Mundo PRO GABRIEL VOMMARO SERGIO MORRESI ALEJANDRO BELLOTTI Mundo PRO Anatomía de un partido fabricado para ganar Índice Portadilla Legales Prólogo: Nacido para ganar 1. Nace una empresa partidaria 2. Macri se convierte en Mauricio 3. Rompecabezas: nuevos y viejos políticos 4. Haciendo Buenos Aires 5. El club de la derecha 6. «El arte de ganar»: marketing político en tiempos de PRO 7. Pequeños mundos juveniles 8. Los pies en el barrio 9. El mundo del espíritu 10. Los sueños y los límites Epílogo: ¿Va a estar buena Argentina? Bibliografía Vommaro, Gabriel Mundo PRO : anatomía de un partido fabricado para ganar / Gabriel Vommaro ; Sergio Morresi ; Alejandro Bellotti. - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2015. E-Book. ISBN 978-950-49-4381-5 1. Política Argentina. 2. Investigación Periodística. I. Morresi, Sergio II. Bellotti, Alejandro CDD 320.098 2 © 2015, Gabriel Vommaro, Sergio Morresi, Alejandro Bellotti Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Imagen de cubierta: Gentileza de los autores © 2015, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: febrero de 2015 Digitalización: Proyecto451 Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-4381-5 PRÓLOGO Nacido para ganar La fila, de al menos trescientos metros, avanza despacio. A esa hora en que la luz languidece y la oscuridad se demora, Costa Salguero recibe algo de la calma del Río de la Plata. Distintos grupos de jóvenes vestidos casi de noche esperan para entrar a la fiesta y comentan extasiados cómo vivieron el día de elecciones. Un chico de unos veinte años dice que le tocó fiscalizar en Flores. «No conocía el barrio, me costó llegar. Pero estuvo bueno», explica a una chica de jean blanco ajustado que lo escucha con atención. Otros cinco muchachos y muchachas prestan oídos al relato que se entrelaza con emoción fecunda: «Quedé recansado», continúa. Aunque también contento: las listas de Propuesta Republicana (PRO) salieron primeras en la mesa que fiscalizó. «¡No sabés cómo me puse!». El fiscal de Flores envía un WhatsApp a un contacto para saber si los pueden hacer pasar sin hacer toda la fila. La espera se hace larga. Una chica no está en la lista de invitados. Le preocupa saber si podrá entrar de todos modos. «Le explicamos que venís conmigo», repone con firmeza el fiscal. Anticipa la probable inquisición del portero. Como sus amigos, parece acostumbrado a buscar el mejor modo de abrirse paso para ingresar a salas VIP sin obstáculos, recursos que en el mundo de las discos diferencia a quienes tienen conexiones de quienes no las tienen. En la extensa fila no hay sólo jóvenes: también se advierte gente de mediana edad que espera para ingresar al salón de Costa Salguero. Ellos se inclinan por un elegante sport bastante riguroso, alejado de la estética que podría esperarse en los actos partidarios, pero ajustado al tipo de público que aguarda para formar parte de la fiesta electoral. Fiesta cuidada, organizada y distinguida. Como un casamiento de la farándula, o una fiesta de quince de esas en las que se tira la casa por la ventana. No es para menos. Todos parecen confiados en que los candidatos de PRO ganaron las elecciones legislativas de octubre de 2013 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Van a esperar los resultados oficiales, pero nada parecido a la incertidumbre los distrae. Sólo quienes se ocupan de pensar el futuro de PRO muestran rasgos de preocupación: por primera vez, el principal adversario electoral en la CABA no fue el Frente para la Victoria (FPV), sino una alianza entre partidos no peronistas que hegemonizaron Elisa Carrió y el radicalismo porteño. Acaso podrían volver a conquistar algo del voto radical de los años ochenta y noventa que la fuerza política de Mauricio Macri necesitó para ganar la jefatura de Gobierno porteña en 2007, y que volvió a atraer en 2011, cuando el líder de PRO fue reelecto. Se escuchan murmullos y aplausos. Siguen los WhatsApp en cadena para conseguir el favor tan ansiado de quienes ya están adentro del predio. A lo lejos se escuchan las primeras estrofas de «Ciudad mágica» de Tan Biónica, un componente esencial en el repertorio de las fiestas macristas. De pronto, el joven fiscal se inquieta: le avisan que Mauricio está por aparecer en el escenario. Llamar a los dirigentes por el nombre es un hábito de la política, pero en PRO es regla. En 2007, Macri logró perforar su techo electoral, constituido por la resistencia a su figura entre los sectores medios urbanos del electorado progresista, en cierta medida gracias a que se desembarazó de su apellido tan connotado. Así, Macri se volvió Mauricio. Y eso tuvo mucho que ver con la compañía de Gabriela. Gabriela es Michetti, aquel día de octubre candidata a primera senadora por la ciudad de Buenos Aires y una de las ganadoras estelares de la noche. Michetti encarna una de las esperanzas partidarias para suceder a Macri en la ciudad en 2015, cuando ya no pueda presentarse tras dos períodos de gobierno. También podría ser su compañera de fórmula en la competencia presidencial. Nada está descartado. A Jaime Durán Barba, el principal asesor de Macri en comunicación política, lo seduce la fórmula, ya probada, de colocar una dosis de calidez y proximidad junto a la imagen aún algo fría (y frívola, de herencia menemista) del empresario. Del mismo modo pensó la dupla de candidatos a senadores en las legislativas de 2013: a Michetti la secundó el alegre Diego Santilli, dirigente peronista de la zona norte de la ciudad y heredero de cierto capital político en la zona de influjo riverplatense. Su padre, Hugo Santilli, fue presidente del club de Núñez en los años ochenta, hasta que Carlos Menem, su amigo y compañero de ruta y de ideas, lo nombró presidente del Banco Nación en 1989. A diferencia de su par de la zona sur, Cristian Ritondo, quien conserva su estirpe peronista territorial y no parece dispuesto a reconvertirse en lo que la facción peronista del partido llama los PRO puros (dirigentes modernos, post-ideológicos, tecnocráticos), Santilli parece haber asimilado mucho mejor la nueva e incipiente tradición política de fiesta y de gestión. Al fin ingresamos, bajo la mirada atenta de los porteros, a un pasillo hecho de postes separadores, como en los bancos o en los aeropuertos. Conduce a un vestíbulo donde se han abierto seis ventanillas para registrarse. Nos ponen en la muñeca una pulsera amarilla, de esas que se usan en los hoteles all inclusive o en los festivales de rock. Avanzamos hacia un espacio amplio, a cielo abierto y vallado, que encauza al gran salón donde la fiesta ya ha comenzado. De inmediato, vemos un largo panel amarillo cruzado con banderines de colores: la estética habitual de PRO desde 2009, cuando al amarillo elegido en 2005 se oscureció y se complementó con una paleta más amplia, a fin de diferenciar los colores partidarios de los colores de la gestión en la ciudad. Algunos dirigentes opositores habían presentado un recurso judicial y un juez con tino republicano había dictaminado que correspondía aplicarse más en marcar la diferencia entre el partido y el Estado. El panel repite la leyenda «PRO. Juntos se puede». Varios invitados al evento se toman fotos con ese fondo. PRO exuda alegría y la contagia entre sus militantes. Esa alegría se sustenta, en parte, en el casi constante éxito electoral en la CABA desde las elecciones municipales de 2003. El partido tuvo tiempo y espacio para perfeccionarse en las bellas artes del festejo. En esas lides, los Jóvenes PRO siempre han sido vanguardia: cotillón, merchandising y música pop se combinan de modo tan efectivo que, a pesar de no ser exclusivos del macrismo, le han impreso su identidad. En el relato partidario, el festejo contrasta con la crispación del kirchnerismo. PRO, nacido en 2002, es casi hermano del movimiento que gobernó la Argentina desde 2003: surgió para distinguirse de él, para movilizar electores, ideas, recursos de grupos sociales y políticos que ven en el peronismo de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner su peor enemigo. La fiesta, que no se diferencia demasiado de las propiciadas por las empresas a fin de año, se insinuó en 2005. Dos años más tarde, el triunfo en las elecciones para la jefatura de Gobierno desató la celebración, y Macri se permitió bailar en el escenario con su compañera de fórmula, que lo acompañó en la silla de ruedas. La imagen se hizo carne en propios y ajenos (aunque con valoraciones opuestas), y desde entonces el festín celebratorio se ha vuelto tradición para coronar las victorias electorales. El orden, la decoración, la higiene y el servicio del lugar, muy cuidados, dan cuenta de lo que se quiere ofrecer a los invitados. Frente al panel amarillo, un amplio espacio separado por un biombo con el mismo lema, «Juntos se puede», cobija una veintena de baños químicos para hombres y para mujeres. Baños limpios y perfumados, antípodas de los habituales espacios sucios de evento masivo. A la izquierda del panel, una larga mesa ofrece sándwiches y bebidas sin alcohol. La gente se acerca con tranquilidad, en lugar de abalanzarse sobre la comida como sucede a veces en los cócteles. Detrás se encuentra la zona de trabajo de las camareras y los camareros del servicio de catering y el personal de limpieza. La entrada al sitio que domina el escenario se ubica a la derecha del panel amarillo. Pequeños livings y conjuntos de mesas y sillas altas delimitan un lounge para que departan fiscales, militantes y autoridades intermedias del partido. Casi nadie los ocupa ya: se acerca el gran momento, la salida de los candidatos que esperan en el backstage. En los televisores colgantes se ve el logo de PRO. A la izquierda, el escenario en altura, decorado con los colores de PRO y partido por una pasarela con forma de flecha, se revela demasiado grande para las proporciones del salón: fue pensado para las cámaras, que se hallan enfrente, en tribunas especialmente dispuestas para los medios. Un artefacto con brazo telescópico, que se mueve sin parar, enfoca a los asistentes desde las alturas. La imagen se reproduce a todo color en las pantallas gigantes. Para que sea completa, la fiesta debe ser televisada. El lema de la noche se repite en banderines colgantes que cruzan el salón. La pantalla gigante que descansa al fondo del escenario proyecta un video: «Juntos se puede», en letras espectaculares, y luego se suceden imágenes de zonas emblemáticas de la ciudad, como el Puente de la Mujer, el Ministerio de Agricultura, el Obelisco, la plaza San Martín, incluso aparece la flor gigante de Recoleta que dejó de funcionar en 2011. Algunas pantallas más pequeñas proyectan en vivo los tweets de los integrantes del PRO con el hashtag #juntossepuede: hablan de los resultados de la elección, de la performance de los fiscales de mesa, de cómo se vive el momento de conocer los resultados. Otras transmiten noticieros en vivo o las entrevistas de los referentes de PRO en un área vallada para atender a la prensa. La música define el ambiente de fiesta, en especial la de aquellos artistas nacionales que integran la playlist habitual de los actos de PRO: Los Cafres, Gustavo Cerati, Los Fabulosos Cadillacs, Vicentico, Tan Biónica. Ya no son de la partida La mancha de Rolando, grupo cercano al kirchnerismo que intimó en 2011 a la dirigencia de PRO para que no utilizaran su tema «Arde la ciudad» en los actos partidarios. Una misma secuencia se repetirá toda la noche, sólo interrumpida para transmitir en vivo las entrevistas a los líderes partidarios: «Ciudad mágica», «Casi nunca lo ves», «Rezo por vos», «Ella tiene swing», «Será de vos» y «Fuego». Aumentan los murmullos. «¡Sale Mauricio!», exclama una mujer de unos cincuenta años. El blanco de su ropa contrasta con el dorado del cinturón, las pulseras y el collar, y el maquillaje abundante desperdigado en el rostro. Sin embargo, el líder se hace esperar. Una veintena de jóvenes —jeans prolijamente rotos, calzas, gorras con visera— se reúne en el centro del salón. Vuelve a sonar «Ciudad mágica», de Tan Biónica, y accionan los pasos de una coreografía tan estudiada como informal. Flashmob: coreografías espontáneas en espacios públicos, que PRO implementó como parte de su animación proselitista en 2013. El público se acerca. Tan Biónica musicaliza la emoción amarilla. En el escenario emerge un grupo de jóvenes con remeras amarillas, celestes y rojas, todas con la leyenda «Juntos se puede». El mensaje debe quedar claro para los asistentes y para los miles que siguen el festín por televisión. Llegar a 2015 con posibilidades electorales es el principal objetivo de un partido que ya se siente seguro en la ciudad pero aún debe calibrar mejor su implantación nacional. Los jóvenes se ubican en una suerte de gradas dispuestas en el escenario: dejan el espacio justo para que entren los candidatos. Una lluvia profusa de globos de colores cae desde el cielo. Con «Fuego», de Bomba Estéreo, se acomodan Santilli, Sergio Bergman, Iván Petrella, Laura Alonso y Federico Sturzenegger, junto a Horario Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. «¡Hola, PRO!», grita al micrófono Santilli. El mediático Mago Sin Dientes lo saluda desde el llano, y el Colorado le devuelve la gentileza con un gesto fraternal. «Gracias a todos por apoyarnos, gracias por seguirnos, gracias por apoyarnos», remacha el candidato a senador, y los reflectores cambian su patrón e intensidad en juegos de luces que simulan un movimiento infinito. Al final de un breve discurso, los candidatos abandonan el escenario, seguidos por los jóvenes de las gradas. Se produce un bache en la fiesta: momento para acercarse a las mesas dispuestas lejos del centro de la escena y degustar un sándwich o animarse a disputar con otros comensales —más numerosos a esa hora de la noche— alguno de los calzoni caprese que se distribuyen por todo el predio. Los spots que despide la pantalla gigante del escenario comienzan a desplegar la incipiente proyección al territorio nacional de PRO: el dirigente ruralista Alfredo de Angeli, el humorista Miguel Del Sel. También se proyectan spots de campaña. La estrella: «Héroes cotidianos», celebración del ciudadano común, del diálogo, la paz, el optimismo y las ideas para resolver los problemas de la gente. «Juntos se puede». Sube el volumen de la música: «El satánico Dr. Cadillac», «Mariposa Pontiac», «Rock del país», «Música ligera» y «Me siento mucho mejor». Los jóvenes de remeras amarillas, azules y rojas regresan a las gradas del escenario. Otra vez se reparten globos entre los asistentes. Crece el entusiasmo. Ahora sí, viene Mauricio. Con cierta timidez, algunos jóvenes en el salón comienzan a agitar sus manos, a saltar, aun a revolear sus remeras. Incluso Macri lo había hecho en los festejos de las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), al igual que Santilli. Un ritual futbolero apropiado por la gran fiesta PRO, de la mano de sus referentes más cercanos al mundo deportivo. En las pantallas, las imágenes vuelven a mostrar los candidatos en las diferentes provincias. Luego, sólo la figura de Macri. Las imágenes lo muestran en todos los rincones del país: un líder nacional. Por fin, registros de los cacerolazos del 8 de noviembre de 2012 relevan la voluntad macrista de ser «un puente con la sociedad civil». Con «Ella tiene swing» salen al escenario Michetti y Macri. Ella, pantalón blanco y blusa roja. Él, jean negro gastado y camisa celeste, sin corbata. Los jóvenes de las gradas se quitan las remeras al unísono: dejan a la vista otra remera amarilla con la leyenda «Macri 2015». La heterogeneidad del partido expresada en los diferentes colores se organiza ahora detrás del líder: metáfora PRO fabricada con inteligencia, que da cuenta de una complejidad partidaria que sólo se articula en el proyecto presidencial de Mauricio. Ahora, sin embargo, Mauricio es Macri, porque se trata de darle la seriedad que lo consagre como líder nacional. Algarabía generalizada. Remeras al aire. Mauricio y Gabriela sonríen distendidos. Ella anuncia: «Primero vamos a ver un mensaje de gente que nos quiere y que está con nosotros». En las pantallas, los candidatos en diferentes distritos del país: Del Sel en Santa Fe; el ex futbolista Carlos MacAllister en La Pampa; el abogado Eduardo Cáceres en San Juan; el empresario turístico Dante Álvarez Dodi en Jujuy; el dirigente conservador Guillermo Durand Cornejo en Salta; el ex árbitro Héctor «Coneja» Baldassi en Córdoba; De Angeli en Entre Ríos. Todos saludan a Mauricio de modo informal y cercano. Un coro bullanguero compite con los aplausos prolongados: «Se siente, se siente, Mauricio presidente». Michetti prosigue: «Ustedes hoy han elegido una manera de hacer política y le han dicho que no a otra manera, la de la confrontación. Y tengo acá al lado a alguien que sabe muy bien que nosotros no nos presentamos como el cambio: nosotros queremos el cambio real. Con personas distintas, con ideas nuevas, vamos a poder mejorar esa realidad y hacer un país modelo». Llega el momento de dedicarle unas palabras a su compañero: «Mauricio, me acuerdo hoy de un momento muy importante, estábamos pasando por situaciones difíciles —vos en particular, muy vapuleado, con muchos problemas, noches sin dormir—, y yo tenía una reunión con vos a las 8 de la mañana en mi casa. Lo primero que pensé fue “Mirá, Flaco —como le suelo decir—, mejor dejémosla para la semana que viene”. Y vos me dijiste: “No quiero que me tuerzan del camino. Esto es una injusticia. Yo voy a pelear por esta situación, y no me importa si estoy muerto de cansancio o de espíritu: voy a ir a trabajar como todos los días y vamos a tener la reunión a la mañana”». Aplausos renovados. Sigue Michetti: «Y esa reunión fue difícil. Hubo momentos en los que se te llenaban los ojos de lágrimas. Pero seguiste trabajando. Ese es el dirigente que nosotros queremos para que siga trabajando por la Argentina». Más aplausos, ovación y un nombre repetido: «¡Mauricio, Mauricio!». Suena «Casi nunca lo ves», de Los Pericos. Michetti se estira para abrazar y besar a Macri. La música se atenúa: el líder de PRO toma la palabra. Apoya su mano sobre el hombro de Michetti y se dirige a ella, aunque mira hacia las cámaras de televisión frente al escenario: «Gracias, Gaby, por esas palabras tan lindas. Son muchos años que compartimos juntos, son muchos momentos lindos. Quiero agradecerte y felicitarte a vos, al Colo, a Sergio, a Federico, a Laura, a Iván, a todos los candidatos que nos han representado tan bien, maravillosamente bien». Con informalidad cuidada, Macri trueca el destinatario de su mensaje, que ahora se orienta al futuro: «También quiero agradecerles, como decía Gaby, a todos los que nos apoyaron en lo ancho y en lo largo del país. Hablo de los santafesinos, los entrerrianos, los cordobeses, los sanjuaninos, los pampeanos, los jujeños, los salteños y tantos otros. Todos ustedes dijeron que el cambio es posible y todos ustedes dijeron que PRO es la alternativa que nace en la Argentina. Quiero decirles que queremos representar a esa mayoría de argentinos que está cansada de que siempre gobiernen los mismos; pasan los años, damos las vueltas y siempre estamos como atrapados en el mismo lugar. Yo comparto ese hartazgo que tienen todos ustedes con la mala política». Macri 2015, se entiende. Y para sustentar su vocación presidencial, el candidato anticipado enhebra un relato estilizado de su entrada en la actividad: él se metió en política. Su conversión de empresario en dirigente, cuando PRO era Compromiso para el Cambio, se presenta como un paso que cualquiera puede dar: meterse en política. Meterse para aportar moralidad. Meterse para aportar gestión. «Toda mi vida me he dedicado a construir», dice Macri. «Es lo que sé hacer y lo que me apasiona. Estudié ingeniería y trabajé siempre haciendo obras físicas, construyendo organizaciones y equipos. Durante muchos años porque, como les dije, es lo que me apasiona. Y un día dije: “Voy a dar rienda suelta a dos pasiones más que yo tengo, importantes”. El fútbol y Boca. Y tuve la suerte de crear un equipo, dentro y fuera de la cancha, que me permitió liderar la década más linda de nuestro club. Pero llegó el 2001, esa crisis que nos unió con Gaby. Y yo dije: “No puedo seguir pasivo frente a este hartazgo que tengo con todo lo que sucede”. Ahí me decidí a participar para ayudar a que la gente viva mejor. Y hoy, viendo todos esos votos que hemos recibido en todo el país, me doy cuenta de que esto está dando frutos, que hoy está naciendo una Argentina más democrática, más inclusiva, donde va a haber verdadero respeto a las diferencias, por esos votos. Pero para que continúe, para que se afiance, esto no puede ser un parche donde cambiamos dos nombres y todos siguen igual. Esto tiene que ser un cambio de verdad». Meterse en política. «Necesitamos que cada vez más gente nueva participe», exhorta. «En este proyecto están todos invitados: aquellos que apoyaron al peronismo en la búsqueda de la justicia social y al radicalismo en la defensa de la república, y esa enorme mayoría, especialmente de jóvenes, que no participaron en los debates ideológicos del siglo pasado, que lo que quieren es una Argentina moderna donde puedan ser felices, un país para la gente. A ellos, a todos ustedes, les quiero decir que llegó la hora: llegó la hora de una sana rebelión, de la innovación, de romper con los paradigmas, de animarse a participar». Renovación política: la esperanza de PRO en un escenario en el que, al parecer, con la aparición del Frente Renovador de Sergio Massa, la interna peronista parece fagocitarse a los candidatos de las nuevas fuerzas políticas. «Reitero mi compromiso a construir la nueva alternativa en el 2015, a ser el presidente del cambio en el 2015», sigue. «Les pido una vez más, les pido de corazón, que crean en ustedes, en que se puede, en que juntos podemos». Insiste: «Por favor, hoy antes de ir a dormir piensen que se puede, que tenemos que creer en nosotros. Muchas gracias, de corazón». Cae una lluvia de papel picado. Vuelve a sonar «Ciudad mágica», y luego, «No me arrepiento de este amor». Entran en escena los principales dirigentes y candidatos de PRO: Jorge Macri; la ex peronista, ex aliancista y ex Coalición Cívica, Patricia Bullrich; la contadora formada en fundaciones y think tanks Karina Spalla; Juan Pablo Arenaza, dirigente del partido de Bullrich; el peronista Helio Rebot. Todos a bailar. Macri y Santilli se turnarán como partenaires de Michetti. Entra en escena la mujer de Mauricio, Juliana Awada, que trae a la hija de ambos, Antonia. Él acomoda a la niña sobre sus hombros. Vidal procura adelantarse para que se la vea bailar. Para no ser menos que su jefe, el economista ortodoxo Sturzenegger también carga un niño sobre los hombros. Macri se retira primero, y de a poco lo siguen los demás dirigentes. La euforia lentamente se apaga, a pesar de que la música a todo volumen quiere mantener la fiesta bien arriba. Pronto los militantes de PRO saldrán del salón de Costa Salguero hacia la noche espesa, a buscar sus autos para volver a casa. El lunes deben volver a trabajar para hacer posible el lema «Macri 2015». Así se vive en el mundo PRO. O, más bien, en los mundos que componen el PRO. La puesta en escena del búnker electoral da cuenta de la diversidad partidaria, que se encastra con cuidado mediante las técnicas modernas del marketing. PRO cobija a políticos viejos y a nuevos, a expertos de fundaciones y a militantes territoriales, a empresarios y a voluntarios. PRO es un partido para diseccionar hasta aprehender sus componentes más pequeños, los visibles y los incorpóreos, los que ponen de relieve en las publicidades y actos y los que viven en la intimidad del entre-soi partidario. PRO es un partido nacido de las cenizas del sistema político en la ciudad de Buenos Aires. Como ningún otro de su tiempo, pudo unir a peronistas y radicales, empresarios y profesionales del mundo de las organizaciones no gubernamentales (ONG), dirigentes de la derecha tradicional y personal político y técnico de pasado progresista. PRO es un partido de la época crítica de los partidos, que se presenta como la fuerza de aquellos que se meten en política, aunque la mitad de sus cuadros proviene de familias politizadas y cuenta con una historia de militancia previa. En el origen fue una fundación, Creer y Crecer. Desde 2001 la financiaba el empresario Francisco de Narváez. Allí se gestó esta fuerza que se asomó a la actividad política y al Estado para brindar eficiencia y gestión. «Más allá de la izquierda y la derecha», dicen muchos de sus referentes. «Porque los problemas no tienen ideología, como tampoco las soluciones». Quizá por eso en aquella fundación de la que emergió Compromiso para el Cambio (CPC) había más expertos y profesionales que políticos. Y los había de diferentes orientaciones ideológicas, aunque primaran los economistas ortodoxos y los técnicos conservadores: se podía convocar a especialistas de pasado progresista para que propusieran políticas llave en mano. Se pagaba bien y se escuchaba con atención. Mariano Narodowski, antiguo dirigente comunista, luego asesor del principal sindicato docente nacional, la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), llegó así a las huestes macristas y en 2007 asumió en el Ministerio de Educación de la Ciudad. Dado que se construyó en esa distancia respecto de la política, PRO atrae la atención del público con sus escenas mediáticas: globos, bailarines callejeros, equilibristas en zancos. Se trata de actos con gran atractivo visual, casi como un casamiento soñado. Lo peor que puede pasar es que nadie se acerque. PRO necesita del público, y en especial del ciudadano común, no politizado: hombres y mujeres para los que la política también es una actividad distante. A ellos les habla. No por eso se debe pensar que el macrismo reniegue de la militancia. Al contrario, encuentra canteras de militantes, aunque en determinados espacios con más facilidad que en otros: la militancia como carrera profesional, por un lado, y la militancia como voluntariado, por el otro. Así traza el crecimiento político al interior de la organización: un espacio de crecimiento laboral y de compromiso moral. Se pueden transitar los dos senderos al mismo tiempo, o elegir uno de esos modos dominantes de implicarse en el macrismo. Los jóvenes —en una era de celebración de la juventud, que no monopoliza el kirchnerismo— aparecen como la nueva fuerza motora en el partido. PRO recluta en universidades de élite como la Católica Argentina (UCA) y la Torcuato Di Tella (UTDT), pero también en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA); intenta llegar a los barrios populares del sur de la ciudad, pero sólo logra implantar a algunos de sus dirigentes, o captar a quienes ya estaban trabajando, como el dirigente social de la Villa 20 de Lugano, Maximiliano Sahonero, heredero de un capital territorial familiar. Los demás, de Rivadavia hacia el norte. Pero como PRO constituye un equipo, aprovecha esa complementariedad. Una suerte de división del trabajo organiza lo que cada facción puede dar. Así se selecciona a los dirigentes políticos y líderes sociales y sus diferentes recursos se canalizan al servicio de la organización partidaria y del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Pocas veces en la corta historia de la CABA se creó tanta confusión entre partido y gobierno —acción paradójica por poco republicana— y hasta hoy se suceden las denuncias de opositores que exigen la distinción entre los actos de gobierno y los actos proselitistas, entre las inversiones públicas y los gastos de campaña. PRO cuenta con un liderazgo singular para unir sus mundos: Mauricio Macri, poseedor de un carisma que no todos le reconocen. Es un empresario exitoso que comparte la alegre fiesta de una organización en auge; es un team leader que sabe formar equipos con los mejores; combina el conservadurismo católico y el tradicionalismo familiar —fue padre en medio de un proceso electoral, paseó a su hija de dos años por sets de televisión y escenarios en la campaña siguiente— con un aire relajado y una algarabía de gestión. Macri pone en escena valores ajenos al mundo político y opuestos a los que las clases medias urbanas progresistas consideran que las representan (la cultura, la mesura, los valores igualitaristas). Acaso por su notorio padre, un gran empresario contratista del Estado en los setenta y hombre de la noche en los noventa, ha convertido su cualidad de manager en un valor político fundamental. En 2003 esa bandera le alcanzó para atraer a buena parte del electorado porteño, aunque no para hacer pie en los territorios progresistas del noroeste y norte porteños. Macri comenzó entonces un viraje progresivo en su presentación de sí. Dejó el bigote marcial, se rodeó de mujeres sensibles, comenzó a manifestar aprecio por el valor de lo público. Se acercó al mundo de las nuevas espiritualidades que practican los sectores medios urbanos en busca de nuevos credos. Ya en el gobierno, propuso una ciudad bella y hedonista («Va a estar bueno Buenos Aires») a la vez que ecológica («Buenos Aires Verde»), que atrajo a los hijos de esa progresía: bicisendas, festivales verdes, cultura pop, meditaciones colectivas y una celebración de la vida plácida. Lejos de las tensiones políticas del kirchnerismo, su visión del crecimiento económico y el auge de consumo en la década del 2000 prometía una bonanza sin conflicto. La imagen de Macri como un nene de papá, inútil y malcriado, tan afín a la mirada predominante de buena parte de la militancia progresista, se debilitó de a poco, sin que esa misma militancia lo percibiera. Una imagen estereotipada del otro se corresponde con una imagen autocomplaciente de sí: en esa ecuación radica buena parte de la imposibilidad de entender el fenómeno de PRO y la construcción política de su líder principal. En este libro queremos contribuir a esa comprensión —a estas alturas, necesaria— de uno de los fenómenos políticos más importantes de la primera década del siglo XXI en Buenos Aires. Una empresa exitosa que se debe ubicar en la trama de la historia de la que emergió, no como una anomalía sino como uno de sus gajos más potentes. El éxito constituye otro componente de importancia para los cuadros y militantes del nuevo partido. El éxito habilita la fiesta, en la cual se celebra una superioridad basada en el saber de la gestión y la altura moral de quienes llegan a la política desde arriba. Ganar es un reconocimiento. Desde su creación, PRO no perdió una sola elección en la CABA, el distrito donde nació, excepto el ballotage de 2003. Dar cuenta de esa capacidad requiere analizar los modos en que el macrismo supo construir diferentes enlaces con el electorado de la ciudad. No obstante, conviene recordar que su performance electoral ha sido despareja: muy buena en las elecciones municipales, más modesta en las elecciones nacionales. En 2011, cuando Macri decidió buscar su reelección, no pudo presentar candidatos a las presidenciales. En las legislativas de 2013, perdió las PASO ante Unen, la coalición neoprogresista, relanzada como Frente Amplio Unen (FAU), que amenaza con reorganizar ese electorado disperso luego de la crisis de la Alianza. Sus victorias se basaron en la conquista de los sectores medios y medios altos de la ciudad. En cambio, el voto en el sur se mantiene casi inalterado desde 2003, cuando dirigentes radicales y peronistas se sumaron al armado macrista y aportaron lo que los expertos y profesionales no podían dar: implantación territorial, el saber hacer de la política cara a cara para conseguir votos y movilizar personas. Por otra parte, en las comunas del oeste, noroeste y norte de la ciudad se concentran las razones del triunfo de PRO a partir de 2007: Caballito, Villa del Parque, Villa Devoto, Palermo, Belgrano, Núñez. Se trata del corazón del voto no peronista: alfonsinista en los años ochenta, aliancista en los años noventa. El éxito de PRO también esconde las dificultades para crear un partido nacional. Tiene a su favor el pragmatismo ideológico, lejos del conservadurismo tradicional argentino, y se presenta como el partido de una época nueva, más allá de la izquierda y de la derecha. Sin embargo, parece no encontrar aún un espacio suficientemente amplio en el campo político como para convertirse en un actor competitivo. El kirchnerismo lo prefiere como adversario: lo define como una derecha frente a la cual se ubica como nacional y popular. Pero las condiciones de la expansión de PRO en la CABA no se advierten en otros territorios del país: no hay políticos disponibles, como sucedió en 2002 en la ciudad durante la crisis radical y peronista, ni un electorado al cual interpelar con facilidad con el discurso de la gestión alegre y los valores posmateriales, como la vida verde. ¿Qué une a este espacio tan heterogéneo? ¿Qué logra contener los mundos PRO en un Mundo PRO? El éxito, hasta ahora. La gestión: su pregonada «pasión por hacer». PRO gobierna la ciudad de Buenos Aires desde 2007. Transformó algunas áreas más que otras, pero lo hizo siempre en un sentido privatista, o más bien con una concepción de lo público que privilegia el usufructo privado. Como nueva derecha pragmática, no se constriñe a los límites estrictamente pro mercado: muchos de sus cuadros creen en la intervención del Estado para reducir desigualdades sociales, aunque esa intervención nunca se orienta en sentido contrario al mercado. Se podría definir como un partido pro mercado en tiempos de estatismo: no se siente fuera de su tiempo, y reconoce en el Estado un papel de regulador necesario que acompaña al mercado. En asuntos económicos, los recursos públicos se deben poner al servicio de la creatividad de los privados, al crear oportunidades de desarrollo de negocios. En el ámbito sociocultural, los coagentes privilegiados se encuentran en la sociedad civil, por lo cual se deben promover alianzas con el tercer sector, movilizador de las energías sociales hasta entonces dispersas en pequeñas acciones de voluntariado. Dada la diversidad del partido, resulta complejo juzgar sus ideas. En cambio, al analizar las políticas públicas que lleva a cabo desde el gobierno de la CABA, permite hacer pie en el movedizo terreno de sus visiones del mundo en la práctica: lo que hace PRO. Y como PRO se define, según sus dirigentes, como un partido del hacer, al mirar detenidamente sus realizaciones se pueden comprender la línea, el programa —por así decirlo— de la agrupación. En algunas áreas el gobierno de Macri ha innovado poco, o ha publicitado mucho más de lo que en realizad hizo. No hubo grandes reformas en la educación ni en la salud. Las quejas abundan, como las publicidades del gobierno en estas áreas. PRO mantuvo la inercia histórica que deteriora los servicios públicos y fomenta de modo indirecto la salida hacia la esfera privada de aquellos ciudadanos que pueden procurarse esos bienes. Casi no se construyeron nuevas escuelas ni se trabajó seriamente en la adecuación de la infraestructura a la nueva realidad: sobredemanda en la zona sur, vacantes sin cubrir en la zona norte. Lo mismo sucedió con los hospitales, que mejoraron levemente sus instalaciones sin avanzar en la cobertura de poblaciones para las cuales el acceso a la salud sigue siendo problemático. Si analizamos las políticas públicas del gobierno macrista en su conjunto (y en especial en áreas básicas como vivienda y desarrollo urbano), vemos que el diseño y la realización de la gestión revelan que PRO tiene un proyecto de ciudad. Una Buenos Aires moderna, embellecida, con actividades culturales masivas, públicas y abiertas, destinadas al alto impacto más que a la construcción comunitaria. Una Buenos Aires que esté buena. Una Buenos Aires que, a esos fines, deje al mercado desarrollar su lógica, muchas veces jerarquizadora y excluyente, ya que el mercado no hace esfuerzos de inclusión. Las diferencias entre el norte y el sur no han cesado de aumentar en los años de gobierno de PRO, que en gran medida coinciden con tiempos de crecimiento económico y bonanza fiscal. Lo dijimos: no se construyen ni escuelas ni hospitales en la zona sur. Tampoco se construyen viviendas sociales. El desarrollo de la zona sur se basa en la lógica de los polos: radicación de empresas tecnológicas, construcción de espacios culturales que se orientan a las clases medias y medias altas, centros de recreación para esos mismos sectores. Las principales políticas urbanas redundan en procesos complejos de gentrificación. Nada de eso lo inventó el PRO, pero lo ha favorecido como a ningún otro gobierno desde que existe la ciudad autónoma. Esta tendencia se observa en el llamado a concurso nacional de anteproyectos de viviendas para la villa olímpica que albergará a los atletas en los Juegos Olímpicos de la Juventud en 2018. La inversión para el evento deportivo debe servir luego para desarrollar la zona sur: por eso la Villa Olímpica se construirá sobre diez hectáreas en la zona del Parque Roca, y tendrá un natatorio olímpico y un estadio cubierto. Sin embargo, la nueva «infraestructura deportiva de la zona», así como las 1.440 viviendas que «se transformarán en hogares destinados a familias mediante créditos accesibles» —como se lee en la web del gobierno de la ciudad—, no serán para los habitantes de la Comuna 8. Las bases de la convocatoria aclaran que estas viviendas, «posteriormente, se destinarán a cubrir las necesidades habitacionales que se generarán como resultado de las diversas políticas de desarrollo planteadas para el área, tales como el Polo Farmacéutico, el Distrito de Deportes, la Terminal de Ómnibus, el Centro Logístico, los equipamientos olímpicos, el Hospital de Lugano, el Teatro Polo Circo, la Ciudad del Rock y la Arena Parque Roca, entre otros». Se trata de atraer poblaciones nuevas a una zona donde hubo tomas de tierra para reclamar soluciones habitacionales en el momento mismo en que se convocó al concurso de anteproyectos. La nueva inversión no se dirige a los sectores sociales que viven en barrios precarios y asentamientos, sino a nuevos habitantes. El sur —destacó la convocatoria— es «una zona de la ciudad subutilizada y que posee mucho para ofrecer». Al mismo tiempo, el gobierno de PRO transformó de manera importante algunas zonas de la ciudad. Creó un Polo Tecnológico y construyó un edificio enorme en Parque Patricios, en principio para la casa matriz del Banco Ciudad, pero que —finalmente— se destinará al gobierno porteño tras los inconvenientes que causó la propuesta de construir un centro cívico en terrenos del Hospital Neuropsiquiátrico Borda. Amplió las veredas y los paseos en la zona de Palermo, que se consolidó como uno de los principales núcleos comerciales de Buenos Aires. Creó sendas para bicicletas en casi todo el norte y centro de la ciudad. También creó el Metrobús, la solución macrista a los serios problemas del transporte público porteño: rápido de construir, fácil de inaugurar. Estos carriles exclusivos con paraderos especiales para colectivos se parecen muy poco a los metrobuses de otras grandes ciudades, como el Distrito Federal de México, donde se adaptan los coches para que transporten una cantidad mayor de pasajeros, se instalan ingresos con molinetes para evitar las aglomeraciones en el ascenso y se agiliza la entrada con sistemas de pago con tarjeta. No obstante, el Metrobús constituyó un avance en casos de colapso de la circulación vehicular y facilitó trayectos de colectivos al disminuir el tiempo de viaje de modo significativo, como en la avenida Juan B. Justo. Aunque no logró sustituir al transporte subterráneo (con el que, a pesar de las promesas inaugurales de Macri en 2007, poco se avanzó: es mucho más oneroso y complejo), e imprimió un sello a la trama urbana de Buenos Aires, en particular desde la inauguración del Metrobús en la avenida 9 de Julio. Al hablar de los mundos PRO en este libro también hablaremos de la ciudad que PRO pensó y construyó en sus siete años de gobierno de la CABA. PRO es un partido diverso y heterogéneo. Tratamos de emular esa polifonía mediante la descripción de los principales actores que lo componen y los principales espacios en los que el partido se nutre, con los que mantiene vínculos estrechos, formales o informales. El primer capítulo narra la historia de PRO desde sus orígenes hasta su consolidación como fuerza política. Se muestran las particularidades de una fuerza política que nace de un think tank financiado y liderado por empresarios, y animado por expertos de todo tipo. El segundo capítulo recorre la biografía política de Mauricio Macri: intenta desentrañar la construcción de su liderazgo al interior de PRO, así como el modo en que se constituyó en un líder político capaz de ganar elecciones en la CABA. A continuación, desmenuzamos los diferentes componentes del partido: las facciones, líneas internas y grupos que organizan los diferentes tipos de actores que se suman al macrismo (los que se meten en política y los que aportan su experiencia previa; los que provienen de la esfera empresarial y los que se socializaron en las ONG; los que se formaron en el progresismo alfonsinista y los que llegan desde la derecha conservadora). Luego analizamos la gestión de PRO, el partido del hacer, en la CABA: mostramos el modo y el sentido en que intervino mediante sus políticas públicas en la reforma de Buenos Aires. Los mundos que componen el partido se retoman en los capítulos dedicados a los vínculos de PRO con la derecha argentina, regional e internacional; con la militancia juvenil y la militancia social en los barrios populares del sur de la ciudad; con las diferentes iglesias y manifestaciones de espiritualidad. En el medio, recorremos la construcción de la comunicación política del macrismo: la elección de una estética, de una paleta de colores, de un cierto estilo de presentación en público que define los modos de ser PRO. Por último, mostramos la evolución electoral del partido: sus avances y sus dificultades, la lógica de crecimiento y los problemas de nacionalización de una fuerza que nació para disputar la política metropolitana. Este libro trasciende el ámbito académico, donde ya se han explicado los rasgos de estas élites partidarias. Al hacerlo, corre el riesgo de acudir a narrativas que los autores no siempre transitamos. Elegimos poner estos años de investigación al servicio de un texto ágil, que cuenta escenas partidarias y biografías de actores de PRO para abrirse a un público amplio. Esta es nuestra invitación. La apuesta queda hecha. Nos cabe la esperanza de cumplir con algunos de estos objetivos. Sabrán juzgarlo los lectores. *** Mundo PRO es el resultado de un trabajo extenso y apasionante que emprendimos en 2012. Desde entonces, entrevistamos a unos treinta legisladores, diputados y comuneros de PRO y de otros partidos de la ciudad de Buenos Aires, funcionarios y ex funcionarios del gobierno municipal y candidatos partidarios. Releímos una treintena de entrevistas, así como una encuesta por cuestionario que realizamos en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), parte de un proyecto académico aún en curso, sobre las transformaciones de las élites partidarias en la Argentina. Buscamos por todos los medios concertar un encuentro con Mauricio Macri. Fue en vano. No conseguimos que el actual jefe de Gobierno de la ciudad nos concediera una entrevista. Los motivos descansarán en los siempre evanescentes ejercicios conjeturales: una agenda apretada; desconfianza en el abordaje del libro; recuerdos de experiencias traumáticas en entre- vistas pasadas; consejo de algún asesor cercano. Como sea, creemos que un encuentro con el líder de PRO hubiera sido fructífero. No obstante, la voz de Macri está presente en todos y cada uno de los capítulos que componen este libro. Se manifiesta en las opiniones y reflexiones de quienes iniciaron con él el trazado del proyecto y en quienes comparten la cotidiana empresa de preparar al partido para una contienda electoral a nivel nacional. En estos años, además, observamos actos partidarios, reuniones internas y apariciones televisivas de los dirigentes macristas; visitamos locales partidarios, comunas y centros barriales; fuimos a Los Piletones y a Belgrano, a la Villa 20 y a la calle Bolívar; revisamos archivos de prensa de los diarios Clarín, La Nación y Página/12, y algunas ediciones de Ámbito Financiero, Tiempo Argentino y la revista Noticias. Este material diverso nos permitió reconstruir los mundos en los que PRO se desarrolla, se nutre y contribuye a representar y organizar. Ninguna de estas actividades hubiese sido posible sin la colaboración de colegas, amigos, tesistas y becarios. Gabriela Mattina hizo una rigurosa lectura de algunos capítulos, y colaboró en la producción y realización de gran parte del trabajo de campo. Sin su ayuda, buena parte de las entrevistas y de las observaciones en eventos de PRO que realizamos para este libro no hubieran sido posibles. Juan Grandinetti leyó y comentó con minuciosidad y rigor nuestra investigación sobre la militancia juvenil. También fue fundamental la colaboración de los demás miembros del equipo que formó parte de la investigación realizada en la UNGS: Luciana Arriondo, Micaela Baldoni, Luciana de Diego, Dante Ganem, Jesica Romero, Vicente Russo, Iván Schuliaquer y Mariela Zelenay. Martín Armelino y todos los colegas del Área de Política de la UNGS leyeron textos que sirvieron de base para la elaboración de algunos capítulos. A Claudio Mardones, quien nos ayudó a concertar algunas entrevistas con legisladores del partido. Martín Sivak leyó y comentó algunos capítulos cuando el libro tambaleaba. Nos animó a continuar y brindó ricas orientaciones acerca de por dónde hacerlo. Sus comentarios resultaron esenciales para que pudiéramos avanzar en un momento en que flaqueaban las fuerzas y afloraban dudas sobre la posibilidad de que el proyecto se pudiera realizar. No podemos dejar de agradecer muy especialmente a Ignacio Iraola, director editorial de Planeta, por su confianza y compromiso para con este libro. Desde un primer momento, su convencimiento pleno en el proyecto nos estimuló para sortear los obstáculos que se iban sucediendo. Por último, debemos mencionar a dos personas que fueron fundamentales para la redacción de Mundo PRO. Gabriela Esquivada, lectora tan implacable como creativa, supo acompañarnos por una senda de escritura clara, sin perder la profundidad ni el interés de los textos. Buena parte de las virtudes del libro se deben a su intervención, y nada de aquello de lo que adolece se le puede reprochar, porque forma parte de las dificultades de los autores. Paula Pérez Alonso, finalmente, confió en este proyecto desde el comienzo, lo alentó y guió hasta las últimas páginas, y nos ayudó a construir el rompecabezas que aquí presentamos. CAPÍTULO 1 Nace una empresa partidaria El ministro de Economía Domingo Cavallo se presentó en Cadena Nacional para explicar que, a fin de contrarrestar la fuga de capitales, que llegaba ya a 81.800 millones de dólares, aplicaba lo que se conoció como «el Corralito»: un tope mensual a los retiros de las cuentas bancarias. Era el domingo 2 de diciembre de 2001. Clarín.com tituló: «Efectivo: límite de 250 por semana». Comenzaba así el mes que marcaría la transformación de muchas cosas. En ese momento, el aire olía sólo a final pero, con el correr del tiempo, los acontecimientos de aquel diciembre cobrarían significaciones más complejas: en el aparente vacío que dejaba el fin de un tipo de gobernabilidad se gestaban nuevos modos de legitimidad. Los ahorristas estafados para mantener en pie la insostenible convertibilidad, la clase media empobrecida y los caídos del sistema ajuste tras ajuste, todos se movilizaron sin referentes u organización, y menos aún líderes: los políticos habían llegado al piso histórico de credibilidad. Hubo saqueos, multitudes inorgánicas que se movilizaban a la casa de Cavallo o abrazaban el Congreso, cacerolazos por todas partes. La Plaza de Mayo se llenó de gente. Murieron 39 personas. Voló De la Rúa —en helicóptero— hacia la sombra de la historia, y volaron otros tres presidentes que le siguieron, hasta que el 2 de enero asumió Eduardo Duhalde, todos a la sombra de la misma consigna que escuchó también el mandatario resistente, como los ministros de la Corte Suprema: «¡Que se vayan todos, que no quede uno solo!». Esa consigna, contra las interpretaciones catastróficas del periodismo, resultó bastante polisémica. Contenía sentidos y demandas contrapuestos: ahí donde algunos querían menos política, otros querían más. Querían dejar de ser la gente, y desde la multitud inorgánica buscaban caminos para restituir su vida política como pueblo. En la perspectiva de la historia, aquel diciembre cerró un proceso de crisis política, social y económica que se remontaba a la transición democrática, que había conducido a la subordinación de lo político a la racionalidad económica. Con la agitación de esos días, de algún modo, se rompió la inercia y se recuperó la movilización desde abajo que cuestionaba la política institucional, y a la ortodoxia económica que se repetía en el anuncio del corralito. Al calor de los acontecimientos, en contraste, sólo se veía la continuación, ampliada de un modo sorprendente, del ciclo de protestas sociales que había comenzado con los cortes de rutas algunos años antes. Pero ahora los actores se diversificaban, se multiplicaban, se yuxtaponían. Los vecinos se llamaron «autoconvocados» y se organizaron en asambleas; se repudió a los medios de comunicación que mentían; continuaron los cortes de rutas y los cacerolazos; se recuperaron fábricas; se tapiaron las entradas principales de los bancos en el microcentro, escritas y sobreescritas de insultos. Hoy la frase se usa para un barrido y un fregado, pero en aquel momento era un asunto serio. «¡Que se vayan todos, que no quede uno solo!»: cualquier cosa podía suceder en aquel repudio unánime a los políticos. Inclusive una revalorización de la política a través de nuevos actores. O el surgimiento de una nueva fuerza, como PRO. En la Argentina, donde las fuerzas políticas tradicionales han vivido y viven profundas crisis, fracturas internas y cambios de orientación, no es habitual el nacimiento de un nuevo partido. Y mucho menos que, a la vez, resulte exitoso y duradero. Si además se toma en cuenta que el partido nuevo en cuestión no se desprende de otro ya establecido, nos enfrentamos a una novedad. ¿Cómo explicar que PRO haya logrado consolidarse en apenas diez años como una fuerza política con pretensiones fundadas de competir en las próximas elecciones presidenciales? ¿Cómo explicar que el proyecto nacido en la ciudad de Buenos Aires sea tercera, y hasta segunda fuerza, en buena parte del país, tras presentarse en 2013 con listas propias en ocho distritos electorales? ¿Cómo explicar que un partido nacido al calor de aquel colapso de 2001, cuando las asambleas barriales rechazaban de modo rotundo a la clase política, los sindicalistas y los empresarios, se presentara ante la ciudadanía como refundador de la política, sobre todo nutrido en buena medida de aquellas mismas figuras repudiadas? Varios fenómenos convergieron para que PRO consiguiera el éxito de que hoy disfruta, y lo hiciera en forma tan rápida. Algunos sintetizan la prehistoria del partido en una idea: Mauricio Macri decidió meterse en política. Sin embargo, el asunto reviste mayor complejidad. Si bien en este campo las decisiones resultan fundamentales, por sí mismas no crean nada: para que tengan efecto, se deben tomar de forma intensa en un contexto propicio, y un colectivo debe aceptarlas. PRO contó con ese contexto. Y la decisión de Macri —fundar un partido político competitivo, con clara vocación de poder y una orientación ideológica que él mismo denominó «pro mercado»— se hizo efectiva. Por fin, un conjunto de individuos que habría de formar un colectivo la asumió. ¿Cómo se funda un nuevo partido? En la visión tradicional, las agrupaciones políticas surgían del encuentro de personas que compartían un ideario diferente de los que defendían las agrupaciones establecidas. Al comienzo, esas ideas resultaban difusas: tomaban cuerpo a medida que corría el tiempo y se sumaba más gente, hasta que alcanzaban lo que se solía conocer como un programa o una plataforma: un plan de gobierno a mediano o largo plazo. Con sus objetivos más o menos claros, ese conjunto podía convocar, tratar de convencer a una parte de la ciudadanía de cuánto valdría optar por una alternativa novedosa. Llegado a este punto, si se cumplían además los requisitos formales de adhesiones y afiliados, ese grupo de gente podía presentar su partido en elecciones. Esta secuencia dista de expresar la historia real de los partidos políticos, y mucho menos de los argentinos, constituidos en torno a liderazgos nacional-populares, como el radicalismo y el peronismo, a los cuales sus adversarios acusaban —precisamente— de carecer de programas claros. En tiempos recientes, la literatura especializada mostró que las fuerzas políticas ideológicas, aquellas que se identifican sin ambages con un programa, tienden a quedar marginadas ante el protagonismo de partidos atrapa-todo, primero; profesional-electorales, en segundo lugar, y por último, también por agrupamientos pragmáticos que se organizan en torno a públicos evanescentes y cambiantes. Hoy, los nuevos partidos argentinos se muestran, en su mayor parte, poco programáticos. PRO no es una excepción. El núcleo que lo organizó comenzó a reunirse entre fines de 2000 y comienzos de 2001. Entonces, Macri ya había decidido que participaría en política, pero carecía de claridad sobre todo lo demás: de qué forma lo haría y qué organización sustentaría sus pretensiones. A medida que el cuadro económico y social del país se fue deteriorando, el presidente del club Boca Juniors y su entorno barajaron distintas opciones: desde que fuera candidato a diputado por el Partido Justicialista (PJ) en una provincia del noreste argentino, hasta que compitiera por la presidencia de la nación en un armado político nuevo. Cuando la crisis estalló violentamente en diciembre de 2001, los tiempos se aceleraron. A comienzos del nuevo milenio, el grupo alrededor de Macri se encontró con un panorama desalentador, pero a la vez auspicioso. Desmoralizaba el rechazo a la clase política y a los dirigentes en general, tan profundo que incluso algunos analistas políticos dudaban de las posibilidades de que la Argentina pudiera recomponerse en varios años. Pero la crisis, al haber hecho estallar las lealtades partidarias no sólo de los votantes sino también de los políticos profesionales —en especial de los radicales y peronistas—, se presentaba como una coyuntura auspiciosa. Y esto se veía con más claridad aún en el distrito federal argentino, epicentro de las movilizaciones de aquel verano. Desde la óptica de Macri y su círculo, el derrumbe de los dos grandes partidos tradicionales en la ciudad de Buenos Aires importaba menos porque ambos hubieran perdido votantes que por la reserva de cuadros políticos con experiencia que ya no se sentían contenidos en sus organizaciones, y que un nuevo partido podía reunir. Esos hombres y mujeres poseían un saber hacer específico del que carecía la mayoría del grupo que rodeaba al ex gerente de SOCMA. Y se hallaban disponibles para un armado político nuevo. A la unificación de retazos del peronismo y del radicalismo se sumó el aporte de los partidos de la derecha tradicional, así como el de otros grupos fundamentales para el surgimiento de la nueva agrupación: los empresarios que apoyaban a Macri desde sus empresas y el club Boca Juniors, y que concebían la administración pública de un modo similar a la de sus negocios; y los jóvenes profesionales que en su mayoría formaban parte del Grupo Sophia, un think tank o usina de ideas fundado en 1994 por Horacio Rodríguez Larreta. El saber hacer de los cuadros peronistas y radicales complementó de modo ideal la capacidad de gestión de la que se ufanaba el nuevo partido; las fundaciones y los think tanks ofrecieron un espacio relevante para que las diferentes corrientes convergieran en el nuevo proyecto político. Y algo más relevante: hicieron viable y creíble la decisión de Macri de meterse en política. Con el tiempo, las fundaciones se revelarían imprescindibles para nutrir de cuadros técnicos al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y para marcar la línea política de PRO. Pero este análisis quedaría incompleto sin sumar dos cuestiones más. La primera, y principal: la decisión constitutiva de la nueva fuerza política de no presentarse como opción en todo el país, sino de hacer campaña sólo en la ciudad de Buenos Aires. Esa opción por lo local no provino de la casualidad y, aunque por ahora se ha mostrado exitosa, también impone límites. Y la segunda: la figura del líder. Para algunos, Macri arrastra aún el handicap de ser uno de los representantes de la llamada patria contratista; para otros, el actual jefe de Gobierno porteño se reveló como un líder capaz de armonizar y contemporizar con éxito corrientes políticas y sociales muy diferentes, y de sacar lo mejor de cada una de ellas en pos del éxito de su equipo. De acuerdo con sus seguidores, esta habilidad de Macri, que resultó fundamental para mantener unido lo heterogéneo de PRO, se debe contabilizar también como una virtud que contrasta con la lógica de profundización del conflicto defendida por el kirchnerismo. Así, el FPV contribuyó a la construcción de la identidad de PRO al proveer una alteridad, un otro frente al cual destacarse como grupo unificado. Sin embargo, en el momento del origen del partido de Macri estas cuestiones no estaban claras todavía. En aquel momento, lo que primaba era la urgencia por encontrar soluciones a la crisis y asegurarse de que Macri fuera su garante. El rediseño del país Tras la derrota del peronismo por la fórmula Fernando de la Rúa-Carlos Chacho Álvarez, una ola de entusiasmo, tan intensa como efímera, recorrió el país. Los primeros tiempos en el gobierno nacional de la Alianza —frente conformado por la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente por un País Solidario (FREPASO)— parecieron fascinar a los periodistas, que ponderaban los gestos de austeridad de la nueva administración. El primer día que Álvarez quedó a cargo de la presidencia, por un viaje de De la Rúa al exterior, Página/12 lo siguió desde el café de Pino, «ubicado a metros de su casa», e informó que «el trayecto hasta Gobierno le salió $ 6,50 y le dejó 50 centavos de propina al taxista». Y, cómo no, habló el taxista, la voz de la calle: «Le pedí un autógrafo porque, si no, nadie me iba a creer que lo había llevado. Me resultó una persona agradable, común y corriente». La Nación prefirió llamar al café por el nombre, pintado en las ventanas: Varela-Varelita. Pero sucumbió al mismo hechizo: «Sus dos custodios, que desde las seis de la mañana lo esperaban en la esquina, lo siguen con resignación. “Nunca sabemos qué va a hacer. Para ir a la Casa Rosada puede tomarse un taxi, subte, un auto o una ambulancia”, comenta uno, divertido. “Kennedy tenía una custodia impresionante y lo mataron”, se excusa Álvarez cada vez que rompe la cadena de seguridad». Se elogiaba también la amplitud de De la Rúa, quien había colocado en el gobierno a una mezcla de radicales y frepasistas y había llamado a especialistas de otras fuerzas políticas. Pero el romance de la ciudadanía con su nuevo presidente terminó pronto, entre denuncias de corrupción provenientes del propio gobierno y un manejo de la economía empecinado en mantener la convertibilidad, que producía efectos sociales cada vez más graves. Ante la evidencia de que la Alianza se encaminaba al fracaso, diferentes sectores —inclusive el propio radicalismo— empezaron a imaginar los rasgos de un nuevo gobierno. En esas discusiones sobre el futuro nacional, a los políticos se sumaron algunos empresarios. Durante los años del menemismo, los empresarios se habían convertido en figuras del jet-set, exponentes públicos del triunfo del dinero como valor político y social. Envalentonados y alentados por dirigentes y funcionarios, algunos soñaban con carreras políticas. La crisis de 2001-2002 y el rechazo de los políticos que buena parte de la sociedad expresó aun antes de diciembre de 2001 —por ejemplo, en las elecciones legislativas de octubre, las del «voto bronca»— abrían una oportunidad favorable para este ingreso a una actividad que hasta entonces había habilitado más conversiones en el sentido inverso: políticos que aprovechaban sus contactos en el Estado y su conocimiento sobre gestión de ciertas áreas claves de la producción y los servicios para incursionar en el mundo de los negocios. Uno de esos empresarios era Francisco de Narváez, quien había transformado la empresa familiar en un capital enorme gracias a su venta oportuna durante la convertibilidad. La familia Steuer (ancestros por parte materna de De Narváez) había fundado la tienda Ta-Te en Praga, República Checa, en 1933. Con la llegada del nazismo debieron huir de Europa; tras pasar por Colombia y Ecuador, se afincaron en Buenos Aires apenas iniciado el gobierno de Juan Domingo Perón. Relanzaron su empresa con el nombre de Casa Tía (traducción de la expresión checa original) y con rapidez se convirtieron en una de las principales cadenas de comercio minorista de la Argentina. Francisco de Narváez se incorporó a la empresa familiar con sólo diecisiete años, pero al poco tiempo la abandonó y sólo regresó décadas más tarde, en pleno auge del menemismo. En ese momento no encontró un pequeño comercio sino un conglomerado empresarial que incluía —entre otras sociedades— una línea aérea (Lapa) y un centro de compras (Paseo Alcorta). El desembarco de De Narváez como nuevo director de Casa Tía determinó la suerte de la empresa. Según su evaluación, sobraban 3.500 de los 5.000 empleados. Había que actuar. El despido masivo inició un proceso que terminaría con la venta de la empresa, en 650 millones de dólares, al Exxel Group, el cual a su vez vendió la marca a la cadena francesa Carrefour. Entonces, De Narváez —determinado a desarrollarse como líder político— comenzó a financiar proyectos que contribuyeran a su carrera. El más importante de ellos, la Fundación Creer y Crecer, resultaría fundamental para que naciera PRO. Macri y De Narváez se conocían por haberse cruzado en algunos eventos sociales. No obstante, una persona ofició de enlace y los reunió —cuenta Gabriela Cerruti en su libro sobre Macri, El Pibe—: Doris Capurro, socióloga especialista en comunicación institucional, que hoy asesora a la presidente Cristina Fernández de Kirchner. Capurro —en aquella época consultora, hoy vicepresidenta de Comunicación de YPF— contaba entre sus clientes a empresas de Macri y al club Boca Juniors; también había asesorado a De Narváez cuando asumió el control de Casa Tía. En los Estados Unidos, Capurro había cursado posgrados en Marketing y Political Management, cuyos contenidos estimularon sus ideas a comienzos de 2001, cuando supo que Macri, al igual que su otro empleador, albergaba la intención de incursionar en la política grande. Los invitó a reunirse para intercambiar ideas. De Narváez había montado sus oficinas en el barrio de Las Cañitas. Las instalaciones en las que luego funcionaría Unidos del Sud (el think tank de De Narváez tras la separación de Macri, que sus miembros prefieren llamar do tank para enfatizar el paso extra del pensamiento a la acción) impactaban a los visitantes por los enormes monitores y el mobiliario futurista. Macri no se diferenció entre ellos aunque, según personas cercanas a él, fue otra cosa lo que llamó su atención: la determinación que mostraba De Narváez. Donde Macri veía una idea o un plan, De Narváez enunciaba un proyecto en marcha para concretarse a la mayor brevedad. Ignoraban cuándo harían pública su decisión de meterse en política, e incluso si sucedería dentro del justicialismo o en un partido nuevo, pero sabían una cosa: sus voluntades emprendedoras se aplicarían de lleno a esta nueva actividad. El empuje empresario se plasmó en el nombre de la nueva fundación, Creer y Crecer, que se constituiría de manera formal en junio de 2001, con Macri como su presidente. El crecimiento político se apoyó en dos pilares que dan cuenta de la impronta que tendría la nueva fuerza: contratar equipos técnicos y definir ideas para las políticas públicas. Equipos e ideas: un partido nacido de una fundación no podía sino marchar desde ahí. A costas del empresario colombiano, comenzaron a llegar expertos y ex funcionarios que protagonizarían la escena pública en los años por venir. Para los equipos económicos se contrató a Alfonso Prat Gay, a quien secundaba el joven Martín Lousteau; para planificar una nueva reforma del Estado se convocó a Alberto Abad, contador, especialista en administración pública, cercano al duhaldismo. Casi todas las semanas, Macri y De Narváez invitaban a un analista a quien le preguntaban con ansiedad, menos sobre la debacle que se cernía sobre la Argentina, que acerca de las posibilidades que ellos tenían de rediseñar el país. Uno de los invitados a esos encuentros nos comentó: «Antes de ir, yo ni siquiera sabía que tenían planes políticos. Fui pensando en que me preguntarían sobre las elecciones que iba a haber ese año, o sobre el blindaje… Pero primero me preguntaron si tenía un Power Point para pasar, y cuando les dije que no, en seguida me comentaron sobre sus planes y me preguntaron mi opinión… Creo que les dije que me parecía una locura. Delicadamente, claro. Entonces me ofrecieron una carpeta y me pidieron que la leyera; me iban a llamar para escuchar mis comentarios. No me llamaron, pero sí me pagaron, y muy bien, ese par de horas que estuve ahí». Es probable que la carpeta que le dieron al politólogo contuviera alguno de los informes que Macri y De Narváez encargaron a diferentes consultoras internacionales. Además de los especialistas en políticas públicas y en marketing político que trabajaban en Creer y Crecer, Macri y De Narváez también contrataban firmas para que elaboraran programas de gobierno para la ciudad de Buenos Aires, para la provincia de Buenos Aires y para el país. Una de las firmas que elaboró documentos fue Booz, Allen & Hamilton, una consultora de estrategia norteamericana con casi un siglo de historia, entre cuyos clientes se cuentan las Fuerzas Armadas y las agencias de Inteligencia de los Estados Unidos. Los periodistas que accedieron a la propuesta de Booz, Allen & Hamilton la consideraron un compendio de lugares comunes plagado de tecnicismos. Sin embargo, también contenía propuestas concretas, como el uso de fondos estatales para subsidiar la expansión acelerada de las diez empresas privadas más grandes de la Argentina, con el fin de ofrecer una imagen de país en crecimiento. En la visión tradicional de la política, los planes de gobierno se generaban de a poco a partir de la unión de gente que compartía ideas, o al menos diagnósticos sobre la realidad. Sin embargo, para Macri y De Narváez el tiempo apremiaba: la elaboración de un programa se encargó como una solución llave en mano. Desde su perspectiva, se trataba menos de cimentar una alternativa política que de presentarse como dirigentes capaces de generar una reingeniería de la Argentina, un rediseño completo de la matriz política y social. La crisis del país necesitaba nuevos planes y nuevos líderes. Quizá porque confiaban en que consultoras y expertos podían estructurar una plataforma, el grueso del trabajo de la fundación Creer y Crecer se volcaba, al menos por aquella época, a procurar la forma de ubicar a Macri y a De Narváez como figuras políticas. Todas las semanas se realizaban encuestas y se organizaban paneles para evaluar qué preocupaba más a los argentinos y cómo la población veía a los dos empresarios. La fisonomía de lo que parecía más un equipo de campaña de candidatos sin partido comenzó a cambiar a medida que se acercaba el final del gobierno de De la Rúa, cuando desembarcaron los grupos de trabajo que aportó una persona que resultaría clave en la creación de PRO, Horacio Rodríguez Larreta. El armado del equipo Rodríguez Larreta provenía de una familia de abolengo y tradición política. El más conocido de sus ancestros es su tío abuelo, quien como procurador general de la nación en los años treinta del siglo pasado rubricó la acordada de la Corte Suprema que dio legalidad al golpe de Félix Uriburu contra Hipólito Yrigoyen. Su padre, Horacio Rodríguez Larreta Leloir, integró el Movimiento de Integración y Desarrollo (el MID) como un dirigente muy cercano a Arturo Frondizi y a Rogelio Frigerio; tanto que el pensador del desarrollismo fue padrino de bautismo del actual jefe de Gabinete de Macri. Según comentó en diversas entrevistas, en su casa se realizaban a diario reuniones de los dirigentes del MID, de las que participaban —entre otros— Antonio Salonia, Oscar Camilión y Héctor Magnetto. Así, ya desde su niñez supo que su vocación se hallaba unida a la política. De forma paralela a su militancia en el frondizismo, Rodríguez Larreta se formó como economista en la Universidad de Buenos Aires y consiguió su primer empleo en la petrolera ESSO, donde se desempeñó como analista financiero. En medio de la hiperinflación de 1989-1990, viajó a la Universidad de Harvard a realizar un posgrado en Administración de Empresas. A su regreso, comenzó una carrera extensa y continua en la administración pública. Aunque Rodríguez Larreta suele sostener que sus trabajos en el Estado, durante los gobiernos de Menem y De la Rúa, cabían en la definición de «técnicos», sus nombramientos se ligaron siempre a acuerdos políticos. Sus contactos con dirigentes del MID que formaban parte del elenco menemista le permitieron, apenas llegado de su estadía en Estados Unidos, incorporarse a la Gerencia de Inversiones Extranjeras del Ministerio de Economía, entonces a cargo de Cavallo. En 1995, un salto cualitativo en su carrera lo llevó a la Gerencia General de la Administración Nacional de Seguros de Salud, la ANSeS. En 1998, cuando Ramón Palito Ortega ocupó la Secretaría de Desarrollo Social, Rodríguez Larreta ejerció como subsecretario de Políticas Sociales. En ese momento trabó una relación fluida con Santiago de Estrada, quien años después presidiría el bloque legislativo macrista en la ciudad de Buenos Aires. Cuando De la Rúa asumió la presidencia, nombró a Rodríguez Larreta entre los interventores del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados, más conocido como PAMI. Se suponía que la presencia de Rodríguez Larreta (a quien la prensa de la época llamaba «el peronista Larreta») aportaría buen manejo técnico y, además, serviría para mostrar pluralidad ideológica y transparencia en un organismo que encarnaba un símbolo de la corrupción menemista. Junto al ahijado de Frigerio, también se nombró a Cecilia Felgueras (figura en ascenso dentro del radicalismo) y a Ángel Tonietto, cuñado de la entonces ministra Graciela Fernández Meijide, del FREPASO. La intervención del organismo terminó mal; Tonietto, acusado de tráfico de influencias, debió renunciar. Meses más tarde, también Rodríguez Larreta se fue, aunque aclaró que lo hacía con la satisfacción del deber cumplido. En su siguiente escala, la ciudad de La Plata, el entonces gobernador Carlos Ruckauf lo nombró al frente del Instituto de Previsión Social de la Provincia de Buenos Aires. Allí fortaleció sus relaciones con Eduardo Amadeo, quien en julio de 2014 se incorporó a PRO, y era, a su vez, uno de los principales asesores del futuro presidente provisional, Eduardo Duhalde. Finalmente, pocos meses antes de que la crisis económica estallara, desde el equipo del otra vez ministro Domingo Cavallo lo volvieron a convocar para asumir la Dirección General Impositiva (DGI). Rodríguez Larreta fue quien ideó un emprendimiento que al comienzo parecía más técnico que político, y que sin embargo acabó por convertirse en uno de los ingredientes principales en la fórmula que permitió nacer a PRO: el Grupo Sophia. El think tank reclutó estudiantes avanzados de las carreras de Ciencias Sociales —en especial en ciencias políticas y económicas— y formó equipos para elaborar documentos de trabajo que sirvieran de insumos a los tomadores de decisiones, y fueran capaces también de insertarse ellos mismos en las posiciones que Rodríguez Larreta —creador y director de Sophia— abría en los diferentes lugares donde lo asignaban. Conviene aquí detenerse para subrayar dos cuestiones. La primera: buena parte del prestigio de Rodríguez Larreta se debió al trabajo desempeñado en la fundación. El desglose de los presupuestos nacionales y provinciales, o el cálculo de los costos y el impacto de diferentes programas públicos que publicaba Sophia se presentaban como informes que después utilizaban tanto los gobiernos como los políticos opositores, e incluso la prensa. La segunda: a pesar de su fama de gerente, Rodríguez Larreta siempre se movió como un político con un olfato fino para las oportunidades. Quizás por ello se reintegró al gobierno delarruista, que ya se caía a pedazos, al mismo tiempo que se acercaba a la Fundación Creer y Crecer para ofrecerle sus servicios a Macri. Junto con su equipo —que integraban, entre otras jóvenes profesionales, María Eugenia Vidal y Sol Acuña—, comenzó a diseñar el Plan Social para la ciudad de Buenos Aires. Por esa misma época llegó el actual secretario general del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA), Marcos Peña. Al igual que Rodríguez Larreta, Marquitos —como suelen llamar sus compañeros de Gabinete a este joven nacido en 1977— proviene de una familia vinculada a la política. Su padre, Félix Peña (actual director de una maestría en la Universidad Tres de Febrero y presidente del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación del Standard Bank), desplegó una carrera extensa y prestigiosa en el área de las relaciones internacionales. Sus contactos múltiples ayudaron a Marcos Peña a integrarse, con sólo dieciocho años, a la campaña presidencial de José Octavio Pilo Bordón, en 1995. Esa experiencia (en la que él mismo reconoce que se limitó a escuchar y «hacer de cadete») lo terminó de decidir a estudiar Ciencia Política en la Universidad Torcuato Di Tella, de donde egresó en 1999. Después de viajar un año por el mundo con sus amigos, volvió al país en 2001. Lo contrataron en otro think tank, el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), y se sumó como voluntario a la Fundación Poder Ciudadano, de relación cercana, a la vez que competitiva, con CIPPEC, más joven y profesionalizada. Ambas organizaciones se ocupan con fuerza de la promoción y aplicación de políticas de control y transparencia; ambas tendrán que ver, mediante la migración de algunos de sus principales referentes y cuadros técnicos, con la vida de PRO. Desde Poder Ciudadano, Peña trabajó en la asesoría a Martín Sabbatella, cuya gestión se reconocía por la transparencia, en el Municipio de Morón. Sin embargo, al poco tiempo, gracias a un amigo de la universidad, Peña supo que Doris Capurro buscaba gente con la cual armar un equipo de colaboradores para el lanzamiento político de Macri, y se presentó a una entrevista. Quedó entre los seleccionados y se integró a Creer y Crecer. Al comienzo, su trabajo se limitaba al área de comunicación, pero, a medida que se hacía clara la bifurcación de los caminos de Macri y De Narváez, su rol se fortaleció y se sumó a quienes se encargaban de conseguir más figuras que se incorporaran al proyecto de Macri. Fue justamente Peña quien se encargó de reclutar a Gabriela Michetti. Michetti nació en Laprida, provincia de Buenos Aires, en 1965, hija de un médico, y eligió un camino diferente del marcado por su familia. Suele contar la anécdota de que su destino quedó sellado por un horóscopo de los chicles Bazooka: «Tu futuro estará en la política y la diplomacia». Según esa leyenda, a los seis años decidió que estudiaría Relaciones Internacionales. Y apenas terminó la escuela secundaria se anotó en la Universidad del Salvador, donde se recibió en 1988. «Mientras estudiaba —rememora Michetti—, comencé mi acción militante en las villas de Florencio Varela, a través de un equipo que habíamos armado en la diócesis de Novak. La opción por los pobres… Por ese entonces mi hermana Silvina se había puesto de novia con Javier Auyero, hijo de Carlos, a quien conocí a través de Javier. Comencé a admirarlo mucho, y aunque siempre tuvimos una relación personal, nunca milité en la Democracia Cristiana (DC), básicamente porque yo tenía el temor del desprestigio de la tarea política y tenía miedo, además, de perder autonomía de pensamiento. Pensaba que estar en un partido político podría condicionar mis ideas y valores». Apenas obtuvo su título universitario, consiguió un puesto en la provincia de Buenos Aires y en 1991 logró ingresar al Ministerio de Economía de la Nación, donde permaneció una década. Según declaró en varias entrevistas, el accidente que en 1994 la inmovilizó de la cintura hacia abajo le cambió la vida en muchísimos sentidos, pero no modificó sus convicciones religiosas y sociales ni sus perspectivas de crecimiento profesional. Mientras se desempeñaba en el Ministerio de Economía de Cavallo, Michetti cursó estudios de posgrado. Uno de ellos, la maestría en Integración Regional, de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales que dirigía Félix Peña. Cuando Marcos Peña la convocó para que se integrara al proyecto de un partido encabezado por Macri, su primera reacción fue de rechazo: «Fue a principios de 2002. Marcos me empieza a decir que habían formado una fundación que se llamaba Creer y Crecer y que estaban nutriendo con profesionales de distintas ramas. Que su intención era armar un espacio político para ir a elecciones en 2003, etcétera. Como les dije, para mí la política no era una opción. Marcos seguía insistiendo. Y yo nada». Pero luego, casi como un gesto de deferencia hacia un profesional que admiraba, acabó por acceder a reunirse con el presidente de Boca: «Cuando Félix, que es como un segundo padre para mí, me llamó y me pidió que le diera una oportunidad a Marcos y que accediera a ir a una de las reuniones de Creer y Crecer, no pude negarme». La actual senadora nacional se sorprendió de su propia decisión cuando, después de algunas reuniones, se sumó al emprendimiento: «La primera reunión, Marcos la arma en mi casa, con Mauricio. Me pidió que convocara a veinte mujeres de no recuerdo qué edades, de distintos ámbitos: profesionales, amas de casa, etcétera; de hecho, la invité a mi empleada doméstica, quien a su vez llamó a otras empleadas amigas. Estuvimos como dos horas. La reunión fue maravillosa. Ahí, Marcos me dice que por qué no iba a una reunión de la fundación para aportar mi experiencia en temas internacionales. Y así fue, preparé unos papeles e hice una presentación. Mauricio estaba presente, al igual que Daniel Chaín, Soledad Acuña y Juan Pablo Schiavi, que era quien manejaba el equipo político. Esto sería a mediados de 2002. Luego fui a un par de reuniones más. Fue en febrero de 2003, un mes antes de cerrar la lista de legisladores, que Schiavi arma una reunión en la que estábamos, además de él, Mauricio y yo. Ahí Macri me propone formar parte de la lista de candidatos. Mi primera reacción fue “este está loco”, pero con el correr de los días lo fui madurando y finalmente acepté». Poco a poco, otros profesionales y técnicos con alguna experiencia política nutrieron Creer y Crecer. Así se sumaron, por ejemplo, Mariano Narodowski (un reconocido especialista en educación que había asesorado a los sindicatos de maestros) y Eugenio Burzaco (un politólogo que participaba en diversas fundaciones sobre justicia y seguridad). Todos llegaban del mismo modo: seducidos por contratos generosos a cambio de políticas sectoriales listas para su aplicación. Luego decidían permanecer por ese mismo motivo, pero también porque en el think tank se respetaba su saber técnico y sus ideas de reforma de las diferentes áreas en las que se especializaban. Un mundo ideal para expertos en busca de un líder político. También resultaba un mundo ideal para quienes creen que el saber se debe imponer sobre cualquier otro principio de legitimidad: un escenario de definición de políticas sin actores, sin intereses, sin conflicto. Un miembro del Grupo Sophia que se había integrado a la nueva fundación recuerda: «Se habían armado equipos que venían a simular los ministerios. [Participaba] gente sumamente reconocida, pesada, con una trayectoria maravillosa; cada charla parecía una clase magistral de la universidad». Junto con estos especialistas también se acercaban figuras provenientes de las empresas que habían acompañado al ex titular de SOCMA (Sociedades Macri, conglomerado fundado por Franco Macri, al que nos referimos en el capítulo 2) cuando se había lanzado a la presidencia de Boca Juniors: Néstor Grindetti, Gustavo Eglez y Andrés Ibarra, entre otros. Sin embargo, un actual funcionario que se integró a la fundación en esa época rememora: «[En] 2001 no teníamos muy claro qué íbamos a hacer. Algunos nos dedicábamos más a cuestiones de gestión; otros, al armado de políticas públicas; muchos se enfocaban en el tema de las encuestas. Pero política, en el sentido más tradicional, de la rosca, no había». El testimonio coincide con otros, que enfatizan el espíritu profesionalizante que imperaba por aquel entonces en la fundación. Algo que cambiaría muy pronto. ¿Macri presidente? Durante los últimos meses del gobierno de la Alianza, las furiosas semanas en las que se sucedían los presidentes, y los primeros meses de 2002, Creer y Crecer funcionó a pleno. Según recuerda una participante del equipo de diseño del Plan Social, trabajaban allí unas 300 personas. Sin embargo, a medida que la situación se normalizó en mínima medida, quedó claro que los proyectos de De Narváez y Macri divergían más de lo que ellos habían pensado. Varias razones llevaron a Macri y a De Narváez a romper su sociedad, desde la competencia personal hasta las diferentes opciones estratégicas en aquella coyuntura. En cuanto a las primeras, parecía evidente que el nuevo armado técnico-político no podía tener dos cabezas. El verticalismo empresario lo insinuaba: había lugar para un solo team leader. Algunas iniciativas que surgieron en aquel momento, como el proyecto de asistencia alimentaria «El hambre más urgente», que la fundación diseñó junto con el Grupo Sophia, Poder Ciudadano, Red Solidaria, el diario La Nación y el periodista Luis Majul —una alianza de técnicos, voluntarios y actores mediáticos, habitual desde entonces—, derivaron en objeto de disputa entre las dos cabezas de Creer y Crecer. Se oyeron fuertes discusiones en torno a esta cuestión (y a otras también capaces de producir rédito político), que desgastaron la relación. Años más tarde, Unidos del Sud insistía en adjudicarse la autoría del proyecto. En cuanto a las diferencias políticas, a De Narváez le parecía lógico apostar abiertamente por la presidencia de la nación en un armado peronista; Macri, más cauto, encontraba mayor seguridad en la competencia por la ciudad de Buenos Aires. Pero, aunque eso lo atraía, se debatía entre las opciones que se le ofrecían durante aquellos meses, cuando se vivía bajo la impresión de que, como escribió Karl Marx, todo lo sólido se desvanecía en el aire. Tras las jornadas de diciembre que terminaron con De la Rúa renunciando al gobierno, la Argentina parecía una tierra donde cualquier cosa podía suceder. En las plazas de Buenos Aires, los vecinos votaban sobre la expropiación de fábricas y talleres cerrados hacía años, mientras en los medios de comunicación los economistas cercanos al menemismo insistían en que se debía dolarizar la economía; en los suburbios de las grandes ciudades, las intendencias y los dueños de los supermercados organizaban ollas populares, en tanto que en los foros mundiales los cuadros del Fondo Monetario Internacional (FMI) recomendaban que el país abdicase su soberanía y entregase el mando a un grupo de expertos extranjeros. Cuando nadie sabía qué podía deparar el futuro, la cautela de Macri parecía una muestra de sabiduría. Después de todo, ¿qué sentido tenía presentarse como candidato de tal o cual sello si los partidos tradicionales se habían reducido a sombras y los más nuevos habían explotado en pedazos? A lo largo de 2002, los líderes tradicionales subían y bajaban abruptamente en la consideración pública, según las oscilaciones de la desconfianza ciudadana. Elisa Carrió pasaba de fiscal de la nación a una mujer con problemas psiquiátricos; Chacho Álvarez encarnaba al futuro presidente de un gobierno impoluto y a la semana siguiente se lo consideraba un pusilánime incapaz de dirigir un club de barrio; Luis Zamora mutaba de trotskista radicalizado a ejemplo de la clase de persona honesta que ayudaría a sanear el país. Los humores populares giraban de forma brusca: de la noche a la mañana, el país que aparentaba inclinarse hacia la izquierda viraba otra vez hacia la derecha. Sin embargo, la perspectiva de los años revela que la crisis de representación, que maduró durante largos años y estalló en 2001, afectó de forma diferente a los distintos sectores políticos. Explica el sociólogo Juan Carlos Torre: aunque los efectos del «que se vayan todos» alcanzaron a todos, la familia peronista se vio menos afectada que otras. En parte porque el peronismo contaba con adherentes más leales que otras fuerzas políticas, en parte porque el gobierno provisional de Eduardo Duhalde halló soluciones coyunturales a algunas cuestiones urgentes, se consideraba que la continuidad institucional vendría por el lado del peronismo. En este sentido, Macri y su entorno más cercano no descartaban que él se presentase como candidato extrapartidario con apoyo del PJ. Los ofrecimientos del peronismo al presidente de Boca Juniors tenían ya cierta historia. En 1999, Menem lo había tentado para que se postulara como jefe de Gobierno de la ciudad; asomaba como un candidato potable ante la sangría peronista —en ese distrito— hacia los partidos de Cavallo y Gustado Béliz. Miguel Ángel Toma y Raúl Granillo Ocampo le habían hecho ofertas en el mismo sentido. Según el diario Página/12, en todos los casos «consiguieron un sí de Macri», pero «el presidente de Boca Juniors dio marcha atrás luego de reunirse con su padre». En 2001, según se rumoreaba, se pensó que Macri se presentaría como candidato a diputado por el PJ en Misiones, una provincia donde había realizado varias obras de infraestructura y en la que contaba con el beneplácito del ex gobernador, ex presidente provisional y amigo personal, Ramón Puerta. Tras el estallido de la crisis, al justicialismo se le volvió difícil encontrar un candidato competitivo. Algunos no se animaban; a otros nadie los conocía; otros generaban desconfianza en el PJ o en el electorado. De Narváez creyó que era el momento de ellos: Mauricio al gobierno, Francisco al poder. Al mismo tiempo, ciertos analistas políticos ya comenzaban a barruntar que, de celebrarse comicios, ante la falta de opciones terminaría ganando Menem, con o sin el justicialismo. A Duhalde (quien, según la prensa, veía en el riojano la mano que había decidido su derrota en 1999), la idea de pasarle la banda presidencial a su ex compañero de fórmula le resultaba intolerable; se disponía con gusto a apadrinar cualquier alternativa a ese desenlace. Una de las posibles soluciones se la acercó Puerta, cuya amistad con Macri databa de su época de estudiantes de Ingeniería en la Universidad Católica de Buenos Aires. El misionero le propuso que se armara una fórmula con él como presidente y Macri como vice. Otra variación consistía en insistir con la candidatura del gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, quien estaría secundado por Puerta, y contar con la tracción de votos que podría generar Macri en la ciudad de Buenos Aires. Todos los caminos parecían abiertos y todos incluían al ex titular de SOCMA. Cuando Duhalde se reunió con Macri ya sabía que Reutemann había rechazado la propuesta. Le ofreció, sin más, la candidatura a la presidencia de la nación. Los columnistas políticos se hicieron eco del rumor y varios dirigentes peronistas declararon que el nombre de Macri en las boletas electorales presentaría una solución óptima para evitar la pelea entre menemistas y antimenemistas. Sin embargo, el plan fracasó. Macri asistió como invitado al programa Hora clave de Mariano Grondona y no desmintió el ofrecimiento, pero dijo que, después de conversar con el Lole Reutemann, supo que todavía no le había llegado el momento indicado para «dar el paso» hacia la competencia política. «No hay verdadera voluntad de cambio en la dirigencia argentina (…). Uno quisiera aportar, pero así es muy difícil», se excusó por televisión. Ese desplante al peronismo se sumó a los muchos que hizo a lo largo de su carrera política, signada en gran medida por esta tensión: su familiaridad con el sector conservador del movimiento lo hacía un candidato atractivo para ese espacio, pero el miedo del empresario a que la poderosa organización lo fagocitara lo mantenía a distancia. Rechazaba todos los ofrecimientos que se le hacían. Y, al mismo tiempo, se negaba a apoyar de modo abierto los planes ambiciosos de De Narváez. La actitud de Macri precipitó el fin de la sociedad entre los dos empresarios. La separación se publicitó como un acuerdo amigable. El presidente de Creer y Crecer planteó la disyuntiva a los equipos de trabajo; aunque algunos se quedaron con De Narváez, la mayoría se mudó con Macri a unas oficinas nuevas en el barrio de Monserrat, cerca del Microcentro. Allí todos comenzaron a trabajar de nuevo en aquella idea original de la candidatura a jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Mientras tanto, el Colorado se lanzó en busca de quien entonces lucía como un candidato ganador dentro del peronismo: Menem. Aportó tanto el apoyo logístico de quienes se quedaron a su lado como dinero para la futura campaña electoral. Ya no pensaba en la jefatura de Gabinete; se conformaba con el Ministerio de Desarrollo Social. En Unidos del Sud, en tanto, los técnicos y expertos raleaban: de los 300 que habían participado de Creer y Crecer, sólo treinta habían emigrado. Aun si Macri se había quedado con la parte del león del think tank, una vez formalizada su separación de De Narváez se hizo patente que los apoyos de técnicos y expertos que se habían sumado no alcanzaban para transitar el camino hacia la sede del Gobierno porteño. No porque los equipos no sirvieran: por el contrario, resultaban imprescindibles; más aún, ya desde entonces se aceptaba que conformaban mucho más que un rasgo distintivo de lo que cristalizaría en PRO. Sin embargo, a todos (incluidos los cuadros técnicos) les parecía obvia la necesidad de un salto cualitativo para que el proyecto se pusiese en marcha de modo definitivo. Como resumió un actual funcionario del Gobierno porteño que por entonces no integraba el entramado macrista: «Hacían falta menos planes y más política». La crisis de 2001 había producido un derrumbe de enormes proporciones en el sistema político de la ciudad, un distrito muy especial. Baste con señalar que el impacto de la debacle de la Alianza se sintió más en la capital nacional que en el resto del país porque no sólo había caído el radicalismo sino que también el peronismo había colapsado. Por paradójico que suene, esa situación resultó ideal para la constitución de un partido nuevo con las características que vislumbraba el presidente de Boca Juniors. En primer lugar, si la ciudadanía responsabilizaba a los partidos tradicionales por la gravísima situación social y económica, quedaba abierto el camino para que nuevos actores pudieran seducir a esos desencantados sin lealtad por los viejos líderes o sus organizaciones. En segundo lugar —conviene reiterarlo—, la crisis de los partidos dejó disponibles a muchos cuadros políticos que se habían formado durante años en el radicalismo y el peronismo. Se trataba de personas con experiencia y conocimientos fundamentales a la hora de competir electoralmente o (llegado el caso) de gestionar la burocracia pública, y que en medio de la crisis se podían incorporar a un costo bastante bajo. Peronistas en busca de un partido El 8 de julio de 1989, Carlos Menem asumió la primera magistratura del país tras el retiro anticipado de Raúl Alfonsín, en la primera sucesión presidencial entre dos mandatarios constitucionales desde 1928. Bajo la hiperinflación y con el Estado nacional quebrado, el peronista comenzó a implementar un paquete de medidas de ajuste que incluyeron la liberación de precios, la apertura del mercado interno a la competencia extranjera y la Ley de Reforma del Estado. A las privatizaciones de empresas públicas siguió, ya durante la gestión de Domingo Cavallo al frente de la cartera de Economía, la Ley de Convertibilidad, la cual obligaba al Banco Central a respaldar la emisión de moneda nacional con reservas en dólares. La relación que se estableció fue que un peso argentino equivalía a un dólar estadounidense. En la —aún no autónoma— ciudad de Buenos Aires, uno de los pocos lugares en los que Menem resultó derrotado, se designó como intendente a Carlos Grosso, una de las principales figuras de la renovación peronista, cuya imagen se alejaba de la de aquellos sectores del PJ mal vistos por la clase media porteña, como los sindicatos y los grupos de choque a los que se conocía como La Pesada. Se trataba —describían algunos militantes radicales en aquella época— de un «peronista blanco»: un peronista con saco y corbata que se expresaba con fluidez, tenía un título universitario e ideas democráticas, y se mostraba siempre abierto al diálogo. Desde mediados de los ochenta, Grosso comandaba la sección porteña del PJ y había conseguido articular —con un éxito notable— un entramado al que se conocía como El Sistema. El sistema era un mecanismo de reparto de poder instaurado por las principales agrupaciones del distrito, que se estableció con el fin de obturar el intento del justicialismo nacional de dirigir al peronismo de la ciudad. En aquel entonces se consideraba a Grosso un estadista brillante, el mejor de su generación. Muchos de los que trabajaron con él le reconocen una gran capacidad de liderazgo para propagar la idea de un peronismo modernizador, preocupado por la gestión y el buen funcionamiento. Su formación jesuita le había dado sensibilidad para la conducción política; su paso por el grupo SOCMA (donde gozó de la protección y el favoritismo de Franco Macri en años de la dictadura), el contacto con el mundo de los negocios y la administración privada. Sin embargo, todas las expectativas que se habían depositado en el joven brillante se frustraron desde el inicio mismo de su gobierno. Decenas de denuncias por sospechas de corrupción y malversación de fondos públicos acompañaron la intendencia de Grosso. Hoy los memoriosos recuerdan el caso del ex concejal José Manuel Pico, quien había pasado de número uno en la lista del PJ para el antiguo Concejo Deliberante a condenado por enriquecimiento ilícito a catorce años de prisión (se comprobó que facilitó excepciones al Código de Planeamiento Urbano a la empresa constructora San Sebastián). O la concesión directa de la explotación del Campo Municipal de Golf y del Velódromo de Buenos Aires a Asesores Empresarios, una sociedad anónima cuyos dueños se vinculaban con el entonces secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan. O la escuela-shopping aprobada de madrugada, para que la Intendencia concediera a un privado, con quien se mantenía una deuda, la planta baja de la Escuela Presidente Mitre y la convirtiera en diecisiete locales comerciales. En octubre de 1992, acorralado por los cuestionamientos en los medios y las acusaciones del arco opositor, Grosso debió renunciar a su cargo. El peronismo de la ciudad de Buenos Aires no sólo afrontó la caída de su carismático líder, sino también el derrumbe de un proyecto local cuya cimentación había llevado años. El desmembramiento interno fue veloz y profundo; los distintos grupos que Grosso había conseguido aglutinar bajo su protección quedaron huérfanos de un líder que los ordenara y uniera. El menemismo aprovechó la situación y se hizo fuerte en el distrito, pero la devaluación de la presa le quitó mérito: se adueñó de un peronismo debilitado. Al año siguiente, en las elecciones parlamentarias del 3 de octubre, el funcionario riojano Erman González —quien había fungido ya como presidente del Banco Central, ministro de Salud y Acción Social, de Economía y de Defensa—, de irreprochable lealtad con Menem, consiguió imponerse de manera ajustada, como cabeza de lista de candidatos a diputados nacionales por la Capital Federal, frente a la candidata radical delarruista, la escritora Martha Mercader. A SupErman —como lo llamaban los diarios del momento— lo benefició la recuperación económica de los primeros años del menemismo y, aunque algunos auguraron que Buenos Aires había abandonado su gorilismo, aquella brilla, hasta el presente, como la única ocasión en la que el peronismo triunfó en el distrito con el nombre oficial del partido en sus boletas. Desde la elección de 1993, la sección capitalina del peronismo sufrió un período extenso de fracturas internas: algunos dirigentes pasaron a integrar el FREPASO en 1995; otros se acercaron a Gustavo Béliz, quien abandonó el PJ para conformar el Partido Nueva Dirigencia en 1996. Y varios cuadros que habían formado parte de El Sistema de Grosso permanecieron en el peronismo y recibieron lo que Menem —ya presidente reelegido— tuviera a bien ofrecerles, a la espera de que en la ciudad surgiera alguna figura relevante que les permitiera recuperar algo del protagonismo perdido. Durante mucho tiempo la espera pareció ser en vano. Cuando la ciudad de Buenos Aires logró su autonomía, en 1996, triunfó el radicalismo y, ante el avance del FREPASO, el PJ quedó relegado al tercer puesto. Para peor, al año siguiente se conformaron dos coaliciones que terminarían de minar las escasas oportunidades del peronismo porteño. La Alianza entre la UCR y el FREPASO y la unión de los partidos de dos ex ministros de Menem (Nueva Dirigencia [ND], de Béliz, y Acción por la República [AR], de Cavallo) arrojaron a la representación justicialista en la flamante Legislatura porteña a una posición minoritaria hasta lo indisimulable: apenas 11 bancas sobre un total de 60. La situación se puso más difícil cuatro años más tarde, en las elecciones de jefe de Gobierno, cuando el PJ decidió presentar como candidato al ex secretario legal y técnico de Menem, Raúl Granillo Ocampo. Ante el avance de la Alianza y del Frente Acción por la República-Nueva Dirigencia, el peronismo quedó relegado al puesto número siete y apenas logró el ingreso de un legislador. Mejor les fue a los peronistas que se habían ido a Política Abierta por la Integridad Social (PAIS), el partido de José Octavio Bordón, que había regresado al redil peronista luego de disputarle la presidencia a Menem en 1995. El triunfo relativo de PAIS (4,6% de los votos frente a 1,6% del peronismo) ubicó a la actriz Irma Roy como la conductora futura del peronismo porteño, más allá de los encuadres partidarios. Sin embargo —según afirmó el periodista Diego Schurman al analizar los resultados de los comicios—, los peronistas porteños disputaban las migajas de un poder que habían tenido en sus manos hasta hacía unos pocos años. En 2001 llegó a la ciudad de Buenos Aires —como en tantos otros lugares del país— el tiempo del llamado voto bronca. Los votos en blanco, nulos e impugnados conocieron niveles inéditos y superaron en cantidad los sufragios obtenidos por los partidos que se habían presentado. Aunque todas las fuerzas políticas perdieron en algún sentido, una vez más el peronismo resultó el más golpeado. Mientras que en la mayoría de las provincias el PJ se impuso por un margen amplio (ya que los votos en blanco y nulos no se contabilizaban), se reveló el fracaso de la estrategia electoral del partido en el distrito porteño. Fascinados por el buen desempeño de Acción por la República, los peronistas capitalinos urdieron una alianza con Cavallo. Sin embargo, en 2001, ante la presión de la opinión pública, que veía cómo se resquebrajaba la convertibilidad, el presidente De la Rúa nombró a Mingo al frente del Ministerio de Economía, una vez más. El resultado fue terrible para todos. Para el gobierno de la Alianza, porque vio desvanecerse en pocos meses la escasa credibilidad que le quedaba. Para Cavallo, que desde el Ministerio debió asistir, al calor del malestar ciudadano, a la licuefacción del partido que había organizado con la esperanza de llegar a presidente en 2003. Y para el peronismo porteño, que quiso salvarse acercándose al superministro y —de nuevo— sufrió la derrota a manos de una Alianza mermada y del movimiento pujante de Carrió, Argentinos por una República de Iguales (ARI). Las elecciones de 2001 preanunciaron con claridad el derrumbe del sistema político, que se haría realidad apenas unos meses más tarde. «Más bajo no se podía caer», confesó en una entrevista para este libro un funcionario peronista que hoy pertenece a PRO. «Uno, que ha militado toda la vida, hasta ese momento podía estar orgulloso de su trabajo, pero después me daba vergüenza hasta salir a la calle… Fue uno de los momentos más duros de mi vida». Sin duda, la época fue difícil para la mayoría de los argentinos: a muchos se les derrumbó el nivel de vida, o perdieron sus trabajos, o se vieron obligados a emigrar. Para los políticos profesionales del PJ, la penuria consistió en la ruina de la legitimidad, y se expresó en el rechazo moral. Ante la renuncia de De la Rúa, el PJ volvió a tomar a su cargo la presidencia de la nación. De pronto, los peronistas de la capital volvieron a ocupar un lugar, por unos pocos días; incluso Grosso se dio el lujo de reaparecer de la mano del presidente efímero Adolfo Rodríguez Saá, quien lo nombró jefe de Asesores. Su presencia motivó un cacerolazo masivo. La ilusión de la vuelta al redil duró tan poco como la presidencia del puntano. Con la llegada de Eduardo Duhalde a la presidencia de la nación se abrió una nueva etapa, en la que el peronismo porteño buscó recomponer su situación. Pocas cosas más opacas que el panorama político argentino en 2002. Se intuía que el próximo presidente saldría del peronismo, pero se ignoraba si alguno de los precandidatos que Duhalde ungía alcanzaría la talla para imponerse. Por fin, después de que Carlos Reutemann declinase el honor con la expresión arcana «hay cosas que vi que no me gustaron» —desmentida cuando ya se había vuelto leyenda — y de que José Manuel de la Sota se estancara durante semanas en los sondeos de opinión, el peronismo al mando del presidente provisional eligió, casi por descarte, al gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. Aunque Kirchner terminaría por ganar las elecciones presidenciales cuando Menem renunció a disputar la segunda vuelta electoral, el escenario se mostró, una vez más, aciago para el justicialismo porteño. Los peronistas de la capital se habían ilusionado con la figura del ex motonauta Daniel Scioli, quien, de acuerdo con las encuestas, tenía chances de disputar la jefatura de Gobierno a Aníbal Ibarra, que si bien había logrado mantener en pie la gestión de la ciudad, cargaba con el peso de integrar la desmembrada Alianza. La crisis de legitimidad de la dirigencia política se mostraba más benévola con los outsiders. Como candidato competitivo, Scioli se contaba entre los pocos capaces de aglutinar a los diferentes grupos en que se había fragmentado el partido en el distrito. O eso creían los referentes del peronismo de Buenos Aires. El sueño de recomponer la unidad perdida se vislumbraba realizable… Un candidato ganador acaso lograría que los dirigentes que durante años salieron y entraron del PJ, el FREPASO, PAIS, ND y AR se reunieran de una vez. Esta última esperanza también se evaporó: Kirchner convocó a Scioli para acompañarlo en la fórmula presidencial. «Cuando Daniel se fue con Kirchner nos quedamos como los indios: en bolas y a los gritos», confió un referente del justicialismo porteño de aquellos años. Ante ese panorama, a nadie extrañó que, luego de que el santacruceño diera apoyo táctico a la reelección de Ibarra en la ciudad y de que Macri presentara su propia candidatura como jefe de Gobierno, gran parte del peronismo porteño viera con buenos ojos la ocasión de acompañar un armado político nuevo. Varios de los grupos alguna vez cobijados por El Sistema de Grosso entendieron la apertura de Macri como una bendición: «En ese momento, encontrar a Mauricio fue como encontrar agua en el desierto», graficó uno de nuestros entrevistados. Sin embargo, el acercamiento entre el peronismo porteño y el proyecto de Macri no fue fácil y se dio por dos caminos. Mientras se coqueteó con la idea de la presidencia de la nación, se suponía que Macri y su gente deberían diluirse dentro del peronismo. Eso atrajo a quienes se habían sumado en los albores de Creer y Crecer. Comentó un alto dirigente del ala conservadora de PRO: «Al comienzo, esto era un proyecto personal, no partidario; no sabíamos si íbamos a formar un partido o no. En ese momento sólo existía una fundación que se encargaba de programas de políticas públicas; la decisión de armar un partido fue posterior. Ya con Duhalde presidente tuvimos la discusión: hacemos un partido o no. Pero en el medio, en noviembre de 2001, me reuní con Mauricio y me fui de vacaciones. Y el 2 de enero me llamó para decirme que se presentaría como candidato a presidente. Recordemos lo que produjo diciembre de 2001, ese momento tan fangoso, tan movedizo… Le dije que estaba loco, pero que lo acompañaría. Le pregunté por qué, y me contó que Duhalde lo había llamado para ofrecerle ser candidato del peronismo. Nos íbamos derecho al peronismo… Pero al final fuimos para otro lado». El otro camino lo marcó la antigua relación del presidente de Boca con Carlos Grosso, que databa de cuando el ex intendente se contó entre los empleados preferidos de Franco Macri. Según Cerruti, la relación entre ambos siempre mostró tensiones y problemas. Pero más allá de las posibles diferencias de carácter o los rencores personales, una vez que Macri decidió su candidatura en la ciudad, le pidió a Grosso que lo ayudara con el armado político de su proyecto, y el peronista accedió. Le brindó su asesoramiento personal y algo que entonces valía mucho más: sus contactos. Gracias a Grosso, Macri retomó su relación con una futura pieza fundamental en los inicios de su partido: Juan Pablo Schiavi. Schiavi había militado en la Juventud Peronista desde su adolescencia. Cuando Menem ganó las elecciones, Grosso lo nombró a cargo de la Subsecretaría de Mantenimiento y Servicios de la Municipalidad de Buenos Aires, el organismo que —entre otras tareas— debía negociar con la empresa de recolección de residuos de los Macri (MANLIBA). Los oficios de Grosso volvieron a unir sus caminos cuando Macri buscó el apoyo del ex empleado de su padre. Schiavi se convirtió, primero, en asesor y, luego, en jefe de campaña de Macri, alguien que a diario acompañaba y aconsejaba al empresario. Sobre todo para aquellos con un pasado peronista, Schiavi se convirtió en una referencia ineludible dentro del macrismo. Un verdadero operador. Gracias a él volvieron a la palestra Eduardo Rollano, Pedro García, Mario Moldován y otras figuras que habían caído en desgracia cuando se cerró el escandaloso Concejo Deliberante que precedió a la actual Legislatura porteña. La excelente relación entre Macri y Schiavi se rompió en 2005, en apariencia por el perfil antiperonista que de a poco adquiría el armado macrista. Schiavi se integró, entonces, al equipo de Jorge Telerman, quien había reemplazado a Ibarra, destituido en juicio político aunque sobreseído en el foro penal tras la muerte de 194 personas en el incendio de la discoteca República Cromañón. El jefe de Gobierno lo designó ministro de Planeamiento y Obras Públicas. Se abrió un capítulo nuevo en la circulación fluida de cuadros técnicos entre las corporaciones empresarias privadas y el Estado. Pero pronto el Gobierno nacional convocó a Schiavi: Julio de Vido lo ubicó como secretario de Transporte. Su gestión fue, al menos, ineficiente. Luego del choque de una formación de la línea Sarmiento de trenes en la estación Once, en el que murieron 51 personas, Schiavi debió renunciar. En PRO algunos lo recuerdan, si no con cariño, con respeto. Otros, en cambio, lo señalan como alguien que se borocotizó: un cambio de camiseta partidaria por un incentivo personal que inmortaliza el apellido de quien, tras haber pasado por el PJ y el cavallismo, resultó elegido diputado por PRO en 2005 y antes de asumir se pasó a las filas del kirchnerismo: Eduardo Lorenzo Borocotó. En todo caso, los contactos de los equipos técnicos de Macri y el saber hacer del peronismo resultaron de importancia para conformar el grupo que unos meses después se presentaría en sociedad como la nueva política. Auge y caída de la alternativa delarruista La UCR, durante varias décadas protagonista de la política en Buenos Aires, confirmó su primacía en el distrito, en los comicios de la democracia recuperada en 1983, con una victoria arrolladora de Raúl Alfonsín. Durante los años siguientes, el mal desempeño de la economía y el crecimiento sistemático de un nuevo partido representativo del espacio de centroderecha forzaron un retroceso sensible de los radicales en la capital. En efecto, durante los años ochenta, la Unión para el Centro Democrático (UCeDé), el partido de Álvaro Alsogaray, escaló posiciones y se transformó en una fuerza de nivel nacional. Sin embargo, el bipartidismo tradicional de la Argentina todavía se mostraba fuerte y, en las presidenciales de 1989, aun en medio de una situación calamitosa, la mayor parte del electorado se dividió entre el peronismo y la opción radical. Pese a que el desempeño de la fórmula radical Angeloz-Casella no rozó niveles tan bajos como hubiera podido esperarse, la derrota dolió mucho. En la ciudad de Buenos Aires, Angeloz sólo logró ganar sumando los votos del Movimiento Popular Jujeño, el partido de la familia Guzmán que presentaba candidatos propios para diputados nacionales. La UCR salió segunda en el que consideraba un distrito propio. A la salida del Gobierno nacional, el radicalismo debió enfrentarse a una durísima lucha interna. Los integrantes de la Junta Coordinadora Nacional, la corriente nutrida por dirigentes jóvenes del progresismo partidario que jugó un papel fundamental en el gobierno de Alfonsín, quedaron desprestigiados. Enrique Coti Nosiglia y la Coordinadora recibieron el papel del chivo expiatorio de un derrumbe que, en realidad, reconocía múltiples causas. Pero entonces, al menos dentro del radicalismo, la debacle electoral se leyó como el fruto de la miopía omnipotente de los alfonsinistas. Había llegado el momento, entonces, de que regresara al centro de la escena la Línea Nacional, el balbinismo centrista relegado a un segundo plano al perder la interna para las elecciones de 1983. En la nueva etapa, Fernando de la Rúa conduciría el radicalismo. El histórico Chupete había conocido un debut electoral fulgurante en Buenos Aires a comienzos de los años setenta, cuando fue el único que logró ganarle a un candidato peronista en las elecciones legislativas de 1973. En 1989 había alcanzado con lo justo la candidatura a senador nacional. Sin embargo, un acuerdo en el Colegio Electoral entre el PJ y la UCeDé le impidió asumir la banca, que pasó a manos del peronismo. Su electorado percibió esa derrota legal como ilegítima, y de ahí en más le brindó su apoyo durante varios años. En 1991, De la Rúa se impuso con comodidad en la elección a diputados nacionales: los diez puntos de diferencia que le sacó al peronismo alcanzaron no sólo para catapultarlo al frente de la bancada radical en el Congreso, sino también para que se convirtiera en el presidente del Comité Capital de la UCR y en el líder indiscutido de la oposición al menemismo. El año siguiente le ofreció la revancha: se presentó como candidato a senador y triunfó de manera indiscutible. Y entonces su carrera meteórica sufrió un traspié inesperado. En las elecciones para diputados nacionales de 1993 impuso como candidata a la escritora Martha Mercader, a pesar de la enorme resistencia de los distintos grupos radicales porteños que se sentían alfonsinistas o alfonsinistas críticos, e hicieron campaña a desgano o apoyaron de manera solapada al entonces novedoso Frente Grande, el partido que comandaba Chacho Álvarez. Para algunos, esta primera derrota del radicalismo en capital a manos de SupErman González le impidió a De la Rúa ser el candidato para enfrentar a Menem en 1995 (ese lugar lo ocupó el rionegrino Horacio Massaccesi, quien quedó en tercer lugar en las elecciones presidenciales, detrás de las fórmulas Menem-Ruckauf y BordónÁlvarez). Para otros, en cambio, después del Pacto de Olivos no se podía derrotar al PJ, y por eso se habría decidido cuidar la figura de ganador de De la Rúa. En todo caso, pocos meses después de la reelección de Menem, De la Rúa se sostenía como el único político con proyección para reemplazarlo. En junio de 1996 triunfó con amplitud en los comicios para la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y se convirtió en el primer mandatario que la ciudadanía elegía para ese puesto, antes nombrado por el Poder Ejecutivo Nacional. Buenos Aires seguía siendo radical y el radicalismo seguía siendo de De la Rúa. «En los noventa, el Movimiento Participación de De la Rúa copó el partido», explicó un militante de la juventud radical de aquellos años. Y profundizó: «La gente del Ateneo de Jesús Rodríguez ni asomó; menos aún los de la Coordinadora, que no podían aparecer siquiera. Lo interesante es que las elecciones no las ganaba el radicalismo: las ganaba De la Rúa. El radicalismo quedó como sinónimo de delarruismo durante esa época». Las distintas ramas del partido se ordenaron detrás del nuevo líder. Muchos rezongaban por lo bajo, pero nadie quería quedar afuera de lo que se vislumbraba como la única chance de volver al poder. El protagonismo de De la Rúa en el interior del radicalismo, durante los años noventa, es relevante para entender el calado de la crisis partidaria que involucró el derrumbe de su gobierno. Cuando se precipitaron los acontecimientos de 2001, el radicalismo (que gracias a la Alianza había logrado recomponerse luego del duro golpe de 1989) cayó con gran estrépito. Por lógica, a esa caída siguió un nuevo desmembramiento de sus fuerzas ya mermadas. En especial, los militantes jóvenes del partido se vieron afectados por el sacudón: no entendían del todo cómo reubicarse ante el colapso. Esas generaciones —que nacieron en los años setenta y crecieron durante la época de oro del alfonsinismo— fueron excluidas durante el reinado de la Junta Coordinadora Nacional por la mera cuestión generacional: todavía no era su momento. Luego, los diez años de menemismo resultaron una suerte de purgatorio. Por eso, no bien asumió De la Rúa, primero en la ciudad y luego en la nación, se mostraron más que dispuestos a reemplazar a la generación que había dominado la política partidaria desde la hegemonía del alfonsinismo: Nosiglia, Fredy Storani, Marcelo Stubrin y Facundo Suárez Lastra. Todos ellos tenían poder dentro del partido, pero buena parte de la ciudadanía los veía mal. Sin embargo, De la Rúa no incorporó a todos los jóvenes. Muchos llegaron a ocupar lugares destacados, por cierto, desde la dirección de Canal 7 hasta el Ministerio del Interior. Pero lo hicieron de la mano del llamado Grupo Sushi, un espacio informal del que formaban parte Antonio y Fernando Aíto de la Rúa. El nuevo presidente armó sus equipos confiando buena parte del poder a quienes siempre habían estado cerca. Y todavía faltaba lo peor desde la perspectiva de los jóvenes radicales: después de la renuncia de De la Rúa, con la UCR otra vez en crisis terminal, la dirección volvió a los líderes de la Coordinadora antes desplazados por el delarruismo… Recordó un político radical que hoy integra el gobierno de Macri: «No estábamos en el gobierno, no estábamos en el partido… y la verdad es que muchos no sabíamos adónde disparar». The Palermo Manifesto, libro del periodista y militante radical de aquellos años, Esteban Schmidt, convierte en ficción los sentimientos de desencanto y desamparo que experimentaron esos jóvenes que apenas un par de años antes sentían que al fin había llegado su momento para sumarse a los protagonistas de la política nacional. Otra vez relegados, culpados por gran parte de la sociedad de una crisis de la que ellos no se creían responsables, muchos decidieron obedecer el «que se vayan todos» y volvieron a la actividad privada, o incluso emigraron. Pero también hubo quienes hicieron todo lo que pudieron por quedarse. Algunos hallaron en el gobierno de Ibarra, que al fin y al cabo había surgido al calor del éxito de la Alianza, el único refugio. En el cambiante panorama de 2003, la popularidad enorme de Néstor Kirchner lo convirtió —de modo inesperado, dada la magra cosecha electoral que había obtenido en la ciudad— en el gran elector del distrito. Y a pesar de que muchos le aconsejaron que se abstuviera de inmiscuirse en la política porteña, el nuevo presidente decidió inclinar sus simpatías por Ibarra, quien había hecho insistentes gestos de acercamiento. Como el ibarrismo debía dejar espacio al kirchnerismo floreciente, eso implicaba disminuir las cuotas de poder de otros aliados. Como los radicales. Furibundos al ver que se les cerraba una puerta más, se dividieron: algunos se quedaron, aun en un puesto menor, dentro del armado progresista de Ibarra, y otros consideraron que había llegado el momento de recuperar el protagonismo perdido y se lanzaron a la aventura de cortarse solos e ir por todo. A los primeros no les fue muy bien: en la nueva trama de poder, sus espacios se empequeñecieron. Pero a los segundos les fue peor: la fórmula radical que se presentó a elecciones para jefe de Gobierno en 2003 logró el raro privilegio de obtener menos del 2% de los votos. Para varios militantes, la UCR ya no era el espacio favorable donde canalizar sus inquietudes políticas, y la consideraban una maquinaria de obturar sus oportunidades de desarrollo. Un referente de la juventud radical de aquel tiempo, hoy en PRO, nos confió: «El partido es muy viejo en sus maneras de gestión de la política y así se hace muy difícil generar renovación dentro de la estructura partidaria. Es el más antiguo del país, y sin embargo sus líderes fueron muy pocos: Alem, Yrigoyen, Balbín y Alfonsín, apenas cuatro en más de cien años de historia. Eso causa imposibilidades de movilidad; un partido que genera cuadros, sí, pero los forma y después no hay una canalización de esa formación en un cambio generacional, político». Más allá de la decisión de abandonar el partido que los había criado, se les planteaba la cuestión de adónde ir. El partido RECREAR, de Ricardo López Murphy, aunque se reconocía de origen radical, no brillaba como un destino apetecible: se ubicaba de modo visible y explícito a la derecha y mostraba pocas perspectivas de crecimiento. El ARI, comandado por Elisa Carrió, se acercaba más a un destino razonable, pero en 2003 se había aliado con Ibarra y su líder no daba muestras de tener en claro la continuidad del espacio. ¿Quedaba alguna alternativa abierta? En un momento en que el sistema político argentino había implosionado en términos de la organización de los partidos y se avizoraba una práctica centrada en las personas, varios referentes del radicalismo comenzaron a entablar diálogos con sus pares para procurar marcos de consensos con otros retazos de organizaciones y con nuevos líderes emergentes. Así, muchos se acercaron, no sin ciertos reparos, al nuevo espacio que lideraba Macri. Un dirigente juvenil recordó su primer contacto con Compromiso para el Cambio (CPC, el nombre original de PRO): «Unos amigos del PJ, que conocíamos de la militancia y ya estaban con Macri, nos convocaron justo antes de la elección de 2003 para la jefatura de Gobierno. Teníamos muchas dudas, muchos prejuicios, porque entonces Mauricio estaba vinculado a la derecha más recalcitrante del país, esa derecha militar, conservadora, de lo peor… Además, nosotros veníamos de la militancia antimenemista. Pero accedimos a conversar con él. Nos explicó su proyecto de cambio, nos dijo que él no tenía esa idea que le endilgaban, que de hecho se definía como desarrollista, y nos pidió que siguiéramos conversando sobre el marco de políticas públicas que podíamos compartir. Así empezamos a trabajar juntos». Las piezas encajan Es difícil sobreestimar la importancia de la incorporación de cuadros políticos experimentados en la formación de PRO. El aporte de saberes y relaciones que trajeron consigo los radicales y peronistas que se sumaron al proyecto dio un empuje fundamental a la candidatura de Macri, sobre todo a nivel territorial. Una anécdota referida por un militante radical (hoy en PRO) ilustra el asunto con cierta comicidad: «Acá había mucha gente bienintencionada, con pilas para trabajar, pero que no entendía nada. Un día viene un tipo y me dice que había puesto una mesa [para repartir volantes y hablar con los vecinos], pero que no había pasado mucha gente. “¿Dónde la pusieron?”, le pregunté. “En la esquina de mi casa, en la calle Tal y el pasaje Cual”. Yo me moría de risa. No es que hubiera que explicarles cómo funcionaba el sistema electoral: había que explicarles las cosas más básicas y de sentido común, como poner una mesa en lugares donde pasara gente y no donde a ellos les quedara cómodo». Más adelante, una vez que PRO consiguió espacios en la Legislatura de la ciudad autónoma, los políticos más experimentados se enfrentarían con aquellos que se habían sumado al proyecto de Macri desde las ONG. Pero durante la larga campaña de 2003 (larga porque duró desde comienzos del año, cuando se lanzaron las fórmulas presidenciales, hasta septiembre, cuando Ibarra se impuso a Macri en la segunda vuelta), los diferentes grupos funcionaron con la armonía suficiente como para encarar el desafío electoral. Lo que había empezado como un proyecto casi personal de Macri se convertía, por fin, en algo más parecido a un partido político. Y las encuestas marcaban que podía conseguir un éxito mayor al que vaticinaban muchos de sus detractores. A lo largo de 2002 varios políticos porteños, hoy opositores a Macri, sostenían que el empresario no podía presentarse como candidato en la ciudad porque su imagen se asociaba demasiado a la derecha y, por lo tanto, le iría mal con un electorado como el porteño, al que se suponía más cercano a la izquierda. La prensa de la época reflejaba esa misma opinión y numerosos columnistas insistían con la idea de que, aunque Macri tenía a su favor su renombre, tenía más en contra: sus vínculos con el menemismo y los múltiples escándalos en los que se había visto envuelto (desde una causa por contrabando de automóviles en los años noventa hasta la supuesta administración fraudulenta del Correo Argentino, ya en el nuevo siglo) le marcaban un techo muy bajo. En síntesis: le iría bien en las elecciones, pero de ningún modo le alcanzaría para ganar. La elección de compañero de fórmula no ayudó a modificar el perfil noventista (un término que comenzó a usarse para referirse a los que habían apoyado, de un modo u otro, las políticas de Menem) de la propuesta de Macri. Pese a que en la prensa de la época se filtraron algunas dudas sobre quién lo acompañaría como vicejefe de Gobierno, dentro de las propias filas se veía con naturalidad la candidatura de Rodríguez Larreta. Un entrevistado para este libro, hoy alineado con Michetti, recordó: «Larreta iba a ser el candidato a jefe de Gobierno cuando parecía que Mauricio iba por la presidencia… Hasta se hicieron spots con él hablando de frente a la cámara; no me acuerdo si se llegaron a pasar en la tele; creo que sí, en el subte por lo menos… En todo caso, cuando Mauricio bajó a la ciudad, lo lógico era que Larreta fuera de vice. No recuerdo que alguien se resistiera mucho. Estaba cantado que iba a ser él. Pero, en mi opinión, esa fórmula fue parte del problema que tuvimos en 2003». Otros de nuestros entrevistados coincidieron en sugerir que la elección del actual jefe de Gabinete de la ciudad como candidato resultó poco conveniente. Se observa cierto acuerdo con algunos analistas de la prensa que entonces subrayaron que Rodríguez Larreta, si bien muy preparado, carecía de carisma y no ayudaba a sumar ni a levantar el techo de Macri. Las lecturas agoreras no impidieron que otros grupos políticos y personas sin partido se acercaran a Macri y su equipo, como él llama al conjunto de sus cuadros políticos y técnicos. Peronistas, radicales, desarrollistas y, sobre todo, líderes de pequeños partidos vinculados a la centroderecha tradicional (por ejemplo, el Partido Federal de Rafael Martínez Raymonda) o neoliberal (como la UCeDé o AR) desfilaban ante los candidatos. Algunos se habían acercado en los inicios del proyecto, en 2001; otros llegaron cuando la agrupación partidaria comenzó a tomar forma, entre mediados de 2002 y comienzos de 2003. Cada uno de ellos llevaba algo para ofrecer: desde know how institucional hasta carpetas con planes políticos; desde hipotéticos votos asegurados en alguna parroquia porteña hasta un sello que permitiera la presentación formal del partido en las elecciones; desde una idea para fortalecer la campaña hasta la colaboración de especialistas en determinados temas. Aunque cada uno ofrecía cosas distintas, casi todos (hubo excepciones) parecían pedir lo mismo a cambio: que se los incluyera en un lugar expectante de la lista a candidatos legislativos en 2003, o bien un lugar en el futuro gobierno. Prometer espacios en la hipotética administración de la ciudad no era difícil; en cambio, el armado de las listas legislativas se reveló como una tarea más complicada: no había modo de dar cabida a todas las exigencias de cada uno de los grupos que colaboraban en el proyecto. Todos creían, con mucha o poca razón, que su aporte era fundamental y merecía reconocimiento. Durante un tiempo, se intentó llegar a un acuerdo, pero a la urgencia de los plazos se sumó la intransigencia de algunos grupos y la impericia de algunos negociadores, lo cual dio como resultado que, a pesar de llegar a un convenio sobre la lista de diputados nacionales, se conformaran cuatro listas de legisladores para la ciudad. La lista de diputados, al igual que la de la jefatura de Gobierno, se llamó Compromiso para el Cambio. Se le ocurrió al actual vicepresidente de Boca Juniors, Oscar Moscariello. Cuenta este dirigente, de larga trayectoria en el Partido Demócrata Progresista (PDP), que mientras buscaban cómo denominar al partido recordó la agrupación universitaria de la que había participado en su juventud, y sugirió Compromiso para el Cambio. Jorge Vanossi, un abogado constitucionalista de procedencia radical, alguna vez cercano al Ateneo del Centenario de Jesús Rodríguez, encabezaba los nombres de los candidatos; lo seguían Jorge Argüello (peronista cercano a Duhalde), Lucrecia Monti (esposa del dirigente peronista Eduardo Rollano), Cristian Ritondo (otro peronista cercano a Miguel Ángel Toma) y Federico Pinedo (actual diputado, de origen conservador, pero que, como él mismo confiesa, estaba «vacunado de peronismo» desde la época de Menem). En la cámara legislativa porteña se esperaba que entraran al menos una docena de diputados, sobre un total de sesenta. Lo que podríamos llamar la lista oficial, con el nombre Compromiso Para el Cambio (CPC), incluía a Michetti, Rodrigo Herrera (politólogo cercano a Michetti), Jorge Enríquez (radical, vinculado a López Murphy), María Florencia Polimeni (radical, más inclinada hacia la centroizquierda, que se iría de PRO para armar su bloque unipersonal Guardapolvos Blancos), Diego Santilli (peronista), Peña, Alicia Bello (peronista) y Moscariello. Una segunda lista, Frente de la Esperanza Porteña, contenía más peronistas y más figuras cercanas a la derecha. La encabezaban Santiago de Estrada (antiguo dirigente del Partido Federal, devenido menemista) y el médico televisivo Borocotó, seguidos por Soledad Acuña (de origen radical, proveniente del Grupo Sophia), Helio Rebot (peronista), Ricardo Busacca (peronista, cercano a Luis Patti) y Dora Mouzo (otra peronista que acabaría yéndose por desacuerdos sobre nombramientos en el gobierno de la ciudad). La tercera lista, la más peronista de todas, se llamó Movimiento Generacional Porteño, y por ella se candidatearon Jorge Mercado, Silvia Majdalani (que venía del menemismo), Juan Enrique el Chango Farías Gómez (músico de extracción peronista, que, como otros, abandonó al macrismo) y Álvaro González (peronista). Por último, una cuarta lista, la Alianza de Centro, agrupaba a los partidos de centroderecha que apoyaban a Macri: incluía, entre otros, a Juan Carlos Lynch (del Partido Demócrata), Martín Borrelli y Paula Bertol (ambos del Partido Federal) y Héctor Huici (un abogado militante de las ideas neoliberales). A primera vista, esta incapacidad para armar una lista única de lo que luego sería PRO daría una impresión de debilidad o incongruencia. Sin embargo, conviene recordar que entre las muchas particularidades de las elecciones de 2003 se destaca, justamente, la presentación de un número elevado de listas con oportunidades de obtener bancas, ya por la fuerza de su propuesta legislativa (el caso de Autodeterminación y Libertad, la agrupación liderada por Luis Zamora) o por el arrastre de los candidatos a puestos ejecutivos (algo que no sólo se dio en el caso de Macri, sino también en el de su competidor, Ibarra). En este sentido, que el macrismo no pudiera presentar una única propuesta no desentonó en las circunstancias imperantes. Primer triunfo, primera derrota El lanzamiento de la campaña se realizó el 24 de junio de 2003, ante 3.000 personas reunidas en el Estadio Obras Sanitarias. Cuentan los testigos memoriosos que el acto se pareció a los que había ensayado la Nueva Fuerza, uno de los partidos de Álvaro Alsogaray, en los años setenta. En todo caso, se perfiló algo del estilo que de ahí en más el nuevo partido mostraría en sus presentaciones públicas. Pese a su importante repercusión, y a que de inmediato el macrismo inició una campaña muy intensa, las encuestas seguían mostrando al presidente de Boca con escasas chances de ganar si —como todo parecía indicar— debía competir en una segunda vuelta. «La derecha tiene un techo en la ciudad», dijo Ibarra: sin nombrar a Macri, dio a entender que un límite electoral le impediría ganar. Disgustado, Moscariello le respondió: «El techo del que habla Ibarra es el que tiene enfrente y le impide ver la realidad». Durante los dos meses que duró la campaña, la figura de Macri creció de forma rápida. Una estrategia comunicacional eficaz lo mostró como el portador de virtudes fácilmente reconocibles para el electorado. Era un hombre joven que sabía gestionar: provenía del mundo empresarial y presidía un club de fútbol exitoso deportiva y administrativamente. Aunque el progresismo se empeñaba en ponérselo, no le cabía el sayo de corrupto: con su fortuna personal, se decía, no sentiría la tentación de robar. Y no era un político sino alguien que se metía en la política: venía, por lo tanto, a llenar el lugar que habían dejado vacante los políticos que había echado la gente. Esta imagen, la del outsider con vocación de servicio público y la intención de sanear un ámbito sucio, fue —según estudios de opinión que se realizaron a posteriori— una de las que más se valorizó al comienzo de la carrera política de Macri. No fue el único en mostrar ese perfil moralizador —por así decirlo— desde afuera. Pero ensayó, quizás con más éxito, el mismo libreto que en aquel momento practicaban varios dirigentes de distintas corrientes políticas, como Zamora, Carrió y Miguel Bonasso. Ellos representaban, al igual que Macri, la emergencia de nuevos liderazgos desvinculados del establishment partidario que había reinado desde el regreso de la democracia y, en consecuencia, se veían como opuestos a la política tradicional, sin encarnar figuras de la antipolítica. Así como cabe matizar la novedad del macrismo, que poseía lazos con la vieja política, también corresponde cuestionar el criterio de la administración eficiente. En su libro La dinastía. Vida, pasión y ocaso de los Macri, la periodista Ana Alé describió que las empresas del clan no habían crecido mediante la competencia abierta en mercados de riesgo sino con la protección y los recursos del Estado, y habían simbolizado la Patria contratista; además, que en los años noventa Franco Macri había desplazado a su hijo de la dirección de las empresas porque no lo consideraba suficientemente dotado o preparado para la tarea; y, por último, que a comienzos del nuevo siglo el otrora poderoso grupo SOCMA se hallaba en plena decadencia, en gran medida como consecuencia de la pésima gestión del Correo Argentino, una empresa que se adquirió libre de deudas y que en pocos años acumuló un pasivo de cerca de 1.000 millones de dólares. Más allá de las interpretaciones de los analistas, Macri consiguió instalar un retrato atractivo de sí mismo y, a partir de ese logro, escaló en la consideración del público. El empresario llegaba a la política para hacer cosas y, además, contaba con los equipos para concretar sus planes. Sin embargo, tal como había anunciado Ibarra, la campaña bien planificada por la gente de CPC encontró un límite en el rechazo que la figura de Macri generaba en una buena parte del electorado, sobre todo en la clase media. Ese límite pareció quedar claro el 24 de agosto de 2003, cuando se abrieron las urnas. Tal como se esperaba, se impuso (con el 37,5% de los votos) la fórmula Macri-Rodríguez Larreta. También triunfó la lista de diputados nacionales de CPC. En el espacio progresista, la dispersión se reveló bastante menor a la que habían estimado el encuestador Julio Aurelio, contratado por el macrismo: Aníbal Ibarra quedó muy cerca de Macri (33,54%) y así mostró que tenía amplias chances de retener la jefatura de Gobierno en la segunda vuelta. Si se analiza el voto porteño de aquel año con algo de atención se puede notar que el presidente de Boca ganó en las secciones electorales más ricas y más pobres de la ciudad: el corredor norte, desde Saavedra hasta San Nicolás, y el corredor sur, desde Villa Lugano hasta La Boca. Su competidor, Ibarra, ganó en los barrios de clase media del centro de la ciudad, desde Versalles a San Telmo. Se repetía lo que los politólogos habían denominado la alianza social del menemismo y el frente antimenemista: los sectores populares y la élite votaban de un lado y la clase media del otro. A nadie sorprendía entonces que Macri hiciera una buena elección entre los sectores más pudientes: barrios como Belgrano, Núñez o Recoleta fueron siempre los bastiones de la centroderecha porteña. Un estudio de Martín Alessandro muestra (mediante el uso de la técnica de regresión ecológica) que en 2003 Macri, en efecto, heredó los votos de las clases altas que años antes habían ido a la UCeDé y la AR. En cambio, llamó la atención el muy buen desempeño de CPC en barrios como Cristo Obrero o Barracas: allí, donde el triunfo peronista constituía ya tradición, el vuelco hacia Macri resultó notable. Y con seguridad se debió al apoyo del justicialismo porteño al nuevo partido: si se observan los nombres de los candidatos elegidos, se destaca el predominio del peronismo, y se destaca mucho más si se toma en cuenta que apenas unos años antes estaba en franca retirada. Como sorpresa adicional, la lista oficial de legisladores macristas (que encabezaba Michetti) no fue la más votada: quedó mejor ubicado el frente que lideraba De Estrada (quizá porque contenía nombres más familiares para el electorado, quizá porque los sectores acomodados apoyaron de modo masivo al elenco más a la derecha). Entre las cuatro listas de lo que luego sería PRO consiguieron 35,5% de los votos y 23 legisladores propios. Una cosecha envidiable para cualquier partido, y asombrosa para un partido nuevo. Los datos del escrutinio se celebraron sin mayor entusiasmo en el comando de campaña de CPC. Habían ganado, pero Ibarra se ubicaba demasiado cerca. Esa noche, Macri leyó un discurso ante sus militantes. Aseguró que era capaz de ganar y de gobernar la ciudad. Y si llegaba a la jefatura de Gobierno, proclamó, «no sólo nos vamos a poner a disposición del Gobierno nacional y del presidente Kirchner, sino que vamos a trabajar juntos». Esa idea —tan extraña una década más tarde— se comprendía a cabalidad en el contexto de 2003. Kirchner, elegido pocos meses antes, gozaba de una altísima popularidad. Además, varios de los peronistas en el armado de Macri adherían al kirchnerismo. En esa misma velada, por ejemplo, Jorge Argüello (diputado electo por CPC) aseguró a la prensa que tanto él como Luciana Monti y Cristian Ritondo se sumarían al bloque del presidente en el Congreso. Sin embargo, en el discurso del candidato surgió otra cuestión, que se revelaría premonitoria de su relación con el kirchnerismo: sostuvo que era necesario dejar atrás las peleas típicas de la política mal entendida y buscar un gobierno «a través del consenso». Esa idea sería, de ahí en más, un leitmotiv que el empresario repetiría hasta el cansancio, y más: pasaría a formar parte de lo que podríamos llamar el núcleo ideológico de PRO. Desafortunadamente para el nuevo partido, Kirchner no tomó a bien el ofrecimiento de colaboración de Macri. No sólo eso: apenas unas horas después comenzó una dura campaña contra el ingeniero, al que acusó de corresponsable del descalabro de los años noventa. Ni eso tampoco: Kirchner advirtió a sus seguidores sobre la imposibilidad de mantenerse neutral frente al «macrimenemismo». Y como golpe final, oficializó su apoyo a la candidatura de Ibarra. A esta declaración de guerra siguieron varios gestos en sintonía por parte del Poder Ejecutivo Nacional: el descalabro del Correo Argentino, manejado por la familia Macri, volvió a las primeras planas; el crecimiento de las empresas de SOCMA durante la última dictadura militar se recordó en simultáneo con la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Desde CPC, se trataba de evitar la confrontación directa y se sobreactuaba el giro hacia el centro, en un intento por calmar los ánimos en la Casa Rosada y seducir al electorado que había votado por Zamora. Incluso se dijo que Macri le habría ofrecido sumarse al gobierno como ombudsman… Pero todos los intentos fueron en vano. Llegó el 14 de septiembre, el día del ballotage. Y triunfó Ibarra: recibió el 53,5% de los votos, contra el 46,5% de Macri. Si bien el empresario mantuvo y hasta aumentó su caudal de votos en los barrios de voto tradicional por la derecha, Ibarra se impuso en casi toda la capital, con la excepción de Recoleta, Belgrano, Palermo, Barrio Norte y La Boca. La sorpresa de los macristas fue mayúscula. De nada sirvió que los llamados «punteros», dirigentes territoriales peronistas (que entonces respondían a Toma) y radicales (que seguían las directivas de Nosiglia) mancomunaran sus esfuerzos para retener las parroquias del sur de la ciudad. En Pompeya, por ejemplo, Ibarra sumó 20 puntos entre la primera y la segunda vuelta, mientras que Macri apenas subió 7 en las tres semanas de campaña. Tampoco bastaron los muchos gestos del candidato para alejarse de la figura de Menem y granjearse el apoyo de los sectores medios, que insistieron con su rechazo. Sin que nadie lo esperase, y en contraste total con lo que Domingo Cavallo había hecho cuatro años antes, al negarse a reconocer el triunfo de Ibarra, Macri no esperó los resultados oficiales y dio por ganador a su rival apenas sus asesores le informaron las proyecciones. Por primera vez ensayó una postura que de ahí en más adoptaría frente a cada adversidad política: le echó la culpa del resultado a «un inmenso aparato político que no dudó en mentir y agraviar para mantenerse en el poder». La idea de extraer fortaleza de una derrota, adoptando el papel de víctima bienintencionada pero impotente, carecía de originalidad en la política argentina. Sin ir más lejos, a De la Rúa le había funcionado una década atrás… Sin embargo, el uso extensivo que Macri ha hecho de la victimización surge como una novedad real. Su actitud y la desazón de buena parte de los equipos, que nunca habían dudado de su triunfo, llevaron a que muchos pensaran que la meteórica carrera política de Macri había finalizado. Una conclusión precipitada. Muy pronto, el presidente de Boca demostraría cuánto se equivocaban aquellos que anunciaban su retiro prematuro del centro de la escena. La política y la técnica, el armado territorial y los equipos perfeccionarían su maridaje hasta volverse una fórmula electoral exitosa. CAPÍTULO 2 Macri se convierte en Mauricio La escena, aunque conocida, conserva su gracia intacta. En diciembre de 2010, durante la inauguración de la estación Corrientes de la Línea H del subterráneo porteño, Mauricio Macri enfrentaba grabadores y cámaras. Una periodista le preguntó sobre el conflicto del gobierno de la ciudad con los trabajadores del subte, que se manifestaban a unos metros de allí. Antes de que Macri pudiera procesar una respuesta acorde, una persona ubicada detrás de él comenzó a dictarle las palabras al oído: —Hay una mesa de negociación abierta —murmuró Daniel Chaín. —Hay una mesa de negociación abierta —repitió al micrófono el jefe de Gobierno. Chaín no es un asesor y mucho menos un apuntador, como ironizó la prensa opositora al macrismo, sino el ministro de Desarrollo Urbano de la ciudad, un arquitecto y ex director de SOCMA que se enriqueció como contratista en los años noventa junto con el ahora kirchnerista Juan Pablo Schiavi. Que debiera dictarle a Macri esa respuesta encajaba a la perfección con los preconceptos con que parte de la ciudadanía juzga al jefe de Gobierno. Para muchos —pero sobre todo para los sectores del electorado desde el centro hacia la izquierda— Macri es una suerte de figura mediática de aptitud intelectual tan flaca como su capacidad para el liderazgo político. En su libro El Pibe, la periodista y legisladora Gabriela Cerruti abona esta visión al presentar a Macri como una persona que, luego de haber fracasado en el mundo empresarial, buscó refugio y revancha en la política gracias a sus recursos económicos y al aporte de asesores, contactos y amigos. Esta mirada peyorativa no ayuda a comprender el fenómeno político sino a reforzar la interpretación de sus detractores. No da cuenta de que, en apenas diez años, Macri creó un partido a partir de retazos que parecían irreconciliables, consiguió mantenerlos unidos después de una inesperada derrota y logró imponer una línea política que algunos analistas creían predestinada al fracaso. Desde luego, el éxito de PRO no se le puede adjudicar a Macri en exclusiva, pero resulta imposible explicarlo sin tener en cuenta su figura. ¿Cómo se construyó el liderazgo político del empresario? ¿Cómo llegó Macri a transformarse en Mauricio? Algunas pistas para entenderlo se hallan en sus años formativos y en los primeros años de su fuerza política. Negocios familiares Mauricio Macri nació el 8 de febrero de 1959 en Tandil, la ciudad que su familia materna considera como propia. Debilio Blanco Villegas, el abuelo que Mauricio no llegó a conocer, fue un médico reconocido en la zona. Argentina Cinque, la abuela, heredó grandes campos en una de las zonas más productivas de la Argentina. A pesar de su holgura económica, los Blanco Villegas no pertenecían a la alta alcurnia. Pero trataron al pretendiente de su hija Alicia, Franco Macri, con la desconfianza propia de las familias patricias. Cuenta el padre de Mauricio en su autobiografía (Macri por Macri) que él había llegado a Tandil como subcontratista de la empresa Marengo y una noche, ya hacia el final de su trabajo, conoció a Alicia en una confitería. Averiguó su dirección y pidió permiso para cortejarla. Más adelante supo que su futuro suegro había encargado a un detective privado que lo investigara. Franco pasó la prueba; acaso porque ya entonces el hombre que sería emblema de la patria contratista era un empresario de cierto éxito. Franco había llegado a la Argentina pocos días después de cumplir 18 años, con sus hermanos Pía y Tonino. En el puerto de Buenos Aires lo esperaba su padre, Giorgio. Tras separarse de Lea Lidia Gabini, el abuelo de Mauricio había probado suerte, y fracasado, con la política y luego con propuestas de negocios en el norte de África. Terminó por recalar en la Argentina. Y a los tres días que su hijo desembarcó —según relata el mismo Franco Macri—, lo mandó en colectivo a trabajar en la construcción de un barrio popular en San Justo que aún conserva el nombre de Ciudad Evita. Apenas dos años después, Franco había revalidado su título del Liceo Italiano en el Colegio Nacional de Buenos Aires y había comenzado la carrera de Ingeniería. Pero al poco tiempo dejó los estudios para formar su primera empresa: Urbana S.A. Debido a que no marchó bien, se asoció con su amigo Julio Carlos Vivo, para crear VIMAC, un emprendimiento que creció con rapidez mediante subcontrataciones para grandes proyectos: cuando Mauricio nació, la constructora VIMAC ya contaba con obras importantes como los silos del puerto de Mar del Plata. La clave se había revelado: buenas relaciones dentro del Estado. Con el tiempo, Franco Macri sumó socios y amplió sus negocios. Durante la década del sesenta, fundó DEMACO, una constructora más diversificada, cuyo crecimiento resultó tan acelerado que le permitió involucrarse en negocios financieros hacia mediados de los años setenta, y llegó a adquirir la parte mayoritaria del Banco de Italia. En ese momento de auge (y apenas algunas semanas antes de que los militares dieran el golpe de Estado que alumbró la dictadura más atroz que conoció el país), Franco Macri reorganizó sus empresas bajo la forma de un grupo: Sociedades Macri, SOCMA. A partir de ahí los ingresos de la familia aumentaron de forma exponencial: la estructura de holding permitía el crecimiento tanto en el sector público como en el privado. La familia Macri continuaba como contratista de construcción, creaba sociedades internacionales con empresas de diferentes rubros, mantenía lazos con el sistema financiero y, al mismo tiempo, ganaba una licitación del gobierno porteño para la recolección de residuos. Las enormes ganancias que generó Mantenga Limpia a Buenos Aires, MANLIBA, constituyó — según la prensa económica— un factor fundamental para explicar el crecimiento de los Macri durante la dictadura: en 1976 poseían siete empresas y en 1983, más de cuarenta. Pero el esplendor comenzó cuando Franco Macri adquirió SEVEL, la fábrica de FIAT en la Argentina. La asociación de los Macri con la FIAT se inició a fines de la década del sesenta, cuando el legendario Gianni Agnelli tomó en sus manos la empresa símbolo de la Italia industrial y decidió ampliar la producción en la Argentina. DEMACO, firma de Franco Macri, comenzó a trabajar para IMPRESIT, una división de ingeniería civil del grupo italiano. Con el nuevo nombre de IMPRESIT-SIDECO, los Macri avanzaron en su camino como contratistas del Estado: se adjudicaron, por ejemplo, la construcción de la central nuclear Atucha I. También desarrollaron una expansión sistemática en obras de ingeniería, construcciones y desarrollos inmobiliarios. FIAT Argentina sufrió dificultades a mediados de la década del setenta, en parte problemas derivados de la crisis italiana y del shock petrolero. A medida que en la Argentina bajaban las ventas y el clima político se volvía denso, los gerentes europeos evaluaron la conveniencia de abandonar el país. Dos hechos precipitaron su decisión: el caso de Oberdan Sallustro, el presidente de FIAT Argentina que murió cuando las fuerzas de seguridad localizaron la cárcel popular donde lo mantenía el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y —algo que no se recuerda, pero que Cerruti menciona en El Pibe— el extraño secuestro de quien iba a reemplazar a Sallustro, Luchino Revelli Beaumont, en París, por un comando que mezclaba a la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Una vez que decidieron la salida, los directores de FIAT Italia le dieron a su socio local la opción de hacerse cargo de la automotriz a un precio inferior al valor de los activos y en condiciones muy atractivas. Tan conveniente contrato —cuya firma se demoró hasta 1982— provocó algunas especulaciones. En su libro Los dueños de la Argentina, el periodista Luis Majul sostiene que Franco Macri fungió como una suerte de testaferro de L’Avvocato (como se conocía a Agnelli) e insinúa que su gestión les ahorró a los italianos la necesaria reestructuración de la empresa, que implicó el cierre de plantas y el despido de más de 30.000 trabajadores. Horacio Verbitsky sugirió un entramado más oscuro, a partir de documentos de la logia Propaganda Due. A la red mafiosa internacional abreviada como P2, que dirigió el italiano Licio Gelli, pertenecieron —entre muchos otros— José López Rega, el secretario de Juan D. Perón elevado a ministro de Estado y creador de la AAA, y Emilio Eduardo Massera, el Almirante Cero que integró la Junta Militar que dio el golpe en 1976. En esta interpretación, los Macri desbordaron la categoría de testaferros: fueron representantes en algunos negocios turbios de varios empresarios italianos. Al margen de esas lecturas, los hechos indican que el grupo SOCMA no sólo se benefició con la compra de la automotriz en términos ventajosos sino que además, gracias al régimen de seguros de cambio que había ideado Domingo Cavallo, presidente del Banco Central durante la dictadura, licuó sus deudas y emergió en la democracia recuperada como una de las empresas más importantes de la Argentina. Los negocios de SOCMA con el Estado Argentino crecieron durante los años ochenta, tanto en dictadura como en democracia. En otra de sus autobiografías, Franco Macri se enorgullece de la venta de autos, pero reconoce su pasión mayor por las grandes obras. Y para poder realizarlas necesitaba la proximidad del poder político. Si había sido procesista hasta la presidencia de Leopoldo F. Galtieri, se convirtió en un demócrata vehemente en el instante en que los militares emprendieron la retirada. De modo equivalente, tras haber mostrado simpatías por el peronismo (al punto de brindar apoyo financiero a varios ex empleados de SOCMA, como Carlos Grosso, José Octavio Bordón y José Manuel de la Sota), con el triunfo del radicalismo se convirtió en alfonsinista. Sus contactos italianos probaron su utilidad una vez más, sobre todo porque en 1983 la hermana de L’Avvocato, Susana Agnelli, asumió como subsecretaria en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia. La condesa Agnelli, mujer de prestigio en su tierra, era además amiga personal de los Macri y madre de Cristiano Ratazzi, quien retomaría el control de FIAT Argentina años más tarde. En ese momento de transición democrática, Mauricio Macri, recién casado con su primera esposa, Yvonne Bordeu, y con apenas veinticuatro años, comenzó a cobrar protagonismo. La formación del heredero Los relatos periodísticos sobre la familia Macri repiten que la tensión dominó siempre el vínculo entre Franco y Mauricio, pero también que el padre se mantuvo constante en la persecución de un objetivo: preparar a su hijo mayor para que heredara los negocios. Franco le brindó a su primogénito una educación formal esmerada y, sobre todo, lo aleccionó al llevarlo consigo a decenas de reuniones con empresarios y políticos desde la adolescencia. El actual jefe de Gobierno porteño asistió a uno de los colegios más exclusivos y elitistas de la Argentina: el Cardenal Newman. El Newman, una escuela católica ubicada en San Isidro, que los Hermanos Cristianos irlandeses fundaron en 1948, ha ganado el favor de las clases acomodadas argentinas. Allí Macri conoció a su mejor amigo, Nicolás Caputo. Nicky, como le decían en el colegio (aún hoy lo llaman así sus íntimos), hijo de los propietarios de Nicolás Caputo S.A., compartía con Mauricio el destino de heredar la empresa familiar. Cursaron juntos la escuela primaria y la secundaria; comenzaron juntos la carrera de Ingeniería en la Universidad Católica Argentina (UCA), donde Macri se recibió (Caputo abandonó los estudios). Durante todos esos años fortalecieron una amistad cuya solidez se demostró durante el secuestro de Macri en agosto de 1991. Según las fuentes periodísticas, cuando los secuestradores le pidieron un teléfono de confianza para iniciar las negociaciones del rescate, Macri les dio sin dudar el número de Nicky. En octubre de 1983, pocos días antes de las elecciones que ganó Raúl Alfonsín, Nicky y Mauricio realizaron su primer negocio conjunto. Se asociaron en Mirgor S.A., firma con capital de los Caputo que se dedicó a la fabricación de aires acondicionados para los autos de SEVEL, la empresa de los Macri. Con el éxito se diversificaron: produjeron radiadores bajo licencia de la General Motors. En 1994, por orden de su padre, Macri debió vender su parte de las acciones a SOCMA. La firma continuó su crecimiento. Se unió a nombres de importancia internacional como Carrier, LG, Whirlpool y Nokia. Contó también con el apoyo nunca desdeñable del Estado nacional, que le brindó inyecciones de capital —desde la ANSeS, en tiempos de Amado Boudou— que provocaron las denuncias del diputado Claudio Lozano. Caputo acompañó a Macri en Boca e incluso recibió un nombramiento como asesor del Gobierno porteño, pero el escándalo que se generó cuando se supo que un contratista del Estado asesoraba al jefe de Gobierno, acto incompatible ante la ley, lo obligó a una renuncia apresurada. No obstante, Nicky nunca dejó de caminar por los pasillos de la sede del Gobierno de la ciudad. Antes de lanzarse a su propia aventura, Mauricio Macri había trabajado como analista junior en SIDECO Americana. Desde ese puesto, acompañó a su padre en las negociaciones que harían de SOCMA uno de los grandes grupos empresarios del país. Para complementar su labor pedagógica, Franco había rodeado a su heredero de los gerentes que integraban su línea más política y de amigos a los que consideraba imprescindibles: Carlos Grosso, Gregorio Chodos, Jorge Haieck y Ricardo Zinn. Todos actuaron como tutores del futuro jefe de Gobierno. Grosso mantenía una relación muy estrecha con el jefe del clan, a quien le agradecía su protección cuando los militares quisieron secuestrarlo. Franco le pedía que realizara análisis de coyuntura o de largo plazo y los expusiera en las reuniones de directorio de SOCMA para que Mauricio aprendiera. Con Chodos, quien conocía al delfín desde su infancia, existía un vínculo más profundo. El futuro presidente de la Cámara Argentina de la Construcción, partidario de la Alianza y luego del Frente para la Victoria, no sólo era un amigo de la familia Macri sino que además conocía muy bien al ex presidente de la nación Arturo Frondizi, a quien invitaba a cenar para que Mauricio conociera de primera mano algunos entretelones del poder real. El contacto con las ideas desarrollistas inspiró al líder de PRO en su camino político. «Puedo armar el mejor equipo de gobierno desde Frondizi para acá», dijo en una entrevista para la radio, a comienzos de 2013. Según narra Cerruti en su libro, Macri considera a Chodos su mentor y suele repetir: «Creo que la mejor definición de mí mismo me la dio Gregorio Chodos, que es como un padre para mí. Él me dijo: “Mauricio, en la vida están los que eligen tener y los que eligen ser. Vos elegiste ser”. Y yo siento eso. Que yo tenía todo ya. Así que elegí ser». Otras influencias en la gestación de ese ser le llegaron de Haieck y Zinn, ex funcionarios durante la presidencia de facto del general Roberto Marcelo Levingston, cuando Aldo Ferrer ocupaba el Ministerio de Economía. Mientras Haieck conservó sus ideas desarrollistas y adhirió al peronismo (por lo cual asesoró a Antonio Cafiero en los ochenta y a Bordón en los noventa, y dirigió ENARSA en el gobierno de Néstor Kirchner), Zinn experimentó un cambio radical con respecto a sus ideas de juventud. Inspirado por la extraña mezcla de nacionalismo ultraconservador y liberalismo económico que encarnaba Federico Frischknecht, parte del entorno del dictador Juan Carlos Onganía, se convirtió en un paladín de la derecha. Se lo reconoce como el cerebro detrás del Rodrigazo (el shock económico del ministro de Economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, que en 1975 quebró a cientos de pequeñas empresas) y un activo impulsor del golpe de Estado de 1976. Luego asesoró de modo informal al equipo económico de José Alfredo Martínez de Hoz. Siempre impulsó a las fundaciones y los think tanks que se dedicaron a la difusión del ideario neoliberal. A comienzos de los ochenta, cumplía papeles fundamentales en SOCMA: ocupaba la vicepresidencia del Banco de Italia (que los Macri abandonaron antes de las revelaciones sobre manejos impropios que provocaron su fin) y la dirección ejecutiva de SEVEL, tenía contactos útiles en el gobierno militar y ayudaba al heredero a entender las sutilezas de los negocios y de la política. En parte gracias a Zinn, pero también como producto del entorno de la UCA y de su familia materna, el futuro jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires se acercó a las ideas neoliberales. Su tío Jorge Blanco Villegas contactó al Instituto de Economía Social de Mercado, un think tank que Álvaro Alsogaray había creado durante el onganiato, para que el Ingeniero —como se conocía a Alsogaray— dictara clases a Mauricio y a varios de sus compañeros de estudios. A esos encuentros se debe la afiliación del heredero de SOCMA a la Unión del Centro Democrático (UCeDé), un partido que gravitaría sobre la política argentina durante los siguientes años. El visionario Mauricio acompañó a su padre a reuniones de significación con empresarios y líderes políticos desde muy joven. Pero su debut en la primera división de los negocios se demoró hasta 1983, cuando el grupo familiar se lanzó a concretar un gran emprendimiento inmobiliario en Nueva York. Macri, recién recibido de ingeniero, casado y padre de su primera hija, Agustina, no carecía de experiencia pese a su juventud. Su curriculum vitae listaba que ya había representado a SOCMA en sus emprendimientos en Colombia y Venezuela, y realizado una suerte de pasantía en el Citibank de Buenos Aires. Ahora su papel cobraba otra importancia: debía ayudar a su padre en el proyecto que consagraría a SOCMA en el plano internacional. La propuesta de Franco Macri implicaba levantar un complejo de edificaciones en Manhattan, llamado Lincoln West, en terrenos que le había comprado a Donald Trump. Sin embargo, la legislación local impedía que se edificara allí. Tras casi dos años de lobby —durante los cuales sufrió un infarto y casi perdió SOCMA—, Franco Macri debió aceptar que había perdido. Regresó a la Argentina para reacomodar su posición. Diferentes investigaciones sobre el negocio ofrecen versiones disímiles. Algunas vieron una jugada del magnate Trump, quien les habría birlado a los argentinos varios millones de dólares en la venta y posterior recompra de terrenos por los que no se recibían muchas ofertas. Otras hablan de un simple fracaso fruto de la inexperiencia de los Macri en los entretelones del poder financiero y político de Nueva York. En sus respectivas autobiografías, Macri padre y Trump cuentan el asunto con leves variaciones, se arrojan flores el uno al otro y se lamentan de que el proyecto haya quedado trunco (hasta el día de hoy el predio continúa sin atisbos de edificación). Otras interpretaciones apuntan al protagonismo de Macri hijo en el control de daños de la operación fallida. Según algunos testimonios, SOCMA salió relativamente indemne de la desventura estadounidense en buena medida porque Mauricio Macri cultivó una buena relación con Trump y su esposa Ivana. Pero el trasfondo resultó más oscuro. Franco Macri contó que se encontraba en Estados Unidos cuando lo llamaron para advertirle que Zinn actuaba en las sombras contra el proyecto de Lincoln West, a la vez que intentaba negociar con FIAT Italia para quedarse con la licencia de SEVEL. Padre e hijo se mostraron unidos para enfrentar lo que sólo podía verse como el complot de uno de sus gerentes principales. Debieron moverse rápido. Y apenas confirmaron que gozaban aún de la confianza de los Agnelli, obligaron a Zinn a retirarse. Tras esas vicisitudes, en 1985 el heredero había superado el escalón del analista. Asumió como gerente de SOCMA y presidente de SIDECO, la empresa constructora de la familia. En una entrevista que le concedió a Cerruti, Macri dijo que ya en esa época advirtió que el modelo de empresa que había diseñado su padre se agotaba. «Yo me di cuenta de que se había terminado el Estado intervencionista en la economía. No daba para más. El Estado estaba en crisis, iba a colapsar, iba a tener que vender y privatizar sus empresas, y nosotros teníamos que estar preparados. Había que pasar de ser contratistas del Estado a poder gestionar directamente las empresas». Si el recuerdo de Macri se conserva más o menos fiel a la realidad, su perspectiva resultó profética. En todo caso, ya durante sus primeros años de gestión corporativa reconvirtió a SIDECO en una empresa de servicios. Aunque no por eso se descuidaron las grandes obras con el Estado. Los Macri, que no gozaban de la mirada complaciente de los equipos económicos radicales que encabezaron Bernardo Grinspun y Juan Vital Sourrouille, consiguieron en contraste un buen trato con el ala política del gobierno. Sobre todo por medio del principal dirigente de la Junta Coordinadora Nacional, Enrique el Coti Nosiglia. Según cuentan Darío Gallo y Gonzalo Guerrero en la biografía de Nosiglia, Macri y el Coti se cayeron mutuamente muy bien y por eso, desde 1986 hasta 1989, el empresario le facilitó al Coti una amplia oficina en el célebre Rulero, el edificio que los Macri habían construido sobre Avenida del Libertador, a metros de la 9 de Julio. El buen trato con Nosiglia —como sus contactos italianos y el innegable know how en áreas fundamentales para el Estado argentino— permitió que los Macri accedieran a varios contratos (en particular, en el rubro energético) a lo largo de los años ochenta. Ya en el ocaso del alfonsinismo, avanzaron hacia emprendimientos en telecomunicaciones, como el inicio de la telefonía celular a través de la empresa MOVICOM y el plan de digitalización de líneas fijas DIGI-II. Sin embargo, como había presagiado el heredero, el Estado se desmoronaba. La recaudación bajaba y la inflación aumentaba de forma alarmante. El gobierno radical trató de contener la sangría aplicando un desagio (un descuento sobre los pagos a los proveedores), pero los grandes grupos económicos, como SOCMA, encontraron maneras de sortear esos intentos y no dejaron de extraer recursos del Estado mediante vericuetos legales y la ayuda de amigos que hacían excepciones. La Patria Contratista se parecía cada vez más a un parásito que ponía en peligro la vida de su anfitrión. Incluso algunos diarios estadounidenses, como The Wall Street Journal y The Washington Post, se escandalizaron de que los mismos empresarios argentinos que gozaban de protección arancelaria eludieran sus obligaciones fiscales y se dedicasen a comprar obras de arte en las subastas de Nueva York. La visión de Mauricio Macri sobre el agotamiento del viejo modelo y la necesidad de reconvertir los negocios por la vía de concesiones y privatizaciones se hizo realidad. En buena medida porque las grandes empresas, como la de su familia, se encargaron de desmoronar el andamiaje ya herrumbroso del Estado argentino. Aquellos locos años noventa A fines de los ochenta, los Macri apoyaron a muchos de los jóvenes más prometedores de la renovación peronista, entre los que se destacaban Grosso y José Luis Manzano; confiaban en que el próximo presidente de la Argentina sería Cafiero. El inesperado triunfo de la precandidatura de Carlos Menem en las internas justicialistas de 1988 los obligó, como a muchos, a reacomodarse de cara a las elecciones de 1989. El destino de la Argentina en manos de Menem se presentaba como un misterio. Durante la campaña, el candidato se rodeó de los gobernadores peronistas y los sindicalistas cercanos, como Luis Barrionuevo, pero también los de las 62 Organizaciones Peronistas, todavía bajo el mando de Lorenzo Miguel. No se cansó de prometer «el salariazo» y «la revolución productiva». Sin embargo, también había varios enterados del cambio por venir. Por un lado, los economistas que acompañaban a Menem (Guido di Tella, Eduardo Curia, Cavallo) se reunían con los empresarios para tranquilizarlos y anticiparles su buena nueva. Por el otro, Juan Bautista el Tata Yofre, por aquella época editor de la sección Política del diario Ámbito Financiero, convencía a figuras importantes del antiperonismo acérrimo de que la presidencia de Menem, lejos de representar un peligro, ofrecía una gran oportunidad para hacer negocios y modernizar el país. Quizás porque ya se vislumbraba el porvenir, o quizá porque convenía apostar a quien se perfilaba como ganador seguro, SOCMA aportó más de un millón de dólares a la campaña del riojano. Un aporte respetable: el salario promedio apenas llegaba a los cien dólares. También le proveyó varios autos para su movilidad. Luego de que Menem derrotara en las urnas al candidato radical, Eduardo Angeloz, muchos empresarios trataron de acercarse a su entorno. Al presidente electo lo rodeaban dos grupos: el de los rojo punzó, aquellos que lo acompañaban desde tiempo atrás, y el de los celestes, quienes se habían sumado luego de que ganara las internas. Los primeros apuntaban a formalizar una suerte de pacto social, y proponían un acuerdo con uno de los grupos económicos mayores: Bunge & Born. Los segundos apostaban a una alianza más amplia con los capitanes de la industria, denominación que abarcaba desde Benito Roggio a Carlos Bul- gheroni y desde Amalia Lacroze de Fortabat hasta Franco Macri. Los rojo punzó ganaron la primera pulseada. El presidente peronista anunció que su ministro de Economía sería un hombre de la empresa que Perón había erigido como símbolo de la oligarquía antipatria. Sin embargo, eso no significó el fin de la esperanza para los otros «dueños de la Argentina», como los llamaría muy pronto el periodista Majul. El desguace del Estado colapsado se anticipaba en rumores múltiples: habría negocios para todos aquellos que contaran con los contactos necesarios. Los Macri los tenían. Roberto Dromi asesoraba a Eduardo Menem en el Senado cuando recibió su nombramiento como ministro de Obras y Servicios Públicos. Se lo reconocía entre los especialistas en Derecho Administrativo y sus manuales circulaban en las facultades de Derecho. Esta figura clave del país que se avecinaba había brindado sus servicios a los Macri en más de una ocasión. Gracias a su buen trato con Dromi, más sus aportes a la campaña presidencial y su proximidad a los celestes, la familia pudo acomodar a varios de sus cuadros gerenciales en el Estado nacional: Horacio Escofet (representante de SOCMA en Centroamérica después de su paso por el gobierno de Alfonsín), Carlos Manuel Ramallo y Roberto Righi (director y gerente en SIDECO, respectivamente), entre otros. Era una práctica corriente que el empresariado argentino intentara colonizar el Estado. Esta presencia en la burocracia y la adjudicación a SOCMA de varios negocios una vez que se iniciaron las privatizaciones no satisficieron a Franco Macri, quien se quejaba de que había obtenido mucho menos de lo que esperaba. No obstante, y al igual que otros empresarios, él y su hijo mostraban en público su acuerdo con el gobierno. En una entrevista que les realizó Bernardo Neustadt (entonces periodista estrella y uno de los principales publicistas de las reformas), los Macri se manifestaron «completamente consustanciados con el rumbo económico» que marcaba Menem. También señalaron que, si habían integrado la llamada Patria Contratista, había que achacárselo a un Estado ineficiente que ponía malas reglas de juego. Esa Patria Contratista, decía el heredero, se había acabado porque ya no quedaba dinero en el Estado. Y por eso importaba que el nuevo gobierno acelerase las licitaciones «enfocadas en concesiones; que el empresario haga la obra y que le cobre al usuario». Los Macri comenzaron a ganar esas licitaciones, a las que se había referido Mauricio. Algunas de ellas (como la concesión de las Autopistas del Sol) representaron enormes ganancias; otras (como las concesiones del gas) resultaron negocios truncos. En todo caso, el futuro parecía más que promisorio: las ventas de autos se habían recuperado y todas las semanas el Estado ofrecía una oportunidad de negocios. Hasta que un día, en esa vorágine de éxitos, la despreocupación se esfumó. La Banda de los Comisarios, un grupo de policías y militares retirados, secuestró al actual jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Noticia de un secuestro El hecho ocurrió poco después de la una de la mañana del 24 de agosto de 1991. Mauricio Macri se había separado hacía algunos meses de su primera esposa. Se disponía a entrar en su casa de la calle Tagle, a metros de la avenida Figueroa Alcorta, cuando unos hombres que habían estado esperándolo en un viejo Fiat 600 se le abalanzaron, lo redujeron y lo introdujeron en una combi VW blanca, donde viajó en un ataúd —según contaría Macri al juez de la causa— durante más de media hora. Lo llevaron hasta un sótano en la esquina de las avenidas Garay y Chiclana, en Parque Patricios. De acuerdo con el periodista Gustavo Carabajal, durante los días que pasó en cautiverio, Mauricio vivió encadenado, fue duramente interrogado y sufrió torturas psicológicas. Franco Macri mantuvo en secreto las negociaciones con los secuestradores. Quería evitar un desenlace fatal como el que se había producido cuando la policía intentó rescatar a Sallustro. O el de Guillermo Ibáñez, el hijo del secretario general del gremio de petroleros, secuestrado y asesinado un año antes: cuando llevaba el cuerpo de su hijo al cementerio, Diego Ibáñez acusó a los periodistas de ser corresponsables por haber revelado el secuestro. Macri evitó a la policía y solicitó el apoyo de los directores de SEVEL para que le facilitaran el dinero para el pago del rescate. Por intermedio del embajador de los Estados Unidos en la Argentina, Terence Todman, contrató a investigadores privados estadounidenses para que siguieran el tema. Sin embargo, en pocos días la prensa nacional publicó la noticia. Se especuló que un empresario rival de los Macri realizaba escuchas ilegales de los teléfonos de la familia. Desde ese momento Franco Macri contó —con toda probabilidad, a su pesar— con el apoyo del ministro del Interior, José Luis Manzano. Pese a las complicaciones, se pagó el rescate. La tarea quedó a cargo de Roberto Pascual, el chofer de Mauricio, y de su amigo Nicolás Caputo. El heredero apareció liberado en un descampado cerca de la cancha de Deportivo Español, en Parque Avellaneda. Al intentar analizar el secuestro, se examinó la posibilidad de móviles políticos. Apenas unos meses antes, y en medio de una nueva hiperinflación, los argentinos habían asistido al último levantamiento militar carapintada, que causó catorce muertos. Cuando se supo que nacionalistas de ultraderecha, policías y militares integraban, al menos en parte, la Banda de los Comisarios, muchos —sobre todo en el entorno de Menem— consideraron que el secuestro podría haber apuntado contra el gobierno. La hipótesis se afianzó cuando se supo que en las negociaciones se había demandado, además del pago de varios millones de dólares, que se repartieran mercaderías en barrios populares. Mauricio Macri rechazó la idea. En los días siguientes a su liberación concedió varias entrevistas en las que clarificó que el objetivo de sus secuestradores había sido el dinero. Su apreciación se corroboró meses más tarde, cuando la Policía Federal desbarató la Banda de los Comisarios y comprobó que el secuestro de Macri había sido uno de los tantos que habían cometido. Otras víctimas de los mismos delincuentes habían sido la joven Karina Werthein (sobrina del dueño del Banco Mercantil), el empresario Sergio Meller (quien pasó cuatro meses en cautiverio) y Julio Ducdoc (suegro de la ex diputada de Valores para mi País, Cynthia Hotton, nunca liberado a pesar de que se pagó un rescate de un millón y medio de dólares). La manera en que se descubrió a los responsables del secuestro de Mauricio Macri conllevó consecuencias de importancia. La trama se comenzó a deshilvanar cuando —se denunció después— los comisarios Carlos Sablich y Vicente Palo capturaron a los suboficiales Juan Carlos Bayarri y Carlos Alberto Benito. La detención, dijeron los secuestradores, se trató a su vez de un secuestro que siguió el modus operandi de los grupos de tareas en la dictadura. En El Olimpo, uno de los centros ilegales de detención y tortura de los militares, Bayarri y Benito recibieron amenazas, golpes de puños, picana eléctrica, ahogamientos y heridas con elementos punzantes. Confesaron su participación en el secuestro de Macri y señalaron al resto de los miembros de la banda. A pocos meses de su liberación, Macri debió reconocer el lugar de su cautiverio. Todavía se ignoraba que los culpables habían confesado bajo tormento. La familia Macri quedó ligada a Sablich y cuando Florencia, la hermana menor de Mauricio, fue secuestrada, volvieron a contar con su ayuda. Años más tarde, durante el juicio, los miembros de la Banda de los Comisarios denunciaron las torturas que habían sufrido los suboficiales. Pese a todo, Mauricio Macri defendió a Sablich en público y en el programa televisivo de Susana Giménez; con la complicidad enfervorizada de la conductora, se indignó porque un juez federal pudiera meter preso «a los policías buenos» por una cuestión «sin importancia» de «apremios ilegales, que le dicen». El amparo vehemente de Macri a quien había detenido a sus captores mediante torturas puede encontrar una explicación en el plano humano. Sin embargo, como señalaba Max Weber, quienes abrazan la profesión política no pueden darse el lujo de guiarse apenas por sus convicciones personales y deben resignarse a regirse por una ética de la responsabilidad. Al asumir un cargo público, siempre se deben tener en cuenta los resultados de las acciones, con independencia de los valores personales propios. Macri no supo o no quiso aprovechar esa lección, y años más tarde, por consejo de Sablich, nombró — pese a las advertencias de muchos miembros de su entorno— a Jorge el Fino Palacios como primer jefe de la Policía Metropolitana. Palacios contaba con un prontuario vasto. Sus acciones durante la gestión PRO —en especial, el establecimiento de un sistema de espionaje y escuchas ilegales a funcionarios, dirigentes opositores y referentes sociales y religiosos— involucraron al jefe de Gobierno. Junto a su ex ministro de Educación, Mauricio Narodowski, Macri quedó procesado por asociación ilícita. La crisis institucional cobró tal gravedad que sus ecos aún perduran. Auge, escándalos y caída En su autobiografía, Franco Macri destaca que su relación con Mauricio se estrechó luego del episodio traumático del secuestro: su hijo mayor, una persona pública ya, había mostrado lealtad de hierro y había superado una prueba personal muy dura. Al mismo tiempo, los negocios marchaban bien: SEVEL encabezaba la industria automotriz del país y, si bien habían perdido varias licitaciones, los emprendimientos que desarrollaban en Brasil rendían frutos. Todo parecía indicar que había llegado el momento de iniciar una transmisión de mando ordenada. El empresario nombró a su hijo en la dirección ejecutiva de SEVEL y lo designó su único representante. A continuación, viajó a Italia de vacaciones. La prensa de actualidad reflejó los movimientos en SOCMA. Mauricio Macri comenzó a ganar protagonismo. Le dijo a Neustadt, quien lo invitaba con asiduidad a su programa: «No soy peronista. Pero sí soy menemista, porque apuesto a la continuidad de este modelo, de estas reglas que nos permitieron salir del estancamiento». En teoría, el papel del heredero al frente de SEVEL implicaba que el holding se dividía en dos: él se encargaría de mantener el liderazgo en ventas de FIAT y su padre desarrollaría nuevos negocios a partir de la constructora. Pero varios indicios sugirieron que los negocios, los cuadros gerenciales, las finanzas e incluso los líderes de los dos subgrupos de SOCMA siguieron superponiéndose. Hasta que en 1994 Mauricio abandonó la esperanza de suceder a Franco en la jefatura del clan (o al menos de hacerlo sin mayores sobresaltos) y tomó un camino distinto. En El Pibe, Cerruti brinda un pormenorizado relato de la relación entre un padre que no se resigna al retiro anticipado y un hijo impaciente por mostrar su valía, pero que falló en negociaciones claves para las empresas. El primer fracaso sucedió en 1993: el consorcio en el cual los Macri participaban en la licitación de Obras Sanitarias de la Nación ofertó apenas unos centavos menos que un grupo francés con apoyo local de la familia Soldati. Ese yerro no se atribuyó con claridad a Mauricio, ya que Franco deslizó la idea de que la licitación se perdió menos por un descuido propio que por una operación de espionaje empresario. En cambio, se le imputó un problema mucho más grave al interior del Grupo Macri: que no lograra renovar el contrato con FIAT Italia. Muchos especularon con que las negociaciones se delegaron en él porque no ofrecían desafío, y que sólo la inexperiencia y terquedad del director ejecutivo de SEVEL podían explicar que el acuerdo se cayera. Otras fuentes sostienen que FIAT Italia no tenía intención alguna de mantener en pie su contrato con los Macri, y menos aún de ayudarlos al comprarles la planta de El Palomar. El progreso del MERCOSUR renovaba el atractivo del mercado sudamericano y para que la unificación resultara rentable, FIAT quería tener su planta en Córdoba, cerca del sudeste brasileño. Más allá de la frustración de esos negocios, e inclusive de las cuestiones de índole familiar, Mauricio Macri vivía sometido a una presión extrema. En tanto personaje de alto perfil y cara visible del holding, lo tocaron diversos escándalos públicos que llegaron a provocar su visita a los tribunales. Su alejamiento de SOCMA para dedicarse a conseguir su anhelo juvenil de presidir Boca Juniors también sirvió como un factor de descompresión importante. Mientras estuvo al frente de SOCMA, Mauricio recibió numerosas denuncias en su contra. Entre ellas, la más recordada, anterior a su secuestro: la prórroga del contrato de MANLIBA con la municipalidad porteña. El concejal socialista Norberto Laporta denunció que varios de sus pares habían cobrado 50.000 dólares por votar a favor de la extensión del acuerdo. A raíz de estas acusaciones, tres ediles (Carlos Maslatón, de la UCeDé, y Federico Pinedo y Roberto Azzaretto, del Partido Demócrata) le dijeron a Macri que, aunque habían votado a favor, no esperaban recibir ningún tipo de retribución. Majul los entrevistó para Los dueños de la Argentina. Pinedo —quien años más tarde lideraría la bancada de diputados de PRO— aclaró: «Hubo acusaciones de corrupción en el caso de MANLIBA… Yo, más allá de eso, estaba convencido de lo que votaba. Por eso defendí el convenio». Cuando el periodista le preguntó por las coimas, rechazó el cargo: «Eso sería un poco ridículo (…) ofrecer algo después de que la cosa estaba hecha». Las desmentidas de Pinedo y de sus compañeros no pudieron evitar la indignación pública contra Macri, Grosso y el Concejo Deliberante, al que se pasó a conocer —dada la acumulación de casos— como el Palacio Porteño de la Corrupción. También el municipio de Morón provocó dolores de cabeza a Macri. Había conocido al intendente peronista Juan Carlos Rousselot a través de Mario Caserta, el recaudador de la campaña de Menem en 1989, que luego quedaría preso —el único— por el tráfico de drogas en valijas diplomáticas, que se conoció como Yomagate. En 1991, el empresario y el jefe comunal planearon una obra de saneamiento en el Oeste del conurbano bonaerense; una obra importante. Pero el plan se diseñó antes de que se realizara la licitación correspondiente. Martín Sabbatella —hoy presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, AFSCA; entre 1999 y 2009, intendente de Morón— se destacaba entre los concejales jóvenes. Denunció que Macri y Rousselot habían firmado un contrato fraudulento por el cual los vecinos deberían pagar cifras siderales por cloacas que no se realizarían. El caso derivó en la destitución de Rousselot. Y aunque luego consiguió ganar las elecciones, lo alcanzaron nuevas acusaciones y en 2001 recibió una condena a prisión en suspenso. Desde 1999, la intendencia de Morón no volvió a las manos de un peronista. En 1993 un tercer traspié involucró al actual líder de PRO. Carlos Tacchi, funcionario de alto perfil a cargo de la Dirección General Impositiva (DGI, hoy Administración Federal de Ingresos Públicos, AFIP), descubrió que los Macri habían defraudado al Estado. Según el jefe de los sabuesos o los intocables, como se llamaba a los oficiales de la DGI, SEVEL había evadido 360 millones de dólares. Mauricio Macri, como director de la empresa, debió sentarse a negociar con el ministro de Economía, Domingo Cavallo, para intentar que la cuestión no pasara a mayores. En su libro Los intocables, el periodista Daniel Santoro cuenta que, a la salida de la reunión, Macri habría manifestado: «Estos problemas no van a tener solución hasta que se vaya el loco de Tacchi». El asunto se zanjó con un arreglo: la DGI bajó sus pretensiones a menos de 10 millones de dólares a cambio del pago inmediato por parte de SEVEL. No obstante, los problemas impositivos y legales de SOCMA continuaron. Al poco tiempo, la prensa destapó un entramado de contrabando y evasión entre SEVEL Argentina y SEVEL Uruguay, que obligó a Macri a declarar como imputado ante la justicia. Pasión de multitudes A mediados de los años noventa, Mauricio Macri se había convertido en un personaje muy conocido para los argentinos. Su cara ilustraba las páginas de las revistas y su presencia se repetía en los programas de televisión. Cuando los periodistas le preguntaban si se iba a dedicar a la política, sonreía y decía: «Por ahora me siento cómodo en el lugar en el que estoy… En el futuro, si encuentro alguna forma de colaborar, podría ser…». Los rumores lo ubicaron como candidato por el menemismo. Pero al final no dio el salto a la política. En cambio ingresó, y con éxito, en el mundo del fútbol profesional. ¿Por qué Mauricio Macri pasó a segundo plano su carrera empresarial y se dedicó a la gestión de un club? Algunos analistas leyeron este paso como una jugada hábil, parte de un plan estratégico a largo plazo, para ubicarse mejor en la política. Otros vieron en su movimiento la combinación de las disputas familiares y el capricho personal. Inclusive hubo quien interpretó la candidatura de Macri a la presidencia de Boca Juniors como una continuación de los negocios por otra vía. Imposible conocer de modo fehaciente los motivos del heredero de SOCMA para sumergirse en el mundo del fútbol. Pero vale la pena destacar que las diferentes interpretaciones no se contradicen. Una vez que tomó la decisión de meterse en el mundo del deporte profesional, Macri no perdió el tiempo. Lo secundó, o lo condujo, según la perspectiva, un hombre de confianza de su padre: el contador Orlando Salvestrini. Durante los años ochenta, Salvestrini representó a SOCMA en los Estados Unidos. Cuando el sueño americano de los Macri se truncó, el jefe del clan apeló a sus contactos en el entorno de Cafiero para acomodarlo en la sucursal neoyorquina del Banco Provincia. Salvestrini volvió al país en 1992 para asumir como secretario de Hacienda en la ciudad de Buenos Aires, puesto desde el cual —según el diario Página/12— facilitó negociaciones que reportaron grandes ganancias a los Macri. Cuando dejó la función pública, Salvestrini pasó a comandar ITRON, la empresa informática de SOCMA, y a ayudar a Macri hijo en SIDECO. A fines de 1994, cuando Mauricio se lanzó a la conquista de su club, el también boquense Salvestrini inició las conversaciones con los grupos políticos xeneizes. Primero intentaron acercarse a Carlos Heller, dirigente del Partido Comunista que compartía la dirección del club con el radical Antonio Alegre. Pero el presidente del Banco Credicoop (hoy diputado por el FPV) desestimó la oferta. Se lanzaron entonces a una estrategia opositora: contrataron a la consultora de Doris Capurro y tejieron alianzas. Lograron el apoyo de Luis Conde, uno de los dirigentes del club más reconocidos. Luego obtuvieron el visto bueno de la lista Boca, la Causa, de Roberto Digón; algunos dijeron que ese apoyo, de quien fuera uno de los operadores políticos de Bordón, se logró por los contactos peronistas de los Macri, aunque también circuló el rumor de una contribución económica de importancia. Por fin consiguieron la inestimable ayuda de la agrupación Por un Boca Mejor: Su líder, el Coti Nosiglia, sumó otros dirigentes boquenses (como el empresario Horacio Palmieri), ex jugadores (como Roberto Mouzo) y hasta dirigentes de otros clubes (como Luis Barrionuevo) a la campaña de Macri. El 3 de diciembre de 1995, Boca perdió por goleada ante Racing Club de Avellaneda. Macri pudo sonreír igual: su candidatura resultó elegida. A pesar del gran caudal de votos que recibió, desde el momento de asumir comenzó a cosechar enemigos en cada departamento del club. Su estilo parco y altanero chocaba de frente contra los dirigentes, acostumbrados a otro trato. Su forma de avanzar con reformas sin tejer consensos desgajó la alianza que lo había hecho triunfar. A los pocos meses de asumir, Pablo Abbatángelo (hijo), de la agrupación La Bombonera, renunció después de oponerse a que el estadio se remodelara sin recurrir a una licitación. Lo siguieron Roberto Digón y el ingeniero Juan Carlos Crespi, gremialista petrolero que compartía la agrupación con Nosiglia. Macri los trató con rigor: a Digón le aplicó el derecho de admisión y lo querelló; a Crespi lo echó del Departamento de Fútbol Profesional, y Abbatángelo siguió el mismo camino. El plan de reformas de infraestructura, que implicaba que menos hinchas asistieran a los partidos ya que se hacía lugar a costosos palcos VIP y se ensanchaban las plateas, generó rechazo. Lo mismo sucedió con otras decisiones de Macri, como la reforma del estatuto por la cual sólo podrían integrar la comisión directiva aquellos socios con un patrimonio personal equivalente al 30% del valor del club: sólo los ricos podrían ser dirigentes. El estilo Macri no sólo chocó contra la dirigencia del club. Muchos jugadores también mantuvieron entredichos con el empresario. La relación con Diego Maradona resultó tirante desde el comienzo. En enero de 1996, mientras el Diego alternaba sus vacaciones en Punta del Este con la campaña oficial «Sol sin drogas», Macri declaró que, para economizar, reduciría los premios a los jugadores del plantel profesional. Cuando Maradona se enteró, aprovechó una entrevista en televisión para denostarlo: «Pensé que venía (Silvio) Berlusconi y me encontré con el cartonero (Rafael) Báez». El jugador le dedicó muchas frases hirientes al presidente de Boca: «Macri puede vender cien mil autos, pero yo regalé fútbol en todo el mundo»; «(Macri), sacá el filo para comprar a Trotta y a Basualdo, si entre todos te vamos a pagar la autopista y te lo devolvemos…». Pero una quedó en el imaginario popular para siempre: «Mauricio, se te escapó la tortuga». Otros futbolistas mantuvieron enfrentamientos menos sonoros, pero no por ello menos dolorosos. En buena medida, los problemas se originaban en que Macri no respetaba los códigos. Se quejaba de ellos en público, los retaba, les exigía que no hablaran mal del técnico o de la comisión directiva, e incluso ventilaba sus pretensiones económicas. También Juan Román Riquelme manifestó su descontento en voz alta, como Maradona. El problema comenzó cuando Macri decidió venderlo a Europa. El 10 de Boca no quería irse; Macri lo presionó en los medios. La barra del club apoyó a Riquelme y el empresario debió retroceder. La declaración de guerra se produjo el 8 de abril de 2001, cuando Boca disputaba el superclásico con River. Riquelme marcó un gol de cabeza en el segundo tiempo. Mientras el público festejaba, el jugador corrió desde el arco que da a la calle Brandsen hasta la mitad de la cancha; esquivó los abrazos de sus compañeros y no paró hasta quedar exactamente frente al palco donde estaba Macri. Llevó sus dos manos detrás de las orejas e hizo un gesto de escuchar. El mensaje mudo parecía desafiar a Macri: «Escuchemos cómo la gente festeja por lo que yo hago y no por lo que hacés vos». El conflicto se había recalentado porque, al frustrarse el pase de Riquelme al Barcelona, el jugador pidió un resarcimiento económico que Macri se negaba a pagar. Tras el episodio, y todavía en el campo de juego, los periodistas rodearon al 10 de Boca para consultarle por qué había festejado el gol de esa manera. Riquelme respondió con ironía: «A mi hija le gusta el Topo Gigio». El talante entre paternalista y patrimonialista que Macri imprimió a su gestión en Boca también lo condujo al enfrentamiento con quien más lo ayudó a sembrar la imagen de dirigente exitoso: Carlos Bianchi. Después de que fracasaran Carlos Bilardo y Héctor el Bambino Veira, y de que Daniel Passarella rechazara asumir la dirección técnica de Boca, Macri contrató a Bianchi. Pero a disgusto. Y el ex jugador de Vélez llevó a Boca una de sus mejores rachas históricas, además de cambiar el estilo futbolístico del club. Sin embargo, a fines de 2001 el Virrey, como lo apodaban, anunció que no renovaría su contrato. Ante su falta de explicaciones, los periodistas deportivos sugirieron la existencia de problemas entre el técnico y varios miembros de la comisión directiva. Pero lo que parecía un desacuerdo corriente terminó con estrépito. El 23 de septiembre, luego de que Boca le ganara a Lanús 6 a 1, Bianchi brindaba la conferencia de prensa de rigor cuando Macri irrumpió en la escena y lo interrumpió para que diera explicaciones públicas sobre su alejamiento: —Si vos, Carlos, querés tirar la toalla y pensás que no vale la pena seguir remando, está bien. Pero vos tenés que darnos una respuesta porque los hinchas de Boca merecemos saber los motivos… Hay que aclarar cosas que no están claras —dijo Macri y le pasó el micrófono al entrenador. —Recién me hicieron esa pregunta —arrancó Bianchi con fastidio inocultable— y dije que no iba a hablar de eso. Yo tomé la decisión de no renovar el contrato el 31 de diciembre, nada más. No renuncié y las causas no tengo por qué decirlas. Es así. No hagamos de esto uno de esos programas de chimentos. A los 52 años, yo no estoy para eso. Macri insistió. Bianchi abandonó la conferencia de prensa y lo dejó hablando solo. El dirigente exitoso Durante su campaña, Macri se comprometió a terminar con los mandatos largos y aseguró que presidiría Boca sólo por un período. No lo cumplió, y se hizo reelegir dos veces: en 1999 y en 2003. Doce años pasó al frente del club, en los que se obtuvieron importantes éxitos deportivos: títulos en el fútbol, campeonatos de básquet y de voleibol. También hubo logros institucionales, como la instalación de la marca Boca a nivel mundial. Pero algunas sombras opacaron la imagen luminosa de dirigencia que Macri logró imponer entre los socios y la ciudadanía. En primer lugar, las inferiores de Boca no revelaron la cantera prometida. Por impericia, por mala suerte o quizá —como señalaron los críticos de Macri— porque se privilegiaron los negocios, la mayor parte de los planteles boquenses no surgió de las divisiones inferiores. En consecuencia, hubo que destinar dinero —y mucho— a la compra de jugadores: entre los exitosos, juveniles como Riquelme o mayores como los colombianos Jorge Bermúdez y Oscar Córdoba, o el peruano Nolberto Solano; el Pampa Sosa o Sandro Guzmán, entre los que nunca rindieron. Boca, un club con superávit cuando Macri llegó a la presidencia, pronto necesitó aumentar las cuotas sociales y recortar sueldos, tanto al personal como a los jugadores de primera división. Durante la presidencia de Macri, las compras y las ventas de jugadores de Boca se realizaron por medio de un fondo de inversión que —le imputaron sus opositores— aseguraba ganancias a los empresarios e intermediarios y dejaba los pasivos al club. Como el republicano George W. Bush, que recibió la presidencia de los Estados Unidos del demócrata Bill Clinton con 559.000 millones de dólares en las arcas federales, y al salir dejó un déficit de 400.000 millones (más una crisis financiera inédita), Macri cargó a Boca con una deuda millonaria (más libros contables de interpretación controversial). Algunas de las negociaciones de Macri llegaron a los tribunales, donde todavía se investigan las denuncias. Con todo, acaso esas polémicas no puedan competir en conflictividad con la relación que Macri mantuvo con la barra brava xeneize. Durante su gestión, la Doce sufrió muchos cambios y protagonizó desórdenes públicos de diversa índole, pero nunca dejó de hacer negocios con la reventa de entradas, la publicidad estática (banderas con propaganda en las tribunas) y con ciertos trabajos extras, desde el cuidado de coches hasta el apoyo en la organización de eventos políticos. Un barrabrava arrepentido reveló ante la justicia en 2003 que Macri nunca ignoró los manejos de la Doce y no sólo le facilitaba entradas para la reventa sino que se ocupaba de que la seguridad oficial del club le dejara el campo libre. La cuestión de la seguridad surgió como uno de los problemas que la gestión de PRO en la ciudad heredó del paso del jefe de Gobierno por la administración de Boca. Luego de varios escándalos que se originaron sobre todo por las luchas internas de la barra brava, Macri creó una Gerencia de Seguridad del club y, luego de consultar a su amigo Sablich, nombró como encargado al Fino Palacios. Varios directivos del club no lograron digerir el carácter difícil del ex comisario; pese a ellos, Andrés Ibarra, el gerente general de Boca, ex SOCMA y amigo íntimo de Macri, no sólo lo mantuvo en su puesto sino que lo defendió a capa y espada y facilitó el ingreso de varios de sus amigos. Entre ellos, el de Ciro James, el espía que en el futuro Ministerio de Educación porteño involucraría a la plana mayor de PRO en el escándalo de las escuchas telefónicas ilegales. Al igual que Ibarra, Palacios y James, otras personas que de- sempeñaron papeles de importancia en el Boca de Macri, pasaron luego a la campaña y los equipos de gestión de PRO. Entre ellos se destaca, sin duda, Guillermo Montenegro, quien ya de joven había ganado prestigio por su trabajo en tribunales. A comienzos de 2007, cuando los opositores de Macri sostenían que, si no lograba una seguridad eficiente en el club, mucho menos podría hacerlo en la ciudad, Montenegro lo ayudó a formar una comisión asesora sobre el tema. Cuando aceptó la invitación de Macri, dijo que lo hacía por amor a Boca y no por afinidad con su presidente; sin embargo, meses después dejó la carrera judicial y asumió como ministro de Seguridad en la ciudad. También Ernesto Petrini cambió a Boca por PRO. De vender jugadores al exterior pasó a ocupar una de las direcciones del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC), pese a haber reconocido en público que desconocía todo acerca de la materia y sólo aceptaba el cargo por lealtad a Macri. Luego de reducir partidas presupuestarias, presentar facturas irregulares y tercerizar tareas, Petrini debió renunciar cuando se descubrió que había contratado con un sueldo de 5.600 pesos al masajista Mariano Orlando. Según la cobertura periodística, a poco de asumir como empleado público, Orlando adquirió un Mercedes Benz de 73.000 dólares y le cedió una cédula azul a Petrini, su jefe. «Es su testaferro», aseguró Facundo Di Filippo, ex legislador de la Coalición Cívica que denunció maniobras fraudulentas de PRO en el área de vivienda. La lista se extiende: Raúl Oscar Ríos, miembro de la comisión directiva de Boca, asumió al frente de la Agencia Gubernamental de Control; allí también trabajó Estela Iribarren, parte del Departamento de Cultura del club. Fabián Horacio Zampone, vocal suplente en Boca, condujo la Dirección General de Asuntos Patrimoniales de la Procuración. Jorge Wellington Alves, ex director de Cultura del club, pasó a desempeñarse como asesor del jefe de Gobierno. Marcos Peña contrató en 2009 a Alberto Wilensky, asesor de marketing y negocios en Boca, como asesor del gobierno de la ciudad. Durante su paso por Boca, Macri dio pero también recibió: consiguió apoyos políticos importantes. Algunos resultaron efímeros, como el de Coti Nosiglia, quien puso a su disposición buena parte de los punteros radicales en la elección de 2003 (aun cuando por eso se enemistó con Aníbal Ibarra, su antiguo compañero en la Alianza). Otros se probaron más duraderos, como el de Oscar Moscariello, un dirigente histórico de la Democracia Progresista que alió los destinos de su partido a los de PRO. El líder Cuando Compromiso para el Cambio asomaba apenas como un proyecto, no sólo los opositores cuestionaban la capacidad de Macri para el liderazgo por su pasado como miembro destacado de la Patria Contratista: también parte de su propia tropa lo encontraba inasible. Algunos de los entrevistados para este libro —sobre todo los que provenían del peronismo, el radicalismo y las ONG— recordaron que en los primeros tiempos la figura de Macri les despertaba reparos. «Yo no lo soportaba, me parecía un desastre», comentó una funcionaria. «Remachista: te miraba con desconfianza porque eras mujer. Entraba y no te saludaba… Yo siempre decía que laburaba con Fulano y no para Macri». Otro dirigente de PRO observó: «Al comienzo no le veíamos uñas para guitarrero. A veces todavía hoy me pregunto cómo hace, con el pantalón gris y la camisa celeste de colectivero… Así no se entra a un barrio, pienso… A lo mejor por lo de Boca, qué sé yo… El asunto es que el tipo algo tiene». ¿Qué es ese algo que tiene Macri? Para la mayoría de los que lo rodean hoy, ese algo se debe en buena medida a su capacidad de escuchar a todos y generar confianza en sus interlocutores. «Cuando hablás con él te das cuenta que le gusta escuchar», señaló un diputado nacional. «La gente que no lo conoce piensa que es autoritario, pero es todo lo contrario. Te habla no para bajarte línea sino para plantearte una duda, para ponerte un objetivo, para aclarar un punto». En el mismo sentido, la misma funcionaria que lo criticaba por machista admitió que Macri «siempre te escucha, es cero dogmático; eso lo reconozco desde el primer día». Quizás una diputada dio la mejor síntesis de esta actitud de Macri: «Es un tipo súper-esponja… alguien que aprende permanentemente». En sintonía, Gabriela Michetti rememora la primera vez que se encontró con Macri y cómo cambió de parecer, casi de inmediato: «La primera vez que veo a Mauricio fue en mi casa, cuando Marcos (Peña) arma una reunión. Lo único que sabía hasta entonces de Macri era por las revistas de farándula, que era un pibe rico que veraneaba en Punta del Este. Pero, además, todos mis amigos progres de la academia me decían que Macri era la derecha. Ojo, yo no soy prejuiciosa, tal vez porque soy geminiana. Pero la sensación era más como de frivolidad que de ideología. Recuerdo que, cuando terminó la reunión, me quedó la sensación de, bueno, a este tipo se le ve un real compromiso por hacerse cargo, como privilegiado del sistema, de lo que a la Argentina le está pasando. Me gustó, porque me pareció con mucha apertura mental, no era un tipo ideologizado». La capacidad de mostrarse abierto a incorporar ideas y sugerencias y de cambiar los puntos de vista surge como una virtud de este team leader que, según quienes trabajan con él, puede sacar lo mejor de cada persona. Describen un equipo que funciona como un todo, que articula las diferentes partes de PRO, cuyo líder potencia el desempeño individual en pos del interés colectivo: en este caso, el éxito electoral de la fuerza política compartida. De naturaleza opuesta a la del dirigente político clásico (que, como recuerda la marcha radical, prefiere «que se rompa, pero no se doble»), el liderazgo de Macri parece surgir de los manuales de management, los cuales destacan la flexibilidad como un valor positivo y el pragmatismo, como una virtud. Su papel de líder consiste menos en definir ideas, dirigir o tomar decisiones que en funcionar como un armonizador, alguien capaz de escuchar todos los puntos de vista, combinar algunos de ellos e implementarlos de modo tal que parezca que todos colaboran en el trazado del camino. Las visiones críticas rebajan esa concepción de la política a una impostura. Detrás de la idea de armonizar los intereses diferentes y erradicar el conflicto para bien del conjunto —argumentan—, se escondería una política que favorece de forma consistente el statu quo, de modo tal que quienes se encuentran ya en una mejor posición para negociar —los sectores más altos de la sociedad— se benefician con cada acuerdo. Al margen de las alabanzas y los descréditos, el estilo de liderazgo de Macri se entronca con concepciones de arraigo profundo en sectores amplios de la sociedad argentina. Concepciones a las que adhieren con particular intensidad las clases medias que, en el país y en todo el mundo, tienden a favorecer tanto la celebración del consenso como la idea de unidad nacional para superar las diferencias. Un mundo sin conflicto. Ese estilo, a la vez, contrasta de modo muy fuerte con el discurso de confrontación que muchos dirigentes kirchneristas tomaron como propio. El modo macrista ayuda a la identificación clara de dos visiones sobre la política, algo que conviene tanto a quienes militan en PRO como a quienes lo hacen en el peronismo kirchnerista. Después de la armonía, el estilo de liderazgo de equipo que cultiva Macri pone su acento en la eficiencia. Como ingeniero y como empresario, Macri parece encarnar el ideal de un administrador, un gerente capaz de hacer del mejor modo («Haciendo Buenos Aires»), de concretar en la realidad los proyectos que el conjunto anhela, pero se perciben demorados por las luchas políticas y la burocracia. No se trata de un líder con propuestas originales, que nadie hubiera planteado antes; tampoco de uno que venga a rescatar ideales traicionados u olvidados. Ni siquiera se propone como el representante de un sector excluido del foro público. Macri ofrece, apenas, un nuevo estilo de gestión. Como afirma el politólogo Allan Sikk, los «partidos de lo nuevo» —el caso de PRO— poseen una orientación ideológica muy débil y no pretenden más que conquistar un nicho que, de un modo o de otro, ya está ocupado por otros partidos políticos. Por eso precisan líderes fuertes que sirvan para orientar y contener a todos los que se van sumando a medida que el proyecto se afianza. Sin embargo, aun aquellos que le reconocen algún carisma a Macri, dudarían en llamarlo un líder fuerte. Por sus modos, por su temperamento e incluso por su forma de dirigirse a propios y extraños, Macri se percibe como un contemporizador, un negociador, no alguien capaz de orientar. Con todo, se trata de la misma persona que, a partir de una fundación, creó un partido político capaz de reunir a facciones muy diferentes entre sí. En este sentido, Macri funciona como un administrador de los conflictos internos: alguien con las aptitudes necesarias para que diferentes grupos —cada uno con sus tradiciones, sus códigos y hasta su propia lógica de construcción— puedan actuar de manera coordinada. Esta aptitud se hizo evidente en 2003, cuando el proyecto político de Macri pareció resquebrajarse. Sus acciones demostraron que, para él, no se trataba de fundar una tradición, sino de dejarla atrás, o al menos de ponerla entre paréntesis, en pos de un proyecto común. El piloto de tormentas En 2003, después de una larga campaña electoral, Macri perdió en la segunda vuelta electoral ante Aníbal Ibarra. El jefe de Gobierno reelegido tenía a su favor haber sabido resistir, a fuerza de gestión y de alianzas políticas diversas, las consecuencias de la crisis de 2001 y el derrumbe de la Alianza que lo había llevado al poder. La derrota produjo un impacto muy fuerte en el círculo más cercano a Macri. Hoy mucha gente de PRO, como Diego Santilli y Horacio Rodríguez Larreta, creen que se trató de una desgracia con suerte: gracias a ella se dio forma a la agrupación. Pero en aquel momento muchos pensaron que al debut de Macri en la política le seguiría una despedida acelerada, a medida que los cuadros políticos más tradicionales regresaran a sus rediles de origen. La prensa de la época imaginaba que los peronistas que habían acompañado a Macri marcharían hacia el kirchnerismo, mientras los radicales tratarían de recomponer un bloque propio o se acercarían a Ricardo López Murphy, quien, derrotado en las elecciones presidenciales, podía bajar a la ciudad. Nada de eso sucedió. Macri sostuvo que intentaría hacer su aporte desde la oposición y supo mantener unidos los retazos que conformaban su partido incipiente. La calma generada tras la confirmación de que continuaría con el nuevo espacio amenazó con romperse en diciembre de ese año, cuando asumieron los legisladores votados en las cuatro listas que habían apoyado la fórmula Macri-Rodríguez Larreta. Se trataba de una situación de inestabilidad particular, en buena medida porque la crisis de 2001 había dejado en la ciudad la secuela de una fuerte fragmentación de la Legislatura. Abundaban bloques unipersonales. Junto a figuras con mucha experiencia se sentaban debutantes en el mundo de la política grande. En ese contexto, los veintitrés legisladores de Macri se dividieron en dos grupos informales, enfrentados. El primero reunió a representantes de la derecha y de extracción peronista más o menos conocidos. Se llamó Nogaró por el hotel ubicado a pocos metros de la Legislatura, en cuya cafetería los políticos de casi todos los partidos —no sólo del macrismo— acostumbran reunirse a diario. El segundo grupo lo conformaban los llegados del radicalismo, el mundo profesional y las ONG: los más antiguos lo bautizaron, con sorna, Festilindo, por el programa infantil de los años ochenta. Los Nogaró veían a sus compañeros de experiencia menor como un aglomerado apenas conectado, de actitud naïf ante el trabajo legislativo y territorial, e incapaz de comprender que tras la derrota se imponía negociar con las fuerzas que apoyaban a Ibarra. Esos recién llegados que se atribuían demasiada libertad para votar según su conciencia en lugar de disciplinarse al bloque —opinaban— aspiraban a mucho más de lo que les correspondía por la militancia que podían exhibir. Los Festilindo se percibían a sí mismos como un conjunto de personas honestas y competentes, alejadas de las ideas rancias de la derecha y, a diferencia de los Nogaró, incontaminadas por las prácticas de la rosca y la corrupción de la vieja política. Los Nogaró y los Festilindo se enfrentaron en casi todos los temas, desde diciembre de 2003. Pelearon por la vicepresidencia primera de la Legislatura, que por fin quedó en manos de Santiago de Estrada (el más encumbrado de los Nogaró); a modo de compensación, Gabriela Michetti (el perfil más alto entre los Festilindo) asumió la conducción del bloque. Volvieron a pelear en la apertura de sesiones, cuando María Eugenia Estenssoro —entonces con Patricia Bullrich— presentó un proyecto para sortear (y no negociar) los nombres de los diputados que deberían renovar su puesto en dos años y los que retendrían el mandato hasta 2007: Michetti apoyó el proyecto sin consultar; al saberlo, los Nogaró quisieron forzarla a retroceder, pero ella se mantuvo firme y obligó así a De Estrada y Ricardo Busacca, sus opositores internos, a manifestarse en el mismo sentido que Estenssoro. Los Festilindo, envalentonados, declararon que sus compañeros de bloque «querían que se decidiera todo por rosca», pero «no tuvieron más remedio que presentar un proyecto de sorteo para no quedar mal parados ante la opinión pública». El escándalo que se produjo, mayúsculo, hizo que el vicepresidente primero del bloque, el Nogaró Jorge Mercado, presentara su renuncia. El nombre de Busacca se impuso para reemplazarlo; pero apenas asumió, los Festilindo hicieron circular el rumor de que también él debería irse. Busacca sintió que correspondía rebatirlos en los medios de comunicación, por ingenuos e ineficientes: «Algunos diputados que ingresaron el 10 de diciembre piensan que la vieja política es sinónimo de mala política. Creo que en la vieja política hay cosas malas y buenas, así como las hay en la nueva política. Fíjense, por ejemplo, en que muchas de las comisiones que están manejando los nuevos no están funcionando», declaró al sitio Noticias Urbanas. La tensión in crescendo auguraba una ruptura irreconciliable. Los Nogaró se quejaban de que los Festilindo tenían una llegada directa a Macri que a ellos se les negaba; los Festilindo acusaban a los Nogaró por sus ideas retrógradas sobre salud reproductiva, justicia y derechos humanos. Con algo de razón, los Nogaró respondían: «¿No éramos pluralistas aquí?». En un intento de soldar la brecha que se abría, Macri convocó a una reunión de reconciliación, a la que —inspirado por los encuentros de los ex alumnos del Colegio Cardenal Newman, pero también en el vocabulario empresario— llamó «retiro espiritual». El nombre que el líder le dio al meeting provocó la risa de propios y extraños, pero cumplió el fin de mantener unida una tropa que se disgregaba. Algunos participantes recordaron que los Nogaró amenazaron con romper el bloque si los Festilindo no se disciplinaban. El presidente de Boca advirtió: «El que se va, agarra sus cosas y no vuelve más». Por fin, se aceptaron —al menos por un tiempo— algunas pautas de convivencia. Con todo, las peleas internas se sucedieron a lo largo de 2004. Cuando Florencia Polimeni, de Festilindo, apoyó iniciativas kirchneristas sobre fábricas recuperadas y salud sexual y reproductiva, desde Nogaró la amenazaron con la expulsión. Un legislador de Nogaró comentó a la prensa bajo salvaguarda de su identidad: «Si nosotros estamos acá justamente para proteger la familia y la propiedad privada, ¿qué estamos haciendo al lado de esta piba?». Hubo más retiros espirituales. Pero a mediados de año la ruptura se oficializó. En reconocimiento al liderazgo de Macri, no se formaron dos bloques, sino dos subbloques: Compromiso para el Cambio (presidido por Michetti) y Juntos por Buenos Aires (presidido por Mercado). Los grupos se mantuvieron unidos en algunos temas, en especial de tipo económico, y las diferencias afloraron en concepciones culturales, como la discusión del Código de Convivencia Urbana de la ciudad autónoma. Los Nogaró se alinearon con la política de mano dura; los Festilindo se mantuvieron en una posición más centrista, e incluso más próxima al garantismo que impulsaban los representantes de la centroizquierda. La voluntad de no romper, ¿respondió apenas a un cálculo político de los contendientes? Sería un error no reconocer otro factor: que las posiciones que Macri adoptó, de modo alternativo, a favor de uno y otro grupo, sumadas a la amenaza de cerrar las puertas para siempre a quien se alejara del líder, funcionaron como aglutinantes y también como orientación partidaria. Todos —incluido Macri— acercaron posiciones y, en especial, se convirtieron en dirigentes flexibles. El conflicto hizo de PRO un partido político conservador y aun más pragmático y multiforme que antes. Los Festilindo aprendieron a convivir con dirigentes de mayor práctica política y a soportar mejor a lo que consideraban la derecha conservadora. Los Nogaró se acostumbraron a sus compañeros y perdieron —al menos en público— parte de su dogmatismo. Ambos grupos aceptaron la idea que pregonaba su jefe político: el nuevo espacio se mostraría plural en el sentido ideológico y en el generacional, en lo respectivo a las formas de entender la política y las formas de hacerla. Todos comprendieron que el liderazgo de Macri no se discutía. Había espacio para competir por su favor, para hacerse más visibles y tratar de convencerlo de que se colocara a favor de alguna propuesta o un proyecto. Pero nadie tenía la fuerza necesaria para ponerlo contra las cuerdas. Pluralidad, sí. Internismo, no. El tiempo y algunos acontecimientos políticos, como el juicio político tras la tragedia de Cromañón, que condujo a la destitución de Ibarra en 2006, o las nuevas alianzas que tejió Macri de cara a las elecciones de 2005, provocaron que los dos subbloques se fundieran en uno. Las diferencias de personalidad, de tradiciones y de formas de hacer política persistieron, no sólo en la Legislatura porteña sino en cada espacio donde el nuevo partido manifestó su presencia. Pero la lección de convivencia y el ejercicio de liderazgo de Macri sirvieron como base fundacional para la experiencia PRO. También Macri se transformó a lo largo del proceso. Uno de sus funcionarios cree que Mauricio demostró su capacidad para pilotear tormentas: «Se recibió de líder político». En realidad, el aprendizaje del ex gerente de SOCMA no terminó ahí; más bien podría decirse que ese fue su punto de inicio. Las campañas sucesivas, los nuevos problemas y, sobre todo, los desafíos que debió enfrentar desde 2007, cuando se convirtió en jefe de Gobierno, representaron los distintos peldaños que Macri subió de uno en uno hasta devenir en algo muy parecido a un político, aunque su mirada de su métier conserva cierta exterioridad. Una diputada de origen radical sugirió que, si se comparaba al Macri que en 2003 debatió con Ibarra con el que se presentó a la reelección en 2011, se notaría una diferencia abismal. «No sólo físicamente», aclaró, en referencia al bigote que el jefe de Gobierno perdió por indicación de su asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba (ver capítulo 6). «También, sobre todo, intelectualmente; ahora habla, sabe hablar». Una ex legisladora coincidió. Cuando se sumó a una lista del macrismo, nos confió, cargaba muchos prejuicios contra él: «Lo miraba en una reunión y pensaba: “Empresario neoliberal, menemista”». Con el tiempo se convenció de que Macri había cambiado. «Obviamente, yo también cambié: trabajar en la primera línea de la política te cambia. Pero creo que él cambió un montón, y para mejor. Se ve en el trato con la gente: ahora es más afectivo, tiene más empatía, sonríe, sabe sonreír». La idea de que sólo ahora Macri sabe hacer cosas básicas como hablar y sonreír muestra con claridad las dificultades del team leader para construir una relación directa con el electorado, y permite comprender el alto nivel de recelo que generaba su figura. Buena parte del desarrollo de PRO se concentró en que la ciudadanía dejara de lado esos preconceptos. Al mismo tiempo, el empresario Macri se transformaba —a fuerza de entrenamiento, coaching y algunos traspiés— en el fresco y cercano Mauricio. Esta metamorfosis cimentó la victoria de 2007. También la vida partidaria y legislativa de PRO se construyó en buena medida sobre la figura de un líder exitoso, capaz de ganar elecciones en la ciudad, primero, y de proyectarse, luego, a nivel nacional. Aquella primera victoria dio pruebas de la eficacia electoral del dispositivo macrista y del potencial del líder. Y —no menos importante— puso en marcha un equipo que hasta entonces se había preparado para gobernar sin conseguir hacerlo. En el Estado, el equipo terminó de aglutinar las partes heterogéneas en torno a la tarea de la gestión, definida como un hacer. Desde la administración municipal, PRO constituyó un equipo y Mauricio encarnó la figura a rodear y proteger, un bien común que compartían todos los miembros de su espacio político. En 2009, cuando se denunciaron las escuchas ilegales a dirigentes políticos, sociales, religiosos y hasta a familiares del jefe de Gobierno, se puso a prueba la fidelidad al dirigente. Y de inmediato se observó que todos los cuadros de PRO querían cuidar ese capital compartido. En octubre de ese año, el dirigente de la comunidad judía Sergio Burstein denunció ante la justicia que la Policía Metropolitana lo espiaba. En breve se determinó que Ciro Gerardo James, abogado y ex miembro de la Policía Federal, entonces empleado del Ministerio de Educación de la ciudad, había montado un sistema de escuchas telefónicas. En el operativo de su detención, el 5 de octubre de 2009, se secuestraron dos aparatos para interferir teléfonos. Según las investigaciones, James actuaba por orden de Fino Palacios, jefe de la Metropolitana, a quien también se arrestó el 17 de noviembre de 2009. Las investigaciones y las denuncias subieron directamente hacia Macri y hacia sus ministros de Educación, Mariano Narodowski, y de Seguridad, Guillermo Montenegro. La gestión de PRO enfrentó una prueba importante. Con su jefe de Gobierno y dirigente político máximo en el centro de las acusaciones, los fragmentos que se unían en los equipos de gestión podían disgregarse según las antiguas divisiones. El juez federal Norberto Oyarbide procesó a Macri el 14 de mayo de 2010. Desde ese mismo instante PRO diseñó y activó un dispositivo mediático, legislativo y judicial para evitar su caída, ya que los legisladores opositores habían comenzado a presentar proyectos de juicio político y el fantasma de la destitución de Ibarra acechaba la imaginación del macrismo. Una vez que se consiguió aislar las posiciones más radicales en la Legislatura, el bloque de PRO propuso que se iniciara un juicio político, pero con reglas y tiempos que permitieran deslindar la responsabilidad de Macri. La oposición rechazó la iniciativa y se dispuso a crear una comisión investigadora de las escuchas ilegales, que los legisladores de PRO primero objetaron y luego se esforzaron por integrar. La unidad del armado macrista se demostró cuando los distintos sectores del partido participaron de la comisión: Martín Borrelli, del espacio de Michetti; Fernando De Andreis, que respondía a Peña; el radical Martín Ocampo y los peronistas Cristian Ritondo y Lidia Saya. Todos salieron en defensa de Macri. De ese modo, conjuraron otro fantasma que sobrevolaba el bloque: la indisciplina partidaria, el abandono del bloque y el borocotazo (ver capítulo 1). Entre tanto, el jefe de Gobierno y sus cuadros políticos intervinieron en los medios de comunicación, sobre todo en los programas políticos de cable, para argumentar contra la injusticia de la situación en la cual se lo involucraba. La hipótesis de la persecución del Gobierno nacional, esgrimida desde el inicio de la gestión, se alzó como bandera principal. El juez Oyarbide se mostraba afín al kirchnerismo, como se había mostrado con respecto al menemismo, y su actuación se podía presentar como un encargo presidencial. El 30 de noviembre de 2010 se difundió el informe final sobre la responsabilidad de Macri: por falta de pruebas, el juicio político contra él, así como contra el secretario de Seguridad Montenegro, se desestimó. Todos los legisladores macristas celebraron el triunfo político; los miembros de la comisión competían por dar muestras de fidelidad al team leader. «A partir de estas constancias, y del trabajo llevado adelante desde la comisión, hemos podido comprobar que las imputaciones al jefe de Gobierno no tienen ninguna entidad para hacerlo pasible de reproche penal», sostuvo Borrelli. «Como conclusión, quedó demostrado el fracaso de la intención del Gobierno nacional en involucrar, usando la estructura de la SIDE [Secretaría de Inteligencia del Estado], al jefe de Gobierno en un caso de escuchas ilegales, con el único objeto de perjudicar sus chances electorales para 2011», agregó Ocampo. En 2012, cuando Oyarbide solicitó que la causa en la que Macri seguía procesado se elevara a juicio oral, también Ritondo salió a defender a su jefe: «Somos la oposición y la vamos a ejercer. No vamos a pactar nada con los K, ni mucho menos pactar con la reelección de Cristina». Y luego, inesperado defensor del republicanismo, sostuvo: «Los funcionarios judiciales K persiguen a Macri porque saben que va a luchar contra la re-reelección. Nosotros creemos en la alternancia y en la renovación, no en los proyectos eternos y modelos como el de [Hugo] Chávez, que es adonde nos está llevando la presidente Cristina Fernández». El proyecto «Macri presidente» se había transformado en guía, las ambiciones políticas del jefe de Gobierno ya no le pertenecían a él solo. Más que un emprendedor externo que quería meterse en política, personificaba un referente colectivo, un recurso que serviría a dirigentes de diferentes orígenes y recorridos para crecer. Si a Macri le iba bien, todos ganarían. Con la mira puesta en 2011, y luego en 2015, el anhelo de ver a Mauricio en la Casa Rosada se transformó en un factor aglutinador en el interior de PRO, y en una consigna para el electorado. El equipo se fijó metas de crecimiento, y su líder se consolidó como cicerone en ese camino. CAPÍTULO 3 Rompecabezas: nuevos y viejos políticos Corría agosto de 2004 y los debates por el Código Contravencional de la ciudad de Buenos Aires amenazaban con fracturar el bloque macrista en la Legislatura. Dos miembros del grupo Nogaró (ver capítulo 2) asistían —aunque se cuidaron de sumar sus voces— a lo que parecía una amenaza de un dirigente de centroderecha respetado, quien presidiría el bloque de Compromiso para el Cambio por un breve lapso, dispensada a una joven colega legisladora de origen radical: —Ustedes son unos recién llegados, no entienden nada de política si creen que van a hacer un partido con libertad de conciencia —le gritó el legislador. —Decí lo que quieras, no me importa: ustedes son la vieja política —se defendió ella. Hubo silencio. Bronca contenida. El legislador experimentado prefirió abandonar el lugar para que la temperatura de la discusión no subiera más. Después de todo, su educación conservadora le impedía gritarle a una mujer. Por esos días, los Nogaró amenazaban con abandonar el nuevo partido. En el diario La Nación, el periodista José Ignacio Lladós recogió declaraciones que daban cuenta del peligro: «Es el momento más difícil desde que armamos el bloque» (un legislador de origen peronista); «Cada vez nos sentimos menos contenidos por el proyecto de Mauricio». Al igual que sucede en otros partidos, las divisiones más numerosas, los enfrentamientos generacionales y los debates ideológicos atraviesan a PRO. Pero con un rasgo original: las batallas internas son el punto de partida de la diferencia progresiva entre quienes conforman el partido; no provienen de esa variedad. PRO es un partido armado de retazos (ver prólogo y capítulo 1): diferentes razones produjeron la unión de dirigentes de entidades tradicionales como el Partido Justicialista (PJ) y la Unión Cívica Radical (UCR), líderes de otras —minoritarias— como la Unión del Centro Democrático (UCeDé) y Acción por la República (AR), técnicos y profesionales de fundaciones y ONG, y hombres de negocios que seguían a Mauricio Macri desde el mundo empresario. El emprendimiento político que gobierna la ciudad de Buenos Aires y aspira a la presidencia de la nación semeja, en más de un sentido, un rompecabezas: con el empeño suficiente se pueden ensamblar todas las piezas, pero las líneas de separación quedan a la vista. En ocasiones, estas piezas son individuos (figuras del espectáculo, líderes de fundaciones y ONG que escucharon el llamado de Mauricio para meterse en política); otras veces, grupos más o menos cohesionados y solidarios que conforman corrientes internas en el interior de PRO. Al igual que sucede en el PJ o en la UCR, distintas facciones pugnan por el poder. Los motivos trazan un arco desde lo pragmático (el poder mismo en disputa: el reparto de cargos) hasta lo ideológico (gente que se identifica con la derecha y otra más inclinada hacia el centro), e incluyen el personalismo (la preferencia por determinado dirigente contra otros). Sin embargo, dentro de PRO —acaso consecuencia de su heterogeneidad original, del liderazgo indiscutible de Macri y de su muy baja institucionalidad— las facciones se estructuran sobre todo a partir de criterios de identidad y organización. Importa menos lo que quiere cada grupo, que los espacios sociales por los que circula cada uno de ellos, los vínculos históricos de sus miembros y su papel dentro del armado partidario. Los muchachos peronistas Cuando Macri y Francisco de Narváez decidieron separar sus proyectos políticos, algunos analistas atribuyeron el divorcio a los distintos abordajes que hicieron al peronismo y a la derecha: De Narváez se identificaba con el peronismo y se inclinaba por las ideas de derecha; Macri se reconocía derechista y lo seducía la capacidad electoral del PJ. Por lógica, De Narváez se alineó con Carlos Menem y Macri se lanzó a la construcción de un partido propio, para el cual extendió una invitación a los peronistas. Más aún: una vez que supo que quería competir por la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, buscó sus primeros aliados en ese movimiento político. Acudió a los dirigentes que había conocido en SOCMA y en Boca Juniors. Por su medio, sumó contactos nuevos. Al fin, cuando Daniel Scioli cambió su candidatura porteña por la vicepresidencia de la nación que le ofreció Néstor Kirchner, Macri se había asentado como una figura atractiva para el espacio peronista metropolitano. Los peronistas de la ciudad vieron en él un reemplazo del candidato perdido, pero él vio mucho más: la afluencia de dirigentes del PJ conllevaba conocimientos sobre el gobierno de la ciudad y el aporte invaluable de una militancia que podía llevar al territorio una propuesta partidaria creada en las oficinas de una fundación. Algunos peronistas encontraron la propuesta de Macri más que oportuna. Dirigentes con años de militancia, como Cristian Ritondo y Diego Santilli, sabían que su maquinaria en las bases necesitaba votos para mantenerse en funcionamiento, y en 2003 el peronismo porteño no podía aportarlos. Santilli (Buenos Aires, 1967) es hijo de Hugo César Santilli, un empresario de la construcción con aspiraciones políticas y simpatías peronistas, que a comienzos de los ochenta fue elegido presidente de River Plate. Su período al frente del club millonario —entre 1983 y 1989— abundó en éxitos deportivos y en acusaciones de corrupción nunca probadas en la justicia. En aquella época se vinculó con el entonces candidato Menem, quien, por cierto, cerró su campaña presidencial con un acto multitudinario en el Monumental —el estadio del club—, en el barrio porteño de Núñez. Ya presidente, Menem nombró a Santilli al frente del Banco Nación; el ex presidente de River debió abandonar el cargo en 1991, aparentemente porque el empresario Eduardo Bakchellian (en aquel momento titular de Gatic S.A., representante de Adidas en la Argentina) lo acusó de haberle pedido una coima para obtener un préstamo. Santilli hijo también es hincha fanático de River. Algunos creen recordarlo como un joven cercano a los Borrachos del Tablón, la barra brava millonaria. Su pasión futbolera no le impidió recibirse de contador público en la Universidad de Buenos Aires (UBA) a los 23 años. Tomó su título y emigró a Estados Unidos para estudiar Marketing en la Universidad de Berkeley. Asistió a cursos sobre mercados financieros y, más adelante, cursó una especialización en Administración Pública en la Escuela de Política y Gobierno de París. Entre un viaje y otro, Diego Santilli se unió al menemismo porteño, que en aquella época encabezaba Miguel Ángel Toma, cercano a Carlos Grosso. Durante los años noventa, sus credenciales profesionales y su acceso al menemismo le permitieron desempeñarse como asesor de inversiones bursátiles en una pequeña compañía y, a la vez, ocupar distintos cargos públicos. Trabajó como consultor en el Banco Nación y en el Ministerio del Interior, y recorrió diversos puestos en la ciudad de Buenos Aires durante las gestiones de Saúl Bouer y Jorge Domínguez, intendentes que designó Menem. En esa época, se enamoró de Nancy Pazos. La periodista, con quien se casó en 1993, lo ayudó a mostrar más y mejor los diferentes logros de su carrera política, según él mismo reconoció. Años más tarde, la opinión de Pazos desencadenaría algunas discusiones agrias en el interior de PRO: a los encargados de la comunicación institucional les disgustaban las estrategias de posicionamiento individual de Santilli. El tema trascendió a la prensa, que se entretuvo con una presunta orden directa de Horacio Rodríguez Larreta para impedir la entrada de Pazos en el Ministerio de Medio Ambiente, a cargo de su marido. Quizás por eso algunos dirigentes del macrismo vieron con cierto agrado la separación de la pareja, a comienzos de 2013, prolongada por escándalos veraniegos en enero de 2014, cuando ambos mostraron sus nuevas relaciones amorosas. Santilli llegó a PRO como muchos otros peronistas, atraído porque Macri ofrecía la posibilidad de recuperar algunos de los votos perdidos del PJ. Ya había pasado por otros cargos públicos: en la Dirección Nacional de Migraciones, el Banco Ciudad y el Instituto de Previsión Social de la provincia de Buenos Aires, donde creó buenos vínculos en el entorno del gobernador Carlos Ruckauf. Eso lo ayudó a obtener un lugar ventajoso en la lista del Frente para un Nuevo País, la alianza entre el PJ porteño y los grupos políticos que apoyaban a Gustavo Béliz. Pero el voto bronca, ganador en 2001, menguó el acceso a las bancas y el Colorado sólo consiguió una al año siguiente, y por la renuncia de quienes lo precedían en la lista. Sus posibilidades de renovar el mandato legislativo se debilitaron. A nadie le extrañó que se contara entre los primeros que se sumaron al proyecto de Macri. Santilli aportó a Compromiso para el Cambio su experiencia política y su conocimiento territorial del norte porteño, sobre todo en los barrios de Belgrano y Núñez. Contaba también con el trabajo constante de sus aliados José Luis y Gustavo Acevedo, hermanos con años de militancia en esa zona, junto con Raúl Padró, el histórico concejal de la derecha peronista en lo que hoy es la Comuna 13. Los Acevedo proporcionaron a Santilli su saber sobre campañas electorales (en qué esquina colocar la mesa, qué tipo de volantes repartir) y sus contactos con los referentes sociales y religiosos del territorio. Su unidad básica de la calle Moldes funciona como centro de jubilados y de atención a los vecinos. Allí reciben pedidos «todo el año» —enfatizan, para diferenciarse de los dirigentes que sólo actúan en tiempos de elecciones— y reclutan militantes. Los hermanos funcionan como actores centrales de las redes informales de resolución de problemas —como las llama el sociólogo Javier Auyero— para los vecinos. Gustavo Acevedo preside la Junta de la Comuna 13 y sus colaboradores en esa función también organizan la labor territorial. Las fronteras entre el Estado y el partido se difuminan; en el caso de PRO, sin embargo, el fenómeno no se limita a la facción peronista. Gracias a este trabajo barrial, sus vínculos profesionales y sus apariciones en los medios, Santilli se destacó en el pelotón de peronistas que se sumaba a Macri. De modo adicional, su mala relación con Alberto Fernández (el ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner, hoy en la oposición) lo hizo encabezar el elenco de peronistas de PRO que se distanciaron del kirchnerismo. Esta toma de posición contribuyó a que fuera jefe del bloque legislativo Juntos por Buenos Aires y, más adelante, el primer peronista que integró el Gabinete de Macri. Desde el Ministerio de Medio Ambiente y Espacio Público de la ciudad, Santilli construyó un perfil cada vez más alto, que borró su imagen de joven menemista y la reemplazó por otra de gestor eficiente y político atento a los ciudadanos, cercano a la gente. Recibe en persona a quienes llegan hasta su despacho de ambientación moderna. Un equipo de operadores telefónicos de su oficina invita por teléfono a los vecinos a las reuniones que organiza en los barrios, para cuya planificación cuenta con personal que rastrea las quejas de los ciudadanos en las redes sociales como Facebook y Twitter. Para su atención de los reclamos sobre el estado de las calles y las veredas, la recolección de residuos y los árboles, cuenta con la ayuda de algunos periodistas próximos al macrismo. Ari Paluch, por ejemplo, suele llamar a Santilli para que responda en su programa, al aire, a los vecinos. «Yo me ocupo», remata, invariable, su respuesta. Muchas veces los llamados no traen reclamos sino agradecimientos para «el señor Ministro», por la satisfacción de pedidos de programas anteriores. Una gestión en vivo. Desde que PRO ancló parte de sus estrategias políticas en los temas ecológicos e impuso el eslogan «BA Verde», Santilli se fortaleció de manera notable. También lo ayudó que hasta 2011 su aliado José Luis Acevedo ocupara la Subsecretaría de Fortalecimiento Familiar y Comunitario (en el Ministerio de Desarrollo Social), desde la cual construyó una red de prestaciones asistenciales. Ese conjunto consolidó la presencia territorial de los peronistas PRO en general, y del ministro en particular. Con ese sustento, y contra todos los pronósticos, Santilli empujó su candidatura a senador nacional en las elecciones legislativas de 2013. Durante la campaña, se mostró muy cómodo con el estilo proselitista de PRO y compartió el tono celebratorio de los buenos resultados: desde el escenario revoleó su remera amarilla al ritmo de la música, arengó a los partidarios que bailaban frente a la tarima, bromeó sobre su cercanía a Macri y su rivalidad futbolística. Hoy, el Colo se considera un macriperonista o un peromacrista y sueña con destinos altos, tan altos que la jefatura de Gobierno de la ciudad semeja apenas un escalón. El partido nuevo favoreció el desarrollo de su carrera política. Cristian Ritondo, actual vicepresidente primero de la Legislatura, es otro dirigente que pasó del peronismo a PRO. Nacido en Buenos Aires en 1966, abogado, también comenzó su carrera política con Grosso y Toma. Su territorio complementa el de Santilli: el sur. Dirigió unidades básicas del PJ en Mataderos e influyó en otras de Barracas y Villa Lugano. A finales de los años ochenta asesoró al bloque de concejales porteños del PJ. Con el triunfo de Menem y Grosso, su imagen de joven promisorio lo llevó a distintos cargos en la Municipalidad porteña. Allí también comenzaron sus problemas judiciales: cargos por malversación de fondos públicos que lo retuvieron durante un tiempo en los pasillos de los tribunales. A mediados de los años noventa asesoró a los diputados nacionales del PJ y dirigió el Instituto Nacional de Administración Pública (INAP),y más tarde, en el ocaso del menemismo, asumió la jefatura de gabinete de la Secretaría de Seguridad Interior. Tras la debacle de 2001, volvió al Estado como viceministro del Interior, nombrado por Ramón Puerta y ratificado por Eduardo Duhalde. Ritondo financió su carrera política en parte gracias a su inmobiliaria, Emprendimientos Rivadavia (años más tarde, objeto de atención para la AFIP). Y aunque posee propiedades en distintos lugares de la ciudad y en la costa atlántica, permaneció en su bastión de Mataderos, desde donde su figura de referente territorial se irradió a otros barrios de la zona sur, de Villa Soldati a Once, e incluso atravesó el Riachuelo hacia el conurbano bonaerense. Ritondo se cuenta entre los primeros PRO-peronistas. Se acercó al macrismo en 2003, por intermedio de Jorge Argüello y Lucrecia Monti, quienes se habían incorporado al nuevo armado político apenas Scioli desistió de su candidatura porteña. Resultó muy atractivo por su fuerza militante y su caudal electoral en el sur, territorios más que difícil para el ex presidente de Boca y sus estrategas. Recuerda uno de sus hombres: «Los de Macri nos esperaban con los brazos abiertos. Cuando les mostramos cuántos éramos, se les notaba cómo se les caía la baba». Además de sus valores territoriales, Ritondo maneja mucha información y sabe responder con velocidad —y habilidades demoledoras— ante los micrófonos. No obstante, prefiere lo barrial antes que lo mediático y se afianza en unidades básicas que no siempre llevan los colores de PRO. Quizá porque proviene del sur, o por su perfil profesional, o por sus convicciones ideológicas, Ritondo es un peronista más clásico que otros que hoy acompañan a Macri. La militancia que le responde trabaja más cuerpo a cuerpo y cara a cara con los sectores populares de la ciudad. Algunos de sus detractores sostienen que, aunque «mueve mucha gente», no siempre traslada ese peso a las urnas, que al fin y al cabo es lo que importa. Hoy el hombre fuerte de Mataderos, Roberto Quattromano, es un seguidor fiel de Ritondo. Pero los lazos del dirigente con su patria chica se mantienen fuertes y se extienden al club Nueva Chicago, aunque se ha declarado hincha de Independiente de Avellaneda. El 4 de diciembre de 2011, cuando hubo elecciones en el Torito de Mataderos, Ritondo alardeó en su cuenta de Twitter: «Otra vez estamos ganando con el 65%, mi amigo [Alejandro] Fusca se impone». Semanas después, y a instancias de sus asesores, debió borrar aquel mensaje. A comienzos de enero de 2012, cuando Ritondo ya había sido reelecto como vicepresidente primero de la Legislatura, Fusca asistió a una reunión de las barras bravas del club, Los Perales y Las Antenas, que terminó a los tiros. Hubo varios heridos de gravedad, uno de los cuales murió en el Hospital Francisco Santojanni (al cual el político suele realizar donaciones). Radio La Red transmitió una grabación del encuentro, en el que Fusca sostuvo, poco antes de que comenzara el enfrentamiento: «Yo quiero salir campeón, la seguridad me chupa un huevo». El escándalo forzó la renuncia de Fusca. Su amigo Ritondo, quien días antes había impuesto un proyecto de ley para extender por veinte años el derecho de Nueva Chicago sobre terrenos públicos y condonar la deuda del club por impuestos impagos, se mantuvo en su puesto sin mayores dificultades. El despacho del legislador sobresale por su actividad intensa: una corriente de gente ingresa con pedidos y sale con alguna solución, o al menos con alguna promesa. A diferencia de las oficinas ordenadas de otros representantes de PRO en la Legislatura, en las cuales se planifican las citas con eficientes secretarias y el trabajo parlamentario pauta el ritmo de la acción, en la de Ritondo se privilegia la visita de personas que necesitan un terreno para un club barrial, un empleo, un plan social o una ley que favorezca algún tipo de interés comunitario. La decoración privilegia la iconografía peronista: fotos de Evita y de Juan D. Perón. Acaso porque desempeñó cargos como dirigente joven, Ritondo manifiesta predilección por la militancia juvenil. Su criatura más preciada es La Solano Lima, una agrupación que no ocupa un espacio formal dentro de PRO (muchos de sus militantes ni siquiera son afiliados) pero que, ya por la originalidad de sus iniciativas, por la virulencia de su antikirchnerismo, o porque desde su nombre desafía a La Cámpora, ha logrado un lugar importante. Vicente Solano Lima fue el político de origen conservador que acompañó a Héctor Cámpora en la fórmula presidencial que ganó por mayoría amplia en 1973, con el lema «Cámpora al gobierno, Perón al poder». Ninguno de sus integrantes se inclinaba hacia la izquierda; sin embargo, la Juventud Peronista vivió su momento de gloria durante la llamada primavera camporista. Eso explicó Miguel Bonasso en su biografía de Cámpora, El presidente que no fue, que habría inspirado a Máximo Kirchner cuando fundó la agrupación juvenil. Por eso los jóvenes ritondistas eligieron, acaso con sorna, el nombre de Solano Lima para la suya. Más adelante, cuando la viuda de Solano Lima declaró que su marido jamás se hubiera acercado al macrismo, Ritondo respondió: «La idea de la agrupación fue de los pibes, pero en todo caso habría que ver… Después de todo, la gente del partido de Solano Lima (el Conservador Popular) hoy está cerca de nosotros». Tanto Santilli como Ritondo aportan a la corriente nacional PROpuesta Peronista y han constituido piezas claves en la expansión del macrismo fuera de la ciudad. Dentro del perímetro porteño, en cambio, compiten sin ambages. Al igual que el dirigente del norte, Ritondo ambiciona su crecimiento político: le gustaría asumir la jefatura de Gobierno en un futuro no demasiado distante. Para conseguirlo, abre más locales: su plan apunta a tener unos doscientos como mínimo en 2015. Con esa base territorial ampliada, imagina, nadie podría negarse a sus demandas. Por ahora se imagina como el vicejefe de Gabriela Michetti, quien ya lo acompañó en varios actos en Mataderos. La fórmula, impensable cuando Michetti lideraba el bloque Festilindo, surge ahora como una posibilidad cierta. «No sé si son muy compatibles, pero lo cierto es que se trata de perfiles complementarios», comentó uno de nuestros entrevistados, de origen peronista, que hoy trabaja junto a Michetti. «Eso puede andar bien: sumás imagen con gestión y trabajo territorial». Los peronistas no son los únicos que se imaginan protagonistas del futuro de PRO. También los macristas de origen radical piensan que su aporte político merece valoración en el nuevo partido y pugnan por mejorar su visibilidad. Adelante, radicales Cuando a mediados de 2002 Macri decidió fortalecer Compromiso para el Cambio, con miras a un futuro electoral, procuró figuras del radicalismo para afianzar la idea de pluralidad de su espacio e incorporar sus saberes específicos, sobre todo la experiencia parlamentaria. Un dirigente radical que hoy integra PRO precisó: «Cuando asumió Oscar Moscariello, lo primero que hizo fue llamar a una secretaria radical con años en la Legislatura para decirle directamente que le armase el despacho, porque los tipos no tenían idea de cómo funcionaba la labor legislativa. No por nada hay tantos legisladores radicales». En la búsqueda de figuras convocantes, Macri se acercó al cómico Nito Artaza, por entonces en su pico de popularidad como abanderado de los ahorristas perjudicados por las medidas de retención de fondos, conocidas como Corralito y Corralón. Pero Artaza se sentía en la centroizquierda, lejos del empresario. Había decidido ya comprometerse con la revitalización del partido que fundara Leandro N. Alem y no lo sedujeron las promesas de una agrupación nueva que, desde su punto de vista, presentaba rasgos de neomenemismo. En contraste, aceptaron el constitucionalista Jorge Vanossi (quien encabezaría la lista para diputados nacionales en las elecciones de 2003) y Jorge Enríquez (quien dejó la Unión para Recrear Buenos Aires, de Patricia Bullrich). La vinculación de Macri con dirigentes radicales se remonta a la época de Boca Juniors, cuando el empresario obtuvo el apoyo de Enrique Coti Nosiglia para ganar la presidencia del club (ver capítulo 2). Aquellos vínculos tempranos se fortalecieron con el tiempo y hoy un radical, Daniel Angelici, el actual presidente de Boca, se halla entre los sostenes principales de Macri en la ciudad. Angelici nació en Villa Lugano en 1964. Según la leyenda que él mismo repite, cuando su padre le regaló un auto por sus 18 años, en lugar de usarlo para pasear lo ingresó como capital a una sociedad anónima que se disponía a construir el Bingo San Bernardo. Su aporte le reportó apenas el 0,5% de las acciones, pero el emprendimiento resultó tan exitoso (escaseaban en aquellos años los lugares legales de juego) que su patrimonio se multiplicó. Al poco tiempo inauguró un segundo bingo en San Clemente del Tuyú y a mediados de los ochenta, otro en General Rodríguez. Esa base exitosa no dejó de crecer con las desregulaciones de la época de Menem. En 1997 se expandió a Córdoba con la empresa Cronopios, y en 2000 fundó World Games, su actual base de operaciones. Angelici tiene su despacho en las oficinas centrales de la empresa, sobre la avenida 9 de Julio. Su stud, Bingo Horse, y su participación en otras empresas vinculadas con el juego (tiene participación en Binarge, Betec y American Games), completan el negocio que le valió la presidencia de la Cámara Argentina de Salas de Bingos y Anexos (CASBA), así como el apelativo de «el Cristóbal López de Macri», en alusión al empresario del juego próximo al kirchnerismo. Aunque se considera más un empresario que un militante, la política lo apasiona. Comenzó en el radicalismo en 1983: una foto en su oficina lo muestra, jovencísimo, junto al ex presidente Raúl Alfonsín. Varios dirigentes menosprecian su papel durante aquella etapa de gloria de la UCR: el Tano, como lo llaman quienes lo conocen, militó en diferentes barrios pero nunca ocupó un espacio de protagonismo. En la Facultad de Derecho se acercó a Franja Morada, sin mejores resultados (y luego abandonó la carrera de abogado, que retomó a fines de los noventa sólo para complacer a su padre). «En aquella época, el Tano no era nadie», sostuvo una dirigente radical hoy alejada de la política. «A lo sumo, alguien que estaba con Nosiglia. Nada más». La relación directa con Macri comenzó en 2003 en la ciudad de Pergamino, donde Angelici tiene uno de sus bingos. El diputado Cristian Gribaudo se contó entre quienes los acercaron. Luego del encuentro, Angelici logró que un pequeño sector de la UCR se integrara a PRO de modo informal. Ese mismo año, Macri lanzó Compromiso para el Cambio. Angelici, a pesar de haber conseguido que Oscar Zago, dirigente barrial de la Comuna 10, integrara la lista de candidatos a legisladores de PRO, se inclinó por la UCR, que llevaba a Cristian Caram, su amigo y ex socio en el restaurante turístico Madero Tango. El radicalismo porteño obtuvo resultados desastrosos. Acaso por eso, o por el fortalecimiento de su relación con Macri en los años que siguieron, Angelici se sumó a las filas de PRO en 2005. Su gente (entre ellos Caram, aunque ya alejado de la política) se agrupó bajo el nombre de Cambio PRO Radical. Angelici prometió que llevaría consigo «una lluvia de votos radicales». Cuesta medir cuántos de los votos actuales de PRO provinieron de él, pero en todo caso el presidente de Boca se convirtió en uno de los principales referentes de estirpe radical con peso dentro del macrismo. Incluso los hombres de Ritondo le reconocen el trabajo territorial (cuida más de treinta locales partidarios propios en la zona sur), que se considera uno de sus rasgos distintivos, como el perfil bajo y la parquedad. Pero su capacidad política dentro de PRO se debe menos a la militancia que le responde, que a su contacto personal con Macri, con quien habla a diario. La relación se volvió fluida cuando Angelici era el tesorero de Boca y el actual jefe de Gobierno porteño presidía la institución. Cuando Macri perdió el apoyo de algunos de los sectores que lo habían ayudado en los inicios, el tesorero se mantuvo a su lado. Más adelante, durante la gestión de Jorge Amor Ameal (quien reemplazó a Pedro Pompilio, muerto durante su mandato), el nombre del empresario del juego resonó por su oposición a que se renovara el contrato de Juan Román Riquelme, el jugador enfrentado al jefe de Gobierno (ver capítulo 2). Y cuando, años más tarde, un escándalo sobre facturas truchas en el club llegó a la justicia, Angelici se apresuró a desvincular a Macri del caso. Su cercanía al líder no lo inmunizó dentro del partido. Uno de los primeros enfrentamientos, con Ritondo, comenzó en 2007, cuando favoreció que el conservador Moscariello ocupara la vicepresidencia primera de la Legislatura, honor que deseaba el peronista. Cuatro años después, mientras se postulaba en Boca, Angelici mostró su habilidad política: cerró las heridas al realizar un acuerdo con Ritondo, quien necesitaba apoyo para que su ladero, Quattromano, llegara a la Legislatura. A cambio de recibirlo, el peronista mandó a pintar los barrios del sur porteño a favor del actual presidente de Boca. Al igual que Ritondo y Santilli, Angelici ha manifestado que ambiciona la jefatura de Gobierno de la ciudad. Tras los pasos de Macri, pretende que la presidencia de Boca le dé la visibilidad necesaria para que crezca su popularidad; con ese objetivo en el futuro, no cesa de tejer relaciones dentro del Estado porteño. Quizá el área más importante que vela sea la de la justicia, donde el radicalismo ha sostenido un peso histórico. Angelici posee contactos directos en el Colegio Público de Abogados, en el Consejo de la Magistratura (que alberga a muchos militantes de Franja Morada de los años ochenta y principios de los noventa) y en el Ministerio de Justicia y Seguridad, que conduce Guillermo Montenegro. Consiguió que Martín Ocampo, a quien considera hombre propio, retuviera la presidencia de la Comisión de Justicia de la Legislatura. En otros ámbitos ha depositado su confianza en Zago (a cargo de la Comisión de Protección y Uso del Espacio Público) y Raquel Herrero (quien preside la Comisión de Descentralización y Participación Ciudadana). Herrero se convirtió en una dirigente activa del radicalismo macrista de la Comuna 7 al poner al servicio de PRO el trabajo político de su Asociación Encuentro Vecinal Sur. En el local de la asociación en la calle Picheuta, cerca de Parque Chacabuco, funciona desde octubre de 2012 un centro de jubilados del Gobierno de la ciudad: otra vez, la actividad del partido se confunde con la del Estado. Angelici también cuida sus contactos en la Defensoría del Pueblo: considera al director adjunto, José Palmiotti, uno de los suyos. Su influencia se expande a la obra social de la ciudad de Buenos Aires, en la cual se desempeña Eduardo Alberto Barragán, un militante radical con años de experiencia; al Instituto de la Vivienda (IVC), en el que ubicó a Claudio Niño, y a la Corporación Sur, en la que valora el favor de Sebastián Di Stéfano. Algunos periodistas han vinculado a Angelici con el grupo de diputados nacionales de PRO de origen radical conocido como Los cuatro fantásticos: Laura Alonso, Soledad Martínez, Silvia Majdalani y Gribaudo. La diputada Alonso, y sobre todo Gribaudo, integran el círculo de familiaridad del presidente de Boca. Según el diario La Nación, Alonso se vinculó por intermedio de su marido, Ernesto Larry Ochoa, director de Juventud de la ciudad durante la gestión de Fernando de la Rúa y hoy empleado en el Consejo de la Magistratura porteño; otras fuentes trazan el camino de Alonso al PRO desde Poder Ciudadano, no tanto por su historia en el radicalismo. A fines de 2010, durante la discusión del presupuesto nacional, ella y Gribaudo destaparon una lucha interna. La postura oficial de PRO se sintetizaba en rechazar el proyecto del Ejecutivo nacional. Pero en el momento de la votación, Alonso y sus compañeros radicales se ausentaron del recinto, lo cual facilitó que el kirchnerismo consiguiera la mayoría necesaria para la aprobación en general. El escándalo fue mayúsculo. Paula Bertol, diputada conservadora de PRO, se echó a llorar. Federico Pinedo, jefe del bloque legislativo, declaró que las ausencias de su propia tropa le parecían llamativas e injustificables. Las diputadas Elisa Carrió (Argentinos por una República de Iguales, ARI) y Cynthia Hotton (alejada de PRO para formar su monobloque Valores para mi País) denunciaron que los radicales PRO habrían aceptado coimas. Alonso le salió al cruce: «Es un disparate que armó Elisa Carrió junto con su socia Patricia Bullrich. Acusar sin pruebas, inventar sobornos y provocar que el presupuesto 2011 no se vote, obligando a la presidenta de la nación a prorrogar el del año pasado, que les va a dar más control de dinero». También atacó al jefe de bancada: «Tengo la decisión tomada hace un mes, pero no hablé porque lamentablemente en nuestro bloque no hubo oportunidad de conversar estas diferencias. Pinedo va a tener que hacerse cargo de sus palabras». En Bolívar 1, sede del gobierno porteño, se reproducían los rumores sobre la expulsión inminente de Los cuatro fantásticos. Pero las horas pasaban y nada sucedía. Pinedo debió aclarar en público que, tras una discusión cara a cara, entendió la posición de los diputados disidentes y la halló respetable. ¿Qué transformó la furia de los macristas más conservadores en comprensión? Según trascendió, ante el ataque contra sus correligionarios Angelici le avisó a Macri que se detenía la embestida o su gente en la Legislatura (Ocampo, Herrero, Zago) abandonaba el bloque PRO. En aquel momento, esa secesión hubiera malherido al jefe de Gobierno: la oposición intentaba motorizar un juicio político por las escuchas ilegales. El resultado de la pulseada dejó en claro que Angelici, lejos de una posición subordinada, poseía peso y vuelo propios. Pese a sostener, cada vez que puede, que su afiliación al radicalismo es desde siempre y para siempre, en mayo de 2012 Angelici recibió un duro revés desde la UCR. Durante la Convención radical, Coti Nosiglia discutió con fiereza con el presidente de Boca, quien propuso que se realizaran internas para decidir la conducción distrital del partido en lugar de dictaminar una prórroga de los miembros (como ocurrió al fin). La mayoría de los sectores de la UCR porteña quería evitar las internas que propiciaba el sector aliado al macrismo. Y los delegados resolvieron no acordar con el kirchnerismo ni con PRO para fortalecer la esencia del partido. «A Coti lo respeto, pero la relación nuestra no es de amistad», declaró Angelici a La Nación en abril de 2013. «Además, nos separa la diferencia generacional». Hablaba de quien, tras aquella discusión, lo expulsó del radicalismo orgánico. Contra la resistencia de la UCR a sus iniciativas, el Tano aceleró su proyecto de una línea interna radical dentro del macrismo: Propuesta Radical Argentina (PROA). En el acto de lanzamiento lo secundaron Andrés Delich (ministro de Educación durante el gobierno de De la Rúa) y los legisladores y funcionarios de PRO que le responden. Luego del encuentro, habló ante la prensa: esa primera aparición de PROA podía considerarse apenas una muestra, ya que pronto se incorporarían varios intendentes bonaerenses del radicalismo. Pero tras algunos avances auspiciosos, pocas figuras se sumaron a la iniciativa. El dirigente radical Rafael Pascual comentó con ironía sobre Angelici y Delich: «Esto es todo lo que tienen. A los únicos que incorporaron fue a[l ex vocero de De la Rúa, Juan Pablo] Baylac, al [intendente de Neuquén, Horacio] Pechi Quiroga y a[l secretario de Medios porteño, Miguel] De Godoy, que hace treinta y cinco años que no milita en el partido. Y Lombardi, claro, que trabaja para Lombardi, no para Angelici». Aun si así fuera, es verdad que —de modo similar a los peronistas— los radicales funcionan como una facción bastante cohesionada dentro del macrismo. Los unen un pasado en común, amistades y referencias compartidas, una forma propia de ver la política; también se sienten parte de un emprendimiento común: alcanzar los puestos que su partido de origen no les dio (o ya no les puede dar). Para ello, se muestran dispuestos a trabajar para Macri, incluso si eso significa hacer leña del árbol caído del radicalismo. Ya no resulta evidente que los radicales PRO puedan arrimar al macrismo (como insisten en prometer) más dirigentes y más votos. Pero su contribución en la labor parlamentaria, el trabajo territorial en ciertos barrios de clases medias o la puesta en marcha del área —tan central en el distrito federal— de cultura resultaron relevantes para el avance de PRO. Algunos dirigentes de PRO impugnan inclusive este diagnóstico moderado; sobre todo aquellos que provienen de la derecha, quienes miran a sus colegas radicales con más suspicacia. Gente como uno En la época en que era un joven estudiante de Ingeniería, Macri adhería a las ideas liberales en ascenso, al punto de afiliarse a la UCeDé de Álvaro Alsogaray. Por eso no asombra que hoy muchos militantes de aquel espacio político integren las filas de PRO. Aunque los hombres y las mujeres del ingeniero Alsogaray encontraron un camino ripioso para ingresar al macrismo. A comienzos de 2003, la UCeDé mostraba las huellas de sus años de alianza con el peronismo y el encarcelamiento de una de sus más emblemáticas dirigentes: María Julia Alsogaray, la hija del fundador. La fuerza que había llegado a ocupar el tercer lugar en los resultados electorales durante los años ochenta se había reducido a casi nada. Muchos de sus miembros habían abandonado la política; otros se habían diseminado entre líderes de distintos partidos, desde Adolfo Rodríguez Saá hasta Aníbal Ibarra. Un tercer grupo —por cierto, amplio— veía la candidatura de Macri como la posibilidad de una gran rentrée. Jorge Pereyra de Olazábal, un miembro conspicuo del patriciado argentino que había acercado la UCeDé al menemismo, dirigió las conversaciones. Los contactos iniciales para la incorporación formal de la UCeDé a PRO auguraban un resultado exitoso; sin embargo, las negociaciones salieron tan mal que incluso se llegó a romper muebles en las discusiones por las candidaturas. Años más tarde Pereyra de Olazábal trabajaba en espacios cercanos a Duhalde cuando lo detuvieron por un presunto intento de robo en una librería. Gabriela Cerruti cuenta en su libro El Pibe que cuando Macri lo supo se mostró feliz. Pero el desencuentro personal se superó por otros canales y muchos cuadros del partido de Alsogaray se integraron a PRO. Algunos llegaron por intermedio de Francisco Pancho Cabrera, ministro de Desarrollo Económico de la ciudad, de perfil bajísimo. Nacido en Mendoza en 1955, se recibió de ingeniero en electricidad por la Universidad de Cuyo, trabajó varios años en las diferentes empresas del Banco Roberts (hoy HSBC) y ejerció la dirección ejecutiva del diario La Nación. Desde allí pasó sin escalas a la función pública: Macri en persona lo eligió con el fin de que consiguiera inversiones para la ciudad. También lo puso a cargo de su think tank, la Fundación Pensar. Desde la perspectiva de varios militantes de PRO (en particular, de origen radical y peronista), su gestión no ha sido buena. El ex militante de la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU, núcleo estudiantil de centroderecha que funcionó como semillero de la UCeDé) quedó en la mira de los medios por la negligencia de sus subalternos en la Dirección General de Protección del Trabajo, que condujo a un derrumbe con un muerto en el barrio de Villa Urquiza. Pero más allá de este caso, varios dirigentes macristas miran con desconfianza a Cabrera. Uno de nuestros entrevistados afirmó: «Él es el que trae a todos los de la UCeDé, que laburan más para ellos que para el partido». Entre los ucedeístas que llegaron a PRO por su convocatoria se cuenta el economista Carlos Pirovano, ex asesor de Álvaro Alsogaray en la Cámara de Diputados y de Pedro Benegas (líder de PRO Libres, la corriente de los liberales y neoliberales macristas) en el antiguo Concejo Deliberante. Pirovano trabajó varios años con Cabrera en el Banco Roberts y en 2007 se sumó al gobierno porteño como subsecretario de Inversiones. Su nombre saltó a la fama en 2011 cuando, desde su cuenta en Twitter, preguntó: «¿Y si asumimos que la educación pública está muerta y con esa plata pagamos a los chicos una escuela privada?». El escándalo que generó lo obligó a retroceder, aunque parcialmente. «Fue un sincericidio», declaró a La Nación. Recurrió a Milton Friedman, uno de los padres del neoliberalismo, para justificarse: «Friedman decía que es mucho más barato darle la plata a la gente y que elija el colegio que más le gusta que armar toda una estructura educativa que no es eficiente. Mi intención era advertir a la gente que a los sindicatos de maestros lo único que les interesa es discutir salarios y no piensan en los alumnos». Otro referente de PRO originario de la UCeDé ocupa la vicepresidencia del Banco Ciudad: Juan Ernesto Curutchet, quien nació en Buenos Aires en 1965 y estudió derecho en la UBA, en los ochenta. Allí se unió a la UPAU y, a pesar de encarnar una alternativa a los Alsogaray, presidió dos veces el Centro de Estudiantes y se desempeñó como secretario general de la Federación Universitaria de Buenos Aires. En 1991, ya recibido, viajó a los Estados Unidos para perfeccionarse; dos años después volvió al país para integrarse al estudio jurídico de su padre, especializado en derecho comercial e impositivo, lo que le permitió dirigir empresas como los supermercados Eki o la Red Link. Se mantuvo a distancia de los vaivenes políticos hasta 1998, cuando dirigió el Programa de Fortalecimiento del Desarrollo Juvenil, en la Secretaría de Desarrollo Social, y se relacionó con los equipos de Ramón Palito Ortega. Tras el fracaso de la candidatura de Duhalde, volvió a la actividad privada, hasta que asumió su cargo actual, en 2007. Macri lo nombró en respuesta a una solicitud de Federico Sturzenegger, en ese entonces al frente del Banco Ciudad, quien salió en defensa de Curutchet cuando algunas denuncias lo involucraron en la instigación de un pago de coimas a jueces laborales. Buena parte del poder de Curuchet se deriva de sus conexiones en la Justicia. Ocupó la dirección del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires entre 2003 y 2007, y ubicó a algunos de sus colaboradores, como Gisela Candarle, en el Consejo de la Magistratura. Se cuenta entre los líderes de la Fundación Bicentenario (aquella que se opuso «por motivos morales» a la designación de Eugenio Zaffaroni y Carmen Argibay en la Corte Suprema) e integra Será Justicia, con otros dirigentes del mundo judicial ligados a la centroderecha, como Guillermo Lipera. No toda la derecha del macrismo proviene de la UCeDé: algunos dirigentes destacados proceden del conservadurismo más tradicional. Entre ellos sobresale Federico Pinedo, jefe del bloque de diputados nacionales de PRO. Pinedo nació en Buenos Aires en 1955, en el seno de una familia aristocrática, arraigada en la política nacional. Su bisabuelo fue intendente de la ciudad a fines del siglo XIX, y su abuelo, ministro de Economía durante la Década Infame y el gobierno de facto de José María Guido, además de autor del célebre Plan Pinedo, el primer intento sistemático de las élites argentinas de construir un modelo económico que complementara la actividad agroexportadora con la industrialización. Pinedo, de modo casi excepcional, se reconoce a la derecha del espectro político y se define como un «conservador en el sentido clásico»: como el político inglés Edmund Burke, considera necesario avanzar en las transformaciones sociales y políticas, pero despacio. Pinedo se ve también como un pragmático: alguien a quien le gusta hacer cosas y dejar a un lado los debates ideológicos. A diferencia de muchos militantes de la UCeDé, nunca siguió las ideas de Hayek o Friedman. Comenzó a actuar en política desde adolescente, en Nueva Fuerza, el partido que Alsogaray fundó en 1972 para las elecciones que se volcarían de forma masiva hacia Cámpora. Inició sus estudios de Abogacía en la UBA y se recibió en 1978. Aunque nunca perdió el interés por la política, se mantuvo inactivo durante la dictadura. En democracia, retomó la militancia en el Partido Demócrata de la ciudad de Buenos Aires (PD), una de las fracciones en las que se había dividido el viejo Partido Autonomista Nacional que gobernó la Argentina entre 1880 y 1916. Uno de sus próceres, Robustiano Patrón Costas, es abuelo de Cecilia, la esposa de Pinedo. Pinedo se destacó en ese ámbito de apellidos de abolengo y cuando el PD se alió con la UCeDé, en 1987, en la Alianza de Centro, obtuvo una banca de concejal porteño. Ocupaba ese puesto cuando conoció a Macri, en un episodio poco propicio: la denuncia por coimas para la renovación del contrato de MANLIBA. También en esa época se vinculó con el ex secretario de Comercio Interior de la nación, Guillermo Moreno. «Se hace el malo, pero es un reo simpático», definió Pinedo, y agregó que, aunque no se sentía un amigo del kirchnerista, le tenía «afecto personal». No por eso se abstuvo de iniciarle una querella penal a comienzos de 2013, por impedir la libre circulación de diarios. A diferencia de otros dirigentes de la derecha, espantados por el acercamiento al peronismo, Pinedo asumió como inspector general de la Municipalidad de Grosso. En 1992, y a pesar de su inexperiencia en la materia, Menem lo nombró subinterventor de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones. Según cuenta Pinedo, en ese puesto tomó conciencia de cuánto le gustaba la gestión pública. Con el tiempo se convirtió en un especialista en el tema y asesoró a ONG e incluso al gobierno de la República Dominicana. En 1994 logró la presidencia del PD. Dos años más tarde impulsó la coalición de su partido con el de Gustavo Béliz, quien ya se había alejado del menemismo, en desacuerdo por el manejo de los recursos del Estado, y había creado Nueva Dirigencia (ND). La Alianza de Centro, resultado de ese pacto, lo llevó como candidato a estatuyente de la ciudad en 1996. En la lista lo acompañaba Paula Bertol, también diputada de PRO en la actualidad. Fiel al credo fiscalista de la época, Pinedo propuso en su campaña que el estatuto porteño prohibiera la posibilidad de déficit y que cualquier aumento o creación de impuestos se sometiera a plebiscito. El PD siguió a ND en su alianza con AR, el partido de Domingo Cavallo, poco antes de que el ministro de la convertibilidad se sumara al gobierno de la Alianza. Juntos participaron de las elecciones para jefe de Gobierno de 2000, que ganó Ibarra. En esa misma época, Pinedo retomó su relación con Macri, quien ya rumiaba cómo meterse en política. En honor a esos vínculos, hoy Pinedo se siente «un orgánico de Macri», aunque reconoce que no son amigos ni piensan igual en todas las cuestiones. Mientras Macri perdía el ballotage con Ibarra, Pinedo ganaba su banca de diputado por Compromiso para el Cambio y, a poco de asumir, fijaba su liderazgo en la centroderecha: mantuvo unida a su tropa (salvo algunos diputados peronistas que entraron por el macrismo y se pasaron al kirchnerismo) y elaboró alianzas con el espacio de Ricardo López Murphy, Recrear para el Crecimiento (Recrear), y el Movimiento Popular Neuquino (MPN), junto con los diputados que quedaban de AR y la UCeDé. De este modo, articuló un interbloque que se destacó a pesar de su tamaño módico. En parte, para manifestar su aprobación a esa labor, Macri no quitó a Pinedo de la jefatura del bloque de PRO cuando asumió como diputado en 2005. A Pinedo lo entusiasman el folclore y el club de fútbol Independiente, intereses que contribuyen a su trato agradable y cordial, algo que lo ha convertido en una suerte de embajador de PRO: puede dialogar y entablar relaciones con los propios, con los aliados y con los adversarios. Según La Nación, un político encumbrado en el FPV lo definió como «el único del PRO con el que se puede hablar». El periodista Eduardo Anguita, de visible proximidad al Gobierno nacional, lo felicitó en un reportaje de Miradas al Sur cuando Pinedo confirmó que asistiría a la convocatoria presidencial para discutir sobre Malvinas: «Impecable su análisis por la claridad y por la distancia que significa tomar temas de la agenda cultural histórica de los argentinos en un momento político donde a lo mejor hay diferencias difíciles de zanjar». Las críticas a Pinedo apuntan a sus posturas conservadoras acerca de las libertades civiles (por ejemplo, su negación cerrada al derecho de la mujer a la interrupción del embarazo) y suelen mentar a sus ancestros. En una ocasión, Cristina Fernández de Kirchner lo tomó como blanco directo de sus críticas y recordó: «El abuelito de este legislador, allá por 1936, fue el autor de la ley del Banco Central, y en aquel momento, en la famosa Década Infame, había puesto entre las cláusulas una por la cual no se podía cambiar la Carta Orgánica sin la autorización de los accionistas privados. Y estos eran los bancos ingleses… Cambia el perro, pero el collar sigue siendo el mismo». A diferencia de los líderes de otras facciones, los ubicados en la derecha de PRO no muestran interés en reemplazar a Macri en la jefatura de Gobierno sino en manejar segmentos de poder más discretos pero capaces de incidir en el diseño de los lineamientos políticos. Los radicales PRO los acusan de hacer virtud de la necesidad: «No entran en la carrera porque saben que pierden… Son invotables». En 2013, Pinedo se postuló para la candidatura a segundo senador, pero pronto resignó sus aspiraciones; ahora confiesa que le tienta la Cancillería en una hipotética presidencia macrista. Curutchet tiene mandato hasta 2016 como segundo del Banco Ciudad, pero pretende ocupar el primer puesto antes de esa fecha; cuenta con el aval de Sturzenegger y el antagonismo de varios cuadros que responden a Rodríguez Larreta. Por ahora la situación dista de ser fácil: ante la salida de Sturzenegger para ocupar la banca de diputado nacional que obtuvo en las elecciones legislativas de 2013, Macri prefirió poner en su lugar a Rogelio Frigerio, quien funge, además, como jefe de los equipos económicos de PRO de cara a las presidenciales de 2015. A veces los conservadores tradicionales y los neoliberales actúan de acuerdo. Por ejemplo, PROLibres, que reúne a parte de los antiguos militantes de la UCeDé, brindó su apoyo a la candidatura senatorial de Pinedo. Pero, en general, entre los dos grupos hay tantas peleas como coincidencias. Algunos conflictos se derivan de rencores que se guardan desde la interna de la centroderecha en los años ochenta; otros surgen de disputas por el poder, a las que se suman otros líderes de PRO cercanos a las jerarquías eclesiásticas (Santiago de Estrada) o los extremos del neoliberalismo (Julián Obiglio). En este sentido —y en evocación de Jorge Luis Borges—, parecen más unidos por el espanto que les producen otras facciones de PRO que por el amor. Con las mejores intenciones Los cuadros que Macri reclutó en las ONG y las fundaciones presentan un rasgo curioso: se supone que representan uno de los mayores atractivos de PRO (la gente nueva que se mete en política), pero muchas veces generan choques y rechazo dentro del partido, en especial durante sus años de formación. «Tienen una idea de gestión inviable», desaprobó un dirigente radical. «Se creen muy formados, pero en realidad no entienden nada». Otro líder, de origen peronista, los fulminó: «A estos muchachos les falta calle… Hay algunos muy buenos, pero a la mayoría les falta para jugar en primera». Los criticados, en cambio, no aceptan las faltas que se les imputan. Valoran de modo muy positivo su despertar político tan reciente. No se consideran responsables de lo que pasó en el país antes de 2001. Se ven a sí mismos como extraños a la política, que llegan para aportar sus saberes y su compromiso moral. Enarbolan las banderas de la ética y la transparencia. Acaso a los dirigentes de larga data les molesta menos la ingenuidad de los nuevos, o su desconocimiento de los ardides complejos del poder, que su tendencia a suponerse libres de mácula y asumirse como fiscales de sus compañeros mientras escalan posiciones a gran velocidad. «Quiero mucho a la mayoría de ellos», matizó una de nuestras entrevistadas vinculada a la facción de derecha, «pero algunos empezaron a militar anteayer y ya están a los codazos, queriendo sacar a muchos que se prepararon y aportaron durante años». Lo cierto es que, sin discutir sus méritos, los políticos con experiencia no se pueden presentar en público como el nuevo rostro de la política. Y a Macri le importa esa postura. Además, no se trata sólo de lograr que las personas preparadas en las usinas de ideas o las ONG se metan en política, sino también de quebrar la tendencia a segregarse de los partidos, que mostraban muchas de las organizaciones de la sociedad civil hasta que se las comenzó a incorporar al armado macrista. Algunos dirigentes peronistas llaman a los nuevos, en privado, PRO puros: algo así como los pura sangre del partido. Algunos de estos PRO puros carecen de capacitación profesional, pero se han formado en la práctica de la beneficencia, como Carmen Polledo. La esposa del empresario Fernando Polledo trabajó como voluntaria en la Cooperadora de Acción Social (COAS) durante más de treinta años. Como mujer característica de las clases acomodadas porteñas, tiene tres hijos (una de ellas vive en los Estados Unidos) que la convirtieron en abuela antes de los cincuenta años. Vive con su marido en un departamento frente a la Embajada de Gran Bretaña. Su ingreso a la beneficencia en hospitales públicos forma parte de la carrera moral de ayuda a los más necesitados propia de su sector social. Polledo realizó una labor de voluntaria paciente y esforzada. La ex presidente de COAS, Daisy Chopitea, le propuso que la sucediera. Corría el año 2000, días de crisis social y pronunciada caída económica. Cuando la reeligieron por un segundo período, PRO ganó el gobierno de la ciudad: poco le costó abrazar su cercanía social, moral e ideológica con la agrupación. Desde el comienzo se sintió bien junto a Michetti. En abril de 2009, junto con otras dirigentes de COAS, se reunió con la entonces vicejefa de Gobierno de la ciudad, quien encabezaría a los candidatos a diputados nacionales de PRO en las elecciones legislativas. Antes de que terminara el encuentro, Michetti preguntó si alguna quería participar en política. «Yo dije que sí», comentó Polledo al diario La Nación. «Enseguida me fui de viaje, y cuando llamé a mi casa para decir que había llegado bien me dijeron: “Está saliendo en los diarios que vas a ser candidata”. Les dije: “Qué buena noticia, porque yo todavía no sé nada”. Y ahí se precipitó todo». Reunión con Macri, discurso sobre la importancia de comprometerse —de meterse en política—, ofrecimiento de la candidatura, consulta con su familia. Dio el sí. PRO era un espacio cercano. Desde entonces, ha intervenido como una de las voces principales de PRO puros en la Legislatura. En ocasión de las elecciones de 2013, se consideró la posibilidad de que encabezara la lista para legisladores; si bien Macri se inclinó por la imagen juvenil y décontracté de Iván Petrella, Polledo logró su reelección. En diciembre asumió la jefatura del Bloque de PRO en la Legislatura. Meterse en política le dio frutos. Otros PRO puros —un grupo quizá más fuerte— llegaron desde el Tercer Sector. Luego de recibir sus diplomas de grado, y en muchos casos de posgrado, en carreras sociales y humanas, iniciaron su vida laboral en los noventa, en centros de estudio, fundaciones y think tanks. Aportan a PRO un saber hacer orientado a la eficiencia y basado en el profesionalismo, sin abandonar por eso la dimensión sensible de la ayuda social y la preocupación por los pobres, que caracteriza su mirada de los sectores populares, desde arriba. Estos hombres y (sobre todo) mujeres se concentraron en los estudios durante su juventud, aunque observaban la política partidaria con distancia. Quien no alfabetizó en villas, brindó asistencia en comedores escolares o colaboró en la reinserción de chicos de la calle, por lo general en organizaciones aledañas a la Iglesia católica, donde muchos militaron en su juventud. «Era como hacer política, ¿no? Trabajabas todo el día por la gente…», nos contó una de nuestras entrevistadas. «Ahora ya no tengo tanto tiempo para hacer trabajo solidario, y eso me da pena». Contra sus resquemores sobre los partidos, se incorporaron a PRO con la convicción de que se trataba de un espacio que les permitiría cambiar la política desde adentro: empujar a los que debían dejarla y convocar a otros que —como ellos mismos— escucharan el llamado de la solidaridad y quisieran trabajar para hacer una diferencia. «Siempre estuve convencida de que es necesario involucrarse, que había que estar para no permitir que llegaran otros que sólo venían a llenarse los bolsillos», comentó una funcionaria. «Cuantos más de nosotros estemos convencidos de hacer la transformación, menos espacios le dejamos al que desprestigia la política». Buena parte de ellos desembarcó en 2002 en el incipiente proyecto de Macri, desde el Grupo Sophia, por iniciativa y decisión de su jefe, Rodríguez Larreta (ver capítulo 1). En los años noventa, distintas organizaciones como Sophia o el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) captaron con habilidad a estos jóvenes interesados por las cuestiones públicas y, a la vez, desapegados de los líderes partidarios. El objetivo de estas fundaciones y usinas de ideas —algunas con fuerte influencia neoliberal— se centraba en formar cuadros para cambiar el modo de hacer política en la Argentina. Reclutaban estudiantes universitarios avanzados de Ciencias Sociales, Economía y Derecho, y les ofrecían un espacio de formación no academicista, a medio camino entre el voluntariado y la profesionalización, donde producir recomendaciones de políticas públicas. Mientras terminaban sus estudios de grado o comenzaban sus especializaciones, estos jóvenes producían trabajos que generaban impacto, sobre todo en los medios, y servían a los tomadores de decisiones. Si se destacaban como colaboradores solían recibir una recomendación que les abría las puertas a distintas reparticiones del Estado; en el caso del Grupo Sophia, por medio de Rodríguez Larreta. Su formación culminaba en la práctica de la política pública: se convertían en cuadros técnicos. Aun independizados por el reconocimiento de su valor, solían responder a la fundación o a los referentes que los habían apadrinado. La lealtad no se limita a la gratitud. Se trata de una perspectiva compartida: la necesidad de que los profesionales, y no los dirigentes criados en los partidos, se encarguen de diseñar e implementar las políticas de Estado. Pocos dudaron ante la oferta de sumarse a PRO, un partido nuevo cuyo líder valoraba los saberes profesionales por encima de la experiencia política. En la medida que quienes comandaban las fundaciones —como Rodríguez Larreta— se acercaron a Macri, quienes se habían formado con ellos percibieron su incorporación a PRO como un paso natural. Un ejemplo emblemático es el de María Eugenia Vidal. La actual vicejefa de Gobierno de la ciudad y probable aspirante al cargo máximo en la provincia de Buenos Aires en 2015, llegó desde Sophia y ascendió con la rapidez de todos los profesionales PRO puros eficientes y sensibles. Nació en 1973 en el barrio de Flores, hija de un cardiólogo y una ex empleada bancaria. Del colegio católico pasó a Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA), donde conoció a su esposo, Ramiro Tagliaferro (diputado provincial en 2007 por el sello Unión-PRO, luego cercano al duhaldismo, y desde 2013, concejal en Morón por la lista de Sergio Massa). Mientras estudiaba, Vidal se unió a distintos proyectos cristianos; si bien no se relaciona con el Opus Dei, como sugieren sus detractores, su formación religiosa la lleva a posiciones muy firmes sobre derechos civiles. La vicejefa se manifestó contra la legalización del aborto, incluso en casos de ataque sexual: «Aunque la violación me parece un delito aberrante, el fruto, o sea, el bebé, no tiene por qué sufrir las consecuencias», declaró en 2007. Rodríguez Larreta la convocó entre los primeros que formaron el Grupo Sophia. Vidal aprendió a diseñar, formular y evaluar programas, en particular sobre transferencias de ingresos, seguridad alimentaria y protección de la niñez. Acompañó al actual jefe de Gabinete de Macri en varias escalas en la función pública: la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSeS), el Ministerio de Desarrollo Social de la nación y el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (PAMI, por las siglas del antiguo nombre, Programa de Atención Médica Integral). Al mismo tiempo, cumplió otros encargos en municipios, provincias y dependencias del Gobierno nacional. En el año 2000 tomó a su cargo el Área de Desarrollo Social de Sophia y poco después se integró a los grupos de trabajo que darían origen a la Fundación Creer y Crecer, desde la cual se impulsó la candidatura de Macri. Desde 2003, como directora de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud de la Legislatura, desarrolló actividades que había practicado en Sophia: evaluó proyectos, coordinó investigaciones y trabajos de campo, y monitoreó y evaluó los programas sociales del Gobierno de la ciudad. Cuatro años después, Macri ganó el ejecutivo porteño y ella renovó su lugar en la Legislatura como tercera en la lista. Pero Macri había decidido convocarla como ministra de Desarrollo Social, a instancias de Rodríguez Larreta. Como estaba embarazada, Vidal demoró unos meses en asumir el cargo, que Esteban Bullrich, todavía dirigente de Recrear, ocupó en su reemplazo. Muchos reconocen la capacidad de trabajo de Vidal; no obstante, su gestión ministerial se deslució en ocasiones. Le faltó capacidad para negociar bajo tensión social y no logró evitar escaladas de conflictos, como en dos episodios de ocupaciones de tierras y viviendas, en el Parque Indoamericano y en el Parque Avellaneda. En ambos casos, cientos de personas en situación precaria ocuparon espacios públicos, deteriorados y descuidados, que pertenecían al Gobierno de la ciudad. En ambos casos fallaron las medidas que podrían haber prevenido los hechos, como políticas de control periódico. Y en ambos casos, una vez desatados los conflictos, se tomaron decisiones contraproducentes y se desencadenaron hechos de violencia seguidos de una represión policial que dejó muertos y heridos. Vidal siguió el método de Macri: descargó la culpa en el Gobierno nacional. «Es un problema del Gobierno de la ciudad, pero también del nacional. Si se llegó a esta situación [una nueva toma] fue porque no hubo avances ni se pudo articular el diálogo entre ambas gestiones», dijo durante el conflicto en el Parque Indoamericano. Sus opositores políticos atribuyeron los problemas a la inoperancia de Vidal, a la actitud beligerante de otros cuadros de PRO (señalaron a Ritondo) y a la mirada clasista de Macri, quien hizo comentarios xenófobos contra los ocupantes de los terrenos y, de modo más amplio, contra lo que llamó «una inmigración descontrolada». Pese a los infortunios en la gestión de Vidal, en 2011 Macri la definió como «la mejor ministra» de su Gabinete y la eligió para que lo acompañara en la fórmula electoral. La noticia sorprendió a quienes habían atendido los rumores que ubicaban como vicejefe al radical Hernán Lombardi; también a otros asesores que preferían al peronista Santilli. Se comentó que Larreta ejerció presión para imponer el nombre de Vidal y Macri evaluó conveniente que lo acompañara alguien con un perfil menos político, con la dimensión de sensibilidad social que había funcionado en 2007 con la candidatura de Michetti. Y de manera similar a lo que sucedió con la anterior vicejefa, pronto comenzaron las especulaciones acerca de los destinos políticos ulteriores de Vidal. Tanto apareció en los medios que casi se podía creer que ella, y no Macri, gobernaba la ciudad. Se trataba de un esfuerzo por superar la concentración de cuadros en un distrito, un gran problema para este partido al que le cuesta hacer pie en otros; entre ellos, algunos importantes como la provincia de Buenos Aires. Pero si Michetti se resistió a ruegos y exigencias de presentarse como candidata de PRO en la provincia de Buenos Aires, Vidal se decidió muy pronto a dar el sí. Costó poco convencerla. Hace tiempo que la vicejefa vive con su marido en Castelar, en el oeste bonaerense, y ambos se han involucrado en la política del distrito de Morón. Ella, además, cuenta con una base propia que comenzó a generar desde Desarrollo Social, con un trabajo territorial orientado sobre todo a los jóvenes. Su jefe de Gabinete, Federico Salvai (esposo de su reemplazante en el Ministerio, Carolina Stanley), comanda la organización de Vidal, llamada La 24. Y, acaso lo más importante, la vicejefa se considera un soldado de Larreta y de Macri, y se manifiesta dispuesta a competir en el lugar que se le designe. Ocupar la gobernación en La Plata excede sus recursos, cree, pero confía en sumar votos para ayudar a una eventual candidatura presidencial de Macri. Stanley hizo un recorrido similar al de su antecesora. Nació en Buenos Aires en 1974, hija del banquero Guillermo Stanley (ex vicepresidente del Citibank y directivo del Banco Macro). En la UBA, donde estudiaba Derecho, conoció a María Laura Leguizamón. La dirigente peronista trabajaba en el Consejo del Menor y la Familia de la provincia de Buenos Aires, un tema que atraía en especial a Stanley. Y aunque antes había cumplido una tarea menor en la Cancillería, la joven se metió en política de verdad cuando Leguizamón desembarcó en la Legislatura porteña, donde la asesoró durante algunos años. En esa época, Stanley comenzó a participar en el Grupo Sophia, por lo cual pasó sin trauma a Creer y Crecer, donde integró los equipos de políticas sociales que preparaban programas para chicos en situación de calle y conoció a su jefa, Vidal. Con todo Sophia inmerso en el diseño de las políticas de PRO para la ciudad, Stanley se hizo cargo de la dirección ejecutiva de la fundación —ya casi un satélite de Compromiso para el Cambio— en 2004. Allí prosiguió con los temas sociales (comedores escolares, escuelas de deportes para chicos en situación social crítica, en sociedad con Boca) y se involucró en las campañas electorales. Stanley siguió a Vidal cuando asumió en Desarrollo Social, en 2007. Dos años más tarde asumió como legisladora porteña, y dos años después volvió a la función pública para ocupar el puesto de su ex jefa. Su gestión careció de los sobresaltos que sufrió la de Vidal, pero también recibió críticas cuando un temporal creó emergencias que hubieran requerido su aparición en público y ella pasaba sus vacaciones en Punta del Este. La mayoría de quienes llegaron a PRO desde las ONG flanquean a Rodríguez Larreta, pero otros se le oponen con cierto fervor. Entre ellos sobresale Marcos Peña, a quien enfrentan el fundador de Sophia y Vidal por el control de la juventud de PRO. Existen, además, casos híbridos: cuadros para quienes la militancia política tradicional y la experiencia en fundaciones se superpusieron y se potenciaron de manera mutua. Un ejemplo es la diputada Laura Alonso, que combinó su militancia radical con su paso por Poder Ciudadano. Alonso nació en Buenos Aires en 1972, en una familia radical; se afilió a la UCR en 1990, apenas cumplió 18 años. Militó en el comité de Horacio Vivo, en Belgrano, y en Franja Morada mientras estudiaba Ciencia Política en la UBA. En 1996, su pareja Larry Ochoa la acercó al Gobierno de la ciudad, que había asumido De la Rúa: al cabo de dos años llegó a la Secretaría de Promoción Social junto con Cecilia Felgueras, y luego pasó unos meses en PAMI. En 2000 realizó una maestría en Políticas Públicas en el Reino Unido. Cuando terminó la beca, el país atravesaba la crisis del gobierno de la Alianza y Alonso se puso a buscar trabajo. En marzo de 2002 ingresó a la ONG orientada al combate de la corrupción y la promoción de políticas de transparencia institucional, que fundaron en los años ochenta Marta Oyhanarte y el ex fiscal Luis Moreno Ocampo. Cuando se produjo una vacante en la dirección ejecutiva, Alonso la ocupó. En parte por su estilo y en parte por las circunstancias nacionales, la gestión de la diputada en Poder Ciudadano ganó repercusión en las instituciones y en los medios. A partir de 2004, muchas iniciativas de la Fundación llegaron al público general y el nombre de Alonso se popularizó. Se vio un ejemplo durante la elección de constituyentes provinciales en Misiones, en 2006, cuando el obispo Joaquín Piña, primer candidato del Frente Unidos por la Dignidad, se opuso a una cláusula que habilitaría la reelección indefinida del gobernador, que impulsaba quien ocupaba ese cargo, Carlos Rovira, aliado del entonces presidente Kirchner. La oposición agitó el fantasma del fraude en los medios de comunicación nacionales, y Alonso vio una oportunidad para exhibir su trabajo en Poder Ciudadano. Montó un monitoreo electoral con una gran cobertura de prensa, como garante de la transparencia de los comicios. Con el triunfo de la lista de Piña se desestimaron las denuncias de fraude, y la visibilidad de la directora ejecutiva rendiría sus frutos poco después. Según cuenta Alonso, ni Angelici ni sus amigos radicales que ya trabajaban en PRO la propusieron a Macri. Fueron Michetti y Peña los que se acercaron en consonancia con su scouting político en el Tercer Sector. Así, Alonso volvió a la política partidaria por la puerta grande: nada menos que una banca en el Congreso de la Nación. La actual diputada por el distrito porteño se define como una persona liberal. Sus posiciones sobre temas institucionales, culturales y de derechos se ubican a la izquierda del resto de su partido. Eso no empaña la admiración que —como declaró a la revista Noticias— siente por Macri: «Es un tipo bárbaro». Ni matiza su compromiso absoluto con la gestión de PRO. Alonso encarna un caso común entre los cuadros del partido formados en fundaciones y think tanks: son los que se sienten más cerca del líder, acaso porque él los prefiere mostrar antes que a los políticos con carreras más abultadas (y manchas más visibles). Los custodios de la caja Un último grupo cercano a Macri y PRO puro, con figuras que no provienen de la política y ocupan puestos de importancia, está conformado por lo que se podría llamar cuadros empresariales. Como quien toma posesión de una empresa que acaba de comprar, en 2007 Macri distribuyó los cargos con rigor estratégico y escasa atención a las presiones. Si en 2003 su elección había dependido de los variados sectores que lo habían apoyado —y que reclamaban cuotas de poder—, en 2007 se sabía dueño de los votos. Era él, y sólo él, quien debía diseñar un gabinete para gobernar con éxito y sentar las bases de su sueño presidencial. Quizás por eso combinó las diferentes facciones (gente del PJ, de la UCR, de la derecha y de las fundaciones) según su criterio. Pero reservó ciertos espacios para esos cuadros empresariales: Néstor Grindetti, Juan Pablo Piccardo y Andrés Ibarra, entre otros. Ninguno llegó al Gobierno de la ciudad tras una larga militancia política o social, ni con experiencia en la administración pública (aunque algunos conocían a la perfección el entramado estatal). Son figuras de trayectoria en puestos técnicos y financieros de empresas; la mayoría habían sido empleados senior de Sociedad Macri (SOCMA) y muchos ya habían acompañado al jefe de Gobierno en la presidencia de Boca Juniors. Algunos, inclusive, eran sus amigos personales; otros apenas lo conocían pero, al ver surgir una fuerza política cercana al mundo de los negocios y con éxito electoral, quisieron también meterse en política y aceptaron la invitación de colegas de PRO, a quienes conocían del mundo empresarial. Para algunos de estos funcionarios, la vida dio un giro extremo. «Si años atrás me decían que iba a terminar acá, no lo creía», dijo uno de nuestros entrevistados. «Pero ahora siento que esta es mi tarea: ya soy un político… No lo puedo creer, pero esa es la verdad». Otros viven su paso por la gestión apenas como una escala técnica, algo pasajero, y planean volver al mundo empresarial o a sus profesiones anteriores. Nos confió otra persona: «Dentro de algunos años me gustaría tener actividades más libres. Una parte de mi vida tendría una orientación a este tema público o solidario. Pero me gusta hacer otras cosas: la docencia, por ejemplo, me encanta. Yo daba clases en la facultad y lo dejé por mi trabajo en la empresa. En el futuro podría volver a las clases o dedicarme al asesoramiento en los temas que me gustan». En general, el ingreso a la función pública resultó traumático para los cuadros empresarios, o al menos desgastante. Néstor Grindetti nos explicó: «Las dos cosas más importantes del paso de lo privado a lo público son que uno va aprendiendo la necesidad de buscar consensos y que se acostumbra a la exposición permanente… En la actividad privada uno tiene un jefe, un accionista, un director: más que eso, no ve. En la política uno tiene que buscar el consenso de los propios y de los externos, porque las cosas no son o blanco o negro; hay que ir promediando, y eso lleva trabajo. Además, está el tema de la exposición pública. En la actividad privada llega el fin de semana y difícilmente alguien que te cruce en la calle te pregunte sobre el trabajo. En la política vas caminando por el barrio y te preguntan». Juan Pablo Piccardo conoció la exposición constante antes de asumir su cargo al frente del nuevo Ministerio de Medio Ambiente y Espacio Público. Nació en Buenos Aires en 1959 y a comienzos de los ochenta se destacó en el rugby como medioapertura del Hindú Club, en el seleccionado de Los Pumas y en Sudamérica XV, aquel equipo que, por iniciativa del gobierno militar, rompió el bloqueo a la Sudáfrica del apartheid. Según el periodista Nicanor González del Solar, la logística de aquella gira recayó en «un joven rubio» desconocido; luego sabrían que se llamaba Alfredo Astiz. Tras cursar Ingeniería Industrial en la UBA, Piccardo trabajó en la cervecera Isenbeck, donde llegó a gerente general en 1998 y de donde lo despidieron «con causa justa» en 2007. Macri lo sumó a su armado en ese momento. Durante la campaña, se dijo que Carlos Tramutola, un joven gerente de Techint de los macristas iniciales, asumiría el nuevo ministerio. Pero con el asesoramiento de su amigo José Torello, ex apoderado de Compromiso para el Cambio, Macri cambió de opinión. Tramutola pasó a una subsecretaría, que dejó —según justificó— por los malos tratos del ex rugbier. Y apenas se conoció el nombramiento de Piccardo, Isenbeck le inició un juicio por fraude y malversación: lo acusaron de haberse quedado con una parte de las Bodegas Orfila, adquiridas con dinero de la empresa alemana. Piccardo, que desconocía todo sobre medioambiente, asumía el ministerio por su experiencia en administración y gestión; de pronto, el argumento perdía peso. Macri apoyó su candidato sin vacilar: «Denunciar, denuncia cualquiera; otra cosa es probar». Nicolás Caputo, amigo de ambos, declaró que la causa judicial no debía preocupar a nadie, ya que se trataba de «una interna empresarial». Al fin Piccardo inició su gestión. Y conoció otros problemas, como las acusaciones porque renegoció los contratos de recolección de residuos a un valor que duplicaba lo que cobraban las empresas en otros municipios. Un brete menor comparado con dos escándalos que sacudieron su ministerio. Llevaba pocos meses en funciones cuando la prensa reveló que la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), que dependía de Medio Ambiente y Espacio Público, por las noches actuaba como un grupo de choque que desalojaba a la fuerza a las familias que vivían en la calle en espacios públicos o privados. Se difundieron imágenes de empleados del Gobierno porteño que golpeaban a una embarazada y destruían las escasas pertenencias de personas sin techo. Además del impacto en los medios, Piccardo y Macri enfrentaron una causa judicial en la que se los involucra aún como «autores mediatos». Piccardo disolvió la UCEP y trasladó la responsabilidad del espacio público al Ministerio de Desarrollo Social, a cargo de Vidal. El segundo episodio se produjo en 2009, cuando una niña de 6 años que jugaba en el arenero de la Plaza Almagro resultó herida al caer una rama de un árbol mal podado. En esos días se había lanzado una campaña para promocionar el buen estado de los espacios verdes porteños. Piccardo delegó la responsabilidad en José Paltrinieri, director del operativo de Arbolado Urbano. Pero la Justicia lo dejó implicado en la causa por negligencia e incumplimiento de sus funciones. Ante la magnitud de los cuestionamientos, Macri desplazó a Piccardo y nombró en su lugar a Santilli. Piccardo no se alejó del macrismo: asumió la conducción de Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado (SBASE). El jefe de Gobierno aseguró a la prensa que el puesto era ideal para el ex ministro, quien carecía de conocimientos sobre transporte, pero venía de una experiencia «de dos años muy buenos en Espacio Público». El desembarco de Piccardo en SBASE aparejó disputas al interior de PRO. La ciudad disponía de fondos para ampliar la red de subterráneos provenientes de la emisión de títulos públicos y de créditos directos. Tanto Santilli como Daniel Chaín, el ministro de Desarrollo Urbano, apetecían esos fondos: la interna se desencadenó sin demora. Chaín es otro de los cuadros empresarios, como Piccardo; también ama el rugby y presidió el Club Los Cedros. Nació en Buenos Aires en 1952, estudió arquitectura en la UBA y realizó su posgrado en Urbanismo y Economía Urbana. Participó de diversos emprendimientos, pero toda su vida profesional se concentró en SOCMA, donde se hizo amigo de Grosso y se asoció con Juan Pablo Schiavi para realizar las obras de parques en las autopistas que construían los Macri. Se sumó como asesor de la fundación Creer y Crecer, que lanzó su ex jefe. En 2004, los legisladores macristas impusieron su designación como director del Instituto de la Vivienda porteño y tres años después Macri lo nombró en Desarrollo Urbano, ministerio clave en el Gobierno de la ciudad porque se encarga de las principales obras de infraestructura. Algunos lo llaman «el [Julio] De Vido del macrismo», en referencia al ministro de esa área en el ámbito nacional durante el ciclo kirchnerista. En la gestión de Chaín, bastante menos tumultuosa que la de Piccardo, tampoco faltaron problemas. Distintas asociaciones vecinales denunciaron a la prensa que en su ministerio funcionaba un sistema para la destrucción de edificios que deberían ser protegidos, con el fin de construir torres y proyectos que no respetaban el paisaje urbano. Sergio Kiernan, periodista de Página/12, prevaleció entre sus críticos y escribió varias columnas en consecuencia. Sostuvo, por ejemplo, que cuando ingresaba a la Legislatura un pedido de protección de un inmueble, Chaín se apuraba a autorizar la demolición de modo tal que, antes de que se avanzara en la verificación del valor histórico, las empresas constructoras arrasaran con el edificio. Piccardo no tenía una mala relación con Chaín cuando asumió en SBASE. Bastó que avanzara en las negociaciones con empresas chinas para ampliar la red de subtes mediante contratos directos para que Chaín se quejara. A Macri le entusiasmaba la idea de aplicar los fondos sin más trámite, porque le permitía inaugurar una estación de la nueva Línea G, proyectada para unir Retiro con Villa del Parque. Pero Chaín deslizó que, al evitar la licitación pública, se generaban costos adicionales en la contratación. Quizá por su amistad personal, quizá por el peso del argumento, Michetti fue una de las que apoyó con más claridad a Chaín. Pese a ese padrinazgo, fuentes del macrismo dijeron al sitio Noticias Urbanas: «Chaín le hizo la vida imposible a Piccardo para que no pudiera cerrar el acuerdo». Los trabajadores del subterráneo, que se oponen a ambos funcionarios, explican la pelea por la pugna entre diferentes empresas contratistas que quieren el negocio de la construcción de las nuevas líneas. Además de haber sido rebajado al puesto inexistente de apuntador de Macri (ver capítulo 2), el ministro de Desarrollo Urbano padeció otro momento de exposición mediática alta y desfavorable. En 2013 dio la orden de demoler el Taller Protegido nº 19 del Hospital Borda, a pesar de que una medida cautelar lo impedía. Chaín, decidido a avanzar en la remodelación de esa zona del barrio de Barracas (que se espera revitalizar con el traspaso de algunas oficinas del Gobierno porteño), ordenó que se avanzara con las obras. Un grupo de médicos y activistas sociales se resistió. La represión policial alcanzó a varios pacientes internados y a algunos periodistas. Chaín debió presentar un informe a la Legislatura. Allí se terminaron las consecuencias políticas para él. Otro hombre clave para las finanzas del gobierno macrista se llama Néstor Grindetti, ocupa el Ministerio de Hacienda y se distingue —en más de un sentido— dentro del universo de los cuadros empresarios de PRO tanto por sus orígenes como por sus objetivos. No proviene de una familia acomodada sino de un hogar de clase media de Lanús, donde nació en 1952. Estudió en la Facultad de Economía de la UBA y en 1983 terminó una de las especialidades más difíciles y cerradas: la de actuario. Hacía ya varios años que trabajaba en SOCMA, donde había ingresado como cadete. Con su título y su conocimiento del grupo ascendió en distintas empresas de los Macri; en 1990 era director y gerente administrativo de SIDECO Americana y de las empresas controladas por ese holding. Grindetti se distingue entre los empresarios y ejecutivos que hoy participan en PRO porque —según él mismo cuenta— siempre había sentido interés por la política, aunque no imaginaba que alguna vez lo desarrollaría. A diferencia de otros ex SOCMA que se convirtieron en cuadros políticos, como Grosso o José Octavio Bordón, Grindetti se percibía a sí mismo como un hombre de la esfera privada. Participó en casi todos los negocios de la familia Macri, incluido el más escandaloso: el Correo Argentino, una empresa estatal bicentenaria y vital, que en 1997 se concesionó libre de deudas y dos años más tarde entró en concurso preventivo, con un pasivo de casi 1.000 millones de dólares. Además, los Macri dejaron de pagar el canon. A poco de asumir, Kirchner reestatizó la empresa por decreto, y en su primer ejercicio bajo gestión pública el Correo Argentino volvió a generar ganancias. Grindetti se metió en política tras un cuarto de siglo con los Macri, aunque no integró el grupo que pasó por Boca Juniors. En 2001, su ex jefe lo convocó para que lo ayudara a analizar el presupuesto de la ciudad de Buenos Aires. Grindetti se involucró tanto que poco después asumió la presidencia de la Fundación Creer y Crecer. Desde ese momento, se mantuvo junto a Macri. Participó de la mesa chica que analizó la derrota de 2003 y pugnó por mantener en funcionamiento el partido político incipiente. En 2007, el jefe de Gobierno le confió el Ministerio de Hacienda. Su gestión, en cierto modo el corazón de la política de PRO, ha recibido menos críticas de los opositores que otras. No logró evitar los (lógicos) conflictos con casi todos los sindicatos de trabajadores vinculados a la ciudad por la negativa tenaz de aumentar los salarios según la inflación real, aun cuando Macri mismo declaraba que no creía en las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) sobre la evolución de la canasta básica. Grindetti actúa como el guardián de la caja. Algunos dirigentes de PRO consideran que sobreactúa el papel que le encargó Macri, al punto de dejar sin financiamiento proyectos de la propia tropa. Un subsecretario de origen peronista confió: «Puede haber algunas cosas que no hagamos bien nosotros. Pero también hay que ver lo que nos cuesta a veces conseguir que nos den la plata que necesitamos». En 2011, cuando Macri se presentó a la reelección, Grindetti integró la avanzada de PRO en la provincia de Buenos Aires como candidato a intendente de Lanús. Obtuvo el 15% de los votos, frente al 40% del kirchnerista Darío Díaz Pérez. El mismo día de su derrota ante el FPV declaró que se volvería a presentar en 2015: se convirtió en una de esas personas que —como le gusta decir a su jefe— no sólo se metió en política sino que decidió quedarse. Resulta llamativo que, por diferentes vías, la mayor parte de los cuadros de PRO que llegaron desde las empresas privadas se ocupen de manejar el dinero de la ciudad. Su papel no se cumple sólo en la titularidad de algunos ministerios. Si se observa detenidamente, casi todas las reparticiones han acogido a alguien de SOCMA para que custodie las finanzas. «¿O vos te pensás que la guita del Ministerio de Educación la manejaba [Mariano] Narodowski?», confió un dirigente que trabajó en esa cartera. «Con la plata no se jode. Por eso el que manejaba la cosa ahí era Andrés», agregó. Se refería a Andrés Ibarra. Ibarra nació en Vicente López en 1956, en una familia de clase media alta. Su padre lo mandó al Liceo Militar, una institución de la cual no guarda el mejor de los recuerdos. En 1975 ingresó a Ciencias Económicas en la UCA y cuatro años después ganó una beca que SOCMA ofrecía a los estudiantes avanzados. De manera similar a Grindetti, ascendió en la estructura de los Macri y en 1993 ocupaba ya la gerencia financiera del que resultó uno de los mejores negocios del grupo en los noventa: la concesión de las Autopistas del Sol. La prensa lo responsabiliza por el descalabro del Correo Argentino; él, aún hoy, afirma que poco más pudo lograr frente a los incumplimientos del Estado. En 2004, su ex jefe lo convocó para que colaborase con su gestión en Boca Juniors. El trabajo lo apasionó (incluso llegó a escribir un libro sobre eso, junto con Macri y Alberto Ballvé). Ibarra quedó ligado a la institución, hoy como vocal titular y presidente del Departamento de Marketing. En 2007 se contó entre los que se trasladaron del club al Gobierno de la ciudad: el líder de PRO lo puso a cargo de las finanzas del Ministerio de Educación de Narodowski, un especialista que se había sumado al proyecto en tiempos de la Fundación Creer y Crecer. Allí comenzaron a lloverle las críticas. Si durante más de veinte años sólo los empresarios y la prensa económica conocían el nombre de Ibarra, y en su paso por el fútbol recibió elogios por haber implementado la Marca Boca, todo cambió en la función pública. Primero fue el mal estado de las escuelas y el atraso en los sueldos de los maestros, que causaron protestas de docentes y estudiantes. Pero luego enfrentó un problema más grave: las escuchas telefónicas que realizó el espía Ciro James. Hasta el día de hoy, no se conoce con certeza quién contrató a James en el Ministerio de Educación y la justicia todavía no se ha pronunciado al respecto. Narodowski perdió su puesto. Ibarra, en cambio, permaneció en el suyo. Tras el breve paso de Abel Posse por la cartera, asumió Esteban Bullrich, quien venía de Recrear. Ibarra encontró tantas dificultades en la convivencia con el nuevo ministro que pidió que lo cambiaran; trabajó con Grindetti como secretario de Recursos Humanos de la ciudad. En diciembre de 2011, acaso en virtud de la fidelidad que Ibarra había demostrado, Macri creó un nuevo ministerio, el de Modernización, y lo nombró su titular. El líder de PRO también necesitaba equilibrar su equipo: la novedad despertó el enojo de Rodríguez Larreta —ya que implicó un recorte a las atribuciones de la jefatura de Gabinete— y el entusiasmo de Michetti y algunos de los radicales. El hecho y sus resonancias confirmaron que PRO semeja un rompecabezas y su líder concentra la capacidad casi exclusiva de desplazar las piezas. El que tiene la batuta Los peronistas. Los radicales. Los de la derecha. Los de las fundaciones. Los de las empresas. PRO se compone de esas cinco facciones. Desde luego, otros recortes revelan divisiones que atraviesan y sobrepasan esa categorización: el rompecabezas presenta cierta complejidad. Al interior de cada grupo existen pugnas: en los cuadros empresarios, por ejemplo, entre Piccardo y Chaín. También individuos de dos grupos se han unido para mutuo beneficio: el peronista Ritondo y el radical Angelici. Pero esas diversidades no alteran el comportamiento solidario que predomina dentro de estos cinco grupos. Porque esa división describe los rasgos que unen y separan a los dirigentes de PRO, indicadores precisos de sus perspectivas políticas: el origen social, la capacidad económica, la militancia previa, los lugares de estudio, la orientación ideológica, los recorridos profesionales y los ámbitos de sociabilidad. Quienes llegaron desde el PJ se siguen sintiendo peronistas —muchos no cambiaron su afiliación— y se reúnen periódicamente por fuera de la cúpula de PRO para discutir estrategias de poder. Lo mismo ocurre con los radicales: hay cuadros destacados de PRO que mantienen su afiliación al partido centenario y participan de las internas de la UCR. Entre los funcionarios de primera línea que vienen de la derecha, algunos nos confesaron que, si su partido de origen decidiera romper con el macrismo, no tendrían otro remedio que irse del gobierno. Los cuadros empresarios, en su mayoría menos motivados por la vocación que por Macri, dejarían la escena pública si él se retirase de la política. Ese espíritu de cuerpo se difumina entre los profesionales de las ONG o las fundaciones. Estos cuadros poseen atributos que los identifican y los diferencian, como sucede en el resto de los grupos; pero, quizá por su breve experiencia política, por su formación o por sus valores, se inclinan más por los caminos individuales. Lo cual emerge como una paradoja para PRO, ya que ellos, y no los demás, conforman el núcleo social e ideológico del partido. Las peleas internas del macrismo no han producido —al menos, hasta ahora— heridos graves. Al contrario, han potenciado la capacidad electoral de PRO, al mantener viva una diversidad interna que habilita la presencia del partido de diferente forma en distintos terrenos. PRO en Recoleta o Belgrano no significa lo mismo que PRO en Barracas o Villa Soldati. En el sur de la ciudad, el aporte sustancial de Ritondo se especifica desde la leyenda en la fachada de los locales partidarios: «PRO Peronismo», dice. Incluso se modifica el isologo del partido: al amarillo macrista se le suman los colores blanco y celeste del escudo peronista. Algo equivalente sucede en el centro vecinal de Herrero, en Parque Chacabuco, cuyo cartel rojo y blanco pregona la identidad radical de sus miembros. Una razón explica que sea posible este esquema de grupos y subgrupos que cooperan sin perder sus diferencias y sin llegar a rupturas. Una razón simple y fundamental: Macri como dirigente y el PRO como organización no exigen demasiado de sus partidarios. No se paga un alto derecho de ingreso. No se debe fidelidad ideológica: nadie les pide a los peronistas y radicales que rompan sus afiliaciones de origen ni prohíben las reuniones externas de los representantes de la derecha. No se solicitan acuerdos forzados: aunque se ha desaprobado el modo en que se ventilaron algunas internas, se comprende que los líderes empresarios hayan chocado con los de las ONG. A Macri le bastan apenas dos cosas: que se reconozca su liderazgo en general y se acepte su decisión como la única válida, en particular en los momentos críticos, y que se avale sin cuestionamientos que el objetivo principal del partido, por el momento, consiste en fortalecer su candidatura presidencial para 2015. Los miembros de la orquesta PRO pueden tocar los instrumentos más disímiles, pero sólo él tiene la batuta. El estilo de liderazgo de Macri explica este fenómeno sólo en parte: conviene sumar al análisis el bajo nivel de institucionalidad del partido, que no ha tenido elecciones internas en diez años y hasta ahora no ha permitido que los bandos se presenten en las PASO. La selección de candidatos depende de un puñado de personas: no está abierta a discusión. «A mí me gustaría permanecer en esta oficina, pero Macri decidió que es mejor presentar mi candidatura para otra posición», confió un entrevistado. «Ni se me ocurriría hacer otra cosa». Incluso cuando, a comienzos de 2011, parecía que las dos figuras más fuertes al interior del partido (Michetti y Larreta) disputarían el puesto de Macri, el jefe de Gobierno no habilitó un debate político o un mecanismo de votación: organizó una serie de encuentros a puertas cerradas para que los precandidatos expusieran sus planes y él pudiera hacerles preguntas similares a las de un empleador durante una entrevista laboral («¿cuáles son sus principales fortalezas y debilidades?», «¿por qué cree que está calificado para este puesto?», «¿cuáles son sus desafíos personales y los que enfrenta el grupo que lo acompaña?»). Las encuestas que preanunciaban el triunfo demoledor de Cristina Fernández de Kirchner disuadieron a Macri de la candidatura presidencial, y la selección del heredero de PRO en la ciudad quedó en la nada. El episodio, en cambio, permanece como una muestra del estilo de lucha interna permitido: una competencia por la mirada y la aprobación del líder, no por los votos o la suma de voluntades. Entre los cuadros de PRO se lo ha naturalizado. Se acepta sin más que sólo Macri controle la distribución de cargos y funciones, en virtud de su evaluación personal sobre la lealtad, la amistad, la capacidad, el merecimiento, la representatividad o lo bien o mal que cada dirigente mida en los estudios de imagen que periódicamente interpreta su asesor ecuatoriano, Jaime Durán Barba. El líder, a su vez, debe lidiar con las diferentes facciones y tomar decisiones que no dejen demasiados heridos en el camino. El alto nivel de personalismo y el bajo nivel de institucionalidad de PRO también se advierten en la ausencia de ámbitos para que los dirigentes discutan en forma abierta y horizontal sus diferencias. Un secretario de Gobierno comentó: «Las decisiones importantes las toma un pequeño comité, formado por Macri, Rodríguez Larreta, Marquitos Peña y Durán Barba… nosotros podemos dar opiniones, pero deciden ellos». Otros testimonios describen una conformación distinta de la mesa chica de PRO, pero en general coinciden en la visión de que quienes lideran el partido carecen de las herramientas o de la voluntad para instaurar mecanismos transparentes y abiertos de participación y discusión. La falta de institucionalidad y la unión de las facciones también se explican porque PRO es un partido joven y en ascenso. Atraviesa una etapa con posibilidades de crecimiento si se mantienen las puertas abiertas para brindar cobijo a quienes decidan acercarse, desde otros partidos políticos o desde el llano. «Acá hay lugar para todos», dijo una diputada. En el mismo sentido, una dirigente de base comentó: «Muchos se acercan por ideología, pero también vienen otros, sobre todo pensando en conseguir trabajo». Hoy el rompecabezas de PRO parece completo. Por un lado, y de manera similar a lo que sucede en los partidos que los políticos de PRO suelen denostar, se observa un liderazgo personalista y no programático, que logra unir las piezas. Por otro lado, si bien las facciones han desarrollado mayor permeabilidad y la capacidad de tejer distintas alianzas internas, sus miembros se mantienen más o menos separados. Esta independencia permite que PRO muestre esa imagen de una política nueva hecha con retazos de lo viejo. CAPÍTULO 4 Haciendo Buenos Aires El 2 abril de 2013 una tormenta inusitada arrojó 155 milímetros de agua sobre la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. En apenas unos minutos, las calles de numerosos barrios se inundaron, transformándose en arroyos caudalosos que arrastraban consigo autos, colchones, mobiliario, vajilla, todos los elementos que alberga una casa y hacen a la vida cotidiana de las personas. Apenas paró el aguacero, comenzó el tiempo de la evacuación, la asistencia del Estado, la solidaridad de los voluntarios, los primeros balances. Los autos se escurrieron al sol durante días, con las puertas abiertas; faltó electricidad, internet, transporte. No se dictaron clases. Hubo luto: ocho muertos en la ciudad de Buenos Aires, más de cincuenta en La Plata. Según sus intereses, los medios, afectos a las catástrofes, centraron su atención en la capital provincial o en el distrito federal. En ambos casos abundaron los puntos oscuros y las negligencias para encabezar el ataque a la política como responsable de la tragedia. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, la crítica no se centró en la ausencia de un plan de contención para esa clase de emergencia. Los ataques se enfocaron en el hecho de que, al momento de la catástrofe, el jefe de Gobierno y varios miembros de su Gabinete se encontraban fuera del país. «No busquen a [Mauricio] Macri, porque está descansando en Trancoso, Brasil. Tampoco a [Horacio] Rodríguez Larreta, está en Europa», denunció Aníbal Ibarra en Twitter. Con un procedimiento ante catástrofes que hubiera sido diseñado y probado con anterioridad, poco importaría que las autoridades máximas se encontrasen, o no, en el territorio afectado. Pero las vacaciones de Macri han constituido blanco de críticas de la oposición desde el inicio de su gestión. En los días posteriores a la inundación, con picardía opositora, la legisladora porteña de Nuevo Encuentro (NE) Gabriela Cerruti denunció que Macri había viajado más de 260 días en cinco años, desde diciembre de 2007 hasta fines de 2012; en otra declaración sostuvo que, en realidad, los días de ausencia eran 320. El informe de Cerruti detallaba los viajes oficiales y privados, como su luna de miel en la Riviera Maya y las giras por Vietnam, España y Francia. Destacaba momentos claves en aquellos viajes, como por ejemplo cuando en 2010 debía brindar su declaración indagatoria en la causa por espionaje, pero pidió una postergación al juez Norberto Oyarbide porque estaría en la India; o cuando felicitó a la presidente por su reelección, en octubre de 2011, desde un crucero en el Mediterráneo. La legisladora y autora de El Pibe, la biografía no autorizada de Macri, cuestionó la cantidad de días en los que el jefe de Gobierno se ausentó del país y los motivos, ya que demostró que la mayoría de esos viajes carecieron de derivación directa para Buenos Aires. En una entrevista que concedió a radio La Red, Cerruti argumentó: «Que un funcionario viaje es normal y sucede en cualquier lugar del mundo, pero lo que es absurdo es esto que hace Macri: instalarse como candidato a presidente y hacer viajes. ¿Para qué va a Berlín a entrevistarse con el ministro de tal o cual cosa si no tiene consecuencia para la ciudad?». Y profundizó: «Muchas veces, en estos viajes se inventa un poco de agenda como para justificarlos». De los viajes a China, Francia y España que había hecho el jefe de Gobierno, «no conocemos ningún convenio o contrato que haya tenido consecuencia para la ciudad de Buenos Aires», remarcó. Aun si Macri se queda en Buenos Aires, sus detractores suelen detectarlo en el lugar equivocado, en el momento más inconveniente. A su regreso de Brasil, mientras algunos barrios de Buenos Aires seguían en estado de emergencia, el jefe de Gobierno jugó un partido de fútbol en el country Los Nogales, un torneo al que se accede por invitación y del que participan empresarios y ex jugadores. El periodista de Página/12 Nicolás Lantos lo reveló en Twitter: «Ni siquiera hoy, cuando todavía parte de la ciudad que dice gobernar sigue en emergencia por el temporal, @mauriciomacri se perdió el match». El 6 de noviembre de 2012, la ciudad sufrió un apagón que dejó barrios enteros sin luz y provocó caos en el tránsito, por la falla de unos 1.500 semáforos. Al día siguiente, cuando todavía faltaba electricidad, la circulación se mantenía tensa, el transporte público fallaba y la basura se acumulaba en las calles, el rabino Sergio Bergman publicó en Twitter una foto que mostraba a Macri con los músicos de Kiss antes del concierto que ofrecerían en el estadio de River. No sólo alguien de sus propias filas lo ponía en el brete, sino que también de allí salieron críticas, como la de la diputada Laura Alonso: «Personalmente, me pareció inoportuno que el jefe de Gobierno participara en ese evento», aunque aclaró que Macri «estuvo apenas diez minutos» con la banda y defendió el operativo oficial. La lista de descuidos es extensa: Macri no votó en las PASO de agosto de 2013 porque se encontraba en Europa; no recogió su diploma de jefe de Gobierno reelecto para ir a la fiesta de la revista Gente; desde 2009 no asiste al acto aniversario por la voladura de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), año en que se conocieron las escuchas ilegales que ideó el comisario Jorge Fino Palacios, cuestionado por su actuación encubridora en la causa judicial sobre el atentado. Desde que decidió plebiscitar su imagen electoral en 2003, Macri ha encauzado sus recursos en la composición de una imagen de paladín de la gestión. A la vez que se despega de la política tradicional, presenta su hipotético gobierno como el reino de la administración y la eficacia. El consejo y el diseño cuidadoso de esa estrategia provinieron del búnker mercadotécnico del publicitario Jaime Durán Barba. Cuando Macri asumió en 2007, la «pasión por hacer» —su eslogan de campaña en 2003— se convirtió en la base de la imagen pública del nuevo gobierno. Para un gobierno que combina entre sus funcionarios cuadros empresarios, expertos y cuadros políticos pragmáticos, se trata de una fórmula atrayente. Enseguida, la letra H identificó la acción de gobierno: «Haciendo Buenos Aires», como pregonan los carteles amarillos en toda obra pública, por pequeña que sea. Desde el punto de vista publicitario —una perspectiva habitual para el gobierno de PRO—, la idea sugiere dos cosas: hay que hacer la ciudad todos los días, porque se prioriza la gestión; pero también hay que hacerla porque estaba deshecha cuando se la recibió. Para Macri y su partido, hacer es hacer más que nadie. En el balance de los primeros cien días de su gestión, en un acto que se realizó el 27 de marzo de 2008 en el Museo Quinquela Martín de La Boca, el jefe de Gobierno afirmó: «En estos cien días logramos transmitir a la comunidad hacia dónde vamos y qué queremos». Y luego, como ex presidente del club más popular del país, agregó: «En términos futbolísticos, hemos podido marcar la cancha». No faltó la crítica a sus predecesores: «Estamos finalizando una etapa del pasado cargada de inacción, de ineficacia, de corruptela, que llevó a generar un montón de problemas en nuestra sociedad». La imagen de un gobierno del hacer se repite sin fin. En la apertura de las sesiones ordinarias de la Legislatura, el lunes 1º de marzo de 2010, cuando PRO ya se había probado en las elecciones intermedias de 2009 y se dominaba con más seguridad la administración pública, Macri enfatizó: «Sin duda, en estos dos años hicimos más que en los últimos diez». O en esos mismos días, durante la presentación del balance de dos años de gestión PRO ante funcionarios y partidarios, en el teatro 25 de Mayo reinaugurado en el barrio de Villa Urquiza, el PowerPoint que se proyectaba alegaba en el subtítulo: «Estamos recuperando el tiempo perdido». Según afirma el politólogo Gerardo Aboy Carlés, en su libro Las dos fronteras de la democracia argentina, sobre el surgimiento del radicalismo y el peronismo y sus nuevas versiones luego de 1983, la pretensión fundacional caracteriza a la mayor parte de las fuerzas políticas nacionales que intentaron construir una nueva identidad política al romper con un pasado construido como negativo, un otro a superar. En el caso de PRO, no se trataría de terminar con el orden conservador, la oligarquía y sus aliados, el autoritarismo y la violencia, o el caos: Haciendo Buenos Aires significa romper con el progresismo de la palabra. Lo expresó con claridad María Eugenia Vidal, una de las mejores exponentes de esa manera de entender la política, durante la campaña electoral de 2011 que la convertiría en vicejefa de Gobierno: «Hay un progresismo en el discurso muy atractivo, y hay un progresismo en los hechos». En la misma entrevista publicada en La Nación abundó: «Hemos llevado adelante un gobierno progresista desde los hechos». Niño rico haragán o manager eficiente, empresario neoliberal o gobernante modernizador: la disputa por definir al jefe de Gobierno —y por ende, la gestión de PRO en Buenos Aires— forma parte central del conflicto político en la ciudad. Durante los primeros años, esa ambigüedad se alimentó de las marchas y contramarchas en las designaciones y las definiciones políticas, las contradicciones flagrantes y las desmentidas de las promesas electorales. Tomar el Estado desde afuera, como querían quienes se metían en política, resultó más difícil que lo esperado. Entre los vaivenes iniciales de la gestión del hacer se distingue el tema de los impuestos: durante la campaña de 2007, Macri prometió bajarlos; una vez en el cargo, los aumentó apenas pudo. La tasa de Alumbrado, Barrido y Limpieza (ABL) sufrió una suba promedio de 100% en 2008; la alícuota a la construcción, un 100% en 2009 (de 1,5% a 3%); en 2010 el impuesto a los sellos se extendió a la compra y venta de autos usados; también se incrementó la tasa de Ingresos Brutos en algunas actividades. La importancia de contar con recursos en el Estado resultó una de las primeras lecciones que aprendió este grupo de cuadros que, en su práctica anterior, preferían lo opuesto. Néstor Grindetti recordó que, antes de asumir como ministro de Hacienda, visitó a Adalberto Rodríguez Giavarini, quien había ocupado ese cargo durante la gestión de Fernando de la Rúa. «“Sentate sobre la caja”, me dijo, “porque te van a primerear por todos lados”. Y le hice caso: me senté sobre la caja». Macri respondió a la promesa de traspaso de la Policía Federal con la creación de la Policía Metropolitana. Aunque la institución consume muchos recursos, le permite sostener la imagen de un gobierno que se hace cargo del problema de la inseguridad, una de sus banderas en la oposición al kirchnerismo, desde que Juan Carlos Blumberg convocara multitudes en la Plaza de los Dos Congresos, en abril de 2004. Aquellos tiempos, además, le legaron la relación con el rabino Bergman, quien propuso cambiar el Himno Nacional de «libertad, libertad, libertad» a «seguridad, seguridad, seguridad». También el compromiso de construir 10 kilómetros de subterráneo por año se transformó en otra cosa. Los funcionarios de Transporte crearon un mapa con el nuevo sistema de carriles exclusivos para colectivos, el Metrobús: resulta menos ecológico que el subterráneo, y menos económico en términos de uso, pero más barato y rápido de hacer y, por lo tanto, de inaugurar. En otras áreas, el gobierno de PRO cumplió con su palabra de campaña: la defensa de un uso recreativo del espacio público antes que político o productivo, o el desarrollo de la zona sur, motorizado por una expansión cuidada del negocio inmobiliario desde el Estado. Y a medida que se consolidaba el electorado PRO, la gestión aprovechó las oportunidades propicias para desarrollar políticas afines a la ideología difusa que el nuevo armado político conformaba, al rechazar las viejas coordenadas de izquierda y derecha. Quizá el rubro más perceptible sea el de la ecología: el valor posmaterial —como definió el sociólogo norteamericano Ronald Inglehart—, que no se relaciona con las disputas por la distribución de los recursos económicos sino con la calidad de vida. La construcción de una «BA Verde» comenzó con el reciclaje de bolsas plásticas y el uso de bolsas de papel o tela distribuidas por el Gobierno, la construcción de carriles exclusivos para bicicletas y el lanzamiento del sistema público de bicicletas, llamado bicing, que hace más de un lustro se impuso en otras capitales y grandes ciudades del mundo. Algunos de los funcionarios —en especial, los hijos prodigios de PRO, como Marcos Peña— publicitan su pedaleo hasta los despachos. Dos factores principales definen las prioridades políticas del actual gobierno de la ciudad: la rapidez en la realización y el alto impacto público y mediático. A ellos sigue el cuidado de lo que PRO considera su electorado propio: las personas que residen de la avenida Rivadavia hacia el norte en general, y de la avenida Córdoba hacia el norte en particular. Desde el momento en que asumió, Macri quiso ser, a la vez, un modernizador en Buenos Aires y el próximo presidente de la Argentina. Utilizó el gobierno local como trampolín: necesitaba logros rápidos. Cuando decidió que no competiría por la nación en 2011, los plazos pasaron de cuatro a ocho años. Nadie sabía eso en 2007 y, de pronto, el plazo duplicado hizo visible la contradicción entre la voluntad transformadora de la matriz de desarrollo urbano, que requiere planificación, y la urgencia por inaugurar. Pero en la gestión, PRO también consolidó su fuerza política. La evolución del gasto público en los últimos años expresa las prioridades de la gestión macrista y la razón de que se hayan desatado ciertos conflictos sociales. Según la mayoría de los estudios sobre el presupuesto porteño, entre 2008 y 2012, el gobierno subejecutó recursos por 3.734 millones de pesos, de los cuales el 50% estaba destinado a la inversión en educación, salud y vivienda. A eso se debe sumar la cuestión del transporte. Macri contó con importantes recursos: el aumento de la actividad económica, gracias a la recuperación del país, y la gran afluencia de turismo interno y externo marcaron el crecimiento de la recaudación, que en buena medida descansa en los Ingresos Brutos. Impulsó también el endeudamiento más importante que recuerde la ciudad desde su autonomía: al 31 de diciembre de 2012, la deuda alcanzaba los 10.400 millones de pesos, y durante ese año había aumentado un 68% con respecto al año anterior. El mandato macrista en Buenos Aires osciló —como la mayoría, nacionales o subnacionales, en la Argentina— entre el establecimiento de una política de largo plazo y las necesidades electorales de corto plazo. En su afán de crecimiento político, el jefe de Gobierno gastó energías excesivas en peleas nacionales infructuosas, como cuando movilizó la Legislatura para convalidar un decreto en defensa de los intereses de los conglomerados multimediáticos contra la política del gobierno kirchnerista, una medida que hasta el constitucionalista conservador Félix Loñ consideró improductiva. Para analizar una gestión —y en particular la de un partido que quiso romper con un pasado que se juzgaba de inacción y se definía como «progresismo de la palabra»— es menester observar qué hace y qué no hace. En ambos casos, PRO dejó su impronta en la ciudad. Fusionó, como nunca antes, los colores partidarios con los colores del Estado. Y cambió la orientación de algunas políticas públicas como nunca se había hecho desde que Buenos Aires se constituyó en ciudad autónoma. El carácter efímero o duradero de estos cambios sólo se podrá evaluar con el tiempo. Pero conviene enumerar algunos puntos: La promoción de una alianza entre el sector público y los actores privados en todas las áreas del Estado (incluso en la cultura, históricamente fuera de los avances mercantilizadores); la movilización de la fuerza dispersa en las ONG —con las que PRO tiene tanta afinidad— en torno a programas públicos, en especial en las áreas sociales, que hicieron del voluntariado una política de Estado; la continuación, y la potenciación, del atractivo de la ciudad mediante festivales, circuitos artísticos y espacios históricos, que convierten el turismo en una fuente fundamental de ingresos; la defensa del statu quo de deterioro de la salud y la educación públicas, para lo que no se necesitaron grandes acciones: bastó con mantener los niveles de inversión históricos —o decidir una leve caída—, desalentar el ingreso de usuarios nuevos y financiar un poco más el sistema privado; la transformación urbana que puso a disposición del mercado nuevas porciones del suelo urbano, junto con una inversión pública para el desarrollo de ciertas zonas, que aprovecharon los actores económicos más poderosos: una política que mejora el sur pero no siempre protege a sus habitantes. Problemas de salud Al abrir las sesiones de la Legislatura porteña el 1º de marzo de 2013, Macri recriminó: «Cada día más personas recurren a nuestro sistema de salud, más allá de los que viven en la ciudad. Son de todo el país, y especialmente de la provincia de Buenos Aires». Los problemas de salud pública, según el jefe de Gobierno, debían atribuirse al aumento de bonaerenses en los hospitales porteños. Según las cifras de la Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Hacienda local, casi la mitad de las personas que se atienden en los hospitales de la ciudad provienen del conurbano, un fenómeno de larga data. En los últimos años, prueban diversos estudios, hubo oscilaciones, pero no un incremento constante, como destacó Macri. Las cifras, en realidad, se ubican por debajo de las de los años noventa. La salud es uno de los principales puntos de la crítica opositora al macrismo. Mucho se ha discutido sobre una forzada subejecución de partidas destinadas a la infraestructura hospitalaria y la compra de medicamentos e insumos para los 33 hospitales de la ciudad. También se ha señalado la promesa relegada de construir un hospital en Villa Lugano (hoy funciona como sala de primeros auxilios); apenas se cumplió una primera etapa, en cuya inauguración Macri y su entonces vicejefa, Gabriela Michetti, jugaron al dentista. «Si lo que importa son los negocios, la salud ¿para qué?», ironizó Ricardo López, presidente de la Federación Argentina de Entidades de Salud Solidaria (FAESS), al abrir las jornadas sobre la gestión macrista, realizadas en junio de 2011. En aquella oportunidad, el especialista argumentó que la ciudad prácticamente abandonó sus hospitales desde la asunción de Macri: «El 50% de los ingresos hospitalarios son vecinos de la ciudad, el restante 50% son habitantes de la provincia de Buenos Aires. Si se piensa de esta forma, se desprende que el 50% de esas personas no participan en las elecciones porteñas, y del 50% que lo hace, el 60% pertenece a sectores humildes, donde sólo el 20% elige a PRO. Si no lo van a votar, no tiene sentido hacer nada por los hospitales públicos». A su vez, López subrayó la diferencia en el acceso a la salud entre la población, en términos geográficos y simbólicos, aun dentro de la misma ciudad, desde la avenida Rivadavia hacia el norte y hacia el sur. Destacó la falta de un plan de atención primaria y un compromiso del Gobierno porteño en la prevención de los problemas cardiovasculares (primera causa de muerte) y respiratorios, las adicciones, las enfermedades de transmisión sexual y las que pueden prevenirse con vacunación. Otros críticos denunciaron el intento de cierre de hospitales que ocupan predios atractivos para el mercado inmobiliario, como el caso de los psiquiátricos José T. Borda y Braulio Moyano. También se trató de eliminar otros servicios, como los de los hospitales de oftalmología Pedro Lagleyze, el de gastroenterología Carlos B. Udaondo, el de infectología Francisco Muñiz y el de rehabilitación respiratoria María Ferrer. La infraestructura edilicia sigue deteriorada, aunque se contrataron empresas para que presten ese servicio. El Gobierno porteño sostiene que recurrió a la tercerización como remedio de urgencia, ante las dificultades para responder a las necesidades edilicias de los hospitales públicos con las armas de la lenta burocracia estatal. También se objeta la carencia de personal (que en algunas áreas críticas ha dejado la atención primaria en estado de emergencia), porque no se realizan nuevos nombramientos sino que se incorporan médicos precarizados, como «personal de guardia del Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME)». Los habitantes de las villas se quejan de que las ambulancias porteñas no ingresan a esos barrios con el pretexto de la inseguridad, lo cual ha causado muertes evitables. El gobierno, por su parte, insiste en que realizó una gran cantidad de obras en el área. En su lista, el macrismo argumenta renovaciones en casi todos los hospitales, la incorporación de equipamiento (de complejidad alta, mediana y baja; se afirma haber realizado una inversión de 100 millones de pesos en la adquisición de 700 equipos médico-sanitarios, y se destaca la adquisición de 10 tomógrafos, de los 15 que existen en la ciudad) en hospitales y centros de salud, y el fortalecimiento del SAME con la construcción de su nueva sede y la incorporación de nuevos móviles (entre ellos, un helicóptero). También cita la edificación del Ministerio de Salud porteño en el barrio de Parque Patricios y nuevas unidades de atención primaria descentralizada. Jorge Lemus, el primer ministro de Salud de PRO, asumió con un plan estratégico para reforzar la atención primaria, mejorar los hospitales y corregir las inequidades geográficas del acceso a la salud y los indicadores sociosanitarios. Sin mayor resonancia, lo suplantó otra médica, Graciela Mabel Reybaud, también experimentada en la salud pública. Más allá de las versiones contrapuestas, las intenciones y los anuncios chocan con la subejecución presupuestaria. Según el sitio Chequeado.com, durante el período 2008-2011 se registró la inversión promedio más baja en Salud desde el inicio de la década. Los datos disponibles del Ministerio de Hacienda indican que la ciudad destinó en 2012 el 20% de su presupuesto al área, similar al 22% promedio que se destinó entre 2008 y 2011. En cambio, durante los dos gobiernos de Ibarra (2000-2006) y el de su reemplazante Jorge Telerman (2006-2007), el porcentaje de inversión en Salud osciló, en promedio, entre el 23% y el 27%. Algunas de las inversiones que se adjudica el Gobierno, en realidad, provinieron de privados, en el círculo virtuoso que PRO defiende desde 2007. Cuando encabezó el acto en el que se presentó el nuevo tomógrafo del Hospital Fernández, Macri compartió el acto con autoridades de la Fundación Max & Nancy Bardin, dedicada al tratamiento del cáncer, y de la Fundación del Hospital Fernández: la primera había donado el tomógrafo a la segunda. Aunque el acto celebraba la filantropía empresaria, el jefe de Gobierno anunció que en 2012 se haría «una inversión récord en la renovación del equipamiento del sistema público porteño de salud». Además, se vanaglorió de que el Estado, el sector privado y las ONG pudieran —según la página oficial de la ciudad— «trabajar en una agenda común y compartir esfuerzos para determinar las prioridades del sistema sanitario porteño, pensando siempre que lo que hacemos tiene que servirle a la gente». Para una gestión sin otra oportunidad de foto que la escarnecida de la dentista y el paciente, la caída de la mortalidad infantil a los niveles más bajos en la historia, en 2010, brindó la ocasión de escenificar el gobierno del hacer. Se había llegado a una tasa de 7,4 por 1.000 nacidos vivos. Al año siguiente, la tasa bajó a 6,7. Sin embargo, se trata de un indicador de evolución tan lenta que resulta dudoso que un gobierno pueda atribuirse una mejora en sólo tres años. Federico Tobar, investigador principal del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), un think tank insospechable de antimacrismo, sostuvo que, aunque esta tasa bajó en la ciudad, «fue más por carambola que como resultado de políticas de salud». La evolución histórica le da la razón: la caída en el trienio fue de 0,4, mientras que hubo descensos más significativos, como el del trienio 1999-2001: 3,5. Con tantas dificultades y tan pocos anuncios genuinos en la gestión del área no asombra que la Fundación Pensar no haya difundido documentos sobre el tema. En la presentación de su página en línea, se generaliza sobre una «inversión en salud en la Argentina elevada, pero ineficiente y desigual» y se propone «un mecanismo de aseguramiento universal de salud, que implique una cápita baja por persona y una cobertura para todos de mayor calidad». No se lo puso en práctica en la ciudad que gobierna el presidente honorario de la usina de ideas. No hay vacantes Acaso porque buena parte de sus cuadros provienen de la educación privada y confesional, la escuela pública constituyó otra fuente de conflicto para el gobierno de PRO. Macri tercerizó el diseño de sus programas en un nombre de la cultura de izquierdas y el mundo sindical, Mariano Narodowski. Pero esas credenciales no alcanzaron para que el Gobierno superase la desconfianza de la comunidad educativa, y poco contribuyó a evitar que se comenzara por descabezar cada sector del Ministerio de Educación a fin de posicionar nuevos gerentes, como denomina el macrismo. Hasta que renunció, en diciembre de 2009, porque en el Ministerio se había contratado a Ciro James —el espía acusado de las escuchas ilegales—, Narodowski debió sortear numerosos reclamos con movilizaciones. Entre las medidas repudiadas sobresalen la reducción de las becas escolares; la eliminación de la carne del menú escolar y su cambio por alimentos a base de trisoja; la llamada Ley Mordaza, que prohibía que los docentes hicieran declaraciones públicas en un momento de conflicto creciente; las denuncias penales a estudiantes que tomaban las escuelas por falta de calefacción; el desalojo del centro recreativo para menores de escasos recursos, Puerto Pibes, para instalar en el predio dependencias de la Policía Metropolitana. El sucesor de Narodowski, Abel Posse, duró doce días en el cargo. Su designación, acaso un mal acto reflejo del macrismo, implicó la llegada de alguien más cercano a la mirada sobre la educación de un sector de PRO, pero controversial en sí mismo: un escritor de derecha y ex diplomático durante la dictadura militar, con opiniones duras sobre derechos humanos, protesta social y negociaciones salariales. Su reemplazo por Esteban Bullrich palió el descontento, pero no atenuó los reclamos de la comunidad educativa. Un problema de fondo se impone sobre la polémica de los nombres. En 2010, cuando el deterioro de los edificios hizo estallar el conflicto en las escuelas públicas, sólo se había ejecutado el 40% del presupuesto del sector. La toma de colegios durante poco más de un mes marcó uno de los momentos más críticos del gobierno macrista. Sólo terminó cuando Bullrich se comprometió a realizar tres centenares de obras de refacción. Contra los argumentos de los padres y los alumnos de las escuelas tomadas, el Gobierno porteño difundía inversiones inéditas de más de 1.000 millones de pesos durante los primeros cuatro años de gestión educativa PRO. La oposición reconocía que la cifra se acercaba bastante a la realidad, pero no se había ejecutado sino hasta la mitad. «Macri prometió veinte escuelas nuevas e inauguró tres», denunció un informe del equipo del kirchnerista Daniel Filmus. Desde entonces, ha inaugurado dos más. En marzo de 2003, el Movimiento Popular La Dignidad ocupó la Catedral Metropolitana para pedirle al Gobierno de la ciudad que bajara los subsidios a las escuelas privadas y transfiriera esos recursos al mejoramiento del sistema público. El arco opositor entero sostiene el mismo reclamo, porque el reparto entre la educación pública y la privada ha favorecido, en términos relativos, a la segunda. Según datos del Ministerio de Hacienda de la ciudad, desde que Macri asumió como jefe de Gobierno hasta 2012, los establecimientos privados recibieron un aumento en subsidios del 157%, destinados —según ordena el Decreto 2542/91— a solventar salarios. En el mismo período, los salarios de los docentes de la escuela pública aumentaron un 137% nominal. La misma fuente estima los subsidios en 17,5% del presupuesto total, durante el gobierno de Macri, contra un promedio del 15% entre 2000 y 2007; el aumento más importante se dio en 2008, apenas asumió el nuevo gobierno. De modo paralelo, la participación presupuestaria de la educación pública fue del 85% entre 2000 y 2007, y disminuyó al 82,5% desde 2008. Estas variaciones suelen acompañar movimientos análogos en la matrícula escolar: el retroceso de la educación pública en favor de la privada es un fenómeno que trasciende la gestión de Macri en la ciudad. Diversos especialistas han mostrado cómo vastos sectores de las clases medias desertaron del nivel primario y secundario de la escuela pública. La tendencia se agudizó: Chequeado.com sostiene que, de los 19.000 alumnos que ingresaron al sistema educativo en los tres primeros años de gestión de Macri, más de dos tercios eligieron la escuela privada. Pero —consigna el mismo sitio— el aumento de los subsidios a la educación privada no se condice con el aumento en su matrícula: en 2010, cada alumno de escuela privada recibió una subvención mayor en comparación con 2007. La inclinación por la educación privada se relaciona con el estado de las escuelas públicas en algunas zonas de la ciudad, como el sur, donde faltan vacantes. A principios de 2011, la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) difundió que unos 6.000 chicos de nivel inicial habían quedado sin vacante el año anterior debido a la falta de escuelas. El informe mencionaba además «problemas de superpoblación y hacinamiento en el nivel primario, falta de escuelas de jornada completa y escuelas de nivel medio en ciertos distritos escolares». En virtud de una acción judicial de esta ONG, el Gobierno porteño se comprometió a construir 24 jardines de infantes nuevos para fines de 2012. Hasta el presente, según ACIJ, sólo se finalizaron 10; el resto de las obras se encuentran demoradas, o ni siquiera licitadas. Para el ciclo lectivo de 2014, el Ministerio de Educación se propuso modernizar el sistema de inscripción en las escuelas de todos los niveles, con el fin de que quienes eligieran la educación pública tuvieran las mismas comodidades que los clientes del sistema privado. Durante el mes de noviembre, según el Ministerio, se realizaron más de 80.000 inscripciones. Desde el Gobierno se celebró esa cifra, y se la interpretó como «una fuerte señal de confianza a las políticas educativas que viene realizando la ciudad», como se señala en un comunicado oficial. Sin embargo, pronto surgieron denuncias de miles de alumnos sin vacante. Intervino la Defensoría del Pueblo. En la audiencia pública que se realizó en diciembre de 2013, el Gobierno porteño redujo a 69.000 el número de formularios de inscripción recibidos por internet y precisó que logró atribuir una plaza a 52.000 alumnos. Agregó, asimismo, que se habían recibido 4.800 reclamos y se había dado respuesta a 4.100. No obstante, la Defensoría y el principal sindicato docente del distrito, la opositora Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), sostuvieron que los casos de estudiantes sin vacante ascendían a 17.000. El Ministerio debió habilitar la inscripción presencial en escuelas. Los problemas persisten. El objetivo declarado en el sitio del Ministerio de «hacer crecer la matrícula estatal» parece aún muy lejos de realizarse. Al igual que en otras áreas, el macrismo buscó atajos menos onerosos, que se presten a una inauguración más rápida, pero de calidad y durabilidad menores: en 2009 inició, bajo la órbita de Desarrollo Social, la construcción de Centros de Primera Infancia (CEPI), que convirtió en emblemas de su gestión socioeducativa. Hacer de necesidad virtud se cuenta entre las destrezas mayores del gobierno de PRO. Aunque los CEPI apuntaron a suplir la falta de vacantes en jardines de infantes, en su presentación judicial ACIJ demostró que «distan de los servicios propios del ámbito educativo». El gobierno continuó con el desarrollo de los CEPI y postergó los jardines. Entre 2008 y 2012, la ciudad destinó en promedio un 27% de su presupuesto anual a Educación, inferior a las cifras de los dos gobiernos de Ibarra (2000-2005) y el de Telerman (2006-2007), que oscilaron —según cifras oficiales— entre el 27,5 y el 29%. Por indicación de la Ley de Financiamiento Educativo, sancionada a fines de 2005, las jurisdicciones debían mantener, entre 2006 y 2010, «una participación del gasto en Educación en el gasto público total no inferior a la verificada en el año 2005», cuando en la ciudad fue de 27,57%. El aumento que se constató en el período 2003-2007 supera el de 2007-2012 en casi seis veces. No obstante, en la asunción de su segundo mandato, Macri afirmó: «Hicimos una inversión récord en infraestructura escolar». Lo contradecían los paros y las movilizaciones ya constantes del sector. Y también su propio equipo, dado que su afirmación se fundaba en un informe que registraba la inversión nominal, sin considerar la evolución de costos y precios internos, que darían cifras netas. El Ministerio de Hacienda porteño, en un análisis más completo, estableció que la inversión macrista en Educación desde 2007 no marcó récord alguno y evidenció subejecución presupuestaria. Durante 2005, 2006 y 2007, el gasto promedio ejecutado superó el 65% en infraestructura, en tanto que en 2008, 2009 y 2010 se ubicó por debajo del 62%. ACIJ analizó en profundidad la subejecución de ese fragmento del presupuesto. Su informe recalca la escasez de escuelas —sobre todo en las zonas más pobres— y destaca que en los seis años totales comparados «se subejecutaron 299.909.780 millones de pesos (en valores de 2010) correspondientes a construcción y reparación de escuelas, lo que muestra el incumplimiento estatal de la obligación de usar el máximo de los recursos disponibles en el cumplimiento del derecho a la educación». Las batallas del negocio inmobiliario La planificación urbana ha concentrado el análisis a largo plazo del gobierno de Macri. En especial, se advierte en el desarrollo de las zonas relegadas, a partir de una inversión pública que potencie el negocio inmobiliario. PRO asumió el gobierno en pleno boom del sector, cuando la mejora general de la economía se combinó con la rentabilidad de la construcción, que dio altos retornos a las inversiones y convirtió pesos en ganancia dolarizada. La ciudad de Buenos Aires, uno de los principales centros del auge, ofreció un espacio óptimo para un Estado favorecedor de la inversión privada. En seis años de gestión, el desarrollo urbano del macrismo se basó en ejes que —acaso como objetivos estratégicos, acaso como consecuencia involuntaria— la potenciaron. Se continuó con el diseño de una planificación en distritos y en algunos casos la capacidad de gestión y la inversión se orientaron a generar oportunidades de negocios. Por ejemplo, en el sur de la ciudad, con el Distrito Tecnológico de Parque Patricios. En este barrio concentraron gran parte de las inversiones del Estado porteño: la ampliación de la Línea H de subterráneos, las obras para instalar la nueva casa matriz del Banco Ciudad, la mudanza de dependencias como el Ministerio de Salud. Y el proyecto mayor: «Un centro de promoción y desarrollo de tecnología, innovación y conocimiento, donde se concentran empresas de tecnologías de la información y comunicación (TIC), software y profesionales de alto valor agregado». Las empresas que se radican en el Distrito Tecnológico reciben beneficios como la exención del impuesto a los Ingresos Brutos y Alumbrado, Barrido y Limpieza (ABL), durante 15 años si son nacionales o 10 años si son transnacionales; tampoco pagan el impuesto de sellos y se les ofrecen líneas de crédito preferenciales del Banco Ciudad. El Estado invierte en infraestructura y mejora los espacios verdes. El Estado ofrece créditos blandos y exenciones impositivas. Las inversiones llegan al sur para desarrollar negocios específicos en el Distrito Tecnológico. Sin embargo, estas medidas no se complementaron con una política de vivienda que, con criterio social, aportara una parte del suelo liberado al mercado, o revalorizado, para garantizar el derecho de los habitantes propios de Parque Patricios a la vivienda, a la educación y a la salud. En poco tiempo, los inversores poderosos adquirieron los terrenos, y las construcciones atrajeron a los sectores medios y medios altos, que encontraron un hábitat nuevo y mejor. Los sectores populares que habitaban el barrio, beneficiarios presuntos del desarrollo urbano, terminaron desplazados por otros sectores sociales: un proceso de elitización residencial que los urbanistas llaman gentrificación y que ilustra cómo actúa el mercado en ausencia de una política pública con criterios de equidad que lo limite y lo oriente. En líneas generales, este caso de transformación urbana beneficia a los sectores menos vulnerables: lo opuesto a lo que se proclamaba al iniciarse las inversiones macristas en el sur porteño, donde viven los sectores más relegados. La gentrificación, un tema complejo, se ha producido en casi todas las grandes ciudades del mundo; la diferencia en Buenos Aires se deriva de la falta de políticas contra esta tendencia. La desinversión sistemática en vivienda social ha surgido como otro puntal de la gestión macrista. Por último —y en consonancia con el fomento de la construcción de departamentos y radicación de comercios y empresas—, Buenos Aires perdió buena parte de su patrimonio arquitectónico porque se decidió no otorgar protección oficial sino en ciertas zonas de interés turístico, como San Telmo. Los edificios antiguos del norte, el oeste y el sur de la ciudad se han demolido a ritmo inédito. La toma del Parque Indoamericano en diciembre de 2010, en la cual murieron dos personas, hizo visible el déficit habitacional porteño. Desde 2007, el presupuesto para la construcción de viviendas disminuye. La promesa de campaña de 10.000 unidades nuevas en la ciudad decantó en 300 por año. El gasto entre 2007 y 2010 aumentó un 25%, lo cual implica una caída en términos reales: los costos subieron 100%. En esta área, se repitieron los problemas de subejecución presupuestaria: en los últimos tres años, el gasto del Instituto de la Vivienda (IVC) llegó al 57% de lo asignado. Luego de los hechos en el predio de Villa Soldati, Macri centró el conflicto en la inmigración: «Pareciera que la ciudad de Buenos Aires se tiene que hacer cargo de los países limítrofes, y eso es imposible. Todos los días llegan entre 100 y 200 personas nuevas, que no sabemos quiénes son, de la mano del narcotráfico y la delincuencia». Además de la generalización xenófoba, muy criticada, la cifra hizo quedar mal al jefe de Gobierno. Según datos de la Dirección General de Estadística y Censos porteña, un promedio de 31 personas de países limítrofes y de Perú llegan cada día (nada se señala sobre el narcotráfico). A un año de la toma del Indoamericano, el ex legislador de NE Gonzalo Ruanova intentó desentrañar sus causas. A fines de 2011 realizó un informe sobre la base de los datos del Gobierno de la ciudad, en el que detalló —entre otras cosas— que el IVC sólo había invertido el 39% del presupuesto asignado. No sólo la oposición llega a ese diagnóstico. El Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE) mide el déficit habitacional por las necesidades insatisfechas dentro de una determinada población. Según sus parámetros, en 2009 el 9,7% de los hogares de la ciudad padecían «una situación de hacinamiento», en gran parte por «las desigualdades geográficas dentro del territorio». El indicador ascendía al 23,3% en Villa Soldati, Villa Riachuelo y Villa Lugano, y descendía al 3,9% en la Comuna 2 (Recoleta), y al 5% en la 14 (Palermo). El 62% de los porteños —indicó ese mismo trabajo— son propietarios de su vivienda, lo que equivale a unos 600.000 hogares. El 28% (265.000 hogares) alquila y el 10% restante lo conforman unos 100.000 hogares (o 300.000 personas) con una tenencia precaria del espacio habitado. Para los sectores medios y bajos resulta más difícil el acceso a la propiedad por la ausencia de un programa de créditos acorde con sus posibilidades reales; también, por el incremento sostenido del valor de los inmuebles. El metro cuadrado en departamentos de dos y tres ambientes oscila entre 1.000 y 3.500 dólares: en Palermo, Belgrano, Barrio Norte y Núñez, el promedio ronda los 2.500 dólares; en Barracas o Mataderos no supera los 1.500. Las tasas de los créditos hipotecarios que ofrece el Banco Ciudad rondan el 20% anual. Para financiar el 50% de una propiedad de 140.000 dólares, a comienzos de 2013 había que pagar cuotas superiores a los 5.000 pesos y demostrar ingresos por más de 12.000. Los créditos Primera Casa, que el IVC lanzó en 2012 con el Banco Ciudad, emplean un sistema de puntaje social que favorece a los jóvenes. Pero basta con utilizar el simulador en línea para advertir que los requisitos y las condiciones no los vuelven asequibles para los sectores con mayores problemas habitacionales: las personas con bajos ingresos, que viven en el sur de Buenos Aires. El ex legislador Ruanova estableció también que en 2007 la inversión del IVC llegaba al 2,9% del desembolso porteño e imputó: «Esta participación cayó sistemáticamente durante la gestión de Macri, al 2,4% en 2008, al 1,5% en 2009, al 1,2% en 2010 y al 1,1% según la ejecución presupuestaria al tercer trimestre de 2011». Aclaró que, aun si se ejecutara el presupuesto completo de 2012, «no se alcanzaría el 2% de los gastos totales». También ACIJ analizó la ejecución del presupuesto en el área, durante un período más amplio, 2008-2012. Pese a la gravedad de la situación habitacional, señaló en su informe, la asignación presupuestaria para el IVC descendió, año tras año, con el agravante de una constante subejecución del monto otorgado. El presupuesto para vivienda de 2013 es el más bajo del período, con excepción del de 2010. Desde 2008, se advierte un desguace paulatino del Programa de Radicación, Integración y Transformación de Villas y Núcleos Habitacionales Transitorios (PRIT), que creó la Ley 148. En 2013, ni siquiera se le asignaron fondos. Durante su campaña de 2007, Macri repitió su promesa de mejorar el problema de la vida en las villas: «Estos asentamientos deben ser gradualmente urbanizados e integrados al resto de la ciudad». Detalló las acciones que realizaría: «Abrir calles, extender los servicios básicos, lotear terrenos y construir viviendas». Su plan precisó plazos: «En diez años se puede urbanizar toda la Capital Federal». Si bien se realizaron algunas obras —iluminación, pavimento—, en seis años de gestión la única urbanización se realizó en el Barrio INTA (cuyo nombre proviene de la antigua fábrica Industria Textil Argentina), de Villa Lugano. Tampoco se implementó el Banco de Tierras Estatales, que habría de atender el déficit habitacional, creado por la Ley 1.251. Dado que la inequidad social y económica entre el norte y el sur de Buenos Aires se profundiza por la infraestructura, el equipamiento urbano y los servicios públicos desiguales, el 5 de agosto de 2000 la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sancionó la Ley 470, que creó la Corporación Buenos Aires Sur, encargada del Área de Desarrollo Sur. Durante el gobierno de Macri, la Corporación Sur construyó el Instituto Superior de Formación de la Policía Metropolitana: 10.000 metros cuadrados cubiertos y 5.300 descubiertos, en Villa Soldati. Su emblema fue la puesta en valor del Parque de los Patricios, que condujo a la gentrificación. La planificación y el desarrollo urbanos, temas de campaña de Macri, suman al Distrito Tecnológico la instalación de un nuevo centro cívico en Barracas. Macri enfrentó protestas porque para ello debería desalojar el hospital Borda, cuyo predio se eligió para el proyecto. El complejo de cinco torres alojaría la jefatura y la vicejefatura de Gobierno; la jefatura de Gabinete y los ministerios de Desarrollo Urbano, Espacio Público, Educación, Hacienda y Desarrollo Económico. La Legislatura aprobó la venta del edificio del ex Mercado del Plata, en la avenida Carlos Pellegrini al 200, para la financiación: «Un edificio obsoleto, en una de las manzanas más apreciadas de la ciudad», evaluó el predecesor de Macri, Telerman. El edificio, tasado en 60 millones de dólares, habilitaría nuevos emprendimientos inmobiliarios: dinero para el Estado, oportunidades de negocios para los privados. Un mundo feliz. Excepto para los trabajadores y los pacientes del Borda, que, como los vecinos de Barracas, rechazan el plan. No solamente se ve con desconfianza la suerte que puede correr el hospital, con toda la atención concentrada en el megaemprendimiento: también se ha advertido que la obra destruiría el patrimonio arqueológico que posee el predio, desde el Taller Protegido nº 19, donde los pacientes psiquiátricos realizaban tareas de rehabilitación y aprendizaje de oficios, considerado patrimonio histórico de la ciudad, hasta los túneles y pasadizos que no se relevaron en el proyecto de construcción y conectan el Borda con el hospital Moyano. En octubre de 2012, la jueza en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la ciudad, Patricia López Vergara, dictó una medida cautelar que impidió «dar inicio a cualquier construcción o afectación del funcionamiento de los inmuebles y jardines aledaños del hospital Borda». El gobierno de Macri logró que la causa cambiara de juzgado; tras dos fallos favorables, se propuso iniciar las obras. Inició, en cambio, una batalla. El 26 de abril de 2013, la Policía Metropolitana desalojó por la fuerza el Taller Protegido 19, con el resultado de veinte heridos. Con la batahola estallando en vivo en los medios y las redes sociales, Macri pasó el día en Twitter: «Estamos convencidos de que la construcción del Centro Cívico en Barracas es bueno para los vecinos», escribió primero; «Este proyecto no afecta al #Borda. Había un taller viejo e insalubre y por eso hicimos uno nuevo, más grande y mejor», afirmó luego; «El predio estaba vacío, no hubo un desalojo, durante dos horas se trabajó con total tranquilidad», explicó; «Los policías fueron agredidos con piedras y palos, hay 13 policías heridos, 2 de gravedad», denunció para contrarrestar las protestas por la represión; «Estamos convocando a los legisladores de la oposición a una reunión para encontrar una salida entre todos». Finalmente, el Gobierno porteño desestimó la idea de levantar el complejo cívico en los terrenos del Borda en Barracas, aunque no por ello abandonó el ansiado anhelo de trasladar la sede gubernamental al sur de la ciudad. La mudanza a Parque Patricios comenzó a mediados de diciembre de 2014 y concluirá, según los plazos establecidos, a comienzos de 2015. Macri y su equipo tomarán posesión de un sofisticado edificio sustentable —ubicado en Los Patos al 3100—, diseñado por el británico Norman Foster y que originalmente fue concebido como casa central del Banco Ciudad. El edificio, de sólo tres plantas, y con capacidad para albergar unos 1.200 trabajadores, posee un auditorio para unas 300 personas, un gimnasio, un área de «relajación», un comedor y 13.000 metros cuadrados de cocheras dispuestas en tres subsuelos. Un edificio inteligente que destaca por la entrada de luz natural, la disposición de los espacios de trabajo y porque recicla su propia agua. En él desembarcarán en una primera etapa las oficinas de la jefatura de Gobierno, de la vicejefa María Eugenia Vidal, la jefatura de Gabinete de Horacio Rodríguez Larreta, el Ministerio de Gobierno de Emilio Monzó, la oficina del secretario general de Gobierno, Marcos Peña; la del secretario legal y técnico, Pablo Clusellas, y toda el área de prensa que capitanea Miguel de Godoy. El edificio, propiedad del Banco Ciudad, costó unos 250 millones de pesos, aunque aún no puede precisarse cuál es el valor de venta real. Por lo pronto, el Gobierno anunció que alquilará durante un año el inmueble a la entidad bancaria, para luego comprarla, cuando se venda el ex Edificio del Plata, en Carlos Pellegrini 211, cuyo dueño es el Estado porteño. Los ministerios que no vayan a Parque Patricios se trasladarán a la ex fábrica Canale, de más de 25.000 metros cuadrados, ubicada en el límite entre La Boca y Barracas. Allí trabajarán el ministro de Ambiente y Espacio Público, Edgardo Cenzón; el de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín; el de Modernización, Andrés Ibarra; el de Desarrollo Económico, Francisco Cabrera, y el subsecretario de Tránsito y Transporte, Guillermo Dietrich. La mudanza definitiva de los 2.800 empleados que componen estas áreas se extenderá a lo largo de 2015. A los 200 millones de pesos de alquiler del edificio, deberán sumarse unos 80 millones de pesos para reacondicionar el inmueble. Para avanzar en los proyectos inmobiliarios, que incluyó —como vimos— el uso desmedido de la fuerza pública, el macrismo mostró también un escaso interés en proteger el patrimonio histórico. En 1997, por Ordenanza 52.257/1097, el antiguo Concejo Deliberante creó un Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales para que asesorase al municipio en las decisiones sobre el capital arquitectónico de la ciudad. El asesoramiento cobró importancia en 2009, cuando la Legislatura promulgó la Ley 3.056, de protección para los edificios anteriores a 1941, cuya demolición quedaba supeditada a una evaluación de sus valores patrimoniales, arquitectónicos e históricos. Se ignoran los criterios que definen si se preserva o se de- sestima un inmueble; se conoce una gran cantidad de irregularidades en un ámbito en el que circulan millones de dólares. En todo caso, el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales recomendó la preservación de varios centenares de edificios, lo que causó otros tantos reclamos de los desarrolladores inmobiliarios. Al final, la Ley 3.056 perdió vigencia por decisión del macrismo y el Consejo se convirtió en una de las escasas vías de salvaguarda del capital arquitectónico porteño. Pero con una gran debilidad: según notas internas, en ocasiones los edificios a evaluar ya han sido demolidos, en ocasiones por veloz intervención del Ministerio de Desarrollo Urbano (ver capítulo 3). La carente protección de los edificios históricos se estrechó más aún en los últimos años. La arquitecta Gabriela Mareque, de Seguimiento y Control de Obras de Puesta en Valor en el Casco Histórico, señaló que entre 2004 y 2010 se restauraron 38 edificios históricos en la ciudad. Pero aclaró a La Nación: «La curva es claramente descendente: en 2006 se reacondicionaron diez edificios; en 2010, dos, y en 2011, sólo uno». La actuación oficial deja descontentos a los inversionistas y, al mismo tiempo, a los protectores del patrimonio. Sin un programa definido, o por falta de fuerza política para imponerlo, el gobierno macrista avanza caso por caso, con decisiones en ocasiones poco transparentes. El transporte está verde Macri eligió como subsecretario de Transporte al heredero de una de las concesionarias de autos más importantes de Buenos Aires: Guillermo Dietrich. Una paradoja —al menos en apariencia— para quien auguraba que revolucionaría el transporte público de la ciudad. La promesa resultó una de las primeras decepciones de su gobierno. Pronto debió reconocer que su compromiso de construir 10 kilómetros de subte por año resultaba imposible. «Se podía —se justificó—, pero con apoyo de los organismos internacionales y el Gobierno [nacional]». En parte, en efecto, el kirchnerismo se negó a darle los avales para solicitar créditos blandos en organismos multilaterales. Pero en 2009 el Gobierno de la ciudad recibió un préstamo de la Corporación Andina de Fomento (CAF) para reanudar los trabajos en las Líneas A y B; gracias a eso, Macri inauguró cuatro nuevas estaciones, cuyas obras civiles se habían terminado antes de su asunción. Y en marzo de 2010 se consiguieron casi 400 millones de dólares en mercados de capitales en el exterior, con la emisión de los bonos Tango. Pero no se pudieron aplicar al transporte. Subterráneos de Buenos Aires (SBASE) no tenía los pliegos listos para licitar los nuevos tramos de la Línea H, hacia Pompeya y hacia Plaza Francia. El dinero se prestó —previa autorización de la Legislatura— a otras áreas. Desde sus inicios, el Gobierno porteño obtuvo créditos a tasas convenientes en el mercado privado de capitales: el subte bien podría haber valido un esfuerzo, pero las prioridades se orientaron en otra dirección. La inercia favorable de las decisiones políticas de otros —que dejaron el legado de media docena de estaciones en construcción— sirvió para evitar la exposición pública de la escasa actividad de obra nueva en subterráneos. Así, se mantuvo en voz baja la renuncia a un plan público tan necesario como razonable, según los especialistas, para una ciudad como Buenos Aires, sin accidentes geográficos que dificulten los túneles y con una gran extensión. En detalle: los 8,2 kilómetros que Macri inauguró en las líneas A, B y H corresponden a licitaciones anteriores a su asunción; las cuatro estaciones que se abrieron en 2013 constituyen el mismo caso, y dos de ellas, además, quedaron casi terminadas antes de 2007: Juan Manuel de Rosas y Echeverría. De las nueve estaciones en construcción, seis corresponden a la Línea H, la que ha recibido más atención del gobierno de la ciudad; las otras tres, de la Línea E, son obra del Gobierno nacional: acaso su demora se deba al interés en evitar que Macri corte sus cintas. Si se calculan las estaciones iniciadas y terminadas entre 2007 y 2013, el macrismo concretó 5,49 kilómetros de subte. Ni 10 kilómetros por año, ni cerca de los 10,76 kilómetros que Ibarra realizó en un lapso idéntico (2000-2006). No por eso el gobierno de Macri renunció a un diseño de transporte público. Creó el Plan de Movilidad Sustentable, con foco en la llamada movilidad inteligente, para favorecer el esquema de ómnibus, el uso de la bicicleta y el desplazamiento peatonal en zonas céntricas. Se hicieron 80 kilómetros de bicisendas, con estaciones de alquiler de bicicletas; se modificó el sentido de algunas calles y se estableció la circulación doble en avenidas como Pueyrredón o Santa Fe. Pero la estrella de la gestión macrista en el área es el Metrobús, que emula el sistema Autobús de Tránsito Rápido (BRT, por sus siglas en inglés, Bus Rapid Transit, que se aplica en 150 ciudades del mundo). El primero recorre la avenida Juan B. Justo, desde el barrio de Liniers hasta el de Palermo. Este ensayo (que se realizó en conjunto con el Gobierno nacional porque implicó la coordinación con líneas de colectivos de su ámbito) redujo los tiempos de viaje en un 40%, según datos oficiales. En plena campaña para las elecciones legislativas de 2013, se sumaron el Metrobús 9 de Julio y el Metrobús Corredor Sur. En el acto realizado en la avenida 9 de Julio —la usual puesta en escena PRO: fiesta con globos de colores—, Macri anunció una «transformación histórica para la ciudad» para «cambiarle la vida a mucha gente normal, común». La página de internet del Metrobús lo presenta como «una nueva modalidad de transporte público masivo en la ciudad, que permite que el traslado sea más rápido, cómodo, seguro y previsible». Los especialistas discrepan. La arquitecta Nidia Marinario, de la organización Propuestas para el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), discriminó: «Lo que se nos presenta como Metrobús son, en realidad, carriles exclusivos. El concepto de Metrobús incluye unidades ecológicas con ascenso y descenso por ambos lados, capaces de transportar 50.000 personas por hora». El compromiso de reemplazar los buses comunes por otros de fuelle, que transportan más cantidad de pasajeros y reducen el gasto de combustible y la emisión de gases, quedó pendiente. Un fantasma sobrevuela el nuevo sistema. Dietrich lo comparó: «Conceptualmente, es como un subte pero sobre el asfalto. De hecho, la velocidad de circulación es la misma: 24 kilómetros por hora». Sin embargo —según Enelsubte.com—, «en algunos sectores» la velocidad del subterráneo es «igual o superior a los 50 kilómetros por hora». La página web especializada agrega que también hay diferencias en el consumo de energía, porque el coeficiente de fricción entre acero y acero es menor que el de pavimento y neumático, lo que otorga al subterráneo mayor eficiencia en el uso de la electricidad contra el gasoil del Metrobús. Por último, se apunta a la cantidad de pasajeros: «En la misma frecuencia de dos minutos y medio que tendrá el Metrobús, cuando opere a su máxima capacidad, el Subte transporta hasta diez veces más pasajeros, si se considera que los colectivos articulados cargan 140 pasajeros entre sentados y parados, y una formación de Subte de seis coches transporta entre 1.000 y 1.200 pasajeros». La suerte del subte quedó echada en 2007, cuando PRO asumió el gobierno y comprobó que requería una ingeniería técnica y financiera de alta complejidad, difícil de lograr por la combinación del enfrentamiento creciente con el Gobierno nacional y una gestión propia en infraestructura de calidad mediana o baja. Se optó, entonces, por la alternativa de corto plazo, que permitiría inauguraciones para mantener la bandera del «Haciendo Buenos Aires» y cierta mejora en la circulación urbana, a la vez que se podía presentar como aporte a una «Ciudad Verde». Enelsubte.com denunció el posible reemplazo de la Línea I, proyectada por la Ley 670, para unir los barrios de Parque Chacabuco y Palermo, por una línea de Metrobús. El presidente de SBASE, Juan Pablo Piccardo, declaró que la ejecución de la Línea I «no es prioritaria». El beneficio del nuevo sistema para el medio ambiente quedó en disputa con la construcción del Metrobús 9 de Julio. Dirigentes de la oposición y de ONG ambientalistas como Greenpeace informaron que se talaban árboles plantados a fines del siglo XIX en base al diseño del arquitecto y paisajista Carlos Thays, que disponía con cuidado distintas especies para que hubiera flores todo el año. El aparato publicitario del Gobierno salió a desmentirlo: se trataba de una «reubicación». Peña, uno de los principales comunicadores de PRO cuando no habla Macri, escribió en su blog (pro.com.ar/marcospena), en febrero de 2013: «El cambio requiere que trasplantemos los árboles que ocupaban el centro de la avenida (no los talamos, no los matamos, sólo los reubicamos en lugares adecuados con la supervisión de especialistas en botánica, para que sigan tan vivos como ahora). Y además, vamos a plantar otros 550 árboles, en total habrá 1.854 en toda la avenida, en una ubicación pensada para esta nueva ciudad del siglo XXI, que crece en vehículos y en gente, pero no en calles. Somos la gestión de la ciudad de Buenos Aires que hizo más cosas por producir un cambio verde». El fantasma del subte acecha también otro de los compromisos del área, el proyecto de soterrar las 103 barreras ferroviarias de la ciudad. La mayoría de esas obras se realizaron con el dinero de los bonos Tango, que se desviaron del subte cuando no se pudo licitar por tener los pliegos incompletos. A finales de 2011, el Gobierno había inaugurado cinco pasos bajo nivel. «A este ritmo, va a tardar 73 años en cumplir su promesa electoral», se burló Filmus en la campaña electoral de ese año. Durante la siguiente, en 2013, se inauguraron siete nuevos pasos bajo nivel, y la cifra total llegó a diecinueve; ya en 2014 se habilitaron otros tres. A fines de ese año, en la página del programa Movilidad Sustentable del Gobierno de la ciudad podían contabilizarse 20 pasos bajo nivel, construidos en los últimos años, y dos «intervenciones en puentes ferroviarios». No son pocas las fotos que Mauricio Macri se tomó y publicitó durante toda la gestión inaugurando túneles bajo las vías, sobre todo los que se hicieron en la línea del ferrocarril Mitre para aliviar el tránsito en la zona de Villa Urquiza. La construcción de esos pasos bajo nivel quedó a cargo, en su mayor parte, de AUSA, la sociedad anónima cuyo accionista principal —95% de las acciones— es el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Hacia fines de 2014 se conoció un informe difundido por la Auditoría de la ciudad, en el que se alerta que uno de esos túneles —inaugurado en agosto de 2013, en plena campaña electoral— no permite el paso de las ambulancias. «Puede haber una fatalidad en cualquier momento, porque para cruzar por ahí las ambulancias deben hacer un rodeo enorme», señaló en el documento el auditor Facundo Del Gaiso. Según el estudio, las 13 ambulancias Mercedes Benz Sprinter 415 que compró el SAME en 2012 miden 2,7 metros de altura. El túnel, por su parte, cuenta con escasos 2,4 metros. La seguridad metropolitana En uno de sus discursos de la campaña de 2007, Macri anunció: «Vamos a trabajar en todo el abanico de las causas que provocan la inseguridad y redoblaremos la presencia policial en las calles para que los vecinos estén seguros». Se comprometió a aumentar los salarios de las fuerzas de seguridad, a modernizar el equipamiento para combatir el delito y a destinar «un oficial por manzana». Con la seguridad como uno de los ejes de aquella campaña, Macri sufrió, una vez en el poder, la imposibilidad de traspasar la Policía Federal y sus recursos a la ciudad. Decidió, entonces, la conformación de una fuerza propia: la Policía Metropolitana (PM). La institución es uno de los orgullos de su gobierno. El 1º de marzo de 2013, al abrir las sesiones de la Legislatura porteña, se jactó: «Creamos, de cero, una fuerza modelo, formada por casi 800.000 hombres y mujeres con vocación de servicio». Se escucharon risas en el recinto. La versión escrita del discurso hablaba de 3.800 policías, una cifra más cercana a la que informa la Metropolitana en su página: 850 efectivos en 2009, 2.100 en 2010, 3.100 en 2011 (el último dato que publicó). Desde sus inicios, la «fuerza modelo» conoció tropiezos. Sus dos primeros jefes, Palacios y Osvaldo Chamorro, abandonaron el puesto luego de las denuncias que los involucraron en las escuchas ilegales. También Macri quedó procesado en la causa judicial aún no resuelta. El Informe anual 2012 del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) calificó a la fuerza porteña: «La PM cuenta con herramientas muy relevantes para el gobierno democrático de la fuerza; entre otros, el escalafón único, un organismo de control externo y una clara delimitación de las funciones policiales, reforzada por el discurso de las autoridades que insisten en que la PM solamente “opera”, mientras que el gobierno y el control se ejerce desde el ministerio. Sin embargo, el análisis del desempeño de la PM y de la Auditoría Externa Policial en sus cortas trayectorias indica que el diseño institucional es una condición necesaria para el avance hacia políticas democráticas de seguridad, pero que dista de ser suficiente para que el funcionamiento resulte democrático en cuanto a las prácticas policiales, el esclarecimiento de hechos de violencia y su sanción». El informe concluye que «la nueva policía que patrulla la Ciudad Autónoma de Buenos Aires repite formas lesivas de actuación, tradicionales de las viejas policías», y «reproduce las peores prácticas de uso abusivo de la fuerza letal». En su documento del año siguiente, el CELS volvió sobre la Metropolitana, al denunciar violaciones a las libertades civiles: el desalojo de un sector del Parque Centenario entre el 28 y el 29 de enero, el desalojo de la Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín el 12 de marzo, la represión en el hospital Borda el 26 de abril. Según el Informe anual 2013: «Estas prácticas no pueden atribuirse a errores o excesos de agentes puntuales, sino que responden a decisiones políticas del gobierno porteño, orientadas a reafirmar el perfil de fuerza de choque de la nueva policía, al mismo tiempo que tolera el uso abusivo de la fuerza como respuesta a los conflictos relacionados con el uso del espacio público». La expansión de la Metropolitana ha sido una prioridad en la gestión de PRO. Se lo observa en las atribuciones de presupuesto. En 2012, el rubro de la Seguridad recibió el incremento máximo en relación con el año anterior: 43% (473,7 millones de pesos) sobre las proyecciones de cierre de 2011, mientras el incremento general del gasto total se ubicó en 16,3%. El porcentaje se relacionaba con el crecimiento de la fuerza y la extensión de su cobertura geográfica; varios rubros perdieron recursos para que la Policía los recibiera. Al año siguiente, la Metropolitana recibió un aumento del 35% en su partida. El dinero se utilizó para instalar una comisaría en la Comuna 15 (Chacarita), incorporar 500 nuevos efectivos y continuar con la instalación de cámaras de seguridad y botones antipánico. Aunque las estadísticas sobre delitos carecen de confiabilidad, la magnitud de la apuesta salta a la vista. En las legislativas de 2013, el tópico de la seguridad volvió al centro del debate público. PRO cosechó cierto rédito cuando Macri inauguró la comisaría de Chacarita, antes de las PASO: «Esta Policía, que hoy se ha ganado el respeto de los vecinos en la calle, habla también de qué tipo de gobierno es el nuestro», dijo. Y enfatizó: «No nos hicimos los distraídos a la hora de responder a la principal demanda de la gente, la preocupación por la inseguridad, y asumimos el difícil desafío de crear una Policía desde cero». No es el único: también Sergio Massa, competidor de cara a los comicios presidenciales de 2015, asentó su discurso en el miedo al delito. Tantos actores hablan de lo mismo que resta verificar si los réditos electorales compensarán las inversiones. Baches, lluvia y basura Entre sus propuestas para el desarrollo urbano durante la campaña de 2007, Macri prometió relleno «para que no quede un solo bache en un año». Alcanza con caminar pocas cuadras en cualquier barrio de la ciudad para comprobar que los años pasaron y los baches permanecieron, y que las calzadas se deterioraron de modo significativo en algunas zonas. El actual jefe de Gobierno se había comprometido también a rediseñar los conductos pluviales y a duplicar el presupuesto de infraestructura para evitar los problemas habituales cada vez que llueve. El macrismo inició muchas obras hidráulicas, pero no las concluyó: entre ellas, la del barrio de River y la ampliación de la Red Pluvial Zona Norte y Zona Sur. Cuatro años después de asumir se inauguró una, la de la cuenca del Arroyo Maldonado; Macri compartió el acto con los funcionarios anteriores que intervinieron en los trabajos. Durante la campaña, Macri también involucró a los cartoneros como tema relativo al ordenamiento del espacio público. En 2011, un comunicado de su gestión anunció: «Incorporamos más de 2.400 informales al sistema de recolección, que ahora desempeñan sus tareas uniformados y con credencial identificadora». Un año después, doce cooperativas de cartoneros, en las que trabajan 3.600 personas, recibieron por concurso público la asignación de diversas zonas para la recolección de residuos urbanos sólidos secos. Una política muy diferente de la que Macri había propuesto en 2002: «Los vamos a sacar de la calle», había dicho. «Los cartoneros tienen una actitud delictiva porque se roban la basura. Además, no pagan impuestos. Es tan delito robar la basura como robar a un señor en la esquina». El cambio —de actitud y de denominación: los «recuperadores urbanos» tienen rutas asignadas y trabajan dentro del plan de higiene de la ciudad—, realizó una tarea mejor en comunicación de imagen que en cumplimiento de la ley conocida como Basura Cero, que desde su reglamentación en 2007 exige la reducción de los desperdicios que se depositan en los rellenos de la provincia de Buenos Aires. En 2011, mientras buscaba su reelección, Macri chocó con las autoridades provinciales porque, durante el primer cuatrimestre, la ciudad había enviado un 13% más de basura. Otro candidato a la jefatura de Gobierno, Fernando Pino Solanas, lo atacó: «Las toneladas de basura enterradas en CEAMSE [Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado] confirman el fracaso de la gestión macrista de recolección de residuos». Tiempo después, cuando inauguraba una planta de procesamiento de desechos, junto con el gobernador bonaerense Daniel Scioli, Macri habló del compromiso de disminuir el volumen de residuos, «al cual tenemos que adherir todos», y manifestó su satisfacción por la reducción: un 5,8% en 2012. La cifra no se acercaba siquiera a las exigencias de la Ley de Basura Cero, y aunque la disminución continuó en 2013, en términos totales el volumen de residuos porteños creció un 24% desde el inicio de la gestión de PRO y representa un tercio del total que se entierra hoy en el CEAMSE. La ley demandaba que en 2012 se hubiera llegado a la mitad de lo que se enviaba en 2004, 1,5 millones de toneladas. Pero no se enterraron menos de 750.000: en 2011 —cifra similar a la del año siguiente— se llegó a 2,2 millones. Un 50% más, y no menos, que en 2004. Greenpeace informó en 2010 que «2008 y 2009 fueron los peores años desde la sanción de la Ley 1.854 y representan dos de los tres en los que más basura se enterró durante la última década». El informe detalla: «Los años 2008 y 2009 representan, además, los años del abandono premeditado del incipiente sistema de contenerización diferenciada; de la desactivación de la recolección diferenciada, que continuó abonándose a las empresas durante los dos años; y del regreso al paradigma higienista, que quedó evidenciado en las campañas públicas Jugá Limpio y Ey (…) se insiste en el criterio relacionado con la limpieza, que si bien es importante, está muy por debajo de lo que la ciudad necesita y lo establecido por la ley Basura Cero (…). De acuerdo a los criterios del Gobierno, la ciudad podría estar limpia mientras se entierran 10.000 toneladas por día. El problema real continúa bajo la superficie». En 2012, la ONG ecologista volvió a denunciar los incumplimientos políticos y legales del jefe de Gobierno: en diciembre de 2011 se había vencido el quinto plazo del compromiso de implementación de la Ley de Basura Cero, de cuyas once metas sólo se había cumplido una. La tensión entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires llegó a su punto más álgido en diciembre de 2012, cuando Scioli intimó a Macri a reducir los desechos; incluso se presentó un proyecto de ley para prohibir el traslado de basura entre jurisdicciones. Macri aseguró una reducción progresiva del 78% para 2014. Mientras se aguarda ese objetivo, se espera también una nueva licitación del servicio de recolección —un negocio de altísima rentabilidad—, que en el primer trimestre de 2012 se llevó el 10,54% del presupuesto total de la ciudad, un aumento de más del 7%, según lo establecido en 2011. Un contrato que bajara el costo elevado de un servicio deficitario, que suele dejar las calles llenas de residuos y malos olores, permitiría mostrar la eficacia de un Estado regulador cuando se propone limitar el abuso de los privados. Entretenimiento, turismo y negocios: la fórmula cultural En 2010, con su recurrente honestidad brutal, Macri declaró: «El tango es la soja porteña». Decanta así que la cultura PRO consiste en una industria asociada al entretenimiento de los porteños y al turismo nacional e internacional. Lo demás —la cultura alta— pertenece al Teatro Colón. La cultura masiva se imbrica con el mundo de las mercancías. Y si «la ciudad no puede plantar soja —continuó Macri—, tiene su propio “yuyo verde”, que es el tango». El gobierno del hacer construye una relación pragmática con la cultura: se pregunta para qué sirve, qué debe financiar el Estado y cómo corresponde que lo haga. Está bueno Buenos Aires —eslogan de campaña del jefe de Gobierno— si se promueven manifestaciones culturales como espectáculos que son oportunidades de negocios, pero también si se ofrecen espacios de diversión y entretenimiento. Hernán Lombardi supo encarnar esa visión desde que llegó al Ministerio de Cultura porteño en 2007. Macri había pensado para ocupar esa posición en Ignacio Liprandi, a quien desechó por presión de los PRO cercanos a la Iglesia católica, y en el conservador y confesional titiritero Luís Hernán Rodríguez Félder, poco inclinado a las expresiones vanguardistas. Lombardi, su tercera opción, logró asumir. Su padre, José Lombardi, creó una constructora exitosa que se expandió entre los años setenta y ochenta, y por seguir la tradición ingresó a la Facultad de Ingeniería cuando terminó su secundaria, en el Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1983, aún en dictadura, ganó el centro de estudiantes de esa Facultad de la UBA, que se llamaba «La Línea Recta», como candidato de Franja Morada. Fue el primer presidente del centro en democracia, militó con intensidad toda la primavera alfonsinista en el ala izquierda del radicalismo y disputó posiciones dentro del partido con la hegemónica Coordinadora. Se opuso a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, manifestó contra ello junto a grupos de izquierda, y en 1989 viajó a Corea del Norte para el XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, clásico evento internacionalista de las juventudes comunistas del mundo y sus aliados (se lo puede ver en La chica del sur, película de José Luis García y del periodista Eduardo Aliverti, sobre una militante surcoreana). En 1989 conoció a la actriz Soledad Silveyra, su pareja durante ocho años, quien compartió con él la cultura de izquierdas y del espectáculo televisivo y teatral. Como otros jóvenes de su tiempo, se movió muy bien entre la cultura contestataria y las exigencias de éxito profesional de la clase media alta. Tras graduarse como ingeniero civil, hizo posgrados: una maestría en Marketing y Management en Turismo en Suiza y otra en Economía en la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE), a la que volvió en 2002 como director académico del Programa Ejecutivo de Management de Actividades Turísticas. Y también como otros jóvenes de su tiempo, Lombardi cambió de a poco la cultura contestataria por el éxito empresario. Dejó la política para abocarse de lleno a la actividad privada. En 1992, se hizo cargo del complejo marplatense Torres de Manantiales, que había construido la firma de su padre. En su posición de empresario turístico se impregnó —en silencio, pero con fuerza— de cierto pragmatismo liberal: la combinación de sensibilidad cultural de izquierda e ideas políticas y económicas de derecha, tan cara a buena parte de las élites argentinas, se materializó en Lombardi. En 1997, la Alianza lo acercó de nuevo al radicalismo, en el Grupo Sushi, que integraban Antonio de la Rúa, Lautaro García Batallán, Darío Lopérfido, Cecilia Felgueras, Andrés Delich y Darío Richarte. Por sus conocimientos del área, Lombardi asumió como secretario de Turismo de la nación; dos años más tarde, tras la unificación de las secretarías de Turismo, Cultura y Deportes en un solo ministerio, Lombardi recibió el ascenso. Pero a los dos meses, el 20 de diciembre de 2001, vio partir el helicóptero con el presidente que renunciaba. A pesar de ese final, la experiencia lo fortaleció con contactos políticos y empresarios, relaciones internacionales y la mezcla de cultura y turismo sobre la que se basaría su gestión en PRO. En 2003 trabajó como asesor: de la Organización Mundial del Turismo, de diversas cámaras hoteleras, de los gobiernos de Tierra del Fuego y Neuquén. Su vida política osciló dentro de un espacio delimitado en el espectro ideológico. Pensó en participar en las internas de la UCR en 2002 y terminó por sumarse a la agrupación nueva de otro escindido del partido, Ricardo López Murphy: Lombardi se presentó como candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires por Recrear para el Crecimiento (Recrear) y se ubicó en séptimo lugar, con el 3,97% de los votos. Como otros cuadros que confluirían en PRO, no se especializaba en ganar elecciones. Muchos caminos lo llevaron a unirse a Macri. Una confluencia política: Recrear casi se disolvió en PRO. Una afinidad ideológica y hasta biográfica. Y una nueva oportunidad de crecimiento personal. En 2007, antes de asumir, dijo a Jorge Fontevecchia en una entrevista para el diario Perfil: «Macri y yo somos del PC, del Partido de lo Concreto. No quiero decir con esto que gobernar la ciudad es alumbrar, barrer y limpiar, pero hay que hacerlo. Tenemos que tener un sueño y una visión, pero nos pasamos tanto tiempo hablando de la visión que no alumbramos, ni barremos, ni limpiamos». Lombardi se había integrado a la fuerza del hacer. Primero se habló de su nombramiento en la Agencia de Turismo de la ciudad; pero ante la falta de candidato para el Ministerio de Cultura, también lo asumió. La combinación le resultaba familiar. Al asumir, redujo el presupuesto del Programa de Talleres en Barrios, congeló la programación del canal de televisión Ciudad Abierta y despidió a la mayor parte de los directores de los festivales. «Ni en la más oscura de mis pesadillas podía imaginar que la política del nuevo ministro de Cultura (que corresponde clara y penosamente a la del nuevo jefe de Gobierno) iba a obligarnos a desalojar las oficinas en menos de 48 horas», se quejó en una carta pública Graciela Casabé, ex directora del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA, de danza y teatro). Esa política, que une cultura y turismo, requiere el control de los festivales, que cumplen un papel esencial. Una concepción que, según dijo Lombardi al periodista Pablo Sirvén en La Nación, algunos no comprenden: «El populismo, con su metodología de desvirtuar el razonamiento, nos lleva a clichés permanentes que reemplazan al pensamiento. Un cliché antiguo dice, justamente, que trabajar juntos turismo y cultura es incompatible». Cada vez que puede, el jefe de Gobierno moviliza esta idea de la cultura como una industria que se asocia al entretenimiento y el turismo. «Toda esta movida cultural nos ha permitido no sólo divertirnos, llenar el espíritu, sino batir récords de turistas», dijo al inaugurar una plaza en Boedo. Para que la cultura avanzara a otros barrios, anunció, «nos comprometemos a crear el nuevo Festival de Folclore en Mataderos». También prometió que el Bus Turístico llegaría a Boedo para incorporar la movida «que tiene que ver con nuestro pasado, con el tango, y con el presente, porque el tango es, entre las actividades que tiene la ciudad, claramente la que está más de moda en el mundo entero». Cultura, turismo, moda: la cultura del pastiche, en palabras del crítico Fredric Jameson. En esta transversalidad macrista, el Estado debe fomentar, ante todo, las sociedades con la esfera privada. Los teatros municipales realizan coproducciones con productoras como la del correligionario de Lombardi y ex secretario de Cultura de la nación durante el gobierno de Fernando de la Rúa, Darío Lopérfido, quien llevó Hamlet al Teatro Alvear, con los actores Mike Amigorena y Esmeralda Mitre, su esposa. Desde 2010, además, Lopérfido se encarga de la Dirección Artística de FIBA, donde privilegia los espectáculos internacionales de gran escala y la participación de las salas comerciales en el festival. La masividad de la concepción radical de los años ochenta se combina con la impronta comercial del «Partido de lo Concreto»: el gobierno del Haciendo Buenos Aires. La virtud de la cultura público-privada se erige en idea-faro para la gestión de Lombardi. El ministro denuesta como visión del pasado el rechazo a la inversión privada en la cultura estatal. En el seminario internacional «Aportes financieros del sector privado a las artes», que se realizó en 2008 en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA), expuso: «El mundo de la cultura tiene la necesidad de vincularse de una forma más profunda con el mundo de la economía. Para ello, es necesario salir de esta disociación entre el origen y el gerenciamiento de los fondos en materia cultural, y por otro lado, de esta falsa idea de mercantilismo». Su ecuación es sencilla: «La cultura en Buenos Aires es un fenómeno que tiene una fuerza, una potencia de convocatoria, una capacidad de construcción en red y una calidad difícilmente equiparables. Debemos sumarle el tema trascendental del financiamiento y afianzar las relaciones con el sector privado interesado en invertir y generar fondos para las artes». La asociación ha dado sus frutos en estos años. El Gobierno de la ciudad promovió espectáculos teatrales, musicales; creó festivales nuevos y potenció otros. Lo critican los espacios culturales alternativos y barriales, pero buena parte de los artistas del circuito comercial celebran el mundo apacible y festivo de la gestión del hacer. En 2009, Lombardi activó la Ley de Mecenazgo Cultural, aprobada en diciembre de 2006, para «estimular e incentivar la participación privada en el financiamiento de proyectos culturales». Una convocatoria anual acerca a patrocinadores y benefactores —que pueden desgravar impuestos— con promotores de proyectos culturales seleccionados en distintas categorías. Tres años después, Macri inauguró la Usina del Arte, un centro cultural con pretensiones vanguardistas, que une música, artes plásticas y visuales en un mismo espacio. En una ciudad con dificultades para conseguir salas medianas tras la crisis del under que siguió a la tragedia de Cromañón, la Usina del Arte se ofreció como alternativa para llenar ese vacío en una de las reconocidas instalaciones de la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad, un edificio florentino de 1916, ubicado en las avenidas Pedro de Mendoza y Benito Pérez Galdós, en La Boca, restaurado a su aspecto original. Primero se abrieron su auditorio sinfónico, para 1.200 personas, la Sala Laberinto, donde se realizan exposiciones de artes visuales, y la Nave Mayor, un espacio abierto que cobija espectáculos musicales y de danza. A mediados de 2013, en plena campaña electoral, se inauguraron nuevos espacios, que dejaron la Usina en funcionamiento pleno: una Sala Multiuso (cine, ensayos y grabación) para 150 personas y una Sala de Cámara con 280 butacas. PRO instaló allí un símbolo de su concepción cultural: la sinergia entre lo público y lo privado, la valorización del sur con las ideas del norte, la cultura masiva antes que la actividad barrial y comunitaria. «El reciclaje de la Usina del Arte acompaña una mirada que hace eje en la recuperación del sur de la ciudad y destaca la importancia del turismo cultural», se lee en la página oficial del espacio. Junto con el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires —reinau- gurado en 2010—, el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires —abierto dos años después en San Telmo— y el Centro Metropolitano de Diseño —parte del Ministerio de Desarrollo Económico—, integra la Milla Cultural Sur, un corredor que une los espacios artísticos de la zona con el fin de «elaborar, a partir de la cultura, estrategias para aunar el esfuerzo público y privado». Distrito Tecnológico en Parque Patricios, Distrito de las Artes en La Boca y San Telmo. Se trata de «revalorizar un área y cambiar la agenda de estos barrios, con fuerte tradición artística y de enorme atractivo turístico, por medio de incentivos y exenciones fiscales para artistas y productores». Desembarco de nuevos habitantes; expulsión de los antiguos: gentrificación. Una ciudad que esté buena. El éxito de esta empresa parece innegable. Otro de los hijos dilectos es Ciudad Emergente, el festival de música y cultura rock que —según su presentación oficial— «presenta todo lo bueno de lo nuevo, lo que Buenos Aires respira a través de los más jóvenes». El culto a lo joven como culto a lo nuevo, pero también a una mirada hedonista y emprendedora, se advierte en este evento que se realiza desde 2008 en el Centro Cultural Recoleta para dar a conocer grupos musicales y otras formas artísticas «que asoman la cabeza al conocimiento masivo». Dada su pretensión de puerta de entrada al mundo de la cultura, los organizadores enfatizan el crecimiento del público: en 2013 contaron 350.000 personas. Tan Biónica, uno de los grupos centrales de la cuidada banda de sonido del proselitismo de PRO, salió de este festival. Ciudad Emergente encarna el espíritu festivo tan patente en la cultura PRO. Lombardi comulga con esta suerte de ideología del pensamiento positivo, el amor y la felicidad: «Hay un poskirchnerismo que va a tener que lidiar con una sociedad enfrentada y agraviada, donde se han esterilizado todos los mecanismos de consenso y se ha perdido algo que para mí es esencial, que es el respeto. No nos estamos queriendo. Tenemos que querernos más», diagnosticó y recomendó a comienzos de 2013 en La Nación. Una sombra se proyecta sobre tanta algarabía. La cultura barrial y popular, no hecha para emerger, resultó muy castigada durante la gestión de PRO. Como consecuencia de su política, Lombardi y Macri enfrentaron numerosas movilizaciones, en gran medida por el cierre de espacios y programas que existían en los barrios. El desalojo de la Sala Alberdi del Centro Cultural General San Martín en marzo de 2013 comenzó por interrupciones de tránsito en la avenida Corrientes y terminó en escándalo. En septiembre de 2012, legisladores de la Comisión de Cultura visitaron el Museo del Cine Ducrós Hicken y, con excepción de las tres de PRO, todos denunciaron «el estado de emergencia del patrimonio fílmico, fotográfico, museológico y edilicio». Aunque existía un presupuesto aprobado para paliar la emergencia patrimonial, agregaron, «se observa la no ejecución de la partida mencionada». En 2008, los trabajadores de la Dirección General de Música denunciaron un vaciamiento sostenido desde el inicio de la gestión: alegaron la falta de una programación propia, la imposibilidad de llegar a los festivales («a pesar de contar con equipamiento técnico y personal profesional adecuado, se prefiere contratar a empresas privadas»), la utilización de sus recursos de sonido o luces en actos de PRO, la falta de mantenimiento de espacios como el Anfiteatro de Música Popular de Mataderos, la paralización de obras como la del Anfiteatro de Parque Centenario y la privación de un espacio propio de ensayo para la Banda Sinfónica. «La desastrosa situación de la cultura heredada del gobierno de Telerman-[Silvia] Fajre se acentuó», opina Ricardo Vernazza, director general adjunto del Sindicato Argentino de Músicos. Destacó, además, que la Dirección General de Música carecía de recursos económicos y el único gesto de protección del Gobierno de la ciudad fue proponer a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) que declarase el tango patrimonio inmaterial y cultural de la humanidad. «Es decir —ironizó—, que lo cuide otro». Norte y Sur Detrás de las provincias patagónicas, de baja densidad poblacional, la ciudad de Buenos Aires es la jurisdicción con mayor ingreso por habitante del país. Un distrito rico. Pero desigual. En los últimos años, las diferencias entre el norte y el sur se han profundizado. Según datos del último censo, la población con necesidades básicas insatisfechas en los barrios de La Boca, Villa Lugano, Villa Soldati, Parque Patricios, Pompeya y Barracas es seis veces mayor que en barrios como Recoleta, Colegiales, Núñez y Belgrano. La esperanza de vida para los varones que nacen en Soldati y Lugano es de casi diez años menos que la de aquellos que nacen en Recoleta. El Estado cuenta con herramientas para reducir las desigualdades: las políticas sociales de transferencia de ingresos, que definen un umbral mínimo de bienestar. El programa Ciudadanía Porteña, creado en 2005 durante el gobierno de Ibarra con el fin de achicar los niveles de desigualdad en la ciudad, implementó un subsidio mensual para los hogares en situación de pobreza o indigencia. De modo sugestivo, sus beneficiarios disminuyeron 17,2% en los últimos años. Según el macrismo gobernante, parte de esta caída se debe al impacto de la Asignación Universal por Hijo en la población pobre de la ciudad. También llama la atención que, aunque PRO critica las estimaciones de inflación que publica el INDEC, las aplica para ajustar el monto de la asignación. Otras políticas sociales fundamentales, de vivienda, salud y educación, también pueden contribuir a la redistribución. En Buenos Aires implicaría que se volcaran más recursos para garantizar la calidad de los servicios básicos en los barrios del sur, lo que equivale a reconocer los derechos de ciudadanía de los sectores populares, más allá de su origen nacional y sus preferencias políticas. El mayor inconveniente de la gestión macrista en vivienda, salud y educación es la subejecución del presupuesto; un problema que no se advierte en el mantenimiento de la vía pública y los servicios privados de recolección de basura, a cargo del Ministerio de Ambiente y Espacio Público, con sobreejecución persistente. Tampoco en otros rubros, en constante crecimiento: por ejemplo, la seguridad, con la expansión de la Policía Metropolitana, o el gasto en publicidad y propaganda, que casi duplicó la suba de los gastos totales entre 2007 y 2010. En 2010, el gasto en publicidad oficial del Gobierno porteño representó el 0,83% del gasto primario. Una comparación pone en contexto: en el caso del gobierno de la provincia de Buenos Aires, el mismo rubro llegó al 0,32% y en el Gobierno nacional, al 0,62%. En la campaña de 2007, Macri prometió no usar el recurso publicitario en tiempos electorales, pero en 2009 vetó una ley que reglamentaba su uso. Entre los artículos vetados, el 9 establecía: «El Gobierno y las restantes dependencias y organismos de la administración pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no deben emitir publicidad en ningún medio de comunicación durante los treinta (30) días inmediatamente anteriores a la fecha fijada para elecciones de autoridades locales». El artículo 8 prohibía que la publicidad oficial incluyera nombre, voz, imagen o cualquier otro elemento identificable del sector público, así como la inclusión de frases, símbolos, logos, color y cualquier otro elemento identificable con partidos o agrupaciones políticas. El veto ha sido una política constante del macrismo: desde su asunción en 2007, el jefe de Gobierno hizo uso de esta atribución en más de 120 ocasiones. Junto con esta herramienta, la negativa a reglamentar y la demora en publicar las leyes en el Boletín Oficial forman parte del sesgo a favor del Ejecutivo que esta fuerza imprime a las instituciones. Al cerrar su primer período de gobierno, Macri afirmó en la introducción del balance de gestión que publicó uno de los ministerios más poderosos, el de Desarrollo Urbano: «La ciudad se hallaba entrampada en una deliberación infinita y paralizante. Era necesario ponerse a trabajar. Sarmiento decía: “Hacer; mal, pero hacer”. Nosotros creemos que hemos hecho, y que hemos hecho bien». Y resaltaba: «La revalidación de la confianza pública parece darnos la razón». En este punto, hasta el momento, no se equivoca. CAPÍTULO 5 El club de la derecha Desde su surgimiento, PRO ha recibido críticas porque se lo considera un partido de la derecha. Las huestes de Mauricio Macri han combatido siempre esta idea: «¿Cómo van a decir que somos de derecha si somos democráticos?», nos preguntó una legisladora porteña. La formulación, un interrogante retórico de indignación legítima, muestra una de las mayores dificultades para sostener que PRO es de derecha: en la Argentina, esa orientación se asocia con actitudes reaccionarias y cuasi fascistas, que causan un rechazo mayoritario. En otras latitudes, la historia permite interpretaciones menos descalificadoras. El Partido Conservador inglés o la Unión por un Movimiento Popular de Francia (Union pour un Mouvement Populaire [UMP], el partido de Jacques Chirac y Nicolás Sarkozy), por ejemplo, se presentan como agrupaciones de derecha sin un ápice de vergüenza. No hace falta alejarse tanto para hallar casos similares: al otro lado de la cordillera, la Unión Demócrata Independiente (UDI) de Chile y sus militantes comparten esa naturalidad. Para todos ellos, la derecha es una forma de definición colectiva, una identidad política. Pero en la política argentina, como el infierno de Jean-Paul Sartre, la derecha «son los otros». Desde el retorno de la democracia en 1983, ningún partido argentino se reconoció como derechista. Incluso el Movimiento por la Dignidad y la Independencia (MODIN), comandado en los años noventa por el ex teniente coronel Aldo Rico, se presentaba como un partido nacionalista popular y cristiano, pero alejado de la derecha, a la que él identificaba con el liberalismo de Álvaro Alsogaray y Domingo Cavallo. La originalidad del caso argentino estriba en que, al mismo tiempo que casi nadie dice de sí mismo que es de derecha, algunos historiadores subrayan que la derecha gobernó al país durante décadas. Conviene apuntar que la mayoría de esos gobiernos (liberales, conservadores, nacionalistas) no se originaron en una elección democrática, sino que se impusieron a la fuerza por golpes militares o llegaron al poder mediante prácticas poco republicanas, como el fraude patriótico que promovieron ancestros de algunos de los líderes de PRO. También hay que señalar que esos episodios contaron con el consentimiento de parte de la población, que apoyó —con entusiasmo, o con apatía— el derrocamiento de gobiernos democráticos y la imposición de límites a las mayorías populares. Muy pocos argentinos apoyan la derecha cuando se la identifica con la prohibición de la actividad política, la censura previa, la persecución de los disidentes, la tortura de prisioneros, las ejecuciones sumarias, las desapariciones y la apropiación de bebés nacidos en cautiverio, todas prácticas que llevó adelante el autotitulado Proceso de Reorganización Nacional. Semejante parámetro no permite afirmar con seriedad que PRO sea un partido de derecha: aunque durante la campaña electoral de 2007 varios políticos y algunos periodistas lo llamaron «PRO-cesista», la ironía se limitaba una acusación táctica, propia de las contiendas electorales. En realidad, los dirigentes del partido proclaman sus convicciones democráticas, al menos en lo formal. Más del 90% de ellos sostiene que la democracia es el mejor sistema político, mientras que —de acuerdo con las estadísticas de Latinobarómetro— apenas el 66% de los ciudadanos argentinos comparte esa idea. Sin embargo, si se elimina la asociación entre partido de derecha y práctica antidemocrática, y se aplican otros parámetros, se puede sostener que PRO lo es. ¿El problema principal? Definir cuáles parámetros se emplea, ya que derecha e izquierda son categorías tan relativas en política como en topografía. Un caso: a fines de los años setenta, exigir elecciones libres se encuadraba en la identidad de izquierda; a comienzos de la década del ochenta, en cambio, para asumirla había que pedir más: por ejemplo, que no se pagara la deuda externa. Del mismo modo, proponer las privatizaciones de las empresas estatales era de derecha en los tiempos del presidente radical Raúl Alfonsín, pero no tanto en la época de su sucesor, el peronista Carlos Menem, cuando inclusive el progresista Frente Grande las defendía. Entonces, ¿en qué sentido se puede decir que PRO es de derecha? Más mercado y más Estado Durante nuestra investigación, les preguntamos a los líderes políticos de PRO cómo se ubicaban a sí mismos en una escala de valores que iba desde la izquierda (1) a la derecha (10). En general, ante esa pregunta, recibíamos la respuesta que recomienda Jaime Durán Barba: «No tiene sentido hablar de derecha o izquierda». Sin embargo, la mayoría de los entrevistados acabó por aceptar ubicarse en un continuo ideológico. Algunos —la mayoría de la facción radical— se sentían «de izquierda»; otros —las facciones de los empresarios y los provenientes de partidos como la Unión del Centro Democrático (UCeDé)—, «de derecha». Pero la mayoría se ubicó «en el medio». El resultado, en promedio, quedó cerca del centro: 5,65. Recibimos las respuestas previsibles: todos creen hallarse en el centro y ubican a los que piensan diferente en los extremos. Se trata menos de una originalidad de la gente de PRO que de una constante entre los políticos argentinos. Sin embargo, al profundizar, nos encontramos con algunas sorpresas. Por ejemplo, la mayoría (el 75%) de los dirigentes de PRO acordó con la idea de que el Estado debe intervenir para reducir las desigualdades socioeconómicas, una propuesta que se suele asociar a la izquierda, no a la derecha. Menos de la mitad de nuestros entrevistados (el 40%) se mostró favorable a que la educación y la salud públicas sólo estén disponibles para aquellos que no puedan pagar estos servicios de su bolsillo. Sin embargo, en un ejemplo claro de la situación ideológica tan particular y paradójica de PRO, al mismo tiempo que sus líderes sostienen el compromiso de la presencia estatal, la mayoría (el 60%) consideró que el mercado ofrece el mejor mecanismo y más eficaz para asignar recursos. Se observa una contradicción: la demanda simultánea de más Estado y más mercado. Pero el contrasentido se queda en la apariencia, ya que esa postura resulta frecuente en los partidos que adhieren al neoliberalismo. Los neoliberales no ven un problema en el Estado, sino una solución. Siempre que ese Estado haga lo que ellos dicen y no lo que acostumbra pedir la gente que no quiere competir (como, por caso, los sindicalistas). Eso explica en parte por qué nuestra investigación arrojó que el 60% de la dirigencia de PRO favorece las medidas orientadas a reducir el poder de los sindicatos, algo en particular llamativo si se considera que muchos miembros del partido provienen del peronismo, y que el jefe de Gobierno suele coquetear con la idea de ser el candidato del peronismo disidente. Macri visitó la Embajada de los Estados Unidos pocos meses antes de ganar las elecciones metropolitanas y presentó su propuesta con claridad: «Somos el primer partido pro mercado y pro negocios en cerca de ochenta años de historia argentina que está listo para asumir el poder», dijo al cónsul norteamericano Mike Matera, según relata Santiago O’Donnell en su libro ArgenLeaks. De acuerdo con el cable que filtró la organización WikiLeaks, Macri asistió a esa reunión junto con su amigo y socio de negocios Nicolás Caputo. Ambos coincidieron en que la Argentina necesitaba recuperar su imagen ante los inversores internacionales y que, para ello, había que recrear un clima de inversiones, como enuncian los consultores financieros proclives al neoliberalismo. La mayoría de los dirigentes de PRO se muestra de acuerdo con dos políticas públicas que se suelen asociar con fuerza al neoliberalismo: la independencia del Banco Central del poder político y la privatización de las empresas públicas. Sobre el primer tema se realizó un debate público a fines de 2009. La presidente Cristina Fernández de Kirchner pugnaba por disponer de las reservas del Banco Central para pagar intereses de la deuda externa. El titular de la entidad, el economista Martín Redrado (nombrado por Néstor Kirchner), dilató el cumplimiento del mandato presidencial para crear el fondo en divisas, ya fuera por convicción ideológica y técnica o por conveniencia política, dado que el FPV había perdido las elecciones intermedias pocas semanas antes. El gobierno respondió sin vacilar: hizo efectiva una renuncia formal que Redrado había presentado hacía un tiempo. Ante la negativa del funcionario a dejar su puesto, Fernández de Kirchner firmó un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) para destituirlo. Mientras Redrado solicitaba ante un juzgado que su destitución se dejara en suspenso, PRO y la Coalición Cívica (CC) se presentaban en otro para impedir que las autoridades interinas del Banco Central depositaran las reservas en una cuenta del Tesoro Nacional, tal como se había decretado originalmente. Se cruzaron varias denuncias, políticas y judiciales, hasta que a fines de enero de 2010 Redrado presentó su renuncia. Esta vez el Gobierno nacional la rechazó, a la espera de que el Poder Judicial declarara legal su destitución por «incumplimiento de los deberes de funcionario público». Sucedió pocos días más tarde. Durante lo que se conoció como la crisis del Central, la mayoría de los partidos opositores se alinearon en defensa de Redrado, cuyo argumento —«las reservas tienen que quedar dentro del Banco Central porque son de todos los argentinos (…) el Congreso debe decidir sobre sus destinos»— levantaron como propio. Sin embargo, no todos lo apoyaron por los mismos motivos. Claudio Lozano, por entonces parte del Movimiento Proyecto Sur (MPS), argumentaba que Redrado tenía razón porque la afectación de reservas competía al Congreso. Desde su perspectiva, el manejo de la economía argentina debía quedar en manos de los políticos, pero ponía en debate de cuáles de ellos: no los del oficialismo en la Casa Rosada, sino los de la oposición, que acababa de triunfar en las elecciones legislativas. En las filas de PRO, el análisis tomaba otro camino. Macri y Federico Pinedo defendían «la independencia del Banco Central»: para ellos, los políticos no debían intervenir en la marcha de la economía. Teóricos neoliberales como James Buchanan o Milton Friedman alegan que uno de los problemas de los regímenes democráticos es su tendencia a la demagogia. Los votantes prefieren a los candidatos que les pueden dar algún tipo de beneficio (por ejemplo, aumentos de salarios o de planes sociales); para financiar estas medidas —sostienen— se emite moneda, lo que genera inflación y termina por perjudicar a todos, inclusive a los que recibieron ventajas del político elegido. Por eso el neoliberalismo favorece que se quite a los políticos la capacidad de manejar la economía. La independencia de los bancos centrales es un caso emblemático. Los líderes de PRO sostuvieron esta visión ortodoxa. En nuestras entrevistas corroboramos que la dirigencia del partido comparte esa perspectiva en alto grado: el 85% de los cuadros se mostró en desacuerdo con que el poder político pudiera dictar órdenes al Banco Central. Años después de la salida de Redrado, Macri comunicó que el ex funcionario se sumaría a PRO y explicó que su incorporación se debía a la defensa de la independencia del Banco Central, que había realizado al resistirse a entregar las reservas. El anuncio nunca se concretó en los hechos; más aún, se recordó con ironía que, cuando Kirchner nombró a Redrado en el Banco Central, en 2004, Federico Sturzenegger (luego presidente del Banco de la Ciudad de Buenos Aires y actual diputado nacional) lamentó el nombramiento. Sturzenegger, al que la prensa mencionaba apenas como «economista liberal», había sostenido que le resultaba penoso que se perdiera a un hombre de la valía de Alfonso Prat Gay y había vaticinado que con Redrado el Banco Central resultaría «una entidad un poquito menos independiente». Buena parte de la gente de PRO cree que una administración austera alcanza para impulsar el crecimiento. El macrismo critica que los políticos populistas, en lugar de cultivar la austeridad, gastan de forma indiscriminada en empleo improductivo o aumentos de salarios discrecionales. Casi el 80% de los dirigentes de PRO que entrevistamos se mostró de acuerdo con la frase: «Un país es como una familia, no se puede gastar más de lo que entra». La metáfora, ligada a la idea de adaptarse a la realidad, resuena en frases y muletillas a lo largo de la historia argentina reciente: «pasar el invierno», «ajustarse el cinturón», «cirugía mayor sin anestesia», entre ellas. Estos dichos tienen en común la convicción de que la pobreza y la inequidad no se pueden remediar ahora, pero quizá, con un poco más de sacrificio, puedan revertirse en el futuro. A pesar de esa asimilación entre el hogar y la administración pública y de las críticas de Macri al gasto del Gobierno nacional, la gestión de PRO aumentó el endeudamiento de la ciudad de Buenos Aires de forma acelerada. En 2007, el pasivo de la ciudad llegaba a 571 millones de dólares, y en 2013 casi se triplicó: 1.496 millones. Estimaciones más recientes ubican ese número en torno a los 2.000 millones de dólares. Uno de nuestros entrevistados, que se identificó a sí mismo con las ideas neoliberales, explicó cómo se debería interpretar ese desacople entre el discurso y la acción: «Nosotros hacemos obras de infraestructura, ellos [el kirchnerismo] hacen clientelismo». La presentación del Presupuesto 2014 encarnó esa visión: Macri anunció a la Legislatura porteña que había llegado el momento de bajar el gasto y aumentar la inversión. Sin embargo, según el propio Ministerio de Hacienda, el 85% de los montos obtenidos por préstamos se destinan a gastos corrientes: de los datos de PRO parece surgir una contradicción entre lo que se hace y lo que se dice. Aumentar el endeudamiento en las gestiones propias y criticarlo en las ajenas es una práctica política común. Como lo es el endeudamiento cuando gobiernan los partidos de derecha, que se convierte en un corsé para el gobierno siguiente. Un buen ejemplo es el caso del Partido Republicano durante la presidencia George Bush (h), quien llegó a la Casa Blanca con un superávit inmenso, que le dejó su predecesor demócrata, Bill Clinton. Eso le permitió realizar una reforma tributaria que bajó los impuestos que pagaban los sectores medios y altos, y generó una merma de recaudación que, sumada a los gastos militares y el salvataje a los bancos por la crisis financiera, produjo un déficit enorme, que enfrentó… su sucesor, el demócrata Barak Obama. Cada vez que el primer presidente negro de los Estados Unidos intentó aumentar los impuestos para poder pagar las iniciativas sociales de su programa, encontró el bloqueo de los congresistas, quienes aducían el peligro que implicaba aumentar el déficit económico. He aquí el ciclo por el que los gobiernos que se ubican a la derecha gastan mucho mientras predican austeridad, en tanto que los que se ubican a la izquierda quedan obligados a dejar de lado sus programas de reforma y dedicarse a recomponer el equilibrio fiscal en aras de asegurar la previsibilidad. En las filas de PRO también se encuentra otra idea próxima al neoliberalismo: la conveniencia de que las empresas de bienes y servicios queden en manos privadas y, en caso de ser necesario, el Estado adopte un rol regulador o impulsor del mercado. Algunos de los cuadros políticos que entrevistamos ven al Estado como un mal administrador de empresas por naturaleza: «Acá, para que lo que es de todos, no es de nadie», comentó una legisladora que proviene de una familia con una larga tradición neoliberal. Para otros, el problema supera el plano estatal versus público: se trata, más bien, de una cuestión de prioridades. Repiten un argumento muy difundido durante los años noventa: el Estado debe garantizar la provisión de los bienes básicos como seguridad y justicia, y sólo luego —si sobra dinero, si hay personal capacitado, si los inversionistas privados no quisieran entrar a ciertos mercados aun si se les ofrecieran condiciones razonables— podría convertirse en empresario. El 73% de los líderes de PRO que entrevistamos desaprobó la idea, tan defendida por el kirchnerismo y la izquierda, de que el proceso de privatización de empresas públicas de los años noventa resultó un fracaso. Los dirigentes parecen hacer propias las declaraciones de Macri, quien en distintas ocasiones se manifestó contrario a la reestatización. En 2009, por ejemplo, el jefe de Gobierno porteño cargó muy fuerte contra la reconversión de Aerolíneas Argentinas en empresa pública y el desmantelamiento del régimen privado de jubilaciones y pensiones. Con un discurso similar al de la UCeDé y el Partido Justicialista (PJ) a comienzos del gobierno de Menem, sostuvo en el canal TN: «Primero, el Estado tiene que ocuparse de las cosas básicas como la salud, la educación y la justicia independiente. Hace mucho que no funcionan. Primero eso, después vemos qué podemos administrar». Ante la pregunta de los periodistas Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwiazda sobre qué es lo que él haría con la empresa de aeronavegación, respondió de forma abrupta: «Reprivatizar, sin duda». Los piquetes no se bancan más Los líderes de PRO también sostienen posturas próximas a la derecha en otros campos, un sentido más tradicional e inclusive conservador. La mayoría (77%) cree que se debe controlar más y mejor la inmigración, a pesar de que la Argentina, desde su nacimiento, defiende la idea de puertas abiertas a los extranjeros. Los militantes de PRO no desentonan con los dirigentes máximos del partido. Macri habló de «la inmigración descontrolada», a la que asoció al «avance de la delincuencia y el narcotráfico» (ver capítulo 4), pero su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, fue un poco más allá. En 2010, durante la ocupación de terrenos públicos en Villa Soldati, aseguró a la prensa: «En esa zona vive un 70% de gente de nacionalidad boliviana y paraguaya. El problema es que hay una ley muy permisiva respecto de la migración: viene la gente y al poco tiempo de estar en la Argentina pide una vivienda, usurpa y después viene el juez (Roberto) Gallardo, que obliga al Estado a dar una vivienda». Un subsecretario nos respondió con una lógica implacable: «¿Cómo no vamos a hablar en contra de eso? Se llevan los recursos de la ciudad y ni siquiera votan». La gente de PRO mantiene una visión similar a la de la derecha sobre la protesta social. Este tema ingresó a la agenda política en los años noventa, cuando surgieron los movimientos piqueteros y se multiplicaron los cortes de rutas, nuevas formas de protesta contra la situación que provocaron las políticas neoliberales del gobierno de Menem, y luego de la Alianza. En aquella época, se comenzaron a etiquetar manifestaciones como antidemocráticas, porque la acción de unos pocos ponía en riesgo el derecho a circular de la mayoría. Con ese argumento, se reprimieron marchas y cortes, sobre todo en el interior del país. La Alianza prometió limitar las acciones de las fuerzas de seguridad, pero a poco de asumir el gobierno una protesta en la provincia de Corrientes acabó de modo trágico. Durante los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001, el asunto llegó a su punto más grave: más de tres decenas de muertos. El punto de inflexión de este largo proceso represivo se produjo durante la presidencia interina de Eduardo Duhalde, cuando la Policía Bonaerense asesinó a sangre fría a dos militantes sociales, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. A partir de entonces, la opinión pública se volcó contra la represión de manera mayoritaria y cuando Kirchner asumió la presidencia aseguró que se dejaría de criminalizar la protesta. Sin embargo, a mediados de la primera década del nuevo siglo el humor social, sobre todo entre las clases medias urbanas, comenzó a cambiar. Ya nadie parecía recordar que alguna vez se habían unido al grito de «piquetes, cacerolas, la lucha es una sola». Hubo quejas por las marchas y los cortes de calles en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano. Inclusive las huelgas, garantizadas por el artículo 14 bis de la Constitución Nacional, se empezaron a observar con suspicacia. Macri tomó nota de este cambio, bien temprano. Su campaña de 2005 enfatizó el cuestionamiento de las protestas callejeras: «Van 300 piquetes en lo que va del año y yo me pregunto, ¿por qué la justicia y las autoridades no actúan? (…) Los que toman comisarías (como Luis D’Elía) y supermercados (como Raúl Castells) deberían estar presos». La mayoría (92%) de los dirigentes de PRO que entrevistamos concuerda con el jefe de Gobierno y cree necesario un control mayor de la protesta social. Varias veces les escuchamos frases contra «estos piqueteros que no dejan vivir». Quizá por eso, y tras la tragedia del Parque Indoamericano, cuando la represión de la Metropolitana y la Federal dejó muertos y heridos en las inmediaciones de la Villa 20 (ver capítulos 3 y 4), a fines de 2011 el ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, asignó 140 efectivos de la flamante Policía Metropolitana a combatir los piquetes y los cortes de calles. Montenegro aseguró que el personal tendría capacitación y equipamiento especiales. Sin embargo, la batalla campal que se produjo en las inmediaciones del hospital Borda en 2012 (ver capítulos 3 y 4) mostró a las claras que la fuerza antipiquete de Macri —como la había bautizado la prensa— no estaba a la altura de las circunstancias. Según se desprende de estudios sociológicos y de opinión pública, las ideas de PRO sobre inmigración y protesta social encarnan el sentido común de buena parte de los porteños y de los bonaerenses del conurbano. La identificación de los extranjeros y de los manifestantes con la delincuencia y la vagancia no se limita a una élite: se trata de una actitud muy instalada —se pueden rastrear sus raíces hasta el siglo XIX—, y constantemente incitada por los medios de comunicación. Lo único novedoso, al menos para la ciudad de Buenos Aires, cuyo electorado durante bastante tiempo se inclinó hacia la centroizquierda, es que un partido asuma el discurso del orden con tanta vehemencia y reciba por él rédito político. Derechos civiles y humanos Si existen elementos para considerar a PRO un partido de derecha en economía y sociedad, algo similar se presenta con respecto a las libertades civiles y los derechos humanos. Temas como el juicio y el castigo a los militares y los civiles que actuaron durante la última dictadura, o el derecho de las mujeres a interrumpir su embarazo han sido banderas importantes para la izquierda argentina. Los partidos políticos mayoritarios, la UCR y el PJ, han sostenido posiciones disímiles, ambiguas y cambiantes sobre estos asuntos. Esa inestabilidad refleja, en parte, los cambios en la opinión del grueso de la sociedad y, en parte, los desacuerdos profundos entre los distintos líderes de esos movimientos capaces de albergar a la vez alas de izquierda y de derecha. En el caso de PRO, no sucede lo mismo: si bien encontramos casos excepcionales, la mayoría de sus dirigentes manifestó una afinidad consistente con las posiciones representativas de las derechas. Durante nuestra investigación, les preguntamos si se avendrían a debatir legislación para legalizar el aborto: el 60% se declaró en contra. No les preguntamos si votarían a favor de la legalización; no hablamos sobre el contenido de esa ley o de los casos en que se aceptaría la interrupción de un embarazo: sólo quisimos saber si estarían dispuestos a discutir la cuestión. Un diputado comentó: «Si la pregunta es sobre debatir, ponele que sí; pero yo estoy en contra del aborto». Un poco en sorna y un poco en serio, agregó: «Como la presidente». Una legisladora, cuyo despacho exhibe algunos íconos católicos, se limitó a alzar las cejas y zanjar: «¿Me lo preguntan en serio? En contra, obvio». En 2012, la cuestión del aborto en casos no punibles —es decir, reglamentados por la ley nacional — acaparó varios debates. Un fallo histórico de la Corte Suprema de la Nación de marzo de ese año terminó con una larga disputa jurídica sobre la legalidad de la interrupción de embarazos en casos de violación, peligro para la vida de la madre y atentado contra el honor y la dignidad de las mujeres con discapacidad. El fallo unánime estableció la constitucionalidad del aborto en los casos tipificados en el Código Penal, y además dispuso instrucciones para evitar la judicialización y el entorpecimiento de los abortos legales. El entonces cardenal Jorge Bergoglio habló en contra de la decisión suprema; ya como Papa Francisco, cuando el ministro de Salud porteño, Jorge Lemus, reglamentó el protocolo médico para abortos no punibles en Buenos Aires, lo calificó de algo «realmente lamentable». Bajo la fuerte presión de la Iglesia, Lemus debió presentar su renuncia tiempo después (ver capítulo 9). La normativa, que tanto resquemor causó en algunos cuadros macristas próximos a la curia, preocupó a muchas asociaciones de defensa de los derechos de la mujer por las razones opuestas: la encontraban demasiado restrictiva y engorrosa para la realización efectiva de los abortos legales. Esos grupos impulsaron la sanción de una ley de la ciudad autónoma en línea con las directrices de la Corte Suprema. Varios de los bloques opositores a PRO —el FPV, la UCR, el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), MPS y el Partido Socialista Auténtico (PSA)— tomaron la bandera y reclamaron una ley que derrumbara el reglamento de Lemus, que exigía autorización de padres o tutores para los casos de menores de edad o de mujeres discapacitadas, y anunciaba fuertes sanciones si, en los casos de violación, no se podía comprobar el delito. Macri anunció que dejaría librada a la conciencia de cada legislador de PRO la decisión de su voto. Pero el bloque partidario mantuvo una disciplina férrea. El debate se extendió durante más de siete horas e incluyó improperios y provocaciones de ambos lados. El crescendo llegó a su tope cuando, en medio de la sesión, la kirchnerista María José Lubertino tuiteó: «Morales Gorleri y Bergman: saquen sus rosarios y sus kipás de nuestros ovarios». Victoria Morales Gorleri, una legisladora vinculada a la Iglesia católica, había argumentado que con la ley se aceptaba, de forma encubierta, la legalización de cualquier aborto. Sergio Bergman, rabino del Templo Libertad, se había manifestado en contra con un argumento formalista. Los legisladores de PRO intentaron levantar la sesión por causa del tweet de Lubertino; tras un cuarto intermedio y varios pedidos de disculpas, el debate continuó y la ley se aprobó por apenas un voto de diferencia (30 a 29). Pocas semanas después Macri la vetó. La situación se retrotrajo hasta el punto en que se había iniciado. El protocolo de Lemus se mantuvo en su lugar y el asunto quedó cerrado. Conviene subrayar que las encuestas de opinión pública muestran que la mayoría de los porteños favorecía la ley que aprobó la oposición. El macrismo se opuso no por pragmatismo o demagogia, como sostienen muchos de sus adversarios. Los dirigentes de PRO —insistimos: con algunas excepciones— parecen rechazar con tanta fuerza el debate legislativo sobre el aborto por una razón principal: los estrechos lazos del partido con las religiones organizadas (ver capítulo 9). PRO se mostró menos dependiente de las voces de sus credos al hablar del matrimonio entre personas del mismo sexo. Cuando aún no era candidato a jefe de Gobierno, Macri hizo declaraciones que encendieron el repudio instantáneo de las asociaciones de defensa de los derechos de gays y lesbianas. En una entrevista en Página/12, Macri opinó que la homosexualidad era «una enfermedad» y un homosexual no era «una persona 100% sana». Sin embargo, ya en su papel de político, se mostró bastante más cauto sobre el tema y, por conveniencia electoral o por un cambio en sus convicciones, realizó un giro importante sobre la cuestión (ver capítulo 9). En la Argentina, la acepción más común de derechos humanos los asocia al juicio y el castigo a quienes participaron en los crímenes de lesa humanidad durante la dictadura de 1976-1983. Se trata de una cuestión de alta sensibilidad, sobre la que la sociedad ha debatido desde el retorno de la democracia. En general, la izquierda del espectro político patrocina la identificación y penalización de los responsables, y la derecha insiste sobre dos ideas contrapuestas: la memoria completa y la mirada hacia el futuro. Algunas asociaciones civiles de familiares y amigos de militares presos han creado y promovido el concepto de memoria completa. Se trata de una versión remozada de una idea muy común durante los años ochenta, según la cual no había que quedarse sólo con los hallazgos de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), sino escuchar las dos campanas y entender que los militares no eran bestias sino que se habían limitado a responder a la violencia terrorista de izquierda. Esa memoria se pretende más ponderada y aspira a justificar a quienes participaron en violaciones a los derechos humanos, para afirmar que, si están en la cárcel, no se trata de justicia sino del revanchismo promovido por los verdaderos terroristas, como los militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) o de la organización Montoneros. Los que adhieren a esta línea suelen reunirse en la Plaza San Martín, frente a Retiro, en manifestaciones que apelan, de modo paradójico, a una iconografía y un ritualismo similares a los que identifican a las asociaciones de derechos humanos: siluetas que denuncian a los ausentes (en este caso, presos); minutos de silencio para recordar a los muertos; listado de los nombres de quienes no pueden asistir, seguido cada uno de la consigna «¡Presente!»; denuncia de los subversivos libres y sin juicio. Los medios críticos de la gestión de Macri publicaron que algunos de los miembros de estas asociaciones se sienten cerca de PRO; no obstante, PRO carece de relación directa con ellos. El único puente entre el partido de Macri y estos grupos es el ex juez Federico Young, miembro del Partido Demócrata (PD) que se candidateó para legislador y comunero y ocupó diversos cargos en la gestión macrista. Antes de asumir el primero, encargado de la Agencia de Control Comunal, Young compartió mesas y conferencias con Cecilia Pando, presidenta de la Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos de la Argentina (AFyAPPA), y acaso la más mediática de los activistas de este sector. La mayoría de los dirigentes de PRO no adhieren a esta línea de pensamiento vinculada con la derecha reaccionaria, sino que sostienen un argumento propio de quienes condenan moralmente el accionar de los militares durante la dictadura pero insisten en terminar esa etapa, no proseguir con los juicios y dar vuelta la página de la historia. Durante nuestra investigación, les preguntamos su opinión sobre el concepto: «En materia de derechos humanos se debe mirar hacia adelante, no hacia atrás». El 62% se mostró de acuerdo. Dar vuelta la página ha resultado una propuesta muy poco popular en la Argentina. La combatieron tanto los organismos de derechos humanos —cuyas banderas incluyen la consigna «Ni olvido ni perdón»—, como la mayor parte del arco político, que —con la frase de George Santayana— expresa la convicción de que «aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Dentro de PRO prima otra perspectiva. Se prefiere mirar hacia adelante. Desde los años ochenta, muchos han insistido en que la Argentina necesita dejar atrás el horror. Las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, impulsadas por Alfonsín, y los indultos de Menem apuntaron en esa dirección. Alfonsín aclaró, poco antes de morir, que las medidas para limitar los juicios a los represores se tomaron para evitar que los militares, que habían perpetrado levantamientos, volvieran a atentar contra la democracia. Menem, en cambio, sostuvo la misma línea de simplemente dejar el pasado atrás de una vez por todas. Para indignación del arco progresista, algunos de los líderes de PRO se manifestaron en ese mismo sentido. En las últimas semanas de 2009, el Gobierno de la ciudad afrontó varios escándalos. Jaqueado por el caso de las escuchas telefónicas y las internas del Gabinete, entre Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti (ver capítulos 2 y 3), el Ministro de Educación, Mariano Narodowski, presentó su renuncia. Macri buscó figuras de alto perfil (el radical Andrés Delich) y sondeó a su propia tropa (la legisladora Morales Gorleri), pero nadie aceptaba el puesto. La pesquisa decantó en el diplomático y escritor Abel Posse (ver capítulo 4). Mala jugada política. Una vez conocida la postulación, los medios de comunicación recopilaron algunas de sus declaraciones. Posse concitó el rechazo de la izquierda, el kirchnerismo, los ministros de la Corte Suprema y buena parte de las propias filas de PRO. El ex embajador de Menem y funcionario consular durante la dictadura se había prodigado en varios temas, siempre con una ubicación inequívoca a la derecha: Los jóvenes estaban drogados y estupidizados por el rock. La educación sexual implicaba el reparto de preservativos a los chicos como si se tratara de caramelos. Quienes criticaban la represión policial protegían el gatillo fácil de los delincuentes. Sus declaraciones más alborotadoras se enfocaron en los derechos humanos y el juicio a los militares. Posse aseveró que el gobierno de Kirchner buscaba «mantener ilegítimamente encarcelados a los militares que cumplieron el mandato del gobierno peronista, logrando el cometido de aniquilar la guerrilla en sólo diez meses». El equipo en el poder estaba minado de guerrilleros y asesinos derrotados —abundó—, y las asociaciones de derechos humanos eran un «residuo de subversivos». Las palabras del ministro provocaron la rápida reacción del jefe de Gobierno: se trataba —deslindó — de declaraciones a título personal. Poco después lo desautorizó: admitió que se trataba de frases desafortunadas. Por fin, le aceptó la renuncia a menos de dos semanas de haberlo nombrado (ver capítulo 4). La polémica todavía zumbaba cuando Diego Guelar, secretario de Relaciones Internacionales de PRO —ex militante montonero en los años setenta y embajador de Menem en los Estados Unidos en los noventa—, difundió un documento que dilató la agitación de las aguas. Guelar reivindicó la figura judeocristiana del perdón y pidió que, «después de que la Justicia termine los juzgamientos en curso», se impulsara una consulta popular que permitiese postular una «amplia amnistía para saldar el pasado trágico». La diferencia entre el planteo de Posse y el de Guelar superaba el tono: Guelar se mostraba firme en sostener que primero se debían realizar los juicios. No obstante, buena parte del arco político, desde la CC hasta la UCR y desde el FPV hasta el Partido Obrero (PO), rechazaron airadamente la propuesta; como cabía esperar, también lo hicieron los organismos de derechos humanos. Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, preguntó: «¿Qué le ha pasado a este muchacho, que de ser montonero y con una militancia muy comprometida —ya que ha sido perseguido—, se transformó así en el último año? No entiendo que alguien que, cuando era embajador, ayudó a las Abuelas, ahora esté en la derecha». En sus oficinas de la avenida Santa Fe, a escasos 200 metros de la Plaza San Martín, el ex embajador menemista nos habló largamente sobre los derechos humanos y los contenidos ideológicos de PRO. Lejos de rechazar lo que, en boca de Carlotto, parecía una acusación, aceptó ser de derecha. «El lugar del populismo ya está ocupado por el peronismo», dijo. «El lugar de la socialdemocracia ya está ocupado por el radicalismo, el socialismo y sus aliados. Tenemos que avanzar en la defensa de las instituciones». Y, para eso, explicó, existe una ancha avenida en la que Macri podría avanzar sin obstáculos: «Mauricio es una figura muy abarcadora de lo que debería ser la construcción de un frente o de un partido de centroderecha». Sus declaraciones en defensa de una amnistía le ganaron a Guelar críticas desde las propias filas de PRO. La diputada Laura Alonso calificó sus comentarios de «patéticos», y concluyó: «Los genocidas deben ser juzgados, condenados y cumplir sus sentencias». José Torello, entonces vicepresidente del partido, aseguró que Guelar se expresaba a título personal y que PRO rechazaba una consulta popular sobre amnistías. Macri actuó un poco más contemporizador. Si bien favoreció «que se juzgue absolutamente todo lo que sucedió», aclaró que, en su partido, «la energía y la prioridad no están puestas en perseguir fantasmas del pasado sino en resolver los problemas del presente, que afectan los derechos humanos de la gente que vive hoy». Para algunos dirigentes de PRO, las palabras derechos humanos aluden a dos cosas disímiles: a su violación por los crímenes del último gobierno de facto, que deberían pasar a la historia; a los derechos civiles más básicos (como la libertad de prensa), y a temas de políticas públicas (como la inseguridad o la ocupación de tierras), que una gestión eficaz debe resolver. Se comprende así que, cuando PRO asumió la gestión en 2007, haya disuelto el Ministerio de Derechos Humanos, cuyas funciones se subsumieron en una subsecretaría de la vicejefatura de Gobierno, entonces en manos de Michetti. A fines de 2014, en una entrevista para La Nación, Macri resumió su posición al respecto: «Mi gobierno ha sido defensor de los derechos humanos, de la libertad de prensa, acceso a la salud y la educación. Ahora los derechos humanos no son Sueños Compartidos y los curros que han inventado. Con nosotros, todos esos curros se acabaron». Fundación de un pensamiento ¿Por qué piensan como piensan los dirigentes de PRO? No existe una respuesta simple a esta pregunta. Cada uno de nuestros entrevistados posee una historia, un recorrido político y una formación intelectual propios, de los que se derivan actitudes y decisiones determinadas. Pero si se reflexiona sobre las ideas de un partido, los relatos individuales son menos importantes que las dinámicas generales. Claro que siempre interesa conocer la influencia que ejerció en un dirigente su crianza en una familia con ciertos valores o su educación en cierta escuela. Pero si se mira a PRO como un partido en crecimiento, resulta obvio que las ideas de sus integrantes se forman y se recrean en una trama rica y dinámica, con las fundaciones en su centro. Sería difícil hablar de PRO sin tener en cuenta que se trata de un partido que, en cierto sentido, germinó a partir de una fundación (ver capítulo 1). Y sería imposible dar cuenta de la actualidad del partido sin aludir a lo que los miembros consideran su usina de ideas: la Fundación Pensar. Los núcleos de la derecha —sobre todo, la neoliberal— consideran crucial el papel de las fundaciones y think tanks: por su medio se difunden ideas que, al menos en principio, resultan contraintuitivas a buena parte de la ciudadanía. Ya en los años cuarenta los neoliberales tenían esa certeza, y llegaron a la conclusión de que su tarea era menos conquistar el poder que las mentes. Había que difundir el nuevo credo. Primero, había que llegar a las élites; luego, a las masas. Para eso, se necesitaba una acción pedagógica prolongada. Por eso teóricos como Milton y Friedrich Hayek no se limitaron a escribir tratados dirigidos a sus colegas, sino que redactaron libros para alcanzar un público masivo y advertirle que, si se seguían regulando los mercados, si continuaban los planes sociales y si los sindicatos aumentaban su poder, el comunismo triunfaría sobre la libertad. A Hayek y Milton les importó invertir en la creación de fundaciones, clubes e institutos que ayudaran a esparcir el mensaje: así, pensaban, la gente dejaría de pensar en términos izquierdistas. Luego, como una fruta madura, la política se convertiría al neoliberalismo. En la Argentina posterior al primer peronismo se crearon varias instituciones destinadas a cambiar la forma de pensar la economía y la sociedad. En 1957, Alberto Benegas Lynch fundó el Centro de Estudios para la Libertad (CDEL); como fruto de ese espacio hoy queda la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE). En los años sesenta surgieron la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) y el Instituto de la Economía Social de Mercado (IESM); en los setenta, la Fundación Mediterránea (FM) y el Centro de Estudios Macroeconómicos Argentinos (CEMA); en los ochenta, la Fundación Libertad. Y en los noventa nacieron la Fundación Capital y el Grupo Sophia. Cada una de ellas se destacó por sus particularidades. Algunas, como el CEMA, nacieron como búnkers del pensamiento neoliberal; otras, como FIEL, cambiaron de enfoque con el paso del tiempo. Algunas, como el CDEL, acentuaron su cariz más teórico e intelectual; otras, como el Grupo Sophia, se inclinaron por un perfil práctico y de intervención. Más allá de sus diferencias, estas instituciones muestran rasgos en común. Dos ejemplos: su orientación económica las emparenta con el neoliberalismo y su vinculación con el mundo político se ha mantenido a lo largo de una serie extensa de figuras que ocuparon ministerios o secretarías de Gobierno y llevaban consigo equipos de sus fundaciones. En cierto modo, varias de estas organizaciones han orientado esfuerzos a desarrollar la capacidad de desembarcar en el Estado. Los miembros de una usina de ideas suelen escribir en los diarios o asistir como invitados a los programas de televisión, y los medios aceptan su prestigio en el mundo universitario y su pertenencia a una fundación como un sello de la calidad e independencia de su mensaje. Con frecuencia, se los presenta como especialistas en seguridad, salud o economía financiera, que poseen un dato para poner en duda lo que dijo un funcionario o una receta para resolver un problema que los políticos no han podido solucionar. Algunas fundaciones (como el Grupo Sophia, o Creer y Crecer) cumplieron un papel capital en el origen de PRO (ver capítulo 1). Hacia 2008, cuando comenzó a tomar forma el demorado salto de Macri a la candidatura presidencial, se consideró que convenía recrear algo similar a aquella estructura que tanto había servido en el comienzo. Esta vez se estudió el modelo del Partido Popular (PP) de España, con el cual PRO mantiene estrechos lazos, y se decidió lanzar una organización menos técnica y más claramente partidaria, la Fundación Pensar. El Consejo de Administración de Pensar reúne a algunos de los líderes de PRO más destacados, desde el rabino Bergman al empresario Nicolás Caputo. No obstante, en buena medida la función del consejo se limita a listar figuras: en la práctica, la dirección cotidiana de la Fundación Pensar recayó en Miguel Braun e Iván Petrella, dos figuras distintas y complementarias. Braun, un economista de la Universidad de San Andrés que trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), dejó otra fundación de perfil más técnico y menos partidario, el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), para integrarse a Pensar. El hijo del ex vicecanciller Fernando Petrella, que asumió como legislador porteño en diciembre de 2013, estudió Relaciones Internacionales y se doctoró en Teología. Antes de sumarse a Pensar, Petrella se había dedicado por completo al mundo académico, pero —como le gusta decir a Macri— «no dudó en dejar todo lo que tenía en Estados Unidos y meterse en política». Junto con ellos trabajan en Pensar figuras de PRO provenientes de ONG, académicas (Alonso y Enrique Avogadro), empresarias (Guillermo Dietrich) y profesionales, sobre todo graduados de la UCA, la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) y la Universidad San Andrés (UdeSA). Según un miembro de Jóvenes PRO, la Fundación se convirtió en un espacio importante para reclutar nuevos militantes y proporcionar cultura política a sus cuadros: una especie de escuela de cuadros que asegura la transmisión de pensamiento y la preeminencia generacional de los mayores. «Hacen muchas charlas y debates con formación política, de contenido; hace poco escuchamos a Andrés Ibarra y a Bergman, hablarnos sobre los modos de participación», contó el joven activista. Desde que comenzó sus actividades en la calle Piedras (luego mudaron las oficinas a Balcarce 412, en San Telmo, más cerca de la Casa de Gobierno), Pensar emitió decenas de documentos de trabajo sobre distintas áreas, que van desde calidad institucional a la energía. A diferencia de Creer y Crecer, Pensar no se limita a las cuestiones de la administración de la ciudad de Buenos Aires: avanza sobre temáticas de alcance nacional e internacional. Ningún tema les parece ajeno sus miembros, que han publicado documentos de trabajo desde la situación previsional argentina hasta el proceso de paz en Medio Oriente, desde la política pecuaria pampeana hasta la cumbre de Río de Janeiro sobre desarrollo sustentable, desde el cepo cambiario hasta la crisis económica mundial. Pensar tiene una agenda propia: la de PRO. No obstante, el análisis de sus documentos y de sus intervenciones en los medios de comunicación revela la mayor incidencia de una actitud reactiva: al menos hasta el momento, habla de aquellas cuestiones que el Gobierno nacional y los medios ponen en la agenda pública. No se trata de un tema menor, porque la Fundación debe dar letra a varios dirigentes, para que empleen en público los argumentos que se elaboran en las oficinas del barrio de San Telmo. Las redes de pensamiento En comparación con las fundaciones independientes, aquellas como Pensar, que se reconocen partidarias, suelen acceder menos a la prensa y se topan con más dificultades a la hora de conseguir apoyo financiero. Sin embargo, estas desventajas se pueden compensar con la coherencia mayor de sus cuadros, la claridad programática de sus líderes y su pertenencia a extensas redes internacionales de experticia y lobby. Estas redes, según mostraron varios estudios sobre casos de los Estados Unidos y Europa, juegan un papel fundamental en la conformación de un entramado sociopolítico en el que el partido político tradicional se desdibuja y las demandas de la sociedad civil se procesan y reconvierten desde arriba, y a veces también desde afuera, para hacerlas compatibles con los intereses de la élite dirigente. La combinación de partidos políticos débiles y redes de fundaciones fuertes conforma estructuras con una dinámica propia. PRO se vincula a esas redes internacionales de expertos y lobbies de dos maneras. Por un lado, mantiene vínculos con los partidos de derecha de diferentes lugares de América Latina y del mundo. Por otro lado, recibe el apoyo de una amplia trama de fundaciones, think tanks y grupos de presión, con epicentro en la Fundación Atlas, creada en 1981 en Virginia, Estados Unidos, por el millonario inglés Anthony Fischer, quien ya había organizado otros think tanks neoliberales en Europa. La institución de Fischer tomó su nombre de Atlas Shrugged, el título de una novela central en la obra de la escritora y filósofa ruso-estadounidense Ayn Rand. Este libro, que no casualmente es uno de los preferidos de Macri, fue traducido al español como La rebelión de Atlas y cuenta la historia de un gran lock-out de «los hombres de la mente», profesionales y empresarios, que obligan a los «hombremasa», a los «parásitos», a adecuarse al libre mercado y a aceptar el egoísmo como virtud. La Fundación Atlas se desarrolló a pasos agigantados desde los años noventa. Su red actual integra 450 organizaciones en el mundo, 80 de las cuales son latinoamericanas, y 15 de ellas, argentinas. Desde 2001, Atlas distribuyó más de 30 millones de dólares en becas, viajes de estudio, cursos y premios, y dio subsidios específicos a varias fundaciones neoliberales. En América Latina, la Argentina recibió el apoyo mayor: quizás porque su presidente desde 1991 es el argentino Alejandro Chaufen; quizá porque, dada la condición minoritaria de los partidos de derecha, las asociaciones civiles neoliberales se han desarrollado más. La Fundación Libertad, de Rosario, se cuenta entre las que Atlas ha favorecido en mayor medida. A pesar de su relativa juventud, esta entidad posee un predicamento enorme en las provincias. A sus reuniones anuales (en las que participaron Buchanan, Mario Vargas Llosa, Gary Becker, Douglass North y Robert Lucas) no faltan políticos de todas las ideologías, pues constituyen eventos de máxima difusión, como los coloquios que el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA) organiza en Mar del Plata. Las actividades de Libertad incluyen cursos, conferencias, seminarios, investigaciones, estudios y publicaciones. Sus miembros tienen una presencia intensa en los medios, mediante programas propios y en columnas de opinión y análisis en diarios y revistas. Gerardo Bongiovanni fundó Libertad y aún la preside. Este economista, director ejecutivo y ahora vocal en el Consejo de Administración de la Fundación Pensar, secundó al cómico Miguel Del Sel cuando se propuso como candidato a gobernador de Santa Fe. Hace tiempo que Bongiovanni se dedica full time a la red de las fundaciones y a los vínculos con distintos actores económicos, en particular con el sector agrícola. Desde Pensar, aportó al partido de Macri lazos estrechos con los productores agropecuarios. Las relaciones entre Libertad, Pensar y el mundo agrícola rindieron valiosos frutos durante la crisis del campo de 2008. En medio de los piquetes y marchas en contra y a favor del Gobierno nacional, Bongiovanni recibió al futuro Premio Nobel de Literatura Vargas Llosa, quien no ahorró críticas a los manifestantes kirchneristas. También asistió al encuentro el ex presidente del gobierno español, José María Aznar, quien llegó a Rosario con una extensa comitiva de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES). FAES nació en 1989 por iniciativa personal de Aznar, quien no pierde ocasión de recordar, en sus viajes por el mundo, su carácter de titular de la entidad. FAES genera ideas para el PP, lo cual marca su perfil ideológico. Medios como Infobae.com y El Cronista suelen elogiar los documentos de FAES y publicar notas de su encargado para América Latina, el politólogo Guillermo Hirschfeld. Junto con Pensar y Libertad, FAES coorganiza eventos en la Argentina que reúnen a políticos, intelectuales, empresarios y periodistas. En Buenos Aires, FAES colaboró en la realización de coloquios en los que PRO aportó el escenario (la Legislatura porteña) y varios oradores (Macri, Michetti, Rodríguez Larreta y Vidal). En esos encuentros, los dirigentes de importancia de PRO, como el ministro de Desarrollo Económico y ex ucedeísta Francisco Cabrera, se codearon con el productor agropecuario Gustavo Grobocopatel, el ex gobernador bonaerense Eduardo Duhalde y Vicente Massot, director del diario derechista de Bahía Blanca, La Nueva Provincia. Al igual que Atlas, FAES ofrece cursos y becas. Varios jóvenes de PRO asistieron a los encuentros de FAES en Madrid y Zaragoza. Además, FAES dio a Pensar otros activos valiosos: know how para acceder a financiamientos importantes, como los de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus iniciales en inglés) y contactos directos con otras fundaciones de la derecha europea. En parte gracias a FAES, la gente de PRO se contactó con la Fundación Hanns Siedl, una entidad neoliberal y católica con sede en Múnich. A diferencia de otras organizaciones alemanas, como Friedrich Ebert o Konrad Adenauer, bastante abiertas en lo político, Hanns Siedl sólo apoya proyectos relacionados con los valores cristianos y los principios de la economía neoliberal. En la Argentina, Hanns Siedl financia Nuevas Generaciones, una ONG que brinda apoyo a diputados nacionales, en la que participan miembros de PRO como Julián Obiglio, Michetti, Guelar y Pinedo, junto con peronistas disidentes de distinta procedencia, como Hilda Chiche Duhalde y Jorge Asís. La influencia de FAES en PRO, tan importante, no resulta apenas de las relaciones entre las fundaciones. Conviene observar más de cerca los vínculos estrechos entre PRO y el PP. Dime con quién andas: PRO y las internacionales partidarias Desde que formaban apenas una fundación, los principales dirigentes de PRO se vincularon de diferentes maneras con los partidos, las asociaciones y las figuras destacadas de la derecha internacional, sobre todo en sus variantes neoliberales. Estas relaciones iluminan por qué, aunque algunos politólogos argentinos insistan en que el partido de Macri se debe situar en el centro del espectro político, los analistas del resto del mundo lo encuentran en una obvia ubicación a la derecha. A pesar de la ambigüedad y la indefinición ideológica de sus cuadros, PRO ha buscado vincularse con actores políticos internacionales con un posicionamiento menos sinuoso. Los dirigentes políticos de distintos países suelen establecer contactos informales. Se conocen en una reunión internacional, descubren que coinciden en su visión del mundo o en sus gustos musicales o sus preferencias deportivas, y se hacen amigos. Estos lazos contingentes se suman a las reuniones formales de partidos que organizan las asociaciones internacionales, en las que los líderes de diferentes lugares discuten temas que les preocupan, intercambian experiencias y elaboran planes para implementar políticas a nivel global. Las hay de izquierda, de centro, de derecha. La más conocida en la Argentina, aunque sólo sea porque se reunió en Buenos Aires en 1999, es la Internacional Socialista, a la que pertenecen la UCR y el Partido Socialista (PS). Cuesta dilucidar la relevancia de estas asociaciones internacionales. Para algunos politólogos, se trata de instituciones protocolares sin peso real. Otros las señalan como ámbitos importantes, porque reflejan tendencias globales de largo plazo y resultan útiles a los partidos nuevos y pequeños, ya que allí acceden a contactos de primer nivel. Como alianza partidaria, PRO presenta la particularidad de inscribirse en más de una internacional. Pero esta pertenencia múltiple no implica vaguedad ideológica: las tres asociaciones a las que está afiliado se hallan claramente a la derecha del espectro político. La Internacional Liberal (IL), fundada en Oxford en 1947, tiene su sede en Londres. La preside lord Alderdice, un noble británico de origen liberal-demócrata, electo miembro del Parlamento hace poco más de una década. Con el tiempo, IL cambió su orientación ideológica. No obstante, si se observan los documentos de sus últimos congresos, realizados en lugares tan variados como Dakar o Sofía, se puede percibir un tono neoliberal inequívoco en los asuntos económicos. Aunque IL es pequeña, contiene partidos importantes, como el Demócrata de los Estados Unidos y el Liberal de Canadá. Entre sus afiliados europeos se destacan Convergencia i Uniò de Cataluña y el Partido Liberal inglés (hoy aliado al gobierno conservador). De América Latina, cuenta con el Partido Liberal de Honduras (el mismo al que pertenecía el depuesto presidente Manuel Zelaya, y también quien perpetró el golpe en su contra, Roberto Micheletti) y el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) de Paraguay (al que pertenece Federico Franco, el vicepresidente que derrocó a Fernando Lugo). Entre los miembros observadores de IL se destacan el Partido Social de Unidad Nacional (Partido de la U, como se lo conoce en Colombia, por designación de su fundador, el ex presidente Álvaro Uribe) y Recrear para el Crecimiento (Recrear), el partido de Ricardo López Murphy, que se fusionó a PRO en 2009. Según el diputado Pinedo, a PRO nunca le interesó sumarse a IL, ni antes ni después de la llegada de López Murphy y sus cuadros. Sin embargo, los archivos de IL no muestran eso con claridad y otros entrevistados contradijeron a Pinedo. Más allá de las formalidades, PRO mantiene aún lazos efectivos con la IL por medio de la Fundación Friedrich Naumann, que ayudó a financiar los encuentros coorganizados por sus think tanks Pensar y Libertad. Además, PRO integra la Red Liberal de América Latina (RELIAL), que nuclea a Libertad y a la Fundación Unión por Todos, del partido de Patricia Bullrich, ahora aliado a PRO. PRO también se vincula con la Unión Internacional Demócrata (UID). La organización, bastante nueva, se fundó en 1983 como una suerte de paraguas para las uniones regionales de partidos conservadores, neoliberales y demócrata cristianos. En su creación participaron Margaret Thatcher (primera ministro del Reino Unido), George H. W. Bush (entonces vicepresidente de los Estados Unidos), Helmut Köhl (canciller alemán) y Jacques Chirac (alcalde de París). En la actualidad, la preside John Howard (ex primer ministro liberal de Australia) y tiene sede en Oslo. En cierto sentido, UID funcionó como un experimento previo a la actual Internacional Demócrata de Centro (IDC). Si se observan las listas de miembros de ambas organizaciones, se encuentran muchas superposiciones. Sin embargo, por un acuerdo general entre los analistas, se considera a UID más liberal y más inclinada a la derecha que IDC. A pesar de su relativa juventud, UID ha ganado bastante peso internacional: a ella pertenecen el Partido Republicano de los Estados Unidos, el Partido Popular de Austria, la UMP de Francia, el PP de España y los dos partidos de la derecha alemana, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU). Sus miembros latinoamericanos son la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA, el partido empresarial-militarista de El Salvador), Renovación Nacional (partido chileno del ex presidente Sebastián Piñera) y Demócratas (DEM, el nuevo nombre del Partido del Frente Liberal brasileño). PRO no figura como miembro en los archivos públicos de UID; aparecen, en cambio, la UCeDé y Recrear. Según Obiglio, PRO heredó la membresía de Recrear. Quizá porque se trata de una asociación muy inclinada a la derecha, otros miembros de PRO aseguran que la pertenencia a UID es apenas una casualidad. En todo caso, UID no reúne solamente a partidos sino también a uniones regionales. Y dado que PRO es miembro de una de ellas, la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA), con sede en Chile, de un modo o de otro PRO forma parte de esta internacional. UPLA se presenta como «una organización de partidos y movimientos políticos de centroderecha de América». Se creó en 1992 para «promover y defender la democracia y la libertad» en los países latinoamericanos y para combatir el «populismo de algunos gobernantes». Además de su «convicción democrática», los miembros de UPLA deben mostrar su compromiso con los «valores cristianos»; acaso ese énfasis se explique por el apoyo financiero de la Fundación Hanns Seidel, el principal de UPLA. La tercera asociación a la que PRO se vincula, la Internacional Demócrata de Centro (IDC), parece la más nueva de las internacionales; sin embargo, es una refundación de la antigua Internacional Demócrata Cristiana. El cambio de nombre se produjo en los años ochenta, tras una fuerte tensión ideológica entre sus miembros: el principal sostén político y financiero de la entidad, la CDU de Alemania, quería que IDC se adecuara a la perspectiva económica neoliberal, pero este viraje chocó con la resistencia de otros partidos europeos y latinoamericanos de inclinación centroizquierdista. Para cuando el ala derecha de IDC logró su cometido y tomó el control de la institución, ya se había creado la organización alternativa, UID. Hasta mediados de la primera década del siglo XXI, sólo dos partidos argentinos eran miembros: el Demócrata Cristiano, al cual Carlos Auyero imprimió un tono de centroizquierda, y el PJ. En términos formales, PRO no integra IDC, pero Guelar sostuvo en una entrevista que, gracias a él, el PJ fue expulsado de IDC «por falta de pago de sus cuotas», y en su lugar ingresó PRO. Sin embargo, en los registros de la organización internacional no hay rastros de tal incorporación; tampoco en los comunicados de prensa. La versión del ex embajador no sólo pretende poner de relieve su papel de nexo entre el macrismo y las derechas internacionales, sino que da cuenta de un sueño compartido por otros dirigentes: durante nuestras entrevistas, Pinedo y Obiglio aseguraron que la dirigencia de PRO quería pertenecer a esta internacional. Macri participó de varios encuentros de IDC por invitación de FAES. Las madres patrias Cuando Macri se candidateó en 2003, muchos periodistas compararon al director de SOCMA con el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Horacio Verbitsky, por ejemplo, sostenía que tras el barniz modernista de PRO se agazapaba un proyecto similar al que había emprendido el magnate de Milán con su partido Forza Italia. Macri, como Berlusconi, era un importante empresario que dirigía los destinos de un popular club de fútbol y se presentaba a elecciones como un hombre común en contra de la clase política. No faltó quien recordara que el abuelo de Mauricio, Giorgio Macri, fue cofundador del Fronte dell’Uomo Qualunque, una alianza electoral derechista que se presentaba como monárquica, anticomunista, antiliberal y contraria a los partidos políticos. No obstante, las similitudes entre Macri y Berlusconi, o entre el discurso antipolítico de PRO y la retórica del qualunquismo italiano, no alcanzaron para que PRO tejiera relaciones con los representantes de la escandalosa derecha italiana. En contraste, Macri y sus colaboradores establecieron vínculos sólidos con el principal partido de la derecha española: el PP. Manuel Fraga Iribarne, un político gallego que había ocupado lugares destacados durante el franquismo y había cumplido un papel fundamental en la transición española, fundó el PP en 1976 con el nombre de Alianza Popular. Luego de varias derrotas a manos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), la Alianza de Fraga se convirtió en un partido unificado y cambió su denominación. El nuevo PP unió a los antiguos franquistas con los cuadros de la Democracia Cristiana y del Partido Liberal. Con rapidez, giró hacia posiciones más cercanas al neoliberalismo que al nacionalismo conservador. En ese contexto, el viejo caudillo de Galicia le cedió el mando a José María Aznar, quien se convirtió en el líder de la oposición al Socialismo y alcanzó la presidencia del gobierno español en 1996. Desde su salida del Palacio de la Moncloa en 2004, Aznar se dedicó a actividades de lobby por cuenta y orden de News Corporation, un grupo de medios derechistas propiedad del millonario Rupert Murdoch, y de varios fondos de inversiones de alto riesgo. No obstante, dedicó la mayoría de su tiempo a viajar por el mundo para dar conferencias como presidente de FAES, en las que difunde las ideas neoliberales salidas de la usina creativa del PP. Además de las relaciones entre FAES y la Fundación Pensar, Macri y Aznar establecieron lo que ellos llaman una relación «aceitada». PRO y PP comparten ciertas características en común, como ser de derecha sin ser elitistas sino populares, o que sus dirigentes enfaticen una orientación hacia lo técnico, o que propongan mirar hacia adelante en temas de derechos humanos. Con todo, los parecidos no alcanzan a explicar cómo se tejió una relación tan íntima. Como empresario y como dirigente de fútbol, Macri se había vinculado con líderes españoles. Pero López Murphy inauguró los lazos institucionales con la política española, y en 2005 la alianza entre PRO y Recrear permitió que se fortaleciera la conexión con el PP. Ese año, Aznar viajó a la Argentina para promocionar su libro Retratos y perfiles. De Fraga a Bush, y compartió un encuentro público con Macri y López Murphy en el que los tres se prodigaron declaraciones políticas de apoyo mutuo. Ese apoyo incondicional reapareció en momentos claves de la política argentina y de amenaza a los intereses comerciales de España en el país. El 16 de abril de 2012, el Gobierno nacional intervino Repsol-Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y comunicó sus intenciones de expropiarla. Macri convocó a una conferencia de prensa de inmediato: «Esta decisión va en contra de los intereses de los argentinos», remarcó, y anticipó que sus legisladores votarían en consonancia con sus conceptos anteriores sobre Aerolíneas Argentinas y el sistema jubilatorio privado: en contra del proyecto de ley de expropiación que la presidente Fernández de Kirchner había enviado al Congreso. «Triste, dolido y preocupado», describió el jefe de Gobierno su estado de ánimo. «Anoche me fui a dormir muy preocupado, conmocionado, como muchos otros argentinos». Vaticinó que la expropiación del 51% de la petrolera tendría consecuencias nefastas para el país: «En un año, vamos a estar peor que hoy». Desde el kirchnerismo se lo criticó con idéntica celeridad. Entre las recriminaciones se destacó la filosa del titular del bloque del FPV en la Legislatura porteña, Juan Cabandié: «[Macri] ha levantado la bandera de la corona española casi como si fuera un virrey enviado por Mariano Rajoy», el presidente del gobierno español, sucesor de Aznar. Un mes después de la implementación de la medida, Obiglio viajó en representación de PRO para solidarizarse con España. En su recorrida por la madre patria, el legislador disparó reproches a mansalva contra la decisión argentina y detalló la decisión de su partido de rechazar la ley. En una entrevista extensa en el diario monárquico ABC afirmó: «El gobierno de Cristina Fernández nunca va a pagar a Repsol» por el 51% expropiado. «El objetivo de mi partido es transmitir a todos los españoles y a la política española lo que ellos ya saben, pero que es bueno que alguien se lo venga a decir cara a cara: que hay otro tipo de políticos en la Argentina, que la mayoría de los argentinos no actuamos ni pensamos como este gobierno. Que la mayoría de los argentinos respetamos los contratos, respetamos las leyes, la Constitución, creemos en la seguridad jurídica y en el estado de derecho». Obiglio recordó que se contaba entre los treinta y dos diputados que no convalidaron la norma: «Lo más bonito que me gritaron fue “español”». Aunque no es realmente español, Obiglio mantiene vínculos antiguos con el PP. Luego de cofundar Recrear en 2002, con López Murphy, viajó a Madrid para realizar estudios de posgrado en FAES. En marzo de 2012 —un mes antes de la intervención de YPF—, la fundación del PP desembarcó en la Argentina para realizar la tercera edición del Campus FAES, un espacio para el intercambio de experiencias y la realización de contactos. Obiglio —hoy asesor de FAES— condujo parte del encuentro y disertó junto con Aznar y José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, de España. Las críticas del jefe de Gobierno a la expropiación de Repsol-YPF y las declaraciones de Obiglio en España van más allá del pregón sobre el libre mercado, la atracción de inversiones extranjeras, la seguridad jurídica y la reorientación del Estado: responden a un acuerdo de partes entre el PP y PRO. Desde su creación en 2002, el espacio de Macri encontró en el partido de la derecha española un modelo a seguir y se propuso estrechar lazos tanto con el ex presidente Aznar como con su sucesor, Rajoy. En septiembre de 2007, a dos meses de asumir, el jefe de Gobierno porteño electo realizó una visita oficial a Madrid. Se reunió con Rajoy, entonces presidente del PP. En la sede partidaria de la calle Génova, Macri y Rajoy conversaron sobre la situación política internacional y la incorporación de PRO a la IDC, en la cual PRO oficiaba de veedor. Otra clase de tertulia se desarrolló en la sede de FAES. Acompañaban a Aznar banqueros y empresarios, como Antonio Brufau (titular de Repsol), Emilio Botín (Banco Santander) y Florentino Pérez (Grupo Actividades de Construcción y Servicios, actual presidente del club Real Madrid). La tropa empresarial en bloque le planteó a Macri la necesidad de que la ciudad de Buenos Aires lograse autonomía plena «para tratar toda inversión y financiamiento directamente con el alcalde» (jefe de Gobierno). «Es necesario también que haya un marco legal de seguridades y garantías», pidieron como inversores potenciales, y destacaron las virtudes administradoras del visitante. Le anticiparon que viajarían a Buenos Aires para dialogar con sus futuros equipos técnicos con el fin de avanzar en el diseño de las obras que la ciudad necesitaba. Acaso como demostración de lealtad y afecto, a los seis meses de haber asumido, Macri desalojó el ex Patronato de la Infancia (Padelai), un antiguo albergue para niños ocupado por una cooperativa de vivienda, para que España desarrollase allí un centro cultural. Desde entonces la relación entre ambos partidos se profundizó año tras año, a pesar de que en 2012 varias familias de San Telmo volvieron a ocupar el predio. En septiembre de 2011, Macri viajó a España y fortaleció su relación con otro de los hombres fuertes del PP, el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. Además de fomentar la amistad, compró veinticuatro vagones para la Línea B de subtes por 4,2 millones de euros, unidades con varios años de funcionamiento, que en Madrid habían sido desechadas por obsoletas. Tal vez porque el PP logra realizar negocios como ese Macri admira su política económica y la contempla como modelo para la Argentina, aun si en los últimos años España atraviesa una crisis inédita. Cuando viajó allí para favorecer la candidatura del presidente Rajoy, aseguró que sólo el PP podía enfrentar la crisis con el talento y el rigor necesarios. En octubre de 2012, mientras las multitudes manifestaban en unas sesenta ciudades españolas contra las medidas de ajuste que impulsaba el gobierno de Rajoy, el jefe de Gobierno porteño hizo una visita oficial a Madrid para brindar su apoyo al presidente del gobierno español y mantener «una charla de amigos», como definió. Macri se reunió luego con la alcaldesa de Madrid y esposa de Aznar, Ana Botella, para analizar los acuerdos de cooperación e intercambio cultural entre la capital española y Buenos Aires, y firmar convenios comerciales. Entre otras figuras del PP con las que se entrevistó, se destacan el actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, y el titular de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, con quien discutió sobre federalismo y autonomía, temas siempre presentes en la agenda macrista. Aunque se proclama que los acuerdos programáticos de PRO se basan en la experiencia de los países serios de América Latina, sus vínculos en la región se limitan a los partidos de los que el PP se muestra cerca. Pareciera que las afinidades internacionales de PRO siguieran, de modo casi incondicional, los lineamientos que el PP marca al otro lado del Atlántico. Cuando se pronunció a favor de las destituciones de Zelaya en Honduras y de Lugo en Paraguay, Macri empleó los mismos argumentos del PP: no se trataba de golpes de Estado sino de acciones legítimas de los congresos nacionales. En el caso paraguayo, PRO llegó más lejos que el PP: meses antes de que se produjera el golpe, Macri nombró huésped de honor a Franco, del PLRA, entidad de derecha con raíces en el viejo Partido Liberal paraguayo. Desde la vicepresidencia, Franco orquestó la destitución de Lugo, y así ganó el mando de Paraguay y el repudio de los gobernantes de casi todos los países latinoamericanos. La ciudad de Buenos Aires rindió honores a Franco no —como se acostumbra— por el voto de la Legislatura sino por un decreto del Poder Ejecutivo metropolitano. El punto importa porque se podría inferir que existió el temor a no obtener los votos suficientes, aun cuando PRO cuenta con la bancada más numerosa y con varios aliados que habían votado unidos en ocasión de bloquear la posibilidad de honores similares para el ex presidente de Venezuela Hugo Chávez, durante su estadía en el país en 2009. Para no caer en el chavismo La política del PP ha sido siempre de cerrada oposición a Chávez y su movimiento. En 2002, Aznar, entonces presidente del gobierno de España, se convirtió en el primero (y uno de los pocos) que reconoció al efímero gobierno golpista del empresario Pedro Carmona. Los dirigentes de PRO no han ido a la zaga en su denostación del presidente venezolano muerto en 2013. Debido a la trascendencia de Chávez y su corriente bolivariana en la discusión política argentina, cuesta dilucidar si el antichavismo de PRO responde a la convicción o a la conveniencia. Macri se cruzó con Chávez en 2003 en el programa de televisión Almorzando con Mirtha Legrand. El entonces presidente de Boca y candidato a jefe de Gobierno porteño insistió en la importancia de «mirar hacia adelante». Chávez le respondió: «El pasado es parte del presente, sobre todo en América Latina». Se manifestó contra «ese plan neoliberal que aquí nos vendieron» y volvió al tema original: «No podemos hacer abstracción de un pasado tan nefasto». Macri reprimió la respuesta por un segundo y la soltó: «Pero rápidamente hay que empezar a proponer; si nos quedamos siempre buscando excusas en el pasado para justificar que no tenemos un presente exitoso, con empleo, sin violencia, no se avanza». Chávez no lo dejó terminar la idea: adujo que no quería caer en la tentación de debatir con alguien que defendía una visión tan diferente de la suya y derivó la conversación a otro tema. Más adelante, la conductora trató de contemporizar: «¿No se puede tener un país donde estén contentos todos, la izquierda, la derecha y el centro?». Macri comenzaba a explicar que sí, cuando Chávez lo volvió a interrumpir citando un refrán: «No se puede estar bien a la vez con Dios y con el diablo». A medida que los problemas del conflicto y la crispación se incorporaron a la agenda pública argentina, Macri insistió más y más con la idea de que el kirchnerismo llevaba al país a una división social y a un rechazo de la disidencia similares a los que se vivían en Venezuela. Casi diez años después de aquel almuerzo, en una entrevista a Clarín, el jefe de Gobierno porteño retomó: «Estamos discutiendo los valores con los que vamos a vivir. Si vamos a poder tener libertad, pluralismo, capacidad de disentir. A mí no me cabe duda de que la Presidenta va por el intento de una sociedad chavista, de pensamiento único. Cuidado el que piensa distinto. Hay que tener el coraje de dar la pelea. Yo no me voy a rendir». En 2009, en el primer encuentro que FAES coorganizó junto con PRO en Buenos Aires, Sebastián Piñera (entonces candidato presidencial chileno por la derechista Renovación Nacional) fue uno de los invitados de honor. Desde el atril, y ante el asentimiento de la plana mayor de PRO, sostuvo: «En la región existen dos modelos. Uno es el bolivariano. El otro es el de la libertad». La línea antichavista no se plantea apenas en sentido negativo: detrás de los ataques al socialismo del siglo XXI existe una propuesta política alternativa. Eso se manifestó, por ejemplo, en una reunión que organizó la Fundación Pensar en 2010: Macri, Aznar (aún presidente del gobierno español) y el alcalde de Caracas, Antonio Ledesma Díaz, coincidieron en sostener que la crisis económica mundial implicaría ganadores y perdedores, y sus respectivos países tenían la oportunidad de dejar el camino del fracaso y subirse, de una vez por todas, al tren de los ganadores, el progreso y el consenso. Según se desprende de la entrevista que Macri mantuvo con la embajadora de los Estados Unidos en la Argentina, Vilma Martínez, revelada por WikiLeaks, el jefe de Gobierno porteño confiaba en que nada detendría el avance de la derecha en América Latina, y que él formaría parte de esa ola. En su imaginación, al triunfo de Piñera en Chile se sumaría el de José Serra en Brasil y el de PRO en la Argentina. Sus predicciones no se cumplieron. Serra perdió frente a la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, por muchos más puntos de los que predecían los encuestadores. En la Argentina, Macri debió retirarse de la competencia por la Casa Rosada porque le faltó el apoyo de los líderes opositores. Sin embargo, como evaluó Aznar, su amigo español, Mauricio todavía es un hombre joven. En 2015, aun cuando Piñera ya no esté, y aunque el PT gobierne todavía en Brasil, quizá la derecha austral tenga la oportunidad de intentar hacer pie en el plano nacional. CAPÍTULO 6 «El arte de ganar»: marketing político en tiempos de PRO En una fría noche de julio, el microestadio de Ferrocarril Oeste está al tope de militantes de PRO dispuestos a calentar el ambiente. La temperatura se dispara con los primeros acordes de «Ciudad mágica», de Tan Biónica. La campaña para las elecciones legislativas de 2013 se pone en marcha. No es casual que los organizadores del acto descansen en las creaciones pegadizas de este grupo musical para la arenga partidaria. En cierta forma, la banda pop adolescente surgió como un producto de las políticas públicas del gobierno de Mauricio Macri: desde que se presentó en el Festival Ciudad Emergente en 2010, tuvo un veloz ascenso que la catapultó al Luna Park en 2012. «Ciudad mágica», desde luego, para una banda con ese recorrido. Le siguen «Demoliendo hoteles» y «Me siento mucho mejor» de Charly García, «El murguero» de Los Auténticos Decadentes, «Carnaval toda la vida» de Los Fabulosos Cadillacs, «Fuego» de Bomba Estéreo… Todos temas en castellano, la mayoría de grupos argentinos. Una única progresión musical se repite durante toda la noche; cada canción seleccionada acaso con cuidadosa estrategia. La secuencia que se pactó con el disc jockey de campaña no se modifica; así, más tarde, cuando Mauricio presente a los candidatos, cada uno entrará al escenario acompañado con su propio tema. «Fuego» para presentar a la efusiva Laura Alonso. «Rezo por vos» para el espiritual Sergio Bergman. «Ella» —otra vez Tan Biónica— para ella: Gabriela Michetti. Como en un casamiento, o en una celebración de quince años: las estrellas de la noche eligen un tema que los representa y hacen su ingreso al salón con esa música de fondo. Otros elementos evocan un salón de fiestas y refuerzan el carácter alborozado del mitin. El cotillón distribuido entre los seguidores de los candidatos y dirigentes de PRO representa las distintas facciones partidarias. Pelucas rojas para los jóvenes cercanos a Diego Santilli. Antenitas luminosas para el puñado de discípulos de Bergman. Globos blancos y azules para los adeptos a otro dirigente peronista, Álvaro González, otrora aliado a Cristian Ritondo. Remeras azules para los partidarios de la fracción demócrata progresista PRO que fundó Oscar Moscariello. La algarabía moderada da cuenta de que el ambiente celebratorio pende de los hilos de una aceitada maquinaria: un ejército de wedding planners electorales que ha montado una serie de eventos, definida por la estrategia publicitaria que, como en cada elección, organiza las energías proselitistas de PRO, su discurso, su imagen pública, el orden de inauguraciones de obras públicas. En cada acto de importancia, la sucesión se reproduce casi en sus mínimos detalles: globos, lista de temas, cotillón, entrada de los candidatos… El escenario ocupa más de la mitad del gimnasio: es tan desproporcionado que hasta las luces de las pantallas encandilan a los presentes. La puesta en escena PRO parece diseñada más bien para encantar a quienes no hayan asistido al microestadio del club del barrio porteño de Caballito. El acto no es sólo una ocasión para movilizar a la militancia, mostrar los apoyos de cada facción y escenificar, producir y reproducir la heterogeneidad de PRO, la feliz convivencia de los distintos; tampoco un mero evento recreativo que retribuye a los activistas de modo visible ante sus cuadros dirigentes. Se trata, más bien, de un evento destinado a los medios, para propagar el mensaje eufórico y esperanzador del partido y penetrar en audiencias a las que se espera volver a seducir con esa felicidad tan próxima al fin de año de una gran empresa. Desde sus comienzos, PRO trabaja su imagen mediática en detalle. Casi se podría decir que las nuevas tecnologías y la publicidad política constituyen una estrategia central de este partido nuevo, que encuentra así la posibilidad de llegar adonde sus redes partidarias no alcanzan, en un distrito —por otra parte— en el que la relación con la política no se presenta de modo prioritario en los vínculos cara a cara. «En la ciudad de Buenos Aires no se requiere construcción territorial, sí en el interior del país, al igual que en el conurbano», dijo Michetti cuando le consultamos sobre la posibilidad de disputar la candidatura a la jefatura porteña con Rodríguez Larreta, quien sí considera necesario poner el cuerpo en la calle. Para nuestra sorpresa, la dirigente reforzó la idea de la siguiente manera: «La ciudad de Buenos Aires es una ciudad absolutamente mediática, pendiente de los medios, el Facebook, Twister… ¡Mauricio nunca hizo construcción territorial! Entonces les pregunto: la construcción territorial de (Rodríguez) Larreta, ¿dónde está?». No hay impostura en esa práctica. Buena parte de los cuadros de PRO, familiarizados con el mundo de la empresa y el voluntariado, por un lado, y con la autoayuda new age, por el otro, se mueve cómodo entre globos y buena onda. ¿Política sólo para las audiencias, política sin partidos? O acaso se puede pensar de otro modo: PRO construyó sus herramientas de marketing al mismo tiempo que un conjunto de redes y facciones partidarias que le dieron estructura, anclaje territorial y social, y perdurabilidad organizativa. La presentación pública de PRO, tan cuidada, no constituye sólo una estrategia para los medios sino también el modo en que el nuevo partido quiere manifestarse ante los micropúblicos de las mesas callejeras y las reuniones partidarias. Con esa imagen oficial, el partido se muestra de cara a los demás, y se construye de cara a sus militantes. Por momentos, en la estrategia política de Macri aparece la idea de prescindir de las estructuras partidarias para extenderse al ámbito nacional. El ejemplo del cómico Miguel Del Sel en Santa Fe actúa como testimonio de esa convicción, hasta ahora siempre desmentida por la dispar intención de voto del líder de PRO fuera de la ciudad de Buenos Aires. Por otra parte, se busca recubrir de amarillo celebratorio una política de larga data, basada en relaciones personales y redes partidarias; pero cuando eso no funciona, la presencia de PRO se debilita y se debe recurrir a otras formas para reforzarla, como las alianzas con partidos provinciales o con el peronista Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires, en las elecciones legislativas de 2013. Coexisten, entonces, una política para mediatizar y una política para construir relaciones cara a cara. En todos los casos se ve instalada ya una relación intensa con las tecnologías de la comunicación política, y con las puestas en escena según las formas que ellas dictan. Publicidad, asesores y mediciones de imagen, de opinión y de intención de voto. Estas técnicas expertas, además, operan como guía de acción: el líder empresario necesita parámetros objetivos que dirijan sus pasos. Aunque el marketing electoral no constituye una novedad en la política argentina, los actores políticos con mayor inserción territorial se valen también de otros indicadores para orientarse en la coyuntura política, para definir sus estrategias y para administrar sus energías: cuenta lo que dice la militancia, cuenta lo que dicen los aliados. Los PRO puros, en cambio, encuentran su mejor instrumento en las técnicas de la comunicación política. Se metieron en política y necesitan que los expertos los orienten para navegar en ella. Por eso contratan consultores. Fernando de Andreis, uno de los organizadores de Jóvenes PRO, miembro del espacio de Marcos Peña, licenciado en administración de empresas e involucrado en el macrismo desde los orígenes, da testimonio de esta fe. En mayo de 2009, cuando encabezaba la lista de legisladores por la ciudad de Buenos Aires, la página de internet La Política Online le preguntó cómo encararía la campaña electoral. Afirmó, con brutal sinceridad: «No lo pensé todavía (…). Todavía no estuve con Jaime (Durán Barba) ni con la gente que hace las encuestas». Durán Barba se reveló así como una figura central en el armado de las estrategias de PRO. Sus consejos y los de otros expertos auxiliares de la presentación pública de candidatos y funcionarios del macrismo ordenan la escena, los movimientos, las gestualidades. Son los coaches de la nueva política. PRO, heredero de un marketing político con historia El tema regresa en cada elección: cuánto crece la centralidad del marketing y la publicidad en la política. Sin embargo, al menos desde fines de los años ochenta, los candidatos recurren a los especialistas en publicidad, encuestas y discurso para preparar su presentación pública. Por un lado, se constituyó un espacio de comunicación en el cual los medios ofrecen los escenarios principales para presentar los acontecimientos políticos. Por otro lado, se transformó la relación entre la ciudadanía y los profesionales de la política. Esa combinación de condiciones propició que un ejército de especialistas en imagen, oratoria, publicidad y opinión pública rodease los comités de campaña de los partidos, primero, y a los candidatos como líderes personalizados, luego. Los tiempos y los lenguajes televisivos comenzaron a marcar ritmos nuevos. Los candidatos organizaron sus tiempos y sus energías en función de las orientaciones que les proveían los consultores, que, basados en todo tipo de técnicas cualitativas y cuantitativas, se erigieron en consejeros privilegiados de los actores políticos. Lo mismo sucedió con los profesionales del comentario: periodistas, analistas y opinólogos llevaron a estos consultores a sus programas radiales y televisivos, o los citaron en sus páginas de prensa escrita o en línea, para que expresaran un juicio autorizado sobre el desempeño de los políticos. La voz de la gente, en tanto, sonaba en las evaluaciones de los encuestadores, quienes sentenciaban el impacto positivo o negativo de las apariciones públicas de los candidatos, gobernantes y legisladores sobre las preferencias ciudadanas; desde entonces se habló de la imagen de los políticos. Los consultores, publicistas y encuestadores crearon sus propios espacios de encuentro, sus seminarios y sus cursos de formación. Inventaron credenciales para repartir, formas de distinción, jerarquías. Los consultores en opinión y en intención de voto se clasificaron desde entonces, según la justeza de sus pronósticos, en buenos o malos encuestadores. El efecto de las campañas de los publicistas sobre la suerte de los candidatos construyó grandes carreras en el subrubro de la comunicación política y debilitó otras. Para sostener este nuevo juego hubo que convencer a los clientes principales sobre la utilidad de los servicios técnicos de la comunicación política. Se les explicó la capacidad de estas herramientas para contribuir a mejorar sus chances electorales, o su imagen pública, o la estima de su gestión de gobierno. Se compararon estos métodos con experiencias antiguas para resaltar los avances y el incremento de los resultados positivos. En 1973, el partido de derecha Nueva Fuerza, que lideraba Álvaro Alsogaray, había protagonizado la primera experiencia profesional con técnicas sistematizadas de marketing político y encuestas de opinión. Uno de sus jingles repetía: «Los argentinos queremos goles, porque los goles son la verdad. Los argentinos queremos goles, la Nueva Fuerza los hará. ¡Sh, Sh, goles! ¡Sh, Sh, goles!». En las imágenes, redundante, un jugador de fútbol hacía un gol y todos festejaban. «No estuvo bien pensada», opinó sobre esta campaña el publicista Alberto Borrini, experimentado realizador y observador de campañas electorales y promotor de la introducción de las técnicas de publicidad comercial en el mundo político. «Sacó muy pocos votos con un presupuesto exorbitante, y la televisión fue la gran perdedora. Ese año ganó [Héctor] Cámpora con graffiti y poco trabajo publicitario. Tenían un jingle, pero hecho por aficionados». Aquel peronismo había basado su campaña en el trabajo cara a cara y en los actos masivos. Los soportes audiovisuales (como los cortos realizados por cineastas militantes) respondían más a la lógica del debate en copresencia, que a la de la mediatización: «Vista desde el presente, la campaña del FREJULI [Frente Justicialista de Liberación] de 1973 resultaría inaceptable para la mayoría de los publicitarios profesionales», sostuvo Heriberto Muraro, sociólogo y consultor, en un trabajo sobre la historia de la publicidad política en la Argentina. En efecto, y de modo adicional a la explicación de Borrini, hay que recordar la ausencia de audiencias extendidas y de una coyuntura favorable para que los clientes políticos adoptaran el marketing político como guía para la acción. Diez años más tarde, el radicalismo constituyó un equipo de profesionales vinculados a la publicidad y a la asesoría política para que trabajaran (en ese momento, de manera gratuita) para la candidatura de Raúl Alfonsín. Esta fue tal vez la primera experiencia de participación sistemática de expertos en la campaña de uno de los partidos mayoritarios. David Ratto, Gabriel Dreyfus y Marcelo Cosin organizaron una estrategia de comunicación que se valió de los códigos publicitarios; un gran contraste con los esfuerzos del peronismo, en los cuales no se dio un lugar relevante a los equipos técnicos y la publicidad política careció de un planeamiento sistemático. El triunfo del radicalismo no sólo trastrocó todas las certezas del sentido común político acerca de la mayoría natural del peronismo: también estableció un punto de apoyo para que los expertos en marketing político y en opinión pública (algunas encuestas habían predicho el resultado, contra los pronósticos basados en las formas dominantes de lectura de la política de entonces) promovieran sus instrumentos. Borrini, quien integró el equipo publicitario de Alfonsín, recordó: «Fue una campaña intensa, multimediática. Constituyó el desquite de la televisión, que había fracasado rotundamente diez años antes». Se creyó que el proselitismo y los discursos tradicionales habían llevado al peronismo a la derrota: recordemos la imagen de Herminio Iglesias en la quema del ataúd en el cierre de la campaña del PJ. También se pensó que, en virtud del resultado electoral inédito, el electorado tomaba una forma nueva, más autónoma de las pertenencias partidarias: ya no se lo veía como mayoritaria, casi naturalmente peronista, en principio. Esas percepciones impulsaron a los dirigentes partidarios a que aceptaran y hasta buscaran con creciente interés su aparición en programas periodísticos televisivos. Y en la preparación de sus actuaciones intervinieron expertos, asesores en imagen y comunicación, que se transformarían en auxiliares de la presentación pública de los candidatos en tiempos electorales, y de los funcionarios en tiempos de gestión. El interés más fuerte por estas prácticas se notó en las corrientes renovadoras y modernizadoras de los partidos mayoritarios. Las acciones proselitistas se modificaron de modo lento pero constante, hasta que la política mediatizada consumió la mayor parte de las energías de los candidatos y sus asesores. Los actos masivos dieron paso, primero, a las caravanas y, luego, a los encuentros en lugares cerrados, con puestas en escena, juegos de iluminación, cotillón y escenarios controlados. De modo simultáneo, cambió el camino de la información partidaria: otras herramientas de conocimiento de la realidad reemplazaron a la red de dirigentes barriales o municipales, por la que antes habían circulado los índices de aceptación o rechazo de un candidato o de un discurso construidos en la política local o territorial. La importación de saberes y de personas resultó central para promover las técnicas nuevas entre los actores con interés potencial interesados en ellas: políticos, periodistas, profesionales del comentario político, especialistas. Desde los años ochenta, llegaron al país numerosos expertos internacionales para mostrar las nuevas tendencias en mercadeo político. Entre los hitos importantes, se destacan los seminarios que, desde 1987, organizaron Manuel Mora y Araujo y Felipe Noguera, con la revista estadounidense Campaigns and Elections, «la biblia norteamericana de la industria electoral», según Silvio Waisbord. Dirigentes partidarios, periodistas y jóvenes expertos participaron de estos espacios de formación y aprendizaje —conferencias y mesas redondas— en las nuevas formas de hacer política. La invitación de expertos extranjeros (en especial estadounidenses, pero también latinoamericanos que trabajaban en la modernización de las campañas del continente) anticipó el futuro de las prácticas políticas en la Argentina. Con el fin de presentarse ante el público, los dirigentes partidarios de aquellos años se entrenaban para participar en los medios: aprendieron a dar respuestas breves y sencillas, y a cuidar la vestimenta, la gestualidad y los demás componentes de la imagen, que, frente a la cámara, producen efectos que darán lugar a opiniones y debates de periodistas, expertos y rivales políticos. El debate preelectoral entre Juan Manuel Casella y Antonio Cafiero, en 1987, tuvo gran importancia en este sentido. Y Nuevediario, el noticiero de Canal 9, el de mayor rating en los años ochenta, también cumplió un papel en la socialización mediática de los políticos, al invitar con asiduidad —y a veces de manera casi permanente— a legisladores, funcionarios y dirigentes a opinar como columnistas. En un segmento de dos o tres minutos, plantados delante de un decorado típicamente televisivo, debían dejar sentada su posición. Por allí pasaron el trotskista Luis Zamora, el centroderechista Rafael Martínez Raymonda, el justicialista Miguel Ángel Toma, la derechista Adelina D’Alessio de Viola, entre otros dirigentes más o menos importantes de la segunda mitad de los años ochenta. También, José Corzo Gómez mutó de periodista especializado en la tercera edad en creador y principal dirigente del Partido Blanco de los Jubilados, una de las nuevas fuerzas de principios de los años noventa. Y Daniel Scioli, por entonces motonauta, ganó notoriedad en sus apariciones en Nuevediario antes de convertirse, en 1997, en figura política. La llegada de Carlos Menem al poder en 1989 marcó, por diferentes razones, un punto de inflexión en la dinámica de la comunicación política. Por un lado, entre las primeras medidas del nuevo gobierno se contó la licitación de los canales que permanecían en manos del Estado, excepto Canal 7, y se levantó la prohibición de que los propietarios de otros medios participaran del proceso, que establecía la Ley de Radiodifusión de 1980. En los años de Menem se crean y se consolidan las empresas multimedios y se acentúa la importancia de ir a la tele como forma de existencia pública. Por otro lado, Menem se convirtió en el primer presidente de los medios. No porque lo hayan catapultado, ni porque haya recibido apoyos definitivos en la campaña electoral de 1989, sino por su capacidad para alzarse como actor mediático. Como pocos, comprendió y jugó el juego de las escenas de la comunicación política, con sus tiempos, sus gestualidades y sus palabras privilegiadas. Por fin, en los años noventa, quizá el Frente por un País Solidario (FREPASO) haya terminado de consolidar la movilización de las técnicas del marketing político como principales organizadoras de las energías, los tiempos y recursos de una fuerza partidaria. El acceso a los medios resultó mucho menos costoso y mucho más eficaz para sus dirigentes, al menos en virtud del público al que imaginaban destinatario de sus discursos: el FREPASO, tal vez como ningún otro antes, se concibió como un partido de audiencias. Carlos Chacho Álvarez, por ejemplo, era un actor de los medios; según los principales periodistas políticos de la época —entre ellos, Mariano Grondona—, daba muy bien en televisión, es decir que, como Menem, aunque en otro estilo, poseía la capacidad de incorporar y movilizar lenguajes y gestualidades mediáticos. Esta impronta modernizadora se transmitió a la Alianza con la UCR. De la mano de los publicistas Ramiro Agulla y Carlos Baccetti, la candidatura presidencial de Fernando de la Rúa en 1999 cobró su forma según los conceptos del lenguaje publicitario y las lógicas televisiva y cinematográfica. Ese año, además, los asesores internacionales desembarcaron por primera vez en el mercado argentino de la consultoría electoral. El estadounidense Dick Morris trabajó para la campaña de De la Rúa; en la práctica, coordinó la estrategia electoral. Su compatriota James Carville se ocupó de los primeros pasos de la campaña de Eduardo Duhalde; ante la perspectiva de la derrota, su lugar lo ocupó el brasileño Duda Mendonça, quien ya había trabajado en la recordada campaña de fin de mandato de Menem («Menem lo hizo», copia aggiornada de la campaña «Foi Maluf que fez», del candidato a gobernador de San Pablo, Paulo Maluf). Luego de la crisis de la política mediática, con las movilizaciones masivas de 2001 y 2002, PRO contribuyó al retorno del juego de la comunicación política al centro de la escena. En este sentido, heredó la modernización de las campañas electorales de los años ochenta. Quizá la novedad que el macrismo aportó al uso de estas técnicas haya sido su aplicación, como ninguna otra fuerza se había atrevido antes, a la gestión cotidiana desde el Estado: ninguna obra de gobierno, desde 2007, quedaría por fuera de la lógica publicitaria. La estrategia de marketing político de PRO debe mucho al consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba; también se valió de los servicios del publicista Ernesto Savaglio, responsable de buena parte de la imagen pública de la agrupación y del gobierno porteño. Consultor internacional más publicista local proveniente del mundo del marketing comercial: una fórmula ya probada. Sin embargo, Macri se tomó algún tiempo para aceptarla. La breve marcha hacia el amarillo PRO Que un partido nacido de una fundación y encabezado por un conocido empresario se presentara ante el público en la campaña de 2003 —su bautismo electoral— con el eslogan «Pasión por hacer» era un buen punto inicial. Además, la idea de constituirse en una fuerza de gestión se ubicaba en el centro de su construcción política. Y funcionaría, años más tarde, una vez en el gobierno de la ciudad, como argamasa para la heterogeneidad de su dirigencia. Una identidad, podríamos decir. Para reforzar la idea, Macri llevó como candidato a vicejefe de Gobierno a Horacio Rodríguez Larreta. Este economista, de perfil técnico, había elaborado hipótesis sobre los problemas de la ciudad como director de la Fundación Sophia y había acumulado experiencia en la función pública en grandes instituciones estatales nacionales, como el PAMI (ver capítulo 1). «Es el hombre que más estudió sobre asistencialismo», decía Macri de quien veía como un gerente público que podía complementar a un gerente de empresas. A tono con la fórmula, la publicidad ofrecía un perfil algo solemne. Se hablaba el lenguaje de la pasión, pero se lo enfriaba con el del management. Los carteles combinaban letras blancas sobre fondo azul: nada de amarillo todavía. Quizá el incipiente nacionalismo que había despertado la crisis de 2001 y 2002 había inclinado a los dirigentes de Compromiso para el Cambio hacia los colores de la patria. Colores que, además, utilizaba a nivel nacional el incipiente peronismo kirchnerista, sobre el que Macri aún no se había pronunciado de manera negativa. Al contrario, poco antes de las elecciones presidenciales, había dicho: «Quien gane va a tener mi máximo apoyo, porque, si al presidente le va a bien, a la ciudad de Buenos Aires también». La pasión por hacer influyó también la elección del lugar donde se lanzaría la campaña: el estadio de Obras Sanitarias. «Mientras todos hablan, Macri hace Obras», decían los carteles que anunciaban el acto. El énfasis en la gestión presentaba un filo doble que Macri sólo pudo sortear años más tarde, cuando agregó al hacer la soltura de la fiesta. Hasta ese momento, su imagen chocó con la desconfianza que los grandes empresarios causan a buena parte de la ciudadanía. Y que, con el recuerdo todavía fresco de la crisis económica y financiera, se había vuelto más intensa. La consultora Carlos Fara & Asociados realizó un estudio de opinión entre argentinos mayores de 18 años, en condiciones de votar, en el Área Metropolitana de Buenos Aires, Rosario y Gran Mendoza, en cuatro momentos entre 2001 y 2011, y halló que la imagen positiva de los empresarios era del 13% en 2001 y, más de diez años después, en 2011, llegaba al 30%. Al mismo tiempo, en 2001 sólo un 4% de los entrevistados estaba en desa- cuerdo con la afirmación «Los empresarios sólo piensan en ganar dinero», porcentaje que en 2011 había aumentado al 6%. En esas condiciones, ¿cómo ganar las elecciones? Como solución, se puso en segundo plano la labor empresaria —a nadie se le escapaba que Mauricio era Macri— y, en cambio, se utilizó, sobre todo en la estrategia televisiva, su experiencia como presidente de Boca Juniors. Se buscaba instalar, así, la idea de que, si resultaba elegido, podría hacer con la ciudad lo que había hecho con un club que había conseguido éxitos deportivos de importancia durante los años de gestión macrista. Sus adversarios enfatizaron su condición de millonario y lo calificaron de nene de papá. Manos desconocidas completaron las leyendas de campaña «Pasión por hacer» y «Progreso para todos» con fajas pegadas que viraban el sentido del mensaje: «Pasión por hacer dinero» y «Progreso para papá». En esa línea, los apoyos de Aníbal Ibarra idearon dos eslóganes que plasmaron en sendos afiches, que apuntaban al recién llegado a la política electoral: «Para defender la ciudad», decía uno, y el otro, «No te vendas Buenos Aires» y mostraba un obelisco con código de barras. Al votar a Mauricio, ¿se votaba a Macri o al presidente de Boca? La victoria en la primera vuelta sugería que la estrategia de enfatizar las virtudes de la racionalidad administrativa del candidato había funcionado. Sin embargo, los índices de rechazo a Macri auguraban una situación difícil para la segunda vuelta. Ante esa perspectiva, para el ballotage se eligieron eslóganes que sugirieran la esperanza de un ciclo nuevo: «El cambio está empezando». Al mismo tiempo, ante los intentos de descalificación, el comité de campaña de Compromiso para el Cambio respondía con lo que, hasta entonces, mejor conocía el equipo: la lógica del hacer. «Por cada ataque, una propuesta», decía otro afiche. (Años más tarde, para las elecciones legislativas de 2013, Sergio Massa emplearía el mismo eslogan en su disputa con el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires.) Al final, cuando las encuestas auguraban una derrota casi segura, en el tono de un rezo, el macrismo solicitó a los electores que abandonaran los viejos prejuicios ideológicos que impedirían la llegada de ese cambio a la ciudad: «Buenos Aires merece una oportunidad», instaban los afiches pegados poco antes del domingo 14 de septiembre, día de las elecciones. La idea de un cambio basado en el hacer ya había impregnado el armado político de Macri, pero la estética de campaña, la frialdad de los principales candidatos y hasta la propia imagen de Macri — soberbia, distante— se alejaban mucho de la algarabía organizada en que pronto devendría cada acto de PRO. La derrota en la segunda vuelta, que sólo sorprendió al macrismo, mostró los límites del armado electoral. Incluso el lanzamiento en Obras sufrió innumerables problemas de organización, vacilaciones y hasta agresiones por parte de uno de los grupos que integraba el partido incipiente. Con gran goce del detalle, el periodista de Página/12 Fernando Cibeira contó dos incidentes que ocurrieron, al escenificar la diversidad de la agrupación: «Por el escenario desfilaron diez “vecinos”, que trabajan en Compromiso para el Cambio, explicando por qué apoyan a Macri. Buscaron arquetipos: el joven, la directora de escuela, la desocupada, el radical, el liberal, el doctor, el ingeniero en informática, el director de cine, la peronista. Aunque las intervenciones fueron breves, a la mitad la hinchada se empezó a cansar. “Que pase el que sigue”, coreaban, apurando a los vecinos macristas. Cuando apareció la joven radical, Florencia Polimeni, el abucheo bajó con todo. “Este es el lugar donde existe la tolerancia, el respeto por los que piensan distinto”, dijo Florencia mientras arreciaban los silbidos. La chica no se amilanó y consiguió al menos dividir los ánimos. La hinchada ya estaba alterada. Luego apareció el ingeniero en sistemas, de impecable traje. “Garca”, le gritaron». La hinchada, al parecer, provenía de la barra de Boca Juniors, a la que la nueva fuerza echaba mano en las movilizaciones. Al acto asistieron 3.000 personas. Según un cronista de La Nación, hubo «más de 500 personas sentadas en sillas reservadas con nombre y apellido y otras 2.500 que llenaron la popular». Todavía no se había estabilizado un formato festivo de convivencia pacífica que mancomunara esfuerzos de militancia popular y élites sociales. El VIP de las celebridades y los dirigentes políticos no se mezclaba con las barras. Y para las barras, el ingeniero era un garca y la dirigente radical, objeto de silbidos. Faltaban unos años para los globos y la buena onda. Aquella campaña de 2003 descubrió una constante de la fuerza macrista: el alto gasto publicitario. Sus oponentes denunciaban a Compromiso para el Cambio porque había gastado mucho más de lo que permitía la ley electoral de la ciudad. Quizás enojada por haber perdido la centroderecha y buena parte de las fuerzas en esa orientación, Patricia Bullrich, la candidata a jefe de Gobierno porteño, pidió a la jueza electoral María Servini de Cubría que prohibiera a Compromiso para el Cambio que continuara con su publicidad política. La postulante por la Unión para Recrear Buenos Aires había solicitado una medida cautelar por la cual se ordenó a los medios que evitasen difundir publicidad de Compromiso para el Cambio ya que, según Bullrich, la fuerza había superado con holgura «los límites establecidos por las normas para gastos de campaña». En 2013, Bullrich se sumó a PRO junto con su partido, Unión por Todos. Olvidó estas viejas querellas. Sus objeciones, sin embargo, no serían las últimas contra el PRO por los gastos publicitarios. De modo paradójico, el área que más frutos rendiría en la vida política de PRO se contaría también entre las que más inconvenientes le traerían. Submarino amarillo El cambio empezó en las elecciones legislativas de 2005. La imagen partidaria mantenía aún las mismas tonalidades azules, y los candidatos del FPV insistían en disputarlas. Tampoco Macri había elegido con claridad al kirchnerismo como adversario político. Sin embargo, aquellas elecciones legislativas marcaron más que la persistencia del voto a Macri en la ciudad de Buenos Aires. Dejaron una huella fundamental en la historia de su partido. De la fusión con la fuerza de Ricardo López Murphy, Recrear, nació Propuesta Republicana, PRO, cuyo logo pasó a ser el símbolo de play: ►. El crédito corresponde al publicista Ernesto Savaglio, en aquel momento presidente de la oficina local de la multinacional TBWA, una de las principales agencias de publicidad del mundo. Savaglio aconsejó que se acortara el nombre del partido y se saliera con una serie de consignas unificadas bajo el lema «Eso es PRO». «Me costó convencer a Mauricio», explicó en una entrevista con el periodista Iván Ruiz para La Nación, durante la campaña de 2011. «Le dije que no se podía seguir llamando “Compromiso para el Cambio” porque, cuando fuera jefe de Gobierno, la palabra “cambio” se le iba a agotar». Savaglio había trabajado para López Murphy y construido su imagen de bulldog. A partir de la alianza entre Compromiso para el Cambio y Recrear, entabló nuevamente relación con Macri, a quien conocía de los años de Boca Juniors, cuando había colaborado de manera informal con la imagen del club. El sueño de los dirigentes de PRO entonces se resumía en dar con el Ramiro Agulla de Macri. Parecía que Savaglio cumplía con los requisitos para desempeñar ese papel. La incorporación del publicista a la campaña de PRO coincidió con la de Durán Barba, quien ya fungía de consultor informal de Macri. La suerte de ambos sería disímil, pero parte del éxito publicitario de la campaña macrista de 2005, al igual que la más importante y recordada de 2007, se deben atribuir a su trabajo conjunto. Durán Barba (o chau, bigote) Macri conoció a Durán Barba en 2003. El consultor, quien fue profesor asociado de la George Washington University y director de FLACSO-Ecuador, había vivido y estudiado en la Argentina en los años setenta. En esos tiempos, simpatizó con la izquierda peronista e inclusive marchó a Ezeiza para recibir a Juan D. Perón. Al inicio de esa década, estudió Filosofía en la Universidad de Cuyo, en Mendoza. Sus inclinaciones políticas lo llevaron a Chile para repudiar el Tancazo de junio de 1973, el golpe fallido contra el presidente Salvador Allende, que anticipó su caída y asesinato en septiembre de ese año, cuando tomó el poder el dictador Augusto Pinochet. Más adelante, Durán Barba estudió Sociología en la Fundación Bariloche, que en aquellos años contaba con un fuerte apoyo de la Fundación Ford, embarcada en el intento de reorientar las ciencias sociales del continente del ensayismo marxista al empirismo de raíz estadounidense. Ya durante la dictadura, como su padre era funcionario del gobierno de Ecuador, Durán Barba intercedió para que algunos antiguos compañeros mendocinos, perseguidos por la Triple A, primero, y luego, por la represión estatal, se pudieran exiliar en ese país. Por fin, en 1979 él mismo regresó a su patria, donde utilizó sus conocimientos de metodología cuantitativa para realizar unas de las primeras encuestas políticas de ese país. Trabajaba para políticos de izquierda. Manuel Mora y Araujo —uno de sus maestros en la Argentina, quien había transitado ya el camino de la sociología cuantitativa a los estudios de opinión— recuerda a Durán Barba como un alumno destacado. Era «un joven culto e inquieto, con ideas de izquierda —yo también las tuve, pero por entonces ya las había dejado—, que intervenía en las clases con observaciones inteligentes», recordó el sociólogo y encuestador. En 1980 fundó y dirigió la empresa de opinión pública Informe Confidencial. Más adelante, cuando tuvo prestigio suficiente para que su nombre atrajera clientes —una vez más, seguía los pasos de sus maestros argentinos—, creó Durán Barba & Asociados. No guardó un buen recuerdo del fin de los noventa, cuando integró el Gabinete del presidente Jamil Mahuad: «Los peores años de mi vida fueron cuando fui ministro de Estado. Todos los días con corbatas, con escoltas, en ceremonias estúpidas. Era espantoso», recordó Durán Barba en una entrevista para el diario La Nación, en 2011. Cumplió un papel clave en las conversaciones de paz con Perú y en el diseño de la nueva política económica de su país, que dolarizó la economía como receta para superar la crisis económica. Domingo Cavallo había viajado a Ecuador para crear una suerte de convertibilidad de corta duración, y en poco tiempo la rigidez monetaria creó serios problemas económicos y financieros; la salida ecuatoriana a esa encerrona consistió en la dolarización. Ya se había convertido en un importante consultor latinoamericano. En 2000, fue condecorado por el gobierno brasileño con la Ordem Nacional do Cruzeiro do Sul, en el Grado de Gran Cruz. En abril de 2003, lo invitaron al Segundo Seminario Internacional de Management Político, que dirigió Doris Capurro y organizó la consultora Management Político, junto con la Graduate School of Political Management de George Washington University, la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Católica Argentina y el Instituto Torcuato Di Tella. Estos seminarios, que en los años ochenta familiarizaron a políticos y periodistas con las técnicas del marketing político y las encuestas electorales y de opinión, se habían convertido en convenciones de negocios. Allí, las empresas y los consultores se exhibían, daban a conocer las nuevas tendencias en el mercadeo político y, desde luego, captaban nuevos clientes. Aquel 2003, cuando la movilización en las calles ya había cedido una parte de su protagonismo a la recomposición institucional y a la política emitida desde los sets televisivos, los encuestadores y analistas políticos argentinos se reunieron para discutir los escenarios y las proyecciones de intención de voto para las elecciones presidenciales que se realizarían pocos días después. Graciela Römer, Manuel Mora y Araujo, Ricardo Rouvier, Julio Aurelio, Felipe Noguera, Hugo Haime, Doris Capurro, Torcuato Di Tella, Luis Tonelli y Ricardo Rouvier, entre otros, debatieron el futuro próximo de la política nacional. Algunos dirigentes políticos cercanos a Carlos Menem participaron del evento y quedaron fascinados con Durán Barba. Lo invitaron a reunirse con el ex presidente a pocos días de la primera vuelta electoral. El interés era claro: los organizadores de aquel seminario que tuvo lugar en la UCA habían presentado al ecuatoriano como un experto en ballotage. Describió un periodista de Clarín: «La profesión que tiene no está matriculada, pero por estas horas se cotiza bien». Al parecer, Durán Barba aceptó: el 27 de abril, día de los comicios, esperó los resultados con Menem en el Hotel Presidente. De Macri lo separaba ya un paso solo, y lo dio tras las elecciones para la jefatura de Gobierno porteño de 2003. Se conocieron por medio del operador macrista Juan Pablo Schiavi, antiguo cuadro de SOCMA, luego funcionario porteño de Jorge Telerman y del Gobierno nacional, en la Secretaría de Transporte, hasta que a comienzos de 2012 un accidente de trenes en la estación de Once provocó 51 muertos y desnudó la impericia del funcionario y del Gobierno nacional en el manejo del transporte público (ver capítulo 1). Schiavi se acercó a Durán Barba en una de sus visitas a Buenos Aires. Le habló de Macri como potencial cliente. La empatía facilitó el encuentro: ambos cultivaban el lenguaje práctico del advising empresario. Descubrieron que además compartían valores y visiones de la política. En 2005, el periodista José Natanson describió en Página/12 la incipiente relación entre consultor y cliente: «Su influencia es silenciosa pero importante. Durán Barba y Macri rara vez se ven en público, pero conversan seguido: en el entorno del empresario aseguran que sus consejos fueron clave para la decisión de apurar la nueva alianza». Desde entonces el ecuatoriano cumplió un rol fundamental en el diseño de cada paso importante que dio Macri; por caso, representó una pieza clave en la decisión de Macri de aliarse con Ricardo López Murphy, aun a riesgo de perder parte del electorado peronista. Con el tiempo, extendió su gran influencia sobre toda la dirigencia de PRO. Durán Barba no ha revelado cuánto gana por su trabajo con el macrismo, pero se estiman cifras importantes: 20.000 dólares por mes y un bono de hasta 300.000 dólares por elección ganada. Quienes lo conocen, sostienen que el consultor es muy desconfiado y no abre el juego. «Cuando se trata de decisiones importantes, las reuniones entre Durán Barba y el jefe de Gobierno son a solas», escribió el periodista Iván Ruiz en La Nación. «Un dirigente de confianza sostuvo que “es uno de los pocos con autoridad y la confianza necesaria para retrucarle a Macri cualquier cosa”». Dentro de PRO, poca gente accede a la discusión de ideas con el consultor: Rodríguez Larreta, Peña, Michetti, José Torello y Nicolás Caputo. Los PRO puros. Peña se cuenta entre los que más aprecian su trabajo: «Cuando empezamos, Jaime nos convenció de hacer algo distinto. Aprovechó la frescura de Mauricio, que era nuevo en política, y nos estimuló con consejos claros y concretos», dijo a La Nación. La valoración está ligada, al parecer, tanto a su olfato como a la capacidad del consultor para comunicar argumentos. «Jaime sabe, tiene sentido común y habla sobre cosas concretas. No es como escuchar a [Ricardo] Forster, que es abstracto», lo comparó otro dirigente macrista con el profesor de filosofía, miembro de Carta Abierta y candidato a diputado nacional por el FPV en las elecciones legislativas de 2013. Las recetas para la acción constituyen el fuerte de Durán Barba. En su último libro, El arte de ganar. Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas, publicado en 2010 junto con su colaborador, Santiago Nieto, ofrece un decálogo de ideas para «ganar elecciones» que, entre algunos lugares comunes y cierto antiintelectualismo, construye una manera de entender y de hacer política. Otros consultores o asesores habían expuesto muchos de esos mismos argumentos entre los años ochenta y noventa, cuando se realizó la pedagogía proselitista más activa y paciente sobre la centralidad de las nuevas técnicas de la comunicación política para candidatos, funcionarios y dirigentes en general. En su libro, Durán Barba y Nieto vuelven sobre tres aspectos principales. En primer lugar, la modernización de las estrategias electorales: el reemplazo de la intuición por las encuestas y la comunicación partidista por la publicidad. En otras palabras: la necesidad de contratar sus servicios. Según los autores, no se trata de descreer del conflicto político sino de administrarlo con los instrumentos que brinda la consultoría: «Las técnicas que permiten usar el conflicto para ganar las elecciones son parte de una visión moderna de las campañas, que se estudia y perfecciona día a día. Si se quiere superar la vieja forma de hacer política, es bueno apoyarse en profesionales capaces de diseñar una estrategia profesional que potencie todo lo que se hace y se deja de hacer en la campaña. Cuando se actúa de esa manera, nada queda al acaso o es fruto de la improvisación». En segundo lugar, afirman, se debe pasar «de la agenda para las élites a la de los electores comunes»; es decir, poner en el centro de la estrategia mediática al votante despolitizado y más desinformado. «Hacer una campaña dirigida a partidarios duros que son capaces de sacrificarse concurriendo a algo tan aburrido como una manifestación es tan absurdo como suponer que ellos representan los sentimientos de la mayoría», dicen los consultores. Esto implica apuntar más a las audiencias y las redes sociales que a la militancia. «Parecería obvio que las campañas deben ser distintas, pero muchos no son conscientes de eso y quieren ganarlas llenando la Plaza de Mayo con cabecitas negras, como lo hacía Perón», ilustran. Nada de militancia, bombos o cabecitas negras, por un lado; y por otro, ese hombre común, el vecino a quien hay que resolverle los problemas, se debe ubicar como destinatario central de los discursos. La propuesta consiste en interpelar al público con historias sobre ese Señor Nadie, esa Señora Todo el Mundo. Una gramática de la anécdota. Las intervenciones públicas de Macri abundan en relatos repetidos de sus timbreos por la ciudad, en los que el jefe de Gobierno se encuentra con personajes estereotipados —amas de casa, jubilados— que le cuentan historias que se completan con moralejas ajustadas para cada ocasión. En un discurso ante policías metropolitanos que egresaban de la academia, Macri contó: «Hace muy pocos días me sorprendió el comentario de una vecina. Me dijo que estaba enamorada de Orlando. Yo me pregunté: “¿Quién será este Orlando?”. Y la señora me explicó: “Orlando es un policía de la Metropolitana que sabe que yo llego todos los días a mi casa a las siete y media. Se para ahí de custodia, espera que yo baje del auto y que lo guarde en el garaje, me saluda y se va. Me cambió la vida para siempre”». El silencio es breve; a Macri le falta paciencia para la intriga y el remate llega rápido, con el agregado de un deseo: «Que ustedes se conviertan, a partir de ahora, en los nuevos Orlandos y que muy pronto muchos vecinos de la ciudad puedan decir lo mismo: que el trabajo y la presencia de ustedes en la calle también contribuyeron a mejorarles la vida y a devolverles la tranquilidad». Los aplausos de los policías escondían una mezcla de vergüenza y burla: la ironía de los subordinados de la que hablan los antropólogos. Una fórmula que se reproduce, pertinaz. Algunos recuerdan la historia de María, que Macri utilizó hasta el cansancio para hablar de delito e inseguridad en los sets de televisión. La jubilada le había contado que habían entrado a robar a su casa: «Tocaron el timbre y me dijeron que eran de la farmacia», citaba Macri a María en 2010, aún con bigotes y con incipiente entrenamiento narrativo, «y yo, como una idiota, les abrí…». Pausa breve. «Lo que me pegaron, Mauricio, lo que me pegaron, hasta que se dieron cuenta de que no tenía más nada». Nueva pausa. «Porque a María, la de al lado, le pasó lo mismo y en ese caso Cacho se había ido a jugar a las bochas. Por suerte, porque a los hombres les pegan más. Al marido de María, la de al lado, lo mataron». Al año siguiente, ya sin bigotes, Macri reproduce la misma historia como invitado a un almuerzo de Mirtha Legrand. Esta vez omite a la segunda María, para no confundir al espectador. La fábula de María y Cacho apareció en boca del jefe de Gobierno en contextos y momentos diferentes. Si se la ubica en una serie, como se hizo en el programa televisivo kirchnerista 6, 7, 8, la historia parece obra de un humorista. La última receta de Durán Barba y su asociado, una política emotiva, consiste en pasar «de las palabras que transmitían ideas a las imágenes que transmiten sentimientos». De ahí la fiesta y los globos, que en gran medida dieron a PRO ese costado humanizado por el cual Mauricio superó el fantasma de ser Macri. De acuerdo con el gran orientador del jefe de Gobierno porteño, los votantes se sienten más atraídos por el color, por una sonrisa o por un gesto, que por los discursos cargados de ideología. El baile con Michetti en el escenario o la pasión por «Queen» que se manifestó cuando Macri imitó a Freddie Mercury, parecen desplegar esta cuidada producción de emociones que, con el tiempo, acercaron al líder de PRO y el electorado. Junto a la fiesta, la proximidad se alzó como un valor fundamental de PRO en spots y carteles que mostraban a Mauricio en conversación con jubiladas, adictos al paco, madres solteras o alegres vecinos, y todos lo escuchaban atentos. A pesar de tan elaborada construcción de personas y de organizaciones, Durán Barba rechaza la reducción de sus labores a una estrategia publicitaria. En una entrevista que Jorge Fontevecchia publicó en Perfil, en 2007, dijo: «Mi trabajo es consultor político, soy un analista político. Analizo la política desde una perspectiva práctica y sobre eso doy clases en la universidad. Es muy importante remarcar que no tengo nada que ver con el marketing. A mí me parece una aberración el marketing político. Es una aberración conceptual: el candidato no se vende, eso es absurdo. El candidato no es un producto, los electores no son consumidores». Quizá tanto reparo hable de su disputa secreta con el publicista Savaglio, con quien mantuvo un tironeo por la autoría intelectual de la imagen renovada de PRO. Savaglio creó la nueva sigla partidaria y propuso el color amarillo para darle identidad a la campaña por la jefatura de Gobierno de 2007. Durán Barba se adjudica otra clase de transformaciones: la incorporación de Michetti como compañera de fórmula de Macri para dotar de sensibilidad al armado político, y el reemplazo del perfil duro de la gestión por otro de felicidad y buena onda. El consultor piensa en coronar los atributos de su cliente; al imaginar un posible compañero de fórmula presidencial, ante la pregunta del periodista de Página/12 Werner Pertot, anticipó: «Tendría que ser alguien que complemente la imagen de Macri. Que cumpla el rol de Gabriela, que dé sensibilidad, que humanice, un toque más de populismo. De estilo peronista, probablemente que sea del interior». En 2007, a Savaglio le recriminaron que hubiera copiado en los spots de PRO la publicidad de PlayStation que una agencia inglesa había creado para Sony. «La gente que se dedica a la publicidad sabe que esto no es un plagio», se defendió el introductor del amarillo PRO. «Este formato en el que hicimos el comercial, que se llama viñeta, ha sido usado en miles de spots. Hay tres o cuatro imágenes que se parecen a las del comercial de PlayStation». Puertas afuera, el tema no pasó de burlas televisivas. Pero en el pago chico macrista, Durán Barba utilizó las críticas periodísticas para inclinar a su favor la competencia por el copyright de la imagen PRO, y por el mando de las estrategias de campaña. Antes del ballotage lanzó el rumor de que Savaglio había sido despedido; el muerto salió a declarar su buena salud y que su agencia llevaba «la voz cantante de la campaña». Detalló al sitio especializado Adlatina.com: «Los comerciales los dirige la agencia, los filma la agencia, y a Mauricio, en las filmaciones, lo dirigimos nosotros. Salvo algunos afiches, la campaña entera está ideada y realizada por Savaglio/TBWA». Acotó el territorio de adversario: «cuestiones relativas al discurso político», dijo Savaglio. «En 2005, Durán Barba apareció en el partido como asesor sobre temas de comunicación política. Creo que Mauricio lo contrató más que nada para tener a su lado alguien que lo tenga al tanto de cuestiones relativas al discurso político». El asesor no logró expulsar al publicista. El clima se volvió insostenible. Las mieles del éxito apaciguaron las tensiones, pero por un rato. El estallido se produjo en la campaña de 2009. Durán Barba retomó la línea de las desprolijidades presuntas de Savaglio con la excusa de la filtración de un descanso registrado durante la filmación de un spot en el que Macri se reía de las acusaciones de Fernando Pino Solanas contra funcionarios del Gobierno de la ciudad por permitir el funcionamiento de prostíbulos. «Estamos con poco trabajo, Pino; había que darle trabajo a Constitución», dijo Macri con humor desafortunado. Alguien —de la producción del spot, se conjetura— subió el video a YouTube. El revuelo que causó la ironía de Mauricio provocó en poco tiempo la salida de Savaglio. La difusión del video causó la denuncia del abogado Rodolfo Yanzón, de la ONG La Alameda: «Más allá del repudiable tratamiento jocoso de parte de uno de los funcionarios públicos que debería tener como primordial tarea la lucha contra la trata de personas en esta ciudad, del video surge claramente que el jefe de Gobierno ha conocido la existencia de lugares donde se cometen delitos diariamente». El despido de Savaglio puso fin a una competencia muy fuerte por dirigir la estrategia publicitaria de PRO. Para Savaglio, siempre se trató de celos profesionales: «Creo que los asesores son indispensables en el equipo. Durán Barba no cree que los publicitarios estén capacitados para hacer comunicación política», sostuvo en La Nación. Aquel año, Durán Barba asumió nuevas responsabilidades. Como parte del armado del PRO Peronismo, su principal cliente en la Argentina le encomendó la tarea de asesorar a Francisco De Narváez en la campaña de la provincia de Buenos Aires. El objetivo: ganarle a Néstor Kirchner, candidato del FPV en aquellas legislativas que sucedían en un contexto de crisis económica, con un gobierno nacional debilitado tras el conflicto con los productores agropecuarios en 2008, la incipiente epidemia de gripe A y el deterioro de la situación social. El consultor eligió —como lo había hecho con Macri en 2007— el camino del humor y la new age: De Narváez bailó reggae- tón en el programa de Marcelo Tinelli, jugó con su imitador y hasta se permitió conjugar el eslogan del momento, que caracterizaba a su personaje en el programa televisivo: «Alica, alicate». Sin embargo, la relación entre consultor y candidato esta vez no corrió por un cauce calmo y festivo como el que llevaba las aguas del macrismo. El problema se originó en diferentes visiones sobre la relación entre la política tradicional y la nueva política. El asesor de campaña había afirmado públicamente que «los números de Felipe (Solá) no son tan buenos como los de Macri y De Narváez» y, aunque «su conexión con la red de punteros va a ayudar a la campaña», no convenía que apareciera en los spots televisivos. El ecuatoriano fundamentaba la exclusión de Solá en la necesidad de hacer una campaña con menos justicialistas, para diferenciarse del kirchnerismo. De Narváez lo enfrentó: «Soy un afiliado al PJ de la provincia de Buenos Aires. Nadie trata de eludir lo que somos». Macri trató de defender a su asesor, pero De Narváez insistió: «No me parece correcto que un asesor haga declaraciones públicas sobre la campaña que está asesorando… Es un asesor y, como tal, no hacemos todo lo que él dice». Durán Barba no estaba acostumbrado a ese trato. Sin embargo, el triunfo en la provincia de Buenos Aires pareció darle la razón otra vez. Savaglio, en contraste, debió buscar otros rumbos. No se alejó demasiado: terminó por trabajar para el siempre optimista Daniel Scioli. Con miras a las elecciones de 2009, le propuso que se identificara con el color naranja. Amarillo PRO, naranja Scioli: la paleta publicitaria quedaba bien distribuida. La relación de Savaglio con el linaje de dirigentes de mediana edad, con perfil de gestores e ideología conservadora, tiene otras extensiones: trabajó también para Sergio Massa en la campaña para intendente de Tigre en 2007, y creó la marca «Más Tigre», que en 2011 devino en «+a», un juego con el apellido del dirigente peronista, antiguo militante de la UCeDé. Para él, negro y rojo. «Es un tipo con una inteligencia emocional única, con un talento para distinguir cómo llegar a la gente más allá de la cosa fácil…», dijo Massa sobre el publicista en un video institucional de homenaje a Savaglio. Massa cambió de opinión en 2013, cuando abandonó el kirch- nerismo para crear el Frente Renovador. Savaglio mantuvo su relación con Scioli y participó en la campaña del primer candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires del FPV, Martín Insaurralde. Creó la sigla MI y le atribuyó un celeste lavado que declinaba del color kirchnerista, a la vez que lo ligaba a la paleta de lo que Natanson ha llamado «los políticos commodities»: aquellos que pueden jugar a ambos lados de la línea trazada por el kirchnerismo. Pero cuando Savaglio utilizó imágenes de Massa, al parecer obtenidas mientras trabajaba para él, en una campaña sucia por internet que favorecía a sus nuevos clientes, el líder del peronismo no kirchnerista se indignó. «Savaglio es como el dulce de leche: un poquito está bien, mucho empalaga», le bajó el precio a quien hasta hacía poco trataba de gran genio. «Además, cree que las campañas son más importantes que la política. Savaglio subestima a la gente». Massa hablaba con el mismo rencor que Durán Barba. El éxito de Savaglio con la publicidad política lo impulsó a abandonar la multinacional TBWA y abrir su propia empresa, Savaglio Studio. Se dedicó, desde entonces, a la comunicación política y de marcas sociales, como —por ejemplo— los medios del Grupo Clarín. Ya sin competidores internos, Durán Barba ganó más espacio y aconsejó a Macri que desistiera de sus planes presidenciales para 2011. Aunque sostenía que las decisiones correspondían a su cliente, en el círculo cercano del líder de PRO es un secreto a voces que el consultor cumplió un papel fundamental en el cambio de rumbo hacia la competencia por la reelección en la jefatura de Gobierno de la ciudad. «Hay que jugar si hay sensatas posibilidades de ganar», dijo en 2010; luego, ya en época de definiciones, su categórica frase «es imposible ganarle a una viuda» terminó por definir el camino. En aquellas elecciones, PRO ganó en la ciudad de Buenos Aires con el 64% de los votos en la segunda vuelta. Luego del triunfo, Durán Barba defendió la postergación de las aspiraciones presidenciales, quizá contra su propio credo sobre la muerte de las estructuras partidarias: «No creo que haya sido un error, por más que ahora algunos piensen eso, porque arrasamos en la ciudad. Pero la verdad es que PRO no tiene estructura fuera de Buenos Aires. Aquí sí tenemos muchos militantes, mucha gente; en el país, no». Para borrar la huella de Savaglio, el ecuatoriano propuso diluir el amarillo PRO con globos y serpentinas de colores durante la campaña. Es algo «más amplio e inclusivo», expresa «más pluralidad», dijo. «Un solo color no me gusta». Joaquín Mollá —asociado con su hermano José en la agencia La Comunidad, con sedes en Buenos Aires y Miami— se encargó de plasmar el multicolor en la imagen del partido. Los Mollá pertenecen a una familia de publicitarios. Su abuelo fundó la agencia Exitus. Su padre, Rodolfo, fue titular de Mollá y Mollá. Joaquín y José comparten la profesión con su hermana Cecilia. Joaquín dirige la sede de Buenos Aires; José, la de Miami. Joaquín comenzó a asesorar a Macri en 2010. Comandó la construcción de la estrategia publicitaria durante la campaña para jefe de Gobierno de 2011, en la que colaboraron algunas agencias asociadas. La agencia Don, de Juan Manuel Papon Ricciarelli, que había ganado un concurso de creativos con su trabajo para Fibertel, ideó el «Vos sos bienvenido» que organizó la presentación pública de PRO. El amarillo furioso viró hacia un tono más anaranjado y la imagen se completó con banderines en rojos, verdes y azules. Y una vez más, las sospechas de plagio alcanzaron a los creativos macristas. Según denunciaron expertos y medios de prensa, la campaña copiaba otra, realizada el año anterior en Portugal, con la consigna «Portugal Solidario 2010». Aun si se reconoce la delgadez del límite entre inspiración e imitación, los parecidos visuales resultan evidentes. Pero como no existían problemas de cartel entre Mollá y Durán Barba, el equipo continuó su trabajo más allá de aquella campaña. Con el frente interno estabilizado, las críticas y denuncias que Durán Barba recibió en 2011 provinieron de los opositores. PRO, en su corta historia, sumó otro escándalo vinculado a la publicidad política: el asesor, entusiasmado con su cliente predilecto, organizó —según denunció el FPV— una campaña sucia contra Daniel Filmus, el principal adversario de Macri para las elecciones locales de ese año. El hecho le valió un procesamiento que aún no ha resuelto la justicia federal. Ya en su libro El arte de ganar, Durán Barba y Nieto afirmaban que «la política es enfrentamiento» y es necesario «atacar». Y hay que saber cómo y cuándo hacerlo: existe un «arte de atacar», sostenían. En la presentación judicial, los querellantes afirman que Durán Barba y sus socios en la Argentina, José Garat y Rodrigo Lugones, organizaron una campaña telefónica de desprestigio de Filmus sobre la base de hechos falsos: en los llamados se afirmaba que al padre del candidato del FPV, Salomón Filmus, lo unía una relación laboral con el ex apoderado de las Madres de Plaza de Mayo, involucrado en el escándalo por el presunto desvío de fondos públicos para la construcción de viviendas sociales por medio de la Fundación Sueños Compartidos. Bajo el disfraz de una encuesta telefónica, se preguntaba edad, estado civil y «¿Sabe usted que el padre de Daniel Filmus es arquitecto y uno de los principales contratistas de Sergio Schoklender?». Filmus padre ni siquiera es arquitecto y en aquel momento se había jubilado ya de su oficio de comerciante. El llamado concluía: «Ahora que usted sabe esto, ¿lo votaría?». La jueza María Servini de Cubría decidió procesar al asesor de PRO bajo los cargos de violación del artículo 140 del Código Electoral, que reprime con penas de dos meses a dos años de prisión a quien «con engaños indujere a otro a sufragar en determinada forma o a abstenerse de hacerlo». Ese mismo año, Durán Barba entabló relación con otro dirigente de la centroderecha de la región: el paraguayo Federico Franco. Se habían conocido en 2008, cuando el ecuatoriano asesoraba a la candidata del Partido Colorado, Blanca Ovelar. El vínculo se inició años después, en parte a través del hermano de Franco, y se terminó de consolidar en 2011, cuando el entonces vicepresidente del Paraguay organizó un seminario al que invitó a Durán Barba. Desde entonces, establecieron una amistad sólida. En junio de 2012, Franco se contó entre los conspiradores más activos en la destitución del presidente Fernando Lugo, y asumió la presidencia interina. Durán Barba lo acompañó como asesor. Sus consejos superaron el plano político: como en el caso de Macri, recomendó al nuevo jefe del Estado que cambiara su fisonomía. Primero, le pidió que se recortase el bigote para lograr un look juvenil como el de los nuevos líderes de la derecha europea, al estilo de Nicolás Sarkozy; luego, un cambio de corte de pelo; por fin —según algunos allegados— le sugirió que se operara la papada. Y Franco lo hizo. Pasión por comunicar ¿Amarillo PRO o amarillo Buenos Aires? En 2011, la legisladora porteña de la Coalición Cívica, Rocío Sánchez Andía, presentó un amparo judicial para que la publicidad institucional del gobierno no utilizara el color amarillo, distintivo de PRO, y para que, de modo inverso, la comunicación política del macrismo no se valiera del «nombre, la voz, la imagen o cualquier elemento identificable con funcionarios públicos de la ciudad». PRO había traspasado al Estado municipal sus colores y sus estéticas. La idea de que la ciudad fuera un trampolín para la carrera presidencial de Macri se veía plasmada en el modo en que se manejaba la publicidad porteña. La legisladora de la Coalición Cívica, en ese contexto, quería evitar que en los meses previos a las elecciones de 2011 la publicidad de las obras del Estado porteño se basase en la figura de Macri, tratando al jefe de Gobierno como si fuera un candidato. Denunciaba: «Macri da cuenta del uso de la imagen del gobierno y de la “marca Ciudad” para pegarla a la imagen de su partido. Esto genera que la gente vincule a la gestión con el partido y, además, utiliza los recursos públicos para posicionarse electoralmente». La confusión entre Estado, gobierno y partido de gobierno era, según Sánchez Andía, absoluta. En la presentación judicial del fiscal general de la ciudad de Buenos Aires, Germán Garavano, se citan los fundamentos de la denuncia de la legisladora de la Coalición Cívica: «Se ha lesionado gravemente el principio republicano, violentado el principio democrático y representativo de separación entre Estado y partido de gobierno, vulnerado la prohibición de utilizar los recursos del Estado en beneficio personal, lo cual constituye un acto de corrupción, llevando a cabo un accionar discriminatorio que lesiona el principio de igualdad y afecta el derecho a la libertad de expresión». Para un macrismo nacido en torno a los principios republicanos, esta confusión entre partido y Estado era al menos una paradoja fundamental. En base a la acusación, el fiscal solicitaba al juez que prohibiera al Gobierno de la ciudad el uso de los colores partidarios. El cambio sutil del amarillo eléctrico al amarillo anaranjado que se produjo por entonces en PRO, luego de la partida de Savaglio del equipo de campaña, así como la incorporación de los banderines multicolor en la imagen proselitista, permitieron una salida elegante del embrollo judicial. Macri, en su incorporación del marketing político a cada acción de gobierno, maximiza como ningún otro mandatario de la ciudad cada acto y cada obra, para hacerles rendir frutos en términos de imagen pública y performance electoral. Prepara los pasos a dar como si se tratara de una actividad de campaña. Una idea ya conocida tanto en la Argentina como en el mundo: la «campaña permanente». La mitología de los consultores sitúa sus orígenes en los Estados Unidos, en las propuestas de uno de los estrategas de Jimmy Carter, Patrick Cadell. Durante la presidencia de Bill Clinton se transformó en prioridad política y en concepto mercadotécnico. Llegó a la Argentina con el desembarco de Dick Morris —asesor de Fernando de la Rúa— y James Carville —consultor de Duhalde— en las elecciones de 1999. Como sucede en general en el mundo del marketing, se trata de una idea sencilla pero efectiva desde el punto de vista de la organización del tiempo y las energías de los potenciales clientes. Consiste en traspolar las técnicas del marketing político y la opinión pública de las campañas electorales a las acciones de gobierno. Encuestadores, asesores y expertos fabrican, así, los modos de presentar, de «comunicar» las acciones de gobierno de manera cotidiana. Refinada y procesada, la concepción da lugar a artículos, libros y conferencias en foros de especialistas, de periodistas, de políticos. En 2002, el consultor Felipe Noguera publicó un libro con ese preciso título: La campaña permanente. En una entrevista que le realizaron durante una visita a Ecuador, sintetizó la fórmula: «Un político moderno debe tener una mayoría diaria. Es como si todos los días estuviese haciendo campaña: todos los días busca el apoyo de la gente, aun cuando esté en el poder. Porque no es lo mismo un gobierno que tiene que trabajar con el apoyo de la gente que si lo hace sin ese apoyo. Tiene que aplicar una serie de técnicas que las ponemos dentro de lo que es la comunicación política. Tiene que estar escuchando permanentemente a la población por medio de las encuestas, de los focus groups y de otros métodos por los cuales el político se informa. Tiene que estar explicándole a la gente cuáles son iniciativas, visiones y sus objetivos finales. El ver la comunicación política solo para las elecciones termina en una visión espasmódica de las cosas. Es un error. Creo que siempre estamos en campaña y por eso hablamos de la campaña permanente». Macri es uno de los mejores alumnos de esta idea, tan provechosa, por otra parte, para consultores y asesores, que se garantizan trabajo permanente. Desde que ganó el gobierno de la Ciudad, en 2007, el líder de PRO se reúne cada semana con Durán Barba, quien integra la mesa chica junto con Peña y Rodríguez Larreta. Entre ellos evalúan la marcha de la gestión, el ritmo de las inauguraciones, la forma de presentarlas. Nada queda librado al azar. Las apariciones en los medios de comunicación, las conferencias de prensa y los anuncios de obras forman parte de esta progresión proselitista, cuya meta se halla en la Casa Rosada. Según versiones de nuestros entrevistados, Durán Barba cobra un salario como si fuese un empleado del gobierno porteño, aunque en el Boletín Oficial no aparece contrato alguno a su nombre, o el de su consultora. Desde 2010, inclusive, estableció un equipo de trabajo para definir la comunicación del Gobierno porteño, que él integra junto con asesores y funcionarios: Peña, coordinador de la comunicación; Miguel de Godoy, responsable de la prensa; Joaquín Mollá, coordinador de la publicidad. Tanto orden planeado y sostenido en el uso de la publicidad y el marketing político contrasta con algunas desprolijidades en el manejo de esta área. Al asumir, Macri nombró a Gregorio Centurión como secretario de Comunicación Social y lo puso bajo sus órdenes directas. Centurión formaba parte del núcleo duro del macrismo, desde sus orígenes: miembro de la Fundación Creer y Crecer, fundador de Compromiso para el Cambio y encargado de Comunicación del nuevo armado político, había conocido a Macri en el colegio Cardenal Newman y luego trabajó con él en SOCMA, donde manejó la publicidad del Correo Argentino y SEVEL. Se convirtió en el coordinador de la comunicación y las campañas electorales: cuando PRO ganó el Gobierno de la ciudad, Centurión dominaba la relación con los medios. Sin embargo, poco a poco, a causa de problemas en la exposición de Macri, su estrella se fue apagando. Por presión de Marcos Peña debió ceder espacio, y Miguel de Godoy se hizo cargo de una nueva secretaría, la de Prensa y Difusión. De Godoy, licenciado en Comunicación Social por la Universidad del Salvador, había sido vocero del Gobierno de la ciudad en tiempos de De la Rúa y, como otros colaboradores de esa gestión, tras la debacle de la Alianza aprovechó su experiencia en el Estado para abrir su propia empresa. MDG Comunicaciones, según su sitio web, «trabaja en la construcción e instalación mediática de nuestros clientes». Cuando asumió en la nueva secretaría, el Gobierno de la ciudad se encontraba en una situación de extrema debilidad pública por las escuchas telefónicas ilegales de 2009; según el periodista Walter Goobar, De Godoy reemplazó a Centurión para tratar de amortiguar los daños que el escándalo causaba a Macri. De modo simultáneo, se comenzó a observar el manejo de la publicidad oficial que hacía Centurión en nombre del Gobierno de la ciudad. En 2010, la legisladora Sánchez Andía acusó al secretario de Comunicación Social por tráfico de influencias, sobreprecios y contrataciones irregulares. La legisladora le imputaba a Centurión (y a otros dos funcionarios: el director de Planeamiento de Medios, Rubén Héctor Azcárate, y Alejandra Beatriz Suárez, asesora contable de la Secretaría de Medios porteña) los delitos de administración infiel en perjuicio de la administración pública, malversación de caudales públicos, negociaciones incompatibles con el ejercicio de las funciones públicas e incumplimiento de los deberes de funcionario público. En definitiva, de desviar fondos de la pauta publicitaria para favorecer a empresas vinculadas con ellos. Según Sánchez Andía, la Secretaría de Comunicación Social había asignado la «colocación de publicidad y trabajos de diversa índole a empresas de familiares y allegados mediante contratación directa y por un total cercano a los 20 millones de pesos». Centurión se suicidó el 20 de diciembre de ese año. La pérdida de poder en el interior del Gobierno y las causas judiciales lo afectaron en profundidad. El amigo de la infancia del líder de PRO había comenzado a espaciar sus apariciones en público; algunos funcionarios lo vieron muy demacrado en el casamiento de Macri, poco tiempo antes de su muerte. Además de la declaración indagatoria en la causa por desvío de fondos publicitarios, Centurión también estaba comprometido en el escándalo de las escuchas ilegales: el ex director del canal Ciudad Abierta, Juan Puigbó, había declarado ante la comisión investigadora que durante su gestión, por orden de Centurión, el espía Ciro James, a quien se responsabilizaba por la instalación del sistema en la ciudad, había pedido una cámara al canal en nombre del Ministerio de Educación para filmar una marcha de docentes en septiembre de 2009. La publicidad oficial no dejó de aumentar en los años de gestión de PRO en el gobierno porteño. Creció en términos absolutos, de 56 millones de pesos en 2007 a 196 millones en 2010 (muy por encima del aumento del índice de precios) y también en términos relativos: en 2007 representaba un 0,57% del gasto total de la ciudad y en 2010, el 0,98%. Este crecimiento no se refleja en el presupuesto anual porque surge de las reasignaciones presupuestarias que se realizan de modo sistemático a favor de este rubro: a diferencia de otras áreas, hacia el tercer trimestre se termina el dinero destinado a publicidad oficial, y entonces se reasignan partidas de otras líneas del presupuesto. Por eso en 2010, por ejemplo, el gasto ascendió a 196% del monto previsto, según las cuentas de inversión 2007-2010 del Ministerio de Hacienda metropolitano. En 2013, en plena campaña electoral, el periodista de Pagina/12 Werner Pertot denunció que el Gobierno de la ciudad ya había aumentado su presupuesto de publicidad y propaganda en un 11%, gracias a un recorte de 40 millones de pesos a 28 hospitales porteños, centros de salud y programas sociales. La «Pasión por hacer» que define al gobierno de Macri quedó superada por una «Pasión por comunicar». CAPÍTULO 7 Pequeños mundos juveniles Hacia el anochecer de un día frío y gris de invierno, un grupo de jóvenes llegó hasta el local de PRO de la calle Bolívar al 400. Llevaban traje; algunos, también una gabardina. Los recibía Victoria Roldán Méndez, entonces presidenta de Jóvenes PRO. Aunque parecían venir del trabajo, en realidad muchos acababan de salir de la Universidad Católica Argentina, ubicada en Puerto Madero, muy cerca de ese espacio en San Telmo. La UCA es uno de los principales ámbitos de reclutamiento de Jóvenes PRO, la agrupación juvenil oficial del macrismo. El local de Bolívar ya no existe. Ahora los Jóvenes PRO se reúnen en el búnker que el partido creó en un edificio de la calle Balcarce, a la misma altura, pero ya no pensando en conquistar la municipalidad, sino la Casa Rosada. Era casi de noche y los jóvenes se acomodaban para esperar, pacientes, el inicio de las actividades. Al fin ingresaron los oradores, Marcos Peña y Humberto Schiavoni. Los dos vestían traje, pero ninguna corbata adornaba sus camisas blancas. La formalidad de los jóvenes del público contrastaba con la actitud de los dirigentes, algo mayores que ellos y cuidadosos del mensaje que brinda un toque de informalidad. Con poco más de 30 años, Peña ya había acumulado entonces mucha experiencia en liderazgo político. Como uno de los impulsores de Jóvenes PRO, había formado militantes a imagen y semejanza de su concepción del partido. Ese ideario expuso esa noche al hablar sobre el futuro de PRO. Algunos asistentes hicieron preguntas o intervinieron con comentarios. Un muchacho sin traje se presentó: trabajaba en la Villa 20, en Lugano, e integraba la agrupación de María Eugenia Vidal, La 24. Desentonaba entre los demás; lo sabía y jugaba con eso. Parecía decir: «Soy la raigambre popular que les falta». Dijo, en cambio, más sutil: «Tal vez muchos de ustedes no conozcan las problemáticas de mi barrio, pero me gustaría que vinieran a visitarnos para trabajar juntos». En el silencio que siguió a la invitación de Maximiliano Sahonero, Peña le agradeció sus palabras. En poco más de un año aquel muchacho les arrebataría a sus protegidos el control de Jóvenes PRO. Pero cómo adivinar el futuro. Aquella noche en San Telmo, Jóvenes PRO semejaba un semillero de estudiantes universitarios, en especial de instituciones privadas y más precisamente de las privadas confesionales. No se veía siquiera a un militante de La Solano Lima, la agrupación de Cristian Ritondo que reivindica el activismo clásico de raigambre peronista. Aquella noche de Jóvenes PRO presentaba un mundo social relativamente homogéneo. Una juventud macrista A comienzos de enero de 2014, en gira política por la provincia de Córdoba, Mauricio Macri afirmó: «PRO es la fuerza más joven a nivel nacional». Por haberse configurado en el período que siguió a la crisis de 2001, PRO se cuenta entre las fuerzas políticas más nuevas del país. Su visión enaltece lo nuevo como atributo positivo: se anuncia como el partido joven y de jóvenes. No obstante, la edad media de sus cuadros no condice con esta imagen. Según una encuesta que realizamos entre los principales funcionarios, legisladores y diputados nacionales de PRO en la ciudad de Buenos Aires, esos cuadros tienen en promedio 47,5 años. Pese a las estadísticas, la presentación de PRO contiene entre sus ingredientes fundamentales la juventud. Lo joven como opuesto a la vieja política. La joven tercera vía, como gustan decir los dirigentes macristas desde 2013, en lo que parece la nueva estrategia de ubicación del partido ante las opciones políticas que pugnan por suceder al kirchnerismo en las presidenciales de 2015. En este contexto, Jóvenes PRO encarna no sólo el brazo junior del partido, las nuevas generaciones que toda fuerza política quiere educar, sino también la juventud como atributo definitorio. La estrategia de ubicar a la juventud como el núcleo semántico de la renovación política carece de novedad. Ya la usó el alfonsinismo con la Coordinadora y lo mismo hace el kirchnerismo con La Cámpora. Ambos movimientos, que encarnaban la mística política de sus líderes, también aspiraban a realizar el sueño de la tropa propia, incondicional, que todo dirigente quiere. Nada de juventudes rebeldes o contestatarias: un brazo más activo para un movimiento que se quiere fundacional, y para ello necesita que su principal referente ascienda al poder o permanezca en él. El sitio web de Jóvenes PRO lo reconoce sin ambages: «Jóvenes PRO, la juventud de PRO Argentina, el partido de Mauricio Macri». En la actualidad, la consigna «MM 2015» suena en todos los espacios donde intervienen los Jóvenes PRO. Ellos son, además, los que pueblan todas las puestas en escena del macrismo que necesitan el calor militante. Aparecen como alegre cortejo del líder. Pero Macri no es el único mayor que dirige estas energías: las líneas internas que agrupan a los jóvenes de PRO se organizan en virtud de distintas lealtades para con los referentes más experimentados, en un reflejo de las divisiones del partido. Como hermano generacional del kirchnerismo, PRO debió definir qué esperaba de sus jóvenes. Peña dijo sobre esa juventud positiva, esa juventud futuro: «Nosotros representamos más el momento de crecimiento económico, la expectativa a futuro. Creo que el kirchnerismo versión 2011 trata de ir hacia una tradición más propositiva: Cristina hace ese cambio estructural respecto a Néstor y se pone cerca de nosotros en el sentido de hablar de los jóvenes, del futuro, de lo positivo, ¿no?». Su opinión sobre Cristina Fernández de Kirchner cambiaría, pero no el lugar que Peña concibe para la juventud en su partido. Sin reivindicaciones históricas, sin figuras emblemáticas de algún panteón ideológico, el eje se ubica en la celebración y el compromiso, la positividad y el hacer, la alegría del crecimiento y el voluntariado entre los que tienen menos. La juventud de PRO, tal como la forjó Peña, comparte la pasión por la acción social con la militancia kirchnerista. Su visita a los barrios populares para conocer las necesidades de los vecinos, sin embargo, se enfoca desde el tercer sector, en el que se formaron muchos de sus dirigentes, en congruencia con la relación de los sectores universitarios con sus otros sociales. De hecho, cuando le preguntamos a Peña si pensaban organizar una campaña de afiliaciones para las elecciones presidenciales de 2015 nos respondió que sí, pero con una modalidad que representa un tipo de cualidades militantes que quieren promover: esperan inscribir miles de «Voluntarios del cambio», personas sin compromiso partidario, pero con «ganas de ayudar». También comparte con los jóvenes kirchneristas —los agrupados en La Cámpora, por caso— una relación intensa entre la participación política y la formación profesional para ingresar al Estado desde arriba. El arraigo en el mundo universitario hace de estas agrupaciones una correa de transmisión entre la militancia y la salida laboral: los partidos, como oportunidades de empleo, permiten que estos jóvenes den sus primeros pasos en sus carreras. A cambio, las fuerzas políticas y los Estados que ellas gobiernan reciben mano de obra calificada, muchas veces formada en universidades de élite. De la UCA al ministerio. En otros grupos sociales, esta asociación entre participación política y salarios estales se simplifica y estigmatiza en la categoría de clientelismo. Jóvenes PRO y jóvenes del PRO Como el macrismo nació porteño y en su etapa inicial concentró sus energías en ganar el gobierno metropolitano, su agrupación juvenil se vinculó a este proyecto de manera directa: durante mucho tiempo Jóvenes PRO se limitó a la ciudad de Buenos Aires. La fundación Creer y Crecer realizó el primer intento por atraer a la militancia juvenil cuando Compromiso para el Cambio apenas se delineaba en el horizonte. En 2003, bajo el paraguas de la marca Jóvenes M, diferentes grupos juveniles se integraron a la fuerza embrionaria para sumarse a la campaña por la jefatura de Gobierno de la ciudad. Algunos, con trayectoria política, ocuparon un lugar en las listas de legisladores. Por ejemplo, Florencia Polimeni, ex militante de Franja Morada en la UBA, quien permaneció poco tiempo en las filas macristas. O Mauricio Mazzón, peronista y licenciado en Ciencia Política por la Universidad del Salvador, hijo de Juan Carlos el Chueco Mazzón, uno de los principales operadores justicialistas desde Eduardo Duhalde hasta el kirchnerismo. También Mazzón abandonó el macrismo poco después, y su opción por el trabajo técnico político lo llevó de regreso a la casa paterna. En la distancia, estos pasajes por el macrismo se pueden interpretar como parte de la fluidez política durante el período posterior a 2001. Algunos lo encontraron en Macri. Otros recorrieron caminos diferentes, hacia su propio pasado o hacia agrupaciones alternativas. También hubo una tracción de dirigentes gremiales jóvenes. Daniel Amoroso, del Sindicato de Trabajadores de Juegos de Azar, Entretenimiento, Esparcimiento, Recreación y Afines de la República Argentina (ALEARA), estuvo con PRO en diversas oportunidades, aunque en general se mantuvo más cercano a Francisco de Narváez. Y Jorge Triaca, hijo del dirigente del Plástico, ha formado parte de los macristas fervientes hasta la actualidad, cuando ocupa una banca en la Cámara de Diputados por el bloque de PRO. Los jóvenes seguidores de Andrés Rodríguez, de la Unión Personal Civil de la Nación (UPCN), se aliaron con Macri en 2003, pero luego adhirieron al kirchnerismo. Los jóvenes empresarios constituyeron otro grupo de jóvenes que participó en aquella etapa fundacional. Carlos Tramutola —ingeniero e hijo del ejecutivo homónimo que durante diez años trabajó en el grupo Techint y luego presidió Aguas Argentinas— ocupó un lugar en la lista de legisladores tras haberse acercado a Macri en los comienzos de Compromiso para el Cambio (CPC). Desde entonces, ha asesorado la posición partidaria en temas de energía. En 2007, cuando se lo vio en la primera fila de los festejos, muchos creían que sería el ministro de Espacio Público del gobierno que se acababa de elegir; sin embargo, Juan Pablo Piccardo asumió el cargo y Tramutola debió conformarse con la Subsecretaría del área. Renunció en 2008 por desa- venencias con el ministro. Por último, algunos jóvenes se metieron en política a partir del llamado de Mauricio. Sumaban unos 150 militantes y se nucleaban en el Grupo Identidad, formado en abril de 2003, cuando Macri anunció que competiría por la jefatura porteña. Entre sus principales dirigentes se destacaban Juan Pablo Chaín, quien con 22 años había llegado junto con Juan Pablo Schiavi; Peña, entonces candidato a legislador; Fernando de Andreis y Ezequiel Fernández Langan, quienes se convertirían en figuras clave de Jóvenes PRO. El nombre de la agrupación surgió como una evidencia: en 2005, cuando CPC se alió con Recrear para el Crecimiento para formar PRO, el nuevo acrónimo copó las consignas partidarias: el grupo de Jóvenes M, PRO puros, se convirtió en Jóvenes PRO. Al mismo tiempo que construía su ascenso en el espacio macrista y ganaba más confianza del líder, Peña se impuso como mentor de la juventud partidaria. Allí vio la posibilidad de construir una base militante propia; también, la oportunidad de educar a las nuevas generaciones, lejos de la vieja política, con el fin de alumbrar un partido de profesionales formados, con capacidades técnicas antes que con entrega física, con optimismo gestionario antes que con combatividad ideológica. Macri —dice Peña— le pidió que organizara la juventud partidaria que PRO necesitaba. Él cumplió el encargo. Bajo su impronta modernizadora desde la gestión y la expertise, los Jóvenes PRO se insertaron en las redes internacionales para la formación de las élites políticas, en general asociadas a los espacios de centroderecha: los seminarios organizados por la Konrad-Adenauer-Stiftung (fundación de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania, de la canciller Angela Merkel); los programas de intercambio del Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el PP; los ciclos para jóvenes líderes políticos de la ONG alemana Friedrich Naumann para la Libertad, inspirada en el pensamiento de Von Hayek y cercana al ultraliberal Partido Demócrata Libre; los programas de Formación de Jóvenes Dirigentes Políticos, de la Fundación Hanns Seidel, conservadora y católica, realizados junto con la Fundación Nuevas Generaciones. El director ejecutivo de Nuevas Generaciones, Julián Obiglio, es un dirigente de PRO ligado a las redes internacionales de las derechas (ver capítulo 5). Representa al macrismo ante la Unión de Partidos Latinoamericanos, la sección regional de la Unión Internacional Demócrata, que también patrocina esos programas. En esas reuniones se socializa, se intercambian experiencias internacionales de modernización liberal exitosa, se conoce a los principales líderes de las derechas internacionales, se comparten actividades con militantes de organizaciones amigas de otros lugares del mundo. Así, los Jóvenes PRO crean y recrean la fe en el proyecto macrista al tiempo que reciben una formación técnica que destacarán en sus curriculum vitae. Carrera política y carrera profesional: la combinación que prevalece en el universo juvenil macrista. Los Jóvenes PRO también participan en otras redes internacionales, ajenas al espacio político de la derecha, como The American Council of Young Political Leaders, que organiza el gobierno de los Estados Unidos. Aunque no valorase en exceso el aspecto ideológico, más característico de la tradición de derecha, a la que él no pertenecía, Peña confiaba en la importancia de la formación técnica y la encontraba afín a su concepción de los cuadros políticos. A él mismo se lo veía como un joven brillante por su pensamiento y su preparación: aun en 2011, Laura Di Marco lo describió en La Nación como una «estrella en ascenso del firmamento PRO». Cada nota recaía en el lugar común de la mezcla de su juventud y sus canas: la experiencia de un joven político que quería construir su propia tropa juvenil. Y durante algunos años lo logró. En 2005, cuando ya era legislador porteño, Peña logró su reelección como primer candidato en las listas. En 2003 había ocupado el sexto lugar: el avance era notorio. Y continuó: en 2009 logró que el presidente de Jóvenes PRO y jefe de asesores de su despacho, De Andreis, encabezara las candidaturas a legisladores de la ciudad. De Andreis se convirtió en el segundo legislador de la agrupación juvenil, detrás de Peña. Tenía también méritos propios: conoce a Macri desde muy chico (porque su madre se casó con Juan Manuel Bordeu, el padre de la primera esposa de Macri) y su dedicado trabajo legislativo junto a Peña, así como el armado de Jóvenes PRO, le valieron ese lugar. Este licenciado en administración de empresas nacido en 1978 se unió al macrismo desde sus inicios. Mientras trabajaba como jefe de asesores de Peña y se especializaba en temas de educación, mejoró su formación política internacional. Integró la delegación de la Red de Acción Política (RAP) al «Simposio de Argentina en Harvard – Imaginando el Futuro de Argentina», que organizó la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard; también participó del grupo argentino que asistió al programa de The American Council of Young Political Leaders y viajó a Madrid para estudiar temas de gestión en el Ayuntamiento gobernado por el derechista PP. Como legislador, De Andreis presidió el bloque de PRO en la Legislatura y fue una de las espadas principales de Macri en ese recinto. Su militancia contribuyó a que la juventud partidaria saliera a las calles y lograra visibilidad al interior del partido. En 2013 se decidió que cambiara al Poder Ejecutivo: a fin de que colaborase en el armado de la candidatura presidencial de 2015, asumió como presidente del Ente de Turismo de la ciudad. No queda claro el vínculo entre una y otra función, pero sí que, para Macri, el joven PRO es uno de sus hombres de confianza. A De Andreis lo sucedió Ezequiel Fernández Langan, abogado por la USAL, diplomado en Contratos del Estado e Infraestructura Pública por la Universidad Austral, y del Programa Estratégico de Marketing de la Business School del IAE. También llegó al macrismo cuando todo estaba por construir, atraído por la impronta técnica que el grupo gestado en Crecer y Creer imprimía a la actividad política. Fernández Langan encontró sus referentes en Gabriela Michetti y Peña, los espadachines de Festilindo de aquel momento, quienes cobijaban bajo sus alas a los jóvenes que llegaban con sus diplomas en la mano y ganas de meterse en política. A Fernández Langan le atraía —sostuvo en una entrevista al portal Juventud Informada— «el estilo de política nuevo, una visión renovadora del rol del Estado y la Administración Pública, y centrado en su trabajo en las problemáticas que más afectan a los ciudadanos». Lo encontraba en «los equipos que se conformaron, el compromiso de la gente, la seriedad con la que se asumió la vocación de transformación». El partido de la gestión. Y a la vez, más: una tierra de oportunidades laborales y profesionales para quienes, lejos de la actividad partidaria tradicional, querían ingresar al Estado desde arriba: «PRO es un espacio que siempre abrió las puertas a los jóvenes y nos dio muchas posibilidades de integrarnos y trabajar —continuó—, no sólo en el rol tradicional de la juventud de un partido, sino en los equipos técnicos y con un rol protagónico en el trabajo cotidiano». El modo en que Fernández Langan ingresó a Jóvenes PRO se convirtió en el método distintivo del reclutamiento: entrevista de admisión. Como en una empresa o en una ONG, los referentes del espacio juvenil reciben en su página web, o en la cuenta de Facebook u otras redes sociales, los pedidos de los jóvenes que quieren participar. En su gran mayoría, estudian en la UCA o la Universidad Torcuato Di Tella, aunque también hay quienes llegan desde otras casas de estudio. Un gran porcentaje proviene de las carreras de Derecho, Ciencia Política o Relaciones Internacionales, y el resto, de Economía y Administración. En la entrevista se les pregunta por sus habilidades, su experiencia laboral, sus estudios, sus motivaciones para ingresar al partido, su disponibilidad horaria: en base a sus respuestas, se les otorga una tarea. Con el tiempo, si el joven ha trabajado con constancia, se le otorgan nuevas responsabilidades. Esta modalidad permite un ingreso abierto. Fernández Langan contó en el blog Satélites, de Macri: «No conocía a nadie del partido. Fui a una primera entrevista, me pusieron en contacto con un grupo de jóvenes que se estaba armando en ese momento. A partir de ahí empezamos a trabajar y formamos un grupo interesante». Los límites de tal accesibilidad son los de su homogeneidad social y cultural. Sólo los jóvenes universitarios habituados al ejercicio de la entrevista —quienes saben desenvolverse en ella, hablar con seguridad y comunicar sus cualidades— se acercan a la agrupación junior de PRO. Eso garantiza cierta facilidad a quienes quieren meterse en política, pero no cuentan con vínculos, o al menos no en el nuevo partido. Esa es, después de todo, la apertura que nutre al macrismo de los recién llegados: los PRO puros. Otro de los presidentes de Jóvenes PRO explicó: «Me parecen cien veces mejores un buen tuit, una buena entrada o un buen post que un local partidario. No imagino a nadie de nuestra generación que tenga ganas de sumarse a PRO que averigüe cuál es su local partidario más cercano». Solidaridad donde falta el Estado La experiencia en el mundo del voluntariado católico o en ONG profesionalizadas parece complementar esa visión de la política con redes sociales y entrevistas de ingreso. Nuestros entrevistados ven su paso por el mundo asociativo como un antecedente. La habilidad de ayudar al otro se aprende socialmente. Forma parte de la experiencia de quienes estudiaron en colegios católicos y participaron en misiones, por ejemplo. Esas misiones encuentran continuidad en las actividades de los jóvenes macristas, en especial aquellas realizadas puertas afuera del partido: las jornadas solidarias de los sábados para quienes trabajan y estudian en la semana constituyen una constante. En el encuentro nacional de Jóvenes PRO de 2009, por ejemplo, sólo dos paneles acompañaron los discursos de los líderes partidarios, y uno de ellos presentó las acciones solidarias de la rama juvenil durante ese año. Desde luego, la ONG de Margarita Barrientos es un centro preferido. Más allá del día del niño, cuando suelen llevar regalos: también realizan actividades recreativas en otros momentos del año. Como contó un dirigente de la rama juvenil, hoy legislador porteño: «Vamos para pasar el día con ellos, no sólo para llevarles algo, sino también para compartir». Si bien otras agrupaciones, como las juventudes kirchneristas de La Cámpora o el Movimiento Evita, realizan tareas sociales, la conexión explícita con el voluntariado y las misiones no se ven con tanta claridad en esos casos como en el de los Jóvenes PRO. Esos grupos lo enfocan como militancia social; el macrismo como el acto de compartir con ellos, unos otros sociales. Esos grupos se constituyen en brazo del Estado; el macrismo trabaja «desde la juventud, ayudando en los barrios a los que el Estado no llega», como describió una dirigente juvenil durante una jornada solidaria en Morón, en 2012. Se trata de prácticas similares, sí, pero con sentidos diferentes. Para comprender cómo se conciben estas jornadas solidarias al estilo de las misiones se pueden ver las diferentes páginas de Facebook de las secciones locales de Jóvenes PRO. Sirvan algunas de ejemplo: «Los Jóvenes PRO de Quilmes realizaron una jornada solidaria en el día de la Navidad. Llevaron a Papá Noel, que asistió acompañado de muchos regalos para repartir entre los niños que festejaban las fiestas en la parroquia. Se conversó con el párroco sobre las necesidades del hogar, y se asumió el compromiso de seguir trabajando juntos por las necesidades del barrio Los Eucaliptos, en el que se sitúa la parroquia». El 5 de octubre de 2014, al celebrarse el Día del Voluntario, los Jóvenes PRO de Hurlingham escribieron en su Facebook: «Hoy es el Día del Voluntariado, el día de los que ayudan a una idea o una causa sin que nadie los obligue, sin esperar nada a cambio, sin condiciones. De alguna manera, es el día de los que creen, los que tienen confianza, los que están dispuestos, los que tienen fe en los demás y sienten que tienen un rol que desempeñar para cambiar el rumbo de las cosas. Hoy estuvimos con el PRO en más de 250 localidades. Eso fue posible porque miles de personas nos ayudaron voluntariamente a contar en las plazas y las calles nuestro sueño de algo mejor (nuestro sueño es su sueño). ¡Feliz día a cada uno de los voluntarios!». También los cuadros de mayor edad del partido saludan estas actividades, como el presidente de PRO Misiones, Jorge Ratier, quien tras una jornada solidaria en un geriátrico definió: «El modelo de país que alentamos considera fundamental que la juventud participe, se instruya y goce de buena salud. En este sentido, la práctica de deportes y las acciones solidarias son aspectos centrales en la formación de los jóvenes». El voluntariado representa, así, una virtud moral para los jóvenes macristas. Señaliza el camino para la obtención de reconocimiento al interior de la agrupación. Una forma de cursus honorum de la militancia macrista. Eso lo entendió rápidamente Pedro Robledo, Piter, como lo llaman sus amigos y allegados. Nacido en el seno de una familia católica de San Isidro, con larga militancia en el Opus Dei, y sexto hijo de diez hermanos, Piter estudió en el tradicional colegio católico Juan XXIII de San Isidro. Su padre era gerente de banco cuando la crisis de 2001 lo dejó sin trabajo. Robledo ya era un adolescente lleno de proyectos: trabajaba en Tanguera, comedia musical producida por Alejandro Romay, y actuaba todas las noches en el teatro El Nacional. Según cuenta, ese diciembre de movilizaciones y cacerolazos acrecentó una cierta disposición a la participación política que ya había experimentado en su escuela secundaria. Pero iban a pasar varios años hasta que ese llamado se materializara. De todos modos, no le fue difícil llegar a algunas de sus figuras más admiradas. En 2009, viajó a Nueva York: «Ahorré la plata para irme a Estados Unidos por primera vez, que era el lugar adonde quería ir, muy de cipayo, y viajé a Nueva York y un día en misa, termino de comulgar, estoy rezando y al lado mío arrodillada rezando, Lilita. Y para mí fue como, bue… Era la primera vez que veía a un político, era como ver, no sé, una estrella, es como si un amigo se encuentra a Messi; lo mismo». Messi era Elisa Carrió. Consiguió su teléfono y fue a visitarla. Quizá porque ahora prefiere olvidar esa primera experiencia, que lo aleja del heroísmo del meterse en política a través de PRO que comparten sus compañeros de ruta, no quedan claros los términos de su rápida salida del partido de Lilita. Pero entonces apuntó los cañones hacia la fuerza que le parecía más afín: «El día que los vi a Mauricio y a María Eugenia inaugurando el primer centro de estimulación temprana de la ciudad de Buenos Aires, y empecé a investigar sobre PRO, me empezó a gustar que el tipo decía lo que realmente pensaba sin importarle las consecuencias». Eligió entonces el camino del hacer. Y otra vez encontró la forma de llegar. «En San Isidro nos conocemos todos», nos diría en una entrevista. A través de una amiga, llegó a Francisco Cabrera, quien le abrió las puertas del Estado de la ciudad. Trabajó también con Carlos Stornelli. Hasta que un hecho tan desafortunado como providencial cambió su lento ascenso en el mundo PRO, y lo hizo saltear varios escalones. En una fiesta en una quinta de San Isidro, un grupo de muchachos se ensañó con Robledo, que en esa época ya vivía su identidad sexual con libertad, y había ido al evento con su pareja de entonces, Agustín. Mientras le pegaban, los jóvenes sanisidrenses gritaban «El Papa es argentino, no puede haber putos argentinos». Corría el mes de marzo de 2013 y la buena nueva del papa sudamericano había despertado algunas energías que en otras ocasiones viven en el secreto que asegura la represión de las pulsiones inconvenientes. La presidente Cristina Fernández de Kirchner, enseguida, invitó a Piter a la Casa Rosada y le ofreció su apoyo. Rápido de reflejos, Macri no quiso entregar la bandera de la diversidad al kirchnerismo, y al enterarse de que Robledo ya trabajaba en su gobierno creyó oportuno buscarle una posición de mayor brillo. En poco tiempo, Piter tuvo una oficina en el edificio del Gobierno de la ciudad en Bolívar 1, con varias personas a su cargo. Hoy dirige el programa Chau Tabú, que trabaja en educación y sensibilización sobre los derechos sexuales y reproductivos. Es también coordinador del Área de Diversidad e Inclusión de la Fundación Pensar. Conocedor del recelo que este ascenso causó entre los Jóvenes PRO que trabajaban desde hacía años con menor visibilidad y más modestas recompensas, Piter supo enseguida que debía bajar al terreno para legitimar una posición que tenía evidente utilidad en la construcción de la imagen pública de PRO, pero que era menos aplaudida al interior de la agrupación juvenil. Creó, entonces, una ONG, Pensar el Camino. Con los voluntarios que logró reclutar, hacen trabajo social en diferentes barrios de la zona norte. Por medio de esta tarea apuntalan, además, el desarrollo político de los candidatos que PRO intenta construir en esos distritos: Carlos Stornelli en San Isidro, Alex Campbell, concejal en San Fernando, reciben asiduamente, los sábados por la mañana, el apoyo de los chicos y chicas de Robledo. Estudiar y trabajar Los Jóvenes PRO dedican mucha energía a su especialización como cuadros (cualidades relacionales como la oratoria, el liderazgo, la planificación estratégica) y a la producción de trabajos que puedan tener una intervención pública en los temas de la agenda política del día. Muchos trabajan, a la vez, como asesores de legisladores o en la Fundación Pensar, donde aprenden a escribir con fluidez trabajos de perfil técnico para sentar posición en la coyuntura. Esta forma de participación no requiere presencia física, lo cual la vuelve compatible con la ocupada vida de los estudiantes universitarios o los nóveles profesionales. Recordó un dirigente de Jóvenes PRO sobre sus inicios en la agrupación: «Generaba ocho, diez papers distintos… En ese momento, el período que arranca en 2003, éramos oposición. Entonces mi aporte consistía en llegar a mi casa a la noche, después de laburar, sentarme en la compu y generar algo. Porque lo presencial se me hacía más difícil». La entrega física en las actividades de voluntariado despliega las cualidades morales de los nuevos militantes; la producción escrita, a distancia, revela su capacidad técnica. Con el hacer, la gestión, en el centro de la identidad partidaria, tal capacidad permite ascensos. El mismo dirigente definió al espacio como «un lugar de oportunidades», pero «muy meritocrático». Otros se quejan de que ingresar a un partido que controla el Estado subnacional más rico del país hace que en muchos casos los aspirantes se acerquen con expectativas estrictamente laborales. «Se está perdiendo el incentivo que nos llevó a militar a quienes estábamos convencidos que otro rumbo del país era posible», dijo otro dirigente. «Desde que somos gobierno en la ciudad, muchos ven la militancia en Jóvenes Pro sólo como una oportunidad más de conseguir trabajo». La rápida llegada de la nueva fuerza al Poder Legislativo en 2003 ubicó a Fernández Langan en un empleo como asesor de Soledad Acuña, primero, y de Michetti, luego. Realizó a la vez cursos en la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad: «De la teoría al ejercicio del liberalismo en Argentina» y «Planificación estratégica de una organización juvenil política». Acaso ese saber cimentó sus aspiraciones: en 2006 asumió como presidente de Jóvenes PRO y en 2007, con el primer gobierno de Macri, como director de la Unidad de Coordinación de Políticas Públicas de Juventud, que dependía de la jefatura de Gabinete. Una apuesta por los jóvenes, en el partido y en el electorado Hasta entonces, y en especial en el contexto de la crisis de 2001 y 2002, esa Dirección había tomado un rumbo de fuerte articulación con las políticas sociales y de integración de jóvenes de sectores populares. Con Fernández Langan, se inició una reforma para crear un organismo que permitiera relacionarse al Gobierno de la ciudad con su núcleo electoral: los sectores medios y medios altos del noroeste y norte de la ciudad. Se comenzaron a implementar iniciativas sobre salud, cultura y empleo destinadas a los jóvenes, que ya no sólo ganaban espacio en el partido sino que eran también una población electoral que PRO quería conquistar. La impronta de los sucesivos responsables en el área dio cuenta de esta orientación: los Jóvenes PRO, y en especial sus principales referentes, la controlarían. Fernández Langan, electo legislador porteño en 2011, ejerció el cargo por menos de un año: en 2012 fue designado director de Autopistas Urbanas S.A. (AUSA), una de las mayores empresas estatales de la ciudad. Su sucesor, Francisco Quintana, confirmó la reorientación de la política. «Juventud era una dirección general en el ámbito de Desarrollo Social», dijo. «Nosotros creíamos que las políticas públicas para los jóvenes se debían abordar desde otro lugar, para ver a los jóvenes de manera integral y no sólo a un joven en situación de vulnerabilidad. En la Argentina, las áreas de Juventud suelen estar en los Ministerios de Desarrollo Social o de Acción Social. Pasa en Nación: la Dirección Nacional de Juventud depende de Alicia Kirchner. Nosotros creemos —y no somos los únicos: también lo cree el socialismo en Santa Fe— que el área de Juventud debería ser un área integral, cuyo objetivo sea articular y coordinar transversalmente las políticas de Juventud con todas las áreas del Ejecutivo. Para eso, debíamos dejar de depender de Desarrollo Social y pasar a depender de una autoridad central: la jefatura de Gobierno, la jefatura de Gabinete». Francisco Quintana se sumó al linaje de PRO puros bajo el control de Peña. Nació el 5 de noviembre de 1982, en una familia de abogados; durante su último año en el secundario del Colegio del Salvador participó de los Modelos de Naciones Unidas, una guía sobre el organismo internacional para jóvenes líderes en formación. Quintana había participado de las misiones que organizaba su escuela, pero pronto esa inclinación participativa tomó forma política: ingresó al espacio gestor de los Modelos, la Organización Argentina de Jóvenes para las Naciones Unidas. Durante dos años fue director ejecutivo de la oficina de Buenos Aires y allí conoció a algunos de sus colaboradores actuales. Pensó en cursar Ciencia Política, pero la tradición familiar se impuso: se inclinó por el Derecho. Estudió en la UCA, por recomendación de sus padres, y durante dos años presidió el centro de estudiantes. En ese momento Quintana decidió ingresar a Jóvenes PRO. Los contactos entre los estudiantes de la UCA y el macrismo fluyeron desde el inicio: afinidad cultural, afinidad social, un ethos compartido, en palabras del sociólogo Max Weber. Desde 2005, el centro de estudiantes está en manos de dirigentes afines a PRO. Pero en los tiempos de Quintana el mundo amarillo era más vagaroso e hizo falta una visita de Macri en la campaña electoral de 2003 para convencerlo de que tenía que meterse en política. Lo explicó con palabras que revelan su afinidad con ese espacio: lo seducía la idea de un partido de gestión, y la imagen de un líder «aspiracional», que invitaba a sumarse a «un partido moderno que mira hacia adelante». Por medio de un amigo del centro de estudiantes consiguió el teléfono de De Andreis. Luego de una entrevista, comenzó a trabajar en Identidad, el grupo pionero de Jóvenes PRO. Primero le dedicó sus ratos libres: trabajaba en un estudio jurídico. Con el acceso al Gobierno de la ciudad, en 2007, se sumó a tiempo completo. Quintana vivió ese pasaje como una conversión, una entrega de sí definitiva: «Pasé de trabajar en un estudio en Puerto Madero, con confort, comodidades y recursos a disposición, a trabajar debajo de la autopista, en un lugar que no abríamos si no venía la gente de la seguridad privada porque era peligroso. A veces había agua y a veces no; más de una vez teníamos que irnos antes porque no había luz… Y eso a los 24, 25, 26 años, fue todo un aprendizaje». Trabajó en la Unidad de Coordinación de Políticas de Juventud, donde continuó la traza del área que habían marcado sus predecesores: políticas para un grupo social a imagen de los Jóvenes PRO. Al mismo tiempo, se desempeñaba como jefe de asesores de la Procuración General Adjunta de Asuntos Contenciosos: aún no se sentía dispuesto a abandonar el mundo del derecho, y su experiencia política también se podía validar en una carrera profesional. Pero se acumularon nuevas responsabilidades políticas: en enero de 2010 asumió como presidente de Jóvenes PRO Capital; en 2011 ocupó el lugar número trece en las listas para legisladores de la ciudad, y la elección fue tan buena que Quintana resultó electo con comodidad. La Dirección de Juventud quedó en manos de un dirigente afín al linaje: Nicolás Pechersky, estudiante de Derecho de la UBA, responsable de Política Universitaria de Jóvenes PRO y asesor de De Andreis en la Legislatura. Sin embargo, pronto las cosas comenzarían a cambiar. Tensiones entre Twitter y el barrio En 2011, Vidal asumió como vicejefa de Gobierno y la Dirección pasó a su órbita. A ella no le bastaba ese mundo socialmente homogéneo, de actividad política virtual y voluntariado de ocasión. Compartía el perfil de formación católica y profesional debutante en el mundo de las ONG (capítulo 3), pero en su gestión como ministra de Desarrollo Social había comprendido la importancia del trabajo territorial y de hacer pie en mundos sociales a los que PRO no llegaba. En enero de 2013, Vidal decidió dar un vuelco en la orientación de la dependencia. Resultó uno de sus primeros pasos para tomar el control de la Juventud e imponer una estrategia más amplia, de construcción de militancia más allá del mundo universitario y profesional. Primero, forzó la renuncia de Pechersky y colocó en su lugar a Luciana Blasco. Nacida en Rosario, en 1976, Blasco es licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y tiene una carrera política y profesional anterior a la formación de PRO. Ni hombres, ni porteños, ni egresados de universidades privadas. Se trataba de reemplazar el voluntariado y la carrera técnica por la militancia. La concepción de Vidal no apuntaba a retomar la orientación clásica de las políticas de juventud que los seguidores de Peña habían criticado por estar restringida al mundo popular, pero tampoco adhería a que PRO siguiera en un cómodo camino arbolado. En sus años universitarios, la nueva directora había integrado la Juventud Universitaria Peronista de la UNR, desde donde pasó a militar en el peronismo de Carlos Reutemann y, luego, a trabajar en la Secretaría de Promoción Comunitaria. No por eso se ubicaba lejos de PRO: al mismo tiempo que realizaba trabajo social, se había acercado a las ONG con orientación profesional, y en 2001 obtuvo una beca de la Universidad de San Andrés (UDESA) y la Fundación Konrad Adenauer para cursar la Maestría en Administración y Políticas Públicas en UDESA. Se radicó en Buenos Aires. Poco después llegó diciembre de 2001, con los acontecimientos que revolucionaron la política y la sociedad argentinas. Blasco llegó a colaborar con la senadora santafesina Roxana Latorre, cercana a Reutemann, pero las relaciones que había establecido en San Andrés la condujeron a la Fundación Creer y Crecer a mediados de 2002. Allí encontró —al igual que otros— un espacio de crecimiento personal y profesional. Fue asesora de Michetti, legisladora porteña entre 2005 y 2009, directora general del programa Buenos Aires Capital Nacional del Libro y, por fin, recaló en la sede central del ascenso macrista para los jóvenes profesionales con experiencias en ONG: el Ministerio de Desarrollo Social de la ciudad. Perfeccionó la mezcla de carrera técnica y disposición militante que Vidal había inyectado a la dependencia. Aunque habían perdido el control de las políticas de juventud, en 2011 aún quedaba vida en la dirección de Jóvenes PRO Capital para los universitarios que comandaba Peña. La sucesora de Quintana, Victoria Roldán Méndez, era una joven graduada de Ciencia Política por la UCA, que compartía con él rasgos como los orígenes sociales y culturales en las clases medias altas, la formación católica, el sentimiento de la política como misión, la combinación de servicio a los otros con carrera profesional. Como De Andreis, tiene familiaridad con Macri: «Hace unos años la mujer de Mauricio, Juliana Awada, contrató a la empresa de mudanzas de obras de artes de mis padres. Así, generamos el primer vínculo. Le dije que estaba muy interesaba en involucrarme en política porque creía que era el momento para transformar la realidad y que PRO podía darme esa oportunidad». Esa ajenidad familiar con la política, tan adecuada para el partido elegido, le hizo natural el resto: «Mis padres me miraban como a un bicho raro. Pero Juliana me dio el teléfono de alguien de Jóvenes PRO, me contacté y ahí arranqué». Su crecimiento fue aún más veloz que el de sus predecesores. Llegó a un partido más armado, que había asumido el Gobierno de la ciudad. Una coyuntura propicia permitió que se reconocieran sus energías militantes con una pronta candidatura: ese año se iniciaba la actividad de las comunas, lo que abría más de cien cargos que podían funcionar como retribución e incentivo a los cuadros medios de los partidos. Roldán Méndez resultó electa comunera por la Comuna 13, de Belgrano-Colegiales-Núñez. Nacida y criada en Belgrano, conocía el territorio. «Me gusta la política porque la entiendo como una forma de mejorar mi ciudad», dice. La carrera da forma a sus planes en el mediano plazo: en 2013 fue electa legisladora porteña. En la radio AM Onda Latina defendió a Miguel Del Sel, quien había sostenido que las jóvenes de sectores populares se embarazan para cobrar la Asignación Universal por Hijo. Su explicación sintetizó su mirada sobre ese mundo: «Un político te lo puede decir lindamente. Miguel te lo dice a lo bestia, pero el contexto social de esas chicas, donde no tienen una visión de futuro, nadie que le haya inculcado el trabajo, por ahí para irse de su casa, ¿qué hacen? Las chicas se embarazan porque quieren cobrar el plan, porque por ahí no entienden o no saben o nadie les ha inculcado en su vida que si trabajan les va a ir mucho mejor que si cobran un plan. Miguel se permite hablar así porque es lo que a la gente le gusta». El cambio en el área de Juventud llegó a Jóvenes PRO Capital. La nueva estrategia de Vidal, iniciada en 2011 con la creación de su agrupación, La 24, había atraído a jóvenes de lugares a los que, hasta entonces, los macristas sólo llegaban en sus movidas solidarias. Federico Salvai, su jefe de gabinete y principal operador, se encargó de armar el grupo. Salvai, nacido en Salta en una familia acomodada, estudió Comunicación y Derecho. Se casó con Carolina Stanley, la sucesora de Vidal en Desarrollo Social e hija del banquero y empresario Richard Stanley. Desde hace varios años, Salvai ligó su carrera política a la de Vidal, y se ha mantenido como su ladero más fiel. En 2013 fue electo legislador porteño. Igual que a Stanley, su roce patricio no le impide concebir la política como militancia: imprimió un crecimiento rápido a La 24, que realizó una acumulación política allí donde Jóvenes PRO no llegaba. Junto con políticas sociales que se implementan en los barrios de la zona sur, construyó militancia social en lugar de mostrar una tierra de oportunidades para jóvenes universitarios. Salvai no desdeñó la militancia profesionalista, pero buscó complementarla con una pata territorial. A fines de 2013, cuando la asunción de Roldán en la Legislatura requirió la renovación de las autoridades de Jóvenes PRO de la ciudad, se presentó la ocasión propicia para completar el cambio que había iniciado Vidal. La 24 no sólo se propuso quitar el espacio juvenil macrista de las manos de Peña, sino también colocar en su presidencia a un militante territorial de la Villa 20: Sahonero. Según Peña, no se trató de una disputa interna, sino de un abandono voluntario de su parte de ese espacio, al que consideraba agotado, vistas las perspectivas de construir una red nacional de voluntariado que desbordara los límites de Jóvenes PRO. Lo que está claro es que La 24 llegaba a la agrupación juvenil para intentar producir un cambio en su composición. La señal rebotó dentro y fuera del partido. Si PRO quería llegar con posibilidades a las presidenciales de 2015, debía saltar el cerco geográfico de la ciudad de Buenos Aires, pero también el cerco social y cultural del mundo amarillo de las clases medias y medias altas. Con la calidez de un joven formado por las monjas del Colegio Nuestra Señora de la Paz, en Lugano, Sahonero reveló el sentido del nombre de la agrupación: «Son 23 provincias más la ciudad de Buenos Aires, que es la 24». Una pretensión totalizadora: ningún territorio debía quedar afuera. Sahonero, nieto de inmigrantes bolivianos de Cochabamba, proviene de una familia de amplia militancia en la Villa 20 (ver capítulo 8): su madre organiza un comedor comunitario desde hace más de diez años; su padre, Víctor, preside la Cooperativa 25 de Marzo, muy activa en los acuerdos con el Gobierno de la ciudad para la construcción de viviendas en tiempos de Aníbal Ibarra. A través de ella se anudaron las primeras relaciones con Vidal. Sahonero recordó: «La conocí en 2005, cuando vino al barrio a hacer unas encuestas, y nosotros le garantizamos la seguridad dentro del lugar y nos pusimos a su disposición. Tuvimos buena onda desde el principio. Luego pasó el tiempo, pasaron las elecciones, y cuando quedó como ministra nos convocó para laburar. Estaba podrida con el clientelismo, quería cambiarle la cara al Ministerio, y ahí nos enganchamos». Cada día Sahonero reporta a Salvai, a quien responde directamente. Cuando Vidal decidió integrarlo a su armado político, pensó en él como puerta de entrada a la Villa 20, pero también vio un militante social con capacidad organizadora. La formación católica le había dado cierto saber hacer que reforzaba la herencia familiar: un capital ordenador colectivo que hoy Maxi —como prefiere que lo llamen— pone al servicio del macrismo. El ejemplo Sahonero Vidal, entonces ministra de Desarrollo Social, lo ubicó en su área, en la Dirección General de Fortalecimiento de la Sociedad Civil, dependiente de la Subsecretaría de Promoción Social. En 2013, Sahonero pasó a la Dirección General de Gabinete de la presidencia de la Legislatura y, desde entonces, reparte sus horas entre esa tarea, la presidencia de Jóvenes PRO y el trabajo territorial, al que se siente más atado que nunca. Como parte de él, toca el redoblante en La Matraca, la murga que fundó Coco Romero en 2001, y tiene su propia formación, Los Bohemios de Lugano (ver capítulo 8). Desde hace al menos dos décadas, las murgas funcionan como espacios de socialización para los jóvenes de sectores populares y como ámbitos de reclutamiento político de activistas barriales. En el local, entre redoblantes, bombos y trajes rojos, blancos y amarillos, Sahonero habló sobre ese trabajo de articulación: «Lo político y lo cultural van por dos lados diferenciados. La murga es la murga; lo político va por otro lado». No todos los murgueros militan en su espacio, y Maxi se cuida de mantener la autonomía entre ellos, de no forzar a nadie a dar el salto de uno a otro, de conservar, en definitiva, la economía moral de los intercambios que rige la configuración barrial en la que milita. Ve su llegada a la presidencia de Jóvenes PRO Capital como una forma de ascenso social: «un salto», lo describió. «Nosotros siempre militando en las bases, en los barrios, y hace unos años decidimos meternos en el tema Juventud y pegar un pequeño salto más allá del trabajo social que se hacía», contó en una entrevista radial. En su local de la Villa 20, mientras sus colaboradores más cercanos lo observan entre admirados y serviciales, nos dijo más: «Fueron cuatro años de mucho laburo, y cuando vienen las elecciones de 2011, nos enteramos que María Eugenia va como vice. Ella venía viendo mi crecimiento personal, sabía que yo tenía un grupo de pibes y nos pidió que la acompañásemos. Nosotros, súper dispuestos: laburamos a full, hicimos un quilombo… Semanas sin dormir haciendo pintadas, pegando carteles, repartiendo volantes. Poníamos como cincuenta mesas por fin de semana. En Lugano, en otras comunas, en el subte. Fue una locura». Maxi, que sabe de acumulación política, en realidad dio una pauta de lo que podía hacer: «Ahí mostramos nuestra capacidad de laburo. María Eugenia vio ese laburo y en cuanto tuvimos una reunión en el Ministerio le dijo a mi viejo: “Mirá que Maxi se viene a laburar conmigo a Juventud”. “Llevátelo”, dijo mi viejo. ¡Me entregó! Y ahí arranqué». Así comenzó entonces su carrera política al interior del partido. «Después de trabajar para la campaña de 2011, entendimos que no había que laburar más para la agrupación sino para la Juventud, y nos metimos a full con eso», sintetizó la siguiente escala en su camino. «Creo que el partido necesitaba un cambio, y mi figura representa un cambio», dijo. Apeló a una metáfora cardinal para explicarnos mejor las diferencias sociales que lo separan de los referentes anteriores: «Juntar el norte y el sur fue un camino raro, pero se pudo sortear». En estos años de participación partidaria, al mismo tiempo que posibilita esta inserción popular del macrismo y una militancia activa en las calles, Sahonero aprendió a abrazar el espíritu PRO. En algunos pasajes de nuestra conversación demostró haber incorporado buena parte del discurso que define al partido como «más allá de la izquierda y la derecha», y lo transforma en una fuerza del hacer. Dijo: «Nos unen los conceptos más que la ideología. Queremos ver que la gente esté mejor: eso nos une mucho más. Acá no es “sos de derecha” o “sos de izquierda”, porque en el país de hoy eso es muy discutible. A Macri le dicen que es de derecha y es un tipo muy pragmático, que les da casa a los pobres y una escritura». Agregó, con el lenguaje moral del territorio: «Macri nos dio dignidad. Y hablar de dignidad es muy fuerte en los barrios». Sahonero también ha comenzado a manejar el modo PRO de hablar de política partidaria. En una entrevista con La Prensa, describió el valor agregado de Macri frente a los demás candidatos para las presidenciales de 2015: «Tiene un equipo atrás que es muy bueno. Gente formada y capacitada, que entiende de un montón de temas y la necesitás para construir una idea de país». Y en Realpolitik, el programa de radio del ex dirigente de la UCeDé, Carlos Maslatón, describió el partido como «un lugar de oportunidades». No sólo políticas, aclaró: también sociales y culturales: «Ahora amplié mi horizonte de progreso», dijo, y completó sin complejos: «Salí del barrio». Sahonero ya no vive en la Villa 20: su empleo en el Gobierno de la ciudad le permitió contar con ingresos para mudarse a una casa más confortable, siempre en la zona sur. En 2011 comenzó a estudiar Derecho en la UBA, donde inició una militancia importante, que permitió a los Jóvenes PRO porteños una visibilidad mayor en esa facultad. El padre militante debe de estar contento: brindó a su hijo herramientas políticas para que ascendiera socialmente, aunque no lo haya hecho en el peronismo. Y no sólo a él: sus hijas cursan Derecho, Asesoría de Imagen y la carrera de chef. «Eso fue gracias a mi viejo», reconoció Maxi. El orgullo del padre también cuenta que la militancia de su hijo le permitió mantener su lugar de referente barrial en la Villa 20: ahora entrega escrituras de terrenos a los vecinos acompañado de las autoridades del Gobierno de la ciudad. «Eso, para un villero, es mucho», nos explicó Maxi. «Dejás de vivir en la manzana tanto, casa tanto, para vivir en Miralla al 3200: ahí das dignidad a la persona, le construís una esperanza. Eso buscamos los que queremos transformar la realidad». En su opinión, «se viene el capitalismo con inclusión social», como dijo en la radio. «Las villas crecen porque la gente viene a la capital por sus políticas de inclusión. Crecen porque afuera no hay una solución. Y vienen a capital por las políticas de Macri». Cuando ingresó a PRO, no pasó inadvertido. Su militancia desentonaba a la vez que despertaba el sentimiento de proximidad moral tan alimentado en las jornadas solidarias. El ex coordinador de la Dirección de Juventud del Gobierno porteño, Martín Yeza, narró en un libro que coordinó el actual legislador Iván Petrella, uno de los principales intelectuales macristas y director académico de la Fundación Pensar: «Hablo con Maximiliano Sahonero, de Lugano, quien dirige un centro cultural, donde se desarrollan actividades sociales de contención y una cooperativa de construcción, desde la que se dedican a trabajar en la urbanización cultural en villas. Maximiliano me cuenta que en el grupo hay pibes que se mandaron macanas de todo tipo y que los chicos necesitan cariño y afecto, sentirse parte de algo, hacerse rutinas diarias para ordenarse y ahí es donde, conseguir trabajo, es la máxima aspiración. (…) Con este método no hubo un solo pibe que volviera a estar en la mala». El militante popular se volvió emblemático: el ejemplo Sahonero. Su barrio de influencia constituye un punto de llegada habitual para las actividades de PRO en el sur de la ciudad. En noviembre de 2013, PRO organizó una clínica de tenis del número uno del mundo, Rafael Nadal, en la Villa 20. El deporte de las clases medias y altas llegó a la Plaza Carrillo. Macri no quiso perderse la oportunidad doble, de impacto en los medios y de contacto directo con los sectores alejados del mundo PRO y, vestido de riguroso blanco, como los tenistas de Wimbledon, jugó unos puntos con Nadal. Las canchas se improvisaron en un playón de cemento, pero importaba menos el tenis que el encuentro social mixto —por citar al sociólogo Erving Goffman—: los valores de los sectores más altos bajaban al mundo popular. La misma lógica que había seducido a Margarita Barrientos. Las estrellas del deporte no dejan de ser estrellas, y acercar ese mundo televisado al sector más alejado del elogio mediático cae muy bien. Los vecinos del barrio se sienten reconocidos y respetados. Como Barrientos. En esas condiciones parece más fácil inculcar valores: decir, por ejemplo, desde arriba, que el ascenso social depende del empeño, como en el ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). Macri habló a Nadal, aunque les hablaba a los presentes: «Nos pone muy felices que te hayas acercado hasta aquí para compartir este momento y para transmitirles a los chicos el valor del esfuerzo, el compromiso y la garra que siempre ponés dentro de la cancha y que te ha permitido sobreponerte a todas las lesiones que tuviste». Luego se dirigió a los menores, aunque les hablaba a los medios: «Tener la posibilidad de jugar y practicar junto a un ídolo mundial de este deporte es algo que ellos recordarán siempre». Su socialización católica, su experiencia territorial y su raigambre peronista quizá jueguen un papel fundamental cuando Sahonero enfrente uno de sus principales desafíos actuales: unificar a las juventudes macristas. El espacio político de Vidal se fijó ese objetivo al tomar el control de Jóvenes PRO de la ciudad, y es también el modo en que Maxi podrá desplegar sus dotes organizadoras. Las otras agrupaciones juveniles Desde hace tiempo, a pesar de su denuedo por monopolizar el activismo juvenil, Jóvenes PRO convive con al menos una docena de pequeñas agrupaciones formadas en torno a algún funcionario o dirigente partidario. Además de La 24, de Vidal, existen La Solano Lima, de Cristian Ritondo; La Macacha, de la legisladora Victoria Morales Gorleri; la Generación Argentina Política (GAP), que responde al ministro de Educación, Esteban Bullrich; la Juventud de la Corriente, de Daniel Chaín; La Frondizi, de Rogelio Frigerio, y Proyección Federal, los coloraditos, que responden a Diego Santilli. La búsqueda de referencias del pasado para definir las preferencias del presente tiene antecedentes entre los jóvenes: en los años noventa, florecieron agrupaciones universitarias que homenajeaban al escritor Rodolfo Walsh, al marxista peruano José Carlos Mariátegui, al dirigente peronista de izquierda John William Cooke. Y La Cámpora, a mediados de la primera década del siglo XXI, se apropió de esta práctica, a la que también apelan las juventudes macristas: una vez más, el kirchnerismo como espejo. Fran Quintana explicó las diferencias desde el punto de vista de un PRO puro: «Claramente, hay una diferencia entre jóvenes PRO y las juventudes que aparecen detrás de algún dirigente», dijo a la revista Comunas. «No nos olvidemos que el partido viene a sintetizar la realidad política de la Argentina después de 2001. Por eso integra a peronistas, radicales e independientes. Hay muchos que no abandonan su militancia de origen, por lo cual no forman parte de la estructura partidaria de capital. Como es el caso de Cristian Ritondo, que tiene su organización y, aunque trabaja con un claro compromiso con la candidatura de Mauricio Macri 2015 y con la gestión de la ciudad, conserva su militancia. Por ejemplo, los chicos de La Solano Lima no forman parte de la Juventud PRO». Hasta el momento, el intento de organizar esa heterogeneidad no dio frutos. Debido a la débil capacidad del partido para imponer disciplina y al hecho de que las candidaturas se negocian en una mesa chica, en la que Mauricio tiene la decisión final, el juego orgánico no logra imponerse. Ese carácter movimientista del universo juvenil de PRO reproduce la misma lógica que divide a los mayores. Por un lado, las juventudes más asociadas al trabajo político partidario de «rosca»; por otro lado, las que siguen a los referentes llegados de las fundaciones o de la derecha, que se orientan al trabajo voluntario territorial. Entre las agrupaciones referenciadas en líderes políticos más que en trabajo barrial se destaca La Solano Lima. «Somos la Juventud de PROpuesta PERONISTA – “Para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”, Juan Domingo Perón-Ritondo Conducción», se presenta en su web, que cambia la estética amarilla cuidada y moderna de los PRO puros por una imagen rústica amarilla y negra, saturada de banderas argentinas. El isologo de la agrupación es, de hecho, la V de la victoria, con fondo amarillo, y un círculo celeste y blanco que bordea el color macrista, como si lo rodeara de imágenes nacionalistas. A la derecha, dos banners muestran las referencias políticas: Mauricio Macri 2015, debajo una foto del jefe de Gobierno en mangas de camisa, y Ritondo, quien sostiene la estructura. De fondo suena, en consonancia con el espíritu amarillo, «Ciudad mágica», de Tan Biónica. El líder más visible de La Solano Lima, el cordobés José Chavo Ramello, militó durante algún tiempo en el justicialismo de su provincia, encabezado por José Manuel de la Sota. Junto con él, Demián Abbott delinea el perfil de la agrupación. En julio de 2013 definió a La Solano Lima ante la agencia de noticias Paco Urondo: «Una agrupación de jóvenes peronistas que nos referenciamos con el diputado Cristian Ritondo, además de otros grupos de diputados, nació hace aproximadamente dos años, de un grupo de amigos peronistas que nos juntamos en el Parque Pereyra de Barracas y decidimos que teníamos que empezar a militar. (…) Hoy somos un grupo muy plural y muy diverso, conviven dentro del espacio hijos de desaparecidos, nietos de gente de la resistencia peronista, montoneros también, que han estado en cana». Su énfasis en la militancia peronista, y en especial con el peronismo de izquierda, es un modo de despegarse de la imagen derechista que el PRO les irradia: «Nosotros creemos en los valores justicialistas que representa Mauricio Macri. No es un peronista, pero nosotros vemos en él y en su proyecto ciertos valores justicialistas que nos representan, por eso apoyamos su proyecto». Según Abbott, esos valores se inclinan hacia la derecha: destacó la defensa macrista de los «valores republicanos», afirmó que el kirchnerismo fracasó porque «no tenés señal en el celular», opinó que «no hay que demonizar los años noventa», y caracterizó el pasaje de las jubilaciones y pensiones al Estado como una «confiscación». La web de la agrupación acusa a De Narváez de «populista». Así, La Solano Lima parece enarbolar, hacia dentro y hacia fuera de PRO, las banderas sociales de un peronismo conservador-popular. Macri no ha exigido que los peronistas cambien su afiliación: Abbott destaca entre las razones del apoyo a PRO la posibilidad de «conservar nuestra identidad». En cambio, hacia afuera la pelea es más compleja y la disputa con el Frente Renovador de Sergio Massa, surgido en las legislativas de 2013, muestra el problema. Cuando el intendente del partido de Almirante Brown, Darío Giustozzi, rechazó que PRO integrara el Frente Renovador, los militantes de La Solano Lima sacaron a relucir sus credenciales peronistas en una carta en la que narraron el camino de los peronistas huérfanos desde 2001 que forjaron PRO con Macri: «Abrazados a las banderas de la unidad nacional y de la justicia social, salimos a la calle todos los días a dar testimonio de lo que creemos», le escribieron. «Tenemos más coincidencias propositivas e ideológicas que diferencias artificiales», lo reconvinieron antes de cerrar el texto con «un fuerte abrazo peronista». El abrazo peronista se da también en las calles. A diferencia de muchos opositores al Gobierno nacional —incluidos aquellos del macrismo—, La Solano Lima afirma recurrir a la movilización política. Se asigna gran protagonismo en los cacerolazos contra las políticas del kirchnerismo. Poco después del cacerolazo masivo del 8 de noviembre de 2012, los referentes de la agrupación declararon a Noticias urbanas: «Creemos que la política se hace en las calles, escuchando los problemas y ofreciendo soluciones. Lo que sucedió el otro día nos enorgullece y sabemos que es sólo una muestra de lo que va a pasar cada vez más seguido, porque la gente está perdiendo el miedo a expresar sus insatisfacciones, su malestar con un modelo que está vacío». Entre las fracciones que siguen a líderes que llegaron a PRO desde las ONG o los partidos de derecha, y que combinan trabajo voluntario con formación técnica, se destaca GAP, de Bullrich, creada en abril de 2011. Sus principales dirigentes, jóvenes estudiantes de universidades privadas, integran un universo social y cultural más cercano al de los oficiales Jóvenes PRO que supo formar Peña. Poseen, como diferencia, un perfil ideológico más definido, asociado con las ideas de derecha y la concepción de la política como gestión. Según el secretario general de GAP, Martín Maquieyra, la agrupación constituye un espacio de «formación de cuadros». Maquieyra, candidato a diputado nacional por La Pampa en 2013, estudia Ciencia Política en la UCA. En su cuenta de Twitter muestra su tarjeta de millas Premier Silver de la compañía aérea United. Parece seguir los pasos de su hermano, Juan Ignacio Maquieyra, licenciado en Ciencia Política por la UCA, con quien compartió la dirección de GAP. Juan Ignacio trabajó en la Cámara de Diputados, en el Ministerio de Desarrollo Social y, ladero de Bullrich, como coordinador de políticas gremiales del Ministerio de Educación. Partió entonces a Harvard, con una beca del Programa Amalia Lacroze de Fortabat Fellows de esa universidad, para cursar un posgrado en la Harvard Kennedy School. En la web de estudiantes se presentó como un joven líder político que lideró el equipo negociador con los sindicatos docentes y, «en 2010, creó un grupo político llamado Generación Argentina Política, que ahora se compone de más de 150 estudiantes y profesionales que trabajan en diferentes organismos públicos y legislativos». Su formación en los Estados Unidos constituyó un paso para meterse en política, dijo en una entrevista al diario Perfil: «Siempre tuve la idea de que uno tiene que meterse bien en el barro de la política, y por eso laburé en villas y laburé con gremios, pero luego salir, abrir la cabeza e intentar estudiar en el mejor lugar del mundo. Para después venir y combinar las dos cosas». En Harvard, tuvo su momento de celebridad durante la conferencia de Fernández de Kirchner: luego de señalar que se sentía «privilegiado» por «ser uno de los argentinos que puede preguntar», inquirió a la presidente por sus intenciones reeleccionistas y el proyecto de reformar la Constitución para ello. Juan Ignacio sentía que estaba haciendo patria: «En la Argentina los periodistas no tienen la posibilidad de preguntarle a la presidente», afirmó a la prensa, entonces. Otro de los fundadores de GAP, Agustín Morad, también es licenciado en Ciencia Política y de Gobierno, por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Trabajó como asesor del área de Prensa del Ministerio de Educación de la ciudad, y del diputado provincial bonaerense Jorge Srodek. En 2013, cursó el Programa de Formación de Jóvenes Dirigentes Políticos, que organizan la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA, con fuerte hegemonía de la derecha chilena), la Fundación Nuevas Generaciones y la fundación alemana de derecha liberal Hans Seidel. GAP interpela a jóvenes con disponibilidad escasa —organizan, por ejemplo, after hours políticos en bares del microcentro— que, a la vez, conciben la política bajo la forma del trabajo social. En su web sostiene: «Hay muchas maneras de participar para que puedas encontrar la tuya en función de tus tiempos y compromisos cotidianos. Podés asistir a charlas de formación con dirigentes y debates, o participar de las actividades partidarias y de acción social». Luego se explica, para quienes tienen «más tiempo y ganas de invertirlo», que existen comisiones de trabajo, articuladas de manera precisa, cual organigrama empresarial. La combinación entre impronta técnica y trabajo voluntario puede ser, en ocasiones, una fuente de tensión y de distinción entre grupos enfrentados, más aún a partir de la orientación que Jóvenes PRO Capital parece querer tomar con la elección de Sahonero. En las elecciones internas de GAP de 2014 dos listas se diferenciaron en virtud de sus proyectos: el de la militancia, promovido por Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, y el profesionalista, más afín a los PRO puros, que los hermanos Maquieyra siguen impulsando. El grupo de Martín y Juan Ignacio, aliado con la agrupación nacional, presentó su Lista Federal, que proponía «generar propuestas de políticas públicas nacionales, trabajando con órganos del partido, como Jóvenes PRO Nacional y Fundación Pensar», y «apoyar la creación de la escuela de formación de la Generación, en conjunto con la Escuela de Dirigentes de PRO». JP y MM 2015 La expansión de Jóvenes PRO acompañó también el intento de nacionalización del partido que Macri inició hacia 2009, con el fin de construir su candidatura presidencial, primero para 2011 y, tras decidir que se quedaría en la ciudad, con vistas a su obligado salto nacional en 2015. Pero en lugar de producir mayor consistencia, la nacionalización de Jóvenes PRO agudizó la fragmentación política de las agrupaciones. Todas las pequeñas líneas internas se alistaron en la carrera por expandirse en otros distritos, y pelearon por reclutar dirigentes y por ocupar candidaturas. Esta lógica facciosa confirma que en el macrismo los jóvenes dirimen, en otro terreno, las mismas disputas que los mayores. La fragmentación hace de PRO un partido-mercado, en el que habitan agentes que compiten entre sí por el control de los bienes más preciados que se producen: el favor del líder, por un lado, y los espacios políticos estatales y electorales, por el otro. O el favor del líder para ocupar los mejores lugares, en definitiva. A diferencia de los miembros de La Cámpora, por ejemplo, los jóvenes de PRO no se perciben como soldados de Mauricio sino como miembros junior de un team en el que hay un leader indiscutido. En el primer Encuentro Nacional de Jóvenes PRO, realizado en diciembre de 2009 en la sede social del Club Huracán, en el barrio porteño de Parque Patricios, Macri sostuvo: «Los jóvenes tienen que ser los apóstoles de la nueva política en la Argentina, porque la próxima será la década del progreso, y nosotros vamos a hacer la diferencia». En las redes sociales se encuentra, bajo el hashtag #ADNPRO, un manifiesto: «¿Qué nos diferencia?». Explica ese ethos juvenil, en parte crecimiento profesional y en parte compromiso político y moral con la sociedad: «Nos diferencia nuestro espíritu crítico, pero desde una mentalidad propositiva. (…) Creemos en una juventud y en una sociedad que les dé posibilidades a sus integrantes de generar iniciativas propias, que les permitan potenciar su proyecto de vida y la búsqueda de la felicidad. Una juventud que tenga bien en claro el respeto a las libertades individuales. (…) Cansados del abuso de poder, del clientelismo y de los políticos que quieren eternizarse en un puesto, creemos que los valores democráticos y republicanos deben estar en el centro de la escena política». Hacer. Felicidad. Libertad. República. Un afiche de la filial Córdoba publicitó el compromiso de sus militantes: «El partido te da la posibilidad de trabajar en equipo» (Mariano); «Es un espacio que te brinda reales oportunidades de crecimiento personal y en equipo» (Vir); «PRO representa a la sociedad que quiere progresar» (Enzo); «Hace eje en la gestión, busca la eficiencia de los recursos del Estado» (Gonzalo). Un espíritu PRO puro recorre las juventudes macristas. Las expectativas de las nuevas generaciones del partido parecen ajustadas a lo que el macrismo puede ofrecerles: formación en capacidades de liderazgo, conducción de equipos; crecimiento profesional; aprendizaje de gestión. También, a lo que PRO espera de ellos: la oferta y la demanda encuentran una feliz convergencia. Sin embargo, el problema del público reducido se mantiene: saltar el cerco social y cultural de los jóvenes profesionales es el desafío también en el interior del país. Existen filiales de Jóvenes PRO en la mayor parte de las provincias: Mendoza, Santa Fe, Misiones, Tucumán, Entre Ríos, Córdoba, San Juan, San Luis… En ellas, conviven universitarios con militantes territoriales, pero en la mayor parte de los casos se trata de nuevos ingresantes a la política que, a semejanza de su líder nacional, llegan desde afuera, para moralizarla y hacerla más eficiente. Renovación. Y trasvasamiento generacional, en especial allí donde PRO posee menos tropa propia. Las elecciones legislativa de 2013 permitieron que muchos jóvenes asumieran candidaturas en distritos donde, a diferencia de la ciudad de Buenos Aires, el partido amarillo no tiene demasiadas opciones atractivas para su electorado potencial. La primera presidenta de Jóvenes PRO a nivel nacional, Soledad Martínez, representa quizás el primer caso de crecimiento ejemplar de las nuevas generaciones que se metían en política cuando el macrismo no había salido aún del terreno seguro de su think tank. Martínez nació en 1982 en la ciudad de Buenos Aires, pero se crió en Ciudad Jardín. En 2004 comenzó a militar en la Fundación Creer y Crecer. A diferencia de los Jóvenes PRO apadrinados por Peña, venía de una familia de clase media de origen peronista —su abuelo había sido dirigente metalúrgico— y no había terminado los estudios universitarios: cursó Abogacía, primero, y luego, Comunicación Social, pero no obtuvo su diploma en ninguno de los dos casos. En 2005 se desempeñó como vocera de Jorge Macri, entonces electo diputado provincial por Buenos Aires; en 2007 llegó a concejal en el partido de Tres de Febrero —la más joven de la provincia de Buenos Aires, uno de los récords que gustan al macrismo— y presidió el bloque de PRO. Dos años después —tenía 27— integró las listas de la Alianza Unión-PRO bonaerense como decimotercera candidata, y fue electa diputada nacional (una vez más, resultó la más joven de la Cámara baja). Su relación con Jorge Macri se estrechó más. Antes, lo había ubicado en el centro de su relato político, en una entrevista que le hizo Jóvenes PRO de Entre Ríos: «Me acerqué a la Fundación Creer y Crecer, que en ese momento aglutinaba a los equipos técnicos de Mauricio Macri para Capital Federal, y tuve la suerte de conocer a Jorge Macri, un dirigente de la provincia de Buenos Aires que me alentó a participar activamente en política». En 2013, la cercanía al primo de Mauricio permitió que Martínez fuera una de los tres dirigentes de PRO en las listas del Frente Renovador bonaerense; la victoria sobre el kirchnerismo, nuevamente, le aseguró un lugar en el Congreso Nacional. Pero la distancia creciente entre Jorge y algunos dirigentes cercanos a Mauricio le costó presiones en el interior de la Juventud partidaria. Por eso, en julio de 2012, cuando Jóvenes PRO Nacional renovó sus autoridades, Martínez no logró imponer a su candidata (Maru Sotolano, presidenta de la agrupación en la provincia de Buenos Aires). La presidencia quedó en manos de Gustavo Senetiner, más cercano a Peña. Senetiner nació en 1985, en la familia propietaria de las bodegas mendocinas Nieto Senetiner (aunque no tiene relación cercana con quienes las controlan: es sobrino segundo de los Senetiner empresarios), hijo de profesionales, y creció en la provincia de Buenos Aires. «Estudié en la escuela pública», dice a menudo, quizá porque sabe que es una excepción en el mundo juvenil PRO, quizá porque elige desconocer esta evidencia y luchar contra lo que él y sus compañeros llaman «prejuicios» hacia su partido —decir, por ejemplo, que los jóvenes macristas son todos «niños bien de universidades privadas»—. En la escuela secundaria presidió el centro de estudiantes; luego ingresó a Derecho en la Universidad de Cuyo, y a los 22 años, cuando se metió en política, trabajaba en un estudio jurídico («con un amigo que banca mucho lo que hago mientras estoy afuera», según contó a un diario provincial). Participó de la fundación de la filial de PRO en Mendoza, por lo cual en breve logró presidir la Juventud partidaria provincial. Cuando asumió como presidente de la agrupación nacional, parecía que los PRO puros, desplazados de la filial porteña, habían encontrado a su nuevo líder. Ya presidente de Jóvenes PRO Nacional, Senetiner subió a Facebook su mensaje para las fiestas de 2013. Se refirió al año que venía como una continuación de los esfuerzos del que terminaba: «Te animaste a creer en vos mismo y te sumaste al cambio. Te incorporaste a un equipo de gente nueva, honesta y, sobre todo, confiable. Confiable porque lo integran chicos como vos, cansados de la vieja política y enamorados del país. (…) No importa el partido o la ideología en que te hayas formado. Argentina debe apostar al futuro. Y nosotros, los jóvenes, somos los protagonistas». Senetiner asumió el difícil desafío de unir las facciones del macrismo junior. Contó con el apoyo de Sahonero y de algunos referentes más afines a los PRO puros, como la dirigente de GAP Carolina Polli, electa secretaria general de la Juventud Nacional. A fines de noviembre de 2013, luego de las elecciones legislativas, se realizó una reunión nacional en la que se acordó «caminar detrás de un solo nombre, el de Jóvenes PRO». Aspiraban a convertirse, así, en uno de los pilares del proyecto Mauricio Macri 2015: había que ocupar todos los espacios posibles para cimentar pilares electorales del plan presidencial, ya amenazado por el ascenso del peronismo disidente de Massa. En marzo de 2014, en las elecciones municipales de la ciudad de Mendoza, Senetiner encabezó la lista de candidatos a concejales de PRO, lo que marcó una búsqueda de autonomía respecto del Partido Demócrata, tradicional y conservador, aliado de PRO en la provincia, pero con escasas perspectivas para construir una fuerza mayoritaria atractiva. «No soy político, soy un vecino que se involucró en política», insistía en las redes sociales @GustiSenetiner. Los observadores manifestaron sorpresa por su performance: la alianza PRO-Partido Demócrata se ubicó en el segundo lugar y logró dos bancas en el Concejo Deliberante. Con el 25% de los votos, la lista que encabezó el dirigente joven dejó atrás al FPV (13,5%) y al Frente de Izquierda (13,6%); sólo la superó la UCR (37,16%), que históricamente ha gobernado el municipio. «Quiero pedirles a los mendocinos que nos den una oportunidad. Vamos a trabajar para resolver los problemas de los vecinos, poniendo el Estado al servicio de la gente y no de los políticos», había declarado Senetiner durante la campaña, en consonancia con el espíritu PRO puro. Luego subrayó la importancia de ese y otros triunfos electorales locales para las perspectivas nacionales del macrismo: «El cambio está creciendo en todo el país». Al asumir su nuevo cargo, prefirió encarar propuestas acordes con el espíritu PRO: exención de impuestos para sitios religiosos y construcción de un skatepark. «La ciudad de Mendoza merece un Skate Park público, gratuito y de calidad», dice Gustavo en su Facebook, y parece calcar los eslóganes construidos en la gestión macrista en la ciudad de Buenos Aires. Desde luego, su caso exitoso, exhibido en todo el país como una prueba del hecho de que la estrategia de crecimiento de PRO —reclutar personas que no están en política, invitarlas a meterse— da buenos resultados, convive con otros en los que los jóvenes voluntarios tuvieron menos suerte, al menos desde el punto de vista electoral. Emanuel Gainza, vicepresidente de Jóvenes PRO, hizo un recorrido similar al de Senetiner y al de la mayor parte de militantes juveniles del partido. Egresado de la UCA de Paraná, donde realizaba tareas sociales en los programas de voluntariado, entró en política a partir del llamado de Mauricio. Fue, en realidad, durante las movilizaciones de 2008 en torno al conflicto por el intento de modificar el régimen de retenciones a las exportaciones agropecuarias, por parte del Gobierno nacional. Lo encontraron en las rutas, compenetrado con la causa de los productores. Desde entonces no paró. Fue uno de los impulsores del crecimiento de Jóvenes PRO de Entre Ríos, y pronto se convirtió en su presidente. Ingresó en los circuitos de formación técnica de cuadros del partido: en 2010, como otros referentes juveniles del macrismo, cursó el Programa de Formación de Jóvenes Dirigentes Políticos de la UPLA. Pronto llegaron los lugares en las listas: en las municipales de 2011 fue candidato a concejal, pero por pocos votos quedó fuera del Concejo Deliberante. «Me quería morir, por varios días no quise salir a la calle», recuerda ante nosotros. Como recompensa por sus esfuerzos, y ante la apertura de nuevas oportunidades de empleo, tras el triunfo en Vicente López, Emanuel se convirtió en coordinador de la Unidad de Cambio Cultural y Construcción Ciudadana de ese municipio. Hoy, de cara a las presidenciales de 2015, organiza el trabajo social en diferentes barrios populares de Paraná, con la consigna «Alfredo de Angeli gobernador y Mauricio Macri presidente». Para planificar los pasos a seguir en esta estrategia de nacionalización desde abajo, en la que Jóvenes PRO juegan un papel importante, el partido presta sus nuevas oficinas en la calle Balcarce. «Es un lugar muy práctico», dijo Carolina Poli Palazzo, secretaria general de la agrupación nacional, al diario La Nación. «Para las elecciones de concejales en Mendoza pudimos coordinar, en un rato, la plataforma de gobierno, la política comunicacional y el rol nuestro como jóvenes». La juvenilia macrista ocupa buena parte de los cinco pisos del edificio. Los jóvenes de la Fundación Pensar trabajan en el primero; quienes se encargan de la militancia virtual y del monitoreo de medios, en el segundo, la zona «Google» del búnker PRO, un mundo de banderines, almohadones de colores y mesa de ping-pong; en tanto el tercer piso ofrece un espacio de reuniones para los Jóvenes PRO. En total, unos cincuenta muchachos y muchachas transitan cotidianamente el edificio, sin contar los días en los que, en el cuarto piso, concurren a los cursos de formación que se dictan en la escuela de dirigentes del partido, que dirige Paula Bertol. Vale la pena el esfuerzo. A pocas cuadras, sobre la misma calle, está el destino soñado de la Juventud maravillosa de Mauricio. Más allá de la UCA Muchos jóvenes comienzan en la universidad, además del aprendizaje para sus profesiones, sus carreras políticas. Con la intención de ampliar sus fronteras sociales y culturales, los jóvenes de PRO buscaron ampliar su presencia en las facultades de las universidades públicas, en especial en la UBA. En los años ochenta, la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU) marcó un hito. Logró controlar varios centros de la UBA, y ganó una presencia importante en otros. Encarnaba una derecha liberal — aunque sin afiliación oficial, se asociaba a la UCeDé— no autoritaria: no buscaba dirimir sus diferencias a los tiros, como los grupos de choque de los años sesenta o setenta. Con un trabajo político basado en demandas alejadas de la politización corriente en las demás agrupaciones, centradas en los servicios a los estudiantes, logró avanzar sobre la entonces poderosa Franja Morada, que aún pivoteaba entre una posición más pragmática y las consignas con ecos antiimperialistas. PRO había heredado cuadros de la antigua militancia de la UCeDé, pero no su voluntad de disputar las universidades nacionales: su principal espacio de implantación habían sido las privadas (sobre todo la Universidad Argentina de la Empresa, UADE, y la UTDT) y las confesionales (en especial la UCA). En los años dos mil contó a su favor con el declive radical en las universidades, pero debió disputar contra la intensificación de la militancia juvenil impulsada desde las agrupaciones trotskistas y kirchneristas. La militancia del centro a la izquierda, una vez más, asomaba como un espejo conflictivo. Pechersky lideró la construcción de agrupaciones PRO en la UBA. Nació en 1986, en la clase media acomodada porteña, en su vertiente más intelectual (egresado del ILSE, estudiante de Derecho en la UBA): lo más cercano que PRO podía ofrecer a los jóvenes estudiantes de la UBA. En su cuenta de Twitter (@supersifón) se definió como «el Barone del movimiento NacandPro» y se describió «muy progre para ser liberal, muy facho para ser radicha». Entre 2007 y 2011, mientras trabajaba con De Andreis como su secretario parlamentario, contribuyó a fortalecer PRO Derecho, la primera agrupación estudiantil macrista en la UBA. En 2007, el partido ya tenía presencia en cuatro facultades: Ciencias Económicas, Medicina, Ingeniería y Derecho. Sin embargo, los resultados electorales no mejoraban: en 2009, como candidato a presidente, Pechersky quedó en el quinto lugar, con el 7,5% de los votos. Así, siguió su carrera fuera de la universidad. En 2011 ocupó un lugar en las listas de legisladores de la ciudad de PRO, aunque muy lejos de los puestos expectantes. Como uno de los últimos enviados de Peña, ese año asumió la dirección de la Juventud de la ciudad, donde permaneció menos de un año, debido a la avanzada de La 24. En cambio, mantuvo por un tiempo más su lugar de secretario de Políticas Universitarias de Jóvenes PRO. Heredero, voluntario o involuntario, de la tradición liberal de la UPAU, Pechersky concibe la acción política estudiantil vinculada a la dimensión gremial. En 2009, el blog de política estudiantil juventudinformada.com.ar le preguntó qué cambiaría si PRO Derecho triunfaba en las elecciones: «No hay más afiches en la Facultad», respondió. La limpieza de los ámbitos de estudio se convertiría en un cliché del macrismo en la UBA. Tras su desplazamiento de la gestión en la ciudad, Pechersky pasó a los equipos que coordinaba Peña para organizar la campaña de Macri 2015 en las redes sociales. En 2011, al avanzar en el control de la Juventud macrista, La 24 se acercó a los universitarios. Salvai reorganizó las agrupaciones por facultad: reforzó el trabajo donde ya habían alcanzado una incipiente presencia y sumó nuevos cuadros militantes. Por entonces, Sahonero comenzaba a estudiar Derecho, y participó de modo activo en las elecciones para el centro de estudiantes en 2012 y 2013. Pero más allá de los intentos de las diferentes agrupaciones que forman el Mundo PRO de hacer pie en el sistema universitario al sumar nuevos militantes, quien estuvo siempre detrás de la militancia en Derecho es uno de los héroes míticos de aquella experiencia de la UPAU, el vicepresidente del Banco Ciudad, Juan Curutchet. No sólo hace aportes financieros en los momentos de campaña, sino que es fuente de consulta permanente de los militantes macristas en esa Facultad. Hasta ahora, no obstante, los resultados se mantuvieron pobres. En 2012, PRO Derecho obtuvo el 8,23% de los votos: el cuarto lugar detrás de los socialistas de Nuevo Derecho, la agrupación kirchnerista y la Franja Morada. Al año siguiente llegó al tercer lugar, con el 11,3%, pero se aspiraba a un crecimiento mayor. Las consignas insistían en el hacer: «Para el Centro de Estudiantes elegí + gestión», o «Baños más limpios». También en la Facultad de Ingeniería se acentuaba la cuestión de la limpieza: «Veda de carteles», «¿Es necesario empapelar la facultad en cada elección?», preguntaban afiches virtuales, viralizados en las redes sociales. Poco más del 10% de los votantes apoyó esas preocupaciones en 2013. Y ese mismo año, a pesar del mayor trabajo político realizado en la Facultad de Ciencias Económicas, la agrupación macrista convenció al 6,3%. Desde luego, en la Facultad de Ciencias Sociales, siempre radicalizada, PRO no logró hacer pie. En 2010, su lista defendió tres ideas: «No pegamos carteles para no ensuciar la facultad, no pasamos por los cursos para no interrumpir las clases, no estamos en los pasillos porque trabajamos y estudiamos». En 2012 llegó apenas al 1,1% de los votos. Sahonero, siempre optimista, señaló: «Estamos con ganas de retomar Sociales. Sabemos que es una facultad complicada, pero creemos que hay gente que puede pensar distinto. Es cuestión de trabajo». Algo similar sucedió en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). En las elecciones de 2012, los estudiantes de PRO quedaron sextos en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, terceros (con menos del 5%) en la Facultad de Odontología y cuartos (con poco más del 2%) en Ciencias Económicas. El sueño de reeditar una agrupación estudiantil centrada en la demanda de servicios y divorciada de las consignas políticas, como la UPAU de los años noventa, parece eludir al partido que, a diferencia de la UCeDé, alcanzó a gobernar uno de los principales distritos del país. Esta imposibilidad convive con la dificultad del macrismo para extenderse más allá del espacio social y cultural en el que parecen confinados los Jóvenes PRO, con excepción del ejemplo Sahonero. CAPÍTULO 8 Los pies en el barrio Diciembre de 2013. El sistema eléctrico de la ciudad de Buenos Aires colapsó por la altísima temperatura. A diferencia de otras situaciones de crisis, en esta ocasión las autoridades porteñas no se hallaban de vacaciones en destinos confortables: el Gobierno respondió con inusitada rapidez. Se formaron cuadrillas de funcionarios y voluntarios que distribuían agua en distintos puntos de la ciudad o asistían a las personas con movilidad reducida; la Unidad de Proyectos Especiales Construcción Ciudadana y Cambio Cultural (UPECCYCC) coordinó las acciones en las que también participaron Defensa Civil, la Cruz Roja y grupos de scouts. La UPECCYCC, un dispositivo político para organizar a la militancia, dependiente de la jefatura de Gabinete, creó un canal para que los Jóvenes PRO se sumaran al trabajo servicial en las calles. Hasta entonces, la agrupación no había traspuesto las fronteras del ámbito estudiantil y una lógica de acción entroncada a la caridad. Ese día, en cambio, llevó su actividad militante a la atención de una emergencia. ¿Las razones? Acaso la más significativa tuvo como protagonista a Maximiliano Sahonero, el entonces flamante presidente de la UPECCYCC, dirigente de la Villa 20 de Villa Lugano, quien llevaba años acostumbrado al activismo territorial y la militancia cara a cara. Sahonero organizó la asistencia en una de las zonas en las que la ciudad se dividió para paliar la crisis y asumió la responsabilidad total del operativo, al coordinar a los empleados del Gobierno con los voluntarios. Y aunque se encargó de aclarar que, a diferencia de La Cámpora, que en abril de 2013 se había identificado con pecheras partidarias en las inundaciones en La Plata, los militantes macristas no se vestían para la foto solidaria, hubo importantes similitudes: PRO hundió los pies en el barrio, caminó las calles de la ciudad y repitió las modalidades de la militancia territorial en espacios segregados para asistir también a los vecinos de clase media. Una cara inesperada del macrismo acercó el partido al terreno. No obstante, aunque el mundo PRO cobije también la participación villera, su relación con los barrios precarios de la ciudad ha permanecido conflictiva desde el comienzo mismo de la gestión. En Buenos Aires existen quince villas, veinticuatro asentamientos y dos núcleos habitacionales transitorios (NHT). Según los especialistas y los organismos de derechos humanos, allí viven unas 300.000 personas. El número dista —y mucho— del menor que difunde el Estado, en sí alarmante: la Encuesta Anual de Hogares de 2010, de la Dirección General de Estadística y Censos porteña, asegura que 163.000 personas viven en las villas, distribuidas en 40.063 viviendas, que ocupan 259,9 hectáreas. Estos datos revelan un incremento del 52% desde 2001, cuando las cifras oficiales estimaban 107.422 personas. Hoy los residentes en villas representan casi el 6% de la población total porteña. Esa evolución denuncia que en la última década poco y nada se hizo para solucionar la crisis habitacional que presentan las villas; al contrario, el problema se agudizó y hoy se cuentan dos nuevos espacios: la Villa Rodrigo Bueno, en la Reserva Ecológica, y el asentamiento Playón de Chacarita. Los trabajos de la investigadora María Cristina Cravino y su equipo dan cuenta de este fenómeno de ocupaciones informales de predios públicos y/o privados por familias de escasos recursos, que desde 2006 la Defensoría del Pueblo de la ciudad llama Nuevos Asentamientos Urbanos (NAU). Si bien es cierto que la concentración mayor de estos barrios se da en el sur (representan el 32,9% de la Comuna 8, compuesta por Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo), estos asentamientos existen en siete de las quince jurisdicciones que conforman el distrito porteño. Los hay en Barracas, La Boca, Nueva Pompeya y Parque Patricios (16,3%); en Constitución, Retiro y San Telmo (14,3%); en Flores y Parque Chacabuco (12,1%). Las villas más numerosas son la 21-24 (Barracas), la 31-31 Bis (Retiro) y la 1-11-14 (Bajo Flores). En total suman unas 80.000 personas. Los habitantes del 73,3% de los hogares ubicados en asentamientos no son propietarios ni inquilinos: sólo un 10,2% alquila y apenas el 16,5% posee la titularidad del terreno y la vivienda. Para el resto de los porteños, la realidad es otra: dos de cada tres habitantes son dueños de sus casas. Por lo general —y muchas veces por influencia de la prensa—, se cree que los habitantes de las villas han inmigrado desde los países limítrofes. Según coinciden distintas encuestas, la mayoría de los porteños cree que las villas de la ciudad están pobladas por extranjeros, provenientes —sobre todo— de Bolivia y Paraguay. Sin embargo, del estudio oficial se desprende que el 48,4% de los vecinos de las villas son porteños, el 17,7% proviene de otras provincias, el 2% de países no limítrofes y el 31,9% de países limítrofes. El sentido común no se apoya siempre en la materialidad de la vida: muchas veces se nutre de otros factores. Un conflicto histórico Los problemas habitacionales de la ciudad no son nuevos. No se deben sólo a las falencias de esta gestión o la anterior, ni a los magros gobiernos de las últimas décadas. Las raíces del fenómeno se extienden hasta comienzos del siglo pasado, y desde entonces nadie ha sabido dar una respuesta eficaz a una cuestión que afecta cada vez a más vecinos de Buenos Aires. Quizás el primer conflicto del que se tenga memoria sea el que se desató a mediados de 1907, cuando unos 2.000 inquilinos de conventillos porteños se alzaron en huelga de pago hasta que las autoridades regulasen el alza de precios, que en pocos años había cuadruplicado los valores. No existían entonces la amenaza de la erradicación ni la promesa de reubicación, aunque sí un trastorno floreciente. El conflicto se resolvió a finales de ese mismo año; en contraste, las heridas no sanarían jamás. Una de las primeras medidas de aquel Estado nacional para mitigar la crisis —incipiente, pero sostenida— de la vivienda fue la Ley Irigoyen (n° 4.824, de 1905), que propició una partida presupuestaria para las construcción social. Diez años más tarde se votó la ampliación (Ley 9.677), que propuso el diputado conservador Juan Cafferata. La norma, que se asoció al nombre de ese cordobés con militancia en el catolicismo social, creó la Comisión Nacional de Casas Baratas (CNCB) para fomentar las edificaciones modestas a precios accesibles. La Comisión Municipal de la Vivienda reemplazó ese organismo en 1956. Renombrada como Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) en 2003, tiene los mismos fines que la comisión de la Ley Cafferata: brindar soluciones a los conflictos habitacionales que aquejan a la ciudad. Entre 1880 y 1910, Buenos Aires creció de modo descontrolado: de los más de cuatro millones de europeos que llegaron al país, un 60% se radicó en la ciudad y provocó una concentración poblacional desmedida para la infraestructura establecida. Los estadistas habían pensado en poblar zonas vastas del territorio nacional con la inmigración laboriosa, pero la centralización de la riqueza en la región pampeana (promovida por el modelo agroexportador de la Generación del 80 y el desarrollo económico del puerto) concentró también las posibilidades laborales para los inmigrantes. El censo de 1914 reflejó el resultado: la población urbana superaba la rural. Los estudios clásicos de Gino Germani muestran que en la década de 1930 el flujo migratorio europeo disminuía, a la vez que lo reemplazaban las corrientes fluctuantes internas. Entre 1936 y 1947, más de un millón de personas de las zonas rurales de las provincias se desplazaron hacia los centros urbanos, sobre todo a Buenos Aires, Rosario y Córdoba. La capacidad habitacional porteña resultó desbordada. Comenzó, así, la expansión poblacional del centro a la periferia. El crecimiento desigual se dio ante la ausencia de regulación del Estado. Eso creó paradojas: los porteños se enorgullecían de sus primeros rascacielos (el edificio Comega, en las avenidas Corrientes y Leandro N. Alem, o el Kavanagh frente a la Plaza San Martín), a la vez que se extendían los asentamientos precarios. Sin omitir esos antecedentes, la mayoría de los estudios fijan el nacimiento de las villas de emergencia en el asentamiento de Villa Esperanza, erigido en 1932 (durante la intendencia de Mariano de Vedia y Mitre y la presidencia de Agustín P. Justo) sobre unos terrenos ubicados en Puerto Nuevo, donde hoy está la Villa 31. A partir de ese momento inaugural, las corrientes migratorias, internas y externas, que continuaron sin que se las encuadrara con algún plan de contingencia oficial, modificaron la fisonomía de la ciudad. La permanencia de lo temporal Estos barrios carentes nacieron como una solución transitoria a la urgencia de las familias pobres por poner un techo sobre sus cabezas. Pero con el paso del tiempo lo temporal se volvió permanente. Nació así una nueva categoría social, el villero, y con ella, formas propias de identidad. «América sube airosa en el cemento y se hunde en todas las formas de la tapera y de la cueva», escribió Bernardo Verbitsky en 1957: su novela Villa miseria también es América, que complementaba una serie de notas del autor publicadas en los años precedentes en el diario Noticias Gráficas, terminó de afianzar el nombre. Villa miseria bautizó de modo definitivo un fenómeno que parecía volverse un rasgo estructural de la desigual social argentina; quitó toda invisibilidad a las diferencias flagrantes que se podían observar en Buenos Aires, en general descripta como capital opulenta. Las villas continuaron su expansión en la ciudad durante todo el siglo XX. En Merecer la ciudad: los pobres y el derecho al espacio urbano, Oscar Oszlak destaca que, entre 1956 (cuando se contabilizaron unos 33.920 vecinos en las veintiún villas de la ciudad) y 1962, estos asentamientos crecieron un 25% y se originaron otros doce nuevos. Desde el mismo origen, existe una mirada opuesta sobre estos barrios. Una organización actual, la Corriente Villera Independiente, define como su primera aspiración «trabajar y luchar por la urbanización de las villas». Pero ya durante la dictadura que inició el golpe de Estado de 1955 se fijó una política opuesta, que los siguientes gobiernos de facto (1966-1973 y 1976-1983) concibieron como única solución para las villas: la erradicación. La última dictadura, con un interés especial en el negocio inmobiliario, implementó un plan de erradicación de las villas de la ciudad entre 1977 y 1981. Sin oferta alternativa de vivienda, desalojó con violencia a los habitantes y destruyó las casas precarias de diecisiete villas. Entre ellas se contó la villa de Bajo Belgrano, demolida en vísperas del Mundial 78 porque afeaba el trayecto hacia el estadio de River; se hallaba junto al Estadio del Club Excursionistas, en la calle Pampa, donde hoy está el Campo Municipal de Golf. Muchos de sus pobladores terminaron en un barrio de Florencio Varela. Sin abandonar la política de erradicación, en los sesenta se explotó a la vez una visión asistencialista: se proveyó a los villeros de materiales para la construcción, vacunas y útiles escolares. Más tarde, el gobierno de Arturo Illia creó el Plan de Construcción de Viviendas Permanentes, y en Buenos Aires se formuló el Plan Piloto para la Erradicación de las Villas de Emergencia 5, 6 y 18, ubicadas en el Parque Almirante Brown. Ninguno de esos programas produjo resultados importantes. Entre 1966 y 1976, se erradicaron doce villas de manera total y una parcialmente, lo que significó la expulsión de unas 37.500 personas de la ciudad. La mayor parte de las familias se encontró reubicada en los Núcleos Habitacionales Transitorios (NHT), viviendas de 13,30 metros cuadrados, que se consideraban un pasaje momentáneo antes del acceso a la vivienda definitiva, y un intento de resocializar a los villeros para generar conductas adaptativas. Esos NHT se hallaban en el Complejo Ciudadela (más conocido como «Fuerte Apache»), el Conjunto General Belgrano, Lugano I y II, y el Complejo de Villa Soldati. Ni se detuvo el crecimiento de las villas ni se ofreció una solución real al problema de vivienda de sus pobladores. Según registros de la época, en 1966 unas 80.000 personas vivían en villas, y en 1976 la cifra superaba las 217.000. Este crecimiento sólo se interrumpió durante la última dictadura militar. A fuerza de desalojos forzosos, que ni siquiera consideraron la reubicación transitoria de los expulsados, entre 1977 y 1981 se erradicaron muchas villas en la ciudad de Buenos Aires y en otros centros urbanos. Se estima que 250.000 personas resultaron afectadas. La gran mayoría se instaló, de manera aún más precaria, en distintos asentamientos del conurbano bonaerense. Con la restitución institucional de 1983, los distintos sectores expulsados regresaron a la ciudad y se apropiaron de los terrenos que habían ocupado hasta 1976. Los diferentes programas que se han diseñado a partir de ese momento (el de Radicación y Solución Integral de Villas y Núcleos Habitacionales, de 1984; el de Radicación de Villas y Barrios Carenciados de la Capital Federal, de 1991; el Programa de Radicación, Integración y Transformación de Villas y Núcleos Habitacionales Transitorios, de 2001) dieron resultados magros: desde el retorno democrático, las villas han duplicado su población cada diez años. De modo llamativo, ese aumento no ha guardado proporción con la superficie ocupada: si en 2001 estos barrios ocupaban 292,7 hectáreas, en 2010 y con el doble de población se habían reducido a 259,9 hectáreas. En los asentamientos, no se crece a lo ancho sino a lo alto. Por eso no sorprende —como ha mostrado Cravino— la constitución de un mercado inmobiliario informal, sin contratos que puedan registrar las estadísticas, que se basa en la escasez del espacio. Según los datos oficiales, el gobierno de Aníbal Ibarra aumentó de manera significativa el presupuesto para urbanización de villas. Se pavimentaron calles, se colocó luminaria y se instalaron servicios pluviales y cloacales; en muchas de estas obras trabajaron los vecinos de los asentamientos, organizados en cooperativas. Por último, en 2008, ya durante la gestión de PRO, se puso en marcha el Programa de Regularización y Ordenamiento del Suelo Urbano (PROSUR Hábitat), un plan que quitó presencia al IVC en las políticas habitacionales para las villas: el instituto quedó como ejecutor en la zona norte, mientras en el sur de la ciudad delegó su competencia en la Unidad de Gestión e Intervención Social (UGIS) y la Corporación Buenos Aires Sur (CBAS). Mediante PROSUR Hábitat, la CBAS propuso un nuevo programa de urbanización para las villas. Intervino en territorios donde PRO ya había construido vínculos políticos más o menos duraderos (Los Piletones y un sector de la Villa 20) y en pequeños asentamientos de complejidad política menor (el barrio INTA). En su sitio web, PROSUR celebra «el empleo de métodos participativos», que sostiene con criterios técnicos: «Las experiencias comparadas han demostrado ampliamente que estos métodos aseguran la sostenibilidad en el tiempo». En realidad, el cambio produce una impresión: que reducir la escala y avanzar sobre seguro para mostrar logros políticos, aunque pequeños, parecen haber sido las consignas del macrismo. Meterse en política, meterse en las villas Desde mucho antes de asumir la jefatura de Gobierno, Mauricio Macri ha insistido en exponer una imagen distinta de la del niño rico carente de sensibilidad social. Por eso, cada vez que ha podido hacerlo, se mostró en interacción con referentes de los sectores populares. Nada distintivo: en campaña, los candidatos suelen ofrecer su imagen en escenarios complejos con múltiples actores. También como otros candidatos, Macri ha dejado una serie de promesas electorales incumplidas. En junio de 2007, a siete días del ballotage que finalmente lo colocaría en el despacho de Bolívar 1, el líder de PRO dijo a Clarín que no aumentaría impuestos y construiría 10 kilómetros de subte por año. En la misma entrevista afirmó que erradicaría, o en su defecto urbanizaría, todas las villas de la ciudad: «La política habitacional de estos años ha sido una estafa. Queremos llegar a construir entre 8.000 y 10.000 viviendas por año. Eso da que, en diez años, se puede urbanizar toda la Capital Federal». Lamentablemente, esas promesas no fueron cumplidas. Las villas constituyen un tema de sensibilidad profunda para los sectores medios altos y altos a los que PRO representa: encarnan el estigma de las clases peligrosas a las que se debe controlar. Los sectores conservadores, además, objetan la promiscuidad y el desorden en el modo de vida de los villeros. Con el miedo y la inseguridad al tope de las preocupaciones ciudadanas, las villas atraen también la mirada de otros sectores sociales. Las clases medias que habitan los barrios cercanos a los asentamientos se sienten amenazadas. Nadie ha demostrado aún que el índice de delincuencia sea mayor en una villa que en otra zona residencial, pero el prejuicio prevalece. La experiencia histórica revela que es imposible intervenir en esos territorios sin sumar a los referentes barriales de larga data o, en el peor de los casos, desarrollar referencias propias. El PRO avanzó en ambas direcciones: la construcción política, por un lado, y el intento de urbanización y reforma, por otro. En la campaña de 2007, Macri dio señales sobre su plan: tendería a la urbanización. Sólo se definió públicamente por la erradicación de las villas 31 y 31 Bis, ubicadas en los terrenos bien cotizados de Retiro. En junio de 2008, pasado ya el tiempo de las promesas proselitistas, reconoció a La Nación que había aventurado una solución para un cuadro tan enmarañado que en realidad superaba sus buenas intenciones: «El tema es de una complejidad extrema. Hay 350.000 personas viviendo en situación irregular, en villas e inmuebles usurpados. El presupuesto asignado por la Legislatura no cubre siquiera el crecimiento del fenómeno», dijo en la entrevista. «La gente tiene que saber que intervenir en las villas tiene un costo. El costo sería aumentar impuestos o no hacer otras obras». ¿Cómo pensaba consultar la opinión de los vecinos? El jefe de Gobierno respondió sin vacilar: «Un plebiscito, serviría». Hasta ahora, la consulta popular sigue ausente de la agenda. En aquellos días, Macri repetía ante los medios que los cambios en la administración porteña quedaban trabados por los manejos políticos del kirchnerismo. Entre otros temas, los obstáculos para enfrentar el problema de las villas se debían no sólo a la imposibilidad de desalojar un predio sin poder de policía (desde el comienzo de la gestión se insistió con el reclamo de una fuerza propia), sino también a que la ciudad era víctima de la intervención del Gobierno nacional, al menos en las villas 31 y 31 Bis, por el fomento de las protestas y el bloqueo del diálogo entre los referentes barriales y el macrismo. Sin embargo, pese a tantas trabas alegadas, PRO comenzó a desarrollar un trabajo político en esos barrios, que incluyó relaciones con los punteros locales y negociaciones de obras y contratos, que hasta entonces había manejado la gestión porteña anterior. La entonces ministra de Desarrollo Social, María Eugenia Vidal, y el jefe de Gabinete del Ministerio de Espacio Público, Fabián Rodríguez Simón, se encargaron de llevar adelante el acercamiento. Su trabajo se complementó con el de la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS), dependiente del Ministerio de Desarrollo Económico. El titular de la UGIS, Federico Angelini, un joven dirigente de centroderecha, contó con el apoyo de la esposa de su amigo y legislador Enzo Pagani, Karina Leguizamón, militante del peronismo porteño y funcionaria del IVC, quien se encargó de estrechar lazos con los referentes barriales por medio del Plan de Saneamiento Integral. Desde el comienzo de su gestión, Angelini recibió denuncias de varios vecinos de las villas por supuestas extorsiones y el manejo discrecional de fondos. En 2011, el rosarino regresó a su patria chica y resultó electo diputado provincial por Unión PRO Federal, la alianza macrista fortificada con importantes retazos del peronismo, con la que Miguel Del Sel logró convertirse en la sorpresa electoral en la provincia de Santa Fe. En agosto de 2009, Facundo Di Filippo, entonces legislador de Afirmación para una República Igualitaria (ARI), denunció ante Werner Pertot en Página/12: «Lamentablemente, el macrismo en la ciudad acordó con los peores punteros de todas las villas, coordinados por el Comandante Rodríguez, que imparte miedo a muchas personas de muchos barrios carenciados». Di Filippo había advertido que Miguel Ángel Rodríguez, alias el Comandante o el Turco, figuraba como contratado en el IVC y en la UGIS. Aunque Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gabinete en aquel momento, justificó su contrato, pronto se decidió rescindirlo: no podían explicar las funciones que realizaba Rodríguez, y mucho menos compatibilizar su designación con su papel creciente en la gestión de las cooperativas de construcción con las que el macrismo comenzaba a hacer pie en algunas villas. Rodríguez es un antiguo militante peronista con gran actividad en la Villa 1-11-14 (Bajo Flores). Encabezó la Dirección de Tránsito durante la intendencia de Carlos Grosso; en 1991 quedó detenido más de un año por vender licencias truchas de taxis desde su cargo y en 2006 recibió una condena de tres años de prisión en suspenso. El juez Facundo Cubas consideró probada su participación en la comercialización de esos permisos falsos. De acuerdo con el periodista Pertot, Rodríguez vivió durante un tiempo de la actividad privada: abrió estaciones de servicio como representante de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA). En 2006, durante el gobierno de Jorge Telerman, llegó al IVC a instancias de Leguizamón. A través de ella —y de Pagani—, Rodríguez llegó a PRO para convertirse en uno de los pilares de la relación con algunas villas. A fines de 2010 se realizaron elecciones de representantes villeros. Por primera vez, PRO se sintió en condiciones de participar en esta porción del mundo popular. Los resultados no fueron del todo favorables. En las villas 31 y 31 Bis se impusieron los candidatos del kirchnerismo. En la Villa 1-11-14, la junta de delegados estaba intervenida por la Justicia desde 2008: sólo dos años después se organizaron nuevas elecciones, y a pesar de la presencia del Comandante se impuso una lista opositora al macrismo, el Frente de Delegados para la Urbanización. Ese mismo 2012 hubo elecciones en la Villa 21-24, la más poblada de la ciudad, y la agrupación kirchnerista Unidos y Organizados ganó con el 35,37% de los votos, frente a la lista del PRO Yo Estoy, que obtuvo el 30,77%. Lo mismo sucedió en la Villa 20, hasta 2012 en manos del grupo que encabeza Diosnel Pérez, dirigente del Frente Darío Santillán: lo venció el candidato del FPV, Víctor Hugo Núñez. A pesar de mantenerse aún en minoría, el macrismo avanzó en su trabajo territorial y puso en contradicción el estereotipo que lo limitaba a la zona norte. La política urbana hacia las villas fue la punta de lanza de su avanzada. No por eso se rompieron los lineamientos básicos de PRO para la ciudad, que excluyen la vivienda social masiva (ver capítulo 4): se intentó desalentar la construcción de barrios populares precarios mediante una política de gentrificación, por un lado, y de expulsión relativamente pacífica mediante subsidios, por otro. Menos presupuesto y más conflicto Durante el gobierno de Macri, el presupuesto para obras de urbanización de villas descendió gradualmente hasta quedar reducido en un 55% en 2009. Además, tanto la oposición como distintas organizaciones de la sociedad civil han denunciado al Ejecutivo porteño por la subejecución presupuestaria en materia de viviendas sociales (ver capítulo 4). En 2013, la entonces legisladora Rocío Sánchez Andía, de la Coalición Cívica, basó un estudio en datos del IVC y halló que el Gobierno de la ciudad había ejecutado sólo el 74% del presupuesto que la Legislatura había aprobado para el organismo, cifra que en términos reales resultó aun inferior a la del año previo. En efecto, la Legislatura había destinado al IVC 913,8 millones de pesos; el Ejecutivo desguazó el monto y le sacó algo más del 12% del total: 115,6 millones de pesos, que se destinaron a otros fines. Ni siquiera el resto se destinó a viviendas en su totalidad: más de 200 millones, o sea el 30% del total, cubrieron los gastos administrativos del Instituto. El informe de Sánchez Andía resumió que sólo el 41% se ejecutó en obras, el 10% en créditos y el 23% en gastos de personal, mientras que un 26% quedó remanente. Del análisis se desprenden otros datos reveladores. Sobre créditos para vivienda: el IVC sólo otorgó el 47% que tenía asignado (para individuos y cooperativas). Sobre el Programa Hoteleados (para resolver el problema de familias que viven en hoteles de manera transitoria): del presupuesto asignado de 100 millones, que debía dar solución a unas 100 familias, sólo se ejecutaron 289.000 pesos, lo cual alcanzó para asistir a una sola familia. Sobre el Programa de Viviendas con Ahorro Previo (encargado de cumplir con los compromisos asumidos por la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo, ACUMAR, con la Corte Suprema de Justicia para liberar el camino de sirga): se ejecutó apenas el 39%. En septiembre de 2013, Página/12 se ocupó de los recortes al presupuesto social que había realizado el macrismo. Con datos extraídos del Boletín Oficial, el artículo detallaba cómo el Gobierno porteño había quitado 5 millones de pesos a la Intervención Social en Villas de Emergencia y Núcleos Habitacionales Transitorios (dependiente del Ministerio de Desarrollo Económico) para destinarlos al programa Industria Audiovisual (que realiza eventos como el de Buenos Aires Ciudad de Moda) y a un road show en el floreciente barrio parque Donado-Holmberg, un proyecto inmobiliario promovido mediante una subasta de terrenos, ejemplo de una política habitacional que fomenta la instalación de ciertos sectores sociales y desalienta la de otros. La cuestión habitacional reapareció en la agenda pública y en el espacio mediático de forma violenta, la primera semana de diciembre de 2010, cuando unas 1.500 familias se instalaron con tiendas precarias sobre los terrenos del Parque Indoamericano. La toma, un reclamo por viviendas dignas, duró varios días; la tensión se dilató cuando las policías Federal y Metropolitana sitiaron con un cerco a los manifestantes, quienes quedaron impedidos de recibir víveres y asistencia médica. El 7 de diciembre, a partir de una denuncia del Gobierno de la ciudad, comenzó un operativo de desalojo. El trasfondo era la pelea entre macrismo y kirchnerismo; la ocasión que ambos citaban, la irritación de los vecinos de Villa Soldati y Villa Lugano que querían recuperar su parque. A los efectivos de las dos fuerzas policiales se sumaron los de Gendarmería. Dispararon gases lacrimógenos, balas de goma y también de plomo; se produjeron disputas entre los ocupantes y los vecinos de los barrios linderos. Como resultado, murieron tres personas —Bernardo Salgueiro, Rosemary Churapuña y Emilio Canaviri Álvarez— y los heridos se contaron por decenas. Varios referentes sociales quedaron detenidos en las primeras redadas: Diosnel Pérez, líder de la Villa 20; el popular Alejandro Pitu Salvatierra, de la Villa 15; Mónica Ruejas, quien ganó su primera elección en Los Piletones en 1999 y quedó al frente de la Comisión Junta Vecinal hasta 2007. El 10 de diciembre, cuando aún no se había consumado el desalojo total del predio, Macri responsabilizó al Gobierno nacional por «la inmigración descontrolada» y «el avance del narcotráfico», hechos que relacionó con los incidentes violentos de aquellas jornadas. No comentó, en cambio, que Elizabeth Ovidio —viuda de Canaviri Álvarez, quien murió por un disparo en el pecho— denunció: «La policía nos decía “bolivianos de mierda”». Ni que lo desmintió el cónsul de Bolivia, Antonio Abal, quien acompañó el entierro del hombre que ocupó terrenos para reclamar una salida de la pieza en la que vivía con su mujer y dos hijas: «La tasa de inmigración boliviana está decreciendo a un 2% anual», había asegurado el diplomático. Por esos mismos días, el Observatorio de Derechos Humanos (ODH) de la ciudad de Buenos Aires difundió un informe que destacaba que, en comparación con el año anterior, las políticas regresivas del Gobierno porteño se habían profundizado durante 2010. «La gestión macrista se ha caracterizado por acciones u omisiones que concluyen en la misma dirección: la exclusión», concluyó el estudio que en 68 páginas desgranaba de manera detallada el discurso de Macri sobre los inmigrantes. El ODH recordó, por ejemplo, que el jefe de Gobierno dijo en televisión que los extranjeros no se podían atender en los hospitales públicos «sin pagar», en contradicción con las leyes porteñas 153 y 664, que determinan «el carácter irrestricto» del acceso a los servicios públicos de salud, educación, justicia, promoción y acción social. «Ninguna limitación a su ejercicio podrá fundarse en razones de origen, nacionalidad, raza, idioma, religión, condición migratoria o social», dice el artículo primero de la segunda norma. El informe del Observatorio también señaló que la Unión de Control del Espacio Público (UCEP) violaba las libertades individuales: «Continuó funcionando durante 2010, convirtiendo en basura las pocas pertenencias de aquellas personas desamparadas por el Gobierno de la Ciudad en su derecho de acceso a una vivienda digna [que] se vieron obligados a vivir en las calles». En la tarde del 15 de diciembre, luego de los asesinatos, los ocupantes del parque de Villa Soldati se retiraron. El Gobierno nacional y el porteño les habían prometido que se desarrollaría un plan de viviendas. Hasta la fecha, el compromiso no se cumplió. La investigación del fiscal Sandro Abraldes aportó datos sobre la responsabilidad que le cabe a 33 funcionarios de la Policía Metropolitana en las muertes y lesiones, además del delito de abuso de armas. Sin embargo, la Auditoría Externa de la Metropolitana consideró que no existían motivos para iniciar actuaciones contra los policías. A más de dos años de la toma, la justicia no halló instigadores ni culpables de la represión policial que causó la muerte de tres personas; en cambio, la justicia porteña actuó con celeridad contra los referentes sociales que intentaron abrir canales de diálogo, acusados por usurpación. Inacción y nueva toma Según el Informe 2012 del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el derecho a una vivienda digna se le niega a cerca de medio millón de personas en el distrito porteño. El CELS detalló que en Buenos Aires existen actualmente veintiséis asentamientos precarios, dieciséis villas de emergencia, diecinueve conjuntos habitacionales, dos núcleos habitacionales transitorios, 172 inmuebles tomados, veintiún conventillos, más de 3.200 familias subsidiadas en hoteles, cuatro hogares de tránsito, veintiún viviendas transitorias. Y 1.950 personas en situación de calle. El 29 de noviembre de 2013, a tres años de la toma del Parque Indoamericano, el Movimiento Villas al Frente (MVF) remarcó en un comunicado la planificación deficitaria del macrismo: «Uno de los argumentos habituales del Gobierno de la ciudad para no avanzar con obras de infraestructura y servicios públicos en las villas y asentamientos es la supuesta falta de dinero para ejecutarlas. Es claro que las políticas sociales, y en particular la realización del derecho a la vivienda digna de las familias más pobres, no es una prioridad para el macrismo, y por tanto la asignación presupuestaria asignada para la reurbanización de las villas es insuficiente». Ofreció como ejemplo una denuncia de legisladores opositores: Macri había gastado en publicidad oficial para las elecciones primarias una cifra que sextuplicaba el presupuesto de la Secretaría de Hábitat e Inclusión para obras en villas. A fines de febrero de 2014 se produjo otra toma de tierras en un terreno lindero al Indoamericano. Durante los hechos, un hombre fue asesinado de tres balazos, al parecer en una disputa con alguien que había encendido fuego cerca de la casa de su hermana. El Gobierno de la ciudad aún no había cumplido la promesa de dar soluciones habitacionales para los vecinos de la Villa 20, empeñada en diciembre de 2010, cuando se produjo la toma. La Ley 1.770, de 2005, especificaba que el Gobierno de la ciudad debía construir viviendas para urbanizar el asentamiento de Villa Lugano. Como en la toma de 2010, los medios se entretuvieron en la búsqueda de un responsable de los hechos: el puntero que moviera los hilos de los pobres. Marcelo Chancalay resultó elegido. El antiguo dirigente de la Villa 20, cercano al kirchnerismo, primero, y luego, a PRO, al perder influencia en esas fuerzas, que habían derivado su confianza a otros dirigentes, se había acercado a UNEN, la alianza de la Coalición Cívica, Proyecto Sur, Libres del Sur, el Partido Socialista, el Partido Socialista Auténtico, la UCR (Capital Federal) y Generación para un Encuentro Nacional. Poco importan, sin embargo, las internas políticas del barrio. La toma expresó con claridad que, desde el conflicto anterior, el problema del acceso a la vivienda se había agravado. En 2014, el monto destinado a viviendas representó sólo el 2,1% del presupuesto porteño. Un 23% de ese total lo aportó el Estado nacional por medio del Plan Federal de Viviendas. Un 20%, aproximadamente, no se aplica al problema en sí, sino a su gestión: cubre los sueldos de los empleados de los seis organismos que se ocupan de temas de vivienda. PRO no adoptó programas masivos para definir su estrategia política, y de políticas públicas, hacia estos barrios segregados: favoreció una política ejemplar a pequeña escala, en zonas con mayor poder de control y con menor beligerancia política. El modelo de Los Piletones Al gendarme de cejas tupidas y pelo al ras se le cierran los ojos: las horas extras y el tedio del centinela impresos en su rostro transpirado y somnoliento. —Vamos a lo de Margarita, ¿podemos dejar el auto acá? —le preguntamos. —Estacionalo ahí, sobre el playón. Lo de Margarita es derecho por esta calle, unos doscientos metros. El puesto de Gendarmería, ubicado junto a la Casa Lucero (Centro de Adicciones del Ministerio de Desarrollo Social porteño), marca el ingreso a uno de los corredores que se internan en la villa bajo la autopista AU7, rebautizada Héctor Cámpora. Un checkpoint en la frontera entre la barriada urbanizada de Villa Soldati y el asentamiento precario que data de la década del sesenta. Años después, la dictadura lo aplastó con la topadora, expulsó a sus habitantes y convirtió el lugar en un basural gigantesco sobre los márgenes del lago Soldati. Con el retorno de la democracia, la villa se volvió a formar y tomó su nombre de unos piletones de hormigón que servían como depósitos de agua. En 1999, la jefatura de Gobierno de Fernando de la Rúa comenzó las primeras tareas de urbanización que los vecinos reclamaban sin pausa; en 2003, con Ibarra al frente del Ejecutivo porteño, se construyeron desagües, se instalaron postes de luz, se edificó una panadería comunitaria y se inauguró un polideportivo. Según los últimos datos censales, en las cuatro hectáreas que conforman Los Piletones, unas 10.000 personas ocupan hoy unas 500 viviendas. Las cloacas están colapsadas; el agua corriente no existe y las líneas telefónicas escasean. Pero en diciembre de 2012, en un terreno que cedió la CBAS, se abrió una sucursal del Banco Ciudad. Los Piletones se convirtió así en la primera villa porteña con delegación bancaria. Los vecinos resistieron la instalación. En su blog Borderperiodismo, María Julia Oliván afirmó: «La obra fue retrasada varias veces porque los albañiles que trabajaban allí eran recibidos a piedrazos. También se realizaron juntas de firmas en contra de la nueva sede». El presidente del banco, Federico Sturzenegger, dialogó con los líderes del barrio y debió aceptar que algunos vecinos desocupados se sumaran a la construcción. La relativa indiferencia de los vecinos de Los Piletones ante la sucursal contrasta con la euforia de los directivos del Ciudad, referentes de la facción de derecha de PRO, para quienes se trata de una bandera para exhibir con orgullo. La institución afirmó en un comunicado a la Asociación de Bancos Públicos y Privados de la República Argentina (ABAPPRA): «Con la misión de cumplir un rol protagónico en la inclusión social, el Banco Ciudad se establecerá en uno de los barrios más postergados de la ciudad de Buenos Aires para dar servicio a sus 10.000 habitantes». Algunos discursos llegaron a la hipérbole «El primer banco de los pobres». La experiencia de Los Piletones representa un símbolo de la sensibilidad social de PRO. Su inserción allí es mayor que en casi cualquier otro barrio segregado. Eso permite el despliegue de un abanico amplio de políticas públicas: a la Casa Lucero y la sucursal del Banco Ciudad se sumaron — como se celebra en la web del programa PROSUR Hábitat— la Unidad de Orientación y Denuncia n° 6 del Ministerio Fiscal y un edificio de Apoyo Productivo, donde funciona también el Centro de Apoyo de Empresas de Base Social. En este barrio, el Estado porteño puede decir «Presente». Esta inserción, además, supera las oficinas públicas; en buena parte resultó posible por una voluntaria, una mujer abnegada que realiza un trabajo social afín a la concepción de buena parte de PRO, y en especial Macri: una organización de la sociedad civil que se coloca a la vanguardia de la asistencia a los pobres y para sustentar sus acciones recurre ante todo a donaciones de actores privados, como individuos y empresas. Esta sociedad civil virtuosa y no clientelar, de voluntarios que no se identifican con partidos políticos, no construye el bienestar de los pobres en base a una demanda al Estado en clave de derechos: es autónoma y autogestora. El Estado, en realidad, se sobreimprime como quien coloca la frutilla en el postre. Esta concepción es un resabio de las políticas sociales de los años noventa, es cierto. Pero también expresa una idea del trabajo social muy arraigada en el país: el pobre merecedor es aquel que se coloca en el lugar del necesitado, que recibe sin pedir, que trabaja sin quejarse. Los Piletones se hallan a sólo diez minutos del microcentro porteño, próximo al cruce de la avenida Cruz y Lacarra. Allí limita con las 130 hectáreas del Parque Indoamericano, el espacio público verde de Buenos Aires cuya superficie sólo superan los Bosques de Palermo. Dinámica de la villa Para tres sujetos de clase media que poco saben de carencias, la observación y el hallazgo monopolizan la experiencia. No es nuestra primera visita a un barrio precario, pero el ritmo interno revela una incubadora de base social. En las villas se vive puertas afuera. El herrero suelda las piezas en la entrada de su casa; en el interior de la vivienda se apilan decenas de listones de hierro. La máquina de cortar madera también está en la calle: el carpintero y su ayudante trozan los tablones, desechan lo inservible, siembran el suelo de aserrín. Aunque hace varios días que no llueve, el lodo y los charcos de agua estancada permanecen en los caminos internos. Las casas son firmes y robustas, nada de chapa o cartón. Se aprecian las columnas, perfiles de hierro, losas de concreto, ladrillos huecos. Ninguna tiene jardín, no hay suficiente espacio. No están vestidas; el revoque y los tintes son beneficios de otra clase. Un hombre que toma cerveza se sostiene contra el tejido de alambre, roído por el salitre, que recubre un caño de agua. El tendido de cables semeja un techo mal tejido por encima de las viviendas. No hay cordón ni vereda: en Los Piletones, las calles, serpenteantes y angostas, apenas permiten el paso de un automóvil, con poco margen. Recorremos unos metros más por Plumerillo hasta que llegamos a la Fundación Margarita Barrientos. Un perro echado exprime un hueso seco; lo merodean unas mosquitas. Distintas investigaciones socioantropológicas muestran que el papel de las mujeres en los barrios populares se ha vuelto fundamental para la reconstitución del tejido político y social deshilachado después de la crisis de 2001 y 2002. Lo prueban líderes como Rosa Ortega en la Villa 3 (Barrio Fátima), fundadora de Mujeres en Acción, la agrupación que lucha contra la violencia de género en el barrio, o Susana Quiroga, responsable del comedor Las Gemelas, en Villa Soldati. En Los Piletones, las organizadoras de personas y recursos se llaman Mónica Ruejas y Margarita Barrientos. Ellas también mantienen los vínculos políticos más fuertes con el exterior del asentamiento, lo cual les permite acceder a más recursos y aumentar su capacidad de movilizar personas. En septiembre de 2011, Ruejas volvió a ganar la presidencia de la Junta Vecinal. Con el apoyo de su aliado de siempre, Ibarra, y de algunas agrupaciones kirchneristas, se impuso por cinco puntos sobre el presidente desde 2007, Marcial Ríos. En los últimos meses de su gestión, y durante la campaña, Ríos contó con un fuerte apoyo de La Cámpora, con una sólida base militante en la Comuna 8: allí dio sus primeros pasos en la militancia el secretario general de la organización, Andrés Larroque. Barrientos, varias veces reconocida por su labor, conduce una fundación con su nombre y es la responsable —entre otras cosas— de uno de los comedores comunitarios más importantes de Buenos Aires, donde se brinda alimento a unas 1.500 personas por día. Donaciones, no derechos Margarita se mudó de a poco a los terrenos que hoy ocupa, entre mediados de 1995 y comienzos del año siguiente, con sus diez hijos. Hasta entonces había vivido en la Villa 20, a la cual llegó desde el distrito más pobre del conurbano bonaerense: José C. Paz. Había nacido el 12 de octubre de 1961 en Añatuya, Santiago del Estero, de la unión de una qom y un blanco. Su madre —como una parte considerable de los pobres del noroeste argentino, que aún hoy viven en construcciones de adobe— sufría el Mal de Chagas; luego tuvo leucemia. Cuando ella murió, el padre abandonó a Margarita y a sus once hermanos. Ella tenía 12 años. Comenzó un largo peregrinaje: un viaje en mula hasta el pueblo más cercano, un tren desde Santiago hasta José C. Paz, un trabajo como empleada doméstica en la casa de un militar a los 14 años y, ya casada con Isidro Antúnez, el inicio en la vida de cirujeo. Una vez instalada en su nuevo barrio, con ayuda de vecinos y de su familia, creó el comedor Los Piletones en 1996. Hoy Barrientos es el referente indiscutible del circuito caritativo de la ciudad de Buenos Aires. No sólo canaliza la dinámica de la filantropía empresaria: el emblema de su comedor atrae a famosos y a políticos. Como muchos llegan por la foto, Margarita y sus colaboradores, celosos del símbolo del que son portadores, no lo abren a cualquiera: han rechazado a algunas figuras políticas y se han acercado a otras. Miriam, lugarteniente de Margarita en el comedor, remarca: «Me acuerdo que una vez vino Aníbal Ibarra, con su comitiva, las cámaras de televisión… El tipo venía a hacer campaña con nosotros. Yo estaba enojadísima, y se lo dije». Macri, en cambio, comenzó su relación con el comedor en sus tiempos de presidente de Boca Juniors, cuando no buscaba rédito político. Acaso por eso les pareció más cercano, familiar incluso: su presencia no se parecía a la de otros empresarios filántropos. «Venía a tomar mate y se quedaba conversando con nosotros. También ayudaba con cosas. Una vez vino con los jugadores y les sirvieron el almuerzo a los chicos», aporta Margarita. Con Macri, al parecer, la relación se mantiene en un registro de afecto, no de ideologías; de donaciones, no de derechos. El Estado aparece como socio menor en este registro del voluntariado, que es también el de un sector de las fundaciones y las ONG. Miriam, una atleta de la acción, se ocupa —junto con Margarita— de la comida para las personas a quienes asiste la Fundación. Desde que se volvió a casar, no trabaja por un salario: ofrece su tiempo como voluntaria. Como a media mañana el espacio de la Fundación permanecía calmo (la gente llega al alba y al mediodía), nos explicó su vínculo con Margarita mientras se frotaba la frente con la yema de los dedos: «A mamá la conozco desde 1996. Yo estaba cirujeando por acá y ella me adoptó como su hija. Desde entonces no nos separamos nunca». Parecía emocionada con la historia, pero también satisfecha con su lugar. La Fundación Margarita Barrientos se encuentra antes del parque, del polideportivo y de un complejo habitacional inconcluso cercado por rejas herrumbradas, con grietas que desgarran el cemento. La fachada del edificio principal, colorida con dibujos e inscripciones, cubre dos plantas: arriba viven Margarita e Isidro; en la planta baja, en un patio de unos doscientos metros cuadrados, se dispone el comedor, con mesas y banquetas. Fue la primera de la serie de obras que dieron forma a la Fundación: hoy el comedor Los Piletones semeja un laberinto extendido. Alrededor del patio, en disposición semicircular, distintos salones se destinan a la preparación de la comida: los hornos, los depósitos de mercadería, las hornallas de hierro fundido, las ollas y las sartenes gigantescas. El edificio se amplió de manera irregular con el correr de los años: avanzó sobre terrenos aledaños, dispares en medida y forma. Así, se pudo inaugurar el Jardín de Infantes San Cayetano, de jornada completa, al que asisten 100 chicos de entre 1 y 5 años, cuyas maestras jardineras permanentes paga el Gobierno de la ciudad. Este crecimiento ha seguido el ritmo de la filantropía y el voluntariado en sus más variadas formas. «Lo fuimos construyendo de a poco —detalló Margarita—, con donaciones de terrenos, materiales y dinero, a través de los años. Con el Gobierno porteño solamente tenemos cubierta una ración diaria para 500 personas». Solamente, dijo. La presencia estatal (los recursos destinados a la compra de alimentos y a los salarios de las maestras jardineras) no parece encontrar un lugar de importancia en el relato de la Fundación sobre su trabajo, que se define como solitario, independiente y voluntario. El Estado, y también la política partidaria, se vuelven invisibles. Nada mejor para que florezca la relación con un partido como PRO, que se presenta como una agrupación más allá de ideologías y tradiciones partidarias. El crecimiento de la fundación sumó otros tres edificios al otro lado de la calle. Uno alberga el Centro de Salud Ángela Palmesano (nombre que deriva de una donación empresaria), que atiende a niños, jóvenes, ancianos y cubre las áreas de pediatría, clínica médica, odontología y enfermería. Allí también funciona la farmacia comunitaria. En contraste con la precariedad del barrio, el centro se destaca por estar muy bien provisto. A su lado, funcionan una lavandería y la biblioteca Apostando al Futuro, que se realizó con la colaboración de los alumnos de la escuela privada Para el Hombre Nuevo, del barrio de Flores. La biblioteca cuenta con 1.500 títulos para los distintos niveles de educación y brinda apoyo escolar. A pocos metros, el Centro de Día José Silva recibe a unos 70 abuelos. Un viejo dormitaba sobre un sillón gastado: Miriam nos contó que todos los días llega desde González Catán, excepto que el guarda del tren lo baje por falta de boleto. Otro hombre, de unos 70 años, la ropa andrajosa, la piel curtida y una barba blanca y larga, caminaba en círculos. También allí se almorzaría aquel mediodía, el mismo menú que en el comedor: milanesas con puré. «En estos momentos estamos construyendo una carpintería, en la cual se va a capacitar a chicos y también a personas grandes para que puedan tener una salida laboral», nos cuenta Miriam. «Sobre todo nos interesan los chicos y los adolescentes, porque en esa edad hay que sacarlos de la calle y mostrarles un futuro». Cuando caminamos hacia el edificio donde se habrá de instalar la carpintería, y donde —agregó Miriam— también se dictarán talleres de costura, esperábamos encontrar otro galpón de la Fundación, o un espacio en construcción. Nada de eso. Nos topamos de frente con el rostro del Estado. Una cara que en la ciudad de Buenos Aires exhibe los colores de PRO. Margarita y el PRO El último de los edificios que completa la dilatada estructura de Los Piletones es un bloque de cemento de dos plantas, con un cartelón amarillo. En marzo de 2012, Margarita prestó ese edificio al Gobierno de la ciudad para que desarrollase allí un programa de salud sexual y reproductiva. Un modo, quizá, de eludir la resistencia al Estado en la era macrista. El Programa de Consejerías de Salud Sexual y Reproductiva, de la Dirección General de Políticas de Juventud, que depende de la vicejefatura de Gobierno, se puede encuadrar entre las estrategias que la vicejefa Vidal emplea para la inserción de PRO en el mundo popular. El programa promueve comportamientos sexuales y reproductivos responsables y seguros entre los jóvenes de la ciudad, por medio de actividades de formación y sensibilización específicas. Opera en tres sedes: en Los Piletones, en la Villa 20 de Villa Lugano y en Recoleta. Para asentarse en Los Piletones, el programa se nutrió del vínculo de Macri con Barrientos. «Si no hubiéramos llegado de la mano de Margarita, hubiera sido imposible. Incluso así, durante las primeras semanas, los primeros meses, no tuvimos casi consultas. Ahora estamos en unas veinticinco consultas semanales, muy por debajo de lo que nos exigen los creadores del programa, pero muy por encima de nuestras expectativas, teniendo en cuenta que sólo funcionamos de 9 a 13», explica una de las encargadas de la atención. En las salas destinadas al programa en el edificio de la Fundación trabajan —además de un médico y un administrativo— tres tutores que ofrecen charlas sobre sexualidad y también sobre orientación laboral. Se guían con un cuadernillo explicativo de composición tan compleja y orientada a las clases media y alta que su comprensión resulta difícil para los jóvenes de barrios carentes, cuya idea de trabajo es diferente de la de quienes buscan allí un espacio de crecimiento, una carrera. Dos de los tutores son militantes de PRO; el otro, amigo de Sahonero, nos revela: «Tenemos muchas dificultades con la gente del barrio porque a Margarita la identifican con PRO». Muchos vecinos parecen percibir lo que Barrientos y Miriam no encuentran destacable. Aunque la página de internet de Los Piletones pone especial cuidado para despegar a la Fundación de PRO y Macri, la del partido que gobierna la ciudad sí menciona a Los Piletones. El comedor funciona como referencia que conecta a Macri con un compromiso social y solidario. Esta identificación problemática entre Los Piletones y PRO se intensifica con un programa como el de las Consejerías de Salud Sexual y Reproductiva, ya que el gobierno porteño se monta sobre una estructura de una dirigente barrial: el partido sobreimprime su sello al de Barrientos. El amarillo que PRO emplea tanto para difundir las obras de gobierno como para representar su imagen partidaria provoca que muchos de los asistentes potenciales a las consejerías prescindan del programa para no traicionar sus lealtades políticas, nos confirmó uno de los tutores del emprendimiento. Los empleados del programa, en su mayoría, militan en PRO. Si bien esto sucede en todos los partidos, resulta llamativo que suceda en uno que se plantea renovar la política. Por lo general, las acciones públicas en los barrios populares siempre han pasado por los referentes barriales, que facilitan la entrada al lugar y conocen a los vecinos. Pero ver un cartel de un programa del Estado en un local de un movimiento social representa una novedad: parece la puesta en práctica de una idea del Estado carente de especificidad, absorbido —en este caso— por los agentes barriales. O acaso una fusión en la que ambos pierden sus contornos. Aunque, como pudimos constatar, el vínculo de Barrientos y Macri es más personal que político, se lo podría definir —en términos de Max Weber— como el resultado de la afinidad electiva entre una concepción del trabajo social separada de los lazos políticos y cercana a lo caritativo, y la idea de las políticas sociales del macrismo, afirmadas en concepciones fundadas en el voluntariado propio de las vertientes social-conservadoras. Guillermina Tiramonti y Sandra Ziegler afirman en su trabajo sobre la educación de las élites en la Argentina que los sectores altos establecen una relación con los «otros sociales» en términos de «compasión» tanto como de aprendizaje de competencias emprendedoras y de caridad religiosa. El discurso social de PRO se encuentra con la obra de Margarita: ambos se acercan a la concepción cristiana de la caridad, tradicional en los sectores altos y de la derecha conservadora argentina. La estrecha relación política entre PRO y Margarita se hizo del todo explícita en 2013: en plena campaña electoral, Macri inauguró un local partidario en Los Piletones —el primero en la zona—, frente al comedor. En aquella ocasión, el jefe de Gobierno agradeció a los vecinos «por seguir creyendo que, entre todos, podemos hacer las cosas distintas, trabajando en equipo, dialogando, respetándonos y sin agresiones». Y agregó: «Sé que por este camino la Argentina tiene un enorme futuro. Hay que participar y ser protagonista en la construcción de nuestro porvenir». Luego, elogió en detalle a su dirigente popular más consentida: «Margarita ha sido una enorme inspiración para mí en este trabajo de servir a los demás, de ayudar a que todos vivan mejor en esta Argentina que todos queremos construir». Esa inspiración había logrado un reconocimiento importante en octubre de 2011, cuando por iniciativa del legislador y presidente del bloque de PRO, Cristian Ritondo, la Legislatura porteña nombró a Barrientos ciudadana ilustre de Buenos Aires. En el acto que materializó la distinción Macri dijo: «Tenemos una maravillosa relación de la que estoy orgulloso, como jefe de Gobierno y como ciudadano. Siempre que puedo me hago una escapada a Los Piletones. La verdad, es algo que me llena de alegría, porque ella siempre está con un proyecto nuevo, con nuevas iniciativas». Macri destacó también algunos rasgos del trabajo de Barrientos: «Ella no especula, no trata de sacar ventaja». Y de su perspectiva sobre la movilización de recursos expresó: «Todo el tiempo entra y sale gente que necesita y gente que aporta, y esa es la magia de la sociedad que todos queremos construir». Y la asoció al espíritu PRO sin nombrar a su fuerza: «Margarita es un ejemplo que predica día a día con poco discurso y con mucho trabajo. (…) En el comedor Los Piletones se verifica todos los días que pueden trabajar juntos el Estado, la sociedad civil y el sector privado». El Estado no puede solo: necesita también las empresas y las manos dispuestas de los voluntarios solidarios. Margarita y Mauricio se encuentran en esa forma de entender el trabajo social. Por eso, ella y sus voluntarias no valoran los aportes estatales o los colores de PRO tanto como la visita de Mauricio, el individuo, para compartir el mate con ellas. Su concepción del trabajo social carece de estrategias de presión o de protesta en las calles: se imponen la entrega y la donación desinteresadas, con las cuales colaboran el Estado y los empresarios. La Villa 20 y la lucha por la tierra Para diferenciarse de sus antecesores, el actual jefe de Gobierno porteño y muchos de los funcionarios que lo secundan se obsesionan con su propia consigna: PRO no sólo promete, PRO hace. Muchas veces, el compromiso se tensa ante la realidad, como en el caso de la crisis habitacional. Por eso, cada vez que pueden, los macristas que se ocupan del tema insisten en que nadie ha hecho tanto por la urbanización de las villas, tan postergada en otras gestiones. Entonces exhiben las experiencias del pequeño barrio INTA y de la Villa 20. En la inauguración de las sesiones ordinarias de la Legislatura, en febrero de 2014, luego de la segunda toma cerca de la Villa 20, Macri eludió el conflicto. La ciudad había manifestado su negativa a negociar si no se levantaba la toma. La ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, advirtió: «No damos subsidios en función al pedido de usurpadores». Con más temple, la vicejefa de Gobierno, Vidal, aclaró: «No vamos a avalar que la toma de un predio público sea la manera de acceder a una vivienda». El problema encontró una solución, aunque precaria, cuando los funcionarios del gobierno local aseguraron a los ocupantes que harían efectiva la Ley 1.770, de 2005, por la cual el Ejecutivo debía construir viviendas para los habitantes de la Villa 20 con miras a la urbanización. En su artículo 2, la norma —con la que no habían cumplido Ibarra ni Jorge Telerman— estipula que se afecta «a la urbanización de la Villa 20, el polígono comprendido por la avenida Francisco Fernández de la Cruz, eje de la calle Pola y línea de deslinde con el Distrito U8» —el terreno tomado—, y determina que ese espacio «será destinado a viviendas y equipamiento comercial». La ley establecía la construcción de 1.600 viviendas; aún no se ha construido una sola. Tres hectáreas del predio fueron asignadas, en cambio, a estacionamientos (para el polo farmaceútico y los recitales que se realizan en el ex Parque de la Ciudad, actual Ciudad del Rock). En 2008, cuando la ley llevaba tres años incumplida, la villa entró en emergencia ambiental, sanitaria y de infraestructura. Lo mismo sucedió al año siguiente. En parte se debió a que los vecinos viven en exposición constante a las sustancias contaminantes (sobre todo, plomo) del depósito de autos lindante. Aunque ninguno de los gobiernos porteños siquiera saneó el suelo, el actual continúa argumentando que la recuperación del sur de la ciudad se destaca entre sus prioridades y habla del polo tecnológico en Parque Patricios y la villa olímpica en Villa Lugano. Esos proyectos, sin embargo, no ayudarán a revertir el desequilibrio habitacional: peor aún, provocarán un aumento en el valor de la tierra que se traducirá en la migración de muchos residentes. La gentrificación (ver capítulo 4) dista de las políticas que garantizan derechos, como la especulación inmobiliaria de solucionar el problema habitacional. La dirección en la que se dirigen se aprecia en el aumento del precio de los terrenos en el sur desde 2005 hasta ahora: más del 500%, contra el 300% en el norte. Las construcciones, en cambio, se concentraron en un 40% en los barrios de Palermo, Recoleta, Villa Urquiza y Colegiales; si se incluye Caballito, la mitad de la obra para vivienda en la ciudad se ha dado en cinco barrios de clase media y alta. Una pequeña revolución en la política barrial Víctor Sahonero llegó a la Villa 20 a los 18 años. No conocía el lugar y nunca había siquiera imaginado que se convertiría en su hogar y que allí pasaría sus años más activos. En 1976, los mismos militares que lo habían desalojado de la Villa 31, donde vivía con su familia, lo arrojaron allí desde un camión. En la Villa 20, Víctor forjó su destino: conoció a su mujer, construyó su casa y crió a sus cuatro hijos. Desde muy joven, comenzó a participar en diferentes movimientos villeros. Se formó con los curas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, como el padre Carlos Mugica, conoció al jesuita Jorge Bergoglio y confirmó su devoción por la Virgen de Urkupiña. Su mujer, Mirta, conduce un comedor comunitario dentro del barrio. Cuando se produjo la toma del Parque Indoamericano, los Sahonero asumieron la responsabilidad de abrir algunos de los canales de diálogo entre las fuerzas de seguridad, los ocupantes y los vecinos. Sin embargo, aunque Víctor es una figura histórica en la Villa 20, su apellido remite hoy a su hijo Maximiliano, elegido presidente de Jóvenes PRO Capital a finales de diciembre de 2013. Hasta ese momento, el espacio respondía al influyente secretario general de Gobierno Marcos Peña (ver capítulo 7). «Yo tenía 8 años y ya laburaba con mi viejo, mamaba su forma de hacer las cosas, quería un futuro mejor para la gente del barrio», rememora Maximiliano Sahonero en un tinglado donde se organizan reuniones políticas y se pintan carteles proselitistas. «De ahí viene nuestro trabajo de urbanización: transformar no sólo desde lo edilicio, sino culturalmente. Porque la gente, ¿qué dice? “Estos villeros de mierda que ocupan tierras, yo pago mis impuestos…” y nosotros queremos romper con eso. No todos los villeros son drogones o chorros. Acá hay gente que se levanta a las 5 de la mañana y se rompe el lomo para darle de comer a su familia. Hay que romper con ese estigma. Nosotros trabajamos por eso». Los Sahonero funcionaron de nexo para que en 2011 el macrismo entregara las primeras escrituras en el barrio. Pusieron a disposición del Gobierno porteño el ámbito de la cooperativa de trabajo y vivienda que habían formado en tiempos de Ibarra, para profundizar las tareas de urbanización. «Buscamos generar trabajo genuino y capacitar a la gente para terminar con los planes sociales —explica el joven dirigente—, porque con un plan social dejás de ser pobre, entre comillas, por un tiempo, pero no se instruye a la persona para que salga del círculo de la pobreza. Hoy somos unos 300 en la cooperativa de trabajo y unos 700 en la de vivienda». Al igual que su padre, Maxi mantiene lazos estrechos con la política barrial peronista. Es un referente, aunque aclara: «Cuando digo referente quiero que se diferencie del puntero, que es el mercantilista que sube a un pibe al micro, lo lleva, lucra con el vecino. El referente labura con el barrio día a día, le rompe las bolas al pibe para que termine el secundario, le da una mano para que tenga un mejor laburo». Maxi Sahonero creció en la estructura partidaria de PRO a partir de su relación con la actual vicejefa de Gobierno y ex ministra de Desarrollo Social, Vidal. Define los fundamentos de ese vínculo en el lenguaje moral del reconocimiento: «Con ella conseguimos las primeras escrituras, en 2011; antes no habíamos logrado escriturar nada. Con ella, se empezaron a concretar cosas». —¿Por qué creés que ocurrió en este lugar y no en otro? —Era algo que veníamos laburando desde hacía mucho tiempo, ya estaba listo para salir. La urbanización arrancó hace más de quince años, con Ibarra, pero nunca se concretó hasta ahora. Antes todo esto era villa; ahora es un barrio, con escritura. El barrio urbanizado al que hace mención Sahonero, con habitantes que de a poco consiguen las escrituras de sus viviendas, representa apenas una pequeña porción de tierra en un asentamiento gigantesco y caótico. Un molusco en un peñasco. De las 48 manzanas de la Villa 20, donde conviven más de 30.000 familias (unas 74.000 personas), resultaron urbanizadas 9 manzanas con unas 750 familias (entre 3.000 y 4.000 personas): algo más del 5% de los vecinos. Pero ese pequeño espacio urbanizado, en el sector cooperativo del cual forman parte los Sahonero, bastó para que el macrismo pudiera agitar la bandera de los logros de gestión en un área donde cada paso cuesta tiempo, negociaciones y recursos. Si bien el vínculo entre padre e hijo permanece estrecho, a sus 30 años Maxi zanjó su propio camino y se hizo un lugar en la estructura de PRO. A diario, en un garaje detrás de la casa familiar, se reúne con los militantes que trabajan políticamente para organizar las actividades que sirven tanto para acrecentar su capital político como referente barrial, como para fortalecer la presencia de PRO en un distrito adverso. Allí preparan la pintura y el engrudo, los pasacalles y las consignas; allí Maxi y los suyos, con entrega y disposición, atienden las necesidades de los vecinos sin importar la hora o los contratiempos. En la planta alta de la casa, sobre el garaje, se destaca el cartel amarillo del Gobierno de la ciudad: al igual que en la Fundación Margarita Barrientos, el espacio de Sahonero se abrió al funcionamiento de una oficina del programa de Salud Sexual y Reproductiva. El armado barrial del presidente de Jóvenes PRO Capital se completa con la murga, que ensaya en un local frente a la estación de trenes de Villa Lugano. Muchos chicos participan en ella y en el grupo político de Sahonero. «Hace más de quince años que estoy en la murga», aclara, y recuerda: «Antes había una murga armada y me metí; después seguí por mi lado y cuando tenía 18 años formé Los Bohemios de Lugano». Además de su educación como referente, heredada en cierta medida de su padre, Maxi se adiestró como líder cultural y social. Comenzó con su instrucción católica en el Colegio Nuestra Señora de la Paz —donde completó desde el preescolar hasta la secundaria—; también participó en los dispositivos estatales de formación de cuadros culturales. «Había laburado en Puerto Pibes, fui de la primera camada de Líderes de Recreación… Tenía 13 años cuando arranqué —explica—. Después estudié Psicopedagogía y eso también me abrió el palo de lo cultural». Él vivió con naturalidad su ingreso al mundo PRO; en el barrio, las cosas presentaron más complejidad. —¿Cambió tu relación con la gente del barrio por tu vínculo a un partido? —Sí. Hay mucho celo, gente que no quiere que crezcas… Pero yo estoy muy tranquilo, sigo saludando a la gente y trabajando por el barrio. —¿En qué se identifica PRO con la visión peronista que pueden tener vos o tu padre? —En que se empiezan a hacer cosas concretas por la gente, por la ciudad. El peronismo se destacó por eso, al menos el primer peronismo… No digo que el kirchnerismo haya perdido eso, pero perdió la esencia. Yo me crié con la política que ayudaba a la gente, no con la que hace que la gente se sienta sujeta. María Eugenia jamás nos pidió algo a cambio. —¿Cómo tomás que PRO sea visto como un partido de derecha? —Para mí PRO es revolucionario. —¿Por qué? —Los centros de primera infancia: les dan seguimiento, alimento, una psicopedagoga a los pibes de 45 días a 3 años. Si vos a un pibe le das todo eso, le das de comer bien desde chico, más tarde podrá pensar. Hacerse cargo de un pibe, pensar una visión a largo plazo: eso es revolucionario. Si se quiere, Sahonero representa una pequeña revolución en sí mismo. El ingreso de un partido de centroderecha al mundo de la militancia popular tradicionalmente peronista es una alteración profunda de las lógicas que han dominado la construcción política barrial. CAPÍTULO 9 El mundo del espíritu El 13 de noviembre de 2009, cuando los principales medios removían con cierta morosidad, y acaso con placer, el tema de las escuchas telefónicas realizadas por el empleado Ciro James al cuñado de Mauricio Macri, el jefe de Gobierno de la ciudad sorprendió a todos al anunciar, mediante un breve video en YouTube, que no iba a apelar el fallo de la jueza porteña Gabriela Seijas, que autorizaba a Alex Freyre y José María Di Bello a casarse. En su escritorio, rodeado de fotos familiares, con su habitual camisa celeste, Macri anunciaba que había tomado la decisión tras «un debate interno, sopesando mi formación y mi historia con mi búsqueda de las mejores costumbres y las mejores libertades para la ciudad». Explicaba: «Siento que esto es un paso adelante, porque acá, lo que hay que aprender, es a vivir en libertad, sin vulnerar los derechos de los otros, no como sucede ahora con los cortes y las marchas, donde se vulnera el derecho de otros. En este caso, de lo que se trata es del derecho de la gente a ser feliz en base a sus propias decisiones. Yo creo que tenemos que convivir y aceptar esta realidad. El mundo va en esta dirección, así que estoy tranquilo y contento de que el Gobierno no apele y espero que [Alex y José María] sean felices». El video, de menos de dos minutos, constaba de tres bloques, que se iniciaban con una pregunta en la pantalla; una entrevista sin entrevistador. «¿No creés que va a haber gente molesta con esta decisión?», se leía en el último cartel, en el mismo tono coloquial de los anteriores. Macri ponderaba: «Gente que no va a estar contenta, seguro que va a haber, incluso dentro de PRO había gente que pretendía que apelemos. Pero me parece que, con el tiempo, esto se va a ver de manera similar al divorcio. Hace algunas décadas hubo un debate muy intenso y hoy es algo como natural». La noticia cayó como un balde de agua fría en el Episcopado porteño. A Macri lo habían apoyado los sectores más conservadores y lo rodeaban cuadros políticos de buenas relaciones con las cúpulas eclesiásticas. Con todo, había empleado los argumentos liberales más clásicos para abrir el camino al matrimonio entre personas del mismo sexo. Para más inri, les había recordado a los sectores ortodoxos el modo en que había terminado el debate sobre el divorcio en los años ochenta, y auguraba de modo celebratorio la naturalización del casamiento gay en la sociedad. En aquellos días se comentó que el secretario general del Gabinete porteño, Marcos Peña, había impulsado el giro de Macri en derechos civiles, y había sumado a su causa a Horacio Rodríguez Larreta y a Hernán Lombardi. Otras fuentes sostenían que Macri (quien años antes, cuando presidía Boca Juniors, había opinado que la homosexualidad era una enfermedad) se había convencido al estudiar las encuestas que le acercó su asesor Jaime Durán Barba. Según los estudios del ecuatoriano, casi el 70% de los porteños favorecía el matrimonio entre personas del mismo sexo. Por eso, tenía sentido la idea de aceptar la realidad. Dentro de PRO, los sectores más conservadores y proclives a identificarse con las posiciones de la Iglesia católica no creían que los argumentos liberales y las encuestas justificaran la decisión del jefe de Gobierno. Para ellos, no se trataba de una cuestión de opiniones sino de principios, y por eso resultaba necesario pasar a la acción. Comenzaron a operar para encontrar una solución a lo que consideraban un problema. Por un lado, contactaron a varias organizaciones laicas para que colaborasen en sus intentos de empantanar legalmente el casamiento entre dos hombres. Por otro lado, promovieron un acercamiento del jefe de Gobierno con el entonces cardenal primado de la Argentina, monseñor Jorge Bergoglio. En ambas gestiones lograron un éxito muy relativo. Mauricio y Francisco Bergoglio, el actual Papa Francisco, nunca tuvo una relación buena con Macri. Pero su cercanía personal con algunos cuadros de PRO, como Gabriela Michetti, ayudó a mantener un vínculo cordial durante los dos primeros años de gobierno. La suerte de guerra fría de Néstor Kirchner y su esposa y sucesora Cristina Fernández contra el arzobispo (por la cual, por ejemplo, no asistieron a los clásicos Te Deum del 25 de mayo en la Catedral Metropolitana) aproximó más aún al macrismo y la Iglesia católica. Hasta que se hizo público el anuncio de Macri de apoyar el casamiento civil entre ciudadanos del mismo sexo. Junto con sus seis obispos auxiliares, Bergoglio lanzó un comunicado muy fuerte contra el jefe de Gobierno. El texto cuestionaba que Macri, «en una decisión política que sorprende», no hubiera permitido la apelación de una «sentencia absolutamente ilegal», la de la jueza Seijas. «Esto constituye un signo de grave ligereza y sienta un serio antecedente legislativo para nuestro país y para toda Latinoamérica». La Comisión Arquidiocesana de la Mujer emitió una declaración en la misma línea: «Comparar la vulneración de los derechos que se produce con los cortes y las marchas con la exigencia de que el matrimonio se lleve a cabo entre varón y mujer implica una verdadera banalización de la institución que es base de la sociedad civil y, por tanto, objeto de protección por parte del Estado. Comparación que no es aceptable en un gobernante». El texto —que según La Nación contó con el visto bueno de Bergoglio— recordaba que «en un principio Macri se había mostrado contrario a que el Poder Judicial de la ciudad tomara medidas sobre cuestiones que son competencia exclusiva del Estado nacional. El jefe de Gobierno no puede explicar los fundamentos jurídicos por los que decide abandonar la postura originalmente asumida». También la Comisión Nacional de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Argentina se pronunció en términos críticos. «Los ciudadanos eligen libremente a sus representantes y tienen el derecho a no verse sorprendidos por cambios fundamentales en la arquitectura social y la cultura nacional», imputó. En la Iglesia católica primaban la sorpresa, la indignación y la bronca. Algunas fuentes de la curia deslizaron que las autoridades religiosas habían movido sus influencias para evitar las declaraciones de Macri, pero sin resultado. Por eso, comentaban, comprendían que algunas agrupaciones católicas hubieran pegado carteles contra PRO, como los que aparecieron en la ciudad a fines de noviembre de 2009, en los que se veía tomados de la mano a la pareja Freyre y Di Bello con un fondo amarillo y la leyenda: «¿Para esto lo votaste?». Se llegó a comentar que Santiago de Estrada, un hombre con excelentes relaciones con la derecha católica, le había hecho llegar a Macri una advertencia severa de las más altas jerarquías: si no revisaba su actitud, los obispos harían todo lo posible para que nunca fuera presidente. PRO se defendió con las encuestas de Durán Barba y argumentó que la Iglesia respondía con desmesura. Pero una fuente del propio macrismo explicó el enojo de Bergoglio en Página/12: «Quiere ser papa, y que hayamos habilitado el matrimonio gay en su propia diócesis complica sus planes». Para limar las asperezas, Macri decidió hacerle caso a Michetti, entonces a punto de asumir como diputada nacional, que le había pedido que se reuniera con el cardenal primado y buscara un entendimiento. El encuentro se llevó a cabo el mediodía del miércoles 25 de noviembre de 2009. No tuvo un final feliz. La reunión, pautada para una hora, logró estirarse apenas a algo más de veinte minutos. Según los cronistas, tras el intercambio de formalidades, Bergoglio repitió —en términos enfáticos y contundentes— los mismos conceptos de los comunicados públicos. A la salida, Macri declaró: «Más allá de que en este punto [el matrimonio gay] tengamos opiniones diferentes, me corresponde representar a toda la ciudadanía». Defendió su decisión por «convicciones personales, que tienen que ver con el deber de un conductor político, que es el de lograr la libertad e igualdad de los ciudadanos, independientemente de las creencias religiosas que uno puede compartir». Bergoglio emitió un comunicado para agradecer la visita, en el que afirmó: «La Constitución y los códigos nacionales no pueden ser modificados por un juez de primera instancia. En tal caso, corresponde al mandatario del Ejecutivo tomar todas las medidas para que haya certeza de la legalidad del acto, que en este caso no la hay, y de allí surge la obligación de apelar». Los sectores más conservadores apostaron a mantener expuesta la fractura entre el jefe de Gobierno y el arzobispo, con la esperanza de que la presión mediática torciera el brazo de Macri. Durante las semanas siguientes, mientras el matrimonio entre personas del mismo sexo se mantenía como tema candente, fuentes de la Iglesia difundieron el descontento de Bergoglio con otros aspectos de la gestión de Macri. Y cuando el Gobierno porteño les pidió a los obispos que sugirieran un nombre para reemplazar al ministro de Educación, Mariano Narodowski, jaqueado por el escándalo de las escuchas ilegales, recibió por respuesta un desdén silencioso. La tensión aumentaba. Se puso en marcha la otra estrategia para impedir el matrimonio entre dos varones: empantanar en los tribunales el camino que el jefe de Gobierno había dejado abierto. Individuos y asociaciones como la Corporación de Abogados Católicos presentaron recursos ante los juzgados nacionales para bloquear el casamiento anunciado. Emplearon argumentos similares a los de Carlos Guaia, el procurador general adjunto de la ciudad de Buenos Aires, quien renunció a su puesto por la negativa de Macri a apelar el fallo de Seijas. En un primer momento de éxito, la jueza nacional Marta Gómez Alsina dictó una medida cautelar que impidió la realización del matrimonio de Freyre y Di Bello. Macri, Peña y Lombardi, que defendían en público la nueva política gay friendly de PRO, debieron retroceder. Pero casi de inmediato, en los primeros meses de 2010, el kirchnerismo impulsó en el Congreso un proyecto de ley de la diputada Vilma Ibarra, para que dos personas del mismo sexo se pudieran casar en cualquier rincón del territorio nacional. Cuando el trámite llegó a la Cámara baja, al igual que otros partidos, PRO dejó que sus representantes votaran de acuerdo con su conciencia: 4 lo hicieron a favor y 7 en contra. La Ley de Matrimonio Igualitario se aprobó por el apoyo de 126 diputados, contra 110 que la rechazaron y 4 que se abstuvieron. Pese a que la cúpula de la Iglesia católica perdió esta batalla en el Congreso nacional, y no en la Legislatura porteña, nunca dejó de señalar la responsabilidad original de PRO por haber abierto las compuertas a una discusión que se mantenía fuera de la agenda. Quizá por ello, de ahí en adelante, Bergoglio no dejó pasar ocasión alguna para apuntar sus dardos contra el macrismo. En septiembre de 2011, el arzobispo celebró una misa en Plaza Constitución ante una multitud compuesta en buena medida por cartoneros, víctimas del trabajo esclavo y mujeres rescatadas de la trata. Les dijo que Buenos Aires era «pecadora» y «coimera», y arremetió: «En esta ciudad la esclavitud no está abolida: está a la orden del día y bajo diversas formas. En esta ciudad se explota a trabajadores en talleres clandestinos. En esta ciudad se rapta a las mujeres y a las chicas y se las somete al uso y al abuso de su cuerpo. Se las destruye en su dignidad». Macri, fiel a su estilo, prefirió evitar el cruce. «No habló sobre nuestra gestión; habló en general, de que volvamos a tener todos un compromiso con la ética, que por suerte el Gobierno de la ciudad ha tenido». Sin embargo, en la medida en que el cardenal primado siguió haciendo público su desencanto con el macrismo, el jefe de Gobierno cambió su actitud y en 2012 no asistió al Te Deum que —para hacer inoportuno el desplante, criticado en La Nación— resultó el último que ofició Bergoglio. El 25 de mayo de 2013 se hallaba ya instalado en el Vaticano como el primer papa nacido en el continente americano. El mismo día que se anunció la elección del argentino tras la abdicación de Benedicto XVI, Macri dejó de lado los enconos y las rencillas para proferir elogios a mansalva ante cada micrófono que encontró. «Esto empieza a marcar un futuro promisorio para todos los argentinos», expresó apenas conoció la noticia. Acto seguido, y a instancia de sus asesores, decretó la suspensión de clases en las escuelas de la ciudad el día que asumiera Francisco, lo cual agitó al arco opositor, que le recordó el principio de laicidad que rige en las escuelas públicas. Pero esas invectivas no torcieron su decisión, que el Ministerio de Educación defendió porque se trataba de «un hecho histórico que excede el fenómeno religioso». El entorno de Macri movilizó sus esfuerzos con rapidez para organizar un viaje al Vaticano, en el cual el jefe de Gobierno fuera ungido por el Papa. A su regreso de Roma, el líder de PRO sintetizó su encuentro con Francisco: «Me emocioné tanto que me quedé sin palabras». Al igual que otros grupos y personas, PRO y su gente se montaron sobre la Papamanía. Macri adelantó que la ciudad trabajaba para organizar el tour del Papa, un recorrido por las distintas capillas donde Bergoglio forjó su historia como párroco, y una visita a Membrillar 531, la casa del barrio de Flores donde vivió la niñez y la adolescencia. La Legislatura porteña aprobó un proyecto del legislador de PRO Roberto Quattromano que establecía la colocación de una placa recordatoria en ese domicilio. «[Allí] vivió y creció Jorge Bergoglio, hijo de un matrimonio italiano formado por Mario, empleado ferroviario, y Regina Sívori, ama de casa —señalaba el texto—. En Flores, el flamante Papa realizó la escuela primaria y también descubrió su vocación religiosa». Menos suerte tuvo la propuesta de otro macrista, el vicepresidente primero de la Legislatura, Cristian Ritondo, de cambiar el nombre de la calle Membrillar por Papa Francisco. En marzo de 2013, la fachada del antiguo Mercado del Plata, en Carlos Pellegrini 211, donde se habían mostrado la cara del escritor Ernesto Sabato y obras artísticas de Marcos López y Antonio Seguí —entre otros—, se cubrió con la imagen de Bergoglio, a cuyo pie se podía leer «La ciudad celebra con orgullo y alegría al Papa Francisco». En su web, el Gobierno de la ciudad detalló que la reproducción se realizó sobre una tela de 88 metros de ancho por 34 metros de alto, que, una vez retirada, servirá para confeccionar bolsas para subastar: «Lo recaudado será destinado a la Vicaría de Villas». Mientras la presidente Fernández de Kirchner había recibido la noticia de la elección de Bergoglio con ambigüedad, lo que demoró su celebración, el gobierno de PRO mostró reflejos rápidos para poner al Estado metropolitano a sobreactuar un fervor católico, apostólico y romano. Gente de fe Los entredichos entre Bergoglio y Macri no impidieron que la Iglesia católica mantuviera vínculos sólidos con algunos dirigentes de PRO. Tal es el caso del auditor general de la ciudad, De Estrada, a quien sus compañeros llaman el Obispo. Se lo señala como el portavoz de los grupos más conservadores del Arzobispado porteño; durante su extensa carrera política logró conocer como pocos el entramado del poder eclesiástico. Nació en 1935 en una familia patricia, que se remonta al virrey Liniers; estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires y después de trabajar en una compañía de seguros, apenas se matriculó como abogado, en 1961, abrió su propio estudio jurídico. Al año siguiente, gracias a los contactos familiares, ya era secretario de un juzgado nacional. Católico devoto, De Estrada ha escrito varios artículos sobre las relaciones entre el Estado argentino y el Vaticano, y ha enseñado en colegios religiosos y en la Universidad del Salvador, donde conoció al actual papa. En 1967, el presidente de facto Juan Carlos Onganía, cercano al nacionalismo católico conservador, lo impuso en la Subsecretaría de Seguridad Social de la nación, a la vez que lo nombraban decano de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Argentina de Buenos Aires, puesto que le permitió mantener sus relaciones con la jerarquía eclesiástica. Se alejó de la función pública durante los gobiernos de Roberto M. Levingston, Alejandro A. Lanusse y Juan D. Perón, y retomó su carrera política luego del golpe de Estado de 1976, cuando Jorge Rafael Videla lo nombró secretario de Seguridad Social y, más adelante, interventor en el Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionado (el PAMI). De Estrada fue el único funcionario de la dictadura que permaneció en algún cargo durante los siete años del Proceso de Reorganización Nacional. A diferencia de otras figuras, cuya cercanía con los militares los hizo retirarse de la vida pública, las presiones de la Iglesia posibilitaron que De Estrada continuara su carrera política en democracia. Alfonsín lo designó embajador ante el Vaticano. Algunos sectores de la izquierda del radicalismo cuestionaron su nombramiento: la Casa Rosada argumentó que no sólo se hallaba muy preparado para el puesto sino que su candidatura se había negociado con las altas cúpulas católicas. En 1989, el Obispo fue elegido diputado nacional por la Confederación Federalista Independiente (CFI), un entramado de viejos partidos conservadores provinciales que apoyaba al candidato presidencial de la UCR, Eduardo Angeloz, en una boleta que proponía como vicepresidente a la jujeña María Cristina Guzmán. Pero De Estrada no llegó a asumir su banca: Carlos Menem decidió nombrarlo, una vez más, al frente de la Secretaría de Seguridad Social y del PAMI. De Estrada no se lució en su segunda gestión y terminó desplazado, en medio de un alboroto, en 1991. No obstante, siguió cerca: después de algún tironeo, consiguió el nombramiento de consultor y asesor jurídico externo del PAMI. Quizás porque los sucesores del ex embajador conocieron aún más problemas que él durante su desempeño, en 1998, ya flamante afiliado del Partido Justicialista (PJ), el gobierno de Menem lo volvió a convocar para transitar su tramo final: primero a la Subsecretaría de Desarrollo Social, bajo el mando de Palito Ortega, y luego a la Secretaría de Seguridad Social. A fines de 1999, como otros peronistas porteños, De Estrada se acercó a la alianza de Acción por la República (AR) y Nueva Dirigencia (ND), de los ex ministros de Menem, Domingo Cavallo y Gustavo Béliz. Por ese espacio, el Obispo se convirtió en diputado de la Legislatura porteña. Pocos años más tarde revalidaría su banca como primer candidato en una de las listas que apoyó a Macri. Su experiencia, cuando abundaban los recién llegados al Poder Legislativo de la ciudad, y sus conexiones con la Iglesia y con el PJ resultaron factores capitales para que se convirtiera en el vicepresidente de la Cámara. Desde esa posición, impulsó con fuerza la destitución de Aníbal Ibarra. Jorge Enríquez, hoy vinculado al macrismo, y Fernanda Ferrero, presidenta de la comisión investigadora sobre la tragedia de Cromañón, llevaron adelante el juicio político para dirimir la responsabilidad de Ibarra en los hechos que dejaron 194 muertos. Sin embargo, los diarios de la época señalaron a De Estrada como el cerebro de la maniobra. De Estrada, que siempre cultivó un perfil bajo, se volvió desde entonces aún más esquivo a las cámaras y los micrófonos. Mientras la mayoría de los integrantes de PRO se desgañitan en Facebook y Twitter, el Obispo practica un famoso lema de la dictadura: «El silencio es salud». No conviene confundir esta ausencia de los medios con pérdida de poder. Algunos dirigentes de PRO hablan del dirigente veterano casi con reverencia y señalan que, desde su llegada a la Auditoría General de la ciudad en 2007, ha conquistado enorme influencia en el gobierno. «Es como un monje negro, ¿no?», dijo con más inocencia que picardía una de las funcionarias de PRO. Los macristas que no lo aprecian lo describen como un miembro del Opus Dei que intenta derechizar al partido más allá de lo que muchos pueden tolerar. Algunos periodistas —como Jorge Lanata— aseguraron que el auditor sigue el camino del santo conservador Josemaría Escrivá Balaguer; el Obispo nunca ha confirmado o desmentido el rumor. En todo caso, tiene estrechos vínculos con muchos de los integrantes de la Obra, como suele ser llamada esta prelatura de enorme influencia entre las élites políticas y económicas. También se lo considera el operador principal de los colegios católicos privados en la ciudad. Siempre está presente en las discusiones sobre las subvenciones a las escuelas religiosas o los contenidos pedagógicos obligatorios. Los vínculos de PRO con el mundo católico se extienden a la nueva generación. Victoria Morales Gorleri se ocupa, en especial, de mantener viva la intervención religiosa en el mundo educativo. Algunos la llaman la diputada de Bergoglio. Morales Gorleri descubrió su vocación militante en la adolescencia, cuando el papa Juan Pablo II visitó Argentina en 1987 para la realización del Congreso Mundial de las Juventudes. No despertó a la militancia política sino que escuchó —como refieren muchos cristianos— un llamado a participar en la iglesia. De allí en más, la actual presidenta de la Comisión de Educación, Ciencia y Tecnología de la Legislatura porteña se abocó a un sinfín de actividades pastorales, sobre todo relacionadas con la formación de los niños. Madre de cuatro hijos y maestra de educación especial, Morales Gorleri parece vivir su actividad política como una extensión de su trabajo en la Vicaría Episcopal de Educación del Arzobispado porteño. En su blog suele comentar los modos en que su vida cotidiana se transformó desde que se metió en política. Pero destaca que los temas de los que se ocupa en especial son los mismos que la apasionaban antes. Bergoglio encontró en Morales Gorleri la pieza clave para frenar —al menos durante un tiempo— los embates de la oposición para sancionar una ley que reglamentara los abortos en Buenos Aires. Pese a que el nuevo Papa celebró el modo en el que PRO resolvió ese conflicto, nunca le otorgó rédito alguno a Macri sino a esta colaboradora con la que solía conversar por teléfono casi todas las semanas. Los militantes católicos argentinos se caracterizan por una vocación destacada de trabajo público: por eso su relación con la política, aunque con vaivenes, ha sido casi constante. Esta relación no siempre resultó de presiones de las jerarquías eclesiásticas. Muchas veces, la fuerza del «mito de la nación católica», como llama el historiador Loris Zanatta a la particular cosmovisión que de un modo o de otro se fue imponiendo en la política argentina desde los años treinta del siglo XX, ha llevado a que los laicos se acercan a los obispos en busca de orientación. Ese parece el caso de muchos cuadros políticos de PRO que, de manera similar a Morales Gorleri, sienten que su actividad en el mundo político se relaciona de modo íntimo con sus creencias religiosas. El caso más notable es el de Michetti, quien considera a Bergoglio su «consejero espiritual y de vida». La reemplazante de Michetti en la vicejefatura porteña, María Eugenia Vidal, también trae una historia en la actividad misionera católica; quizás por ello reemplazó a Macri en las ceremonias religiosas cuando el jefe de Gobierno dejó de asistir. El listado de los dirigentes de PRO vinculados a la iglesia católica podría seguir. Pero un hecho supera las biografías: el catolicismo se respira en muchas de las oficinas de PRO, en especial de los PRO puros: crucifijos, rosarios, imágenes de santos y de vírgenes y estampitas adornan muchos de los despachos oficiales que visitamos durante la preparación de este libro. Cuando preguntábamos a los entrevistados sobre sus prácticas religiosas, algunos nos confesaron que se sentían un poco culpables por no asistir tanto a misa como deberían. Nos decían, casi a modo de disculpas: «Pasa que acá uno está a mil por hora, y a la tarde siempre hay una reunión, siempre hay que ir a algún lado… pero, claro, no es excusa, tengo que hacerme el tiempo para volver a ir a misa». El 76,9% de los cuadros macristas —según los sondeos que realizamos con investigadores de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS)— se declaró creyente, aunque sólo el 40% del total de los miembros de ese partido se manifestó practicante. Desconocemos la existencia de datos similares para otras fuerzas políticas, lo cual nos permitiría medir la relevancia de estas proporciones de manera comparativa; sin embargo, sabemos que la relación con la religiosidad no es homogénea al interior de la dirigencia de PRO. Los porcentajes se reducen a 70% (creyentes) y 14,3% (practicantes) para los cuadros con mayor experiencia política (quienes comenzaron en la actividad antes del actual ciclo democrático) y aumentan a 91,7% y 54,5% entre quienes se metieron en política a partir del llamado de Mauricio, en 2002. Algunos dirigentes macristas se sienten incómodos con la profunda religiosidad de sus colegas practicantes. Una de nuestra entrevistadas comentó de forma burlona: «Los chupacirios se reúnen todas las semanas con el Obispo [De Estrada] a hacer terapia de grupo… claro, como tienen que convivir con nosotros [los que se manifestaron a favor del matrimonio igualitario] necesitan juntar fuerzas». Poder de veto El 13 de marzo de 2012, en un fallo sin precedentes, la Corte Suprema recomendó a las provincias la implementación de un protocolo que instrumentase el aborto en los casos de mujeres embarazadas como resultado de una violación, sin que fuera relevante si las víctimas eran mentalmente insanas o normales. La Corte agregaba que no se necesitaría autorización judicial previa ni cabría sanción penal posterior a la realización del aborto. Otra vez, la iglesia argentina puso el grito en el cielo. Casi la mitad de las provincias del país se sumaron de inmediato al pedido de la Corte y en escasas semanas confeccionaron resoluciones específicas que difundieron sus ministerios de Salud, la autoridad de aplicación competente. Pero en la Ciudad de Buenos Aires la resistencia fue mayor y la discusión más extensa: los médicos metropolitanos presionaron para que el Gobierno lo implementara cuanto antes para contar con resguardo judicial. En primera instancia, y para evadir el debate y la decisión, Macri pasó a la Legislatura la responsabilidad de legislar sobre el protocolo solicitado. El jefe de Gobierno también otorgó libertad de conciencia a sus legisladores, lo cual dio lugar a fisuras y tensiones en el bloque. La bancada que presidía Fernando De Andreis se dividió en tres posturas: un grupo mayoritario, de postura tajante en contra del aborto; otro más reducido, a favor; y otro que, para evitar las argumentaciones de intensidad que perjudicarían al líder de PRO, buscó una posición —por así decirlo— intermedia. Este sector, que cuidó el futuro político de Macri, se impuso por sobre el resto. Desde luego, Morales Gorleri se opuso sin concesiones a la implementación del exhorto de la Corte, y de nuevo se mantuvo en diálogo directo con Bergoglio durante toda la negociación en la Legislatura. El ministro de Salud macrista, Jorge Lemus, elaboró un protocolo de actuación en el que instaba a que un equipo interdisciplinario pudiera tomar hasta doce semanas para autorizar la práctica, además de solicitar el consentimiento de los padres en caso de tratarse de menores. La disposición no tenía en cuenta el riesgo de realizar intervenciones en embarazos avanzados, o que se debieran suspender por la extensión de los plazos, o que se tratara de casos de violación intrafamiliar. Este protocolo, restringido en relación al dictamen de la Corte Suprema, se sancionó bajo resolución ministerial el 6 de septiembre del 2012. Las críticas no se hicieron esperar. El ministro debió renunciar. Semanas después, tras un debate arduo, la Legislatura porteña aprobó el Protocolo de Aborto no Punible por 30 votos a favor y 29 en contra. Los bloques de la oposición consensuaron el texto, que respetaba punto por punto el fallo del tribunal máximo de la nación. Algunos legisladores católicos recuerdan aquella discusión en el recinto como un momento de dolor personal. «Fue muy angustiante. En algún momento me pregunté si yo podía seguir en un partido que dejaba que esto pasara, porque del modo que estaba hecho el protocolo se estaba autorizando el aborto en cualquier circunstancia. Pero creo que me eligieron justamente para mantener las posturas que defendí y que mi deber era quedarme y dar el debate», nos confesó una de las legisladoras que en aquella ocasión defendió activamente la posición de la iglesia. Otro legislador católico vivió el caso «como un dilema». Nos explicó: «Hay que respetar a la justicia, pero los jueces a veces se exceden en sus atribuciones… A mí me parecía claro que la forma en la que se estaba tratando el tema era incorrecta y sé que los que votamos en contra no lo hicimos sólo por una cuestión religiosa, sino porque es lo que correspondía legal y éticamente». La presión que ejerció la derecha clerical del partido fue tan fuerte que Macri acabó por vetar la ley. La oposición, que con mucho esfuerzo había logrado consensuar un proyecto, lo denunció. Se quejó además de lo que se consideró un desprecio del trabajo parlamentario. La historia terminó en julio de 2013, cuando un fallo judicial declaró inconstitucional el veto de Macri. Desde entonces en la Ciudad rige un protocolo acorde con el fallo de la Corte Suprema sobre abortos no punibles. El revés de la justicia significó otra derrota del macrismo en un tema sensible para la Iglesia, que no ahorró ataques contra el jefe de Gobierno. Para la curia, la libertad de conciencia que Macri había otorgado a sus legisladores durante la discusión no sólo había permitido que se aprobara una ley que ellos consideraban inmoral, sino que además otorgó al tema un impacto enorme en los medios, lo cual generó un debate público. De acuerdo con fuentes de la Iglesia que citó el diario La Nación, esa publicidad hizo que, a pesar del veto de Macri, se hiciera imposible frenar el avance del proyecto de legalización del aborto. Si la acción de Macri resultó demasiado tardía en la despenalización del aborto en casos de violación, en otros temas sensibles para el mundo católico el veto del jefe de Gobierno —que en cierto modo reflejaba el poder de veto de la iglesia— se reveló más productivo. Un ejemplo: el veto al Congreso pedagógico en enero de 2012, que impidió la preparación del terreno para llegar a la postergada Ley de Educación porteña. Según fuentes de PRO, el lobby de uno de los miembros más duros de la cúpula eclesiástica, el vicario para la Educación del Arzobispado porteño, Juan Torrella, avivó esa decisión. La ley había sido consensuada entre distintos sectores de la oposición al macrismo, pero también avalada por el ministro de Educación, Esteban Bullrich. Según nos confió un legislador del PRO: «El veto se dio porque a la Iglesia le preocupaba no sólo que se discutieran los contenidos curriculares sino, sobre todo, que se pudiera modificar el régimen de subsidios a la educación privada, principalmente a las escuelas confesionales». Aquel año, esas contribuciones superaban los 1.550 millones de pesos. Una vez más el Poder Ejecutivo porteño rechazó una ley votada por miembros del propio bloque de PRO. El veto llevó las firmas de Macri y Rodríguez Larreta, más la de Lombardi en reemplazo de Bullrich, quien se encontraba de vacaciones y así se libró de tener que borrar con el codo lo que había escrito con la mano. La iniciativa había sido avalada por los sectores más progresistas de la Iglesia católica como la Pastoral Social y la Vicaría de Villas; inclusive Bergoglio —según algunas fuentes— se había mostrado de acuerdo con el proyecto y dispuesto a resignar subsidios a las escuelas católicas con cuotas elevadas, donde asisten los hijos de las familias de mayores ingresos. El veto de Macri representó una victoria de la derecha eclesiástica y confirmó que, más allá de quién ocupara el Arzobispado porteño, la influencia de los sectores más conservadores de la Iglesia perduraba, determinante. La otra pieza del mosaico Aunque pocos dirigentes de PRO profesan una fe distinta al catolicismo, llama la atención la aptitud del macrismo para vincularse de distintos modos a figuras que representan otros credos. Así ocurrió con la comunidad judía, que hoy integra el mosaico plural que le gusta mostrar al macrismo. La candidatura de Sergio Bergman da cuenta de este afán multirreligioso. Sin embargo, antes de la incorporación del rabino mediático a PRO la relación entre las instituciones judías y el jefe de Gobierno quedó marcada por un hecho trágico: el nombramiento de Jorge Fino Palacios al frente de la Policía Metropolitana. Antes de que Macri nombrara al ex jefe de seguridad de Boca en el Gobierno porteño, varios dirigentes de la comunidad judía se acercaron para advertirle que la designación de Palacios no sería bien recibida por su papel en el encubrimiento del atentado a la AMIA, causa en la que entonces estaba imputado y por la que luego fue a prisión. Otras acusaciones pesaban ya entonces sobre el ex comisario: los organismos de derechos humanos señalaban que también se lo implicó en la represión salvaje de diciembre de 2001 que provocó más de 30 muertes, causa en la que acabó sobreseído. Además, el FPV le recordó a Macri que Kirchner había pasado a retiro a Palacios cuando se conocieron grabaciones de unas charlas que el policía había mantenido con el represor Carlos Gallone —condenado por el fusilamiento de 30 personas en la dictadura, en la Masacre de Fátima— y con Jorge Sargosky, sentenciado a seis años y medio de prisión en la causa por el secuestro seguido de muerte de Axel Blumberg. Macri no escuchó a los detractores del Fino. Ante cada una de las argumentaciones contra la designación, el jefe de Gobierno respondía con desdén y aseguraba que se encontraba «muy seguro» de la probidad del ex comisario, recomendado por agencias internacionales como la CIA, de los Estados Unidos, y el MOSSAD, de Israel; más los departamentos de investigación estadounidenses de nivel federal, FBI, y antidrogas, la DEA. Macri llegó a afirmar que el nombramiento contaba con la venia del ex embajador de Israel en la Argentina, Rafael Eldad, quien lo negó de modo rotundo a la Agencia Judía de Noticias: «No conozco ni sé quién es Palacios». Lejos de retroceder, el Gobierno de la ciudad redobló la apuesta: en su cuenta de Twitter, Peña acusó al diplomático de «mentiroso». Cuando por fin, y a pesar de tanta oposición, Macri firmó el decreto para designar a Palacios, el asunto empeoró. Sergio Burstein, líder de una agrupación de familiares de víctimas del atentado contra la AMIA, recibió un llamado anónimo que le alertó que la Policía Metropolitana lo espiaba. Burstein no dudó en denunciar el hecho en la Justicia y descubrió que se le había armado una causa trucha en Misiones (el terruño del amigo y padrino político de Macri, Ramón Puerta) y así se habían iniciado las intervenciones telefónicas. Macri respondió, una vez más, de forma despectiva. En un set de televisión. El periodista Mauro Viale dijo: —Ayer estuvieron en este programa Ramón Puerta y Sergio Burstein… Burstein estuvo muy duro. —Es un ridículo. Las cosas que dice son ridículas. Además, me gustaría saber quién es este señor, de qué trabajó todos estos años, de qué vive… —¿Burstein? A él le mataron a la mujer en el atentado a la AMIA… —¿Qué tiene que ver? Era la ex, la ex mujer… ¿Eso es un título? ¿Un título de qué? Yo estuve quince días secuestrado y eso no me habilita a decir cualquier cosa, no me habilita a no decir quién soy, cómo vivo, de dónde saco mis recursos… Pero basta de este tema, que es aburridísimo. El segmento de la entrevista, repetido hasta el hartazgo en los medios opositores a Macri, terminó de exasperar muchas voluntades en la comunidad judía; exasperación que se multiplicó cuando la investigación judicial que se inició por la denuncia de Burstein reveló que, en efecto, la Policía Metropolitana llevaba a cabo un acto de espionaje por cuenta y orden de su jefe, el Fino Palacios. El ex comisario no sólo les había pinchado los teléfonos a los familiares de las víctimas del atentado a la AMIA, sino también a líderes opositores, dirigentes de PRO, sindicalistas y empresarios. Las tensiones llegaron al extremo cuando se difundió que las intervenciones ilegales llegaban a la línea del cuñado de Macri. Trascendió que existía un serio conflicto familiar y el clan quería probar, mediante las escuchas, supuestas infidelidades del parapsicólogo Daniel Leonardo, casado con Sandra, hermana de Mauricio, para convencerla de que se divorciara. Macri intentó instalar la idea de que se trataba de una maniobra política para perjudicarlo, armada por el Gobierno nacional en complicidad con el juez federal Norberto Oyarbide. En conferencia de prensa aseguró que el procesamiento «estaba escrito antes de comenzar la causa» y el gobierno kirchnerista siempre se encontraba «dispuesto a dañar» cualquier proyecto político opositor. Pese a su táctica defensiva, Macri debió descabezar a la flamante Policía Metropolitana. En diciembre de 2009 fueron detenidos Fino Palacios, Ciro James y Osvaldo Chamorro, y debió renunciar a su cargo el ministro de Educación, Mariano Narodowski, quien todavía hoy tiene causas judiciales abiertas por esos hechos. En mayo del año siguiente, el juez Oyarbide procesó al jefe de Gobierno porteño por los delitos de violación de secretos, abuso de autoridad, falsificación de documentos públicos (por el armado de las causas en Misiones para justificar las escuchas ilegales), en concurso con la participación en una asociación ilícita. El procesamiento a Macri fue sin prisión preventiva, pero con un embargo de 250.000 pesos. Nada, comparado con el costo más alto del episodio de los espías: el político. Macri emergió del escándalo muy golpeado. No sólo se cuestionaron su capacidad para armar equipos y su disposición al diálogo (dos pilares de la presentación pública del líder de PRO) sino que se ganó la desconfianza y hasta el rechazo de buena parte de la comunidad judía. Perdía votos y se dañaba su imagen de político centrista y plural que tanto quería presentar. El jefe de Gobierno hizo todo lo posible para superar el distanciamiento que se había generado con la colectividad judía. Para congraciarse, se convirtió en un asiduo visitante de sus actos y eventos sociales. En septiembre de 2010 visitó el nuevo edificio que nuclea los servicios sociales de la poderosa organización ortodoxa Jabad Lubavitch Argentina y fue ungido por el rabino Tzvi Grunblatt. «Creo en eso de que el rabino me ha dado energía pare renovar la lucha de todos los días», expresó en aquella oportunidad el líder de PRO a la Agencia Judía de Noticias. Meses más tarde recibió al viceprimer ministro de Israel, Dan Meridor, en cuya compañía exhortó a «fortalecer los lazos de amistad y trabajo» entre ambos países y criticó «el doble discurso en la lucha contra el terrorismo» de parte del kirchnerismo y sus aliados. Durante la reunión con el mandatario israelí, también recibió un reconocimiento del presidente mundial de la ONG sionista Keren Kayemet LeIsrael (KKL), Efi Stenzler, a quien acompañó el titular de la organización en la Argentina, Adolfo Filarent. Según fuentes cercanas a la dirigencia de AMIA, Claudio Avruj, director de Relaciones Institucionales porteño y presidente del Museo del Holocausto (cuyo vice es Guillermo Yanco, marido de la aliada de PRO, Patricia Bullrich), se encargó de organizar esos contactos. La participación en actos públicos de la comunidad judía apuntaba a demostrar que las heridas habían sanado. En 2011, el líder de PRO y su entorno encontraron una oportunidad inmejorable. Podían, a la vez, congraciarse con parte de la comunidad judía y desterrar cualquier huella de antisemitismo en la imagen del macrismo. Sergio Bergman integraría las listas de candidatos para las elecciones en la Legislatura porteña. De modo adicional, sumarían presencia en los medios que el rabino frecuenta con asiduidad. Nacido en Buenos Aires en 1962, Bergman estudió en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. Era un joven ayudante en la cátedra de Física cuando supo que su vocación docente no se hallaba en el mundo de la ciencia sino en el del espíritu. Influido por el rabino Roberto Graetz y por Hermann Schiller, dos referentes del progresismo judío, decidió estudiar en el Seminario Rabínico Latinoamericano de Marshall Meyer, el rabino estadounidense que había colaborado con los movimientos de derechos humanos en los años de la dictadura militar. Egresó en 1992. También realizó posgrados en educación, estudios judaicos y literatura rabínica en Israel. Bergman apareció en público por primera vez en 1994, tras la voladura de la mutual judía. El rabino, de hablar pausado y modos amables, actuó como uno de los portavoces de Memoria Activa, que pugnaba por el esclarecimiento del atentado que causó 85 muertos y tres centenares de heridos. El grupo realizaba actos semanales en la plaza Lavalle, frente a los Tribunales. En 1996, Bergman se alejó de Memoria Activa porque entendía que las críticas al gobierno de Menem y a los propios dirigentes de la AMIA (entre ellos, su entonces cuñado, el empresario de medios Sergio Szpolski) se volvían muy radicales. Retirado del foco, Bergman se volcó de lleno a sus tareas rabínicas en la Comunidad reformista Emanu-El, en el barrio de Belgrano. Su juventud y su capacidad de oratoria aumentaron la afluencia de público, un hecho que muchos miembros de la comunidad elogiaron. En 1997, Bergman organizó la Fundación Judaica, una institución que buscaba reunir a las comunidades reformistas y conservadoras, tanto al ala progresista (como la organización Judíos Argentinos Gays) como a la más ortodoxa (el Gran Templo de Paso, por ejemplo). El éxito de la iniciativa, debido en buena medida al carisma del rabino, contribuyó a que en 2001 Bergman fuera elegido rabino del Templo Libertad. En 2004, nuevamente a la sombra de una tragedia, Bergman volvió al centro de la escena en un acto que organizó el empresario textil Juan Carlos Blumberg en las puertas del Congreso nacional. Unos meses antes el hijo de Blumberg, Axel, secuestrado con fines extorsivos, acabó asesinado por sus captores. El caso se instaló con fuerza en los medios, y profundizó un clima social de indignación y preocupación con la cuestión de la seguridad de los bienes y las personas. En una serie de manifestaciones públicas cada vez más concurridas, Blumberg bregó por la sanción de medidas punitivas más duras para ciertos delitos y recibió el apoyo de un amplio arco sociopolítico, que obligó al Gobierno nacional a aceptar buena parte de las propuestas. En el acto que marcó el punto culminante de las movilizaciones, Bergman se subió al palco para reclamar por «el derecho a tener una política de Estado que nos restituya la justicia y la paz que merecemos». Desde entonces el rabino de la kipá multicolor se transformó en una suerte de abanderado de las demandas de seguridad. En un acto propuso cambiar los versos del Himno Nacional: «Oíd mortales, el grito sagrado, / seguridad, seguridad, seguridad». A diferencia de Blumberg, que en su búsqueda de mano dura rápidamente se asoció a la derecha política, Bergman se presentaba como un progresista. Destacó ante La Nación su condición de discípulo de Marshall Meyer, reivindicación que desató la ira de varios líderes de comunidades judías de izquierda y mereció una dura carta de Naomi Meyer. Desde Estados Unidos, la viuda del defensor de los derechos humanos que vivió en la Argentina por más de veinticinco años —entre ellos, los de la última dictadura— sentenció: «Los actos y posiciones políticas del rabino Bergman están en las antípodas del pensamiento de Marshall Meyer. A mi esposo le daría vergüenza saber que un rabino argentino propuso cambiar la palabra libertad por seguridad en el Himno argentino». Las críticas que recibió por su ocurrencia, tan reñida con la métrica, no impidieron que algunos periodistas se sintieran atraídos por las palabras de Bergman. Pronto se convirtió en entrevistado frecuente en la prensa gráfica, la radio y la televisión. Y con el paso del tiempo sus posiciones se tornaron más críticas del Gobierno nacional. Envalentonado por su repercusión, Bergman organizó la fundación Argentina Ciudadana con el objetivo de «transformar en ciudadanos a todos los habitantes de la Argentina». Por esa época se sentía próximo a Jorge Telerman (entonces jefe de Gobierno de la ciudad) y a Elisa Carrió, la dirigente que completaba su giro ideológico desde la centroizquierda hacia la centroderecha. A fines de 2006, en una reunión del Instituto Hannah Arendt de Carrió, la líder de la Coalición Cívica (CC) presentó a Bergman ante los asistentes: «A mí me encanta… Mírenlo, por favor: él es un rabino que como (el padre) Bergoglio sale a la calle a dar testimonio a todos los que lo necesitan». Bergman le respondió agradecido: «Lilita es uno de mis referentes en cuanto a lo que hay que hacer en esta sociedad». Esa admiración duraría poco. A pesar de sus muestras de disposición, Bergman nunca oficializó su ingreso a CC. Debió madurar un tiempo más el modo en que habría de meterse en política. Mientras tanto, continuó su despliegue histriónico en los medios, al que sumó la aptitud para la frase aforística: «El lugar más iluminado en la República Argentina es el cuarto oscuro»; «Cuando tenemos una tragedia, nos conmovemos pero no nos movemos»; «Con la Ley de Medios, lo primero que tenemos que ver es que el medio es la ley». Así mantuvo su lugar en la agenda pública y el interés en los partidos ávidos de absorber energías de la sociedad civil para engalanar sus listas electorales. Como PRO. Bergman jugó el juego. Observó la oferta del centro a la derecha, y sin dificultad encontró que la mejor opción en la ciudad de Buenos Aires era el macrismo. A comienzos de 2011 creó su propia agrupación, el Movimiento por los Ciudadanos (MC), para dar señales de su voluntad de actor político. Dejó entrever que quería postularse a jefe de Gobierno, pero también que, de no ser candidato, votaría por PRO. Hablaba su mismo lenguaje sobre la política: «Próximo paso: nos tenemos que meter», afirmó a La Nación. También se inclinaba por los mismos géneros literarios: en 2011 publicó Ser humanos, libro de autoayuda espiritual y política, que se sumaba a Celebrar la diferencia, de 2009, y anticipaba Cábala. GPS para el alma, de 2012. Por entonces todavía se barajaba la posibilidad de que Macri compitiera por la presidencia de la nación, de modo que la fórmula espiritual Michetti-Bergman no resultaba descabellada. En la misma entrevista, el fundador de MC dijo: «Esperaré que PRO dirima su candidatura y cuando estemos más cerca, cuando se hable de las cuestiones programáticas, con muchísimo gusto armaremos los frentes que debamos armar. Mi know how es conciliar, hablar y acercar a las partes. Eso es lo que quiero llevar a la política». Las partes se acercaron al fin. Macri definió que buscaría su reelección y que otra vez necesitaba el complemento sensible que le otorgaba una mujer. Le propuso a Bergman el primer lugar en la lista de candidatos a la Legislatura porteña. Gracias a Bergman, que en plena campaña calificó la designación del Fino Palacios como «un gravísimo error», PRO podía volver a mostrarse como un partido político plural, diverso, inclusivo y que —como se sostenía en sus afiches— daba la bienvenida a todos. Bergman fue el primer rabino en ocupar un cargo legislativo en América Latina: ese mero dato significó un importante reconocimiento para el macrismo en muchos sectores de la comunidad judía. Otros sectores de la colectividad mantuvieron su oposición a PRO. El 18 de julio de 2011, durante la conmemoración de otro aniversario del atentado contra la AMIA, Burstein cargó duro contra Macri y Bergman. Al concluir el acto, el diputado Ritondo aprovechó la oportunidad para responderle frente a los micrófonos: «Burstein es el mayordomo de la Casa de Gobierno, lo mandaron a insultar al PRO». Bergman se manifestó con más mesura: «Las críticas no son un tema de la comunidad judía, son un tema de los militantes K que la utilizan… Yo para hacer política me salgo de la denominación comunitaria y juego con las reglas de juego de la política». El gobierno de Fernández de Kirchner logró que PRO terminara de congraciarse con las organizaciones judías. El 27 de enero de 2013 el canciller Héctor Timerman y su par iraní, Alí Akbar Salehi, firmaron en Etiopía un memorándum de entendimiento para revisar la causa AMIA. Por cadena nacional, la presidente justificó la decisión y anunció que enviaría al Congreso un proyecto de ley para aprobar el acuerdo. El malestar en gran parte de la comunidad judía se tradujo casi de inmediato en acciones judiciales. La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), la AMIA y algunos familiares de víctimas del atentado —salvo los de Memoria Activa y 18-J— rechazaron cualquier negociación con Irán, cuestionaron el contenido del acuerdo y advirtieron que tal pacto entorpecería la investigación de la causa que llevan adelante el juez federal Rodolfo Canicoba Corral y el fiscal Alberto Nisman. En definitiva, consideraron que se trataba de una concesión a los acusados iraníes. A fines de febrero se conoció la media sanción del memorándum en el Senado. Guillermo Borger, titular de la DAIA, y Ricardo Furman, vicepresidente segundo de la AMIA, se reunieron discretamente con Macri para tratar el accionar del bloque de PRO en Diputados. La estrategia, privar de quórum a la sesión, no prosperó dados los arreglos que el kirchnerismo enhebró con otras fuerzas políticas. El 4 de abril, los titulares de la AMIA y la DAIA presentaron un recurso de amparo en el que pidieron que se ordenase al Poder Ejecutivo que suspendiera el acuerdo hasta que se definiese su compatibilidad con la Constitución. Exigieron también que se lo declarase «inválido, inconstitucional e inaplicable». Hasta la fecha, el memorándum no ha producido más que aquella polémica: ningún resultado, positivo o negativo, en la pesquisa. Con la incorporación de Bergman, el macrismo logró más que convocar a un candidato con cierta popularidad: puso un pie en la política de la comunidad judía que, a diferencia de lo que sucede en la Iglesia católica, decide los lineamientos de sus organizaciones de forma representativa, no jerárquica. Bergman había intervenido con fuerza en las disputas electorales de la AMIA antes de integrarse a PRO. En 2008, con el sello «AMIA es de todos», su grupo político había presentado una plataforma contraria a la dirigencia ortodoxa. Pero sus representantes electos para la asamblea electoral (RAT) terminaron por apoyar a los sectores más conservadores y prometieron que tratarían de influir en su política. Según el periódico Nueva Sión, el apoyo del rabino Bergman «fue fundamental para que la entidad judía argentina tuviera por primera vez una conducción ultrarreligiosa». En las elecciones siguientes, en 2011, el Bloque Unido Religioso (BUR, el oficialismo conservador y ortodoxo) se impuso con el 41% de los votos. Se esperaba que en el RAT se produjera una alianza entre la centroizquierda (la lista Acción Plural [AP], que había obtenido el 35% de los votos) y el centro (la lista Frente Comunitario [FC], que había conseguido el 20% y dentro del cual se encontraba AMIA es de Todos). Aunque las negociaciones avanzaron, Bergman ordenó que sus representantes votaran por los candidatos de la derecha ortodoxa, lo que arrojó como resultado un empate del que fue imposible salir. Tras largos meses de empantanamiento y denuncias cruzadas, se convocó a nuevas elecciones para 2013. Los casi 30.000 afiliados empadronados debieron elegir entre la lista del BUR, la de AP (que algunos asociaron entonces al kirchnerismo) y AMIA es de Todos. Cuando la asamblea volvió a sesionar, muchos se llevaron una sorpresa: las fuerzas del rabino macrista (que habían recibido el apoyo de intelectuales cercanos a las posiciones de PRO, como Santiago Kovadloff, José Eliaschev y Marcos Aguinis) respetaron su promesa y se negaron a acordar con los ortodoxos. Sin embargo, el bloque de la derecha religiosa se impuso de nuevo gracias a un acuerdo entre el BUR y Avodá, uno de los sectores que integraban el grupo que se reivindicaba de centroizquierda. Un dirigente cercano a Bergman comentó: «Esta vez perdimos, pero por lo menos quedamos del lado de los buenos». La luz y las tinieblas Durante la gestión de Macri, el Gobierno de la ciudad también estrechó sus lazos con las iglesias evangélicas, que en las últimas décadas se desarrollaron mucho en la Argentina. Los cultos cristianos no católicos han recorrido un largo camino desde los tiempos en que apenas se toleraban las prácticas privadas protestantes de los inmigrantes, hasta hoy, cuando los predicadores abundan en la televisión y realizan actos masivos. Quizá por convicción, quizá para acentuar la imagen de pluralidad, quizá porque se preveía la trascendencia que podía tener la jugada, desde el comienzo de su gestión Macri se destacó como impulsor político de la congregación evangélica. Como otros candidatos políticos, el líder de PRO tenía relaciones con las iglesias evangélicas. Buena parte de estos contactos le llegaron por Cynthia Hotton, una economista y militante evangélica que había participado en Recrear para el Crecimiento (Recrear), el partido de Ricardo López Murphy. Hotton no se presenta como una política que además practica un credo, sino como una cristiana que además se metió en política. Heredó el enfoque pastoral de su padre, el diplomático Arturo Hotton Risler, quien durante muchos años participó en la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), la federación que nuclea a la mayoría de las iglesias y organizaciones evangélicas y pentecostales del país. Hotton hizo campaña en las diferentes comunidades evangélicas con un eslogan: «Llevar los valores cristianos al Congreso». Esta especialista en comercio exterior con diez años en la administración pública nunca expone a la prensa su experiencia vasta en la materia: siempre llevaba al primer plano sus convicciones religiosas. «Si hay tinieblas en un lugar en el que se deciden los destinos de una nación, ahí quiero estar para ser luz», sostuvo en 2007. A nadie extrañó que, una vez en el Congreso al que así se refería, la segunda en la lista que encabezaba Federico Pinedo dijera que ella no era una diputada de PRO sino de Cristo. Durante la campaña, Hotton organizó varios encuentros entre políticos y líderes evangélicos en los hoteles Rochester, propiedad de su esposo, el empresario Julio Ducdoc. A estos encuentros convocó a Macri, López Murphy y buena parte de la plana mayor de PRO, e incluso a figuras de otros partidos, como Margarita Stolbizer. Pero además de asistir a las reuniones más institucionales, Macri se presentó en actos masivos de la comunidad evangélica: gracias a Hotton, el ex presidente de Boca se contó entre los oradores principales en el Congreso Internacional de Jóvenes que el ministerio evangélico Cita con la Vida organizó en 2006 en el Superdomo Orfeo de Córdoba. Alberto Mottesi, llamado el pastor de los presidentes porque su prédica apunta a los políticos, presidió el acto y presentó a Macri como un hombre «íntegro y de familia». Ante una multitud de fieles de la Argentina y de países limítrofes, bendijo al futuro jefe de Gobierno de la ciudad y le auguró una carrera extraordinaria. No obstante, Hotton terminó muy desilusionada con PRO, y en especial con Macri. La libertad de conciencia otorgada en votaciones que ella consideraba fundamentales, la llevaron a armar un subbloque y, luego, a romper. No traicionaba ella a PRO, les comentó a algunos diputados en 2010, cuando oficializó su separación del macrismo, que la había llevado a la banca: PRO la había traicionado a ella. Desde su perspectiva, había invertido su tiempo y una parte considerable de la fortuna familiar en la campaña electoral sólo porque Macri le había prometido respetar los valores de la vida y la familia. Pero el jefe de Gobierno no había cumplido con su palabra. Había aceptado la posición política inaceptable, para ella, de muchos de sus compañeros de bloque. Debía tomar otro rumbo. Antes de que Hotton diera el portazo, armara su partido unipersonal (Valores para mi País) y se acercara al entonces vicepresidente Julio Cobos, el macrismo exprimió a conciencia los contactos de la diputada. En 2008, PRO se convirtió en una suerte de patrocinador político de Luis Palau, quien convocó a una multitud alrededor del Obelisco. El pastor evangélico protestante de origen argentino «nació de nuevo» —en sus palabras— a los 12 años, cuando decidió dedicar su vida a Cristo. Cuatro años más tarde escuchó en una radio de onda corta un sermón del reverendo Billy Graham y su vida volvió a cambiar. A los 20, viajó a los Estados Unidos y siguió fielmente los pasos del magnético pastor de Carolina del Norte. En 1978, después de haber seguido fielmente a su maestro, Palau se independizó y fundó en Oregon su asociación, a imagen y semejanza del ministerio de Graham. Hoy sus dos programas de radio se repiten en 2.100 emisoras de 48 países. Su imperio económico mueve millones de dólares, en su mayoría provenientes de donaciones de empresas multinacionales. El festival de Palau en Buenos Aires en 2008 resultó un éxito para su ministerio y para PRO. El discípulo de Graham ya había organizado una cruzada en su tierra natal durante la presidencia de Eduardo Duhalde. Pero aspiraba a un evento de escala mucho mayor. Se encontró con líderes políticos, visitó instituciones penales, realizó actividades sociales en barrios, se reunió con empresarios y participó en un té para damas como preludio al megaespectáculo de dos días, con artistas como el bailarín Maximiliano Guerra y el cantante puertorriqueño Vico C. Varios políticos kirchneristas expresaron su desdén por el festival y la visita de Palau. Alegaron desde problemas de tránsito (el escenario requirió varios días de armado) hasta la complicidad del pastor con dictaduras de América Latina. Indignada, la diputada Hotton arremetió: «Siento una fuerte discriminación porque el secretario de Culto de la nación fue invitado a los actos de Palau y no estuvo en el evento religioso más importante del año». Dijo no entender las críticas que los medios habían reproducido: «No hay forma de oponerse a la prédica de Palau, porque es Cristocéntrica». El pastor se había encontrado con Cobos y había declarado su interés por conocer a la presidente. Ya casi se disponía a partir cuando, ante el evidente perjuicio que producía la hostilidad, Fernández de Kirchner decidió recibirlo. Macri, en cambio, definió desde el comienzo que PRO acogería la gira del evangelista argentino y le ofreció su respaldo logístico, financiero e institucional. Rubricó su apoyo con una cena en el Hotel Hilton de Puerto Madero, con una entrada de 50 dólares, con políticos y empresarios. Palau compartió la mesa de honor con Macri, quien destacó «el mensaje positivo» del pastor, pero se retiró rápido, no bien terminó la entrada. Palau bromeó: «Con razón traen esa cara los políticos, ni tiempo de cenar tienen». Inició su sermón con el primer plato: «Chiche Gelblung me preguntó por qué hago reuniones con gente poderosa, rica. Yo no les temo a los ricos. Triunfar en los negocios implica responsabilidades, crear trabajo, liderar un equipo. Y muchos de ellos no son felices, pero yo les quiero decir: los ricos también tienen alma». Palau adecuó el mensaje cristiano sobre el deber de ayudar a los pobres: no se puede cumplir si uno mismo es pobre. «Triunfar en los negocios es un prioridad, así que, ¡ánimo! Y recuerden que el poder nos puede arruinar, pero es un negocio interesante». Desde las primeras mesas, asentían Federico Suárez (director general de Cultos del Gobierno porteño), Hotton, Pinedo, López Murphy, Paula Bertol, Oscar Moscariello, Diego Santilli y Francisco de Narváez, quien aclaró que era católico pero sentía un gran respeto por la labor de los evangélicos, «sobre todo en las cárceles». El respaldo de Macri a la visita de Palau ayudó a que buena parte de esa feligresía lo viera como un líder amigable que merecía su voto y un apoyo militante. Los estudios electorales no permiten saber si el favor evangélico sumó votos, pero al menos tuvo efecto en la estrategia de PRO para mostrarse como el partido de la pluralidad y la diversidad. También sirvió en la construcción del macrismo como fuerza política espiritual. Si sucede, conviene Una docena de improvisadas carpas blancas en hilera, montadas sobre un corredor de alfombras en tonos pasteles, alteraban el paisaje de Palermo, donde corredores y ciclistas comparten el espacio. El despliegue provocaba la curiosidad de quienes paseaban aquel fin de semana del 9 septiembre de 2012, visitantes ocasionales que poco o nada sabían de la new age o las técnicas de respiración y meditación. Personas amables y sonrientes, con túnicas tan largas que les ocultaban hasta los talones, recorrían la ambientación en la que predominaba el color blanco. La encargada de ofrecer agua mineralizada explicaba a un muchacho de veintitantos: «Es un evento que organiza el Gobierno de la ciudad para que miles de personas puedan meditar y disfrutar de los beneficios de la vida sana». Lo repetía de memoria: lo había leído decenas de veces en los folletos que distribuía con el agua y en los carteles oficiales que se lucían a ambos lados del corredor zen. Pronto la zona comenzó a cambiar su dinámica. Más de cien mil almas se juntaron para recitar un rosario de palabras en sánscrito, invocar dioses de otras latitudes y asimilar una pizca de la energía mágica que encuentran en el gurú favorito de los ricos y famosos: Sri Sri Ravi Shankar, el creador de El Arte de Vivir. Según contó frente a las cámaras, el conductor televisivo Marcelo Tinelli exhibe en su camarín un refrán que su guía espiritual rescata y repite: «Si sucede, conviene». El guruji, discípulo del Maharishi Mahesh Yogi (aquel que supo atraer y desencantar a los Beatles), es uno de los grandes difusores de la meditación y el yoga en Occidente. Nació en la India en 1956, en una familia brahmánica, y desde niño se lo señaló como un futuro gurú. Después de pasar varios años junto al Maharishi, y como fruto de un largo retiro de silencio, Ravi Shankar creó la Sudarshan Krya, una técnica de respiración que —según sus seguidores— mantiene sanos el cuerpo y la mente. Para comunicarla, en 1982 creó en California El Arte de Vivir, un centro con objetivos ambiciosos: la paz mundial, el despertar de las conciencias y la difusión del bienestar a la humanidad. Desde el comienzo, la fundación se sirvió de las tecnologías más modernas a disposición para esparcir la sabiduría tradicional hindú a nivel planetario. El mensaje resonó en la clase media de los Estados Unidos y demoró poco en expandirse al resto del mundo. En la actualidad, la ONG de Ravi Shankar tiene presencia en 151 países. Las tres naciones en la que más creció son Mongolia, Rusia y la Argentina. Diego Geddes y Nicolás Viotti narraron en la revista Anfibia que asociar las crisis económicas de esos países con ese fenómeno sería una explicación apresurada. Se perdería de vista la productividad y la creatividad que estas prácticas espirituales ofrecen a quienes ven en ellas una novedad «en el contexto de unas biografías marcadas por las psicoterapias, los cristianismos de diferente índole y una experiencia secularizada del mundo sobre las que estas espiritualidades se montan». Si a lo largo de la historia las religiones se encargaron de proporcionar bienestar a los hombres, al ofrecerles diferentes modos de lidiar con su finitud, sus penurias y sus insatisfacciones, El Arte de Vivir ha renovado el criterio. No es una religión; no tiene apóstoles ni acólitos. Se trata de una ONG en la que trabajan instructores y a la que cualquiera puede acercarse para contratar sus servicios u ofrecerse como voluntario. Como carece de fines de lucro, no la rozan las leyes —bastante estrictas en varios países— que regulan los cultos. Los críticos creen que así se evaden controles y se facilita el ingreso de dinero. Sostuvo Pablo Salum, promotor de una ley contra las sectas: «Es una megaempresa que utiliza el coaching coercitivo. Con estas técnicas captan personas a las que luego explotan laboralmente». Sólo en la Argentina, donde llegó en 1998, los ingresos de El Arte de Vivir superan los 15 millones de pesos al año. La cifra llamó la atención de la AFIP, que abrió una investigación cuando constató que las donaciones declaradas eran en realidad pagos por los cursos de respiración. «Hay voluntarios que dicen que no van a parar hasta que todo el país respire bien», aseguró al diario Perfil el presidente de la rama local, Esteban Coll, ex directivo de Molinos Río de la Plata y asesor de Cablevisión (Grupo Clarín). El crecimiento de la ONG ha sido exponencial: en 2009, unas 10.000 personas tomaron sus cursos, al año siguiente se duplicó el número y en 2011 ascendió a 48.000. En la misma entrevista, Coll reconoció que el dinero que ingresa por los cursos —muy costosos, por cierto— se reinvierte en ampliar la oferta y mantener las 30 sedes de El Arte de Vivir en Buenos Aires. En la central, ubicada en la calle Aráoz, funcionan la administración y el call center, y se define muchas de las decisiones locales: si bien la organización responde a la casa matriz en la India, cada sede regional posee libertad para elaborar su plan operativo. Buena parte del plantel de la fundación se compone de voluntarios: «Por lo general, quienes nos sumamos al proyecto tenemos trabajos bien remunerados y entendemos el voluntariado como una forma de apoyar los preceptos para un mejor vivir», ilustró una de ellos. Una dedicación similar se ve en los dirigentes. Juan Mora y Araujo, hijo del reconocido sociólogo cercano a la UCeDé y vicepresidente de la filial argentina por decisión del propio Sri Sri, también se dedica por completo al mensaje del gurú. Ha dicho que no recibe un sueldo sino que vive del alquiler del local de Palermo donde funciona El Arte de Vivir. A diferencia de las sectas de los años sesenta y setenta, cuyas estructuras cerradas aislaban a los seguidores, las agrupaciones contemporáneas como la de Ravi Shankar se mantienen abiertas y expuestas, con la publicidad de sus bondades a cargo de famosos que argumentan que la mayoría de los problemas tienen una solución tan sencilla como respirar. En este sentido, El Arte de Vivir no se diferencia mucho de otros casos de las nuevas religiosidades que enfatizan los tópicos de la felicidad y la redención que todos pueden alcanzar aquí y ahora; todos, inclusive aquellos que en su afán de éxito terrenal incumplieron algunos de los deberes de las tradiciones judía, cristiana o islámica. El periodista Pablo Duggan, quien participó de las actividades del grupo y contribuyó a organizar la visita de Ravi Shankar en 2008, publicó en la revista Noticias un artículo muy crítico. «Durante el curso para ser teacher se ponen en práctica algunas técnicas de manipulación conocidas y repudiadas por expertos», escribió. «Una de ellas es la llamada silla caliente, un ejercicio en el que una persona pasa al frente de un grupo y es despiadadamente criticada por sus compañeros. Otra es ser obligados a revelar las fantasías sexuales propias frente a un grupo. En ambos casos se busca quebrar emocionalmente a los participantes para luego ofrecerles protección y afecto, generando un lazo emocional falso en el que el poder está del lado del instructor». Según Duggan, la política de El Arte de Vivir consiste en una estrategia calculada para acercarse al poder con el fin de construir más poder: «Ravi Shankar conoce a fondo las bondades de contar con celebridades entre sus seguidores (…). Todo aquel personaje conocido que se acerca recibe atención preferencial y trato VIP. Sin dudas, el gran botín ha sido conquistar a Marcelo Tinelli, quien promete poner sus programas al servicio del gurú. El rabino Sergio Bergman y Jorge Telerman son dos seguidores que lo llaman “mi maestro”. El primero, actual diputado de la ciudad por el macrismo, le abrió las puertas del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Está por verse si el segundo, flamante funcionario de Daniel Scioli, intentará algo parecido en la provincia de Buenos Aires». No está claro si, como indica Duggan, Bergman llevó la iniciativa a Macri. En todo caso, en 2012 el Gobierno decidió que Buenos Aires dejaría de ser una metrópolis caótica, sucia, con problemas de vivienda y déficits en salud y educación, tapada por la contaminación visual y auditiva, con el tránsito desbordado y los servicios de transporte público en estado regular, para convertirse en la Capital Mundial del Amor. Del 6 al 9 de septiembre de ese año algunos dirigentes de PRO organizaron «el primer megaencuentro de espiritualidad de Latinoamérica», llamado Fe Vida 2012, que cerró con «la meditación más grande de la historia», que tuvo lugar en el Planetario, en simultáneo con otras 300 ciudades del mundo. «No es un negocio sino una inversión a futuro pensando en el bienestar de las personas», aseguraron. Ravi Shankar dio guía espiritual a la Capital Mundial del Amor. Pese a algunos tironeos con personas de su entorno, quienes sintieron que se manoseaba a su gurú, en el riñón de PRO no se dudó un minuto: Macri sería la estrella del encuentro. El jefe de Gobierno abrió Fe Vida 2012 en el Centro Municipal de Exposiciones. Los organizadores, inspirados, hilvanaron las disertaciones con un denominador común: el lema «El amor a». El presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti (quien finalmente no asistió al evento), eligió «El amor a la Tierra»; Sri Sri Ravi Shankar, «El amor como forma de evitar la violencia». Macri se quedó con «El amor a lo público». La oportunidad le permitió desplegar la filosofía de la concordia PRO. Primero, el diálogo: «El poder debe entenderse como un medio para servir a la gente y construir para todos, pero no para dividir y confrontar», dijo el jefe de Gobierno. Luego, el hacer: «Cada uno ha elegido su camino para intentar que las cosas funcionen mejor. Yo lo hice por el servicio público, dando lo mejor de mí para que la mayor cantidad de gente solucione sus problemas. Y eso debería ser siempre la política: trabajar al servicio de la gente». Un hacer único, sin ideologías del pasado: «Todos gobernamos para gente de carne y hueso, que tiene necesidades concretas y sueños, que no entiende de las confrontaciones y divisiones, sino que [espera que] trabajemos juntos y que seamos cada vez más los que nos animemos a participar para construir una mejor realidad». Por último, la preservación del medio ambiente. «No hacen falta grandes acciones mundiales: solamente que cada uno se comprometa a cuidar el agua, a apagar la luz, a separar la basura, a usar más la bicicleta y menos los autos», dijo. Al evento formidable de la espiritualidad asistieron la Premio Nobel Rigoberta Menchú, Daniel Goleman (autor del best seller La inteligencia emocional), Dadi Janki (la presidenta del movimiento espiritual Brahma Kumaris), el sanador francés René Mey (quien pasó cinco años en prisión por fraude) y la sacerdotisa maya Nah-Kin. Hubo también representantes de la new age y de la autoayuda local, y figuras cercanas a PRO que daban cuenta de un amor por los otros cercano a la filantropía desde arriba: el pastor evangélico y best seller Bernardo Stamateas, la figura televisiva Viviana Canosa, Ari Paluch (conductor radial y autor del best seller El combustible espiritual), Claudio María Domínguez (ex niño prodigio y autor del blog Espiritualidad Diaria), Juan Carr (director de Red Solidaria), la diputada Norma Morandini, la cantante Nacha Guevara, Vivian Perrone (fundadora de las Madres del Dolor), Margarita Barrientos (creadora del comedor Los Piletones) y Hotton. Fe Vida 2012 contó con un enorme aparato publicitario estatal y privado. Pero la paz y la armonía que promovía debieron enfrentar intimaciones, sospechas y denuncias. Semanas antes de que Ravi Shankar aterrizara en el país se conoció que el periodista inglés Edward Luce, autor de In Spite of the Gods: the Strange Rise of India, lo había vinculado con la Organización Nacional de Voluntarios (Rashtriya Swayamsevak Sang) y su brazo político, el Partido del Pueblo Indio (Bharatiya Janata Party, BJP). BJP es el segundo partido de la India, hinduista y de ultraderecha, ha atacado a la minoría musulmana, apoyado la criminalización de la homosexualidad y repudiado la inmigración pobre desde Bangladesh. La prensa local reflejó además declaraciones del guruji en las que repudiaba la enseñanza estatal en su país: «Las escuelas públicas son un caldo de cultivo de la violencia y el terrorismo (…) el gobierno de la India no puede seguir sosteniendo la educación pública». Distintos sectores de la oposición y la sociedad civil se manifestaron descontentos de ver que el Estado brindaba aval —y financiamiento— a un evento como el de la Capital Mundial del Amor. Macri evitó entrar en disputas; sólo ante la insistencia de la prensa debió referirse a las denuncias y desmintió que la ciudad aportase el dinero para el encuentro. Sólo admitió que el Gobierno pagó —«como se hace con otros eventos»— una pauta publicitaria de 2,5 millones de pesos. El megaencuentro costó algo más de 2,5 millones de dólares, que en su mayoría aportó Synergia SRL, la productora de teatro y música de Diego Finkelstein y Marcelo Figoli. Son los dueños de Fénix Entertainment Group, uno de los promotores máximos de espectáculos y recitales en la ciudad de Buenos Aires. Finkelstein y Figoli mantienen relaciones estrechas con la cultura metropolitana desde el gobierno de Fernando de la Rúa en la ciudad. Fénix Entertainment Group es propietario de Buenos Aires Vivo, la empresa de Darío Lopérfido, ex secretario de Cultura durante la gestión delarruista en la nación y actual coemprendedor de la cultura oficial porteña gracias a Lombardi, además de director artístico del Festival Internacional de Buenos Aires (ver capítulo 4). Según el acta de constitución de Fénix, la empresa comenzó a funcionar tres meses después de la asunción de Macri, en diciembre de 2007, con un capital de 50.000 pesos. Apenas cuatro años después le compró la mitad de las acciones de La Rural S.A. a De Narváez, en una cifra que no ha sido difundida, pero sí estimada en varios millones de pesos. Por último, los medios hallaron que Cristina Filandro, ex secretaria de Avelino Tamargo, aparecía ligada a Synergia. Ex legislador de PRO, fue uno de los mayores promotores del desembarco de Ravi Shankar. Los problemas continuaron luego de que miles de personas respiraran y meditaran en los bosques de Palermo y asistieran a los talleres y conferencias de Fe Vida 2012. Algunos diputados porteños opositores comunicaron sus sospechas sobre el convenio firmado con El Arte de Vivir en mayo 2008. Aquel contrato expresaba que la fundación y el Gobierno de la ciudad «diseñarán y desarrollarán programas para la reducción de la violencia en escuelas y barrios; programas para la asistencia de grupos en zonas de riesgo», para «la reducción del estrés laboral para todos los empleados públicos» y la «atención en hogares de transeúntes». El oficialismo nunca declaró los montos que se giraron a la ONG desde que el acuerdo se puso en vigencia. Acaso una medida de estimación sea el valor de los cursos en 2011, cuando unas 50.000 personas se ejercitaron en la técnica de respiración de Ravi Shankar: entre 200 y los 500 pesos. El Gobierno de la ciudad negó que hubiera financiado a la empresa que trajo a Ravi Shankar. Pero el vicepresidente de la filial local dijo a Perfil que El Arte de Vivir había recibido fondos de la ciudad: «Desarrollo Social nos ha otorgado subsidios por 105.000 pesos para profundizar el trabajo de reducción de violencia en villas y 70.000 para trabajar con adolescentes», precisó Mora y Araujo. Los legisladores denunciaron que ningún expediente en el Gobierno porteño acreditaba tal convenio. Más Osho que Heidegger Resulta difícil precisar cuándo buena parte de PRO se comprometió con el misticismo de la Era de Acuario. La inclinación de Macri por los encuentros distendidos para filosofar sobre la política y la vida se remonta a los tiempos de la Fundación Creer y Crecer. Por entonces se acercó, interesado en el nuevo proyecto político, Alejandro Rozitchner, quien hoy trabaja como asesor de distintas oficinas en la estructura partidaria. El «pensador adjunto», como se nominó a sí mismo, nació en 1960. Como su padre, el filósofo León Rozitchner, quien fue discípulo de Maurice Merleau-Ponty y Claude Lévi-Strauss, estudió filosofía. Se recibió en la Universidad Central de Venezuela, país donde su familia se había exiliado en tiempos de la última dictadura militar. También como su padre, Rozitchner es un iconoclasta: le gusta ubicarse en la vereda de enfrente, cuestionar los saberes supuestos y escandalizar a los interlocutores. Pero a diferencia de su padre, quien siempre se inclinó hacia la izquierda y miró con cordial distancia crítica al peronismo, Rozitchner se siente cómodo en la centroderecha. «Empecé con Mauricio en unas reuniones muy informales, en su casa», nos explicó. «Eran reuniones de ideas, a veces a solas, otras con gente como Horacio (Rodríguez Larreta), pero siempre poca gente, cercana a Mauricio. Las reuniones siguen, la única diferencia ahora es que no se dan más en la casa de Mauricio sino en distintos lugares, según la agenda del jefe de Gobierno. Yo hago un poco lo mismo que hacía: aplicar mi capacidad de pensamiento a diferentes situaciones y hechos en particular (cómo ubicarse frente a determinados temas, cómo conformar un diálogo con otros interlocutores) o ayudar a Mauricio a parir sus textos… Por ahí leo un libro que creo que le puede servir a Mauricio, más allá de que sea o no de política, y se lo acerco: lo comentamos juntos». El coach filosófico agregó: «Contra lo que se cree, Mauricio es un tipo absolutamente accesible y sencillo». En aquellas reuniones, según rumores, había que fumar marihuana para distenderse, abrir la percepción y permitir que las ideas fluyeran con mayor nitidez. Rozitchner lo niega: «No era condición que se fumara porro para divagar. Seguramente yo estaba fumado, porque soy un consumidor confeso. Tal vez algún otro lo estuviera. Pero ahí no se fumaba». En su opinión, el viraje del partido hacia una espiritualidad new age se anclaba en su cauce natural: «La gente de Macri, la que lo rodea, es gente buena onda, gente bienintencionada, y lo espiritual —que por otro lado me gusta mucho, es agradable, y tiene que ver con el espíritu de la época— se condice con lo que propone PRO». Aunque no se siente responsable de la espiritualidad PRO, Rozitchner apoya ese universo en su ruptura personal con la tradición filosófica occidental, y con las filosofías de izquierdas en particular: «Yo no tuve nada que ver con la promoción ni creación del evento de 2012, aunque participé, pero que la ciudad se haya jugado para hacer un encuentro como fue lo de la Ciudad del Amor, me parece divertido, abierto, plural. Que Mauricio tenga conversaciones regulares con una budista también me gusta. Creo que es un momento de apertura y que es novedoso que un jefe de Gobierno haga eso. Me atrae». Ha leído con interés el budismo zen: «Entre el marxismo y la filosofía oriental, me quedo con la filosofía oriental», comparó. Y remató: «Dentro del plano de la espiritualidad soy defensor total de la literatura de autoayuda, que es filosofía existencial mal comprendida por el universo cultural, que suele comprender muchas otras cosas de mala manera porque están plagados de prejuicios». Rozitchner se refiere al universo cultural del mismo modo que Macri habla de la política: como si no formara parte de él. Un mundo ajeno. Quizá por eso, y por su postura consecuentemente provocadora, nos dice: «A mí me interesa mucho más Osho que [Martin] Heidegger, que me parece un pelotudo». A comienzos de 2008 se difundió que Michetti, Bergman y algunos directivos de Telefónica de Argentina se habían congregado en un hotel céntrico para meditar. Ese mismo año, Bergman organizó y comandó una Actividad de Promoción de la Meditación en el Salón Dorado de la Legislatura, a la que concurrieron un centenar de personas entre asesores e invitados. El acto contó con el patrocinio de la fundación de Bergman, Argentina Ciudadana, y El Arte de Vivir. Macri se convirtió al nuevo credo en 2009, cuando el publicista Joaquín Mollá le recomendó que hiciera yoga y meditación para sobrellevar el estrés de la gestión. Desde entonces el jefe de Gobierno — como muchas personas de la clase alta porteña— recibe semanalmente en su casa a una profesora que lo ayuda a relajarse. Según Perfil, en momentos duros Macri había pensado en dejar todo; gracias a la filosofía oriental logró serenarse y encarar sus tareas. Tanto cambió Macri que en las reuniones de Gabinete reemplazó el café y las facturas por jugos y frutas. Sus asesores de comunicación aprovecharon la oportunidad de mostrarlo en público como una persona comprometida con la espiritualidad del siglo XXI, que agrada al electorado macrista porteño. Había un espacio que ocupar y un target político a fidelizar: en los laboratorios mercadotécnicos de PRO se trabajó la fórmula Macri en forma, tanto física como espiritual. El paquete, que incluía a los funcionarios de la primera línea, mostró al jefe de Gobierno y sus colaboradores en bicicleta o en la práctica de algún deporte. La polémica comenzó porque el jefe de Gobierno intentó trasladar sus costumbres al ámbito de las instituciones porteñas y ejecutar presupuesto para solventar prácticas new age. En mayo de 2012, las maestras del Jardín Maternal nº 8, de Bonpland y avenida Córdoba, denunciaron que se las obligó a realizar un curso de meditación y yoga con el fin de «mejorar las relaciones institucionales». Por la capacitación, que se hizo fuera de su horario, una ONG les cobró 130 pesos a cada una. El pensamiento y las prácticas de la Era de Acuario cruzan, sin mayor densidad teórica ni consistencia, diferentes discursos y modos de vivir individuales. La new age es hija de la modernidad compleja o modernidad reflexiva, como la define el sociólogo alemán Ulrich Beck: una relación cuidada y sopesada con el yo, una construcción cuidadosa del vínculo entre el individuo y el mundo social. Su discurso se basa en la persona y sus intereses, no en un sentido material (como el primer pensamiento liberal en materia económica) sino en un sentido moral, vital: si cada ser humano está mejor, el mundo entero estará mejor. Este individualismo radical y espiritualizado conecta con esa parte del universo PRO que surge en el cruce del éxito personal y la iniciativa moral para la construcción de un yo respetable que ayuda a los demás: que se mete en política. La espiritualidad del yo tiene, en términos del sociólogo Max Weber, una afinidad electiva con el sistema de creencias de PRO. Las relaciones partidarias y estatales con esta concepción materializan el encuentro entre la celebración del hacer en la gestión y la del bienestar personal. Además de auspiciar a Palau y al Sri Sri, el Gobierno porteño también financió —se supo en mayo de 2013— cursos de la Iglesia de la Cienciología, condenada en Francia por fraude organizado y denunciada en los Estados Unidos por intimidar a sus miembros, aislarlos de quienes critican el culto y explotarlos laboral o financieramente. Las conferencias, tituladas «La verdad sobre las drogas», eran gratuitas porque ya habían sido pagadas con el presupuesto de la ciudad. Mediante su organización Narconon, la Cienciología creó en la Argentina un grupo terapéutico cuyos métodos se consideran sin sustento científico, fraudulentos y contrarios a las normas sobre el ejercicio de la medicina. Los miembros de la iglesia que fundó L. Ron Hubbard difundieron en las redes sociales fotos de los directores de la filial argentina junto a Vidal, la vicejefa de Gobierno, durante los plenarios en las Comisiones del Congreso, cuando se planteó el tema de la despenalización de la posesión de drogas para consumo personal. Política y espíritu La relación entre las jerarquías eclesiásticas y los dirigentes políticos ha sido, con muy pocas excepciones, muy estrecha a lo largo de los dos siglos de vida de la Argentina. PRO, lejos de desentonar, se inscribe en esa larga tradición. Pero presenta además algunas aristas novedosas para una fuerza política con vocación de poder que gusta llamarse el único partido argentino del siglo XXI. Muchos dirigentes de primera línea viven su fe de una forma muy pública y exponen abiertamente sus relaciones con la Iglesia. Este rasgo es bastante común en varias provincias argentinas, donde los vínculos entre gobernadores y obispos exceden lo protocolar, pero en la ciudad de Buenos Aires se trata de una innovación difícil de imaginar hace algunos años. Las iglesias —sobre todo la católica— han estado siempre presentes en la política porteña. Ahora esa presencia se ha tornado visible de modo deliberado. Años atrás aun los católicos practicantes vivían su fe de manera privada; las invocaciones a Dios, aunque se hicieran con sinceridad, parecían fórmulas más o menos vacías en boca de un político. Desde hace una década ya son varios los que se animan a mostrar, e incluso a publicitar, sus creencias religiosas. PRO ha tenido un papel protagónico en esta transformación. También resulta novedoso el carácter ecuménico de PRO. Los líderes políticos argentinos con una perspectiva religiosa se han mostrado en general proclives a no profesar su fe de un modo cerrado o dogmático, porque, en efecto, tenían una visión aperturista o porque no querían perder el voto potencial de las comunidades religiosas diferentes de la propia. En el caso de PRO, la pluralidad se concibe como un rasgo a subrayar: los dirigentes que más publicitan su catolicismo suelen ser los primeros en dar el presente en los actos de otros credos. En tiempos de «cuentapropismo religioso», como denomina el especialista en religión Fortunato Mallimaci el predominio de una relación privada con la fe, sin mediación institucional, los políticos religiosos pueden dirigirse a los fieles de modo directo, sin pasar necesariamente por los sacerdotes. PRO, además, establece alianzas espirituales que dan cuenta de que hay, sobre todas las diferencias, un factor de unión: el interés en la supervivencia —y si es posible, en el crecimiento— de la dimensión espiritual en la vida pública. Estas novedades pueden ser una característica de PRO o el resultado de una transformación social más profunda. La profesión pública de la fe se percibe, además, en otros políticos, como en el caso de Elisa Carrió, que no deja de presentarse engalanada con vistosos rosarios y de invocar la ayuda divina y la voz vaticana. Además, va creciendo el número de líderes políticos que participan de ceremonias religiosas de un credo distinto al suyo. Sin embargo, en pocos espacios partidarios estos dos aspectos se manifiestan de un modo tan llamativo como en las filas del macrismo. Si se trata de una estrategia electoral o de un cambio en la forma de establecer las relaciones entre política y religión es algo que, por ahora, sólo conoce dios. CAPÍTULO 10 Los sueños y los límites Ya a las ocho de la mañana del jueves 18 de abril de 2013, algunos ciudadanos opositores al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se preparaban para participar de las diferentes concentraciones que se habían organizado para esa noche. La convocatoria, realizada desde diferentes sitios de internet y redes sociales (El antiK, Argentina contra K, El cipayo), encontró el padrinazgo de líderes políticos y el impulso diligente de algunos medios de comunicación. Las marchas del llamado 18A se planificaban con precisión. Entre esos opositores no se contaban Mauricio Macri ni los principales cuadros de PRO. Dos razones los mantuvieron lejos de esos preparativos. La primera: el jefe de Gobierno había anunciado que, aunque compartía «en un 100%» los motivos de las movilizaciones, no creía que su presencia fuera conveniente. Se trataba de una iniciativa de la gente; era mejor que los políticos se mantuvieran al margen. «Ya lo hablé con mi Gabinete y les dije que yo no iba». Macri cumplió con su palabra. Miró por televisión la cobertura sobre las columnas que marchaban hacia diversas plazas argentinas. La segunda: a la misma hora que se terminaban de organizar los actos del 18A, el líder de PRO inauguraba una reunión con más de 400 dirigentes del partido. El encuentro en el Hotel Intercontinental, a pocas cuadras de la sede del Gobierno de la ciudad, se anunció como una «reunión de Gabinete ampliada». Poco se discutió, en realidad, sobre las cuestiones de orden municipal. El acto intentaba cohesionar la tropa y alentar su espíritu de cuerpo. Como parte de la actividad, el asesor en comunicación política Jaime Durán Barba realizó una encuesta en vivo. Cada uno de los invitados recibió un pulsador (un dispositivo de funcionamiento similar al que se usa en algunos programas de entretenimiento televisivo) que facilitó la obtención rápida de resultados: desde sus asientos, todos podían responder a las distintas consignas que se planteaban en la pantalla ubicada en el escenario. Contra lo que se esperaba, las respuestas carecieron de complacencia. ¿Qué opinión tiene del sistema de emergencias de la ciudad? Más del 80% dijo que regular o mala. ¿Qué piensa del sistema de transporte? La mayoría sostuvo que se debería privilegiar el subterráneo sobre el publicitado Metrobús. La sorpresa mayúscula se produjo cuando se preguntó a los presentes si veían a Macri como futuro presidente: sólo el 60% respondió que sí. Un silencio incómodo se instaló en la sala. Los cuadros de PRO no esperaban la imagen que les devolvía ese espejo. De inmediato, la pantalla presentó el interrogante crucial: «¿Vas a trabajar para que Mauricio sea presidente?». Para alivio de los presentes, la abrumadora mayoría respondió que sí. Sólo un 2% dijo que no. Lo que bastó para que se intercambiaran miradas suspicaces: ¿quiénes, de los que estaban en el segundo subsuelo del Intercontinental, no querían poner el hombro para que Macri gobernara la nación? —Vamos a tener que buscar a los infiltrados —bromeó él, para descomprimir el clima. Desde luego, Macri no comenzó una caza de brujas. Concentró sus energías en sumar figuras que respaldaran su emprendimiento político. Algo lógico si se tiene en cuenta que, a pesar de la implantación casi sólo subnacional del partido, el líder de PRO sueña con ser presidente. Dios atiende en Buenos Aires La ilusión de gobernar el país lo sigue a Macri como una sombra inquieta desde el momento mismo que decidió meterse en política. Sin embargo, como vimos, decidió demorar su aventura nacional para recluirse en la ciudad hasta encontrar una coyuntura favorable, como la que se presenta ahora. Esa determinación lo distanció de Francisco de Narváez a mediados de 2002, cuando el peronismo se presentaba como una estructura ávida de nuevos líderes y Macri temía que el convite terminase en una suerte de abrazo del oso (ver capítulo 1). ¿Por qué esta estrategia de crecimiento desde abajo? Los dirigentes de PRO ofrecen diferentes interpretaciones de la decisión de su jefe. Los más nuevos en las lides políticas sostienen que Macri eligió Buenos Aires por su vocación de hacer cosas concretas, de resolver los problemas de la gente, algo más factible a escala local. Esta perspectiva encarna la práctica que los politólogos llaman «política de proximidad»: una forma de hacer política en la que los líderes se preocupan por el contacto directo con los ciudadanos y por resolver sus demandas puntuales más que por un vago interés general. El papel del político es menos el diseño de grandes planes que la atención de reclamos concretos, desde tapar un bache cuya existencia se señala en Facebook hasta promover medidas de seguridad más severas en ciertas zonas por la presión social directa o por las encuestas de opinión reflejadas por los medios. El ámbito local resulta así un espacio privilegiado para esta modalidad: se trataría del lugar de lo concreto contra las grandes generalizaciones de la política nacional. Quienes defienden esta perspectiva suponen que un contacto estrecho entre políticos y electores puede elevar la legitimidad y la eficiencia de los dirigentes. Quienes la critican objetan que esa cercanía es muchas veces ilusoria y, a la postre, sirve para que progresen las agendas de los sectores minoritarios. Más allá de este debate, la cercanía constituye uno de los pilares del discurso y la estrategia electoral y gubernamental de PRO. Otros dirigentes, con más experiencia política, explican de modo más descarnado la decisión de Macri: la ciudad de Buenos Aires era el único distrito que presentaba las condiciones para que una fuerza política nueva pudiera ganar. Concentraron sus esfuerzos allí para que, una vez que PRO hiciera pie en ese distrito, la expansión hacia el resto del país resultara una tarea más sencilla. Las interpretaciones no son incompatibles. Un entrevistado, de extracción peronista, comentó: «Todos los políticos dicen que quieren resolver los problemas de la gente. Pero para eso hay que construir poder, hay que ser gestión. Acá (en Buenos Aires) se puede hacer una gestión de lujo y se puede construir mucho poder porque, como dice el refrán, Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires». Según el último censo, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene 2.891.151 habitantes, una cifra que confirma una tendencia decreciente de la población que se inició décadas atrás. No obstante, con apenas 77 kilómetros cuadrados, la Capital Federal es aún el territorio más poblado del país; lo sigue La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, con 1,7 millones de habitantes, uno de los partidos que rodean al distrito y componen el Gran Buenos Aires. Los urbanistas consideran a Buenos Aires y su periferia la segunda megalópolis del hemisferio sur, después de San Pablo, en Brasil. Pero, aunque los lazos sociales y económicos unen a la CABA y el conurbano, las administraciones políticas se mantienen separadas. Eso ha profundizado ciertas diferencias entre los porteños y los bonaerenses que viven a unos pocos kilómetros de la Plaza de Mayo. Los vecinos de la CABA tienen, en promedio, niveles de ingresos y de educación superiores a los de los residentes del conurbano y el total de los argentinos. Poseen la mayor concentración de escuelas y universidades del país y las mejores oportunidades de empleo, ya que la CABA es el centro de negocios y la sede del Gobierno nacional. Los porteños disfrutan además de los mejores servicios públicos (y en los últimos doce años, gracias a los subsidios del Gobierno nacional, también de los más baratos), cuentan con la red de transporte urbano más densa y acceden a una amplísima variedad de opciones culturales y de ocio. Se cuenta entre las ciudades de mejor calidad de vida: ocupa el número 81 a nivel mundial y es la segunda del hemisferio sur. Buenos Aires heredó tal preeminencia de la época colonial, cuando fue la capital del Virreinato del Río de la Plata. A fines del siglo XIX, la ciudad se transformó en territorio del gobierno nacional, un hecho que permitió poner fin a una larga serie de guerras civiles. El proceso de federalización separó a la capital y la provincia, y dejó en manos del gobierno nacional la designación del intendente. Aunque no podían designar su Poder Ejecutivo, durante mucho tiempo los porteños pudieron elegir a los integrantes de un Concejo Deliberante, encargado de debatir y sancionar ordenanzas municipales. La historia muestra que el voto porteño siempre se orientó en dirección distinta a las mayorías nacionales. A comienzos del siglo XX, el socialismo se convirtió en una de las principales fuerzas políticas de la ciudad y llegó a quebrar la hegemonía de la UCR cuando sucedió la división entre yrigoyenistas y antiyrigoyenistas. Más adelante, la capital se alzó como el principal bastión antiperonista. Sólo en tres ocasiones el peronismo logró ganar en Buenos Aires: en 1973, en 1991 y en 2011. Algunos dirigentes sostienen que el votante de la capital es sofisticado o racional: no implican que vote mejor o de modo más reflexivo que los de otros lugares del país, sino simplemente que tiende a sufragar menos por convicciones que en virtud de una estrategia defensiva. Los porteños intentan evitar que gane aquella opción que juzgan peor: prefieren a Fulano, pero votan a Mengano para que no gane Zutano. Existen estudios que han corroborado la existencia de lo que se suele llamar voto útil en determinadas elecciones. Desde el retorno de la democracia en 1983, Buenos Aires se ha caracterizado por haber ofrecido un respaldo importante a diversas fuerzas políticas no mayoritarias. El Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), el Partido Intransigente (PI), la Unión de Centro Democrático (UCeDé), el Frente Grande (FG), Acción por la República (AR) y Argentinos por una República de Iguales (ARI) encontraron su principal base de apoyo en este distrito. En 1993, en busca de apoyo para intentar su reelección, Carlos Menem acordó con la UCR una agenda de reforma constitucional —el recordado Pacto de Olivos— que incluía un particular status de autonomía para la capital argentina. La CABA adquirió el derecho de redactar su propia Constitución, elegir su jefe de gobierno y establecer el cronograma y el sistema electoral. En 1996, Fernando de la Rúa se convirtió en el primer jefe de Gobierno elegido de manera directa por el voto porteño. Unos meses más tarde, la UCR y el FREPASO formaron la Alianza, que obtuvo una victoria arrolladora en las elecciones legislativas de 1997 y ganó las presidenciales en 1999. El pobre desempeño de De la Rúa, el agotamiento del modelo económico que su gestión se empeñaba en sostener y los actos de corrupción que contradecían las banderas éticas sobre las que se había construido la coalición condujeron a su rápida disolución. La crisis de representación, que maduraba desde mediados de los años noventa, se profundizó. Y aunque impactó en todo el país, su faz política se expresó con mayor intensidad en la CABA, donde los ciudadanos reaccionaron fuertemente contra la dirigencia tradicional y se produjo un colapso del sistema partidario. Muchos dirigentes y militantes del peronismo, el radicalismo y la derecha se sintieron huérfanos y se acercaron a Macri (ver capítulo 1) para colaborar en la formación de la nueva fuerza. Al presentarse como una figura ajena a la política partidaria —un outsider— en un momento de desprestigio de los políticos tradicionales, el ex presidente de Boca Juniors contó con una ventaja comparativa importante (ver capítulo 6). Al elegir a Buenos Aires como plataforma de lanzamiento, el entorno del actual jefe de Gobierno confió en que los porteños apoyaran —como tantas otras veces— un proyecto que se presentaba como alternativo al bipartidismo de radicales y peronistas. Si habían favorecido a Álvaro Alsogaray, a Carlos Chacho Álvarez y a Domingo Cavallo, ¿por qué no se inclinarían por Macri? La apuesta del macrismo parecía ganadora en 2003. Todos los votantes conocían al empresario; además, en las elecciones presidenciales de abril, más del 40% de los porteños había elegido a candidatos como Menem y López Murphy, que defendían las políticas neoliberales con las que se asociaba a Macri. Por otra parte, en las filas macristas se confiaba en el efecto de la identificación entre Aníbal Ibarra y la malograda Alianza. Muchos votantes de López Murphy y la casi totalidad de los de Menem eligieron al empresario en su debut electoral. Sin embargo, a pesar del excelente resultado de la primera vuelta, en el ballotage los votos de Macri no alcanzaron para desplazar a Ibarra (ver capítulo 1). Ya conocidos los resultados, el perdedor explicó que había sido derrotado por un «inmenso aparato político». El ganador, en cambio, se congratuló de haber logrado reunir al «voto progresista» que había decidido decirle no al país que él consideraba el pasado, y que vinculaba a Menem y Macri. «La ciudad de Buenos Aires no aceptó ser privatizada», dijo Ibarra luego de la contienda. Sin dudas importó el peso territorial del que disponía Ibarra, con la ayuda del flamante presidente Néstor Kirchner. También el rechazo de una parte de la ciudadanía a un partido identificado como una opción de centroderecha. Sin embargo, otros análisis electorales, realizados con posterioridad, mostraron que ambas lecturas eran incompletas y que varios factores socioculturales fueron determinantes. Lo alto y lo bajo: el clivaje argentino Muchos especialistas sostienen que el voto de los ciudadanos en las sociedades modernas se configura a partir de clivajes: líneas demarcatorias que, como grietas en el terreno, dividen al electorado en grandes bloques. En su trabajo clásico, Party Systems and Voter Alignments, Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan —creadores de esta perspectiva— sostienen que un clivaje no es una división por cuestiones actitudinales, ideológicas o coyunturales, sino una fisura profunda que coloca a los individuos en uno u otro bando, más allá de su voluntad. No todas las divisiones de una sociedad conforman clivajes: para que así suceda debe ser hondamente sentida (más que pensada) por los individuos. Cada país tiene una o más escisiones que determinan el voto. En algunas latitudes el clivaje determinante es del orden de la identidad: surgen partidos nacionalistas y regionalistas. En España, por caso, muchos vascos y catalanes votan de acuerdo con un sentido de pertenencia: algunos a los partidos nacionales (como el Socialista Obrero Español y el Popular) y otros a los regionales (como Convergencia i Uniò y el Euzko Alderdi Jeltzalea). En muchas otras naciones el clivaje más importante se encuentra entre ricos y pobres, lo cual provoca la formación de partidos de derecha y de izquierda. Otros países presentan otras divisiones, tanto o más determinantes. En el caso particular de la Argentina, una división que parece fundamental se instaló a mediados del siglo pasado. Un clivaje que —como definió el politólogo canadiense Pierre Ostiguy— separa a lo alto y lo bajo en la política: lo culto versus lo popular, lo republicano versus lo populista, lo patricio versus lo plebeyo, lo bien educado y bien pensante versus lo impropio y grosero. Esta idea de alto y bajo carece de relación directa o necesaria con las clases sociales, con el nivel de ingresos o los estudios de las personas: hay acaudalados bajos y pobres altos; empresarios populistas y cuentapropistas republicanos. Lo alto y lo bajo es, ante todo, un modo de denominar una división profunda que se sobreimprime de modo ortogonal a la clásica escisión entre derecha e izquierda. Según los historiadores, Hipólito Yrigoyen, el Peludo, instaló el primer gobierno populista de la Argentina. Su elección —gracias a la sanción de la Ley Sáenz Peña, que instituyó el voto secreto y obligatorio para todos los adultos varones— quebró el orden liberal-conservador que había imperado desde 1880. Los reformistas del gobierno conservador habían supuesto que el desarrollo de la oposición radical sería gradual; los sorprendió el avance veloz de la UCR que, tras años de abstencionismo, se convirtió en un partido moderno con capacidad para organizar a las clases medias urbanas. Una vez en el gobierno, el radicalismo amplió su base electoral a fuerza de socavar las de sus adversarios conservadores. Para eso no vaciló en ordenar la intervención federal de varias provincias dominadas por las oligarquías locales. Cuando los conservadores intentaron poner límites al poder radical por medio del Congreso, Yrigoyen y sus ministros rechazaron los intentos de control y promovieron una mayor concentración de poder en la Presidencia. Las élites que habían gobernado un país fuertemente presidencialista quedaron excluidas del Poder Ejecutivo; se dividieron y vieron minados sus apoyos territoriales. Como resultado, no consiguieron formar un partido con genuinas posibilidades de frenar al radicalismo. Quizás por ello impulsaron sin vacilar el golpe de Estado de 1930. En varias ocasiones a lo largo del siglo XX, la centroderecha insistió con esa estrategia: procurar el acceso al poder no a través de los votos sino por medio de la inserción de sus figuras en los elencos militares o en los gobiernos civiles tutelados por las Fuerzas Armadas. En junio de 1943 un nuevo golpe militar de orientación nacionalista puso punto final al fraude patriótico que caracterizó a la llamada Década Infame. De las entrañas del nuevo régimen surgió la figura que partiría en dos la historia argentina: Juan Domingo Perón. El peronismo redefinió las identidades políticas argentinas. Por un lado, parecía compartir los objetivos de la derecha nacionalista, como la formación de un orden cristiano que fomentara la armonía entre clases; sin embargo, nunca abjuró de los principios liberales y republicanos de la Constitución Nacional. A pesar de ello (y aunque Perón cooptó a algunas figuras conservadoras), los principales dirigentes liberal-conservadores se convirtieron en la columna vertebral de una oposición férrea, que se alió con la UCR e incluso con el Partido Comunista (PC) en su intento de detener al peronismo. La centroderecha impugnó al peronismo con tanta vehemencia por dos razones. En primer lugar, Perón construyó su fuerza política a partir de un enfrentamiento explícito con las élites, a las que llamaba oligarquía vacuna y antipatria. El enfrentamiento superaba el plano discursivo: incluía también una política de corte obrerista que trastocaba jerarquías sociales y distribuciones de legitimidades en los espacios público y privado. En segundo lugar, la movilización popular centralizada desde el Estado que Perón comandaba de forma indiscutible imposibilitaba el trabajo político territorial de otros partidos. En 1949, cuando se reformó la Constitución para permitir la reelección de Perón y fijar las reglas que consagraban un Estado intervencionista, se hizo irreparable la fractura entre el peronismo y el antiperonismo. Ese clivaje se superpuso a la tradicional división entre izquierda y derecha, y reconfiguró la arena política argentina. Existe una oposición tradicional entre la izquierda y la derecha sobre el valor de la igualdad. En el plano socioeconómico, la izquierda promueve la distribución equitativa de bienes, mientras que la derecha supone que se debe aceptar la inequidad como resultado de la libre competencia entre individuos iguales ante la ley y con derecho a la protección de sus propiedades. En el nivel sociopolítico, la izquierda procura una mayor democracia efectiva y confronta las relaciones jerárquicas y los valores tradicionales, dos elementos que la derecha defiende de modo férreo por considerarlos condiciones necesarias para la institución del orden, que es la base de la sociedad. Mientras la derecha y la izquierda se enfrentan ante todo en un sentido socioeconómico y sociopolítico, lo alto (republicano) y lo bajo (populista) batallan en el campo político-institucional y sociocultural. El polo bajo, generalmente populista, se orienta a la defensa de un fuerte liderazgo personal y a un desprecio por los formalismos, en la convicción de que el exceso de normas sólo puede favorecer el statu quo. El polo alto (o republicano) se inclina por una autoridad impersonal, legalista y procedimental, y por el estricto respeto de las formas, a las que considera salvaguardias necesarias de los individuos contra los posibles ataques de un gobierno autoritario. En el nivel sociocultural, lo bajo se identifica con la cultura popular y plebeya y con la visión positiva de lo informal y lo vulgar. Lo alto, en cambio, se acerca al elitismo y tiende a valorar lo formal, lo pulcro y lo elegante, y a despreciar (o incluso aborrecer) lo que considera guarango o grasa. En este último sentido, la fisura entre lo bajo y lo alto va más allá de las preferencias o de los discursos como meras palabras, e incluye la cadencia en el habla, el lenguaje del cuerpo, el vestuario y, en general, las formas de socialización. A diferencia de lo que sucede en el resto del país, en la Capital Federal prima el voto alto sobre el bajo: hay más porteños dispuestos a votar por opciones electorales del hemisferio republicano que del populista. La tendencia ya tradicional de los porteños a votar contra las opciones peronistas se mantuvo firme aun después de la crisis de 2001, y jugó en contra del debut electoral de Macri. Al mostrarse rodeado de peronistas en 2003, el presidente de Boca Juniors cosechó votos en lugares antes esquivos a las propuestas de centroderecha, como la zona sur de la ciudad. Sin embargo, este acercamiento al voto bajo (populista, peronista) le impidió capturar una importante proporción de voto alto (republicano, no peronista). Según un estudio del politólogo Martín Alessandro, algunos de los votantes del radicalismo y el FREPASO en los noventa, se inclinaron por López Murphy en las elecciones presidenciales de 2003, pero negaron su apoyo a Macri para la jefatura de Gobierno porteña. El empresario, a pesar de sostener ideas económicas similares a las del ex ministro de la Alianza, eligió una ubicación cultural demasiado cercana al polo bajo, y alejó a quienes sentían un rechazo enraizado ante el populismo. En contraposición, Ibarra pudo atraer el voto alto a pesar de estar cerca de Kirchner, porque en esos momentos el FPV ensayaba una estrategia de alejamiento del peronismo tradicional, que Kirchner bautizó como «transversalidad». Dos años después, ante el vigor escaso de ese primer marco de alianzas, Kirchner lanzó la «Concertación Plural» para atraer a dirigentes radicales. En un momento de auge de popularidad, el FPV también sumó el apoyo de varios intendentes bonaerenses, lo que le permitió disputar con éxito contra el peronismo duhaldista y erigirse en referente exclusivo del peronismo. Así se terminó de delinear una nueva frontera política: el kirchnerismo encarnaba una suerte de neodesarrollismo y sus opositores eran asimilados a lo que se llamó el noventismo: es decir, la defensa de las políticas neoliberales. El hecho de que algunos líderes de la oposición hubieran enfrentado a Menem y que una parte destacada del FPV hubiera apoyado los planes de reforma de los noventa pasó así a un segundo plano. Figura 1. En este cuadro se pueden apreciar en forma esquemática las diferencias entre los hemisferios izquierdo y derecho, y entre el alto y el bajo. En la nueva coyuntura, el macrismo se presentó a las elecciones de 2005 como una alternativa clara y distinta del FPV, pero sin confrontar en términos personales con el presidente Kirchner, que mantenía su buena imagen. Pese a que se trataba de comicios para elegir diputados nacionales, PRO intentó concentrar su campaña en cuestiones municipales y tomó como blanco de sus críticas lo que Macri llamó «el falso progresismo». En Buenos Aires, en 2005, el falso progresismo (al que muchos macristas llamaban ladriprogresismo, un sarcasmo para acusar a las fuerzas de centroizquierda de practicar un progresismo chanta o, peor aún, corrupto) se encarnaba en la figura de Ibarra, entonces a la vera del juicio político por el incendio del local bailable República Cromañón. Esa tragedia sin par permitió que Macri sostuviera con más fuerza que el contrincante que lo había derrotado en 2003 tenía de progresista apenas la retórica. Ibarra aparecía como responsable político de la muerte de 194 personas, en su mayoría jóvenes y hasta menores, a las que su gestión no había sabido cuidar. Macri se adueñó de un eslogan de los familiares de las víctimas: «La corrupción mata». Con ese lema como estandarte, volvió a poner en primer plano la idea de que ni él ni su partido actuaban como los viejos políticos, que se desentendían de la gente; PRO se configuraba con caras nuevas, que poseían la capacidad de resolver cuestiones concretas como la inseguridad, la violencia y los piqueteros, y para ello ponían al servicio de la ciudadanía la experiencia ganada para administrar seriamente. Los principales contrincantes de Macri —ARI y el FPV— hicieron lo posible por alejarse del terreno localista y técnico-administrativo que Macri proponía para discutir. Tanto Elisa Carrió como Rafael Bielsa (los primeros candidatos a diputados de ambas fuerzas) enfatizaron el carácter neoliberal del empresario y su relación estrecha con los noventa. Pese a que Macri siempre se empeñó en alejarse de las discusiones ideológicas, las imputaciones de sus adversarios resultaron plausibles para el electorado. No se trataba sólo de su pasado: en mayo de ese año se había oficializado la alianza del empresario con López Murphy. La sociedad entre ambos duró poco y terminó del peor modo posible. Sin embargo, resultó fundamental para que tomara forma lo que hoy se conoce como PRO. Armar alianzas es PRO Para algunos observadores, la convergencia entre el partido de Macri (Compromiso para el Cambio) y el de López Murphy (Alianza para Recrear Argentina) parecía natural: los dos dirigentes se ubicaban a la derecha del espectro político. Pero la coalición que terminó llamándose Propuesta Republicana (PRO) requirió un proceso largo y trabajoso. En 2004, algunos miembros del entorno de Macri insistían en que, para que la proyección nacional del partido tomara velocidad, se requería que el líder pusiera el cuerpo en el distrito más populoso del país. Macri, nacido en Tandil, debía ser candidato por la provincia de Buenos Aires. Para avanzar hacia ese objetivo, Horacio Rodríguez Larreta emprendió conversaciones con Eduardo Duhalde, quien ya barruntaba la disputa que lo enfrentaría a Kirchner al año siguiente y pensaba dar su apoyo solapado al macrismo. Otros de los que rodeaban al empresario pugnaban por darle al nuevo partido un cariz más claramente opositor y —por lo tanto— menos cercano al perfil nacional-popular del FPV. Eugenio Burzaco, politólogo de la Universidad del Salvador especializado en políticas de seguridad, insistió en que para presentar una alternativa creíble a Kirchner había que aliarse con López Murphy. Macri coqueteó con ambas alternativas. Terminó por elegir la segunda. Para ultimar los detalles de la futura coalición, sus líderes armaron una suerte de comité. El ex ministro de la Alianza designó a Edgardo Srodek y a Hugo Martini. El empresario, a Rodríguez Larreta y a Burzaco. Ellos cuatro asumieron la tarea —nada sencilla— de negociar quién se quedaría con la posición más codiciada entonces: la candidatura a senador nacional por la provincia de Buenos Aires. Después de mucho tira y afloje, se acordó que López Murphy iría a la provincia y Macri a la capital. Los negociadores macristas no sintieron ese resultado como una derrota: para ese momento, la ruptura entre Kirchner y Duhalde ya era pública y todo hacía prever que Fernández de Kirchner e Hilda Chiche Duhalde, candidatas por los dos peronismos entonces enfrentados, concentrarían el voto mayoritario y dejarían poco espacio a las fuerzas alternativas. La ciudad de Buenos Aires volvía a ser el territorio más apetecible y Macri tenía el terreno libre. La novedad de la alianza no cayó bien a todos los macristas. Algunos provenientes del peronismo habían manifestado que no aceptarían asociarse con un gorila como el economista de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL). El partido de Macri perdió algunos de sus hombres. Juan Pablo Schiavi renunció a su afiliación a CPC con una carta pública en la que recordaba su adscripción histórica al peronismo y lamentaba que el partido abandonara su vocación por representar a todos los argentinos y pasara a identificarse sólo con quienes «compartían el ideario del centro- derecha». El alejamiento de Schiavi y los suyos no se vivió de forma traumática, ya que Macri y su ex jefe de campaña mantuvieron intacta la relación personal. Años después, cuando más de 50 personas murieron en el accidente que se produjo en la estación de Once y que llevó a Schiavi ante la justicia, muchos militantes de PRO suspiraron con alivio porque nadie recordaba ya que el responsable del transporte del kirchnerismo era el mismo que había ayudado a cimentar el partido de Macri. Durante la campaña electoral de 2005, mientras Macri se alejaba del perfil populista para atraer al electorado republicano de la capital, su nuevo aliado intentó la jugada inversa. El Bulldog, como se apodaba a López Murphy, quiso modificar su imagen formal y poco carismática: salió a la conquista del electorado con una serie de spots televisivos que abusaban del doble sentido. «Duhalde lo puso a Kirchner. Kirchner puso a su mujer. Y de esta manera se la puso a Duhalde. Duhalde entonces le puso la suya. El 23 de octubre ponga mi boleta, y de una vez por todas terminemos con este quilombo». Esta inédita osadía del circunspecto líder de centroderecha germinó en la fábrica creativa de Ernesto Savaglio, el publicista que luego se encargó de confeccionar la imagen de PRO mediante la implantación del amarillo y la elaboración de sus primeros símbolos y eslóganes (ver capítulo 6). El gesto de López Murphy no alcanzó para acercar nuevos votos. El Bulldog quedó quinto en las elecciones bonaerenses y apenas arañó el 7,6%: la mitad de lo que había obtenido en 2003 como candidato presidencial. A Macri, en cambio, su reorientación hacia el voto alto, su insistencia en una campaña propositiva y la identificación entre Ibarra y el Gobierno nacional le permitieron consolidar parte del éxito cosechado dos años antes y aumentar su caudal en ciertos sectores que lo habían rechazado. Ganó en los barrios del norte de la capital de manera aplastante, mantuvo una presencia importante en el sur y mejoró su performance en el centro de la ciudad, el corredor que va de Monserrat a Liniers. Así, con el 34% de los votos, el empresario logró fortalecer su figura de líder político y acceder a la Cámara de Diputados. Desde que asumió su banca, Macri casi no asistió al Congreso. Dejó la jefatura del bloque en manos de Federico Pinedo, con la convicción de que su liderazgo no tenía relación con su rol de legislador. Las fotos que le tomaron en las sesiones de la Cámara lo muestran somnoliento y desinteresado por los discursos de sus colegas. Confesó a los periodistas que su educación empresaria lo había preparado para la función ejecutiva; los debates en Diputados lo aburrían. Uno de sus colaboradores aclaró que eso no suponía que Macri fuera «un vago», como insistía el entonces ministro del Interior Aníbal Fernández: el ingeniero, en realidad, trabajaba, y mucho, en la construcción de alianzas electorales. Macri dedicó 2006 a explorar diferentes opciones para ampliar su base electoral y consolidar su posible candidatura presidencial al año siguiente. Conversó con todos. Se sentó con sectores de la UCR; armó una mesa de negociación con el ex ministro de Economía Roberto Lavagna; reforzó los lazos que lo unían al peronismo no kirchnerista — entre ellos, interlocutores del duhaldismo—, y tanteó el terreno con el ARI. La mayoría de estos acercamientos quedó en la nada: ante cada avance de la coalición que se tornaba público, López Murphy amenazaba con una sonora ruptura. El Bulldog aclaró que no estaba en contra de las alianzas, pero que la «nueva política» que él y Macri encarnaban exigía límites claros. Dijo en un acto en Córdoba: «El duhaldismo, el menemismo y el alfonsinismo» no podían formar parte de su armado. Para peor, López Murphy tenía una mala relación con el único socio firme de Macri, el gobernador de la provincia de Neuquén, Jorge Sobisch. Hijo de un militar que supo vincularse a la política patagónica, dueño de una empresa gráfica, dirigente de un club de fútbol y militante del Movimiento Popular Neuquino (MPN) desde su juventud, Sobisch asumió como intendente de Neuquén a los 40 años. Las peleas en la familia Sapag, que hegemoniza MPN desde su fundación en los años sesenta, lo desplazaron del poder en los ochenta y lo catapultaron a la gobernación de la provincia en los años noventa. Su buena relación con Menem, los cambios en la estructura económica provincial y la continuidad de las luchas internas en el MPN le permitieron construir poder propio. En 1999 ganó la interna del partido y volvió a ocupar el gobierno provincial; en 2003 consiguió la reelección. Según algunos observadores, en los últimos años se consolidó un combate al interior del MPN entre un ala neoliberal (la de Sobisch) y una más cercana al peronismo clásico (la de Felipe Sapag). Para otros, se trata apenas de disputas de poder en el seno de una oligarquía provincial clásica. Los que conocen los tejes y manejes de la política neuquina advierten que, en el MPN, tanto las disputas como las lealtades suelen confundir lo doctrinario y lo personal. En todo caso, Sobisch hace gala de su cercanía a las ideas de centroderecha, a las que considera «modernas y necesarias». Quizás por eso cuando Macri se presentó como candidato en Buenos Aires, el gobernador patagónico intentó un acercamiento. Las conversaciones entre el macrismo y el MPN comenzaron en 2004 gracias a gestiones de Ramón Puerta y de Nicolás Caputo, amigos en común, pero se mantuvieron con un perfil bajo para no dañar la marcha de la alianza entre Macri y López Murphy. El Bulldog había advertido que Sobisch era un «pésimo administrador» y un pragmático capaz de pactar con lo peor del menemismo por sus intereses personales. López Murphy se había acercado al Movimiento Federal de Sobisch en 2002 y nunca le perdonó que apoyara a Menem en las presidenciales de 2003. Pero, acaso, fue precisamente el pragmatismo de Sobisch lo que atrajo a Macri: vio en el gobernador a alguien que pensaba de manera muy similar. Cuando los contactos entre Sobisch y Macri se hicieron públicos, López Murphy no dudó en criticar al gobernador. «No es cierto lo que dicen de que mi problema con Sobisch es personal; tenemos diferencias conceptuales y de principios… Él no respeta la libertad de prensa ni la división de poderes». Sobisch devolvió gentilezas con furia mal disimulada: «No tengo problema con López Murphy. Él no me quiere mucho a mí, pero la verdad que me resulta simpático; es grandote, verborrágico y tiene mucha teoría… El problema es que cuando llevó la teoría a la práctica fue un desastre y duró apenas quince días». Un dirigente de Recrear explicó a los periodistas que las diferencias entre López Murphy y Sobisch se debían a que el primero era un liberal de centro y el segundo, un peronista de derecha. Otro sostuvo que era una cuestión de estrategias políticas. En todo caso, y para desesperación de Macri, el neuquino y el platense no dejaron de atacarse mutuamente en los medios. Mauricio se esforzó para que sus socios pulieran diferencias; apenas consiguió que, en aras de mantener en pie la novísima Alianza PRO, López Murphy se aviniera a bajar el tono de sus críticas. Esa calma relativa durante 2005 y 2006 llevó a algunos observadores a pensar que los tres hombres de bigotes (Macri todavía no se había afeitado el suyo) podían generar un amplio espacio de centroderecha que frenase al kirchnerismo. La idea resultó atractiva incluso para Kirchner, quien imaginaba que el país normal que les había prometido a los argentinos en su discurso de asunción incluía la presencia de dos conglomerados políticos. El ex presidente quería que el FPV se solidificara como fuerza nacional y popular con un perfil de centroizquierda y, en ese sentido, el surgimiento de un frente electoral de centroderecha resultaba funcional. A comienzos de 2007, Macri veía su sueño de ser presidente mucho más cerca que cuatro años antes. Con su propia popularidad y la ayuda de aliados oficiales (como el MPN) y extraoficiales (como lo que entonces se comenzó a llamar peronismo disidente), no parecía una idea descabellada. Quizás tuviera que aceptar las elecciones internas que le exigía Sobisch; quizás debería evitarlas, como proponía López Murphy. En todo caso, durante aquel verano que el empresario pasó en Punta del Este el futuro parecía diáfano y claro. Hasta que una decisión de Jorge Telerman, el jefe de Gobierno que había asumido tras la destitución de Ibarra, acabó con los planes de Macri. Como parte de su estrategia para resistir los embates que le llegaban desde el peronismo porteño que lideraba Alberto Fernández, Telerman estableció que las elecciones porteñas se adelantarían al mes de junio, separadas de las nacionales, que se celebrarían a finales de octubre. La novedad resultó catastrófica para PRO. Sus chances de ganar en la ciudad sin la presencia de Macri eran escasas. Según las encuestas, Rodríguez Larreta —precandidato en la CABA si Macri iba por la presidencia— perdía en todos los escenarios. Durán Barba explicó a Macri que si Rodríguez Larreta perdía en junio, como todo hacía prever, la candidatura presidencial del líder de PRO perdería peso, como su futuro político. Su recomendación: dado que era un hombre joven y que el escenario no ayudaba, le convenía esperar hasta 2011. Macri se rindió ante la evidencia que le brindó su asesor principal. A fines de febrero deslizó que no sería candidato presidencial. Su trabajo consistía ahora en prepararse para gobernar la ciudad y asegurar que la alianza de centroderecha que había formado tan trabajosamente se mantuviera bajo su dirección. Contra lo previsto, la primera tarea se reveló mucho más sencilla que la segunda. Romper alianzas también es PRO Apenas se anunció que Macri renunciaba a la candidatura presidencial, se volvió a desatar la lucha entre López Murphy y Sobisch, ya que ambos pretendían encabezar la boleta. Los dos contendientes volvieron a lanzarse acusaciones. Todos se preparaban para una batalla virulenta al interior del nuevo espacio de centroderecha. De pronto, un hecho trágico volvió a torcer la historia. En los primeros días de abril, el gremio de educadores de Neuquén realizó un corte de la Ruta 22 como parte de un plan de lucha por reclamos salariales. El gobernador Sobisch, que hacía años se había declarado un férreo opositor a ese modo de protesta, ordenó el desalojo de los manifestantes en nombre del derecho constitucional al libre tránsito. La policía procedió de modo brutal. Cuando ya se había iniciado la desconcentración, un cabo disparó una granada de gas lacrimógeno a un vehículo en el que viajaban sindicalistas. El proyectil impactó en la cabeza de Carlos Fuentealba, quien murió al día siguiente. El asesinato del maestro causó una conmoción enorme. En todo el país se reprodujeron huelgas, marchas y cortes para exigir la renuncia de Sobisch. Para empeorar el cuadro, los cronistas de los diarios patagónicos recordaron que Sobisch, quien se mostraba como el principal enemigo de los piqueteros, se había contado entre los impulsores de esa modalidad de protesta en 1996: como parte de la lucha interna que mantenía con Felipe Sapag había apoyado la pueblada de Cutral Có y Plaza Huincul. La tragedia golpeó con fuerza la estrategia político-electoral de PRO. Uno de los socios había caído en desgracia. Al comienzo, Macri trató de mantener distancia del tema y evitó enfrentarse con Sobisch: «Lo que pasó es que ahí había un asesino disfrazado de policía… Ahora hay que respetar la institucionalidad de Neuquén. Ellos trabajarán para ver hasta dónde llegan las responsabilidades». Cuando se confirmó la responsabilidad política del gobernador neuquino y la presión social se hizo más fuerte, el líder de PRO y López Murphy se desligaron de su aliado. Macri definió la muerte del docente como «un crimen que Sobisch tiene que explicarle a la sociedad». Aclaró que, aunque había tratado de construir un espacio común durante dos años, la iniciativa había fracasado: ahora sólo podía concentrarse en la ciudad de Buenos Aires. López Murphy habló con más aspereza: «Sobisch es el responsable porque no supo cómo hacer para que la fuerza de seguridad de su provincia hiciera lo que correspondía sin causar muertes». En su aislamiento, el patagónico atinó apenas a señalar la ingratitud y el oportunismo de sus ex socios políticos. Siguió adelante con su candidatura presidencial y eligió como compañero de fórmula al escritor Jorge Asís, quien, desde la derrota de Menem en 2003, había recobrado cierto protagonismo en el micromundo periodístico y político. La campaña estaba destinada al fracaso desde el primer día. Sobisch apenas superó el 1% de los votos y ni siquiera se pudo dar el gusto de ganar en su provincia natal, donde quedó en tercer lugar. Mientras su antiguo aliado se hundía, Macri brillaba en Buenos Aires. Las encuestas reflejaban que se había convertido (por virtud propia y por el empuje que representó la adhesión de figuras como la de López Murphy) en un candidato capaz de ganar los votos de los sectores asociados a lo alto, republicanos, con alto capital cultural, que no habían creído en él en 2003. Gracias a la alta exposición de algunas figuras con trayectoria en el campo progresista, como el educador Mariano Narodowski, PRO pudo presentarse como el espacio político de la pluralidad. El partido no escondía a sus cuadros de derecha; la candidata a vicejefa, Gabriela Michetti, reconoció en una entrevista que en algunas ocasiones le había dicho a Macri: «No seas tan facho», con el fin de «abrir la discusión un poco más». Pero la alianza macrista era apenas un paraguas para que la gente con actitud positiva (gente pro) pudiera desarrollarse y ofrecer soluciones a los problemas de los vecinos. Con el eslogan «Va a estar bueno Buenos Aires» (ver capítulo 6), el líder parecía humanizado: ya no era Macri, sino Mauricio. En medio de la campaña, Kirchner recordó a los votantes que el jovial candidato de ojos celestes no era otro que el representante de la patria contratista. Su frase se transformó en latiguillo: «Mauricio, que es Macri». El empresario respondió con humor: se refirió a la candidatura de la esposa del presidente con la parodia «Kirchner, que es Néstor». La municipalización de la plataforma política de PRO, razonable porque se trataba de las elecciones locales, permitió que el partido pusiera el foco en las virtudes técnicas y administrativas de sus equipos. Se mostraba así como una opción al Gobierno nacional (que hablaba mucho pero hacía poco) sin la necesidad de confrontar en exceso con el kirchnerismo, cuyo triunfo a nivel nacional se daba por descontado. PRO ganó con amplitud el 3 de junio de 2007. En la primera vuelta obtuvo el 45,8% de los votos y en el ballotage se impuso al FPV (Daniel Filmus-Carlos Heller) con el 61%, y en todas las comunas. En algunas zonas del corredor norte concentró el 90% de los votos. En el resto de la capital las cifras fueron algo menos impactantes pero igualmente destacables. En barrios de la región central que tradicionalmente se identificaban con el progresismo, Macri atrajo al 60% de los vecinos. En el sur, una zona que el peronismo reivindicaba como propia, se impuso con comodidad; sólo perdió en uno de los circuitos electorales de Pompeya. Algunas encuestas a boca de urna mostraron que el ex presidente de Boca Juniors recibió más votos de los hombres que de las mujeres. Más de los mayores de 50 años que de los más jóvenes. Más de los que tenían educación secundaria que de quienes sólo contaban con formación primaria o habían llegado a la universitaria. Pero el dato más interesante que surgió de aquellos estudios fue otro. La mayoría de los votantes de Macri no pensaba votar a López Murphy, el candidato de la Alianza PRO, en octubre de ese año. Más precisamente, se preveía —y se lo constató a los pocos meses— que apenas el 20% de los votantes de Macri pensaba elegir la boleta del Bulldog. El panorama del ex ministro de Economía de la Alianza se complicó unas semanas después de su triunfo, cuando Macri declaró que su respaldo a López Murphy se limitaba a la CABA, donde habían acordado el ingreso de dirigentes de Recrear en la lista de PRO. Pero López Murphy también era candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires. Y allí Macri ofreció su apoyo a su primo Jorge el Gordo Macri, quien, con el sello Unión-PRO, se presentó como vicegobernador en la fórmula que encabezaba el antiguo socio en la política de Mauricio, el Colorado Francisco de Narváez. A fines de octubre de 2007, tal como se esperaba, el FPV triunfó en las elecciones presidenciales. Fernández de Kirchner se impuso con una mayoría distribuida de modo similar a la del peronismo clásico: exitosa en el conurbano bonaerense y en las provincias del noroeste y el noreste argentino, y menos votada en los grandes centros urbanos (en la CABA quedó segunda, con el 24% de los votos). El kirchnerismo terminaba de trazar una parábola que ya había sido ensayada en el pasado: los gobernantes con origen en el PJ intentan por un tiempo ampliar su base de sustentación más allá del peronismo, pero luego vuelven a recostarse sobre él. Ese final de la transversalidad coincidió con el avance del macrismo, que logró hacer pie en un espacio afín al progresismo. Por su parte, López Murphy se desempeñó por debajo de las expectativas más pesimistas: a nivel nacional quedó sexto, con el 1,4% de los votos. En la CABA, donde se suponía que contaba con el apoyo del macrismo, cosechó apenas el 4% de los sufragios. Con los resultados en la mano, varios dirigentes de Recrear denunciaron el doble juego de Macri. Desde el entorno del jefe de Gobierno electo le respondieron con desdén que quienes exaltan la doctrina por encima de las alianzas a veces terminan solos. López Murphy renunció a la presidencia del partido que él mismo había fundado cinco años antes. Meses después intentó retomar el control de la organización mediante elecciones internas. Su lista resultó derrotada por la que encabezaba su ex compañero de fórmula, Esteban Bullrich, promotor de la fusión de Recrear con el macrismo. Tras las internas, la mayoría de los dirigentes de Recrear que habían obtenido cargos en las elecciones porteñas se unió a PRO. Sin embargo, el Bulldog, junto con un grupo de fieles, acusó a sus adversarios internos de haber incurrido en prácticas anómalas e impugnó la elección. Pocos días después, ante la imposibilidad de retomar el control del partido, López Murphy renunció a su afiliación. Su carrera política continuó en otro espacio, Convergencia Federal. Nunca logró recuperar su predicamento malogrado. López Murphy responsabilizó a Macri por el declive de su propia figura y de las ideas liberalrepublicanas que él había sabido defender. Aún hoy, cada vez que lo entrevistan, perpetúa sus invectivas contra las falencias del jefe de Gobierno porteño. A De Narváez le fue bastante mejor. Junto con Jorge Macri, obtuvo casi el 15% de los votos en la provincia de Buenos Aires, a pesar de que Unión-PRO presentó una lista corta (sin candidato presidencial). Los números, insuficientes para disputarle la gobernación a Daniel Scioli, alcanzaron para colocar diputados y senadores provinciales, varios concejales y hasta cuatro diputados nacionales: la locutora Lidia Pinky Satragno, el radical Cristian Gribaudo y los peronistas Juan José Álvarez y Susana Gardella. Al observar los circuitos electorales en los que se desempeñó mejor la fórmula De Narváez-Macri, se concluye que la votaron dos grupos simétricos y disímiles: quienes se identificaban con los sectores populistas (cercanos al peronismo) y quienes se sentían cerca del polo republicano. Sin embargo, De Narváez consideró que su buen desempeño se debía al apoyo peronista en exclusiva. Por eso previno a Macri sobre la necesidad de no quedar demasiado pegado al gorilismo y volver a seducir el voto bajo si no quería que se frustrase su ambición presidencial. El consejo, con toda probabilidad, resultaba ocioso: hacía tiempo que los peronistas de PRO y Jorge Macri conversaban con los peronistas que respondían a Duhalde para armar una alianza con miras a 2009. El jefe de Gobierno porteño y De Narváez mantuvieron su sociedad durante 2008, pero su relación permaneció tensa. El Colorado sentía que el relativo triunfo bonaerense le pertenecía, mientras que Jorge y Mauricio Macri aseguraban que el aporte principal de De Narváez había sido el dinero. La tirantez conllevó rupturas de bloques legislativos y municipales. Varios militantes y dirigentes cambiaron sus lealtades y pasaron de un líder político a otro. No obstante, la relación entre los dos empresarios no se quebró, al menos, en público. Al año siguiente, volvieron a mostrarse unidos y sumaron al ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, quien había abandonado al kirchnerismo en medio de la llamada crisis del campo de 2008. La alianza potenciada Unión-PRO resultó una estrategia electoral inteligente, pero no logró evitar la tirantez entre sus dirigentes principales. Durante la campaña electoral, un video reveló que Macri criticaba a De Narváez por exceder los límites legales en los gastos de publicidad; con Solá, el ex presidente de Boca vetó la alianza que De Narváez había establecido con Aldo Rico para sumar votos en el municipio de San Miguel. Sin embargo, quizás porque el Gobierno nacional se encontraba en un momento de baja popularidad y existían posibilidades reales de que la oposición ganase las elecciones, los tres socios mantuvieron firme el rumbo de unidad. En 2009, PRO ganó en la CABA, pero no por el margen amplio que esperaba. La vicejefa de Gobierno, Michetti, encabezó la lista de diputados, que obtuvo el 32% de los votos. A ocho puntos de diferencia se ubicó la centroizquierdista Alianza Proyecto Sur, que lideraba el cineasta Fernando Pino Solanas, y un poco más abajo, el Acuerdo Cívico y Social (ACyS) fundado por Carrió y que postuló al economista Alfonso Prat Gay. De los trece cargos en disputa, a PRO le correspondieron sólo cinco, a Proyecto Sur cuatro, al ACyS tres y al FPV uno. Según un estudio del Observatorio Político y Electoral de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que dirige el sociólogo Carlos de Angelis, en 2009 buena parte del voto que Macri había cosechado en su campaña para jefe de Gobierno se escurrió hacia el ACyS y, en menor medida, hacia Proyecto Sur. Esta evidencia corrobora que el buen desempeño de PRO en la capital estaba —y aún está — muy asociado al voto alto o republicano y a su capacidad de erigirse en opositor al kirchnerismo, más que a su ubicación en el eje derecha-izquierda. En todo caso, y a pesar de que la victoria porteña no tuvo la magnitud prevista por el macrismo, el triunfo de Unión-PRO en la provincia de Buenos Aires alcanzó para celebrar. La lista de diputados que encabezaba De Narváez logró imponerse por 200.000 votos a la del FPV, liderada nada menos que por el ex presidente Kirchner y en la que también figuraban el gobernador Scioli y varios intendentes, incluido Sergio Massa, como candidatos testimoniales (aquellos que anunciaban que no asumirían sus bancas en caso de obtenerlas). Resulta casi imposible exagerar la importancia de la derrota del FPV en la elección de 2009. Y aun con ese capital en su poder, durante los meses siguientes PRO y sus aliados, como la oposición en general, no pudieron o no supieron llevar adelante una agenda conjunta. La creación de un superbloque opositor en el Congreso (llamado entonces Grupo A) sirvió apenas para trabar algunas de las iniciativas del Gobierno nacional, pero no para implementar las políticas de Estado que los líderes de los distintos partidos habían reclamado durante la campaña electoral. En parte, las dificultades de la oposición surgían de sus desacuerdos ideológicos. Pero también conviene señalar que las divergencias en los intereses de los líderes determinaron su incapacidad para actuar de modo armónico. Durante 2010, muchos dirigentes pensaban que el kirchnerismo se había agotado y los principales referentes de los partidos opositores se veían como competidores directos en el intento de ubicarse con miras a las elecciones presidenciales del año siguiente. Incluso De Narváez, a quien la Constitución le impide el acceso a la presidencia por haber nacido en Colombia, hizo pública su intención de presentar su candidatura en 2011. Según sus voceros, el Colorado se proponía reunir al voto de centroderecha de las grandes ciudades y el del peronismo no kirchnerista. Macri aspiraba a lo mismo. Y apenas conocido el triunfo de Unión-PRO en 2009, ya había anunciado que se postularía a presidente. El anuncio de una posible candidatura de De Narváez provocó tensiones en la sociedad renovada entre los empresarios. Michetti confesó que había «decepción en las filas de PRO, porque en las elecciones del 28 de junio de 2009, la cosa estaba planteada como Mauricio futuro candidato a presidente y Francisco a gobernador… al aparecer Francisco con una expectativa a ser candidato a presidente se genera cierta frustración de este lado». Macri fue más directo: «No entiendo… él no puede ser candidato porque es contra la ley». Durante meses, la ruptura fue un secreto a voces en el mundillo político y en las columnas de los analistas políticos de los diarios. Sin embargo, sólo se oficializó en 2011, cuando ya se sabía que ni Macri ni De Narváez podían derrotar a Fernández de Kirchner, que se presentaba para la reelección. Ya en la primera mitad de 2010, en medio de las celebraciones por el bicentenario de la Revolución de Mayo, las encuestas reflejaban un cambio en el clima político. La imagen positiva del Gobierno nacional crecía de forma acelerada al calor de la recuperación económica. Meses después, tras el inesperado deceso de Kirchner, nadie dudaba de la continuidad del FPV en el poder. Por eso Macri decidió, una vez más, bajarse de la carrera presidencial y preservar el gobierno en la CABA. Durán Barba y Caputo fueron claros: la presidente iba a triunfar de forma aplastante y ninguno de los delfines de Macri —Michetti y Rodríguez Larreta, por caso— podía asegurar el triunfo en la capital. Una vez más, Macri siguió al pie de la letra las recomendaciones de sus asesores más cercanos. El triunfo de PRO en la CABA fue demoledor. Ganó ampliamente en toda la ciudad. Apenas fue derrotado en algunos pocos circuitos electorales fuertemente asociados con el voto de los sectores populares, como la Villa 31 de Retiro, el Parque Avellaneda en Villa Soldati y Barracas Sur. Su principal rival —de nuevo, Filmus— logró llegar al ballotage pero no doblegó la ola amarilla: en la segunda vuelta, PRO obtuvo más del 64% de los sufragios. Poco después Fernández de Kirchner logró que el peronismo se impusiera en las elecciones presidenciales en la capital, algo que sucedió en buena medida por la dispersión del voto opositor. La fórmula Fernández de Kirchner-Amado Boudou obtuvo el 35%, una cifra similar a la que antes había alcanzado Filmus, lo cual indica que —contra los análisis un tanto apresurados que circularon en aquel momento— la mayoría de los votantes de PRO se inclinó por candidatos opositores, en mayor medida del polo republicano, como Hermes Binner, del Frente Amplio Progresista (FAP), y Ricardo Alfonsín, de la UCR, aunque un porcentaje importante eligió representantes del hemisferio populista ligado a la centroderecha, como Adolfo Rodríguez Saá y Duhalde. PRO, que no presentó candidato a presidente, se desempeñó con modestia en las elecciones de diputados: llegó apenas al 20% de los votos gracias a su buena performance en el corredor norte de la capital. Muy poco para un distrito en el que Macri había ganado poco antes. De Narváez, por su parte, se presentó como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires en alianza con el radicalismo en la Unión para el Desarrollo Social (UDESO). La coalición movilizó el leitmotiv de unidad peronista-radical, pero sólo consiguió hacer pie en algunos municipios como Chascomús, Junín o San Isidro (donde se sumó el caudillo vecinal Gustavo Posse). En el último tramo de la campaña, De Narváez trató de peronizarse un poco más y se acercó a la candidatura del puntano Rodríguez Saá; la movida causó pocos efectos. Scioli volvió a ganar: con el 55% de los votos, dejó muy atrás al Colorado, que apenas llegó al 16%. Al macrismo provincial le resultó difícil establecer una estrategia unificada, y debió ensayar distintas maniobras en cada distrito. En la mayoría de los municipios no llegó a presentar candidatos. Allí donde logró ir con lista propia o en alianza con socios menores, alcanzó entre el 2 y el 10% de los sufragios. Sólo en Vicente López, Jorge Macri derrotó a Enrique el Japonés García, el cacique que comandaba el municipio desde 1983. Así, el primo de Mauricio, que se había alejado de PRO en 2009 por sus diferencias con De Narváez, volvió al redil partidario y al seno familiar. Soñar en grande: la expansión de PRO a las provincias Las sucesivas renuncias de Macri a su candidatura presidencial y la escasa avenencia en su distanciamiento de sus sucesivos aliados originaron múltiples análisis. Dentro de PRO, esas decisiones se enaltecieron como el producto de un análisis preclaro y con proyección hacia el largo plazo. Pinedo comparó las habilidades de su jefe con las de Julio Argentino Roca, el presidente de la Generación del 80 al que se apodaba el Zorro por su habilidad para lograr que diferentes protagonistas políticos actuaran en su beneficio. Algunos medios de prensa fueron menos contemplativos, aun los que coincidían con las inclinaciones ideológicas de Mauricio: le reprocharon el haber allanado el triunfo de Fernández de Kirchner en 2011. Carlos Pagni, columnista de La Nación, lo acusó de representar el arquetipo del político mezquino limitado por las anteojeras de su propia conveniencia, que se desentiende no sólo de sus acompañantes sino de la misma sociedad que dice representar. El diario que podría ser, por afinidad ideológica y cultural, el principal vocero del macrismo, nunca le perdonó sus estrategias zigzagueantes. La Tribuna de doctrina siempre creyó que Macri debía dar pruebas de su fe política con actos de sacrificio. Este destrato parece algo injusto: aunque la renuncia a competir en las presidenciales de 2011 pretendía preservar al líder de una segura derrota, las aspiraciones se mantenían intactas. PRO nació a partir de un partido local y sus integrantes siempre sostuvieron la meta de expandirse a nivel nacional. Para acelerar el proceso, el macrismo ensayó distintas tácticas. No sólo buscó aliados para conformar un electorado en el propio terreno y sumar adherentes en otros distritos: también ensayó el camino de ofrecer su nombre y sus figuras para la construcción de otros emprendimientos políticos localizados, con la esperanza de hacer pie en territorios donde no contaba con tropa propia. Como algunas firmas venden franquicias comerciales a cambio del pago de un canon, PRO se mostró dispuesto a ofrecer su aval a emprendedores políticos que tenían sus agendas propias, a condición de que adhirieran de forma más o menos laxa al liderazgo de Macri. Un buen ejemplo de esta apuesta es la llegada de PRO a la provincia de Salta. Desde 2003, existía allí un pequeño núcleo de dirigentes afines a López Murphy. Sin embargo, a la hora de establecer una cabecera de playa Macri se inclinó por buscar aliados en el peronismo no kirchnerista y dejó de lado el hemisferio alto de los ciudadanos salteños por considerar que nunca alcanzaría para ganar una elección. Descartada la opción republicana, en 2009 Macri comisionó al peronista Diego Santilli para que estrechara lazos con el ex gobernador Juan Carlos Romero, candidato a vicepresidente de Menem en 2003. Ante la imposibilidad de avanzar en las negociaciones, al cabo de unos pocos meses se optó por abrir oficinas partidarias propias y comenzar a reclutar adherentes. Después de mucho trabajo y de conversaciones con los diferentes sectores del peronismo salteño, en 2010 se logró constituir PRO Salta, que en breve se fusionó con el partido local Vecinos Unidos (VU). La estrategia sufrió su primer golpe cuando, apenas se instituyó de manera oficial la filial partidaria, la conducción local —que coordinaba Matías Farella— se aproximó al gobernador Juan Manuel Urtubey, alineado con el kirchnerismo. Los macristas porteños enviaron a distintos dirigentes a impedir que se formalizara el apoyo del PRO salteño al candidato oficialista. Como los disidentes salteños avanzaban en sus conversaciones, desde Buenos Aires se decidió intervenir el partido local. No era la primera vez que sucedía algo así, y no sería la última. En 2009 ya se había intervenido PRO Buenos Aires, cuando Jorge Macri quiso desconocer el liderazgo de su primo. Luego, entre 2010 y 2013, se intervino oficialmente el partido en Mendoza y Catamarca y, de manera extraoficial, en Misiones, Entre Ríos, Chaco y Tucumán. Alejandro Ávila Gallo se encargó de reordenar las filas de PRO en Salta. Hijo del diputado conservador Exequiel Ávila Gallo, colaborador del ex gobernador Antonio Bussi en los años noventa y militante del espacio político de López Murphy hasta la fusión con PRO, Ávila Gallo —designado a instancias de Bullrich— prometió a la mesa nacional que resolvería el problema en días. Se equivocó. La tarea no le resultó nada sencilla: sólo al cabo de varios meses, de amenazas de expulsión y de juicios, Ávila Gallo pudo torcer la voluntad de los líderes locales de PRO. Farella rechazó el expediente interno contra los dirigentes díscolos como «una gravísima irregularidad», por ser Ávila Gallo quien lo inició y quien decidió en el asunto, y calificó su acción como una «persecución política fascista», que perjudicaría al partido. Por consejo de su mesa chica, Macri decidió dar su apoyo a la candidatura a gobernador del diputado de origen peronista Alfredo Olmedo, una histriónica figura en los medios, para mantener la presencia de PRO en Salta. Olmedo es hijo de un importante terrateniente salteño que se dedicó al cultivo de la soja. Durante años realizó distintos emprendimientos comerciales, como las concesionarias de automóviles; con el nuevo siglo quiso construir una carrera política. Primero se acercó a los grupos que luego serían la semilla de PRO Salta, VU, y conformó la alianza Salta Somos Todos, que obtuvo el 17% de los votos en las elecciones legislativas nacionales de 2009. Ya legislador e identificado con el color amarillo, en su armado político y en su campera, se acercó a la filial salteña de PRO. En aquel momento las disidencias internas impidieron que se sellara un acuerdo; tras la intervención de Ávila Gallo y por los oficios del diputado Pablo Walter (integrante de la mesa nacional de PRO, que inició su carrera política en la UCeDé y luego se pasó a las huestes bussistas), se aprobó el pacto y se lanzó el Frente Olmedo Gobernador. Macri explicó a una radio salteña: «Creo que el gobernador Urtubey había generado expectativas de continuar con lo que había hecho Juan Carlos Romero, pero eso no se logró y nos estamos perdiendo el tren del progreso… Por eso me tienta apoyar a Olmedo, que plantea otra dinámica». La alianza de PRO extrañó a algunos observadores. Olmedo había hecho gala de prácticas poco apreciadas por el segmento republicano que caracterizaba a PRO en la CABA: sorteaba motos y camionetas entre los asistentes a sus actos, para garantizar la concurrencia, y prometía regalos en caso de que ganase las elecciones. Su eslogan de campaña carecía de gusto: «No vote al pedo, vote a Olmedo». Durante 2010, mientras se discutía la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, Olmedo había difundido sus opiniones conservadoras en los sets televisivos, con su campera amarilla y expresiones desafortunadas: «Tengo la cabeza cerrada y la cola también la tengo cerrada», le dijo en un programa a la titular del Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI), María Rachid, de militancia lésbica. En otra ocasión propuso «la castración obligatoria» de los violadores y amonestó al gobernador Urtubey por haber adherido a un protocolo judicial que legalizaba el aborto en el caso de violación. A pesar de las voces críticas que se levantaron al interior de PRO en la CABA, Macri siguió adelante con la alianza que también contaba con la bendición del ex gobernador Romero y de buena parte del peronismo no kirchnerista. Visitó la provincia para mostrar su apoyo al candidato controversial y envió a otras figuras, como el rabino Sergio Bergman, a reforzar la campaña. En las elecciones de abril de 2011, Olmedo obtuvo el 25% de los votos, muy lejos del 60% de Urtubey. Tras la derrota de la alianza entre Salta Somos Todos y PRO en las elecciones de diputados nacionales de octubre, Olmedo comenzó a distanciarse del macrismo. La ruptura se hizo oficial en 2013, cuando el legislador salteño explicó por qué no se tomaría más fotos con Macri: «En Salta, el PRO no existe». Dijo al diario Tiempo Argentino: «La gente vota al que la tiene clara, y Macri ni siquiera sabe si va a ser candidato a presidente. Yo, en cambio, voy a ser senador. No digo que voy a ser candidato a senador, yo directamente digo que voy a ser senador. La tengo clara… Macri podrá tener muchos votos en Buenos Aires y allá la gente lo apoya. Pero ¿cómo le explico al salteño que sufre necesidades que tiene que subsidiar el subte de Buenos Aires?». Olmedo siguió su camino en solitario. Algunos incluso lo consideran un aliado táctico del kirchnerismo. En 2013, PRO Salta se diluyó en un frente opositor que lidera el peronismo antikirchnerista. La experiencia salteña expone los límites de un tipo de partido que algunos politólogos, como Gerardo Scherlis, llaman estratárquico, es decir que confía en la autonomía de las subunidades locales sin perder la capacidad de mantener un liderazgo nacional de cohesión. Para conservar la unidad política de PRO y disciplinar a una filial local díscola, Macri movilizó recursos importantes e inclusive recurrió al apoyo de un candidato externo con agenda propia, que por fin abandonó las filas. Y a pesar de que en la CABA, su bastión electoral, el macrismo se muestra como un partido que enarbola una política nueva, el caso de Salta revela que en otros distritos puede sellar alianzas con sectores políticos tradicionales. La intervención de la filial provincial ilustra la tolerancia exigua que la dirección de PRO siente ante la independencia de sus diferentes núcleos militantes. La vocación de crecimiento nacional de PRO se torna, así, una tarea harto difícil y con escasas alternativas a la estrategia general de buscar figuras populares que encabecen las listas, para tratar de aumentar el caudal de votos. Con una ayudita de los amigos La idea de buscar personajes externos al mundo político que, por su celebridad, puedan atraer votantes no es nueva. El peronismo la utilizó por primera vez en la Argentina, con éxito, durante los años noventa. Menem acudió a figuras del deporte como Scioli y Carlos Lole Reutemann, o del espectáculo como Ramón Palito Ortega, y obtuvo triunfos electorales que contribuyeron a disciplinar una tropa que pretendía autonomizarse y a limitar el crecimiento de liderazgos locales opositores. Otros partidos recurrieron luego a esta táctica: el radicalismo postuló a la escritora Martha Mercader y a la conductora televisiva Pinky Satragno. Una diferencia se destaca: mientras que la UCR o el PJ apelan de modo coyuntural a la práctica de sumar líderes extrapolíticos, PRO parece concebirla como parte de su núcleo estratégico. En algunos distritos, PRO no suma figuras populares a una propuesta: se basa en ellas y las toma como ejes alrededor de los cuales construir una oferta política. Lo explicó el ministro de Gobierno de la CABA, Emilio Monzó: «El primer condicionante para poder triunfar frente al kirchnerismo es tener figuras con popularidad a nivel nacional. La segunda condición es la credibilidad: si a esa figura le creen o no le creen en la sociedad. Después siguen otros valores». Macri comentó que PRO necesitaba «gente como Miguel Del Sel… gente buena, a la que le ha ido bien». Ya no puede ser reelecto como jefe de Gobierno porteño. Lo presiona la necesidad de apuntalar su candidatura presidencial postergada ya dos veces. Macri necesita sumar voluntades. El politólogo Isidoro Cheresky ha señalado que, además del factor coyuntural, se debe tener en cuenta que el fenómeno de los líderes de popularidad configura un cambio importante en el modo de hacer y de entender la política, en la cual los partidos y las organizaciones tradicionales pasan a un segundo plano. En los últimos años, el macrismo ha profundizado esta estrategia. Su responsable, Monzó, se inició en política en la UCeDé, de la mano de Francisco Durañona y Vedia. En los noventa, se acercó al dirigente peronista Florencio Randazzo, quien le hizo un lugar en la Gobernación de Buenos Aires, entonces en manos de Felipe Solá. El mismo Randazzo lo apadrinó para que se convirtiera en intendente de su ciudad natal, Carlos Tejedor. Más adelante —todavía por impulso del funcionario kirchnerista— llegó a ser ministro de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires, bajo el gobierno de Scioli, en pleno conflicto del campo. De allí saltó a las filas de De Narváez, justo a tiempo para participar del triunfo en las legislativas de 2009. En 2011, cuando se rompió Unión-PRO, Monzó se acercó a Macri. Según sus enemigos, le ofreció al jefe de Gobierno servicios que no podría cumplir. «Es un vende-humo», nos confió un entrevistado. «Dijo que iba a traer un montón de intendentes de todo el país y trajo dos o tres jetones que no suman nada», profundizó. Contra esos descréditos, Monzó consiguió que algunas figuras populares se sumaran a PRO: personajes del deporte como el ex futbolista Carlos el Colorado MacAllister y el ex árbitro Héctor la Coneja Baldassi; de los medios de comunicación, como Walter Quejeiro; del mundo ruralista, como el dirigente Alfredo de Angeli. Sin embargo, sus intentos por atraer nombres más convocantes no dieron fruto: ni el periodista Oscar el Negro González Oro ni el animador Marcelo Tinelli aceptaron integrar el macrismo. Tampoco llegaron a las filas de PRO aquellos intendentes prometidos. En todo caso, las figuras populares que se sumaron al proyecto tuvieron un efecto de crecimiento electoral. La entrada de MacAllister y Baldassi influyó para que PRO experimentase importantes avances en las legislativas de 2013 en La Pampa (20%) y Córdoba (15%). Y más éxitos aún cosechó el humorista Miguel Del Sel. Este integrante del trío Midachi mostró interés por la política desde mediados de los años noventa, pero se limitó a hacer público su apoyo a determinados candidatos, por convicción o por lazos personales, como Carlos Menem y Carlos Ruckauf. Hasta que a fines de 2010, Macri le ofreció que se metiera en política. «En una cena, mi amigo Mauricio me ofreció meterme en política… Yo le pedí tiempo, pero ahora la tengo clara», dijo meses más tarde. Al comienzo, la incorporación del cómico no cayó bien en PRO Santa Fe, que el diputado Jorge Triaca (hijo del sindicalista del plástico y ministro de Trabajo de Menem) había organizado a partir de retazos del peronismo antikirchnerista. Pero a medida que las encuestas mostraban que el intérprete de la Tota elevaba la intención de voto, el descontento menguó. En sus entrevistas televisivas y radiales como candidato, Del Sel hizo gala de un estilo directo y un lenguaje que oscilaba entre lo grosero y lo simplón. Las respuestas del cómico sorprendieron a más de un entrevistador: admitió que desconocía las propuestas de sus rivales y los detalles de la situación económica de su provincia; se vanagloriaba de carecer de opinión sobre cuestiones centrales de la política nacional. El periodista santafesino Luis Novaresio dijo que nunca le había tocado conversar con alguien tan poco preparado para la gestión pública. Pero en los magazines y los programas de espectáculos, cuyo rating supera por mucho el de los ciclos políticos, se ensalzaba el estilo llano, frontal y de hombre común que Del Sel mostraba. «La gente te quiere porque sos honesto y porque hiciste plata trabajando», le dijo la conductora Susana Giménez. Las elecciones a gobernador revelaron una sorpresa, inclusive para el propio Del Sel, que hasta se mostró atemorizado: las cifras proyectaban que tenía oportunidades de ganar. Por fin quedó en segundo lugar, apenas a tres puntos del oficialismo socialista. Su victoria despertó euforia entre los macristas. Pocos meses después, en las elecciones a diputados nacionales, la lista de PRO que encabezaba el histórico sindicalista Vicente Mastrocola superó apenas el 2%. La mayoría de los votos que en julio habían ido a Del Sel, en octubre se dividieron entre el FPV y el FAP. Algunos dirigentes de PRO intentaron explicar tan pobre desempeño porque PRO no llevaba candidato a presidente. Pero la ausencia del cómico resultó determinante en el bajo nivel de adhesión de los postulantes de PRO. También importó que la candidata del FPV, María Eugenia Bielsa, retuviera votos peronistas de centroderecha, que el más connotado kirchnerista, Agustín Rossi, no había podido atraer en las elecciones provinciales. Durante los años siguientes, a pedido de Macri, Del Sel asumió un papel activo en la dirección de PRO Santa Fe. Mantuvo un alto nivel de exposición pública y elevó el tono confrontativo con el Gobierno nacional; incluso llegó a insultar a varios políticos kirchneristas, la presidente de la nación entre ellos. El protagonismo del humorista produjo irritación entre los dirigentes más experimentados de PRO, que observaban con recelo cómo Del Sel deshacía pactos internos que ellos habían construido con mucho trabajo, y se reunía con líderes de otros espacios sin consultarlos. Como resultado, a mediados de 2013 se conformó una agrupación interna, PRO Santa Fe Línea Fundadora, que cuestionó su labor. Osvaldo Salomón, compañero de fórmula del ex Midachi en 2011, lo acusó de estar lejos de las problemáticas locales y demasiado atado «a las decisiones nacionales, a lo que Macri hace o deja de hacer». A pesar de las peleas internas, Del Sel se mantuvo al frente de la filial santafesina de PRO y en octubre de 2013 encabezó la lista de diputados nacionales, que volvió a obtener un resultado destacado: quedó segunda, con el 27% de los votos. Del Sel asumió su banca y el macrismo lo propuso como vicepresidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados. La postulación provocó el rechazo de varios legisladores oficialistas, que declararon inaceptable el nombramiento por las «conocidas actitudes y declaraciones violentas y misóginas» de Del Sel, según sintetizó en su página web Juan Carlos Junio (Nuevo Encuentro-CABA). Pero tras un áspero debate hubo acuerdo, se respetó el pacto parlamentario y el santafesino quedó en el cargo. A la salida de la reunión, un diputado deslizó un comentario mordaz: «El problema no era tanto la brutalidad de sus ataques a la presidenta como su brutalidad a secas…». Del Sel había dicho que si tuviera la oportunidad de entrevistarse con Fernández de Kirchner le dejaría escrito en la frente «vieja chota». Los límites de los sueños Más allá de las dotes o la preparación política de las figuras populares que PRO sumó como candidatos, importa destacar que —como muestra el ejemplo de Santa Fe— su incorporación ha resultado vital para que el partido creciera. Y también para disciplinar a las dirigencias locales, cuya autonomía resultó recortada por personajes ligados de forma directa a Macri: sin capital organizativo propio, deben su vida política al líder de PRO. Estas figuras facilitan que PRO construya con cierta rapidez una oferta electoral atractiva en distritos en los que no logra concitar el apoyo de los dirigentes más arraigados, con implantación social y territorial. Del Sel, por ejemplo, puede mantener su cercanía al polo de lo bajo en Santa Fe, mientras que candidatos como Federico Sturzenegger apelan al voto alto o republicano en la CABA. Algunos analistas han advertido que esta estrategia de PRO podría dejar de dar resultados en el mediano plazo. Para Enrique Peruzzotti, la trama que delineó Durán Barba e implementó Monzó es «un atajo» que intenta paliar «la falta de referentes establecidos, de la construcción territorial y la formación de liderazgos que supone un partido político». El politólogo Miguel de Luca señala que la proliferación de famosos que se arriman a la política hace que el efecto de cada figura sea menor al del personaje anterior: en un partido como PRO, con tanta presencia de outsiders, cada incorporación tiende a generar menos expectativas que la anterior. Además, el paso del tiempo convierte a los personajes populares en políticos profesionales —los casos de Scioli y de Reutemann—, lo cual disminuye a su vez el impacto de esas figuras. Tampoco resulta claro que la subordinación de los partidarios locales a cada movimiento del líder nacional se pueda mantener ad eternum. Los dirigentes provinciales —sobre todo aquellos con más experiencia, acostumbrados a la fragmentación territorial de la política argentina— sólo tendrán incentivos para acatar las directivas de la mesa nacional del partido en la medida en que Macri coseche triunfos. Las rebeliones internas no faltaron en estos años. Es que muchas de las incorporaciones de políticos de larga data que hizo PRO desde 2007, en sus diferentes intentos de nacionalización, implicaron entrar en una lógica conocida por los nuevos partidos: la entrega de «franquicias» a nivel subnacional, que termina por dejar el capital simbólico construido por el líder nacional en manos de figuras desprestigiadas, o con escaso atractivo electoral. Macri y la mesa chica de PRO advirtieron el problema, y por eso comenzaron a intervenir las filiales de varias provincias, donde nombraron a dirigentes PRO puros para que desplazaran a los referentes locales y reorganizaran el partido en consonancia con la estrategia nacional: Juan Curuchet en Chaco, Rogelio Frigerio en Entre Ríos, Humberto Schiavoni en Misiones, y la lista sigue. En todos los casos, se trata de evitar que dirigentes locales manipulen el sello partidario, o que cierren alianzas con otros posibles candidatos presidenciales que juzgan mejor posicionados y dejen languidecer la presencia amarilla en el distrito. Al mismo tiempo, el objetivo es convocar emprendedores sociales y empresarios exitosos para que se metan en política. Desde luego, si son conocidos por el gran público, mejor, pero también sirven los ejemplos anónimos que luego el partido se encarga de llevar al espacio mediático. En la estrategia de cara a 2015, muchas veces son estos dirigentes quienes parecen encarnar la expansión macrista a nivel nacional. Como sea, los resultados electorales develarán lo acertado o no de la estrategia. Hay otras razones que hacen que el crecimiento de PRO enfrente límites importantes. El primero: la inestabilidad y los desequilibrios del voto cosechado en la CABA. Desde 2003, PRO obtiene más votos en elecciones de jefatura de Gobierno que en las de cargos legislativos nacionales. Esta diferencia crece cuando las elecciones locales coinciden con las presidenciales, probablemente debido a la falta de candidatos de PRO para la primera magistratura de la nación. Esto podría cambiar con la candidatura de Macri en 2015. Pero no existen elementos para asegurarlo. Y más aún por el hecho de que las elecciones locales se realizarán de manera desdoblada respecto de las nacionales. Además, si se analiza en detalle el voto en las distintas comunas de la CABA, se puede percibir que en cada elección PRO aumentó de manera significativa su base electoral entre los sectores medios altos y altos, pero entre los sectores medios y bajos su crecimiento fue menor. Y se detuvo en 2007, cuando PRO comenzó a confrontar de forma directa con el gobierno del FPV. Otro punto merece consideración: aunque PRO obtuvo algunos triunfos fuera de su distrito de origen, la expansión territorial del macrismo ha sido errática y poco sistemática. En 2009 logró, con De Narváez, una victoria electoral de importancia en la provincia de Buenos Aires, pero desde entonces no volvió a presentar listas propias en ese distrito; en 2011 se hizo presente en unas pocas localidades y triunfó sólo en una de ellas. Un acuerdo con Sergio Massa colocó a algunos de sus candidatos en las listas del Frente Renovador (FR) de 2013. Pero el intendente de Tigre, de estilo claramente popular, no quería parecer demasiado cercano a la derecha ni al republicanismo, e intentó ocultar el acuerdo, aunque los nombres de los dirigentes macristas aparecían impresos en su boleta. Ante la insistencia de los periodistas, intrigados por las idas y vueltas del pacto entre Massa y Macri, Rodríguez Larreta explicó: «No sé cómo llamarlo… Algunos dicen acuerdo, otros no… Lo que es cierto es que decidimos no dividir el voto en la provincia con el objetivo de ganarle al Gobierno. Tenemos gente en las listas de Massa». Aun así, varios referentes del massis- mo negaban cualquier relación con PRO; la vicejefa de Gobierno porteña, María Eugenia Vidal, se mostró más dura: «El acuerdo con Massa es obvio: hay candidatos de PRO en la lista del FR… El que lo niega tiene que explicar por qué. Pero el tema no es Massa, sino muchos de los dirigentes que lo acompañan, que han sido kirchneristas y ahora son antikirchneristas. Han estado con Menem, han estado con Kirchner y ahora quieren estar con Massa: yo a un político así no le creo. Para mí, la coherencia es un valor». Figura 2. En este cuadro se aprecia con claridad el zigzagueante desempeño de PRO en la CABA. Es muy distinto cuando se trata de elecciones locales que cuando están en juego cargos nacionales. En todo caso, y a pesar de que Macri dijo que el acuerdo con Massa tenía por fin el voto útil, PRO no pudo capitalizar la victoria política del FR. Al contrario: a pesar de haber ganado las elecciones de CABA y de haber logrado importantes resultados en La Pampa, Santa Fe y Entre Ríos, los militantes de PRO vieron aguados sus festejos porque Massa se perfiló como un nuevo y poderoso presidenciable, capaz de eclipsar la figura de Macri como principal alternativa política al FPV. La búsqueda de votos en diferentes cuadrantes del espectro político argentino se ha revelado como una tarea compleja. Cada vez que PRO trata de bajar para cosechar votos del hemisferio populista, pierde la adhesión de ciudadanos que están el hemisferio republicano, a los que rápidamente cortejan otras fuerzas políticas ubicadas más arriba y un poco más a la izquierda. Y cuando PRO sube en busca de votos no populistas, el peronismo antikirchnerista ocupa el espacio que deja vacante. Hasta ahora este movimiento pendular no ha tenido consecuencias negativas en el desarrollo de PRO. No obstante, en los últimos años se consolidó un frente electoral alto/republicano (el FAP) y uno bajo/populista (el FR) que disputan parcialmente en el mismo espacio de PRO. Así, como expone la figura 3, la capacidad de maniobra del macrismo se ve reducida. Que el espacio de acción de una fuerza política se vea rodeado de otros partidos no implica, en principio, que esa fuerza no pueda crecer, desplazarse o formar alianzas novedosas. Pero en el escenario actual faltan algunos de los factores que ayudaron al auspicioso despegue de PRO en la capital en 2003. La idea de Macri como un outsider que se metió en política ya no resulta tan atractiva. Pese a que el líder de PRO se reivindica aún como un actor novedoso, que viene del mundo de la empresa y del fútbol, ya han pasado más de diez años desde su debut electoral. Su figura no representa una novedad. En torno a su gestión en la ciudad no se ha logrado construir aún un brillo tal que baste como para volverla en sí misma una carta ganadora. También el escenario general se ha transformado en esa década. Si bien el sistema políticopartidario argentino está lejos de haber llegado a un punto de madurez serena, ya no se verifica la disponibilidad de cuadros huérfanos de partido que Macri encontró en el momento de lanzar su iniciativa. Hoy en día las puertas de PRO continúan abiertas para quienes quieran ingresar; el problema es que haya interesados en hacerlo. Los contendientes A comienzos de 2015, según la mayor parte de las encuestas de intención de voto, los electores argentinos dividen sus preferencias entre tres candidatos a la presidencia: Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri. Aunque poseen diferentes recorridos biográficos y políticos, tienen algunas cosas en común. Por ejemplo, todos fueron menemistas en los años noventa y todos ellos se caracterizan por ser «tiempistas» políticos: no se apresuran en la toma de decisiones y parecen saber esperar el momento oportuno para mover sus piezas. Figura 3. Ubicación de PRO y de otros partidos y grupos políticos en el espacio político argentino. Las fuerzas políticas que ya no están presentes o no presentan candidatos nacionales en la actualidad aparecen en gris. Hoy los une la misma ambición: acceder a la Casa Rosada. También el mismo temor: que sus alianzas electorales no resulten lo suficientemente fuertes como para llegar al sillón de Rivadavia. Faltan muchos meses para la elección y cada movimiento que hagan puede desencadenar inesperados cambios en el mapa político argentino. Daniel Scioli es el mayor de los tres candidatos. Nació en 1957, en el barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires. Su familia era dueña de un cadena de casas de venta minorista de electrodomésticos. Quizás por esa veta comercial, estudió perito mercantil en el Colegio Carlos Pellegrini y luego marketing en la UADE. La fortuna familiar le permitió financiar su desempeño profesional en un deporte costoso: la motonáutica. Durante los años ochenta, su carrera en el mundo de las lanchas era reflejada por el diario Clarín (en el que el mismo Scioli tenía una columna semanal) y por el noticiero Nuevediario (el más visto por aquella época), que solía transmitir y repetir las carreras en las que participaba el actual gobernador. En 1989, apenas unos días después de haber corrido junto al entonces flamante presidente Carlos Menem, Scioli tuvo un grave accidente en el río Paraná, a resultas del cual perdió su brazo derecho. Ese hecho, comentó en varias entrevistas, le hizo cambiar su forma de ver el mundo. Años después, ya casado con la modelo Karina Rabolini, Menem —de quien Scioli se consideraba amigo— lo tentó para iniciar una carrera política. Su debut como candidato a diputado nacional de la CABA se concretó en 1997. Si bien su labor parlamentaria no tuvo un destaque importante, ganó su reelección en 1999 sin dificultades. En 2001, Eduardo Duhalde lo puso al frente de la Secretaría de Turismo y Deportes, un cargo en el que Scioli se desempeñó con energía y le permitió cobrar mucha visibilidad. Mientras tanto, fue colocando los mojones necesarios para presentarse como candidato a jefe de Gobierno de la CABA en 2003. Sin embargo, esa postulación nunca se produjo porque, a instancias de Duhalde, Kirchner convocó a Scioli para ser su vicepresidente. La relación de Scioli con el kirchnerismo siempre fue tensa. A poco de asumir, la entonces senadora Cristina Fernández tuvo varios entredichos con él. Luego surgieron algunas acusaciones de corrupción que lo involucraban. Más adelante, el periodista Horacio Verbitsky señaló que Scioli era «la gran esperanza blanca» de los sectores de derecha que querían torcer el rumbo hacia la centroizquierda que había planteado Néstor Kirchner. Cuando muchos estaban esperando que rompiera con el kirchnerismo y se pasara al duhaldismo, Scioli sorprendió aceptando la candidatura a gobernador en la provincia de Buenos Aires que le ofreció Néstor Kirchner, basándose en las encuestas que señalaban la alta popularidad de su vicepresidente. El desempeño de Scioli fue destacado: incluso sacó más votos que la candidata a presidente. Durante los siguientes años, la escena se repetiría: los candidatos opositores y los periodistas volverían a asegurar una y otra vez que Scioli rompería con el kirchnerismo, harto de los malos tratos, las operaciones políticas y los desacuerdos ideológicos. No obstante, en cada ocasión, Scioli optó por calmar las aguas, disimular su descontento y mantenerse en el espacio kirchnerista. En 2009, fue candidato testimonial en las listas del FPV y a pesar de ser derrotado por unos pocos votos, en 2011 no tuvo inconvenientes para ser reelecto como gobernador por una mayoría abrumadora. En 2013, sin embargo, cuando ya nada parecía capaz de interrumpir su camino hacia la presidencia de la nación, surgió de modo abrupto el Frente Renovador de Massa. Durante varias semanas se especuló con que Scioli y Massa irían juntos contra los candidatos elegidos por Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, Scioli volvió a descolocar a los analistas manteniéndose dentro del FPV, quizá sabiendo que —sin el apoyo presidencial— sus ambiciones para 2015 serían muy difíciles de llevar adelante. Sergio Massa es el más joven de los tres contendientes. Nació en el Partido de San Martín en 1972, en el seno de una familia de clase media alta dedicada al negocio de la construcción. Cuando aún cursaba sus estudios secundarios (en un colegio católico privado de la zona), se acercó a la UCeDé de Alsogaray. Cuando terminó el secundario, Massa comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Belgrano (pero recién obtuvo su título en 2013). A diferencia de otros jóvenes liberales, Massa no hizo carrera en la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU, el brazo universitario de la UCeDé), sino que comenzó a desplegar su carrera en su propio territorio, de la mano de Alejandro Keck, concejal liberal de San Martín (que hoy es funcionario de PRO). Ya en los años noventa, Massa y Keck se pasaron al menemismo por invitación de Luis Barrionuevo, dirigente gremial gastronómico y hombre fuerte del peronismo de San Martín. Apadrinado por Barrionuevo y su esposa Graciela Camaño, Massa abrió algunas unidades básicas, lo que le permitió ir tomando vuelo propio dentro del peronismo. Luego se acercó a Palito Ortega, quien lo nombró asesor de prensa en el Ministerio de Desarrollo Social y lo ayudó para que se convirtiera en diputado provincial. Fue por esa época que lo conoció la diputada Marcela Durrieu, la madre de Malena Galmarini. Ya casado con Malena e integrado al clan político-familiar Galmarini, Massa se mudó a Tigre y fue aproximándose al duhaldismo. Con la ayuda de su suegro (Fernando Pato Galmarini, ex secretario de Deportes de Menem), se metió en el mundo del fútbol (el Club Atlético Tigre) y consiguió ser nombrado al frente de la ANSeS. Esa gestión fue un verdadero trampolín político. Cuando se produjo el divorcio entre Kirchner y Duhalde, Massa se alineó con el primero y eso le permitió contar con el aval presidencial para competir por la intendencia de Tigre, que había quedado vacante tras la muerte del dirigente vecinalista Ricardo Ubieto. En 2008, apenas a un año de asumir, Cristina Fernández de Kirchner lo convocó para ser jefe de Gabinete en reemplazo de Alberto Fernández. Aunque su desempeño no fue brillante, aprovechó la oportunidad para hacer crecer su imagen de líder político joven, enérgico, contemporizador y popular. Sus apariciones en programas de alto rating (como el de Marcelo Tinelli), así como la organización de actividades de alto impacto mediático en Tigre (recitales, eventos deportivos) hicieron que Massa se convirtiera en una figura conocida a nivel nacional. Aunque ya pensaba muy mal del gobierno de Kirchner (sus declaraciones filtradas por WikiLeaks lo muestran claramente como un opositor), en 2009 aceptó ser candidato testimonial en la lista de diputados nacionales del FPV. Sin embargo, en Tigre, Massa apoyó a una lista opositora encabezada por su propia esposa e identificada con la candidatura de De Narváez. Sólo dos años después, Massa blanqueó sus posicionamientos, al reunir a su alrededor a un grupo de intendentes bonaerenses del peronismo disidente. Ese fue el núcleo del que nació, ya en 2013, el Frente Renovador, que se alió y después rechazó a PRO. La historia de Mauricio Macri ya ha sido narrada (ver capítulo 2). Pero no está de más mostrar algunos paralelismos y resaltar diferencias entre su recorrido y el de sus competidores para la elección de 2015. Un primer dato llamativo es que los tres fueron a universidades privadas. Si —como todo indica— uno de ellos ocupa el sillón de Rivadavia, será la primera vez que la Argentina tenga un presidente que no cursó estudios en una universidad nacional. Otra cuestión que emparenta a los candidatos es su cercanía a las ideas de derecha. Más allá de que ellos prefieran ubicarse a sí mismos en el centro del espectro político, los analistas coinciden en señalar que tanto Macri, como Scioli y Massa tienen posturas inclinadas más bien desde el centro hacia la derecha, algo que queda claro —por ejemplo— en sus propuestas sobre la seguridad. Quizás allí se acaben las coincidencias más obvias. Massa es mucho más joven que Macri y Scioli. Es, además, alguien que siempre se dedicó a la política. Scioli y Macri nacieron a fines de la década del cincuenta y ninguno de ellos se había involucrado en política hasta que Menem los empezó a cortejar. Al igual que Macri a comienzos del siglo, en los años noventa, Scioli también supo encarnar al profesional exitoso que se metía en política. Los estilos también difieren. Massa se muestra hiperkinético y movedizo, mientras que Scioli y Macri cultivan un perfil más pausado. Al menos públicamente, Scioli siempre se mostró cercano al peronismo y es un conocedor de los ritos justicialistas. Massa y Macri, en cambio, empezaron a pensar políticamente desde el liberalismo conservador de la UCeDé, pero ambos abjuraron (con mayor o menor convicción) de las doctrinas defendidas por el ingeniero Alsogaray. Hoy en día, en los discursos de Macri suelen abundar las citas y las referencias a Perón. Massa, que alguna vez fue puesto en ridículo en un programa de televisión por no conocer ni siquiera las frases más populares del General, no necesita hacer gala de peronista. Ha caminado el conurbano. Y se probó con éxito el traje de conservador popular. Quizá justamente por ello, buscando el voto alto que en 2015 se podría fugar hacia Macri, en los últimos meses le rindió distintos homenajes a Arturo Frondizi. Más allá de las trayectorias y de los rasgos de personalidad de cada uno, lo cierto es que los tres son líderes políticos pragmáticos, capaces de defender propuestas distintas e incluso contradictorias con tal de subir algunos puntos en las encuestas. «Políticos commodities», como señala José Natanson. También se muestran obsesionados con destacar su capacidad de gestión y sus modos corteses, algo que —según los análisis de opinión pública— buena parte del electorado está demandando de modo enérgico. Precisamente, respecto de las perspectivas electorales, hay algunos datos que merecen ser destacados. El primero: todos los análisis coinciden en que, si bien el kirch- nerismo estaría agotando su ciclo, hay una importante parte de la población que lo apoya con firmeza. Incluso, muchos votantes afirman estar dispuestos a sufragar por cualquier candidato que sea ungido por la presidente. Scioli lo sabe y por eso no está dispuesto a sacar los pies del plato: sin el apoyo del kirchnerismo no tiene chances de imponerse. Massa también lo sabe y por eso trata de caminar sobre un hilo muy delgado que implica ser crítico y, al mismo tiempo, reivindicar «todo lo que se hizo bien en estos años». Incluso Macri lo tiene en cuenta y por eso se encarga de repetir que él estuvo de acuerdo con muchas de las medidas que implementó Néstor Kirchner. El segundo es que aún los estudios que muestran a Macri lejos del primer puesto coinciden en que su candidatura viene in crescendo y sus votantes son los menos volátiles. Esto es: los simpatizantes de PRO no tienen en mente un candidato alternativo. Los de Massa y Scioli, en cambio, podrían fugarse dependiendo de las circunstancias. Por ejemplo, hay votantes del intendente de Tigre que se inclinarían por Scioli si este se alejara un poco del kirchnerismo, o por Macri si este tuviera chances reales de ganar. El tercero es que la voluntad de muchos ciudadanos estará condicionada por el resultado de las PASO. Así, paradójicamente, los candidatos que no tengan competencia interna, quizás se vean perjudicados porque los votantes prefieran participar de las primarias de las propuestas electorales en las que haya una lucha real. En este sentido, Scioli parece tener un importante punto a favor. Si, como todo parece indicar hoy, le ganara a los otros precandidatos del FPV, su figura estaría muy fortalecida para las elecciones nacionales. Sin embargo, también hay un riesgo: si la presidente decidiera brindar su apoyo explícito a otra figura, el gobernador de Buenos Aires podría quedar fuera de la carrera. En este mismo sentido, también se debe tener en cuenta que en la CABA las elecciones locales serán anticipadas. De su resultado dependerá que Macri tenga chances de disputar un ballotage por el premio mayor. Para PRO, ganar en su propio distrito resulta crucial. Y es por eso que aún no hay definiciones con respecto a quién será el candidato macrista para la ciudad. Además de los peronistas Santilli y Ritondo (que seguramente podrían ser futuros vicejefes), los candidatos más fuertes son Michetti y Rodríguez Larreta. Si se elige a la actual senadora, el triunfo de PRO parece asegurado, pero se pierde la oportunidad de repetir a nivel nacional el exitoso tándem Macri-Michetti. Si, en cambio, se opta por Rodríguez Larreta, el candidato de FAUNEN (probablemente, el economista Martín Lousteau) podría llegar a aguar el sueño de Macri presidente antes de que suene la primera campana: el precandidato que maneja los resortes del Estado porteño es quien goza de menos apoyos electorales. En la actualidad, parece mantenerse la ambigüedad que caracterizó el nacimiento de PRO. Un partido que nació tensionado entre el arraigo municipal y las pretensiones nacionales. En 2015 se jugará su suerte en ambos terrenos. EPÍLOGO ¿Va a estar buena Argentina? Pasaron casi quince años desde que Mauricio Macri y su entorno imaginaron la reconstrucción de la Argentina. En el camino se creó un partido que hoy gobierna dos municipios y es la segunda fuerza en algunas provincias. Su líder, además, es uno de los candidatos mejor posicionados para las elecciones presidenciales de 2015: algunas encuestas publicadas a fines de 2014 (con los reparos que se debe poner a este tipo de estudios cuando faltan aún varios meses para los comicios), lo ubican entre el segundo y el tercer lugar en la intención de voto, con buenas perspectivas de crecimiento. A pesar de esos logros, varios analistas políticos —e inclusive algunos dirigentes— se muestran escépticos con respecto al futuro de PRO. Parte de las incertidumbres provienen del fragmentado sistema político argentino. Sin embargo, a lo largo de estas páginas hemos destacado que algunos rasgos intrínsecos del partido exponen a la vez la posibilidad y los límites de esta experiencia que se inició al calor de la crisis de 2001. Un caso: su política de puertas abiertas. El hecho de que el partido tenga fronteras lábiles hace que sea fácil ingresar. Hay muchos caminos abiertos para que transiten tanto los políticos con experiencia, como los profesionales y los jóvenes de distintas extracciones sociales que deciden meterse en política. Además, al interior del partido hay grupos muy diversos a los que los recién llegados se pueden sumar a cambio de pocas exigencias. A los que vienen de otras fuerzas políticas no se les pide que cambien de afiliación o que declaren que han abandonado sus convicciones anteriores para tomar un nuevo credo. A los que estudian o trabajan, no se les demanda que dediquen todo su tiempo a la política, sino que se les da una planilla para que digan cuántas horas semanales van a dedicarle al partido. Aunque algunos la realizan, no es obligatoria una «cotización» partidaria, o la donación de una parte del sueldo. A nadie se le exige más de lo que quiere dar y a todos parece ofrecérseles una carrera «abierta al talento». Como nos dijo una diputada: «Acá hay lugar para todos». Es difícil saber si esta situación se prolongará en el tiempo. Sin embargo, parece atinado suponer que al menos en el mediano plazo las cosas no cambiarán mucho. PRO creció muy rápido y en algún momento hasta se encontró en la situación de no tener gente propia con la que cubrir todos los cargos que le pertenecían. Eso, como nos comentó una dirigente de base, provocó la afluencia de personas que se acercaron con la esperanza de conseguir un trabajo. Por supuesto que, a quienes se consideraba útiles para la gestión, o para el trabajo político propio del Mundo PRO, no se les cerró la puerta. El proyecto presidencial de Macri fue y es, al contrario, un modo de sumar a propios y ajenos. Como vimos a lo largo de estas páginas, el reclutamiento no es, sin embargo, azaroso: el tipo de militancia y de personal político que atrae el partido, en especial desde que tomó contornos más definidos, es bastante homogéneo social y culturalmente. Si el actual jefe de Gobierno consiguiera llegar a la presidencia de la nación en 2015, muchos de los que se acercaron en los últimos años serán llamados de inmediato para cubrir los cientos de puestos que se encontrarán vacantes. Pero incluso si Macri perdiera la elección nacional, buena parte de los militantes de PRO tendrán chances de obtener cargos en distintas localidades de la Argentina. Por supuesto, también es posible que un eventual revés electoral produzca un veloz desgajamiento interno, sobre todo de los dirigentes provenientes del radicalismo, el peronismo y la derecha, quienes podrían regresar a sus lugares de origen. Incluso no sería descabellado pensar que quienes se acercaron a Macri sin haber tenido una experiencia partidaria previa decidieran continuar su carrera política en otro espacio. Después de todo, el problema con las puertas abiertas es que no sólo sirven para entrar sino también para salir. ¿Se producirá —como predicen algunos de sus opositores— una desbandada dentro de PRO en caso de que Macri no sea presidente en 2015? Aunque no se puede descartar por completo esta posibilidad, parece haber buenas razones para apostar en sentido contrario. Por un lado, está la cuestión ya señalada de que los dirigentes de PRO tendrán muchos lugares para cubrir aun cuando su jefe quede relegado en la carrera presidencial. Por otro lado, los cuadros de PRO demostraron (tras el ballotage de 2003) que pueden soportar una derrota y trabajar desde la oposición. ¿Puede ganar Macri en 2015? A pesar de que las encuestas auguran un buen desempeño de Macri en las elecciones de 2015, las posibilidades de un triunfo no parecen estar tan cerca. En primer lugar, porque no parece que sea sencillo repetir la estrategia de crecimiento que resultó exitosa en Buenos Aires en el terreno nacional, en el que no hay el desmembramiento del sistema de partidos porteño de 2001 y 2002, ni la misma disponibilidad de personal político de entonces. La expansión de un partido local es una tarea harto difícil. En la Argentina, un país extenso con un federalismo desequilibrado, la labor parece aún más ardua, sobre todo para quien no maneja los resortes del Estado nacional. Al socialismo, por ejemplo, le ha costado muchos años llegar al centro del escenario político y aún hoy le resulta trabajoso mantenerse cerca de él. Para muchos, a Macri le pasará lo mismo que a Hermes Binner: continuará ganando de local, pero seguirá perdiendo de visitante. Para peor, PRO tiene dificultades adicionales, herencia de su propia y breve historia. Nacido de las entrañas de las clases medias de la ciudad de Buenos Aires —similares a sus pares de otras grandes ciudades del país—, a PRO no le ha resultado simple afincarse en otros terrenos sociales. Al menos hasta ahora, los sectores populares de las periferias urbanas, de los centros industriales y de las regiones agrícola-ganaderas, parecen poco receptivos a la propuesta macrista. Para conquistar nuevos territorios, PRO ensayó distintas estrategias. En algunos lugares se lanzó a la formación de alianzas: encontró algunos retazos del radicalismo y del peronismo, pero se apoyó en especial en los partidos provinciales de tradición de centroderecha; en otros, optó por candidatear a figuras conocidas para que el partido germinase a partir de ellas, o por reclutar «gente común» pero con los valores morales que PRO quiere resaltar: emprendedores sociales, empresarios exitosos. A pesar de que estos caminos, hasta ahora, rindieron importantes frutos (posicionando al macrismo como la segunda fuerza en varias provincias), lo cierto es que en 2014 PRO sólo gobierna la ciudad de Buenos Aires y el adyacente municipio de Vicente López, uno de los más ricos del país. En ambos distritos, no por casualidad, el jefe de Gobierno se apellida Macri. Mauricio y su primo Jorge no piensan igual, aunque compartan el nombre de familia y el partido político. Jorge Macri está seguro de que PRO debe crecer desde el peronismo. Fue él quien se encargó de volver a generar un acercamiento con el peronista De Narváez en 2007. Y aunque luego se enemistó con el colombiano, el Gordo Macri siguió convencido de que PRO debía mantener bien a la vista su perfil popular. Al fin y al cabo, como contó en una entrevista, «todos saben que el país sólo puede ser gobernado con el peronismo». Quizás en parte por eso, en 2013, el intendente de Vicente López presionó para que PRO insertara a sus candidatos en el Frente Renovador (FR) recientemente creado por Sergio Massa. La alianza proclamada a los cuatro vientos por Mauricio Macri fue escondida y desmentida por el ex jefe de Gabinete de ministros de Cristina Fernández de Kirchner, devenido en líder opositor. Los cuadros del FR se encargaron de dejar en claro que la victoria en la provincia de Buenos Aires era exclusivamente de Massa. Así, lo que Mauricio había imaginado como su entrada triunfal en el territorio bonaerense terminó con gusto a derrota. Pese al final amargo de la alianza Macri-Massa, aún hay sectores (dentro y fuera de PRO) que continúan proclamando que el único camino que el macrismo puede recorrer es el de aliado del peronismo no kirchnerista. El primo Jorge, de hecho, no ceja en sus intentos en ese sentido, que sería, por otra parte, la solución soñada para los actores económicos y sociales que quieren asegurarse el final el kirchnerismo. Por su parte, Mauricio, que alguna vez barruntó ser candidato del PJ, no parece convencido. De hecho, si hay algo que el ex empresario parece tener claro es su férrea determinación de no dejar que lo degluta el peronismo. Lo rechazó cuando aún no había fundado su partido. Lo volvió a hacer en 2011. Ahora, aquellas decisiones parecen premonitorias. La aparición del FR y la forma en que Massa se desentendió de PRO muestran que las expectativas de atraer electorado peronista de centroderecha (sin pagar el costo de asociarse a una estructura especializada en renovarse a costa de figuras nuevas, que permiten que lo viejo se reproduzca) no tenían bases tan sólidas como algunos creían. Y sin embargo, lo cierto es que, sin parte del voto peronista, es complicado ganar elecciones en la Argentina. Macri lo sabe, y por eso siempre trató de mantener cierta picardía popular que lo acercara al electorado bajo, una pátina de conservadurismo popular lograda en base a un menemismo póstumo, si es que puede decirse de ese modo, y a la celebración de su costado futbolero, boquense. En tiempos de la presidencia de Néstor Kirchner, cuando el FPV buscaba presentarse como una opción de centroizquierda no reñida con lo republicano, PRO se ubicó con cierta comodidad en lo que podríamos llamar la centroderecha popular. Sin embargo, ese esquema nunca terminó de consolidarse. Los tiempos cambiaron. A medida que el FPV se deslizó hacia el polo bajo o populista para aglutinar el electorado peronista, PRO fue subiendo en procura de un voto republicano que, aunque sirvió para afianzar su dominio en la CABA, no parece ser suficiente para llevar a Macri a la presidencia. Para dificultar aún más su posición, otros actores políticos (como la centroizquierda y el radicalismo) fueron reciclando su forma de oponerse al kirchnerismo, flanqueando y a la vez desbordando a PRO. Justamente por ello, así como Jorge Macri trata por todos los medios de mantener a PRO cerca del peronismo, otros dirigentes —como Gabriela Michetti o Marcos Peña— empujan al partido hacia la esquina opuesta. Para estos cuadros, resulta más atractivo que PRO se afiance en el hemisferio republicano del campo político. Después de todo, la imagen de Mauricio Macri prosperó al calor de un creciente sentimiento antikirchnerista que se hizo fuerte en las grandes ciudades de la Argentina. Para los partidarios de esta estrategia, PRO debería convertirse en el nuevo partido de las clases medias no peronistas. Sin embargo, semejante jugada no resulta sencilla, en parte porque algunos de los potenciales aliados en ese polo no parecen dispuestos a asociarse con el macrismo. En el heterogéneo Frente Amplio Unen (FAUNEN), el espacio configurado hacia 2011 que creció en parte en virtud de la renuencia de Macri para candidatearse a presidente en 2011, y que nuclea a distintas expresiones políticas, desde el radicalismo hasta Libres del Sur y desde el socialismo hasta la Coalición Cívica, las aguas están divididas cuando se trata de pensar en un 2015 de listas compartidas con PRO. Algunos líderes de FAUNEN —como los cordobeses Oscar Aguad y Luis Juez— se muestran ansiosos por sumar al partido de Macri dentro del nuevo armado y proclaman a los cuatro vientos que el único modo de impedir que otro peronista vuelva a ocupar la Casa Rosada (y las gobernaciones provinciales en disputa, desde luego) es conformar un bloque amplio que agrupe a todos los no kirchneristas, tanto de izquierda como de derecha. Al mismo tiempo, otros dirigentes vienen bloqueando el acercamiento entre ambos espacios políticos. Fernando Pino Solanas y Hermes Binner, por caso, creen que los votos no peronistas que hoy parecen en manos de PRO pueden ser atraídos por ellos si su alianza consigue erigirse en una clara alternativa de gobierno. Para ellos, sumar a Macri sólo serviría para desdibujar el perfil de centroizquierda con el que se inició el nuevo frente. Otros, como el ex vicepresidente Julio Cleto Cobos, se oponen por motivos más personales: una alianza con Macri terminaría de derrumbar sus aspiraciones presidenciales. En medio de esa incertidumbre, Macri pasó el año 2014 mostrándose dispuesto a conversar y a esperar. A medida que fueron pasando los meses, algunos de los que procuraban un acercamiento entre PRO y FAUNEN se impacientaron y se decidieron a patear el tablero. La diputada Elisa Carrió abandonó el espacio neoprogresista que ella misma había ayudado a crear, lanzando acusaciones a diestra y siniestra y mostrándose indignada porque, a su entender, sus aliados no estaban dispuestos a hacer todo lo necesario para «defender la república». Lo cierto es que, a pesar de los dirigentes que dentro y fuera de PRO apuestan a llegar al poder por medio de una suerte de «unión antikirchnerista», varios estudios de opinión pública coinciden en dudar de la efectividad electoral de dicha alianza. Por una parte, muchos votantes rechazarían la hipotética unión entre sectores que se reconocen tan distintos. Según explicó el consultor Hugo Haime, «Elisa Carrió confunde al electorado antikirchnerista con el antiperonismo. Parece que se olvida de que Macri tiene muchos votos peronistas». Por otra parte, no parecería que la ciudadanía esté pidiendo, como en elecciones anteriores, que se unan todos para ganarle a alguien. Al fin y al cabo, las expectativas parecen limitarse a esperar que el fin de un largo ciclo presidencial que dará paso a otro (con más o menos parecidos) se realice sin grandes sobresaltos. La política es dinámica y elástica. ¿Quién hubiera imaginado en 2009 que, dos años más tarde, Ricardo Alfonsín y De Narváez compartirían una lista? Las alianzas que alguna vez fueron inverosímiles se pueden tornar realidad. Sin embargo, al menos por ahora, las chances de una coalición entre PRO y FAUNEN, o entre PRO y el FR, parecen lejanas. Más probable resulta que PRO formalice acuerdos puntuales en algunos distritos para ganar intendencias e incluso alguna gobernación y, quién sabe, sumar votos para la candidatura presidencial de Macri. De esta manera, se mantendría como un partido independiente, con oportunidades de continuar creciendo de manera progresiva. Para algunos líderes radicales o de partidos de raigambre provincial, como el de Luis Juez en Córdoba, en tanto, la alianza con PRO a nivel local puede servir para asegurar posiciones amenazadas ante la ausencia de un candidato nacional fuerte en el que referenciarse en 2015. Se valdrían de la popularidad de Macri en sus distritos, y a cambio le darían cierta consistencia a la presencia del líder de PRO más allá de la ciudad de Buenos Aires. ¿Podría PRO continuar unido si Macri se quedara sin un cargo ejecutivo en 2015? Como vimos, la heterogeneidad interna y la débil institucionalización del partido (que contrastan claramente con el caso del socialismo, que se mencionaba más arriba) hacen que sea una fuerza política en extremo dependiente de su líder. Sin embargo, si las relaciones de poder internas de PRO no cambian demasiado, todo parece indicar que Macri podría seguir funcionando como el eje articulador del armado partidario. Aun cuando no ocupara un cargo público, seguiría teniendo un rol decisivo en la mesa chica del partido y su presencia seguiría funcionando como factor aglutinante. Ese panorama optimista tiene también algo de aciago: la continuidad del liderazgo de un Macri que ya no fuera un funcionario electo profundizaría el centralismo personalista que viene caracterizando a PRO y que, en parte, explica las dificultades del partido para institucionalizarse. No obstante, para algunos analistas, esta ausencia de institucionalización no es un rasgo propio de PRO, sino parte una nueva forma de hacer política, en la que los partidos van perdiendo el protagonismo que supieron tener años atrás para transformarse en máquinas al servicio de un líder. Sin entrar en mayores detalles sobre un debate propio de la academia, debe señalarse que, aun cuando la institucionalización débil sea parte de un estilo que está presente en otros partidos argentinos, en el caso de PRO resulta particularmente problemático de cara a un proyecto de crecimiento. En efecto, buena parte de las dificultades del macrismo para afianzar su presencia en distintas provincias se explica por las idas y vueltas de actores que toman decisiones por fuera de un marco institucional más o menos claro y predecible. Por otra parte, también debe resaltarse que una institucionalización fuerte es un importante elemento en la constitución de un partido que cultive hacia adentro de sus propias filas las formas democráticas que pregona para el país. Ya sea en solitario o en alianza con otras fuerzas políticas, en 2015 PRO enfrenta un dilema: ¿hacia dónde crecer? ¿Debería PRO tratar de mantener el perfil «republicano» que le aseguró un triunfo tras otro en la ciudad de Buenos Aires? ¿O le convendría, más bien, tratar de acercase al voto peronista, que es decisivo para ganar las elecciones presidenciales? ¿Resulta productivo seguir sosteniendo que las diferencias entre izquierdas y derechas están perimidas cuando son justamente esas diferencias las que le impiden aliarse con algunas fuerzas políticas y las que le permiten el voto macizo de una parte de la ciudadanía que se identifica a la derecha del centro? Más allá de sus declaraciones, Macri no pudo, no supo o no quiso romper los ejes que estructuran y ordenan la política argentina desde hace décadas. La idea de una «tercera vía» que los comunicadores de PRO lanzaron al ruedo recientemente parece más bien un sueño fruto del optimismo de la voluntad que un plan realista y acabado. La gente no deja de ser peronista o no peronista, de izquierda o de derecha, de la noche a la mañana, incluso cuando decide votar a un candidato que asegura que todas estas categorías pasaron a carecer de sentido. Desde su nacimiento, PRO quiso ser un partido distinto de las opciones políticas tradicionales. Por un lado, trató de (pero no logró) trascender el quiebre entre la parte alta y la baja del electorado. Por otro, intentó superar la fractura entre izquierda y derecha, una división que en la Argentina es menos marcada que en otros países, pero no deja de tener importancia para una parte de la sociedad. Para alejarse de la imagen de partido de derecha que sus opositores les endilgaban, los dirigentes macristas colocaron el acento en la identidad posmaterial de la nueva fuerza. PRO quería ser el partido de la gestión eficiente, el de la juventud, el de los que se «meten en política», el de la ciudad verde y el de la seguridad de los vecinos. Sin embargo, para muchos analistas e incluso para algunos votantes, tanto Macri como sus principales cuadros tienen una inclinación demasiado pronunciada hacia las ideas neoliberales y no pueden ocultar sus actitudes culturalmente conservadoras. En efecto, para muchos políticos opositores e incluso para los observadores de la prensa, las cada vez más frecuentes declaraciones desafortunadas del líder, los nombramientos de personas con obvios vínculos con la derecha más reaccionaria, las propuestas económicas similares a las que en su momento había defendido Carlos Menem y las alianzas con partidos y personajes de un conservadurismo rancio conforman elementos de peso que eclipsan otras medidas más cercanas al centro del espectro político (como el aval de Macri al matrimonio entre personas del mismo sexo). En el mismo sentido, son muchos los que (dentro y fuera de la ciudad de Buenos Aires) señalan con cierta indignación que —a pesar del marketing vecinalista— la gestión de PRO en la ciudad no tiene muchos logros que exhibir. Por ejemplo: a pesar de la suba exponencial de impuestos y del endeudamiento público, siguen faltando escuelas y hospitales en la zona sur, donde más se los necesita. Pese a todo, hoy todavía resulta difícil estimar si fracasó o no (y hasta qué punto) la narrativa PRO, según la cual ya no tiene sentido distinguir izquierdas y derechas y sólo cabe hablar de eficiencia, honestidad o novedad. En los próximos años se podrá saber con cierto grado de certeza qué tan hondo caló en la sociedad el discurso de nueva gestión. Por lo pronto, los datos disponibles permiten vislumbrar dos cuestiones con cierta claridad. Primero, que a PRO le viene resultando difícil capturar votos de los ciudadanos que se ubican a sí mismos en el margen izquierdo, tanto en el hemisferio republicano como en el populista. Así, más allá del énfasis de PRO en la muerte de las ideologías, una parte de los ciudadanos argentinos parecen seguir sintiéndose cómodos con las categorías tradicionales y siguen votando en alguna medida con esas coordenadas, aunque no las enuncien de ese modo cuando algún encuestador les pide que se posicionen de acuerdo con ellas. Segundo, es indiscutible que PRO viene mejorando su performance entre los votantes más jóvenes, que son justamente aquellos que resisten más la identificación izquierda/derecha en los términos tradicionales en que esta dicotomía se presentó en la Argentina reciente (por ejemplo, Estado/mercado). Para muchos de los que comenzaron su vida adulta después de la crisis de 2001, cuando Macri ya se había convertido en una figura política, varias de las cuestiones que generan rechazo entre los mayores carecen de sentido. Por poner sólo un ejemplo, a los más jóvenes, el pasado menemista de Macri y la idea de la «patria contratista» no les resultan familiares. La popularidad de Macri y de PRO entre los menores de 30 años no es un dato sin importancia. Implica que en los próximos años el partido tiene, si logra mantener su identidad y su independencia, razonables chances de crecimiento sostenido no sólo en la ciudad de Buenos Aires, sino también en varias provincias donde la figura del ex presidente de Boca tiene un alto nivel de aceptación. En efecto, si se sigue la plausible hipótesis de que PRO no se sume ni a un frente peronista ni a uno no peronista, el macrismo tiene por delante varios meses de intensa campaña en los que podría solidificar sus bases y obtener nuevos apoyos. Así, ese período podría servir para expandirse territorialmente y como una plataforma para fortalecer equipos de gobierno (para estar listos en caso de obtener un triunfo) o para comenzar el demorado proceso de institucionalización (en caso de no ganar). No obstante, para que las expectativas de hoy se transformen en realidad, el camino por recorrer es largo y sinuoso. Los factores que podrían limitar el éxito de PRO son varios y no pueden ser sencillamente soslayados. Pero no se trata de que los límites sean inamovibles. El problema es, más bien, que la posibilidad de removerlos no está enteramente en manos de los dirigentes de PRO. Por supuesto, eso no quiere decir que Macri esté obligado a renunciar a su sueño de ser presidente. A veces, algunos protagonistas terminan actuando —voluntaria o involuntariamente— a favor de intereses distintos de los suyos y los actores que se manejaron con cautela resultan beneficiados. A PRO, como les sucede a aquellos equipos de fútbol que dependen del resultado de otros partidos para poder alzar la copa, no le queda más remedio que salir a la cancha de la mejor manera posible y esperar que los demás terminen «jugando para él». Semejante diagnóstico puede parecer, quizás, excesivamente negativo, teniendo en cuenta lo bien posicionadas que están varias de las figuras de PRO y las proyecciones de intención de voto que vienen siendo divulgadas por distintas consultoras. Sin embargo, lo cierto es que en política rara vez sucede que un actor tenga la capacidad de cambiar por sí mismo un escenario adverso. En este sentido, el futuro de PRO depende en parte de la ciudadanía argentina (que le dará o no su apoyo) y en parte del resto del arco político que intentará (con mayor o menor suerte) cercar y detener el proyecto liderado por Macri. Más allá de las fortalezas y debilidades de PRO y de sus chances de continuar creciendo en el futuro, hay una última cuestión que no puede dejar de ser subrayada y queda clara cuando la experiencia del nuevo partido se considera con una perspectiva histórica más amplia. Durante décadas, cada vez que las elites argentinas (tradicionalmente identificadas con las ideas de centroderecha) encontraron que el camino electoral al poder resultaba arduo, se mostraron dispuestas a buscar otros medios. En algunas ocasiones apoyaron golpes de Estado que les permitieron colocar a sus cuadros en la primera línea del gobierno nacional. En otras, practicaron el «entrismo», es decir, el posicionamiento de líderes y equipos de trabajo propios en partidos políticos con una identidad distinta. A veces, se acercaron a los oídos del poder para sugerir algunos nombres que, al menos en teoría, servirían para «descomprimir». Otras, no dudaron en imponer figuras a gobiernos con la amenaza de generar o fogonear una crisis política, económica y social. Sin embargo, durante los últimos años, ese comportamiento ha ido cambiando. Al menos en parte, el éxito electoral de PRO y las convicciones democráticas de la mayoría de sus cuadros políticos han servido para que al menos una parte importante de los sectores de derecha en la Argentina descarte como herramientas válidas tanto los quiebres en la institucionalidad democrática como la imposición de cuadros técnicos a gobiernos de otros signos elegidos popularmente. Así, después de ser mucho tiempo un factor desestabilizante, la derecha política argentina parece decidida a participar del juego democrático. A buscar votos para lograr imponer sus visiones del mundo. Para un país como la Argentina, que a lo largo de décadas experimentó golpes de Estado, proscripciones y gobiernos ilegítimos, el surgimiento de una derecha comprometida con la democracia es una noticia positiva que no puede dejar de ser celebrada. Quizás, aunque sólo sea por eso, y más allá de las opiniones que se tengan sobre PRO, sus candidatos y sus objetivos políticos, la Argentina que se vislumbra parece un poco más promisoria que la del siglo pasado. BIBLIOGRAFÍA Biografías, investigaciones periodísticas y libros de divulgación Ale, Ana (2001), La dinastía: vida, pasión y ocaso de los Macri, Buenos Aires, Planeta. Alsogaray, Álvaro C. (1993), Experiencias de cincuenta años de política y economía argentina, Buenos Aires, Planeta. Amato, Fernando y Peralta, Sol (2012), Gabriela. Historia íntima de la mujer detrás de la política, Buenos Aires, Sudamericana. Bergman, Sergio (2009), Celebrar la diferencia. Unidad en la diversidad, Buenos Aires, Ediciones B. Bermúdez, Norberto (1995), Tangentina: corrupción y poder político en Italia y la Argentina, Buenos Aires, Ediciones B. Bonasso, Miguel (1997), El presidente que no fue. Los archivos secretos del peronismo, Buenos Aires, Planeta. Capiello, Hernán (2010), El Colorado. 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