Subido por Psico Red

511364925-Jacques-Alain-Miller-La-Pareja-y-El-Amor (1)

Anuncio
Transcripción: José M. Álvarez, Myriam Chang, Rosalba Zaidel
Traducción del texto de Jean-Louis Gault: Margarita Álvarez
Establecimiento del texto: Anna Aromí, Miguel Bassols, Amalia
Rodríguez
Responsable de la edición: Anna Aromí
T@íbhoteta jf reullíana
Jacques-Alain Miller
José Manuel Álvarez López • Enric Berenguer • Anna M. Castell
Carmen Cufiat • José Rodríguez Eiras • Shula Eldar
Xavier Esqué • Manuel Fernández Blanco • Mercedes de Francisco
Sagrario García • Jean-Louis Gault • Mónica Marín
Gradiva Reiter •Marta Serra Frediani • Oscar Ventura
La pareja y el amor
Conversaciones Clínicas
con Jacques-Alain Miller en Barcelona
Instituto dei Campo Freudiano
Sección Clínica de Barcelona
����
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
T@íbhoteta jf reullíana
Diseño de colección: Mario Eskenazi
Cubierta: Gustavo Macri
150.195
LAP
La pareja y el amor : Conversaciones Clínicas con
Jacques-Aiain Miller en Barcelona 1 Jacques Alain
Miller ... [et al.].· 1' ed. 1• reimp.- Buenos Aires
Paidós, 2005.
384 p. ; 20x13 cm.· (Campo freudiano}
Traducción de: Margarita Álvarez
ISBN 950-12-3615-3
l. Miller, Jacques-Aiain 11. Álvarez. José Manuel
Berenguer, Enrie 1. Clínica Psicoanalítica
·
·
·
¡a edición, 2003
la reimpresión, 2005
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento infonnático, y la distribución de ejemplares
de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
©
2003 de todas las ediciones en castellano
Editorial Paidós SAICF
Defensa
599, Buenos Aires
e-mail: [email protected]
www.paidosargentina.com.ar
Queda hecho el depósito que previene la Ley
11.723
Impreso en la Argentina . Printed in Argentina
Impreso en Gráfica MPS,
Santiago del Estero
Tirada:
ISBN
338, Lanús, en enero de 2005
750 ejemplares
950-12-3615-3
Índice
Presentación, por Anna A romí. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
9
PRIMERA PARTE
Las relaciones de pareja
Problemas de pareja, cinco modelos,
por ]acques-Alain Miller .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La boca cerrada, por Sbula Eldar.................. ........................
El estrago en la elección de pareja, por Carmen Cuñat . . . . .. ..
15
Conversación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
21
29
37
Una Eva negra, por ]ean-Louis Gault. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
De primera má?, por ]osé Manuel Alvarez López . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Conversación..... . . ............ . ....... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .
59
69
79
El Sr. B, por Sagrario García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
La pareja de la hermana, por Anna M. Castell . . . . . . . . . . . .......... 110
Conversación. . . . . . . . . . .... . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
Yo buscaba compañía para la muerte,
por Manuel Fernández Blanco . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
El partenaire elemental, por Xavier Esqué . . . . . .. . . ....... . . . . . . . . . . . . 156
Conversación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
SEGUNDA PARTE
El amor en la psicosis
Una mujer pródiga, por Osear Ventura . ...... . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Conversación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 206
8
CONVERSACIONES CLÍNICAS
Almas gemelas, por Mercedes de Francisco . .. . . . . .. . . . . . . . . .. .. .. .. . . 234
Conversación . ..... ................... ..................................... .......... 244
Un poco de dos es mucho, por José Rodríguez Eiras . . . . . . . . . . . 261
Conversación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . ..... . . . . . . . . . . . . . . .. 270
.
Un hombre con las ideas claras y una vida estable,
por Marta Serra .. .. . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . .. .. . . . 284
Conversación . . . . . . . ... . . ... . . . . . . . . .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... .... . .... . . .. . . . 295
Usos del amor psicótico y su tratamiento en la cura:
el caso Amador, por Enrie Berenguer, Gradiva Reiter . . . . . . . 318
Conversación . . . . . . . . . . . . . . . . .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . 333
Amar el amor, por Mónica Marín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . 352
Conversación . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . 360
Bibliografía . . .. . . . .. . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . .... . . . . . ...... 376
Presentación
Anna Aromí
Cada vez que me dirijo a quienes habitan la otra orilla del mar,
de cualquier mar, me viene a la memoria, inevitablemente, don
Antonio Machado. Él, que fue un hombre de tierra adentro, des­
cribió sin embargo como nadie los caminos marinos que recorren
las palabras. Cuando ustedes oyen -aunque se lea, el poema siem­
pre es oído- «caminante no hay camino, sino estelas en la mar . . . »,
¿no les vienen ganas de alargar la mano, atrapar esa senda fugaz,
ese surco? El poeta advierte tanto como convida a esos gestos que
hacemos frente a cada «no hay» con los que se nos cruza la vida . . .
Digo esto porque hoy me toca presentarles un libro muy es­
pecial, un libro que recoge conversaciones sobre la pareja y el
amor. En una de sus orillas, el libro se compone con las voces
que sostuvieron una experiencia irrepetible -y por tanto repeti­
Ja, ya que, como verán, por ahora son dos-. La otra orilla es la
que se va escribiendo con las letras que tejieron los casos presen­
tados para conversar.
Detallemos ahora lo particular del ejercicio que presentamos.
En el mes de febrero de 2001 se realizó la primera Conversación
Clínica organizada por el Instituto del Campo Freudiano en Bar­
celona, con el tema «Las relaciones de pareja». Al cabo de un
año, en febrero de 2002, tuvo lugar la segunda, esa vez con el te­
ma «El amor en la psicosis. En la clínica y en la vida cotidiana».
En ambas ocasiones los casos fueron preparados por colegas que
desarrollan su trabajo en espacios y actividades del Instituto del
Campo Freudiano. Como lo requiere una Conversación, todos
los casos fueron enviados con antelación a los inscritos, en una
de las ocasiones acompañados por una extensa bibliografía sobre
el tema del amor en la psicosis, que también encontrarán al final
de este volumen. Un breve debate por Internet anticipó cada en-
10
CONVERSACIONES CLÍNICAS
cuentro, nutridos los dos de una amplia participación de colegas
de España y también de algunos otros de la Escuela de la Orien­
tación Lacaniana (EOL) y la Escuela del Campo Freudiano
(ECF), entre ellos la presidenta de la Fundación del Campo
Freudiano, Judith Miller. Las dos conversaciones contaron con la
presencia de Jacques-Alain Miller, director del Instituto del Cam­
po Freudiano, quien animó los debates.
Quienes hayan compa rtido la experiencia alguna vez, saben
que el vocablo «animar» toma una significación muy especial
cuando se t rata de las intervenciones de J acques-Alain Miller en
el debate público. Bastaría con acercarse a sus Cartas a la opinión
ilustrada para tener una idea de ello, si no fuera porque es en la
Conversación donde se vuelven más apreciables sus contornos:
la agudeza en la precisión que hace resaltar el detalle, el placer en
la improvisación que trata de convencer, de convencerse . . . Todas
ellas lecciones clínicas que se pueden encontrar y disfrutar en las
páginas que siguen.
En estas mismas páginas cada caso acaba por encontrar la
manera -aunque sea al final- de enseñar lo que le es propio, lo
que hace que no encaje. Y así uno por uno, caso por caso, se en­
cuentran elevados a la categoría de ser único, excepcional a ve­
ces, por haberse dejado atrapar en la discusión produ cida.
J acques-Alain Miller define en este lib ro lo que es una Con­
versación, mientras anima a cada uno a practicarla: «Una Conver­
saczón es una suerte de asociación libre, si es exitosa. La asocia­
ción libre puede ser colectivizada en la medida en que no somos
dueños de los significantes. Un significante llama a otro signifi­
cante, no es tan importante quién lo produce en un momento da­
do. Si confiamos en la cadena significante varios participan en lo
mismo. Por lo menos es la ficción de la conversación: producir,
no una enunciación colectiva, sino una "asociación libre" colecti­
vizada, de la cual esperamos un cierto efecto de saber. Cuando
las cosas pasan bien a mí los significantes de otros me dan ideas,
me ayudan y, finalmente, resulta -a veces- algo nuevo, un ángulo
nuevo, perspectivas inéditas.»
No haremos aquí el recuento de los casos y sus enseñanzas
-para eso está el libro, en toda su amplitud-. Además, no desea-
PRESENTACIÓN
11
mos restar al lector el placer de descubrirlas, de ir desgranándo­
las por sí mismo. Aunque eso sí, el placer llegará como recom­
pensa a u na metódica lectura, esto es, sin saltarse los pasos nece­
sarios. Este libro va a contracorriente, por decir así, de ciertas
tendencias que preconiza n el saber sin esfuerzo y el acto sin con­
secuencias (esas propuestas eran rancias incluso antes de llegar al
publicista).
A contracorriente de eso, d ecimos, el libro pone en manos d e
cada lector u na caja de herramientas conceptuales, una «maleta
de cosas fundamentales» (cuando lo lea n, verán por qué se los
digo). Todo ágalma necesita del contraste para vivificarse, para
no quedar mortificado en un armario , para eso se necesitan las
diferentes lecturas, porque cada lectura reescribe los casos y
reinventa los debates.
Nada más, lector, ni nada menos. Ojalá que el placer de
aprender que contiene este libro alcance a cada uno. Ha sido
nuestro caso. Y ha valido la pena . . Bon vayagel
.
Barcelona, octubre de 2002
Primera parte
Las relaciones de pareja
Problemas de pareja, cinco modelos
Jacques-Alain Miller
Aquí estamos para un día de trabajo de la Sección Clínica de
Barcelona, pero contando con la presencia de colegas de toda
España a quienes puedo ver, reconocer y agradecer su presencia.
Creo que ya nos hemos encontrado muchas veces para asuntos
institucionales que nos han permitido crear cosas importantes:
una Escuela mucho tiempo esperada. Pero hoy dejamos de lado
lo institucional. Se trata de un trabajo clínico dentro del marco
de la Sección Clínica, por esta circunstancia, se trata casi de una
Conversación Naciana!.
Una Conversación Clínica sobre las relaciones de pareja.
•Conversación» es un término que utilizamos en el campo clíni­
co, en el registro clínico. Supone la redacción anterior de textos
y su divulgación. Es decir, que no vamos a escuchar la lectura de
los trabajos. Se supone que la lectura ya ha sido hecha. Para de­
cir la verdad, no todo el mundo ha leído los textos. Es la segun­
da suposición, pero es suficiente con que algunos los hayan leído.
Algunos han leído algunos textos. De manera que se puede dar
el máximo de tiempo a la reflexión, al comentario, a las pregun­
tas y no a la escucha pasiva.
Se supone que cada uno debe sentirse llamado a participar
aunque sea con una pregunta, un pedido de esclarecimiento, con
un trozo de construcción, con una objeción esbozada. Por su­
puesto, algunos son más llamados que otros, los docentes de la
SCB, de las otras Secciones Clínicas, pero también los miembros,
los participantes de las Secciones Clínicas.
Una Conversación es una suerte de asociación libre, si es exi­
tosa. La asociación libre puede ser colectivizada en la medida en
que no somos dueños de los significantes. Un significante llama a
otro significante, no es tan importante quién lo produce en un
16
LAS RELACIONES DE PAREJA
momento dado. Si confiamos en la cadena significante, varios
participan en lo mismo. Por lo m enos es la ficción de la Conver­
sación: producir -no una enunciación colectiva- sino una «aso­
ciación libre» colectivizada, de la cual esperamos un cierto efec­
to de saber. Cuando las cosas pasan bien a mí los significantes de
otros me dan ideas, me ayudan y, finalmente, resulta -a veces- al­
go nuevo, un ángulo nuevo, p erspectivas inéditas.
Es la segunda vez que ponemos «Relaciones de pareja» como
tema. Hay razones para esa insistencia: que el síntoma contem­
poráneo -vamos a llamarlo así de manera aproximativa- toma a
veces, muchas veces, la forma d e problemas de pareja. El sínto­
ma contemporáneo se formula fácilmente como «Problema d e
pareja» para retomar una expresión q u e figura s i n o me equivoco
en el texto de Shula Eldar. ¡ Problema d e pareja ! , el ¡PP! Y lo
que s e presenta como síntoma -es decir, para ir rápido, como un
cierto disfuncionamiento que evalúa el propio sujeto y que sos­
tien e su queja- podemos decir de manera simplificada: lo que se
presenta como síntoma se puede manifestar como intrasubjetivo
o como intersubjetiva.
Se pres enta como intrasubjetivo cuando, por ejemplo, el suje­
to se queja de sus obsesiones -como ocurre con el paciente de
José Manuel Alvarez- o s e queja d e vértigos, de cosas que le pa­
san en el cuerpo, de disgusto. Vamos a decir, en esta perspectiva,
el síntoma se presenta como «dentro d e mí». Hay pacientes que
pon en el acento en los fenómenos «den tro de mí» y están los que
ponen el relieve en lo intersubjetiva, el problema con el otro, con
la otra, con los otros. Se puede d ecir, por ejemplo, que la pacien­
te deJean-Louis Gault está más d e este lado.
Es por eso que tomaremos como binario la paciente deJean­
Louis Gault y el paciente de José Manuel Álvarez, que nos dan
una pareja de histeria y obsesión, y donde se ven problemáticas
que dan para construir un contraste.
Por supuesto no hay nada absoluto en la oposición del intra y
del intersubjetiva. Es una diferencia de presentación del síntoma.
Podemos ver en los casos cómo se va de uno a otro aspecto. Hay
cosas que se deforman, como en los nudos de Lacan. A veces, el
mismo nudo puede aparecer bajo tal forma, lo capturamos en
PROBLEMAS DE PAREJA, CINCO MODELOS
17
cierta presentación y, sin ninguna discontinuidad, puede to­
mar otra forma . Esto lo podemos seguir en varios de los casos
que tenemos.
Es nuestra elección estudiar el síntoma a partir de la relación
de pareja, cuando es el partenaire el que hace síntoma p ara el su­
Jeto. Es decir, cuando es un partenaire el que concentra para el
aujeto -tal como lo dice- lo imposible de soportar.
Caminando así ya estoy simplificando la noción de «partenai­
·rt-síntoma» que es algo que pareció raro, en el momento de ha­
cerlo surgir, a p artir de Lacan. Pero, ya en estos casos, los ocho
casos que tenemos, se justifica muy bien la conjunción: la forma
partenaire del síntoma.
En esos casos, encontramos una situación cuando es el otro el
imposible de soportar, y otra cuando el sujeto se encuentra él
mismo imposible de soportar para el otro. Es decir, que el sujeto
ae encuentra él mismo como síntoma bajo la mirada del otro, o
en la relación con el otro.
Entonces, ¿cómo encontramos esos problemas?, ¿ cuáles son
las formas que encontramos del «PP»? No voy a hacer una lista
exhaustiva.
Lo encontramos primero bajo la forma de la separación, la
ruptura de la p areja. Precisamente, vamos a empezar por eso con
el caso de Shula Eldar y el caso de Carmen Cuñat.
Debo decir que Miguel Bassols y Hebe Tizio juntaron los ca­
sos en el programa. Yo he leído después los textos y he visto que
se habían constituido los binarios de manera muy bien funda­
mentada. Encontramos entonces la separación como proceso
-durante el cual hay una llamada al terapeuta, al analista- o co­
mo separación cumplida, y es un trozo de la pareja, un partenai­
re que se encuentra solitario en el fracaso, quien viene al análisis
para entender, dar sentido a la ruptura.
Entonces, p rimero la separación. Segundo, lo que podemos
poner bajo el nombre de «dolor en la relación», y también: tercer
registro, «la formación de la relación» o la imposibilidad de for­
mar una relación, o las dudas en la formación de la relación, las
cavilaciones sobre la identidad del buen partenaire, etc.
Separación, dolor, formación, son tres registros. Quizá podreuna
18
LAS RELACIONES DE PAREJA
mos agregar otros registros importantes. Especialmente cuando
se trata de la cuestión de la separación -pero en los otros regis­
tros también- hay, por supuesto, como primer aspecto la cues­
tión de quién de los dos tiene razón. Y la suposición de que
siempre es el otro quien tiene la culpa. Pero eso es lo jurídico.
Creo que lo notable en estos ocho casos es que eso aparece poco,
que precisamente se ve la diferencia de lo jurídico y lo clínico.
Cuando la gente acude a la consulta -como se dice, y cuando no
se dice no se sabe muy bien de qué consulta se trata: hospitalaria,
privada; por ejemplo, en el caso de C. Cuñar se dice «la consul­
ta»-, ya la gente no está en el quién tiene razón, ya han salido, o
no han entrado aún, en la caza de quién tiene razón. Se podría
decir que lo que Lacan llamó, una vez, la rectificación subjetiva
-palabra un poco pesada, hay que decirlo- significa precisamen­
te el giro de la dimensión jurídica de «quién tiene razón» a la di­
mensión clínica, que es otra, y que es común a los casos que va­
mos a estudiar.
Se encuentran en los distintos casos -vamos a decir- varios
modelos de relación, que vienen de varias partes de la teoría ana­
lítica, como una caja de herramientas conceptuales. Voy a enu­
merar algunos sin ninguna idea de exhaustividad.
Primero está el modelo narcisista. Quizás alguien que esté
cerca del pizarrón lo puede escribir:
(a - a')
Varios textos se refieren -a propósito de la relación de pare­
ja- a la elección de objeto narcisista. Por ejemplo, cuando uno
habla de una mujer que elige como pareja a un hombre tal como
ella misma hubiera querido ser, es decir como yo ideal. Puede
tratarse, por ejemplo, del hermano. Cuando se estudia una pareja
homosexual, como en el caso de Anna Castell, encontramos tam­
bién el modelo narcisista.
El segundo modelo pone también en juego la relación imagi­
naria, pero en relación con una función simbólica que vamos a
ubicar abajo como I(A).
PROBLEMAS DE PAREJA, CINCO MODELOS
19
(a - a')
I(A)
Esto para decir que hay también en varios textos -no digo en
todos- una referencia a la identificación a uno de los padres sos­
teniendo los elementos narcisistas. Y de manera común, cada
uno se refiere a un: «como el padre» o «como la madre», como
sostén de una relación de pareja, o como una interferencia que
produce el disfuncionamiento.
Lo que se puede observar en los casos -los autores no se han
puesto de acuerdo antes- es el carácter operatorio de la referencia
edípica. Por supuesto, hemos elaborado mucho el Edipo. Con La­
can lo hemos formalizado en términos lingüísticos, hemos ya anti­
cipado la decadencia de la figura del padre, sabemos pensarlo en
términos de goce y significante. Pero hay que constatar que, cuan­
do se trata de saber-hacer en la práctica, se utiliza la referencia edí­
pica de manera insistente y con buenos resultados, lo que permite
al agente -en el sentido del que hace- ordenar el caso y ubicarse.
Tercero: el modelo fantasmático:
(g O a)
cuando la pareja parece responder a un fantasma del sujeto. Es
decir que los trastornos, los disfuncionamientos de la pareja, pa­
recen obedecer a un escenario donde el partenaire tiene un papel
asignado y que finalmente parecen complementarios. A veces,
uno podría decir que las mejores parejas son las parejas fantas­
máticas, en las que una cierta complementariedad -aunque sea
en el dolor- está asegurada. Quizá para el siglo XXI podría ser
un consejo: «Esclarecer bien el fantasma del Otro antes de casar­
se» y verificar la complementariedad fantasmática. Pero ello no
asegura ninguna felicidad porque, por ejemplo, en el caso de El­
dar se menciona la complementariedad fantasmática de los dos,
en un disfuncionamiento permanente pero constituyendo un vín­
culo fuerte.
Cuarto modelo: vamos a decir el modelo sintomático, que fi­
nalmente es lo mismo, con la diferencia de que, en este caso, se
LAS RELACIONES DE PAREJA
20
pone en evidencia que el escenario implica un disfuncionamiento.
Que el partenaire no está fuera del sujeto -es distinto del yo pero
no está fuera del sujeto- en tanto que constituye, es equivalente a
un síntoma. Esto se puede escribir con el sigma del síntoma:
S
Quinto modelo: por supuesto, la perspectiva misma del parte­
na ire síntoma implica una oposición entre la dimensión cerrada
-
del goce «autoerótico» y la dimensión del amor que se abre al
Otro. El amor es lo que diferencia al partenaire de un puro sínto­
ma. Vamos a decir que el amor es la función que proyecta al sín­
toma en el afuera. Pero, a través de esto mismo, se puede intro­
ducir a la vez la idea de que en cierta medida el partenaire es un
semblante cuyo real es el síntoma. A veces, en los casos, tenemos
este sentimiento de semblante del partenaire y de que lo real del
partenaire es un síntoma del sujeto.
Un último punto para terminar esta introducción de generali­
dades inspiradas por esos ocho casos. Hemos puesto «Relaciones
de pareja», en plural, porque no hay relación sexual, o propor­
ción sexual, según se traduce: «Il n'y a pas de rapport sexuel». No
vamos a decir que estos casos lo demuestran, pero sí que se ubi­
can en el espacio abierto por esta falta de inscripción de la rela­
ción sexual. Por eso, ninguno de nuestros colegas se refiere a una
norma de la relación de pareja. Tampoco se refieren a una norma
para explicar su caso.
Creo que si hay una riqueza evidente del material clínico en
esta recopilación es porque pueden estar atentos al detalle, a la
cosa rara, a la cosa fantasmática, al sentido gozado de algunas ex­
presiones, sin tener que ordenarlo todo en relación con la desvia­
ción de una norma. Nadie habla en términos de desviación y eso
nos parece natural, pero no olvidemos que hay todo un sector de
la práctica que, por el contrario, está perdido si no puede referir­
se a una norma. Esos ocho casos muestran que la idea de norma
desorienta y que la ausencia de una referencia normativa hace
surgir otros índices.
La boca cerrada
Shula Eldar
Voy a presentar una parte del material clínico recogido re­
cientemente en el curso de ocho entrevistas preliminares.
La llamada telefónica para concertar una primera entrevista
se formula en esta ocasión como un problema de pareja. Un inci­
dente reciente y crítico para ella instaura una barrera con su ma­
rido que le parece insalvable y, en consecuencia, plantea una se­
paración. No obstante, me aclara que no es un tratamiento de
pareja lo que busca, sino hacerlo hablar a él. Aceptará las entre­
vistas individuales, pero pone como condición previa y sin con­
cesiones comenzar por una entrevista conjunta. Su insistencia:
será así o no será, me conduce a acceder.
Ella llama para hacer escuchar algo en relación con una intru­
sión insultante y expresa, con una rabia contenida por el pudor:
se trata de una violación. Para introducir este incidente, único en
la historia de la pareja, en el campo de la significación necesita,
sin embargo, complementarse con la mediación de un soporte
encarnado por la presencia «en cuerpo» del marido. Si él accede
a venir es porque perderla lo desespera. Pero no vendrá sin ella.
Lo que él plantea es que desde hace algunos años -momento que
se podrá situar en relación con dos acontecimientos dolorosos
para su mujer: la muerte del padre y una grave enfermedad de la
menor de sus tías maternas- algo comenzó a cambiar. Se desper­
tó en ella un querer saber.
Más o menos en esa época un problema de psoriasis, que ha­
bía irrumpido en su temprana infancia, la condujo a un médico
naturista al que le brindó su confianza; luego se puso a estudiar
idiomas y prosiguió con una formación profesional -para dedi­
carse, justamente, al cuidado de la piel-; desde entonces él se
siente desplazado de su lugar y se queja de la afirmación de dere-
22
LAS RELACIONES DE PAREJA
chos y de los reclamos de independencia de su mujer, cuyas idas
y venidas no puede controlar. Ella, desde entonces, «va a la suya,
entrando y saliendo de casa, sin decir donde está, se mueve sola».
Ella ubica el comienzo de los conflictos en una fecha más re­
ciente: aunque se empeñe en negarlo, dice, su marido ha quedado
muy afectado desde que, hace un año, su madre tuvo que ser in­
gresada en una residencia, a causa de un Alzheimer muy avanzado.
¿Qué pasa, de pronto, después de veintidós años de matrimo­
nio, en esta pareja que no había sido nada mal avenida? Ella de­
nuncia que él grita demasiado. El estruendo de sus gritos le pro­
ducen un intolerable mal humor. Para él se trata del juego de su
intriga: ella se ausenta, él no controla. La imagen de ella se esca­
pa, y rehusando deliberadamente a responder a sus preguntas in­
troduce un silencio, un límite, que pone al descubierto una bre­
cha en la complementariedad fantasmática que ordenaba la
relación entre ambos.
Al intentar recuperar sus huellas él se encuentra con la sole­
dad y con el vacío que deja la ausencia de ella que, podemos
agregar, redobla la de su madre. Al intentar no escuchar sus gri­
tos ella se confronta con su propio silencio. La castración apare­
ce localizada, así, en dos puntos de fuga: el toque de lo real cuyo
índice es el mal humor conlleva un resto de voz que adquiere el
valor de un peso inefable vivido como una opresión; mientras
que la dimensión evanescente de la imagen deja tras de sí la hue­
lla negativa de una mirada perdida. La falta de soporte que apa­
rece en ese límite hace caer la potencia de él. Una semana antes
de venir a verme pasa por un momento de máxima turbación. En
un trance de angustia, se acurruca desnudo en un rincón, gimien­
do y llorando. Ella se muestra cruel con su sufrimiento, inamovi­
ble. Entonces, más tarde, mientras duerme, es violada. Su mari­
do, fuerza su entrada haciéndole abrir su boca cerrada.
La entrevista conjunta que realicé fue breve. Después del re­
lato que ambos me hicieron escuchar, el marido -avergonzado­
intentó explicar su conducta: simulando haber fingido me dice
que lo que pasó no fue más que una puesta en escena para con­
mover a esa mujer cerrada. Ella, mientras tanto, seguía ostentan­
do un semblante frío y rígido de mujer ofendida: triste y silencio-
LA BOCA CERRADA
23
11 como la definirá en otro momento, igual que su madre. Deci­
do que es a ella a quien hay que escuchar en primer lugar y, des­
pués que admite que su decisión de separarse no es irrevocable,
la invito a quedarse a solas conmigo.
El luto
Inmediatamente apunta a un duelo.
Me habla de su suegra: la clásica rivalidad, por supuesto,
existía y se manifestaba en disputas dirigidas a arrebatarle la
atención del hijo, en críticas a sus actitudes poco maternales, a
su poca capacidad de renuncia, etcétera, carencias que echaba
en cara a su marido, poniéndolo muchas veces entre la espada y
la pared y obligándolo a decidir. Pero no sólo eso, hubo también
admiración, fascinada por esa mujer bella y bien vestida, exigen­
te y egoísta, que siempre logró hacer su voluntad. Excepto en un
punto.
Su imperioso deseo de tener una niña se encontró con una ro­
ca ya que quedó privada de realizarlo. El nacimiento de tres hijos
varones y especialmente el menor -su marido-, que nace nueve
años después que su hermano, puso de manifiesto su envidiosa
relación con el falo. «Del segundo hijo hizo su niña, lo mutiló, y
a mi marido intentó castrarlo, pero sin éxito porque se rebeló.
Mi marido no fue querido por su madre», sentencia que da cuen­
ta de la identificación fundamental que la liga a él.
La introducción de la suegra opera un cambio de tono en su
discurso. Es el término que sirve de relevo para que el sujeto
pueda abrirse a la transferencia haciendo de este semblante el
partenaire de su pregunta. Comienza a contarme lo que ya tiene
elaborado de su historia; y la aborda directamente tomando co- .
mo punto de partida las circunstancias de su nacimiento, sus orí­
genes.
Así, se puede entrever que la enfermedad que retira a la sue­
gra del juego desestabiliza el escenario familiar y la angustia se
suscita en relación con tres puntos: la oscuridad de la desmemo­
ria que abole al sujeto de la palabra, la pérdida de la capacidad
24
LAS RELACIONES DE PAREJA
de reconocimiento del otro, es decir la caída de sus investiduras
libidinales, el cuerpo real reducido a un funcionamiento orgáni­
co. Allí donde no hay más memoria, más acá del olvido, aparece
una falta radical en el Otro y se plantea el problema de la exis­
tencia.
Del relato de la historia recogemos lo siguiente: su nacimien­
to, en un minúsculo pueblo de montaña se produce «tres días
antes o tres días después», no sabe con exactitud, de un acciden­
te laboral que arrebata la vida al único hermano varón de la ma­
dre. Nace, pues, en un momento traumático, en el cual «el luto
cae» sobre su madre. Algo similar ya había sucedido en la familia
materna; la muerte del abuelo se produjo también «tres días an­
tes o tres días después» del nacimiento de la más joven de sus
tías, esa que desde hace algunos años se enfrenta a una grave en­
fermedad y lucha por la vida.
La relación inicial entre madre e hija queda marcada por la
pérdida real de un objeto de amor y por el retiro de la libido que
acompaña el proceso de duelo, dificultando la investidura de un
nuevo objeto. La relación cuerpo a cuerpo, que es necesaria co­
mo soporte del ser, estuvo marcada por esta herida abierta por la
muerte. Los dos primeros años de su vida fueron de reclusión,
por el luto, de modo que no es raro que le guste estar entrando y
saliendo de casa, dice. Hay una carga que siente en el cuerpo co­
mo el peso de un dolor que se mantiene fijo en su inercia, y que
ella diferencia de otros síntomas como sus problemas de espalda,
por ejemplo. Cuando le sucede que lo siente se arropa en la ca­
ma, duerme un rato y se le pasa: «Mi cama es mi mejor reme­
dio», y ese dolor -significado como desamor- es lo que viene a
intentar hacer hablar.
No todo lo femenino es oscuridad. Hay un punto que da bri­
llo y color a su infancia. Es la prenda de sus juegos infantiles, lo
que le daba alegría. En el armario de su madre permanecía guar­
dado un vestido estampado en rosa y blanco que le había regala­
do su hermano muerto. Ella se envolvía en él y pensaba que lo
llevaría cuando fuera mayor. Esta prenda, que nunca se llegó a
utilizar, representa para ella el secreto de su madre: sus amores
con un pintor bohemio a quien conoció en Barcelona y al que no
LA BOCA CERRADA
25
se atrevió a seguir; por eso se casó con su padre, un sencillo
hombre de campo a quien nunca amó y al que ella se parece mu­
cho. «El secreto guardado de mi madre era como una habitación
en la que no entra nadie.»
Se da cuenta de que necesita del soporte de su marido para
abordar el silencio materno, y está agradecida que éste y su hija
insistieran en que viniera. La demanda al analista se resignifica,
así, como una doble prueba de amor y se restablece, por lo me­
nos momentáneamente, el lazo libidinal con el marido.
Al salir de una entrevista se siente triste y piensa: «A mí, mi
madre no me quería porque era idéntica a mi padre, se lo recor­
daba demasiado, peor para ella». El nacimiento de sus hermanos,
varones, cuando ella tenía cuatro y once años, constituyen he­
chos con consecuencias en su historia. Decían que tenía muchos
celos del primero, pero no recuerda nada de esa época. No obs­
tante, lo relaciona con el shock que percibe en su pequeña hija,
demudada al entrar en la habitación y encontrar a la madre ama­
mantando al hermanito recién nacido.
Hay varios datos que aporta en este punto: el comienzo de su
psoriasis a los 7 años, o ¿quizás a los 4 ? , dice. La regla «poco an­
tes o poco después» del nacimiento del menor a quien cuidó ma­
ternalmente. «Mi madre no me dijo nada sobre lo femenino,
nunca. Después de todo no puedo culparla, yo podía haber pre­
guntado y no lo hice. Me encerré en el silencio igual que ella.»
Le señalo, entonces, que el hombre que elige es, justamente, el
tercer hijo.
LA imagen recuperada
La siguiente entrevista me relata que le sucedió algo sorpren­
dente: recuperó un recuerdo.
Mientras le hacían un masaje, estando muy relajada y con los
ojos cerrados, apareció una imagen: «Más que una imagen, era
en realidad algo blanco, el color blanco». En la imagen que se
presenta en un primer instante como una superficie inmóvil, por
detrás del velo de sus párpados, un movimiento fluctuante se
26
LAS RELACIONES DE PAREJA
empieza a notar; aparecen flecos a su alrededor. Reconoce, en­
tonces, «una colcha blanca». Súbitamente recupera un recuerdo:
ve a su madre en la cama con su hermoso y rubicundo hermanito
recién nacido sostenido entre sus brazos, con una expresión de
felicidad plena. Ella, cogida a las piernas de su padre, escondien­
do su fealdad tras su mirada, tiene la convicción de que su madre
puede prescindir de ella, se siente rechazada.
De este modo el sujeto, desde afuera y abrazado al padre, si­
túa las coordenadas de una escena reprimida, fantasmática, con­
fesando al mismo tiempo una satisfacción pulsional constituida
como goce celoso, ante la plenitud de la visión capturante de la
satisfacción materna de la cual tanto ella como su padre queda­
ban excluidos.
Sentada en la escalera que unía los dos pisos de la casa, agre­
ga, se dedicó, después, a esperar el llanto del hermano y a escu­
char los pasos de la madre que se acercaba a atenderlo para co­
rrer, rápidamente, a cerrar su boca con el chupete. Hacía callar la
demanda adelantándose a ella. Piensa que quería que la madre
pudiera escuchar que «a él también le faltaba algo». Se ve enton­
ces que es por la demanda que se abre camino el deseo de insa­
tisfacer a la madre privándola de responder al llamado del niño,
y a él de su respuesta amorosa. Hacer callar al hermano da cuen­
ta a la vez de su deseo de muerte y se formula como lo que per­
manece en ella como un dolor más profundo que la tristeza, la
culpa que siente en su corazón.
Tomará entonces otro elemento del recuerdo recuperado, del
color blanco, del cual se desprende otra vía asociativa que señala
la subjetivación del trauma que supuso el descubrimiento de la
castración materna y, con ello, el blanco, la hiancia que queda al
descubierto en su propio cuerpo, el color de vacío, sin nombre,
de su sexo. «La colcha blanca no era algo que pertenecía a la ca­
ma de mi madre sino a la mía», dice. Es el color con el que siem­
pre ha pintado las paredes de su casa. Pero además es el color
que se ve llevada a elegir, sin saber por qué, cuando compra su
ropa interior.
En este punto de las entrevistas aparece un elemento resisten­
cia!. Se siente constipada, le duele el cuerpo. No esta «inspira-
LA BOCA CERRADA
27
da», no tiene ganas de hablar. Una sesión más tarde aporta una
secuencia de tres sueños que la conducen al umbral del análisis y
es allí que le propongo atravesarlo.
Los tres sueños
El relato de los sueños viene precedido por la siguiente obser­
vación: Conversaba con una mujer que le dijo que las mujeres
autoritarias pueden ser madres muy castradoras. Pensó: «Pobre
M. -refiriéndose al marido-, ahora me doy cuenta de que lo de la
violación fue sólo un intento de hacer valer su virilidad».
Primer sueño: «Alguien ha muerto. Como si un autobús hu­
biera caído por un barranco. Una mujer decía eso. Había luto.
La mujer decía que no se debía entrar en la habitación, era algo
sagrado. Había cosas allí. Yo le decía: ¿por qué no? Hay dolor,
pero eso le pasa a mucha gente, y quizás esas cosas se pueden
aprovechar. No era chatarra lo que había allí. Eran cosas precio­
sas como el vestido de mi madre que estaba guardado en el ar­
mario. Como una joya que resplandece, que brilla».
Segundo sueño: «Iba con mi marido en un coche. Delante, en
una moto, una pareja de amigos. Veía que arrastraban algo, un pa­
raguas, no, me doy cuenta ahora de que era un pene y que se po­
dían caer. Miraba angustiada por lo que podía pasar. . . Conducía
la moto un amigo de mi marido (a quien el marido había comenta­
do que las cosas entre ellos no iban bien). Entonces en una curva
del camino caía la mujer, el cuerpo se rompía en pedazos, quedaba
la cabeza con la boca cerrada, muy apretada, como aguantando
hasta que alguien la viniera a socorrer. Mientras se esperaba una
ambulancia me acercaba a la cabeza, y de pronto algo salía expul­
sado. Yo lo cogía con la boca. Era el estómago, pero no ya el de
ella, sino el mío. Sentía dolor. Cuando me pasa algo enseguida lo
siento en el estómago. Como si tuviera que decir cosas sobre la se­
xualidad sobre las que he mantenido la boca cerrada hasta ahora».
Tercer sueño: «Es un sueño de hace varios días, anterior a es­
tos dos. Había bragas, cuatro. Dos eran muy vistosas de blonda;
una de ellas llevaba perlas y brillantes. Yo decía: ¡ Qué bragas
28
LAS RELACIONES DE PAREJA
más bonitas ! Las cuatro bragas representan a las cuatro mujeres
del grupo de amigos, de los amigos de mi marido. Para dos de
ellas todo es perfecto en sus vidas, me dan risa: ésas eran las de
blonda. La tercera braga era más normal, como la tercera amiga,
con quien se puede hablar. Quedaba una cuarta. Me decían que
ésa debía ser la mía. No, decía, no es mía, la mía la llevo puesta;
es cómoda, elástica y se adapta al cuerpo como mi propia piel.
No era blanca, era negra».
Del primer sueño retoma la primera frase: «Alguien ha muer­
to». «Puede ser M., algo del amor que cae», dice sintiendo mu­
cha tristeza. «Es posible, también, que sea yo. Pero no todo está
perdido, pueden salir cosas buenas. Es como si el accidente del
sueño señalara un momento en el que las cosas se me rompieron,
todo lo que fantaseaba en cuanto a la realidad se desmontó . . . »
«Hablar de la sexualidad ha sido siempre difícil. El otro día ha­
blé de mis hijos . . . , pero salí con la sensación de que no era de
eso de lo que quería hablar, sino de la sexualidad. La entrevista
anterior me hizo pensar que ya estaba todo más o menos dicho.
Esperaba que usted me dijera que ya era suficiente con eso. Pero
no es así, usted me dice que ahora puedo empezar.»
Sí, si ella está dispuesta, se puede empezar una nueva aventu­
ra, un análisis.
Voy a señalar algunos pocos puntos de estructura en relación
con esta secuencia de sueños. El primer sueño se puede transcri­
bir, de manera bastante literal, en los términos del materna de la
transferencia. Introduce el pivote a partir del cual los elementos de
los otros dos pueden abrirse al sentido. El «alguien» indetermina­
do se dirige al Otro inconsciente que encierra el ágalma de un sa­
ber sobre la sexualidad femenina: el vestido. El segundo sueño
muestra nuevamente un accidente, cuyas referencias pueden pen­
sarse en relación con un segundo tiempo: repetición del trauma al
que la presencia del falo, simbolizado por el paraguas, da otro es­
tatuto. Algo se separa y queda como resto: la cabeza. El objeto oral
puede ser expulsado y toma posición entre los bordes de la boca,
cerrando lo que irrumpió de manera salvaje en la crisis de la pare­
ja. El tercer sueño es temporalmente anterior y sitúa -por medio
del velo- el agujero en el cuerpo, denotado por la sombra negra.
El estrago en la elección de pareja
Carmen Cuñat
Hace unos meses recibo en consulta a una mujer de unos cua­
renta años. Viene acompañada por su marido. Me comunica que
ha decidido irse de casa después de una discusión con él. No es
la primera vez que esto ocurre, últimamente esas discusiones son
cada vez más frecuentes y violentas. Es ella la que ha decidido
dejar la casa e ir a vivir con una amiga. «Mi marido -dice- no me
soporta más y tiene razón pues tengo muy mal carácter como to­
da mi familia, siempre lo estropeo todo»; «él sólo quiere que sea­
mos felices y yo siempre le fastidio.»
Mientras que esta mujer habla no para de llorar y de autorre­
procharse su conducta; es tal el estado de desasosiego en el que
se muestra, que temo estar ante un proceso melancólico. Es la
primera vez que consulta.
Hago pasar al marido para conocer su opinión sobre la deci­
sión de ella y expresa que, en efecto, la convivencia es insosteni­
ble, que es mejor que ella se vaya de casa pues él no tiene dónde
ir y ella puede vivir con su amiga o con su familia. Su familia está
al tanto de los problemas pues él ha tenido que pedirles ayuda en
los momentos de crisis. Sólo se calma cuando el hermano mayor
le habla. Me advierte que él no ha tomado la decisión de separar­
se, sólo quiere que su mujer se trate y vuelva con él cuando se cu­
re, él la esperará durante un año . ..
Es ella, sin embargo, quien ha decidido consultar, expresando
que quiere cambiar de modo de ser y, también, dejar de llorar,
sobre todo delante de su marido, algo que se siente incapaz de
evitar. En las siguientes sesiones el llanto y la autocrítica no cesa­
rán. Repite con insistencia que es mala y parece sentirse muy cul­
pable por ello.
Frente a la decisión de ir a vivir con la amiga en vez de pedir
30
LAS RELACIONES DE PAREJA
ayuda a la familia, la invito a hablar de su familia. La paciente
pertenece a una familia de cinco hermanos, dos varones con los
que se lleva pocos años y dos varones mucho más jóvenes de los
que tuvo que hacerse cargo. Su padre se enfermó cuando ella te­
nía diez años, de una enfermedad degenerativa. Murió diez años
después. Recuerda entonces que ella lo acompañaba el día de su
muerte. Fue una de las pocas ocasiones en las que su madre no
estaba presente. Cuando la madre vuelve, le dice que nunca le
perdonará este hecho, haber sido ella y no la madre quien estu­
viera al lado del padre a la hora de la muerte.
Es así como habla por primera vez de su madre, y ello para
explicarme por qué le resulta tan difícil pedirle ayuda. Describe
entonces a una mujer rencorosa, de mal carácter, que «dice todo
lo que se le pasa por la cabeza sin pensar que puede hacer da­
ño». Siempre ha temido parecerse a ella, y añade que quizá su
marido tiene razón cuando se lo señala. Más tarde la madre le
pedirá perdón por lo ocurrido. Es eso lo que ella hace cuando
discute con su marido, «pedirle perdón cuando ya las cosas no
tienen remedio». Aunque es así como lo expresa, no queda claro
que el sujeto lo presente como una repetición.
Pocos días después de morir el padre, ella decide irse a vivir
con este hombre, amigo de la infancia de su hermano mayor, con
el cual había empezado una relación hacía unos meses. No llora
la muerte del padre porque «ya lo había llorado todo antes», du­
rante la enfermedad. Para ella su padre era alguien muy querido,
que nunca la reprendió, que siempre mostró sus preferencias ha­
cia ella frente a sus hermanos. Para él ella era, «la niña», y así le
dicen sus familiares y amigos. Su marido también la llamaba «ni­
ña» hasta que decidió dejar de hacerlo. Las discusiones en la pa­
reja empezaron muy pronto y él la acusaba de ser una niña mal
educada y caprichosa. Un día decidió dejar de llamarla «niña»,
pero tampoco la volverá a llamar de ningún modo, tampoco por
su nombre de pila.
Poco a poco, la paciente empieza a hablar de su vida conyu­
gal, de su marido, aunque anteponiendo siempre su culpa en el
asunto. La presencia del sentimiento de culpabilidad hace fran­
camente difícil el advenimiento de la responsabilidad del sujeto
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
31
y, sobre todo, parece estar expresamente destinada a velar la fal­
ta en el Otro. Así, al marido lo presenta como una persona muy
ordenada y minuciosa, ella, en cambio, «es bastante despistada»:
si, por ejemplo, ella deja un mechero encima de la mesa, eso es
motivo de discusión porque la mesa se puede rayar; cada vez que
salen a la calle hay que asegurarse de que el gas y la luz estén cor­
tados y ella se olvida; a él le gusta que los flecos de la alfombra
estén bien peinados y ella los pisa sin darse cuenta. Él prefiere
comer verduras todas las noches, a ella le gusta variar, pero final­
mente cocina lo que él propone; ella prefiere una casa bien airea­
da, él cierra las puertas y ventanas en invierno y en verano.
Poco a poco, entonces, la paciente empieza a describir a un
hombre con síntomas obsesivos evidentes, que padece también
importantes crisis de angustia; uno de los mayores placeres de la
pareja era viajar, pero ella cada vez se pone de peor humor ante la
posibilidad de un viaje y el gran enfado del marido. Luego relata
que él insiste en conducir pero antes deben estudiar los recorri­
dos con minuciosidad, pues él padece de vértigo, lo cual hace que
tengan que sortear cualquier carretera de altura. Él no va nunca
sólo a una tienda, tampoco al médico. Es ella quien lo acompaña.
Ella se ocupa también de la economía familiar. A él le gusta vestir
bien, la buena música, los libros, gasta el dinero en completar co­
lecciones. A ella también le gustan los libros, es una buena aficio­
nada a la lectura, pero es más ahorrativa, no le gusta comprarse
cosas para ella y se preocupa más por las compras esenciales de la
casa. Él la acusa de exagerar con el ahorro, siendo que ella gana
más dinero que él, y de amargarle esos pequeños placeres.
A medida que el sujeto va localizando esos síntomas del mari­
do, y no sin el asombro del analista, la culpa parece pacificarse.
Al mismo tiempo se pregunta si no será todo ello lo que le pro­
duce tanto malestar. Reconoce entonces que ella nunca se ha
atrevido a contradecirlo, sólo salta a destiempo y de mala mane­
ra. Nunca tuvo argumentos para hacer oír sus razones, pues le
parecían inmotivadas; de todas maneras, él siempre las califica de
inoportunas y de mal intencionadas.
Confiesa, entonces, que pasaba las tardes acurrucada en un
sillón frente al televisor comiéndose las uñas, esperando a que el
32
LAS RELACIONES D E PAREJA
marido se levantara de la siesta para tomar el té, cosa que no han
dejado de hacer desde que se casaron, siempre a la misma hora.
Confiesa también que hace mucho que no reciben amigos en ca­
sa, ni a sus familiares, sobre todo si tienen niños.
Al principio del matrimonio vivían en su ciudad natal. Su ma­
yor ilusión era vivir en Madrid. Cuando lo consiguieron, pusie­
ron todo su empeño en decorar la casa. Señala entonces que lo
mejor de Madrid es «poder conservar el anonimato», y «poder ir
llorando por la calle sin temor a encontrarse con alguien que pre­
gunte».
Ella nunca ha querido tener niños, y el marido tampoco;
«quizás ella quiso seguir siendo la niña»; él tuvo una infancia tris­
te en un internado, no se sentían capaces de ser padres ninguno
de los dos. Por este motivo nunca discutieron.
Este querer seguir siendo la niña la hace adentrarse en la neu­
rosis infantil, donde aparece un sujeto inmerso en la rivalidad
con los hermanos: «Ella siempre quiso ser un chico»; en los re­
proches hacia la madre: «Ella siempre tuvo que asumir ciertas ta­
reas porque era una chica»; en la venganza: cuando el padre vol­
vía a casa de trabajar, ella lloraba hasta que conseguía que alguno
de sus hermanos fuera reprendido «por lo que le habían hecho»
y, también, «por lo que ella había hecho». Este recuerdo le hace
reconocer el llanto como una repetición, y añade que es ella tam­
bién la que ha hecho que, para su familia, «el marido sea el malo
de la película». Todo ello parece permitirle cesar de llorar en las
ses10nes.
Mientras tanto, el marido la llama a casa de la amiga y le pide
que vuelva con él. Ella acepta pasar los fines de semana con el
marido y se propone hacer las cosas bien: le dirá lo que le disgus­
tan a tiempo y de la mejor manera para no fastidiarle, además, in­
tentará no llorar.
En las siguientes sesiones se planteará si no será que ella tien­
de a compararse todo el tiempo con él, hasta el punto de sentirse
superior. Ella le ve mucho más «razonable» y «templado» que
ella, pero «quizás a veces él se angustia demasiado». Últimamen­
te él tuvo un problema con los dientes, malestar que padece des­
de la infancia. Este problema hizo que tuvieran que ponerle algu-
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
33
nos dientes postizos. Y cuando un diente se le mueve, él entra en
pánico. A raíz de ello, la paciente sueña que es ella a la que se le
caen los dientes y «los escupe como si fueran pipas». Él nunca ha
accedido a tratarse esa angustia
Más adelante reconoce que quizá también lo compare con el
padre, pues «el padre nunca se quejó de su enfermedad». Este
descubrimiento la pacifica también. Poco tiempo después deci­
den volver a vivir juntos. Él le aconseja entonces que quizá debe­
ría dejar de fumar «porros». Es la primera vez que la paciente
habla de ello en sesión y confiesa que, en efecto, «quizás última­
mente fumaba demasiado». Pero es algo que ella ha hecho siem­
pre. Al caer la tarde, se fumaba uno o dos porros y eso le permi­
tía «quedarse tranquila escuchando a su marido o escuchando
música con él». Esta vez reconoce que quizás eso la ha ausentado
demasiado.
Por primera vez empieza a hablar de su trabajo como profe­
sora de idiomas. Confiesa que es un trabajo que nunca la ha en­
tusiasmado demasiado y que ha sido causa de su malestar, sobre
todo a principio de curso, pero últimamente se ha sentido más
animada para organizar alguna actividad extraescolar con los
alumnos.
Poco tiempo después la pareja discute de nuevo. En el fragor
de la discusión, él le dice: «Todo este tiempo he estado pensando
en la manera de matarme»; frente a ese decir del marido, ella se
encierra en el lavabo y se toma un frasco de pastillas. A la salida
del hospital, la paciente confesará que frente a la amenaza de ma­
tarse de su marido, ella eligió quitarse de en medio.
El marido propone entonces la separación definitiva. Ella lo
acepta pero sin quererlo. La pena y la culpa vuelven al primer
plano. Lo que no aceptará es ir a vivir con la madre como él le
propone. Eso sería para ella como «enterrarse viva». Se busca
una casa en su ciudad natal, ayudada por sus hermanos y amigos
que la conminan a poner fin a esa historia.
Aunque se siente «absolutamente fracasada», ella se siente ca­
paz de vivir sola, pero expresa que él le da pena. A pesar de los
reproches que ella le puede hacer, confiesa «que no se veía aho­
gada». Asocia con un sueño de repetición en el que una ola se le
34
LAS RELACIONES DE PAREJA
venía encima pero no la alcanzaba. Pone en oposición este sueño
con otro sueño de repetición que tiene desde la infancia: ella se
acerca a su pueblo y en el centro de la plaza hay un toro negro;
ella intenta zafarse de ese toro pero se lo encuentra en todos los
sitios donde va.
Lo que parece estar más manifiestamente en juego en su re­
chazo a la separación es volver al lugar de donde este hombre la
sacó, al lugar en donde vive la madre. Eso no le impide hablar de
una infancia feliz al lado de sus padres y de sus hermanos. Sólo
frente a la posibilidad de volver al iado de su madre habla de ella
como de una mujer rencorosa e inoportuna, además de descuida­
da, poco aseada ...
Algunas hipótesis para el debate
Esta mujer parece haber elegido a este hombre por sus sínto­
mas, los cuales le sirven para oponerse a la madre, para confir­
marla en su rechazo. También le sirven para poder ocuparse de
él, cosa que no hace con desagrado, como lo hacía quizá con sus
hermanos pequeños o con su padre cuando enfermó. Por otro la­
do, consigue con ello sentirse superior a él, a un hombre al cual
admira por sus razonamientos y al cual no se atreve en principio
a contradecir. Se trata a la vez de una elección de tipo narcisista,
«el chico» que ella hubiera querido ser, el sustituto del hermano
que fue su rival en la infancia, falo imaginario de la madre y, en
tanto tal, objeto de envidia y de odio.
Este hombre, en principio, acepta jugar el juego del narcisis­
mo llamándola «niña», narcisismo avalado por el padre y que pa­
rece alejarla también de la envidia fálica. Se trata, en efecto, del
mantenimiento de un Yo ideal en concordancia con el Ideal del
yo. A partir de un cierto momento, él deja de llamarla «niña» y
ella cae en el anonimato para él. Ella seguirá ocupándose de él y
de sus síntomas pero desalentada, pues ya no obtiene ese plus
que la ponía en un lugar especial para él, como para el padre.
Cae, en efecto, en el sillón, mordiéndose las uñas, con rabia qui­
zás, y saliendo de ahí sólo para fumarse un porro y volver luego
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
35
al mismo lugar. Ese mismo lugar, que la retrotrae a la infancia y
del que parece no haber salido, el de la rivalidad feroz con los
hermanos pero, sobre todo, el del reproche a la madre, el lugar
del estrago.
Es muy llamativo ese único ¿síntoma? que esta mujer trae, un
llanto infinito, «mostración» más bien de un dolor de existir por
falta de deseo, y que habla, en principio, de una imposibilidad de
hacer con la envidia fálica, de la falta de instauración de la ecua­
ción simbólica, aquella que quizá le hubiera permitido desear te­
ner hijos. El marido tampoco parece ofrecerle esa posibilidad, la
que hace que algunas mujeres consientan en sustituir ese goce de
la envidia por ese deseo; él no quiere ver niños ni de visita.
Quizá por venganza, como en la infancia, ella entonces fastidia
al marido con sus demandas inoportunas y la pelea infernal se ins­
tala en la pareja. Una verdadera pelea imaginaria en la que cuan­
do uno ataca al otro se ataca a sí mismo; de ahí quizá la autocríti­
ca, el autorreproche, pero más allá de ello, soñar que se le caen
los dientes a ella y, en última instancia, intentar matarse en el lu­
gar de él. Él, en cambio, estaría en una formulación más obsesiva,
en el sentido de imaginar la muerte para mostrar su deseo.
Por otro lado, los reproches de este sujeto a la madre, aunque
enraizados en la infancia, parecen tener una procedencia más re­
ciente. Es llamativo que ella señale, ya en las primeras entrevis­
tas, esa denuncia «inoportuna» de la madre en el momento de la
muerte del padre. Denuncia que apunta al deseo edípico sin du­
da. Después, a lo único que este sujeto recurre activamente es a
una culpa que exculpa a todos menos a la madre. Nos podemos
preguntar entonces si con este último reproche el sujeto no esta­
rá también manifestando su desazón frente a una madre que le
propone, al lado de la denuncia del deseo edípico, al padre
muerto como objeto de amor. Podemos incluso hacer la hipótesis
que es esto lo que la empuja a una elección amorosa particular­
mente mortífera y lo que la sume en una culpa inconfesable, tan­
to si lo ama como si abandona este objeto de amor.
En cualquier caso, las consecuencias para el sujeto parecen
ser del orden del estrago. Ella preferiría quedarse en el anonima­
to, con ese hombre, objeto de envidia y de odio, y seguir sorne-
36
LAS RELACIONES DE PAREJA
tiéndase a sus «manías», que renunciar al reproche hacia la ma­
dre. Por ahora, la transferencia parece sólo estar engarzada en es­
te punto de rechazo a la madre. Últimamente la paciente expresa
con alivio que viniendo a Madrid a tratarse se aleja de donde está
ella, de ese toro negro quizás. Por otro lado, acepta el dispositivo
sin cuestionarlo en ningún momento, pero quizá como acepta to­
do lo que le propone el marido. Esa posición no facilita la entra­
da en análisis.
En cuanto al diagnóstico de este sujeto, podemos preconizar
una estructura histérica aunque su capacidad de subjetivación y
de sintomatización está aún por verificar. Por otro lado, su capa­
cidad de utilizar los recursos simbólicos que ella misma se ofrece
(sus estudios, sus lecturas) es aún una incógnita. Sorprende tam­
bién su manera repetitiva de sustraerse: con las mismas lecturas
de las que nunca habla, con el cine en el que se refugia a cual­
quier hora, con los porros, con la huida de su ciudad natal, don­
de además de vivir la madre tiene su trabajo y sus amigos, con la
tentativa de suicidio, con la culpa también. De todo ello, la pa­
ciente ha podido deducir por el momento una posición subjetiva:
«Durante todo el tiempo que ha durado mi matrimonio no he
querido ver».
Lo que en principio trajo a esta mujer a tratamiento, apremia­
da sin duda por su marido, fue un deseo de querer cambiar de
modo de ser; lo que estas entrevistas preliminares han puesto de
manifiesto es que su posición fantasmática está lejos de poder ser
conmovida. En efecto, últimamente la paciente ha expresado que
estaba dispuesta a cambiar para satisfacer a su pareja pero ahora
no ve claramente la razón de tener que hacerlo. La pregunta que
sin embargo nos retorna es ¿hasta qué punto esta mujer va a po­
der sostenerse separada de este hombre? Este caso irremediable­
mente nos hace recordar esa copla de Rafael de León que dice
bien sobre la pareja-síntoma: «Ni contigo ni sin ti tienen mis pe­
nas remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me mue­
ro». La paciente también habla de su relación de pareja como de
«un enganche misterioso», pero eso no la ha llevado aún a querer
descifrarlo por medio del análisis.
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
37
CONVERSACIÓN
Hebe Tizio: Con esta Conversación Clínica, el Instituto del
Campo Freudiano (ICF) en España se inscribe en la tradición de
las Secciones Clínicas francófonas. De ellas hemos recibido, a tra­
vés de los textos ya publicados, una renovación de la clínica de la
psicosis. Pero, ¿dónde ha quedado la neurosis? Tal vez el tema
que hemos elegido, «Las relaciones de pareja», nos permita avan­
zar en la orientación hacia lo real para actualizar esa clínica, ya
que como ha señalado J acques-Alain Miller en su curso «El parte­
naire-síntoma», se trata de la pareja del goce o la pareja libidinal.
Antes de comenzar nuestro trabajo quiero agradecer, muy es­
pecialmente, a J acques-Alain Miller, director del ICF, su presen­
cia. Lo mismo que a Judith Miller, presidenta de la Fundación
del Campo Freudiano. Tenemos también con nosotros a Jean­
Louis Gault, colega de la École de la Cause Freudienne. Están
también con nosotros dos colegas de la EOL, Jorge Bekerman y
Gabriela D'Argenton, así como una numerosa representación de
todos los espacios y actividades del Campo Freudiano en Espa­
ña. A todos, muchas gracias. Doy por comenzado el trabajo, pa­
so entonces la palabra a J acques-Alain Miller.
Jacques-Alain Miller: Para empezar la Conversación tenemos el
binario de los casos de Shula Eldar y de Carmen Cuñat. El caso
«La boca cerrada» y el caso «El estrago en la elección de pareja».
Son dos casos de mujeres que acuden a la consulta con el ma­
rido, pero el marido no guarda la misma posición en los dos ca­
sos. En el primer caso, las entrevistas desembocan en un análisis,
si entiendo bien lo que ha escrito Shula Eldar. En el segundo ca­
so la cuestión queda en suspenso -vamos a pedir precisiones a
Carmen Cuñat-. Vamos a interrogar esa diferencia. ¿Qué pasa?
¿Por qué en un caso se abre la posibilidad de un análisis, en qué
sentido se abre, y en el otro no?
Lo que también justifica el binario es el propio punto de par­
tida: la separación. En el primer caso es una separación deseada,
pedida por la esposa, pero renunciará y entrará en análisis. En el
segundo caso, la separación también es deseada por la esposa:
38
LAS RELACIONES DE PAREJA
para empezar, ha decidido irse de casa porque el marido no la so­
porta más. Sigue un laberinto, que sí, que no, que traduce muy
bien la copla final de Rafael de León: «Ni contigo, ni sin ti . . . ,
etc.» Hay una mezcla inconclusa alrededor de la separación.
Para dar un esbozo voy a pasar primero la palabra a M. Bas­
sols, que les va a presentar rápidamente los dos casos. Daremos
después la palabra a quien quiera tomarla para discutir y cons­
truir. Después abordaremos los otros casos pero mezclando, tam­
bién, los resultados de esta primera discusión.
Miquel Bassols: Muy bien, en efecto, ¿qué nos muestran estos
dos casos? Son dos casos de mujeres que se presentan -como ha
señalado ya J.-A. Miller- con sus parejas, con sus respectivos ma­
ridos, se presentan al analista con ellos y con dos separaciones:
una decidida y otra en curso en ese vaivén. Pero -y es la primera
pregunta que quiero plantear-, ¿de qué separación se trata?
Para ordenar los dos casos quería tomar dos ejes señalados
por Lacan, en el seminario sobre el síntoma, que señalan dos pa­
rejas distintas para el sujeto. Una está indicada por el significan­
te fálico, phi mayúscula, F, que es el eje del significante del Falo,
de la función fálica implicada en el fantasma del sujeto. Sería el
registro que Miller ha señalado de la relación fantasmática en la
pareja. Es la pareja en la que cada sujeto busca su completud en
el Otro. Es la pareja impar. Impar quiere decir que -de alguna
manera- siempre se revela que en toda pareja hay tres en juego:
el sujeto y la pareja -como decimos en castellano- que son dos.
El término castellano nos da esa ambigüedad tan interesante que
la pareja es: yo y mi pareja, dos más -de alguna manera-. Es la
pareja y el Otro, diríamos. Éste es el primer registro.
El segundo registro que quiero tomar para ordenarlos, y que
Lacan evoca en este seminario, es el significante de la falta del
Otro, es decir, precisamente del Otro que no existe. No hay
complementariedad precisamente porque este Otro no existe.
Pero del que el sujeto construye o encuentra alguna suplencia,
un objeto suplementario de goce que anotamos con el nombre
de objeto a. É sta es una pareja que podemos llamar dispar. Por­
que indica que tanto para el hombre como para la mujer no hay
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
39
ese Otro, que no existe como tal. Digamos, entonces, que hay
dos separaciones en juego en cada caso. Separación del otro, la
separación de la pareja, estrictamente, y la separación del objeto
de goce que no coincide precisamente con la anterior. Antes bien
-y creo que eso en los dos casos se puede ver- a veces, se mues­
tran inversamente proporcionales. Cuanto más el sujeto quiere
separarse del otro, más muestra su imposibilidad de separarse de
su verdadera pareja de goce, el objeto suplementario de goce en
cuestión.
Vamos a ver, primero, el caso de S. Eldar, «La boca cerrada»,
que se presenta con el marido como un otro insoportable. Ahí la
pareja del otro es el Otro insoportable. Un otro que la ha viola­
do, y eso, después de veintidós años de matrimonio, al parecer
más o menos estable.
Jacques-Alain Miller: Veintidós años de matrimonio y el mari­
do logra violar a su esposa.
Miquel Bassols: Sí. ¡ El marido logra violar a la esposa !
Jacques-Alain Miller: Es decir, que alcanzan la cifra de veinti­
dós años de matrimonio, y es entonces cuando hay una violación.
Hace reír pero se fundamenta en el texto.
Miquel Bassols: Es un rasgo notable que Shula señala, en efec­
to. Bueno, el término «boca cerrada» indica ya la dimensión de
un objeto oral de goce que el sujeto opone al objeto fálico intro­
ducido por el otro en la violación, momento que precipita la cri­
sis en la pareja.
Por otra parte, lo que esta mujer busca es, precisamente, ha­
cerlo hablar a él. Subrayo esa expresión. Es decir, hacerle abrir
la boca al Otro. Hacer presente la falta del Otro. Y, como señala
Shula, si ese hombre accede a venir es por la posibilidad de per­
der a esta mujer, es algo que lo desespera. Si no parece que no
hubiera venido a hablar con Shula. Aquí se abre la dimensión
del significante fálico del deseo del Otro, ¿qué significa esta mu­
jer para su marido? Para este hombre profundamente afectado
40
LAS RELACIONES DE PAREJA
por las muertes y ausencias familiares. Como señala S. Eldar, en
este campo, ella denuncia un exceso: que él grita demasiado. Un
exceso que viene a llenar las ausencias de ese goce fálico, y ella,
por su parte, se ausenta -cito allí a Shula- introduce el silencio.
Introduce un menos del lado del falo para responder a ese exce­
so del Otro. Y es en esta vertiente donde podemos situar la rela­
ción de la pareja con el significante fálico, que h ace existir al
Otro como tal, que hace existir a la pareja como Otro. Y, en esta
vertiente, en efecto, la pareja son tres: ella, él y el falo. Ella, él y
la comedia de la significación fálica en la que -como sabemos a
partir del drama parisino de Alphonse Allais, al que Lacan se re­
fiere- finalmente, una vez caídas las máscaras ni él era él, ni ella
era ella.
Todo este drama se desarrolla sobre el fondo de la relación
del sujeto con el deseo de la madre, en una coyuntura del naci­
miento que es un momento traumático. En el peso de un dolor
que se mantendrá fijo, en su inercia, para este sujeto. Y es, diría­
mos, el lado mortífero de la relación con el significante del falo
en tanto significa el deseo de la madre.
Si hay un lado mortífero, el otro lado del falo es el que ven­
drá marcado por ese recuerdo, recuperado en el análisis, en el
que aparece el velo fálico de una colcha blanca. Recuerdo en el
que se perfila el hermano recién nacido en brazos de la madre.
Es una de las imágenes prínceps de lo que sería la relación de la
madre con el falo. Es ahí donde se encarna el significante del fa­
lo en un deseo del que esta mujer se sentirá ya excluida en ese
momento.
La pareja del Otro, la pareja del marido tomará, en este caso,
el relevo como la versión más freudiana de la sustitución de la
madre por el hombre, como vemos en muchos casos. En esta
misma vertiente vemos aparecer ese secreto de la madre -subrayo
esa expresión del texto- que nos indica, en efecto, que no todo
en lo femenino es oscuridad. Si en esa oscuridad se puede incluir
el deseo femenino, no todo en el deseo femenino es oscuridad.
Se trata de los amores de la madre, más allá del padre, unos amo­
res representados en un objeto que también es un objeto textil:
ese vestido estampado en rosa y blanco que le había regalado, a
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
41
la madre, el hermano muerto, y con el que l a sujeto se envuelve
en sus juegos infantiles para encarnar ese agalma, ese objeto pre­
cioso detrás del velo fálico, para el Otro. Esa imagen de cómo el
sujeto se rodea con ese objeto fálico tomado del Otro me parece
muy precisa y muy interesante.
Vamos a la otra vertiente, la vertiente del Otro que no existe,
donde se perfila la dimensión de un objeto recuperado en otro
recuerdo. Es también el color blanco, tienen ese punto en co­
mún. Es el color de vacío sin nombre de su sexo -dirá más preci­
samente Eldar-. Subrayo esa expresión que me parece muy pre­
cisa para designar ese objeto. Es el otro lado de la colcha blanca
que indicará un goce extrañamente adherido al cuerpo, en esta
mujer. Es en este color de vacío -color que Lacan atribuye, en su
texto «Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista», tam­
bién a la libido- donde se condensa la otra pareja del sujeto.
]acques-Alain Miller: La misma expresión figura en algún otro
de los ocho textos: «el color del sexo».
Sala: En el de Jean-Louis Gault.
Miquel Bassols: El de Jean-Louis Gault, en efecto. Lo he su­
brayado en el texto de Shula, ese color de vacío muy particular,
para designar esa otra pareja del sujeto que es la de la pulsión en
su recorrido autoerótico.
Vamos al otro caso, el de C. Cuñat, «El estrago en la elección
de pareja». Señalemos de entrada que aquí no se trata del sujeto
que encuentra insoportable al otro sino, justamente, de lo con­
trario. Es decir, es esta mujer la que se presenta también al ana­
lista, con el marido, pero empieza diciendo: «Mi marido no me
soporta» y además dice, «y tiene razón». Lo cual es ya toda una
hipótesis de partida. Es ella pues la que encarna lo insoportable
para el Otro; que es una manera también de hacer existir al
Otro: hacerse insoportable para ese Otro. Hasta tal punto que
los intensos autorreproches de esta mujer plantean al principio
un problema de diagnóstico a C. Cuñat, porque aparece con
unos autorreproches muy marcados.
42
LAS RELACIONES DE PAREJA
Del lado del significante fálico es manifiesto que esta mujer se
sitúa como la niña del Otro. La niña del padre muerto, en primer
lugar. La niña de la familia, en general, pues es así como la lla­
man. La niña, finalmente, de su sufrido marido. Con este signifi­
cante el sujeto hace existir al Otro como una pareja frente a la
que siempre se sitúa en falta, con esa continua presencia del sen­
timiento de culpabilidad que Carmen subraya. Y que está desti­
nada, en realidad, a velar la falta del Otro; ya sea en el sentido de
la castración del Otro como en el de su inexistencia.
En este escenario se desarrollan todos los desacuerdos y ma­
lentendidos de la pareja. Las idas y venidas, desde los más coti­
dianos y nimios -ese dichoso mechero que puede rayar la mesa,
o los flecos mal peinados de la alfombra que producen todo tipo
de discusiones-, hasta un punto en que la posición de esta mujer
se revela como la pareja de la angustia del marido, por decirlo
así. Ella lo dice a su manera.
Esta posición se revela en realidad como la de la pareja-sínto­
ma del marido. Ella encarna esa pareja-síntoma del marido. Co­
mo señala Carmen, a medida que el sujeto va localizando estos
síntomas del marido -y no sin el asombro del analista-, la culpa
parece pacificarse y los autorreproches ceden. Al mismo tiempo,
se pregunta si no será todo ello lo que le produce tanto malestar:
encarnar esa posición de pareja-síntoma para el marido. Es tam­
bién en este mismo registro donde los encuentros y desencuen­
tros se repiten en las sucesivas separaciones y posteriores reunio­
nes, hasta el límite de un pasaje al acto que indica la gravedad y
el peligro de esta posición del sujeto. Ante el testimonio del ma­
rido de que no ha dejado de pensar en la idea de matarse, es el
sujeto quien se precipita encerrándose en el lavabo y tomándose
un frasco de pastillas.
La pregunta por lo fallido de este intento parece crucial para
medir correctamente la posición del sujeto frente a su acto. Has­
ta qué punto la mediación fálica de esa niña, que quiso en reali­
dad ser un niño, bastaba para responder a la pregunta que le
plantea la otra vertiente, más dura, más heavy, aquella en la que
el Otro no existe y donde la pulsión se desencadena de manera
radical. Aquí, la pulsión oral, además.
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
43
Digamos lo que nos parece que indica esa otra vertiente en el
caso. Qué elementos nos empieza a dibujar esa otra vertiente del
caso. Yo lo situaría en ese toro negro del sueño. Ese sueño de re­
petición, que vuelve una y otra vez desde su infancia. Un toro ne­
gro que está situado en el centro de la plaza, del que ella intenta
zafarse, pero que se lleva consigo allí donde vaya. En ese sentido,
encarna muy bien la pulsión porque, en efecto, la pulsión es
aquella demanda que uno se lleva consigo allí donde vaya. No
puede huir de ella. La cuestión es si no es ese toro negro una
imagen de la pulsión en su real más insistente para el sujeto, en
ese sueño.
Lo que llama aquí la atención es el modo en el que se produ­
ce ese rechazo a la separación que consiste, según la expresión de
C. Cuñat, en volver al lugar de donde el hombre la sacó. Y que
es el lugar del estrago de la relación con la madre. La hipótesis
de Carmen es aquí la de una madre que propuso al sujeto, al ia­
do de la denuncia del deseo edípico, al padre muerto como obje­
to de amor. Eso daría el modelo de la relación.
Participante: Al hermano.
Miquel Bassols: No, al padre muerto. La hipótesis de Carmen
es que «la madre habría propuesto a esta mujer, al iado de la de­
nuncia del deseo edípico, al padre muerto como objeto de
amor». Pero es cierto, en efecto, también hay el hermano. Debe­
mos tener en cuenta que también hay que ponerlo en esa serie.
Pero entonces la pregunta con la que termina Carmen es
completamente justificada: ¿hasta qué punto esta mujer va a po­
der sostenerse separada de este hombre?
]acques-Alain Miller: Bien, supongo que habrá algunos que
han leído esos casos, por lo menos uno de los dos, que van a po­
der intervenir sobre lo raro de la desestabilización de una pareja
que tiene ya veintidós años de convivencia. Todo lo que leímos
en el caso de Shula se produce durante ocho entrevistas. Y des­
pués de esas ocho entrevistas, la paciente se queda con el senti­
miento de que lo ha dicho todo, que ha hecho un recorrido com-
44
LAS RELACIONES DE PAREJA
pleto. Es interesante en la medida en que, en cierto sentido, es
una terapia breve. Las ocho entrevistas con la paciente cumplen,
para ella, la función de una terapia breve. Es impresionante por­
que -supongo que son sesiones largas, no sesiones breves sino se­
siones de entrevistas- producen un material importante. Hasta
tal punto que, claramente, hay un ciclo cumplido, que la paciente
puede decir: «Lo he dicho todo». Y en este momento, precisa­
me!'lte porque hay un punto de capitón, hay un relanzamiento
-no sé si usted lo ha producido, o ella misma lo ha vislumbrado­
que abre al análisis posterior. Es muy claro que sólo a partir de
ese momento hay análisis. En el momento en que va a empezar
realmente lo analítico ya no se entenderá, se entenderán algunas
cosas pero no con esa claridad que tenemos en esos momentos.
Lo notable, también, es que esta señora viene como víctima
del marido, trae al marido como el culpable y quiere mostrarle al
analista: «Es él, mi violador, después de veintidós años de convi­
vencia». Asistimos en la trayectoria al hecho de que se despoja
del papel de víctima para revelarse como otra cosa. Es decir, que
cumple la famosa rectificación subjetiva en tanto que finalmente
asume, ella misma, la responsabilidad de la violación. El episodio
es el siguiente: se ve que el marido está cayendo, él está desesta­
bilizado por varios factores. Lo que lo desestabiliza es la pérdida
de las marcas que lo estabilizaban en la vida: su madre está inter­
nada, la esposa se independiza. Y el hombre, que estaba bien
ubicado entre la madre y la esposa, se encuentra dejado caer y
cae en la impotencia erótica. En este momento, una semana antes
de la llamada al analista, el marido pasa por un momento de má­
xima turbación, en un trance de angustia se acurruca desnudo en
un rincón, gimiendo y llorando. Ella se muestra cruel con su su­
frimiento y se muestra inamovible. Por todas las informaciones
que Shula tiene de la paciente, y por cómo lo transmite, supongo
que ella misma se dice «cruel».
Entonces, primer momento, ella es la víctima y, después, se
descubre que se ha mostrado cruel e inamovible con el marido,
encarnando la fuerza del superyó. El pobre hombre se encuen­
tra bajo el peso de la angustia frente al superyó y en este mo­
mento, mientras duerme, ella es violada. «Su marido fuerza su
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
45
entrada haciéndole abrir su boca cerrada». Podemos entender
de qué se trata.
Finalmente, se cumple una rectificación subjetiva profunda
cuando de víctima pasa a ser el verdugo del marido: cruel e ina­
movible. Así, primero hay esta rectificación subjetiva que va has­
ta el inconsciente, su inconsciente está de acuerdo cuando se ve
los sueños que trae. Voy a referirme únicamente a la observación
que dice antes de contar esos sueños: «Pobre M., ahora me doy
cuenta de que lo de la violación fue sólo un intento de hacer va­
ler su virilidad». Tenemos una total inversión de su posición ini­
cial, lograda en ocho entrevistas, pasando de víctima a asumir la
responsabilidad. El horrible marido presentado al analista se
convierte en «el pobre M.». En este punto es su propia trayecto­
ria, ella misma entra en análisis.
Estela Paksvan: Con respecto al caso que presenta Shula, creo
que Miguel ha hecho un esquema muy preciso, que me ha gusta­
do mucho. También quiero decir que el caso está muy bien escri­
to, es decir, hay un estilo en el cual va mostrando un movimiento
que, es verdad, al principio es casi teatral. Aparece la pareja con
sus problemas, con su «PP», y luego los focos se detienen muy
precisamente en esta mujer que marca, perfectamente, esa recti­
ficación subjetiva o, mejor dicho, su entrada en análisis.
Hay algo que concretamente quería preguntar del caso de
Shula, porque me parece que está sugerido, y es este objeto pre­
cioso: el color, la relación que hay con este vestido, cómo se pre­
senta aquí el cuerpo de esta mujer. Porque por un lado tenemos
la boca cerrada y después un sueño muy particular. Entonces, es­
tá el objeto -este objeto de la madre-, este colorido del vestido
con sus manchas rosas y blancas con el cual el sujeto se envolvía.
Y me parece que tú haces, sugieres, y quiero preguntarte si real­
mente es así, la conexión -que además es preciosa- entre que ella
se envuelve con ese vestido, rosa y blanco, y por otra parte que
tiene la psoriasis más o menos en el mismo período -me he fijado
dos veces. Quería preguntarte acerca de cómo se manifiesta todo
esto en el cuerpo de esta mujer, porque aparece casi como una fi­
gura topológica la que ella plantea en ese sueño, en donde se se-
46
LAS RELACIONES DE PAREJA
para la cabeza y luego sale expulsado algo, el estómago, donde
sentía el dolor. Y después su propia boca se abrocha en ese bor­
de. No lo entendí muy bien y quería preguntártelo.
Antoni Vicens: Me ha llamado la atención que los dos casos,
de algún modo, demuestran que no hay manera de realizar el ob­
jeto a en la pareja, que el sujeto está ligado, fantasmáticamente, a
su objeto «a», pero si forma pareja con ese objeto «a» es de una
manera especial. En ambos casos vemos, por los vericuetos de la
sexualidad femenina y el Edipo femenino, cómo ambos sujetos
tienden a realizar el objeto a de algún modo. Y vemos que la en­
trada en análisis, el surgimiento del nuevo amor que es la transfe­
rencia, permite poner en acto algo fundamental en la relación de
pareja que es la ausencia. El objeto a no permite hacer pareja
porque nunca está ausente, porque él mismo es ausencia, por sí
mismo. Es solamente el registro del amor, el registro del signo, o
es a través del signo de amor que la ausencia es simbolizable y
surge, precisamente, lo que es una relación de pareja, tal como la
entiendo. Entonces, en un caso vemos cómo lo que lleva al análi­
sis a un sujeto queda reducido a un objeto oral y vemos esta osci­
lación, no sabemos muy bien dónde está el objeto; porque resu­
mido, hay una reducción, ¿quién es el agente de esta reducción?
No lo sabemos. El caso es que el sujeto aparece caído en esta po­
sición de reducción a ser una boca, como se dice en algún lugar.
En el otro caso el objeto es el objeto visual, hay otros objetos,
pero señalo los que se destacan más. Ella, en este ir por Madrid,
puede ser vista, la gente la mira pero no la ve. Puede llorar, es la
ventaja que encuentra en una ciudad grande donde la gente la mi­
ra pero no la ve llorar, ni nada. Y es también ese toro, que es el ob­
jeto negro, el objeto mirada, el objeto de la mirada que la sigue, y
de alguna manera también ella se ve reducida a eso cuando intenta
desaparecer en lo real. Así como el primer sujeto quedaba reduci­
do a la boca, este otro sujeto parece querer reducirse al objeto mi­
rada, incluso en este intento de suicidio. En ambos casos vemos
cómo una cierta forma de separación de ese objeto «a» permite el
surgimiento del signo, en este caso, del amor transferencial, pero
entendemos -en ambos casos- que promete un futuro mejor.
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
47
Francisco Roca: Quisiera partir de la expresión que Miguel ha
resaltado del idioma castellano, bastante ilustrativa del tema que
estamos tratando: «Mi pareja y yo». Y a propósito de los cinco
modelos que Miller ha propuesto -ha dicho él, sin ánimo de ser
exhaustivo- yo quisiera preguntar si cuando una persona elige a
su partenaire como alguien de quien pretende hacerse acompa­
ñar en la vida, el modo en que lo elige -según estos modelos u
otros que podrían proponerse que nos permitieran entender es­
to- es inamovible o por el contrario cambia. Entonces, el comen­
tario que ha hecho Miguel a propósito del caso de S. Eldar me
ha dado la sensación de que las rectificaciones subjetivas muchas
veces irían acompañadas del cambio de lugar por parte del parte­
naire. Miller ha comentado que este hombre tardó veintidós años
en violar a su mujer, pero me da la sensación de que ella también
tardó veintidós años en hacerse violar. Al menos es la lectura que
he hecho, que esta mujer elige como partenaire al hombre de otra
mujer, igual que su madre tiene ese objeto perdido en el herma­
no que ocupa para ella un lugar más preeminente que su propio
marido. Y, justamente, todo el drama se desencadena cuando es­
te hombre se ve desubicado del lugar de ser el hombre de otra
mujer, por la aparición del Alzheimer, y por tanto queda como
desamparado. Da la sensación de que la paciente de Shula lo que
hace con su actitud es obligar -y en este sentido, la palabra «vio­
lación» me parece muy pertinente- al marido a sostenerse en ese
lugar de hombre, a sostener el falo. Da la sensación de que es
una violación buscada por ambas partes como, probablemente,
una rectificación en su relación de pareja, dado que el hombre se
sostiene ya difícilmente en ella por la enfermedad de la madre y
la mujer necesita reubicarlo a partir de esa variación en su vida;
reubicarlo respecto a ella pues ya no puede encarnar ese lugar de
hombre muerto de otra mujer. De hecho, la mujer también tiene
otro hombre en su vida que es este pintor bohemio con el que no
se atreve a irse. Da la sensación de que por el lado de la madre
de la paciente, la elección del hombre de su vida tiene dos mo­
mentos: uno con el que no se atreve a poner su libido en juego, y
la elección de un hombre mortecino. Para la paciente hay un
48
LAS RELACIONES DE PAREJA
hombre mortecino de entrada y, cuando este hombre no puede
seguir soportando ese lugar, tiene que hacerlo variar, continuan­
do con ese modelo edípico que Miller ha propuesto de la rela­
ción narcisista sostenida por un Ideal del yo de la madre, tiene
que hacer que el hombre cambie de lugar y se sostenga como el
pintor bohemio que la madre no se atrevió a elegir. Entonces, de
ahí mi pregunta sob re si el motivo de la elección de objeto es
único e inamovible o, por el contrario, puede cambiar, al menos,
de forma.
Gustavo Dessal: Quisiera, en primer lugar, hacer un comenta­
rio sobre la presentación que ha hecho Miller. En particular, so­
bre la observación respecto al conjunto de los casos. Efectivamen­
te, creo que está allí la dimensión propiamente analítica de que la
norma no es la referencia para situar la cuestión de las parejas.
Que quizás, precisamente, el estatuto en el analizado del partenai­
re como síntoma es lo que viene al lugar de esa ausencia de norma
de nuestra concepción. Creo que esta tipología que usted ha pre­
sentado, a pesar de no ser exhaustiva, parece que resume bastan­
te bien una serie de posibilidades que se observan en la clínica. Y,
en particular, despertaban mi interés los puntos tres y cuatro, ti­
pologías tres y cuatro, porque existe seguramente una relación
muy íntima entre la tercera tipología y la cuarta. Es decir que mu­
chas veces lo que recogemos en la experiencia clínica es el pasaje
del tres al cuatro, cuando una relación de pareja que está estabili­
zada, plasmada por la estructura del fantasma, pasa al punto cua­
tro, es decir, se sintomatiza. Y allí creo que encontramos una difi­
cultad particular en el análisis que es la de cómo producir una
separación del sujeto respecto a su fantasma que no se confunda,
para el analizante, con la separación en lo real del partenaire.
Estos dos primeros casos parece que ilustran bastante bien al­
go que Lacan desarrolla de una forma -para mí, por lo menos­
bastante compleja, en los últimos capítulos del seminario Encare,
que es la apoyatura de la sexualidad femenina en el inconsciente
del hombre, a tal punto que no es de extrañar que en los dos ca­
sos las mujeres traigan a sus maridos. No es infrecuente que algu­
no de los partenaires llame al analista para interesarse por el psi-
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
49
coanálisis de su pareja, habitualmente son mujeres las que llaman
para interesarse por cómo va el análisis de sus maridos o que in­
sisten a toda costa en que sus maridos comparezcan en la expe­
riencia analítica, en la sesión. Creo que esto se puede pensar des­
de muchas vertientes, pero una vertiente fundamental es lo que
Lacan llega casi al extremo de preguntarse de si verdaderamente
la mujer tiene un inconsciente propio.
Jacques-Alain Miller: Gabriela D'Argenton quiere decir algo.
Gabriela D'Argenton: Cuando Gustavo dijo que son las muje­
res quienes habitualmente llaman a los analistas de los hombres
para preguntar cómo avanzan sus análisis, dije: « ¡ No ! , los hom­
bres también llaman tremendamente para preguntar cómo va eso
con la mujer, porque quieren saber de un goce que no pueden
poseer. Pues hay -qué sé yo- una escisión, una disimetría de go­
ce que, pregunto, puede ser eso a lo que usted se refiere como
ubicarse en el inconsciente del hombre. ¿Es eso? Porque si no, no
estoy de acuerdo.
Gustavo Dessal: Está bien. No pretendo que haya un acuerdo
general. Bueno, tampoco vamos a hacer una cuestión estadística
de cuántas veces llaman más, uno u otro. Me apoyo, simplemen­
te, en lo que me ha ocurrido en mi experiencia, digamos que no
abarca la de todo el mundo. Me refiero al hecho de que Lacan,
en Aun, se hace esta pregunta. Se hace la pregunta de si la mujer
tiene un inconsciente que es propio, porque desarrolla en esas
páginas toda una serie de reflexiones que son bastante complejas
sobre el modo peculiar de la subjetividad femenina. Por otra par­
te, es algo traído por Lacan desde los orígenes de su enseñanza,
es decir, la relación peculiar que la mujer tiene con el significan­
te que está en el lugar del Otro, hasta el extremo, en ese semina­
rio, de preguntarse si hay una forma peculiar en la que el incons­
ciente de la mujer se apoya en el inconsciente del hombre. Lo
cual me parece que no es simétrico. Me parece que no hay allí
una simetría.
50
LAS RELACIONES DE PAREJA
Jacques-Alain Miller: Sería útil detenernos un momento en el
detalle del caso después de una visión que ahora llega a ser pano­
rámica. En el caso de la señora cruel hay que ver que es ella, final­
mente, quien entra en análisis, no es el marido. El marido se en­
cuentra desestabilizado, reacciona por un acto, por un pasaje al
acto -vamos a decir- exitoso, porque ha logrado hacerle abrir la
boca y, finalmente, ella va a hablar al analista. Y se descubre una
serie de partenaires de esta señora. Por importante que sea el in­
consciente del marido, finalmente de éste no conocemos tanto.
Podemos suponer mucho, pero lo que en ocho sesiones se abre es
el inconsciente de la señora cruel. Y se abre una serie de partenai­
res, primero el partenaire marido, pero se ve que también tiene
una relación fuerte con la suegra, a quien admira. Y, debajo, el ter­
cer partenaire -que parece el más importante para ella- es su pro­
pia madre, más que el padre. Y hay una llave del inconsciente de
la señora cruel en este partenaire madre. ¿Cuál era el Otro mater­
no, el deseo del Otro materno? El deseo de la madre de la señora
cruel ha sido marcado por el duelo de su propio hermano. Y la
paciente da testimonio de que la madre le ha comunicado el peso
de este duelo, presente como un dolor específico en el cuerpo.
Hay la inercia de un dolor distinto de los otros como transmisión
del dolor de la madre. Lo más precioso, para la madre y para ella,
ha sido este vestido, ofrecido por el hermano muerto a su herma­
na, la madre de la paciente, que figura realmente en el armario.
Hay varios armarios en los casos, quizás sea un cosa española, no
sé ... Y hay este ágalma escondido como el legado del muerto que
pertenece a esas dos mujeres. Por lo menos, vamos a decir que el
inconsciente de la paciente se apoya en el inconsciente de la ma­
dre. Hay un ágalma mortífero que reaparece en uno de los tres
sueños que marca el final de esta serie de entrevistas.
Claramente, en eso -por el momento, antes del análisis- el
padre no aparece. Tanto menos cuanto que la madre de la pa­
ciente amaba en otro lugar, otro lugar que no era el de su mari­
do. Amaba al hermano muerto, amaba al pintor bohemio, pero
no era el padre el objeto de su amor, según la propia paciente.
¿Qué se ha transmitido de la madre a la paciente? Se ha
transmitido el silencio. La madre es la madre de la boca cerrada.
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
51
Hasta tal punto que s e puede decir que el rasgo unario, l a I ma­
yúscula, del Otro -HA)- que se ha transmitido de la madre a la
paciente es el silencio. Y el ágalma es el secreto.
Finalmente, es coherente con la manera como ella misma des­
cribe el incidente de la violación. El marido destruido, angustia­
do, en un rincón, desnudo . . . -¿Pueden imaginar esto? Es Almo­
dóvar. Y ella cruel e inamovible. Es una escena sádica con ella en
la posición del objeto a minúscula tal como lo define Lacan, la
posición del verdugo sin falla, con su ágalma bien escondido,
mientras el marido está en la posición del otro totalmente dividi­
do, es decir, realmente encarnando: a -7 g, Ella angustia al mari­
do, lo cual es realmente la cumbre de los veintidós años de matri­
monio, para llegar a este momento en el que ella es el objeto a
minúscula, lleno de ser, y él pura falta en ser. En este momento el
tipo, genialmente, finalmente, la viola, recupera en cortocircuito
su virilidad -como ella misma lo dice- y ella cae de la posición
de objeto a, cruel. Lo que le va a permitir abrir la boca, empezar
a hablar y dejar la posición del objeto a al analista.
Esto es una construcción, pero se apoya en una observación
que me parece sumamente importante: el recuerdo que ella re­
cupera de su dolor al ver a su hermano menor gozando del seno
de la madre, el refugio que ella encuentra en el padre, cogida a
las piernas de su padre. Debemos suponer que esto que ahora
es una pura anotación, en el transcurso del análisis va a abrir
otro capítulo. ¿Cuál era su operación esencial sobre este herma­
no? La gran operación que ella hacía -lo tenemos en una anota­
ción- era cerrarle la boca con el chupete. Esto es lo que le hacía
al hermano. Se ve que es lo que ha deseado hacer con el marido
esos veintidós años de matrimonio, cuando dice que él grita,
etcétera: deseaba cerrarle la boca con el chupete. Un hombre es
para que se le cierre la boca con el chupete que ella misma es.
Ella es el chupete que cierra la boca al hombre. Vamos a decir
que ella es el chupete del partenaire-hombre y que, finalmente,
él pone en escena que es él quien le va a dar el chupete: le
da otro chupete. Esto implica que va a llevarlo a él al analista,
para hacerlo hablar. Se ve el laberinto y, al final, es ella la que
entra en análisis. No dice que el violador debe entrar en análi-
52
LAS RELACIONES DE PAREJA
sis. Ahí se ve la dimensión imaginaria pero estructurada por el
(a � g ).
Me parece que los tres sueños son extraordinarios. El primer
sueño es el recuerdo del vestido ágalma, vinculado al luto inolvi­
dable de su tío. Segundo sueño: un pene arrastrado. Esto ocurre
entre una pareja de amigos pero ella está, al mismo tiempo, en
pareja, con su marido. Se ve aquí el desplazamiento. Hay que co­
mentar también el sueño de las bragas que parece la entrada de
las mujeres. Es toda la sociedad de mujeres, con las bragas que
las representan. Hay una suerte de error en la cuenta porque se
pregunta si la suya está en la serie o si ella tiene la braga en el
cuerpo, con todos los sentidos que se pueden dar de castración o
de negación de la castración.
La lección es que se puede obtener en ocho entrevistas una
estructuración fulgurante del problema, una orientación que po­
ne al sujeto en el punto de empezar. Todo esto podrá variar, por
supuesto. La relación con el padre se va a recuperar de otra ma­
nera y abrirla supone otra posición que la del a del chupete, del
hombre-hermano, rival insoportable.
Quizá podemos ahora consagrar la siguiente media hora al ca­
so de Carmen. Quizá Shula quería decir algo y ella misma puede
introducir una comparación con el caso de Carmen, y Carmen
retomarla también.
Shula Eldar: Bueno, evidentemente, hay muchos datos clíni­
cos que no se pueden incluir en una presentación tan breve. Y,
además, es verdad que en este breve período de análisis se van
perfilando algunas rutas, como usted muy bien ha señalado. La
cuestión del padre surge en al análisis, ahora, en función de su
reivindicación frente al padre. Es una reivindicación sostenida,
justamente, en este punto de la virilidad. Un reproche al padre,
dicho en sus propias palabras.
Quizá voy a señalar unos pequeños apuntes más sobre lo que
a mí me dio un índice, una orientación para actuar de la manera
que actué con este caso. Y me llamaba la atención, me interesó
esta pequeña diferencia que usted hacía entre la dimensión jurí­
dica y la dimensión clínica. Voy a intentar explicar por qué y en
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
53
qué momento, justamente, esta separación dio un índice de por
dónde pasaba la cosa. Porque en la primera entrevista -voy a
describir un poco cómo se presenta esa crueldad en el semblante
mismo que ella presenta al analista- ella está sentada con una ac­
titud completamente inflexible, inamovible, un semblante duro y
cerrado. Y el hombre intentando explicar las cosas, en fin, justi­
ficar las cosas. Pero, hay un pequeño detalle: cuando ella abre la
boca -no está absolutamente silenciosa, ella también habla- se­
fiala que en caso de separación ella no va a presentar el episodio
de la violación como una queja. Ésta fue una orientación de que
allí, justamente, se trataba de hacerle abrir la boca sobre eso que
ae jugó en la violación. E inmediatamente tuve la hipótesis de
que había que investigar más en las coordenadas de ese pasaje al
acto. Casi diría que ese pasaje al acto se reactúa en la primera en­
trevista, ya no como un pasaje al acto sino más bien con las coor­
denadas de un acting-out, porque se da frente al Otro, ya dirigido
al analista.
Después tomaré algunas preguntas que se han planteado para
responder muy brevemente. La pregunta de Estela con relación
al cuerpo. Efectivamente, hay una asociación casi inmediata en­
tre este vestido rosa y blanco y la psoriasis de esta mujer, pero es
una relación sin elaborar por el momento, porque el tema de
psoriasis aparece en el discurso, aunque aún no se ha tomado co­
mo una pregunta que ella se puede plantear. Ella misma relacio­
na ese vestido bicolor con esa erupción, que aparece en períodos
bastante largos de su vida -es un problema que se desencadena
cuando ella tiene siete años-. Ella misma se pregunta y lo articula
con el momento del nacimiento del hermano. Luego se ve otra
vertiente, que no es precisamente la del nacimiento del primer
hermano, sino que fue unos años más tarde, justamente cuando
la familia viene a Barcelona desde otro lugar de España. Vienen a
Barcelona, están un tiempo, y deciden volver al p ueblo. Y es en
el momento de esa vuelta, con todo lo que implica Barcelona,
con el secreto de la madre, el pintor, cuando aparece la psoriasis.
En relación con el sueño, que Estela también traía a colación,
realmente ese sueño pone en escena la expulsión del objeto. Se
ve bien cómo el objeto se sitúa entre los bordes de su propia bo-
54
LAS RELACIONES DE PAREJA
ca. También en los sueños hay una referencia muy clara a la cues­
tión del cuerpo -como usted acaba de decir- estallado, caído, en
fin, dañado de alguna manera, fragmentado.
Otro punto -bueno, hay muchas cosas-, quizá respecto a lo
que usted señalaba en relación con ese conjunto de ocho entre­
vistas. Estoy de acuerdo que, de alguna manera, para ella consti­
tuyen o dan cuenta de un efecto terapéutico. Digamos, cierta te­
rapia breve. No obstante, en esa misma conclusión de ella:
«Pensé que ya había dicho todo lo que tenía que decir», es ver­
dad que esta paciente ve cómo ella ha hecho una elaboración de
su problema, de su historia, de su síntoma, de su relación de pa­
reja. No obstante, existe una apertura. En ese momento, bien po­
día haber sucedido que ella hubiera interrumpido allí, que hubie­
ra dicho «no quiero seguir». No obstante, la pregunta sobre su
propia sexualidad está muy presente en ella. Y no la sorprende
excesivamente la invitación a seguir hablando justamente de su
sexualidad. Más bien, la cuestión de la separación, que señalaba
Miquel, rearticula esa pareja del marido al objeto. Así plantearía
yo esta cuestión.
Bien, son cosas generales en relación con el cuerpo. Se puede
decir que esta mujer se ocupa profesionalmente del cuerpo de las
otras mujeres, de algo del cuerpo, de la piel, algo que es superfi­
cie en el cuerpo de las mujeres.
Carmen Cuñat: Escuchando el caso de Shula, que me ha inte­
resado mucho, pensaba: «Mi caso no tiene color». Es verdad,
porque es completamente oscuro. Voy a hablar del personaje: es
oscuro y negro. Es una mujer que se presenta con cara de viejeci­
ta, una castellana profunda, que me ha hecho preguntarme cómo
ha llegado a hacer filología inglesa, por ejemplo. Es una cosa que
no le pega nada. Me pregunto cómo ha llegado a salir de su pue­
blo. Hay cierta oscuridad, no hay un color. Y me refiero al color
porque el caso de Shula me hacía preguntar, justamente, sobre la
cuestión del estrago: si ella podía localizar en su caso algo del or­
den del estrago en la violación. Sí, lo asocio justamente porque
en mi caso, aunque no desde el principio, pensé en una cuestión
de estrago. Luego en la elaboración me orienté hacia ahí. Pensa-
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
55
ba en el estrago y me hacía la pregunta de si es una cuestión refe­
rida únicamente a la relación de una madre con una hija, o es
una cuestión estructural. Me parece que para Freud esto que pa­
sa entre la hija y la madre es una cuestión estructural.
Entonces, pensaba que esta cuestión del estrago se basa, en
términos generales, en dos puntos: uno es la pasión de las madres
por los seres fálicos y otro es el silencio -que me hacía pensar, en
d caso de Shula, en la feminidad en la madre. Para la mujer de mi
caso, efectivamente, hay una opacidad respecto a la madre. Es pu­
ra negrura. Es algo que la persigue, como ese toro negro.
]acques-Alain Miller: Justamente, esta oscuridad toma una
forma, ha tomado desde siempre una forma. Usted dice: es un
sueño de repetición. Es un sueño de repetición extraño, con el
toro negro del que no puede zafarse. Miguel Bassols decía: es la
pulsión. Es también la representación de la madre, del carácter
negro de la madre.
Es otra pareja totalmente distinta. En la primera pareja hay
toda una vida, hay un sufrimiento, hay la mujer que se vuelve ca­
da vez más verdugo, el marido que va hasta este punto sublime
de la crisis terminal, y se libera con el pasaje al acto y tienen hi­
jos, etc. En la otra pareja, los dos han decidido que no querían
hijos. Finalmente es una pareja encerrada, claramente con el la­
berinto imaginario de los dos. Hay también el episodio de un ac­
to. Es el momento en que el marido dice a la esposa: «Estoy pen­
sando en la manera de matarme». Al minuto siguiente ella se
encierra en la toilette y se toma un bote de pastillas. Él dice: «Me
voy a matar». «¿Tú te vas a matar? Yo me voy a matar primera».
Es decir que se ve cómo están en un tiempo para comprender in­
finito -en el sentido de Lacan- donde lo que cada uno hace, lo
hace en función del otro. «Quiero separarme porque él me con­
sidera insoportable», y no logran separarse. Y, precisamente, es
porque no hay una separación moral del marido, es porque no
hay una separación psíquica del marido, por lo que no puede en­
trar en análisis.
La finalidad de las entrevistas sería lograr una separación no
material sino una separación, por lo menos, psíquica del marido,
56
LAS RELACIONES DE PAREJA
llegar a un momento conclusivo que la separe de esos movimien­
tos en espejo que tienen los dos.
En este caso hay, claramente, el complejo señalado por Freud
que encontramos también en el caso de Jean-Louis Gault, casi
con la misma frase: «Siempre quiso ser un chico». Y, claramente,
vive con el marido en el impasse de una relación imaginaria con
él, bajo la determinación -y en eso es similar al caso de Shula- de
la posición de la madre. La madre, rencorosa, de mal carácter, ha
tenido una madre insoportable. Y ella se dedica a hacer lo inso­
portable. Primero se dedica a ser ella misma la insoportable para
el marido y a elegir también un marido insoportable, un marido
obsesivo, fóbico, angustiado. Y me parece que el marido en este
caso es, claramente, el heredero de la madre. Queda reservada
una posibilidad de salida muy distinta en la relación con el padre:
era la preferida del padre. Quizás el marido le ha dado también
algo de eso cuando la llamaba «niña», pero me parece que -por el
momento- queda cerrada la apertura que le puede dar la elabora­
ción de la relación con el padre, elaboración que se trataría de ha­
cer surgir para aliviarla del peso del toro negro, que me parece
condensar, sí, la pulsión, el complejo de castración. En ella el mal
constituye una forma imaginaria de su problemática.
Pienso que usted traduce muy bien el problema cuando habla
de la pelea infernal en la cual se encuentran. Son insoportables el
uno para el otro. E inseparables. Inseparables en tanto que inso­
portables. Esto responde al tipo de la pareja antinómica, como
usted dice muy bien, «ni contigo ni sin ti», la pareja antinómica
que conocemos: son los que se separan, vuelven a casarse, se se­
paran de nuevo. Un poco Elizabeth Taylor con Richard Burton.
Ella tenía a otros, pero en algún momento se encontraban, y a
veces eso duraba. Pero Burton murió. Si no hubiera muerto, no
sé si hubiera sido el tercer marido, el quinto, el séptimo. Tam­
bién estoy de acuerdo con los términos de «elección amorosa
mortífera». Usted habla de «culpa inconfesable». Puede ser que
la culpa inconfesable, ella, de alguna manera, la haya confesado:
«Siempre quiso ser un chico», que es una cosa permitida y clási­
ca. Pero ha continuado queriendo serlo, y eso es lo que sería po­
sible elaborar.
EL ESTRAGO EN LA ELECCIÓN DE PAREJA
57
Se ve la diferencia con la señora cruel -que podemos ubicar
esa relación sádica- claramente delineada. Hay una disimetría
fundamental. En este caso no se saca una relación disimétrica del
embrollo imaginario, lo que le permitiría recuperar suficiente
identidad para analizarse. Entonces, ¿en qué punto está ahora la
situación? ¿Continúa? ¿Viene o ha empezado a tomarla como
pareja antinómica, que viene, que sale, sin saber si la puede so­
portar o no? ¿Ha empezado? Querría saber si ella ha logrado en­
gancharla a usted en este laberinto.
en
Carmen Cuñat: No, ha interrumpido. Las cosas ocurren así:
ellos se separan, y además bastante rápido. Y quien pone la cosa
en marcha es él. Hay una serie de episodios en el reparto de los
bienes bastante cómicos, porque es algo muy impresionante tam­
bién del lado de él, persistiendo en sus obsesiones. A la hora de
separarse sólo quiere quedarse con sus colecciones de libros y se
ve, en un cierto momento, que no tiene ni una cama para dormir,
porque todo lo demás se lo ha llevado la otra. Se queda con una
colección de discos, la casa vacía, y todo lo demás se lo lleva la
otra. Entonces se separan con agua de por medio y ella sigue vi­
niendo, con una verdadera pena por la cuestión.
Sigue viniendo, se han separado pero ella no puede dejar de
verlo, no puede separarse. Entonces me consulta si puede ir a
verlo en secreto, porque ha montado tal circo entre sus amigos y
sus familiares que ya nadie soporta esta historia.
]acques-Alain Miller: (Pregunta inaudible) .
Carmen Cuñat: No, escuche, espere un momento, ya voy a
terminar. Después de la separación vuelve unas cuantas sesiones.
Ya se van a separar, entonces me consulta a mí si puede verlo a él
en secreto, si puede ir a verlo. Yo le digo que sí, que vaya, no
pongo ningún inconveniente. Porque además también hay una
curiosidad de ver cómo va a terminar todo esto. Entonces se reú­
nen y en algún momento él le propone hacer el amor -no he ha­
blado mucho de eso en el texto, es una mujer que acepta las rela­
ciones sexuales pasivamente, ella no encuentra satisfacción pero
58
LAS RELACIONES DE PAREJA
se deja hacer. En cierto momento, ella le dice: «Bueno, pero no
podemos hacerlo porque no tenemos preservativos». Porque
siempre era ella la que tenía que comprar los preservativos, la
que hacía posible que pudieran mantener esas relaciones sexua­
les. Y entonces él le dice: «No, no, sí que tengo». Por fin, él ha­
bía traído los preservativos. Entonces, ella dice: «Ah, bueno, ya
lo tengo claro. ¡ Vaya usted a saber lo que ha estado haciendo to­
do este tiempo ! ».
Jacques-Alain Miller: (Pregunta inaudible) .
Carmen Cuñat: Es curioso pues en ese momento cae la culpa
de ella. Dice, «bueno, la cosa está zanjada». En esa misma sesión
dice: «Bueno, ya me he separado de él, yo vine por él, quería
cambiar por él. En este momento no veo que yo tenga ganas de
cambiar por otra cosa, así que voy a pensar si sigo viniendo».
Una Eva negral
Contingencias y necesidades del amor
Jean-Louis Gault
Una mujer joven acude a la consulta del analista en un estado
de fuerte ansiedad, sin que pueda explicar qué la lleva hasta allí.
Tiene cuarenta años y siente interés por el psicoanálisis; hace ya
varios años que piensa que debería analizarse. Tiene crisis de an­
gustia, especialmente durante el ejercicio de su profesión. Está
muy ansiosa porque su marido se opone a que ella haga un análi­
sis y amenaza con divorciarse si ella persiste en esta idea. En la
primera sesión no dice casi nada más.
La segunda vez habla con más soltura y explica que siempre
ha tenido, cito, «problemas con la especie masculina». Su marido
se opone a todo lo que ella emprende. En ese momento comien­
za a llorar como si la desollaran viva. Él no comprende que se in­
terese por el psicoanálisis, al igual que no comprendía su interés
por la filosofía oriental, el budismo o el Zen. No comprende que
necesite otra cosa. Cuando ella quiere hacer alguna cosa, él in­
tenta minar desde el principio la empresa. En general, su círculo
familiar no comprende sus gustos. Durante un periodo largo, es­
te peso de la reprobación familiar será un obstáculo para la pues­
ta en marcha de la cura.
Su madre se había opuesto, incluso, a que ella estudiara. La
madre era muy bella, muy femenina y no trabajaba. Desde su
punto de vista, una mujer debía dedicarse al hogar. La madre sen­
tía una clara preferencia por su hermano, que era más joven. Él es
muy brillante y tiene en la actualidad una prestigiosa carrera.
l . En francés, «Une Eve noire». «Noire», «negra», «oscura». «Negra»
en este caso no hace alusión a la raza sino a un rasgo mortífero evidente y al
color habitual de la vestimenta de la paciente [N. de la T.].
60
LAS RELACIONES DE PAREJA
Dice que de niña hubiera preferido ser un chico, y que des­
pués de la pubertad rechazó su feminidad. Tuvo tres abortos na­
turales antes de tener su primer hijo. No soportaba la idea de
que se viese que estaba embarazada, porque significaba que tenía
relaciones sexuales. En particular, no quería tener una hija; cuan­
do tuvo una sobrina, sintió imP.ulsos homicidas hacia ella.
Había observado que su madre también sentía hostilidad ha­
cia esta niña, de quien había dicho: «Es insoportable, es como
tÚ». Su madre le decía también que ella se parecía a su abuela
paterna, y añadía: «Eres como tus abuelas, tienes el mismo mal
carácter que ellas».
Ante la hostilidad de su madre, se había colocado al lado de su
padre; creía que él la amaba mucho. En relación con su nacimien­
to, refiere que se enteró de que su madre había querido abortar
cuando estaba embarazada de ella. Cuando tenía siete años, su
madre le había hablado del episodio y de cómo intentó abortar
ingiriendo medicamentos. Hacía poco que había recordado este
relato referente a su nacimiento y esto la había perturbado.
Tiene un tono de piel amarillento y un aspecto deslibidiniza­
do: el pelo tirante, muy negro, recogido en una larga trenza, lleva
cuello alto y una larga falda negra. Hay un rasgo de muerte evi­
dente. Además, dice que hace yoga.
Se pregunta qué la ha impulsado a interesarse por el psicoa­
nálisis, cuando vivía tan bien en el paraíso de la ignorancia. Al
leer en el Génesis el relato de la expulsión de Adán y Eva del Pa­
raíso, por haber probado el fruto del conocimiento, tuvo una cri­
sis de angustia. Al leer la palabra «goce» en un texto de psicoa­
nálisis tuvo otra, en la que experimentó la sensación de tener una
bola atravesada en la garganta que no le dejaba comer. Se repro­
cha su curiosidad. De niña, un día sorprendió a sus padres en su
habitación y sintió mucha vergüenza. Tenía la costumbre de re­
volver en las cosas de su madre, y con sus amigas se interrogaba
sobre sus paños higiénicos.
A los cinco años, en el catecismo, le hablaron de un Dios jus­
ticiero y terrible que enviaba a los niños al infierno. Asoció la his­
toria del Paraíso terrenal perdido con la sexualidad; se pregunta
qué daño ha hecho para tener tanto miedo. Evoca entonces la fi-
UNA EVA NEGRA
61
gura del abuelo materno, segundo marido de su abuela, que se
había divorciado del primero. Su madre le había dicho que él la
trataba de manera violenta, y también que engañaba a su mujer
de manera descarada.
De niña, tenía fantasías de adulterio; una vez había visto có­
mo un hombre y una mujer se tocaban por debajo de la mesa, y
se había quedado fascinada. Pensaba que su padre engañaba a su
madre, y añade que sólo faltaba que ella también cometiera adul­
terio: unos años antes había tenido una relación breve. Desde
que vivía con su marido, siempre había estado enamorada de
otro hombre o consentía que su marido tuviera amantes. Tras la
aventura con B., esto había dejado de pasar.
Conoció a este hombre en el curso de un viaje. Habían que­
dado para visitar tumbas. Ella hizo una reflexión sobre el reino
de los muertos, y él le respondió: «Su última hora no ha llegado
todavía». En ese momento se enamoró de él. Después supo que
era viudo. Tuvieron una aventura que duró algunas semanas.
Cuenta que recientemente se quedó aterrorizada al ver que su
marido tenía una erección y, también, que desde que su hijo al­
canzó la pubertad experimenta la tentación de mirarle el sexo, y
esto le produce un profundo malestar. En su oficio hay que mi­
rar; de muy joven tuvo presbicia. Ella, que querría ser una mujer
perfecta, se avergüenza por sus fantasías de adulterio y su curio­
sidad por el sexo masculino.
El hermano, un año menor, era siempre el primero de la clase,
lo tenía todo. Lo tenía idealizado, quería ser como él. Al mismo
tiempo, hubiera querido aplastarlo y destruirlo. Sus padres les
daban dinero cuando eran los primeros . Como su hermano era
siempre el primero, tenía amasada una fortuna. Una vez ella ha­
bía logrado ser la primera, pero su madre no le dio el tan anhela­
do dinero. Estaba resentida con ella desde entonces.
Dice que es una madraza, su hijo de quince años se sienta aún
en sus rodillas. Recuerda que ella misma se sentaba a menudo en
las rodillas de su padre. Cuando abraza a su hijo y advierte el pa­
recido con su propio padre, tiene fantasías de adulterio.
Los hombres le dan miedo; cuando estudiaba era cortante
con aquellos que mostraban algún interés hacia ella. Le sorpren-
62
LAS RELACIONES DE PAREJA
de esta actitud porque de pequeña sentía mucha atracción por
los chicos. A los tres años, su hermano la sorprendió jugando a
papás y mamás, y ella experimentó mucha vergüenza. En otra
ocasión, durante las vacaciones, en una tienda de campaña, se
peleó con una compañera por un chico. La otra niña ganó y dur­
mió junto a él y ella se sintió muy humillada.
Había una gran diferencia entre la educación religiosa que reci­
bía en la escuela y la vida familiar, en la que, por ejemplo, había un
tío que divertía a todos contando historias picantes. Aunque no lo
quería, se casó con un hombre que tenía una sólida reputación de
estudiante lascivo, un poco a imagen de este tío, antiguo marino,
que se había casado con una prostituta traída de ultramar. Quedó
fascinada con su futuro marido cuando le contó chistes verdes de
felaciones y prostitutas. Le resulta penoso descubrir tales groserías
en sí misma, que se considera idealista y muy espiritual.
El inicio del análisis es difícil, con frecuencia no puede venir.
Acaba por interrumpir la cura. Durante semanas no responde a
las llamadas del analista. Ciertas circunstancias fortuitas harán
posible que ella la reemprenda. Al coincidir los dos en una mani­
festación, el analista se acerca a ella y le pide que vuelva. Tras es­
ta intervención, las cosas cambian totalmente y comienza real­
mente el análisis. Cuando vuelve refiere que, poco antes, había
echado a alguien de su casa, y lo explica diciendo: «Quería ser la
dueña de mi casa». Era lo mismo que decía su abuelo materno,
que era un hombre violento. Decía: «Aquí el jefe soy yo, si no es­
táis contentos sólo tenéis que marcharos». Había visto que trata­
ba a su madre de esta manera. En el análisis, sentía que a ella le
pasaba lo mismo: sólo tenía que irse. Pero, añade que, contraria­
mente a lo que ella creía, el analista la había ido a buscar.
Se inicia entonces una larga fase del análisis en la que las que­
jas y los afectos tristes y depresivos entrecortan desarrollos erudi­
tos sobre temas espirituales.
Expresa su rebeldía contra el amo masculino, pero constata
pronto que ella se ha consagrado a reparar y a curar heridas, como
ha hecho en su pareja, que ha querido preservar a cualquier precio.
El personaje que más teme es su madre, esta madre que había
sido educada por el abuelo, que no era su propio padre, sino su
UNA EVA NEGRA
63
padrastro. Explica que tenía miedo de la furia de su madre, y
que ahorraba para poder hacerle regalos, tal como hacía su pa­
dre, sin duda, piensa, para aplacar su ira. Su madre le hablaba de
lo que había deseado de joven y no había podido tener, funda­
mentalmente ropa, y entonces ella deseaba regalársela.
Como a menudo le escuchaba decir que los niños cuestan di­
nero, había llegado a la conclusión de que ella sobraba, que si no
hubiera nacido, su madre habría podido comprar todas esas co­
sas que deseaba. Actualmente, aún le hace regalos, incluso le re­
gala cosas que ella misma no puede comprarse. Cuando habla de
ello, descubre que extrae un placer de dar, incluso, según sus
propias palabras, de quedar despojada. Había quedado impre­
sionada con la historia del pelícano que su madre le había puesto
como ejemplo de amor materno: en ella, el pelícano ofrece su
propio cuerpo a las crías como alimento.
Durante el análisis mantuvo una breve aventura amorosa con
un hombre, R., al que conocía desde hacía mucho tiempo. El
analista no ve bien que le endosen el papel de madre permisiva,
pero no puede hacer nada. Sólo el análisis permitirá a la paciente
salir de la situación. Se aleja con pesar de este hombre cuando él
le dice que no la quiere, algunas semanas más tarde. Sin embar­
go, precisa, querría volver a verlo para que él me desee, para que
me haga gozar, y me diga después que no me ama, que ama a
otra, cosa que sabía ya desde hacía tiempo. En efecto, conocía las
relaciones femeninas de este hombre. Se pregunta por este goce
y lo asocia con su padre, por el que deseaba ser amada, y sabien­
do que él amaba a otra, su madre.
Ella veía en este amante ciertos rasgos físicos del padre, que
ella amaba especialmente. Pero mientras que al padre lo descri­
bía siempre como un personaje fuerte, pensaba que el amante era
débil, y esto era precisamente lo que le atraía de él. De hecho, sa­
bía que su padre tenía flaquezas, había sido testigo de ello en
muchas ocasiones, pero su madre las ocultaba y presentaba a su
esposo como un hombre infalible.
Se enamoró de R. cuando éste le dijo algo que le recordó a su
padre, a las situaciones en que el padre se mostraba impotente
ante su mujer y no se enfrentaba a ella. Comparaba el amor que
64
LAS RELACIONES DE PAREJA
encontraba al iado de R. con el que su madre daba a su padre. La
madre lo amaba como una madre ama a un hijo, por otra parte,
aún lo llama «hijo». Ella recuerda que su padre la ponía, a la pa­
ciente, sobre sus rodillas y que ella quedaba fascinada con su mi­
rada. Se había dado cuenta de que él miraba a las chicas bonitas,
sobre todo a sus amigas cuando pasaban bajo su ventana.
Respecto a la relación con R., recordó que su madre le decía
que ella era «la mosca del coche». La mosca que hay en el inte­
rior del coche estimula y mantiene alerta al conductor, pero pue­
de chocar contra el cristal y aparecer muerta a la mañana siguien­
te al pie de la ventanilla. En este caso, el cristal, o más bien la
pared contra la que se golpeaba, era su padre.
Concluye que no quiere ser amada de la manera en que la
amaba su padre, no quiere seguir fijada a esa imagen e interrum­
pe la relación con R. Se da cuenta de que ocupaba para él el lugar
de una madre. Él le había confiado que le gustaba hacerse prote­
ger por sus amantes. Él duda entre varías mujeres, y ella dice de él
que no es más que un muchacho que no sabe lo que quiere.
Cuando salía con el que sería su futuro marido, su padre le
había preguntado por qué, si había otros, ella seguía viviendo
con él. Durante mucho tiempo se preguntó qué había querido
decir. Ahora interpreta así la frase de su padre: «Hay otros». Hay
otros hombres además de tu padre. Puedes separarte del amor al
padre y renunciar a ser una madre divina, para ser una mujer.
Cuando vuelve a hablar del deseo de que su padre la mire como
miraba a las otras mujeres, comprende que su deseo de querer
ser otra, otra que la que ha sido hasta ahora, echa ahí sus raíces y
que tiene algo más que descubrir. Se trata de lo que ella buscaba
cuando R. le decía que él amaba a otra. Las palabras de su padre,
«Hay otros», querían decir también que él la abandonaba a los
otros hombres, a esas miradas voraces que temía y, sin embargo,
también deseaba.
Su madre quería ser amada y su marido le daba suficientes
pruebas de ello. La paciente recuerda el estado de rapto en el
que entró ante el espectáculo de su madre bailando en los brazos
de su padre. Ella siente este gran peso del amor en su vida. Su
llliH i rc cultivubn esta atmósfera amorosa, y a menudo ella la oía
UNA EVA NEGRA
65
tararear canciones de amor. Recuerda una palabra que ha queda­
do grabada en su memoria. Su madre repetía el estribillo de una
canción en español en el que resonaba la palabra «amor»,2 pala­
bra cuyo significado era desconocido para ella. El hecho de des­
cubrir que, gracias a un equívoco translingüístico, el amor había
tomado para ella la significación de la muerte,3 arrojó cierta luz
sobre su vida amorosa. Ella se había enamorado de B. en el mo­
mento en que él le había hablado de la muerte.
A partir de ese momento de su análisis, se siente mejor e in­
cluso, por primera vez, puede decir que está bien. Vislumbra el
vínculo con su marido bajo un cielo apacible como si fuera posi­
ble relacionarse con él de otra manera.
Estaba revolviendo fotos y encontró una de su padre; se sor­
prendió por el parecido que tenía con R., a pesar de que su pa­
dre es un hombre guapo, seguro de sí y recto, cualidades que no
tenía aquél. Cuando estaba con R. notaba cuánto se parecía a su
padre y sentía la misma atracción física. Aunque deseara apretu­
jarse contra él, al mismo tiempo, a su lado, también experimen­
taba angustia e incomodidad. Cuando piensa esto, cesa de pre­
guntarse qué es lo que los otros esperan de ella para poder
adaptarse a ello. Es el momento de que ella sepa algo más de sí
misma.
Comienza una fase del análisis en la que retoma desde una nue­
va perspectiva muchos de aquellos temas que habían aparecido al
principio y que no habían podido descifrarse. Si hasta ese mo­
mento aparecía siempre agobiada por el peso del sufrimiento, en
lo sucesivo siente un gran vacío, como si no tuviera ya nada que
perder. Esto es lo que se dijo cuando vino a análisis, que no tenía
nada que perder. También lo que acababa de pasar hacía pocos
meses con su marido. Las relaciones sexuales con él eran tan
frustrantes que se dijo a sí misma que no tenía nada que perder,
y por primera vez, tras veinticinco años de matrimonio, había de-
2. En español en el original [N. de la T.].
3. Equívoco entre «amor>>, en español, y «a mort», «a muerte», en fran­
cés [N. de la T.].
66
LAS RELACIONES DE PAREJA
cidido hablar con él. Era como si ese «nada que perder» posibili­
tara, ahora, alojar algo nuevo. Recuerda su llanto en las primeras
reglas, su decepción, su rechazo, y por ello, sus dificultades para
asumir la sexualidad. Mantuvo la ficción de ser hombre y mujer,
los dos a la vez, cosa que ahora sabía que era imposible.
Hasta hace seis meses no había hablado nunca de sexualidad
con su marido; durante años no se había dado cuenta de que su
marido padecía eyaculación precoz, ni de que en las relaciones
sexuales no había penetración, y tampoco de que era por eso que
no conseguía quedarse embarazada.
Antes de casarse, estaba siempre compitiendo con los chicos.
Esto había comenzado con su hermano. Ella quería trabajar, te­
ner éxito y no tener hijos. Después conoció a su marido, se casó,
tuvo hijos, y con esto se enterró a sí misma por completo, lo que
se había vuelto insoportable.
Su madre le había dicho que en la pareja, el hombre es el rey
y la mujer su sierva. A menudo, su madre decía que habría queri­
do esconderse en un agujero, en una ratonera. La madre tenía
como divisa: «No hablar, no ver y no oír». La paciente le había
regalado tres pequeñas estatuillas chinas, tres monos, que repre­
sentan estas frases, y había acabado por identificarse por comple­
to con ese lema chino. Al mismo tiempo, buscaba una salida a
través de su interés por la mitología oriental y del yoga. Había
elegido un analista al que suponía interesado por el orientalismo
y durante bastante tiempo le hablará de budismo y de sabiduría
china para poder tener un sitio a su lado.
Refiere el siguiente sueño: «Tenía que operar la verga de un
hombre. Se la cortaba. Yo tenía la verga en la mano, la manipula­
ba, la apretaba. Luego tenía miedo de que me denunciaran y tra­
taba de volver a poner la verga en su sitio». Las asociaciones del
sueño la llevan a evocar a una amiga de su marido que se distin­
gue por su mal gusto. Le gusta contar historias escabrosas y com­
place así a su marido, que la escucha de buena gana. La paciente
interpreta que el sueño está dirigido a su marido y que le dice: no
puedo contarte historias de sexo, pero soy interesante, tengo
también derecho a hablar. Seguidamente, ella interpretará el sue­
ño de otra manera: no quiero que mi marido esté castrado, yo
UNA EVA NEGRA
67
quiero darle de nuevo el sexo. No soporto que los hombres sean
débiles, los reparo.
Al hilo de este sueño, recuerda su rabia al ver que su madre
prefería a su hermano. La madre consideraba que él era más gua­
po, más inteligen�e y triunfaba en todo. La paciente se esforzó, con
rabia, en hacerlo mejor que él. Pero, aunque alentaban las ambi­
ciones del hermano, sus padres se oponían a que ella estudiara.
Unas semanas más tarde tiene otro sueño: «Me introducía
una zanahoria en el ano para taponar el agujero, para impedir
que las deposiciones se escapasen, como se pone un tampón pa­
ra que no salga la regla. Pero, la zanahoria estaba blanda y no
conseguía introducirla, se deshacía». Lo comenta añadiendo que
querría dominarlo todo, que no soporta que se le escapen las co­
sas, sin embargo, la zanahoria es algo desmenuzable y se le va de
las manos. Pasa como con la cola de Mickey que de niña quería
atrapar en el tiovivo y no podía o, mejor aún, es como el juego
que su tío hacía con ella: le tendía la mano con un objeto y la re­
tiraba en el último momento. No llegaba a cogerlo nunca.
Recuerda que estaba furiosa porque su hermano no quería
ayudarla con las matemáticas. Había un saber que no quería dar­
le. De la rabia, una vez había hundido la puerta de su habitación.
Incluso, siendo más pequeña, un día que estaba con él en el ba­
ño, ella había tirado de su sexo y había querido arrancárselo.
Cuando tuvo las primeras reglas fue horrible, no paraba de llo­
rar. A partir de ese momento se rindió, renunció a competir con
su hermano y le dejó ventaja.
Recuerda que de niña jugaba con su hermano alrededor del
recipiente en que su madre hervía la ropa blanca. Ambos se pa­
saban horas haciendo pompas de jabón. El primer amante, B., le
había dicho que su amor era como una burbuja, y que era preci­
so preservar esos momentos privilegiados que pasaban juntos.
Pero cuando él pensó en la posibilidad de que ella se divorciase
para irse con él, tuvo miedo y cortó la relación. Aunque estuvo
mucho tiempo resentida con él por esta huida, seguía apegándo­
se a ese amor. Recientemente lo llamó. Se volvieron a ver, pero él
se mostró impotente y ella dejó de sentir amor por él.
Durante mucho tiempo, dice, ella ha sido como una pompa
68
LAS RELACIONES DE PAREJA
de jabón, casi nada, algo inatrapable, transparente, brillante, que
vuela y pasa volando por encima. Se trataba de una identifica­
ción con su madre que quería pasar desapercibida. Pero ella era
también el jabón que lava la ropa blanca sucia, que limpia la
mancha de la ropa blanca. Esta mancha era la prueba de que su
madre era una mujer, cosa que no quería ver.
Durante su infancia, a veces se hacía referencia a una prima
lejana que estaba loca y había sido internada. Recuerda que su
madre evocaba de vez en cuando su «pequeña vena de locura», y
su abuela también hablaba de la pequeña vena de locura de las
mujeres. Ella ha rechazado, dice, esta identificación con las mu­
jeres y su pequeña vena de locura, y ha preferido ser un niño, un
niño que calcula. Se ha colocado al iado de los hombres de su fa­
milia que eran racionales, rectos, auténticos. Señala, sin embargo,
que la palabra «cálculo» encierra una ambigüedad porque inclu­
ye también la maniobra de seducción, la mentira, hechas para
complacer, para ser amada y se acuerda de que cuando era niña,
trataba de seducir a su padre, por quien buscaba ser mirada.
Durante mucho tiempo rechazó a los chicos para no ser con­
siderada un objeto de intercambio. Fue su madre quien la obligó
a ir a su primer guateque. Era «permisiva en materia de amor»,
dice de ella. La madre consideraba que lo más importante para
una mujer era ser amada y alentaba el interés que ella podía tener
por los niños. Más tarde alentó un amor adolescente e intentó
encubrir esta relación con una mentira: presentó al chico como
un amigo del hermano. Nuestra paciente lo había tomado a mal
y había cortado la relación.
La madre aparecía como una mujer muy bella, muy amada,
pero situada en un segundo plano, tímida, eclipsada y depen­
diente de su marido. Si ser mujer quería decir ser como su madre
y depender de un hombre, ella renunciaría a su feminidad para
no ser como ella, para no depender de uno. A pesar de la oposi­
ción materna, se aseguró una situación profesional y con ello lo­
gró no depender de su marido, no depender de un hombre. Pero
en el análisis descubrió que ha tenido tanto éxito que no ha con­
seguido establecer ningún vínculo satisfactorio con un hombre y,
de ahora en adelante, querría que esto fuese posible.
De primera má? *
José Manuel Álvarez López
En los días en los que estaba escribiendo este caso, una cono­
cida empresa inmobiliaria inundó las escaleras del metro con un
anuncio publicitario mediante el cual se trataba, por medio de la
vergüenza, el ridículo y la culpa, de que un determinado sector
aocial se decidiera a comprar una vivienda e independizarse de
aus padres. Para ello, el tal anuncio -y a despecho de las causas
con las que los sociólogos explican el fenómeno de que los jóve­
nes abandonen cada vez más tarde la casa paterna- apuntaba con
corrosivo y esperpéntico humor al poderoso vínculo libidinal al
que al sujeto le es más costoso renunciar. En efecto, en el cartel
publicitario se veía la figura de un hombre barbudo con un go­
rrito de plástico en la cabeza y un chupete en la boca. Encima y
en letras bien grandes la frase corrosiva: <<Encara vius amb la ma­
ma?», «¿Todavía vives con la mamá? ».
Un anuncio que hubiera podido llamar la atención de nuestro
paciente, veintisiete años, estudiante de Historia, con trabajo es­
table y sobradamente capacitado, si no fuese porque continúa
«felizmente» -según sus palabras- viviendo con sus padres; cosa
que, por cierto, vemos cada vez con más frecuencia en nuestras
consultas.
* Primera md, en castellano: primera mano. Dícese de la persona que lo
ha hecho o del sitio de origen, sin intermediarios. Si en verdad la relación de
pareja, es una metáfora de la relación con un objeto (más bien su falta), ¿se
puede decir que ese objeto sea nuevo?, ¿de primera mano?, ¿le llega al suje­
to sin intermediarios? Dejamos abiertas las preguntas, pero en este caso es­
peramos que el lector pueda apreciar, entre otras muchas cosas, hasta qué
punto ese objeto ha estado demasiado «manoseado».
70
LAS RELACIONES DE PAREJA
Así pues, no es por esa razón por la que Antonio viene desde
hace poco más de un año1 a nuestra consulta. Antes al contrario,
pide tratamiento a sugerencia de su novia en el mismo Centro en
el que a ella la atiende su ginecólogo, situando el motivo de su
demanda a partir de una frase que ella le dirigió y que produjo
una notable pérdida de interés en sus relaciones sexuales. La fra­
se en cuestión rezaba de la siguiente manera: «0 esto funciona o
no me caso». El disfuncionamiento al que supuestamente hace re­
ferencia es, según él, las relaciones sexuales, ya sea porque gusta
de hacerlo muy deprisa y a ella más despacio, sea porque al poco
rato pierde todo interés justo cuando a ella se la veía más intere­
sada, sea porque también gusta de hacerlo por la mañana, con­
trariamente a ella que le gusta de noche, sea porque a su mente
acuden imágenes de otras mujeres o ideas de tratarla como si
fuese una prostituta llenándolo de culpa . . . ; sea, en fin, porque
incluso en algunas ocasiones no sabe bien «si estoy dentro o no»,
la cuestión es que Antonio interpreta todas estas imposibilidades
como barreras que se interponen para que ambos, y sobre todo
ella, alcancen una satisfacción que por ahora se les hurta y cuyas
causas residirían en el hecho de que ninguno de los dos habría
tenido antes ninguna otra relación con el llamado sexo opuesto.
Así, el significante «falta de experiencia» explicaría para An­
tonio sus desencuentros en materia sexual. Y bastó escuchar la
frase anteriormente citada, «o esto funciona, o no me caso», para
que las barreras se convirtieran en un abismo para el sujeto . . .
Ahora bien, al lado de esta descripción surge en otro momen­
to la confesión de una actividad en la que encuentra un goce muy
superior al que le reporta el acto sexual con su novia: se mastur­
ba compulsivamente desde la adolescencia, sobre todo cuando se
queda solo en casa; en ese lugar «parece que no me quedase más
remedio que hacerlo», aunque añade «de cinco veces, sólo una
consigo placer».
l. Todo este tiempo corresponde al de las entrevistas preliminares, pues
a nuestro juicio no se ha producido hasta ahora una verdadera entrada en
análisis.
DE PRIMERA MÁ ?
71
Cuando por nuestra parte interrogamos esa «falta d e expe­
riencia», a Antonio le llevó mucho tiempo hasta detallar por fin2
cómo había estado enamorado a los trece años de una compañe­
ra de clase y cómo -a causa de su extrema timidez- se demoró
un año en declararle su amor, obteniendo un «no» por respuesta.
A los quince años volvió a ocurrir lo mismo con otra compañera,
pero esta vez le hicieron falta dos años para atreverse a hablar,
con el mismo y lamentable resultado: «No». Y por último, a los
dieciocho años no tardó ni dos días en precipitarse a hacerle la
misma declaración a una tercera cuando era ya demasiado tarde,
también con idéntico resultado . . .
Ahora considera una suerte que la primera hubiese dicho que
no, ya que «no hubiese sabido bien qué hacer». El «no» de la se­
gunda le afectó más profundamente, ya que vio en ella las cuali­
dades que desea encontrar en una mujer: «Era guapa, simpática
y tenía una personalidad muy parecida a la mía». Y por último,
el «no» de la tercera «no me importó lo más mínimo, ya que úni­
camente esperaba que alguien pudiera decirme que sí».
Después de estos fracasos, esperó otro par de años hasta con­
cluir que la mejor manera de obtener un «SÍ» era insertando un
anuncio en un semanario dedicado exclusivamente a toda clase
de anuncios: en el Primera ma. É ste fue el único medio que en­
contró para que una mujer «no me pudiera decir "no " , ya que si
te contestan es porque están interesadas. Las del "no" ya ni te
contestan. Los anuncios permiten que te digan que "sí", y ade-
2. El estilo de este paciente plantea al analista cierta dificultad, ya que
no sólo ha echado un manto de olvido -más bien de silencio- sobre su his­
toria infantil, sino que de continuo borra con el codo lo que escribe con la
mano y hasta nos atreveríamos a decir que también lo contrario, aunque
suene a disparate: lo que pudiera «escribir» con su codo, se aplica a borrar­
lo con fruición con la mano . . . Esto mismo lo lleva a «preparar» cada vez lo
que viene a decirnos, así como a realizar una cuidadosa observación sema­
nal buscando ideas, pensamientos y acontecimientos actuales de los cuales
hablar en las entrevistas, y cuando no encuentra nada para llenar dichas en­
trevistas, no deja de expresar cierta incomodidad de haber tenido que venir
cuando no encuentra de qué podría hablar . . .
72
LAS RELACIONES DE PAREJA
más no te ven, estás como escondido . . . ». Sin embargo, Antonio
dice habérsele «quedado clavado el hecho de que nadie me haya
dicho que sí en directo». Y así, su futura novia es elegida de en­
tre todas las cartas que recibía a partir de un escrutinio detallado
de la escritura: la forma de la letra, la redacción, los temas y los
intereses comunes. Y es que este punto es fundamental: que la
mujer se parezca a él, es decir, que tenga más o menos sus mis­
mos gustos, sus mismas ideas, etc. Elección de objeto narcisista
que incluso lo lleva a cometer repetidos lapsus en los que al ha­
blar de su novia lo hace en masculino . . .
El significante «estar escondido» está conectado a una fantas­
mática a partir de la cual se precipita otro síntoma muy preciso e
insoportable, y del cual se quejaba paralelamente a sus dificulta­
des en materia sexual: ponerse rojo como un tomate ante cual­
quier comentario o mirada que lo pusiese en evidencia por parte
de las colegas de trabajo.
Precisamente en el tema del trabajo también se despliega otra
serie de fantasías que indican la posición subjetiva en relación
con el Otro: siempre piensa que en cualquier momento lo pue­
den echar, que su trabajo en absoluto es reconocido, que desea­
ría pasar completamente desapercibido, que nadie se fijara en él
y que incluso cuando llegase la hora de marcharse a otro trabajo
poder hacerlo sin despedirse de nadie, ya que piensa que «total,
creo que prácticamente nadie me echaría a faltar».
Ahora bien, su trayecto laboral, siempre en puestos de la ad­
ministración pública, ha estado marcado por una situación muy
peculiar, aunque sin duda coyuntural, pero que para Antonio no
resulta nada baladí: «Es curioso, pero siempre he entrado a tra­
bajar para sustituir a una mujer». En este punto le dijimos que
«algo similar ya le ocurrió a usted cuando vino al mundo», ba­
sándonos en el único «hecho» histórico que nos ha relatado de
su más tierna infancia, pues nada sabemos del periodo infantil
porque por ahora lo cubre con un manto de silencio, sustituyén­
dolo con la escueta historia de su adolescencia.3 Así pues, siem-
3. Al decir de Freud, la reedición actualizada del Complejo de Edipo
DE PRIMERA MÁ ?
73
pre se ha presentado como «hijo único», para más tarde añadir
que hubiera podido tener una hermana si no fuese porque nació
muerta, «ahogada, ya que se tragó el líquido amniótico». Tal
acontecimiento produjo una elevada angustia e inquietud en sus
padres y sobre todo en su madre a la hora de la concepción y el
posterior parto del sujeto, pues se temía que se volviese a repetir
la misma tragedia. De ahí que, como no se repitió y se quedó co­
mo «hijo único», haya estado -según sus palabras- muy protegi­
do, lleno de cuidados, atenciones y excesivo cariño, lo que consi­
dera ha sido muy perjudicial pues lo ha llenado de temores,
convirtiéndolo en un ser tímido, muy precavido y al que cual­
quier cambio o contratiempo lo angustian sobremanera, conflu­
yendo en este mismo punto el miedo a la muerte y una serie de
pesadillas. En efecto, desde que hace mucho tiempo ya no sale
por rutas de montaña con su padre, fiel acompañante durante
muchos años, teme que le ocurra un accidente mortal; precisa­
mente el tema de la muerte hizo su aparición después de que le
dijéramos -en una frase por él utilizada cuando hablaba de la po­
sibilidad de irse a vivir con su novia- que «eso mismo dicen los
niños pequeños cuando alguien se muere», respondiéndonos que
era un tema que frecuentemente lo obsesionaba, al punto de que
cuando se encuentra en una librería y observa a un señor mayor
comprar un libro se sorprende formulándose la siguiente pre­
gunta: «Pero, ¿para qué se lo compra si se puede morir maña­
na?». O la inquietud que lo invade cuando piensa en la paterni­
dad, ya que los hijos «cuando fueran creciendo me indicarían lo
viejo que me voy haciendo y lo próxima que estaría mi muerte».
Del lado de las pesadillas, dos se destacan como recurrentes y
ambas fueron tomadas de dos sucesos de la realidad ocurridos
años antes de venir a consulta. La primera, producto de lo que
creemos se puede considerar un acting-out, ya que se tiró a una
poza situada a los pies de una pequeña catarata sabiendo el peli-
con un elemento nuevo: el goce sexual, entendiendo por tal el acceso del su­
jeto al Otro sexo. Cf. también Miquel Bassols «El malestar en niños y ado­
lescentes» en,Cuadernos Europeos de Psicoanálisis, no 5, junio de 1993.
74
LAS RELACIONES DE PAREJA
gro que ello podría reportarle, y si no es por un amigo que lo sa­
có del fondo habría perecido ahogado. En la pesadilla se vuelve a
repetir la escena pero el sujeto se ahoga irremediablemente. La
otra escena es el paso por un puente colgante. En la pesadilla, el
sujeto vuelve a atravesarlo pero en el medio pierde el equilibrio y
cae al fondo del precipicio del que, aunque no lo mencione, he­
mos de suponer que se vuelve a encontrar con el mismo y líquido
elemento: agua.
Días después nos comentará que, sorprendentemente, en las
tres ocasiones en las que había hablado de sus preocupaciones
sobre el tema de la muerte, sus relaciones sexuales habían mejo­
rado, pero que en una ocasión había ocurrido un hecho inexpli­
cable: su novia, en medio de una relación sexual en la que el su­
jeto ya comenzaba a mostrarse completamente alicaído, no se le
ocurrió otra cosa que sacar un pene de goma que mucho tiempo
atrás Antonio le había comprado en una de sus intermitentes vi­
sitas a un Sex-Shop. La idea fue de ella, pero el impacto sobre el
sujeto fue tal que recobró en el acto el deseo sexual, no dejando
de preguntarse cómo eso había tenido unos efectos tan extraor­
dinarios.
A partir del relato de esta escena, hablará de sus fantasías de
tratar a su novia como si fuese una prostituta, cosa que lo llena
de culpa; del goce que encuentra en «hacerlo rápido . . . ir a saco,
como si fuese una violación. Incluso ella me lo dice, porque se
me nota hasta en la mirada: " ¡ ¡ ¡ Qué mirada tienes ! ! ! " , me di­
ce . . . ». Y también aparecen de nuevo, pero siempre bajo un tono
de discreción, los reproches a su novia, a la que no deja de com­
parar con su madre4 a veces en beneficio de esta última, ya que
continuamente lo descoloca, lo saca de sus casillas y lo somete a
continuos imprevistos. Pero Antonio calla, pues todo lo hace en
nombre de su satisfacción; sometimiento del que se toma la re­
vancha en continuos sueños -que por primera vez relata-, donde
la atropellan, muere en accidente de coche o, en última instancia,
4. En algunas ocasiones, cuando el sujeto habla de ambas, no hay forma
de saber a cuál de las dos se está refiriendo . . .
DE PRIMERA MÁ ?
75
tiene que extraerla del interior de la carrocería convertida en un
amasijo de hierros y llevarla al hospital acompañándola incansa­
blemente hasta su recuperación. Este último sueño de salvación
lo interpreta en clave de amor, de lo mucho que la quiere por sal­
varla y acompañarla en su recuperación. Tanto insistía en esta úl­
tima versión que tuvimos que decirle: «Pero, ¿no le llama la aten­
ción que usted mate casi cada noche a esa mujer?». A lo que nos
respondió con su estilo característico y no exento de humor:
«Bueno, pero a veces la salvo . . . », para acabar confesando la per­
plejidad que sentía cuando lo primero que pensaba cuando soña­
ba que ella moría, es «Qué bien, hoy tendré el día libre . . . ».
Llegados a este punto en las entrevistas, vuelve a relatar con
mucho más detalle una actividad silenciosa que desarrolla hace
muchísimo tiempo. Resulta que ya desde los siete años se sabía
de memoria todas las comarcas de Cataluña con sus respectivas
capitales. Siguió con el estudio del territorio catalán hasta co­
menzar a comprar mapas y copiarlos añadiéndoles «todo lo que
les falta». «Es que, claro, miro el mapa y me doy cuenta de que
faltan caminos o estos están equivocados. Entonces copio el ma­
pa con todo detalle y corrijo todos los errores. Estos mapas me
sirven para preparar todas las salidas que hago con mis amigos».
Así las cosas, amontona en su habitación una gran masa de ma­
pas, muchos copiados y corregidos, y otros completamente inédi­
tos realizados por él mismo . . . Pues bien, aún y a pesar de pertre­
charse con sus tan detallados mapas, no puede evitar albergar
ciertos temores de que ocurra alguna desgracia que, como antes
señalamos, atribuye a la excesiva protección que siempre obtuvo
de sus padres, y más concretamente de su madre. Protección
que, como no podía ser de otra manera, se extiende a los asuntos
del Otro sexo, pues nos enteramos ahora que era su madre la
que se encargaba de disuadirlo de salir con alguna chica ya desde
aquel «no» de los trece años, bajo el pretexto de que aún era de­
masiado joven. Y ahora que tiene novia, no deja de interrogarlo
cuando ve algún signo de preocupación en su hijo; signo que se
concreta exclusivamente en que deja de comer: «Cuando estoy
un poco preocupado por cómo van las cosas con mi novia, no
tengo mucho apetito. Mi madre nota que no le como, y eso para
76
LAS RELACIONES DE PAREJA
ella es un signo de que me pasa algo con mi novia. Y entonces
comienzan las preguntas . . . ».
Del lado del padre, Antonio siempre dice lo mismo: «É l no
dice nada, no se mete en estas cosas». Y es que la figura del pa­
dre además de estar siempre como hundida en el silencio y bajo
el rasgo de la extrema timidez -hasta el punto de no atreverse si­
quiera a entrar en una tienda a preguntar el precio de un objeto
que le haya llamado la atención en el escaparate-, comienza a
aparecer ahora de manera incómoda en tanto Antonio se siente
tratado por él «como si fuese aún un niño pequeño . . . ».
Este periodo de entrevistas se vio interrumpido por las vaca­
ciones estivales, al regreso de las cuales llegó pletórico pues había
conseguido una relación sexual tan distinta a todo lo anterior
que -según él-, «no me lo podía creen>. Pero que pudiera hacer
el amor de forma satisfactoria se relaciona con el hecho de haber
podido, por primera vez en seis años, hablar con sinceridad con
su novia y ella con él, tratando por todos los medios de llegar a
ciertos acuerdos -«decirnos todo, y sobre todo lo que nos parece
bien o mal>>- en los que se podía escuchar un nuevo intento de
reconstruir un Otro a la justa medida del sujeto; intento natural­
mente infructuoso, pero que al menos le ha servido, por una par­
te, para introducir cierta duda en que la cuestión no estaba del
lado de la «experiencia», pues él mismo atribuye gran parte de
ese «éxito» a todo lo que había hablado con el analista en el
transcurso de los meses de entrevistas. Y por la otra, a quejarse
que desde hace mucho tiempo se ve «forzado» -según sus pala­
bras- a buscar cada fin de semana un hotel donde realizar el
amor; tanto «para recuperar el tiempo perdido» como para veri­
ficar cada vez si logrará estar a la altura de las circunstancias; co­
sa que le reporta un continuo sentimiento de someterse a un exa­
men del que no siempre sale bien parado; ritual del que por
ahora no ha conseguido desprenderse.
Por último, nuestro sujeto termina por cambiar de trabajo
yéndose al Registro Civil; más en concreto, al departamento don­
de se registran los nacimientos de los niños. En este lugar -don­
de por supuesto sigue temiendo que algún día lo echen, pero en
el que anima con su simpatía y buen humor a los demás campa-
DE PRIMERA MÁ ?
77
ñeros de trabajo [sic]-, un día no se le ocurrió otra cosa que ha­
cer algo muy común entre los funcionarios: bajar a los archivos y
realizar fotocopias de las partidas de nacimiento de los miembros
de su familia más cercana, incluyendo las de sus bisabuelos. Pre­
cisamente no pudo encontrar aún la de su bisabuela materna,
que alberga un misterio para su madre y que ésta no se ha cansa­
do de repetir. Y es que, al parecer, dicha bisabuela lleva ambos
apellidos maternos, lo que el sujeto interpreta que el padre no la
reconoció.
Justo después de realizar las fotocopias -cuando lo compulsi­
vo de las masturbaciones se había convertido en esporádico y
cuando desde hacía mucho tiempo no se había vuelto a quejar de
ponerse rojo como un tomate-, se agudizó un síntoma del que
no nos había hablado más que muy de pasada poco tiempo an­
tes: terribles retortijones de barriga, tan terribles que cuando por
fin consigue llegar in extremis al baño de cualquier cafetería -no
sin antes pararse a pedir un café-, literalmente se descompone
tanto física como subjetivamente. Una vez que termina, «se aca­
bó, me quedo perfecto5, y así hasta la próxima vez. Esto no lo so­
porto más. Oiga, esto es terrible, y no sabe el agobio que paso
cuando me ocurre fuera de casa [cosa frecuente] lo que me hace
pensar que mejor no marcharme de casa . . . ».
De nuevo, el sujeto ante una falta en la cartografía familiar
responde con un síntoma cuyo objeto -anal- es clásicamente el
otro polo de un circuito pulsional en cuya otra punta podemos
situar la mirada, prevalente en este caso. Nos lo viene a confir­
mar un lapsus que expresa bien la conexión de ambos cuando un
5 . Cf. «Vigencia de tres exigencias deducidas de las enseñanzas de La­
can acerca de la Psicosis», en Eric Laurent, Estabilizaciones en las psicosis,
Buenos Aires, Manantial, 1989. Mientras que para Schreber ese acto detie­
ne la «dispersión de su delirio y una reunificación subjetiva», en nuestro pa­
ciente la «deposición» de ese objeto anal produce algo similar: una neutra­
lización temporal de la aguda división subjetiva que experimenta en esos
momentos. Donde por otra parte, la mirada (la extrema vergüenza imagina­
da que tendría que soportar en el caso de no llegar a tiempo al baño) domi­
na toda la escena.
78
LAS RELACIONES DE PAREJA
día empleó la expresión «mirar por la rabadilla del ojo». Además
nos explicó que años atrás había llegado a realizar un detallado y
minucioso estudio de su alimentación, en el que anotaba diaria­
mente lo que desayunaba, comía y cenaba buscando la correla­
ción de dicho síntoma con algún alimento causante del mismo.
Tuvo que abandonar su escrupuloso estudio cuando no logró es­
tablecer correlación alguna, es decir, el objeto volvía a hacérsele
más presente cuanto más se le escurría por entre los significantes
del nuevo mapa alimentario.
Sin embargo, no nos opusimos a que fuese a consultar a un
médico y de que por fin se hiciera la prueba que hacía dos años
le habían recomendado, a sabiendas por nuestra parte de que
era casi seguro de que no le iban a encontrar nada, ya que este
síntoma había hecho su aparición cuando conoció a la que m ás
tarde sería su novia, y las circunstancias en los que se repetía
eran de una elocuencia tal, que a pesar de ello y de nuestros se­
ñalamientos, el sujeto no las quería percibir: siempre sucedían
cuando había un imprevisto, algo con lo que no contaba, un te­
mor a fallar sexualmente, una propuesta para él desconcertante
de su novia, etc . . .
Pero lo más desconcertante para él es que ansiaba tanto que
el médico le dijera que tenía algo, «aunque fuese pequeñito, pero
algo» que cuando le dijeron que no tenía nada soltó una expre­
sión mezcla de decepción y angustia, a la que su padre, que lo
acompañaba, le respondió que «si estaba tonto, ¡ ¡ ¡ que cómo iba
a ser peor que no me hubiesen encontrado nada . . . ! ! ! ». En este
punto, le dijimos: «Usted esperaba encontrar algo en el mapa y
no había nada . . . ». Y le recordamos que ese síntoma se le había
hecho insoportable precisamente a partir del día en el que reali­
zó las fotocopias de la familia.
Aclarándonos no haber entendido nuestras palabras, nos pre­
cisó que cuando tuvo en sus manos los legajos familiares había te­
nido la impresión de encontrarse con algo vivo, que aunque sabía
que sus bisabuelos y abuelos estaban muertos -sobre todo hizo
hincapié en su abuelo materno, muerto un año antes de venir a la
consulta y con el cual tenía una magnífica relación-, «no puedo
evitar pensar que había allí algo vivo . . . Reconozco que eso me ha
DE PRIMERA MA?
79
afectado. Pero no sé, es también el registro de un momento histó­
rico y por eso me gusta ese trabajo . . . Porque yo quiero dejar hue­
lla, que mi letra, mi firma, la tinta, el papel que se utilizó para re­
gistrar a alguien que ha nacido, quede allí para la historia, que
pasen años y años, y eso quede allí; otra cosa será cuando se haga
todo por ordenador, porque ya no quedará nada de tu personali­
dad . . . ». Y no le falta razón a nuestro sujeto, pero también cree­
mos que este punto muestra de forma límpida que su neurosis es­
tá construida para evitar el lugar en el mapa, cuya construcción
subjetiva ha dejado un inevitable agujero: el agujero de la no rela­
ción sexual, es decir, de la castración, y al que el sujeto responde
con los objetos que imagina ser para el Otro. Otro en cuyo rostro
destacan los rasgos maternos a los que está fijado en su goce, y del
que da cuenta los objetos imposibles de sus masturbaciones soli­
tarias; fij ación que afortunadamente retorna en parte encarnada
en su partenaire sexual haciendo síntoma.
Así, esperamos seguir acompañando al sujeto con la brújula
analítica a los lugares que siempre ha evitado visitar haciéndose
acompañar por el padre. En definitiva, esperar a que pueda em­
pezar a percibir -de manera distinta a como lo ha hecho hasta
ahora-, que el mapa del Otro no es precisamente el territorio . . .
CONVERSACIÓN
Jacques-Alain Miller: Vamos a empezar la segunda parte de la
Conversación. Idealmente, habría ido bien hacer un corte pero
continuamos sin interrupción dado que tenemos sólo un día y
medio de trabajo . Invitamos a Gault y a Álvarez a tomar, tam­
bién, su lugar aquí. Hebe Tizio va a recordarles los casos. El de
«La Eva negra», de Jean-Louis Gault y, el de «De primera má?»,
de José Manuel Álvarez.
Hebe Tizio: Bien, tenemos entonces los dos casos siguientes.
El primer caso, «¿De primera mano?», de un señor que podría­
mos llamar «el cartógrafo del Otro». El segundo caso, «Una Eva
negra», una Eva que está más preocupada por atrapar la serpien-
80
LAS RELACIONES DE PAREJA
te que por otra cosa. Estos dos casos van con algo inicial que di­
cen de su pareja. Nuestro hombre parte de un ultimátum de su
novia, formulado como: «Ü esto funciona o no me caso». La se­
ñora parte de algo que ella llama problemas con «la especie mas­
culina», y hay que decir que es interesante esta formulación. No
dice problemas de pareja.
Jacques-Alain Miller: ¿Cuál es la profesión de esta mujer?
Jean-Louis Gault: Es médica.
Hebe Tizio: La Eva negra tiene problemas con «la especie
masculina». A diferencia del señor a quien su novia le da el ulti­
mátum, aquí el marido se opone a que haya un análisis.
Jacques-Alain Miller: Podría darles un nombre, una es «La
Eva negra» y al otro, ¿cómo llamarlo?
Hebe Tizio: «El cartógrafo».
El cartógrafo va con una forma de tratar la falta de proporción
sexual porque, en realidad, lo que aparece son pares de oposicio­
nes. Las relaciones sexuales fallan, ¿por qué?, ¿cuáles son los pa­
res de oposiciones? Deprisa-despacio, más interés-menos interés,
por la mañana-por la noche. Y ubica un no-saber, no sabe si está
adentro o está afuera. Todo esto trae un menos de satisfacción de
su lado pero, básicamente, un menos de satisfacción del lado fe­
menino. Este hombre ha tenido tres experiencias antes de ésta.
Uno ve muy bien la lógica de esas tres experiencias, que él conta­
biliza como tres fracasos, en las que tres mujeres le dicen «no». Y,
lo que aparece, en la lógica temporal en la que este sujeto se ubi­
ca, siempre aparece demasiado tarde. Lo que me parece intere­
sante es mirar la cuestión del funcionamiento, es decir, qué es lo
que se inventa para intentar ubicar el «SÍ» de las mujeres, con el
menor riesgo de su parte. Hace también, podemos decir así, una
cartografía. La cartografía que hace es en este periódico Primera
Mano, significante que, como muy bien señala Alvarez, remite a la
masturbación compulsiva y a los excesos de cuidado materno.
DE PRIMERA MA ?
81
E s decir que él hace u n mapa donde ubica s u mecanismo d e
selección d e las mujeres. Un mecanismo d e selección sobre segu­
ro -para decir así- es «todas aquellas que han dicho sí», pero se­
leccionadas desde el punto de vista de mantenerse a resguardo,
«mantenerse escondido». Este punto «escondido» va luego a de­
clinarse en el tema de «ponerse rojo», la timidez y el rubor que
van a remitir al padre. Y lo que nos dice Alvarez es que la elec­
ción está ubicada como una elección narcisista.
Es interesante porque, en realidad, este hombre viene des­
pués de haber ido a la institución donde está el ginecólogo de su
novia. Y aparece en las entrevistas el tema de que siempre entra
a trabajar para sustituir a una mujer. La lógica del caso conduce
a la constelación que ha presidido su nacimiento: una hermana
ahogada por el líquido amniótico y cómo este punto del ahogo
aparece en el pasaje al acto y en las pesadillas.
El tema de la muerte lo podemos ver aparecer de diferentes
maneras en los distintos casos. Si del lado del obsesivo aparece
en relación con el paso del tiempo, del lado de la histeria lo ve­
mos en relación con la afanisis, y del lado de la psicosis también
tiene sus matices.
Hay algo que me ha hecho recordar el caso que explica La­
can cuando, en el momento de la caída fálica de este sujeto, la
compañera lo reanima recurriendo al objeto fálico bajo la forma
del pene de goma. La dimensión fantasmática aparece progresi­
vamente, es decir, tratar a la mujer como a una prostituta, vio­
larla, matarla, etc. Pero vamos viendo que este cartógrafo, preo­
cupado por la cuestión del goce femenino y cómo ubicarlo,
retoma, a partir de su trabajo, el tema familiar, el tema central
de algo que no se ha podido inscribir en la historia familiar. Es­
te sujeto intenta ubicarlo. Nos da la constelación edípica: una
madre excesiva y un padre que no se mete, es decir, un padre
marcado por ese rasgo «tímido». Y me parece interesante cómo
al final se puede abrir, a partir de los imprevistos, algo del
orden de -no sé si podemos llamarlo una histerización- los re­
tortijones, lo que seguramente va a abrir a una dimensión más
amplia.
82
LAS RELACIONES DE PAREJA
]acques-Alain Miller: En los dos casos anteriores se había
planteado el recorrido desde las entrevistas preliminares al análi­
sis, querría saber cómo se presenta este caso en función de esa
distinción. ¿Funciona la distinción o hay algo más indistinto, en
diferentes fases?
]osé Manuel Á lvarez: Es justamente el punto que ha tocado Ti­
zio respecto a los imprevistos y a la cuestión del cuerpo, los ata­
ques de diarrea. Creo que es por ahí -lo traía en las notas poste­
riores al caso, porque esto está escrito en noviembre- por donde
es posible que se produzca la entrada en análisis de este sujeto.
]acques-Alain Miller: Por el momento usted considera que es­
tá en entrevistas preliminares.
José Manuel Á lvarez: Sí. Y, de hecho, este imprevisto . . . A ver,
es un sujeto que a veces me desconcierta, ya que tiene también
un uso muy particular del tiempo. De tal manera que después
de un año y medio de quejarse de un menos de satisfacción a la
hora de hacer el amor con su novia, ahora aparece un temor
-que tiene hace bastante tiempo, es decir, no es un descubri­
miento . . . es un descubrimiento para mí, no para él-, un temor
a dejarla embarazada, a pesar de saber que ella toma anticon­
ceptivos. Yo tenía en mis notas: «El sujeto, realmente, ha plan­
tado, ha regado y ha mantenido esa insatisfacción apoyándose
en el temor de que ella se despiste y, entonces, aparezca emba­
razada». Él lo toma como un imprevisto y yo le marco que eso
no es cualquier imprevisto. Él dice: «Yo tengo que controlarlo
todo», «Yo no puedo soportar ningún imprevisto», e introduce
esta cuestión del hijo como un imprevisto más. Esto acaba de
surgir ahora, hace pocas semanas, junto con un retorno de este
síntoma de los retortijones, de los nervios, etc. Y también ahora
van apareciendo referencias al abuelo materno, cuya muerte se
produce un año y medio antes de venir a consultar. A sus abue­
los paternos no llegó a conocerlos, cuando él nació ya habían
muerto.
DE PRIMERA MÁ ?
83
]acques-Alain Miller: Yo resumiría la problemática central en
este momento del caso. Es la patética historia de un masturbador
que durante años se llevó muy bien con su partenaire y que trata
de dar un lugar a un objeto de amor, a una mujer. Se trata de la di­
ficultad del pasaje del partenaire «de primera mano», como usted
dice, un partenaire que además nunca dice «no», a otro partenaire,
el partenaire del Otro sexo, con el cual pueden pasar muchas co­
sas. Este partenaire del Otro sexo puede decir «no» y él toma mu­
chas precauciones para obtener un partenaire que dice «SÍ», como
el partenaire original. También es un partenaire que puede quedar
embarazado cuando con el primero no hay ningún riesgo.
Es patético ver, efectivamente, en este caso, lo que hay que
ceder de este goce autoerótico para el deseo y ver si el amor es
suficientemente fuerte, si lo atrapa suficientemente para que de­
je la comodidad del goce autoerótico y asumir los riesgos del
Otro. Además, el pobre no es solamente un masturbador sino
que es hijo único, hijo único protegido por los padres, como us­
ted señala. Toda esa cuestión del nacimiento de hijos posibles se
refiere, finalmente, a la hermana mayor muerta en el momento
mismo del nacimiento, como feto. Es decir que ésa ha sido la
sombra de su vida. Se ve en los otros casos. ¿Qué es lo deseable?
En los otros casos se ve que hay problemas con los hermanos,
problemas de rivalidad, etc. Él no ha tenido todo eso sino el pe­
so de la hermana-feto, ahogada como feto.
Para mí, el rasgo clínico que por el momento parece funda­
mental y que obstaculiza la apertura del inconsciente es el víncu­
lo que mantiene con el goce solitario.
La chica, por lo menos, ha logrado ubicar el problema. No se
va a casar con un tipo que mantiene . . . Para él, seguramente, hay
que favorecer que el goce femenino se vuelva una pregunta. Vi­
niendo, como él viene, del goce fálico del idiota, finalmente ha
tomado -como ha dicho Hebe- la vía ginecológica para llegar a
hablar con un Otro. Va realmente desde el Tao del idiota -si po­
demos llamar así a la masturbación- a la vía ginecológica. Y hay
que interesado en esto. Está interesado en el misterio de la femi­
nidad, tanto que puede aceptar la posibilidad de un Otro que di­
ce que no, y peor aún, un Otro que dice que sí.
84
LAS RELACIONES DE PAREJA
Hebe Tizio: Una última referencia en relación con este caso
es, efectivamente, que la vía ginecológica remite a varias cosas,
porque está el goce femenino por un lado, pero también está el
goce de la madre como mujer, lo que plantea el peso de la muer­
te de esta hermana, y ese pasaje al acto donde, si no es porque un
amigo lo salva, este hombre se muere ahogado. Es decir que,
realmente, el peso de la cuestión es fuerte.
Bien, nuestra Eva negra, la que tenía problemas con la especie
masculina. Y que, es interesante, viene diciendo que el marido se
opone, que no la deja venir, que su madre se opone, que siempre
ha preferido a su hermano, pero es ella la que deja de ir. Y el
analista debe pedirle que vaya, de manera muy particular.
¿Qué nos dice esta mujer? Primero , que se ha casado con un
hombre y que, en realidad, esta pareja funcionaba con la inclu­
sión de terceros. Es decir, aparecía, digamos, enamorada de otro
hombre o consintiendo a que él tuviera amantes. Por otro lado
dice que las relaciones sexuales han sido decepcionantes, y lo
plantea en términos realmente sorprendentes.
Entonces, ¿ qué la mantenía con este hombre? ¿ Qué funcio­
naba allí? Hay un rasgo de este hombre tomado sobre el tío las­
civo, casado con una prostituta, que contaba chistes verdes. Y,
efectivamente, esta mujer quiere que su marido le hable pero
¿para decirle qué? Para contarle chistes verdes sobre felaciones,
es decir, que hay un redoblamiento de la emergencia del falo, se
puede decir así, no sólo por la vía del chiste sino por la temáti­
ca en la que aparece. Esto es planteado en oposición a la espiri­
tualidad. Incluso, ella plantea la elección del analista del lado de
la espiritualidad. Me parece que este punto se puede ver bien
en el episodio del jabón de dos caras. Por un lado está la burbu­
ja, es decir, que circunscribe un vacío etéreo, etc., por otro lado
está el jabón que lava la mancha, es decir, que hace referencia al
sexo.
¿ Qué nos dice esto? Que en realidad hay dos cuestiones. Las
fantasías de adulterio y la curiosidad por el sexo masculino. Las
fantasías de adulterio aparecen actuadas, para decirlo así, en el
seno de la pareja en relación con estos terceros que aparecían in­
cluidos. Lo que ella llama curiosidad por el sexo masculino la ha-
DE PRIMERA MÁ ?
85
ce aparecer como una Eva más preocupada por la serpiente, por
cómo cogerla, que por Adán ...
]acques-Alain Miller: Hay que señalar la diferencia con el ca­
de Alvarez. En el caso de Gault hay análisis. Si nuestro cartó­
grafo masturbador está en una continuidad de entrevistas, sin
franquear un umbral, el umbral del análisis (aunque eso se pue­
de discutir), en el caso de Jean-Louis Gault tenemos una presen­
tación cronológica del caso: dos meses de entrevistas, otro perío­
do de seis meses y, finalmente, una entrada en análisis. Está,
supongo, en el diván y ya estamos en otra zona distinta de la que
hemos discutido hasta ahora. Es decir, con el caso de Shula, de
Carmen, de Álvarez, estábamos en una zona donde podemos ha­
cer construcciones que den un ordenamiento y, en el caso de la
Eva negra, entramos en lo analítico propiamente dicho -que no
se presta a construcciones- donde ambigüedades, equívocos, ro­
deos y rupturas de causalidades aparecen y están más marcadas.
Esto hace una diferencia.
Una vez que ha empezado la experiencia analítica propiamen­
te dicha, las construcciones son posibles, pero no tienen la mis­
ma simplicidad de lo que se puede decir antes. Precisamente, to­
dos los significantes están puestos en cuestión, se invierten, son
equívocos, etc., no tienen los valores más unívocos que encontra­
mos al empezar.
lO
]ean-Louis Gault: Solamente algunas palabras sobre el tiem­
po. Son ocho años de análisis, con el primer tiempo bastante lar­
go. La verdadera entrada se sitúa dos años después de la entrada
formal.
]acques-Alain Miller: ¿Está en análisis desde cuándo? Ocho
años. Estamos en otra dimensión. Una relación analítica de ocho
años nos da otra dimensión.
Hebe Tizio: Bien, entiendo que lo que aparece presentado es
un primer tiempo y me parece interesante poder ver cómo esta
mujer muestra, en un inicio, que las relaciones sexuales son de-
86
LAS RELACIONES DE PAREJA
cepcionantes, pero se aterroriza en el momento en que el marido
tiene una erección. Hay, luego, un declinarse de esta cuestión fá­
lica, lo que ella llama en un principio la curiosidad por el sexo
masculino, de atrapar algo que no se puede atrapar. Y lo va des­
granando con diferentes matices, desde atrapar la cola de Mickey
hasta aquella fantasía de arrancar el sexo al hermano. Y, si hacía­
mos referencia a las mujeres que quieren ser chico, me parece
que aquí -es más bien una pregunta- la cuestión que se plantea
para esta mujer es ¿ cómo hacer con este punto? Es decir, en lu­
gar de que el hombre le dé, aparece esta idea de arrancarlo, de
tomarlo. Me parece que seguramente será algo que habrá ido
cambiando, pero en un primer momento aparece presentado así.
]acques-Alain Miller: ¿Gault quiere decir algo?
Jean-Louis Gault: Sí, quería precisar algo sobre el caso. La
primera parte, que es de dos años, llega hasta el momento en que
el psicoanalista va a buscarla. En este momento algo cambia. En­
tra realmente. Logra ubicarse en la relación en el Otro. Hasta ese
momento se vivía como un objeto de rechazo. A partir de este
momento ella entra, verdaderamente, en el proceso analítico, pe­
ro durante años fueron sobre todo quejas y quejas, la depresión,
los afectos de tristeza y siempre todo eso, durante años, y es ver­
dad que en esos años hablaba también de algunos elementos de
su vida amorosa, hasta el momento en que se descubre un poco
la significación del amor para ella.
Cuando la significación del amor, para ella, se desvela como
significación de muerte, en este momento algo cambia completa­
mente. La tristeza, los afectos depresivos desaparecen y algo to­
talmente nuevo empieza. Ella misma cambia, abandona su ropa,
siempre negra, y cambia: habla más, se siente mucho mejor en su
vida, produce más sueños y la dimensión de la queja desaparece
para entrar a analizar más. Retoma mucho de lo que había conta­
do en la primera parte para descifrarlo. Eso hasta el momento en
que descubre la relación que tenía con el último amante. La his­
toria del primer amante tuvo lugar muchos años antes, diez o
quince años antes, pero la última relación tuvo lugar durante el
DE PRIMERA MÁ?
87
análisis, durante algunos meses. Y cuando analiza esta relación y
descubre la relación con el padre da un paso más, que es el ter­
cer paso en el desarrollo del análisis y, en este momento, lo que
toma importancia para ella -en lugar de la tristeza, de los afectos
depresivos- es el vacío. Y se siente totalmente aliviada.
No recuerdo cómo lo dice exactamente, pero hace alusión a
la pérdida cuando dice «no tenía nada que perder». Y, en ese
momento, dice que no se reconoce, «no soy la misma. Pero no sé
cómo ser otra». É ste es el momento actual después de ...
]acques-Alain Miller: . . . veinticinco años de matrimonio.
]ean-Louis Gault: Exactamente. Y sólo después de veinticinco
años de matrimonio habló con su marido sobre las relaciones se­
xuales. No lo he escrito pero ambos son médicos y durante seis
años tuvieron relaciones sexuales. Ella quería quedarse embara­
zada pero no lo conseguía porque había eyaculación precoz. Pe­
ro ni él ni ella se habían dado cuenta de que no había penetra­
ción. Por eso, como nos dijo un profesor que se ocupa de
inseminación artificial, cuando las parejas piden una insemina­
ción artificial, siempre hay que preguntar si hay penetración y
tentativa de inseminación natural antes de seguir un tratamiento.
Jacques-Alain Miller: Hay que decir que la especie humana es
demasiado inteligente para su debilidad. Es una especie que ha
logrado inventar la inseminación artificial pero que no ha pene­
trado totalmente en los misterios de la inseminación natural.
Quizás es por esto, porque los seres humanos no han terminado
de entender la inseminación natural, al contrario que las especies
animales, que esta especie ha inventado cosas tan increíbles co­
mo la modificación genética. Es por su estupidez, que es la base
de todos los progresos humanos.
Hebe Tizio: Por eso se puede entender el horror de esta mujer
cuando el marido tiene una erección . . .
Miquel Bassols: . . natural.
.
88
LAS RELACIONES DE PAREJA
Hebe Tizio: Han quedado palabras pedidas del turno anterior.
Miquel Bassols: Tomamos palabras de la serie anterior.
Lucía D'Angelo: Bueno, tenía una pregunta sobre los dos casos
anteriores que ha quedado retenida, sobre una figura fundamental.
Me había parecido que Shula lo introducía en su caso y era una
flagrante omisión en el caso de Carmen. Es una figura siempre
presente en las relaciones de pareja: la suegra. Me había llamado la
atención que Shula dice que a partir de la inclusión y la identifica­
ción con esta suegra había cambiado el discurso de la paciente. Y
lo que le quería preguntar a Carmen, en ese momento, era justa­
mente qué pasaba con la suegra de su paciente para ver si nos po­
día dar datos tan valiosos. Es verdad, las suegras existen. Casi se
diría que son la contrapartida de esa mujer que no existe. Pero las
suegras sí existen y persisten y, a veces, insisten.
Pero dejando a esta suegra que, sabemos, a todos nos mira
aunque nosotros no veamos su mirada, tomando los dos casos de
ahora, me había parecido interesante la manera de presentar -lo
ha señalado Hebe- a la paciente de Jean-Louis por el lado de la
especie masculina y al paciente de José Manuel por la vía gineco­
lógica.
Es verdad lo que se estaba comentando y produce verdadera­
mente la risa de todos, que la buena exploración de la sexualidad
en el análisis es, justamente, poder poner en cuestión ese saber
de la ginecología y de la especie como tal. Porque el humano vie­
ne a poner una impronta en lo que los animales saben hacer tan
bien. Y, verdaderamente, me parecía que el punto por el cual to­
davía no se produce un acceso al análisis en el paciente de José
Manuel es porque en este llevarse tan bien con su partenaire soli­
tario, con el uso del órgano, se trata de una exploración de la se­
xualidad femenina por la vía ginecológica. Es decir, lo que muy
bien podría aconsejar la sexología, la mecánica: cómo se hace pa­
ra . . . Y, efectivamente, nosotros no damos ese tipo de respuesta.
La exploración que implica la sexualidad femenina tendrá que
atravesar otras vías, quizás más dificultosas, donde pueda meta­
forizar eso que aparece del lado de la pura técnica sexual.
DE PRIMERA MA ?
89
Pero creo que también en el caso de Gault hay algo de eso.
Primero poner el saber médico, sobre todo biológico, y el funcio­
namiento de los cuerpos para notar que a la hora del encuentro
�exual ese saber es justamente el que se pone en cuestión. Más
allá de que, efectivamente, se solicitaría que supieran un poco
más, por lo menos al nivel del cuerpo.
Pero creo que también hay esta dificultad, que ha persistido a
lo largo de tanto tiempo, por el tipo de exploración de la sexua­
lidad masculina que hace esta mujer en el encuentro con el Otro
aexo. También es por la vía de una exploración que tiene que ver
con el cuerpo en tanto mecánica, y que ha costado dialectizar,
contravenir: el deseo de tener un hijo. No sé si el deseo de tener
un hijo . . . Lo que noto es que hay algo como mecánico. Tener un
hij o no es sostener, en la exploración femenina en un análisis, el
deseo del hijo. Es una pregunta estructural de la mujer y atiende
a su feminidad.
Y me parecía que recién ahora, a partir de esta cuestión de la
significación, del significante «amor»; que declina con esa otra
cara que es la muerte, había un punto de comparación con el ca­
to de José Manuel. En el sentido de que en los dos pacientes me
parece que ese goce solitario, ese gozar del falo solitario, y esa
falta de acceso al encuentro con el Otro es porque el verdadero
partenaire de esos órganos mal usados, o excesivamente usados,
el verdadero partenaire es la muerte. Y esa es también una figura
que debemos incluir en las relaciones de pareja.
Rosa Calve!: Había señalado para los dos casos anteriores, del
lado del partenaire masculino, la función de estructura del padre
muerto. Porque, en el caso de Shula, hay todo este drama subje­
tivo y lo primero que plantea este hombre lo hace a partir de la
muerte del padre. Y me gustaba la interpretación freudiana que
hacía porque me evocaba el último sueño de Dora. Es decir que,
a partir de que el padre muere, ella se interesa por el saber. Eso
es lo primero que dice él.
En el otro caso, pensaba si no habría habido una rectificación
subjetiva para el hombre a causa de las entrevistas de la mujer
con Carmen , porque al final se separa. La posición de muerto de
90
LAS RELACIONES DE PAREJA
él es impactante, dice que no quiere separarse, que ella se cure y
que cuando esté curada, vuelva. Que él espera.
Podríamos ver también la función de esto en el muchacho
que a partir de suscribirse anónimamente, o como sea, a esta
revista, es el hombre que va a recibir las cartas de todas las mu­
¡eres.
Estela Paksvan: Sí, con respecto al caso que presentó Carmen
es un caso que, realmente, me ha interesado mucho, lo he vuelto
a leer varias veces. Hay algo al final de lo que dice esta mujer
acerca de cómo define ella misma la relación con este hombre,
que me parece, verdaderamente, ejemplar. Dice que es un «en­
ganche misterioso». Creo que está muy bien definido e incluso
pensaba si quizá no tendríamos que pensar el enganche simple­
mente en su vertiente metafórica. Quiero decir lo siguiente: el ca­
so me hacía recordar, leyendo la Conversación de Arcachon, lo
que Miller dice en un momento acerca de la clínica de la cone­
xión y de la sustitución. Y, en este caso en particular, si bien en el
caso de Shula puedo ver las sustituciones y los objetos que de allí
se desprenden, en este caso no lo puedo encontrar. Y hay algo
que es realmente importante y es, para mí, cómo encuentra a es­
ta pareja. Inmediatamente es como si hiciera un desplazamiento
-inmediato también en el tiempo- de la muerte del padre y el en­
cuentro con esta pareja. Sí, es insoportable para ella esta pareja,
ella no lo dice así. Realmente, ella dice que con él no se sentía
ahogada, hablando por otros lados, comparando con la ola y el
toro negro, no se sentía ahogada. E incluso describe un momen­
to en donde además ella dice no lo contradecía . . .
Hebe Tizio: Si nos podemos centrar sobre estos casos . . .
Estela Paksvan: ¡ Ah ! Perdón. Bien, simplemente, quiero po­
ner aquí el énfasis sobre otra cosa que me llama mucho la aten­
ción de este caso, que es esta especie de llanto infinito, así como
en el caso de Shula aparecía esa mujer realmente inconmovible,
cruel -así la terminamos definiendo-, aquí aparece como la lloro­
na. Describe constantemente ese estado.
DE PRIMERA MA?
91
Y, en el caso de Jean-Louis Gault, intentaba ver cuál era real­
mente el afecto predominante que representa a esta mujer. Y si
bien aparece definida como una Eva negra, yo diría que realmen­
te aparece como una mujer rabiosa, y está muy bien descrito en
esas escenas infantiles en donde hay muchísima rabia; tanta co­
mo para que una niña logre romper la puerta que se le cierra,
frente al hermano. Es algo que yo le quería preguntar a Gault, si
esto ha desaparecido, porque hasta el final vuelve a repetir y a re­
cordar estas escenas.
]ean-Louis Gault: Sí, usted tiene perfectamente razón. Pero
esta mujer tenía cuarenta años cuando empezó el análisis y había
organizado toda su vida profesional, familiar, tenía hijos, para
reprimir esta rabia. Claro, para reprimir el deseo y para trabajar
en el sentido de la represión. Y eso desde los primeros años de
su vida, porque las cosas había para ella alrededor de los cuatro
o cinco años. Antes estaba esta aversión hacia los chicos, des­
pués, en un momento, enfrente del hermano, abandona la po­
sición femenina y se identifica con un hombre. La dificultad
de tener relación con un hombre viene de que durante todos es­
tos años ella misma era el hombre. Había organizado toda su vi­
da así.
Francisco Roca: Bien, escuchando la lectura que ha hecho He­
be del caso de Álvarez me surgía una pregunta: ¿ qué hacen los
sujetos con el deseo del partenaire cuando éste se manifiesta?
Hasta ahora lo que hemos visto ha sido cómo, en distintos casos,
han acudido al analista cuando por distintas circunstancias el lu­
gar que asignaban al partenaire se ha conmovido, ha cambiado y,
por tanto, ha hecho emerger su propio deseo. Lo cual haría pen­
sar que en ese azar que normalmente los pacientes cuentan de
cómo encontraron a su partenaire, realmente lo que hay es una
puesta en juego de algo que nos diferencia de los animales. Es
decir un intento, justamente, de acallar el propio deseo y de
adormecerse en la ignorancia de sí mismos. Es decir, de calmar el
propio inconsciente, de hacer que esto no aparezca. Y el parte­
naire aparecería ahí como tapón a la emergencia del inconsciente
92
LAS RELACIONES DE PAREJA
produciendo una pareja estable como era en el caso de la mujer
cruel, tras veintidós años de absoluta quietud.
En el caso de Álvarez también parece que le conmueve la
aparición de esta mujer, digamos, el movimiento de esta mujer de
exigirle a él que abandone su hábito masturbatorio y que se ocu­
pe de ella. En el caso de Gault parece que pasa algo parecido.
Entonces me surgía la pregunta de si, realmente, el estableci­
miento de la pareja, de la relación con un partenaire, si la elec­
ción de un tipo de vínculo en el establecimiento de esta pareja,
depende realmente de un puro azar o, por el contrario, depende
de la estructura clínica del sujeto, es decir, de cómo el sujeto se
las ve con su propio deseo. Entonces me hacía pensar si el modo
de relacionarse con el partenaire está condicionado a la propia
relación con la castración y, por tanto, habría que dar un lugar al
partenaire en este contexto donde lo real inconsciente se mani­
fiesta. Y por tanto, este contexto significante produciría un cam­
bio en la emergencia de este real inconsciente, que insiste, y qui­
zás esto permitiría entender por qué, a veces, las formas de las
parejas cambian cuando uno de los miembros entra en análisis.
]acques-Alain Miller: Hay una cosa que diferencia a la Eva ne­
gra de los otros tres casos que hemos considerado. Es que ella
misma viene a la consulta, quiere analizarse, se analiza desde ha­
ce ocho años. Es decir que en cierto modo no es -por lo menos
desde este punto de vista- un problema de relación de pareja. En
el caso de Shula, realmente, hay la pareja y, después de veintidós
años de matrimonio, llegan los dos a un colmo. Llegan al punto
en el que ella, realmente, se realiza como el a minúscula, el chu­
pete en boca cerrada del marido. Él se divide en la crisis de an­
gustia, etc. La historia de la paciente incluye la crisis del marido
y, después, logra destacarse y aislarse como paciente.
En el caso de Carmen es mucho más visible que no hay ese
aislamiento, no logran desprenderse de la pelea infernal origina­
ria que mantienen los dos.
En el caso de Álvarez, realmente, el tipo necesita el empuje de la
novia que le plantea una alternativa, «o bien, o bien», para llegar a
Álvarez y empezar con una cierta lentitud su trayectoria de hablar.
DE PRIMERA MA ?
93
Realmente, en los tres casos vemos la inclusión profunda del
partenaire en el camino de palabra, en el camino pre-analítico
del sujeto. No ocurre lo mismo con la Eva negra. La Eva negra
viene a los cuarenta años porque no soporta ya su posición. Vie­
ne por una antinomia interna de su posición, que no toca direc­
tamente al marido, que no es correlativa del movimiento del par­
tenaire. Es una antinomia que, finalmente, a los cuarenta años a
esta señora médica su profesión le produzca ansiedad. Usted in­
siste en que experimenta ansiedad en el contacto con los pacien­
tes hombres.
]ean-Louis Gault: Cuando se trataba de la sexualidad.
]acques-Alain Miller: Finalmente, vamos a decir que su parte­
naire
síntoma son sus pacientes. Lo que justifica, de todas mane­
ras, la inclusión de este caso en nuestro registro es que tiene pro­
blemas no con un hombre -no tiene un problema específico con
su marido- sino con «los hombres», con la especie hombre. En
los otros casos la cuestión está más específicamente centrada en
el partenaire. En el caso de Álvarez, este señor tiene también pro­
blemas con la especie femenina. Lo que justifica el binomio que
se ha construido con estos dos casos.
Sería interesante tratar de formular la antinomia de la posi­
ción de la Eva negra. Les recuerdo que Gault la ha llamado la
Eva negra porque, al leer en el Génesis el relato de la expulsión
de Adán y Eva del paraíso, tuvo una crisis de angustia.
¿Cómo formular la antinomia? Se trataría de reordenar los
rasgos que aparecen en su relato, que es un resumen de ocho
años. Ha venido a los cuarenta años, tiene ahora cuarenta y ocho.
Es decir, es todo un recorrido.
A la vez se ve, por ejemplo, que en la infancia tenía una pro­
funda hostilidad hacia su hermano menor, porque todo era para
él. Tenía hostilidad hacia su hermano pero a la vez deseó ser un
chico. Y ya tenemos el principio de una antinomia. Odia al her­
mano, en tanto que es el varón valorado. Entonces: odiar al va­
rón valorado y a la vez querer ser un varón valorado. Es una ma­
nera muy simple de entender esta división antinómica.
-
94
LAS RELACIONES DE PAREJA
En el caso de Álvarez hemos encontrado que la hermana mu­
rió siendo un feto. En este caso, la madre de la Eva negra hubie­
ra querido abortarla y se lo dice, amablemente, a su hija. Es de­
cir, que la valoración del varón va muy lejos, casi hasta la
supuesta práctica antigua de matar o de perder los hijos femeni­
nos, las hijas, como suplementarias. Realmente, en el deseo de la
madre lo varonil es inmensamente valorado y lo femenino es re­
ducido a la nada.
Esta antinomia la vemos después realizarse en su vida, bajo la
forma por un lado de ser una mujer perfecta, perseguida por un
ideal de perfección. Por otra parte, siente curiosidad por el sexo
masculino y el deseo de la relación con un hombre que sea un
hombre para ella. Reconoce al hombre por su violencia -eso está
en el texto-, por su goce, por su carácter terrible y el carácter
malo y sucio de la sexualidad. Entonces la vemos en una división
antinómica entre la perfección femenina y lo sucio de la sexuali­
dad, lo que la atrae de este lado, hasta tal punto que ha elegido a
su marido bajo este criterio. Se menciona en el texto que eligió al
marido «en tanto que estudiante lascivo», como representante de
la suciedad de la sexualidad.
Una tercera versión de esa antinomia: la vemos por un lado
queriendo ser el amo en su casa, «quiero ser la dueña de mi ca­
sa» -como dice- y, a la vez, confiesa su deseo de que su padre
-deseo infantil o adolescente- pueda mirarla como miraba a las
otras mujeres. De un lado, una figura, ella amo, dueña, y del otro
lado, deseable y despertando el deseo incestuoso del padre.
Una cuarta manera de formular la antinomia -de una manera
simple, quizá demasiado simple pero muy elemental- sería decir
que la antinomia está entre tener el falo -es decir, ser hombre,
ser amo, ser perfecto- y otros deseos y rasgos que están del lado
de ser el falo -ser el falo para el padre, ser objeto de deseo. Y la
vemos sufriendo durante treinta y cuatro años, a partir del Edi­
po, clásicamente dividida entre todo lo que la atrae del lado de
tener el falo y del lado de ser el falo. Se podría decir que es de­
masiado general pero, en este caso, permite clasificar mucho del
material que usted ha recogido en este caso.
DE PRIMERA
MÁ?
95
Jorge Bekerman: Quiero hacer una observación clínica y otra
metodológica. La observación clínica se origina en el caso de
Shula Eldar pero tiene resonancias en otros casos que se han
planteado y, en particular, en el de Jean-Louis Gault.
En el caso de Eldar la conclusión que me queda del trabajo
que se hizo es que lo que está en juego, más que una violación, es
una pérdida de la virginidad. Yo lo llamaría una desfloración
subjetiva, donde se trata para esta mujer de subjetivar el carácter
intrusivo de la sexualidad masculina y su inevitable carácter trau­
mático para la mujer, en especial desde el punto de vista del nar­
cisismo. Esto me lleva a recordar en Freud -de los tres artículos
sobre la vida amorosa- «El tabú de la virginidad», que parece
mucho menos comentado que los otros dos.
Con respecto al caso de Gault estaba pensando si no se presta
a considerar que por lo menos un aspecto de esta desfloración
subjetiva se vehiculiza en este hablar sobre sexo que tiene con el
marido.
La observación metodológica apunta a esto: Miller mencionó
que en nuestra consideración de los problemas de pareja no nos
valemos de la oposición «normal o anormal». No tenemos la nor­
malidad en el horizonte pero sí hablamos de disfuncionamientos.
Ahora bien, la noción de disfuncionamiento puede poner en el
horizonte un eu-funcionamiento posible. Y este par disfunciona­
miento-eu-funcionamiento podría redoblar el par normal-anor­
mal. Me parece importante subrayar que nuestra noción de dis­
funcionamiento no tiene en el horizonte un eu-funcionamiento
posible sino el no hay relación sexual. Nada más.
Enrie Berenguer: A raíz del caso de José Manuel Álvarez, que­
ría retomar primero una cuestión general sobre el tema de la
sexualidad masculina, en concreto la masturbación, y luego refe­
rirme a un aspecto particular del caso. Quizá podríamos haber
puesto en la pizarra «el partenaire pene» porque es cierto que el
pene es uno de los primeros partenaires del hombre. De lo que no
estoy seguro es de que ese partenaire, que a veces es objeto de un
verdadero enamoramiento durante la pubertad, de una admira­
ción ante el milagro de la erección, siempre, de alguna forma, en-
96
LAS RELACIONES DE PAREJA
carne el mismo partenaire fantasmático. Creo que hay la particula­
ridad del partenaire fantasmático que en cada hombre encarna su
pene. No estoy seguro de que hombres que pasan eficazmente de
la masturbación a hacer el amor con una mujer dejen de ser unos
masturbadores. Más bien creo que los hombres que tienen la
oportunidad de dejar de ser unos masturbadores son los que tie­
nen algún pequeño problema en el momento de abordar al otro
sexo porque, si no hay corte, es dudoso que el hombre deje de ser
un masturbador aunque pueda tener relaciones sexuales muy efi­
caces. En este caso quería plantear una cosa interesante, es que se
puede describir a este hombre como un gran masturbador, evo­
cando el cuadro de Dalí. Pero, es curioso, es un mal masturbador,
porque dice que se tiene que masturbar cinco veces para que una
le funcione. Entonces, creo que es un rasgo sintomático interesan­
te, que también hay que poder introducir en el caso y subrayarle a
este tipo que quizás él no es tan masturbador como cree. Hay un
rasgo de imposibilidad en esa masturbación que la hace sintomá­
tica e interesante y eso hace pensar en qué partenaire terrible hay
en su fantasma, detrás de esa escena superficialmente narcisista
de su masturbación. Es un rasgo muy interesante del caso que
además el tipo tiene contabilizado, porque lo cuenta todo.
]acques-Alain Miller: Lo cuenta con la mano, los cinco dedos
de la mano. Eso me recuerda que al inicio de la presidencia de
Clinton, que ha acabado ahora, había nombrado a una señora en
el papel de responsable médico de los Estados Unidos, alguien
que no tiene mucho poder institucional sino la posibilidad de
dar discursos. Esta señora había planteado que era necesario en­
señar la masturbación, supongo que para tener buenos mastur­
badores. Eso provocó un escándalo tal en los Estados Unidos
que debió dimitir de su función. A este nivel es más pensable
una norma que en las relaciones de pareja.
Vilma Coccoz: Retomando algunas cuestiones que me queda­
ron respecto a los primeros casos, pero teniendo en cuenta que en
los ocho casos se destaca, en algunos más y en otros menos, la pre­
sencia del hermano o de la hermana. Me parecía que podíamos re-
DE PRIMERA MA?
97
flexionar sobre los distintos valores psíquicos o libidinales que to­
ma el hermano en cada quien. Por ejemplo, el modelo del «her­
mano-San Agustín», que está muy presente en el caso de Eldar y
que llega prácticamente, tal como lo ha leído Miller, a constituir el
fantasma que sostiene la relación con el partenaire. Por otra parte,
el hermano que aparece como separador -que Lacan trabaja en el
Seminario 4 y Miller en su curso Done-, en el lugar del padre, dice
Miller. Es el hermano quien aparece como mediador respecto al
deseo de la madre, lo cual tomaría otro valor. ¿En qué sentido
puede ser también condición de la relación de objeto? Porque me
parece que en el caso de Eldar participa del partenaire-synthome y,
de hecho, cuando se le señala que la elección de su pareja ha sido
el tercer hermano, es cuando aparece la irrupción de los sueños y
de las cadenas inconscientes que le vinculan al deseo de la madre.
Por otra parte, ¿en qué sentido el hermano puede ocupar jus­
tamente el lugar del sujeto como una sombra, como en el caso de
.Alvarez? Al punto que llega a decir al final que él quisiera dejar
una huella, es decir, quisiera tener una historia porque, hasta
ahora, esa sombra le ha impedido tenerla. Por otra parte, la ver­
tiente quizá más presente también en los casos es la de la rivali­
dad fálica que aparece en el caso de Gault.
Teniendo en cuenta todas estas variantes o estos valores psí­
quicos o libidinales del hermano, mí pregunta es ¿ cómo usar la
interpretación? Tenemos una muestra en el caso de Eldar. Es de­
cir, ¿ cuándo se interpreta y de qué modo? , o ¿ cómo se señala lo
que está en juego en el más allá de lo que el sujeto presenta?
José Manuel Á lvarez: En primer lugar, agradecer los comenta­
rios al caso. Unas cuestiones aclaratorias a las preguntas de Lucía
D'Angelo y Rosa Calvet. Efectivamente, D'Angelo ha pescado
muy bien la cuestión de la sexología porque la primera consulta
se realizó con otro profesional y en pareja, y la demanda era de
una cuestión más técnica, sobre todo por presión de la novia. Yo
antes hacía mención a la figura del abuelo porque me parece que
hay algo en la muerte del abuelo que hace virar en este sujeto la
cuestión de la relación de pareja con esta mujer, y empezar a in­
tuir que sus dificultades van más allá de la cosa técnica, de la
98
LAS RELACIONES DE PAREJA
gimnasia sexológica que en principio había venido a pedir que le
proporcionaran. Lo digo porque siempre ha mantenido esta am­
bivalencia, es decir, por un lado pedir consejos técnicos pero, por
otro lado, debajo de eso, ante mis silencios, va a ir apareciendo
esta vertiente fantasmática que surgía en sus relaciones sexuales.
Anteriormente no terminé de aclarar que, precisamente, lo que
aparece ahora es que cuando ella queda «satisfecha», es decir,
cuando él eyacula, se queda muy inquieto, muy angustiado. Cuan­
do no eyacula, cuando no puede realizar el acto sexual, es cuando
se queda muy tranquilo. El caso es que durante un año y medio me
ha estado contando la película inversa: esta cosa terrible para él de
no poder... y ahora resulta que ha de admitir que no eyacular -que
es de lo que se quejaba-le tranquiliza porque no surge ese fantas­
ma de embarazo, con la consiguiente preocupación y angustia.
Respecto a la cuestión de la muerte, me parece muy oportuna
la manera en que la han señalado D'Angelo y Calvet. En fin, pue­
do equivocarme pero hay un momento determinado donde él,
con respecto a esta cuestión de ponerse rojo como un tomate, di­
ce: «Es cuando hay muchas miradas mirando». Recientemente,
así como al pasar, comenta lo enfermo que se pone cuando va
por la calle y ve un accidente y a mucha gente rodeando al acci­
dentado: «Estás ahí, y todos están mirando si te mueres o no». Y
luego pone el ejemplo de un reportero, un camarógrafo, en una
guerra, y dice: «Al tipo de la cámara, yo cogería una piedra y lo
mataría», con lo cual se cierra esta especie de bucle entre la mira­
da y la muerte: de la mirada a la muerte y viceversa.
Agradezco por supuesto también a Enrie Berenguer su co­
mentario, y voy a tener muy en cuenta esta observación que hace
sobre la masturbación.
Enrie Berenguer: Me llamaba la atención toda esta cuestión
del «no», del no que puede recibir del partenaire, también el no
a eyacular, pero también está el «no» de la madre a que él «trate
de salir con chicas». Me parece que esto se produce a una edad
muy panicular porque es la edad en que él se está planteando es­
ta vacilación entre su partenaire pene y el partenaire chicas. El
«no» de la madre me parece que toca este punto, o sea, hay un
DE PRIMERA MÁ?
99
redoblamiento: el no del partenaire chica pero luego viene el no
de la madre a que salga porque es demasiado joven. Eso no se da
a cualquier edad porque hay una cierta precocidad en este chico;
porque hay que decir que a los trece años hay muchos más chi­
cos preocupados por su pene que por declararse amorosamente
a las chicas. Es un rasgo interesante.
]acques-Alain Miller: Una última pal abra sobre el caso del car­
tógrafo que pone de manifiesto lo que Lacan dice, que la deman­
da puede ser un objeto. Creo que podemos ordenar bastantes co­
sas a partir del objeto demanda en este caso. Cuando él mismo
dice que busca un partenaire que no pueda decir que no, que
quedó traumatizado cuando tenía trece años -por la chica que le
dijo que no- y decidió que jamás le volvería a ocurrir. Decide en­
contrar un partenaire a través de anuncios, de manera de estar se­
guro de que el partenaire ya ha aceptado. Estudia cuidadosamen­
te las cartas que recibe, a partir de los anuncios, para seleccionar
la buena, la correcta. Es decir que desea que su demanda sea
cumplida. El otro debe cumplir. Podemos decir que el otro que
cumple en cada caso es, por supuesto, un otro mortificado, un
otro que no tiene alteridad. La alteridad es, precisamente, la po­
sibilidad de poder decir que no. Eso nos hace entender una frase
un poco misteriosa de Lacan, en el seminario Aun, con la que
concluye, cuando dice: saber lo que el partenaire va a hacer no es
una prueba de amor. Se entiende muy bien porque en el caso de
Álvarez, el sujeto quiere saber exactamente lo que el partenaire va
a hacer y, precisamente, desea un otro sin amor, que no tenga de­
seos, caprichos, que no tenga amor. Hasta tal punto que hay todo
un párrafo de su texto, por lo menos algunas frases, en el que se
refiere a la fantasía de que su novia fuera una prostituta. En el
fantasma, finalmente, la considera como una prostituta, es decir,
la que no dice que no porque está aquí para cumplir. Realiza su
vida amorosa con el objeto degradado, precisamente, pero es un
objeto que logra, en lugar de separarlo en varias mujeres como
hace el Sr. B. de Sagrario García, que vamos a ver, un señor que
separa muy bien la esposa y la cantidad de prostitutas que va a
ver. El cartógrafo está en una posición inestable por realizar el
100
LAS RELACIONES DE PAREJA
objeto de amor y la prostituta en la misma mujer, eso le da una
problemática muy inestable. Además, es una problemática que le
retorna, es decir que la mortificación del otro que debe cumplir­
se siempre, claramente, vuelve sobre él. Él mismo se experimenta
como mortificado y obtiene una satisfacción en la mortificación.
Es decir que el cuatro contra uno que señala Berenguer son uno
con placer pero cuatro con la satisfacción de la mortificación.
Por otra parte, acentuaría la posición anal de este sujeto que
se manifiesta en la retención del esperma, que le da también una
satisfacción, pero yo llegaría a interpretar el sueño repetitivo de
ahogarse en el agua, realmente, como la caída de él mismo como
objeto anal. Es decir, cuando cumple la demanda del otro, él
mismo sueña repetitivamente su ser como mierda. Es una de­
manda muy específica, la demanda cumplida -no hay que olvidar
que en el trasfondo aparecen dolores de barriga-, es decir, que
hay una conexión bastante estrecha, no solamente entre el sexo y
la muerte sino entre lo genital y lo anal en este caso.
José Manuel Á lvarez: Hasta tal punto es así que recientemen­
te me cuenta que cuando no puede eyacular eso le produce un
dolor que se localiza entre el ombligo y el pene. Entonces va por
la calle aguantando el dolor, teniendo que entrar en el baño de
un bar a masturbarse, exactamente igual que cuando tiene dolo­
res de barriga y tiene que ir a cagar al baño de un bar. Es decir,
tal y como él lo relata, es exactamente la misma secuencia, sólo
que ahí se pone en juego la mirada, porque además va mirando a
las mujeres: «Las voy mirando como un loco, como si me sirviese
cualquiera». A partir de ese punto no aguanta más y tiene que
entrar en el baño de un bar a masturbarse. Esto aparece ahora;
no estaba cuando escribí el caso.
Jacques-Alain Miller: Pienso que una posibilidad sería pedirle
entrar en análisis ahora, hacerle la demanda porque, finalmente,
él cumple con la demanda: vino por la demanda de la chica, se
ha lanzado ya a las entrevistas. Es posible que, si no hay una de­
manda del Otro que lo asuma y que lo obligue, nunca lo haga, y
ya está bastante perturbado.
El Sr. B.
Sagrario García
La demanda
El Sr. B. se presentó en mi consulta por primera vez hace seis
años. Diremos de B. que se trata de un hombre de acción, poco
dado a la reflexión, que abandonó los estudios muy pronto, que
fue una bala perdida durante la adolescencia y prim era juventud,
saltando de ocupación en ocupación hasta hacerse bombero de
profesión y llegar a ser bombero condecorado más tarde. Escala­
dor de alta montaña y espeleólogo apasionado, está acostumbra­
do a riesgos y peligros externos, los cuales enfrenta con sereni­
dad y cálculo.
Pero este hombre joven sufría de angustia en forma de crisis
agudas que se continuaban con dudas, cavilaciones obsesivas y
temores frente a peligros más bien imaginarios, de tipo hipocon­
dríaco. Era un hablador compulsivo que difícilmente se detenía a
escuchar nada de lo que decía y mucho menos a extraer de ello
ninguna consecuencia.
Se presenta portando un antiguo diagnóstico de neurosis ob­
sesiva. Su última crisis se había desencadenado hacía dos años,
después de una separación matrimonial. Su demanda es muy
precisa, desea suspender el tratamiento farmacológico, y como
ha fracasado al intentarlo por sí mismo, ante el temor de que re­
surja la angustia, busca ayuda profesional para hacerlo. Pero no
deja, de paso, de pedir explicaciones médicas para resolver sus
dudas acerca de la neurosis obsesiva y sus posibles enferme­
dades. Las razones que se da, el saber que busca en los libros
de medicina, el refuerzo que recibe del psicólogo conductista
que le trata no bastan para suturar el temor y la duda acerca de
su mal.
1 02
LAS RELACIONES DE PAREJA
En aquel momento, rehuso responder a sus preguntas puesto
que él tiene ya saber suficiente y ha comprobado que éste no re­
suelve su malestar. Le digo que hay otras maneras de tratar sus
problemas si él estuviera dispuesto.
Reaparece un año después recordándome mi oferta. Ha vuel­
to a sufrir de angustia. Su duda actual es acerca de su diagnósti­
co: ¿será un neurótico obsesivo? Cree o teme ser un paranoico.
Renueva su demanda de explicaciones médicas acerca de estas
dos enfermedades. Aunque la presión de la demanda de un saber
explícito no deja mucho lugar a un saber supuesto, acepta bien
mi silencio y mi propuesta, bastante vaga, de venir a hablarme y
de buscar las explicaciones a partir de lo que él tenga que decir
sobre lo que le ocurre.
A partir de entonces y durante cinco años, con dos interrup­
ciones de muchos meses cada una, concertamos al final de cada
cita cuándo será la siguiente.
He mantenido dos constantes desde el principio a lo largo de
todo este tiempo: la falta de autómaton en cuanto a los días, horas
y frecuencia de nuestras citas (en cuanto a la frecuencia, sí hay un
cierto autómaton de una semanal, a veces dos semanales) y la fije­
za de un imperativo («hay que saber»). En ninguna de las dos
ocasiones en que ha interrumpido los encuentros le he llamado ni
insistido en que continuara. Estas dos constantes apuntan, puedo
decir ahora, tanto a velar la vertiente de goce del Otro que se pre­
sentaba en primer plano en lo que denominaba ser paranoico,
que consistía en el temor de ser víctima de un abuso y que en la
transferencia se explicitó como temor a sufrir un abuso profesio­
nal, como a apuntar y apuntalar un lugar de saber supuesto en un
sujeto que, como resumen de su neurosis infantil, portaba la signi­
ficación petrificada de ser una víctima del desamor materno.
Despliegue del S1
A pesar de iniciarse la cura bajo el signo de una transferencia
no muy favorable (del orden de la separación más que de la alie­
nación: se dirigía al Otro con un «Usted sabrá, que es la experta»
EL SR. B.
1 03
o un «Sí, ya sé que a ustedes lo que les interesa es la causa») y
que durante meses resultara difícil que hablara en asociación li­
bre, pendiente de mis reacciones, con un discurso salpicado de
expresiones del orden de «claro, ustedes profundizan mucho, es­
to a usted le interesará, usted me dirá algún día lo que sabe de
mí. . . » etc. Las condiciones antes citadas fueron suficientes para
que la significación de víctima del Otro perdiera consistencia y se
desplegara en varias cadenas asociativas.
l . Todos sus malestares acaban remitiendo insistentemente a
la misma causa: tuvo una infancia muy desgraciada, «la guerra de
las abuelas» que mantuvieron sus padres toda la vida y que pro­
vocaba fuertes discusiones le hizo vivir en vilo. Su padre, trabaja­
dor incansable fuera de casa, era apenas una presencia fuera de
estas discusiones con su esposa y su madre, quien se ahogaba en
un vaso de agua ante el mínimo contratiempo, nunca soportó te­
ner un hijo que no le daba sino preocupaciones. En contrapeso
con esto la abuela paterna siempre estaba dispuesta a mimarle
sin pedirle nada.
2. Un intento de abuso homosexual, rechazado por él, de par­
te de un cura profesor habría de tener grandes consecuencias, ya
que prefirió renunciar a sus estudios antes de examinarse con él.
Dejar los estudios lo condujo a una adolescencia inestable, sin
oficio ni beneficio, contactos con las drogas y gente de mal vivir,
hasta que encontró la escalada que fue su salvación. Dura oposi­
ción de su familia a esta afición, recorrió diversos oficios, entre
ellos marinero, hasta que se hizo bombero, desde entonces esta­
ble y satisfecho encuentra una satisfacción muy especial en el sal­
vamento de personas en peligro. Es también salvador de entuer­
tos y peligros con conocidos y allegados, y veremos repetirse este
rasgo con algunas mujeres.
3. Que su hija pueda sufrir daños y resultar víctima de su la­
bor educativa unido a las grandes dificultades que encuentra pa­
ra relacionarse con ella (de hecho el anuncio de su paternidad
fue lo que provocó la primera separación con su esposa) condu­
ce finalmente a relatar una muy penosa relación con las mujeres.
A modo de confesión, me dice que no puede dejar de visitar
1 04
LAS RELACIONES DE PAREJA
prostitutas con mucha frecuencia, una o dos veces por semana, y
que su mayor deseo sería dejar de hacerlo y poder desear a su
mujer con la que mantiene apenas relaciones sexuales. No en­
tiende que teniendo una mujer a la que quiere no pueda evitar
hacer esto. Ha tardado tanto en decírmelo pues no confiaba y
podía ser que yo condenara su conducta.
Hay una mejoría clínica, la angustia cede. No han vuelto a
presentarse temores ni dudas obsesivas desde entonces. En el
fondo de sus temores hipocondríacos estaba el temor de contraer
el sida y contagiarlo a su mujer, incluso de que su hija lo padecie­
ra ya. En la transferencia paso a ser la única que lo ha compren­
dido y la que no se deja engañar. Motor que resulta suficiente pa­
ra que quiera saber qué le ocurre con las mujeres.
A /alta de ser elfalo que falta a la madre. . .
B. comparte con el pequeño Juanito algunas cosas, tiene no
una sino dos hermanas menores, que como Hanna son las que
triunfantes montan el caballito, la madre del padre ha suplido
también la desfalleciente función de éste y goza, como el joven
Juan que visita a Freud años después, de una extendida amnesia
sobre su primera y segunda infancia.
En el recorrido moebiano hecho en la cura se han ido pun­
tuando las identificaciones del lado del sujeto (m � I) y los obje­
tos en que su libido ha sido atrapada (i � M).
Expondremos dos secuencias de la cura:
m � I. Salvador de mujeres perdidas
Una interpretación del analista consistente en llevar el signifi­
cante renuncia de la cadena asociativa de los estudios a la cadena
asociativa del desamor materno causó gran conmoción al sujeto y
abrió la siguiente secuencia.
Nunca ha tenido una relación normal con las mujeres, desde
la adolescencia se acostaba con muchas y frecuentaba prostitutas
EL SR. B.
105
pero, a la vez, pasó diez años suspendido y pendiente de una mu­
jer, coqueta, que jugaba con él, que nunca le dijo ni sí ni no, que
nunca consintió en tener relaciones sexuales con él, que lo mane­
jaba y con la que no pudo romper hasta que ella le envió una in­
vitación para su boda.
En su relación con las prostitutas trata de satisfacer sus deseos
de conquista, busca incansablemente señales (que le concedan más
tiempo del contratado, que acepten una invitación a cenar) que le
digan que puede causar el amor en ellas, que se rindan a el buen
trato que les brinda, a su amabilidad y les da constantemente prue­
bas de devoción como no pueden esperar de ningún hombre.
Es notable, como en el Hombre de las Ratas, su sonrisa cuan­
do habla con angustia y llanto de ésta, su posición con las muje­
res, en la que tanto satisface imaginariamente una identificación
con el falo como encuentra abundantes argumentos para confir­
mar la maldad de las mujeres y la utilización que hacen de sus
desvelos. Entrevé que se juega en ello la satisfacción narcisista
que obtiene y lo que mantiene a resguardo, no encontrarse con la
demanda femenina de comportarse como un hombre hecho y de­
recho.
Una secuencia de cuatro sueños puntúa los momentos de esta
elaboración:
Conduce un camión acompañado de su padre, hay una mujer
accidentada en la cuneta, con la oposición del padre decide
parar para socorrerla, coloca a la mujer en el camión y obser­
va con sorpresa que el camión sigue su camino, quedando él
plantado en la cuneta.
Un sueño de angustia: está en casa, alguien pretende entrar
por la fuerza, sus esfuerzos por impedirlo resultan inútiles,
cuando mira el rostro de quien pretende atacarle resulta ser el
de su hermana menor.
- Está haciendo el amor con su esposa, con deseo, a diferencia
de la vida real. La presencia de su hija junto a la cama estorba
para que la relación pueda continuar.
Está en un piso de una madame con una prostituta y su her­
mana, va a tener relaciones sexuales pero dentro de un arma-
106
LAS RELACIONES DE PAREJA
rio ve un vestido que reconoce como de su mujer, entonces
sólo pretende devolver esta prenda a su dueña, lo que no lle­
ga a ser posible en el sueño.
ESQUEMA 1
Hermanas
Niña con bici
Coqueta
Esposa
Otra mujer
Su hija
Prostitutas
Falo ,-------�--A M
m
Niño mimado
Díscolo
Caballero sirviente
Salvador
Bombero
Madre del padre
i � M. La niña montando la bicicleta
Esta imagen, velo fálico de la castración materna, ha dejado
su marca en las relaciones de nuestro sujeto con los objetos feme­
ninos, quedar capturado, atrapado, temer ser manejado por una
mujer se sigue de movimiento especular de atacarla, quebrar esa
imagen triunfante, ejercer poder sobre ésta.
El siguiente sueño de angustia conduce a una serie de asocia­
ciones:
«Hay un peligro, llama a la policía, sigue a un policía que pa­
rece estar salvándolo pero lo lleva a una casa donde hay mucha
EL SR. B.
107
gente, de pronto se encuentra a solas frente a un perro muy peli­
groso.» Despierta angustiado.
Asocia este sueño con un recuerdo infantil en el portal de su
casa con su hermana y un perro, azuza al perro contra su herma­
na pero es él quien resulta mordido por el perro. Continúa con
una maniobra que realizaba cuando, tras el nacimiento de su hi­
ja, volvió a su casa después de la separación matrimonial. Siendo
la niña un bebé provocaba su llanto «pellizcándole» para, en un
segundo movimiento, poder darle los cariños y mimos que ese
ser desvalido le despertaba. Recuerda esto con horror de sí mis­
mo. «Dicen que cuando nacieron mis hermanas yo les pegaba en
la cuna, igual me he creído una víctima y sólo he sido un celoso
que no aceptaba ser destronado de mi lugar de rey de la casa.»
Surgen posteriormente la imagen de la niña montando en bi­
cicleta como el recuerdo de su primer enamoramiento infantil, y
una fantasía actual despertada por la contemplación, en un hotel
de lujo, de parejas de hombres ricos y maduros con bellas joven­
citas. Enuncia el encierro en que se encuentra en sus relaciones
con las mujeres, basculando entre las dos posiciones: quedar
atrapado por ella o ejercer el poder sobre ella. Esta serie conclu­
ye con una llamada al padre, por vez primera, «yo en medio de
esa guerra, instrumento de las dos, no se veía la mano de mi pa­
dre en ningún lado».
ESQUEMA 2
F
F
A
u
Nacen sus hermanas
_
Rey de la casa
Madre
Díscolo
Rey de la casa
Abuela
108
LAS RELACIONES DE PAREJA
Su mujer
De su mujer no habla mucho el Sr. B. Sin embargo fue una
excepción entre sus relaciones con mujeres ya que fue hallada en
su propia cuadrilla, joven alegre, bien parecida y buena chica, es­
tudiante, tímida y recatada, admiraba en él al hombre aventure­
ro. El inicio de esta relación tuvo lugar durante los últimos años
de la relación que mantuvo con la «coqueta». En los primeros,
tiempos de su matrimonio, y mientras ella comenzaba a estable­
cerse en su profesión de dentista, él pudo ejercer con ella tam­
bién el papel de mentor.
De las circunstancias concretas y subjetivas de la primera sepa­
ración matrimonial tampoco conocemos gran cosa. Ante el anun­
cio del embarazo por parte de su mujer, se desencadena en él una
crisis de angustia de la que sale malamente, enamorándose de una
compañera de trabajo con la que se va a vivir. La desilusión con es­
ta pareja se produce pronto y retorna con su mujer poco después
del nacimiento de su hija. A partir de entonces su mujer se trans­
forma para él en una figura femenina que, en la serie de la madre,
le dirige reproches acerca de su posición de irresponsabilidad co­
mo jefe de familia. Él también le reprocha el no interesarse más
que en su profesión y en su hija. Deja de admirarlo, no se interesa
en sus hazañas deportivas y quisiera transformarlo en un marido
como es debido. Desaparece su deseo sexual hacia ella.
La segunda separación tiene lugar durante la cura. Pugnaba
por confesar a su mujer su problema y sus infidelidades compul­
sivas con las prostitutas. Finalmente, en ocasión de que ésta
descubre sus gastos excesivos, se lo confiesa. Tras un tiempo de
dudas por parte de ambos él elige separarse ya que no puede
comprometerse a modificar su conducta. Una vez separado se
queda prendido con una prostituta en una relación que es una
manifiesta repetición de estar pendiente, «me quiere, no me
quiere», de la que mantuvo con aquella mujer durante diez años,
la que nunca le dijo «ni sí ni no». En esta situación interrumpe la
cura al estar su cuenta en números rojos, sin que yo lo anime en
otro sentido, dejando constancia únicamente de que se trata de
una interrupción no aclarada.
1 09
EL SR. B.
Cuando vuelve, ha reiniciado la convivencia con su mujer y es
ella a quien dirige su pregunta: el que perdone sus infidelida­
des, ¿es signo de amor? o ¿se satisface sólo teniéndolo como ma­
rido? Él sostiene como reivindicación sus salidas a la montaña y
su cuenta de gastos aparte. La falta de deseo sexual hacia ella se
resuelve transitoriamente para retornar cuando el orden se esta­
blece de nuevo.
a
ESQUEMA 3
F
F
1\
U
1\
u
hija ---t�
N�ce su _
_
Rey de la casa
Esposa
Díscolo
Rey de la casa
Mujer
Otra mujer
Hemos dejado de lado la posición de este sujeto en su activi­
dad de escalar montañas y explorar cuevas, partenaire en el que
queda fuera el objeto femenino. Condición a la que ha aludido
en ocasiones como destino de hombre solitario.
La pareja de la hermana
Anna M. Castell
En el caso que elegí para esta ocasión la problemática en tor­
no de la relación de pareja es central desde el inicio. Se trata de
una paciente homosexual en la que el carácter sintomático de sus
relaciones de pareja se va desvelando en el transcurso de la cura,
distinguiéndose dos momentos lógicos. El primero, en el que se
plantea una constelación significante muy precisa, que retorna, se
repite en un segundo momento, para mostrar cuál es la pareja en
¡uego.
l. Primer momento
Agustina vino a mi consulta a causa de sus «problemas de pare­
ja ... , su vida amorosa y sexual no andaban bien ... , más bien no
marchaban de ninguna de las maneras». Su pareja acababa de
romperse. La mujer con la que compartía su vida la había abando­
nado por una amiga de su hermana, repentinamente y sin más ex­
plicaciones. Tras el dolor y la decepción inicial, había caído en una
profunda crisis y desesperación. Se sentía «engañada, despreciada
e injustamente maltratada» por la mujer que amaba; sin entender
cómo ella le podía dar ese «pago» tras varios años de total entrega.
Esta situación la desbordaba. Estaba muy confundida. Angustiada.
Antes de la ruptura, sitúa un largo período de inapetencia se­
xual. Comenzó cuando supo que habían denunciado a su padre
por intentar abusar de una niña, «por tocar a una niña». El im­
pacto de esta noticia la llevó «a revivir su propia experiencia» y a
un absoluto desinterés por «atender y cuidar las relaciones se­
xuales con su pareja». Y «eso duró mucho tiempo, hasta llegar al
día en que se encontraron» ella, Amparo y Elsa.
LA PAREJA DE LA HERMANA
111
Esto fue cuando su hasta entonces «dulce y maternal compa­
ñera», Amparo, le propuso como remedio para el aburrimiento
incluir en sus relaciones sexuales a la «simpática y desenvuelta»
Elsa, la pareja de la hermana de Agustina. A lo que Agustina
consintió. Creyendo que se trataba de un capricho pasajero de
Amparo y pesándole la situación de inactividad sexual en la que
se encontraban, no le importó que su compañera pudiera tener
una aventura y mantenerse al margen en esta experiencia de a
tres. Se retiró, cedió su lugar a Elsa. Y después «se terminó».
Semejante final la desconcertaba profundamente. A su amo­
roso ofrecimiento, Amparo le había correspondido eligiendo a
otra, «dejándose llevar por sus bajos impulsos», comportándose
como su padre, «con la diferencia de que él no se dirigía a chicas
"inquietas y atrevidas " como Elsa, sino a niñas que marcaba pa­
ra toda la vida». A los catorce años, su padre también la «había
tocado». Ahora lo acusaban de haber tocado a otra (niña).
En un primer momento, su queja y todo su malestar recaen
en el abandono sufrido, al mismo tiempo que actualiza sus temas
y va desplegando dócilmente sus significantes particulares, sin sa­
ber que están allí los elementos esenciales del desencadenamien­
to de su neurosis. É ste es el significante «hermana» en sus dos
vertientes: «niña activa y movida» y «niña tocada».
1 . 1 . La «niña activa y movzda»
La constelación particular que rigió el nacimiento de esta jo­
ven sujeto, su historia y casi diría su prehistoria, es decir, las rela­
ciones fundamentales que estructuraron la unión de sus padres,
resultan tener una relación precisa con lo que aparece como más
contingente, más fantasmático, más sintomático en su caso, esto
es, el desarrollo de su neurosis y su posterior desencadenamiento.
Esta constelación, como es común, está inmersa en la tradi­
ción familiar del relato de una serie de acontecimientos que espe­
cifican las coordenadas de su venida al mundo, del lugar que le
estaba reservado en el deseo del Otro. Y desde muy temprana
edad, la referencia a las condiciones de su nacimiento impresio­
nó hondamente a este sujeto. Se produce cuando la familia, y en
1 12
LAS RELACIONES DE PAREJA
particular la madre, está plenamente embargada por la pérdida
de dos seres muy queridos.
La primera, la de la hija primogénita de la pareja: «Una niña
simpática, dicharachera, muy activa y movida». Murió cuando te­
nía 3 años al caerse en una cisterna, en un momento de distrac­
ción de los mayores. La madre nunca se perdonó por ello. La si­
guiente, la de la abuela materna. Sucedió unos años después, en
el transcurso del segundo embarazo de la madre. Ésta, muy afec­
tada por dicha pérdida, accedió a la petición del abuelo materno
de imponer a la recién nacida el mismo nombre de la abuela di­
funta, Agustina.
De ahí que en mucho tiempo, la madre, en buena parte bajo
el efecto de un duelo no elaborado por la primera hija fallecida,
no va a despegarse literalmente de esta segunda. «Enganchada a
su cuello, siempre en brazos de la madre», en una posición mar­
cada por la mortificación, «Agustina no anda hasta los dos años».
Después, le sigue una infancia activamente consagrada a estar
a la altura de un ideal de hija primogénita que provoque la admi­
ración de los padres, y luego de los maestros. Según refiere, ella
«no era bonita ni simpática ni dicharachera» como su otra her­
mana, pero la movía la necesidad interna de agradar y encantar a
todos, dedicándose de lleno a potenciar su imagen de niña mo­
délica, «angelical», siendo obediente, responsable, estudiosa y
educada hasta la saciedad. A la larga, «un ejemplo» a seguir para
el resto de los hermanos que llegaron y también para los compa­
ñeros del colegio: «La primera».
Así es como se presenta la constelación familiar del sujeto. El
relato sale fragmento a fragmento en el primer tiempo de su aná­
lisis, sin que lo vincule de manera alguna con lo ocurrido en su
historia.
Otro elemento del mito familiar, que tiene también su impor­
tancia, concierne a las relaciones fundamentales que estructura­
ron la unión de sus padres. De lo transmitido es de destacar que
el padre, proveniente de una modesta familia carente de posesio­
nes, se encontró en situación de hacer lo que se llama un buen
casamiento: su mujer, originariamente de un medio más elevado
en el escalafón rural, aportó los medios de subsistencia y la posi-
LA PAREJA DE LA HERMANA
1 13
ción misma de la que él se benefició desde el momento en que se
unen en matrimonio. Del lado de la madre está pues el prestigio,
mientras que del lado del padre se encuentra de modo perma­
nente una cierta devaluación en la consideración de sus conveci­
nos, y una mezcla de infatuación y de rudeza componen un per­
sonaje oscuro que se perfila a través del hombre silencioso,
taciturno, descrito por el sujeto.
De la aprehensión subjetiva que de esta relación inaugural en­
tre el padre y la madre tuvo el sujeto, adquiere su valor uno de
los dichos más frecuentes que se hacen sentir en la familia. Es
una especie de lamento de la madre que consiste en la expresión
quejosa y reiterada -« ¡ somos pobres ! »- que el sujeto interpreta
como «el mal negocio que hizo la madre al casarse con el padre,
perdiendo categoría social».
En esta versión mercantil de la relación entre los sexos como
premisa se asienta el siguiente episodio infantil, que el sujeto di­
ce tener su origen en el afán que la impulsaba a hacerse «una
buena posición» en su pequeño mundo y que consistía en dejar­
le tocar por los «chicos mayores» a cambio de unas monedas.
Con ese capital suplementario, que sus iguales no disponían, ella
podía adquirir y tener en su haber un mayor número de objetos
que las niñas de su edad, sus amigas, envidiaban. Ella era quien
más chucherías y revistas infantiles tenía.
Ciertamente, se trata de un episodio particularmente turbio,
que nos resultó interesante aproximarlo a la lógica de las trans­
formaciones que Lacan despejó en el caso de la joven homose­
xual (Seminario 4).
Para ello, previamente debe saberse que por entonces, cuan­
do ella contaba alrededor de diez años, la familia se había visto
incrementada con el nacimiento de un nuevo miembro. Agustina
adoraba a su padre, le tenía poco cariño a su madre, y se desvivía
en los cuidados de su hermanita recién nacida.
De ahí que podamos conjeturar que, al igual que en el caso de
la joven homosexual, la primera estructuración simbólica e ima­
ginaria de esta posición se hace de forma clásica: La equivalencia
imaginaria pene-niño «instaura al sujeto como madre imaginaria
con respecto a ese más allá, el padre, que interviene como fun-
114
LAS RELACIONES DE PAREJA
ción simbólica, es decir, como quien puede dar el falo» (Lacan,
Seminario 4, pág. 134).
Pero resulta que «el padre da realmente un niño, no a la hija,
sino a su madre. Ahora bien, la hija le había encontrado un susti­
tuto al niño inconscientemente deseado [la hermanita] , sustituto
en el que encontraba una satisfacción [se desvive en cuidados] ,
rasgo demostrativo en ella de una acentuación de la necesidad,
que da a la situación su dramatismo» (Lacan, Seminario 4, pág.
13 1 ) . Dramatismo que, en este caso, toma una muy particular in­
cidencia en tanto que el episodio del trueque pone de relieve que
el don que ella esperaba recibir del padre, tras el nacimiento de
la hermana, lo sustituyó por el dinero contante y sonante que re­
cibía de los «chicos mayores».
En esta intrincada relación con el falo, el asco y sobre todo el
miedo que siente estando en compañía de uno de estos chicos,
también el temor a que se sepa el origen de sus ganancias, hace
que se cierre este episodio y cese este tipo de intercambios. Co­
mo ella dirá: «Desde el principio no he tenido buenos encuen­
tros con los hombres».
Después, lo que siguió no deja de ser algo sorprendente. Nos
informa que pidió entonces a la madre que la llevara a un inter­
nado de monjas para entregarse y ofrecerse a Dios: «A los once
años quería ser una hermana santa y misionera». «¡A qué más
podía aspirar una niña pobre! »
1.2. La «niña tocada»
En el internado estuvo siete años. Enseguida se adaptó a las
normas de la orden: «Era perfecta obedeciendo a todo lo que
mandaban las hermanas superioras». Y allí fue feliz. «Con la re­
gla del silencio no había necesidad de hablar. Todo se hacía en si­
lencio, como en casa».
En uno de los períodos de vacaciones regresó a casa. Tenía
catorce años. Por entonces seguía estando muy unida a su padre,
«lo seguía queriendo mucho». Y ella era su preferida, «la elegi­
da» de entre los hermanos para sentarse a su lado en la mesa. En
el transcurso de una de las comidas familiares, en silencio, el pa-
LA PAREJA DE LA HERMANA
1 15
dre lleva su mano sobre las piernas de Agustina. Ella permanece
quieta. La madre, que presencia esta acción, atribuye al gesto del
marido una perversa intención, e inmediatamente ante todos
reacciona increpándolo: « ¡ Te has metido con esta hija !». A estas
palabras, él responde con un lacónico «no» y se va entre los so­
llozos de su mujer. Agustina corre entonces junto a su madre pa­
ra consolarla.
De este «momento fatal» no se habló más en la familia hasta
muchos años después, pero alguna cosa se produjo entonces que
marcó un viraje de Agustina hacia las mujeres en tanto que obje­
tos de elección amorosa: «Un día, en el internado, dos niñas se
pelearon por querer sentarse a mi lado y yo me fijé en una de
ellas. Por las noches me metía en su cama, nos acariciábamos. En
realidad no pasó nada, pero lo sentía como un pecado y me con­
fesé. A pesar de que existe el secreto de confesión, el sacerdote
lo comunicó a las hermanas. Luego me expulsaron».
Efectivamente, observemos que se produce una transforma­
ción al asumir el sujeto una identificación con el padre imagina­
rio. Desempeñando su papel, se convierte ella misma en el padre
imaginario. Y de forma homóloga a la joven homosexual, «se
queda igualmente con su pene y se aferra a un objeto que no tie­
ne, un objeto al que ella deberá darle necesariamente eso que no
tiene» (Lacan, Seminario 4, pág. 13 1).
Expulsada del internado por esta transgresión sexual, en los
años sucesivos Agustina permanece fuera de casa prosiguiendo
sus estudios de magisterio. En este período, y ya con casi veinte
años, mantiene inexplicablemente una fugaz relación con un
«hombre casado y mayor», que abandona tras quedar embaraza­
da. Sin pensar opta por abortar. Lo importante era evitar que la
madre lo supiera y «ahorrarse esa vergüenza y disgusto».
De ahí en adelante, y sin vuelta atrás, Agustina retoma de for­
ma exclusiva su relación con las mujeres, que la lleva a enamorar­
se de mujeres «mayores» como Amparo.
Llegados a este punto, debo decir que en el primer tiempo
del análisis, la analista es colocada en el lugar de la «activa y mo­
vida», figura ideal a la vez admirable y angustiosa. Esto sucede al
mismo tiempo que su miedo a defraudarme, a no ser una buena
1 16
LAS RELACIONES DE PAREJA
paciente, a no tener suficientes palabras ni desenvoltura adquie­
re un valor de síntoma, de síntoma analítico. Y por extensión,
también sus temores y «complejos» con respecto a las mujeres a
las que atribuye esas características ideales.
En el curso del análisis, este primer momento alcanza su pun­
to de inflexión al intentar poner en relación pasado con presente.
Esto es, poniendo en serie «los dos episodios verdaderamente
más importantes y significativos» en su vida, lo sucedido con su
padre y lo ocurrido con Amparo y Elsa. Primero con su padre,
dice, falló a su madre, después con Amparo y Elsa, falló a su her­
mana. Permitió que su padre la tocara y luego no respetó la rela­
ción de su hermana con Elsa. Las ofendió y pagó no permitién­
dose disfrutar de su sexualidad ni con los hombres ni luego
tampoco con las mujeres.
1.3. Un sueño y una interpretación
Se produce seguidamente un viraje a partir de un sueño, es el
siguiente: «Estábamos mi hermana y yo en una fiesta. Había otra
mujer, era la niña que mi padre tocó. Esa mujer tenía algo que
ver conmigo. Se acercaba y me besaba. Mi hermana se enfadaba
porque no le gustaba esa mujer: era movida y atrevida. Iba y ve­
nía, y en una de esas, reapareció no siendo la misma. Vestía con
la misma ropa que mi hermana, se parecía a ella. Y me desperté.
Sé que tengo algo que ver con ella».
Al hilo de sus asociaciones, mi intervención ahí fue decir: «Sí,
algo las hermana».
Ese sueño le parecía «crucial», también mi interpretación. Lo
retomará más adelante para preguntarse «si con la niña, en algo
imita al padre». Y pasar a leer a continuación en su propio texto
que la báscula de su fantasma la lleva reiteradamente a situarse o
bien como la que «toca a las niñas» en su identificación con el
padre, o bien como la «niña tocada».
Con esto algo «crucial» se esclarece para el sujeto, algo «cru­
cial» se franquea para dar con la resolución de cierto número de
problemas. La angustia no se hace presente por un largo período
y se produce una «puesta en forma de su deseo»: sus relaciones
LA PAREJA DE LA HERMANA
1 17
sociales se restablecen, se amplían, se enamora de una mujer de
características diferentes a las anteriores, y se ve con ánimos y sin
miedo para emprender estudios universitarios.
«Por primera vez todo marcha, sin tener que venderse por
afecto.»
2. Segundo momento. La repetición
Esto sigue así hasta que Agustina percibe que algo está cam­
biando en la relación con su hermana, que algo importante está
ocurriendo en la vida de ésta que provoca un distanciamiento en­
tre ellas. Sus sospechas se confirman: su hermana ha reanudado
la relación amorosa de antaño con Elsa. Nuevamente es Elsa la
que se interpone en la relación con su hermana y, al igual que
ocurrió en su relación con Amparo, su presencia revierte en que
ella queda excluida, desplazada desde un inicio.
A partir de ahí, el sujeto se desestabiliza de nuevo. Con la rea­
parición de la «activa y movida» Elsa, retornan con toda su cru­
deza los mismos significantes del primer momento de su análisis,
sin que el sujeto establezca conexión aparente, suscitando el mis­
mo estado de angustia y desesperación anteriormente experi­
mentados.
Algo no resuelto, por lo tanto, se repite, para saber que hay
una estricta correspondencia entre el desarrollo de esta renovada
situación y los elementos iniciales de la constelación subjetiva, es­
to es, la relación con la hermana muerta idealizada, la «activa y
movida».
La interpretación que en este sentido faltaba por hacer no se
hizo esperar. Tampoco sus efectos en el sujeto, que se sucedieron
encadenadamente y de forma rápida, en una suerte de carambola.
Para empezar, habla con su madre, esta vez encuentra las pa­
labras. Ella venía a visitarlas, suponía que algo inusual estaba
ocurriendo entre las hijas. Agustina le explica lo que había suce­
dido, responde a las preguntas hasta entonces siempre eludidas,
para terminar diciéndole lo suficiente como para que «ella ya se­
pa quién soy, y no tenga que seguir comportándome como una
1 18
LAS RELACIONES DE PAREJA
mujer sin deseo, como su querida niña muerta. No soy la activa y
movida que ella quiere ver en mí». Seguidamente, cede la proble­
mática actual con su hermana menor -<<si quiere estar con Elsa,
es su elección, ya es mayor, ya no es mi niña»-. Y, por su parte,
asegura «estar ya harta de Elsa, ¡no he hecho más que hablar de
ella, directa o indirectamente, en estos seis años de análisis, y, por
lo tanto, basta de hermana activa y movida ! ».
Concluye con un sueño: «La Otra ha desaparecido, también
sus cosas, pero . . . algo queda».
Dicho esto, el sujeto ha podido verificar que en efecto la Otra
ha desaparecido, que se ha separado del significante «hermana»,
que se ha desligado de su pareja «activa y movida».
Resta, por tanto, sostener en la relación transferencia! ese «al­
go queda», dándole un valor de función de causa que permita
dar acceso al sujeto a explorar y conocer su modalidad de goce.
CONVERSACIÓN
Hebe Tizio: Vamos a retomar nuestra Conversación para co­
mentar los casos presentados por Sagrario García y Anna Castell.
Miquel Bassols: Vamos a poner en serie estos dos casos y voy a
proponer dos ejes para lanzar el comentario que son, de hecho,
los dos ejes clásicos de la división y los desdoblamientos entre el
objeto de amor, por un lado, y el objeto de goce sexual, por el
otro. Es una diferencia clásica en la que se ordenan gran parte de
los textos freudianos dedicados a este tema. Lo veremos desde
una doble perspectiva: del lado masculino y del lado de la homo­
sexualidad femenina.
Vamos a empezar por el caso de Sagrario García, «El Sr. B.»,
que se presenta como un joven que sufre agudas crisis de angus­
tia acompañadas de dudas y cavilaciones obsesivas. En este caso
es también, como hemos visto anteriormente, una separación
matrimonial lo que precipitó la última crisis. ¿Qué hay del lado
del amor? Del lado del amor, la neurosis infantil da testimonio
-dice García- de la significación petrificada de ser víctima del
LA PAREJA DE LA HERMANA
1 19
desamor materno. Siguiendo la propia observación de García
podemos preguntarnos hasta qué punto puede ser aquí adecuada
la frase de Lacan en su «De una cuestión preliminar a todo trata­
miento posible de la psicosis», con la que ella encabeza uno de
los capítulos, dejándola a la mitad: «A falta de ser el falo que fal­
ta a la madre . . . ». Aunque no lleguemos a encontrar una respues­
ta clara del sujeto del lado que completaría la frase. Les recuerdo
cómo termina la frase: «[ . . . ] no le queda más remedio al sujeto
que ser la mujer que falta a todos los hombres». Más bien parece
que a la posición del sujeto como víctima de ese desamor del
Otro, de ese desamor de la madre, corresponderá en el otro pla­
to de la balanza su fantasma de ser el salvador de las mujeres. Es
el fantasma que organiza gran parte de los rodeos de este hom­
bre. Fantasma que ya Freud había puesto en correlación con la
división del objeto entre el ideal y la degradación.
No dejemos pasar de largo, sin embargo, la observación según
la cual fue, dice García, el anuncio de su paternidad lo que pro­
vocó la primera separación de este hombre de su esposa. Se abre
aquí un espacio vacío que habrá que medir muy bien para saber
qué es lo que mantenía la relación con su pareja y qué lugar es,
efectivamente, el que ocupaba esta pareja para él, hasta ese mo­
mento. Cuando el sujeto vuelve a casa será para encontrarse con
el horror de un acto, para él mismo, contradictorio. Es ese acto
en el que pellizca a su hija bebé para, en un segundo movimiento,
poder darle cariños y mimos. Por otra parte, la fuga ante la an­
gustia por el anuncio de la paternidad vendrá acompañada de un
enamoramiento de una compañera de trabajo con la que se va a
vivir en ese período de tiempo. A su vuelta a casa, la mujer que
vendrá a ser mujer-madre dejará de tener para él todo interés co­
mo objeto sexual -cuestión que hay que retener-. En todo caso,
al fantasma de ser el salvador de las mujeres corresponderá su re­
curso a la prostituta como objeto de un goce sexual imposible de
encontrar del lado del objeto de amor. Ahí la división se hará cla­
ra y neta, a partir de ese momento. En la serie de los objetos de
amor habrá, sin embargo, un lugar que parece de excepción, es el
de esa mujer de la que permaneció pendiente y suspendido du­
rante nada menos que diez años de su vida, sin relación sexual al-
120
LAS RELACIONES DE PAREJA
guna. Es una mujer que está en la línea de los objetos de amor
pero que, además, guarda un particular interés para él.
Subrayemos en esta dirección el sueño en el que el sujeto
acompaña al padre en un camión para encontrar a una mujer acci­
dentada en la cuneta. Después de colocar, cuidadosamente a esa
mujer en el camión el sujeto termina, él mismo, plantado en la cu­
neta -para tomar la misma expresión de García-, con el camión si­
guiendo su camino, suponemos que con el padre y la mujer en
cuestión adentro. Se impone la pregunta: ¿a quién se trataba, pues,
de salvar en realidad, en ese fantasma de salvación de las mujeres?
Señalemos, finalmente, esta pareja particular, fuera de la serie
de desdoblamientos entre el objeto de amor y el objeto de goce
sexual que el relato del caso ha dejado adrede de lado -García
dice: no lo desarrollo, pero lo pone al final- y que nos parece in­
teresante desarrollar como una pareja, me parece, que lo ha
acompañado a lo largo y a lo ancho de todos estos rodeos entre
el amor y el goce. Se trata de su actividad de escalador de monta­
ñas y explorador de cuevas, un modo bien ejemplar de rodear los
límites de un vacío ante el que el sujeto ha parecido detenerse en
las otras escenas de su vida.
Paso al caso que nos relata Anna Castell, «La pareja de la her­
mana». Veamos ahora el caso de Agustina y sus angustias en un
cuarteto de mujeres donde la combinatoria en la formación de
las parejas no parece agotar la significación de lo que encarna el
verdadero goce que está en juego entre ellas.
Una vez más se trata de una pareja que acaba de romperse. Su
pareja homosexual la ha abandonado por una amiga de su propia
hermana, y esta ruptura había venido precedida por una caída
del deseo sexual de su parte, desde el momento en que se conoce
la denuncia al padre por intentar abusar de una niña. Momento
que parece fundamental en este viraje. La figura de la niña toca­
da por el padre vendrá a situarse en el fantasma como contrape­
so de su propia identificación con el padre que toca a las niñas.
Tenemos aquí una perfecta balanza en la que el sujeto alterna­
rá su posición en cada plato para intentar averiguar el peso que
tiene en el deseo del Otro en esa balanza. En este punto, por la
pregunta del deseo del Otro resultará central la coyuntura de su
LA PAREJA DE LA HERMANA
12 1
venida al mundo, de cómo esta mujer vino al mundo. En efecto,
fue un momento de dos pérdidas importantes: la de la hija pri­
mogénita que encarnaba la figura de la hija activa y movida, y que
muere al caer en una cisterna en un momento de distracción que
la madre no se perdonará nunca. A esa pérdida se añade la de la
abuela materna, de la que ella llevará el nombre. Pero subraye­
mos el lugar que ocupaba esta hija primogénita en la identifica­
ción del sujeto, que se dedicará, precisamente, a ser la primera en
varios sentidos: la primera en el colegio, la primera en esperar el
amor del Otro, la primera en adorar al padre, la primera en ofre­
cerse a los muchachos como objeto degradado a cambio de dine­
ro, pero también la primera en ofrecerse, finalmente, a Dios, que
será una de sus parejas importantes, yendo a un internado de
monjas, deseo ya expresado en su más temprana adolescencia.
Entonces, tenemos una serie de parejas notable, interesante,
desde la figura de la prostituta hasta la figura de la mujer de Dios
hay un recorrido que pasa por la pareja homosexual, en una serie
de bruscos virajes, marcados cada uno por la posición del sujeto
ante su ser de objeto. La posición de ser la niña tocada por el pa­
dre a los catorce años la llevará, parece ser, a ese cambio brusco
hacia la elección homosexual de objeto.
Habrá un momento, que nos parece interesante subrayar, ya
cerca de los veinte años, cuando mantendrá una relación fugaz
con un hombre casado, mayor, al que abandonará después de
quedar embarazada y de abortar. Se sale un poco de la serie que
habíamos visto hasta ahora. Todo parece indicar que fue a buscar
en ese hombre el falo de la figura de ese embarazo para reducirlo
después a la figura del niño muerto, figura que, no lo olvidemos,
ha sido central en la coyuntura de su propio nacimiento y de su
propia vida. ¿Qué podemos decir de este episodio? Para seguir el
paralelismo que Castell nos propone con el famoso caso de
Freud, el de la joven homosexual, diremos que tal vez en este ac­
to el sujeto se hace, en el sentido fuerte de la expresión, un hijo
muerto dándolo a luz. Es una hipótesis. Es su modo particular de
pasar al acto, su Niederkomen, su dar a luz, su darse a luz a sí
misma como el falo mortificado que vino a encarnar para el otro,
por la vía de ir a buscarlo a través de ese hombre ya mayor. Es só-
122
LAS RELACIONES DE PAREJA
lo una hipótesis que no contradiría en nada su dedicación a ena­
morarse de mujeres mayores en las que irá a buscar el falo, preci­
samente, por lo que no tienen, como señala muy bien Castell.
En este sentido, parece crucial el viraje producido en la cura
después del cual Agustina rechaza la posición que parecía tenerle
reservada la madre como «su querida hija muerta -aquí cito el
texto de Castell- activa y movida». «Yo no soy ésa, dice, que ella
quiere ver en mí». En este punto, A. Castell nos indica que la
otra ha desaparecido, esa figura de la otra que había permaneci­
do hasta ese momento desaparece, pero que algo queda.
Éste es el sueño de la paciente y que, dice Castell, es en ese al­
go que queda una vez la figura de la otra ha desaparecido, donde
se encuentra el valor y la función de la causa en la dirección de la
cura actualmente.
Este final nos resulta lo bastante enigmático como para pre­
guntarle a Castell, si dice que es un sueño, ¿en qué contexto del
sueño, en qué rastro ha podido situar ella en el caso esa función
del resto que queda como causa?
Sagrario García: Quiero rectificar algo que, quizás, en el texto
está confuso. No, cuando viene por primera vez, él no viene mo­
tivado por la separación -cuando llevaba acudiendo a la consulta
más de dos años se produce la segunda separación. No es eso lo
que lo trae en el primer momento, sino una angustia hipocon­
dríaca.
Jacques-Alain Miller: Es más del tipo de la Eva negra, es decir,
viene por la antinomia propia de su posición y no directamente
vinculado, por lo que entendí, a la posición del partenaire. Me
parece bastante inamovible en este caso: la mujer está, la mujer
hace niños, la mujer soporta las infidelidades, soporta la confe­
sión del marido y es un personaje inercial de la historia, cuando
el señor bombero ...
Sagrario García: Sí, bombero, benefactor y bala perdida. La
«B» me salió apres coup, viene de bombero, benefactor y de bala
perdida, que es el lugar que le daba la mujer.
LA PAREJA DE LA HERMANA
123
]acques-Alain Miller: Entonces, este personaje inercial está en
las escaleras, en el cielo, visita a las prostitutas, en fin, y la señora
se queda. Es por la división propia de su posición por lo que fi­
nalmente viene a la consulta. ¿Viene a la consulta privada?
Sagrario Carda: Sí, viene a la consulta privada. La primera vez
viene únicamente porque le parece que tiene que vivir sin medi­
cación y quiere ver si se puede suspender -tiene un tratamiento
psiquiátrico desde su juventud, con un diagnóstico de neurosis
obsesiva-. Tomaba ansiolíticos y antidepresivos: Anafranil. Ha­
bía visitado a más de un psiquiatra. Me hizo una primera y única
visita para que yo le suspendiera la medicación, porque a él le
daba miedo suspenderla solo. En aquella entrevista le di una
pauta de reducción de medicación y le dije que había otra mane­
ra de tratar sus problemas si él quería. No hubo más. Un año
después volvió, recordándome esa oferta.
]acques-Alain Miller: Me parece una cuestión diagnóstica el
que usted misma tome una frase de Lacan de «La cuestión preli­
minar», página 5 3 , a la cual se ha referido Bassols, «a falta de ser
el falo que falta a la madre». Famosa fórmula que, como ha co­
mentado Bassols, ubica una posición psicótica. Discretamente
también, Bassols ha subrayado que le produjo gran angustia la
proximidad de su paternidad. Me parece que ser padre ha sido
algo problemático para él, y él mismo duda de su neurosis obse­
siva. Usted misma señala que al confesarle sus visitas permanen­
tes a prostitutas, desaparecen los síntomas obsesivos. De tal ma­
nera que, es una cuestión que todavía no hemos abordado,
debemos discutir un poco el diagnóstico.
Quizás también debamos hacerlo a propósito de Agustina, en
tanto que usted, en el texto, pone mucho el acento sobre la histe­
ria. A la vez, su posición homosexual parece bien establecida y
por lo que se ve, por lo menos no pone en cuestión esta elección
de objeto que parece bien decidida. De tal manera que uno se
puede preguntar si la histeria sería tan importante en el caso, si no
habría que caracterizarla más bien por su posición homosexual.
No es excluyente, pero sería una cuestión común para discutir.
124
LAS RELACIONES DE PAREJA
¿Qué elegir como brújula para orientarse en estos dos casos?
Vamos a ser pragmáticos, ¿qué nos sirve mejor en el caso? ¿Pen­
sar en una psicosis o en una neurosis obsesiva?
Sagrario García: Ciertamente, nunca he pensado en una psico­
sis. Tampoco he estado nunca convencida de que es una neurosis
obsesiva.
]acques-Alain Miller: Un trastorno de bombero. Es muy im­
portante ubicar bien el trastorno de bombero, porque él lleva a
la gente.
Sagrario García: Él dice lo de las cavilaciones. Ciertamente, es
una queja, pero no es un hombre que en el discurso ... , al revés,
es una bala que corre en el discurso. No me suena a nada obsesi­
vo. Es un hablador compulsivo. Era muy difícil introducir escan­
siones, tenía que ser muy... casi, casi, cogerle y...
Jacques-Alain Miller: ¿Desde cuándo viene?
Sagrario García: Desde hace cinco años.
Jacques-Alain Miller: ¿Y continúa hablando así?
Sagrario García: Menos, muchísimo menos. Puedo decir que
es un hombre al que todavía lo tengo sentado. Pero puedo decir
que desde hace un año las sesiones pueden durar minuto y me­
dio. Las hago muy cortas porque me parece que es la única for­
ma de que él pueda escuchar algo de lo que dice.
Jacques-Alain Miller: ¿Habla minuto y medio? Corriendo, su­
pongo.
Sagrario García: En fin, quizás exagero un poco, en vez de mi­
nuto y medio son dos y medio, pero es algo así. Puedo decir que
hace una elaboración en los intervalos, que antes era imposible.
Para cuando vuelve él ha trabajado sobre lo dicho. Cosa que antes
LA PAREJA DE LA HERMANA
125
no, era siempre del lado del Otro: «Usted sabrá, a usted le intere­
sará». Ahora hay un retorno de él sobre su propio decir que antes
era imposible. Eso sí, casi diría que es el mayor logro conseguido
porque eso va con una responsabilidad en su decir y con su posi­
ción en la vida que antes no tenía. En ese ser un bala, «el Otro di­
ce que soy malo», como que su vida era responsabilidad del Otro.
]acques-Alain Miller: Usted nunca ha pensado que fuera psi­
cótico pero tampoco ha pensado en tumbarlo. ¿Qué tipo de reti­
cencia tenía?
Sagrario García: Quizás esto que he dicho, que me parecía
que era alguien que no se hacía cargo de su propio decir o que
estaba muy lejos de ello. No sé si eso es lo que me ha orientado,
lo estoy diciendo ahora, sobre la marcha.
Jacques-Alain Miller: ¿Qué opinan en la sala?
Sagrario García: Lo digo así un poco al aire pero, pensando en
la psicosis, creo que pongo a la abuela en el lugar del Nombre del
Padre. Creo que hay algo del Nombre del Padre, no me parece
una psicosis pero tampoco es una neurosis muy bien establecida.
Jacques-Alain Miller: Es interesante porque, claramente, hay
una clásica y estructurada degradación de la vida amorosa. Eso
es indudable.
Sagrario García: Vamos a ver. Sí, ésa era otra rectificación que
quería hacerle a Bassols: con las prostitutas, el goce sexual lo ob­
tiene con toda satisfacción, ningún problema. El problema con
las prostitutas es que con cada una de ellas corre el riesgo de que
le pase lo mismo que le ocurrió con esa mujer que le duró diez
años. Él escruta cualquier signo que pueda ser signo de amor,
quedar pendiente de cualquier signo de amor es lo que le hace
seguir viniendo, la posibilidad de que eso le ocurra. Entonces,
no es muy clásica la división: él busca el signo de amor en las
prostitutas.
126
LAS RELACIONES DE PAREJA
A su mujer él dice que la tiene, es como que él dice: «Mi mu­
jer quiere el falo, está satisfecha con lo que ella tiene, no quiere
más, no me interesa ya más». Yo no encuentro que sea una divi­
sión tan clara.
Jacques-Alain Miller: Sí, es algo que ya había notado en el tex­
to, que hay una degradación de la vida amorosa en tanto que hay
dos clases de mujeres para él, dos clases de mujeres que le intere­
san: la clase conyugal con un solo miembro, su esposa, el single­
ton. Se dice singleton porque hay lógicas donde se debe distin­
guir el conjunto y el miembro solo del conjunto. Lacan siempre
lo recuerda: distinguir bien el conjunto y el único miembro del
conjunto. Pero hay lógicas matemáticas, totalmente rigurosas,
que admiten que cuando un conjunto tiene un solo miembro se
pueden confundir los dos, y en este caso se llama singleton. Hay,
de un lado, el singleton conyugal, la única, la excepción inercial,
etc. , y hay un conjunto de varios miembros, varios elementos: las
prostitutas. Claramente, le pasan cosas con los elementos del
conjunto dos que no le pasan con el singleton. Vamos a decirlo
de manera global. A la vez, efectivamente, se nota que las prosti­
tutas no son puro objeto de goce para él porque, al contrario, us­
ted dice que son casi objeto de devoción para él y que se glorifi­
ca de tratarlas como ningún otro hombre las trata. Trata de hacer
surgir el amor de este lado. Y con el singleton conyugal, la esposa
no es amor y tampoco goce, es algo sui generis. Es del lado de la
reproducción -pero tampoco encaja muy bien de este lado-, es
del otro lado que le pasan cosas, con la mujer de todo el mundo,
si definimos una prostituta así, la mujer de cualquier hombre.
Lograr especificarla, vincularse con ella y demostrar a este objeto
degradado el respeto de das Ding, elevar la prostituta a la catego­
ría de das Ding, hacer de la mujer manoseada por cualquiera un
objeto de amor con un fracaso permanente, supongo, y con una
angustia permanente . . .
Hay una degradación en tanto que hay esta división. Freud
señala esto: salvar a la prostituta, la figura clásica, podemos decir
que es de estructura, la reconocemos con algunas variaciones. Lo
particular aquí es una cosa de intensidad, algo que escapa al pu-
LA PAREJA DE LA HERMANA
127
ro ordenamiento significante. Podemos decir: dudas, eso es obse­
sivo. Podemos decir: degradación de la vida amorosa, eso se en­
cuentra en el hombre, en el obsesivo, etc. La única cuestión es
que a pesar de eso hay algo raro que circula en el caso y que no
acaba de cristalizarse en una buena neurosis bien constituida,
que dé gusto ver bien armada.
Creo que usted ha agregado ahora que cuando él trata de
atrapar a cada prostituta en una relación de amor, teme, tiene la
angustia de encontrar una versión de la mujer coqueta, persona­
je de la obra de Moliere, que le ha hecho daño. Eso no lo pone
usted en el texto, y me parece importante porque lo inquietante
también en eso es algo que no es puro significante. Viene con la
significación de víctima del Otro, que ha retomado Bassols. Ha
entrado así y eso ha perdido consistencia. Es la expresión que us­
ted utiliza. La palabra está muy bien porque es algo que no es
puro significante, hay un sentido lógico de la consistencia, pero
usted dice: hay la significación y, poco a poco, pierde como un
peso de intensidad. La palabra «consistencia» me parece muy
bien pero queda aquí. Eso me llamó la atención: quiere decir que
cada relación con las prostitutas, que no son relaciones escasas si
se dan dos veces por semana, le ocupa bastante, le cuesta dinero.
Entre ser bombero y ser marido e ir dos veces a la semana con
prostitutas está bastante ocupado.
Marta Davidovich: Y analizarse.
]acques-Alain Miller: Y analizarse, además, exacto. Es decir
que está constantemente en relación con una perseguidora posi­
ble o con una tramposa posible. Porque hay toda una lista, cuan­
do usted dice víctima del Otro, felizmente, no de usted. Usted ha
logrado no victimizarlo y, al contrario, usted es como el singleton
con respecto a la serie de los perseguidores. Usted es, como lo
escribe, la persona que lo entiende y él se siente bien. Pero, del
otro lado, cuando usted dice: «La significación de víctima del
Otro», hay toda una serie. Primero, hay este misterioso desamor
maternal, como usted lo señala, pero en su texto no hay nada so­
bre esto. Hemos visto en los otros casos cómo los sujetos descri-
128
LAS RELACIONES DE PAREJA
ben de manera particularizada cada vez la maldad de la madre,
rencorosa para una, o la bella suegra, exigente, etc. En este caso
mi suposición es que «desamor materno» es como un axioma, un
postulado que no admite descripción.
Sagrario García: Es así.
Jacques-Alain Miller: ¿Es así? Es decir que, y en eso se ve la
diferencia, en la neurosis hay lugar para la descripción, hay un
encanto por la descripción: era rencorosa y tenía mal carácter y,
además, pedía demasiado, etc. Hay un relieve, hay facetas y exis­
te el deseo del sujeto de captar esto con palabras. Al contrario,
del lado psicótico, hay un carácter de axioma, un postulado. Es
como una fórmula inscrita que no se presta a borrarse y que es
como un punto de certeza que no se va a conmover. La expre­
sión «desamor materno» supongo que es de él, es como una sig­
nificación absoluta.
En el tema «víctima del Otro» veo mucho a la madre. Des­
pués hay este episodio: el profesor cura homosexual que trató
de abusar de él, él se sustrajo pero eso le destruyó toda la ado­
lescencia. Supongo que no lo describe como un neurótico, con
todas las facetas que puede tener: del acercamiento, de la con­
fianza que tenía con este hombre, la decepción, el miedo de
complacencia, todo lo que se puede desplegar en mucho tiempo
y que aquí queda únicamente como una tentativa de abuso ho­
mosexual.
Igualmente, siento el mismo carácter axiomático en «la mujer
coqueta». Esta mujer coqueta que durante diez años lo engaña.
¡ Diez años ! Él está enamorado de ella y ella nunca se presta a
brindarle sus favores y, finalmente, lo invita a su boda.
El desamor materno, el abuso homosexual y la mujer coqueta
y tramposa durante diez años, no veo que encajen en una neuro­
sis bien constituida. Y además, usted agrega ahora que dos veces
a la semana está amenazado, va a verificar si la esencia de coque­
ta no estaría presente en sus prostitutas. Lo veo luchando contra
la cristalización de ser víctima y escapando a eso con el papel de
salvador de mujeres. Y parece haber encontrado por lo menos
LA PAREJA DE LA HERMANA
129
una, usted, en la cual tiene confianza. É l parece saber que usted
no es la coqueta. Y, por otra parte, está la mujer. Eso le estabiliza
el mundo. En fin, me estoy convenciendo yo mismo, pero lo im­
portante es lo que usted ha dicho aquí, es decir, tiene miedo de
encontrar a la coqueta en las prostitutas.
Sagrario Carda: Me encaja perfectamente. A ver qué más po­
dría comentar.
Jacques-Alain Miller: Trate de agregar algo, si no puede ser
sugestión de mi parte.
Sagrario Carda: No sé si tiene mucho que ver pero esa posi­
ción suya de salvador es acorde con lo que dice Miquel de esca­
lar montañas y explorar cuevas. También es una frase contun­
dente, que aparece siempre igual, que es: a él le salvó la montaña.
En la adolescencia podría haberse destruido, tal como él dice, si
no hubiera encontrado la montaña.
]acques-Alain Miller: Usted señala, me parece muy bien, lo
que hay de semejante con J uanito, cuando tiene la idea de la niña
montando en bicicleta, tiene recuerdos, imágenes de la mujer
triunfante. Sí, es verdad que hace pensar mucho en la hermana
de Juanito con el caballo, pero me parece que responde también
a la estructura de la degradación. Hay una torsión más que es,
desde pequeño, el odio a las hermanas. En el momento en que
nacieron las hermanas, dice él, se sintió destituido de la posición
de rey de la casa. Hay que ver la lista que hacemos, en ella los
perseguidores son femeninos, los que han logrado perseguirlo
realmente son mujeres. Solamente está el cura profesor, pero él
fue rechazado, mientras que la madre, como la coqueta, lograron
hacerle sufrir y en cada prostituta él espía si también lo va a ha­
cer sufrir. Entonces, está la posibilidad de interpretar la imagen
de la mujer triunfante como la de la perseguidora y él como víc­
tima desde pequeño de sus hermanas. Hay que agregarlo en la
lista de esos verdugos femeninos.
130
LAS RELACIONES DE PAREJA
Sagrario Carda: Quería agregar que, con respecto a la herma­
na, está clarísimo un sueño en que una hermana irrumpe, está en
la línea de las perseguidoras.
]acques-Alain Miller: Un sueño donde se siente atacado por
un personaje, y se desvela que quien está atacándole es la herma­
na menor. Se ve el carácter femenino del perseguidor.
Esta compulsión de ir a ver a las prostitutas es rara. Es una
pulsión hacia la prostituta. Parece que es tomar el lado potencial­
mente perseguidor y verificar que las fieras no se manifiestan. Lo
veo como algo probablemente delirante, algo que no se ha des ­
plegado. El milagro es que ha hecho un buen encuentro con us­
ted. Es decir, ha encontrado una mujer que no triunfa sobre él,
que no es coqueta ni perseguidora y se mantiene así. Sería intere­
sante saber cómo ha conquistado usted este lugar, a partir de qué
episodio, a pesar de que le deja un minuto y medio para hablar.
Sagrario García: No, eso es desde hace poquito.
]acques-Alain Miller: Hay que decir que primero vino a verla
una vez, vino a verificar que lo dejaba tranquilo y después volvió.
Esto también, si nosotros estamos delirando un poco en la cons­
trucción, puede tener un sentido de aproximarse primero, ver
que usted lo deja tranquilo y que puede acercarse.
Sagrario García: Ha habido dos interrupciones de bastantes
meses en los que yo no he dado la mínima señal de vida.
]acques-Alain Miller: Se dice que si el paciente se va, uno to­
ma el teléfono y le dice que vuelva inmediatamente. Por supues­
to, en este caso es mejor abstenerse.
Sagrario García: Quizá puede ser el no querer nada de él, aho­
ra mismo se me ocurre. Quizá también porque yo no tenía muy
claro que era una neurosis, aunque no he pensado en positivo en
una pSICOSIS.
LA PAREJA DE LA HERMANA
13 1
Jacques-Alain Miller: ¿De dónde saca él la paranoia posible?
Sagrario García: Él, que ha sido hipocondríaco durante mu­
chos años, lee muchos libros de medicina y lo saca de los libros
que ha leído.
Jacques-Alain Miller: Es algo sabido en el paranoico.
Sagrario García: Sí.
Jacques-Alain Miller: Ha hecho una suerte de autodiagnósti­
co. Pasamos la palabra a la sala.
Vilma Coccoz: Una pregunta al señor Miller sobre esta cons­
trucción respecto al goce sexual que incluye, podemos decir, una
organización vital. Podemos decir, la mujer en casa, la psicoana­
lista que no es perseguidora, un universo femenino organizado,
virtualmente perseguidor, pero el punto donde aparece más cla­
ramente la virtualidad de la persecución está ligado al goce se­
xual ¿Cómo entenderíamos esto? ¿Como lo que antes se llamaba
«rasgo de perversión en la psicosis», o le damos a todo el conjun­
to el carácter de síntoma partenaire? ¿En qué categoría se podría
nombrar? Porque es como la erotización de la espera, de lo que
pueda surgir como perseguidor: él va a comprobar una y otra vez
que son amigables y obtiene un goce sexual, decías, sin ningún
problema.
Jacques-Alain Miller: Sí, le preocupa mucho el goce sexual.
Sagrario García: Lo que dice es que su mujer no le despierta
ningún deseo sexual y las prostitutas sí. Él hace referencia a que
son brasileñas, con buen tipo . . .
Jacques-Alain Miller: ¿Mujeres, por l o menos?
Sagrario García: Sí, que se arreglan, tipo mujer-mujer, mien­
tras que su mujer está más preocupada por su hija, por la rela-
132
LAS RELACIONES DE PAREJA
ción con sus padres y su trabajo, y no se preocupa de ser mujer.
Las brasileñas sí. Tiene relaciones sexuales, según él dice, satis­
factorias, pero también dice que no es lo que le importa verdade­
ramente. Lo que le importa es vigilar las señales.
]acques-Alain Miller: ¿Dice «vigilar»?
Sagrario Carda: Supongo que sí, no lo puedo jurar ahora.
O. Martín: Aprovechando esa duda sobre el diagnóstico, y
para introducir algún delirio diferente. Cuando leí el caso, lo pri­
mero que me evocó no fue para nada una psicosis, se me ocurrió
que podríamos definir a este hombre como un Don Juan un po­
co impostor.
]acques-Alain Míller: ¿Don Juan de prostitutas?
O. Martín: Sí, porque este hombre busca algo más en las
prostitutas, busca que sean además mujeres del amor.
]acques-Alain Miller: ¿ Quién busca esto? Él no.
O. Martín: El paciente busca en las prostitutas algo más allá
que simplemente prostitutas, busca esa otra figura. Está también
eso que se da en el Don Juan, tal como decía Lacan, de buscar «la
mujer», la excepción en una mujer. Deja a las prostitutas cuando
la mujer queda embarazada pero vuelve a dejar a la mujer y otra
vez se vuelve a quedar enganchado con otra prostituta. Es una
idea, porque no veía claro el tema de la psicosis en este caso.
Francesc Vilá: Me parece interesante esta cuestión de que, re­
petidamente, dos veces por semana, va a ver a las prostitutas. Re­
cuerdo un párrafo del seminario de Lógicas de la vida amorosa,
de Miller, en el que recuerda la interpretación de Freud de que
salvar a la mujer es el equivalente de tener un hijo. Me parece
que en este punto él hace un trabajo de infinitización de este
asunto de la esperanza de llegar a tener un hijo en otras condicio-
LA PAREJA DE LA HERMANA
133
nes, no en las mismas que produjeron un cuadro de dificultad en
su hipocondría y en su vida familiar. Me parece, entonces, que en
este punto se podría sostener este trabajo de infinitización, el en­
contrar la manera de dar un hijo de otra manera, de una manera
quizás un poco schreberiana, para otra raza, otra esperanza.
Lucía D'Angelo: Estaba intentando buscar aquí, en el texto,
¿a qué llama este sujeto, precisamente, «signo de amor» en la
prostituta? Es bastante habitual en el fantasma masculino, neuró­
tico, esta invocación de salvar del pecado a la prostituta, hablan­
do. Él habla de un signo de amor, pero no es de ese orden de la
falta, de la palabra, de hablar con las prostitutas. Lo cual nos de­
ja en una distribución bastante complicada: por un lado, el amor,
por otro lado, el goce. Y es verdad que lo que está problematiza­
do no aparece por ninguna parte: qué es lo que desea este hom­
bre. Entonces, no sé si está en el texto, disculpa, no lo he encon­
trado, pero ¿a qué llama «encontrarse con un signo de amor en
la prostituta»?
Sagrario García: Por ejemplo, si lo que está pactado y pagado,
no sé, treinta minutos, pues, que sean cuarenta. O que una no le
cobre una vez, o que acepte una invitación a cenar, que nunca
aceptan, parece ser. Pequeñitas cosas así que él toma como que
las ha conquistado, pequeñas señales que él interpreta así.
Jacques-Alain Miller: Llegamos a la cuestión diagnóstica, que
no tiene el mismo carácter pero existe en el caso de Castell.
Anna Castell.· En efecto, con la homosexualidad femenina nos
encontramos como díce Lacan con la «perversión» más proble­
mática que pueda haber en el análisis. Para poder orientarme en
esta problemática, en un inicio, esto se me planteó de pleno. Es
como yo me fui planteando estas cuestiones y también dando
respuesta a la que se me acaba de plantear. Recurrí a una serie de
consideraciones que se pueden encontrar en la enseñanza de La­
can. Por ejemplo, en la primera enseñanza de Lacan, en el Semi­
nario 4, en el capítulo «Las vías perversas del deseo», aborda el
134
LAS RELACIONES DE PAREJA
caso de la joven homosexual y el caso Dora para decirnos que no
hay antinomia entre histeria y homosexualidad femenina. Si bien
allí sitúa la metonimia perversa y la metáfora neurótica, en la ho­
mosexualidad femenina, el desafío al padre y en la histeria, hacer
de sostén del deseo del padre. Lo que se puede leer es que no
hay antinomia entre histeria y homosexualidad a partir de la
identificación viril que, por ejemplo, puede revelarse y hacer sur­
gir en la histeria la homosexualidad, apuntando al objeto femeni­
no codiciado por el padre. En el caso, conocido por todos, el de
Dora, es el Sr. K. y el objeto que verdaderamente interesa a Dora
es la Sra. K., en tanto que ella está identificada al Sr. K. y, así, to­
dos sus síntomas cobran su sentido.
Otro rasgo que también podemos encontrar es el rasgo reivin­
dicativo de militancia feminista que presenta la histeria y que le
es muy propio. En el caso que presento, el de Agustina, eso tam­
bién se da. En el caso de la histeria, la misma histérica puede im­
pugnar de esta manera reivindicativa el orden fálico, rechazando
entrar en la dialéctica de intercambio como objeto de deseo en el
fantasma masculino. Rechazo del fantasma masculino en que el
valor fálico de la mujer depende de su castración. Eso se da en
las histerias, también se da en el caso que presento y, en particu­
lar, también, como es propio en los homosexuales toda esta cues­
tión, la denuncia.
Jacques-Alain Miller.· ¿Está en el diván?
Anna Castell: Sí, tras un largo período de entrevistas.
Jacques-Alain Miller: ¿Son dos hermanas?
Anna Castell: Tres.
]acques-Alain Miller: Tres hermanas, dos son homosexuales ¿y
la tercera?
Anna Castell.· La tercera es la menor de todas y es la que ade­
más, finalmente, lleva el nombre de la hermana mayor muerta.
LA PAREJA DE LA HERMANA
135
]acques-Alain Miller: La paciente es la primera, ¿la segunda es
homosexual también?
Anna Castell.· Hay un hermano que le sigue, luego viene esta
hermana en cuestión.
]acques-Alain Miller: ¿Y el hermano cómo se maneja en la vi­
da ?
Anna Castell: Muy mal situado.
]acques-Alain Miller: ¿Es decir?
Anna Castell.· Es decir, es un hombre que se dedica a mastur­
barse delante de los colegios de los niños. Estuvo casado, tiene
hijos.
]acques-Alain Miller: Entonces, la primera es homosexual, el
hermano es exhibicionista, divorciado, el tercer hijo es una her­
mana ¿homosexual?
Anna Castell: Estuvo casada, se divorció y está en amoríos
con Elsa.
]acques-Alain Miller: ¿Y la tercera?
Anna Castell: Y la última, ahora se ha descubierto que tuvo
un hijo no reconocido, porque nunca lo reveló a la familia. Este
chico apareció este verano, llamando a la puerta: «Soy hijo de
fulanita». Y ella entonces tuvo que develar ese secreto. Es una
familia verdaderamente peculiar, para desesperación de esta
mujer.
]acques-Alain Miller: Sería importante, a través de eso, descu­
brir el factor desestabilizador. Es una familia que realmente toma
en serio lo dicho por Lacan, que no hay relación sexual, es decir,
que se dedica a existir fuera de la norma. Todos los chicos se de-
136
LAS RELACIONES DE PAREJA
di can a eso. . . Hay una cierta devaluación social y personal, el
prestigio está del lado de la madre, quejándose de manera repeti­
tiva de la caída que ha conocido por haberse casado con este
hombre. Como factor parece poco, debemos implicar además
que el padre es un perverso. Parece un pedófilo, adorado por su
hija Agustina, que es la hija de un padre pedófilo, quizá mucho
más simpático para sus hijos que la madre. El factor que podría
explicar la dificultad de los hijos parece que es la elección de ob­
jeto que hizo la madre en este hombre devaluado. Ella es de fa­
milia socialmente instalada, etc., y ha ido a buscar no solamente
a un hombre más humilde sino a un perverso pedófilo.
Hay la frase de la madre que usted subraya, ese dicho que pa­
rece haber tenido toda su importancia para la hija: «Somos po­
bres». Es la frase que en boca de la madre parece resumir la si­
tuación, pero que tiene un sentido muy especial en la familia:
«Somos pobres, no tenemos nada por culpa de este padre infa­
me». Me parece percibir que la familia se ha constituido alrede­
dor de un padre perverso. Ahora bien, un padre perverso puede
tener una familia muy exitosa, un padre perverso, sin angustia,
puede inspirar grandes éxitos en sus hijos. Pero, en este caso, lo
que se propone es una familia construida, vamos a decir, por la
madre alrededor de la infamia del padre.
Lucía D'Angelo: Algo que se verifica habitualmente: el padre
perverso, el abuso de los niños y la mujer que no se entera, que
consiente.
]acques-Alain Miller: No estoy de acuerdo. Esta mujer se ente­
ra, y entera a toda la familia, a todos los hijos: «Ustedes tienen un
padre infame».
Lucía D'Angelo: Pero tanto más confirma la regla .
]acques-Alain Miller: Lo clásico sería mirar por la ventana, pe­
ro ella mira: el padre no puede empezar a tocar a su hija de ca­
torce años sin que inmediatamente la madre lo señale. Y para
Agustina es un corte. Hubiera sido mejor que mirara por la ven-
LA PAREJA DE LA HERMANA
137
tana, hubiera dado otro resultado, pero la madre espera el mo­
mento en que el perverso de su marido va a tocar a Agustina pa­
ra decir: « ¡ Ah ! ». Y con este dicho además logra instalar la infa­
mia. Es en eso que parece, según Anna Castell -no sé si Lucía
D' Angelo está de acuerdo-, que no se da lo clásico.
Lucía D'Angelo: Exactamente. A eso me refería, que en ese
sentido no responde a la posición clásica de la mujer de un per­
verso. Y que al mostrar, indicar, fija la posición de goce de los hi­
jos, cada cual a su manera. A Agustina le tocó en el reparto sos­
tener esa posición de goce. Identificación pero con ese goce que
la madre indica en relación con el padre. Impresionante.
Jacques-Alain Miller: Me parece muy hermoso, no sé cómo ar­
marlo teóricamente, que el único hijo de la familia sea exhibicio­
nista. Parece que son las interpretaciones de la infamia del padre
lo que logra cortar el acceso de las hijas al hombre. Y también
convencer al hijo de que la vía suprema es ir más allá del padre,
hacer una demostración pública del falo sucio, demostrar a la so­
ciedad la suciedad del padre, algo así.
Enrie Berenguer: En efecto, es un caso muy complejo y de ahí
su interés.
Jacques-Alain Miller: Además, es un caso de «Los complejos
familiares». ¿Se analiza la otra?
Anna Castell: Se analizó pero lo interrumpió.
Jacques-Alain Miller: ¿ Con quién? ¿Con alguien de nuestro
ámbito?
Anna Castell: Lo fue.
]acques-Alain Miller: Sería interesante tener discusiones con el
analista. El exhibicionista, por supuesto, no.
138
LAS RELACIONES DE PAREJA
Enrie Berenguer: El hecho de que no sea un caso clásico nos
plantea estos problemas. Hay una cuestión que quería pregun­
tar a Anna porque sería interesante distinguir, como estrategia
general en los casos de homosexualidad, y todavía más en los
casos de homosexualidad femenina: tratar de distinguir la elec­
ción de objeto de la modalidad de goce. En este caso hay algo
que llama la atención, es la inmediatez con la que, a partir de un
dicho de la madre que ella interpreta como que ha hecho un
mal negocio, ella se monta inmediatamente un negocio que con­
siste en obtener dinero a través de una actividad sexual. Esto es
algo que está en tu texto. Entonces, me parece que esto apunta
a una cierta modalidad de goce, a una relación del sujeto con el
goce que no parece, en este punto, pasar por la castración, sino
que la esquiva. Es decir, ahí donde la madre dice algo que se
puede entender en el sentido de la castración , «qué mal nego­
cio», la madre dice «somos pobres», tú dices «ella interpreta
que la madre ha hecho un mal negocio casándose con el padre».
Esto está escrito.
Anna Castell: Puede leerse de varias formas.
Enrie Berenguer: Trato de seguir un poco el texto. Entonces, a
continuación, al parecer hay un negocio que ella se monta. Pre­
gunto si no es una operación del orden de la Verleunung, es de­
cir, tapar. Ahí donde se hubiera podido plantear algo de la cas­
tración, el sujeto, más bien, acude rápidamente a un goce que de
alguna forma parece obturar algo. Es interesante la ambigüedad,
porque más adelante cuando tú hablas del surgimiento del asco,
que es un rasgo vinculado con la histeria, sin embargo es un asco
que a la vez está acompañado del miedo a que se descubra la for­
ma en que ella obtiene esa satisfacción a través del dinero. Es de­
cir, incluso este rasgo histérico está también contrapesado por un
miedo a que se descubra su particular negocio. Entonces, en una
clínica de lo que sería la pere-version, en el sentido que lo dice
Lacan jugando con el significante del padre, propondría, que en
este caso hay algo que oscila entre este rasgo de perversión, y no
sé hasta dónde llegaría, porque hay una relación del sujeto con el
LA PAREJA DE LA HERMANA
139
goce que va más allá, o matiza lo que se podría plantear, simple­
mente, en términos de elección.
Me llama la atención que en el texto, en un momento, relacio­
nas el recurso a esa especie de prostitución pasajera, estos actos
pasajeros de prostitución, primero con el dicho de la madre que
ella interpreta como que su madre hizo un mal negocio, con lo
cual quizás ella prefiera hacer un mejor negocio y, al final, lo re­
lacionas con la decepción. Yo te pediría que dijeras algo sobre la
decepción del padre, porque no veo tan claro que haya una de­
cepción. Creo que este padre ha sido siempre un padre elegido
por este rasgo de la infamia, creo que eso siempre se ha sabido, o
sea, ha sido un padre amado pero no me parece que haya sido un
.
padre idealizado. Es un padre que ha sido amado pero incluyen­
do quizás ese rasgo perverso ya de entrada en el personaje.
Quiero distinguir entre tener una cierta ignorancia del rasgo
de perversión del padre y amarlo ignorando su parte oscura, y
amarlo incluyendo ese rasgo de perversión o, en este caso, una
perversión manifiesta. Es una gama pero el caso da para discutir
este tipo de matices.
Vicente Palomera: Mi pregunta está en relación con un punto
que acaba de mencionar ahora Enrie Berenguer, algo que con­
cerniría a la transferencia. Es verdad que ella en ese negocio jus­
tamente enmarca ese fantasma del padre, en tanto que ella se
constituye como la niña tocada por los chicos. Después hay una
inversión, a mí me parece interesante introducir la cuestión de
las inversiones, porque después ella impugna eso mismo siendo
ella la que asume el papel del padre y empieza a hacer esto con
las niñas en el colegio. A partir de ahí se instala -aunque hay un
episodio muy raro en el que tiene una historia con un hombre,
queda embaraza y aborta- lo que A. Castell ha dicho de desafío
militante, una posición militante dentro de la homosexualidad.
Este rasgo de desafío militante me hace plantear una pregunta,
¿cómo está ella en la transferencia ?, ¿toma las indicaciones o las
interpretaciones de la analista? ¿Hay algo de esto en la transfe­
rencia?
140
LAS RELACIONES DE PAREJA
]acques-Alain Mtller: Quiere ser buena paciente, lo señala Anna.
Anna Castell: Y más cosas también. Para reunir ambas pre­
guntas, se puede leer tal como lo he dispuesto en el caso, hay
transformaciones en ella, desde la posición clásica en el Edipo en
el que ella espera recibir el falo-niño del padre para luego, si­
guiendo las transformaciones que nos ejemplifica Lacan respecto
al caso de la joven homosexual, ver cómo ante la llegada de esa
hermana menor, la que le sigue, hay una posición femenina mo­
dificada ya. Ella se desvive en cuidados por esa hermana, casi la
ahíja hasta poco tiempo antes del gran disgusto por la cuestión
que surge de esta hermana con Elsa.
Al tiempo que nace esta hermana y que ella casi la toma a su
cargo, siendo una niña, aparece este ofrecerse como objeto del
fantasma de los niños mayores: se deja tocar a cambio de unas
monedas. Ella misma lo dice, lo asemeja, lo pone en paralelo a lo
que podría ser una prostitución o un acto de prostituirse. Esto
aparece -con respecto a lo que me preguntaba E. Berenguer­
junto a la prédica constante que ella recuerda de toda la vida de
la famosa frase de la madre «somos pobres». No es que aparezca
a los diez años y rápidamente se vaya a hacer el negocio. Esta fra­
se está desde que ella tiene uso de razón, y sigue hasta la fecha.
De la misma manera que aparece esta niña real en la familia
también aparecen las monedas, el dinero contante y sonante, que
yo comento. Al cabo de un tiempo aparece el asco, aparece el
miedo de ser pescada, y entonces pide a la madre que la lleve al
convento. O sea que se supone que la pareja ahí es Dios. Ella
quería ser una hermana santa y misionera. Estamos en el conven­
to, todo va felizmente bien, ella es la primera también allí, tiene
siete años, y en el ínterin, a los catorce, vuelve a casa por vacacio­
nes y está lo que he puesto.
]acques-Alain Miller: Está la santa de visita a su familia, en el
momento en que el padre . . .
Anna Castell: E l momento fatal e n que e l padre e s señalado
por la madre. Estaba todo el mundo reunido alrededor de la me-
LA PAREJA DE LA HERMANA
141
sa. Estoy siguiendo únicamente l o que y o h e podido i r constru­
yendo por aquí y por allá, reuniendo cosas con dificultades por­
que tengo que decir que es una mujer muy silenciosa, con una re­
lación con el inconsciente particularmente difícil. No digo «no
fácil» porque fácil no la tenemos, tal vez, nadie. A partir de este
momento fatal es cuando ella se dirige a tocar a una niña, de la
niña tocada que teníamos pasa a tocar a las niñas. Ahí el esquema
cambia, se sitúa como padre imaginario.
Jacques-Alain Miller: En el momento que pierde el objeto de
amor paterno, si lo decimos de manera clásica, en el momento
que pierde al padre como objeto de amor, se identifica con un
rasgo de él. Cuando antes ella era la tocada por unas monedas,
en ese momento se vuelve la tocadora.
Anna Castell: Quería hacer un comentario. En el episodio de
las monedas esta infamia del padre aún no se había desvelado ni
se había puesto de manifiesto. Pero ella realiza ese fantasma del
padre.
Jacques-Alain Miller: Son las dos observaciones de Berenguer
y Palomera que se juntan. Yo había escrito: en el hacerse tocar
para obtener monedas tenemos lo que Agustina realiza, tomando
algo del padre y algo de la madre. Toma el tocar del padre y el
dinero del «somos pobres». Y, efectivamente, esta palabra tiene
muchas más resonancias que «bien, vamos a volvernos comer­
ciantes, gerentes, para ganarnos la vida, etc.». El «somos pobres»
de la madre es una palabra de la maldición. Me parece que dejar­
se tocar a cambio de unas monedas realiza algo que viene del ia­
do del padre, el hombre quiere tocar, y hace servir la perversión
del hombre que conoce, en algún sentido del padre, para satisfa­
cer la falta materna.
Lo que es muy conmovedor en este caso es que ella debe sos­
tener en su propia persona a la vez a la santa y a la prostituta. Las
dos vertientes de un rebajamiento de la vida amorosa -que serían
unas se dedican a la santidad, otras a la prostitución-, ella las de­
be realizar en sí misma. Es por eso que me había llamado la aten-
142
LAS RELACIONES DE PAREJA
ción el hecho de que sea buena paciente, que haya toda esa con­
moción, toda esa perversión, etc., pero con usted quiera ser bue­
na paciente. Es un poco la santa analizante.
Entonces, toda esa santidad viene del hecho de que reempla­
za a la muerta, que desde el inicio quiere estar -la cito a usted­
«a la altura de un ideal de hija primogénita que provoque la ad­
miración como muy activa».
Ella parece que ha sido puesta en ese lugar, que es metáfora
de la hija muerta, ella debe ser esta hija y, a la vez, la metonimia
de esa hija es su objeto de amor. Hay una combinación de metá­
fora de su ser y metonimia de su objeto.
Está lo clásico de la decepción , pero cada caso, hasta ahora,
nos ha enseñado algo propio. Es más interesante que hacerlo en­
cajar, aunque cuando encaja en los esquemas clásicos, lo señala­
mos.
Claramente, este pasaje al acto, relacionarse con los chicos, no
desearlos pero dejarse tocar por monedas, es realmente hacerse
instrumento de la madre con relación al «somos pobres». Ya en
su propia prostitución infantil es una santa, no lo hace por el go­
ce, lo hace por el amor de la madre, es la santa-prostituta. He­
mos encontrado, finalmente, la santa-prostituta que no va para
gozar, va para ganar el dinero. Es lo que hay de santo en la pros­
tituta. Son las otras mujeres las que quieren gozar, cuando la
prostituta va por el dinero, no va para el goce. No es una mujer
de goce, eso está en el fantasma de los tipos tontos. Hace ver la
conexión profunda entre la prostituta y la santa.
Gustavo Dessal: Como María Magdalena, en el Evangelio.
]acques-Alain Miller: Sí, María Magdalena, por supuesto, hay
toda una iconografía de por qué María Magdalena tiene largos
cabellos en la representación clásica.
Desde el inicio, Agustina no toma el falo de los hombres, se
consagra a tomar el dinero. Y hay una perfecta continuidad entre
eso y soñar con ofrecerse a Dios como una santa. Ofrecerse a los
chicos para ser tocada a cambio de monedas es lo mismo, un pa­
so más es ofrecerse a Dios. Pero recibir el falo, eso no. Desear el
LA PAREJA DE LA HERMANA
143
falo, erotizarlo, como prostituta, como santa, rechaza eso, a pesar
de haber esbozado algo de este tipo.
Finalmente, de un lado Agustina lleva el peso de ser el susti­
tuto de la hermana muerta, la santa, primera perfecta, ángel. Es
en el nivel del falo materno, casi lo encarna. Por otra parte, es la
prostituta que puede despertar el deseo masculino pero sin com­
prometerse en eso. Parece que, finalmente, la homosexualidad
femenina es un tipo de solución a esta antinomia y, en lo que us­
ted nos trae, no parece que pida dejar de ser homosexual. No sé
si eso ha aparecido.
Anna Castell: Sí.
Jacques-Alain Miller: Parece un tipo de solución. Querría ob­
servar, antes de ofrecerle responder y dar precisiones, que es ella
la que, después de la caída del padre organizada por la madre
enfrente de la colectividad familiar, elige a una chica. Es activa.
En eso diremos con usted que, tocando, se identifica al padre al
mismo tiempo que lo pierde como objeto de aspiración y de
amor. Según la lógica de Freud, que Lacan ha destacado, se lleva
un rasgo del objeto perdido e identifica el objeto a la madre y a
la vez a la hermana perdida. Se va a dedicar a mujeres mayores.
En eso digo que identifica el objeto a la madre, y también necesi­
ta el rasgo «muy activa y movida» que viene de la hermana muer­
ta. Es como si, en la pareja, ubicase su posición a partir del padre
y ubicase la posición del objeto a partir de la madre. Estoy lle­
vando la construcción de tal manera que parece casi un cálculo
del sujeto. La homosexualidad femenina le da una solución.
En el análisis es la buena analizante, y ha descubierto su iden­
tificación al padre, usted lo señala. Quizá le queda por descubrir
la manera en que ha sido envuelta en el deseo, más retorcido
aún, de la madre.
Anna Castell.· Exactamente. Justamente, retomo la pregunta
de Miguel Bassols al inicio, esto es lo que ha retomado como <do
que queda por decir». En este momento ella se plantea por qué
su madre siguió toda su vida -el padre murió hace unos años-
144
LAS RELACIONES DE PAREJA
junto a su padre, sabiendo desde hacía tantos años la infamia que
suponía estar a su lado. Y de la misma manera que se pregunta
por qué su madre siguió soportando eso, tampoco sabe por qué
ella no se determinó a romper los lazos con esa familia impresen­
table, uso palabras textuales. Eso es lo que ahora se está plan­
teando, porque ella ha estado insistiendo en qué lazo la ata para
sentirse tan obligada a complacer a su madre y visitarlos en vaca­
ciones. Esto es lo que en este momento se está cociendo.
]acques-Alain Miller: La esposa del perverso. Nos encontra­
mos con la figura especial, en este caso, de la esposa. Si logra po­
ner esto en cuestión y aclarar esos vínculos tendrá un nuevo capí­
tulo.
Anna Castell: Y, en definitiva, creo que lo que muestra el arco
que he perfilado al redactar este caso es el paso de «la movida» a
«la que mueve», que puede mover las cosas. Creo que este punto
a ella la deja más aliviada.
]acques-Alain Miller: ¿Se plantea encontrar otras relaciones
con el sexo masculino?
Ana Castell: De la misma manera que se está planteando lo
que hacía su padre con su madre, y que eso no es la norma de la
relación entre los hombres y las mujeres, ella se plantea por qué
abortó. Hemos tenido que esperar mucho tiempo para que eso
surja ahora.
]acques-Alain Miller: ¿Qué edad tiene ahora?
Anna Castell: Cerca de los cuarenta.
]acques-Alain Miller: Pasamos a la siguiente ronda, Xavier Es­
qué y Manuel Femández Blanco. Por supuesto, es mucho traba­
jo y no se puede disfrutar de todas las discusiones deseables, pe­
ro me parece que después de estos debates van a releer los textos
con nuevo interés, o van a leerlos por primera vez.
Yo buscaba
compañía para la muerte
Manuel Fernández Blanco
su cuerpo dejará, no su cuidado,
serán ceniza, mas tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.
FRANCISCO DE QUEVEDO
Cuando Hebe Tizio me pidió que presentara un caso en esta
Conversación Clínica, «Sobre las relaciones de pareja», pensé in­
mediatamente en este caso. La razón es que la paciente es la pa­
reja de un hombre psicótico, estabilizado, que hizo su análisis
conmigo. El caso de este paciente fue presentado en un Semina­
rio Clínico sobre la psicosis, desarrollado en Madrid y dirigido
por Jacques-Alain Miller. El caso, y su discusión, están incluidos
en el libro en el que se publicó esa Conversación Clínica. 1
En el comentario del caso, Miller señalaba que el nombre de
ese paciente podía ser «Nací muerto», por entender que ésa era
la frase más fuerte del caso. Esta frase está extraída de las pala­
bras del paciente, al final de su análisis, cuando dice: «Mi herma­
no nació con un gemelo muerto. Mi padre decía que era igual
que yo, que era una pena que muriera. Yo nací muerto. Interpre­
té eso: soy un tipo muerto. Mi padre comentaba que mi hermano
mató a patadas al niño. Yo me identifico con ese niño muerto ... »
Algún tiempo después de finalizado su análisis, este hombre
comienza una relación con una mujer. En ese momento esta mu­
jer todavía proseguía otra relación, con una pareja anterior, que
l . J.-A. Miller, Seis fragmentos clínicos de psicosis, Colección EEP-ECFB
no 3, Madrid, 1 , 999, págs. l 9-25 y 95-106.
146
LAS RELACIONES DE PAREJA
mantuvo durante años. No acaba de romper con ese otro hom­
bre, ni se decide a hacer pública la relación con el que fue mi pa­
ciente. Este último viene a verme, una sola vez, movilizado por to­
do esto. Le digo que yo puedo recibir a su pareja, si ella lo pide.
Hace poco más de un año, esta mujer, de treinta y cuatro
años, me pide cita. En la primera entrevista destacará dos cues­
tiones. En primer lugar, que estuvo muy mal durante diez años, a
partir de su adolescencia (de los quince a los veinticinco años) .
Este malestar que describe como «el abismo d e los quince años»,
se expresa por una reclusión en su casa, definida como «el paraí­
so inexpugnable». Se incomunica de sus hermanos y se «sepulta
en casa». En esa época tenía «miedo a crecer». Se vendaba el pe­
cho y se le retira la menstruación de los catorce a los dieciocho
años (sin que mediara una conducta anoréxica, sino más bien bu­
límica pero sin vómitos).
En segundo lugar, habla de su indecisión, que dura más de
seis años, para abandonar una relación de pareja, que prosigue
desde hace nueve años, y que «reconoce como errónea».
A las primeras entrevistas acude reticente y resta importancia
a estos problemas. Del primero habla en términos de «crisis de
adolescencia», amparándose en el juicio de una psicóloga que ha­
bía visitado, al segundo lo define como «una indecisión». Me li­
mito a decirle que las crisis de adolescencia no duran diez años y
que seis años de indecisión, para abandonar una relación de pa­
reja, también parecen muchos años.
A partir de este simple apunte, buscando la rectificación sub­
jetiva, se produce un efecto en la paciente de desánimo, a la vez
que una emergencia de la angustia.
Hablará, en ese momento, de que inició esa primera relación
de pareja a los veinticinco años, después de terminar sus estudios
universitarios. Dice que intentaba escapar de casa, evitar quedar
recluida de modo permanente en su casa. Pero se enfrenta a la
evidencia de que este hombre «no la sacaba de casa». En nueve
años de relación con él, nunca había dormido fuera del hogar fa­
miliar. En su casa, esta mujer se dedica a «sus misiones». Estas
misiones consistían en asistir al padre en sus negocios, a su her­
mano menor (con problemas psíquicos) y a la organización do-
Yo BUSCABA COMPAÑíA PARA LA MUERTE
147
méstíca (a su madre, que no trabaja fuera de casa, le llama «la ne­
na»). Había asumido como propia la sentencia de su padre, y de
su abuelo materno, de que ella sería la que los cuidaría de viejos.
En pleno desarrollo de su estrategia histérica, de ser lo que le fal­
ta al Otro, «se convierte en una tramposa» cuando «las misiones
chocan unas con otras».
A su primera pareja la define como un hombre que precisaba
de su apoyo. Ella misma se sorprende de que no le molestara su
convicción de que, en ocasiones, después de dejarla en su casa,
visitara prostíbulos. Ella consideraba que su pareja la necesitaba,
era «una misión más». Sólo comenzaron los conflictos cuando
este hombre empezó a hablarle de matrimonio, hasta ese mo­
mento la pareja funcionaba.
En ese momento, yo le dije que el hombre que había pensado
para salir de su casa, era el que le servía para no salir de ella.
Después de esto, recordará que siempre pasó por crisis cada
vez que se producía un cambio 'en su vida. Ocurre esto en su pu­
bertad, pero también al término de su carrera de Filología. En
ese momento obtiene un trabajo interesante, relacionado con su
carrera, que abandonará para asistir al padre en sus negocios,
acentuando su reclusión en casa.
A partir de este primer periodo de entrevistas (alrededor de
dos meses) aparecerá lo que la paciente misma define como su
tema principal: «La muerte».
La paciente vivió su infancia con sus padres y hermanos, pero
en el domicilio de sus abuelos matemos. Ella tenía una relación
muy intensa y especial con su abuela. Esta mujer había estado
emigrada y, en el país de emigración, murió uno de sus hijos. La
paciente cree que este niño murió a causa de una meningitis, pe­
ro su abuela describía su muerte diciendo que comenzó a poner­
se violeta y dejó de respirar. Cuando se trataba de volver de la
emigración, su abuela no quería hacerlo, ya que allí estaba ente­
rrado su hijo. Al final aceptó, al lograr traer las cenizas. La urna
con las cenizas del niño, estaba en el armario de la habitación de
la paciente: «Al lado del bote de colonia con el que mi abuela de­
senredaba mi pelo, para hacerme la trenza. Alrededor, estampitas
de santos. El armario se cerraba como una iglesia, yo encerrada
148
LAS RELACIONES DE PAREJA
en la iglesia». Relaciona esto con «su gusto por las tumbas, la
edad de los muertos y las fotos de cadáveres».
De la mano de esto, recupera un recuerdo infantil muy anti­
guo: «Con dos años me perdí de mi madre, como el hijo de mi
abuela». Ella iba con la madre y, mientras ésta veía escaparates,
se perdió. Estuvo perdida dos días, siendo acogida por un comi­
sario de policía y por su mujer, que no tenían hijos. Ella «ya esta­
ba en otra familia», recuerda sentir temor ante el modo en que
sería acogida, de nuevo, por su madre. Dice: «Después me seguí
perdiendo, pero siempre sé volver. Me perdí de noche y volví a
aparecer en la noche, ¿ será por eso que tengo inclinación por la
gente sola y desvalida?».
Relacionará esto con sus dos elecciones de pareja. El primero
es un hombre inconsistente, aunque «un elemento de cuidado»,
y el segundo un hombre con una historia previa de problemas
psiquiátricos graves.
El episodio descrito se le revela crucial: «Me perdí de mi ma­
dre como el hijo de mi abuela». En ese momento, yo le pregunto
cuántos años tenía. Responde: «Claro, no es que yo me perdiera
en la noche, sino que ella me abandonó, aunque ella diga que fui
yo la que me perdí. Tenía dos años, una niña de dos años no se
pierde, la pierden».
Este episodio resulta enigmático por su carácter tan precoz.
Podría pensarse en un recuerdo encubridor. En cualquier caso,
es un recuerdo resignificado. Mi intervención, en ese momento,
lleva a la paciente a situar la responsabilidad de lo ocurrido en su
madre, pero ella dice que «se perdió como el hijo de su abuela».
Esto puede ser considerado como una anticipación lógica. Un
querer ser amada, por la madre, como perdida. Es algo que pue­
de anunciar, en el apres-coup, cómo para esta mujer ser amada es
equivalente a faltarle al otro, bajo la forma de estar muerta. Pre­
sentifica, de este modo, que se puede amar a alguien porque no
es, y se aboca a ser la muerta del Otro para que la amen.
Tiene conciencia, alrededor de sus cuatro años, de que su
abuela va a morir pronto. «Yo tenía que darle mucho cariño para
cubrir el vacío de su hijo. El niño de mi abuela marchó solo, está
solo. ¿Por qué yo tenía la sensación de estar sola como ese niño?»
Yo BUSCABA COMPAÑíA PARA LA MUERTE
149
Recuerda que cuando estaba mal pensaba no en matarse sino
en dejar de existir. En esos momentos, sólo quería dormir. Su
momento era la noche -odiaba el cambio de hora del verano
porque anochecía más tarde-. Cambió el color de su ropa, que
pasó a ser siempre negra.
Tiene sueños en donde se ve en lugares cerrados, iglesias ce­
rradas, ella se ve dentro como muerta, sin poder salir. Recuerda
su alegría en la Catedral de Batalha porque esta Catedral tiene
parte de las naves inconclusas, sin techumbre. Cuando visita igle­
sias y catedrales su atención se dirige a los sepulcros que se en­
cuentran en ellas, especialmente si son de niños.
Recuerda que, a los dieciséis años, soñó con su propia tumba.
En el sueño se ve paseando por un cementerio. Hace sol, hay flo­
res y ella va viendo tumbas (cosa que, en la realidad, le gustaba
hacer). Se para delante de una tumba. Es un enterramiento en el
suelo, con una lápida blanca y azul, es una tumba infantil (del co­
lor azul, dice que es el color de los niños, «ya que el azul sirve
tanto para niña como para niño, el rosa no, sólo es de niña»). El
sueño acaba cuando lee su nombre en la lápida y se despierta so­
bresaltada. En este sueño, se ve desdoblada: «Yo estoy allí ente­
rrada pero, en la realidad, desconozco este hecho».
En el período en que estos temas ocupan sus sesiones, sueña
que muere su primera pareja en un accidente. Matiza que ella no
intervino. Yo pregunto: ¿ Quién sueña?. Responde: «Efectiva­
mente, lo mato yo. El sueño revela el deseo de que desaparezca
de mi vida sin ser yo culpable. En la actualidad, todo lo relacio­
nado con él me estorba».
Recuerda que sufría, en el pasado, de miedo a la oscuridad. Te­
nía pánico por no ver, sensación de no tener ojos, de tener los ojos
vacíos y estar muerta. La angustia remitía cuando anochecía. Tenía
gusto por la noche, que equipara a la muerte: «Cuando anochecía
comenzaba a respirar». Durante sus crisis no hablaba con nadie.
Evoca uno de sus primeros recuerdos: su abuela sale de casa
vestida de negro (como siempre) , se dirige a la estación del tren.
En la realidad, se dirigía al entierro de su madre. Pero la paciente
se pregunta: «¿No irá, tal vez, a mi entierro? , ¿coincidirá ese mo­
mento con el de mi muerte?».
150
LAS RELACIONES DE PAREJA
Cuando murió su abuelo, esa misma noche ella durmió con
su abuela en la misma cama en la que su abuelo había muerto.
En su larga crisis desde los quince años, se tapaba la cabeza al
dormir, «buscaba el aislamiento, era como un enterramiento».
Antes del inicio de su análisis, tenía un sueño de repetición.
Soñaba que se atragantaba con una canica de acero. «Era un sue­
ño de asfixia, de morir asfixiada, atragantada. De ese sueño siem­
pre despertaba porque intentaba expulsar el objeto». Recorde­
mos que la abuela describía la muerte de su hijo diciendo que
«comenzó a ponerse violeta y dejó de respirar». Si el sueño, en el
que muere su primera pareja, puede considerarse un sueño de
anhelo, aquí nos encontramos con un sueño de angustia -<<de as­
fixia»- donde está implicado el deseo del Otro. Presentifica la
pregunta: ¿ qué quiere de mí mi abuela? y el horror de que la res­
puesta sea su muerte para guardarla en un armario.
Asocia con películas que la impresionaron: «La de una señora
noble del siglo XVIII que muere aparentemente. La familia la
entierra en una capilla, en una urna de cristal, pero de repente
ella despierta y, con el crucifijo que tiene en su pecho, rompe el
cristal, pero la familia la rechaza por creer que es una especie de
fantasma». También le impresiona la película sobre zombis titu­
lada «La noche de los muertos vivientes».
Siempre la acompañó la idea (al margen de todo indicio físi­
co) de que era estéril: «Siempre contemplé mi vientre como esté­
ril, siempre pensé que no encontraría a nadie con quien tener hi­
jos. En mí se acababa la vida. Con el tiempo me voy quedando
sola. Mis hermanos tienen su vida. Si estoy muerta, no puedo te­
ner hijos» (ella es la tercera de cuatro hermanos, tiene dos her­
manas mayores, con vida independiente, y un hermano menor).
En la época del «abismo de los quince años» de su «enterramien­
to», se vendaba el pecho y se le retiró la menstruación.
Concluye que su Ideal es la muerte. Su ideal lo representa co­
mo «morir toda su familia juntos y cogidos de la mano, sin que
entrara en su vida ningún extraño». Pensaba que si moría de ni­
ña, con todos, no quedaba sola, pero «al crecer quedó sola».
Habla de que restringió los afectos, «los asfixió», y siente cul­
pa por no poder querer a nadie nuevo. En este momento piensa
Yo BUSCABA COMPAÑÍA PARA LA MUERTE
15 1
en «su rebelión contra la muerte», porque «para morir se tiene
que haber vivido». Relaciona la muerte con el miedo a perderse y
asocia el cariño con la muerte. Dirá que su expresión de cariño
es infantil: «Yo sigo, como de pequeña, jugando a ser la predilec­
ta de mi padre y de mi madre. Soy la más cariñosa pero me se­
pulté en vida, mi dedicación no dejaba sitio para que yo me rea­
lizara fuera del ámbito familiar».
Esto la llevará a plantearse una alternativa: «Que esté muerta y
no lo sepa» o «que esté muerta y lo sepa». En esa misma sesión
precisa: «En realidad debe ser que yo internamente sé que estoy
muerta y hago lo posible para que no se note. En casa no podía evi­
tar que me vieran mal, pero fuera inventaba cualquier cosa con tal
de que no se notara». Concluye que identifica la muerte con la ca­
sa. A partir de aquí desarrollará lo que llama «su entramado». Dirá
que «la vida fuera de casa no es cierta, es de broma», y que «las os­
curas intenciones son su enigma». Para ella se trata de «ocultar in­
tenciones que siempre buscó ocultar, incluso ante sí misma».
El enigma lo desvela del siguiente modo: «Yo soy un vampiro
que me alimento de las vidas de los demás para simular que ten­
go vida». Siente que ahora los demás conocen su mentira. Que se
alimenta, como muerta, de gente viva. Concluye: «A mí no me
puede pasar nunca nada porque estoy muerta. Soy una gran
tramposa que borro pistas».
A partir de este momento (habían transcurrido ocho meses
desde el inicio de la cura), proseguirá su análisis en el diván y pa­
sará a primer plano el trabajo sobre lo que ha determinado sus
elecciones de pareja. Los sitúa en la serie de la gente a cuidar. «A
la gente que quiero cuidar la infantilizo y la convierto en seres in­
defensos».
De su primera pareja dice: «Tenía, conmigo, muy bien atendi­
do el sector servicios , el problema es que eso no es una relación
de pareja sino una ONG». Sin embargo, comienza a saber que
esa era su forma de instrumentalizar y utilizar a su pareja, que
«su generosidad era calculada». De su pareja actual dice que, co­
mo la cuestiona, no lo puede infantilizar.
Depura en qué consisten sus intentos de «romper con la
muerte». Lo formula así: «Yo salgo de la muerte escandalizan-
152
LAS RELACIONES DE PAREJA
do». Escandalizó saliendo con su primera pareja («un elemento
de cuidado») y, también, saliendo con su actual pareja ya que
«ninguno de los dos cuadraba en el entorno familiar». De esto
dirá: «Yo me construyo y me destruyo. De hecho, cada vez que
parece que termina la relación yo quedo en paz y digo que sólo
quiero un poco de paz. Pido que me dejen vivir que, en realidad,
es morir. Esa paz es la casa, esa paz es la muerte. Ahora, que sé
cómo opera, quiero vivir y que suenen todos los despertadores».
Se pregunta por qué siempre le obsesionó la soledad y le
atrajo la gente solitaria. Lo asocia con que su padre fue huérfa­
no de madre desde pequeño. Luego, con dieciocho años, vino
para Galicia. Iba, todos los días, a la estación del tren para ver
cómo salían los trenes hacia su ciudad (de la España interior) .
Esto le devuelve una imagen de su padre como desasistido; lo
mismo que su primera pareja, cuyos padres estuvieron emigra­
dos durante su niñez; lo mismo, también, que su actual pareja,
que está solo en la ciudad. Concluirá que siente predilección
por los solitarios porque ella está sola y camina hacia la soledad:
«Busco a los desprotegidos, solitarios, castigados por la vida,
porque yo soy eso mismo».
Su padre siempre le dijo, al igual que su abuelo, que ella los
cuidaría de viejos. Cuando veían fotos de las vacaciones, comen­
taba que a él no le importaba envejecer pero que le gustaría que
los niños fueran siempre pequeños. En esta demanda paterna, de
que no creciera y lo cuidara, encuentra la explicación de que su
padre no fuera exigente con ella ante sus resultados escolares de­
sastrosos durante su bachillerato. Ella «sólo tenía que ser cariño­
sa». Entiende «su empeño por ser pequeña y quedarse en casa»,
así como la renuncia a trabajar en su profesión para «sumergirse
en el negocio familiar que vive como una prolongación de su ca­
sa». Se coloca, así, en la posición histérica de sostener la impo­
tencia del padre.
Su primera pareja era hijo único, con sus padres ancianos y
una tía a los que cuidar. Ya estando en análisis, asiste a una con­
versación en la que alguien destaca que la figura del padre repre­
senta la justicia. Esto le hace pensar que la permisividad de su
padre, que sólo reclamaba cariño, supone una falta al principio
Yo BUSCABA COMPAÑíA PARA LA MUERTE
153
de autoridad. Se pregunta por qué recriminaba a sus hermanos
cuando obtenían malas calificaciones escolares y a ella no.
Entiende que <da casa no es el paraíso donde respiraba sino la
muerte». Considera que su miedo a la muerte y al paso del tiem­
po es porque «estaba fuera de juego, muerta». Cae en la cuenta
de que el tema fundamental de su análisis, su relación con la
muerte, es su único tabú en la vida cotidiana. Percibe que «el en­
tramado» oculta el deseo, que <da trampa» sirve para ocultar el
deseo. Se pregunta qué es lo que desea. Se responde: «Tener una
vida con otra persona y compartir esa vida». Por primera vez re­
conoce que no hay una auténtica imposibilidad de realizar esto,
que no hay una oposición real en su familia y que su imposibili­
dad de elección es neurótica: «La elección es el deseo que se en­
frenta contra el entramado». Ve que su deseo se enfrenta a «La
misión» fundamental de quedarse en casa cuidando de sus pa­
dres y entiende que eso es la esterilidad. Dice: «Los niños que
mueren son ángeles con su familia asignada para proteger». Con­
cluye: «A mi no me mató nadie, me asesiné yo. La misión no son
ellos, soy yo que me alimento de los demás para estar viva».
De sus parejas habla como «la búsqueda de la persona que la
ayude a romper». Por eso no sirvió el primero, «porque era un
escándalo cutre». Por eso dice estar con su actual pareja, buscan­
do el escándalo, para salir de la muerte escandalizando. Siente
que busca que la echen de casa: «Busco una persona que no cua­
dre en casa, que me expulse de la muerte y me separe de mi pa­
dre».
Estamos en el momento de su análisis que coincide con la
muerte reciente del poeta José Ángel Valente, autor que siempre
le gustó (valente, significa valiente en gallego). Destaca, de su
obra, el siguiente poema:
CANCIÓN
PARA FRANQUEAR LA SOMBRA
UN D ÍA nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño.
Vendrán a ti mis ojos y mis manos
154
LAS RELACIONES DE PAREJA
y
estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al otro lado de la sombra del sueño.
]OSÉ ÁNGEL VALENTE,
Interior con figuras
Define este poema como un poema mortuorio. La sombra es
el sueño que se puede franquear hacia la vida o hacia la muerte.
Hablando de esto dice: «Yo buscaba compañía para la muerte» y,
a continuación, recuerda unos versos, del soneto de Quevedo ti­
tulado Amor constante más allá de la muerte, que le llamaron po­
derosamente la atención cuando los escuchó, cursando 2° de
BUP, lo que la llevó a buscarlos en la obra del autor. Evoca estos
versos del siguiente modo: serán cenizas, pero serán polvo enamo­
rado. Más tarde comprobé que, en realidad, la paciente hace una
condensación de los versos del último terceto del soneto, que di­
cen así: su cuerpo dejará, no su cuidado,/ serán ceniza, mas tendrá
sentido,/ polvo serán, mas polvo enamorado. La paciente asociará,
con estos versos, que ella siempre ocultó a quien quería. Yo le re­
cuerdo, en ese momento, las cenizas en el armario.
En la sesión siguiente dirá: «En el armario, las cenizas inter­
preté que eran yo. Entonces utilizo a M. (su pareja) para no estar
sola en la caja. Yo, con la persona que quiero, me aparté y M. es
copartícipe de que nos apartemos. Sigo encerrada, salgo de un
encierro y me meto en otro. La muerte está siempre. Yo vi a mi
abuela siempre sola, sólo acompañada por el hijo que se le mu­
rió. Yo era el niño. Si mi abuela muere, yo me desintegro».
De este modo, la paciente se aproxima a cernir su pareja
esencial: la muerte. Lo que no puede dejar de resultar llamativo
para su analista, que lo fue también de su pareja.
Más allá del Edipo, que determina los rasgos de su elección
de pareja como hombres solitarios y desvalidos, se dibuja su par­
tenaire síntoma tal como lo ha desarrollado Jacques-Alain Miller.
Se trata de su relación con el goce, lo que la determinaba a bus­
car en el Otro lo más íntimo de sí misma, sin saberlo. El goce de
realizarse como muerta, estigma que extrae de su relación con el
Otro fundamental que escondía su objeto, su bien más preciado,
-
Yo BUSCABA COMPAÑÍA PARA LA MUERTE
155
las cenizas, el polvo enamorado, en el armario. Así aparece la
muerte unida al deseo más radical. Esta mujer goza del amor ba­
jo la forma de ser amada por muerta y, en su partenaire, elige su
síntoma.
Un apunte más, extraído del caso de su pareja. Se trata de un
sueño crucial de la infancia de este hombre que él siempre recor­
dó: «Me levantaba un día, acudía a la cocina y mi madre, severa,
abría los armarios y aparecían huesos y calaveras. Su rostro era
impasible. Yo sentí pavor». En este caso no se trataba del niño
más deseado por muerto. En ese sueño los huesos y las calaveras
son él mismo, indican su lugar incierto en el deseo del Otro, al
no llevar la marca del significante de la vida, el falo. La diferencia
es estructural, la neurosis de una, la psicosis del otro, en este ca­
so hacen pareja. Esperemos que, análisis mediante, no dé lo peor,
ya que la ganancia en saber sobre lo real, que determina a la pa­
ciente, no es sin consecuencias y se producen cambios.
La ruptura con su primera pareja, más teórica que real en un
inicio, se hace efectiva. Valora, en su actual pareja, que cuestionó
desde el inicio su dependencia familiar y no le permitió que lo
infantilizara y deshizo «SU entramado». Por primera vez en su vi­
da comienza a viajar con un hombre y a pasar noches fúera de su
casa. Acepta hacerse fotos con él, cuestión que rechazó siempre,
y deciden la compra de un piso en común. No sin dificultades,
presenta a su pareja a su familia, comprobando, para su sorpresa,
que es aceptado sin grandes problemas. Hace pública la relación.
Siente que comienza a llevar mejor su vida y que «vive el espacio
de su casa cada vez más ajeno», ausentándose paulatinamente de
ella para estar más presente en la de su pareja.
Su análisis está en curso.
El partenaire elemental
Xavier Esqué
¿ Qué nos puede enseñar un sujeto psicótico sobre las relacio­
nes de pareja?
¿ Hay algo de distinto en la estructura de la pareja-síntoma
por el hecho de que un sujeto no disponga del recurso del Nom­
bre del Padre?
¿Cómo se las arregla con el amor, el deseo y el goce un sujeto
que no ha accedido a la significación fálica y para quien por tan­
to los semblantes no funcionan?
Son algunas de las preguntas que el analista se formuló en
los dos años de una experiencia en curso con un sujeto psicó­
tico.
Un buen encuentro
La Sra. B. tuvo la fortuna de encontrarse con un analista en
una institución de salud mental, un lugar donde cada vez más, en
nuestro ámbito, cuesta encontrarlo.
La Sra. B. había sido ingresada pocos meses antes de este en­
cuentro en un hospital psiquiátrico tras el desencadenamiento de
su psicosis. Llevaba tres meses en régimen ambulatorio atendida
por un psiquiatra, y si bien su cuadro agudo y la angustia habían
cedido con el ingreso y los neurolépticos, su posición subjetiva
seguía prácticamente intacta a la del primer día del ingreso psi­
quiátrico: extrema reticencia, no podía hablar por temor a perju­
dicarse ella misma o a su familia. Es decir que el núcleo delirante
de que alguien, un hombre, la quería matar, seguía intacto. A ello
había que añadir, como efecto de la medicación y de lo cual la
paciente se quejaba con especial énfasis, una imposibilidad para
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
157
pensar y un fuerte efecto depresivo que desembocaban en un
pensamiento suicida reiterado.
Todo ello hizo pensar a los profesionales que la atendían que
el cuadro psicótico evolucionaba hacia el deterioro neuropsico­
lógico. Pero la paciente hizo «un Parkinson farmacológico»
reactivo a los neurolépticos y cambió su suerte. Las pruebas neu­
rológicas consiguientes confirmaron el cuadro de hipocinesia
probablemente secundaria a los neurolépticos.
Fue en esta coyuntura que la paciente solicitó «ayuda psicoló­
gica» y por parte del psiquiatra hubo un pedido al analista para
que interviniera.
El analista se encontró con un sujeto en posición de enfermo,
objetalizado, reticente, sumamente desconfiado. Se trataba en­
tonces de iniciar un trabajo por medio de la palabra que restitu­
yera la dimensión del sujeto, tratando de sustituir el proceso psi­
cótico por un proceso de significación. Lo que implicaba estar
dispuesto a acoger y considerar con el mayor respeto el trabajo
subjetivo, guiados por la ética del bien decir. Poner énfasis en la
dinámica inconsciente y en la singularidad de la psicosis del suje­
to en contra de los supuestos déficit del pensamiento.
Siguiendo esta orientación apuntamos a que el trabajo des­
plegado a partir de la palabra, es decir, la movilización signifi­
cante y el investimiento libidinal que conlleva, posibilite al suje­
to la construcción de una significación más o menos adecuada a
lo que le ocurre, de tal manera que consienta vivir en el lengua­
je, o lo que es lo mismo, de manera compatible con la vida so­
cial.
La pareja de los padres
Las primeras palabras del sujeto dirigidas al analista fueron
dedicadas a la pareja de los padres. Unos padres que se separa­
ron muchas veces antes de hacerlo definitivamente. Por esta ra­
zón la educación de los hijos había transcurrido mayoritariamen­
te en internados religiosos, en contra de la voluntad y la
ideología del padre.
158
LAS RELACIONES DE PAREJA
La madre, que provenía de una familia burguesa, era una mu­
jer culta pero obtusa, rígida y dominante. Siempre trataba de im­
poner autoritariamente sus criterios. Ella poseía «la espada» y
con ella trataba de influir en la vida de los demás: primero tra­
tando de cambiar a su marido, luego manipulando a sus hijos. En
el momento del nacimiento de la Sra. B., un hermano dos años
mayor contrajo una seria enfermedad que requirió durante bas­
tante tiempo toda la atención de la madre. En opinión de la Sra.
B. su madre era de una exigencia feroz: «Una mujer que pedía
demasiado por lo po éo que daba».
El padre, en cambio, de origen humilde, fue para la Sra. B.
«un ídolo», un intelectual de izquierdas comprometido hasta el
fin con la causa, «un socialista genético» que trató de transmitir a
sus hijos que debían estar dispuestos a perder sus derechos para
ayudar a los demás. Fue «un gran pedagogo», les decía que lo
único que les iba a dejar como herencia era «un meridiano políti­
co» que les serviría para analizar las cosas que ocurrían en el
mundo.
Nos encontramos, entonces, con la versión del Uno del pa­
dre, el que no transmite la ley sino que se confunde con ella,
aquel que es incapaz de introducir el punto de capitón necesario
para detener la deriva significante.
Para la Sra. B. su padre, que fue asesinado al igual que una de
sus hermanas en los años de dictadura de un país latinoamerica­
no, de alguna manera vive aún en ella, incluso habla con él. . . Ella
se pregunta qué es lo que haría él en tal o cual situación . . . Para
ella sigue siendo su «guía».
En cambio para la madre de la Sra. B. su marido fue «un sin­
vergüenza» irresponsable que además le era infiel, cuestión a la
que esta última nunca dio crédito.
La Sra. B. considera que por su intolerancia y rigidez la ma­
dre fue la causante de la destrucción familiar, la perseguidora, la
que en determinados momentos de su vida encarnó la maldad
para ella: «un demonio» de mujer.
Un sueño reciente refleja, no obstante, con mayor precisión
esa «historia edípica»: siendo pequeña y encontrándose en el co­
legio interna acudían a visitarla los padres. Los divisaba en un
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
159
pasillo larguísimo. Corría hacia el padre que la recibía con los
brazos abiertos, corría hacia la madre y por mucho que «corría,
corría y corría» nunca llegaba a alcanzarla.
La pareja del amor
A los dieciocho años la Sra. B. salió de casa para independi­
zarse. Volvió circunstancialmente unos años más tarde para pasar
los últimos meses del embarazo de su primer hijo. El padre de su
futuro hijo, un joven estudiante, discípulo y admirador del padre
de la Sra. B., murió trágicamente en un accidente durante el em­
barazo de su compañera, sin ésta saberlo. La Sra. B. culpó a su
madre de haberle ocultado los hechos hasta después del parto, lo
que consideró una flagrante intromisión en su vida y una clara
muestra del estilo invasor de su madre. La Sra. B. pasó los últi­
mos meses del embarazo sin entender qué ocurría. Relató, sin
poder dar mayores precisiones, que estos acontecimientos la su­
mergieron en una fuerte depresión.
A los pocos meses del nacimiento de su primer hijo conoció
al que pronto sería su marido y padre de su segundo hijo. Tam­
bién era un hombre del círculo del padre, en esta ocasión se tra­
taba de un buen amigo del padre. Esto último, junto con la opo­
sición de la madre, fue una garantía para ella. Estaba muy
enamorada, era un hombre bueno, compañero y dispuesto a ser
el padre de su hijo, alguien con quien podía compartir las mis­
mas inquietudes políticas y sociales.
El trabajo del marido, no obstante, comportaba frecuentes
viajes que ella toleraba muy mal: se sentía sola. Ella lo amaba con
locura, cuando regresaba de sus viajes todo se detenía para ella.
En éstas llegó a su país la brutal represión, la desaparición de
su padre, la de su hermana y tantos otros compañeros. Tuvieron
que salir corriendo del país. En estos momentos se encontró
completamente «disociada».
Ya en España los viajes del marido continuaron y se hicieron
cada vez más insoportables para ella; a los momentos de soledad
se añadía la difícil integración. Ella tenía la sensación de que él
160
LAS RELACIONES DE PAREJA
siempre se estaba marchando, cuando por otra parte reconocía
que él era un hombre muy racional, que se hacía cargo de todo lo
material y que siempre tenía solución para todos los problemas .
Por ejemplo, si ella se sentía mal y él se encontraba en el extran­
jero, le decía que tomara el primer avión y se reuniera con él.
Ella lo amaba, pero también le advertía que un día lo iba a dejar,
que no iba a aguantar más sus partidas.
En esta coyuntura surge el llamado desesperado al amor pro­
pio de la forma erotomaníaca. A la Sra. B., para presionarlo, pa­
ra retenerlo, se le ocurrió, mediante una carta, fingir la relación
con un amante para que el marido la descubriera. Cuando tras el
correspondiente enredo ella le confesó la verdad, él no se la cre­
yó. Para ella fue una «humillación».
Ella dijo «basta», y pese a amarlo, pese a reconocer que se
trataba de un hombre encantador, no pudo volverse atrás. La pa­
labra sirve para algo, decía, y ella tenía que estar a la altura de su
palabra, tanto más cuando él no la veía capaz de ello. Al final, él
trató de rectificarse pero ya era demasiado tarde.
La experiencia elemental de perplejzdad
El trabajo analítico orientado en la estructura que apuntó
desde el inicio a ubicar el fenómeno elemental no tardó en pro­
ducir sus primeros efectos terapéuticos.
Fue así como se aisló un fenómeno elemental que tuvo lugar
muchos años atrás, cuando la Sra. B. estaba embarazada de su se­
gundo hijo. Se encontraba en casa, sola, en el baño, leyendo en el
periódico la noticia del asesinato de Sharon Tate por un grupo
satánico liderado por un tal Manson. En ese instante se fue la luz
y quedó presa del terror, sentada en el baño sin poder moverse y
saliendo el agua de la bañera sin parar... Había visto la figura de
Jesucristo o Manson por la ventana perforando la realidad. Los
vecinos de abajo, cuando vieron caer el agua por el techo, subie­
ron a rescatarla.
Escena que muestra cómo el goce rechazado retorna en lo
real por medio de la alucinación. Tras la experiencia enigmática
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
161
de perplejidad concluyó con la significación absoluta de que al­
guien la quería matar. Ninguna duda acerca del punto de certeza
inquebrantable y del carácter xenopático, intrusivo, en el origen
del fenómeno. El significante en lo real impuso su certeza sin
mediación.
Debemos subrayar la prevalencia del objeto escópico como
objeto de goce en el caso, de ahí que el sujeto se sienta vigilado,
observado, perseguido. Un objeto que al no estar conectado a la
función fálica aparece por la vía de «lo maléfico».
El partenaire elemental
La Sra. B. tras la separación del marido salió adelante, modes­
tamente, con mucho trabajo y sacrificio. Finalmente, tal como a
ella le gustaba decir, sus orígenes por el lado paterno no habían
sido otros que los del humilde trabajador. Su identidad sustenta­
da en el ideal de excepción en un mundo donde para ella prima­
ba, por encima de todo, «lo material» ocuparía de ahora en ade­
lante y más que nunca el lugar del Nombre del Padre. Fue así,
sola, como sacó adelante su vida y la de sus hijos durante muchos
años. De hecho, su lazo social durante este tiempo se limitó prác­
ticamente a los sucesivos trabajos que fue realizando y a una rela­
ción estrecha con una pareja de vecinos.
Hasta que unos meses antes de su desencadenamiento cono­
ció a un hombre en un país extranjero durante la visita a un mu­
seo, lugar de privilegio para el objeto mirada. Fue una atracción
física y sexual que jamás había experimentado, nunca había sido
su estilo. Lo que podría haber sido una aventura «loca» pero
puntual, limitada a ese único fin de semana, se alargó durante va­
rios meses debido al gran interés que su partenaire demostró por
ella, desplazándose en múltiples ocasiones desde un país extran­
jero para reencontrarla.
Era un hombre atento y delicado, pero para ella no había
amor, era alguien que pertenecía a otro mundo ideológico, a
otra historia. La Sra. B. no entendía lo que pasaba, cómo una y
otra vez consentía a un tipo de relación que estaba en contra de
162
LAS RELACIONES DE PAREJA
sus ideales. Era algo del orden de una verdadera experiencia
enigmática.
En esta ocasión la brújula del padre, «el meridiano» del pa­
dre, por no incluir la significación fálica hacía muy problemático
el encuentro con el Otro sexo. Y esto era así, en esta ocasión,
porque este hombre en tanto partenaire elemental no era como
los demás hombres del padre, sino que a través de este hombre
se encontraba confrontada de manera directa y radical al Otro
sexo, y todo ello sin el auxilio del amor.
Fue así como en el curso de esta relación se constituyó para
ella un síntoma sexual: la Sra. B. no podía «llegar al final». Si a
veces con sus otros partenaires había sucedido algo parecido,
nunca tomó para ella el carácter de síntoma porque estaba el
amor. Sin embargo, en esta ocasión este «no poder llegar al final»
adquiría un peso y una consistencia inéditas.
En la actualidad ella cree que estuvo utilizando a su nuevo
partenaire para tratar de superar, precisamente, este síntoma: «Lo
buscaba aún sabiendo que iba a fracasar». Más que tratándolo de
superar lo que vemos es que ella trabajaba para su constitución:
introduciendo la repetición que es consustancial a la estructura
del síntoma.
Acabó siendo, sin embargo, para ella «una relación maligna»
y decidió cortar. Fue a partir de este corte que pudo decir: «No
soy la misma . . . sexualmente». El síntoma se había constituido.
Al poco tiempo fue a consultar a un sexólogo: un hombre que
de entrada le inspiró gran desconfianza, alguien que en posición
de amo tuvo un efecto de forzamiento y que probablemente a
partir de la intrusión significante hizo surgir el objeto indecible
de la obscenidad y el goce, constituyéndose en perseguidor.
En este momento se «rompió», se soltó el punto de basta que
abrió y dejó al descubierto el agujero forclusivo que venía soste­
niéndose de forma precaria en los últimos meses. Ella recuerda
que antes del desencadenamiento había tenido ya en varias oca­
siones la sensación de que «el suelo temblaba», signo previo de
la abertura del abismo.
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
163
Hacerse un oficio
A raíz de la enfermedad de la Sra. B., su ex marido volvió a
aparecer en escena, reanudando de forma mucho más estrecha,
como amigos, su antigua relación. En esta coyuntura su ex mari­
do le pidió casarse otra vez con él. Ella, como antaño, no tenía
ningún reparo en reconocer que era un excelente tipo por el que,
además, sentía una especial ternura, pero seguía sin poder sopor­
tar de él su espíritu práctico, lo fácil que hacía las cosas, su lado
materialista. Ella no estaba dispuesta a ceder, puesto que no se
considera de ninguna manera «una mujer al uso».
A través de esta formulación podemos ver muy bien cómo el
sujeto no se ubica en la serie de las mujeres sino que encarna el
significante de la excepción.
De todas maneras la relación con el ex marido volvió a estre­
charse y, gracias a su intervención, la Sra. B . consiguió hacerse
«un oficio». Instruida por un experto la respuesta y habilidad de
la Sra. B. llamó la atención de propios y extraños, lo que en la ac­
tualidad le permite ganarse la vida con cierta comodidad.
Con el ex marido mantiene una relación de excelente compli­
cidad, aun cuando ella, de vez en cuando, le debe recordar que
no debe hacerse ninguna ilusión. Si en ocasiones han asistido
juntos a alguna fiesta o ella lo ha acompañado a una visita impor­
tante al médico, si en algún momento surge el menor malenten­
dido que los coloca en posición de supuesta pareja para el otro,
ella salta inmediatamente para poner las cosas en su lugar.
Actualmente tiene otro pretendiente. Esta vez ella está enamo­
rada pero, al llegar a un punto donde no podía aplazar por más
tiempo la relación sexual, tuvo que rechazarlo. Continúan viéndo­
se como amigos, conversan largamente, pero ella no puede en es­
te punto ir más allá. Sería una relación casi perfecta si no fuera
por su «tara», una tara que, por primera vez, confiesa que viene
de lejos. Desde la pubertad fue consciente de que los demás te­
nían una actitud mucho más decidida que ella respecto al sexo.
Por otra parte, la Sra. B. no soporta que las cosas le vayan
bien del todo, no quiere «una vida regalada», esto le genera una
terrible desconfianza e inquietud. ¿Por qué ella debería estar
164
LAS RELACIONES DE PAREJA
bien cuando hay gente que sufre y que no puede? Índice de que
en el fondo y debido a su posición subjetiva tiende a identificar
el goce en el lugar del Otro, haciéndose su víctima en lo real.
El analista como partenaire
La solidaridad sigue siendo «la columna vertebral» de la Sra.
B. También aparece el desprecio por lo institucional y la falta de
respeto por la ley. Está convencida de que todo está hecho para
encorsetar, para oprimir y hacerla claudicar. Ella no puede ser
«uno más», considera que la vía de la comprensión nunca sirvió
de mucho y que deberá seguir siendo radical «hasta el final».
La clave, en mi opinión, se encuentra en este «hasta el final»,
el «no poder llegar hasta el final» que el síntoma viene a localizar,
a circunscribir y que debe actuar de freno al goce deslocalizado y
mortífero que aparece identificado en el lugar del Otro.
No llegar hasta el final es también tal como muestra el sueño:
no alcanzar a la madre, es decir, no encontrar en ella el deseo de
muerte que, en algunos momentos de caída y al borde del suici­
dio, se le había revelado a la Sra. B. cuando decía, «el mejor rega­
lo que podría hacer a mi madre sería suicidarme».
Se trata, entonces, desde mi punto de vista y siguiendo la es­
tructura, de preservar el síntoma, de no levantarlo, incluso de im­
pedir que la Sra. B. acuda a otros sexólogos en busca de solu­
ción. Lo importante es que este síntoma anude de alguna manera
lo que la significación fálica, en el caso de que la hubiere habido,
anudaría de otra manera. De algún modo ésta es la garantía de
que la Sra. B. no va a encontrar El hombre, en el sentido que La­
can lo plantea: que solamente en la psicosis una mujer puede en­
contrar El hombre. Una forma de expresar lo que es el empuje a
La mujer.
La Sra. B. está resueltamente decidida a no tener más relaciones
sexuales hasta que no haya solucionado su síntoma, un «no poder
llegar hasta el final» que aparece como sentido gozado. Para ella se­
ría una humillación estar en la cama con alguien que ama sin ser
«una mujer al ciento por ciento», sin ser «una mujer completa».
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
165
Posición del analt"sta
Ella, que no es una mujer al uso, ¿qué uso hace del objeto
analista?
Esta primera consideración ya es un primer aspecto favorable
a la instalación del dispositivo analítico. La posición de objeto
con que la Sra. B. se presentó de entrada al analista nada tiene
que ver con su posición actual. Actualmente es el analista quien
encarna la posición de semblante de objeto.
En este sentido, recientemente la Sra. B. dijo algo al analista
que le sirvió a éste de referencia y confirmación de que no debía
estar ubicado en una mala posición. La Sra. estaba preguntándo­
se acerca de su continuidad en el tratamiento, pensaba que ya
podría perfectamente continuar sola, pero a la vez manifestaba
que por su posición subjetiva -de ir siempre más allá de lo que
ve, más allá de lo que escucha y más allá de lo que lee, mientras
que «la gente cada vez ahonda más en la tontería>>- se está que­
dando bastante sola.
Aunque en realidad parece que su soledad, de alguna manera,
debe ser mostrada socialmente al mundo, es una soledad que no
puede prescindir del lazo social. Ella está dispuesta a pagar el
precio de la soledad en aras de su coherencia, pero no quiere
quedarse aislada hasta perder la curiosidad por saber. Así lo
plantea. Considera que en el análisis puede tratar cosas que no
podría hablar en ningún otro lugar. Aunque, a continuación, aña­
de que «no lo puede decir todo» porque intuye que alguna de
sus razones ideológicas podrían «chocar» con las del analista.
Mejor así, pensó el analista. Ello no es más que otra versión
del «no poder llegar hasta el final», de no poder decirlo todo. Se
trata, entonces, en mi opinión, de introducir y mantener esta di­
mensión del no-todo. De esta manera la Sra. B. no será la mujer
que falta a los hombres sino una mujer sintomatizada.
Quedan así sorteadas, en la misma transferencia, la pendien­
te a la erotomanía y a la persecución que se dan en el sujeto psi­
cótico.
166
LAS RELACIONES DE PAREJA
CONVERSACIÓN
Hebe Tizio: Pasamos, entonces, a los dos casos siguientes de
este día de trabajo intenso. Tenemos el caso de Manuel Fernán­
det Blanco, «Yo buscaba compañía para la muerte», y el caso
que presenta Xavier Esqué, «El partenaire elemental».
]acques-Alain Miller: En esta parte encontramos la psicosis en
cuestión. En los dos casos de manera distinta, o bien la partenaire
del psicótico, o bien la psicótica.
Hebe Tizio: La primera cuestión que ha llamado mi atención
es que la mujer que presenta Fernández Blanco es enviada por su
novio que ha sido paciente del mismo analista. Ése es el primer
punto, el segundo es que esta mujer se ha pasado desde los quin­
ce a los veinticinco años sepultada en su casa.
]acques-Alain Miller: Eso lo dice en un primer momento, pero
lo que se descubre, finalmente, es que ha pasado en su casa de
los quince a los treinta y cuatro, hasta venir a Fernández Blanco.
Es decir, son diecinueve años en la casa y uno se pregunta qué
hacía hasta los quince, porque hasta los quince es normal estar
en la casa de los padres. Estaba en la casa de los abuelos mater­
nos.
Manuel Fernández Blanco: Sí, hasta los ocho o nueve años en
que se mudan a la casa de los abuelos maternos.
]acques-Alain Miller: Es realmente una mujer atada al hogar,
ha:sta tal punto que hasta los treinta y cuatro años nunca había
dormido fuera de la casa familiar. Esto no se encuentra frecuen­
temente, es una cosa impresionante.
Hebe Tizio: Es verdad, llama la atención este tiempo de encie­
rro en la casa, pero lo interesante es ver lo que hace allí, porque
no estaba todo el día mirando televisión. Hay varias cosas que
ella hace en ese tiempo: primero, se acompaña del objeto oral
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
167
positivizado, lo que llama «una cierta bulimia». Segundo, realiza
lo que llama «sus misiones». Estas misiones son asistir al padre,
asistir al hermano y a la madre a la que llama «la nena». Pero
tampoco está totalmente recluida en la casa porque esta mujer
estudia filología y sí, efectivamente, rechaza un trabajo para tra­
bajar con el padre.
A los veinticinco años tiene su primera relación de pareja, di­
ce ella, «para no quedar recluida», pero busca un hombre que no
la saca de su casa y toma esa relación como una nueva misión, es
decir, cuidar a este hombre también con dificultades.
]acques-Alain Miller: La salvadora de los hombres, después
del bombero salvador de las mujeres.
Hebe Tizio: Porque este hombre la necesita, y lo interesante
es que los problemas de esta relación comienzan cuando él le ha­
bla de matrimonio; es decir, los problemas comienzan cuando
supuestamente la podría sacar de la casa. Esta mujer plantea co­
mo tema principal la muerte.
]acques-Alain Miller: La diferencia es que el bombero quería
salvar a las mujeres que no eran de la familia, mientras que ella
quiere salvar a los hombres de la familia, incluido el novio. Quie­
re salvar a los hombres conocidos, mientras que el bombero está
por las desconocidas. La cuestión es que no existen bomberas,
quizás hubiera dado algo así.
Manuel Fernández Blanco: Ésta lo es un poco.
Hebe Tizio: Ahora viene la serie de los armarios. Esta mujer
plantea como tema principal, en sus palabras, el tema de la
muerte, tema que remite a su abuela materna que guarda las ce­
nizas del niño muerto en el armario. Niño muerto por asfixia. Si
bien no es la enfermedad, es el rasgo que ella recorta. Me parece
interesante ver cuál es realmente la dimensión de la muerte que
se juega aquí, porque ella, de alguna manera, la va a ir explicitan­
do cuando remite al episodio infantil: perderse de su madre.
168
LAS RELACIONES DE PAREJA
Aquí ella hace una primera versión del niño muerto, niño perdi­
do, y se interroga si no es este punto lo que la ha llevado a ocu­
parse de la gente sola y desvalida. En este punto sale un hilo que
remite a la historia del padre, un niño abandonado, etc. Es decir,
que aparece el tema de la muerte como dejar de existir y la rela­
ción de este punto al Otro, y también sale un hilo sobre el miedo
a la oscuridad, el punto de desprotección que allí aparece.
Fernández Blanco establece en el texto una relación entre lo
que él sabe, para decir así, de la pareja de esta mujer y lo que es­
ta mujer señala, la diferencia que existe de uno y otro lado. Esta
mujer, que se define como tramposa -y esto no es nada despre­
ciable en la historia- da una interpretación del lado del amor en
este punto donde Fernández Blanco nos ubica el poema. Es de­
cir, donde en ese poema aparece el tema del cuidado y el sentido
dado a las cenizas como polvo enamorado. En este punto cono­
cemos la historia de este hombre, conocemos su psicosis, pero
ella da dos versiones de esta cuestión: por un lado, que este
hombre la saca de la familia pero, por otro lado, da una defini­
ción tal vez más precisa del tema cuando habla del encierro en la
relación con este hombre. Hay un punto aquí que tal vez se po­
dría aclarar.
Jacques-Alain Miller: Sí, me parece que hay algo extraordina­
rio en este caso, al igual que en los otros. Podrían ser casos de
referencia cada uno. Este caso puede serlo por la radicalidad de
lo que nos presenta. Vamos a pedir a Fernández Blanco si puede
introducir matices, pero tal como lo presenta es una cosa que no
se encuentra. Hemos descrito la vida de esta señora, a sus trein­
ta y cuatro años. ¡ Algo extraordinario ! Todo en la casa: sale, es­
tudia, etc., pero todo en la casa. Y encontramos aquí un hecho
masivo, determinante, simple, para toda su posición subjetiva.
En este caso el mérito no está en las ambigüedades, la compleji­
dad, los matices, las inversiones, las anamorfosis del caso: que si
se lo mira de un lado parece neurosis obsesiva, del otro lado psi­
cosis, homosexualidad, histeria . . . En este caso hay un significan­
te, un objeto que concentra a la vez lo simbólico, lo imaginario y
lo real, todo en uno, y que se ha instalado en la vida de esta per-
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
169
sona y la determina sin ninguna otra determinación fundamen­
tal, como aplastando todas las virtualidades de una personalidad
humana.
Realmente no parece una psicosis. Pero no parece tanto una
neurosis como una fijación que le da más que un Nombre del
Padre, le da un principio organizador del mundo y ese princi­
pio es la urna. La abuela materna, tan importante, que ha emi­
grado, vuelve con las cenizas del hijo muerto. Instala eso en el
armario y ahí condensa el amor, el goce, el deseo, todo. Y la pe­
queña, la nieta, que es la paciente, está referida a la urna del hi­
jo muerto de la abuela. Se instala ahí, dice que descubre en el
análisis que está muerta desde siempre. La rectificación subjeti­
va, diremos, ocurre en el momento en que dice, finalmente:
«Yo me asesiné», con esta urna. Es impresionante por la con­
centración, tal como lo presenta Fernández Blanco; podemos
preguntar si hay otras cosas pero su vida está tomada en este
objeto maligno, tal como surge la palabra «relación maligna» en
el caso de Esqué. Ese objeto maligno, esta radiactividad malig­
na ha capturado todo su ser. Eso lo he encontrado en otros ca­
sos, donde un objeto especial de los padres da la sensación de
haber concentrado inicialmente la libido, la imaginación, el de­
seo, etc. y resulta muy difícil sacar a un sujeto de la prevalencia
de un objeto. En comparación, felizmente, están los hermanos,
las rivalidades, etc. Pero en este caso no hay esa multiplicidad
de objetos, sino este objeto maligno, prevalente, único. Es un
objeto de identificación total de su ser que se repite en los sue­
ños. Sueña con eso en el momento en que se va a dormir. Des­
de pequeña considera el dormir como un entierro. En fin, al
leer todo el caso parece una sola metáfora que ha invadido toda
la vida, consciente, inconsciente, de los sueños, de la interpreta­
ción de su actitud.
No sé si estoy exagerando, pero es extraordinario que entre
todos los hombres de la Tierra, o de Galicia, ha encontrado a un
señor que se define como «nací muerto». Ha podido hacer pare­
ja con un sujeto psicótico cuya divisa es esa frase. En el momen­
to en que ella se sacude como puede del peso de la urna, encuen­
tra a este señor -si hubiéramos podido elegir una pareja para
170
LAS RELACIONES DE PAREJA
ella, tendría otro sentido- en Galicia, y dice: «Es el hombre de
mi vida». Esto nos llevaría a creer en el destino.
Hebe Tizio: Tenía una pregunta con relación a la pareja del
psicótico. Me preguntaba cómo funcionaba lo simbólico en esta
mujer, porque no la veía como una psicótica sino con una dificul­
tad de lo simbólico, con un peso tal que era literal. Con esta cues­
tión que funciona literalmente, no da para moverlo. Está muy pe­
gada a eso. No sabía cómo plantearlo, lo veía, más bien, como
una «literalidad». En todo caso, es una metáfora con un peso tan
bestial que impide la metaforización, si se puede decir así.
]acques-Alain Miller: La otra solución es no creerla. Es pen­
sar que exagera todo esto para finalmente quedarse con el pa­
dre, como sirviente del padre. Eso queda para la discusión. Otra
solución es decir: todo eso es una dramatización que ella ha he­
cho, que no estaba muerta para nada, que era muy activa al ser­
vicio del padre, de la familia, sosteniendo a todo el mundo bajo
el pretexto de estar muerta. Es una pregunta que vamos a ver
después.
Hebe Tizio: El caso de Esqué, «El partenaire elemental». Hay
una primera cuestión que llama mucho la atención: unos padres
que tuvieron múltiples separaciones y que, en realidad, no se se­
pararon nunca, salvo en el momento en que el padre muere. Co­
mo si la relación entre esos padres fueran estas idas y venidas en
la separación. ¿Cómo nos presenta al padre y a la madre? El pa­
dre, humilde, un gran pedagogo preocupado en transmitir, no la
gimnasia corporal como el padre de Schreber, pero sí un ideal de
un proyecto político transformador.
]acques-Alain Miller: Era un socialista.
Hebe Tizio: Pero hay socialistas y socialistas.
]acques-Alain Miller: Por supuesto. Gran pedagogo del socia­
lismo un poco utópico.
EL PARTENAJRE ELEMENTAL
171
Xavier Esqué: Un «socialista genético», dice.
Jacques-Alain Miller: ¿Qué significa «genético»? ¿Está en re­
lación con la tradición familiar?
Xavier Esqué: Creo que con ello trata de nombrar algo del or­
den de lo puro, lo biológico, lo nato.
Jacques-Alain Miller: Es curioso. Entre el que nace muerto y
el que nace socialista.
Hebe Tizio: Del lado de la madre, una madre burguesa, un
demonio de mujer. La que tiene la espada. Esto tiene todo su pe­
so porque es fuerte.
Xavier Esqué: Nos ubica la pareja del amor y nos ubica la po­
sibilidad para esta mujer de las elecciones en lo que llama «el en­
torno del padre», discípulos, amigos, compañeros. Hay que decir
que la primera elección de esta mujer es un hombre del entorno
del padre, que muere cuando ella está embarazada. El marido
era un hombre del círculo del padre, en oposición a la madre, y
este punto parece que funcionó bien para esta mujer, fue una
buena fórmula. Sin embargo, los viajes del marido se volvieron
insoportables hasta llegar al episodio, que tiene toda su impor­
tancia: para retenerlo finge tener un amante. A partir de este he­
cho, ella se sentirá humillada y se termina separando.
Jacques-Alain Miller: Para los que no recuerden bien el texto
podemos precisar que todo eso ha sido relatado por la paciente,
una vez ingresada en una institución de salud mental. Es decir,
que todo eso viene después de producido un desencadenamiento
y que, en este momento, usted la encuentra. Ya ha ocurrido el
desencadenamiento y se reconstruye a partir de eso. ¿Está inter­
nada todavía, o ha salido?
·
Xavier Esqué: Cuando yo la encuentro ya ha salido de la insti­
tución psiquiátrica donde tuvo un ingreso de unos veinte días.
172
LAS RELACIONES DE PAREJA
La veo en un centro ambulatorio, después de que el tratamiento
psiquiátrico implementado primeramente no produjera los efec­
tos terapeúticos esperados. Es un caso actualmente en curso, y se
efectúa toda esta reconstrucción en los dos años que dura el tra­
tamiento. Ahora, y desde hace casi un año, ya no toma ninguna
medicación.
Hebe Tizio: Me parece muy precisa la pregunta con la que Es­
qué inicia este texto: ¿cómo funciona la pareja-síntoma en la psi­
cosis? Y este caso da un elemento nuevo, la nueva relación que
establece esta mujer: el partenaire elemental. Para esta mujer, es­
te partenaire elemental implica una atracción sexual nunca expe­
rimentada. No había amor, no era un hombre del padre, y a par­
tir de este punto aparece la construcción de un síntoma sexual:
no poder llegar al final. Esta relación aparece entonces como ma­
ligna y ubica bien -me parece que esto da pie para la discusión­
la instalación de un síntoma, dice: «No soy la misma sexualmen­
te». Sale de este punto con una tara, como dice ella.
Me parece importante este punto donde Esqué toma el «no
poder llegar hasta el final», no solamente referido a la cuestión
sexual sino puesto en relación con el planteamiento de ella de
que el mejor regalo que le puede hacer a su madre es el suicidio.
Y muestra cómo este «no llegar hasta el final» aparece también
en la transferencia como forma de barrar al analista.
Marta Davidovich: Quería preguntar por el caso de Fernández
Blanco. ¿Esta mujer es universitaria? ¿Cómo se organiza esto de
estar en la casa, tan moribunda, y sus estudios? Porque no me
cuadra mucho.
Manuel Fernández Blanco: La reclusión absoluta es alrededor
de los dieciocho años, lo que ella llama la crisis, a partir de que se
inicia la adolescencia, pero que se agudiza a los dieciocho años.
Es diagnosticada de depresión -desde el punto de vista psiquiátri­
co- porque se mete en cama, no sale para nada, es un momento
agudo que dura bastante tiempo. Eso se mantiene, no de ese mo­
do tan agudo porque lógicamente, como se ha señalado, si no, no
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
173
podría haber hecho sus estudios y atendido al padre en sus nego­
cios, pero se mantiene, prácticamente, de los catorce a los veinti­
cinco años, y después sigue bajo esta forma de elegir un hombre
que no la saca de casa. No hay que tomarlo en su literalidad. De
todos modos, y aprovecho para introducir otras cuestiones, esta
mujer, es cierto, es tramposa, pero estuvo sin menstruación desde
los catorce a los dieciocho años. Esto es un síntoma, es decir, que
en el inicio de su adolescencia, cuando tendría que confrontarse
con la elección de goce, con una elección de pareja, con la sexua­
lidad, etc . , hay una reclusión absoluta y total. Me recordaba este
momento un momento anoréxico, a pesar de que no vomitaba y
más bien se daba atracones, porque además de retirársele la
menstruación, se vendaba el pecho, había un rechazo absoluto de
su cuerpo en su valor fálico, en su valor sexual. Con ese vendaje
del pecho casi evoca la figura de una momia, como muerta.
Entonces, me parece que es una mujer que ha hecho un sínto­
ma muy grave en un momento determinado, cuando se trataba
de confrontarse al goce sexual más adulto. Y posteriormente su
síntoma es su vida misma. Totalmente determinada por esa posi­
ción de ser amada como muerta, que es una posición más allá,
porque más acá está esta cuestión que muy bien puede evocar la
histeria típica de sostener a ese padre solo, que va a ver cómo
marchan los trenes hacia su tierra, hacer sus elecciones bajo ese
rasgo de desvalido, etc.
]acques-Alain Miller: Con este hombre -que nunca la sacó de
la casa y que nunca durmió en otro lugar que en la casa- hacía el
amor, es decir, ha tenido un acceso al Otro sexo. Cuando vemos
a la encantadora Agustina, que tiene una vida más desplegada,
pero que para ella, salvo una excepción, hasta ahora el camino
hacia el Otro sexo ha sido cortado. A pesar del peso de la urna
hay un sector donde, se puede decir, se mueve el falo vital.
Manuel Fernández Blanco: A partir de los veinticinco años,
hay un acceso al goce fálico. Hay un punto que ella misma sitúa
como crucial, es esa escena en que dice que es perdida por la ma­
dre cuando tenía dos años. Quiero rescatarla porque hace cosa
174
LAS RELACIONES DE PAREJA
de un mes, cuando ya había enviado el caso, aparecieron en el
análisis cuestiones en relación con esta escena. Incluso yo tenía
una duda sobre una intervención mía en ese momento, que po­
dría haber orientado a la paciente a colocarse como víctima de
un abandono o de un descuido de la madre, olvidándome que
ella menciona este episodio con la siguiente frase: «Con dos años
me perdí de mi madre como el hijo de mi abuela». Este «como el
hijo de mi abuela» me parece que es lo que hay que tomar en
cuenta. Ella dice que se pierde, que está varios días fuera de casa,
que la recoge un comisario.
]acques-Alain Miller: Es algo que hemos encontrado también
bajo la forma " quise ser un chico ". Ella también quiso ser un chi­
co, pero infelizmente era el chico de la urna de cenizas, cosa que
da menos apoyos.
Manuel Fernández Blanco: Por primera vez en su vida se ani­
ma a preguntarle a su madre qué ocurrió en ese momento. Esto
es algo que sorprende, cómo tratándose de algo que determina
de un modo tan poderoso la vida de un sujeto, en el curso de un
análisis estaría al alcance de la mano decir: «Üye, mamá, ¿qué
pasó exactamente ese día?». No se hace nunca. Sus razones hay,
pero en fin , ella pregunta. Estuvo unas horas perdida. Yo men­
cionaba que podía ser un recuerdo encubridor, es algo más que
eso. Recuerda, matizando, que al ser tan pequeña no puede ser
un recuerdo, es la imagen que ella tiene, que construyó como in­
terpretación de esa escena, que ella subía por las escaleras, la
puerta de la casa estaba cerrada y subía con el padre, acompaña­
da por el padre y por otra gente que no identifica. La madre está
dentro de la casa con los hermanos, la puerta está cerrada y sólo
ve la luz por la mirilla de la puerta. Ella dice: «Yo estaba afuera»,
con el padre, fuera de la casa familiar, excluida.
]acques-Alain Miller: ¿Ése es el relato de la madre?
Manuel Fernández Blanco: Éste es el relato de ella, una vez
que le pregunta a la madre y le dice: sólo fueron unas horas. En-
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
175
ronces, ella dice recordar esta escena pero a la vez dice: «Es mi
construcción».
Jacques-Alain Miller: Recuerda la presencia de ella fuera de la
casa, con el padre, que era el elemento velado que hace la cone­
xión entre la urna y el amor al padre.
Manuel Fernández Blanco: Exactamente. Ella está afuera y di­
ce: «Quedaba afuera e interpreto que ése es el momento en que
yo me morí y me identifiqué al niño muerto». Se identifica con el
niño muerto y con esta especie de ser para la abuela, ella misma
designa este momento corno el momento del trauma. Parecería
que hubiera estudiado psicoanálisis y ella hace de esta escena un
fantasma.
Jacques-Alain Miller: En la teoría que ella desarrolla en el aná­
lisis, es una elucubración de ella, dice: me identifiqué al niño
muerto, pero es en el momento en que está con el padre, es de­
cir, corno velo de lo que tiene el padre para ella. Me parece que
eso da cuenta de toda la ambigüedad que habíamos notado. Du­
rante bastante tiempo ha puesto de manifiesto su identificación
corno muerta, pero la significación velada es: tengo el padre para
mí, estoy en la urna con el padre.
Manuel Fernández Blanco: Hay que decir que esa cuestión de
perderse se repitió en su infancia en varias ocasiones a partir de
este momento. Se perdió con tres años en la zona donde veranea­
ba la familia pero dice: «Siempre sé volver». La encontraron de
vuelta, debajo de un árbol, después de cruzar dos carreteras gene­
rales, con cinco años. Y más adelante, se perdió en la ciudad natal
del padre pero supo regresar a su casa y aún hoy recuerda la di­
rección exacta a la que tenía que volver. Entonces, dice: «Me pier­
do pero sé volver». Esto es algo que aparece últimamente. Luego
lo articula un poco con esta cuestión de la soledad, del ideal de
estar sola, de buscar gente solitaria pero sitúa la soledad corno un
rasgo propio. Eso que encuentra en d Otro es un rasgo propio.
176
LAS RELACIONES DE PAREJA
Hebe Tizio: Tú te decantas por la vertiente tramposa, para de­
cir así, en el sentido de que detrás de esa literalidad aparente está
este punto del padre, ella se pierde pero sabe volver.
Manuel Fernández Blanco: Todo lo que hace esta mujer es pa­
ra no irse de casa y para mantener esta relación con el padre. Ella
misma se define como la mujer del padre, creo que en el texto es­
tá dicho, que ha infantilizado a su propia madre, ha hecho de sus
hijos sus hermanos. Hay un dato anecdótico más. Esta mujer es­
tuvo en la sala de espera de mi consulta hace muchos años, cuan­
do el padre había traído a su hijo menor, al hermano de la pa­
ciente, y el señor no había venido con la madre del niño, había
venido con la hija. Ella permaneció en la sala de espera, ya estaba
toda esta cosa de ser la mujer del padre.
]acques-Alain Miller: Introducida por el padre en su consulta.
Ella dice en algún momento: a la gente que quiero y que cuido la
infantilizo. Entonces sabe que ha infantilizado también al padre.
Debajo de la muerta es bastante activa como para infantilizar su
entorno. «Me asesiné yo e infantilicé a mi padre.»
Manuel Fernández Blanco: Sí, ése es el punto de viraje crucial
en la cura, cuando ella dice: «Me asesiné yo». Es un cambio de
posición subjetiva. Creo que del caso también hay que destacar
que, aunque aparece de un modo masivo todo esto, hasta que
viene al análisis era el inconsciente en ejercicio. Esta mujer no te­
nía la menor idea de que todo esto estaba en juego. Es una mujer
que tiene una relación muy buena con su inconsciente, hay una
producción muy importante en poco tiempo. Es una mujer inte­
ligente, implicada en su análisis, muy productiva, pero todo eso
estaba y hacía síntomas, no salía de casa . . . Cuando llega trae una
interpretación banal, lo que le dijo una psicóloga, una crisis de
adolescencia que duraba hasta los treinta y cuatro años.
Gustavo Dessal: Yo quisiera referirme al caso de Esqué que
comienza con una serie de preguntas muy interesantes referidas
al estatuto de partenaire en la psicosis, pero del que me gustaría
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
177
pedirle algunas aclaraciones, porque tengo dificultad en el segui­
miento del texto, que por el momento es lo único que tenemos
para encontrar la psicosis en esta mujer. Y voy a tratar de expli­
car por qué me resulta difícil encontrarlo. Lo primero que se
presenta en el texto es la existencia, como residuo de la interna­
ción, de un núcleo delirante consistente en un hombre que la
quería matar. A partir de allí hay una serie de referencias. Por
ejemplo: no entiendo por qué el padre, que había transmitido ese
ideal político, es un padre que no transmite la ley, no consigo es­
tablecer la relación directa entre ambas afirmaciones. Después,
hay que tener en cuenta que ella cuando está embarazada experi­
menta un desasosiego, una sensación de confusión pero, al mis­
mo tiempo, hay que tener presente que el padre de este hijo ha­
bía muerto sin ella saberlo ¿es así? Se trata de una mujer que
había sufrido, además de esta pérdida, otras dos pérdidas, el pa­
dre y la hermana, bajo la represión de la dictadura militar. Es de­
cir, tres pérdidas en condiciones extremadamente dramáticas.
Por lo menos se podría suponer que hay en esta mujer, no sé si
pendiente o más bien en sou//rance, un duelo no realizado. Por
otra parte, hay una afirmación respecto a la disociación en el su­
jeto, a partir del momento en que tiene que salir corriendo del
país a consecuencia de estas circunstancias dramáticas, donde
ella se encuentra «disociada». Yo me pregunto si ésa no es una
manifestación de la división subjetiva. Por último, para resumir,
vayamos a la cuestión del fenómeno elemental que tuvo lugar
cuando ella está en la bañera, leyendo la noticia del asesinato de
Sharon Tate -hay que tener en cuenta, insisto, la circunstancia de
que padre y hermana han sido asesinados- y ella tiene una espe­
cie de visión.
Xavier Esqué: No, aquí Gustavo Dessal está confundido.
Cuando ocurre este episodio de la bañera el padre y la hermana
no habían desaparecido. El episodio es previo a esta pérdida.
Gustavo Dessal: Entonces, hay una irrupción de una imagen,
había visto la figura de Jesucristo o Manson, pero hay algo que
está directamente referido a la lectura que ella está haciendo en
178
LAS RELACIONES DE PAREJA
ese momento. Personalmente, me inclino más a pensar en un de­
lirio confuso onírico, que puede perfectamente darse en una his­
teria y no necesariamente en una psicosis, pero seguramente hay
una serie de matices que podrías darnos, aclararnos.
Jorge Bekerman: Con respecto al caso de Fernández Blanco y,
especialmente, al relato del episodio de perderse, me acordé de
una cantidad de relatos de pacientes que se pierden, que tienen
este recuerdo infantil de perderse de las manos de un adulto, pe­
ro especialmente de una paciente que es extraordinariamente pa­
recida a este caso -aunque no hay urna con ceniza- pero el cua­
dro está dominado por un cadáver, que es el de la hermana que
nació un año antes que ella y que nació muerta. Entonces, no hay
urna con cenizas pero esta hermana está incrustada en su nom­
bre, el nombre de mi paciente tiene la misma secuencia de voca­
les que el nombre de la hermana que no llegó a nacer. Hay, en­
tonces, el relato de una escena muy similar de estar de la mano
de la madre en una multitud, perderse por unos instantes, pero
en esos instantes es un terror abismal el que tiene. En el curso
del análisis llega al punto de elaboración donde se da cuenta, di­
ce algo muy parecido a lo que dice tu paciente, que cuando uno
es tan chiquito no se pierde, lo pierden a uno. Esta significación
de abandono la pensé en el camino de la subjetivación de su po­
sición frente al deseo del Otro. En este caso frente al deseo de la
madre, en tanto esta madre estaba en duelo por la primera hija.
La que resultó ser mi paciente venía a significar algo así como un
consuelo. En realidad, le cayó encima la significación de ser el
antidepresivo que mitigara el duelo de la madre por esta primera
hija muerta. Yo lo consideré un momento de elaboración en
cuanto a descubrir su posición, avanzar en saber más sobre su
posición en el deseo de la madre, darse cuenta de este punto de
fragilidad en la operación del deseo de la madre.
Vilma Coccoz: Quisiera hacerle una pregunta primero a Fer­
nández Blanco y después a Esqué. La primera es si habías con­
templado el diagnóstico de neurosis obsesiva. Lo digo a partir de
unos elementos que tú planteas en el caso. En primer lugar, la
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
179
muerte como partenaire imaginario, en segundo lugar, la modali­
dad de la defensa, el aislamiento y lo que tú llamas la restricción
de los afectos, y que ella describe como que los asfixió. El recha­
zo de la mascarada femenina. Y otro punto que me parece im­
portante es que ella dice que sale de la muerte escandalizando,
como si el par inhibición-impulsión estuviera en juego en ese
punto. También la idea de ser estéril y lo que también podría
presentarse como la sumisión a la demanda del Otro.
A Xavier Esqué le quería preguntar si la impresionante esta­
bilización bajo transferencia estaría dada por una recomposición
de la identificación paterna en donde habría una especie -si me
permiten decirlo así, no sé cómo se puede decir más precisamen­
te- de sublimación de la persecución, que se aloja en lo social ba­
jo el modo del discurso político, y que la idea que ella tiene de
que el analista no participa para nada de este discurso ha hecho
posible, de alguna manera, la recomposición de esta identifica­
ción paterna que la deja en un punto de abstinencia sexual. Ha
podido recomponer eso, sigue la línea del padre, pero no queda
lugar para ella en lo sexual por las razones que tú muy bien acla­
ras de lo que significa para ella llegar hasta el final.
Xavier Esqué: Con respecto a la estructura, para mí no hay
ninguna duda. Con respecto al padre, Gustavo preguntaba acer­
ca de la transmisión de la ley. No hay transmisión de la ley por­
que este padre es la ley misma. Ella cuenta muy bien cómo en los
momentos importantes en los que tiene que tomar alguna deci­
sión no es que piense en el padre, cuál es la orientación o la
transmisión que el padre le dio para orientarse, sino que -sin que
haya la más mínima separación- decide como si fuera él mismo.
Tiene que convocarlo, tiene que hablar con él, decidir en función
de qué haría él en su lugar. Me parece un índice de que no se tra­
ta de que haya transmitido la ley sino que este padre se confunde
con la ley misma en la figura del gran pedagogo, del ídolo, del
socialista genético en el sentido de El Socialista.
Con respecto al fenómeno elemental, ella había tenido su pri­
mer hijo y, tras la muerte de su compañero, dice: «Lo único que
puedo decir es que tuve una depresión». No puede hablar de
1 80
LAS RELACIONES DE PAREJA
ello, no tengo más elementos aún. En todo caso, lo que viene
después es el odio a la madre por haberle ocultado la muerte de
su compañero. Ella no sabía qué pasaba, él no iba a visitarla,
pensaba que la había abandonado. Unos meses después de este
hecho conoció al que sería su marido.
En relación con el fenómeno elemental, el episodio en la casa,
leyendo el periódico con la cuestión del asesinato de Sharon Ta­
te por Manson. Ella estaba embarazada y, efectivamente, Sharon
Tate también lo estaba. Manson se hacía llamar Jesucristo, era de
una secta llamada de la iglesia de Satán, pertenecía a un grupo
denominado «La familia . . » todo esto es muy sugerente para
buscarle un sentido, pero ella no lo hace. Ella quedó en un esta­
do de perplejidad durante casi una hora, es decir, que el baño se
inundó y debió ser rescatada por los vecinos. Es un fenómeno
elemental que además evoca otro en la infancia, cuando en el co­
legio de monjas fue castigada por su rebeldía. Fue castigada en
un cuarto, sola, y tuvo una alucinación, al aparecer una figura
también maligna. Es decir que la cuestión está ya presente en es­
te discreto fenómeno elemental en la infancia. Después, en el
momento del embarazo, se confronta con la pregunta por el de­
seo de la madre, la equis del deseo de la madre, que sin el recur­
so del falo es un agujero, un vacío al que no puede hacer frente.
.
Jacques-Alain Miller: En este caso no veo muy cuestionable el
diagnóstico de psicosis. Podemos tratar de ponerlo a prueba, co­
mo indica Gustavo Dessal, porque todo el mundo tiene alucina­
ciones visuales. No hablaríamos de psicosis por alucinaciones vi­
suales, la histeria permite acoger muchos de esos trastornos de la
percepción, con lo visible, lo invisible, las facetas, las perspecti­
vas. Desde imaginarse haber visto a alguien conocido en la calle
a alucinar a Jesucristo, es algo banal, algo fugaz, en lo visual ocu­
rren muchas cosas. Hacemos la distinción entre las alucinaciones
visuales y las alucinaciones lingüísticas. Y, aunque sean voces,
hay que verificar bien la densidad del fenómeno.
Quedarse, como dice el texto, sentada en el baño sin poder
moverse mientras el agua sale de la bañera sin parar y tiene la
alucinación de ver a Jesucristo o a Manson, es otra cosa. Si dura
EL PAR TENA/RE ELEMENTAL
181
cuarenta y cinco minutos o varios minutos, n o s e puede saber. Es
una cosa de intensidad, que no se deja captar exactamente por la
sola articulación significante. ¿Cuánto tiempo? ¿Qué intensidad?
En eso, la distinción entre lo imaginario y lo real puede tener que
ver con la duración. Tener una idea y tener la misma idea duran­
te diez años constituye una diferencia. Pensar en desaparecer ba­
jo la mirada del Otro ocurre todo el tiempo, pero pensar «he de­
saparecido de mi cuerpo durante diez años» es otra cosa. Es la
cuestión de la intensidad que lo hace difícil.
Es importante dónde encuentra Esqué a esta paciente. La en­
cuentra después de algo que la ha llevado a ser internada, a ser
medicada con neurolépticos y reconstruyendo una historia. En
fin, no he pensado poner en cuestión lo que él llama un desenca­
denamiento. Lo que justifica la presencia del caso en este con­
junto es que pasa por una relación de pareja muy especial. Con
pocas palabras, me parece que Esqué nos da el matiz, muy sin­
gular, de lo que le ocurrió a la paciente: encontró a un hombre y
pasó algo raro, hasta el punto de que al final de esa relación dijo:
no soy la misma sexualmente. Estas palabras parecen realmente
cargadas de una significación delirante. Encontrar a un hombre,
eso ocurre, se abre otra dimensión especial, etc. Podemos decir
que eso es posible en la histeria, en la feminidad, por supuesto,
pero aquí finalmente se carga de una significación que dice es
maligna. Eso no se ve tanto en la histeria, quizá Dessal lo haya
encontrado.
Gustavo Dessal: Hay otro episodio que también me ha llama­
do la atención y que me resulta difícil de incluir en la estructura
de una psicosis, es el juego con la carta de amor. Digo juego por­
que hay allí una dialéctica entre la verdad y la mentira donde
el sujeto queda dividido por el efecto que recibe de su propio
cálculo. Quiere suscitar el interés libidinal de su marido hacién­
dose receptora de una carta que ella misma ha escrito. Al marido
parece no importarle demasiado y la mujer termina confesándole
que es ella quien la escribió y él no le cree. Ahí hay una caída res­
pecto al deseo del Otro.
182
LAS RELACIONES DE PAREJA
Jacques-Alain Miller: Ella dijo basta. «Ella le confesó la ver­
dad, él no se la creyó. Para ella fue una humillación. Ella dijo:
basta y, pese a amarlo, pese a reconocer que se trataba de un
hombre encantador, no pudo volverse atrás.» Le parece eso co­
herente con la histeria.
Gustavo Dessal: Me parece posible, hay un deseo de otra cosa
en esta mujer.
Jacques-Alain Miller: Encuentra otra cosa, encuentra un hom­
bre que la lleva a otra dimensión. En este momento se produce
una mutación sexual en ella, se vuelve una relación maligna, esa
relación sexual con el hombre le abre una dimensión totalmente
nueva. Mutación sexual, relación maligna, va a ver a un sexólogo
y empieza a temer al sexólogo hasta que es internada porque
piensa que un hombre la quiere matar. El arco va de encontrar a
un hombre especial, amutación sexual, relación maligna, consul­
ta al sexólogo, persecución por el sexólogo, internación porque
un hombre la quiere matar. Me parece que esto ordena episodios
como la fijación en el baño por haber visto a Jesucristo o Man­
son, y esa cosa rara de escribirse a sí misma para darle celos al
marido.
Para mí, lo que presenta Esqué como desencadenamiento es
difícil de atrapar en la histeria. Me parece que hay elementos de
la feminidad -una psicótica es una mujer pero que pasa del otro
lado- y que en un momento pierde el soporte del Nombre del
Padre. Efectivamente, el encuentro con un hombre que la hace
totalmente distinta se encuentra en la histeria, pero lo que viene
después me parece que traspasa. Es verdad que hay una comuni­
cación. Es por esa razón que Marguérite Duras con El arrebato
de Lo! V Stein ha seducido a las histéricas, porque ha captado un
fenómeno psicótico, claramente psicótico, que, Duras conocía
como psicótico, pero lo presentó de manera que hace conmover,
emocionar, hacer resonar la histeria en cada una, en cada uno.
Digo que lo sabía porque hay documentos donde ella dice que la
persona que le inspiró el personaje de Lol V. Stein era una pa­
ciente psicótica con la que fue al hospital a conversar un día.
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
183
Después se mezclaron otros elementos, pero la base era una pa­
ciente internada.
Algo así se encuentra aquí, pero cuando llegamos a la perse­
cución por el sexólogo, el deseo de un hombre de matarla, y que
se cura con neurolépticos . . .
Xavier Esqué: Hay otro punto importante, que e s e l signo de
que las cosas van mal: es cuando ella dice que la tierra tiembla.
No es una metáfora, para esta mujer significa que se abre la tierra
literalmente.
Jacques-Alain Miller: ¿Qué dice? ¿Dice solamente esa expre­
sión, o qué viene con este dicho?
Xavier Esqué: Con este «tiembla el suelo» se abre la tierra y
aparecen los demonios, se convoca lo maligno, hay una inquie­
tud y un terror apabullantes.
Jacques-Alain Miller: ¿Cuándo se produce?
Xavier Esqué: Se produce después de la visita al sexólogo.
Jacques-Alain Miller: Es algo que usted ha conocido a través
del relato post /actum de ella.
Xavier Esqué: Post /actum, y en otro momento en el curso del
tratamiento.
]acques-Alain Miller: ¿ Cómo ha sido, en el curso del trata­
miento?
Xavier Esqué: A partir de una nueva relación con un hombre.
Un hombre con el que empezaba a verse confrontada a tener re­
laciones sexuales, y tuvo que frenar la relación porque empezó a
notar que el suelo temblaba.
]acques-Alain Miller: ¿En qué circunstancias temblaba el suelo?
184
LAS RELACIONES DE PAREJA
Xavier Esqué: No puede decir mucho más, es algo que se le
impone y no tiene vueltas ni matices.
Jacques-Alain Miller: ¿Es una significación absoluta? No es lo
mismo si dice, después de hacerlo: durante el amor el suelo tem­
blaba. Eso está permitido. O decir: andando por la calle pensé
que el suelo temblaba y pensé que había un obrero pero, final­
mente, no era así. Todo eso sería captar la frase en lo descriptivo,
otra cosa es si se impone con una significación absoluta.
Xavier Esqué: Eso es. Se trata sin duda de una significación
absoluta.
Jacques-Alain Miller: Necesitamos aclararlo porque tenemos
que convencer a Dessal. . .
fosé Rodríguez Eiras: Sobre el caso d e Fernández Blanco, me
parece que el diagnóstico de neurosis obsesiva es muy defendi­
ble. La duda está sobre si estoy viva o estoy muerta. Que esté
muerta y no lo sepa o que esté muerta y lo sepa. Luego, me pare­
ce que otro rasgo de neurosis obsesiva es, por ejemplo, el ideal
de la muerte, que en la neurosis obsesiva puede ser un ideal de
justicia. Todos iguales. Lo que tú hablas de ser frente a la falta
del Otro también puede ser leído como algo obsesivo en el senti­
do de que es un fantasma de oblatividad. Son todos los rasgos
que me parecen que hacen a una neurosis obsesiva.
Enrie Berenguer: En relación con el caso de Esqué he de decir
que a mí no me ha planteado ninguna duda sobre el diagnóstico
de psicosis. Me parece que realmente lo interesante del caso es la
solución que esta mujer construye, que de alguna forma se po­
dría describir como -no sé si Esqué estaría de acuerdo- que esta
mujer sabe protegerse muy bien de llegar hasta el final. En ese fi­
nal, evitar que se desarrollen los efectos de esa erotomanía mor­
tífera que apunta, había un momento de gran peligro cuando se
encontró con ese hombre que se interesaba tanto por ella. Su vi­
da ha podido desembocar en una cosa terriblemente persecuto-
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
185
ria y, sin embargo, con el significante «no llegar hasta el final»
empieza a poder protegerse de eso, a situar un cierto límite, ya
que continuar la habría llevado, seguramente, a un desastre.
Luego, este «no llegar hasta el final» se traslada perfectamente a
la relación con su pareja-síntoma, que es el marido, con el que
de nuevo aparece este protegerse de llegar hasta el final. Creo
que es un cierto tipo de solución psicótica, una cierta modalidad
de solución de los sujetos psicóticos que se encuentran enfrenta­
dos a una tendencia, a una erotomanía mortífera, y que deciden
detenerse construyendo algún tipo de solución, en este caso, sin­
tomática.
Me parece muy interesante destacarlo porque justamente ella
lo plantea como sintomático: «No podía llegar». Me parece que
lo interesante es que este «no podía llegar» tiene mucha más con­
sistencia como solución porque aparece como un síntoma. Es
mucho más eficaz un «no puedo llegar» y que el sujeto se aferre
a ese «no puedo llegar» que un «no quiero llegar», un «no quie­
ro llegar» es más precario. En cambio, es fantástico que ella se
pueda aferrar a este síntoma del «no puedo llegar». Me parece
muy destacable que el marido entre en la serie de parejas en las
que ella puede introducir este «no». El punto crucial es cuando
ella puede encontrar ese «no puedo llegar hasta el final», me pa­
rece un buen uso de este síntoma, una solución muy original.
Te quería preguntar cómo has podido manejar esto en la
transferencia. Si te parece que en el manejo de la cura ha habido
una posibilidad de favorecer ese tipo de solución. Te lo quería
preguntar porque, a veces, nos encontramos con ese tipo de suje­
tos que están amenazados por esta erotomanía mortificante, y
hay un momento en que el sujeto psicótico lanza al analista una
pregunta sobre qué hacer con eso. No sé si es así en este caso,
ella ya tenía tomada la posición.
Xavier Esqué: Sí, y con esto contesto también a lo que Vilma
Coccoz había preguntado antes. Tal como he presentado el caso,
creo que hasta el momento del desencadenamiento se puede
pensar la clínica de la psicosis desde el Nombre del Padre, es de­
cir, que se sostiene de la identificación con el ideal del padre has-
186
LAS RELACIONES DE PAREJA
ta ese encuentro con el hombre al que he llamado partenaire ele­
mental. A partir de ahí aparece el desencadenamiento. Ya en este
encuentro ella trata de hacer vía en este síntoma, es decir, ya apa­
rece el síntoma como un cierto freno en esta relación. Ella lo re­
gistra en la relación con él, el síntoma aparece ahí por primera
vez y, de alguna manera, se fabrica el síntoma introduciendo la
repetición porque esa relación duró más de lo que ella hubiera
pensado. Introdujo la repetición para que se pudiera constituir el
síntoma, se veía impulsada a seguir manteniendo esta relación
hasta que se le tornó del todo maligna y la cortó.
Entonces, en el momento en que yo la recibo, aparece esta re­
construcción , trato de ubicar el momento del desencadenamien­
to y aparecen las historias con los hombres. Y le hago lugar a esta
cuestión del síntoma, es decir, que yo la tomo, la circunscribo y
la mantengo en este punto. Recojo bien este punto para introdu­
cir esta dimensión del no-todo.
Jacques-Alain Miller: Es lo que dice en el texto: «La clave, en
mi opinión, se encuentra en este "hasta el final" , el no poder lle­
gar hasta el final es el síntoma que viene a localizar, a circunscri­
bir, y que debe actuar frente al goce deslocalizado y mortífero».
En este punto usted deduce una dirección de la cura. Se podría
haber pensado: tenemos una histeria que hay que movilizar, es
una histeria que tiene un problema de frigidez, se trata de curar
este síntoma , el sentimiento de no llegar al final, etc. Pero por el
contrario, al pensar que se trata de una psicosis, hay que mante­
ner el síntoma, mantener esta insatisfacción. Es lo que explica
Esqué: «Se trata, entonces, desde mi punto de vista de p reservar
el síntoma, de no levantarlo, incluso de impedir que la señora
acuda a otros sexólogos y otros médicos para curarse de este sen­
timiento de insuficiencia sexual». La referencia está después, fi­
nalmente no cae en un nuevo desencadenamiento porque no va a
encontrar El Hombre, con mayúscula. Es la referencia de Lacan
en Televisión, vamos a decir que, finalmente, en el momento que
experimenta esa dimensión, no encuentra el hombre que la po­
dría hacer gozar. Está muy bien para una mujer encontrar un
hombre u hombres que la hacen gozar, pero a condición de que
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
1 87
no sean psicóticas. Es decir, que tienen otro freno. Si no, mejor
no llegar hasta el final.
A los neuróticos les encanta ir hasta las últimas consecuencias.
Pero, finalmente, siempre es peligroso ir hasta las últimas conse­
cuencias. Yo estoy cada vez menos convencido de ello y pienso,
como la paciente, que mejor no llegar hasta el final y que siempre
hay una locura en ir hasta las últimas consecuencias. Es una locu­
ra tener tanta confianza en lo simbólico, hasta ir hasta el final.
Hay siempre algo de p sicótico en ello, riguroso por supuesto.
La ciencia se hace así, pero estoy tratando de cambiar todo
mi punto de vista para entender lo que trataba de captar Lacan
en su última enseñanza, cuando dice que, finalmente, hay que
elegir entre la locura y la debilidad mental. Y no me parece un
chiste. La locura es ir hasta el final, es tener tanta confianza en lo
simbólico y no dejarse parar por nada de lo real. En esto hay al­
go loco en la ciencia, en la ciencia experimentando con la vida.
Ahora se ataca a la vida. No bajo la forma enorme, dramatizada,
hollywoodense de la bomba atómica que va a destruir el mundo,
no. Bajo la forma de lo genético. Ahora que tenemos el mapa
completo, como el cartógrafo de esta mañana, del genoma huma­
no, vamos a poder ganar dinero con esto. Todas las firmas ameri­
canas ya están trabajando para saber si vamos o no vamos a po­
der producir medicamentos, órganos. He leído que existiría el
plan para producir órganos humanos que se podrían comprar en
un supermercado. Ya se percibe el carácter loco y antivital de ir
hasta las últimas consecuencias. Ustedes recuerdan cuando apa­
reció la posibilidad de clonar: « ¡ Al hombre jamás lo vamos a to­
car, qué locura ! » , todos en una sola voz. Y ahora ya se debate
qué ley hacer para esto, que nos va a ayudar a todos, nos va a cu­
rar de todas las miserias que tenemos. Después, seremos genera­
ciones sacrificadas, y los niños también, porque se van a producir
los niños perfectos. Esto es ir hasta las últimas consecuencias.
Pienso que cuando Lacan dice que debemos elegir entre la lo­
cura y la debilidad mental es muy actual. Es decir, debemos ele­
gir la debilidad mental, por favor. La debilidad mental es no ir
hasta el final, quedarnos en zonas de vacilación, como la pacien­
te. «Todos locos» era el punto de vista de Lacan en ese mamen-
188
LAS RELACIONES DE PAREJA
to. Es decir, la curación es la debilidad mental, mantenerse en la
zona anterior al final, que no es confort total, no es creer que con
el psicoanálisis podemos suprimir lo real, convertirlo totalmente
en sentido. Por supuesto que no. No creemos que en lo real está
la histeria cortada de la neurosis obsesiva, cortada de la esquizo­
frenia, sino que quizá lo real, en su concepto fundamental, no co­
noce eso. Son nuestras elucubraciones para ubicarnos, elucubra­
ciones de debilidad mental, como se verifica en toda clínica y
que, a veces, obtenemos buenos resultados porque no entende­
mos el caso. Y, cuando lo entendemos demasiado bien produci­
mos catástrofes.
Terminaremos con un elogio a la debilidad mental. Lo que los
analizados pueden aportar a la civilización de hoy es el respeto a
la debilidad mental. Quizá sería mejor sustraerse a la locura am­
biente -y el humanismo es eso, finalmente, un cierto respeto a la
debilidad mental-.
Creo que cuando Lacan dice en su última enseñanza: cada
vez que me releo veo que he estado siempre un poco en arriere
de la main, un poco en retraso, no se trata de una autocrítica, al
contrario, considera que aún ha creído demasiado en lo simbóli­
co o que, por lo menos, en su última enseñanza trata otra pers­
pectiva que no anula la anterior pero que la desplaza. Se hace a
él mismo el elogio de que finalmente no va hasta las últimas con­
secuencias de sus propias construcciones, para respetar lo que no
encaja y para ver otra perspectiva. Tal como hacemos en estos ca­
sos, cuando los comentamos, no criticamos los casos, buscamos
otra faceta. Incluso en el último caso, que parece de psicosis, pe­
ro si tratamos de verlo del lado de la histeria hay algunos elemen­
tos que no encajan.
Manuel Fernández Blanco: Viene muy bien lo que usted acaba
de decir porque plantea el tema del diagnóstico, y Coccoz y Eiras
abren la posibilidad de ver el caso desde la neurosis obsesiva.
Respecto a una elección demasiado literal, como ha planteado
Tizio al principio, el partenaire de esta mujer es un psicótico, en
estos momentos muy bien estabilizado, y es un hombre bastante
brillante. Quiero decir que es algo que yo mismo me planteé en
EL PARTENAIRE ELEMENTAL
189
la dirección de la cura, incluso casi como un problema ético por­
que me dije: esta mujer se está enredando con un psicótico. Creo
que hay que actuar sin ningún tipo de prejuicio y nada había en
el deseo de esta mujer hacia este hombre que me pareciera que
pudiera plantear ningún tipo de catástrofe para ella, o que obli­
gara al analista a intervenir de un modo más fuerte o más radical.
Entonces, esta elección, que es literal si la vemos desde el relato
del caso, está bastante velada por el brillo del personaje que es el
paciente.
En cuanto al posible diagnóstico diferencial entre histeria y
obsesión: yo pienso que es una histérica, pero no me lo planteé
demasiado. Me parece que sí es conveniente ser muy agudo
cuando existe la posibilidad de una psicosis, porque no es lo
mismo la dirección de la cura en una psicosis que en una neuro­
sis. Pero éste es un caso que quise ver desde la orientación del
partenaire-síntoma, lo que hace síntoma para esta mujer. Me pa­
rece una vía mucho más productiva que un debate, quizás un
poco antiguo, con estas cuestiones que se apuntaban, de todas
formas voy a contestar a ellas. Uno puede pensar que hay una
duda inicial, una indecisión sobre con qué partenaire quedarse,
por ejemplo. Esta dificultad de dejar a la pareja inicial o estable­
cer una relación con el nuevo partenaire. No vi en eso ningún ti­
po de duda obsesiva de sostener el deseo en la imposibilidad, si­
no que era algo totalmente mediatizado por la culpa. Ella lo
dice, en algún momento, y no está reflejado en el texto porque
es posterior: «Cuando dejé a A. -su primera pareja- sentí la cul­
pa que sintió mi madre cuando me perdió a mí. Yo hago lo mis­
mo, lo culpabilizo a él. Yo, cuando me pierdo, muero, muere la
niña. Tengo una expresión de afecto igual con mi pareja y con
mi madre». Me parece que es la culpa por el abandono y, ade­
más, por dejar de cumplir una misión con este hombre, de soste­
ner su impotencia, como sostiene la impotencia del padre. Esto
es lo que me lleva a plantearlo en términos de histeria. Es una
histeria, me parece, típica, en el sentido de misionera de desvali­
dos, de ofrecerse como objeto para el menos phi. Es éste el plan­
teamiento de esta mujer.
190
LAS RELACIONES DE PAREJA
Jacques-Alain Miller: Es demasiado decir «típica», en tanto
que utiliza la muerte de una manera tal que se presenta como
mortificada para, detrás de este velo, hacer sus cosas con el falo.
Eso es lo que le da este matiz obsesivo.
Manuel Fernández Blanco: Me parece muy precisa esa matiza­
ción. Me refería a «típica» en esa versión, pero luego hay un más
allá de todo eso, que es lo que creo que está representado por la
muerte y lo que permite plantear el caso en términos de partenai­
re-síntoma. En esta posición tampoco la paciente me parece nada
obsesiva, porque es una mujer cuyo síntoma es gozar del amor
por la vía de ser la muerta del Otro. Entonces esta vertiente de
goce del amor, bajo esta particularidad, es muy fundamental en
el caso. No sé si plantearlo en términos de obsesión o no, pero
me parece que implica una posición femenina. Y me parece que
eso es más interesante en el caso que el otro debate, que además
no influye demasiado en la dirección de la cura. Al menos ésa es
mi opinión. No hay exactamente una impulsividad, ella escanda­
liza, pero matiza: «Mis escándalos eran cutres, eran escándalos
calculados». Su primera pareja no le permitía separarse de los
padres, de la casa familiar, porque era un escándalo cutre. Ahora,
con este otro hombre, que no le ha permitido que lo infantilice,
se van a casar próximamente, han comprado un piso en común.
Es decir que hay un cambio fundamental desde el punto de vista
terapéutico.
Jacques-Alain Miller: Terminará por cuidarlo.
Manuel Fernández Blanco: Sí, terminará por cuidarlo o no sé.
Segunda parte
El amor en la psicosis
Una mujer pródiga
Osear Ventura
Una mujer madura, de alrededor de cincuenta años, llega a
mi consulta después de un recorrido que interesa reseñar por la
relevancia que retroactivamente tomará en el devenir de la cura.
Este recorrido -¿podríamos decirlo así?- forma parte de la cura
misma. Da cuenta de las vicisitudes que desencadena un sujeto
cuando el psicoanálisis mismo es tomado como objeto de la exis­
tencia, cuando el Uno es indivisible en el campo de la subjetivi­
dad, o dicho de otro modo, tal vez más conveniente para este ca­
so, cuando el amor encarna a la locura.
Española de nacimiento, esta mujer, culta y refinada, es licen­
ciada en una carrera humanística, se expresa con fluidez en cua­
tro lenguas y ha vivido en distintos lugares del mundo por exten­
sos períodos de tiempo. Es el desencadenamiento franco de su
psicosis la causa privilegiada de un divorcio que hace todavía
más profundo el abismo de lo real. Divorciada de un marido que
dispone de una considerable fortuna, esta particularidad, que le
permite un pasar sin contratiempos económicos, vale la pena
puntuarla por la importancia que el uso de los bienes materiales
tomará en un segundo tiempo de la cura.
Su última residencia antes de llegar hasta mí es en un país ex­
tranjero, en el que realiza sus estudios universitarios, se divorcia,
muere su madre, a la cual se había llevado a vivir con ella ya gra­
vemente enferma, y es en este país también en donde tiene lugar
la irrupción de la enfermedad.
Si bien la distancia temporal que separa aquel momento de
nuestro primer encuentro es de aproximadamente unos doce
años, podemos captar algo de la conmoción del desencadena­
miento a partir de su propia reconstrucción, de los retazos que se
han podido unir en el transcurso de los cinco años que dura el
1 94
EL AMOR EN LA PSICOSIS
tratamiento conmigo. Así sabemos que un rasgo de su subjetivi­
dad prepsicótica, y que ella misma nos revela, consiste en la sen­
sación de haber vivido en una situación constante de irrealidad,
en que siempre h a captado de una manera muy nítida la distan­
cia que había entre ella y el mundo, entre ella y los actos que fue­
ron escandiendo su existencia, como si fuera otra, siempre fuera
de la escena. Este rasgo, no demasiado lejano a la subjetividad de
muchos, vira brutalmente en la certeza que encontrará después y
que diluye el equilibrio imaginario que la sostuvo durante treinta
y siete años.
Desencadenamiento y primer anált"st"s
Una vida social y cultural muy rica, más las figuras del Otro
encarnadas a lo largo de su historia en una educación religiosa, el
matrimonio y los estudios universitarios, seguramente han retar­
dado el estallido hasta el momento en que un suceso, ocurrido en
el transcurso de un evento social, hace que lo real irrumpa sin
mediación.
Escuchamos la crónica de un matrimonio agitado, errante,
debido a la profesión del marido. El rasgo que predomina en la
elección de objeto es la promesa de viajar, de no tener la certeza
de habitar de manera permanente en algún sitio, por lo menos en
un futuro mediato al momento en que se casan. El marido encar­
na una aventura sin lugar. Probablemente la incertidumbre mis­
ma del errar mantiene en suspenso el advenimiento de la signifi­
cación que falta. Pues las cosas se complican cuando esta pareja
se asienta por fin , después de unos años en un país, y la idea d e
l a descendencia se instala entre ellos; e s una demanda del marido
que la desestabiliza, conjeturamos que como consecuencia de
ello una enfermedad orgánica que requiere una operación mate­
rializa la esterilidad.
Este momento inaugura un p rogresivo distanciamiento en la
pareja al tiempo que ella comienza una carrera universitaria.
Transcurren así algunos años donde empieza a hacerse presente
en la subjetividad un rasgo notable, que consiste en la prodigali-
UNA MUJER PRÓDIGA
195
dad: homenajea a sus amistades invitándolas a suntuosos viajes,
hace regalos excesivos, financia empresas ruinosas e ideales. El
lazo social comienza a tomar esta orientación y por supuesto se
complejiza ya que ella se siente cada vez más abatida, la ilusión
del «nada falta» que intenta sostener a partir del uso de un ele­
mento simbólico como es el dinero, se le va, literalmente, de las
manos, era el aviso de la ausencia de significación fálica.
La tensión en la pareja se acrecienta, ella sospecha seriamente
que él tiene amantes, él comienza a restringir el dinero y ella co­
mienza a estar agitada. Para relajarse, ella comienza a tomar cla­
ses de yoga. Varias amistades coinciden alrededor de un profesor
prestigioso, enigmático, el profesor tiene también una teoría so­
bre la sexualidad y cita a Freud, un semblante que la imanta.
Es durante una de estas clases, un poco más intensa, según
ella, cuando empieza a percibir signos de seducción que provie­
nen de su profesor de yoga. Los fenómenos aparecen en forma
de voces; en pleno silencio de la meditación de estos yoguis mo­
dernos estalla el griterío de las voces, la escena tiene su especta­
cularidad. El goce del cuerpo es movilizado por fuera de la signi­
ficación fálica y se abre el abismo. Las voces tienen el poder de
convertirla en un trozo de madera, o la obligan a hacerse objeto
del profesor de yoga, transformado ahora en físico nuclear que
amenaza con convertirla en conejillo de la India de unos terribles
experimentos, y así una sucesión de fenómenos persecutorios
dispersos que parecen acompañar el momento de perplejidad
más agudo del desencadenamiento.
Un recorrido extenso por el circuito psiquiátrico, que dura
aproximadamente unos ocho años y en el cual la tentativa de res­
titución delirante es literalmente dormida, inaugura un tiempo
opaco, tiempo en que el goce desencadenado es regulado exclu­
sivamente por la presencia del fármaco. Si bien no está privada
del todo del uso de la palabra, la comprensión a la que se ve so­
metida en sus tratamientos no alcanza a darle a sus palabras la
dignidad que permita otra cosa ante la presencia, siempre inmi­
nente, de la invasión del goce del Otro.
No obstante, la calidad de ciertas amistades que suelen fre­
cuentarla, más sus intereses intelectuales, que si bien habían su-
196
EL AMOR EN LA PSICOSIS
frido un profundo déficit en este tiempo no habían mermado ra­
dicalmente su curiosidad, producen una constelación que permi­
te una cierta conservación del lazo social. Bajo estas circunstan­
cias se produce el acto de mayor relevancia para su subjetividad:
emprende un análisis, que durará cuatro años. Para ser más ex­
plícito: demanda un análisis. Y es su transferencia previa -ahora
recuperada- a los textos psicoanalíticos, lo que lo permite.
Esta experiencia, sin duda terapéutica y que nuestra paciente
reconoce como un hecho fundamental para su vida, mientras
dura, consigue una relativa estabilización. Esa transferencia per­
mite una reinterpretación de su historia, aloja allí el delirio, y el
vacío de significación producido por la fordusión encuentra al­
gunas puntuaciones que le permiten recuperar y ordenar el cam­
po de las identificaciones primarias bajo el prisma de una inter­
pretación delirante.
Sin embargo, este análisis tiene una conclusión. Me parece
importante hacer un breve comentario sobre lo que de este pun­
to sabemos.
La coyuntura de la salida del dispositivo es la siguiente: por
un lado una decisión tomada por la paciente, fruto de una elabo­
ración en transferencia. La decisión consiste en regresar a Espa­
ña, a su ciudad natal, instalarse allí y llevar una vida tranquila,
alejada de la vorágine de la gran ciudad en la que vive y que se le
ha tornado insoportable. Es el efecto de una parte del trabajo
analítico que permitió una reconstrucción minuciosa de su ge­
nealogía y de su historia mediante la puesta en orden de las foto­
grafías de su vida. Durante extensos períodos de tiempo aquel
análisis se sostuvo gracias a la invención de una metáfora cons­
truida a partir de la creación de álbumes de fotos, eiia puso en
movimiento el congelamiento y fundó un Otro de la imagen con
el cual recomponer la fragmentación.
Las cuestiones más relevantes de este tiempo consisten en ha­
ber logrado un acuerdo con el marido respecto a su divorcio,
una elaboración más auténtica de tres duelos fundamentales de
su vida: su padre, su hermana y su madre, en ese orden. Y tam­
bién, como resto de este trabajo, se despierta la idea de una recu­
peración real de la imagen que se traduce en volver a aquellos si-
UNA MUJER PRÓDIGA
1 97
tios para habitarlos. Toma fuerza así el proyecto de retornar a sus
orígenes amparado en un ideal fotográfico.
Esta idea va acompañada de otra, de la que depende su vitali­
dad -según sus palabras-, y que concierne en continuar su análi­
sis. Es esta idea la que parece fijar un cierto sostén imaginario
que le tempera la irrupción de goce que el análisis no podía en­
marcar en aquel momento. Finalizada ya la reconstrucción foto­
gráfica se pretende pasar a la acción, su relato da a entender un
cierto agotamiento de la transferencia, acompañado de la emer­
gencia de una proliferación delirante que no encuentra más una
sistematización dentro del dispositivo.
Hay por un lado el hecho de lo que podríamos pensar como
una salida posible, fruto de cierto anudamiento subjetivo: volver
y vivir en paz, pero por otro lado la función de la palabra des­
provista del Otro de la imagen vuelve a escapársele y la libra en.­
teramente a un campo de lenguaje sin hitos, sin límites, donde
puede perderse. Es la posibilidad de volver al dispositivo, creo,
lo que le permite no desanudarse brutalmente en los prolegóme­
nos, más bien traumáticos, de su partida de aquel país.
Bajo la égida de esta decisión emprende entonces todos los
actos que conciernen a una gran mudanza. Vende todos sus bie­
nes, arregla, no sin la ayuda de su analista y de una única amiga
que no ha entrado en el circuito persecutorio, todos sus asuntos
financieros, embarca sus objetos más preciados y se hace con el
nombre de un analista.
Se va con una certeza: el psicoanálisis es lo único que la podrá
salvar de la locura, y es al trabajo analítico a lo único que le dará
importancia en su vida.
El segundo análisis
Con esta convicción llega a su ciudad, se instala en primera
instancia en una casa de familia que alquila habitaciones. No lle­
va consigo más que una maleta con unas pocas cosas fundamenta­
les, sus otras pertenencias vienen en un barco que todavía no ha
llegado. Así, con la maleta a cuestas, ya que ha decidido llevarla
198
EL AMOR EN LA PSICOSIS
con ella a todas partes porque no se fía de la dueña de la casa
donde vive, acude a mi consulta, así la encuentro, por segunda
vez en su vida: demandando un análisis.
Seguidamente irrumpe su delirio, bizarro, confuso, lleno de
nombres propios en los que personifica a los perseguidores, esta
mujer se dice sola en el mundo, nada quiere saber de una parte
de la familia que vive en la ciudad, ni siquiera les ha avisado de
su presencia. Ella es desde hace tiempo objeto de una conjura
mundial que tiene el propósito de despojarla tanto de sus bienes
materiales como espiriruales, de robarle su ser, en definiriva todo
está mezclado en este cuadro de agitación.
Reacia a cualquier tipo de intervención que no provenga del
dispositivo analítico, se niega, sin que yo siquiera se lo haya ofre­
cido, a tomar medicación o a ser ayudada de cualquier otra for­
ma que no sean sus sesiones de análisis. Subordino la aceptación
de la demanda a que si sobreviniera un momento agudo se pue­
da recurrir temporalmente a algún tipo de ayuda extra-analítica.
Duda, pero acepta, es el esbozo de un primer descompletamien­
to que permite que el lazo social no quede absolutamente desva­
lido. Es un sí al análisis, pero no-todo.
Se abre entonces un período bastante extenso, que se caracte­
riza por un errar por la ciudad, de hotel en hotel, de pensión en
pensión, las llamadas telefónicas se vuelven insistentes. Todo en
ella hace signo, todo empuja a una interpretación que la conecta
directamente con los perseguidores.
Aunque la cuestión más significativa de estos primeros tiem­
pos es un acto que anuda definitivamente la transferencia. En su
deambular por la ciudad, nuestra paciente, cercada por los per­
seguidores, comienza a desarrollar su rasgo pródigo; la forma
que encuentra para calmar la voracidad del Otro consiste en ir
regalando dinero por la calle, en dejar propinas desproporciona­
das en los restaurantes, en no aceptar los vueltos por las compras
que hace. Ella pretende de este modo deshacerse de lo que le so­
bra, inventar un sitio donde alojar el plus de goce de una manera
salvaje, a la orden de la pulsión de muerte, y consumar así su fan­
tasma de ser despojada de todo, de convertirse ella misma en un
despojo.
UNA MUJER PRÓDIGA
1 99
Este rasgo, por supuesto, hace su aparición en la transferen­
cia: me ofrece doblar los honorarios, quiere pagar por adelanta­
do un año de tratamiento. Me niego, los honorarios están fijados,
las sesiones se pagan una por una. Sólo accedo a incrementar la
periodicidad, temporalmente, para que podamos verificar hasta
qué punto es posible ayudarla a apaciguar su sufrimiento. Así se
lo transmito, textualmente. También dejo abierta la posibilidad
de que no sea yo la persona que pueda ayudarla, si es así tratare­
mos de encontrar otra persona, ella decide . . .
Es el momento en que m e hace saber d e las cosas fundamenta­
les que lleva consigo en su maleta, la cual trae a todas las sesio­
nes. Siempre la deja al lado de la silla en la que se sienta y de
cuando en cuando la toca con suaves movimientos de las manos,
al modo de una caricia. Esta vez la abre, saca de ella una bolsa
bastante grande, despliega el contenido sobre la alfombra: se tra­
ta de las joyas de su familia que ha recibido en herencia a lo lar­
go de los años, y de las que su marido le ha regalado durante el
matrimonio, también hay documentos importantes, escrituras de
propiedades, chequeras de bancos extranjeros y dinero de distin­
tos países. Con todos estos objetos como testigos de nuestro diá­
logo, esta mujer comienza a hablar por primera vez de una mane­
ra que me sorprende, y en esta sesión, que se extiende en el
tiempo, parece haberse diluido su delirio mágicamente.
La presencia de las joyas y de estos documentos personales,
como las fotos en su primer análisis, permite un relato en el que
es posible ubicar los significantes que la han determinado, la
constelación de su locura. En cada sesión ella despliega las joyas
sobre la alfombra y sólo después me habla, luego las guarda y así
hasta la siguiente.
El padre de esta mujer muere en circunstancias extrañas
cuando ella tenía nueve años, un resbalón en la calle, un mal gol­
pe y la muerte, «un accidente fatal, no supo poner las manos a
tiempo, se cayó y las manos no respondieron para amortiguar su
caída». Tal es la interpretación que hace, de la muerte de un pa­
dre que había ocupado hasta el momento un ideal que se queda
vacío, los rasgos del padre quedan difuminados, a excepción de
uno: el trabajo que realizaba con sus manos; él era, entre otras
200
EL AMOR EN LA PSICOSIS
cosas, escultor (este dato tomará su relevancia un poco más ade­
lante). El día de su muerte el padre iba a hacerse grabar un ani­
llo, se trata de un anillo de esos que llevan en la parte delantera
un espacio plano en el que, por lo general, se inscriben las inicia­
les del nombre propio. Me muestra el anillo, efectivamente, es un
anillo sin grabar, está innominado, lo separa de los demás obje­
tos, lo deja siempre a un costado y continúa el relato.
Después de esta muerte, la madre, enferma de una depresión
de la que ya no saldrá nunca, se vuelve hostil para ella y para su
hermana, taciturna, demandante. Así las cosas, ambas hermanas
ingresan en un internado de monjas. Todos los fines de semana
durante estos años visitan a la madre que está casi siempre pos­
trada, la escena es siempre la misma, ella acompaña el dolor y la
hermana suele escaparse. Ya entrada la juventud y apoyada por
una tía, la hermana decide marcharse a estudiar a un país extran­
jero. Esta ausencia es un impacto brutal en su subjetividad, la
hermana encarnaba la jovialidad, mientras ella queda a merced
de esta madre melancolizada. Al terminar sus estudios empieza a
trabajar. Bajo esta constelación, otro accidente vuelve a golpear a
esta familia. La hermana muere en una explosión de gas en aque­
lla ciudad. A partir de aquí todo ocurre vertiginosamente. Se
desplaza a aquel país donde asi�te a los funerales de la hermana,
todo sucede para ella como en un sueño. Amparada por esta tía,
hermana del padre, se instala en aquella ciudad. Esta tía, un per­
sonaje que brilla en los ambientes intelectuales y políticos, se
convierte en su soporte. La madre regresa, ella la visita esporádi­
camente. Es este el tiempo en que conoce al que será su marido.
El relato y las joyas se complementan, los significantes son hi­
lados a partir de los objetos que ella manipula durante las sesio­
nes. Aunque llega un momento de agotamiento de la palabra en
este registro que podríamos llamar de coherencia histórica. Cesa
casi bruscamente la reconstrucción y vuelve a aparecer el sujeto
desencadenado; mis intentos por volver a instalar el orden a par­
tir de los objetos hacen agua.
Se pasa a otro registro, ella se empecina en ofrecerme las jo­
yas, quiere que sean para mí. Amenaza con regalarlas, con des­
truirlas si yo no las acepto. No las acepto, le digo que de ninguna
UNA MUJER PRÓDIGA
201
manera me pertenecen, puede hacer lo que quiera. No obstante,
le propongo que puedo alojar sus objetos en un cajón que está
vacío, se lo muestro, convenimos que es una medida temporal
hasta que encontremos otro destino. Acepta. Ella misma coloca
en un cajón del escritorio la bolsa con sus joyas y otros papeles,
el dinero y algunos documentos retornan a su maleta, conveni­
mos que son necesarios para su subsistencia cotidiana. El anillo
del padre lo pone aparte, distanciado de la serie de sus otras per­
tenencias.
Este acto consigue instalarla, por lo menos en dos sentidos,
en el dispositivo propiamente dicho y en la ciudad. El punto de
anclaje es la consulta del analista.
El aumento progresivo del amor empieza a hacerse notar, has­
ta aquí lo podemos llamar de transferencia.
Una vez puestas las joyas a resguardo en el cajón vacío, la pro­
liferación delirante comienza a tener un ordenamiento: el mundo
se divide, se parte en dos para ella, siente una inmensa claridad
ante este hecho, la certeza de que ocurrió es contundente. Ahora
la realidad consta de dos bandos bien definidos e identificables:
los perseguidores por un lado, llamados las instancias y los que
ella nombra los psi, seres capaces de sostener la dignidad humana,
éstos toman el estatuto de dioses por los cuales vale la pena exis­
tir. Estos dioses, de momento, no demandan oscuros sacrificios.
Comienza así a estudiar los textos analíticos, a traducir traba­
jos de autores psi, en lo que ella denomina versiones propias, el
escrito toma la forma privilegiada de tramitación de lo real. Yo
soy el destinatario de las versiones propias, que ocupan otro cajón
de mi escritorio.
Recupera en el trabajo analítico una identificación fundamen­
tal para ella, se trata de la tía, hermana de su padre, y que es una
precursora de los psi. Esta tía, ya muerta y que se constituye, si se
puede decir de este modo, en un Ideal del yo, permite una dis­
tancia simbólica que hace posible la incorporación de rasgos que
la conducen a recuperar actividades que había perdido desde ha­
cía ya mucho tiempo y que le permiten cierta laxitud en el lazo
social, los fenómenos persecutorios se distancian cada vez más en
su subjetividad.
202
EL AMOR EN LA PSICOSIS
El analista encarna ahora al garante de los psi, es un dios pro­
tector y a veces sólo le basta una simple llamada para temperar el
sufrimiento, otras veces necesita sesiones para contarme que al­
guna de las instancias ha hecho su aparición en la ciudad, es im­
prescindible escucharle las razones por las que se ha filtrado tal o
cual perseguidor, verifica que yo no me alarmo por la aparición
de alguien contrario al mundo de los psi, y poco a poco recupera
la calma.
La cadena de los psi comienza con su antigua analista y se co­
necta con la sucesión de cosas que han ocurrido desde que em­
prendió el viaje de regreso a su tierra , los personajes se han ido
colocando de un lado o del otro. La metáfora delirante cada vez
va cobrando mayor potencia estabilizadora.
Ahora bien, vemos hasta el momento a nuestra paciente que
ordena la cascada significante y que esto produce, a su vez, un
reordenamiento en el campo del lenguaje al tiempo que también
se verifican efectos en la economía libidinal, lícitos de adjetivar
como terapéuticos. Pero, ¿estamos con esto en el corazón del
análisis de esta mujer? Pues no, éste es más o menos el punto en
que su análisis anterior se detiene, el punto de fuga en el cual la
transferencia se desestabiliza.
Pues si bien la metáfora construida bajo transferencia reorgani­
za el campo del significante, en el campo del goce este sujeto sigue
desarmado, el campo del goce sigue desencadenado, dan cuenta
de ello la irrupción de fenómenos como las voces y la exacerba­
ción de la demanda de presencia del analista. La insistencia en la
periodicidad de las sesiones aparece como un obstáculo, ella aspi­
ra a convertirse en la única paciente, pretende un analista/u!! time.
Se comienza a perfilar así un tiempo dos en la transferencia.
Si podemos decir que la demanda inicial de esta mujer era una
demanda de significación, lo que la transferencia nos muestra
ahora -una vez producido cierto efecto metafórico y restablecida
la dialéctica del binario significante bajo una interpretación deli­
rante- es la aparición del sujeto del goce. ¿Y qué nos grita? Este
sujeto ama al analista y los dioses empiezan a exigir los sacrificios
del amor, el cuerpo empieza a temblar y ya no hay país al que
huir a excepción que se invente Otro.
UNA MUJER PRÓDIGA
203
Momento en el cual la cura se orienta bajo otro aspecto: el su­
jeto propone su goce al analista, y es el momento de verificar
hasta qué punto la maniobra en la transferencia es capaz de esta­
blecer reglas que puedan regular su irrupción.
La transferencia se vuelve claramente erotomaníaca y de­
muestra así el rodeo que esta mujer emprende para instalarse ella
misma como objeto y ofrecerse como tal al goce del analista.
Comienzan a hacer presencia actos que están orientados por
esta nueva posición en la transferencia. Su semblante empieza a
metamorfosearse; se compra ropa elegante y provocativa, grotes­
ca para su edad y su figura; me invita a cenar; me telefonea a ho­
ras insólitas para preguntarme cómo estoy, si no puede venir a la
consulta o a mi casa; averigua donde vivo y me avisa que lo sa­
be, aunque detiene el acto de su presencia en mi domicilio par­
ticular ante el aviso de que su presencia allí tendría como conse­
cuencia la interrupción de la cura; me hace llegar regalos de
todo tipo y valor, que envía mediante mensajeros y que son in­
mediatamente devueltos a su remitente. Cuando vuelve a su ho­
ra de sesión me reprocha mi falta de sensibilidad. Insiste y me
provoca con realizar actos mayores; quiere transferirme todos
sus bienes bajo el pretexto de su incapacidad mental para que
yo se los administre; le explico que no me dedico a administrar
esa clase de bienes, le recuerdo con asiduidad que trabajo como
psicoanalista. Se enfada, discute, amenaza. Busca todo tipo de
artilugios para que responda de manera afirmativa a algo de lo
que me propone. Lo único que le digo es que sigo en disposi­
ción de poder escucharla, que la espero en la próxima sesión. Se
enfurece, se va pegando portazos, maldiciendo, pero siempre
vuelve.
Son estos momentos cuando el no es la maniobra privilegiada
de la transferencia, no se trata del no del rechazo ni del no de
una negación pura y arbitraria, sino un no de la maniobra, un no
que cumple, si me permiten llamarlo de esta manera, función de
interpretación. Es la forma por la cual se le da a entender un no
al goce, una limitación de esa forma exaltada del amor que es la
transferencia erotomaníaca. Y esta maniobra comienza a produ­
cir otros efectos.
204
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Es esta cuestión en realidad la que ha dirigido toda la cura,
desde su primer momento, desde el momento que subordino la
demanda a que no-solo yo. No a las joyas, no a los regalos, no al
amor, etc., todo puede reducirse al fin y al cabo a dos significan­
tes de todo el enjambre: no y acepto.
Todo el despliegue del momento erotomaníaco tiene una fina­
lidad única para ella, reintroducir al analista en el lugar del Otro
del goce. En esta cura hay una sola maniobra posible ante esta
coyuntura: oponerse a ella. Obviamente esta mujer no es monó­
tona ni monolítica a nivel del equívoco, como dice Lacan en ¡;
Etourdit, ella está siempre a mitad de camino entre eljuicio que re­
chaza y el insulto que identifica.
La coartada de la negación, maniobra privilegiada en este ca­
so, efectivamente levanta las sospechas de un amor no corres­
pondido, se siente defraudada y el momento es inquietante. Co­
mienza a mostrar su enfado, su agresividad hacia mí; me acusa de
haber abusado de su generosidad, de haberla abandonado, y des­
pués de varios encuentros en que se dedica a amenazarme, el
despecho la lleva a exigirme la devolución de sus objetos bajo la
sospecha de haber usufructuado de ellos. « ¡ Usted es un ladrón ! »
llega a proferir en el éxtasis d e s u locura. Cual novia que quiere
recuperar sus cartas de amor, después de cuatro años intensos
me reclama sus objetos, me pide que le devuelva sus escritos, sus
joyas, sus documentos. La persuado de que ella misma los recu­
pere del cajón en donde se encuentran. Verifica minuciosamente
que nada falta, examina todo detenidamente mientras murmura
insultos. Se tranquiliza al ver que sus cosas fundamentales están
intactas y también se desorienta.
Allí está también el anillo del padre, único objeto que no to­
ca, está separado en un compartimiento del cajón, lo deja allí, de
momento. Cuando vuelve a su sesión me cuenta de mala manera,
dando a entender que me ha privado de algo, que ha alquilado
una caja fuerte en su banco y que ha guardado allí sus cosas, me
pregunta qué me parece. «Me parece bien», es mi respues ta. Me
dice que está triste. «Es lógico» le digo.
Vuelve a hablarme de su p adre, de su trabajo de escultor, de
las manos que no soportaron la caída. Durante un tiempo, esta
UNA MUJER PRÓDIGA
205
mujer, mientras residía en el extranjero, se dedicó a tomar clases
de escultura y llegó a crear objetos, a reproducir figuras, me
cuenta que algunas de ellas adornan sus estantes. Demuestro un
interés manifiesto por esta cuestión. Me pide fotografiarme en la
consulta, sentado en el sillón. Acepto. Transcurre así un tiempo
muerto, ella viene y habla de trivialidades, de cosas cotidianas,
que hace largas caminatas a la orilla del mar, que se ha comprado
un carrito de la compra para no cargar con bolsas, etc., pero so­
bre todo me observa, mira mis manos, a veces me pide que cruce
las piernas de una manera determinada. Acepto. El delirio está
amortiguado.
En otra sesión me consulta si yo creo conveniente que distan­
ciemos un poco las sesiones, una vez por semana le parece una
buena frecuencia, ella está muy ocupada con sus cosas. Acepto.
No tengo ninguna idea de cuáles son las cosas de las que se ocu­
pa, tampoco le pregunto.
Pasado un tiempo y sin más preámbulo me dice que ha alqui­
lado otra caja fuerte en el banco, ha estado en una lista de espera
hasta que le entregaran una. Me pide el anillo de su padre,
«¿Cree usted que estará a buen resguardo allí?». «Por supuesto».
Otra vez ella misma va hasta el cajón, lo coge, le ha comprado
una bonita caja donde lo guarda. Hasta la próxima.
Pasada una semana la tengo de nuevo frente a mí, está vestida
elegantemente, no se trata esta vez del grotesco estilo de la exal­
tación erotomaníaca, está maquillada discretamente, se ha pues­
to algunas de sus joyas, discretas también. Lleva consigo una ca­
ja de volumen mediano, es una caja de madera noble, se sienta,
deja la caja sobre el escritorio.
« ¡ Usted debe aceptar este regalo ! » , la modulación de su voz
es imperativa. Le pregunto sí antes me permitirá abrir la caja,
acepta con un leve movimiento de cabeza. La abro y me encuen­
tro a mí mismo sentado en mi sillón, petrificado en una escultura
de arcilla, bonita, acabada con esmero. Me explica el proceso
que siguió para realizarla, los materiales que ha usado, ha encon­
trado un taller de alfarería donde le han permitido usar el horno.
Me gusta y se lo transmito, encontramos juntos un lugar donde
ubicarla, debe ser un lugar visible, acordamos en colocarla en un
206
EL AMOR EN LA PSICOSIS
costado del escritorio a la vista del que entre. Allí estoy ahora,
siempre en la misma posición, inmóvil, convertido en arcilla por
sus manos, para s1empre.
Me dice que me llamará, su tono aunque firme delata la emo­
ción del momento, no cree necesario por ahora seguir viniendo a
verme. De acuerdo.
Ella, digámoslo así, está clínicamente estabilizada, su estabili­
zación se sostiene en la existencia del dispositivo, en la existencia
del psicoanálisis como tal, no estrictamente en la presencia del
analista, ya que a partir de este momento se las arregla para so­
portar mi ausencia y dirigir su vida. Ignoro lo que hace, nada me
dice ya de sus avatares.
Desde aquella sesión las visitas se restringen a momentos muy
puntuales y significativos: año nuevo, las vueltas de las vacacio­
nes. Ni siquiera me llama, viene y se sienta en la sala de espera a
que pueda escucharla, las sesiones consisten en unas pocas pala­
bras: antes el protocolo del saludo y, después de algunas observa­
ciones triviales, el ritual es siempre el mismo: ella pregunta «¿Có­
mo están las cosas?». «Las cosas están bien» es mi respuesta. A
veces ella, gracias a la intuición de su locura, puede percibir en
mí el semblante del cansancio y la pregunta es más directa: «¿Es­
tá bien usted hoy?». «Por supuesto». Ello basta.
Su última visita ocurrió el 12 de septiembre, un día después
del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, vino
temprano y esperó un buen rato, se quedó de pié, por lo general
suele sentarse y leer. Entró a la consulta y más bien preocupada
me preguntó en voz baja: «¿Las cosas están bien?».El automatis­
mo de la respuesta se hizo esperar, la suspensión de un breve si­
lencio instaló una sonrisa, sutil, en ambos. «¿Las cosas? ¡ Ah ! ,
Las cosas, están bien, por supuesto.»
CONVERSACIÓN
Vicente Palomera: Una Conversación es algo que, como he­
mos venido aprendiendo con Jacques-Alain Miller estos años, se
realiza entre todos, es decir, con la participación, las intervencio-
UNA MUJER PRÓDIGA
207
nes, las preguntas de todos los asistentes. Y además la Conversa­
ción incluye el amor, puesto que es «hablemos juntos a partir de
lo que no tenemos», es decir, lo que hay que construir. Una Con­
versación es algo que se construye.
El año pasado tuvimos la suerte de participar en la primera
conversación en la que también estuvo con nosotros J acques­
Alain Miller, al que hoy quiero agradecer, en nombre de los res­
ponsables de la Sección Clínica y en el mío propio, su asistencia.
Su estancia aquí con nosotros es siempre un placer, por lo que
nos permite aprender. El año pasado en la mesa estaban Hebe
Tizio y Miguel Bassols, coordinadores del Instituto del Campo
Freudiano en España, . ellos nos han pedido este año a Lucía
D'Angelo y a mí que tomáramos el relevo en esta segunda Con­
versación. Intentaremos hacerlo lo mejor posible, acompañando
en esta tarea a J acques-Alain Miller y a quienes más saben de ca­
da caso, que son los que han sido invitados a participar.
Comenzaremos por un caso muy interesante -ustedes han te­
nido la oportunidad de leerlos previamente y habrán podido
comprobar que todos los casos lo son-, que lleva por título «Una
mujer pródiga». En el caso hay dos partes, la primera parte es
antes de que esta paciente se encuentre con Osear Ventura. Es
una mujer de unos cincuenta años, nacida en España, culta y re­
finada, con una carrera humanística, que habla en cuatro lenguas
y tiene una educación religiosa y una vida social y cultural muy
rica. En el momento de acudir a Osear Ventura, vive del dinero
del divorcio de su marido cuya promesa de matrimonio fue viajar
sin la certeza de habitar en un lugar de manera permanente.
Cuando eso cambia y se instalan en un lugar de modo permanen­
te, hay una demanda de descendencia por parte del marido y una
operación por enfermedad orgánica que la esteriliza.
La pareja entonces se distancia, ella emprende estudios uni­
versitarios y se prodiga de forma excesiva con sus amistades en
invitaciones, viajes, regalos y empresas ruinosas. El dinero se le
va de las manos. Su marido entonces se lo restringe: tensión en la
pareja y agitación en la paciente.
Encuentro con el profesor de yoga intensivo, que además cita
a Freud. Fenómenos elementales, voces persecutorias. Su cuerpo
208
EL AMOR EN LA PSICOSIS
convertido en un pedazo de madera en manos del profesor con­
vertido a su vez en físico nuclear que experimentará con ella. En
este punto se produce la eclosión del delírío. Hay una serie de in­
gresos que Ventura llama el circuito psiquiátrico, durante ocho
años. El fármaco se muestra insuficiente para regular el goce de
este delirio, razón por la cual ella emprende un análisis por de­
manda propia sobre la base de su transferencia anterior a los tex­
tos psicoanalíticos. Se suceden cuatro años de trabajo analítico,
de reconstrucción de su genealogía, muy curiosa, mediante el or­
denamiento de las fotografías de su vida. Acuerdo de divorcio
con el marido. Hay un duelo por la muerte de su padre, por su
hermana y por su madre. El resto del trabajo con esta psicoana­
lista es volver a aquellos lugares del ideal fotográfico de los que
depende su vitalidad. La analista y una amiga la ayudan a arre­
glar sus asuntos financieros y venderlo todo para ir a buscar un
psicoanalista en su país de origen .
La segunda parte: su llegada a España y, más concretamente,
a Alicante. Llega a la consulta de Ventura con una maleta que
contiene unas pocas cosas fundamentales de las que no se separa
en ningún momento, demandando un análisis y presa a su vez de
un delirio de una conjura mundial para despojarla de sus bienes
materiales y espirituales. No quiere acudir a familiares que viven
cerca ni tomar medicación. Acepta lo segundo en el caso de que
fuese necesario. Vaga por alojamientos diversos al mismo tiempo
que va realizando llamadas insistentes al psicoanalista por teléfo­
no. Todo hace signo de sus perseguidores a la vez que desarrolla
su rasgo pródigo: dar propinas desproporcionadas, no aceptar la
devolución del cambio en sus compras, intentar doblar el impor­
te de los honorarios del analista o pagar por adelantado un año
de tratamiento.
El analista sólo acepta aumentar la frecuencia de las entrevis­
tas; entonces es cuando ella abre la maleta y le muestra las cosas
fundamentales: escrituras, joyas de familia recibidas en herencia,
las que compró su marido, documentos importantes, chequeras
de bancos extranjeros y dinero en diferentes monedas. Aquí co­
mienza a hablar de modo distinto: coherente y sin delirio perse­
cutorio. En cada sesión se repite lo mismo: despliega las joyas,
UNA MUJER PRÓDIGA
209
habla y después las guarda. Es en ese momento cuando ella co­
mienza a relatar su historia, y el analista se entera de que su pa­
dre murió en la calle al resbalar y no saber poner las manos a
tiempo para amortiguar el golpe. El padre era escultor, y el día
de su muerte iba a grabar un anillo, tema fundamental en el mo­
mento de la estabilización, tal y como lo presenta Ventura.
Con la maleta abierta ¿de qué más habla? Habla de la madre
enferma, que enfermó de depresión, que se volvió hostil, tacitur­
na y demandante, y de que ella y su hermana ingresaron entonces
en un colegio de monjas -suponemos que por la depresión de la
madre-. Los fines de semana ella acompañaba a la madre en su
postración, la hermana se escapaba. Ésta, ayudada por una tía pa­
terna, va a estudiar al país donde vive esta tía, y muere en un acci­
dente de una explosión de gas cuando la paciente ya trabajaba,
una vez concluidos sus estudios. La partida de la hermana, que
encamaba la jovialidad, impactó subjetivamente en la paciente
mientras que la muerte fue vivida como un sueño. Todo esto es lo
que ella relata de su historia. La paciente se marchó a su vez a vi­
vir con la tía, que se destacaba en ambientes intelectuales y políti­
cos. En esos ambientes la paciente conoció al que sería su marido.
El delirio vuelve a desencadenarse en determinado momento
-es un delirio que se desencadena bajo transferencia con una
vertiente erotómana-, y se pierde la coherencia histórica. Quiere
que el analista acepte las joyas, amenaza con regalarlas o destruir­
las. Él le propone alojar sus objetos en un cajón vacío de su escri­
torio, donde puede colocarlos ella misma. Acuerdan que el dine­
ro y algún que otro documento vuelven a la maleta. El anillo del
padre sin grabar es colocado en un lugar aparte. Aquí el delirio
se ordena según una división del mundo entre las «instancias»
perseguidoras y los que ella llama los «psi», capaces de sostener
la dignidad humana, dioses por los cuales vale la pena existir y
que no demandan oscuros sacrificios. Es decir, casi como la es­
tructura de duplicación en el delirio paranoico de Schreber tal y
como Freud lo explica, sólo que aquí, en vez de Ormuzd y Ari­
man están las instancias y los psi.
Traduce textos analíticos en versiones propias que entrega al
analista, quien los guarda en otro cajón de su escritorio. Recupera
210
EL AMOR EN LA PSICOSIS
una identificación con la tía paterna, ya muerta, y con ello incor­
pora un rasgo que le permite recuperar actividades perdidas hacía
tiempo y cierta laxitud en el lazo social. Acude al analista por te­
léfono, a sesiones especiales, para contar las apariciones de las ins­
tancias en la ciudad. Verifica que el analista no se alarma y enton­
ces ella recupera la calma. Es decir, que viene a controlar si el
analista se pone, o no, nervioso. Aspira a convertirse en la única
paciente, tener al analista /ull time. Transferencia erotómana que
se traduce en un arreglo personal elegante a la vez que grotesco y
provocativo; llama al analista con insistencia y le hace regalos que
él devuelve, quiere transferirle sus bienes. El «no» del analista es
interpretado como amor no correspondido y entonces exige la de­
volución de los bienes diciendo «usted es un ladrón». Los recupe­
ra por sí misma, pero deja el anillo del padre. Vuelve a sesión no­
tificando que ha guardado las cosas fundamentales en la caja
fuerte de su Banco y que está triste. Vuelve a hablar del padre, de
las manos que no soportaron la caída y de que ella aprendió a es­
culpir objetos. El interés del analista por esta historia la lleva a pe­
dirle que la deje fotografiarlo. Reedición de lo que ya había hecho
con su primer analista. Después de un periodo de hablar de tri­
vialidades, pide distanciar las sesiones porque está muy ocupada
con sus cosas. Vuelve al cabo de una semana y quiere guardar el
anillo del padre en una caja comprada al efecto; viste de forma
elegante, sin estilo grotesco. A la semana siguiente vuelve con otra
caja que contiene una escultura de la imagen del analista sacada
de la fotografía, y con el imperativo de que acepte ese regalo. Bus­
can juntos un lugar donde ubicar la escultura de cuya manufactu­
ra realiza un relato detallado. Desde esa sesión las visitas se res­
tringen a momentos puntuales. Podíamos llamar a este trabajo
«Esculpir al analista», la paciente ha efectuado esta operación.
Año nuevo, vuelta de vacaciones. No llama al analista. Las se­
siones consisten en pocas palabras. Ella se limita a preguntar:
«¿Cómo están las cosas?». El analista contesta: «Las cosas están
bien». La última visita, el doce de septiembre, el día después del
atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, le pregunta­
rá lo mismo al analista y éste responderá: « ¿Las cosas? ¡ Ah ! , las
cosas están bien, por supuesto».
UNA MUJER PRÓDIGA
211
Éste es el relato que nos presenta Osear Ventura, ahora es el
momento de pasar a los comentarios. Y la primera cuestión que
yo plantearía es respecto a la temática del amor; el efecto que tie­
ne la apertura de la maleta, el exponer las joyas, y esta especie de
delirio que la empuja a desprenderse de todos sus bienes, de lo
que podríamos llamar las prendas de amor. Esto hace pensar en
la dimensión de lo que en el análisis se construye como un the­
saurus; estos objetos agalmáticos funcionan al revés que en la
neurosis, donde los propios agá/matas son los que quedan ocul­
tos por el sujeto y el Otro debe descubrirlos poco a poco. Sin
embargo aquí aparecen ya de entrada y toda la labor analítica es
cómo hacer una urna, un recipiente para acoger esos objetos. Es
decir, que la labor analítica, el trabajo con esta mujer, es cómo
colocar estos objetos agalmáticos en el interior. Eso que estaba
fuera colocarlo dentro. La primera pregunta que yo plantearía a
Ventura es si estaría de acuerdo con que el trabajo de este delirio
ha consistido, por la vía del «no» -no aceptar esta vía mortifican­
te de su delirio, este empuje a darlo todo-, a dar un lugar, una
posibilidad de construir esta estatua que va a recoger todos sus
objetos preciosos, que al inicio del delirio estaban fuera y tú los
welves a poner adentro. Me parece que esta operación da una
muy interesante versión psicótica del amor, nos muestra esta di­
mensión donde lo real mismo del amor se pone en juego, no co­
mo algo enigmático a descifrar, sino algo sin el velo, y cómo hay
que construir un velo -de ahí la función de los armarios, de los
cajones-. También es muy interesante el hecho de aislar del con­
junto de ese tesoro de joyas el anillo del padre por grabar, que
ella misma decide poner en un cajón aparte.
En fin, me ha parecido interesante la manera en que Ventura
ha puesto sus <<noes», es decir, que lo fundamental en este trata­
miento no es la interpretación sino decir «no» a una pendiente
delirante, permitirle que hablara, que reconstruyera su historia,
que pudiera recoger los elementos de su historia desperdigados
como sus objetos, totalmente esparcidos, y darles entonces una
forma, un lugar. Y también podemos ver cómo el analista es con­
trolado por ella en tanto hay una confusión entre las instancias y
los psi, cómo ella trata de poner en orden el mundo -este mundo
2 12
EL AMOR EN LA PSICOSIS
desordenado tras el desencadenamiento psicótico-, a partir de si­
tuarse ella como amo del discurso, aunque ella misma esté tam­
bién dividida por lo que no sabe. Al final parece que el analista
consiente a esta operación de reducirse a ser la estatua en cuanto
que hace que todas las cosas estén en un orden, y todo desembo­
ca en la pregunta de la paciente « ¿cómo están las cosas?, que es
decir, ¿cómo está el orden del mundo?» Al analista le basta con
decir únicamente que las cosas van bien, y todo se mantiene en
equilibrio.
Osear Ventura: Quisiera puntuar un par de cosas, después de
la excelente introducción que ha realizado Vicente Palomera, en
referencia a algunos detalles que hay que tener en cuenta. No só­
lo está el dinero del marido, esta mujer proviene de una familia
de la alta burguesía española clásica, así que hay una división de
los bienes entre los que ella hereda de su familia y los del marido.
Respecto a la puntuación que haces en el momento de la deman­
da propiamente dicha, cuando esta mujer está en un estado gra­
ve de agitación, con un delirio bizarro, confuso, hay un primer
acto que para mí de alguna manera ordena la cura, o empieza a
ordenar la cura, y produce un primer descompletamiento. Con­
siste en subordinar la demanda, se lo digo firme y textualmente,
en la medida en que nosotros precisemos algún tipo de ayuda ex­
traanalítica la pediremos. Subordino el ingreso en el dispositivo
analítico a esta cuestión.
]aeques-Alain Miller: Cuando llega a su consulta, ¿esta pacien­
te venía medicada?
Osear Ventura: No, no. Era absolutamente reacia a tomar
cualquier tipo de medicación, inclusive reacia a demandar cual­
quier otro tipo de ayuda que no proviniera de los significantes
del psicoanálisis. Ella ya está convencida de eso desde antes de
venir a verme a mí.
]aeques-Alain Miller: Y ahora, ¿dónde está esta señora?
UNA MUJER PRÓDIGA
2 13
Osear Ventura: Esta señora vive en la ciudad, se ha comprado
una casa, un coche, y está tranquila haciendo sus cosas.
]aeques-Alain Miller: ¿No lo ha visitado más?
Osear Ventura: Sí, ella me visita de forma puntual; incluso
cuando yo recomienzo el trabajo después de las vacaciones, ella
es la primera. Lo ha hecho ahora, después de Navidad: ella llega,
me saluda, «¿cómo está?» Le respondo que estoy bien; pasa a mi
despacho . y todo eso en no más de cinco minutos.
]aequc.1 -Alain Miller: Continua el tratamiento de forma muy
relajada; y parece que para toda la vida . . .
Osear Ventura: Probablemente. Cuando, por ejemplo, ocurrió
lo del World Trade Center, ella llegó a primera hora, nerviosa,
me pidió hablar y me preguntó «cómo están las cosas». Este tipo
de preguntas incluye un «cómo está usted hoy». Ella me observa
y, ante una respuesta mía de que estoy bien, eso le es suficiente.
Muchas veces la pregunta es «¿cómo está el mundo?» «El mun­
do está bien», le respondo, y aunque esto despierte asombro en
ustedes, es fundamental para ella que se le diga eso.
Bien, quería puntualizar ese punto de subordinación de la de­
manda que marqué al inicio; es decir, que yo podía hacerme car­
go de atenderla y que si era preciso consultar también con un
psiquiatra, así se haría. Este primer acto ya abre de algún modo
un punto de descompletamiento: yo sí, pero no todo. Respecto
del padre, era diplomático, muy importante durante la Repúbli­
ca, y entre sus aficiones estaba la de escultor. En el momento de
su muerte parecería haberse producido una especie de difumina­
ción de los ideales, y queda sólo ese rasgo, que ella conserva, que
es el trabajo con las manos; lo que de algún modo se asocia a la
muerte con esta caída que ella describe como un fallo en las ma­
nos. Es el único rasgo que ella conserva del padre: el trabajo co­
mo escultor. Respecto de la depresión de la madre, ella es ingre­
sada con una especie de melancolización y es por eso que ambas
hermanas son internadas en un colegio religioso.
214
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Vicente Palomera: Pensaba que una cuestión interesante a
plantear sería la erotomanía de estabilización: se podría pensar
que hay un tipo de erotomanía de estabilización en el mismo sen­
tido que S chreber consigue poner un orden en el universo me­
diante un dios, aunque sin imagen, ya que en este caso la pacien­
te produce, esculpe una imagen. Me gustaría que Ventura nos
explicara cómo interpreta la función de las imágenes, de las foto­
grafías, hasta la escultura. Ese trabajo de reconstrucción de su
historia a partir de momentos fijados en imágenes.
Osear Ventura: Hay algo que a mí me orientó en esta cura, y
es de agradecer, pues esta señora me ha enseñado mucho sobre la
psicosis, lo que me orientó fue su primer análisis. Hubo un tiem­
po bastante extenso hecho a jirones, a retazos, durante el cual
juntos pudimos reconstruir la coyuntura de salida del dispositivo
analítico, en qué había consistido aquello, y más o menos la posi­
ción subjetiva en que ella estaba en aquel análisis. En el momen­
to en que se produce una cierta estabilización en la cura conmi­
go, vía una metáfora delirante, cuando ella ordena el binario
significante entre las instancias y los psi, se produce una estabili­
zación y un ordenamiento de la economía libidinal, pero -y en
esto me orientó su primer análisis- el punto de la transferencia
con la primera analista se desestabiliza ya que no hubo un des­
pliegue erotómano en ese primer análisis. Está la reconstrucción
mediante la genealogía y la historia de un modo bastante preciso,
realizado a partir de un congelamiento del Otro que es la foto­
grafía, o sea, que el analista le permite un soporte que inventa
ella misma, y que son las fotos de un Otro congelado donde se
reinventa a sí misma. Esto tiene un límite, pero al mismo tiempo
es algo que le sirve y la fija, sobre todo en el análisis.
Vicente Palomera: Siguiendo esta misma reflexión , ¿ estás de
acuerdo entonc�s en que mediante la fotografía, la escultura, ella
produce estas imágenes -que supone que son el goce del analis­
ta- ya que fue con la primera analista con quien realizaba un tra­
bajo con las fotografías, y así produce el goce del Otro en el lu­
gar del esclavo? Estas imágenes, esta escultura, que supone son
UNA MUJER PRÓDIGA
215
el goce del Otro, ¿la llevan a ponerse a trabajar para el goce del
Otro, a producirlo? Lo planteo así para que podamos pensar qué
función tienen estas fotografías.
Osear Ventura: Creo que las fotografías son lo que en el pri­
mer análisis le permiten construir una metáfora que la estabiliza.
Ella tiene un ideal, un ideal de congelamiento del Otro, una ne­
cesidad de petrificación del Otro. Ella está absolutamente atenta
a mis movimientos, así que cuanto más muerto estoy, mejor.
Lucía D'Angelo: Esta reconstrucción del mundo imaginario a
partir de la fotografía me ha recordado un dato que también apa­
rece en el caso de José Rodríguez Eiras; en general en los casos
aparece la cuestión de reconstruir lo imaginario a partir de esta
coagulación de la imagen, o de un cierto orden de las imágenes.
En ese sentido, todo esto no es sin una significantización, si pue­
do decirlo así, por parte del analista: esas imágenes de las foto­
grafías que se ordenan en su mundo imaginario necesitan de vez
en cuando «el mundo está bien»; hay algo del orden significante
que abrocha esta metaforización. Hay algo que no queda sólo en
la prevalencia de la reconstrucción de lo imaginario y que necesi­
ta que el Otro esté bien. Creo que el significante preciso es
«bien». Cada vez que da vuelta a una página del álbum en su his­
toria ella necesita un significante, que no es cualquiera y que no
viene de cualquiera, y que es «el mundo está bien». Me parece
interesante pensar que puede ser un tratamiento para toda la vi­
da . . . Entonces, me gusta mucho la expresión «coagular al Otro
en la imagen», pero también hay una coagulación del significan­
te en «el mundo va bien». Estarás de acuerdo en que es un punto
central en el tratamiento.
Vicente Palomera: Ella realiza este movimiento de la misma
manera que cuando alguien va al médico, éste le pregunta: ¿có­
mo está usted de salud? En este caso ella es el analista que pre­
gunta, pregunta como analista de su dios: ¿cómo está dios? Dios
que es el mundo. Hay, en efecto, una inversión por la cual ella se
convierte en el analista, y viene a controlar cómo está el mundo.
216
E L AMOR EN LA PSICOSIS
Gustavo Dessal: Quería tomar la expresión de Vicente «eroto­
manía de estabilización» pues me parece muy interesante, porque
esta mujer llega en un momento que podíamos calificar como de
disgregación maníaca. Es decir, su presunta prodigalidad es la en­
carnación de una disgregación del objeto que es al mismo tiempo
la disgregación de su propio ser, que va desparramándose por to­
dos lados. Hay entonces, a partir de la instalación de la transfe­
rencia, un esfuerzo para alojar esa metonimia tanática, alojarla en
el lugar del Otro. Y la vía es la transferencia, o sea, el pasaje de la
manía -no me refiero aquí al diagnóstico psiquiátrico de manía-,
de esta fase maníaca, a la eroto-manía. Lo que me parece particu­
larmente interesante de este caso es que en realidad yo no diría
que es una estabilización en torno a la erotomanía. Me da la im­
presión de que hay un pasaje por la erotomanía, con sus pasos
clásicos en el sentido de Clérambault, los descritos por Freud
también, hasta el momento de la decepción, pero es a p artir del
momento de la caída del postulado erotomaníaco donde, paradó­
jicamente, se produce la estabilización. Y esto es muy interesante
porque la fase erotomaníaca da lugar, da paso, o hace de puente
a una estabilización, cosa que es una singularidad de este caso.
En otras ocasiones nos encontramos con que es justamente al re­
vés: cuando la transferencia cobra un valor erotomaníaco la cura
queda en ciertos casos absolutamente impedida. Por ejemplo, el
caso de Serra destaca en cierto modo cómo lo que hace posible el
mantenimiento, la posibilidad de la cura es precisamente que n o
hay inundación de la transferencia por el Eros.
Jacques-Alain Miller: A propósito del tema de la erotomanía,
no he podido ver con precisión el postulado erotomaníaco de la
paciente, ya que como lo recordaba Gustavo Dessal, la base de
una erotomanía es clásica y es el postulado «él me ama». Esto no
lo he visto tan destacado en la reseña, lo pregunto ya que es ver­
dad que no es un proceso clásico. ¿Cuánto tiempo dura esta fase
que hemos llamado «erotomaníaca»?
Horacio Casté: Mi pregunta está en relación con el tiempo,
creo que hay un tiempo oculto en el proceso de esta mujer: el
UNA MUJER PRÓDIGA
2 17
tiempo que va desde que te saca la foto hasta que te entrega la
escultura; un tiempo en el que ella fabrica su escultura sin decir
nada, como si fuese un secreto. Creo que en ese tiempo se desa­
rrolla esa actividad erotomaníaca, en la que intenta regalarte co­
sas que tú le devuelves, hasta que sí aceptas eso que ella te trae.
Osear Ventura: Eso es anterior. El momento de la fotografía es
momento más bien final, el despliegue erotomaníaco se pro­
duce antes -y con esto respondo a Jacques-Alain-. Este exceso
de amor, voy a decirlo así, dura aproximadamente un año, du­
rante el cual ella insiste de manera bastante clásica con «usted
me ama y por ello debe responder a este amor», me invita a ce­
nar, me regala cosas, en fin, hay toda una serie de actos que dan
cuenta de ese momento erotomaníaco, pero es algo progresivo.
Creo que esto empieza a producirse en el momento en que ella
me ofrece sus objetos para que yo me haga cargo de ellos y lo
que yo hago es alojarlos. Entonces lo que hay es una progresión
de la erotomanía y no un estallido propiamente dicho, no hay un
momento donde eso se desencadene.
un
]aeques-Alain Miller: En su texto usted dice: «Este sujeto ama
al analista», pero ese periodo no comienza por ahí. . .
Osear Ventura: Sí, es verdad que no hay un «usted me ama»
directamente, está el despliegue sucesivo de los elementos a los
que antes me referí. . .
]aeques-Alain Miller: Eso hace pensar más bien en los mismos
términos que se plantean con el profesor de yoga, y que es la seduc­
ción. Lo veo más del lado de la seducción que de la certeza del ia­
do del amor. Y el tiempo de un año entre la instalación de la certe­
za sería un tiempo un poco breve. Se puede decir que hay una
pseudo-erotomanía más que una erotomanía clásica; Gustavo Dessal
señalaba que no era clásico. Podemos utilizar el término, pero . . .
Gustavo Dessal: Esto puede ser interesante para la discusión
del tema de esta conversación ; tenemos un uso restringido del
218
EL AMOR EN LA PSICOSIS
término «erotomanía» siguiendo más o menos la terminología de
la psiquiatría clásica, y es verdad que en cierto modo Lacan, al
calificar la erotomanía como una modalidad característica de las
psicosis, amplía y complejiza el término. Es decir, que no es nece­
sario esperar la declaración de «él me ama» así, de forma mani­
fiesta, para hablar de erotomanía, el sujeto puede estar o bien en
posición activa o bien en posición pasiva respecto de ese amor . . .
Quizá sea interesante precisar un poco más qué entendemos des­
de el punto de vista psicoanalítico por erotomanía.
Lucía D'Angelo: También podemos hacer una distinción res­
pecto a lo que denominamos «estados erotomaníacos en la histe­
ria» . . .
]acques-Alain Miller: Parece una pseudo-histeria porque la se­
ducción está muy presente. Por supuesto, no es una histeria.
Pienso que este caso es una radiografía de la psicosis que nos
muestra muchos términos encarnados, muy destacados. Por
ejemplo, el «usted es un ladrón» me parece memorable como
muestra clínica: ella le hace regalos, le confía cosas y, es verdad,
todo regalo es un robo. Es la misma lógica, está fundado en el
principio lacaniano del amor, que a veces parece loco, el princi­
pio de que el amor es siempre recíproco. Uno siempre se imagi­
na que puede amar pero que el Otro no lo ama, y sin embargo el
principio lacaniano del amor significa que «yo te amo, pero de
este amor tú eres responsable porque tú te haces amar», de tal
forma que la responsabilidad del amado está siempre comprome­
tida. Es falta tuya, si te amo es responsabilidad tuya, así que si yo
te regalo mi fortuna, es tu responsabilidad. Finalmente esa equi­
valencia es lo delirante de una estructura fundamental de lo ima­
ginario. Y en este caso, decir «te he ofrecido todo, tú eres un la­
drón» se encarna de manera muy pura. Luego, entonces Ventura
es un ladrón. Por lo tanto, todo analista, terapeuta, debe recor­
dar que está amenazado de recibir la inversión del mensaje del
paciente. Que toda oferta del paciente tiene como reverso la acu­
sación de haber provocado esos efectos. Es una suerte que en es­
ta señora la erotomanía -que suele interrumpir los tratamientos-
UNA MUJER PRÓDIGA
2 19
ha sido una tentativa fugaz, una tentativa de seducción que final­
mente desapareció. Esto no se había producido en lo que usted
llama primer análisis.
Osear Ventura: No, por lo menos no tengo datos y me parece
que no se ha producido. La salida de aquel primer análisis me
parece que fue debido a un agotamiento de la metáfora que ella
construye mediante las fotos y los álbumes, y ese fue el punto de
detención.
Jesús Ambel: Mi pregunta es sobre la supervisión, si hubo al­
gún momento o momentos en los que se produjese una supervi­
sión del caso, y qué efectos tuvo sobre la dirección de la cura.
Osear Ventura: Efectivamente hubo no sólo una, sino varias
supervisiones del caso, pero no había pensado concretamente
cuáles fueron los efectos de esas supervisiones en la dirección de
la cura. Puedo decir que las supervisiones fueron profundamen­
te orientadoras. Con el supervisor -esto era muy interesante ya
que, como dijo Jacques-Alain Miller, hay cuestiones memora­
bles- se construía una lógica bastante exacta del movimiento de­
lirante de esta mujer, y el movimiento en la transferencia. Por
ejemplo, el momento en que ella realiza una reconstrucción bas­
tante fiel de su historia y aloja sus objetos en la consulta, que
produce un momento de detención y en ese momento me ofrece
sus bienes . . . Ése era un momento de viraje, de cambio en la po­
sición que ella tenía en la cura, que nos paramos a pensar en la
supervisión: cómo se detiene el significante y entonces el amor
pasa progresivamente a inundar la escena.
Xavier Esqué: Hay un punto que tú has subrayado como «su­
bordinación a la demanda», a partir del cual se instala la transfe­
rencia. Respecto a esta subordinación de la demanda has desta­
cado que sólo aceptarías a esta paciente en función de que
aceptara medicarse, ¿ qué te hace plantear esto explícitamente? .
Porque me parece que luego s e muestra crucial para el caso
-cuando hay un desborde y después la creación de un cierto va-
220
EL AMOR EN LA PSICOSIS
cío donde puede alojar sus objetos- que sepa que, si no se queda
contigo, tú le ayudarás a buscar a otra persona.
Osear Ventura: Para mí el tema de la medicación y el de ayu­
darla a buscar a otra persona son solidarios, aunque no se habló
estrictamente de medicación sino de alguna atención extra analí­
tica, es decir, de alguna otra cosa que ella pudiera hacer. En el
momento de desborde que tú señalas yo pensaba que si eso no
acababa de funcionar conmigo estaba dispuesto a ayudarla a en­
contrar a otra persona, y en ese momento, en efecto, aparece al­
go de «él puede desaparecer, él puede no estar». Es un momento
de creación de cierto vacío.
Toni Vi"cens: Es un comentario sobre la famosa estatuilla que
recibiste. Creo que se puede interpretar de muchos modos y
uno de ellos es tomarla como la figura del deseo del analista. En
este caso resuena la posición del analista ante el psicótico, que
debe ceder ante ciertas cosas y no ceder ante otras, ni estar en la
oposición absoluta ni ceder a todo. Cedes, por ejemplo, al poli­
teísmo de las figuras «psi» -quizás ahí tenemos la pluralidad de
los Nombres del Padre-, cedes también a la hora de recibir el
depósito de los objetos, pero dices «nO» cuando conviene y no
te sientes rechazado por su juicio ni identificado con sus insul­
tos. Entonces ella te responde dándote una figura que interpre­
ta esa frase de Lacan en L'Etourdit, que dice que para Freud la
muerte es el amor. Entonces transforma, modela esa figura -es­
tamos en los grados de más o menos, cuando se trata de psico­
sis, ya que los cortes no operan o operan en sentido catastrófi­
co-. Tú manejas esta inercia y te la devuelve bajo la forma del
objeto petrificado, mortificado, fanatizado, como señalaba Des­
sal, y también en el tiempo. La figura existe en el tiempo, hay un
tiempo para pensarla, para crearla y un tiempo finalmente para
entregártela. Creo que es la interpretación de lo que es la trans­
ferencia, que hace equivaler ahí el amor a la petrificación del
analista. En suma, lo que hace es que después de las nominacio­
nes te da la estatuilla.
UNA MUJER PRÓDIGA
22 1
Míríam Chorne: Quería tomar un punto particular, que no se
ha destacado hasta ahora: la coyuntura del primer desencadena­
miento que está relacionado con las clases de yoga, una clase de
yoga particularmente intensa. Me parece que es interesante po­
nerlo en relación con la opinión de algunos psiquiatras sobre la
peligrosidad del tratamiento psicoanalítico de la psicosis, pues
suponen que son experiencias que promueven el borramiento de
los límites del yo y les parecen experiencias privilegiadas para
que se produzcan desencadenamientos. En este caso, en ese mo­
mento de la clase de yoga particularmente intenso, surgen las vo­
ces que tienen el poder de convertirla en un trozo de madera o
que la obligan a hacerse objeto del profesor de yoga. Eso tam­
bién nos enseña, a nosotros analistas, momentos de desencadena­
miento en coyunturas que tienen que ver con el borramiento de
los limites del yo, y prestarles una particular atención.
Rosa Calvet: Una serie de preguntas sobre las producciones
de esta mujer. Si he entendido bien, hay una demanda de pro­
creación por parte del marido, querría saber la función que tiene
eso después. Además, hay algo orgánico que interviene en ese
punto y que no sabemos qué es. ¿Qué le pasa a esta mujer cuan­
do el marido le pide un hijo? y, en relación con esta cuestión,
¿qué función tienen todos esos regalos? También me ha interesa­
do mucho esta producción donde -según señala Ventura- el ma­
rido encarna una aventura sin lugar, y ella hace de Ventura un lu­
gar bien fijado en arcilla. Y sobre los textos: ¿qué autores
analíticos elige ella para hacer versiones propias?
Osear Ventura: Respecto a la procreación, hay un momento en
el que esta pareja deja de errar, se establecen en un país y surge
una clara demanda del marido de tener hijos. Este momento la
desestabiliza y yo conjeturo -tal y como lo señalo- que ella pro­
duce un cáncer de matriz . . . Entonces se produce una operación
que la deja estéril, pero es que nunca ha manifestado el deseo de
tener un hijo. Es más, ha dicho muchas veces «menos mal que no
he tenido un hijo». Respecto a los álbumes fotográficos, yo no
tengo los elementos de lo que ella metaforiza concretamente, pe-
222
EL AMOR EN LA PSICOSIS
ro hace un reordenamiento nuevo de su historia a partir de los
álbumes y lo va trasmitiendo a su analista. Y el tiempo que dura
ese análisis consistió en eso, por lo menos por lo que yo sé, con­
sistió en ese reordenamiento y, sobre todo, en hablar mucho. Ella
me decía que había hablado mucho de la sucesión de las muer­
tes, porque uno no podía captar cómo habían sido producidos
los duelos en esta mujer. Y parece ser que ese análisis produjo
cierta elaboración de estos duelos, a la vez que se ordenaron.
Ella comienza a traducir cosas de una manera bastante anár­
quica, pero se interesa por los autores franceses -habla un fran­
cés perfecto-, por Lacan, por textos en francés que traduce al es­
pañol, que es su lengua materna. Son versiones propias; son
traducciones, en fin, que están destinadas a mí -yo creo que
abarcan un primer tiempo durante el cual esta mujer se ocupa de
que el escrito tome la función de tramitar lo real- y como tal son
hechos para mí, para alojarlos en otro cajón. Son un tiempo de
cierta temperancia del sufrimiento de esta mujer. Ahora bien,
aunque ocupa un periodo extenso, a partir de un momento esto
cesa también. He de decir que esa mujer hace ya cinco años que
está en contacto conmigo y durante un tiempo esa tramitación de
lo real pasó por lo escrito.
Miquel Bassols: Me preguntaba sobre la significación de estos
objetos que traía en la maleta y de la maleta misma, porque pare­
ce en un primer momento que ella realizase un potlatch, pero
luego se comprueba que no, que no es ningún regalo ni gasto de
goce indiscriminado. Parece que es más el pedido de una verifi­
cación, es decir, ella no está segura realmente de si el otro la
quiere o no -hay regalos que pueden ser testimonios del amor,
pero puede haber regalos que más bien piden un pacto, por
ejemplo, los regalos de empresa, que piden que el Otro verifique
un pacto de una relación-. Ella, ¿ utiliza la palabra «regalo»? Pri­
mero dice que viene a regalarte todos esos objetos pero no sé si
ella lo entiende como un regalo que testimonia un amor o si tie­
ne una significación distinta: un objeto que pide un pacto con el
Otro. Lo digo porque tú señalas algo muy interesante y es que si
no las aceptas, «amenaza con regalarlas», lo que quiere decir que
UNA MUJER PRÓDIGA
223
no es verdaderamente un regalo. Continúo: «0 con destruirlas».
Creo que ella intenta verificar si el Otro quiere el sacrifico de sus
bienes o no, si el Otro estaría dispuesto a que sacrificara sus bie­
nes y su ser mismo, dado que lo que te presenta -como lo señala­
ba Dessal- es su ser mismo: sus escritos, su historia, su genealo­
gía, etc. Por lo tanto, no sé si podríamos darle a todo esto,
incluida la figurita del final, el valor, el estatuto de un regalo . . .
Sabemos que hay regalos que en la transferencia vienen a dar tes­
timonio de un amor, y aquí hay más bien un intento de verifica­
ción de un pacto con el Otro. Y luego ese Otro se acaba instalan­
do como la garantía de que «todo va bien».
Osear Ventura: Estoy de acuerdo. Incluso yo no utilizo el sig­
nificante regalo en el sentido propio sino que, como lo señalo,
ella de algún modo está buscando alojar estos objetos a partir de
un pacto conmigo. Lo que ella consigue es ese pacto, y yo con­
siento a ello, consiento al alojamiento de esos objetos que literal­
mente a ella se le van de las manos, un lugar para alojar el plus
de goce desmedido, darle un marco. La carencia de su propia
subjetividad no le permite enmarcar el mundo mediante el fan­
tasma, y se ve bien que el cajón es un marco para esto. Por eso,
bajo ningún punto de vista es un regalo, además yo explícitamen­
te le digo «convenimos temporalmente alojar estos objetos aquí».
Así que estoy completamente de acuerdo en que se trata de un
pacto.
]acques-Alain Miller: Creo que volveremos sobre esa maleta
de cosas fundamentales que realmente hacen aparecer una fun­
ción muy importante. Claramente en este caso hay que distinguir
las instancias «psi», la maleta de cosas fundamentales -que ella
lleva siempre consigo, que luego sitúa en el espacio del analista-,
y el dinero que se le va de las manos. Por tanto, está el dinero
que se le va de las manos y la maleta de cosas que no se le va de
las manos, que o debe conservarla junto a ella o entregársela a
usted para su conservación. Realmente hay ahí un binario de los
bienes muy claro, muy simbolizado.
224
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Monserrat Puig: Quisiera destacar y hacer unas preguntas. En
primer lugar, quería destacar una serie al inicio del caso que es
precisamente, tal y como Calvet lo recordaba hace un rato, la cues­
tión de la esterilidad, que cuando aparece, se desestabiliza esta
errancia con el marido. Entonces poner en serie, o en contraparti­
da, la cuestión de la esterilidad y el rasgo de prodigalidad, este fe­
nómeno del dinero que va dando, los regalos, etc. Y a mí también
me parece importante que ella tenía un límite en los objetos funda­
mentales. Es decir que, a pesar de este episodio de tinte maníaco,
de agitación, de ir regalándolo todo, tenía un límite: estos objetos
fundamentales que estaban en la maleta. Hay esta serie junto con
el momento donde aparecen los primeros fenómenos elementales,
casi los únicos con que contamos, que son las voces en la sesión in­
tensa de yoga con el profesor. Y mí pregunta es sobre estas voces,
ya que tú las sitúas como signos de seducción que provendrían del
profesor de yoga, poniéndolo en serie con lo que se produce en el
trabajo contigo, en el que intenta que tú correspondas, aunque no
en toda la amplitud del amor que ella pone en juego en la transfe­
rencia. Lo señalo porque es la única ocasión en que aparece algo
del fenómeno elemental y quizás nos podría situar aquel momento
en el que se plantea la cuestión de qué es ella para el Otro, que lle­
ga a ser muy persecutorio, y también cómo entender este fenóme­
no de amor contigo en la transferencia.
También quería introducir una diferencia que tú señalas: que
en el primer tratamiento hubo un agotamiento de la transferen­
cia. Esto es algo que me gustaría que pudieses precisar, para in­
troducir la diferencia entre apaciguamiento y estabilización en la
psicosis, tema que es importante ya que lo que produce el trabajo
en la primera parte de la cura, con las fotografías, es un apaci­
guamiento del estado en que ella se encontraba, pero no queda
claro hasta qué punto ese trabajo produce una estabilización. Pa­
rece más bien que llega a Alicante más o menos igual que cuando
entró en el primer tratamiento -al menos yo lo he entendido así,
que no hay mucha diferencia entre cómo entró y como salió de
esa primera cura-. Con esta precisión quizá podamos restringir
el término «estabilización» a cuando se ha producido algo del or­
den de la metáfora delirante, pero en ese momento me parece
UNA MUJER PRÓDIGA
225
que esta metáfora no se ha producido. Es decir, que no sé si po­
demos llamar metáfora delirante a esta simple ordenación del
mundo entre las «instancias» y los «psi».
Osear Ventura: Indudablemente no es una cura donde se haya
producido una estabilización por medio de una metáfora deliran­
te. Lo que se percibe claramente en el caso es que la metáfora no
alcanza, aunque yo no sé exactamente el grado de metaforización
que ella pudo conseguir en la primera cura. Me parece que hay
un punto de inflexión en el que se nota que el ordenamiento del
binario significante no produce una estabilización. Es más, a par­
tir de ese momento es cuando se desencadenan los rasgos eroto­
maníacos y comienzan a hacerse presentes en la cura, y es ahí
cuando la irrupción de goce es un poco regulada por la manio­
bra del analista. Así que, si podemos hablar de una cierta estabi­
lización, de un cierto anudamiento, en el caso de esta mujer pasa
por haber conseguido una petrificación de mi imagen, que con­
siste en esta estabilidad que ella encuentra en el orden del mun­
do gracias a la presencia del dispositivo. Puesto que, como seña­
lo, no es estrictamente gracias a mi presencia, porque se las
arregla perfectamente sin sus sesiones de análisis. Lo que no
quiere decir que no siga viniendo a verme. Respecto al primer
análisis creo que se puede hablar de un cierto apaciguamiento,
no hay una estabilización pero sí un gran apaciguamiento; tam­
bién aquí carezco de codos los significantes y lo reconstruí hasta
donde pude. No hay en este caso, ni antes ni ahora, una metáfora
que la estabilice, la metáfora no alcanza.
Respecto al agotamiento de la transferencia, justamente es lo
mismo: se ve que cuando se terminan las fotos, cuando se termi­
nan los álbumes, hay un punto de fuga en la transferencia, que
tampoco puedo precisar demasiado bien, e irrumpen los fenóme­
nos elementales, la irrupción de las voces en esa transferencia . . .
Es más, el proceso de exilio, de emigración de esta mujer se pro­
duce bajo efectos subjetivos graves, y todo este movimiento lo
realiza con la analista y una amiga que tratan de capear el tempo­
ral. Y yo creo que lo que la sostiene es la posibilidad de encon­
trar el dispositivo analítico en otro lugar.
226
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Osear Waisman: En relación con la estabilización, con la me­
táfora delirante, quizás hay un elemento, un reverso de la petrifi­
cación. Parece que la dificultad para esta mujer, la verdadera ro­
tura subjetiva, surge cuando se detiene. Esta mujer viaja por sus
estudios, viaja presuntamente con el marido, y se ve que cuando
se detiene parece ser que surge el primer brote. A lo largo de to­
da la construcción que realizas del caso creo que hay un bino­
mio, el binomio del movimiento y la detención. Ella viene a ver­
te, no sé si con una valija diplomática, llena de objetos, con
dinero de distintos países, viene entonces con esa errancia por el
mundo. Está el padre diplomático, está el marido y ese pacto ini­
cial de tener un matrimonio errante, están los viajes que ella hace
a los cajones de tu despacho, donde va colocando, poniendo y
sacando los objetos de su maleta hasta que consigue detenerse. Y
tú lo señalas, después del 1 1 de septiembre ella se ha comprado
una casa y un coche, ha logrado entonces instalarse después de
mucho tiempo de no poder detenerse. Así que pasamos del ana­
lista que puede moverse al analista de la foto y de la escultura,
que quizás es la petrificación, pero también es la imagen de la de­
tención. Mi pregunta es si en esta metáfora delirante, que no al­
canzamos a ver del todo cómo está construida, intervienen estos
significantes del movimiento y la detención -y recojo aquí la pri­
mera pregunta que hizo Lucía D'Angelo, sobre la importancia de
ese «todo está bien». ¿Te parece posible entender ese «todo está
bien» como un preguntar si todo está quieto?
Osear Ventura: Sí, me parece que siempre trata de verificar el
orden de un cierto sostenimiento del anudamiento imaginario.
La pregunta de si el mundo está bien, y mi respuesta de que sí,
está bien, hacen al conjunto de la estabilización de esta mujer. Es
la conclusión a la que llega mediante la petrificación, no sé si me­
diante el detenimiento, pero estabiliza su mundo con cierto con­
gelamiento de la cuestión. Respecto al errar con el marido, creo
que justamente es eso lo que de alguna manera retarda el desen­
cadenamiento de su psicosis; creo que este ir sin rumbo, este
deambular, permitió que el advenimiento de la significación que
falta no se hiciera presente. Y se hace presente en el momento de
UNA MUJER PRÓDIGA
227
la demanda de procreación, momento particular que hace un cla­
ro efecto en el cuerpo.
Anna Aromí: Te quería preguntar sobre esta cuesuon del
errar, que aparece dos veces en tu texto y las dos veces es muy in­
teresante ver la manera cómo surge. La primera vez lo señalas co­
mo una condición de amor, y si no de amor, al menos de com­
promiso con el marido . . .
Osear Ventura: El rasgo privilegiado de la elección de objeto
de este hombre es el de tener una aventura sin rumbo; ella lo di­
ce así.
Anna Aromí: Exacto. Entonces, ella, al revés que un tipo de
mujer -por decir así- «propietaria», para poder funcionar nece­
sita lo opuesto: que le aseguren un buen errar . . .
Osear Ventura: . . . que le aseguren un lugar en el que no se va
a encontrar con Un Padre en lo real. . .
Anna Aromí: La segunda vez que aparece ese término es en re­
ferencia a la transferencia, es en ese momento, muy bien aislado,
del acto que descompleta, ese «SÍ, me hago cargo de la demanda,
pero no-toda», y ahí aparece un periodo extenso que se caracteri­
za por un errar por la ciudad de hotel en hotel. Así que vuelve a
aparecer el errar, pero esta vez bajo transferencia. Entonces, mi
pregunta es si crees que esto podría relacionarse con la figura del
padre diplomático de la República Española que, aunque bien
distintos, debió tener también sus momentos de errancia.
La segunda pregunta es sobre la afirmación de Lacan sobre
que los no incautos yerran: ¿no se podría decir que en este caso
ella puede dejar esta errancia -particularmente bajo transferen­
cia-, en el momento en que el analista se puede hacer incauto?
Me parece que el analista se hace incauto, y lo demuestra, de es­
tas cosas fundamentales expuestas encima de la alfombra y guar­
dadas en el cajón después. Cuando el analista se hace incauto de
estos objetos, cesa la errancia.
228
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Osear Ventura: Hay un primer momento de errar y luego un
momento de anclaje, hay un momento de cambio de registro de
la palabra también. Hay cierto apaciguamiento del delirio y es en
el momento en el que ella deposita sus cosas fundamentales anu­
dándose al dispositivo. Respecto a lo que me pregunta Waisman,
ella está instalada en su casa. La compra de la casa, del coche, el
ordenamiento de su cotidianidad, de sus cosas, todo esto se rea­
liza bajo transferencia. Así, al mismo tiempo que la paciente en­
cuentra el anclaje en el dispositivo, también encuentra el anclaje
en la ciudad con los significantes que le van a permitir ordenar
su cotidianidad.
Jacques-Alain Miller: Al inicio, cuando vino a verlo, había
confusión pero al menos no había problema diagnóstico. A dife­
rencia de lo ocurrido en la primera Conversación clínica donde
-si no recuerdo mal- hubo algún problema de diagnóstico, me
parece que esta vez se han elegido casos claros de psicosis. Quizá
lo más importante que no figura es una actitud de contratrans/e­
rencia -porque usted no ha caído en esa actitud que estamos dis­
cutiendo en París ahora, no sin cierto esfuerzo-: cuando los tera­
peutas, los analistas piensan que deben observar sus propios
sentimientos para saber cómo realizar la dirección de la cura.
Hay que decir que numerosas corrientes de la IPA funcionan así,
que es una manera bien distinta de la nuestra, y es una diferencia
mucho más importante que la de la duración de la sesión; en es­
te caso no sabemos bien cuál es la duración de las sesiones con
esta paciente. Lo importante es que no figuran entre sus instru­
mentos la idea de lo que usted pudiera sentir en su cuerpo, en
sus emociones, ni tampoco nos informa de lo que se le ocurrió en
sus asociaciones mentales como analista . . . , es decir, que todo eso
está borrado. Para nosotros no es ningún instrumento. En el lu­
gar de eso, en nuestro caso, lo que hay es nada. En cambio, lo
que está muy presente es la clínica del paciente y por eso pode­
mos mantener un saber clínico, un saber clínico que se diluye
completamente del lado de la IPA, ya que lo mezclan con sus
propias asociaciones mentales, sus sentimientos, sus emociones,
etc., de tal forma que en este caso operar de ese modo hubiera
UNA MUJER PRÓDIGA
229
supuesto una catástrofe y no tendríamos el desarrollo lógico que
podemos observar con esa escansión tan divertida en el regalo de
la escultura. Eso es realmente memorable, al mismo tiempo que
dice algo de la actitud de Ventura: usted se ha dejado mortificar
para obtener su lugar, no se ha sentido obligado a comportarse
como un ser viviente que tiene emociones, sentimientos, etc., y
ella le regala finalmente en esa estatua la verdad de su posición
como analista en este caso.
Eso no termina en la última frase, continúa, pero la función
del analista queda reducida a un hueso. Finalmente es el hueso
de todo análisis con un psicótico: ser el garante del orden del
mundo y que las cosas funcionen bien. Nosotros no tenemos que
ir a visitar a Ventura a Alicante para que nos confirme el orden
del mundo, y eso porque, como dice Lacan, creemos en Papá
Noel; y pese al atentado de las Torres Gemelas seguimos creyen­
do que las cosas van bien. Sin embargo, ella necesita ir al centro
del mundo -que es Ventura-, para que le confirmen que las co­
sas van bien. Esto mismo es una función significante, la columna
vertebral, el hueso de todo análisis con un psicótico que final­
mente se focaliza en eso y que al final se concentra en sesiones
ultra-cortas, del tipo: «¿Todo bien?». «Sí, todo bien», y ya está.
Teníamos a una colega -que ahora ya no está con nosotros- que
presentó en Buenos Aires, en el Encuentro de 1 996, un caso así
en el cual el paciente psicótico venía casi únicamente a estrechar­
le la mano, produciéndose un intercambio de palabras del tipo
«¿Ok?.» « ¡ Ok ! .»
Ahora bien, destacar eso, asumir eso sin una crisis de con­
ciencia, sin preguntarse si estaré robando o no a la paciente, asu­
mir esta función significante, es el resultado de una formación.
Es el resultado de una formación no sentirse obligado a palpar su
contratransferencia, tratar de ser agradable, dar un poco de con­
versación, etc. , cuando de lo que se trata es de tener algo de
muerto y que eso es lo fundamental. Pues de lo contrario, lejos
de lograr ser el garante del orden del mundo, muy bien se puede
bascular al lugar del perseguidor. Esta función que dice al no psi­
cótico que todo va bien, esta función un poco tonta, un poco
mentirosa, es lo que se denomina Ideal del yo, por ejemplo, y
230
EL AMOR EN LA PSICOSIS
que Lacan ha reducido a un S 1 : una mentira que nos permite ir y
venir tranquilamente. En este sentido usted es un Ideal del yo ex­
terior, exterior y delirante, o mejor dicho, una versión delirante
del Ideal del yo. Y ha aceptado ser eso: decirle que todo va bien,
cuando, según la opinión general las cosas ahora son un poco
más difíciles . . . Y, de la misma manera, tenemos una versión deli­
rante del superyó en este dinero que se le va de las manos y que
no es por prodigalidad, sino que tiene -como usted lo ha señala­
do- un carácter específicamente delirante, una versión delirante
del superyó.
Haré mención ahora de lo memorable de la maleta de cosas
fundamentales. Esta maleta materializa lo que cada uno de noso­
tros tiene, pues cada uno de nosotros tiene su maleta de cosas
fundamentales, pero en nuestro caso son cosas virtuales. Sin em­
bargo en ella están materializadas: hay documentos, joyas, el va­
lor de las joyas, es decir, está lo significante, lo real y lo imagina­
rio en esa maleta de cosas fundamentales. El no-psicótico no
necesita de la encarnación de eso, pero ella lo necesita. Es impor­
tante -usted lo señala y Esqué lo ha subrayado-, que finalmente
ha empezado a hablar de todo eso cuando usted ha respondido
que no iba a aceptar doblar el precio de las sesiones, ni aceptar
cobrar el precio de todo un año de una sola vez y además, si ella
quería, podía ir a ver a otra persona y que a usted le parecería
bien . . . Es en ese momento que le dice que tiene una maleta de
cosas fundamentales. O sea que en el momento en que se le dice
que usted no le importa necesariamente, ella le manifiesta que
tiene algo de valor en esa maleta. Esto ilustra muy bien una frase
un poco difícil de entender y que Lacan dijo una vez: «el psicóti­
co tiene su objeto a en el bolsillo». La maleta de cosas fundamen­
tales es realmente la encarnación de esta frase, y cuando decimos
que en el análisis del neurótico el sujeto debe dar algo de su sín­
toma al analista, en este caso lo vemos tal cual, la sujeto entrega,
o trata de entregar, regalar, ofrecer, alojar, etc., la maleta para ha­
cerla pasar del lado del analista. Eso nos pone a cielo abierto el
proceso que queda velado en la neurosis.
En la neurosis uno se pregunta -Lacan lo ha conceptualizado
así- si no es como si el analista tuviera el objeto a del paciente,
UNA MUJER PRÓDIGA
23 1
pero se hace la neurosis a partir del silencio, de la nada, se logra
formar un objeto a que tiene -dice Lacan- en su centro, la cas­
tración, la nada. En este caso, tal y como lo señalaba Palomera,
es un ágalma, pero un ágalma delirante que mezcla real, simbóli­
co e imaginario, y que la paciente lleva con ella misma; y nos per­
mite ver lo que pasaría en una neurosis, pero aquí lo vemos en­
carnado. En la neurosis el paciente comienza el análisis cuando
revela que tiene una maleta de cosas fundamentales y acepta
abrirla y alojarla; por ejemplo, a veces eso se ve claro en los sue­
ños. Lo divertido es que en el regalo histérico, en cierto modo
-porque hay el regalo histérico, o incluso se puede decir que to­
do regalo en análisis es histérico-, el sujeto quiere finalmente dar
algo de sí mismo y tener una referencia en el lugar del Otro. En
este caso al final lo que ella realmente regala -porque es verdad
que no ha regalado su maleta, ha depositado cosas de su maleta
pero bajo condición- es una escultura que sí es un regalo, pre­
sentado además como tal. No regala al Otro algo de sí misma, le
regala al Otro su propia imagen, es decir, realmente -vamos a de­
cirlo- cuando Lacan habla de la ironía en la esquizofrenia se
puede decir que éste es un regalo irónico y también se puede de­
cir que es la ironía de la posición del analista. Cada vez, cada
analista tiene dentro de sí mismo su propio doble en tanto que
semblante mortificado. Es realmente una ironía de la posición
del analista señalada con una pequeña escultura. No es una de
esas esculturas -que también tienen algo de ironía- de los gran­
des hombres de Estado que ponen en el Parlamento inglés -aho­
ra han fabricado una estatua de Margaret Thacher, al parecer
magnífica, pero se ha de esperar hasta la muerte de Margaret
Thacher y luego cinco años más para hacerla entrar en el Parla­
mento-. Habría que pensar sobre esta costumbre de colocar las
estatuas de grandes personajes en este lugar del Otro: el Parla­
mento, lugar por excelencia del Otro del lenguaje.
La miniatura de esta paciente me hace recordar algo que para
mí fue memorable de otra paciente que presenté en la Argentina,
que sabía que yo no era de lengua materna española sino francesa
y que me regaló al empezar la entrevista pública -era una presen­
tación de casos- un minúsculo diccionario español-francés. Hay
232
EL AMOR EN LA PSICOSIS
algo -quizás la miniatura- que tiene un sentido también y me ha­
ce pensar en usted como un personaje de Steinbeck, el dibujante
americano, donde a veces se ve a un personaje que lleva como
bandera una escultura. Sería para ilustrarlo así, y la posición del
analista también: cómo ser su propia escultura, obtener como
bandera su propia escultura. También se podría decir que en esto
ella se ha fabricado finalmente el Otro simbólico con la imagen
del Otro, y es lo que hace también con las fotos. En definitiva hay
algo que falta en lo simbólico, y debe continuamente transformar
lo imaginario en lo simbólico tal y como todos lo hacemos, pero
para ella es algo esencial y que se realiza de este modo.
Es un caso notable ya que encarna también la forclusión: el
anillo con el espacio en blanco, el espacio plano donde falta la
escritura del Nombre del Padre realmente -si se quería un ejem­
plo material de la forclusión del Nombre del Padre lo tenemos
en este caso. Y por eso este caso es una maleta de cosas funda­
mentales, tenemos la maleta de cosas fundamentales que es me­
morable, debemos buscar en los casos dónde está la maleta de
cosas fundamentales. Tenemos el ágalma delirante, la forclusión
del Nombre del Padre visible para todos, que se puede ver, y eso
se ha rodeado finalmente con esa escultura con la que se ha fa­
bricado su Nombre del Padre. Es decir, ¿qué es la metáfora pa­
terna? La metáfora paterna es que primero hay el deseo de la
Madre; el ir y venir de la madre, el deseo de la madre es el nom­
bre que Lacan daba en los años 50 al ir y venir. Y tenemos ese ir
y venir en la errancia que presenta esta sujeto. Es por eso que me
ha gustado mucho esa anotación en el caso que dice «en la erran­
da de la pareja ya estaba la forclusión», que no se puede ver, pe­
ro que era precisamente no poder quedarse en un mismo lugar.
Hay entonces esta errancia en primer lugar, y finalmente ha
encarnado en esa escultura lo que normaliza su ir y venir: ahora
va al analista de vez en cuando y circula así alrededor del hombre
que contiene su propia escultura en su consultorio, escultura que
es la metáfora paterna encarnada. Ella se queda en Alicante, o
cerca de Alicante, y va y viene de manera regulada y -como ha
mencionado Waisman- el movimiento se produce ahora bajo la
barra de la metáfora y la inmovilidad necesaria del garante del
UNA MUJER PRÓDIGA
233
mundo. Y con eso Ventura ha aceptado este papel que le agrade­
cemos todos, y que también es una lección de humildad, de que
no debemos buscar del lado del esfuerzo de hacer espléndidas
contratransferencias, etc., sino ir hasta ese límite, en esa dirección
muy depurada, muy simplificada. Ahora seguramente la vida de la
paciente es menos interesante que al comienzo, pero eso es gra­
cias a la esculturización que usted ha aceptado y provocado.
Vicente Palomera: Planteando el tema del amor en la psicosis,
la función del amor en la psicosis, se podría pensar en la cura co­
mo la creación de una mediación. El amor como mediación para la
creación de un significante suplementario, algo que vendría a su­
plir la forclusión del Nombre del Padre, sea La Mujer en Schreber,
la estatua en este caso, etc. Es decir, cómo el amor permite . . .
Jacques-Alain Miller: . . . no es seguro, es quizá la vía que hay
que evitar porque es una vía peligrosa . . .
Vicente Palomera: No, no, me refiero al sentido que Lacan
emplea cuando señala . . .
Jacques-Alain Miller: . . . quizás es el momento en el que el ana­
lista está demasiado vivo.
Vicente Palomera: Exacto, la función de la erotomanía. El te­
ma de la erotomanía en la psicosis, ver cómo se pasa de la perse­
cución a la pacificación en torno de un significante que crea la
paciente, y no sólo es un significante, es también un objeto -la
estatua.
Jacques-Alain Miller: Hay que ir rápido a la propia estatua, de
manera que se pueda provocar otra cosa que el lazo amoroso.
Almas gemelas
Mercedes de Francisco
La falta del Nombre del Padre en el Significante abre en el
significado un agujero que responde a la significación fálica, el
cual determina una disolución de la estructura imaginaria que
llega hasta desnudar la relación especular en su carácter mortal ,
en la que proliferan los fenómenos duales de agresividad, de
transitivismo, incluso de despersonalización.
}ACQUES-ALAIN MILLER,
Maternas l.
Es una mujer de treinta y cuatro años de edad, que cuando
llega a la consulta hace dos años que se ha casado con un hom­
bre más joven que ella, cubano. Ella sostiene que su decisión de
dirigirse a un analista no está provocada por una urgencia, más
bien es una recomendación, el resultado de un proceso. Sin em­
bargo, según avanzan las entrevistas podemos vislumbrar que es
su casamiento lo que la trae a la consulta. Desde muy joven em­
pezaron lo que nombra como sus «crisis», que la mayoría de las
veces la llevaron a ser hospitalizada. Está en tratamiento psiquiá­
trico desde los veinte años.
En cuanto la escuchamos podemos comprobar la pobreza de
su relato, que nos parece ser la consecuencia de su medicaliza­
ción desde hace tantos años. En esta paciente parece que todo
empezara en la adolescencia. No hay ningún dato concreto sobre
su niñez, nada que resalte. Pareciera que todo comienza con «el
despertar de la primavera».
De la familia sólo nos habla de unos padres muy buenos, inte­
ligentes, interesados por la música, la lectura y pobres; que siem­
pre se habían querido mucho y que llevaron una vida de absoluta
armonía. No hay, a lo largo de este año y medio que viene a ver­
me, ningún recuerdo, juicio, queja u observación sobre sus pro-
ALMAS GEMELAS
235
genitores. En su decir, este hombre y esta mujer forman una uni­
dad «intocable». Tanto es así que en un principio esta forma de
hablar de ellos la consideré algo pasajera, que se debía a cierta
censura sobre su pasado, sin embargo, ahora esta forma de pre­
sentar a sus padres se torna un dato fundamental para entender
su forma de enfrentar la problemática del amor.
La vida de esta mujer está marcada desde su nacimiento. Ella
tiene una hermana gemela, es decir, una hermana idéntica a ella,
«ella es la mayor». Además de esta hermana tiene tres hermanos
más, un varón y una mujer que nacieron «antes que ellas dos» y
un hermano varón más pequeño. Expreso esto de esta manera
porque en su decir están ellas dos y luego el resto de los herma­
nos. Para que sea más gráfico, se parece a lo que Woody Allen
nos muestra en una de sus películas, muchos de los personajes de
la historia de esta paciente se tornan borrosos pues están mal en­
focados.
Esta indefinición de las personas que pueblan su vida, no só­
lo se da en lo que respecta a su familia, también se muestra al
máximo cuando relata la serie de encuentros que ha tenido con
los hombres antes del casamiento.
La gemelaridad
[. . ] es lo que llaman, no se sabe por qué, la función de síntesis
del yo, cuando al contrario la síntesis nunca se realiza: sería me­
jor decir función de dominio. ¿Y dónde está ese amo? ¿Adentro
o afuera? Está siempre a la vez adentro y afuera, por esto todo
equilibrio puramente imaginario con el otro siempre está marca­
do por una inestabilidad fundamental.
No hay pues ego sin ese mellizo, digamos, preñado de delirio.
}ACQUES LACAN, ibid, pág. 2 10.
.
Cuando eran niñas vivían en un mundo aparte, un mundo fe­
liz e idílico, que nunca favoreció sus particularidades y diferen­
cias. Las vestían igual, incluso en el colegio no las llamaban por
su nombre, cuando se dirigían a ellas las nombraban como «las
gemelas».
236
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Este mundo feliz se rompe cuando llega la juventud. La pri­
mera separación se da en dos campos de la vida: el erótico y el
trabajo. Las dos hermanas preparan una oposición para entrar a
trabajar en la empresa de transportes en la que trabaja el padre, y
la paciente aprueba dicho examen y la hermana no. Es entonces
cuando R. es enviada a trabajar a una provincia y por primera
vez se separa de la hermana. A la vez, ellas comienzan a conocer
«chicos». Se trata siempre de relaciones de «a dos» ellas dos y
otros dos amigos, dos hermanos, etc. Aparece el hombre como
tercero y motivo de disputa, y, sin embargo, cualquier objeto eró­
tico tarde o temprano se comparte. Esta dinámica favorece una
tensión agresiva que sigue en pie hasta hoy.
Así como es muy difícil diferenciar un hombre de otro en la
vida erótica de la paciente, es muy difícil también diferenciar una
crisis de otra, e incluso discernir cuál fue la primera y qué origi­
nó el desencadenamiento. Según R., el motivo de su primera cri­
sis es el tipo de trabajo que asumió como electricista en las vías
de los ferrocarriles. Un trabajo arriesgado, que se realizaba por la
noche, más indicado para un hombre, en el que se encontraba
sola y que obligaba a la paciente a resolver las urgencias que sur­
gieran, lo cual la llevó a un grado extremo de tensión y provocó
su primer desencadenamiento. Esta elaboración no explica sufi­
cientemente esta primera crisis.
Como era de esperar, más adelante aparecieron datos signifi­
cativos. Su hermana había padecido una crisis psicótica unos me­
ses antes y de esta «enfermedad» de la hermana ella se considera
culpable. Cree que la psicosis en la hermana está causada por el
siguiente episodio: a su hermana le gustaba un hombre y R., sa­
biéndolo, salió con él, después que lo abandonó él terminó como
pareja estable de la hermana, ésta nunca se lo perdonó.
En la vida de la paciente se dan ciertas coincidencias que des­
bordan la frágil estabilidad del sujeto. No sólo tiene que abando­
nar el espacio que envolvía a ambas, sino que además eso implica
una enorme responsabilidad y exigencia hacia el sujeto, y como si
esto fuera poco, R., se considera responsable de la enfermedad
de su hermana. Es por ello que el momento del desencadena­
miento puede nombrarse con esta fórmula: «Soy la causa de tu
ALMAS GEMELAS
237
mal, pero el mal es padecido por mí». Todo comienza y termina
en el propio sujeto.
Hace poco, la hermana ha padecido un cáncer de mama a
consecuencia del cual ha perdido el pecho; la enfermedad parece
controlada. Con respecto a esta circunstancia, muestra su preo­
cupación pues teme por la vida de su hermana. No sabría qué
hacer si ella muriera, «pues están muy unidas». Debido a mis
preguntas sobre su miedo, que realizo a pesar de lo razonable y
«comprensible» de dicho temor, surgen las elaboraciones que
acabo de contar y permiten entender que no sólo se trata de mie­
do, sino que se reedita la culpabilidad sentida en el pasado. Por
tanto, en este momento, se trata del temor a su propia muerte.
Estas cuestiones que la paciente va elaborando según avanza el
trabajo analítico hacen que su vida cotidiana se separe de la de
su hermana.
Angustia y síntomas
Al comenzar las entrevistas, habla de la relación con su mari­
do en la que todo va bien. En un viaje que realiza a Cuba, el ma­
rido de una amiga le presenta al que será su marido. Comienza
una relación basada en la convicción, que se repite en todos sus
encuentros, de lo «enamorado que estaba de ella». Es una rela­
ción fundamentalmente epistolar, que dura un año y medio, y
coincide con la enfermedad y la muerte de la madre.
Después de seis meses de tratamiento, confiesa las dificulta­
des con el partenaire. Una y otra vez habla de no poder llegar al
orgasmo, aunque asegura que esta satisfacción sí la logra en sus
prácticas onanistas. Siempre que relata este punto nos describe
un «bloqueo», el pensamiento vuela hacia cuestiones tontas que
«la desconcentran». Este problema, a veces, considera que la
concierne y, otras, que se debe a la inexperiencia del marido, a
su juventud, a su poca delicadeza y dedicación. Este síntoma de
frigidez parece funcionar como un dique a cierta irrupción de
goce en el cuerpo que pueda desembocar en un desencadena­
miento.
238
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Aparece su desconfianza y sus sospechas con respecto a él,
supone que le es infiel e incluso empieza a pensar que la usó para
salir de Cuba y legalizar su situación. Cuando dice que se va a di­
vorciar, trato de que sopese lo que supondrá esta decisión. He
podido constatar que las distintas crisis que ha padecido están
vinculadas al enamoramiento y posterior abandono. Ahora se
torna más nítido que lo que la lleva al psicoanálisis es buscar
cierta protección con respecto a esto que se repite y que insiste,
pues debe intuir que si rompe su matrimonio se avecina una de­
sestabilización.
En este período de reflexión trata de entender el porqué de
su casamiento y descubre que fue una forma de contentar a la
madre y, además, le sirvió para soportar la pérdida, para tapar el
vacío que dejaría su muerte. La paciente con su primer trabajo
dejó la casa paterna, pero cuando el padre muere y ella tiene
unos veintitrés años, vuelve a vivir con la madre y comparte con
ella el lecho conyugal, viajes, casa, etc., se convierte en el bálsa­
mo para el duelo materno. En la casa vivía, también, el hermano
pequeño, con el cual tiene una relación problemática, pues con­
sidera que él se ha interesado sexualmente por ella, la única
prueba que da sobre esta hipótesis es que una vez «él se presen­
tó desnudo en el baño mientras ella se duchaba». El supuesto in­
terés fraterno lo explica porque su hermano adolescente no con­
sigue mantener relaciones fluidas con las mujeres.
Aunque ahora vive sola en su casa, siempre ha tenido otra
persona al lado. Es por ello que podíamos esperar que algo se
desencadenase en el momento de la separación.
Con respecto al amado, aparece un «déficit» de goce que la
sujeto sintomatiza. Si en un caso de neurosis trataríamos de ir
más allá en el desciframiento del síntoma, con esta paciente hace­
mos notar que no es nuestro interés ni nuestro ideal que esto
cambie. Sus ideas feministas, su ideología política y sus conoci­
mientos rudimentarios de psicoanálisis (ella es licenciada en So­
ciología) puede que la hagan pensar que un psicoanalista tendría
interés en curar una «supuesta frigidez». Es por esto que mis in­
tervenciones han señalado «la excesiva importancia» que tiene
para ella dicha problemática.
ALMAS GEMELAS
239
Otra cuestión que padece y aparece en todos nuestros encuen­
tros es el trabajo: lo considera como un lugar agobiante, donde
siente que es insegura, incapaz y permanentemente se angustia.
Es evidente que de forma muy rudimentaria van apareciendo con
respecto al trabajo significantes que se relacionan con el padre. La
empresa ferroviaria era el lugar donde trabajaba el padre, su an­
gustia en responder al teléfono se relaciona con la llamada que re­
cibió cuando le comunicaron que el padre había muerto y, ade­
más, el jefe, hombre mayor y de autoridad, le resulta asfixiante y
la lleva a dudar de poder seguir sin desestabilizarse.
Le cuesta trabajo relatar la fenomenología de sus crisis pues
teme que se repitan. En las ya pasadas, percibía la cara de los
otros deformada, sentía terror de morir y se le aparecían repre­
sentaciones del Maligno (cuando era hospitalizada los médicos
representaban estas figuras obscenas y escatológicas) que querían
poseerla sexualmente.
Un desencadenamiento bajo transferencia
Como decía antes, la separación del marido hacía suponer
una desestabilización. Fue entonces, al poco tiempo de separar­
se, cuando programa un viaje a Roma, a casa de una pareja ami­
ga. Todo parecía presagiar lo peor. Intervine con prudencia pre­
guntándole si estaba con «ánimo» para realizar dicho viaje, y
encontré como respuesta una decisión ya tomada. Me abstuve de
seguir insistiendo. Cuando vuelve, la paciente me llama por telé­
fono y dice que han tenido que meterla en un avión, que no sa­
bían cómo hacer, que se sentía enferma, que se encontraba mal.
En cuanto llegó a Madrid fue a visitar al psiquiatra que la atendía
y allí todo se complicó.
La cito inmediatamente. Ese día aparece en la consulta con
su hermana gemela y una amiga. La hago pasar sola, le pido que
me cuente y, curiosamente, en vez de hablarme de lo que pasó
en Roma y de lo enferma que se puso, la sesión versa sobre el
problema con el psiquiatra. Debido al miedo a una nueva crisis
visita al psiquiatra para que la medique y le cuenta, cosa que no
240
EL AMOR EN LA PSICOSIS
había hecho antes porque sabía lo que iba a opinar, que está visi­
tando a una psicoanalista; frente a esto el psiquiatra, «ni corto ni
perezoso», se despacha con un «o ella o yo». Es inmediato el es­
tado de desazón y angustia desbordante por el que pasa la pa­
ciente, se siente muy preocupada porque ve los rostros de la gen­
te deformados. ¿Qué hacer?, ¿qué decir? , sabiendo que en ese
momento era crucial encontrar una salida, donde el analista se
desmarcase del cebo fácil de una especularidad irrisoria con el
psiquiatra. La paciente expresó con gran claridad que el psiquia­
tra la había puesto entre «la espada y la pared», y que a ella le
parecía injusto e innecesario, pues podía mantener su tratamien­
to psicoanalítico y su tratamiento psiquiátrico, que consistía en
controlar la medicación. Después de escuchar esto, hice pasar al
«tribunal» de las dos mujeres, hermana gemela y amiga, que ve­
nían a «ayudarla» a despedirse del analista. Una cosa era clara,
frente a este Flechsing reencarnado, la paciente se sentía impo­
tente y en peligro. Dejé que la sujeto expresara frente a «ellas
dos» su deseo de seguir con el análisis, mostré mi gran sorpresa
frente a la elección planteada en esos términos y me ofrecí a lla­
mar y conversar con el psiquiatra, pues no entendía cuál era la
clave de la incompatibilidad. Esto cambió el panorama. Evitar
encarnar un lugar de legislador, a la vez que mantener la referen­
cia al Otro simbólico, hizo que el tema se apaciguara. Tardé en
llamar al psiquiatra, no por desidia, sino por estrategia, pues es­
ta tardanza permitía a la vez ciertas elaboraciones de la paciente.
Por fin un día logré hablar con la enfermera, le dejé mi número
de teléfono y el motivo de mi llamada, no insistí más y no llamó.
Cuando la paciente volvió a visitar al psiquiatra, «él la dejo li­
bre», no la atendería más, aunque no prohibía expresamente el
tratamiento analítico.
La «crisis» no siguió adelante, la paciente fue describiendo lo
que la había causado, pero que se tornaba insuficiente sin que el
encuentro con un «padre real» en la figura del psiquiatra se soli­
dificara. ¿Qué pasó en Roma?; ella estaba fascinada por la pareja
de amigos que vivían en una perfecta armonía, en una anhelada
unidad. A mi pregunta de cuál era su secreto, ella contesta que
Buda, son budistas y esta religión, según la paciente, ofrece las
ALMAS GEMELAS
241
claves para que las mujeres y los hombres vivan en armonía entre
ellos y con lo que los rodea. Aunque ella se considera atea y ma­
terialista, ve plausible aceptar estas ideas religiosas, pues piensa
que la pueden ayudar con sus problemas en el trabajo, con sus
temores y en el amor.
Va a comenzar a asistir a una ONG que lleva adelante esta se­
rie de prácticas budistas. Las oraciones son palabras de la lengua
hindú, que funcionan como protección. Considera que el dios de
esta religión no es un dios «aplastante» como el judeocristiano.
Lograr que la crisis no se desencadenara del todo ha permiti­
do una modificación en el sujeto.
Un nuevo amor
¿Qué pasa a nivel de la significación? La injuria es siempre
una ruptura del sistema del lenguaje, la palabra amorosa también.
}ACQUES LACAN,
El Seminario, Libro 3, Las psicosis, pág. 85.
Una vez atravesado este umbral en el tratamiento, la paciente
vuelve a la metonimia de sus «enamorados», se suceden uno tras
otro sin distinguirles, el amigo del sindicato, el amigo del amigo,
etc. Se repiten las escenas de rivalidad con la hermana por los
hombres, muestra su desacuerdo en la forma frívola, «loca», en
que la hermana se entrega a ellos. Ella, sin embargo, quiere un
amor. Esta vez defiende lo que la diferencia de su hermana: ella
no se entrega a «cualquiera».
Al poco tiempo, aparece un hombre amigo de un amigo, con
el cual empieza a salir y a mantener una relación que continúa
hasta hoy, llevarán unos tres o cuatro meses. ¿Qué características
nuevas tiene? Se trata de un hombre de su edad, vive en otra ciu­
dad, trabaja en la misma empresa ferroviaria que ella y tiene un
hermano esquizofrénico. Con respecto a la sexualidad se mantie­
ne el síntoma de la frigidez. Y hay una frase con la que él ha de­
finido la relación que se torna fundamental en este encuentro:
«Tú y yo somos dos almas gemelas».
242
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Este hombre no le dice en un primer momento que la quiere,
pero la cuida, la atiende, lo que agujerea en cierta medida la cer­
teza erotómana. Ella dice quererlo y comienza a temer por la po­
sibilidad de que él por alguna cosa que no funcione entre ellos, la
abandone: por su frigidez, por su pasado. En este momento la
historia de sus relaciones con los hombres se vislumbra de otra
forma. Considera que estuvo con ellos sin saber por qué, que
fueron muchos, llega a decir que se dejó «manosear». Creemos
que se abre la posibilidad de nombrar la contracara erotómana.
Hay un hombre que conoce desde hace años y le sigue parecien­
do atractivo a la vez que dañino para ella, con el que mantiene
contacto escrito. Lo define como un hombre raro, perverso, que
fue un personaje privilegiado en algunas de sus crisis. Es una de
esas figuras que la pueden llevar a la locura, arrastrarla a un
mundo infernal. Para mantener la relación con su actual pareja y
que esto no la «perturbe», decide escribirle y acabar todo con­
tacto con él. Llega a tomar esta decisión después de algunas se­
siones dedicadas a este asunto.
Es evidente que al poco tiempo aparece otro, como contra­
punto a su partenaíre actual, pero esta vez más cercano, con ma­
yor peligro, pues se trata de un compañero de trabajo. Al princi­
pio parece tratarse de una relación sin importancia, pero según
va asentándose su relación amorosa va tornándose más proble­
mática. Este hombre se caracteriza por un carácter dominante,
influyente, con pretensiones educativas, que lejos de ser un Otro
bondadoso y amigable, se va convirtiendo en persecutorio. Ve
signos en él de interés sexual y una forma de tratarla que la su­
merge en la angustia. Se siente humillada, degradada, pero no al
estilo de la neurosis.
Al darse cuenta de lo «inquietante» que le resulta el compa­
ñero de trabajo, empieza a pensar cómo hacer para alejarse de él.
Al principio este vínculo le servía como un punto de apoyo fren­
te a los compañeros de la oficina, a quienes considera sus enemi­
gos y unos seres deleznables, pero ahora se le torna dañino.
Esta analizante oscila entre una idea del amor «romántica» y
una representación terrible, perversa, maligna que la podría su­
mir en aberraciones que ella condensa en la fórmula «manosea-
ALMAS GEMELAS
243
da». No deja de sorprendernos que esta concepción de amor
coincida tan claramente con la que nos muestra la película de
Lars Von Triers, Rompiendo las olas. Una mujer «psicótica debi­
litada» nos muestra las dos caras de ese amor al Otro. No olvida­
remos la magnifica escena en la Iglesia donde Dios habla con ella
y después ella se dirige con absoluta certeza a realizar los fantas­
mas perversos del marido, dejándose matar por los pescadores.
La insuficiente renuncia y castidad frente a las experiencias sen­
suales la obligan a inmolarse, pues suponemos que la voz de Dios
así se lo pide, sometiéndose a vejaciones sexuales que la llevan a
la muerte.
Como se pregunta Kierkegaard en Temor y temblor, ¿por qué
no dudamos de la cordura de Abraham cuando dice oír la voz de
Dios que le pide el sacrificio de su hijo Isaac? No es casual que
Jacques Lacan en el Seminario Las psicosis para entender el amor
en dicha estructura nos remita a la concepción del amor cristiano
en la Edad Media.
La evolución histórica del amor y las raíces platónicas que se
pueden reconocer en la división cristiana entre el amor físico y el
extático, con el paso del tiempo «se han vuelto cada vez más ridí­
culas e irrisorias, o lo que se llama con justeza una locura» (J. La­
can, Las psicosis, pág. 3 64 ) . Y es sorprendente lo que acto segui­
do plantea Lacan, ahora esto no ocurre con una dama, sino en la
sala de un cine, con la imagen de la pantalla.
El amor cortés, característico de la Edad Media, será una re­
ferencia privilegiada de Jacques Lacan, que atraviesa sus Semina­
rios: en Las psicosis, cuando esta concepción es referida al amor
cristiano, en La ética cuando se conecta con la herejía de los cáta­
ros, en Aun cuando encontramos en el cristianismo la clave de lo
que Lacan considera goce.
Recomiendo del libro de Irving Singer, La naturaleza del
amor, tomo I, el capítulo titulado «Eros: El ascenso místico»,
donde en la descripción del éxtasis místico, de la comunión con
Dios, no podemos dejar de evocar el delirio schreberiano.
Y entonces, ¿qué podrá hacer el analísta? Mis intervenciones
con respecto a esta paciente responden por el momento, pues se
trata del comienzo, a dificultar, a interferir las voces de ese Otro,
244
EL AMOR EN LA PSICOSIS
tanto el que aparece con la faz del padre bondadoso como el que
pide el sacrificio, pues sabemos que son dos caras de la misma
moneda. Se trata de introducir un tercer término que dificulte
esa Unión.
Bibliografía
Lacan, Jacques, El Seminario. Libro 3. Las psicosis, 1 955- 1956,
Barcelona, Paidós, 1 984.
, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de
la psicosis», en Escritos 1, 1 957-1958, México, Siglo XXI, 1985.
, El Seminario. Libro 20. Aun, 1 9 72- 1 9 73, Barcelona, Pai­
dós, 198 1 .
---, Seminario. «Los n o incautos yerran» (inédito). 1 9 73---
---
1974.
, Seminario «RS.L» (inédito), 1 9 74-1 975.
Miller, J acques-Alain, Matemas I, Suplemento topológico, 19 79,
Buenos Aires, Manantial.
Jacques-Alain Miller et al., Los inclasificables de la clínica psicoa­
nalítica, Buenos Aires, Paidós, 1 999.
AA.W., Psicosis y psicoanálisis, Buenos Aires, Manantial, 1 985
AA.W. , Seminario dirigido por Jacques-Alain Miller. Seis frag­
mentos clínicos de la psicosis, Colección de la EEP-ECFB,
1 999.
Tryon, Thomas, El Otro, Barcelona, Opera Prima, 200 1 .
Singer, Irving, La Naturaleza del Amor, tomo 1 , México, Siglo
XXI, 1992.
---
CONVERSACIÓN
Lucía D'Angelo: Pasamos ahora al caso que nos presenta Mer­
cedes de Francisco titulado «Almas gemelas». Voy a introducir
algunas cuestiones que me han sugerido no sólo su caso sino
también el caso de Eiras. Antes quisiera señalar que hemos he­
cho una omisión de lo que implica el trabajo preparatorio de una
ALMAS GEMELAS
245
conversación, hemos dejado de mencionar la extensa bibliogra­
fía* que nos han presentado Bassols y Tizio, así como las colabo­
raciones sobre el tema que han aparecido en la lista de Internet.
El caso que presenta Mercedes de Francisco es tá precedido
de un epígrafe que es una cita de Jacques-Alain Miller, de un tex­
to muy antiguo, de 1 979, que ustedes podrán encontrar en Mate­
mas I. Se llama «Complemento topológico a la cuestión prelimi­
nar». Por mi parte, cuando trataba de organizar un pequeño
comentario, me preguntaba cómo actualizar el tema del amor en
el psicoanálisis y, un poco apabullada por esa enorme bibliogra­
fía que se me venía encima, encontré un texto de Miller que
aprecio mucho y que también es preciso actualizar. Se titula «Los
laberintos del amor» y podrán encontrarlo en la Lettre Mensuelle
n° 1 09, de mayo de 1 992. Es el extracto de una intervención rea­
lizada en Bolonia sobre lo que él llama los laberintos del amor.
Comienza diciendo: «El amor en psicoanálisis es la transferen­
cia», y toda la cuestión en esta discusión es cómo o desde dónde
interrogar el amor, o la función del amor en la psicosis para un
tratamiento posible, para lo cual es preciso estar advertido -tal y
como vemos que nuestros analistas están advertidos en los trata­
mientos de estos seis casos- de la maniobra de la transferencia.
Creo que amor, psicosis y transferencia son tres términos que de­
bemos poder problematizar y actualizar.
En el caso de «Almas gemelas» están presentes dos vertientes
de la cuestión: no sólo la clínica de este sujeto psicótico que Mer­
cedes presenta como una psicosis desencadenada -y adelanto
una pregunta al respecto sobre lo que ella llama «segundo desen­
cadenamiento bajo transferencia»-, sino también la maniobra de
la transferencia y el lugar del analista, tal y como lo señala al final
de su texto.
La cita del comentario de Miller con la que se encabeza el ca­
so sobre el complemento topológico aparece, para mi gusto, co­
mo un caso paradigmático de lo que llamamos la clínica lacaniana
" Véase «Bibliografía sobre "El amor en la psicosis"», pág. 376.
de la
T.]
[N.
246
EL AMOR EN LA PSICOSIS
de las psicosis de los años cincuenta. Es decir, que responde muy
bien, y Mercedes lo ha organizado así, a la clínica de la forclusión
del significante del Nombre del Padre que produce una regresión
tópica al estadio del espejo. Sin embargo, una vez que hacemos
responder al caso según estas coordenadas de estructura que apa­
recen muy claramente delineadas en la presentación, es posible -y
éste es el ejercicio que he intentado hacer para proponer la discu­
sión- detenerse en esos pequeños detalles clínicos que podemos
elaborar y que hacen a las particularidades de lo que el caso nos
enseña sobre esta regresión tópica al estadio del espejo.
Subrayaré algunas coordenadas alrededor del uso del amor
que hace este sujeto, indudablemente y en un primer vistazo, del
amor narcisista. En este sentido, esta segunda Conversación hace
serie con aquella primera en la que nos dedicamos a las relaciones
de pareja, donde habíamos podido aislar, gracias a la orientación
de Miller, esta primera pareja del sujeto que es la pareja narcisis­
ta que reúne al yo y al pequeño otro, es decir, a y a'. Esta presen­
tación -como caso clínico- podría responder a otras orientacio­
nes clínicas. Podríamos hacer, por ejemplo, una lectura del caso a
partir de Freud y de una distinción clínica que Freud mismo ha­
ce en Introducción del narcisismo en 1914. Pero también podría­
mos explorar esta psicosis como una neurosis narcisista tal y como
Freud la plantea, no sólo en aquellas referencias de 1914 -en
cuanto a la psicosis y a su polémica con J ung-, sino también en
su teoría del amor. Una elección que implica una disimetría entre
lo que Freud llama la elección narcisista del objeto o la elección
por apuntalamiento, es decir, la madre nutrida o el padre protec­
tor. Creo que el caso de Mercedes, con este atractivo que tiene
-el de las gemelas-, podría responder muy bien a esto.
Podríamos plantear el caso también bajo las tesis preciosas y
deslumbrantes del doble, e ilustrar así los planteamientos de Otto
Rank, por ejemplo, a quien Lacan ha dedicado críticas tan ajusta­
das sobre este tema y que podrán encontrar al final del Seminario
4. Podemos, asimismo, sostener la hipótesis de Lacan de las psi­
cosis clásicas de los años cincuenta, tal y como lo hace Mercedes,
pues es posible sostener la construcción del caso a partir del de­
sencadenamiento de la psicosis, las estabilizaciones logradas por
ALMAS GEMELAS
247
el tratamiento analítico, un desencadenamiento o desestabiliza­
ción bajo transferencia, la destreza del analista en el inicio de este
tratamiento con la maniobra de la transferencia y su lugar en es­
te tratamiento: esta especie de prudencia del analista de apartar­
se, que vemos al final del caso.
Todo ese interés de entrar en los detalles, me parece, es para
dilucidar a partir de ellos el desanudamiento de esa estructura
imaginaria del sujeto en la que proliferan por doquier los fenó­
menos duales del transitivismo y del estadio del espejo en su rela­
ción con el Otro; al mismo tiempo que el sujeto explora y pone
en práctica esta misma cuestión en la relación con su analista. Te­
niendo en cuenta que la transferencia misma es la expresión -tal
y como señala Miller en «Los laberintos del amor», que a mí me
ha sido muy esclarecedor- del carácter automático del amor, nos
presenta al analista diciendo que, para ser amado, es suficiente
con ser analista. Esta orientación de lectura es lo que Miller llama
el autómaton del amor y la tyché del encuentro, el carácter nece­
sario, automático o el carácter contingente que tiene el encuentro
con el Otro. Estas dos vertientes pueden complementarse, suple­
mentarse, oponerse, asociarse, y toda la cuestión es poder transi­
tar con el sujeto el laberinto por el que circula.
Miller, a partir de estas coordenadas, establece una serie de
variantes y un enorme abanico clínico en relación con la neurosis
y las posiciones masculinas y femeninas. A mí me parece que son
de enorme interés y quisiera poner esta tesis a prueba de su
actualización, es decir, cómo hacer uso de ella en el caso de la
psicosis. El caso de Mercedes nos conduce por los senderos del
laberinto del autómaton del amor, incluida la analista en la trans­
ferencia, por el carácter automático del amor en el que la analis­
ta ya está incluida antes del encuentro. Es un tipo de encuentro
con la paciente que no es del orden de la tyché; no estamos en el
terreno de la neurosis, donde está el amor de transferencia y po­
nemos a producir el trabajo de la transferencia. Aquí el analista
se encuentra con el autómaton. Entonces me parece que el caso
pone en cuestión, problematiza el amor, cuando hay algo de esta
vertiente del amor como tyché, cuando hay algo que representa
para el sujeto algo del orden de un encuentro.
248
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Mercedes señala el encuentro con el Otro como sexuado, pe­
ro parecería que más bien declina la cuestión del doble imagina­
rio, del partenaire igual, etc., que se problematiza cuando aparece
el hombre. Se problematiza quiere decir que tanto puede estabi­
lizar como desestabilizar, empezando por la pareja de su marido.
Pero, para mi gusto, se trata de la vertiente imaginaria del amor,
del amor narcisista, de la relación metonímica y no metafórica
con el objeto del amor. Todo este laberinto del amor se apoya ín­
tegramente, en mi opinión, en una superficie imaginaria, en una
pura captación de la imagen del otro empezando por su Otro pri­
mordial que es su madre, con la cual en su momento hace pareja,
hasta dormir en el mismo lecho. Entonces, esta evocación de In­
troducción del narcisismo es justamente lo que me induce a decir
que podría ser muy bien una viñeta clínica de ese texto de Freud:
porque esta paciente parece responder muy bien a esa clínica del
amor femenino -como dice Freud-, particularmente a la que lla­
ma «la mujer narcisista», es decir que sólo se ama a sí misma en
tanto que a-a', en tanto que pareja imaginaria yo-otra, que se con­
forma alrededor de la familia, de la pareja parental.
Me ha interesado mucho cuando al inicio de la presentación
del caso se describe a la familia y las relaciones de los padres. Es
una familia de la absoluta armonía -son significantes del sujeto-.
Hay una absoluta armonía en la relación entre los padres, que se
querían mucho, que se llevaban muy bien, y que todo allí funcio­
naba en armonía. Esto nos hace pensar -dado que por anticipa­
do vamos a apostar por qué no se ha producido la metáfora pa­
terna- en los estragos que puede producir en un sujeto la pareja
parental en absoluta armonía, que tanto se quieren y en la que no
hay ninguna falta, ninguna discordancia. La pareja de los padres,
a quienes textualmente la paciente llama «este hombre y esta mu­
jer», forma una «unidad intocable»; significante precioso de la
pareja parental, una unidad intocable tal, en una supuesta metá­
fora paterna, presagia por anticipado el fracaso, no sólo de la me­
táfora paterna sino también de la significación fálica.
Jacques-Alain Miller: No es cierto que la armonía de la pareja,
de los padres, sea la causa de la psicosis. Puede tratarse de una
ALMAS GEMELAS
249
ficción de los padres desde la psicosis de esta paciente y, efectiva­
mente, puede ser la representación de la pareja como una geme­
lidad idealizada, que es su manera de ver el mundo. Es verdad
que es imposible hacer una metáfora paterna si uno está frente a
una unidad intocable, pero puede ser el producto de la psicosis
del sujeto.
Lucía D'Angelo: Sí, efectivamente, el amor es una unidad, el
basamento del que parten todas las parejas imaginarias. Según el
apres coup que hacemos del sujeto, en tanto hemos definido el
caso como una psicosis, tendríamos la versión de este amor como
una unidad narcisista intocable . . .
]acques-Alain Miller: Un momento. Necesitamos precisar la
palabra «amor» en el caso. ¿Ella dice que ama a los hombres con
los que sale? Pero no parecen grandes amores. Esta paciente no
parece un personaje muy amoroso; hay, como usted lo señala,
una suerte de indiferenciación de los partenaires junto con la fri­
gidez. Y de eso no resulta una gran historia de amor. Tampoco
parece que haya una transferencia muy intensa, parece más bien
un caso de ausencia de amor. Me da la impresión de que ésta pa­
rece ser la atmósfera del caso . . .
Mercedes de Francisco: En los dichos de la paciente está el
presupuesto de que el Otro se interesa por ella, la ama. Pero es
verdad que la suya no es una posición amorosa. Además creo
que si pudiéramos tener la hipótesis de que esto ocurre con al­
guien, sería con la hermana gemela, pero tampoco está en juego
claramente.
]acques-Alain Miller: Y en su relación con los hombres, ¿qué
está en juego finalmente?
Mercedes de Francisco: Creo que en su relación con los hom­
bres ha estado esta suposición, un poco débil de su lado, la supo­
sición de que el otro se interesa por ella. Y después la contracara
de eso: que pueden aparecer unos hombres terribles en un mo-
250
EL AMOR EN LA PSICOSIS
mento determinado. Hay momentos de tyché, que creo es lo que
señalaba Lucía, de encuentros con hombres que hacen presagiar
algo que puede ser terrible.
Jacques-Alain Miller: No parece tampoco orgullosa de atraer a
los hombres, al menos no se encuentra señalado en el texto . . .
Mercedes de Francisco: Sí, sin embargo yo creo que sí; en sus
dichos aparece este orgullo. Lo que pasa es que lo planteaba dis­
cretamente al principio del caso. Pero esta mujer, por ejemplo,
no ha estado muy medicada durante su trayecto, lo que me hacía
pensar en el caso que presentó Osear Ventura . . .
Jacques-Alain Miller: Pero en el caso de O. Ventura la pacien­
te fue medicada durante ocho años, y después nada. Usted señala
que su paciente está bajo medicación . . .
Mercedes de Francisco: Desde los veinte años . . .
Jacques-Alain Miller: . y eso empobrece su relato.
. .
Mercedes de Francisco: Yo creo que, en ese sentido, hay una
cierta mortificación . . .
Jacques-Alain Miller: . . un apaciguamiento . . .
.
Mercedes de Francisco: . una amortiguación . . .
. .
Sala: Una narcotización.
Jacques-Alain Miller: . . una narcotización.
.
Mercedes de Francisco: Una narcotización, exactamente. Ade­
más, curiosamente, el otro día, en la última sesión, dijo: «Voy a vi­
sitar a un médico, ya lo he hablado con el psiquiatra que me medi­
ca, porque tengo el problema de que se me cierran los ojos». Y es
verdad que siempre parece que está como a punto de dormirse . . .
ALMAS GEMELAS
25 1
]acques-Alain Miller: Es lo que en este caso atrae a los hom­
bres . . . ¿no?
Mercedes de Francisco: La hipótesis que ella tiene sobre por
qué atrae a los hombres no creo que se cumpla en la mayoría de
los casos . . .
]acques-Alain Miller: ¿Cómo se hacen esos falsos encuentros,
como diría D'Angelo, en este autómaton con los hombres? Yo no
diría que es tanto un autómaton del amor, sino un autómaton de
algo que hay que precisar, precisar bajo qué significación o qué
palabras se realiza eso.
Mercedes de Francisco: Yo creo que hay dos vertientes. Había
una dificultad enorme, pues había tantos en un sentido como en
otro, de tal forma que ese significante que introducía L. D'Ange­
lo, «laberinto», viene muy ajustado al caso, porque se hacía muy
difícil distinguir de qué se trataba. Los que quedan definidos cla­
ramente son aquellos con los que ella termina haciendo un en­
cuentro en el sentido del casamiento.
]acques-Alain Miller: Es una diferencia casi numérica, se po­
dría decir. No es una diferencia sustancial . . .
Mercedes de Francisco: Hay algunos subrayados . . .
Jacques-Alain Miller: . . . algunos subrayados, pero que son pe­
ligrosos.
Mercedes de Francisco: Está con el que se casó: ahí no era una
cuestión peligrosa. Está ese otro hombre que yo subrayo y que,
en efecto, es ese hombre peligroso. Y está este nuevo encuentro
con otro hombre después de que ella está en proceso de divor­
cio, que aparece durante el análisis.
]acques-Alain Miller: Y todo eso con una vida muy agitada
que, en realidad, es la vida narcotizada de una mujer frígida. Es
252
EL AMOR EN LA PSICOSIS
un semblante de la vida apasionada, pero en realidad es una vida
narcotizada. Y usted pesca algo que nos dice que no es goce or­
gásmico, no es amor. ¿Qué podemos inventar para captar de qué
se trata? Porque es bastante enigmático.
Mercedes de Francisco: Yo creo que hay una cierta cuestión del
goce que está en juego en los episodios de las crisis: cuando esta­
ba internada es la suposición de que los médicos, bajo representa­
ciones diabólicas, iban a gozar de ella. Por eso yo traía el ejemplo
de la película Rompiendo las olas, por esta posición casi débil del
sujeto. Es una película donde aparece una mujer psicótica que se
casa con un hombre, este hombre tiene un accidente y, a partir de
ahí, el hombre -que se queda paralítico- decide transmitirle sus
fantasías perversas para que ella las realice, hasta que en esa reali­
zación termina yendo a un barco a dejarse matar. En la paciente, a
la vez que estaría la frigidez estaría este goce «maléfico» del que
dice que en las relaciones con los hombres se ha dejado manosear:
hay algo de un empuje hacia ese lugar.
Lucía D'Angelo: Me parece interesante lo que tú aíslas como
el desencadenamiento, o esta crisis en su viaje a Roma, que no es
por la aparición de Un-Padre sino por el retorno de esta pareja
armónica bajo el dios Buda, que es el retorno de la pareja ideali­
zada, de la célula, de la unidad intocable de los padres. Cuando
eso aparece y retorna desde lo real es cuando ella se desestabiliza
y se desencadena. ¿Hasta dónde podríamos aceptar como equi­
valencia que, ante la falta de la metáfora paterna, el amor no lo­
gre a su vez realizar la metáfora del amor? Sería una cuestión de
equivalencia: la falta de metáfora paterna toca directamente a la
problemática del amor, en tanto que no se realiza sino una prose­
cución metonímica del objeto. Prosecución donde no circula el
amor y donde fracasa también lo que Lacan nos plantea, a partir
del Seminario de La transferencia, la metáfora del amor.
Vicente Palomera: Esto permite pasar a la circulación, a la pro­
secución -tomando la expresión de Lucía- de la palabra a la sala.
ALMAS GEMELAS
253
Gustavo Dessal: D'Angelo ha destacado muy bien la importan­
cia que tiene lo que yo llamaría una imagen, la imagen de la pareja
parental. Quisiera resaltar el valor de esta imagen porque me pare­
ce que eso tiene una función de anudamiento durante cierto tiem­
po, del mismo modo que el recuerdo de la infancia ha quedado re­
ducido al recuerdo de la felicidad de la pareja paterna. Este
recuerdo viene a ser, tal y como lo señaló Miller, una reproducción
de una segunda imagen. Después, la tercera pareja, tal y como lo
ha señalado D'Angelo, es efectivamente este encuentro con la pa­
reja en Roma, que evidentemente tiene un estatuto completamen­
te distinto a las dos parejas anteriores. Mi pregunta es cuál es tu hi­
pótesis sobre lo que sucede en ese encuentro, y por qué eso -que
hasta entonces había tenido el valor de un ideal vacío de goce- se
ve inundado por un retorno de lo real.
Mercedes de Francisco: Bueno, después de enviar el texto me
di cuenta de que tendría que haber puesto una interrogación en
el subtítulo donde escribí «Un desencadenamiento bajo transfe­
rencia», ya que se trata más bien de una desestabilización. El pri­
mer momento en que ella puede reconstruir su primer desenca­
denamiento es cuando tiene que ir a trabajar a otra ciudad -una
de las cuestiones importantes en el caso es cuando se desplaza,
los viajes-. Es decir, que está este viaje, que ya es de por sí pro­
blemático por el momento en que lo realiza, y está el encuentro
con esta pareja. Tal y como señalaba antes Miller, no se trata de
que fuera una pareja «intocable» -esto lo marco yo así, no es algo
que diga ella-, lo que sí dice es lo de «la absoluta armonía», don­
de yo ubico una unidad intocable en el sentido de que no puede
hablar nada de ellos en lo que se perfile un sujeto de carne y hue­
so. Están puramente en ese plano. En este punto de la armonía es
donde yo puedo empezar a interrogar -no ya del lado de los pa­
dres, sino cuando habla de esta pareja- de qué armonía se trata,
cómo la consiguen con este Buda; porque además lo pone en re­
lación con sus dificultades en ese momento de su matrimonio.
Creo que es ahí donde puede empezar a relatar una serie de cues­
tiones con un poquito más de claridad, un poquito más perfila­
das, porque si hay algo característico de esta paciente es que to-
254
EL AMOR EN LA PSICOSIS
dos los personajes de su vida están como borrosos. Por eso hacía
mención de la película de Woody Allen donde había algunos per­
sonajes que estaban fuera de foco. En esta paciente el único per­
sonaje que no está enfocado, desde el principio, es su hermana.
En todos los demás, desde los padres hasta los hombres, hay algo
que no deja verlos con precisión, como si los cubriese una niebla.
Jacques-Alain Miller: ¿Qué medicación toma?
Mercedes de Francisco: Medicación antipsicótica, con tranqui­
lizantes.
Jacques-Alain Miller: Neurolépticos.
Mercedes de Francisco: Sí, sí. Además en dosis bastante altas,
que ella misma piensa en bajar, a la vez, teme hacerlo. No se
atreve y yo me limito a decirle que siga consultando con el psi­
quiatra, de ahí también el episodio con él. Ahora bien, es ese
episodio con el psiquiatra -y no tanto lo que luego va a relatar
de la pareja-, lo que la coloca frente a esa disyuntiva de «O el
psicoanálisis o yo». Ahí es cuando ella entra en una verdadera
problemática . . .
Jacques-Alain Miller: Ese psiquiatra parece alguien con un sa­
ber hacer catástrofes de manera admirable, ya que en este caso la
coloca frente a la otra cara de la armonía. Es una paciente que tie­
ne como eje, como ideal, la armonía absoluta, y él la pone frente a
un «ola», que es una elección que descompleta, que la coloca fren­
te a la disarmonía absoluta. Va a Roma, se encuentra con una pare­
ja admirable, vuelve a Madrid y se encuentra con alguien que la
pone frente a la disarmonía absoluta. En este caso el psiquiatra ha
hecho exactamente todo lo necesario para desencadenar una crisis.
Hebe Tizio: Me interesa tomar el eje de lo que construye el su­
jeto, porque este tema de la gemelidad creo que podíamos pen­
sarlo como dos holofraseados. Es decir, que se podría tomar, par­
tiendo desde esa perspectiva, la dificultad de poder pasar al tres.
ALMAS GEMELAS
255
Se puede ver muy bien del lado significante: las gemelas, la armo­
nía y finalmente el encuentro con este hombre que le dice: «So­
mos almas gemelas». De ese lado la catástrofe se produce cuando
esos dos holofraseados, que ella hacía con la psiquiatría y el psi­
coanálisis, se rompe de manera abrupta. Del lado significante es­
tá esta dificultad. Del otro lado no hay nada del orden del amor
y sí del orden del goce: hay algo que ella llama no poder llegar al
orgasmo y también el manoseo. Tú dices que podría aparecer al­
go del lado corporal demasiado desestabilizador. Ella habla de
prácticas masturbatorias, entonces ¿qué pasa con ese goce?
Mercedes de Francisco: Ella nombra estas cuestiones muy al
pasar. En la masturbación puede llegar a un orgasmo, y esto es­
tá muy marcado por un cierto funcionamiento ideal -ella pro­
viene de estudios de sociología, un trabajo feminista-, toma es­
ta cuestión del orgasmo como un cierto ideal, luego ha podido
decir que con esta nueva pareja las cosas comienzan a ir mejor.
Sin embargo, no deja claro cuál es el punto que está en juego.
Ella tiene temor a ahondar en lo que llama sus crisis, es decir, su
delirio, cierto tipo de fenómenos referidos a cierta transforma­
ción de la imagen del otro que la ponen en situación de mucho
temor. En las últimas sesiones me dijo que tenía miedo de que­
darse al cuidado de su hermana -después de una operación de
cáncer de mama le hacían una operación estética muy complica­
da-, y al volver a la sesión después de haber estado una noche
cuidándola, dijo: «Recordé algo y pensé que tenía que contarlo.
Recordé que en uno de mis momentos de internación en el psi­
quiátrico hubo un enfermero que me obligó a masturbarle». Es­
to quedó así, no dijo mucho más, únicamente que quizá la había
perjudicado. Le pregunté por qué creía eso y me dijo que eso
no estaba bien. Tampoco se sabía con precisión si lo traía como
un límite que la hizo salir de su internamiento. Lo mezclaba, no
se sabe si es una construcción delirante o si realmente ocurrió.
Marta Davidovich: Quisiera hacer una pregunta sobre la «uni­
dad intocable» entre el psiquiatra y tú, porque en el momento en
que el psiquiatra le plantea esa cuestión, para ella se presenta co-
256
EL AMOR EN LA PSICOSIS
mo algo demasiado nuevo, como si ahí tuviera construida una
unidad entre lo que hacías tú y lo que hacía él, ¿o no es así?
Mercedes de Francisco: Hay que tener en cuenta que a esta
persona la veo hace más o menos un año y medio, no es mucho
tiempo de tratamiento, y yo no tenía ninguna idea de eso. En el
momento que ella llegó con esto fue una sorpresa para mí. Ade­
más, cuando la fui a buscar a la sala de espera me encontré con
ella, la hermana y la amiga. Me había llamado diciéndome que se
encontraba mal y le dije que viniese; en lo que hace al encuadre
esta paciente es muy ordenada.
Jacques-Alain Miller: La hermana gemela por otra parte está
en tratamiento . . .
Mercedes de Francisco: Sí, pero únicamente en tratamiento
psiquiátrico. Y la paciente por su parte ahora comienza a decir:
«Cada vez más estoy empezando a entender lo que me diferencia
de mi hermana». Sin duda hay que ver qué quiere decir exacta­
mente eso pero, por ejemplo, añade que su hermana tiene una
manera loca de relacionarse con los hombres y que ella no quiere
relacionarse de esa manera.
Jacques-Alain Miller: ¿Y por qué es una «manera loca»?
Mercedes de Francisco: Relacionarse con distintos hombres,
estar siempre . . .
Jacques-Alain Miller: Pero ella también . . .
Mercedes de Francisco: No, no de la misma manera . . .
Jacques-Alain Miller: Y ¿cuál diría usted que es la diferencia ?
Mercedes de Francisco: La diferencia es que ella ha ido sepa­
rándose paulatinamente de la hermana. La hermana plantea las
cosas de manera que si hay un hombre, aunque le guste a la pa-
ALMAS GEMELAS
257
cien te, ella se moviliza para seducirlo. Justo al contrario que an­
tes, que era la paciente la que se movilizaba para seducir a un
hombre que le gustaba a la hermana, por eso en esa ocasión la
hermana fue la que se desestabilizó.
Jacques-Alain Miller: Es decir, que no son objeto de amor la
una para la otra, sino más bien objetos rivales. Parece que el pa­
pel de los hombres es funcionar como objeto de rivalidad entre
ellas, porque van con hombres tan poco diferenciados, tan poco
costosos de seducir -no sé si se puede decir así- que el interés
esencial parece la rivalidad entre ellas. Es decir, después del tiem­
po mítico de la supuesta armonía perfecta, la gemela figura esen­
cialmente como la persona a la cual se ha robado un hombre, la
persona que ella piensa haber desencadenado y la persona que
enferma gravemente. No es nada de identificación, bueno, al me­
nos nada de elección de amor, y los hombres parecen ser figuras
indiferentes, figuras que permiten actuar la rivalidad, tanto para
una como para la otra, a pesar de las diferencias de estilo.
Mercedes de Francisco: Pienso en este nuevo encuentro, esta
pareja en la distancia -porque el hombre con el que está ahora
no ha sido puesto en ese lugar de rivalidad con la hermana-, no
lo han conocido juntas, la hermana no lo conoce.
Jacques-Alain Miller: El marido cubano, ¿también era objeto
de rivalidad?
Mercedes de Francisco: No, tampoco. Por eso me pareció que
quizá lo que hace que eso se mantenga es que él le diga -es mi
hipótesis-: «Somos almas gemelas», como introduciendo eso que
había quedado fuera . . .
Jacques-Alain Miller: Pero apenas le dice eso, ella va a la bús­
queda de otro hombre, ¿no?
Mercedes de Francisco: No, no, creo que no se ha entendido
bien . . .
258
EL AMOR EN LA PSICOSIS
]acques-Alain Miller: Sí, al poco tiempo aparece otro hombre
como contrapunto . . .
Mercedes de Francisco: Sí, pero ese otro que aparece es del
que habla siempre y con el que ha tenido una historia. Es un
hombre siniestro, tal y como lo dice: «Es un hombre que puede
traer a mi vida algo siniestro». No es que aparezca o lo vaya a
buscar, sino que ya estaba y algo de eso surge . . .
Jacques-Alain Miller: Surge en su pensamiento . . .
Mercedes de Francisco: Sí, pero después lo habla y logra poner
fin a eso . . .
]acques-Alain Miller: Usted dice que ella tiene un ideal del
amor romántico . . .
Mercedes de Francisco: Sí, considera que, por ejemplo, el ma­
rido es un hombre que no sabe tratarla, que no es romántico,
que no se acerca a ella. Ella dice que en el encuentro sexual no se
trata sólo del acto en sí, sino de hablar, de decir, de incluso in­
ventar una historia, en fin, le gustaría que se estableciese un cier­
to clima romántico.
Jesús A mbel: Mi pregunta está en relación con el síntoma de
frigidez que hay en el caso. Un síntoma que aparece constante en
las diferentes relaciones que mantiene, que aparece en la fenome­
nología como un «bloqueo», dice ella, porque se pone a pensar
en otra cosa. Un síntoma que aparece en la relación de pareja, no
en sus prácticas masturbatorias, que incluso se mantiene con es­
ta última pareja, a pesar del amor. Ese síntoma aparece ligado a
un temor de que este hombre la abandone por eso, porque apa­
rece un problema en la relación de pareja. Me ha parecido enten­
der en tu relato que esto implica una intervención del analista en
el sentido de restarle importancia o, por decirlo tal y como apa­
rece en el relato, que «no tiene por qué cambiar». Lo digo por­
que es un síntoma contra la armonía en la pareja, y en ese sentí-
ALMAS GEMELAS
259
do sí que me parece que es un dique, un dique no sólo a una
irrupción de goce en el cuerpo que algo puede desencadenar en
un momento determinado, sino también contra la armonía en la
pareja y que tú apuestas por mantener.
Mercedes de Francisco: Me parece interesante la pregunta, por­
que yo marco este punto, aunque no le digo nada, únicamente le
pregunto dado que ella insiste tanto. Le pregunto por qué eso le
parece tan importante. Y ella responde que es verdad, que hay
otras cosas. Fue una cuestión que extraje como enseñanza de la pa­
sada Conversación. No puedo ahora ubicar cuál fue el caso, pero
para mí quedó como una enseñanza que un punto del cual el suje­
to dice que no marcha, puede ser un punto de dique, tal y como tú
has señalado. Más que indicar nada se trataba de mostrar de mi la­
do que no estaba especialmente interesada en curar ese síntoma.
Rosa López: La cuestión está centrada en la psicosis de la her­
mana. La hermana tuvo una crisis psicótica previa al desencade­
namiento de esta paciente. Me recordaba el caso de una gemela
que yo atendí que tenía una supuesta epilepsia después de que la
hermana desencadenó una epilepsia orgánica -no digo que esto
sea una supuesta psicosis, ni mucho menos-, pero hay algo ahí
que me parece importante en el sentido de la función que cum­
ple el amor para esta sujeto, ya que en realidad no sabemos mu­
cho en qué consiste la psicosis de la hermana, salvo este dato de
que es enormemente promiscua y que en sus relaciones con los
hombres el amor no está. En sus relaciones con los hombres ella
se ve abocada también a cierta metonimia, pero ella busca un
factor diferencial con la hermana en el sentido de no ser tan loca,
que es el amor. Ella dice que «busca el amor para no ser tan loca
como la hermana». Así tendríamos, de un lado, el ideal del amor
que encarnan los padres, que en cierto modo le ha servido como
recurso. Y del otro lado, la degradación absoluta del amor que
encarna la hermana. Por tanto, mi pregunta es qué función darle
al amor en esta mujer que -como decía Miller- es incapaz de
amar, pero no obstante lo necesita para no estar loca, o como re­
curso frente a la locura.
260
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Mercedes de Francisco: Yo creo que eso tiene el valor, por el
momento, de una aspiración , de un ideal que yo no cuestiono, y
me parece que también es lo que ha permitido este nuevo en­
cuentro donde, por otra parte, se vuelve a poner en juego la po­
sibilidad del abandono. Lo que sí ha logrado realizar es un traba­
jo para un sindicato con una serie de mujeres que le han pedido
que hable sobre el tema de la mujer trabajadora, aunque para ella
el trabajo es una especie de tormento. Incluso surgió en una
sesión un personaje que hay en su trabajo, un hombre muy auto­
ritario que dijo: «Vi a mis compañeros entre ellos riéndose y es­
cuché que decían "No me gusta cómo caza la perrita "». Le pre­
gunté a qué se refería eso y me respondió que creía que se
referían a ella; en concreto dijo: «Creo que era dirigido a mí», y
eso lo había proferido una mujer. Lo que me ha orientado es
siempre introducir un cierto punto de brecha, por decirlo así, es
decir, cada vez que traía algo muy solidificado he introducido
una pregunta o algo que le hace ponerlo un poquito en cuestión,
sin cuestionárselo directamente. Eso le permite plantearse su re­
lación con el trabajo de manera menos superyoica.
Jacques-Alain Miller: Banalizar, eso es banalizar las cosas. Con
los neuróticos se intensifica, con los psicóticos es borrar o ahogar
el incendio, apagar, trivilializar también . . .
Mercedes de Francisco: Cuando yo intervengo d e ese lado, ella
se ríe, no le pregunto por qué, pero quizás esté relacionado con
ese efecto de trivialización . . .
Jacques-Alain Miller: Cómo pensar esto que perturba y que
sin la medicación se ve en qué dirección iría: la gemelidad podría
inducirla a la persecución, por eso es importante y suficiente que
usted no se convierta en la gemela. Hay que hacer todo lo posi­
ble para evitar eso, y si en algún momento es ella la que se con­
vierte en su gemela, eso habrá que tomarlo como un signo de
alerta.
Un poco de dos es mucho.
Las mujeres en la cura de un psicótico
José Rodríguez Eiras
Se trata de un caso contado desde el final de la cura, a partir
de los datos que existen después de que los síntomas se transfor­
maron en problemas por medio de la palabra y de haber encon­
trado una solución, un saber-hacer con el síntoma, que el sujeto
resumió en una fórmula: un poco de dos es mucho, lo que califica
su saber arreglárselas con el síntoma para mantenerse alejado de
la tentación de delirar.
A pesar de que la cura de este sujeto ya ha sido objeto de otro
trabajo (El Psicoanálisis, no 1 , Revista de la E.L.P. ) , no había sido
puesta de manifiesto la particular relevancia que el amor y las
mujeres habían tenido en la cura de este sujeto.
La personalidad predelirante
A lo largo de la cura, este paciente da pruebas de la existencia
de una personalidad predelirante en el marco de una constela­
ción familiar peculiar que dio lugar a una determinada confor­
mación psicológica. Una constelación familiar con una madre ex­
cesivamente piadosa y un padre «que nunca se hizo responsable,
que sólo sabía hacerme sentir culpable, pero sin que yo pudiera
saber en qué podía molestarlo. No tuve nunca una identificación,
una seña de identidad, y por eso no podía atacarlo».
Es relevante señalar que nunca ha tenido una conversación
con él y que la familia nunca recibía visitas, ni siquiera llama- das
telefónicas, lo que permite hablar de una familia desierta de goce.
Su peculiar personalidad empieza a manifestarse desde muy
temprano: siempre solitario, a los compañeros de clase los consi-
262
EL AMOR EN LA PSICOSIS
dera genéricamente «los otros enanitos», y a los siete años re­
cuerda que comenzaron los «rituales del espejo»: fascinación por
los espejos, lectura al revés cuando iba por la calle, automática­
mente leía los letreros de los comercios, los anuncios de los auto­
buses al revés, como la palabra escrita en las ambulancias ; una
inclinación a mirarse reflejado en los ojos de las otras personas y
un placer particular en verse reflejado en los espejos deformantes
de las ferias, juego que siempre debía acabarse ante el espejo
normal. Al mismo tiempo, todos sus actos se acompañaban de un
continuo contar.
Hay en su historia un largo silencio que dura hasta cuando
comienza sus estudios de posgrado, hasta el momento en que las
mujeres aparecen en su vida: «Era entonces un brillante escolar;
experimenté todo, desde la religión hasta la marihuana, y todo
me parecía demasiado bien . . . , hubo amigos, hubo éxito, hubo
trabajos, hubo mujeres . . . , hubo dos personas magnéticas en mi
vida: David A. y David B., dos judíos. David A. me inspiró agre­
sividad y el deseo no sólo de competir, sino de aniquilar al con­
trincante, algo que nunca había sentido conscientemente. [ . . . ]
Entre eufórico y endiosado, hacía que mi inmadurez con las chi­
cas me provocase sentimientos de culpa. Tenía que elegir entre
M., que me adoraba y A., con la que pasé una semana de vino y
rosas. El pedestal para el estrellara estaba levantado, y entonces
pacté conmigo mismo: escribiré el proyecto, iré a la mili y me ca­
saré con M.». Todo parecería normal si no fuera por el miedo
que experimentaba ante la creatividad imaginaria del lenguaje:
«Ya entonces experimentaba un miedo terrible y un terrible pla­
cer a la creación imaginaria del lenguaje».
La aspiración de una madre
El traslado a una universidad extranjera para escribir su pro­
yecto de fin de máster va a suponer un desastre, el desencadena­
miento de una psicosis. El escenario del desencadenamiento es
muy preciso, la discusión con la tutora, la señora W., con la que
está en desacuerdo sobre la orientación de su trabajo, provoca
UN POCO DE DOS ES MUCHO
263
una gran incertidumbre: «[. . ] La primera entrevista con la seño­
ra W., mi tutora, fue desastrosa. Me preguntó sobre lo que quería
hacer. Le di mi proyecto. No estuvo de acuerdo ... Fue un período
de trabajo intensísimo en el que trataba al tiempo de acercarme y
de superar lo que decía la señora W. El resultado fue un desastre.
Mi certidumbre en mi genialidad dio paso a una genialidad
herida. Por un lado, era mejor que todos ellos, por otro lado, no
sabía nada . . . , y el tiempo apremiaba. Al final, un día, en plena
exaltación me fui a hablar con Mr. Smith. Me quejé diciendo que
la teoría de W. era deficiente. El director del máster, amable, me
dio la razón y me propuso concederme una entrevista con An­
thony Giddens. En cierto modo había ganado . . . y fue entonces
cuando all heaven broke loose.»
El director del master le entregó la llave de la biblioteca, al
tiempo que lo animaba a continuar su trabajo a pesar de la opi­
nión de la señora W.
Biblioteca y llave encarnan un enigma que en sólo unos se­
gundos se transforma en una certeza que se instala en su cabeza:
«Yo soy un economista genial».
«E inmediatamente me embargó un sentimiento de pánico y
persecución: todo lo que oía, leía y veía tenía que ver con la
conspiración: era un genio y tenía algo genial que escribir, y no
me acordaba absolutamente de nada. Oía voces, los libros me ha­
blaban, seguía instrucciones que creía percibir en todo el mun­
do, seguía las clases y no me enteraba de nada. Y por primera
vez tuve la idea de ser un judío.»
Y todo lo simbólico era real, así, una palabra escrita, «glast­
nost», se transformaba, por una torsión fónica, en una palabra
impuesta: «glass/not», traducción favorecida por el hecho de es­
tar leyendo un periódico inglés.
Al mismo tiempo, era libre para elegir el sentido, «pero no
podía distinguir la verdad de la realidad, porque podía decir to­
ros rojos y existían».
Había ganado, pero su «éxito» evitó que se convirtiera en pro­
fesor de economía, la aspiración de su madre, aspiración en el
doble sentido, a lo que se aspira y lo que te aspira, como ideal y
como agujero, y que durante los cinco años siguientes, de forma
.
264
EL AMOR EN LA PSICOSIS
repetitiva, hicieron aparecer nuevas crisis cada vez que estaba a
punto de finalizar el proyecto.
Cuando, con grandes esfuerzos, logra terminar la redacción
de su proyecto « [ . . . ] el delirio alcanzó la realidad: escribía el
proyecto a salto de mata. Terminé la redacción y el delirio poco a
poco se fue apoderando de mí. Al entrar en mi apartamento, la
llave se convirtió en Yahvé, y tuve entonces la certeza de que
Dios me había escuchado y de que era un judío genial [ . . ] . Dise­
ñé un campo de batalla mesiánico en el que yo, ayudado por
Yahvé, el dios judío, luchaba contra el diablo . . . ».
Sin que se diera cuenta, su conducta y su apariencia comenza­
ron a ser estrafalarias, y fue necesario que su familia lo obligase a
reanudar su tratamiento psiquiátrico, lo que solamente hizo des­
pués de haber denunciado a su padre en el juzgado. «Denuncié a
mi padre por malos tratos y entonces fui obligado a recibir un
tratamiento psiquiátrico. Ya no era un castigo por la transgresión
simbólica, sino por la ley, que se ponía de parte de mi padre [ . . . ]
era castigado por mi padre».
El desastre se había completado.
M., con la que había planeado casarse y que lo acompañó en
su calvario psiquiátrico, decidió marcharse. «Mi relación con M.
se convirtió en un universo morboso y cerrado, en el que ella tra­
taba de desmontarme una y otra vez todas las obsesiones que pa­
saban por mi cabeza. Me sentí humillado ante ella. De ser el dios
que la había subyugado pasé a ser un niño dependiente de su cari­
ño. M. me dijo que quería dejarlo. Me dijo: quiero ser feliz. Lo en­
tendí perfectamente, demasiado perfectamente. Me quedé solo.»
.
Rosa rosa
Reanuda entonces el tratamiento psiquiátrico, que duró unas
pocas semanas, y que fue exitoso. «Comenzó a ser tratado con
medicación neuroléptica, con lo que se pudo objetivar una remi­
sión, progresiva, de la actividad psicótica, así como una mejor
adaptación a la realidad. En este retorno a la normalidad apare­
cieron ciertos sentimientos depresivos que se manifiestan como
UN POCO DE DOS ES MUCHO
265
vergüenza, inseguridad, sentimiento de insuficiencia o incapaci­
dad, y que representan la primera referencia crítica del senti­
miento agudo psicótico y el inicio de la posibilidad de su elabora­
ción. Mantiene su alta capacidad verbal y de abstracción, que le
permiten tanto defenderse de su organización psicótica como al
mismo tiempo encubrir su patología, dada su elevada capacidad
de análisis y de pensamiento deductivo-hipotético»: estas consi­
deraciones que llevaron al psiquiatra a recomendar un análisis.
Y la «vergüenza, inseguridad, sentimiento de insuficiencia e
incapacidad» eran en realidad el resultado del abandono del de­
lirio, su identificación como objeto de desecho: «Soy una mierda
en el centro del mundo . . . , soy una pura negatividad, un hombre
sin atributos -en donde la relación imaginaria se desliza-, siento
mi piel como si fuera una gabardina, soy un hombre-gabardina.
Ya no deliro, pero siento que todo se refiere a mí».
Lo que psiquiátricamente se presenta como una mejor adap­
tación a la realidad, gracias a la medicación, aparece en su análi­
sis como una decisión, la decisión de dejar de delirar, apoyado en
el nombre de una mujer: Rosa, la única a quien había confiado
los detalles de su tipología delirante, y que en su delirio era rosa,
color que distinguía a los que salvaba en su delirio mesiánico.
Esta decisión la tomó cuando un amigo, a quien entregó una
carta, le señaló que Rosa Gómez era en realidad Rosa Pérez: «Es­
ta equivocación sobre la única persona que conocía mi delirio me
hizo pensar . . . , y además estaba cansado del trabajo que suponía
hacer que el delirio coincidiera con la realidad en todo momen­
to . . . , y tomé la decisión de dejar de delirar».
La transferencia empezó a funcionar
Dos años más tarde, una maniobra en la transferencia -la in­
sistencia por parte del analista de que sus crisis no son cíclicas ,
como postulaba s u primer psiquiatra- produce u n viraje e n la
transferencia; el analista, que hasta entonces había sido la conti­
nuidad del psiquiatra, un terapeuta, cambia de lugar, y «la trans­
ferencia empezó a funcionar»: deja · de visitar al psiquiatf'a, las
266
EL AMOR EN LA PSICOSIS
mujeres vuelven a entrar en su vida y comienza a entregarle al
psicoanalista sus escritos -escritura que a partir de entonces va a
doblar los momentos cruciales de la cura, en un hacer que sopor­
ta su pensamiento-, que cesarán cuando la cura alcance su final.
En este primer· momento son tres escritos; el primero auto­
biográfico, es un relato riguroso de las etapas de la psicosis; un
segundo, un pequeño ensayo joyceano donde trata de mostrar
cómo puede manejar el goce de la lengua, y un tercero, un cuen­
to erótico cuya belleza y calidad literaria son manifiestas.
Este viraje de la transferencia coloca al analista en el rango de
las mujeres; las mujeres, a las únicas a las que hasta entonces ha­
bía revelado los secretos de su delirio. Igualmente, los escritos,
hechos con brillantez y dominio del lenguaje, tratan de causar
admiración, hacerse admirar y amar, modo de su acercamiento a
las mujeres, pero que ahora son dirigidos al analista.
Ahora existe el amor
Las circunstancias han cambiado de forma notoria, ha ganado
las oposiciones que por fin le permiten alcanzar la aspiración de
su madre, ser profesor de economía, sin tener que delirar. Es
profesor de economía, y en el análisis «cambian las circunstan­
cias: surge el amor».
La aparición de una nueva mujer en su vida se manifiesta rá­
pidamente en la cura: el sistema delirante anterior deja de fun­
cionar, hace un ajuste de cuentas simbólico contra todos los que
de una manera u otra pensaba que lo habían agredido y en un es­
crito relata con su rigor habitual la relación con esta mujer:
N. puede ocupar el lugar del otro en el espejo como mi álter ego,
con lo que no necesito la disgregación bajo Otro que mira benévolo.
Mi triunfo con ella es un acto de justicia, porque aquel hombre le
hacía daño. Con N. reconstruyo mi espejo y me considero triunfa­
dor: es una imagen gemela: ella me domina a mí y yo la domino a
ella (jardín del Edén), produciendo en mi ego cohesión. No es una
relación amorosa estándar. Nunca lo podrá ser por mi parte. Por
otro lado ella sabe sacar ventaja a mi especificidad. Mi imposibili-
U N POCO DE DOS ES MUCHO
267
dad de ejercer una posición de dominio egoísta (evidentemente soy
egoísta de otra manera) la hace sentirse libre [. .] El «poseer» a
una mujer es esta vez algo bueno y de justicia. . . , frente a otras ve­
ces donde fue motivo de remordimiento. El Otro acepta. N. me ha­
ce perder miedo al OTRO porque tengo una funcionalidad en esta
vida. He encontrado mi álter ego.
El delirio llega a su fin cuando, por cansancio y por convencimien­
to, mando al otro al otro lado del espejo. Tomo por primera vez con­
ciencia de mi disociación. El otro soy yo mismo. El diablo era el loco,
el enanito era el loco, el que me comía era yo mismo. Sé ahora que el
diálogo, en guerra o en persuasión con el otro del espejo, es la locura.
.
La quinta mujer
La quinta mujer, entendida como quintacolumnista, se asoma
en su vida. Flirtea con María y ésta lo acosa sexualmente. Esto
dura varios meses, al mismo tiempo que la relación con N., y ha­
ce que su cuerpo se presentifique en lo real: las alucinaciones re­
tornan, siente un sabor de sangre en la boca cuando está comien­
do o un olor a excrementos. Otras veces, la imagen alucinada de
su padre, mezclada con una mancha blanca: «Es como una som­
bra blanca, una mancha blanca, lo inmundo, lo informe, lo irre­
mediable, de donde la única salida puede ser el suicidio o el ase­
sinato ritual. Cualquier nombre sería una metáfora; darle nombre
sería volver a delirar».
Estos episodios aparecen a lo largo de varios meses, hasta que
un sueño señala su final, el nacimiento de un hombre «nuevo».
«Fue un parto negro: soy cagado, ensangrentado, despellejado . . . ».
El duelo por las mujeres
La historia de amor se acaba, ella retorna a su país y él co­
mienza un largo duelo que una vez más hace con el soporte de la
escritura. Es un largo trabajo, un largo trabajo de duelo y un lar­
go trabajo de escritura, en la cual con contundente lógica estos
268
EL AMOR EN LA PSICOSIS
escritos «están planteados como una interpretación en donde las
conclusiones se desprenden de una forma deductiva».
Este escrito -el último que entrega al analista- es una inter­
pretación psicoanalítica, lacaniana, de un texto literario. Relee el
texto con las categorías lacanianas y reinterpreta, al mismo tiem­
po, su propio análisis, que parece un largo comentario de las pa­
labras de Lacan «para un hombre, a menos que haya castración,
algo que dice no a la función fálica, no existe ninguna posibili­
dad de que él goce del cuerpo de la mujer, en otras palabras, de
que haga el amor [ ] , lo cual no impide que el hombre pueda
desear a la mujer de todas las maneras, aun cuando esta condi­
ción no se cumpla. No sólo la desea, también le hace toda suerte
de cosas que se parecen asombrosamente al amor» (Aun: «Dios y
el goce de .1ámujer»).
Una historia de amor se convierte, por medio de esta inter­
pretación, en una historia de un fracaso necesario, donde el pro­
tagonista sólo parece existir por el esfuerzo de la voluntad del
lector; es la historia del fracaso de una relación amorosa.
La religiosidad del personaje aparece por medio de este análi­
sis como un delirio, como un delirio religioso, un sistema delirante
como necesidad de rebeldía simbólica frente a la impostura de un
padre que se adjudica la función de legislador; ante este fraude, el
personaje central de esta historia necesita buscar un interlocutor
que le permita controlar el azar. Construye así un sistema sobre la
certeza de que Dios le habla y le envía signos que le permiten
construir una interpretación del mundo. Esta secuencia causal es
dramatizada en el texto como un hijo que ante una agresión, un
castigo inapropiado y desproporcionado del padre no siente ren­
cor o venganza, sino que produce una actitud de increencia, y que
en su adolescencia hará del delirio una solución definitiva sin po­
sible marcha atrás, forcluida una vez traspasado el umbral.
Esta característica del protagonista hace del encuentro con
una mujer que lo que parecería una atracción física y una pasión
sea en realidad la relación que el protagonista construye a través
de un esfuerzo deductivo, de su teología.
Él detecta una superioridad lingüística, una capacidad de po­
ner en palabras los sentimientos de ella, y que conquista a la da. . .
UN POCO DE DOS ES MUCHO
269
ma porque es capaz de poner palabras a sus fantasías. Él es capaz
de identificar y describir con palabras los objetos del deseo de
ella. Su condición delirante le confiere la capacidad de dar senti­
do a su amor por el padre y su deseo de rebelión contra él, que
ella es incapaz de poner en palabras. Su capacidad interpretativa
es a su vez interpretada por ella como una seducción; pero en
realidad hay una incapacidad de abordar la vida y las relaciones
humanas de la misma manera.
La historia se resuelve de forma trágica: un amor que los dos
intuyen como imposible, pero que no dejan de intentar, supone
la ruina y el fracaso para ella. Para él, la realidad de la demanda
de convertirse en un simple hombre lo aniquila.
Es un largo análisis, un largo escrito, una reinterpretación que
le permite sacar una consecuencia, una nueva posición subjetiva:
el celibato.
Un poco de dos es mucho
Si ser un profesor es, a modo de Nombre del Padre, lo que
permite sostener su nueva posición subjetiva, un poco de dos es
mucho es su modo de decir, de señalar, el esfuerzo suplementario
que necesita para arreglárselas con el síntoma.
Su celibato supone al mismo tiempo un reordenamiento de su
posición familiar, la reconstrucción, siempre inacabada, de la no­
vela familiar, a modo de un palimpsesto, de un escribir de nuevo
allí donde sólo había huellas: «En un psicótico, no sólo no existe
la novela familiar, sino que ha sido borrada por el delirio . . . , bus­
co fotografías, pequeños objetos, recuerdos que estaban en el
fondo de los armarios . . . ».
Su manera -as z/- de establecer un lazo social le permite obte­
ner un plus de jouir en vez de unajouissance (son sus palabras) .
«Los seres humanos tienen intuiciones y viven. Yo reflexiono
para poder ser normal, para poder hacer lo que hacen los seres
humanos.»
270
EL AMOR EN LA PSICOSIS
CONVERSACIÓN
Lucía D'Angelo: Tal y como está señalado por José Rodríguez
Eiras, este caso fue publicado en el número uno de la Revista de
la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, sin embargo, allí no fue
puesta de relieve la importancia del amor y de las mujeres en la
cura de este sujeto. Hay que decir que el subtítulo del caso, «Un
poco de dos es mucho», implica una apuesta fuerte en el trata­
miento de la psicosis, ya que se trata de las mujeres en la cura de
un psicótico.
José Rodríguez Eiras: Cada quince días me llama, y en encuen­
tros más bien breves me cuenta lo que está haciendo. Por ejem­
plo, la última vez estaba haciendo un «delirio fotográfico» -lo
dice con ironía- porque realmente estaba construyendo fotográfi­
camente Galicia, con cámaras de segunda mano que él reconstru­
ye. Son fotos de situaciones extrañas o poco estructuradas simbó­
licamente, pero a él le gusta fotografiar eso y dice: «Éste es mí
delirio fotográfico», en vez de decir es «mi delirio simbólico».
Lucía D'Angelo: Además es lector de Lacan, igual que la pa­
ciente de Ventura, pero sabe muy bien dónde encontrar lo que le
permite hacer. Por ejemplo, este paciente ha podido encontrar el
capítulo del Seminario Aun que lleva por título «Dios y el goce
de_.bá mujer» . . .
José Rodríguez Eiras: No, ése lo encontré yo . . .
Lucía D'Angelo: Bueno, pero seguro que estará de acuerdo . . .
José Rodríguez Eiras: Sí, él leyó a Lacan con una meticulosi­
dad y una facilidad increíble, a tal punto que, por ejemplo, un
día venía en tren de Santiago a Vigo y se había leído «Una cues­
tión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», con to­
da tranquilidad, y realizó un extenso comentario señalando que
Lacan a veces era un poco esquemático . . .
UN POCO DE DOS ES MUCHO
27 1
Lucía D'Angelo: Bien, pues después de esto simplemente quería
formular una pregunta sobre la serie de las mujeres -que no es una
serie-, ¿qué pasa con estas cinco mujeres?, ¿por cuál empieza?
fosé Rodríguez Eiras: Empieza por su madre, luego está la se­
ñora de la tesis doctoral, después está la primera novia con la que
iba a casarse, después está otra mujer con la que mantiene una
relación amorosa entre comillas , y la quinta y última es ésta que
aparece como «la quintacolumnista». Hay más mujeres, pero son
mujeres que pasan.
facques-Alain Miller: ¿Y cómo habla de sus relaciones con las
mujeres? Usted lo destaca, ya que lo pone como subtítulo del caso.
fosé Rodríguez Eiras: Hay mujeres, es muy claro. Hay mujeres
al principio y hay mujeres durante su posgrado, cuando vive
unos meses rodeado de ellas. Entonces tiene algún affaire con al­
guna de estas mujeres. Con una estuvo prometido en matrimonio
y con otra pasa unos días de vino y rosas. Pero hay más en esta
época. Luego se queda como novio de esta mujer, que lo abando­
na cuando está psicótico; bueno, no cuando está psicótico ya que
lo acompañó durante cinco años . . . Se marcha porque ya: no so­
porta más esa situación. Y luego la transferencia vuelve a comen­
zar cuando esa María vuelve a aparecer en su vida. Esta María es
«la quintacolumnista», pero también es la que aparece al princi­
pio como una amiga suya, y él dice: «Estoy siempre rodeado de
mujeres porque soy un afálico y no compito con ellas, por eso
siempre tengo un montón de mujeres alrededor». Con ellas no
suele tener relaciones sexuales, aunque sí las tiene de vez en
cuando. Bueno, ahora ya no las tiene . . .
Lucía D'Angelo: La cuestión del celibato, ¿es un significante
tuyo o del paciente? Este celibato, ¿con qué está relacionado? .
¿Con la renuncia a l goce sexual o con qué?
José Rodríguez Eiras: Con la renuncia a las mujeres, ahora no
tiene ninguna relación con las mujeres . . .
272
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Lucía D'Angelo: ¿Ninguna relación sexual?
José Rodríguez Eiras: Ninguna . . .
Lucía D'Angelo: Y tuvo relaciones sexuales . . .
]osé Rodríguez Eiras: Sí, sí.
]acques-Alain Miller: ¿Y eso lo cura o es parte de la cura?
Pues es un caso donde verificamos que las mujeres enferman al
hombre. Usted señala que las mujeres -hasta que le confía a us­
ted su delirio- eran las únicas depositarias de su secreto. Con us­
ted se termina esta exclusividad y, poco a poco, deja las relacio­
nes sexuales ¿no?
]osé Rodríguez Eiras: En efecto, no relató nada a ningún psi­
quiatra, pues hubo varios, y únicamente les decía que estaba pa­
ranoide o que estaba triste. Sólo a las mujeres les había relatado
todo esto.
]acques-Alain Miller: Así que daba a los psiquiatras su propio
diagnóstico . . .
José Rodríguez Eiras: Daba los signos necesarios para estable­
cer un diagnóstico. Además, era muy espectacular en lo que mos­
traba y era fácilmente diagnosticable. Pero es verdad que al psi­
quiatra no le decía nada porque lo consideraba parte de su
delirio, como un ser perseguidor, hasta que un día . . .
]acques-Alain Miller: Y entonces, ¿qué pasó con usted para
colocarlo aparte de eso?
]osé Rodríguez Eiras: Bueno, eso forma parte de la dificultad
de saber cómo este hombre toma decisiones como, por ejemplo,
esta decisión primera de dejar de delirar -algo que me fascinó
desde el comienzo-. Luego, dos años después, gana las oposicio­
nes como profesor, lo que estabiliza mucho la situación . . .
UN POCO DE DOS ES MUCHO
273
]acques-Alain Miller: Sí, pero me refiero al principio, al he­
cho de que usted no se haya inscrito en la serie de los psiquia­
tras perseguidores, ¿qué es lo que le permitió a usted escapar a
esto?
]osé Rodríguez Eiras: Vino a verme y al cabo de tres o cuatro
sesiones, después de decirle más o menos en qué consiste el aná­
lisis, él dijo: «Ah, bueno, pero eso se parece mucho al trabajo del
delirio, me conviene».
Participante: Hay algo respecto de este punto que me llamó la
atención, cuando usted le dice: «Sus crisis no son cíclicas», y a
partir de este momento la transferencia comenzó a funcionar. Y
usted añade que coloca al analista en el rango de las mujeres.
José Rodríguez Eiras: Fue muy espectacular, sobre todo por­
que aparecieron los escritos. El primer escrito es una carta que él
duda a quién enviársela, si enviársela o no a una de las novias
que tuvo, y finalmente me la entrega a mí, pero escrita para un
amigo. Allí relata con una precisión escalofriante todo lo ocurri­
do hasta entonces. Luego están esos escritos que sería interesan­
te poder mostrar, pero pertenecen a la intimidad del tratamiento.
En fin, todo esto se configura en el momento en que decide dejar
al psiquiatra y pasa a contarme todo. De alguna forma me pone
del lado de las mujeres, pues hasta ese momento no se lo había
contado a nadie más que a ellas.
]acques-Alain Miller: ¿Continúa visitándole ?
José Rodríguez Eiras: Sí, sí, viene a verme cada quince días
más o menos, me llama y me dice que viene a contarme cómo va
su «explotación del síntoma». Al saber hacer con el síntoma lo
llama «explotación del síntoma». Y me cuenta cómo funciona su
vida . . .
]acques-Alain Miller: Sin mujeres . . .
274
EL AMOR EN LA PSICOSIS
]osé Rodríguez Eíras: Sin mujeres. Bueno, habría que decir
que con las mujeres de su familia. Hay dos tesis que él plantea.
En su último escrito este paciente dice que la relación entre un
psicótico y una mujer es imposible; que puede haber otra cosa
que se parezca al amor, pero no hay amor porque no hay castra­
ción. Entonces ésta es la experiencia que hizo con esta mujer: ella
lo amaba a él, siempre en una posición de ideal -se sabe poner
muy bien en esta posición de ideal-, pero fracasó, y este fracaso
le hizo escribir todo esto para, a partir de la lectura de Lacan . . .
]acques-Alaín Miller: ¿ Y qué ha leído de Lacan?
]osé Rodríguez Eiras: Lo ha leído todo, y además también ha
leído trabajos de muchos otros lacanianos, y de freudianos y pos­
freudianos. Lo que tengo escrito de él son aproximadamente mil
quinientas páginas . . .
Vicente Palomera: Eso es muy interesante porque este hombre
ilustra muy bien la cita de Lacan en las Conferencias en las Uni­
versidades Norteamericanas, donde señala que el fracaso, la fatali­
dad del psicótico del lado del amor -cuando dice que es un amor
muerto- puede estar acompañado del éxito del lado del saber, de
la producción. Es decir, que hay fracaso en el amor, pero éxito en
esta elaboración, «explotación del síntoma» como lo llama el pa­
ciente.
]acques-Alain Miller: Hermosa fórmula: fracaso del amor, éxito
del saber . . . Como en el Campo Freudiano . . .
]osé Rodríguez Eiras: Por otra parte, yo proponía este caso a
la Conversación como un final de análisis, porque ciertamente
hay un último escrito, y a partir de ahí ya no ha vuelto a traer
ningún otro. En ese último escrito elaboró toda esa relación con
las mujeres, decidió que su análisis había terminado y, simple­
mente, viene a contarme cómo le va la vida. Y luego está este sa­
ber hacer con el síntoma y esta fórmula un poco enigmática que
dice «un poco de dos es mucho», que más bien se refiere a la in-
UN POCO DE DOS ES MUCHO
275
capacidad de hacer lazo social: cada vez que lo intenta siempre le
resulta excesivo; hay una especie de goce que lo hace echarse
atrás.
]acques-Alaín Miller: Pero sí puede en la institución, ya que
asume su puesto de profesor, participa en las reuniones de profe­
sores, en el encuadre de la institución . . .
José Rodríguez Eíras: Ahí funciona muy bien, además es un
brillante profesor.
]acques-Alaín Míller: La universidad existe. La relación sexual
no existe, pero la universidad existe.
]osé Rodríguez Eíras: Respecto al tema del final de análisis me
gustaría proponerlo para discusión . . .
]acques-Alain Miller: Es un personaje al que hay que hacer ha­
blar para aprender de él ya que emplea unas fórmulas . . . , en él te­
nemos la suerte de contar con la experiencia de la locura, pues
sigue psícótico, y a la vez tiene el conocimiento de la teoría. Sería
como para realizar un cartel, aunque un cartel con él sería difícil.
Realmente tiene algo a nivel científico que nos permite esperar
algo de él.
José Rodríguez Eiras: Me propuso hacer un seminario sobre
lingüística, pero he de decir que tuve miedo . . .
]acques-Alain Miller: Eso es cuidar la prudencia terapéutica
versus el interés científico.
José Rodríguez Eiras: Igual que el último escrito, que es una
tesis doctoral de unas trescientas cincuenta páginas. Se podría
publicar ya, prácticamente es publicable de inmediato, pero nun­
ca le sugerí tal cosa.
]acques-Alain Miller: ¿Es un trabajo sobre la psicosis?
276
EL AMOR El\1 LA PSICOSIS
José Rodríguez Eiras: Sí, sí. Es su tesis sobre eso.
Jacques-Alain Miller: ¿Y qué plantea?
José Rodríguez Eiras: Lo interesante es que hizo una lectura de
un texto que no tiene nada que ver con el psicoanálisis. Es una
novela de un autor americano, en la novela está la tesis de que
hay un padre que enloquece a su hijo porque tiene una relación
de falsedad. Y lo interesante es que esto no está explícitamente
en la novela, es decir, hay que ser probablemente psicótico como
él para poder leerlo, de tal forma que él extrae este personaje . . .
Jacques-Alain Miller: Psicótico y lacaniano, pues ha reflexio­
nado sobre la teoría lacaniana.
José Rodríguez Eiras: Sí, lo dice claramente. «Es a partir de la
tesis de Lacan que yo puedo leer esta novela de esta manera»; y
es una novela que no tiene nada que ver con la tradición psicoa­
nalítica. Allí encuentra la tesis lacaniana de que un padre -que es
además un padre científico, serio- es un fraude, y lo que surge en
el hijo, en vez de ponerse iracundo al ser castigado, es la increen­
cia. Esto está en la novela, pero no hay forma de leerlo si uno no
es psicótico o no es lacaniano. Y aún siendo lacaniano . . . , en fin.
Yo sugerí a dos o tres personas que leyeran la novela y tampoco
pudieron leerlo. Él lo dice: «El personaje central de esta novela
existe por la voluntad del lector», y este lector es él. Demuestra
entonces que alguien que no tiene nada que ver con el psicoaná­
lisis, escribiendo una novela demuestra claramente que las tesis
de Lacan son correctas.
Jacques-Alain Miller: Me duele tener que renunciar a apren­
der de este señor, porque neuróticos lacanianos hay muchos, pe­
ro un psicótico lacaniano, que además dice algo como esas frases
que usted señaló, llama la atención . . .
José Rodríguez Eiras: Bueno, algunas son frases dichas, no escri­
tas. Lo que ocurre es que dice las cosas con tanta precisión que al
UN POCO DE DOS ES MUCHO
277
terminar la sesión todavía las puedo escribir también con preci­
sión, porque he de decir que tiene una precisión conceptual que yo
no tengo. Así que cuando él dice una de estas frases, se me queda.
Lucía D'Angelo: El último escrito que te entrega es una inter­
pretación psicoanalítica lacaniana de un texto literario. Relee el
texto con las categorías lacanianas y reinterpreta al mismo tiem­
po su propio análisis, que parece un largo comentario de las pa­
labras de Lacan: «Para un hombre, al menos que haya castra­
ción», etc. , etc., y ése es el párrafo del Seminario Aun . . .
José Rodríguez Eiras: Lo escogí porque justamente él no lo ci­
ta, cita en otras muchas ocasiones a Lacan pero ese párrafo no lo
cita, y este párrafo me vino muy bien, porque ésta es su tesis.
Hay una identificación con ese personaje que le permitió sepa­
rarse de esa mujer con la que estuvo cuatro años.
Respecto a lo del final de análisis mi pregunta era sobre si hay
algo que permite decirlo así, como por ejemplo esto que planteo
como saber hacer con el síntoma, o identificación al síntoma.
Quiero decir que sin estos dos conceptos yo pasé años sin poder
precisar las cosas. Tenía la idea de que había un final de análisis,
pero hasta que estos dos conceptos aparecieron en mi acervo
teórico, no sabía cómo plantear el hecho de que este sujeto había
llegado al final de análisis. En cambio, cuando se habla de iden­
tificación con el síntoma y saber hacer con el síntoma, me parece
que son dos cosas que permiten hablar del final de análisis. Sin
estos dos conceptos no podríamos hablar de final de análisis en
las psicosis.
Lucía D'Angelo: Pero viene regularmente a verte . . .
José Rodríguez Eiras: Vino durante diez años. Pero ahora no
viene regularmente, viene cada quince días, a veces falta, además
viaja, luego me llama por teléfono. Pero, al margen de contarme
cómo le va la vida, no tiene interés alguno por reanalizar alguna
cuestión. Así que viene a contarme cómo explota su síntoma, por
otra parte, de forma bastante divertida.
278
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Lucía D'Angelo: O sea que viene a verificar que el anuda­
miento que ha hecho con la escritura, el anudamiento de los tres
registros de la clínica borromea sigue siendo consistente. Me pa­
rece que es eso lo que viene a contarte. Y creo que es eso lo que
nos permite emplear la expresión «final de análisis», porque va a
verificar de cuando en cuando a tu consulta que eso sigue anuda­
do, que por ahora las cosas siguen así, y sabe seguir haciendo con
su nudo, con lo que es su saber hacer, con este síntoma.
Jacques-Alain Miller: Hay algo común entre la psicosis de la
paciente de Osear Ventura y la situación de este paciente: pare­
cen haber sacado del analista lo que podían sacar. Han sacado
del sujeto supuesto saber lo que podían, bajo la égida del analis­
ta, y ahora hay una zona donde necesitan verles de vez en cuan­
do, con cierta regularidad, y asegurarse de algo. En este caso vie­
ne a enseñar cómo se maneja con el síntoma, o a contar el
apres-coup del tratamiento . . .
José Rodríguez Eiras: Las dos cosas. De vez en cuando se di­
vierte usando los nudos borromeos y hace complicadas teorías de
cómo él los anudó, pero como no lo escribe, yo no lo puedo re­
traducir porque lo que me cuenta es realmente muy sofisticado.
Es una pena que no escriba todo esto, pero yo tampoco le sugie­
ro que lo haga. Y sí, es verdad que es alguien que científicamente
podría enseñarnos mucho porque tiene una experiencia y un sa­
ber muy particular, con un dominio del lenguaje superior al de la
mayoría.
]acques-Alain Miller: Es un caso excepcional, no hay duda de
eso.
Lucía D'Angelo: Se pueden apreciar las aristas schreberianas,
las aristas joyceanas -es extraordinario-, cuando habla del «naci­
miento de un hombre nuevo». Es exactamente la posición del
Presidente Schreber: fue un parto negro, «soy cagado, ensan­
grentado, despellejado y de ahí nace el hombre nuevo».
UN POCO DE DOS ES MUCHO
279
José Rodríguez Eiras: Además lo dice con ironía. Fue el final
de esta vuelta a tener alucinaciones, cuando aparece esta quinta
mujer que lo acosa. Esto duró varios meses y lo pasó muy mal.
Fue la parte del análisis en la que sufrió más, pues esto ocurre
más o menos siete años después de haber comenzado el análisis,
y las cosas le iban relativamente bien. Había dejado de delirar, es
cuando vuelve este episodio alucinatorio y sentía como un volver
a empezar. En ese momento él estaba con su novia, y el único in­
terés de esta quinta mujer era mantener relaciones sexuales con
él; eso a él no le interesaba, pero ella lo seguía acosando. Esto fue
lo que volvió a provocar las alucinaciones. Por eso yo utilizo la
expresión «presentificación del cuerpo en lo real», mientras que
cuando comencé a verlo, él decía que su cuerpo se deslizaba, que
tenía la piel como una gabardina. Era un deslizamiento del cuer­
po hacia lo imaginario, y después lo que ocurre es al revés, hay
una presentificación del cuerpo en lo real. Cuando dejó de deli­
rar sentía el cuerpo como una piel, como un saco vacío, tal y co­
mo lo señala Lacan, y después es al revés , aparece el cuerpo co­
mo la presentificación de algo de lo real.
Lucía D'Angelo: En cada encuentro con una mujer extraía, tal
y como lo señalaba Palomera, un saber sobre eso, porque con es­
ta otra figura, la de N., extrae un saber diferente sobre el goce,
esto es espectacular, dice: «N. puede ocupar el lugar del otro en
el espejo como mi álter ego con lo que no necesito la disgrega­
ción bajo Otro que mira benévolo. Con N. reconstruyo mi espe­
jo y me considero un triunfador, es una imagen gemela, ella me
domina a mí y yo la domino a ella, produciendo en mi ego cohe­
sión. No es una relación amorosa estándar». Señalo esto porque
se puede apreciar la dificultad del sujeto que no puede hacer se­
rie con las mujeres, cómo con cada una de estas cinco mujeres
extrae algo distinto: en una está la imagen schreberiana, en esta
otra el narcisismo en su versión mortal, etc.
José Rodríguez Eiras: Con esta mujer yo tengo la tesis de que
su álter ego es el empuje-a-la-mujer y lo que realmente interpreta
con ella es su goce femenino, el de él.
280
EL AMOR EN LA PSICOSIS
facques-Alain Miller: ¿Esta mujer ha tenido un efecto terapéu­
tico en él o no?
fosé Rodríguez Eiras: Lo ha tenido, sí.
facques-Alain Miller: Por otra parte usted destaca que en un
momento dado toma la decisión de dejar de delirar, y esto es an­
tes de esta relación.
fosé Rodríguez Eiras: Sí, esto fue al comienzo de todo. Dejó
de delirar cuando fue a tratamiento psiquiátrico. Vio que estaba
perdido en el mundo, su delirio lo dominaba . . .
facques-Alain Miller: Pero hay algo misterioso, porque él seña­
la que «el delirio llega a su fin cuando, por cansancio y por con­
vencimiento mando al otro al otro lado del espejo. Tomo por pri­
mera vez conciencia de mi disociación. El otro soy yo mismo». Es
decir que, efectivamente, las voces, las alucinaciones son de él, y
él lo realiza. Y añade: «El diablo era el loco, el enanito era el loco,
el que me comía era yo mismo. Sé ahora que el diálogo, en guerra
o en persuasión con el otro del espejo, es la locura». Hay algo que
no vamos a poder captar de esta decisión, de esta percepción de
la disociación, los psiquiatras clásicos trataban de decir a los pa­
cientes alucinados que eran ellos mismos los que hablaban, los
que producían esas alucinaciones, y aquí tenemos algo parecido
-no sé si son sus lecturas, o es anterior a sus lecturas-.
fosé Rodríguez Eiras: É sta es una segunda decisión, que se
produce cuando encuentra a esta mujer y realiza toda esta elabo­
ración. Pero la primera decisión de dejar de delirar se produce
cuando estaba con su delirio mesiánico. Un día me lo planteó
así: «Estoy cansado del trabajo que hay que hacer en el delirio
-que tiende al infinito-, de hacer coincidir el delirio con la reali­
dad» -que nunca coincide-, y luego la coerción de sus padres,
de sus amigos, de la sociedad, «todo esto -dice- me llevó a dejar
de delirar». Y se apoya en este nombre «Rosa rosa», que era la
única que había salvado en su delirio. Ahí hay algo muy miste-
UN POCO DE DOS ES MUCHO
281
rioso, que yo recogí y me dejó muy fascinado, pero sobre lo que
no le pregunté.
]acques-Alain Miller: Es interesante esa cosa de la pereza que
puede funcionar en contra del delirio, o hacer maniobrar el can­
sancio en contra del delirio. En fin, una temática del cansancio
que me parece muy inspiradora. Y también pensar que puede
haber algo como esa decisión de dejar de delirar, quizá la medi­
cación impida la decisión de dejar de delirar . . . Porque hay que
decir que la falta de metáfora paterna, la forclusión del Nombre­
del-Padre, significa que en la realidad todo se vuelve complica­
do, que hay que recuperar muchas significaciones que para noso­
tros son estándar, lo que implica que, por ejemplo, los actos del
cuerpo, defecar, orinar, pensar, dormir, etc. , todo eso se vuelven
problemas enormes. Eso es la realidad emocional, vivida, de la
forclusión. La temática del cansancio es para pensar que algo es
posible, que la decisión de parar es una orientación; en cierto
modo la paciente de Osear Ventura ha hecho algo similar más
discretamente, sin los medios intelectuales y excepcionales del
genio lacaniano de este paciente.
Ricard Arranz: Puestos a aprender, quería preguntarte si pue­
des decir algo más, o si el paciente dice algo más sobre el mo­
mento del desencadenamiento. Es decir, según nuestra teoría se­
ría el encuentro con Un-padre, sin embargo aquí está la cuestión
de la tesis y el encuentro con la directora de la tesis. Entonces mi
pregunta sería, ¿cuál es el Un-padre para él?
José Rodríguez Eiras: No es el encuentro con la directora, es el
encuentro con el jefe del departamento, que le propone a alguien
de una autoridad muy importante, de la categoría de Anthony
Giddens. Entonces el director del departamento le dice: «No,
no, la tutora no tiene razón, tome usted la llave de la biblioteca
-esta biblioteca era una de las más conocidas de la universidad
en Inglaterra-. Y el paciente dice que en ese momento realizó
una transgresión imperdonable al querer saber, concluyendo que
era un genio. Desde mi punto de vista, el encuentro con el Un -
282
EL AMOR EN LA PSICOSIS
padre se produce aquí, con el padre del saber -que sería este
Anthony Giddens, que luego no fue a ver.
Lucía D'Angelo: Así que le entrega las llaves de la bibliote­
ca . . .
José Rodríguez Eiras: Sí, y además esa biblioteca era una insti­
tución muy notoria, algo similar a la Biblioteca Nacional en Es­
paña, más o menos de ese orden.
Elizabeth Escayola: ¿Has relacionado su situación de no ir con
mujeres, con la frase en la que dice «estoy rodeado de mujeres,
soy afálico, y no compito con ellas», como un empuje a la mujer?
José Rodríguez Eiras: Sí, seguro. Lo hace muy discretamente y
el empuje a la mujer suele aparecer con esa mujer que antes seña­
lé, cuando comenta que «a veces confundo ella y yo». Pero sí, es
un tema que no desarrollé pero está ahí, como también está el
delirio mesiánico con el tema de dios y la mujer, que es un tema
lacaniano.
Miquel Bassols: Simplemente señalar que podríamos decir de
este hombre que, al contrario de lo que solemos decir en las psi­
cosis estándar, no ama el delirio más que a sí mismo. Es decir, re­
nuncia al delirio, a no ser que ahora esté delirando con el discur­
so psicoanalítico, lo que no le quitaría ni un grano de verdad. Es
decir, que simplemente podría restituir ahí, con el discurso psi­
coanalítico, algo que con el amor no funcionó, porque en efecto,
con el amor hubo algo que fracasó para este hombre, y en cam­
bio del lado del saber, del discurso del saber, hay algo que se sos­
tiene científicamente válido. Entonces, una de dos , o es alguien
que se mantiene a distancia de cualquier relación con el saber, o
no, o lo restituye en su relación con el discurso psicoanalítico y
viene a explicarte eso periódicamente, viene a explicarte esa ver­
tiente delirante. Es una pregunta sobre cómo se dirige ahora a ti
cuando habla del psicoanálisis, de sus lecturas, etc.
UN POCO DE DOS ES MUCHO
283
José Rodríguez Eiras: Se distancia de todo delirio, lo dice muy
claramente. En el momento, por ejemplo, en el que esta mujer se
marchó yo estaba de vacaciones, y él estaba tan afectado que fue a
consultar con otro analista, a preguntar si deliraba. Ahora, cuando
habla de Lacan y de sus lecturas, hace hincapié en que no es deli­
rante, ni quiere serlo, y que se aparta de toda posibilidad de deli­
rio. Él hace un esfuerzo para no delirar, para no ser delirante.
Jacques-Alain Miller: Eso es lo mismo que en el caso Aimée.
Lacan creía realmente que Aimée había sido delirante y en un
momento dado dejó de serlo. Y luego pudo trabajar de sirvienta
en la casa del padre de Lacan. De todas formas, hay documentos
de ella que hacen pensar que el delirio cambió de registro pero
que no desapareció, continuó discretamente. En este caso, como
el psicoanálisis es nuestro delirio, es difícil para nosotros recono­
cerlo como tal. Esa renuncia o desaparición del delirio que usted
plantea, significa algo muy efectivo, a la vez que hay que suponer
que en algún lugar algo continúa.
José Rodríguez Eiras: Él sabe que en cualquier momento pue­
de volver a delirar. Por ejemplo, escribía cosas de corte literario y
tuvo que dejar de hacerlo porque se le aparecía el delirio y el go­
ce. Ahora escribe cosas lógicas.
Jacques-Alain Miller: Eso es el saber hacer: mantenerse a dis­
tancia de los focos, de los gérmenes del delirio. Eso se ve en los
tratamientos que enseñamos a los psicóticos que pueden sopor­
tarlo: en qué dirección no deben ir, en qué cosas no pensar, no
tener complacencia con algunos problemas, etc. Eso introduce
cierta prudencia del sujeto con su psicosis. Yo lo vería así. Esto le
permite al mismo tiempo dejar lagunas, zonas libres de delirio, y
otras ocupadas que no hay que visitar.
Un hombre con las ideas claras
y una vida estable
Marta Serra Frediani
Quisiera contarles una historia, es un brevísimo cuento del es­
critor Josep Vicens Marques, que relata lo que le sucedió en una
ocasión al gnomo Sin Nombre:
Érase una vez una mujer muy pobre, muy pobre y muy sacrificada.
Un lunes se disponía a hacer una sopa con casi nada para su familia
cuando, al pasar el trapo por la cacerola, apareció un gnomo.
-Pídeme un deseo y te lo concederé -dijo el gnomo.
Aquella mujer pensó unos instantes y, finalmente, añadió el gno­
mo a la sopa.
La primera vez que leí este cuento me causó gracia. Hay algo
aparentemente absurdo en la resolución de esta mujer, ¿cómo al­
guien tan pobre puede renunciar a cambiar íntegramente su exis­
tencia? Pensando en Pedro, el hombre del que quiero hablarles,
encontré cierta lógica en su acto: para algunos sujetos la posibili­
dad de sustraerse a ciertos encuentros en lo real permite que su
existencia, pese a no tener nada de envidiable, pueda considerar­
se estable.
De alguna manera, ésta era la afirmación que Pedro sostenía
cuando, en nuestra primera entrevista, me relataba cómo antes
del cataclismo que estaba viviendo en ese momento, había tenido
siempre «una vida estable», conseguida en cierto modo gracias a
ser -como él dice- «un hombre con las ideas claras».
La supuesta estabilidad de Pedro se producía, como en la
mujer del relato, sobre una situación de pobreza absoluta, pero
no a nivel económico, ya que su carrera universitaria le permitió
acceder a un cargo importante que le reporta un buen salario; la
pobreza de Pedro concernía al ámbito afectivo, puesto que sus
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
285
relaciones sociales se reducían a las inevitables en el trabajo y las
ineludibles con la familia, que permanece casi íntegramente en su
Castilla natal.
Por otro lado, Pedro, igual que la mujer pobre, estaba total­
mente entregado, acomodado a esta situación vital, no había ras­
tro de quejas ni cuestionamiento alguno, tan sólo equilibrio, por
eso puede afirmar: «Yo estaba muy bien entonces».
Un último rasgo comparte Pedro con la mujer del relato: am­
bos tuvieron un encuentro inesperado, algo fuera de lo normal,
algo que no entraba dentro de los cálculos posibles: para ella fue
un gnomo con poderes, para Pedro fue una mujer. Y no me re­
fiero a una mujer distinta a las otras ni a una mujer especial, sino,
simple y llanamente, a una mujer, la primera que contó como tal
en su existencia, que descontroló su estable vida y oscureció sus
ideas claras.
A partir de aquí las historias se separan, la resolución de la
pobre ama de casa no estuvo al alcance de Pedro. Para él se ini­
ció el desequilibrio psíquico, que tuvo como primera consecuen­
cia redoblar su aislamiento, ya que incluso abandonó el hábito
cotidiano de pasear por espacios abiertos o rondar entre multitu­
des despersonalizadas.
Desde hace algo más de dos años, una vez por semana, Pedro
comparte conmigo lo que piensa, desgrana ante mí sus «avances
en el control de la situación» tal como él define el proceso.
La primera entrevista: un diagnóstico fácil
Su primera entrevista fue definitiva respecto al diagnóstico
preliminar: Pedro sostiene que algo en él genera rechazo a los
demás, nadie se lo dice claramente, ni siquiera cuando lo pregun­
ta a bocajarro, pero no tiene duda alguna al respecto porque, en
ocasiones, ha escuchado alusiones a su persona en conversacio­
nes entre compañeros de trabajo. No puede definir exactamente
qué decían, pero tiene la certeza de que se referían a él.
Asegura no tener idea alguna sobre qué puede ser, pero afir­
ma su interés por localizar el origen del rechazo y controlarlo.
286
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Ha explorado distintas posibilidades sin éxito. Es la primera vez
que acude a un profesional. Al interrogarlo sobre esas posibilida­
des exploradas, donde debería haber una serie aparece un único
elemento: «un olor, o . . . » y puntos suspensivos.
Pedro situaba claramente el inicio de su enfermedad un año y
medio antes de venir a verme. ¿Antes de eso? Antes todo había
sido absolutamente normal en su existencia: ningún sufrimiento,
ningún malestar, una vida del todo normal. Desarrolló su árbol
genealógico sin dificultad alguna . . . , también sin afecto alguno.
En realidad fue una concesión a mi interés por el tema.
Al preguntarle sobre sus relaciones afectivas me enteré de que
entre sus ideas claras hay una especialmente lúcida: «No hay que
mezclar los temas; el trabajo y los estudios son una cosa, los afec­
tos, otra». En un hombre cuyas únicas relaciones con otros seres
humanos se dan a través del trabajo, actualmente, y de los estu­
dios, antes, esa lucidez lo condena a algo que yo denominaría
«una soledad radical» y que él considera «Un orden controlado de
la vida».
Pese a todo, el control se le descontroló.
Cuando, habida cuenta de que ya había realizado todo el re­
corrido formativo que pretendía y había alcanzado una estabili­
dad laboral envidiable, se planteó que era el momento de planifi­
car la tercera etapa vital: formar una familia.
En su empobrecida vida social, de repente, una compañera de
trabajo se descubrió como mujer. Ella tenía cosas que le agrada­
ban y otras no tanto, con el tiempo la relación no evolucionó co­
mo esperaba ... Sí, él había pensado que dos hijos estaría bien,
que podrían vivir en la casa que acababa de comprar; es lo que
todo el mundo hace. . . , es ley de vida . . . , etc. No era tampoco un
tema que pareciera interesarle demasiado desarrollar. Pero, ante
mi insistencia, acabó por contarme que el día que él, finalmente,
la abordó para plantearle sus intenciones, ella, sorprendida, le
comunicó que en absoluto había percibido nada de su afecto y
que, además, estaba a punto de casarse, por supuesto, con otro
hombre.
Casi no hacía falta la pregunta, pero era de rigor: «¿Más o me­
nos cuándo sucedió eso?». «Más o menos hace un año y medio».
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
287
Para mí esa primera entrevista fue tomada como la localiza­
ción del desencadenamiento de Pedro, desencadenamiento de su
locura. Inicio brusco, comienzo absoluto en oposición a la pre­
historia que presentan las neurosis.
Así, acepté su demanda de acompañarlo en el trabajo que se
proponía: «Intentar localizar el origen del rechazo y tratar de im­
plementar mecanismos para controlarlo». Me pareció suficiente­
mente ético.
Los fenómenos elementales
A partir de la segunda entrevista, Pedro nunca ha necesitado
de mi intervención para iniciar ni mantener sus palabras en cur­
so. Su discurso, extrañamente florido, recargado y altisonante, no
es, sin embargo, neológico: Para decir «comer» usa la expresión
«ingerir alimentos»; en lugar de «pensar» dice «analizar variables
intervinientes en los procesos» y «percibir sensorialmente» sirve
para expresar el verbo «sentir». No hay equívoco ni error posible
de comprensión, al fin y al cabo su lengua es la ciencia.
Si bien yo hubiera preferido localizar más claramente la natu­
raleza de las alusiones, Pedro estuvo poco dispuesto a hablar de
ellas. No parece que hayan sido muy concretas en su enuncia­
ción, no son injurias ni insultos; la significación está en suspenso,
pero apunta a una calificación negativa de su ser, en tanto Pedro
dice que le permitieron «percibir sensorialmente y de forma in­
dudable» el rechazo de los demás, no de todos, sino especial­
mente de algunos.
Pedro estaba únicamente interesado en hablarme de ese
«olor» que apareció en nuestro primer encuentro. Dedicó bas­
tantes entrevistas al tema, modificando paulatinamente su discur­
so: al principio era una hipótesis a verificar, pero después se con­
virtió en algo que él percibía claramente; él conocía ese olor pero
no podía definirlo, él se lo olía en sí mismo. Emanaba de su cuer­
po y se instalaba en su ropa, en su casa, etc.
Por tanto, siguiendo su plan de trabajo, según fue siendo más
clara la percepción, inició una serie de acciones para controlarlo:
288
EL AMOR EN LA PSICOSIS
poner roda su ropa en una habitación de la casa por la que no
transita nunca para aislarla de sí mismo, aumentar la cantidad
de duchas y empezar a usar algo que le desagrada tanto como
ese olor, pero que sabe que no molesta a la gente en general, el
perfume.
En la octava sesión lo interrumpí para preguntarle desde
cuándo percibía él mismo ese olor, a lo que respondió inmediata­
mente: «Desde hace dos meses», tras lo cual siguió hablando sin
distraerse por mi intervención. Para mí era importante saber en
qué momento había cristalizado esa conclusión, porque en la pri­
mera entrevista él parecía hacerme una demanda de significa­
ción, parecía no disponer del saber necesario para domesticar lo
que le sucedía y parecía pedir ayuda para localizar la causa del
rechazo. Sin embargo, si hacía dos meses que él percibía ese olor
-coincidiendo eso con el tiempo que llevaba viniendo a verme­
quiere decir que lo encontró en sus palabras, lo localizó en el
mismo acto de formularlo o como consecuencia de éste.
Así, en el inicio del tratamiento, Pedro presentaba dos fenó­
menos elementales claramente localizables: las alusiones y el olor,
pero éstos no tienen idéntico estatuto, ya que el olor se distancia
de las alusiones en tanto está ya a caballo entre el encuentro en lo
real del fenómeno y la construcción del delirio.
El año y medio que transcurrió entre que Pedro se desenca­
denó y que acudió a consultar fue el periodo de incubación de su
delirio: de la perplejidad inicial frente a las alusiones a la certeza
de su causa: el olor. Me parecía, al principio, que ése iba a ser el
fenómeno sobre el que iba a construir todo su sistema delirante.
En los primeros meses del tratamiento, Pedro, apoyándose en
el discurso científico que domina gracias a su profesión, identifi­
caba, en términos médicos muy específicos, el proceso de la di­
gestión como origen del olor, haciendo especial hincapié en la ac­
tividad del hígado, sus órganos allegados y sus fluidos. Con todos
estos datos implementó un cambio modulado y progresivo en su
dieta y en sus ciclos de descanso, dentro de las posibilidades que
su horario laboral le permite.
Todos estos actos produjeron una cierta estabilización, en
tanto redujeron la emanación de olor, corroborada por el hecho
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
289
de que él mismo no lo percibía en muchos momentos del día. Su
plan era seguir controlando algunas variables más del proceso.
Hasta aquí, en Pedro se puede identificar claramente la rela­
ción nefasta entre el sujeto psicótico y su objeto, objeto incluido
en su ser, en su cuerpo, en su organismo. Si el neurótico logra,
con la extracción del objeto y su referencia al falo, quedar marca­
do con un menos, con una falta sobre la que se interroga, el psi­
cótico, por el contrario, carga con ese objeto malo en su interior,
con ese Kakon oscuro al que muchos, como dice Lacan, 1 refieren
su discordancia de todo contacto vital. Uno de esos es Pedro.
Coyunturas de desencadenamiento anteriores
Como dice Éric Laurent:2 «Resulta inútil recordarle a un suje­
to psicótico la interpretación de su historia en tanto que ya no
hay más historia en el momento en el que el sujeto entra en la
psicosis», pero al mismo tiempo, añade: «El sujeto psicótico no
es un sujeto inocente. Sobre la base de sus fenómenos elementa­
les el sujeto puede no querer hablar de ciertas cosas y obrar con
astucia para no tener que decir lo que no quiere». Pedro es un
claro representante de las dos afirmaciones de Laurent, no es fá­
cil diferenciar su desinterés de su reticencia.
Por ejemplo, después de varios meses en tratamiento su dis­
curso dio un giro radical. De repente recordó haber pasado por
una «crisis» -como él llama a lo que le sucede- similar, cuando
estaba estudiando la carrera. Fue justo cuando debió enfrentar
una asignatura con una profesora a la que precedía una fama ga­
nada a pulso: era muy exigente, pero a su exigencia no había po­
sibilidad alguna de calcularle la dirección ni la intensidad y, ade­
más, la asignatura que impartía culminaba con la exposición por
l. J. Lacan, «La agresividad en psicoanalisis», en Escritos I, México, Si­
glo XXI, 1 985, pág 1 05.
2 . AA.VV., Análisis de las alucinaciones, Buenos Aires, Eolia-Paidós,
1 995, pág. 52.
290
EL AMOR EN LA PSICOSIS
parte de cada alumno de un trabajo de investigación frente a to­
dos los compañeros. Durante ese año, Pedro sostuvo su asisten­
cia a clase con un sufrimiento adicional, en comparación con sus
iguales: él, cuando cruzaba el umbral del aula, empezaba a sentir
intensos deseos de orinar, tan intensos que no podía siquiera
atender la lección. Todo su control quedaba circunscrito a evitar,
como él dice, una «incontinencia llevada al acto».
El malestar desapareció cuando se marchó a la mili, intempes­
tivamente, en medio de la carrera, evitando así la presentación
pública de su trabajo. Al mismo tiempo, pero como algo absoluta­
mente lateral, me contó que en ese curso había intimado mucho
con una chica, aunque no se había percatado de que el interés de
ella por él iba más allá de la simple amistad hasta que ya estaba
sirviendo en el ejército. Actualmente, esa mujer es la representa­
ción de quien lo amó y que hubiera sido perfecta como esposa.
Con este recuerdo ya eran dos las crisis que había tenido en la
vida, la primera pudo esquivarla, la segunda lo trajo a tratamien­
to; la siguiente, vivida con especial «lucidez», le permitió acceder
a una hipótesis nueva para investigar: el rechazo es de «tipo se­
xual» y son las mujeres las que lo sienten y lo manifiestan.
¿Cómo lo averiguó? Una noche tuvo «excitación» y durmió
muy mal, por la mañana, algunas compañeras hacen comentarios
entre ellas sobre su mal dormir -el de él- , hay cierta burla, risas
e inmediatamente después, lo rechazan.
¿Qué es la excitación? Resumo su respuesta: «Un proceso
metabólico que actúa alterando determinadas partes del cuerpo,
que se presenta sin participación alguna de funciones cognitivas
y que genera -en la mayor parte de las ocasiones- cierto grado de
desasosiego. Suele resolverse durmiendo un rato».
Con este material, y contando también durante algunos meses
con medicación que lo aliviara de angustia, continuamos el traba­
jo sobre su sufrimiento, que ahora parecía concretarse más: del
rechazo general al rechazo femenino y de la causa del olor a la
causa sexual.
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
291
Las mujeres
Las «ideas claras» de Pedro le han permitido durante muchos
años mantenerse a distancia de las mujeres, o estudiando o traba­
jando. Ambas cosas constituyeron, en distintos momentos, el nú­
cleo de un autómaton de vida, desde cuyo interior -una vez en el
ámbito del estudio y otra en el ámbito del trabajo- una mujer
irrumpió en su vida, como elefante en una cacharrería.
Pedro supuso el amor que su compañera de estudios sentía
por él, y también supuso ese mismo afecto en su compañera de
trabajo; con la primera lo pensó a posteriori, con la segunda -en
pos del objetivo vital de formar una familia- dio un paso al frente
y encontró el rechazo, el desmentido de su creencia erotómana.
Después de este segundo encuentro, y pese a la aparición de
las alusiones en los otros inexplicables para Pedro, no renunció a
su idea de formar una familia y, por tanto, acudió al lugar espe­
cializado en dichos menesteres: una agencia matrimonial.
Pedro aportó este dato al tratamiento hace muy poco tiempo,
y sin muestra alguna de vergüenza o culpabilidad, pese a lo cual
creo que el hecho de que nunca antes le haya parecido pertinente
decirlo es más achacable a una actitud reticente que a la banali­
dad de la información.
Tuvo múltiples encuentros, en variados escenarios, con distin­
tas mujeres, sin que en ninguno de ellos se concretara nada. ¿Por
qué? Porque Pedro quiere una mujer para formar una familia y
eso implica una relación larga y muy trabajada, implica conocer­
se muy bien y saber que se está de acuerdo en multitud de cosas.
¿Ninguna de esas mujeres quería eso? «No, todas tenían mu­
cha prisa, querían mayor intimidad corporal, buscaban algo que
yo no acababa de entender, ni sabía bien cómo hacer». En este
punto, la sinceridad de Pedro no sólo da cuenta de su verdad
subjetiva, sino que enuncia una modalidad concreta de la verdad
estructural psicótica.
Evidentemente, con las cosas así, después de algunos encuen­
tros, empezaba a sentir el rechazo en ellas.
292
EL AMOR EN LA PSICOSIS
La transferencia
Sí bien, anatómicamente, soy una mujer, para Pedro no perte­
nezco a ninguno de los dos grupos que con gran permeabilidad
aglutinan la totalidad de los seres femeninos: nunca he estado en
el conjunto de las que le rechazan porque -teniendo en cuenta
que inmediatamente después del supuesto rechazo él entra en
pánico y huye- su asistencia al tratamiento ha sido impecable,
nunca ha faltado, siempre puntual. Pero tampoco he sido nunca
situada en el otro grupo: el de las féminas que él interroga, las
mujeres de su familia, perseguidas por teléfono y en persona con
una pregunta insistente: «¿Qué de mí provoca rechazo?».
Pedro nunca me ha sometido a esa pregunta. Ni siquiera cuan­
do me relataba las respuestas que le daban y lo poco útiles que le
resultaban en tanto negaban o desvalorizaban el saber que a él le
ha sido transmitido por los fenómenos elementales. Temí durante
mucho tiempo que me la formulara y me planteé distintas estrate­
gias para responder. También me preocupaba la aparición de la
erotomanía y la huida posterior, pero tampoco se produjo.
Pedro, él solo y sin necesitar de una dirección de la cura por
mi parte, me situó, de entrada, lejos de la relación erotómana y
lejos de ser alguien que quiere gozar de él. Estableció la única re­
lación posible de trabajo conmigo que no estuviera abocada al
fracaso, colocándome como el lugar de soporte de una búsqueda
científíca que pudiera explicar el desorden de su mundo. En este
sentido, es un paciente al que le estoy agradecida.
Pero, una pequeña herida a mi narcisismo femenino debo re­
conocerle y no me parece sin importancia. Se produjo la única
vez que Pedro hizo un comentario sobre mí, comentario hecho al
pasar, que incluía un lapsus interesante y que dejé sin respuesta
alguna: entrando en el despacho, aún de pie frente a la silla, se
refirió a mi absoluta afonía de ese día diciendo: «El primer día
que nos vimos usted también estaba afónica». Y a continuación,
como para suavizar lo dicho, añadió: «Bueno, le da palabra ... voz
de hombre». Quizás ese rasgo haya colaborado a favorecer mi
ubicación en un lugar de excepción en lo relativo al sexo para
Pedro. ¿Puede eso virar en cualquier momento?
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
293
La evolución del delirio
Pedro inicia todas sus sesiones resumiendo el grado de males­
tar que ha tenido durante la semana. Algunas veces llega angus­
tiado y entonces hablamos de lo que siente; me cuenta nuevas hi­
pótesis y nuevas vías de abordaje. Habitualmente se marcha
mejor. Otras veces llega tranquilo, y entonces muestra su erudi­
ción científica y la comparte conmigo. He aprendido muchas co­
sas con él, es un gran orador y muy pedagógico.
Pero no hemos logrado una evolución de su relación con el
goce. Pedro recorre las dos primeras etapas de elaboración de un
delirio sin que el avance se consolide, produciéndose movimien­
tos retrógrados permanentes: de la perplejidad y la angustia ini­
ciales, fruto de la deslocalización del goce, a la tentativa de signi­
ficación del goce del Otro, que le permitiría entender lo que le
sucede. Cuando parece que ha encontrado un punto de apoyo
que podría convertirle -una vez identificado ese goce del Otro­
en el organizador de la situación, todo vuelve a empezar.
En estos dos años lo he acompañado, además de en la investi­
gación sobre el olor, en otras dos tentativas muy distintas:
l. La paranoica: cuando despertó en medio de la noche sin­
tiendo el olor y pensó que quizás un vecino, que se ausenta a
menudo durante varios días del edificio, podía haber puesto al­
gún veneno para insectos cuyo olor habría llegado hasta él a tra­
vés de las paredes o ventanas. Sinceramente, me asustaba un po­
co cómo se resolvería esta tentativa, que duró varias semanas. Se
disolvió.
2. La feminización: cuando empezó a sentir que en los mo­
mentos de mayor angustia se le afinaba la voz, volviéndose extra­
ñamente femenina. La química y la posible inflamación de las
cuerdas vocales fueron la respuesta.
La actualidad de nuestro trabajo
Pedro ha sido un investigador concienzudo y muy trabajador,
aunque no haya logrado su gran descubrimiento, pero sí ha con-
294
EL AMOR EN LA PSICOSIS
seguido importantes adquisiciones de saber sobre su ser que pa­
recen de incorporación definitiva en tanto permanecen, según
pasa el tiempo, sin debilitarse ni desvalorizarse.
l. Sabe que sus crisis anteriores se produjeron cuando se inte­
resó por la relación con mujeres, y que eso no le conviene. Aho­
ra, para los afectos, se conforma con el recuerdo de su amor uni­
versitario.
2 . Sabe que lo mejor es el estudio y el trabajo. Como él dice:
«Soy adepto a las rutinas, me gustan las cosas que puedo hacer
automáticamente». En su tiempo libre, está desarrollando una
técnica para utilizar fractales en la elaboración de fondos para las
transparencias que se usan en cursos internos de su empresa.
¿Qué son los fractales? Imágenes abstractas que se obtienen a
partir de funciones numéricas y que pueden ser muy sugerentes.
3 . Sabe que su malestar es interno. No viene de afuera sino de
adentro y le genera un estado de «alerta» volcado al exterior.
4 . Sabe que su angustia viene siempre acompañada de fenó­
menos muy concretos en su cuerpo, las «autopercepciones»: pi­
cor en la barbilla -como si tuviera gotitas de sudor-. Si la angus­
tia es explicada como la disociación entre el pensamiento y los
sentimientos, los fenómenos hipocondríacos acaban siendo refe­
ridos a puros procesos químicos: «Sé que no tengo gotitas, pero
puede haber alguna secreción glandular, algún líquido interno
que se vuelque a la sangre produciendo la sensación».
5. Sabe que no necesita medicación porque su malestar -me
explica- «no implica consecuencias inminentes ni irremediables.
Sólo cabe, por ahora, soportarlo». En todo caso, cuando ha esta­
do en situaciones especialmente críticas, me ha llamado para pe­
dir una entrevista de urgencia.
¿Podemos -ambos- esperar más de nuestras entrevistas? No
estoy segura, pero sí sé que un pequeño ataque de furor curandis
me llevó, en ocasión de una mejoría de Pedro, a mostrar cierto
grado de entusiasmo frente a su idea de colaborar con alguna
ONG con vistas a aumentar sus relaciones sociales. El intento
fue un desastre, provocó una fuerte crisis de angustia. Y recordé
el cuento que les he contado al principio, y pensé que si fue ca­
paz de no considerarme una mujer y facilitar así nuestro trabajo,
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
295
yo estaba obligada a mantener mi hacer a su altura: no podía co­
meter el error de pretender ser un gnomo con poderes para cam­
biar su vida.
CONVERSACIÓN
Lucía D'Angelo: Al final de esta Conversación habremos lo­
grado -más allá de lo mucho que la psicosis siempre nos enseña­
un interesante dossier de trabajo para proseguir con nuestras in­
vestigaciones . Un dossier que ha comenzado con la bibliografía
previamente enviada a los inscritos por Internet, y también con
los trabajos preparatorios de la Conversación. Bien, vamos a pro­
ceder respetando el programa previsto, vamos a ver el caso de
Marta Serra que introduce, brevemente, Vicente Palomera.
Vicente Palomera: Voy a situar las coordenadas del caso que
presenta Serra. Ella lo ha titulado muy inteligentemente «Un
hombre con las ideas claras y una vida estable». Podríamos decir
también: Un hombre con las ideas claras y los humores espesos.
I. Tal como lo presenta Marta, Pedro había tenido siempre
una vida estable gracias a ser un hombre con las ideas claras.
Universitario, con cargo importante y buen salario, pero pobre
en lo afectivo porque sus relaciones sociales se reducen a las del
trabajo y la familia, de la que casi todos sus integrantes viven en
la Castilla natal. Sin embargo, estaba muy bien en ese equi­
librio.
II. Hace dos años que visita, una vez por semana, a Marta Se­
rra para compartir sus avances -como dice él- en «el control de
la situación». Acude a la consulta porque ha escuchado alusiones
entre sus compañeros de trabajo y tiene la certeza de que se refe­
rían a él. Sin embargo, sitúa el inicio de la enfermedad un año y
medio antes, cuando abordó a una compañera de trabajo para
plantearle sus intenciones de casarse con ella, vivir en la casa que
él se había comprado y tener dos hijos. Ella, sorprendida, le co­
munica que estaba en un error: no se había percatado de su inte­
rés por ella y se casaba con otro hombre.
296
EL AMOR EN LA PSICOSIS
III. Podríamos decir que la demanda tiene el objetivo de in­
tentar localizar el origen del rechazo y tratar de implementar me­
canismos para controlarlo. La analista acepta. Por medio de un
lenguaje que recurre a descripciones muy precisas -lo que sería
la lengua fundamental de este hombre, la Grundsprache- tales
como: «percibir sensorialmente» en lugar de «sentir», quiere ha­
blar sólo de un olor que siente desde que empezó a visitar a la
analista. Un olor indefinible pero que está seguro que emana de
su cuerpo e impregna su ropa y su casa, y le lleva a organizar pla­
nes tendientes a neutralizarlo. La analista establece que éste, jun­
to con las alusiones, son dos fenómenos elementales de estatuto
idéntico. Sin embargo, el olor está a caballo entre el encuentro
de lo real del fenómeno y la construcción del delirio. Durante ese
año y medio la perplejidad inicial frente a las soluciones fue incu­
bando el delirio sobre la causa: el olor. Así los actos para neutra­
lizarlo producen una estabilización sobre la base de controlar lo
que él cree que son las variables del proceso productivo del olor.
Un giro radical se produce después de varios meses sobre la base
de tres encuentros, a saber:
a) Recuerda una crisis ante una profesora cuya exigencia aca­
démica no se podía calcular y cuya asignatura culminaba con la
exposición, frente a los compañeros, del trabajo de investigación.
La asistencia a su clase estuvo marcada por el control de esfínte­
res, ya que sentía intensos deseos de orinar, que llama, en esa len­
gua fundamental: «incontinencia llevada al acto». Una manera
muy precisa de definirla.
b) Recuerda de la misma época el interés por una chica, del
que no se percató hasta que estuvo sirviendo en el ejército. Amis­
tad truncada y trabajo no presentado gracias a este servicio militar.
e) Recuerda una noche de excitación definida por él como
«un proceso metabólico que actúa alterando determinadas partes
del cuerpo, que se presenta sin participación alguna de funciones
cognitivas y que genera en la mayor parte de las ocasiones cierto
grado de desasosiego». Esto es la excitación, que suele resolver
durmiendo un rato. Al día siguiente, los comentarios de algunas
compañeras sobre su mal dormir son interpretados como recha­
zo de tipo sexual, sentido y expresado por las mujeres. Necesita
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
297
ser medicado para aliviar la angustia frente al sufrimiento por el
rechazo general, el rechazo femenino y la causa sexual del olor.
Aquí atribuye al olor una causa sexual.
Con la idea de formar una familia, después del segundo re­
chazo, recurrió a una agencia matrimonial, pero las mujeres te­
nían mucha prisa por la intimidad corporal. Buscaban algo que
él no acababa de entender ni sabía cómo hacer. Así que, después
de algunos encuentros, sentía el rechazo en ellas también.
La analista mujer no le produce la inquietud de ser rechaza­
do ni la consecuente huida. Establece un vínculo con ella en el
que despliega erudición científica y afán pedagógico, basado en
un rasgo del analista: su voz. En un momento de input impor­
tante -un momento que lo aturde un poco- su voz es, en reali­
dad, una afonía. Con el agravamiento de que está pasando por
un resfriado que le da una voz un poco impostada: una voz de
hombre.
Su voz de hombre producida por una afonía que la analista
sufría el día de la primera entrevista se marca como algo funda­
mental en la transferencia.
Dos episodios después. Uno paranoico, basado en el temor a
la desinsectación, en el piso vecino, y la idea de que el olor que él
sentía provenía de allí. Otro de feminización, basado en la angus­
tia que le afina la voz.
La analista establece los saberes adquiridos por Pedro en es­
tos dos años.
1) Las crisis provinieron de su interés por las mujeres, así que
debe conformarse con el recuerdo del amor de universidad.
2) Lo mejor es el estudio y el trabajo. Como dice él: «Soy
adicto a las rutinas, me gustan las cosas que puedo hacer auto­
máticamente».
3) Su malestar es interno y generado por un estado de alerta
volcado al exterior.
4 ) Los fenómenos hipocondríacos son debidos a supuestos
procesos químicos.
5) No necesita medicación porqúe su malestar no implica
consecuencias, como dice él, «inminentes ni irremediables, sólo
cabe por ahora soportarlo».
298
EL AMOR EN LA PSICOSIS
La llamada urgente a la analista ha resuelto algunas situacio­
nes críticas; a la vez que una intervención decidida de ésta, desti­
nada a aumentar sus relaciones sociales, provoca una leve crisis
de angustia. Lo podrá explicar Marta Serra después.
Con esto termino, creo que tenemos un buen panorama para
la discusión.
Lucía D'Angelo: Quizá Marta quisiera introducirse ella misma
en la Conversación con el caso a partir, por ejemplo, de esta últi­
ma intervención.
Marta Serra: Quería aclarar una cosa, y es que ese encuentro,
en el que tiene una excitación y las mujeres se burlan de él, suce­
de durante el tratamiento. Quizá por la redacción ha quedado un
poco oscuro. Está la cuestión en la universidad, el encuentro con
su compañera de trabajo, y ya durante la cura se produce esta si­
tuación. Me llama por teléfono, mantenemos una entrevista no
programada, digamos, y me explica lo ocurrido. En ese momen­
to, durante un corto espacio de tiempo, estuvo medicado. La me­
dicación hizo desaparecer casi todo. Su discurso era bastante pla­
no mientras estuvo medicado, pero enseguida quiso dejarla y, de
hecho, la dejó tras pocos meses.
Gustavo Dessal: Sí, quería preguntar, porque me ha resultado
muy interesante el desarrollo del caso, si el fenómeno elemental
del olor se desencadena en el encuentro contigo, en la primera
entrevista. Si esto es así, si he entendido bien, me gustaría que
pudieras desarrollar un poco más una hipótesis respecto a esto.
Voy a formular la razón de mi pregunta porque, en contraste con
los casos que comentábamos antes, pese a que en este caso apa­
rentemente la transferencia ha estado preservada de la modali­
dad erotomaníaca, no obstante, es interesante el hecho de que en
esta primera entrevista se desencadene un fenómeno elemental,
que después, en la continuidad del trabajo analítico, aparece vin­
culado al encuentro con el Otro sexo. Entonces, quería pregun­
tarte un poco más alrededor de esta cuestión.
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
299
Marta Serra; Yo creo, y me remito a las palabras del paciente,
que él en la primera entrevista nombra ese olor. Pareciera que
hay algo más, pero se queda con ese primer término y se centra
en ese olor. Actualmente eso ha desaparecido totalmente. Fue
una de sus hipótesis de trabajo. Habló de eso durante algún
tiempo, yo creí que se iba a construir un delirio alrededor de esa
cuestión, pero duró solamente un tiempo. Deduzco que él lo lo­
calizó en la primera entrevista porque, cuando le pregunto en
qué momento él empieza a percibir ese olor me dice: «Hace dos
meses». Y dos meses era el tiempo que él llevaba viniendo a ver­
me. Creo que en la incubación que él iba haciendo, durante ese
año y medio que estuvo aislándose cada vez más del mundo -un
tiempo en el que tiene dificultades, incluso, para ir a comprar al
supermercado, pues entra y compra rapidísimo para no estar
donde haya gente-, él estuvo dándole vueltas a algo, pero pare­
ciera que en el momento de formularlo tomó consistencia. Dedi­
có bastante tiempo a inventar mil mecanismos diferentes para
aislar el olor, para que no invadiera el hogar, para que no inva­
diera la ropa, hasta que eso cayó. Cayó porque no tomó mayor
consistencia. Y, de hecho, es lo que ha ocurrido también con las
otras tentativas.
Incluso cuando vuelve a surgir en un momento determinado
la cuestión del olor y empieza a achacarlo al vecino, pensé que
quizás esto iba a acabar en una forma más paranoica. Estuvo un
tiempo investigando, controlando si el vecino estaba, si no esta­
ba. A través de los papeles que se dejan en las puertas sabía siem­
pre cuándo estaba y cuándo no. Y llegó un momento en que, con
su método de investigación, llegó a la conclusión de que eso no
era la causa. Y sigue siempre buscando una causa en un proceso
que, actualmente, me da la sensación de que se puede infinitizar,
que puede ser una búsqueda en la que nunca tome suficiente
consistencia un elemento concreto.
Marta Davidovich: Es una pequeña aclaración. Al principio
del texto explicas que hay una mujer que es la primera que con­
tó como tal en su existencia. Pensaba que en el caso de Pepe Ei­
ras, él hablaba de una serie de mujeres, entre las que contaba a la
300
EL AMOR EN LA PSICOSIS
madre. Mi pregunta es si en este sujeto cuenta, o no cuenta, la
madre como mujer, ¿qué podrías aclararnos sobre esto?
Marta Serra: Realmente, es un hombre en el que la infancia
no existe. Su vida empieza, o más bien, él empieza a tomar con­
ciencia de que está vivo y que suceden cosas en el mundo con el
desencadenamiento. Hacerle hablar de su infancia, de su familia
es muy difícil. No es que no tenga recuerdos, más bien no tienen
el más mínimo interés para él. Tiene hermanos, dos de los cuales
viven cerca. Actualmente también ha reducido las visitas a estos
hermanos. Tampoco viaja ya a Castilla, o sea que en este mo­
mento sus únicos encuentros ocurren en el trabajo. Y, por suer­
te, él tiene un trabajo donde no necesita relacionarse demasiado
con la gente, porque eso lo angustia m uchísimo. El encuentro
inesperado con alguien que aparezca a su lado es muy difícil pa­
ra él.
Respecto a su madre, hay un cierto parecido con otro de los
casos que hemos comentado. Sus padres constituyen una pareja
para quienes todo fue bien, no había ningún goce interesante, los
placeres de la vida parecían no existir, pero funcionaban. Había
un único elemento aglutinador, que era la base de esta pareja: las
creencias religiosas a las que él nunca se adhirió. Pero él siempre
tuvo claro que tenía que hacer de niño bueno. Cumplía con su
papel, y en cuanto pudo dejó de ir a la iglesia. La cuestión reli­
giosa era el único elemento que parece que a los padres les im­
portaba mucho. Pero no puede transmitir nada de lo que disfru­
taban. Llevaban una vida absolutamente plana.
En algún momento me preguntaba de dónde le venía la bue­
na relación que mantiene con la ciencia, me preguntaba si era
un ideal materno, por ejemplo, al que él se había prendido. Pe­
ro no lo sé, los padres no son gente con formación. Son gente
que vive en el campo y que se dedica a la tierra y al ganado, pe­
ro no son gente de dinero. Y no sé por qué él es el único herma­
no que ha estudiado una carrera universitaria. Lo tuvo muy cla­
ro, desde muy pronto, que él quería estudiar. Pero no sé de
dónde le viene.
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
301
Jacques-Alaín Miller: Tal vez le viene de su propia estructura . . .
Marta Serra: Podría ser.
Lucía D'Angelo: Hay algo sobre lo que siempre me pregunto,
y me gustaría saber por qué Freud no le dio consistencia, por
qué trató el tema de manera soslayada, se trata de la cuestión
perceptiva de los olores. Según recuerdo, sólo hay un pasaje don­
de habla de los recuerdos infantiles, y dice que es algo muy pri­
mordial en el sujeto: una percepción primordial. Entonces, siem­
pre me he preguntado por qué la cuestión de esta percepción
primordial que, por otra parte, como «pulsión» (entre comillas)
también tiene que ver con los agujeros del cuerpo, no tomó con­
sistencia. Lacan tampoco incluyó el olor entre sus objetos laca­
nianos: la voz y la mirada.
Podría ser que la psicosis nos enseñe algo al respecto. Cuan­
do ahora decías «no existe la infancia», con excepción de un
olor, es interesante porque así como Lacan habla del color del
goce, es evidente que hay una fijación en este hombre, que es el
olor de la infancia. El olor del goce de una familia que es plana,
podríamos decir inodora, en relación con esta cuestión del goce.
Podríamos pensar en esta idea de Freud de la percepción infan­
til. Un olor que, por ejemplo, es bastante habitual que se recuer­
de es el del pan que se cuece; Freud desarrolla toda una inter­
pretación alrededor de esto . Y te quería preguntar, ¿qué
función tiene, cómo se presentifica lo que queda fijado, un olor
que es sólo de él?
..
Marta Serra: Me parece que ese olor, precisamente, él lo sitúa
en su cuerpo, tiene que ver con algo que está dentro de él. Puede
dar mil explicaciones científicas acerca de fluidos y hacer cons­
trucciones. Además, es alguien que ha visitado mucho al médico
durante un tiempo, tratando de ver qué podían encontrar en su
cuerpo, pero es algo que está dentro de él. Y bien, a mí me pare­
ce que es precisamente la no extracción del objeto. Pero no es
una referencia a la infancia -el pan, los recuerdos infantiles-, es
una cuestión estructural.
302
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Evidentemente, él no puede decir a qué huele, es «un olor».
Pero no es a qué, no es a nada, es un olor especial.
]acques-Alain Miller: En el caso, usted no aclara si tiene una
percepción sensorial del olor o si es una deducción de él para ex­
plicarlo. Usted establece una diferencia entre las alusiones y el
olor, diciendo que no tienen idéntico estatuto, ya que el olor se
distancia de las alusiones en tanto está ya a caballo entre el en­
cuentro en lo real del fenómeno y la construcción del delirio.
Quizá para él no es tanto una percepción sensorial, ¿es más una
deducción? ¿O es algo entre las dos?
Marta Serra: Yo digo que se distancian porque las alusiones es
lo primero que aparece.
]acques-Alain Miller: Entonces, para dar cuenta de las alusio­
nes . . .
Marta Serra: . . . surge e l olor.
]acques-Alain Miller. Y termina por percibir sensorialmente el
olor que ha deducido.
Marta Serra: Él lo percibe, de hecho, cuando va mejorando
me dice: «Estoy mejor porque ahora huelo menos».
]acques-Alain Miller: En la cronología son primero las alusio­
nes, después la interpretación con la deducción del olor y, en ter­
cer lugar, estaría la percepción sensorial del olor.
Marta Serra: Podría ser, sí. Aunque yo no puedo diferenciar
claramente el momento en el que él construye la hipótesis, cuán­
do él empieza a oler.
]acques-Alain Miller: ¿Es ambiguo?
Marta Serra: Es ambiguo, sí. Pero sí es cierto que las alusiones
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
3 03
son primero y que él nunca ha formulado concretamente qué di­
cen las alusiones, no hay una palabra, sino « algo dicen que alude
a él». Pero, en cambio, el olor viene después como una explica­
ción, es cierto, como un intento.
Jacques-Alain Miller: Entonces, cuando deduce algo más, que
el rechazo es sexual y no odorífico, finalmente éste desaparece.
Cuando tiene una explicación mejor, desaparece la percepción
sensorial.
Marta Serra: Sí.
Jacques-Alain Miller: Finalmente, está totalmente condiciona­
do por el significante.
Marta Serra: Sí, de alguna manera cada una de las explicacio­
nes va eliminando la anterior. Si bien, por ejemplo, cuando él
empieza a construir la cuestión con el vecino vuelve a surgir el
olor que había abandonado. Entonces él trataba el tema del re­
chazo sexual, evidentemente no es que haya hablado de eso mu­
cho más allá de definir qué es la excitación. Nunca ahondé de­
masiado, pero creo, con bastante seguridad, que nunca ha tenido
un encuentro sexual con una mujer. En un momento determina­
do, él lo refería a algo del encuentro y a que eran las mujeres
quienes lo rechazaban. Pero en este momento ésta es una cues­
tión generalizada.
Lo que dice ahora es: «Cuando voy a algún lado me angustio
mucho por la presencia de alguien cerca de mí, alguien que yo
no espere, alguien inesperado para mí, porque pienso que en al­
gún momento se van a dar cuenta de algo que hay en mÍ». Y
vuelve a ser una cosa generalizada.
Jacques-Alain Miller: Hay que pensar que todo su mundo está
edificado sobre la misma lógica que hemos visto de las alusiones
y el olor. Es decir, parece dar un ejemplo notable de -vamos a
decir- la falta total de empatía con la especie humana. Parece
que existe como un extraterrestre, que debe recomponer todo lo
304
EL AMOR EN LA PSICOSIS
que hacen los seres humanos, en una soledad y un trabajo inte­
lectual continuo. Es por eso que elige, seguramente, el estudio.
Su gusto por el estudio le viene de esta falta de empatía que lo
obliga a estudiar todo lo que hacemos sin pensar. Él lo debe pen­
sar, lo debe deducir. Y da la impresión de una suerte de ser hu­
mano que se maneja como un robot.
Hay además el estatuto de esa !alengua que habla, que Vicen­
te Palomera dice que es ya una suerte de lengua fundamental.
Hace reír, en cierto modo, pero es casi lo más notable del caso.
La lengua que tiene no es una lengua delirante como tal. Me pa­
rece discutible el término «neologismo» que usted utiliza.
Marta Serra: ¿Dónde?
Jacques-Alain Miller: Sí, cuando en el texto dice. . . «No es
neológico». ¡ Ah ! , no, lo niega. Hay la palabra, pero efectivamen­
te no es un neologismo. Es una lengua cognitivista.
Vicente Palomera: ¿Cognitivista?
Jacques-Alain Miller: Cognitivista, objetivizante -que podría
parecer perfectamente natural a los pseudocientíficos cognitivis­
tas- para describir desde afuera el comportamiento humano. En
realidad, es deshumanizante, y él habla de sí mismo en esos tér­
minos. Efectivamente, el sentimiento de la vida parece tocado de
una manera radical, lo que lo obliga a recomponer, a pasar por
esa lengua artificial para hablar de sí mismo.
En este caso, esta lengua se encarna, él la habla. Hay sujetos
psicóticos con los que, cuando no tienen un síntoma bien esta­
blecido, resulta útil tomar esta cuestión de la falta de relación
con sus afectos, que llevan una vida interna vaciada. A veces uno
se puede preguntar si se trata de una obsesión, si es una mortifi­
cación obsesiva, o si es un vaciamiento histérico, si hay un sujeto
tachado. Pero ésta sería una buena referencia clínica: que el suje­
to, en cierto modo, no tiene vida interior.
Tenemos aquí una vida de deducción, de explicación, pero no
de vivencia. La vivencia es deducida y es extraña para él mismo.
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
305
Marta Serra: En esto que usted dice recuerdo un ejemplo. Es
alguien que tiene mucho dinero y no gasta casi nada porque lleva
una vida muy austera. Y me decía: «Yo, a veces, quiero comprar
algo que me venga en gusto, de lo que tenga ganas, pero siempre
acabo comprándome algo que necesito». Es como si no hubiera
nada que le viniera de gusto. El paciente, por ejemplo, sueña, pe­
ro dice: «Mis sueños son muy normales». No hay nada en los
sueños que le haga preguntas, que sea enigmático.
]acques-Alain Miller: ¿Qué sueños por ejemplo?
Marta Serra: Que va a trabajar, que sale de trabajar, que llega
a casa, que prepara la comida. Es algo que tiene que ver con la
vida.
]acques-Alain Miller: Reduplica, redobla la vida.
Marta Serra: La vida que él tiene, además.
]acques-Alain Miller: La vida estable que él tiene. Sí.
Marta Serra: Pero no hay enigma. Sus sueños no tienen algo
cifrado, que cuestione. Está vacío.
]acques-Alain Miller: Es difícil encontrar la palabra. Porque
vacío puede ser la histeria del sujeto o la mortificación obsesiva.
No, en realidad, es algo mucho más extraño. Mucho más separa­
do de los afectos.
¿Qué tenemos en esa lengua fundamental? La lengua funda­
mental de Schreber es neológica, delirante. En su caso, el delirio
consiste en no poder hablar de sí mismo sino en la lengua del
Otro, pero en este caso es la lengua cognitivista.
Vicente Palomera: Parece un diccionario. Cuando yo leía el
caso iba poniéndolo así, oler: «percibir sensorialmente», orinar:
«incontinencia llevada al acto» -como en un diccionario-. De
manera que hay que construir este diccionario científico -en el
3 06
EL AMOR EN LA PSICOSIS
sentido de cognitivista, pseudocientífico- que es además un len­
guaje perfecto, perfeccionista. Pero, al mismo tiempo, esto está
construido en torno de algo que hace de lastre, que hace de peso,
que es el olor.
Jacques-Alain Miller: ¿Quiere decir que la llave de todo su
discurso es el olor?
Vicente Palomera: No, no. Digo que todo este discurso, toda
esta lengua fundamental, no acaba de tener un peso para él mis­
mo. Y todo gira en torno de algo que podría tener ese peso, que
es el olor.
¿Qué estatuto tiene este olor? No está ni afuera ni adentro. Él
lo describe como algo de sí mismo, pero luego está el episodio
del vecino. Quería preguntar sobre este episodio persecutorio al
lado de su casa. ¿Tienen que desinfectar toda una habitación?
Marta Serra: No, no. Todo eso es una hipótesis de él.
Vicente Palomera: Ah, es una hipótesis. Entonces es el mo­
mento en que él todavía está pensando dónde localizar el olor.
Marta Serra: Es verdad, porque volvió a aparecer. Pero, por
ejemplo, en la época en que él percibía cambios a nivel del cuer­
po, no se hacía una pregunta del tipo «me estoy haciendo mu­
jer», ni muchísimo menos. Lo que decía es: «Ahora tengo un sín­
toma, se me afina la voz, se me pone la voz más fina». Yo pensé
que podíamos entrar en una vía de feminización, pero no fue así.
Y en ese momento el olor no estaba. O sea que eso enganchó al
inicio del tratamiento pero, actualmente, no hay nada del olor.
Igual vuelve a aparecer, pero no por ahora.
Vicente Palomera: Perdón. Lo dice aquí como hipótesis: «Pa­
ra él hay una continuidad entre la voz y lo anal». Es decir, que
para él no constituye un delirio, pero he escuchado algunos deli­
rios de este tipo, con una cuestión acerca del cuerpo como un tu­
bo donde hay olores. El propio sujeto, en el momento del desen-
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
307
cadenamiento, empieza a percibir que algo pasa, empieza a oler.
El mismo Schreber hablaba del olor de la muerte, del olor a ca­
dáver. . . Y después el sujeto empieza a pensar que esto se relacio­
na con la voz, que hay alguna conexión.
Jacques-Alain Miller: Quizá su lengua le evita construir un de­
lirio. Es decir, quizá le pone una barrera. No necesita un conteni­
do delirante gracias a la formalización lingüística extrema que
tiene, y que le permite ubicar las cosas. No he terminado de pen­
sar sobre eso, pero. . . lo extraño de esa lengua es que, claramente,
es todo metalenguaje. Que no contiene el nivel básico de la expe­
riencia, que evita definir algunas cosas. Como si se explicara la
condición humana a sí mismo como extraterrestre. Orinar, él de­
be definirlo. Como si lo explicara a alguien que no tiene la expe­
riencia de eso, como algo interesante. Quizá lo extraño de la len­
gua es que no tiene como destinatario a su analista, tiene como
destinatario a un Otro a quien se le debe explicar la condición
humana. Tiene un Otro extraterrestre. Tanto es así que eso ayu­
da mucho para pensar porque, en cierta medida, la ciencia tiene
un Otro extraterrestre a quien se debe definir.
Lucía D'Angelo: Bien, hay diez palabras pedidas para interve­
nir, así que devolvemos el micro a la sala. Vamos a comenzar por
Rosa Calvet.
Rosa María Calve!: Es en relación con que nunca ha tenido un
encuentro sexual y con el momento que se encuentra con esta fi­
gura del saber totalmente arbitrario, esta profesora de quien di­
ce, muy bien, «es muy exigente». Esta exigencia no tiene ningún
tipo de significación, no se puede calcular ni la dirección ni la in­
tensidad. Y esta asignatura implica una presencia. Cuando leía
esto, me acordaba de lo que plantea Lacan en el Seminario La
angustia: frente al examen, la relación con el saber, la castración
y la polución. Y este hombre, en vez de eso, lo que va a producir
es unas ganas intensas de orinar. Me parece que este encuentro
es fundamental, porque después de eso él se sustrae. Yo creo que
el rechazo de lo femenino es el suyo. Va a protegerse bajo una
308
EL AMOR EN LA PSICOSIS
cofradía homosexual, la mili, y a partir de ahí construye la ima­
gen de esta mujer ideal, que sería la perfecta. Pero me parece que
este encuentro con la mujer del saber totalmente arbitrario es un
punto determinante. Él está ahí todo el año , y nada más cruzar el
umbral tiene esa incontinencia . . . Creo que esta mujer viene a en­
carnar este Otro extraterrestre del saber que no está, para él,
coordinado con ningún tipo de significación fálica. Y creo que
todo el trabajo que él hace le está dirigido. Le quería preguntar a
Marta, ¿qué asignatura era ésa?
Marta Serra: Pues no lo sé. No sé cuál era la asignatura. Era
una asignatura de la carrera de veterinaria.
]acques-Alain Miller: ¿Es veterinario ? Es decir, trata con seres
vivientes que no son humanos.
Marta Serra: Sí, totalmente. Yo pienso que ése fue el primer
desencadenamiento. Si bien él me lo contó mucho más tarde y
hasta entonces parecía no haber existido, creo que es fundamen­
tal la posición de esa mujer. El deseo de esa mujer que él no po­
día medir, al que había que responder y, además, habría de to­
mar la palabra y hacer un ejercicio de exposición pública. Creo
que hubiera podido tener consecuencias más graves si no hubie­
ra sido, precisamente, porque logró esquivarlo yéndose a la mili.
Esquivar el tener que tomar la palabra y responder a la demanda
de esa mujer que no se sabía muy bien qué quería. Era una mu­
jer que cuando entraba en clase, a veces, podía poner exámenes
o preguntar a la gente inesperadamente, a veces era un poco ex­
traña. Él esquivó ese desencadenamiento posible yéndose a la
mili a la mitad de un curso, y estuvo un año sin ir a la universi­
dad. Paralelamente, apareció esta compañera de estudios. Su­
pongo que era una amiga con quien, al igual que con la compa­
ñera de trabajo, él decidió que esta mujer lo amaba. Pero nunca
más se vieron.
Xavier Esqué: Una pregunta sobre las mujeres de la familia.
Están las mujeres que lo rechazan y las mujeres de la familia. Si
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
309
bien has dicho que no hablaba de su infancia ni de su familia,
hay una actualidad de esas mujeres a las que persigue preguntán­
doles sobre qué es lo que causa rechazo en él. ¿Puedes hablar un
poco de esa persecución, de esa pregunta a las mujeres de la fa­
milia? ¿Y quiénes son?
Marta Serra: Ellas le decían que no olía a nada y ya no se acer­
caba más a ellas, ya no le interesaban.
Jacques-Alain Miller: Las mujeres de la familia son otra clase
de mujeres porque este psicótico respeta totalmente el Edipo. Es
su característica. Él con las mujeres de la familia no se plantea la
cuestión del deseo, del deseo de esas mujeres. Conoce el meca­
nismo, al contrario que con las otras, de quienes no conoce el
mecanismo ni el deseo ni la intimidad corporal inmediata, qué
pueden desear. Y usted es otra clase, parece un singleton, una
clase con un solo elemento: la mujer con voz de hombre, que ase­
gura. Parece que es la manera en que usted se le aparece como
un ser asexuado. Finalmente, están los animales, los hombres, las
mujeres de la familia, las otras mujeres y los analistas -quizás-,
que es otra especie de seres humanos. Parece divertido, pero de­
be obedecer a su lógica.
Paloma Larena: Es en relación con el término «rechazo». Es
decir, ya me parece mucho que este hombre haga esta interpreta­
ción sobre una supuesta relación con los demás, aunque sea de
rechazo. Me gustaría que nos explicaras un poquito más cómo
denomina él a esto.
Marta Serra: Como rechazo.
Paloma Larena: Rechazo, ¿siempre? ¿No le pone otros térmi­
nos?
Marta Serra: Creo que no. Fundamentalmente el término es
«rechazo».
3 10
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Paloma Larena: Con lo cual también podemos considerar que
es una palabra que debe tener su significado en su propio diccio­
nario, también muy especial, porque no es un perseguido, es un
rechazado, eso ya supone algo en el Otro.
Marta Serra: Él, actualmente, lo que hace es evitar el rechazo
huyendo.
Paloma Larena: El rechazo es un término, digamos, muy neu­
rótico.
Marta Serra: Pues debe tener un término que es neurótico en
su diccionario.
Paloma Larena: Exacto, ¿no? Es como si él hubiera encontra­
do una manera de poder definir una relación, un lazo con el
Otro, aunque sea éste.
Marta Serra: ¿Un lazo?
Paloma Larena: Una intención, algo.
]acques-Alain Miller: Es cierto que este término llama la aten­
ción porque significa que él manifiesta una intención que puede
ser rechazada, y lo es. Pero su intención también es del tipo de
un mecanismo, hay que tener una familia con una mujer e, inme­
diatamente, se lo propone a una señora que nunca lo ha mirado. . .
Va y l e propone «unir nuestras dos vidas para reproducirnos de
manera conforme a la especie», vamos a decir algo así, inventa­
do. Y esta oferta, aunque sea muy precisa y muy conforme a lo
que él puede mirar en el mundo, nunca tiene una acogida positi­
va. Es eso lo que condensa la palabra «rechazo». Es decir, «el
partenaire del Otro sexo se niega a cumplir conmigo el mecanis­
mo de la reproducción matrimonial». O algo así. Pero, «recha­
zo» debe ser una abreviatura para definir el «no cumplimiento
del mecanismo legal de reproducción corporal».
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
311
Amanda Gaya: Un par de cosas. Lo primero en relación con
la «robotización» que describía Jacques-Alain, que me parece
que está vinculada a esta defensa del sujeto: mantener a distancia
el afecto y el goce . . .
]acques-Alain Miller: L a manera para los neuróticos d e decir­
lo, «defensa contra el afecto», parece mucho más fundamental,
en cierto modo. Una ruptura en una zona a la cual no podernos
acceder.
Amanda Gaya: Entonces me parece que el olor es, justamen­
te, el retorno de lo forcluido, corno tú decías, que indica la no
extracción del objeto. Lo que podríamos llamar el fenómeno pri­
mario de la psicosis. Y luego está el intento de encontrar una ex­
plicación delirante a este fenómeno primario. Me preguntaba si a
esa interpretación delirante, vinculada al proceso digestivo, se le
podría dar el estatuto de lo que Freud llama para la esquizofre­
nia «el lenguaje de órgano». Este intento de interpretar los fenó­
menos del cuerpo que se presentan con este olor alucinado. Eso
por un lado.
Y, por otro lado, respecto del rechazo, me parecía que se po­
dría establecer, tal vez, un hilo -invisible, en el caso- entre este
rechazo y la supuesta iniciativa del Otro. Aparece al final, cuan­
do él se encuentra con estas mujeres a las que les imputa una in­
tención sexual, y el rechazo aparece de su lado, corno si hubiera
una especie de transitivisrno entre la intención y el rechazo. Al
principio podríamos decir que, si hubiera alguna fórmula del
postulado, podría ser: «Ella me rechaza». Y, sin embargo, lo que
se revela al final es que ella tiene intenciones sobre él y el que re­
chaza es él. Y es cuando se produce esta inversión que aparece lo
que tú llamas el comienzo del delirio. Entonces, lo que quería
preguntarte es cuál es el comienzo del delirio.
Juan Carlos Tazedjian: Bueno, sigo con el olor. Yo quisiera,
Marta, retornar la hipótesis de Gustavo Dessal porque me parece
que puede arrojar alguna luz sobre esta cuestión del olor. Mi pre­
gunta es ésta: tú dices que por suerte no ha aparecido una eroto-
3 12
EL AMOR EN LA PSICOSIS
manía de transferencia. Creo que si se toma en cuenta la hipóte­
sis de Dessal, no ha sido por suerte. En el sentido de que está
claro que, aunque sea un robot, es un robot que se excita. Claro
que a un robot también se lo podría excitar eléctricamente, o al­
go así. Pero él no se excita de cualquier forma; se excita con las
mujeres. Después viene toda esta cuestión del rechazo que, como
decía Amanda Gaya, también podría producir...
Jacques-Alain Miller: No sabemos si se excita.
Juan Carlos Tazedjian: Él lo dice. Lo define y todo.
Jacques-Alain Miller: ¿ Le dice que se excita?
Juan Carlos Tazedjian: Sí, «me excito», dice. Y lo define como
un mecanismo parecido al que dice usted de la reproducción.
Jacques-Alain Miller: Es sólo por la noche cuando le pasan co­
sas en el cuerpo, pero no dice nada de excitación. Al contrario,
está buscando el mecanismo que lleva a la gente a conformar pa­
rejas y familia, pero no veo que vincule esto con la excitación.
Marta Serra: A ver; no sé si se habrá entendido mal, pero él en
ningún momento ha dicho que se excite con las mujeres. Él dice
que esa noche que, concretamente, le desencadenó muchísimo
malestar, tuvo «excitación». Cuando yo le pregunto qué es la
«excitación» me da aquella explicación.
Jacques-Alain Miller: Al principio parece una erección noctur­
na, pero no. Si tuviera excitación con el pensamiento o con el
acercamiento a las mujeres ya se trataría de un nivel de humani­
dad de mayor alcance.
Juan Carlos Tazedjian: Él relaciona, y lo dice así, el olor con la
sexualidad. Por otra parte dice que las mujeres se dan cuenta y lo
manifiestan -está en el texto, no me estoy inventando nada-. Si
queremos, lo borramos y lo dejamos como un autómata, pero po-
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
3 13
dríamos ver qué maniobra del analista evitó que se desencadena­
ra una erotomanía de transferencia. Que él la rechazara o que se
sintiera rechazado . . .
]acques-Alain Miller: La coyuntura misma del caso impide la
erotomanía. La erotomanía debe ser ya para él un acceso a la sig­
nificación del amor, y parece que no tiene la significación del
amor. Parece que también es un caso sin amor.
Marta Serra: Si algo hubo de maniobra, es que yo en ningún
momento puse en duda su palabra. Él dijo «hay olor» y hablába­
mos del olor. Yo nunca dije que ese olor estuviera ni que no estu­
viera. Él decía que estaba, para mí era suficiente. Creo que ésa
era la única diferencia en relación con lo que hacían las mujeres
de su familia, que trataban de negarle el saber que él tenía sobre
la existencia del olor. Yo nunca lo negué, yo estaba de su lado,
hablábamos del olor pero nada más.
Juan Carlos Tazedjian: Bien, eso es una maniobra. Y hay que
pensar otra cosa: no hay erotomanía, pero sigue viniendo. No le
pasa como en el mercado, cuando va a comprar, o sea, es el úni­
co lazo social que mantiene. Entonces, ahí se mantiene una espe­
cie de equilibrio.
Marta Serra: Yo creo que él tiene un trabajo para hacer con­
migo. Es el único lugar en el que él trabaja en relación con eso,
piensa y habla de su malestar. Nuestro vínculo es ése: un males­
tar que él tiene, y quiere saber la causa. Viene a buscar la causa,
yo escucho y él va buscando.
]acques-Alain Miller: Buscar la causa y también buscar los me­
canismos -estoy hablando como si lo conociera, lo estoy recons­
truyendo a partir de lo que decimos de su texto. Parece que está
buscando un mecanismo para disminuir su malestar y, finalmen­
te, ha encontrado -usted lo resume al final del texto y lo ha reto­
mado Vicente Palomera- varios métodos, principios de conduc­
ta que le aseguran un grado correcto de bienestar. Por ejemplo,
3 14
EL AMOR EN LA PSICOSIS
no acercarse a las mujeres, no ir a decirle a una mujer: quiero ha­
cer con usted el mecanismo de .. Y, finalmente, se aplica a sí mis­
mo el consejo que la prostituta veneciana le daba a Jean-Jacques
Rousseau: «láche les donnes et étudie les mathématiciens». Esa
mujer había interpretado la paranoia de Jean Jacques Rousseau y
le dijo lo que debía hacer en la vida: consagrarse al saber y dejar
a las mujeres. Y, finalmente, él ha llegado a esta conclusión: que
debe trabajar, hacer su carrera y no ir en la dirección que le pro­
duce malestar. Es modesto, pero es esencial.
.
Mónica Marín: Retomando el final, cuando planteas que no se
trata de cambiar su vida . . . Creo que una manera de pensarlo se­
ría que él viene a hacer un esfuerzo para ser normalmente auto­
mático; me parece que la cuestión es ésta, él dice: «Un esfuerzo
para ser normal», «un orden controlado de la vida», «planificar
las etapas de la vida». Entonces, quería preguntarte si él tiene
una teoría sobre el ser humano. Es decir, sobre cómo debe ser la
vida de una persona, en relación con las etapas. Creo que todo su
esfuerzo es para ser normalmente automático.
]acques-Alain Miller: O reproducir como automatismos la vi­
da humana. Trata de lograr un «como si» científico. Es también
-vamos a decir- una posición al revés de la de Schreber. Schre­
ber piensa que Dios desconoce totalmente lo que es la vida hu­
mana, y en este caso es él quien no tiene esa relación. É l está en
la posición del Dios de Schreber, en este punto de una falta de
empatía y de conocimiento intuitivo de lo que es la vida humana.
Nosotros pensamos tenerlo -lo cual es una cosa delirante de
nuestra parte-, dialogamos entre hombres y mujeres, y hacemos
otras cosas delirantes.
María Asun Landa: Me ha parecido de una gran claridad la
exposición del caso. Mi pregunta es si el picor y el ardor han te­
nido alguna modificación en el tratamiento, y si en algún mo­
mento se los podría haber tomado como una pequeña estabiliza·
ción, como un fenómeno psicosomático en la psicosis.
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
3 15
Marta Serra: Son cosas que le aparecieron durante el trata­
miento. Antes no estaban. Al principio, en algunos momentos, él
se preguntaba mucho sobre eso. Actualmente lo toma como un
fenómeno que acompaña su angustia y lo soporta. Forma parte
de las cosas que él dice que hay que soportar: «No va a ir a más,
yo sé que es así, tengo que vivirlo y ya pasará».
Pero sí es cierto que son zonas muy concretas de la cara, que
en algún momento pareciera que hay fluidos que se mueven den­
tro y que, aunque no se puedan explicar, tendrían una explíca­
ción científica. Creo que la ciencia, para él, es un punto de apoyo
muy importante, que quizá le impide construir un delirio, pues
acaba siempre remitiéndose a la ciencia. A su vez, eso le permite
ordenar un poquito las cosas . . O mucho.
.
Miguel Ángel Vázquez: Lo que has planteado de cómo este
hombre adopta la lengua humana me ha evocado a ciertos niños
psicóticos, que también, de alguna manera, adoptan la lengua.
En ellos se manifiesta bajo la forma de un lenguaje robotizado,
algunos van por el lado de la ciencia, pero otros no. En los niños
se manifiesta el problema de los extraterrestres nacidos en la Tie­
rra, que no es el de los extraterrestres que vienen de afuera, y
que no saben cómo hacer con las cosas de la vida. Es decir, adop­
tan la lengua pero no saben cómo hacer las cosas. A la hora de
jugar, estos niños no saben tampoco cómo jugar. No pueden en­
tender estos mecanismos. La particularidad de estos niños es que
han nacido aquí y no tienen un punto de referencia, para ellos la
cuestión es cómo adaptarse. Entonces, la cuestión que planteo es
si se podría anudar algo -con la ayuda de este humano que es
una mujer con voz de hombre-, si existe la posibilidad de adaptar­
se, no sólo adoptar sino adaptarse, a algo de lo que es la vida. Es
decir, no dejar totalmente fuera la cuestión del encuentro con las
muJeres.
Marta Serra: Yo creo que es mejor no intentarlo. Creo que es
mejor seguir los pasos que él piensa. Cuando en algún momento
él se sintió mejor y empezó a decir, «quiero conocer gente», la
verdad es que fue un error.
3 16
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Jacques-Alain Miller: Me parece que una de las enseñanzas de
este caso es la de constatar los beneficios de la modestia terapéu­
tica. Hace pensar en la frase: «Nada es imposible para el hom­
bre: lo que no puede hacer, lo deja», que cita Lacan. Siempre la
había visto del lado del hombre, del varón, pero también «nada
es imposible para una mujer: lo que no puede hacer, lo deja» . . .
cuando e s analista. Cuando no es analista, n o lo deja.
Miquel Bassols: Dos observaciones muy simples. Una sobre
esta lengua que es científica y que sería todo metalenguaje. Me
parece interesante detenerse en la frase «percibir sensorialmen­
te», es una expresión muy científica, pero, si nos detenemos en
ella, es un pleonasmo -si queréis, una redundancia-. Uno podría
preguntarse, ¿cómo se puede percibir si no es sensorialmente? Y,
en efecto, reúne los dos términos de la escolástica que Lacan uti­
liza en «Una cuestión preliminar», el perceptum y el sensorium
para estudiar la alucinación. Uno se podría preguntar si se puede
percibir no sensorialmente sino a través del significante. Y creo
que este hombre está interesado precisamente en eso. Está inte­
resado en cómo el significante puede engendrar significaciones y
percepciones, de modo que no sé si ahí, en ese uso de la lengua
generalizada como metalenguaje, él no está buscando, en reali­
dad, el mecanismo de la significación como tal. El origen y el me­
canismo de la significación como tal.
Y, segunda cuestión, creo que volvemos a encontrar, en este
caso, la diferencia entre el amor y el saber. Como en otro de los
casos que vimos, este hombre renuncia al amor o piensa que es
mejor conformarse con el recuerdo de su amor universitario, pa­
ra dirigirse a este estudio y al trabajo donde creo que está bus­
cando el origen del mecanismo de la significación.
Jacques-Alain Miller: Renuncia al saber del amor porque el
amor mismo está fuera de su alcance.
Vilma Coccoz: Sí, quería continuar con el problema que plan­
tea el paciente de Marta en relación con este tipo de discurso,
porque me ha recordado un caso que hoy conocemos, por su tes-
UN HOMBRE CON LAS IDEAS CLARAS
3 17
timonio, que es el de Donna Williams. Ha escrito dos libros fun­
damentales, uno se llama Mi vida como autista y el otro Pensar en
imágenes, y el tipo de mecanismo se parece mucho. Ella relata
que en la conversación con otras personas sólo puede participar
un diez por ciento, lo demás se le escapa. Y ¿por qué? Porque
cada vez que ella tiene que hablar, tiene que pensar en imágenes .
¿Qué significa esto? Por ejemplo, quiere hablar de un perro pe­
ro no puede nombrar el concepto «perro», tiene que remitirse a
todo un sistema que ordene a qué perro quiere nombrar. Enton­
ces, este tipo de autodiccionario -como decía Palomera- hace
pensar en un discurso muy particular. Mi pregunta es si no ten­
dríamos que retomar la hipótesis de Rosine y de Robert Lefort
de una característica peculiar de la forclusión radical en el autis­
mo, donde queda totalmente exento el sentimiento de la vida,
donde no hay elección de objeto y donde se establece esta parti­
cular relación con un Otro que no es delirante.
Y otra pregunta. Teniendo esta hipótesis, ¿no deberíamos ha­
blar de fenómeno de desconexión en lugar de hablar de desenca­
denamiento?
Lucía D'Angelo: Bien, muchas gracias. Las palabras que esta­
ban solicitadas podrán ser retomadas, pasamos ahora al siguiente
caso.
Usos del amor psicótico
y su tratamiento en la cura:
el caso Amador
Enrie Berenguer
Gradiva Reiter
Me voy a referir al caso de un niño psicótico que tiene seis
años cuando empiezo a ocuparme de él, a lo largo de un año y
medio aproximadamente. Desde el punto de vista de la psiquia­
tría infantil, y si hubiera sido diagnosticado de una forma media­
namente coherente, hubiera recibido el título de «esquizofrenia
infantil» (lo digo irónicamente, porque de hecho, aunque a los
cuatro años una psiquiatra empezó a administrarle neurolépticos,
y aunque en su informe ella misma mencionó que el niño no dor­
mía, que se autolesionaba, y, quizá lo peor de todo, que «no
seguía la televisión» [sic] , recibió el «diagnóstico» de «retraso
mental medio») . De cualquier forma, a diferencia de otras moda­
lidades de psicosis en la infancia, con un inicio más precoz y/o
evidente de los trastornos, en este caso nos encontramos con
unos primeros años de vida aparentemente normales, hasta que,
entre los tres y los cuatro años, se produce un estallido especta­
cular: pánicos nocturnos y diurnos, el niño huye por la calle de
sus padres, pide socorro a los transeúntes, llama mamá a mujeres
a quienes no corresponde, etc. También manifiesta una oposición
tenaz a ser desnudado, tiene reacciones violentas cuando no le
entienden lo que quiere decir o se le niega algo, etc.
A posteriori y en relación con la problemática que resulta pa­
ra Amador la relación con el cuerpo propio, se constatan en su
historia dos detalles interesantes. Uno es que a los tres meses fue
operado de una hernia inguinal doble. Los padres asocian con
este hecho una marcada inquietud del niño durante los primeros
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
319
meses d e su vida. Era muy pequeño como para que podamos
pensar que hubo algún tipo de efecto subjetivo en ese momento.
Pero, de cualquier forma, esto quedó inscrito en su historia, a
través de sus padres, y se trata de una intervención en una zona
del cuerpo próxima a los genitales. No podemos decir más al res­
pecto, porque se trata de unos padres cuyo discurso sobre este
hijo es particularmente opaco.
El segundo detalle corresponde a la época en que Amador es­
taba empezando a caminar. De pronto manifestó dificultades que
supuestamente estaban relacionadas con dolores en los pies, do­
lores que llevaron al abandono, durante cierto tiempo, de la inci­
piente deambulación. Los médicos no dudaron en recurrir al ex­
pediente de cierta «infección vírica» que, como suele ocurrir en
estos casos, nunca fue aclarada. Pero lo más llamativo del asunto
es que este incidente coincidió con un momento en que su her­
mano , siete años mayor que él, se había torcido un tobillo. Los
padres registraron perfectamente esta coincidencia y les pareció
«demasiada casualidad». En este punto coincidimos con ellos.
Comentamos el segundo hecho mencionado por distintos mo­
tivos. Llama la atención el efecto masivo, especular, que parece
tener sobre el sujeto la identificación imaginaria basada en algo
que aparece en el cuerpo del otro, y algo que es, precisamente,
un defecto, una falla. Y no hay que olvidar que el sujeto se en­
contraba en un momento particular, el inicio de la deambulación,
que suele tener cierto valor de «separación» fácilmente constata­
ble en muchos niños. En este caso, pongo separación entre comi­
llas, porque aquí no podemos plantearlo en estos términos si
queremos hablar con propiedad. Digamos que es algo que se si­
túa en el lugar donde la separación hubiera debido poder operar.
De cualquier forma, cuando Amador es llevado a un servicio
de atención precoz donde es atendido precisamente por un
miembro de la E.L.P. , el niño se encuentra en un estado de agita­
ción extrema y casi permanente. De las descripciones que recibo
de aquella época, se deduce un sujeto arrastrado por una metoni­
mia significante que tiende a la infinitización, acompañada de lo
que, valga la expresión, se presenta como una fragmentación del
discurso. Esto es algo que él mismo parece encarnar motrizmen-
320
EL AMOR EN LA PSICOSIS
te, además de proferido en un discurso desordenado del que só­
lo surgen como puntos de mayor densidad algunos miedos que,
pese a todo, nunca consiguen determinarse o fijarse demasiado
(ruidos, cosas que quizás oye... ) . De aquel tiempo de tratamiento,
al que no me voy a referir más extensamente, queda un sujeto
que parece conseguir situarse en la propia metonimia significan­
te de una forma más ordenada y tranquila. Parece poder cons­
truir una metonimia más articulada que detiene la infinitización,
y ello lo consigue recurriendo a formas de circularidad o de cie­
rre (circuitos). La angustia permanente y la agitación han desapa­
recido, dentro de ciertos límites.
Empiezo a ocuparme de este niño cuando tiene seis años, mo­
mento en que ingresa en una institución que tiene el estatuto de
una escuela de educación especial. No se trata de una institución
en la que el psicoanálisis sea prevalente, sino un discurso más en­
tre otros, pero al menos hasta un punto que permite establecer,
en algunos casos, ciertas modalidades de tratamiento entre varios
(no, desde luego, con el grado de radicalidad y de consecuencia
con que esto es posible en otras instituciones que conocemos).
Pero, aun teniendo en cuenta las limitaciones de este trata­
miento entre varios, quiero destacar que esta pluralidad tuvo un
papel importante como soporte para el trabajo del sujeto psicóti­
co, trabajo que en el transcurso de poco más de un año y medio
obtuvo como resultado una pacificación muy notable. Tan evi­
dente es la desaparición de una serie de síntomas graves, que no
me parece fuera de lugar referirnos en este caso a una estabiliza­
ción. ¿De qué naturaleza? Trataremos de decir algo al respecto.
¿Por qué medios se consiguió? También podemos arriesgar algu­
nas hipótesis en lo que a esto se refiere. ¿Hasta cuándo se harán
sentir sus efectos? De esto, poco sabemos, por no decir que na­
da. Pero tenemos la impresión de que, pase lo que pase en el fu­
turo, lo que hasta ahora se ha conseguido no habrá caído del to­
do en saco roto.
De cualquier forma, podemos afirmar que Amador ha llevado
a cabo un tratamiento. Preferimos decirlo así (decir que él lo ha
hecho) , en vez de abundar demasiado en la ficción psicoterapéu­
tica de que ha sido tratado por nosotros. Por supuesto, en este
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
321
dispositivo entre varios, nos h a incumbido una parte, una fun­
ción, no exactamente la misma a todos los que en él participa­
mos. Lo que hoy quiero destacar aquí es en qué consistió el tra­
tamiento, por parte de Amador, de un vacío fundamental,
además de precisar cuáles fueron los medios que pusimos a su al­
cance para que dicho tratamiento fuera posible y llegara lo sufi­
cientemente lejos como para alcanzar cierto punto de resolución,
punto en el que Amador, bastante tiempo después, parece seguir
instalado sin excesivos problemas.
He llamado a nuestro sujeto Amador, porque en él, el amor, o
cierto tipo de construcción relativa al amor, tuvo un papel muy
destacado en la cura. Esto no deja de resultar chocante en un ni­
ño de quien lo primero que sabemos es que huía de su madre
(por supuesto, ella prefiere destacar los momentos en que él no
podía separarse de su mamá, que también los había ) . Decimos
que es chocante, hasta cierto punto, de una forma retórica, por­
que sabemos que esta clase de paradojas no son raras en las psi­
cosis, sino todo lo contrario.
Pero no tenemos que aplicar los parámetros del amor neuró­
tico -en el que por lo general nos confortamos- a la psicosis. Por
el contrario, la psicosis nos muestra en toda su radicalidad la lo­
cura del amor, en el punto preciso de su articulación con el goce
allí donde el falo y la castración, siempre de la mano, no pueden
dar cuenta ni razón de lo que está en juego.
He hablado de tratamiento entre varios, pero por las caracte­
rísticas asimétricas en las que éste tiene lugar en la institución a
la que me refiero, inevitablemente he de empezar refiriéndome a
cierta parte que me correspondió a mí en particular y que, creo,
tuvo un papel no desdeñable para que el conjunto de la opera­
ción fuera viable.
En cuanto el niño ingresó en la institución, me planteé como
objetivo mínimo conseguir convertirme en alguna forma de refe­
rencia para él, con la finalidad más ambiciosa (y que en gran parte
consideraba improbable) de llegar a ser alguna clase de interlocu­
tor. Hay que decir que él, que hablaba y mucho, solía hacerlo más
bien solo. En estos monólogos, compuestos en buena parte de pa­
labras incomprensibles por su peculiar forma de pronunciarlas,
322
EL AMOR EN LA PSICOSIS
emergían de pronto palabras más inteligibles, como « ¡ Capullo !», o
expresiones del estilo « ¡ Te voy a matar». De cualquier forma,
cumplidos esos primeros pasos y algunos otros que a continuación
detallaré, llegó el día en que Amador tomó la iniciativa de comen­
zar una especie de cura por amor, correspondiéndome a mí (y lue­
go a los demás implicados en el asunto) la tarea de encontrar la
forma de responderle (de qué manera, hasta qué punto, con qué lí­
mites). O sea, para empezar, la forma de no corresponderle.
Pero vayamos por pasos. Durante un período considerable
de tiempo, me limité a acompañar a Amador en algunos de sus
desplazamientos por la institución, aprovechando encuentros ca­
suales. De hecho, él, que no podía permanecer en ningún sitio,
hacía poco más que desplazarse, hablando unas veces para las
paredes, otras veces, pocas, para mí. Durante meses, era prácti­
camente imposible que se mantuviera en un espacio definido y
tenía una tendencia, por así decir, centrífuga, muy importante.
La mayor parte de las veces, su incesante e inquieto deambular
lo conducía a un extenso patio, adonde quería ir en cualquier
condición atmosférica.
Si hasta ahora, como he dicho, me limité a intervenir en fun­
ción de nuestros encuentros casuales, un día, sencillamente,
Amador me eligió como un acompañante privilegiado, al menos
en algunos momentos. Ello suponía compartir con él su errancia,
algo que no siempre era fácil, porque ésta era particularmente
inestable, impredecible, caprichosa, particularmente errante, en
una palabra. Por otra parte, no todo estaba tan mal, puesto que
de vez en cuando Amador consentía en mantener cierto diálogo
conmigo. Un diálogo difícil, porque a pesar de que su discurso
siempre fue un discurso articulado, su articulación fonética era
muy deficiente (tenía una tendencia a hablar con la boca muy ce­
rrada, apretando las mandíbulas, y además cometía sistemática­
mente un gran número de dislalias que hacían muy difícil enten­
der lo que decía) . Además, puestos a dialogar, a él no le hacía
ninguna gracia que no le entendieran. Con lo cual, hacía falta
mucho tacto y una gran concentración.
Por otra parte, este convertirme en su sombra tuvo enseguida
un efecto inequívoco y difícil de manejar, que por otra parte esta-
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
323
ha relacionado con uno de los síntomas más espectaculares de su
enfermedad, síntoma que se había manifestado desde un princi­
pio y que luego había ido adoptando formas diversas, más com­
plejas y elaboradas, tratándose siempre, en el fondo, de lo mismo.
Voy a detenerme en la descripción de este síntoma, en la me­
dida en que me parece muy relevante para entender lo que viene
a continuación. A los cuatro años, después de permanecer ingre­
sado dos semanas en el Hospital de San Juan de Dios, aparece, o
se hace más visible, un fenómeno que llama la atención a los pa­
dres: habla con una foto en la que aparecen él y su hermano, se
dirige a ella gritando de forma muy agresiva y la tira al suelo, la
esconde como si le produjera pánico. En una entrevista, el padre
se refiere a este fenómeno como «doble personalidad», porque
poco a poco se va convirtiendo en una conversación-discusión
que mantiene con un peculiar álter ego.
Desde entonces, se instaura en él un comportamiento singu­
lar: en ocasiones se pone a hablar solo y a veces encarna de for­
ma muy diferenciada dos personajes, uno de los cuales es invaria­
ble y decididamente malo. É l lo insulta y hace ademán de
agredirlo. En algunas oportunidades hace desempeñar uno de los
papeles a alguien que tiene a mano, y entonces se comprueba
que con mucha facilidad Amador puede saltar la barrera, pasan­
do de ser el bueno que castiga a ser el malo, convirtiéndose así
de golpe él mismo en el personaje malo merecedor del castigo. El
puente entre ambos lados de la escena lo constituye la agresivi­
dad con la que suele administrar los castigos, que por lo general
se acompañan de insultos y amenazas como «te voy a matar» (la
misma expresión que, como hemos dicho, a veces profiere du­
rante sus deambulaciones).
Menciono esta escenificación especular porque constituye el
trasfondo a partir del cual es preciso maniobrar durante un tiem­
po considerable de la cura en el caso de Amador. Ser su acompa­
ñante es algo que con mucha facilidad tiende a quedar atrapado
en ese difícil e incómodo reparto de papeles.
Así, la primera maniobra, dirigida a obtener un lugar distinto
para él, consistirá, primero, en tolerar cierto grado de violencia fí­
sica y verbal, que aunque resultaba ligeramente dolorosa, se man-
324
EL AMOR EN LA PSICOSIS
tenía dentro de límites razonables. La segunda, consistirá en, a pe­
sar de aceptar hasta cierto punto esa violencia sin hacer nada que
él considerara una respuesta, mantenerse fuera de la escena que él
proponía. Y ello se podía conseguir en ocasiones a través de co­
mentarios verbales destinados a no confirmar su identificación
malvada o justiciera. No había una fórmula mágica para ello: a ve­
ces se trataba simplemente de aguantar con una ligera expresión
de fastidio algunos fuertes golpes (que, de todas formas, él daba en
la palma de la mano si uno tenía la prudencia de ofrecérsela para
tal fin) , mientras se le decía en un tono muy calmado que no si­
guiera pegando porque de esa forma hacía daño. En otros momen­
tos, había que acompañar este comentario con alguna manera de
manifestarle que, si seguía golpeando, uno se iba a largar, porque
no estaba dispuesto a seguir el juego, no aceptaba asumir el papel
propuesto. Ni el de malo castigado ni el de bueno castigador.
De hecho, como Amador era incapaz de soportar un «no»
claro por parte de los demás, ante lo cual solía responder de una
forma muy agresiva, la táctica generalmente útil era encarnar una
especie de resistencia inercial y poco expresiva.
Así, poco a poco, pasé de ser una sombra bastante ligera que
lo acompañaba a cualquier parte a ser alguien cada vez más pesa­
do, alguien a quien cada día costaba un poco más arrastrar. Esta
inercia programada produjo sus efectos al cabo de una tempora­
da, hasta el punto en que un día pude llegar a manifestarle clara­
mente, sin darle mayor importancia, que yo no solía salir de mi
despacho, de manera que, si él quería verme, debería acudir allí.
De todas formas, me cuidé mucho de no hacer de ello una ley
absoluta o una norma general, sino más bien una preferencia, o si
se quiere una especie de tozudez o una pereza por mi parte (ello
implicaba permitir ciertas excepciones, como días en los que era
absolutamente imprescindible un paseo bajo la lluvia) .
Pero ahora hablaré d e lo que empezó a pasar e n ese nuevo
ámbito del despacho. Durante un largo periodo de tiempo, de lo
que se trató para él fue de trazar complejos circuitos sobre el pa­
pel, que tenían toda la apariencia de mapas de carreteras. Diga­
mos que nuestra actividad itinerante había quedado en buena
parte sustituida por su dibujo de itinerarios sobre el papel, acom-
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
325
pañados de comentarios verbales difíciles de entender pero que
hacían referencia clara a lo dibujado. Este simple hecho, al cabo
de un tiempo, consiguió algo que en su caso era insólito: que
consintiera permanecer un rato largo en un mismo espacio.
Pero lo notable es el siguiente paso. El efecto pacificante de
su actividad gráfica se acentuó con toda claridad a partir del
momento en que pudo localizar en sus mapas un objeto que no
era cualquiera. Era un objeto que desde hacía semanas le había
causado inquietud, dado que desde el despacho sólo podía escu­
char el ruido que producía, pero no su imagen (situación parti­
cularmente inquietante para Amador) . Él, que siempre estaba
muy atento a toda clase de ruidos, se ponía nervioso cuando
desde el despacho oía el ruido que producía cierto camión de
basura que solía pasar por la calle, siempre a la misma hora. Un
día, tras atisbar la parte superior del camión por encima de una
valla, me lo comenta exultante y lo sitúa en su plano. Este sim­
ple hecho de poder localizar un ruido que antes lo inquietaba y
ser capaz de incluirlo en su representación ordenada del mun­
do, constituye para él un momento muy importante, que con­
vertirá sus visitas al despacho en algo querido por él, y no sólo
resultado de mi inercia. Desde aquel momento, el camión ruido­
so se convirtió en el centro de todas sus elaboraciones gráficas
puntuadas por palabras.
El próximo paso quizá tiene mucho que ver con la contingen­
cia que trajo a escena otro objeto: la mirada. Se trata de un día en
que un árbol que está delante de la ventana se agita debido a una
súbita ráfaga de viento. Se angustia mucho, se esconde y tras mi­
rar el árbol sin dejar del todo su escondite, me dice con toda cla­
ridad, señalándolo: «Me mira». Esta manifestación, en principio
sorprendente, se entiende mejor si tenemos en cuenta que el tipo
de árbol del que se trata, la brisa y la luz del sol, se combinan
con eficacia para multiplicar el efecto de las pequeñas superficies
brillantes de las hojas, que verosímilmente se convierten para él
en una infinidad potencial de ojos escudriñadores. Con todo, el
hecho de haber podido nombrarme su miedo parece haberlo
tranquilizado, porque esboza una sonrisa, aunque no deja de mi­
rar de reojo el árbol de vez en cuando con cierta desconfianza.
326
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Dicho sea de paso, más tarde supimos que los árboles miran­
tes no eran una novedad. En una entrevista, los padres de Ama­
dor comentaron que en una época en que sus miedos alcanzaron
mucha intensidad, constataron que tenía mucho miedo de un ár­
bol que se veía desde la ventana de su casa, y que en más de una
ocasión había huido cuando el viento agitaba sus ramas, diciendo
que el árbol en cuestión «lo miraba».
Podemos encontrar en los dos acontecimientos de la cura que
he mencionado una estructura parecida: se sitúan en la franja en­
tre la deslocalización y una cierta localización (en el primer caso,
de algo que -al menos, ésta es mi hipótesis- se encuentra entre el
ruido y la voz; en el segundo caso, de algo que se encuentra entre
el brillo y la mirada) . A su vez, hay otra localización que se ha ido
produciendo: la localización de ambas cosas en el despacho.
¿Qué viene a continuación? Desde luego, yo no lo preveía, pe­
ro el caso es que fue algo que se instauró con un rigor lógico im­
pecable. Al poco de haber podido nombrar la mirada múltiple del
árbol, que, dicho sea de paso, me recuerda la intervención de Mi­
ller «Montré a Prémontré», me doy cuenta de que Amador ins­
taura una nueva relación conmigo: me mira sonriendo, con una
gran intensidad y sosteniendo la mirada sin ningún pudor. Y es
un mirarme que, como aprecio inmediatamente, es al mismo
tiempo y sobre todo un ofrecerse a mi mirada sin ningún velo.
Como su mirarme-hacerse mirar no tenía límites, era yo quien me
ocupaba de introducir un equivalente de la barrera del pudor que
faltaba, pero de una forma lo menos cargada de sentido posible,
como quien simplemente mira un momento y luego deja vagar la
mirada distraídamente hacia otra parte. Como luego veremos, en
aquellos días tuve la manera de comprobar la gran utilidad de di­
versas modalidades de hacerme el tonto, como suele decirse.
Hago un paréntesis para comentar algunos datos imprescindi­
bles para la comprensión de lo que seguirá. Ya hemos dicho al
principio que Amador tenía serios inconvenientes para ser des­
nudado. Pero en realidad, esto se extendía a cualquier cambio
que afectara su imagen. El caso es que no consentía de ninguna
de las maneras que le cortasen el pelo a la medida usual en un
chico, de manera que siempre lucía un pelo largo, lacio y brillan-
Usos DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
327
te. El efecto estaba garantizado: todo el mundo confundía a
Amador con una niña, hecho que a veces daba lugar a situacio­
nes algo embarazosas (en este caso, el embarazo quedaba com­
pletamente del lado del otro) .
Lo que luego surgió demostraría que esa apariencia de niña
no era ninguna casualidad, sino que correspondía a una forma de
identificarse con un objeto de goce para el Otro. Empecé a en­
tenderlo cuando Amador me miraba fijamente, con una sonrisa
beatífica que contrastaba con la expresión tensa o indiferente
que solía predominar en su rostro.
En el curso de unas pocas sesiones, se instauró una secuencia
repetida cada vez que se producía este encuentro beatífico de las
miradas. Se acercaba a mí y se ponía a muy poca distancia de mi
cara, sin dejar de mirarme. Hasta que un día, finalmente, profi­
rió, a escasos centímetros de distancia: «Dame un beso». Por su­
puesto que no se lo di. He de confesar que la primera vez me pi­
lló tan de sorpresa, que no atiné a decir más que un: «Ya eres
mayor para eso». Visto a posteriori, este comentario mío, que no
podría presentar como un cálculo sin faltar a la verdad, no estu­
vo tan mal. Porque, al menos, la expresión en cuestión tenía la
ventaja de no tocar el tema del sexo: «mayor», en español, es un
adjetivo que se articula igual en femenino y en masculino. Como
se diría en inglés: «It begs the question» (ni afirma ni niega).
El caso es que la escena se repitió varias veces y opté por un ti­
po de respuesta no verbal: hacerme el tonto, o como se solía decir,
«hacerme el sueco». O sea, no dar ninguna indicación, ni de recha­
zo ni de satisfacción, ni de haber oído ni de haber dejado de oír.
Aquí es donde empieza el aspecto que antes he comentado
del tratamiento entre varios. Simultáneamente, la tutora y la au­
xiliar del grupo de niños donde está integrado en la institución
se convierten en objeto de su interés amoroso y sexual. Específi­
co «amoroso y sexual» porque es notable hasta qué punto aquí
están claramente presentes ambos aspectos, sin el tipo de contra­
dicción que solemos encontrar en este punto en los niños norma­
les o neuróticos. En su caso, tiene un interés muy preciso por to­
car los pechos a las dos mujeres en cuestión, pero por otra parte
hace manifestaciones en las que o bien expresa su amor de una
328
EL AMOR EN LA PSICOSIS
forma apasionada, o bien exige que este amor sea correspondido
por sus interlocutoras. Dicho sea de paso, en una ocasión, ante la
negativa que recibió por respuesta por parte de una de las intere­
sadas ante su intención de tocarla , Amador respondió con toda
naturalidad que a su madre se lo hacía y que a ella le gustaba. Es­
tá claro que algo de la relación con el Otro materno, que hace de
él un objeto de goce y se presta a su goce sin límite (para él es lo
mismo), está implicado en lo que ocurre.
Esto fue objeto de una discusión entre todos los implicados
en el tratamiento: el partenaire del despacho, hombre, que se ha­
cía el sueco, y las dos mujeres que se ocupaban de Amador el
resto del día. Lo primero que se nos ocurrió fue apuntar lo más
claramente posible a la producción de una serie diferenciada, pa­
ra el caso una serie de tres, aunque de echo, eventualmente, una
cuarta persona, otra mujer, intervenía de forma puntual. Por otra
parte, también hubo que pensar qué tipo de respuesta se debía
dar a sus exigencias amatorias y sexuales. Llegamos a la conclu­
sión de que se trataba de decir no, pero poniendo especial cuida­
do en la enunciación de ese «no». Debía de ser un no absoluta­
mente firme, pero sin pizca de rechazo ni enfado. Había que
evitar en la medida de lo posible toda significación sobreañadida
a un puro y simple «no», sin que esto le restara ninguna fuerza.
Hay que reconocer que era todo un reto, pero se consiguió.
Por otra parte, la idea de seriación ayudaba bastante. Luego di­
mos un paso más. Habiendo captado que las dos mujeres más di­
rectamente implicadas no ocupaban un lugar estrictamente equiva­
lente, sino que una de ellas era la principal destinataria de su amor,
mientras que la otra quedaba de alguna forma en segundo plano,
decidimos tomar algunas medidas para poner de relieve esta dife­
rencia, aumentado discretamente la inaccesibilidad de la amada
principal, que se las arreglaba para estar a más distancia, tener otras
cosas que hacer, estar muy ocupada (de nuevo, como una cuestión
situada puramente en un terreno «de hecho», no de sentido).
Este tipo de maniobras tomó un tiempo considerable. Resu­
miendo mucho, había una serie de respuestas que Amador daba
ante las sucesivas negativas que iba recibiendo, y también obtenía
distintas respuestas. Al principio, todo pasaba por una exigencia
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
329
de contacto físico más directa y con reacciones agresivas, igual­
mente físicas, al no ser saúsfechas sus demandas. Pero con el tiem­
po, quizás en parte por el efecto de la serie que pudimos construir,
sus demandas adquieren un tinte más amoroso y menos directa­
mente sexual, en el sentido de más discursivo. Ello no impide que
en los momentos en que la amada principal se separa, él se enfu­
rezca, pero ahora su agresividad adquiere una expresión funda­
mentalmente verbal: « ¡ No te vayas ! ». « ¡ Te voy a matar! ¡ Idiota !».
Esta mayor discursividad se vio favorecida por -y al mismo
tiempo posibilitó- otra clase de respuesta por parte de las educa­
doras frente a las situaciones de violencia o de rabia desencade­
nadas por sus exigencias de todo tipo. Se le proponía que le dic­
tara una carta a alguna de ellas, carta que podía ir dirigida al
partenaire del despacho, a su madre o a su padre y en ocasiones a
un destinatario indeterminado. Por lo general, estas cartas conte­
nían quejas, expresadas en términos de: «No me gusta, etc .... ».
Pero, volviendo a sus reacciones ante la s eparación respecto de
la amada, podemos localizar un punto preciso en el que se produ­
ce un verdadero vuelco, porque aparece un significante que está
destinado a tener un papel importante en su trabajo de elabora­
ción. Así, en momentos de separación, empieza a tener crisis que
ya no tienen sólo o principalmente un componente agresivo, sino
que ponen en juego, de forma clara y repetida, el significante «caí­
da». En diversas ocasiones, sumido en una especie de crisis catas­
trófica impresionante, pronuncia claramente la frase « ¡ me caigo ! ».
Además de una expresión verbal, esta caída es puesta en acto,
preferentemente en un espacio particular, para el caso la sala de
fisioterapia, que en aquella época se convierte para él en una es­
pecie de sala de crisis donde representar la caída que para él su­
pone la separación, el liegen lassen.
Ante la repetición de esta situación, en una época en que coin­
cidentemente ha dejado de acudir a verme a mi despacho, y se en­
cuentra del todo centrado en estas escenas construidas en torno
del significante de la caída, decido dejarme caer yo mismo (en es­
te caso metafóricamente) por la sala de fisioterapia, ante la suge­
rencia de una de las educadoras, que tiene la impresión de que es­
tá ocurriendo algo importante en lo que yo debería intervenir.
330
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Y, en efecto, algo primordial sucede en ese momento. En un
principio me limito a estar presente, mientras Amador permane­
ce derrumbado en el suelo, con aspecto ausente, musitando cosas
incomprensibles, casi siempre sepultado, voluntariamente, en un
montón de cojines u otro tipo de material.
Tras una serie de encuentros o desencuentros en los que no
ocurre nada, decide salir de su sepultamiento. Cierto número de
veces la cosa se desarrolla de esta forma: me avisan de que «se ha
caído». Voy a encontrarme con él. Entonces Amador sale de de­
bajo de los cojines y solicita mi ayuda para construir con ellos
una especie de pared que tapia por completo el acceso a la sala.
Cuando ha terminado, sumiéndose en algo que funciona como
una escenificación que lo absorbe por completo, derrumba esa
misma construcción con grandes muestras de placer y con el ade­
mán de estar haciendo algo grandioso, de estar llevando a cabo
una destrucción verdaderamente importante.
Es difícil decir cómo y por qué, pero esto parece tener algún
papel en una pacificación progresiva en lo que a las escenas de
separación catastrófica se refiere, que se van distanciando y per­
diendo intensidad hasta desaparecer.
Para terminar con el relato, añadiremos algo sobre el destino
del significante de la caída. Hay que decir que durante el periodo
siguiente aparece una nueva inquietud, relacionada con las hor­
migas que hay en el patio, que es de tierra. Su preocupación por
las hormigas, que parecen suponer cierta amenaza de invasión, le
hace estar particularmente interesado por los agujeros donde ha
comprobado que habitan y donde deberían permanecer a toda
costa. A veces, hace él mismo agujeros destinados a las hormigas
que han salido de donde deberían estar.
Pero la temática del agujero adquiere de pronto una función
distinta. En cierta ocasión, solicita a una educadora que lo ayude
a hacer un agujero particularmente grande en un arenero, y a
continuación pone la cabeza al borde del «abismo» mientras di­
ce: «Me voy a caer», añadiendo a continuación: «La nena se pue­
de caer». Esta operación se repite varias veces, con algunas va­
riantes. En cierta ocasión, la educadora le pregunta si hay algo
que se pueda hacer para que uno no se caiga, y le propone hacer
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
33 1
una especie de barrera. Él lo acepta, pero está claro que ahora
tiene por la caída más interés que miedo, puesto que acaba di­
ciendo, con una expresión de pavor que está mucho más cerca
de la representación que de un verdadero espanto: « ¡ Ay ! ¡ Me
caigo ! ¡ Qué agujero tan hondo !».
Lo más chocante es que tras este juego desaparecen las crisis
catastróficas, sus verdaderas caídas, y el interés de Amador por las
educadoras pierde su contenido amoroso-sexual de una forma es­
pectacular, tanto por lo repentino como por lo intenso del cambio.
En lo que a mí se refiere, conservaré cierto interés para él du­
rante un tiempo limitado, pero ya nunca mostrará interés por ir
al despacho ni por ir a la sala de las «caídas» (fisioterapia). Ahora
sólo requiere mi presencia para que lo acompañe en una opera­
ción que tiene lugar en el mismo espacio donde llevó a cabo la
construcción relacionada con los agujeros, o sea el patio. Pero ya
no le preocupan ni las hormigas ni los agujeros. Lo único que le
interesa son las plantas y los árboles, y no satisfecho con los ár­
boles y las plantas de verdad que ya existen en el patio, se dedica
a dibujar árboles en papeles que luego va distribuyendo, colga­
dos en la verja y en otros lugares. En este momento se aprecia
por primera vez un interés por los libros (los que tienen árboles)
y por alguna forma de saber, incluso de aprendizaje. Me pregun­
ta por los nombres de todos los árboles y plantas (por supuesto,
no sé casi ninguno) , y aunque no sabe escribir, de vez en cuando
hace ademán de anotar alguno de esos nombres al pie de sus di­
bujos, que pueblan casi todo el espacio del patio.
Y ahí se acaba lo que podemos contar de este tratamiento en­
tre varios. De pronto, su interés por la botánica decae y ya nunca
más se interesará por mí, aunque me saluda amablemente cuan­
do nos cruzamos. Alguna vez, aprovechando nuestros encuentros
casuales, le pregunto si quiere hablar, pero él declina la invita­
ción con una gentileza que, con todo, no oculta la firmeza de su
decisión. Desde entonces y hasta la fecha, Amador está muy tran­
quilo. Absolutamente todos los síntomas que hemos descrito han
desaparecido. Podemos afirmar que al final de aquel tratamiento
entre varios, cuyo actor principal fue sin duda él mismo, había
empezado una nueva etapa de su vida. Por supuesto, no nos en-
332
EL AMOR EN LA PSICOSIS
gañamos en cuanto al futuro y sabemos que esta estabilización
durará lo que dure.
En todo caso, lo que queríamos destacar es el papel que cum­
ple a lo largo de la cura la cuestión amorosa, por decirlo de algu­
na manera. Al principio, nos encontramos con un sujeto para
quien el goce parece ser una amenaza proporcional a su desloca­
lización. Luego, la posibilidad de una localización, bajo transfe­
rencia (primero de algo relacionado con el objeto voz, luego de
la mirada, objeto fundamental para este sujeto), surge rápida­
mente la temática amorosa, con una tonalidad erotomaníaca cla­
ra. El manejo de la transferencia parece dar pie a un desplaza­
miento en el que aquel que se hubiera situado como amado se
identifica como amador (a pesar de toda la ambigüedad que per­
manece en este punto) respecto de otros intervinientes que resul­
tan ser mujeres. Luego, atravesado un punto de exasperación
fundamental, vemos que lo que está en juego para el sujeto es la
posibilidad de la separación. Finalmente, ésta parece alcanzarse
en el momento en que el sujeto parece maniobrar para pasar de
una caída que tiene la tonalidad del liegen lassen a una caída de
la que todo indica que apunta a una cierta separación del signifi­
cante «niña», que es el que parece caer.
Desde luego, no hay por qué suponer que la cuestión de la
feminización esté p ara el sujeto resuelta. La modalidad de sepa­
ración que está en juego aquí puede ser algo más parecido a un
alejamiento asintótico. Después de todo, se trataba de una repre­
sentación, y en realidad nada ha cambiado en el aspecto de niña
de Amador, puesto que él sigue llevando el mismo pelo largo. Pe­
ro, al mismo tiempo, algo ha cambiado. No cabe duda de que
cierta forma de goce que invadía al sujeto y que lo arrastraba,
aun después de haber logrado someterlo a una cierta localiza­
ción, ha desaparecido, se ha silenciado.
Por eso hemos titulado este trabajo «Usos del amor». El amor
psicótico es también una forma de tratamiento de un vacío fun­
damental. La cuestión es si se puede hacer algo con él. En este
caso parecería que, en un tratamiento entre varios, se ha podido
encaminar hacia una solución que permite construir algo que,
mientras dure, opera en el lugar de la separación.
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
333
CONVERSACIÓN
Lucía D'Angelo: Pasamos ahora al caso presentado por Enrie
Berenguer con la colaboración -y subrayo «colaboración» dado
que se incluye en un dispositivo particular- de Gradiva Reiter.
Como ustedes habrán podido leer, en el caso de este niño psicó­
tico hay una puesta en forma de un dispositivo particular para
acompañar la cura de este niño.
Vicente Palomera: Bien, debo decir que éste es un caso para­
digmático del interés de los niños psicóticos por el agujero, tal
como señala Rosine Lefort y lo ha recordado Vilma Coccoz.
Amador tiene seis años cuando Enrie Berenguer lo empieza a
ver. Pero la historia del niño, en realidad, empieza a los tres o cua­
tro años cuando sufre de pánicos nocturnos y diurnos. Huye de
los padres por las calles, pide socorro a los transeúntes, llama «ma­
má» a mujeres que no lo son. A los cuatro años es diagnosticado
de retraso mental medio, en un informe psiquiátrico que indica
«autolesiones, no sigue la televisión», y prescribe neurolépticos.
El relato de los padres, por otra parte, resulta opaco pero in­
cluye cuatro recuerdos. Los digo rápidamente.
l. Inquietud en el bebé, de pocos meses, porque a los tres es
operado de una hernia inguinal doble.
2. Abandono temporal de una deambulación, dolor en los
pies, contemporáneo a la torcedura del tobillo de su hermano,
siete años mayor.
3 . Ingreso de dos semanas en el Hospital, después de lo cual
se comporta de forma agresiva con una foto en la que aparece su
hermano y él mismo. Discute con la foto y grita, pero también la
esconde con temor.
4. Se resiste a ser desnudado y a que le corten el pelo, por lo
que luce una melena que hace que le confundan con una niña.
Éstos son los cuatro recuerdos.
Fue tratado en un centro de atención precoz por un psicoana­
lista, miembro de la Escuela. En este tratamiento se produce la
metonimia significante, tiende a la infinitización acompañada de
una fragmentación del discurso, miedos indeterminados por rui-
334
EL AMOR EN LA PSICOSIS
dos y cosas que oye. Y, de ese tratamiento con esta psicoanalista
surge un sujeto que consigue situarse en la propia metonimia, ar­
ticulada en circuitos, cediendo en este punto la angustia y la agi­
tación permanentes.
A los seis años ingresa en una escuela de educación especial.
Se inicia el tratamiento entre varios, porque allí hay diversos pro­
fesionales que lo atienden y no todos son psicoanalistas. É sta es
una de las razones del caso, que es presentado como una práctica
entre varios.
Berenguer se plantea ser el interlocutor de un niño que mo­
nologa de forma a veces incomprensible debido a dislalias, posi­
ción mandibular y también insultos y amenazas de muerte, ade­
más de enfados cuando no es entendido.
La técnica o, más bien, lo que va inventándose, consistirá en
desplazarse junto al niño en sus deambulaciones constantes por
el Centro, incluso bajo la lluvia. Así Amador consintió en dialo­
gar con Enrie. Para el analista -a riesgo de quedar atrapado en el
reparto de papeles que se remonta al episodio con la foto, junto
al hermano- el niño pasa a ser el bueno que castiga al malo que
merece el castigo, administrando golpes e insultos al analista de
manera diversa y según su respuesta. El analista adopta una con­
ducta de resistencia inercial poco expresiva. Enrie pasa de som­
bra ligera a ser alguien cada vez más pesado, a quien cada vez
costaba más arrastrar. Puede así ofrecer la opción de las visitas a
su despacho. Amador sustituye los p aseos por itinerarios dibuja­
dos en el papel, y consiente en permanecer largos ratos en un
mismo espacio. El papel le sirve para, cierto día, situar en el pla­
no un ruido que -producido con regularidad por el camión de
basuras- le ponía nervioso, lo angustiaba. La visión del camión
provoca un comentario exultante y el centro de todas sus elabo­
raciones gráficas puntuadas por palabras.
Otro día atrapa la mirada en unos árboles con hojas brillan­
tes. Nombrar su miedo parece tranquilizarle y, más tarde, sus pa­
dres relatarán una época de miedo a un árbol, porque lo miraba
cuando el viento agitaba sus ramas. Esto me ha recordado, y En­
rie lo cita aquí, la experiencia de Bobon, el caso que comenta La­
can, «Io sono sempre vista», de un árbol con ojos que la miran.
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
335
Después de ello la mirada de Amador es dirigida al analista,
sin pudor ni velo. Es un mirar -hacerse mirar, sin límites- al cual
Berenguer responde con distracción, haciéndose el tonto.
Después de las miradas vino el acercamiento y el «dame un
beso» respondido con un «ya eres mayor para eso», sin aludir al
sexo. Interesante secuencia aquí.
La tutora y la auxiliar son objeto de su interés amoroso y se­
xual. Quiere tocar a una de ellas y, ante la negativa, relató que su
madre le dejaba hacerlo y a ella le gustaba.
Un consenso se obtuvo de todos los implicados en el trata­
miento: decir que no, pero sin connotación de rechazo ni enfado,
sólo firmeza. Distanciar a la mujer preferida del contacto con el
niño, como algo de hecho y no de sentido, fue otra táctica.
Así se logró que las demandas adquirieran un tinte más amo­
roso, menos directamente sexual, en el sentido más discursivo.
Ante las exigencias o situaciones de violencia y rabia desencade­
nadas, se le proponía que redactara una carta dirigida a su ma­
dre, su padre, o Berenguer.
A partir de los momentos de separación surge el significante
«caída», «me caigo» sobre todo en la sala de fisioterapia. Beren­
guer lo va a ver y lo encuentra sepultado por un montón de coji­
nes, musitando cosas incomprensibles. Tras una serie de encuen­
tros y desencuentros el niño decide salir de ahí y solicitar la
ayuda del analista para construir una especie de pared que tapia
el acceso a la sala. Después Amador destruye esa misma cons­
trucción con sumo placer.
Después de este período surge el miedo a las hormigas y los
agujeros. El interés por los agujeros está presente otra vez, los
agujeros que hacen las hormigas y que él mismo repite en la are­
na. Otra forma de agujero es el que hace en un arenero con la
ayuda de una educadora. Pone la cabeza en el abismo, dice: «Me
voy a caer», añadiendo: «La nena se puede caer».
Un día la educadora le propone hacer una barrera para no
caerse. El niño acepta, pero ahora tiene más interés que miedo,
una expresión cercana a la representación: « ¡ Ay, me caigo ! ¡ Qué
agujero tan hondo ! » Tras este juego desaparecen las crisis catas­
tróficas, el interés amoroso-sexual por las educadoras. El analista
336
EL AMOR EN LA PSICOSIS
pierde interés para Amador después de algún tiempo: sólo solicita
su presencia para llevarlo adonde hay árboles y plantas, y pregun­
tarle cómo se llaman para dibujarlos y hacer el ademán de escribir
su nombre. Desde entonces, ya no visita al analista y declina, con
gentileza, la invitación a hablar con él. Se cruzan y lo saluda con
cortesía. Ya no tiene ninguno de los comportamientos descritos,
pero sigue teniendo aspecto de niña, con su larga cabellera.
Lucía D'Angelo: Bien, en primer lugar vamos dar la ocasión a
Berenguer y a Reiter para que respondan a esta introducción . . .
Vicente Palomera: Yo había pensado titularlo «Amador y el
agujero» porque es un caso paradigmático. Berenguer, los edu­
cadores y todos los que están trabajando, realmente esperan
construir algo con este niño. Hay que decir « ¡ Chapeau ! », por el
esfuerzo que dedican a construir, inventar alguna cadena meto­
nímica -en realidad hay varias, ¿no?- que le permita al niño sim­
bolizar ese goce que le invade, que se ve muy bien en la escena
final.
]acques-Alain Miller: Termina con un «gracias pero no, gra­
cias». La cortesía. Eso indica que está en otro lugar.
Vicente Palomera: Me gustaría que profundizáramos en la
cuestión de la estabilización. Quiero decir, se ve que hay cosas
que ha dejado de hacer, pero no lo veo tan claro.
]acques-Alain Miller: ¿Qué edad tiene ahora? En qué momen­
to ha encontrado esta actitud de «no, gracias».
Enrie Berenguer: Tenía seis años, luego hay que contar un año
y medio de tratamiento: siete y medio. Luego ha pasado un año
más en el que ha estado absolutamente estable. Habría que dis­
cutir el término «estabilización».
]acques-Alain Miller: Y el desinterés por usted vino a los . . .
¿nueve años?
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
337
Enrie Berenguer: No, no. El proceso fue de un año y medio.
Jaeques-Alain Miller: Una transferencia -vamos a decir- du­
rante este tiempo que se manifestaba por golpearlo, por pedir
besos . . .
Enrie Berenguer: Y también por venir a verme.
Jaeques-Alain Miller: . . . dibujar, etc. En un año y medio perdió
el interés.
Enrie Berenguer: Luego tenemos esta última fase de construc­
ción, cuando él empieza a interesarse por algo del saber, empieza
a interesarse por los libros y me hace, durante un tiempo, el par­
tenaire de unas excursiones por el patio que tienen que ver con
la construcción de un saber botánico. Pero eso acaba ahí. Enton­
ces, de una forma muy súbita, pierde todo interés por hacerme
compartir ese saber.
]aeques-Alain Miller: ¿Dónde está la libido ahora?
Enrie Berenguer: Está muda. Hay un enmudecimiento total.
Lo que está claro es que ha habido un apaciguamiento muy radi­
cal porque era un niño, hay que decir, que estaba . . .
]acques-Alain Miller: Totalmente insoportable.
Enrie Berenguer: Totalmente. Y además con una dimensión de
agresividad terrible. Estaba constantemente hablando solo. Él ca­
minaba, erraba, pero siempre hablando de alguna forma, a veces
en voz baja y a veces en voz alta, con ese álter ego con el que
siempre estaba en relación mortífera. Y todo esto se ha apacigua­
do por completo. Ahora él está en posición de «no, gracias» en
muchas cosas. Hubo un momento -cuando él empezó a desarro­
llar esta especie de interés por la botánica- que parecía que podía
abrirse a ciertas formas del saber, y eso despertó alguna expecta­
ción por parte de su tutora. Pero, realmente, creo que ahora está
338
EL AMOR EN LA PSICOSIS
en una posición de «no, gracias». Es alguien de quien los educa­
dores comentan que va aprendiendo cosas, pero aprende sólo lo
que le interesa. Y realmente rehúye de una forma no agresiva, pe­
ro muy clara, todo intento de ser enseñado por alguien. Es decir,
que su «no, gracias», es un «no, gracias» realmente muy sólido.
]acques-Alain Miller: Amador, es un nombre que ya no le con­
viene en esta fase. Es el nombre de una fase anterior.
Enrie Berenguer: Ah, sí. Es el nombre del tratamiento.
]acques-Alain Miller: Ahora es indt/erentor. O algo así.
Enrie Berenguer: Sí, totalmente. Amador es el nombre de una
cierta solución que él construyó en un momento de su vida para
poder resolver ese lugar que él ocupaba como objeto de goce pa­
ra el Otro. Pero una vez que consigue producir este tratamiento,
que es un autotratamiento, evidentemente, adopta una posición
de un «no, gracias» absolutamente radical en todo. Lo que nos
ha sorprendido luego es la gran estabilidad de esta solución.
Vilma Coccoz: Sí, una pequeñísima observación respecto a la
práctica entre varios. Decir que nunca agradeceremos lo suficiente
a Antonio Di Ciaccia por haber inventado este dispositivo que se
puede usar, evidentemente, no sólo en instituciones tip o I.:Anten­
ne. Y luego una pregunta respecto a cómo interpretar los signos
del niño por haber sido reconocido como sujeto, si son signos de
amor, de erotomanía o de lo que Miller nombraba como «intentos
de seducción». ¿Cómo precisar exactamente esta diferencia?
Enrie Berenguer: Quisiera dar un dato de la historia familiar,
que no introduje para no alargar el texto, aquí quizá Pilar Foz,
que había intervenido en el caso y lo conoce, podría decir tam­
bién algo. Es una familia que tiene una particularidad: cada vez
que ha nacido un niño se ha producido una desaparición del pa­
dre del domicilio familiar. En cada ocasión el padre se ha ido con
su propia madre. Como el padre de Juanito, se va con la abuela
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
339
pero de una forma más radical. Entonces, cada uno de los niños
ha ocupado totalmente, durante una época larga, el lugar del
único objeto de la madre. Este niño también estaba ahí pero, de
alguna forma, el niño huye de ese lugar de objeto de goce que la
madre le ofrecía. Lo que interpreto es algo más simple, no tiene
que ver con el signo sino con la localización.
En el momento en que esos circuitos -que de hecho, ya había
empezado a construir con P. Foz en el tratamiento anterior- se
pueden localizar en un espacio determinado, que tiene que ver
con la transferencia, en ese momento hay una especie de envite
del sujeto a poner en juego ese papel de objeto que él ha tenido
para el Otro materno. Pero también porque, de alguna forma,
hay algo que ya ha permitido, para él, un efecto de una cierta pa­
cificación, porque algo de ese goce se ha podido localizar y arti­
cular. Entonces, creo verdaderamente que mi posición ahí es de
no interpretar demasiado los signos. Hay una posición que tiene
que ver con una cierta modestia. Más bien es una actualización
del sujeto en cuanto hay unas condiciones de localización del go­
ce, en el espacio del despacho y de la transferencia. Y, de alguna
manera, hay una maniobra mía que es la de decir «nO». Pero es
un «no» que no se sitúa en el plano del sentido.
Precisamente, me resistía a entender eso como un signo. No
quise tomar eso como un signo. No quise hacerme el destinatario
de ningún signo de amor. Y creo que eso fue, realmente, eficaz.
Y, de alguna forma, la posibilidad del tratamiento entre varios es,
precisamente . . .
Jacques-Alain Miller: Evitar totalmente ser destinatario. Usted
lo menciona casi como si usted no lo hubiese escuchado. Es de­
cir, no asumir la posición de «se dirige a mí».
Enrie Berenguer: Exacto, por eso digo que si hay un signo,
precisamente, de lo que yo hago signo es que, para mí, no es un
s1gno.
Jacques-Alain Miller: Y termina sin destinatario. Termina, fi­
nalmente, mudo.
340
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Enrie Berenguer: Sí, sí.
Miguel Á ngel Vázquez: La primera pregunta es para saber si,
en el último momento, cuando se produjo la mejoría, ese proble­
ma de no dejarse quitar la ropa también desapareció.
Y, después, sobre esto que has nombrado como un auto/rata­
miento. A mí me parece que sí hay un tratamiento, hay una espe­
cie de propuesta cuando te dejas -al ir a pasear con él- elegir co­
mo partenaire. Esto que llamas la localización. Hay un momento
que dice «dame un beso» en el que, incluso tú, en tu escrito, em­
piezas a hablar de otra manera. Antes usabas el plural y desde
ese momento hablas en primera persona; es decir que algo se
produce en este momento. Después está la operación con los al­
mohadones -en la que también eres reclamado-, el construir esa
especie de puerta que produce el júbilo del niño. Me parece que
esa es una operación que le permite nombrarse como «la nena
que se puede caer». No sé si eso puede caber en lo que llamas
autotratamiento, aunque tenemos esta cuestión del entre varios.
Creo que se plantea la pregunta del destinatario, de los pe­
chos del analista de niños, varón. Es decir, si tiene o no tiene pe­
chos, cómo se pueden manejar en transferencia estas cuestiones
que aparecen muchas veces en el tratamiento con niños.
Enrie Berenguer: Bueno, Marta Serra ha mostrado antes que
se puede ser una analista, con una voz, con un rasgo, masculino.
Porque estaba afónica, evidentemente. Yo hablo de autotrata­
miento porque quiero señalar que es él quien elige pasar del
amado al amador. Es este punto, este viraje. Y eso es algo que yo
no elijo, es una elección de él. Creo que es una invención del su­
jeto. Cuando se me ofrece y me dice «ámame», y el Otro se hace
el tonto, entonces, el tipo -para decirlo gráficamente- sale del
despacho y les dice a las mujeres que encuentra: «Te quiero, te
quiero, te quiero, te quiero, correspóndeme». Y se convierte en
un amante como esos que acaban matando a sus. . .
]aeques-Alain Miller: Él diferencia entre «ámame» y «te quiero».
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
341
Enrie Berenguer: Hay u n viraje, realmente, muy fuerte. Él ha­
bía sido un niño que se presentaba en una pasividad absoluta, en
esta posición de niña. Y cuando se desencadena, por decirlo de
alguna manera, este viraje es una cosa sorprendente para todos.
De repente se pone a ser alguien que «quiere».
]aeques-Alaín Míller: El viraje importante es entre la agresivi­
dad que manifestaba, de golpear, y después situarse en el registro
del amor. En esto sí veo un viraje. Entre su pedido de que usted
le dé un beso y su perseguir a las mujeres del Servicio no veo tal
viraje, veo más bien la heterosexualidad.
Enrie Berenguer: Sí, pero es viraje si tenemos en cuenta la his­
toria de este niño, si tenemos en cuenta la relación previa de gran
pasividad que, sobre todo, deducimos de su posición con respec­
to a la madre.
faeques-Alain Miller: ¿Deducida, desde cuándo?
Enrie Berenguer: Lo deducimos de lo que cuenta la madre. Es
un niño que está puesto, por su madre, de una forma especial­
mente gozosa y, diríamos, un poco obscena, en este lugar de la ni­
ña. Es algo que podemos deducir, por ejemplo, de cierta manera
gozosa cómo la madre se refiere a los cabellos largos de su hijo, la
imposibilidad de cortarle el cabello. Incluso, en alguna entrevista
que mantuvimos, ella habló con una cierta sonrisa sobre el pare­
cido de este niño con una niña. Y esto va en paralelo con un dis­
curso de «él no se puede separar de mí», «yo que lo amo a él y él
está ahí, no se quiere separar de mí». Entonces, lo que aparece de
pronto, de una forma muy rápida, es este pasaje del lugar -si se
me permite sintetizar- de «la niña amada» a la heterosexualidad
activa. Diría que el viraje no se puede entender sin una cierta in­
terpretación de lo que había sido el lugar de este niño.
Jaeques-Alain Miller: En cierto modo explora las diversas so­
luciones que permite el estadio del espejo. Explora, prueba, va­
rias versiones de la relación imaginaria.
342
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Enrie Berenguer: Es cierto, pero había algo de la problemática
del goce y del amor que para él había quedado solamente explo­
rada en sus construcciones discursivas y sus circuitos, de una for­
ma en la que esto no estaba incluido, no estaba localizado dentro.
Entonces, hay un momento importante cuando él puede empezar
a localizar en estos circuitos dos objetos fundamentales: el objeto
voz y el objeto mirada. Entonces, podríamos decir -dentro de es­
ta exploración de las virtualidades, de las posibilidades del esta­
dio del espejo- que hay algo del objeto que se incluye y que, has­
ta entonces, estaba fuera de toda articulación posible.
]acques-Alain Miller: Hubiera visto bien una presentación de
este caso a la manera en que Freud presenta la genealogía grama­
tical de la paranoia. Es decir, algo así, «ella me quiere a mí», «ella
-la madre- me quiere a mí -la niña-». Después, «yo le pego al
otro malo que me odia. Y después, «yo -nena- me propongo al
hombre». Bien. Parece que hay una gramática que se podría re­
componer así y no sabemos cuál es la fórmula actual.
Vicente Palomera: Quería comentar una cosa, ya que se está
hablando del tema del amor. Yo pienso que el amor tendría más
que ver, si utilizamos una metáfora, con la margarita, «me quiere,
no me quiere». Introduce una lógica de más-menos. Pero en este
caso ya de entrada hay un problema porque el Otro sobra. Es de­
cir, en la exploración del espejo, en el episodio de la foto, el pri­
mer punto que resalta es el abandono temporal de la deambula­
ción, contemporáneo a la torcedura del tobillo del hermano. Es
decir, hay una identificación inmediata con ese rasgo del herma­
no. Y el hermano aparece, no en la lógica del más-menos, «me
quiere, no me quiere», sí no que sobra. Es más-más. No hay me­
nos. Constantemente hay que sacar al otro del campo, hay que
agredirlo, el otro sobra. Entonces, lo que se produce es el circui­
to en torno a este agujero en la imagen, que es donde va a parar
cualquier intruso, tiene que salir por ese agujero. En el primer
momento no hay el amor, el otro sobra. No hay una lógica más­
menos sino que el otro sobra.
Usos DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
343
Enrie Berenguer: Creo que, cuando hablamos de la psicosis,
estamos hablando de un amor muerto. Creo que hay un vacío
fundamental en este chico con respecto al amor. Se podría decir,
evidentemente, que él no fue el falo para su madre. Y hay que
decir algo sobre la relación con el hermano y es que el otro so­
bra, pero fue su sostén. En un niño cuyo padre se va con su pro­
pia madre cuando tiene un hijo, hay algo de las generaciones que
se aplana y, entonces, el hermano mayor aparece como un punto
de enganche imaginario.
Vicente Palomera: Cuando alguien llega, alguien tiene que sa­
lir. Esto es lo que hace el padre, uno tiene que salir.
Enrie Berenguer: Claro. Y hay una entente. Como si se hubie­
ra sostenido en cierta identificación, podemos deducirlo a poste­
riori, con el hermano. Hay cierta identificación imaginaria, lige­
ramente asimétrica porque el otro es mayor; pero en cuanto
aparece una falla, el pie del Otro, eso desestabiliza todo. Y es
cierto que podríamos plantear que, por estructura, hay esta difi­
cultad para poder introducir el amor cuando uno no ha sido ins­
tituido en el lugar del falo. Es un amor inventado. Cuando él les
dice a las educadoras «te amo», hay ahí un esfuerzo por construir
una cierta ficción que regule algo de este goce, de este amor mor­
tífero en el que él estaba puesto con respecto a su madre. Porque
yo creo que, en el fondo, si él es la niña es porque esta mujer -no
sé si Pilar está de acuerdo- transmite una dificultad, un ci�rto re­
chazo, hacia la masculinidad como tal. Es una deducción, real­
mente hay algo difícil de captar en la opacidad de ese discurso,
pero me parece que se escucha una dimensión de rechazo de la
masculinidad. Y creo que este niño en su ficción de pasar de la
gramática del «soy la niña amada» al «soy el macho que ama», de
alguna forma se comporta como los machos que acaban matando
a las mujeres. Era un amador un poco agresivo y exigente.
En este cambio de gramática también hay una respuesta a es­
te lugar mortificante, porque su madre se presenta como alguien
que quiere mucho a su hijo, pero lo que aparece detrás es la ver­
dad terrible de que hay algo mortificante en este amor basado en
344
EL AMOR EN LA PSICOSIS
el rechazo de la masculinidad del hijo. Algo muy fuerte. Bueno,
no sé si tú, Pilar, estarás de acuerdo.
Pilar Foz: La madre de este chico tiene una imagen muy mor­
tificada. No tenía ningún tipo de expresión en la cara. Este chico
a veces llegaba por la puerta y entraba corriendo, « ¡ ayúdame,
ayúdame ! ». Se le veía que estaba como con alucinaciones. Yo re­
cuerdo un día que, en la sala de espera, se metía la mano en la
boca diciendo, «quítame esto, quítame esto». No sabíamos lo
que había que quitar. Y la madre estaba totalmente impasible an­
te estas escenas, cosa que a los demás nos dejaba bastante angus­
tiados, viendo las cosas que pasaban. Otro día entraba y se ence­
rraba en un armario porque parecía que había algo de alguna
persecución, y decía: «Ayúdame, ayúdame». Y esta mujer, en nin­
gún momento, ante estas escenas, cambió la cara.
También quería comentar que el padre de familia no sólo se
iba con su propia madre y dejaba a esta mujer con los hijos, sino
que los hijos dormían con ella en la cama. O sea que cada vez
que nacía un hijo, el padre se iba a otra habitación a dormir. Re­
cuerdo que este chico todavía estaba durmiendo con la madre
cuando lo vi, y tenía seis años. No había forma de ponerle en
cuestión todo esto a esta mujer. Decía que tenía humedades en la
habitación, en la casa, y que el chico dormía con ella.
En el tiempo que lo tuve en tratamiento no apareció nada de
esto. En cambio recuerdo que, en un momento de mucha desesta­
bilización, justamente cuando salió del hospital tras un ingreso de
diez o quince días, movía absolutamente todo el mobiliario de la
sala, sillas, mesas, absolutamente todo, y vi enseguida que había
un intento de este chico de ordenar las cosas. Quiero decir que no
tiraba las sillas y las mesas sino que las ponía de determinada ma­
nera y las nombraba, como un tren. No era alguien que estuviera
mucho tiempo en el desorden, mínimamente iba ordenando las
cosas. Luego aparecieron circuitos, carreteras, coches que pasaban
por esos circuitos, rotondas por donde los coches podían pasar. O
sea que él iba haciendo un trabajo de cierta ordenación. Final­
mente -esto no duró mucho- apareció la cuestión de la agresivi­
dad, que era una agresividad hacia él mismo. Yo creo que él entra-
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
345
ba bastante en un proceso de alucinación, estaba en la sala y, de
repente, la cara le cambiaba, había un momento de perplejidad en
la mirada, miraba hacia la puerta y decía «el otro ya ha entrado».
Bueno, ése fue el último tiempo que yo lo llevé; él siempre es­
taba intentando coger coches para hacer un circuito. Pero, de re­
pente, ese circuito se quedaba totalmente parado. Era como un
instante en que todo eso cambiaba y se dirigía a la puerta, y decía
«ya ha entrado el otro». Entonces se ponía realmente mal. Y lo
que había con este otro eran insultos. Yo lo tomé como una cosa
alucinatoria. Le preguntaba y me decía: «Me ha insultado», «me
está insultando». Entonces, él se pegaba. Como lo insultaba, le
pegaba al otro, pero se pegaba él mismo. Decía, «maricón» o
cualquier palabrota fuerte, y decía «me ha dicho tal cosa».
Enrie Berenguer: No es cualquiera.
]acques-Alain Miller: Es horrible este acontecimiento. Hemos
tenido la descripción de eso por parte del genio de Eiras cuando
él hablaba de la disociación y de que «el otro era yo mismo», etc.
Tenemos la puesta en acción de eso, patética, con este niño.
Gradiva Reiter: Yo quería decir que esto era muy claro en el
niño, la significación de cuando él era invadido por ese real que
no había forma de frenar. Y era muy clara esta cuestión de la
agresividad a la que él mismo se sometía como haciendo de ese
otro. Él se cogía de la ropa, se insultaba. Bueno, todo esto era
muy claro en la escena.
Ricardo Rubio: Sí, en relación con esta posición del «no, gra­
cias» en que parece que está, al final, este niño y la debilidad
mental. La pregunta es ¿cómo es su desarrollo intelectual?
Enrie Berenguer: He hablado mucho, en relación con otros ca­
sos, de la debilidad mental como un tipo de solución para algu­
nos niños psicóticos. Pero este caso no es así en absoluto. Es un
niño que, en cuanto uno habla con él, más bien tiene inmediata­
mente la impresión de estar ante un interlocutor enormemente
346
EL AMOR EN LA PSICOSIS
inteligente, pero que de alguna manera siempre evita someterse a
un Otro en posición de educador. Él está en la posición del que
sabe, y me parece que eso lo diferencia de una manera muy clara
de lo que sería una solución por el lado de la debilidad mental.
Vicente Palomera: Quisiera hacer hincapié en una cuestión
que me llamó mucho la atención a partir de algo que señalaba
Miller sobre cierta mortificación de la posición del analista. En
algunas escenas -bajo la lluvia o bajo cualquier circunstancia­
Enrie estaba como una sombra, como si el analista se convirtiera
un poco en un árbol o algo perteneciente al jardín. Había una
-no diría fosilización- sino una «arborización» de Berenguer.
Habría algo de esto. Lo digo porque, el momento en que las ho­
jas de los árboles lo ven y él puede nombrar esto, el ruido regular
del camión de basura, es como ir introduciendo al analista en esa
serie como algo que no va a resultar persecutorio. ¿Cómo se in­
troduce el analista sin ser persecutorio para este niño? Como la
voz, la mirada, como objeto. Y aquí, a la intemperie, lloviendo,
con el niño, pensé en el analista que termina convirtiéndose en
una planta, al iado de él. ¿Estarías de acuerdo?
Enrie Berenguer: La única discrepancia es que las plantas no
se mueven. Lo digo por una cuestión muy concreta, porque lo
que deduje de lo que me había transmitido P. Foz era que, para
este niño, la relación entre el circuito y la errancia era un punto
fundamental. Entonces, tomé simplemente esto. Pensé: si para él
hay una especie de necesidad de verter algo de la errancia en un
circuito, la única posibilidad de tener un lugar para él es acom­
pañarlo en esta errancia y ver qué circuito dibuja eso. El proble­
ma es, evidentemente, que si uno encarna demasiado al Otro, un
Otro demasiado vivo, entonces sería «el otro ha entrado». En­
tonces hay ese punto de límite, de riesgo. Hay que estar ahí, pero
no ser demasiado el Otro. Hubo un momento de envite, en el
que me hizo encarnar ese Otro, y yo me resistí de una forma un
poco «vegetal» en el sentido de no entrar ahí, en ese lugar que él
me ofrecía, porque era muy fácil. Y en un contexto educativo,
por ejemplo, intentar educar a este niño que pegaba hubiera su-
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
347
puesto inmediatamente ser puesto en ese lugar del Otro. Creo
que hay que resistirse a encarnar a ese Otro.
Pero, verdaderamente, el punto de viraje -que yo quería seña­
lar como el inicio de este tramo del tratamiento- se produce
cuando él, de alguna forma, consiente en algo de mi inercializa­
ción. Es decir, cuando empiezo a convertirme en algo distinto de
una sombra y a ser más bien perezoso. Recuerdo que en cierta
ocasión Miller había hablado de la pereza del psicoanalista . Em­
piezo a ser, más bien, alguien inercial y perezoso y, para mi sor­
presa, él lo aceptó y fue entonces cuando él empezó una nueva
etapa y se pudo localizar algo en el espacio del despacho. Y ahí
aparece algo, es cierto, que no había surgido en la etapa del trata­
miento con P. Foz, que es la primera vez que él puede nombrar
algo que tiene que ver con esta dimensión de la mirada y el tipo
de objeto que él podía ser para el Otro. Pero lo interesante es lo
siguiente: esto había ocurrido en su vida, aunque las otras veces
ocurría en presencia de unos partenaires -sus padres- que para él
no ofrecían ninguna garantía. Y cuando aparecía esta dimensión
de la mirada él apretaba a correr, por eso entraba en el despacho
de P. Foz y decía « ¡ ayúdame ! ». Entonces, por primera vez, creo
que consigo convertirme en un partenaire ante el cual él puede
hacer este envite de situarse como objeto de esta mirada sin tener
que apretar a correr. O sea que hay una novedad, ese partenaire
nuevo frente al cual él puede, por primera vez, enunciar eso. An­
tes no enunciaba eso, lo que hacía era apretar a correr.
Lucía D'Angelo: Me parece central en este punto la aporta­
ción de Foz porque este circuito que el niño hace contigo por los
parques implica efectivamente poder alojarse en la consulta, ve­
nir él a verte, y tiene que ver con esta matriz que describía Pilar:
«El niño está haciendo sus circuitos, sus trenes, de pronto, como
un instante de perplejidad . . . », y aparece el otro imaginario, el ri­
val, de la agresividad. Es decir que él no cruza esa puerta. Por
eso es interesante cuando él te hace hacer esos recorridos, acom­
pañándolo por el parque. Lo que es interesante es que tú dices
que tampoco sabes mucho de botánica, con lo cual...
348
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Enrie Berenguer: . . . lo poco que sé no lo puedo decir, eviden­
temente.
Luda D'Angelo: Exactamente, entonces lo que se produce es
que él puede elegir ir a tu despacho. Eso es central.
Lidia Ramírez: Bueno, cuando leí el caso de Enrie enseguida
me acordé de Maryse, el caso de los Lefort. Y pensé ¿ por qué le
habrá puesto el nombre de Amador? ¿Por qué no Amante?, aun­
que no conozco a ningún niño que tenga como nombre «Aman­
te». Me parecía que en el «Amador« había algo de la dificultad
del caso, la dificultad de este niño para hacerse justamente un ni­
ño, ¿no? En este sentido, algo distinro del caso de Maryse. Por
ejemplo, pensaba si en algún momento del tratamiento este niño
comienza a hacer preguntas al Otro del tipo «¿ cómo te llamas?»
Esas preguntas con las que los niños psicóticos inauguran un mo­
menro distinto.
Enrie Berenguer: No sé tú, Gradiva. Yo no percibí esa dimen­
sión de la pregunra. Creo que es un niño que está en el lugar del
que sabe. Ha sido algo que se ha ido manifestando, primero era
un niño en el que había esta agitación, esta cosa tan p a ranoide,
esta presencia amenazante del Otro, y cuando aparece la dimen­
sión del saber surge en forma de un interés por los libros , pero lo
administra él, no hay verdaderamente la dimensión de la pregun­
ta. Y desde luego, ninguna que apunte a la dimensión de la se­
xuación. No hay nada de eso. Una pregunta para él es m ás bien
un agujero que evita.
Miquel Bassols: Para seguir poniendo en serie este caso con
otros, me evocaba el caso relatado por Marguerite Duras en
Pluie d'été, en La lluvia de verano, que también es un caso real
como lo fue el de Lol V. Srein. Se trata de un niño psicótico que,
de repente, empezó a decir la frase «no quiero ir a la escuela por­
que ahí me enseñan cosas que yo no sé». Es decir que planteaba
un rechazo tan radical al Otro que no había manera de entrar
por ningún tipo de fisura para interesado en una pregunta. Tam-
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
349
bién aquí se trataría no de tomar la vía del saber del Otro, sino
de excluir esa vía del saber en su relación con el Otro de la trans­
ferencía.
Gradiva Reiter: Me gustaría agregar que a mí me parecía muy
llamativo cómo ese niño se servía del dispositivo. Él estaba con­
centrado en su trabajo de construcción y hacía uso de todos los
personajes que estábamos interviniendo: pidiendo que le acompa­
ñáramos al patio, que escribiéramos una carta, es decir, hacía uso
de eso para su trabajo de construcción. Eso era impactante en él.
Había una decisión en él de hacer ese trabajo, ese recorrido.
Miriam Chorne: Quería hacerle una pregunta a Enrie. No sé si
escuché bien pero me pareció que decías que no sabías de botáni­
ca y además lo poco que sabías tampoco lo ponías en juego, ¿es
así? Me preguntaba si podías decir algo más sobre eso, porque él
empieza a preguntar, y pregunta por los árboles que hasta ese mo­
mento habían sido objetos persecutorios para él, le daban miedo.
Quiere ponerles nombre, dibuja árboles que cuelga en las rejas . . .
En fin, me parece que hay una elaboración respecto de eso y no
sé si hubo alguna estrategia de no intervenir por ese lado.
Enrie Berenguer: Sí, porque realmente yo creo que con la psi­
cosis tenemos que ser muy, muy prudentes. Con los niños, sobre
todo, es muy difícil calcular lo que va a ocurrir dentro de un tiem­
po, y lo que se haga puede resultar «pan para hoy y hambre para
mañana». La experiencia me ha enseñado, con los niños, a ser
muy prudente y a ver que cuando un niño empieza a hacer pre­
guntas sobre la botánica, a veces, no es para que uno las conteste.
Recuerdo claramente a un niño (me recuerda al caso que contaba
Marta Serra) que era un biólogo, era una especie de marciano que
construía el mundo a través de un saber sobre la biología. Me
ocurrió que empezó a hacerme preguntas sobre los animales pero,
cuando yo respondía, me pegaba. Eso me enseñó que a veces hay
preguntas retóricas. Me enseñó que a veces hay una posición en la
transferencia que tiene que ver con esta dimensión del objeto, que
es inercial, y que se trata de no caer en la trampa de un momento
350
EL AMOR EN LA PSICOSIS
de entusiasmo, que además es típico. En un momento dado, uno
se pone a inyectar algo del saber o a encarnar algo del saber, y to­
do el mundo está muy contento; los educadores están entusiasma­
dos, uno mismo dice «caray, qué bien lo he hecho». Pero luego de
un tiempo, de repente, eso se torna persecutorio. Entonces, hay
que ver lo que él puede ir construyendo. Yo creo que el sujeto
siempre tiene que llevar la iniciativa en el manejo de la problemá­
tica del saber. Si uno sabe demasiado puede acabar encarnando a
ese Otro que para el niño es tan problemático.
Vicente Palomera: Es desencadenante. La naturaleza, la botá­
nica, introduce una regularidad, un equilibrio, un continuum. Y
me he acordado de que, si hay un psicótico botánico ese es Jean­
Jacques Rousseau, que escribió un tratado sobre botánica. Lo
interesante es que no se interesaba más que por los pistilos. Es
decir, por los órganos sexuales de las plantas, que son hermafro­
ditas, además. Y eso le permitía neutralizar la relación sexual a
partir de los órganos sexuales de las plantas, clasificándolas, or­
denándolas.
]acques-Alain Miller: Se ve muy bien -vamos a decir- «un es­
bozo de metaforización». Primero a través del dibujo. Termina
con su actividad itinerante, su errancia, para hacer dibujos de iti­
nerarios, esto se puede concebir como un pasaje de lo imaginario
a lo simbólico. Lo equivalente a las fotografías que habíamos vis­
to en el caso de Osear Ventura. Y que le permite, como ustedes
señalan, permanecer en un lugar. Es decir, que la metaforización
o el pasaje de lo imaginario a lo simbólico condiciona la acepta­
ción de la inmovilidad o la permanencia en un lugar. Es algo que
hemos visto en otro contexto, en el caso de Alicante.
Luego vemos una segunda metaforización en la localización
de los ruidos, que está muy bien contado, es muy llamativo . Y
después algo un poco similar, por lo menos porque ustedes em­
plean la expresión «nombrar un miedo del árbol mirante» que
parece ser el tercer momento de este proceso.
Quizá podemos puntualizar, como ustedes lo hacen, el mo­
mento en que tiene ese contacto directo con la hiancia, con el
USOS DEL AMOR PSICÓTICO Y SU TRATAMIENTO
351
agujero, el tan profundo, tan hondo agujero . . Y es después de
este cambio.
.
Enrie Berenguer:
Sí, exacto.
]aeques-Alain Miller: Como si llegara a una versión terrible,
delirante, del Otro tachado. Se ha aproximado a algo terminal y
después es otra historia. No es S de A tachado pero, después de
todo ese recorrido itinerante y dramático, y de todas esas prue­
bas que ha hecho, hace pensar que en eso hay algo de Juanito.
Que hay tentativas de poner a prueba varias maneras de relacio­
narse con el Otro, el mundo, los otros . . . que, finalmente, con el
agujero llega a algo terminal. Y, seguramente, está preparando al­
go. Es decir, ¿ qué va a pasar? Vamos a descubrir si tenemos un
transexual -que no parece-, si tenemos un paranoico. ¿Qué for­
ma se cristaliza actualmente?
Enrie Berenguer: Me gusta mucho esta comparación con Jua­
nito porque es algo que ha estado totalmente presente en la idea
de nuestra elaboración, y hay puntos de contacto que yo no ha­
bía pensado y que luego fui descubriendo. También Lacan, cuan­
do habla de J u anito, al final de todos los circuitos y de la apari­
ción del agujero que tiene que ver con la fantasía del fontanero,
dice: «Pero hay un resto: ¿dónde queda la niña?». Es interesante
que en este caso también cuando aparece la cuestión del agujero,
dice: «La niña cae». La verdad es que no sabemos hasta cuándo
habrá caído. Lacan con respecto a Juanito dice: «La niña no ha
caído del todo porque eso marca la relación de Juanito con las
mujeres». Y evidentemente lo que no sabemos nosotros es hasta
qué punto esa niña ha caído para él de verdad, y cuál será el des­
tino de esa niña en la vida sexual de este chico.
Jacques-Alain Miller:
Una especie de Juanito psicótico.
Amar el amor
Mónica Marín
Tristán amaba el sentirse amar. . .
DENIS DE RouGEMONT1
Cuando vino a verme, Ada no consideraba tener un lugar en
el Otro, ni entre sus semejantes vivos, ni siquiera en la realidad
del mundo. Tres acontecimientos la estaban afectando de una
manera particular:
•
•
•
Hacía unos meses que había traspasado el umbral de la trein­
tena y, no sabiendo muy bien cómo ni por qué, creía que cier­
tos cambios sobrevenidos en su carácter estaban relacionados
con ello. Por momentos estaba irritable, en otros más bien ta­
citurna y en algunos o tros esquiva, actitudes inhabituales en
alguien como ella que se había caracterizado siempre por una
gran afabilidad y buena disposición hacia el semejante.
Se encontraba también afectada por la muerte, cercana en el
tiempo, de una antigua profesora de la universidad, alguien
muy querido por ella y que, como veremos más adelante, tuvo
un importante papel en su vida.
Además, recientemente se había dado cuenta de que era ho­
mosexual, al encontrarse enamorada de una compañera de
trabajo. No dudaba en afirmar que, de los tres acontecimien­
tos reseñados, éste era el que más la estaba afectando. En es­
te asunto, lo que más la trastornaba era lo que había sucedi­
do cuando declaró su amor al objeto de sus desvelos: B.
compañera de trabajo y también amiga desde hacía muchos
l.
Denis de Rougemont, El amor y Occidente, Barcelona, Kairós, 1997.
AMAR EL AMOR
353
años, la cual al recibir su declaración de amor le dijo que ya
hacía unos meses que la veía un poco rara, que no podía se­
guir así y que necesitaba la atención de un profesional, le dio
mi número de teléfono y me la envió.
Estaba sorprendida, obnubilada, desconcertada, profunda­
mente dolorida, ¿eso era amistad?, ¡ después de tantos años y con
todo lo que había hecho por B. ! , ella -Ada- que de la amistad
hacía un culto . . . , ahora no sabía a qué atenerse ni qué hacer con
esos signos que venían tanto de B. como del mundo y que la de­
jaban ante una conjunción imposible entre el razonamiento del
amor y una sustancia inconmensurable. Impactada por estos sig­
nos que venían de los otros y que simétricamente se reproducían
en su cuerpo, se encontraba impedida de lograr una solución de
pensamiento. Por otro lado, B. le desmentía estos signos.
No era de extrañar, entonces, que ya no pudiera escribir más,
ella que había dedicado gran parte de su vida a escribir para ser
querida.
Escribir había sido su solución infantil, pero ahora su monó­
logo interno convertido en /latus vocis dejaba de ordenarse con la
escritura pues ya no podía reordenar las voces y quedaba, enton­
ces, abocada a su propia desaparición.2 El Otro le fallaba porque
ya no podía leer la multiplicidad de signos que había en su vida,
simultáneamente se hicieron disyuntos el amor y el goce.
Definitivamente no valía la pena estar en este mundo, lo me­
jor parecía marcharse de él, sin embargo dudaba de causarle ese
profundo dolor a su madre, otra vez la muerte de un hijo. . .
Uno d e sus dos únicos recuerdos infantiles e s una imagen in­
deleble que fija una escena: una noche, a la salida de misa en el
pueblo donde pasaban y siguen pasando los veranos ella y sus
padres, los hombres rastreaban el río que corría al costado de la
iglesia, buscando el cuerpo de su hermano menor que había de­
saparecido durante el oficio. Su madre llorando observaba la es­
cena desde la puerta del templo.
2. J. Lacan, El Seminario, Libro 3, Las Psicosis, Barcelona, Paidós, 1 984.
354
EL AMOR EN LA PSICOSIS
El otro recuerdo es la imagen de ella saliendo del lavabo de
su casa, en dirección a la cocina donde estaban su madre y su
abuelo materno, con unos papeles que contenían los cuentos que
ella había escrito, sin saber escribir aún, pues ambas escenas se
sitúan alrededor de los cinco años, para contárselos a ellos y así
mientras les aliviaba las penas conseguía su amor. Es ante las es­
cenas de llanto y dolor de su madre que Ada me dice que el sue­
lo se le movía bajo los pies, «que ella desaparecía».
Se aplicó al recurso de la letra como defensa ante el goce. An­
te ese doble fenómeno de despersonalización y desrealización del
mundo, confrontada a su propia desaparición, Ada lo resolvió
por medio de su escritura imaginaria (recordemos que son trazos,
garabatos, pues aún no había ido al colegio a aprender a leer y
escribir) , a través de la cual aseguraba su estar ahí en el mundo,
su amor extático a la madre y, ciertamente, una nueva realidad
del mundo: vive en y por el cuento que ella escribe (anudamien­
to con prevalencia del registro imaginario) .
Confrontada a l a castración del Otro materno como pérdida
pura y convocada a suplirla, a falta de su propio valor fálico con
el cual colaborar a la resolución del duelo materno, se abrochó al
Otro por medio de una certeza:3 El Otro me ama en mi /unción
de cuentista. Postulado erotómano que una vez esclarecido resol­
vió una duda diagnóstica, mantenida incluso bajo control, propi­
ciada por la «manera histérica» del estilo de Ada en la produc­
ción de su novela psicótica infantil: sostener al Otro contándole
cuentos . . .
Incluiré aquí algo de lo que precedió a su nacimiento: un mes
antes del casamiento de sus padres, falleció la madre de su madre
(la que hubiera sido su abuela materna). Si bien la boda no fue
aplazada, cada uno de los jóvenes esposos continuó viviendo en
su propia casa familiar: la madre de Ada con su padre, que había
3 . J.-.A. Miller, «De la sorpresa al enigma» y «Vacío y certeza», en Los
Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999.
inclasificables de la clínica psicoanalítica ,
AMAR EL AMOR
355
quedado viudo con un hijo pequeño (once años) y a quienes se
veía en la obligación de cuidar y atender, dándole mucha pena el
dejarlos solos. Y el padre de Ada con su propia madre, a la cual
le daba mucha pena dejar sola, siendo como era hijo único de
una madre que había enviudado muy joven. Los fines de semana
los iba a pasar con su mujer en la casa donde ella vivía. De este
modo los años fueron pasando y los hijos naciendo: primero una
chica, luego un chico, luego Ada y finalmente el niño que murió
en el río del pueblo a los tres años de edad.
De este padre, la versión que ella me dio es la de un señor
desconocido y silencioso, que venía a comer los sábados y do­
mingos a la casa de su abuelo, recordemos que allí era donde
ella vivía.
Fue una muy buena alumna en el colegio, con calificaciones
excelentes, aprendió rápidamente a leer y escribir y de este modo
sus cuentos, ya escritos, la convirtieron en la contadora de cuentos
familiar.
Cuando tenía dieciséis años, el abuelo materno se suicidó ti­
rándose a la ría. Ante la reducción de la escena familiar, Ada de­
cidió ampliar sus lazos haciendo pública su escritura: cuentos y
poemas son enviados a concursos, eso sí, de forma anónima (/a
anónima que hace agujero en el Otro). Forma particular de am­
pliar el lazo. Y se preparó para entrar en la universidad donde
cursó, por supuesto, estudios de letras.
Dos acontecimientos marcaron su vida universitaria. Ada, su
mejor amiga (tienen el mismo nombre), le confió al final de la ca­
rrera que era homosexual y que había conseguido, tras largos de­
vaneos, una pareja estable. Por otra parte, ese mismo año de final
de carrera conoció a una profesora que la animó a proseguir en
su tarea de escritora y también la animó a presentarse en los con­
cursos literarios con su nombre, lo que hizo en algunas oportuni­
dades y en otras con seudónimo. Era tanto el afecto que dicha
profesora le despertaba que escribía para lograr su amor. Ésta es
la profesora que había fallecido poco antes de que Ada viniese a
verme.
356
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Haciéndose un lugar
Al haber perdido el instrumento de la escritura por el cual se
procuraba el amor extático del Otro, asegurándose así un lugar
de existente, y afectada en la juntura más íntima de su ser de vi­
vo por carecer de la significación fálica,4 quedaba abocada a su
propia desaparición. Lo único que la retenía era el amor que ella
profesaba a su madre a quien no quería causar más dolor. Apo­
yándome en este punto de tensión máxima para el sujeto, me de­
diqué a «insuflarle vida imaginariamente». El resultado fue evi­
dentemente que no se suicidó, pero también el establecimiento
de un discreto impasse erotómano con relación al analista.
Restablecido y recuperado el momento vital erotómano, la
dirección de la cura consistió fundamen talmente en poner lími­
tes y obstáculos a las derivas del goce -ya que el sujeto carecía
del principio organizador al respecto-, colaborando en resta­
blecer su carretera principal, su conversación principal. Posi­
ción del analista que garantiza el orden del mundo bajo el sem­
blante de un Otro primordial, que aceptando el goce excedido
organiza reglas, reglas universales que tienen que ver con el res­
tituir dicho orden del mundo. Secretario del alienado, orienta­
do por el concepto, advertido de que el problema conceptual
básico en el caso era la dificultad en la reestabilízación de las
sígnificaciones.5
Esto en una dialéctica en la transferencia, no exenta de con­
flicto, al estar la analista incluida en las series psíquicas de profe­
sora y de madre-mujer. Dialéctica entre el amor extático a mí co­
laboración de profesora y el amor erotómano a la madre-mujer.
Se trataba de colaborar en la producción de nuevos capítulos
del mundo imaginario de esta mujer con el apoyo de la transfe­
rencia, más mundos posibles para que la escritora pudiera prose-
4. J. Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de
la psicosis», en Escritos 2 , México, Siglo XXI, 1 985.
5. É. Laurent, «Comment le sujet psychotique peut-il se servir de
nous?», La psychose ordinaire - La convention d'Antibes, págs. 366-369.
AMAR EL AMOR
357
guir en la serie infinitizada de sus producciones. En esa tarea es­
tábamos cuando un verano Ada, la vieja amiga de la universidad,
fue a visitar a nuestra Ada en el pueblo de veraneo. La vieja ami­
ga resultó ser una Licinio y no un hada. Una Licinio que la em­
pujó a la catástrofe.
Cuando nos reencontramos en septiembre, Ada estaba fran­
camente mal. Insomnio pertinaz, pesadillas tremendas en los po­
cos momentos en los que lograba conciliar el sueño, agitación e
inquietud motriz, ataques de pánico según el médico que la
atendió en esos momentos y, sobre todo, miedo a retomar el tra­
bajo, y una vez más las ideas de suicidio. Pensé en ingresarla,
pero finalmente opté por enviarla a un psiquiatra para que se hi­
ciera cargo de la medicación. Dos lugares de saber me iban a
permitir esta vez insuflar vida imaginariamente, evitando el ries­
go de la erotomanía.
Al mejorar, Ada pudo reconstruir lo que fue su experiencia
de iniciación sexual por parte del Otro: un goce fuera de sentido,
fuera del simbólico y correlativo a lo que en él hacía agujero, un
goce que la dejaba suspendida en el tiempo y en el espacio y que
la retrotraía al momento anterior a la construcción de la imagen
indeleble de la escena infantil, al evocar aquella escena infantil de
pérdida de lugar en el Otro (<I>o).
De su trabajo de reconstrucción de lo sucedido y de sí misma,
se volvió a situar en conjunción asintótica el problema del amor
en sus relaciones con el goce sexual. Mantiene el amor a Ada pe­
se a la negativa por parte de ésta de repetir el encuentro sexual,
negativismo debido a que la otra se asustó de las consecuencias
del encuentro y con el cual Ada se protegió, afirmando: «Yo sé
que la amaré siempre aunque para eso tenga que renunciar a las
relaciones sexuales».
Si bien se «reconcilió» con su «homosexualidad latente» (re­
conciliación con el significante y no con el goce, al nombrarse
como tal) , comenzó a enfadarse conmigo porque no lograba re­
cuperar la escritura. Finalmente, tras un largo período de críticas
y objeciones al psicoanálisis, lo contrastaba con otras teorías,
traía artículos, libros al respecto, concluyó que en ella el psicoa­
nálisis no tuvo éxito y que si bien me reconocía como una buena
358
EL AMOR EN LA PSICOSIS
profesional ella sería la única mancha negra en mi carrera. Opera­
ción de remiendo que concluyó la serie transferencia!.
Solución al modo schreberiano que le permitió marcharse.
Lógica del empuje a la escritura -más adelante veremos cómo es­
to la llevó a convertirse en maestra de un taller de escritura- que
al constituir a Ada en la única le posibilitó el establecimiento de
un universo de discurso que garantizaba su existencia. La pacien­
te que /alta necesariamente.
Si hiciésemos aquí una lectura de lo que sería una «evolución
natural» de un cuadro erotómano con las tres fases que describe
De Clérambault,6 podríamos situar en el lugar de la tercera fase,
la del rencor, la formalización por parte de Ada de su lugar en el
Otro: «Única mancha negra». Formalización debida a su fórmula
interpretativa que le permitió fijar un lugar en el Otro que la
mantuviera a distancia de lo mórbido del goce.
El encuentro con la práctica « psi>>, o de la psicoterapia
psicoanalítica
Casi dos años después de nuestra despedida, Ada me telefo­
neó pidiéndome una cita. Accedí. Cuando vino estaba muy mal,
casi perpleja. Me comentó que ya no sabía qué más decirle al psi­
quiatra, que le era muy difícil responder a sus preguntas y que yo
ya sabía de antes que hay ciertas cosas que ella jamás hablaría
con un hombre. Me explicó entonces que a partir de que consen ­
tí en que dejara de frecuentarme, el p siquiatra encargado de la
medicación comenzó a citarla semanalmente.
Ella no lo pudo soportar.
Nuestro psiquiatra, con su furor sanandi, y en rivalidad con el
acomodamiento del sujeto al tratamiento psicoanalítico del goce,
colocó a Ada frente a algo imposible de soportar: la relación se­
xual (Ada carece de la posibilidad del no hay relación sexual),
6. G. G. De Clérambaulr, L'érotomanie, París, Ed. Synrhélabo, Col. Les
empecheurs de penser en rond, Le Plessis-Robinson, 1993 .
AMAR EL AMOR
359
decidiendo una vez más, como otros iniciadores sexuales de esta
mujer, hacer huella de su goce en ella.
Error de cálculo del susodicho psiquiatra.
Haciéndose un nombre
Les presento aquí lo que, cinco años después de nuestro reen­
cuentro, fue una nueva solución de Ada, de cómo ella pudo rein­
ventar un Otro vaciado de goce donde alojarse.
No recuperó la escritura y sin embargo vive de ella.
Conoció a una mujer, Z., al poco tiempo de volver a verme,
profesora en un taller de escritura al cual Ada se matriculó en un
verano. Se enamoró de ella. En lugar de una Licinio se encontró
con una maestra. El romance funcionó durante un tiempo, in­
cluidas unas púdicas relaciones sexuales sostenidas en la ternura.
En un momento dado las cosas se complicaron. Z., la maes­
tra, volvió con un antiguo amor y, por otro lado, Ada perdió su
trabajo, la echaron por reducción de personal.
Sin embargo, esta vez no se quedó sin lugar en el Otro. Ella
seguía siendo la mancha negra en mi carrera. Y así es que desde
que volvió a verme, según ella, abandonamos el psicoanálisis co­
mo tratamiento de su caso y mantuvimos conversaciones destina­
das al comentario de las cosas y avatares de la vida, eso sí, siem­
pre a la búsqueda de un límite, de significaciones estables y de
bordes corporales. Psicopatología de la vida cotidiana a la altura
de la psicosis, clínica seria en psicoanálisis.
En una de estas «conversaciones» me dijo que fue invitada a
participar, esta vez como profesora, en un taller de escritura que
se realizaría ese próximo verano en una ciudad de España. Deci­
didamente la animé a ir. Volvió muy contenta de la experiencia y
con la posibilidad de abrir un taller de escritura como medio de
ganarse la vida.
Hoy en día dirige varios talleres que funcionan, organiza ter­
tulias literarias, con proyección en los mass media, por supuesto
manúene la actividad de cuenta cuentos, y el problema al cual es­
tá entregada es el de la transmisión del amor a la lengua, ya que
3 60
EL AMOR EN LA PSICOSIS
sus alumnos, si bien tienen buenas ideas y manejan bien la gra­
mática, carecen del amor a la lengua. Desplazamiento definitivo
del amor erotómano a la madre mujer.
Por otra parte, los avatares de la vida le hicieron conocer otra
maestra, veinte años mayor, esta vez una sabia en el sexo, con la
que tiene una relación apacible que ella denomina «amistad con
sexo». No es la pasión «loca» que sentía por Ada y por Z., de eso
ella sabe que tiene que cuidarse, es su imposible.
Alumna en el sexo es maestra de escritores por amor a la len­
gua. Anudamiento con prevalencia del registro simbólico. Es un
nombre que anuda tres: alumna en el sexo, maestra de escritores,
amor a la lengua.
CONVERSACIÓN
Lucía D'Angelo: El último caso de esta conversación es el pre­
sentado por Mónica Marín «Amar el amaD>. Está precedido, co­
mo ustedes han visto, por una cita de Rougemont. Voy a introdu­
cir algunas cuestiones que me parecen interesantes para evocar el
diálogo con los casos anteriores.
El primer rasgo que me aparece de «esta contadora de cuen­
tos infantiles» se refiere a la manera, tan diferente, que podría
responder a lo que nos enseñó el psicótico de Eiras sobre la no­
vela infantil. El paciente de Eiras le hubiera dicho que en un psi­
cótico no sólo no existe la novela infantil familiar sino que ha si­
do borrada por el delirio, que él busca fotografías, pequeños
objetos, recuerdos que están en el fondo de los armarios . Pero
precisamente, para esta contadora de cuentos, no hay una meta­
forización de eso sino que ella cuenta. Y no cuenta la serie de los
números sino que hay una p reeminencia, en ese contar cuentos,
de la escritura imaginaria. Esta es una primera cuestión para ha­
cer conversar al paciente de Eiras con el de Marín.
Al iniciar el relato, Marín dice que la presentación del postu­
lado erotómano resuelve para ella si no una duda diagnóstica, sí
un modo de presentación histérica de la paciente y que, por otra
parte, parece explicar la problemática que surge cuando se da
AMAR EL AMOR
361
cuenta de que era homosexual. No se sabe muy bien qué quiere
decir «ser homosexual», es una identificación con la cual alguien
puede presentarse en la consulta, pero que no tiene consistencia
por sí misma. Es lo que Marín llama «la presentación histérica
del caso». Diagnóstico que hay que poder hacer entre una histe­
ria y una psicosis, tanto más en la clínica femenina. Entonces,
cómo acoger esta expresión -que no sé si es de la paciente o es
de Marín- «no tener un lugar donde alojarse» en el Otro, en el
mundo.
Otra cosa interesante -una vez diagnosticada- a partir del
postulado erotómano es la función que cumple la escritura para
esta paciente, lo que Mónica llama la escritura imaginaria, el ras­
go de contar cuentos infantiles que los demás leen, el abuelo, la
madre. Es un punto impresionante de su vida infantil.
Jacques-Alain Miller: ¿Es una erotomanía? ¿Es un postulado
erotomaníaco? No entiendo este privilegio tan grande que se ha
dado a la erotomanía en esta Conversación. En este caso, ¿dónde
está el postulado erotomaníaco?
Mónica Marín: Justamente es lo que me parecía mostrar, el
modo en que ella se conecta, se abrocha al Otro, en ese momen­
to infantil de desaparición donde dice: «El Otro me ama en mi
función de contadora de cuentos».
]acques-Alain Miller: Como decía Dessal, es un uso ampliado
de la palabra «erotomaníaco».
Mónica Marín: Sí, lo he puesto como certeza. Cuando planteo
la frase «el Otro me ama en mi función de cuentista», lo planteo
como una certeza. Vamos a ver la cuestión del postulado, es ver­
dad que lo podemos discutir.
Jacques-Alain Miller: En su reseña del caso tenemos muchos
datos de la homosexualidad. En algún momento después de los
treinta años descubre su amor y su elección de objeto, parece
orientada hacia el objeto femenino. Sobre su psicosis uno no tie-
362
EL AMOR EN LA PSICOSIS
ne, en su texto, la misma riqueza de datos. Es algo para discutir o
para desarrollar. ¿ Hay algunos signos, fenómenos elementales,
síntomas bien delineados? o se trata más bien de inferir la forclu­
sión a partir de una lista de desajustes, a veces poco perceptibles,
pero que se ordenan si uno supone que efectivamente falta un
ordenamiento simbólico esencial. Hay un cierto desequilibrio, en
el texto, entre la abundancia a propósito de la homosexualidad y
la escasez de datos sobre la psicosis.
Lucía D'Angelo: En este punto justamente, Mónica dice que
«al haber perdido el instrumento de la escritura, por el cual se
procuraba el amor extático del Otro, asegurándose un lugar . . . »
quedaba, cada vez, «abocada a su propia desaparición». Enton­
ces el analista dice: «Apoyándome en este punto de tensión má­
xima para el sujeto me dediqué a insuflarle vida imaginariamen­
te». El resultado fue evidente, «no se suicidó>>, pero también
hubo «el establecimiento de un discreto impasse erotómano en
relación con el analista».
Es la única parte en que Marín toma este detalle precioso que
todos querríamos tener en nuestra mano, en cada caso, tanto más
cuando, apoyándose en eso, ella logra parar lo que sería un pasa­
je al acto . . . ¿Cuál fue la maniobra? ¿Qué quiere decir ese «insu­
flar vida imaginariamente» que logra parar un pasaje al acto del
sujeto?
Mónica Marín: La cuestión era la posibilidad de una clínica
de prevención del pasaje al acto. Entonces, la maniobra fue la
maniobra del cuidado. De ofrecerle la posibilidad de un lugar en
el Otro ... Debo decir que fue una indicación del control en aquel
momento. Entonces, aplicadamente, invento la manera de cui­
darla, de darle un lugar, preocuparme por ella, interesarme en
sus cosas. Hacerle notar que todo lo que tenía para decirme era
para mí importante, acogerla.
]acques-Alain Miller: Todo lo contrario de tener una posición
mortificada.
AMAR EL AMOR
3 63
Mónica Marín: Exactamente. Era una apuesta. Efectivamente,
digo una discreta erotomanía de transferencia porque tampoco
fue del orden del acoso, de las llamadas telefónicas, pero sí había
por ejemplo un pedido de aumento de sesiones. Hubo un mo­
mento que venía todos los días de la semana, acepté hasta que la
cuestión del riesgo de suicidio fue desapareciendo. O se instala­
ba en un lugar cerca de mi consulta, pasaba la tarde allí, me veía
como su objeto, si salía, si entraba. . . Digo « discreto» porque fue
más o menos así.
Lucía D'Angelo: Cuando dices «la maniobra», lo entiendo,
pero ¿ cómo se materializó? Es interesante lo del paciente en el
bar de enfrente del analista. Me parece que cuando tú dices «la
maniobra de los cuidados», en los pacientes psicóticos que se
quedan alrededor de la consulta del analista, esa consulta es una
compañía y un cuidado que tiene que ver con esto. Tengo otras
cosas para comentar pero como hay muchas palabras pedidas,
prefiero que la sala se incorpore a la discusión.
Osear Waisman: En este uso extendido que estamos haciendo
de la erotomanía, la lectura del caso de Mónica Marín me sugirió
el de Marta Serra. ¿Dónde está el postulado de la mujer que es­
cribe cuentos, llamada por el Otro a sostenerlo escribiendo cuen­
tos ? Me preguntaba si en ese sentido no podríamos hacer este
uso ampliado del postulado erotómano también en el caso de Se­
rra. Porque el caso de Serra es un individuo que no huele, más
bien es olido hasta por sí mismo. Y en esta manera de ser olido
por sí mismo utiliza el lenguaje de la ciencia y busca explicacio­
nes científicas para poder dar cuenta de en qué consiste esta pro­
ducción y esta percepción del olor. Pero, ¿hasta dónde podemos
llevar la idea del postulado erotomaníaco de forma tan ampliada?
Porque él es olido por los otros, por él mismo; ella es amada, él o
ella son hablados . . . La pregunta es por el límite de este concepto.
José María Á lvarez: Bueno, la consideración que yo quería ha­
cer tiene que ver, en este caso, con la cuestión del diagnóstico,
porque cuando leo el texto me da la impresión de que Marín lle-
364
E L AMOR EN LA PSICOSIS
ga al diagnóstico por un proceso deductivo. Es decir, en el mo­
mento en que aparece lo que ella llama «el postulado». Sin em­
bargo, a mí me interesa más la cuestión que planteaba hace un
momento Miller. Saber si en algún momento aparecen fenóme­
nos elementales de algún tipo, si puedes dar cuenta de ellos. Fe­
nómenos de la serie de la significación personal, más paranoicos,
fenómenos más intrusivos, más esquizofrénicos, o de la serie de
la Grundsprache de Freud, o bien fenómenos también muy típi­
cos de vacío, de enigma y perplejidad. ¿ Has podido constatar, o
incluso presenciar, algo de esto? Porque si no, el caso está relata­
do apres coup como una psicosis pero siempre nos queda, un po­
co, la vacilación de si no es una histeria un poco especial.
Y sobre la cuestión de la erotomanía de la que se habla tanto,
en realidad es también un problema que se discutió mucho en la
clínica clásica, en la medida que Clérambault habla de la eroto­
manía reduciendo determinadas formas erotómanas a una eroto­
manía que él llama pura. Tampoco encontró tantos casos, porque
después tiene que hablar de erotomanías mixtas, asociadas, etc.
Sin embargo, al mismo tiempo que Clérambault planteaba estas
cuestiones, otro autor habla de un tipo de idealistas apasionados
del amor, que no tienen nada que ver con la erotomanía de Clé­
rambault, que son más bien los que aman o idealizan el amor a
otro. Es más, a este segundo tipo de erotomanía a la que se refie­
re Lacan en la tesis de Aimée, y no precisamente a una erotoma­
nía de Clérambault.
Mónica Marín: Es verdad, estoy de acuerdo contigo en que no
es el postulado de Clérambault. Como postulado, la iniciativa es
del Otro, «el Otro me ama». Aquí se puede jugar con lo que
plantea Lacan en el caso Aimée, «ella ama». Pero voy a dar algu­
nos datos más sobre la cuestión de la psicosis, porque me parece
que lo tengo que justificar.
]acques-Alain Miller: No es tanto poner en duda el diagnósti­
co de psicosis como desarrollar esta vertiente, que está más dis­
creta en el texto.
AMAR EL AMOR
365
Mónica Marín: Es verdad que los datos de la psicosis son dis­
cretos, fueron más deductivos, pero hubo dos cosas que subraya­
ría ahora y luego podría dar otros. Un dato importante fue su ex­
periencia del goce sexual: lo único que ella podía decir de esta
experiencia era en relación con su propia desaparición . Las des­
cripciones que hacía, cómo lo fue reconstruyendo. Es decir, que
estaba abocada, digamos, a un goce para ella innombrable. Me
parece un dato importante.
El otro es una cuestión muy pequeña, más allá de lo que se
puede deducir de lo que escribí: una vez, en una sesión, ella hi­
zo un lapsus y, al hacerlo, dijo: «Ah, para el psicoanálisis los lap­
sus son importantes». Y, en el mismo momento que hizo el lap­
sus y dijo esto, se puso de pie y entró en una de esas situaciones
que ella decía del «pánico a dar la clase». Los cuadros y los ob­
jetos del despacho cambiaron de lugar, cambiaron su distribu­
ción espacial. Me dijo: «Has cambiado ese cuadro de lugar y esa
mesa». Es decir, lo que podría ser la división del sujeto en neu­
rosis . . .
]acques-Alain Miller: Ella se pone de pie, mira, y le dice que
todo ha cambiado ...
Mónica Marín: Todo no. Un cuadro de la pared que tenía en­
frente, detrás de mí. Dice: «Este cuadro ha cambiado de lugar».
La configuración de una mesa que estaba ahí había cambiado.
Esto fue lo que dijo. Se agitó mucho.
]acques-Alain Miller: Y el cuadro, ¿había cambiado?
Mónica Marín: No, el cuadro no había cambiado de lugar ni
la mesa tampoco. Y hubo que tranquilizarla. En fin, no sé si te
parece, José María, suficiente.
]acques-Alain Miller: Eso puede no ser suficiente. En el texto
usted alude a los testimonios de su infancia, ella dice que cuando
su madre estaba llorando, el suelo se le movía bajo los pies, que
ella desaparecía. Dado que vivía con su madre, separada del pa-
3 66
EL AMOR EN LA PSICOSIS
dre, excepto los fines de semana en que él se iba de la casa de su
madre para volver al hogar . . . Bien, se puede imaginar que estaba
suspendida al deseo de la madre, mal regulado a pesar de que la
madre vivía ella misma con su padre. Es realmente una pareja
original. Es decir, el hijo va a vivir con . . .
Mónica Marín: . . . su propia madre.
]acques-Alain Miller: Y la madre vive con su propio padre y se
encuentran los fines de semana. Es, por supuesto, una configura­
ción poco sana en términos de metáfora paterna. ¿Qué más pue­
de aportar para este diagnóstico de psicosis? ¿Hay una soledad
tipo psicótica en esta señora? ¿El celibato?
Mónica Marín: ¿De la paciente? No, la fórmula que ella ha
conseguido no es una fórmula de celibato. Creo que son datos
mínimos los que se pueden aportar. Evidentemente, aparecía el
trastorno de la significación. Por ejemplo, la cuestión de las pesa­
dillas. Cuando vino a verme tenía pesadillas, que duraron bastan­
te tiempo, y no podía plantearse nada con relación a si el sueño
quiere decir algo, a poder interpretarlo. Con la pesadilla sola­
mente traía el pánico. El trastorno pertinaz y gravísimo era no
conciliar el sueño para no entrar en la pesadilla.
Jacques-Alain Miller: ¿Ella está medicada ahora?
Mónica Marín: No, estoy hablando del principio.
Jacques-Alain Miller: ¿Fue medicada? , ¿con qué?
Mónica Marín: Fue medicada con neurolépticos a partir del
episodio de la iniciación sexual. Es cuando ella dice que el médi­
co del pueblo le dijo tal y tal.
]acques-Alain Miller: ¿Cuáles eran sus enunciados en este mo­
mento?
AMAR EL AMOR
3 67
Mónica Marín: Ella cuenta lo que le pasó. Lo que describe era
más que angustia, eran trastornos en el cuerpo, fenómenos de ti­
po hipocondríaco que tuvo en esos momentos. Es decir, latidos
del corazón que ella interpretaba como la inminencia de su
muerte. Desorientación en el espacio, inquietud motriz: decía
que no podía parar, que tenía que estar caminando todo el tiem­
po, por el pueblo, porque no podía frenar.
]acques-Alain Miller: Y es el psiquiatra el que lo interpretó co­
mo psicosis.
Mónica Marín: No, no. El médico del pueblo, porque ella es­
taba de vacaciones, le dice que ella sufre de ataques de pánico y
le da una medicación.
Jacques-Alain Miller: ¿Le da neurolépticos contra ataques de
pánico?
Mónica Marín: Sí, le puso Tranquimazin, según recuerdo. No,
Tranquimazin no, unas gotitas, no recuerdo, Meleril ... , gotitas de
Haloperidol.
Jacques-Alain Miller: ¿No hubo propiamente una bou//ée de­
lirante? ¿Cómo se dice en castellano?
Mónica Marin: No, no hubo.
]acques-Alain Miller: No hubo. Hubo agitación y algo que no
encajaba . . .
Mónica Marín: No, bou//ée delirante n o h a hecho.
Araceli Fuentes: Quería preguntar a Mónica respecto a esta
expresión «alumna en el sexo, maestra de escritura». Hemos es­
tado viendo las dificultades que tienen los sujetos psicóticos en el
amor y la sexualidad, esta misma paciente tuvo unos encuentros
que fueron catastróficos para ella. Pero, finalmente, con la última
368
EL AMOR EN LA PSICOSIS
partenaire que tiene -que se describe como «una mujer sabía en
el sexo»- logra acceder a una sexualidad. Entonces mí pregunta
es sí, además de encontrar esa modalidad del amor a la lengua y
esa modalidad de ser la que falta necesariamente en la mancha
negra, el acceso a la sexualidad para la paciente también tiene
que ver con el saber. Porque se presenta como «alumna». O sea
la pregunta es: ¿qué valor tiene esta posición de alumna en el se­
xo? Posición que le permite acceder a la sexualidad, cosa que an­
tes no había pasado.
Mónica Marín: Sí, tiene que ver con el saber. Pero la cuestión
es que ella puede acceder a la sexualidad y tener esta relación
apacible porque lo que queda fuera es la pasión. Ella puede tener
una amistad con sexo, no un amor con sexo. Y, es verdad, cuan­
do ella describe esta última relación, esta señora le enseña cómo
son las relaciones sexuales, la práctica sexual entre mujeres. Ella
lo transmite así.
Horacio Casté: Al contrario de otros casos que se han presen­
tado, éste me parece que conserva bastante la estructura del mi­
to individual del neurótico en relación con la infancia. Los ele­
mentos de la infancia están muy presentes, la novela del
neurótico. Por eso te quería preguntar sobre el término de des­
personalización que utilizas en la escena infantil cuando ella de­
saparecía. A raíz de ello es cuando aparece su actividad cuentís­
tica, la aparición de lo que fue nombrado como postulado, «el
Otro me ama en función de cuentista». Quería ver si esto es una
construcción del análisis o un postulado psicótico. ¿Es durante
el análisis que aparece la solución de esta fórmula? Y ¿ qué rela­
ción tiene esa despersonalización en esa escena infantil con la ini­
ciación sexual? ¿Ella relaciona lo que le pasa en la iniciación se­
xual con aquello que le pasó en la infancia, en el momento de la
despersonalización?
Mónica Marín: Cuando ella describe la salida de la iglesia, el
momento en que la madre está llorando la desaparición del hijo,
del niño en el río, ella describe «el suelo se movía bajo mis pies»,
AMAR EL AMOR
369
quería decirle algo a la madre y no podía hablarle, porque ella
misma desaparecía. Es ahí donde yo planteo la cuestión de la
despersonalización. Su propia existencia queda comprometida
en ese momento, ella dice «el suelo se mueve bajo mis pies», va a
dirigirse al Otro y no puede. Y, «el Otro me ama en mi función
de contadora de cuentos infantiles» es la resolución que esta mu­
jer encuentra para volver a conectarse y engancharse con ese
Otro. Ella no lo relaciona cuando tiene la experiencia de inicia­
ción sexual, no dice: «Me pasó como esa vez». Por eso digo
«evoca» lo que le pasa cuando se queda sin lugar en el Otro. No
es ella la que lo relaciona.
Lucía D'Angelo: A mi me gustaría saber si H. Casté pone el
concepto de despersonalización más del lado de las neurosis que
de la psicosis.
Enrie Berenguer: Hay una cosa que me gusta mucho del título
porque me parece que toca un punto esencial: la recurrencia de
amar el amor. Creo que a veces hay soluciones en las que hay
cierta recurrencia. Cuando uno dice «amar al amor» está dicien­
do que el amor es muy problemático y difícil de sostener. Me pa­
rece fundamental. Es decir, el amor no es algo que aparezca en
este sujeto como algo impuesto, con la fuerza de un postulado,
en el sentido de algo que se impone, sino con una operación del
sujeto que es realmente activa. Cuando ella, evocando esto que
ocurrió a los cinco años, dice «conseguía su amor», es interesan­
te, porque creo que ha marcado el destino de esta mujer. Y justi­
fica que en el tratamiento se pueda aceptar cierto margen, soste­
ner algo del amor en la transferencia, porque no es algo que se le
imponga de una forma brutal, sino que tiene más que ver con un
esfuerzo del sujeto para sostenerse. Hay algo en esta mujer que
es o caer en el agujero de la muerte o el amor. Y ella opta por el
amor.
Para ella el amor aparece más como solución que como mor­
tificación. Entonces, me parece que es un rasgo particular del su­
jeto. Tú lo dices al cabo de una página: «Escribía para lograr el
amor». Y este «lograr el amor» es algo que diferencia a esta mu-
370
EL AMOR EN LA PSICOSIS
jer psicótica de otros psicóticos, donde precisamente el amor no
es algo que se tiene que lograr sino algo que se impone al sujeto
y a lo que el sujeto tiene que responder como puede. Por eso
creo que hay una cierta recurrencia, que tiene que ver con una
posición del sujeto en la que el amor aparece como una construc­
ción, una solución. En ese sentido, que ponga en juego la escritu­
ra de entrada me parece que tiene que ver con esta dimensión de
cierta actividad. El amor ahí aparece como una cierta metaforiza­
ción vinculada a algo de la escritura. Una cierta construcción del
sujeto. Y eso no es lo mismo que tropezar de repente con una es­
pecie de amor que irrumpe y más bien mortifica.
Mónica Marín: Si, estoy de acuerdo. Ella se construye un Otro
del amor.
Lucía D'Angelo: Sí, pero es un Otro del amor a la lengua. De
lo que ella se ocupa es de la gramática . . . Lo que a mí me produ­
ce un interrogante es ¿cuál es la versión ? Porque su amor es un
amor a la lengua y, en ese sentido, me parece que se trata del as­
pecto metafórico, a diferencia del caso de Eiras donde quizás no
está este amor a la lengua.
Mónica Marín: Yo creo que el amor a la lengua es un despla­
zamiento que se consigue a partir de la pérdida de la escritura.
Es lo que posibilita ese desplazamiento de los amores erotóma­
nos, digamos, o que la erotomanía vaya hacia la lengua. Justa­
mente a partir de esta pérdida, porque realmente no recupera la
función de la escritura. Entonces puede entrar en otra cuestión.
Lucía D'Angelo: Realmente para esta mujer el síntoma funcio­
naba: la escritura en tanto que metáfora. Definamos el síntoma
como este aspecto metafórico a descifrar. Hay que decir que no
se curó, todo lo contrario. Y que, sin embargo, encuentra una so­
lución que es ocuparse de la gramática, que es una forma de ocu­
parse del lenguaje pero con un amor a la lengua. No es escribir
para el Otro. No es la carta de amor que siempre encuentra un
destinatario.
AMAR EL AMOR
371
Manuel Fernández Blanco: Creo que desde e l punto de vista
clínico no es una buena idea generalizar la erotomanía. Porque la
idea de que en la erotomanía tiene que existir el carácter perse­
cutorio del amor es precisamente lo que da un carácter de delirio
paranoico erotómano. Me parece que en este caso el amor no es
persecutorio, es más bien un amor estabilizador. Escribiendo pa­
ra el Otro se hace amar por el Otro. Me parece que el carácter
persecutorio no está. Y creo que hay otras formas de amor en la
psicosis, que no se debe reducir el amor psicótico a la erotoma­
nía. Incluso creo que -no sé si interpreté bien, vamos a ver- en
este «el Otro me ama en mi función de cuentista» ella adquiere,
de algún modo, «ser amable para un Otro». Entonces, esa iden­
tificación con la función de cuentista tendría más que ver con
una función del Ideal, tal vez del ideal materno, que le permite
una estabilización, le da una consistencia. El punto de anclaje
que encuentra es ser la cuentista del Otro. Pienso que esto es lo
que repite con la profesora; cuando dices que se procuraba el
amor de la profesora, es decir, había una actitud de buscar el
amor del Otro a través de eso. Bien, a través de este recurso ella
se sostiene fundamentalmente.
Mi pregunta es si el momento auténtico del desencadena­
miento no sería cuando se encuentra con el goce, en esa compa­
ñera que se llama igual que ella y que probablemente era tam­
bién un elemento de estabilización. Vemos que una de las formas
de estabilización posible en la psicosis es la identificación con un
sosías. Y esta mujer es compañera de estudios, se llama exacta­
mente igual que ella. Y cuando esta mujer le dice que es homose­
xual, ella se orienta de esta manera en la sexualidad. Y cuando
aparece, no como una amante profesora tierna, sino como aman­
te de un goce decidido, es cuando ella se desestabiliza. Entonces,
mi pregunta es: ¿no podríamos situar ahí aut'énticamente el mo­
mento de desencadenamiento? Y que la estabilización se produ­
ce de nuevo por un recurso a contar cuentos, a la escritura, el re­
curso en el que se ha sostenido toda su vida.
Mónica Marín: Sí, el punto de desestabilización tiene lugar
en el momento del encuentro con el goce sexual con esa otra
372
EL AMOR EN LA PSICOSIS
Ada, durante el verano. Ese es el punto para ella. La otra cues­
tión, la cuestión del ideal: tenemos que pensar un poco en el
problema entre el amor extático y la cuestión del amor como tal.
Porque ella escribe para el Otro que la ama o para conseguir el
amor del Otro, el problema es que este amor del Otro termina
siendo un amor que la absorbe, como decían en el amor extáti­
co, ella es absorbida por el objeto de amor. Pierde todo, la ra­
zón, la felicidad de su vida, se entrega totalmente. Ese ideal no
la estabiliza.
Jacques-Alain Miller: Este caso ha introducido el elemento de
ser el último que presentamos en esta conversación. Ha introdu­
cido algo que hace pensar en las fórmulas de Mercedes de Fran­
cisco a propósito de las almas gemelas. Algo relativo a personajes
borrosos o mal enfocados en la historia, una cierta indefinición
que no habría, me parece, que conservar para concluir, cuando
hemos estado todo el tiempo enfocados. En la historia de las al­
mas gemelas, como se señaló, había un sólo personaje bien defi­
nido que era la gemela y el resto era un poco flojo, borroso, si no
me equivoco. Entonces, vamos a tratar de sacar aquí, además de
la paciente, algo bien definido. Vamos a suponer que a pesar de
lo borroso de la historia hay un personaje bien definido. Es una
suposición. Y vamos hacia la maleta de cosas fundamentales. En
este caso ¿ dónde está la maleta de cosas fundamentales? Final­
mente, ¿cuáles son los datos duros del caso ? Los datos duros del
caso son los de la homosexualidad.
Esto de una manera simplificada. Pero hay dos tipos de ho­
mosexualidades femeninas. Hay muchos más, pero hay dos tipos
fundamentales. Las homosexualidades femeninas constituidas vía
el padre y las homosexualidades femeninas constituidas vía la
madre.
En las homosexualidades femeninas vía el padre, el paradig­
ma es freudiano, es el caso de la joven homosexual que supone el
amor al padre, la decepción, etc. Este caso de Freud ha sido de­
lineado con una lógica impecable, y en él el sujeto demuestra su
saber hacer con las mujeres. Porque es su saber hacer con las
mujeres lo que demuestra, además, al padre.
AMAR EL AMOR
373
Este caso está claramente constituido sobre la otra vertiente
de la homosexualidad. No hay nada definido, todo está borroso
y claramente aparece constituido del lado de la madre, con un no
saber hacer con las mujeres que está presente desde el inicio.
Con este punto de partida, firme -completamente claro en las
homosexualidades femeninas constituidas vía la madre-, por su­
puesto siempre hay en primer plano el eje imaginario. Y se ve en
este caso que sus amores, sus primeros amores, son narcisistas.
Es la amiga con el efecto de estabilización. Segundo efecto de es­
tabilización con -eso no se puede inventar- Ada bis, con la geme­
la. Se puede decir que ha encontrado en esto a su gemela. Esto
tampoco es borroso de ninguna manera: hay claramente la preva­
lencia del eje imaginario. Cuando se agrega la configuración, muy
especial, de la pareja de los padres, cada uno en su lugar con el
ascendente del otro sexo, se puede decir que -por lo menos- hay
una debilidad de la metáfora paterna. Por lo menos no se ve la
conexión del uno con el otro. Se ve más bien que, en este caso,
los dos sexos quedan separados. «Los sexos no se encontrarán y
las mujeres hablarán a las mujeres». Hay algo que hace prevale­
cer el diálogo con la madre; y el mundo varonil, el mundo del pa­
dre, está aparte. Como si en ese lugar se hubiese forjado la fór­
mula «tú te mantendrás en diálogo con las mujeres». Y buscará
lo que hay que buscar en la vida del lado de las mujeres.
Después se puede hablar de psicosis, pero todo esto son cosas
lógicas y duras. Bien, ¿qué se constata ?. Se hace cuentista, sí. Se
hace cuentista, es decir, se hace leer, se hace escuchar, por parte
de la madre. Por parte del padre no tenemos ningún dato sobre
eso. Y cuando venía el fin de semana no hay ningún recuerdo del
interés del padre hacia ella. En el texto mismo usted dice, a pro­
pósito de esto, que «a través de esos cuentos colaboraba a la re­
solución del duelo materno». Entonces, realmente, el destinata­
rio es la madre.
Bien, a partir de eso se ordenan los datos. Es decir, el primer
destinatario es la madre; el segundo destinatario es la profesora,
para la cual escribe. Es decir, la mujer de autoridad. Tercer desti­
natario: la analista. Claramente, viene a verla primero cuando tie­
ne este encuentro, cuando declara su amor a la amiga y cuando
374
EL AMOR EN LA PSICOSIS
fallece la destinataria profesora. Con esa conjunción viene a ver­
la a usted. Finalmente encuentra su lugar cuando toma como
amante a una mujer de autoridad. Tuvo antes la oportunidad de
tener una amiga gemela como objeto de amor. Ahora las cosas
van bien porque tiene como amante una mujer de autoridad, una
mujer que sabe hacer con las mujeres. Ahí hay que suponer que
para la señora Z. su homosexualidad está constituida por la vía
del padre. No la analizamos , pero sería de suponer.
Entonces, hay una cosa que durante un tiempo no ha encon­
trado en su relación con usted. Ha dejado de tomarla como des­
tinataria y se ha constituido como la mancha negra. Quizás, qui­
zás en la medida que usted no ha hecho función de mujer de
autoridad, cuando ella lo necesitaba así. Y, finalmente, ha recu­
perado la relación.
Este caso tiene una lógica muy fuerte, como los otros, pero
hay que recuperar esa lógica. Ella tiene un partenaire que no es
nada borroso: la mujer de autoridad que encuentra en su madre,
que traslada a la profesora, que traslada al analista y que, final­
mente, encuentra en su última y satisfactoria amante.
Bien, propongo eso como lógica y espero objeciones o confir­
maciones.
Mónica Marín: Claro que estoy de acuerdo con esta lógica. A
mí misma se me aclara una cuestión con el caso. Simplemente un
comentario en relación con lo de la mancha negra. Porque ahí el
problema es haber perdido la escritura. Y es por esto por lo que
ella decide marchar.
Jacques-Alain Miller: Eso fue primero.
Mónica Marín: La primera vez, cuando la mancha negra.
Donde no sé si puedo estar de acuerdo con usted es en la cues­
tión de la autoridad. Es decir, que pareció que ese amor a la len­
gua a ella le daba una posibilidad de seguir en su vida.
Jacques-Alain Miller: ¿En qué momento ocurrió la pérdida de
la escritura?
AMAR EL AMOR
375
Mónica Marín: Cuando vino a verme.
Jacques-Alain Miller: ¿La perdió en el momento de la muerte
de la profesora?
Mónica Marín: En el momento de la muerte de la profesora y
cuando le declara su amor, en esa conjunción . . .
Jacques-Alain Miller: Y usted, ¿le h a pedido que escribiera
para usted?
Mónica Marín: Sí.
Jacques-Alain Miller: Y no funcionó.
Mónica Marín: No funcionó. Las dos o tres veces que le pedí
que escribiera le pasaba como con ese lapsus que comenté. Ella
se veía confrontada realmente con un agujero. No podía.
Lucía D'Angelo: ¿Qué decir y cómo concluir una Conversa­
ción tan estupenda como esta que hemos tenido? Sin ninguna
duda, agradecer en primer lugar a quienes han hecho posible
causar nuestro trabajo, es decir, a las intervenciones y presenta­
ciones de casos. Agradecer a esos casos lo que el sujeto psicótico
nos enseña, no sólo sobre psicoanálisis sino también sobre el
amor. Agradecer su presencia a J acques-Alain Miller, que con es­
ta conclusión ha hecho posible un magnífico cierre. Y la presen­
cia de todos ustedes.
El tema trabajado vectorializa el que se está prosiguiendo en
las Secciones Clínicas de Francia, y que tendrá un lugar eminente
en el Encuentro Internacional de París. La presencia aquí de Ju­
dith Miller, más allá de que ella es una verdadera compañera de
trabajo, tiene que ver con que recordemos esa cita a la que no se
puede faltar. Muchas gracias y hasta la próxima.
Bibliografía sobre
«El amor en la psicosis»
I. De J acques Lacan tenemos indicaciones breves que hay que
dilucidar en todo su alcance. Recomendamos, por tanto, la lec­
tura completa de los textos aquí citados, recopilados por Hebe
Tizio.
«Ciertos rasgos exquisitos de la sensibilidad de nuestra enferma
-su comprensión de los sentimientos de la infancia, su entusiasmo
por los espectáculos de la naturaleza, su platonismo en el amor, así
como su idealismo social, que no conviene tener por vado a causa
de haber quedado sin empleo- se nos muestran, evidentemente,
como virtualidades de creación positiva; y no se puede decir que la
psicosis haya dejado intactas esas virtualidades, puesto que, por el
contrario, es la psicosis la que las ha producido directamente.»
«De la psicosis paranoica en sus relaciones con la
personalidad», en Escritos, México, Siglo XXI, 1 987, pág. 262.
«La relación extática con el Otro es una cuestión que no nace
ayer, pero por haber sido dejada en la sombra durante algunos si­
glos, merece que nosotros, los analistas, que la enfrentamos todo el
tiempo, la retomemos.
En la Edad Media se hacía la diferencia entre lo que llamaban
la teoría física y la teoría extática del amor. Se planteaba así la
cuestión de la relación del sujeto con el Otro absoluto. Digamos,
que para comprender las psicosis debemos hacer que se recubran en
nuestro esquemita la relación amorosa con el Otro como radical­
mente Otro, con la situación en espejo, de todo lo que es del orden
de lo imaginario, del animus y del anima, que se sitúa según los se­
xos en uno u otro lugar.
BIBLIOGRAFÍA SOBRE " EL AMOR EN LA PSICOSIS"
377
¿ Qué dz/erencia a alguien que es psicótico de alguien que no lo
es? La dz/erencia se debe a que es posible para el psicótico una
relación amorosa que lo suprime como sujeto, en tanto admite una
heterogeneidad radical del Otro. Pero ese amor es también un
amor muerto.
Puede parecerles que recurrir a una teoría medieval del amor
para introducir la cuestión de la psicosis es un rodeo curioso y sin­
gular. Es imposible, empero, concebir si no la naturaleza de la locu­
ra.»
El Seminario. Libro 3, Las psicosis, Barcelona,
Paidós, 1 984, pág. 3 63 .
«El carácter de degradación alienante, de locur, que connota los
desechos de esta práctica, perdidos en el plano sociológico, presenta
analogías con lo que sucede en el psicótico, y dan su sentido a la
/rase de Freud que mencioné el otro día, el psicótico ama su
delirio como a sí mismo.
El psicótico sólo puede captar al Otro en la relación con el sig­
nzficante, y sólo se detiene en una cáscara, una evoltura, una som­
bra, la forma de la palabra. Donde la palabra está ausente, allí se
sitúa el Eros del psicótico, allí encuentra su supremo amor.»
Ídem, pág. 3 65 .
<<S'il nous demande notre aide, notre secours, e 'est paree qu'il
croit que le symptóme est capable de dire quelque chose, et qu'il
/aut seulement de déchif/rer. Il en va de meme d'une /emme, a ceci
pres qu'il arrive qu'on croit qu'elle dit e//ectivement quelque chose.
On croit ce qu'elle dit. C'est ce qui s'appelle amour.
Et c'est en quoz� a l'occasion, j'ai qualz/ié ce sentiment de
comique - e'est le comique bien connu, le comique de la psychose.
Voila pourquoi on dit couramment que l'amour est une folie.
La dzf/érence est pourtant mamfeste entre y croire, au symtóme,
o u le croire. C'est ce qui fait la différence entre la névrose et la
CONVERSACIONES CLÍNICAS
378
psychose. Dans la psychose, les voix, non seulement le sujet y
croit, mais il les croit. Tout est la, dans cette limite.»
«Seminario 22: RSI», 2 1 . 1 .75, Ornicar?, no 3 .
«Il est certain queje suis venu a la médecine paree que j'avais le
supfon que les relations entre homme et /emme jouaient un role
déterminant dans les symt6mes des etres humains. Cela m'a pro­
gressivement possé vers ceux qui n 'y ont pas réussz; puisqu'on peut
certainement dire que la psychose est une sorte de faillite en ce
qui concerne l'accomplissement de ce qui est appelé "amour" .
Dans le domaine de l'amour, la patiente dont je vous parlais
pouvait surement en avoir gros contre la /atalité. Etje voudrais ter­
miner avec ce mot.»
Con/érences et entretiens dans universités nord-américaines,
Scilicet 6/7, pág. 16. (Referencia indicada por Vicente Palomera).
II. Otros autores.
Bibliografía preparada por Miguel Bassols
De Clérambault, G. G., «Las psicosis pasionales», en Metáfora y
delirio, Madrid, Estudios Psicoanalíticos, Eolia, Dar, SL,
1 993 .
Cottet, Serge, «Je suis un corps d'officier», Actes de l'École de la
Cause /reudienne, "L'expérience psychanalytique des psy­
choses " , París, ECF, junio de 1 987, págs. 1 1 - 1 3 .
Laurent, Eric, «Déficit o u énigme», La Cause /reudienne, revue
de psychanalyse no 23 , París, Navarin Seuil, febrero 1 993 ,
págs. 3 -4 .
, "Trois énigmes: l e seos, la signification, la jouissance" ,
La Cause Freudienne, Revue de Psychanalyse, no 23 , París, Na­
vario Seuil, febrero de 1 993 , págs. 43 -50.
Miller, Jacques-Alain (1983 ) , « ¡Des-sentido (dé-sens) para las psi­
cosis ! » , en Matemas I, Buenos Aires, Manantial, 1 987.
---
BIBLIOGRAFÍA SOBRE "EL AMOR EN LA PSICOSIS"
379
( 1 986) , «Extimidad», El Analiticón, Barcelona, Publi­
cación de la Fundación del Campo Freudiano en España no 2,
1 987, págs. 1 3 -27 .
( 1 988) , Clínica dz/erencial de las psicosis, Cuaderno de
Resúmenes del Seminario de D.E.A. del Institut du Champ
Freudien, Buenos Aires, enero de 1987 -marzo de 1988, edita­
do por la Sociedad Psicoanalítica Simposio del Campo Freu­
diano, 199 1 . (Traducción: Irene Agoff; revisión: Ricardo Ne­
pomiachi.)
--- ( 1988), «Clinique ironique», La Cause Freudienne, Revue
de Psychanalyse no 23, París, Navarin Seuil, febrero de 1993 .
( 1 989), Lógicas de la vida amorosa, Buenos Aires, Edi­
ciones Manantial, 199 1 .
( 1 997 ) , «Lacan con Joyce», Comentario sobre la confe­
rencia de Lacan «]oyce, el síntoma» en el Seminario interno
de la Sección Clínica de Barcelona, 2 de diciembre de 1 996,
Uno por Uno, no 45, Barcelona, Eolia, 1 997 , págs. 15-34.
Rousselot, Pierre ( 1 908): Pour l'histoire du probleme de l'amour
au Moyen Áge, Münster i. W, Sala-Molins, Louis.
, ( 1 974) La philosophie de l'amour chez Raymond Lulle,
París, Mouton, 1 974 .
Tendlarz, Silvia Elena, Aimée con Lacan, Buenos Aires, Lugar
Editorial, 1 999.
---
---
---
---
---
III. Textos que dan cuenta de las Jornadas de las Secciones Clíni­
cas francófonas:
IRMA. Le Conciliabule d'Angers, Agalma, 1 997 .
IRMA. La Conversation d'Arcachon, Agalma, 1 997 .
IRMA. La psychose ordinaire, Agalma, 1999.
Miller, J.-A. y otros, Los inclasificables de la 'clínica, Buenos Aires,
Paidós, 1 999.
Textes preparatoires a la Journée du ravissement, 200 1 .
Paidós Campo Freudiano
l . Marie-Christine Hamon, ¿ Por qué las mujeres aman a los hombres ?
2. Nathaniel Branden, El arte de vivir conscientemente
6. Rosine y Robert Lefort, Nacimiento del Otro
7. Textos reunidos por la Asociación Mundial de Psicoanálisis,
Los poderes de la palabra
8. Paul Roazen, Cómo trabajaba Freud
9. Textos reunidos por la Fundación del Campo Freudiano,
El síntoma charlatán
10. Henry Rey-Flaud, Elogio de la nada
1 1 . Textos reunidos por la Fundación del Campo Freudiano,
La sesión analítica
12. Jean-Claude Maleval, La forclusión del Nombre del Padre
13. Jacques-Alain Miller,
Cartas a la opinión ilustrada
14. Textos reunidos por la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis
del Campo Freudiano, Coloquio Jacques Lacan 2001
15. Jacques-Alain Miller y otros, La pareja y el amor
16. Primer Encuentro Americano del Campo Freudiano,
Los usos del psicoanálisis
Si desea recibir información mensual de n uestras novedades/publicaciones,
y ser i ncorporado a n uestra lista de correo e lectrónico, por favor envíenos los
siguientes datos a difusió[email protected]
Nombre y apellido, profesión y dirección de e-ma i l .
Jacques-Aiain Miller
otros
y
La pareja y el amor
Conversaciones Clínicas con Jacques-Aiain Miller
en Barcelona
<<Hemos puesto "Relaciones de pareja", en plural,
porque no hay relación sexual, o proporción sexual,
según se traduce: "JI
n'y a pas de rapport sexuel".
No vamos a decir que estos casos lo demuestran,
pero sí que se ubican en el espacio abierto por esta
falta de inscripción de la relación sexual. Por eso,
ninguno de nuestros colegas se refiere a una norma
de la relación de pareja. Tampoco se refieren a una
norma para explicar su caso.
Creo que si hay una riqueza evidente del material
clínico en esta recopilación es porque pueden
estar atentos al detalle, a la cosa rara, a la cosa
fantasmática, al sentido gozado de algunas
expresiones, sin tener que ordenarlo todo en
relación con la desviación de una norma. Nadie
habla en términos de desviación y eso nos parece
natural, pero no olvidemos que hay todo un sector
de la práctica que, por el contrario, está perdido si
no puede referirse a una norma.>>
]acques-Alain Miller
ISBN 950-12-3615-3
9 789501 236156
59015
Descargar