NHC Nueva Historia de Colombia 1 Colombia Indígena, Conquista y Colonia PLANETA Dirección del proyecto: Gloria Zea Gerencia general: Enrique González Villa Coordinación editorial: Camilo Calderón Shrader Director Científico: Jaime Jaramillo Uribe Título original: Manual de historia de Colombia © Instituto Colombiano de Cultura, 1978, 1980 © Procultura S.A., 1984, © PLANETA COLOMBIANA EDITORIAL S.A., 1989 Calle 31 No. 6-41, piso 18, Bogotá, D.E. ISBN 958-614-251-5 (obra completa) ISBN 958-614-252-3 (este volumen) Diseño: RBA Proyectos Editoriales, S.A., Barcelona, España Composición: Grupo Editorial 87 Impresión: Printer Colombiana S.A. La responsabilidad sobre las opiniones expresadas en los diferentes capítulos de esta obra corresponde a sus respectivos autores Nueva historia de Colombia 1director Alvaro Tirado Mejía. - Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989. 8v.: ils., mapas; 24 cm. Contenido: v.I: Colombia indígena, conquista y colonia 1 Gerardo Reichel-Dolmatoff... [et al.] - v.2: Era republicana 1 Javier Ocampo López ... [et al.] - v.I: Historia política 1886-1946 1 Jorge Orlando Melo ... [et al.] - v.II: Historia política 1946-1986 1 Catalina Reyes Cárdenas ... [et al.] - v.III: Relaciones internacionales, movimientos sociales 1 Fernando Cepeda Ulloa [et al.] - v.IV: Educación y ciencia, luchas de la mujer, vida diaria 1 Magdala Velásquez Toro ... [et al.] - v.V: Economía, café, industria 1 Bernardo Tovar Zambrano ... [et al.] - v.VI: Literatura y pensamiento, artes y recreación 1 Andrés Holguín... [et al.]v. 1-2 corresponde al Manual de Historia de Colombia editado por Colcultura. ISBN 958-614-251-5 Obra completa l. COLOMBIA - HISTORIA - HASTA 1986. 2. COLOMBIA- CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES. 3. COLOMBIA POLÍTICA Y GOBIERNO, 1886-1986.1. Tirado Mejía, Alvaro, 1940CDD 986.1 N83 Nueva historia de Colombia: Colombia indígena - conquista y colonia 1 director Jaime Jaramiilo Uribe. - Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989. v. I: 304 p., mapas, planos; 24 cm. Contenido: v.I. Colombia indígena- Período Prehispánico 1 Gerardo Reichel-Dolmatoff. La conquista del territorio y el poblamiento 1 Juan Friede. La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 1 Germán Colmenares. La esclavitud y la sociedad esclavista 1 Jorge Palacios Preciado. La administración colonial 1 Jaime Jaramiilo Uribe. Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40) 1 Germán Colmenares. El proceso de la educación en el virreinato 1 Jaime Jaramiilo Uribe. La arquitectura colonial 1 Alberto Corradme Angulo. Las artes plásticas durante el período colonial 1 Francisco Gil Tovar. La literatura en la conquista y la colonia 1 María Teresa Cristina Zonca. ISBN 958-614-252-3 tomo 1 1 INDIOS DE COLOMBIA. 2. COLOMBIA- HISTORIA- DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA, 1499-1550. 3. COLOMBIA- HISTORIA - COLONIA, 1550-1810. 4. ARQUITECTURA COLONIAL. l. Jaramiilo Uribe, Jaime, 1918- -11. Colombia indígena, conquista y colonia. CDD 986.1 N83 Sumario 7 Sumario Presentación Alvaro Tirado Mejia 9 Prólogo: La historia y el historiador Jaime Jaramillo Uribe 11 Los autores 19 1 2 Colombia indígena, período prehispánico Gerardo Reichel-Dolmatoff 27 La conquista del territorio y el poblamiento JuanFriede 69 3 La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 Germán Colmenares 117 4 La esclavitud y la sociedad esclavista Jorge Palacios Preciado 153 5 La administración colonial Jaime Jaramillo Uribe 175 8 Nueva Historia de Colombia, Vo¡ 6 7 8 9 10 Factores de la vida política colonial: El Nuevo Reino de Granada en el sigloXVII1(1713-1740) Germán Colmenares 193 El proceso de la educación en el virreinato Jaime Jaramillo Uribe 207 La arquitectura colonial Alberto Corradme Angula 217 Las artes plásticas durante el período colonial Francisco Gil Tovar 239 La literatura en la conquista y la colonia María Teresa Cristina Z. 253 Presentación 9 Presentación Alvaro Tirado Mejía Director Científico y Académico Nueva Historia de Colombia a obra que hoy presentamos, con el nom~re de Nueva Historia de Colombia, ha s1do elaborada en épocas diferentes. Los dos primeros volúmenes fueron preparados hace unos diez años, para el Manual de historia de Colombia que fue publicado por Colcultura, entidad que promovió su realización y le dio todo el apoyo necesario. Ese libro constituyó la presentación conjunta de una nueva manera de percibir la historia colombiana, que rompía radicalmente con las visiones y marcos tradicionales. Los autores aportaban una visión novedosa y fresca, que superaba el énfasis habitual con un enfoque mucho más amplio y complejo del pasado nacional. Los aspectos económicos, sociales y culturales eran tratados con igual atención que la política, y en su estudio se hacía uso de nuevos métodos y orientaciones. No era un grupo ideológicamente homogéneo, pero tenía en común una actitud profesional hacia el saber histórico y un conocimiento de las metodologías históricas más modernas. Buena parte de ese profesionalismo y rigor se debió a la influencia y al trabajo de Jaime Jaramillo Uribe, director de la obra, cuya enseñanza en la universidad y cuyas publicaciones habían contribuido a formar el clima de investigación que la obra mostraba. El L Manual fue recibido con un gran interés en el país, y provocó polémicas bastante ruidosas. Sin embargo, las interpretaciones y enfoques representados en el Manual se han impuesto en el país, y la obra sirvió para presentar el estado del conocimiento histórico en ese momento y para estimular un verdadero renacimiento de la escritura de la historia en el país. Dentro de las líneas abiertas por esa obra, surgieron nuevas investigaciones y trabajos que han contribuido a hacer de la literatura histórica colombiana una de las más activas y variadas de América Latina. Los volúmenes restantes, es decir del tercero en adelante, y que se publican por primera vez, representan una clara continuación de ese esfuerzo. Por supuesto, el nuevo texto intenta ofrecer una visión mucho más detallada de la historia reciente del país, de los últimos cien años de nuestra vida. Pero hay muchas continuidades entre los dos trabajos: una continuidad en el grupo de colaboradores, pues muchos de los autores del Manual de historia contribuyeron a la obra reciente. Una continuidad en la orientación: la nueva obra amplía y profundiza algunas de las tendencias que ya se esbozaban en el Manual. El desarrollo de la historia social ha permitido enfrentar con mayor detalle la historia del sindicalismo, el campesinado o las mujeres, por ejemplo, o atender los detalles de la historia de las costumbres. Y los capítulos de historia cultural pueden atender campos ignorados incluso en la primera visión del Manual, como la Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 10 historia del cine, o la historia de la ciencia. En esto: los últimos volúmenes reflejan la madurez crecien~e ~e la disciplina histórica en el país, y e~ surgrmiento de nuevas generaciones de estudiOsos, a los cuales se ha tratado de dar cabida en esta obra. El conjunto inicial de colaboradores .~e ha a~enta~o en un grupo muy numeroso ~e JOvenes mvestigadores, o con escritores que tienen un conocimiento muy serio y seguro de los temas que tratan. Algo sorprendente de los textos incluidos en los primeros dos volúmenes es el hecho de que, a pesar de haber sido escritos hace algún tiempo, conservan toda su validez. Evidentemente, ~n alg;uno_s campos se han producido nuevas mvestigacwnes que complementan lo q~e en~onces se conocía de la colonia o el siglo ~Ix. ~m ~mbargo, es evidente que las nuevas mvestigacwnes han conducido en general a corroborar o sustent~r mejor las ideas expuestas hace ya un decemo, pero no a contradecirlas. Pa~ecería más bien que los mayores avances en la mvestigación histórica colombiana se han hecho en los campos de la historia moderna y contemp?ránea y en la aparición de nuevos temas de mterés y curiosidad. Así pues, la decisión de incorporar en una sola obra el tratamiento de la historia colonial y del siglo XIX del Manual de historia con un texto radicalmente nuevo y mucho más detallado relativo al siglo xx, resulta plenamente justificada. El lector puede tener así en sus manos una ob~a q~e le permite obtener una image~ C?mp~eJa y nca de los primeros siglos de nuestra histona ~ un cuadro detallado y muy matizado de los últimos cien años de historia de Colombia. Creemos que en_ conj~to se trata de un trabajo que ofrece consistencia y que por primera vez da a los colombianos una visión total del desarrollo de su hi~toria: desde una perspectiva que, aunque plurahsta, tiene una coherencia indudable. • Prólogo: La historia y el historiador 11 Prólogo: La historia y el historiador Jaime Jaramillo Uribe E n junio de 1977, con motivo de la apertura oficial de la Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales, FAES, creada por Luis Ospina Vásquez, el Instituto Colombiano de Cultura reunió en Medellín a un grupo de investigadores de la historia nacional y de economistas y sociólogos interesados en problemas históricos con el objeto de estudiar las posibilidades de escribir un Manual de historia de Colombia. Se discutieron entonces los fines, el contenido y las dificultades que tal empresa intelectual implicaba. Hoy, cuando el proyecto empieza a tener realidad con la aparición de su primer volumen, parece conveniente, para información de los lectores, reconstruir las consideraciones que se hicieron entonces. En primer lugar se trató de la necesidad y contenido de la obra. Sin desconocer el mérito y el servicio que habían prestado a sucesivas generaciones de colombianos los tradicionales manuales de historia nacional, como el benemérito de Henao y Arrubla, o los múltiples estudios monográficos de épocas, acontecimientos y hombres producidos por los miembros de nuestra Academia de Historia y por las academias regionales, se llegó a la conclusión de que a nuestra bibliografía histórica le hacía falta una nueva síntesis del pasado nacional que no sólo presentara aspectos de él tratados pasajera o marginalmente por la historiografía tradicional, sino también que abordara dichos temas utilizando los métodos y conceptos que en los últin:os años han renovado la investigación histó- nca. La idea y el propósito parecían apenas naturales dentro de los esfuerzos que ha venido haciendo el Instituto para adelantar la investigación del patrimonio cultural del país, y en cuanto se refiere a los estudios históricos, para enriquecer nuestra bibliografía y acercarla a los niveles que ésta ha logrado alcanzar, no digamos en las metrópolis europeas de la cultura, lo que sería un despropósito, sino en los países latinoamericanos que partiendo de los mismos supuestos de tiempo y recursos económicos y humanos presentan hoy un panorama de producción historiográfica de mayor significación. Pues si asumimos la incómoda tarea de comparar el estado actual de nuestros estudios históricos con el que tienen en otros países del Continente, es notoria la precariedad de la producción colombiana de obras históricas. Las razones de este hecho son varias, pero una de ellas y quizá la de más peso es que carecemos de un instituto de investigaciones históricas especializado, comparable al que desde hace años tenemos en el campo de la filología y las ciencias del lenguaje, es decir, a nuestro Instituto Caro y Cuervo, o que pueda equipararse a una institución como El Colegio de México, de donde en el curso de cuatro décadas han salido dos o tres centenares de obras 12 que no desmerecen ante sus similares europeas, entre ellas la gran Historia Moderna de México que dirigió Daniel Cossio Villegas. Para la preparación, no digamos de historiadores, sino de profesores de historia, sólo hasta época muy reciente nuestras universidades, siguiendo los pasos dados hace quince años por la Universidad Nacional, cuentan con departamentos de historia y otorgan una licenciatura en estas materias. Otras instituciones como nuestra meritoria Academia de Historia, si bien han cumplido una labor que merece nuestra gratitud, por sus escasos recursos materiales y por la índole misma de su composición y fmalidades sólo han podido cubrir en forma limitada la misión que corresponde a un centro de investigación. Algo más, hasta hoy hemos carecido de la noción del historiador profesional tal como ésta se entiende desde la primera mitad del siglo xix cuando ingleses, alemanes y franceses crearon la moderna historiografía. Para que no se crea que al hacer esta afirmación incurrimos en uno de los habituales ejercicios de masoquismo nacional y para que se mida en su dimensión real lo que significa el esfuerzo hecho por los autores de este Manual, resultarían oportunas unas consideraciones sobre la formación, destrezas y virtudes que debe tener el historiador, tal como lo entiende la ciencia moderna y como lo exige el lector de una sociedad culta. e omencemos con sus conocimientos científicos y técnicos. Dominio del oficio en primer lugar; de lo que Marc Bloch llamaba le métier de ¡'historien: paleografía, archivística, diplomática, critica textual. Conocimiento de la historia general y de sus grandes clásicos cuando se escribe la historia en el ámbito de la cultura de Occidente, como es el caso nuestro. Sin cierto grado de familiaridad con las obras de los grandes maestros alemanes, ingleses, franceses del siglo xix y xx faltaría al novel historiador el conocimiento de la historia universal en que está inserta la nuestra y el modelo formal de la obra histórica y del historiador como científico y como artesano. Una sólida preparación en ciencias impropiamente llamadas auxiliares, porque para el historiador constituyen el instrumento mismo de trabajo y elemento esencial de su capacidad de comprensión y síntesis: Economía, Sociología, Filosofía, Derecho, Filología para situamos en el terreno del historiador clásico, es decir, del anterior a 1930. Porque en Nueva Historia de Colombia, Vol.! la formación de un historiador contemporáneo entran sin apelación disciplinas como la Demografía, la Estadística, y si se trata de historiadores de la economía, un cierto grado de formación matemática. Los historiadores de la escuela clásica alemana creían que no se podía ser historiador sin ser jurista. Era un postulado inobjetable para una interpretación de la historia que considera al Estado, es decir, el centro abstracto de la organización política y de concentración del poder, como el actor y la realidad máxima de la historia. Posteriormente, después de Marx, se piensa que no puede ser historiador quien no sea economista, o por lo menos quien no tenga un cierto conocimiento riguroso de la vida económica. Después de Marx tampoco se puede serlo sin ser sociólogo. Otros dirían que no puede serlo sin ser geógrafo, porque el paisaje, la calidad de tierras, el clima, la posición geográfica relativa, las rutas terrestres y marítimas a los grandes centros de tráfico son dimensiones insoslayables del conocimiento histórico. Tampoco se podría ser historiador sin ser, en alguna medida, filólogo. No sólo porque el lenguaje es el vehículo indispensable de toda comunicación y el depósito inagotable de las vivencias del hombre, sino porque la semántica es un instrumento eficaz de conocimiento de la conciencia individual y social a la cual tiene que referirse el historiador con mayor frecuencia de la que suele aceptarse en una época en que la historia de las cosas parece suplantar la historia de los hombres. Finalmente, en la época de la sociedad de masas, después de que Freud descubrió e indagó los fenómenos del inconsciente, los efectos de los procesos de represión, frustración y alienación, ¿podría decirse que el historiador puede ignorar ciertos aspectos, métodos y conceptos de la psicología? Suponiéndolo armado de sólidos conocimientos científicos y de una amplia cultura, quedan al historiador problemas lógicos y morales no menos dificiles y decisivos para su formación. Dos aspectos, por cierto íntimamente ligados en el trabajo de todo investigador y de todo hombre de ciencia, pero que adquieren excepcional importancia en su caso. Los lógicos aparentemente los resuelven su conocimiento y dominio de los métodos de investigación, sus recursos documentales, la existencia de buenos y eficaces archivos y aun las condiciones materiales en que se desarrolla su labor. Los morales, mucho más complejos, sólo los resuelven su Prólogo: La historia y el historiador voluntad de verdad y la posesión de las que hemos llamado virtudes del historiador. En efecto, la lógica y la metodología le indican los pasos que debe seguir su investigación, la licitud de sus generalizaciones, de sus explicaciones causales, en una palabra, las etapas que debe cumplir su pensamiento para plantear sus hipótesis y probarlas. Pero el método es un instrumento neutro que el investigador puede usar con libertad para plantear las premisas, y en el caso de la historia, para seleccionar los hechos, relacionarlos y obtener las conclusiones previamente buscadas y propuestas. Ahora bien, los lógicos saben que con premisas falsas se puede obtener conclusiones formalmente verdaderas, es decir, exentas de contradicción. Con mayor razón en la historia. Unos hechos desfigurados, o parcialmente admitidos, o sofísticamente probados pueden dar la apariencia de verdad o la apariencia de realidad ante un espectador o un lector que está en incapacidad de someter a prueba las afirmaciones del autor o que por el fetichismo que despiertan las ciencias, las letras y sus cultores, se echa en sus brazos con la fe del creyente, mucho más cuando el autor habla como el apóstol de una causa y en nombre de una doctrina de salvación. Sentido y sensibilidad artísticas parecen ser indispensables para el historiador. Una deformada y falsa concepción del carácter científico de la historia puede llevar a sacrificar no sólo la lógica sino también la gramática y la estética que debe tener todo lenguaje. Desde luego, no se trata aquí de la vieja polémica de si la historia es ciencia o arte, es decir, de si para establecer sus generalizaciones sigue el método inductivo de las ciencias, observando hechos homogéneos para obtener la ley o tendencia de un proceso, o si recurre a la intuición globalizadora del artista cuando pretende lograr la imagen de una época o de una sociedad. En este caso la Historia puede ser, y de hecho lo es, ciencia y arte, según el objeto y los propósitos del historiador. El historiador del arte que quiere reconstruir los valores de un estilo o de la obra de un artista, no puede hacerlo siguiendo los mismos pasos y el mismo método que sigue el historiador de la economía que quiere dar razón de las oscilaciones de la coyuntura económica. Lo mismo ocurre con el biógrafo de una personalidad. Ambos siguen un procedimiento lógico semejante al del artista que crea un cuadro al que da sentido 13 a través de la coherencia estructural de sus partes. Pero no se trata de este aspecto del problema cuando se habla de los valores artísticos de la obra histórica. Se trata de los valores estéticos del lenguaje como instrumento de comunicación: O en otros términos, se trata de los valores estéticos de la prosa que escribe el historiador. ¿Cómo lograr estos valores? Seguramente se carece de fórmulas para ello. No hay en el campo del estilo recetas, como quizá las hay en el caso del método científico, porque en este campo están de por medio las formas individuales de la sensibilidad que dependen de factores inefables y de la cultura total de quien escribe. Haciendo un esfuerzo incompleto por definir las cualidades estéticas del estilo del historiador, podríamos enunciar algunas características de su prosa. Sobriedad en primer lugar; ausencia de retórica, de lo superfluo, de consignas, de clisés, en una palabra, de fárrago. Que en su texto sólo haya las palabras indispensables para transmitir una idea con claridad, sin posibilidad de confusiones. Casi podríamos decir que claridad y belleza se identifican en la prosa histórica y en la científica. Hay unas categorías del estilo científico como las hay del novelístico o del poético. En el caso del historiador, como en el del científico, de la claridad y el orden de los conocimientos la belleza aparece como resultado intrínseco. Donde hay fealdad generalmente hay confusión. Y viceversa, donde hay orden y claridad de los conceptos la belleza surge como producto natural. Ce qui se pense bien, se exprime bien, decía Pascal. «Lo que se piensa bien se expresa bien». No hay, pues, mala expresión para un pensamiento correcto, ni habrá belleza cuando se tengan pensamientos confusos. Simpatía por el tema, por la materia que trata, pasión dirían algunos, debe tener el historiador. La relación entre el conocer y el sentimiento o los temples del ánimo, es un viejo tema de la filosofía. Platón creía que el asombro está en la raíz de todo saber; Quevedo postulaba el desengaño; Max Scheler, el pensador moderno que mayor atención ha puesto al tema, consideraba la simpatía, el amor, como el punto de partida del conocimiento de la naturaleza y sobre todo del conocimiento de los otros. De ahí que el tema tenga que ver con la formación del historiador. Pues la historia es esencialmente una forma del conocimiento del otro, del hombre 14 que individual y socialmente es el actor del proceso político, social, económico, cultural que es la historia. Y no puede haber acceso al conocimiento del otro sin esa apertura del espíritu hacia su objeto que es la simpatía. Por eso es difícil o imposible saber lo que sea el enemigo. Por lo mismo, resulta fatal para el historiador toda forma de maniqueísmo. Si el mal y bien se reparten por iguales y excluyentes partes entre nacionales y extranjeros, entre patriotas y españoles, entre proletarios y burgueses, entre católicos y herejes, entre europeos civilizados y pueblos bárbaros, la historia resultaría simplemente una forma de la metafísica y así ha llegado a ser en no pocas tendencias de la historiografía y en no pocos casos de historiadores creyentes que han atribuido el papel del ángel a su propio país, a su propia cultura, a su propia raza o a su propia clase o la clase de su simpatía y el de la bestia a la contraparte. Se dirá que esta apertura simpática hacia la totalidad del objeto histórico y no simplemente hacia una de sus partes resulta incompatible con el compromiso ético que el historiador debe tener, como hombre y como ciudadano, con su patria, con su partido, con su clase, o con su iglesia, con la causa de la justicia, de la libertad, de la democracia o del progreso. ¿No habrá siempre una buena y mala causa y no es deber del historiador estar del lado de la buena? Y por otra parte, ¿no es de su compromiso de donde recibe el impulso, la voluntad de conocimiento? La pretensión de imparcialidad, o de objetividad, se dice, es simplemente una forma sospechosa de la complicidad. Es simplemente una complicidad con los poderes dominantes que no se atreve a decir su nombre. Más todavía, ¿la historia misma de la historiografía no nos indica que ha sido la voluntad de servir a una causa, la que ha producido las grandes obras de la historiografía moderna? Los infortunios de una Alemania fragmentada frente a la unidad de otras potencias europeas, Inglaterra o Francia, llevó a la formación de la escuela histórica alemana y produjo la obra impresionante de los Monumenta Germaniae Historica, que compilaron Droysen, Ranke y los grandes representantes de la Escuela Histórica alemana. De la primera gran historia de las condiciones de la clase obrera en la sociedad industrial, El Capital de Marx, se ha dicho que tuvo una motivación ética: la indignación de un moralista ante las opresoras condiciones de vida de la clase obrera Nueva Historia de Colombia, Vol. I en los albores de la sociedad industrial. Y para tomar casos domésticos, ¿no fue el fervor de su fe católica el que llevó a Groot a meterse en los archivos coloniales y a dedicar varios años de su vida a escribir la Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, para defender a la Iglesia de las imposturas de los historiadores liberales? Imaginación también parece serie indispensable. En un sugestivo ensayo escrito con motivo del homenaje que la Gaceta de Colcultura rindió recientemente al historiador Luis Ospina V ásquez, Jorge Eliécer Ruiz aludía a la "comprensión imaginativa", como una cualidad esencial del historiador. Dar el paso de situaciones conocidas hacia situaciones desconocidas del pasado cuyos hechos no han podido establecerse, pero que, gracias a la intuición creadora, el "brillante fogonazo" del artista de que hablaba Croce, puede crear el historiador imaginativo reconstruyendo lo que Luis Ospina llamaba "atmósferas". Sugestión tentadora, pero peligrosa. Ni siquiera, o por la circunstancia misma de apoyarse en hechos conocidos del presente, puede el historiador pasar por analogía de una época a otra. Es un paso lógicamente ilícito que implicaría desconocer lo que hay de único en cada circunstancia social, política o cultural y la calidad de irrepetible que caracteriza al acontecer histórico y lo diferencia del acontecer de la naturaleza. Ese principio analógico, que lleva a algunos a juzgar, o reconstruir, el pasado por el presente, o viceversa, el presente por el pasado, es precisamente el que debe evitar el historiador que realmente lo es. Quien posee en verdad el sentido histórico, no puede imaginarse situaciones ni reconstruir atmósferas que no tengan apoyo en los hechos de la época, las situaciones y los procesos que trata de historiar y comprender. Que reconstruir la atmósfera, como dice Ospina Vásquez, sea una tarea no fácil, no autoriza para traspasar la frontera de los hechos. Para reconstruir las actitudes, las maneras de pensar, los contenidos de la conciencia de un grupo o de una clase, el historiador tendrá que recurrir a una multiplicidad de fuentes y aquí sí, tener imaginación para encontrarlas: cartas, memorias, papeles personales, fotografías, dibujos, vestidos, muebles, etc., etc. Mas cuando así procede, sigue ateniéndose a los hechos. Y es justamente este camino el que a la postre debe recorrer la historia social y de la cultura para no caer en afirmaciones a priori, ni hacer cons- Prólogo: La historia y el historiador tracciones ad hoc, ni caer en imaginaciones. Sería esta la manera de reconstruir la conciencia de clase sobre la que ha insistido el marxismo. Nuestra nueva historiografía hace muchas referencias a la burguesía colombiana del siglo xix, le atribuye intereses, intenciones, capacidades e incapacidades, pero es poco lo que ha hecho para establecer, para documentar, para probar el grado de desarrollo y la existencia real de una conciencia de clase en nuestra naciente burguesía del siglo xix. Se supone que eran burgueses y tenían intereses burgueses quienes defendían el liberalismo, ellaissezfaire y los derechos individuales. Pero ni el liberalismo, ni ellaissez faire, ni el individualismo son suficientes para definir la conciencia burguesa, que no sólo está hecha de ideologías políticas y económicas, sino de hábitos, de formas de trabajo y de pensamiento, de actitudes éticas, de gustos y formas de consumo, de intereses y ambiciones. Ahora bien, esas capas de la vida social, como también el ambiente espiritual de una época o lo que Ospina Vásquez llamaba "la atmósfera", están hechas de realidades microscópicas que no se encuentran en los documentos públicos que suelen llenar los archivos. Para llegar a esas zonas y reconstruir la conciencia de una clase o una generación o revivir una atmósfera, para tener lo que podríamos llamar la historia por dentro, tendríamos que traspasar los esquemas macrohistóricos y llegar al tejido interno de la sociedad, apoyados en fuentes menos convencionales. El historiador alemán Bemard Groethuysen reconstruyó la conciencia burguesa de la Francia del siglo xvii estudiando libros de rezo y sermones dominicales y Sombart estableció su imagen del burgués clásico escudriñando diarios íntimos, cartas y libros de contabilidad. Es aquí donde podría encontrarse la analogía entre el novelista y el historiador. No sin cierta razón pensaba Marx que la conciencia burguesa de Francia se encontraba mejor descrita en las novelas de Balzac que en los tratados de historia. Pero no debemos olvidar que para escribir sus novelas Balzac consultaba las notarías y los juzgados. Hay sí una forma de imaginación indispensable al historiador. Es la capacidad de plantearse problemas, de formular hipótesis, de perseguir fuentes y pruebas. Muchas veces hemos comparado su labor con la del detective o la del juez investigador. Es común a ellos establecer hipótesis a partir de los hechos, para establecer 15 relaciones, encontrar imputaciones causales, fundamentar generalizaciones. Y por sobre todo, el establecer y analizar las pruebas de sus hipótesis. Uno y otro trabajan con testimonios, indicios, declaraciones del actor o los actores y los testigos. La ciencia que los penalistas llaman crítica de las pruebas, es el equivalente de lo que los historiadores llaman análisis o crítica del documento. Sólo que las sentencias del historiador nunca podrán ser definitivas como las del juez -y estas mismas no siempre lo son-, porque nunca, o casi nunca, podrá tener a su disposición todos los hechos, ni encontrar todas las pruebas cuando trata de explicarse y reconstruir un período, una época o un proceso histórico complejo como una revolución. Por eso sus sentencias estarán siempre sujetas a revisión y nunca podrán tener el efecto "de cosa juzgada". De ahí el carácter de abierto, de provisionalidad y también de antidogmático que tiene el conocimiento histórico. Lo cual nos lleva a considerar otra virtud del historiador: el sentido crítico, que crea y al mismo tiempo es creado por la Historia. El sentido crítico que descubrió el pensamiento occidental a partir de Descartes, que maduró con Kant y los filósofos ilustrados del siglo xviii, que ha hecho la fecundidad y también el desasosiego y el tormento del pensamiento científico auténtico. Se ha dicho que la ciencia, aun la que se pretende más exacta como la ma~emática o la física, está constituida por un conJunto de conocimientos siempre abiertos, porque para modificarlos, siempre pueden aparecer nuevos hechos, nuevas hipótesis, nuevas explicaciones de procesos que antes se consideraron leyes inmutables. Y si esto puede decirse de la ciencia natural, con mayor razón puede decirse de la historia. El conocimiento histórico es el conocimiento abierto por excelencia. Siempre habrá en la historia posibilidad de encontrar nuevos documentos, nuevos hechos que nos lleven a rectificar o confirmar con mejores razones los juicios que se han dado sobre una época, un acontecimiento o el carácter de una estructura social, económica o intelectual. Por eso es la historia el producto y el origen del pensamiento crítico, el producto y el origen del pensamiento antidogmático, de la tolerancia y casi diríamos de la civilización política, en una palabra, de aquellas características de realismo, buen sentido, convivencia y tolerancia de cuya ausencia en los pueblos hispanoamericanos se ha lamen- 16 tado recientemente el escritor mexicano Octavio Paz. Que donde faltan surgen las inquisiciones, los dogmas, las dictaduras y el Estado policivo. Viejos problemas de método y epistemología de la historia que posiblemente nunca encontrarán una solución que produzca el sosiego del historiador y que éste tendrá que plantearse continuamente. Lo cierto, es que, tanto el historiador como el investigador de todas las formas de expresión de la sociedad, tendrá que vivir en medio de estas tensiones que no le resolverán los dogmas de las iglesias. Algunas escuelas de antropología aconsejan al antropólogo hacerse un psicoanálisis antes de comenzar su investigación sobre un grupo o una cultura, para traer a plano de la conciencia todos sus preconceptos, para purgada de prevenciones y prejuicios etnocéntricos, porque sólo así podrá tener acceso al conocimiento de una cultura y de un grupo extraños. Para el historiador el problema es idéntico, sólo que posiblemente más complejo, pues tiene que entendérselas con los hombres y las sociedades del pasado. Sólo siendo conscientes de estas contradicciones y dificultades podemos asumir el conocimiento del pasado con un mínimum de lucidez. ¿Es esta una invitación al escepticismo, al eclecticismo, que tanto desdén produce a los espíritus militantes y comprometidos? La apertura hacia lo universal, el esfuerzo hacia la objetividad y hacia la realidad total que implica la simpatía en que creyeron el humanismo y el mejor liberalismo occidental, siguen siendo las metas del historiador preocupado con ese esquivo personaje que denominamos verdad histórica. L os colaboradores de este Manual representan la última etapa de la historiografía colombiana y la primera generación de historiadores profesionales. Han asumido la tarea de presentar, en una serie de cuadros, los principales aspectos de la historia nacional, la cultura, la vida social, los grandes hechos políticos y la economía, respondiendo al encargo del Instituto Colombiano de Cultura de elaborar una obra sintética, dirigida a un público no especializado, según reza la carta de intención dirigida por la directora del Instituto, Gloria Zea de Uribe, al director científico del proyecto y a sus colaboradores. Se trata, pues, de una idea que por su misma naturaleza implica ciertas limitaciones que es conveniente recordar para orientación del lector y de los eventuales críticos de esta obra. Nueva Historia de Colombia. Vol. I Conviene también informarlos de los otros criterios adoptados para su ejecución. En primer lugar, mencionemos las limitaciones. Se ha querido hacer una obra que presente en forma de síntesis, aspectos parciales de la historia nacional, no toda la historia. Ello, como es explicable, ha obligado a un esfuerzo de selección de los aspectos presentados, con lo cual necesariamente se han quedado por fuera detalles y en no pocas veces aspectos significativos de cada tema. Se ha pedido de cada colaborador escribir sobre aquel campo que a través de su carrera de investigador hubiera llegado a constituir su especialidad y sobre el cual hubiera ya publicado obras y ensayos monográficos. No se pensó, por lo tanto, en hacer un esquema teórico e hipotéticamente necesario de temas, para luego buscar los autores, sino al contrario, encontrados los autores se les solicitó que escribieran sobre el tema de su predilección y su conocimiento. Dentro del carácter de obra de divulgación que se le ha querido dar, se ha recomendado a los colaboradores de esta obra, sencillez en la presentación de los temas, es decir, renunciar en la medida de lo posible a tecnicismos y sofisticados recursos de expresión. Renunciar inclusive al exceso de referencias, citas y notas que parecen ser inherentes a cierta interpretación del carácter científico de la historia. Una bibliografia general, para orientación didáctica del lector, ha parecido suficiente. El lector no debe buscar o no hallará en esta obra, uniformidad de criterios, de juicios o de métodos históricos. Sus colaboradores pertenecen a tendencias científicas diferentes, a sensibilidades y a orientaciones filosóficas y políticas distintas y en no pocas ocasiones antagónicas. Para invitarlos a participar en ella, su capacidad probada, sus antecedentes como investigadores y el puesto que ocupaban en sus respectivas especialidades fueron los únicos criterios de selección. Ni el Instituto Colombiano de Cultura, ni el director de la obra impartieron recomendaciones, menos exigencias, que pudieran limitar la libertad científica o las tendencias ideológicas de los colaboradores. Se limitaron a recomendar ciertos criterios de seriedad científica y aspectos formales y técnicos que se han cumplido rigurosamente en los trabajos que contienen estos volúmenes. Prólogo: La historia y el historiador Al promover la ejecución de esta obra, el Instituto Colombiano de Cultura, no se ha propuesto imprimirle una determinada tendencia de escuela científica o política, ni defender una causa, ni adelantar polémicas. Ha querido dar a un grupo de investigadores la oportunidad de presentar, para un amplio público, el resultado de sus investigaciones y al mismo tiempo hacer una contribución más al conocimiento de nuestro pasado histórico, que considera una, si no la más importante de sus misiones. En las discusiones previas que se tuvieron antes de iniciarse la ejecución de esta obra, tanto 17 las autoridades del Instituto Colombiano de Cultura, como sus colaboradores fueron conscientes de las dificultades y riesgos de una obra de esta naturaleza. Fueron conscientes sobre todo del carácter abierto y provisional que tiene todo conocimiento histórico. Tome, pues, el lector los estudios que forman este Manual como lo que son: un intento y un esfuerzo más de los muchos que se han hecho por describir y comprender algunos aspectos de nuestra historia. Bonn, marzo 30 de 1978 (_ Los autores Los autores f Eugenio Barney-Cabrera Cali, 1917 - Bogotá, 1980. Fue Profesor Titular, Director de la Escuela de Bellas Artes y del Departamento de Humanidades, Decano de la Facultad de Ciencias Humanas y Director de la Biblioteca Central, Universidad Nacional de Colombia. Autor de: Geografza del arte en Colombia (Bogotá, 1963), El arte agustiniano: Boceto para una interpretación estética (Bogotá, 1964), Temas para la historia del arte en Colombia (Bogotá, 1970), Fauna religiosa en el alto Magdalena (Bogotá, 1975). Editor de Arte monumental prehispánico de Konrad Theodor Preuss y autor de las notas marginales con Pablo Gamboa H. (Bogotá, Universidad Nacional, 1974). Director Cientifíco y autor de varios ensayos sobre arte precolombino y del siglo XIX para la Historia del arte colombiano (Barcelona, Salvat, 1977). Su contribución a la presente obra: "La actividad artística en el siglo XIX". Eduardo Camacho Guizado Tunja, 1937. Licenciado en Filosofía y Letras, Universidad de los Andes, 1960. Doctor en Filosofía y Letras, Sección Filología Románica, Universidad Central de Madrid, España, 1962. Profesor de Literatura Española, Hispanoamericana y Colombiana, Universidad de los Andes, State University ofNew Ymk (Albany) y Middlebury College (Vermont y Madrid), del cual es Director de su Spanish Graduate School. Diversos artículos y estudios sobre literatura en revistas como Eco, Razón y Fábula, Colegio del Rosario, Gaceta-Colcultura y Letras Nacionales. Autor de: Estudios sobre literatura colombiana: siglos XVI y XVII (Bogotá, Universidad de los Andes, 1965), La poesía de José Asunción Silva (Bogotá, Uniandes, 1968), La elegía foneral en la poesía española (Madrid, Gredos, 1969), Relatos libres (Bogotá, Bandera Roja, 1972), "La gran negociación y su contraimagen en la poesía de la generación del 27", en Studio philologica in honorem Rafael Lapesa (Madrid, Gredos, 1974), Naturaleza, historia y poética en Pablo Neruda (Madrid, Sociedad General, 1978), Estudios sobre literatura española y latinoamericana (Bogotá, Colcultura, 1978), "Los cronistas de Indias", en Historia de la literatura universal (Madrid, Orbis, 1983), Sobre la raya (novela, Bogotá, Oveja Negra, 1985), "Juan Rodríguez Freyle", en Historia de la literatura hispanoamericana, Tomo I (Madrid, Cátedra, 1982), "José Asunción Silva", en Historia de la literatura hispanoamericana, Tomo 11 (Madrid, Cátedra, 1987), "Estética del modernismo en Colombia", en Manual de literatura colombiana, Tomo I (Bogotá, Planeta, 1988). Ediciones: Obra completa de José Asunción Silva (con Gustavo Mejía, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977), Martín Fierro de José Hemández (Madrid, SGAL, 1982), Poemas de Jorge Rodriguez Romero (Bogotá, El Ancora, 1985), Poesía y prosa de José Asunción Silva (Bogotá, El Ancora, 1986). Enjunio de 1986 el Teatro Libre de Bogotá estrenó su obra teatral Sobre las arenas tristes. Su contribución a la presente obra: "La literatura colombiana entre 1820 y 1900". 19 Nueva Historia de Colombia. Vol.! 20 Germán Colmenares Bogotá. 1938. Abogado del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Licenciado en Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Historia, Universidad de Paris Fellow de St. Edmund's House, Cambridge, Becario Guggenheim y Woodrow Wilson. Profesor de la Universidad de los Andes y de la Universidad del Valle, donde fue Decano de la Facultad de Humanidades. Profesor visitante en las Universidades de Columbia (Nueva York) y Cambridge (Inglaterra). Autor de: Partidos políticos y clases sociales (1968). Las haciendas de los jesuítas en el Nuevo Reino de Granada (1969). Historia económica y social de Colombia. 1537-1719 (1973). Cali: terratenientes, mineros y comerciantes (1975). Popayán, una sociedad esclavista (1979). Rendón: una fuente para la historia de la opinión pública (1984 ). Las convenciones contra la cultura (1987), además de su ensayo ''Manuela, la novela de costumbres de Eugenio Díaz", del Manual de literatura colombiana (Planeta, 1988). Su contribución a la presente obra: "Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII(1713-1740)" y "La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800". Alberto Corradine Angulo Zipaquirá. 1933. Arquitecto. Universidad Nacional de Colombia (1957). Cursos sobre Historia del Arte y de la Arquitectura, Francfort y Stuttgart (1960-1962). Especialización en Restauración de Monumentos, Universidad de Madrid. Consultor de UNESCO en varias misiones (Argentina, Nicaragua, Honduras, Perú, Ecuador). Profesor de la Universidad Nacional desde 1962, donde ha sido también Director de Construcciones, Jefe de Planeación Física y Secretario Administrativo. Varios artículos sobre historia de la arquitectura en Colombia en revistas nacionales y extranjeras. Autor de: Algunas consideraciones sobre la arquitectura en Zipaquirá (Bogotá, 1969 y 1979), Mompox, arquitectura colonial (Bogotá, 1961 y 1981), Raíces hispánicas de la arquitectura en Colombia (Bogotá, 1987), Arte y arquitectura en Santander (Bogotá, 1986). Inéditos: "La arquitectura en Tunja", "La arquitectura en Colombia de 1538 a 1850". Su contribución a la presente obra: "La arquitectura colonial". María Teresa Cristina-Zanca Gattico (Italia). 1939. Licenciada en Filosofía y Letras. Universidad de los Andes. Master en Literatura Francesa, Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania. Profesora, Departamento de Humanidades, Universidad de los Andes (1965-1983). Profesora en el Departamento de Filología e Idiomas (1979-1984), Directora de la Sección de Literatura (1984-1986) y profesora del Departamento de Literatura, Universidad Nacional de Colombia. Autora de: "Actitud narrativa y técnicas narrativas en la novela colombiana contemporánea (teoria y análisis)", tesis de licenciatura, Uniandes, 1969; "La familia, el ciclo de vida y algunas observaciones sobre el habla de Bogotá" (con Bárbara Rimgaila, Thesaurus, Instituto Caro y Cuervo, 1966). "Novela y sociedad en José María Samper", Razón y Fábula, No. 42 (mayo-junio, 1976); "Macondo, ciudad de la verídica historia", Lecturas Dominicales de El Tiempo (agosto 8, 1976), "La literatura colonial", en Historia de Colombia, Bogotá, Salvat, 1985), "Dos fragmentos inéditos de Jorge Isaacs", Revista de la Universidad Nacional, Vol. 11 No. 12 (mayo. 1987). Prepara la edición crítica de la obra literaria y recopilación de escritos de Jorge Isaacs, para la publicación de la obra completa de este autor. Su contribución a la presente obra: "La literatura en la Conquista y la Colonia". Fernando Díaz Díaz Lorica (Córdoba), 1935. Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja (1960). Doctor en Historia, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México (1971). Profesor Titular de la Universidad Pedagógica y Tecnológica (1964-1980), Universidad Nacional de Córdoba en Montería (1980-1984) y Director del Centro de Servicios Auxiliares Docentes, CASD, de Cartagena (1984-1987), donde se dedica a la investigación pedagógica e histórica. Además de artículos en revistas y periódicos nacionales y extranjeros, es autor de: Caudillos y caciques (El Colegio de México, 1972), Sania Anna y Juan Alvarez, frente a frente (México. Sepsetentas, 1972), Historia documental de Colombia, siglos XVI, XVll y XVlll (Tunja. UPTC, 1974), La desamortización de bienes eclesiásticos en Boyacá (Tunja, UPTC, 1977). Tiene para publicación las siguientes obras: "Ensayos sobre metodología de la historia" (1984), "Esquema para una breve historia de la ciencia" (1986), "Letras e historia del Bajo Sinú" (1988), Historia de la educación en Colombia" (en preparación). Su contribución a la presente obra: "Estado, Iglesia y desamortización". Los autores Juan Friede Mlawa (frontera de Rusia con Alemania). 1901. Ciencias Económicas. Universidad de Viena. Especialización, London School of Economics and Political Science. Profesor de Historia de América Latina, Universidades de Indiana y de Texas. Catalogación de documentos sobre el Perú para la Lilly Library, Universidad de Texas. Catalogación de manuscritos relativos a Hemán Cortés, Biblioteca del Congreso, Washington, D.C., trabajo publicado con el título: The Harkness Collection in the Library of Congress (Washington, 1974). Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia. Autor de: Los indios del alto Magdalena. Vida, luchas y exterminio (1609-1931) (Bogotá, Instituto Indigenista de Colombia, 1943), Comunidades indígenas del Macizo Colombiano (Bogotá, Instituto Indigenista de Colombia, 1944), El indio en lucha por la tierra. Historia de los resguardos del Macizo Central Colombiano (Bogotá: Espiral, 1944; La Chispa, 1972; Punta de Lanza, 1976), Los Andakí, 1538-1947, Historia de la aculturación de una tribu selvática (México, FCE, 1953, 1974); Invasión del país de los Chibchas, Conquista del Nuevo Reino de Granada y fondación de Santafé de Bogotá: Revaluaciones y rectificaciones (Bogotá, Tercer Mundo, 1955, 1966), Documentos inéditos para la historia de Colombia (1509-1550)(1 OVols., Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1955-1960), Los franciscanos y el clero en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVI (Madrid, Jura, 1957), Nicolás Federmán en el descubrimiento del Nuevo Reino de Granada (México, Ed. Cultura, 1957), "Problemes de colonization de l'Amazonie colombienne", en: Miscelánea Paul Rivet. Octogenario Di cata (México, UNAM, 1958), La censura española del siglo XVI y los libros de historia de América (México, Cultura, 1959), Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y Fundación de Bogotá (15 3 6-15 3 9) según documentos del Archivo General de Indias, Sevilla (Bogotá, Banco de la República, 1960), Gonzalo Jiménez de Quesada a través de documentos históricos. Estudio biográfico 1509-1550 (Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1960;2a. ed.: El adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, 2 Vols., Bogotá, Carlos Valencia, 1979), Los gérmenes de la emancipación americana en el siglo XVI (Monografias Sociológicas No. 5, Bogotá, Universidad Nacional, 1960), Vida y viajes de Nicolás de Federmán, conquistador, poblador y cofundador de Bogotá, 1506-1542 (Bogotá, Buchholz, 1960), Los Welser en la conquista de Venezuela (Madrid/Caracas, Edime, 1961), Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de los indios (Popayán, Ed. Universidad, 1961), Documentos sobre la fundación de la Casa de Moneda en San tafo de Bogotá (1614-1635) (Bogotá, Banco de la República, 1963), Historia de la antigua ciudad de Cartago, en: Historia de Pereira, 2a. parte (Pereira, Club Rotario, 1963), Los Quimbayas bajo la dominación española. Estudio documental (1539-1810) (Bogotá: Banco de la República, 1963; Carlos Valencia, 1978), Problemas sociales de los Arhuacos: Tierras, gobierno, misiones (Monografias Sociológicas No. 16, Bogotá, Universidad Nacional, 1963; 2a. ed.: La explotación indígena en Colombia bajo el gobierno de las misiones. El caso de los Arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta, Bogotá, Punta de Lanza, 1973), "Algunas consideraciones sobre la evolución demográfica en la provincia de Tunja", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 3 (1965); Descubrimiento y conquista del Nuevo Reino de Granada. Introducción (Historia Extensa de Colombia, Vol. 11, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1965), La batalla de Boyacá a través de los archivos españoles (Bogotá, Banco de la República, 1969), La evolución de la propiedad territorial en Colombia. Hacia una reforma agraria masiva (Monografias y Documentos, No. 8, Bogotá, CIAS e IDES, 1971), La otra verdad: La independencia americana vista por los españoles (Bogotá: Banco de la República, 1971; Tercer Mundo, 1972; Carlos Valencia, 1979), Bartolomé de Las Casas (1474-1566): Inicios de las luchas contra la opresión enAmérica (Bogotá, Punta de Lanza/La Chispa, 1974; 2a. ed.: Bartolomé de Las Casas (1474-1566). Su lucha contra la opresión, Bogotá, Carlos Valencia, 1978), Bartolomé de Las Casas, precursor del anticolonialismo: Su lucha y su derrota (México, Siglo XXI, 1974, 1976), La batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824 (Bogotá, Banco de la República, 1974), Los Chibchas bajo la dominación española (Bogotá, La Carreta, 1974), "Bartolomé de Las Casas y su lucha en pro de la justicia social", en: Indigenismo y aniquilamiento de indígenas en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional, 1975; Ediciones CIEC, 1981), "Las misiones y el problema indígena en Colombia", en: El problema indígena en la historia contemporánea de Colombia (Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica, 1975),Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada, desde la instalación de la Real Audiencia en Santafé (8 Vols., Bogotá, Banco Popular, 1975-1976), "Proceso de aculturación del indígena en Colombia", en: Indígenas y represión en Colombia (Serie Controversia No. 79, Bogotá, Cinep, 1978), Rebelión comunera de 1781: Documentos (2 Vols., Bogotá, Colcultura, 1981). Editor de: Recopilación historial de Fray Pedro de Aguado (4 Vols. Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Nos. 31-34, 1956-1957), Historia indiana de Nicolás de Fedennán (Madrid, Arco, 1958), Rutas de Cartagena de Indias a Buenos Aires y sublevaciones de Pizarra, Castilla y Hernández Girón, 1540-1570 (Madrid, Porrúa, 1970), Bartolomé de Las Casas in history. Toward an understanding ofthe man and his work (con Nueva Historia de Colombia, Vol. I Benjamín Kee, Dekalb, Northem Illinois University Press, 1971) y de Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales de Fray Pedro Simón (7 Vols., Bogotá, Banco Popular, 1978). Su contribución a la presente obra: "La conquista del territorio y el poblamiento". Francisco Gil Tovar Granada (España). 1923. Residente en Colombia desde 1953. Periodista. Escuela Oficial de Periodismo, Madrid. Profesor de Bellas Artes, Academia de Bellas Artes, Florencia. Profesor Titular de Historia del Arte, Universidad Javeriana (desde 1959), Universidad Nacional de Colombia (desde 1961). Fundador y Decano de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Javeriana (1963-1977). Fundador y Director del Centro de Educación Humanística de la Universidad del Rosario (desde 1979), y allí mismo Director del Programa de Crítica de Arte. Director Area Humanística, Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. Director del Museo de Arte Colonial, Bogotá (1975-1986). Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Comentarista de arte del diario El Tiempo, Bogotá. Entre otros libros, autor de: Breviario de arte y crítica (1954), Trayecto y signo del arte en Colombia (1957), Historia del arte y conocimiento de los estilos (1957, 1965), La pintura flamenca en Bogotá (1964), ¿A dónde va el arte? (1965), El arte colonial en Colombia (coautor con Carlos Arbeláez Camacho, 1968), Introducción al arte (1969, 197 4, 1988), Del arte llamado erótico (1975), El arte colombiano (1976, 1980, 1984), La obra de Gregario Vásquez (1980), Ultimas horas del arte (1982), Historia y arte en el Colegio Mayor del Rosario (1982), Arte virreina/ en Bogotá (coautor con Alvaro Gómez Hurtado, 1987). Coautor en varias obras colectivas como Historia del arte colombiano (Salvat, 1977) y Kunst Tieme (1977). Su contribución a la presente obra: "Las artes plásticas durante el período colonial". Margarita González Pacciotti Bogotá, 1942. Licenciada en Filosofía, Universidad Nacional de Colombia. Profesora, Departamento de Historia, Universidad Nacional. Autora de: El resguardo en el Nuevo Reino de Granada (1970), Ensayos de historia colombiana (1977) y Bolívar y la independencia de Cuba (Bogotá, El Ancora, 1985). En el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, del cual fue Directora (1979-1982), ha publicado: "El resguardo minero de Antioquia" (No. 9, 1979), "La política económica virreinal en el Nuevo Reino de Granada" (No. 11, 1983) y "Algunos aspectos económicos de la administración pública en Colombia. 1820-1886" (No. 13114, 1986-87). Su contribución a la presente obra: "Las rentas del Estado". Jaime Jaramillo Uribe Abejorral (Antioquia), 1918. Licenciado en Ciencias Económicas y Sociales, Escuela Normal Superior, Bogotá. Doctor en Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Libre de Colombia; Postgrado, Universidad de la Sorbona, París. Profesor Titular de la Universidad Nacional de Colombia y durante varios años Decano de la Facultad de Filosofía y Letras y Director del Departamento de Historia. Profesor Visitante, Universidades de Hamburgo (Alemania), Vanderbilt (Nashville, Tennessee). St. Antony's College de la Universidad de Oxford (Inglaterra), Universidad de Sevilla (España). Profesor de la Universidad de los Andes, donde ha sido Decano de la Facultad de Filosofía y Letras y donde desempeña la cátedra de Historia Económica y Social de Colombia en su Departamento de Historia. Fundador del Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, fue también director de la revista Razón y Fábula de la Universidad de los Andes. Autor de más de un centenar de ensayos sobre Historia Social y de la Cultura en revistas nacionales y extranjeras. Director científico del Manual de historia de Colombia (Colcultura, 1980). Entre sus obras se cuentan: El pensamiento colombiano en el siglo XIX (Temis, 1963). Historia de Pereira (con Luis Duque Gómez y Juan Friede, 1963). Entre la historia y la filosofía (1968), Ensayos de historia social colombiana (Universidad Nacional, 1969), Historia de la pedagogía como historia de la cultura (Universidad Nacional, 1970), Antología del pensamiento político colombiano, (2 Vols, Banco de la República, 1970), La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos (Colcultura, 1977), "Etapas y sentidos de la historia de Colombia", en: Colombia, hoy (siglo XXI, 1978). Su contribución a la presente obra: "La administración en la colonia", "El proceso de la educación en el Virreinato" y "El proceso de la educación en la República (1830-1886)". Salomón Kalmanovitz Krauter . Barranquilla, 1943. Filosofía y Economía, Universidad de New Hampshire, Durham. Postgrado, New School for Social Research, Nueva York; candidato al PhD. en Economía. Profesor Titular de Los autores la Universidad Nacional de Colombia (desde 1970). Investigador Asociado, temas de macroeconomía y gasto público, Contraloría General de la República (desde 1987). Investigador Invitado, Institute ofSocial Studies, La Haya (1978), Institute ofDevelopment Studies, Universidad de Sussex, Inglaterra (1979-1980) y Universidad Hebrea de Jerusalén (1987). Coautor en volúmenes colectivos: La agricultura en Colombia en el siglo XX (dirigido por Mario Arrubla, 1976), La nueva historia de Colombia (selección de Darío Jaramillo, 1976) y Colombia, hoy (1978). Autor de: El desarrollo de la agricultura en Colombia (1978), Ensayos sobre el desarrollo capitalista dependiente (1979), El desarrollo tardío del capitalismo ( 1983), Economía y nación: una breve historia de Colombia ( 1985), Ensayos escogidos de economía colombiana (1987), Historia de Colombia, 9° grado (con Sylvia Duzán, 1987). Su contribución a la presente obra: "El régimen agrario durante el siglo XIX en Colombia". Jorge Orlando Melo González - - - - - - - - - - - - - Medellín. 1942. Filosofia y Letras, Universidad Nacional de Colombia. Postgrado en Historia, Universidades de North Carolina y Oxford. Profesor en las Universidades Nacional y del Valle; Profesor Invitado, Universidad de los Andes, Duke University y Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Director de los Departamentos de Historia, Universidad Nacional y del Valle. y en esta última. Decano de Investigaciones, Vicerrector y Rector (e). Director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo, CID, de la Universidad Nacional. Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la misma universidad. Miembro de las juntas directivas de: Fundación para la Promoción de la Investigación y de la Tecnología (Banco de la República), Fondo Fen-Colombia para la Protección del Medio Ambiente y Centro de Estudios de la Realidad Colombiana, CEREC. Autor de: Historia de Colombia, Tomo 1: El establecimiento de la dominación española (Bogotá, 1977-78), Sobre historia y política (Bogotá, 1979). Editor de: Los orígenes de los partidos políticos en Colombia (Bogotá, 1978), Indios y mestizos en la Nueva Granada en el siglo XVIII (Bogotá, 1986) y Reportaje de la historia de Colombia (dos volúmenes, Bogotá, Planeta, 1988). Colaborador en: Colombia, hoy (Bogotá, 1978), Historia económica de Colombia (Bogotá, 1987, Premio de Ciencia Alejandro Ángel Escobar 1988) y Manual de literatura colombiana (Bogotá, Planeta, 1988). Director y colaborador de La historia de Antioquia (Medellín, El Colombiano, 1987-88, Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 1988). Su contribución a la presente obra: "La evolución económica de Colombia 1830-1900". Javier Ocampo López Aguadas (Caldas), 1939. Licenciado en Ciencias Sociales, Universidad Pedagógica de Colombia. Doctor en Historia, El Colegio de México. Miembro de la Academia Colombiana de Historia y Academia Colombiana de la Lengua. Profesor Titular, Programa de Magister en Historia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja. Autor de: El positivismo y el movimiento de la Regeneración en Colombia (México, UNAM, 1968),Historiografza y bibliografza de la emancipación del Nuevo Reino de Granada (Tunja, 1969), Las ideas de un día, El pueblo mexicano ante la consumación de su independencia (El Colegio de México, 1969), Las ideologías en la historia contemporánea de Colombia (México, UNAM, 1972), Historia de Colombia (Bogotá, 1973), El proceso ideológico de la emancipación (Tunja, 1974; Bogotá, Colcultura, 1980; Premio Nacional de Literatura "José María Vergara y Vergara" de la Academia Colombiana de la Lengua), El caudillismo colombiano (Bogotá, 1974), Las ideas bolivarianas, Fuentes documentales y bibliográficas (Tunja, 1977), La emancipación de Hispanoamérica (Bogotá, 1978), La independencia de Estados Unidos y su proyección en Hispanoamérica (Caracas, OEAIIPGH, 1979), Historia de las ideas de integración de América Latina (Tunja, Idesil, 1981), Ideario del Libertador Simón Bolívar (Tunja, Idesil, 1983), Historia del pueblo boyacense (Tunja, ICBA, 1983), Música y folclor de Colombia (Bogotá, 1984), Las fiestas y el folclor en Colombia (Bogotá, 1985), Historia básica de Colombia (Bogotá, 1986), Los orígenes ideológicos de Colombia contemporánea (México, OEA, 1986), Historia de la cultura hispánica, sigloXX(Bogotá, 1987),Mitos colombianos (Bogotá, 1988). Su contribución a la presente obra: "El proceso político, militar y social de la Independencia". Jorge Palacios Preciado Tibasosa (Boyacá), 1940. Licenciado en Filosofia y Letras, Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Historia, Universidad de Sevilla. Profesor, Universidad Nacional, Javeriana, Rosario y Pedagógica y Tecnológica (Tunja), en la cual ha sido Secretario Académico, Director del Postgrado 24 Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 en Historia, Decano de Educación y Rector en dos oportunidades. Director del Archivo Nacional de Colombia (1979-1981 ), Organizador y primer Director del Archivo Regional de Boyacá, en Tunja. Autor de: La trata de negros por Cartagena de Indias (Tunja, 1973), Cartagena, gran factoría de mano de obra esclava (Tunja, 1975), Los grupos ajroamericanos (1980), "La esclavitud y la sociedad de castas", en: Historia de Colombia (Bogotá, Salvat, 1985), La esclavitud de los africanos y la trata de negros, entre ¡a teoría y la práctica (1988). Su contribución a la presente obra: "La esclavitud y la sociedad esclavista". Gerardo Reichel-Dolmatoff Salzburgo (Austria). 1912. Ciudadano colombiano. 1942. Estudios humanísticos en Austria y Francia, que lo llevaron a la arqueología y etnología. Viaja a Colombia antes de la segunda Guerra Mundial, invitado por el presidente Eduardo Santos (1939). Bajo la dirección de Paul Rivet, inicia sus investigaciones antropológicas. Miembro durante años del Instituto Etnológico Nacional y del Instituto Colombiano de Antropología. Fundador del Instituto Etnológico del Magdalena y Fundador y Director del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes. Visiting Scholar, Universidad de Cambridge (Inglaterra). Desde 1974, vinculado a la Universidad de California (Los Angeles). Ha dedicado sus investigaciones principalmente a la Sierra Nevada de Santa Marta, a las costas Caribe y Pacífica y al Vaupés. Autor de quince libros y de unos doscientos artículos en revistas científicas, muchos de ellos publicados en colaboración con su esposa, la antropóloga Alicia Dussán. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la National Academy of Sciences, Miembro Fundador de la Third World Academy of Sciences. Premio Nacional de Ciencias Francisco José de Caldas, Medalla Thomas Henry Huxley (Inglaterra), Ordre des Arts et des Lettres, desPalmes Académiques (Oficial, Francia), Ordre National du Mérite (Caballero), Gran Cruz al Mérito (Austria). La Universidad Nacional de Colombia le confirió uno de sus doctorados honoris causa. Autor de: Los kogi: una tribu indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, 1951; reedición, Procultura, 1985; Investigaciones arqueológicas en el departamento del Magdalena: Arqueología del río Ranchería; Arqueología del río Cesar, Ministerio de Educación Nacional, 1951; Datos histórico-culturales sobre ¡as tribus de la antigua provincia de Santa Marta, Bogotá, Banco de la República, 1951; Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega entre ¡os indios y negros de la provincia de Cartagena - 1787, Ministerio de Educación Nacional, 1955; The people ofAritama: the Cultural Personality ofa Colombian Mestizo Village, University of Chicago Press, 1960, 1968; Colombia: Ancient peoples and places, Londres, Thames & Hudson y Nueva York, Praeger, 1965; Desana: simbolismo de los indios tukano del Vaupés, Bogotá, Universidad de los Andes, 1968; Procultura, 1975; Amazonian Cosmos: The sexual and religious symbolism ojthe Tukano indians, University of Chicago Press, 1970; San Agustín: Culture ofColombia, Londres, Thames & Hudson, Nueva York, Praeger, 1972; The Shaman and the Jaguar: a study ofnarcotic drugs among the indians ofColombia, Philadelphia, Temple University Press, 1975; Contribuciones a la estratigrajia cerámica de San Agustín, Colombia, Bogotá, Banco Popular, 1975; Estudios antropológicos, Bogotá, Colcultura, 1977. Beyond the Milky Way: the hallucinatory imagery oflhe Tukano indians, Los Angeles, University of California, 1978; El chamán y el jaguar, México, Fondo de Cultura Económica, 1978; Orfebrería y chamanismo, un estudio iconográfico del Museo del Oro, Medellín, Colina, 1988. Su contribución a la presente obra: "Colombia indígena- Período prehispánico". Germán Téllez Castañeda Bogotá, 1933. Arquitecto, Universidad de los Andes. Estudios de Restauración de Monumentos e Historia de la Arquitectura, Francia y España. Profesor de Historia de la Arquitectura (1961-1973) y Director del Centro de Investigaciones Estéticas e Históricas (1968-1973), Universidad de los Andes. Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Autor de: Cartagena de Indias, Zona histórica (1968), Crítica e imagen (1978). Ensayos: "Santa Fe de Antioquia, Zona histórica" (1972), "Esquema de Villa de Ley va" (197 4), "Restauraciones en Colombia" (1976), "Manual práctico de la bella época en arquitectura" (1976). "La casa de hacienda", "Templos y conventos coloniales", "El barroco en arquitectura" y "Arquitectura contemporánea 1935-1950", en: Historia del arte Colombiano (Barcelona, Salvat, 1977). Su contribución a la presente obra: 'La arquitectura y el urbanismo en la época republicana, 1830/40- 1930/35". Alvaro Tirado Mejía Medellín, 1940. Doctor en Derecho y Ciencias Políticas, Universidad de Antioquia. Doctor en Historia, Universidad de París. Decano de la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional, Los autores Medellín, y de la Facultad de Sociología, Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín. Vicerector. Profesor Titular y Emérito y Director de la Revista de Extensión Cultural, Universidad Nacional de Colombia. Presidente. Centro de Estudios de la Realidad Colombiana. CEREC. Vicepresidente. Asociación de Historiadores de América Latina y del Caribe, Adhilac. Secretario de Relaciones Internacionales del Partido Liberal de Colombia. Ministro Plenipotenciario, XL Período Ordinario de sesiones de la Asamblea General de la ONU, Nueva York. Delegado con carácter de Embajador, XLIV Período de Sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, Ginebra. Embajador en misión especial. Sesiones Comisión lnteramericana de Derechos Humanos, Washington (1988). Miembro, Comisión de Diálogo para la Paz con el M-19 y EPL. Consejero Presidencial para la Defensa, Protección y Promoción de los Derechos Humanos. Miembro del Comité para la conmemoración del Centenario del nacimiento de Alfonso López Pumarejo, Comité Académico Asesor del 45" Congreso Internacional de Americanistas (Bogotá, 1985). Miembro especial, Delegación a la posesión presidencial de Julio Sanguinetti, Uruguay (1985). Conferencista invitado por varias universidades extranjeras y participante en seminarios y congresos realizados en el país y el exterior. Asesor Histórico del video Colombia, rebelión y amnistía, 1944-1986 (Focine, 1987). Autor de: Introducción a la historia económica de Colombia (Bogotá. 1971 ), Colombia en la repartición imperialista 1870-1914 (Medellín, 1976), Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia (Colcultura, 1977), Reportajes sobre el socialismo heterodoxo (Bogotá, 1978), Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo: 19 34-1938 (Procultura, 1981 ), Antología del pensamiento liberal colombiano (Medellín, 1981), La reforma constitucional de 7936 (Bogotá, 1982), Centralización y descentralización en Colombia (Bogotá, 1983), El pensamiento de Alfonso López Pumarejo (Bogotá, Banco Popular, 1986). Autor en las obras colectivas: Colombia, hoy (Bogotá, Siglo XXI, 1978), y Estado y economía, 50 años de ¡a reforma del36 (Contraloría General de la República, 1986). Su contribución a la presente obra: "El Estado y la política en el siglo XIX". 25 27 Colombia indígena, período prehispánico Colombia indígena, período prehispánico Gerardo Reichel-Dolmatoff Introducción L a siguiente exposición sobre la prehistoria colombiana se dirige a un lector no especialista pero interesado en el pasado aborigen del país, en sus más amplios delineamientos. En un ensayo de este orden sería, desde luego, inoportuno hablar de detalles técnicos de la investigación científica, describir tipologías estilísticas, o hablar de los innumerables problemas teóricos o metodológicos de la arqueología moderna. Asimismo, estaría fuera de lugar pretender tratar de todas las zonas y de todos los vestigios arqueológicos del territorio nacional, y de presentar así un árido inventario de datos, a veces totalmente desconectados. En el espacio a mi disposición y en presencia de un lector atento, pero no directamente interesado en un tratado técnico, deseo que se me conceda cierta libertad al no restringirme a un extenso apparatus de citaciones y referencias bibliográficas, sino que se me permita desarrollar sin pedantería un conjunto de ideas y evaluaciones que introduzcan al lector en una dimensión de problemas y procesos culturales que, aunque se refieren a hechos ocurridos en épocas muy antiguas, conservan aún toda su actualidad, por haberse desarrollado en un medio ambiente físico que sigue siendo el escenario de nuestra vida actual. Las llanuras, las cordilleras, las costas y los ríos de Colombia han sido, desde hace miles de años, el terruño, el sustento y el continuo estímulo de un sinnúmero de seres humanos que, desde los albores de los tiempos hasta la conquista española, han desarrollado aquí sus diversas formas culturales, de acuerdo con su respectivo equipo intelectual y tecnológico. Este lento proceso de adaptación ha llevado a la acumulación de un gran acervo de experiencias referentes a recursos naturales, a las ventajas o desventajas de ciertas zonas climáticas y muchos otros aspectos más que siguen siendo de apremiante importancia para nuestra época. En este sentido, la arqueología recobra vida palpitante, pues, por donde estemos, nos vemos en presencia del ingenio humano que, a través de los milenios, trató de hacer de esta tierra un hogar. La gran mayoría de las personas aún identifican el proceso prehistórico de Colombia con los Chibcha, los Quimbaya o con las estatuas de San Agustín, sin saber que la arqueología ya nos permite trazar a grandes rasgos los desarrollos culturales de muchas otras culturas indígenas, a través de etapas sucesivas que nos muestran un panorama tan variado como intelectualmente estimulante. Así, la vida de los grupos de recolectores de moluscos, el desarrollo de la agricultura del maíz en las faldas de las cordilleras, o la adaptación de los primeros habitantes a los altiplanos andinos, forman, todos, capítulos de un proceso dinámico que abarca problemas de profundo interés para el lector moderno. Nueva Historia de Colombia. Vol I 28 y en las páginas que siguen trataré de sintetizar las principales etapas de estos desarrollos. Esta tarea, sin embargo, es difícil. Desafortunadamente, se carece aún de investigaciones sistemáticas en extensas zonas del país, y sobre muchos períodos y etapas culturales no se dispone sino de escasísimos datos. Resulta dificil organizar las informaciones, por lo disparejo de su alcance y su calidad. El hecho más limitante es que la arqueología colombiana se ha ocupado de sitios y no de contextos. En general, contamos con gran número de estudios sobre la cerámica, la orfebrería, la escultura y otros aspectos tecnológicos o estéticos, pero faltan estudios que analicen los problemas de estratigrafía, de asociaciones y conjuntos culturales, o de la adaptación ecológica a este mosaico de medio-ambientes que es el país. En otras palabras, son aún muy pocos los estudios que traten de reconstruir los sistemas dentro de los cuales se originaron y se usaron los objetos que llenan las vitrinas de los museos y, en estas condiciones, el lector comprenderá que aún es dificil lograr consistencia interpretativa. En lugar de organizar los datos disponibles según áreas culturales o arqueológicas, me he propuesto en el presente trabajo tratar de la arqueología colombiana en términos de grandes etapas históricamente significativas, ya que las implicaciones de procesos culturales me parecen ser más importantes para adquirir una perspectiva teórica, que la simple enumeración de sitios ubicados en ciertas regiones sobre cuyas secuencias locales se carece aún de datos. Iniciaré mi exposición con el planteamiento acerca de los primeros pobladores, lo que, necesariamente, implica adoptar una visión muy amplia que abarca una extensa región del noroeste de América del Sur, para ubicar luego en ella los hallazgos colombianos que corresponden a esta etapa fundamental. Ya que en este capítulo se trata de ofrecer una dimensión temporal de gran alcance, he citado en el texto algunos nombres de investigadores que se han ocupado de la defmición de periodos o de categorías de manifestaciones culturales específicas. En cambio, para los capítulos que siguen, el lector encontrará al fmal una bibliografía anotada que le permitirá consultar una serie de fuentes que contienen datos detallados sobre la etapa cultural en cuestión. Una síntesis como la presente no debe consistir en ideas que repitan las mismas proposicio- nes que se han hecho en el pasado. Como ocurre en todos los campos de la investigación, la arqueología debe revisar y revaluar continuamente sus premisas, ya que tanto los avances metodológicos como los nuevos descubrimientos e interpretaciones modifican rápidamente el estado de los conocimientos y llevan a nuevos enfoques y replanteos. Así, en la actualidad, las formulaciones de la década de los sesenta ya son obsoletas y se debe tratar, entonces, de interpretar la prehistoria en un espíritu que corresponda a nuestra época presente y, ante todo, que haga justicia a este gran legado, a esta gran aventura, que fue el desarrollo de las culturas indígenas del país. La etapa paleoindia: los cazadores y recolectores tempranos L os primeros hombres que poblaron a América del Sur, sin duda pasaron inicialmente por suelo colombiano; debido a la situación geográfica del país en el Continente. Sin embargo, los datos arqueológicos acerca de esta etapa aím son muy deficientes. La escasez de investigaciones sistemáticas y, ante todo, de resultados significativos y comprobados, hace muy dificil obtener una visión histórica de los grupos humanos más antiguos del país. Es obvio que la extraordinaria variedad geográfica de Colombia haya constituido siempre un escenario muy estimulante durante el milenario proceso de la evolución de las sociedades indígenas, y es por esta razón por la que, no obstante la actual escasez de datos, debemos iniciar nuestra introducción a la prehistoria colombiana con un breve esbozo general, que luego permita apreciar la posición que el país ocupaba en los albores de la Etapa Paleoindia, así como su importancia para los futuros científicos, sobre las primeras grandes etapa_s de desarrollo cultural en el Continente amen cano. Pobiamiento de América-------- En el presente estado de conocnmentos acerca del primer pobiamiento de América, existe acuerdo general entre los arqueólogos respecto a ciertos hechos fundamentales. Así, según todos los datos disponibles, el pobiamiento inicial lo efectuaron grupos asiáticos que, procedentes de Siberia, migraron por el Estrecho de Bering a América y se dispersaron por el Continente, entrando luego a América del Sur por Colombia indígena, período prehispánico el Istmo de Panamá. Este proceso del advenimiento del hombre en el Nuevo Mundo y su lenta penetración, se efectuó en la última era glacial, es decir, en tiempos relativamente recientes, y los movimientos migratorios de est~s primeros grupos hut?anos estaban, duran~e ~?~­ les de años, determmados por factores chmatlcos que, desde luego, variaban según la época y la región. En aquellos tiempos, gran part~ del Continente estaba poblada por una fauna extmta, de elefantes, camellos y otros mamíferos de gran tamaño (megafauna). Los hombres que formaban bandas migratorias, eran portadores de una cultura material rudimentaria, lo que, desde luego, no excluye el conocimiento de tradi~iones y creencias relativamente complejas, denvadas de sus orígenes asiáticos; ellos eran cazadores y recolectores omnívoros, provistos de artefactos toscos de cuyo empleo eficaz dependía en gran parte su sobrevivencia. A través de milenios estas bandas buscaron adaptarse a las más dive~sas condiciones físicas del medio ambiente americano y, en el curso de este largo proceso, se modificaron sus herramientas, sus modos de sobrevivir, y así, lentamente, comenzaron a diferenciarse ciertas tradiciones culturales locales. Hasta aquí, se puede decir que los arqueólogos concuerdan en sus opiniones sobre el poblamiento de América. Pero tan pronto se plantean preguntas acerca de fechas precisas, de períodos cronológicos, de rutas migratorias internas, de tipos de utensilios o de modos de subsistencia, los criterios tienden a diferir. La principal causa de estas divergencias de opinión yace en el hecho de que la documentación arqueológica aún es muy incompleta y todavía existen grandes áreas geográficas en las cuales sólo se han efectuado muy pocas o ningunas investigaciones. También es cierto que los mismos vestigios culturales de estos primeros pobladores son difíciles de detectar e interpretar, pues demasiadas veces se trata apenas de algunos objetos toscamente labrados de piedra o de hueso, de restos de un fogón, de fragmentos de un hueso fosilizado y, además, las condiciones en que s~ efectuaron dichos hallazgos muchas veces deJan serias dudas acerca de asociaciones geológicas y climáticas precisas. Hace unos 70.000 años se inició la glaciación de Wisconsin, el último gran avance glacial del Cuaternario, el cual llegó a su máximo desarrollo aproximadamente hace 20.000 años. Durante este largo período, las masas de hielo 29 fluctuaban, avanzando y retrocediendo al tiempo que oscilaba el clima y el nivel del mar. ~ste último, al acumularse grandes casquetes de htelo que cubrían partes de la tierra, bajaba notablemente, pero en cambio subía cuando, durante épocas más templadas (interglaciales), se derretían los glaciares; estas oscilaciones modificaban las líneas costaneras y hacían salir o sumergirse islas o puentes terrestres. Por lo menos en dos ocasiones, una vez hace 40.000 o 50.000 años y otra vez hace 28.000 o 10.000 años aproximadamente, el nivel del mar descendió de tal modo, que la zona de Beringia formó un amplio puente entre Asia y América y fue quizá d~rante estos períodos cuando pasaron, de un contmente al otro, la mayoría de los primeros pobladores. Una fecha conservadora sería tal vez de 30.000 años,pero algunos arqueólogos consideran laposibilidad de un poblamiento inicial con magnitud de unos 100.000 años. La fecha de entrada del hombre a América del Sur se había calculado, hasta hace poco, en unos 8.000 o 12.000 años a. de e, pero actualmente, en vista de los últimos descubrimientos arqueológicos en el Perú y en otros países, se sugiere más bien una fecha de 20.000 años. La correlación de las migraciones y adaptaciones ecológicas tempranas, con las condici~­ nes paleoclimáticas, es, desde luego, de un máximo interés para la interpretación del desarrollo cultural indígena. En la actualidad, la mayoría de los geólogos y oceanógrafos están de acuerdo en que las glaciaciones en América del Norte y del Sur fueron esencialmente sincrónicas y también en que los grandes ciclos climáticos de América fueron contemporáneos con los de Europa. Parece que, hace 14.000 o 13.000 años, la mayoría de los grupos humanos se hallaban relativamente bien adaptados a los diversos medioambientes suramericanos que se habían formado al paso que se retiraban los casquetes glaciare; y que, de acuerdo con sus necesidades locales habían desarrollado en estas 'facetas' ecológic~s una serie de conjuntos de artefactos líticos y óseos que se diferenciaban por de~alles de forma, uso y tecnología. Para dar unos eJet~plos: la ocupación humana de la Cueva de Gmtarreros, en Perú, se fechó en 12.509 años a. de C.; el sitio de Tagua-Tagua, en Chile, así como la Cueva de F ell en el Estrecho de Magallanes, datan de 11.000 años, y en la zona de Lagoa Santa, en el Brasil oriental, se conocen vestigios 30 humanos de hace 10.000 años. Por cierto, algunas fechas indican una edad aún mayor: Tlapacoya, un yacimiento en México central, se fechó en 24.000 años, y Paccaicasa, en Perú, arrojó una fecha de 20.000 años. Industrias Líticas Las diferencias entre los conjuntos o 'industrias' de artefactos líticos se deben, desde luego, tanto a modificaciones ocurridas a través del tiempo, como también a su uso específico, determinado por cierto modo de subsistencia. Obviamente, las armas de un grupo de cazadores de la megafauna pleistocena diferían de las de aquellos que sólo en ocasiones perseguían pequeños roedores o aves; los utensilios de los cavernícolas andinos eran diferentes de los que usaban los nómadas que vagaban a lo largo de los grandes ríos de las tierras bajas. Dichas diferencias han dado lugar a una multitud de esquemas tipológicos y a su agrupación en grandes categorías, pero éstas, en cambio, siguen siendo discutidas, sobre todo en lo que se refiere a la presencia o ausencia de ciertos elementos que, según el caso, se consideran diagnósticos para un período de determinada etapa de adaptación ecológica o de cierto modo de subsistencia. En primer lugar se observó que, mientras que en América del Norte hay profusión de puntas de proyectil, este elemento era más bien escaso en los yacimientos de Suramérica, donde, en cambio, abundan complejos líticos carentes de tales puntas. En Norteamérica, los hallazgos de estas puntas de proyectil, a veces asociadas a restos faunísticos, hacían pensar que allí los primeros pobladores habían sido ante todo cazadores, mientras que los del Hemisferio Sur parecían haber sido más bien recolectores. Estas consideraciones llevaron recientemente a la formulación de una etapa u horizonte designado como 'prepunta de proyectil', cuyo abogado principal es el arqueólogo norteamericano Alex Krieger (1964). Krieger defme esta etapa, ante todo, por el bajo nivel de su tecnología lítica, pero sin referirse a una etapa cultural propiamente dicha. Aunque sugiere que los vestigios de ésta en Norteamérica pueden datar hasta de 40.000 años, siendo algo más recientes en Suramérica, cree que se puede tratar de una tradición tecnológica que eventualmente persistió a través del tiempo. Mientras que las puntas bifaciales de los cazadores del Norte son artefactos altamente especiali- Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 zados, es notorio que las industrias líticas suramericanas consisten, ante todo, de raspadores cuchillos, golpeadores y otros utensilios poco diferenciados, lo que parece dar cierta credibilidad a la formualación de Krieger. Por cierto ocasionalmente, se han encontrado en Suramérica fmas puntas de talla bifacial, puntas acanaladas del tipo llamado 'cola de pez', así como puntas lanceoladas, pero estos hallazgos son más bien escasos; el número de puntas de proyectil sólo aumenta en épocas tardías y entonces difiere de la tipología lítica asociada a la Etapa Paleoindia. Aún no ha terminado el debate sobre la validez del llamado Horizonte Pre-punta de proyectil y ya se han formulado varios nuevos esquemas clasificatorios y cronológicos que deben mencionarse, ya que ofrecen eventualmente un marco teórico para la evaluación de los vestigios más antiguos encontrados en suelo colombiano. A raíz de recientes hallazgos en Venezuela, los arqueólogos Edward Lanning y Thomas Patterson (1973) lanzaron la teoría de un 'Horizonte Andino Bifacial' que, según ellos, antecede a las industrias líticas de punta de proyectil y que estaría caracterizado por un conjunto de golpeadores alargados y de puntas de lanza (no arrojadiza) toscamente talladas por percusión. Están ausentes en este conjunto los artefactos de manufactura más delicada, y en cambio abundan utensilios burdos y pesados, de talla bifacial. Comparando este complejo lítico con otros que acababan de descubrirse en Perú, Chile y Argentina, los dos investigadores postularon un amplio horizonte, ubicado entre 9.500 y 7.000 años a. de C, aproximadamente. Además, para ciertas partes de Chile, Perú y Ecuador formularon tma etapa aún más temprana (12.000 a 9.500 a. de C) , caracterizada por buriles, y otra contemporánea en Venezuela, constituida ante todo por golpeadores y otros artefactos burdos.Gordon Willey ( 1966-1971 ), en su reciente obra monumental sobre la arqueología de América, adoptó este esquema con algunas modificaciones y lo designó como '"Tradición de Bifaces y Golpeadores', precedida por una etapa que designa como 'Tradición de Lascas' y que se caracteriza por industrias líticas que consisten ante todo de lascas manufacturadas por percusión provistas a veces de leves retoques marginales, pero carentes de talla bifacial. El último esquema de periodización y tipología lítica fue propuesto por Richard MacNeish (1973) con base en sus excavaciones en Colombia indígena, período prehispánico Ayacucho, Perú. MacNeish postula una secuencia de cuatro 'tradiciones', asi: tradición de utensilios de nodulos (25.000 a 15.000); tradición de lascas y utensilios óseos (15.000 a 13.000 o 12.000); tradición de hoja, buril y punta lanceolada (13.000 a 10.000) y tradición especializada de puntas bifaciales (11.000 o 10.000 a 9.000 u 8.000). MacNeish presupone que las tres primeras tradiciones se derivan directamente del Viejo Mundo y atribuye sólo a la cuarta y última un origen americano propiamente dicho. El conjunto de los esquemas presentados por Willey, Lanning y Patterson fue severamente atacado por Lynch (1974), quien pone en duda casi la totalidad de los criterios que habían servido para la definición de las diversas industrias líticas y quien tampoco acepta la existencia de un Horizonte Pre-punta de proyectil; asimismo, Lynch tiene muchas críticas acerca del esquema de MacNeish. Los puntos básicos de los diversos juicios y dudas que se han expresado acerca de la definición de los desarrollos culturales de la Etapa Paleoindia en Amércia del Sur se pueden resumir así: muchos conjuntos de artefactos líticos provienen de yacimientos superficiales que necesariamente no representan una misma época y que, de todas maneras, sólo raras veces pueden fecharse de un modo seguro; en muchos casos deja lugar a dudas la asociación precisa de los artefactos con terrazas, determinados estratos geológicos, períodos climáticos o restos faunísticos; el mero hecho de una tecnología lítica rudimentaria no indica de ningún modo gran antigüedad; respecto a muchos objetos líticos existen dudas acerca de su identificación como artefactos humanos; las fechas obtenidas con base en materiales orgánicos que no sean carbón vegetal, dan, a veces, lugar a recelos. El examen crítico de un número elevado de industrias líticas, consideradas como paleoamericanas, pone en seria duda la validez de las tipologías y de su posición cronológica. El mismo MacNeish reconoce que " . . . nuestro conocimiento de los primeros habitantes del Nuevo Mundo está aún en su infancia... un terreno arqueológico casi intocado está en espera de su exploración". Primeros hallazgos en Colombia ¿Cuál es, entonces, la situación en Colombia y qué se sabe actualmente acerca de los primeros pobladores del país? 31 Gracias a los estudios de Thomas van der Hammen, la cronología del Pleistoceno y Roloceno de Colombia está bien establecida y se conoce una larga secuencia de períodos glaciales e interglaciales, que abarcan la historia del último millón y medio de años. Van der Hammen estudió en detalle las fluctuaciones climáticas postglaciales, de manera que se cuenta con un detallado marco de referencia para ubicar en él los desarrollos culturales de aquellas épocas del primer poblamiento humano. Infortunadamente, los datos arqueológicos son aún escasos, aunque últimamente tienden a aumentar. En los años pasados apenas se conocían algunas puntas de proyectil que, por lo general, constituían hallazgos aislados, sin que se supieran las circunstancias de su procedencia y asociaciones. En Espinal (departamento del Tolima) se encontró una punta lanceolada, bifacialmente tallada por percusión y retocada por presión. Otras puntas proceden de !bagué (departamento del Tolima), La Tebaida (departamento del Quin dí o) y Manizales (departamento de Caldas), la última caracterizada por un pedúnculo alargado, con base bifurcada; la talla es bifacial y notoriamente tosca. Varias puntas proceden de la Costa Atlántica (Santa Marta, Mahates, Laguna de Betancí) y se caracterizan, asimismo, por su talla bifacial y algunos retoques secundarios, aunque varían en forma general y en muchos detalles de su técnica de manufactura. Existen algunas otras puntas de proyectil, unas en colecciones particulares, otras halladas por arqueólogos y aún no publicadas; pero, en términos generales, se puede decir que, hasta la fecha, los hallazgos de puntas son muy esporádicos y no dejan reconocer ningún rasgo tipológicamente significante. Además, las pocas puntas mencionadas en la literatura arqueológica de Colombia, carecen de todo contexto cultural. Otra categoría de hallazgos está constituida por algunas industrias líticas formadas por un número más o menos elevado de instrumentos tallados, de lascas o de núcleos desbastados. En estos complejos líticos se observan raspadores de diversas formas, cuchillos, utensilios denticulados, así como nódulos que a veces dejan reconocer una plataforma de choque donde se desprendieron lascas por percusión. Por lo general, se trata sólo de artefactos unifacialmente tallados y poco diferenciados; se conocen complejos líticos de la Costa Atlántica (Canal del 32 Dique), Costa Pacífica (ríos Catrú, Juruvidá y Chorí; Bahía de Utría), del Magdalena Medio (Bocas del Carare) y de algunas otras localidades del interior. Más recientemente, Correal (1974, 1977) ha descrito una serie de estos conjuntos líticos, uno de ellos de la hacienda "Boulder" (departamento del Huila), y otros, de otras localidades de la Costa Atlántica y del Valle del Magdalena. Los materiales líticos consisten, ante todo, de lascas que se tallaron toscamente por percusión, para formar de ellas una variedad de raspadores, raederas y denticulados. Existen también núcleos desbastados y algunos golpeadores no diferenciados; nuevamente es de anotar la ausencia de puntas de proyectil y, en la mayoría de los casos, de materiales líticos pulidos. Ya que se trata de colecciones superficiales, estos complejos líticos aún no permiten hablar de pautas de poblamiento, modos de subsistencia ni mucho menos de ocasionales semejanzas con complejos líticos de otras regiones de América. En realidad, los complejos descritos por Correal pueden representar culturas paleoindias, como también puede que representen culturas posteriores, ya que las tipologías tan poco diferenciadas también pueden haber perdurado a través de muchos milenios de años, hasta épocas relativamente recientes. Sólo excavaciones estratigráficas podrán en el futuro determinar su verdadero significado. Un hallazgo de especial interés fue hecho, hace algunos años, por el geólogo H. Bürgl (1957). En una terraza aluvial del río Magdalena, cerca de Garzón (departamento del Huila), Bürgl excavó varios objetos de madera fosilizada (xilópalo ), que identificó como artefactos humanos asociados con huesos de megaterio. El geólogo afirmó que los objetos se hallaban in si tu, en gravillas pertenecientes al Pleistoceno Medio o Inferior y que deberían haber sido llevados a este lugar por un agente humano. Van der Hammen (1957) confirmó la gran edad de la terraza, pero con referencia a los objetos de xilópalo se limita a decir que no le parece 'natural' su presencia en este lugar. En efecto, la identificación como artefactos deja lugar a duda y, posiblemente, se trata de desconchamientos y golpes de origen natural; pero aun en este caso queda por explicar el fenómeno de la acumulación de estos objetos en un solo lugar, pues los dos geólogos citados se inclinan a creer que sólo un agente humano pudo haber llevado allí los objetos de xilópalo. Lynch (1974), cuya actitud Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 crítica ya se mencionó, atribuye, en cambio, cierta importancia decisiva a los hallazgos en la terraza de Garzón, y dice que, en el caso de comprobarse el origen humano de los objetos de xilópalo, "... Garzón parece ser uno de los sitios más prometedores para ser colocado dentro de la Tradición de Bifaces y Golpeadores, postulada por Willey". Schobinger (1969) discute el posible significado de Garzón y compara los objetos líticos con los de Taima Taima, una industria lítica de Venezuela occidental, fechada alrededor de 13.000 años a. de C. Lynch, al resumir su evaluación de Garzón, formula tres posibles opciones: 1) la interpretación de Bürgl es correcta y los primeros pobladores llegaron a suelo colombiano hace más de 100.000 años; 2) los objetos de xilópalo no son artefactos humanos; y 3) Bürgl está en lo cierto, pero la terraza aluvial de Garzón pertenece a una fase tardía de la glaciación de Wisconsin. He aquí, pues, un problema importante de resolver, cuya dilucidación definitiva sería un aporte considerable a los estudios paleoindígenas. En la última década se han efectuado algunas investigaciones cuyos resultados constituyen un avance muy notable en este campo de la arqueología. En la región de El Abra, cerca de Zipaquirá, en la Sabana de Bogotá, se excavaron varios abrigos rocosos que contenían una larga secuencia estratigráfica de artefactos humanos, restos faunísticos, polen fósil y otros indicios de cambios climáticos. El Abra, localizado a 2.570 metros sobre el nivel del mar, es un antiguo cañón abierto entre areniscas del Cretáceo Superior, que en fechas muy posteriores se llenó de sedimentos lacustres pleistocenos. La Sabana de Bogotá había sido un gran lago que se drenó hace unos 40.000 o 3 O. 000 años, pero algunas zonas pantanosas y aun lagunas se han conservado a través del tiempo. Al pie de las paredes verticales del cañón de El Abra la acción de las aguas había formado cavidades y cornisas de rocas sobresalientes, y estos abrigos sirvieron a los antiguos indios como lugares de vivienda. En el sitio de El Abra, el estrato más reciente contenía cerámica muisca y evidencia de agricultura testimoniada por el polen de maíz, fechado en A. D. 1610. A continuación se observaron varios estratos depositados durante el Holoceno tardío y medio, que contenían artefactos líticos, huesos de animales de presa y restos de fogones. La primera ocupación humana, re- Colombia indígena, período prehispánico presentada por 37 lascas, correspondió a un clima relativamente templado y húmedo, cuando la región estaba cubierta de bosques. Este estrato fue fechado en 10.450 años a. de e es decir ' correspondiente aún a la época tardiglacial. A' través de los estratos superpuestos y que arrojaron fechas de 8.750, 7.375 y 6.800 años a. de e, se pudieron observar fluctuaciones climáticas del Holoceno, indicadas por cambios en la vegetación. El material lítico de El Abra procede de todos estos estratos y consiste principalmente de lascas unifaciales hechas por percusión y no muy diferenciadas. Se cree que estas herramientas hayan podido servir para despresar los animales, cuyos huesos se encontraron en los diversos estratos, y también pueden haberse utilizado para manufacturar artefactos de madera. N o se hallaron puntas de proyectil y los restos óseos pertenecen a una fauna de pequeños animales en _la cual no se observan restos de especies extmtas. En su conjunto, los complejos líticos de El Abra se han clasificado dentro de la Tradición de Lascas, postulada por Willey ( 1971; Lynch, 1974). Los materiales tardiglaciares, fechados en 10.450 a. de e, podrían clasificarse, entonces, como pertenecientes a la Tradición de Caza y Recolección, del esquema de Willey. Otro sitio importante fue descubierto hace poco cerca del Salto de Tequendama, en el extremo suroccidental de la Sabana de Bogotá (Correal, 1973; Correal & Van der Hammen, 1977). Se trata de varios abrigos bajo rocas sobresalientes, que habían sido ocupados durante los finales del Pleistoceno y los comienzos del Holoceno por grupos de cazadores y recolectores. Nuevamente se observó aquí un conjunto de raspadores hechos de lascas talladas a persecución, así como de numerosos golpeadores poco diferenciados. Algunos de los artefactos procedentes de los estratos superiores y medios se cree tengan semejanzas con el material lítico de El Abra y aun con el de la hacienda "Boulder". En los estratos inferiores del sitio del Tequendama se observaron artefactos de manufactura técnicamente más avanzados, como, por ejemplo, un raspador aquillado, una hoja bifacial y una punta de proyectil, todos con retoques secundarios. Fuera de los artefactos líticos se hallaron muchos utensilios de hueso y de cuerno, ante todo en forma ~e perforadores; se ha sugerido que algunas astillas agudas de hueso podrían haber sido utilizadas como puntas de proyectil. Acerca del modo general de subsistencia, no cabe duda de 33 que se trata, esencialmente, de cazadores y recolectores que perseguían una fauna de venados, p~queños roedores y armadillos, cuya composición fluctuaba con los cambios climáticos. Un aspecto interesante de los yacimientos arqueológicos del Tequendama consiste en los numerosos entierros que se encontraron en casi todos los estratos de la acumulación de basuras que llenaban los abrigos, ya a partir de los niveles más profundos. La mayoría de los esqueletos corresponden a adultos, enterrados en posición acurrucada dentro de depresiones irregulares o_valadas; hay indicios de incineración y en vanos casos se hallaron sólo los huesos largos. Aparte de algunas ofrendas funerarias, tales como i~strumentos líticos y óseos, se observó el uso ntual de ocre. La posición cronológica de la secuencia total del Tequendama se calcula entre los 5.000 y 11.000 antes del presente y uno de los entierros fue fechado en 6.375 años. Hasta aquí los datos concretos; es evidente que en general se trata de informaciones muy e~porádicas que deben interpretarse con prudenc~a, pues todaví~ no sugieren ninguna pauta, mnguna tendencia comprobable en lo que se refiere a la dispersión geográfica ni a la evolución temporal de los primeros pobladores. El Abra y el Tequendama son los únicos yacimientos que han producido asociaciones, secuencias y fechas consistentes y que cuentan con un marco de referencia geológica y climatológica· estos dos sitios comprueban que el hombre es~ tuvo presente en la Sabana de Bogotá por lo menos ya 10.500 años a. de C. Por cierto, en aquella fecha sería de suponer que hubieran sobrevivido aun en la Sabana varias especies de la fauna pleistocena, pero no se tienen aún indicios de que dichos indios fuesen cazadores de estos animales, y los dos yacimientos mencionados sugieren más bien la existencia de grupos de recolectores que sólo ocasionalmente se dedicaban a la cacería de pequeñas especies de animales de los alrededores. Las pocas puntas de proyectil que se han encontrado en territorio colombiano, seguramente no pueden ser asociadas con una etapa cronológicamente muy antigua, de cazadores espec_ializados; son puntas tipológicamente muy vanadas que, es probable, se distribuyan a través de muchos miles de años. La escasez de datos sobre los primeros pobladores, sobre complejos 34 Uticos de puntas de proyectil y sobre una adaptación a los valles interandinos y a las tierras bajas tropicales, muy probablemente no se debe a la ausencia de tales vestigios sino al simple hecho de que aún no se hayan efectuado intensas investigaciones acerca de estas primeras etapas de la prehistoria del país. La etapa formativa: de los comienzos de la vida sedentaria, hasta el desarrollo de la agricultura y de las aldeas L os datos arqueológicos disponibles actualmente, atestiguan que los vestigios culturales más antiguos de Colombia se ubican en la región andina. Sin embargo, es poco probable que las sierras y los altiplanos hayan desempeñado un papel decisivo en los desarrollos que siguen a la Etapa Paleoindia. Más bien, parece que los verdaderos orígenes culturales de las etapas siguientes tuvieron lugar en las regiones tropicales que, por la gran complejidad de sus medio ambientes, resultaron ser más propicias y estimulantes que las cordilleras o las zonas semiáridas. La costa como foco cultural Desde que, en los años cuarenta, se formuló el concepto de una extensa Etapa Formativa, subyacente a todos los desarrollos en América Nuclear, es decir, entre el norte de México y el norte de Chile, se llegó a pensar que las dos zonas de máximo avance en una época clásica - Perú 1 Bolivia y México 1 Guatemala - se habían constituido en focos culturales por sus factores internos de particulares impulsos creadores. En cambio, en el curso de la última década ha adquirido más y más aceptación la teoría de que los orígenes de las culturas más avanzadas de América se encuentren en el noroeste de Suramérica o, para ser más exacto, precisamente en las tierras tropicales colombianas al oeste de la Cordillera Oriental y en la región costanera del Ecuador. Al plantear esta teoría, se parte de la premisa de que la agricultura intensiva, así como la vida aldeana, se desarrollaron primeramente en las selvas amazónicas y que estos modos de vida se difundieron luego -hace unos 4.000 a. de C - , hacia las tierras bajas de la Costa Atlántica de Colombia y la Costa Pacífica del Ecuador. En efecto, recientes excavaciones en la hoya del río Guayas (Ecuador), han demos- Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 trado que ya antes de 3.000 a. de C. existían allí aldeas hasta con dos mil habitantes, que cultivaban maíz, yuca, y varias cucúrbitas, manufacturaban cerámica y comenzaban a organizarse en comunidades numerosas. En Colombia se han podido observar desarrollos parecidos, en una fecha similar. En varios lugares de la Costa Atlántica se han encontrado indicios de horticultura, de vida sedentaria y de tecnologías avanzadas. Es de máxima importancia anotar aquí lo siguiente: todos estos desarrollos ocurrieron aquí mucho antes que surgieran los primeros vestigios comparables en Mesoamérica o en los Andes Centrales. Parece, pues, actualmente, que fueron los territorios de Colombia y Ecuador los que crearon los impulsos que constituyeron las bases de las grandes civilizaciones americanas posteriores. En otras palabras, los orígenes del continuum Olmeca-Maya y del continuum Chavín-Inca, se supone estén en las tierras bajas del noroeste de Suramérica, y las Etapas Formativas de estos dos centros parece que estuvieron precedidas por una amplia fase de desarrollo que se puede designar como Etapa de Selva Tropical. Se puede suponer entonces, que, durante el período aproximado de 3.000 a 1.000 a. de C, Colombia, Ecuador y el Alto Amazonas formulaban la verdadera área de climax cultural del Nuevo Mundo, la cual servía de fuente cultural al Perú y a Mesoamérica, regiones que en aquel entonces eran aún marginales a la gran corriente de los desarrollos americanos. Sólo alrededor de 1.000 a. de C. estos dos centros, al sur y al norte, comenzaron a diferenciarse y tomaron sus particulares rumbos, que posteriormente culminaron en las grandes civilizaciones aborígenes del Continente. En vista de este planteamiento, es obvio que los sucesos prehistóricos, acaecidos en territorio colombiano en aquella etapa, son de un interés extraordinario, ya que no se trata de meras formas adaptativas locales, sino de una dinámica cultural cuyos procesos influyeron de un modo decisivo sobre el curso de la evolución de las sociedades indígenas en una muy extensa zona de América. Comienzos de la cerámica Ya a comienzos del cuarto milenio a. de C, aparecen en la Costa Atlántica indicios de una forma de vida bien definida, constituida por Colombia indígena, período prehispánico los indios recolectores de moluscos. En diversos sitios arqueológicos se han encontrado grandes acumulaciones de conchas marinas, entremezcladas con artefactos líticos, óseos y, lo que es más notable, con fragmentos cerámicos. El yacimiento principal fue descubierto en el lugar de Puerto Hormiga, sobre el Canal del Dique, en el departamento de Bolívar, donde se halló un gran conchero anular que contenía abundantes vestigios culturales constituidos por cerámica, litos, fogones y otros restos de ocupación humana. La fecha de 3.100 a. de C, obtenida para el estrato cultural más bajo, resultó ser la más antigua para la cerámica de todo el Continente. Los pobladores de Puerto Hormiga eran recolectores de moluscos del litoral y de los esteros cercanos y se dedicaban también a la cacería de especies pequeñas de la fauna local, así como a la recolección de recursos vegetales. Entre los artefactos líticos figuran ante todo piedras con pequeñas depresiones ovaladas, que servieron de yunques para romper semillas duras. También se encontraron varias placas de piedra arenisca y granulosa que, según se puede apreciar por las marcas de uso visibles en ellas, sirvieron de base para moler o triturar algún material relativamente blando, probablemente semillas o tallos verdes. Estos objetos, junto con las lascas de filo cortante, los raspadores, golpeadores y pequeñas manos de triturar o machacar, indican una notable dependencia de alimentos vegetales. La cerámica de Puerto Hormiga se caracteriza por sus formas sencillas globulares y por su desgrasante de fibras vegetales que se mezclaron con la greda, rasgo muy particular de su tecnología. Sin embargo, no se trata allí, de ningún modo, de una fase inicial del arte alfarero; tanto tecnológica como artísticamente, la cerámica de Puerto Hormiga atestigua ya un nivel bastante desarrollado, lo que hace suponer que los verdaderos comienzos de la cerámica se remontan a épocas aun anteriores. La última fecha de Puerto Hormiga es de 2.552 a. de C., es decir, el lugar estuvo habitado -probablemente sólo por temporadas- durante más de quinientos años, a través de los cuales se observan sólo muy pocos cambios en su composición cultural. Un complejo cerámico parecido al de Puerto Hormiga se encontró en Bucarelia, cerca de Zambrano, sobre el bajo río Magdalena, pero allí no se trata de una estación de recolectores de moluscos sino más bien de pescadores y recolectores ribereños y lacustres. 35 A Puerto Hormiga sigue cronológicamente una muy variada secuencia cultural representada, ante todo, por una serie de materiales excavados en los sitios de Monsú, Canapote y Barlovento, todos ubicados en la Llanura del Caribe. Canapote, al borde de la Ciénaga de Tesca y fechado en 1.940 a. de C., es un gran conchero, originalmente también en forma anular, que contiene los restos alimenticios y culturales de grupos de recolectores de recursos marinos. Barlovento, en cambio, ubicado más hacia el noroeste, entre el mar y la ciénaga mencionada, es un anillo de seis grandes concheros unidos por sus bases y que, como los anteriores, contienen abundantes vestigios de cerámica, artefactos líticos, fogones y pisos de conchas trituradas, que representan antiguas superficies. La fecha más antigua para Barvolento es de 1.560 a. de e, y la más reciente es de 1.030 a. de e, de manera que la ocupación de este sitio abarca nuevamente un espacio de medio milenio. La secuencia de Puerto Hormiga, Canapote y Barlovento muestra en esencia una adaptación a un ambiente del litoral y sugiere que se trataba de grupos que dependían en alto grado de la recolección de moluscos. Esta imagen, sin embargo, no se debe generalizar, pues otros yacimientos arqueológicos, algunos de ellos en las cercanías y otros en regiones más alejadas, muestran que ya en esta época los antiguos habitantes del norte del país sabían explotar muy eficazmente una gran variedad de diferentes recursos de sus ambientes ecológicos, y que ciertos grupos -aunque contemporáneos- habían desarrollado muy variados modos de subsistencia. El sitio de Monsú, por ejemplo, también situado en la región costanera, consiste en una gran acumulación, en forma anular, de desperdicios culturales; pero lo notable es que en este caso no se trata predominantemente de moluscos, sino de restos materiales de grupos que dependían en un grado muy manifiesto de recursos vegetales. En efecto, la presencia de grandes azadas indica que estos indígenas ya labraban la tierra. La secuencia excavada en este sitio consiste en tres grandes períodos: el más antiguo, designado como Monsú, es posterior al final de Puerto Hormiga; le sigue el Período Canapote, y los últimos estratos están representados por el Período Barlovento, pero por una adaptación ecológica de Barlovento que implicaba sólo pocos moluscos. 36 Vale la pena explicar aquí, brevemente, la estructura estratigráfica de este yacimiento arqueológico. Parece que originalmente el sitio de Monsú estaba localizado sobre una playa arenosa de un río selvático. Hallamos en este estrato basal los vestigios de gruesos horcones de madera que sugieren una con~trucción de ~l~ta ovalada de grandes dimensiOnes. La ceramica asociada a este estrato inicial, a grandes rasgos se ubica entre el Período de Puerto Hormiga y el de Canapote, pero, en cambio, no se parece en nada a la de aquel primer complejo alfarero; dicha cerámica representa una tradición diferente, sin desgrasante vegetal, y sus motivos decorativos geométricos se trazaron con anchas y muy profundas líneas incisas;, ~o exis_ten aquí los característicos adornos plasticos bwmorfos de Puerto Hormiga o Bucarelia, y, en cambio, se observan modos decorativos que sugieren otras múltiples tradiciones e influencias. Lo mismo se observa en el Período Canapote, que se superpone al de Mon,sú y donde no ~ólo aparecen las categorías ceramicas establecidas para el sitio-tipo de la Ciénaga de Tes~a, sino donde, además, se añade ahora una multitud de nuevos elementos que demuestran que se tt:ata de ~a época en que ya existían las más variadas. ~adi­ ciones cerámicas. El período final del sitiO de Monsú está constituido por un complejo cerámico estrechamente emparentado con Barlovento, pero que está muy poco asociad_o c?n la recolección de moluscos, y en cambiO SI con restos de pescados y de la fauna te~estre d~ ~a región. A través de toda la secuencia del sitio de Monsú se hallaron grandes y pesadas azadas hechas del reborde grueso de una gran concha marina (Strombus gigas). Estas azadas aparecen en dos formas: la una, algo más liviana y angosta lleva un fmo filo curvo que puede haber sido utilizado para cortar materiales relativamente blandos, tales como madera o fibras vegetales; la otra, pesada y burda, muestra en el filo un desgaste astillado que sólo puede hab~rse producido al usar la azada para cavar la tierra. Los testimonios hallados en Monsú demuestran que en el tercer milenio a. de C. los pobladores de las tierras bajas tropicales de la llanura del Caribe y del bajo Magdalena habían logrado formas muy variadas y ~uy efi~ientes de adaptación a los diversos medio ambi~n~es: marino ribereño lacustre, sabanero, selvatico, etc. Además, la~ azadas indican dos posibles formas de uso: las de filo cortante podrían haber Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 sido empleadas para sacar el almidón del interior de los troncos de ciertas palmas, mientras que las más pesadas y romas sugieren su emple? _en la horticultura. Y a que no encontramos ~dicios del cultivo del maíz entre el polen recogido, y en las excavaciones están ausentes las piedras y manos de moler, parece que se trata del cultivo de la yuca y de otras raíces. En Monsú se encontraron varios entierros secundarios que consistían en algunos fragmentos de cráneos y de huesos largos, depositados en un pozo irregular, debajo del piso, en la misma zona de los fogones. Huesos humanos desarticulados se hallaron en la basura y sugieren prácticas de canibalismo. Se deb~ hacer resa~tar un aspecto importante de Monsu, que consiste en que ya en los estratos basales se _observa una gran variedad estilística en la cerámica. Las formas son sencillas y globulares, pero los modos de decoración y los detalles tecnológicos son muy variados y, por cierto, hay que repetir que no muestran ninguna semejanza con la cerámica de Puerto Hormiga. Ello reafirma lo dicho arriba: la gran variación en las tradiciones cerámicas hace suponer que el origen del arte alfarero se remonta a una época muy anterior a la de los comienzos de Puerto Hormiga y que la Costa Atlántica de Colombia fue en el cuarto milenio a. de C. una zona de importantes desarrollos tecnológicos, económicos y artísticos. Todo ello viene a reforzar la teoría de los orígenes culturales en las tierras bajas tropicales, en este caso en las de la gran Llanura del Caribe y del medio y bajo río Magdalena. La selva tropical húmeda que, en aquel entonces, se combinaba con el ambiente lacustre de ciénagas, pantanos y esteros que se extienden hacia el bajo Cauca, los ríos San Jorge y Sinú, hasta el Golfo de Urabá, parece haber sido un gran foco cultural. La secuencia Puerto Hormiga/Monsú/Canapote/Barlovento constituye un eje fundamental en la prehistoria de Colombia, no sólo porq~e forma una escala cronológica detallada y continua que abarca desde 3 .1 00 a. de e, sino, ante tod~, porque representa una se~uencia de de~a­ rrollo cultural que, por sus vanadas caractensticas, adquiere una importancia que va mucho más allá de la Costa Atlántica colombiana. Para poder apreciar plenamente esta afirmación, debemos colocar nuestra secuencia dentro de un contexto prehistórico más amplio y referirnos a ciertos hechos de las décadas pasadas. Colombia indígena, período prehispánico En 1956 se encontró en la Costa del Ecuador el yacimiento denominado Valdivia, constituido por acumulaciones de conchas marinas mezcladas con fragmentos cerámicos, y se les asignó una fecha de 3.200 a. de C. Los descubridores de esta cultura preshistórica llegaron a la conclusión de que la cerámica de Valdivia y, con ella, la de América, era de origen japonés (Período Jomon Medio, de 5.000 a 3.000 a. de C.) y que ésta había llegado por navegación transpacífica a la costa ecuatoriana, donde fue adoptada por los aborígenes americanos que, hasta entonces, no tenían ningún conocimiento de la alfarería. Valdivia sería, entonces, el foco de difusión de la cerámica que, de allí en adelante, se habría dispersado por todo el Continente. Esta difusión, sin embargo, no se habría efectuado por comercio directo: lo que se habría difundido sería un estímulo, es decir, el conocimiento de una invención tecnológica, de modo que, según los arqueólogos descubridores, la cerámica de Valdivia en sí quedaría limitada a una pequeña zona de la Costa Pacífica del Ecuador. Los mismos investigadores hallaron, además, otro complejo cerámico cerca de Valdivia, denominado Machalilla, que fue fechado en 1.500 a. de C. y al cual también atribuyeron un origen japonés. Machalilla, asimismo, tendría una distribución muy limitada en el Ecuador, pero sus técnicas y formas se habrían difundido ampliamente. Cuando cinco años más tarde se descubrió Puerto Hormiga, los arqueólogos de Valdivia opinaban que se trataba apenas de una derivación cultural del Ecuador hacia Colombia y que la cerámica de Puerto Hormiga era una derivación de aquella que se decía ser originaria del Japón. Aunque algunos arqueólogos se preguntaron cómo, exactamente, los japoneses del Neolítico habrían podido efectuar semejante travesía de más de 8.000 millas náuticas, e introducir, al cabo de ella, un complejo cerámico tan variado y tan adelantado como el de Valdivia, los hallazgos ecuatorianos no dejaron de producir una profunda impresión en los círculos de expertos. Con el descubrimiento de Valdivia, el problema del origen de la cerámica prehistórica del Nuevo Mundo y, lo que es más, de todo lo que este hecho significa para el desarrollo cultural del Continente, parecía resuelto entonces. En los últimos tiempos, sin embargo, se ha producido un nuevo viraje en el rumbo de las investigaciones y en la interpretación de los 37 hallazgos. Los materiales de Valdivia fueron revisados y, junto con los resultados de nuevas excavaciones, se demostró que, en primer lugar, debajo de los estratos de Valdivia yacían otros complejos cerámicos más antiguos aún y, en segundo lugar, que alrededor de 3.500 a. de C. ya los indígenas de aquella región no sólo cultivaban una raza muy evolucionada de maíz, sino que vivían en grandes aldeas permanentes y sus habitaciones se agrupaban alrededor de una construcción de carácter ceremonial. A eso se añadió que la cerámica de Valdivia no resultó ser tan única como se había supuesto. En efecto, en Colombia, a lo largo del río Magdalena, se encontró cerámica de tipo Valdivia, y la cerámica de tipo Machalilla se halló asimismo, en varias localidades de la Costa Atlántica. En la actualidad, las recientes excavaciones en el Ecuador han demostrado que la cerámica no aparece abruptamente sino de un modo gradual, dejando suponer que sus orígenes se remontan a fechas aún más tempranas y a un foco de dispersión que aún se desconoce. Quedó, así, descartada la teoría del origen japonés de la cerámica americana. En vista de todas estas consideraciones, el centro de intereses se está trasladando de nuevo a Colombia y sobre todo a la zona de la Costa Atlántica. Aquí caben algunas observaciones que ayuden a aclarar los motivos que hacen pensar en que aquella región de Colombia haya sido un antiguo foco cultural de gran importancia. La Llanura del Caribe, con sus lagunas y esteros, sus ríos y colinas, forma un habitat muy propicio para culturas simples que disponen apenas, de un inventario tecnológico limitado. La Costa Atlántica no es tanto "tierra maicera" como lo serían los valles y vertientes de la región interandina-, sino que es, en esencia, una región propicia para el cultivo de raíces, la explotación de palmas, para la pesca, la cacería de presas menores y para la recolección de moluscos. Las lagunas, los esteros y las playas ofrecen recursos muy abundantes de proteínas, no sólo en forma de moluscos y peces sino también de reptiles. Aunque en lo que se refiere a los suelos y al clima prevalente se observan pocas diferencias fundamentales de una región a la otra, el ambiente de la Llanura del Caribe ofrece un crecido número de sistemas ecológicos contiguos, todos muy ricos en recursos: las playas, las sabanas, el ambiente lacustre, el ribereño, los bosques y otras zonas más. En realidad, en ninguna otra Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 38 región del país se combinan tantas y tales ventajas, a las que se pueden añadir las de los suelos arenosos fáciles de trabajar con herramientas rudimentarias, un clima benigno, y un régimen de lluvias muy adecuado para el cultivo de la yuca y de otras raíces. También se trata allí de una región donde hay gran abundancia de palmas, muchas de las cuales contienen almidón comestible en sus troncos o cargan frutos de gran valor nutritivo. Es precisamente en este tipo de ambiente tropical donde se puede suponer que se haya iniciado la horticultura, tal vez en las riberas inundadizas del bajo Magdalena, en las orillas de las lagunas o cerca de los grandes esteros del litoral. En vista del gran número de sistemas fácilmente explotables, sería entonces erróneo creer que los grupos humanos de determinada época se hubieran dedicado exclusivamente a aprovechar una sola fuente de recursos; por ejemplo, que hubiera habido grupos de orientación estrictamente marítima; otros de orientación sólo lacustre y otros aún de orientación sólo ribereña o sabanera. Según todos los indicios, existía una muy evidente fluctuación en los modos de subsistencia, pues tanto los peces como las aves, los reptiles, los roedores y aun los moluscos marinos, migran localmente en ciertas épocas; hay épocas de abundancia de tortugas o caimanes, y otras de escasez de frutas silvestres. Todo esto influye sobre el tamaño, el sedentarismo y la tecnología de los grupos humanos que, con la ayuda de técnicas poco diferenciadas, se adaptan a un gran número de medios y participan en una amplia gama de recursos. Parece, entonces, que entre el cuarto y el primer milenio a. de C. la Costa Atlántica y el bajo Magdalena desempeñaron un papel fundamental en lo que se refiere a la creación y adaptación de pequeños sistemas hortículos y el establecimiento de la vida aldeana. Es curioso observar que muchos sitios muy antiguos, del continuum Puerto Hormiga/Barlovento, tienen un plano anular y que el centro del círculo carece de desperdicios culturales. Eso hace pensar que esta forma, por cierto muy antigua también en otras partes del Continente, tenga alguna relación con la organización social o religiosa de los habitantes, o que se trate de un círculo gnomónico. La importancia de fijar fechas y estaciones, para anticipar la maduración de frutas silvestres, la migración de los animales de presa, o de otros ciclos biológicos, sería en- tonces la base para un futuro calendario agrícola. De esta manera, los círculos de conchas pudieron haber sido, tal vez, las primeras construcciones de carácter ceremonial. Lo dicho arriba se refiere casi exclusivamente a la Llanura del Caribe; en efecto, las manifestaciones culturales representativas de la secuencia Puerto Hormiga/Monsú/Canapote/ Barlovento, se encuentran desde el Golfo de Urabá hasta la Baja Guajira y suben el río Magdalena por lo menos hasta la región de El Banco y la Laguna de Zapatosa, extendiéndose en una ancha franja sobre las tierras bajas de esta inmensa región. En el interior del país no se dispone aún de datos arqueológicos, lo que, desde luego, no indica de por sí la ausencia de vestigios de esta etapa prehistórica. Es muy posible que en algunas regiones tales como el alto Magdalena, el Valle del Cauca o en algunas zonas de Cundinamarca, se hayan desarrollado pequeños enclaves que, eventualmente, ya en el segundo milenio a. de e, adoptaron el cultivo del maíz, junto con una horticultura mixta, de la cual ulteriormente se constituyó un complejo andino de plantas alimenticias, incluyendo la papa. Pero las grandes ventajas ecológicas, para la Etapa Formativa, de la Llanura del Caribe, dificilmente se podrían superar, y es allí donde se concentra una dinámica cultural que durante largas épocas constituye una fuerza de gran intensidad y alcance. Vida aldeana Al terminar el segundo milenio a. de C se encuentran en la Llanura del Caribe vestigios de una vida aldeana ya bien defmida y caracterizada por un gran número de rasgos culturales propios. El sitio de Malambo, ubicado al borde de una laguna al sur de Barranquilla, cerca de la orilla occidental del río Magdalena, ejemplifica esta nueva forma de adaptación. En una época fechada en 1.120 a. de e, aparece en Malambo, una población ribereña y sedentaria. La cerámica es mucho más rica en formas que la de los períodos precedentes, y entre estos vestigios se observa gran número de fragmentos de grandes platos planos (budares) que, por lo general, se pueden considerar como indicadores de la preparación del cazabe, el pan hecho de harina de yuca. Aunque los habitantes de Malambo entonces eran todavía pescadores y se Colombia indígena, período prehispánico 39 dedicaban ocasionalmente a la caza, su base de cierto muy adecuado para el cultivo de raícessubsistencia, según parece, fue el cultivo de la las orillas de las lagunas y ciénagas ofrecen tieyuca. Es de interés, anotar que la cerámica de rras aluviales húmedas, en buena parte auto-irriMalambo se relaciona en ciertos detalles con la gadas por las crecientes anuales de los grandes de varios yacimientos de Venezuela, notable- ríos. Las condiciones básicas para que se desamente con el de Barrancas, lugar sobre el bajo rrolle una agricultura más eficiente son, pues, río Orinoco que estaba poblado en una fecha aquí, mucho más propicias y permiten una exsimilar a la de Malambo. La cerámica de Malam- perimentación más amplia, sobre todo con planbo, como la de Barrancas, se caracteriza por la tas que no se reproducen vegetativamente sino firmeza de las anchas líneas incisas, que delimi- por semillas. tan los contornos de los elementos modelados, La lenta retirada del litoral es significativa. y po! otros rasgos que forman su estilo muy Los indios de la Costa Atlántica parece que propiO. nunca tuvieron una orientación manifiestamente Con Malambo se inicia una larga secuencia marítima; no fueron grandes navegantes que hude formas culturales que luego se extienden so- bieran emprendido largos viajes de exploración bre toda la Llanura del Caribe. Viene la pauta o de comercio, sino que más bien se limitaban de poblaciones establecidas en las orillas de las a una navegación costanera y fluvial. La postegrandes lagunas de los ríos Magdalena, Sinú y rior concentración en las orillas de las lagunas algunos otros, es decir, se trata de un alejamiento y de los grandes ríos llevó entonces consigo una del mar y de los esteros, de una tendencia hacia reorientación hacia el interior del territorio, souna vida lacustre, con una manifiesta dependen- bre todo siguiendo los valles del Magdalena y cia de los recursos de los bosques secos o de del Cauca, y condujo así, luego, a un contacto las cadenas de colinas adyacentes a las lagunas. con otras culturas de las selvas húmedas tropicaEsta reorientación en la pauta de asentamiento les que, probablemente, estaban aún bastante no implica de ningún modo un cambio en la relacionados con los desarrollos en las hoyas cantidad o en la accesibilidad de las diversas del Amazonas y del Orinoco. zonas microambientales de abastecimiento en Ejemplos para esta etapa cultural lacustre las cuales participa la población, pues se trata y ribereña, en la Llanura del Caribe, son abudande zonas que ya habían conocido y para cuya tes y se encuentran nuevamente desde el Golfo explotación ya existía entonces una tecnología de Urabá hasta la Guajira y las hoyas de los ríos adecuada. Lo que sí se modifica son ciertos Ranchería y Cesar. Un yacimiento arqueológico aspectos cualitativos de la subsistencia. En pri- de especial importancia es Momil, ubicado en mer lugar, la fauna utilizada del ambiente marí- la orilla nororiental de la Ciénaga Grande, en timo y litoral (peces, grandes tortugas de mar, el bajo río Sinú. La densa y muy profunda acumoluscos, crustáceos) es remplazada ahora por mulación de desperdicios constituidos de ceráuna fauna de agua dulce, en la cual predominan mica, piedra, hueso y concha, atestigua un largo reptiles (tortugas de río y de tierra, cocodrilos período de ocupación humana en el perímetro y caimanes, iguanas y lagartos), mamíferos de una antigua aldea, situada en una zona plana grandes como el manatí, la danta y el venado, entre el borde de la laguna y una cadena de leves peces de los ríos y de las lagunas, así como colinas. El análisis de los abundantes vestigios moluscos lacustres (ostras, almejas) y caracoles culturales (se excavaron más de 300.000 fragde tierra. El aprovechamiento de un nuevo recur- mentos de cerámica) no deja duda alguna acerca so, por cierto muy importante, parece que haya del notable nivel de eficiencia que los habitantes producido en aquella época una fuerte influencia aborígenes habían logrado en aquella época. sobre la estabilidad de las aldeas, a saber, las Durante la primera mitad de la secuencia de migraciones de las diversas especies de peces. Momil, fechada para sus comienzos en unos 170 Varias especies marinas (juruel, róbalo, corbi- años a. de C, se cuenta con cantidad de fragnata y otras) buscan periódicamente las ciénagas mentos de grandes platos, que indican el cultivo para desovar y suben entonces por los ríos, en de la yuca; una prueba adicional al respecto cantidades enormes. En segundo lugar, en los consiste en la multitud de pequeñas esquirlas o sitios de asentamiento la calidad de las tierras astillas puntiagudas de piedra muy dura, que cambia notablemente, pues en lugar de los para- probablemente estaban incrustadas en tablas que jes arenosos y algo desecados del litoral -por servían de rallos, instrumentos que aún hoy en 40 día se pueden observar entre muchos indígenas tribales de Guainía y Vaupés, y que son esenciales en la preparación de las raíces. Junto con estos indicios de agricultura se encontraron huesos de mamíferos, aves acuáticas y reptiles, notablemente miles de fragmentos del carapacho de tortugas de agua dulce, todo lo cual indica que la principal fuente de proteínas fue la laguna y sus alrededores. Durante este período se observa una cerámica muy variada en formas, motivos decorativos y técnicas de manufactura, como lo son las vasijas de silueta compuesta, los recipientes de base anular y una multitud de otras formas. Predomina la decoración incisa, y sus diferentes modos permiten gran elaboración y efectos estéticamente muy atractivos. La segunda y, cronológicamente, más reciente mitad de la secuencia de Momil, muestra un cambio muy significativo, ante todo en lo que se refiere a las bases de subsistencia de los antiguos habitantes del lugar. Al paso que va disminuyendo la cantidad de grandes platos del tipo de budares, abruptamente hacen su aparición los grandes metales y manos de moler, es decir, elementos indicativos del cultivo del maíz. En la primera parte de la secuencia no hay pruebas claras del cultivo de semillas, pero en la segunda parte se encuentra, además de las piedras de moler, cierta cantidad de pequeños platos de cerámica, probablemente para preparaciones a base de maíz, así como grandes tinajas que pudieran haber servido para guardar la chicha. Estas observaciones dan a pensar que Momil, y todo el período cultural de que forma parte, es representativo de la transición del cultivo de raíces al cultivo de maíz. Un paso tal, naturalmente, no implica sólo el remplazo de un alimento básico por el otro, sino que consiste principalmente, en un cambio total de procedimientos agrícolas, a saber, del paso de la reproducción vegetativa, es decir, la siembra de un tallo, a la reproducción por semillas y todo aquello que implica en términos de conocimientos de suelos, de la selección de semillas, de los ciclos de crecimiento, de su relación con la periodicidad de intensidad de las lluvias y muchos factores más. El maíz se había dicho que se domesticó inicialmente en México, donde unos 2.000 a. de C. formaba ya la base de la subsistencia aldeana; pero, según los datos recientes, fue en el norte de América del Sur, en las regiones tropicales húmedas, donde se cree que ya alrededor del año 3. 000 a. de C. se logró por primera vez un alto rendimiento de este cultivo La yuca, por cierto, es originaria de las tierras bajas del oriente de Suramérica y fue domesticada allá en épocas aún más antiguas, para extenderse luego a través de los Andes hacia la región noroccidental, es decir, a Colombia. Como ya subrayamos en otras ocasiones, la importancia cultural de la Costa Atlántica y de los grandes valles interandinos del país es fundamental para los desarrollos posteriores en Mesoamérica y en el Perú, y todo parece sugerir que la Llanura del Caribe fue un centro de creación y difusión de gran alcance. La hipótesis de una secuencia yuca/maíz en Momil se encuentra reforzada por algunas observaciones adicionales. En primer lugar, la presencia de grandes piedras de moler está acompañada por la introducción de varios rasgos nuevos que son muy sugestivos de influencias mesoamericanas, como, por ejemplo, vasijas con rebordes basales, trípodes, soportes huecos mamiformes y silbatos en forma de pequeñas aves. Parece que el maíz fue introducido como un complejo plenamente desarrollado, junto con una serie de nuevas formas cerámicas. En segundo lugar, en Venezuela también se han encontra_do indicios que sugieren esta misma secuenc1a. Aquí cabe la pregunta de por qué el cultivo del maíz se introdujo en la Llanura del Caribe en una fecha relativamente tardía. Parece que la contestación está, en parte por lo menos, en la suposición de que las necesidades nutricionales de los primitivos aldeanos se veían satisfechas por una combinación de tubérculos ricos en almidón y de proteínas, más las grasas obtenidas de la fauna de los ríos y de las lagunas; en este caso, el maíz tal vez no constituía un alimento especialmente deseable. Sin embargo, el crecimiento demográfico y la eventual disminución de las fuentes de proteínas pueden haber llevado a la aceptación de este grano. Otro motivo para admitir, al parecer de súbito y en fecha tardía la introducción del cultivo del maíz, puede encontrarse en un evidente cambio climático ocurrido en las tierras bajas de la Costa Atlántica. Alrededor de 700 a. de C., el clima, hasta entonces seco y continental, se volvió más húmedo a consecuencia de un aumento de lluviosidad. Es posible que este hecho hubiera producido condiciones más favorables para la introducción de este cultivo. Colombia indígena, período prehispánico Las consecuencias sociales de un tal incremento en producción de alimentos, debido al cultivo del maíz, fueron desde luego muy notables. En cierto modo, el paso de una horticultura de raíces a una de semillas constituye un punto crucial en el desarrollo de la organización social de la comunidad, pues significa nada menos que el cambio de una sociedad esencialmente igualitaria a una sociedad jerárquica. Las raíces tales como la yuca, no pueden almacenarse largo tiempo; por un lado, deben consumirse lo más pronto después de haberse sacado de la tierra, y, por otro lado, se dañan si se dejan enterradas por demasiado tiempo. El horticultor de raíces y el pescador de las lagunas no pueden fácilmente acumular un excedente de alimentos y almacenar éstos para su consumo futuro. El agricultor de maíz, en cambio, se encuentra en una posición muy favorecida: con dos cosechas anuales y con un esfuerzo fisico muy limitado puede obtener una gran cantidad de granos que son fáciles de almacenar, de preparar para su consumo y que, además constituyen un valioso artículo de comercio. En Momil se observan rasgos que indican cierto grado de especialización artesanal. Además, se notan diferencias de calidad enlosadornos personales tales como cuentas de collar y otros pequeños artículos de lujo. Es posible pues, que Momil vio, tal vez no los comienzos, pero sí en su fase desarrollada, un muy notable incremento de una estratificación social y de un lento advenimiento de un grupo de dirigentes y de especialistas en artes y oficios. En Momil se encuentra una serie de actividades rituales que por primera vez permiten reconocer algunos aspectos ideológicos que posteriormente se expresan en muy diversas formas. Así, a través de toda la secuencia se hallaron pequeñas figurinas de barro, generalmente femeninas, que, de ahí en adelante, comienzan a formar parte integral de muchas culturas prehistóricas del país. Es posible que estas figurinas, algunas de las cuales representan mujeres embarazadas o personas enfermas, se relacionaban con ritos de fertilización o de la curación de enfermedades. Hay además, un voluminoso complejo de pequeños artefactos que parecen haber sido utilizados en actividades chamanísticas, muy probablemente relacionadas con el uso de drogas narcóticas. Se trata de diminutos recipientes, de minúsculos banquitos zoomorfos, delgados tubos de arcilla, cascabeles, silbatos y 41 otros objetos. Hay pequeñas representaciones felinas y adornos modelados que sugieren un concepto de dualismo. Que la gente de Momil practicaba la antropofagia, está atestiguado por el hallazgo de algunos huesos humanos desarticulados, dispersos en la basura casera. Aunque no se encontraron objetos metálicos en Momil, es muy probable que en aquella época ya se conocía la orfebrería. En un extenso sitio arqueológico en Ciénaga de Oro, donde se excavó un complejo cultural emparentado con Momil, se encontraron algunas pequeñas cuentas tubulares de laminillas de oro martilladas, y objetos similares se han hallado en varios sitios relacionados con Momil. Manifestaciones arqueológicas comparables con Momil existen en toda la Costa Atlántica. Entre el Golfo de Urabá y la hoya del río Sinú, es decir, en las regiones de los ríos Mulatos, San Juan y Canalete, se encuentran yacimientos más o menos extensos, a veces muy profundos, que muestran afinidades con la secuencia arriba descrita. Sobre las lagunas del río San Jorge y luego sobre toda la ancha región del bajo río Magdalena, se hallan estos sitios, a veces dispersos en las orillas de lagunas y caños, en ocasiones concentrados en ciertas zonas, como es el caso en las regiones de El Banco, de Zambrano o de Calamar. A veces estos complejos arqueológicos se localizan en las faldas de colinas o pequeñas serranías, fenómeno que lentamente introduce una nueva pauta de asentamiento. En efecto, la frecuencia con que, en estos sitios, se encuentran grandes piedras y manos de moler, demuestra que la agricultura del maíz se está desarrollando más y más, hecho que lleva a nuevas formas de adaptación. Al este del río Magdalena se localizan culturas no directamente emparentadas con Momil pero sí coetáneas y relacionadas entre sí por muchos detalles estilísticos y tecnológicos. En todo el valle del río Ranchería se encuentran sitios que forman parte de una secuencia de complejos agrícolas sedentarios caracterizados por cerámica pintada, cerámica negra, figurillas antropomorfas huecas y gran variedad de formas nuevas como, por ejemplo, tetrápodes y grandes bandejas planas. De acuerdo con los sitios principales donde se determinaron estratigráficamente estas tipologías, la principal secuencia del río Ranchería se designa (de temprano a tardío) como El Horno/La Loma/Portaceli, y forma otro eje, otro jalón, por decir así, que 42 fija una serie de fases de desarrollo en estas culturas agrícolas aldeanas, cuyos nexos inmediatos se extienden luego a través de la Guajira y la Sierra de Perijá hacia el occidente de Venezuela. En dirección al sur, es decir, en la hoya del río Cesar y luego subiendo hacia el Magdalena Medio, sigue observándose la influencia de estas mismas culturas, aunque con algunas modificaciones. La cerámica pintada continúa, pero al lado de ella se forman varios estilos de decoración incisa o modelada que se constituyen en complejos muy característicos para gran parte de la hoya del río Magdalena. Mientras que en la Llanura del Caribe se conocen muchos sitios arqueológicos relacionados con una serie de columnas estratigráficas establecidas para Momil, Zambrano, el río Ranchería y otras regiones de alta concentración de vestigios prehistóricos, que nos permiten seguir los procesos culturales que llevaron a la vida agrícola aldeana, hay sólo muy pocos datos sobre el interior del país. Sabemos que alrededor de 500 a. de C. existían comunidades sedentarias en la región de San Agustín, en el alto Magdalena, pero no conocemos sus características. Una cerámica toscamente incisa aparece en la Sabana de Bogotá y en algunas otras partes de los altiplanos en los últimos siglos a. de e, pero no se tienen aún suficientes datos para establecer un contexto cultural que nos permita apreciar estos desarrollos en las cordilleras y los valles interandinos. Es más factible entonces, relacionar los complejos culturales costeños tales como Momil, con las manifestaciones coetáneas que se han descubierto en países vecinos. Así, por ejemplo, las relaciones con el Formativo Tardío de Meso y Centro América son bastante evidentes; en Mesoamérica los parentescos de Momil se extienden hasta el sitio de Morett, en la Costa Pacífica de Colima (México), donde, entre 400 y 300 a. de C., se habían desarrollado complejos culturales muy similares que, por su lado, se relacionan con culturas coetáneas del litoral centro y suramericano, hasta el Ecuador. En Costa Rica, el complejo de El Bosque, ubicado en la vertiente atlántica, muestra estrechas afmidades con Momil. Gran número de rasgos muy característicos de Momil, como por ejemplo los rodillos y sellos, los silbatos omitomorfos, soportes abombados y rebordes basales, indican parentescos mesoamericanos. Por cierto, hay que tener muy en cuenta al respecto que los orígenes de Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 la cerámica mesoamericana son suramericanos (Colombia-Ecuador) y que los desarrollos subsiguientes de la alfarería no son unilineares, sino que en éstos se entrelazan muchas tradiciones locales, que, con el tiempo se difundieron en diversas direcciones. Una región del país donde, durante los últimos siglos a. de C., se nota una profunda influencia procedente de Mesoamérica, es el extremo sur de la Costa Pacífica donde, en la zona de Tumaco y en los cursos bajos de muchos de los ríos vecinos (río Mataje, río Mira y otros), se encuentran yacimientos arqueológicos que contienen cerámicas de tipo mesoamericano. Parece que se trata de pequeñas colonias, inicialmente establecidas por grupos migratorios navegantes, que se extendieron hacia la costa del Ecuador, donde dieron impulso al Período JamaCoaque (ca. 500 a. de C. a 500 A.D.). Ya que las condiciones climáticas de la Costa Pacífica colombiana no eran favorables para un tradición cultural que se había formado en un medio ambiente muy diferente, los principales vestigios de estas influencias externas se hallan en el Ecuador y sólo en ocasiones se observan en algunas regiones de la costa del departamento de Nariño. Una gran acumulación de basuras y pisos de habitación se encontró en las riberas del río Mataje, y consiste en una secuencia que abarca unos cuatrocientos años, de 400 a. de C, hasta 10 A. D.; obviamente, se trata de una extensión septentrional del Periodo Jama-Coaque. Aunque por lo inhóspito de la Costa Pacífica colombiana estas culturas de origen mesoamericano no florecieron y tuvieron que desplazarse más hacia el sur, donde las condiciones ecológicas eran más propicias, es muy probable que en el medio milenio antes del comienzo de nuestra era, ciertas influencias mesoamericanas procedentes de la Costa Pacífica penetraron hacia el oriente y llegaron al interior del país, tal vez subiendo por el río Patía, el Calima y otros. Por cierto, también es un hecho que en aquellos siglos se hicieron notar influencias peruanas que se extendieron hacia el norte, sea por la costa o sea por vía andina, al penetrar a N ariño y al Macizo Central. Al resumir este capítulo debemos destacar que el último milenio a. de C. se caracteriza ante todo, por el poblamiento gradual de las faldas de los valles interandinos. El desarrollo del cultivo del maíz permitió a los pobladores Colombia indígena, período prehispánico -hasta entonces ribereños y dependientes de una combinación de recursos acuáticos y de su agricultura de raíces- retirarse de los ríos y extenderse sobre las laderas del sistema andino. Al ocupar tierras tan accidentadas, siempre en búsqueda de regiones propicias para su cultivos, los grupos tribales, que antes habían vivido en buena parte en aldeas nucleadas, se dividieron en unidades sociales más pequeñas. La penetración o colonización de las cordilleras llevó a una manifiesta descentralización y, por consiguiente, a nuevas formas de adaptación que se caracterizan por su diversidad, su notable regionalismo y su elaboración de instituciones económicas, sociales y religiosas. El advenimiento de Jos cacicazgos E n el milenio que precede el comienzo de la era cristiana -en algunas zonas tal vez ya antes- se operó en Colombia un paso fundamental en el desarrollo cultural de muchas agrupaciones indígenas. Se trata de la transición de la sociedad igualitaria tribal a la sociedad jerárquica señorial. Designamos estas nuevas formas sociales con el término de cacicazgos y observamos en sus diversas manifestaciones un fenómeno cultural que se prolongó a través de varios miles de años, hasta la conquista española. Los cacicazgos forman un tipo de organización que perduró hasta la época histórica y así es posible combinar, para su definición y análisis, los datos arqueológicos con los relatos de los cronistas de los siglos XVI y XVII. Concepto de cacicazgo El concepto de una etapa cultural de cacicazgos (o señoríos, como también se pueden designar) surgió hace ya algunas décadas, al examinarse los niveles de desarrollo de ciertos grupos indígenas de América Central, las Antillas Mayores, los Andes Septentrionales y de algunas otras regiones suramericanas, y fue elaborado y refmado con datos referentes a sociedades aborígenes del sureste de los Estados Unidos, de Mesoamérica y de Polinesia. De estos análisis se puede abstraer un modelo que debemos describir aquí brevemente, ya que los problemas de los orígenes y características específicas de esta etapa cultural constituyen un aspecto teórico sumamente interesante en la prehistoria colombiana. 43 El modelo de cacicazgo muestra una combinación de ciertos rasgos que hacen de las sociedades de esta etapa un conjunto fácilmente diferenciable, tanto del nivel tribal que les precede (o que se desarrolla al margen de éste), como del nivel estatal que les sigue. El aumento de la población producido por la creciente eficacia en el aprovechamiento de los recursos ambientales, especialmente los agrícolas, llevan a una mayor complejidad social; esta complejidad se expresa en una acentuada jerarquización social, caracterizada por la desigualdad tanto de individuos como de grupos enteros. Se instituye el señorío, junto con un sistema de linajes y de prerrogativas, generalmente hereditarias; alrededor de esta jefatura surge un grupo de familias de alto rango que ejercen los controles sociales, económicos y religiosos. La gradación de rango lleva entonces al fenómeno de "clanes cónicos" y, a través de ellos, a sociedades piramidales de ancha base, sobre la cual se estructura el escalonamiento, a lo largo de varios estratos, hasta culminar en la persona del cacique. Las motivaciones para este cambio fundamental en la estructura social se cree que estén, ante todo, en el desarrollo de nuevas formas económicas que hicieran necesario un sistema de controles más formales. Mientras que en las sociedades tribales, de carácter segmentario e igualitario, el principio económico básico fue la reciprocidad, ahora la agricultura sistemática y altamente productiva en ciertas zonas, hace necesaria la redistribución, tanto de productos de subsistencia como de los eventuales excedentes. Esta redistribución tiene que organizarse y coordinarse del modo más expedito, y este proceso necesariamente se efectúa por parte de individuos y sus familias, lo cual conduce así a la formación de incipientes centros administrativos (de depósitos, mercados, tribus, etc), donde se planifica la repartición de los recursos, junto con el cobro de contribuciones individuales. Es un punto fundamental la necesidad de imponer un sistema de redistribución cuando los grupos humanos comienzan a establecerse en regiones de gran diversidad fisiográfica y biótica, ya que un tal medio lleva a una insistente especialización ecológica y desaparece así la antigua autonomía de subsistencia, tan característica de la vida en regiones de poca variación fisiográfica y climática. Una característica de los cacicazgos es la diferenciación y especialización de los grupos 44 sociales en administradores políticos, chamanes y sacerdotes, artesanos y comerciantes, guerreros, y otros más. La pauta de asentamiento es de grandes aldeas nucleadas y en sus alrededores pequeños poblados satélites. Las actividades religiosas se institucionalizan bajo estamentos sacerdotales en centros ceremoniales, generalmente en la población principal, y se establece el culto de divinidades específicas. La defensa de las tierras de alto rendimiento agrícola o de otros recursos importantes, conduce a la institución de guerras endémicas, con los fenómenos concomitantes de alianzas militares, la construcción de fortificaciones, y la movilidad social vertical por valentía. Hay un gran ímpetu en desarrollar las relaciones comerciales con regiones vecinas y alejadas, y figuran prominentemente los artículos suntuarios. Se institucionalizan los mercados y hay obras públicas ejecutadas por una fuerza laboral numerosa. Veremos ahora cómo se puede aplicar este modelo a la situación prehistórica colombiana. En los siglos que preceden el comienzo de nuestra era, se observa en muchas partes del país un evidente cambio en la pauta de asentamiento. Encontramos ahora una pauta de pequeños núcleos de casas, a veces aun de viviendas aisladas y dispersas alrededor de un pequeño poblado, que se van alejando de los grandes ríos y que ocupan las colinas o algunas planadas naturales en las faldas montañosas. Siempre ubicados cerca de algún pequeño curso de agua, pero, por lo demás, ya a considerable distancia de las tierras ribereñas y pantanosas bajas, estos sitios son testimonio de la existencia de agrupaciones dedicadas al cultivo del maíz en las faldas aledañas. Los sitios se distinguen generalmente por ciertos rasgos bien defmidos: una o varias casas cuyas plantas ovaladas o circulares están marcadas por medio de algunas piedras, ocupan un pequeño plano o "patio", a veces cavado en la ladera y relleno por el lado de la pendiente. Varios grandes metates y manos de moler forman parte prominente del conjunto de artefactos usados en la economía casera, lo mismo que un crecido número de manos de machacar y triturar, de raspadores, golpeadores y otros artefactos líticos burdos que sirvieron en la preparación de los alimentos. Son características las pesadas hachas (¡no azadas!) de piedra pulida y manufacturadas en un material de grano denso. Los complejos cerámicos contienen ahora vasijas antropomorfas que llevan una cara humana sobre el Nueva Historia de Colombia, Vol. I cuello cilindrico o abombado del recipiente; hay vasijas de base anular más o menos alta, copas pandas para triturar alimentos o condimentos, grandes tinajas para líquidos y muchas formas de recipientes de servicio, a veces decorados con motivos incisos, modelados y aun pintados. Rodillos y pintaderas, cuentas de collar hechas de conchas, volantes de huso manufacturados en cerámica o en piedra, así como objetos pequeños y poco elaborados de cobre o de oro, son bastante característicos. El entierro en urnas es otro rasgo frecuente. Colonización maicera Esta "colonización maicera", que se aleja del ambiente fluvial y lacustre y comienza a extenderse sobre las estribaciones y luego en las faldas de las cordilleras, constituye un desarrollo cultural muy significativo. Fue el cultivo del maíz lo que hizo posible este movimiento hacia regiones que antes habían sostenido una población poco numerosa de grupos tribales selváticos y que ahora comenzó a ofrecer una nueva base de subsistencia. En el curso de esta expansión sobre las cordilleras y sus innumerables hoyas, los indios habían podido apreciar que lo productivo del cultivo de razas evolucionadas de maíz dependía de la combinación de ciertos factores, que no se presentan en todas partes, sino que estaban restringidos a ciertas zonas. El maíz necesita ante todo lluvia y sol, en especial durante ciertas fases de su crecimiento, y la distribución pareja de las lluvias es esencial en este caso. En condiciones óptimas se pueden obtener entonces dos o hasta tres cosechas anuales, y la productividad depende, además, de la selección de las semillas. En un terreno tan accidentado como lo son las cordilleras colombianas, con un régimen de lluvias muy variado y grandes diferencias en la calidad de los suelos, la localización en las mejores tierras fue, desde luego, un estímulo continuo -para no decir, una necesidad vital- y, después que un grupo aborigen tomó posesión de cierta región favorable, tuvo que estar dispuesto a defender sus tierras contra eventuales invasores o merodeadores. En este empeño, algunos grupos obtuvieron más éxitos que otros, y tanto la pauta de asentamiento como la calidad de los vestigios arqueológicos, dejan apreciar la eficiencia con que ciertas sociedades supieron adaptarse a aquellos lugares que prometían más, como tierras productivas de maíz. Colombia indígena. período prehispánico La primera fase de este movimiento repr~­ senta evidentemente, un proceso de descentrahzación. La densa población que anteriormente había estado agrupada en sus aldeas ~ibereñ~s, se convirtió, en parte, en un campesmato disperso sobre las colinas y vertientes. En la Llanura del Caribe o en las anchos valles de los cursos inferiores de los ríos Magdalena y Cauca, los recursos na~rales ,estaban distribuidos de un modo muy pareJO y solo muy pocas variables podí~ afectar la pr<?ducción ,o recolección de los alimentos necesanos. El regimen de lluvias era, por lo gen~ra~, predecible, y las diversas zonas de abastecimiento, o sean las playas, esteros, lagunas, pantanos, r~os, sabanas, colinas, bosques, etc., .eran con~Iguas. y ofrecían una amplia y muy v~nada s_ubsistencia, para una sociedad poco diferenciada en su equipo tecnológico. Al penetrar ahora a las. cordilleras, estos grupos encontraron un ambiente de gran complejidad ecológica, en el cual el área de captación tuvo que ser mucho más grande que en las condiciones ecológicas anteriores. Así, después de establecerse algunos centros poblados en las zonas más productivas, se formaron alrededor de ellos varias aldeas satélites en diferentes zonas altitudinales y bióticas. Es decir, en lugar de la explotación de u1_1a serie de sistemas contiguos sobre un plano hor~zo~tal, se llegó a una adaptación a u1_1a escala altltud~n~l de facetas de aldeas ecológicamente especiahzadas. Es {nuy posible que estas sociedades crearon localmente un ecosistema simplificado que consistía en un complejo alimenticio de maízyuca-fríjol-auyama, en lugar de _contar. con~ la variedad de los recursos del ambiente nbereno, pero también es de suponer que los ambientes serranos de las faldas andinas ofrecieron una serie de cultivos cuyo aproyechamiento ~e ahora organizado a través de sistemas de redistribución. Aquí, por cierto, se añade un factor importante: en las tierras bajas y planas una migración espontánea o forzosa no tenía mayores consecuencias económicas, ya que tanto las tierras como las comunidades bióticas y las condiciones climáticas eran muy parejas; pero en las faldas de las cordilleras, cada 100 metros en la escala vertical significaban una diferencia aproximada de un grado centígrado de temperatura. Así, con un traslado de unos centenares de metros en una vertiente andina, cambiaban eventualmente el número de cosechas anuales de maíz, la calidad de los demás cultivos y además la productividad 45 de la biomasa animal, como por ejemplo de venados, saínos o armadillos. Los cacicazgos colombianos Trataremos de defmir ahora algunos de los criterios que nos permitan ~istinguir lo~ vestigios arqueológicos pertenecientes. a sociedades indígenas de la Etapa de los_ Caci_c,azgos .. La característica estratlficacwn social se expresa muy claramente en diye~sos aspect<?s; tenemos en primer lugar las practicas funeranas cuya gran variación -desd~ el entierro más ~~­ milde hasta el más suntuano- muestra una piramide de rangos es~alonados. La ~nver~ión de energía en la arqmtectura funerana (tumulos, criptas, estatuas, pozos profundos con cámar~s sepulcrales decoradas, etc.), así como la c~tl­ dad y calidad del ajuar asociado, son claros mdicios de la existencia de personas o de categorías sociales de alto rango. Los adornos personales o los símbolos de sus oficios se encuentran luego en representaciones plásticas en piedra, cerámica y metalurgia. En éstas se muestran personas ricamente adornadas, a veces llevando máscaras o insignias de mando. Hay guerreros armados de macanas, escudos o propulsores; personajes ataviados y sentados en bancos otronos especiales; mujeres adorn~da~ co1_1, collares y brazaletes. El ~arácter Y, la _dis~bucwn ~e los artículos suntuanos tambien mdican estas Jerarquías: objetos de orfebrería, collares y pendientes de piedras semipreciosas, cerámi~as finas, objetos importado~ como conch~s mannas o pequeñas tallas de piedra no obtembl~ localment~. En ocasiones, la riqueza de un aJuar funerano o de un tesoro escondido se podría interpretar como la intencional eliminación de una categoría de objetos, con el fin de m~tene~ su alto valor. Otros rasgos serían las diferencias en l_a ubicación, tamaño y calida~ de ~deas y de VIviendas individuales; la existencia de templos, estatuas u obras de relevancia astronómica; la incorporación de espacios cívicos o sagrados en el plano de las aldeas; las obras públi_ca_s, t~~s como los sistemas de control de aguas (Imgacwn y drenaje), terrazas de cultivo, caminos y puentes. Los principales hallazgos arqueológicos que contienen vestigios culturales co1_1 estas características se han hecho en la Cordillera Central en las faldas del Macizo Andino y en los valles de los ríos Magdalena, Cauca y Sinú. En 46 todos estos casos se trata obviamente de zonas arqueológicas ubicadas en las mejores tierras agrícolas, y en su mayoría se trata de regiones cuyos habitantes podían participar en varios pisos térmicos y sus correlativos bióticos. Por cierto, fue precisamente en dichas zonas donde se desarrolló la guaquería y de allí proceden las colecciones arqueológicas que formaron la base de los museos del país y que sirvieron a una pasada generación de investigadores para formular sus "áreas arqueológicas". La zona de San Agustín, en el alto río Magdalena, nos puede servir como un ejemplo ilustrativo del desarrollo de estas sociedades j erárquicas, y describiremos brevemente sus principales características. Los orígenes de San Agustín se remontan muy probablemente, a una época bastante lejana, cuando las condiciones tan favorables de la región para una agricultura intensiva fueron reconocidas y aprovechadas por diferentes grupos indígenas que luego hicieron de esta zona un centro de sedentarismo. Fue tal vez a mitades del segundo milenio antes de Cristo cuando algunos grupos selváticos se establecieron en las lomas y vegas del alto Magdalena y sentaron allí las bases para una larga y muy variada sucesión de culturas. Este último punto merece ser destacado: no se puede hablar de una cultura de San Agustín; se trata de una región en la cual se encuentran superpuestos los vestigios de muchas diferentes culturas, algunas de las cuales se desarrollaron en el mismo lugar, a través de fases sucesivas, pero otras llegaron desde zonas alejadas, sea como invasores o sea en forma de una lenta penetración pacífica. La región de San Agustín es una de aquellas comarcas colombianas que -en una cierta época y dentro de los límites de determinados niveles socio-tecnológicos- se han convertido eventualmente en verdaderos focos culturales. Situada a una altura de unos 1.800 metros, las ventajas que estas tierras ofrecen para la agricultura son múltiples, y tanto el régimen de lluvias como la ausencia de inundaciones o de problemas de erosión hacen del alto Magdalena una zona muy propicia para cultivos intensivos de maíz. En la región de San Agustín se observa un fenómeno cultural importante, que también aparece en otras regiones, a partir de la intensificación de la agricultura andina; se trata de una forma de "control vertical" de las laderas, es decir, de la participación en varios niveles altitudinales y Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 pisos térmicos, por parte de un grupo humano establecido en una zona intermedia. Así, dentro de un radio de uno o dos días de camino desde San Agustín se encuentran regiones tanto paramunas como tropicales que ofrecen los recursos muy variados de poblaciones ecológicamente especializadas. Otro aspecto es el siguiente: cerca de San Agustín está ubicada la depresión más baja en toda la Cordillera Oriental, que forma una comunicación natural con el noroeste Amazónico; hacía el noreste se abren varios pasos en las cadenas montañosas, por las cuales se establece un acceso a las cabeceras del río Guaviare y a los llanos del Orinoco. Otros pasos, todos de fácil alcance, llevan al valle del río Cauca y de allí al río Patía y a la Costa Pacífica, y una serie de rutas se abren por las montañas del sur hacia las cordilleras ecuatorianas. Si añadimos el gran valle del río Magdalena que se abre hacia el norte, se puede apreciar que San Agustín está ubicado en la encrucijada de grandes vías de comunicación, de migraciones y de influencias culturales. La zona arqueológica constituye pues un importante punto de articulación que, por un lado, recibió estímulos de otras regiones y, por el otro, ejerció su influencia sobre las culturas de sus alrededores. La zona arqueológica de San Agustín está formada por más de treinta extensas agrupaciones de rasgos culturales, y hasta hoy día no hay una evidencia que permita hablar de un centro o de alguna aldea principal. Ha sido costumbre designar estos parajes con sus nombres vernáculos; por ello se mencionan Las Mesitas, Alto de Lavapatas, Alto de los ídolos, Alto de las Piedras, etc., y estas mismas designaciones nos indican ya la pauta de asentamiento, pues, evidentemente, los restos arqueológicos, los monumentos líticos y otros rasgos culturales se encuentran ubicados ante todo en las partes elevadas de las lomas que se extienden por toda la región entre una red de arroyos y pequeños ríos. San Agustín es indudablemente el sitio arqueológico más espectacular del país, ya que tradicionalmente está caracterizado por varios centenares de grandes estatuas de piedra y por un crecido número de túmulos o montículos de tierra que cubren los más diversos templos y entierros. Las investigaciones arqueológicas se han ocupado ante todo en la excavación de estas estatuas y en otros rasgos monumentales, y también se han excavado muchos entierros y se ha. podido observar que éstos varían muy notable- Colombia indígena, período prehispánico mente en su forma y composición. Se han encontrado tumbas en profundos pozos, en cuyo fondo hay una cámara lateral que contiene la sepultura propiamente dicha; otros ha habido, donde el cadáver yacía estirado en un sarcófago tallado de un solo bloque de piedra; otros aun compuestos por una serie de lajas que forman una especie de cajón, y aun simples enterramientos en que el esqueleto se encontró como acurrucado en una pequeña depresión superficial. Los ajuares funerarios asimismo varían y, mientras que algunos entierros están acompañados por pequeños objetos de oro y por cerámicas elaboradas, otros contienen por mucho algún recipiente cerámico tosco como único objeto. Las estatuas también muestran una gran diversidad de motivos, formas y estilos. A veces las grandes piedras talladas tienen el aspecto de seres monstruosos o de personas desproporcionadas. En muchas esculturas predominan rasgos felinos, seres con una jeta bestial de la cual salen colmillos de jaguar; otras tallas muestran aves, reptiles, o simplemente formas mal definidas que se prestan a las más variadas interpretaciones. Es frecuente la representación de guerreros, con sus armas y casquetes, estatuas que llevan cabezas de trofeo o que blanden macanas o mazas, y también se conocen esculturas que muestran mujeres en estado de gravidez, o personas enmascaradas. Con el deseo de descubrir-y luego interpretar- más y más esculturas y túmulos funerarios, se ha presentado al público una imagen algo parcial y distorsionada de los fenómenos culturales de San Agustín, y la tendencia a lo espectacular y fantástico ha llevado a la formulación de estereotipos y de hipótesis que será defícil desarraigar, ya que la realidad escueta es desde luego mucho menos llamativa. El énfasis que se ha dado a lo fúnebre y a lo " misterioso" no hace justicia a la verdadera importancia cultural de esta zona arqueológica. Vista escuetamente, la situación real es la siguiente: en toda la zona arqueológica de San Agustín se pueden observar vestigios de la vida diaria de sucesivas poblaciones que, en una época o la otra, habitaban en estos parajes. Sus huellas se ven en los grandes allanamientos artificiales que servían de base a grupos de casas o como espacios públicos; en explanadas y terraplenes, en rampas y zanjas; en restos de antiguos caminos y en muchísimos rasgos que marcan los antiguos campos de cultivo. Todas estas 47 obras de ingeniería aborigen están asociadas a abundantes indicios de las más diversas actividades de los antiguos pobladores. Los desperdicios arrojados en sus casas y aldeas consisten en capas de muchos metros de espesor, acumuladas a través de siglos, que contienen el testimonio de miles y miles de fragmentos cerámicos, artefactos líticos, rastros de fogones y de antiguas superficies, restos carbonizados de plantas, piedras traídas de otras partes, en fin de una densa masa de restos culturales cuyas características varían de acuerdo con la época o la población particular. Es necesario pues captar el ambiente físico de San Agustín en términos más ecológicos, como una antigua zona más o menos densamente habitada por grupos eminentemente agrícolas y sedentarios que, durante siglos y aun milenios, imprimieron sus profundas huellas en estos parajes. No se trata pues en manera alguna de una" necrópolis" o de algún lugar misterioso de culto, sino simplemente de una zona donde la combinación de una serie de factores naturales, o sea: lluviosidad, vientos, suelos, irrigación, insolación, etc., así como factores culturales, llevaron a una sucesión de ocupaciones humanas a través de por lo menos tres mil años. Los orígenes de la vida sedentaria en San Agustín se deben buscar con toda probabilidad en la selva amazónica, en donde, como lo sugerimos en páginas anteriores, emanaron los comienzos de la agricultura americana. Esta tradición selvática tropical perduró a través de los siglos, pues en el arte escultórico de San Agustín que, desde luego, data de períodos muy posteriores, se observan aún muchos rasgos que se relacionan más bien con el medio del trópico húmedo y no con el de las tierras templadas de las vertientes andinas. La escasa vestimenta que se representa en algunas estatuas, la forma de las coronas de plumas y el uso de máscaras, indican un origen selvático, y muchos de los animales que se representan en las tallas de piedra, tales como jaguares, caimanes, peces y culebras grandes, son fauna del ambiente de los grandes ríos tropicales y no de la zona templada y carente de caudalosos cursos de agua, como son las cabeceras del río Magdalena. Las etapas iniciales del poblamiento de San Agustín, aún no se han estudiado. Es probable que se remonten a la mitad del segundo milenio a. de e, es decir, que sean aproximadamente coetáneas y tal vez aun algo anteriores a los primeros desarrollos de la Cultura Olmeca en 48 México y la Cultura Chavín en el Perú. En aquella época se había extendido entre Mesoamérica y los Andes Centrales un modo de vida básico que contenía muchos elementos en común, tanto en lo que se refiere a plantas domesticadas, como también a aspectos tecnológicos y a ciertos conceptos ideológicos de tipo religioso. La imaginación expresada en el arte de estos tres grandes centros escultóricos mencionados estaba estimulada probablemente por el uso de drogas alucinógenas y, en estas visiones monstruosas de un mundo aparentemente sobrenatural parece que los felinos, reptiles y aves desempeñaban un papel muy destacado. El desarrollo cronológico del arte estatuario tampoco se conoce, pero es evidente que se trata de un gradual desarrollo de técnicas y conceptualizaciones. Ya que estilísticamente varían en muchos detalles, su clasificación por categorías se hace en extremo difícil y, más aún, su correlación con determinadas etapas de desarrollo social y económico. Por cierto, cabe mencionar aquí que la cerámica de San Agustín, sea cual fuera su edad o procedencia, es más bien sencilla en su acabado y decoración y que no ha sido posible todavía relacionar sus características estilísticas con las de determinado grupo de esculturas de piedra. Otro problema de considerable interés teórico es el desarrollo de las pautas de asentamiento, pero también a este respecto faltan investigaciones sistemáticas. Como ya anotamos, el área arqueológica de San Agustín aparentemente carece de un centro urbano y aun de aldeas nucleadas de alguna extensión. En parte, este hecho puede que se deba a la conformación del terreno y a la ausencia de planadas adecuadas, pero también es posible que tenga otras razones que desconocemos. Parece entonces que, en todas las épocas, se trataba de una población algo dispersa, agrupada en una multitud de pequeñas aldeas, localizadas en las partes altas de las lomas; pero no es de suponer que todas las lomas o colinas de la actual zona arqueológica hayan estado pobladas simultáneamente en una misma época prehistórica. De las excavaciones relevantes para este problema, se puede deducir más bien que hubo un lento flujo y reflujo, y que mientras unas elevaciones estaban ocupadas por viviendas, otras -vecinas o alejadas- estaban deshabitadas durante largas épocas. Se cuenta con una secuencia parcial, basada en la estratigrafia de basureros y en ella se de- Nueva Historia de Colombia, Vol. I finen tres grandes períodos, todos representados por ciertos complejos cerámicos y líticos utilitarios, pertenecientes a grupos sedentarios, agrícolas e intensamente maiceros. El primer período abarca los últimos siglos del primer milenio a. de C; el segundo comprende los cuatro primeros siglos A. D. y el último ocupa una posición tardía, protohistórica a histórica. Una serie de fechas de radiocarbono ubican estos períodos en una escala temporal absoluta y comprueban la validez de las conclusiones estratigráficas. El período más antiguo (Complejo Horqueta) contiene algunos rasgos estilísticos cerámicos que sugieren una relación con el Formativo Tardío. El segundo período, caracterizado por el Complejo Isnos, de ningún modo está emparentado con el anterior, sino que representa una población muy diferente, quizás invasora, que se estableció durante varios siglos al comienzo de nuestra era, en toda la región; hay indicios que sugieren que muchas obras de ingeniería-allanamientos, terraplanes, rampas-fueron construidas durante este período. La cerámica del Complejo Isnos muestra algunos parentescos con el sur de la Costa Pacífica. A partir de 330 A. D., sigue un largo período de más de mil años, durante el cual no se conocen detalles estratigráficos. Sólo en 1410 A. D. encontramos otra vez un conjunto estratificado y bien definido, que se denomina Sombrerillos, pero de nuevo corresponde a una población distinta de las anteriores. La última fecha de radiocarbono, asociada con estos ocupantes, es de 1630 A. D., y demuestra que la región de San Agustín estaba aún habitada por indígenas cuando la mayor parte del territorio del país ya había sido descubierta por los españoles. Por cierto, estos indios ya no presentaban las características de un cacicazgo, sino que vivían sobre un nivel tribal selvático. Es posible que el Complejo Isnos represente las primeras manifestaciones de una integración social de tipo cacicazgo. La densidad de los vestigios, el sedentarismo, los indicios de agricultura, de extensas obras de ingeniería y de una pauta bien defmida de asentamiento, sugieren esta forma de organización, lo mismo que el notable avance de la tecnología cerámica. Por todo lo que se pueda apreciar, las culturas anteriores a Isnos parecen ser más bien sociedades tribales. Por cierto, no se puede hablar de continuidad entre los Complejos Horqueta e Isnos. Colombia indígena, período prehispánico Un somero examen de los restos cerámicos y líticos que se encuentran por millares en la superficie de los terrenos de San Agustín, demuestra que se trata de una gran cantidad de complejos arqueológicos que aún no han sido aislados como tales y que representan largas secuencias y muy diversas tradiciones tecnológicas y estilísticas. Repetimos que de estos y de muchos otros vestigios, tales como los diversos rasgos arquitectónicos y de ingeniería, se puede deducir que la región de San Agustín no parece haber sido una zona cultural donde se efectuó una lenta y continua evolución interna, sino que fue más bien una zona de invasión y de una repetida superposición de diversas culturas que, atraídas por las ventajas ambientales de la región, se iban desplazando a través de los siglos. Es quizá posible que ciertos rasgos culturales como, por ejemplo, algunos conceptos religiosos, la talla de estatuas líticas y, desde luego, las técnicas básicas de subsistencia, hayan tenido cierta continuidad más allá de los movimientos migratorios de menor escala; pero la impresión general es la de una zona arqueológica, en la cual las tradiciones más diversas han confluido para crear no una cultura coherente, sino una combinación muy heterogénea. Otra zona de destacado interés arqueológico es la región de Tierradentro, al norte de San Agustín. En Tierradentro se han hallado estatuas, rocas labradas y, ante todo, grandes cámaras o más bien templos funerarios subterráneos, ubicados en las partes más altas de las lomas y accesibles sólo por escaleras de caracol. La planta de estos templos tallados en la roca es circular u ovalada, con una serie de nichos separados por altos bloques que imitan columnas. Varios gruesos pilares sostienen el techo que generalmente, tiene forma de bóveda. Las paredes del interior están cubiertas de pinturas en blanco, negro, rojo, y amarillo, con motivos geométricos de rombos y círculos, a veces también con grandes caras humanas muy estilizadas o con representaciones de reptiles. Estas cámaras contienen urnas de cerámica con huesos calcinados, así como restos dispersos de vasijas y objetos líticos. Las grandes estatuas que se encuentran en algunas partes de Tierradentro son algo menos estilizadas que las de San Agustín, y por lo general carecen de los rasgos monstruosos que caracterizan a estas últimas. Las formas cerámicas más típicas de Tierradentro son vasijas bur- 49 das de color oscuro, decoradas con franjas modeladas y con caras de forma triangular. Es posible que algunas fases de Tierradentro estén relacionadas con la secuencia de San Agustín, pero aún no se ha elaborado una correlación válida. De todas maneras, los diferentes modos de entierro, la gran elaboración de las cámaras pintadas, las estatuas, y la existencia de obras públicas de ingeniería, hacen suponer que se trata de una zona de cacicazgos cuya base económica fue el cultivo intensivo del maíz y la explotación de varios sistemas ecológicos dispuestos a lo largo de una escala vertical. En las fértiles vertientes de la Cordillera Central, en los actuales departamentos del Cauca, Valle, Caldas, Quindío, Risaralda y Antioquia, se encuentran innumerables vestigios arqueológicos que atestiguan la antigua presencia de sociedades del tipo de los cacicazgos. Montículos y terraplenes, entierros suntuosos dejefes y sacerdotes, verdaderos tesoros de orfebrería y de piedras finas, nos indican que en estas regiones privilegiadas para la agricultura, se desarrollaron pequeños señoríos con una estructura social jerárquica, una clase sacerdotal influyente y un alto desarrollo tecnológico y estético. Los cronistas españoles del siglo xvi describen con algún detalle la adaptación ecológica de estos grupos a las vertientes, la variedad de los cultivos, la forma de las aldeas y los templos, y la jerarquía de señores, nobles, plebeyos y esclavos. Estos cacicazgos vivían en un estado crónico de guerras, acompañadas de sacrificios humanos, canibalismo ritual, la toma de cabezas de trofeo, y muchas de estas costumbres encuentran su confirmación en las excavaciones arqueológicas o en los elementos iconográficos de su arte. La mayoría de los cacicazgos colombianos se destaca por el gran desarrollo de la orfebrería. No sabemos dónde ni cuándo se originó este arte y, posiblemente, se trata de una mtroducción desde los Andes Centrales; pero es seguro que Colombia fue el centro de grandes avances tecnológicos y estéticos en la metalurgia americana. Fue ante todo en los cacicazgos interandinos donde se refmaron las técnicas de fundición, aleación, cera perdida, falsa filigrana y tantas otras, y los objetos manufacturados de oro abarcan una asombrosa gama de adornos personales y objetos rituales que atestiguan la actividad de artesanos especializados. El uso de estos objetos suntuarios como ajuar funerario, constituye 50 desde luego un mecanismo económico, de eliminar periódicamente de la circulación ciert;a cantidad de capital acumulado en forma de Joyas. Los Quimbaya, un grupo histórico que en el siglo xvi formaba un pequeño cacicazgo en las faldas occidentales de la Cordillera Central, han dado su nombre a un inmenso complejo de artefactos arqueológicos hallados en tumbas de diferentes tipos, principalmente objetos cerámicos y orfebrería que, por cierto, está constituido por varias diferentes tradiciones culturales. Las vasijas cubiertas de pintura roja brillante, a veces pintadas en una técnica llamada "negativas"; los recipientes de doble vertedera y asa en forma de estribo; las figuras antropomorfas y zoomorfas; la multitud de volantes de huso, rodillos, pintaderas y cuentas de collar que, en los museos y las publicaciones de divulgación se designan como "Quimbaya" por lo general no tienen nada que ver con aquellos indios de la época de la Conquista, sino que representan zonas arqueológicas y períodos cronológicos muy diversos. Al lado de los Quimbaya, los principales cacicazgos del occidente colombiano en el siglo xvi eran los Anserma, los Caramanta y los Nutibara, con muchos otros más de menor importancia. Las investigaciones sistemáticas sobre los cacicazgos interandinos son aún demasiado esporádicas para poderse discernir las características de períodos o fases en el desarrollo de las sociedades indígenas respectivas. Se han estudiado algunos detalles tecnológicos o estilísticos de esa u otra categoría de artefactos (orfebrería, cerámica), pero carecemos totalmente de contextos que den vida y significado social a estos objetos. Así, cerca de Buga, en el Valle d~l Cauca, se pudo establecer una corta secuencia cerámica, con fechas de radiocarbono que van desde l. 200 a 1.600 A. D. La cerámica excavada en la Tebaida, cerca de Armenia, fue fechada entre 1.000 y 1.400 A.D., y algunos autores han tratado de trazar las correlaciones de ciertos tipos cerámicos; pero, obviamente, se trata aquí de investigaciones muy locales, con resultados demasiado limitados. Sólo podemos anotar aquí que la cerámica del Complejo Isnos, de San Agustín, fechada entre 40 y 300 A. D., parece ser ancestral de varios complejos cerámicos de la Cordillera Central. También se ha sugerido que la particular forma de las tumbas de pozo, con cámara lateral, que son frecuentes en las faldas de la cordillera, se pudo haber difun- Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 dido desde Colombia hasta la costa occidental de México. Otra zona cuyas características arqueológicas parecen indicar el nivel cultural de los cacicazgos, es la región del alto río Calima, en la Cordillera Occidental. Nuevamente se debe advertir que no se trata de una sola cultura que se pueda designar con el nombre "Calima", sino de una secuencia de manifestaciones culturales que se extienden a través del tiempo y que abarcan diferentes períodos y conjuntos estilísticos. Sobresalen ciertas cerámicas, tales como las vasijas de doble vertedera, vasijas en fo~~ de una persona acurrucada que lleva un recipiente en la espalda, y otras más. La zona del Calima se destaca además por su orfebrería elaborada; se han encontrado grandes máscaras de oro, diademas, pectorales, orejeras, collares, narigueras y aun instrumentos musicales y cucharas del mismo metal. A veces estas piezas hacen pensar en ciertas estatuas de San Agustín, pues se observan en ellas rasgos felinos, cabezas con jetas monstruosas de las cuales sobresalen grandes colmillos, así como representaciones de "dobles", pero no se han trazado aún las P?S~bles relaciones entre estas dos zonas arqueologicas. En la región Calima abundan pequeñas wnas aplanadas de vivienda, terrazas, y campos de cultivo antiguos, algunos de los cuales muestran vestigios de canales formando cuadrículas. Es de interés destacar aquí que los cacicazgos no se desarrollaron sólo en los valles y vertientes de las cordilleras, sino que se hallan abundantes indicios de su existencia también en algunas regiones de las tierras llanas tropicales como las hoyas de los ríos Sinú y San Jorge y ciertas zonas del bajo Magdalena, como, por ejemplo, Tamalameque, Momp_ós y Zamb!ano. En todas estas zonas que, por cierto, son tierras muy fértiles, se han encontrado grandes montículos, tumbas elaboradas, restos extensos de obras públicas y objetos suntuarios de orfebrería y otros materiales valiosos, o sea piedras finas, adornos hechos de conchas marinas o de cobre preciosamente elaborado. Parece que cacicazgos incipientes se organizaron también en algunas zonas selváticas, tales como algunas bahías en el norte de la Costa Pacífica, y en algunos de estos sitios se observa una fuerte influencia de los cacicazgos panameños contemporáneos. Lo que es verdaderamente sorprendente en el caso de estos cacicazgos que se desarrollaron en las regiones costaneras, es la ausencia de Colombia indígena, período prehispánico 51 vestigios de militarismo. Los cacicazgos de la Llanura del Caribe parecen haberse formado en condiciones que no llevaron a la institución de un complejo bélico que se manifieste en rasgos tales como la representación de guerreros en el arte, la construcción de fortificaciones, una iconografia con cabezas-trofeos o armas ceremoniales. Más bien parece que su orientación haya sido manifiestamente teocrática. El gran túmulo cerca de la Laguna de Betancí, sobre el río Sinú; las tumbas de cámara de los llanos de Tamalameque, con sus grandes urnas antropomorfas; los túmulos funerarios de la región de Ayapel y otros más, no atestiguan la presencia de sociedades belicosas. Los cronistas del siglo xvi hablan de grandes templos, de montículos, estatuas y otros rasgos de una religión muy compleja, pero no mencionan las cruentas guerras que -dicen ellos- eran la regla entre los cacicazgos de la Cordillera Central. Esta aparente diferencia entre cacicazgos militaristas y teocráticos -si es válida esta hipótesis-, sería otro aspecto teórico importante en las futuras investigaciones arqueológicas. Entre el bajo río Magdalena y la hoya del río San Jorge se halla una extensa zona, semiacuática durante parte del año, cubierta de un sistema de pequeñas lomas alargadas paralelas, construidas artificialmente. Probablemente se trata de campos de cultivo y de un sistema de drenaje, aunque no se puede descartar la posibilidad de que sean nansas o estanques para la cría de ciertas especies de peces. Tales construcciones, restos de las cuales se observan también en el medio Cauca, no están correlacionadas necesariamente con centros urbanos y pueden haberse hecho en una época muy anterior al advenimiento de los cacicazgos. Algunas excavaciones efectuadas en la zona del río San Jorge indican que este sistema de zanjas y lomas ya estaba abandonado en una época que corresponde a los cacicazgos protohistóricos e históricos de la región. Nuevamente se trata de un problema muy importante de adaptación ecológica en épocas prehistóricas, que bien merece una investigación detallada. Se debe añadir otra hipótesis interesante: los sistemas religiosos de los cacicazgos parecen haberse basado ante todo en conceptos en que el sol y la luna desempeñaban un papel central, y es de pensar, por consiguiente, que esta religión dependía en buena parte de la elaboración de un calendario muy preciso. Ya que los sols- ticios y equinoccios señalan claramente los comienzos y fines de las estaciones de lluvias o de verano, su observación se hace esencial para el agricultor. La fijación de puntos de referencia sobre el horizonte por medio de alineaciones de piedras, llevaría entonces a la selección de determinados lugares de observación solar, así como a la delimitación de espacios sagrados cuyo modelo es, desde un punto de vista geocéntrico, el recorrido del sol entre los solsticios de verano y de invierno. La exacta ubicación de monumentos arqueológicos tales como templos, adoratorios, estatuas, grupos de columnas, cámaras subterráneas, petroglifos y otros rasgos, se relaciona muy probablemente con estas observaciones astronómicas, y la importancia que una cultura indígena pueda atribuir a ellos, se relaciona desde luego con el creciente desarrollo de la agricultura del maíz y de otros cultivos que dependen en alto grado de fenómenos meteorológicos cíclicos. Fue en el contexto cultural de los cacicazgos donde la astronomía y el calendario se desarrollaron muy notablemente y en donde los chamanes y sacerdotes adquirieron posiciones de gran influencia, no sólo en un terreno religioso, sino por el manejo inteligente de diversos aspectos ecológicos. La ritualización del ciclo de tala, quema, siembra y cosecha, o de cualquier otra modificación de la flora o fauna, es a veces un mecanismo de equilibrio ecológico. Al tiempo que se desarrollaron los cacicazgos en las regiones interandinas y costaneras, un crecido número de sociedades tribales ocupaba muchas zonas interfluviales, ribereñas o litorales, generalmente en el trópico húmedo. Alrededor del Golfo de Urabá, en las estribaciones de las cordilleras, en las hoyas de muchos ríos menores y en ambas costas, se han encontrado restos de poblaciones, junto con basureros, entierros y otros vestigios que indican la presencia de grupos dedicados a una economía mixta en la cual se combinaba la horticultura con la caza, la pesca y la recolección de recursos silvestres. Algunos de estos grupos tribales del primer milenio A. D. crearon complejos cerámicos muy avanzados en su teconología y concepción estética, como, por ejemplo, los habitantes de las orillas de los ríos Ranchería y Cesar, los pobladores de las riberas del bajo río Magdalena en las regiones de El Banco, Plato y Zambrano, o los grupos ribereños del medio y alto Magdalena, por ejemplo de Barrancabermeja, Honda. 52 Girardot, Espinal y El Guamo. Muchos de estos grupos practicaban el entierro secundario en grandes urnas funerarias, a veces antropomorfas, y los complejos cerámicos que acompañan estos entierros son a veces muy elaborados en lo que se refiere a sus formas plásticas. Es de suponer que estos grupos, esencialmente selváticos, formaban parte de aquel gran estrato de horticultores mixtos del cual surgieron, en algunas regiones, los cacicazgos. Algunas de estas sociedades tribales perduraron hasta la conquista española, por ejemplo los Pantagora, Pijao, Panche, Carare, y muchos pobladores de la Llanura del Caribe, de los llanos del Orinoco o de las selvas amazónicas, y es en estas regiones marginales, al este de la Cordillera Oriental, donde algunas tribus han sobrevivido hasta la época actual. Ciertas de estas manifestaciones prehistóricas de los grupos tribales vecinos a los cacicazgos, deben describirse aquí someramente. En las bahías y las islas costaneras entre la desembocadura del río Magdalena y el Golfo de Urabá, agrupaciones de agricultures y pescadores habían establecido gran número de pequeñas aldeas y campamentos, muchos de ellos sobre dunas y lomas arenosas del litoral. La cultura material que se encuentra asociada a estos sitios está ejemplificada por el sitio arqueológico de Crespo, cerca de Cartagena. Allí, extensas acumulaciones de basura y agrupaciones de sencillas urnas funerarias atestiguan el carácter sedentario de los habitantes. Los complejos cerámicos incluyen budares, vasijas pandas para triturar condimentos, copas y platos con bases anulares, así como recipientes para líquidos, que consisten en ollas globulares con un cuello restringido. La decoración de estas formas cerámicas está constituida por motivos simples, incisos o punteados; algunas vasijas están decoradas con caras humanas modeladas y se han encontrado pequeñas figurinas antropomorfas, quizá de uso ritual. Son características de estos sitios las hachas y azadas manufacturadas de piedra pulida o de grandes conchas, instrumentos que probablemente se usaban tanto en la agricultura como en la manufactura de canoas y para extraer el almidón de los troncos de las palmas. También se encuentran grandes piedras de moler. Conjuntos similares se han hallado también sobre las colinas bajas que se extienden a lo largo de la costa y sobre los cursos inferiores de algunos de los ríos. Existen relaciones tipológicas con Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 los complejos culturales del Bajo Magdalena y, eventualmente, con culturas de la costa venezolana y de Panamá. El sitio de Crespo ha sido fechado en la última parte del siglo XIII A. D., y la distribución de los asentamientos de estos agricultores-pescadores representa una adaptación tardía al ambiente litoral; corresponde pues a las poblaciones que encontraron en esta wna los españoles, unos dos siglos más tarde. En la Costa Pacífica los desarrollos culturales tomaron un rumbo algo distinto. Con excepción del extremo sur del litoral, donde el clima y los suelos son algo más favorables, el nivel cultural prehistórico de aquella época no avanzó más allá del de pequeñas comunidades selváticas que, con frecuencia, cambiaban de lugar. En la selva pluvial de las riberas del río San Juan, en el Chocó, encontramos vestigios de una ocupación prehistórica relativamente densa, que data de los comienzos del siglo IX A. D. y que consiste en pequeñas aldeas construidas sobre pilotes, escalonadas a lo largo del río y de algunos de sus afluentes. Para dar un ejemplo: el Complejo de Murillo se caracteriza por una cerámica de color pardusco, fragmentos de la cual se encuentran asociados con artefactos líticos. Algunas de estas vasijas están decoradas con líneas rectas profundamente incisas que forman meandros, rectángulos concéntricos o grupos de líneas paralelas. El material lítico consiste de hacha en forma de T, con proyecciones laterales que sirvieron para amarrar la hoja a un mango, así como de una variedad de raspadores y golpeadores. No se hallaron metales ni manos de moler, y parece que la economía se basaba en el cultivo de raíces, la recolección de fiutas de palma, así como de caza y pesca. Las fechas de radiocarbono muestran que este complejo cultural data de aproximadamente 800 a 900 A. D., fecha en que hace su aparición una nueva tradición cultural, denominada Minguimalo. Las gentes de Minguimalo eran agricultores de maíz que usaban grandes metates y su cultura se extendió rápidamente sobre toda la hoya del río San Juan. La cerámica es ordinaria, con formas simples globulares, pero las técnicas decorativas son muy características. Una técnica consiste en hileras de protuberancias o, mas bien, burbujas producidas por la inserción de un palillo en la superficie interna de la vasija hasta que levanta una "burbuja" en el exterior. Luego se retira el palillo y el pequeño orificio se tapa con un poco de greda, de manera que Colombia indígena, período prehispánico la protuberancia que aparece en el exterior de la vasija, queda hueca. Otra técnica decorativa son impresiones hechas con la uña del dedo, formando hileras de pequeñas incisiones curvas. A diferencia de Murillo, las hachas asociadas a esta cerámica son de forma trapezoidal y carecen de las proyecciones laterales tan características para el Complejo Murillo. Nada se sabe del origen de estos dos complejos, ninguno de los cuales parece tener antecedentes en el área del Chocó. Sólo podemos observar que la técnica de decoración por impresiones con la uña, se encuentra en algunos complejos cerámicos del Alto Amazonas, lo mismo que las hachas con proyecciones en forma de T. En la Bahía de Cupica, en el sector norte de la Costa Pacífica, se encontró un gran túmulo funerario que contenía varias docenas de entierros secundarios acompañados por cerámicas, algunos volantes de huso, un pequeño objeto de oro, y algunos artefactos líticos. Los entierros habían sido efectuados en épocas diferentes y se pueden reconocer cuatro fases principales: tres de entierros superpuestos y una durante la cual el montículo se cubrió con un relleno de tierra. Las asociaciones de la secuencia de Cupica parecen ser muy variadas. La cerámica más antigua muestra ciertas semejanzas con Momil y con Ciénaga de Oro, este último un sitio estrechamente relacionado con Momil. Las fases siguientes tienen relaciones con sitios del alto río Sinú, tales como Betancí y Tierra Alta, de manera que los comienzos de Cupica parecen relacionarse con la hoya del río Sinú. Las fases posteriores, sin embargo, están estrechamente emparentadas con cerámicas panameñas de la zona del Lago Madden y también de la Provincia de Coclé. Una fecha de radiocarbono de 1.227 A. D., para los entierros más recientes de Cupica, coresponde al período de Coclé Tardío, en Panamá En otras partes de la Costa Pacífica, en las bahías, esteros y manglares en el sur de Buenaventura, hay muchos pequeños sitios de habitaciones que contienen cerámicas de posición cronológica tardía, algunas de las cuales se relacionan con los complejos del río San Juan, mientras que otras se asemejan a ciertos estilos encontrados en la región de Tumaco. Al proceder hacia el sur, aproximadamente del río Guapí en adelante, la influencia de las culturas de Tumaco aumenta y encontramos muchos sitios que se conectan con las diversas fases cronológicas 53 de la secuencia del río Mataje. Algunos de estos sitios son aún más tardíos; las grandes acumulaciones de desperdicios culturales situados cerca de Imbilí, sobre el río Mira, datan, aproximadamente, de 1.000 A. D. Al ascender los ríos hacia el filo de la Cordillera Occidental, encontramos relaciones con los complejos cerámicos pintados, del valle del Cauca. En las cabeceras del río Patía ha sido excavado gran número de profundos entierros de cámara lateral, que contienen a veces varias sepulturas. Un rasgo curioso de estos entierros consiste en que la cámara se tapó con una gran tinaja globular cuyo orifico se orienta hacia el cadáver, mientras que su base está orientada hacia el cañón del entierro. El ajuar funerario consiste de vasijas decoradas con muy elaborados motivos pintados en rojo y negro, junto con pequeños objetos de oro o tumbaga, y algunos volantes de huso. Entierros de pozo o cañón vertical con cámara lateral son frecuentes en la parte sureña de las cordilleras, en dirección hacia el Ecuador, y continúan desde allí hacia el norte. En la región de Cali se han identificado varios complejos cerámicos, entre ellos los de Pichindé, Río Bolo y Quebrada Seca, nombres de los pequeños ríos sobre cuyas riberas se encontraron planos de viviendas y entierros. Las tumbas consisten en profundos pozos con cámara lateral, de plano circular, semicircular o elíptico y, en su mayoría, éstas se localizaron en las partes más altas de las colinas vecinas. En Pichindé los pozos verticales se hallaron llenos de pesadas piedras y las cerámicas asociadas con el entierro son apenas algunas ollas toscas, mientras que las cerámicas del complejo de río Bolo llevan a veces una fina capa de pintura roja. También se encontraron en Río Bolo algunas copas o vasijas de base alta. El complejo más elaborado es el de Quebrada Seca; uno de los entierros de cañón contenía cinco esqueletos acompañados por 260 vasijas, y varios otros entierros también contenían gran cantidad de cerámica, la mayoría cubierta de color rojo. Los complejos de la región de Cali no parecen relacionarse con Tierradentro, Calima o las cerámicas denominadas "Quimbaya"; probablemente son relativamente recientes y anteceden la Conquista sólo por unos pocos siglos. Podemos resumir aquí algunas observaciones acerca de las costumbres funerarias. Hacia el final del primer milenio A. D. parece que se Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 54 operó un profundo cambio en las prácticas religiosas en gran parte del territorio colombiano, por lo menos en lo que se refiere a los ritos de entierro. Mencionamos ya la pauta de enterramiento en urnas, a veces acompañadas por la incineración, y otras veces en que sólo consiste en el reentierro de huesos desarticulados. En ocasiones, estas urnas, en grupos de algunas docenas y aun centenares, forman grandes cementerios cerca de las antiguas aldeas; en otras ocasiones se encuentran en pequeños grupos, de tres o cuatro, sea en cavernas o enterradas cerca de las casas. Ocasionalmente también se han hallado grupos de urnas en tumbas de pozo con cámara lateral. Hay muchas formas diferentes de urnas funerarias; la forma más común consiste en una gran tinaja ovoidal provista de una apertura suficientemente grande para introducir en ella el cráneo; pero también hay urnas globulares, grandes recipientes cilindricos o urnas muy elaboradas, de silueta compuesta y adornadas con elementos plásticos, pinturas o motivos incisos. A veces se representa la cara, o la figura entera del muerto, sobre el cuerpo o la tapa de la urna. En el alto y medio Magdalena las urnas comunes ovoidales con frecuencia llevan una cara delineada con franjas aplicadas de arcilla, mientras que en las estribaciones de la Sierra Nevada (La Mesa), se presenta la cara o la cabeza entera en la tapa semiesférica. Del medio Magdalena proceden grandes urnas cubiertas con motivos incisos sobre cuyas tapas se modeló un pequeño personaje sentado en un banquito. Muchas de estas urnas se usaban en el contexto de los cacicazgos. Por ejemplo en la hacienda "La Marquesa", cerca de Popayán, se descubrió una tumba de pozo, que contenía una colección extraordinaria de objetos asociados. Varias grandes figuras antropomorfas de barro muestran guerreros que llevan escudos redondos y cascos crestados. Están sentados en bancos bajos, de cuatro patas. Sobre la espalda de las figuras aparece un animal monstruoso que parece trepar hacia la cabeza, motivo similar al que se puede observar en algunas escultur~s de San Agustín. Junto con estos y otros objetos antropomorfos de barro cocido, el entierro contenía un gran objeto de oro que representa un personaje altamente estilizado y adornado con una corona muy elaborada. La parte baja de la figura consiste en una placa semilunar y sobre los brazos de la figura trepan animales crestados. En el medio Magdalena (Río de la Miel, Guari- nó, Honda), las urnas antropomorfas tienen tapas a veces con figuras de guerreros con muchos ornamentos, sentados en banquitos y que recuerdan las figuras de "La Marquesa", asimismo, se representan figuras femeninas y aves. Este horizonte de urnas funerarias se extiende sobre un área muy amplia: desde la Guajira hasta el Darién, desde el alto Cauca hasta el Orinoco, a lo largo de ríos, sobre las lomas y en lo más alto de las colinas, se hallan estas urnas, siempre en el contexto de poblaciones de horticultores. Las federaciones de aldeas: los Tairona y los Muisca E ntre la gran variedad de cacicazgos y de pequeñas sociedades agrícolas tribales que se extendían sobre las cordilleras y tierras bajas, sobresalen dos grandes complejos culturales que han perdurado hasta los períodos históricos: los Tairona de la Sierra Nevada de Santa Marta, y los Muisca de las tierras altas de Cundinamarca y Boyacá. En ambos casos se trata de grandes agrupaciones indígenas de habla chibcha, cuyo avance cultural fue notable y se acerca a una etapa de desarrollo que señala el nivel de una incipiente organización estatal. Mientras que en los cacicazgos la cohesión política se limitaba por lo general a una hoya hidrográfica relativamente restringida, en donde una aldea principal coordinaba y dominaba algunas poblaciones satélites, situadas en diferentes facetas ecológicas, entre los Tairona y Muisca se trataba más bien de dos grandes federaciones de aldeas que estaban sometidas bajo la autoridad de jefes, los cuales combinaban en su persona funciones políticas, administrativas y aun religiosas. Culturalmente, estas dos federaciones tenían muchos rasgos fundamentales en común, pero se diferenciaban en detalles de énfasis y calidad y, desde luego, en muchos aspectos, de su particular adaptación ecológica, ya que las faldas_ de la Sierra Nevada de Santa Marta y los altiplanos de la Cordillera Oriental ofrecen condiciones fisiográficas y bióticas muy diferentes. Sobre un nivel de una federación de aldeas, la estratificación social evolucionó hacia un sistema de clases, en que los factores económicos adquirían más importancia que los factores de rango individual, como había ocurrido en los cacicazgos. Los grandes jefes pertenecían ahora a los mismos linajes de la alta jerarquía sacerdotal o militar, lo que, en un caso dado, podía Colombia indígena, período prehispánico llevar a la constitución de un "gobierno" claramente definido, apartándose así de la autoridad difusa de las cabecillas y jefes guerreros de los cacicazgos. Además, se formaba ahora una clase importante de artesanos y comerciantes que, por sus amplias relaciones intertribales, se constituían en agentes muy activos del cambio cultural. La agricultura se intensificó, en parte por obras públicas de control hidráulico y de tierras, tales como terrazas de cultivo y sistemas de riego, y en parte por especializarse en ciertas plantas cultivadas de alto valor nutricional, tales como la papa, o razas de maíz de alto rendimiento. Para ambas federaciones -los Tairona y los Muisca- disponemos de datos históricos contenidos en las crónicas de los siglos XVI y XVII que, en combinación con los resultados de las investigaciones arqueológicas, nos ofrecen una visión somera de los respectivos desarrollos culturales. Trataremos en primer lugar de la Cultura Tairona. Pautas de asentamiento Los Tairona eran habitantes de las tierras bajas y ocupaban las estribaciones de la Sierra Nevada, generalmente a menos de 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar. En la época de la Conquista, el territorio tairona se extendía principalmente sobre la zona de Santa Marta y de allí sobre las faldas septentrionales de la sierra, hasta aproximadamente el río Ancho, en el oriente. Al sur de Santa Marta se extendía el habitat sobre la vertiente occidental. Las otras vertientes del macizo, es decir, toda la zona meridional y oriental, hacia los altos cursos de los ríos Ariguaní, Cesar y Ranchería, estaban ciertamente bajo una fuerte influencia tairona, pero los principales asentamientos se encontraban en las zonas norte y noroeste, en los valles de los ríos Palomino, Buritaca, Don Diego, Guachaca y la zona del Cerro de San Lorenzo. La densa población vivía en grandes aldeas, muchas de las cuales merecen el calificativo de ciudades. Estos centros poblados consistían, según el caso, de docenas o aun de centenares de casas redondas construidas de madera y paja sobre plataformas y cimientos de piedras. En muchos casos estas aldeas y ciudades se construían en zonas muy accidentadas, sea en las hoyas de quebradas o en filos o faldas abruptas, situadas entre ríos profundamente encajonados. De esta manera, la distribución y disposición de 55 las viviendas muestra gran variación, adaptándose las diversas construcciones de la mejor manera a las vertientes, hondonadas, lomas y zanjones. Cada centro poblado tenía por lo menos un templo, constituido por una construcción circular de grandes dimensiones, en cuya inmediata vecindad había espacios públicos y eventualmente otras edificaciones de carácter ritual. Los diferentes tipos de casas de vivienda dejan reconocer una bien acentuada estratificación social: las casas más sencillas consisten apenas en un círculo de piedras, en el cual se marcaron las dos puertas opuestas con dos o más lajas planas; otras casas están señaladas además, por un círculo de piedras muy parejas, acompañadas por un círculo de lajas que rodean toda la construcción. Un tipo más elaborado aún consiste de cimientos formados por varios círculos de lajas enterradas en forma vertical y otras horizontalmente colocadas, cada una de las cuales fue cuidadosamente tallada y alisada. En algunos casos se pueden distinguir claramente áreas residenciales de élite. Fuera de las viviendas propiamente dichas, encontramos gran variedad de otras construcciones líticas por lo general hechas de piedras no modificadas y simplemente puestas la una sobre la otra y luego acuñadas con piedras más pequeñas, pero a veces también construidas con piedras talladas y con lajas muy parejas, lisas y bien ajustadas. Las murallas de contención de las numerosas terrazas de cultivo llegan a veces, en zonas muy pendientes, a una altura de varios metros. Hay largos caminos enlajados; escaleras, canales de desagüe y, a veces, un trecho de una quebrada ha sido canalizado entre paredes de pesados bloques. Puentes hechos de una o varias lajas puestas de orilla a orilla, se encuentran en algunas partes. En la zona plana del río Manzanares, alrededor de Santa Marta, había grandes obras de irrigación, tan bien construidas que causaron la admiración de los españoles. La base principal de subsistencia eran los grandes cultivos de maíz, pero fuera de éste se sembraba la yuca, la auyama, fríjoles y un gran número de árboles frutales. Una fuente importante de alimentos era el mar, y en algunas regiones se practicaba la apicultura en gran escala. Los Tairona practicaban el control vertical de una escala de facetas ecológicas, y parece que tenían en cada hoya hidrográfica varios centros de redistribución en forma de ciudades. Cada ciudad rodeada de sus cultivos, y aun cada grupo 56 de terrazas aisladas, formaba así un ecosistema artificial. Al comienzo del siglo xvi gran número de poblaciones de los Tairona se habían aglutinado alrededor de dos centros urbanos importantes y de este modo comenzaban a formarse dos federaciones, dos pequeños Estados incipientes y antagónicos. Un centro era Bonda, situada en la parte plana, cerca de la actual Santa Marta; y el otro era Pocigueica, situado en las faldas abruptas y dominando las zonas de las cabeceras de los ríos Frío y Don Diego. Entre ambos centros existían rivalidades y, en lo general, se observa que una clase poderosa de sacerdotes se encontraba en pugna más o menos abierta contra los jefes civiles. Existía también una fuerte tendencia militarista, pero parece que las lealtades estaban divididas, circunstancias que eventualmente facilitaron grandemente la conquista española. Como es obvio, los Tairona no habían logrado la plena consolidación de un gobierno centralizado y efectivo, y el poder ejecutivo se organizaba aun sobre una base de parentesco y de los intereses de determinados linajes. Sin embargo, la conquista de los Tairona fue un largo proceso que se extendió sobre casi todo el siglo xvi, debido ante todo a la táctica de guerrillas de los indios, en un terreno muy accidentado y topográficamente muy complejo. Contactos culturales Las investigaciones arqueológicas aún no permiten reconstruir los orígenes de la Cultura Tairona, y sólo se pueden hacer breves sugerencias acerca de algunas fases de su desarrollo. La fase protohistórica a histórica la conocemos a través de varios sitios de contacto, es decir, de aquellos conjuntos de vestigios que contienen algunos elementos europeos, generalmente fragmentos de utensilios de hierro. Estas asociaciones permiten establecer un amplio complejo cultural que corresponde aproximadamente al siglo xvi. Subyacentes a este complejo se pueden observar varios otros en que faltan estos elementos de contacto y que tienen un carácter prehistórico. No obstante la escasez de datos sobre estos complejos, de las informaciones disponibles se desprenden ciertos aspectos de interés. En primer lugar, es notoria una fuerte influencia centroamericana -más específicamente costarricense- en la cerámica, la orfebrería, el arte lapidario fmo en la arquitectura de uso doméstico. Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 En segundo lugar, parece que las primeras grandes aldeas que emplearon extensas construcciones de cimientos líticos, se edificaban con preferencia en posiciones de defensa y en los parajes altos y accidentados, aunque parte de la población vivía en las zonas bajas del litoral. En tercer lugar, hasta ahora la búsqueda de fases más antiguas y verdaramente ancestrales de la Cultura Tairona ha sido en vano; el complejo arquitectónico, asociado con ciertos elementos cerámicos y otros materiales, aparece más bien súbitamente alrededor del siglo XI o XII de nuestra era, sin claros precedentes locales, sobreponiéndose a culturas de tipo tribal; de agricultores y pescadores relacionados con los grupos selváticos y ribereños del bajo río Magdalena y de las hoyas de los ríos Ranchería y Cesar. Esta discontinuidad hace pensar en la posibilidad de que los Tairona sean de origen centroamericano y que hayan llegado a las Costas de Santa Marta por mar, puesto que faltan todos los indicios de una migración por tierra. A este respecto es de sumo interés tener en cuenta las tradiciones de los indios Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta tribu actual que se identifica con los antiguos Tairona y que afirman que sus antepasados vinieron por vía marítima "hace 52 generaciones", huyendo de un país amenazado por erupciones volcánicas. A eso se puede añadir el hecho de que la actual cultura de los Kogi contiene muchos elementos ideológicos que hacen pensar en un origen mesoamericano, de carácter esencialmente mayoide. Por cierto, esta teoría -y admitidamente no puede ser más en el estado actual de los conocimientos arqueológicos- no excluye de ningún modo la posibilidad de que se hayan efectuado migraciones centroamericanas hacia Colombia, muchas o todas de ellas siendo portadoras de elementos mayoides tardíos. Es pues interesante obsevar este flujo y reflujo a través del tiempo: parece que hace unos 3.000 o 4.000 años, las culturas indígenas de la Costa Atlántica de Colombia dieron un gran impulso a lo que luego fue Mesoamérica, región en donde luego surgieron las grandes civilizaciones de México y Guatemala. En cambio, en fechas muy tardías, las influencias de aquellas grandes naciones se hicieron sentir en tierras colombianas pero aquí las antiguas culturas, que habían sido impulsoras, no habían logrado mientras tanto un nivel comparable. La cerámica tairona del período protohistórico es muy elaborada; las vasijas culinarias Colombia indígena. período prehispánico y de almacenamiento son más bien toscas, pero hay un gran número de cerámicas de servicio uso ritual que atestiguan un desarrollo muy notable del arte alfarero. Son característicos ciertos recipientes con superficies negras brillantes, vasijas con cuatro soportes, copas, grandes platos y una multitud de otras diversas formas. La decoración es generalmente modelada e incisa, y casi nunca pintada. Con los recipientes cerámicos se combinan muchos elementos plásticos que representan animales tales como felinos, marsupiales, murciélagos, aves y reptiles. Las representaciones humanas en cerámica -por lo general en forma de silbatos- muestran personajes ricamente ataviados, que llevan máscaras, coronas e insignias de mando. Los Tairona eran grandes especialistas en la manufactura de cuentas de collar de muy diversas formas y hechos de minerales de diferentes clases y colores. También se ha encontrado gran cantidad de otros objetos finamente tallados en piedra -a veces de nefrita-, tales como máscaras, estatuicas, bastones, objetos en forma de hacha enmangada o en forma de campana, que constituyen un conjunto de objetos rituales, enterrados como ajuar funerario o escondites, debajo de las lajas de casas o templos. También se conocen algunas estatuas grandes, ante todo cabezas humanas o monstruosas, talladas en granito. La metalurgia tairona se destaca por su riqueza de formas: existen figurinas fantásticas, que llevan grandes atavíos de plumas y máscaras de felinos monstruosos; hay aves y reptiles, discos repujados, cascabeles, brazaletes, narigueras y otros objetos, en su mayoría hechos de cobre dorado o de tumbaga. Muchos elementos iconográficos observables en los vestigios arqueológicos de la Cultura Tairona encuentran sus paralelas y su explicación de los mitos y la religión de los actuales indios Kogi. Varios de sus objetos rituales actualmente en uso, son de origen tairona. Un breve resumen de los principales conceptos cosmológicos y religiosos Tairona-Kogi nos muestra un universo formado por varios estratos horizontales superpuestos, con nuestro mundo, es decir, la Sierra Nevada, en el centro. Este cosmos está orientado según los cuatro puntos marcados por las salidas y puestas de sol en los solsticios, completándose el quincunse con un punto central, fijado por la posición meridional del sol en lo» equinoccios. Estas "esquinas" del mundo, así como el "centro", están bajo el dominio 57 de cinco "Señores", y además están asociadas con animales, plantas, vientos, colores y una serie de conceptos abstractos. Este cosmos y sus componentes fue creado por una divinidad femenina de carácter reptil, cuyos hijos son héroes culturales y fundadores de linajes sacerdotales y señoriales. El Sol y la Luna son divinidades que fueron creadas por la Magna Mater para establecer y mantener un orden cíclico en el mundo, según la cual la humanidad debe vivir. La observación de este orden, es decir, el ciclo de los solsticios y equinoccios, junto con la formulación de un calendario agrícola y ceremonial, quedaba a cargo de los sacerdotes, que construían sus templos y centros ceremoniales en función de estos fenómenos astronómicos y metereológicos. El Sol y la Luna eran una pareja sobrenatural y tanto ellos como sus respectivos linajes sacerdotales tenían asociaciones felinas, de manera que el jaguar y el puma llegaron a simbolizar tanto la energía solar como la lluvia fertilizadora. Fue dentro de este contexto de ideas donde se desarrolló la Cultura Tairona y en donde viven en la actualidad sus descendientes, los Kogi. Vista en el amplio conjunto de los desarrollos prehistóricos colombianos, la Cultura Tairona se destaca ante todo por haber logrado un incipiente nivel urbano, sostenido por grandes obras públicas, como lo son las terrazas de cultivo, sistemas de irrigación y una red de caminos enlosados. En ninguna otra parte del territorio colombiano encontramos este grado de eficiencia económica y administrativa, y sólo la tan débil cohesión política y la poca extensión territorial de los Tairona, los colocan bajo el nivel cultural de los Muisca. Volvamos entonces otra vez al interior del país, a los altiplanos y valles de la Cordillera Oriental donde se desarrolló la Cultura Muisca o Chibcha. A la llegada de los españoles estos indios, en un número de aproximadamente medio millón, ocupaban las tierras altas y las faldas templadas, entre el macizo del Sumapaz, en el suroeste, y el Nevado del Cocuy, en el noreste, extensión de unos 25.000 kilómetros cuadrados. Las tierras más fértiles eran las de los antiguos lechos de los lagos pleistocenos, tales como la Sabana de Bogotá, así como las regiones irrigadas por los cursos altos de los ríos Bogotá, Suárez, Chicamocha y alguno de los afluentes del alto río Meta. La población estaba organizada 58 en dos grandes federaciones de aldeas, cada una bajo el mando de un jefe supremo: la zona suroccidental formaba el dominio del Zipa, con su centro en la región de Tunja (Hunza). Pero mientras que los Tairona habían desarrollado grandes aldeas y aun ciudades, fundadas sobre una arquitectura lírica de carácter duradero, la población Muisca era aparentemente mucho más dispersa y ocupaba innumerables pequeñas aldeas y caseríos, pero sin concentrarse en grandes centros nucleados que puedan considerarse ciudades. La arquitectura lítica de carácter doméstico falta casi por completo entre los Muisca, y aunque los españoles encontraron algunas aldeas bien construidas y fortificadas, los Muisca no dejaban de ser un pueblo eminentemente campesino, a diferencia de la orientación tan manifiestamente urbana de los Tairona. Estados incipientes Fuera de estos dos pequeños Estados o "reinos" incipientes y relativamente bien delimitados, existían en el siglo XVI algunos territorios marginales o casi independientes, cuya sumisión al Zipa o al Zaque no estaba del todo clara. El status de estos territorios en el momento de la Conquista debe evaluarse, en parte por lo menos, en términos de un proceso histórico. En primer lugar, los dos "Estados" incipientes eran el resultado de una serie de campañas de expansión territorial, y así, algunos de los jefes locales, como por ejemplo el Tundama (Duitama) o el señor de Sáchica, parecen representar remanentes de cacicazgos que aún no se habían consolidado dentro de una estructura federal. En segundo lugar, las fuentes históricas no distinguen claramente entre la autoridad civil y la religiosa de los indios. Obviamente, los "señores" de los principales centros ceremoniales no eran simples caciques tributarios, sino sacerdotes de alto rango, que, por esta misma razón, no se sujetaban al poder civil o militar del Zipa o del Zaque. Al respecto, es de gran interés la geografía mítica de los Muisca. El centro ceremonial del territorio del Zipa era Chía, población sabanera donde se levantaba el Templo de la Luna; el centro ceremonial del Zaque era Sogamoso, donde estaba el Templo del Sol. Ahora bien: esta distribución plantea ciertos problemas de carácter astronómico, cosmológico y socioeconómico. Los quince o más fértiles altiplanos de la Cordillera Oriental de Cundinamarca-Boyacá, Nueva Historia de Colombia, Vol. I están localizados entre cadenas montañosas que los encierran por casi todos los lados. El ciclo anual se divide en cuatro estaciones, ya que, entre marzo y junio, las crestas de estas montañas reciben los vientos húmedos procedentes del Pacífico, y entre septiembre y diciembre los de la Cuenca Amazónica, intercalándose, entre estas estaciones de lluvias, dos estaciones secas. Nuevamente, como en el caso de los cacicazgos la astronomía, la meteorología, y la formulación de un calendario llegaron a ser fundamentales para la agricultura, y esta preocupación se expresa claramente en la naturaleza de los dos centros ceremoniales. Parece que la función principal de los sacerdotes de los Muisca haya sido la observación astronómica, y varios monumentos arqueológicos, generalmente en fonna de toscas columnas de piedra, se relacionban con estos fines. Los llamados "Cojines de Diablo", dos grandes discos tallados en la roca, en un alto dentro del perímetro urbano de Tunja, son probablemente un punto de observación solar. En el sitio de Saquenzipa, pequeño pero muy importante centro ceremonial de los Muisca, cerca de Villa de Leyva, se ven unas 25 grandes columnas cilindricas alineadas en dirección esteoeste y, visto desde este lugar, el día del solsticio de verano se ve salir el sol exactamente sobre la Laguna de Iguaque, de donde, según el mito, emergió la diosa Bachué, la madre primigenia de los Muisca. Alineaciones de piedra, grupos de columnas y otros restos de construcciones líticas que no parecen haber sido de uso doméstico sino ritual, se encuentran en varias wnas del territorio muisca. En efecto, la orientación suroeste-noreste del teritorio ocupado por los Muisca, parece haber formado la base de su cosmogonía. Tal como los Kogi y muchos otros indios de los Andes, los Muisca consideraban las lagunas como lugares especialmente sagrados. Las lagunas de Guatavita, Siecha, Tota, Fúqene y, desde luego, Iguaque, figuraban promisoriamente en sus mitos, y en los alrededores de todas ellas se han encontrado ofrendas de oro, cerámica y aun figuras de madera. La planificación de la agricultura con base en un calendario sancionado por la religión, dio excelentes resultados en las tierras tan fértiles y climatológicamente privilegiadas como lo son las de los altiplanos andinos. El principal producto de la agricultura muisca era la papa, tubérculo que madura en cuatro o cinco meses. El maíz, cuyo cultivo requiere el doble del tiempo. Colombia indígena. período prehispánico seguía en importancia, junto con varios cultivos característicos de los Andes, como lo son los cubios, ibias, chuguas, así como la arracacha, la batata y la yuca, en zonas más templadas. Estas regiones, de un clima algo más templado, eran de gran importancia para los Muisca y -puesto que en ellas se trataba de zonas fronterizas, expuestas a los ataques de tribus bélicas en un nivel cultural más bajo-los Muisca vivían en un estado permanente de guerra defensiva. En algunas regiones del territorio muisca se pueden observar antiguos sistemas de cultivos tales como terrazas, hileras de montículos, eras o zanjas de desagüe, pero como obras de ingeniería, no llegan a la perfección de las construcciones de los Tairona. Esta falta de interés en la conservación de las tierras o en la intensificación de su uso, podría indicar la gran abundancia de tierras fértiles, ocupadas por una población bastante dispersa. Es claro que el país de los Muisca tenía un "interior", una región nuclear, y este hecho fue fundamental para el camino hacia la integración estatal. Esta región central, o sea los altiplanos de Bogotá-Tunja-Sogamoso, ofrecía una amplia base de recursos permanentes y de fácil aprovechamiento, ventaja de que carecían los Tairona y, en lo general, los cacicazgos de las vertientes. Fue alrededor de este concepto de un "centro" como la Cultura Muisca encontró su cohesión y su estabilidad. En la alimentación de los Muisca se combinaban los cultivos locales con los obtenidos por el comercio con grupos vecinos de tierra templada. Además, los Muisca tenían crías de curies y de patos moscovitas, y los bosques de roble abundaban en venados. El activo comercio que practicaban los Muisca, tanto en mercados locales como con grupos indígenas de las regiones fronterizas, se basaban en productos tales como sal, alfarería, esmeraldas, mantas de algodón y otros productos locales, en cambio de los cuales se adquirían oro, conchas marinas, cuentas de collar, plumas de aves tropicales. Los Muisca eran ávidos consumidores de narcóticos y alucinógenos vegetales como los son la coca, el tabaco, el "borrachero" (Datura), así como de un rapé hecho de una semilla pulverizada llamada yopo (Anadenanthera peregrina) y, fuera de su grande importancia religiosa, estas drogas también eran objeto de intercambio comercial. En el momento de la Con9uista no se había logrado aún la estabilidad pohtica que hubiera 59 hecho de este territorio un verdadero Estado. El Zipa y el Zaque eran nominalmente los jefes supremos de sus dominios respectivos, pero las rivalidades entre jefes locales llevaban en ocasiones a alianzas o incursiones violentas en que un cabecilla trataba de arrebatarle al otro sus subditos tributarios. El sistema de tributos se hallaba establecido en todo el territorio y suscitab~ tensiones internas y luchas entre grupos vecmos. La población estaba comenzando a estratificarse en varias clases sociales. Los dirigentes, que heredaban rango y oficio por descendencia matrilineal, vivían en casas grandes y bien construidas. Los nobles ocupaban posiciones privilegiadas y los guerreros formaban un estamento aparte, dedicado a la defensa de las fronteras. Los sacerdotes, llamados jeques, se formaban durante largos años de reclusión en un templo, donde los aprendices debían ayunar y llevar una vida dedicada sólo al estudio de la religión y de sus prácticas esotéricas. Los templos, construcciones circulares de techo cónico cubierto de paja, estaban dedicados a los astros, pero además había otros lugares de culto, tales como cavernas o ciertas cumbres de los cerros. Igual que muchos otros indios andinos, los Muisca consideraban a las lagunas como lugares especialmente sagrados; en los alrededores de todas ellas se han encontrado ofrendas de oro, cerámica y aun estatuillas de madera. En los templos y demás lugares de culto, se guardaban figuras de oro, piedra, madera, algodón y de ellas se hacían ofrendas de oro, cobre, esmeraldas e incienso. Ocasionalmente los secerdotes hacían sacrificios humanos al Sol, siendo las víctimas los prisioneros de guerra, o niños que se traían de tierras lejanas. En muchas de estas prácticas religiosas, claramente se observan influencias mesoamericanas. Existían diferentes tipos de entierro; a los individuos de más alta categoría se los momificaba o disecaba y luego se envolvían en mantas finas, para depositar sus cadáveres en cuevas. Otra forma de entierro consistía en tumbas formadas por lajas de piedra y, en todos los casos, la calidad del ajuar funerario deja reconocer los diversos estratos sociales. En algunas pocas ocasiones se han hallado entierros en urnas. Aunque los cronistas españoles describen en detalle la Cultura Muisca, tal como la observaron durante el siglo xvi, son muy pocas aun la investigaciones arqueológicas que corroboran 60 estas descripciones. No se han descubierto todavía las grandes aldeas o "alcázares", ni los "palacios", de los cuales hablan la crónicas, y, en realidad, se conocen sólo muy pocos sitios de vivienda. En ciertas colinas o faldas de las cercanías de Bogotá y Tunja se pueden ver pequeñas planadas artificiales, y sobre ellas, algunas piedras puestas en círculo; pero estos sitios dan la impresión de ser restos de casas sencillas, cerca de los cultivos. En algunos lugares, como Funza, Tunja y Sogamoso se han hallado vestigios de postes u horcones de madera que marcan una construcción circular u ovalada; pero en verdad, aún no se conoce una sola casa muisca sistemáticamente excavada. Lo poco que sabemos de la cultura prehistórica de los Muisca se basa principalmente en los objetos encontrados por guaqueros, hallados por campesinos al labrar sus campos o por cazadores y pastores al recorrer los parajes solitarios de las serranías. Así, conocemos objetos de orfebrería, cerámicas, textiles, tallas de piedra o madera y otros artefactos -todos carentes de contexto- que por ciertas características formales pueden identificarse con los Muisca de la época protohistórica o histórica. Las escasas excavaciones, científicamente controladas, se han limitado a problemas muy locales y a sitios arqueológicos muy superficiales, de modo que no han podido defmir aún grandes fases de desarrollo que dejen reconocer cambios adaptativos y sus correlativos sociales y tecnológicos. La cerámica muisca es tecnológicamente bien lograda, pero tiene menos elaboración y decoración que la de la mayoría de los cacicazgos de las tierras bajas. Por lo común se trata de cerámicas monocromas, de color pardusco, rojo, gris o anaranjado y la textura es opaca y áspera. Aparte de la ollas culinarias comunes, hay vasijas en forma de zueco, vasijas de doble cuerpo y algunos recipientes globulares, con alto cuello cilíndrico. La decoración pintada, de motivos geométricos, es bastante frecuente. Una forma característica son figurinas humanas muy desproporcionadas, con caras triangulares y rasgos faciales estilizados. Representaciones zoomorfas en cerámica son raras. Algunas de las figurinas humanas representan guerreros o dignatarios que llevan mazas o propulsores, y también se muestran collares, coronas y otros adornos personales. Ocasionalmente estas figuras estaban vacías o contenían objetos de oro. Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 En la región de Mongua, no lejos de Sogamaso, se han hallado varias estatuas grandes de piedra, muy toscamente talladas. Otros objetos de piedra, son a veces, de manufactura preciosa como, por ejemplo, los volantes de huso de diferentes formas, adornados con motivos muy fmamente incisos y las matrices de piedra que se emplearon en la orfebrería. También hay pequeñas representaciones de piedra, de aves, ranas o de personas adornadas. La orfebrería muisca estaba mucho menos avanzada tecnológicamente que la de sus vecinos. La mayor parte de los artefactos consiste en tunjos o pequeñas figuras humanas en forma de una placa triangular muy alargada, sobre la cual se indicaron los rasgos fisicos y algunos adornos o atributos por medio de trozos de alambre o, más bien, de delgadas varitas de oro. estas estilizaciones, que a veces muestran personas armadas o ricamente ataviadas, se hicieron en la técnica de la cera perdida. Hay una multitud de pequeños objetos de oro: cetros, coronas, diversos animales y de toda clase de adornos personales, que han encontrado bien sea en entierros o, en calidad de ofrendas, en el borde de lagunas o en vasijas enterradas en algún lugar escondido. El arte muisca es rígido, lineal y altamente estilizado, y se distingue inmediatamente de los estilos elaborados, a veces exhuberantes, de las culturas prehistóricas de las tierras vecinas. Pero esta misma rigidez y simetría, estas superficies opacas y estas formas sobrias, tienen un especial encanto. Poco o nada se conoce de la estratigrafia en el territorio muisca. La mayoría de los materiales arqueológicos que se hallan en museos y colecciones particulares pertenecen estilísticamente a fases recientes, pero ocasionalmente se ven objetos de cerámica, piedra y hasta de oro o cobre que, sin lugar a duda, pertenecen a fases más antiguas, o aun a culturas diferentes que, en otras épocas, ocupaban algunas zonas de los altiplanos y de las serranías de sus alrededores. Investigar y reconstruir los orígenes y sucesivas fases de desarrollo de la Cultura Muisca, es pues una tarea del futuro. El nivel cultural logrado por los Muisca no debe juzgarse por los escasos y más bien sencillos restos materiales de su vida diaria, sino que debe buscarse en su desarrollo espiritual e intelectual; la cultura material, la tecnología y las expresiones artísticas en barro, piedra y metales, no muestran un avance proporcional. Lo que Colombia indígena, período prehispánico marca los grandes logros de la Cultura Muisca son sus elaboraciones astronómicas y religiosas que, con sus templos, lagunas sagradas y observatorios monumentales, indican un avance científico e ideológico que, junto con las instituciones políticas, legales y económicas, constituyen un nivel cultural que no fue alcanzado por las otras sociedades indígenas del país. Al terminar nuestro largo recorrido por las etapas de la prehistoria del territorio nacional, cabe una observación. Es cierto que ni los Muisca ni los Tairona lograron el nivel de "civilización", de una verdadera estructura estatal. Su organización social permaneció en una fase de desarrollo en que predominaba aún un sistema de rangos diferenciales, pero no uno de clases sociales claramente estratificadas. Los pocos centros de tipo urbano, las "ciudades" tairona, no eran la sede de instituciones administrativas, sino apenas de grupos debidamente organizados en grandes categorías de "jefes" y artesanos, y había una gran población fluctuante entre el núcleo poblado y los campos de los alrededores. Las ideas religiosas aún no estaban expresadas en sistemas simbólicos que abarcasen grandes regiones coherentes. ¿Cuál es, entonces, el legado indígena? ¿Qué significado tienen para nosotros los vestigios de estas culturas de antaño? El arqueólogo 61 sabrá contestar estas y otras preguntas y no vacilará en hablar en gran detalle de la importancia de secuencias cronológicas y técnicas líticas, de etapas paleoclimáticas, de modelos de microevolución y de tantos otros aspectos de la investigación. Pero tal vez no es eso lo que pueda interesar a nuestro lector. Dejando de lado todas la minuciosidades técnicas y toda curiosidad por lo exótico que pueda motivar la investigación, yo diría que el gran legado del indio consiste en la manera como comprendió y manejó esta tierra. El largo camino que recorrió el indio colombiano -desde las cuevas de El Abra hasta el Templo del Solconstituye una gran enseñanza ecológica para nuestra época, ya que nos muestra los fracasos y los éxitos, los errores y los logros de aquellos hombres que, con sus mentes y manos, supieron adaptarse a una tierra bravia y, al mismo tiempo, crear sus culturas, sin que en el proceso sufrieran las selvas y la sabanas, como sufren hoy en día. El legado consiste en la manera como apreciaron y explotaron los diversos medio-ambientes de las costa y de las vertientes, de las selvas y de los altiplanos; cómo supieron extraer de ellos su sustento sin destruir la fauna; cómo conservaron la tierra con sus terrazas y canales. Es esto lo que nos han dejado los indios, y esto lo que nos debe enseñar la arqueología. Bibliografía La etapa Paleoindia: Los cazadores y recolectores tempranos. Como introducción al tema referente al poblamiento de América, se recomienda ante todo: WILLEY, GORDON R.: An introduction to American Archaeology, 2 vols. Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1966-1977. Otras obras más especializadas son: LANNING, EDWARD P. & THOMAS C. PATTERSON: "Early man in South America", Reading from Scientific American, 1973, págs. 62-68. LYNCH, THOMAS F.: "The Antiquity of Man in South America", Journal of Quaternary Research, núm. 4, 1974, págs. 356-377. MACNEISH, RICHARD S.: "The Origins ofNew World Civilization", Scientific American, vol 211, núm. 5, 1964, págs. 29-37. - - - - - : "Early Man in the Andes", in Readingsfrom ScientificAmerican, 1973 págs. 69-79. Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 62 S., THOMAS C. PATTERSON & DA VID L. 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Es cierto que en los mapamundis de los siglos xiv y xv ya se delineaban con cierta exactitud esos continentes, basándose en conocimientos adquiridos en acciones políticas e intercambios económicos, mediante una navegación costera que desde Europa alcanzó durante las cruzadas la Tierra Santa en el Asia Menor (1 096-1270). Se conocía de una manera global una parte de Asia, debido a los viajes de Marco Polo, de mercaderes y misioneros. Se conocían las costas africanas incluyendo la Península Ibérica que formaban parte del imperio musulmán. Pero el resto del mundo era desconocido y los mapas geográficos lo presentaban como mar habitado por monstruos y animales exóticos. Tal geografia correspondía a la Edad Media, cuando ni las necesidades económicas, ni los problemas sociales, ni la densidad de la población europea precisaban una extensión territorial mayor que la conocida. Tal situación cambió durante los siglos xv y XVI, época que llamamos el Renacimiento. Se había producido un notable aumento de la población europea, un avance de las técnicas de producción, un progreso del comercio y la minería, de medios de comunicación terrestre y marítima y un desarrollo de las ciencias naturales. En el escenario político se fortaleció el orden monárquico que trataba de sustituir el feudalismo descentralizador, cuya inoperancia política había demostrado el fracaso de las cruzadas. Con todo, tales cruzadas habían ejercido una notable influencia sobre el desarrollo económico de la Europa occidental, pues hicieron conocer las fuentes desde donde se distribuían a Europa artículos de primera necesidad como especies y fármacos y otros de lujo como el oro, la seda y las piedras preciosas, anheladas por la decadente nobleza y por la burguesía que se había enriquecido como proveedora de los ejércitos de aquellas cruzadas con navios, armas y vituallas. Lo último produjo un auge económico de esa burguesía, que llegó a constituirse en un nuevo y pujante grupo social, hasta cierto punto libre del tradicionalismo retardatario y permeable al progreso con base en la explotación de laman<? de obra de la población de obreros y campesmos. En ese comercio con artículos orientales ocuparon privilegiada situación los países mediterráneos como España, Portugal, Italia y las 70 Nueva Historia de Colombia, Vol.! partes meridionales de Francia y Alemania, esta Canarias por España; islas todas que sirvieron última a través de un antiguo camino que atra- luego como puertos intermedios entre Europa y vesaba los Alpes, por el paso de Brenner y que América. conducía a Italia y sus puertos mediterráneos. La grave situación social y económica de Fue Venecia la que alcanzó un lugar destacado España después de la Reconquista incitaba a en ese comercio, mediante el pacto convenido esas exploraciones marítimas. Finalizada la Recon el Imperio Otomano, que se adueñó del conquista, España carecía de posibilidades de Asia Menor; un pacto que concedió práctica- dar sustento y ocupación a su población rural y mente a Venecia un monopolio del comercio urbana. Pues como consecuencia de las donaciocon artículos orientales que llegaban por mar y nes hechas por la Corona a la nobleza por la tierra desde la India y la China hasta los puertos ayuda prestada durante las guerras de la Reconde Asia Menor; monopolio que encarecía sensi- quista, la mayor parte de las tierras peninsulares blemente el precio de los artículos orientales pasaron a poder de los nobles. Sin embargo, la tan apetecidos en Europa. nobleza no dedicó estas tierras a la producción de géneros de consumo, lo cual hubiera penniEl monopolio veneciano fue reforzado con la caída de Constantinopla en manos de los tur- tido dar trabajo y alimentación a la masa popucos (1543), con lo cual se cerró otro acceso al lar, sino a la ganadería trashumante -la mestaLejano Oriente por el Mar N egro, el Caspio y y al cultivo de olivares en el sur y centro de la luego por el centro del continente asiático; este Península; actividades que exigían poca mano último cerrado cuando la dinastía de los Ming, de obra ocasionando un masivo desempleo de antioccidental y anticristiana, se hizo dueña de la población, que la industria "subdesarrollada" la China, encerrándose en la famosa muralla. no pudo absorber. Tal situación produjo un "soEs así como ya a comienzos del siglo xv brante" de la población, que la literatura coetáse inicia en Europa la búsqueda de otro acceso nea llamó "desesperados", gentes sin medios de al oriente y esta a través del Atlántico, pues era subsistencia decidida a cualquier actividad aunconocida la redondez de la tierra ya desde el que fuera delincuente. Por otra parte, el régimen tercer siglo a. C. Los adelantos en la navegación de mayorazgos, según el cual el hijo mayor alcanzados en aquella época parecían suficientes heredaba los títulos y bienes del difunto, dejando sin ellos a los demás hermanos, creaba para emprender tal hazaña. En esta búsqueda del camino, a través del "segundones" entre la nobleza, sin más alternaAtlántico, hacia el oriente asiático, tomaron tiva para su subsistencia, que integrarse al estado parte principal Portugal y España. Habían for- eclesiástico o al de hombres de "capa y espada", mado parte del vasto Imperio musulmán y here- en cierto modo también "desesperados", que daron los notables adelantos en navegación que buscaban en las guerras el modo de subsistencia. logró aquel Imperio. Las relaciones económicas En una palabra, España vivía una crisis social de España con la parte oriental del Mediterráneo que fue la fuerza motriz de sus guerras en Europa no habían cesado pese a la Reconquista, siendo y el acicate para las exploraciones y descubrique el Reino moro de Granada permaneció en mientos. Esta crisis social explica la anarquía la Península hasta fmes del siglo xv. Ocupaba y la falta de planeación que caracterizaron la junto con Portugal, la punta más occidental de conquista de América y la casi inmediata ocupaEuropa, es decir, la más próxima al imaginario ción de las islas y tierras que se iban descubrienoriente asiático que la complaciente geografía do, independientemente de que si se las consicontemporánea acercaba sensiblemente, calcu- derara etapas del camino al Lejano Oriente o lando la circunferencia de la tierra en dos terce- bien como un nuevo continente. ras partes de lo que era en realidad y sembrando, A la conquista de América contribuyeron además, el Atlántico en los mapas geográficos pues el deseo de la burguesía peninsular de apro-portulanos y globos-, con islas que parecían vechar el comercio con el oriente, la necesidad facilitar su travesía. El cierre de la vía oriental que tenía la Corona de ofrecer a los "segundohacia Asia impulsó a España y Portugal a buscar nes" y militares desocupados un campo de acesta vía, la occidental, al Lejano Oriente. A ción y al proletariado rural y urbano, ocupación este empeño se deben los descubrimientos por y sustento. Además del deseo natural de extenPortugal de las Azores en el norte y de las islas der su poder político, incorporando nuevas tiedel Cabo Verde en el sur y la ocupación de las rras al Imperio. La conquista del territorio v el poblamiento Los viajes descubridores N o correspondería a esta corta introducción, enumerar todos los viajes que realizaron los españoles y los portugueses durante el siglo xv para explorar el Atlántico. Dieron por tierra con el mito de la existencia de una zona tórrida inhabitada que cerraba el paso hacia el hemisferio meridional. Desvirtuaron las fantásticas creencias sobre el Atlántico como mar tenebroso. Y como si quisieran incitar a la exploración del océano, los mapas geográficos del siglo xv mostraban una sucesión de islas interpuestas entre la Europa occidental y el continente asiático que alimentaba la ilusión de una fácil travesía. Cristóbal Colón, en su búsqueda fervorosa de un paso marítimo al Asia emprendió cuatro viajes. En el tercero, 1498, avistó, sin saberlo, el continente americano frente a La Trinidad, pero la consideró ser otra "isla". Atacado de fiebre tropical insistía en que por allí se llegaría al paraíso de que nos habla la Biblia. Continuó su viaje a La !sabela (Santo Domingo), donde tuvo que enfrentar la primera "revolución" de carácter popular en el continente americano, cuando el escudero Francisco Roldán, llegado con él en el segundo viaje y quien, como hombre del pueblo, se había establecido en la isla como colono, desconoció los privilegios concedidos a Colón por el Rey de España y se opuso con éxito a su autoritario proceder, gozando del apoyo de los indios, de más de medio centenar de sus compañeros y de buena parte de los inmigrantes que por entonces llegaron desde España a un cercano puerto. Guardadas las proporciones y características peculiares, el levantamiento de Roldán puede considerarse como la primera revolución social en América, porque se trataba de colonos que a su riesgo personal y sin apoyo estatal conquistaban el continente y que se opusieron al Almirante, representante del lejano país, el cual, aunque fuera su patria, no aportó gran cosa a la empresa. En el cuarto y último viaje, 1502, buscando un paso marítimo hacia la India asiática, Colón, sin saberlo, tocó las costas de Honduras y Panamá y con toda probabilidad llegó al punto más septentrional del actual departamento del Chocó, el cabo de Tiburón. Luego, por no encontrar un paso hacia la India y porque sus navios se deshacían atacados por la broma, emprendió el regreso a España en un largo, penoso 71 y accidentado viaje por Jamaica y Santo Domingo. Poco tiempo después, en 1506, murió en España creyendo firmemente haber tocado el continente asiático. Aún en vida de Colón, otros expedicionarios obtuvieron licencias de la Corona, las llamadas "capitulaciones", para explorar las islas y tierras americanas. Es cierto que la empresa descubridora americana comenzó como un monopolio de la Corona que incurrió para ello en deudas y gastos, pero los medios financieros de que disponía no eran suficientes para continuarla como tal monopolio. En 1495, la Real Cédula del 19 de abril abrió las puertas de América a la emigración general mediante aquellas "capitulaciones" con personas particulares. En éstas se otorgaban licencias para la exploración, conquista, o, simplemente, para el reconocimiento de tal o cual sector del territorio americano, continental o isleño, concediendo al capitulante prerrogativas, derechos y licencia para alistar gentes en su expedición. La Corona se reservaba la suprema jurisdicción civil y criminal y una parte del botín denominada "quinto real" -antigua institución medieval vigente durante las guerras de la Reconquista cuyo monto porcentual, el20%, podía variar- e imponiendo, según fuera el caso, otras condiciones. Sobra decir que ni Cristóbal Colón ni su hijo y sucesor Diego Colón aceptaron ese cambio, originando con ello los llamados "pleitos colombinos", que sólo se pudieron resolver con el hijo de Diego, Luis Colón, mediante el pago de indemnización y la confirmación de la nobleza de la familia. Fue con estas nuevas condiciones con las cuales en el año 1500, Rodrigo de Bastidas, escribano de Triana, barrio de Sevilla, capituló la conquista del sector del litoral Caribe, que se extendía desde el Cabo de la Vela hasta la desembocadura del Atrato (el Darién). Partió de Sevilla con sus navios hacia el Cabo de la Vela. Fue recibido por los indígenas pacíficamente, como primer europeo que veían en sus tierras. Comerció con ellos mediante el "rescate": cambio de efectos traídos de España (espejos, avalorios, machetes, etc.), por oro, perlas, nácar, telas, etc. Siguió luego la costa hacia el occidente, descubrió la desembocadura del Magdalena, que desde entonces se llamó Río Grande, y la ensenada de Urabá. Llegó hasta el punto Nombre de Dios, cercano al actual puerto de Colón en la República de Panamá. Continuó viaje a La Española y durante la travo- 72 sía, sus naves sufrieron un naufragio en el cual perdió gran parte de lo "rescatado". Desde Santo Domingo se dirigió Bastidas a España donde tuvo que enfrentar a los acreedores que habían fmanciado su expedición. Con todo, volvió a América y se estableció en Santo Domingo. Allí se convirtió en próspero negociante y arrendador de rentas reales, sin pensar en nuevas conquistas. Durante los años que siguieron a ese primer viaje descubridor, la costa Atlántica se ha convertido en una "tierra de nadie" que proporcionaba esclavos indios a las islas antillanas "útiles": Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico y Jamaica, ya ocupadas por españoles. La primera de ellas, Santo Domingo, se constituyó en un emporio de "artículos de rescate" y punto de partida de las expediciones conquistadoras a las costas circundantes del mar Caribe. Desde Santo Domingo partió en 1508 el experimentado conquistador, Alonso de Ojeda, quien "capituló" por intermedio de un amigo suyo entonces en España, Diego de Nicuesa, la conquista del territorio que había sido recorrido anteriormente por Bastidas. Compañero de Ojeda, fue el famoso cartógrafo Juan de la Cosa, autor del primer mapa geográfico basado sobre los descubrimientos hechos hasta 1501, quien aspiraba a un lugar en la empresa. Por su parte, Diego de Nicuesa, acaudalado negociante, "capituló" con la Corona la conquista de Veragua, territorio que se extendía hacia el norte y occidente de la gobernación de Ojeda. Entre ambas gobernaciones servía de frontera la ensenada del Darién. La hueste de Ojeda llegó a Calamar, sitio de la actual Cartagena, donde los indígenas, escarmentados por los continuos asaltos de los cristianos, ya habían variado su anterior carácter pacífico, tomándose aguerridos y belicosos enemigos de los invasores. Para doblegarlos salió de Calamar un contingente conquistador, al mando de de la Cosa quien fue atacado por los indígenas en cercanías de Turbaco, muriendo la mayoría de los españoles, incluido de la Cosa. El castigo que posteriormente les propinó Ojeda, apoyado por los hombres de Nicuesa que habían llegado a Calamar en su viaje a Veragua, no consiguió amedrentarlos. Continuando la marcha hacia el oeste, Ojeda llegó a Urabá y fundó en 1509 un pueblo: San Sebastián de Urabá, primer pueblo de españoles en tierras actualmente colombianas. Desde Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 allí trató en vano de pacificar a los indios del Sinú, fracasando también en sus expediciones a las cercanías del pueblo. El oro recogido entre los indios, pese a la abundancia, no satisfizo a los hombres de su ejército, quienes minados por las enfermedades y el hambre, obligaron a Ojeda a embarcarse contra su voluntad a Santo Domingo, donde murió sin volver a su gobernación. La situación en que quedaron los españoles se volvió muy pronto insostenible y finalmente optaron también ellos por regresar a Santo Domingo. Francisco Pizarra, más tarde famoso conquistador del Perú, fue elegido caudillo de la hueste ya sensiblemente mermada. Pizarra llegó con su gente a Calamar donde encontró a Martín Femández de Enciso, bachiller y "socio capitalista" de Alonso de Ojeda, quien lo había nombrado alcalde mayor de su gobernación. Enciso se había enriquecido en Santo Domingo y había decidido probar suerte en la empresa americana, trayendo en su navio un grupo de nuevos pobladores a más de armas y provisiones. Más con amenazas que de buena voluntad, la tropa al mando de Pizarra fue obligada por Enciso a regresar a San Sebastián. Al llegar encontraron los escombros del pueblo que había sido quemado por los indios; mientras, el navio que llevaba las provisiones naufragó y sólo se salvó la tripulación. En ese momento de aflicción general aparece en el escenario histórico Vasco Núñez de Balboa, quien después de Francisco Roldán, puede considerarse segundo caudillo revolucionario popular que conoció América. De baja estirpe social, Balboa había acompañado a Bastidas en su desafortunado primer viaje, pero no quiso, como sí lo hizo éste, regresar a España. Decidió quedarse en Santo Domingo donde bien o mal ganaba la vida engordando cerdos o haciendo negocios ocasionales hasta cuando la presión de sus acreedores lo obligó a huir, embarcándose clandestinamente en la flota que salió al mando de Enciso para Cartagena. Ante la grave situación en que se encontraba el ejército, se reunió el llamado "cabildo abierto" -antigua institución democrática arraigada en Castilla, que se reunía en caso de situaciones descomunales y donde todos tenían voz y voto y eligió a Balboa como caudillo. Tal elección produjo significativos cambios en la política colonizadora. Cuando Femandez de Enciso exigió que de la caja del "común" le pagasen las mercancías que había perdido en La conquista del territorio y el poblamiento el naufragio, Balboa negó tal pago, por considerar que dichas mercancías eran traídas por Enciso para su venta y bajo su riesgo, como lo hiciera cualquier comerciante. Y cuando éste insistiera en su demanda, lo depuso de su oficio de alcalde mayor y el "común" eligió un nuevo cabildo con sus regidores, alcaldes y oficiales. Con la aceptación del "común", Balboa decidió abandonar la región, la cual volvió a ser "tierra de nadie". Pasó con su ejército a la otra banda del Atrato y fundó un nuevo pueblo con el nombre de Santa María la Antigua del Darién. Cuando Diego de Nicuesa protestó contra esa fundación, pues caía en tierras de su gobernación, Balboa no vaciló en embarcarlo a la fuerza y enviarlo a Santo Domingo, pese a las protestas de los oficiales reales y de lo más granado de la vecindad de Santo Domingo que acompañaba a aquél; un regreso que resultó infortunado, pues Nicuesa se ahogó en la travesía. Al anunciar a España lo sucedido con Nicuesa, Balboa escribía: "Les parece ser señores de la tierra y que desde la cama han de mandarla". Para Balboa, líder popular, la tierra pertenecía a quien la ocupaba y trabajaba y, en este caso, a quien la conquistaba y con riesgo de su vida abría nuevas tierras para la colonización. Fue ésta la más antigua versión del principio que luego habría de guiar los movimientos revolucionarios americanos en su lucha contra España, cuando desde la lejanía quería imponer leyes adversas a los intereses de los colonos. Aún actualmente "la tierra para quien la trabaja", es el lema de la moderna reforma agraria que buscan los campesinos americanos. 73 no se poblaran con españoles recién llegados de España -los llamados después "chapetones" -, sino con los procedentes de las islas antillanas "¡América para los americanos!". Aunque la bonanza de Santa María la Antigua del Darién fue el resultado de la explotación de la fuerza de mano indígena, política que correspondía a la base económica del colonialismo y que siguió aplicándose durante mucho tiempo, el grado de la explotación no indujo a los indígenas de aquella tierra a la belicosidad y al rechazo, como sí sucedió durante otras expediciones. Fue debido a esta política, más benigna para con la población terrígena, por la cual los indígenas revelaron a Balboa la existencia al occidente, de la "otra mar" o "Mar del Sur", el Pacífico. Tales noticias las ocultaron a Colón, preocupado por la gloria personal; a Diego de Nicuesa, banquero y opulento mercader; a Alonso de Ojeda, hombre de "capa y espada". Fue un hombre del pueblo, colono más que conquistador, hombre ya "americanizado" y que no anhelaba regresar enriquecido a España, quien recibió tan extraordinaria noticia. El 1" de septiembre de 1513 desembarca Balboa con 180 hombres en Acla, puerto del Atlántico, al norte del Darién. Luego, avanzando por tierras de los caciques Carreta y Pauca y guiado por ellos, avista el 25 del mismo mes el Océano Pacífico. Ni un soldado, ni un indio, ni siquiera un perro, lebreles feroces que acompañaban al ejército español, perdió la vida en la expedición que llevó a tan trascendental descubrimiento y abrió una vía directa al Lejano Oriente, todavía hoy utilizada mediante el canal Con un trato más ecuánime que el em- de Panamá. Balboa comprendió la importancia de su pleado hasta entonces por los conquistadores y esclavistas, Balboa logró muy pronto la colabo- descubrimiento. Informó de él a España. Pidió ración indígena y convirtió la nueva población el pronto envío de herramientas, oficiales maen una floreciente colonia. Un informe anónimo nuales, etc. Permaneció en el lugar descubierto de aquella época describe a Santa María del y comenzó la construcción de bergantines a fin Darién como un pueblo "bien aderezado, más de explorar las costas del nuevo océano. La noticia del descubrimiento del Pacífico de doscientos bohíos hechos, la gente alegre y contenta, cada fiesta juegan cañas ... tenían muy produjo gran impacto en España. Parecía que bien sembrada toda la tierra con maíz y yuca, por fin se había logrado descubrir un paso dipuercos hartos para comer, todos los caciques recto y corto al Lejano Oriente, objeto de los en paz ... ". A diferencia de otros conquistadores viajes colombinos y anhelo del comercio peninque erigían un coto de las tierras que descubrían, sular y mundial. Pero no fue a Balboa, hombre Balboa invitaba a los hambrientos vecinos de de pueblo, a quien se confió la empresa. El Rey la gobernación de Nicuesa (Veragua) a pasarse le agradeció efusivamente, el virrey, Diego Coa vivir al pueblo fundado por él y juzgando por lón, hijo del almirante, lo nombró gobernador los documentos conocidos, fue el primer caudi- de la tierra descubierta. Pero desde España fue llo que pidió al Rey que las tierras bajo su mando enviada una vez más por cuenta de la Corona, Nueva Historia de Colombia. Vol I 74 una lujosa flota de 22 navios, bien pertrechada y aderezada, comandada por Pedro Arias Dávila (Pedrarias ), persona de noble cuna y abolengo, casado con una dama de gran alcurnia e influyente en la Corte. Este recibió la gobernación de Castilla de Oro, nombre que se dio a la región que antes perteneció a Diego de Nicuesa, y pronto comenzaron las intrigas para quitar a Balboa del medio. Se señalaron al Rey la ilegalidad de haberse erigido caudillo, la culposa expulsión del gobernador legítimo, Diego de Nicuesa, las vejaciones cometidas con Fernández de Enciso, la explotación de sus propios compañeros, pues no concedía encomiendas de indios y hacía trabajar no sólo a los indígenas, sino también a los españoles que quedaban "hambrientos y en jarapas". Se le acusó de rebeldía, del envío de informes falsos al Consejo. Y cuando Balboa, apercibiéndose de la trama que le estaban urdiendo, se presentó ante Pedrarias, le instalaron un "juicio de residencia", utilizando en su contra toda lajauría de oficiales reales, testimonios de varios miembros de la alta capa social que acompañaba a Pedrarias y, ante todo, las deposiciones del propio gobernador, interesado en el dominio de todo el Estrecho, cuya importancia no desconocía. Y cuando Balboa, el desdichado descubridor del Pacífico, persistiendo en su propósito de explorar las costas del océano envió a Cuba por nuevos colonos, Pedrarias lo encarceló por rebelde y lo hizo encerrar en una jaula de madera, para escarmiento, como hombre de baja estirpe. Libre de nuevo, Balboa se trasladó a Acla y prosiguió aceleradamente los preparativos para explorar las tierras de su gobernación en el litoral del Pacífico. Pero las intrigas en la Corte de España no cesaron. Lo acusaron de rebeldía contra las autoridades locales, de traidor al Rey y amotinador del pueblo. Se le instauró un juicio cuyos pormenores no se han conservado en la documentación y se le condenó a muerte y a la pérdida de sus bienes a favor del fisco. La apelación presentada por el reo el 12 de septiembre de 1519, fue denegada y unos días más tarde, probablemente el día 22 del mismo mes, se ejecutó la sentencia. Sus bienes fueron confiscados y entregados a Gonzalo Fernández de Oviedo, futuro cronista, quien desempeñaba el oficio de tesorero. Pedrarias había logrado su objetivo. Trasladó la sede del gobierno a Panamá, ciudad fundada por él, y la costa del Caribe se convirtió, una vez más, en "tierra de nadie", proveedora de esclavos y de oro que se arrebataba a los indios, situación que perduró varios años. Fue Panamá, sede definitiva de Pedrarias Dávila, la que poco después, al descubrirse el Perú, se convirtió en importante puerto comercial y, en 1538, sede de una Real Audiencia que tuvo pocos años de duración. La gobernación de Santa Marta D urante el tercer decenio del siglo XVI cambió significativamente la política colonizadora de España. Las Antillas ya habían sido exploradas, una Real Audiencia-institución político-administrativa a cuyo cargo estaba la solución in situ de los problemas que se presentaban- estaba instalada en Santo Domingo, y el interés por Panamá y por su papel como punto de apoyo para el comercio con el Lejano Oriente, había menguado después que Magallanes con su viaje (1519-1522), demostró la insospechada lejanía de aquellas tierras. Por otra parte, en el lapso de los treinta años que ya cumplía la dominación española en América habían sido descubiertos, en forma anárquica y precipitada miles de kilómetros del litoral, y los deltas de las grandes arterias fluviales: Amazonas y La Plata, en el oriente, Orinoco, Magdalena y Darién, en la parte septentrional, todos ellos ya conocidos y parcialmente i explotados, evidenciaban la existencia en su interior de una extensa "tierra adentro", donde forzosamente aquellos ríos debían recoger su caudal. El rico botín que produjo México, primer país americano penetrado en profundidad -hasta entonces la conquista se había limitado a los litorales- fue un poderoso acicate para intentar la exploración de esas misteriosas "tierras adentro". Para dirigir y controlar el naciente imperio colonial, se había erigido en España el Consejo de Indias, supremo órgano estatal en asuntos americanos. Componían el Consejo un presidente y consejeros nombrados por el Rey, dedicados exclusivamente a la solución de los problemas que surgían en la integración del continente americano al imperio español. La tarea inmediata del Consejo fue favorecer la apertura del continente a la colonización que hasta ese momento había sido fundamentalmente costera. El viejo y emiquecido conquistador, el ya nombrado Rodrigo de Bastidas, capituló en La conquista del territorio y el poblamiento 1524, con la Corona, la gobernación de Santa Marta. Se le otorgó el gobierno del trecho de la costa que corre desde el Cabo de la Vela, hasta la desembocadura del río Magdalena, con la correspondiente "tierra adentro"; y un año más tarde, Gonzalo Fernández de Oviedo recibió el gobierno sobre el trecho que va desde la desembocadura del Magdalena hasta Urabá y su correspondiente "tierra adentro", bajo el nombre de gobernación de Cartagena. La esencia de estas capitulaciones, por cuenta y riesgo de los capitulantes y sin obligaciones por parte de la Corona, fue la fundación de uno o varios pueblos, la traída de familias de colonos, de semillas de granos para la siembra, de ganado vacuno, caballar y ovino para la procreación, como también de esclavos negros -la tercera parte mujeres-, para aumentar la mano de obra disponible. Al gobernador se le ofrecían títulos honoríficos, sueldos y participación en los rendimientos económicos de la gobernación, sin obligación alguna por parte de la Corona y perteneciendo a ésta, por el contrario, las ventajas estipuladas en las capitulaciones. Rodrigo de Bastidas llegó a la gobernación en 1526 y fundó a Santa Marta como capital y principal puerto. Era ya un anciano sin ambiciones de conquistador sino de un colonizador quien, como lo fueron Roldán y Balboa, quería echar raíces en esa tierra. Distinta era, sin embargo, la intención de la hueste conquistadora que lo acompañaba, compuesta en gran parte por hombres que quedaron "desocupados" luego de la conquista de México. Estos buscaban un rápido enriquecimiento mediante el despojo de los indios, de su bienes o su venta como esclavos. La política de Bastidas que trataba de frenar tales ambiciones fue bien pronto rechazada y Bastidas tuvo que afrontar la tercera de la larga serie de "revoluciones" ocurridas en América durante el siglo XVI. Al grito de "Viva el Emperador y la libertad; que no hemos de morir aquí como esclavos en poder de ese mal viejo", Bastidas fue atacado de noche en su bohío, herido gravemente y expulsado de su gobernación. Murió en Cuba, como consecuencia de las heridas recibidas. El capitán del navio en que viajó fue acusado de haberse desviado de la ruta directa a Santo Domingo, sede de la Real Audiencia, para evitar que el odiado gobernador se quejase ante la alta institución gubernamental y volvieron a la gobernación. Sea como fue», lo cierto es que la 75 muerte de Bastidas, entregó la provincia de Santa Marta a la desenfrenada conquista. Muerto aquél, el "común" eligió para gobernar a Santa Marta a Rodrigo Alvarez Palomino, conquistador curtido en las guerras de México, gobierno que fue luego compartido con Pedro de Vadillo, enviado por la Audiencia de Santo Domingo, al saberse la muerte del viejo gobernador. El mediador entre los dos caudillos fue Pedro de Heredia quien llegó con Vadillo y fue más tarde (1532), gobernador de Cartagena. Zanjadas las diferencias, ambos caudillos dieron vía libre a sus ejércitos para proseguir la "conquista", recoger oro y enviar esclavos. Para tener una idea del carácter del elemento humano que se apoderó de la región y que produjo su "destrucción", basta citar la carta de la Real Audiencia de Santo Domingo, fechada el 9 de julio de 1530, cuando, para justificar ante el Consejo de Indias el envío de Vadillo a Santa Marta, escribía: "La gente que se hizo para remedio de aquellas provincias fue de personas inútiles para esta isla y de la gente de guerra que aquí quedó, y los no necesarios y por los escándalos y alborotos que cada día hacían ... , que es enemiga de cualquier población." Poco después arribó al puerto para tomar agua el navio capitaneado por Fernando Pizarra, con el primer oro recogido por su hermano Francisco, en el Perú. Iba a España para dar en la Corte las noticias del fabuloso país que fue descubierto. No tardó Palomino en organizar una salida hacia aquel fantástico país, "de donde vinieron -según declaraba- dos ovejas (llamas), que habían pasado por allí, que venían del Perú". Siendo desconocida por entonces la extensión del continente Suramericano, Palomino creía poder alcanzar fácilmente el Perú, dirigiéndose por tierra hacia el sur. Pero la suerte le fue adversa pues pocos días después de haber salido de Santa Marta, murió ahogado en el río que todavía lleva su nombre. Muerto su compañero, le correspondió a Vadillo ejercer el gobierno, limitándose prácticamente, al envío de esclavos indios para la venta en Santo Domingo. La población indígena, después de una vana resistencia, huía a las montañas de la Sierra Nevada abandonando sus labranzas y destruyéndolas para que no cayeran en manos españolas, con lo cual el hambre diezmaba al ejército invasor. 76 El Consejo de fudias en España, alarmado por los sucesos de Santa Marta, resolvió nombrar para aquella tierra a un gobernador de estamento civil: ni "conquistador" ni "neoamericano". Fue ya la época en la cual las autoridades españolas trataron de combatir la arrogancia de los "americanos" que orgullosos de haber conquistado un imperio para España, desafiaban cualesquiera leyes que trataban de limitar su libre acción. En México fue destituido por aquel entonces el "conquistador" Hernán Cortés, entregando el gobierno a una nueva Real Audiencia; en Venezuela, el "americano" Juan de Ampiés, que ocupaba la región de Coro, fue removido y el territorio entregado a Ambrosio de Alfínger en nombre de una compañía comercial alemana, Bartolomé W el ser y Compañía; y para Santa Marta fue nombrado García de Lerma, de profesión banquero, quien ya desde 1514 tenía negocios en Santo Domingo. Sin embargo, en la historia de un pueblo poco influye el reemplazo de personalidades mientras queden incólumes las condiciones políticas y económicas creadas. Y así, García de Lerma, poco pudo hacer para frenar la ambición de los "conquistadores" de que se componía la hueste que lo acompañaba. Y a después de su primera y luctuosa experiencia personal cuando tomó parte en una salida contra los indios rebeldes de su gobernación, dejó de acompañar las tropas, contentándose con la parte del botín que le correspondía como gobernador y dejando las acciones bélicas en manos de los capitanes. Por otra parte, los indios, incapaces de contener la invasión de sus tierras, continuaron la política de "tierra arrasada", esperando, y no en vano, que la escasez de alimentos junto a la adversidad del clima tropical, las enfermedades y la muerte, ahuyentaran a los invasores. La política adoptada por Lerma produjo expediciones anárquicas al mando de varios capitanes en busca de oro y comida. Pero también tuvo como consecuencia el mejor conocimiento del territorio. El sobrino del gobernador, Pedro de Lerma, encontró un largo pero cómodo camino al río Magdalena, cuyo acceso por la desembocadura parecía imposible debido a la fuerte corriente. Circunvalando la Sierra Nevada topó con el nacimiento del río Cesar. Bajó por el Valle de Upar (Valledupar) y siguiéndolo descubrió su desembocadura en el Magdalena, en un punto distante casi 50 leguas del mar. Casi simultáneamente, dos intrépidos navegantes, el portugués Jerónimo Mel o y el español Rodrigo Llano, lograron encontrar en el amplio estuario del Magdalena, otra vía de acceso con navios Un cacique del territorio descubierto por los dos navegantes se embarcó con ellos a Santa Marta para visitar al gobernador, comunicando a éste los detalles y la facilidad con que el río se navegaba cien leguas más arriba. De esta manera fue descubierta la vía de penetración a las tierras del interior tanto con navios como por tierra; descubrimientos trascendentales en la historia de las tierras actualmente colombianas que llevaron a la conquista de la meseta chibcha, región central de la actual Colombia. Estas vías de acceso perduraron durante toda la época colonial e incluso republicana y sólo recientemente fueron adicionadas por carreteras, ferrocarriles y aviones. La noticia del descubrimiento de las entradas al interior de la gobernación de Santa Marta fue recibida con satisfacción por el Consejo de fudias. Correspondía a la política estatal de entonces penetrar en el interior del continente no limitándose a "arañar" las playas. El enviado a reclutar en España nuevos pobladores recibió un decisivo apoyo oficial. A los descubridores del acceso al Magdalena, les fueron otorgadas señaladas mercedes. Para favorecer la pronta exploración del río, se adjudicaron a la gobernación de Santa Marta las islas situadas en el Magdalena, pese a la oposición de Pedro de Heredia quien ya entonces gobernaba las tierras del otro lado del río. Con todo, el papel histórico que habría de tener la utilización del Magdalena como vía de penetración al interior, no fue reservado a García de Lerma, banquero, amante de comodidades y de provechos inmediatos proporcionados por sus capitanes con la participación en el botín. García de Lerma hizo algunos intentos para que sus capitanes aprovechasen el importante descubrimiento y reconocieran el curso bajo del río. Pero éstos se contentaban con las escaramuzas con indios de las tribus inmediatas y con el reparto de un botín, cuya magnitud era cada vez menor, ya por la merma de la población indígena, ya porque los "conquistadores" no aspiraban a grandes empresas. Lerma murió a fines de 1534 sin efectuar gestión alguna para llevar a cabo la expedición. Desde Santo Domingo fue enviado como gobernador interino el doctor fufante, hombre de constitución débil y siempre enfermo, quien La conquista del territorio y el poblamiento dejó el campo libre a los conquistadores. En su época, la empresa conquistadora se asemejaba a las tradicionales "aceifas" practicadas por los moros en la Península Ibérica, cuando de manera anárquica invadían las tierras del norte, ocupadas por los cristianos, retirándose luego con el botín y destruyendo a su paso las labranzas e incendiando las casas del enemigo. Tal política produjo en Santa Marta una espantosa carestía de los alimentos, a más de la hostilidad general de la población indígena hacia los invasores, lo cual llegó a tal punto que el simple tránsito por el territorio de la gobernación resultaba peligroso para el mermado ejército español. Quien podía, abandonaba a Santa Marta, echándose incluso a nado para alcanzar a los navios que pasaban de largo, sin hacer escala en el empobrecido puerto. La decadencia de Santa Marta era completa. Ante tal situación, el doctor Infante abandonó la gobernación, sin esperar siquiera la licencia de la Real Audiencia para hacerlo, ni el reemplazo que ya venía de España. La gobernación de Cartagena "'\.Tase mencionó cómo, al fracasar la expedi.l ción de Alonso de Ojeda, el litoral meridional del Caribe se convirtió en una "tierra de nadie", proveedora de esclavos para las islas "útiles". En 1514, cuando Pedrarias Dávila navegaba por la costa hacia su gobernación de Castilla de Oro, la flota se detuvo algunos días en el puerto de Calamar (Cartagena), a fin de capturar indios como esclavos. Siguió luego a Urabá, ávido de aprovechar el descubrimiento hecho por Balboa. A mediados del tercer decenio del siglo XVI, cuando España varió radicalmente su política y resolvió reconocer y colonizar las tierras del interior y no simplemente los litorales, el trecho entre las desembocaduras de los ríos Magdalena y Darién (Urabá) le fue entregado en gobernación (18 de marzo de 1525), al ya nombrado Gonzalo Fernández de Oviedo. Pero Oviedo no hizo diligencia alguna para tomar posesión de la tierra y los vecinos de Santa Marta acostumbraron a cruzar el Magdalena en busca de esclavos y provisiones. El ya mencionado Pedro de Heredia, teniente de Vadillo, supo aprovechar bien supermanencia en Santa Marta. Mediante el negocio de "rescate" con los indios, reunió 4.000 pesos de oro. Con ellos se trasladó a España y a prin- 77 cipios de 1532 logró si no el nombramiento de gobernador que tanto anhelaba, sí una licencia Real para conquistar el trecho costero entre el Magdalena y Urabá con la correspondiente "tierra adentro", pese a la oposición del cabildo y la vecindad de Santa Marta que ocupaba con su ganado la banda opuesta del río. Llegado a la tierra asignada, Heredia fundó en 1532 la ciudad y puerto de Cartagena. Hizo luego algunas salidas de reconocimiento, encontrando una general hostilidad de la población indígena que desbarataba fácilmente. La principal actividad de Heredia se concentró sobre la exploración del Sinú, donde se hallaron tumbas indígenas, en las cuales, junto a los muertos, depositaban los indios el oro; tumbas fáciles de encontrar y saquear, pues estaban señaladas por montículos de tierra, como era su costumbre. Fue el oro de estas "ricas" tumbas la base del progreso económico de la provincia y permitió que Cartagena fuera desde el principio una ciudad floreciente. Su puerto, al contrario de lo que sucedió con el de Santa Marta, lo visitaban frecuentemente comerciantes y navios. El número de sus habitantes creció permanentemente, a tal punto que ya a principios de 1535 Cartagena contaba con 800 vecinos, "hombres de guerra", provenientes de Santo Domingo o directamente de España. Pero, como también sucedió en otros casos, ni la conquista ni el hallazgo de las tumbas favoreció de modo igual a toda la población. Heredia exigió licencias para vaciar las tumbas -con el pretexto de evitar fraudes de los derechos de la Corona- y él mismo, lejos de contentarse con el salario de gobernador, se dedicó a explotarlas mediante cuadrillas de esclavos negros importados, al tiempo que entrababa la concesión de licencias a otros Españoles. Esta medida provocó la rebelión de algunos inmigrados y hasta un ataque del cual Heredia escapó con algunas heridas. Salvo la magnitud del suceso, se trataba de una nueva "revolución" en las tierras actualmente colombianas contra la autoridad legal establecida. Muy pronto la afluencia de inmigrantes tras el señuelo del oro, provocó una superpoblación de Cartagena con gentes sin medios de subsistencia, lo que por otra parte, favoreció indirectamente el descubrimiento de nuevas tierras del interior. Durante su gobierno se produjo la repoblación del antiguo sitio de San Sebastián de Urabá, pese a la oposición de Castilla de Oro, 78 gobernada entonces por Francisco de Barrionuevo. Se desató una verdadera guerra entre las dos gobernaciones con muertos y prisioneros; suceso que ocasionó la intervención de la Real Audiencia y la ratificación del río Atrato como frontera entre ambas gobernaciones . Tampoco Heredia pudo sustraerse del señuelo del Perú cuando se tuvo noticia del descubrimiento por parte de los samarios de un acceso al río Magdalena. Organizó algunas expediciones hacia el interior de su gobernación sin que se lograra encontrar un acceso al río, por la maraña que forma su amplio estuario antes de verter sus aguas al mar. Unos subieron por el río San Jorge, creyéndolo el Magdalena; otros exploraron la desembocadura del Cauca, regresando luego a la costa. No faltaron quejas contra Pedro de Heredia. La abundancia de oro produjo una inflación y la vertiginosa subida de los precios de caballos, armas y productos importados. Las licencias exigidas para vaciar las sepulturas y su frecuente negativa fueron piedras de escándalo. El trabajo indígena forzado mermó sensiblemente a esta población. Graves acusaciones se elevaron contra Heredia al Consejo de Indias, ante todo por su codicia lo cual ocasionó el envío como juez de residencia al licenciado Dorantes, quien se ahogó en la travesía. En vista de ello, a comienzos de 1536, la Audiencia de Santo Domingo mandó a Cartagena como reemplazo a uno de sus oidores, el licenciado Juan de Vadillo. Pedro de Heredia, temeroso del juicio y una posible condena, se embarcó clandestinamente a España llevando oculta una buena cantidad de oro, según se le acusó. Con todo, ya en España, logró una sentencia favorable. El 12 de junio de 1540, obtuvo el título de gobernador y regresó a su gobernación con un nutrido grupo de nuevos inmigrantes. Mientras tanto, el licenciado Juan de Vadillo, a pesar de ser oidor, no pudo escapar a la atracción que ejercía la "tierradentro" de la gobernación. Concluida la residencia contra Heredia y tentado por las noticias fantásticas traídas del interior de la gobernación por el capitán Francisco César, Vadillo resolvió hacerse conquistador. En compañía de César y comandando un ejército de 200 hombres, algunos esclavos negros e indios cargueros, se dirigió por las montañas hacia el sur. Luego de un accidentado viaje por tierras de los actuales departamentos de Antioquia y Caldas (antiguo), Vadillo llegó Nueva Historia de Colombia. Vol.! hasta Anserma y Cali, pertenecientes ya a otr gobernación. Allí dejó su ejército y prosiguió viaje al sur. En un puerto del Pacífico se embarcó rumbo a Panamá y Santo Domingo, para continuar en la Audiencia, de la cual era oidor A la búsqueda del Perú ""'\.Tase señaló el revuelo que produjo en España _l la noticia del descubrimiento del acceso al "Río Grande de la Magdalena", tanto por tierra como por mar. La fama del Perú crecía y tanto en Panamá como en Venezuela, e incluso en la Audiencia de Santo Domingo surgen ideas y hasta preparativos para descubrir por la vía terrestre el fabuloso país del Perú. Ante la fama que adquirió Perú y al conocerse en España la muerte de García de Lenna, se nombró para reemplazarlo no a un gobernador cualquiera sino al adelantado y gobernador de las Islas Canarias, Pedro Fernández de Lugo, viejo y experimentado soldado en la conquista de aquellas islas. Se le otorgaron, a más de las mercedes acostumbradas, señaladas ventajas y honores, elevados salarios, una crecida srnna para los gastos y la participación en las ganancias que produjera la provincia. Le fue señalada la línea equinoccial como límite de su gobernación, como había sido el caso por entonces de otras gobernaciones del litoral atlántico. Las diligencias para la capitulación estuvieron a cargo de su hijo y heredero, Alonso Luis de Lugo, quien viajó a la Corte para adelantarlas. Se limitaron algunas de las exigencias hechas por Fernández de Lugo, pero con todo, las condiciones de la capitulación fueron excepcionalmente favorables y era fácil el reclutamiento de los futuros conquistadores. Entre ellos no faltaban miembros de la pequeña nobleza, algunos mercaderes acaudalados e incluso hombres de letras que fascinados con la posibilidad del enriquecimiento se alistaron en la empresa. Entre los últimos, se destacó luego el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, quien ya en España venía ejerciendo la abogacía ante la Real Audiencia de Granada y que por problemas en los cuales se vió envuelta su familia, prefirió emigrar, recibiendo luego el cargo de teniente de gobernador. Con casi un millar de hombres se embarco Alonso Luis de Lugo hacia las Canarias donde esperaba su padre. Completada la tripulación con los "isleños" v habiendo embarcado anna. La conquista del territorio y el poblamiento 79 y bastimento en cuantía superior a las necesida- cuales iría por tierra para alcanzar el río, miendes de la jornada, con la intención de expender- tras que el otro se embarcaría en bergantines los a los colonos, la flota se hizo a la mar a con el encargo de prestarse mutua ayuda en todo finales de 1535 con destino a Santa Marta. momento. Pero mientras que el banquero quiso Cuando a principios de enero del año si- reconocer el interior de su gobernación, acorraguiente desembarcaron en el puerto con caballos lando a los indios para aprovecharse de un botín, y armaduras, paños y terciopelos, encontraron Femández de Lugo, militar y conquistador, un país desolado por hambre y enfermedades, quiso reconocer el interior del país. El grueso las chozas de bahareque derruidas, las calles del ejército, unos seiscientos hombres, acompaenhierbadas, el monte de la selva circunvecina ñados de indios cargueros y con los caballos invadiendo las afueras de lo que esperaban fuera necesarios, iría a pie por el camino explorado una gran ciudad. Hacía meses que no entraban anteriormente por Pedro de Lerma, para que, barcos en el puerto, pasándolo de largo, ni los circunvalando la Sierra Nevada, alcanzar la oriindios comarcanos traían los frutos de sus cose- lla del Magdalena en un lugar ya alejado de su chas para alimentar la hambrienta población. desembocadura, evitando así los manglares, La situación alimenticia se tomó tan angus- ciénagas y afluentes que dificultaban el tránsito tiosa que con la llegada del nuevo ejército resultó de hombres y bestias. El resto del ejército parinsostenible. Fueron atacadas por la parte occi- tiría simultáneamente en los bergantines, lledental de la gobernación las tribus vecinas de vando bastimento y los elementos necesarios Bonda, lo cual, sin embargo, no dio resultado, para una largajomada. Las dos partes del ejérporque los desmanes de los conquistadores an- cito, debían reunirse en las orillas del Magdaleteriores impidieron que los indios aceptasen la na, sirviendo luego los bergantines para transpaz. Las escaramuzas, aunque victoriosas para portar los enfermos, auxiliar a los hombres que los invasores, se convertían en graves derrotas iban por tierra, en el cruce de los afluentes y pues no reportaban alimentos ni lograban la su- recoger los alimentos que se encontrasen en las misión de los indígenas. Estos, después de ofre- orillas. Quedarían en Santa Marta muy pocos cer alguna resistencia, huían invariablemente a soldados encargados de la protección del puelas montañas, destruyendo e incendiando todo blo, de los enfermos, de las mujeres y niños. lo que dejaban atrás, cuando no lo hacían los Para tal jornada nombró Lugo al licenciado propios capitanes de Lugo, para escarmiento. Gonzalo Jiménez de Quesada como teniente geAlonso Luis de Lugo, con un destacamento neral del ejército por tierra, y para el comando de los recién llegados, entre los cuales se con- de los bergantines al capitán Pedro de Urbina. taba Jiménez de Quesada, emprendió una expedición a la parte oriental de la gobernación, La La conquista de la meseta chibcha Ramada. Sostuvo algunos encuentros con los indios y recogió algún oro. Sin embargo, desia expedición al interior constituyó una verlusionado de lo que esperaba fuera un paraíso, dadera odisea. Es cierto que ni el ejército abandonó la empresa. Sin repartir el oro con de tierra ni los bergantines, sufrieron ataques sus compañeros, Lugo se embarcó para España de los indígenas, pues tal hecho no se señala abandonando a la suerte a su anciano padre; un en los documentos. En cambio, hay constancia hecho que éste denunció a España pidiendo para del hambre y las enfermedades sufridas en esa el hijo un castigo ejemplar. jornada. Un participante declaraba: "Que en el La situación en Santa Marta era desespera- dicho camino y descubrimiento, además de los da. No era posible sostener el numeroso ejército, dichos trabajos y peligros, se padeció por todos aunque ya algo mermado por el hambre, las en general tanta hambre, que se comieron los enfermedades, las luchas con los indígenas y el caballos que traían y hierbas ponzoñosas y lagarduro clima tropical. Esta circunstancia obligó tos y murciélagos y ratones y otras tantas cosas al anciano gobernador a organizar a la buena semejantes". Basta decir que sólo la tercera parte ventura la expedición a la desconocida "tierra- del ejército logró sobrevivir la jornada. Los numerosos pleitos ocasionados por esta dentro", a principios del mismo año; organización parecida a la que había planeado, sin lle- expedición y varios documentos más, ofrecen varla a cabo, García de Lerma cuando resolvió detalles sobre la organización de tales expediciodividir el ejército en dos grupos, uno de los nes. Cada participante iba "por su cuenta y mi- L 80 sión", es decir, a su propio riesgo, sin salario o garantía alguna salvo la esperanza de recibir la parte que le correspondía en el botín en el caso de que éste se lograra. El reparto del botín se regía por la costumbre o un convenio entre los participantes. La obediencia al caudillo era total y se castigaba severamente cualquier rebeldía. Muchos de los futuros colonos venían endeudados a veces ya desde España, con la esperanza de poder saldar las deudas con las hipotéticas ganancias que esperaban. Los más aventajados económicamente llevaban caballos, mantenimientos, armas o medicinas y se hacían pagar su valor del "montón" del botín en caso de pérdida o consumo, o las vendían a sus compañeros a precios que dictaba el momento. Que no todo era altruismo se desprende de las acusaciones hechas a Femández Gallego, sucesor como veremos de Pedro de Urbina, en el comando de los bergantines, quien sin preocuparse de la precaria situación de la tropa aprovechó su viaje como comerciante, haciéndose pagar lo que llevaba a precios de usura. De ahí que, aunque la acción conquistadora como tal fue la obra común de los participantes, sujetos todos a los mismos peligros, no eran iguales las oportunidades de sobrevivir ni el lucro a que tenían derecho. La expedición al mando de Jiménez se inició el 5 de abril de 1536. Luego de circunvalar la Sierra Nevada y seguir el valle del río Cesar, el ejército llegó a Chiriguaná y después a Tamalameque, en la orilla del Magdalena, con la esperanza de que ya hubieran llegado los bergantines. Desconocían el percance sufrido por la flota capitaneada por Diego de Urbina, la cual no logró, debido a condiciones atmosféricas adversas, franquear la entrada del río, naufragando algunos navios y dispersándose el resto. A fmes de julio, ya desesperados por la tardanza de los navios, el ejército prosiguió su marcha Magdalena arriba cruzando con gran dificultad las ciénagas, los manglares y las desembocaduras de los ríos. Cuando ya se habían alejado bastante del punto fijado para el encuentro, fueron alcanzados por los bergantines al mando de Femández Gallego. Ciertamente, apenas conoció Femández de Lugo la noticia del percance sufrido por la flota que comandaba Urbina, se apresuró a enviar otra, comandada por Femández Gallego. Y así, unos por tierra y otros a bordo de los navios, por el mes de octubre del mismo año, alcanzó el ejército La Nueva Historia de Colombia. Tora, lugar de la confluencia de varios ríos v un poco más arriba la desembocadura del Opón En ese lugar, la corriente del río ya era tan recia que hacía imposible la subida de los bergantines Por otra parte y aún antes de llegar a La Tora, llamó la atención del ejército el hecho de que la sal que consumían los indígenas que habitaban en las orillas del río no era la sal en granos de procedencia marina que ellos bien conocían, sino una sal compacta, en bloques de procedencia minera. El indicio de la existencia de salinas y, por consiguiente de una región poblada, fue indudablemente una de las causas por las cuales la expedición reducida ya a dos centenares de hombres, varió su ruta dirigiéndose a la cordillera que se elevaba al oriente. Y, ciertamente, la vanguardia del ejército enviada por Jiménez para explorar el Opón, encontró varias chozas habitadas por indígenas. Un nuevo destacamento enviado posteriormente a la sierra, confirmó la existencia más adelante de una densa población. A fmes de diciembre, el ejército se puso en marcha a la cordillera quedando en el puerto el capitán Gallego con sus bergantines por si fuera necesario el reembarque. Bien por la falta de noticias o por las enfermedades, o porque como lo sostuvo más tarde fue atacado por los indios al ver reducido el número de los invasores, Gallego resolvió regresar a Santa Marta, abandonando a su suerte ai ejército de tierra. Entretanto, éste seguía el avance, encontrando de trecho en trecho poblaciones indígenas bien abastecidas de vituallas, y a principios de marzo de 1537, pasando por Vélez y el valle de Moniquirá, el ejército alcanzó la meseta chibcha bien poblada, habiendo reunido en el camino una buena cantidad de oro y de esmeraldas y logrando a veces en un solo día un botín que sobrepasaba con creces lo conseguido durante los once meses que emplearon en la jornada por el río. Sin encontrar resistencia, el ejército llego a los "pueblos de la sal" (Nemocón, Tausa y Zipaquirá) y el22 del mismo mes avistó el "Valle de los Alcázares", como llamaron los españoles a la propia sabana de Bogotá, por los bohíos cercados en que vivían los indios. El ejército arribó luego a Chía y el 5 de abril a Suba, población cercana a Bogotá, sede del zipa Tisquesusa ("Bogotá el viejo" se llama en la documentación). El zipa, con dádivas primero y luego mediante una ineficaz resistencia con La conquista del territorio y el poblamiento indios equipados con primitivas armas de madera, pretendió defender su territorio. Huyó después a las montañas donde muy pronto encontró la muerte en una refriega nocturna, llevándose a la tumba el secreto del lugar donde supuestamente había escondido un tesoro. Desde Bogotá, Jiménez dirigió su ejército al norte recogiendo entre los indios oro y esmeraldas. Tan pronto tuvo noticias de que las esmeraldas provenían de las minas de Somondoco, envió a reconocerlas al capitán Pedro Hernández de Valenzuela, quien regresó con algún botín y con la noticia de haber visto a través de una brecha en la cordillera, extensos llanos hacia el oriente. Para reconocer esos llanos, despachó Jiménez al capitán Juan Tafur, quien no logró atravesar la cordillera. La visión de tan extensas tierras llanas al oriente y el señuelo de un "Dorado", en aquellas partes, prendieron la mente de los conquistadores y su búsqueda habría de cobrar más adelante no pocas víctimas. El6 de agosto de aquel año, 1537, estando acantonado el ejército en el valle que llamaron de Murcia, recibió el caudillo noticias de la existencia de otro rico cacique que residía en el valle de Tunja, el zaque Quemuenchatocha. Hacia allá se dirigen los conquistadores y el 20 del mismo mes obtienen un cuantioso botín, al despojar al zaque de 136.500 pesos de oro fino, 14.000 de oro bajo y de 280 esmeraldas. Hasta ese entonces, habían entrado a la caja del "común" solamente unos 8.000 pesos de oro de todos los quilates y un millar de esmeraldas. En este sitio recibió Jiménez noticia de la existencia de un gran sacerdote de los muiscas, Suagamoso. Hacia allá dirige su ejército y el4 de septiembre despoja al cacique de 40.000 pesos de oro fino, 12.000 pesos de oro bajo y 118 esmeraldas. Según las anotaciones que se hicieron en el libro donde se registraban las entradas de oro y esmeraldas, parece que una parte del ejército continuó explorando el Reino de Tunja, pues afluye oro de Sáchica y Sogamoso. Otra parte volvió al "Valle de los Alcázares", pues el 12 de octubre Jiménez depositó en la caJa del "común" una cantidad de oro procedente de esta región. A fines de 1537 se reciben noticias de la existencia de un "Valle de las Minas" (Neiva), habitado por indios supuestamente muy ricos. Hacia ese valle se dirige el caudillo por el camino de la cordillera, con una parte de la solda- 81 desea. Desilusionado, regresa a Bogotá en febrero del año siguiente, trayendo consigo apenas 4.000 pesos de oro. Sin embargo, al regreso encontró un nuevo camino a la meseta chibcha, bajando por el valle del río Magdalena hasta Guataquí y subiendo luego a Bogotá. Entre tanto su hermano, Hernán Pérez de Quesada, alguacil mayor, no resistió la tentación de "El Dorado"; leyenda cuyas fuentes históricas son desconocidas, pero que tuvo una desastrosa influencia en la conquista de toda la parte septentrional de Suramérica. El 12 de mayo, Hernán Pérez regresó a Bogotá trayendo consigo 2.500 pesos de oro y la noticia de haber llegado a un sitio distante sólo cuatro días de la "provincia de las amazonas", otro fabuloso país de legendaria riqueza. Considerando suficientemente esquilmada la región, en junio de 1538 procedieron a repartir el botín. En el Archivo General de Indias en Sevilla se conserva el documento original que tiene valor histórico, por constituir, junto con el del reparto que hiciera Francisco Pizarra en el Perú -este último publicado sólo parcialmente-, los dos únicos documentos originales conocidos hasta ahora tocantes al reparto de los botines durante la conquista de América. El reparto del botín E n la "instrucción" dada por el gobernador Pedro Fernández de Lugo a Jiménez de Quesada, su teniente general, habían sido fijadas las reglas para el reparto del botín entre los hombres de a pie y de a caballo y los que venían en los bergantines. De acuerdo con esa instrucción, el botín reunido en "montón", una vez deducidos los gastos que afectaban al común (vituallas, drogas, mercancías inutilizadas, caballos muertos, etc., y la "joya": una pieza de mayor valor que correspondía al gobernador), se dividía en "partes" así: diez al gobernador; a Jiménez de Quesada, como teniente general, cinco y como capitán, cuatro; cuatro "partes" a cada uno de los ocho capitanes; tres "partes" al alférez; dos "partes" a cada uno de los jinetes, dueños de los caballos; una y media "partes" a cada uno de los ballesteros y arcabuceros; y una "parte" a los rodeleros y demás soldados. No hemos encontrado en las "Siete Partidas", disposiciones que debían regir en estos repartos. Probablemente pertenecían a la época de la Reconquista o fueron introducidos por los moros. Nueva Historia de Colombia. Vol! 82 La "instrucción" de Femández de Lugo ordenaba informar a los indios que quienes se sometieran voluntariamente a los españoles, recibirían un buen trato; pero a quienes no lo hicieran se les haría la guerra como a enemigos, con todas sus consecuencias: serían declarados esclavos y sus bienes formarían parte del botín. A todos los indígenas se les exigió la entrega del oro para pagar los gastos en que incurrieron los conquistadores para llevar a cabo la expedición; cláusula que merece destacarse por insólita. Pues si bien existía un derecho consagrado de aprovecharse de los bienes del enemigo, no así de quienes se sometían voluntariamente, sin hacer la guerra. Se exigía pues de los indios pacíficos, su apoyo a la invasión. El 6 de junio de 1538 se procedió al reparto del botín. En un acto solemne son elegidos tres repartidores, representantes de cada uno de los tres grupos que componían el ejército: capitanes, jinetes y soldados a pie. Los oficiales reales presentaron el botín: el oro y las esmeraldas que habían sido guardados celosamente en una caja que por la noche se suspendía del techo del bohío donde reposaba el caudillo. A continuación se procedió a pesar, avaluar y contar el "montón" que ascendió a 191.274 pesos de buen oro u oro fino (mayor de 16 quilates), 37.288 pesos de oro bajo (de 9 a 15 quilates) y 18.288 pesos de oro de "chafalonía" (mezclado con otros metales), este último valorado en siete pesos por uno de buen oro. Asimismo resultaron 1.815 esmeraldas de toda suerte, para repartir. De este "montón" se entregó a los oficiales reales el "quinto" (20%) perteneciente a la Corona, a saber: 38.259 pesos de oro fino, 7.257 pesos de oro bajo, 3.690 pesos de chafalonía y 363 esmeraldas de diferentes tamaños. Se pagaron luego los gastos a cargo del "común" con el oro de chafalonía y el bajo: las "mejoras" a quienes más se distinguieron durante la expedición, el valor de los caballos muertos durante la jornada, el valor de las medicinas gastadas durante ella y el de las herramientas y objetos inutilizados en las acciones de provecho para el común. Pagados estos gastos a los respectivos dueños, quedaron luego para repartir 148.000 pesos de oro fino, 16.964 pesos de oro bajo y 1.455 esmeraldas. Se suman luego las "partes" señaladas en la instrucción de Femández de Lugo, más algunas no previstas por el gobernador, como para macheteros, trompetero, etc. Resultaron 290 "partes". El botín se divide por este número resultando cada parte de 51 Opesos de oro fmo' 57 pesos de oro bajo y 5 piedras esmeraldas dé distinta calidad y procurando que cada grupo fuera de igual valor. Luego, a cada participante se entregaron las partes a que tenía derecho, dando un fiador -generalmente un compañero-para que respondiera ante la justicia en caso de que se presentaren reclamos por parte de quienes habían quedado en las riberas del Magdalena. En la lista de los presentes figuran 179 participantes (y no 160 o 166 como declaran los cronistas y aparece en ciertos documentos), incluyendo un soldado que murió después de llegar al altiplano. Es interesante insistir sobre el carácter comunitario de estas expediciones conquistadoras y en el hecho de que se trataba de una acción conjunta de todos los participantes. Si bien el riesgo era para todos igual, no era igual la participación en el botín. Así, los 15 más aventajados -el gobernador y los capitanes-, que en conjunto constituían sólo el 5,2% del total de los participantes, recibieron 70 partes, es decir, el 25% del botín, correspondiendo a cada uno 1,66% del "montón". Los 43 jinetes y caporales y los 2 religiosos, que juntos representaban el 24% de los participantes, recibieron 86 partes, es decir, 30% del botín, correspondiendo a cada uno O. 7% del "montón". Mientras el resto, ballesteros, arcabuceros, rodeleros y demás soldados, que sumaban 121 personas y constituían el 70% de la hueste, recibieron el40% del botín, es decir, cada uno recibió por dos años y dos meses que duraba ya la expedición conquistadora, un 0,37% del botín. Por supuesto el fraude era una cosa ya entonces bien establecida, puesto que antes del reparto, se procedió a una "cata" en busca de oro y esmeraldas escondidas en los bohíos, que no dio resultados positivos. La fundación de Bogotá A juzgar por la documentación conservada, una vez repartido el botín, Jiménez decidió marchar a España para informar sobre el señalado descubrimiento. Al igual de muchas ciudades americanas, se desconoce el acta de fundación, de Santa Fe de Bogotá, si bien se considera el 6 de agosto de 1538, como la fecha de fundación es decir, unas semanas después del reparto del botín. En la documentación sólo consta la La conquista del territorio y el poblamiento fundación durante ese mismo año de la ciudad de Vélez, pues el 13 de agosto estuvo en ella Jiménez de Quesada, quien recibió junto con el capitán Juan de San Martín, de manos del cabildo de aquella ciudad un poder para representarla ante la Corte de España en la búsqueda de mercedes para sus pobladores. La existencia del cabildo indica la fundación en regla de una ciudad. Sabemos que en esa ocasión Jiménez no prosiguió su viaje a España, pues por el mes de noviembre actúa una vez más en Bogotá. Mientras proseguía la conquista de la altiplanicie chibcha, los muiscas rebeldes, muerto su zipa Tisquesusa, eligieron como nuevo cacique a un indio aguerrido, Sajipa (o Saxajipa), para proseguir la guerra contra los invasores. Bien pronto, dándose cuenta de la inutilidad de su resistencia, el cacique se entregó a los enemigos. Fue recibido con toda deferencia por Jiménez quien para demostrarle su amistad lo acompañó con algunos soldados en la guerra contra sus enemigos, los panches. De regreso a Bogotá, Jiménez trató de averiguar el sitio que, como suponía debiera conocer Sajipa, donde "Bogotá el Viejo" había escondido el tesoro. Al negar el cacique conocer la existencia de tal tesoro, fue sometido a tormento que resultó infructuoso, por lo cual fue puesto preso. A comienzos de 1539 un incendio destruyó el pueblo donde hasta entonces habitaban los cristianos entre los indios. Una nueva ciudad fue erigida en el sitio Teusacá (Teusaquillo), con el nombre de Santa Fe, que es el lugar donde ocupa actualmente la capital de la República (1 ). El incendio del antiguo pueblo se atribuyó a las instigaciones del cacique Sajipa, pese a su insistente negativa. Fue sometido a un nuevo y recio tormento a consecuencia del cual murió al mes siguiente. Pocos días después de aquel luctuoso suceso, Jiménez recibió noticias sorprendentes: desde el suroeste se aproximaba un ejército de españoles al mando de Sebastián de Belalcázar y en las montañas del oriente apareció otro ejército al mando de Nicolás de Federmán. Ciertamente, al tiempo del nombramiento de García de Lerma para la gobernación de Santa Marta, se nombró como hemos dicho, para la vecina gobernación de Venezuela a Ambrosio de Alfinger. Muerto Alfinger por los indios de Chinácota, fue nombrado sucesor otro alemán, Jorge de Espira, y en calidad de teniente, aquel Nicolás de Federmán quien ya en 1530-31, ha- 83 bía recorrido una parte de Venezuela. Pronto abandonó Espira su gobernación y emprendió una expedición hacia el sur en busca de "El Dorado"; expedición que terminó en un rotundo fracaso. Espira murió en 1538, cuando preparaba una nueva expedición. Su teniente Nicolás de Federmán quien tenía la orden de seguirlo, después de explorar la Guajira y fundar la actual Riohacha, siguió tras los pasos de Espira, pero luego, desviando su ruta hacia la cordillera, la atravesó, llegando a Pasea por el mes de marzo de 1539, cuando la tierra ya estaba ocupada por la hueste de Jiménez. Algunos años antes de esa fecha, Sebastián de Belalcázar, viejo conquistador y fundador de Quito, bajo las órdenes de Francisco Pizarra, gobernador del Perú, había resuelto explorar las tierras que se extendían al norte de Quito con el fin de independizarse de su superior. Ya en 1535, comenzó Belalcázar la exploración de aquellas tierras mediante el envío de capitanes que alcanzaron el actual Quindío. A esas exploraciones se debe la fundación de Pasto, Popayán, Cali, Anserma y Cartago. A mediados de 1538, estando en Quito, Belalcázar tuvo noticias, proporcionadas por un indio, sobre la existencia de un "Dorado", al oriente de la gobernación. Fue uno de tantos "Dorados" cuya existencia aceptaba la mente exaltada de aquellos españoles, tratándose de informes a veces malévolos y a veces mal entendidos, que los indígenas suministraban con prolijidad, muchas veces sólo para alejar a los españoles de sus tierras. Pese a la oposición del cabildo de Quito, Belalcázar se puso en marcha con indios y soldados. Sin hallar el pretendido "Dorado" ni lograr atravesar el nudo andino, su ejército llegó al Valle de las Papas, lugar de nacimiento de los ríos Cauca y Magdalena que en el dicho lugar están separados sólo por un corto trecho de terreno cenagoso. Belalcázar se dirigió hacia el valle del Magdalena creyendo que se trataba del nacimiento del Darién (Atrato) y alcanzó la región de Neiva donde encontró huellas de lapasada expedición de Jiménez de Quesada. Continuó su marcha bajando por el valle del Magdalena. Allí fue alcanzado por Hemán Pérez de Quesada, enviado por su hermano, el licenciado, para averiguar la procedencia del nuevo ejército. Hemán Pérez indujo a Belalcázar a desviar su ruta hacia Bogotá, donde los españoles se Nueva Historia de Colombia, Vol 1 84 encontraban ya prácticamente desarmados bia, que sólo poco a poco se iban aclarando, no frente a una numerosa y cada vez más hostil lograron ofrecer una base segura para determinar población indígena. Pero deseoso de afianzar a qué gobernación debía pertenecer la tierra dessus derechos sobre el territorio recorrido, Belal- cubierta y conquistada por Jiménez de Quesada. cázar envió a uno de sus capitanes, Pedro de Prevaleció el hecho cumplido: lo descubierto Añasco, a fundar en el curso alto del Magdalena por Jiménez siguió formando parte de la goberla ciudad de Guacacallo (actual Timaná) (2); ya nación de Santa Marta, mientras que sólo uno anteriormente su capitán, Pedro de Puelles, ha- de los tres conquistadores, Belalcázar, obtuvo bía fundado la ciudad de Pasto (3). Luego se diri- compensación al ser nombrado gobernador de gió Belalcázar a Tibacuy, lugar desde el cual ante lo que había recorrido desde Pasto, incluyendo la insistencia de los enviados de Jiménez, se Urabá como salida al Atlántico aunque él no dirigió a Bogotá. había pisado aquel territorio. Eligió como capital la ciudad de Popayán como centro de su No faltaron discusiones entre los tres conquistadores sobre los derechos que correspon- estirada gobernación. dían a cada uno como descubridor. Pero la hábil Federmán, acusado por sus patronos, los diplomacia de Jiménez logró convencer a los Welser, de deslealtad, murió en 1542 en España, dos de la conveniencia de viajar a España y siendo archivado el pleito que instauró contra dejar en manos del Consejo de Indias la decisión sus patronos de Ausburgo. Jiménez de Quesada, final, Jiménez logró asimismo, que Federmán luego de inútiles gestiones para obtener la goberdejara su hueste en el Nuevo Reino y Belalcázar nación de Santa Marta que por herencia perteneuna parte de la suya, lo cual contribuyó mucho cía a Alonso Luis de Lugo, por haber muerto a la seguridad de la región y al asentamiento en Santa Marta su padre Pedro Hernández de defmitivo de los conquistadores en la tierra que Lugo ya a fmes de 1536, fue acusado por el habían descubierto, que el caudillo llamó Nuevo fiscal de encubrir una gran cantidad de oro Reino de Granada, por haber sido vecino de esa (150.000 pesos) que trajo a España clandestinaciudad en España como afirman algunos, o por mente para evadir los impuestos correspondienhaber nacido en ella según otros. Asimismo, tes. Ante la orden de prisión, decidió ausentarse distribuyó los indios en encomiendas, adjudi- de España y viajó a Francia e Italia. El obispo cándolas a los principales conquistadores, sus de Panamá, fray Tomás de Berlanga, y el de compañeros. San Juan, Pascual de Andagoya, desistieron del Embarcados en Guataquí a principios de pleito. junio de 1539, los tres caudillos acompañados de algunos conquistadores, llegaron a Cartagena La anarquía a mediados del mismo mes. Allí iniciaron un pleito ante el licenciado Juan de Santa Cruz l ausentarse de Santa Fe, Jiménez había quien estaba en aquel puerto tomando residencia nombrado a Hernán Pérez de Quesada, su a Pedro de Heredia, ausente en España. hermano, como su lugarteniente, nombramiento Ese pleito continuó en España ante el Con- que fue revalidado por el cabildo de la ciudad. sejo de Indias. Fue largo y engorroso debido a Con el fm de congraciarse con los conquistadoque se trataba de un territorio cuya verídica res procedentes de las huestes de Federmán y situación geográfica era desconocida y se pres- Belalcázar, Pérez de Quesada comenzó a adjutaba a interpretaciones. A los tres aspirantes se dicarles encomiendas de indios, en detrimento sumaron Pedro de Heredia, insistiendo que el de los derechos de los antiguos conquistadores, Nuevo Reino caía dentro de su gobernación de lo cual no contribuyó a la tranquilidad social. Cartagena, el obispo fray Tomás de Berlanga, La llegada al Nuevo Reino de Jerónimo Lebrón, que consideraba que el territorio debía adjudi- juez de residencia enviado por la Real Audiencia carse a la gobernación de Panamá, e incluso de Santo Domingo cuando se supo la muerte de Pascual de Andagoya, nombrado por entonces Pedro Fernández de Lugo, generó nuevos congobernador de San Juan (Chocó), aspiraba poder flictos. Aceptado por una parte de la población lograr la inclusión del Nuevo Reino en su gober- y rechazado por otra, Lebrón fue obligado por nación. Informes de testigos, interesantes por Hernán Pérez a regresar a Santa Marta donde los conceptos embrollados y contradictorios que instauró un juicio contra éste y su ausente herexpresan sobre la geografía de la actual Colom- mano, con muchos testimonios adversos a la A La conquista del territorio y el poblamiento fama de ambos. Sin embargo, Hernán Pérez, más conquistador que colonizador, atraído por el antiguo señuelo de "El Dorado", abandonó pronto Santa Fe con un grupo de conquista~ores y varios millares de indios cargueros, dejando como su teniente a Gonzalo Suárez Rendón. Se trasladó a Tunja y pese a la oposición del cabildo a tal expedición, por ser una institución más inclinada a la colonización que a la desenfrenada conquista, enganchó otros vecinos e indios para lajornada. Luego se dirigió y atravesó la Cordillera Oriental y siguiendo con ingentes penalidades las vertientes orientales de la cordillera hacia el sur, alcanzó Mocoa, ascendió la cordillera y llegó a Pasto con su ejército deshecho. Desde allí regresó a Santa Fe donde encontró como nuevo gobernador a Alonso Luis de Lugo. Ciertamente, al no aceptar Carlos v el traspaso de la gobernación de Santa Marta a Jiménez de Quesada el heredero de Fernández de Lugo, Alonso Lui~ de Lugo, se embarcó a fines del año 1542 para hacerse cargo de la gobernación. Allí se apoderó violentamente, pese a las protestas de los oficiales reales, de la doceava parte de las perlas depositadas en la Real Caja de Riohacha. Alegaba que pertenecían a él, según la capitulación concedida por la Corona a su padre. Una vez en Santa Fe declaró inválidas las encomiendas otorgadas por los hermanos Quesada y sus tenientes, entregándolas a sus "paniaguados" y adjudicándose a sí mismo un buen número de las más productivas, contra la general oposición de los demás conquistadores. Instauró luego un pleito contra Hernán Pérez y contra otro hermano del licenciado que había llegado del Perú, Francisco Jiménez de Quesada, embargándoles sus bienes y enviándolos presos a Cartagena junto con el teniente Gonzalo Suárez Rendón, para que se presentasen con las actas de sus procesos ante el Consejo de Indias. Estando a bordo del barco que iba a llevarlos a España, los dos hermanos del licenciado murieron fulminados por un rayo. Algunos meses después, ante la creciente y peligrosa enemistad de los vecinos, el propio gobernador se embarcó hacia España, haciéndose pagar antes por la fuerza sus salarios y derechos. El Nuevo Reino quedó acéfalo. No menor anarquía se produjo en la parte occidental de la actual Colombia. El descubrimiento del Pero no fue tan sólo un acicate para que desde Venezuela, Santa Marta y Cartagena se intentara penetrar la "tierradentro". Aún antes 85 de los Pizarra, en 1522, el ya nombrado Pascual de Andagoya, quien era entonces regidor de Panamá, había explorado un buen trecho de la costa del Pacífico hacia el mediodía y estando en España a tiempo de la llegada de los tres conquistadores, Jiménez, Belalcázar y Federmán, capituló con la Corona la gobernación de aquella costa desde Panamá hasta Catamez, que fue el trecho vacante desde la muerte de Gaspar de Espinoza, quien lo había capitulado con la Corona, en 1536, sin tomar la posesión de lo capitulado. Catamez era el límite septentrional de la gobernación de Pizarra. Al llegar a Panamá provisto del título_ de gobernador,, Andag<?Y~, se embarcó con su ejército en el Pacifico dingiendose al sur. Al llegar a la desembocadura del río San Juan, exploró la bahía de Buenaventura y fundó el puerto que lleva este nombre. Luego, desviándose de su ruta al sur, se internó en las montañas y llegó a Cali donde encontró una situación inesperada. Ciertamente, Francisco Pizarra, olfateando desde el Perú las intenciones de Belalcázar de apoderarse de la parte norte de lo que él consideraba incluido en su gobernación (dentro de las 200 leguas de la costa del Pacífico con su correspondiente "tierradentro" que le fueron concedidas en la capitulación), se apresuró a enviar como teniente general al capitán Lorenzo de Aldana. Llegado a Tumbez, Aldana impidió que la vecindad enviase los refuerzos pedidos por Belalcázar. Luego se trasladó a Quito donde logró afirmar ante el cabildo los derechos de Pizarra. Se dirigió seguidamente al norte donde deshizo la ciudad de Pasto, ya fundada por los hombres de Belalcázar, y la trasladó en nombre de Pizarra al sitio que ocupa actualmente. Pro~ siguió su viaje a Popayán y más tarde .a Cah donde fue recibido por los cabildos que Ignoraban la suerte de Belalcázar. Aldana trató de considerar los derechos de Pizarra, otorgando en nombre de éste ~ncomien­ das de indios. Con el mismo fm envió al norte un destacamento al mando de Jorge Robledo, como su teniente; destacamento que llegó a los sitios ya visitados por Belalcázar y sus tenientes en sus anteriores correrías desde Quito. El joven y ambicioso teniente llegó a Anserma cuyo nombre cambió por Santa Ana de los Caballeros. Estaba allí a cargo del gobierno cuando recibió noticias de un ejército que se acercaba desde el norte. Eran las tropas enviadas desde Cartagena por el ya nombrado juez de Nueva Historia de Colombia. Vol I 86 residencia, Juan de Santa Cruz, en pos de Vadi11o, para obligarlo a rendir la residencia, pues ignoraba que éste se había embarcado rumbo a Santo Domingo. La mayoría de los soldados se unió a Robledo para compartir la empresa conquistadora. Reforzado su ejército, Robledo decidió reconocer la región habitada por los quimbayas de cuyas riquezas tuvo noticias. Tal era la situación que encontró Andagoya cuando arribó a Cali. No le fue difícil convencer al cabildo de la ciudad para que lo recibieran como gobernador, porque los vecinos preferían una autoridad cercana a un lejano gobierno como era el de Pizarra, a quien ni siquiera conocían y quien no había tomado parte en la conquista de la región. La misma actitud adoptó Robledo, quien se trasladó a Cali y aceptó al nuevo gobernador. Pero para afianzar su situación como poblador, había fundado antes, a la ligera, la ciudad de Cartago en el territorio de los quimbayas. Confirmado por Andagoya como teniente, Robledo regresó a Cartago para fundar, el 9 de abril de 1540, la ciudad en firme, repartiendo solares entre los vecinos. En febrero de 1541 entró Belalcázar a Cali como legítimo gobernador, habiéndose ya quejado al Rey, desde Panamá, por la irrupción de Andagoya en su gobernación. Fue recibido por la vecindad sin contradicción y después de instaurar un proceso a Andagoya, como usurpador de tierras que no le pertenecían, lo expulsó del territorio. Luego Belalcázar envió a notificar a Robledo su llegada, con la orden de presentarse en Cali. Pero éste, bien por haber traicionado antes a Belalcázar, poniéndose a órdenes de Andagoya, o bien porque hacia el norte se extendían regiones que carecían de una autoridad constituida a cuyo gobierno aspiraba, no se trasladó a Cali ni esperó al gobernador. Al mando de una tropa de soldados, Robledo se dirigió al norte donde fundó la ciudad de Santa Fe de Antioquia. Llegando a Urabá, cayó en poder de Heredia quien consideraba las tierras de Antioquia como pertenecientes a su gobernación. Después de un proceso que le instauró Heredia, Robledo fue enviado a España. Allí recibió buena acogida. Lo que interesaba a la Corona era la ocupación de nuevas tierras; poca importancia tenía para ella saber quién las había descubierto. El gobierno del Licenciado Juan Díez de Armendáriz L a anarquía e improvisación que se observan en las primeras décadas de la ocupación española, se debía en gran parte a la dificultad que tenía el Consejo de Indias para regir desde la lejana España las tierras descubiertas. Por otra parte, Carlos v, absorbido por los asuntos políticos europeos, tampoco se preocupó por América. Habiéndose ausentado de España poco después de su coronación, regresó al país sólo en 1541, después de la humillante derrota sufrida en Argel. Al regreso suyo y bajo su influencia se produjo la llamada "reforma Carolina". Fueron destituidos y multados varios consejeros de Indias y un nuevo equipo tomó las riendas del gobierno. Se buscó frenar las aspiraciones de los arrogantes conquistadores y encauzar la empresa americana por una vía definitivamente colonizadora, limitando sustancialmente los derechos de los "nuevos americanos". Entre las reformas adoptadas de carácter administrativo, merecen señalarse las famosas "Nuevas Leyes de 1542" que reglamentaban de una manera definitiva las relaciones entre indios y españoles; leyes imbuidas del espíritu indigenista del famoso protector de indios, fray Bartolomé de las Casas, quien por entonces se encontraba en la Corte. Con ellas se trató de abolir el "señorío" que de hecho ejercían los españoles americanos sobre la población indígena, impedir su esclavización, acabar las encomiendas a medida que fueran caducando y declarar a los indios personas libres, sujetos a las leyes que regían en España para la gente común: los "pecheros". Los indios debían pagar tributos a la Corona pero sin perder su libertad personal y sin estar sujetos de manera alguna a los encomenderos Para imponer la "reforma Carolina" fueron enviados a América varios jueces y, entre ellos, el licenciado Juan Díez (o Díaz) de Armendáriz. N o se daban cuenta las autoridades españolas de la magnitud de los problemas que encontraría un solo juez cuando a Armendáriz se le ordeno "residenciar" las autoridades de las gobernaciones del río de San Juan, Santa Marta, Cartagena, Popayán y del Nuevo Reino de Granada y, específicamente, a los gobernadores Belalcázar, Heredia y Andagoya, como también a Gonzalo Jiménez de Quesada, entonces ausente, y a su hermano, Hemán Pérez de Quesada, ya muerto. La conquista del territorio y el poblamiento A fines de 1544 llegó Armendáriz a Cartagena y ante el cúmulo de problemas que lo esperaban, despachó a Santa Fe a su sobrino, Pedro de Ursúa, en calidad de su teniente, y a Jorge Robledo a Antioquia en calidad de gobernador de la región que disputaban Pedro de Heredia, gobernador de Cartagena, y Sebastián de Belalcázar, gobernador de Popayán. Ambos enviados tuvieron luego un desastroso fin. La oposición de los santafereños a Ursúa, pese a la expedición contra los belicosos muzos y la efímera fundación entre ellos de la ciudad de Tudela, le obligó a ausentarse. Huyendo de un juicio de residencia, se dirigió al norte y fundó las actuales ciudades de Pamplona y Valledupar. Luego viajó vía Panamá al Perú donde en 1559 fue encargado por el virrey como caudillo de la expedición al Amazonas, durante la cual murió asesinado por la hueste que acaudillaba el que más tarde sería famoso capitán, Lope de Aguirre. A su vez Robledo, cuando recibió los poderes de manos de Armendáriz, se hizo cargo de Santa Fe de Antioquia y continuando al sur, enfrentó a Sebastián de Belalcázar para instaurarle un "juicio de residencia". Pero fue Belalcázar quien enjuició a Robledo por invadir una gobernación ajena, sentenciándolo a muerte; la que fue ejecutada en la loma de Pozo, entre los indios carrapas. Más de dos años duró la residencia que tomó Armendáriz a Pedro de Heredia en Cartagena, a quien envió con su proceso a España. Sólo en 1547 pudo Armendáriz embarcarse en el Magdalena para proseguir su camino al Nuevo Reino. Allí debió enfrentarse a una convulsionada situación. Gobernaba Belalcázar en Popayán cuando en el Perú se produjeron luctuosos acontecimientos. En 1542 fue asesinado el gobernador Francisco Pizarra, por gentes de Diego de Almagro, debido a la diferencias que surgieron entre ambos por los límites de sus respectivas gobernaciones. A su vez, el propio Almagro fue asesinado poco después por el hermano del gobernador Pizarra, Remando, quien vengó así la muerte de aquél. Pizarristas y almagristas, recorrieron el país asesinándose mutuamente y causando estragos entre la población indígena, obligada por la fuerza a acompañar a cualquiera de los ejércitos enemigos. Tal fue la titilación cuando, considerando la riqueza que prometía el territorio y el reinante 87 desgobierno, el Perú fue elevado a la categoría de virreinato. En 1543 llegó el primer virrey, Blasco Núñez Vela, para tomar las riendas del gobierno en sus manos, a más de hacer cumplir las famosas Nuevas Leyes de 1542, las cuales encontraron no sólo en Perú sino en todas las posesiones españolas en América una firme oposición. El resultado fue que las autoridades coloniales de la Ciudad de los Reyes (Lima), embarcaron violentamente al flamante virrey, expulsándolo de su virreinato en un navio con destino a Panamá. En esta rebelión se destacó muy pronto Gonzalo Pizarra, hermano del gobernador asesinado, de regreso de su desafortunada expedición al oriente, el "País de la Canela", que nunca fue encontrado, pero cuyo resultado fue el descubrimiento del Amazonas. Ciertamente, entre la hueste de Pizarra iba Francisco de Orellana, quien, enviado por Gonzalo en busca de un cómodo paso por la cordillera, topó con un afluente del curso alto del Amazonas, se embarcó en él y dejándose llevar por la corriente lo recorrió hasta la desembocadura. Posteriormente se embarcó a España a pedir la gobernación de las tierras bañadas por el potente río, la que le fue concedida pero que nunca pudo realizar. Entre tanto Gonzalo Pizarra, después de esperarlo en vano, emprendió la retirada con no pocas bajas entre los hombres de su ejército y al llegar a Lima se puso a la cabeza del movimiento rebelde que rechazaba las Nuevas Leyes de 1542, por afectar los intereses de la clase social de los encomenderos. Tal rebeldía se extendió luego a todo el país, desencadenando una verdadera guerra, que alcanzó a tener rasgos de franca oposición a la dominación española. Gobernaba prácticamente el país Gonzalo Pizarra, cuando el virrey Blasco Núñez Vela, logró abandonar el barco en que había sido expulsado hacia Panamá. Se trasladó a la gobernación de Popayán y pidió a Belalcázar apoyo para recuperar su virreinato. Buen realista, Belalcázar acompañó ai virrey en su jornada hacia el sur como caudillo de un ejército fácilmente reclutado entre los conquistadores, ávidos de encomiendas y botín en aquella tierra revolucionada. En la batalla de Añaquito se enfrentaron los ejércitos de Pizarra y de Núñez Vela, sufriendo el último una derrota en la cual perdió la vida así como varios de sus capitanes y soldados. Belalcázar fue herido aunque no de gra- 88 Nueva Historia de Colombia. Vol 1 vedad y cayó prisionero de Pizarra. Sin embargo, logró la libertad y regresó a su gobernación. La llegada de Armendáriz a Santa Fe en 1547 coincidió con la de Pedro de La Gasea, el "pacificador", a Panamá, enviado desde España para doblegar el peligroso levantamiento de los peruanos. Tanto Armendáriz como Belalcázar le apoyaron en tal tarea. Armendáriz reunió soldados e indios, los cuales, aunque se pusieron en marcha, fueron retenidos porque La Gasea logró suficiente apoyo de los conquistadores procedentes de la América Central e incluso entre los propios peruanos. Belalcázar sí pasó al Perú con otro grupo de indios y españoles. Su apoyo ya no era necesario porque La Gasea había logrado desbaratar la rebelión en la batalla de Xaquixaguana, siendo condenado a muerte Gonzalo Pizarra y sus principales colaboradores y otros enviados a galeras. Esta rebelión de Pizarra doblegada no por un ejército traído desde España, sino reclutado entre los propios americanos, refleja la situación sociopolítica existente no sólo en el Perú, sino en toda la América española, cuando había pasado la primera ráfaga de la conquista. En los comienzos de la ocupación del continente, los llamados conquistadores se dividían en dos grupos antagónicos: conquistadores aventureros, ávidos de botín inmediato, los cuales proseguían la conquista haciéndose acompañar de los indios de las tribus sometidas; y el de los pobladores que buscaban medios estables de subsistencia, a base de la explotación de la abundante mano de obra indígena. Poco a poco, al avanzar del siglo se habían formado dos clases sociales, réplica americana de la situación en Europa. Unos, ya fueran antiguos conquistadores o inmigrantes acomodados que gozaban de bienestar económico basado en la posesión de tierras y de indios encomendados, sin que tal situación privilegiada fuera necesariamente resultado de acciones conquistadoras personales. Otros, eran inmigrantes llegados pobres desde España, que no tuvieron igual suerte en América. Formaban una clase social numerosa, poco favorecida con tierras o encomiendas de indios y a veces incluso carente de simples medios de subsistencia. Era una clase de verdaderos proletarios a quienes ni la paupérrima industria colonial, ni la agricultura y ganadería extensivas podían ofrecer el sustento. Apareció en América la réplica de los "desesperados" en España: calles de las ciudades repletas de mendigos, de hombres sin trabajo, chozas inmundas de bahareque o caña, ancianos rebozando los hospitales y una criminalidad de la cual se quejaban continuamente las autoridades. Una rebelión como la de Pizarra, al igual que otras menores, ofrecía a aquella clase de "españoles pobres" la posibilidad de lograr un sustento, un botín y, sobre todo, adquirir encomiendas de indios que habían pertenecido a los rebeldes y cuya mano de obra les aseguraría la subsistencia. La Corona supo aprovechar tal situación para doblegar la revolución pizarrista que era en esencia la de terratenientes y encomenderos, lastimados por la expedición de las Nuevas Leyes de 1542 que recortaban sus prerrogativas y hacían peligrar un bienestar económico basado sobre el trabajo de sus indios. Pero pese al éxito que tuvieron las fuerzas realistas esa numerosa clase de "españoles pobres", la enorme mayoría quedó defraudada al finalizar la contienda. Un conquistador que tomó parte en los sucesos escribía refiriéndose a La Gasea: "Dióle Su Majestad en recompensa de lo que había servido el obispado de Palencia y Sigüenza. Plega a Nuestro Señor que con los obispados no se haya ido al infierno por lo que en el Perú hizo con los conquistadores que tan bien le habían servido ... Vínose a la Ciudad de los Reyes (Lima) y tras de él venimos mil hombres, que a cada uno nos había dicho nos daría de comer...". Y cuando La Gasea se embarcó casi furtivamente a España, continúa el autor: "Valióle estar el mar de por medio que, según vi voluntades y quejosos, fuera otro alcance como el que Carvajal (4) dio a Blasco Núñez Vela ... , porque fue grande inhumanidad quitarlo a los que lo merecían y darlo a los tiranos". Y ciertamente, las encomiendas de los enemigos que resultaron vacantes no fueron repartidas al vulgo que peleó en favor de la Corona, sino a los caudillos e incluso a los caudillos pizarristas que abandonaron a su jefe cuando vieron peligrar el buen éxito de la "revolución", pasándose a las filas realistas y recibiendo jugosas ventajas. "Hízolo mal La Gasea -continúa el autor- con los servidores de Su Majestad. Dejólos todos pobres y a muchos que fueron contra Su Majestad que se le pasaron, les dio lo que tenían y mucho más. De manera que él lo que nos quitaba a nosotros se lo daba a ellos". Y ciertamente Pedro López, autor del escrito que venimos citando, tenía razón. Pues pese a la derrota de Pizarra el resultado de la La conquista del territorio v el poblamiento contienda favoreció a la alta clase social ya que en 1545, en plena guerra del Perú, las Nuevas Leyes de 1542 fueron revocadas por la Corona. Ya antes de esos sucesos, Juan Díez de Armendáriz, dándose cuenta de la magnitud de las tierras ya ocupadas por los españoles, había sugerido al Consejo de Indias el establecimiento en Santa Fe de una Real Audiencia, sugerencia que encontró una buena acogida, y más ante los sucesos que tenían lugar en el Perú. Los primeros nombramientos de oidores para la Audiencia datan de 1547. Con excepción de los puertos de Santa Marta y Cartagena que por lo pronto se mantuvieron bajo la jurisdicción de la Audiencia de Santo Domingo, el territorio ocupado quedó bajo la jurisdicción de la Nueva Audiencia. Poco tiempo después, aquellos puertos también fueron incluidos, ya que constituían los puntos de entrada al Nuevo Reino. La primera Audiencia L a instalación de la real audiencia se efectuó en 1550 y se inició bajo adversos augurios. Su presidente, el licenciado Gutiérre de Mercado murió en Mompox antes de emprender su viaje al interior, sospechándose que fue envenenado. A Bogotá sólo llegaron dos oidores: los licenciados Juan de Galarza y Beltrán de Góngora quienes inauguraron la Audiencia el 12 de abril de 1550. El tercer oidor, licenciado Francisco Briceño, se dirigió desde Cartagena vía Panamá al puerto de Buenaventura, desde donde se trasladó a la gobernación de Popayán para tomar residencia a Sebastián de Belalcázar. Bé!io el gobierno de ese antiguo conquistador la extensa provincia alcanzó cierto desarrollo. Fueron fundados varios pueblos y tanto la agricultura como la minería estaban progresando, hasta tal punto que, ante la merma progresiva de la población indígena, los mineros de Anserma y Caramanta ya empleaban con profusión esclavos negros. El oidor, Francisco Briceño, no tuvo dificultad para encontrar cargos en contra de Belalcázar: gastos hechos indebidamente de dineros de la Caja Real cuando se trasladó al Perú para auxiliar a La Gasea; la explotación de los indios; continuas y sangrientas expediciones contra los indómitos armas (5), maltrato de españoles, etc. Tan riguroso fue el juicio de residencia, que se llegó a sospechar que, acumulando las acusaciones, Briceño aspiraba a quedarse con el gobier- 89 no. Porque lejos de limitar sus actividades de juez, enviaba capitanes contra los indios hacia el sur (uno de ellos, Alonso de Fuenmayor, fundó a San Luis de Almaguer en 1551, como centro de ricas minas de oro), y también al norte de Anserma, acusándosele de participar en el botín que se obtuviera. Belalcázar fue suspendido por Briceño y enviado a España para justificarse ante el Consejo de Indias. Murió en Cartagena a bordo del navio que debía llevarlo. Luego en su reemplazo, fue enviado desde España García de Bustos, quien pereció en la travesía. Más tarde ocupó el puesto de gobernador de Popayán su hermano, Pedro Hernández de Busto (o Bustos). Pero debido a las quejas de la vecindad contra Briceño, ya a fmes de 1552 se le ordenó integrarse a la Audiencia de Santa Fe para ocupar su curul. La instalación de la Real Audiencia con sólo dos oidores, Góngora y Galarza y sin un presidente, fue una calamidad que pronto se hizo sentir. Para tomar la residencia a Juan Díaz de Armendáriz llegó el oidor de la Audiencia de Santo Domingo, Alonso de Zurita. Debido a su inclinación indigenista ocurrieron algunos incidentes en Riohacha y Santa Marta, desde donde denunció los maltratos que sufrían los indios tanto en la pesca de perlas como en la boga en el río Magdalena. Desde allí Zurita prosiguió su viaje a Santa Fe donde encontró un ambiente francamente hostil. Nada logró en el juicio de residencia contra Armendáriz y las condenas de algunos encomenderos no se hicieron efectivas, pues aquellos abandonaban impunemente la cárcel. Incluso los dos oidores se mostraron hostiles a Zurita y cuando se cumplió el plazo fijado para la residencia, lo obligaron a regresar a Cartagena, otorgando simultáneamente licencia a Armendáriz para viajar a España y defender su causa en el Consejo de Indias. Zurita, sin lograr nada positivo, regresó a Santo Domingo. Luego fue trasladado a Guatemala donde continuó su vana lucha en pro de la población indígena. La llegada de frailes dominicos y franciscanos al Nuevo Reino y del obispo fray Juan de Barrios, produjo roces entre las autoridades civiles y eclesiásticas, ya por el maltrato de los indios, ya por el reparto de los diezmos o por las prerrogativas jurisdiccionales. La característica esencial de esas relaciones, no reglamentadas suficientemente sino hacia fines del siglo, fue la mutua desconfianza y a veces incluso una Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 90 franca hostilidad. Baste decir que las divergencias entre los oidores de la Real Audiencia y el obispo se hicieron tan tensas, que unos años más tarde en 1562, Juan de Barrios se ausentó casi furtivamente a Cartagena con la intención de seguir a España y quejarse ante el Consejo de Indias; viaje que le fue prohibido por el ConseJO. La tensa situación entre la autoridad civil y eclesiástica prosiguió durante gran parte del siglo xvi hasta cuando, mucho después, en 1574, las Nuevas Leyes de Patronato vinieron a reglamentar el alcance de ambos poderes. Aquellas leyes limitaron el papel de la Iglesia a la pura administración del culto a colonos e indios, asignando a los frailes la tarea de la conversión de las tribus a medida que se iban sometiendo, prohibiendo su intervención activa en la política indigenista de la Corona, aunque sin lograr impedir las denuncias ante el Consejo de Indias; por lo cual las fricciones entre el poder civil y eclesiástico recorren todo el siglo XVI. Si la paz social interna dejaba mucho que desear, la ocupación del país iba a pasos acelerados debido a la creciente ola emigratoria hacia el Nuevo Reino, consecuencia de la prohibición temporánea de inmigrar al Perú, después de los luctuosos hechos ocurridos allí. Y así, Andrés López de Galarza fundó San Bonifacio de !bagué en el Valle de las Lanzas, como baluarte contra los indómitos pijaos que ocupaban las tierras hacia el mediodía. Poco después el capitán Francisco Núñez Pedrozo, fundó Mariquita, en la rica región minera ya descubierta por Hernán Vanegas. Por Remando de Alcacer, fue abierta una cómoda vía a Facatativá, en busca del camino hacia las orillas del Magdalena. Como consecuencia fue fundada Villeta de San Miguel, como la ruta hacia el río, lo que trajo el descubrimiento del cómodo puerto de Honda, en el Magdalena. A mediados de 1552 se ordenó a los oidores Galarza y Góngora se trasladasen a otras audiencias. Para la de Santa Fe fueron nombrados, para acompañar al licenciado Briceño, los licenciados Tomás López, oidor de la Audiencia de los Confmes (Guatemala), y el licenciado Juan de Montaña quien debía llegar desde España. Entre tanto, Pedro de Heredia, después de justificar sus actuaciones ante el Consejos de Indias, regresó a Cartagena con encargo especial de construir una fortaleza como defensa contra los piratas y contra los franceses, entonces en guerra con España. Continuaba gobernando de una manera autoritaria como lo atestiguan las cédulas reales que le fueron dirigidas. Estas extendidas luego a otras gobernaciones, prohibían al gobernador estar presente en el cabildo cuando se trataran asuntos tocantes a su persona otorgar oficios a sus familiares y allegados, impedir a los vecinos de quejarse directamente al Consejo de Indias. Se quitó al gobernador el derecho de ser juez en los pleitos de segunda instancia porque la apelación debía ir al Consejo de Indias. Se ordenaba respetar la libertad de los indios quienes después de pagar los tributos deberían ser tratados como libres, dueños de su destino. Se insistía en el cumplimiento de las leyes protectoras. Muy pronto múltiples quejas en contra de Heredia indujeron al Consejo a enviar a Cartagena un nuevo juez de residencia, y a fines de 1553 se encargó para ello al fiscal de la Real Audiencia, Juan de Maldonado. Se le ordenó suspender a Pedro de Heredia por el tiempo que durare la residencia. Los testimonios depositados en este juicio fueron altamente adversos a Heredia. Resultó culposo de matar y quemar indios, entorpecer la obra del cabildo, encubrir oro, etc. Ante el cúmulo de las acusaciones, Heredia decidió ausentarse de la ciudad permaneciendo oculto en los alrededores, para luego embarcarse furtivamente para Santo Domingo. El barco en que viajaba naufragó, muriendo ahogado ese primer gobernador de Cartagena, siendo sustituido luego por Juan de Bustos. Fue debido a las acusaciones contra Maldonado que elevó Antonio de Heredia, hijo del gobernador muerto, por lo cual la Audiencia envió en 1556 al licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada como juez de residencia a Cartagena. Jiménez encontró exageradas las acusaciones y débiles las pruebas contra Heredia, lo cual lo enemistó con Maldonado elevado muy pronto al puesto de oidor de la Real Audiencia de Santa Fe. La segunda Audiencia L a segunda audiencia no tuvo mejor suerte que la primera. En 1553 llegó a Santa Fe solamente un oidor: Juan de Montaña. El licenciado Tomás López señalado como su compañero tardó más de dos años en llegar desde Gua- 91 temala, por haberse extraviado su título de nombramiento. En 1554 fue nombrado presidente de la Audiencia el licenciado Gracián de Briviesca, pero tal nombramiento no se hizo efectivo, y el año siguiente se nombró presidente al doctor Arbizo, quien murió ahogado durante la travesí a. La Audiencia quedó pues una vez más solamente en manos de dos oidores, Briceño y Montaña, y continuó sin presidente. Quedó en suspenso la solución a los problemas que se presentaban, inéditos muchos de ellos. Tal fue el caso del derecho a la explotación de las salinas todavía en manos de los indios, de la invasión de labranzas indígenas por el ganado de los españoles, la decisión sobre los límites jurisdiccionales de las ciudades del Nuevo Reino que pleiteaban entre sí. Tampoco lograron zanjarse las rivalidades entre los encomenderos por linderos de sus encomiendas o por los indios encomendados, pues los títulos con frecuencia carecían de datos precisos. No se tasaban los tributos que debían pagar los indios y que se cobraban arbitrariamente por los encomenderos, y la delimitación de los ejidos pertenecientes a las ciudades ya fundadas, ocasionaba continuos pleitos y rivalidades. En todos esos casos prevalecía la arbitrariedad de los "nuevos americanos": el derecho de facto se impuso el cúmulo de leyes y ordenanzas expedidas en la lejana metrópoli. Por otra parte, pese a que los dos oidores compartían la responsabilidad del gobierno hubo entre ellos, por razones que no se descubren fácilmente en la documentación, serias enemistades que contribuyeron a la anarquía. La población "neoamericana" se dividió en bandos opuestos, que continuamente enviaban informes contradictorios al Consejo de Indias. La amplia documentación conservada en el Archivo General de Indias sobre estos dos oidores no ha sido aún suficientemente estudiada. Parece que su extracción social fue distinta. El oidor Montaña, según parece, pertenecía a la clase media española, si no a la baja. Llegó a Santa Fe con su mujer, cuatro hermanos y muchos familiares que buscaban y obtenían gracias a él, encomiendas y puestos importantes en la administración del Nuevo Reino, pese a las quejas de los demás vecinos. Montaña insistía en la tasación de los tributos, expulsaba a los encomenderos casados en España para obligarlos a traer sus mujeres como estaba prescrito en las leyes, mandaba abrir caminos de recuas para evitar el transporte a espaldas de los indios. A esfuerzos suyos se debe la apertura de un camino para recuas que iba desde Vélez a Tunja, Santa Fe y a Tocaima en las orillas del río Magdalena. Castigaba tahúres, logreros, etc., y llegó a manifestar franca simpatía por la población indígena. Distinta parece haber sido la extracción social del oidor Briceño. Al llegar a la gobernación de Popayán como juez de residencia contra Belalcázar, no se contentó con su oficio. Enviaba capitanes para hacer guerra a los indios tanto a Timaná como a Arma, con la condición, según se le acusaba, de que le entregasen una parte del botín. Obstaculizaba las gestiones del obispo de Popayán, Juan del Valle, y las de su provisor, Francisco González Granadino, quienes trataban aunque con poco éxito, de proteger a los indios de las crueldades cometidas con ellos en aquella gobernación. Cuando posteriormente el oidor licenciado Alonso de Grajeda, le tomó residencia, lo cual era usual y de oficio, se quejó de tal hecho al Rey como si su honor fuera lesionado. Lejos de ser castigado cuando aquel juez lo remitió a España y pese de ser ya anciano, volvió al nuevo reino como presidente de la Real Audiencia. Tales hechos parecen ser indicio de la pertenencia de la alta clase social española. En la rivalidad sostenida por ambos oidores por el puesto dirigente en la Audiencia, Montaña dejó pronto en la sombra a su rival y gobernó de una manera autoritaria el Nuevo Reino, pese a las quejas que continuamente enviaban al Consejo de Indias, vecinos y autoridades. El levantamiento de Alvaro de Oyón en San Sebastián de la Plata, ocurrido en octubre de 1553, fue la continuación de la inquietud social latente en aquella sociedad clasista y que no desapareció pese al fracaso del levantamiento de Gonzalo Pizarra. Pero la rebelión de Oyón era de carácter más popular. Fue Oyón el primero en las tierras actualmente colombianas a quien podemos llamar revolucionario consciente, pues con sus actuaciones demostró el deseo de un cambio social radical. Se hacía llamar "capitán general de la libertad" pero procedía sólo contra los intereses de la alta clase social, la cual, con el apoyo de las autoridades coloniales, acaparaba las encomiendas de indios y los altos puestos burocráticos, dejando a los españoles menos pudientes en la miseria. De ahí que no encontrara dificultad para reunir bajo sus 92 banderas a muchos españoles que aspiraban sin lograrlo a honras y bienes, aquellos "conquistadores anónimos" que se vieron desplazados por los más pudientes, iniciándose una lucha de clases dentro del propio grupo de los colonos españoles, de acuerdo con la diferente posición económica, política y administrativa que ocupaban en esa sociedad colonial, lucha persistente en las colonias españoles, no estudiada a cabalidad, aunque no siempre exteriorizada en una acción violenta como la de Oyón. Este rebelde mató al justicia mayor de San Sebastián de la Plata, Sebastián Quintero, y a ocho de los principales vecinos (6). Con un grupo de soldados atacó a Timaná donde asimismo dio muerte al alcalde, Diego López Trujillo. Con los nuevos adeptos pasó a N eiva y mató al alcalde, habiendo huido los principales vecinos de la ciudad. En todos los pueblos que ocupaba se apoderaba de los fondos de la Caja Real y los repartía entre su hueste, destituía las autoridades establecidas y nombraba nuevos alcaldes y regidores. Se dirigió luego a Popayán donde su rebelión fue doblegada y él y 16 de sus compañeros fueron ahorcados. Según declaraciones de testigos, los planes del rebelde eran, una vez ocupada la ciudad de Popayán, regresar a Timaná y engrosado su ejército con nuevos adeptos dirigirse a Almaguer, la rica ciudad minera, y desde allí volver a Timaná para recoger un mayor número de gentes para atacar a Cali y a Santa Fe "y cortar la cabeza de vuestros oidores y a otros muchos capitanes ... y tomar la tierra para sí". Lo más probable y lo que se desprende de la documentación, aunque contradictoria, es que de Popayán quiso proseguir al Perú para reunirse allí con aquellos descontentos que se vieron defraudados por La Gasea y provocaron poco después los levantamientos de Sebastián de Castillo y Francisco Hernández Girón. La preocupante situación que produjo en Santa Fe el levantamiento de Oyón, agravada entonces por la rebelión del poderoso cacique de Saboyá, quien amenazaba las ciudades de Vélez y Tunja, indujo a la Audiencia al envío del oidor Montaña, a la gobernación de Popayán. Ya antes de llegar a !bagué supo Montaña del desbarajuste sufrido por Oyón. Sin embargo, desoyendo el llamado de Briceño para que regresase a Santa Fe, siguió su viaje a Cartago y luego a Cali donde apoyó al obispo de aquella gobernación, el indigenista Juan del Valle, en Nueva Historia de Colombia, Vol I su brega contra la poderosa clase social de lo encomenderos. Con dicha actuación, Montaña se enemistó definitivamente con la alta clase social del Nuevo Reino, cuyo representante en la Audiencia era su compañero, el licenciado Briceño. Los gastos en que incurrió Montaña en este viaje, unos $ 2. 000, fueron luego objeto de la demanda que le puso el fiscal. De regreso a Santa Fe, Montaña, pese al ambiente francamente hostil por parte del obispo, Juan de Barrios, de los oficiales reales y de lo más granado de la sociedad, emprendió la visita a Cartagena para proseguir la residencia contra Juan Díaz de Armendáriz que le había sido encargada desde España. Allí encontró al fiscal de la Audiencia, Juan de Maldonado, juez de residencia contra el gobernador de Cartagena, Pedro de Heredia. Tuvo con éste graves roces que le obligaron a dejar en manos de Maldonado las diligencias contra Armendáriz que ya estaba en España. Se produjo más tarde en Santa Fe un incidente que por su carácter, parece haber sido único acaecido en América, el cual vale la pena de reseñar. Uno de los capitanes de Francisco Núñez Pedrozo, fundador en 1553 de Mariquita con sus minas de oro y plata, de nombre Pedro de Sauceda, ocupado en la pacificación de los indios de Chapaima, se había distinguido por su crueldad, dando muerte, quemando y cortando narices y brazos a los indios capturados. Llegada la noticia a la Audiencia, en la cual oficiaba en esa ocasión sólo Montaña, Sauceda fue acusado por el fiscal y tras un corto proceso, condenado por Montaña a muerte; sentencia ejecutada el 26 de mayo de 1554, pese a las inteiVenciones de lo más granado de la vecindad en favor del reo. Vale la pena señalar que en la historia de América fue Sauceda el único español que pago con su vida las crueldades cometidas con los indios. Otro español a quien Montaña condenó igualmente al último suplicio, Cristóbal Bueno, lo fue por ser espía de Alvaro de Oyón, el rebel de. La ejecución de Sauceda, hecho inaudito, fue más tarde la principal causa por la cual el Consejo de Indias condenó a Montaña a muerte en el cadalso. Siendo Sauceda apenas un teniente de Francisco Núñez Pedrozo, caudillo de aquella expedición, también éste fue encarcela do, pero luego recobró la libertad. La conquista del territorio v el poblamiento Gobierno de los oidores E n 1557 llegaba a Santa Fe un nuevo oidor, Alonso de Grajeda anteriormente oidor de Santo Domingo, y luego el licenciado Melchor de Arteaga, nombrado en España al saberse la desaparición del otro oidor, doctor Santiago, quien se ahogó en la travesía. La llegada de esos oidores no logró producir sosiego en el Nuevo Reino de Granada, ni contribuyó a ello el oidor, Juan de Mal donado, quien poco a poco atrajo contra sí la general enemistad. La población cristiana se dividió en bandos en pro y en contra de tal o cual oidor, lo que aumentaba la zozobra social. El desgobierno llegó a tal punto que el licenciado Tomás López, oidor nombrado hacía más de dos años y que llegó en aquel año desde Guatemala, pedía insistentemente se reuniera el Consejo de Indias en España en una sesión dedicada exclusivamente a la solución de los problemas que desgarraban el Nuevo Reino, donde imperaban según afirmaba, "costumbres públicas corruptísimas". Proponía un total cambio de la organización política del Reino: Venezuela, Riohacha y cabo de la Vela, quedarían bajo la Audiencia del Nuevo Reino; una nueva audiencia en Quito incorporaría en su jurisdicción el territorio que se extiende desde Cali "para arriba", es decir, al sur; y la audiencia de Santa Fe se trasladaría a Tunja donde encontraría un ambiente más sosegado. Los viajes al interior de Tomás López como visitador, lo convirtieron en decidido indigenista. Basta decir que la tasación de tributos que hiciera al ser enviado por la Audiencia hacia el norte, incluyendo Pamplona, fue rechazada por los encomenderos y mineros. Lo mismo sucedió con el licenciado Melchor de Arteaga, visitador de la Costa atlántica. Impresionado por la cruel explotación indígena en la pesca de las perlas y boga en el Magdalena, elaboró instrucciones que no solo provocaron protestas de los interesados sino también por parte de la Audiencia y el Consejo de Indias. Por otra parte, la enemistad entre los oidores de la Audiencia llegó a tal punto que muy pronto Mal donado recusó a Grajeda y a López; Arteaga a Mal donado; el obispo Juan de Barrios a Maldonado; los dominicos a Grajeda. Cuando los demás oidores ordenaron suspender los salarios a Maldonado, éste suspendió los de Grajeda y Arteaga. Los oficiales reales fueron puestos en prisión cuando se nega- 93 ron cumplir las órdenes de la Audiencia. Pese a las cajas reales vacías, Felipe II ordenaba un "empréstito forzoso" para financiar la guerra contra los turcos. El fiscal, García de Valverde, denunciaba los desmanes de los oidores que se enriquecían, de los oficiales reales que con el dinero de la Caja Real hacían negocios, los roces entre clérigos y frailes, cada uno de los cuales insistía en sus derechos y prerrogativas. Los encomenderos imponían el nombramiento de frailes para sus indios encomendados. Valverde tachaba el Nuevo Reino como "tierra llena de vicios y malas costumbres". Señalaba que de los 250.000 indios tributarios que hubo a tiempo de la conquista sólo quedaban cien mil. Avaluaba en tres millones de pesos el oro que había sido ya enviado a España, "todo salido de indios, con lo demás que han sacado vuestros vasallos". Graves acusaciones elevaba contra las autoridades civiles y eclesiásticas, "porque a los oidores de esta Audiencia, algunas veces los veo arzobispos y papas, y otras al obispo-veo-Audiencia". Se hizo sentir la falta de un presidente para la Audiencia, quien con su autoridad pudiera zanjar las diferencias ocasionadas por la falta de definir de una manera precisa los derechos, poderes y obligaciones de cada uno de los grupos de una sociedad que se estaba estructurando. En las esferas eclesiásticas tampoco existía una armonía, bien si se trataba de proveer curas en los pueblos españoles o misioneros entre los indígenas. Serias dificultades enfrentó el primer obispo de Santa Fe, Juan de Barrios, para resguardar su autoridad. Reunió un sínodo para afirmarla, cuyas providencias envió a España, por orden del Rey, para que fueran confirmadas. El recio carácter del obispo poco ayudó a sus tareas. Crecieron sus divergencias con los oidores de la Audiencia por asuntos de jurisdicción, e incluso con las órdenes religiosas que se consideraban a sí mismas como "un estado dentro del estado", sometido exclusivamente a sus generales en Roma o España. El resultado de la controversia fue el viaje casi clandestino del obispo a Cartagena en 1562 para embarcarse a España que ya hemos menciondo. Al año siguiente se produjeron algunos cambios en la organización eclesiástica. Santa Marta fue separada del obispado de Santa Fe, convirtiéndose en abadía, mientras que Santa Fe se elevó al arzobispado, siendo nombrado para tal dignidad Juan de Barrios, primer arzo- 94 hispo, con mando sobre Cuenca, Quito y Popayán, al sur, y Santa Marta, Cartagena y Panamá al norte. Riohacha siguió por lo pronto integrada al obispado de Santo Domingo hasta que posteriormente Santa Marta se erige una vez más en obispado que incluye Riohacha y Ocaña. Investido de la nueva dignidad, Juan de Barrios proseguía la lucha por afianzar su autoridad con mayores bríos. A los frailes señalaba como "escoria y heces que trajo el mar muerto a estas partes", y fueron continuas sus virulentas quejas contra los oidores de la Real Audiencia. Si desplegaba su ira contra los dominicos por su mundano vivir y por la suntuosidad de la iglesia que estaban construyendo, no faltaban tampoco críticas contra su propia Orden. Las quejas que continuamente llegaban contra Barrios al Consejo de Indias, acusándolo de maltrato de los religiosos, de excomuniones inmerecidas, de derechos excesivos que cobraba, de maltrato de los miembros del propio cabildo eclesiástico, no amedrentaban nuestro arzobispo. Ni la avanzada edad ni la proximidad de la muerte (febrero de 1569), lograron apaciguar a ese luchador por los fueros de la Iglesia. Mientras tanto afluían graves quejas contra Montaña por parte de la Audiencia, del cabildo, de los oficiales reales y de los más prestantes miembros de la sociedad santafereña. Aún antes de comenzar el oidor Grajeda el juicio de residencia que le fue encargado, Montaña fue denunciado de haber querido sublevarse contra la Corona y huir con la riqueza que había acumulado, al Amazonas, al "Dorado". Ante tal acusación fue preso por la Audiencia (febrero de 1558) y juntamente con el expediente (256 cargos) enviado bajo escolta a España, donde después de un largo proceso fue sentenciado a la muerte en cadalso; mientras que a sus familiares y hermanos les fueron quitadas las encomiendas y los oficios que ejercían. La prohibición de inmigrar al convulsionado Perú desvió las olas inmigratorias destinadas a aquel país del Nuevo Reino. La huida de los antiguos pizarristas para evitar represalias y de los que fueron leales a la Corona desilusionados por la falta de la esperada compensación, produjeron en el Nuevo Reino una presión demográfica, una "superpoblación" que exigía drásticas soluciones. En 1557 declaraba el oidor Tomás López: "Las Indias están más llenas y cargadas de gentes de lo que convendría". Esta "superpoblación" favoreció la expansión territo- rial del Reino. Fue descubierto el camino que conducía de Santa Fe a Cali por vía de Cartago cuando la belicosa tribu de los pijaos cerró el antiguo por N eiva y Timaná a Popayán. Esta presión demográfica, aunque no en términos absolutos sino en relación con la situación, se constata en los informes rendidos al Consejo de Indias. No era pues el carácter "aventurero" que se atribuye a los llamados "conquistadores". En la realidad se trataba en su mayor parte de colonos en búsqueda de medios de subsistencia y de definitivo asentamiento. Pero la tierra era ocupada por los indígenas y para hacerse a ella había que desplazarlos mediante empleo de la violencia o aprovecharse de ellos, según el caso. En 1556 el capitán Asencio de Salinas organizó una expedición contra los belicosos panches, que ya había tratado inútilmente pacificar Hemán Vanegas, acusados de haber dado muerte a más de doscientos españoles. Tan cruenta fue la guerra que les hizo Salinas, que el nombre de la tribu desaparece en la historia. En sus tierras fundó el conquistador la ciudad de Tocaima. Luego atravesó el Magdalena y d_irigiéndose al norte, fundó la ciudad de Victona. El capitán Juan Rodríguez Alvarez fimdó la ciudad de Mérida en la actual Venezuela y el capitán Maldonado exploró otras comarcas. En la gobernación de Popayán fue repoblado San Sebastián de la Plata, destruido por Oyón, y Giralda Gil Estupiñán fundó Buga, con el nombre de Nueva Ciudad de Jerez. El capitán Alonso de Fuenmayor doblegó la rebelión de sus indios e impuso un nuevo nombre a la ciudad: Guadalajara. En la misma gobernación de Popayán fue fundada Placencia. Desde Santa Fe, Gonzalo Suárez pacificó los indios muzos, fundando en sus tierras de la ciudad: Trinidad de los Muzos. El dificultoso camino que llevaba desde Santa Fe por Vélez al desembarcadero en el Magdalena, incitó a la búsqueda de un camino más cómodo al río. La consecuencia fue el descubrimiento del puerto de Honda que ya hemos mencionado, y un camino directo desde allí a Santa Fe. En la costa atlántica aparecen fuera de Tolú, una nueva fimdación: Villa María, y al oriente, en camino a Maracaibo, la villa de San Cristóbal. Debido a esa presión demográfica renace el señuelo del "Dorado". Solicita su conquista Pedro Rodríguez Salamanca. Enumera en su petición las expediciones anteriores que han La conquista del territorio y el poblamiento casado de Diego de Ordaz, Hemán Pérez de Quesada, Antonio Sedeño, Gerónimo Dortal, Pedro de Limpias y de los alemanes de Venezuela, Ambrosio de Alfínger y Felipe Von Hutten (Utre ), que todos buscaban sin encontrar las puertas del "Dorado". Al morir Salamanca lo solicitó Juan Montalvo y luego el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada. El clamor por nuevas conquistas fue general. Pero tanto la Audiencia como también el Consejo de Indias rechazaron tales peticiones. De acuerdo con la política colonizadora española se trataba de frenar esos ímpetus conquistadores antes de afianzar la colonización de las "bolsas" que quedaban al margen de la desenfrenada y anárquica conquista. Pero al fin, la presión demográfica, la insistencia de las autoridades coloniales para permitir nuevas conquistas, bien contra las tribus de la Cordillera Central o de las tierras del oriente, el "Dorado", dieron resultado. Por Real Cédula del15 de junio de 1559, la Corona volvió a permitir las conquistas, dando para ello largas y detalladas instrucciones sobre el buen trato de los indios, fundaciones de pueblos, envío de religiosos, etc. Los "conquistadores" habían ganado. En todas estas acciones pacificadoras o colonizadoras sirven los indios como cargadores, guías y tropas de choque. Son los sacrificados para hacer posible la conquista y con sus manos de obra, la colonización . Su organización terrígena, política y social se deshace cuando los caciques pierden poco a poco su preeminencia. Su vida familiar se destruye cuando las exigencias de un orden socioeconómico impuesto, conduce a la separación de sexos: el hombre a las minas, la ganadería, transporte de carga y acompañamiento de las tropas conquistadoras; las mujeres y niños a la agricultura y al servicio de las casas de los encomenderos y sus allegados, lo cual favorece el mestizaje, bien con el blanco o esclavo negro, según el caso. El trabajo de la población masculina en las minas alejadas de los pueblos impide la procreación; los tributos impuestos en oro, favorecen el desarrollo de la minería; los impuestos en mantas de algodón y el trabajo excesivo en el campo favorecen la industria y agricultura. Las leyes protectoras siguen letra muerta y su cantidad disminuye sensiblemente al avanzar la colonización. A fines de 1561 se tuvo noticias del levantamiento de Lope de Aguirre y de su arribo a la isla Margarita. Luego se supo haber desem- 95 barcado en tierra firme. Se dudaba si tomaría la vía de Mérida para luego atacar a Cartagena, o si se dirigiría a Santa Fe para dirigirse el Perú y aprovechar el desasosiego allí reinante. Tanto en Cartagena como en Santa Fe se preparó un ejército para ir a su encuentro. Como se sabe, el levantamiento de esos "marañones", fue deshecho ya en V ene zuela. Aparece la primera petición de construir un molino de viento para el trigo que ya se cosechaba en alguna cantidad. Los vecinos de Tocaima y Pamplona pedían la erección de una casa de fundición para no tener que enviar el mineral a Cali donde esta ya existía. Aparece también la petición de fundar una casa de moneda en Popayán y acuñar moneda de vellón o plata, facilitando el intercambio comercial. Se pedía insistentemente que el oro que corría como medio circulante en el Nuevo Reino, fuera de una ley más baja que lo era en España -la devaluación-, con el fin de contrarrestar su exportación, dejando al Nuevo Reino sin numerario suficiente para sus transacciones comerciales en el interior, que ya adquirieron alguna importancia. En ese proceso de consolidación de la economía colonial no faltaron quejas sobre el acaparamiento de las encomiendas por los familiares y amigos de los oidores, mientras que en algunas partes del Reino la población terrígena ha disminuido tanto que los dueños de tierras pedían la reunión de varias encomiendas en manos de un solo encomendero; tendencia que en el transcurso del tiempo se realiza y la encomienda desaparece o su importancia disminuye como factor del progreso económico de la clase pudiente de los inmigrados, quedando más bien como signo de distinción social y de la pertenencia a esa clase privilegiada de la sociedad. La Corona trata de favorecer la minería con la rebaja del quinto real al décimo y el desarrollo de las ciudades con el reparto como "propios" de los bienes de difuntos no reclamados por los herederos. Los dos novenos de los diezmos eclesiásticos que pertenecen a la Corona, sirven para dotar los pueblos con iglesias. Donde el clima y el terreno lo permiten, se establecen ingenios de azúcar y se invaden sin contemplación las tierras de los indios aprovechándose además, de su mano de obra. La industria azucarera pronto ocupa un puesto importante en la economía de la costa atlántica. 96 En esa época de relativo auge de la economía colonial las leyes protectoras de la población indígena quedaron letra muerta, si bien la expansión no se titula ya "conquista", palabra declarada tabú por la legislación, sino "descubrimiento", "ocupación" o "pacificación". En la gobernación de Popayán lucha en pro del indio el obispo Juan del Valle. Acompaña al oidor Tomás López en una extensa visita a la región, tasando los tributos y dejando reglas para la protección de los indígenas; reglas de franco carácter lascasiano, que no logra imponer. Viaja a Santa Fe y luego a España para lograr la protección de la población indígena; pero ni en la Audiencia de Santa Fe ni en el Consejo de Indias en España encuentra buena acogida. Viaja a Roma para pedir el auxilio del Papa; pero en 1561 muere en Francia. Pese a los ocasionales ataques de los piratas a Cartagena bajo gobierno entonces de Juan de Busto, y los casi constantes a Santa Marta, entonces bajo el gobierno de Luis de Manjarrés, puerto que además, sufre la hostilidad de los indómitos indios y los ataques de navios franceses, por estar entonces Francia en guerra con España, las peticiones sobre el establecimiento de fortalezas se dilatan por la penuria del erario público. Tan insegura parecía a los colonizadores la situación política del Nuevo Reino, que también el cabildo de Santa Fe pedía licencia de construir una fortaleza, alegando peligros en que se encuentra la ciudad; petición francamente denegada. Pero pese a los ataques de corsarios y la más grave en 1559, el auge económico de Cartagena prosigue su marcha, acompañado de la explotación de la ya seriamente menguada población indígena. A tal punto que el obispo Juan de Simancas, después de serias desaveniencias con la vecindad y autoridades locales por sus derechos y salarios, viendo inútiles sus esfuerzos de lograr la protección de la población indígena y ante las trabas que se le ponían renuncia, en un acto público, su obispado. La falta de indios tanto de las regiones costeras como en el interior del país induce a los colonos solicitar el permiso de importar negros africanos. Muy pronto Cartagena se convierte en el principal puerto de su distribución. Se traen negros mediante capitulaciones de la Corona con casas europeas especializadas en el tráfico negrero, bien fueran españoles, portugueses o de otras nacionalidades. Ciertamente, Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 la demanda de esclavos negros crece a medida que mengua la población indígena. A fmes de 1561 y a principios de 1562 llegaron nuevos oidores: Diego de Villafañe en remplazo de Juan de Maldonado; licenciado Angula de Castejón, para remplazar a Tomás López; y Juan López de Cepeda, nombrado algo más tarde, en sustitución de Alonso de Grajeda. La renovación del equipo trae una serie de reales cédulas que tratan de antiguos problemas: la necesidad de congregar a los indios en pueblos, con el fin de facilitar la obra de los religiosos; la obligación de los encomenderos de construir iglesias en pueblos indios, dotándolas de religiosos; el derecho de éstos de predicar en cualquier pueblo indígena, bien fuera encomendado o de la Corona; la obligación de tasar los tributos; la prohibición de aprovecharse de los indios de la Corona y de emplear cepos para el castigo. Así mismo se ordenó que los oidores se abstuviesen de intervenir en asuntos que correspondían a los alcaldes, y que no se enviasen visitadores, salvo en casos graves. Que se tratase de poner los principales pueblos indígenas b'!io la Corona. Mientras Melchor de Arteaga visitaba la costa, Diego de Villafañe tomó la residencia al oidor Juan de Maldonado, haciéndole casi doscientos cargos. La documentación de esta residencia nunca llegó al Consejo pues fue ocultada por el mismo reo, según las acusaciones. Villafañe destinado para tomar residencia en Popayán a su gobernador Pedro de Agreda, escribía al Rey acerca de las expediciones descubridoras, que ninguna se hace "que no sea en daño y disminución de estos naturales, sino con el celo de emiquecerse, que no de su conversión". Hizo una retasa de los tributos que hicieran Tomás López y el obispo Juan del Valle; retasa que no fue aceptada por los encomenderos. Fue acusado de haber tasado "sumariamente" a los indios de Santa Fe, Tocaima, !bagué, Mariquita, La Victoria, la Villa de San Miguel, en petjuicio de los encomenderos. Este oidor, resolvió luego regresar desilusionado a España, lo que impidió su prematura muerte. El licenciado Angulo de Castejón visito Pamplona. Informaba al Rey que sin el trabajo indígena era imposible la explotación de sus minas. Por falta de una casa de fundición, corría el oro en polvo con fraude de los derechos reales. Durante su viaje de regreso a Santa Fe, visito las encomiendas de Chiscas, Chita y el Cocuy La conquista del territorio y el poblamiento y tasó los tributos que los indios debían pagar; tasas que fueron rechazadas por los encomenderos, insistiendo en la retasa. Por fin, después de urgentes solicitudes p~a que ,se enví~ ~ presidente para la AudienCia, _llego la noticia de que se nombró para tal oficiO, al doct_or Andrés Díaz V enero de Leyva. Su nombr~Iento se produjo a principios de 1563,_es decir, _trece años después de la muerte del pnmer presidente, el licenciado Mercado. Gobierno de V enero de Leyv:. . aL..._ . _ __ L a zozobra que reinaba en el Nuevo Reino y los bandos que se habían formado en pro o en co_ntra de cualquier medida gubernamental, se refleJa en el hecho de que al presidente V enero de Leyva no sólo se le dieran amplias facultades d~ que go~~ba como presidente de la Audiencia, s~o tam~Ien un explícito permiso de gobernar sm !lece~Idad de 1~ aprobación de los oidores y la licencia de vemr acompañado de un destacam~nto de esclavos negros armados; prueba esto último de la tensa situación que reinaba en Santa Fe. El presidente arribó a Cartagena en agosto de 1563 y en enero del año siguiente ya estaba en Santa Fe. Sus informes al Consejo de Indias patentizan 1? _poco que logró España mediante leyes y provisiOnes. V enero se enfrentó a rencillas entre los oidores con los principales vecinos. Constató el _general incumplimiento de las leyes: las encomiendas en manos de unos pocos, irregularidades e~ el cobro. de los_ tributos y los antiguos conqmstadores sm medws de subsistencia contraviniendo las leyes que ordenaban que 'en el r~parto de la~ encomiendas se prefieran los antiguo~ conqmstadores. Se empleaban indios en las mmas, se vendían encomiendas como si fueran mercancías, las cuentas de la Real Caja estaban atrasadas y las condenas no cobradas. ~n la lista ~e los enc~men~eros que Venero ordeno confecciOnar al licenciado Gonzalo JiméJ!ez de Que~ada, aparecen sólo pocos de los antiguos conqmstadores o sus herederos que tuvi~ron "bien de comer". La mayoría era constituida ~on gente nueva, que no participó en la conqmsta: Eran los "capitalistas" o allegados a tal ~ual mdor o funci\mario públ_ico. El poderío social de la clase pudiente desafiaba las órdenes reales, situación que se ha afirmado a tal punto que el propio presidente admitía no atreverse ~ intervenir. 97 V enero tomó residencia a Melchor Pérez de Arteaga,. ?idor con inclinaciones indigenistas. Lo. enviO con su pr?ceso a España pese a haber _sido n<?J?brado mdor para la Audiencia de Qmto~ accwn q~e luego fue desaprobada por el ConseJO de Indias. Al oidor Juan López de ~epeda. lo envió como visitador al norte, para mspeccwnar Pamplona, Riohacha, Santa Marta y C~agena y luego la provincia de Tunja; al licenciado Angulo de Castejón, a Tunja y a los pueblos cercanos a Santa Fe en sustitución del oidor Diego de Villafañe cuando murió. Pronto llegó ,desde _España un nuevo oidor, Diego de Narvaez, qmen conservó su puesto hasta 1574 fecha en que fue nombrado oidor de la Audienci~ de Lima. Bien debido a la presión por parte de los e!lcomende~os o bien por la importancia adquinda por la cmdad de Tunj a, que con su ganadería y agricultura permitió la conservación de buena parte de su pob~ació~ terrígena, Venero propuso q~e la Audi~ncia seswnara seis meses en aquella cmdad y seis en_ Santa Fe; petición que recibió una buena acogida por parte de la Audiencia pero que no prosperó en la Corte. V enero pudo constatar una notable merma de la población i~dígena, por lo cual apoyaba el clamor de la vecmdad para que se le permitiera la introducción de esclavos negros, los cuales, d,eclaraba, emrle~do~ en la minería, resguardana!lla poblaci~n mdigena rural de su total aniqmlamiento. Sm embargo, cuando se descubrieron nuevas minas de plata en Chita, Zipaquirá (?) y otras nuevas en San Sebastián de la Plata no vaciló en a~et:irse a la petición de permiti; el_ empleo de mdws en aquellas minas. Asimismo abogaba por el permiso general de buscar or<? en las sepulturas, bajo el pretexto de que qmtánd_olo, ayudaría a que los indios olvidasen sus antiguas costumbres y se convirtieren a la religión católica. Venero de Leyva admitía que la boga en el lyiagdalena re~UJO los doce mil indios que habitaban sus onllas, a mil doscientos individuos. Pero consideraba que sin ellos cesaría el ~áfico. ~obre aquella vital vía fluvial, lo que Impedina el progreso del Nuevo Reino. Admitía que se vendían los indios encomendados como si fuer8? merc~cías, pero confesaba no atreverse a mtervemr para no chocar con la poderosa clas_e de encomeJ!deros. ~o en vano pedían los vecmos al ConseJO de Indias para que se amplia- 98 sen las facultades de ese presidente tan condescendiente a sus intereses. Al fiscal García de Valverde, incómodo por sus continuas denuncias acerca de los desmanes de los españoles, le mandó Venero a visitar Cali y Popayán y tomar residencia al gobernador, Juan de Busto de Villegas. Cuando poco después Valverde renunció la protecturía de indios y fue nombrado oidor de la Audiencia de Quito, su indigenismo se esfumó. En la visita que hiciera en 1570 a las minas de Almaguer ya como oidor, impuso a los indios el servicio obligatorio y otras graves imposiciones, "teniendo respeto a la conservación y sustento de esta ciudad de Almaguer, vecinos y encomenderos de ella". Durante el gobierno de Venero de Leyva seguían expidiéndose inútilmente leyes protectoras a favor de los indios. Hacia 1565 se ordenó quitar a la Audiencia de Santa Fe la jurisdicción en asuntos indígenas, pasándola a los jueces ordinarios. Se mandó que las actas de pleitos sobre las encomiendas se ventilasen ante el Consejo de Indias, exclusivamente. Se retiró a los oidores la facultad de nombrar escribanos e inmiscuirse en asuntos concernientes a la Caja Real. A los vecinos se les limitó el tamaño y efectividad de las armas que era permitido llevar. Pero salvo las leyes que cercenaban la jurisdicción de los oidores, otras no se cumplían. La "superpoblación" del Nuevo Reino con conquistadores ociosos se manifestaba en simple bandolerismo en el campo, que afectó la libre circulación. Los "desesperados" sin tierras, encomiendas y oficios atentaban contra la seguridad social. El presidente aconsejaba darles una batida general. Otros preferían que se ampliase el permiso para nuevas conquistas. Se multiplicaron las peticiones en este sentido, bien para el descubrimiento del "Dorado" hacia el oriente o de las tierras situadas "entre dos ríos", el Cauca y el Magdalena. Pero aunque Venero no consideraba oportunas esas conquistas que se saldrían, como informaba al Consejo, con la muerte y destrucción de la población indígena, y que más conveniente fuera la prisión de los forajidos y su condenación a galeras o su expulsión a España, no se opuso a la presión de la soldadesca. Otorgaba generosamente encomiendas a los capitanes que con grupos de soldados recorrían el país, a quienes encomendaba indios a veces sin contarlos sino simplemente con el número redondo de bohíos sin proceder a un Nueva Historia de Colombia. Vol.! censo pormenorizado de la población. Fue durante su gobierno cuando fueron descubiertas las famosas minas de esmeraldas en la cercanía de la Trinidad de los Muzos, fundada en 1559 por Luis Lanchero. Debido a ese gobierno condescendiente de Venero de Leyva, no se produjeron en su época graves convulsiones sociales. Los problemas se tomaron personales: reyertas entre los oidores o entre los encomenderos por los límites territoriales de sus encomiendas o por el "señorío" de los indios que las ocupaban. La alarma sobre un nuevo levantamiento en Pasto se reveló como la de unos aventureros sin implicaciones políticas. Otro suceso se produjo en Tunja cuando, después del asesinato de Diego Femández de Serpa por los indios de la Nueva Andalucía (oriente venezolano) tma buena parte de la soldadesca se dirigió a Tunja siendo un elemento inquieto y perjudicial. Después de la oportuna intervención de Venero y el castigo de algunos, el resto de ese ejército se dispersó, unos hacia Venezuela y otros al Perú. Más agitado era el ambiente en las esferas eclesiásticas. Se produjeron serios roces y franca enemistad entre el clero regular y el secular e incluso entre los miembros de las mismas órdenes que se disputaban la doctrina de los pueblos indígenas. Pues todos querían situarse en pueblos "ricos", dejando sin doctrina a los demás. Una Real Cédula de 1565 dirigida a los provinciales de todas las órdenes insistía en que "dejen los bienes temporales", que no aceptasen mandas testamentarias, que no cobrasen sus servicios a los indígenas, etc. Pero era "letra muerta" para los frailes que consideraban poco menos que su feudo las tierras de América. Lo sucedido a fray Francisco de Olea, enviado desde España como visitador de la orden franciscana, ilustra el ambiente que reinaba entre los frailes. Fray Francisco llegó a la diócesis y escribe: "Castigué y reformé, poniendo a Dios delante mis ojos". Los frailes, proseguía, "sabían mejor el camino de las minas que el de las buenas conciencias". Intentó expulsar a algunos para España. Pero se rebelaron los frailes, lo depusieron violentamente y nombraron a otro en su lugar. Era fray Juan de Belmes quien a su vez se quejaba al Consejo de Indias de Venero de Leyva y de las autoridades civiles, acusándolos de impedir la obra de la conversión, de obstruir la labor de los frailes negando es vino y aceite para celebrar, de no brindarles La conquista del territorio y el poblamiento apoyo en la construcción de sus monasterios, en la apertura de los caminos rurales y favoreciendo arbitrariamente a unos y perjudicando a otros. La noticia de haber sido nombrado (1571) fray Luis Zapata para el arzobispado de Santa Fe, indujo a los oidores de la Audiencia a dirigirle una larga carta en que pedían que antes de su partida definiera en el Consejo de Indias sus prerrogativas como arzobispo, el alcance de su jurisdicción en asuntos civiles y eclesiásticos, para dominar "la libertad y soltura de los frailes", pedían se definiera a quién correspondía la elección de los doctrineros para los pueblos, a quién incumbía el derecho de visitarlos. ¿Tenía el arzobispo derecho de expulsar a frailes díscolos? ¿Cuáles artículos eran libres del pago del diezmo? etc. Por su parte, el cabildo eclesiástico de Santa Fe instaba a fray Luis Zapata lograse del Consejo de Indias una disposición para que los provinciales de las órdenes religiosas delegasen al arzobispo el derecho de nombrar doctrineros para los pueblos indígenas, como sucedía, declaraban, en el Perú. Y ciertamente, pese a la ocupación de las tierras americanas que ya duraba más de ochenta años, España continuaba frente a sus colonias una políti ca casuista, improvisada, mediante leyes y provisiones sueltas, causales, variables y no pocas veces contradictorias, sin ofrecer un cuerpo legislativo definitivo que abarcase todos los problemas que exigía la obra colonizadora. También Venero de Leyva escribió al arzobispo sobre "los escándalos, atrevimientos y entredichos" que ocasionaban los religiosos, escandalizando la vecindad. Informaba que los eclesiásticos crían caballos y tienen granjerias "y todos los aprovechamientos que pueden". Asimismo, se quejaba de su negligencia en erigir conventos y observar la clausura. Se comprenden los ataques a que fue expuesto Venero por parte de las órdenes religiosas durante su gobierno. Le tocó a Venero presenciar el regreso a Santa Fe, en marzo de 1573, del licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, después de su fracasada expedición al "Dorado". Solicitada por el licenciado durante varios años e inútilmente la capitulación de tal jornada, la logró en 1569. De ella regresaba desbaratado con cincuenta sobrevivientes de los 300 que lo habían acompañado y con 30 indios de los 1.500 que había llevado entre indios y mestizos. Este fracaso 99 señaló el comienzo del definitivo declive moral y económico de nuestro licenciado. Encargado luego de la pacificación de los indios de Gualí, fundó la ciudad minera de Santa Ague da y murió atacado de la lepra en Mariquita, el 16 de febrero de 1579. En abril de 1573 recibió Venero la noticia de que desde España le llegaba un sustituto. Iba a ser remplazado ya en el año anterior por el licenciado Gedeón de Hinojosa del Consejo de Indias, quien declinó el nombramiento. El sustituto fue el antiguo oidor, licenciado Francisco Briceño, quien llegó a Santa Fe en marzo de 1574. Fue encargado de tomar residencia a Venero y a sus dos compañeros, los oidores Juan López de Cepeda y Angulo de Castejón. Había llegado también un nuevo oidor, el licenciado Francisco de Auncibay y Bohorquez, rector del colegio de la Universidad de Sevilla. El presidente saliente, convencido de haber gobernado rectamente el Nuevo Reino y de haber, como declaraba en su carta al Consejo de Indias, otorgado 300 encomiendas y haber favorecido la fundación de 5 pueblos mediante sus enviados, esperaba su juicio de residencia benévolo. En su carta al Rey aconsejaba tres cosas basadas en su experiencia: que las licencias de la conquista y población se diesen con parsimonia por sus graves consecuencias para la población indígena; que al tomar cuentas a los oficiales reales, se les embargase preventivamente sus bienes, para que respondan en las residencias; que se impidiera que los frailes, cuyos gastos de transporte y sostenimiento sufragaba la Corona, vivan con "escándalo y libertad" vuelven luego a España "con mucho dinero de ciento en ciento, sin hacer fruto ninguno sino criando caballos y perros de caza, teniendo granj erias y aprovechamiento que no es decente decirse". Pero se había equivocado. El nuevo presidente, Francisco Briceño, tomó residencia a los dos antiguos oidores, sin encontrar culpas graves. López de Cepeda fue nombrado alcalde de crimen en el virreynato del Perú. Angulo de Castejón murió en Cali antes de embarcarse a su nuevo destino. No así le sucedió a Venero de Leyva. Más de un año duró su juicio de residencia, aunque para ello fueron designados sólo 50 días. En febrero de 1575 estaba todavía en Santa Fe quejándose amargamente de la residencia en que el fiscal, Alonso de la Torre, tomaba testigos "delincuentes y revoltosos", Nueva Historia de Colombia. Vol I 100 siendo "ignorante e incapaz". Enumeraba las calumnias y los testigos falsos que deponían en el juicio, se quejaba de que la residencia ya le había costado $ 8.000 pesos, por lo cual estaba arruinado. Esperaba del Rey justicia, "porque de otra manera no hay quién pueda servir a Vuestra Alteza en estas partes". Poco después bajó a Cartagena para embarcarse con su proceso a España. Un documento de 1579 en el que pide a la Corona alguna asignación demuestra su ruina y desesperación. La diversificación de la economía del Nuevo Reino, minera y agrícola, tuvo como consecuencia la separación político-administrativa de la parte central del Nuevo Reino, rica en minas, de la gobernación de Popayán, de la cual aquella formaba parte. Ya en 1562 la pidieron los pueblos mineros de Santa Fe de Antioquia, Caramanta, Anserma y Cartago. Tal separación fue concedida unos años más tarde, siendo su primer gobernador, Andrés de Valdivia. Tuvo, como hemos señalado, desaveniencias con el gobernador de Cartagena, Francisco Bahamonde de Lugo, por cuestión de límites de ambas gobernaciones en la costa atlántica. Y lo mismo sucedió con el gobernador de Popayán, Gerónimo de Silva, opuesto a la separación. Valdivia encontró seria resistencia de la población indígena de su gobernación y tuvo que retirarse a Santa Fe de Antioquia desde donde pedía auxilio de la Audiencia. Murió luego en manos de los indios. Pero bajo el largo gobierno de Gaspar de Rodas (1578-1597), la gobernación de Antioquia no sólo conservó su puesto de ser principal centro minero, sino también de las exploraciones del Chocó y de las tierras que se extendían al norte hacia las costas del Atlántico. Los ríos A trato, el Cauca y en cierto grado el Magdalena, fueron sus vías naturales del acceso al mar. La gobernación de Antioquia alejada del bullicioso Perú y del anárquico gobierno central en Santa Fe, llevó una vida más sosegada que el resto del Nuevo Reino. Sus indios organizados políticamente en "behetrías" sin un fuerte poder central de los cacicazgos y a veces enemigos entre sí, disputándose los lugares de caza y pesca, fueron pronto exterminados hasta tal punto que, según informe de un eclesiástico fechado en 1598, la población indígena había prácticamente desaparecido y las minas de oro se beneficiaban casi exclusivamente con esclavos negros. Antioquia, Arma, Cáceres, Zara- goza y Los Remedios contaban en conjunto cuarenta indios encomendados. La privilegiada topografía y el clima benévolo de gran parte del territorio a más de la facilidad de la introducción de negros por los puertos del Atlántico, produjo un gobierno menos problemático. Su capital, Santa Fe de Antioquia, alejada de la capital "oficial" que era Santa Fe de Bogotá, favoreció un aislamiento que alejó la provincia de la bulliciosa historia de las demás partes del Nuevo Reino. El ocaso de Santa Marta D espués de los sucesos originados por Jerónimo Lebrón en su viaje a Santa Fe y su querella contra los hermanos Jiménez, Santa Marta dejó de ser un hito importante en la historia del Nuevo Reino. Su vecindad trató sin éxito a desviar el interés del gobierno, que se dirigía a la vecina Cartagena. Varios años quedó sin un gobernador señalado, hasta que en 15ED fue nombrado para el dicho oficio Juan de Manjarrez. Este no logró detener la decadencia de la gobernación. Fundó nuevamente La Ramada y un pueblo, Pacarabuey, entre los indómitos chimila, abandonado poco después por la hostilidad de los indios. Muerto Manjarrez en 1563, le sucedió el capitán Martín de las Alas, un militar a quien se encareció la defensa de la gobernación no sólo de los indios, sino de los piratas ingleses y franceses que tenían en wwbra la gobernación. Sin lograr su propósito, fue nombrado gobernador de Cartagena, dejando provisionalmente el gobierno de manos de un teniente Diego de Santillán. No tuvo mejor suerte el gobernador siguiente, Luis de Rojas, quien llegó desde España en 1572. Apoyado a veces por el gobierno de Cartagena y otras veces abandonado a su suerte, no logró pacificar los indígenas de su gobernación. Varias veces trató de establecer una fortaleza en Bonda, que desbarataban los indios. A veces fue socorrido por las flotas armadas que se dirigían a Cartagena pero la decadencia de la gobernación no le permitía pagar los soldados cuando allí los dejaba la flota. La situación económica de Santa Marta fue tan precaria que los principales vecinos se ausentaban, instalándose en Cartagena de lo cual Rojas se quejaba sin éxito al Consejo de Indias. Inútilmente pedía el gobernador que la "rica" Riohacha con su pesquería de perlas, depen- La conquista del territorio v el poblamiento diente de la Audiencia de Santo Domingo, fuese agregada a su gobernación. Denunciaba a los vecinos de comerciar con los "piratas", adquiriendo de ellos artículos sin pagar los derechos. Ni la instancia del cabildo sobre la antigüedad de la ciudad y su lealtad al Rey conmovían la Corona. Para combatir la indiferencia de España hacia Santa Marta que ya había jugado su rol en la historia colonial, señalaba el peligro que para él Nuevo Reino sería la ocupación de la ciudad porteña por los enemigos. Inútilmente pedía el envío de plomo, pólvora, mechas, arcabuces, lombardas y el permiso de alistar gentes en Cartagena y Santa Fe para la defensa de la ciudad. De la fortaleza que aspiraba a construir, existe un plano en el Archivo General de Indias. Cuando a fines de 1573 el electo presidente de la Audiencia de Santa Fe, licenciado Francisco Briceño, visitó Santa Marta, tampoco se logró un apoyo, ni fondos para pagar seis soldados que defendían la fortaleza. Todo k) contrario, el gobernador Rojas tuvo que viajar a Santa Fe para defenderse de las acusaciones de los pocos vecinos que todavía moraban en la gobernación y quienes, como de costumbre, le hacían responsable de todas sus dificultades. Incluso lograron el envío contra él de un juez de residencia, Juan Díaz de Martos, y pedían su relevo. Como ya era costumbre, el mencionado juez elevó contra Rojas graves cargos y condenas, de los cuales el gobernador se quejaba amargamente. Un alivio pasajero produjo un navio encallado en la playa cuya carga, de acuerdo con el uso de la época, pertenecía a la vecindad del puerto. Pero los aprovechados fueron los comerciantes de la vecina Cartagena, que acudieron para comprar las mercancías. La situación económica de Santa Marta fue tan precaria que ya desde 1574 el sueldo del gobernador fue situado en la caja de la "rica" Riohacha, cuyo sustento ofrecía la pesca de las perlas. En agosto de 1576, Luis de Rojas fue destituido por el nuevo gobernador, Lope de Orozco. Y así, declaraba Rojas " ... se acabará esta peregrinación ... en que he padecido muchos trabajos con los naturales de la tierra y con los enemigos franceses e ingleses por el mar". En septiembre de aquel año llegó desde España Lope de Orozco. Trajo consigo un numeroso grupo de españoles, 200 hombres entre casados, con sus mujeres, niños y los demás 101 solteros, con el propósito de detener la decadencia de la gobernación. No pudo desembarcar en Santa Marta pues el puerto no ofrecía suficientes mantenimientos para los nuevos inmigrantes. Se dirigió a la Nueva Salamanca de la Ramada, situada más al oriente, que ofrecía mejores posibilidades de sustento, con su ganado y maíz. Orozco tomó residencia a Luis de Rojas, cuya documentación envió junto con el reo a España. Una parte de su hueste la envió a La Ramada y otra al Valledupar donde existían pequeños núcleos de pocos vecinos, porque, como se quejaban, Miguel de Castellanos encargado de la pesca de perlas en Riohacha, extraía indios de las tierras que ocupaban. Compró ganado para el sustento de la población y despachó destacamentos al mando de los capitanes al interior de su gobernación. Mandó abandonar la fortaleza en Bonda cuyos pocos soldados se mantenían mediante asaltos a los indios de la región. Sus esfuerzos de fundar pueblos entre los chimilas, Gente Blanca, Tairona y Valle de San Sebastián, fallaron "por lo que Nuestro Señor sabe, no se han podido sustentar"; aunque el obispo de Cartagena, fray Dionisia de Sanchis, sí indica la verdadera razón de no poder sustentarse el ejército cuando informaba al Consejo que algunos destacamentos enviados por Orozco, "con escándalo robaron cincuenta casas de indios y los llevaron todos para que les lleven cargas a la guerra". Asimismo, intentó fundar un pueblo en Cabo de la Vela, éste, según informes, a pedimento de los indios que se agraviaban de tener que acudir a las labranzas alejadas hasta treinta leguas de sus moradas. Ante la abundancia de "palenques" que formaron los esclavos negros huidos, y siguiendo las órdenes reales desde España, trató de convenir con el gobernador de Caracas para organizar una batida general contra esos "cimarrones", establecidos en las faldas de la Sierra N evada, tanto por la parte de Riohacha como por la de V alledupar. Asimismo, inútilmente trató de fundar un pueblo entre los chimilas y otro, en Maicuirá, en Bahía Honda, que todos desaparecían en corto tiempo. Orozco logró cierta paz, aunque inconstante, en su gobernación. En febrero de 1579, visitó Tamalameque, donde procedió a una minuciosa información sobre aquella provincia, de acuerdo con la orden del presidente del Consejo de Indias, Juan de Obando, cuando mandó reunir tales informaciones en todas las posesiones españolas en América. Nueva Historia de Colombia. Vol! 102 Después de Lope de Orozco, la gobernación de Santa Marta quedó acéfala por casi quince años y la antigua ciudad perdió su importancia. En 1582 sucedió un general levantamiento de los indios. Destruyeron los hatos de ganado, mataron indios y esclavos negros y también algunos españoles. Asimismo, atacaron Riohacha abandonada por los cristianos, que pidieron socorro a Santa Marta y ésta a Cartagena. La reacción fue la acostumbrada: un destacamento de soldados apoyado por los cartageneros, desbarató a los indios, matando, quemando, sus casas, destruyendo los jagüeyes y haciendo estragos en sus pueblos. El gobernador de Cartagena, Pedro Fernández de Busto aprovechó ese suceso para pedir que Riohacha se integrase a la gobernación de Santa Marta, lo que se efectuó unos años más tarde. Se concluyó una frágil paz y se volvieron a levantar los ranchos de los españoles, y, como siempre, se elaboraron peticiones al Consejo de Indias solicitando armas y apoyo. Pero la gobernación seguía en declive. Al obispo Juan Méndez, nombrado en 1574, le siguió fray Sebastián de Ocando nombrado en 1578, quien ya nomoraba en Santa Marta sino en Riohacha, dedicado a la pesca de perlas con indios y esclavos. El fraude de los derechos reales y el comercio con los piratas era ya tan arraigado, que un informe al Consejo de 1588 señala que en la región corrían, sin pagar los derechos reales, perlas como moneda, cuyo valor se elevaba a más de 20.000 pesos oro. En 1591 el capitán Pedro de Cárcamo fundó, en nombre del gobernador de Santa Marta, la ciudad de Nueva Sevilla, de poca duración. En mayo de 1595 el Consejo de Indias sometió al Rey una petición de Riohacha. El puerto fue nuevamente destruido por los piratas que se llevaron no sólo perlas sino también los esclavos negros ocupados en la pesquería. Se concedió a los habitantes varias mercedes: libertad por diez años del pago del quinto real y del almojarifazgo sobre las perlas, se prometió la reconstrucción, por cuenta de la Corona de la Iglesia y un préstamo de mil pesos. Luego se rebajaron a los vecinos los derechos de importación al dos y medio por ciento y se les concedió la libertad de derechos sobre los artículos de consumo. Asimismo, se rebajó al veinteavo el impuesto sobre oro de minas (en vez del quinto) y una prórroga de las condenaciones en que habían incurrido en el pasado. Para favorecer el repoblamiento tanto de Santa Marta como de Riohacha se les otorgaron otras franquicias: un transporte gratuito desde España de cien familias, cifra luego aumentada a 150; libertad de almojarifazgo por 20 años de todo lo que introdujeran de efectos de uso personal, los dos novenos por diez años y un préstamo de 10.000 pesos para los inmigrantes. En octubre del mismo año, Santa Marta y Riohacha sufren nuevamente un ataque de los indios de la región. Se informa al Consejo que ambas ciudades están "alteradas con guerras con los naturales", que están casi despobladas y cesó la pesquería de las perlas. Un nuevo gobernador, el licenciado Manzo de Contreras, tuvo un éxito pasajero contra los indios, y los dominicos pidieron apoyo fmanciero de la Corona para erigir nuevamente su convento que había sido destruido por los piratas. A Manzo de Contreras siguió en 1599 como gobernador Juan Giral, con la orden de tomar residencia al gobernador pasado. La gobernación de Santa Marta no logró recuperar la posición clave que jugó en las primeras décadas de la conquista. El puerto de Cartagena L a que siguió progresando fue Cartagena, alejada de los bulliciosos sucesos que sucedían en el interior del Nuevo Reino. A la muerte de Pedro de Heredia, la gobernación quedó acéfala por unos años hasta la llegada del nuevo gobernador, Juan de Bustos de Villegas (1557), preocupado ante todo por fortalecer las defensas del puerto, el cual por su situación geográfica privilegiada y como vía cómoda de penetración al interior del país, adquirió un sobresaliente puesto en el Caribe. Hacia aquella época comenzaron las flotas regulares entre España y los puertos de Cartagena y de Veracruz en México. Se establecieron dos flotas anuales protegidas por buques de guerra para la defensa de los continuos ataques de piratas y corsarios franceses e ingleses. Las islas Canarias servían de depósito para el abastecimiento de las flotas y almacén de las mercancías de exportación. Cartagena se convirtió en tma escala obligatoria para la flota que debía seiVÍ el Nuevo Reino y los territorios adyacentes, amque los navíos proseguían hasta el Nombre Dios, para recoger allí el oro que llegaba a Panamá desde el Perú y de los demás puertos del Pacífico. Por supuesto, tales flotas que, teórica- La conquista del territorio y el poblamiento mente, deberían llegar dos veces al año, carecían de regularidad, bien por las intermitentes guerras de España con Francia e Inglaterra y también por la irregularidad de la llegada del oro tanto del Perú como del interior del Nuevo Reino de Granada para enviarlo a España. En 1554 Juan de Bustos fue nombrado gobernador de Panamá, siendo encargado, interinamente, el licenciado Antonio de Salazar, mientras llegaba un nuevo gobernador, Antonio de Aval os (Dávalos ). La vecindad orgullosa de ser el puerto principal de la entrada al Nuevo Reino, pidió al Consejo de Indias la ampliación de los poderes jurisdiccionales del gobernador, dejándole plena autonomía para la concesión de encomiendas, sin la intervención de la Audiencia de Santa Fe. En otra petición solicitaba estar sujeta a la gobernación de Panamá, por quedar más cerca y de fácil acceso; peticiones rechazadas por la Corona. Y a que el puerto controlaba la entrada al Reino, Cartagena quiso extender su comercio hasta el Perú, sin necesidad de pasar por Panamá. A tal ambición se deben dos capitulaciones con la Corona: la de Jorge Quitanilla en 1564 y la posterior de Juan de Villorio y Avila en 1574. Ambas proyectaban como vías los cauces de los ríos Atrato que desembocaba en el Atlántico y de San Juan, que vertía sus aguas en el Pacífico. Sus nacimientos se acercaban tanto que durante toda la época colonial existía un "arrastradero", por el cual las canoas se arrastraban de un río al otro, hecho que probablemente conocían ambos capitulantes. Pero pese a muy generosas capitulaciones, estas nunca fueron realizadas. Gozando del amplio "hinterland" y de una posición clave en el norte del continente, Cartagena siguió progresando. Desde 1567, el gobierno militar del capitán Martín de las Alas se preocupó por dotar el puerto de artillería y de una flota armada para ahuyentar los continuos asaltos de los piratas a las costas de la gobernación. Durante su gobierno, el teniente Juan de Junco trató de imponer en Mompox las minuciosas ordenanzas expedidas por la Real Audiencia en 1568 con el fin de proteger los indios de su aniquilamiento, ya que las antiguas de 1562 no se cumplían (como tampoco se cumplió la última). Le sucedió en la gobernación (1571) Francisco Bahamonde de Lugo, oidor que fue de Puerto Rico, a quien se le dieron los más amplios 103 poderes, y quien, buen conocedor de los problemas del Caribe recorrido por piratas, bucaneros, franceses e ingleses, gozaba de plena confianza en la Corte. La falta de una eficaz protección del puerto mediante una fortaleza, la necesidad de resguardarlo con una armada que recorriera constantemente la costa, evitar los fraudes de los derechos que cometían los importadores, el floreciente contrabando y las incursiones de piratas, quienes no sólo atacaban Santa Marta y Riohacha sino también el Tolú, fueron los principales temas de sus cartas al Consejo de Indias. Asimismo, se preocupaba por la constante merma de la población indígena. Con sus "ordenanzas" trató de protegerla de la explotación a que estaba sujeta por los encomenderos que vivían en las ciudades, mientras que sus administradores, los "calpixques", gobernaban las encomiendas como sus feudos, con contratos que les otorgaban a veces 50% de la producción de la hacienda. Las pocas encomiendas que eran de la Corona, las había encontrado Bahamonde tan explotadas por los oficiales reales, que ningún provecho aportaban a la Corona, por lo cual aconsejaba su arriendo en pública subasta. También él consideraba la boga del Magdalena mortífera para los indios y solicitaba para ello la importación de esclavos negros. Su inclinación indigenista le atrajo una franca enemistad de los vecinos que no tardaron en quejarse al Consejo de Indias. En su informe fechado en 1573 el visitador enviado por la Real Audiencia, licenciado Juan López de Cepeda, informaba sobre el constante progreso de Cartagena. Cepeda había ido a Pamplona, donde la vecindad, por falta de una casa de fundición, empleaba como moneda oro en polvo, sin pagar los derechos reales; oro que luego salía del país para pagar las mercancías que se adquirían de contrabando de los buques extranjeros que llegaban al puerto. El empleo de los indios en las minas era general, lo que el visitador denunció a España. Visitó también la gobernación de Santa Marta, cuyas tierras ya estaban en parte ocupadas por la agricultura y la ganadería, pero denunciaba también aquí la explotación de los indios "aculturados". A su llegada a Cartagena encontró construido un nuevo muelle y el agua potable corría por una asequia desde Turbaco. La élite de la ciudad la constituían trece encomenderos que se turnaban en la administración municipal. El resto de la población la constituían viajeros. 104 comerciantes, empleados e inmigrantes, y no pocos portugueses. A indicación del visitador se ordenó posteriormente que los portugueses abandonasen el puerto, salvo los casados y los de más de diez años de vecindad. Asimismo, ordenó el Consejo que no se impidiera establecerse en Cartagena a españoles provenientes de Santa Fe y de Santa Marta, debido a la oposición a ello de los ya establecidos en Cartagena. En vista de que existía ya una apreciable cantidad de esclavos negros, Cepeda aconsejaba monopolizar su importación, sin dejarla en manos de los comerciantes, que artificiosamente subían los precios. Asimismo, ante la merma de la población indígena, aconsejaba traer indios caribes desde la Dominica y Guadalupe. Entre Bahamonde de Lugo y el gobernador de Antioquia, Andrés V aldivia, se produjeron serios roces, pues el último trataba de incorporar Urabá en su gobernación. En octubre de 1573 viajó Bahamonde a Santa Fe para lograr un arreglo con ese vecino. La Audiencia confirmó la pertenencia a la gobernación de Cartagena de las tierras que se extendían hasta las márgenes derechas del Darién. Como generalmente sucedía en los casos en que la autoridad no se doblegaba a los intereses de la clase pudiente de la sociedad, la vecindad de Cartagena se dividió en dos bandos. Informes contradictorios llegaban al Consejo en su mayoría hostiles al gobernador, incluyendo los enviados por parte de los eclesiásticos. Pues Bahamonde de Lugo, ya fuera por sus experiencias en Puertorrico, donde la población indígena había sido exterminada, o porque quiso conservarla en su gobernación, no se doblegaba -aunque sólo con tímidas ordenanzas protectoras- a los intereses de la alta clase de los españoles que formaban un poderoso grupo de presión, ni a los de los eclesiásticos quienes, en ausencia de Simancas, obispo y protector de indios, no tenían quién frenase sus ambiciones. Durante su gobierno Bahamonde de Lugo tomó residencia a los anteriores gobernadores de Santa Marta, Martín de las Alas y Pedro Fernández de Busto y Villegas. Tomó cuentas de la Caja Real encontrándola desarreglada y sin oficial, porque había muerto. Encontró que los marineros de las flotas traían y vendían mercancías sin pagar los derechos de almojarifazgo, ni los oficiales guardaban las tarifas impuestas a la importación. Pedía una vigilancia más eficaz de las costas y galeras armadas que pudieran Nueva Historia de Colombia. Vol I recorrerlas desde la desembocadura del Darién hasta Nicaragua. El cuadro que en sus cartas pintaba de la ciudad de Cartagena no era nada halagador. Era una plaza, declaraba, "donde vienen a parar todos los excesos y pecados de Castilla". Sus pobladores son "amancebados, fuleros, usureros logreros". "Los frailes son escandalosos, sueltos y libres y deshonestos". N o parece que Bahamonde se hizo amedrentar por las denuncias a la Corte que contra él elevaban continuamente los vecinos y los religiosos. A mediados de 1574 el cabildo eclesiástico lo denunció al Consejo "por los trabajos y persecuciones que esta iglesia y ministros de ella han padecido y padecen, después de la llegada del gobernador". Lo acusaban de irrespeto, de que interceptaba los informes que se enviaban a la Audiencia, que se quejaba de ellos al arzobispo de Santa Fe, fray Luis Zapata, a sabiendas que era su enemigo porque se habían negado pagarle la "cuarta general" acumulada y vacante por ausencia del obispo Simancas. Protestaban contra la orden dada por Bahamonde de Lugo, de poner preso al tesorero de la iglesia, el bachiller Juan Fernández. Sostenían que ningún escribano se atrevía recibir testimonios adversos al gobernador, quien además influía y amenazaba a los testigos. En junio de 1575 llegó a Cartagena como obispo fray Dionisia de Santis O. P., quien logró apaciguar los ánimos de los eclesiásticos. Pero ese obispo se reveló como un franco seguidor de las ideas lascasianas. Reprochaba al arwbispo Zapata quien "se dio mucha prisa" de ordenar religiosos ineptos e inconstantes quienes no moraban en su destino, abandonando Cartagena a la primera oportunidad. Denunciaba la "insaciable codicia de los encomenderos ... sirviéndose de ellos -los indios- de balde". Criticaba a los administradores de las encomiendas por su crueldad, sin permitir que los indios, hombres libres, trabajasen en las haciendas de su agrado. Se lamentaba que de los 25.000 indios que hubo a tiempo de la fundación de Cartagena, sólo quedaban 2.500 y se indignaba que, pese a los graves delitos que continuamente cometían los encomenderos, estaban para las Pascuas, "confesados y comulgados". Abogaba por una tasa de tributos en maíz o mantas y no en trabajo. Y como si fuera otro Las Casas, elevaba una duda: si en América, donada por el papa Alejandro VI a España para la conversión de los La conquista del territorio y el poblamiento indios a la religión cristiana, no se les proporcionaba sacerdotes para su conversión ¿es válida tal donación? El obispo es autor de un extenso catecismo que envió al presidente del Consejo de Indias, Juan de Obando. N o tardó en llegar desde España una carta de reconvención a ese obispo demasiado indigenista. La contesta el 15 de noviembre de 1575 a Juan de Obando, relatando hechos concretos que confirman la inhumana explotación de la población indígena y pidiendo "una regla y orden por donde la homa de Dios se ampare y los pecados sean castigados". Esta, declaraba, "guardará sin poner pie fuera de ella". En cartas posteriores no sólo prosigue en sus denuncias sino se preocupa también por asuntos generales. Pide que se funde en Cartagena una casa de moneda, por lo defectuosa que era la que de plata estaba en circulación, proveniente indudablemente, de los navios que llegaban al puerto. Informaba que la costa estaba siendo atacada de continuo por piratas y navios franceses, por lo cual aconsejaba el descargo en Cartagena de todos los buques llegados desde España, sin llevar las mercancías hasta Nombre de Dios, puerto con un clima húmedo, insalubre, que exigía anualmente muchas víctimas entre negros, indios y blancos. Pedía para el tráfico costero no galeones que no pudiendo fondear cerca de la costa, exigían un descargo en un mar abierto, sino galeras que pudiera arrimar a las playas, con lo cual se evitarían pérdidas y peligros del mar y se ahorrarían vidas en la boga con los indios. Asimismo consideraba injusto que en la construcción de la catedral, que estaba en proceso, aportasen los indios la tercera parte como prescribían las leyes, por su extensa pobreza. Este obispo muere a fines de 1577 cuando ya gobernaba Cartagena Pedro Fernández de Busto. Enjunio de 1579 llegaba un nuevo obispo, fray Juan de Montalvo. Y una vez más tiene que sufrir la vecindad de Cartagena graves denuncias al Consejo, de ese "hombre belicoso que se preció más soldado que no de obispo". Este obispo denuncia que en Cartagena "ni se teme a Dios ni a las cédulas de Vuestra Majestad, ni Vuestra Majestad es obedecida, ni la iglesia ni sus ministros son respetados". Denuncia "corrupción y vicios" de los españoles. No se respeta al Patronato Real, ni los encomenderos, admiten religiosos que él señalaba para las doctrinas sino que ellos lo eligen. Informa que 105 en la visita que hiciera pudo observar que a la doctrina asistían sólo mujeres y niños, pues los hombres trabajaban en el campo o en la boga del río, lejos de cualquier doctrina. A pesar de ser fraile, abogaba porque en tas doctrinas se emplease al clero secular y no regular, por las malas costumbres de los frailes que pudo observar. Este obispo muere en octubre de 1586 y tres años más tarde, cuando en Cartagena ya gobernaba Pedro de Ludeña, llegaba al puerto un nuevo obispo, fray Antonio de Hervías, anteriormente obispo de Verapaz en México. Y una vez más llueven quejas contra los vecinos. Es cierto, escribía el obispo, que los diezmos que se pagaban en la floreciente ciudad cubrían los gastos eclesiásticos, pero ni se construye la iglesia ni se ofrece a los indios la doctrina. El obispo describe el deplorable estado del puerto, de los navios sin remos, el ejército sin municiones, soldados que huyen porque no se les pagan sus sueldos. Indica que en el próximo ataque a la ciudad, los enemigos la destruirán de una manera definitiva. Muy lúgubre se presenta la situación de los indios en la visita que hiciera en mayo de 1591. El obispo se quejaba de los crecidos tributos que impuso el presidente, doctor González, cuando visitó la ciudad, imponiéndolos tan excesivos que acabarán sin remedio con el resto de la población indígena; máxime porque los encomenderos vivían entre ellos y no respetaban las críticas de los eclesiásticos. Fue este obispo quién pidió la fundación de un seminario en Cartagena, "porque hay mozos que podían emplearse en el ejercicio de las tierras y virtud". El último obispo del siglo XVI fue el augustino fray Juan de Ladrada, ya integrado a lo que se llamó la "modorra" colonial y quien ocupó la silla hasta 1613. En octubre de 1575 había llegado como gobernador, Pedro Fernández de Busto, después de haber residenciado a Pedro de Agreda, gobernador de Popayán. La residencia de que fue encargado contra Bahamonde de Lugo, gobernador anterior, se vio frustrada, porque éste murió en el mismo año. Bajo el gobierno de Busto, Cartagena y su puerto progresaron notablemente. Fray Pedro Mártir, de paso por la ciudad en 1580, consideraba que el puerto de Cartagena y no el de Panamá debería ser el punto fmal de las flotas anuales, debido a su privilegiada situación. Asimismo abogaba ante el Consejo de Indias que 106 fuera este puerto el mercado central de la importación de esclavos negros, traídos del Cabo Verde donde, según el fraile, los preci9s eran más ventajosos que en otras partes de Africa. En 1585 el gobernador escribía que "esta república va en grandísimo crecimiento". Sólo se quejaba de la irregularidad de la llegada de las flotas desde España, pues afectaba el mercado y ocasionaba grandes fluctuaciones en los precios. En esta ocasión la flota llevaba 2.600.000 pesos oro para la Caja Real y cerca de tres millones que enviaban los particulares. Por el mes de marzo de 1586, Cartagena fue víctima de un ataque del famoso pirata, Francisco Drake, quien destruyó una buena parte de la ciudad, cobrando además, una crecida suma como rescate. Fue también el último acontecimiento durante el gobierno de Busto, pues ya en febrero del mismo año fue nombrado desde Madrid un nuevo gobernador, Pedro de Ludeña, quien al recibir noticias del infausto suceso, solicitó gente, armamento, artillería, pólvora y municiones. A su llegada ya habían abandonado Cartagena unas 40 familias y el puerto estaba en peligro de despoblarse. Pidió al Rey una masiva introducción de negros y comenzó las necesarias reparaciones de la semidestruida población. Ciertamente, ya en 1587 la Corona contrató la importación de esclavos africanos desde Guinea, Cabo Verde y Angola con una compañía particular. En octubre de 1592 fue nombrado Pedro de Acuña para el cargo de gobernador de Cartagena. De las actas de la visita a Cartagena hecha enjulio de 1594 por Luis Tello de Erazo, oidor de la Audiencia de Santa Fe, sabemos que, aprovechándose de aquel insuceso, muchos esclavos habían sido importados a Cartagena fraudulentamente, sin licencia o con licencias de esclavos ya difuntos, y sin pagar los derechos de importación. Para remediar tal situación, el visitador propuso que todos los dueños de esclavos pagasen diez pesos por cada uno, marcando de nuevo a todos, independientemente si estuvieren ya marcados o no. Se concedió además, un plazo para el pago de los derechos de importación de los que no tuvieran la marca. En noviembre de 1595 el Consejo de Indias presentó al Rey nuevas peticiones de los vecinos del puerto, quienes seguían persistiendo en su pobreza. Pedían en préstamo las 2/3 partes de penas de cámara. Insistían sobre la falta de ganado vacuno, teniendo que importarlo desde Nueva Historia de Colombia, Vol. I Santa Fe o de Panamá. Ciertamente, a comerciantes e importadores poco les interesaba la ganadería y agricultura. Pedían se les concediera por 4 años un préstamo de los dineros retenidos en Cartagena; por la continua irregularidad de las flotas debido a los corsarios. El Consejo insinúa un préstamo de 20.000 ducados, dando fiadores. En julio de 1596, pasó por Cartagena el doctor Francisco de Sande quien viajaba a Santa Fe, para ocupar la silla del presidente de la Audiencia. Había sido anteriormente presidente de Guatemala. En su carta al Consejo de Indias informaba sobre la fortaleza que se estaba construyendo y la notoria falta de armamentos. Comunicaba que la ruta de los corsarios eran las islas de Barlovento, Santa Marta, Honduras y Yucatán, y "que si en una parte no hallan qué robar, en otra hallan". Consideraba que los puertos de Santa Marta y Riohacha debieran ser dotados de fortalezas. En octubre de 1598, la ciudad seguía pidiendo armas, artillería, municiones, etc. Al margen de la petición hay una que dice: "Véase en el Consejo por dónde se podrá pagar esto allá y avíseseme de ello". Ciertamente, en España seguía la crónica escasez de fondos. Por aquella época se produjo un notable avance en la navegación del Magdalena, cuando en 1597 el capitán Martín Camacho subió el río hasta Honda con un barco a vela, tripulado por negros y blancos, ya que los indígenas de la orilla habían prácticamente desaparecido. Poco después recorrían fragatas el río. A veces bajaban indios de las montañas para atacar a los navegantes. Fray Alberto Pedrero avisaba al Rey de ese peligro, acrecentado por la cantidad de negros que se empleaban cada vez más y que eran más "animosos" que los indios. Proponía que el tráfico se haga con fragatas por el río del Oro o Lebrija y luego por tierra a Pamplona, V élez, Villa de Leyva y Tunja. El ocaso de la conquista P oco sociego le esperaba al anciano presidente, Francisco Briceño, cuando a fines de 1573 llegó a Santa Fe. Los dos oidores, Diego de Narváez y Bahamonde de Lugo, debido a su juventud e inexperiencia y a la enemistad por asuntos personales no colaboraban. Briceño encontró pendientes las actas de apelación que elevó el cabildo de Cartagena contra las condenas impuestas por el oidor Diego de Narváez a La conquista del territorio y el poblamiento la vecindad, cuando visitó la ciudad porteña. Estaban también apeladas al Consejo de Indias todas las residencias pasadas: la que tomó el licenciado Angulo a los vecinos de Popayán y a los de Tunja; las que tomó el licenciado Cepeda en Cartagena y otra en la provincia de Tunja. En estado de apelación se encontraban las actas de la visita que hiciera el licenciado Villafañe a Santa Fe y su provincia y otra a la Tierra Caliente (sector del río Magdalena). Las actas de estas residencias ocupaban ya 4.147 folios cuando Briceño resolvió enviarlas a España pidiendo que, "aunque en ellas hay algunas culpas contra los encomenderos", se tratase benignamente a los reos. Varios problemas se le presentaron a Briceño: la afluencia de los indios a las ciudades en busca de subsistencia era ya tan crecida que tanto en Santa Fe como en Tunja y en Vélez, se trató de concentrarlos en barrios aparte. El problema de los límites jurisdiccionales entre los poderes civil y eclesiástico, seguía sin solución. La Audiencia se opuso a que obispos y arzobispos ejercieran poderes inquisitoriales y que se impusieran diezmos a los artículos que antes no lo pagaban, como eran las mantas y la leña. Consideraba perjudicial el nombramiento de "oficiales -manuales- y advenedizos" para curas, acusaba a los frailes de estorbar la inspección de su bienes y protestaba contra el continuo envío de sus procuradores a la Corte de España. A fmes de 1575 murió el anciano presidente y la Audiencia quedó acéfala por más de tres años, pues sólo a mediados de 1579 llegó desde España para ocupar la presidencia, el licenciado Lope Díez de Armendáriz, anteriormente presidente de la Audiencia de Charcas. Nuevos oidores llegaron a Santa Fe: el doctor Luis Cortés de Mesa, el licenciado Antonio de Cetina y Juan Rodríguez de Mora, anteriormente oidor de Panamá. En ese último cuarto del siglo XVI reinaba ya cierta paz social. La población indígena estaba ya diezmada y muchos indios huidos a los lugares protegidos por accidentes geográficos. El centro del país, desde las vertientes occidentales de la Cordillera Oriental hasta las orientales de la Occidental -los valles del Cauca y del Magdalena- estaba ocupado por los cristianos y los dos accesos marítimos, por Cartagena en el Atlántico y Buenaventura en el Pacífico, estaban firmemente en sus manos, habiéndose ya "pacificado" los carrares, los pantágoras y otras 107 tribus belicosas. En los territorios marginales al oriente -selvas y llanos-- estaba languideciendo San Juan de los Llanos, fundada por Juan de Vallaneda. Al occidente estaba fundada la ciudad de Toro, como puerta de entrada al Chocó. En la parte central del país quedaban algunas "bolsas" en el interior, la principal de las cuales estaba en manos de los pijaos, cuyo territorio sólo se logró "limpiar" en el siglo XVII. Los problemas sociopolíticos de mayor envergadura seguían siendo los conflictos dentro de la clase pudiente de la sociedad laica y eclesiástica. Ciertamente, los oidores que se turnaban llegaban, unos más y otros menos, en compañía de familiares y allegados que buscaban y obtenían ventajosos puestos en la administración colonial o encomiendas de indios; lo cual produjo intrigas y enemistades no sólo entre aquellos, sino también con los antiguos conquistadores o herederos y los recién llegados. Por otra parte, en las esferas eclesiásticas proseguía la antigua brega entre el clero secular y el regular que en las Nuevas Leyes del Patronato de 1574 no han logrado zanjar. La llegada en 1573 del arzobispo fray Luis Zapata no pudo contribuir a la paz social. Antiguo militar convertido en fraile y luego en arzobispo, comenzó desde su llegada a fustigar los oidores, los vecinos e incluso los indios los cuales encontró en un estado primitivo, poco aculturados. En sus cartas al Consejo de Indias no ocultaba Zapata su desilusión. Denunciaban el "poco fruto que han hecho -los españoles- en la viña del Señor". Los indios proseguían sus ritos y ceremonias, los frailes eran hombres incapaces y algunos incluso delincuentes, huidos de la justicia. Vivían en chozas que llamaban monasterios, sin ley ni orden. El cabildo eclesiástico se quejaba de lo poco que producían los diezmos, de la poca devoción de los vecinos denunciaba la continua intromisión de la Audiencia en asuntos que competían a la Iglesia. Zapata alababa la tierra como "un rincón de los buenos que Su Majestad tiene en las Indias". Le entusiasmaba la fertilidad del suelo, la abundancia de los frutos, el bajo precio del ganado y la prodigalidad de las minas de esmeraldas y del oro. "La tierra -exclamaba- está quieta y la gente de él -los indios- tal, que con poco apremio se puede sujetar". Pero con todo se sintió engañado. En otro largo memorial dirigido al Consejo, uno de los muchos que luego enviaría continuamente a España, exponía mu- 108 chas irregularidades: publicación de las bulas papales sin el visto bueno del Consejo de Indias; utilización ilegal de los diezmos que cobraban los oficiales reales, ineptitud de muchos doctrineros, atropello de los derechos de asilo que gozaba la Iglesia, etc. Se quejaba de la falta de apoyo por parte de las autoridades civiles a la justicia eclesiástica. Tuvo su primer desengaño cuando a estas peticiones, tal como luego sucedería con la mayoría de las futuras, el Consejo dictaminaba: "Que está proveído lo que conviene", "Que está bien ordenado", "No hay que responder", etc. No convencido que sus peticiones eran extemporáneas cuando en España se elaboraban las Nuevas Leyes del Patronato de 1574 que reglamentaban las relaciones entre el Estado y la Iglesia y restringían notablemente la autoridad del poder eclesiástico en favor del civil, nuestro fraile seguía enviando largas cartas quejándose de la Audiencia, de los oficiales reales y de la vecindad. "En ninguna parte-exclamaba-están en menos tenidos los religiosos, ni menos reverenciados". La doctrina y obra de conversión "están ahora como eí primer día que entraron aquí los españoles". Informaba sobre las ordenanzas que compuso para remediar la situación y que quedaban en el papel sin que la Audiencia las tomara en cuenta. En lo único en que concordaban el arzobispo y la Audiencia era pedir la perpetuidad de las encomiendas como medio más eficaz para la conversión y conservación de la población indígena. No desaprovechó el arzobispo el viaje de los dos provinciales, fray Pedro Aguado, franciscano, y fray Antonio de la Peña, agustino, quienes iban a España, para quejarse de las Nuevas Leyes del Patronato. Con ellos enviaba una larga petición al Consejo, ya que, como declaraba "no merezco respuesta de Vuestra Majestad". En esa extensa petición presentada por los frailes en el Consejo de Indias, repetía Zapata las antiguas quejas. Solicitaba además, fondos para la catedral que se estaba construyendo, una orden para que se devolviera a los obispos y arzobispos la protecturia de los indios, que tuvieran derecho de visitar los conventos y vigilar la vida de los frailes y que a los últimos se prohiba nombrar "jueces conservadores", pues impedían cualquier reforma. Exigía que los encomenderos pagasen diezmos de los frutos que cosechaban -sus indios encomendados y que Nueva Historia de Colombia. Vol I cuando se pagaban en especies, fuesen llevados por los encomenderos y no por los indios a la iglesia. Incluso pedía que se prohibiese la fundación de capellanías en las iglesias de los conventos. El arzobispo aspiraba al ejercicio de la dignidad de patriarca en los casos que según las leyes, deberían enviarse a Roma. Enumeraba los pueblos indios que ya entonces pertenecían a la Corona (Fontibón, Guasca, Cajicá, Pasea Chía y Zaque, Fusagasugá, Choachí y Suche) y sugería que los indios de Fontibón proveyeran a las iglesias de Santa Fe de leña y hierba. Pese al mutismo que encontraban sus cartas, sus peticiones, sus quejas y sugerencias, nuestro buen fraile no se dejó desanimar. En cada ocasión enviaba nuevas peticiones al Consejo repitiendo lo pedido y añadiendo nuevas exigencias. Tachaba de improcedentes varias disposiciones del Patronato de 1574 y seguía arremetiendo contra los frailes por ignorantes, díscolos e inobedientes y que amasaban riquezas para luego regresar a España. Es debido a estas quejas que fue expedida la orden Real que sin licencia especial, ni frailes ni clérigos pudiesen viajar a España. Sucedió por entonces que los frailes franciscanos depusieron violentamente a fray Esteban de Asencio de su prelacia, la cual ejercía a nombre de fray Pedro Aguado que estaba en España, y eligieron en su lugar a otro prelado. Y lo mismo hicieron los dominicos con su enviado a España, fray Antonio de la Peña. Zapata comunicaba al Rey ese suceso como demostración del carácter insubordinado de los frailes a cualquier autoridad. Exponía tal incidente en favor de su exigencia de que sólo con su permiso se construyeran iglesias y que sólo en su presencia se abriesen testamentos para impedir que no se ejecutasen las mandas en favor de la Iglesia y no se hiciesen efectivas las limosnas señaladas por el difunto. Rechazaba la acusación de haber pedido abusivamente "composiciones" de los vecinos por las faltas cometidas, "porque cada vez que sale un oidor a visitar la tierra, sentencia a los vecinos por lo que han llevado a los indios fuera de la tasa, o cargado, o sementeras demasiadas, o falta de doctrina y de lo a ésto semejante y la condenación aplicada para sus salarios o gastos". En una de estas peticiones solicitaba al arzobispo la erección de un colegio para enseñar "gramática y artes y otras ciencias, porque ya hay copia de naturales, hijos de españoles". Y La conquista del territorio y el poblamiento ciertamente, de los informes posteriores se desprende que en 1582 funcionaba un colegio seminario con 50 estudiantes y 40 colegiales, financiado con las rentas eclesiásticas, y que un catedrático enseñaba gramática y retórica. Asimismo consta que Zapata introdujo la enseñanza de la lengua chibcha para los doctrineros, según lo ordenaban las leyes; intento fracasado porque los frailes no acudieron a las clases. En el caso del colegio encontramos una nota marginal que rezaba: "La Audiencia informa de qué podría sustentarse"; pero al margen de las demás peticiones se lee invariablemte: "No hay que responder", "no ha lugar", "que la Audiencia informe". El mencionado colegio tuvo una corta vida. Fue cerrado en 1586 cuando el estudiantado lo abandonó quejándose del profesorado y de la manera como se proporcionaba la enseñanza. Consta que el colegio estaba endeudado y sólo, una vez pagadas las deudas, el maestro Francisco de Porras emprendió diligencias para abrirlo de nuevo, con cátedras de gramática, latinidad y teología, aprovechando los jesuítas que llegaron en aquel entonces. Fue este colegio el origen del actual Colegio de San Bartolomé en Bogotá reinstalado en regla en el tiempo del arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero. Uno de sus profesores sería luego, a principios del siglo XVII, el célebre cronista, fray Pedro Simón. En las cartas de Zapata no faltaron denuncias contra los indios. Se quejaba de que pese a los cuarenta años de la ocupación española los indios estaban "peor que en el tiempo de su barbarismo ... Tomaron los vicios de españoles y los suyos no han dejado". Generalizando, los denunciaba por "incestos gravísimos de hermanos con hermanas, padres con hijas y otros pecados muy graves". Informaba sobre las "camicerías públicas" entre los indios (se refiere indudablemente a los pijaos) y abogaba porque tales se entregasen a los cristianos como esclavos. Insistía en las ventajas de las encomiendas perpetuas y no olvidaba de exponer al Rey el acrecentamiento de sus rentas en este caso, por las donaciones que recibiría de los favorecidos. Varias veces, pese a la vigencia de la Real Cédula de 1576 que prohibía terminantemente ordenar mestizos como curas, insistía sobre su conveniencia, pidiendo se logre un dispenso papal para el caso, porque tales sacerdotes conocían las lenguas del país y no abandonaban las doctrinas, como lo hacían los frailes españoles apenas enriquecidos; lo cual rechazaban los frailes 109 considerando a tales mestizos "ser monos, porque ellos no saben rastro de cristiandad, ni tienen virtud alguna". Al referirse a la fundación de nuevas poblaciones, el arzobispo insistía en que debía estar presente para defender los fueros de la Iglesia. Por lo demás, Zapata no dejaba de insistir sobre el permiso de volver a España, "porque ni tengo fuerzas para sufrir estos encuentros ni con qué poderme sustentar en esta tierra, ni con qué pagar las deudas que debo". Informaba que al principio, cuando fue destinado al obispado de Cartagena, pidió prestados mil pesos y que no pudiéndolos pagar, sus bienes y la parte de los diezmos que le correspondía le fueron embargados. Pero distintos informes llegaban al Consejo. Se enumeraban las pingües entradas que tenía el arzobispo con las "composiciones". Un fraile, Franciso de Miranda, escribía en abril de 1575 que Zapata, llegado endeudado desde España en 12.000 pesos, no sólo había cancelado tal deuda sino que amasó mayor valor en joyas y esmeraldas y que gastaba en el mantenimiento de su casa más de 2.000 pesos anuales. No faltaron otras quejas contra ese arzobispado militante. Se le acusó que por causas baladíes amenazaba los vecinos con la inquisición; por lo cual el Consejo de Indias ordenó que los casos de inquisición no los decida el arzobispo personalmente sino acompañado de los oidores y del fiscal. Pero sus controversias con estos jueces llegaron a tal punto que en una ocasión fue declarado "extraño de Vuestros Reinos y perdimento de bienes". La Audiencia ordenó incluso su expulsión a Cartagena y desde allá a Portugal. Se trataba de un clérigo que forzó una doncella, delito que Zapata consideraba como de su incumbencia y no de la justicia civil, por ser clérigo el reo. En este caso Zapata tuvo que ceder pero no desaprovechó la oportunidad de quejarse al Rey del desacato de que era víctima, especialmente por parte del oidor Auncibay. Denunció a los españoles que bajo el pretexto de fundar un pueblo y construir una iglesia obligaban a los indios contribuir dinero. Informó sobre otro suceso acaecido en el pueblo indígena de Bogotá cuando en su visita halló "muchos oratorios y tunjos, ídolos y santuarios", lo cual denunció a la Audiencia. Pero los oidores y el pueblo en general, al tener tal noticia, se volcaron sobre aquel pueblo y "se dieron tanta prisa y tan desconsiderablemente para sacar el oro, que mu- 110 Nueva Historia de Colombia chos indios se ahorcaban, viendo invadir sus por gastos injustificados. Era pues Monzón un tierras ... Los que piden justicia, dan voces por juez severo, de carácter duro, calidad algo nueva las calles". Imploraba, refiriéndose a la juventud para las complacientes autoridades del Nuevo de los oidores, que el Rey "quite tanta mocedad Reino de Granada. y liviandad". Monzón se mostró muy celoso en el eierci La llegada en 1579 del presidente de la cio de su oficio. Instauró procesos y condenó a Real Audiencia, Juan López de Armendáriz, no muchos. Muy pronto los dos oidores, Antonio ha logrado establecer armonía entre la autoridad de Ce tina y Luis Cortés de Mesa pararon en la civil y eclesiástica. La audiencia ordenó a Za- cárcel y el otro oidor, Juan Rodríguez de Mora pata visitar su diócesis. Este exigió que lo acom- fue suspendido. Fueron encarcelados muchos pañase un oficial real para que pudiera recoger de los más prestantes vecinos por delitos comeel oro que los indios ofrecían a sus dioses y a tidos ante todo por el mal tratamiento de los sus muertos, que calculaba en 600.000 pesos. indios y el fraude de los derechos reales. LePero la Audiencia rechazó tal petición y negó vantó el destierro en que otros habían sido conel envío de un oficial, "porque en cuanto al denados por la Audiencia, y entre ellos el caciabrir sepulturas, santuarios, ídolos... no con- que mestizo de Turmequé, Diego de Torres, viene con color de la conversión escandalizar a quien condenado a la prisión, huía de la justicia, los indios". Y así, el problema indígena se uti- habiéndose erigido líder de la causa indígena. liza como pretexto, como arma política en la El arzobispo Zapata se unió al presidente brega entre grupos sociales opuestos por sus de la Audiencia, Juan Díez de Armendáriz, para intereses económicos y políticos. Quienes se aprovecharon del despojo de los indios de Bogo- elevar ante el Consejo de Indias, graves quejas tá, se convierten en "indigenistas"; y quien en contra el visitador. Y cuando Monzón envió al aquella ocasión fustigaba a los "robadores", eri- fiscal Alonso de la Torre a España, lo acusó de giéndose en protector de los indios, invitaba al haberlo hecho para lograr su nombramiento despojo de sus protegidos. Es un caso entre como presidente de la Audiencia. Informaba al muchos, que obliga al historiador pasar por el Consejo que el Nuevo Reino "está tan por el "cedazo de la crítica" la documentación conser- suelo que sólo el nombre le ha quedado". Acusó vada y escudriñar la realidad de lo que pasaba a Monzón de haber encarcelado injustamente los principales vecinos, haber vendido ill1a relien aquella controvertida sociedad americana. quia que le fue regalada en España, haber perEl fracaso del concilio que trató reunir mitido el regreso de todos los desterrados, acudir nuestro arzobispo fue otro motivo de críticas a mohanes y hechiceros y, especialmente, de levantadas contra Zapata. El obispo de Popayán tramar con el cacique Diego de Tarres y sus negó su asistencia, considerando que su diócesis indios un levantamiento general. Admitía Zapertenecía al arzobispado de Lima. El de Santa pata haber aconsejado la prisión de Monzón, Marta sostuvo que, según sus títulos, el obis- encontrando oposición en el presidente Armenpado no pertenecía al arzobispado de Santa Fe dáriz. Pero luego cuando pese a las amenazas, sino al de Santo Domingo. Sólo se trasladó a Monzón prosiguió su visita, fue acusado de apoSanta Fe y el obispo de Cartagena, Juan Mén- yar abiertamente el alzamiento tramado porTodez, quien luego se querelló contra Zapata por rres y fue encarcelado. los gastos que hiciera en su inútil viaje. Como sucedía en estos casos otros inforFueron las continuas críticas del arzobispo mes al Consejo diferían de lo que denunciaba y las no menos numerosas acusaciones contra el arzobispo. El provincial, fray Alberto Pedroél, las que indujeron al Consejo de Indias a zo, informaba que el envío del juez con tan enviar al Nuevo Reino un juez visitador con amplios poderes como gozaba Monzón, llenó amplios poderes. Lo fue el oidor y fiscal de la de temor a lo más granado de la sociedad neoAudiencia de Lima, Juan Bautista Monzón, Por granadina. Para ablandar a Monzón se tramo un vía de Panamá y Cartagena llegó a Santa Fe a casamiento de su hijo con una rica heredera, lo cual no tuvo éxito y Monzón prosiguió con su fines de enero de 1580. En 1564, cuando Monzón era fiscal de rigurosa residencia. Luego se trató de atemoriaquella Audiencia, logró que a la muerte del zarlo, asimismo inútilmente, mandando al capivirrey, Conde de Nieva, se embargasen los bie- tán Diego de Ospina reunir un ejército y encannes del difunto por las deudas en que incurrió tonarlo en las goteras de la ciudad. Incluso apa- La conquista del territorio y el poblamiento reció una Real Cédula falsificada por la cual el Rey revocaba su nombramiento. Ya que nada se pudo lograr, continuaba el fraile, Monzón fue puesto preso e incluso se le acusó de ser judío converso. Luego fue llevado como prisionero a Pamplona. El autor de la carta protestaba contra tales procedimientos y varios vecinos apoyaron tal protesta. El cacique Diego de Torres, el supuesto aliado de Monzón, huyó con los suyos de Santa Fe. Después de haberse escondido por un tiempo en las montañas logró llegar a Cartagena. Allí se embarcó, visitó varias islas antillanas y luego viajó a Madrid donde se presentó en el Consejo de fudias con una larga y minuciosa acta acusatoria contra las autoridades coloniales, en la cual describía la deplorable situación de la población indígena y el desgobierno que reinaba; un "memorial de agravios" que se ha conservado. Sin lograr nada positivo en la Corte, fue luego nombrado caballerizo del Rey y nunca volvió a América. N o hemos encontrado las actas del proceso contra Monzón, salvo una carta del cabildo de Santa Fe, en la cual se le exigió "no tratase de quitar el servicio personal, ni boga, ni -trabajo en minas-", pidiendo que no se introduzca "otra orden que la que presente hay"; documento que aclara suficientemente el meollo de la controversia. Por supuesto, cuando en 1582 llegó a España la noticia del luctuoso acontecimiento, el Consejo condenó la acción y desde España fue enviado como juez, el licenciado Gas par de Carilla, quien murió antes de embarcarse. Y lo mismo sucedió con el oidor de la Audiencia de Guatemala, el licenciado Cristóbal de Azueta, quien murió en el mar camino a Santa Fe. Por fin, para acabar la visita comenzada por Monzón, fue enviado el licenciado Prieto de Orellana y como fiscal, el doctor Guillén Chaparro, con la orden de que luego ocupase la silla de oidor en la Audiencia. A la llegada de Prieto a Santa Fe, Monzón fue puesto en libertad y viajó a España. Fueron destituidos todos los miembros de la pasada Audiencia y embarcados con sus procesos a España, muriendo el presidente Armendáriz en Cartagena. N o tardaron en producirse contra Prieto de Orellana las acostumbradas acusaciones, entre las cuales se destacaban una vez más las de 111 nuestro arzobispo. Sus largas cartas al Consejo de fudias comenzaban casi siempre con: "N o quisiera dar más fastidio, etc.", pero que el Tribunal Divino le ordenaba "No ceses". En otra carta escribe: "Aunque tenía determinado no cansar más Vuestra Majestad, viendo lo poco crédito que a mis cartas se ha dado", lo hace "como pastor" de sus ovejas. En varias cartas se quejaba Zapata de las actuaciones de Prieto de Orellana quien "ha guiado tan mal estos negocios". Atacaba al cacique Diego de Torres y al licenciado Monzón a quien consideraba ser "factor" de aquel. Se dolía que durante el gobierno del visitador "los nobles y leales fueron perseguidos y encarcelados". Prevenía al rey que si Prieto de Orellana no cambiare su actitud, los acusados "han de proseguir en su atrevimiento con doblada desvergüenza como se ha visto en el Perú". Por lo demás,le dolía "en el alma de no ser parte para poner remedio. La idolatría ha retornado a retoñar y las pasiones a crecer de nuevo". Ponía a "Dios por testigo que ni pasión ni aficción no me mueve y no me ha movido en ninguna cosa". En su carta de 1585 el arzobispo se indignaba que el Rey no ha proseguido contra Monzón quien en la visita gastó más de 60.000 pesos de los fondos de la Caja Real. Su indignación es comprensible, pues Monzón en España le acusó en el Consejo de fudias de ser cabecilla de la conjura de que fue víctima. N o se crea que todos los eclesiásticos insistían en el privilegio de la Iglesia de inmiscuirse en los asuntos políticos, como lo hacía Zapata, aunque pertenecieran a la misma orden religiosa. El provincial Franciscano fray Pedro de Azuaga, apoyaba las actuaciones de Prieto de Orellana y en su carta al Consejo de fudias (1583) condenaba la actitud del arzobispo en el caso de Monzón. El fraile enumeraba las vejaciones que se cometían con la población indígena; el servicio personal de los indios lo consideraba como "esclavonía que no hay en el mundo semejante". Se revela como un verdadero lascasiano, salvo que difiere del célebre protector de indios en el grado de agresividad. Por lo demás, insistía en la necesidad de que los indios aprendieran la lengua castellana y no los frailes la suya, por la diversidad de las lenguas que se hablaba en Santa Fe, Tunja, Victoria, Tocaima, La Palma o Muzo "porque si algún clérigo sabe una lengua,no sabe otra". Del abuso que cometían los frailes para con los indios se 112 quejaba también el provincial de los agustinos, fray Luis Saavedra. La reacción del arzobispo ante tales críticas fue la de señalar en las doctrinas, pese a ser franciscano, cada vez más clérigos y no frailes, por lo cual el citado provincial acuasaba a Zapata de otorgar las doctrinas "a quien ni sudó, ni trabajó sino que con la lozanía y manos lavadas, se nos ha entregado por ellas". Poco a poco, ya por su avanzada edad, se calmó ese luchador por los fueros de la Iglesia, en cuyo dominio consideraba caer todos los problemas políticos y sociales que afrontaba el Nuevo Reino. Después de 1585 ya no encontramos su firma en la peticiones del cabildo eclesiástico el cual, aunque tímidamente y con vigor intermitente, proseguía su lucha por los antiguos fueros de la Iglesia, adoptando una postura "criticista", e insistiendo en que los indios pagasen diezmos y también los monasterios cuando adquiriesen propiedades "por herencia o compra o donación". En 1586, al quejarse del oidor Alonso Pérez de Salazar porque apresaba clérigos y frailes y también los reos que se acogían a la Iglesia, o porque cobraba derechos e impuestos sobre los indios de alquiler y la venta de velas, carne y vino, el cabildo escribía: "Porque los encomenderos, mercaderes y hombres ricos, que tienen negros y caballos con qué servirse y estancias con ganado para su mantenimiento, no alquilan indios, no compran vinos por menudeo, no compran velas porque las hacen en sus casas, ni carne porque la tienen de suyo". Es el pobre colono sobre el cual, ciertamente, caían todos esos impuestos. Destaquemos esta declaración del cabildo eclesiástico como manifestación de la sensibilidad social que persistía en algunos elementos de la Iglesia, pese a la cabeza, como lo fue el arzobispo Luis Zapata, quien se preocupaba más por conservar las prerrogativas político-sociales de la Iglesia que por el bienestar del pueblo. Nuestro combativo arzobispo muere por el mes de enero de 1590, después de haber gobernado 17 años, y el cabildo, al informar de ello a la Corona, pedía insistentemente que se nombrara para el arzobispado un clérigo y no un fraile. Tal petición fue atendida. En mayo de 1592 fue nombrado para el cargo don Alonso López de Avila, arzobispo de Santo Domingo, quien murió antes de ocupar la silla. En julio del año siguiente se propuso para la dignidad al arzobispo de Panamá don Bartolomé Martí- Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 nez, quien falleció en octubre el mismo año En 1596 se nombró al doctor Bartolomé Lobo Guerrero, inquisidor que había sido en México quien ocupó la silla arzobispal de Santa Fe hasta 1608 cuando fue trasladado al arzobispado de Lima. A la muerte del presidente Lope Díez de Armendáriz, la Audiencia quedó acéfala durante varios años. En 1588, a la llegada del doctor Antonio González, miembro del Consejo de Indias como presidente, se produjeron reformas significativas. González promovió nuevas y definitivas ordenanzas en la extracción mineral habiendo sido ya aceptada de hecho la labor de los indios en la minería, bien si fueran de tierra fría o tierra caliente, siendo remplazados por esclavos negros importados. La importancia de los últimos como fuerza de trabajo ya había crecido tanto que en 1594 Antonio González propuso al Consejo se estableciera su importación por cuenta de la Corona como un monopolio, afirmando que su precio en Cartagena podía fácilmente alcanzar cien pesos la "pieza". Por lo demás, el Nuevo Reino gozaba de la paz social, salvo en Tunja cuando se ordenó cobrar el impuesto de alcabala, del cual estaban eximidos hasta entonces las colonias españolas. Esto produjo una reacción de la vecindad, lo cual obligó en 1596 a enviar al oidor, Luis Tello de Erazo a aquella ciudad. En las últimas décadas del siglo XVI, el otorgamiento de permisos para nuevas expediciones ya no precisaba licencias del Consejo de Indias, siendo suficientes las de la Audiencia. Con tal licencia había emprendido su expedición Gonzalo Jiménez de Quesada de que ya hemos hablado y también su heredero y sobrino Antonio de Berrío a la Guayana, en tierras actualmente venezolanas. Asimismo fue eregida en junio de 1573 una nueva gobernación, la de Muzos y Colimas, cuyo primer gobernador fue Alvaro Cepeda de Ayala, encargado especialmente de la explotación de minas de esmeraldas sin que se le concediera límites geográficos precisos, salvo que la tierra no perteneciera a ninguna otra gobernación. En abril de 1575 Cepeda de Ayala tomó el mando de su gobernación pero fue suspendido más tarde, ocupando su puesto Juan López de Cepeda con aceptación de la vecindad. Fue encargado de levantar un censo de las familias indígenas señalando la edad de cada miembro, ordenando que los niños mayores ayudasen a La conquista del territorio v el poblamiento los padres, que un religioso cuide de la educación de los niños, etc. Durante el mismo año el capitán Melchor Velásquez, hizo una entrada al Chocó en nombre del gobernador de Popayán, Jerónimo Silva. Después de unas escaramuzas con los indios, reconoció el curso alto del Darién y fundó la ciudad de Nuestra Señora de la Consolación de Toro, que luego fue trasladada al sitio actual como puerta de entrada a las tierras que baña el Pacífico. Otra capitulación fue realizada por la Audiencia con Francisco de Cáceres, antiguo capitán del ejército de Jerónimo de Silva en Guayana, quien a la muerte del gobernador, regresó a Santa Fe. El objeto de la capitulación fue la provincia de Espíritu Santo, cuya ubicación no es bien conocida, salvo que se situaba al oriente de Pamplona. Se le dio el derecho de alistar la gente y repartir los indios a medida que fueran conquistados. Y tendría derecho de nombrar sucesor si estuviere en peligro de muerte. La consecuencia de la fracasada expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, fue la licencia otorgada en marzo de 1592 a Diego de Rosales, compañero de aquél, para la pacificación de los indios de San Juan de los Llanos y luego emprender una jornada al Valle de la Plata, que se creía situado en algún lugar al oriente de los Andes. Pero la atención de los colonizadores se concentró principalmente, en la búsqueda y explotación de minas de metales preciosos. En 1572 se labraban entonces las minas de Tocaima, Mariquita, !bagué, Victoria, Remedios, V élez, Pamplona y de las del río del oro, mientras que otras minas de que se tenía noticia, no se labraban por falta de mano de obra. En el informe sobre estas minas se sostiene que desde su descubrimiento perecieron 50.000 indios, pese a la frecuencia de los visitadores y a las restricciones legales que regían para el empleo de indios en la minería. Con todo, el autor del informe consideraba indispensable el trabajo indígena en las minas e incluso de los indios encomendados, dándoles, las herramientas, pagándoles salarios, tratándolos bien, etc. De los documentos se desprende que en la casa de fundición de Cartago se fundía el metal procedente de las minas de Anserma, Arma, Caramanta y Antioquia. El que llegaba de las minas situadas de los pueblos "para arriba", incluyendo Buga y Pasto, se fundían en Cali; mientras que el oro llegado de las minas de Popayán, Almaguer, Madrigal, Agreda, Pasto 113 y de San Juan de los Llanos ("llamado Iscuandé") debía fundirse en Quito. Para vigilar la producción minera se propone dividir el territorio en corregimientos: uno para Cartago, Anserma y Arma; otro, para Popayán, Cali y Buga; y otro en Pasto, para Almaguer y Madrigal. A la llegada del presidente Francisco González creció notablemente el interés por intensificar la explotación minera. Testimonio de ello es su largo informe al Consejo sobre las minas de plata descubiertas en Mariquita adjudicadas a los mineros. Sólo cuatro mineros poseían ingenios (molinos), mientras los restantes lo explotaban de una manera primitiva, "con pies y manos" con un rendimiento de cuatro quintales del material al día. González indicaba que si se empleasen caballos en la molienda, se podrían beneficiar diez quintales diarios. Había también mineros que carecían de medios económicos para perforar socavones y que compraban el mineral bruto, beneficiándolo en su casa. De ahí que gran cantidad de vetas auríferas quedaban sin beneficiar. Es interesante el cálculo que hizo el presidente sobre costo y ganancias de la explotación. Un indio sacaba doce quintales del material bruto semanalmente, por lo cual ganaba doce reales, es decir, dos reales diarios. La manipulación, incluyendo el costo del azogue y de la sal, se elevaba a 248 reales, semanalmente. De esta manera, declaraba González: "cada día con cada indio jornalero al respecto de dos quintales que saca -el indio- cada día, son 19 reales y 22 y medio maravedís de ganancia líquida, horra de costos y costas". La relación entre el jornal del indio y el valor de lo que producía era 1:10. González calculaba que con la introducción de mil esclavos negros se podrían beneficiar dieciséis minas más y se sacarían en cada ingenio 200.000 quintales de metal bruto que, a cinco onzas de ley por cada quintal, darían 125.000 marcos de plata, más otros 75.000 que sacarían personas particulares. Aceptaba que los indios se estaban acabando, pero su empleo, mientras no llegasen los esclavos negros, consideraba como indispensable. Proponía echar a las minas 1.300 indios distribuidos en grupos de 35 individuos en cada ingenio y calculaba que con mil quintales de azogue y 25.000 arrobas de sal, se podría sacar anualmente un millón de pesos de plata. Ante la riqueza de las minas de Mariquita, González propuso la fundación de una Casa de Nueva Historia de Colombia Vol. 1 114 Moneda en Santa Fe donde se pudieran acuñar reales de a 8, de a 4, de a 2, sencillos y medios reales lo cual activaría el comercio interior; sugerencia que tardó más de vemte años para realizarse. ' o Fue también Antonio González quien introdujo por orden del Consejo de Indias, los "resguardos" o "tierras de resguardo", terrenos más o menos alinderados, que ocupaban los núcleos indígenas al mando de un ~ac~que,. ~ereditario o electivo, en los cuales los mdws vivian dentro de un estatuto sociopolítico y régimen económico más o menos tradicionales, bien si se tratase de indios encomendados o indios "libres", tributarios a la Corona. El resto de las tierras aprovechables estaba bien en manos particular~s cuyos dueños obtenían _mediante u~a "composición" la propiedad legítima de las tierras, o quedaban "baldíos" a disposición de la Corona. La fundación de los resguardos era un hito histórico importante en las relaciones entre in- dios y "blancos". Su introducción n\> er_a exenta de dificultades y la lucha de los mdios para conservar las tierras de sus resguardos recorre la historia colonial y republicana. Pero el ciclo histórico de la conquista, como acción militar se había cerrado. De ahí en adelante, las dos comunidades, la blanca y la cobriza, emplearían en su lucha métodos que les permitía la constelación histórica, inclinada a favor de los "blancos" a medida que progresaba la colonización. Los territorios que por su clima, vías de comunicación y fertilidad del suelo, estaban aptos para la colonización, se encontraban ya más o menos firmemente en manos de los "blancos" y las principales vías de acceso desde el exterior estaban abiertas, quedando reservadas, para la futura colonización, las tierras que bordeaban el Pacífico (Chocó), las selvas y los llanos orientales y las "bolsas" en el interior ocupadas por los indígenas; territorios que poco a p~co se abrían a la colonización, según las necesidades económicas, políticas y sociales del país. Notas l. La fecha de la erección de la ciudades 27 de abril de 1539. 2. Diciembre 1538. 3. Agosto 1537. 4. El principal lugarteniente de Gonzalo Pizarra. 5. Nombre de la tribu al norte de Anserma. 6. Sobre las actividades de este encomendero, veáse mi libro: DonJuan del Valle. Cap. vi. La conquista del territorio y el poblamiento 115 Bibliografía Recopilación historial, tomos 1-IV, Bogotá, 1956 ALVAREZ RUBIO, PABLO: PEDRADIAS DA VILA, Madrid, 1944. CARRO, VEN ANClO, D.O.P.:La teología y ¡os teólogos juristas españoles ante la Conquista de América, tomos 1-11, Madrid, 1944. CUERVO, ANTONIO B.: Colección de documentos inéditos sobre ¡a geografía y la historia de Colombia, tomos 1-IV, Bogotá, 1982. CASTELLANOS, JUAN DE: Elegías de varones ilustres de Indias,Bogotá, 1955. Documentos relativos a don Pedro de La Casca y Gonzalo Pizarra, tomos 1-11, Madrid, 1964. FRIEDE, JUAN:Gonzalo Jiménez de Quesada a través de documentos históricos,Bogotá, 1960. Documentos inéditos para la historia de Colombia, tomos 1-x, Bogotá, 19551960. Los Welser en la conquista de Venezuela, Caracas, Madrid, 1961. 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AGUADO, FRAY PEDRO: La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 117 La economía y la sociedad coloniales 1550-1800 Germán Colmenares gobernación de Popayán entre los siglos xvi y XVIII, que desarrollaron un sector minero y una actividad agrícola (en ocasiones complementaria del primero), además de un tráfico comercial en ropas de Castilla (o géneros europeos) y en Introducción productos locales (o de la tierra), van surgiendo n los últimos años los temas de investiga- interrogantes sobre la mutua dependencia de toción histórica que se refieren a la economía das estas actividades. ¿Cómo sustentaban, por y a la sociedad de la época colonial en Colombia ejemplo, la agricultura y el comercio la labor han merecido más atención que en el pasado. de los mineros? ¿Cuál de estas actividades era Cuando los estudios monográficos se multipli- el motor de las otras? ¿Qué elementos y en qué can y se acumulan materiales factuales, siempre forma se integraban en su ejercicio? Preguntas conviene hacer un alto y ensayar una síntesis similares a estas sugieren complementaridades que sirva para formular otros interrogantes y y oposiciones, a veces verdaderos conflictos. abrir otros territorios de investigación. Aunque Aun cuando en cada caso se tengan en cuenta, hoy existen grandes vacíos en el conocimiento sin embargo, por razones de claridad, cada acdel período, es legítimo sin embargo, intentar tividad deberá describirse separadamente. una síntesis provisional que sirva al menos para Lo mismo puede decirse del método expollamar la atención sobre esos vacíos. sitivo que se adopta para describir la sociedad. La ordenación del material existente plan- A la actividad económica correspondían relaciotea algunos problemas que se refieren primero, nes sociales determinadas, y por tanto es arbitraa la ubicación de una economía y una sociedad rio disociar de ella. Ante todo, una división locales dentro de un marco mucho más general; profesional (u horizontal) no siempre demasiado segundo, a una cronología o periodización his- neta entre mineros terratenientes y comerciantórica que señale transformaciones significativas tes. Luego, una división vertical entre propietatanto en lo económico como en lo social y, por rios (mineros, terratenientes) y mano de obra último, a las hipótesis que, para este período sujeta a varias formas de explotación (indígenas específico, den cuenta de las relaciones entre encomendados, esclavos negros, peones precariamente asalariados, dependientes que debían lo económico y lo social. prestaciones en trabajo, etc.). En términos ecoOtros problemas surgen en el orden de la nómicos, ha resultado más fácil hasta ahora para exposición cuando se intenta encarar el análisis simultáneo de varias ramas económicas. En el los historiadores hacerse a una idea diferenciada caso de la economía de la Nueva Granada y la de las actividades profesionales (de su volumen, E 118 su rentabilidad, etc., es decir, de su participación en el producto total) que de las oposiciones verticales. Esta no ha sido siempre una opción ideológica, sino que se ha visto forzada por la escasez o la abundancia de materiales. Es obvia la necesidad de que esta tendencia se invierta. Sólo que deberán aportarse no meras generalizaciones teóricas tomadas de otros contextos, sino investigaciones reales sobre la participación de las clases explotadas en todo el proceso. Estas cuestiones deberán enmarcarse dentro de una cronología, puesto que ni la economía ni la sociedad presentan un aspecto absolutamente homogéneo o estático a lo largo del período estudiado. Se dieron momentos de expansión y de contracción económicas y se conocieron lo que los economistas designan como crisis. Estas crisis no afectaron a todos los sectores de la actividad económica de manera similar. Ni, por lo tanto, a los distintos sectores profesionales. Además, cuando una crisis afectaba a un determinado sector se operaban cambios también en las formas de subordinación del trabajo. Debe agregarse que en muchos casos era precisamente el trabajo (su disponibilidad, su organización, su base demográfica) el que se encontraba en el origen de la crisis, en el trabajo agrícola, por ejemplo, se sucedieron institucionalmente la encomienda y el concierto cuando todavía se disponía de mano de obra indígena. En el momento que ésta faltó, se introdujeron arreglos no institucionales destinados a subordinar la creciente población mestiza. Este es el origen del peonaje y de diversas formas de colonato, es decir, de prestación de servicios dentro de un sistema de clientela, no remunerada por un salario. En las minas y en las construcciones urbanas trabajaron también inicialmente indígenas encomendados como parte de su obligación de satisfacer un tributo, mediante alquiler a través del sistema de la mita. La crisis de la población indígena condujo a buscar un aprovisionamiento regular de esclavos negros para el trabajo en las minas. A pesar de lo que representaba esta forma de trabajo como inversión, tampoco el tamaño de las cuadrillas pudo mantenerse y la producción minera se vio afectada por la mortalidad de los esclavos. Otras complejidades surgen cuando se considera que la división vertical de la sociedad tuvo como base una sujeción de origen racial. Con todo, las polaridades iniciales muy bien defmidas no podían durar indefinidamente. Indígenas y negros afri- Nueva Historia de Colombia. Vol! canos alcanzaron en generaciones sucesivas grados diversos de mestizaje. Aun cuando la actitud hacia las llamadas castas se percibe claramente que el hecho objetivo que la inspiraba resulta a la postre muy confuso. No hay, en efecto, manera de fijar rasgos conceptuales precisos a designaciones tales como pardos, vecinos blancos y aun la muy tajante de negros. Por esta razón los esfuerzos por cuantificar indistintamente los grupos sociales sobre una base étnica resulta casi imposible. Sólo un reducido círculo de notables, criollos o de origen español, resulta inconfundible. A este grupo deben atribuirse también los patrones que circulaban para valorar negativamente las castas. El enunciado somero de los problemas que enfrenta un estudio sobre la economía y la sociedad coloniales sugiere el siguiente orden de exposición: l. Un marco teórico general, en el que se contemple la ubicación de la economía del Nuevo Reino y de la gobernación de Popayán con respecto a un contexto más amplio. El tratarse de una economía colonia/le imprimía rasgos de dependencia a un mundo exterior y, al mismo tiempo, la condenaba al aislamiento. 11. Una cronología o periodización que identifique algunos hitos, al menos con respecto al sector más decisivo de esa economía. Se ha partido del supuesto de que éste fue el sector minero, en especial la explotación del oro (la plata jugó un papel secundario en la Nueva Granada), cuya salida vinculaba la actividad económica local a una corriente mundial de intercambios. 111. Un tratamiento descriptivo de cada una de las ramas de la actividad económica (minería, comercio, agricultura) y algunas hipótesis respecto a sus nexos. En cada caso se examinaran los factores productivos, así: A. Minería del oro. l. Fronteras y yacimientos. 2. Las minas, las técnicas y los mine-/ ros. 3. El trabajo. 4. La producción y las crisis. B. La agricultura. l. La apropiación de la tierra. 2. Configuración regional de las unidades productivas, a. El nuevo Reino. b. Los valles interandino s. C. El comercio. l. Los comerciantes. 2. Las mercancías. IV. Finalmente, se esbozará un cuadro de la sociedad colonial. Aquí tratará de evitarse la descripción meramente costumbrista para tratar de percibir los rasgos más característicos de una La economía y la sociedad coloniales, 155 0-1800 sociedad que iba a evolucionar muy lentamente en el futuro. No se trata en este caso de justificar un estado de cosas, sino de penetrar algunos de los mecanismos de dominación social que se han mostrado más persistentes y de preguntarse por las razones de su eficacia. A pesar de cambios coyunturales y de verdaderas crisis en la economía colonial, y aun de la economía agraria posterior, ciertas estructuras elementales, vinculadas al dominio de la tierra casi siempre, parecen ser una constante inalterable de las formaciones económico-sociales de la América Latina. Algunos de los elementos de estas estructuras caen fuera de los límites del presente estudio, pues tienen que ver con un complejo ideológico cuyas transformaciones son todavía menos aparentes que en el caso de la economía y de la sociedad. El esquema analítico de esta última parte se presenta así: La sociedad. A. Conceptos históricos sobre diferenciación y conflicto social. B. La preeminencia de los encomenderos y las comunidades indígenas. C. Terratenientes, mineros y comerciantes. D. Las Castas. A la búsqueda de un marco de interpretación E el análisis histórico de una sociedad no puede prescindir de una reflexión simultánea sobre las peripecias de la actividad económica desarrollada por los grupos que integran esa sociedad. Una observación superficial muestra inmediatamente cómo las oportunidades sociales están ligadas a los altibajos de la economía. Pero más allá de las correspondencias obvias entre prosperidad o depresión económica y oportunidades de cambio en la ubicación social de los individuos, subyace el problema de las relaciones entre economía y sociedad. Comúnmente se admite que estas relaciones son de tipo estructural, es decir, que se dan a un nivel más profundo que las apariencias que fundamentan la observación empírica de casos aislados. Si, por ejemplo, consideramos a una clase social en su conjunto, percibimos que su existencia o su manera de ser no se ve afectada por la mera promoción o por la pérdida de categoría social de algunos individuos. Para que una clase social desaparezca se requiere que desaparezcan las condiciones objetivas de su existencia. Estas condiciones son muy comple- 119 jas, pues integran todo tipo de relaciones con otras clases sociales. Desde relaciones muy concretas en la actividad económica hasta nexos más sutiles definidos por un aparato legal o indicados por una ideología y por actitudes mentales. Cuando se habla de economía y de sociedad coloniales se está afirmando implícitamente que, para un período histórico, existe una identidad en conjunto que lo diferencia de otros períodos históricos. Para definir esta identidad de nada valdría acumular biografías de individuos que vivieron en ese período, pues éstas no pueden servir sino de los ejemplos que ilustran una situación general. Esta situación general se mueve dentro de ciertas rigideces, ciertas limitaciones que le imponen el desarrollo de la técnica, el número de hombres, la distribución de éstos en oficios, su acceso a ciertos bienes, la manera como producen y se reparten el fruto de su trabajo, etc. Todas estas limitaciones, que pueden considerarse en abstracto, hacen posible caracterizar un régimen productivo. De nada vale, sin embargo, una caracterización aislada. En la realidad, las sociedades no producen exclusivamente para sí mismas. Todas intercambian parte de lo que producen y no consumen, es decir, sus excedentes. Puede adelantarse que desde el siglo xvi este tipo de intercambios se hizo mundial al incorporar el Atlántico a una red comercial que ya unía tres continentes a través de la cuenca mediterránea. Debe observarse que los fenómenos que podemos aislar como puramente económicos son susceptibles de un cierto esquematismo y, en ultimas, pueden reducirse a una unidad conceptual (denominar todo el complejo de intercambios capitalismo mercantil, por ejemplo), por cuanto se ligan unos a otros en conjuntos cada vez más vastos en la esfera de la circulación de los bienes. De esta manera pueden descubrirse relaciones insospechadas entre una economía aldeana, en la que existe una aparente autonomía, y una esfera cada vez más amplia de intercambios, hasta reconstruir una red mundial. En cambio, los arreglos sociales que hacen posible determinadas formas de explotación, revisten una variedad tan grande, que resultan irreductibles unos a otros. En el razonamiento abstracto de algunos historiadores económicos (inspirados en la economía neoclásica) no existen rasgos históricos de una sociedad o no perciben sino su participa- 120 ción mensurable en un producto total. Las relaciones sociales desaparecen así detrás de fenómenos cuantificables: precios, rentabilidad de entidades igualmente abstractas (empresas, no importa que se trate de una plantación esclavista o de una fábrica), producto dedicado al autoconsumo y producto dedicado a la comercialización o a la exportación, etc. Empero, el análisis de los fenómenos de intercambio, desde un nivel local inmediato hasta sus proyecciones a nivel mundial, no puede sustituir la observación de formas de producción específicas y de las relaciones sociales que implican. Esto no quiere decir que los fenómenos productivos aparentemente más aislados no estén influidos, así sea negativamente, por las exigencias de un régimen de la circulación de los bienes impuestos por un mercado metropolitano. El llamado capitalismo mercantil influyó sin duda en las cantidades y en la naturaleza de los bienes producidos en América y, por consiguiente, en el ritmo agotador del trabajo exigido a indígenas y esclavos negros. Pero aun así, las formas de producción local no fueron capitalistas. Aún más, el intercambio generalizado de productos, o de excedentes generados (a veces mediante la violencia) dentro de un régimen no capitalista, imprimió rasgos particulares a una explotación colonial y a las relaciones sociales dentro de las colonias. La peculiaridad irreductible de los arreglos sociales, por un lado, y por otro la posibilidad de canalizar excendentes hacia un mercado mundial, acumularon confusiones en los comienzos de una polémica sobre la caracterización del modo de producción prevaleciente en América después de la Conquista. ¿Feudalismo? ¿Capitalismo? Cuando hace ya unos diez años se desencadenó la polémica, las discusiones estuvieron sembradas de equívocos que han ido despejándose. Quienes teorizaban con abundancia sobre esta cuestión se apoyaban en una información muy magra sobre la economía y la sociedad coloniales. Hoy nadie sostendría, como entonces, la tesis extrema de que América estuvo inmersa a partir del primer contacto europeo en un modo de producción capitalista. Ahora se conoce mejor el papel jugado por los comerciantes y por las instituciones fiscales españolas en la canalización de los excedentes producidos en América hacia una circulación mundial. Y aun antes de llegar a este punto se han explorado mejor las relaciones en- Nueva Historia de Colombia Vol. 1 tre las ramas de la producción (minería, agricultura) que permitían generar un excedente. La alternativa no es tampoco ver un régimen de producción feudal capaz de extraer un excedente comercializable mediante coerciones extraeconómicas. En otras palabras, suponer que en América se enquistaron los restos de un sistema agotado ya en el viejo mundo. Si en la esfera de circulación de los bienes existió desde el siglo xvi una red que movilizaba los productos más variados y distantes y establecía tma comunicación incesante, los arreglos sociales no se comunicaron tan fácilmente. La homogeneización de las sociedades es un hecho nrny reciente y obedeció a la atomización del trabajo impuesta por el capitalismo industrial. En el siglo xvi, en cambio, la preexistencia de sociedades autóctonas en América presentaban resistencias, que sólo podían vencerse muy lentamente, a los arreglos sociales europeos. Por esta razón, la organización social tuvo que adaptarse a las condiciones existentes, en vez de imponerse como sobre una tabla rasa. Así, el que quiera ver en la encomienda una forma feudal, parangonable con la servidumbre europea, corre el riesgo de ignorar los rasgos más sobresalientes de esta institución y sus contradicciones. Por ejemplo, el hecho de que tuviera un efecto deformador sobre las jerarquías sociales que los indígenas reconocían entre ellos y simultáneamente se valiera de ellas para imponer la explotación económica y la dominación política de los españoles. O que haya sido un instrumento de mediación entre el Estado español y las sociedades indígenas y, al mismo tiempo, un riesgo que amenazaba seriamente la unidad de ese Estado en América. Si bien puede decirse que las leyes de protección de los indígenas fueron un monumento a la ineficacia, no por ello puede ignorarse la presencia constante de una monarquía centralizadora en el terreno fiscal. Es cierto que el rasgo más característico de la producción feudal, la coerción extraeconómica, existió, pero no solo en beneficio de los encomenderos sino también de la Corona y aun de algunos notables indígenas. Finalmente, la presencia de los ocupantes españoles no puede decirse que haya alterado de una manera radical las formas indígenas de producir. N o es cierto entonces que las condiciones creadas en América a raíz de la Conquista reprodujeran un estado de cosas anterior existente en La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 Europa. Simplemente, integraron un tipo de economía y de explotación preexistentes a la Conquista dentro del marco de una institución original. Que esta institución haya tenido rasgos feudales, no resulta nada extraordinario, dados sus antecedentes europeos. Pero eso no puede ocultar el hecho de que la institución operó inicialmente sobre un modo de producción desconocido en Europa. El debate feudalismo-capitalismo puede admitir hoy que la vinculación a Europa de la economía que se desarrolló en América a partir de la Conquista no tiene por qué concebirse como una uniformización de los fenómenos productivos. El llamado capitalismo mercantil, fue capaz de extender el radio de circulación de los productos, pero no de alterar fundamentalmente las maneras de producir. Por eso su influencia debe confmarse a la elección de productos para un mercado mundial y no extenderse a la producción misma o a las relaciones sociales que la hacían posible. El período histórico de la transición entre feudalismo y capitalismo (que se extiende desde el siglo XVI hasta el XVIII), no conoció una base productiva uniformemente capitalista, en la que la forma mercancía se extendiera a todas las modalidades del trabajo. Este hecho, conocido suficientemente para Europa, es mucho más evidente en el caso de las colonias hispanoamericanas. De esta manera la economía de mercado, la circulación cada vez más extendida de los productos, se presenta como un elemento uniformizador, en tanto que las sociedades que intervenían en la producción reclaman un tratamiento particularizado. Estas consideraciones hacen posible detenerse en el estudio de variantes regionales y en sus cambios históricos. No se trata de realizar aportes decisivos a la teoría de los modos de producción sino de ahondar en la significación de datos concretos de un desarrollo histórico particular. A nivel de las castas dominantes en América, por ejemplo, observamos ciertos cambios característicos. El poder económico y el prestigio social fue detentado sucesivamente por diferentes grupos profesionales. Inicialmente recayeron en una casta de encomenderos. Su supremacía derivó el reparto inicial entre los invasores del botín de sus conquistas, sobre todo de los recursos de mano de obra. El acrecentamiento de la población española, el agotamiento de la población indígena y una afirmación simul- 121 tánea de la iniciativa reguladora del Estado español, fueron debilitando el sector de los encomenderos. Al cabo de tres generaciones, hacia 1590-1610, el sistema entero empezó amostrar indicios de agotamiento. En dos generaciones más (hacia 1640-50) puede afirmarse que la preeminencia absoluta de los descendientes de los conquistadores había concluido. Otros grupos se disputaron el escenario de la figuración en adelante. Terratenientes, mineros y comerciantes, reforzados en materia de prestigio por alianzas con descendientes de la burocracia imperial, fueron intercambiando papeles dentro de una coyuntura económica que los afectaba de manera diversa. El papel de otras fuerzas sociales es menos aparente. Aunque la sociedad colonial recelara profundos conflictos, su expresión escapaba a cualquier formulación ideológica que les diera un contenido político. Aun los conflictos tempranos con indígenas hallaron una forma de conceptualización dentro de la ideología escolástica dominante. En el siglo XVI, la formulación más clara de los agravios indígenas, expresada por don Diego de Silva, un mestizo cacique de Turmequé, es ya una sumisión cultural a los conceptos platonizantes de justicia y una aceptación del papel atribuido al soberano como dispensador de esa justicia. La homogeneidad ideológica se revela en todo tipo de conflictos hasta el siglo XVIII. entre esclavos y amos, entre gañanes mestizos y terratenientes, entre españoles pobres y notables, entre ciudades y pueblos de indios y entre ciudades de mayor y menor influencia. En este último caso, tal vez uno de los más característicos, la oposición de intereses ni siquiera comprometía estratos sociales diferentes, sino que los integraba en conflictos entre localidades. El confmamiento ideológico de los conflictos revela un confinamiento paralelo de las relaciones sociales. La sociedad colonial presenta un aspecto uniforme en el que sólo la coyuntura económica introduce alguna variedad. Los economistas designan como coyuntura los cambios sostenidos de prosperidad y depresión que experimenta la totalidad de un proceso económico. Tales cambios son identificables mediante indicadores, como los precios o el volumen de la producción. Usualmente la coyuntura se localiza en un sector privilegiado de la economía, susceptible de influir en todos los demás. Los cambios coyunturales, a diferencia de los cambios 122 de estructura, no son capaces de modificar de manera radical las relaciones sociales existentes, pero sí de trastornar las vidas individuales y aun la de grupos enteros. A través de la coyuntura es posible establecer una cronología racional en el desarrollo histórico de un período. Es decir, señalar el alcance de cambios relativos que afectaron el conjunto de la vida social. Aquí debe insistirse en la relatividad de los cambios frente a la uniformidad del sistema. Pues lo propio de un estudio histórico reside precisamente en percibir el movimiento temporal de las economías, de las sociedades, o de las estructuras mentales, aun si se hallan confinadas dentro de una caracterización mucho más general. Así, el establecimiento de una cronología contribuirá a fijar de manera más precisa los límites de este estudio. Fundamentos económicos de una periodización para la época colonial L a economía de los territorios que hoy constituyen Colombia (y que se designaban como Nuevo Reino y gobernación de Popayán) fue, durante más de tres siglos, una economía del oro. El oro y la plata americanos tuvieron un papel importante en el tráfico mundial que comenzó a organizarse en tomo a un eje atlántico después de la época de los grandes descubrimientos. Para entonces los metales preciosos extraídos en América eran, literalmente, mercancías. ¿Por qué este tipo peculiar de mercancía y no otros? Esta pregunta hace surgir una serie de problemas que tiene que ver con las necesidades de las economías europeas, con los niveles de la tecnología del transporte, con las posibilidades de rentabilidad de las nuevas colonias y con el aprovechamiento y la explotación de sus recursos naturales y de mano de obra. La economía de los metales preciosos no surgió al azar o por el mero hecho de que este recurso hubiera sido abundante en América. Menos aún por cuanto el oro o la plata poseyeran un valor intrínseco que los hiciera especialmente apetecibles. En la producción de metales preciosos, como en la de cualquier mercancía, el producto fmal incorporaba ingentes esfuerzos humanos y unos costos que podían exceder su precio en el mercado. La explotación de metales preciosos se impuso en América por una necesidad en el desa- Nueva Historia de Colombia. Vol 1 rrollo de las economías europeas. Después de una crisis compleja, cuyos orígenes se hacen coincidir con graves problemas demográficos v que condujo a la disminución de las rentas señoriales, es decir, al debilitamiento del sistema feudal, algunas economías en Europa experimentaron un proceso de expansión, sobre todo en el sector manufacturero. En vísperas del descubrimiento de América esta expansión corría el riesgo de estancarse y de generar una nueva crisis. Las fuentes africanas de aprovisionamiento de metales preciosos, indispensables para el cambio, eran incapaces de saldar un déficit crónico de la balanza de pagos europea con respecto al oriente, y la moneda que circulaba en Europa resultaba escasa. La economía europea estaba "hambrienta" de metales amonedables para mantener el ritmo de los precios y con ellos un estímulo a la producción. En tma economía de mercado, como la que se estaba constituyendo entonces, los precios favorables eran un resorte impulsor y, por el contrario, descorazonaban a los productores cuando la escasez de la moneda los deprimía. Por estas razones, algunos autores han atribuido un papel muy importante en el crecimiento europeo a los metales americanos. Al llegar a Europa éstos produjeron un ciclo de inflación sostenida que mantuvo las expectativas de los productores. Otro factor importante que intervino en la elección de los metales preciosos como mercancías coloniales fue el de su valor por unidad de peso y volumen. La lentitud y la inseguridad en los transportes tenía como consecuencia que sólo los productos que representaran un valor elevado con respecto a su peso y a su volumen justificaban un viaje por el océano. De allí que el comercio colonial se alimentara con productos muy apetecidos en los mercados europeos: especies, colorantes naturales para los textiles o metales preciosos. Finalmente, la explotación del oro y la plata obedece a una relativa abundancia de recursos en América que facilitaban su extracción a un costo muy bajo. Esta, a lo menos, fue la primera impresión que tuvieron los ocupantes españoles. Pero la búsqueda obstinada de un Dorado revela mucho más acerca de los condicionamientos de una economía que tenía hambre de metales que sobre la existencia real de yacimientos metalíferos inagotables, tal como se los representaba la sicología primaria de los conquistadores. Aun cuando finalmente los descubrimientos de vene- La economía y ¡a sociedad coloniales, 1550-1800 123 Los ciclos de oro en Colombia 1er . CICLO (Mil e de peso plata) E23 Chocó D Popayán 2o. CICLO ~ Antioquia '*r~*M Santa Fe • Cartago Fuente: JARAMILLO URIBE , "La Economía del virreinato" En: OCAMPO, Ed. Historia económica de Colombia 1550 y 1800 presenta ciertas lagunas de informaros y filones vinieran a coincidir en parte con ción (entre 1570 y 1595, por eJemplo, en donde este espejismo, la mera posibilidad de disponer de mm mano de obra abundante y barata ya le faltan cifras significativas de los yacimientos de Popayán y de la región antioqueña), la tendencia daba un principio de consistencia. Todas estas circunstancias sugieren una co- general marca claramente los ciclos productinexión estrecha entre las economías del occi- vos. El primer ciclo, que abarca desde 1550 dente de Europa, capaces de organizar intercam- hasta 1630-40 se va ampliando hasta llegar a bios a nivel mundial, y las economías coloniales una cúspide o techo en los dos decenios de 1590161 O. En adelante la producción tiende a conobedientes a las iniciativas de un núcleo eurotraerse hasta entrar en una crisis que abarca una peo. Se trataba, en verdad, como se ha venido describiendo, de la relación entre un núcleo y buena parte del siglo XVII. Hacia 1680 se obuna periferia. Los metales preciosos se extraje- serva un repunte (para el distrito de Popayán; ron en vista de esta relación y para satisfacer posiblemente también para Antioquia) que se va afirmando en los primeros decenios del siglo las necesidades del núcleo europeo. Al examinar el perfil de una curva de la XV~I. Este siglo conoce un segundo ciclo proproducción total de oro en el distrito de la Au- ductivo, con una pequeña depresión hacia 1740diencia de la Nueva Granada y en la gobernación 1760, hasta alcanzar en el último decenio una de Popayán (véase figura 1), es posible atribuir magnitud comparable a la del último decenio a sus rasgos más salientes -aquellos que indican del siglo xvi. . Basándose en trabajos sobre el comportalos ciclos productivos más durables- una conexión de este tipo. Si bien la curva que se ha mi~nto d~mográfico de la población indígena, reconstruido para el período comprendido entre un mvestlgador norteamericano adelantaba hace Nueva Historia de Colombia. Vol 1 124 unos 25 años la teoría de que México había sufrido un siglo de depresión en el XVII. Esta tesis conincidía con la Idea generalizada de una depresión europea en la misma centuria. La explicación más coherente de este último fenómeno lo atribuía al agotamiento de un primer siglo capitalista. El crecimiento manufacturero que hizo la fortuna de algunas ciudades del norte de Italia y del norte de Europa no habría sido capaz de prosperar en un entorno todavía feudal, que limitaba su mercado. Antes de sugerir un parentesco entre la depresión de la periferia colonial y el núcleo europeo, queda por realizar mucha investigación a nivel empírico. De otro lado, tanto la depresión mexicana como la crisis del siglo xvn europeo han encontrado objeciones recientemente. Con todo, esta objeciones no parecen tan graves (particularmente las que hacen relación a México, basadas en trabajos parciales) como para desechar una coincidencia que sugiere algunas explicaciones en el plano teórico. Pero aun si prescindimos de este tipo de explicaciones, nos queda el fundamento empíricamente objetivo de dos ciclos bien diferenciados de la producción aurífera para sustentar una cronología de la historia económica de la Nueva Granada y de la gobernación de Popayán. Estos dos ciclos, separados por un período de depresión en el siglo XVII, se diferencian no sólo cronológicamente. Dentro de ellos se dieron desplazamientos regionales, con énfasis diferentes en la importancia de los distritos de explotación minera. Ambos ofrecen también matices diferentes en cuanto a la mano de obra empleada y en cuanto a su sustentación agrícola. A través de ellos puede examinarse el alcance de ciertas transformaciones en la población, en la ocupación de la tierra y en sus formas de explotación. A grandes rasgos, estos límites cronológicos serían: 1550-1640: Primer ciclo del oro. En éste distinguimos un primer período en el que la producción más Importante tuvo lugar en los distritos de Santa Fe (en Pamplona, Tocaima, Venadillo, Victoria y Remeaio), Antioquia, Cartago y Popayán. En ellos predominó la mano de obra indígena y su explotación fue posible gracias a la encomienda. A partir de 1580 se mcorporaron los grandes descubrimientos antioqueños (de San Jerónimo, Cáceres y Zaragoza) que, con el concurso de mano de obra esclava, hicieron elevar la producción a magnitudes sólo igualadas dos siglos más tarde. El apogeo no duró sino unos treinta años y hacia 1610-1620 mineros y oficiales reales comenzaron a percibir una crisis de la cual dan razón las cifras en declive entre 1610 y 1630 y que iba a prolongar sus efectos hasta bien entrado el último cuarto de siglo. 1640-1680: Período de recesión que separa los dos ciclos 1680-1800: Segundo ciclo. El eje de este ciclo secular se ubicó en las provincias del Chocó, bajo la dominación de Popayán, y en otras zonas del distrito antioqueño. La recuperación de este último operó sobre bases sociales diferentes de las del primer ciclo, en el que habían predominado grandes cuadrillas de esclavos. Ahora se habían multiplicado los pequeños empresarios y su actividad contrastaba con el monopolio ejercido por los señores de cuadrilla de Popayán. En cuanto al distrito tradicional de Santa Fe, había perdido para entonces toda importancia como productor de oro, aunque siguiera jugando un papel importante como sustento agrícola del distrito antioqueño Esta cronología cubre también a grandes rasgos, como se verá más adelante, otros fenómenos sociales y económicos como el de la formación y desintegración de unidades productivas agrícolas o el del auge y decadencia del sistema de encomiendas. Hasta qué punto existen correspondencias entre estos fenómenos, es un tema abierto al debate. Pero, en todo caso, los ciclos del oro marcan con nitidez algunos hiatos en lo que hasta ahora parecía un desenvolvimiento temporal uniforme. La economía colonial - Minería del oro U no de los motores de la expansión y de la ocupación del suelo por parte de los españoles fue la búsqueda de metales preciosos. El oro y la plata significaban para los ocupantes algo más que una oportunidad de elevar su nmgo social y equipararse a una nobleza terrateniente en España. Aunque este tipo de resorte sicológico individual jugara un papel, para el conjunto de los ocupantes, los metales preciosos representaban la posibilidad de mantener un nexo permanente con el Viejo Mundo. Desde los primeros momentos, la participación en empresas de conquista significó aportar un capital en forma de bienes y equipos que, en ocasiones, alcanzaron precios inauditos: ca- La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 ballos, sillas de montar, estribos, armas, etc. Pero una vez asentados, los conquistadores debían buscar formas de intercambio permanente que les asegurara la provisión de ciertos bienes indispensables a su forma de vida: hierro, acero, y, en general, artículos manufacturados de procedencia europea. Esta necesidad parece obvia si se tiene en cuenta que la mayoría de los ocupantes permanecieron en América aun cuando algunos hubieran buscado solamente una ocasión de enriquecimiento rápido para regresar a España. Otros no se contentaron con el primer botín alcanzado y prosiguieron su aventura en búsqueda de fabulosos dorados o de una participación más grande en el reparto de privilegios. Los asentamientos urbanos se ramificaron distribuyendo un contingente muy tenue de población española en espacios enormes. Santa Fe, Tunja Vélez, Pamplona, Mérida, Ocaña, !bagué o Popayán, Almaguer, La Plata y Cali, Buga, Arma, Anserma, Cartago, etc., surgieron sucesivamente, como los retoños de un árbol, de las expediciones o huestes que procedían de Santa Marta y el Perú. En los confines de estos asentamientos definitivos no tardaron en aparecer reales de minas, a veces como puestos fronterizos respecto a tribus hostiles. Toro y Caloto en el occidente, o Victoria y Remedios bajo la influencia de Santa Fe, fueron ciudades de frontera y centros mineros constantemente amenazados. La economía del oro no se desarrolló uniformemente, con un centro único o dentro de una unidad territorial, y ni siquiera dentro de un marco administrativo centralizado. Las ciudades españolas nacidas de la iniciativa de las huestes de conquistadores, se apropiaban y guardaban celosamente sus recursos. Muchas obtuvieron el privilegio de una Caja Real, en la que se quintaba y se fundía el oro para ser gastado inmediatamente. El control de la Audiencia más allá del núcleo inicial del Nuevo Reino se ejercía mediante jueces de comisión, cuyas actuaciones eran casi siempre rechazadas por los vecinos del lugar. Aun dentro del Nuevo Reino, Tunja y Santa Fe rivalizaron durante todo el siglo xvi como centros de poder, y sólo visitas sucesivas de los oidores (o visitas de la tierra) lograron coartar a la postre una actitud muy acentuada de autonomía entre los vecinos encomenderos. Además, casi la mitad del territorio ocupado caía bajo la jurisdicción de la gobernación de Popayán, en los confínes de la Audiencia de 125 Quito. Entre ésta y el Nuevo Reino se extendía una zona incierta, una verdadera frontera interior en la q~e resistieron durante mucho tiempo paeces y piJaos. La explotación del oro se desplazó en fronteras sucesivas a todo lo largo y ancho del Nuevo Reino y de la gobernación de Popayán en un lapso de tres siglos. Esta movilidad produjo como resultado que en diferentes épocas la riqueza, y con ella el acceso a un mundo exterior, se concentrara en regiones aisladas unas de otras. La prosperidad que caía de pronto sobre un territorio era apenas compartida por los demás. Paradójicamente, los nexos entre una región minera y las regiones vecinas resultaban a veces más débiles que aquellos que mantenía con un mercado mundial. En algunos casos se trataba de un episodio pasajero, en el que en medio de la euforia de un hallazgo, los habitantes recreaban en una región aislada todas las extravagancias del consumo de un gran centro urbano. Cuando el aliento de las explotaciones era más sostenido, la prosperidad no alcanzaba a cobijar sino a los centros comerciales o agrícolas que abastecían la región minera. Esta economía de islas, como la ha llamado un historiador colombiano, fue un fenómeno dominante hasta bien entrado el siglo xix. Era lo propio de un régimen colonial y presentaba ciertas analogías con el patrón de la factoría o enclave destinado a canalizar ganancias comerciales en favor de una metrópoli. Sólo que en este caso la integración económica era más compleja y, junto con un comercio itinerante que se desplazaba a lo largo de los corredores andinos desde Cartagena, se desarrollaban actividades agrícolas más permanentes. Los primeros distritos mineros surgieron como avanzadas de las regiones más favorecidas con población indígena. La encomienda o reparto de indios no sólo sirvió de base de sustentación agrícola a los yacimientos, sino que originó los capitales para su explotación y aun la mano de obra indispensable en ella. Indios de encomienda trabajaron en los yacimientos de la región de Popayán, en los filones de Cartago, Arma y Anserma, en los de Pamplona y en los aluviones del valle del Magdalena, desde las cercanías de !bagué hasta la ciudad de los Remedios. Después de 1580, los hallazgos de Gaspar de Rodas en San Jerónimo, Cáceres y Zaragoza no sólo no dieron un nuevo impulso a la produc- 126 cwn del oro, sino que su riqueza permitió el empleo sistemático de esclavos negros. Prácticamente, todas las ciudades fundadas en las regiones andinas poseyeron distritos mineros tributarios en el curso del siglo xvi. A los habitantes de Tunja y Santa Fe, por ejemplo, se debió la iniciativa de la fundación de !bagué, Tocaima, Victoria y Remedios. Pamplona se disputó con V élez los yacimientos del Río del Oro y explotó filones en los reales de Vetas y Montuosa. Cartago, Arma y Anserma explotaron filones y aluviones en Marmato, Quiebralomo y Supía, y Popayán tuvo avanzadas en Almaguer y Caloto, fuera de las minas de Chisquío que explotaba la Corona directamente. La ciudad de Santa Fe de Antioquia no sólo explotó desde muy temprano el cerro vecino de Buriticá, sino que fue la metrópoli de nuevas fundaciones, San Jerónimo, Cáceres, Zaragoza, y más tarde Guamocó. Casi ningún centro minero, por importante que fuera, pudo establecerse o perdurar independientemente de las ciudades que debían abastecerlo o de las cuales dependía administrativamente. Tales centros iban desde campamentos provisorios hasta poblamientos con el rango de ciudades. En muchos casos, la existencia de una Caja Real, con su acompañamiento de funcionarios y de la percepción de gravámenes sobre el comercio o de diezmos agrícolas, elevaba el rango de poblamiento pero no le impedía que en el momento de la decadencia de las explotaciones quedará reducido a un villorio en el que no se conservaba ninguna traza de su antigua prosperidad. En un caso extremo, como en el que los campamentos mineros del Chocó, ya en el siglo XVIII, la riqueza aurífera podía atraer funcionarios y poderosos señores de cuadrilla, comerciantes y aventureros, religiosos y curas deseosos de una rica prebenda, pero no propiciar un asentamiento estable. La declinación progresiva de la producción del oro en el conjunto de los distritos mineros después de 1610 puede verse como un fenómeno coyuntural. Esta coyuntura sirve para definir la economía global de la Nueva Granada en el contexto de sus relaciones con la metrópoli. Pero al acercarse a cada distrito por separado, se advierte que se trataba de un proceso uniforme e inevitable en este tipo de explotación. Aun en el caso de que el agotamiento de los yacimientos no fuera absoluto, el nivel de la técnica empleada se presentaba como un límite insalvable. A esto debe agregarse el hecho de que la fuerza Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 de trabajo (fuera indígena o de esclavos negros) se deterioraba muy rápido y los costos de su mantenimiento se elevaban a medida que la explotación minera iba restando brazos a la agricultura. Así, desde el punto de vista de los factores que intervenían en la producción (técnica, mano de obra, abastecimientos), las crisis mineras obedecían a la estructura de la producción. Por estas razones, las curvas de producción de los diferentes yacimientos presentan un mismo perfil, de un ascenso inicial hasta alcanzar un techo que se mantiene apenas por uno o dos decenios para luego caer uniformemente. Se trata de un ciclo en el que la riqueza del hallazgo y la facilidad de la explotación permiten, como en Zaragoza, invertir inicialmente en instalaciones y mano de obra. Estas inversiones acrecen la productividad hasta alcanzar los límites del rendimiento de la mano de obra y de la riqueza de los yacimientos. Una vez alcanzado este punto, las cifras de producción descenderán en forma uniforme y solamente la incorporación de un nuevo hallazgo podrá mantener el nivel de la producción anterior. Esto explica los contin~os desplazamientos a través de fronteras sucesiVas. Sin embargo, después de la cúspide alcanzada en los decenios de 1590-1600 y 1600-1610, los hallazgos no significaron un incremento significativo del volumen de metal extraído. Esta situación se prolongó durante casi todo el siglo XVII, hasta cuando se incorporó una nueva frontera con la ocupación de los distritos de N óvita, Citará y el Raposo. Estos distritos del Pacífico acentuaron aún más los rasgos de aislamiento fronterizo que habían caracterizado los yacimientos en el ciclo anterior. Como se ha dicho, en estas regiones no se produjo un asentamiento estable de los señores de cuadrilla, los cuales residían usualmente en Popayán y Cali. Esta circunstancia no impidió que, mientras se mantuvieron niveles elevados de extracción de oro, la región fuera abastecida desde el hinterland agrícola del valle del Cauca y mantuviera contactos permanentes con contrabandistas franceses, ingleses y holandeses. Desde otro punto de vista, el Chocó caracteriza muy bien los esfuerzos de la administración española por integrar fiscalmente estas regiones fronterizas. Desde 1713 el oidor Aramburu había sido comisionado para asentar un poblamiento y establecer una Caja Real. El oidor La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 observaba el estado lamentable de la provincia, en donde no parecía que hubieran pisado españoles a pesar de que hacía casi cuarenta años que se explotaba. Más adelante se hicieron esfuerzos repetidos por disminuir la influencia y la arbitrariedad de los mineros y de poner coto al contrabando y a la fuga ilícita del oro, erigiendo la región primero en superintendencia, bajo el control directo de la Audiencia de Santa Fe, y luego en gobernación. Pero ni aun así el Chocó pudo integrarse en tomo a núcleos urbanos que le prestaran un carácter de asentamiento estable. Tres siglos de economía del oro, construida fugazmente en yacimientos dispersos que obligaban a desplazamientos permanentes, dejaron una huella profunda en la formación económica y social de estas regiones. Por un lado, su aislamiento impuso un esfuerzo enorme para mantener algún nexo con sectores complementarios, especialmente con zonas de abastecimiento agrícola. Este esfuerzo trajo consigo el desarrollo lento de vías de penetración a regiones apartadas que recorrían comerciantes itinerantes. De otro lado, el desplome frecuente y casi fatal de la productividad, que alcanzaba un tope en el rendimiento más accesible de los veneros, condenaba de nuevo al aislamiento a regiones enteras y anulaba todos los esfuerzos anteriores. El hallazgo repetido de yacimientos impuso también un ritmo de desarrollo desigual que acentuaban la ausencia de comunicaciones y la imposibilidad de imponer patrones políticos uniformes. Estas características hacen que los dos ciclos mineros estén asociados con regiones diferentes. Mientras el primero cobijó tanto el occidente como la región oriental de los Andes, el segundo perteneció exclusivamente a los mineros de Popayán y de Antioquia. La actividad global de los distritos mineros es mejor conocida (a través de las declaraciones a las cajas reales) que la actividad de las empresas individuales de explotación. En este último caso sólo pueden fijarse algunos rasgos que revelan las primeras ordenanzas de minería y de alguna información dispersa en los archivos. En primer término, debe observarse que la mayoría de los yacimientos auríferos en el Nuevo Reino, en Popayán, Antioquia y el Chocó fueron aluviones. Minas de veta o de filón estuvieron localizadas apenas en los distritos de Pamplona. (Vetas y Montuosa), Anserma-Cartago (Marmato y Quiebralomo ), el legandario 127 cerro de Buriticá cerca de Santa Fe de Antioquia y algunas explotaciones aisladas en Popayán y Almaguer. Los yacimientos aluviales, que demandaban técnicas menos elaboradas fueron más durables. Algunos ríos en especial se explotaron por largo tiempo con rendimientos extraordinarios. En ellos se asentaron reales de mina, a veces con una capilla como único núcleo de un poblamiento disparatado y bajo la jurisdicción de una ciudad de españoles. Durante el primer ciclo minero la mayoría de los reales de minas aprovecharon el sistema de encomiendas como fuente de mano de obra, y sólo los yacimientos antioqueños, explotados a partir de 1580, emplearon masivamente mano de obra esclava, lo mismo que las explotaciones del siglo XVIII en Nóvita, Citará y el Raposo. Este hecho, como vamos a verlo, influyó decisivamente en el nivel y en el repertorio de las técnicas empleadas. Las ordenanzas de minería más antiguas (de Antioquia y de Pamplona, que datan del siglo xvi) establecían no sólo una reglamentación sobre los derechos a los yacimientos propiamente dichos, sino también sobre las aguas aledañas. Tales regulaciones revelan no sólo las modalidades de apropiación de un recurso en lo jurídico, en lo social y en lo económico, sino también lo esencial de una tecnología. Sobre esta última, las investigaciones del geógrafo norteamericano Robert C. West han mostrado cómo se trataba de una adaptación por parte de los españoles de procedimientos utilizados desde antiguo por los indígenas. Los indígenas ya estaban familiarizados con la extracción del oro de terrazas de las corrientes, de depósitos altos de gravas y del lecho mismo de los ríos. W est describe en detalle una de las técnicas más usadas, la del canalón, que consistía en hacer pasar una corriente de agua por un canal paralelo al depósito aurífero, al cual se habían arrojado arenas y gravas auríferas. La fuerza del agua, combinada con el trabajo manual de extraer los materiales más pesados del canal, dejaba en el fondo los residuos de polvo de oro. Las ordenanzas antioqueñas de Gaspar de Rodas se ocupaban en detalle de regular los derechos de agua, elemento esencial en todas las técnicas empleadas en los lavaderos. West señala cómo la escasez de agua en Antioquia obligaba a conducirla por kilómetros hasta las terrazas auríferas del N echí. Por eso las ordenanzas preveían privilegios excepcionales en las 128 otorgaciones para quienes abrieran canales o acequias de una cierta extensión. El agua también se conducía mediante sistemas de manpostería elevada en los que se empleaban guaduas partidas en dos o fuertes cortezas de árboles. En el Chocó y en el Raposo, los inventarios de las minas del siglo XVIII mencionaban cortes y pilas, y acequias para cada corte. Estos elementos están asociados igualmente a la técnica del canalón, pero indican el aprovechamiento de aguas-lluvias, tan frecuentes en la región del Pacífico. Las aguas-lluvias se recogían en depósitos (pilas) construidos en las cimas de las colinas y se conducían al lavadero por acequias. West hace notar el desconocimiento técnico por parte de los españoles que vinieron a la Nueva Granada. Por ejemplo, el hecho de que no se mencione en documentos coloniales el procedimiento de amalgamación con mercurio para separar el metal de los sedimentos. En realidad, hubo por lo menos un intento de introducir esta técnica hacia 1620 para las minas de filón de la región de Anserma. Para esta época las minas estaban en decadencia y los mineros no se atrevieron a encarar los costos de la innovación. Las limitaciones impuestas a la explotación por el nivel de la técnica empleada son más evidentes en el caso de las minas de filón. Estas se explotaban siguiendo la veta con tajos abiertos o mediante socavones de tiros inclinados. Los indígenas emplearon esta técnica en Buriticá y en Mariquita, aunque sin reforzar las galerías con armazones de madera. En Pamplona, alcanzada una cierta profundidad, los socavones tuvieron que abandonarse, debido al riesgo para la vida de los indígenas que los trabajaban. Que los pobladores españoles tuvieran que depender de las técnicas indígenas no sólo indica el desarrollo y el ingenio de tales técnicas sino también la ausencia, entre los ocupantes, de una actividad profesional. Aunque con el curso del tiempo llegaron a desarrollarse algunas técnicas ingeniosas, especialmente en Antioquia, los ciclos -que se repiten casi fatalmente en cada distrito- revelan en su fase final de decadencia una incapacidad para superar las limitaciones de procedimientos rutinarios. Los llamados mineros era en realidad capataces a sueldo de un señor de cuadrilla, de un encomendero o de un funcionario ausentista, y estaban encargados de supervigilar el trabajo de indígenas y esclavos. Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 En muchos casos la actividad de los señores de cuadrilla no solía reducirse a la minería. En el siglo XVI se trataba de encomenderos-terratenientes que encontraban lucrativo emplear a los indios de su encomienda en labores de minas. Algunos llegaron a realizar inversiones importantes en Zaragoza y, a la inversa, mineros afortunados se asociaron a familias de terratenientes y encomenderos en Santa Fe. En Popayán, a partir de la recuperación de las últimas décadas del siglo XVII, el papel de los comerciantes fue muy importante en las actividades mineras. Algunos tomaron la iniciativa de abastecer con esclavos los reales de minas o de combinar la minería con la explotación de haciendas. La decadencia del sector de encomenderos abrió paso al predominio de comerciantes capaces de realizar inversiones en los nuevos yacimientos y simultáneamente disminuir los costos de explotación al encargarse ellos mismos del abastecimiento de esclavos y comestibles. El problema del trabajo en la minería del oro se ha encarado usualmente con la noción un poco vaga de que en algún momento el trabajo indígena fue n;mplazado por el de esclavos negros traídos del Africa. Esta sustitución súbita habría obedecido a la voluntad de la Corona española de proteger a los indígenas de un trabajo agotador. De otro lado, se alega, el trabajo indígena daba pobres rendimientos y los esclavos negros resultaban más aptos y más resistentes a las duras jornadas de la explotación minera. Hemos visto, sin embargo, cómo las técnicas mismas de la explotación del oro dependieron de la experiencia acumulada por los indígenas en muchas regiones. No eran pues motivos de idoneidad para este trabajo lo que inducía a remplazados. Ni la sustitución se operó de un momento a otro. Durante mucho tiempo la institución de la encomienda, mediante la exigencia del pago de los tributos en oro, sirvió para servirse de cuadrillas de indígenas en la explotación de los yacimientos. A Pamplona, por ejemplo, después de 1551 fueron conducidas cuadrillas de más de cien indios sacados de las encomiendas de la provincia en Tunja. En la gobernación de Popayán el empleo de indios en las minas fue generalizado, y desde 1554 los vecinos de Popayán, Cali, Cartago y Anserma se resistían a la aplicación de las Leyes Nuevas que prohibían este tipo de trabajo. A pesar de la acción de obispos y visitadores el trabajo minero de los indígenas perduró allí, por cuanto vecinos' La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 y encomenderos alegaban la imposibilidad de emplear esclavos debido a sus costos. En 1570, tanto las ordenanzas del virrey Francisco de Toledo en el Perú como otras similares promulgadas por la Audiencia de Santa Fe sancionaron esta situación de hecho, permitiendo que los indígenas trabajaran en las minas "voluntariamente" y mediante la paga de un jornal. El intento de introducir un régimen salarial no pasaba de ser una intención piadosa, debido al tipo de relaciones de dominación que se derivaban de la encomienda. De esta manera, el trabajo indígena generalizado se prolongó hasta bien entrado el siglo XVII, particularmente en la provincia de Popayán. En cuanto a Santa Fe, debe recordarse que a fines del siglo XVI se organizó un sistema de mitas (o trabajo forzado) para la explotación de la plata en Mariquita. Este sistema, con algunas interrupciones, iba a perdurar durante todo el siglo XVII y las dos primeras décadas del XVIII. La disminución del trabajo en las minas que pesaba sobre los indios (y que las tasaciones de tributos en oro autorizaban indirectamente) sólo vino a ser efectiva en virtud de conflictos de intereses dentro del sistema mismo de la encomienda. En algunos casos, el trabajo indígena (de una manera semejante al trabajo servil de criados ingleses en las Antillas) sirvió para acumular los capitales necesarios para una inversión ulterior en esclavos negros. Este parece haber sido el caso en Remedios e, indirectamente, en Zaragoza, en donde algunos encomenderos llegaron a introducir esclavos. Sin embargo, muchos encomenderos de las regiones más favorecidas con población indígena no estaban interesados directamente en las minas, e inclusive, algunos mineros las habían abandonado a comienzos del siglo XVII para convertirse en terratenientes. De esta manera surgió un conflicto entre las necesidades de abastecimiento agrícola de las ciudades y las exigencias insaciables de mano de obra de los centros mineros. Esta situación no era tan aparente en Popayán, en donde encomenderos-terratenientes se dedicaban a la minería. En el Nuevo Reino, en cambio, la mita minera de Mariquita provocó una controversia sobre los efectos nocivos para la agricultura del drenaje continuo de los indios. Por otra parte, el empleo de los indígenas en la minería dependió siempre de su relativa abundancia. Las regiones cuya población indígena era escasa o demasiado hostil (los yaci- 129 mientas antioqueños o la primera ciudad de Toro) se vieron obligadas a emplear esclavos negros. Esta carencia condujo de todas maneras a la quiebra de los yacimientos auríferos más ricos del siglo XVI por la falta de abastecimientos que podía proporcionar una población indígena. Allí, como en los centros explotados por indígenas, las cuadrillas de esclavos fueron diezmadas rápidamente. Así, la decisión de emplear esclavos negros no obedeció a una voluntad deliberada de ahorrar a los indígenas un trabajo agotador. Se trató, en el mejor de los casos, de mantener un equilibrio entre los requerimientos de mano de obra en las minas y la necesidad de los abastecimientos proporcionados por haciendas de los encomenderos. La inversión en esclavos negros pareció siempre demasiado onerosa a aquellos que tenían acceso al trabajo indígena, y sólo se decidieron a efectuarla cuando el trabajo indígena comenzó a faltar. Si el trabajo de los indios creaba un conflicto de intereses entre terratenientes-encomenderos y mineros, la compra de esclavos negros, que favorecía desmesuradamente a algunos comerciantes, no tardó en crear enfrentamientos entre mineros y comerciantes. A fmes del siglo XVI era claro para los habitantes de Zaragoza que sólo los esclavos obtenidos a crédito podían procurar el oro para amortizar su propio valor. La riqueza de los yacimientos permitió que se concentraran allí unos tres mil esclavos, pero con este número se alcanzó un tope que a partir de 1600 comenzó a disminuir. Todo indica que la premura de los mineros para amortizar el valor de los esclavos condujo a una explotación excesiva y al agotamiento de la mano de obra. Por esta razón fue una operación rentable sólo en el corto plazo, y muchos mineros la abandonaron en el momento justo para obtener una situación más estable en Santa Fe. Otros cargaron con la ruina y con las dificultades cada vez mayores de remplazar los brazos que iban faltando. En ausencia de condiciones favorables, la posibilidad de reproducción de los esclavos, y con ello una menor dependencia del abastecimiento de esclavos adultos y costosos, quedaba excluida. El segundo ciclo productivo, que arranca con la conquista del Chocó, presenta rasgos diferentes en cuanto al trabajo. En primer término, la permanencia de cuadrillas de esclavos más amplias, gracias a un abastecimiento regular. 130 Luego, un equilibrio real entre producción minera y abastecimientos agrícolas. Finalmente, la posibilidad de reproducción de la mano de obra en virtud de condiciones favorables creadas por una alternativa de empleo y de permanencia en explotaciones agrícolas. Dentro del sistema defensivo del Imperio y la ruta de la Carrera de Indias, Cartagena gozó de una situación estratégica que favorecía no sólo la introducción lícita de esclavos y mercancías, sino que invitaba a su comercio ilícito por parte de holandeses, franceses e ingleses. Aunque se trataba de un centro distribuidor de la trata negrera desde el siglo XVI, el número de esclavos internados en la Nueva Granada, legalmente o de contrabando, no parece haber sido excesivo. En 1598 el presidente Sande calculaba la presencia de unos seis mil esclavos para todos los yacimientos antioqueños. Todavía, durante los dos decenios del siglo siguiente, entraron por Cartagena (además del contrabando) unos 17 mil esclavos (12 mil por cuenta del Asiento de Baez Cutinho, entre 1603 y 1611, y otros 5 mil de Antonio Fernández D'Elvas, entre 1615 y 1621 ), pero es muy improbable, dados los preludios de una crisis en los yacimientos más importantes, que una parte significativa de estos esclavos haya sido internada para la producción minera o que el número de los seis mil esclavos indicado por Sande se haya incrementado. Para el segundo ciclo, centrado en lagobernación de Popayán, los datos que se poseen hasta ahora sugieren una mayor conexión entre la trata negrera desarrollada por Cartagena y la demanda de haciendas y minas. De tres asientos que se sucedieron entre 1696 y 1743: el de los portugueses, el de la Compañía francesa de Guinea y el de la Compañía de los mares del Sur (o South Sea Company, creación del antiguo monopolio inglés de la Royal African C ompany para atender el aprovisionamiento del Imperio español a raíz del tratado de Utrecht en 1713), hay trazas consistentes del internamiento de buen número de esclavos. Durante el período más activo, el de la Compañía de los mares del Sur, el crecimiento de los esclavos en el Chocó estuvo acompasado con las introducciones de la trata. Desde comienzos del siglo comenzaron a formarse allí cuadrillas que pronto excedieron en número a las que se mantenían en los yacimientos tradicionales de Jelima, Quinamayó, La Teta, etc., en los distritos mineros de Caloto y Almaguer. Hacia 1730 se calculaban 4 mil Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 esclavos en las minas de Popayán y los lavaderos del Pacífico, de las cuales más de 3 mil se encontraban en éstos. Diez años más tarde ya había diez mil y en 17 59 en la sola provincia de Nóvita se contaban 56 cuadrillas con un total de 4.322 esclavos. Según otras cifras (Sharp, 1975) los esclavos del Chocó habrían aumentado apenas a 5.756 en 1778 y a 7.088 en 1782, para caer a 4.968 en 1804. El aspecto más fundamental de este segundo ciclo de producción minera reside en el hecho de que, en un cierto momento, el crecimiento vegetativo de la población esclava pudo asegurar su reproducción sin tener que depender exclusivamente del abastecimiento exterior. Algunos datos iniciales (de una investigación en curso) sugieren que por lo menos en las haciendas y en el servicio doméstico los esclavos habían alcanzado desde muy temprano, índices positivos de crecimiento demográfico, si bien las minas tenían que ser abastecidas con esclavos bozales. Tal vez por esta razón, los esclavos bozales alcanzaban precios más elevados en el mercado de Popayán que los esclavos criollos, dedicados al servicio doméstico y a la agricultura. A mediados del siglo XVIII, la esclavitud no sólo sustentaba la producción minera, sino también un sistema de haciendas creadas para abastecer los centros mineros. Los comerciantes, que jugaron el papel más dinámico en este período, invertían tanto en las minas como en tierras. De su parte, algunos terratenientes se dedicaron al comercio y tuvieron cuadrillas de esclavos en minas y haciendas. En la juntura de los siglos XVII y XVIII comerciantes de Popayán se desplazaron hacia Cali, en donde encontraban más oportunidades sociales y mayores disponibilidades de tierra. Allí, en efecto, las unidades territoriales circulaban más que en la región de Popayán, en donde estaban asociadas todavía al régimen de la encomienda y a núcleos familiares más cohesionados. Las posibilidades de combinar explotaciones mineras con unidades productivas agrícolas valiéndose del mismo tipo de trabajo, presentaban la ventaja adicional del empleo más racional de éste. Los esclavos no sólo se desplazaban de las haciendas a las moradas urbanas, en donde apenas llenaban una función de prestigio para sus dueños, sino también de las minas a las haciendas y, probablemente,en menor medida, de las haciendas a las minas. Estos desplaza- La economía v la sociedad coloniales. 1550-1800 mientas estaban regidos por las posibilidades de rentabilidad de los esclavos y, en todo caso, permitían su reproducción en condiciones más favorables que en las minas. Ya se ha aludido en el curso de este trabajo a factores estructurales de la producción minera que la conducían fatalmente de un momento inicial de expansión a un declive paulatino. Este fenómeno está descrito por el perlíl de una curva en la que se advierten dos ciclos muy notorios de productividad en los siglos XVI y XVIII. Sin embargo, este es el resultado final de agregar las cifras de producción de distintos aislados, calculadas sobre los llamados quintos o impuestos percibidos por la Corona española. No sobra advertir que tales cifras están lejos de revelar la producción real de los distritos mineros. Por eso sólo son aceptables en cuanto muestran una tendencia, es decir, la evidencia en bruto de que en un momento dado la producción alcanzaba un cierto orden de magnitudes y en otro momento este orden se había visto drásticamente afectado. Este razonamiento se ve reforzado por el comportamiento de las curvas individuales de cada distrito. En el caso de Santa Fe, por ejemplo, entre 1565 y 1580 se mantuvo un techo de producción anual promedio de unos 160 mil pesos oro. A partir de 1600 la producción anual había disminuido a un promedio de 60 mil pesos, y a partir de 1620 se desplomó hasta alcanzar sólo 20 mil en 1625. La disminución de un orden de magnitudes de 8 al de 1 ilustra la noción de tendencia, que dificilmente pudo verse afectada por el hecho de que en 1565-1580 o 1620-1625 las cantidades efectivamente extraídas hubieran sido mucho mayores que el oro declarado y quintado en las cajas reales. En Zaragoza la caída fue todavía más uniforme, pues en el caso de Santa Fe, varios distritos mineros, compensaban mutuamente sus altibajos. En Zaragoza se pasó de 300 mil pesos oro a la mitad de esta cifra en 1620 y a menos de 50 mil hacia 1640. Lo mismo ocurrió en Cáceres, Remedios, el distrito de Cartago y Popayán. Los descensos dramáticos de la producción en cada distrito minero, solían ser advertidos muy pronto por los oficiales de las cajas reales y def Tribunal de Cuentas de Santa Fe. Las quejas frecuentes, que tendían a aliviar la condición de los mineros en materia fiscal, llevaron a paulatinas reducciones del quinto real a un 131 octavo, un décimo, un duodécimo, un decimoquinto y un vigésimo. Es cierto que, en materia de quintos, hubo fraudes permanentes. Pero aun así, otras cifras de las cajas reales reproducen un orden paralelo de magnitudes. Las alcabalas de Zaragoza, por ejemplo, pasaron de más de 2.500 pesos oro en 1596, a 600 en 1620 y a 200 en 1640. Aquí debe anotarse que si bien la observación sobre la simple tendencia de las cifras de producción puede ayudar a plantear hipótesis sobre la estructura de la producción mmera y de sus crisis, éstas deberían verificarse con estudios sobre explotaciones individuales. Un estudio reciente de William F. Sharp, sugiere una aproximación al problema del fraude a tavés del estudio de la rentabilidad del sector globalmente considerado. Este estudio sobre la minería en el Chocó en el siglo XVIII está inspirado en las técnicas de la New Economic History norteamericana, la cual aspira a ligar más estrechamente la investigación histórica a modelos y razonamientos de la teoría económica neoclásica. Sharp se basa en la consideración de que si se comparan las cifras del oro declaradas en las cajas reales con la inversión total de capital y con los costos de producción, la tasa de ganancia para la actividad minera sería negativa a partir de 1759. Este resultado no se compadece con el auge de la producción. Para plantear esta hipótesis el autor se vale de un modelo en el que reconstruye todas aquellas variables (ingresos declarados, depreciación de activos -incluidos los esclavos-, costos de manutención de las cuadrillas, valor total de los esclavos, etc.) que determinan la tasa de ganancia. De esta manera llega a la conclusión de que para que la tasa de ganancia fuera positiva, se requería que la producción representara el doble o un tercio más de lo que fue declarado. Otros resultados de la investigación resultan igualmente sugestivos. El autor los formula así: l. Se dio un período de auge de la minería del oro en el Chocó entre 1725 y 1785. 2. En el curso de la primera mitad del siglo los propietarios de cuadrillas obtenían grandes provechos con pocos esclavos. Esto lo mcitó a aumentar su inversión en esclavos. 3. Aunque el número de esclavos se duplicó entre 1759 y 1782 la explotación fue tornándose menos provechosa. 132 Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 4. Con una tasa de ganancia declinante los jados inicialmente por la sencilla ecuación entre propietarios redujeron sus cuadrillas y con ello el número de ocupantes y la disponibilidad de los costos de su mantenimiento. En algunos ca- tierras. Este problema presenta dos aspectos. sos los mismos propietarios estimularon un pro- Uno, el de los mecanismos de hecho o derecho que condujeron a las apropiaciones. Otro, el de ceso de manumisión por compra. 5. Lo anterior tiende a mostrar que, en el las determinaciones económicas que las confiChocó, un límite óptimo de rentabilidad se al- guraron. canzó cuando el número de esclavos llegó a 5 El origen de la propiedad de la tierra para mil. los ocupantes españoles está ligado a situaciones 6. Aunque entre 1782 y 1804 el número de poder y de privilegio. Cada poblamiento pode esclavos disminuyó en más de dos mil, la seyó un cabildo designado inicialmente por el producción se mantuvo e inclusive aumentó. caudillo de la hueste, elegido más tarde por Las hipótesis y conclusiones de Sharp miembros de la hueste que habían adquirido la abren nuevas perspectivas a la investigación. calidad de vecinos e integrado luego por dignaMucho se ha discutido sobre la pertinencia de tarios vitalicios que habían comprado el cargo. aplicar criterios de rentabilidad capitalista a em- Estos cabildos, integrados casi siempre por vepresas surgidas en un período precapitalista o cinos encomenderos, se atribuyeron la facultad de reconstruir datos sobre cálculos plausibles de otorgar estancias, caballerías y solares. Otras pero sin una evidencia empírica consistente. veces el título provenía del caudillo o del goberCon todo, es evidente que los métodos de la nador de una provincia y, finalmente, de las New Economic History ayudan a precisar pro- audiencias o de su presidente. blemas que de otra manera no surgirían en el Las numerosas otorgaciones de los cabildos horizonte de las preocupaciones usuales del hisno fueron sino títulos precarios, pues nunca tutorirador. vieron la autorización del monarca español En este caso, por ejemplo, valdría la pena quien, en teoría (la teoría de la época, naturalpreguntarse si los dos ciclos de productividad mente), había tomado posesión de las tierras que se han señalado poseen una estructura dife- americanas por derecho de conquista. Esta prerente. En el caso del primero, asociado particu- cariedad no fue un obstáculo para que la actualarmente con los veneros antioqueños, ¿la drástica disminución de las cuadrillas fue una con- ción de los cabildos creara situaciones permasecuencia del alza del costo de los mantenimien- nentes con respecto a la tierra. Estos cuerpos tos? Y en el segundo ciclo, con la creación de representaban sin matices los intereses de los haciendas en el valle del Cauca, ¿no habían encomenderos y por eso sus otorgaciones recasurgido condiciones más favorables para que se yeron, por lo general, entre éstos. Se trataba de diera un equilibrio entre producción agrícola y un núcleo reducido de personas (casi en ninguna actividad minera? ¿La reducción en el número parte más de 60 o 70 individuos) que, a través de esclavos observada por Sharp entre 1782 y del cabildo, podía controlar la asignación de 1804 pudo obedecer a su traslado a las hacien- todo tipo de recursos: tierras, minas, aguas, bosdas, en donde resultaban más rentables? Todas ques, etc. La preponderancia de los encomenderos les estas preguntas sugieren una conexión tan estrecha entre minería y agricultura, que la encuesta permitió también usurpar tierras de los indios. de Sharp debería ampliarse para abarcar los dos Entre 1550 y 1590 éstos debían trabajar gran sectores. Otros problemas menores surgen con parte de sus tierras en beneficio exclusivo de respecto al cálculo de la población esclava o sus encomenderos al cultivar para ellos tributos con sus precios, datos que están lejos de alcanzar en especies (trigo, cebada, maíz y a veces gar-en el ensayo de Sharp-, la consistencia (hard banzos, habas, fríjoles, caña y lino). Fuera de data) requerida por los razonamientos de laNew esto, debían dar indios de servicios (un 3 o 4% de los varones adultos) para los aposentos del Economic History. encomendero, los cuales eran casi siempre tierras ocupadas de hecho en las inmediaciones La agricultura del asentamiento indígena. Además, la obligación del tributo en especie significaba un verdaLos patrones de la apropiación de la tierra por parte de los ocupantes españoles fueron dero usufructo de las tierras de los indios. Con La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 la disminución de estos las tierras vacías podían ser incorporadas al núcleo de los aposentos. A las otorgaciones de los cabildos y a las usurpaciones vinieron a sumarse las mercedes de tierra por parte de la Corona a través de las audiencias y de los gobernadores. En muchos casos estas mercedes no hicieron otra cosa que sanear títulos precarios o usurpaciones antenares, como en el caso de las composiciones posteriores a 1590. Para esta época la población indígena había quedado reducida a un 10% de su tamaño original. Reducida a poblamientosy confinada a resguardos, es decir, nucleada de tal manera que su patrón de poblamiento disperso quedaba abolido, muchas tierras se desembarazaron y fueron objeto de mercedes nuevas. Por debajo del aspecto jurídico-formal de la apropiación subyace el problema más complejo de la evolución económica que llevó a la efectiva ocupación de la tierra por parte de los españoles. Inicialmente las comunidades indígenas proveyeron de abastecimientos agrícolas a los pobladores españoles. Estos no eran muchos, y en casi todas las nuevas fundaciones el contorno indígena podía producir los excedentes necesarios para alimentarlas. La composición misma de los tributos exigidos muestra a las claras que a través de ellos eran canalizados los excedentes agrícolas para el consumo de los pobladores españoles. A través del tributo se impuso también una transformación en las siembras de los indios, obligándolos a cultivar trigo y cebada en vez de maíz tradicional. Por esta razón las primeras otorgaciones de tierras por parte de los cabildos apenas echaron mano de las goteras del núcleo poblado por españoles. Entre los primeros vecinos se distribuyeron solares urbanos y caballerías y peonías confmadas dentro de unos términos que respetaban todavía el poblamiento indígena y que estaban destinadas al cultivo de hortalizas y a mantener algún ganado. El crecimiento del núcleo urbano español (la "República de los españoles") y la disminución desastrosa de los indios, quebrantaron muy pronto este equilibrio inicial entre las necesidades de los ocupantes y la capacidad de las economías indígenas para satisfacerlas. Esto dio origen a la aparición de las primeras estancias, alrededor de los aposentos de los encomenderos. Aun entonces el grueso de la producción siguió gravitando sobre las tierras de los indígenas. Las tasaciones de los tributos llevadas a cabo 133 en Santa Fe y Tunja entre 1551 y 1571/2 muestran cómo se consideraba indispensable asegurarse el pago de tributos en especie para el abastecimiento de las ciudades. De otro lado, el número de indígenas asignados para el trabajo permanente en las estancias de los encomenderos resulta relativamente bajo. En 1565 este concurso se limitó en dos ocasiones al 3 y al 4% de la población masculina adulta. En adelante, a medida que se consolidaban las explotaciones en manos de españoles y disminuía la población indígena, esta proporción fue elevándose en la práctica hasta llegar al 15% en algunos casos. El proceso de formación de estancias de españoles es muy mal conocido. Aunque se repite a menudo que las mercedes de tierra fueron independientes jurídicamente de las otorgaciones de las encomiendas, lo cierto es que fueron los encomenderos quienes monopolizaron la tierra en el curso del siglo XVI. Ellos controlaban, por un lado, los cabildos que la otorgaban y, por otro, no sólo disponían con exclusividad de la mano de obra indígena para explotarla, sino que, con o sin títulos, estaban en posibilidad de usurpar las tierras de los indios encomendados. A fines del siglo y comienzos del siguiente, sin embargo, las presiones contra este doble monopolio fueron suficientes para introducir modificaciones importantes. A pesar de la cohesión del grupo de encomenderos, que les permitía guardar dentro de linajes familiares una encomienda más allá de las dos vidas previstas por la ley, la multiplicación de las familias fue haciendo aparecer un grupo creciente de propietarios no encomenderos. De otro lado, también surgieron simples labradores que aspiraban a disponer de la mano de obra indispensable para los trabajos agrícolas. En este grupo habría que incluir a una población mestiza en aumento que se toleraba mal en el seno de la "República de los españoles" y a la que se prohibía residir en los pueblos de indios. La actividad de los encomenderos que recibieron tierras fue muy desigual. Algunos las explotaron y se propusieron acrecentarlas, otros se contentaron con percibir los productos que los indígenas estaban obligados a cultivar para ellos, y algunos hasta se desprendieron de sus tierras en favor de los más emprendedores. Esto último dio origen a al~nas concentraciones latifundiarias en la región de los altiplanos de Santa Fe, Tunja, Pasto y Popayán. De suyo, las 134 otorgaciones originales eran enormes. Entre 1540 y 1585 se otorgaron en Santa Fe y Tunja estancias de ganado mayor y estancias de pan sembrar que equivalían a 2. 540 y 635 hectáreas, respectivamente. A partir de 1585, estas medidas se redujeron a370 y 327 has. para las de pan. En las regiones de los altiplanos, sin embargo, la apropiación indefmida de tierras encontraba un límite en las labranzas indígenas. Como de éstas dependían los ingresos de los mismos encomenderos, los indios rudieron gozar de tierras por lo menos hasta e momento en que su propio encomendero las usurpaba. La competencia de mestizos y de una creciente población española contribuyó también a que la concentración latifundiaria no fuera absoluta. En otras regiones, en cambio, la ecuación entre población y tierras disponibles dio lugar a inauditos acaparamientos de tierras que se dedicaban a la ganadería extensiva. Este fue el caso de los dos grandes valles interandinos en donde otorgaciones y mensuras se designaban simplemente por leguas, de más de 8 mil metros. La unidad productiva colonial, la hacienda, conoció diversas formas en distintas épocas y lugares durante el período colonial. En los altiplanos del centro de lo que hoy es Colombia acabamos de ver cómo empezaron a formarse estancias cuando los excedentes de la agricultura indígena fueron insuficientes para alimentar a la población española. Estancias en la jurisdicción de Santa Fe, Tunja, Vélez y Villa de Leiva, no sólo abastecieron estos centros urbanos, sino también las explotaciones mineras del valle del Magdalena, de Victoria, Remedios y tan lejos como Cáceres y Zaragoza. Quedan muy escasos testimonios de la actividad de estas unidades productivas de formación temprana. Se sabe, eso sí, que producían y comercilizaban cantidades considerables de trigo y de cebada. Es muy probable que su esquema de funcionamiento haya sido similar al de la estancia de Chiquinquirá, propiedad de la encomendera de Suta, quien empleaba 21 gañanes de su encomienda. De esta estancia se conocen las cuentas de quince años, entre 1590 y 1605. Según estas cuentas, el rendimiento de las semillas de trigo sembradas fluctuaba de 1 a 3 hasta 1 a 11 en los mejores años. De la producción, una buena parte (entre la cuarta parte y la mitad) debía reservarse para semillas, para pagar diezmos y para el consumo de la hacienda. La estancia empleaba también Nueva Historia de Colombia. Voi. 1 indios vaqueros, pastores, arrieros y molineros. Treinta en total para unas mil cabezas de ganado vacuno y más de dos mil ovejas. Cuando los encomenderos de Santa Fe y Tunja se vieron privados del monopolio de la mano de obra, clamaron por su ruina. Para ese momento, cuando visitas sucesivas de oidores de la Audiencia habían otorgado resguardos a los indios, las tierras más apetecibles ya debían haber sido ocupadas por españoles. Las otorgaciones de resguardos, que se hicieron entre 1590-1605 y se completaron en 1636, significaron un confinamiento de la población indígena al mínimo vital dejando tierras disponibles para mercedes y agrupando a los indios de tal manera que pudieran ser accesibles simultáneamente a varios estancieros españoles. Es obvio que, dada la densidad de la población total, las estancias de los españoles no podían aprovecharse con algo que se pareciera a una explotación intensiva. La acumulación de tierras servía en todo caso para monopolizar el mercado de la "República de los españoles" y de los centros mineros. Los indígenas, a los que se asignó entre una y dos hectáreas de tierra por cabeza, ya no podían generar excedentes en sus propias tierras, pero, en cambio, siguieron compelidos a trabajar en las estancias de los españoles. La limitación en el uso de mano de obra por parte de los encomenderos no sólo provino de las actuaciones administrativas de los oidores, sino de la disminución de los indios, que ya era alarmante a comienzos del siglo XVII. De otro lado, la presencia de propietarios no encomenderos forzó a adoptar un régimen de distribución de mano de obra para las estancias con el control directo de la Audiencia. A petición de los interesados, encomenderos o no, este organismo ordenaba a los corregidores asignar un porcentaje de indígenas al propietario para sus labores. Los encomenderos dejaron de gozar del privilegio de tener trabajadores permanentes como prestación del tributo o de poder disponer de una comunidad entera para las labores de la cosecha. Sin embargo, cada vez fue más frecuente la presencia de "agregados" en las haciendas, es decir, de indios huidos de su comunidad que pretendían escapar a la obligación del tributo de las levas de la mita para las minas de plata. Es verosímil también que entre la población mestiza se fueran intensificando formas de colonato, es decir, que vaqueros y gañanes mestizos recibieran algunas tierras den- La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 tro de las haciendas a cambio de la obligación de trabajar en ellas por un tiempo determinado. En los primeros decenios del siglo XVII las propiedades de españoles aumentaron en virtud de mercedes de tierras otorgadas sobre los pedazos que se había obligado a abandonar a los indios en el momento de asignarles resguardos. Así surgieron, al lado de los grandes hacendados que habían recibido mercedes en el siglo anterior, los llamados estancieros o propietarios medianos y los simples labradores, generalmente mestizos e inmigrantes españoles pobres. Los resguardos contribuyeron a fijar una residencia nucleada de los indios que hasta entonces se habían resistido a varios intentos de las autoridades españolas para poblarlos. La construcción de capillas doctrineras a comienzos del siglo XVII y la residencia permanente de un doctrinero, contribuyeron también a abolir la dispersión, aunque siguieron dándose casos de migración. Los indígenas pudieron también, como se ha indicado, distribuirse mejor entre los estancieros mediante conciertos y alquileres. El régimen del concierto (o de trabajadores permanentes) y de alquiler(o de trabajadores estacionales o temporales en mayor número que el anterior) proveyó de mano de obra las propiedades durante todo el siglo XVII y gran parte del XVIII. Sin embargo, ya a mediados del siglo XVII, un auto del presidente de la Audiencia permite entrever una crisis que enfrentaba a propietarios importantes con estancieros y labradores. El auto reservaba la posibilidad de emplear indios de concierto y alquiler a quienes poseyeran una propiedad sustancial y excluía en todo caso a propietarios indígenas o mestizos. Hay evidencias también de que los encomenderos se vieron más favorecidos que los propietarios no encomenderos, estancieros y labradores, con el nuevo sistema. Durante el siglo XVII, el régimen de concierto y de alquiler sustentó un tipo de unidad productiva agrícola que se había originado en el siglo antenor, bajo el régimen de la encomienda. Con el incremento que aportaba la tracción animal (usada muy parsimoniosamente en el siglo XVI) se mantuvieron niveles de producción (en cereales, productos lácteos, tubérculos y hortalizas) suficientes para abastecer las ciudades y aun centros mineros y la plaza fuerte de Cartagena. Los propietarios de Santa Fe y Tunja mantuvieron también en el siglo XVII trapiches de 135 caña de azúcar en las tierras calientes próximas al altiplano: en Guaduas, Tocaima, Tena, Pacho, Tocarema y Valle de Tenza. En los últimos decenios del siglo fueron concentrándose en estas regiones arrendatarios mulatos y mestizos que establecían pequeños trapiches por su cuenta. A finales de siglo, los grandes propietarios de Santa Fe se sintieron amenazados por esta proliferación y quisieron forzar la aplicación de una antigua ordenanza que prohibía entablar trapiches con menos de seis esclavos y acordaron no arrendar tierras en adelante. Este conflicto se prolongó durante todo el siglo XVIII. A mediados de este los propietarios se escandalizaban de que: " ... Los peones llamados tomineros, que debieran trabajar en las arrias y demás ministerios de tales haciendas, se extraen (sic) de éstas por no vivir bajo la enseñanza y doctrina cristiana que infaliblemente en ellas se observa y diariamente se practica, porque hallan los tales trapichillos en que trabajar con una libertosa condición ... " Y más adelante: " ... El reino gozará de aquellos opimos efectos que experimentan los que conservan por su gobierno división de clases en las labores, frutos, oficios, dueños y trabajadores como libres de la confusión que en éste se reconoce, de que aquél que había de ser peón, tominero, arriero u otro ministerio, por verse dueño de un tal trapichillo o semejante al dueño, ocasiona ya por sí, ya su ejemplo, la anunciada ruina a nosotros y a sí propio se fabrica otra tal ... " (AGI. Santa Fe 677 Doc. 15). Este tipo de racionalización sobre el bien de las "clases inferiores", que había sido tan frecuente en el siglo XVI para someter al indio, a quien se atribuía todo tipo de defectos, sonaba en falso en el siglo XVIII. Ya en 1718 se había suprimido la encomienda y en 1720 todo sistema de trabajo compulsivo en agricultura. Esta, además, había entrado en crisis, pues desde 1693 hasta 1700 una sucesión de malas cosechas puso en peligro el mercado de Cartagena. Entre 1701 y 1713 los hacendados del Nuevo Reino apenas contribuyeron con una cuarta parte de los abastecimientos de la plaza. A partir de 1713 este mercado estuvo controlado por las introducciones inglesas de trigo, amparadas por la trata negrera. Las tierras bajas de los valles interandinos y de la costa, tuvieron patrones diferentes de 136 ocupación y de explotación que los altiplanos. Allí, en ausencia de una mano de obra abundante, la ocupación efectiva fue más tardía. En el valle del Alto Magdalena, como territorio de frontera hasta la derrota de los pijaos, el ganado comenzó por señalar la presencia de los ocupantes. Al término de las guerras, en el segundo decenio del siglo XVII, las reses cimarronas eran tan abundantes que dieron origen a una economía pastoral desarrollada en vastos latifundios. La región de Neiva se convirtió en una dehesa que debía abastecer los altiplanos de Santa Fe y Popayán. A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII los propietarios de Neiva procuraban deshacerse de la obligación de llevar sus ganados al Nuevo Reino, a cuya jurisdicción pertenecían, para vepderlos e~ Popayán, en donde encontraban meJores preciOs. El valle del Cauca abasteció también de carne desde muy temprano a las regiones mineras de Antioquia y Popayán y a algunas ciudades de la Audiencia de Quito. Los patrones de ocupación de la tierra habían sido muy semejantes a los del valle del Magdalena. En el curso del siglo XVII dominó en el valle del Cauca el latifundio ganadero con propietarios que residían en las ciudades de Cali, Buga, Caloto y Popayán. El surgimiento de una nueva frontera minera en el Chocó indujo algunos cambios en el latifundio original. Por un lado, la minería creó un mercado que podía absorber algunos productos agrícolas y, sobre todo, aguardiente de caña. De otro, la presencia masiva de esclavos alteró en algo la ecuación hombre-tierra cuyo balance había sido tan precario en los siglos XVI y XVII. Con la aparición de una nueva unidad productiva -la hacienda- que implicaba una reacomodación de las tierras más fértiles y una cierta medida de trabajo intensivo, los grandes rebaños de las haciendas del valle geográfico fueron diezmándose. La región empezó a atraer los ganados de Neiva, en desmedro del abastecimiento de Santa Fe, creando un nuevo eje sobre el cual gravitaba la economía entera del Nuevo Reino. La formación de haciendas del valle del Cauca en el siglo XVIII y a fines del XVII presenta variantes a un modelo demasiado rígido que polariza las explotaciones agrícolas con grandes disponibilidades de tierra en haciendas y plantaciones. Como lo ha observado recientemente el americanista sueco Magnus Mórner, estos dos modelos constituyen los eslabones terminales de una cadena de posibilidades que combinarían Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 uno y otro. Por otra parte, la formación de estas unidades productivas sirve para ilustrar la tesis, también reciente, que sotiene que entre la aparición de la hacienda y la explotación minera no hubo solución de continuidad. La tesis tradicional sostenía, en efecto, que la hacienda había surgido como una alternativa al fracaso final de las explotaciones mineras. Por ejemplo, en México -país que ha fijado irresistiblemente la atención en cuanto a las formaciones agrarias se refiere-, los mineros que confrontaban la decadencia de sus explotaciones habrían invertido en tierras. Esta interpretación -que puede llamarse clásica- no tomaba en cuenta las conexiones necesarias entre un sector minero y su fuente de abastecimientos agrícolas. Veamos un poco más en detalles estos dos problemas. En cuanto a la forma, las explotaciones agrícolas del valle del Cauca en el siglo XVIII no correspondían exactamente al modelo de la hacienda o de la plantación. Estos dos modelos suelen describirse tanto por las relaciones de producción que generan como por su radio de acción con respecto a un mercado. Así, la hacienda se caracteriza por mantener relaciones de peonaje para asegurar una mano de obra indispensable y por estar vinculada a un mercado local. La plantación, en cambio, posee una inversión considerable en mano de obra (esclavos) y sus productos están orientados hacia un mercado internacional. Además, a lo menos en las plantaciones inglesas de las Antillas, las cantidades tanto de tierras como de mano de obra tendían a alcanzar un límite óptimo, por debajo o por encima del cual la plantación dejaba de ser rentable. Ahora bien, las explotaciones del valle del Cauca combinaban más o menos arbitrariamente aspectos de uno y otro modelo. Como las plantaciones, empleaban mano de obra esclava (aunque en cantidades mucho más modestas) pero sus productos estaban destinados a un mercado local. El empleo de esclavos en las haciendas era una consecuencia del predominio de los mineros. Estos podían hacerse a tierras baratas y asegurarse una fuente de abastecimiento regular para sus empresas mineras, empleando una mano de obra que de otro modo hubiera estado desocupada o producido rendimientos muy bajos en las minas. Es probable también que la residencia de los esclavos en las haciendas haya sido más favorable a su reproducción que en las minas y que por lo tanto las haciendas hayan La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 sido también una fuente de abastecimiento de mano de obra. ¿Haciendas o plantaciones? Los rasgos más peculiares de estas explotaciones agrícolas de tipo colonial eran apenas subsidiarios de una economía minera no sólo en cuanto al mercado para sus productos, sino también respecto al tipo de mano de obra empleado. Su evolución posterior estuvo condicionada por los avatares de las explotaciones mineras hasta el punto de estancarse en el momento en que la minería del oro entró en decadencia. A fines del siglo XVIII comenzó a insinuarse la presencia de sistemas de colonato (asociados a la explotación del tabaco), los cuales se generalizaron en el siglo xix, particularmente después de la abolición de la esclavitud. Si estas haciendas contrastan con el modelo tradicional en el tipo de mano de obra empleando inicialmente, su evolución posterior pudo mostrar un parentesco mayor que con las plantaciones. Además, la utilización misma de la tierra no puede compararse con el tratamiento que recibía en la economía antillana, altamente competitiva. Aquí la unidad productiva combinaba porciones reducidas sembradas de caña con platanares, cultivos de arroz y grandes reservas de pastos naturales para una ganadería extensiva. En algunas partes del valle geográfico (en el norte, entre Roldanillo y Río frío, en las inmediaciones de Cali y en el sur del valle, en la jurisdicción de Caloto) pudieron instalarse pequeños cultivadores, a veces pardos y mestizos. Las haciendas mismas permitieron el asentamiento de "agregados" que mantenían porqueras, rozas y algunas cabezas de ganado. La presencia de esta población que iba en aumento permitió la formación de núcleos y poblamiento que a fines del siglo XVIII se reconocían como parroquias o viceparroquias. Estas formas de poblamiento en ocasiones en torno a la capilla de una hacienda, contrastaban con la de los altiplanos, en donde una población indígena original había dado paso a una creciente mestización y a la conversión de los primitivos pueblos de indios en parroquias de "españoles" a finales del siglo XVIII también. El comercio El comercio fue una actividad integradora del mundo colonial español. En la medida en que comerciantes itinerantes se desplazaban por las regiones del Imperio, éstas quedaban ligadas 137 a circuitos más vastos de circulación de los bienes. Los comerciantes eran los agentes del desplazamiento de riquezas y del drenaje de excedentes. A pesar de los riesgos de su actividad -entre los que figuraban los malos caminos y la precariedad de las relaciones jurídicas- el comerciante gozó siempre de ventajas económicas frente a los productores directos. Desde los tiempos de la Conquista el comerciante estuvo por encima del resto de los ocupantes, si no en consideración social, por lo menos en cuanto a las oportunidades de amasar una fortuna excepcional. El papel de los comerciantes como acumuladores de riqueza no se limitó, empero, a servir de eslabón entre una metrópoli que drenaba excedentes productivos y colonias en las que había avidez o necesidad de consumir productos europeos. Durante los siglos XVII y XVIII, cuando encontraron una aceptación social más favorable, los comerciantes no se contentaron con hacer una fortuna para disfrutarla en España. Muchos buscaron incorporarse a la nueva sociedad e invirtieron en minas y haciendas. A este fenómeno puede atribuirse, por lo menos en parte, la nueva prosperidad alcanzada en el siglo XVIII. El comercio no fue una actividad estrictamente profesional en América. Desde los días de Jerónimo Lebrón, muchos funcionarios -fueran el mismo presidente de la Audiencia, los gobernadores y los oidores o simples jueces de comisión y otros funcionarios menores- se vieron envueltos en actividades comerciales. Durante todo el período colonial los funcionarios de la Corona fueron acusados insistentemente de buscar un lucro en el comercio e inclusive en el contrabando. De otro lado, la venalidad de ciertos cargos abrió la puerta para que comerciantes buscaran el prestigio que aquellos implicaban y los compraran. En ciertos casos, la práctica comercial era hasta una ventaja para ejercerlos. Desde un punto de vista profesional, los comerciantes eran de dos clases: mercaderes de la carrera o comerciantes al por mayor, con vinculaciones directas con Cartagena y Sevilla, y simples tratantes o comerciales locales al por menor. Los mercaderes de la carrera eran en su mayoría españoles, aunque muchos de ellos estuvieran avecindados en Cartagena,Mompox, Santa Fe, Tunja, Honda, Popayán o Quito, Estas ciudades fueron muy pronto los centros nodales del comercio, desde donde las tiendas de los mercaderes repartían los géneros a centros mi- 138 neros o ciudades menores. Los mercaderes de la carrera manejaban capitales que desde el siglo XVI podían sobrepasar los cien mil pesos de plata (o patacones), riqueza con la_ que sólo c?ntados terratenientes y algunos mmeros podian rivalizar. Estos comerciantes al por mayor manejaban una gran parte del crédito colonial, aquél que estaba representado por obl!gacio~es. pers?nales, garantizadas por una escntura pubhca (sm garantía hipotecaria),por simples vales o por un asiento en sus libros. Los préstamos que usualmente se otorgaban los mismos merca~eres entre sí solían ser de una cuantía excepciOnal y se consignaban ante un escribano. En ocasiones se trataba de contratos de comandita encubiertos bajo la ficción legal de un préstamo. Los plazos para tales préstamos no solían exceder de un año y su tasa de interés era mucho mayor que la de los préstamos censitarios, usuales entre terratenientes. Aunque la tasa de interés de estos préstamos solía ser del 10% (contra un 5% de los préstamos censitarios ), en el momento de la llegada de la flota a Cartagena podía elevarse al 20 y al 25%. Los grandes mercaderes se hacían cargo también de "empleos" es decir, de dinero de los particulares -fueran comerciantes o no- que deseaban hacer una inversión fructífera en las ferias de Cartagena o en la plaza de Quito. Estos "empleos" ampliaron el desastre a muchas fortunas del interior cuando ocurrió el saqueo de Cartagena por los franceses en_ 1697. Prec~sa­ mente ese año muchos comerciantes de Qmto, Popayán y Santa Fe habían bajado a esperar la armada con sus propios capitales y numerosos "empleos". El adelanto de mercancías de los mercaderes a los tratantes o a simples particulares se consignaban en memorias o en simples yales. Los asientos de los libros de los comerciantes podían aducirse también como p-.:n~ba en juicios ejecutivos. Gran parte de la ac~IVIdad y de los desplazamientos de los comerciantes giraba en tomo a estos cobros, aunque podían realizarlos también mediante apoderados, generalmente otros comerciantes. La frecuencia de poderes en los archivos notariales sugiere una comunidad de mercaderes bien asentada, en la que la proveniencia de una misma región ~n España o vínculos familiares y de amistad Jugaban un gran papel. Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 Desde el siglo XVI las fortunas más considerables aun entre encomenderos, pertenecían a aquell~s que podían dedicars~ al com~rcio. Algunos encomenderos lo hacian por mterpuesta persona (sobre todo cuando tenía~ tie~~a abierta) para no inhabilitarse para el eJercicio de cargos honoríficos, generalmente en el .cabildo de su ciudad. Pero ya en la segunda rmtad del siglo XVII grandes comerci_antes en Santa Fe (Ricaurtes, Londoño y Trasmiera) y e!! Popayán (Arboleda, Hurtado del ~guila, Dieg~ _de Vitoria) no sólo estaban asociados a la pohti~a local, sino que ocupaban cargos en la ~urocr~cia imperial. Un Ricaurte era oidor en Qmto, mientras su hermano había heredado la tesorería de la Moneda en Santa Fe. En Popayán, un Hurtado del Aguila fue contador de la Caja R~al a c~­ mienzos del siglo XVIII. Estas promociOnes VInieron después que los descendientes de un comerciante se habían integrado a los estratos más tradicionales y poseían haciendas y minas. La influencia local de los grandes comerciantes fue muy notoria en el curso del siglo XVIII. El comercio de esclavos y el contrabando estuvieron en el origen de las grandes fortunas de la época y de la influencia crecient~ de este sector. En algunos sitios la competencia por el poder local originó conflictos con otros sectores que finalmente se resolvieron a favor de los comerciantes, privilegiados por la política ilustrada de los últimos barbones. Las necesidades de los pobladores españoles atrajeron desde muy temprano mercancías europeas. Durante la Conquista es_t~s artí~ulos habían sido escasos, pues el aprovisiOnamiento desde Europa no sólo era precario ~i~o que el mismo internamiento de las expediciOnes las alejaba de los sitios a donde llegaban. De allí que los conquistadores ~v~eran que pagar las mercancías europeas, casi literalmente, su peso en oro. El trabajo del historiador francés Pierre Chaunu ha mostrado cómo el volumen de este tráfico respondía a la importancia de los ~senta­ mientos españoles. Durante los decemos de 1531-1540 y 1541-1550 los puertos de ~e~a Cruz y Nombre de Dios sobrepasaron ~n actividad a su antigua base en Santo Dommgo. La plata peruana y mexicana rivalizaba, p~r lo menos en peso, con el oro de Santo Dommgo durante él primer decenio, y en el segundo lo sobrepasaba aun en valor. Frente a estos dos puertos, la actividad de Cartagena fue muy modesta La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 hasta el decenio de 1581-1590, en que experimentó un crecimiento que culminó en el decenio siguiente. Las magnitudes del comercio de 1600 se mantuvieron con altibajos en los treinta años siguientes, para caer abruptamente después. Esta tendencia del tráfico comercial es una réplica de la curva de la producción aurífera. Los dos decenios del tránsito al siglo XVII significaron para España un esfuerzo enorme en cuanto a la organización del comercio, su fiscalización (en 1592 se introdujo la alcabala) y su defensa mediante el costoso sistema de flotas armadas. Tras la captura de la flota entera en Matanzas (1628) por los holandeses, una guerra con Francia (1635-1659), revueltas en Cataluña, desasosiego y conspiraciones en Castilla, la separación de Portugal (1640), dos bancarrotas de las finanzas reales (1647 y 1653), una nueva captura de la flota ( 165 7), esta vez por los ingleses, y la pérdida consiguiente de Jamaica, el comercio regular con las Indias se vio muy afectado. En este período de 1653 y 1659 sólo pudieron arribar a Cartagena una flota (enero de 1654) y cuatro galeones. Para un observador contemporáneo de la Nueva Granada era " ... cosa tan irregular y tan impensada, que desde que se descubrieron estos reinos de Indias no se ha visto ... ". Nuevas guerras con Francia (1673-1678 y 1697, cuando España tuvo que ceder parte de Santo Domingo), y aun sin ellas, trajeron saqueos de plazas fuertes que vigilaban el comercio entre la metrópoli y sus colonias Porto Belo en 1668, Maracaibo en 1669, Santa Marta y Río de la Hacha en 1670 y la captura de Cartagena en 1697. Ya se ha mencionado cómo en esta ocasión los comerciantes de la carrera perdieron no sólo sus propios capitales, sino los "empleos" que habían llevado a la feria. No eran, sin embargo, las flotas españolas las únicas en abastecer de ropas de Castilla a los mercaderes de la carrera. Pues lo de ropas de Castilla no pasaba de ser un eufemismo para designar cualquier mercancía de procedencia europea. N o sólo el comercio lícito estaba dominado en la fuente misma de su monopolio, Sevilla, por capitales franceses, genoveses, etc., ya desde comienzos del siglo XVII, sino que otras naciones fondeaban sus barcos en las costas del Caribe o sobornaban a los funcionarios de los puertos para vender sus mercancías de contrabando. 139 Los asientos de la trata negrera que España tuvo que otorgar sucesivamente a portugueses, franceses e ingleses, servían para disimular también la introducción de mercancías de comercio ilícito. Durante el siglo xvn, las luchas por la supremacía colonial, que interrumpían el tráfico entre España y las Indias, favorecieron la actividad de empresarios-piratas ingleses, franceses y holandeses. Durante el siglo XVIII el auge de las posesiones antillanas, particularmente Jamaica, permitió a los ingleses desvertebrar completamente el comercio español. A comienzos del siglo XVIII las cosas habían llegado a tal punto, que podía presumirse que cualquier comerciante de la carrera estaba mezclado en el contrabando. Así, entre 1710 y 1713 se otorgó un indulto al que se acogieron voluntariamente muchos comerciantes, entre ellos hombres que gozaban de prestigio local y de cargos honoríficos como los maestros de campo Agustín de Londoño y Trasmiera (uno de los comerciantes más ricos de Santa Fe) y José Tafur de Valenzuela (quien había administrado la Real Hacienda en Santa Marta). Como resultado del indulto se recogieron más de 14 mil patacones entre quince comerciantes. Este indulto, lo mismo que uno similar que se extendió a los mineros del Chocó que no habían pagado los quintos reales, revela la incapacidad en que se encontraba el Estado español para controlar aun aquello a lo que dedicaba sus mayores desvelos. En momentos de conflicto con potencias extranjeras, y especialmente los primeros años del siglo XVIII marcados por la guerra de secesión, las flotas se hacían tan irregulares que el contrabando llegaba a aceptarse como la forma normal de abastecimiento de las colonias. El comercio-legítimo o ilegítimo-obtenía tasas de ganancia exorbitantes y servía para drenar no sólo el metal amonedado sino también el oro físico que no había pagado quintos reales. Era el origen de las fortunas más sólidas en el Nuevo Reino y la gobernación de Popayán, y la fuente de capitalización de minas y haciendas cuando los comerciantes de la carrera (generalmente españoles) decidían avecindarse. Naturalmente, la suerte del comercio estaba ligada a la coyuntura general y, sobre todo, al ritmo de la explotación del oro. Sin embargo, como observaba un funcionario en medio de la crisis del siglo xvn: 140 " ... Nunca ha cesado el comercio de los frutos y mercaderías de este Reino con la costa y todas las ciudades donde se saca oro, que importan mucha cantidad, ni tampoco han dejado de venir mercaderías de navios que han entrado en Cartagena ... " Es decir, que el comercio podía alimentarse hasta cierto punto con la producción interna. En algunos casos, la carrera individual de un comerciante había evolucionado desde su calidad de simple tratante a la de mercader. El fundador de una gran dinastía de terratenientes y mineros, Jacinto de Arboleda Salazar, se inició como tratante en Anserma, en donde fue procesado por un visitador por vender géneros a indios y esclavos. Cuando el Chocó era una frontera inhóspita atrajo también a muchos tratantes que esperaban adquirir un capital con las ganancias que se obtenían en el trato con los mineros. Algunos géneros agrícolas podían ser objeto también de transacciones provechosas. Los cereales del Nuevo Reino, por ejemplo, alimentaron mercados urbanos, centros mineros y la plaza fuerte de Cartagena hasta comienzos del siglo XVIII, cuando fueron sustituidos por las harinas que introducían los ingleses de sus colonias, al amparo de la trata negrera. Las harinas del Nuevo Reino fueron objeto de un prolongado debate en el siglo XVIII. Algunos virreyes (Eslava y Guirior, por ejemplo) quisieron estimular este comercio, pero otros (Solís, Messía de la Cerda) autorizaron a asentistas particulares para que introdujeran esclavos negros y con ellos bastante harina como para abastecer a Cartagena. Gran parte de las dificultades residían en el transporte de las harinas desde el interior. En 1757 quiso regularizarse el aprovisionamiento mediante un monopolio otorgado a dos comerciantes. Estos no pudieron cumplir sus compromisos, tanto por las dificultades en el tranporte (que combinaba muías y embarcaciones) como por la competencia de las harinas que venían con los esclavos. Del Nuevo Reino se llevaban también a Cartagena y a los centros mineros de Antioquia azúcar, carne, camisetas, costales, cabuyas, ajos, frazadas, garbanzos, cacao, lienzos, sal, arroz y panela. Se conservan algunas cifras (que se han reducido a un gráfico) sobre el derecho de puertos que estos artículos pagaban en Honda y que revelan los altibajos en el volumen de este comercio. La curva, que cubre más de cuarenta años del siglo XVIII, muestra una cierta Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 estabilidad, pues los derechos fluctuaban apenas entre cuatro y seis mil pesos de plata cada año. Durante el virreinato de Messía de la Cerda (1761-1767/8) se observa un cierto auge, seguido de una depresión que se prolonga más allá de la Revolución de los Comuneros. La estructura de este comercio puede deducirse de las cuentas detalladas de dos años (1773 y 1775). En 1773 pasaron por Honda, con destino a Cartagena, Mompox, Santa Fe de Antioquia, Medellín, Remedios, Rionegro, Marinilla y Yolombó 6. 752 arrobas de azúcar, 1.930 cargas (de 10 arrobas) de harina, 375 cargas de cacao y 381 de frazadas. La harina pagó el 28.7% de los derechos, el azúcar 23 .4%, el cacao 22.1 %, las frazadas el 11.3% y el resto (14.5%) estaba repartido entre cerdos, jamones, garbanzos, sal, arroz, panela, etc. El comercio estaba dominado por antioqueños (Carrasquilla, Tirado, Posadas, Montoya y Aranzazu) que enviaban mercancías desde Honda a sus socios en la región antioqueña. Que este comercio no representaba gran cosa, puede deducirse del hecho de que para 1716/18 se calculaba que las solas regiones de Tunja y Villa de Leiva cogían 30 mil cargas de trigo. Para el mismo año de 1773 la jurisdicción de Pamplona producía 6 mil quintales, o 2.400 cargas, cantidad que excedía la que se registraba en Honda para abastecer a Cartagena y a los centros mineros. El consumo de Cartagena tampoco parece haber sido demasiado grande, y lo que empujaba a buscar el control de este mercado contra los abastecimientos de las colonias inglesas eran los mejores precios que se podían obtener por el trigo. Según el Tribunal de Cuentas de Santa Fe, entre 1701 y 1713 se habían llevado a Cartagena 4.246 cargas de harina, la mayor parte extranjeras. Y entre 1714 y 1769 el consumo habría sido de 60.590 barriles (de dos quintales) introducidos por los negreros. Estos barriles representaban entonces un consumo anual aproximado de 900 cargas. El problema parece haber residido en la amplitud de los mercados para una producción especializada. Por eso el auge de los yacimientos antioqueños debió suplir la pérdida del mercado cartagenero. El comercio local sufrió fmalmente la suerte que había corrido el monopolio andaluz debido a la irrupción de productos extranjeros. En 1773 el Tribunal de Cuentas de Santa Fe observaba cómo, fuera de la decandencia de la agricultura, habían venido también a menos los La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 141 obrajes en que se fabricaban ropas de batán, "pañetes", "frazadas", "bayetas" , etc., que antes se vendían en las provincias de Caracas, Maracaibo, Barinas, etc. Las ferias de Tunja habían perdido importancia debido a que la compañía Guipuzcoana traía lienzos fmos y otros textiles a cambio de cacao, y con ello perdían estimación las ropas fabricadas en el Reino y aun las de Quito. El último cuarto de siglo XVIII trajo consigo cambios radicales en los patrones de comercio entre España y sus colonias. El fin de la guerra de los siete años (1756-1762), en la que España participó en 1762 por un lado, y por otro el crecimiento experimentado por los países de Europa occidental en los inicios de la revolución industrial, aceleraron la puesta en práctica de los principios reformadores que caracterizaron la política ilustrada de los últimos Barbones, especialmente de Carlos 111. El reglamento de libre comercio de 1778 fue la culminación de una serie de medidas destinadas a liberalizar gradualmente y a incrementar al tráfico entre España y el Nuevo Mundo. La metrópoli quería sumarse ahora a la expansión que prometía el crecimiento industrial localizado en algunas regiones de la Península. Para ello debía modificar sus rígidos patrones mercantilistas, tal como lo proponían los ministros ilustrados o el tratado atribuido a José Campillo sobre Nuevo sistema de gobierno economzco para la América (¿ 1743?). En 1768, por ejemplo, se había autorizado el comercio intercolonial entre Perú y Nueva Granada, y en 1774 entre todas las colonias con puertos en el Pacífico. Esta medida favorecía a los reales de minas del Chocó que durante todo el siglo xvm habían visto limitadas sus fuentes de abastecimiento. En 1776 y 1777 Santa Marta y Río de la Hacha se sumaron a otros puertos del Caribe (y a Mallorca, Louisiana y la provincia de Yucatán) que se habían abierto a los grandes puertos españoles. El Reglamento de 1778 no surtió efectos visibles en Nueva Granada hasta pasado algún tiempo. Un trabajo del investigador inglés Anthony McFarlane muestra cómo sólo a partir de 1785 se experimentó un crecimiento gradual en el movimiento del puerto de Cartagena. Lo más importante de este movimiento fue sin duda la alteración perceptible de la estructura misma del comercio en los artículos coloniales. A pesar de que el producto tradicional de exportación, el oro, siguió ocupando el primer lugar, e inclusive aumentó, a su lado otras exportaciones crecieron moderadamente. El algodón pasó, de 2.573 arrobas en 1770, a un promedio de 24 mil en el quinquenio 178589. La exportación de cacao por Cartagena aumentó en el último decenio del siglo, aunque Comercio por Honda Según lo derechos de puesto ) PESO DE PLATA 7.<XXl 500 ,. " J 6.<XXl 500 5.000 500 000 500 3.OOJ - _".... ~ l 1""'" ~ ~ r" '\ , j_ J' V \1 -~ ' J 1 ~ '~'"' '~ ~ '~ ~' ~ ,. " " ' ' ~ ~ 1 ~ , ~ ~ ~ 142 el área de producción granadina estaba ubicada en la región de Cúcuta, como una prolongación de las plantaciones de la Capitanía de Venezuela, por donde encontraba su salida. Los cueros siguieron exportándose, lo mismo que el palo brasilete de la provincia de Santa Marta. La quina tuvo un breve período de auge para ser remplazada muy pronto por la que provenía de la Audiencia de Quito. Aunque las promesas que despertó la política borbónica con respecto a este comercio y a su diversificación en productos tropicales se desvanecieron con las guerras desastrosas en que se vio envuelto el hnperio a partir de 1796, debe verse en las nuevas orientaciones, aun con todas las restricciones del patrón mercantilista colonial, un preludio a la incorporación de las futuras naciones a un tipo de intercambios que iba a prevalecer durante el siglo xix y aun más allá. La sociedad. Conceptos históricos sobre diferenciación y conflicto social _ _ _ __ S i la historia económica está en su infancia en Colombia, la historia social, en rigor, no ha acabado de nacer todavía. La curiosidad que debería despertar una temática que, según un historiador inglés, cubre toda la historia pero desde un punto de vista social, sólo ha podido fijar rasgos generales, a veces muy imprecisos, respecto a las clases sociales. Pero aún estas observaciones siguen siendo subsidiarias de una historia política cuyo esquema enfrenta a españoles e indígenas durante la Conquista y a españoles y criollos en los episodios de la Independencia. Curiosamente , aun los comentarios de viajeros extranjeros en el curso del siglo xix, más próximo a nosotros, no han sugerido tratamientos historiográficos a pesar de abundar sobre lo que podría ser el objeto de una historia social. La observación distante del viajero subentendía casi siempre una comparación con Europa y por eso se daba en términos que la historiografía nacional se resistía a asimilar. De otro lado, la imagen que reflejaban tales observaciones no era nada halagadora. Costumbres, hábitos indumentarios y dietéticos, alojamiento, el trato cotidiano entre las clases y el valor social atribuido a personajes por su figuración política o por sus esfuerzos intelectuales, el sentido de identidad de una élite en los gestos y en las convenciones Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 que alimentaban su orgullo, la inestabilidad de instituciones republicanas incapaces de cohesionar una sociedad en la que abismos de desigualdad se aceptaban como el orden natural de las cosas, todo aparecía descrito a veces con simpatía, a veces con impaciencia, pero con el necesario distanciamiento de una mentalidad urbana Y. curiosa que se adentraba en un mundo provinciano. La labor de una historia social en Colombia debería ser semejante, aunque más sistemática, a esta observación desasida de los viajeros europeos del siglo xix. Debería confrontar la realidad social, no como un orden que pertenece a "la naturaleza de las cosas" sino como una formación de carácter histórico cimentada en valoraciones y percepciones peculiares. Esta labor, inscrita en un conocimiento objetivo, debería servir al menos para deshacerse de los complejos que, desde el siglo xix, han presidido la conformación de las clases sociales. Si se adopta la actitud de necesario distanciamiento que exige este objeto de estudio, sería bueno empezar por dar a los conceptos que designan lo social en un proceso histórico su justo valor. Es decir, proceder como historiadores, sin caer en la tentación de abusar de esquemas pretendidamente teóricos. Para comenzar, debe hacerse énfasis en el hecho de que, mucho más que los procesos económicos, los fenómenos sociales se circunscriben a una época y a un lugar específicos, sin que sea válido introducir conceptos ajenos o que pertenecen a un sistema socio-económico diferente. Hablar, por ejemplo, de la "proletarización" de los indígenas o de burguesía criolla para algún momento de la época colonial o, peor aún, tratar de entender los conflictos de la sociedad colonial valiéndose de los mismos esquemas conceptuales que sirven para aproximarse a nuestra propia sociedad, no es válido ni siquiera como metáfora. La posibilidad de elaborar una teoría que sirva de marco de interpretación para una sociedad distante, reposa en la familiaridad que tengamos con todos sus elementos. Sólo en la medida en que podamos apropiarnos de esos elementos, que aparecen a primera vista en forma disparatada, veremos surgir las relaciones de lo concreto, es decir, de su inteligibilidad. Pero esta posibilidad desaparece si de entrada desnaturalizamos el objeto que_ se pretende estudiar con falsas conceptual!zacwnes. La economía v la sociedad coloniales, 1550-1800 El origen de las diferenciaciones sociales en la época colonial se fundamenta en el hecho de la conquista y en el privilegio institucionalizado. La condición de cada individuo, fijada de antemano por la ley, aproximaba la sociedad americana a la sociedad de órdenes y estados europa, aun cuando este rasgo no parece el más esencial de la nueva sociedad. Es más, este ordenamiento se vio desvirtuado por el hecho de haber sido impuesto violentamente sobre sociedades de suyo complejas, queriendo despojarlas de sus propios criterios de estima y de privilegio social. La dualidad étnica y cultural aparece entonces como el trasfondo decisivo de las diferenciaciones sociales. Y de entrada, la dominación política que repartía recursos y establecía preeminencias, se coloca como el factor más importante en la aparición de las clases sociales. Las transformaciones posteriores de la sociedad colonial no se definieron institucionalmente de modo tan claro como con respecto a la dualidad inicial. Nada equivalente a las categorías de "vecino", "encomendero" o "indios de tributo" las sustituyó cuando transformaciones demográficas y económicas les hicieron perder su nitidez. Los vagos títulos de nobleza exhibidos en el siglo XVIII, por ejemplo, deben asociarse más con una preeminencia alcanzada frente a patrones de estima propios de las sociedades locales, que a un privilegio institucional. Desde el momento en que la encomienda entró en decadencia, otros factores intervinieron en el juego, particularmente la competencia profesional en actividades económicas. Funcionarios, mineros, terratenientes y comerciantes comenzaron a disputarse preeminencias y sitios de figuración y a tratar de inclinar los favores del Estado. Mestizos y blancos pobres, condenados al ejercicio de oficios serviles y artesanales o al cultivo de una parcela como pequeños propietarios o como agregados, se vieron ubicados socialmente también por su condición económica. Estas transformaciones sólo podrían visualizarse con claridad a través de factores cuantitativos, mal conocidos. Por ejemplo, ¿cuál era el peso de la población mestiza (o esclava o de españoles pobres) en un determinado momento? ¿Cómo se repartían cuantitativamente entre los diversos oficios? ¿Cómo participaban en el reparto de la riqueza social y en sus productos, es decir, cuál era su nivel de vida?. A pesar de todos los matices que se pueden introducir con una exploración más adecuada 143 de los datos que sirven a una historia social, el esquema dual implantado inicialmente persiste a lo largo de todo el período. O por lo menos se percibe claramente el linde que separa las llamadas castas de un élite de origen europeo. En todo caso , sería un error considerar estos dos sectores como algo homogéneo. Tampoco la simple diferenciación entre los componentes de las castas sirve de criterio infalible para determinar la posición de unos con respecto a los otros. El expediente rudimentario de suponer que blancos, mestizos, indios y negros se ordenaban jerárquicamente según las tonalidades de la piel, como en un espectro, significa ignorar deliberadamente todas las complejidades que podía introducir el juego político y económico o la manera como la mentalidad colectiva incubaba sus propios prejucios en diferentes épocas y lugares. La mayor dificultad que encuentra una historia social reside en el limbo documental en que se movieron los sectores mayoritarios de la sociedad. Si, en el caso de la sociedad indígena, poseemos un acervo satisfactorio de información, por ejemplo, en las visitas de la tierra que practicaban periódicamente oidores de la Audiencia y en las cuales inquirían sobre la organización social y política del grupo, los avances del indoctrinamiento religioso, el tratamiento que recibían del encomendero, el estado y la cuantía de sus siembras y de su comercio y el número de varones aptos para tributar, en el caso de la élite blanca poseemos toda la información deseable sobre sus actividades de todos los días, desde el nacimiento hasta la muerte, en archivos parroquiales y notariales, en libros de cabildos y en informaciones de tipo administrativo, los datos sobre la población mestiza o sobre blancos pobres, artesanos, gañanes, aparceros, etc., es pobre y aparece muy dispersa. Aunque sobre los esclavos negros hay una información muy rica cuando se trata de ellos como de un factor cosificado de la economía, las observaciones sobre su vida cotidiana, para no hablar de elementos aún más subjetivos, son casi inexistentes. Esta ausencia entraña el peligro de hacer aparecer los rasgos que caracterizan a una élite como propios de toda una sociedad, escamoteando de esta manera la existencia histórica de los sectores mayoritarios. El trabajo del historiador no puede ser sustituido tampoco en este caso con esquemas abstractos, por bien intencionados que sean. Una 144 cierta ingenuidad histórico-militante suele acumular anacronismos de este tipo con el objeto de hacer de la historia un relato ejemplar y moralizante. Se niega a admitir que hay un conocimiento histórico y se contenta con agarrar cualquier incidente para construir un mito intemporal. No importa que ese incidente tenga una significación propia (que es posible reconstuir) dentro de un contexto histórico. Por ejemplo, el tratamiento de guerras y levantamientos in dígenas o de rebeliones de esclavos ni siquiera contempla a veces la posibilidad de situarlos dentro del tipo de sociedad en la que ocurrieron, una sociedad dotada de leyes y de determinaciones ideológicas ajenas a las nuestras. Esta absoluta ineptitud para manejar materiales históricos (que haría ruborizar a un Porchnev, a un Hobsbawm o a un Pierre Vilar, por cuanto se reclama como la más esforzada y efectiva militancia política) se disimula, de contera, como el fruto de agotadores combates el "empirismo". Para que la historia social del período cobrara vida y no se presentara como un mero esquema de falsas pretensiones teóricas, haría falta preguntarse por los contenidos y la significación de vidas oscuras, mal iluminadas por las fuentes tradicionales de los historiadores. En algunos momentos culminantes de conflictos intensos y a veces banales, en la misma trasgresión de las normas, en los tipos de criminalidad, se nos revelan algunos caracteres de esta parcela de la sociedad. No siempre la sujeción social deja huellas en un conflicto. Ni estos conflictos pueden ser asimilados, sin más, a rebeliones populares en el sentido de insurrecciones orientadas ideológicamente. Todo conflicto social se mueve y se expresa dentro de las limitaciones de su propio contexto ideológico. Varios autores han señalado cómo las explosiones de ira popular dentro de un régimen de tipo precapitalista tienen casi siempre un carácter espontáneo. Un levantamiento de esclavos, por ejemplo, podría perseguir fines inmediatos frente a una situación intolerable: la esencia misma del sistema esclavista, basado en el temor, tendía de suyo a engendrar temor y violencia en amos y en esclavos. Pero en ningún momento se buscaba el objetivo político preciso de abolir el sistema mismo. En un trabajo reciente, Orlando Fals Borda se preguntaba por la existencia histórica de blancos pobres. Pues es cierto que en la sociedad colonial los dominados no eran únicamente in- Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 dígenas y esclavos. Estos proporcionaron el grueso de la mano de obra que sustentaba el sistema económico y cuyo empleo se daba mediante formas institucionales de explotación: la encomienda, la mita, el concierto/alquiler o la esclavitud. A su lado existían otros sectores populares de blancos pobres y todas las formas posibles de mestización que no estaban enmarcados dentro de un esquema institucional rígido. Puede decirse que estos sectores fueron la base de relaciones sociales de producción abiertas hacia el futuro. Como las exigencias de tipo salarial no podían ser satisfechas por el tipo de unidad productiva colonial (la hacienda), se derivó hacia una explotación extensiva de pastos naturales, que empleaba algunos gañanes y pastores, o a formas de colonato, de agregados, aparceros, medieros, etc., es decir, a formas que generaban una renta de la tierra en especie o en trabajo. Gran parte de esta población, que no podía ser ubicada en los campos por la limitación intrínseca de aquellos arreglos sociales, o de la agricultura parcelaria sin salidas a un mercado, debió convertirse en población urbana, al menos por largas temporadas. Artesanos, pequeños "tratantes" y pulperos, arrieros, gentes de servicio, etc., formaban parte del paisaje urbano del siglo XVIII, concentrados en barrios enteros: San Victorino, en Santa Fe, el Ejido, en Popayán o La mano del Negro, en Cali. Hasta aquí ha tratado de sugerirse la complejidad que, en un estudio de las determinaciones concretas de la realidad, puede alcanzar nuestra visión de las parcelas aparentamente homogéneas de una sociedad dual. Proceso, demográficos (en un doble sentido inverso: declinación de la población indígena y acrecentamiento de los mestizos) y transformaciones económicas introdujeron modificaciones a un enfrentamiento étnico incial, haciendo perder relevancia a las definiciones institucionales. Los cambios se perciben tanto en el sector blanco de la población, en donde los intereses profesionales eran susceptibles de generar conflictos, como en los sectores populares, en donde a los matices étnicos vinieron a sumarse otros factores de diferenciación impuestos por la vinculación a diversos tipos de trabajo: coerción extra-económica institucional, formas de colonato, trabajo urbano y rural. Para la historia social, sin embargo, todas estas distinciones (étnicas, institucionales, pro- La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 fesionales, etc.) no deberían ser suficientes. A pesar de ellas, sigue persistiendo un esquema dualista incapaz por sí solo de dar cuenta de otros conflictos, muy frecuentes en la sociedad colonial y hasta en el siglo xix. Al lado de diferenciaciones verticales y horizontales dentro de la sociedad, existían otras que oponían transversalmente a todos sus e~tra­ tos. En el territorio cobijado por la autondad de una Audiencia coexistían ciudades, villas, pueblos de indios, lugares y parroquias. Lajerarquización de estos poblamientos repo~a~a en privilegios,más que en un esquema admmistrativo-constitucional uniforme. En ésto, las normas de derecho público seguían las pautas de un Estado patrimonial que distribuía favores a los individuos en el derecho privado. La base objetiva de tales privilegios se fundaba en situaciones de preeminencia o de poder de los centros urbanos alcanzadas durante la Conquista o desarrolladas después. Dentro de ciudades y villas (que constituían la "República de los españoles"),algunas poblaciones no gozaban d~l prestigio que acompañaba a los centros administrativos, comerciales o mineros. Sin embargo, como éstos estaban compuestos por vecinos cuya estructura social, j~rarquía~ y pr~sti~ios eran su réplica exacta, asi no pudieran nvahzar con ellos en riqueza y en poder. En centros como Girón, Socorro, Cartago, Caloto, Mariquita u Honda, existía un patriarcado cuya preeminencia era reconocida localmente pero que resultaba disminuida en Pamplona, Vélez, Popayán o Santa Fe. El hecho de que los centros urbanos reprodujeran los mismos rasgos estructurales, ha disimulado que entre ellos existía una jerarquía. Muchos conflictos en la época colonial, y aun en la época republicana, no deben atribuirse a un enfrentamiento vertical de clases sociales, sino a un espíritu comunal en el que las solidaridades regionales se anteponían a los desfases verticales. Un poblamiento de indios que alcanzaba el rango de "parroquia" en el siglo XVIII, adquiría sus propios té~inos territoriales y una cierta autonomía, semeJante a la de las ciudades y villas. Las villas a su vez luchaban por desasirse de la influencia invasora de las ciudades. A pesar de los contactos más o menos permanentes y a una cierta fluidez de la élite criolla y española, no siempre las pretension~s de las aristocracias lugareñas eran reconocidas. El ritmo desigual del desarrollo de centros mineros 145 y agrícolas daba un movimiento de vmven al rango que alcanzaban los poblamientos. Cartagena y Mompox, Santa Fe Y, Tunj~, Pampl~ma y Vélez, Cali, Buga y Popayan registran episodios de permanente rivalidad, lo mismo que villas, pueblos, parroquias y lugares. Durante el siglo xix la vieja ciudad de españoles de Caloto se refería desdeñosamente a los habitantes de Santander de Quilichao (que había surgido en desmedro de los propios términos territoriales de Caloto) como pueblo de "libertad y manumisos". En conclusión, la historia social se presenta en Colombia como un terreno casi virgen para la investigación. El efectivo conocimiento de estas realidades encuentra, sin embargo, obstáculos en actitudes diferentes: una, tradicionalista, incapaz de distanciarse de la imaginerí_a co~­ placiente y vacua que escamotea toda evidencia sobre conflictos sociales y profundos. Otra, que quiere forzar esquemas rudimentarios en pro_c~­ sos más complicados de lo que puede percibir una ortodoxia militante. La preeminencia de los encomenderos y las comunidades indígenas El carácter privado de las empresas de conquista en América española tuvo com~ ~on~e­ cuencia la formación de una casta pnvllegiada, la de los encomenderos. Los rasgos esenciales de este estrato social surgieron no sólo en función de antecedentes europeos, sino apoyados también en las características de las sociedades indígenas sometidas por las huestes de la Conquista. El hecho de que empresas de descubrimiento y de conquista no hubieran sido fmanciadas por el erario real sino que en ellas se hubiera aportado capitales privados (de procedencia europea o formados al ritmo de la conquista misma), justificó el reparto inicial de los recursos americanos entre los participantes en esas empresas. Este reparto no sól? s~gnific?.un premio para quienes habían con~:n~mdo militar y financieramente en el sometimiento de los pueblos americanos, sino también una forma de mantener un control efectivo sobre los vastos territorios incorporados a la Corona. Por esta razón, las primeras generaciones de encomenderos conservaron ciertos rasgos militares. No sólo estaban obligados, por razones de pulicía (la palabra viene depolis), a mantener casa poblada en un recinto urbano, sino que, en ella, solían 146 alojar un buen número de soldados, sus antiguos conmilitones. Esto explica también que, mucho después de terminada la Conquista y cuando ya las expediciones de conquista (o entradas) eran cosa del pasado, esta sociedad conservara sus rasgos turbulentos. El carácter de premio en el reparto de in dígenas de encomienda subrayaba tanto su origen militar como las jerarquías de una organización de este tipo. La proporción del premio correspondía a la importancia del rango dentro de la hueste. Al caudillo le tocaba la parte del león y una buena porción a sus capitanes y subordinados inmediatos. El resto se distribuía entre los simples soldados, habida cuenta de sus méritos. Estas jerarquías estaban dadas por el origen social de los miembros de la hueste, por su participación financiera en la expedición o por su experiencia militar anterior. Así, sucesivas expediciones podían mejorar la situación relativa de cada uno y acrecentar sus posibilidades de un premio mayor. La dinámica de la conquista se explica, en parte, por estas expectativas que producían una errancia inquieta de soldados y caudillos insatisfechos con el botín inicial. El asentamiento definitivo de una hueste, tras el reparto del botín, hacía evidente una estratificación social. Que no siempre iba acompañada de la conformidad entre los miembros de la antigua hueste militar. Solidaridades de origen regional en España, diferencias entre caudillos y simples soldados, o entre los primeros que llegaban y expediciones posteriores, celos y rivalidades de todo tipo contribuían a que los pobladores no encontraran un punto de estabilidad. A la conquista militar sucedió un intenso juego político en el que el reparto de privilegios, entre ellos el más jugoso de la encomienda, motivaba todos los movimientos. Desde el comienzo muchos conquistadores eran dados a quejarse de las injusticias del reparto. Esto originaba facciones que buscaban controlar el poder y redistribuir una vez más lo que se había otorgado anteriormente. De esta manera, el juego político tendía a desconocer lo que se sentía ganado por méritos militares y a crear confusión y turbulencia dentro de los pobladores. Las condiciones en que se verificó la conquista y la situación de los pobladores frente al Estado español impartieron rasgos específicos a la sociedad en la que los encomenderos se situaban a la cabeza. Pero no menos importante fue el papel de las mismas sociedades indígenas, Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 sobre las que se fundaba la institución de la encomienda y el poder de los encomenderos. Al fm y al cabo, una de las principales funciones de la encomienda consistió en sustituir las jerarquías de la sociedad indígena, poniendo en su lugar a los beneficiarios españoles de los repartimientos. El reconocimiento que lograban los jefes indígenas a través de la percepción de un tributo fue transferido a la nueva clase dominante representada por los encomenderos. Estos quedaban colocados así como un eslabón entre una soberanía distante y los nuevos vasallos incorporados a la Corona española. Sin ser funcionarios del Estado, eran ellos los que recibían el reconocimiento debido a ese Estado, como la cúspide, de un nuevo ordenamiento social. Los conflictos políticos y sociales que perturbaron constantemente la sociedad colonial hasta comienzos del siglo XVII deben interpretarse a la luz de esta polaridad entre un Estado centralizador y los esfuerzos de la casta de los encomenderos por mantener las prerrogativas que se derivaban de la conquista. Dentro de este marco tan amplio de interpretación se inscriben las particularidades de una historia social en la que los encomenderos se enfrentaban a menudo con funcionarios del Estado español, por un lado,y, por otro, mantenían relaciones cotidianas de dominación con los indígenas. La naturaleza de estas últimas está ilustrada con testimonios directos que provienen de las visitas de la tierra. A pesar de que tales relaciones estaban regulados por la ley de tal manera de reducir al mínimo los contactos entre españoles e indígenas, confinándolos, especialmente en las ciudades -o "República de los españoles" -y a los pueblos de indios, en la práctica la presencia de los encomenderos era muy notoria entre los indígenas. En teoría, éstos no debían a sus encomenderos sino la prestación de un tributo fijado de antemano. En la realidad, los encomenderos se apersonaban en la comunidad, por sí o por intermedio de calpixques o administradores, para extraer de los indios todo el trabajo posible. La coerción permanente e ilegal creaba un clima de mutua desconfianza reforzado por el desamparo de los indios. Todo sugiere que rara vez sus quejas podían elevarse ante la Audiencia por intermedio del protector de naturales. Cuando éstas se dirigían a los corregidores o a los cabildos, los indígenas se encontraban con un nudo de complicidades mu- La economía y la sociedad coloniales, 155 0-1800 tuas en el que las relaciones de parentescos entre encomenderos jugaban un gran papel. Todos los motivos de descontento señalados periódicamente en las visitas de la tierra fueron expuestos directamente ante el rey en una Relación de agravios por donDiego de Torres, un mestizo cacique de Turmequé, en 1584. La mayoria de estos agravios se referia a los abusos a que daba lugar la prestación del tributo. Aunque desde 1542 la Corona había querido limitar esta prestación a aquello que los indígenas reconocían ya a sus propios jefes, sustituyendo simplemente el beneficiario, los encomenderos no se contentaron con esto. La explotación de los indígenas adquirió así rasgos de violencia extrema para forzarlos a tributar no sólo en especies sino también en jornadas de trabajo. La extorsión cotidiana de las comunidades indígenas, realizada al margen de la ley y con la complicidad de las autoridades, iba forzosamente acompañada de elementos represivos que parecían normales para el funcionamiento del sistema. En algunos casos, la justificación provenía de prejuicios que alimentaba el mismo complejo de dominación. Los indígenas, según sus explotadores, eran naturalmente inclinados a la pereza. Peor aún, no se movían por las mismas razones que los europeos y parecían indiferentes a la necesidad de acumular bienes indefinidamente. Sus creencias religiosas eran además, un magnífico pretexto para probar su indiferencia moral, insensible a las bondades de la indoctrinación en el cristianismo. Numerosos episodios dan testimonio de la efectividad de este tipo de justificaciones. Por ejemplo, la persecución de los indígenas que conservaban santuarios subrepticiamente. En 1577 se emprendió una verdadera cruzada para localizar entierros y santuarios, ricos en ofrendas votivas de oro, encabezada por el arzobispo Zapata de Cárdenas y los oidores Auncibay y Cortés de Mesa. Algunos indígenas de la región de Tllllja y Santa Fe fueron acusados por sus encomenderos de practicar la hechicería o de intentos de envenenamiento y encarcelados sin fórmula de juicio. Pero además de estos casos, un poco espectaculares, los abusos cotidianos formaban una cadena interminable. Algunos historiadores interpretan estos testimonios desde llll punto de vista moral, recalcando su anormalidad dentro de un sistema de relaciones que, según ellos, debían ser "armoniosas y justas". Sólo ven meras violaciones individuales de la 147 ley que, como tales, deberian considerarse como un fenómeno excepcional. Este razonamiento ignora deliberadamente que la encomienda era un sistema de explotación, así fuera justificada como un instrumento civilizador. La verdadera anormalidad hubiera consistido en el caso de encomenderos que hubiesen rebajado las cargas de sus indios -o que al menos se hubiesen atenido a la ley al percibir sus frutos-. Pero el principio que animaba a esta sociedad no era precisamente el de la justicia abstracta definida en las leyes, sino el del enriquecimiento a toda costa. Se ha observado muchas veces que la sociedad colonial del siglo XVI, dominada por el estrato de los encomenderos, era una sociedad señorial. Los afanes de la conquista debían conducir a los honores, al poder y a la posibilidad de llevar un tren de vida adecuado a una súbita elevación social. Algunas casas de la ciudad de Tunja dan testimonio de estas pretensiones. Lo mismo que la actividad febril que algunos encomenderos desarrollaron en los negocios y en la política local de sus ciudades. Si bien muchos se quejaban de que las encomiendas no se hubieran atribuido siempre a beneméritos, es decir, a soldados de la Conquista o sus descendientes, sino que muchas habían sido compradas por hábiles negociantes o por algunos escribanos, y la condición misma de comerciante excluía de las dignidades de la República, los encomenderos más poderosos no desdeñaban ejercer el comercio, casi siempre valiéndose de testaferros. La explotación de los indígenas dio origen a acumulaciones de riqueza que se invirtieron en minas y en géneros o ropas de Castilla vendidos a precios muy convenientes. Otros, como Alonso de Olalla, consiguieron privilegios para abrir caminos y cobrar peajes. Al&:mas mujeres encomenderas se mostraron también muy activas, a lo menos en la comercialización de los productos de sus estancias. El dominio económico incontrastable generado por las encomiendas dio origen a casi todas las empresas locales del siglo XVI. El auge de la economía en su conjunto aprovechaba de las posibilidades de explotación de sociedades indígenas relativamente ricas y de una mano de obra todavía numerosa. Como las ventajas económicas se derivaban de privilegios sociales, no resulta extraño que el Juego político haya producido constantes disturbios. El aparato legal y burocrático del Imperio tendía naturalmente a limitar los excesos de los encomenderos, sobre 148 todo para prevenir que "se alzaran con la tierra". Preocupaciones éticas sobre el tratamiento de los indios llevaron también a frecuentes enfrentamientos entre encomenderos y unos pocos fun-, cionarios de la Corona. Esta lucha, que llegó a su máxima violencia en el decenio de 1580, comenzó a inclinar la balanza del poder favorablemente a la Corona en el decenio siguiente. Para entonces, visitas sucesivas pudieron comprobar la pasmosa disminución de los indígenas, cuya abundancia original había sustentado precisamente el poder de los encomenderos. A partir de 161 O, cuando ya se había cumplido el ciclo de las visitas más importantes y de algunas reformas fundamentales como la normalización del tributo, la creación del concierto indígena y la distribución de resguardos, el estrato social de los encomenderos comenzó a debilitarse. A mediados del siglo XVII muchos encomenderos estaban empobrecidos y, en conjunto, habían dejado de representar el peso político que condujera a la ruina a tantos funcionarios de la Corona durante el siglo anterior. Algunos linajes de beneméritos siguieron conservando el orgullo de su casta y de sus parentescos. Inmigrantes españoles recién llegados, funcionarios y comerciantes sobre todo, se apresuraron a injertarse en viejos troncos familiares locales. Aunque la actividad y las ambiciones de estos recién llegados tuvieron una orientación más concreta, no tardaron sin embargo en asimilar el tono y las maneras de la sociedad señorial que había surgido a raíz de la Conquista. Esta sociedad había logrado una estratificación rígida merced al tipo de alianzas familiares en que se confmaba un estrecho círculo de beneméritos. La mecánica matrimonial había servido para perpetuar las encomiendas mucho más allá de las dos vidas establecidas por la ley. La endogamia del grupo permitía que las encomiendas recayeran siempre en un consaguíneo, así éste no fuera un descendiente directo. Más tarde, las alianzas con recién llegados de España, siempre que poseyeran algún título o pretensión de hidalguía, permitía perpetuar la preeminencia social de algunos linajes, que de otra forma se hubieran extinguido. La relativa pobreza, que era casi generalizada en el curso del siglo XVII, no fue un obstáculo para que las pretensiones de un estrecho círculo de familias se manifestara a menudo en querellas sobre minucias de protocolo y de preeminencias. El antiguo poder, capaz de enfren- Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 tarse con oidores y visitadores reales, había dado paso a ínfimas intrigas en las que se desgastaba una sociedad en decadencia. Muchos descendientes de conquistadores ni siquiera podían permitirse el lujo de vivir en las ciudades, y desertaban las dignidades del cabildo que hasta comienzos del siglo se habían disputado en subastas públicas. Terratenientes, mineros y comerciantes Los encomenderos habían derivado ventajas económicas de sus privilegios sociales y políticos. De allí que se desempeñaran como terratenientes, casi sin competencia. También invirtieron en empresas mineras o comerciales. El exclusivismo social que se desprendía de la participación en la conquista fue dominante en el siglo XVI, y si bien algunos mineros accedieron al rango de encomenderos o algunos comerciantes compraron oficios honoríficos, la piedra de toque de su ascenso social fue la integración previa a los linajes de beneméritos a través de alianzas matrimoniales. La actividad económica, por exitosa que fuera, no bastaba por sí sola para conferir prestigio social. Durante el siglo xvn este patrón fue transformándose, a medida que los fundamentos del poder de los encomenderos se deterioraban. El agotamiento de las poblaciones indígenas significó el término de unas posibilidades de enriquecimiento. Los encomenderos no gozaron en adelante del monopolio de la mano de obra servil, y las inversiones en esclavos comenzaron a poner en un primer plano a los comerciantes. Un investigador norteamericano, Peter Marzahl, ha señalado cómo en Popayán los comerciantes habían sustituido en parte a una élite más tradicional a fmes del siglo XVII. A ellos y a las inversiones en esclavos que hicieron debe atribuirse la apertura de una nueva frontera minera. Hurtados, Arboledas, Victorias, etc., o inmigrantes más recientes como Torrijanos o Garcés de Aguilar, fueron los detentadores de fortunas realizadas inicialmente en el comercio y en el tráfico de esclavos. Pero si los nombres asociados al dominio económico podían cambiar, no ocurría así con los patrones que perpetuaban un linaje establecido. Si hubo un cambio, éste fue relativo y sólo con respecto a la estratificación todavía más rígida de la sociedad de los encomenderos. La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 Establecidas las nuevas bases del poder y del prestigio, su acceso encontraba las mismas dificultades que las encomiendas. Sería por lo tanto un error hablar de mayor movilidad social o de una nueva mentalidad que la favoreciera. Los mismos mecanismos que habían servido para solidificar el estrato encomendero y que contribuyeron a su monopolio de los recursos de tierras, minas y mano de obra, se pusieron en obra para consolidar esta sociedad de comerciantes, terratenientes y mineros. Esto no quiere decir que los conflictos estuvieran ausentes. No sólo existieron rivalidades económicas y se formaron facciones dentro de los mismos linajes establecidos, sino que la competencia de los recién llegados creó turbulencias que se vieron reflejadas en la política local. A mediados del siglo XVIII puede observarse un nuevo desfase entre comerciantes de origen español y los linajes reconocidos de descendientes de comerciantes que habían invertido en minas y sobre todo en tierras. El estrato dominante en la sociedad del siglo XVIII exhibía aún los rasgos originales de una sociedad señorial. La herencia de la Conquista no se había perdido enteramente, aun cuando las polaridades iniciales de origen racial se hubieran complicado a tal punto, que ahora los miembros de la élite tuvieran que redoblar su celo para defenderse de la sospecha de mestizaje. El insulto más frecuente, en efecto, era la insinuación de esta sospecha, esgrimida no sin malicia por los recién llegados. Este temor explica también las frecuentes alianzas con inmigrantes recientes, a veces pobres de solemnidad pero instalados muy pronto en los negocios con una buena dote y con acceso fácil al crédito. Los conflictos de la élite en el siglo xvmrevisten las coloraciones de sociedad locales que tendían a conservar un statu qua asentado en privilegios adquridos. Por esto, a pesar de la coyuntura económica favorable del siglo xvm, la propiedad territorial jugó un papel tan importante como factor de inmovilismo social. Aunque el comercio fuera más rentable, la fuente real de privilegio social y político a nivel local se sustentaba, en últimas, en la calidad terrateniente. Esto explica también la reacción de las élites locales al intento borbónico de privilegiar el estamento de los comerciantes, dominado por intereses y capitales peninsulares. 149 Las castas La polaridad racial entre los ocupantes de origen europeo, por una parte, y los in,dígenas, los negros esclavos traídos del Africa y todas las variantes de mezclas raciales originadas de estos tres componentes básicos, por otra, originó el concepto social de las castas. Con este nombre se designaba a las etnias indígenas y africanas y sus derivados mestizos. El concepto, que englobaba despectivamente una variedad infinita de matices raciales, no podría descomponerse con alguna precisión para explicar actitudes sociales características frente a cada una de las castas. Las designaciones blanco, indio, pardo, negro y aun esclavo, plantean problemas de definición en el contexto de su utilización corriente en el trato social y hasta en su empleo convencional en censos y recuentos de población, como lo señala John Lombardi en un reciente trabajo demográfico sobre poblados venezolanos. ¿Qué entendían exactamente los contemporáneos con estas designaciones? Aunque aparentemente la palabra blanco designaba a una persona de puro ancestro español, lo cierto es que a medida que avanzaba el siglo XVIII el concepto genético iba perdiendo peso frente a la acepción de status social o de privilegio administrativo. Categorías como indio o esclavo tuvieron una definición institucional y no meramente social. Esto fue cierto para los indios, por lo menos mientras estuvieron sujetos a la obligación de pagar un tributo. Pero ya en el siglo XVII muchos habitantes de los pueblos de indios alegaban su condición de mestizos para escapar al pago de los tributos. Las designaciones más problemáticas resultaban ser, naturalmente, aquellas que aludían a la mezcla racial. Aunque los casos no fueran muy frecuentes, los mestizos podían obtener una declaración de ser blancos por merced real y con ella el acceso a ciertas dignidades y privilegios vedados a las castas: ejercer cargos como el de escribano, tener acceso a la Universidad o a las órdenes sagradas, etc. Aun sin esta declaratoria, algunos mestizos, sobre todo en el siglo XVI, se colocaron en los rangos reservados a los beneméritos y hasta se aseguraron el goce de encomiendas por el hecho de descender de un conquistador. El nombre de pardo se reservó en el territorio de la Nueva Granada para los mulatos (o zambos) libres. Cuando se trataba de esclavos, 150 lo corriente era designar la misma categoría como mulatos. Para distinguir a los negros de procedencia africana se hablaba de bozales o se agregaba la "casta", es decir, el origen tribal, aunque es posible que estos apelativos (arara, congo, mina, biafra, lucumi, etc.) se hayan empleado en términos muy latos para identificar una región de extensión variable en el Africa occidental. Los negros nacidos en América eran criollos, aunque en algunos casos podía tratarse de mulatos. A diferencia de las Antillas, o de la sociedad esclavista del sur de los Estados Unidos, en donde la manumisión llegó a ser indeseable y muy restringida por la ley, en la Nueva Granada las manumisiones fueron frecuentes. A ello contribuyó la heterogeneidad racial básica, en donde la oposición de los blancos a otros sectores raciales se diluía a través de una gama muy amplia de mestizaje. Además, el manumiso o liberto encontraba un inserción dentro de las clases bajas que las colonizaciones anglosajonas toleraban con dificultad. Allí los blancos pobres nunca hubieran admitido una familiaridad social con los libertos. En la Nueva Granada eran frecuentes las uniones entre libertos y mestizos y aun blancos pobres. En ocasiones éstos llegaban hasta comprar la libertad de un cónyuge o de los hijos. El amo podía encontrar ventajosa la compra o razonar como las monjas de la Encarnación de Popayán en 1719, quienes pensaban que, " ... De no convenir a dicha libertad se puede seguir el que dicha mulata se pierda retirándose al palenque del castigo, en donde se refugian muchos esclavos y totalmente se pierden". En Colombia ha habido una aceptación tácita del argumento clásito de Frank Tannenbaum, según el cual la actitud de los colonizadores ibéricos frente a etnias diferentes estaba suavizada por consideraciones éticas sobre el valor de la persona humana. Esta actitud básica se habría reflejado en una legislación explícita destinada a proteger a los indios y a ahorrar a los esclavos un tratamiento inhumano. El hecho objetivo de la mestización en las proporciones que se dio, probaría, además una ausencia de prejuicios raciales. Este argumento no ha sido examinado entre nosotros a la luz de otras evidencias. Para muchos investigadores norteamericanos hoy resulta claro que un tipo de racionalidad económica o un tratamiento legal pragmá- Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 tico en la explotación de los esclavos resultó más favorable a la larga al incremento vegetativo de la población negra, que una posición de principio consignada en las leyes. Además, el hecho evidente de la mestización no borraba las diferencias sociales, sino que más bien tendía a hacer extensiva la actitud negativa de una élite, que se identificaba fácilmente entre sí, hacia los blancos pobres. Con todas las complejidades que pueden resultar de un examen somero de las designaciones raciales que proceden de los documentos de la época, el problema resulta incomparablemente mayor si se trata de establecer las actitudes y la valoración social que acompañaba a cada una. Evidentemente, muchos prejuicios provenían de la minoría blanca dominante y ella poseía de manera natural el monopolio de las valoraciones. El indio era perezoso en el siglo XVI y se había embrutecido en el siglo XVIII. Los mestizos, fuente inagotable de conflictos, y los pardos, pendencieros y borrachos. Los estereotipos sobre las castas tuvieron una larga vida en la época colonial y, al parecer, una aceptación universal. Pero si estos estereotipos manipulados por la población blanca eran negativos para la generalidad de las castas e iban acompañados de toda clase de limitaciones sociales, la ubicación de cada una en el aparato productivo podía prestarle condiciones de ascenso o de consideración social. Los mestizos, por ejemplo, sobre quienes recaía una buena dosis de desprecio, estaban sin embargo ampliamente distribuidos en muchos intersticios sociales. Eran gañanes en el campo, arrieros, pequeños tratantes o pulperos, artesanos o dueños de parcelas. Algunos, inclusive, se hicieron a una fortuna considerable en el comercio o en las minas, aun cuando este hecho no les haya traído inmediatamente el reconocimiento social. En las minas del Chocó algunos pardos y negros libres poseían uno o dos esclavos durante el siglo XVIII. Los arrieros, mestizos o pardos, podían acumular también una fortuna en muías y contratar los servicios de muleros. Excepto en algunos casos, cuando la mano de obra era muy competida, no había cortapisas para que un miembro de las castas explotara el trabajo ajeno. Gran parte del descrédito de los mestizos provenía sencillamente en que lo hacían, aunque en mucho menor escala que españoles y criollos, La economía y la sociedad coloniales, 1550-1800 como calpixques, mayordomos o tratantes y pulperos. Las limitaciones económicas de las castas se derivaban más bien del hecho de que los privilegios sociales y políticos podían dar lugar a venuyas económicas, tales como la asignación de concertados, de tierras, de derechos de minas, etc., y de que, por otra parte, las minorías conservaban una cohesión que multiplicaba las oporttmidades y el acceso al crédito, reservado a los propietarios de inmuebles o, entre comerciantes, a quienes se reconocía solvencia o podían contar con avales conocidos. En un artículo memorable, Jaime Jaramillo Uribe ha descrito esta sociedad en la que la 151 "hidalguía", la "nobleza" o la simple "limpieza de sangre" eran buscadas y celosamente defendidas de suspicacias o de meras agresiones verbales. La honra o la estima general en que era tenido un linaje, por su ancestro libre de toda sospecha de mestizaje, podía ser asunto de pleitos ruidosos, como si se tratara de un bien tangible. Las ocasiones para estos pleitos se multiplicaron en el siglo XVIII, cuando el mestizaje era tan generalizado que, para mantener una cohesión, las minorías dominantes debían multiplicar su celo ahondando aún más las diferencias sociales que se basaban en el desprecio de las castas. Bibliografía General Este trabajo está basado en gran parte en el material de investigaciones anteriores al que se ha dado una forma más conceptual, prescindiendo al mismo tiempo de referencias eruditas a los archivos {Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, 2a edic., Medellín, 1975. Cali: terratenientes, mineros y comerciantes, siglo XVIII, Cali, 1975), y de una investigación en curso sobre la provincia de Popayán. En los últimos quince años la historia social y económica ha tenido en Colombia las orientaciones del Anuario colombiano de historia social y de la cultura, cuyo primer número apareció en 1963 y el último en 1972. Varios ensayos de su director, JAIME JARAMILLO URIBE, fueron recogidos en el libro Ensayos sobre historia social colombiana (Bogotá, 1968). Además del libro de AL V ARO TRADO MEJIA, Introducción a ¡a historia económica de Colombia (6a edic., Medellín, 1976), síntesis que recoge algunas de la nuevas orientaciones de la historiografia colombiana, la Historia de Colombia (t, I, El establecimiento de la dominación española, Medellín, 1977) de JORGE ORLANDO MELO, promete ser una visión equilibrada entre el hilo factual y los temas de la historia económica, social y cultural. Sobre el carácter de la economía europea en el siglo XVI y los problemas del período de transición, la síntesis más reciente y sólida: INMANUEL WALLERSTEIN, the Modern World-System. Capitalist Agriculture and the Origins ofthe European World-Economy in the Sixteenth Century (New York, 1976). Economía Sobre el oro y la minería, la obra clásica de VICENTE RES TREPO, Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia (Bogotá, 1952). También ROBERT C. WEST, La Minería de aluvión en Colombia durante el periodo colonial (Bogotá, 1972) y WILLIAM F. SHARP, "The Profitability ofSlavery in the Colombian Choco", 1680-1810 (en the Hispanic American Historical Review, vol. 55, núm. 3, August, 1975, págs.469, ss.). Sobre las minas de plata de Mariquita, JULIÁN B. RUIZ RIVERA, "La plata de Mariquita en el siglo XVIII: mita y producción" (en Anuario de Estudios Americanos, vol.xxix, 1972, págs. 121-169), JORGE O. MELO ha dado a conocer las cifras del oro producido en la 152 Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 Nueva Granada durante el siglo XVIII en una ponencia presentada al seminario de Historia de Colombia de la Universidad Nacional (septiembre de 1977) y cuya publicación está anunciada en la Revista de la Universidad del Valle, núm. 3. Sobre la moneda y la amonedación, A. M. BARRIGA VILLALBA Historia de la casa de moneda, 3 vols., Bogotá, 1969. Sobre la tierra, particularmente los resguardos indígenas, ORLANDO F ALS BORDA, El hombre y la tierra en Boyacá, Bogotá, 1957, y MARGARITA GONZÁLEZ, El Resguardo en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1970. Las haciendas han sido objetos de trabajos regionales o monográficos. Las de la Sabana de Bogotá, por ejemplo, en JUAN A. VILLAMARIN, Encomenderos and Indians in the Formation ofColonial Society in the Sabana de Bogotá, Colombia 1530 to 1740 (2 vols. Tesis de doctorado, 1972. Reproducida en xerox por University Microfilms Intemational. Ann Arbor Mich.), uno de los trabajos más consistentes escritos hasta ahora sobre este tema. Las haciendas de la Compañía de Jesús, en G. COLMENARES, Las haciendas de los jesuitas en el Nuevo Reino de Granada (Bogotá, 1969). La sociedad La historia social de la época colonial ha concentrado hasta ahora su atención en la encomienda. Además de los trabajos pioneros de JUAN FRIEDE: Vida y luchas de Don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de indios (Popayán, 1961 ), y Los Quimbayas bajo la dominación española (Bogotá, 1963), DARÍO FAJARDO, El régimen de la encomienda en la provincia de Vélez (Bogotá, 1969) y dos trabajos recientes de la escuela que orienta en Sevilla Luis Navarro García: JULIÁN B. RUIZ RIVERA, Encomienda y mita en Nueva Granada (Sevilla, 1975), y SILVA PADILLA, M. L. LÓPEZ ARELLANO y A. GONZÁLEZ, La encomienda en Popayán, tres estudios, (Sevilla, 1977). Otros aspectos de la cuestión indígena han sido tratados por MAGNUS MÓRNER en La Corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América (Estocolmo, 1970) y ULISES ROJAS, EL cacique de Turmequé y su época (Tunja, 1965). Sobre los esclavos africanos la bibliografia es todavía escasa. JORGE PALACIOS P. se ocupa de La trata de negros por Cartagena de Indias (Tunja, 1973), con énfasis especial en los asientos de finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. JAIME KING, Negro Slavery in New Granada (Berkeley, 1945) y AQUILES ESCALANTE, El negro en Colombia(Bogotá, 1964). La esclavitud y la sociedad esclavista 153 La esclavitud y la sociedad esclavista Jorge Palacios Preciado Trata de Negros. Necesidad de la mano de obra esclava U no de los aspectos más importantes de la Historia de América Latina es el relacionado con la presencia y herencia del esclavo negro procedente de las costas africanas. El tema ha sido analizado por numerosos historiadores, quienes han abordado aspectos de la esclavitud en relación con algunos problemas económicos, sociales, demográficos e institucionales, y asimismo se han adelantado estudios específicos sobre la trata, la abolición, la legislación, etc. Sin embargo, las investigaciones sobre el negro, el africanismo o la esclavitud en Colombia, no han sido sistemáticas, si bien es cierto que en los últimos años ha surgido un gran interés por el tema y se han adelantado trabajos con un mayor rigor científico y con nuevos enfoques metodológicos. La más reciente historiografía ha hecho énfasis sobre una realidad histórica evidente, en el sentido de que la colonización española tuvo como base la explotación de las minas de oro y plata mediante la utilización de grandes concentraciones de indios sedentarios. En otros términos, la política colonizadora de España estuvo condicionada por la búsqueda inaplazable de los metales de que tanto precisaba Europa, ya en la prehistoria del capitalismo, para dilatar los canales de su circulación mercantil. Durante casi todo el período colonial la economía de la Nueva Granada fue esencialmente una economía minera y la explotación intensiva de los yacimientos de oro, plata y esmeraldas se realizó utilizando la mano de obra indígena, básicamente en los primeros ciclos. En efecto, las curvas de producción de metales (1) en las cuales se puede apreciar cierto paralelismo de los movimientos, permiten observar alguna correspondencia entre el descenso de la población nativa, la disminución en la extracción de metales y las ingentes solicitudes de mano de obra esclava, especialmente en el período crítico 1550-1650. Se genera entonces en la explotación minera lo que Pierre Vilar denomina "el proceso de destrucción del beneficio por el mecanismo del propio beneficio" (2). Si bien es cierto que resultaría demasiado simplista afirmar que se dio una relación directa, casi una identificación entre uno y otro fenómeno, de causa a efecto, es evidente la incidencia de la crítica situación demográfica en la producción de metales y en la actividad económica de la Nueva Granada. La mayoría de los historiadores de la economía y la sociedad colonial, en particular los estudiosos de la demografía, sostienen que la extracción de los minerales y la vida económica general se basó en la sistemática explotación de la fuerza de trabajo indígena, lo cual es evidente, pero sin advertir la pronta presencia del ele- 154 mento africano, el cual, en su condición de esclavo y como mero instrumento de producción, fue traído para sustituir al aborigen, como refuerzo y para contrarrestar-a lo menos en partela crisis demográfica. En otras palabras, se ha puesto de relieve la decisiva aportación indígena, pero no se ha destacado suficientemente la importancia estratégica del elemento negro en la economía colonial. No pretendemos polemizar en tomo a esta apreciación (3), pero cabe anotar que funcionarios y mineros, agricultores y comerciantes, misioneros y clérigos, así como cabildos y conventos, solicitaron, desde muy pronto, esclavos negros. De esta manera, antes de finalizar la primera mitad del siglo XVI, cuando el descenso de la población no había llegado a su punto crítico como tampoco había concluido aún la primera gran etapa de "conquista y pacificación", de reducción y dominación de la población nativa, surgió el propósito de aumentar las introducciones de esclavos (4) sobre el principio o el cálculo muy pronto generalizado, de que el trabajo de un negro producía lo que tres mdios juntos. Y este principio, que rápidamente se convirtió en la opinión común, creó la convicción en los funcionarios y colonos, especialmente en el siglo XVIII, de que trata e introducción masiva de negros era la panacea para la economía del virreinato (5). Después de 1595, es decir, un poco antes de la iniciación de los grandes asientos cuyo comienzo más o menos coincidió con cierta expansión de fronteras y el hallazgo de minas notablemente ricas, se intensificó considerablemente la introducción de esclavos al territorio de la Nueva Granada. Algunos registros ponen en evidencia la decisiva contribución de la fuerza de trabajo esclava en la economía minera del Nuevo Remo. Germán Colmenares ha establecido cómo entre 1590 y 1640, por ejemplo, el trabajo esclavo en los yacimientos mineros fue del orden del 7 5% frente al restante 2 5% del indígena (6). " ... El conducirse negros a la América no sólo es conveniente pero necesario, porque con la falta que hay de indios en lo principal de América, los negros son los que laoran las haciendas, sin que s~ puedan labrar ni se la~ren p~)f españoles, as1 porque estos no se aphcan m se lian aplicado nunca ... habiendo manifestado la expenencia que cuando no hay copia de negros que asistan a las labores del campo una fanegada de Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 maíz ha valido 15 pesos y a este respecto las demás semillas y en habiéndola, baja a 2 y 1/2. Las haciendas principales de los vecinos de ingenios de azúcar, viñas en el Perú, crías de ganado, todas se mantienen con negros, sirven también de trajineros y marineros, de suerte que si estos faltasen faltaría el alimento para mantener la vida humana y los caudales porque lo principal de ellos consiste en esta hacienda siendo también precisos para el servicio personal porque ni criollos ni españoles no sirven .. .los indios han faltado y donde los hay no se los puede obligar al servicio personal. .. se ha tenido siempre por tan necesaria la introducción de esclavos negros en las Indias que aún en el principio de su descubrimiento y reducción... que el año de 1510 se mandaron enviar esclavos por el poco espíritu y fuerza de los indios. Y si desde el año de 1510 se ha tenido por conveniente y en los sucesivos por precisos respecto del aumento de las poblaciones, labores de los campos y ministerios serviles a que se aplican y falta de indios, hoy que son más numerosas y mucho menor el número de indios es más necesaria la continuación de la introducción de estos esclavos y mayor el inconveniente de que les falten a los vasallos de la América y muy arriesgado para la quietud de aquel reyno... y muy perjudicial a V. M. que perderá si se prohibiere la gran suma que le contribuye y ninguna prohibición será bastante para que dejen de introducirse siendo la necesidad de ellos inexcusable ... " (7). Es claro que ante la crisis demográfica indígena y dada la índole de la economía colonial, la esclavitud negra se imponía como única solución y la Corona, para proveer a las colonias americanas de la mano de obra requerida, superó las dificultades políticas, así como las reservas morales planteadas por algunos teólogos. En esta forma, la institución de la esclavitud, que al momento del Descubrimiento estaba en una etapa de recuperación, particularmente en los países meditep-áneos que mantenían intenso comercio con Africa, adquirió en el Continente americano un gran impulso, una nueva forma y un nuevo sentido. El desarrollo del capitalismo europeo, la disponibilidad de grandes extensiones de tierra y el hallazgo de ricos yacimientos de minerales en América, la disminución de la fuerza de trabajo indígena y la especulación creciente del capital comercial, fueron factores determinantes esclavitud y la sociedad esclavista de la nueva etapa de la esclavitud africana en América. Fue la coyuntura económica y no razones de tipo racial o filosófico lo que provocó la intensa explotación de la población africana e hizo de la esclavitud una institución económica del primer orden. 155 esclavos en las minas de Antioquia en número apreciable. En Cáceres y Buriticá laboraban 150 y 300 esclavos, respectivamente; en 1590 había 1.000 en las minas de Anserma y 600 en Buriticá; en 1595 se registran 2.000 esclavos en Zaragoza y hacia 1600 trabajan 2.000 en Remedios (12). Vásquez de Espinosa (13) calcula la El negro en la economía colonial_ _ __ población negra de Zaragoza para fines del siglo entre 3.000 y 4.000 esclavos. Francisco Beltrán Es evidente que en la Nueva Granada la de Caycedo poseía en las minas de Remedios 500 participación del esclavo africano en el proceso negros esclavos (14). De otra parte, en las minas productivo, particularmente en la minería, tuvo de Las Lajas y Santa Ana -las que generalmente una significación más que transitoria. Puede se supone fueron trabajadas exclusivamente por afirmarse que el negro, prácticamente desde el los mitayos de Santa Fe y Tunja (15) se hallaron mismo siglo XVI, jugó un papel esencial en la en la visita de 1640 en los distritos mineros de economía neogranadina, que fue acentuándose Santa Rosa 221 indígenas y 294 esclavos neen la medida en que descendía la población gros, mientras que en los ingenios de la misma aborigen y se ampliaban las fronteras de explo- sólo había 30 negros por 118 indígenas; en Las Lajas se registraron 119 aborígenes y 64 esclatación. El elemento africano participó, en primer vos; en sus ingenios hubo 64 indígenas y ningún término, en algunas empresas de conquista y esclavo, y en la solicitud de fuerza de trabajo, expansión, en su condición de esclavo domés- obviamente, se pedían más esclavos que indítico de capitanes y empresarios. Muy pronto, genas (16). sin embargo, su influencia en las actividades Parece seguro que desde la última década cotidianas y la explotación económica fueron del siglo XVI el esclavo negro sustituyó al indímayores, llegando a constituirse en elemento gena en el trabajo de las minas, siendo entonces casi insustituible en ciertos menesteres y oficios, destinada la poca población nativa a la producasí como en objeto de ostentación y lujo de la ción agraria y a labores de abastecimiento. En sociedad colonial. efecto, la Corona, ante el proceso de extinción del indígena, había dispuesto una legislación El esclavo negro en la Nueva Granada fue más rigurosa respecto del empleo de los aborídestinado básicamente a la explotación minera. Es claro que en las primeras etapas de la econo- genes en el trabajo minero, y si bien es cierto mía la participación del elemento africano no que tales normas sólo fueron observadas parcialfue tan amplia, no sólo por el volumen de éstos, mente, el grave problema de la mano de obra sino por la abundancia de mano de obra indígena quedaba resuelto, a lo menos en parte, con la cuyo trabajo gratuito y forzado sería justamente provisión de esclavos africanos al regularizarse fuente de capitalización para la adquisición de el tráfico mediante la concertación de grandes esclavos negros (8). Pero a partir de 1560 -co- asientos, así como por el continuo y numeroso mienzos del segundo interciclo del tráfico comer- contrabando. A partir de la segunda mitad del siglo XVI cial-el número de esclavos fue en aumento, en tal fonna que los negros se convirtieron en el grupo -punto crítico de la catástrofe demográfica-, la predominante entre los trabajadores mineros du- participación del elemento nativo en la explotación de los minerales necesariamente tuvo que rante los siglos xvn y XVIII (9). Aunque persiste la apreciación de que el ser reducida, pues si bien es cierto que la mita número de esclavos negros en el siglo XVI fue y las conducciOnes sustituyeron la rapiña inicial reducido (10), hay algunos indicios que permiten de la fuerza de trabajo indígena por parte de creer que el volumen de esclavos fue mucho mineros y encomenderos, para entonces las parmayor de lo que tradicional mente se ha afirma- cialidades se hallaban diezmadas. De otra parte, do. Hacia 1543, por ejemplo, Belalcázar pedía la recuperación demográfica indígena, de haautorización real para introducir cien esclavos berse dado efectivamente, no pudo ser factor más para trabajar en las minas, y para entonces determinante de cierta reactivación de la economuchos negros lavaban oro en Popayán (11 ). mía minera (17). Por lo demás, para entender esta Desde 1583 se encuentran algunas cuadrillas de recuperación económica, así como las crisis de 156 la economía minera, habría que considerar en primer término la masiva introducción de esclavos africanos, el agotamiento y hallazgo de nuevos yacimientos mineros, los conflictos entre comerciantes, mineros y hacendados, la política económica de la metrópoli, las innovaciones tecnológicas, los sistemas de abastecimiento, el auge del contrabando de mercancías, las nuevas vías de comunicación, el mayor control burocrático de la producción y en general la reorganización de la explotación, los cuales, como factores interactuantes y junto con el demográfico, incidieron en el sensible aumento registrado en la extracción de metales a partir de 1580. La población esclava en el siglo XVI ya debió de ser apreciable, pues fue creciente el temor a sublevaciones y rebeliones ( 18), puesto de manifiesto en las medidas coercitivas y en las disposiciones y ordenanzas de cabildo relativas a los negros, así como en la dureza de la represión contra el cimarronismo (19). De otra parte, los conflictos con la población de color fueron constantes y desde muy pronto se prohibió el "que los esclavos negros, cada vez más frecuentes en la Nueva Granada" (20), viviesen entre los indios, todo lo cual es indicio del volumen en ascenso de la población esclava. La participación del elemento negro en el proceso productivo y en la economía minera del Nuevo Reino fue aún más decisiva durante los siglos XVII y XVIII, pues el empleo de la mano de obra esclava se intensificó en los distritos mineros de Antioquia y especialmente en los nuevos del Chocó; asimismo, otros segmentos de la economía colonial fueron atendidos por la población africana. En efecto, aparte las numerosas cuadrillas de mineros, muchos esclavos fueron destinados a otras actividades como la agricultura, la ganadería y a una amplia gama de oficios artesanales y de servicio doméstico (21 ). El número de esclavos de una cuadrilla oscilaba entre 10 y 40, pero por lo general una mina tenía varias cuadrillas, las cuales estaban integradas por hombres y mujeres, si bien éstas laboraban preferentemente las minas de aluvión y aquéllos las de veta. Por su parte, los ancianos y los niños eran dedicados a trabajos agrícolas y funciones domésticas. La distribución y abastecimiento de la mano de obra esclava corría por cuenta de los comerciantes, quienes despachaban desde Cartagena grupos de 10 y 20 negros. Los precios Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 en los centros de trabajo eran altos, pues por lo general duplicaban los registros en el puerto y el sistema de ventas a crédito, hipotecando la mano de obra ya existente, no sólo incrementaba los costos, sino que daba origen a numerosos enfrentamientos y pleitos entre mineros y comerciantes. " ... Los mercaderes que bajan de este Nuevo Reino a emplear en esclavos negros para vender a los mineros de minas de oro particularmente a los de Zaragoza, Cáceres, San Gerónimo del Monte y los Remedios que se labran con ellos, los compran en Cartagena en partidas a los precios referidos, algo más o menos, de contado, conforme a los tiempos, de haber más o menos esclavos y más o menos compradores y los venden los dichos mercaderes a los dichos mineros comúnmente puestos en sus casas pagadas al tercio de contado y lo restante a pagar en dos años por mitad. Los de ley 340 y 350 pesos de oro de 20 quilates y los ardás, angoles y congos a 250 pesos del dicho oro ... " (22). En las zonas urbanas el ansia de prestigio, la ostentación y el lujo hizo que muchos funcionarios y familias ricas invirtieran grandes sumas de dinero en la adquisición de esclavos africanos que servían como cocineras, niñeras, amas de cría, lavanderas, etc., pero, de otra parte, los negros en la sociedad esclavista se convertían en inversión económica rentable. Muchos propietarios alquilaban a sus esclavos y recibían los jornales, constituyéndose este sistema en fuente importante de recursos para los dueños de esclavos. En Cartagena, por ejemplo, lamayoría de los funcionarios de la Corona que compraban esclavos o los recibían como obsequio de los tratantes en los frecuentes casos de soborno, solían arrendados para el trabajo en obras públicas, trabajo de las murallas, en cárceles, hospitales, mercados, o como aseadores, conserjes, tamboreros, bogas, pregoneros, etc. (13). El sistema de alquiler de esclavos adquirió gran importancia, pues, además de los funcionarios, muchos propietarios, y especialmente mujeres de medianos y escasos recursos económicos, compraban negros esclavos con el objeto de arrendados para el desempeño de numerosos oficios, o para la venta de comestibles, dulces y frutas. Una dueña reclamaba sus esclavos alegando que siendo " ... un artículo de tanto beneficio para mí y para mis hijos ... y siendo su trabajo precio estimable no debo perder los jornales ... " (24 ). N o faltaron los casos en que los pro- La esclavitud y la sociedad esclavista Dietarios obtenían ingresos provenientes de la prostitución de sus esclavos (25) De otra parte, la población africana y especialmente los esclavos domésticos se utilizaban para respaldar operaciones de préstamo, hipotecas, permutas, trueques y pagos por servicios, y en muchas ocasiones eran objeto de especulación, gracias a las habilidades del esclavo y a las fluctuaciones de precios provocadas por los comerciantes, en tal forma que los negros eran tratados efectivamente como mercancías con valor de uso y valor de cambio. Ahora bien, en el campo de los oficios artesanales la población negra, tanto esclava como liberta, desempeñó un papel importante. Gracias al grado de civilización más evolucionada de que eran portadores algunos grupos de afiicanos, muchos se desempeñaron con habilidad en trabajos mecánicos, de trapichería, en sastrería y manufactura de artículos de vestir, en carpintería y trabajos de la madera, herrería y trabajos en metales, albañilería y labores en fortificaciones y obras de defensa. Muchos adquirieron destreza como asistentes de artesanos y algunos oficios fueron confinados casi exclusivamente a los negros, lo que les permitía disfrutar de relativa independencia frente al común de los esclavos, si bien es cierto que tanto los propietarios como las autoridades fueron extremadamente celosos para prevenir actividades autónomas de la población negra. De acuerdo con algunos registros de venta y transacciones realizados en Cartagena, puede afirmarse que, con excepción de los indígenas, los restantes grupos socio-raciales, incluyendo muchos negros libertos, adquirieron esclavos, bien para la explotación directa o para especular en operaciones económicas. Así, por ejemplo, en la relación de deudores del asiento de Domingo Grillo figuran varios pardos y morenos libres como compradores de negros (26) y en el censo de minas y esclavos del Chocó de 1759 aparece como propietario de veinte esclavos el negro libre Miguel Solimán (27). Los mayores compradores eran los comerciantes de negros, quienes se encargaban de la introducción de la mercancía a los sitios de trabajo, pero también se destacaron los funcionanos, las comunidades religiosas y los artesanos. Durante el asiento de la Compañía de Cacheu, de los 425 compradores 31 adquirieron 10 o más esclavos y solamente uno compró más de 100. Esto hace evidente cierta amplitud de la 157 trata, si bien esos 31 compradores adquirieron el 55.5% de los esclavos vendidos en el puerto. El 63% de los tratantes eran hombres, el 34% mujeres y los restantes representaban entidades como conventos, cabildos, etc. Por lo general, los esclavos se adquirían por unidades, pero era frecuente la negociación por "toneladas de negros", "piezas de indias", "cabezas" y "lotes". Así, por ejemplo, a Salvador Mora le vendieron o le reservaron los siguientes esclavos: 20 muleques y mulecas de "tres por dos", 5 muleques de "tres por dos", 3 muleques de "dos por uno", 42 negros y negras "piezas de india" y 35 negros "piezas" (28). El gran comercio de esclavos en Cartagena y otros puertos neogranadinos como Santa Marta y Riohacha pone de manifiesto la decisiva participación del elemento africano en la economía y la sociedd colonial, pues, como se ha dicho, fue involucrado en casi todas las actividades y en algunas constituyó la base de la producción. La trata de negros. Abastecimiento y comercio de esclavos L os proveedores de la mano de obra esclava en las costas africanas utilizaron diversos métodos para la consecución de la mercancía. En efecto, comoquiera que la esclavitud era una institución corriente, especialmente en la costa occidental del Africa, buena parte del comercio negrero tuvo como fuente la población africana ya esclavizada. Sin embargo, el mayor volumen de esclavos se obtuvo mediante la caza directa y utilizando la violencia, el fraude, promoviendo las guerras intertribales y fomentado la avaricia en príncipes y gobernadores africanos, a quienes se les convirtió en intermediarios del comercio, básicamente por los tratantes portugueses, holandeses, franceses e ingleses. Tratándose de una mercancía tan especial, la Corona española, desde el comienzo mismo de la trata, dispuso una serie de medidas no sólo para controlar estrictamente el comercio y asegurar los impuestos y gabelas, sino para impedir el paso de algunas tribus consideradas levantiscas y peligrosas para el proceso de aculturación del indígena, así como la concentración excesiva del elemento negro que pudiese en peligro la seguridad de los puertos y de las propias colonias, estableciéndose una legislación que regulaba la calidad y cantidad del tráfico de esclavos. 158 Además del estrito control que llevaría la Casa de Contratación de Sevilla en relación con los permisos, licencias y asientos, así como otros organismos de la administración, en cada caso se establecieron los llamados puertos de permisión o desembarco, internación y reparto de las cargazones africanas. La Nueva Granada contó con el puerto de mayor movimiento y actividad, pues a Cartagena de Indias eran conducidas no sólo los esclavos destinados al gran virreinato peruano, sino los que posteriormente serían reexportados a las islas del Caribe y las Antillas. Cartagena reunía ciertas condiciones económicas y sociales que la habilitaban como puerto ideal para el comercio negrero. Contaba con buen número de médicos y protomédicos para el minucioso examen a que eran sometidas las "piezas de esclavo", la seguridad para mercancía tan valiosa y codiciada era casi total; la actividad de comerciantes, intermediarios y tratantes, así como la circulación de metales, era intensa; el sistema de comunicaciones era relativamente rápido, lo que facilitaba un comercio y tráfico continuos, etc.; pero, además, a los tratantes les resultaba particularmente atractivo arribar a Cartagena y comerciar precisamente allí, pues siendo el Nuevo Reino el mayor productor de oro y dicha ciudad el puerto de salida de los metales, el precio de los esclavos tendía a ser superior y, de otra parte, las posibilidades para el contrabando de los minerales resultaban excepcionales. Cabe advertir que la política de la Corona en relación con los puertos de permisión obedecía, además, al interés oficial por continuar en estos grandes depósitos el proceso de aculturación del elemento negro, el cual supuestamente comenzaba en las costas africanas. De otra parte, el esclavo negro necesariamente entraba en relación con otras castas y grupos socio-radicales, sobre todo con el indígena, lo que a juicio de los funcionarios españoles constituía un riesgo para la labor de cristianización de los aborígenes, si no se adoptaban medidas preventivas en el momento mismo de la llegada de los esclavos a territorio americano. Cartagena, en razón de la conquista y defensa militar de los territorios ocupados se convirtió, casi desde su fundación, en punta de lanza de colonización en la etapa continental y fue ademas puerto de gran movimiento, centro administrativo de primera importancia, lugar de Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 intenso intercambio y de servicios de una extensa región. Sin embargo, la actividad más lucrativa y el comercio más apetecido fue el que se adelantó con la fuerza de trabajo esclava, convirtiéndose éste en la mayor fuente de riqueza. Aun sin haberse establecido la magnitud del movimiento negrero ni la intensidad del comercio durante el siglo XVI y primera mitad del XVII, es de presumir que fue a partir y alrededor de las transacciones con la mercancía fuerza de trabajo esclava como se formaron los grandes capitales de intermediarios y comerciantes, y, por su parte, el tesoro real, como sostenían los propios funcionarios reales, "recibía mayor beneficio con un navio de negros que con galeones y flotas". A pesar de las continuas quejas de las autoridades del puerto sobre el decaimiento del comercio esclavista, Cartagena fue, desde 1595 hasta 1615, el único 2uerto de América española autorizado para recibir las cargazones de los asentistas y tratantes de esclavos; con posterioridad se agregó Veracruz y excepcionalmente se dieron permisos para otros sitios. Sin embargo, en casi todos los contratos se estipuló que Cartagena sería el puerto de primera entrada. Mediante una red organizada de grandes comerciantes españoles y criollos, la mercancía humana se distribuía por mar, ríos y caminos a los distintos centros de mercado y sitios de trabajo de América como México, Perú, Santo Domingo, Puerto Rico, Cuba, Caracas, etc., así como a los distritos mineros y a las regiones agrícolas de la Nueva Granada. Debido a la constante demanda y a la consiguiente especulación, los comerciantes de esclavos, tanto los que abastecían el mercado en las costas africanas como quienes traficaban en los puertos americanos, obtuvieron beneficios extraordinariamente altos. En efecto, los costos de la mercancía en las costas africanas variaban según los métodos de obtención, pero como normalmente se utilizaba el trueque, los precios de intercambio no afectaban sensiblemente a los tratantes europeos. Estos utilizaban para sus operaciones como artículos de trueque vino, armas, tejidos, hierro, caballos y ganado. El precio promedio en bienes de intercambio y productos europeos, de valor intrínseco relativamente pequeño, oscilaba entre los cuatro y los sesenta pesos españoles en mercancía cada uno (29). En el gran mercado de Cartagena el precio de los esclavos variaba entre 200 y 400 pesos La esclavitud y la sociedad esclavista 159 y en los centros de consumo dichos valores se duplicaban (30). En tales condiciones, las ganancias que generaba la trata eran considerables. Teniendo en cuenta datos de George Scelle (31) y en algunos que hemos podido establecer para Cartagena, durante el asiento de Antonio Rodríguez Deivas (1618-1624), por ejemplo, la rentabilidad fue de aproximadamente el 700%. En efecto, el movimiento fue el siguiente: Esclavos introducidos Valor de compra Derechos causados Gastos generales Inversión total Pérdidas calculadas Producido de ventas Gastos totales Ganancia líquida Rentabilidad (Aprox.) 20.574 118.294 1.380.000 887.220 1.005.514 197.200 7.393.500 2.582.714 4.810.786 700% Estas cifras, que ponen en evidencia una tasa de beneficio extraordinariamente alta en el comercio normal de los esclavos, deberían tenerse en cuenta en el análisis acerca de la naturaleza de la economía y sociedad coloniales. En realidad, aunque aún no se dispone de información suficiente para calcular el movimiento de mercancías, artículos de lujo, objetos de valor, bastimentas y productos de consumo en general, parece seguro que por lo menos en el siglo XVII y primera mitad del XVIII, los capitales se invertían más en fuerza de trabajo que en utensilios, aparejos, maquinaria y herramientas. En otros términos: este movimiento de recursos y esta inversión en fuerza de trabajo más que en capital, reflejan un mayor interés por los hombres que por las riquezas, lo que ha sido señalado por Marx como característico del feudalismo (32), pese a considerarse como inversión de capital variable la realizaba en fuerza de trabajo esclava, inversión considerada por el propio Marx como de capital fijo, pero dentro de un régimen esclavista (33). De acuerdo con lo dispuesto en las licencias, contratos y asientos, la mercancía humana debía trasladarse de las costas africanas a los puertos de permisión, y sólo con la debida autorización se podrían habilitar puertos de refresco o sitios de escala como San Tomé, Jamaica, Barbados, etc. Legalizada la mercancía mediante el pago de impuestos, examen médico e imposición de la coronilla real o marca -opera- ciones conocidas como de Palmeo y Carimbase procedía a la subasta pública por lotes o por "piezas de indias" (34) y posteriormente a su distribución e internación a los distintos sitios de trabajo. En el caso de la Nueva Granada, los esclavos eran conducidos en pequeños grupos por los ríos Magdalena y Cauca hacia Santa Fe, Antioquia, Cali, Popayán, Chocó y demás centr~s y zonas de actividad y explotación económicas. Los precios de los esclavos en los puertos de arribada, por lo general no sufrieron bruscas fluctuaciones durante el desarrollo de un asiento, pero sí se dieron marcadas diferencias entre los de uno y otro contrato. Así, por ejemplo, en el gran mercado de Cartagena, el precio promedio de los esclavos adultos vendidos por la Compañía de Portugal fue de 270 pesos (35) y durante el asiento de la Compañía de Inglaterra oscilaron entre los 200 y 240 pesos cada uno (36). La relativa estabilidad que se dio a pesar de las continuas interrupciones de los asientos y de la irregularidad en el envío legal de los esclavos fue el resultado del contrabando en gran escala. Ahora bien, las variaciones de precios que se daban en los remates, dependían básicamente de la demanda, pero otros factores como la casta, el sexo, la edad, la forma de pago y el estado físico de las armazones, también incidían. Las enfermedades, las llamadas tachas, "vicios" y defectos de los esclavos eran determinantes en la conformación de las "piezas de indias" y de las "toneladas de negros" y obviamente en los precios (17). Tomando como base una cuadrilla de 24 7 esclavos en las zonas mineras del Chocó, Sharp estableció una tabla de precios para fmes del siglo XVIII según edad y sexo de los esclavos Edad Varones Precio Promedio Mujeres Precio Promedio 0-4 5-9 10-14 15-19 20-29 30-34 35-39 40-49 50-59 60-69 70 o más 145 244 356 489 486 500 480 393 234 147 75 146 240 240 500 453 475 467 375 204 158 44 160 Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 y de acuerdo con la cual habría una devaluación en cuenta que en atención a la productividad y anual del 2% a partir de los 30-40 años, período rentabilidad del esclavo, el empresario negrero de mayor productividad de la mano de obra, prefería los varones cuya edad permitiera una rápida y gran explotación. Konetzke (42) presenta cuando se obtiene el mayor precio. algunas cifras acerca de la población negra en En el puerto de Cartagena, la gran mayoría de las ventas se hicieron a plazos, los cuales Hispanoamérica, según los cuales hacia 1570 iban, por lo general, de los tres a los seis meses, habría unos 40.000 esclavos; en 1650 cerca de con un recargo aproximado del 5% sobre las 857.000 y al fmal del período colonial ventas al contado. En la relación de operaciones 2.347.000. El volumen de la población esclava de la factoría efectuadas entre 1715 y 1718, de y la intensidad del comercio negrero estaban en las 355 transacciones registradas solo 72 se hi- relación directa con la actividad económica de cieron al contado y ni una sola fue superior a las distintas colonias. Así, por ejemplo, en la los 2.000 pesos, mientras que en dicho lapso segunda mitad del siglo xvi habría en México hubo ventas a crédito de 10.000 y 20.000 pesos 6.464 esclavos; en el Perú unos 4.000; en Panamá 2.809 y al Brasil habrían ingresado entre cada una (38). 1570 y 1600 aproximadamente 50.000 esclavos. La Corona, por su parte, para prevenir el drenaje de los metales que ocasionaba el contra- A mediados del siglo XVII México tendría una bando de mercancías y de esclavos, adoptó un población esclava de 35.089; Perú 30.000, Pasinnúmero de medidas y dispuso un amplia vi- namá 4.000 y al Brasil se habrían conducido gilancia, pero no obstante estas y el celo de unos 200.000 esclavos entre 1600 y 1650. A muchos funcionarios, el fenómeno fue práctica- finales del siglo XVIII el volumen de población mente incontrolable y persistente. Los puntos esclava descendió en algunas regiones como de desembarco y los sitios de mayor movimiento México que tendría menos de 10.000, Panamá ilegal fueron Santa Marta, Riohacha, Mompox, con 1676, pero simultáneamente las introducChirambira, Buenaventura y Barbacoas. Sin ciones aumentaron en otras zonas intensa exploembargo, aun en Cartagena el comercio de con- tación como Cuba y Venezuela. Respecto de la trabando era considerable, mediante el soborno Nueva Granada, puede considerarse que durante y pago de comisiones a funcionarios de todo los años de comercio negrero arribaron al puerto de Cartagena entre 500 y 1.500 esclavos al año, rango destacados en el puerto. si bien es cierto que no todos permanecían en El número, siquiera aproximado, de escla- dicha provincia (43). vos introducidos en las colonias americanas es un punto aún demasiado oscuro. Existen numeDe acuerdo con el movimiento legal de rosos cálculos e hipótesis pero la información esclavos africanos por el puerto de Cartagena y de archivo no parece ser suficiente para llegar aceptando la proporción de un tercio respecto a a conclusiones definitivas. Algunos autores to- los conducidos a Nueva España, especialmente mando cifras de funcionarios, cronistas y misio- durante el período de las licencias, el volumen neros, consideran que en los momentos de in- total de esclavos introducidos por el puerto neotensa actividad negrera en el puerto de Cartage- granadino desde la iniciación de la trata hasta na, habrían llegado entre 10.000 y 12.000 escla- el momento de decretarse la libertad de comercio vos al año (39), cifras que parecen a todas luces en 1789, oscilaría entre los 130.000 y 180.000 excesivas. Otros investigadores, teniendo como esclavos, cifra que en principio puede parecer base el tonelaje medio de los barcos dedicados demasiado pequeña si se tiene en cuenta lo que a la trata consideran que durante el período co- tradicionalmente se ha afirmado sobre este colonial se habrían introducido unos tres millones mercio. Pese a que la información es incompleta de esclavos a la América española, sin tener en -aún no se dispone, por ejemplo, de datos para cuenta el contrabando (40). Algunos estiman que uno de los períodos de más intensa actividad, del continente africano se extrajeron entre 50 y el de 1600-1640 y sin tener en cuenta el contra200 millones de esclavos negros para ser condu- bando, estas cifras reflejan la importancia del cidos al continente americano (41 ), de los cuales movimiento negrero y el papel de la esclavitud la gran mayoría serían jóvenes de 10 años, cál- en la economía y sociedad coloniales. culos que de acuerdo a los datos que se han En relación con el sexo de las armazones, establecido para las colonias españolas, parecen fue constante la proporción de un tercio de mubastante exagerados. De otra parte hay que tener jeres por dos de varones y aproximadamente el La esclavitud v la sociedad esclavista mismo porcentaje se presentó en los sitios de trabajo. En 1.698, por ejemplo, de los 1.027 esclavos que arribaron a Cartagena, 394 eran mujeres y en el año siguiente de los 608 negros sólo 186 eran mujeres (44 ). Durante el primer período del asiento inglés, de los l. 3 83 esclavos vendidos en el puerto, 890 eran varones y 493 hembras (45). Una cuadrilla de 94 esclavos mineros de Remedios, en 1632 estaba integrada por 38 mujeres y 56 hombres (46). De otra parte, la proporción de muleques y mulecas frente a los adultos fue de un cuarto aproximadamente. Frederick Bowser cree que entre 1580 y 1600, Cartagena de Indias recibiría hasta 1.500 esclavos al año, mientras que entre 1600 y 1640 habría llegado un mínimo de 2.000 africanos (4 7). El gobernador de Cartagena en comunicación de 1598 se refiere a los negros " ... vienen de Guinea, Angola y Cabo Verde, que de un año con otro serán más de 2.000" (48) y para 1621 se calcula la población negra de la provincia de Cartagena en más de 20.000 esclavos (49). De acuerdo con los datos de Francisco Silvestre para fines del siglo XVIII habría en la Nueva Granada 53.788 esclavos y para comienzos del siglo XIX la población negra y mulata, así esclava como libre, sería de 21 O. 000 (50). Según algunos cálculos recientes, la población de origen africano negra y mulata en la actual República de Colombia alcanza a ser el 30% de la población total (51). Orígenes tribales Uno de los aspectos más importantes en relación con el comercio de esclavos africanos es el relativo a los orígenes de la población negra, no sólo desde el punto de vista de la contribución biológica, sino fundamentalmente para precisar el aporte cultural y social de las diferentes castas, naciones o países a los distintos grupos de esclavos. Lamentablemente, no se han adelantado trabajos sistemáticos en este sentido y las referencias al origen tribal del elemento negro importado a la Nueva Granada son muy generales y vagas, sin que hasta el momento se haya confrontado, por ejemplo, la información de archivo con las conclusiones de los trabajos de campo adelantados (52). En las primeras etapas de la trata y especialmente durante los siglos XVI y XVII, los sitios de donde debían ser extraídos los esclavos afri- 161 canos se establecían en las licencias y asientos. Durante dicho lapso los únicos lugares autorizados fueron los llamados Islas de Cabo Verde y Ríos de Guinea, pues los negros de estas zonas eran considerados de mejor calidad y ofrecían mayores posibilidades económicas a los tratantes. Sin embargo, de acuerdo con los trabajos de algunos investigadores (53) y teniendo en cuenta la información de documentos como las licencias, los asientos, los registros de compraventa, documentos notariales, testamentos, etc., puede afirmarse que a la Nueva Granada fueron introducidos esclavos de todas las zonas de extracción africana, básicamente tribus de los Ríos de Guinea, Sierra Leona, Arará, Mina, Carabalí, Congo, y Angola. " .. .los esclavos negros que se traen en Cartagena y venden en ella son de tres suertes. La primera de más estima los de los ríos de Guinea que llaman de Ley que tiene diferentes nombres ... y su común precio es a 200 pesos de plata ensayada de contado. La segunda suerte es la de los ardás o araraes, destos son los menos que se traen y se venden a 160 ducados de a 11 reales, comúnmente de contado. La tercera e ínfima es de los angolas y congos de que hay infmitos en su tierra y se venden comúnmente a 150 ducados de contado ... (54). Al parecer, la mayor parte de la población africana llegada a la Nueva Granada era portadora de una cultura económica y tecnológica más evolucionada, en algunos aspectos, en relación con la de los aborígenes, lo que en cierto sentido determinó la función socio-económica de la población negra y, obviamente, dio lugar a una inversión en el status social respecto de la condición legal entre el negro y el indio. Sin embargo, aún no existen trabajos suficientes ni estudios sistemáticos no sólo sobre el origen tribal sino sobre la distribución geográfica de la población africana (55). Etapas de la trata Inicialmente y en desarrollo de una política de excepciones, recompensas, estímulos y garantías, la Corona concedió permisos individuales para pasar a la América entre tres y ocho esclavos negros, supuestamente para el servicio doméstico y no negociables, a casi todos los funcionarios designados por las autoridades de la metrópoli y sin el pago de derechos, lo que constituía, en efecto, una especie de gastos de 162 Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 representación. Muy pronto, sin embargo, a par- el esclavo africano se convirtió en elemento funtir de 1513, el derecho de introducción o almo- damental en el proceso de conquista y colonizajarifazgo se fijó en dos ducados por cabeza, ción, y de otra, los recursos provenientes de pero para 1560 ya se pagaban 30 ducados por derechos de introducción y trata de negros jugaron papel importante en la política de expansión cada licencia de esclavo. En desarrollo de esta política, los virreyes europea. por lo general recibían 12 permisos excepcionalAhora bien, establecer el número de licenmente 20, los oidores 4 y los funcionarios de cias concedidas es factible, no así el número de la tesorería 3, así como los inquisidores del esclavos introducidos. Si se acepta el cálculo Santo Oficio y los corregidores. Por su parte, de que la mercancía fuerza de trabajo negra un arzobispo tenía derecho a 6 permisos de es- representaba cerca de un millón de ducados al clavos, los obispos 4 y el clero secular 2. En año (57) y se tienen en cuenta los promedios del muchas ocasiones la Corona eximió igualmente tonelaje de los barcos dedicados a la trata (58), del pago de derechos a las órdenes religiosas, se podría concluir que durante el período de las conventos y cabildos municipales para introdu- licencias se habrían introducido legalmente más cir esclavos con destino al servicio y no con de cien mil esclavos a las colonias españolas y fmes de venta (56). básicamente a la Nueva Granada y al Perú. Pero Estos permisos, libres de todo cargo y en si se considera que entre 1595 y 1610, según pequeñas cantidades, se concedieron durante los registros de contratación, se concedieron licasi todo el siglo XVI, sin perjuicio del desarro- cencias para 75.389 esclavos africanos -de los llo de la nueva política financiera de la Corona, cuales 42.749 arribarían al puerto de Cartageque encontró en las licencias para introducir na (59)-, bien podría concluirse que entre 1510 y esclavos en las colonias, una fuente importante 1595 el número de esclavos introducidos pudo de recursos. En efecto, la concesión de permisos ser superior a la cifra atrás mencionada, sin negociables para el traslado de mano de obra considerar el contrabando adelantado al amparo esclava de las costas africanas y de la propia de los permisos legales. Península, además de causar notables ingresos, El sistema de licencias individuales y de fue utilizada como mecanismo muy a propósito permisos negociables hizo crisis frente a la crepara atender los altos intereses que ocasionaban ciente demanda de mano de obra esclava, pues, la confiscación de caudales privados, mediante de una parte, encareció notablemente la mercanel otorgamiento de juros que se traducían en cía, ya que en el proceso de reventa el intermelicencias, pues el principal provecho que perse- diario pretendió un margen de ganancia, cada guían era el comerciar con ellas. De esta mane- vez mayor, y de otra parte, esta modalidad no ra, las concesiones negociables se convirtieron permitía satisfacer las necesidades del mercado. en fuente de recursos y básicamente en instru- De esta manera se abrió paso al sistema de conmento económico y político de gran importan- tratos semimonopolistas, para llegar finalmente cia. a la concesión del gran monopolio. El período de las licencias se extendió prácA finales del siglo XVI la crisis demográfica ticamente desde 1510 hasta 1595, lapso durante indígena se había agudizado con la consecuente el cual la Corona atendió la creciente demanda incidencia en la actividad económica de las code mano de obra esclava con el otorgamiento lonias. Para entonces la política de la Corona de permisos, licencias menores y licencias mo- respecto de la utilización de mano de obra servil nopolistas y se sentaron las bases de lo que sería era mucho más precisa; de un lado, se buscaba la política de la trata de negros en América. implementar la legislación de protección tutelar Este largo período, con un control relativo hacia la población aborigen, y de otro, se conde la Corona sobre el comercio de esclavos, solidaba definitivamente la esclavitud negra coincidió con tres fenómenos importantes: a) como única alternativa ante la escasez de mano etapa continental de la Conquista; b) crisis de- de obra y la intensificación de la explotación mográfica indígena, y e) política imperial de de las minas. España en Europa. Es evidente la incidencia de Los grandes asientos surgieron como conestos factores en el desarrollo y auge del comer- secuencia de la necesidad de atender la demancio de mano de obra negra, pues, de una parte, da; de controlar el comercio y aumentar los in- La esclavitud y la sociedad esclavista gresos por concepto de derechos y, finalmente, como resultado de la nueva situación políticoeconómica europea. En este largo período que se extendió desde 1595 hasta 1789, con algunas interrupciones y esporádicas vueltas al sistema de las licencias, se dieron dos etapas bien diferenciadas. La primera comprendió los asientos portugueses, ciertos períodos de transición y algunos asientos menores, celebrados entre 1595 y 1689. La segunda etapa se dio a partir de la intervención directa de los nuevos países expansionistas como Holanda, Francia e Inglaterra, decididos a lograr por vía de pacífica negociación política o como resultado de capitulaciones de paz el monopolio del comercio de esclavos. En efecto, para entonces la trata de negros no sólo era un pingüe negocio con una rentabilidad que llegaba al 800%, sino el medio más directo y eficaz para debilitar el deteriorado dominio de España en América y, en último término, para sustituir un imperio por otro, aunque ya no sobre bases de predominio político, sino fundamentalmente de control económico. De este modo, Portugal, Francia, Holanda e Inglaterra, que poseían factorías en las costas africanas y colonias en América y contaban con grandes compañías negreras bien organizadas, ejercieron a partir de 1595 pleno control sobre el lucrativo comercio de esclavos, que, dada su importancia, se convirtió desde entonces en pieza clave en el tablero del expansionismo, la política europea y el predominio económico dentro del marco del desarrollo capitalista mercantil. El masivo traslado de la fuerza de trabajo africana a las colonias americanas contribuyó al crecimiento y predominio de países y compañías capitalistas. Si los primeros metales llegados a Europa estaban manchados de sudor y sangre indígena (60), el desarrollo del capitalismo supuso la sangría del Continente africano y el comercio con los esclavos incrementó la explotación durante casi cuatro siglos. De los grandes asientos cabe destacar los celebrados con las compañías de Cacheu de Portugal, Guinea de Francia y Mar del Sur de Inglaterra, no sólo por el carácter de tratados internacionales que tuvieron, sino por la naturaleza de las compañías, la concentración de grandes capitales y, finalmente, por el papel desempeñado 163 de la estructura económica del imperio español en América (61). En efecto, los asientos tuvieron la categoría de verdaderos tratados internacionales y jugaron un papel político importante. La Paz de Utrecht, por ejemplo, sólo se firmó después de la ratificación del asiento de negros, y desde el ángulo económico tanto Portugal como Francia y particularmente Inglaterra concibieron los asientos de negros como "tapadera", capa o pabellón oficial para cubrir el comercio clandestino de mercancías dentro de la ya tenaz lucha por la consecución de extensos mercados. Estas etapas reflejan el proceso de concentración del comercio de esclavos en grupos y compañías monopolistas, pues de las licencias individuales se pasó a los contratos semi-monopolistas de los primeros asientos -en los cuales el monarca español se reservaba aún el derecho de conceder algunas licencias especiales a particulares y cabildos- y de éstos a los grandes asientos internacionales que tuvieron el monopolio absoluto de la trata. Como consecuencia de las medidas económicas de los Barbones respecto a las colonias americanas y en atención a circunstancias políticas europeas, el bloqueo de los traficantes y la desesperada demanda de los colonos, se optó por la libertad de comercio de la mano de obra esclava en 1789. La libertad del tráfico negrero no sólo supuso la ruptura con un sistema de monopolio y el sacrificio de los derechos que pesaban sobre la trata, sino que simultáneamente pretendió acelerar el desarrollo de la gran hacienda tabacalera y cacaotera, así como el de los grandes ingenios azucareros sobre la base de la introducción masiva de esclavos. La trata en este período tuvo ciertas oscilaciones y los comerciantes españoles intentaron controlarla directamente desde las propias costas africanas; pero, de un lado, la opinión adversa que paradójicamente estaba surgiendo, precisamente en Inglaterra, y en segundo lugar los movimientos americanos de independencia política, así como otros factores, la debilitaron y en algunos casos la extinguieron. El desarrollo de la trata de negros siguió, en términos generales, las etapas de evolución del comercio colonial, pues fue realmente la rama más lucrativa de esta actividad. Nueva Historia de Colombia, Vol. I 164 Síntesis de la trata y número aproximado de esclavos autorizados para las colonias españolas 1) Licencias 1510-1595 l. 2. 3. 2) Asientos 1595-1789 l. Asientos de monopolio portugueses 1595-1640: 2. 3. 4. 5. Período de transición (licencias y asientos con particulares y compañías) 1662-1684 Número aproximado de licencias: Períodoholandés 1685-1687 Número aproximado: Administración directa 1687-1689 Número aproximado: Período de transición 1689-1696 7. Períodoportugués 1696-1701 Número autorizado Período francés 1702-1713 Número autorizado Períodoinglés 1713-1750 Número autorizado Asientos y licencias sueltas 1743-1789 Número aproximado: 9. 1O. Libre comercio 1789 - Independencia Gran total aproximado La sociedad colonial y la esclavitud. Amos y esclavos _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __ E n la sociedad colonial neogranadina, como en el resto de América, se reprodujeron muchos elementos de la sociedad esclavista del antiguo mundo europeo, pero igualmente surgieron formas y relaciones distintas y aun se dieron ciertas singularidades en las diferentes colonias americanas. Las relaciones que se dan entre esclavos y señores surgen de la naturaleza misma de la institución, y la condición servil hacía al esclavo y al señor, recíprocamente, al mismo tiempo enemigos ( 62), pero igualmente se daban relaciones de franco paternalismo y mutuo efecto. La aparente contradicción responde a la naturaleza del sistema. En el caso de la Nueva 100.000 158.963 Sin datos Administración directa 1651 -1662 6. 8. 3) Permisos y licencias no negociables Licencias vendibles Licencias semimonopolistas Número aproximado de esclavos introducidos: 24.800 9.000 2.400 Sin datos. 30 000 48.800 144.000 35.677 Sin datos 553.646 Granada, el aprecio que sentía el elemento español por el trabajo del esclavo en razón de su productividad y por el elemento negro en general (63) -en parte determinado por la cultura más evolucionada, de que eran portadores algunos grupos africanos- fue de tal índole, que se dio una verdadera inversión en el status social respecto de la condición legal entre el negro y el indio, siendo éste desplazado por aquél, aun tratándose de la explotación' de una mano de obra en lo legal completamente desprotegida (64). Sobre este particular son abundantes y elocuentes los testimonios. El obispo de Cartagena, por ejemplo, a mediados del siglo XVII, en carta a la Corona sostenía: "estos pobres indios padecen la más dura servidumbre que han conocido las gentes por los malos tratamientos de sus encomenderos, los cuales miran por sus esclavos que La esclavitud y la sociedad esclavista le costaron su dinero dándoles lo necesario y curándoles sus enfermedades. Pero a estos pobres indios los tratan peor que a bestias ... oprimiendo a estos miserables chupándoles la sangre y aun desollándolos y quitándoles las vidas ... " (65). Se trataba, en efecto, de dos clases de trabajadores: los indígenas eran una especie de "regalo de la Naturaleza" que no implicaba erogación alguna; los esclavos negros suponían una inversión y, obviamente, requerían cierta atención y cuidados mínimos para lograr un mayor beneficio. Acá puede residir el origen de la "opinión" de que un negro rendía más que tres indios juntos. Pero si los costos de la mano de obra esclava y el capital invertido en su adquisición obligaban al usufructuario a contener la represión a morigerar la violencia en las relaciones con el esclavo, el objetivo de lograr una mayor productividad necesariamente aceleraba el consumo de lamercancíahumana(66). Los empresarios mineros, así como los grandes hacendados, sentían ya "los tormentos civilizados del trabajo excedente", y siendo los esclavos considerados como una inversión productiva, se explica el ansia de obtener el máximo de rendimiento en el menor tiempo posible, si bien a la larga el proceso la convertiría, como lo observa Pierre Vilar, en una verdadera "desinversión". " ... Cada indio gana de jornal cada día que trabaja un tomín y de los 365 días que tiene el año huelga 80 por los domingos y fiestas y otro que descansa y trabaja 285 días que son otros tantos tomines de plata corriente que hacen 35 pesos 5 tomines, de éstos se sustenta y viste todo el año de la mita y paga la demora y requintos y dado que un negro trabaja otros tantos días al año y que hubiese de haber de jornal otro tanto se considera que el dueño le sustenta todos los 365 del año y que le cuesta medio tomín al día hacen 182 tomines y 1/2 y ahorra 102 tomines y 1;2 al año que hacen 12 pesos, 6 tomines y 6 granos de la dicha plata... claro es por ser los negros para mucho más trabajo que los indios ha de ser mayor la saca de la plata ... y así se presupone quedarán dos tantas más de provecho de lo que se ahorra en los dichos jornales ... " (67). Obviamente, es imposible medir la productividad del esclavo en el trabajo minero y tanto más en términos comparativos respecto del aborigen. Factores como la naturaleza de las minas, la riqueza de los yacimientos, las técnicas utili- 165 zadas, las condiciones de trabajo, etc., incidían en el rendimiento del esfuerzo humano. De acuerdo con algunos datos, en los comienzos de la Colonia, por ejemplo, los negros esclavos recogían en Castilla de Oro un peso diario, aproximadamente 4.18 gramos de oro. En México, a mediados del siglo XVI, un esclavo utilizaba un mes para recoger un peso (68). En la Nueva Granada, a comienzos del siglo XVII y sobre la base de trescientos días laborables al año, un negro esclavo extraía de las minas de Zaragoza, en promedio, un poco menos de un peso de oro diario ( 69). En tales condiciones, y sin tener en cuenta los gastos de sostenimiento del esclavo -los cuales se podrían calcular en un real diariopero tampoco el trabajo suplementario que desarrollaba, el empresario minero recuperaba en un año la inversión que representaba el precio del esclavo. Si bien es cierto que en su condición de esclavo el elemento negro estaba completamente desprotegido y sin que se le reconociera ninguna capacidad jurídica, no es menos evidente que el empresario, movido por razones económicas, tuvo un comportamiento y actitud, en términos generales, bastante humanitario, trato dispensado básicamente a la población en condiciones de producir y el cual se traducía en alimentación adecuada y cuidado en las enfermedades. A diferencia de lo que sucedía con el indio mitayo, el esclavo africano era alimentado por el amo y la dieta y raciones eran aceptables y muy superiores a las que podía procurarse aquél. La base de la alimentación del esclavo era el maíz, e igualmente se le suministraba carne, pescado, yuca y plátano, y en algunas ocasiones se le facilitaba tabaco y aguardiente (70). De otra parte, tanto en obedecimiento de las disposiciones de la Corona como en guarda de sus propios intereses, muchos mineros adoptaban medidas de seguridad y prevención y dispensaron atención médica aceptable a los enfermos. Es claro, sin embargo, que ni sobre este ni muchos otros aspectos de la esclavitud pueden hacerse generalizaciones válidas, pero es forzoso aceptar que un propietario difícilmente podría exponer un capital por insensibilidad o egoísmo. Un factor importante que influyó en las relaciones entre esclavos y señores fue la destreza de algunos africanos en el desempeño de ciertos oficios y trabajos, así como la habilidad para algunas manifestaciones culturales como 166 la música, el canto y la danza. Esta circunstancia permitió que, a lo menos, un sector de la población esclava no solo recibiera un tratamiento especial, sino que fuera objeto de la confianza y aprecio del empresario blanco. En las haciendas se les empleaba como mayordomos y administradores, en las minas como jefes de cuadrillas y en las casas señoriales como camareras, doncellas, amas de cría, etc. Si bien es cierto que en esta sociedad colonial el esclavo desplazó al indígena, que muchos lograron la confianza y el aprecio de los amos y que en general recibieron un tratamiento humanitario sin ocupar el nivel más bajo de la sociedad, no se alteró la naturaleza del sistema ni desaparecieron las formas más extremas de abuso y explotación. La legislación Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 tismos y velorios; se prohibió frecuentar ciertos sitios y se proscribió el consumo de bebidas, el baile público y el juego, se redujeron las actividades de ventas ambulantes y, obviamente, se prohibió el vagar, aun en busca de trabajo (73). Sin embargo, la legislación más drástica se reservó a la huida y el cimarronismo. En efecto, uno de los primeros problemas que debieron enfrentar los dueños de negros y las autoridades coloniales, fue la rebelión y escape de los esclavos, fenómeno que se presentó desde antes de la primera mitad del siglo XVI. Para detener esta actitud se dieron normas severísimas y se estableció una escala de castigos físicos que iba desde los azotes hasta la pena de muerte, pasando por el cepo y la mutilación de miembros. Y aunque la legislación diferenciaba las penas de acuerdo con la gravedad de los delitos y se establecía el proceso que se debía seguir, en la mayoría de los casos los amos -fuertes defensores del derecho de juzgar y castigar por sí mismos a sus esclavos- cometían grandes abusos y excesos. La situación de desamparo jurídico del esclavo y el carácter punitivo de la legislación sólo varió en la segunda mitad del siglo XVIII con la expedición de la Instrucción o especie de Código Negrero de tono humanitario y proteccionista. A semejanza de lo que se había dispuesto para la población aborigen en el siglo XVI, se estableció un protector de esclavos y las exigencias de doctrina, buen trato, alimentación y vivienda decentes fueron continuas y aun se previeron penas y multas para los amos, y los cabildos y audiencias abundaron en legislación para contener las atrocidades de los amos. Es evidente que la política de la Corona y la nueva legislación no variaron esencialmente la situación del esclavo, pero sí se atenuaron algunos excesos -no sólo gracias a la reciente actitud hacia la población esclava, sino ante la situación social tensa-, las dificultades crecientes para la consecución de la mano de obra debido al bloqueo inglés a la trata y a los asientos de negros, así como en virtud a la opinión adversa, a la esclavitud y al comercio de fuerza de trabajo. Contrasta la abundante legislación protectora indígena que se inició desde los comienzos del siglo XVI y se condensó en las nuevas leyes de 1542, con las muy limitadas relativas al negro, las cuales casi siempre fueron de carácter penal o por lo menos restrictivas y precautelativas. Los cabildos y las autoridades coloniales expidieron, por su parte, un buen número de disposiciones y ordenanzas igualmente de carácter punitivo, como resultado del temor que siempre se tuvo frente a la población esclava (71). Uno de los aspectos que más preocupó a las autoridades coloniales fue el de las relaciones entre negros e indígenas. Por lo general, éstas fueron muy tensas y de mutua hostilidad (72), en razón a la participación del elemento negro en algunas empresas de conquista, y la tendencia del esclavo africano a utilizar y abusar del in dígena y sus bienes. Pero más que impedir estos excesos, la Corona veló porque el proceso de cristianización de la población aborigen no sufriera ninguna interferencia por parte del elemento negro, de por sí considerado como naturalmente malo. Similar preocupación produjo en la población blanca y, desde luego, en las autorioades, el número y las actividades de los esclavos, principalmente de los concentrados en las zonas urbanas. Así, desde muy pronto se prohibió el La cristianización porte indiscriminado de annas y la utilización Cle cierta indumentaria, se estableció una especie La Iglesia, y en particular algunos miemde toque de queda para los negros, se limitó la bros del clero y órdenes religiosas como los libertad de reunión y la asistencia a bodas, bau- jesuítas, aun aceptando la institución de la escla- La esclavitud y la sociedad esclavista vitud, procuraron por muchos medios un tratamiento humanitario de parte de los amos, aunque la preocupación fundamental fue la cristianización y la salvación del alma del esclavo. Es verdad que el interés y el celo por la evangelización del esclavo no fue muy grande, pero en esto ni los tratantes ni los amos deseaban tener problemas de conciencia ni dificultades con la Iglesia y, en general, no obstaculizaron la acción del clero y especialmente de los misioneros empeñados en administrar a los negros el "pasto espiritual". En la primera mitad del siglo XVII, por ejemplo, fue notable la labor de los jesuítas que se dedicaron a atender las armazones en Cartagena de Indias: Alonso de Sandoval y Pedro Claver. El primero elaboró -sobre la base de sus experiencias en Lima- Una especie de código misional para la cristianización de los esclavos, tratado que siguió su discípulo, el padre Claver. La metodología y el proceso de catequesis propuesto por el padre Sandoval, inspirado claramente en el principio aristotélico de que " ... el amo y el esclavo que por naturaleza merecen serlo tienen intereses comunes y amistad recíproca" (74), conducía al elemento negro a la aceptación resignada de su "condición natural". En efecto, se trataba -como lo pone de relieve Sylvia Vilar al analizar el proyecto de Asiento presentado por fray Juan de Castro- de predestinados no sólo para el cielo sino para el trabajo de los campos, de las minas y de los ingenios de América (75). Alonso de Sandoval recomendaba a los doctrineros métodos y modalidades de catequesis basadas en las consideraciones religiosas pero determinadas por circunstancias económicas: "... Dirales que su amo les quiere mucho y (que si) hace lo que dice, que le pedirá y rogará les trate bien, les regale y cure y después de buen amo que vivan contentos en su cautiverio ... Ensáncheseles el corazón diciéndoles tendrán por estas partes muchos parientes con quien tratar y que si sirven bien, tendrán buen cautiverio, estarán contentos y bien vestidos ... " (76). Los ofrecimientos radicalmente utópicos la felicidad dentro del cautiverio y la alegría en el trabajo forzado- llevaban indefectiblemente el afianzamiento del sistema colonial, y las enseñanzas y prácticas religiosas, por lo general, fueron utilizadas como ideología de domina- 167 ción, para la explotación y control de la población. , Ahora bien, el trabajo de los misioneros en Africa era en extremo superficial y formalista, pues se limitaban a suministrar al esclavo un nombre y echarles el agua bautismal -métodos de los cuales se lamentaba el padre Sandov al- sin iniciar un verdadero proceso de catequesis; pero esta modalidad convenía a los comerciantes y dueños, pues, al parecer,era muy común la opinión de que un negro, debidamente cristianizado, perdía precio frente a un esclavo bozal. Por su parte, los mineros y empresarios agrícolas, aduciendo numerosas disculpas, eludían la obligación de promover la cristianización del esclavo sin tener en cuenta las sanciones económicas que esto podría acarrear y que iban desde una multa equivalente a la mitad del precio del esclavo hasta la confiscación de los mismos. La actitud de los propietarios hacia el proceso de aculturación variaba sólo cuando el amo estaba seguro de que mediante la doctrina y las prácticas religiosas se podría controlar la conducta del elemento negro, y en esta forma evitar las indemnizaciones y costas judiciales que le ocasionaba el comportamiento licencioso del esclavo. Mezcla de razas La mezcla y relación sexual del elemento africano con el indígena y el blanco fue intensa, pese a la estratificación de los grupos sociales de la sociedad esclavista y a la legislación de la Corona para evitar la convivencia de los negros con los indios y españoles. Factores de diversa índole contribuyeron al cruzamiento de razas, fenómeno bien característico de la sociedad colonial hispanoamericana. Dada la condición del esclavo, el amo abusaba impunemente de las mujeres de su propiedad. Estas, por su parte, despertaban cierto atractivo en la población blanca y, en general, preferían mantener relaciones sexuales con los amos, con la esperanza de que los hijos alcanzaran la libertad o por lo menos pudiesen retenerlos. De otro lado, el elemento negro se vio limitado en su satisfacción sexual no sólo por los abusos del dueño y por la desproporción que se daba entre la población esclava-aproximadamente un tercio de esclavos eran mujeres-, sino también por las dificultades e impedimentos para contraer matrimonio con la esclava. Son Nueva Historia de Colombia. Vd 1 168 ab~ndantes los testimonios de archivo, juicios, pleitos y procesos por abuso sexual, promiscuidad, estupro, prostitución y amancebamiento dentro de la sociedad esclavista, comoquiera que estos problemas y excesos se dieron con mucha frecuencia. A pesar de la política de separación racial promoVIda por la Corona y determinada básicamente por fact<?res e~onómicos y políticos, así como por consideraciOnes religiosas y morales y de la consi~iente legisla~ión segregacionista (77), las umones entre miembros de distintos grupos raciales, especi~llmente las ilegítimas, fueron frecuentes ~n particular en los siglos XVII y XVIII. A~ ~n ~mdades como Tunja, con abundante poblac10n mdígena, se aprecia este fenómeno con toda evidencia. En efecto en los libros parroquiales de Santa Bárbara,' por ejemplo, de los 985 individuos de todas las castas de que -t-ieron .~auti_zad?~ entre 1659 y 1700, figunm 440 como hiJOS Ilegltimos y 545 como legítimos. De los 56 pardos y mulatos sólo 12 son legítimos y 44 son registr~do~ como ilegítimos. ~or su parte, de los 301 mdws, 126 son ilegítlllos y 175 aparecen como hijos ilegítimos. De otro lado, entre 1624 y 1659 el número de mestizos bautizados apenas dobla el de los negros esclavos, pues aparecen recibiendo óleo y crisma 205 mestizos y 101 esclavos (78). El proceso de mestizaje fue más fuerte en las regiones económicamente más activas como las ~ineras y las de intensa explotación agropecuana, y en zonas como las costas del Atlántico y Pací~co, Cauca, V_alle y Antioquia, adonde concumeron c~?lpulsivamente negros e indígenas, la poblac10n mulata y zamba fue considerable. tagen~ proponía fórmulas para fmanciar la persecución y búsqueda, a través de cuadrilleros y la Santa Hermandad, de los "Negros cimarrones que con la ocasión de los muchos montes y aspereza de montañas crecen cada día" (81) y pna entonces ya se habían organizado los célebres palenques de la Matuna y San Basilio. Durante el siglo XVII, y especialmente a lo lru:go del siglo XVIII, fueron numerosas las rebeliones y huidas de esclavos y surgieron muc?os palenques y comunidades de negros fugitivos. Frente a este fenómeno que tanta inquietud_ despertó en la ~orona, fue muy distinta la a~titud de ~as auton~ades y la de los propietanos. En pnmer térmmo los cabildos, audiencias y gobe_rnadores es~ablecieron penas severas para Impedir y combatir la fuga y el cimarronaje y, ~as a~e~ante, la Corona adoptó muchas de las disp~osiciOnes provinciales. Por su parte, los duenos de _esclavos solían exigir la aplicación ~e los. castigos más severos, pero dificilmente fmancmban las empresas de debelación y exter- Sublevación y cimarronismo . Uno de los problemas más dificil es y persistentes que debió afrontar la sociedad esclavista prácticamente desde la primera mitad del siglo _)(VI, fue la huida de los esclavos. En 1530, por eJemplo, los negros fugitivos incendiaron a Santa Marta; hacia 1533, un buen número de escl~vos traídos por el fundador de Cartagena huyo a las zonas. mont~osas de la provincia; en 1556 se produJO una Importante rebelión de esclavos ~~ Popayán (79); en 1598 se presentó una sublevac10n de esclavos en las minas de Zaragoza, matando a dueños y fortificándose en palenques (80); a finales del siglo, el gobernador de Car- COLOMBIA ! !!; Zonas esclavísias La esclavitud y la sociedad esclavista _ _ _ _ _ _ __ minio de los palenques, no sólo por los costos que significaban por los permanentes fracasos, sino porque el precio de un esclavo cimarrón tenía una depreciación considerable. El cabildo de Cartagena, hacia 1570, dispuso penas severísimas: "... Si al negro o negra que anduviere huido o asuente de sus amos, no se volviere y redujere al servicio de sus amos dentro de un mes después que se ausente, caiga o incurra de que al negro le sea cortado el miembro genital e supinos, lo cual cortado lo pongan en la picota de la ciudad, para que ello tomen ejemplo los negros y negras, la cual justicia se haga públicamente en el rollo, donde todos los vean, lo cual se ejecute por todo rigor..." (82). y en la Recopilación (Lib. VII, tít. v) se establecieron castigos para los negros cimarrones, a quienes, sin necesidad de instruirles proceso alguno, se les podría castigar con 50 azotes si se ocultaban cuatro días; con 100 azotes si el negro huido se juntaba con otros fugitivos y, finalmente, si permanecía por más de seis meses en cimarroné!ie, se le aplicaría la pena de muerte, siendo ahorcado "hasta que mueran naturalmente". De otra parte, las autoridades solían organizar expediciOnes para la captura de los negros fugitivos, utilizando especialmente grupos de indígenas como guerreros y guías; y mediante el soborno, dádivas, primas y recompensas a la población de color, se lograba la delación, captura y aun muerte de los cimarrones. Sin embargo, pese a la severidad de las penas y a la persecución sistemática, surgieron numerosos palenques en casi toda la zona esclavista de la Nueva Granada. La Matuna, Tabacal, San Basilio, San Antero, San Miguel, el Arenal, etc., en la costa del Atlántico; Mompós, Uré, Carate, Cintura, Norosí, en las riberas del bajo Cauca y San Jorge; Envigado, Cáceres, Remedios, Guame, Rionegro, Guayabal, Anolaima, Tocaima, Cartago, Otún, San Juan, etc., en el Magdalena Medio, Antioquia, región oriental y los Llanos; Palia, Guapí, Cali, Puerto Tejada, El Cerrito, Yurumangui en el Chocó, litoral Pacífico y Valle del Cauca (83). Algunos de estos palenques se dieron una organización político-militar muy definida alrededor del cabildo, pero igualmente se adoptaron algunas instituciones del gobierno colonial, mientras que en el aspecto económico predominaron formas africanas, como el uso y explotación comunal de la tierra sobre la base de la 169 COLOMBIA :; ; Zona de Pa Jenqu ~s • Principales Palenques ayuda mutua, y en igual forma desarrollaron su propia cultura y tuvieron variadas manifestaciones de la misma. El más famoso de los palenques tanto por su organización como por la beligerancia ante las autoridades y dueños de esclavos fue el de San Basilio, el cual se formó desde fmales del siglo XVI al sur de Cartagena. Las autoridades intentaron muchas veces la rendición y destrucción de esta comunidad, pero los palenqueros resistieron los ataques y en no pocas ocasiones pusieron en serio peligro la seguridad del puerto. Las relaciones con este palenque y algunos otros fueron, sin embargo, desde la franca hostilidad y la guerra abierta hasta la solidaridad y entendimiento (84). Así, por ejemplo, en algunas ocasiones a lo largo del siglo XVII, como en 1619, fueron declarados libres algunos grupos de negros cimarrones y se les facilitó tierras para laborar, mientras que en otras, especialmente a fines del siglo, se ordenó el exterminio total de los palanqueros (85). Nueva Historia de Colombia, Vol. I 170 Estas comunidades, relativamente libres, dentro de la sociedad esclavista, se convirtieron en una amenaza permanente para las autoridades coloniales y despertaron una gran inquietud entre la población blanca. De una parte, las autoridades y funcionarios vivían bajo el constante temor de una sublevación general del elemento negro, encabezado por los cimarrones, o la alianza con grupos de extranjeros y piratas; de otra parte, los particulares y dueños corrían el peligro de perder el capital invertido en los esclavos o ser víctimas de asaltos en caminos y haciendas, revueltas en las minas, sufrir robos de bienes de consumo y raptos, especialmente del elemento femenino de color. Al parecer, los amplios movimientos de esclavos, particularmente los del siglo XVIII, tenían como objetivo provocar una insurrección general de la población de color con la posible participación de algunos grupos indígenas (86) en contra de la esclavitud y de las autoridades coloniales. Hacia 1721, don Juan de Herrera expresaba el temor a una sublevación en Cartage- na, pues " . . . la cantidad grande de negros que hay en esta ciudad si se levantan (como en otra ocasión la tuvieron intentando, convocándose con la del palenque que está medio día del camino de esta ciudad) con gran facilidad hacer mucho daño" (87). Por su parte, el capitán de milicias de Popayán, ante la posibilidad de un movimiento de cimarrones y esclavos, propuso la formación, en 1777, de varias compañías de milicianos en Popayán, Cali, Buga, Cartago, Pasto y Barbacoas (88). El cimarronismo, el bandidaje y los intentos de rebelión general ponen en evidencia la crisis del sistema y de la sociedad esclavista, la cual se agudizaría más adelante, dentro del proceso general de evolución de la sociedad colonial, y que comprendería algunas etapas, como la interrupción de la trata y del comercio de esclavos, mayor amplitud en los procesos de manumisión, la libertad de partos y, finalmente, la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX. Notas l. Obsérvense los datos y curvas demográficas establecidas por los investigadores Jaime Jaramillo Uribe Hermes Tovar, Dario Fajardo, Juan Friede y Germán Colmenares. Sobre la producción de metales, el trabajo de Colmenares: Historia económica y social de Colombia, Bogotá, 1973. 2. Fierre Vilar, Oro y moneda en la Historia , Barcelona, 1969, pág. 125. 3. Habría que establecer, entre otras cosas, un recuento de cuadrillas a lo menos para los siglos XVI y XVII, lo que hasta el momento no parece posible. 4. El licenciado Anuncibay, por ejemplo, solicitaba grandes cantidades de esclavos para atender la explotación de los minerales. A.G.I.. Patronato 240, ramo 6. El presidente de la Audiencia, Antonio González, solicitaba igualmente el envío de esclavos negros para el trabajo de las minas. A.G.I., Patronato 196, ramo 23. Otras solicitudes en DIHC, vols VII y VIH. 5. Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos sobre historia social colombiana, Bogotá, págs. 10 y ss. Desde luego, no compartimos la explicación tradicional ni la "razón oficial" acerca de la embriaguez sistemática del indígena, como tampoco en la supuesta cobardía ni en la debilidad física del aborigen frente al esclavo africano. Es posible que la resistencia pasiva fuese el mecanismo de defensa utilizado ante la explotación de que era objeto. Ciertos estímulos como el salario, la modificación del tributo, el trueque, etc., al parecer no despertaron mayor interés en la población indígena. El trabajo, de Hermes Tovar, Notas sobre el modo de producción precolombino, 197 4, pone de relieve la intensa actividad productora anterior a la Conquista. 6. Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, Cali, 1973, pág. 240, figs. 5-15. 7. A.G.I., Indiferente General 2841. Representación del Consejo de Indias a S.M., 21 de agosto 1685. 8. Colmenares, ob. cit., pág. 193. 9. Robert West, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial, Bogotá, 1972, pág. 71. 10. Jorge Orlando Melo, Historia de Colombia, t. I, Medellín, 1977,pág. 341. 11. West, ob. cit., pág. 81, nota 34. 12. Id., pág. 81. 13. Antonio Vásquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias Occidentales, Madrid, 1969, págs. 238 y ss. La esclavitud y la sociedad esclavista 171 14. A.G.I-, Santa Fe, 131, Petición de Francisco Beltrán de Caicedo, 1618. 26. A.G.I. Contaduria 1418. Testimonio de autos, asiento de Grillo en Cartagena, 1670. 15. A.G.I. Santa Fe, Doc. 22. Autos de la visita de minas realizada por Gonzalo Murillo 1640. La movilización de indios a estas minas -en las únicas que se empleó la mita en la Nueva Granada- continuaron hasta 1720 por lo menos, cuando se discutía la abolición de la mita de Potosí. En 1704 y 1718, por ejemplo, se condujeron a las minas de Mariquita y Pamplona 2.448 indígenas de las dos provincias, de los cuales cerca del 70% pertenecían a los partidos de la provincia de Tunja, como Turmequé, Gámeza, Sogamoso, Sáchica, Paipa, Chivatá y Tenza. A.G.I. Santa Fe, 297. Informe del fiscal de la Audiencia, 1723. 27. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 81. A diferencia de lo que ocurrió en otras regiones de América, por ejemplo en el Perú, los indígenas de la Nueva Granada no adquirieron mano de obra esclava. 16. A.G.I. Santa Fe, 24, Doc. 22. Autos de la visita de minas realizada por Gonzalo Murillo, 1640. 17. Cohnenares, ob. cit., tablas de producción, págs. 228 y ss. Compárense las tablas de las págs. 228, 232, y ss., así como las figuras de las págs. 236 y 237. 18. En 1556, por ejemplo, se produjo una importante rebelión de los esclavos en Popayán. A.G.I., Patronato 162, ramo 9. 19. En 1542 se ordenó a los cabildos la elaboración de ordenanzas para evitar que los negros deambularan en las horas nocturnas. Leyes de Indias, lib. VII. t. V, ley XII. En 1551 se prohibió el porte de armas a los esclavos. Desde 1540 se legisló en tomo a los negros cimarrones, estableciendo severos castigos que iban desde los azotes hasta la pena de muerte. Respecto de Cartagena, véanse las ordenanzas de cabildo de 1552 en José Umeta, Documentos para ¡a historia de Cartagena, vol. I, Cartagena, 1887, Doc. 65, págs. 184 y ss. 20. Magnus Momer, "Las comunidades indígenas y la legislación segregacionista en el Nuevo Reino de Granada", en ACHSC, vol. I, pág. 6, nota 6. 21. El gobernador de Santa Marta, por ejemplo, solicitaba esclavos para la ganadería y trabajo de hacienda, así como para la manufuctura de queso, manteca, jabón, velas, etc. A.G.I., Santa Fe, 1181. Sobre la participación del esclavo en las haciendas véase, entre otros, Germán Cohnenares, Las haciendas de ¡os jesuítas en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1969; Orlando Fals Borda, Historia de la cuestión agraria en Colombia, Bogotá, 1975. 22. A.G.I. Santa Fe, 52, Ramo 5, Doc. 178. 23. A.G.I. Santa Fe, 454. Carta de oficiales reales, Santa Fe, 472. Cuentas de pago. 28. Jorge Palacios Preciado, La trata de negros por Cartagena de Indias, Tunja 1973, pág. 70. 29. Para fines del siglo XVII, por ejemplo, el precio de un negro bozal era de ocho pesos, pero allí mismo podrían llegar a los 150 y 200 pesos. A.G.I., Indiferente General 2841. Voto singular del consejero Lope de Sierra, sin fecha. 30. West, ob. cit., pág. 83. Germán Colmenares, Cali, terratenientes, mineros y comerciantes siglo XVIII, Cali, 1975, pág. 92; Palacios P., ob. cit., pág. 142. 31. Geogers Scelle, La traité negriere aux Indes de Castille. Contrats et traités D' Asiento, París, 1906, pág. 210. 32. Pierre Vilar, Crecimiento y desarrollo, Barcelona, 1964, pág. 26. 33. Marx, El capital, I, IV, 2; cfr. VILAR, ob. cit., pág. 26, nota 7. 34. Sobre algunos términos y expresiones utilizadas en el comercio de esclavos, véase Palacios, ob. cit., págs. 373 y SS. 35. Palacios, ob. cit., págs. 88 y ss. 36. Id., págs, 233 y ss. 37. Id., pág. 156. Véase tabla de reducción de la Cía. de Francia. Se aprecian algunas diferencias con el tipo de reducción empleada en el asiento de Grillo de 1669. A.G.I. Contaduría, 263. 38. lbidem. 39. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 10, nota 3. 40. Rolando Mellafe, La esclavitud en Hispanoamérica, Buenos Aires, 1972, pág. 59. 41. J. Griguievich, "La esclavitud y la Iglesia en la América Hispano-portuguesa", Ciencias Sociales, Academia de la URSS, núm. 4, 1977, págs. 142-161. 42. Richard Konetzke, América Latina, Madrid, 1972, pág. 72. 43. Palacios, ob. cit., pág. 36, nota 16. 24. A.G.I. 472 Autos contra José García. 44. Id., págs. 87 y 95. 25. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 45. 45. Id. pág. 233. 172 46. West, ob. cit., pág. 84, nota 49. cattle) la mayor masa de rendimiento posible en el menor tiempo" Marx, El capital I, pág. 209. 4 7. Frederick Bowser, El esclavo africano en el Perú colonial, 67. A.G.I. Santa Fe, 52, Ramo 5, Doc. 178. Cuentas y 1524-1650, México, 1977, pág. 108. advertencias, 1622. 48. Roberto Arrazola, Palenque, primer pueblo libre de 68. Pierre Vilar, ob. cit., págs. 115 y 128. América, Cartagena 1970, pág. 15. 49. Id., pág. 57. 69. R. West, ob. cit. 50. Jaime Jaramillo Uribe, ob. cit., págs. 11 y ss. 70. A.G.I. Santa Fe, 838. Relación de gastos de minas. West id., pág. 87, nota 67. 51. Aquiles Escalante, El negro en Colombia, Bogotá, 1964, pág. 5. Roger Bastide, Las Américas negras, Madrid, 1969, pág. 22. 71 . José Urueta, Documentos para la historia de Cartagena vol. I, Cartagena, 1887, Doc. 65. 52. Para algunas regiones de América existen algunos trabajos rigurosos e importantes sobre este aspecto, como los de Gonzalo Aguirre Beltrán, Arturo Ramos, Robert Foguel, Philip Curtin, etc. 72. Fenómeno que aún se aprecia en algunas manifestaciones del folklor. Véase, por ejemplo, Rogerio Velásquez, "Cantares de los tres Ríos. Adivinanzas del Alto y &yo Chocó", Revista Colombiana de Folklor. vol. 11 núm. 5. 53. Por ejemplo, Rogerio Velásquez, José Arboleda, Aquiles Escalante, etc. 73. Leyes de Indias, lib. VII, t. V, ley XII y ss. 54. A.G.I. Santa Fe, Ramo 5, Doc. 178. 74. Aristóteles, Política, Lib. I, cap. 6., Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1951, pág. 11. 55. La Cía. de Cacheu, por ejemplo, condujo a Cartagena, directamente de las costas africanas, esclavos de Guinea, San Tomé de casta mina, angola, etc. Bowser, ob. cit., pág. 66 y ss., ofrece algunos cuadros étnicos de los afroperuanos que pueden tomarse como referencia para estudios similares en la Nueva Granada. 76. Alonso de Sandoval, El mundo de ¡a esclavitud negra en América, Bogotá, 1956, Lib. III, cap. VIII, pág. 381. 56. Bowser, ob. cit., pág. 51, nota 10. 77. M. Mómer, ob. cit. 57. R. Konetzke, ob. cit., pág. 69. 78. Datos del trabajo en curso sobre archivos parroquiales de Fernando Díaz Díaz y Jorge Palacios. 58. Mellafe, ob. cit., pág. 58. 59. Enriqueta Vila, "Los asientos portugueses y el contrabando de negros". AEA, t. XXX, Sevilla, 1973. pág. 6. 60. Cfr. P. Vilar, Oro y moneda en ¡a historia, Barcelona, 1969, pág. 41. 61. G. Scelle, ob. cit. 62. Octavio Iann, Esclavitud y capitalismo, México, 1967, pág. 60. 63. J. Jaramillo U., ob. cit., págs. 20 y ss. 64. Id., pág. 50. Sobre el status social y el ordenamiento legal, véase Magnus Momer, La mezcla de razas en la historia de América Latina, Buenos Aires, 1969, y "Raza y estratificación social de Hispanoamérica hacia 1800", lberoamérica, vol. IV, 2, 1974. 65. A.G.I. Santa Fe, 228. Carta del obispo de Cartagena, 25 de septiembre de 1650. 66. " ... en los paises de importación de esclavos es máxima de explotación de éstos la de que el sistema más eficaz es el que consiste en estrujar el ganado humano (Human 7 5. Sylvia Vilar, Los predestinados de Guinea, Melanges de la Casa de Velásquez, París, 1971, pág. 299, nota 2. 79. A.G.I. Patronato, 162, Ramo 9. 80. J. Vásquez de Espinosa, ob. cit., pág. 239. 81. R. Arrazola ob. cit., pág. 15. 82. Id., pág. 26. 83. Orlando Fals Borda, ob. cit., pág. 59. 84. En 1719, por ejemplo, ante la noticia de un posible ataque inglés, se concertaron los servicios de algunos negros del Palenque para la defensa del puerto. A.G.I., Santa Fe, 453. 85. Véase, por ejemplo, Arrazola, ob. cit. y María Borrego Pla, Palenques de negros en Cartagena de Indias a fines del siglo XVII, Sevilla, 1973. 86. Jaramillo Uribe, ob. cit., pág. 69. 87. A.G.I. Santa Fe, 472, Cartadel29 de noviembre de 1721. 88. A.G.I. Quito, 574, Carta de Diego Nieto al virrey, 15 de marzo de 1777. La esclavitud y la sociedad esclavista 173 Bibliografía AGUIRRE BELTRÁN, GONZALO: La población negra de México. Estudio etnohistórico, México, 1972. Ancestro afro-indígena de las instituciones colombianas, Bogotá, 1972. ARBOLEDA, JOSÉ RAFAEL: " Nuevas investigaciones Afro-colombianas", Revista de ¡a Universidad Javeriana, Bogotá, tomo XXXVII, núm. 184 (1952). ARRAZOLA, ROBERTO: Palenque, primer pueblo libre de América. Historia de las sublevaciones de los esclavos de Cartagena, Cartagena, 1970. BASTIDE , ROGER: Las Américas Negras, Madrid, 1969. BOWSER, FREDERICK: El esclavo africano en el Perú colonial. 1524-1650, México, 1977. 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La organización administrativa de España en América podría dividirse en tres grandes períodos. El primero, que coincide con el proceso de descubnmiento y conquista, es un período de experimentación y tanteos, representado por las capitulaciones entre la Corona y los primeros conquistadores que con el título de adelantados impusieron su voluntad personal en un proceso de explotación y rapiña que poco tenía que ver con una organizacion institucional. El segundo se inicia con la fundación de las primeras audiencias y la promulgación de las primeras Leyes de Indias, particularmente con las de 1542, expendidas por Carlos V, en la Ciudad de Burgos. En este momento es la monarquía, el Estado español, el que asume el control y ejercita sus plenos derechos soberanos sobre los nuevos territorios. Los siglos subsiguientes XVII y XVIII, verán surgir la imponente y compleja organización burocrática, Jurídica, social y política del Estado español de las Indias, tal como se configuró durante el reinado de los Austrias. Las reformas introducidas por los reyes Barbones, a partir de Felipe V, en los comienzos del siglo XVIII, constituyen la tercera etapa que se prolonga hasta la emancipación de los territorios americanos. La obra de Carlos III, representa el momento culminante y más significativo de tales reformas. Las tres etapas pueden seguirse en la historia de la administración española en el Nuevo Reino de Granada (2). Los principios generales que configuran la administración colonial En el momento de producirse la conquista y colonización de América, España estaoa ya organizada como una monarquía nacional absoluta que no compartía sus derechos de soberanía con los poderes feudales. Este rasgo característico del Estado español se acentúa todavía más en los territorios americanos. El Imperio será dirigido y administrado desde Madrid, a través de los órganos especialmente creados para el ejercicio del control político y económico centralizado, auxiliados por una legislación unitaria en sus principios, instrumentada por una burocracia de organización jerárquica, hasta cierto punto especializada en sus funciones y en última mstancia controlada desde la dirección central del Imperio. En la cúspide de dicha jerarquía 176 estaba el Rey; debajo, en orden descendente, el Consejo de Indias, las audiencias de América, los virreyes, los cabildos y los tribunales reales y una cadena de funcionarios políticos y fiscales que iban desde los capitanes generales, los gobernadores y los corregidores, hasta los alcaldes, los escribanos y los alguaciles. Es cierto que a medida que fue complicándose la vida colonial los órganos administrativos de audiencias, virreinatos y capitanías generales fueron adquiriendo mayor poder decisorio y discrecional y algún grado de autonomía y que los funcionarios americanos gozaron de poderes de interpretación de la ley, conforme a los factores reales que actuaban en los diversos territorios; pero es igualmente cierto que las decisiones fundamentales en el campo político, jurídico y económico emanaban de la dirección central de la monarquía y que la solución de los litigios importantes o el establecimiento de los principios institucionales en que se basaba la vida social de los territorios del Imperio debían recibir la confirmación o la decisión final y original de los órganos centrales. Las últimas y decisivas instancias eran el Rey y sus consejos. Desde luego, esta administración jerárquica y centralizada no se identificaba con un sistema arbitrario y desprovisto de apoyos en la realidad de los territorios ultramarinos y aún en la voluntad o el consentimiento y las necesidades de sus habitantes. Un sistema de consultas e información, lento, costoso y complicado las más de las veces, pero real y efectivo en amplia medida, permitían la realización de una política realista, que se fue perfeccionando con el correr de los tiempos a través de un proceso de ensayos y rectificaciones. Tal era la función que llenaban instituciones como la visita, la residencia y las relaciones que virreyes, presidentes y capitanes generales debían presentar al final de su mandato, y además, el ir y venir constantes de consultas e informaciones sobre los más variados negocios de la adminstración colonial. Organizada cuando la concepción mercantilista de las nacientes monarquías nacionales europeas estaba ya configurada, la administración colonial española se caracterizó por su sentido reglamentarista. Todas las actividades, funciones, obligaciones y derechos, tanto de los funcionarios como de los súbditos fueron reglamentadas en leyes, reales cédulas, acuerdos de audiencias y resoluciones de los cabildos. Desde las cuestiones de la Hacienda Real, hasta las Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 más minúsculas cuestiones de competencias jurisdiccionales y protocolo estuvieron reglamentadas. Intimamente unido a este afán reglamentarista, estaba el intervencionismo. El Estado español de las Indias, fue un Estado intervencionista en el más amplio sentido de la palabra. A ello conducían no sólo las doctrinas dominantes en la metrópoli, sobre la soberanía real absoluta, practicada por los monarcas de la Casa de Austria e intensificada por los reyes Barbones a partir de Felipe v, sino también las características de la sociedad de castas que se pretendía mantener en América. De ahí que los órganos de la administración española, especialmente sus audiencias y cabildos, intervinieron y reglamentaron desde los mercados y los abastos hasta las profesiones y su ejercicio, los vestidos y armas que podían llevar sus habitantes y las órdenes de precedencia que debían cumplirse en ceremonias civiles y religiosas (3). La necesidad de controlar y administrar un vasto territorio como el Imperio Colonial de América, condujo a los administradores españoles a introducir una amplia estructura de normas e instituciones comunes y uniformes. La administración colonial española de América fue una de las primeras en aplicar en amplia escala los conceptos de administración racional y burocratizada que caracteriza a los estados modernos. Un elemento de dicha racionalidad era la uniformidad. Sin unas normas y unas instituciones comunes era imposible el control y explotación de los territorios imperiales. Por eso fueron comunes instituciones como la Audiencia y el cabildo, y comunes la designación y funciones de la burocracia política y administrativa: virreyes, presidentes, gobernadores, capitanes generales, alcaldes, corregidores. De ahí también el corpus legislativo representado por las leyes y cedularios que constituyen el contenido del derecho indiano. Sin embargo, un alto grado de uniformidad no fue incompatible con un marcado casuismo. La diversidad de los territorios americanos se hizo patente desde los comienzos de la colonización. Diversas culturas, diversas densidades de población, diferentes territorios geográficos, disímiles riquezas fueron imponiendo normas legales y procedimientos administrativos diferentes. Aún dentro de una misma Audiencia o virreinato la diversidad regional fue obligando a diferenciar la legislación y la gestión administrativa. También el tiempo impuso sus cambios La administración colonial y adaptaciones sucesivos. Esa variación se hace evidente en la legislación sobre encomiendas, minas, poblamiento, jurisdicción, etc., que fue una en el siglo XVI, otra en el XVII y otra en el XVIII. El se obedece pero no se cumple con que respondían las autoridades coloniales en ciertas ocasiones al recibir una nueva disposición legal procedente de Madrid, era un principio de realismo político que evitó en muchas oportunidades desaciertos y conflictos. Interpretado a veces como expresión de una actitud anárquica y ajena a las prácticas de la vida jurídica, su sentido práctico y racional ha sido destacado por historiadores y juristas, aun por lo menos sospechosos de simpatía por la obra de España en América (4). Por sus mismas características de interventor y reglamentarista, y por su mismo carácter de dominación colonial, el Estado colonial americano fue un Estado altamente burocratizado. Como lo es, por otra parte, todo Estado moderno. Pero a las condiciones de una sociedad en que el ciudadano debe contar para casi todas sus actividades públicas con el funcionario estatal, en América se presentaban otras que acentuaban la función y la presencia de la burocracia. La necesidad de dar ocupación y prebendas a los españoles peninsulares era una de ellas; el limitado desarrollo de la economía privada era otro. Finalmente, la aversión a las ocupaciones llamadas innobles por parte de españoles y criollos, engendraba el gusto y la necesidad del cargo público, que por otra parte era un motivo de prestigio social. El carácter prebendario y el escaso desarrollo educativo de sus territorios coloniales, fueron un gran obstáculo para el reclutamiento de una burocracia eficaz, sobre todo en los cargos medios. La ignorancia y la ineficacia de los funcionarios es una de las continuas quejas de los virreyes y visitadores reales. Sumada a factores como la corrupción, que propiciaban por igual las bajas remuneraciones, la inexistencia del espíritu de servicio y la impreparación, que en ocasiones llegaba hasta la falta del saber leer y escribir, constituyeron los varios motivos de la ineficiencia de la administración colonial (5). No conoció la administración colonial el principio de la separación de poderes que caracteriza a los estados modernos, tal como estos se organizaron después de la Revolución Francesa. El concepto de soberanía, radicado en el Rey y por extensión en sus agentes, se tomaba 177 como el poder de legislar,juzgar y hacer ejecutar las decisiones estatales. De manera que los diferentes órganos y funcionarios del Estado podían, y de hecho ejercían conjuntamente las fimciones de juzgar, legislar y ejecutar. Así ocurría, por ejemplo, en el caso de los virreyes, presidentes y audiencias y aun en los funcionarios de menor categoría como corregidores, gobernadores y alcaldes que pudieron, simultáneamente, dictar providencias de carácter legal, servir de instancia de apelación en los litigios civiles y criminales y ordenar el cumplimiento de las leyes. Los peligros inherentes a la concentración de poderes indicada en el párrafo anterior, eran contrabalanceados por el control mutuo y la interdependencia que existía entre los diversos órganos administrativos. La desconfianza y el temor al abuso del poder de la burocracia parecía inspirar la política de la Corona ( 6). La necesidad de la confirmación real para muchas decisiones de virreyes, el sistema de consultas obligatorias y la provisional aplicación de las normas que solía encabezarse con la expresión "por ahora", mantenían los límites jurisdiccionales de instituciones y funcionarios. Los poderes otorgados a una instancia, eran contrabalanceados con alguna forma de intervención de otra. El sistema se daba con suma claridad en el caso de los virreyes y las audiencias. Aunque los poderes de los primeros fueron muy amplios, como representantes de la soberanía real, sin embargo, éstos debían actuar en armonía y contacto permanente con la Audiencia y sus oidores. Recíprocamente el virrey, como presidente de la Audiencia, influía en las decisiones de ésta. La historia de las disputas jurisdiccionales y de las relaciones entre virreyes y audiencias, demuestra que ese mutuo control fue algo más que una norma teórica (7). Organos de la administración colonial Desde comienzos del siglo XVI hasta las administraciones borbónicas que redujeron considerablemente sus funciones en el siglo XVIII, el Consejo de Indias, constituido en forma definitiva en 1518, fue el órgano supremo de la administración colonial española. En su seno fue donde se elaboró la enorme y complicada legislación de Indias y por su conducto se realizó la política colonizadora. El Consejo ejercía simultáneamente las funciones de órgano de consulta para todos los asuntos referentes a las In- 178 días, supremo cuerpo legislativo y máximo tribunal de apelación en asuntos contenciosos civiles, administrativos y criminales (8). En su época de mayor importancia, es decir, durante los reinados de Carlos v y Felipe II, el Consejo estaba compuesto de varios consejeros, hacia 1600, generalmente juristas o teólogos, un secretario, un fiscal de la Corona, varios procuradores, entre ellos uno de pobres, varios notarios y numerosos oficiales como relatores, conserjes, alguaciles, etc. Durante el reinado de Felipe II, se agregaron un cronista mayor, cargo que desempeñó Antonio de Herrera, autor de la Historia General de Indias (Décadas) y un cosmógrafo, función ejercida por primera vez por Juan López de Velasco, redactor de la famosa Descripción de las Indias Occidentales. Las funciones del Consejo era muy amplias. Debía en primer lugar proteger la población indígena; proponía al Rey las personas para los cargos eclesiásticos y civiles, lo mismo que para recibir mercedes, privilegios o beneficios. Controlaba la administración de la Hacienda. Desempeñaba funciones legislativas y judiciales, elaborando leyes para las colonias. Revisaba y aprobaba las ordenanzas dictadas por los oficiales reales en los territorios americanos y por las autoridades eclesiásticas en desarrollo del Regio Patronato. Era la Suprema Corte de Justicia en asuntos civiles y criminales. Defmía los recursos de apelación en las controversias sobre sumas mayores de 600 pesos, límite que varió con el tiempo hasta llegar a la suma de 10.000 pesos. Defmía en última instancia sobre las sentencias de la Casa de Contratación y sobre los asuntos relacionados con los repartimientos de indígenas. Finalmente ordenaba las visitas generales y especiales a los territorios ultramarinos. Con el advenimiento al trono español de la dinastía de los Barbones, el Consejo, y los tradicionales órganos de administración de las Indias como la Casa de Contratación perdieron importancia. En 1714, Felipe v reorganizó el gobierno siguiendo el modelo de la administración francesa. Los consejos reales fueron sustituidos por un gabinete de ministros o secretarios. Al Ministro de Marina y de Indias fueron asignados los más importantes asuntos comerciales, militares, de hacienda y navegación referentes a América. También el nombramiento de los principales cargos políticos y judiciales incluyendo los miembros del Consejo de Indias que Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 cada vez tomó más carácter de un cuerpo exclusivamente consultivo. Fundada en 1503, la Casa de Contratación fue el primer organismo de las relaciones comerciales con el Nuevo Mundo y el primer órgano consultivo de la Corona en asuntos referentes a Indias. Controlaba el envío de flotas y pasqjeros la importación y la exportación de mercancías, graduando los derechos de aduana y haciendo efectivos los ingresos reales. En 1510 la Casa adquirió facultades legislativas en materias de hacienda y de justicia en procesos fiscales. Se transformó así en tribunal mercantil con jurisdicción civil y criminal en materias de comercio y navegación. En 1543, al fundarse el Tribunal del Consulado, muchas de sus funciones pasaron a este nuevo organismo encargado de regular todo lo referente a la justicia comercial y al gremio de los comerciantes (9). Las reales audiencias, creadas en territorios americanos a partir de 1511, con la fundación de la de Santo Domingo, fueron la célula central de la administración colonial. Organizadas según el modelo de las audiencias peninsulares como tribunales de Justicia, en América adquirieron amplias funciones de gobierno. Estaban compuestas por un número variable de magistrados llamados oidores y un cuerpo de funcionarios que incluía fiscales, escribanos, alcaldes de corte, procuradores, notarios y alguaciles. Como corte judicial la Audiencia servía de tribunal de apelación de providencias dictadas por tribunales inferiores o por funcionarios coloniales como gobernadores o corregidores. En asuntos de mayor cuantía actuaba como tribunal de primera instancia. Conocía también del llamado recurso de fuerza contra las disposiciones de funcionarios eclesiásticos. Poseía igualmente jurisdicción criminal sobre casos ocurridos a cinco leguas a la redonda de su ubicación. La protección de los indios le estaba especialmente encomendada y a partir de 1609, decidía en primera instancia todos los litigios referentes a encomiendas. Conocía también de los litigios de carácter secular que se producían entre órdenes religiosas y de los delitos cometidos por eclesiásticos en violación de las leyes civiles. Los poderes legislativos de la Audiencia eran muy amplios. A través de sus acuerdos, prácticamente podían legislar sobre todos los asuntos no contemplados en las leyes o cédulas reales y reglamentados con carácter más general. Cubrían campos como el comercio, los precios, La administración colonial los abastos, asuntos de tierras, composiciones, encomiendas, caminos, hacienda, régimen de policía, etc. Era además, órgano de consulta para las gestiones de presidentes y virreyes, quienes debían actuar en armonía con ellas, no obstante las múltiples tensiones y conflictos que se presentaron en la historia de sus relaciones. Actuando colectivamente, con el carácter de Real Acuerdo, la Audiencia llegó a ser, en suma, el cuerpo central del gobierno en los territorios americanos ( 1O). Formas de control e información Para controlar la conducta de sus funcionarios y establecer su responsabilidad, la administración colonial española dispuso de dos instituciones: La Visita y la Residencia. Esta última tomaba la forma de un juicio -juicio de residencia-, conducido por un juez de residencia, nombrado por el Consejo de Indias en los casos de cargos que dependían directamente de Madrid, y por el virrey o la Audiencia para los funcionarios que desempeñaban cargos por nombramiento de estas dos instancias o por compra de ellos. Consistía la residencia en una investigación sobre la conducta y manejo de los asuntos confiados a cargo de los funcionarios reales, particularmente de aquellos que tenían jurisdicción y manejo de caudales. Generalmente se hacía al finalizar el período, cuando se trataba de nombramientos a término fijo. Tal era el caso general de los virreyes, nombrados ordinariamente para un período de 5 años. Si el caso era de empleos o cargos perpetuos, la residencia solía ordenarse cada tres años. De acuerdo al menos a los términos legales, ningún funcionario podía dejar el cargo o transferirlo a un sustituto hasta que no se hubiera definido su situación por sentencia del juicio de residencia ( 11). Nombrado el juez, éste se trasladaba al lugar de domicilio del residenciado, con secretario y escribano. Iniciaba su labor haciendo saber públicamente que se adelantaba la residencia y que se recibían testimonios y quejas sobre la conducta y actividades del funcionario. Generalmente se llamaba a rendir testimonio a los vecinos más notables de la ciudad, villa o aldea, sobre la base de un prolijo y estereotipado cuestionario, que incluía preguntas sobre cumplimiento de las leyes, manejo de los caudales reales, costumbres morales públicas y privadas, 179 nepotismo, favoritismo, protección de los indios, diligencia en el despacho de sus funciones, etc. Los cuestionarios eran prolijos y llegaban a contener hasta 50 preguntas. El juicio terminaba con una sentencia, absolutoria o condenatoria. Las condenas incluían desde multas monetarias hasta la pena de muerte. Las que se referían a los altos funcionarios como los oidores de Audiencia, virreyes, presidentes o capitanes generales, requerían confirmación del Consejo de Indias. Como ocurría de hecho con muchas otras instituciones indianas, el juicio de residencia no siempre se hacía efectivo y lograba sus propósitos. Muchos de ellos no concluían con sentencia; otros duraban períodos interminables y finalmente no era excepcional que por medio de influencias se eximiera de él a funcionarios, especialmente cuando ocupaban altos cargos. Un agudo observador de la administración colonial americana, Alejandro de Humboldt, escribió a fines del siglo XVIII: "Si un virrey es rico, astuto, y tiene el respaldo de un desvergonzado consejero en América y poderosos amigos en Madrid, puede gobernar arbitrariamente sin temor a una residencia. Además, un oficial deshonesto estaba siempre listo a usar el soborno, con grandes probabilidades de éxito, para vencer los escrúpulos del comisionado para escapar a las sanciones, y con frecuencia esta conducta delictuosa surgía de la misma información sumaria de la residencia" (12). Algunos comentaristas han observado que, dadas las condiciones de la vida social de las colonias, la residencia en no pocas ocasiones era desfigurada en sus fines. Frecuentemente servía de instrumento de venganzas o por el contrario de encubrimiento de conductas delictuosas. Los testigos podían utilizar sus testimonios en uno u otro sentido. Podía ocurrir también, y de hecho el caso era quizás el más frecuente, que los testimonios fueran tan anodinos y vagos, que sobre ellos no podía apoyarse una sentencia, sobre todo condenatoria (13). Las relaciones de mando que tenían que hacer los virreyes y presidentes de Audiencia al terminar su período de gobierno, fueron un complemento de los juicios de residencia. Destinadas a informar a sus sucesores sobre el estado de los territorios a su cargo y sobre su gestión gubernamental, incluían descripciones del estado de las rentas y situación de la Real Hacienda, los caminos y vías de comunicación, los 180 asuntos eclesiásticos, la situación de los indígenas, la salubridad y el urbanismo, la vida política y militar, etc. Las 9 Relaciones de Mando del Siglo XVIII, que incluyen la del presidente Manso (1729) y la de los virreyes Eslava, escrita por el oidor Berástequi (1751), Solís (1760), Messía de la Zerda (1772), Guirior (1776), Caballero y Góngora (1789), Ezpeleta (1796), Mendinueta (1803), Montalvo (1818), se cuentan entre los más valiosos documentos que dejó el gobierno colonial para el estudio de la situación social, económica y política del Virreinato de la Nueva Granada en la última centuria de la dominación española (14). Constituyó el segundo instrumento de control e información de que dispuso la Corona. Las hubo generales y especiales. Las primeras se ordenaban sin sujeción a períodos fijos y tenían por objeto obtener amplios informes sobre la marcha de la administración, la economía, la hacienda y, sobre todo, la situación de la población indígena. Estaban a cargo de un visitador general (por ejemplo, las de Monzón Prieto de Orellana, Saldiesne Nuño de Villavicencio, Zambrano, Rodríguez de San Isidro y Juan Cornejo) y fueron muy frecuentes en el siglo XVI y en la primera mitad del siglo XVII. Un nuevo e importante ciclo de visitas se presentó en la segunda mitad del siglo XVIII. Las especiales (o visitas "de la tierra") por ejemplo, las de !barra, Ega, Henríquez, Villabona, tenían por objeto el estudio de una situación particular, fuera de una región o de un problema. Las visitas de la tierra fueron encomendadas a los oidores de Audiencia. Las generales a delegados especiales del Rey enviados para tal fin a los territorios americanos. Estas últimas solían hacerse cuando se presentaban ante las autoridades quejas sobre abusos, deshonestidad o ineficiencia de algún funcionario. Los investigadores tomaban en este caso el nombre de pesquisadores o jueces de comisión y estaban sujetos al recurso de recusación, para evitar persecuciones y venganzas que no eran infrecuentes en el ambiente de la época. En la historia administrativa del Nuevo Reino de Granada se destacan tres ciclos de visitas de la tierra. Las de la segunda mitad del siglo XVI (1550-1600), momento de fundación de la Real Audiencia; las de comienzos del XVII y las de mediados del siglo XVIII. La principal finalidad de estas visitas era el recuento de la población indígena y el examen de sus condicio- Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 nes de vida, la tasación de los tributos y el control del cumplimiento de las normas que regulaban el régimen de encomiendas. Las del siglo XVIII suministran un material informativo más amplio relacionado con el estado general de las provincias, las rentas de la Hacienda Real, el funcionamiento de los cabildos, los problemas de la tierra y el poblamiento y la situación demográfica de los diversos grupos socio-raciales (15). Para el conocimiento de la situación general del Nuevo Reino en la segunda mitad del siglo XVIII y de los problemas que tuvo que afrontar la administración virreina!, son particularmente importantes las visitas que efectuaron en el oriente del virreinato los oidores Verdugo y Oquendo, el corregidor de Tunja José María Campuzano y Lanz, Aréstegui y Escuto (1758) y el fiscal de la Audiencia Francisco Antonio Moreno y Escandón (16). La información demográfica, fiscal y administrativa acopiada en ellas sirvió en parte muy considerable a la orientación de los virreyes y a las reformas administrativas intentadas por el regente Gutiérrez de Piñeres en 1780. Del examen de sus informaciones las autoridades virreinales establecieron ciertos hechos e intentaron fundar una nueva política de distribución de tierras y poblamiento. Observaron en primer lugar la disminución de la población indígena y el aumento de la blanca y mestiza. Comprobaron también la existencia de algunos fenómenos relacionados con la propiedad de la tierra, determinados justamente por el cambio demográfico que se había producido después de las visitas efectuadas a comienzos del siglo XVII. En efecto, las tierras de resguardo otorgadas entonces resultaban ahora excesivas para el número de indígenas asentado en ellas, hasta el punto de que éstas llegaron a darles parcialmente en arriendo a la creciente población blanca y mestiza. Por otra parte, el descenso demográfico del grupo indígena hizo más dificil y costosa la administración eclesiástica y civil de los pueblos de indios que rendían cada vez menores tributos y que por su reducido tamaño justificaban cada vez menos la presencia e intervención de funcionarios civiles y eclesiásticos. Ante esta situación las autoridades virreinales iniciaron una política de concentración de pueblos que tuvo múltiples incidencias y dificultades. Al mismo tiempo se trató de reducir las tierras de resguardo, sacando a remate las que dejaban los pueblos suprimidos o las que se disminuían a los antiguos resguardos, buscando así fortificar La administración colonial el fisco y dotar de tierra a la población blanca y mestiza que carecía de ella o pretendía ampliar sus propiedades a costa de la propiedad indígena. Tal política no se llevó a efecto sin resistencias de la población indígena y sin controversias entre los funcionarios reales. Así lo revelan numerosos documentos de la época, particularmente el largo informe rendido al virrey Flórez por el regente visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, donde critica duramente al abanderado de esta política, el criollo y fiscal de la Real Audiencia Francisco Antonio Moreno y Escandón, a quien acusa de haberse extralimitado en sus funciones y haber adelantado una política de traslado y eliminación de pueblos inconveniente y que expedía a las órdenes reales que sólo le habían encomendado el empadronamiento y descripción de tales poblaciones ( 17). Competencias de Jurisdicción Una de las características de la administración colonial fue la falta de unos límites precisos en la jurisdicción de los funcionarios y las instituciones. De ahí que los conflictos de competencia fueran constantes y restaran eficacia a la gestión gubernamental (18). Las colisiones entre virreyes y Real Audiencia, sobre todo, fueron continuas. El establecimiento del virreinato en el Nuevo Reino de Granada puso de manifiesto el fenómeno desde sus comienzos. Eslava, una personalidad enérgica y activa desde los primeros meses de su gestión, tuvo que acudir a la Corona solicitando aclaraciones y demandando poderes para resolver sus conflictos con la Audiencia de Santa Fe (19). Se le otorgaron en Real Cédula de agosto de 1739, que sin embargo incluía la recomendación de "comunicar y tratar con la Audiencia", en casos como el nombramiento e instrucciones de gobernadores. En la correspondencia sostenida con el Real Consejo de Indias, el virrey llegó a quejarse hasta de las "vejaciones y desacatos" de que fue víctima por parte de los oidores. Los mismos conflictos se presentaban entre la Audiencia y los Tribunales de Cuentas a propósito de problemas cotidianos como la calificación de fianzas y otros semejantes. Las autoridades metropolitanas, el Rey y el Consejo de Indias, nunca tuvieron en este aspecto de la política colonial un criterio definido y claro. Al parecer sostuvieron una actitud ambigua encaminada a mantener en el gobierno de América 181 un equilibrio de poderes y un mutuo control de las diversas instancias de la gestión gubernamental y a impedir el predominio de una de ellas. No debe olvidarse que el estado español indiano no conoció, ni se organizó sobre la base del principio moderno de la separación de poderes u órganos de la administración pública. Este hecho, por supuesto, aumentaba los conflictos de jurisdicción. La inasistencia a funciones, la lentitud en el despacho de los asuntos confiados a su cargo, el cierre de actividades por días feriados fue un fenómeno frecuente aun en instituciones como la Real Audiencia. La Real Cédula de mayo de 1789 hubo de reglamentar y reducir el número de días feriados y de obligaciones protocolarias que deberían cumplir los oidores. El despacho sólo podría cerrarse los "días de fiesta que celebra la Iglesia como de precepto, aunque sólo sea de oír misa, los días de la Virgen del Carmen y la Virgen del Pilar, el día de los Angeles; en las vacaciones de Resurrección desde el Domingo de Ramos hasta el martes de Pascua; en los de N avi dad, desde el 25 de diciembre hasta el lo. de enero; en los días de carnestolendas hasta el miércoles de ceniza, inclusive" (20). La lucha de las autoridades metropolitanas contra la lentitud, el abandono de funciones y la dedicación de los funcionarios a sus menesteres privados, fue continua. Reales cédulas de 1789, y 1790, ordenaban, una vez más, "que los ministros de los Dominios de Indias se dedicaran muy especialmente a sus obligaciones, conteniéndose cada uno de lo que pertenece a su empleo". La Real Cédula de 1790 ordenaba, además, que la Real Audiencia enviara cada año una relación pormenorizada de los asuntos despachados y de los pendientes en el respectivo período. El compartir las gestiones públicas con negocios privados de comercio y actividades agrícolas, fue un hecho común sobre todo entre corregidores y miembros de la burocracia menor. De ahí que fuera éste uno de los aspectos en que insistían los juicios de residencia y sobre los cuales eran interrogados los testigos (21 ). El mal se presentaba también en los cabildos. Estos fueron en el caso general inoperantes, con excepción de los cabildos de ciudades de alguna importancia, por ausencia permanente de los regidores que preferían vivir en sus estancias a permanecer en las villas y poblados. En comunicación del virrey Ezpeleta a la Audiencia de Santa Fe, el 29 de agosto de 1795, se quejaba 182 éste del estado de postración a que había llegado el cabildo de la capital. "El número de regidores, decía, se hallaba reducido a 6, de los cuales dos son hermanos, lo que es un inconveniente", y 4 son hacendados que viven ausentes durante casi todo el año. Agrega que la laxitud de la institución había llegado a tal extremo, que para ocupar los cargos vacantes entonces, no se habían presentado postores "a pesar de la baratura de los oficios, el último de los cuales se remató por 80 pesos, lo que podía facilitar la entrada a ellos de los sujetos menos idóneos". La situación había llegado a tal extremo, que el fiscal de la Audiencia había propuesto que el virrey hiciera uso de su facultad de nombrar interinos por 5 años, "sin perjuicio de pregones y remates", obligando a los designados a aceptar el cargo (22). Si esto ocurría en la capital del virreinato, puede suponerse lo que acontecía en cabildos menos importantes del Reino. En general los altos cargos de la burocracia colonial fueron reservados para premiar servicios a la Corona fuera en la propia administración peninsular o en las colonias, fuera en el ejército o la marina, y en no pocas ocasiones para otorgar mercedes y canonjías a los validos de los altos funcionarios reales. Sin embargo, gracias sobre todo al Consejo de Indias, para los altos cargos políticos, especialmente para presidentes, virreyes, y oidores de Audiencia, se exigieron servicios, experiencia y títulos de jurista o letrado (23). Estos cargos que generalmente llevaban anexa jurisdicción y mando político, estuvieron por fuera del sistema de remate y venta, generalmente dependieron directamente del Rey y se concedieron para períodos fijos. Virreyes, oidores y presidentes fueron nombrados por cinco años; pero fue muy frecuente -y ese fue el caso de los virreyes neogranadinos- se prorrogaron los períodos hasta 10 años. En el caso de los oidores de Audiencia los períodos fueron generalmente largos. 10, 15, 20 años, no eran infrecuentes. Esto último fue un motivo de reiteradas quejas de los virreyes pues, por una parte, los largos períodos terminaban en complejas vinculaciones de intereses y parentescos, y por otra, la vejez y los achaques de muchos funcionarios eran un motivo de ineficiencia administrativa (24 ). Como la provisión de cargos públicos era considerada una regalía de la Corona, hubo en la administración colonial una considerable cantidad que se adjudicaba por venta en subasta Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 pública. Entre ellos se hallaron los llamados oficios de pluma (escribanos, relatores, etc.) y un buen número de los cargos de la Real Hacienda (recaudadores, veedores, tesoreros, etc.). También fueron vendibles los llamados oficios concejiles de los municipios (regidores,) alcaldes, alguaciles, etc.). Fue este un recurso fiscal del Estado y a pesar de las reiterdas críticas que se le hicieron el sistema se sostuvo hasta fines de la dominación española. Los cargos así obtenidos podían ser vitalicios y en ocasiones transmitirse por herencia y a perpetuidad según la fórmula llamada a juro de heredadperpetua. La venta de cargos públicos fue una de las grandes fallas de la administración colonial. Los funcionarios beneficiarios de ellos frecuentemente abusaron de sus funciones tratando de obtener el mayor lucro posible, no obstante que la Corona nunca abandonó sus facultades de control, ni su derecho a imponer sanciones. Los tenedores de ellos estaban sujetos a residencia y visita y al requisito de fianza que se trataba del manejo de caudales públicos. Otra modalidad de la asignación de cargos estuvo constituida por las llamadas futuras en el lenguaje de la época. Consistía esta figura en el otorgamiento de una posición administrativa, por excepción de un cargo de carácter político jurisdiccional como una gobernación de provincia, para ser ocupada por el beneficiario en el momento en que quedara vacante. El sistema se usó para recompensar servicios al Estado o para gratificar donaciones en dinero al tesoro real en casos de emergencia fiscal. Fue, pues, en muchas ocasiones, una venta disimulada. Hubo en la burocracia colonial un sector relativamente profesionalizado. Servicios como el judicial y el prestado por las casas de amonedación y ensaye de metales exigieron a sus funcionarios títulos e idoneidad técnica. Los servicios públicos fueron también protegidos por un sistema de jubilaciones y pensiones exentas de pagos fiscales como la media anata. Al producirse vacantes en el escalafón de los cargos, generalmente se prefería a quienes estuvieran incorporados en cargos inmediatamente inferiores y cuando por las necesidades del servicio un funcionario tenía que ocupar un cargo con menor remuneración de la que antes recibía, la ley ordenaba que siguiera recibiendo el salario anterior más favorable. Muchas de estas reglamentaciones y prácticas indican pues, la existen- La administración colonial cia de un principio de carrera administrativa en el sentido moderno. Los salarios de la burocracia colonial fueron en general bajos, especialmente en el virreinato de la Nueva Granada. Sólo los virreyes devengaron altos sueldos. El de Nueva Granada recibía 40.000 pesos anuales, para sus gastos totales que incluían el sostenimiento de un amplio séquito de servidores personales. Los oidores solían recibir alrededor de 5.000 pesos y 2.500 los gobernadores y capitanes generales. Corregidores, alcaldes mayores, recaudadores o funcionarios de la Real Hacienda, tuvieron bajos salarios, lo que producía varios fenómenos observados reiteradamente por los virreyes en sus informes a la Corona: mezcla de funciones públicas con actividades privadas, corrupción, lentitud en la resolución de los problemas. "Yo soy de parecer, decía el virrey Solís, que siempre que con reflexión de distancias, comercio y otros antecedentes, ocurra luz para poner este género de cajas y oficiales reales, con el sueldo de seis por ciento de lo que ingrese, no se excuse el hacerlo; porque se empeñan en su cuidado y mayor aumento por el mayor que les cabe, y se corta el descuido que pueda haber en territorios tan dilatados con otras cajas, y de lo mucho que a ellas ocurre, y el que siempre han tenido los alcaldes ordinarios que han manejado la Hacienda en estos lugares retirados, como que lo hacen por un año, sin sueldo y entre sus compatriotas. Pero es menester sostener a los puestos y a los que se pusieren; porque es mucho lo que los hacen padecer los vecinos y habitantes del país, eclesiásticos y seculares, como acostumbrados a vivir con fraude de los derechos reales" (25). Sobre las dificultades para reclutar funcionarios debido a los bajos salarios y sobre la corrupción y el fraude que esta situación propiciaba, se expresaba el virrey Mendinueta: "Nada es más difícil que la elección de sujetos para los pequeños destinos -corregidores, recaudadores, escribanos, etc.-, porque careciendo de aliciente justo y permitido, hay el recelo de que se haga un abuso de autoridad para existir a expensas del público y con perjuicio suyo" (26). El mismo alto funcionario, al finalizar su período, se refería a la lentitud de las decisiones administrativas, sobre todo de las que debían consultarse a la metrópoli, y ejemplificaba sus opiniones historeando el caso de la solicitud 183 hecha en 1776 por el virrey Flórez para que se crease una sala especial de asuntos criminales en la Audiencia, solicitud reiterada por Ezpeleta en 1796 y que no había sido resuelta todavía en 1803 al terminar su propio mandato (27). Las reformas borbónicas en el Nuevo Reino Las reformas iniciadas por los reyes Barbones a comienzos del siglo XVIII tuvieron una acentuada tendencia administrativa. En el sentido moderno representaron un esfuerzo porracionalizar la gestión del Estado y hacerla más eficaz como instrumento de la política económica de tipo mercantilista que España puso en práctica en la metrópoli y en las colonias. Dicha política tenía particularmente tres propósitos: intensificar el comercio intercolonial y de los territorios ultramarinos con la Península; fomentar en América la produccción de nuevas materias primas (quinas, tabaco, maderas, cacao, azúcar), e intensificar la minería; reorganizar la Hacienda haciendo más eficaz el recaudo de impuestos, tributos y regalías de la Corona (28). La nueva política implicaba un amplio plan de reformas en la metrópli y en las colonias. Se intentó modernizar los servicios del Estado, sobre todo la administración hacendaría y la enseñanza superior, incorporando en los planes universitarios la ciencia y la tecnología modernas, con el fin de vitalizar la economía y hacer una explotación racional de las riquezas naturales del sector colonial. El movimiento estaba impulsado por los monarcas de la nueva dinastía, que se apoyaron para sus propósitos en una élite ilustrada, admiradora de la cultura francesa del siglo de las luces, que veía en las reformas la posibilidad de evitar la bancarrota del Imperio español en su ya secular lucha con Inglaterra. Pero no sólo las nuevas fuerzas intelectuales y económicas de España presionaban en favor del nuevo giro político. También el crecimiento económico y el desarrollo social de las colonias demandaba cambios en la administración de los territorios americanos y el Nuevo Reino de Granada no era ajeno a la transformación que se verificaba en los diversos virreinatos, audiencias y capitanías en la segunda mitad del siglo XVIII. La población había entrado en un movimiento ascendente. Con base en el censo de 1778, el arzobispo virrey Caballero y Góngora, consideraba que entre 1770 y la fecha del mencionado empadronamiento, la población del Nueva Historia de Colombia. Vol./ 184 virreinato correspondiente al Nuevo Reino había do, tan abundaJ?.te en la época, el promedio anual de las exportaciOnes del metal fue el siguienteaume~tado en 240.432 habitantes, lo que representana un aumento de 1.5% anual, coeficiente alto para la época (29). El aumento no era única~~nte n~mérico; también cambiaba la composiCuadroNo. 1 cion ~ocial de los grupos socio-raciales. El grupo Valor anual promedio mestizo blanco, sobre todo había crecido aun ntmo más rápido que el indígena que más bien de las exportaciones de oro pell?anecí~ estático o posiblemente disminuía, (Pesos españoles de 8 reales) se~ pu~eron obs~ryarlo para la parte oriental del virremato los visitadores reales a partir de 1661-1700 2.790.000 175? .. T~, crecimiento significaba una mayor participacwn de los criollos en los problemas públicos y un mayor grado de conciencia polí1701-1760 3.487.500 ti ca y s~cial d,e_ estos s~ctor~s, capaz de generar una actitud cntica y mas activa frente a la administración colonial (30). 1761-1780 2.790.000 Algunas cifras del desarrollo económico i~dicaban igualmente la urgencia de modifica1781-1800 3.138.750 ciOnes en la gestión administrativa del Estado. El comercio se activó gracias a la política liberal 1801-1810 3.487.500 borbónica iniciada en 1778. La fundación del consulado del ramo en Cartagena y Santa Fe (1795) podría considerarse un indicio del creciAlgo semejante a lo dicho sobre la mineria miento ~e _las a~~ividades mercantiles y de la mayor sigmficacwn del grupo de los comercian- podría decirse de los intentos de reorganización de los estudios superiores en los que tantas estes en la vida económica del virreinato (31 ). peranzas ponían los impulsores de la transfor. Otro tanto podría decirse de la actividad mación económica. El renovador plan de Mommera. Aunque el crecimiento de la minería reno y Escandón no se puso en vigencia. Tam~eogranadina no _fue comparable a la que expepoco e! s~sti~utivo del arzobispo virrey que, aunnmentaron los vmeinatos de México y el Perú que mas timi~o, representaba un progreso, llegó en las. última~ déca~as del siglo se observa ~ sostemdo meJoramiento de la exportación de a s_er ~a reahdad (36). Al fmalizar el siglo las oro. Sin embargo, aparte de los esfuerzos hechos u~Iversi~ad~s n~ogranadinas seguían siendo las en ~tioquia por el go~~mador Mon y V elarde, mismas mstitucwnes tradicionales donde se enlos ~ntentos ~e renovac10n de la minería neogra- s~ñaban filosofia escolástica, teología y gramánadina termmaron en el fracaso (32). Así ocurrió tica. El refugio de las ciencias y las nuevas con los planes de explotación de las minas de técnic~s estuvo ~n la Expedición Botánica y en el gabmete particular de los autodidactas. En Mariqu~ta adelantados por D'Elhuyar, "empresa resumen, el movimiento renovador de la España desgr~cmda y nunca conveniente, que en lugar de mar a otros, ha resfriado los deseos de Borbónica tuvo en la Nueva Granada sólo moalgunos, que ~lentados con la posibilidad de destos logros. t~ner un buen d!rector, hubieran quizás emprenTambién aumentaron las rentas públicas dido el be~efic10 de una mina de plata, o aspirado a meJor~ el de las de oro", según lo mani- ~unqu~ a un ritmo lento y con muchas alterna~ tivas, mcluyendo algunas disminuciones, como festaba Mendinl;leta en su relación de mando (33) En forma semeJante se expresaba Francisco Sil- en la r~nta_ de ~~uanas, atribuida por Mendinueta a la dismmucwn del comercio de importación vestr~ r~specto. a la minería de Antioquia, donde las ~ecmca~ mmeras ?~ habían sobrepasado las causada por la guerra con Inglaterra. Al comparudimentanas y tradicionales en la minería de rar el qumquemo de 1791-95 con el último de aluvión (34). Según las cifras presentadas por Vi- su gestión gubernamental 1796-1800 el mencente Restrepo (35), que no incluyen el contraban- cionado virrey encontraba' la siguiente 'situación en los principales ingresos del fisco (37). o ' La administración colonial 185 Cuadro No. 2 Ingresos del fisco (1796-1800;> Aduana (1) (Cartagena) Aguardiente (2) Tabaco (1) Pólvora (1) Aduana y alcabala (1) (Local de Santa Fe) (1) Pesos. 1791/95 1796/1800 756.575 373.483 - 373.092 1.142.192 1.486.786 1.834.281 57.358 358.470 1.903.510 37.664 + 344.594 + 69.229 544.960 Variación 19.714 + 186.490 (2) Maravedís. El reinado de Carlos III que se caracterizó dos de facultades muy amplias, tan amplias que en América por una gran actividad constructiva podían actuar con independencia de los virreyes en vías de comunicación, obras de defensa mi- y audiencias (39). litar y construcciones urbanas y civiles y eclePor circunstancias que aún no han sido siásticas, tuvo también sus reflejos en la Nueva aclaradas, el virreinato de la Nueva Granada Granada. No sólo las obras militares, como la quedó por fuera del sistema de intendencias. En terminación de las fortificaciones de Cartagena, sustitución de él y en cierta forma para llenar sino también la renovación arquitectónica de sus funciones, para el Nuevo Reino, bajo Carlos ciudades como Popayán, la misma Cartagena y III se creó la institución de la Regencia. En la Santa Fe en cuanto sobrepasaron los modestos Real Orden del 25 de marzo de 1783, dirigida niveles del siglo xvn, que podrían tenerse como a la Audiencia de Quito, con motivo de la lleun resultado del nuevo clima creado por la po- gada del regente para ese territorio, se acompalítica borbónica, debieron generar una mayor ñaba la Ordenanza de Intendentes del Río de la actividad económica general, que a su tumo Plata "para que se adapte en lo que fuere adapconstituía un reto a la deficiente y disuelta ma- table", lo que indica que el propósito de la Coquinaria administrativa. Sin embargo, según la rona al establecer los regentes era obtener de su hipótesis planteada por el historiador Paul Wi- gestión los resultados que esperaba de los intenlliam McGreevey, el nuevo esfuerzo de produc- dentes en otros territorios (40). tividad, en lo que se refiere a las exportaciones Así lo entendió el primer regente que llegó de oro, no se tradujo en crecimiento interno al Nuevo Reino, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeporque dichas exportaciones no produjeron un res (41 ), cuya actividad en materia de Hacienda equivalente en las importaciones de bienes (38). actuó sin duda como causa precipitante del moPor otra parte, a juzgar por los informes virrei- vimiento comunero de 1781, porque uno de los nales, la administración del Nuevo Reino nunca objetivos al que puso mayor atención fue el pudo ponerse a tono con las nuevas exigencias aumento de la recaudación de impuestos. Gueconómicas y sociales. tiérrez de Piñeres era un buen representante de los nuevos funcionarios borbónicos. Enérgico, El régimen de intendencias autoritario, buen jurista, su gestión sin embargo, fue relativamente corta, pues llegó a Santa Fe El principal instrumento de la nueva polí- a comienzos de 1778 y regresó a España en tica fueron las intendencias. Los virreinatos y diciembre de 1793 (42). En los años posteriores, capitanías generales fueron divididos y puestos el cargo de regente tuvo poca importancia en la baJO la dirección de un intendente, nombrado administración del virreinato. Luis Chaves de cfuectamente por el Rey. Los nuevos funciona- Mendoza (1793-1797), Manuel Bravo Bermúrios fueron rigurosamente seleccionados y dota- dez (1798-1799) y Francisco Manuel de Herrera 186 (189?-1810), lo~~tres rege~tes que sucedieron a Gutierrez de Pmeres tuvieron una actuación opaca y fugaz. El cargo estuvo acéfalo cerca de diez años, después de la muerte de Bravo Bermúdez, quien sólo desempeñó sus funciones por un año (43). Pero si bien el régimen de intendencias no tuvo vigencia y aplicación en el Nuevo Reino sin embargo el reformismo borbónico se hiz~ presente a través de sus virreyes, todos auténticos representantes de la nueva mentalidad y los nuevos propósitos políticos y administrativos de la Corona. Desde Eslava hasta Mendinueta y Ezpeleta, los virreyes tuvieron una constante preocupa~ión_ por mejorar la gestión administrativa del virremato. De sus relaciones de mando se puede extraer una valiosa información sobre el es~ado general del país en la segunda mitad del siglo XVIII. En cuanto se refiere a administración, todos insisten en las dificultades y deficien~ias que enco~traban para que el Estado cumpliera sus funciOnes. En su relación de m~do de 1729, el presidente de la Audiencia, manscal de campo Antonio Manso denunciaba los inveterados vicios de la administración colonial: inexpe_rienci~ de los funcionarios, nepotismo? favontismo, Impotencia de los presidentes y VIrreye_s frente a un cuerpo de oidores frecuentemente Impreparados y muchas veces dispuestos a posponer los intereses del Reino a sus propios intereses y los de sus parientes y amigos. Decía el presidente Manso: "Concurre a este grande inconveniente [la deficiente administración de justicia] como causa muy próxima, la permanencia en estas plazas porque en el d~latado tiempo en que las ocupar{ contraen enemistades y parentescos; porque si no se. casan ellos, por la prohibición que para ello tienen, se casan sus hermanos y parientes que suelen traer consigo cuando vienen a servir a estas plazas, de donde se ocasionan mezclarse en dependencias q~e los hacen parciales. Sería bueno que se practicasen las dependencias que para estos casos están ~adas,. siendo la principal el que se mu~sen a ciertos tiempos, de calidad que ~o se considerasen perpetuos, y que la residencia que V. M. tiene ordenada de cuando saliesen de la plaza que dejan, se tomase muy de propósito y con integridad, y no por alguno de los co!llpañeros de quien se despiden, para que practicada de veras recelasen la corrección y los que le sucediesen procederían más atentados y administrarán justicia con más integridad Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 Muchos d~os de l<?s e_xpresados se podrían haber corregido al pnnciplO, con que no hubiese pasado adelante el mal que hoy se considera muy dific~ltoso de conval_ecer, y aunque parece que e~ pnmer lugar pudiera ser reprendido el desc~ndo_ de gobernadores y presidentes de esta Audiencia, pienso, por lo que tengo experimentado, que han tenido una razonable disculpa porque ~unq~e es así? que los presidentes de est~ Audiencia han temdo la autoridad de prerrogativas que V. M. se ha servido concederles pero como de cualquier cosa que manda, si la persona o personas que han de obedecer no lo hacen con mucho gusto, tiene fácil recurso a la Audiencia, y aunque sobre esto están dadas todas aqu~l~as provid~n~ias por las leyes que pueden fa~I!Itar la de~Isión, acontece que hoy la emulacwn de los mdores o el deseo de persuadir que alcanza más, hace~ contados los frutos; como de las competencias que de aquí se siguen sean. peores las consecuencias, es preciso a un presidente que es letrado subordinarse a las togas; y si en éstas hubiese aquella madurez y b~en deseo de la pura administración de justicia, mngún desconsl!elo quedará al presidente; pero muchas veces ~ste conoce y le consta que la senda es extraviada, y ha de tolerar la sin razón porque tiene ~tadas las manos y si los anteceso~ res han expenmentado esto, lo podrán decir. Lo que yo puedo asegurar es que es inexplicable lo que yo he_ padecido. Por eso me parecería fuera convemente que o el presidente tuviese una mano para contener a los oidores o que los q~e hu~iesen de venir a estas partes: donde la distancia les hace más animosos fuesen hombres provectos y que hubiesen pa~ado un trieno en,otra Audiencia, os~ eligiesen de los abogados mas ~xpertos que hubiese en la monarquía; porque si vienen acabados de dejar los colegios, ni las letras son las que bastan para la práctica, ni la edad les concilia la madurez" (44). y "Hacia mediados del siglo la mayor parte de los corregimientos de indios se hallan vacos porque el más opulento de ellos apenas da d~ comer al que lo acepta. Por la misma razón se encuentran vacos l~s cargos de_ regi~ores, porqu~ co~? estos oficio~ en sus pnncipws tuviesen estimacwn, se apreciaban en subidos precios; pero hoy, que ~o. hay pers~ma que sólo apetezca el ~,onor del oficiO, no temendo utilidad no hay qmen los ponga, y todos, como queda dicho están vacos ... De donde se sigue estar mal g~ bemadas en un todo las cosas de la República • La administración colonial Así se expresaba en 1751 el oidor Berástegui, autor de la relación del virrey Eslava (45). Crítica de las reformas borbónicas A juzgar por el producto de las rentas durante las últimas décadas del virreinato, la gestión de los regentes no tuvo significativos resultados para mejorar la organización hacendaría. Tampoco los tuvo para rectificar los inveterados vicios de la administración -corrupción, lentitud, defraudación, abusos de autoridad, e te pues invariablemente los virreyes de las últimas décadas del siglo XVIII denuncian las existencias de los mismos vicios y deficiencias. Los regentes, en cambio, como ocurrió en general con los intendentes, debilitaron la gestión de los virreyes dando lugar a colisiones de competencia y a dilución de la responsabilidad. A propósito anotaba Francisco Silvestre en su Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá: "Con las regencias y su instrucción, quedó reducida sólo al nombre o a un fantasma, la autoridad del virrey, que siempre conviene para seguridad de las Américas, que en la sustancia y el hecho represente la del soberano, respecto de su larga distancia; especialmente templada como sabiamente lo está, por nuestras sabias leyes municipales. Sin aquellos y con sólo el nombre de oidor decano, se ha hecho cerca de trescientos años lo mismo que podría hacerse con el regente, ahorrando el erario muchos y considerables sueldos que se han aumentado y son carga siempre de los pueblos" (46). El comentario del mismo funcionario sobre las intendencias contiene más o menos las mismas opiniones. Ellas serían indeferentes en orden a mejorar la administración colonial y no tendrían más resultado que el aumento de sueldos y gastos. Lo que importa y más se necesita, dice, es simplificar cuanto sea posible la administración de la Hacienda Real; velar sobre los que la administran y cuidar de que sean para ello los que se nombren. Aumentar sueldos a unos y reformar muchísimos, y formar y llenar de hombres hábiles el Tribunal de Cuentas con lo que sería inútil o no necesaria la Dirección General de Rentas Estancadas, y ahorrarse muchos sueldos; pues para todo puede alcanzar bien manejada y distribuida y mucho puede irse aumentando el Reino en sus minas y agricultura, haciendo trabajar la gente ociosa pero auxiliándola (47). 187 Si no fueron positivos los resultados de la gestión de los regentes en el campo administrativo, en cambio sus efectos políticos fueron negativos. En una clara referencia a la gestión de Gutiérrez de Piñeres en la Nueva Granada, y posiblemente al movimiento de los Comuneros, Silvestre concreta más sus críticas: "Con el objeto de arreglar las rentas, fueron restableciéndose algunos ramos suprimidos, y aumentando excesivamente los empleos. Esta novedad y la demasiada autoridad que se tomaban éstos -los funcionarios de la Real Haciendafaltando al respeto a las justicias, cometiendo no pocas vejaciones y fraudes y aún desatendiendo sus quejas por suponerse que era odio a las rentas el tratar de contener los excesos de aquellos, comenzó a inquietar los ánimos. Como sus instrucciones eran secretas y sus facultades extraordinarias, sabiendo el señor Flórez aquí lo que sucedía al señor Guirior en Lima, con motivo de hacer presentes algunos inconvenientes que debían esperarse, no se resolvió a contradecir cosa alguna de cuanto le proponían los visitadores, sabiendo que éstos estaban sostenidos y seguían ciegamente las órdenes del Señor Gálvez. El recelo de ésto, que no dejaba de traslucirse, hacía decaer y aun despreciar la autoridad del virrey y engreía la de los visitadores y regentes, siendo lo peor que éstos mandaban y disponían cuando les parecía y era conforme con sus instrucciones; y saliendo las órdenes y providencias a nombre del virrey, en la mayor parte gravosas o considerándolas los pueblos tales, el odio público recaía sobre el inocente virrey, y los autores se resguardaban con su capa, y eran elogiados y temidos, considerándolos como unos redentores" (48). El mismo autor y sobre el mismo período, se expresa con la mayor dureza y en los términos más desfavorables de la administración del arzobispo virrey: "Los empleos fueron dándose en la mayor y principal parte, aumentándose la parcialidad y las hechuras, a todos los que adulaban y tenían conexiones con los jefes o sus directores. Se crearon nuevos empleos, y se aumentaron sueldos en algunos, no buscando hombres de talentos que supiesen desempeñarlos, sino en acomodar a los ahijados". Luego se refiere al "desorden" que reinaba en los despachos de la Audiencia, durante las administraciones del virrey Flórez y de Caballero y Góngora debido al cambio de los empleados y a la ineficiencia de los nuevos y al exceso de aranceles cobrados 188 Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 miento de las minas, sino también mejorar los servicios del Estado y la organización del sistema de rentas de la Hacienda Real, eliminando cargas y abandonando el sistema de los estancos o monopolios, con excepción de algunos de amplio interés social como el de la sal. Cabe observar que tanto Vargas como Nariño parten de la base de estar formulando planes para una colonia y no para un país independiente, pues ambos aceptan en el papel del Nuevo Reino como productor de materias primas y dejan a salvo los intereses de la metrópoli como tal. No se apartaban mucho de los planes formulados por los economistas españoles de la época y probablemente se inspiraba muy de cerca en ellos (51). "Y o no propongo, dice Nariño, que se establezcan fábricas o manufacturas que harían decaer el comercio nacional, y que peijudicarían en una colonia naciente, abundante en frutos y escasa en brazos; no me olvido que las riquezas de una colonia deben ser diferentes de las de la metrópoli, y que esta diferencia es la que debe entretener el comercio recíproco" (52). El plan de Nariño, que es el más explícito y el que posee más carácter administrativo, podría sintetizarse así: a) Supresión de los estancos de tabaco y aguardiente y conservación de la sal por razones de utilidad común; b) eliminación de alcabalas internas y sustitución de ellas por un impuesto directo de capitación, igual para toda la población, incluyendo la indígena; Nuevos planes al finalizar el siglo XVIII e) mejoramiento del sistema monetario, amoneLa preocupación por las cuestiones econó- dando el cobre y haciendo uso del papel moneda; micas y admimstrativas y la tendencia moderni- d) reformas judiciales, para hacer expedita la zadora que caracterizó a la España Borbónica, administración de justicia, creando la institución sobre todo durante los reinados de Carlos III y de los jueces de paz. de Carlos rv, tuvieron su eco en la Nueva GraEl de Vargas, verdadero estudio de connada, no sólo entre los virreyes y funcionarios junto en el sentido moderno, analiza el estado de la administración, sino también entre los crio- social, las condiciones demográficas, la geograllos ilustrados. Las ideas expuestas en la metró- fia del reino, los transportes y comunicaciones, poli por Campillo, Ward y otros consejeros de la educación y la tecnología agrícola y minera. la Corona encaminadas a fomentar la producción Si el Reino quiere salir del atraso en que se de bienes exportables en las colonias y a inten- halla postrado tiene que desarrollar una econosificar las importaciones y el comercio, encon- mía más integrada que atienda por igual a la traron su respuesta en similares preocupaciones agricultura, que todavía fuera de las tierras frías expuestas por Pedro Fermín de Vargas y Anto- no conoce el arado; la minería, que desconoce nio Nariño en verdaderos planes de reforma ins- la explotación de vetas por falta de maquinaria titucional y política del virreinato. El primero para el rompimiento de rocas y la construcción en sus Pensamientos Politicos y el segundo en de desagües; a las manufacturas que necesitan su Ensayo sobre un nuevo plan de administra- estímulos y sobre todo libertad para su comerción en el Nuevo Reino de Granada, insisten cio. Pero las medidas de fomento económico en que no sólo es necesario fomentar la produc- serían incompletas y no darían todos sus frutos ción de nuevos géneros exportables y el rendisi no fueran acompañadas de la educación de por escribanos y asesores "habiéndose visto con extraña pública, que hasta de una limosna que se pidiera al virrey, o una carta política, o familiar que se escribiese, se reducía a expediente, se mandaba correr vista fiscal y se cobraban derechos" (49). Comentando los intentos de Caballero y Góngora sobre mejoramiento de la explotación de las minas y la misión de D'Elhuyar, decía Mendinueta en 1803: "Persuadido de estas verdades, el arzobispo virrey impetró y obtuvo la benignidad del Rey que se destinasen a este Reino dos mineralogistas dotados por S. M. Vinieron con efecto, y don Juan José D'Elhuyar, que era el principal, pudo haber desempeñado la dirección de las minas del Reino y contribuir a sus progresos con la superioridad de sus luces y completa instrucción que poseía, según se me ha informado; pero en lugar de empleárselo en este objeto, que fue el de su venida, se le destinó al laboreo de las minas de plata de Mariquita por cuenta de la Real Hacienda, y esta empresa, al fin desgraciada y nunca conveniente, en lugar de animar a otros ha resfriado los deseos de algunos que alentados con la proporción de tener un buen director, hubieran quizás emprendido el beneficio de una mina de plata, o aspirado a mejorar el de las de oro" (50). la administración colonial 189 sus habitantes, sobre todo del aprendizaje de las ciencias útiles, del aumento de la población a través de una política de puertas abiertas al inmigrante y del mejoramiento de su estado sanitario. El autor da gran importancia al desarrollo de las comunicaciOnes, que debería incluir la construcción de un canal mteroceánico a través del Atrato y el San Juan, en el Chocó. Tales fueron las líneas dominantes de la administración pública en el período colonial de nuestra historia, particularmente en las décadas anteriores al movimiento emancipador. La República modificará sustancialmente algunos sectores institucionales, pero también será heredera de muchas de sus formas de gestión, de sus vicios y deficiencias, porque ninguna época histórica puede desprenderse totalmente de su inmediato pasado. Administración Virreinal Consejo de Indias (1518- 1810) Secretarfa de Indias (1750- 1810) TribuRel de CueniBS y Tesorerfa Real Nueva Historia de Colombia, Vol. I 190 Notas l. Las principales disposiciones legales sobre administración colonial hasta Tines del siglo XVII se encuentran en la Recopilación de las Leyes Indias de 1688, Libro II, Títulos III y siguientes. Ed. facsimilar del Consejo de la Hispanidad, 3 vote., Madrid, 1943. La bibliografia sobre la organización administrativa del Imperio español americano no es muy abundante. Entre las obras de carácter general mencionamos las siguientes: C. H. Haring, The Spanish Empire in Ame rica, New York, 1963. Eulalia Lahmeyer Lobo, Administracáo colonialluso-espanhola mas Americas, Río de Janeiro, 1952. Jhon Lynch,Administración colonial española, Buenos Aires, 1967. Para el siglo XVIII, especialmente, José María Mariluz Urquijo, Ensayos sobre los juicios de Residencia, Sevilla, 1952. Emest Schaefer, El Consejo Real y Supremo de Indias, 2 vote., Sevilla, 1935, 1947. Ismael Sánchez Bella, La organización financiera de las Indias, siglo XVI, Sevilla, 1968. Para el Nuevo Reino de Granada: José Maria Ots Capdequi. El Estado Español en las Indias, México, 1941. Instituciones del gobierno del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII, Bogotá, 1956. Nuevos aspectos del siglo XVIII en América, Bogotá, 1945. Eduardo Posada y Pedro Maria Ibáñez, Relaciones de mando de los virreyes del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1910. CitaremosestaobracomoRelaciones de mando o relaciones, únicamente. 2. Las principales fuentes primarias para el estudio de la administración colonial en el Nuevo Reino de Granada se encuentran en numerosos fondos del Archivo Histórico Nacional (AHN). Mencionamos los principales: virreyes, gobierno, residencias, empleados públicos, poblaciones, mejoras materiales, reales cédulas, Real Audiencia, visitas, cabildos, Real Hacienda. En la bibliografia deben tenerse en cuenta los estudios citados de José Maria Ots Capdequi, ricos en información y materiales, particularmente para el siglo XVIII. 3. Enrique Ortega Ricaurte, Libro de acuerdos de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada, 2 vol., Bogotá, 1947, 1948. Del mismo autor Cabildos de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, 1957. 4. C. H. Haring, The Spanish Empire in America, Ed. cit., págs. 113, 114; Ots Capdequi,Instituciones de gobierno del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII, pág. 21. Citaremos esta obra como Instituciones de gobierno o simplemente como Instituciones. Sánchez Bella, op. cit.; Haring, op. cit., capítulo VI, págs. 94 y SS. 9. Haring, op. cit., págs. 94 y ss.; Eugenia Lahmeyer Lobo, op. cit., págs. 144 y ss. 10. Haring, págs. 280 y ss.; Ots,Instituciones de gobierno, cap. 11, págs. 63 y ss. 11. Sobre la residencia, ver Mariluz Urquijo, op. cit. También Haring, op. cit., págs. 138 y ss. Ambos autores están de acuerdo sobre la dudosa efectividad de la residencia sobre todo cuando se refería a funcionarios de alta categoría. La primera inspección hecha por nosotros en el Fondo Residencias del Archivo Histórico. Nacional (AHN), confirma esta opinión, en los juicios del virrey Villalonga y de Messía de la Zerda, t. III, ff. 628 y ss. La residencia del virrey Solís, estudiada por Ots Capdequi, parece que fue más severa y efectiva. Se le condenó a reintegrar algunas sumas gastadas y a las costas del juicio que ascendieron a 6.585 pesos. Ots, Instituciones de gobierno, págs. 288 y SS. 12. Citado por Haring, op. cit., pág. 141. 13. Haring, op. cit., págs. 138 y ss. En la residencia de Messía de la Zerda, 12 testigos de Popayán, todos notables de la ciudad y la mayoría españoles, responden generalmente que "no saben nada" que "no les consta", que "no han oído decir". AHN. Residencias, t. III, ff. y 628 SS. 14. La edición más conocida de las Relaciones de Mando, de Posada e Ibáñez, publicada en la Biblioteca de Historia Nacional de la Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1910, es deficiente por varios aspectos. Contiene transcripciones confusas y en la relación de Caballero y Góngora, omite los cuadros estadísticos anexos. Para este último caso la mejor publicación es la incluida por José Manuel Pérez Sarmiento, en su Biograjia del arzobispo virrey, Bogotá, 1951. El Banco de la República, publicó en 1952 una selección dirigida por Gabriel Giralda Jaramillo, que incluye los temas económicos y agrega la relación del virrey Gil y Lemos (1789), que falta en la edición de la Academia. Nuestras citaciones se refieren a la edición de Posada e Ibañez. 7. OTS, Instilaciones de gobierno, págs. 126 y ss. Sobre este aspecto también se encuentran abundantes referencias en Relaciones de mando. 15. Ver José Mojic~ Silva, Relaciones de visitas coloniales, Tunja, 1948. Util para recuentos de población indígena, pero de poca utilidad para cuestiones administrativas. En el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Departamento de Historia de la Universidad Nacional, núm. I, Bogotá, 1963, se publicó la visita de Verdugo y Oquendo, al oriente del virreinato en 1755. En el Resguardo en el Nuevo Reino de Granada, de Margarita González, Bogotá. 1970. se publicó la de Moreno y Escandón, al corregimiento de Tunja, en 1778. 8. La obra clásica sobre el Consejo de Indias sigue siendo la de Emest Schaefer, ed. cit. Para la primera época. 16. Alm. Visitas de Boyacá, t. IV y t. IX. Visitas de Cundinamarca, t. VII. Visitas de Santander, t. 11. 5. Relaciones de mando, e d. cit.; Ots Capdequi, Instituciones de gobierno, págs. 60, 61, 87 y ss. 6. Haring, op. cit., págs. 113 y ss. La administración colonial 17. Ahn. Visitas de Boyacá, t. VIII, ff. 872r/903r. 18. Ots Capdequi, Instituciones de gobierno. Ed. cit. 19. Ahn. Reales cédulas, t. X, ff. 673 ss.; OTS,Instituciones, págs. 129 y SS. 20. Ots, op. cit., pág. 129. 21 . Ver el apéndice documental incluido al final de esta monografia. 22. Ots,Nuevos aspectos, págs. 27-28. Observaciones semejantes hacia el presidente Manso, hacía comienzos del siglo XVIII V. Relaciones, pág. 12. 191 32. Sobre la gestión administrativa de Mon y Velarde en Antioquia, ver Emilio Robledo, Bosquejo biográfico del oidor J A. Mon y Ve larde, visitador de Antioquia, Bogotá, 1954, 2 vols. . 33 Relaciones, págs. 500-501 34. Silvestre, Descripción, ed. cit., págs. 176 y ss. 35. Vicente Restrepo, Las minas de oro y plata de Colombia, 1952, pág. 194 36. Ver Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, 1966; Fray José Abel Salazar, Los estudios eclesiásticos superiores en el Nuevo Reino de Granada, Madrid, 1946. 23. Ots Capdequi, Instituciones, cap. IV. Para las calidades 37. Relaciones, págs. 525, 526, 528. personales que tuvieron los virreyes, gobernadores, oidores, etc., ver José María Restrepo Saenz, Biografza de 38. McGreevey, op. cit., págs. 19 y ss. los mandatarios y ministros de la Real Audiencia (16711819), Bogotá, 1952. 39. Sobre las intendencias en general, Lynch, op. cit., págs .. 51 y ss. Haring, op. cit., págs. 134 y ss.; 260 y ss. 24. Relaciones de mando, ed. cit., particularmente Manso, págs. 11-12, Ezpeleta, 315,316; Mendinueta, pág. 455. 40. Ots, Instituciones, pág. 76. 25. Relaciones, Solís, pág. 79. 26. Relaciones, págs. 449,455. 27. Relaciones, pág. 448. 28. Harding. op. cit.. págs. 89 y ss.; Lynch, op. cit. Para la Nueva Granada no existe un estudio especializado sobre los resultados para este virreinato de la política borbónica. Algunos aspectos han sido estudiados por Ots Capdequi, en las obras ya citadas. Luis Ospina Vásquez, en su Industria y protección en Colombia, Bogotá, 1952, cap. 1, analiza algunos aspectos de la política económica. También William Paul McGreevey en su Historia económica de Colombia (1845-1930), Londres, 1970, caps. 11 y III. 29. Relaciones, Caballero y Góngora, pág. 242; Francisco Silvestre, Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, 1950. Será citado más adelante como Descripción. 30. Ver Jaime Jaramillo Uribe, Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada, en Ensayos de Historia Social Colombiana, Bogotá, 1968. 31. Ospina Vásquez, op. cit .. págs. 38-55; McGreevey. op. cit.. págs, 30 y ss. 41. Las capitulaciones de Zipaquirá, núms. 16,35, así lo declaran directamente. 42. Restrepo, Saenz, op. cit., págs. 509 y ss. 43. Restrepo, Saenz, op. cit., págs. 509 y ss. 44. Relaciones, págs. 11-12. 45. Relaciones, pág. 12. 46. Silvestre, op. cit., pág. 102. 47. Silvestre, op. cit., pág. 103. 48. Silvestre, op. cit., págs. 103-104. 49. Silvestre, op. cit., pág. 115 50. Relaciones, págs. 500-501. 51. Antonio Naríño, Ensayo sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada, en "Vida y escritos del señor general Antonio Naríño", José María Ve¡gara y Vergara, Bogotá, 1945. 52. Pedro Fennín de Vargas, Pensamientos políticos y memoria sobre la población en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá 1944. 192 Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 Bibliografía Obras de carácter general sobre la organización administrativa del imperio español americano. HARING, C. H.: The Spanish Empire in América, New York, 1963. LAHMEYER LOBO, EULALIA: Administracao Colonial Luso-espanhola mas amer[cas, Río de Janeiro, 1952. LYNCH, JOHN: Administración colonial española, Buenos Aires, 1967. MARILUZ URQUIJO, JOSÉ MARÍA: Ensayos sobre los juicios de Residencia, Sevilla, 1952. SCHAEFER, ERNEST: El Consejo Real y Supremo de Indias, 2 vols., Sevilla, 1935, 1947. SANCHEZBELLA, ISMAEL: La organización financiera de las Indias, sigloXVI, Sevilla, 1968. OTS CAPDEQUI, JOSÉ MARÍA: El Estado español en las Indias, México, 1941. ------Instituciones de gobierno del Nuevo Reino de Granada en siglo XVIII, Bogotá, 1956. - - - - - : Nuevos aspectos del siglo XVIII en América, Bogotá, 1945. POSADA, EDUARDO e IBÁÑEZ, PEDRO MARÍA: Relaciones de mando de los Virreyes del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1910. Además de los aludidos en el ensayo, es importante tener en cuenta los estudios citados por JOSÉ MARÍA OTS CAPDEQUI, ricos en información y materiales, particularmente para el siglo XVIII. Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40) 193 Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40) Germán Colmenares manifestaciones más obvias debían ser estudiadas por sí mismas. La expresión filosófica de este tipo de metodología se encuentra cabalmente expresada en el idealismo ale~án. ~us Consideraciones metodológicas trazas pueden seguirse desd~ las matllfestacwnes más teóricas (Hegel o Fichte) hasta las ~la­ a primera y gran tentación de los hist~riado­ boraciones historiográficas alemanas del siglo res ha sido la interpretación de la vida ~el XIX (Niehbur, Ranke, etc.). Estado. Pero este tipo de empresa ha te~Ido El siguiente paso, derivado _de tomél!" l,a siempre un doble riesgo. Por un lado, su apan_e~­ vida del Estado como punto de partida, consistia cia de facilidad en la descripción de una activi- en que, una _vez construid~ el .~azón de l9s dad notoria. Esta descripción era posible me- hechos políticos o de las mstitucwnes, debm diante la concatenación de hechos a los que la buscarse un sentido oculto, una significación, historiografia idealista atribuía un sentido, una que se traducía en un concepto cl~ve. Este co~­ intención aun si se desdeñaba el problema de cepto, que podía ser una. generalidad o un ~n~­ sus coneriones causales. La centralización de versal llamado "despotismo", "democracia , la fuente de donde emanaban tales hechos, la etc. debía informar de una manera coherente posibilidad de referirlos a un sujeto identificable perí~dos enteros y toda la actividad humana y, sobre todo la posib!lid~d de rec?~stuirlos a inscrita en ellos. partir de un vasto y mm_ucw~o deJ?<?Sito de tesEl gran aporte de la metodología marxi_sta timonios, hacían de la histona pohtica el marco ha consistido en señalar un punto de partida más obvio de referencia para encuadrar una vaga diferente y en identificar este punto. de parti~a noción del pasado en una sucesión cronológica como una totalidad concreta. No existe una sigrigurosa. El espes~r te~p~ral se poblaba ';!SÍ de nificación aislada para la vida del Estado, para hitos de referencia objetivos y lo suficiente- la política. Su existencia y s~ forma_m~s~a están mente abstractos como para cobijar -dentro de determinadas por un moVlilliento dialectico q~e su generalidad- una referencia tácita a todas las no es inmanente sino que se apoya en una sene actividades humanas. de instancias complejas y que to~aliz~ ~as relaEl otro riesgo consistía en ,señalar. como ciones sociales, sus expresiOnes Ideologicas, sus punto de partida lo que no podía ser smo un conflictos, etc., a partir de un modo de producpunto de llegada. Se pretendía 1~ existencia de ción históricamente determinado. Veamos un ejemplo concreto de la vida una signific~ción aislada para la _v¡da del Estado, para la política, o un desarrollo mmanente cuyas política de la historiografia tradicional. 194 Para una tipología del funcionario español del Siglo XVIII La imagen usual suele ser la del oidor orgulloso y envanecido, pronto a maltratar de palabra o de obra a los naturales del país. La fórmula consagrada de los levantamientos del siglo XVIII, "Viva el Rey, muera el mal gobierno", debía apuntar a los funcionarios de la Audiencia, encerrados en su tribunal y sin ningún contacto con los clamores y las necesidades de los subditos. Oscuro tribunal y oscuros asuntos los que se decidían en él. La pintura usual de los oidores y escribanos de cámara los describe con desprecio, como rábulas y hombres dados a procedimientos administrativos tenebrosos, capaces de liar a un subdito y reducirlo a un oscuro calabozo en Cartagena por el sólo hecho de impetrar justicia. Esta es, al menos, la imagen que popularizó la propaganda republicana de quienes sucedieron precisamente a esos funcionarios en el poder. Se trata de un cuadro impresionista, recargado de tintas negras como un grabado de Daumier, en el que las rutinas burocráticas contrastaban con la luz de las nuevas ideas. La realidad no es tan recargada. Como frente a cualquier otra interpretación maniquea, la verdad histórica debe reinterpretar estos datos y colocarlos en una perspectiva diferente. Ante todo porque son datos que se refieren a la tradición republicana y de ningún modo a la administración colonial española. Y mucho menos a las personas reales de los funcionarios. Estos estaban ya limitados por sus funciones. Pero mucho más todavía por un contexto de relaciones concretas con un medio que, originalmente, les era extraño y hasta cierto punto hostil. Hasta ahora se ha insistido suficientemente en la naturaleza ideal de las funciones de estos personajes. La Audiencia, las cajas reales o las escribanías poseían el carácter tradicional de una burocracia que se manejaba por la intangibilidad de los precedentes y en ésto no se diferenciaban de las prácticas de cualquier Imperio, antiguo o contemporáneo. Se ocupaban de asuntos de justicia, de finanzas, de administración en un sentido más bien restringido, pero la expectativa fundada en tales instituciones consistía primordialmente en la defensa de los intereses del Rey. Del Rey como árbitro de la justicia, del Rey como depositario de la defensa de la fe, pero de una manera mucho más inmediata, Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 del Rey como poseedor de un erario. Todas éstas eran funciones ideales, situadas en un contexto ideológico. ¿Pero qué respecto a la actuación de un conjunto de personas que poseían unos antecedentes de educación, de servicio dentro de los rangos de una burocracia imperial, que estaban situadas en alguna parte del espectro social y que, en su fuero interno, esperaban un avance en su carrera? En otras palabras, ¿qué puede decirse de la significación social de estas gentes, al margen de su significación institucional? Dividir, como se ha hecho hasta ahora, la sociedad en razón de este tipo de funciones, por un lado, y por otro en razón de una pertenencia a estratos sociales y castas, resulta artificial. Establecer un enfrentamiento sin matices entre quienes representaban los intereses reales, funcionarios "españoles" y los criollos, que presuntamente no se identificaban con estos intereses, es falso. O pensar que los intereses del Rey de España eran ajenos a todo el cuerpo social significa desconocer la función de la ideología dentro del régimen colonial o suponer que se la desafió siempre, cuando en realidad sólo en el momento de la ruptura política se echó mano a una nueva ideología justificativa. Esto lleva a plantear otro problema, a saber, qué tipo de lealtades unían a la sociedad criolla con la monarquía española y, más concretamente, qué ventajas se esperaban de ésta. En teoría, la fidelidad al soberano se daba como una relación natural de subordinación. En la práctica existían expectativas muy concretas de gracias y mercedes que actuaban en el plano social y económico de manera evidente, aun cuando sus relaciones con lo político deban ser exploradas con mayor detenimiento. Ninguno de estos problemas encuentra una respuesta que no sea una mera hipótesis provisora en el espectro institucional, en donde se han discutido siempre. Se ha creído discernir, por ejemplo, una discriminación de los criollos en los puestos de responsabilidad, creencia que ha perdido mucho peso con estudios detallados sobre la participación de este estamento en audiencias, cajas reales, corregimientos, alcaldías mayores y, naturalmente, cabildos eclesiásticos y seculares, para no hablar de sitios en donde debía ejercerse una influencia soterrada, los conventos. Estos estudios, junto con los que se realizan en el dominio de la economía y de la sociedad. Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-1740) debieran conducir a reformular tesis muy generales con respecto a la naturaleza de la sociedad colonial. Porque lo cierto es que si nuestras nociones de detalles son más exactas, ocurre que seguimos formulándolas en un contexto inadecuado de definiciones generales. Quienes realizan investigaciones especializadas de historia económica presumen que el marco político que se ha concebido tradicionalmente es correcto. A la inversa, quienes formulan el problema de la estructura política de las colonias españolas no parecen tener demasiado en cuenta una realidad económica y social que pueda servirle de fundamento. Y entre estos dos tipos de estudio lo específicamente social se pierde, para quedar reducido a una vaga idea, más o menos convencional, de descripciones efectistas. Perspectivas sobre el siglo XVIII Empero, el siglo XVIII impone una reflexión política. Es decir, un punto de vista privilegiado del análisis y una manera peculiar de abordarlo. No se trata de afirmar que la realidad histórica del siglo XVIII sea más política o que en el siglo anterior los temas económicos revistan más interés. En ambos casos se trataría de una opción metodológica, de una manera de abordar los problemas por parte del historiador. Se dirá que esta preferencia tiene todo el aspecto de ser puramente subjetiva. No es en modo alguno así. Aunque se trata, siempre, de una misma realidad global, en la que los fenómenos sociales, económicos y políticos se articulan indisolublemente, la manera de articularse es cada vez diferente. Bien es cierto que el historiador puede verse constreñido en muchos casos por la relativa abundancia de fuentes de un cierto tipo. Pero la abundancia o escasez de fuentes no es el resultado de un puro azar. El nivel en que se dan contradicciones y conflictos puede ser diferente. Ni tampoco es el mismo nivel de conciencia que alcanzan. Ahora bien, el siglo XVIII manifiesta explícitamente conflictos que antes sólo existieron de manera larvada. Hasta el punto de que, en las postrimerías del siglo, alcanzan una formulación tan precisa que ningún análisis puede soslayarlas. El análisis del fenómeno político colonial comporta tres niveles. Uno, el más general, se refiere a las políticas que se gestaban en la metrópoli. Como se sabe, su aplicación a cada fragmento del Imperio operaba a través del Con- 195 sejo de Indias. En un análisis político esta institución no puede verse, como hasta ahora, en forma estática, a través de sus privilegios o de su funcionamiento, descrito en una forma más o menos mecánica. Tampoco fue, dentro del aparato del Estado colonial, un mero instrumento pasivo del soberano. Por eso el Supremo Consejo debe contemplarse más bien en sus prácticas cotidianas, en sus formulaciones y en sus incertidumbres y vacilaciones o en ciertos tics que se repiten una y otra vez y que nada tienen que ver con su esquema jurídico-institucional. Es claro que detrás de todos estos fenómenos hay un transfondo ideológico mucho más amplio, rituales jurídicos complejos y concepciones doctrínales que se traducen en reglas operantes sobre la organización administrativa, la calidad y la actuación de los funcionarios, los problemas relativos a la Real Hacienda, la solución de conflictos de intereses entre particulares y de éstos con el Estado, los asuntos relativos al Real Patronato y hasta las costumbres y las creencias. Pero el asunto propiamente histórico -si ha de delimitarse un objeto para la historia política- consiste en el análisis de la manera concreta como la institución hace operantes tales reglas, para designarla de algún modo, humanamente, y la manera como esas reglas se relativizan por presiones o influencias sobre la institución. Una historia institucional y hasta una historia de las ideas podrían muy bien detectar variaciones en el acervo doctrinal e ideológico. O señalar el proceso de su acumulación y de su destrucción. Pero se sabe muy bien que este tipo de formulaciones nuevas suele ir a la zaga de prácticas consagradas y de rutinas administrativas bien probadas. El peso de éstas era tan grande que la audacia o la imaginación políticas, consignadas en propuestas que los funcionarios de rango inferior elevaban a la consideración del Consejo, no merecían sino algún comentario displicente. Cuando se iba más allá, la censura era fulminante. En otra instancia de poder el fenómeno político colonial se desenvuelve en el ámbito de los organismos superiores de gobierno en ultramar: presidente, oidores, fiscal, es decir, la Audiencia, virreyes, capitanes generales, visitadores, gobernadores oficiales reales, etc. Sobre esta instancia ya se ha señalado cómo debe situarse a sus funcionarios en un contexto 196 social, haciendo abstracción de sus funciones ideales, para comprender la verdadera naturaleza de sus actuaciones. Finalmente, existe un nivel menos estudiado y mucho más problemático: el de las instancias puramente locales de poder, el de un equilibrio perpetuamente inestable entre las exigencias de la Corona y una manera de reconocimiento a la influencia no institucionalizada de las oligarquías locales. Conviene distinguir entre los criollos que estaban más cerca de las instancias superiores, aunque en posiciones subordinadas, y ocasionalmente se integraban en ellas y crecían a su sombra: fiscales y funcionarios menores de la Audiencia (porteros, escribanos, etc.), empleados en las cajas reales y de la Casa de Moneda, etc. Este nivel -que estaba integrado socialmente a las instancias locales del poder- se nutría en el mismo contexto ideológico que las instancias más altas, de las cuales se derivaba. Otros criollos hacían parte de instancias de poder puramente locales. En éstas el reconocimiento social era más significativo que la sanción institucional. A este nivel, historia política e historia social se confunden. El avance social (de una familia entera) y el éxito económico se veían refrendados por nombramientos honoríficos, como una manera de reconocimiento del poder que ya se poseía. Aunque este nivel se bañara en el mismo contexto ideológico que los anteriores, era mucho más susceptible de originar conflictos debido a su carácter informal. El reconocimiento de las preeminencias del nacimiento y la riqueza eran, como las instancias jurídicopolíticas, parte del orden social. Pero su desarrollo era en mucha medida imprevisible. Favorecido por un orden social abstracto, debía ser controlado políticamente o encauzado mediante una participación formal en instituciones menores como el cabildo. Normalmente se esperaba que fuera un elemento de cohesión pero podía generar desajustes súbitos en circunstancias excepcionales. Los dos primeros decenios del siglo XVIII, por ejemplo, en los que tuvo lugar la guerra de sucesión española y que culminaron con una reorganización a fondo de la administración del Nuevo Reino de Granada con la creación de un virreinato, presentan rasgos confusos y contradictorios pero también una ocasión muy favorable para estudiar los factores que intervenían en un conflicto durante la época colonial. Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 Conflictos a través de un texto colonial En un apéndice de la Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada (1 ), José Manuel Groot reproduce un curioso documento llamado "Las brujas", el cual se supone ser una "carta de Felipe Nogales, escrita desde Tolú a Therencia del Carrizo, residente en Cajamarca". El escrito, fechado el 12 de febrero de 1716, tiene como tema central la deposición del presidente Francisco de Meneses Bravo de Saravia, ocurrida el 15 de septiembre de 1715. Es un panfleto político virulento contra dos oidores y algunos criollos que conspiraron contra el presidente. Se menciona al oidor Juan de Aramburo como "Juan Largo", el oidor Mateo Yepes y de la Cuadra como "Trafalmejas", el fiscal de la Audiencia, el criollo Manuel Zapata como "Cagajón de parda leche" o "Manuelillo", el teniente general del Reino, Juan de Cárdenas Barajas, como "Secula seculorum". Denuncia particularmente la extendida parentela del fiscal, todos pertenecientes a la familia Flórez y descendientes del escribano de cámara de la Audiencia, don Juan Flórez de Ocariz. Se menciona también a otros personajes menores, meros instrumentos en la conspiración, como Diego López y un mestizo de apellido Burgos. El corresponsal, una bruja que dice haber volado a Madrid por arte de magia, relata las reacciones de los consejeros de Indias al recibir las noticias de la deposición del presidente, un día de enero de 1716. La acción se traslada después a un aquelarre de brujas en las llanuras del Prado, en donde cada uno de los personajes comprometidos en la rebelión es objeto de burlas rimadas. La forma y la composición barroca del escrito sugieren, junto con las alusiones a la Corte, que su autor pudo ser un español. La profunda inquina contra los Flórez y un elogio improcedente al contador Francisco López de Olivares " ... ajado, deshonrado y perseguido, siendo el ministro más fiel que en estas partes ha tenido su majestad", señalarían como autor al mismo contador. Este pertenecía al círculo del oidor Luis Antonio de Losada y de su mujer, doña Teresa de Cabrera, a quienes Yepes y Aramburo acusaban en octubre de 1716 (2) de participar en "conferencias" y celebrar coplas y papeles contra ellos. Losada, oidor decano de la Audiencia, no había participado en el golpe contra Meneses y se había mantenido alejado en Mariquita, cuidando de sus achaques. A su Factores de la vida política colonial: elNuevoReinode Granada en el siglo XVIII (1713-1740) regreso había hecho reproches a sus colegas y había comenzado a reunirse con todos aquellos que manifestaban una queja contra los dos oidores. En este círculo figuraban, además del contador López de Olivares, los cuñados del oidor, hijos del presidente Gil de Cabrera; don Nicolás de Santa María, de quien decían haber privado de un corregimiento; don Antonio de Berrío, criollo prominente que había renunciado a su oficio de regidor; don Juan de Ricaurte, hijo del antiguo tesorero de la Casa de Moneda, hermano del actual y el mismo oidor en Quito, resentido a causa del pleito con su hermano sobre la sucesión de la moneda; don Pedro de Laiseca y Alvarado, español, sobrino de un inquisidor, que en los momentos de los disturbios se había puesto francamente de lado del presidente (3) siendo alguacil mayor del Santo Oficio, estaba emparentado a criollos prominentes por su matrimonio con doña Petronila Fajardo ( 4). López de Olivares había sido comerciante en el Perú durante treinta años y se había instalado como contador del tribunal de cuentas en julio de 1706, cargo que ocupó hasta su muerte en 1727. En su largo ejercicio el contador se mostró excesivamente celoso, haciendo tantas denuncias ante el Consejo de Indias que acabaron por ser desestimadas como ligerezas de un funcionario pugnaz y enconado. Este encono tenía motivos, particularmente con la familia de los Flórez. En 171 O el fiscal Manuel Antonio Zapata y Flórez le había iniciado un pleito por haber conducido mercancías de contrabando en 1692. El mismo año, el contador José Flórez de Acuña había querido probar su incompetencia y había logrado que el presidente Diego de Córdoba le prohibiera fenecer las cuentas. Olivares replicaba que era notorio que el presidente ni siquiera sabía leer y escribir y que el contador Flórez quebrantaba la Real Hacienda. Como en el panfleto de las "Brujas", mencionaba que la familia Flórez ocupaba todas las dignidades: don José Flórez, contador; don Martín Flórez, escribano y relator de la Audiencia; don Nicolás Flórez, chantre de la catedral; don Jacinto Flórez, canónigo; don Manuel Zapata y Flórez, sobrino de los anteriores, fiscal de la Audiencia; don Tomás Flórez, alguacil mayor de la Caja Real y don Melchor de Figueroa y Vargas, el tesorero de la Caja, cuñado del fiscal. En 1717 escribía sobre ". . . esta dilatada familia de los Flórez que abrasa todos los tribunales y cabildos" y los acusaba de atraer a presidentes y 197 oidores o de perderlos y amedrentarlos. Es el mismo argumento de las Brujas. "... el temple de Santa Fe ha sido, es y será flores; los Flórez la ajustan a su temple y quien no se ajusta al temple de los Flórez y los contenta, anda destemplado; son sus mañas y ardides tan extraños y tan eficaces, que de ellos dependen las audiencias, los tribunales, los juzgados, las rentas reales, lo eclesiástico, lo secular, las monjas; y aún los regulares exentos no están exentos de Flórez ... " (5). Sin mucho sentido crítico José Manuel Groot se apoya en este panfleto, obviamente parcial, en su relato de la conspiración. El blanco de los reproches de Groot son los oidores, a quienes atribuye una conducta arbitraria en todo momento. No para mientes en que el panfleto mismo acusa a Meneses de ladrón o de que sus ataques más feroces están dirigidos a una familia criolla y a un funcionario criollo. Su único interés reside en mostrar una imagen siniestra y sin matices de los oidores. Obviamente, muchos detalles del escrito son inexactos o falsos, pues su intención era la de un ataque político y muy posiblemente personal. Pero posee otro tipo de verdad El autor conocía sin duda todos los intríngulis del juego político y administrativo. Estaba familiarizado además con la sicología de los personajes, con sus maneras y hasta con sus tics peculiares. A Zapata, que tenía entonces 34 años y era fiscal desde los 30, lo describe como un abogadillo ambicioso, que trepaba en el andamiaje administrativo apoyado en su vasta parentela. No se le escapa el aspecto enfermizo que debía tener el fiscal (murió a los 39 años, en Madrid) y lo apoda "cagajón de parda leche". La descripción de los Flórez, cuyo antepasado dominaba los vericuetos genealógicos de Santa Fe, es un testimonio de la aparición temprana de un tipo social, la del criollo que medraba en las antesalas del poder y cuya especie todavía hoy es reconocible: " ... ellos, con risitas afectadas, cortesías fingidas, con promesas sin sustancia, con agachaduras y comedimientos ridículos, pretenden engañar a los simples ... ". El panfleto es uno de esos raros testimonios que iluminan la cara oculta de un acontecer político, consignado en documentos de intención burocrática. Aunque los hechos de la deposición de Meneses pueden ser reconstruidos plausiblemente, siempre se echa de menos una cierta 198 dimensión -familiar en acontecimientos posteriores- en los conflictos que agitaban a la temprana sociedad colonial. No es cuestión de reconstruir literalmente el conflicto sobre la base de un documento parecido. Sino de darse cuenta del manejo de una "opinión pública" a través de la única herramienta entonces disponible: el escrito anónimo, panfleto, copla o pasquín. Aunque la realidad de una "opinión pública" no existiera como factor político, el anónimo procuraba una cierto eficacia y una sensación de fuerza. Nacido del resentimiento personal, un panfleto como el de "las Brujas" tenía también una intención política. En parte, la de amedrantar a los personajes que se habían alzado con el poder. El documento contiene amenazas más o menos embozadas de destitución para los funcionarios que se atrevieron a deponer al representante del Rey. Se buscaba también escarnecer o, como se decía entonces "deshonrar". El uso de coplas sonoras está destinado a popularizar el escarnio y la deshonra. Improperios como el de "tirano" "ladrón" "borracho" o "lúbrico" ' de boca en boca en la debían más ' tarde correr pequeña aldea despojando a los aludidos del prestigio de su cargo o de la gravedad de su aspecto. Y desvelando de paso, a los ojos del pueblo, la interioridad de unas relaciones de poder en sus aspectos más venales. Política y sociedad: la deposición de Meneses El 25 de septiembre de 1715, dos oidores depusieron al presidente en ejercicio, don Francisco de Meneses Bravo de Saravia. Los dos oidores, Vicente de Aramburo y Mateo de Yepes, se habían retirado el día anterior al convento de San Agustín en donde, contra todos los precedentes, celebraron Real Acuerdo y enviaron mensajes quejosos al presidente. Estas novedades lograron reunir bastante gente, excitada sin duda por los conjurados mismos. En la noche del 24, la plaza mayor estaba "repleta" y el capitán Juan de Herrera Osorio a duras penas lograba contener el alboroto popular de unas mil personas. El Cabildo de Santa Fe y otros personajes intervinieron para mediar entre los funcionan os en pugna y lograron aplacarlos. El25 presidente y oidores se reunieron a puerta cerrada en la sala de la Audiencia, en donde se les oyó discutir con violencia. En un momento Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 dramático los oidores llamaron en auxilio del Rey y, previamente complotados sin duda, hicieron que el anciano teniente general del Reino, Juan de Cárdenas Barajas, prendiera al presidente. Este fue enviado a Cartagena con una escolta de voluntarios compuesta por pequeños comerciantes y propietarios (6). Aunque los conjurados se hubieran preocupado por hacer aparecer el incidente como una rebelión popular, toda la excitación del 24 de septiembre no lograba ocultar la premeditación del golpe. El teniente general no sólo estaba casado con una hija del contador José Flórez de Acuña, sino que había asistido a varias reuniones en casa de su pariente el fiscal Zapata, tanto en Santa Fe como en una estancia de Tunjuelo. Los motivos de los conjurados aparecen claramente también en la carrera del presidente, a quien se atribuía un genio irascible, mucha avidez y cierta afición al alcohol. Francisco de Meneses había sido corregidor en Riobamba, Audiencia de Quito, en donde había nacido. Allí dejó deudas por más de 39 mil pesos y pasó a España en donde obtuvo la presidencia de 1~ Nueya Granada en 170~ (7). Quiso regresar mmedmtamente a las In~ms y pidió licencia para embarcarse en Francia. En París firmó una escritura a favor del asiento de negros (Real Compañía de Santo Domingo) por 1.700 libras con el objeto de: ... "Seguir y conseguir sus pretensiones, como para poderse obviar salir de aquel Reino y transportarse a éstos a la posesión de dicho empleo ... " (8). Los tratos entre un alto funcionario colonial, precisamente aquel bajo cuya jurisdicción caía la principal factoría del asiento, y quienes gozaban del monopolio negrero merced a la accesión al trono español de un nieto de Luis XIV, sugieren en parte al menos, una explicación del cont;abando que acompañó estos asientos y de actitud complaciente de las autoridades. En 1710 el Consejo de Indias ordenó que todos los funcionarios que estaban por embarcarse en Francia para las Indias, retomaran inmediatamente a España. Meneses regresó y se radicó en Victoria desde donde escribía al Consejo de Indias las mayores necesidades. Como la "futura" del cargo se había dado al marqués de San Miguel de la Vega, Meneses temía que éste se le adelantara en la posesión y él tuviera que esperar nueve años más, con grave que- Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-1740) branto de su hacienda o, mejor, la de sus acreedores. Con todas sus deudas a cuestas y el compromiso tácito de hacer rendir su gobierno lo suficiente para pagarlas, Meneses llegó a Cartagena a fines de 1711. Allí tuvo que dejar en prenda nada menos que sus títulos y despachos para aplacar al factor del asiento francés y sólo pudo desempeñarlos con el auxilio de dos comerciantes españoles. Uno de ellos era don José Prieto de Salazar, yerno del tesorero de la Casa de la Moneda. En el curso de los tres años siguientes Meneses se las arregló para pagar a la compañía de negreros franceses 44 mil pesos y quedó adeudándoles menos de seis mil. ¿Qué había hecho el presidente para pagar una suma que representaba la totalidad de su sueldo de más de cinco años? El presidente, usando de su investidura, había recibido regalos o hecho empréstitos por varias cantidades que nunca llegó a pagar. También tenía mercancías en su poder, tomadas a crédito en Cartagena. A su caída, comerciantes y algunos notables de Santa Fe iniciaron un concurso de acreedores sobre sus bienes. Pero estas actividades -más o menos lícitas- no debían constituir el grueso de sus operaciones. El carácter del verdadero origen de sus pagos está sugerido por testimonios contradictorios de los notables de Santa Fe. El 13 de marzo de 1713 los vecinos principales, terratenientes, comerciantes y algunos funcionarios men?res de la Audiencia, escribían para dar las gracias, " ... Por el beneficio que hemos recibido y todo este reino en la provisión de don Francisco Meneses Bravo de Saravia por presidente ... " (9). Apenas dos meses más tarde el cabildo de la ciudad se quejaba amargamente del presidente por presionarlo en sus elecciones e intervenir mediante un testaferro, en el abasto de carnes de la ciudad. Y agregaban: " ... No hay empleo mayor ni menor que no se dé debajo de la contribución, sin reparar en los sujetos ... ". Al parecer, el presidente jugaba a la política de favorecer abiertamente las pretensiones de algunos propietarios en desmedro de concesionarios y arrendatarios de rentas y de recibir participación en algunas operaciones no muy claras (10). En algún momento los oidores que lo depusieron calificaban su gobierno de confusión bao ' 199 bilónica ( 11). Las relaciones de los oidores con Meneses habían sido francamente malas desde el comienzo. Apenas unos meses después de su posesión, el presidente se quejaba del oidor más a~tiguo, J?omingo de la Rocha, "... por sus vwlentos Impulsos y estregadas operaciones". De Aramburo, que hacía 20 meses ejercía una comisión en los distritos mineros del Cauca msmuaba que se demoraba en su comisión a causa de las utilidades que debía reportarle la riqueza de las minas (12). Además de la situación personal del preside~te, debida a su carácter y a la urgencia de satisfacer acreedores exigentes, en el incidente de su caída jugaron una serie de circunstancias características, de enemistades contraídas de antiguo y de facciones propiciadas por la pugna entre presidente y oidores. Como se ha dicho, a la casa y estancia del fiscal Manuel Antonio Zapata y Flórez solían ocurrir amigos y parientes días antes del golpe. Cuando en 1713 Tomás Flórez de Acuña había pedido para su hijo la sucesión de un puesto de alguacil que él mismo había recibido de su padre, el fiscal del Consejo de Indias era de parecer que se le negara por cuanto esta familia ocupaba puestos en los tribunales, en la Iglesia y en los conventos, con lo cual extendía su influencia por todas partes (13). Ya se ha visto cómo la enemistad personal del contador López de Olivares se había encargado ~e llamar la atención del Consejo sobre el nepotismo de los Flórez y sobre su influencia con los funcionarios españoles. o o ' En el caso de Meneses la familia jugó un papel muy importante a través del fiscal y del teniente general del Reino que, aunque español, estaba casado con una hija de José Flórez de Acuña. El organizador del virreinato, Pedroza y Guerrero, quien conocía a la familia de antiguo, le atribuyó gran parte de la responsabilidad en la deposición del presidente y por eso condenó a Martín Jerónimo Flórez, el escribano relator de la Audiencia, a cuatro años de prisión, uno de destierro, venta de sus bienes y pérdida de su cargo. Sus hijos perdieron también sus situaciones (14) y el fiscal murió preso en Madrid, dos años después de su detención (15). El círculo del oidor Losada obtuvo aquí plena satisfacción. Que no duró mucho, sin embargo. El mismo Pedroza y Guerrero se interesó en la administración de las cajas reales y encontró que los dineros procedentes de composición de tierras, a cargo del oidor Losada, andaban 200 extraviados en manos de subdelegados. Estos subdelegados, amigos y compadres del oidor, rara vez dieron cuentas de los dineros recaudados. Losada, viejo y enfermo no pudo responder por estos subdelegados que fueron a parar a la cárcel, incluido el gobernador de Antioquia quien, según Pedroza, hizo fuga vergonzosa. Según averiguaciones efectuadas en Cartago y Anserma, el subdelegado don Ignacio Fernández de Bentosa había recibido por concepto de composiciones 2.795 pesos de plata, de los cuales no había remitido a Losada sino 1.375. Un amigo del subdelegado le escribía en mayo de 1718 (16), reprochándole amistosamente permanecer en esos "desiertos" en donde sólo podía cosechar contratiempos. Le decía: " ... tengo por bien merecido cuanto a V. Merced le sucede en esos territorios, pues en ellos sólo por destierro se puede vivir. .. ". Y le aconsejaba: " ... moderarse en hablar, porque en tierras cortas todos son chismes y procuran con ellas gratificarse los jueces y éstos, justo o injusto, pueden lo que quieren, y así, valerse de la prudencia y juicio que Dios le dió,procurando granjearse amigos y dineros, porque lo demás no sirve". Esta misma nota del cinismo tranquilo y experimentado se traduce en la correspondencia de Losada y su subdelegado. Este pretendía en 1717 nada menos que un puesto de tesorero o de teniente de Citará, a lo que el oidor daba largas con vagas promesas. La muerte del oidor, ocurrida en el Espinal el 2 de julio de 1719, lo libró de la cárcel, aunque no de que su sueldo fuera embargado. El contexto de la política imperial y la creación del virreinato de la Nueva Granada Sobre la actuación de la sociedad criolla en el golpe a Meneses los juicios estuvieron divididos entre sus sucesores, encargados de poner en orden la administración de la Nueva Granada. El oidor Antonio de Cobián, quien llegó apenas medio año después de estos sucesos (en enero de 1716) procedió como si todo el mundo estuviera implicado. Desterró a los oidores a más de 20 leguas de Santa Fe, procedió contra el Cabildo de Santa Fe, contra los ministros subalternos de la Audiencia, contra el teniente general don Juan de Cárdenas y contra algunos Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 personajes menores, comerciantes y propietarios. El oidor aspiraba al menos a que la causa no se convirtiera en algún enredo inextrincable como (él mismo lo decía) había ocurrido con muchas otras en Indias. El organizador del virreinato, Antonio de la Pedroza y Guerrero, se inclinaba en cambio a culpabilizar a los Flórez y a su allegados. Pedroza había sido protector de indios bajo la presidencia de Gil de Cabrera y Dávalos, quien le había asignado una renta en pueblos de indios. Esto debió ponerlo en conflicto con el círculo de los encomenderos. Al primer virrey, Jorge de Villalonga, los habitantes de la Nueva Granada le parecían, al contrario, muy sumisos y no creía que hubieran participado en el golpe ( 17). La rivalidad entre estos dos funcionarios es uno de esos capítulos frecuentes en la historia colonial. Al margen de un trasfondo sicológico, de choque de dos personalidades opuestas en todo sentido, los roces se originaban no sólo en la actitud de cada uno frente a la sociedad criolla sino que se desarrollaron en medio de cambios políticos importantes trazados por una nueva dinastía para esta región del Imperio. La paz de 1713 había traído consigo concesiones a los ingleses, entre otras el monopolio del tráfico negrero que en los próximos treinta años ejercería la South Sea Company. Esta concesión tenía por objeto legalizar una situación de hecho, el contrabando que los ingleses operaban desde Jamaica. Según un contemporáneo, " ... se consiguió una ventaja: la de ascender a contrabandistas de formas más o menos aceptables las numerosas hordas de piratas que, con nombre de filibusteros y bucaneros infestaban aquellas regiones, y la de acrecentar el expolio de España con un carácter legal" (18). Por esta razón, a partir de 1716, la política concebida para la Nueva Granada gravitaría con más fuerza sobre su carácter de posesión con acceso al Caribe. España tenía que protegerse contra su nueva aliada que, aunque lícitamente podría conducir en adelante -además de esclavos- un navio anual de mercancías a las Indias españolas (navio de permisión) nada aseguraba que no siguiera inundando de contrabando los mercados coloniales. Aunque ya desde 1717 Pedroza y Guerrero venía con el encargo de crear el virreinato Y. en sus credenciales se le designaba como virrey ( 19), las noticias sobre la erección llegaron a Carta- Factores de la vida política colonial: elNuevoReinode Granada en el siglo XVIII (1 713-1740) gena apenas en septiembre de 1719. Los cartageneros se apresuraron a representar las conveniencias de que la cabeza del virreinato funcionara en esa ciudad. Sus argumentos se ajustaban a las preocupaciones de la Corona en ese momento. El Cabildo de Cartagena intuía correctamente que la creación del virreinato tendría como eje el Caribe por necesidades geopolíticas. Según los regidores del virreinato debía integrar las provincias de Caracas, Cumaná, Margarita, Trinidad, la isla Española, Tierra Firme, Panamá y Veraguas. En este caso el centro de ese eje era Cartagena y no Santa Fe. Los cartageneros señalaban con justeza -desde el mismo punto de vista en la política imperial española- que Santa Fe se había eregido como cabeza del Nuevo Reino debido a la densidad demográfica inicial de la región y a las necesidades de la expansión española en la época de la conquista. Ahora, ponían por delante de manera implícita otras necesidades, principalmente la defensa del Imperio en el Caribe. Los cartageneros probablemente iban más allá que cualquier esquema reformador de la nueva dinastía, aunque debe reconocerse que su razonamiento poseía una lógica capaz de anticipar el curso de algunos acontecimientos. Curiosamente, su propio esquema tenía atisbos colonialistas que no se hubieran concebido en el mismo Consejo de Indias. Por un lado, Cartagena se convertiría --según este proyecto- en una verdadera factoría destinada a alimentar un tráfico con las provincias interiores. Estas debían perder todo relieve y no tener siquiera silla arzobispal o universidades " ... pues en la Corte nunca faltan hombres insignes ... " (20). El auditor de guerra en Cartagena identificaba a los miembros del Cabildo como estancieros y rentistas, cuya propuesta estaba dirigida a valorizar sus productos y sus rentas. Estas últimas se veían muy gravadas con censos hipotecarios de conventos y capellanías y por eso los regidores aspiraban a liberarlas. Los apoyaba el cabildo eclesiástico, que en cierta manera representaba a sus acreedores (de los censos provenientes de capellanías), y probablemente también los comerciantes residentes en Cartagena. De las consultas hechas sobre la sede del virreinato entre 1720 y 1723 puede trazarse el cuadro siguiente: 201 A favor de Santa Fe A favor de Cartagena Cabildo eclesiástico de Santa Fe Cabildo eclesiástico de Cartagena Alcaldes ordinarios de Caracas Obispo de Caracas Gobernador de Popayán Obispo, cabildo eclesiástico y secular de Popayán Cabildo eclesiástico y secular Panamá Gobernador de Panamá Provincias de las tres órdenes Guardamayor de Cartagena San Francisco, San Agustín y Compañía de Jesús Auditor de Guerra de Cartagena Visitador del comercio entre Castilla y las Indias Como puede verse, las opiniones estaban divididas de manera casi simétrica en el interior de algunas instituciones. Mientras el gobernador de Panamá o el obispo de Caracas, por ejemplo, compartían la idea de un eje caribeño, los cabildos y los alcaldes, compuestos por criollos, se' mostraban adversos. Ellos preferían un centro remoto, como Santa Fe, el cual no podía influir demasiado en las relaciones locales de poder. Algo semejante ocurría con los criollos de Popayán, aunque a la inversa: adscritos a la Audiencia de Quito, sus relaciones comerciales con Cartagena eran permanentes y Santa Fe debía resultarles una ingerencia incómoda. En cuanto a las órdenes religiosas, favorecían el statu qua puesto que su fundamento material se asentaba en la e~onomía agrícola del interior y no en el comerciO. Desde junio de 1718 hasta noviembre de 1719, cuando lo sucedió Villalonga, Pedroza y Guerrero se ocupó de la organización del futuro virreinato. El funcionario trajo consigo amplios poderes para reprimir el contrabando que se había enseñoreado durante todo el tiempo en que las comunicaciones con la metrópoli fueron precarias, a raíz de la guerra de sucesión. En el curso de su gobierno instruyó 170 expedientes relativos al contrabando, centrado en la región del Chocó a la cual limitó severamente el acceso. Sin embargo, Villalonga escribía en 1721 que Pedroza no había adelantado mayor cosa en la constitución del virreinato (21 ). La hostilidad del virrey hacia Pedroza fue evidente desde el principio. Villalonga, que había sido general del puerto del Callao, trajo consigo un secretario 202 con dos oficiales, un asesor, un caballero mayor y un segundo, un mayordomo mayor y un segundo capellán, dos gentiles hombres, ocho pajes, dos ayudas de cámara, un médico, dos reposteros, un despensero, dos cocineros fuera de " ... criados inferiores para caballerizas, cocheros, lacayos, galopines y servicios de criados mayores, que su número llegaba a cuarenta personas" (22). Con esto se inauguró la tradición de la clientela numerosa que iba a acompañar a los virreyes militares después de 1740 (el virrey Messía de la Cerda, por ejemplo, trajo consigo 36 personas en 1760) y que sería fuente de celos y de resentimientos entre los criollos. Todo el boato de Villalonga contrastaba con la parsimonia más bien espartana de un funcionario civil como Antonio de Pedroza, a quien el virrey había rehusado visitar en su casa porque juzgaba indecorosa su manera de vivir (23). Luego, mientras Pedroza había entrado a Santa Fe casi subrepticiamente, de noche y sin recibir los honores de su investidura, el flamante virrey reclamaba el uso de un palio en su recepción, tal como había visto que era la costumbre en Lima. El gobierno de Villalonga transcurrió sin escándalos mayores, excepto por las quejas contra el contador Domingo de Mena Felices. La carrera de este personaje siguió patrones que son familiares en otros funcionarios de los primeros decenios del siglo XVIII. En 1711 Mena, entonces capitán de armas en Mompox, se sublevó contra un enviado del gobernador de Cartagena y ayudado por una turba lo expulsó de la ciudad. Mompox era el paso obligado del contrabando que entraba por Río de la Hacha, Tolú y Barú y el propósito del enviado del gobernador había sido identificar a los cómplices de estos ilícitos entre los momposinos. Por este desafuero Mena fue enviado preso a Madrid. En 1716 Mena, que había logrado exonerarse de los cargos que pesaban en su contra, pidió el empleo de maestro de campo de Mompox, pero el presidente Meneses, entonces preso en Cartagena, no lo recomendaba por sedicioso. A su regreso a las Indias (1718) entró a ejercer como contador de la Caja Real de Santa Fe (1719). En septiembre de 1722 el virrey Villalanga ordenó proceder contra Mena, acusado de abusos por varios clérigos. El contador había cobrado comisiones ilegales por el pago de las rentas que la Corona debía a las monjas clarisas de Pamplona y por los estipendios de varios curas doctrineros. En 1723 Mena fue procesado Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 también por seducir a una mujer casada (24). En el curso del gobierno de Villalonga la Audiencia se reconstituyó varias veces con nuevos funcionarios. El primero fue el oidor Antonio de Cobián, quien llegó a Cartagena el 9 de enero de 1716. En 1721 fue promovido a Lima y murió en el viaje. También ocupó una plaza de oidor Juan Gutiérrez de Arce, después de haber sido teniente general en Cartagena, desde enero de 1719, pero al año siguiente consiguió una licencia para viajar a España por motivos de salud. Finalmente, don José de la Isequilla también obtuvo una licencia en 1720 para viajar a España. Allí los dos oidores obtuvieron más altos destinos: el primero una promoción a Lima y el segundo la fiscalía del Consejo dé Indias. Es muy probable que La Isequilla haya tenido mucho que ver con la decisión del Consejo del 5 de noviembre de 1723 de suprimir al virreinato, creado seis años antes. Además, en adelante la Audiencia funcionó con sólo cuatro oidores en lugar de seis. Los nombrados entonces (a partir de 1721) eran don José Martínez Malo, don Jorge Lozano de Peralta y don José Quintana y Acevedo, quienes sirvieron en cargos todo el decenio .. Los funcionarios españoles en las Indias Hasta aquí se ha tratado de insinuar que el fenómeno político colonial como en cualquier otra época, debe ser examinado a la luz de diferentes instancias en las que se debatían cuestiones de poder. Así, no bastaría para comprenderlo a cabalidad la referencia habitual a la política imperial, encarnada sucesivamente por dos dinastías. Se trataba de un juego mucho más complejo, en el que no intervenían solamente directrices o estilos de gobierno sino fuerzas concretas, expresiones voluntaristas y resistencias sordas, decisiones tomadas al margen de la política imperial y conflictos imprevistos. También se ha subrayado, y no con el propósito de referir una simple anécdota, el tipo de relaciones que anudaban los funcionarios españoles en el ejercicio de su cargo. No se trataba, como se ha pretendido con alg!Jna ingenuidad, de magistrados cuya sevendad aparente escondiera su crueldad. Una caracterización sicológica banal no puede dar cuenta de toda la complejidad de las relaciones entre estos funcionarios y la sociedad americana. Esta, como se ha visto, no era ajena al juego político, ni si- Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1713-17 40) quiera en sus instancias superiores. Presidentes, oidores y oficiales reales se movían en medio de facciones y de una clientela a la que favorecían en detrimento de otros círculos de poder. Las situaciones individuales en que cada funcionario se veía envuelto eran un pretexto para poner al desnudo los manejos de su círculo y gracias a ellas podemos penetrar las particularidades de ciertos sectores sociales durante el régimen colonial. Para que una situación personal alcanzara ciertas repercusiones políticas bastaba con que los funcionarios infringieran las regulaciones de su estatuto. Lo cual ocurría con frecuencia. Tales regulaciones buscaban mantener la intagibilidad de las funciones de los representantes del Rey tal como podían ser defmidas en abstracto: velar por los intereses de la Corona, tanto en sus intereses materiales como de los que se derivaban de su imagen moral de fuente dispensadora de premios y castigos. Los funcionarios adscritos al gobierno colonial se reclutaban entre numerosos pretendientes cuyas hojas de vida podían reposar durante años en la escribanía de cámara del Consejo de fudias en espera de alguna oportunidad favorable, fuera ésta una recomendación poderosa o un acervo de méritos indisputable. Naturalmente, los candidatos tenían todo el tiempo para hacer cálculos sobre las ventajas materiales de un empleo en alguna región de las fudias. Después de dos años de espera y de energías dispensadas en intrigas, licenciados, bachilleres y doctores de las universidades españolas, aspiraban a que su nombramiento se produjera en el lugar más propicio para adelantar sus ambiciones. En el caso de puestos velaes, como las gobernaciones, las expectativas eran las de una inversión cuyo futuro dependía de la fortuna misma del lugar asignado. Cuando no era así, la mera oportunidad bastaba para desviar a los funcionarios de carrera de las altas miras de su empleo. Y todavía la carrera de un funcionario podía verse comprometida por las actuaciones de parientes, allegados y "criados" o protegidos. Las infracciones más frecuentes en que incurrían los funcionarios tocaban con dos prohibiciones: una, la de no mezclarse en aventuras comerciales; otra, la de no contraer alianzas (matrimoniales o de padrinazgo) dentro de la sociedad local. Otros pecadillos daban lugar a murmuraciones y a uno que otro escándalo pero su comprobación, como era usual en estos casos, 203 resultaba demasiado problemática. En regiones apartadas la tentación de incurrir en abusos de autoridad debía ser muy fuerte aunque sobre exacciones y concusiones los testimonios son, por razones evidentes, difíciles de evaluar. La intervención misma de los funcionarios en conflictos locales de intereses, generaba resentimientos y los convertía en blanco de todos los ataques. Pero también el silencio de los ofendidos podía asegurarles la impunidad. Muchas veces ataques o apologías a los funcionarios son el síntoma de conflictos políticos de la época. Estos no surgían solamente por la acción o la omisión de algún funcionario, en una especie de vacío social. La autoridad y el poder políticos de que estaban investidos los representantes de la Corona se encontraba con facciones y se inclinaba de un lado o de otro. Los oidores (1721-1739) Los miembros del tribunal de mayorjerarquía en las fudias, los líderes de la Audiencia, fueron a menudo protagonistas de episodios en los que entraban en conflicto las normas que regulaban su conducta con los intereses que había tejido su familiaridad con la sociedad local. En 1663, por ejemplo, el hijo del oidor Diego de Baños y Sotomayor se había casado con la hija de un poderoso encomendero de Tunja. El oidor Losada, como se ha visto, estuvo casado con una hija del presidente Gil de Cabrera. Un hijo de este último estudió en la Nueva Granada, fue cura doctrinero y después de 1717 canónigo de la Catedral de Santa Fe. Los hijos y la viuda del presidente Dionisia Pérez Manrique vivieron también en el Nuevo Reino y se convirtieron en una poderosa familia de mineros y terratenientes en Popayán. Los descendientes del oidor Jorge Lozano de Peralta, quien había sido promovido de la Audiencia de Santo Domingo y llegó a la Nueva Granada a fmes de 1721, se integraron a la sociedad criolla, como había ocurrido en otros casos, gracias a una alianza afortunada entre su hijo, don José Antonio Lozano y la heredera de uno de los pocos mayorazgos de la Nueva Granada, doña María Josefa de Caicedo. El mayorazgo, que iba a hacer la fortuna de la familia Lozano por el resto del siglo, había sido fundado por Francisco Maldonado de Mendoza en el siglo XVI. Estaba constituido por varias estancias de ganado mayor y de ganado 204 menor que abarcaba unas 45 mil hectáreas. Originalmente estas tierras se habían distribuido entre 15 conquistadores pero por ventas sucesivas se consolidaron en cabeza de Antón de OlaHa y de su yerno y sucesor, Maldonado de Mendoza. Estas tierras, con el nombre de "El Novillero", sirvieron de dehesa a la ciudad de Santa Fe desde finales del siglo XVII, alojando el ganado que se subía desde el valle del Magdalena (25). El matrimonio, que tuvo lugar en 1730, dio origen a una serie de intrigas que condujeron a la suspensión del oidor Lozano. Hay que decir, en honor del oidor, que el desenlace que tuvo su empleo estaba lejos de sus cálculos. Su carácter era el de un funcionario puntilloso, capaz de acabar con la paciencia de un viejo militar como el presidente Manso, quien confesaba a menudo su ignorancia en asuntos administrativos. Según el presidente, Lozano era. " ... Hombre de naturaleza rígido y desigual al ministerio, que propasando su condición los límites de la altivez que suele infundir la toga cuando se viste tan distante de la real presencia, incurre en una tan altanera soberbia que, pasando del vilipendio de los subditos al menosprecio de los compañeros, quiere que sus resoluciones sean la ley de los dictámenes de los demás oidores ... " (26). El matrimonio del hijo del oidor fue una oportunidad para ponerse al abrigo de sus denuncias. Apenas un año antes del escándalo de la boda, Lozano había escrito al Consejo de Indias sobre los manejos de los oidores José Martínez Malo y José Quintana. Estos oidores no sólo se ocupaban abiertamente en asuntos comerciales sino que habían logrado convertirse en intermediarios entre algunos mineros del Chocó y la Casa de Moneda de Santa Fe (27). El presidente mismo, don Antonio Manso Maldonado, no se sentía al abrigo de las acusaciones de Lozano y probablemente tenía sus razones: desde el primer año de su gobierno se había quejado del sueldo que ni siquiera le alcanzaba para traer a su familia y más tarde, en su residencia, hubo acusaciones de que varios plateros habían recibido numerosos encargos para labrar piezas de plata del presidente. Manso salió en defensa de los oidores obligando a Lozano, si no a retractarse, al menos a no hacer públicas sus acusaciones. El oidor se contentó con emplazar a sus colegas " ... para el justo y tremendo tribunal de Dios". A su vez, Martínez Malo pudo justificar Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 más adelante al presidente cuando se le encargó su residencia. Según Martínez, el cargo sobre el asunto de los plateros era un poco incierto debido a las dificultades de probarlo (28). Muchos de los conflictos y rivalidades de este período giraron en tomo a las riquezas del Chocó. Ya se ha visto cómo el atractivo del Nuevo Reino para el presidente Meneses pasaba por la sede del asiento de negros en París. En diciembre de 1711 había recibido 4 mil patacones, de manos de un comerciante vasco, don Ignacio de Echaide, para desempeñar sus despachos de mano del factor del asiento (29). Este mismo comerciante prestó dinero al secretario del presidente, don Luis Francisco de Ibero y Echaide, también vasco, para comerciar en géneros que el secretario llevó de Cartagena a Santa Fe. En el curso del gobierno de Meneses su secretario recibió comisiones para ejecutar en el Chocó, ocasión que aprovechó para comerciar allí no sólo por cuenta propia sino también del mismo presidente y de algunos comerciantes de Santa Fe (30). Ibero ocupó el cargo de corregidor de Mariquita que recibió como dote de su matrimonio con doña Juana Francisco de Berrío, una criolla descendiente de un gobernador de Antioquia y de otros funcionarios españoles. En 1727, cuando el oidor Lozano hizo la residencia de Meneses, Ibero fue a parar a la cárcel muriendo poco después (31 ). En 1717 los principales mineros del Chocó acusaban abiertamente al oidor don Mateo de Y epes y de la Cuadra, colegial mayor de Cuenca y licenciado de Salamanca, de llevar más de cien tercios " ... que los más se componen de géneros de mercancías, no habiendo habido armada ni galeones en la América de diez años a esta parte ... " (32). Por su parte, un gobernador del Chocó, Francisco Ibero, apenas duró un año en el oficio pues a raíz del desembarco de un navio holandés en las bocas del Atrato y de negocios que el gobernador inició en Citará con los extranjeros, fue denunciado por varios mineros y aprisionado por el oidor Martínez Malo, el 13 de marzo de 1730 (33). La intervención de los oidores en el Chocó dejaba generalmente secuelas y amistades útiles. En el proceso contra Ibero, por ejemplo, había actuado una facción de mineros y comerciantes encabezados por el antiguo superintendente de Nóvita, don Julián Trespalacios y Mier. Este personaje no sólo llegó a fmanciar al gobernador Factores de la vida política colonial: el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVlll (1713-1740) 205 Simón de Lezama prestándole 11 mil patacones para que comerciara, sino que se convirtió en el intermediario de los oidores Martínez Malo y Quintana. Los informes sobre los oidores persuadieron al Consejo de Indias a trasladarlos, después de casi veinte años de ejercicio en Santa Fe. mente como magistrados inmunes a cualquier crítica y a todo control. De otro lado, habría que anotar que estos conflictos se desarrollaban en un ámbito en el que los nombres son reconocibles por su notoriedad: funcionarios investidos por la Corona española, comerciantes capaces de inclinar decisiones del aparato político en su favor, terratenientes y notables criollos con una inclinación Conclusión marcada a la intriga política o simplemente en capacidad de reaccionar frente a otros intereses. Los conflictos que se ha tratado de localizar Las instituciones comprometidas en estas rivalipara un breve período del siglo XVIII ilustran dades, y conflictos eran la presidencia, la algunos de los factores no institucionales que Audiencia, las cajas reales y se situaban en centros intervenían en la vida política colonial. Aquí de poder como Santa Fe o en emporios de risurge un interrogante sobre el peso específico queza como Cartagena, Mompox, Nóvita o Cide tales factores y conflictos frente a la acción tará. La situación a nivel local, en donde el reguladora de normas relativas a la conducta de influjo de la Corona se hacía sentir menos, prelos funcionarios imperiales. A primera vista, senta otro tipo de conflictos mucho más ligados intervenían demasiados elementos perturbado- a los intereses inmediatos de los grupos. Allí res de la intangibilidad de los preceptos y por las expectativas de la conducta de los poderosos eso la política que se desarrollaba en las colonias sino que se basaban en gran parte de antecedentomaba siempre giros imprevisibles. La impre- tes y privilegios consuetudinarios. Pero en este cisión misma en la delimitación de las funciones terreno, como en el de mayor amplitud de la del más alto tribunal colonial, al mismo tiempo política colonial, haría falta emprender nuevos legislativas, ejecutivas, judiciales y fiscales, ha- estudios sobre factores complejos que intervecía que sus miembros se comportaran habitual- nían en la política. ---------------------------- Notas l. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, t. 11. 2" edic. 1890. 2. Archivo General de Indias(A.G.I.), Escribanía de Cámara, Leg. 818 A. 3. A.G.I., Santa Fe. Leg. 318. -11. A.G.I., Santa Fe Leg. 298. 12. A.G.I., Santa Fe, Leg. 296. 13. A.G.I., Santa Fe, Leg. 325. 14. A.G.I., Santa Fe, Leg. 327. 4. Nieta del gobernador de Popayán, de Valenzuela Fajardo. A.G.I., Santa Fe, Leg. 284 r. 1, núm. 73. 15. A.G.I., Santa Fe, Leg. 326. 5. A.G.I., Santa Fe, Legs. 310 y 133. 16. A.G.I., Santa Fe, Leg. 377. 6. A.G.I., Escr. de Cam .. Leg. 818 A. 7. A.G.I., Santa Fe, Legs. 323 y 367. 8. A.G.I .. Escr. de Cam., Leg. 818 A. 9. A.G.I., Santa Fe, Leg. 309. 10 A.G.I.. Escr. de Cam., Leg. 798 A. 17. A.G.I., Santa Fe, Legs. 286 y 293. 18. Dionisio de Alcedo y Herrera. Aviso histórico, citado por Sergio Villalobos, en El comercio y la crisis colonial. Santiago de Chile, 1968, pág. 38. 19. A. G. 1., Santa Fe. Leg. 326. Especialmente carta del cabildo de Cartagena, de 24 de julio de 1720. La ambigüedad de los despachos de Pedroza, creó confusiones Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 206 entre los funcionarios que lo recibieron en Santa Fe el 8 de junio de 1718. Groot. ob. cit., 11. pág. 20, "rectifica" el error de designar a Villalonga como primer virrey, apoyándose en que varios documentos dan ese tratamiento a Pedroza. Este, en efecto, fue recibido como tal en Santa Fe, debido a su propia exigencia y a la ambigüedad de sus despachos. A.G.I., Santa Fe, Leg. 297. ofColonial Society in the Sabana ofBogotá, 1537 to 1740 University Microfilms. Ann Arbor. Vol. 1, pág 297. 26. A.G.I., Santa Fe, Leg. 300. Carta de 25 de febrero de 1729. 27. A.G.I., Santa Fe, Leg. 303. Carta de 20 de octubre de 20. A.G.I .. Santa Fe, Leg. 326. Carta del Cabildo de Cartagena de 24 de julio de 1720. 1729. 21. A.G.I., SantaFe, Leg. 286. Carta de 9 de marzo de 1721. 28. A.G.I., Santa Fe, Leg. 298, 300, 301, 302 y 303. 22. A.G.I., Santa Fe, Leg. 287. 29. A.G.I., Escr. de Cam. Leg. 818 A. 23. !bid. y SantaFe, Leg. 575. 30. A.G.I .. Escr. de Cam. Leg. 798 A. 31. A.G.I., Santa Fe, Leg. 297. Carta de 22 de enero de 1720. Legs. 307, 319, y 320. Escr. de Cam. Leg. 821 A. 24. A.G.I., Santa Fe, Legs. 325, 297, 326 y 328. 25. V.G. Colmenares,Historiaeconómicaysocialde Co- 32. Archivo Central del Cauca, Sign., 8, 174. lombia, ¡537-1719, Medellín, 1975, pág. 203 y JuanA. Villamarin7,EncomenderosandlndiansintheFormation 33. A.G.I., Escr. de Cam. 821 A. Santa Fe, Leg. 307. Bibliografía COLMENARES, GERMÁN: Historia económica de Colombia (1536-1717), Cali, 1973. FALS BORDA, ORLANDO: El hombre y la tierra en Boyacá, Bogotá, 1957. FRIEDE, JUAN: La invasión al país de los chibchas y la Conquista del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1946. JARAMILLO URIBE, JAIME: Ensayos de historia LIEVANO AGUIRRE, INDALECIO: LOS grandes social colombiana, Bogotá, 1966. conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Bogotá, 1960. MELO JORGE ORLANDO: Historia de Colombia. El establecimiento de la dominación española, Bogotá, 1977. Los libros de LUIS OSPINA V ÁSQUEZ y WILLIAM MCGREEVEY, contienen una buena síntesis de la economía colonial de la segunda mitad del siglo XVIII. El proceso de la educación en el virreinato 207 El proceso de la educación en el virreinato Jaime Jaramillo Uribe La educación primaria E 1 estado colonial sólo conoció el concepto de escuela pública elemental en la segunda mitad del siglo XVIII bajo la política ilustrada de los reyes Barbones. En los siglos XVI y XVII, al ordenar el repartimiento de los indígenas en encomienda, la Corona española impuso a los encomenderos la obligación de costear cura doctrinero para que, como decían las primeras Leyes de Indias, les enseñara la doctrina cristiana, les administrara los sacramentos y les acostumbrara a "vivir en polecia" (1). Aparte de esta norma existen algunas indicaciones sobre la existencia de escuelas de primeras letras en el siglo XVII. En El Carnero, Rodríguez Freyle, narrando el asesinato de Juan de los Ríos, cuenta que cuando Segobia, el maestro de escuela, vio pasar al oidor Cortés de Mesa y a otra gente, pidió la capa, se fue tras el oidor y los muchachos se fueron tras el maestro (2). También se tiene noticia de que Juan Gaitán, maestro de escuela en Santa Fe fue enjuiciado criminalmente por haber causado heridas en la cabeza a Juan de Ayala, sobrino de doña María Sotelo (3). Encomenderos y acaudalados españoles dejaban legados para fundar escuelas. Al finalizar el siglo, Luis López Ortiz dotó una escuela elemental para niños pobres anexa al convento de San Francisco en Santa Fe, y Antonio González Casariego otra anexa al Colegio de San Bartolomé. Fuera de la capital, también funcionaron algunas escuelas privadas. Juan Serrano y Pedro de Valderrama figuran como maestros en Cali en 1591; Pablo Godoy y Carlos España, en Pasto. En 1680 aparece en Medellín la primera escuela elemental que cobrará 6 tomines de oro por cada discípulo de lectura (4). Pero eran estos esfuerzos aislados y privados y en manera alguna representaban una política estatal. La situación comenzó a modificarse en la segunda mitad del siglo XVIII, gracias al impulso dado a la educación en el reinado de Carlos 111, cuando la Corona ordenó dedicar a obras pías parte de los bienes de la expatriada Compañía de Jesús. Las escuelas públicas de primeras letras fueron colocadas bajo el control de los cabildos de villas y ciudades y su sostenimiento debía hacerse con las rentas llamadas de propios, aunque éstas eran tan exiguas en la mayoría de los poblados y aún en villas y ciudades, que muy pocas podían sufragar el sueldo del maestro y los gastos del local escolar. Una ciudad relativamente próspera como Santa Fe de Antioquia se veía obligada a solicitar al virrey auxilio de los fondos de temporalidades para pagar al maestro de escuela, pues las rentas de propios sólo alcanzaban a la limitada suma de 507.00 pesos anuales y los gastos generales de la administración municipal montaban 477.40 pesos. Quedaban unos 15.00 pesos para pagar 208 al sacristán (5). Cuando los vecinos de Valledupar, encabezados por Juan Manuel de Pumarejo, se dirigieron al virrey solicitando crear una cátedra de gramática en la escuela de primeras letras, consultados los oficiales reales sobre las rentas de propios de la villa, responden que sólo 6se dispone anualmente de la suma de 37. 00 pesos . Los sueldos de los maestros fluctuaban entre 200 y 300 pesos anuales y los pagos eran completamente irregulares. Muchas veces pasaban años sin recibirlos y ordinariamente sólo percibían una parte mínima de los estipulados en los nombramientos. Era frecuente que los padres de los alumnos tuvieran que contribuir con uno o dos reales mensuales para que el maestro pudiera sobrevivir. Las solicitudes de pago de salarios se repiten constantemente. Al pedir al corregidor que se nombre maestro de la escuela pública a Juan de la Cruz Castelbondo, los vecinos de Sogamoso comunican que el maestro cumple con sus tareas docentes cobrando medio real por niño, pero que es necesario que se pague su sueldo, "pues no tiene con qué comprar zapatos" (7). No estaban en mejor situación los maestros de Santa Fe pagados por la Junta de Temporalidades, es decir, con las rentas de los bienes de los expatriados padres jesuítas. Agustín Torres Patiño y tres maestros nombrados en 1785 para regentar las escuelas de la capital del virreinato, se dirigen a la Junta solicitando el pago de su salario que no reciben hace dos años. Torres informa que el número de niños ha aumentado considerablemente, pues cuando fue nombrado había sólo 11 alumnos y ahora tenían 200, "muchos de ellos tan pobres que se retiran muy pronto por no poder comprar papel, libros y lápices". Además, dice, la escuela carece de bancos y escritorios para su acomodo (8). En forma similar se manifiestan los maestros de Medellín, Barichara, Pamplona, Ubaté y otras ciudades. Largas gestiones ante las autoridades virreinales dan cuenta de que no se les pagaban los sueldos desde años atrás. Luis de Amaya, maestro de primeras letras de Ubaté, pide que se le paguen los estipendios de varios años y presenta testimonios de su indigencia, entre ellos al del fraile franciscano Velásquez, quien certifica que Amaya enseña a los niños "indios y blancos" y que se halla en absoluta miseria (9). En 1800, Domingo Barrios, maestro de escuela de Pamplona, pide al cabildo de la ciudad que se le nombre un ayudante con sueldo de 100 pesos anuales, a lo cual el cabildo Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 responde que carece de recursos y que el maestro puede hacer uso de la autorización del virrey Ezpeleta para cobrar dos reales mensuales a los padres de familias ricas y un real a las menos ricas (10). No sólo faltaban los fondos para el sostenimiento de las escuelas; también faltaban los maestros. Los que podían enseñar algo más que la lectura y la escritura, debieron ser la excepción. Respondiendo a la solicitud de los vecinos, que demandaban el nombramiento de maestro, el alcalde de Chire, un poblado de la provincia de Tunja, afirmaba que "jamás ha habido maestro en el pueblo porque los que se dedican a enseñar apenas sabían leer y escribir mal y no sabían los números", motivo por el cual, agrega, no se halla entre los criollos un vecino que sepa contar y las más de las veces no se encuentra quien ponga (sic) una carta ( 11). Comunicando al virrey la apertura de la escuela, los miembros del cabildo de San Gil daban cuenta de las muchas dificultades que tuvieron para encontrar maestro (12). Ignoramos cómo funcionaban las escuelas coloniales de primeras letras. Los únicos testimonios documentales de que disponemos hasta el momento se refieren a solicitudes de fundación, reclamos por el pago de los sueldos o peticiones de los cabildos y vecinos implorando auxilios virreinales para sufragar los gastos de funcionamiento, pues la penuria de los pueblos, villas y ciudades era tal, que no permitía ni fundarlas, ni sostenerlas. Tampoco tenemos información sobre el número de niños que gozaban del servicio escolar. A la escuela de Santa Fe, según lo informaba a la Junta de temporalidades su director, asistían 200 escueleros, como se decía en el lenguaje de la época. A la de San Gil, después de muchos esfuerzos del cabildo y de haber encontrado un maestro de prestigio, asistían 25 ó 30 niños (13). La preparación de los maestros era en general bajísima. Hay testimonios de que en muchos casos apenas si sabían leer y escribir. Probablemente sólo podían enseñar con alguna eficacia el rezo y la doctrina cristiana (14). Al finalizar la época colonial no faltaron algunas iniciativas originales. El párroco de San Juan de Girón solicitaba en 1789 licencia para organizar una escuela pública y enviaba al virrey un reglamento de 44 artículos para su aprobación, que contenía preceptos pedagógicos relativamente modernos y una percepción clara de El proceso de la educación en el virreinato las normas de discriminación racial y social que dominaban entonces. En el aula escolar los alumnos quedarían separados por una distancia de media vara entre los bancos superiores e inferiores. Los niños blancos ocuparían los primeros, y los plebeyos y castas bajas los de abajo. Para atenuar los efectos de la discriminación, que preocupaban al párroco autor de la iniciativa, "se cuidaría especialmente que los niños de buena estirpe no fueran osados de injuriar con mofas y malas palabras a los de baja extracción, ni se mezclen con ellos sino para enseñarles aquello que ignoren, o auxiliarles en lo que necesiten por efecto de la generosidad que debe ser propia de la gente noble". De este modo, decía el artículo 6" del reglamento, "se irán acostumbrando los niños blancos a mirar bajo la perspectiva que conviene a otros hombres de clase inferior y borrarán del todo perniciosas preocupaciones que reinan aún contra los artesanos y menestrales, indignas de una nación civilizada (15). El reglamento prescribía textos y un sistema de premios y castigos. Las acciones buenas serían premiadas con parcos que se recibirían en pago de las faltas cometidas, "porque los hombres necesitan estímulo y gobierno". "Para que conozcan la historia del país en que viven" se recomiendan las historias de Piedrahita y Simón; para la enseñanza de la religión, el catecismo del Padre Astete y la Historia de la Iglesia de Fleury. Para conocer la historia de España el texto del francés Duquesne, "pues en él se encuentran pintados con hermosura y valentía las virtudes que les corresponden y los vicios con los colores más negros". En todo caso, recomienda el padre Salgar, "debe evitarse que los niños hagan lecturas como se observa hoy con dolor, de libros como Los doce pares de Francia y los romances de Enrique Esteban" (16). Ante la escasez de escuelas públicas, la profesión de maestro privado debió de tener un cierto desarrollo. Al solicitar al cabildo de San Gil que se le nombre maestro oficial, Antonio Hijuelos informaba "que desde hace nueve años se dedica voluntariamente a enseñar a leer, escribir y contar con el interés de remediar sus cuitas con lo que los padres de los niños han querido dar". Y en alabanza de su tenacidad, agregaba que "aunque eran numerosos los sujetos dedicados a lo mismo, muy señalado ha sido el que ha durado más de un año" ( 17). 209 Al terminar la dominación española apenas había en el virreinato un incipiente sistema de escuelas públicas. Como hemos visto, sólo unas pocas villas y ciudades tenían las rentas suficientes para sostenerlas, y ello en condiciones muy precarias de funcionamiento. En vísperas de la Independencia, Caldas, desde las páginas del Semanario, en su "Discurso sobre la educación" se lamentaba de que en una ciudad de 30.000 habitantes como Santa Fe, sólo hubiera una escuela pública de primeras letras y exhortaba a los ricos a contribuir con sus caudales a la apertura de otras (18). En las Relaciones de mando de ¡os virreyes se hacen continuas alusiones a la educación en colegios y universidades, pero apenas si se menciona la educación primaria. La única referencia directa se encuentra en la relación del virrey Ezpeleta. Sólo añadiré -dice el virrey después de referirse a la situación de los estudios superiores- que para la enseñanza de las primeras letras en esta capital se está tratando de poner escuelas públicas en los barrios en donde hacen falta, y se halla este proyecto en buen estado, debiéndose a la piedad de este prelado [Caballero y Góngora] la dotación de los maestros; y que en los lugares de afuera y de alguna población, se han establecido muchas, costeadas por las rentas de propios, que en esto tendrán una digna inversión. El mismo método puede seguirse en algunos otros lugares que carecen de ellas y dentro de pocos años las habrá en todos los que puedan ocurrir a este gasto, que es de poca entidad (19). La universidad colonial D urante la primera etapa de la colonización española, una vez instalada la Real Audiencia en 1550, los conventos fueron autorizados para impartir instrucción a clérigos y seglares en cátedras de gramática y lectura. Así lo hicieron las primeras órdenes monásticas que llegaron al Reino, es decir, franciscanos, agustinos y dominicos. Colegios y universidades con autorización para dar títulos de licenciados y doctores sólo aparecen a comienzos del siglo XVII. En 1605, fray Bartolomé Lobo Guerrero funda el Colegio de San Bartolomé y a mediados de la centuria, en 1654, aparece el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado por fray Cristóbal de Torres. En 1623 los jesuítas reciben autorización real para fundar la Univer- 210 sidad Javeriana, institución que otorgaría los primeros títulos de doctor en jurisprudencia y teología. Tres años más tarde los dominicos establecen la Universidad Tomística que sólo funciona realmente a partir de 1636. Por la misma época se abren colegios seminarios en Popayán, Tunja y Cartagena (20). Colegios y universidades solían tener tres ciclos de estudio: artes, teología y cánones. El ciclo de artes, que correspondía al tradicional Studium Genera/e (Estudio General) de las universidades medievales, era un período de iniciación equivalente en sus fines al bachillerato moderno. Duraba de dos a tres años y en él se enseñaban gramática, retórica, lógica, metafisica y algo de matemáticas y física. Los de teología y cánones duraban cuatro años. El contenido de todas estas materias se tomaba de Aristóteles, Santo Tomás y los maestros escolásticos. La enseñanza se hacía en latín. Sólo a fines del siglo XVIII, en 1791, un estudiante de la tomística, don Pablo Plata, se atrevió a sostener sus exámenes en castellano, causando con ello un verdadero escándalo en la República de las Letras (21). El método de enseñanza era de rigurosa estirpe escolástica. Se fundaba en la dictatio y la disputatio. Primero el maestro leía un texto y luego los alumnos absolvían preguntas y sacaban conclusiones, o conclusioncillas, como se las llamaba entonces. Tomando las frases leídas por el maestro como premisas, venía la conclusión precedida del respetivo ergo. De ahí el nombre de enseñanza ergotista de que tan desdeñosamente hablaban los virreyes y los neogranadinos contemporáneos de Mutis y Caldas que reclamaban una educación fundada ya sobre métodos modernos y cuyo contenido fueran las ciencias experimentales. Los temas preferidos eran de carácter teológico: la gracia, la predestinación, el probabilismo, la inmaculada concepción, la comunión de los indios. Si se trataba de lo que entonces se llamaba fisica, las disputas versaban sobre el movimiento, la fuerza o la generación de los animales. En jurisprudencia se estudiaban Las Partidas, Las Municipales y los textos de los grandes canonistas y filósofos escolásticos, Melchor Cano y Suárez en particular. Este último fue prohibido a raíz de la expulsión de los jesuítas de los territorios americanos, ordenada por Carlos III en 1767, porque sus enseñanzas resultaban contrarias al regalismo imperante en los medios gubernamentales, es Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 decir, al sistema que daba a los reyes el control de la Iglesia (22). Los exámenes eran frecuentes, pues se realizaban cada cuatro meses. Al final de cada ciclo se presentaba la tremenda.El examinador abría un texto de Aristóteles al azar, en tomo al cual se hacían preguntas, se argumentaba, se contrargumentaba y se concluía. El jurado aprobaba o desaprobaba. Todo en público y, como lo hemos dicho, en latín. El ingreso a las universidades estaba limitado a quienes, tras el procesillo, comprobaran limpieza de sangre, es decir, que descendían de criollos o españoles. O como se decía en el lenguaje de la época, que no tenían máculas ni sangre de la tierra. A estas discriminaciones y restricciones se hacían con frecuencia excepciones, pero la discriminación era la regla general (23). Este tipo de educación universitaria satisfizo las necesidades de una sociedad en que las únicas funciones especializadas eran la sacerdotal y la jurídica. Preparaba curas y abogados, que necesitaban estudiar teología, leyes y algo de lógica. Correspondía a una sociedad agraria, comercial y minera, actividades que se desarrollaban con la tecnología y las prácticas más primitivas, transmisibles por tradición, en las cuales para nada entraban conocimientos científicos o técnicos que superaran la tecnología del neolítico. La agricultura desconocía la técnica del abono o no la usaba, los arados eran de madera y por excepción de hierro, y la rotación de cultivos y el mejoramiento de las semillas eran desconocidos. Las manufacturas y el comercio presentaban un panorama idéntico de simplicidad. Para la hilandería y tejeduría los españoles habían importado el telar vertical, independizando el proceso del cuerpo del tejedor; pero aparte de este progreso y de la introducción de la lana y el lino como materias primas, las técnicas de tejeduría siguieron al nivel de lo indígena prehispánico. Algo semejante podría decirse de la minería que hasta fines del siglo XVIII seguía explotando casi exclusivamente los aluviones o los "oros corridos", como se decía entonces, que abundaban en ríos y quebradas. Por excepción se explotaron las minas de veta, como lo testimoniaron las observaciones de Humboldt en 1801, y sólo éstas necesitaban técnicas e inversiones de capital considerables (24 ). Las actividades comerciales y la organización de la Hacienda Pública desconocían la contabilidad, de manera que podían El proceso de la educación en el virreinato controlarse con los rudimentos de las matemáticas. A finales del siglo XVIII se trató de instaurar la contabilidad por partida doble para el control de las cuentas de las cajas reales, pero muy pronto hubo de volverse al sistema tradicional de cargo (ingresos) y data (gastos), porque los tesoreros y recaudadores no pudieron asimilar el nuevo sistema. La cultura media de los habitantes del Reino, aun de las clases altas, tampoco exigía una educación diferente. Como los únicos objetivos eran mantener el status de persona educada y prepararse para salvar el alma, bastaban la educación religiosa, el latín y algún conocimiento de los clásicos. La mentalidad secular y sobre todo la mentalidad lucrativa y ambiciosa de bienes terrenales que caracteriza el espíritu económico y empresarial moderno no habían surgido. Apenas tiene sus primeros brotes en la segunda mitad del siglo XVIII. Justamente en este momento aparece la necesidad de una reforma de los estudios superiores y la idea de crear una nueva universidad. Fue lo que trató de hacer el virrey Guirior cuando en 1774 encomendó al fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón la elaboración de un plan para fundar Universidad Pública, aprovechando los bienes expropiados a la Compañía de Jesús y haciéndose eco del nuevo espíritu ilustrado que preconizaban los reyes borbónicos, sobre todo Carlos III (25). La formulación del plan de Moreno y Escaudón estuvo precedida por una prolongada crítica a ios estudios tradicionales, calificados de "inútil jerigonza" y por la exigencia de incorporar a ellos las ciencias útiles" indispensables para el aprovechamiento de las riquezas del Reino, como lo afirmaba el arzobispo virrey Caballero y Góngora. El plan Moreno no era en verdad revolucionario ni heterodoxo. Dentro de una posición ecléctica intentaba armonizar la tradición con la necesidad de reformas. Calificaba los estudios anteriores de verbalistas, dogmáticos y carentes de aplicación práctica, pero mantenía el contenido católico y aun escolástico de los estudios que más directamente podían influir en la formación moral, religiosa y política de la juventud. Introducía el estudio de las matemáticas, que debían enseñarse por los textos del filósofo alemán Wolff, y el estudio de la física de N ewton. Para el derecho y la filosofia se acudía a Melchor Cano y al mismo Santo Tomás, pero se agregaba la consideración de numerosos teólogos franceses como Abelly, Duviat, 211 Fleury, algunos defensores de la primacía de la potestad real frente a la Iglesia. El plan era especialmente innovador en el método de enseñanza. Eliminaba el juramento de fidelidad a la doctrina de Santo Tomás y proscribía el memorismo y el criterio de autoridad como única fuente del conocimiento, ordenando que a los estudiantes se les permitiese comparar la dotrina de varios autores -todos católicos, ciertamente- "para que la elección sea libre y gobernada por la razón, sin formar empeño en sostener determinado dictamen" (26). Prescribía también normas de organización pedagógica. Los maestros debían presentar examen previo para "comprobar que pueden enseñar a leer" -recuérdese que en el lenguaje académico universitario leer quería decir enseñary tener los mismos discípulos durante todo un ciclo de estudios para evitar los cambios bruscos de orientación y conseguir un mejor conocimiento mutuo. Habría exámenes anuales rigurosos, presididos por el rector, el vicerrector y el cuerpo de maestros del Rosario, San Bartolomé y la Universidad Tomística. Finalmente, se prohibían los trajes lujosos y los gastos excesivos. El plan de Moreno y Escandón (27) nunca fue puesto en práctica, por razones financieras y por insuficiencia de catedráticos, según lo explicarían más tarde las autoridades virreinales, pero también por razones políticas. En efecto, la política borbónica tanto en el campo económico como en el administrativo y cultural estuvo siempre afectada de una evidente ambigüedad cuando se trató de ejecutarla en los territorios americanos. En la misma forma en que no se quería ir muy lejos en el fomento económico, en la liberalización del comercio o en cualquier aspecto de la reforma social, tampoco en el campo de la educación se querían sobrepasar ciertos límites. En la Junta de Estudios convocada en 1779 por el regente Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, a la cual asistieron el arzobispo Caballero y Góngora, el decano de los oidores de la Audiencia don Benito Casal, los rectores de la Universidad Tomística, del Colegio del Rosario, de San Bartolomé y los más altos funcionarios del Reino, entre los cuales se encontraba el mismo Moreno y Escandón, resolvió promulgar un nuevo plan de estudios superiores, ya que el anterior, proyectado por el fiscal Moreno, no había tenido aplicación. La Junta fue convocada en respuesta a la real cédula 212 expedida en Madrid el 18 de julio de 1778, en la cual se dice que: "Como consecuencia de haber graduado Su Majestad como útil y conveniente la fundación y establecimiento de Universidad Pública y Estudio General y no haberse adoptado los arbitrios propuestos para su dotación, previenen que con el acuerdo y dictamen de ella se le informe qué aplicaciones se han hecho de las temporalidades ocupadas en este Reino a los regulares de la extinguida Compañía de Jesús; qué bienes de ella existen aplicables a la erección de Universidad Pública sin perjuicio de las obligaciones a que están afectados .... y qué estado tiene la enseñanza pública en los enunciados Colegios [San Bartolomé, Rosario y Universidad Tomística], si se observa en ellos el método de estudios formulado por el señor Fiscal don Francisco Antonio Moreno y Escandón; qué progresos han tenido los que han estudiado la carrera literaria por él y que si la Junta estima conveniente alterarle o variarle de algún modo, lo ejecute y poniéndolo desde luego en ejecución dé cuenta al Real y Supremo Consejo de Indias para que en su vista se mande lo más conveniente y útil a los vasallos de este Reino y al lustre de esta Ciudad ... " (28). A los interrogantes de la cédula de abril del año anterior, la Junta de estudios contestó dando las razones por las cuales el plan Moreno no había sido aplicado. Se mandó a observar el citado plan formado por el señor Moreno -se dice en las actas-, pero no habiendo correspondido el efecto a los deseos con que la Junta previno su observancia, ni a los que informaron a dicho señor para su formación, pues aunque el referido plan demuestra la instrucción de su autor y el celo que lo animó en obsequio de la juventud de este Reino, pero como no había llegado a conseguirse el número de catedráticos que en él se pide por falta de fondos que tienen los colegios para sostenerlos y que los pocos que ha habido han tenido que enseñar por un método que no aprendieron, no se han logrado los progresos que se esperaban, a que concurre por otra parte la falta de Estudios Generales sin cuyo establecimiento formal no pueden adoptarse semejantes reglamentos de estudio, juzgó la Junta necesario por estas razones prevenir el régimen que provisionalmente ha de observarse en los estudios de ambos colegios, procurando en lo posible igualarlo al que antes del plan servía de gobierno para cautelar de este modo Nueva Historia de Colombia, Vo¡. 1 que con una absoluta novedad se sienten los malos efectos que ésta suele atraer (29). Sintomático del regreso a las antiguas prácticas fue la decisión tomada sobre los estudios de filosofia. Al respecto, decía la Junta: "Y mereciendo entre éstos la primera atención la Filosofía, por ser la escala por donde se asciende a los demás, a ésta se convirtió la Junta (sic) queriendo que se enseñe y explique del modo escolástico de antes, pero separando y purgando de ella todas aquellas cuestiones que por reflexas e impertinentes se reputan inútiles" (30). Era ésta una pequeña concesión al plan Moreno y a sus críticas contra el dogmatismo tradicional, concesión que se refrenda con las siguientes consideraciones finales: "De cuyo modo cómodamente podrán [los jóvenes] instruirse en la teología escolástica dogmática y moral pura y sana, pero no por esto los maestros han de infundirle a los discípulos espíritu de facción o partido de escuela sino que los dejarán en libertad para discurrir y opinar, pues lo contrario es muy perjudicial para el adelantamiento de los estudios" (31 ). En los años que siguieron, los esfuerzos de modernización de la cultura se concentraron en las actividades de Mutis y la Expedición Botánica, pero todo indica que la enseñanza universitaria regresó a los métodos y contenidos tradicionales. La cátedra de medicina y matemáticas sustentada por Mutis en el Colegio del Rosario representó para los neogranadinos la única posibilidad de ponerse en contacto con la ciencia moderna. Pero como las tareas de la Expedición y los encargos sobre estudios mineros que Caballero y Góngora hiciera al sabio gaditano lomantenían fuera de Santa Fe, la cátedra quedó vacante durante varios años. En 1785, uno de los discípulos de Mutis, Juan Fernando Vergara, aspirante a sustituirlo, escribía al virrey en forma patética: "La sociedad humana apenas subsistiera y los comercios más ventajosos o se acabaran o no se hubieran visto si la astronomía o la geografia se perdieran o no hubiéramos tenido la felicidad de que se hubieran inventado" (32). Las décadas finales del Virreinato no debieron aportar modificación alguna a la penuria de la situación de los estudios superiores. Al comenzar el siglo XIX el virrey Mendinueta se El proceso de ¡a educación en el virreinato 213 quejaba del atraso de los estudios en los colegios gunos beneficiarios. Resumía la situación de la del Rosario y San Bartolomé y en la Universidad enseñanza en el Reino con estas palabras: Tomista de los dominicos. La cátedra de fisica "Los que tienen algunos conocimientos de cieny matemáticas, que la ausencia de Mutis había cias puede decirse que los han adquirido más dejado vacante, no se había provisto aún por bien en sus gabinetes, a esfuerzo de un estudio falta de fondos para sufragarla y de alumnos particular, auxiliados de sus propios libros, que interesados en su enseñanza. Carece de rentas en los colegios y aulas públicas, estando en ellas y aun de discípulos -decía Mendinueta en su limitada toda enseñanza a una mediana latiniRelación de Mando- porque no abre carrera para dad, a la filosofía peripatética de Gaudin, a la las demás ciencias, como la filosofía escolástica teología y derecho civil y canónico según el y faltando todo estímulo para la aplicación de método y autores que prescribió la Junta de Esla juventud, no es de extrañarse gue se mire con tudios de 1779, derogando al mismo tiempo el indiferencia su estudio tan útil (33). Insistía el vi- sabio plan que regía apenas desde el 74, formado rrey en la necesidad de crear la Universidad por el Fiscal que fue de esta Audiencia D. FranPública que se había prometido desde 1774 y cisco Antonio Moreno y Escandón, con una ilusproponía financiarla con las numerosas capella- tración y método superiores a los alcances litenías Vacantes que usufructuaban sin derecho al- rarios de sus contemporáneos" (34). Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 214 Notas l. Recopilación de leyes de los Reinos de Indias, título VIH, libro VI; títulos XIII y XIV, libro 1, Madrid, 1943. 2. Juan Rodríguez Freyle El Carnero, Bogotá, 1936. pág. 108. 3. Archivo Nacional de Colombia, Colegios, t. m, fls. 178 y ss. Citaremos este archivo con la sigla ANC. 4. Luis Antonio Bohórquez Casallas. La evolución educativa de Colombia, Bogotá, 1956, págs. 50 y SS. 5. ANC. Colegios, t. V, fls. 552 y SS. 6. ANC, Colegios, t. IV, fls. 646r y 669v. 7. ANC, Colegios, t. IV, fls. 344 y ss. 8. ANC, Colegios, t. 11. fls. 785 y SS. 9. ANC, Colegios, t. V, fls. 18r y SS. 10. ANC, Colegios, t. V, fls. 46r y ss. 11. ANC, Colegios, t. 111, fls. 190v y ss. María Rodríguez O. P., Historia de las universidades hispanoamericanas, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1973. 21. José María Vergara y Vergara, Historia de la literatura colombiana, vol. l. Bogotá, 1931, pág. 42. 22. Fray José Abel Salazar, ob. cit.; Juan David García Baca, Antología del pensamiento filosófico en Colombia, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá, 1955. 23. Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos de historia social colombiana, Bogotá, 1968, págs. 181 y ss. 24. Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el Reino de Nueva España, México, Edit. Porrúa, 1966, pág. 420. Sobre el mismo tema, Francisco Silvestre, Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, 1950, pág. 68. 25. Archivo Histórico Nacional de Colombia, fondo Colegios, t. 11, fls. 268r/309r; Relaciones de mando de los virreyes, ed. de Eduardo Posada y Pedro María lbáñez, Bogotá, 1910, págs. 489 y ss. 26 Archivo Histórico Nacional de Colombia, Colegios, t. 11, fls. 295r, 292r y v. 12. ANC. Colegios, t. V, fls. 477 y ss. 27. Moreno y Escandón, Plan, reí. cit., fls. 305r. 13. ANC. Colegios, t. 11, fls. 785r y ss. 14. ANC, Colegios, t, m, fl. 190v. 15. ANC, Colegios, t. 11. fls. 913 y ss. 16. ANC, Colegios, t. 11, fl. 953r. 17. ANC. Colegios t. V, fls. 488 y ss. 28. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Colegios, t. 11, fls. 323r a 332v. Citaremos en Archivo Nacional de Colombia con la sigla ANC. 29. ANC, Colegios, t. 11, fls. 325-326. Subrayado nuestro. 30. ANC, Colegios, t. 11, fls. 326r y v. 18. Semanario del Nuevo Reino de Granada, vol. 1, Bogotá, 1943, págs. 69 y SS., 73 y SS. 31. ANC, t. cit., fl. 328v. 19. Relaciones de mando, ed. de Eduardo Posada, Bogotá, 1910. pág. 336. 32. ANC, t. cit., fl. 102lv. 20. Sobre la universidad y la educación colonial, véase a fray José Abel Salazar, Los estudios eclesiásticos superiores en el Nuevo Reino de Granada, Madrid, 1946; Agueda 3 3. Guillermo Hemández de Alba. e d. de Archivo epistolar del sabio Mutis, t. 1, Bogotá, 1947, págs. 247-248. 34. Relaciones de mando, ed. cit., págs. 492-493. El proceso de la educación en el virreinato 215 Bibliografía Obras de carácter general Historia de la educación en Colombia, Bogotá, Editorial del Ministerio de Educación Nacional, 1964. BOHÓRQUEZ CASALLAS, LUIS A.: La evolución educativa de Colombia, Bogotá, Editorial Cultural Colombiana, 1956. CABARICO, EPIMACO: Política pedagógica de la nación colombiana, Bogotá, 1972. DOLERO, ALFONSO: Cultura colombiana: apuntaciones sobre el movimiento intelectual de Colombia desde ¡a Conquista hasta la época actual, Bogotá, 1930. ESCOBAR BERNAL, ALEJANDRO, y otros: La educación en la historia de Colombia, Bogotá, Editorial Icodes, 1964. JARAMILLO URIBE, JAIME, BATEMAN, ALFREDO, y otros: Apuntes para ¡a historia de la ciencia en Colombia, Bogotá, Colciencias, 1970. LONDOÑO BENVENISTE, FELIPE y OCHOA NÚÑEZ, HERNANDO: Bibliografía de la educación en Colombia, Bogotá, Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, 1976. 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SALAZAR, JOSÉ ABEL (Fray): Los estudios eclesiásticos superiores en el Nuevo Reino de Granada, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1946. HERNÁNDEZ DE ALBA, GUILLERMO: L a arquitectura colonial 217 La arquitectura colonial Alberto Corradine Angulo La planificación regional E l arribo a las costas del actual territorio colombiano, por parte de los primeros españoles, n~, tuvo otra co~secuencia que la simple explorac10n de los accidentes geográficos y, naturalmen~e, el ll~ado recate d~ oro, perlas y otros objetos considerados preciOsos. Sólo en una segunda oleada se intenta sentar reales en el nuevo territorio. Es en ese preciso momento en el cual se produce una acción característica de todos los pueblos invasores: establecer cabezas d~ puente desde las cuales es posible adelantar eXItosamente una exploración sistemática del territorio inmediato y la subsiguiente conquista que se deriva de esas acciones. De esta manera es fácil comprender el carácter que identificó la efímera fimdación de San Sebastián de Urabá o la más perdurable de Santa María la Antigu~ del Darién, así como los posteriores asentamientos en Santa Marta y luego en Cartagena. Transcurren entre unas» y otras fundaciones cerca de treinta años, durante los cuales sólo es utilizada parcialmente la franja costera por parte de los españoles. Pero años más tarde, cuando las exploraciones cubrieron buena parte de los departamentos de la Costa, es cuando se acometen las empresas de mayor aliento, como la de explorar el interior del continente. . Las circunstancias anotadas ponen de mamfiesto el carácter de esas primeras fimdaciones o ciudades, que tal categoría obtuvieron con prontitud, cuando se trataba en realidad y durante dilatados años, de auténticos campamentos militares. Toda la población que en ellas habitó estaba form~a po~ las tropas de conquistadores, algunos func10nanos que solían acompañarlas como fueron: capellanes, notarios, barberos que eran los cirujanos de la época, y cierto~ esclavos y esclavas indígenas apresados en las batallas. Por eso no es de extrañar que se procediera a ~tili~ar los principi~s establecidos por la expenencm de muchos siglos y consignadas en los textos de varios tratadistas que se remontan a la época del Imperio Romano o se reiteran a lo largo de la Edad Media. Una tercera fase que distingue este proceso se presenta en el momento en el cual las diversas y coincidentes campañas de descubrimiento, convergen sobre la Sabana de Bogotá, como atendiendo a una cita histórica. A partir de ese momento todo cambia, pues el haliazgo de tie~as altas, ~an~s y con ~bundante población nativa, constituyo una razon poderosa para querer permanecer en ellas y además generó una división tr~ce~dental en 1~ nueva geografía humana ~el te~tono colo~biano, pues repercutirá de Inmediato e~ el. fluJO de los. ~uevos ~igrantes y en la subsiguiente fimdac10n de un smnúmero de nuevas ciudades en el interior del país. De esta manera las poblaciones o ciudades establecidas en la Costa, asediadas entonces solamente Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 218 PRINCIPALES FUNDACIONES EN 1550 por tribus altamente belicosas, serán sostenidas por la fuerza de las armas y de las represalias, por la necesidad de mantener a toda costa el contacto permanente con Santo Domingo y con España, por una parte, y con los pobladores del interior por la otra. Por estas razones las fundaciones costeras se redujeron a dos durante casi todo el siglo XVI: Santa Marta y Cartagena. Sólo se contó con algunas excepciones significativas como fueron: Mompox por su carácter de puerto fluvial y escala táctica en la única ruta practicable hacia el interior del país: el Río Grande de la Magdalena, hecho del cual derivó su rápida prosperidad y su crecimiento; y Riohacha, no por razones estratégicas de su emplazamiento sino por la abundancia de perlas que la distinguía por entonces. Un examen rápido de la geografia de Colombia, cuando aún no era el Nuevo Reino de Granada, en los años de 1550 y en los de 1600, señala de inmediato la forma como, a manera de mancha de aceite, aparecen las sucesivas fundaciones de ciudades siguiendo, precisamente, los valles de algunos ríos o las altiplanicies en las montañas, aprovechando por lo general, los lugares donde la experiencia, decantada por centurias, había enseñado a los indígenas los lugares favorables. Por esta razón elemental, las regiones donde existía población más densa y evolucionada, son también las escogidas por los españoles para hacer sus principales asentamientos urbanos, pues allí se encontrarán condiciones como: bondad del clima, salubridad aceptable, recursos adecuados para la subsistencia, etc., así como abundancia de mano de obra indígena. A la postre, cuando va terminando el período colonial, la mayor parte de la población existente en el actual territorio de Colombia, se concentraba en el altiplano cundiboyacense y en Santander, en tanto que, por ejemplo, en el Magdalena Medio donde históricamente se han dado las condiciones más duras para la supervivencia del Hombre, se encontraba poco menos que deshabitada, con algunos lugares de carácter excepcional sobre el propio curso del río, muchos de ellos estrictamente militares. De ahí que la distribución de la población, por razones naturales, se concentra en las áreas más saludables, salvo en los casos en los cuales se dan PRINCIPALES FUNDACIONES EN 1600 La arquitectura colonial atractivos muy especiales, como la existencia de oro en las vertientes del Pacífico y el Chocó, donde los bosques, la alta pluviosidad y las elevadas temperaturas, conllevaban también la presencia de abundantes enfermedades endémicas, que sólo permitían la supervivencia de unos pocos blancos, pues en ese medio es resistido solamente por la población nativa o la de origen africano. Vastas regiones permanecían aún desligadas totalmente de la cultura colonial. En general, la minería de oro fue el único motor que indujo la formación de poblaciones en lugares de condiciones ambientales difíciles y su existencia se vio limitada al tiempo en el cual fueron rentables la explotación de los filones o la de los placeres, en el caso de aluviones. Las zonas oscuras que aparecen en el mapa número 2, que rodea las ciudades existentes en 1600, varía muy poco a lo largo de los dos siglos siguientes, salvo la expansión que se inicia en Antioquia y la que se concreta en la costa atlántica. El urbanismo y la arquitectura en el siglo XVI L a historia del urbanismo en América se remonta al mismo siglo xv con las primeras fundaciones que se hicieron a partir del descubrimiento durante la década del noventa, pero su característica de más relieve, como fue el empleo de la cuadrícula o damero, parece haberse iniciado en 1502 cuando se trasladó Santo Domingo a su actual emplazamiento. El tema mismo del sistema ortogonal de trazado de las ciudades americanas ha sido motivo de estudio de importantes investigadores en todo el mundo; también entre nosotros se han publicado algunos trabajos donde cabe destacar la obra de Carlos Martínez El urbanismo en el Nuevo Reino de Granada ( 1966) y el aporte de Carlos Arbeláez Camacho que aparece en la Historia Extensa de Colombia, volumen xx, tomo cuarto, dedicado a la arquitectura colonial (1966). Las diversas influencias que parecen haber contribuido a la adopción del modelo americano de ciudad, son precisamente tema de discusión de los eruditos (1). Lo cierto es que, entre las ciudades que subsisten en el país, fundadas en el siglo XVI, se repiten en forma completa las características de otras ciudades de datación anterior, tanto del Continente como del Caribe. No obstante, la razón inicial de varías de ellas fue la de simple cabeza 219 de puente, que permitiera las incursiones en el interior inmediato del territorio; su explotación y posterior dominio o pacificación, por lo cual es probable que no llenaran inicialmente los requisitos formales con que hoy las conocemos, sino que se tratara de meros campamentos militares en tanto las condiciones generales permitían su evolución hacia formas más estables por sus necesidades políticas, administrativas y comerciales, y, por ende, a una reorganización total en su trazado. Esa parece haber sido la suerte de Cartagena y Santa Marta en sus primeros años. Fundaciones posteriores como las efectuadas en Santa Fe, Tunja, Vélez, Cali, Popayán y Pasto, en circunstancias diferentes, obedecieron desde un comienzo a una organización física de indudable claridad, acorde con las instrucciones impartidas a Pedrarias en 1513, y a otras posteriores, las cuales culminarán en las ordenanzas de 1573 expedidas por Felipe 11, cuando ya las principales ciudades de Colombia habían sido fundadas (2). La traza de las ciudades colombianas fundadas en el transcurso del siglo XVI fuera de su inscripción en el tipo de ciudad damero, ajedrezada, en retícula, hipodámica, u otros términos menos comunes con los cuales se ha descrito la aparición de vías paralelas espaciadas con regularidad y cruzadas por otras dispuestas en forma similar, permite una organización clara de los elementos cívicos, sean ellos religiosos o administrativos, colocados usualmente alrededor de la plaza mayor que se constituye en el espacio principal, verdadero corazón de la ciudad. Al ganar en extensión la ciudad, el sistema de retícula permitió, y aún permite, una expansión regular y crear nuevos espacios abiertos dispersos por su área urbana, dejando de construir algunas de las manzanas en forma total o parcial. Las condiciones topográficas que inicialmente demarcaron la extensión de las ciudades, con el tiempo fueron desconocidas, y el crecimiento, bajo la iniciativa privada, pudo llegar a sobrepasarlos: así se ve en Santa Fe, que se extendió más allá de los ríos San Francisco y San Agustín, pese a las dificultades que ofrecían éstos en su paso, no por el volumen permanente de sus aguas sino por lo profundo y áspero de los cauces. Algo similar se ve en el caso de Tunja, con el arroyo de San Francisco, el cual se cita en El Carnero alrededor del asesinato de don Jorge Voto. Cartagena no escapa a esta situación: antes por el contrario, logra mayor desarrollo el barrio 220 Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 de Getsemaní situado en otra isla, que el de San Diego, pe~e a estar dentro de la misma !sla y próximo a la cat~dral. La~ vías de comumcación con las poblaciOnes vecmas, tanto entonces como ahora han condicionado el proceso de desarrollo fí~ico de las ciudades. indudable diferencia con otras ciudades C<?lo~­ bianas como Cartagena o Cali. Parece influrr en tal singularidad el origen regi_onal de sus pobladores, diferente del .Pr<?me~w ?alculad~ para Amé~ca (4), c~ya real mcidencia aun no está medida m correlaciOnada con otros casos concretos. La vivienda------------ Pueden verse en las casas tunjanas varias características: altura generosa, organización alrededor de un patio sobre el que ofrece dos o tres frentes la construcción, generalmente dos pisos con galerías de columnas de inspir~ción toscana, medieval o de claros rasgos mon~cos, portada de alguna magnitud labra~ ~n pie~ donde se perpetúan costumbres romanicas, y goticas junto a detalles omamen~ales de la epoca: el Renacimiento. Un zaguán vmcula la calle con el interior y por sus dimensiones _permití~ el fácil paso de una cabalgadura. PatiO ampho y huerto o corral muestra a las claras la relación inobjetable de esta casa ciuda~ana con_ el camp<?. La generosidad de sus espaciOs, la mis~a zomfícación de la casa, en la cual se destmaba ~1 segundo piso a los rec~ntos privad~s ~e la familia, y el bajo, a depósito~ y do~Itonos de se~­ vidumbre, patentizan la I~flue~cia de una actividad que oscila entre la vida cmdadana y rural. ¿Cuál es la causa de sus dimensiones generosas? Muy simple: la mayoría de sus propietarios fueron encomenderos y por lo regular o_cuparon también puestos prominentes en el gobierno de la ciudad como regidores o alc_aldes. De u~ lado percibían las cosechas de sus ~Ierras, los tnbutos de los indígenas con frecuencia en mantas, etc., con lo cual se generaba la necesida~ ~e disponer de amplios espacios tanto para recibir y m~te­ ner las recuas de cabalgaduras, ~omo de recm~os adecuados para guardar las diversas especi~s vegetales de las cosechas como papa, mmz,. trigo, etc., o animales como cueros, etc., destm~­ dos tanto al consumo familiar como. el comerc~o con ellas. No se trata aquí de un simple pl~gw de espacios usuales en el sur de España destinados a articular una vivienda, y por eso su esca~a dimensión en la Península, sino de un espac~o de uso específico, verdadera zona de trabaJ~ que requerí~ de área~ más generosas. La VIvienda propiamente dicha se coloca en el segundo piso, con sala, recámaras, alcobas, co~e­ dor y cocina, ac<?modad~~ sobre las construc~w­ nes del primer piso cubnendolas total o parcialmente. Distribuidas las ciudades por el territorio nacional siguiendo a grandes rasgos las áre~s de mayor densidad indígena como zonas mas salubres y obviamente de mayores recursos en mano de obra necesaria para la agricultura, el transporte, etc., se genera la viv~end~ c~mo uno de los primeros elementos arqmtectomcos pe~­ manentes. En un comienzo con carácter provisional, y generalmente basada en ~os recursos y técnicas más simples cuando no eJecutadas en un todo a la usanza de las empleadas por los indígenas, se pr~du~e un fen?meno de "acomodación" que no sigmfica en mnguna l_Ilal_lera una expresión primera del llamado mesti~aJe cultural. Esta situación es tan característica que la lucha iniciada por los cabildos unos 5 o 1O_años después de efectuada la fundación de las cmdades con el objeto de obligar a los vecinos a lev~tar obras perdurables hechas ~n piedra, .al menos en ciertos sectores, para sustituir las existentes de paja y baharequ~ perdura a veces hast~ los mismos inicios del siglo XVII, como q~edo demostrado en el incendio que arrasó casi P<?r completo a Cartagena en el ataque del corsano Sir Francis Drake en 1585 (3). Dentr<? de su apariencia de ranchería, común a las pnm~ra~ cmdades en el siglo XVI, varios de los pnncipales vecinos se dieron inicio a la tarea de construcciones de mayor alcance. Es el !nicio de una arquitectura permanente. El m~Jor lugar que tiene el país para conoce~ 1~ calidad y ~aracte­ rísticas de esas nuevas viviendas, es sm lugar a dudas la ciudad de Tunja que, pese ~ van~­ lismo destructor que han desatado los mverswnistas en los últimos años, aún conserva los únicos ejemplos que perduran de~ sig;l? XVI. En estudio que está en vías de pubhcacw~ he analizado la vivienda de esa cmdad, temendo en cuenta varios de los factores o condiciones que rodearon la construcción de tales viviendas como fueron su base económica y el alto status social de gr~ número de los veci~os, además de cierta facilidad de recursos técmcos y materiales. Estas condiciones peculiares crean una 221 La arquitectura colonial Es indudable que a su conformación contribuyeron en cierto grado los nuevos aires estéticos que llegaban de Italia originados en el Renacimiento, cuyo énfasis formal lleva a destacar la simetría y las experiencias ya habidas en otras regiones españolas como se puede comprobar, v. gr., al examinar la arquitectura popular en Chinchón o Riaza, ambas en Castilla la Nueva, donde ya el patio llenó funciones de enlace entre el campo y la vivienda ciudadana. Otros rasgos que dejan ver las obras de un siglo en nuestro medio son los clasificables en el marco de lo estético y constructivo, donde el aporte de origen morisco, plenamente asimilado, se patentiza en la frecuencia con que se emplea el alfiz, el arco peraltado, la columna ochavada y el artezón para citar lo más relievante. Pero además del trasplante de técnicas constructivas como el uso de la tapia pisada, el adobe, el ladrillo y la piedra en los muros, se empleó el bahareque conocido de los indígenas, en lugares de pocas exigencias como las áreas de servidumbre o en divisiones posteriores, y alternaron con frecuencia la teja "española" o de barro con la paja. Los frentes son por lo general elevados y sus fachadas internas y externas revocadas y encaladas. Los aleros sostenidos por canes, alternan con simples comisas de ladrillo que reciben el tejaroz. Junto con esas grandes construcciones es posible encontrar otras más sencillas constituidas inicialmente por uno o dos cuartos, de dimensiones medianas, hoy subdivididos, y que sólo ocupan una parte del frente del lote, constituyéndose así el otro extremo de la escala que ofrece la ciudad. Las técnicas constructivas empleadas serán las mismas, no así los elementos ornamentales, ni su altura, ni la sencillez de los espacios que la constituyen, ni la forma en que se articulan, es en fin una arquitectura diferente, ajena a las pretensiones sociales y reflejo indudable de una clase menos favorecida económicamente. Existe un documento importante para poder comprender el caso de Tunja que se elaboró en 1610 y que ya ha sido publicado en varias oportunidades (5). Allí de los trescientos vecinos que se calcula poseer la ciudad en ese momento, 76 son encomenderos, es decir, uno de cada cuatro, y por otra parte de las 313 casas levantadas en el casco urbano, 88 son de dos pisos, las demás de uno, sólo estando cubiertas de paja 82. Es patente la casi coincidencia entre el número de los encomenderos y de las casas más significativas como eran las de dos pisos. Arquitectura religiosa Sobre esta rama de la arquitectura, tan significativa en el panorama latinoamericano, es bien poco lo escrito hasta hoy. Los mismos autores ya nombrados: Marco, Arbeláez y Sebastián (6), son los que han hablado sobre las primeras obras de arquitectura religiosa en el país, con un cierto sentido generalizador, si bien es cierto que avances a este respecto los hizo el historiador Guillermo Hemández de Alba, hace más de treinta años con dos de sus obras principales (7), aun cuando su interés primordial estribaba más en la imaginería y en las experiencias plásticas, que complementaban la arquitectura de la colonia, que en las calidades arquitectónicas. Los ejemplos del siglo XVI son bien pocos: la catedral tunjana, la cabecera y traza de la cartagenera y las iglesias bogotanas de San Francisco y la Concepción, así como San Laureano y Santa Clara, en Tunja y gran parte de la iglesia de Chivatá en Boyacá, tan ajena a la imagen que hemos f01jado de las iglesias de pueblo (8). -·o.· -· .·--- _- c.--~~---- ,,'' --11 -_o..;; 11 -----_, ___ .., ______ ·--"'--··_._.__ ____ .. _·---·-:.e--·---· ·· ---11 ,,1 PLANTA ORIG IN AL IGLESIA CAT DRAL DE T UNJA . SIGLO , r l . Capi ll a Dnmínguc7 ¡¡m¡¡rg0 2 . Capi ll a de lo.~ Mancipe 3 . Sacrbtia 4 . Capi ll a Hermand<~d del lcr 1 5. Torre ~~ala 1:500 222 Nueva Historia de Colombia, l t Vol. 1 4 -~-"I:·:·· • :::-.:-.... -. ... .:-.:_:-... -·--~~ --·- ···----- ---···-··- ··-·----·· ···-··-·· - -~-- ------ ~ - •• • ...-.. • • _ - - ·- - • • - · IGLESIA DE CHIVATA ••oro IGLESIA CATEDRAL DE CARTAGENA l. 2. 3. 4. Capilla del Sagrario Pórtico Antigua Sala Capitular Sacristía IGLESIA DE SAN FRANCISCO - BOGOT A 1. Nave Central 2. Altar de San Francisco 3. Sacristía 4. Convento 5 . Pre biterio r 1:):· ó . Altar Mayor 7 . Capilla de la Inmaculada ·r·' -- -~ &2 u [ IJ IGLESIA DE SANTA CLARA TUNJA. SIGLO XVI ID IGLESIA SAN LAUREANO T NJA. IGLO XV I E~cala 1:500 Con tan pocos ejemplos existentes es dificil efectuar un análisis completo de este tipo de arquitectura, o definir las influencias y sus más frecuentes características. No obstante, con base en los dos ejemplos más significativos, como son las ahora catedrales de Tunja y Cartagena, se puede afirmar que es manifiesta la presencia de un tradicionalismo estético y constructivo enraizado en el gótico, fácil de apreciar en los arcos apuntados ligados a la cubierta mudéjar, para el caso de la iglesia matriz de Tunja (que se repite en la iglesia de Santa Clara), y en la cabecera ochavada y con bóvedas de la catedral cartagenera. Algo similar encontramos en las otras iglesias tunjanas o bogotanas: cierta generosidad en las naves, muros robustos muy cerrados, cubiertas por alfarjes, donde la más pobre en su terminación es la de San Laureano en Tunja, en tanto que San Francisco y la Concepción de Bogotá, poseen dos ejemplos muy elaborados de artesón como ocurre también con Santa Clara de Tunja. Las fachadas distan hoy mucho del diseño y condiciones iniciales en razón de las posteriores modificaciones, cuyo alcance real nos es desconocido. De las iglesias mencionadas es quizá la de Chivatá una de las más significativas, al menos por dos razones: la primera, por dar un tratamiento diferente a la capilla mayor, puesto que no es una simple fracción de la nave, sino que se le asigna en planta una dimensión diferente al ancho de esta, y la segunda, porque espacialmente se le da un tratamiento diferente al cubrírsele con bóveda de mampostería, en tanto que el cuerpo o nave se le cubre de par y nudillo, solución que no se repite en la región, constituyéndose así en espacio de características especiales no presentes en obras de su época o posteriores. Puede añadirse a lo dicho, la real influencia del Renacimiento manifiesta en documentos de los primeros años del siglo XVII, donde se describe su estado y características ya definidas desde 1580 (9). 223 La arquitectura colonial 1 1 PLANTA ORIGINAL SIGLO VI ·- .... ~ -=.-r ~"'" J ...--....... PLANTA ORIGINAL SIGLO XVI ~-.... l:i"" ESTADO ACTUAL IGLESIA DE SAN FRANCISCO. TUNJA Escala 1:500 Otro de los aspectos importantes de la arquitectura religiosa es el relacionado con los conventos que las diversas comunidades religiosas. erigieron en el país. Por desgracia, de los vanos construidos en el siglo XVI, son bien pocos los que han llegado completos hasta nuestros días en razón de la destrucción continua que de ellos se ha hecho en lo que ya va corrido de este siglo ... No obstante, de varios de los desaparecidos existe documentación gráfica que permite efectuar análisis casi completos de sus características arquitectónicas, y se trata por lo general de los más antiguos, iniciados antes de 1600, como son el de San Francisco de Tunja demolido por un emprendedor gobernador d~ Boy~c,á (?) o ~1 de San Francisco de Bogotá, tambien destruido para levantar el edificio de la gobernación, por lo que sus iglesias quedaron sólo como testimonios del esplendor de los conventos, mutilados en varias de sus relaciones de funcionamiento. De tales conjuntos perdura un buen ejemplo: el convento y su iglesia de Santo Domingo de Tunja, en el interior del país y el magnífico de Cartagena. La disposición es similar en cuanto a la relación iglesia-claustro y la vía pública, al menos en la forma en que se nos presenta actualmente, porque debe recordarse que el ingreso de la iglesia dominicana de Tunja se efectuaba por una ronda y compás ubicados detrás ~el. altar m~yor, antes de su inversión ( 1O). SI bien es cierto que gran número de conventos fueron fundados durante la segunda mitad del siglo XVI, su fundación no pasó del IGLESIA DE SANTO DOMINGO . TUNJA Escala 1:500 CONVENTO DE SANTO DOMINGO. CARTAGENA l . Coro 2. Aljibe 3. Sacristía Escala 1:500 plano canónico, pues casi todos utilizaron por algún tieJ?pO casas. en_ arriendo o emplearon construccw~es transltonas a la espera de mejores oportumdades para levantar edificios de al- 224 gún significado. Esto no ocurrió sino al terminar el siglo XVI y en su construcción se emplearon buen número de años del siguiente siglo. Se da así el caso de poseer una traza concebida en el XVI y una ejecución, con sus inevitables incidencias estéticas el XVII. De los pocos ejemplos levantados, así fuera parcialmente, en las postrimerías del siglo de la Conquista, se patentiza la influencia mudéjar en la frecuencia con que aparecen los alfices, los arcos peraltados, los pilares ochavados u octogonales, pero no puede decirse nada similar sobre la diferente organización del convento: la iglesia siempre estará adosada a un costado del claustro; el ingreso al convento en lugar próximo a la iglesia, el claustro cuadrado o aproximadamente cuadrado formado por dos pisos, las excepciones se darán un siglo después. La iglesia misma contará con coro alto a los pies en configuración que consideró como propia del gótico-isabelino el historiador Arbeláez Camacho, pero que más parece responder a claros dictados de funcionalismo al permitir la separación física de los monjes y el público, y la realización de actos religiosos propios de ellos. Coadyuvan la tesis de Arbeláez, el hecho de que, en sus inicios, muchos de esos templos conventuales contaban con sólo una nave, siendo las posteriores resultado de adiciones o modificaciones tardías, o efectuadas al menos en otras épocas. La finalidad catequística de los conventos es indudable y se aprecia con facilidad al ver cómo éstos se distribuyeron paralelamente con las ciudades por la geografia nacional y coincidiendo precisamente con ellas para poder asegurar la permanencia de la institución, su labor religiosa y la posibilidad de erigir edificios estables al coincidir, de estas maneras las razones económicas y demográficas con las religiosas, de manera que llegaron a constituirse en sitios puntuales de donde irradió la acción pastoral a las áreas circunvecinas, además de conformar esas áreas potenciales fuentes de recursos económicos, muestra de lo cual se palpa en los frecuentes litigios que causó la posesión de determinados curatos o doctrinas. Alguna interpretación de trascendencia urbanística se ha querido dar al fenómeno de la aparición de conventos y de su correspondiente labor catequística, presuponiendo todo un plan que por etapas va del convento en la ciudad hasta la iglesia doctrinera, pero donde el esquema no pasa aún del plano subjetivo (11) sin Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 documentación adecuada que permita corroborar los planteamientos. Puede afirmarse, por ser obvio, que fueron primero las ciudades que los conventos, los pueblos indígenas que los centros doctrineros y sus causas parroquiales, que primero se trazaron fisicamente y se poblaron y luego se encomendó su doctrinamiento católico a los clérigos seculares o regulares, y esto en forma sistemática, sólo al comenzar el siglo XVII. No debe olvidarse que por esa época existía el Patronato Real. Arquitectura militar La historia de la arquitectura militar en el país se ha circunscrito casi específicamente al caso de Cartagena y a mencionar la existencia de algunos fuertes que en el transcurso del período colonial se llegaron a ejecutar, abandonar o demoler en ciertos lugares de la costa del Atlántico. Hasta ahora se ha circunscrito su estudio, como un tema especial, desarrollado por los mismos historiadores ya citados: Marco, que también ha escrito la mejor obra sobre Cartagena; Luis Duque, y más recientemente el señor Zapatero (12). Otros autores, utilizando la información conocida, han intentado estudios que contemplan más las circunstancias técnicas de orden militar, como ocurre con la obra del general Pedro Julio Dousdebés (13) o se limitan a recalcar sus valores con un enfoque lírico como ocurre en el capítulo que se le dedicó en la obra El arquitecto y la nacionalidad. No obstante lo hecho hasta ahora, no es suficiente el camino recorrido en el sentido de explicar integralmente con referencia a las causas reales, internas y externas el fenómeno de las defensas militares levantadas en todo el territorio nacional. Durante el siglo XVI, las defensas erigidas en las gobernaciones de Cartagena y Santa Marta, fueron de dos géneros: aquellas que a manera de cabezas de puente se utilizaron transitoriamente para protección de soldados, luego de las batidas, rescates o saqueos que a manera de "razzias" se organizaron desde muy temprano con el fin de obtener las riquezas acumuladas por los indígenas o de cobrar venganzas por los "desmanes" de los nativos no dispuestos a permitir que gentes recién llegadas los despojaran de sus bienes. Eran defensas sencillas concebidas para protegerse de los ataques que venían del interior, con una escala de calidad técnica proporcionada a la efectividad de las armas in- La arquitectura colonial 225 dígenas, como fueron las estacadas o empaliza- gena diezmada por la guerra, sometida a contidas, que por la misma calidad de los materiales nuos tratamientos vejatorios o al mestizaje, disempleados desaparecieron con prontitud. Las minuyó notablemente. Las productivas encosegundas se dispusieron para la defensa de po- miendas de las primeras décadas se sustituían sibles agresiones externas, originadas en países progresivamente por un nuevo sistema donde europeos o por grupos de piratas que actuaban figuraba el corregidor de indígenas y el resguarpor su cuenta saqueando los asentamientos espa- do, como medio de protección que encierra un ñoles en América. La inoperancia de tales cons- interesante contenido político y un oculto interés trucciones se demostró en 1586 con el ataque, económico, al constituirse en el mejor mecatoma y saqueo que efectuó el pirata sir Francis nismo para liberar de indígenas extensas áreas. Drake, a la ciudad de Cartagena que, para esa Es curioso el resultado de las medidas adoptadas época ya contaba con algunos fuertes, incomple- justamente en el cambio de siglo y que he podido tos y planeados sólo para la defensa de ataques examinar rápidamente en el Archivo Nacional llegados por bahía, dejando al descubierto el para áreas de Cundinamarca, Boyacá y parte de resto de su contorno y las posibles variedades Santander ( 14). Varias medidas se adoptaron e imde un asedio. pusieron en el lapso de 25 años: la primera la No se produce con la penetración española reducción de los indígenas dispersos por amplias al interior del país una manifestación paralela regiones por medios coactivos, en poblados orde arquitectura militar, la rapidez y efectividad ganizados según las normas urbanísticas compiteatral de las armas de fuego permitió un fácil ladas por orden de Felipe II y que han sido la ingreso por extensas tierras donde la población base para hablar del urbanismo español en no era densa. El pueblo chibcha, que contaba América, cuando mejor sería hablar de que tales con la mejor orgamzación militar, dio hospedaje normas se universalizaron después de realizadas a los invasores y cuando se fastidió con su pre- las principales fundaciones. De todas maneras sencia ya era demasiado tarde para lograr su es cierto que ellas se emplean masivamente en expulsión, de manera que para los españoles el altiplano cundiboyacense y en las estribaciofueron innecesarios los cercados, fortines u otras nes inmediatas que lo rodean, entre los años de obras más sofisticadas. Las exploraciones que 1600 y 1604 (15). El resultado inmediato fue conen el siglo XVI se efectuaron por el Valle del centrar la población dispersa en 25.000 kilómeMagdalena o en los Llanos Orientales sólo cau- tros cuadrados, en algo más de 150 poblaciones, saron sinsabores y pérdidas cuantiosas pero no a cada una de las cuales se le pretendía asignar generaron las condiciones suficientes para crear un cura doctrinero con el doble carácter de prolinderos definitivos, verdaderos frentes de bata- pagador de la fe y de representante del poder lla, con las tribus belicosas que los poblaban y civil que le asignaba el cargo. El segundo efecto que, en realidad rodeaban de lejos las zonas fue permitir acotar con mayor claridad la extenpobladas del altiplano, las ciudades puerto del sión de los terrenos asignados a las comunidades Atlántico y las de altas tierras de Popayán y indígenas en tomo a sus nuevas poblaciones y Pasto. La tierra era muy extensa en esa época. de contera poder defmir la extensión de los que se reservaba el Rey. Sólo así es posible entender cómo a los indígenas se les asignó un área global El siglo XVII: el urbanismo próxima a los 500 kilómetros cuadrados, contra y la planificación territorial los 24.500 reservados para el Rey, que de esa manera podía repartir dadivosamente, a través 1 iniciarse el siglo XVII se logra la domide la Real Audiencia o de algunos cabildos, sus nación o pacificación como dio en denominarse la guerra declarada contra las tribus que "posesiones" entre los encomenderos, sus hijos pretendieron conservarse libres de la presencia y cuanto peninsular llegara a estas tierras. Se española en el centro del país; es entonces produjo de esa manera una modificación sustancuando se organiza mediante visitas el funciona- cial en la geografia política y demográfica del miento administrativo, el cobro de los impues- país, al desaparecer infinidad de asentamientos tos, su enseñanza religiosa y su adoctrinamiento mdígenas, al variar su distribución general, y político. El aumento de la población criolla y dar origen a problemas que hoy conocemos peninsular en las ciudades y villas fundadas en como minifundio, paralelo al latifundio. Puede el siglo anterior era notorio en tanto que la indí- anotarse que casi ninguna de las poblaciones A Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 226 fundadas en ese momento han desaparecido, en tanto de 500 a 700 poblados que existieron por la época de la conquista fueron eliminados y nos son completamente desconocidos en su ubicación. La planificación fisica de todas las poblaciones de Cundinamarca y Boyacá se debe al licenciado Luis Henríquez, oidor de la Audiencia y quien personalmente en la gran mayoría de los casos, o mediante el escribano don Rodrigo Zapata, visitó cada lugar y expidió las instrucciones precisas al encomendado para realizar tanto la traza como el poblamiento de los indígenas y la quema de sus antiguos asentamientos. El licenciado indicó el lugar de la plaza y de la iglesia, y "gros so modo" la manera como debían salir las calles de la plaza, la forma de distribuir los lotes entre los indígenas, sus dimensiones y otras indicaciones pertinentes como la localización en un mismo costado de la plaza de los poderes civil y religioso simbolizados en las casas del cacique y el doctrinero flanqueando la iglesia. No ocurrió de igual manera en Santander. A esa abrupta región inscrita en la jurisdicción de Tunja, donde además de las ciudades de Vélez y Pamplona se encontraban también las de La Grita y San Cristóbal, fue por delegación de Henríquez, el corregidor de Tunja capitán Antonio Beltrán de Guevara. Los resultados de su acción, ostensiblemente diferentes, se palpan en los planes y documentos existentes en el Archivo Nacional. La organización fisica de las poblaciones ordenadas a fundar por este funcionario es bien diferente para cada caso, como si se tratara de ensayar fórmulas. Coloca la iglesia por lo general aislada en el centro de la plaza de la cual salían las calles por dos o cuatro costados y ocasionalmente por las esquinas. También se da el caso de crear una gran plaza o espacio público que partía en dos la población para situar separados indígenas pertenecientes a dos tribus diferentes (!). No siempre fueron comprendidas y aplicadas adecuadamente las normas de Felipe II en cuanto al urbanismo en las Indias. Es del caso anotar que, en la única obra que se ha escrito sobre el Urbanismo en el Nuevo Reino de Granada, cuyo autor es el arquitecto Carlos Martínez, se publicaron algunos planos elaborados por el escribano Juan de Vargas, de orden de Beltrán de Guevara, pero sin comentarios especiales sobre la incidencia de su acción al romper los patrones de cuadrícula o damero existentes en ciudades y poblaciones ya organizados en el altiplano. No está todavía bien documentada la acción pobladora y la repartición de tierras en el país como para poder establecer teorías generalizadoras, las anotadas hasta ahora sólo cubren un sector reducido del territorio nacional. También debe tenerse en cuenta la posible presión ejecutada por los encomenderos para adquirir tierras, pues indirectamente se puede adivinar en casos como el de Vélez, cuando en la visita que le hizo el oidor don Lesmes de Espinosa Saravia en 1617, quedó claramente establecido que casi todos los vecinos encomenderos tenían abandonadas sus casas de la ciudad y en estado ruinoso, porque permanecían con sus familias en los aposentos que poseían a lo largo y ancho de la cuenca del río Suárez, donde mantenían hatos y trapiches (16). En Tunja la situación es diferente por ser una ciudad de mayor población y cabeza de corregimiento, de manera que unos cuantos encomenderos podían permanecer ausentes en sus aposentos, sin afectar el curso normal de la vida urbana. La vivienda Es precisamente en este siglo cuando se estabilizan las familias radicándose en localidades específicas al abandonar progresivamente la migración permanente que se dio en el siglo XVI. A esta situación contribuyó el poderse contar con tierras suficientes con lo cual vino un aumento de aposentos, origen de nuestras actuales haciendas, muchas de las cuales aún conservan el apelativo de aposentos. La lejanía de las ciudades existentes en los primeros años de la Colonia, propicia la aparición de nuevos núcleos urbanos para españoles con calidad de ciudad o de villa, de manera que muchos trámites administrativos se abreviaron a la par de las distancias, permitiendo por otra parte contar con mercados próximos para la venta de algunos productos agropecuarios originados en los campos . La concentración indígena en las poblaciones creadas en los primeros años del siglo XVII permitió contar con un fácil mercado de mano de obra obtenible a través de "conciertos", mediante el cual se convirtió el indígena en fuerza de trabajo para emplear en las mismas tierras que había abandonado por orden superior y que ahora pertenecía a la nueva sociedad rural o urbano-rural de españoles y mestizos. Con el mecanismo del concierto se mantiene la tradicio- La arquitectura colonial nal vivienda indígena que ha llegado a nuestros días como "rancho" campesino, al tener que hacer nuevamente viviendas en los terrenos que se comprometía a trabajar en beneficio del hacendado. Por otra parte, es en este momento cuando comienzan a definirse las características arquitectónicas de los aposentos o haciendas, como se verá más adelante. Con el siglo XVII llega también, la estabilización administrativa, y el incremento de la población urbana, del comercio, de las manufacturas y de muchas otras actividad~ S pn?pias. de una sociedad organizada. Es una situacwn bien diferente del ímpetu descubridor de los primeros tiempos y de una sociedad que no contaba sólo con encomenderos, o sea personas vinculadas a los grupos indígenas y a la actividad agropecuaria. Por el contrario la ciudad ve surgir nuevos grupos conformados por ~u_ncionarios, .artesanos, etc., para quienes la vivienda orgamzada en función de la relación campo-ciudad, no tiene sentido, puesto que vive introvertidamente, y debe contar con recintos más propios para actividades sociales que para las de tipo agrícola. La resultante es clara: obras arquitectónicas levantadas sobre predios más pequeños, -subdiyisión de los primitivos-, con menores pretensiOnes en sus ornamentos, materiales o espacios, por faltar el recurso instituible de los tributos indígenas, con patios menores y transforma~?s en jardines por pérdida gradual d~ la _relac~?n campo-ciudad, donde se llega a la simphficacwn en las técnicas constructivas, reflejo de la aparición de las varias capas socioeconómicas de la población total una arquite~tura más se~cilla y uniforme, en general, con eJemplos ocasiOnales de mayor alcance. Es claro que estas obse~­ vaciones globales sólo son válidas para determinadas regiones como Tunja y sus alrededores, en otras por el contrario es el siglo XVII el momento de las grandes construcciones, o por lo menos de su iniciación. Fundamentalmente se trata de las ciudades situadas en las rutas comerciales: Cartagena, Mompox, H~mda y Santa ~e. La primera, ya al abrigo del sistema defensivo iniciado al concluir el siglo XVI, punto de llegada y partida de la Carr~r.a de las l:~1dias, da paso a construcciones ambiciOsas que distan mucho de poseer los patios desahogados que se pueden encontrar en el i~terior del ~a~s. Son más importantes los espaciOs para depositas que los lugares para albergar las recuas; este desarrollo alrededor de espacios limitados generará pos- 227 teriormente los entrepisos de las casas cartageneras, como también se produjeron en la ciudad de Cádiz, bajo condiciones análogas. Mompox, como escala obligada y bodega de los productos que venían de España, por una parte? o que salían del virreinato, por otra, atesora nquezas, a la par que Cartagena, derivadas del transporte en champán que efectuaban los esclavos negros de los vecinos momposinos. En muchos casos son las mismas familias las que actúan en una u otra, ciudad y villa. La presencia en el río con su actividad, y la no limitación territorial permitieron ese crecimiento característico_ de Mompox, de tipo lineal. Es el lugar apropiado para producir otro tipo de construc~iones: Sus viviendas, más generosas en espacios abiertos que las cartageneras, se desarrollan en una sola planta, por lo general-hay más desahogo co~o resultado de las riquezas atesoradas. Esta circunstancia portuaria presiona de tal manera que, buena parte de las construcciones que existen sobre la orilla del río o Albarrada, como se le conoce no son viviendas sino construcciones para depósitos de los innumerables comerciantes asentados en la Villa de Santa Cruz de Mompox; algunas se continuaron u~~ndo para los .~ismos fines otras han sido habilitadas para viviendas al d~caer la importancia del lugar en el siglo pasado (17). Así, llegados a Santa Fe podemos ver_ cómo sus viviendas cubren toda la gama de cahdades desde la vivienda cubierta de paja, de corta elevación simplicidad espacial y ornamental, como las situadas en los barrios periféricos, hasta casas más elaboradas como la situada en la esquina del Camarín del Carmen, hoy sede de la alcaldía menor de Santa Fe de Bogotá, donde no escasean los arcos ni las columnas de estilo toscano, con patio de dimensiones discretas pero dotado de amplias galerías. En el occidente del país, nada nos ofrecen Popayán y Pasto, pese a su i~portancia durante esa época, a causa de los vanos terremotos que las han afectado en diversos momentos de su historia, en ese siglo o el siguiente. ' o Arquitectura religiosa secular y regular Es quizás el siglo XVII uno de los más significativos en la producción de este tipo de arquitectura; se concluy~n todos los conventos iniciados a fines del antenor, se construyen otros y se levanta una gran cantidad de templos. La Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 228 fundación de las poblaciones indígenas o pueblos de indios al inicio del siglo, llevó consigo la ejecución de iglesias en número similiar. Su función o características para el área central del país, Cundinamarca y Boyacá se definió en los muchos contratos que celebró el licenciado Luis Henríquez con diversos maestros, alarifes, canteros o carpinteros como expliqué en un corto estudio elaborado sobre tal tema (18). En él demostré cómo las iglesias se ajustaron a un mismo patrón, que es el siguiente: muros en tapia pisada, con portada o portalejo, puerta con arco de medio punto, espadaña, varios contrafuertes, algunas pocas ventanas, arco total, una nave, cubiertas con armadura de madera de las llamadas de "par de Nudillo" y entejadas. De ellas subsisten cierto número, otras muchas han desaparecido por la acción de la piqueta demoledora en los últimos 40 años, y algunas de tiempo atrás se abandonaron y fueron vencidas por la acción inmisericorde del tiempo y de la falta de cuidados, entre los siglos XVIII y XIX. No fueron esas iglesias de manera alguna parte de conjuntos doctrineros similares a los existentes en México o Bolivia, porque no contaron con atrios para procesiones, ni se levantaron al tiempo con las capillas posas que ocasionalmente las acompañan, ni contaron con capillas abiertas como afirmó hace unos años el arquitecto Arbeláez. Las posas se levantaron casi un siglo más tarde, entrando el siglo XVIII, con carácter de ornato y sólo en algunos lugares, sin llegar a ser una verdadera constante. La arquitectura de esas iglesias de pueblos indígenas es sencilla, sin pretensiones, pero de agradable franqueza constructiva que constituye quizá su mayor encanto y la razón última del cariño con que se les admira. No parece haber tenido el mismo éxito en su gestión arquitectónica, el lugarteniente de Luis Henríquez, el señor Beltrán de Guevara, en su misión por los territorios de Santander y el Táchira; algunos sismos pudieron destruir lo ejecutado, o tal vez la lejanía de Santa Fe, permitió que se olvidara rápidamente la orden de construcción de templos en ese siglo, pues hasta ahora es muy poco lo que puede afirmarse que se construyó entonces. Del resto del país nada se sabe, falta buscar documentación y confrontarla con la realidad. En el plano de la arquitectura regular o conventual, no puede hablarse de manera similar a la secular; en cada orden, las influencias son - -·-· 1 • 1 1 • 1 ·-----~ 1 1) 1 ------ ·- --- • --, • • .. • OICATA ( 1600) 10 10 ESCALA SACHICA ( 1600) diferentes y aun dentro de ellas no se acostumbra uniformar las soluciones, por falta de normas impositivas para tal efecto y por el carácter diferente de cada unidad, debe pues estudiarse cada caso como ejemplo aislado. Podemos no obstante, considerar dos tipos diferentes: los urbanos y los rurales, y aun de los primeros cabría hablar de los levantados dentro de la cuadrícula de la ciudad y aquellos ubicados en su periferia o en lugares discretamente aislados. Cada localización obedece a fines bien diferentes que merecen considerarse por las consecuencias arquitectónicas o urbanas que implican. Todos los conventos levantados dentro de las ciudades cumplen diversas funciones; la catequística y litúrgica que requiere de templos amplios donde pueden desarrollarse los ritos del culto -es la parte pública del convento-, espacios apropiados para la vida comunitaria de sus frailes que por tradición dentro de la Iglesia se organizan en cuadro alrededor de un patio claustrado, o lo que es lo mismo, rodeado por galerías cubiertas; pueden añadirse uno o dos patios más correspondientes a la zona de novicios, enfermería, o como fue común, mantener un colegio o universidad como medio complementario del apostolado religioso e instrumento adecuado La arquitectura colonial 229 para ganar futuros benefactores. Los mejores ejemplos los tenemos en los conventos o casas de los jesuítas de Bogotá y Popayán, para citar sólo dos casos. Las casas de recolección o de retiro como la Popa en Cartagena o San Diego en Bogotá, esta última hoy mutilada, son dos de los ejemplos de los iniciados en ese siglo. Por último encontramos el caso de los conventos, de tipo rural por su ubicación y de tipo contemplativo por su fm religioso, de los cuales existen dos buenos ejemplos: el convento del desierto de Nuestra Señora de la Candelaria en Ráquira, el único levantado específicamente para albergar una comunidad dedicada a la contemplación, cuyas más importantes alteraciones datan desde hace 80 años y que se desarrolla alrededor de un patio cuadrado dotado de gruesos pilares que le imprimen un carácter de serenidad difícil de igualar. Ha contado tradicionalmente con un compás o patio de ingreso, al '' __ ..J r-• : ltiSii-17118 t...-1_ _ _ __ _ . . .... ...... r1~ . . CONVENTO DE SANTO ECCE HOMO E~c a l a 1:500 estilo de muchos antiguos conventos españoles, que originalmente se situaba donde hoy se encuentra el cementerio. Posee dos plantas, sus paredes de tapia y adobe y madera en sus vigas, puertas y barandas, siendo sólo esos materiales con los cuales se configura una arquitectura sobria, exenta de ornamentos y superfluidades. Caso un tanto diferente es el convento de Santo Ecce Horno que por las normas o estatutos de la orden, no podía constituirse en uno de tipo contemplativo, por lo cual ha alternado entre casa de descanso de ancianos y recuperación de misioneros, y convento ordinario hace un par de siglos cuando logró aglutinar a su alrededor una pequeña población de la que sólo queda la plaza que se abre en su frente. Levantado por etapas claramente diferenciables, pese a ser de una planta, sus galerías están formadas por columnas toscanas y arcos de medio punto. Posee una buena iglesia ejecutada con cierto primor y tino, por su excelente artesonado, sus claras proporciones y su extraordinario arco total de nítida inspiración mudéjar, además del recientemente perdido reboque o pañete de la fachada principal, obra única en Colombia, por la ornamentación y técnica de elaboración de la misma (19). ONVENTO DEL DESIERTO DE LA CANDELARIA PLANTA PRIMER PISO TA UAL Escala 1:500 No obstante lo dicho, las obras más significativas son las varias iglesias jesuítas levantadas en Bogotá, Tunja, Cartagena, las cuales, pese a que Arbeláez (¿arnacho defendía la no Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 230 existencia de dicho estilo, se ajustan tanto en planta como en volumen al patrón tan conocido de la iglesia romana de "II Jesú": una nave con bóveda, capillas laterales, transepto cuyos brazos no sobresalen ostensiblemente en planta, y una cúpula en el cruce de la nave y el transepto. La ornamentación se encargará de establecer las "grandes diferencias", pero la arquitectura obedecerá a un mismo patrón que tanta difusión tuvo por todo el mundo (20). (Se puede ver la planta de San Pedro Claver y San Ignacio, de Tunja) IGLESIA DE SAN PEDRO CLAVER. CARTAGENA 1. Coro 2. Torre 3_ Sacri tía 4 . Osario IGLESIA DE SAN IGNACIO. Escala 1:500 Escala 1:500 Arquitectura militar La frecuencia con que aparecían en las costas americanas, los bucaneros, piratas o corsarios, fue motivo ineludible para la construcción de un sinnúmero de defensas en los puertos y en algunos lugares estratégicos. Los esquemas adoptados por España, para ser empleados en América responden a los mejores criterios técnicos desarrollados en Europa, por la sencilla razón de traer que contrarrestar ataques efectuados no por naves aisladas, sino generalmente por verdaderas flotas dotadas de las más efectivas armas de combate. Extensas costas, un gran número de puertos, infinitas islas constituyeron facilidades para ataques, contrabando o reabastecimiento de piratas, y una permanente preocupación para España que debía enfrentar dos enemigos simultáneos: los del mar y los mismos americanos interesados en el contrabando para eludir los altos derechos de importación. La solución adoptada fue muy clara: concentrar en pocos puertos la autorización de embarques y de~embarques de mercancías llegadas de España o Africa. Y dotarlos de defensas efectivas. Así, en nuestras costas del Atlántico, tres ciudades polarizaron la atención: Cartagena, Santa Marta y Riohacha. La primera por su amplio puerto y la insularidad de casco urbano, la segunda por contar con una bahía muy segura para los barcos, si bien su defensa por tierra era casi imposible, y la tercera en razón de la explotación perlífera, que alcanzó a tentar fuertemente a algún obispo de Santa Marta, a punto tal de causar desvelos al gobernador, también requirió de algunas defensas, aun cuando su topografia no se prestara para ello. Otros lugares como Tolú, también poseyeron algunas defensas. La Costa Pacífica con una menor importancia portuaria, por lo dificil del camino de Buenaventura a Cali, no jugó papel significativo por no interesar a España su desarrollo ni a los piratas su ataque, que comúnmente sólo llegó hasta los puertos del extremo sur de América. La defensa de Cartagena implicó el tanteo de varias alternativas, método que condujo a desechar fórmulas adoptadas en ciertos momentos cuando su efectividad no quedaba demostrada luego de algún ataque, hasta llegarse a configurar un plan complejo pero efectivo en cuya ejecución se empleó casi todo el siglo XVII y tres cuartas partes del siguiente. Por tales razones aparecen y desaparecen fuertes, o se abre o cierra la bahía por Bocagrande, se crean escolleras y se levanta el muro que, por etapas irá encerrando la ciudad con miras a hacerle inexpugnable. Todo ello complementado con el llamado Castillo de San Felipe de Barajas concebido para la defensa de la ciudad de los ataques provenientes de tierra y control de los canales que la separaban de tierra firme, lo mismo que al arrabal de Getsemaní. Buena razón de estos pasos nos representa el profesor español Enrique Marco, en su excelente obra Cartagena de ¡lidias, Plaza Fuerte. La arquitectura colonial El siglo XVIII y los albores del XIX: nuevas fases del urbanismo. Cambios sociales, políticos y económicos E 1 siglo XVIII trae varios cambios sustanciales pues durante él se concretan situaciones creadas con anterioridad y aparecen algunas otras que contribuyen a cambiar el carácter general de la Nueva Granada en muchos órdenes: transformación de la Audiencia en virreinato, nueva actitud de la Corona con su mejor expresión, la Expedición Botánica, la Revolución de los Comuneros, la guerra de España con Inglaterra, etc., además de los cambios normales en el campo demográfico como la disminución enorme de la población indígena, el incremento de la blanca y en especial de la mestiza; mayor expansión del comercio y de algunas formas semiindustriales de producción. Todas esas circuntancias y otras más que omitimos, son motivos suficientes para que, durante el siglo XVIII, se produzcan dos fenómenos correlativos: la extinción de gran número de pueblos de indios y la aparición de un número similar de pueblos de blancos que se constituían con vecinos blancos, mulatos, negros, mestizos, etc., menos indígenas. En casi todos los casos la misma localidad perdía una calidad y población y adoptaba y recibía la otra. Dos fases bien diferentes se vivieron en las aldeas, pueblos y pequeñas ciudades colombianas durante la Colonia: de 1600 a 1750. A grandes rasgos, se puede afirmar que durante el siglo XVII, estos poblados permanecieron como asentamientos netamente indígenas, con cura doctrinero y autoridades al estilo español, aprovechando las mismas calidades que la tradición les consagraba. De mediados del siglo XVII en adelante, con la reducción o extinción de la población indígena pura se inicia una nueva vida que llega a nuestros días, iniciándose como viceparroquias, parroquias y ocasionalmente como villas con párrocos, y alcaldes, hasta adquirir durante la República el título nivelador de municipio. Ese cambio que se presenta a partir de 1750, significa, para la población indígena, un nuevo desarraigue para concentrarse sólo en algunas pocas localidades, con el fin de dar cumplimiento a normas muy claras estipuladas en las Leyes de Indias, sobre aislamientos de los nativos. Nuevamente se produce una liberación de tierras: las pertenecientes a los resguardos extinguidos que se sacan a remate: son menos de 231 500 kilómetros cuadrados en Cundinamarca y Boyacá, pero en gran parte conformados por tierras de primera calidad. Así se permitirá engrosar algunos latifundios y en parte las arcas reales, porque además de los resguardos se vendieron las tierras del asiento de la población, o sea los lotes, por ser patrimonio real, como también fueron asimiladas, por la misma época, las tierras y propiedades, extensas por cierto, de los jesuítas. Es significativo el intento del arzobispo Pedro Felipe Azúa para conciliar intereses disímiles mediante un experimento llevado a cabo en Zipaquirá. Fue una fórmula para lograr, dentro del marco de las leyes, que los grupos de blancos u otros grupos étnicos, habitaran en un pueblo de indios. Es conocido el hecho de que en muchos lugares se trasgredían las normas por diversas causas, a tal punto que los indígenas llegaban a arrendar sus casas o sus lotes a los blancos para que las habitaran o transformaran en depósitos u otras modalidades comerciales, y como consecuencia terminaban sufriendo las vejaciones que por lo común soporta toda raza sometida: trabajos no remunerados, arriendos no cancelados, explotaciones económicas, etc. La solución se experimentó en Zipaquirá por ser un lugar apropiado, toda vez que era una de las encrucijadas comerciales del país y sede de una industria de explotación que aún subsiste: la sal. Allí se trocaban los productos llegados de Santander (Vélez y Socorro), como las conservas de guayaba, panela y azúcar, amén de otros productos de tierra caliente, por la sal producida por los indígenas del lugar, a quienes les pertenecía por cédula de 1606, además de la parte que se remataba en ciertas personas con el fm de asegurar la producción constante, con cuyo ingreso se fomentaba una caja de comunidad. Esa situación de prosperidad llevaba consigo la presencia de gran cantidad de comerciantes que terminaron radicándose en el sitio con perjuicio de los indígenas. Así, de la propuesta hecha al Rey en carta de 7 de octubre de 1749 por el arzobispo (21), surgió una división "sui generis" que permitía vivir a los indígenas en una parte del pueblo, con hornos y fuentes de agua sal, y en otras los blancos y demás razas y con el dominio de las vías de acceso. Como resultado se formó un largo muro recto con dos puertas de intercomunicación: una de carácter comercial a la zona de producción de sal y otra de tipo religioso inmediata a la iglesia. Iglesia que cabe 232 recordar, fue levantada en gran parte a costa de los indígenas y la cual quedó dominando la plaza principal asignada al sector ocupado por los blancos. Fue Zipaquirá, así, una verdadera población siamesa, con dos plazas, dos alcaldes y un sólo cura. El experimento del cual da razón el arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora en su relación de mando, treinta años después de efectuada esa división artificiosa, no prosperó, pues cuando pocos años antes, en 1779, el señor oidor Antonio Moreno y Escandón determinó trasladar a los 80 indios de Zipaquirá a Nemocón, acabó con el ensayo que al parecer no produjo los resultados apetecidos y así dio pie a los vecinos para obtener del arzobispo la erección en parroquia. Huellas han quedado, no obstante, del ancestro indígena en la zona occidental de la ciudad, donde sus calles no obedecen a los critieros de rigor geométrico preconizadas en las Leyes de Indias, sino que configuran fácilmente encrucijadas de sabor medieval (22). La arquitectura doméstica urbana y rural La vivienda urbana del siglo XVIII, que es la más conocida de la época colonial, cubre aún zonas muy significativas de muchas poblaciones del país, si no de la totalidad de algunas, y se le halla también en varias de las más importantes ciudades. Podemos de antemano anotar que no son tan radicales los cambios que se producen del siglo XVII al XVII en el terreno de las resultantes arquitectónicas o en el de su funcionamiento; más bien puede hablarse de la ampliación de las ya existentes, con adición de nuevos patios, por ejemplo, o de subdivisión en otros casos. Tal vez el rasgo más significativo lo encontramos en algunos cambios en el empleo de los materiales como el abandono progresivo de la piedra para labrar columnas y su reemplazo por la madera, con lo cual el carácter de los patios variará notablemente, y a la vez se obtendrá diversidad de interpretaciones en la conformación de los soportes, pues serán cuadrados, octogonales o circulares en su sección las zapatas que recibirán los pisos superiores o los techos contarán con labras más o menos complejas. Como consecuencia los arcos desaparecen y el sistema se simplifica con el uso de vigas también de madera (sistema arquitrabado). Sólo permanecerán de piedra las basas de los pies derechos o "columnas de madera". Se populariza el Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 empleo del abobe en remplazo de la tapia pisada por mayor simplicidad en su ejecución, y posibilidad de levantar muros más delgados. Por otra parte en las viviendas de las capas sociales más elevadas aparece con mayor frecuencia el ladrillo, a no ser que razones especiales lo hagan indispensable como es el caso de Mompox donde las inundaciones periódicas del río Magdalena obligó a sus moradores al empleo de un material resistente, o en las ciudades de Santander o Cartagena donde la humedad del piso imponía sus condiciones. Los últimos florecimientos de la llamada "carpintería de lo blanco", es decir, de la ejecución de ricos artesonados y otras formas de techumbres en maderas labradas se dan en la primera mitad del siglo como puede anotarlo en un estudio sobre Mompox (23). Se presenta en este siglo una generalización de formas, ornamentos y soluciones espaciales pero por regiones, con lo cual queda clara la incidencia del medio. Tres casos pueden traerse a cuento: Popayán, reconstruida después del sismo de 1736; Mompox, cuyas obras corresponden en su mayoría al siglo XVIII, y Zipaquirá que se construye a partir de 1750. Cada una inscrita en un clima y bajo condiciones sociales, políticas y económicas diferentes. Así, Popayán levanta grandes casas con arreglo a principios académicos de simetría y utilización de órdenes clásicas, palpables no sólo en sus fachadas sino en sus patios, etc., pero sin descuidar la robustez preventiva que requerirían sus edificios, lo cual da como resultado la sustitución de las columnas por fuertes pilares. Hay ausencia de artesonados en sus recintos que adoptan los techos planos, y simultáneamente modifica el sistema estructural de la cubierta con la introducción de sobrepares o cuchillos, apropiados para la ejecución de aleros grandes, o lograr también pendientes uniformes en toda la superficie del tejado. Mompox mantiene vigentes sus estructuras en ladrillo sobre terraplenes, artesonados de madera labrada o rolliza, según la calidad económica del propietario, ventanas generosas con variadas formas de repisas y rejas, amplias galerías sobre los patios, duplicando en muchos casos la principal, como solución específica para un clima cálido. Alternan en Popayán las viviendas de uno o dos pisos en tanto que Mompox sólo ofrece excepcionalmente ejemplos de dos pisos. Zipaquirá por otra parte presenta una arquitectura donde los baldosines corridos son comunes, imprimiendo a la ciudad un carácter especial; La arquitectura colonial sus muros se levantan en tapia pisada, y por lo general hay ausencia de criterios académicos en el diseño de fachadas y organización de los espacios; las cubiertas se ejecutan según los sistemas tradicionales con artesonados en madera rollizas que ceden su importancia, al cambio de siglo, para adoptar los nuevos sistemas que permiten con facilidad la ejecución de cielos rasos planos; aleros de mediano vuelo, ausencia de repisas en las ventanas, propias de climas cálidos. Se levanta una arquitectura sobria, sin grandes refinamientos pero robusta y tradicional. Las concepciones espaciales y de organización o funcionamiento no distan de las logradas en el siglo anterior en Bogotá, si bien es cierto que la tendencia a la simplificación me permitió hacer en años anteriores un intento de clasificación de la organización de la vivienda. Las nuevas corrientes estilísticas europeas de este siglo hacen tímidamente su aparición en el medio neogranadino con calidad de simple máscara, pues se les adopta a la manera española, como elemento ornamental, de superficie, pero no de estructura. El caso más relevante en la arquitectura privada se encuentra en Mompox en la portada de la casa baja, con prologanciones ornamentales hasta el interior de la sala; algunos arcos polilobulados en ventanas zipaquireñas, y en la exuberancia de algunos ornamentos de madera a lo largo y ancho del país. El otro tipo de vivienda que se levantó durante la Colonia, fue rural. En algunas ocasiones por reconstrucción o ampliación de núcleos existentes desde el siglo anterior, como resultado de los primitivos aposentos, o por aparición de nuevas haciendas constituidas a costa de los resguardos extinguidos o por subdivisión de otras más generosas, alguna intensificación de la actividad agropecuaria y la necesidad de satisfacer ciertos procesos como los molinos de harina acccionados por fuerza hidráulica. Los aposentos o casas de haciendas que se levantaron en el siglo XVII fueron por lo general de carácter introvertido y conformados por una sumatoria de eficaciones organizadas a veces sin regularidad, alrededor de un amplio patio de labores. Pocas puertas, casi ninguna ventana y el desarrollo de casi todas las actividades propias de la familia y de la producción agropecuaria en amplio espacio central o patio, auténtico centro que regía el funcionamiento del aposento o de la casa de hacienda. Las edificaciones se levantaban con los elementos más fáciles de obtener y con 233 las técnicas más sencillas: tapia pisada y maderas para la estructura, bahareque para las divisiones, paja para la cubierta. Mediante un proceso paulatino las edificaciones se regularizan en su diseño, adoptan una zonificación clara y comienzan a abrir sus fachadas con ventanas y galerías, inicialmente hacia el patio principal y posteriormente hacia el exterior, proceso que continuará durante el siglo XIX. Las modalidades del clima se reflejan en las soluciones adoptadas de manera que las galerías abundan tempranamente en las haciendas de tierra caliente, en tanto que persisten las soluciones cerradas en los altiplanos. La influencia de ciertas normas de arquitectura parece darse en aquellos ejemplos de propiedad de personajes vinculados ampliamente a medios urbanos, y dotados de una gran solvencia económica (24). Por lo general han quedado por fuera de los estudios específicos de la arquitectura en el país, la inmensa cantidad de ejemplos de arquitectura rural, ejecutada por el campesino y cuyas modalidades específicas responden a las condiciones de clima, medio, geográfico y cultural. La carencia de investigaciones específicas al respecto, además de la falta de conciencia colectiva sobre los valores que encierra deben subsanarse con urgencia. Como vía de ejemplo pueden citarse las viviendas que aún subsisten al norte de Chócontá, de las cuales pueden anotarse las siguientes circunstancias: presenta una orientación constante, pues abren sus puertas, galerías o aleros más amplios hacia el occidente, en tanto que sus fachadas al oriente permanecen cerradas pese a ofrecerse en esa dirección, en ocasiones, buen paisaje. La persistencia llega a tal grado que se desentiende de vías, paisaje y aún de la topografía aun cuando le sea adversa. Constituyen las viviendas tres núcleos que pueden ser edificaciones independientes, unidos por los vértices, o conformar una sola edificación en forma de L o C; dichos núcleos se ordenan usualmente, de sur a norte, así: cocina, alcoba(s) y depósito. Las ventanas cuando aparecen son muy reducidas y sólo sirven para control predominantemente colocadas con vista al sur. Las técnicas constructivas van desde el bahareque hasta la tapia pisada, nunca se emplea el ladrillo, los techos de paja sobre una estructura de madera de origen netamente indígena, si se le compara con cuanto se conoce en el medio americano, un mínimo de puertas de construcción sencilla, llegándose hasta el caso de encontrarlas hechas con un armazón de madera y fo- 234 rradas en cuero que eran las llamadas "puertas de cuero" tan frecuentes en la Colonia en ciudades como Santa Fe o Tunja. Arquitectura civil La Corona Real para mantener el control permanente y directo d~ sus colonias ~n ultramar instituyó, al paso del tiempo, una sene de o~g_a­ nismos y cargos respo~sables tanto ~n 1~ a~Im~­ tración como de las fmanzas y la JUSticia. Asi, surgen las audiencias reales primero, las fábricas de pólvora las casas de moneda, las aduanas, los estanco~ y algunas obras de ingeniería, además de las viviendas de funcionarios. Fuera de esto competía a los cabildos la obligación de levantar sus propias edificaciones acostad~ los vecinos del lugar, y la cárcel. Contados eJeJ?plos han sobrevivido las diversa~ c~rcunst~ci~s políticas, intereses locales, mov:m~Ientos sismicos, y simultáneamente de resistir el paso de los años unido a un intenso uso; no obstante contamo~ aún con edificios como la Casa de Moneda de Santa Fe, harto transformada, la Fábrica de Aguardiente de Villa de Leiva, la Aduana de Cartagena, etc., además de los planos que se elaboraron para varios edif~cio~., De todo ello puede anotarse 9~e su organiz~cwn o modelo se deriva de la vivienda: un patiO cuadrado o rectangular de cierta generosidad, . rodeado parcial o totalmente P<?r cuarto~ ,destmados a sus diversas dependencias, tambien como en las viviendas uno o más costados contará con amplia gale;ía y una escalera art~cula los espacios de manera similar. La difere~cia fundamental es de función no de forma, m de expresión arquitectónica. El Palacio Virreina! que no llegó a construirse y que de~ía_ ocuprn: el actual emplazamiento del Capitolio Nacwnal, denota claramente las nuevas corrientes estéticas que se daban en la Península y por reflejo en sus colonias, alineadas en el neoclasicismo a un punto tal que para permitir los áticos del d~s~ño se, P!Oponen cubiertas planas azoteas, qmza las umcas con que hubiera contado la capital. Además de introducir elementos propios de esa tendencia plástica en fachada y en los elementos o~ame~tales de la arquitectura, conserva la esencia _art1culad9ra de las viviendas como fueron los patws, galenas y escaleras, todos concebidos con los 11_1i~mos criterios, salvo quizás el de explotar en la vivienda Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 del virrrey los efectos plásticos y visuales de una organización axial (25). Entre los otros tipos de obras, diferente de la vivienda, el más signi~ic~tivo, es el ,Pue~te del Común no por ser el umco en el pms, smo por su cará~ter social, la 11_1agnitud y calidad? e indicativo de la importancia de la ruta que vmculaba a Santa Fe con Zipaquirá, el centro productor de sal. Su esquema cuenta con numerosos antecedentes en España pero constituye un hit? en la historia de la ingeniería del país. La magmtud de la obra para la época puede apreciarse aún en relación con la edificación vecina levantada con carácter de campamento de trabajadores. Hoy se le ha transformado en una casona luego de un sinnúmero de usos a lo largo de los años. Por fuera de todo antecedente local pero resultante directa de las inquietudes que animaron a los miembros de la Expedición Botánica, surgió en nuestro medio el primer observatorio astronómico de la América española donde se conciliaron ciertas necesidades científicas y algunas de carácter cultural como era el conc~bir el edificio como un templo levantado a la diosa Urano, según la costumbre del _momento. La fecha de su erección: 1803, permite comprender la presencia de eleme~tos arquitectó~icos~ proporciones y otras calidades que ~o Identi~can con el neoclasicismo pero que distan radicalmente de aquello que puede. aceptarse COJ?únmente como propio de la arqmtectura colomal. Arquitectura religiosa Durante este siglo se concreta la construcción y reedificación de gran número de templos que van desde las iglesias ~atrices de. algunas ciudades, hasta las parroqmales de yanos pueblos, además de cierto número de eJemplos de iglesias conventuales. Veamos el caso por partes: ~a creaci~n ~e nuevas parroquias a que ya aludi,_ ,conduJO ~I­ recta o indirectamente a la reparacwn o reedificación de las preexistentes de co~form!dad con los compromisos que para su meJo~amiento adquirían los vecinos, que en determmados casos llegó a implicar la construcción ~e un ~uevo templo. Tal se desprende de las pnmeras mvestigaciones adelantadas en Santan~e~, donde es interesante anotar que las caractensticas de esos templos tienden a ser similares desde el punto vista técnico como lo es la época de su construcción. En ellas se puede comprobar el empleo La arquitectura colonial 235 continuado de la piedra para los muros, pilares o columnas robustas, arcos en piedra o ladrillo, cubiertas del tipo de par y nudillo, tres naves, carencia de crucero, coro alto y los pies con ventana geminada o pareada para su iluminación y una sola torre de reducida altura en la fachada y colocada como remate de una de las nuevas laterales; sirvan de ejemplo Confines o El Cerrito entre muchas otras (26). Los estilos son ajenos a estas sencillas iglesias de pueblo, no así a las levantadas en algunas ciudades de cierta importancia, v. gr. la que edifica en Santa Marta que, tras una historia dolorosa de construcciones y destrucciones, erige finalmente la que aún existe casi fielmente ceñida a los planos si no careciera de una de las torres previstas. La calidad de sus espacios, su magnitud y la ejecución de sus elementos ornamentales la hacen destacar en el panorama nacional. Distan mucho las calidades de las proporciones de iglesias que como ésta fueron diseñadas por un arquitecto, de la sencillez y discreta altura que poseen las ejecutadas por maestros anónimos en el área santandereana. IGLESIA DE GUAPOTA -··-·-·:z~ --_ . ·---------: _w....... ~ - ------....-.- .... .. ... .... ..-.. ,. IGLESIA DE CONFINES Escala 1:500 El terremoto de 1736 obliga a los payaneses a levantar de nuevo todas sus iglesias, ajustadas unas veces a su trazado anterior, con simple carácter de reconstrucción, mientras para unas pocas se optó nuevos diseños impregnados de los criterios estéticos de su época; ocurrió así en la iglesia de San José o de la Compañía, y años más tarde en la catedral. En otros casos, que pueden haberse o ampliado o modificado por los años finales del XVII o al comenzar el XVIII, como ocurre con la iglesia de Santa Bárbara de Mompox se da pie para que se confundan curiosamente las tradiciones estéticas y constructivas apreciables en la calidad del artesonado, solución mudéjar, con las nuevas corrientes estéticas interpretadas localmente en el campanario, con resultados tales que la hacen descollar en el panorama nacional. Cabe aquí hablar de los efectos producidos por la ejecución de gran número de capillas votivas en la gran mayoría de las iglesias que pertenecieron a los indios, con resultados que son dignos de considerar. Como usualmente se levantan dos y en ocasiones hasta tres, se procede a colocarlas a lado y lado de la nave, de tal suerte que se configuran iglesias con planta de cruz latina dejando así de estar conformadas por espacios longitudinales simples; a todo esto se suma la adición de camarines, que complementarán no sólo las nuevas capillas sino que en ciertas ocasiones adicionarán el presbiterio. N o existe aún la documentación apropiada para definir la fecha de aparición del camarín en el Nuevo Reino de Granada, ni su proceso de difusión, pero puede anotarse que es a fines del siglo XVH cuando se construyen algunos de significación como el de la Capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo en Tunja, o su homónima del convento de Santo Ecce Horno (27). En el período comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años del decimonónico se afianzan las nuevas corrientes estéticas, olvidándose las expresiones que identificaron la arquitectura colonial en sus múltiples variantes volumétricas, y espaciales de las ciudades, donde habían introducido una escala, para adoptar progresivamente la nueva visión académica, directamente en las principales ciudades por la acción de varios arquitectos, y como reflejo en las poblaciones de segundo y tercer orden a través de la interpretación de maestros locales. Algún ejemplo puede citarse: el arquitecto capuchino Petrés que desarrolla su actividad en Santa Fe y sus proximidades. El diseña el templo dominico de Chiquinquirá 236 (1803), posteriormente el de Zipaquirá (1805) y finalmente la catedral en 1807, sin contar las iglesias de Guaduas y Facatativá que también se las atribuyen, y el Observatorio Astronómico. En Popayán García Hevia elabora un proyecto para la catedral de esa ciudad que, pasado a examen de la Academia de San Francisco, los intereses no claros de sus miembros impiden su aprobación pues la fórmula propuesta es que alguno de ellos lo diseñe para poder satisfacer sus propios requisitos (28). Arquitectura militar Copa el siglo XVIII en muy buena porción la actividad en tomo a las defensas en nuestras costas, en especial en la ciudad de Cartagena. Las visicitudes de tal empresa han sido tratadas ampliamente y con lujo de documentación por el profesor Enrique Marco y en posterior estudio del señor J. M. Zapatero ya mencionado. Con las obras de estos años se complementa el sistema defensivo planeado para la ciudad y cuya efectividad quedó demostrada en la segunda década del siglo XIX, con el asedio prolongado que los mismos españoles debieron efectuar para la reconquista de la ciudad, y cuya caída se produjo, no por fallas técnicas, sino por el hambre que venció la ciudad. El resto de la costa atlántica ofreció algunos lugares fortificados desde el Cabo de la Vela hasta Nueva Caledonia, más como protección de las guarniciones y para vigilancia de las costas que con el explícito fin Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 de resistir ataques formales. El control del contrabando, por una parte, y de las invasiones y fortificaciones que intentaron en ciertos lugares ingleses o escoceses, como ocurrió en la proximidades del Golfo de Urabá con la colonia de Nueva Caledonia (Civea 1700) (29), hicieron necesaria la presencia de obras defendidas salpicadas a lo largo de la costa de un país que sólo tenía una puerta de entrada: Cartagena. Pero además de esas obras destinadas a controlar la principal frontera marítima, surge una nueva modalidad que se concretó en las postrimerías de la Colonia, al menos en dos fortines de carácter mediterráneo, destinados a controlar ciertas vías de acceso al interior del país, provenientes de los Llanos Orientales. Uno de ellos estuvo situado en la Salina de Chita y el otro en la población de Paya, que nos es conocida por haber figurado como objetivo militar durante la Campaña Libertadora de 1819. Su diseño y ubicación fueron similares: se trata de un recinto estrellado de ocho puntas con foso y parapeto de altura media, situados sobre colinas escarpadas, por lo cual su defensa parecía fácil. La situación de estos fortines sobre la vertiente oriental de la Cordillera Oriental, con posibilidad de controlar las posibles incursiones de las tribus belicosas que habitaban esas comarcas, no puede interpretarse como defensas contra ataques de países vecinos, sino como mera precausión contra los indígenas al quedar sin la necesaria tutela que sobre ellos ejercieron los jesuítas hasta el momento de su expulsión (30). La arquitectura colonial 237 Notas l. Carlos Martínez, Apuntes sobre el urbanismo en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1965; Jorge Enrique Hardoy y Carmen Granovich, "Urbanización en América Hispánica entre 1580 y 1630", en Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, núm. 11, Caracas; Erwin Palm, "Los orígenes del urbanismo en América", en contribuciones a la Historia Municipal de América, México, 1951, y en especial Pedro Hubers, "El damero y su evolución en el mundo occidental", en Boletín del Centro de Investigaciones... , núm. 21, Caracas. 2. Sólo Medellín, fundada en 1616, es la excepción dentro de las 4 grandes ciudades de Colombia. 3. Enrique Marco Dorta, Cartagena de Indias, puerto y plaza fuerte, Madrid Cartagena, 1960. 4. Para un trabajo aún inédito estudié un centenar de testa- mentos otorgados en Tunja de 1520 a 1580. Los porcentajes obtenidos difieren radicalmente de los presentados por Peter Boyd-Bowman, que son los usualmente aceptados para fijar el origen peninsular de los conquistadores y colonizadores. Obtuve para Andalucía 17.94% y Boyd Bowman f~a 39.68%. 5. "Descripción de Tunja en 1610", en Repertorio Boyacense, núm. 40, Tunja, abril 1917. 13. Pedro Julio Douspebes, Cartagena de Indias, plaza fuerte, Bogotá, 1948. 14. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura religiosa en el siglo XVII.... 15. Idem. 16. ANB., Colonia, Visitas de Santander, t. IX, fls. 94 y ss. 17. Alberto Corradine Angulo, Mompox, arquitectura colonial, Bogotá, 1969. 18. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura religiosa... , citado. 19. Alberto Corradine Angulo, El Convento de Santo Ecce Hamo, en (ACHSC). 20. El autor alemán Paul Dony en un estudio publicado en la revista Das Munster, núms. 1 y 2, cuaderno, analiza el problema de las iglesias construidas por los jesuítas en América Latina. Año 12, enero y febrero de 1959. 21. A.G.I., Santa Fe, Legajo 595, fls. 829 v. y ss. 22. Sobre Zipaquirá he publicado algunos estudios donde explico el caso de su división; hoy poseo documentos que hacen más luz sobre el problema. 23. Alberto Corradine Angulo, Mompox .... 6. Las obras escritas por estos tres autores pueden ser con- sideradas como las clásicas de la Historia de la Arquitectura en Colombia: Marco Dorta, con sus capítulos en la Historia del Arte Hispanoamericano de Diego Angulo Iñíguez, en 3 vols; Arbeláez Camacho y Sebastián, con el volumen XX tomo cuarto de la Historia Extensa de Colombia, además de numerosos artículos que escribió cada uno independientemente. 7. Guillermo Hernández de Alba, Teatro de arte colonial, primerajornada, Bogotá, 1938, y Guía de arte colonial, Bogotá, 1945. 8. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura religiosa en el siglo XVII, Documentos de Historia, Facultad de artes U. Nal., Bogotá, 1976. 24. Sobre las casas de haciendas que aún existen en el país, publicó hace pocos años un estudio, el Banco Cafetero, en su serie Herencia Colonial, que, sin ser una obra exhaustiva, recoge gran cantidad de información útil, así, haya pecado de ligereza en su valoración arquitectónica e histórica. 25. La colección de planos, con los proyectos que se elaboraron, se encuentra en el Archivo Militar de Madrid. Sobre el fracaso del proyecto, Marco, escribió un interesante artículo en la Revista Anales de/Instituto de Investigaciones Estéticas, Buenos Aires. 26. En un estudio presentado a Colcultura sobre dos regiones de Santander, en 1975, se anotaron algunas circunstancias generales y se pudieron detectar constantes arquitectónicas y varios otros aspectos. 9. Archivo Nacional - Bogotá (ANB), Colonia Visitas de Boyacá, t. V, fls. 853 y ss. 10. Alberto Corradine Angulo, "Documentos sobre la historia del templo de Santo Domingo de Tunja", en Apuntes, núm. 12. Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Javeriana, Bogotá, abril, 1976. 27. Archivo Provincial Dominicano, Bogotá, Libro de la Cofradia de Nta. Sra. del Rosario, sin numerar. También puede consultarse la obra del padre Fray Alberto Ariza, O. P. El Convento de Santo Ecce Hamo, Bogotá, 1966. 28. Academia de San Fernando, Madrid, Juntas de Comisión, tomo lo. 1786-1805, actas núms. 113-176-198 y 200. 11. Gabriel Uribe Céspedes, El arquitecto y ¡a nacionalidad, Sociedad Colombiana de Arquitectos, Bogotá, 1976. 29. A.G.I., Panamá, Plano núm. 119. 12. Enrique Marco Dorta, obra citada; Luis Duque Gómez, Colombia. Documentos históricos y arqueológicos, vol. 11, México 1955; Juan Manuel Zapatero, Arquitectura militar en el Caribe, Madrid, 1969. 30. Alberto Corradine Angulo, Arquitectura militar en Colombia, Revista núms. 16-17 de la Dirección de Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1977. Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 238 Bibliografía ANGULO IÑÍGUEZ, DIEGO: Historia del Arte Hispanoamericano, 3 vols., Barcelona, 1945, 1950, 1955 y 1956. Los capítulos sobre Colombia escritos por ENRIQUE MARCO DORTA. ARBELAEZ CAMACHO, CARLOS y SEBASTIÁN, SANTIAGO: "Arquitectura colonial", tomo 4 del vol. XX de la Historia Extensa de Colombia, Bogotá, 1967. BUSCHIAZZO, MARIO J.: La arquitectura colonial en Colombia, Buenos Aires, 1940. CORONEL ARROYO, JAIME; COMBARIZA DÍAZ, LEOPOLDO; URIBE CÉSPEDES, GABRIEL yNARIÑO COLLAS, ANTONIO: El arquitecto y la nacionalidad, Bogotá, 1975. CORRADINE ANGULO, ALBERTO: Algunas consideraciones sobre la arquitectura en Zipaquirá, Bogotá, 1969. ______ :Arquitectura religiosa- siglo XVII, Universidad Nacional, 1976. ______ : Mompox, arquitectura colonial, Bogotá, 1969. DOUSDEBES, PEDRO JULIO: (general) Cartagena de Indias -Plaza Fuerte, Bogotá, 1948. DUQUE GÓMEZ, LUIS: Colombia, Monumentos históricos y arqueológicos, vol. 2, México, 1955. 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Pinturas y tallas policromas embarcadas en Sevilla, llegaban en cantidades muy apreciables a Cartagena de Indias, puerto de América del Sur, en Colombia, a medida en que las órdenes religiosas -franciscanos, dominicos y, más tarde, jesuítas- ensanchaban su actividad misionera y requerían de las imágenes como instrumento eficaz de evangelización. Los pueblos conquistados se identificaban con el conquistador al menos en una cosa: en la necesidad de visualizar lo sagrado y, por tanto, en la de conceder importancia suma a la imaginería. Así, la conversión al cristianismo de todo un continente se fue operando más con ella como instrumento que con la fuerza de la palabra: a unas imágenes hieráticas e impresionantes esculpidas en piedra sustituyeron otras más realistas y "vivas", no menos impresionantes, talladas en madera y policromadas, que aportaban un repertorio de signos culturales completamente distinto. Así, pues, el arte occidental llegó a Colombia, como a toda América, de la mano de la Iglesia y como medio evangelizador sobre todo. Casi toda la pintura, la escultura, la talla decorativa y la orfebrería de los tres siglos que comprende el período (XVI, XVII y XVIII) tuvieron por clientes a la Iglesia, a los devotos fundadores de capillas y a los donantes de imágenes. Ello explica fácilmente el temario, religioso con pocas excepciones, de las artes figurativas de la época, y la habitual aplicación a la liturgia de las llamadas artes menores como la platería y el bordado. Los estilos desarrollados en España habían de tener necesario seguimiento tanto en la Nueva Granada, como en toda la América española. Así, la pintura, la escultura, la decoración y las formas ornamentales durante el período, manifiestan sucesiva y, a menudo, simultáneamente las formas del goticismo tardío con las modalidades decorativas peninsulares conocidas con los nombres de isabel y plateresco, y de modo mucho más rico y frecuente las del mudéjar (islámico cristianizado español), que ha dejado en Colombia excelentes ejemplares de techumbres. Débilmente se manifestaron las formas del renacimiento, que tuvieron más presencia en su última formulación manierista, conocida en el país a través de grabados flamencos difusores de los diseños de Fontainebleau. Y, por sobre todas, las del barroco trasladado con enorme Nueva Historia de Colombia. Vol. 1 240 convencimiento por España a sus territorios de ultramar y temperado en la Nueva Granada, que no pudo mostrar el exultante y alborotado barroquismo de México, Perú o Quito. Los estilos históricos nacidos o reproducidos en la España colonizadora se manifestaron con frecuencia simultáneamente aquí. Es necesario insistir en ello, toda vez que esa simultaneidad, esa mezcla de estilos, se nos muestra como una de las características peculiares del arte colonial. En efecto, toda transculturación de temas, formas y signos expresivos, supone por lo general una comprensión limitada o distorsionada de lo que ellos significan en su origen. Ello supone también un cambio o un desvanecimiento de sus valores y una indelimitación de sus fronteras estilísticas. Así en la Nueva Granada como en toda la América española, pero más que en otras provincias, los pintores y escultores criollos, tan alejados de las fuentes de unos estilos rutinaria y artesanalmente practicados por ellos pero no comprendidos en sus raíces, no podían entender que las técnicas y las formas barrocas eran ya distintas y en muchos casos opuestas a las renacentistas; y que las neoclásicas aparecidas muy al final del período, representaban ya un pensamiento y una actitud diametralmente opuestos a la del católico barroco. Claro es que lo mismo podría decirse de la mayoría de los pintores, escultores y decoradores europeos, cuya formación ideológica era igualmente pobre; pero en la práctica, sólo en los territorios españoles de América, la simultaneidad debida a la lejanía geográfica y mental produjo una mezcolanza y una especie de unidad de lo que en Europa era dialéctico. En el territorio de la actual Colombia, este desteñimiento y atemperamiento de aspectos distintos y contrarios, y esta convivencia de formas que en su origen eran alternativas, es precisamente distintivo de su arte criollo. Así, podía darse con frecuencia en cuadros pintados en el siglo XVIII la persistencia de fórmulas medievales góticas tales como cintajos con textos, la composición en dos planos y las torpes perspectivas arquitectónicas, junto c~n los fuertes contrastes de luz y sombra propiOs del tenebrismo barroco, la composición renaceptista y la frialdad del neoclasicismo académico. La actitud hispánica y criolla E sta fusión y confusión de estilos, que en Europa fueron distintos y sucesivos, se observa sobre todo entre los pintores y escultores clasificables en la actitud criolla. Porque no se desarrolló la actividad artística llamada colonial en una sola vía ni adquirió una sola actitud. Varias actitudes son distinguibles: la hispánica y criolla con la modalidad virreina!; la mestiza y la popular. La hispánica y criolla obedeció al claro propósito de repetir incondicionalmente o prolongar los temas, las formas y las técnicas que se desarrollaban en España. Se trata de una actividad provincial española, con ligeros matices propios como pudiera tenerlos el arte de las provincias de la península. Refleja, por tanto, influencias italianas y flamencas, que eran entonces las más pesantes sobre la pintura y la escultura que se hacía en los talleres españoles. Es, sencillamente, arte español hecho en el Reino de la Nueva Granada, que difiere poco del que se producía en muchos talleres de la Granada vieja, de Sevilla, de Cádiz y, en general, de Andalucía, de donde procedía la mayor parte de las obras importadas y de las familias que fundaron el criollismo neogranadino. Este arte era entonces, y lo seguiría siendo mucho después, el de mayor prestigio y el único aceptable por las gentes de más alto nivel en la Iglesia y la sociedad. Poder imitar a famosos pintores españoles como Zurbarán, Murillo o Morales "El Divino", o a grandes escultores como Martínez Montañés y Alonso Cano; reflejar de algún modo la dulzura clásica de los grandes renacentistas italianos como Rafael Sanzio, Correggio y los seguidores de Leonardo; tratar de alcanzar el naturalismo de Tiziano o de los más notables flamencos; repetir las habilidades y las gracias de los manieristas repartidos por Europa, constituía el ideal supremo de los pintores y escultores españoles en América o de los criollos -como los de Figueroa y los Vásquez neogranadinos, de los que hablaremos luego-, quienes procuraron esforzadamente asimilar, mezclándolo, el lenguaje y las soluciones técnicas, del renacimiento, del manierismo y del barroco. La actitud criolla de la Nueva Granada se manifestó con acento más marcado entre los pintores del grupo de Santa Fe de Bogotá y, durante el siglo xvn reflejó muy de cerca la Las artes plásticas durante el período colonial influencia de los de Sevilla, de tal modo que la pintura santafereña de aquel siglo da la impresión de ser un' apéndice de la sevillana. Ello es perfectamente explicable, toda vez que en el puerto fluvial de Sevilla se embarcaban obligatoriamente hasta bien entrado el siglo XVIII todas las mercancías que debían viajar al Continente y allí en fin mantenía la Corona española sus controles en relación con los territorios de ultramar. Por todo ello, era en los talleres de Sevilla -entonces la ciudad más populosa y comercial de España además de su puerto más activodonde se encargaban las imágenes pintadas o de bulto que los misioneros y los devotos transportaban a dichos territorios y a través de las cuales, como ya hemos dicho, llegaron las nuevas formas y se acentuó la penetración cultural española junto a la religión cristiana. Conviene, pues, tener una noción sobre el carácter del arte sevillano que así había de influir sobre el neogranadino de la época. Sevilla recuperada para los cristianos por el rey Fernando III "El Santo", en 1248 y transformada en la primera ciudad del sur de España, encabezaba la tendencia andaluza en el arte español. Sus pintores y escultores, como todos los de la Península, encajaban la influencia de los dos grandes focos del europeo durante el Renacimiento y el Barroco: Italia y Flandes; pero eran los andaluces, por su carácter, más receptivos de lo italiano que de lo flamenco y, en consecuencia, sus imagineros imprimían un cierto sentido familiar unido a una buena dosis de idealización a las figuras que pintaban o tallaban. A la tendencia castellana hacia el realismo dramático oponían su idealización de la figura humana, y al hondo y crudo espíritu que impregnaba las producciones del norte oponían unas formas algo más clásicas, serenas, suaves y graciosas y un colorido menos austero. En cuanto a sus imágenes, en general, tenían un sentido que hoy llamaríamos más "populista", aumentado por las recomendaciones de la Iglesia después del Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563. Dicho Concilio reafirmó la importancia de las imágenes como instrumento eficaz de propaganda y de instrucción y "porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos y los milagros que Dios ha obrado por ellos". Semejante precepto conciliar, que data de 1563, bien puede considerarse decisivo 241 para la historia del arte colonial iberoamericano, pues buena parte de sus características fueron derivando del profuso sentido de imaginería popular, de acuerdo con las devociones impuestas en cada región por las órdenes religiosas misioneras y por los principios que tácita o expresamente defendía cada una de estas, en relación con los aspectos visuales de la liturgia. Trento había abierto puertas al estilo barroco, de contenido católico, pomposo exaltador de la naturaleza y del espíritu, cultivador de las formas dinámicas y alborotadas, y atento siempre a afectar la sensualidad. En España, el barroco se puso vigorosamente al servicio de la Iglesia. Aunque no se puede decir que simultáneamente a las obras de temas religiosos no se produjeron otras de diferente temática por parte de autores criollos, es indudable que solamente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII el temario profano se incorporó al arte del país con algún vigor y en cierta competencia con el que se destinaba a iglesias, conventos y capillas. En efecto, dentro de la actitud hispánica y criolla, el Virreinato, confirmado en 1740, supuso un sesgo desde el punto de vista estético. Este sesgo hay que entenderlo como la tendencia virreina! del criollismo neogranadino, toda vez que la actitud criolla no cambió en lo que la distinguía desde el principio, es decir, el propósito de prolongar aquí las formas y los signos triunfantes en la metrópoli. Ocurría, sin embargo, que el gusto imperante en las esferas oficiales había cambiado, pues desde el comienzo del siglo la Casa francesa de Borbón ocupaba el trono español y la influencia de la Corte de Versalles era claramente perceptible tanto en la de Madrid como en las vice-cortes que encabezaban las provincias del Imperio. El arte virreina! neogranadino es, pues, el que responde a los gustos afrancesados de las esferas oficiales y de las clases altas durante el Virreinato. Sus límites cronológicos los marcan aproximadamente los años 1740 y 1820 y se localiza sobre todo en la capital del Virreinato, Santa Fe de Bogotá. Este gusto, más europeo que propiamente español, se manifestó sobre todo en el mobiliario y en la decoración o en aspectos accesorios y ornamentales de las pinturas y esculturas, pues seguía la influencia de las formas rococó, un "estilo de sala" más fino y confortable y menos vital e intenso que se desarrolló bajo el reinado 242 de Luis XV. Así fueron imitados los muebles llamados en Fr~cia "Luis xv" y también los ingleses Chippendale". Quito, importante foco artístico que había pasado a formar parte del Virrein~to de 1~ Nueva Granada acusó una más fuerte mfluencia de la gracia r~cocó en la pintura y en la decoración arquitectónica. Como la zona sur de la ~~tual Colombia -departamentos del Cauca, _Narmo y Valle del Cauca-recibía sobre todo la mfluencia quiteña y había pertenecido a la presidencia de Quito con anterioridad, es en c!udades de esa zona como Popayán, Pasto, Cah y Buga donde el diseño decorativo rococó se asentó aun en obras eclesiásticas. Habría que suponer que ~1 estilo neoc~ásico que fue apareciendo en Francia desde el rem~~o de Luis XVI, que se asentó c~n la R~volucwn y que adquirió carácter de estilo oficial c~m el Imperio napoleónico, alcanzara a poner p1e en la Nueva Granada, como lo había puesto en la Nueva España (México); :pero no fue ~sí, porque el neoclasicismo, nostálgico de C!recia_Y. Roma, penetró a través de las academias oficiales, y el Virreinato neogranadino carecía de ellas. Solamente en los años de la independencia y en los escritos y voces de sus protagonistas criollos habría de percibirse el eco grecorromano de aquel estilo. Pintores y escultores hispánico-criollos Se tiene como la primera pintura occidental llegada o hecha en nuestro territorio una imágen de Jesús crucificado que campeaba en el estandarte del ejército del conquistador y fundador de Santa Fe de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada. De ahí los nombres de Cristo de la Conquista o Cristo de los Fundadores por los que se le conoce. La documentación relativa a obra tan significativa que se guarda en la catedral bogotana, se debe al genealogista Juan Flórez de Ocariz, y da a conocer que tal estandarte figuró en el entierro del Fundador y que s~ supone que fue pintado durante el acto fundaciOnal o antes, es decir, que data por 1<? menos de 1538. Se trata en todo caso de una figura escueta, espiritualizada y muy expres~va, ~omada ~e un grabado flamenco de las postr1menas medievales. Y, por supuesto, de autor desconocido. El Cristo de la Conquista guarda para la historia de la cultura nacwnal, y no sóio para Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 la de la plástica, una alta y múltiple significación. Es, en primer lugar, el signo ~~~ claro y rico de la nueva doctnna que pres1d1na desde entonces la vida religiosa de sus habit~tes; :por otra parte es la primera imagen naturahs~a -~len que idealizada- que contra el abstraccwms~o de la plástica indígena, aparecería ante los OJOS de la población aborigen; y señ~la adei?ás, la influencia del grabado de los Pmses BaJo_s que habría de cumplir tan vasto papel en la pmtura colonial. Pero el primer pintor de nombre cono~ido en Colombia es el de ALONSO DE NARVAEZ (1583) natural del pueblo sevillano ~e Alcal~ de Guadaira y avecindado desde la pnmera mitad del siglo XVI en Tunja, donde figuraba como pintor y platero. N arváez e~ el auto~ de la famos~ Virgen de Chiquinquirá, pmtura eJecutada hacm 1555 con arreglo al sistema mediev~l de composición simétrica con las tres figuras mdependientes en el primer plano (además de la Virgen con el Niño, las laterales que representan a SanAntonio y San Andrés). Por las mismas décadas en que trabajaba N arváez es decir durante la segunda mitad del siglo XVI, Tunja' era sede de la actividad de algunos pintores ita~ianos, español~s, y tal y~z ya criollos, que hacian ~e la pequena P?blacwn andina un centro de cierta Importancia en el panorama general del arte hispan<?americano d~ la época. Pintaba en la actual capital ~e Boyaca el italiano ANGELINO MEDORO, qmen procedente de Roma y de Sevilla había de continuar su viaje por Bogotá, Cal~, Pop_ayán, Quito y Lima, para regresar a Sevilla dejando mues~as de su arte renacentista a lo largo de los tremta años de su estada americana. En varias casonas de la ciudad han quedado amplias pinturas al "fresco-seco", desarrolladas sobre techumbres y muros en los años finales de aquella centuria, más. interesantes para ~a historia de la cultura nacwnal por su temano curioso y raro en toda la Amé~ica de su tiempo, que por la originalidad y la cahdad de su trabaJo, que son prácticamente nulos. Se trata de los temas de cacería y mitología en las casas que fueron del capitán Gonzalo Suárez Rendón? fimdador de Tunja, y de Juan Vargas, escnbano real, aunque tambi~n hay, pi?turas de menor cuantía y aún de cahdad mas mgenua en la que fue del cronista sacerdote Juan de Castellanos. Las de la casa del Fundador, hechas con bastante posteridad a la muerte de éste ocurrida en 1583, Las artes plásticas durante el período colonial son orlas, grutescos, vegetación y animales de las faunas europea y africana localizados en paisajes simples y sumarios, además de una escena que representa la cacería del ciervo a cargo de un caballero del siglo XVII, todo ello de mano casi infantil. Más atractivo tienen las pinturas de la casa del que fue escribano real y no, repetimos, por lo que se relaciona con su arte, sino por el hecho de que representan dioses y héroes de la mitología greco-romana mezclados con anagramas y símbolos cristianos, y con grotescos y otros temas que denuncian la dirección de un espíritu manierista de altura clásica ya que el "ideólogo" de las pinturas fue, sin duda, más importante que el simple artesano o aficionado que movió los pinceles. Casi todas las figuras pintadas toscamente sobre el enlucido de yeso se tomaron de estampas de grabadores franceses, flamencos, holandeses y españoles como son René Boyvin, Collaert, Juan de Arfe y De Vries, que a su vez reproducían obras de pintores y decoradores manieristas y que se difundieron con cierta profusión durante el siglo XVI como ilustraciones de libros. Los primeros pintores criollos, es decir ya nacidos en el país descendientes de españoles, fueron los ACERO DE LA CRUZ: ANTONIO BERNARDO, JUAN y JERÓNIMO ACERO, tuvieron en la Santa Fe de la primera mitad del siglo XVII un taller del que hubo de salir, sin duda, una amplia producción de obras de asunto religioso hoy confundidas e ignoradas en su mayor parte. Las de ANTONIO ACERO DE LA CRUZ nos son algo más conocidas. Este pintor nacido en las postrimerías del siglo XVI y muerto en 1669, "resume en su obra las tendencias opuestas de su tiempo y encama de manera admirable el conflicto estético entre las cánones medievales y las tendencias renacentistas", según Gabriel Giralda Jaramillo. Parece que practicó también la arquitectura, aunque no hay mayores noticias sobre este ejercicio. En el de la pintura mostró más ahínco que inspiración y capacidad técnica, a juzgar por sus escasas obras conservadas, todas ellas tomadas total o parcialmente de grabados y mostradores de una artesanal afición por el detalle descriptivo y de una ingenuidad notable en los casos en que, como el de "Santo Domingo en la batalla de Monforte" (1651) del Museo de Arte Colonial, había de afrontar por 243 su cuenta problemas de composición, perspectiva, luces y hasta de simples proporciones. Más conocida es la producción del taller de los FIGUEROA que durante todo el siglo XVII gozó de especial fama en Santa Fe. Las obras de este taller se tienen, con razón, como las que definieron las características de la pintura criolla santafereña formalista, dulce, sencilla, descriptiva y de escasa vida interior. En orden cronológico, el primero de la familia activo en el país es BALT ASAR DE FIGUEROA "EL VIEJO", quien durante las primeras décadas del siglo pintó para iglesias de Boyacá, en formas arcaicas, y quien debió morir hacia 1630. Hijo suyo fue GASPAR DE FIGUEROA, del que se conoce la obra más extensa producida en el céntrico taller que instaló en Bogotá y que había de adquirir mucho renombre regional. A juzgar por su "Retrato de fray Cristóbal de Torres", fundador del colegio del Rosario de Bogotá (en el mismo colegio) y los de algunos ocasionales de devotos o donantes de obras, GASP AR DE FIGUEROA estaba bien dotado como retratista, aunque no pudo desarrollar suficientemente estas dotes, quizá porque el género no gozaba de particular demanda entre la clientela del país, dedicada a solicitar de los pintores imágenes casi exclusivamente religiosas. Este pintor, que murió en 1658, iba a ser continuado y en bastantes aspectos mejorados por su hijo BALT ASAR DE VARGAS FIGUEROA, sin duda el más conocido de la que constituyó una verdadera dinastía de pintores santafereños. Un centenar de obras se conservan de este segundo Baltasar. Dentro de los convencionalismos de los que ningún pintor de su siglo salió, parece buscar una mayor aproximación al naturalismo, aunque abunda en recetas para expresar un misticismo sencillo bajo la influencia del severo tenebrista español FRANCISCO DE ZUREARÁN (1598-1664), de modo epidérmico, pero grave. El gusto por la técnica del claroscuro tenebroso ya se había manifestado en su padre y maestro, pero se refuerza en el trabajo de Baltasar, cuya obra, en el conjunto de la pintura criolla, supone un paso notable hacia el ambiente barroco. Murió tan pobremente como todos los pintores de la época, hasta el punto de haber sido enterrado de limosna, en febrero de 1667, encargándose de continuar la actividad del taller familiar su hermano menor, NICOLÁS DE VARGAS FIGUEROA. 244 pinturas, más un libro Architectura, necesario al arte, más de mil ochocientas estampas ... ", más los cuadros inconclusos que allí había, y poco después, tras un pleito familiar, se cerraba la historia del prestigioso obrador santafereño. Estos obradores seguían la estructura de los períodos gótico y renacentista europeos. El maestro, jefe y propietario, recibía aprendices a los que en forma empírica iba mostrando los "secretos" de su arte y las habilidades del oficio que, en realidad, eran las que se aprendían pacientemente confundidas con los primeros, pues el arte tenía para los ejecutantes y para la sociedad de la época el sentido de "habilidad para hacer" y "destreza para copiar o imitar" más que cualquier otro. Esto no permite honradamente enjuiciar a los pintores y escultores coloniales desde la misma estimativa con que se aprecia la labor de los llamados artistas actuales, toda vez que había muy poca diferencia -socialmente ninguna a veces- entre un "pintor de arte" y un "oficial de mano", es decir, entre un artista y un artesano. En efecto, ese honrado concepto medieval que no distinguía entre los maestros de la pintura o de la escultura y los de otros oficios, y el criterio de no establecer mayores diferencias entre lo que un maestro pintor tenía que pintar y un escultor esculpir, persistió más o menos conscientemente durante el período colonial, al punto que debe tenerse como una de sus características. Los cuadros se pagaban según tamaño, costo de materiales y trabajo ejecutado en ellos, atendiendo habitualmente al número de figuras a incluir en el lienzo. El precio de un buen cuadro de maestro tenido a la sazón por insigne, siempre era inferior al de un vestido, y era frecuente pagarlo en servicios personales tales como afeitadas o trabajos de sastrería. Pintores y escultores tenían en su taller, como hemos visto, libros con grabados o estampas sueltas, "necesarios al arte", de donde "tomaban ocasión" o con frecuencia copiaban con fidelidad, si así lo exigía el cliente, al tiempo que servían de muestrario para éste. El valor que hoy se concede a la originalidad del artista no era apreciado y se estimaban más los temas y figuras convencionales bien hechos y expresivos de sentimientos de devoción. Los artistas neogranadinos reflejan bien estos criterios y estos gustos de la sociedad a la que servían, dominada por la Iglesia. Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 Entre ellos, y bajo tales circunstancias, uno se distinguió por sus mejor oficio y especiales talento y habilidad, siempre dentro de la actitud criolla y la influencia sevillana: GREGORIO V ÁZQUEZ DE ARCE Y CEBALLOS. Este pintor se tiene, con razón, como el más empinado de los santafereños y en él culmina el esfuerzo de sus antecesores por aproximarse a los valores europeos de su tiempo. Había nacido en Bogotá en 1638 y en la misma ciudad mantuvo un taller familiar muy activo en las últimas décadas del siglo, en el que debieron pintar, además de él, su hermano mayor JUAN BAUTISTA V ÁZQUEZ, muerto en 1677, su hija FELICIANA V ÁZQUEZ BERNAL y probablemente otros ajenos a la familia. La fama regional de Gregario Vázquez ya era grande en su tiempo y aunque nunca excedió las fronteras del país, dentro de él se le tuvo desde entonces como el paradigma del arte de la etapa hispánica. El ponderado jesuíta Felipe Salvador Gilij, en un libro publicado en Roma en 17 84, anotaba que la fama de Vázquez en la Nueva Granada era tan grande "como la de Rafael entre nosotros". Se le conocen algo más de quinientos cuadros, de calidad y tamaño muy diversos. La mayoría son trabajos de taller, sencillos, rutinarios y amanerados, hechos simplemente para cumplir encargos baratos de gentes devotas; pero también ha dejado obras de gran empeño, como las que sobre escenas bíblicas realizó para los muros de la capilla del Sagrario y que en ella se conservan. A través de ellas se percibe el trabajo talentoso de un pintor de laboratorio, carente de genio creador pero dominador de los recursos técnicos, y de una notoria experiencia en componer mezclando partes tomadas de aquí y de allá, dotarlas de aspecto natural y nutrir éste de cierta idealidad. Este naturalismo de taller obedeció siempre en él a contenidos de dulzura y ésta se manifestaba en figuras de formas suaves, como se observa sobre todo en los 105 dibujos a pincel sobre papel (Museo de Arte Colonial), que le servían de preparación y modelo para su cuadros. Gregario V ázquez, criollo por excelencia, fue especialmente habilidoso como dibujante. Dueño de una gran seguridad de trazo, muestra en él su sensibilidad con líneas blandas y firmes a la vez, y su gran capacidad de síntesis, rara en su época entre todos los pintores americanos Las artes plásticas durante el período colonial y entre muchos de los mejores europeos. Murió en 1711. Contemporáneos de Vázquez, es decir activos en la segunda mitad del siglo XVII, fueron ALONSO y TOMÁS FERNÁNDEZ DE HEREDIA, igualmente dulces pero más amanerados a juzgar por las muy contadas obras que dejaron; y FRANCISCO DE SANDOV AL, casi desconocido pero revelador de una pintura algo más vigorosa dentro, desde luego, de las fórmulas generales ya mencionadas. Algunos seguidores dejó Vázquez Ceballos, probablemente formados en su taller, pero muchos menos dotados y que, como el que se firma simplemente CAMARGO, muestran los defectos y no las virtudes de aquel. 245 Obedientes a tales tradiciones, conceptos, técnicas y procedimientos trabajaron en pleno siglo XVII Juan de Cabrera y Pedro de Lugo Albarracín, aunque el tallista de nombre desconocido hasta ahora y llamado Maestro del Retablo de San Francisco, autor de los altorrelieves de dicha iglesia en Bogotá, aparece como el más completo y el de oficio más habilidoso de aquella centuria. LORENZO, LUIS y SALVADOR DE LUGO, probablemente familiares del citado Pedro de Lugo, fueron también escultores conocidos, aunque los documentos los citan más veces como entalladores, muy activos en Bogotá y Tunja. Imaginería escultórica El arte de los retablos La escultura correspondiente a aquella actitud y aquel tiempo -criollismo del siglo XVIII-, obedecía, como puede suponerse, a características similares y a un temario aún más exclusivamente religioso. Por otra parte, la Iglesia cuidaba la ortodoxia y la calidad de los imagineros escultóricos más que la de los pintores, llevada por un mayor celo aconsejado quizá por la tradición en figuras de bulto de los indígenas, por el más alto grado de realismo que ofrecen las imágenes en tres dimensiones, y por las superiores dificultades técnicas de la talla policroma. Eran entalladores los artífices que no sólo tallaban figuras en madera sino que cortaban y ensamblaban ésta para obtener la estructura de retablos, púlpitos y obras similares. En la práctica, parece que todos los imagineros de la época en el país fueron simultáneamente entalladores, lo cual es perfectamente explicable dada la escasa especialización del trabajo a la que ya nos hemos referido, y la gran demanda de éste, en cuanto a retablos y ornamentación en relieve de madera dorada, que caracterizó a los siglos XVII La talla policroma fue, sin excepción, el procedimiento usado en la imaginería colonial, obediente en una rica tradición medieval nunca interrumpida en España pero sí renovada y enriquecida durante el período barroco. Las figuras eran elaboradas en madera, con esmero especial en cabezas y manos, para pasar luego por un proceso vario y cuidadoso de taller que recibe el nombre de estofado, a lo largo del cual se pulían y enyesaban las superficies, se recubrían luego con una fina lámina de oro, se pintaba esta con diversos colores imitadores de la realidad y se decoraban por último raspando la pintura para que reapareciera el oro en forma de hojarascas, rayados, estrellitas, flores grecas, etc. El afán de naturalismo derivado tanto de la escuela española como de la estética barroca y del gusto popular hacía que, con la mayor frecuencia, se incrustasen a las imágenes ojos de vidrio y se le añadiesen pelucas, lágrimas de resina y otros elementos cuya misión era hacer de ellas algo más "vivo" y cercano. y XVIII. Efectivamente, nunca como en aquel tiempo y teniendo en cuenta la dimensión y población de las ciudades de la época, fueron tan numerosos y activos los talleres de escultura y talla decorativa para los interiores arquitectónicos en Colombia. Bastante más de mil retablos de iglesia se construyeron en madera dorada en el país durante la etapa colonial. Solamente en Bogotá se erigieron unos cuatrocientos, cuando la ciudad era apenas un lugar trazado para tres mil vecinos y no llegaba a tener veinte mil habitantes, según las "Noticias Historiales" del cronista franciscano fray Pedro Simón (1626). Los retablos, estructuras que se despliegan ampliamente tras de los altares llenando todo el muro de fondo de éstos con una organización de elementos arquitectónicos -nichos con imágenes, tableros, columnas, comisas, frontones y relieves ornamentales-, eran los conjuntos escultóricos más elaborados de la época y para confeccionarlos trabajaban en labor conjunta y a veces indiferente los entalladores, los imagineros, los doradores y los decoradores. 246 Su trabajo entre artístico y artesano, es uno de los más importantes, significativos y ricos no sólo de los siglos coloniales sino de toda la historia del país. Los que se construyeron obedecen, algunos de ellos, al estilo renacentista, como los de San Ignacio en Bogotá y Tunja, de plena mitad del siglo XVII, bajo la dirección del jesuita alemán Diego Loessing. En realidad ellos constituyen una excepción por su diseño, al que puede añadírsele el de Santa Clara, de Bogotá, algo más abarracado en sus relieves. Fue mucho más corriente el trazado barroco, abundantes en columnas salomónicas, frontones, estípites, tableros con altorrelieves, nichos y elementos decorativos de bulto, inspirados en las formas vegetales; aparte, claro está, de las imágenes de santos y los símbolos religiosos. A este variado diseño responden retablos tales como los de Santa Bárbara y la Tercera y muchos de capillas en San Ignacio, San Juan de Dios y otras iglesias de la capital del país; y los de Santo Domingo, San Francisco y el Carmen, en Popayán. Estos de Popayán denotan claramente la influencia quiteña y algunos de ellos fueron hechos por maestros de la que es actual capital del Ecuador, mientras que algunos de los citados, de Tunja y otros de Boyacá, cuentan con elementos mestizos a los que nos referimos luegoEl retablo criollo más amplio e importante, "texto de arte tallado en oro" al decir de fray Gregario Arcila, es el de San Francisco de Bogotá, obra protobarroca contratada en 1622 con el entallador español IGNACIO GARCÍA DE ASCUCHA (1580-1629) y donde se integran treinta grandes cuadros tallados en relieve policromo con escenas varias y figuras de santas mártires, cuyo autor o autores, como ya hemos dicho, nos son hasta ahora desconocidos. La costumbre de conceder siempre importancia artística a la pintura y a la escultura, derivada de una clasificación académica atenta a las musas griegas, ha hecho que, sin más discriminación, se atienda a los pintores y escultores como artistas y a los constructores de retablos como no artistas. Pero en la práctica, poca diferencia había durante el período colonial entre proyectar, componer y realizar un retablo o un púlpito y hacerlo sin mayor inspiración con un cuadro, estando la diferencia muchas veces a favor de los entalladores que desarrollaban más y mejor trabajo en un tiempo en Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 que el buen trabajo se consideraba lo más valioso de una obra del tipo que fuese. En consecuencia, es hora de prestar la atención que merecen tales entalladores, casi siempre anónimos, en el panorama histórico general del país. Un gran imaginero barroco En pleno siglo XVIII, una figura destacó especialmente entre los escultores activos del país: PEDRO LABORIA. Español de nacimiento (había nacido con el siglo en el pueblo andaluz de Sanlúcar de Barrameda), se formó en talleres sevillanos y se trasladó todavía joven a Bogotá, donde trabajaría durante el resto de su vida. Es el único imaginero en la Nueva Granada del que se puede decir que fue auténticamente barroco. Su adscripción a la escuela andaluza es indudable, y tampoco puede caber duda sobre la influencia ideológica y estética que ejercieron sobre su obra dinámica, teatral y dramática los jesuitas, para quienes la realizó y en cuya iglesia bogotana se encuentran en su mayor parte. Con él culminó, brillantemente por cierto, la historia de los imagineros destacados en el arte de Colombia. La pintura virreina! La segunda mitad del decimoctavo siglo asistió al ya referido cambio de tendencia dentro de la actitud criolla en el arte y la decoración neogranadinos; pero este cambio que reflejaba la influencia del gusto profano y más europeo impuesto por Francia a través de la Casa de Borbón, se limitó al ámbito de lo oficial en la modesta y provinciana vicecorte santafereña y a quienes estaban en contacto con ella; es decir, los funcionarios españoles, las familias de la alta burguesía criolla y las jerarquías superiores de la Iglesia local. N o es de extrañar por eso que fuera un retratista de virreyes el que acusara con mayor claridad al sesgo. Y, sin embargo, él representa también, mucho mejor que otros, la estética del arte colonial. Hablamos de JOAQUÍN GUTIÉRREZ. Este pintor suponía desde el punto de vista de la figuración naturalista que había practicado Vázquez Ceballos un claro retroceso, toda vez que no lograba imitar los volúmenes, ignoraba en absoluto la atmósfera de las escenas, era incapaz de sintetizar y en muchos aspectos regresaba a fórmulas primitivas. Pero como el Las artes plásticas durante el período colonial arte, en cuanto signo cultural, no avanza ni retrocede sino que manifiesta un determinado sentido de las formas, la posición de la obra de Gutiérrez en el panorama histórico de las artes en Colombia es otro. Contradictorio, formalista, de escaso contenido y con notoria tendencia a lo decorativo, aparece como fiel reflejo de la Bogotá de su tiempo y aun, si se quiere, de todo tiempo. Imitador de lo que estaba de moda en la metrópoli borbónica, como buen criollo al servicio de la alta sociedad local, Gutiérrez recoge sin embargo, tal vez inconscientemente, aspectos de la tradición mestiza, y mezcla todo en unos retratos con "pose" oficial dieciochesca de figuras planas cargadas de elementos ornamentales, muy descriptivas, complementadas con símbolos y aclaraciones literarias, todo ello dicho simplemente y elaborado con extrema delicadeza y frialdad. De esta forma originó en el país un retratismo entre primitivo y académico a mitad de camino entre las vírgenes hieráticas, planas y brocateadas de la imaginería mestiza y los retratos pomposos del arte oficial francés. Tal tipo de retratismo iba a tener su continuación una vez clausurado el período virreina!, en la iconografía casi religiosa y neoprimitiva de los proceres de la Independencia. Los pintores PABLO ANTONIO GARCÍA DEL CAMPO (1814) y PABLO CABALLERO (1810) el primero de ellos pintor de cámara del virrey-arzobispo Caballero y Góngora son, ya al final del Virreinato, más técnicos y conocedores de los recursos académicos, aunque con obra menos personal que la de Gutiérrez. Cabe destacar, aunque no se trate propiamente de arte sino de investigación de la naturaleza y de buen oficio dibujístico, el excepcional trabajo de los dibujantes-acuarelistas que formaron el equipo de ilustradores de la Real Expedición Botánica dirigida por José Celestino Mutis y patrocinada por el virrey Caballero y Góngora, la cual trabajó desde 1787 hasta 1816. Sus 6.717 láminas representativas de plantas, que conserva el Jardín Botánico de Madrid, obra de pintores neogranadinos y quiteños seleccionados por Mutis, son trabajos de minuciosa observación del natural por todos los campos colombianos y dibujos laboriosamente ejecutados, que iin duda debieron imponer los valores del rigor naturalista y del esmero en la ejecución. Se ha dicho, con razón, que el grupo de dibujan- 247 tes de la Flora sería el primero en descubrir la verdadera actitud naturalista en el país. El mestizaje artístico La tendencia mestiza en arte fue el resultado o, al menos, el equivalente estético del mestizaje racial, muy notable en el país, que hoy presenta más de la mitad de la población como hija del cruce del conquistador con el conquistado. El término "mestizo" se aplicó al descendiente español e indígena; pero si se hace referencia a la expresión artística hay que entender por obra mestiza aquella que recibe y manifiesta de algún modo, fundidos, los caracteres de las culturas conquistadora y conquistada. A pesar del intenso mestizaje racial habido en territorio del Nuevo Reino de Granada, el que se refleja en sus expresiones visuales -pintura, escultura, talla ornamental, decoración arquitectónica, platería, tejido, etc.-, es débil y no muy apreciable, a diferencia del que se percibe en Nueva España (México) y Nueva Castilla (Perú). En estos territorios encontraron los españoles una base de artesanías indígenas más fuerte y unos aborígenes más organizados o más habilidosos en aquellos oficios que, como la talla, la escultura y la pintura, podían utilizarse al servicio de la decoración de iglesias y de casas. Los indios de dichas zonas pudieron organizarse en talleres dirigidos por maestros españoles o europeos pertenecientes con frecuencia a las órdenes religiosas, quienes supieron aprovechar las habilidades tradicionales de los discípulos a los que enseñaban procedimientos y técnicas nuevos y signos de temas del arte cristiano, y ellos los trataban con su propia sensibilidad o los mezclaban con sus propias técnicas y repertorio temático. Cuando los artesanos o decoradores indígenas eran llamados a colaborar en las obras arquitectónicas, el sello de aquel mestizaje, a veces con muy notable tonalidad aborigen, dejaba su impronta en ellas. Parece ser que el indio no colaboró en la Nueva Granada sino en algunas tareas muy secundarias, de tipo ornamental y decorativo, especialmente en la construcción de iglesias. La presencia de su mano de obra se señala sobre todo en la región de Boyacá y Cundinamarca, asiento de los Muiscas. El diseño geométrico plano o la abstracción de las formas naturales, de larga tradición como ya vimos; el sentido de distribución dispersa de las cosas; y la introduc- 248 ción de algunos temas botánicos o zoológicos relacionados con las culturas prehispánicas, indican la existencia de aquella actitud, que hoy se nos muestra como subterránea y que no ha sido satisfactoriamente estudiada en Colombia. Todo lo que se puede tener por mestizo en las artes de la Nueva Granada es de autores desconocidos y más próximos a la expresión popular y a la artesanía. En gran parte corresponde al "vestido" en madera dorada o policromada, de iglesias rurales: retablos, pulpitos, pilastras decorativas, tableros de revestimiento, etc. También se hizo presente con frecuencia en trípticos y retablillos domésticos, muebles para exhibir pequeñas imágenes religiosas en la capilla o en lugar destacado de la casa, en los cuales podemos observar más libertades por parte del artífice. Aparte del modo como trataba los temas la sensibilidad mestiza, que es algo imposible de describir, hay ciertos aspectos, recursos o procedimientos que pueden tenerse como propios de una expresión de este tipo. Así, por ejemplo el del brocateado. Se trata de un sobredorado ornamental que en forma de florecitas, galones o diseños geométricos bordea o cubre insistentemente los vestidos de las figuras, pintado en disposición plana y, por tanto, aplanador de aquellas, lo cual hace prácticamente inútil la imitación del relieve hecha por el pintor. El brocateado supone el dominio de lo accidental sobre lo fundamental, dominio de lo accesorio, pero visualmente aplastante, de diseños y de la sensibilidad pianista aborígenes sobre el dibujo naturalista y la sensibilidad volumétrica europeos. Es de anotarse que este afán de recarga ornamentalista en dorado sigue siendo una fuerte tendencia en la estética popular. Es también aceptable como mestiza la típica combinación colonial de los colores rojo bermellón-oro y verde-oro, colores que precisamente son llamados hoy "coloniales" en Colombia. Desde luego tales combinaciones, y especialmente la primera, casi se pueden tener como colores nacionales, pues se tiene noticia de haber sido usuales entre los indígenas de la Cordillera Central en el período prehispánico; fueron muy abundantes (el rojo-oro, reiterativo e inevitable) en el colonial; y sigue siendo popular después. La transformación de numerosas figuras decorativas de origen manierista, renacentista y, en últimas, romano o griego en imágenes de fuerte sabor indígena, o su complementación Nueva Historia de Colombia, Vol. 1 con hojas, flores, frutos o animales del país ya representados por los indios antes de la Conquista, es también uno de los aspectos más interesantes del matrimonio estético de la cultura conquistadora y la conquistada. A menudo, los indígenas aprovechaban las libertades que en materia ornamental permitían los sacerdotes, para incluir en artesonados, columnas o retablos figuras o símbolos que para ellos guardaban alguna significación religiosa precristiana. Y en otras ocasiones los misioneros creyeron conveniente permitir el uso de figuras de las culturas aborígenes para explicar mejor, a través de ellas, algunos misterios o temas propios del cristianismo. Todo ello contribuía al acoplamiento y fusión de formas que manifiestan -ciertamente que no de manera obvia en la Nueva Granadaun mestizaje artístico en el período colonial, más merecedor de estudio en un país en el cual más de la mitad de la población es, a su vez, como se ha dicho, producto del mestizaje racial. La expresión popular Como es normal, simultáneamente a las formas de expresión que pueden llamarse cultas, obedientes a un pensamiento y a unas fórmulas propias de grupo sociales más educados y producto de la labor de pintores, escultores y decoradores profesionales con talleres organizados, se manifestaban, siempre vivas pero casi nunca cambiantes, las corrientes populares de la expresión muchas veces impregnadas por el mestizaje. Las expresiones de la plástica popular reflejan el continuo fluir de ideales, sentimientos, creencias y modos de ver y trabajar de gentes desconocidas, no profesionales de las artes que, en labores espontáneas y sencillas reflejaban los gustos del pueblo mismo. Durante la etapa colonial, estas obras giraron aún más que las cultas en torno de un solo temario: las devociones religiosas. Trátase pues, de un arte popular piadoso. Tosca, ingenua, de marcado sabor rural, fuertemente descriptiva, plena de sinceridad, ayuna de conocimientos técnicos y rica en contenidos y mensajes, esta corriente artística produjo, como las demás, desde retablos hasta casullas pasando por imágenes pintadas y de bulto. Son obras cargadas de expresividad primitiva, que con frecuencia recuerdan las del romántico español o los iconos bizantinos, y que por lo Las artes plásticas durante el período colonial general tratan de imitar ingenuamente las imágenes europeas o criollas conocidas. Las formas de la expresión popular apenas evolucionaron durante los siglos, pues se producían muy al margen de modas y estilos, y no eran afectadas por los cambios históricos. Por ello, tampoco las afectó la mudanza de la independencia política del país, que fue un fenómeno criollo. Se siguieron pintando, tallando o ensamblando durante el siglo XIX las mismas vírgenes, los mismos santos y los mismos retablillos, aunque se les sumaron, confeccionados con el mismo sentido de iconos, los emblemas de la patria y los próceres de ella. Artesanía colonial Aunque el arte popular no es la artesanía, de función utilitaria, sus formas se nutren muchas veces de ésta, pues son arrancadas de la tradición de las comunidades, hecho en los talleres o habitaciones donde producen su trabajo los artesanos, elaborado con los mismos materiales del país que dan cuerpo al trabajo de éstos, o son fuertemente influidos por el medio social. A veces es el mismo artesano el que, abandonando por el momento su rutinaria labor repetidora del mismo mueble, el mismo muñeco o la misma figura de barro, se entrega a crear por una sola vez la figura original con la que día a día tal vez ha soñado. También, a veces, y como ya hemos dicho, la artesanía no delimita sus fronteras respecto de lo que llamamos arte o la obra de arte se carga de labores simplemente mecánicas o manuales, al punto de adquirir un fuerte valor artesanal que vuelve a incidir en la confusión. Ello justifica sobradamente una referencia a la artesanía colonial como final de esta breve reseña de las artes plásticas del período. Es la materia prima, generalmente de origen local, la que determina, aún más que la clase de trabajo según procedimientos, la clasificación de la artesanía. Y con arreglo a aquella haremos esta referencia, comenzando por la más elemental, antigua e infaltable: la tierra, base de la alfarería. Desde luego la alfarería sufrió durante el período colonial una indudable decadencia en relación con la del período prehistórico, pues todas las culturas primitivas están marcadas por la importancia en ellas de la producción de vasijas de arcilla. La variedad y el rico sentido estético de los objetos de barro cocido de los 249 pueblos aborígenes no fue superado ni aún repetido durante la etapa a que nos referimos. En cambio los españoles añadieron a los elementales procedimientos indígenas nuevos instrumentos y técnicas, tales como el tomo del pedal, el horno y el vidriado cerámico. La metalurgia se emiqueció con el trabajo en hierro (ferretería) y en bronce, el primero en servicio de la cerrajería con producción de llaves, bocallaves y escudetes para muebles y puertas, de variado diseño; y el segundo, con fundición menor de campanas. La metalurgia en oro (orfebrería) fue incomparablemente más reducida y menos interesante que la del período prehispánico, aunque algunas técnicas fueron desarrolladas por mestizos y negros. Los orfebres coloniales fueron casi todos españoles o criollos, y por tanto siguieron la tradición europea que, más tarde, enseñaron a mestizos e indígenas. Dado el alto aprecio que al oro tenían los hombres de la cultura colonizadora, el control de oro -también el de la plata- fue bastante riguroso y el valor que se le concedía hizo que obras de gran riqueza y significación, así como la de calidad más artística que artesana, se ejecutaran básicamente en este precioso material, por maestros orfebres conocidos y muy apreciados a su vez, como JOSÉ GALAZ, autor de la famosa y valiosísima custodia llamada "La Lechuga", terminada para los jesuítas en 1707; NICOLÁS DE BURGOS, artífice de "La Preciosa", de la catedral de Bogotá, labrada en 1736; JOSÉ DE LA IGLESIA, que acabó en 1740 la de los franciscanos de Popayán; y ANTONIO RODRÍGUEZ y N. ÁL V AREZ, quienes crearon en 1673 para los agustinos de la misma ciudad una custodia excepcional por su forma heráldica de águila bicéfala coronada. Pero fue la platería el tipo de trabajo en metal más corriente, variado y típico de la Nueva Granada. En la Bogotá del siglo XVIII había muchos talleres de plateros, dedicados a una intensa labor en plata repujada para objetos litúrgicos -incluso altares y tabernáculos completos- y domésticos tales como candelabros, vajillas, etc. La ebanistería fue trabajo totalmente nuevo en el período, toda vez que los indígenas la desconocían, pues a pesar de la inmensa riqueza en bosques del país, las labores más fmas sobre madera sólo fueron posibles gracias al equipo Nueva Historia de Colombia. Vol 1 250 de herramientas aportados por los españoles y a la tradición mobiliar de éstos. A la larga, la artesanía de la madera en Colombia, había de alcanzar un puesto eminente. En relación con ella apareció la taracea o embutido decorativo sobre muebles, hechos con maderas finas, carey (concha de tortuga), nácar, marfil o hueso o tagua. Aportada por los árabes a España y por España a América, la taracea trajo también ecos del diseño mudéjar a la artesanía de Colombia. Es mucho más propio el trabajo denominado barniz de Pasto, inevitablemente unido también a la madera, ya que en los muebles de este material solamente se aplicaba; y aunque es probable que los indígenas conocieran tanto el material como su elaboración, está comprobado que sólo empezó a conocerse su empleo en muebles coloniales confeccionados por mestizos de las zonas hoy llamadas Nariño y Putumayo. La materia prima es una sustancia vegetal secretada por el arbusto mopa-mopa, que se trata hasta convertirla en un pasta gomosa a la que se agregan las tinturas convenientes. Tal pasta recortada y adherida a la superficie de los muebles de madera, es trabajada según diseños decorativos. Durante el período colonial estos diseños copiaron frecuentemente hojarascas, flores y carteles barrocos y alcanzaron calidades que recuerdan la laca china, nunca superadas ni aún igualadas después. El trabajo artesanal en cuero se presenta asimismo como uno de los más notorios de los siglos XVII y XVIII gracias al nuevo equipo instrumental y a la adaptación al país del ganado vacuno que añadió más, mayores y mejores pieles, con posibilidad de curtirlas bien y decorarlas con variadas labores de repujado policromo. Con este material se comenzó entonces a elaborar la gran cantidad de objetos que hoy hacen de la artesanía peletera una de las más importantes de Colombia. El tiempo colonial vio también aparecer la técnica del ablandamiento por cocción del cuerno, lo que permitió obtener de este producto animal la variedad de formas planas y de tamaños que fueron la base de una nueva artesanía. Hay que añadir que todas las variedades de la tejeduría -cestería incluida- se enriquecieron muy notablemente durante los años coloniales, por la misma causa del aporte de instrumentos técnicas e ideas. Unido al trabajo textil, el bordado, otra novedad aportada por el período, alcanzó a desarrollarse con riqueza, especialmente en conventos y colegios, a los que se deben tapices decorativos y ornamentos sagrados de labor ejemplar. De esta forma, la artesanía importada o renovada, sumaba sus expresiones comunales en objetos útiles a las del arte popular, y ambas a las del sector "culto", para complementar el vario espectáculo de manifestaciones visuales de la época que sentó las bases estéticas de la actual Colombia. Bibliografía Diccionario biográfico de artistas que trabajaron en el Nuevo Reino de Granada Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1964, 71 págs. - - - - - - : Siete ensayos sobre el arte colonial en la Nueva Granada, Bogotá, Ed. Kelly, 1973. ARBEÁLEZ CAMACHO, CARLOS y GIL TOV AR, F.: El arte colonial en Colombia, Bogotá, Sol y Luna, 1968, 230 págs. Ilusts. - - - - - : Arfe religioso en la Nueva Granada (Catálogo). 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La literatura en la conquista v la colonia 253 La literatura en la conquista y la colonia María Teresa Cristina La literatura en la conquista e uando América recién descubierta comienza su nueva existencia histórica sin tener todavía voz propia, acallada inicialmente la de las culturas indígenas, la primera voz que la nombra y la narra es la del conquistador y del misionero, la de los actores o testigos presenciales de la conquista militar y espiritual. Ya en la segunda mitad del siglo XVI aparecen numerosos escritos cuyo tema casi exclusivo es el del Nuevo Mundo y cuya intención es la de celebrar la hazaña conquistadora, colonizadora o misionera, pero ya desde entonces algunos evidencian un interés por conocer las culturas precolombinas. Los escritos del siglo XVI pertenecen casi todos al género de lacrónica. Se trata de obras de innegable valor documental histórico cuyos autores, en su mayoría españoles, se dirigen a un público peninsular o europeo al que buscan informar y maravillar y que ilustran la visión que el español tiene de América. Siendo la época de mediados del siglo la de mayor actividad misionera en el Nuevo Mundo es también la del teatro misionero. También de españoles y también de asunto histórico americano son las primeras obras propiamente 1 iterarias escritas en el nuevo continente. A partir de la Araucana (1569, 1578, 1589) de Alonso de Ercilla, la crónica se transforma para acercarse al poema épico. En la dirección de esta obra surgieron otros poemas épicos sobre la conquista como El arauco domado (1596) del chileño Pedro de Oña, Purén indómito de Hernando Alvarez de Toledo, Argentina (1602) de Martín del Barco Centenera, Cortés valeroso (1588) y Mexicana (1594) de Gabriel Lobo Lasso de la Vega y las Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos. Si durante la primera mitad del siglo se llevó a cabo el violento choque entre dos mundos, ya hacia mediados del mismo se inicia el proceso de acercamiento entre las diversas culturas que es resultado de nuevas formas de dominación. Si España reduce la expansión territorial por las armas, no renuncia a afirmarse y a seguirse extendiendo por otros medios menos violentos: por la predicación del Evangelio, que desde el comienzo había sido la fmalidad oficial de los descubrimientos y conquistas, y que era una manera indirecta de ampliar el dominio español. Esta labor de aculturación será realizada por el misionero que en muchas regiones sustituyó al soldado o al funcionario. A mediados del siglo XVI, apaciguadas las cruentas guerras de conquista, se afianzan los poblamientos y se pone en marcha el proceso de organización administrativa y política. Comienza a desarrollarse un primer embrión de vida urbana. La precariedad de las primeras ocupaciones españolas es sustituida por unos asentamientos más estables que, siguiendo el modelo 254 europeo de vida social civilizada ya por entonces predominante, se organizan en ciudades. Característica de la colonización española fue la forma urbana de asentamiento. Con una política iniciada desde los primeros años del siglo XVI la conquista se consolida mediante la fundación de ciudades ( 1). La cultura que va a desarrollarse en las colonias -pero sobre todo la literatura- debe ser entendida a partir del núcleo urbano. Al español, enfrentado a organizaciones sociales tan diferentes de la propia, le es preciso asociarse para protegerse y para imponer su dominio. En América, desde el comienzo, la ciudad viene a ser el ámbito social receptor de los patrones europeos en el que se afianza y desde el cual irradia la cultura conquistadora. La ciudad, como lugar de habitación del blanco, es el centro del poder metropolitano y local, el centro social, pero también se constituye en el espacio de la civilización frente a lo no ciudad, como espacio de la barbarie (esquema éste que seguirá pesando sobre la vida americana moderna). El mundo colonial está condicionado por factores económicos y políticos, por instituciones que tienen sus raíces en la Península, por valores y modelos culturales europeos; pero poco a poco, como resultado de las nuevas circunstancias, comienza a realizarse una nueva realidad social y cultural que va adquiriendo muy lentamente características propias nacidas también del vasto proceso de mestizaje y aculturación. Comienzan a nacer los hijos de los primeros colonizadores. Entre los escritos de los últimos treinta años del siglo XVI los hay ya criollos y, excepcionalmente, mestizos como el inca Garcilaso. En algunas regiones, tal es el caso de la Nueva España, se produce un temprano mestizaje cultural del que pueden verse manifestaciones en las formas de la religiosidad popular, en las artes plásticas y en el teatro misionero. En los autores de la Nueva España se halla reflejada en la literatura desde más temprano la conciencia de una identidad que es ya americana, no confundible con la del español peninsular. Múltiples factores confluyeron para acelerar este proceso en México: el mayor desarrollo social y cultural de los pueblos precolombinos de Mesoamérica, la mayor importancia económica de estas regiones durante la Colonia, su temprana organización administrativa en virreinato, la temprana introducción de la universidad y de la imprenta. Nueva Historia de Colombia. Vol 1 En el Nuevo Reino de Granada no se dieron algunas de estas condiciones o no se dieron en la misma medida; no hay noticias de un temprano proceso de mestizaje cultural ni de la existencia de un teatro misionero en el siglo XVI. Los primeros escritores criollos aparecen aquí en el siglo XVII, mientras que los primeros escritos conocidos son todos de autores españoles y datan de la segunda mitad del siglo XVI. Se trata de crónicas muchas de las cuales permanecieron inéditas hasta la época moderna: la Recopilación historial resolutoria de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, escrita en 1575 por el franciscano fray Pedro de Aguado; la Relación corográfica de Popayán del agustino Gerónimo de Escobar; la Historia memorial de la fundación de la provincia de Santa Fe ... 1550-1558, por el franciscano Esteban de Asensio; cuatro escritos monográficos del fiscal y oidor de la Real Audiencia don Francisco Guillén Chaparro; la obra del capitán Bernardo Vargas MachucaMilicia y descripción de las Indias (Madrid, 1599), quien fue además autor de un libro contra el padre Bartolomé de las Casas y de un soneto laudatorio a Castellanos. Del conquistador y fundador de Santa Fe se tienen referencias de varios escritos perdidos o de los cuales sólo quedan fragmentos citados por los cronistas posteriores, pero se conservan la Memoria de los descubridores y conquistadores... del Nuevo Reino, de 1576, el Antijovio, obra de tema no americano escrita en refutación del libro del obispo italiano Paulo Jovio y en defensa de España, y sus Indicaciones para el buen gobierno (1549). Según el testimonio de Castellanos, Quesada era aficionado al cultivo de la poesía y defendía el uso de los antiguos metros castellanos contra los modernos metros de imitación italiana. La poesía en sus diversas manifestaciones (narrativa, religiosa, moral, laudatoria, de circunstancia) es sin lugar a dudas la forma de expresión literaria de mayor cultivo durante todo el período colonial neogranadino. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos editoriales recientes, permanece ignorada hasta tal punto que no han faltado críticos e historiadores empeñados en negar su existencia. Aunque es necesario reconocer que, salvo pocas excepciones, es de escaso o nulo valor estético, ella constituye un documento de primordial importancia para el conocimiento de la historia literaria, cultural, del gusto y de la actividad intelectual de la Colonia. La literatura en la conquista y la colonia La poesía es de temprana aparición en el Nuevo Reino de Granada y nace inevitablemente ligada a la tradición literaria española, a las escuelas y tendencias imperantes en la Península desde comienzos del siglo XVI, presentando a la vez innovaciones renacentistas y una persistencia de temas, estilos y actitudes medievales. A la tendencia italianizante pertenecen los primeros ducumentos conocidos y la primera obra escrita con intención claramente literaria en el Nuevo Reino, las Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos. Como única excepción a la tendencia italianizante, pueden mencionarse las redondillas citadas por Castellanos en las Elegías que atribuye al soldado Lorenzo Martín, compañero de expedición de Quesada y uno de los fundadores de Santa Fe, gran improvisador de coplas según el uso antiguo. En el Nuevo Reino, para fines del siglo XVI ya hay noticias de la existencia de un pequeño grupo de versificadores en Tunjá que, a unos treinta años de fundada, es una ciudad próspera que se ha convertido en el primer centro cultural del reino y supera a la aún tosca Santa Fe. En Tunja se realiza entre 1567 y 1573 la segunda construcción de su catedral, que será la iglesia más suntuosa del Nuevo Reino; la ciudad posee numerosas edificaciones y diversas ricas mansiones en las cuales quedan todavía, como testimonio de los hábitos señoriales de la clase aristocrática local, las exuberantes pinturas al fresco, en estilo grutesco, de las casas del fundador Gonzalo Suárez de Rendón, del escribano Juan de Vargas y del beneficiado Juan de Castellanos. En Tunja se desarrolla además una incipiente actividad literaria que no se ejerce a nivel estrictamente individual, sino de grupo. Existe allí un núcleo de personas -clérigos, funcionarios- con suficiente cultura entre los que descuella el beneficiado. Poseedor de una notable biblioteca formada casi exclusivamente por autores latinos y de una buena educación recibida en el colegio de estudios generales de Sevilla en donde se acreditó para enseñar gramática y oratoria, realiza en Tunja su temprana vocación docente y abre un estudio en el que se enseña gramática. En tomo a la figura de Castellanos se formó el que puede ser considerado el primer cenáculo literario del Nuevo Reino. De la existencia de un pequeño grupo de versificadores, formado por españoles allí avecinados pero ya también por algunos criollos, da 255 testimonio el cuerpo de poesía laudatoria -toda ella de tendencia italianizante- publicado en los prolegómenos de las cuatro partes de las Elegías de Castellanos. De este medio sale la primera y única obra literaria en sentido estricto del siglo XVI neogranadino, la monumental Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos (1522-1607), el primer hombre de letras en quien se conjuga la voluntad de informar con la de estructurar el relato y de hacer utilización poética del lenguaje. De Castellanos sabemos que llegó muy joven a América y que tras largos años de vida andariega y aventurera en los que fue sucesivamente monaguillo, soldado, comerciante, pescador de perlas, gozador de indias, recibió las órdenes sacerdotales en Cartagena y estableció finalmente su residencia en Tunja (1562), donde transcurrió el resto de su larga vida en ejercicio de su función de cura y con el cargo de beneficiado de la iglesia de Santiago de Tunja; allí -según sus propias palabras-, le fue posible alcanzar su "reposo, con una medianía de sustento", el que, en realidad, no debía ser tan mediano porque por el beneficio le correspondía la pingüe renta de 1.400 pesos, con la que, amén de otros negocios, logró acumular una verdadera fortuna que al morir estaba representada en varias casas y solares, 25 esclavos, más de un millar de cabezas de ganado y un conspicuo capital. Durante los cuarenta y cinco años de su residencia en Tunja, se impone la agobiante tarea de consignar por escrito sus recuerdos personales, los informes de testigos presenciales y toda clase de noticias por él recogidas sobre el descubrimiento y la conquista de las Antillas y del Nuevo Reino de Granada. De esta labor resultó el poema de más monumentales proporciones conocidas en occidente cuyas cuatro partes, que llegan a un total de 113.609 versos (2), contienen los sucesos referentes a: Colón, el descubrimiento y la conquista de las islas antillanas; los sucesos de Venezuela y de Santa Marta, la historia de Cartagena, Popayán, de la gobernación de Antioquia y del Chocó; la historia del Nuevo Reino de Granada. De estas cuatro partes sólo la primera pudo ser publicada en vida del autor (Madrid, 1589) (3) quien tenía además, programada una quinta parte que no alcanzó a llevar a cabo. El título general de Elegías que Castellanos da a su obra y a la mayor parte de las unidades narrativas que la componen, debe tomarse en 256 el sentido de la tradición literaria latina e italiana, como composición poética triste y dolorosa; el poeta se centra por lo general, en la figura de alguno de los "varones ilustres", cuyas hazañas celebra y cuya muerte lamenta; quiere narrar esencialmente los casos dolorosos de la Conquista pero introduce también situaciones divertidas, anécdotas amenas y falta en estas elegías de Castellanos, el tono lírico, nostálgico y adolorido, tan característico del tipo de composición tradicionalmente así denominada; la expresión del dolor, personal o colectiva, asume con frecuencia un tono retórico y convencional, cargado de alusiones mitológicas. La intención original del autor es eminentemente historiográfica e informativa. Concebida su crónica y redactada inicialmente en prosa, decidió optar por el verso a instancia de amigos y allegados; la sola transcripción de lo ya redactado en prosa fue una labor que le llevó más de diez años. En su intento de alcanzar fama para sí y para las gestas cantadas, animado por el deseo de emular aErcilla -que se convirtió pronto en modelo de poeta heroico y tuvo varios continuadores en la América colonial- adopta para su materia "basada en hechos célebres y grandiosos", la forma estrófica consagrada por la épica del Renacimiento: la octava endecasílaba usada por Ariosto y por el admirado Ercilla en la Araucana. El simp