los ingleses operaban desde
Jamaica. Según un contemporáneo, " ... se consiguió una ventaja: la de ascender a contrabandistas de formas más o menos aceptables las
numerosas hordas de piratas que, con nombre
de filibusteros y bucaneros infestaban aquellas
regiones, y la de acrecentar el expolio de España
con un carácter legal" (18). Por esta razón, a partir
de 1716, la política concebida para la Nueva
Granada gravitaría con más fuerza sobre su carácter de posesión con acceso al Caribe. España
tenía que protegerse contra su nueva aliada que,
aunque lícitamente podría conducir en adelante
-además de esclavos- un navio anual de mercancías a las Indias españolas (navio de permisión) nada aseguraba que no siguiera inundando
de contrabando los mercados coloniales.
Aunque ya desde 1717 Pedroza y Guerrero
venía con el encargo de crear el virreinato Y. en
sus credenciales se le designaba como virrey ( 19),
las noticias sobre la erección llegaron a Carta-
Factores de la vida política colonial: elNuevoReinode Granada en el siglo XVIII (1 713-1740)
gena apenas en septiembre de 1719. Los cartageneros se apresuraron a representar las conveniencias de que la cabeza del virreinato funcionara en esa ciudad. Sus argumentos se ajustaban
a las preocupaciones de la Corona en ese momento. El Cabildo de Cartagena intuía correctamente que la creación del virreinato tendría
como eje el Caribe por necesidades geopolíticas.
Según los regidores del virreinato debía integrar
las provincias de Caracas, Cumaná, Margarita,
Trinidad, la isla Española, Tierra Firme, Panamá y Veraguas. En este caso el centro de ese
eje era Cartagena y no Santa Fe. Los cartageneros señalaban con justeza -desde el mismo punto
de vista en la política imperial española- que
Santa Fe se había eregido como cabeza del
Nuevo Reino debido a la densidad demográfica
inicial de la región y a las necesidades de la
expansión española en la época de la conquista.
Ahora, ponían por delante de manera implícita
otras necesidades, principalmente la defensa del
Imperio en el Caribe. Los cartageneros probablemente iban más allá que cualquier esquema
reformador de la nueva dinastía, aunque debe
reconocerse que su razonamiento poseía una lógica capaz de anticipar el curso de algunos acontecimientos. Curiosamente, su propio esquema
tenía atisbos colonialistas que no se hubieran
concebido en el mismo Consejo de Indias. Por
un lado, Cartagena se convertiría --según este
proyecto- en una verdadera factoría destinada
a alimentar un tráfico con las provincias interiores. Estas debían perder todo relieve y no tener
siquiera silla arzobispal o universidades " ...
pues en la Corte nunca faltan hombres insignes ... " (20).
El auditor de guerra en Cartagena identificaba a los miembros del Cabildo como estancieros y rentistas, cuya propuesta estaba dirigida
a valorizar sus productos y sus rentas. Estas
últimas se veían muy gravadas con censos hipotecarios de conventos y capellanías y por eso
los regidores aspiraban a liberarlas. Los apoyaba
el cabildo eclesiástico, que en cierta manera
representaba a sus acreedores (de los censos
provenientes de capellanías), y probablemente
también los comerciantes residentes en Cartagena.
De las consultas hechas sobre la sede del
virreinato entre 1720 y 1723 puede trazarse el
cuadro siguiente:
201
A favor de Santa Fe
A favor de Cartagena
Cabildo eclesiástico
de Santa Fe
Cabildo eclesiástico
de Cartagena
Alcaldes ordinarios
de Caracas
Obispo de Caracas
Gobernador de Popayán
Obispo, cabildo eclesiástico
y secular de Popayán
Cabildo eclesiástico
y secular Panamá
Gobernador de Panamá
Provincias de las tres órdenes Guardamayor de Cartagena
San Francisco, San Agustín
y Compañía de Jesús
Auditor de Guerra
de Cartagena
Visitador del comercio
entre Castilla y las Indias
Como puede verse, las opiniones estaban
divididas de manera casi simétrica en el interior
de algunas instituciones. Mientras el gobernador
de Panamá o el obispo de Caracas, por ejemplo,
compartían la idea de un eje caribeño, los cabildos y los alcaldes, compuestos por criollos, se'
mostraban adversos. Ellos preferían un centro
remoto, como Santa Fe, el cual no podía influir
demasiado en las relaciones locales de poder.
Algo semejante ocurría con los criollos de Popayán, aunque a la inversa: adscritos a la Audiencia de Quito, sus relaciones comerciales con
Cartagena eran permanentes y Santa Fe debía
resultarles una ingerencia incómoda. En cuanto
a las órdenes religiosas, favorecían el statu qua
puesto que su fundamento material se asentaba
en la e~onomía agrícola del interior y no en el
comerciO.
Desde junio de 1718 hasta noviembre de
1719, cuando lo sucedió Villalonga, Pedroza y
Guerrero se ocupó de la organización del futuro
virreinato. El funcionario trajo consigo amplios
poderes para reprimir el contrabando que se había enseñoreado durante todo el tiempo en que
las comunicaciones con la metrópoli fueron precarias, a raíz de la guerra de sucesión. En el
curso de su gobierno instruyó 170 expedientes
relativos al contrabando, centrado en la región
del Chocó a la cual limitó severamente el acceso.
Sin embargo, Villalonga escribía en 1721
que Pedroza no había adelantado mayor cosa
en la constitución del virreinato (21 ). La hostilidad
del virrey hacia Pedroza fue evidente desde el
principio. Villalonga, que había sido general
del puerto del Callao, trajo consigo un secretario
202
con dos oficiales, un asesor, un caballero mayor
y un segundo, un mayordomo mayor y un segundo capellán, dos gentiles hombres, ocho pajes, dos ayudas de cámara, un médico, dos reposteros, un despensero, dos cocineros fuera de
" ... criados inferiores para caballerizas, cocheros, lacayos, galopines y servicios de criados
mayores, que su número llegaba a cuarenta personas" (22). Con esto se inauguró la tradición de
la clientela numerosa que iba a acompañar a los
virreyes militares después de 1740 (el virrey
Messía de la Cerda, por ejemplo, trajo consigo
36 personas en 1760) y que sería fuente de celos
y de resentimientos entre los criollos. Todo el
boato de Villalonga contrastaba con la parsimonia más bien espartana de un funcionario civil
como Antonio de Pedroza, a quien el virrey
había rehusado visitar en su casa porque juzgaba
indecorosa su manera de vivir (23). Luego, mientras Pedroza había entrado a Santa Fe casi subrepticiamente, de noche y sin recibir los honores de su investidura, el flamante virrey reclamaba el uso de un palio en su recepción, tal
como había visto que era la costumbre en Lima.
El gobierno de Villalonga transcurrió sin
escándalos mayores, excepto por las quejas contra el contador Domingo de Mena Felices. La
carrera de este personaje siguió patrones que
son familiares en otros funcionarios de los primeros decenios del siglo XVIII. En 1711 Mena,
entonces capitán de armas en Mompox, se sublevó contra un enviado del gobernador de Cartagena y ayudado por una turba lo expulsó de
la ciudad. Mompox era el paso obligado del
contrabando que entraba por Río de la Hacha,
Tolú y Barú y el propósito del enviado del gobernador había sido identificar a los cómplices
de estos ilícitos entre los momposinos. Por este
desafuero Mena fue enviado preso a Madrid.
En 1716 Mena, que había logrado exonerarse
de los cargos que pesaban en su contra, pidió
el empleo de maestro de campo de Mompox,
pero el presidente Meneses, entonces preso en
Cartagena, no lo recomendaba por sedicioso. A
su regreso a las Indias (1718) entró a ejercer
como contador de la Caja Real de Santa Fe
(1719). En septiembre de 1722 el virrey Villalanga ordenó proceder contra Mena, acusado
de abusos por varios clérigos. El contador había
cobrado comisiones ilegales por el pago de las
rentas que la Corona debía a las monjas clarisas
de Pamplona y por los estipendios de varios
curas doctrineros. En 1723 Mena fue procesado
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
también por seducir a una mujer casada (24).
En el curso del gobierno de Villalonga la
Audiencia se reconstituyó varias veces con nuevos funcionarios. El primero fue el oidor Antonio de Cobián, quien llegó a Cartagena el 9 de
enero de 1716. En 1721 fue promovido a Lima
y murió en el viaje. También ocupó una plaza
de oidor Juan Gutiérrez de Arce, después de
haber sido teniente general en Cartagena, desde
enero de 1719, pero al año siguiente consiguió
una licencia para viajar a España por motivos
de salud. Finalmente, don José de la Isequilla
también obtuvo una licencia en 1720 para viajar
a España. Allí los dos oidores obtuvieron más
altos destinos: el primero una promoción a Lima
y el segundo la fiscalía del Consejo dé Indias.
Es muy probable que La Isequilla haya tenido
mucho que ver con la decisión del Consejo del
5 de noviembre de 1723 de suprimir al virreinato, creado seis años antes. Además, en adelante
la Audiencia funcionó con sólo cuatro oidores
en lugar de seis. Los nombrados entonces (a
partir de 1721) eran don José Martínez Malo,
don Jorge Lozano de Peralta y don José Quintana
y Acevedo, quienes sirvieron en cargos todo el
decenio ..
Los funcionarios españoles en las Indias
Hasta aquí se ha tratado de insinuar que el
fenómeno político colonial como en cualquier
otra época, debe ser examinado a la luz de diferentes instancias en las que se debatían cuestiones de poder. Así, no bastaría para comprenderlo a cabalidad la referencia habitual a la política imperial, encarnada sucesivamente por
dos dinastías. Se trataba de un juego mucho
más complejo, en el que no intervenían solamente directrices o estilos de gobierno sino fuerzas concretas, expresiones voluntaristas y resistencias sordas, decisiones tomadas al margen
de la política imperial y conflictos imprevistos.
También se ha subrayado, y no con el propósito de referir una simple anécdota, el tipo
de relaciones que anudaban los funcionarios españoles en el ejercicio de su cargo. No se trataba, como se ha pretendido con alg!Jna ingenuidad, de magistrados cuya sevendad aparente
escondiera su crueldad. Una caracterización sicológica banal no puede dar cuenta de toda la
complejidad de las relaciones entre estos funcionarios y la sociedad americana. Esta, como se
ha visto, no era ajena al juego político, ni si-
Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40)
quiera en sus instancias superiores. Presidentes,
oidores y oficiales reales se movían en medio
de facciones y de una clientela a la que favorecían en detrimento de otros círculos de poder.
Las situaciones individuales en que cada funcionario se veía envuelto eran un pretexto para
poner al desnudo los manejos de su círculo y
gracias a ellas podemos penetrar las particularidades de ciertos sectores sociales durante el régimen colonial.
Para que una situación personal alcanzara
ciertas repercusiones políticas bastaba con que
los funcionarios infringieran las regulaciones de
su estatuto. Lo cual ocurría con frecuencia. Tales regulaciones buscaban mantener la intagibilidad de las funciones de los representantes del
Rey tal como podían ser defmidas en abstracto:
velar por los intereses de la Corona, tanto en
sus intereses materiales como de los que se derivaban de su imagen moral de fuente dispensadora de premios y castigos.
Los funcionarios adscritos al gobierno colonial se reclutaban entre numerosos pretendientes cuyas hojas de vida podían reposar durante
años en la escribanía de cámara del Consejo de
fudias en espera de alguna oportunidad favorable, fuera ésta una recomendación poderosa o
un acervo de méritos indisputable. Naturalmente, los candidatos tenían todo el tiempo para
hacer cálculos sobre las ventajas materiales de
un empleo en alguna región de las fudias. Después de dos años de espera y de energías dispensadas en intrigas, licenciados, bachilleres y doctores de las universidades españolas, aspiraban
a que su nombramiento se produjera en el lugar
más propicio para adelantar sus ambiciones. En
el caso de puestos velaes, como las gobernaciones, las expectativas eran las de una inversión
cuyo futuro dependía de la fortuna misma del
lugar asignado. Cuando no era así, la mera oportunidad bastaba para desviar a los funcionarios
de carrera de las altas miras de su empleo. Y
todavía la carrera de un funcionario podía verse
comprometida por las actuaciones de parientes,
allegados y "criados" o protegidos.
Las infracciones más frecuentes en que incurrían los funcionarios tocaban con dos prohibiciones: una, la de no mezclarse en aventuras
comerciales; otra, la de no contraer alianzas
(matrimoniales o de padrinazgo) dentro de la
sociedad local. Otros pecadillos daban lugar a
murmuraciones y a uno que otro escándalo pero
su comprobación, como era usual en estos casos,
203
resultaba demasiado problemática. En regiones
apartadas la tentación de incurrir en abusos de
autoridad debía ser muy fuerte aunque sobre
exacciones y concusiones los testimonios son,
por razones evidentes, difíciles de evaluar. La
intervención misma de los funcionarios en conflictos locales de intereses, generaba resentimientos y los convertía en blanco de todos los
ataques. Pero también el silencio de los ofendidos podía asegurarles la impunidad. Muchas
veces ataques o apologías a los funcionarios son
el síntoma de conflictos políticos de la época.
Estos no surgían solamente por la acción o la
omisión de algún funcionario, en una especie
de vacío social. La autoridad y el poder políticos
de que estaban investidos los representantes de
la Corona se encontraba con facciones y se inclinaba de un lado o de otro.
Los oidores (1721-1739)
Los miembros del tribunal de mayorjerarquía en las fudias, los líderes de la Audiencia,
fueron a menudo protagonistas de episodios en
los que entraban en conflicto las normas que
regulaban su conducta con los intereses que había tejido su familiaridad con la sociedad local.
En 1663, por ejemplo, el hijo del oidor Diego
de Baños y Sotomayor se había casado con la
hija de un poderoso encomendero de Tunja. El
oidor Losada, como se ha visto, estuvo casado
con una hija del presidente Gil de Cabrera. Un
hijo de este último estudió en la Nueva Granada,
fue cura doctrinero y después de 1717 canónigo
de la Catedral de Santa Fe. Los hijos y la viuda
del presidente Dionisia Pérez Manrique vivieron
también en el Nuevo Reino y se convirtieron
en una poderosa familia de mineros y terratenientes en Popayán.
Los descendientes del oidor Jorge Lozano
de Peralta, quien había sido promovido de la
Audiencia de Santo Domingo y llegó a la Nueva
Granada a fmes de 1721, se integraron a la
sociedad criolla, como había ocurrido en otros
casos, gracias a una alianza afortunada entre su
hijo, don José Antonio Lozano y la heredera de
uno de los pocos mayorazgos de la Nueva Granada, doña María Josefa de Caicedo.
El mayorazgo, que iba a hacer la fortuna
de la familia Lozano por el resto del siglo, había
sido fundado por Francisco Maldonado de Mendoza en el siglo XVI. Estaba constituido por
varias estancias de ganado mayor y de ganado
204
menor que abarcaba unas 45 mil hectáreas. Originalmente estas tierras se habían distribuido
entre 15 conquistadores pero por ventas sucesivas se consolidaron en cabeza de Antón de OlaHa y de su yerno y sucesor, Maldonado de Mendoza. Estas tierras, con el nombre de "El Novillero", sirvieron de dehesa a la ciudad de Santa
Fe desde finales del siglo XVII, alojando el ganado que se subía desde el valle del Magdalena (25).
El matrimonio, que tuvo lugar en 1730,
dio origen a una serie de intrigas que condujeron
a la suspensión del oidor Lozano. Hay que decir,
en honor del oidor, que el desenlace que tuvo
su empleo estaba lejos de sus cálculos. Su carácter era el de un funcionario puntilloso, capaz
de acabar con la paciencia de un viejo militar
como el presidente Manso, quien confesaba a
menudo su ignorancia en asuntos administrativos. Según el presidente, Lozano era.
" ... Hombre de naturaleza rígido y desigual al
ministerio, que propasando su condición los límites de la altivez que suele infundir la toga
cuando se viste tan distante de la real presencia,
incurre en una tan altanera soberbia que, pasando del vilipendio de los subditos al menosprecio de los compañeros, quiere que sus resoluciones sean la ley de los dictámenes de los
demás oidores ... " (26).
El matrimonio del hijo del oidor fue una
oportunidad para ponerse al abrigo de sus denuncias. Apenas un año antes del escándalo de la
boda, Lozano había escrito al Consejo de Indias
sobre los manejos de los oidores José Martínez
Malo y José Quintana. Estos oidores no sólo se
ocupaban abiertamente en asuntos comerciales
sino que habían logrado convertirse en intermediarios entre algunos mineros del Chocó y la
Casa de Moneda de Santa Fe (27). El presidente
mismo, don Antonio Manso Maldonado, no se
sentía al abrigo de las acusaciones de Lozano
y probablemente tenía sus razones: desde el primer año de su gobierno se había quejado del
sueldo que ni siquiera le alcanzaba para traer a
su familia y más tarde, en su residencia, hubo
acusaciones de que varios plateros habían recibido numerosos encargos para labrar piezas de
plata del presidente. Manso salió en defensa de
los oidores obligando a Lozano, si no a retractarse, al menos a no hacer públicas sus acusaciones. El oidor se contentó con emplazar a sus
colegas " ... para el justo y tremendo tribunal de
Dios". A su vez, Martínez Malo pudo justificar
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
más adelante al presidente cuando se le encargó
su residencia. Según Martínez, el cargo sobre
el asunto de los plateros era un poco incierto
debido a las dificultades de probarlo (28).
Muchos de los conflictos y rivalidades de
este período giraron en tomo a las riquezas del
Chocó. Ya se ha visto cómo el atractivo del
Nuevo Reino para el presidente Meneses pasaba
por la sede del asiento de negros en París. En
diciembre de 1711 había recibido 4 mil patacones, de manos de un comerciante vasco, don
Ignacio de Echaide, para desempeñar sus despachos de mano del factor del asiento (29). Este
mismo comerciante prestó dinero al secretario
del presidente, don Luis Francisco de Ibero y
Echaide, también vasco, para comerciar en géneros que el secretario llevó de Cartagena a
Santa Fe. En el curso del gobierno de Meneses
su secretario recibió comisiones para ejecutar en
el Chocó, ocasión que aprovechó para comerciar
allí no sólo por cuenta propia sino también del
mismo presidente y de algunos comerciantes de
Santa Fe (30). Ibero ocupó el cargo de corregidor
de Mariquita que recibió como dote de su matrimonio con doña Juana Francisco de Berrío, una
criolla descendiente de un gobernador de Antioquia y de otros funcionarios españoles. En 1727,
cuando el oidor Lozano hizo la residencia de
Meneses, Ibero fue a parar a la cárcel muriendo
poco después (31 ).
En 1717 los principales mineros del Chocó
acusaban abiertamente al oidor don Mateo de
Y epes y de la Cuadra, colegial mayor de Cuenca
y licenciado de Salamanca, de llevar más de
cien tercios " ... que los más se componen de
géneros de mercancías, no habiendo habido armada ni galeones en la América de diez años a
esta parte ... " (32). Por su parte, un gobernador del
Chocó, Francisco Ibero, apenas duró un año en
el oficio pues a raíz del desembarco de un navio
holandés en las bocas del Atrato y de negocios
que el gobernador inició en Citará con los extranjeros, fue denunciado por varios mineros y
aprisionado por el oidor Martínez Malo, el 13
de marzo de 1730 (33).
La intervención de los oidores en el Chocó
dejaba generalmente secuelas y amistades útiles.
En el proceso contra Ibero, por ejemplo, había
actuado una facción de mineros y comerciantes
encabezados por el antiguo superintendente de
Nóvita, don Julián Trespalacios y Mier. Este
personaje no sólo llegó a fmanciar al gobernador
Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVlll (1713-1740)
205
Simón de Lezama prestándole 11 mil patacones
para que comerciara, sino que se convirtió en
el intermediario de los oidores Martínez Malo
y Quintana. Los informes sobre los oidores persuadieron al Consejo de Indias a trasladarlos,
después de casi veinte años de ejercicio en Santa
Fe.
mente como magistrados inmunes a cualquier
crítica y a todo control.
De otro lado, habría que anotar que estos
conflictos se desarrollaban en un ámbito en el
que los nombres son reconocibles por su notoriedad: funcionarios investidos por la Corona
española, comerciantes capaces de inclinar decisiones del aparato político en su favor, terratenientes
y notables criollos con una inclinación
Conclusión
marcada a la intriga política o simplemente en
capacidad de reaccionar frente a otros intereses.
Los conflictos que se ha tratado de localizar Las instituciones comprometidas en estas rivalipara un breve período del siglo XVIII ilustran dades, y conflictos eran la presidencia, la
algunos de los factores no institucionales que Audiencia, las cajas reales y se situaban en centros
intervenían en la vida política colonial. Aquí de poder como Santa Fe o en emporios de risurge un interrogante sobre el peso específico queza como Cartagena, Mompox, Nóvita o Cide tales factores y conflictos frente a la acción tará. La situación a nivel local, en donde el
reguladora de normas relativas a la conducta de influjo de la Corona se hacía sentir menos, prelos funcionarios imperiales. A primera vista, senta otro tipo de conflictos mucho más ligados
intervenían demasiados elementos perturbado- a los intereses inmediatos de los grupos. Allí
res de la intangibilidad de los preceptos y por las expectativas de la conducta de los poderosos
eso la política que se desarrollaba en las colonias sino que se basaban en gran parte de antecedentomaba siempre giros imprevisibles. La impre- tes y privilegios consuetudinarios. Pero en este
cisión misma en la delimitación de las funciones terreno, como en el de mayor amplitud de la
del más alto tribunal colonial, al mismo tiempo política colonial, haría falta emprender nuevos
legislativas, ejecutivas, judiciales y fiscales, ha- estudios sobre factores complejos que intervecía que sus miembros se comportaran habitual- nían en la política.
----------------------------
Notas
l. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva
Granada, t. 11. 2" edic. 1890.
2. Archivo General de Indias(A.G.I.), Escribanía de Cámara, Leg. 818 A.
3. A.G.I., Santa Fe. Leg. 318.
-11. A.G.I., Santa Fe Leg. 298.
12. A.G.I., Santa Fe, Leg. 296.
13. A.G.I., Santa Fe, Leg. 325.
14. A.G.I., Santa Fe, Leg. 327.
4. Nieta del gobernador de Popayán, de Valenzuela Fajardo.
A.G.I., Santa Fe, Leg. 284 r. 1, núm. 73.
15. A.G.I., Santa Fe, Leg. 326.
5. A.G.I., Santa Fe, Legs. 310 y 133.
16. A.G.I., Santa Fe, Leg. 377.
6. A.G.I., Escr. de Cam .. Leg. 818 A.
7. A.G.I., Santa Fe, Legs. 323 y 367.
8. A.G.I .. Escr. de Cam., Leg. 818 A.
9. A.G.I., Santa Fe, Leg. 309.
10 A.G.I.. Escr. de Cam., Leg. 798 A.
17. A.G.I., Santa Fe, Legs. 286 y 293.
18. Dionisio de Alcedo y Herrera. Aviso histórico, citado
por Sergio Villalobos, en El comercio y la crisis colonial.
Santiago de Chile, 1968, pág. 38.
19. A. G. 1., Santa Fe. Leg. 326. Especialmente carta del
cabildo de Cartagena, de 24 de julio de 1720. La ambigüedad de los despachos de Pedroza, creó confusiones
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
206
entre los funcionarios que lo recibieron en Santa Fe el 8
de junio de 1718. Groot. ob. cit., 11. pág. 20, "rectifica"
el error de designar a Villalonga como primer virrey,
apoyándose en que varios documentos dan ese tratamiento
a Pedroza. Este, en efecto, fue recibido como tal en Santa
Fe, debido a su propia exigencia y a la ambigüedad de
sus despachos. A.G.I., Santa Fe, Leg. 297.
ofColonial Society in the Sabana ofBogotá, 1537 to
1740 University Microfilms. Ann Arbor. Vol. 1, pág
297.
26. A.G.I., Santa Fe, Leg. 300. Carta de 25 de febrero de
1729.
27. A.G.I., Santa Fe, Leg. 303. Carta de 20 de octubre de
20. A.G.I .. Santa Fe, Leg. 326. Carta del Cabildo de Cartagena de 24 de julio de 1720.
1729.
21. A.G.I., SantaFe, Leg. 286. Carta de 9 de marzo de 1721.
28. A.G.I., Santa Fe, Leg. 298, 300, 301, 302 y 303.
22. A.G.I., Santa Fe, Leg. 287.
29. A.G.I., Escr. de Cam. Leg. 818 A.
23. !bid. y SantaFe, Leg. 575.
30. A.G.I .. Escr. de Cam. Leg. 798 A.
31. A.G.I., Santa Fe, Leg. 297. Carta de 22 de enero de
1720. Legs. 307, 319, y 320. Escr. de Cam. Leg. 821 A.
24. A.G.I., Santa Fe, Legs. 325, 297, 326 y 328.
25. V.G. Colmenares,Historiaeconómicaysocialde Co- 32. Archivo Central del Cauca, Sign., 8, 174.
lombia, ¡537-1719, Medellín, 1975, pág. 203 y JuanA.
Villamarin7,EncomenderosandlndiansintheFormation 33. A.G.I., Escr. de Cam. 821 A. Santa Fe, Leg. 307.
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FRIEDE, JUAN: La invasión al país de los chibchas y la Conquista del Nuevo Reino de Granada,
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JARAMILLO URIBE, JAIME: Ensayos de historia
LIEVANO AGUIRRE, INDALECIO: LOS grandes
social colombiana, Bogotá, 1966.
conflictos sociales y económicos de nuestra
historia, Bogotá, 1960.
MELO JORGE ORLANDO: Historia de Colombia. El establecimiento de la dominación española,
Bogotá, 1977.
Los libros de LUIS OSPINA V ÁSQUEZ y WILLIAM MCGREEVEY, contienen una buena síntesis
de la economía colonial de la segunda mitad del siglo XVIII.
El proceso de la educación en el virreinato
207
El proceso de la educación
en el virreinato
Jaime Jaramillo Uribe
La educación primaria
E
1 estado colonial sólo conoció el concepto
de escuela pública elemental en la segunda
mitad del siglo XVIII bajo la política ilustrada
de los reyes Barbones. En los siglos XVI y XVII,
al ordenar el repartimiento de los indígenas en
encomienda, la Corona española impuso a los
encomenderos la obligación de costear cura doctrinero para que, como decían las primeras Leyes de Indias, les enseñara la doctrina cristiana,
les administrara los sacramentos y les acostumbrara a "vivir en polecia" (1).
Aparte de esta norma existen algunas indicaciones sobre la existencia de escuelas de primeras letras en el siglo XVII. En El Carnero,
Rodríguez Freyle, narrando el asesinato de Juan
de los Ríos, cuenta que cuando Segobia, el
maestro de escuela, vio pasar al oidor Cortés
de Mesa y a otra gente, pidió la capa, se fue
tras el oidor y los muchachos se fueron tras el
maestro (2). También se tiene noticia de que Juan
Gaitán, maestro de escuela en Santa Fe fue enjuiciado criminalmente por haber causado heridas en la cabeza a Juan de Ayala, sobrino de
doña María Sotelo (3). Encomenderos y acaudalados españoles dejaban legados para fundar escuelas. Al finalizar el siglo, Luis López Ortiz
dotó una escuela elemental para niños pobres
anexa al convento de San Francisco en Santa
Fe, y Antonio González Casariego otra anexa
al Colegio de San Bartolomé. Fuera de la capital, también funcionaron algunas escuelas privadas. Juan Serrano y Pedro de Valderrama figuran como maestros en Cali en 1591; Pablo Godoy y Carlos España, en Pasto. En 1680 aparece
en Medellín la primera escuela elemental que
cobrará 6 tomines de oro por cada discípulo de
lectura (4). Pero eran estos esfuerzos aislados y
privados y en manera alguna representaban una
política estatal.
La situación comenzó a modificarse en la
segunda mitad del siglo XVIII, gracias al impulso
dado a la educación en el reinado de Carlos 111,
cuando la Corona ordenó dedicar a obras pías
parte de los bienes de la expatriada Compañía
de Jesús. Las escuelas públicas de primeras letras fueron colocadas bajo el control de los cabildos de villas y ciudades y su sostenimiento
debía hacerse con las rentas llamadas de propios, aunque éstas eran tan exiguas en la mayoría de los poblados y aún en villas y ciudades,
que muy pocas podían sufragar el sueldo del
maestro y los gastos del local escolar. Una ciudad relativamente próspera como Santa Fe de
Antioquia se veía obligada a solicitar al virrey
auxilio de los fondos de temporalidades para
pagar al maestro de escuela, pues las rentas de
propios sólo alcanzaban a la limitada suma de
507.00 pesos anuales y los gastos generales de
la administración municipal montaban 477.40
pesos. Quedaban unos 15.00 pesos para pagar
208
al sacristán (5). Cuando los vecinos de Valledupar,
encabezados por Juan Manuel de Pumarejo, se
dirigieron al virrey solicitando crear una cátedra
de gramática en la escuela de primeras letras,
consultados los oficiales reales sobre las rentas
de propios de la villa, responden que sólo 6se
dispone anualmente de la suma de 37. 00 pesos .
Los sueldos de los maestros fluctuaban entre 200 y 300 pesos anuales y los pagos eran
completamente irregulares. Muchas veces pasaban años sin recibirlos y ordinariamente sólo
percibían una parte mínima de los estipulados
en los nombramientos. Era frecuente que los
padres de los alumnos tuvieran que contribuir
con uno o dos reales mensuales para que el
maestro pudiera sobrevivir. Las solicitudes de
pago de salarios se repiten constantemente. Al
pedir al corregidor que se nombre maestro de
la escuela pública a Juan de la Cruz Castelbondo, los vecinos de Sogamoso comunican que el
maestro cumple con sus tareas docentes cobrando medio real por niño, pero que es necesario que se pague su sueldo, "pues no tiene con
qué comprar zapatos" (7). No estaban en mejor
situación los maestros de Santa Fe pagados por
la Junta de Temporalidades, es decir, con las
rentas de los bienes de los expatriados padres
jesuítas. Agustín Torres Patiño y tres maestros
nombrados en 1785 para regentar las escuelas
de la capital del virreinato, se dirigen a la Junta
solicitando el pago de su salario que no reciben
hace dos años. Torres informa que el número
de niños ha aumentado considerablemente, pues
cuando fue nombrado había sólo 11 alumnos y
ahora tenían 200, "muchos de ellos tan pobres
que se retiran muy pronto por no poder comprar
papel, libros y lápices". Además, dice, la escuela carece de bancos y escritorios para su
acomodo (8). En forma similar se manifiestan los
maestros de Medellín, Barichara, Pamplona,
Ubaté y otras ciudades. Largas gestiones ante
las autoridades virreinales dan cuenta de que no
se les pagaban los sueldos desde años atrás.
Luis de Amaya, maestro de primeras letras de
Ubaté, pide que se le paguen los estipendios de
varios años y presenta testimonios de su indigencia, entre ellos al del fraile franciscano Velásquez, quien certifica que Amaya enseña a los
niños "indios y blancos" y que se halla en absoluta miseria (9). En 1800, Domingo Barrios,
maestro de escuela de Pamplona, pide al cabildo
de la ciudad que se le nombre un ayudante con
sueldo de 100 pesos anuales, a lo cual el cabildo
Nueva Historia de Colombia,
Vol. 1
responde que carece de recursos y que el maestro
puede hacer uso de la autorización del virrey
Ezpeleta para cobrar dos reales mensuales a los
padres de familias ricas y un real a las menos
ricas (10).
No sólo faltaban los fondos para el sostenimiento de las escuelas; también faltaban los
maestros. Los que podían enseñar algo más que
la lectura y la escritura, debieron ser la excepción. Respondiendo a la solicitud de los vecinos,
que demandaban el nombramiento de maestro,
el alcalde de Chire, un poblado de la provincia
de Tunja, afirmaba que "jamás ha habido maestro en el pueblo porque los que se dedican a
enseñar apenas sabían leer y escribir mal y no
sabían los números", motivo por el cual, agrega,
no se halla entre los criollos un vecino que sepa
contar y las más de las veces no se encuentra
quien ponga (sic) una carta ( 11). Comunicando al
virrey la apertura de la escuela, los miembros
del cabildo de San Gil daban cuenta de las muchas dificultades que tuvieron para encontrar
maestro (12).
Ignoramos cómo funcionaban las escuelas
coloniales de primeras letras. Los únicos testimonios documentales de que disponemos hasta
el momento se refieren a solicitudes de fundación, reclamos por el pago de los sueldos o
peticiones de los cabildos y vecinos implorando
auxilios virreinales para sufragar los gastos de
funcionamiento, pues la penuria de los pueblos,
villas y ciudades era tal, que no permitía ni
fundarlas, ni sostenerlas. Tampoco tenemos información sobre el número de niños que gozaban
del servicio escolar. A la escuela de Santa Fe,
según lo informaba a la Junta de temporalidades
su director, asistían 200 escueleros, como se
decía en el lenguaje de la época. A la de San
Gil, después de muchos esfuerzos del cabildo
y de haber encontrado un maestro de prestigio,
asistían 25 ó 30 niños (13). La preparación de los
maestros era en general bajísima. Hay testimonios de que en muchos casos apenas si sabían
leer y escribir. Probablemente sólo podían enseñar con alguna eficacia el rezo y la doctrina
cristiana (14).
Al finalizar la época colonial no faltaron
algunas iniciativas originales. El párroco de San
Juan de Girón solicitaba en 1789 licencia para
organizar una escuela pública y enviaba al virrey
un reglamento de 44 artículos para su aprobación, que contenía preceptos pedagógicos relativamente modernos y una percepción clara de
El proceso de la educación en el virreinato
las normas de discriminación racial y social que
dominaban entonces. En el aula escolar los
alumnos quedarían separados por una distancia
de media vara entre los bancos superiores e inferiores. Los niños blancos ocuparían los primeros, y los plebeyos y castas bajas los de abajo.
Para atenuar los efectos de la discriminación,
que preocupaban al párroco autor de la iniciativa, "se cuidaría especialmente que los niños de
buena estirpe no fueran osados de injuriar con
mofas y malas palabras a los de baja extracción,
ni se mezclen con ellos sino para enseñarles
aquello que ignoren, o auxiliarles en lo que necesiten por efecto de la generosidad que debe
ser propia de la gente noble". De este modo,
decía el artículo 6" del reglamento, "se irán
acostumbrando los niños blancos a mirar bajo
la perspectiva que conviene a otros hombres de
clase inferior y borrarán del todo perniciosas
preocupaciones que reinan aún contra los artesanos y menestrales, indignas de una nación civilizada (15).
El reglamento prescribía textos y un sistema de premios y castigos. Las acciones buenas
serían premiadas con parcos que se recibirían
en pago de las faltas cometidas, "porque los
hombres necesitan estímulo y gobierno". "Para
que conozcan la historia del país en que viven"
se recomiendan las historias de Piedrahita y Simón; para la enseñanza de la religión, el catecismo del Padre Astete y la Historia de la Iglesia
de Fleury. Para conocer la historia de España
el texto del francés Duquesne, "pues en él se
encuentran pintados con hermosura y valentía
las virtudes que les corresponden y los vicios
con los colores más negros". En todo caso, recomienda el padre Salgar, "debe evitarse que
los niños hagan lecturas como se observa hoy
con dolor, de libros como Los doce pares de
Francia y los romances de Enrique Esteban" (16).
Ante la escasez de escuelas públicas, la
profesión de maestro privado debió de tener un
cierto desarrollo. Al solicitar al cabildo de San
Gil que se le nombre maestro oficial, Antonio
Hijuelos informaba "que desde hace nueve años
se dedica voluntariamente a enseñar a leer, escribir y contar con el interés de remediar sus
cuitas con lo que los padres de los niños han
querido dar". Y en alabanza de su tenacidad,
agregaba que "aunque eran numerosos los sujetos dedicados a lo mismo, muy señalado ha sido
el que ha durado más de un año" ( 17).
209
Al terminar la dominación española apenas
había en el virreinato un incipiente sistema de
escuelas públicas. Como hemos visto, sólo unas
pocas villas y ciudades tenían las rentas suficientes para sostenerlas, y ello en condiciones muy
precarias de funcionamiento. En vísperas de la
Independencia, Caldas, desde las páginas del
Semanario, en su "Discurso sobre la educación"
se lamentaba de que en una ciudad de 30.000
habitantes como Santa Fe, sólo hubiera una escuela pública de primeras letras y exhortaba a
los ricos a contribuir con sus caudales a la apertura de otras (18). En las Relaciones de mando de
¡os virreyes se hacen continuas alusiones a la
educación en colegios y universidades, pero
apenas si se menciona la educación primaria.
La única referencia directa se encuentra en la
relación del virrey Ezpeleta. Sólo añadiré -dice
el virrey después de referirse a la situación de
los estudios superiores- que para la enseñanza
de las primeras letras en esta capital se está
tratando de poner escuelas públicas en los barrios en donde hacen falta, y se halla este proyecto en buen estado, debiéndose a la piedad
de este prelado [Caballero y Góngora] la dotación de los maestros; y que en los lugares de
afuera y de alguna población, se han establecido
muchas, costeadas por las rentas de propios,
que en esto tendrán una digna inversión. El
mismo método puede seguirse en algunos otros
lugares que carecen de ellas y dentro de pocos
años las habrá en todos los que puedan ocurrir
a este gasto, que es de poca entidad (19).
La universidad colonial
D
urante la primera etapa de la colonización
española, una vez instalada la Real Audiencia en 1550, los conventos fueron autorizados para impartir instrucción a clérigos y seglares en cátedras de gramática y lectura. Así lo
hicieron las primeras órdenes monásticas que
llegaron al Reino, es decir, franciscanos, agustinos y dominicos. Colegios y universidades con
autorización para dar títulos de licenciados y
doctores sólo aparecen a comienzos del siglo
XVII. En 1605, fray Bartolomé Lobo Guerrero
funda el Colegio de San Bartolomé y a mediados
de la centuria, en 1654, aparece el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado por
fray Cristóbal de Torres. En 1623 los jesuítas
reciben autorización real para fundar la Univer-
210
sidad Javeriana, institución que otorgaría los
primeros títulos de doctor en jurisprudencia y
teología. Tres años más tarde los dominicos
establecen la Universidad Tomística que sólo
funciona realmente a partir de 1636. Por la
misma época se abren colegios seminarios en
Popayán, Tunja y Cartagena (20).
Colegios y universidades solían tener tres
ciclos de estudio: artes, teología y cánones. El
ciclo de artes, que correspondía al tradicional
Studium Genera/e (Estudio General) de las universidades medievales, era un período de iniciación equivalente en sus fines al bachillerato moderno. Duraba de dos a tres años y en él se
enseñaban gramática, retórica, lógica, metafisica y algo de matemáticas y física. Los de
teología y cánones duraban cuatro años. El contenido de todas estas materias se tomaba de Aristóteles, Santo Tomás y los maestros escolásticos. La enseñanza se hacía en latín. Sólo a fines
del siglo XVIII, en 1791, un estudiante de la
tomística, don Pablo Plata, se atrevió a sostener
sus exámenes en castellano, causando con ello
un verdadero escándalo en la República de las
Letras (21).
El método de enseñanza era de rigurosa
estirpe escolástica. Se fundaba en la dictatio y
la disputatio. Primero el maestro leía un texto
y luego los alumnos absolvían preguntas y sacaban conclusiones, o conclusioncillas, como se
las llamaba entonces. Tomando las frases leídas
por el maestro como premisas, venía la conclusión precedida del respetivo ergo. De ahí el
nombre de enseñanza ergotista de que tan desdeñosamente hablaban los virreyes y los neogranadinos contemporáneos de Mutis y Caldas que
reclamaban una educación fundada ya sobre
métodos modernos y cuyo contenido fueran las
ciencias experimentales. Los temas preferidos
eran de carácter teológico: la gracia, la predestinación, el probabilismo, la inmaculada concepción, la comunión de los indios. Si se trataba
de lo que entonces se llamaba fisica, las disputas
versaban sobre el movimiento, la fuerza o la
generación de los animales. En jurisprudencia
se estudiaban Las Partidas, Las Municipales y
los textos de los grandes canonistas y filósofos
escolásticos, Melchor Cano y Suárez en particular. Este último fue prohibido a raíz de la expulsión de los jesuítas de los territorios americanos,
ordenada por Carlos III en 1767, porque sus
enseñanzas resultaban contrarias al regalismo
imperante en los medios gubernamentales, es
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
decir, al sistema que daba a los reyes el control
de la Iglesia (22).
Los exámenes eran frecuentes, pues se realizaban cada cuatro meses. Al final de cada ciclo
se presentaba la tremenda.El examinador abría
un texto de Aristóteles al azar, en tomo al cual
se hacían preguntas, se argumentaba, se contrargumentaba y se concluía. El jurado aprobaba o
desaprobaba. Todo en público y, como lo hemos
dicho, en latín. El ingreso a las universidades
estaba limitado a quienes, tras el procesillo,
comprobaran limpieza de sangre, es decir, que
descendían de criollos o españoles. O como se
decía en el lenguaje de la época, que no tenían
máculas ni sangre de la tierra. A estas discriminaciones y restricciones se hacían con frecuencia excepciones, pero la discriminación era la
regla general (23).
Este tipo de educación universitaria satisfizo las necesidades de una sociedad en que las
únicas funciones especializadas eran la sacerdotal y la jurídica. Preparaba curas y abogados,
que necesitaban estudiar teología, leyes y algo
de lógica. Correspondía a una sociedad agraria,
comercial y minera, actividades que se desarrollaban con la tecnología y las prácticas más primitivas, transmisibles por tradición, en las cuales para nada entraban conocimientos científicos
o técnicos que superaran la tecnología del neolítico. La agricultura desconocía la técnica del
abono o no la usaba, los arados eran de madera
y por excepción de hierro, y la rotación de cultivos y el mejoramiento de las semillas eran
desconocidos. Las manufacturas y el comercio
presentaban un panorama idéntico de simplicidad. Para la hilandería y tejeduría los españoles
habían importado el telar vertical, independizando el proceso del cuerpo del tejedor; pero
aparte de este progreso y de la introducción de
la lana y el lino como materias primas, las técnicas de tejeduría siguieron al nivel de lo indígena prehispánico.
Algo semejante podría decirse de la minería que
hasta fines del siglo XVIII seguía explotando
casi exclusivamente los aluviones o los "oros
corridos", como se decía entonces, que abundaban en ríos y quebradas. Por excepción se explotaron las minas de veta, como lo testimoniaron
las observaciones de Humboldt en 1801, y sólo
éstas necesitaban técnicas e inversiones de capital considerables (24 ). Las actividades comerciales y la organización de la Hacienda Pública desconocían la contabilidad, de manera que podían
El proceso de la educación en el virreinato
controlarse con los rudimentos de las matemáticas. A finales del siglo XVIII se trató de instaurar la contabilidad por partida doble para el control de las cuentas de las cajas reales, pero muy
pronto hubo de volverse al sistema tradicional
de cargo (ingresos) y data (gastos), porque los
tesoreros y recaudadores no pudieron asimilar
el nuevo sistema.
La cultura media de los habitantes del Reino, aun de las clases altas, tampoco exigía una
educación diferente. Como los únicos objetivos
eran mantener el status de persona educada y
prepararse para salvar el alma, bastaban la educación religiosa, el latín y algún conocimiento
de los clásicos. La mentalidad secular y sobre
todo la mentalidad lucrativa y ambiciosa de bienes terrenales que caracteriza el espíritu económico y empresarial moderno no habían surgido.
Apenas tiene sus primeros brotes en la segunda
mitad del siglo XVIII. Justamente en este momento aparece la necesidad de una reforma de
los estudios superiores y la idea de crear una
nueva universidad. Fue lo que trató de hacer el
virrey Guirior cuando en 1774 encomendó al
fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón la
elaboración de un plan para fundar Universidad
Pública, aprovechando los bienes expropiados
a la Compañía de Jesús y haciéndose eco del
nuevo espíritu ilustrado que preconizaban los
reyes borbónicos, sobre todo Carlos III (25).
La formulación del plan de Moreno y Escaudón estuvo precedida por una prolongada
crítica a ios estudios tradicionales, calificados
de "inútil jerigonza" y por la exigencia de incorporar a ellos las ciencias útiles" indispensables
para el aprovechamiento de las riquezas del Reino, como lo afirmaba el arzobispo virrey Caballero y Góngora. El plan Moreno no era en verdad revolucionario ni heterodoxo. Dentro de una
posición ecléctica intentaba armonizar la tradición con la necesidad de reformas. Calificaba
los estudios anteriores de verbalistas, dogmáticos y carentes de aplicación práctica, pero mantenía el contenido católico y aun escolástico de
los estudios que más directamente podían influir
en la formación moral, religiosa y política de
la juventud. Introducía el estudio de las matemáticas, que debían enseñarse por los textos del
filósofo alemán Wolff, y el estudio de la física
de N ewton. Para el derecho y la filosofia se
acudía a Melchor Cano y al mismo Santo Tomás, pero se agregaba la consideración de numerosos teólogos franceses como Abelly, Duviat,
211
Fleury, algunos defensores de la primacía de la
potestad real frente a la Iglesia.
El plan era especialmente innovador en el
método de enseñanza. Eliminaba el juramento
de fidelidad a la doctrina de Santo Tomás y
proscribía el memorismo y el criterio de autoridad como única fuente del conocimiento, ordenando que a los estudiantes se les permitiese
comparar la dotrina de varios autores -todos
católicos, ciertamente- "para que la elección
sea libre y gobernada por la razón, sin formar
empeño en sostener determinado dictamen" (26).
Prescribía también normas de organización
pedagógica. Los maestros debían presentar examen previo para "comprobar que pueden enseñar a leer" -recuérdese que en el lenguaje académico universitario leer quería decir enseñary tener los mismos discípulos durante todo un
ciclo de estudios para evitar los cambios bruscos
de orientación y conseguir un mejor conocimiento mutuo. Habría exámenes anuales rigurosos, presididos por el rector, el vicerrector y el
cuerpo de maestros del Rosario, San Bartolomé
y la Universidad Tomística. Finalmente, se
prohibían los trajes lujosos y los gastos excesivos.
El plan de Moreno y Escandón (27) nunca fue
puesto en práctica, por razones financieras y
por insuficiencia de catedráticos, según lo explicarían más tarde las autoridades virreinales,
pero también por razones políticas. En efecto,
la política borbónica tanto en el campo económico como en el administrativo y cultural estuvo
siempre afectada de una evidente ambigüedad
cuando se trató de ejecutarla en los territorios
americanos. En la misma forma en que no se
quería ir muy lejos en el fomento económico,
en la liberalización del comercio o en cualquier
aspecto de la reforma social, tampoco en el
campo de la educación se querían sobrepasar
ciertos límites. En la Junta de Estudios convocada en 1779 por el regente Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, a la cual asistieron el arzobispo Caballero y Góngora, el decano de los
oidores de la Audiencia don Benito Casal, los
rectores de la Universidad Tomística, del Colegio del Rosario, de San Bartolomé y los más
altos funcionarios del Reino, entre los cuales se
encontraba el mismo Moreno y Escandón, resolvió promulgar un nuevo plan de estudios superiores, ya que el anterior, proyectado por el
fiscal Moreno, no había tenido aplicación. La
Junta fue convocada en respuesta a la real cédula
212
expedida en Madrid el 18 de julio de 1778, en
la cual se dice que:
"Como consecuencia de haber graduado Su Majestad como útil y conveniente la fundación y
establecimiento de Universidad Pública y Estudio General y no haberse adoptado los arbitrios
propuestos para su dotación, previenen que con
el acuerdo y dictamen de ella se le informe qué
aplicaciones se han hecho de las temporalidades
ocupadas en este Reino a los regulares de la
extinguida Compañía de Jesús; qué bienes de
ella existen aplicables a la erección de Universidad Pública sin perjuicio de las obligaciones
a que están afectados .... y qué estado tiene la
enseñanza pública en los enunciados Colegios
[San Bartolomé, Rosario y Universidad Tomística], si se observa en ellos el método de estudios
formulado por el señor Fiscal don Francisco
Antonio Moreno y Escandón; qué progresos han
tenido los que han estudiado la carrera literaria
por él y que si la Junta estima conveniente alterarle o variarle de algún modo, lo ejecute y
poniéndolo desde luego en ejecución dé cuenta
al Real y Supremo Consejo de Indias para que
en su vista se mande lo más conveniente y útil
a los vasallos de este Reino y al lustre de esta
Ciudad ... " (28).
A los interrogantes de la cédula de abril
del año anterior, la Junta de estudios contestó
dando las razones por las cuales el plan Moreno
no había sido aplicado. Se mandó a observar el
citado plan formado por el señor Moreno -se
dice en las actas-, pero no habiendo correspondido el efecto a los deseos con que la Junta
previno su observancia, ni a los que informaron
a dicho señor para su formación, pues aunque
el referido plan demuestra la instrucción de su
autor y el celo que lo animó en obsequio de la
juventud de este Reino, pero como no había
llegado a conseguirse el número de catedráticos
que en él se pide por falta de fondos que tienen
los colegios para sostenerlos y que los pocos
que ha habido han tenido que enseñar por un
método que no aprendieron, no se han logrado
los progresos que se esperaban, a que concurre
por otra parte la falta de Estudios Generales sin
cuyo establecimiento formal no pueden adoptarse semejantes reglamentos de estudio, juzgó
la Junta necesario por estas razones prevenir el
régimen que provisionalmente ha de observarse
en los estudios de ambos colegios, procurando
en lo posible igualarlo al que antes del plan
servía de gobierno para cautelar de este modo
Nueva Historia de Colombia, Vo¡. 1
que con una absoluta novedad se sienten los
malos efectos que ésta suele atraer (29).
Sintomático del regreso a las antiguas prácticas fue la decisión tomada sobre los estudios
de filosofia. Al respecto, decía la Junta:
"Y mereciendo entre éstos la primera atención
la Filosofía, por ser la escala por donde se asciende a los demás, a ésta se convirtió la Junta
(sic) queriendo que se enseñe y explique del
modo escolástico de antes, pero separando y
purgando de ella todas aquellas cuestiones que
por reflexas e impertinentes se reputan inútiles" (30).
Era ésta una pequeña concesión al plan
Moreno y a sus críticas contra el dogmatismo
tradicional, concesión que se refrenda con las
siguientes consideraciones finales:
"De cuyo modo cómodamente podrán [los jóvenes] instruirse en la teología escolástica dogmática y moral pura y sana, pero no por esto
los maestros han de infundirle a los discípulos
espíritu de facción o partido de escuela sino que
los dejarán en libertad para discurrir y opinar,
pues lo contrario es muy perjudicial para el adelantamiento de los estudios" (31 ).
En los años que siguieron, los esfuerzos
de modernización de la cultura se concentraron
en las actividades de Mutis y la Expedición Botánica, pero todo indica que la enseñanza universitaria regresó a los métodos y contenidos tradicionales. La cátedra de medicina y matemáticas
sustentada por Mutis en el Colegio del Rosario
representó para los neogranadinos la única posibilidad de ponerse en contacto con la ciencia
moderna. Pero como las tareas de la Expedición
y los encargos sobre estudios mineros que Caballero y Góngora hiciera al sabio gaditano lomantenían fuera de Santa Fe, la cátedra quedó vacante durante varios años. En 1785, uno de los
discípulos de Mutis, Juan Fernando Vergara,
aspirante a sustituirlo, escribía al virrey en
forma patética:
"La sociedad humana apenas subsistiera y los
comercios más ventajosos o se acabaran o no
se hubieran visto si la astronomía o la geografia
se perdieran o no hubiéramos tenido la felicidad
de que se hubieran inventado" (32).
Las décadas finales del Virreinato no debieron aportar modificación alguna a la penuria de
la situación de los estudios superiores. Al comenzar el siglo XIX el virrey Mendinueta se
El proceso de ¡a educación en el virreinato
213
quejaba del atraso de los estudios en los colegios gunos beneficiarios. Resumía la situación de la
del Rosario y San Bartolomé y en la Universidad enseñanza en el Reino con estas palabras:
Tomista de los dominicos. La cátedra de fisica "Los que tienen algunos conocimientos de cieny matemáticas, que la ausencia de Mutis había cias puede decirse que los han adquirido más
dejado vacante, no se había provisto aún por bien en sus gabinetes, a esfuerzo de un estudio
falta de fondos para sufragarla y de alumnos particular, auxiliados de sus propios libros, que
interesados en su enseñanza. Carece de rentas en los colegios y aulas públicas, estando en ellas
y aun de discípulos -decía Mendinueta en su limitada toda enseñanza a una mediana latiniRelación de Mando- porque no abre carrera para dad, a la filosofía peripatética de Gaudin, a la
las demás ciencias, como la filosofía escolástica teología y derecho civil y canónico según el
y faltando todo estímulo para la aplicación de método y autores que prescribió la Junta de Esla juventud, no es de extrañarse gue se mire con tudios de 1779, derogando al mismo tiempo el
indiferencia su estudio tan útil (33). Insistía el vi- sabio plan que regía apenas desde el 74, formado
rrey en la necesidad de crear la Universidad por el Fiscal que fue de esta Audiencia D. FranPública que se había prometido desde 1774 y cisco Antonio Moreno y Escandón, con una ilusproponía financiarla con las numerosas capella- tración y método superiores a los alcances litenías Vacantes que usufructuaban sin derecho al- rarios de sus contemporáneos" (34).
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
214
Notas
l. Recopilación de leyes de los Reinos de Indias, título
VIH, libro VI; títulos XIII y XIV, libro 1, Madrid, 1943.
2. Juan Rodríguez Freyle El Carnero, Bogotá, 1936. pág.
108.
3. Archivo Nacional de Colombia, Colegios, t. m, fls. 178
y ss. Citaremos este archivo con la sigla ANC.
4. Luis Antonio Bohórquez Casallas. La evolución educativa de Colombia, Bogotá, 1956, págs. 50 y SS.
5. ANC. Colegios, t. V, fls. 552 y
SS.
6. ANC, Colegios, t. IV, fls. 646r y 669v.
7. ANC, Colegios, t. IV, fls. 344 y ss.
8. ANC, Colegios, t. 11. fls. 785 y
SS.
9. ANC, Colegios, t. V, fls. 18r y
SS.
10. ANC, Colegios, t. V, fls. 46r y ss.
11. ANC, Colegios, t. 111, fls. 190v y ss.
María Rodríguez O. P., Historia de las universidades
hispanoamericanas, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá,
1973.
21. José María Vergara y Vergara, Historia de la literatura
colombiana, vol. l. Bogotá, 1931, pág. 42.
22. Fray José Abel Salazar, ob. cit.; Juan David García Baca,
Antología del pensamiento filosófico en Colombia, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá, 1955.
23. Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos de historia social colombiana, Bogotá, 1968, págs. 181 y ss.
24. Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el Reino
de Nueva España, México, Edit. Porrúa, 1966, pág. 420.
Sobre el mismo tema, Francisco Silvestre, Descripción
del Reino de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, 1950, pág. 68.
25. Archivo Histórico Nacional de Colombia, fondo Colegios, t. 11, fls. 268r/309r; Relaciones de mando de los
virreyes, ed. de Eduardo Posada y Pedro María lbáñez,
Bogotá, 1910, págs. 489 y ss.
26 Archivo Histórico Nacional de Colombia, Colegios, t.
11, fls. 295r, 292r y v.
12. ANC. Colegios, t. V, fls. 477 y ss.
27. Moreno y Escandón, Plan, reí. cit., fls. 305r.
13. ANC. Colegios, t. 11, fls. 785r y ss.
14. ANC, Colegios, t,
m,
fl. 190v.
15. ANC, Colegios, t. 11. fls. 913 y ss.
16. ANC, Colegios, t. 11, fl. 953r.
17. ANC. Colegios t. V, fls. 488 y ss.
28. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Colegios, t.
11, fls. 323r a 332v.
Citaremos en Archivo Nacional de Colombia con la sigla
ANC.
29. ANC, Colegios, t. 11, fls. 325-326. Subrayado nuestro.
30. ANC, Colegios, t. 11, fls. 326r y v.
18. Semanario del Nuevo Reino de Granada, vol. 1, Bogotá,
1943, págs. 69 y SS., 73 y SS.
31. ANC, t. cit., fl. 328v.
19. Relaciones de mando, ed. de Eduardo Posada, Bogotá,
1910. pág. 336.
32. ANC, t. cit., fl. 102lv.
20. Sobre la universidad y la educación colonial, véase a fray
José Abel Salazar, Los estudios eclesiásticos superiores
en el Nuevo Reino de Granada, Madrid, 1946; Agueda
3 3. Guillermo Hemández de Alba. e d. de Archivo epistolar
del sabio Mutis, t. 1, Bogotá, 1947, págs. 247-248.
34. Relaciones de mando, ed. cit., págs. 492-493.
El proceso de la educación en el virreinato
215
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HERNÁNDEZ DE ALBA, GUILLERMO:
L a arquitectura
colonial
217
La arquitectura colonial
Alberto Corradine Angulo
La planificación regional
E
l arribo a las costas del actual territorio
colombiano, por parte de los primeros españoles, n~, tuvo otra co~secuencia que la simple
explorac10n de los accidentes geográficos y, naturalmen~e, el ll~ado recate d~ oro, perlas y
otros objetos considerados preciOsos. Sólo en
una segunda oleada se intenta sentar reales en
el nuevo territorio. Es en ese preciso momento
en el cual se produce una acción característica
de todos los pueblos invasores: establecer cabezas d~ puente desde las cuales es posible adelantar eXItosamente una exploración sistemática del
territorio inmediato y la subsiguiente conquista
que se deriva de esas acciones. De esta manera
es fácil comprender el carácter que identificó la
efímera fimdación de San Sebastián de Urabá
o la más perdurable de Santa María la Antigu~
del Darién, así como los posteriores asentamientos en Santa Marta y luego en Cartagena. Transcurren entre unas» y otras fundaciones cerca de
treinta años, durante los cuales sólo es utilizada
parcialmente la franja costera por parte de los
españoles. Pero años más tarde, cuando las exploraciones cubrieron buena parte de los departamentos de la Costa, es cuando se acometen
las empresas de mayor aliento, como la de explorar el interior del continente.
. Las circunstancias anotadas ponen de mamfiesto el carácter de esas primeras fimdaciones
o ciudades, que tal categoría obtuvieron con
prontitud, cuando se trataba en realidad y durante dilatados años, de auténticos campamentos
militares. Toda la población que en ellas habitó
estaba form~a po~ las tropas de conquistadores,
algunos func10nanos que solían acompañarlas
como fueron: capellanes, notarios, barberos
que eran los cirujanos de la época, y cierto~
esclavos y esclavas indígenas apresados en las
batallas. Por eso no es de extrañar que se procediera a ~tili~ar los principi~s establecidos por
la expenencm de muchos siglos y consignadas
en los textos de varios tratadistas que se remontan a la época del Imperio Romano o se reiteran
a lo largo de la Edad Media.
Una tercera fase que distingue este proceso
se presenta en el momento en el cual las diversas
y coincidentes campañas de descubrimiento,
convergen sobre la Sabana de Bogotá, como
atendiendo a una cita histórica. A partir de ese
momento todo cambia, pues el haliazgo de tie~as altas, ~an~s y con ~bundante población nativa, constituyo una razon poderosa para querer
permanecer en ellas y además generó una división tr~ce~dental en 1~ nueva geografía humana
~el te~tono colo~biano, pues repercutirá de
Inmediato e~ el. fluJO de los. ~uevos ~igrantes
y en la subsiguiente fimdac10n de un smnúmero
de nuevas ciudades en el interior del país. De
esta manera las poblaciones o ciudades establecidas en la Costa, asediadas entonces solamente
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
218
PRINCIPALES FUNDACIONES EN 1550
por tribus altamente belicosas, serán sostenidas
por la fuerza de las armas y de las represalias,
por la necesidad de mantener a toda costa el
contacto permanente con Santo Domingo y con
España, por una parte, y con los pobladores del
interior por la otra. Por estas razones las fundaciones costeras se redujeron a dos durante casi
todo el siglo XVI: Santa Marta y Cartagena.
Sólo se contó con algunas excepciones significativas como fueron: Mompox por su carácter
de puerto fluvial y escala táctica en la única ruta
practicable hacia el interior del país: el Río
Grande de la Magdalena, hecho del cual derivó
su rápida prosperidad y su crecimiento; y Riohacha, no por razones estratégicas de su emplazamiento sino por la abundancia de perlas que la
distinguía por entonces.
Un examen rápido de la geografia de Colombia, cuando aún no era el Nuevo Reino de
Granada, en los años de 1550 y en los de 1600,
señala de inmediato la forma como, a manera
de mancha de aceite, aparecen las sucesivas fundaciones de ciudades siguiendo, precisamente,
los valles de algunos ríos o las altiplanicies en
las montañas, aprovechando por lo general, los
lugares donde la experiencia, decantada por centurias, había enseñado a los indígenas los lugares favorables. Por esta razón elemental, las
regiones donde existía población más densa y
evolucionada, son también las escogidas por los
españoles para hacer sus principales asentamientos urbanos, pues allí se encontrarán condiciones como: bondad del clima, salubridad aceptable, recursos adecuados para la subsistencia,
etc., así como abundancia de mano de obra
indígena.
A la postre, cuando va terminando el período colonial, la mayor parte de la población
existente en el actual territorio de Colombia, se
concentraba en el altiplano cundiboyacense y
en Santander, en tanto que, por ejemplo, en el
Magdalena Medio donde históricamente se han
dado las condiciones más duras para la supervivencia del Hombre, se encontraba poco menos
que deshabitada, con algunos lugares de carácter
excepcional sobre el propio curso del río, muchos de ellos estrictamente militares. De ahí
que la distribución de la población, por razones
naturales, se concentra en las áreas más saludables, salvo en los casos en los cuales se dan
PRINCIPALES FUNDACIONES EN 1600
La arquitectura colonial
atractivos muy especiales, como la existencia
de oro en las vertientes del Pacífico y el Chocó,
donde los bosques, la alta pluviosidad y las elevadas temperaturas, conllevaban también la presencia de abundantes enfermedades endémicas,
que sólo permitían la supervivencia de unos pocos blancos, pues en ese medio es resistido solamente por la población nativa o la de origen
africano. Vastas regiones permanecían aún desligadas totalmente de la cultura colonial. En
general, la minería de oro fue el único motor
que indujo la formación de poblaciones en lugares de condiciones ambientales difíciles y su
existencia se vio limitada al tiempo en el cual
fueron rentables la explotación de los filones o
la de los placeres, en el caso de aluviones. Las
zonas oscuras que aparecen en el mapa número
2, que rodea las ciudades existentes en 1600,
varía muy poco a lo largo de los dos siglos
siguientes, salvo la expansión que se inicia en
Antioquia y la que se concreta en la costa atlántica.
El urbanismo y la arquitectura
en el siglo XVI
L
a historia del urbanismo en América se remonta al mismo siglo xv con las primeras
fundaciones que se hicieron a partir del descubrimiento durante la década del noventa, pero
su característica de más relieve, como fue el
empleo de la cuadrícula o damero, parece haberse iniciado en 1502 cuando se trasladó Santo
Domingo a su actual emplazamiento. El tema
mismo del sistema ortogonal de trazado de las
ciudades americanas ha sido motivo de estudio
de importantes investigadores en todo el mundo;
también entre nosotros se han publicado algunos
trabajos donde cabe destacar la obra de Carlos
Martínez El urbanismo en el Nuevo Reino de
Granada ( 1966) y el aporte de Carlos Arbeláez
Camacho que aparece en la Historia Extensa de
Colombia, volumen xx, tomo cuarto, dedicado
a la arquitectura colonial (1966). Las diversas
influencias que parecen haber contribuido a la
adopción del modelo americano de ciudad, son
precisamente tema de discusión de los eruditos (1). Lo cierto es que, entre las ciudades que
subsisten en el país, fundadas en el siglo XVI, se
repiten en forma completa las características de
otras ciudades de datación anterior, tanto del Continente como del Caribe. No obstante, la razón
inicial de varías de ellas fue la de simple cabeza
219
de puente, que permitiera las incursiones en el
interior inmediato del territorio; su explotación
y posterior dominio o pacificación, por lo cual
es probable que no llenaran inicialmente los requisitos formales con que hoy las conocemos,
sino que se tratara de meros campamentos militares en tanto las condiciones generales permitían su evolución hacia formas más estables por
sus necesidades políticas, administrativas y comerciales, y, por ende, a una reorganización
total en su trazado. Esa parece haber sido la
suerte de Cartagena y Santa Marta en sus primeros años. Fundaciones posteriores como las
efectuadas en Santa Fe, Tunja, Vélez, Cali, Popayán y Pasto, en circunstancias diferentes, obedecieron desde un comienzo a una organización
física de indudable claridad, acorde con las instrucciones impartidas a Pedrarias en 1513, y a
otras posteriores, las cuales culminarán en las
ordenanzas de 1573 expedidas por Felipe 11,
cuando ya las principales ciudades de Colombia
habían sido fundadas (2).
La traza de las ciudades colombianas fundadas en el transcurso del siglo XVI fuera de su
inscripción en el tipo de ciudad damero, ajedrezada, en retícula, hipodámica, u otros términos
menos comunes con los cuales se ha descrito la
aparición de vías paralelas espaciadas con regularidad y cruzadas por otras dispuestas en forma
similar, permite una organización clara de los
elementos cívicos, sean ellos religiosos o administrativos, colocados usualmente alrededor de
la plaza mayor que se constituye en el espacio
principal, verdadero corazón de la ciudad. Al
ganar en extensión la ciudad, el sistema de retícula permitió, y aún permite, una expansión
regular y crear nuevos espacios abiertos dispersos por su área urbana, dejando de construir
algunas de las manzanas en forma total o parcial.
Las condiciones topográficas que inicialmente demarcaron la extensión de las ciudades, con el
tiempo fueron desconocidas, y el crecimiento,
bajo la iniciativa privada, pudo llegar a sobrepasarlos: así se ve en Santa Fe, que se extendió más
allá de los ríos San Francisco y San Agustín, pese
a las dificultades que ofrecían éstos en su paso,
no por el volumen permanente de sus aguas sino
por lo profundo y áspero de los cauces. Algo
similar se ve en el caso de Tunja, con el arroyo
de San Francisco, el cual se cita en El Carnero
alrededor del asesinato de don Jorge Voto.
Cartagena no escapa a esta situación: antes
por el contrario, logra mayor desarrollo el barrio
220
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
de Getsemaní situado en otra isla, que el de
San Diego, pe~e a estar dentro de la misma !sla
y próximo a la cat~dral. La~ vías de comumcación con las poblaciOnes vecmas, tanto entonces
como ahora han condicionado el proceso de
desarrollo fí~ico de las ciudades.
indudable diferencia con otras ciudades C<?lo~­
bianas como Cartagena o Cali. Parece influrr
en tal singularidad el origen regi_onal de sus
pobladores, diferente del .Pr<?me~w ?alculad~
para Amé~ca (4), c~ya real mcidencia aun no está
medida m correlaciOnada con otros casos concretos.
La vivienda------------
Pueden verse en las casas tunjanas varias
características: altura generosa, organización alrededor de un patio sobre el que ofrece dos o
tres frentes la construcción, generalmente dos
pisos con galerías de columnas de inspir~ción
toscana, medieval o de claros rasgos mon~cos,
portada de alguna magnitud labra~ ~n pie~
donde se perpetúan costumbres romanicas, y goticas junto a detalles omamen~ales de la epoca:
el Renacimiento. Un zaguán vmcula la calle con
el interior y por sus dimensiones _permití~ el
fácil paso de una cabalgadura. PatiO ampho y
huerto o corral muestra a las claras la relación
inobjetable de esta casa ciuda~ana con_ el camp<?.
La generosidad de sus espaciOs, la mis~a zomfícación de la casa, en la cual se destmaba ~1
segundo piso a los rec~ntos privad~s ~e la familia, y el bajo, a depósito~ y do~Itonos de se~­
vidumbre, patentizan la I~flue~cia de una actividad que oscila entre la vida cmdadana y rural.
¿Cuál es la causa de sus dimensiones generosas?
Muy simple: la mayoría de sus propietarios fueron encomenderos y por lo regular o_cuparon
también puestos prominentes en el gobierno de
la ciudad como regidores o alc_aldes. De u~ lado
percibían las cosechas de sus ~Ierras, los tnbutos
de los indígenas con frecuencia en mantas, etc.,
con lo cual se generaba la necesida~ ~e disponer
de amplios espacios tanto para recibir y m~te­
ner las recuas de cabalgaduras, ~omo de recm~os
adecuados para guardar las diversas especi~s
vegetales de las cosechas como papa, mmz,. trigo, etc., o animales como cueros, etc., destm~­
dos tanto al consumo familiar como. el comerc~o
con ellas. No se trata aquí de un simple pl~gw
de espacios usuales en el sur de España destinados a articular una vivienda, y por eso su esca~a
dimensión en la Península, sino de un espac~o
de uso específico, verdadera zona de trabaJ~
que requerí~ de área~ más generosas. La VIvienda propiamente dicha se coloca en el segundo piso, con sala, recámaras, alcobas, co~e­
dor y cocina, ac<?modad~~ sobre las construc~w­
nes del primer piso cubnendolas total o parcialmente.
Distribuidas las ciudades por el territorio
nacional siguiendo a grandes rasgos las áre~s
de mayor densidad indígena como zonas mas
salubres y obviamente de mayores recursos en
mano de obra necesaria para la agricultura, el
transporte, etc., se genera la viv~end~ c~mo uno
de los primeros elementos arqmtectomcos pe~­
manentes. En un comienzo con carácter provisional, y generalmente basada en ~os recursos
y técnicas más simples cuando no eJecutadas en
un todo a la usanza de las empleadas por los
indígenas, se pr~du~e un fen?meno de "acomodación" que no sigmfica en mnguna l_Ilal_lera una
expresión primera del llamado mesti~aJe cultural. Esta situación es tan característica que la
lucha iniciada por los cabildos unos 5 o 1O_años
después de efectuada la fundación de las cmdades con el objeto de obligar a los vecinos a
lev~tar obras perdurables hechas ~n piedra, .al
menos en ciertos sectores, para sustituir las existentes de paja y baharequ~ perdura a veces hast~
los mismos inicios del siglo XVII, como q~edo
demostrado en el incendio que arrasó casi P<?r
completo a Cartagena en el ataque del corsano
Sir Francis Drake en 1585 (3). Dentr<? de su apariencia de ranchería, común a las pnm~ra~ cmdades en el siglo XVI, varios de los pnncipales
vecinos se dieron inicio a la tarea de construcciones de mayor alcance. Es el !nicio de una
arquitectura permanente. El m~Jor lugar que
tiene el país para conoce~ 1~ calidad y ~aracte­
rísticas de esas nuevas viviendas, es sm lugar
a dudas la ciudad de Tunja que, pese ~ van~­
lismo destructor que han desatado los mverswnistas en los últimos años, aún conserva los
únicos ejemplos que perduran de~ sig;l? XVI. En
estudio que está en vías de pubhcacw~ he analizado la vivienda de esa cmdad, temendo en
cuenta varios de los factores o condiciones que
rodearon la construcción de tales viviendas
como fueron su base económica y el alto status
social de gr~ número de los veci~os, además
de cierta facilidad de recursos técmcos y materiales. Estas condiciones peculiares crean una
221
La arquitectura colonial
Es indudable que a su conformación contribuyeron en cierto grado los nuevos aires estéticos que llegaban de Italia originados en el Renacimiento, cuyo énfasis formal lleva a destacar
la simetría y las experiencias ya habidas en otras
regiones españolas como se puede comprobar,
v. gr., al examinar la arquitectura popular en
Chinchón o Riaza, ambas en Castilla la Nueva,
donde ya el patio llenó funciones de enlace entre
el campo y la vivienda ciudadana. Otros rasgos
que dejan ver las obras de un siglo en nuestro
medio son los clasificables en el marco de lo
estético y constructivo, donde el aporte de origen morisco, plenamente asimilado, se patentiza
en la frecuencia con que se emplea el alfiz, el
arco peraltado, la columna ochavada y el artezón
para citar lo más relievante.
Pero además del trasplante de técnicas
constructivas como el uso de la tapia pisada, el
adobe, el ladrillo y la piedra en los muros, se
empleó el bahareque conocido de los indígenas,
en lugares de pocas exigencias como las áreas
de servidumbre o en divisiones posteriores, y
alternaron con frecuencia la teja "española" o
de barro con la paja. Los frentes son por lo
general elevados y sus fachadas internas y externas revocadas y encaladas. Los aleros sostenidos
por canes, alternan con simples comisas de ladrillo que reciben el tejaroz. Junto con esas grandes construcciones es posible encontrar otras
más sencillas constituidas inicialmente por uno
o dos cuartos, de dimensiones medianas, hoy
subdivididos, y que sólo ocupan una parte del
frente del lote, constituyéndose así el otro extremo de la escala que ofrece la ciudad. Las
técnicas constructivas empleadas serán las mismas, no así los elementos ornamentales, ni su
altura, ni la sencillez de los espacios que la constituyen, ni la forma en que se articulan, es en fin
una arquitectura diferente, ajena a las pretensiones
sociales y reflejo indudable de una clase menos
favorecida económicamente. Existe un documento importante para poder comprender el caso
de Tunja que se elaboró en 1610 y que ya ha sido
publicado en varias oportunidades (5). Allí de los
trescientos vecinos que se calcula poseer la ciudad
en ese momento, 76 son encomenderos, es decir,
uno de cada cuatro, y por otra parte de las 313
casas levantadas en el casco urbano, 88 son de
dos pisos, las demás de uno, sólo estando cubiertas
de paja 82. Es patente la casi coincidencia entre
el número de los encomenderos y de las casas
más significativas como eran las de dos pisos.
Arquitectura religiosa
Sobre esta rama de la arquitectura, tan significativa en el panorama latinoamericano, es
bien poco lo escrito hasta hoy. Los mismos autores ya nombrados: Marco, Arbeláez y Sebastián (6), son los que han hablado sobre las primeras
obras de arquitectura religiosa en el país, con
un cierto sentido generalizador, si bien es cierto
que avances a este respecto los hizo el historiador Guillermo Hemández de Alba, hace más de
treinta años con dos de sus obras principales (7),
aun cuando su interés primordial estribaba más
en la imaginería y en las experiencias plásticas,
que complementaban la arquitectura de la colonia, que en las calidades arquitectónicas.
Los ejemplos del siglo XVI son bien pocos:
la catedral tunjana, la cabecera y traza de la
cartagenera y las iglesias bogotanas de San Francisco y la Concepción, así como San Laureano
y Santa Clara, en Tunja y gran parte de la iglesia
de Chivatá en Boyacá, tan ajena a la imagen
que hemos f01jado de las iglesias de pueblo (8).
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PLANTA ORIG IN AL
IGLESIA CAT DRAL DE T UNJA . SIGLO ,
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2 . Capi ll a de lo.~ Mancipe
3 . Sacrbtia
4 . Capi ll a Hermand<~d del lcr 1
5. Torre
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1:500
222
Nueva Historia de Colombia,
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Vol.
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IGLESIA DE CHIVATA
••oro
IGLESIA CATEDRAL DE CARTAGENA
l.
2.
3.
4.
Capilla del Sagrario
Pórtico
Antigua Sala Capitular
Sacristía
IGLESIA DE SAN FRANCISCO - BOGOT A
1. Nave Central
2. Altar de San Francisco
3. Sacristía
4. Convento
5 . Pre biterio
r
1:):·
ó . Altar Mayor
7 . Capilla de la Inmaculada
·r·'
-- -~
&2
u
[
IJ
IGLESIA DE SANTA CLARA TUNJA. SIGLO XVI
ID
IGLESIA SAN LAUREANO
T NJA. IGLO XV I
E~cala
1:500
Con tan pocos ejemplos existentes es dificil
efectuar un análisis completo de este tipo de
arquitectura, o definir las influencias y sus más
frecuentes características. No obstante, con base
en los dos ejemplos más significativos, como
son las ahora catedrales de Tunja y Cartagena,
se puede afirmar que es manifiesta la presencia
de un tradicionalismo estético y constructivo
enraizado en el gótico, fácil de apreciar en los
arcos apuntados ligados a la cubierta mudéjar,
para el caso de la iglesia matriz de Tunja (que
se repite en la iglesia de Santa Clara), y en la
cabecera ochavada y con bóvedas de la catedral
cartagenera. Algo similar encontramos en las
otras iglesias tunjanas o bogotanas: cierta generosidad en las naves, muros robustos muy cerrados, cubiertas por alfarjes, donde la más pobre
en su terminación es la de San Laureano en
Tunja, en tanto que San Francisco y la Concepción de Bogotá, poseen dos ejemplos muy elaborados de artesón como ocurre también con
Santa Clara de Tunja. Las fachadas distan hoy
mucho del diseño y condiciones iniciales en razón de las posteriores modificaciones, cuyo alcance real nos es desconocido. De las iglesias
mencionadas es quizá la de Chivatá una de las
más significativas, al menos por dos razones:
la primera, por dar un tratamiento diferente a
la capilla mayor, puesto que no es una simple
fracción de la nave, sino que se le asigna en
planta una dimensión diferente al ancho de esta,
y la segunda, porque espacialmente se le da un
tratamiento diferente al cubrírsele con bóveda
de mampostería, en tanto que el cuerpo o nave
se le cubre de par y nudillo, solución que no se
repite en la región, constituyéndose así en espacio de características especiales no presentes en
obras de su época o posteriores. Puede añadirse
a lo dicho, la real influencia del Renacimiento
manifiesta en documentos de los primeros años
del siglo XVII, donde se describe su estado y
características ya definidas desde 1580 (9).
223
La arquitectura colonial
1
1
PLANTA ORIGINAL
SIGLO VI
·- ....
~
-=.-r
~"'"
J
...--.......
PLANTA ORIGINAL
SIGLO XVI
~-....
l:i""
ESTADO ACTUAL
IGLESIA DE SAN FRANCISCO. TUNJA
Escala 1:500
Otro de los aspectos importantes de la arquitectura religiosa es el relacionado con los
conventos que las diversas comunidades religiosas. erigieron en el país. Por desgracia, de los
vanos construidos en el siglo XVI, son bien
pocos los que han llegado completos hasta nuestros días en razón de la destrucción continua
que de ellos se ha hecho en lo que ya va corrido
de este siglo ... No obstante, de varios de los
desaparecidos existe documentación gráfica que
permite efectuar análisis casi completos de sus
características arquitectónicas, y se trata por lo
general de los más antiguos, iniciados antes de
1600, como son el de San Francisco de Tunja
demolido por un emprendedor gobernador d~
Boy~c,á (?) o ~1 de San Francisco de Bogotá,
tambien destruido para levantar el edificio de
la gobernación, por lo que sus iglesias quedaron
sólo como testimonios del esplendor de los conventos, mutilados en varias de sus relaciones
de funcionamiento.
De tales conjuntos perdura un buen ejemplo: el convento y su iglesia de Santo Domingo
de Tunja, en el interior del país y el magnífico
de Cartagena. La disposición es similar en
cuanto a la relación iglesia-claustro y la vía
pública, al menos en la forma en que se nos
presenta actualmente, porque debe recordarse
que el ingreso de la iglesia dominicana de Tunja
se efectuaba por una ronda y compás ubicados
detrás ~el. altar m~yor, antes de su inversión ( 1O).
SI bien es cierto que gran número de conventos fueron fundados durante la segunda mitad del siglo XVI, su fundación no pasó del
IGLESIA DE SANTO DOMINGO .
TUNJA
Escala 1:500
CONVENTO DE SANTO DOMINGO.
CARTAGENA
l . Coro
2. Aljibe
3. Sacristía
Escala 1:500
plano canónico, pues casi todos utilizaron por
algún tieJ?pO casas. en_ arriendo o emplearon
construccw~es transltonas a la espera de mejores oportumdades para levantar edificios de al-
224
gún significado. Esto no ocurrió sino al terminar
el siglo XVI y en su construcción se emplearon
buen número de años del siguiente siglo. Se da
así el caso de poseer una traza concebida en el
XVI y una ejecución, con sus inevitables incidencias estéticas el XVII. De los pocos ejemplos
levantados, así fuera parcialmente, en las postrimerías del siglo de la Conquista, se patentiza
la influencia mudéjar en la frecuencia con que
aparecen los alfices, los arcos peraltados, los
pilares ochavados u octogonales, pero no puede
decirse nada similar sobre la diferente organización del convento: la iglesia siempre estará adosada a un costado del claustro; el ingreso al
convento en lugar próximo a la iglesia, el claustro cuadrado o aproximadamente cuadrado formado por dos pisos, las excepciones se darán
un siglo después. La iglesia misma contará con
coro alto a los pies en configuración que consideró como propia del gótico-isabelino el historiador Arbeláez Camacho, pero que más parece
responder a claros dictados de funcionalismo al
permitir la separación física de los monjes y el
público, y la realización de actos religiosos propios de ellos. Coadyuvan la tesis de Arbeláez,
el hecho de que, en sus inicios, muchos de esos
templos conventuales contaban con sólo una
nave, siendo las posteriores resultado de adiciones o modificaciones tardías, o efectuadas al
menos en otras épocas.
La finalidad catequística de los conventos
es indudable y se aprecia con facilidad al ver
cómo éstos se distribuyeron paralelamente con
las ciudades por la geografia nacional y coincidiendo precisamente con ellas para poder asegurar la permanencia de la institución, su labor
religiosa y la posibilidad de erigir edificios estables al coincidir, de estas maneras las razones
económicas y demográficas con las religiosas,
de manera que llegaron a constituirse en sitios
puntuales de donde irradió la acción pastoral a
las áreas circunvecinas, además de conformar
esas áreas potenciales fuentes de recursos económicos, muestra de lo cual se palpa en los
frecuentes litigios que causó la posesión de determinados curatos o doctrinas.
Alguna interpretación de trascendencia urbanística se ha querido dar al fenómeno de la
aparición de conventos y de su correspondiente
labor catequística, presuponiendo todo un plan
que por etapas va del convento en la ciudad
hasta la iglesia doctrinera, pero donde el esquema no pasa aún del plano subjetivo (11) sin
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
documentación adecuada que permita corroborar los planteamientos. Puede afirmarse, por ser
obvio, que fueron primero las ciudades que los
conventos, los pueblos indígenas que los centros
doctrineros y sus causas parroquiales, que primero se trazaron fisicamente y se poblaron y
luego se encomendó su doctrinamiento católico
a los clérigos seculares o regulares, y esto en
forma sistemática, sólo al comenzar el siglo
XVII. No debe olvidarse que por esa época existía el Patronato Real.
Arquitectura militar
La historia de la arquitectura militar en el
país se ha circunscrito casi específicamente al
caso de Cartagena y a mencionar la existencia
de algunos fuertes que en el transcurso del período colonial se llegaron a ejecutar, abandonar
o demoler en ciertos lugares de la costa del
Atlántico. Hasta ahora se ha circunscrito su estudio, como un tema especial, desarrollado por
los mismos historiadores ya citados: Marco, que
también ha escrito la mejor obra sobre Cartagena; Luis Duque, y más recientemente el señor
Zapatero (12). Otros autores, utilizando la información conocida, han intentado estudios que contemplan más las circunstancias técnicas de orden
militar, como ocurre con la obra del general Pedro
Julio Dousdebés (13) o se limitan a recalcar
sus valores con un enfoque lírico como ocurre
en el capítulo que se le dedicó en la obra El
arquitecto y la nacionalidad. No obstante lo hecho hasta ahora, no es suficiente el camino recorrido en el sentido de explicar integralmente
con referencia a las causas reales, internas y
externas el fenómeno de las defensas militares
levantadas en todo el territorio nacional.
Durante el siglo XVI, las defensas erigidas
en las gobernaciones de Cartagena y Santa Marta, fueron de dos géneros: aquellas que a manera
de cabezas de puente se utilizaron transitoriamente para protección de soldados, luego de las
batidas, rescates o saqueos que a manera de
"razzias" se organizaron desde muy temprano
con el fin de obtener las riquezas acumuladas
por los indígenas o de cobrar venganzas por los
"desmanes" de los nativos no dispuestos a permitir que gentes recién llegadas los despojaran
de sus bienes. Eran defensas sencillas concebidas para protegerse de los ataques que venían
del interior, con una escala de calidad técnica
proporcionada a la efectividad de las armas in-
La arquitectura colonial
225
dígenas, como fueron las estacadas o empaliza- gena diezmada por la guerra, sometida a contidas, que por la misma calidad de los materiales nuos tratamientos vejatorios o al mestizaje, disempleados desaparecieron con prontitud. Las minuyó notablemente. Las productivas encosegundas se dispusieron para la defensa de po- miendas de las primeras décadas se sustituían
sibles agresiones externas, originadas en países progresivamente por un nuevo sistema donde
europeos o por grupos de piratas que actuaban figuraba el corregidor de indígenas y el resguarpor su cuenta saqueando los asentamientos espa- do, como medio de protección que encierra un
ñoles en América. La inoperancia de tales cons- interesante contenido político y un oculto interés
trucciones se demostró en 1586 con el ataque, económico, al constituirse en el mejor mecatoma y saqueo que efectuó el pirata sir Francis nismo para liberar de indígenas extensas áreas.
Drake, a la ciudad de Cartagena que, para esa Es curioso el resultado de las medidas adoptadas
época ya contaba con algunos fuertes, incomple- justamente en el cambio de siglo y que he podido
tos y planeados sólo para la defensa de ataques examinar rápidamente en el Archivo Nacional
llegados por bahía, dejando al descubierto el para áreas de Cundinamarca, Boyacá y parte de
resto de su contorno y las posibles variedades Santander ( 14). Varias medidas se adoptaron e imde un asedio.
pusieron en el lapso de 25 años: la primera la
No se produce con la penetración española reducción de los indígenas dispersos por amplias
al interior del país una manifestación paralela regiones por medios coactivos, en poblados orde arquitectura militar, la rapidez y efectividad ganizados según las normas urbanísticas compiteatral de las armas de fuego permitió un fácil ladas por orden de Felipe II y que han sido la
ingreso por extensas tierras donde la población base para hablar del urbanismo español en
no era densa. El pueblo chibcha, que contaba América, cuando mejor sería hablar de que tales
con la mejor orgamzación militar, dio hospedaje normas se universalizaron después de realizadas
a los invasores y cuando se fastidió con su pre- las principales fundaciones. De todas maneras
sencia ya era demasiado tarde para lograr su es cierto que ellas se emplean masivamente en
expulsión, de manera que para los españoles el altiplano cundiboyacense y en las estribaciofueron innecesarios los cercados, fortines u otras nes inmediatas que lo rodean, entre los años de
obras más sofisticadas. Las exploraciones que 1600 y 1604 (15). El resultado inmediato fue conen el siglo XVI se efectuaron por el Valle del centrar la población dispersa en 25.000 kilómeMagdalena o en los Llanos Orientales sólo cau- tros cuadrados, en algo más de 150 poblaciones,
saron sinsabores y pérdidas cuantiosas pero no a cada una de las cuales se le pretendía asignar
generaron las condiciones suficientes para crear un cura doctrinero con el doble carácter de prolinderos definitivos, verdaderos frentes de bata- pagador de la fe y de representante del poder
lla, con las tribus belicosas que los poblaban y civil que le asignaba el cargo. El segundo efecto
que, en realidad rodeaban de lejos las zonas fue permitir acotar con mayor claridad la extenpobladas del altiplano, las ciudades puerto del sión de los terrenos asignados a las comunidades
Atlántico y las de altas tierras de Popayán y indígenas en tomo a sus nuevas poblaciones y
Pasto. La tierra era muy extensa en esa época.
de contera poder defmir la extensión de los que
se reservaba el Rey. Sólo así es posible entender
cómo
a los indígenas se les asignó un área global
El siglo XVII: el urbanismo
próxima
a los 500 kilómetros cuadrados, contra
y la planificación territorial
los 24.500 reservados para el Rey, que de esa
manera
podía repartir dadivosamente, a través
1 iniciarse el siglo XVII se logra la domide
la
Real
Audiencia o de algunos cabildos, sus
nación o pacificación como dio en denominarse la guerra declarada contra las tribus que "posesiones" entre los encomenderos, sus hijos
pretendieron conservarse libres de la presencia y cuanto peninsular llegara a estas tierras. Se
española en el centro del país; es entonces produjo de esa manera una modificación sustancuando se organiza mediante visitas el funciona- cial en la geografia política y demográfica del
miento administrativo, el cobro de los impues- país, al desaparecer infinidad de asentamientos
tos, su enseñanza religiosa y su adoctrinamiento mdígenas, al variar su distribución general, y
político. El aumento de la población criolla y dar origen a problemas que hoy conocemos
peninsular en las ciudades y villas fundadas en como minifundio, paralelo al latifundio. Puede
el siglo anterior era notorio en tanto que la indí- anotarse que casi ninguna de las poblaciones
A
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
226
fundadas en ese momento han desaparecido, en
tanto de 500 a 700 poblados que existieron por
la época de la conquista fueron eliminados y
nos son completamente desconocidos en su ubicación. La planificación fisica de todas las poblaciones de Cundinamarca y Boyacá se debe
al licenciado Luis Henríquez, oidor de la Audiencia y quien personalmente en la gran mayoría de los casos, o mediante el escribano don
Rodrigo Zapata, visitó cada lugar y expidió las
instrucciones precisas al encomendado para realizar tanto la traza como el poblamiento de los
indígenas y la quema de sus antiguos asentamientos. El licenciado indicó el lugar de la plaza
y de la iglesia, y "gros so modo" la manera como
debían salir las calles de la plaza, la forma de
distribuir los lotes entre los indígenas, sus dimensiones y otras indicaciones pertinentes como
la localización en un mismo costado de la plaza
de los poderes civil y religioso simbolizados en
las casas del cacique y el doctrinero flanqueando
la iglesia.
No ocurrió de igual manera en Santander.
A esa abrupta región inscrita en la jurisdicción
de Tunja, donde además de las ciudades de Vélez y Pamplona se encontraban también las de
La Grita y San Cristóbal, fue por delegación de
Henríquez, el corregidor de Tunja capitán Antonio Beltrán de Guevara. Los resultados de su
acción, ostensiblemente diferentes, se palpan
en los planes y documentos existentes en el Archivo Nacional. La organización fisica de las
poblaciones ordenadas a fundar por este funcionario es bien diferente para cada caso, como si
se tratara de ensayar fórmulas. Coloca la iglesia
por lo general aislada en el centro de la plaza
de la cual salían las calles por dos o cuatro
costados y ocasionalmente por las esquinas.
También se da el caso de crear una gran plaza
o espacio público que partía en dos la población
para situar separados indígenas pertenecientes
a dos tribus diferentes (!). No siempre fueron
comprendidas y aplicadas adecuadamente las
normas de Felipe II en cuanto al urbanismo en
las Indias. Es del caso anotar que, en la única
obra que se ha escrito sobre el Urbanismo en
el Nuevo Reino de Granada, cuyo autor es el
arquitecto Carlos Martínez, se publicaron algunos planos elaborados por el escribano Juan de
Vargas, de orden de Beltrán de Guevara, pero
sin comentarios especiales sobre la incidencia
de su acción al romper los patrones de cuadrícula
o damero existentes en ciudades y poblaciones
ya organizados en el altiplano. No está todavía
bien documentada la acción pobladora y la repartición de tierras en el país como para poder
establecer teorías generalizadoras, las anotadas
hasta ahora sólo cubren un sector reducido del
territorio nacional. También debe tenerse en
cuenta la posible presión ejecutada por los encomenderos para adquirir tierras, pues indirectamente se puede adivinar en casos como el de
Vélez, cuando en la visita que le hizo el oidor
don Lesmes de Espinosa Saravia en 1617, quedó
claramente establecido que casi todos los vecinos encomenderos tenían abandonadas sus casas
de la ciudad y en estado ruinoso, porque permanecían con sus familias en los aposentos que
poseían a lo largo y ancho de la cuenca del río
Suárez, donde mantenían hatos y trapiches (16).
En Tunja la situación es diferente por ser una
ciudad de mayor población y cabeza de corregimiento, de manera que unos cuantos encomenderos podían permanecer ausentes en sus aposentos, sin afectar el curso normal de la vida
urbana.
La vivienda
Es precisamente en este siglo cuando se
estabilizan las familias radicándose en localidades específicas al abandonar progresivamente
la migración permanente que se dio en el siglo
XVI. A esta situación contribuyó el poderse contar con tierras suficientes con lo cual vino un
aumento de aposentos, origen de nuestras actuales haciendas, muchas de las cuales aún conservan el apelativo de aposentos. La lejanía de las
ciudades existentes en los primeros años de la
Colonia, propicia la aparición de nuevos núcleos
urbanos para españoles con calidad de ciudad
o de villa, de manera que muchos trámites administrativos se abreviaron a la par de las distancias, permitiendo por otra parte contar con mercados próximos para la venta de algunos productos agropecuarios originados en los campos .
La concentración indígena en las poblaciones creadas en los primeros años del siglo XVII
permitió contar con un fácil mercado de mano
de obra obtenible a través de "conciertos", mediante el cual se convirtió el indígena en fuerza
de trabajo para emplear en las mismas tierras
que había abandonado por orden superior y que
ahora pertenecía a la nueva sociedad rural o
urbano-rural de españoles y mestizos. Con el
mecanismo del concierto se mantiene la tradicio-
La arquitectura colonial
nal vivienda indígena que ha llegado a nuestros
días como "rancho" campesino, al tener que
hacer nuevamente viviendas en los terrenos que
se comprometía a trabajar en beneficio del hacendado. Por otra parte, es en este momento
cuando comienzan a definirse las características
arquitectónicas de los aposentos o haciendas,
como se verá más adelante.
Con el siglo XVII llega también, la estabilización administrativa, y el incremento de la
población urbana, del comercio, de las manufacturas y de muchas otras actividad~ S pn?pias. de
una sociedad organizada. Es una situacwn bien
diferente del ímpetu descubridor de los primeros
tiempos y de una sociedad que no contaba sólo
con encomenderos, o sea personas vinculadas
a los grupos indígenas y a la actividad agropecuaria. Por el contrario la ciudad ve surgir nuevos grupos conformados por ~u_ncionarios, .artesanos, etc., para quienes la vivienda orgamzada
en función de la relación campo-ciudad, no tiene
sentido, puesto que vive introvertidamente, y
debe contar con recintos más propios para actividades sociales que para las de tipo agrícola.
La resultante es clara: obras arquitectónicas levantadas sobre predios más pequeños, -subdiyisión de los primitivos-, con menores pretensiOnes en sus ornamentos, materiales o espacios,
por faltar el recurso instituible de los tributos
indígenas, con patios menores y transforma~?s
en jardines por pérdida gradual d~ la _relac~?n
campo-ciudad, donde se llega a la simphficacwn
en las técnicas constructivas, reflejo de la aparición de las varias capas socioeconómicas de
la población total una arquite~tura más se~cilla
y uniforme, en general, con eJemplos ocasiOnales de mayor alcance. Es claro que estas obse~­
vaciones globales sólo son válidas para determinadas regiones como Tunja y sus alrededores,
en otras por el contrario es el siglo XVII el momento de las grandes construcciones, o por lo
menos de su iniciación. Fundamentalmente se
trata de las ciudades situadas en las rutas comerciales: Cartagena, Mompox, H~mda y Santa ~e.
La primera, ya al abrigo del sistema defensivo
iniciado al concluir el siglo XVI, punto de llegada y partida de la Carr~r.a de las l:~1dias, da
paso a construcciones ambiciOsas que distan mucho de poseer los patios desahogados que se
pueden encontrar en el i~terior del ~a~s. Son
más importantes los espaciOs para depositas que
los lugares para albergar las recuas; este desarrollo alrededor de espacios limitados generará pos-
227
teriormente los entrepisos de las casas cartageneras, como también se produjeron en la ciudad
de Cádiz, bajo condiciones análogas. Mompox,
como escala obligada y bodega de los productos
que venían de España, por una parte? o que
salían del virreinato, por otra, atesora nquezas,
a la par que Cartagena, derivadas del transporte
en champán que efectuaban los esclavos negros
de los vecinos momposinos. En muchos casos
son las mismas familias las que actúan en una
u otra, ciudad y villa. La presencia en el río
con su actividad, y la no limitación territorial
permitieron ese crecimiento característico_ de
Mompox, de tipo lineal. Es el lugar apropiado
para producir otro tipo de construc~iones: Sus
viviendas, más generosas en espacios abiertos
que las cartageneras, se desarrollan en una sola
planta, por lo general-hay más desahogo co~o
resultado de las riquezas atesoradas. Esta circunstancia portuaria presiona de tal manera que,
buena parte de las construcciones que existen
sobre la orilla del río o Albarrada, como se le
conoce no son viviendas sino construcciones
para depósitos de los innumerables comerciantes
asentados en la Villa de Santa Cruz de Mompox;
algunas se continuaron u~~ndo para los .~ismos
fines otras han sido habilitadas para viviendas
al d~caer la importancia del lugar en el siglo
pasado (17).
Así, llegados a Santa Fe podemos ver_ cómo
sus viviendas cubren toda la gama de cahdades
desde la vivienda cubierta de paja, de corta elevación simplicidad espacial y ornamental, como
las situadas en los barrios periféricos, hasta casas más elaboradas como la situada en la esquina
del Camarín del Carmen, hoy sede de la alcaldía
menor de Santa Fe de Bogotá, donde no escasean los arcos ni las columnas de estilo toscano,
con patio de dimensiones discretas pero dotado
de amplias galerías.
En el occidente del país, nada nos ofrecen
Popayán y Pasto, pese a su i~portancia durante
esa época, a causa de los vanos terremotos que
las han afectado en diversos momentos de su
historia, en ese siglo o el siguiente.
'
o
Arquitectura religiosa secular y regular
Es quizás el siglo XVII uno de los más
significativos en la producción de este tipo de
arquitectura; se concluy~n todos los conventos
iniciados a fines del antenor, se construyen otros
y se levanta una gran cantidad de templos. La
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
228
fundación de las poblaciones indígenas o pueblos de indios al inicio del siglo, llevó consigo
la ejecución de iglesias en número similiar. Su
función o características para el área central del
país, Cundinamarca y Boyacá se definió en los
muchos contratos que celebró el licenciado Luis
Henríquez con diversos maestros, alarifes, canteros o carpinteros como expliqué en un corto
estudio elaborado sobre tal tema (18). En él demostré cómo las iglesias se ajustaron a un mismo
patrón, que es el siguiente: muros en tapia pisada, con portada o portalejo, puerta con arco de
medio punto, espadaña, varios contrafuertes, algunas pocas ventanas, arco total, una nave, cubiertas con armadura de madera de las llamadas
de "par de Nudillo" y entejadas. De ellas subsisten cierto número, otras muchas han desaparecido por la acción de la piqueta demoledora en
los últimos 40 años, y algunas de tiempo atrás
se abandonaron y fueron vencidas por la acción
inmisericorde del tiempo y de la falta de cuidados, entre los siglos XVIII y XIX. No fueron
esas iglesias de manera alguna parte de conjuntos doctrineros similares a los existentes en
México o Bolivia, porque no contaron con atrios
para procesiones, ni se levantaron al tiempo con
las capillas posas que ocasionalmente las acompañan, ni contaron con capillas abiertas como
afirmó hace unos años el arquitecto Arbeláez.
Las posas se levantaron casi un siglo más tarde,
entrando el siglo XVIII, con carácter de ornato
y sólo en algunos lugares, sin llegar a ser una
verdadera constante.
La arquitectura de esas iglesias de pueblos
indígenas es sencilla, sin pretensiones, pero de
agradable franqueza constructiva que constituye
quizá su mayor encanto y la razón última del
cariño con que se les admira.
No parece haber tenido el mismo éxito en
su gestión arquitectónica, el lugarteniente de
Luis Henríquez, el señor Beltrán de Guevara,
en su misión por los territorios de Santander y
el Táchira; algunos sismos pudieron destruir lo
ejecutado, o tal vez la lejanía de Santa Fe, permitió que se olvidara rápidamente la orden de
construcción de templos en ese siglo, pues hasta
ahora es muy poco lo que puede afirmarse que
se construyó entonces. Del resto del país nada
se sabe, falta buscar documentación y confrontarla con la realidad.
En el plano de la arquitectura regular o
conventual, no puede hablarse de manera similar
a la secular; en cada orden, las influencias son
- -·-·
1
•
1
1
•
1
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1
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--,
• •
..
•
OICATA ( 1600)
10
10
ESCALA
SACHICA ( 1600)
diferentes y aun dentro de ellas no se acostumbra
uniformar las soluciones, por falta de normas
impositivas para tal efecto y por el carácter diferente de cada unidad, debe pues estudiarse
cada caso como ejemplo aislado. Podemos no
obstante, considerar dos tipos diferentes: los urbanos y los rurales, y aun de los primeros cabría
hablar de los levantados dentro de la cuadrícula
de la ciudad y aquellos ubicados en su periferia
o en lugares discretamente aislados. Cada localización obedece a fines bien diferentes que merecen considerarse por las consecuencias arquitectónicas o urbanas que implican.
Todos los conventos levantados dentro de
las ciudades cumplen diversas funciones; la catequística y litúrgica que requiere de templos
amplios donde pueden desarrollarse los ritos del
culto -es la parte pública del convento-, espacios apropiados para la vida comunitaria de sus
frailes que por tradición dentro de la Iglesia se
organizan en cuadro alrededor de un patio claustrado, o lo que es lo mismo, rodeado por galerías
cubiertas; pueden añadirse uno o dos patios más
correspondientes a la zona de novicios, enfermería, o como fue común, mantener un colegio o
universidad como medio complementario del
apostolado religioso e instrumento adecuado
La arquitectura colonial
229
para ganar futuros benefactores. Los mejores
ejemplos los tenemos en los conventos o casas
de los jesuítas de Bogotá y Popayán, para citar
sólo dos casos.
Las casas de recolección o de retiro como
la Popa en Cartagena o San Diego en Bogotá,
esta última hoy mutilada, son dos de los ejemplos de los iniciados en ese siglo.
Por último encontramos el caso de los conventos, de tipo rural por su ubicación y de tipo
contemplativo por su fm religioso, de los cuales
existen dos buenos ejemplos: el convento del
desierto de Nuestra Señora de la Candelaria en
Ráquira, el único levantado específicamente
para albergar una comunidad dedicada a la contemplación, cuyas más importantes alteraciones
datan desde hace 80 años y que se desarrolla
alrededor de un patio cuadrado dotado de gruesos pilares que le imprimen un carácter de serenidad difícil de igualar. Ha contado tradicionalmente con un compás o patio de ingreso, al
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CONVENTO DE SANTO ECCE HOMO
E~c a l a
1:500
estilo de muchos antiguos conventos españoles,
que originalmente se situaba donde hoy se encuentra el cementerio. Posee dos plantas, sus
paredes de tapia y adobe y madera en sus vigas,
puertas y barandas, siendo sólo esos materiales
con los cuales se configura una arquitectura sobria, exenta de ornamentos y superfluidades.
Caso un tanto diferente es el convento de Santo
Ecce Horno que por las normas o estatutos de
la orden, no podía constituirse en uno de tipo
contemplativo, por lo cual ha alternado entre
casa de descanso de ancianos y recuperación de
misioneros, y convento ordinario hace un par
de siglos cuando logró aglutinar a su alrededor
una pequeña población de la que sólo queda la
plaza que se abre en su frente. Levantado por
etapas claramente diferenciables, pese a ser de
una planta, sus galerías están formadas por columnas toscanas y arcos de medio punto. Posee
una buena iglesia ejecutada con cierto primor y
tino, por su excelente artesonado, sus claras
proporciones y su extraordinario arco total de
nítida inspiración mudéjar, además del recientemente perdido reboque o pañete de la fachada
principal, obra única en Colombia, por la ornamentación y técnica de elaboración de la misma (19).
ONVENTO DEL DESIERTO DE LA CANDELARIA
PLANTA PRIMER PISO
TA
UAL
Escala 1:500
No obstante lo dicho, las obras más significativas son las varias iglesias jesuítas levantadas en Bogotá, Tunja, Cartagena, las cuales,
pese a que Arbeláez (¿arnacho defendía la no
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
230
existencia de dicho estilo, se ajustan tanto en
planta como en volumen al patrón tan conocido
de la iglesia romana de "II Jesú": una nave con
bóveda, capillas laterales, transepto cuyos brazos
no sobresalen ostensiblemente en planta, y una
cúpula en el cruce de la nave y el transepto. La
ornamentación se encargará de establecer las
"grandes diferencias", pero la arquitectura obedecerá a un mismo patrón que tanta difusión tuvo
por todo el mundo (20). (Se puede ver la planta
de San Pedro Claver y San Ignacio, de Tunja)
IGLESIA DE SAN PEDRO CLAVER. CARTAGENA
1. Coro
2. Torre
3_ Sacri tía
4 . Osario
IGLESIA DE SAN IGNACIO.
Escala 1:500
Escala 1:500
Arquitectura militar
La frecuencia con que aparecían en las costas americanas, los bucaneros, piratas o corsarios, fue motivo ineludible para la construcción
de un sinnúmero de defensas en los puertos y
en algunos lugares estratégicos. Los esquemas
adoptados por España, para ser empleados en
América responden a los mejores criterios técnicos desarrollados en Europa, por la sencilla razón de traer que contrarrestar ataques efectuados no por naves aisladas, sino generalmente
por verdaderas flotas dotadas de las más efectivas armas de combate. Extensas costas, un gran
número de puertos, infinitas islas constituyeron
facilidades para ataques, contrabando o reabastecimiento de piratas, y una permanente preocupación para España que debía enfrentar dos
enemigos simultáneos: los del mar y los mismos
americanos interesados en el contrabando para
eludir los altos derechos de importación. La solución adoptada fue muy clara: concentrar en
pocos puertos la autorización de embarques y
de~embarques de mercancías llegadas de España
o Africa. Y dotarlos de defensas efectivas. Así,
en nuestras costas del Atlántico, tres ciudades
polarizaron la atención: Cartagena, Santa Marta
y Riohacha. La primera por su amplio puerto y
la insularidad de casco urbano, la segunda por
contar con una bahía muy segura para los barcos, si bien su defensa por tierra era casi imposible, y la tercera en razón de la explotación
perlífera, que alcanzó a tentar fuertemente a
algún obispo de Santa Marta, a punto tal de
causar desvelos al gobernador, también requirió
de algunas defensas, aun cuando su topografia
no se prestara para ello. Otros lugares como
Tolú, también poseyeron algunas defensas. La
Costa Pacífica con una menor importancia portuaria, por lo dificil del camino de Buenaventura
a Cali, no jugó papel significativo por no interesar a España su desarrollo ni a los piratas su
ataque, que comúnmente sólo llegó hasta los
puertos del extremo sur de América.
La defensa de Cartagena implicó el tanteo
de varias alternativas, método que condujo a
desechar fórmulas adoptadas en ciertos momentos cuando su efectividad no quedaba demostrada luego de algún ataque, hasta llegarse
a configurar un plan complejo pero efectivo en
cuya ejecución se empleó casi todo el siglo XVII
y tres cuartas partes del siguiente. Por tales razones aparecen y desaparecen fuertes, o se abre
o cierra la bahía por Bocagrande, se crean escolleras y se levanta el muro que, por etapas irá
encerrando la ciudad con miras a hacerle inexpugnable. Todo ello complementado con el llamado Castillo de San Felipe de Barajas concebido para la defensa de la ciudad de los ataques
provenientes de tierra y control de los canales
que la separaban de tierra firme, lo mismo que
al arrabal de Getsemaní. Buena razón de estos
pasos nos representa el profesor español Enrique
Marco, en su excelente obra Cartagena de ¡lidias, Plaza Fuerte.
La arquitectura colonial
El siglo XVIII y los albores del XIX:
nuevas fases del urbanismo. Cambios
sociales, políticos y económicos
E
1 siglo XVIII trae varios cambios sustanciales
pues durante él se concretan situaciones
creadas con anterioridad y aparecen algunas
otras que contribuyen a cambiar el carácter general de la Nueva Granada en muchos órdenes:
transformación de la Audiencia en virreinato,
nueva actitud de la Corona con su mejor expresión, la Expedición Botánica, la Revolución de
los Comuneros, la guerra de España con Inglaterra, etc., además de los cambios normales en
el campo demográfico como la disminución
enorme de la población indígena, el incremento
de la blanca y en especial de la mestiza; mayor
expansión del comercio y de algunas formas
semiindustriales de producción. Todas esas circuntancias y otras más que omitimos, son motivos suficientes para que, durante el siglo XVIII,
se produzcan dos fenómenos correlativos: la extinción de gran número de pueblos de indios y
la aparición de un número similar de pueblos
de blancos que se constituían con vecinos blancos, mulatos, negros, mestizos, etc., menos indígenas. En casi todos los casos la misma localidad perdía una calidad y población y adoptaba
y recibía la otra. Dos fases bien diferentes se
vivieron en las aldeas, pueblos y pequeñas ciudades colombianas durante la Colonia: de 1600
a 1750. A grandes rasgos, se puede afirmar que
durante el siglo XVII, estos poblados permanecieron como asentamientos netamente indígenas, con cura doctrinero y autoridades al estilo
español, aprovechando las mismas calidades
que la tradición les consagraba. De mediados
del siglo XVII en adelante, con la reducción o
extinción de la población indígena pura se inicia
una nueva vida que llega a nuestros días, iniciándose como viceparroquias, parroquias y ocasionalmente como villas con párrocos, y alcaldes,
hasta adquirir durante la República el título nivelador de municipio. Ese cambio que se presenta a partir de 1750, significa, para la población indígena, un nuevo desarraigue para concentrarse sólo en algunas pocas localidades, con
el fin de dar cumplimiento a normas muy claras
estipuladas en las Leyes de Indias, sobre aislamientos de los nativos.
Nuevamente se produce una liberación de
tierras: las pertenecientes a los resguardos extinguidos que se sacan a remate: son menos de
231
500 kilómetros cuadrados en Cundinamarca y
Boyacá, pero en gran parte conformados por
tierras de primera calidad. Así se permitirá engrosar algunos latifundios y en parte las arcas
reales, porque además de los resguardos se vendieron las tierras del asiento de la población, o
sea los lotes, por ser patrimonio real, como también fueron asimiladas, por la misma época, las
tierras y propiedades, extensas por cierto, de
los jesuítas.
Es significativo el intento del arzobispo Pedro Felipe Azúa para conciliar intereses disímiles mediante un experimento llevado a cabo en
Zipaquirá. Fue una fórmula para lograr, dentro
del marco de las leyes, que los grupos de blancos
u otros grupos étnicos, habitaran en un pueblo
de indios. Es conocido el hecho de que en muchos lugares se trasgredían las normas por diversas causas, a tal punto que los indígenas llegaban
a arrendar sus casas o sus lotes a los blancos
para que las habitaran o transformaran en depósitos u otras modalidades comerciales, y como
consecuencia terminaban sufriendo las vejaciones que por lo común soporta toda raza sometida: trabajos no remunerados, arriendos no cancelados, explotaciones económicas, etc. La solución se experimentó en Zipaquirá por ser un
lugar apropiado, toda vez que era una de las
encrucijadas comerciales del país y sede de una
industria de explotación que aún subsiste: la sal.
Allí se trocaban los productos llegados de Santander (Vélez y Socorro), como las conservas
de guayaba, panela y azúcar, amén de otros
productos de tierra caliente, por la sal producida
por los indígenas del lugar, a quienes les pertenecía por cédula de 1606, además de la parte
que se remataba en ciertas personas con el fm
de asegurar la producción constante, con cuyo
ingreso se fomentaba una caja de comunidad.
Esa situación de prosperidad llevaba consigo la
presencia de gran cantidad de comerciantes que
terminaron radicándose en el sitio con perjuicio
de los indígenas. Así, de la propuesta hecha al
Rey en carta de 7 de octubre de 1749 por el
arzobispo (21), surgió una división "sui generis"
que permitía vivir a los indígenas en una parte
del pueblo, con hornos y fuentes de agua sal,
y en otras los blancos y demás razas y con el
dominio de las vías de acceso. Como resultado
se formó un largo muro recto con dos puertas
de intercomunicación: una de carácter comercial
a la zona de producción de sal y otra de tipo
religioso inmediata a la iglesia. Iglesia que cabe
232
recordar, fue levantada en gran parte a costa de
los indígenas y la cual quedó dominando la plaza
principal asignada al sector ocupado por los
blancos. Fue Zipaquirá, así, una verdadera población siamesa, con dos plazas, dos alcaldes
y un sólo cura. El experimento del cual da razón
el arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora en su relación de mando, treinta años después de efectuada esa división artificiosa, no
prosperó, pues cuando pocos años antes, en
1779, el señor oidor Antonio Moreno y Escandón determinó trasladar a los 80 indios de Zipaquirá a Nemocón, acabó con el ensayo que al
parecer no produjo los resultados apetecidos y
así dio pie a los vecinos para obtener del arzobispo la erección en parroquia. Huellas han quedado, no obstante, del ancestro indígena en la
zona occidental de la ciudad, donde sus calles
no obedecen a los critieros de rigor geométrico
preconizadas en las Leyes de Indias, sino que
configuran fácilmente encrucijadas de sabor medieval (22).
La arquitectura doméstica urbana y rural
La vivienda urbana del siglo XVIII, que es
la más conocida de la época colonial, cubre aún
zonas muy significativas de muchas poblaciones
del país, si no de la totalidad de algunas, y se
le halla también en varias de las más importantes
ciudades. Podemos de antemano anotar que no
son tan radicales los cambios que se producen
del siglo XVII al XVII en el terreno de las resultantes arquitectónicas o en el de su funcionamiento; más bien puede hablarse de la ampliación de las ya existentes, con adición de nuevos
patios, por ejemplo, o de subdivisión en otros
casos. Tal vez el rasgo más significativo lo encontramos en algunos cambios en el empleo de
los materiales como el abandono progresivo de
la piedra para labrar columnas y su reemplazo
por la madera, con lo cual el carácter de los
patios variará notablemente, y a la vez se obtendrá diversidad de interpretaciones en la conformación de los soportes, pues serán cuadrados,
octogonales o circulares en su sección las zapatas que recibirán los pisos superiores o los techos
contarán con labras más o menos complejas.
Como consecuencia los arcos desaparecen y el
sistema se simplifica con el uso de vigas también de madera (sistema arquitrabado). Sólo permanecerán de piedra las basas de los pies derechos o "columnas de madera". Se populariza el
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
empleo del abobe en remplazo de la tapia pisada
por mayor simplicidad en su ejecución, y posibilidad de levantar muros más delgados. Por
otra parte en las viviendas de las capas sociales
más elevadas aparece con mayor frecuencia el
ladrillo, a no ser que razones especiales lo hagan
indispensable como es el caso de Mompox
donde las inundaciones periódicas del río Magdalena obligó a sus moradores al empleo de un
material resistente, o en las ciudades de Santander o Cartagena donde la humedad del piso imponía sus condiciones. Los últimos florecimientos de la llamada "carpintería de lo blanco", es
decir, de la ejecución de ricos artesonados y
otras formas de techumbres en maderas labradas
se dan en la primera mitad del siglo como puede
anotarlo en un estudio sobre Mompox (23).
Se presenta en este siglo una generalización
de formas, ornamentos y soluciones espaciales
pero por regiones, con lo cual queda clara la
incidencia del medio. Tres casos pueden traerse
a cuento: Popayán, reconstruida después del
sismo de 1736; Mompox, cuyas obras corresponden en su mayoría al siglo XVIII, y Zipaquirá
que se construye a partir de 1750. Cada una
inscrita en un clima y bajo condiciones sociales,
políticas y económicas diferentes. Así, Popayán
levanta grandes casas con arreglo a principios
académicos de simetría y utilización de órdenes
clásicas, palpables no sólo en sus fachadas sino
en sus patios, etc., pero sin descuidar la robustez
preventiva que requerirían sus edificios, lo cual
da como resultado la sustitución de las columnas
por fuertes pilares. Hay ausencia de artesonados
en sus recintos que adoptan los techos planos, y
simultáneamente modifica el sistema estructural
de la cubierta con la introducción de sobrepares
o cuchillos, apropiados para la ejecución de aleros grandes, o lograr también pendientes uniformes en toda la superficie del tejado. Mompox
mantiene vigentes sus estructuras en ladrillo sobre terraplenes, artesonados de madera labrada
o rolliza, según la calidad económica del propietario, ventanas generosas con variadas formas de repisas y rejas, amplias galerías sobre
los patios, duplicando en muchos casos la principal, como solución específica para un clima
cálido. Alternan en Popayán las viviendas de
uno o dos pisos en tanto que Mompox sólo
ofrece excepcionalmente ejemplos de dos pisos.
Zipaquirá por otra parte presenta una arquitectura donde los baldosines corridos son comunes,
imprimiendo a la ciudad un carácter especial;
La arquitectura colonial
sus muros se levantan en tapia pisada, y por lo
general hay ausencia de criterios académicos en
el diseño de fachadas y organización de los espacios; las cubiertas se ejecutan según los sistemas tradicionales con artesonados en madera
rollizas que ceden su importancia, al cambio de
siglo, para adoptar los nuevos sistemas que permiten con facilidad la ejecución de cielos rasos
planos; aleros de mediano vuelo, ausencia de
repisas en las ventanas, propias de climas cálidos. Se levanta una arquitectura sobria, sin grandes refinamientos pero robusta y tradicional.
Las concepciones espaciales y de organización
o funcionamiento no distan de las logradas en
el siglo anterior en Bogotá, si bien es cierto que
la tendencia a la simplificación me permitió hacer en años anteriores un intento de clasificación
de la organización de la vivienda.
Las nuevas corrientes estilísticas europeas
de este siglo hacen tímidamente su aparición en
el medio neogranadino con calidad de simple
máscara, pues se les adopta a la manera española, como elemento ornamental, de superficie,
pero no de estructura. El caso más relevante en
la arquitectura privada se encuentra en Mompox
en la portada de la casa baja, con prologanciones
ornamentales hasta el interior de la sala; algunos
arcos polilobulados en ventanas zipaquireñas,
y en la exuberancia de algunos ornamentos de
madera a lo largo y ancho del país.
El otro tipo de vivienda que se levantó
durante la Colonia, fue rural. En algunas ocasiones por reconstrucción o ampliación de núcleos
existentes desde el siglo anterior, como resultado de los primitivos aposentos, o por aparición
de nuevas haciendas constituidas a costa de los
resguardos extinguidos o por subdivisión de
otras más generosas, alguna intensificación de
la actividad agropecuaria y la necesidad de satisfacer ciertos procesos como los molinos de
harina acccionados por fuerza hidráulica.
Los aposentos o casas de haciendas que se
levantaron en el siglo XVII fueron por lo general
de carácter introvertido y conformados por una
sumatoria de eficaciones organizadas a veces
sin regularidad, alrededor de un amplio patio
de labores. Pocas puertas, casi ninguna ventana
y el desarrollo de casi todas las actividades propias
de la familia y de la producción agropecuaria en
amplio espacio central o patio, auténtico centro
que regía el funcionamiento del aposento o de la
casa de hacienda. Las edificaciones se levantaban
con los elementos más fáciles de obtener y con
233
las técnicas más sencillas: tapia pisada y maderas
para la estructura, bahareque para las divisiones,
paja para la cubierta. Mediante un proceso paulatino las edificaciones se regularizan en su diseño,
adoptan una zonificación clara y comienzan a abrir
sus fachadas con ventanas y galerías, inicialmente
hacia el patio principal y posteriormente hacia el
exterior, proceso que continuará durante el siglo
XIX. Las modalidades del clima se reflejan en las
soluciones adoptadas de manera que las galerías
abundan tempranamente en las haciendas de tierra
caliente, en tanto que persisten las soluciones cerradas en los altiplanos. La influencia de ciertas
normas de arquitectura parece darse en aquellos
ejemplos de propiedad de personajes vinculados
ampliamente a medios urbanos, y dotados de una
gran solvencia económica (24).
Por lo general han quedado por fuera de
los estudios específicos de la arquitectura en el
país, la inmensa cantidad de ejemplos de arquitectura rural, ejecutada por el campesino y cuyas
modalidades específicas responden a las condiciones de clima, medio, geográfico y cultural.
La carencia de investigaciones específicas al
respecto, además de la falta de conciencia colectiva sobre los valores que encierra deben subsanarse con urgencia. Como vía de ejemplo pueden citarse las viviendas que aún subsisten al
norte de Chócontá, de las cuales pueden anotarse
las siguientes circunstancias: presenta una orientación constante, pues abren sus puertas, galerías o aleros más amplios hacia el occidente,
en tanto que sus fachadas al oriente permanecen
cerradas pese a ofrecerse en esa dirección, en
ocasiones, buen paisaje. La persistencia llega a
tal grado que se desentiende de vías, paisaje y
aún de la topografía aun cuando le sea adversa.
Constituyen las viviendas tres núcleos que pueden ser edificaciones independientes, unidos por
los vértices, o conformar una sola edificación
en forma de L o C; dichos núcleos se ordenan
usualmente, de sur a norte, así: cocina, alcoba(s)
y depósito. Las ventanas cuando aparecen
son muy reducidas y sólo sirven para control
predominantemente colocadas con vista al sur.
Las técnicas constructivas van desde el bahareque hasta la tapia pisada, nunca se emplea el
ladrillo, los techos de paja sobre una estructura
de madera de origen netamente indígena, si se
le compara con cuanto se conoce en el medio
americano, un mínimo de puertas de construcción sencilla, llegándose hasta el caso de encontrarlas hechas con un armazón de madera y fo-
234
rradas en cuero que eran las llamadas "puertas
de cuero" tan frecuentes en la Colonia en ciudades como Santa Fe o Tunja.
Arquitectura civil
La Corona Real para mantener el control
permanente y directo d~ sus colonias ~n ultramar
instituyó, al paso del tiempo, una sene de o~g_a­
nismos y cargos respo~sables tanto ~n 1~ a~Im~­
tración como de las fmanzas y la JUSticia. Asi,
surgen las audiencias reales primero, las fábricas
de pólvora las casas de moneda, las aduanas,
los estanco~ y algunas obras de ingeniería, además de las viviendas de funcionarios. Fuera de
esto competía a los cabildos la obligación de
levantar sus propias edificaciones acostad~ los
vecinos del lugar, y la cárcel. Contados eJeJ?plos han sobrevivido las diversa~ c~rcunst~ci~s
políticas, intereses locales, mov:m~Ientos sismicos, y simultáneamente de resistir el paso de
los años unido a un intenso uso; no obstante
contamo~ aún con edificios como la Casa de
Moneda de Santa Fe, harto transformada, la
Fábrica de Aguardiente de Villa de Leiva, la
Aduana de Cartagena, etc., además de los planos que se elaboraron para varios edif~cio~., De
todo ello puede anotarse 9~e su organiz~cwn o
modelo se deriva de la vivienda: un patiO cuadrado o rectangular de cierta generosidad, . rodeado parcial o totalmente P<?r cuarto~ ,destmados a sus diversas dependencias, tambien como
en las viviendas uno o más costados contará
con amplia gale;ía y una escalera art~cula los
espacios de manera similar. La difere~cia fundamental es de función no de forma, m de expresión arquitectónica.
El Palacio Virreina! que no llegó a construirse y que de~ía_ ocuprn: el actual emplazamiento del Capitolio Nacwnal, denota claramente las nuevas corrientes estéticas que se daban en la Península y por reflejo en sus colonias,
alineadas en el neoclasicismo a un punto tal que
para permitir los áticos del d~s~ño se, P!Oponen
cubiertas planas azoteas, qmza las umcas con
que hubiera contado la capital. Además de introducir elementos propios de esa tendencia plástica
en fachada y en los elementos o~ame~tales de
la arquitectura, conserva la esencia _art1culad9ra
de las viviendas como fueron los patws, galenas
y escaleras, todos concebidos con los 11_1i~mos
criterios, salvo quizás el de explotar en la vivienda
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
del virrrey los efectos plásticos y visuales de
una organización axial (25).
Entre los otros tipos de obras, diferente de
la vivienda, el más signi~ic~tivo, es el ,Pue~te
del Común no por ser el umco en el pms, smo
por su cará~ter social, la 11_1agnitud y calidad? e
indicativo de la importancia de la ruta que vmculaba a Santa Fe con Zipaquirá, el centro productor de sal. Su esquema cuenta con numerosos
antecedentes en España pero constituye un hit? en
la historia de la ingeniería del país. La magmtud
de la obra para la época puede apreciarse aún
en relación con la edificación vecina levantada
con carácter de campamento de trabajadores.
Hoy se le ha transformado en una casona luego
de un sinnúmero de usos a lo largo de los años.
Por fuera de todo antecedente local pero
resultante directa de las inquietudes que animaron a los miembros de la Expedición Botánica,
surgió en nuestro medio el primer observatorio
astronómico de la América española donde se
conciliaron ciertas necesidades científicas y algunas de carácter cultural como era el conc~bir
el edificio como un templo levantado a la diosa
Urano, según la costumbre del _momento. La
fecha de su erección: 1803, permite comprender
la presencia de eleme~tos arquitectó~icos~ proporciones y otras calidades que ~o Identi~can
con el neoclasicismo pero que distan radicalmente de aquello que puede. aceptarse COJ?únmente como propio de la arqmtectura colomal.
Arquitectura religiosa
Durante este siglo se concreta la construcción y reedificación de gran número de templos
que van desde las iglesias ~atrices de. algunas
ciudades, hasta las parroqmales de yanos pueblos, además de cierto número de eJemplos de
iglesias conventuales.
Veamos el caso por partes: ~a creaci~n ~e
nuevas parroquias a que ya aludi,_ ,conduJO ~I­
recta o indirectamente a la reparacwn o reedificación de las preexistentes de co~form!dad con
los compromisos que para su meJo~amiento adquirían los vecinos, que en determmados casos
llegó a implicar la construcción ~e un ~uevo
templo. Tal se desprende de las pnmeras mvestigaciones adelantadas en Santan~e~, donde es
interesante anotar que las caractensticas de esos
templos tienden a ser similares desde el punto
vista técnico como lo es la época de su construcción. En ellas se puede comprobar el empleo
La arquitectura colonial
235
continuado de la piedra para los muros, pilares
o columnas robustas, arcos en piedra o ladrillo,
cubiertas del tipo de par y nudillo, tres naves,
carencia de crucero, coro alto y los pies con
ventana geminada o pareada para su iluminación
y una sola torre de reducida altura en la fachada
y colocada como remate de una de las nuevas
laterales; sirvan de ejemplo Confines o El Cerrito entre muchas otras (26).
Los estilos son ajenos a estas sencillas iglesias de pueblo, no así a las levantadas en algunas
ciudades de cierta importancia, v. gr. la que
edifica en Santa Marta que, tras una historia
dolorosa de construcciones y destrucciones,
erige finalmente la que aún existe casi fielmente
ceñida a los planos si no careciera de una de
las torres previstas. La calidad de sus espacios,
su magnitud y la ejecución de sus elementos
ornamentales la hacen destacar en el panorama
nacional. Distan mucho las calidades de las proporciones de iglesias que como ésta fueron diseñadas por un arquitecto, de la sencillez y discreta
altura que poseen las ejecutadas por maestros
anónimos en el área santandereana.
IGLESIA DE GUAPOTA
-··-·-·:z~
--_ .
·---------:
_w.......
~ - ------....-.-
.... .. ... .... ..-..
,.
IGLESIA DE CONFINES
Escala 1:500
El terremoto de 1736 obliga a los payaneses
a levantar de nuevo todas sus iglesias, ajustadas
unas veces a su trazado anterior, con simple
carácter de reconstrucción, mientras para unas
pocas se optó nuevos diseños impregnados de
los criterios estéticos de su época; ocurrió así
en la iglesia de San José o de la Compañía, y
años más tarde en la catedral. En otros casos,
que pueden haberse o ampliado o modificado
por los años finales del XVII o al comenzar el
XVIII, como ocurre con la iglesia de Santa Bárbara de Mompox se da pie para que se confundan
curiosamente las tradiciones estéticas y constructivas apreciables en la calidad del artesonado, solución mudéjar, con las nuevas corrientes
estéticas interpretadas localmente en el campanario, con resultados tales que la hacen descollar
en el panorama nacional.
Cabe aquí hablar de los efectos producidos
por la ejecución de gran número de capillas
votivas en la gran mayoría de las iglesias que
pertenecieron a los indios, con resultados que
son dignos de considerar. Como usualmente se
levantan dos y en ocasiones hasta tres, se procede a colocarlas a lado y lado de la nave, de
tal suerte que se configuran iglesias con planta
de cruz latina dejando así de estar conformadas
por espacios longitudinales simples; a todo esto
se suma la adición de camarines, que complementarán no sólo las nuevas capillas sino que
en ciertas ocasiones adicionarán el presbiterio.
N o existe aún la documentación apropiada para
definir la fecha de aparición del camarín en el
Nuevo Reino de Granada, ni su proceso de difusión, pero puede anotarse que es a fines del
siglo XVH cuando se construyen algunos de significación como el de la Capilla del Rosario de
la iglesia de Santo Domingo en Tunja, o su homónima del convento de Santo Ecce Horno (27).
En el período comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años
del decimonónico se afianzan las nuevas corrientes estéticas, olvidándose las expresiones
que identificaron la arquitectura colonial en sus
múltiples variantes volumétricas, y espaciales
de las ciudades, donde habían introducido una
escala, para adoptar progresivamente la nueva
visión académica, directamente en las principales ciudades por la acción de varios arquitectos,
y como reflejo en las poblaciones de segundo y
tercer orden a través de la interpretación de
maestros locales. Algún ejemplo puede citarse:
el arquitecto capuchino Petrés que desarrolla su
actividad en Santa Fe y sus proximidades. El
diseña el templo dominico de Chiquinquirá
236
(1803), posteriormente el de Zipaquirá (1805)
y finalmente la catedral en 1807, sin contar las
iglesias de Guaduas y Facatativá que también
se las atribuyen, y el Observatorio Astronómico.
En Popayán García Hevia elabora un proyecto
para la catedral de esa ciudad que, pasado a
examen de la Academia de San Francisco, los
intereses no claros de sus miembros impiden su
aprobación pues la fórmula propuesta es que
alguno de ellos lo diseñe para poder satisfacer
sus propios requisitos (28).
Arquitectura militar
Copa el siglo XVIII en muy buena porción
la actividad en tomo a las defensas en nuestras
costas, en especial en la ciudad de Cartagena.
Las visicitudes de tal empresa han sido tratadas
ampliamente y con lujo de documentación por
el profesor Enrique Marco y en posterior estudio
del señor J. M. Zapatero ya mencionado. Con
las obras de estos años se complementa el sistema defensivo planeado para la ciudad y cuya
efectividad quedó demostrada en la segunda década del siglo XIX, con el asedio prolongado
que los mismos españoles debieron efectuar para
la reconquista de la ciudad, y cuya caída se
produjo, no por fallas técnicas, sino por el hambre que venció la ciudad. El resto de la costa
atlántica ofreció algunos lugares fortificados
desde el Cabo de la Vela hasta Nueva Caledonia,
más como protección de las guarniciones y para
vigilancia de las costas que con el explícito fin
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
de resistir ataques formales. El control del contrabando, por una parte, y de las invasiones y
fortificaciones que intentaron en ciertos lugares
ingleses o escoceses, como ocurrió en la proximidades del Golfo de Urabá con la colonia de
Nueva Caledonia (Civea 1700) (29), hicieron necesaria la presencia de obras defendidas salpicadas
a lo largo de la costa de un país que sólo tenía
una puerta de entrada: Cartagena. Pero además
de esas obras destinadas a controlar la principal
frontera marítima, surge una nueva modalidad
que se concretó en las postrimerías de la Colonia, al menos en dos fortines de carácter mediterráneo, destinados a controlar ciertas vías de
acceso al interior del país, provenientes de los
Llanos Orientales. Uno de ellos estuvo situado
en la Salina de Chita y el otro en la población
de Paya, que nos es conocida por haber figurado
como objetivo militar durante la Campaña Libertadora de 1819. Su diseño y ubicación fueron
similares: se trata de un recinto estrellado de
ocho puntas con foso y parapeto de altura media,
situados sobre colinas escarpadas, por lo cual
su defensa parecía fácil. La situación de estos
fortines sobre la vertiente oriental de la Cordillera Oriental, con posibilidad de controlar las
posibles incursiones de las tribus belicosas que
habitaban esas comarcas, no puede interpretarse
como defensas contra ataques de países vecinos,
sino como mera precausión contra los indígenas
al quedar sin la necesaria tutela que sobre ellos
ejercieron los jesuítas hasta el momento de su
expulsión (30).
La arquitectura colonial
237
Notas
l. Carlos Martínez, Apuntes sobre el urbanismo en el Nuevo
Reino de Granada, Bogotá, 1965; Jorge Enrique Hardoy
y Carmen Granovich, "Urbanización en América Hispánica entre 1580 y 1630", en Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, núm. 11, Caracas; Erwin Palm, "Los orígenes del urbanismo en América",
en contribuciones a la Historia Municipal de América,
México, 1951, y en especial Pedro Hubers, "El damero
y su evolución en el mundo occidental", en Boletín del
Centro de Investigaciones... , núm. 21, Caracas.
2. Sólo Medellín, fundada en 1616, es la excepción dentro
de las 4 grandes ciudades de Colombia.
3. Enrique Marco Dorta, Cartagena de Indias, puerto y plaza
fuerte, Madrid Cartagena, 1960.
4. Para un trabajo aún inédito estudié un centenar de testa-
mentos otorgados en Tunja de 1520 a 1580. Los porcentajes obtenidos difieren radicalmente de los presentados
por Peter Boyd-Bowman, que son los usualmente aceptados para fijar el origen peninsular de los conquistadores
y colonizadores. Obtuve para Andalucía 17.94% y Boyd
Bowman f~a 39.68%.
5. "Descripción de Tunja en 1610", en Repertorio Boyacense, núm. 40, Tunja, abril 1917.
13. Pedro Julio Douspebes, Cartagena de Indias, plaza fuerte,
Bogotá, 1948.
14. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura religiosa en el
siglo XVII....
15. Idem.
16. ANB., Colonia, Visitas de Santander, t. IX, fls. 94 y ss.
17. Alberto Corradine Angulo, Mompox, arquitectura colonial, Bogotá, 1969.
18. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura religiosa... , citado.
19. Alberto Corradine Angulo, El Convento de Santo Ecce
Hamo, en (ACHSC).
20. El autor alemán Paul Dony en un estudio publicado en
la revista Das Munster, núms. 1 y 2, cuaderno, analiza
el problema de las iglesias construidas por los jesuítas en
América Latina. Año 12, enero y febrero de 1959.
21. A.G.I., Santa Fe, Legajo 595, fls. 829 v. y ss.
22. Sobre Zipaquirá he publicado algunos estudios donde
explico el caso de su división; hoy poseo documentos
que hacen más luz sobre el problema.
23. Alberto Corradine Angulo, Mompox ....
6. Las obras escritas por estos tres autores pueden ser con-
sideradas como las clásicas de la Historia de la Arquitectura en Colombia: Marco Dorta, con sus capítulos en la
Historia del Arte Hispanoamericano de Diego Angulo
Iñíguez, en 3 vols; Arbeláez Camacho y Sebastián, con
el volumen XX tomo cuarto de la Historia Extensa de
Colombia, además de numerosos artículos que escribió
cada uno independientemente.
7. Guillermo Hernández de Alba, Teatro de arte colonial,
primerajornada, Bogotá, 1938, y Guía de arte colonial,
Bogotá, 1945.
8. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura religiosa en el
siglo XVII, Documentos de Historia, Facultad de artes
U. Nal., Bogotá, 1976.
24. Sobre las casas de haciendas que aún existen en el país,
publicó hace pocos años un estudio, el Banco Cafetero,
en su serie Herencia Colonial, que, sin ser una obra
exhaustiva, recoge gran cantidad de información útil, así,
haya pecado de ligereza en su valoración arquitectónica
e histórica.
25. La colección de planos, con los proyectos que se elaboraron, se encuentra en el Archivo Militar de Madrid.
Sobre el fracaso del proyecto, Marco, escribió un interesante artículo en la Revista Anales de/Instituto de Investigaciones Estéticas, Buenos Aires.
26. En un estudio presentado a Colcultura sobre dos regiones
de Santander, en 1975, se anotaron algunas circunstancias
generales y se pudieron detectar constantes arquitectónicas y varios otros aspectos.
9. Archivo Nacional - Bogotá (ANB), Colonia Visitas de
Boyacá, t. V, fls. 853 y ss.
10. Alberto Corradine Angulo, "Documentos sobre la historia
del templo de Santo Domingo de Tunja", en Apuntes,
núm. 12. Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Javeriana, Bogotá, abril, 1976.
27. Archivo Provincial Dominicano, Bogotá, Libro de la Cofradia de Nta. Sra. del Rosario, sin numerar. También
puede consultarse la obra del padre Fray Alberto Ariza,
O. P. El Convento de Santo Ecce Hamo, Bogotá, 1966.
28. Academia de San Fernando, Madrid, Juntas de Comisión,
tomo lo. 1786-1805, actas núms. 113-176-198 y 200.
11. Gabriel Uribe Céspedes, El arquitecto y ¡a nacionalidad,
Sociedad Colombiana de Arquitectos, Bogotá, 1976.
29. A.G.I., Panamá, Plano núm. 119.
12. Enrique Marco Dorta, obra citada; Luis Duque Gómez,
Colombia. Documentos históricos y arqueológicos, vol.
11, México 1955; Juan Manuel Zapatero, Arquitectura
militar en el Caribe, Madrid, 1969.
30. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura militar en Colombia, Revista núms. 16-17 de la Dirección de Extensión
Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1977.
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
238
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Las artes plásticas durante el período colonial
239
Las artes plásticas
durante el período colonial
Francisco Gil Tovar
Mezcolanza y atemperamiento
de los estilos importados
D
esde que en la primera mitad del siglo XVI
los españoles comenzaron a fundar misiones y poblaciones de los territorios de la actual
Colombia, se inició una intensa recepción de
obras que hablaban los lenguajes estéticos del
goticismo, el renacentismo y el manierismo europeos. Pinturas y tallas policromas embarcadas
en Sevilla, llegaban en cantidades muy apreciables a Cartagena de Indias, puerto de América
del Sur, en Colombia, a medida en que las órdenes religiosas -franciscanos, dominicos y,
más tarde, jesuítas- ensanchaban su actividad
misionera y requerían de las imágenes como
instrumento eficaz de evangelización.
Los pueblos conquistados se identificaban
con el conquistador al menos en una cosa: en
la necesidad de visualizar lo sagrado y, por tanto, en la de conceder importancia suma a la
imaginería. Así, la conversión al cristianismo
de todo un continente se fue operando más con
ella como instrumento que con la fuerza de la
palabra: a unas imágenes hieráticas e impresionantes esculpidas en piedra sustituyeron otras
más realistas y "vivas", no menos impresionantes, talladas en madera y policromadas, que
aportaban un repertorio de signos culturales
completamente distinto.
Así, pues, el arte occidental llegó a Colombia, como a toda América, de la mano de la
Iglesia y como medio evangelizador sobre todo.
Casi toda la pintura, la escultura, la talla decorativa y la orfebrería de los tres siglos que comprende el período (XVI, XVII y XVIII) tuvieron
por clientes a la Iglesia, a los devotos fundadores
de capillas y a los donantes de imágenes. Ello
explica fácilmente el temario, religioso con pocas excepciones, de las artes figurativas de la
época, y la habitual aplicación a la liturgia de
las llamadas artes menores como la platería y
el bordado.
Los estilos desarrollados en España habían
de tener necesario seguimiento tanto en la Nueva
Granada, como en toda la América española.
Así, la pintura, la escultura, la decoración y las
formas ornamentales durante el período, manifiestan sucesiva y, a menudo, simultáneamente
las formas del goticismo tardío con las modalidades decorativas peninsulares conocidas con
los nombres de isabel y plateresco, y de modo
mucho más rico y frecuente las del mudéjar
(islámico cristianizado español), que ha dejado
en Colombia excelentes ejemplares de techumbres.
Débilmente se manifestaron las formas del
renacimiento, que tuvieron más presencia en su
última formulación manierista, conocida en el
país a través de grabados flamencos difusores
de los diseños de Fontainebleau. Y, por sobre
todas, las del barroco trasladado con enorme
Nueva Historia de Colombia. Vol. 1
240
convencimiento por España a sus territorios de
ultramar y temperado en la Nueva Granada, que
no pudo mostrar el exultante y alborotado barroquismo de México, Perú o Quito.
Los estilos históricos nacidos o reproducidos en la España colonizadora se manifestaron
con frecuencia simultáneamente aquí. Es necesario insistir en ello, toda vez que esa simultaneidad, esa mezcla de estilos, se nos muestra
como una de las características peculiares del
arte colonial.
En efecto, toda transculturación de temas,
formas y signos expresivos, supone por lo general una comprensión limitada o distorsionada de
lo que ellos significan en su origen. Ello supone
también un cambio o un desvanecimiento de
sus valores y una indelimitación de sus fronteras
estilísticas. Así en la Nueva Granada como en
toda la América española, pero más que en otras
provincias, los pintores y escultores criollos,
tan alejados de las fuentes de unos estilos rutinaria y artesanalmente practicados por ellos pero
no comprendidos en sus raíces, no podían entender que las técnicas y las formas barrocas eran
ya distintas y en muchos casos opuestas a las
renacentistas; y que las neoclásicas aparecidas
muy al final del período, representaban ya un
pensamiento y una actitud diametralmente
opuestos a la del católico barroco.
Claro es que lo mismo podría decirse de
la mayoría de los pintores, escultores y decoradores europeos, cuya formación ideológica era
igualmente pobre; pero en la práctica, sólo en
los territorios españoles de América, la simultaneidad debida a la lejanía geográfica y mental
produjo una mezcolanza y una especie de unidad
de lo que en Europa era dialéctico.
En el territorio de la actual Colombia, este
desteñimiento y atemperamiento de aspectos
distintos y contrarios, y esta convivencia de formas que en su origen eran alternativas, es precisamente distintivo de su arte criollo.
Así, podía darse con frecuencia en cuadros
pintados en el siglo XVIII la persistencia de fórmulas medievales góticas tales como cintajos
con textos, la composición en dos planos y las
torpes perspectivas arquitectónicas, junto c~n
los fuertes contrastes de luz y sombra propiOs
del tenebrismo barroco, la composición renaceptista y la frialdad del neoclasicismo académico.
La actitud hispánica y criolla
E
sta fusión y confusión de estilos, que en
Europa fueron distintos y sucesivos, se observa sobre todo entre los pintores y escultores
clasificables en la actitud criolla. Porque no se
desarrolló la actividad artística llamada colonial
en una sola vía ni adquirió una sola actitud.
Varias actitudes son distinguibles: la hispánica y criolla con la modalidad virreina!; la
mestiza y la popular.
La hispánica y criolla obedeció al claro
propósito de repetir incondicionalmente o prolongar los temas, las formas y las técnicas que
se desarrollaban en España. Se trata de una actividad provincial española, con ligeros matices
propios como pudiera tenerlos el arte de las
provincias de la península. Refleja, por tanto,
influencias italianas y flamencas, que eran entonces las más pesantes sobre la pintura y la
escultura que se hacía en los talleres españoles.
Es, sencillamente, arte español hecho en el
Reino de la Nueva Granada, que difiere poco
del que se producía en muchos talleres de la
Granada vieja, de Sevilla, de Cádiz y, en general, de Andalucía, de donde procedía la mayor
parte de las obras importadas y de las familias
que fundaron el criollismo neogranadino. Este
arte era entonces, y lo seguiría siendo mucho
después, el de mayor prestigio y el único aceptable por las gentes de más alto nivel en la
Iglesia y la sociedad. Poder imitar a famosos
pintores españoles como Zurbarán, Murillo o
Morales "El Divino", o a grandes escultores
como Martínez Montañés y Alonso Cano; reflejar de algún modo la dulzura clásica de los grandes renacentistas italianos como Rafael Sanzio,
Correggio y los seguidores de Leonardo; tratar
de alcanzar el naturalismo de Tiziano o de los
más notables flamencos; repetir las habilidades
y las gracias de los manieristas repartidos por
Europa, constituía el ideal supremo de los pintores y escultores españoles en América o de
los criollos -como los de Figueroa y los Vásquez
neogranadinos, de los que hablaremos luego-,
quienes procuraron esforzadamente asimilar,
mezclándolo, el lenguaje y las soluciones técnicas, del renacimiento, del manierismo y del barroco.
La actitud criolla de la Nueva Granada se
manifestó con acento más marcado entre los
pintores del grupo de Santa Fe de Bogotá y,
durante el siglo xvn reflejó muy de cerca la
Las artes plásticas durante el período colonial
influencia de los de Sevilla, de tal modo que la
pintura santafereña de aquel siglo da la impresión de ser un' apéndice de la sevillana. Ello es
perfectamente explicable, toda vez que en el
puerto fluvial de Sevilla se embarcaban obligatoriamente hasta bien entrado el siglo XVIII todas
las mercancías que debían viajar al Continente
y allí en fin mantenía la Corona española sus
controles en relación con los territorios de ultramar.
Por todo ello, era en los talleres de Sevilla
-entonces la ciudad más populosa y comercial
de España además de su puerto más activodonde se encargaban las imágenes pintadas o
de bulto que los misioneros y los devotos transportaban a dichos territorios y a través de las
cuales, como ya hemos dicho, llegaron las nuevas formas y se acentuó la penetración cultural
española junto a la religión cristiana.
Conviene, pues, tener una noción sobre el
carácter del arte sevillano que así había de influir
sobre el neogranadino de la época. Sevilla recuperada para los cristianos por el rey Fernando
III "El Santo", en 1248 y transformada en la
primera ciudad del sur de España, encabezaba
la tendencia andaluza en el arte español. Sus
pintores y escultores, como todos los de la Península, encajaban la influencia de los dos grandes focos del europeo durante el Renacimiento
y el Barroco: Italia y Flandes; pero eran los
andaluces, por su carácter, más receptivos de
lo italiano que de lo flamenco y, en consecuencia, sus imagineros imprimían un cierto sentido
familiar unido a una buena dosis de idealización
a las figuras que pintaban o tallaban. A la tendencia castellana hacia el realismo dramático
oponían su idealización de la figura humana, y
al hondo y crudo espíritu que impregnaba las
producciones del norte oponían unas formas
algo más clásicas, serenas, suaves y graciosas
y un colorido menos austero. En cuanto a sus
imágenes, en general, tenían un sentido que hoy
llamaríamos más "populista", aumentado por
las recomendaciones de la Iglesia después del
Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y
1563.
Dicho Concilio reafirmó la importancia de
las imágenes como instrumento eficaz de propaganda y de instrucción y "porque se exponen a
los ojos de los fieles los saludables ejemplos de
los santos y los milagros que Dios ha obrado
por ellos". Semejante precepto conciliar, que
data de 1563, bien puede considerarse decisivo
241
para la historia del arte colonial iberoamericano,
pues buena parte de sus características fueron
derivando del profuso sentido de imaginería popular, de acuerdo con las devociones impuestas
en cada región por las órdenes religiosas misioneras y por los principios que tácita o expresamente defendía cada una de estas, en relación
con los aspectos visuales de la liturgia.
Trento había abierto puertas al estilo barroco, de contenido católico, pomposo exaltador
de la naturaleza y del espíritu, cultivador de las
formas dinámicas y alborotadas, y atento siempre a afectar la sensualidad. En España, el barroco se puso vigorosamente al servicio de la
Iglesia.
Aunque no se puede decir que simultáneamente a las obras de temas religiosos no se
produjeron otras de diferente temática por parte
de autores criollos, es indudable que solamente
a partir de la segunda mitad del siglo XVIII el
temario profano se incorporó al arte del país
con algún vigor y en cierta competencia con el
que se destinaba a iglesias, conventos y capillas.
En efecto, dentro de la actitud hispánica y
criolla, el Virreinato, confirmado en 1740, supuso un sesgo desde el punto de vista estético.
Este sesgo hay que entenderlo como la tendencia
virreina! del criollismo neogranadino, toda vez
que la actitud criolla no cambió en lo que la
distinguía desde el principio, es decir, el propósito de prolongar aquí las formas y los signos
triunfantes en la metrópoli. Ocurría, sin embargo, que el gusto imperante en las esferas oficiales había cambiado, pues desde el comienzo del
siglo la Casa francesa de Borbón ocupaba el
trono español y la influencia de la Corte de
Versalles era claramente perceptible tanto en la
de Madrid como en las vice-cortes que encabezaban las provincias del Imperio. El arte virreina! neogranadino es, pues, el que responde a
los gustos afrancesados de las esferas oficiales
y de las clases altas durante el Virreinato. Sus
límites cronológicos los marcan aproximadamente los años 1740 y 1820 y se localiza sobre
todo en la capital del Virreinato, Santa Fe de
Bogotá.
Este gusto, más europeo que propiamente
español, se manifestó sobre todo en el mobiliario
y en la decoración o en aspectos accesorios y
ornamentales de las pinturas y esculturas, pues
seguía la influencia de las formas rococó, un
"estilo de sala" más fino y confortable y menos
vital e intenso que se desarrolló bajo el reinado
242
de Luis XV. Así fueron imitados los muebles
llamados en Fr~cia "Luis xv" y también los
ingleses Chippendale".
Quito, importante foco artístico que había
pasado a formar parte del Virrein~to de 1~ Nueva
Granada acusó una más fuerte mfluencia de la
gracia r~cocó en la pintura y en la decoración
arquitectónica. Como la zona sur de la ~~tual
Colombia -departamentos del Cauca, _Narmo y
Valle del Cauca-recibía sobre todo la mfluencia
quiteña y había pertenecido a la presidencia de
Quito con anterioridad, es en c!udades de esa
zona como Popayán, Pasto, Cah y Buga donde
el diseño decorativo rococó se asentó aun en
obras eclesiásticas.
Habría que suponer que ~1 estilo neoc~ásico
que fue apareciendo en Francia desde el rem~~o
de Luis XVI, que se asentó c~n la R~volucwn
y que adquirió carácter de estilo oficial c~m el
Imperio napoleónico, alcanzara a poner p1e en
la Nueva Granada, como lo había puesto en la
Nueva España (México); :pero no fue ~sí, porque
el neoclasicismo, nostálgico de C!recia_Y. Roma,
penetró a través de las academias oficiales, y
el Virreinato neogranadino carecía de ellas. Solamente en los años de la independencia y en
los escritos y voces de sus protagonistas criollos
habría de percibirse el eco grecorromano de
aquel estilo.
Pintores y escultores hispánico-criollos
Se tiene como la primera pintura occidental
llegada o hecha en nuestro territorio una imágen
de Jesús crucificado que campeaba en el estandarte del ejército del conquistador y fundador
de Santa Fe de Bogotá, Gonzalo Jiménez de
Quesada. De ahí los nombres de Cristo de la
Conquista o Cristo de los Fundadores por los
que se le conoce. La documentación relativa a
obra tan significativa que se guarda en la catedral bogotana, se debe al genealogista Juan Flórez de Ocariz, y da a conocer que tal estandarte
figuró en el entierro del Fundador y que s~ supone que fue pintado durante el acto fundaciOnal
o antes, es decir, que data por 1<? menos de
1538. Se trata en todo caso de una figura escueta, espiritualizada y muy expres~va, ~omada ~e
un grabado flamenco de las postr1menas medievales. Y, por supuesto, de autor desconocido.
El Cristo de la Conquista guarda para la
historia de la cultura nacwnal, y no sóio para
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
la de la plástica, una alta y múltiple significación. Es, en primer lugar, el signo ~~~ claro y
rico de la nueva doctnna que pres1d1na desde
entonces la vida religiosa de sus habit~tes; :por
otra parte es la primera imagen naturahs~a -~len
que idealizada- que contra el abstraccwms~o
de la plástica indígena, aparecería ante los OJOS
de la población aborigen; y señ~la adei?ás, la
influencia del grabado de los Pmses BaJo_s que
habría de cumplir tan vasto papel en la pmtura
colonial.
Pero el primer pintor de nombre cono~ido
en Colombia es el de ALONSO DE NARVAEZ
(1583) natural del pueblo sevillano ~e Alcal~
de Guadaira y avecindado desde la pnmera mitad del siglo XVI en Tunja, donde figuraba como
pintor y platero. N arváez e~ el auto~ de la famos~
Virgen de Chiquinquirá, pmtura eJecutada hacm
1555 con arreglo al sistema mediev~l de composición simétrica con las tres figuras mdependientes en el primer plano (además de la Virgen con
el Niño, las laterales que representan a SanAntonio y San Andrés).
Por las mismas décadas en que trabajaba
N arváez es decir durante la segunda mitad del
siglo XVI, Tunja' era sede de la actividad de
algunos pintores ita~ianos, español~s, y tal y~z
ya criollos, que hacian ~e la pequena P?blacwn
andina un centro de cierta Importancia en el
panorama general del arte hispan<?americano d~
la época. Pintaba en la actual capital ~e Boyaca
el italiano ANGELINO MEDORO, qmen procedente de Roma y de Sevilla había de continuar
su viaje por Bogotá, Cal~, Pop_ayán, Quito y
Lima, para regresar a Sevilla dejando mues~as
de su arte renacentista a lo largo de los tremta
años de su estada americana.
En varias casonas de la ciudad han quedado
amplias pinturas al "fresco-seco", desarrolladas
sobre techumbres y muros en los años finales
de aquella centuria, más. interesantes para ~a
historia de la cultura nacwnal por su temano
curioso y raro en toda la Amé~ica de su tiempo,
que por la originalidad y la cahdad de su trabaJo,
que son prácticamente nulos. Se trata de los
temas de cacería y mitología en las casas que
fueron del capitán Gonzalo Suárez Rendón? fimdador de Tunja, y de Juan Vargas, escnbano
real, aunque tambi~n hay, pi?turas de menor
cuantía y aún de cahdad mas mgenua en la que
fue del cronista sacerdote Juan de Castellanos.
Las de la casa del Fundador, hechas con bastante
posteridad a la muerte de éste ocurrida en 1583,
Las artes plásticas durante el período colonial
son orlas, grutescos, vegetación y animales de
las faunas europea y africana localizados en paisajes simples y sumarios, además de una escena
que representa la cacería del ciervo a cargo de
un caballero del siglo XVII, todo ello de mano
casi infantil.
Más atractivo tienen las pinturas de la casa
del que fue escribano real y no, repetimos, por
lo que se relaciona con su arte, sino por el hecho
de que representan dioses y héroes de la mitología greco-romana mezclados con anagramas y
símbolos cristianos, y con grotescos y otros temas que denuncian la dirección de un espíritu
manierista de altura clásica ya que el "ideólogo"
de las pinturas fue, sin duda, más importante
que el simple artesano o aficionado que movió
los pinceles.
Casi todas las figuras pintadas toscamente
sobre el enlucido de yeso se tomaron de estampas de grabadores franceses, flamencos, holandeses y españoles como son René Boyvin, Collaert, Juan de Arfe y De Vries, que a su vez
reproducían obras de pintores y decoradores manieristas y que se difundieron con cierta profusión durante el siglo XVI como ilustraciones de
libros.
Los primeros pintores criollos, es decir ya
nacidos en el país descendientes de españoles,
fueron los ACERO DE LA CRUZ: ANTONIO BERNARDO, JUAN y JERÓNIMO ACERO, tuvieron
en la Santa Fe de la primera mitad del siglo
XVII un taller del que hubo de salir, sin duda,
una amplia producción de obras de asunto religioso hoy confundidas e ignoradas en su mayor
parte. Las de ANTONIO ACERO DE LA CRUZ
nos son algo más conocidas. Este pintor nacido
en las postrimerías del siglo XVI y muerto en
1669, "resume en su obra las tendencias opuestas de su tiempo y encama de manera admirable
el conflicto estético entre las cánones medievales y las tendencias renacentistas", según Gabriel Giralda Jaramillo. Parece que practicó también la arquitectura, aunque no hay mayores
noticias sobre este ejercicio. En el de la pintura
mostró más ahínco que inspiración y capacidad
técnica, a juzgar por sus escasas obras conservadas, todas ellas tomadas total o parcialmente de
grabados y mostradores de una artesanal afición
por el detalle descriptivo y de una ingenuidad
notable en los casos en que, como el de "Santo
Domingo en la batalla de Monforte" (1651) del
Museo de Arte Colonial, había de afrontar por
243
su cuenta problemas de composición, perspectiva, luces y hasta de simples proporciones.
Más conocida es la producción del taller
de los FIGUEROA que durante todo el siglo XVII
gozó de especial fama en Santa Fe. Las obras
de este taller se tienen, con razón, como las que
definieron las características de la pintura criolla
santafereña formalista, dulce, sencilla, descriptiva y de escasa vida interior.
En orden cronológico, el primero de la familia activo en el país es BALT ASAR DE FIGUEROA "EL VIEJO", quien durante las primeras
décadas del siglo pintó para iglesias de Boyacá,
en formas arcaicas, y quien debió morir hacia
1630.
Hijo suyo fue GASPAR DE FIGUEROA, del
que se conoce la obra más extensa producida
en el céntrico taller que instaló en Bogotá y que
había de adquirir mucho renombre regional. A
juzgar por su "Retrato de fray Cristóbal de Torres", fundador del colegio del Rosario de Bogotá (en el mismo colegio) y los de algunos
ocasionales de devotos o donantes de obras,
GASP AR DE FIGUEROA estaba bien dotado
como retratista, aunque no pudo desarrollar suficientemente estas dotes, quizá porque el género no gozaba de particular demanda entre la
clientela del país, dedicada a solicitar de los
pintores imágenes casi exclusivamente religiosas. Este pintor, que murió en 1658, iba a ser
continuado y en bastantes aspectos mejorados
por su hijo BALT ASAR DE VARGAS FIGUEROA,
sin duda el más conocido de la que constituyó
una verdadera dinastía de pintores santafereños.
Un centenar de obras se conservan de este
segundo Baltasar. Dentro de los convencionalismos de los que ningún pintor de su siglo salió,
parece buscar una mayor aproximación al naturalismo, aunque abunda en recetas para expresar
un misticismo sencillo bajo la influencia del
severo tenebrista español FRANCISCO DE ZUREARÁN (1598-1664), de modo epidérmico, pero
grave. El gusto por la técnica del claroscuro
tenebroso ya se había manifestado en su padre
y maestro, pero se refuerza en el trabajo de
Baltasar, cuya obra, en el conjunto de la pintura
criolla, supone un paso notable hacia el ambiente barroco. Murió tan pobremente como todos los pintores de la época, hasta el punto de
haber sido enterrado de limosna, en febrero de
1667, encargándose de continuar la actividad
del taller familiar su hermano menor, NICOLÁS
DE VARGAS FIGUEROA.
244
pinturas, más un libro Architectura, necesario
al arte, más de mil ochocientas estampas ... ",
más los cuadros inconclusos que allí había, y
poco después, tras un pleito familiar, se cerraba
la historia del prestigioso obrador santafereño.
Estos obradores seguían la estructura de
los períodos gótico y renacentista europeos. El
maestro, jefe y propietario, recibía aprendices
a los que en forma empírica iba mostrando los
"secretos" de su arte y las habilidades del oficio
que, en realidad, eran las que se aprendían pacientemente confundidas con los primeros, pues
el arte tenía para los ejecutantes y para la sociedad de la época el sentido de "habilidad para
hacer" y "destreza para copiar o imitar" más
que cualquier otro. Esto no permite honradamente enjuiciar a los pintores y escultores coloniales desde la misma estimativa con que se
aprecia la labor de los llamados artistas actuales,
toda vez que había muy poca diferencia -socialmente ninguna a veces- entre un "pintor de arte"
y un "oficial de mano", es decir, entre un artista
y un artesano.
En efecto, ese honrado concepto medieval
que no distinguía entre los maestros de la pintura
o de la escultura y los de otros oficios, y el
criterio de no establecer mayores diferencias entre lo que un maestro pintor tenía que pintar y
un escultor esculpir, persistió más o menos conscientemente durante el período colonial, al
punto que debe tenerse como una de sus características. Los cuadros se pagaban según tamaño, costo de materiales y trabajo ejecutado en
ellos, atendiendo habitualmente al número de
figuras a incluir en el lienzo. El precio de un
buen cuadro de maestro tenido a la sazón por
insigne, siempre era inferior al de un vestido,
y era frecuente pagarlo en servicios personales
tales como afeitadas o trabajos de sastrería.
Pintores y escultores tenían en su taller,
como hemos visto, libros con grabados o estampas sueltas, "necesarios al arte", de donde "tomaban ocasión" o con frecuencia copiaban con
fidelidad, si así lo exigía el cliente, al tiempo
que servían de muestrario para éste. El valor
que hoy se concede a la originalidad del artista
no era apreciado y se estimaban más los temas
y figuras convencionales bien hechos y expresivos de sentimientos de devoción. Los artistas
neogranadinos reflejan bien estos criterios y estos gustos de la sociedad a la que servían, dominada por la Iglesia.
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
Entre ellos, y bajo tales circunstancias, uno
se distinguió por sus mejor oficio y especiales
talento y habilidad, siempre dentro de la actitud
criolla y la influencia sevillana: GREGORIO
V ÁZQUEZ DE ARCE Y CEBALLOS. Este pintor
se tiene, con razón, como el más empinado de
los santafereños y en él culmina el esfuerzo de
sus antecesores por aproximarse a los valores
europeos de su tiempo. Había nacido en Bogotá
en 1638 y en la misma ciudad mantuvo un taller
familiar muy activo en las últimas décadas del
siglo, en el que debieron pintar, además de él,
su hermano mayor JUAN BAUTISTA V ÁZQUEZ,
muerto en 1677, su hija FELICIANA V ÁZQUEZ
BERNAL y probablemente otros ajenos a la familia. La fama regional de Gregario Vázquez
ya era grande en su tiempo y aunque nunca
excedió las fronteras del país, dentro de él se
le tuvo desde entonces como el paradigma del
arte de la etapa hispánica. El ponderado jesuíta
Felipe Salvador Gilij, en un libro publicado en
Roma en 17 84, anotaba que la fama de Vázquez
en la Nueva Granada era tan grande "como la
de Rafael entre nosotros".
Se le conocen algo más de quinientos cuadros, de calidad y tamaño muy diversos. La
mayoría son trabajos de taller, sencillos, rutinarios y amanerados, hechos simplemente para
cumplir encargos baratos de gentes devotas;
pero también ha dejado obras de gran empeño,
como las que sobre escenas bíblicas realizó para
los muros de la capilla del Sagrario y que en
ella se conservan.
A través de ellas se percibe el trabajo talentoso de un pintor de laboratorio, carente de genio
creador pero dominador de los recursos técnicos, y de una notoria experiencia en componer
mezclando partes tomadas de aquí y de allá,
dotarlas de aspecto natural y nutrir éste de cierta
idealidad.
Este naturalismo de taller obedeció siempre
en él a contenidos de dulzura y ésta se manifestaba en figuras de formas suaves, como se observa sobre todo en los 105 dibujos a pincel
sobre papel (Museo de Arte Colonial), que le
servían de preparación y modelo para su cuadros.
Gregario V ázquez, criollo por excelencia,
fue especialmente habilidoso como dibujante.
Dueño de una gran seguridad de trazo, muestra
en él su sensibilidad con líneas blandas y firmes
a la vez, y su gran capacidad de síntesis, rara
en su época entre todos los pintores americanos
Las artes plásticas durante el período colonial
y entre muchos de los mejores europeos. Murió
en 1711.
Contemporáneos de Vázquez, es decir activos en la segunda mitad del siglo XVII, fueron
ALONSO y TOMÁS FERNÁNDEZ DE HEREDIA,
igualmente dulces pero más amanerados a juzgar
por las muy contadas obras que dejaron; y FRANCISCO DE SANDOV AL, casi desconocido pero
revelador de una pintura algo más vigorosa dentro, desde luego, de las fórmulas generales ya
mencionadas. Algunos seguidores dejó Vázquez
Ceballos, probablemente formados en su taller,
pero muchos menos dotados y que, como el que
se firma simplemente CAMARGO, muestran los
defectos y no las virtudes de aquel.
245
Obedientes a tales tradiciones, conceptos,
técnicas y procedimientos trabajaron en pleno
siglo XVII Juan de Cabrera y Pedro de Lugo
Albarracín, aunque el tallista de nombre desconocido hasta ahora y llamado Maestro del Retablo de San Francisco, autor de los altorrelieves
de dicha iglesia en Bogotá, aparece como el
más completo y el de oficio más habilidoso de
aquella centuria.
LORENZO, LUIS y SALVADOR DE LUGO,
probablemente familiares del citado Pedro de
Lugo, fueron también escultores conocidos,
aunque los documentos los citan más veces
como entalladores, muy activos en Bogotá y
Tunja.
Imaginería escultórica
El arte de los retablos
La escultura correspondiente a aquella actitud y aquel tiempo -criollismo del siglo XVIII-,
obedecía, como puede suponerse, a características similares y a un temario aún más exclusivamente religioso. Por otra parte, la Iglesia cuidaba la ortodoxia y la calidad de los imagineros
escultóricos más que la de los pintores, llevada
por un mayor celo aconsejado quizá por la tradición en figuras de bulto de los indígenas, por
el más alto grado de realismo que ofrecen las
imágenes en tres dimensiones, y por las superiores dificultades técnicas de la talla policroma.
Eran entalladores los artífices que no sólo
tallaban figuras en madera sino que cortaban y
ensamblaban ésta para obtener la estructura de
retablos, púlpitos y obras similares. En la práctica, parece que todos los imagineros de la época
en el país fueron simultáneamente entalladores,
lo cual es perfectamente explicable dada la escasa especialización del trabajo a la que ya nos
hemos referido, y la gran demanda de éste, en
cuanto a retablos y ornamentación en relieve de
madera dorada, que caracterizó a los siglos XVII
La talla policroma fue, sin excepción, el
procedimiento usado en la imaginería colonial,
obediente en una rica tradición medieval nunca
interrumpida en España pero sí renovada y enriquecida durante el período barroco. Las figuras eran elaboradas en madera, con esmero especial en cabezas y manos, para pasar luego por
un proceso vario y cuidadoso de taller que recibe
el nombre de estofado, a lo largo del cual se
pulían y enyesaban las superficies, se recubrían
luego con una fina lámina de oro, se pintaba
esta con diversos colores imitadores de la realidad y se decoraban por último raspando la pintura para que reapareciera el oro en forma de
hojarascas, rayados, estrellitas, flores grecas,
etc. El afán de naturalismo derivado tanto de la
escuela española como de la estética barroca y
del gusto popular hacía que, con la mayor frecuencia, se incrustasen a las imágenes ojos de
vidrio y se le añadiesen pelucas, lágrimas de
resina y otros elementos cuya misión era hacer
de ellas algo más "vivo" y cercano.
y XVIII.
Efectivamente, nunca como en aquel
tiempo y teniendo en cuenta la dimensión y
población de las ciudades de la época, fueron
tan numerosos y activos los talleres de escultura
y talla decorativa para los interiores arquitectónicos en Colombia. Bastante más de mil retablos
de iglesia se construyeron en madera dorada en
el país durante la etapa colonial. Solamente en
Bogotá se erigieron unos cuatrocientos, cuando
la ciudad era apenas un lugar trazado para tres
mil vecinos y no llegaba a tener veinte mil habitantes, según las "Noticias Historiales" del
cronista franciscano fray Pedro Simón (1626).
Los retablos, estructuras que se despliegan
ampliamente tras de los altares llenando todo el
muro de fondo de éstos con una organización
de elementos arquitectónicos -nichos con imágenes, tableros, columnas, comisas, frontones
y relieves ornamentales-, eran los conjuntos escultóricos más elaborados de la época y para
confeccionarlos trabajaban en labor conjunta y
a veces indiferente los entalladores, los imagineros, los doradores y los decoradores.
246
Su trabajo entre artístico y artesano, es uno
de los más importantes, significativos y ricos
no sólo de los siglos coloniales sino de toda la
historia del país.
Los que se construyeron obedecen, algunos
de ellos, al estilo renacentista, como los de San
Ignacio en Bogotá y Tunja, de plena mitad del
siglo XVII, bajo la dirección del jesuita alemán
Diego Loessing. En realidad ellos constituyen
una excepción por su diseño, al que puede añadírsele el de Santa Clara, de Bogotá, algo más
abarracado en sus relieves. Fue mucho más corriente el trazado barroco, abundantes en columnas salomónicas, frontones, estípites, tableros
con altorrelieves, nichos y elementos decorativos de bulto, inspirados en las formas vegetales;
aparte, claro está, de las imágenes de santos y
los símbolos religiosos. A este variado diseño
responden retablos tales como los de Santa Bárbara y la Tercera y muchos de capillas en San
Ignacio, San Juan de Dios y otras iglesias de la
capital del país; y los de Santo Domingo, San
Francisco y el Carmen, en Popayán.
Estos de Popayán denotan claramente la
influencia quiteña y algunos de ellos fueron hechos por maestros de la que es actual capital
del Ecuador, mientras que algunos de los citados, de Tunja y otros de Boyacá, cuentan con
elementos mestizos a los que nos referimos luegoEl retablo criollo más amplio e importante,
"texto de arte tallado en oro" al decir de fray
Gregario Arcila, es el de San Francisco de Bogotá, obra protobarroca contratada en 1622 con
el entallador español IGNACIO GARCÍA DE ASCUCHA (1580-1629) y donde se integran treinta
grandes cuadros tallados en relieve policromo
con escenas varias y figuras de santas mártires,
cuyo autor o autores, como ya hemos dicho,
nos son hasta ahora desconocidos.
La costumbre de conceder siempre importancia artística a la pintura y a la escultura,
derivada de una clasificación académica atenta
a las musas griegas, ha hecho que, sin más
discriminación, se atienda a los pintores y escultores como artistas y a los constructores de retablos como no artistas. Pero en la práctica,
poca diferencia había durante el período colonial entre proyectar, componer y realizar un retablo o un púlpito y hacerlo sin mayor inspiración con un cuadro, estando la diferencia muchas veces a favor de los entalladores que desarrollaban más y mejor trabajo en un tiempo en
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
que el buen trabajo se consideraba lo más valioso
de una obra del tipo que fuese. En consecuencia,
es hora de prestar la atención que merecen tales
entalladores, casi siempre anónimos, en el panorama histórico general del país.
Un gran imaginero barroco
En pleno siglo XVIII, una figura destacó
especialmente entre los escultores activos del
país: PEDRO LABORIA. Español de nacimiento
(había nacido con el siglo en el pueblo andaluz
de Sanlúcar de Barrameda), se formó en talleres
sevillanos y se trasladó todavía joven a Bogotá,
donde trabajaría durante el resto de su vida.
Es el único imaginero en la Nueva Granada
del que se puede decir que fue auténticamente
barroco. Su adscripción a la escuela andaluza
es indudable, y tampoco puede caber duda sobre
la influencia ideológica y estética que ejercieron
sobre su obra dinámica, teatral y dramática los
jesuitas, para quienes la realizó y en cuya iglesia
bogotana se encuentran en su mayor parte.
Con él culminó, brillantemente por cierto,
la historia de los imagineros destacados en el
arte de Colombia.
La pintura virreina!
La segunda mitad del decimoctavo siglo
asistió al ya referido cambio de tendencia dentro
de la actitud criolla en el arte y la decoración
neogranadinos; pero este cambio que reflejaba
la influencia del gusto profano y más europeo
impuesto por Francia a través de la Casa de
Borbón, se limitó al ámbito de lo oficial en la
modesta y provinciana vicecorte santafereña y
a quienes estaban en contacto con ella; es decir,
los funcionarios españoles, las familias de la
alta burguesía criolla y las jerarquías superiores
de la Iglesia local.
N o es de extrañar por eso que fuera un
retratista de virreyes el que acusara con mayor
claridad al sesgo. Y, sin embargo, él representa
también, mucho mejor que otros, la estética del
arte colonial. Hablamos de JOAQUÍN GUTIÉRREZ. Este pintor suponía desde el punto de
vista de la figuración naturalista que había practicado Vázquez Ceballos un claro retroceso,
toda vez que no lograba imitar los volúmenes,
ignoraba en absoluto la atmósfera de las escenas,
era incapaz de sintetizar y en muchos aspectos
regresaba a fórmulas primitivas. Pero como el
Las artes plásticas durante el período colonial
arte, en cuanto signo cultural, no avanza ni retrocede sino que manifiesta un determinado sentido de las formas, la posición de la obra de
Gutiérrez en el panorama histórico de las artes
en Colombia es otro.
Contradictorio, formalista, de escaso contenido y con notoria tendencia a lo decorativo,
aparece como fiel reflejo de la Bogotá de su
tiempo y aun, si se quiere, de todo tiempo.
Imitador de lo que estaba de moda en la metrópoli borbónica, como buen criollo al servicio
de la alta sociedad local, Gutiérrez recoge sin
embargo, tal vez inconscientemente, aspectos
de la tradición mestiza, y mezcla todo en unos
retratos con "pose" oficial dieciochesca de figuras planas cargadas de elementos ornamentales,
muy descriptivas, complementadas con símbolos y aclaraciones literarias, todo ello dicho simplemente y elaborado con extrema delicadeza y
frialdad. De esta forma originó en el país un
retratismo entre primitivo y académico a mitad
de camino entre las vírgenes hieráticas, planas
y brocateadas de la imaginería mestiza y los
retratos pomposos del arte oficial francés. Tal
tipo de retratismo iba a tener su continuación
una vez clausurado el período virreina!, en la
iconografía casi religiosa y neoprimitiva de los
proceres de la Independencia.
Los pintores PABLO ANTONIO GARCÍA
DEL CAMPO (1814) y PABLO CABALLERO
(1810) el primero de ellos pintor de cámara del
virrey-arzobispo Caballero y Góngora son, ya
al final del Virreinato, más técnicos y conocedores de los recursos académicos, aunque con obra
menos personal que la de Gutiérrez.
Cabe destacar, aunque no se trate propiamente de arte sino de investigación de la naturaleza y de buen oficio dibujístico, el excepcional trabajo de los dibujantes-acuarelistas que
formaron el equipo de ilustradores de la Real
Expedición Botánica dirigida por José Celestino
Mutis y patrocinada por el virrey Caballero y
Góngora, la cual trabajó desde 1787 hasta 1816.
Sus 6.717 láminas representativas de plantas,
que conserva el Jardín Botánico de Madrid, obra
de pintores neogranadinos y quiteños seleccionados por Mutis, son trabajos de minuciosa observación del natural por todos los campos colombianos y dibujos laboriosamente ejecutados,
que iin duda debieron imponer los valores del
rigor naturalista y del esmero en la ejecución.
Se ha dicho, con razón, que el grupo de dibujan-
247
tes de la Flora sería el primero en descubrir la
verdadera actitud naturalista en el país.
El mestizaje artístico
La tendencia mestiza en arte fue el resultado o, al menos, el equivalente estético del
mestizaje racial, muy notable en el país, que
hoy presenta más de la mitad de la población
como hija del cruce del conquistador con el
conquistado. El término "mestizo" se aplicó al
descendiente español e indígena; pero si se hace
referencia a la expresión artística hay que entender por obra mestiza aquella que recibe y manifiesta de algún modo, fundidos, los caracteres
de las culturas conquistadora y conquistada.
A pesar del intenso mestizaje racial habido
en territorio del Nuevo Reino de Granada, el
que se refleja en sus expresiones visuales -pintura, escultura, talla ornamental, decoración arquitectónica, platería, tejido, etc.-, es débil y
no muy apreciable, a diferencia del que se percibe en Nueva España (México) y Nueva Castilla (Perú). En estos territorios encontraron los
españoles una base de artesanías indígenas más
fuerte y unos aborígenes más organizados o más
habilidosos en aquellos oficios que, como la
talla, la escultura y la pintura, podían utilizarse
al servicio de la decoración de iglesias y de
casas. Los indios de dichas zonas pudieron organizarse en talleres dirigidos por maestros españoles o europeos pertenecientes con frecuencia a las órdenes religiosas, quienes supieron
aprovechar las habilidades tradicionales de los
discípulos a los que enseñaban procedimientos
y técnicas nuevos y signos de temas del arte
cristiano, y ellos los trataban con su propia sensibilidad o los mezclaban con sus propias técnicas y repertorio temático. Cuando los artesanos
o decoradores indígenas eran llamados a colaborar en las obras arquitectónicas, el sello de aquel
mestizaje, a veces con muy notable tonalidad
aborigen, dejaba su impronta en ellas.
Parece ser que el indio no colaboró en la
Nueva Granada sino en algunas tareas muy secundarias, de tipo ornamental y decorativo, especialmente en la construcción de iglesias. La
presencia de su mano de obra se señala sobre
todo en la región de Boyacá y Cundinamarca,
asiento de los Muiscas. El diseño geométrico
plano o la abstracción de las formas naturales,
de larga tradición como ya vimos; el sentido de
distribución dispersa de las cosas; y la introduc-
248
ción de algunos temas botánicos o zoológicos
relacionados con las culturas prehispánicas, indican la existencia de aquella actitud, que hoy
se nos muestra como subterránea y que no ha
sido satisfactoriamente estudiada en Colombia.
Todo lo que se puede tener por mestizo en las
artes de la Nueva Granada es de autores desconocidos y más próximos a la expresión popular
y a la artesanía. En gran parte corresponde al
"vestido" en madera dorada o policromada, de
iglesias rurales: retablos, pulpitos, pilastras decorativas, tableros de revestimiento, etc. También se hizo presente con frecuencia en trípticos
y retablillos domésticos, muebles para exhibir
pequeñas imágenes religiosas en la capilla o en
lugar destacado de la casa, en los cuales podemos observar más libertades por parte del artífice.
Aparte del modo como trataba los temas
la sensibilidad mestiza, que es algo imposible
de describir, hay ciertos aspectos, recursos o
procedimientos que pueden tenerse como propios de una expresión de este tipo. Así, por
ejemplo el del brocateado. Se trata de un sobredorado ornamental que en forma de florecitas,
galones o diseños geométricos bordea o cubre
insistentemente los vestidos de las figuras, pintado en disposición plana y, por tanto, aplanador
de aquellas, lo cual hace prácticamente inútil la
imitación del relieve hecha por el pintor. El
brocateado supone el dominio de lo accidental
sobre lo fundamental, dominio de lo accesorio,
pero visualmente aplastante, de diseños y de la
sensibilidad pianista aborígenes sobre el dibujo
naturalista y la sensibilidad volumétrica europeos. Es de anotarse que este afán de recarga
ornamentalista en dorado sigue siendo una fuerte
tendencia en la estética popular. Es también
aceptable como mestiza la típica combinación
colonial de los colores rojo bermellón-oro y
verde-oro, colores que precisamente son llamados hoy "coloniales" en Colombia. Desde luego
tales combinaciones, y especialmente la primera, casi se pueden tener como colores nacionales, pues se tiene noticia de haber sido usuales
entre los indígenas de la Cordillera Central en
el período prehispánico; fueron muy abundantes
(el rojo-oro, reiterativo e inevitable) en el colonial; y sigue siendo popular después.
La transformación de numerosas figuras
decorativas de origen manierista, renacentista
y, en últimas, romano o griego en imágenes de
fuerte sabor indígena, o su complementación
Nueva Historia de Colombia, Vol. 1
con hojas, flores, frutos o animales del país ya
representados por los indios antes de la Conquista, es también uno de los aspectos más interesantes del matrimonio estético de la cultura conquistadora y la conquistada.
A menudo, los indígenas aprovechaban las
libertades que en materia ornamental permitían
los sacerdotes, para incluir en artesonados, columnas o retablos figuras o símbolos que para
ellos guardaban alguna significación religiosa
precristiana. Y en otras ocasiones los misioneros
creyeron conveniente permitir el uso de figuras
de las culturas aborígenes para explicar mejor,
a través de ellas, algunos misterios o temas propios del cristianismo.
Todo ello contribuía al acoplamiento y fusión de formas que manifiestan -ciertamente
que no de manera obvia en la Nueva Granadaun mestizaje artístico en el período colonial,
más merecedor de estudio en un país en el cual
más de la mitad de la población es, a su vez,
como se ha dicho, producto del mestizaje racial.
La expresión popular
Como es normal, simultáneamente a las
formas de expresión que pueden llamarse cultas,
obedientes a un pensamiento y a unas fórmulas
propias de grupo sociales más educados y producto de la labor de pintores, escultores y decoradores profesionales con talleres organizados,
se manifestaban, siempre vivas pero casi nunca
cambiantes, las corrientes populares de la expresión muchas veces impregnadas por el mestizaje. Las expresiones de la plástica popular reflejan el continuo fluir de ideales, sentimientos,
creencias y modos de ver y trabajar de gentes
desconocidas, no profesionales de las artes que,
en labores espontáneas y sencillas reflejaban los
gustos del pueblo mismo. Durante la etapa colonial, estas obras giraron aún más que las cultas
en torno de un solo temario: las devociones religiosas. Trátase pues, de un arte popular piadoso.
Tosca, ingenua, de marcado sabor rural,
fuertemente descriptiva, plena de sinceridad,
ayuna de conocimientos técnicos y rica en contenidos y mensajes, esta corriente artística produjo, como las demás, desde retablos hasta casullas pasando por imágenes pintadas y de bulto.
Son obras cargadas de expresividad primitiva,
que con frecuencia recuerdan las del romántico
español o los iconos bizantinos, y que por lo
Las artes plásticas durante el período colonial
general tratan de imitar ingenuamente las imágenes europeas o criollas conocidas.
Las formas de la expresión popular apenas
evolucionaron durante los siglos, pues se producían muy al margen de modas y estilos, y no
eran afectadas por los cambios históricos. Por
ello, tampoco las afectó la mudanza de la independencia política del país, que fue un fenómeno criollo. Se siguieron pintando, tallando o
ensamblando durante el siglo XIX las mismas
vírgenes, los mismos santos y los mismos retablillos, aunque se les sumaron, confeccionados
con el mismo sentido de iconos, los emblemas
de la patria y los próceres de ella.
Artesanía colonial
Aunque el arte popular no es la artesanía,
de función utilitaria, sus formas se nutren muchas veces de ésta, pues son arrancadas de la
tradición de las comunidades, hecho en los talleres o habitaciones donde producen su trabajo
los artesanos, elaborado con los mismos materiales del país que dan cuerpo al trabajo de éstos,
o son fuertemente influidos por el medio social.
A veces es el mismo artesano el que, abandonando por el momento su rutinaria labor repetidora del mismo mueble, el mismo muñeco o la
misma figura de barro, se entrega a crear por
una sola vez la figura original con la que día a
día tal vez ha soñado. También, a veces, y como
ya hemos dicho, la artesanía no delimita sus
fronteras respecto de lo que llamamos arte o la
obra de arte se carga de labores simplemente
mecánicas o manuales, al punto de adquirir un
fuerte valor artesanal que vuelve a incidir en la
confusión. Ello justifica sobradamente una referencia a la artesanía colonial como final de esta
breve reseña de las artes plásticas del período.
Es la materia prima, generalmente de origen
local, la que determina, aún más que la clase
de trabajo según procedimientos, la clasificación de la artesanía. Y con arreglo a aquella
haremos esta referencia, comenzando por la más
elemental, antigua e infaltable: la tierra, base
de la alfarería.
Desde luego la alfarería sufrió durante el
período colonial una indudable decadencia en
relación con la del período prehistórico, pues
todas las culturas primitivas están marcadas por
la importancia en ellas de la producción de vasijas de arcilla. La variedad y el rico sentido
estético de los objetos de barro cocido de los
249
pueblos aborígenes no fue superado ni aún repetido durante la etapa a que nos referimos. En
cambio los españoles añadieron a los elementales procedimientos indígenas nuevos instrumentos y técnicas, tales como el tomo del pedal, el
horno y el vidriado cerámico.
La metalurgia se emiqueció con el trabajo
en hierro (ferretería) y en bronce, el primero en
servicio de la cerrajería con producción de llaves, bocallaves y escudetes para muebles y puertas, de variado diseño; y el segundo, con fundición menor de campanas. La metalurgia en oro
(orfebrería) fue incomparablemente más reducida y menos interesante que la del período
prehispánico, aunque algunas técnicas fueron
desarrolladas por mestizos y negros. Los orfebres coloniales fueron casi todos españoles o
criollos, y por tanto siguieron la tradición europea que, más tarde, enseñaron a mestizos e indígenas.
Dado el alto aprecio que al oro tenían los
hombres de la cultura colonizadora, el control
de oro -también el de la plata- fue bastante
riguroso y el valor que se le concedía hizo que
obras de gran riqueza y significación, así como
la de calidad más artística que artesana, se ejecutaran básicamente en este precioso material,
por maestros orfebres conocidos y muy apreciados a su vez, como JOSÉ GALAZ, autor de la
famosa y valiosísima custodia llamada "La Lechuga", terminada para los jesuítas en 1707;
NICOLÁS DE BURGOS, artífice de "La Preciosa", de la catedral de Bogotá, labrada en 1736;
JOSÉ DE LA IGLESIA, que acabó en 1740 la de
los franciscanos de Popayán; y ANTONIO RODRÍGUEZ y N. ÁL V AREZ, quienes crearon en
1673 para los agustinos de la misma ciudad una
custodia excepcional por su forma heráldica de
águila bicéfala coronada.
Pero fue la platería el tipo de trabajo en
metal más corriente, variado y típico de la
Nueva Granada. En la Bogotá del siglo XVIII
había muchos talleres de plateros, dedicados a
una intensa labor en plata repujada para objetos
litúrgicos -incluso altares y tabernáculos completos- y domésticos tales como candelabros,
vajillas, etc.
La ebanistería fue trabajo totalmente nuevo
en el período, toda vez que los indígenas la
desconocían, pues a pesar de la inmensa riqueza
en bosques del país, las labores más fmas sobre
madera sólo fueron posibles gracias al equipo
Nueva Historia de Colombia. Vol 1
250
de herramientas aportados por los españoles y
a la tradición mobiliar de éstos.
A la larga, la artesanía de la madera en
Colombia, había de alcanzar un puesto eminente.
En relación con ella apareció la taracea o
embutido decorativo sobre muebles, hechos con
maderas finas, carey (concha de tortuga), nácar,
marfil o hueso o tagua. Aportada por los árabes
a España y por España a América, la taracea
trajo también ecos del diseño mudéjar a la artesanía de Colombia.
Es mucho más propio el trabajo denominado barniz de Pasto, inevitablemente unido
también a la madera, ya que en los muebles de
este material solamente se aplicaba; y aunque
es probable que los indígenas conocieran tanto
el material como su elaboración, está comprobado que sólo empezó a conocerse su empleo
en muebles coloniales confeccionados por mestizos de las zonas hoy llamadas Nariño y Putumayo. La materia prima es una sustancia vegetal
secretada por el arbusto mopa-mopa, que se trata
hasta convertirla en un pasta gomosa a la que
se agregan las tinturas convenientes. Tal pasta
recortada y adherida a la superficie de los muebles de madera, es trabajada según diseños decorativos. Durante el período colonial estos diseños copiaron frecuentemente hojarascas, flores y carteles barrocos y alcanzaron calidades
que recuerdan la laca china, nunca superadas ni
aún igualadas después.
El trabajo artesanal en cuero se presenta
asimismo como uno de los más notorios de los
siglos XVII y XVIII gracias al nuevo equipo instrumental y a la adaptación al país del ganado
vacuno que añadió más, mayores y mejores pieles, con posibilidad de curtirlas bien y decorarlas
con variadas labores de repujado policromo.
Con este material se comenzó entonces a elaborar la gran cantidad de objetos que hoy hacen
de la artesanía peletera una de las más importantes de Colombia.
El tiempo colonial vio también aparecer la
técnica del ablandamiento por cocción del cuerno, lo que permitió obtener de este producto
animal la variedad de formas planas y de tamaños que fueron la base de una nueva artesanía.
Hay que añadir que todas las variedades
de la tejeduría -cestería incluida- se enriquecieron muy notablemente durante los años coloniales, por la misma causa del aporte de instrumentos técnicas e ideas. Unido al trabajo textil, el
bordado, otra novedad aportada por el período,
alcanzó a desarrollarse con riqueza, especialmente en conventos y colegios, a los que se
deben tapices decorativos y ornamentos sagrados de labor ejemplar.
De esta forma, la artesanía importada o
renovada, sumaba sus expresiones comunales
en objetos útiles a las del arte popular, y ambas
a las del sector "culto", para complementar el
vario espectáculo de manifestaciones visuales
de la época que sentó las bases estéticas de la
actual Colombia.
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La literatura en la conquista v la colonia
253
La literatura
en la conquista y la colonia
María Teresa Cristina
La literatura en la conquista
e
uando América recién descubierta comienza su nueva existencia histórica sin
tener todavía voz propia, acallada inicialmente
la de las culturas indígenas, la primera voz que
la nombra y la narra es la del conquistador y
del misionero, la de los actores o testigos presenciales de la conquista militar y espiritual.
Ya en la segunda mitad del siglo XVI aparecen numerosos escritos cuyo tema casi exclusivo es el del Nuevo Mundo y cuya intención
es la de celebrar la hazaña conquistadora, colonizadora o misionera, pero ya desde entonces
algunos evidencian un interés por conocer las
culturas precolombinas. Los escritos del siglo
XVI pertenecen casi todos al género de lacrónica. Se trata de obras de innegable valor documental histórico cuyos autores, en su mayoría
españoles, se dirigen a un público peninsular o
europeo al que buscan informar y maravillar y
que ilustran la visión que el español tiene de
América. Siendo la época de mediados del siglo
la de mayor actividad misionera en el Nuevo
Mundo es también la del teatro misionero.
También de españoles y también de asunto
histórico americano son las primeras obras propiamente 1 iterarias escritas en el nuevo continente. A partir de la Araucana (1569, 1578, 1589)
de Alonso de Ercilla, la crónica se transforma
para acercarse al poema épico. En la dirección
de esta obra surgieron otros poemas épicos sobre
la conquista como El arauco domado (1596) del
chileño Pedro de Oña, Purén indómito de Hernando Alvarez de Toledo, Argentina (1602) de
Martín del Barco Centenera, Cortés valeroso
(1588) y Mexicana (1594) de Gabriel Lobo
Lasso de la Vega y las Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos.
Si durante la primera mitad del siglo se
llevó a cabo el violento choque entre dos mundos, ya hacia mediados del mismo se inicia el
proceso de acercamiento entre las diversas culturas que es resultado de nuevas formas de dominación. Si España reduce la expansión territorial por las armas, no renuncia a afirmarse y
a seguirse extendiendo por otros medios menos
violentos: por la predicación del Evangelio, que
desde el comienzo había sido la fmalidad oficial
de los descubrimientos y conquistas, y que era
una manera indirecta de ampliar el dominio español. Esta labor de aculturación será realizada
por el misionero que en muchas regiones sustituyó al soldado o al funcionario.
A mediados del siglo XVI, apaciguadas las
cruentas guerras de conquista, se afianzan los
poblamientos y se pone en marcha el proceso
de organización administrativa y política. Comienza a desarrollarse un primer embrión de
vida urbana. La precariedad de las primeras ocupaciones españolas es sustituida por unos asentamientos más estables que, siguiendo el modelo
254
europeo de vida social civilizada ya por entonces
predominante, se organizan en ciudades. Característica de la colonización española fue la forma
urbana de asentamiento. Con una política iniciada desde los primeros años del siglo XVI la
conquista se consolida mediante la fundación
de ciudades ( 1).
La cultura que va a desarrollarse en las
colonias -pero sobre todo la literatura- debe ser
entendida a partir del núcleo urbano. Al español,
enfrentado a organizaciones sociales tan diferentes de la propia, le es preciso asociarse para
protegerse y para imponer su dominio. En
América, desde el comienzo, la ciudad viene a
ser el ámbito social receptor de los patrones
europeos en el que se afianza y desde el cual
irradia la cultura conquistadora. La ciudad,
como lugar de habitación del blanco, es el centro
del poder metropolitano y local, el centro social,
pero también se constituye en el espacio de la
civilización frente a lo no ciudad, como espacio
de la barbarie (esquema éste que seguirá pesando
sobre la vida americana moderna).
El mundo colonial está condicionado por
factores económicos y políticos, por instituciones que tienen sus raíces en la Península, por
valores y modelos culturales europeos; pero
poco a poco, como resultado de las nuevas circunstancias, comienza a realizarse una nueva
realidad social y cultural que va adquiriendo
muy lentamente características propias nacidas
también del vasto proceso de mestizaje y aculturación.
Comienzan a nacer los hijos de los primeros
colonizadores. Entre los escritos de los últimos
treinta años del siglo XVI los hay ya criollos y,
excepcionalmente, mestizos como el inca Garcilaso. En algunas regiones, tal es el caso de la
Nueva España, se produce un temprano mestizaje cultural del que pueden verse manifestaciones en las formas de la religiosidad popular, en
las artes plásticas y en el teatro misionero. En
los autores de la Nueva España se halla reflejada
en la literatura desde más temprano la conciencia
de una identidad que es ya americana, no confundible con la del español peninsular. Múltiples
factores confluyeron para acelerar este proceso
en México: el mayor desarrollo social y cultural
de los pueblos precolombinos de Mesoamérica,
la mayor importancia económica de estas regiones durante la Colonia, su temprana organización administrativa en virreinato, la temprana
introducción de la universidad y de la imprenta.
Nueva Historia de Colombia. Vol 1
En el Nuevo Reino de Granada no se dieron
algunas de estas condiciones o no se dieron en
la misma medida; no hay noticias de un temprano proceso de mestizaje cultural ni de la existencia de un teatro misionero en el siglo XVI.
Los primeros escritores criollos aparecen aquí
en el siglo XVII, mientras que los primeros escritos conocidos son todos de autores españoles
y datan de la segunda mitad del siglo XVI. Se
trata de crónicas muchas de las cuales permanecieron inéditas hasta la época moderna: la Recopilación historial resolutoria de Santa Marta y
Nuevo Reino de Granada, escrita en 1575 por
el franciscano fray Pedro de Aguado; la Relación
corográfica de Popayán del agustino Gerónimo
de Escobar; la Historia memorial de la fundación
de la provincia de Santa Fe ... 1550-1558, por
el franciscano Esteban de Asensio; cuatro escritos monográficos del fiscal y oidor de la Real
Audiencia don Francisco Guillén Chaparro; la
obra del capitán Bernardo Vargas MachucaMilicia y descripción de las Indias (Madrid, 1599),
quien fue además autor de un libro contra el
padre Bartolomé de las Casas y de un soneto
laudatorio a Castellanos. Del conquistador y
fundador de Santa Fe se tienen referencias de
varios escritos perdidos o de los cuales sólo
quedan fragmentos citados por los cronistas posteriores, pero se conservan la Memoria de los
descubridores y conquistadores... del Nuevo
Reino, de 1576, el Antijovio, obra de tema no
americano escrita en refutación del libro del
obispo italiano Paulo Jovio y en defensa de España, y sus Indicaciones para el buen gobierno
(1549). Según el testimonio de Castellanos,
Quesada era aficionado al cultivo de la poesía
y defendía el uso de los antiguos metros castellanos contra los modernos metros de imitación
italiana.
La poesía en sus diversas manifestaciones
(narrativa, religiosa, moral, laudatoria, de circunstancia) es sin lugar a dudas la forma de
expresión literaria de mayor cultivo durante todo
el período colonial neogranadino. Sin embargo,
a pesar de los esfuerzos editoriales recientes,
permanece ignorada hasta tal punto que no han
faltado críticos e historiadores empeñados en
negar su existencia. Aunque es necesario reconocer que, salvo pocas excepciones, es de escaso o nulo valor estético, ella constituye un
documento de primordial importancia para el
conocimiento de la historia literaria, cultural, del
gusto y de la actividad intelectual de la Colonia.
La literatura en la conquista y la colonia
La poesía es de temprana aparición en el
Nuevo Reino de Granada y nace inevitablemente
ligada a la tradición literaria española, a las
escuelas y tendencias imperantes en la Península
desde comienzos del siglo XVI, presentando a
la vez innovaciones renacentistas y una persistencia de temas, estilos y actitudes medievales.
A la tendencia italianizante pertenecen los primeros ducumentos conocidos y la primera obra
escrita con intención claramente literaria en el
Nuevo Reino, las Elegías de varones ilustres de
Indias, de Juan de Castellanos. Como única excepción a la tendencia italianizante, pueden
mencionarse las redondillas citadas por Castellanos en las Elegías que atribuye al soldado Lorenzo Martín, compañero de expedición de Quesada y uno de los fundadores de Santa Fe, gran
improvisador de coplas según el uso antiguo.
En el Nuevo Reino, para fines del siglo
XVI ya hay noticias de la existencia de un pequeño grupo de versificadores en Tunjá que, a
unos treinta años de fundada, es una ciudad
próspera que se ha convertido en el primer centro
cultural del reino y supera a la aún tosca Santa
Fe. En Tunja se realiza entre 1567 y 1573 la
segunda construcción de su catedral, que será
la iglesia más suntuosa del Nuevo Reino; la
ciudad posee numerosas edificaciones y diversas
ricas mansiones en las cuales quedan todavía,
como testimonio de los hábitos señoriales de la
clase aristocrática local, las exuberantes pinturas
al fresco, en estilo grutesco, de las casas del
fundador Gonzalo Suárez de Rendón, del escribano Juan de Vargas y del beneficiado Juan de
Castellanos.
En Tunja se desarrolla además una incipiente actividad literaria que no se ejerce a nivel
estrictamente individual, sino de grupo. Existe
allí un núcleo de personas -clérigos, funcionarios- con suficiente cultura entre los que descuella el beneficiado. Poseedor de una notable biblioteca formada casi exclusivamente por autores latinos y de una buena educación recibida
en el colegio de estudios generales de Sevilla
en donde se acreditó para enseñar gramática y
oratoria, realiza en Tunja su temprana vocación docente y abre un estudio en el que se
enseña gramática. En tomo a la figura de Castellanos se formó el que puede ser considerado
el primer cenáculo literario del Nuevo Reino.
De la existencia de un pequeño grupo de versificadores, formado por españoles allí avecinados pero ya también por algunos criollos, da
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testimonio el cuerpo de poesía laudatoria -toda
ella de tendencia italianizante- publicado en los
prolegómenos de las cuatro partes de las Elegías
de Castellanos. De este medio sale la primera
y única obra literaria en sentido estricto del siglo
XVI neogranadino, la monumental Elegías de
varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos
(1522-1607), el primer hombre de letras en
quien se conjuga la voluntad de informar con
la de estructurar el relato y de hacer utilización
poética del lenguaje.
De Castellanos sabemos que llegó muy joven a América y que tras largos años de vida
andariega y aventurera en los que fue sucesivamente monaguillo, soldado, comerciante, pescador de perlas, gozador de indias, recibió las
órdenes sacerdotales en Cartagena y estableció
finalmente su residencia en Tunja (1562), donde
transcurrió el resto de su larga vida en ejercicio
de su función de cura y con el cargo de beneficiado de la iglesia de Santiago de Tunja; allí
-según sus propias palabras-, le fue posible alcanzar su "reposo, con una medianía de sustento", el que, en realidad, no debía ser tan mediano
porque por el beneficio le correspondía la pingüe
renta de 1.400 pesos, con la que, amén de otros
negocios, logró acumular una verdadera fortuna
que al morir estaba representada en varias casas
y solares, 25 esclavos, más de un millar de
cabezas de ganado y un conspicuo capital.
Durante los cuarenta y cinco años de su
residencia en Tunja, se impone la agobiante tarea de consignar por escrito sus recuerdos personales, los informes de testigos presenciales y
toda clase de noticias por él recogidas sobre el
descubrimiento y la conquista de las Antillas
y del Nuevo Reino de Granada. De esta labor
resultó el poema de más monumentales proporciones conocidas en occidente cuyas cuatro partes, que llegan a un total de 113.609 versos (2),
contienen los sucesos referentes a: Colón, el
descubrimiento y la conquista de las islas antillanas; los sucesos de Venezuela y de Santa
Marta, la historia de Cartagena, Popayán, de la
gobernación de Antioquia y del Chocó; la historia del Nuevo Reino de Granada. De estas cuatro
partes sólo la primera pudo ser publicada en
vida del autor (Madrid, 1589) (3) quien tenía además, programada una quinta parte que no alcanzó a llevar a cabo.
El título general de Elegías que Castellanos
da a su obra y a la mayor parte de las unidades
narrativas que la componen, debe tomarse en
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el sentido de la tradición literaria latina e italiana, como composición poética triste y dolorosa;
el poeta se centra por lo general, en la figura
de alguno de los "varones ilustres", cuyas hazañas celebra y cuya muerte lamenta; quiere narrar
esencialmente los casos dolorosos de la Conquista pero introduce también situaciones divertidas, anécdotas amenas y falta en estas elegías
de Castellanos, el tono lírico, nostálgico y adolorido, tan característico del tipo de composición tradicionalmente así denominada; la expresión del dolor, personal o colectiva, asume con
frecuencia un tono retórico y convencional, cargado de alusiones mitológicas.
La intención original del autor es eminentemente historiográfica e informativa. Concebida su crónica y redactada inicialmente en prosa, decidió optar por el verso a instancia de
amigos y allegados; la sola transcripción de lo
ya redactado en prosa fue una labor que le llevó
más de diez años. En su intento de alcanzar
fama para sí y para las gestas cantadas, animado
por el deseo de emular aErcilla -que se convirtió
pronto en modelo de poeta heroico y tuvo varios
continuadores en la América colonial- adopta
para su materia "basada en hechos célebres y
grandiosos", la forma estrófica consagrada por
la épica del Renacimiento: la octava endecasílaba usada por Ariosto y por el admirado Ercilla
en la Araucana.
El simp
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