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Fraboschi, Azucena Adelina
Del poder y sus vicios, en la mirada de
Hildegarda, abadesa de Bingen
Stylos Nº 19, 2010
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Cómo citar el documento:
Fraboschi, Azucena A. “Del poder y sus vicios, en la mirada de Hildegarda, abadesa de Bingen” [en línea]. Stylos, 19
(2010). Disponible en:
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/poder-vicios-hildegarda-bingen.pdf [Fecha de consulta: …..]
DEL PODER Y SUS VICIOS, EN LA MIRADA
DE HILDEGARDA, ABADESA DE BINGEN
AZUCENA ADELINA FRABOSCHI 1
RESUMEN: El artículo propone, en su primera parte, la denuncia de la reli­
giosa benedictina Hildegarda de Bingen (siglo XII) sobre algunos vicios que
afectan a las personas que ejercen el poder, y lo hace a través de la corres­
pondencia mantenida con el emperador Federico Barbarroja, el Papa Anasta­
sio (protagonistas ambos de conflictos entre el Papado y el Imperio), el arzo­
bispo Felipe de Colonia y el arzobispo Hartwig, de Bremen, a propósito esta
última de su enfrentamiento con el abad Kuno, de San Disibodo. La segunda
parte analiza estos vicios, incluidos en su obra: Liber vite meritorum (El li­
bro de los merecimientos de la vida), donde presenta en diálogo treinta y cin­
co pares de vicios y virtudes, sus características, causas y el destino de aque­
llos que viven afectados por los mismos.
Palabras clave: Hildegarda de Bingen - Federico Barbarroja - Iglesia - au­
toridad - poder - vicios.
RIASSUNTO: L' articolo proporre, nella sua prima parte, la denunzia delIa re­
ligiosa benedittina Ildegarda di Bingen (XII secolo) su alcuni vizi che ri­
guardano alle persone che esercitano il potere, e lo fa di traverso il carteggio
mantenuto con Federico Barbarossa, il Papa Anastasio (protagonisti entram­
bi dei conflitti fra il Papato el l' Impero), l'arcivescovo Filippo di Colonia e
l'arcivescovo Hartwig, di Bremen, quest'ultima a proposito del suo confron­
to con l'abate Kuno, di San Disibodo. La seconda parte analizza questi vizi,
inclusi nelIa sua opera: Liber vite meritorum (H libro deBe benemerenze de­
Ha vita), dove si presentano in dialogo trentacinque paia di vizi e virtil, le 10­
IUCA
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ro caratteristiche, le loro cause e il destino di coloro que vivono influiti da
loro.
Parole chiave: Ildegarda di Bingen - Federico Barbarossa - Chiesa - Au­
trita - potere - Vizi
1. INTRODUCCIÓN
Hildegarda de Bingen fue una notable abadesa benedictina alemana del
siglo XlI,2 a quien tocó en suerte vivir en una época de serios conflictos de
poder entre el Papado y el Sacro Imperio Romano Germánico, gobernado a
la sazón por el emperador Federico Barbarroja. En el primer cuarto del siglo
el Concordato de Worms (1122), celebrado entre el Papa Calixto 11 y el em­
perador Enrique V, puso fin a la "Querella de las investiduras", protagoniza­
da inicialmente por el emperador Enrique IV y el Papa Gregorio VII, a pro­
pósito de algunas de las disposiciones tomadas por el Papa Nicolás 11 en un
sínodo celebrado en Letrán (1059). Dichas disposiciones estaban relaciona­
das con dos temas claves: la elección del sumo pontífice, que ya no sería
elegido por el emperador -como venía siendo hasta el momento- sino por
Autora de varias obras: Scivias (Conoce los caminos del Señor), Liber vite meritorum (El
libro de los merecimientos de la vida), y Liber divinorum operum (El libro de las obras divi­
nas) configuran lo que se ha dado en llamar la trilogía hildegardiana, sus obras mayores, que
traen las visiones de la abadesa acerca de la Creación, la calda del hombre y la historia de la
salvación hasta la consumación y el destino final. La primera y la tercera de dichas obras es­
tán profusamente ilustradas con bellísimas pinturas de original factura. Otras dos obras son de
carácter científico: Physiea, que trata de los seres naturales, y Causae et el/rae (Las causas y
los remedios de las enfermedades), una obra de medicina. Hay dos vidas de santos (San Disi­
bodo y San Ruperto, patronos de su monasterio de origen y de uno de los dos fundados por
ella, respectivamente), una Explanatio Symboli S. Athanasii (Explicación del Credo Atanasia­
no), otra sobre los Evangelios. Una obra musical: Ordo virtutum (El drama de las Virtudes),
unas setenta canciones litúrgicas reunidas en Symphonie armonie eelestium revelationum (La
armoniosa música de las revelaciones celestiales) y una copiosísirna correspondencia comple­
tan la enumeración de los trabajos Hildegarda, a los que sumamos la fundación de dos monas­
terios: el de Rupertsberg y el de Eibingen.
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los cardenales, y el nombramiento de los clérigos para cargos eclesiásticos ­
y la imposición de la investidura que los significaba-, que sólo podría reci­
birse de manos de la autoridad de la Iglesia, y no de un seglar. 3 Ambas me­
didas recortaban el poder del emperador, quien reaccionó deponiendo al Pa­
pa; éste a su vez lo excomulgó, y de ahí en más se sucedieron Papas y anti­
papas y excomuniones, hasta el ya mencionado Concordato de Worms. Sin
embargo, los enfrentamientos se produjeron nuevamente en el siglo XII, esta
vez entre Federico Barbarroja y varios sucesivos pontífices.
Todo comenzó cuando el Papa cisterciense Eugenio III (1145-1153t
firmó el tratado de Constanza con el entonces rey de Alemania Federico I
Barbarroja, a quien ofreció la coronación imperial a cambio de protección
contra sus enemigos: los rebeldes romanos - encabezados por el clérigo Ar­
naldo de Brescia- y los normandos. De alguna manera esto significaba ir
hacia una situación de protectorado, y no fue un buen acuerdo. 5 Sus conse­
cuencias las padecieron los pontífices que le sucedieron: el Papa Anastasia
(1153-1154) quien, a pesar del rechazo de su antecesor Eugenio 111, confirió
el cargo de arzobispo de Magdeburgo -uno de los cargos más codiciados- al
obispo Wichmann, protegido del rey, quien había ejercido grandes presiones
en ese sentido. De esta forma el papado cedía ante el poder político, la com­
3 Dado que los obispos eran también príncipes del Imperio, con tierras, hombres y bienes, es
decir, con poder, en determinadas circunstancias ello podía traer serias dificultades si sus leal­
tades estaban divididas entre la Iglesia, a la que pertenecían, y el Imperio, en caso de que fue­
ra éste quien les hubiera conferido cargo e investidura. Tal es la razón de la medida tomada
por el sínodo. Pero para el emperador, esto significaba tener enclavados en su territorio seño­
res que, en caso de conflicto, no lo respaldarían a él sino a la otra parte: de alguna manera era
tener al enemigo en casa.
4 El Papa Eugenio (Bernardo Pignatelli de Pisa, abad de San Anastasio en Roma) era un mon­
je cisterciense que ocupó la sede papal desde 1145 hasta 1153. Casi en seguida de su nom­
bramiento tuvo que salir de una Roma envuelta en continuos enfrentamientos entre dos fami­
lias predominantes: los Frangipani y los Pierleoni, que competían por el nombramiento de los
Papas en alianza con diversos príncipes, y durante casi todo su pontificado residió en Francia.
5 De alguna manera, esta situación reeditaba la que había tenido lugar siglos atrás cuando Pi­
pino el Breve (s. VIII), rey de los francos por la usurpación del trono, respondió al pedido de
auxilio del Papa Esteban JI ante la amenaza de los lombardos que marchaban sobre Roma; en
recompensa, el Papa legitimó su poder y ungió a su familia como familia real. Carlomagno, el
hijo de Pipino, se proclamó protector del Papado, al que defendió, pero también sometió. Y en
la Navidad del año 800 el Papa León III lo coronó emperador del Sacro Imperio Romano.
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posición del episcopado alemán quedaba en manos del emperador, y el poder
de Roma quedaba muy debilitado. El Papa inglés Adriano IV (1154-1159),
dando cumplimiento al compromiso contraído por Eugenio I1I, debió coro­
nar a Federico Barbarroja -quien había bajado de Alemania a Roma en
1154- el 18 de junio de 1155, un mes después de la captura y ejecución de
Arnaldo de Brescia.6 Pero luego, y ante el poder cobrado por el emperador,
el Papa y la curia firmaron un concordato con el rey Guillermo I de Sicilia
(Benevento, 1156), que garantizaba al Papa el homenaje del rey normando a
cambio del reconocimiento papal de su título de rey, que así quedaba legiti­
mado. Y no fue ésta la única acción del papado con miras a limitar el poder
del emperador, sino que apoyó a ciudades del norte de Italia que eran hosti­
les al emperador -Milán particularmente-. La reacción de Federico Barba­
rroja no se hizo esperar. Tras una violenta campaña contra Milán logró so­
meterla en 1158, y acto seguido exigió a los obispos italianos un juramento
de fidelidad, con lo que Adriano resolvió excomulgarlo, pero murió antes de
concretar la sanción, medida que su sucesor, Alejandro III (1159-1181) llevó
a cabo. Irritado, el emperador sostuvo contra Alejandro al antipapa Víctor IV
-apoyado por el conjunto de los prelados alemanes-, a cuya muerte eligió a
Pascual III y luego a Calixto III, hasta que se reconcilió finalmente con el
Papa en 1177 -la paz de Venecia-, luego de sufrir serias derrotas en Italia,
ante la Liga Lombarda.
Pero no son los conflictos entre el Papado y el Imperio los únicos que
matizaron la vida del siglo XII, y que involucraron la actividad de Hildegar­
da. La Iglesia también tenía sus grandes dificultades en su seno mismo, en la
persona de sus miembros, y se imponía una acción al respecto. En efecto, un
sínodo celebrado en Pavía hacia el año 1020, presidido por el Papa Benedic­
to VIII y el emperador romano germánico Enrique 11, había subrayado la
obligatoriedad del celibato eclesiástico y dictado resoluciones condenando la
simonía o compraventa de las dignidades en la Iglesia. El sínodo convocado
en Letrán por el Papa Nicolás 11 sumó a las disposiciones mencionadas la
prohibición, para los fieles, de asistir a las misas de los sacerdotes que no
En cumplimiento del tratado de Constanza, el emperador habia puesto fin a la república ro­
mana y a la rebelión de Arnaldo de Brescia; ahora correspondia al Papa cumplir su compro­
miso, ungiéndolo emperador.
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observaran el celibato, lo que equivalía prácticamente a una excomunión. En
el año 1073 asume el trono de Pedro Gregorio VII, quien continúa con gran
fuerza el movimiento de reforma de las costumbres del clero, actitud refor­
zada luego por Urbano 11 (1088-1099). En lo que hace a la pobreza, el clero,
que vivía en el mundo y se veía forzado a manejarse también con sus crite­
rios, sucumbió muchas veces a lo que se manifestaba como las antípodas de
esa pobreza, y se encontró acumulando riquezas, anhelando poder, y olvi­
dando todas las renuncias a las que su estado le obligaba, para servir mejor.
Veamos entonces, en la lúcida mirada de Hildegarda y en su intrépida
intervención epistolar, algunos de los vicios del poder -o por mejor decir, de
las personas que detentan el poder-, en algunos de los protagonistas de su
tiempo.
2. PRIMERA PARTE
2.1. LA ABADESA y EL EMPERADOR
Federico Barbarroja y la abadesa de Bingen tuvieron, inicialmente, una
buena relación, aunque ya por entonces la mirada crítica de Hildegarda ad­
vertía al rey sus faltas, y los peligros que podían acarrearle. Respondiendo a
una invitación del monarca había visitado al por entonces rey en el castillo
de Ingelheim en 1154, ocasión en que le habría vaticinado su coronación
como emperador, ajuzgar por una carta que Federico le envió tal vez al año
siguiente, en que efectivamente ciñó la corona imperial. Pero luego, y debido
a las actitudes del monarca para con la Iglesia, la relación cambió, como lo
muestran las varias cartas que la religiosa le envió, de entre las cuales trae­
mos éstas que ponen en evidencia algunos vicios del poder. En primer lugar,
la segunda carta que dirigió Hildegarda al rey:
Oh Rey, es muy necesario que en tus asuntos seas cuidadoso. En
efecto, en visión mística yo te veo como un niño, y como quien vive
de manera insensata y violenta ante los Ojos Vivientes, en medio de
muchísimos trastornos y contrariedades. Sin embargo, todavía tienes
el tiempo de tu reinado en los asuntos terrenales. Ten cuidado enton­
ces de que el Soberano Rey no te derribe a tierra a causa de la ce-
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guera de tus ojos, que no ven cómo usar rectamente el cetro del re­
ino que tienes en tu mano. Procura ser tal que la gracia de Dios no te
falte jamás. 7
En su personal estilo de religiosa y visionaria -reconocida ya en su
tiempo por autoridades eclesiásticas y laicas, y por el sentir popular-, denun­
cia la conducta del rey, falente en tres puntos propios de un buen gobernante:
el discernimiento de la prudencia, la rectitud de la justicia y la fortaleza para
mantenerse sereno e inconmovible en el obrar según ambas. Los vicios co­
rrespondientes son: la desmesura, la injusticia y la labilidad -motivada por la
falta de verdadera fortaleza interior-, cada uno de los cuales lleva al siguien­
te. Otra carta, apenas una esquela, es más severa:
El que es dice: Yo destruyo la obstinación y en Mi propio nombre
aplasto la rebeldía de aquellos que Me desprecian. ¡Ay, ay de este
mal que acontecerá a los inicuos que Me rechazan! Oye esto, rey, si
quieres vivir; de otra manera, Mi espada te golpeará. s
La abadesa habla con la autoridad que le confieren las revelaciones re­
cibidas desde la que ella llama la Luz Viviente (los Ojos Vivientes de la mi­
siva anteriormente citada). Los vicios que aquí señala son la obstinación y la
impiedad, que se siguen de los anteriormente mencionados. La última carta
que Hildegarda escribió a Federico ya lo hace al que entonces es emperador
del Sacro Imperio Romano, y después que ha elegido a su segundo antipapa. 9
El mensaje de la abadesa constituye una severa advertencia en la que, luego
de referirse a la desobediencia y caída de Adán a modo de contexto, le re­
cuerda sus obligaciones como "juez y guía de su rebaño, para cuyo gobierno
y protección ha sido establecido":
[... ] Oh siervo de Dios, a quien Él mismo creó y redimió con la san­
Carta 313 -al rey Federico-, año 1152-53, p. 74 (CCCM 91b).
Carta 315 -al rey Federico-, año 1164 (?), 1152-59 (?), p. 75 (CCCM 9Ib).
9 En 1159 había nombrado a Víctor IV, contra el Papa Alejandro III; en 1164 designa a Pas­
cual III contra el mismo Sumo Pontífice.
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gre de Su Hijo, pon muchísimo cuidado para que, engañado por las
insidias de los espíritus malignos, no caigas en el lago de la muerte a
causa de tus pecados. Imita tú también en la misericordia al supremo
Juez y Guía, por Cuyo juicio es sepultado en la muerte quien Lo
desprecia y Lo rechaza absolutamente, y por la misericordia de Su
piedad jamás es condenado quien, movido por el verdadero arrepen­
timiento de sus pecados, confiadamente suspira hacia Él.
Debes temer y amar al supremo Juez y Guía, a Cuyo divino poder se
sujetan todas las cosas. Por lo que también está escrito: Alábenlo
'los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y todos los
jueces de la tierra' .10 Pues Él gobierna todo el mundo, lo contiene y
lo sustenta, como un padre a su hijo que por sí mismo nada puede;
porque con paternal ternura provee a todas las necesidades de quie­
nes moran en Él, pues como lo había establecido en un principio, 11
hace que la tierra siempre produzca sus frutos. El mismo Dios, seño­
reando sobre todas las cosas, dispone los caminos de la justicia y las
leyes de Sus preceptos, y Él mismo es el camino de la verdad,12 sin
injusticia alguna, camino en el que nadie puede errar o confundirse.
Pues todo poder y principado l3 existe solamente por ÉI-Quien dis­
pone todas las cosas adecuadamente- y de Él toma su nombre, por­
que según Él deben gobernar, corregir y juzgar a los pueblos, y mos­
trarles los caminos de la verdad y de la justicia. Quien rehúse hacer
esto, será juzgado por el mismo Juez supremo. Pues Dios es justo
juez para todos los que han sido llamados a las bodas de Su Hijo; 14
recibe gozoso a los hijos de las nupcias y también con Su justo jui­
cio dispone que la muerte acoja a quienes llevaron a cabo las obras
de la muerte, porque no realizaron obras de vida.
Pero a ti, oh siervo de Dios, que recibes el nombre de juez conforme
a Él, el Espíritu Santo te enseña para que vivas y juzgues de acuerdo
Sal. 148, 11.
Gén 1, 11.
12 Juan 14,6.
13 Col. 2, 10.
14 Mat. 22, 2-14.
10
II
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con Su justicia; y si así lo haces, jamás serás vencido por tus enemi­
gos, como tampoco jamás pudieron vencer a David, porque fundó
todos sus juicios en el temor de Dios. Confía en Dios e imita a Ja­
cob, quien fue manso y justo, y ofrendó a Dios la décima parte de
todos los bienes que poseía: 15 y tus enemigos no prevalecerán contra
ti. Busca Su justicia y observa Sus preceptos en todos tus caminos y
tus juicios, atráelo a ti con limosnas y piadosas oraciones [.. .].16
Sin saber a qué pecados se refiere la primera parte de la carta, la apela­
ción a la misericordia nos hace pensar en el vicio contrario: la dureza de co­
razón, que siguen a los mencionados en la esquela anterior. En el segundo
párrafo ("Debes temer y amar. .."), y desde la mención del temor de Dios y la
insistencia en recordar al monarca que del Señor procede todo poder, que Su
gobierno reviste la nota y las características de la paternidad con respecto a
la creación, y que la legitimidad del poder está dada por la verdad y la justi­
cia con que proceda el gobernante en función del bien común, podemos
mencionar los vicios que pueden llevarlo a la realización de las obras de la
muerte, por las que merecerá la condenación eterna. Dichos vicios son: la
vanagloria, la mentira, la soberbia, el olvido de Dios y la discordia. El último
párrafo ("Pero a ti, oh siervo de Dios...") es una exhortación que insiste en
las virtudes y actitudes que harán del monarca un buen gobernante.
2.2. LA ABADESA YELPAPA
También escribió Hildegarda al Papa Anastasio, una de las otras partes
del conflicto, una durísima carta en la que en la que alternan la denuncia, la
exhortación y el estilo profético, y en la que entre líneas se lee hasta qué
punto el nombramiento del valido del rey como arzobispo de Magdeburgo
había comprometido la autonomía de la Iglesia y el poder del Papado, tan
duramente recuperados a partir del concordato de Worms. Pero también apa­
recen otros aspectos referidos a la vida del clero y a la disciplina eclesiástica,
15
16
Gén. 28, 20-22.
Carta 316-al emperador Federico -, después de abril de 1163, p. 76-77 (CCCM 91b).
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aspectos que, como hemos visto, venían siendo objeto de reiteradas disposi­
ciones de la jerarquía. La misiva de la abadesa de Bingen, tocando ambos
temas: el tema político (ad extra) de las relaciones entre el Papado y el Im­
perio, y el tema disciplinario (ad intra) de la vida y costumbres del clero, se­
ñala los vicios en los que incurría el Sumo Pontífice en el gobierno de la
Iglesia. Veamos la carta.
Oh tú, que eres la armadura eminente y el monte de la doctrina de la
muy adornada ciudad [la Iglesia] que ha sido constituida en sus des­
posorios con Cristo, escucha a Aquel Quien no comenzó a vivir y
que no se agota en la fatiga.
Oh hombre, que en lo que se refiere al conocimiento lúcido y vigi­
lante te has cansado demasiado l7 como para refrenar la jactanciosa
soberbia de los hombres puestos en tu seno, bajo tu protección: ¿por
qué no rescatas a los náufragos que no pueden emerger de sus gran­
des dificultades a no ser que reciban ayuda? ¿Y por qué no cortas la
raíz del mal que sofoca las hierbas buenas y útiles, las que tienen un
gusto dulce y suavísimo aroma? Tú descuidas a la hija del Rey, esto
es a la Justicia -que vive en los abrazos celestiales y que te había si­
do confiada-, pues permites que esta hija del Rey sea arrojada a tie­
rra, y que su diadema y su hermosa túnica sean destrozadas por la
grosería de las costumbres de aquellos hombres hostiles que a seme­
janza de los perros ladran y que, como las gallinas que en las noches
a veces tratan de cantar, dejan escapar la necia exaltación de sus vo­
ces.
Éstos son simuladores que en sus palabras manifiestan una paz fin­
gida, pero que en su interior, en sus corazones, rechinan los dientes
como el perro, que mueve su cola a quienes le son conocidos pero
muerde al soldado leal que presta su servicio en el palacio del rey.
¿Por qué soportas las malvadas costumbres de esos hombres que vi­
ven en las tinieblas de la estupidez, reuniendo y atesorando para sí
todo lo que es nocivo y perjudicial, como la gallina que grita de no­
El Papa Anastasio tenía alrededor de ochenta años cuando fue elegido el 12 de julio de
1153, y falleció al año siguiente, el3 de diciembre.
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che aterrorizándose a sí misma? Quienes esto hacen son inútiles
desde su misma raíz. 18
Oye por tanto, oh hombre, a Aquel Quien mucho ama el claro y
agudo discernimiento, de manera tal que Él mismo lo estableció co­
mo el más grande instrumento de rectitud para luchar contra el mal.
Tú no haces esto, porque no erradicas el mal que desea sofocar al
bien sino que permites que el mal se eleve soberbio, y lo haces por­
que temes a quienes traman los peores engaños en las asechanzas
nocturnas, amantes más del dinero de la muerte que de la hermosa
hija del Rey, esto es, la Justicia. 19
Pero todas las obras que Dios ha hecho son en extremo luminosas.
Escucha, oh hombre, porque antes del comienzo del mundo el Padre
celestial clamó con gran voz en Su intimidad diciendo: Oh Hijo
Mío. Y el globo del mundo comenzó a existir, comprendiendo 10
que el Padre había dicho. Sin embargo las diversas especies de crea­
turas aún se ocultaban en la oscuridad; pero según aquello mismo
que está escrito: Y Dios dijo: Hágase, aparecieron las diversas espe­
cies de creaturas. Así, mediante la Palabra del Padre y a causa de di­
cha Palabra todas las creaturas fueron hechas según la voluntad del
Padre.
y Dios vio todas las cosas y las conoció de antemano. Pero el mal ni
elevándose ni cayendo puede producir por sí mismo algo, ni hacer ni
crear cosa alguna, porque es nada, o bien solamente cuenta como
una opción engañosa y una opinión contraria [a la voluntad de
Dios], de manera tal que el hombre obra el mal cuando hace esto
18 No se trata aquí solamente de un clero que por apetencias de poder y de riqueza, y por sus
conveniencias personales, generaba escándalo en el seno de la Iglesia, sino también de grupos
heréticos como los cátaros -el movimiento de mayor difusión por entonces, originado en la
ciudad de Albi (sur de Francia), cuyos adeptos profesaban la creencia en un principio del bien
y otro del mal, e incurrían en el desprecio del mundo-, hombres de una proclamada pureza
absoluta que combatían fieramente al clero y sus por entonces relajadas costumbres. Tuvieron
seguidores entre la clase media, las mujeres y también entre cierto clero de las campiñas; es
más, algunos nobles los dejaron actuar con simpatía hacia su causa.
19 Puede ser una referencia al emperador Federico Barbarroja, y también al clero ambicioso de
dignidades y del poder y las rentas que conllevaban, y que alejándolos de la verdad y de la
justicia los llevaban hacia esa muerte en que consiste el pecado.
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que es falaz y contrario.
Dios envió a Su Hijo al mundo para que el demonio -que conoció el
mal abrazándolo y lo sugirió al hombre-- fuera vencido por Él, y pa­
ra que el hombre -que había perecido por el mal- fuera redimido.
Por lo cual Dios rechazó las obras perversas, esto es, fornicaciones,
homicidios, robos, rebeliones, tiranicidios y simulaciones, propias
de los hombres inicuos, porque a través de Su Hijo --Quien dispersó
totalmente los despojos del tirano infernal- las sumió en confusión.
Por eso tú, oh hombre que te sientas en la cátedra suprema, despre­
cias a Dios cuando abrazas el mal; y en verdad no lo rechazas sino
que te besas con él cuando lo mantienes bajo silencio -y lo sopor­
tas- en los hombres malvados. Por esto toda la tierra se turba a cau­
sa de la gran mudanza que producen los extravíos, porque lo que
Dios destruyó, eso es lo que el hombre ama.
y tú, oh Roma, que yaces postrada como moribunda, serás sacudida
de tal manera que el vigor de tus pies, sobre los que hasta hoy te sos­
tuviste, se debilitará; porque tú no amas a la hija del Rey ~s decir, a
la Justicia- con un amor ardiente, sino que la amas como en la lán­
guida tibieza del sueño y la alejas de ti. Por eso también ella quiere
huir de ti, si no la llamas nuevamente. Sin embargo los grandes
montes 20 todavía te ofrecerán ayuda, levantándote y apuntalándote
con la noble madera de árboles magníficos, de manera tal que no
pierdas enteramente todo lo que hace a tu propia honra, esto es, el
ornato de tus desposorios con Cristo, sino que aún conserves algu­
nas plumas de tu esplendor, hasta que venga la nieve de las burlas de
las costumbres diferentes y hostiles, con grande y demente furor.
Cuídate entonces, de unirte al rito de los paganos, cuídate de caer.
Oye por tanto a Aquel Quien vive y no será exterminado. El mundo
ahora vive en la lascivia, luego estará en la tristeza, después en el te­
rror, tal que los hombres ya no se preocuparán por su muerte. En to­
dos estos tiempos hay unas veces tiempos de desvergüenza, otras
tiempos de contrición, y otras veces los tiempos de los rayos y true­
nos de diversas iniquidades. Pues el ojo desea con tremendo ardor,
20
Así llama Hildegarda a los prelados: los grandes montes, o montañas.
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la nariz discierne, la boca mata. 2 ! Pero el pech022 salvará cuando la
aurora aparezca como el esplendor de la primera alborada. Mas lo
que vendrá en el nuevo deseo y en el fervor nuevo, no debe decirse.
Pero Aquel Quien es grande y sin defecto alguno ha tocado ahora el
pequeño habitáculo,23 para que viera los milagros y formara letras
desconocidas y dejara oír una lengua ignorada?4 Y le dijo: Aquél
que tiene la lima25 no descuide la tarea de pulir y adaptar a la voz
humana esto que le dirás, y que te fue revelado en una lengua mani­
festada a ti desde lo alto y no según la forma acostumbrada entre los
seres humanos26 -porque ésta no te ha sido dada-.
Tú empero, oh hombre que te muestras constituido como pastor, le­
vántate y corre velozmente hacia la Justicia, de manera tal que no
seas acusado por el gran Médico (Dios] por no haber limpiado de su
inmundicia a Su redil y no haberlo ungido con óleo. Donde la volun­
tad desconoce los males, y donde el hombre no se entrega a su de­
seo, allí no sucumbe absolutamente en el juicio condenatorio, sino
que purifica la culpa de su ignorancia mediante flagelos.
Por consiguiente tú, oh hombre, quédate en el camino recto, y Dios
te salvará, te conducirá nuevamente a la mansión de la bendición y
la elección, y vivirás eternamente.,,27
Esta secuencia: "el ojo desea con tremendo ardor, la nariz discierne, la boca mata", corres­
ponde a las otras dos secuencias anteriores del mismo párrafo: la primera, la lascivia del de­
seo, la tristeza del discernimiento ante las propias acciones, y el terror de sus consecuencias;
la segunda, la desvergüenza del pecado, la contrición o arrepentimiento en la toma de con­
ciencia, y el consiguiente castigo. La referencia a la boca podría implicar no sólo la palabra
del juicio y la sentencia, sino también la mortal mordedura en que consiste, finalmente, el pe­
cado mismo.
22 El pecho es aquí la sede del corazón, esto es, de la inteligencia y del anlor.
23 La referencia es a Hildegarda y a su conocimiento por modo de visión.
24 La interpretación varía entre quienes entienden que se trata de una lengua misteriosa (re­
cordemos que Hildegarda tiene una obra titulada Lingua ignota, aún no enteramente descifra­
da, ni en cuanto a su contenido, ni en cuanto a su finalidad), y quienes dicen que se trata del
latín, lengua que la abadesa no dominaba en cuanto a corrección y estilo.
25 El secretario de Hildegarda, el monje Volmar.
26 En la Vita 2, 1, p. 21: "[...] que no le dirás en la lengua latina -porque ésta no te ha sido da­
da [... j".
27 Carta 8 -al Papa Anastasio-, años 1153-54, p. 19-22 (CCCM 91).
21
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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Texto de compleja intelección por su estilo retórico, propio de la época
y del ámbito monástico. No es aquí nuestro cometido analizarlo, sino tan só­
lo discernir en él el tema que nos ocupa: los vicios del poder.
Cuatro imágenes aparecen en el primer párrafo ("Oh tú, que eres la ar­
madura eminente ..."), que subrayan las falencias del Romano Pontífice en su
actuación como gobernante de la Iglesia. La armadura eminente habla de
fortaleza invencible; el monte de la doctrina hace referencia a la luminosidad
de la verdad, luz puesta en alto para iluminar a los hombres (Mat. 5, 14-16);
la ciudad constituida en sus desposorios con Cristo indica el origen divino
de la Iglesia, y Aquel que no se agota en la fatiga señala la laboriosidad in­
deficiente de quien gobierna. Ésta es como la hoja de ruta de la carta, y su
paisaje.
El vicio que primero aparece y muy fuertemente es lo que Hildegarda
llamará la flojedad de ánimo; en relación con ésta tenemos la indolencia y la
injusticia denunciadas en el segundo párrafo ("Oh hombre, que en lo que se
refiere ... "), en claro contraste con la fortaleza y la laboriosidad. En el cuarto
párrafo ("Oye por tanto, oh hombre, a AqueL") encontramos la referencia a
la racionalidad28 y al discernimiento,29 en virtud de los cuales el Pontífice
En Scivias dice Hildegarda a propósito de la mcionalidad: "Pero el animal racional, que es
el hombre, tiene entendimiento y sabiduría, discernimiento y recato en sus obras, porque actúa
mcionalmente, y esto es la primem raíz que la gracia de Dios plantó en todo hombre cuando
despertó su alma a la vida. Por consiguiente estas capacidades mencionadas cobran fuerza y
florecen en la racionalidad, porque por todas ellas los hombres conocen a Dios, de manem tal
que puedan querer lo que es justo." (Ibíd. 3, 5, 32, p. 430). Yen Liber divinorltm operltm lee­
mos: "Hagámoslo también a semejanza nuestra, para que con ciencia y prudencia entienda y
juzgue sabiamente lo que ha de hacer con sus cinco sentidos, de manem tal que también por la
mcionalidad de su vida -que se oculta en él y que ninguna criatura, en tanto permanece oculta
en el cuerpo, puede ver- sepa señorear sobre los peces que nadan en las aguas y sobre las aves
en el cielo [... ]." (lb íd. 2, 1,43, p. 328).
29 En Liber divinorltm operltm Hildegarda atribuye a la nariz el discernimiento y, a partir de
allí, la sabiduría: "En la nariz se manifiesta la sabiduría, que es la perfumada disposición de
todas las ciencias o conocimientos, de manera tal que el hombre conozca por su aroma la or­
denación de la sabiduría. Pues el olfato se extiende hacia todas las cosas atmyéndolas a fin de
saber qué son, y cómo son." (lb íd. 1, 4, 105, p. 250). Pero la sabiduría de la que aquí se habla
no es la propia de un conocimiento teorético, sino que se refiere a un conocimiento práctico
moral: la prudencia, que significa~1 discernimiento como conocimiento ponderativo de la rea28
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AzUCENA ADELINA FRABOSCHI
debería mostrar a los hombres las realidades celestiales, e iluminar desde
ellas la vida y el caminar de la creación toda hacia su fin último; pero aquí la
carta apunta a una actitud muy diferente, en la que no cuesta mucho distin­
guir los vicios de la mentira y la preocupación por las cosas terrenales.
Los párrafos quinto ("Pero todas las obras que Dios ..."), sexto ("Y Dios
vio todas las cosas ...") y séptimo ("Pero Dios envió a Su Hijo ...") proporcio­
nan un contexto en el que se da la ponderación de la obra de Dios como lu­
minosamente verdadera y buena, la alusión a la presencia del mal y su ac­
ción engañosa y destructiva, y la redención del hombre por obra del Verbo
Encarnado, con la consiguiente derrota del Maligno. Dijimos que se trata de
un contexto, pero contexto ¿de qué? De los párrafos subsiguientes, esto es,
del párrafo octavo ("Por eso tú, oh hombre que te sientas ...") y del noveno
("Y tú, oh Roma, que yaces ... ") ~onde Roma es la ciudad, sí, pero también
la Iglesia-, en los que aparecen la vanagloria de quien se presenta como
maestro sin actuar como tal, y la infidelidad de la desposada con Cristo, Cu­
yo abrazo traiciona y Cuyo beso rechaza. 30
2.3. LA ABADESA y EL ARzOBISPO
En ocasión de la contextualización de la carta de Hildegarda al Papa
Anastasio mencionamos el alicaído estado del clero, objeto de reiteradas ad­
lidad, pero también la decisión que da una dirección operativa al discernimiento. A esto se
refiere precisamente la virtud de la prudencia que, como dice Josef Pieper, "en cuanto recta
disposición de la razón práctica -la razón que en su uso práctico rige el obrar humano y el
quehacer del hombre- tiene, como ésta, un doble rostro. Es cognoscitiva, y tiene carácter de
decisión. Se dirige a la realidad de manera perceptiva, y al querer y al obrar como imperati­
va." (PIEPER, JOSEF. Tratado sobre las virtudes. 1. Virtudes Cardinales, p. 47).
30 Estos vicios contrarían el designio creacional significad() en el contexto que hemos señala­
do, y que podemos resumir en estas palabras de la abadesa de Bingen: "Cuando Dios observó
al hombre, Le agradó sobremanera, porque lo había creado con el ropaje de Su imagen y se­
gún Su semejanza, ya que el hombre había de proclamar, por el instrumento de su voz racio­
nal, todas Sus maravillas. Pues el hombre es la plenitud de la obra divina, porque Dios es co­
nocido a través del hombre y porque Dios creó para él todas las criaturas y le concedió, en el
beso del verdadero Amor, proclamarlo por su racionalidad, y alabarlo." (Líber divinorum ope­
rum 1,4, lOO, p. 243).
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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vertencias por parte de la abadesa, advertencias que a veces se dirigían a los
sacerdotes mismos, pero más a menudo a las autoridades eclesiásticas, a las
que correspondía velar por quienes estaban puestos bajo su obediencia. Ve­
remos pues, dos cartas dirigidas al mismo destinatario, Felipe, arzobispo de
Colonia, escritas entre los años 1167 y 1173, en las que podemos observar
los vicios del poder que allí se denuncian.
En su primer párrafo, la primera de las cartas insiste sobre dos temas ya
vistos en la epístola al Papa Anastasio: se trata de la obligación que tiene la
luz de resplandecer e iluminar, y de la necesidad de la armadura protectora y
defensiva para el soldado que ha de librar duro combate. Estos dos tópicos
enmarcan el contenido de la carta que ahora leemos:
En la mística espiración de la verdadera visión vi y oí estas palabras,
pues el Amor ardiente, Quien es Dios, te dice: ¿Qué nombre puede
dársele a una estrella que brilla bajo el sol? Se la llama 'luminosa',
porque gracias al sol resplandece con más luz que las otras estrellas.
¿Pero cómo podría ser que la misma estrella ocultase su luz de ma­
nera tal que brillara menos que las otras estrellas menores? Porque si
esto hiciera no tendría ese glorioso nombre suyo sino que se la lla­
maría 'ciega' ya que, aunque se dijera luminosa, no se vería su luz.
Asimismo el soldado que viniera a la batalla sin armadura, con toda
seguridad sería aplastado por sus enemigos, porque su cuerpo no es­
taría defendido por la coraza, ni habría puesto yelmo sobre su cabe­
za ni protegido con el escudo, por lo que caería en medio de gran
confusión y angustia.
Pero tú, que eres llamado 'estrella luminosa' en razón de tu ministe­
rio episcopal, y que desde el altísimo oficio sacerdotal irradias tu luz
-que son las palabras de la justicia-, no la ocultes a tus subordina­
dos. Pues en tu corazón a menudo dices: 'Si yo amedrentara a mis
subordinados con mis palabras, me tendrían por fastidiado, porque
no puedo prevalecer sobre ellos. ¡Ojalá, callando, pudiera conservar
su amistad!' Pero a nada te conduce hablar y actuar de esta manera.
¿Qué hacer entonces? No los atemorices a causa de tu oficio episco­
pal y de la nobleza de tu persona con aterradoras palabras, apode­
rándote de ellos violentamente como un halcón, ni con palabras da-
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AzUCENA ADELINA FRABOSCHI
ñinas los golpees, como con una maza; antes bien, mezcla las pala­
bras de la justicia con la misericordia y úngelos con el temor de
Dios, mostrándoles cuán peligrosa es la injusticia, para sus almas y
para su felicidad. De seguro, ciertamente, con toda seguridad que así
te escucharán.
No te mezcles con ellos en sus costumbres descuidadas y sucias, e
inestables, ni consideres qué les agrada o desagrada, porque si haces
esto aparecerás como por debajo de ellos a los ojos de Dios y de los
hombres, pues tales actitudes no convienen a tu persona. Fijate tam­
bién que los animales que rumian son macerados si el forraje [con
que se los sustenta] se hubiera mezclado con el alimento con que se
ceba a los puercos. Así también tú, si te unieras a la compañía de los
pecadores y a sus costumbres deshonestas, te ensuciarías. Los hom­
bres malvados se alegrarían por ello y se turbarían los hombres rec­
tos, diciendo: '¡Ay, ay, qué clase de obispo tenemos! Su luz no brilla
para nosotros en los caminos rectos de la justicia.'
Toma pues a tu pueblo y apártalo de su funesta infidelidad, para que
así no te encuentres sin la armadura de la fe, y muéstrale el camino
de la justicia según las Sagradas Escrituras. Pon sobre tu cabeza el
yelmo de la esperanza y ante tu cuello el escudo de la verdadera de­
fensa,3l para que en todos los peligros y adversidades seas el defen­
sor de la Iglesia, venciéndolos. Ten la luz de la verdad de manera tal
que aparezcas como un soldado probo en Mi milicia -Yo soy el
amor verdader032- y para que, en medio de un mundo que naufraga
y en las duras batallas contra la iniquidad, seas fuerte y activo, y fi­
nalmente resplandezcas como luminosa estrella en la eterna felici­
dad.
Ahora tú, oh padre, que te encuentras en el oficio pastoral, no des­
deñes la pobreza del ser humano que te escribe estas cosas, porque
no las he dicho ni enviado por mí misma ni según hombre alguno
sino que, porque me ordenaste que te escribiera algunas cosas, las he
escrito del modo como las vi y oí en una visión verdadera, despier­
31 Ef. 6, ll-l7.
321Juan4,8y 16.
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tos y atentos el espíritu y el cuerpo.33
En continuidad con los temas que hemos destacado en el primer párrafo,
el segundo párrafo ("Pero tú, que eres llamado 'estrella luminosa' ... ") señala
uno de los deberes del ministerio episcopal: enseñar la justicia, practicar la
justicia. Es con relación a esa obligación que afloran las falencias del digna­
tario eclesiástico. Porque en las palabras que la abadesa le atribuye encon­
tramos la flojedad de ánimo que busca la aprobación ajena a costa de omitir
la enseñanza y la corrección fraterna. Y en la advertencia acerca del trato pa­
ra con quienes le están sujetos, y en la recomendación de la misericordia,
vemos la soberbia del prelado unida a la dureza de corazón. En el tercer pá­
rrafo ("No te mezcles con ellos ...") sigue presente la flojedad del ánimo,
aliada con la mentira de un trato y una apariencia común con ese clero de­
plorable cuya amistad se desea, aun a costa del escándalo de la feligresía.
El cuarto párrafo ("Toma pues a tu pueblo ...") corresponde al otro tema
señalado en el comienzo: la necesidad de la fortaleza como armadura para
luchar contra el mal que acecha y arremete contra el pueblo fiel: eclesiásti­
cos y laicos. Y nuevamente aparecen como un trasfondo la flojedad de áni­
mo y la negligencia o desidia del arzobispo.
La carta que acabamos de ver reviste el carácter de una advertencia sua­
ve, acompañada de una exhortación. No es éste el tono de la segunda carta
dirigida a Felipe de Colonia, muy dura y urgente en su pedido de conversión.
De acuerdo con una costumbre propia de la literatura monástica, y muy suya,
comienza con una a modo de parábola, para realizar luego la exégesis de la
misma, y arribar a su aplicación. Veámosla.
Oh tú, que te encuentras en aquella dignidad que proviene de Dios y
no de los hombres, porque Dios, Quien rige todas las cosas, dispone
a los hombres para que sean Sus vicarios, por lo que también tú con­
sidera de qué manera te hallas en representación de Cristo.
Pues en una visión yo vi como un sol que refulgía con gran ardor
sobre el lodo lleno de gusanos, que se erguían en su alegría por el
verano pero luego, no pudiendo sufrir más la quemazón del calor,
33
Carta 16r-a Felipe, arzobispo de Colonia-, años 1167-73, p. 49-51 (CCCM 91).
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tornaron a esconderse, por lo que aquel barro emanó gran hedor. Vi
también que el sol brillaba sobre un huerto en el que crecían rosas,
lirios y toda clase de plantas aromáticas, y gracias al calor del sollas
plantas florecieron, y las hierbas se fortalecieron y multiplicaron sus
raíces, dando un delicioso perfume, de manera tal que muchos hom­
bres, inundados con esta suavísima fragancia, se llenaron de gozo
por este huerto como si fuera el Paraíso. Y oí una voz que de lo alto
te decía: 'Considera, oh hombre, si quieres elegir permanecer en el
mencionado huerto de delicias, o yacer en el hediondo estiércol con
los gusanos; y si es más saludable para ti ser un templo elevado y
bellamente adornado con sus torres, a través de cuyas ventanas pue­
den verse los ojos de las palomas,l4 o ser una mísera casucha techa­
da con paja, en la que apenas cabe el campesino con su familia.
El lodo con los gusanos es la raíz primera del pecado original, surgi­
da por el consejo de la antigua serpiente,35 a la que sofocó la natura­
leza virginal, cuando el Hijo de Dios nació de la Virgen María. En
Él surgió el huerto de todas las virtudes, a Quien también deben imi­
tar los obispos. También a ellos les conviene ascender al egregio
templo mediante la elevada enseñanza propia del oficio episcopal, al
modo como también la paloma mira con sus ojos hacia lo alto, y no
como los ojos del ave rapaz: esto es, no deben actuar según las cos­
tumbres mundanas, causando heridas que no ungen con óleo.
Líbrate también de los groseros hábitos de la avaricia, de manera tal
que no acumules más de lo que tienes: porque la avaricia siempre es
pobre y necesitada, y tampoco experimenta el gozo del pobre a
quien le es suficiente con lo que posee. Por eso dispersa la avaricia
como si fuera paja y pisotéala, porque desbarata todas las conductas
honestas, como la polilla destruye la ropa. La avaricia siempre men­
diga, y es como la mísera choza del campesino, que no tiene lugar
Canto 1, 14; 4, 1. Los ojos de las palomas, vistos a través de las ventanas de la torre, pueden
significar las almas puras y sencillas confiadas a su cuidado, y que el prelado contempla desde
la elevación de la dignidad a él conferida por disposición divina. Por contraste, vivir en el
hacinamiento de la casucha a ras de tierra es hacer caso omiso de dicha disposición, y tener
comercio o mezcla con los pecadores y sus vicios.
35 Apoc. 12, 9; 20, 2.
34
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donde pueda observar con decoro sus costumbres. Tú yaces junto a
esta choza como un montículo de tierra que los gusanos, cavando,
remueven: significa que muchos obispos, que debieran elevar el es­
píritu de los hombres mediante la recta enseñanza de la doctrina,
ponen sus pensamientos en sus bienes y no se fijan en las palabras
que deberían decir a otros, o en aquellas por las que ellos mismos
deberían ser reconfortados.
Oh padre, en verdad te digo que vi y oí todas estas palabras en una
visión verdadera, y las he escrito por tu petición y mandato. Por
consiguiente, no te asombres de ellas, pero reflexiona sobre toda tu
vida, desde tu niñez hasta hoy. Cambia también tu nombre, para que
de lobo te hagas cordero, porque el lobo gustosamente se apodera
del cordero. Y toma parte en el banquete del hijo pródigo, quien co­
rrió hacia su padre para confesar sus pecados diciendo: Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti. 36 Por él todos los coros de los án­
geles se alegraban, maravillándose porque después de la maldad de
sus pecados Dios le había otorgado perdón y gracia tan grande. Así,
hazte provisión de flores y de hierbas aromáticas para que el pueblo
se regocije gracias tu suave aroma, porque tiene un pastor digno y
conveniente, y para que merezcas oír la voz del Señor: Bien hecho,
siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor37 • 38
Los vicios que aquí se denuncian aparecen prácticamente mencionados
por sus nombres. Así, en los párrafos segundo ("Pues en una visión yo vi ...")
y tercero ("El lodo con los gusanos ...") vemos planteada la opción entre el
amor a Dios y la alegría por la deseada bienaventuranza celestial, y el amor
mundano que se queda enredado en la preocupación por los intereses terre­
nales, a lo que sigue la impiedad como el desconocimiento de Dios y la ne­
gación de la obediencia que Le es debida. El cuarto párrafo nos habla de la
avaricia, y del deseo insaciable o avidez de bienes, en detrimento de las pro­
pias obligaciones y del bien del prójimo. Finalmente, en el párrafo quinto
Lue. 15, 18 Y 21.
Mat. 25, 21.
38 Carta 17 -a Felipe, arzobispo de Colonia-, años 1170-73, p. 51-53 (CCCM 91).
36
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("Oh padre, en verdad te digo ...") y bajo la figura del lobo se alude a la des­
mesura, siempre atenta a apoderarse, arrebatándolo, de cuanto le sea posible;
y en el recuerdo de la parábola del hijo pródigo parece exhortar a abandonar
el vicio contrario, esto es, la obstinación en el pecado.
2.4. LA ABADESA y EL ABAD
Los destinatarios de las cartas que acabamos de ver son dignatarios de
suprema autoridad y poder, como el emperador y el Papa, o bien de muy alta
jerarquía, como el arzobispo de Colonia, y la abadesa se dirige a ellos con
referencia al modo como cada uno de ellos ejerce la tarea de gobierno que le
compete. Lo hace de manera objetiva, y sin interés personal alguno. No
acontece lo mismo con la carta que veremos a continuación, dirigida a Hart­
wig, arzobispo de Bremen, pero referida al abad Kuno, de la abadía de San
Disibodo, primera casa religiosa en la que vivió Hildegarda. Las circunstan­
cias que dieron lugar a esta misiva son toda una historia, cuyo conocimiento
se torna necesario para entender su sentido.
En 1150 Hildegarda se abocó a la fundación de su propio monasterio en
San Ruperto, circunstancia que le trajo muchos problemas con su anterior
convento, que no quería dejarla. marchar por motivos de conveniencia eco­
nómica, y de prestigio. Hildegarda, con sus visiones, sus escritos, su música
y la correspondencia que llegaba a ella de todas partes del mundo conocido y
de los estratos sociales más diversos, era un foco de atracción del que no
querían desprenderse. Pero esto no era todo. San Disibodo, aunque por sus
dimensiones -que habían quedado inadecuadas frente al crecimiento de la
población del monasterio- les estaba haciendo sentir estrechez, era sin em­
bargo un lugar bien construido y confortable; Rupertsberg era un lugar in­
hóspito, abandonado, en el que había mucho que trabajar antes de hacerlo
habitable. Pero a pesar de que la nueva fundación y el lugar le habían sido
mostrados por Dios en una visión, el abad y los religiosos se opusieron con
todas sus fuerzas. Sin embargo, el proyecto prosperó, aunque no sin dificul­
tades, porque debido a la gran diferencia que había entre los dos monasterios
en punto a las comodidades para la vida cotidiana, una parte de las religiosas
abandonó el lugar, cosa que significó un duro golpe para la abadesa. A esto
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se sumó la defección de la religiosa Ricarda von Stade -hija de la marquesa
von Stade y hermana de Hartwig, arzobispo de Bremen-, quien fuera por
años su confidente y colaboradora y que, impulsada en gran parte por las
ambiciones de su propia familia, se trasladó al convento de Bassum para
ocupar allí -aunque era para las monjas una perfecta desconocida- el cargo
de abadesa.
Hildegarda se opuso a ello por todos los medios. Tengamos en cuenta
que la abadesa estaba llevando a cabo una lucha muy fuerte, tremenda, co­
ntra la corrupción del clero y de los religiosos, que era grande en su época. Y
la juventud excesiva de Ricarda en función del cargo de abadesa para el que
se la postulaba, su inexperiencia en funciones de gobierno y el desconoci­
miento absoluto del monasterio al que se la quería destinar (en realidad, su
hermano era quien le había conseguido un cargo de abadesa, de mayor figu­
ración sin duda alguna que el de simple secretaria, que era el que desempe­
ñaba) hacían pensar en las motivaciones no religiosas sino mundanas que allí
se estaban manejando, y también en la ineptitud de la joven noble, que ter­
minaría perjudicando así no sólo a sí misma sino a todas las religiosas del
monasterio. O sea que Hildegarda ve también allí corrupción presente y futu­
ra, y por eso se opone. Por esos mismos días una parienta de Ricarda, más
joven que ella, estaba tomando posesión de otro monasterio, conseguido
igualmente por influencias. O sea que dos mujeres demasiado jóvenes, por
influencias de tipo político-religioso, estaban haciéndose cargo como abade­
sas de dos monasterios, en tiempos muy difíciles aun para mujeres de mayor
edad y experiencia. Hildegarda dice haber visto el grave peligro que esta si­
tuación entrañaba para ellas y para las personas que ellas deberían gobernar.
Tal es el contexto de la carta que veremos a continuación.
Oh laudable dignidad -necesaria al hombre- que por el oficio ponti­
fical detenta la sucesión del Dios altísimo. Que tu ojo vea a Dios y
tu inteligencia conozca Su justicia, que arda tu corazón en el amor
de Dios de manera tal que tu alma no desfallezca. Con suma diligen­
cia edifica la torre de la Jerusalén celestial, y Dios te dé como ayuda
a la dulcísima, materna Misericordia. Sé luminosa estrella que brilla
en medio de las tinieblas nocturnas de los hombres malvados, y sé el
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ciervo veloz que corre hacia la fuente de agua viva. 39 Mira con cui­
dado, porque en estos días muchos pastores son ciegos y cojos y la­
drones del patrimonio de la muerte, sofocando la justicia de Dios.
Oh estimado, tu alma me es muy amada a causa de tu familia. Ahora
escúchame, postrada a tus pies con lágrimas y quebranto, forque mi
alma está extremadamente triste: cierto hombre horrible4 apartó a
nuestra queridísima hija Ricarda de mi consejo y mi voluntad y de
los de mis otras hermanas y amigos, separándola de nuestro claustro
en virtud de su voluntad temeraria. Porque Dios sabe todas las cosas,
sabe dónde es útil el cuidado pastoral, por lo que el hombre fiel no
da vueltas buscando lugares y cargos de preferencia, ya que si con
espíritu inquieto lo hiciera, queriendo ser maestro, más desearía la
voluptuosidad del poder que prestar atención a la voluntad de Dios;
hay en él un lobo rapaz,41 y su alma jamás busca los bienes espiri­
tuales con sincera lealtad: allí hay simonía.
De donde no era necesario que nuestro abad, en su obcecación e ig­
norancia, destinara a un alma santa a esta empresa, y a semejante
temeridad propia de un espíritu enceguecido. Si nuestra hija hubiese
permanecido tranquila, Dios la hubiera preparado para su gloriosa
Voluntad.
Por eso me dirijo a ti, que te sientas en el trono episcopal según el
orden de Melquisedec: 42 y te ruego por Aquél Quien entregó Su vida
por ti, y por Su nobilísima Madre, que me envíes a mi queridísima
hija, porque yo no dejo de lado la elección de Dios ni la contradigo
dondequiera que fuere. Y así que Dios te dé la bendición que Isaac
Sal. 41, 2.
Este hombre es el abad Kuno. Dado que la marquesa von Stade apoyaba en un todo a Hil­
degarda -y su apoyo incluso material se marchaba con ella a San Ruperto-, no sería extraño
que Kuno hubiera querido crear un lazo de favores (la propuesta o el apoyo al nombramiento
de Ricarda como abadesa) para retener la benevolencia de la marquesa quien, sin duda alguna,
adhirió a la promoción de su hija y la alentó, desoyendo las protestas de Hildegarda, quien
argumentaba válidamente la extrema juventud de la joven por un lado y la intención de la
propuesta por el otro.
41 Gén. 49, 27.
42 Sal., 109, 4.
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dio a su hijo Jacob,43 y te bendiga con la bendición que a través de
Su ángel dio a Abraham por su obediencia.44
Ahora óyeme, no deseches mis palabras como lo hicieron tu madre,
tu hermana y el conde Hermann. No te hago injuria ignorando la vo­
luntad de Dios y la salvación del alma de tu hermana, sino que su­
plico pueda yo ser consolada por su intermedio, y ella por mÍ. Lo
que Dios ha ordenado, no lo contradigo.
Que Dios te dé la bendición del rocío del cielo,45 y todos los coros
angélicos te bendigan, si me escuchas a mí, sierva de Dios, y cum­
ples la voluntad de Dios en esta causa. 46
Nuevamente, el primer párrafo ("Oh laudable dignidad ... ") brinda las lí­
neas directrices del resto de la carta: aquel que gobierna ha de tener en todos
sus actos conciencia de la presencia de Dios, el discernimiento de la justicia,
la inspiración y el aliento del amor divino, la fortaleza y la diligencia en el
cumplimiento de su labor, y todo ello con el acompañamiento de la miseri­
cordia. Y ya aquí aparece la referencia a los malos pastores, los que no quie­
ren ver ni brindar a otros la luz de la verdad, los que carecen de rectitud en el
obrar, y actúan movidos por la codicia de los bienes mundanos, violando to­
da justicia con su avaricia.
En el segundo párrafo ("Oh estimado, tu alma ... ") se refiere ya directa­
mente al abad Kuno y a la situación que se ha suscitado. Los vicios que de­
nuncia son: la vanagloria, que lleva a la labilidad, inestabilidad o ánimo va­
gabundo -actitud tanto más grave cuanto que una de las características de la
Regla benedictina es la estabilidad- en pos de personales apetencias; se si­
guen de allí la impiedad que desconoce a Dios como Señor y a Su voluntad;
la injusticia y la codicia, a la que Hildegarda aplica, en el concreto caso de
que se trata, un durísimo término, cual es el de "simonía".
El párrafo tercero ("De donde no era necesario ...") habla de la volunta­
ria ceguera del abad, que conducen a una desmesura extremadamente impru­
Gén. 27, 27-29.
Gén. 22, 15-18.
45 Gén. 27, 28.
46 Carta 12 -a Hartwig, arzobispo de Brernen-, años 1151-52, p. 27-28 (CCCM 91).
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dente primero, y a la obstinación después.
Los párrafos siguientes ratifican la obediencia de Hildegarda a la volun­
tad de Dios, en el marco de su exhortación al arzobispo para que verdadera­
mente vea, discierna y actúe en consecuencia. Cosa que éste no hizo.
3. LOS VICIOS DEL PODER
En las muy concretas situaciones y personas reflejadas en las cartas de
la abadesa de Bingen, acabamos de ver algunos vicios surgidos en las perso­
nas en ocasión del poder, y que a veces son de las personas mismas con ante­
rioridad a la situación de gobierno, pero que otras veces son producto de la
fragilidad humana cediendo a la tentación. Veremos ahora la consideración
de Hildegarda acerca de los vicios mismos, y lo haremos a través de la pre­
sentación que de ellos hace en la segunda obra de su gran trilogía: Liber vite
meritorum, escrita entre los años 1158 y 1163.
El texto adopta la forma de un diálogo entre Virtudes y Vicios47 (son
treinta y cinco pares en total), diálogo que constituye una verdadera batalla
entre los deseos desordenados del hombre y el orden ético cristiano. La in­
tención es eminentemente didáctica, en pro de la consolidación de una vida
acorde a las exigencias de la religión; pero también ha sido considerada, en
nuestros días, desde la medicina holística y la psiquiatría, por la profundidad
de sus planteas que constituyen un aporte para la consecución de la salud
humana. La obra se desarrolla en torno a una imagen, la de "un Hombre de
de estatura tan grande que tocaba desde lo más alto de las nubes del cielo
hasta el abismo", del que se dice: "este Varón de tan alta estatura que se ex­
tiende desde la parte más alta de las nubes del cielo hasta el abismo, repre­
senta a Dios.''''8 En cada una de las seis secciones del libro el Hombre vuelve
sus ojos hacia diferentes direcciones; habla entonces de lo que ve y oye, in­
terpretando su significado para Hildegarda. Su mirada se dirige sucesiva­
mente hacia el este y el sur (I), el oeste y el norte (H), el norte y el este (III),
Dado que en esta obra están personificados, hemos considerado conveniente emplear la
mayúscula para así significarlo.
48 Liber vite meritorltm 1, 19, p. 21.
47
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
67
el sur y el oeste (IV), a la totalidad del mundo desde arriba (V), para final­
mente moverse dentro de las cuatro zonas de la tierra (VI).
Las Virtudes han sido trabajadas en la tercera parte de la anterior obra
de la abadesa, Scivias, por lo que en ésta se refiere principalmente a los Vi­
cios. En primer término los Vicios se presentan a sí mismo, justificándose
con su capciosa mezcla de verdades, medias verdades y falsedades, presen­
tación a la que responden las Virtudes opuestas. Acto seguido se explica la
figura del Hombre, que da lugar a definiciones y argumentaciones de carác­
ter teológico. Viene luego la descripción en particular de cada uno de los Vi­
cios y de los castigos que corresponden para su punición y purificación, y el
sentido de dichos castigos, para finalizar con el llamado a la conversión de la
vida, para la salvación.
Si bien este libro no fue ilustrado pictóricamente por Hildegarda ­
contrariamente a lo sucedido con las obras primera y tercera de la trilogía-,
la descripción de los Vicios -"odiosas caricaturas, en parte animales y en
parte humanas,,49- tiene el valor simbólico de las imágenes, y también su ca­
rácter didáctico: la abadesa aclara que las figuras en las cuales se manifiestan
los Vicios no corresponden a una realidad sino a su presentación, en función
de una mejor comprensión intelectual y de la más eficaz moción de la volun­
tad, a partir del impacto afectivo.
Veamos pues, en la mirada de Hildegarda, los Vicios que hemos seña­
lado. El orden en que los expondremos será el de su aparición en el libro de
la abadesa, aunque tengamos presente que se producirán algunos hiatos, da­
do que no nos referiremos a la totalidad de los Vicios. El tratamiento del tex­
to, y las notas, responden --dentro de los límites de este trabajo- al modo
propio de lo que sería una lectio medievalis, es decir que más allá de la ex­
plicación de la letra se busca una comprensión en función de la aplicación a
la vida.
3.1. EL AMOR MUNDANdo
GRONAU, EDUARD. Hildegard. Vita di una donna profetica alle origini dell 'eta moderna, p.
479.
so Liber vite meritorum 1, 1, p. 13 Y67, p. 39.
49
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AzUCENA ADELINA FRABOSCHI
"Tenía la forma de un hombre y la negrura de un etíope. Estaba desnu­
do; con sus brazos y sus piernas había rodeado el tronco de un árbol en su
base, por debajo de sus ramas, en el cual árbol crecían toda clase de flores. Y
recogiendo con sus manos aquellas flores dijo:
PALABRAS DEL AMOR MUNDANO. Míos son todos los reinos del mun­
do, con sus flores y sus honras. ¿Por qué he de marchitarme, cuando poseo
toda la lozanía y la fecunda vitalidad (uiriditatemi'? ¿Por qué vivir como un
anciano, cuando florezco en mi juventud? ¿Por qué cegar la bella visión de
mis ojos? Si esto hiciera, me avergonzaría. En tanto pueda tener la belleza de
este mundo, gustosamente la retendré. Me es desconocida esa otra vida,
acerca de la cual tampoco entiendo las conversaciones que oigo. ' 52
Después que hubo dicho estas cosas, el árbol se secó hasta la raíz y se
derrumbó en las tinieblas; y la misma imagen cayó con él.,,53
"EN PARTICULAR SOBRE EL AMOR MUNDANO, SU ASPECTO, Y QUÉ
51 Viriditas: es uno de los conceptos característicos de Hildegarda a lo largo de toda su obra­
y que podría traducirse como verdor, fuerza vital, fecundidad, lozanía, vida-, con el que se
refiere a Dios, a la Vida divina, a la acción creadora de Dios, a la presencia de la fuerza divina
en el mundo y en el hombre, a las virtudes como fuerzas divinas que trabl\Ían con el hombre,
etc.
52 Los placeres de la carne -el deleite que proporcionan las flores con la belleza de sus varia­
das formas y colores, su grato perfume, la suave frescura de su tacto- son la abierta puerta de
entrada al amor mundano en sus diversas manifestaciones: la soberbia y su acompafiante, la
vanagloria; el deseo de la etemajuventud con su ilusión de poder y de suficiencia; la fáustica,
inmoderada necesidad de la posesión de los bienes; la necia ignorancia que no quiere saber. El
exceso insaciable de esta actitud conduce al colapso y a la caída -insatisfacción angustiante,
pérdida de energía, debilidad, y finalmente, enfermedad y muerte--, como lo indica en el pá­
rrafo siguiente la caída del árbol, ahora seco, y la caída de la imagen misma.
53 En la réplica del Amor Celestial al Amor Mundano aparece desenmascarada la malicia de
este último, que hablando de la luminosa belleza del mundo vive, sin embargo, en la oscuri­
dad de sus deseos ocultos; que queriendo erguirse con ficticia dignidad es como un gusano
que se arrastra y se disimula en la voluntad del hombre para conseguir lo que quiere; que an­
helando etemizar el instante fugaz -Fausto redivivo-lo pierde como el heno bíblico (Sal. 10 1,
12), Y todo lo pierde. En su discUrso, el Amor Celestial se presenta con la firmeza de una co­
lumna frente al árbol endeble que se seca y se derrumba, polvo y ceniza.
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SIGNIFICA. La primera imagen designa al Amor Mundano, porque el antiguo
seductor, infundiendo primeramente en los hombres el amor por las cosas
mundanas, los conduce también a los demás pecados. Tiene la forma de un
hombre y la negrura de un etíope, porque enredándose enteramente en los
deseos carnales, no desea para sí ningún esplendor ni claridad alguna.
Está desnudo; con sus brazos y sus piernas rodea el tronco de un árbol
en su base, por debajo de sus ramas: porque no teniendo ropaje alguno de
santa felicidad, con sus obras y con la huella de sus pasos abraza la fuerza de
la vanagloria, disimulado por algunos otros pecados que como ramas proce­
den de ella; en el cual tronco crecía toda clase de flores: porque en la vana­
gloria y en los pecados que nacen de ella se encuentra el conjunto de todas
las vanidades que pertenecen a lo mundano.
Por lo que recoge con sus manos aquellas flores, porque con sus deseos
deshonestos, su obrar atrae para sí todas las vanidades del mundo presente.
Pues cuando el hombre presa del amor mundano da vueltas en su pensamien­
to en pos de las vanidades, deseándolas las busca; y cuando las encuentra,
con gran deleite, como si fueran flores de toda clase, las reúne disponiéndo­
las para sí de acuerdo a su voluntad, como lo muestra el pecado mismo con
sus palabras.
Pero después de dichas estas cosas, el árbol se seca hasta la raíz y se
derrumba en las tinieblas, de manera tal que la misma imagen cae con él:
esto significa que la vanagloria, que es enteramente falente y engañosa, va
hacia las tinieblas de la infidelidad en las que también se encuentra el diablo,
de manera tal que todos los que aman el mundo y desprecian la vida eterna
caen con ella, porque no pueden retenerla mientras cae. Pero aunque caiga,
la vanagloria no considera que ha caído: porque de tal forma está enraizada
en las cosas del mundo que nada piensa acerca de las celestiales."
3.2. LA DUREZA DE CORAZÓN54
"Era como un denso humo que alcanzaba la estatura de un hombre, pero
54
Liber vite meritorum 1,7, p. 15-16 Y 70, p. 41-42.
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AzUCENA ADELINA FRABOSCHI
no tenía forma humana alguna,ss excepto los ojos grandes y negros que apa­
recieron en ella. No se movía hacia arriba ni hacia abajo ni se volvía hacia
aquí o allá, sino que permanecía fija en las tinieblas antes mencionadas. Y
decía:
PALABRAS DE LA DUREZA DE CORAZÓN. Yo nada he creado, ni he es­
tablecido orden alguno. ¿Por qué, entonces, afligirme y esforzarme por al­
guien, y desgastarme? No lo haré. Pues ya no me preocuparé más por nadie,
a no ser que me beneficie. Dios, Quien creó todas las cosas, decida sobre
ellas y las cuide. Porque si yo, amablemente, preguntara sobre los asuntos
ajenos, ¿en qué me aprovecharía? Tampoco haré bien o mal a nadie. Porque
si en mí hubiera una compasión tan grande que ningún sosiego pudiera ya
tener, ¿qué sería de mí entonces? ¿Qué clase de vida tendría, si prestara
atención y respondiera a todas las voces y palabras, regocijadas o llorosas?
Yo me conozco, y que cada uno se conozca."
"EN PARTICULAR SOBRE LA DUREZA DE CORAZÓN, SU ASPECTO, Y
QUÉ SIGNIFICA. Esta imagen muestra la Dureza de Corazón, que aquí imita
al Descaro: s6 pues cuando el hombre, fatigado por las diversiones, ha llegado
a hastiarse, comienza a endurecer su espíritu porque no ha sido tocado por el
rocío celestial, de manera tal que tampoco ha abierto surcos en su espíritu
con los mandamientos de la Ley ni con el arado de las Escrituras; por lo que
no percibe que haya bien alguno en el refrenarse.
Es como un denso humo que alcanza la estatura de un hombre: porque
en la dureza de corazón no hay delicadeza alguna, sino cierta maliciosa fir­
meza propia de la malignidad. 57 Y tiene la estatura del hombre, pues por de­
ss La imagen de la Dureza de Corazón no tiene figura humana: porque "la imagen de Dios
desaparece en un hombre que no tiene compasión" (STREHLOW, WIGHARD. Spiritual Reme­
dies, p. 80).
S6 El Descaro es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda
S7 Véase el episodio de la reacción de los fariseos, que buscaban cómo acusarlo para una con­
dena de muerte, cuando Jesús curó al hombre de la mano paralizada en día sábado: "Y mirán­
dolos con ira, contristado por la ceguera de su corazón [...]" (Marc. 3, 5). La ceguera es mali­
ciosa, proviene de un corazón endurecido por una mirada opacada por la intención negativa
hacia el otro: la malignidad que lo rechaza, sin querer verlo como lo que es. No olvidemos
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bajo o por encima del hombre no hay mal que él no abarque con sus obras,
ya que no existe mal pequeño o grande en el que el hombre malicioso no se
deleite.
Pero no tiene forma humana alguna, excepto los ojos grandes y negros
que aparecen en ella. Esto significa que este vicio endurece de tal manera a
los hombres que no quieren conocer la imagen de Dios ni reconocerla en los
otros hombres, pues al no tener en sí benignidad alguna, carecen absoluta­
mente de misericordia y de benevolencia. 58 Pero en su grandísima infamia y
en la negrura de su olvido de Dios miran a su alrededor buscando a quien
dañar con el veneno de la envidia, que es corno el veneno del áspid.
No se mueve hacia arriba ni hacia abajo ni se vuelve hacia aquí o hacia
allá, porque la dureza de corazón no tiende hacia las cosas superiores, para
derretir su malicia y deshacerse de ella por Dios; ni se vuelve hacia las infe­
riores, para ablandar su dureza en favor del hombre; ni se mueve hacia las
otras creaturas para cesar por ellas en su iniquidad, sino que permanece fija
en las tinieblas antes mencionadas, porque en el mismo estado y sin cambio
alguno persevera en sus infames maldiciones, pues no desea otra cosa que
afligir a los hombres. Es corno el plomo, que lanzado a las aguas correntosas
yace en lo profundo, sin moverse hacia ningún otro lugar; pero huye de la
diestra del Señor, Quien concibe todo lo que hay en las creaturas para prove­
cho del hombre, y Quien exaltó al hombre y lo estableció en Su paz.
Porque Dios puso al hombre en la tierra corno una preciosísima piedra
en cuyo fulgor toda otra creatura se contempla a sí misma, pues él está por
encima de todas ellas. 59 Por eso no es lícito que la dureza de corazón Lo tenque tras esta actitud estaba el descaro con que los fariseos negaban la verdad, para perpetuar
una situación de poder y de consideración social: el amor mundano.
58 Misericordia y benevolencia son los atributos con los que Dios se presenta a Moisés, cuan­
do éste Le pide ver Su gloria (Éx. 33, 19), atributos afirmados en innumerables ocasiones. Pa­
ra conocerlo así, para reconocerlo en el prójimo -puesto que el hombre es imagen y semejan­
za de Dios- se requiere una mirada, una intención buena hacia el otro, la benignidad genera­
dora de una eficaz sintonía -misericordia y benevolencia-- con ese otro. Por eso el hombre de
corazón duro no puede ver a Dios.
59 Toda creatura se contempla en el hombre porque el mundo es reflejo del hombre, para cuyo
servicio fue creado. En el pensamiento de Hildegarda, el universo es presentado como una
antropofanía, un mundo descripto con bellísimas imágenes tomadas de la realidad del hombre.
La dirección ha sido invertida: no estanlos ante un macrocosmos que incluye al microcosmos,
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ga por nada y que se endurezca contra Él. Es el mal peor entre todos los ma­
les, que a nadie respeta y a ninguno muestra misericordia, sino que desprecia
al hombre y se aparta de su necesidad; ni se alegra con él ni lo induce al
bien. Es dura en todo, todo lo desprecia, como se manifiesta en sus palabras,
ya vistas. La verdadera Misericordia le responde, y le aconseja para que con
benevolencia emplee sus bienes en beneficio de todos."
3.3. LA FLOJEDAD DE ÁNIM060
Tenía como una cabeza humana, excepto que su oreja izquierda era co­
mo la oreja de la liebre, pero tan grande que cubría toda la cabeza. 61 El resto
del cuerpo se asemejaba al cuerpo de un gusano, que carece de huesos y yace
metido y enroscado en su agujero, como un infante que está envuelto en sus
ropitas. 62 Y temblando dijo:
sino ante el hombre que irradia y proyecta su ser en un mundo que tiene en él su sentido,
puesto que fue hecho para el hombre.
60 Cicerón la da como contraria a la fortaleza, y la vincula a la molicie como condición aními­
ca: "Contraria es la flojedad de ánimo a la fortaleza, a la justicia la injusticia" (2 Invent. 54.
165). Y: "La inercia se halla en aquél no tiene absolutamente capacidad o trabajosa diligencia
para actuar de manera esforzada; la flojedad se encuentra en quien puede hacerlo, pero por la
blandura de su ánimo no quiere actuar con firmeza; la desidia significa la pereza no sólo del
ánimo, sino también del cuerpo" (1 Herenn. 5. 8). La presentación de este vicio en el texto de
Hildegarda se encuentra en Liber vite meritorum 1,9, p. 16-17 Y 71, p. 42-43.
61 En el Antiguo Testamento la liebre aparece mentada como un animal impuro (Lev. 11, 6 y
Deut. 14, 7) que estaba prohibido comer. En el Medioevo, el Diccionario de Símbolos de
Hans Biedermann señala significaciones positivas: la liebre blanca a los pies de la Virgen Ma­
ria simboliza la victoria de la castidad sobre la carnalidad; la indefensión del animalito lo hace
símbolo de quien tiene puesta toda su confianza en la Divina Providencia. Pero también trae
dos significaciones negativas: la cobardía -representada por un hombre armado que huye ante
una liebre- y la lujuria -por su disposición al apareamiento y por su fertilidad- (v. Liebre,
p. 269); ambas se compadecen en un todo con el texto sobre la Flojedad de Ánimo, y más
aún si se contraponen los sentidos mencionados: castidad-lujuria y confianza-cobardía, puesto
que ni la castidad ni la confianza son posibles en un ánimo carente de rectitud y que, llevado
por su molicie, rehúye el esfuerzo y los trabajos de la perseverancia en toda circunstancia.
62 La imagen del gusano remite al profético anuncio del Salmo 21, 7-8: "Pero Yo soy gusano
y no hombre, oprobio de los hombres y desecho del pueblo. Todos los que me ven se burlan
de Mí; hacen una mueca con los labios moviendo la cabeza", referido a Cristo, a Quien a tra-
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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PALABRAS DE LA FLOJEDAD DE ÁNIMO. No quiero perjudicar a nadie,
para no ser desterrado y encontrarme sin el consuelo de una ayuda. Porque si
yo injuriara a otros, perdería mis medios de subsistencia y quedaría sin ami­
goS.6 Honraré a los nobles y a los ricos, pero no me ocuparé de los santos y
de los pobres, porque no pueden reportarme beneficio alguno.
Quiero complacer a cada uno para no perecer. Pues si luchara con algu­
no, quizá me golpearía; y si dañara a alguien, me devolvería un daño mayor.
En tanto esté con los hombres, permaneceré tranquila con ellos; y ya sea que
actúen bien o mal, guardaré silencio. Pues a veces es mejor para mí mentir y
engañar que decir la verdad; también es mejor adquirir algo que perderlo, y
huir de los fuertes que pelear contra ellos. ¿De qué serviría que comenzara lo
que no puedo acabar? Los triunfadores y los sabios se ríen de mí; que ellos
tengan lo que tienen, pero yo tendré la casa que elegí. Pues a menudo quie­
nes dicen la verdad pierden sus bienes, y quienes pelean a veces pierden la
vida."
"EN PARTICULAR SOBRE LA FLOJEDAD DE ÁNIMO, SU ASPECTO, Y
QUÉ SIGNIFICA. Esta imagen muestra la Flojedad de Ánimo, que aquí sigue
a la Dureza de Corazón como una despreciable y mala condición, como los
gusanos deformes que salen de la tierra, multiplicándose. Porque cuando el
hombre duro de corazón no busca bien alguno, su ánimo se vuelve pusiláni­
me de manera tal que ya no desea honor ni santidad, sino que permanece
como fastidiado y olvidado de toda probidad; tampoco quiere oponerse a los
vicios, sino que los atrae hacia sí a causa de su desidia.
Tiene cabeza humana,64 excepto que su oreja izquierda es como la ore­
vés de la despreciable figura del gusano muestra en Su máxima humillación. Retenemos la
afirmación: "no hombre": este vicio deshumaniza al hombre porque lo enajena de lo propio:
la clara luz de la inteligencia, la fortaleza del amor, la libertad del albedrío. Tal el hombre que
se coloca por debajo de sí mismo, el hombre pecador: gusano, no hombre...
63 La seguridad, el bienestar, la vida misma ..., todos los bienes legítimos mencionados por la
Flojedad de Ánimo se toman ilegítimos, y son tan sólo ceniza y vacío cuando son buscados
por sí mismos como bienes absolutos, cuando como verdaderos ídolos sustituyen al verdadero
Dios.
64 La cabeza humana significa la presencia de la racionalidad como condición específica del
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ja de la liebre, pero tan grande que cubre toda la cabeza. 65 Pues los hom­
bres necios, en su insensatez, creen que son honestos; en esa misma insensa­
tez aman la ociosidad y no avizoran ni proveen para sí bien alguno sino que,
volviéndose hacia lo malo que han escuchado, cobardemente se dedican a las
murmuraciones y a la difamación.
El resto del cuerpo se asemeja al cuerpo de un gusano, que carece de
huesos y yace metido y enroscado en su agujero, como un infante que está
envuelto en sus ropitas. Esto es que a causa de su vicio, los hombres fasti­
diados y timoratos vuelcan en sus sórdidos y ocultos placeres -como un gu­
sano inmundo- la confianza que deberían tener en el auxilio de Dios y en la
ayuda de los hombres. Entrando en lo oculto de sus pensamientos y enredán­
dose con ellos -de manera tal que no pueden levantarse y elevarse hacia la
honestidad de virtud alguna, sino que con apatía permanecen en la torpeza de
su negligencia y en la necedad de sus vanidades-, confian más en la debili­
dad de su carne que en la fortaleza divina, como lo muestra el mismo vicio
con sus palabras ya vistas."
3.4. LA IMPIEDAD66
hombre; por ello es que a continuación se hace mención de la necedad como negación de la
razón operante, esto es, del conocimiento; negación que lleva a la insensatez, al obrar irracio­
nal y. por tanto, inhumano. Sin embargo la naturaleza humana está allí y clama, y por eso el
hombre quiere creerse honesto, es decir, un hombre de bien. A la insensatez se ha unido la
ociosidad, y por eso el hombre, incapaz ahora de bien alguno, ya no puede discernir en fun­
ción de una elección que honre su libertad, sino que llevado por la ley del menor esfuerzo de­
cide en función de su comodidad que no quiere ser estorbada, y de una imagen que no acepta
ver mancillada. Mancillada, porque en la renuncia al esforzado uso de la razón y a los trabajos
de la voluntad; en la entrega de su libertad al arbitrio de otros de quienes a modo de retribu­
ción espera tan sólo un lábil bienestar sujeto a diversas vicisitudes, en todo ello vulnera gra­
vemente su imagen creacional, la imagen de Dios.
65 Cubriendo el oído, la oreja de la liebre ha obstruido la puerta de entrada del conocimiento
del bien -recordemos que tanto la cultura antigua cuanto la medieval son culturas principal­
mente orales-, que hubiera permitido al hombre obrar con rectitud; y éste, con el desinterés de
su negligencia, ha abierto la puerta de su corazón al demonio y su malicia, con lo que se cum­
ple aquello de que "de la abundancia del corazón habla la boca".
66 Líber víte merítorum 2, 5, p. 76 Y44, p. 95-96.
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"Tenía forma de hombre, a excepción de su cabeza que, sobresaliendo
de su pecho entre los omóplatos, más se asemejaba a la cabeza de una fiera
que a la de un hombre. Tenía ojos grandes y ardientes, y boca como la de un
leopardo;67 y de una y otra mandíbula descendía hacia el mentón una línea
de color negro como de la pez. De los extremos de su boca colgaba la cabeza
de una serpiente, y emitía muchas llamas por su boca. Estaba sobre sus rodi­
llas, el resto del cuerpo erguido. A la manera de las mujeres, había rodeado
su cabeza con un velo también n~ro como la pez, YJ;nbría...el restodeLcuer­
-po con ~una túnica negrísimacuyas mangas pendían vacías, porque había re­
cogido sus brazos en el interior del vestido. Y decía:
PALABRAS DE LA IMPIEDAD. No quiero obedecer ni a Dios, ni al hom­
bre. Pues si obedeciera a otro, me ordenaría hacer lo que considerara prove­
choso para él y no miraría mi conveniencia, sino que me diría: '¡Vete!' Pero
esto no sucederá. Porque si alguien me injuria, le devolveré la ofensa centu­
plicada, y dispondré mis asuntos de manera tal que nadie osará hacerme
frente. No quiero yacer bajo los pies de nadie. 68 Haré cualquier cosa que me
produzca utilidad, como lo hace todo aquel que no es tonto. Si Dios quiere
que haga lo que Le place, no lo haré a no ser que me acarree algún bien."
"EN PARTICULAR SOBRE LA IMPIEDAD, SU ASPECTO Y QUÉ SIGNIFI­
En su Diccionario de los símbolos, Chevalier y Gheerbrant presentan al leopardo como un
animal orgulloso y cruel, poderoso y agresivo. Y recuerdan que es uno de los cuatro animales
que en la visión de Daniel (Dan. 7) simboliza calamidades de fuerza irresistible sobre la
Humanidad. (v. Leopardo, p. 639).
68 La Piedad, respondiéndole, le dice: "Cuando comenzaste a hacer el mal Dios te arrojó co­
mo plomo al infierno, por lo que también te persiguen todas las creaturas. Por consiguiente,
¿dónde está ahora tu poder? En ti hay tinieblas, blasfemias y desprecio. ¿Dónde descansas?
En la maledicencia y la difamación. ¿Dónde te alimentas? En la confusión. ¿Dónde está tu
morada? Allí donde cada uno está contra el otro, y donde cada uno siempre está como ru­
miando la infelicidad, y donde, con el malvado derramamiento de sangre, hay un homicidio."
(Liber vite meritorum 2, 6, p. 77). Cuando comenzaste a hacer el mal Dios te arrojó como
plomo al infierno. por lo que también te persiguen todas las creaturas: es un categórico men­
tís a la declaración de la Impiedad, dispondré mis asuntos de manera tal que nadie osará
hacerme frente. No quiero yacer bajo los pies de nadie.
67
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CA. Esta imagen representa la Impiedad, que avanza después de la Acritud,69
porque cuando la acritud se encuentra en el espíritu de los hombres, allí se le
une la impiedad, que no perdona ninguno de los inalterables gozos de los
bienes de Dios, sino que destroza todos los bienes que puede.
Tiene forma de hombre, excepto que su cabeza, sobresaliendo de su pe­
cho entre sus omóplatos, más se asemeja a la cabeza de una fiera que a la
de un hombre: porque reinando sobre los hombres y poniendo de manifiesto
su inicio en la naturaleza de su conocimient% tiene a la vista las mordaces
costumbres propias de las bestias, pero también engañosas costumbres ocul­
tas bajo la humana apariencia. Pues rehúsa la doctrina verdadera, la bondad,
la obediencia y la sumisión que están en Dios, y en todo carece de la belleza
de lajusticia.
Tiene ojos grandes y ardientes, y boca como la de un leopardo: porque
mostrando en su mirada una gran dureza y ardiente furor, todo lo que puede
destroza y esparce. No quiere gracia ni misericordia, no discierne la sabidu­
ría, sino que dondequiera que fuere procura conculcar a los santos y a los
justos.
De una y otra mandíbula desciende hacia el mentón una línea de color
negro como la pez, porque tanto en la mordacidad de su cólera cuanto en la
de su obra tiene la tenacidad de su crudelísima y pésima voluntad, que tam­
bién se encamina hacia la insensatez: pues sin el honor de Dios está en la ilu­
sión del engaño.
De los extremos de su boca cuelga la cabeza de una serpiente, pues en
su desprecio a Dios y al hombre no pone fin a su mordacidad, sino que
siempre se mueve avanzando hacia nuevos comienzos, al modo de las ser­
La Acritud es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda.
El inicio de la Impiedad está en su peculiar conocimiento, el conocimiento del diablo. Luci­
fer tuvo ~e algún modo- la ciencia del bien y del mal, pero no su sabiduria, ya que no podrá
jamás gustar del bien y elegirlo. En el Nuevo Testamento el apóstol Pedro dice: "Pues si Dios
no perdonó a los ángeles que pecaron [ ...]" (2 Pedro 2, 4), abundando los textos que dan a en­
tender el carácter definitivo e irrevocable de la caida, del pecado del ángel. Porque en el peca­
_do_del ángel no se trata de un error de la inteligencia, de una ignorancia suya, sino de una vo­
luntad perversa, de una elección y una decisión absolutamente libres, incluso por la lucidez de
su conocimiento ... El conocimiento del diablo o, más bien, su ignorancia, que no obedece a la
falta de inteligencia, sino a una torpeza maliciosa e inicua, que no sabe a Dios porque no quie­
re honrarlo como a Único, y Creador omnipotente.
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77
pientes; y emite muchas llamas por su boca, ya que arroja a los hombres los
ardientes dardos de sus palabras, mientras de todas formas los enfurece.
Está sobre sus rodillas, el resto del cuerpo erguido: esto significa que
se inclina y rinde su fuerza ante el culto de los ídolos/ 1 porque hace que los
hombres, endureciéndose en su impiedad, sean semejantes a los idólatras.
También a éstos engaña de manera tal que creen que son justos y que culti­
van lajusticia. 72
A la manera de las mujeres, rodea su cabeza con un velo también negro
como la pez, porque en su dureza sujeta y aprisiona el espíritu de los hom­
bres con la oscura y persistente sombra de la liviandad; 73 y cubre el resto del
cuerpo con una túnica negrísima, pues se reviste con el error de una crudelí­
sima maldad, por lo que carece del luminoso esplendor de la vida; cuyas
manías penden vacías, porque ha recogido sus brazos en el interior del ves­
tido, 4 lo que significa que sus obras no tienen utilidad alguna, sino que de­
jada de lado su fuerza, a ningún hombre se muestran como un bien, como el
mismo vicio lo declara con sus palabras, según se ha dicho."
3.5. LAMENTIRA75
"Estaba rodeada por tinieblas tan densas que no podía discernir en ella
La Impiedad disminuye la fuerza con la que se oponia a Dios, a fin de hacer lugar al culto
tributado a los idolos, con lo que engaña al hombre doblemente: alejándolo del Dios verdade­
ro al que descalifica y deshonra, y haciéndole creer que tiene uno en el falso dios al que adora.
72 La justicia a la que se refiere es, precisamente, la que consiste en tributar a Dios el honor
que Le es debido, y el debido culto. El idólatra cree cumplir dicha justicia, cuando en realidad
está cayendo en la suprema injusticia: la de quitar a Dios honra y culto -desconociéndolo co­
mo tal- y dárselos a sus creaturas, incluso a las obras de sus manos, con lo que a la impiedad
une su gran necedad.
73 A un planteo religioso serio, y de profunda incidencia en la vida personal, se contrapone la
liviandad y la superficialidad de la consideración idolátrica, cuyos dioses son hechos a imagen
semejanza del hombre, dios hacedor de los dioses, sus creaturas.
4 Es el gesto de quien no quiere, de quien se niega a actuar; es la actitud -y la figura- que
bien puede contraponerse a la de Cristo con Sus brazos abiertos, extendidos sobre la cruz, en
la actuación suprema de Su amor.
75 Liber vite meritorum 2, 7, p. 77-78 Y 45, p. 96-97.
71
r,
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ninguno de sus miembros. En aquella oscuridad apenas podía distinguir una
figura humana deforme y monstruosa. Estaba de pie sobre algo como una
espuma seca, dura y negra, que emitía llamas de fuego abundante. Y dijo:
PALABRAS DE LA MENTIRA. ¿Quién hay que pueda decirlo todo con
verdad? Si verazmente dijera y reconociera a otros su buena fortuna, ésta me
perjudicaría, pues la elevación de otro es mi caída; por lo que pondré en mi
boca palabras que son sólo viento,76 las cuales me procurarán honor: y así lo
que no puedo tener en una parte, lo demandaré en otra. Porque si yo fuera
veraz, me quedaría sin un entorno para todas mis exigencias. Cuando me
ocupo de un asunto mío, fabulo los que me son ajenos, y así podré decir lo
que quiera. Pues muchas personas sinceras son tan inamovibles en la verdad
que, como si estuvieran atadas a un poste, no pueden moverse de ella; sola­
mente proclaman esto que ven y oyen, por lo que muchos de ellos se vuelven
pobres, indigentes y desterrados.
Pero lo que yo busco, valiéndome de la mentira 10 encuentro. Porque
cuando quiero ser más noble y rica que otros, entonces con mis palabras me
muestro más noble y rica que ellos; y esto es para mí mejor que estar atada a
un árbol. También a menudo digo 10 que ni veo ni oigo, y así me evito mu­
chos males, y me abro camino a través de muchísimos más. Pues si mi
hablar fuera de una única manera, coherente, todos me rechazarían; por eso
multiplico mis discursos, mis maneras de expresarme, para no ser superado
por ninguno, y esto me es más provechoso que ser golpeada con bastones y
espadas. 77 Porque jamás hallé a quienes fueran nobles y ricos sin este trabajo
mío."
"EN PARTICULAR SOBRE LA MENTIRA, SU ASPECTO Y QUÉ SIGNIFI­
CA. Esta imagen significa la Mentira, que aquí acompaña a la Impiedad, por­
76 "palabras que son sólo viento", es decir, palabras sin contenido, sin entidad alguna: sin ver­
dad. Esta frase se conecta con otra que viene poco después: "imagino los que me son ajenos, y
así podré decir lo que quiera", donde el contenido de la locución es una fantasía sin asidero en
la realidad, una construcción mentirosa que depende, como tal, de la voluntad de quien la pro­
fiere, y para sus fines.
77 La alusión es a los juegos de poder, en los que muchas veces la verdad ocasiona la pérdida
del favor político a quien la profesa y defiende.
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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que cuando un hombre es impío, se aproxima a la mentira, y rechazando la
verdad fabrica con empeño todas y cada una de sus mentiras. 78 Está rodeada
por tinieblas tan densas que no puedes discernir en ella ninguno de sus
miembros, porque se ha cebado en la infidelidad, y de ninguna manera tiene
en sí la rectitud de las buenas obras, ya que no se encuentra en ella probidad
alguna, sino que tan sólo abundan en ella las tinieblas de la muerte.
En aquellas tinieblas apenas puedes distinguir en dicha imagen una fi­
gura humana deforme y monstruosa. Esto es que, careciendo de la belleza de
la verdad y del ornato de la justicia en todas sus palabras y en todas sus ac­
ciones, camina no en la integridad sino solamente en las tinieblas de la muer­
te, de manera tal que a veces está segura de sus caminos, y otras veces cami­
na en la incertidumbre. Porque en ella no se encuentra la diligencia del amor
en el que se ve a Dios, sino el engaño mentiroso y sin fruto que lleva a cabo
asiduamente en los hombres, a través de los hombres. 79
Está de pie sobre algo como una espuma seca, dura y negra, que emite
llamas de fuego abundante: porque la mentira, cimentada sobre la ilusión de
palabras que no tienen fuerza alguna, sin la fecunda lozanía de la justicia se
muestra árida, y dura sin la suavidad de la benevolencia, y negra sin la clari­
dad de las virtudes. Pues en ella no hay serenidad alguna, sino la llama de la
ira que profiere muchísimas injurias, como también se ha visto antes en su
Y la primera gran mentira, en este punto, suele ser la negación misma del problema, que no
proviene de la ignorancia del mismo, sino de la voluntad que no quiere admitirlo. Tras esta
negación se esconde a menudo la ilusión de la propia imagen, la no aceptación de la realidad
de sí mismo y la falta de humildad para pedir ayuda. Es el inicio de una serie de mentiras más,
que se unen a otros pecados como ser el robo, la ira, la agresión, y a situaciones como el des­
cuido de las propias obligaciones, la pérdida del trabajo, el abandono de la familia y a veces,
como tan dolorosamente lo comprobamos a diario, el riesgo de la propia vida o el asesinato, al
volante o con otras armas. Y siempre, en medio de una maraña de mentiras.
79 En las palabras de la serpiente: "De ninguna manera moriréis. Pues Dios sabe que el día en
que comáis de él [el árbol que está en el medio del Paraíso] se abrirán vuestros ojos y seréis
como dioses, conocedores del bien y del mal", está condensada la historia misma del ángel
caído quien, deslumbrado por su propia perfección, quiso hacerse como Dios, quiso ser él
mismo Dios, y en su infidelidad murió para la vida en la que había sido creado, la vida en
Dios, Verdad y Bien, felicidad eterna. Así conoció el ángel, protagonizándola, no sólo la men­
tira de sí mismo que él había forjado sino también toda mentira: es el padre de la mentira, con
la que engañó a Eva, y ésta a Adán, y de ahí en más ...
78
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discurso. "
3.6. LADESMESURA80
"Era como un lob0 8l que yacía echado sobre sus pies, con las patas do­
bladas; miraba a su alrededor, para devorar todo lo que pudiera arrebatar. Y
decía:
PALABRAS DE LA DESMESURA. Yo me apoderaré de cualquier cosa que
desee, lo haré siempre y no me abstendré de nada. ¿Y por qué privarme de
algo, cuando ninguna retribución tendría por ello? ¿Cómo renunciar a lo que
soy, cuando cada especie procede según lo que le es propio? Si de esta ma­
nera viviera, que apenas pudiera respirar, ¿qué vida sería entonces la mía?
Haré todo aquello que me proporcione diversión y risas. Cuando mi corazón
se alegra, ¿por qué sujetarlo? Y cuando mis venas rebosan de placer, ¿por
qué restringirlas? Y cuando sé hablar, ¿por qué callar? Pues todo movimien­
to de mi cuerpo me es saludable, y yo actúo de acuerdo a como he sido crea­
da. ¿Por qué habría de transformarme en algo diferente de lo que soy? Cada
creatura crece de acuerdo con su naturaleza, y actúa según lo que le convie­
ne; así también lo haré."
"EN PARTICULAR SOBRE LA DESMESURA, SU ASPECTO Y QUÉ SIGNI­
FICA. Esta imagen designa la Desmesura, que convenientemente acompaña a
80
Líber vite meritorum 2, 13, p. 80-81 Y49, p. 100.
La imagen del lobo, dentro del Cristianismo, remite a las vivencias del pueblo de Israel,
para quien el lobo era tan sólo una cosa: el enemigo de sus ovejas, el asesino de sus corderos,
el mal del que había que huir, o enfrentándolo combatir. Las palabras de Jesús no dejan dudas
al respecto: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el mercena­
rio, y el que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas como propias, ve venir al lobo y
abandona las ovejas, huye, y el lobo las arrebata y las dispersa." (Juan 10, 11-12) Dispersión
que implica soledad, abandono, vulnerabilidad y, finalmente, destrucción, muerte: lo opuesto,
precisamente, a unidad, comunión, vida. Por otra parte y en la Physica, Hildegarda nos dice
que "el lobo siempre está al acecho del hombre y gustosamente lo destrozaría si pudiera, aun­
que no estuviera hambriento." (Physica 1326C).
81
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la Infelicidad: 82 porque cuando el hombre se rebela contra los bienes de
Dios, al punto la desmesura se multiplica y se extiende en cualquier cosa en
la que considera que puede establecerse. Pero tampoco allí prevalecerá, ya
que lo que es contra Dios no se asentará, sino que irá a su destrucción.
La séptima imagen es como un lobo, porque está sin discernimiento por
la rabia del engaño y por la penosa sucesión de todos los males; yace echado
sobre sus pies, con las patas dobladas; mira a su alrededor, para devorar
todo lo que puede arrebatar, pues inclinada por su propia fuerza hacia todo
lo peor, se empeña en los caminos pésimos de su propia voluntad; y examina
todo lo que es vano y frívolo para reunirlo junto a sí, a fin de arruinar me­
diante esas vanidades todo el decoro del recto gobierno de sí mismo y ani­
quilarlo, y para persistir en el placer de su caprichoso deseo,83 como lo de­
muestra también con sus palabras. A lo que se responde por el verdadero
Discernimiento, que advierte a los hombres para que guarden la medida con­
veniente en todas las cosas."
3.7. LA SOBERBIA84
"Tenía rostro como de mujer, cuyos ojos eran como de fuego, la nariz
estaba sucia con barro y su boca, cerrada. Carecía de brazos y de manos, pe­
ro en uno y otro hombro tenía alas semejantes a las alas del murciélago;85 el
La Infelicidad es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda.
La Desmesura toma irracional y fáustico el apetito de la propia excelencia, que no reconoce
límites. Pierde así el hombre la noción de su creatureidad y, al igual que lo hiciera el que
siendo "portador de la luz" (Lucifer) olvidó que la había recibido del Sol, quiere el hombre en
su soberbia detentar poder absoluto -poder alimentado por el afán de las riquezas que lo sus­
tentan- y recibir la totalidad de la honra, vanagloria que no se cimenta en la perfección de
aquel a quien se tributa, sino en el temor de quien la tributa.
84 Líber vite meritorum 3, 3, p. 125 Y 34, p. 141-143.
85 En su Diccionario de los símbolos, Chevalier y Gheerbrant hacen del murciélago un símbo­
lo de la envidia, porque despliega su actividad en las sombras de la noche (v. Murciélago, p.
736-38). Hildegarda, quien pone a la Soberbia las alas del murciélago, dice que vuela de no­
che, a la hora en que los espíritus del aire --espíritus malignos- acechan a los hombres mien­
tras duermen. (Physica 6, 61, PL 197, l308C) Chevalier y Gheerbrant subrayan en el murcié­
lago su imposibilidad de la luz y su vuelo bajo e incierto, como también su apariencia repug-
82
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ala derecha se desplegaba hacia el este, y la izquierda hacia el oeste. Tenía
pecho de hombre, en el que se insertaban piernas y pies como las piernas y
los pies de la langosta;86 pero carecía de vientre y de espalda. No vi cubiertos
la cabeza y el resto del cuerpo por cabellos ni por ropaje alguno, pero estaba
totalmente inmersa en las tinieblas mencionadas, a excepción de un delgadí­
simo hilo que, como un círculo dorado, se extendía sobre una y otra mejilla,
desde la coronilla hasta debajo del mentón. Y esta imagen dijo:
PALABRAS DE LA SOBERBIA. Elevo mi voz sobre los montes: ¿quién
hay que se me asemeje? Sobre colinas y valles extiendo mi manto, y no quie­
ro que nadie triunfe sobre mí. Sé que nadie me iguala.,,87
"EN PARTICULAR SOBRE LA SOBERBIA, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNIFI­
CA. La Soberbia es el inicio de todos los vicios y la materia y la madre de
todos los males: porque arrojó al ángel del cielo y expulsó al hombre del pa­
raíso, ya las almas que desean retomar a la vida mediante sus buenas obras
les pone insidias al término de esas mismas obras, para quitarles la recom­
pensa celestial. Pues a menudo el hombre se engríe por sus buenas acciones,
y así es despojado de la feliz recompensa a causa de la soberbia. 88
nante; la abadesa de Bingen llama la atención sobre las alas, que en el texto asumen el valor
de un manto. Estas consideraciones: la ceguera, el vuelo bajo e inseguro, la apariencia repug­
nante y el hecho de que con las alas de ese vuelo pretenda abarcar el mundo, confluyen para
contrastar la ridícula pretensión de la soberbia, expresada en sus palabras.
86 La langosta ha sido considerada en todo momento como una imagen de devastación. En el
Antiguo Testamento hace una de sus más importantes apariciones en la octava plaga con que
Dios azotó a Egipto, destruyendo todas sus cosechas, para lograr la liberación del pueblo de
Israel (Éx. 10, 12-19); en el Nuevo Testamento, es la plaga anunciada por la quinta trompeta
del Apocalipsis, pero esta plaga no tocará los campos sino que atormentará, exclusivamente, a
los hombres (Apoc. 9, 1-11).
87 La Soberbia es el apetito desordenado de la propia excelencia y, de manera implícita o ex­
plícita, en detrimento y hasta negación del reconocimiento y alabanza de la excelencia de
Dios, en cualquier ámbito en el que la soberbia se manifieste: "El inicio de la soberbia del
hombre es el apartarse de Dios; porque su corazón se aleja de Quien lo creó, porque el inicio
de todo pecado es la soberbia." (&10. 10, 14-15).
88 La antítesis de esta actitud es la que recomienda Jesús en Luc. 17, 10: "Así también voso­
tros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid. Siervos inútiles somos; hicimos
lo que debíamos hacer."
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83
La cual imagen tenía rostro como de mujer: porque mudó en necedad
toda la voluntad del primer ángel que se precipitó desde el cielo, necedad
con la cual también arrojó del paraíso a la primera mujer, como también aho­
ra suele poner fuera de sí a los hombres con su tortuosa seducción. 89
Sus ojos son como de fuego, pues su intención arde en su malicia; la na­
riz está sucia con barro porque careciendo de discernimiento se ensucia con
su insensatez;90 y su boca está cerrada, ya que no ama la rectitud en las pa­
labras, sino que en su corazón niega a Dios y a todo lo que es bueno.
Carece de brazos y de manos, porque su fuerza y sus obras no tienen
vida sino muerte;91 y en uno y otro hombro tiene alas semejantes a las alas
del murciélago, ya que tanto en los asuntos celestiales como en los terrenales
falazmente prepara para sí como una defensa imperial, porque no se une al
recto vuelo de la justicia sino a una confianza engañosa y oscura como la
Como mujer se personifica a la Sabiduría y a su contraria, la Necedad (Prov. 14, 1). En
cuanto a la seducción de la necedad en la figura de la mujer, y su efecto sobre el hombre, véa­
se Ecl. 26-27.
90 En Liber divinorum operum Hildegarda atribuye a la nariz el discernimiento y, a partir de
allí, la sabiduría: "En la nariz se manifiesta la sabiduría, que es la perfumada disposición de
todas las ciencias o conocimientos, de manera tal que el hombre conozca por su aroma la or­
denación de la sabiduría. Pues el olfato se extiende hacia todas las cosas atrayéndolas a fin de
saber qué son, y cómo son." (lb íd. 1,4, 105, p. 250). En la base de esta concepción está la ta­
rea que la abadesa atribuye a cada sentido: "Dios ha consolidado y fortalecido al hombre con
las energías de todas las creaturas [... l, para que por medio de la vista conozca a las creaturas,
las comprenda por el oído, las distinga por el olfato, gracias al gusto sea alimentado por ellas
y las domine por el tacto" (Ibíd., 1,4,97, p. 231). A la capacidad del olfato, de distinguir o
discernir, el texto anterior añade la nota del buen aroma o perfume, que hacen referencia al
objeto formal propio y adecuado del sentido, según leemos en un texto de Hugo de San Víc­
tor: "Tiene el incienso su aroma, tienen su olor los ungüentos, tienen los rosedales su perfu­
me, tienen las zarzas, los prados, los desiertos, los bosques, las flores su aroma, y todos los
que ofrecen suave fragancia y emanan dulces olores complacen al olfato y para su deleite fue­
ron creados." (HuGO DE SAN VíCTOR. Eruditio didascalica (Exposición didáctica del saber).
Libro VII, cap. XIII: Las cualidades de los seres sensibles, PL 176, 082lD). Por donde se ve
cómo la nariz sucia de barro no puede discernir, carece de sabiduría y cae en la insensatez.
91 Recordamos que en la pintura que ilustra la visión de Scivias 2, 1 -que narra la caída origi­
nal-, las manos de Adán no aparecen, significando así que el primer hombre no quiso poner
en práctica, con la obra de sus manos y de su vida, la Verdad que había conocido. Y sobrevino
la muerte ...
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noche. 92 El ala derecha se despliega hacia el este, y la izquierda hacia el
oeste: ya que en los asuntos del cielo se opone a Dios, pero en los de la tierra
corre hacia el diablo.
Tiene pecho de hombre, pues su corazón siempre está como ensanchado
por una gran vanidad; en el pecho se insertan piernas y pies como las pier­
nas y los pies de la langosta, porque en esa misma hinchazón y vanaglorián­
dose de su ejemplo frívolo e inestable, exhibe el cambiante fundamento de
sus pasos;93 pero carece de vientre y de espalda, ya que ofrece pasturas sin
utilidad alguna, y a nadie brinda la fortaleza de algún refuerzo con la que
pudiera perseverar en el bien.
No ves cubiertos la cabeza y el resto del cuerpo por cabellos ni por ro­
paje alguno: esto es que la soberbia avanza necia y desnuda en su espíritu y
en sus obras, sin la cabellera de la prudencia y sin la vestidura de la salva­
ción, como se te muestra; pero está totalmente inmersa en las tinieblas men­
cionadas, porque de todas las maneras posibles yace en la perversidad de la
infidelidad; a excepción de un delgadísimo hilo que, como un círculo dora­
do, se extiende sobre una y otra mejilla, desde la coronilla hasta debajo del
mentón: pues no manifiesta ningún honor ni dilección alguna, sino solamente
desprecio hacia aquel que conoce a Dios, Quien conoce y abraza todas las
cosas. y esto ha exteriorizado de manera casi superficial desde el inicio de
Al Dr. Javier González debo la sugerencia de considerar estas alas de murciélago de la So­
berbia como una alusión -invertida y satánica- a las alas del águila imperial romana, emble­
ma familiar en el Medioevo. y vigente en el Sacro Imperio Romano Germánico. Las alas del
murciélago serían un falaz, nocturno remedo de las alas del águila, signo éstas de un poder
legítimo, justo y bienhechor, en tanto aquéllas, finalmente, nada defienden. Por otra parte.
también se hace aquí presente la contraposición luz-tinieblas: porque el águila es el ave que,
según los bestiarios medievales, levanta vuelo elevándose hacia el sol. al que mira directa­
mente. y ha sido considerada símbolo de Cristo, Quien luego de su ascensión ve al Padre cara
a cara; el murciélago, por el contrario, vive en las tinieblas de la noche porque no soporta la
luz, como tampoco la tolera el demonio, quien en la iconografia muchas veces es representado
con alas de murciélago. Finalmente, no está de más recordar que la soberbia fue, precisamen­
te, el pecado de Lucifer, y que el engaño fue y es su modo de presentación ante el hombre ....
93 Porque la Soberbia se pone a sí misma como valor supremo y absoluto, su único punto de
referencia, su única "estabilidad" es ella misma; de ahí que todos sus caminos varíen de
acuerdo con lo que, en cada situación, se presenta como el término de comparación frente al
cual debe seguir aftrmándose.
92
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85
su insolencia hasta aquella insensatez por la que, rechinando los dientes y
mordiendo se enfrentó a Dios, sobre Quien no pudo prevalecer. 94
Pero así como entonces cayó vergonzosamente abatida, así también
ahora, cuanto más alto se eleva en el espíritu y en las acciones de los hom­
bres necios, tanto más hondo los arrastra consigo hacia las profundidades del
abismo. Y no quiere que nadie se le parezca, como se ha. mostrado más arri­
ba."
3.8. LA V ANAGLORIA95
"Tenía figura humana, excepto porque sus manos estaban cubiertas de
pelo, y las piernas y los pies se asemejaban a las piernas y los pies de una
grulla.96 En su cabeza llevaba un gorro hecho de manojos de hierbas, y vestía
un ropaje negro. En su mano derecha tenía una ramita verde, y en la izquier­
da unas flores que contemplaba con gran cuidado. Y dijo:
PALABRAS DE LA VANAGLORIA. Yo examino diligentemente todas las
causas y soy mi propio testigo, ya que por mi integridad puedo abarcarlas y
comprenderlas bien. Lo que veo y lo que sé, ¿cómo podría faltar a la hones­
tidad en ello? También confio en mi posibilidad de volar a través de aldeas y
La Soberbia y la consiguiente necedad del hombre no son otra cosa que una pobre imitación
de la insensata desmesura del demonio en su enfrentamiento con la verdad de sus límites:
"Cuando la soberbia henchida de aire crece en ti, quieres elevarte por encima de los astros, de
las demás creaturas y de los ángeles, quienes en todas las cosas cumplen los mandatos de
Dios. Pero caerás, como también cayó aquel que opuso la mentira a la verdad." (Scivias 1, 4,
10, p. 73).
95 Libervite meritorum 3, 7, p. 128 Y 37, p. 145-146.
96 La grulla es una hermosa ave migratoria, de alto vuelo, a la que acompaña una serie de le­
yendas que, en los Bestiarios, configura una simbología generalmente positiva. No es fácil,
por consiguiente, interpretar los motivos de Hildegarda para colocarla en esta imagen de la
vanagloria. Sin embargo, en el Diccionario de Símbolos de Biedermann encontramos una fra­
se que tal vez nos proporcione una clave: "La grulla, al elevarse hacia el sol, expresa el deseo
de ascenso social" (v. Grulla, p. 217). Y Chevalier y Gheerbrant, junto a las interpretaciones
favorables, nos dice que en Occidente suele ser símbolo de necedad y de torpeza, por su cos­
tumbre de apoyarse en una sola pata. (Diccionario de los símbolos, v. Grulla, p. 543-44).
94
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de plazas, como los pájaros que viven en las forestas y que cantan cuando
quieren. Yo quiero aprender su canto y cantar como ellos, y lo uniré al sentir
humano; y pondré en práctica las costumbres de las cortes de los animales97
con la graciosa belleza de las jovencitas. Todas mis cosas las dispongo de
modo tal que todos cuantos me vean se regocijen en ellas, y que todos los
que me oigan me honren por ellas, de manera que también todos se admiren
por mi probidad. Pues yo soy cítara con los pájaros, cortesana con las bestias
y sabia con los hombres; acojo toda alegría con regocijo digno de alabanza.
y una vez hecho esto, ¿quién puede asemejárseme?98 Si yo no investigara,
nada encontraría, y si no pidiera, nada me sería dado: pues no hay prosperi­
dad para mí, a no ser la que adquiera gracias a mi sabiduría y mi integridad.
No tomo en cuenta si a alguien resulta molesto y gravoso que yo sea sabia y
proba, sino que quiero tener mi propia gloria. ¿Por qué esto molestaría a
Dios, cuando así he sido creada?"
EN PARTICULAR SOBRE LA VANAGLORIA, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNI­
FICA. Esta imagen significa la Vanagloria, que aquí viene después de la En­
vidia,99 porque es su compañera a causa de la incesante variación de los bie­
nes ajenos: pues los hombres, cuando envidian el éxito de los otros, desean
esa gloria para sí mismos. 100
Muy posiblemente se refiera a las costumbres y maneras propias de los animales, carentes
del decoro -tomado este concepto en su sentido más abarcador- que conviene a la conducta
humana. De allí, y en la continuidad del texto, la intención de disfrazar la grosería propia de
las bestias "con la graciosa belleza de las jovencitas". Las cortes de los animales es una ex­
presión que remite al esópico mundo de la fábula, recurso siempre válido como alegoría del
mundo humano, usada con una intención moralizante.
98 En su discurso, la Vanagloria toca todos los aspectos que configuran su presentación al
mundo, para su aplauso. Así desfilan sabiduría y probidad, ubicación social y poder, la gracia
de las artes y el encanto social, alegría y placer. Dueña de una excelencia tal que no hay otra
que la iguale -y que según afirma a continuación, ha obtenido por su propio esfuerzo y méri­
tos-, la vanagloria reclama para sí la admiración y la gloria. La pintura es perfecta; podría
llamarse "El exhibicionismo de la frivolidad", y seguramente la encontraremos colgada, a
modo de espejo, en muchas paredes de nuestro mundo.
99 La Envidia es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda.
100 La gloria que el envidioso desea para sí no está dada por la estable posesión de un valor
estable, sino por la deseada apropiación de los éxitos ajenos, con las variaciones que un tal
parámetro supone.
97
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
87
Tiene figura humana, porque se encuentra en los deseos y en la codicia
de la carne;IOI excepto porque sus manos están cubiertas de pelo, ya que
convierte en actos bestiales las obras que de acuerdo a la racionalidad debe­
ría orientar hacia el entendimiento humano; y las piernas y los pies se ase­
mejan a las piernas y los pies de una grulla, porque tendiendo -por las pro­
puestas del diablo, como por sus piernas- hacia una opción frívola e incon­
sistente, funda sus pasos en la inconstancia, por lo que graba en los hombres
que la imitan una excelsitud hueca, sin la frrmeza de los buenos caminos, y
que más se parece a la necia irracionalidad que a la recta y verdadera pru­
dencia. l02
En su cabeza lleva un gorro hecho de manojos de hierbas: porque los
hombres que siguen la vanagloria aman en su espíritu los honores terrenales
y caducos, que en un momento reverdecen y muy rápidamente se secan, co­
mo las hierbas.
Viste un ropaje negro, pues este vicio no habita en la vida sino que está
rodeado por las tinieblas de la infidelidad, en la destrucción de la muerte. 103
101 Recordemos que "carne" no significa sólo lo corpóreo, sino más bien la consideración ex­
clusiva del "sí mismo" en el mundo, con exclusión de toda otra persona estimada como tal, ya
que queda convertida, por tanto, en objeto de uso. Toda otra persona: Dios, y el prójimo... Por
eso enumera San Pablo las que llama "obras de la carne", y entre ellas encontramos algunas
que, en el sentir cotidiano, hubiéramos tenido como del espíritu: "Pero las obras de la carne
son manifiestas: fornicación, impureza, obscenidad, lujuria, idolatría, hechicería, enemistades,
enfrentamientos, rivalidades, ira. riñas, discordia, divisiones, envidia, homicidios, ebriedad,
orgías y otras similares a éstas. [... ] Fruto del Espíritu es el amor, el gozo, la paz, la paciencia,
la benignidad, la bondad, la longanimidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, la tem­
planza, la castidad." (Gál. 5, 19-23) Finalmente, yen la Carta a los Efesios, da forma más
explícita y profunda a lo dicho anteriormente, con una importante variación en la exposición:
"Porque para nosotros la lucha no es contra la carne y la sangre sino contra los príncipes y las
potestades, contra quienes gobiernan este mundo de tinieblas, contra los espíritus de la maldad
en los cielos." (Ef 6, 12). Queda con esto, creemos, un poco más perfilado el sentido de los
términos. En cuanto a la relación de la "carne" con la vanagloria, véase supra, nota 52.
102 Es la opción por el éxito antes que por la excelencia, la opción por el dudoso mérito de un
aplauso efimero en lugar del reconocimiento de la virtud. Y cuando un éxito, cuando un
aplauso se agota. la vanagloria busca otra novedad que lo suscite, y luego otra, y otra... La
inconstancia, la falta de solidez, la frivolidad, la insensatez.
103 La Vanagloria engaña al hombre y lo induce a la idolatría de su propia voluntad y a la infi­
delidad hacia su Dios, distorsiona su visión del mundo que ya no se le aparece como don di­
vino sino como posesión suya a ultranza. y le dificulta gravisimamente el conocimiento de su
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AZUCENA ADELINA FRABOSCHI
En su mano derecha tiene una ramita verde, y en la izquierda unas flo­
res que contempla con gran cuidado. Esto significa que los hombres que
fingen una gloria vana muestran jactanciosamente y con frivolidad las obras
espirituales, como si ellos mismos poseyeran lozana fecundidad en los aSun­
tos celestiales. Pero a veces y a causa del favor del mundo, muestran las
obras terrenales, como si en ellas florecieran por su probidad; y ponen en es­
to todo su esfuerzo, porque debido a su vanidosa jactancia desean ser glorifi­
cados en todas sus obras, como lo declara el mismo vicio en su discurso."
3.9. LA INFIDELIDAD 104
"Tenía figura de hombre a excepción de la cabeza, y desde las rodillas
hasta la planta de los pies estaba sumergida en las tinieblas mencionadas. En
su cabeza no apareció forma alguna, a no ser porque estaba llena de negrísi­
mos ojos por todas partes, entre los cuales había un ojo como en su frente,
que de cuando en cuando se encendía como fuego ardiente. Tenía colocada
su mano derecha sobre su pecho, pero en la izquierda llevaba un bastón y se
había envuelto en un manto de color negro. Y dijo:
PALABRAS DE LA INFIDELIDAD. Yo no conozco otra vida que ésta que
veo y toco, que puedo palpar. ¿Qué recompensa podría darme una vida de la
que no tengo certeza? Pero de ésta digo: Es, o no es. Y así, preguntando y
buscando, viendo, escuchando y conociendo, nada encuentro sobre la otra.
Porque si a través de la manifestación de una creatura viera algo que me re­
sulta provechoso, ¿qué daño podría hacerme? Mas yo no voy por ningún
camino ni vuelo hacia ciencia alguna, a no ser camino y ciencia que conozco
bien. \05 Pues cuando quiero volar sobre las alas de los vientos soy derribada
tan endeble situación, condición necesaria para salir de la misma.
104 Libervite meritorum 3,11, p. 131-132 Y 39, p. 147-148.
105 No es ésta una actitud propia de la prudencia, sino de la soberbia de quien no admite la fe
en el conocimiento que otro posee y que él no tiene, la falta de la confianza en la veracidad y
la buena intención del otro, la estrechez de quien sólo acepta un modo de conocimiento: el .
propio. Esta actitud conduce, tinalmente, a la idolatría de sí mismo o bien, si queremos recor­
dar un momento de la historia de la Humanidad, al encumbramiento de la Diosa Razón de la
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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a tierra; o cuando pregunto al sol y a la luna qué debería hacer, poco me res­
ponden; y cuando oigo algún sonido, no sé si me favorece o si me daña, por­
que no sé pronosticar: esto que veo, esto conozco. 106 Oigo también muchos
rumores, muchas conversaciones y muchas doctrinas que ignoro. Por lo que
haré todo aquello que fuere de óptimo provecho para mí.,,107
"EN PARTICULAR SOBRE LA INFIDELIDAD, SU ASPECTO, Y QUÉ SIG­
NIFICA. Esta imagen muestra a la Infidelidad, que viene aquí detrás de la
Desobediencia,108 porque cuando los hombres escogieron aquel vicio, llega­
rán a la infidelidad de manera tal que negarán a Dios.
Tiene figura de hombre a excepción de la cabeza, ya que sabe que Dios
existe, y sin embargo rehúsa tributarle dignamente culto, pues en su espíritu,
vuelto hacia la incredulidad, carece del recto comienzo por el que puede co­
nocer a Dios en virtud de la fe. 109
Revolución Francesa.
lOó La Naturaleza es un libro en el que, como lo celebra el Salmo 18, 1-4, "los cielos narran la
gloria de Dios y el firmamento proclama las obras de Sus manos", donde "cada día transmite
al siguiente la Palabra, y una noche la da a conocer a la otra", yen el que las creaturas todas
"no son palabras ni discursos cuya voz no pueda percibirse". La infidelidad no escucha la voz
del sol y de la luna, ni puede reconocer los signos de los tiempos; en su rechazo de la fe, no ve la
Luz ni oye la Palabra.
107 El discurso de la Infidelidad comienza con un planteo desde el conocimiento o, más bien,
desde su ignorancia; y finaliza con la afirmación de su voluntad soberana, que expone como
siguiéndose del haber buscado y no haber encontrado. Pero su malicia -a la que Hildegarda
llama "el engaño del diablo" queda al descubierto: porque señ.alando en primer término la
mano puesta en el pecho subraya la voluntad de negar la justicia, esto es, a Dios; y sólo des­
pués apunta al pensamiento, cuyos ojos han sido cegados por la voluntad de no ver. Es opor­
tuno recordar aquí la exhortación de Jesús a Tomás, cuando luego de resucitado se le aparece
con Sus llagas y la herida de Su costado, para satisfacer la demanda del azorado discípulo
(Juan 20, 27). El texto latino, literalmente dice: Et noli fieri incredldus sed fidelis, es decir:
"Y no quieras ser incrédulo, sino fiel." No dice: "No seas", sino "No quieras ser", dando a la
voluntad el papel de motor de la acción, y a la persona toda su responsabilidad. Y, consecuen­
temente, no dice "sino creyente", que sería un acto del entendimiento, sino "fiel", que lo es de
la voluntad, a la que pertenece la fidelidad.
108 La Desobediencia es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda.
109 "Sabe que Dios existe" pero le niega el reconocimiento de Su señ.orío y por lo tanto se nie­
ga a actuar en la obediencia a Dios, el Señ.or. Por eso "carece del recto comienzo", porque hay
allí una voluntad perversa que, subvirtiendo el orden debido, se pone a sí misma por encima
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AzUCENA MELINA FRABOSCHI
Desde las rodillas hasta la planta de los pies está sumergida en las ti­
nieblas mencionadas: porque ni se muestra inclinada hacia la verdadera fe,
ni camina en la fe verdadera, sino que permanece inmóvil en las tinieblas de
la infidelidad mientras ignora completamente a Dios, de palabra y de obra.! 10
En su cabeza no aparece forma alguna, a no ser porque está llena de
negrísimos ojos por todas partes, entre los cuales hay un ojo como en su
frente, que de cuando en cuando se enciende como fuego ardiente: porque en
su espíritu no hay prudencia alguna, sino la necedad de la ciencia humana.
Por eso con las oscuras miradas de su intención más íntima revela, a través
de la infidelidad, su plena y total incredulidad, cuando mirando a su alrede­
dor en todas direcciones atrae hacia sí todas las obras de la infidelidad, y
cuando con negligencia desprecia y arroja lejos de sí las luces de la verdad
de quien ve rectamente. Pues los hombres infieles muchas veces dicen que
tienen una fe recta, aunque sus actos abundan en toda clase de perversos en­
gaños. ll ! Por lo que entre sus malvadas intenciones, que no pueden ocultar
en sus espíritus, introducen a veces una que abiertamente muestran como de
una fe resplandeciente, mientras confirman su infidelidad cuando, engaña­
dos, ganen su esperanza en los elementos y en la disposición de las estre­
llas.! 2 Sin embargo no podrán descubrir en ellos ninguna esperanza cierta de
de toda otra voluntad, y específicamente por encima de la voluntad de su Creador: su voluntad
es la voluntad de no obedecer. Por eso a la Desobediencia sigue la Infidelidad.
110 Deus en el original; suponemos error y sustituimos por Deum, puesto que no tiene sentido
alguno pensar a Dios como sujeto de ignorat, en tanto es lógico ponerlo como objeto directo.
111 Muy a propósito de este texto es aquello de Santo 2, 19: "Tú crees que hay un solo Dios;
haces bien. también los demonios lo creen, y tiemblan". Por eso es que antes ha dicho el após­
tol: "Así también la fe, si no tiene obras, está muerta como tal. [... ] Muéstrame tu fe sin las
obras, y yo, a través de las obras, te mostraré mi fe." (Sant. 2, 17-18). La referencia es al que
dice que tiene fe, pero no obra según la fe que dice profesar: miente, y ellgafia.
112 Además de la referencia a la avidez del hombre por saber, y ello más por el deseo de poder
y por vanidosa figuración que por amor a la verdad, puede haber aquí una alusión a la astrolo­
gía y la adivinación, que merecieron duras palabras en Scivias 1, 3: "Pero estos hombres obs­
tinadamente Me tientan con sus perversas artes, tal que escrutan a la creatura que fue hecha
para servirles pidiéndole que, de acuerdo a su voluntad, les manifieste lo que quieren saber.
[...] Oh necios, cuando Me entregáis al olvido y ya no os volvéis a mirarme ni Me adoráis,
sino que consideráis qué presagia y qué revela una creatura que os está sometida, entonces
pertinazmente Me rechazáis, rindiendo culto a una débil creatura en lugar de hacerlo a vuestro
Creador." (Ibíd. 1,3,20, p. 50).
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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felicidad ni luz de vida alguna.
Tiene colocada su mano derecha sobre su pecho, pero en la izquierda
lleva un bastón. Esto significa que los hombres perversos, amantes de la in­
fidelidad, siguiendo los deseos de su corazón son perezosos cuando se trata
de las obras buenas y santas; y ponen una confianza vana e ilusoria en las
malas acciones, confianza en la que dividen a Dios en dos partes, cuando a
través de las creaturas superiores e inferiores Lo escudriñan e indagan en los
elementos, sin poder llegar a la verdad de la vida. 113
y se envuelve en un manto de color negro, porque más se defiende con
el engaño de las tenebrosas artes diabólicas de lo que lucha para alcanzar la
vida bienaventurada, como también se muestra en sus palabras antedichas."
3. 10. LA INJUSTICIA 114
"Tenía cabeza como de cervatillo y cola como de oso, pero el resto del
cuerpo se parecía al de un cerdo. 115 Y esta imagen decía:
1\3 Reitera Hildegarda la orientación de la Infidelidad hacia prácticas idolátricas y supersticio­
sas, como son la astrología, la adivinación, los horóscopos ... Porque detrás de la infidelidad
no está tanto la falta de una creencia en Dios, sino la negativa a considerarlo como tal, con la
aceptación de la relación de creatura-Creador que ello implicaría, del señorío de Dios y Su
ley, y de la consiguiente obligación de la obediencia en cuanto a dicha ley. Mediante la astro­
logía, la adivinación y otras prácticas por el estilo, el hombre quiere adquirir el entero control
sobre su propia vida, negando así la verdad de esa vida, la realidad que la experiencia le
muestra a diario pero que él no quiere ver: su voluntad produce esas tinieblas que tornan ciega
su mirada.
114 Liber vite meritorum 4, 1, p. 173 Y 26, p. 187-188.
!1S El cerdo es tenido en general como símbolo de lo más bajo, sucio y oscuro en el hombre:
la voracidad sin medida, el gusto por el lodo, la ausencia de todo discernimiento. Anima.! lla­
mado impuro y prohibido en el Antiguo Testamento -por motivos espirituales y sanitarios-,
paradójicamente ha sido utilizado para burlarse de los judíos, presentando a la Sinagoga mon­
tada sobre un cerdo, en lo que podríamos también encontrar la alusión a una asociación con el
demonio, si recordamos el pasaje de los demonios expulsados por Jesús de dos endemoniados,
y arrojados por pedido de los propios espíritus malignos a una piara de cerdos que se arrojan
al precipicio, con lo que los habitantes del lugar le piden que se retire de su ciudad (Mat. 8,
30-34). En Scivias 3, 11, 5 (p. 579) Y refiriéndose a los últimos tiempos de la Humanidad,
Hildegarda menciona cinco animales, entre los que se encuentra un cerdo negro, que interpre-
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AZUCENA ADELINA FRABOSCHI
PALABRAS DE LA INJUSTICIA. ¿Sobre quién afirmaré mi justicia? So­
bre nadie. Porque si tomara en consideración a éste o a aquél no sería una
creatura de Dios sino ~ue sería como un borriquillo, que avanza lentamente
si no se lo aguijonea. 11 Yo soy más sabia y más prudente que los otros. Co­
nozco el sol, la luna, las estrellas y las restantes creaturas, y correctamente
sitúo a cada cosa y a su causa. I 17 ¿Por qué habría de hacerme a un lado, co­
mo si nada supiera? Si yo rechazara la postura de alguno, éste tal vez haría lo
mismo conmigo. Si no lo hago, mi posición será más provechosa. ¿Y por
qué debería languidecer como si nada bueno supiera, cuando todo lo mío es
mejor y de mayor provecho que lo de los demás? Pues valgo tanto cuanto
valen aquellos que disciernen y juzgan todas las cosas.,,118
ta así: "Esa época tiene gobernantes que experimentan en sí mismos la negrura de una gran
tristeza, y que se revuelcan y se cubren con el lodo de la inmundicia, dejando de lado la ley
divina por las muchas fornicaciones y otros males semejantes, y urdiendo muchas divisiones y
cismas en cuanto a la santidad de los divinos mandatos." Porque la justicia es la virtud propia
de los gobernantes, fundada en la ley y en pro de la paz de los gobernados; la injusticia, de la
que aquí se habla, es su vicio contrario.
116 La Justicia le recuerda que "Dios estableció todo cuanto existe de manera tal que cada uno
tomara en consideración al otro, pues cuanto más uno sabe por el otro lo que por sí mismo
ignora, tanto más aumenta su conocimiento. Por esto también en virtud de la ciencia tiene ojos
-los ojos del conocimiento-, para prevenirse de caer en algún peligro y para no aventurarse a
riesgo alguno." (Liber vite meritorum 4, 2, p. 174). Y más adelante añade: "¿Por qué rechazas
la enseñanza y el don del Espíritu Santo, que el Santo Espíritu infunde en los hombres?"
(Ibíd.). El don del Espíritu Santo al que aquí se hace referencia es la racionalidad, en virtud de
la cual y mediante el conocimiento la justicia es posible.
117 Esta afirmación pretende emular a Dios Creador y Legislador (Sal. 103 y 147), Y no está de
más recordar que la soberbia y la envidia de Lucifer obraron la primera injusticia que fue,
precisamente, la pretensión de ser como Dios y aún superarlo.
118 La Injusticia no se afirma en la ley -a la que no quiere ver- sino en su propio parecer y
conveniencia, por lo que tampoco considera a las personas con las que trata. Cesare Ripa, al
tratar de la Justicia, dice que "la Justicia lo ve todo, siendo calificada por los Antiguos Sacer­
dotes como verdadera vidente de la totalidad de las cosas. De ahí viene que Apuleyo realizara
su juramento juntamente por el ojo del Sol y la Justicia" (RlPA. CESARE. Iconología, T. 2, p.
8). Contrariamente a la imagen habitual de una mujer con los ojos vendados, que subraya la
no acepción de personas, esta iconografia la representa con mirada agudísima para enfatizar el
pleno conocimiento como fundamento de la rectitud del juicio, del juicio justo. Concepto que
vemos confirmado en la presente obra de la abadesa de Bingen, por las palabras con que la
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"EN PARTICULAR SOBRE LA INJUSTICIA, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNI­
FICA. Esta imagen significa la Injusticia, que carece del gozo de la vida y
adhiere a la iniquidad primera: porque aquel que es enteramente injusto pro.­
dujo. esta iniquidad primera para destruir mediante ella todo lo que fue y es
justo. i19
Yesta imagen tiene cabeza como de cervatillo: porque el espíritu de los
hombres injustos en su perversidad avanza a los saltos, pasando por encima
de todo prudente cuidado y conocimiento de los bienes y cayendo en el pre­
cipicio; y encima con su ciencia, que siempre rumian para sus adentros,
quieren parecer útiles.
y cola como de oso: ya que todas las artimañas de sus caprichos acaban
y mueren a causa de la inestabilidad de la perversidad y el rugido de la mali­
cia cuando intentan oponerse a todos y rechazar a todos, por lo que son aba­
tidos, vencidos por el verdadero y justo juicio y devueltos a la nada. 120
Pero el resto del cuerpo se parece al de un cerdo, porque los hombres
que van en pos de la injusticia se ven envueltos por el barro de su mismo vi­
cio, y yacen en su suciedad. Pues sus obras, tortuosas y retorcidas a causa del
gruñido de la iniquidad y abominables por la afrenta cometida contra mu­
chos, no prevén rectitud alguna de sabiduría, ni atraen a sí ningún consejo de
la justicia, sino que quieren hacer todas las cosas por sí mismos y acabarlas
según sus deseos, pretendiendo ser superiores a los demás, como el mismo
vicio lo pone de manifiesto en su discurso, según se ha dicho.,,121
Justicia responde a la Injusticia
119 "aquel que es enteramente injusto" es Lucifer, quien después de su caída produjo el engaño
perpetrado contra el hombre para vencer en él a Dios. Hay aquí una doble mudanza de incli­
nación: la de Lucifer, que ya no confronta directamente con Dios sino a través del hombre, y
la del hombre, que ya no se inclina en obediencia hacia Su Creador sino que se vuelve sobre sí
mismo, siguiendo su propia voluntad, que termina siendo la del diablo, su señor.
120 En tiempos de Hildegarda el oso, antaño temido por su ferocidad y adorado por los pueblos
bárbaros del norte de Europa, y ahora domesticado, era objeto de exhibición y diversión en las
plazas y los mercados de los pueblos: obligado a bailar (la inestabilidad) y a rugir para poner
de manifiesto su ferocidad (el rugido de la malicia).
121 El inicuo ávido de poder ha sido seducido por los criterios de un mundo que valora como
supremos la riqueza, el mando despótico, la violencia, el éxito ... , todo ello logrado con pres­
cindencia de la cualidad moral de las actitudes y los actos conducentes a su obtención. "El fin
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3.11. LA PEREZA, INDOLENCIA O DESIDIA 122
"Tenía rostro infantil y cabellos blancos; 123 vestía una túnica descolori­
da que ocultaba sus brazos y sus manos, y que cubría sus pies y los restantes
miembros de tal manera que yo no podía discernir ninguna otra forma. Y de­
cía:
PALABRAS DE LA INDOLENCIA. ¿Por qué he de llevar y sufrir una vida
dificil y laboriosa, y por qué he de soportar muchísimas tribulaciones, cuan­
do no he cometido tantos pecados? Pues a cada creatura le acompaña y le
asiste su propio ser. 124 Muchos lloran y gimen y maceran su cuerpo de mane­
ra tal que apenas pueden vivir, y sin embargo tienen costumbres malvadas, y
juntan pecado sobre pecado. ¿Y de qué les aprovecha tanto trabajo? Pero yo,
en la molicie y huyendo de las fatigas, tengo una mejor vida que éstos, y no
quiero molestia alguna. 125 Si huyo del trabajo y de otras cosas que me son
justifica los medios" es la máxima que se esgrime para legitimar, precisamente, la acción in­
justa. Por eso la justicia de Dios desprecia esos logros y "les arrebata la prosperidad de este
mundo, donde perecen a causa de tantas y tales calamidades que no pueden superar." (Scivias
1,4, 14, p. 76-77).
122 Líber vile merilorum 4, 3, p. 175 Y 27, p. 188.
123 Tanto la fragilidad del rostro infantil cuanto la vejez que denotan los cabellos blancos
hablan de debilidad.
124 En Scivias 1,3,28, p. 57 encontramos una parábola en la que Dios responde a este planteo
de la Indolencia: "Pero en tu gran necedad quieres apoderarte de Mí cuando Me amenazas
diciendo: 'Si a Dios Le place que yo sea justo y bueno, ¿por qué no me hace [un hombre]
probo?'. Así quieres cazarme, como si un cabrito petulante quisiera cazar a un ciervo, que lo
empujará y lo atravesará con sus poderosísimos cuernos. Así también Yo, cuando con toda
desvergüenza quieres burlarte de Mí con tus costumbres, te abato con los preceptos de Mi Ley
como con Mis cuernos, en virtud de Mi justo juicio. Pues son trompetas que resuenan en tus
oídos, pero tú no las sigues sino que corres tras el lobo al que piensas que has sometido de
manera tal que ya no pueda lastimarte. Mas el lobo te devora diciendo: 'Esta oveja ha tomado
el camino equivocado y no quiso seguir a su pastor sino que corrió tras de mí; por lo tanto
también quiero tenerla, porque me eligió y abandonó a su pastor."
125 Nuevamente Ripa nos ofrece una acertada imagen, esta vez de la Indolencia o Desidia:
"Mujer con el cabello suelto, y vestido pardo [...]. Estará sentada, reposando las manos sobre
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perjudiciales, ¿acaso Dios me condenará por esto?,,126
"EN PARTICULAR SOBRE LA INDOLENCIA, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNI­
FICA. La Indolencia o torpeza aquí sigue a la Injusticia: porque descuida la
justicia y no es vigilante en la fe, sino que su espíritu está ciego, de manera
tal que no vuelve sus ojos hacia Dios con sinceridad de corazón.
Tiene rostro infantil y cabellos blancos: porque los hombres que eligen
la negligente torpeza no se aplican a procurarse la disciplina de la sabiduría y
el discernimiento -que ponderan las razones de aprovechamiento-, ya que
son necios e inconstantes en sus acciones y manifiestan en su espíritu cierta
debilidad, en tanto no aman ni eligen la probidad sino una peligrosa pere­
za. 127
Viste una túnica de descolorida que oculta sus brazos y sus manos, y
que cubre sus pies y los restantes miembros de tal manera que no puedes
discernir ninguna otra forma: pues los hombres perezosos, a causa de su
ociosidad, se rodean de las tinieblas nocturnas y paralizantes de la negligen­
las rodillas. Lleva la cabeza baja y tiene una oveja a su lado. Se pinta a la desidia con el cabe­
llo suelto, mostrando así lo tardo y perezoso de su obrar, siendo éste un defecto que ella mis­
ma se causa; pues el hombre que la sufre vale poco, y es lento y perezoso en sus acciones. Y
como no vale para realizar ninguna actividad industriosa, a causa de su dejadez, se representa
con las manos colocadas sobre las rodillas. [... ] Se sienta inclinando la cabeza hacia el suelo,
porque el hombre que vale poco no se atreve a mantenerla alzada, comparándose con ello a
los demás hombres; ni tampoco a caminar por la vía del éxito, que nos reporta la fama, por
consistir sus acciones en cosas de gran dificultad. En cuanto a la oveja, es un animal estúpido
que nunca sabe qué camino tomar ante los sucesos que se le presentan. Por eso dice Dante en
el Infierno: 'Sed hombres, y no ovejas bobas". (RIPA, CESARE, ob. cit., T. 1, p. 271).
126 La Fortaleza, que es la virtud opuesta, le contesta: "No eres semejante ni a los gusanos que
trabajando en sus cuevitas se procuran el alimento ni a las aves que construyen su nido, y que
también en la penuria de la escasez buscan el sustento de sus cuerpos. ¿Pues qué ser viviente
hay en esta vida que viva sin preocupación? Ninguno. [... ] Pero tú deseas tener lo que nadie te
dará, porque quieres recibir sin trabajo aquellas cosas de las que no podrás apoderarte por tu
embotadora pereza." (Liber vite meritorum 4, 4, p. 175).Véase Prov. 6, 6-11.
127 Muy a menudo, y b<'\io disculpas y pseudojustificaciones por errores de variada índole y en
diversos asuntos: omisiones, imprevisiones, olvidos, equivocaciones y tanto más (Yo no lo
sabía", "No sé como hacerlo", "No me di cuenta", "Estaba cansado", "No me dan las fuer­
zas", etc.), se oculta este vicio, que una actitud seria y honesta distingue de un estado patoló­
gico debido a factores psicosomáticos. La frontera es delgada y sutil, pero existe.
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cia -en las que esconden la fortaleza que debieran tener en sus acciones­
cuando descuidan la realización de obras buenas y esforzadas. Con esas ti­
nieblas ocultan también con tal desidia y haraganería sus pasos -con los que
debían caminar por el camino de la rectitud- y las restantes relaciones y pro­
yecciones de sus actos, que no es posible advertir en ellos forma alguna de
santa virtud. Pues están sumidos en el tedio y viven en el tedio; ni tienen so­
licitud por la salud de su alma ni trabajan por su cuerpo, sino que embotados
por el ocio dicen que quieren vivir con tranquilidad, como el mismo vicio lo
ha mostrado con sus palabras. La refuta la Fortaleza, y persuade a los hom­
bres para que no se manchen con la torpe negligencia, sino que socorran di­
ligente y esforzadamente tanto a los demás como a sí mismos, en las necesi­
dades del alma y del cuerpo; y para que usen sus manos en obras de prove­
cho."
3.12. EL OLVIDO DE DIOS 128
"Su cabeza era como la cabeza de la salamandra, 129 y el resto del cuerpo
Lihervite meritorum 4,5, p. 176 Y 29, p. 190-19l.
En la simbología medieval la salamandra ha tenido siempre resonancias positivas, funda­
mentalmente por la propiedad que se le atribuía, no sólo de no ser afectada por el fuego sino
de extinguirlo. Por ello se la ha considerado emblema de la fortaleza y de la realeza (la indes­
tructibilidad del poder real), de la castidad y de la virginidad (la resistencia al fuego de la pa­
sión seductora), y por ello de Cristo y de Su Madre virginal. Sin embargo, Hildegarda la pone
aquí como parte, tan luego, del Olvido de Dios, y para comprender el motivo de esta inclusión
recurrimos a su Physica, en la que nos dice que "su veneno es mortífero. En sí mismo no cau­
sa gran daño al hombre mientras vive, pero si los hombres prueban su veneno, mueren." (8, 8,
1312B, PL 197). En la misma línea san Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías (L. 12, c. 4:
"De las serpientes") y bajo la voz Salamandra, escribe: "Es el más venenoso entre todos los
animales, pues los demás hacen dalio a cada uno, pero éste mata a muchos al mismo tiempo,
pues si sube a un árbol infecta con su veneno a todos sus frutos y mata a todos los que los co­
man; si por casualidad cayera en un pozo, muere todo el que bebiere de él." También en El
Bestiario de Cristo (CHARBONNEAU-LASSAY, vol. n, p. 815) encontramos una referencia a la
parte delantera de la salamandra -y es precisamente la cabeza de dicho animal lo que la aba­
desa de Bingen pone aquí en juego-: "La parte trasera pisciforme, que podría llevar al animal
a la superficie de los manantiales y de las claras fuentes, suele verse arrastrada la mayoría de
las veces por la parte delantera de saurio hacia. los lodos nauseabundos y los limos fétidos en
128
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se asemejaba al cuerpo de un lagarto. 130 Delante de la imagen apareció una
nube negra, tormentosa y difusa, mezclada con una densa nube blanca. La
imagen había puesto sus patas delanteras sobre dicha nube, y decía:
PALABRAS DEL OLVIDO DE DIOS. Dado que Dios me ignora, y como
tampoco yo Lo conozco,131 ¿por qué debería apartarme de mi voluntad pro­
pia, puesto que ni Dios me quiere, ni yo Lo siento a Él? Por eso, lo que en
cada asunto me es provechoso y lo que quiero, esto es lo que en todo mo­
mento tomaré en cuenta: porque haré lo que sé, y lo que entiendo, y lo que
me gusta.
Muchos me hablan a gritos de una vida extraña que ni conozco ni oigo
de ella y que nadie me ha mostrado. l32 Muchísimos también me dicen: "Haz
esto o aquello"; éstos me muestran a Dios, y la vida y la recompensa que he
de recibir, para que sepa qué puedo hacer.\33 Pero también muchísimos pode­
rosos vienen corriendo hacia mí y me proponen magníficos preceptos que
son más falsos que verdaderos, y que ellos mismos no cumplen enteramen­
te. l34 Lo que me conviene hacer, esto es lícito que me sea prescripto. No
quiero muchos dioses, esto es, maestros. Si Dios existe,135 ciertamente me
los que pulula toda una masa de larvas impuras y de gusanos repugnantes." Por donde cree­
mos haber dado razón de por qué el Olvido de Dios tiene cabeza de salamandra
130 El lagarto aparece mencionado entre los animales impuros cuya ingesta estaba prohibida al
pueblo de Israel (Lev. 11, 29); a esto puede sumarse el hecho de que se arrastra sobre la tierra
(no olvidemos que se lo ubica entre los reptiles), y que permanece en la misma posición, ex­
puesto al sol, durante mucho tiempo, lo que hizo de él un símbolo de la pereza e indolencia.
Recibe la luz del sol, pero no se mueve, permanece en su misma postura.
131 El Salmo 138 nos ubica en las antípodas de la premisa del Olvido de Dios: "Dado que Dios
me ignora.."
132 Podría referirse a la vida monástica y a los predicadores religiosos, como San Bernardo de
Claraval, de gran presencia y eficacia en el atraer a los hombres a la vida religiosa.
133 Aquí la referencia podría ser a la predicación de los eclesiásticos, sacerdotes y obispos, en
torno a los preceptos de la Iglesia y su cumplimiento para la obtención de la recompensa eter­
na.
134 Las posibles interpretaciones son dos: o los cátaros y sus heréticas afirmaciones, o los
miembros de la jerarquía eclesiástica de los que habla Hildegarda en varias de sus cartas ­
como las que hemos visto--, denunciando su venalidad, su codicia, su deseo de poder, su luju­
ria, y su compromiso con el poder político.
\35 La Santidad, opuesta al Olvido de Dios, le recuerda que "no es la tierra la que da a los
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AzUCENA ADELlNA FRABOSCHI
conoce."
"EN PARTICULAR SOBRE EL OLVIDO DE DIOS, SU ASPECTO, Y QUÉ
SIGNIFICA. Esta imagen representa el Olvido, que aquí viene después de la
Indolencia porque los hombres negligentes, tanto en lo que al servicio de
Dios se refiere cuanto a otras necesidades suyas, llegan finalmente a esto:
que relegan a Dios al olvido como desconociéndolo, y que a causa de las
muchas preguntas de los sarcasmos del diablo 136 no desean ir hacia Él, sino
que retienen para sí sus propios pareceres y juicios anteponiéndolos a Dios,
por lo que también tienen al diablo en lugar de Dios.
Cuya cabeza es como la cabeza de la salamandra, y el resto del cuerpo
se asemeja al cuerpo de un lagarto: porque los hombres que escogen este
vicio son contumaces en su espíritu y en su voluntad, y obstinadamente se
oponen a Dios con todas sus obras, de manera tal que realizan apresurada­
mente y sin moderación alguna todas sus acciones. Pues este vicio, en medio
de la envidia y de la incredulidad,137 en algunas ocasiones los aterroriza de
tal forma que muchas veces no saben qué hacer.
Delante de la imagen aparece una nube negra, tormentosa y difusa,
mezclada con una densa nube blanca: porque quienes relegan a Dios al olvi­
do ponen ante sí las variadas consideraciones de sus propios proyectos, por
lo que ora son negros en su impiedad, ora tormentosos en la incredulidad, y
hombres el alimento, los vestidos y las otras cosas necesarias, sino Dios. Los hombres ven
surgir y crecer estas cosas, pero no ven de dónde y de qué modo surgen y crecen; sólo saben
esto, que surgen y crecen por obra de Dios. Pues nadie podría hacer surgir y crecer a todos los
hombres y todas las generaciones, y nadie podría dar vida a lo más pequefio que hay en el
mundo, sino Dios; por esto se conoce que Dios existe." (Liber vite meritorum 4, 6, p. 176­
177).
136 Son las malintencionadas preguntas del diablo, cuestionamientos que brotan de su actitud
burlona y que, al tiempo que lastiman y humillan, siembran la duda y el desconcierto. Para no
afrontarlas, para no sufrir el sarcasmo y para no padecer incertidumbre, el hombre prefiere
relegar el tema, y así, día tras día, llega al olvido de Dios, Quien ya no tiene presencia en su
vida.
137 El Olvido de Dios se mueve en medio de la envidia en cuanto al prójimo y la incredulidad
con respecto a Dios: porque se trata, finalmente, de la afirmación de la propia voluntad como
instancia absoluta. De allí la opción por el propio proyecto, y la dureza de corazón a que hace
referencia la simbología de la imagen.
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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nebulosos en la fluctuante vaguedad de sus circunstancias. Todo lo cual, sin
embargo, les complace en gran manera -como si estuvieran en medio de una
nube blanca-, cuando entremezclan todas sus obras según el beneplácito de
su voluntad, porque no hacen ninguna otra cosa que lo que su deseo les
muestra.
La imagen pone sus patas delanteras sobre dicha nube: esto es que
aquellos en quienes se da el olvido de Dios no orientan sus pasos -que en
primer lugar debieran dirigir hacia la salvación de sus almas- hacia el bien
sino hacia el mal; y en todas sus obras y en todos sus recorridos se dividen
en dos caminos, esto es en el olvido de Dios y en la dureza de corazón, aten­
diendo solamente aquellas cosas hacia las que su espíritu los conduce, como
también lo manifiesta el mismo vicio en sus palabras, según se dijo. Pero la
Santidad se le opone, advirtiendo a los hombres para que dejando de lado el
olvido de Dios, Lo amen con una dedicación verdadera."
3.13. LA PREOCUPACIÓN POR LAS COSAS TERRENALES 138
"Tenía forma de hombre y cabellos de color claro, y que estaba desnuda
en medio de las tinieblas, como dentro de un tonel. Y decía:
PALABRAS DE LA PREOCUPACIÓN POR LAS COSAS TERRENALES.
¿Qué cuidado es mejor que el solícito cuidado de este mundo, donde crecen
las hierbas y los árboles frutales, las vides y todas las otras cosas necesarias
para la vida, por las que los hombres son reconfortados y sustentados? Pues
si yo derramara las lágrimas de mis ojos, o si golpeara mi pecho entre suspi­
ros, o doblara mis rodillas, no obtendría de allí alimento ni vestido, sino que
perecería. Si además clamara al cielo, y si suplicara al sol, a la luna y a las
estrellas lo que necesito, nada me darían. 139 Por lo cual me procuraré todas
Liber vite meritonlm 4,9, p. 178 Y31, p. 193-194.
La primera parte del alegato de la Preocupación... es insidiosa, puesto que presenta de ma­
nera ponderativa el cuidado legítimo y obligado de la creación por parte del hombre, valién­
dose luego de ello para engañosamente denunciar la falta de cuidado por parte de Dios hacia
el hombre, y justificar así sus desvelos. En tanto la Preocupación por las cosas terrenales se
presenta como una preocupación por y para la vida sobre la tierra, la respuesta del Deseo Ce138
139
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aquellas cosas que pueda obtener gracias a mi pensamiento, mi palabra y mi
obra, para poder vivir sobre la tierra.,,14o
"EN PARTICULAR SOBRE LA PREOCUPACIÓN POR LAS COSAS TERRE­
NALES, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNIFICA. Esta imagen designa la Preocupa­
ción por las Cosas Terrenales, y acompaña aquí a la Inconstancia: 141 porque
los hombres que son inconstantes en sus costumbres y en sus obras, a causa
de la inestabilidad que con frecuencia albergan en su espíritu muy a menudo
quedan envueltos en la preocupación por las cosas terrenales, que se opone a
la preocupación por las celestiales, y no busca el alimento y el fortalecimien­
to de la vida.
Como ves, tiene forma de hombre ~l ocuparse de los asuntos munda­
nos y terrenales- y cabellos de color claro, que significan el ánimo errante
que corre por doquier, en medio de la locura y de gran estrépito: porque los
hombres que se afanan por este vicio padecen grandísima inquietud no sólo
en el alma sino también en el cuerpo. Pues lo que es inquietud para los otros
hombres, para éstos es quietud y paz; y lo que es quietud para otros, es in­
lestial ("Dios provee todo lo necesario: pues así como el cuerpo no puede vivir sin el alma, así
tampoco crece fruto alguno de la tierra sin la gracia de Dios. Observa los huesos de los muer­
tos que yacen en los sepulcros, y considera qué hacen. Pues nada hacen. sino yacer en la pu­
trefacción. Así tampoco tú haces algo. sino que vives despreocupadamente, porque quieres
vivir sin la gracia de Dios, y ni deseas ni buscas a Dios en todos tus cuidados y preocupacio­
nes". Liber vite meritorum 4, 10, p. 179) le muestra que esa vida sin Dios no es otra cosa que
muerte, sepultura y podredumbre; y mientras la Preocupación proclama todo su quehacer, el
Deseo Celestial llama a ese quehacer nada, porque se ha despreocupado de Dios. Véase al
respecto Mat. 6, 25-34.
140 Todo el discurso de la Preocupación por las Cosas Terrenales es una falta de confianza en
la Divina Providencia, una negación de la misericordia de Dios y una acusación de dureza de
corazón contra el Seflor. En realidad toda la Cuarta Parte de esta obra, desde los vicios que
anteceden -Injusticia, Indolencia, Olvido de Dios, Inconstancia- y en los que vienen inmedia­
tamente después -Obstinación, Deseo Desordenado e Insaciable o Avidez, Discordia--. nos
habla de la persona sin Dios y sin ley. centrada en sí misma y en su propio querer y conve­
niencia.. obligada por su autoafirrnación a bastarse a sí misma.. dilatando en esa autosuficiencia
los límites de su apetencia.. de sus posibilidades y de su obrar hasta una necia obstinación que
desemboca en la agresión contra todos.
\4\ La Inconstancia es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda.
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quietud para ellos a causa de este vicio. 142
Estaba desnuda en medio de las tinieblas, como en un tonel, porque los
sentidos y el corazón de esos hombres están de tal manera puestos en la ne­
grura de los cuidados y minucias terrenales y envueltos en ellos que, desnu­
dos de la bienaventuranza celestial, descansan en cuidados y minucias como
sentados placenteramente en los baños. Pues por una parte aman la desnudez
de su primera ignorancia, 143 y por otra parte ni deseándola, ni suplicándola,
piden a Dios la vestidura de la salvación, porque todas sus intenciones y to­
dos sus esfuerzos se dirigen a los bienes del mundo, y porque con enardecida
actividad se apoyan en éstos, que son temporales y caducos, como también
el mismo vicio lo dice con sus palabras, como se muestra más arriba. Al cual
le responde el Deseo Celestial, exhortando a los hombres para que no pos­
pongan tras lo que es temporal, aquellas cosas que son celestiales yetemas."
3.14. LA OBSTINACIÓN O CONTUMACIA 144
"Tenía figura de búfalo. 145 Y dijo:
142 La actitud viciosa radica en ocuparse exclusivamente de los asuntos terrenales, con exclu­
sión de Dios y de Su divina providencia. Este vicio supone en quien lo posee la soberbia de la
omnipotencia, puesto que su afán obedece a que cree que todo depende de él, por lo que debe
saberlo todo, nada puede escapar a su conocimiento y previsión. Por eso le da un simulacro de
paz su inquietud esforzada e insaciable, con la que acumula los conocimientos que le permiti­
rán el manejo de la situación, pero que siempre resultan insuficientes por la novedad de cada
nuevo momento. Por el contrario, la quietud y la paz lo inquietan profundamente, porque sien­
te que entonces ignora lo que ahora sucede, y lo que sucederá después, y que el control se le
escapa de las manos.
143 La primera ignorancia del hombre, que lo hizo descubrirse desnudo de la bienaventuranza
celestial, fue ignorar el valor del precepto divino y la astucia de la serpiente (Gén 3, 6-13).
Amar dicha ignorancia es continuar prefiriendo su propia voluntad antes que la salvífica vo­
luntad de Dios.
144 Liber vite meritorum 4, 11, p. 179-180 Y 32, p. 194-195.
145 En sus Etimologiae (L. 12, c. 1: "Del ganado y de los jumentos") Isidoro de Sevilla nos
dice que este animal, muy semejante al buey pero de mayor tamafio, vive en África, se carac­
teriza por ser indómito y, a causa de su fiereza, no acepta el yugo. De inmediato salta a la vis­
ta la elección del mismo para significar la obstinación.
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PALABRAS DE LA OBSTINACIÓN. No hay en mí, absolutamente, exceso
o redundancia de cosas y de asuntos; mas cuando digo esto, no puedo expre­
sarlo con apatía y sin fuerza. Pues si la tierra siempre fuera blanda por la llu­
via y la materia fertilizante y no tuviera dureza alguna, no sería de provecho,
porque de esta forma su fruto no crecería y maduraría; o si fuera tierna, las
aguas fluyendo sobre ella e inundándola la destruirían totalmente.
¿y en qué me daña esto de no ser blanda en ningún asunto, siendo que
una lluvia desproporcionada y repentina que cae sobre la tierra la perjudica
tanto? Si no puedo suspirar, que así sea; o si no lloro, no me importa en ab­
soluto: porque muchos mueren de tristeza, y muchos desfallecen a causa de
sus lágrimas. 146 Ya que toda gracia que Dios quiere brindar, la otorga: ¿por
qué me esforzaría con tanta porfia y tenacidad por ella? ¿Y por qué habría de
trabajar por aquello que no puedo llevar a cabo?147 Pues cuando alguien bus­
146 Véase al respecto la actitud contraria en: Sal. 6, 7; todo el admirable Salmo 101; Sal. 118.
28. ¿Y qué decir del llanto de la pecadora a los pies del Divino Maestro, lágrimas que le me­
recieron el perdón de sus pecados? (Luc. 7. 37-50). La abadesa de Bingen, con notable finura
espiritual, precisa que no se trata del dolor que sólo padece y se lamenta sino de una actitud
dinámica, protagónica, que rompe la dura obstinación del corazón humano y lo encamina
hacia su conversión: "De estos suspiros y de estas lágrimas nace en este hombre el lozano,
fecundo vigor de la penitencia. Y por eso, despertando nuevamente en las buenas acciones,
examina la carga de sus pecados con tanta diligencia y arrepentimiento, que la carne de sus
miembros se seca un tanto, y en su corazón la amargura deviene tan grande que a menudo se
dice: ¿Por qué he nacido con la disposición hacia tan grandes culpas? Con mi alma he pecado
contra Dios, y con ella hago penitencia suspirando hacia Él, Quien se ha dignado asumir el
cuerpo de Adán a partir de una virgen. Por lo cual también yo confio que no me despreciará,
antes bien me liberará de mis pecados y por el rostro de Su santa humanidad me recibirá, si
hago penitencia en la verdadera fe." (Liber divinorum operum 1,4,32, p. 168-69). Gemido y
lágrimas, dolor y amor, abonan la tierra de la buena voluntad del hombre, los esforzados tra­
bajos de su resolución, que ha de ser fructífera.
147 Ambas interrogaciones responden a dos pecados opuestos: la primera habla de presunción
por exceso de confianza, y de desesperanza la segunda, por la absoluta desconfianza. Ambas
dejan al hombre en la inmovilidad de la inercia, una de las consecuencias de la obstinación. A
esa estéril inercia hace referencia la Compunción del Corazón en la primera parte de su res­
puesta, que transcribimos: "¿Qué eres tú, oh amarga obstinación, que dices que no puedes tra­
bajar en tu vida, cuando las aves, los peces, las bestias y el ganado, los gusanos y los reptiles
trabajan para obtener su comida? También las crías de los animales piden a sus madres el sus­
tento, y la tierra pide al aire toda su lozanía y fecundidad. ¿Por qué Dios es llamado 'Padre', a
no ser porque cuando Sus hijos Lo invocan, y cuando Él por Su gracia les brinda cosas bue-
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VIcros ...
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ca lo que no puede hallar, no le aprovecha."
"EN PARTICULAR SOBRE LA OBSTINACIÓN, SU ASPECTO, Y QUÉ SIG­
NIFICA. La sexta imagen, que representa la Obstinación del espíritu, sigue
aquí a la Preocupación por las cosas terrenales. Porque los hombres que se
hunden por entero en las preocupaciones terrenales caen en la obstinación
del espíritu, tal que no hay en sus corazones ninguna consideración en cuan­
to a Dios -como si sus corazones estuvieran untados y pegados con pez-, y
hablan y actúan como si Dios no existiera: pues ignoran lo que es el bien y
no buscan la suave ternura de la piedad sino que en su dureza son contuma­
ces contra Dios.
Tiene figura de búfalo, porque este vicio hace que los hombres sean du­
ros y ásperos en su espíritu, y que asciendan a la altura de una seguridad in­
segura, tal que a nadie consuelan y ningún cuidado tienen de los otros en lo
que hace a la benevolente honestidad de la ciencia racional,148 sino que salen
al encuentro de cualquiera con los dardos de sus palabras y con la amargura
de sus obras. A nadie guían, a nadie protegen, sino que infunden asombro y
nas, conocen que Él es Dios? ¿Y por qué tú te querellas contra Dios? Pues yo bebo del rocío
de Su bendición, y Le sonrío desde la compunción del corazón, y con una voz hecha de gozo
y llanto Le digo: 'Dios, ayúdame'. Y los ángeles me responden con resonante voz alabando a
Dios, porque Lo invoco. Entonces también la aurora de Su gracia brilla para mí, y me da el
alimento de vida: porque Se lo pedí para no desfallecer. Pero porque tú nada Le pides, nada se
te dará." (Liber vite meritorum 4, 12, p. 180). No creemos que este bellísimo texto requiera
explicación alguna. Está el reconocimiento de la filialidad del hombre con respecto a Dios, su
Padre, y además aparece muy clara la secuencia indicada por Hildegarda: el movimiento pri­
mero de Dios y gracia Suya, "el rocío de Su bendición", que se ofrece en suavidad para que el
alma fiel, inclinando su cabeza, beba; "la compunción del corazón", esto es, el arrepentimien­
to, que implica ya un salir de la situación de pecado y alzar confiadamente la mirada sonriente
hacia Dios; y finalmente el clamor que suplica los divinos auxilios para resistir la tentación:
"Dios, ayúdame". Luego de la alabanza de los ángeles por el pecador que se convierte, el per­
dón y "la aurora de la gracia" se hacen presentes, y el hombre, reconfortado por "el alimento
de vida" suplicado y recibido, se pone de pie para continuar su camino -el camino hacia su
Padre Dior sin desfallecer.
148 Se marcan aquí dos actitudes contrapuestas: la de quien, guiado por el saber racional, va al
encuentro de los hombres con la honestidad de la verdad y la intención amorosa del bien, esto
es, con una actitud benevolente; y la de quien, bajo la dureza de su necia obstinación, sale a
confrontar con el otro agrediéndolo para neutralizar toda razón que pudiera oponérsele.
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temor en cuantos pueden, como el mismo vicio lo dice en las palabras que
profiere, como se ha mostrado."
3.15. EL DESEO DESORDENADO E INSACIABLE, O AVIDEZ 149
"Era semejante a una mujer hasta las rodillas, pero sus rodillas y sus
pies estaban hundidos en las mencionadas tinieblas de tal forma que no po­
día verlos a causa de las tinieblas. Había cubierto su cabeza a la usanza de
las mujeres, y vestía una túnica blanca. Y decía:
PALABRAS DEL DESEO DESORDENADO E INSACIABLE, O AVIDEZ. In­
tensamente deseo y vivamente me esfuerzo por atraer a mí y apoderarme de
toda riqueza, todo honor y toda belleza, y recibir cualquier pequeño obsequio
que se me haga y que yo pueda tener: porque cuanto más tenga, tanto más se
multiplicará mi conocimiento. Pues por mis hermosos anillos, mis collares y
mis pendientes y otras riquezas se reconoce que soy sabia con probidad, y
por las cosas pequeñas que distribuyo con rectitud. Porque si no tuviera estas
cosas, estaría vacía de todo bien y de toda integridad, y me asemejaría a una
rama podrida, en la que no hay ni dureza ni flexibilidad. Pero puedo hacer
cosas buenas de acuerdo con Dios y con los hombres, y beneficio a los hom­
bres juntamente con las demás creaturas.,,150
Libervitemeritorum4,13,p.180-181 y34,p.l%-197.
El Desprecio del Mundo -la virtud que se le opone- califica al Deseo desordenado o Avi­
dez de "lazo siniestro", y no exagera, porque todo el discurso de este vicio parece estar refi­
riéndose a la figura del rey Salomón, de acuerdo con la palabra de Dios: "Porque esto fue lo
que agradó a tu corazón y no pediste riquezas ni bienes ni gloria, ni la muerte de quienes te
odian, pero tampoco una larga vida, sino que pediste sabiduría e inteligencia para poder juz­
gar y gobernar a Mi pueblo sobre el que te establecí como rey: por eso te son dadas sabiduría
y entendimiento, pero también te daré riquezas y bienes y gloria tal que ninguno de los reyes
que te precedieron ni los que vendrán después de ti se te asemejará." (2 Par. 1, 11-12. Véase
también Sab. 7 y 8). De todo esto habla con seductor discurso el Deseo desordenado, y no pa­
rece malo. Pero la diferencia que cambia absolutamente su cualidad moral es la primera frase:
porque lo que desea, busca y procura con desmesurada avidez no es en primer término la sa­
biduría, sino todo otro bien -riqueza, honor, belleza- que le permita recibir el reconocimiento
debido a su sabiduría y probidad, reconocimiento que se suma a aquellos bienes. Deseo des149
150
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
105
"EN PARTICULAR SOBRE EL DESEO DESORDENADO E INSACIABLE, O
AVIDEZ, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNIFICA. Esta imagen, como ves, significa
el Deseo desordenado e insaciable, que aquí viene detrás de la Obstinación.
Porque cuando debido la perversidad del espíritu de los hombres la obstina­
ción no busca a Dios, pronto le sigue el deseo desordenado, que no dirige su
mirada hacia Dios sino que, dando vueltas por todas partes y corriendo de
aquí para allá, busca como el lobo a quién devorar, dañando también a otros
con su inquieta inquietud, y apresurándose a hacer acopio de todo lo que
puede de cualquier manera. Y esta imagen es semejante a una mujer hasta
las rodillas, pero sus rodillas y sus pies están hundidos en las mencionadas
tinieblas de tal forma que no puedes verlos a causa de las tinieblas. Pues en
la molicie de la vanidad que todo lo desea se encamina hacia aquel punto en
el que, con los pasos de su iniquidad, se hunde de tal modo en la infidelidad
que no es posible discernir en dicha infidelidad ni su término ni sus pasos.
En efecto, la avidez infunde en los hombres que hace suyos esta indulgente
suavidad en el hablar: porque dicen que ellos buscan por todas partes y reú­
nen lo que no tienen para una necesidad presente, y que no reparten lo que
han acumulado, en previsión de una necesidad futura. Pero llevan esa misma
condescendencia al colmo de su perversidad, pues allí no se percibe ningún
bien, porque los bienes reunidos no se dispensan ni a sí mismo ni a los de­
• 151
mas.
ordenado de posesión y vanidosa apariencia de generosidad son los motivos que la alocución
pretende disfrazar. Se trata. finalmente, del ordo amoris, del orden en el amor, como bien lo
dice San Agustín en De civitate Dei (La Ciudad de Dios): "De donde me parece que una defi­
nición breve y verdadera de la virtud es: el orden del amor. Por eso en el Cantar de los canta­
res la esposa de Cristo, la ciudad de Dios, canta: Ordena en mí el amor." (SAN AGUSTÍN DE
HIPONA. De civitate Dei 15, 22, 107). Porque no todos los seres son iguales ni ostentan por
consiguiente el mismo grado de perfección ni son perfectivos para el hombre de la misma
manera; por eso no todos deben ser deseados, apetecidos, buscados con la misma solicitud e
indistintamente amados. Cristo enuncia de manera absoluta el ordo amoris: "Buscad el Reino
de Dios, y lo demás se os dará por afiadidura." (Luc. 12, 22-31). A quien así Lo busque, a
quien con tal solicitud busque al Bien Supremo, promete Dios todos los otros bienes, que son
"por afiadidura". No se trata entonces de despreciar el mundo en sentido peyorativo, sino de
justipreciarlo, es decir, de valorarlo adecuadamente.
\5\ En el trasfondo de la Avidez se encuentra. en primer lugar, una profunda desconfianza en
Stylos. 2010; 19(19)
106
AzUCENA ADELINA FRABOSCHI
Su cabeza está cubierta a la usanza de las mujeres: esto es que los
hombres instalados en este vicio esconden con engaño todas sus intenciones,
sin permitir que se conozca lo que hay en sus corazones, ya que no tienen
moderación alguna, como debiera tenerla el hombre que es celestial y terre­
nal.
y viste una túnica blanca, porque mediante la simulación manifiesta
que toda opinión y toda determinación suya es útil y honesta; y porque todo
aquello que en cuanto a las diversas cosas y bienes diversos puede arrebatar,
dice que lo acapara por una intención buena y necesaria, como también se ha
mostrado en sus palabras arriba mencionadas. Pero el Desprecio del Mundo
la rechaza, y persuade a los hombres para que huyan de los bienes tempora­
les y caducos, y suspiren y fielmente anhelen los bienes eternos."
3.16. LA DISCORDIA152
"Esta imagen pendía sobre las tinieblas con los pies levantados, fuera de
ellas; tenía cabeza como de leopardo,153 pero el resto de su cuerpo se aseme­
jaba al de un escorpión. Se había vuelto en sentido contrario al sur y al es­
te,154 y dijo:
PALABRAS DE LA DISCORDIA. Rechazo el oriente y no quiero el sur,
pues el oriente quiere tenerlo todo, y el sur quiere retenerlo y sujetarlo tola Divina Providencia, juntamente con la soberbia omnipotencia de querer sustituirla por los
propios recursos; pero en segundo lugar, y más radicalmente, la negación misma de Dios por
el desmesurado amor de sí mismo, que se dilata hasta donde alcanza el propio e insaciable
deseo, en un vano intento por sustituir con bienes creados y finitos al Bien infinito, único ca­
paz de colmar la hondura del deseo humano. Por eso al hablar de la avidez o deseo desorde­
nado, se habla de perversidad, de iniquidad y de infidelidad.
152 Liber vite meritorum 4, 15, p. 181-182 Y 35-36, p. 197-198.
153 Véase nota 67.
154 El texto dice "occidente m", pero a la luz de las palabras de la Discordia suponemos un
error: entendemos que debe ser "orientem", porque: 1) la Discordia le vuelve la espalda al
igual que lo hace con el sur; 2) porque con sus palabras expresa el rechaza hacia ambos pun­
tos cardinales; 3) porque el este, esto es el oriente, es el lugar que simboliza a Cristo, el rey
pacífico, el Cordero de Dios.
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
107
do. J5S Pero ¿qué obtendrán el occidente y el norte? La aurora brilla y res­
plandece con el refulgente sol, mas el occidente lleva en sí tinieblas. ¿Y el
norte puede hacer algo? Sí. Pues las tinieblas oscurecen el sol, pero el sol no
se aproxima a las tinieblas para atenuarlas; 156 así, ambos mantienen su propia
energía, y el norte sustenta lo que se mueve en las tinieblas. ¿Qué podrán
hacer las aves en el cielo, y las bestias y el ganado en la tierra? ¿Qué posibi­
lidad tienen las diversas especies de peces en las aguas? Hacen lo que pue­
den. Y yo habito con todos éstos, y discierno lo que son, y lo que pueden
hacer. A todos, nobles y plebeyos, ricos y pobres, doy vueltas como una rue­
da. Si pusiera mi atención sólo en una cosa me aburriría de ella; pero en to­
das ellas estoy mientras me place. Cada uno, esto es el rico y el pobre, el no­
155 En Scivias 3, 2, 6 (p. 353-54) Y refiriéndose al Edificio de la Salvación, Hildegarda da la
significación de los cuatro ángulos del edificio -los cuatro puntos cardinales-: "El Hijo de
Dios nació de una Virgen y padeció en Su carne para que, en el principio y aurora de la justi­
cia, el hombre fuera restituido a la vida, a la que toda justicia va unida: es el ángulo oriental
[tenerlo todo. como dice la Discordia, es tener el Sol de la justicia con la que se rescata al
hombre, y con él a la creación toda, recuperándolos para la vida]. Desde allí germinó la salva­
ción de las almas. porque Dios cumplió acabadamente en Su mismo Hijo toda la justicia pre­
figurada desde Abel hasta el mismo Hijo de Dios. en Quien llegó a su término la Ley de la
observancia carnal del Antiguo Testamento. Y así llegó la salvación de los hombres fieles en
virtud de la fe que el Hijo de Dios trajo, cuando fue enviado por el Padre al mundo. en el oca­
so de los tiempos: es el ángulo occidental [en el que el Sol se pone. y quedan las tinieblas].
También contra el diablo se levantó la justicia en Abraham y en Moisés, quienes en ella anun­
ciaban la gracia prometida mediante la cual el hombre ha sido salvado, el hombre a quien el
demonio había engañado dándole muerte como un ladrón en la caída de Adán: es el ángulo
septentrional [es el lugar de la oscuridad de la muerte, del poder y la fuerza del diablo. de la
discordia primera y suprema]. Por lo que la miserable y mortal caída que tuvo lugar en el gé­
nero humano fue luego noble y convenientemente restaurada en virtud de la gracia celestial,
con pleno fruto en la ardiente obra de Dios y del hombre: es el ángulo meridional [retenerlo y
sujetarlo todo, en palabras de la Discordia, es esta restauración que supera en gracia y fruto a
la condición previa a la caída, puesto que aquí se aúnan la obra de Dios y la del hombre -a
partir del Dios hecho hombre- para la plenitud del fruto, tal vez como referencia a la Igle­
sia]" .
156 En Liber divinorum operum L 2, II (p. 71) leemos: "Desde el nacimiento primero del
oriente, o sea desde donde sale el sol cuando los días comienzan a alargarse. hasta el ocaso
último del occidente. es decir hasta donde el sol ya no avanza más. se extiende la línea, esto es
el camino del sol que evita la región septentrional: porque el sol no se introduce en esas partes
sino que tiene como dejadas de lado aquellas que el antiguo seductor escogió como sede de su
mansión, por lo que Dios las privó también de la presencia del sol."
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ble y el plebeyo, haga lo que pueda; así haré yo también, como asimismo lo
hacen el oriente y el sur."IS7
"EN PARTICULAR SOBRE LA DISCORDIA, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNI­
FICA. Y ves otra imagen que representa la Discordia, que sigue aquí al De­
seo desordenado e insaciable: porque cuando los hombres malvados, debido
a su avidez, buscan muchas cosas que no pueden tener, en la insensatez de su
espíritu vienen a parar en la discordia y agreden y atormentan a los demás, lo
mismo que el perro cuando se enfurece ataca al hombre. Armando y gene­
rando muchos desacuerdos y conflictos, en su aspereza y amargura esparcen
y disipan lo que Dios ha hecho, pues no quieren la paz y se alegran sobre­
manera cuando despedazan a los demás con sus palabras y sus acciones.
Pende sobre aquellas tinieblas con los pies levantados, fuera de ellas:
porque los hombres así instigados por este vicio, a causa de su arrogancia y
de su obstinación están siempre dispuestos a la prevaricación de la infideli­
dad en sus caminos, sin ceder ante nadie, sin respetar a nadie, sino trastocan­
do todo lo que pueden destruir, sin considerar el bien común, como lo hicie­
157 Tras el discurso de la Discordia se oculta la pretensión de omnipotencia, omnipotencia que
tan sólo existe en sus palabras, como claramente lo señalan los límites que le puntualiza la
Concordia ("¿Acaso podrías destruir el cielo y sus elementos? De ningún modo. Ni siquiera
puedes hacer una mosca. En tu querella profieres toda clase de injurias, pero aunque pronun­
ciaras mil invectivas para destruir una ciudad, no podrías dañarla con ellas. ¿Por ventura po­
drías apoderarte del sol y de las estrellas? No, ya que hasta el polvo del fulgor del sol te des­
precia. Cuando en el principio comenzaste a luchar fuiste arrojada al infierno; y no puedes
hacer más que lo que ves en la creación. Pues es en ella que desempeñas tu servicio, al modo
como el buey sirve a su señor". Líber vite meritorum 4, 16, p. 182): no puede crear ni destruir,
ni sobrepasar en su actividad el ámbito de la creación. Como acontece con toda creatura, lo
suyo es un trabajo; en su caso, al servicio del mal. Además, la Discordia carece de la verdade­
ra fortaleza, que se relaciona íntimamente con la estabilidad del ánimo, porque la discordia es
lábil en su ir y venir con el veneno de su lengua, esto es, con la picadura de la cola del escor­
pión. Cesare Ripa la define como "un movimiento y alteración del ánimo y de los sentidos,
que se produce en virtud de muy diversas acciones humanas, induciendo a enemistad; siendo
sus causas la ambición, el ansia de poseer y la diversidad de naturalezas, estados, profesiones,
naciones e inclinaciones" (RlpA, CESARE, ob. cit., T. 1, p. 286), Y es claro que, provocando la
enemistad y por apetencias personales, carece también de la actitud de servicio. Porque quien
es fuerte puede servir sin desmedro de sí mismo, cosa que no sucede con el débil, quien en el
servicio ve una mengua de su propio ser.
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DEL PODER Y SUS VICIOS ...
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ran aquellos que ponían todo lo que tenían como bienes comunes, a favor de
los otros, como está escrito: La multitud de los creyentes tenía un solo cora­
zón y una sola alma. Ninguno de ellos, poseyendo algo, decía que era suyo,
sino que todo era común entre ellos. (Hech. 4, 32). [... ]
Tiene cabeza como de leopardo, porque conduce toda voluntad de los
hombres inicuos a una doble locura, 158 cuando de palabra y de obra los hace
enfurecerse y delirar, y cuando mediante los ardides de su insensata crueldad
sacude a todos -tanto a las personas apacibles cuanto a las inquietas- con la
horrible agitación de la desazón y la turbación del alma, y esto hace de ma­
nera disimulada o abiertamente. Por esto, imitando al diablo de quien proce­
de, con sus malvadas sugerencias inquieta a todos y los trastorna. Pero el re­
sto de su cuerpo se asemeja al de un escorpión: porque todo lo que hace está
lleno del veneno de la muerte, ya que no cultiva otra cosa que las causas de
la infelicidad y de la muerte.
Se vuelve en sentido contrario al sur y al este, esto es que se opone a las
virtudes que arden en el amor de los bienes celestiales; y allí permanece,
trastocando todo lo que puede con sus diabólicas insidias, como lo declara
con sus dichos, según se ha mostrado."
3. 17. LA INESTABILIDAD O ÁNIMO VAGABUNDO 159
"Tenía una figura infantil, salvo porque carecía de cabellos en su cabe­
za, y porque tenía el rostro y la barba de un anciano. En dichas tinieblas pen­
día envuelta en un paño o saco de tela -casi como en una cuna-, movida
como por el viento de aquí para allá. Pero no vi en ella otra vestimenta. A
veces se levantaba del paño y otras veces se escondía en él. Y dijo:
PALABRAS DEL VAGABUNDEO O LABILIDAD. Tengo por una estupidez
permanecer en un solo lugar y entre una sola gente. Quiero mostrarme en to­
das partes para que en todas se oiga mi voz, y para que mi rostro se vea en
IS8 La doble locura, en relación con la cabeza del leopardo, nos remite a la doble naturaleza de
este animal, que se dice engendrado por león y por pantera (véase nota 67).
IS9 Liber vite meritorum 5,4, p. 221 Y 30, p. 234-235.
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todas partes: así se ampliará mi gloria. 16o Pues la hierba crece y aparece su
160 En tiempos de Hildegarda ésta era la actitud y costumbre de muchos maestros con cátedra
en las escuelas catedralicias, quienes a veces y por diversas razones se trasladaban de una es­
cuela a otra, de una ciudad a otra, pudiendo darse el caso que sus alumnos los siguieran. Entre
esas diversas razones estaba el afán de ser oídos, aclamados y honrados, cobrando fama y
cierto poder. En una carta al deán de Colonia Felipe de Heinsberg dice la abadesa de Bingen:
"Pero vosotros ya os habéis fatigado buscando cualquier transitoria reputación en el mundo,
de manera que a veces sois caballeros, a veces siervos, otras sois ridículos trovadores, y con
vuestras fabuladas tareas algunas veces espantáis las moscas en el verano." (Carta 15r -al
deán de Colonia Felipe de Heinsberg-, año 1163, p. 37, CCCM 91). La referencia es a los sa­
cerdotes que en lugar de ocuparse de instruir y acompañar al pueblo en el conocimiento y la
práctica del Evangelio, se procuraban fama y riquezas -y una vida más cómoda- por su des­
empeño como maestros en las escuelas catedralicias. Hoy, la situación ya no es la misma, es
diferente. ¿Es diferente... ? Hoy nos encontramos con que las personas no se han formado en el
discernimiento y la objetividad, en la honestidad que se requiere para ello y en la fortaleza que
demanda el obrar en consecuencia; disciplina, paciencia y perseverancia son rechazados en
nombre del "yo hago lo que yo siento en este momento" con toda la secuela de labilidad de un
sentimiento sin apoyo racional, humano. Hoy las Universidades, tratando de responder a de­
terminadas "exigencias", se han convertido en una "fábrica de titulados": títulos de grado,
posgrados, maestrías, doctorado, cada uno con su papelito, uno tras otro, y más ..., más... , que
muchas veces sólo acreditan haber hecho los cursos, haber entregado un trabajo "suficiente",
y quedar habilitado para el incremento del puntaje correspondiente. Muchas veces se elige un
tema por la facilidad para cumplimentarlo en los breves plazos fijados por diversas exigen­
cias, y son pocas las veces que el tema elegido responde a una auténtica pasión que lleva a
continuar su estudio más allá de la obtención del título. Doctorarse cuanto antes -no se habla
de "ser docto"-, porque el doctorado ya no es la coronación del estudio de un autor o de una
materia y de una vida dedicada al mismo -coronación que no todos pueden, y no tienen por
qué alcanzar-, sino que es una condición para comenzar a trab~iar en tal o cual ánlbito; y allí
no se detiene la bola de nieve que ha ido formándose, y por eso aparecen los cursos de pos­
doctorado ... Y todo esto se transforma en una persecución de títulos para exhibir, queriendo
así acreditar una idoneidad en talo cual especialidad, cuando en realidad lo que se ha hecho
muchas veces es saltar de un tema a otro y en el menor tiempo posible, por el simple motivo
de que ése era el curso que se ofrecía. ¿Estamos ante la sabiduría de un profesional, o ante el
oropel, que no es sino un oro falso? La respuesta de la Tranquila Estabilidad es también una
respuesta a estas actitudes: "Tú, oh diabólica argucia, caerás como la flor de heno y como el
barro serás pisoteada en el camino. Tú eres la voz de la vanidad, la mirada de la iniquidad, y
no tamizas las palabras de la racionalidad sino que avanzas con una marcha imprecisa y cam­
biante, como la langosta, por lo que también te esparces por diversos lugares, como la nieve.
No comes el alimento de la sabiduría ni bebes la bebida del discernimiento, sino que imitas la
vida de las aves, que no tienen estabilidad alguna en cuanto al lugar donde hacen sus nidos.
Eres, pues, ceniza y podredumbre, y no tendrás ningún sosiego." (Liber vite meritorum 5, 5, p.
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flor; si esto no sucediera, ¿qué gloria tendría el hombre? Yo soy hierba en mi
sabiduría y en mi razón, y en mi belleza soy flor. Y por esto me manifestaré
dondequiera. "
"EN PARTICULAR SOBRE EL VAGABUNDEO O LABILIDAD, SU ASPEC­
TO, Y QUÉ SIGNIFICA. Esta imagen designa al Espíritu Vagabundo, que aquí
acompaña al Sarcasmo: 161 porque por él cae en la inestabilidad,162 condu­
ciendo a la falta de moderación y al exceso todo lo que está rectamente dis­
puesto, y hasta el fin considera a Dios como si tuviera límites. 163
Tiene lma figura infantil, ya que no considera ni el cielo con regocijo, ni
la tierra con solicitud, sino aue en el círculo de los elementos sólo descubre
una inconsistente vacuidad;l 4 nada provee con rectitud, nada divide conjus­
ticia, sino que acomoda todas sus obras a sus costumbres pueriles. 165 Carece
de cabellos en su cabeza, y tiene el rostro y la barba de un anciano: porque
manteniendo fijo su espíritu en el tedio se aparta del honor de la sabiduría; l66
221-222). Y si trasladamos la condición de labilidad al ámbito de la política, y de allí al go­
bernante, la situación y las reflexiones a que da lugar son harto conocidas y malamente cobi­
jadas bajo la famosa definición de que "la política es el arte de lo posible"...
161 El Sarcasmo es el vicio que le antecede. en la obra de Hildegarda.
162 Porque el sarcasmo. en su afán de herir con sus burlas, busca aquí y allá los puntos débiles
y la fragilidad de los otros. y avanza y retrocede según su conveniencia, falto de toda rectitud
en su conducta.
163 La desmesura del Espíritu Vagabundo lo hace buscar una omnipresencia de sabiduría, fa­
ma y gloria, casi como un remedo de Dios. Y en el deseo de imitarlo de esa manera, se produ­
ce el camino inverso: termina proyectando un dios a su imagen y semejanza. esto es, limitado.
164 Por la frivolidad de su mirada, por la falta de madurez de sus criterios, por la puerilidad de
sus deseos, el mundo está vacío de toda otra presencia que no sea la suya. De ahí también la
necesidad del vagabundeo, de su labilidad: debe llenar nada menos que el mundo.
165 y una de las características del nifio. y de la puerilidad en el adulto. es precisamente el
e~ocentrismo.
1 6 La carencia de cabellos en la mujer (y la imagen es femenina), como la falta del velo, indi­
caba vergüenza, deshonor. humillación (recordemos lo sucedido en Francia con las mujeres
acusadas de colaboracionistas con los alemanes, luego de la Segunda Guerra Mundial); por
eso san Pablo recuerda que para la mujer la cabellera es gloria, y le ha sido dada a modo de
velo (l Coro 11, 15). Por otra parte, el tedio es significativo de un vacío que produce, preci­
samente, la necesidad de poblarlo con ese constante vagabundeo que asume la apariencia de
una múltiple y provechosa actividad, la cual da buena fama ante los demás. Este activismo a
ultranza no es otra cosa que la huida del tedio. si; pero una mirada más profunda nos dice que
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sin embargo, en su intención desea aparecer venerable y virtuosa ante los
hombres, como conviene a los hombres piadosos.
En aquellas tinieblas pende envuelta en un paño o saco de tela -casi
como en una cuncr, movida como por el viento de aquí para allá. Esto sig­
nifica que los hombres inmersos en este vicio están neciamente envueltos y
como atrapados en la infidelidad y en el entretejido de su voluntad -como si
descansaran cómodamente-, cuando por las tentaciones diabólicas se disper­
san en las múltiples y diferentes vanidades de muchas cosas y juegos desco­
nocidos. Nada comienzan rectamente, nada finalizan con rectitud, pero co­
rren de un lado a otro cambiando como nube inquieta, en todo siempre erran­
tes, en todo eligiendo lo que desconocen, y buscando siempre moradas aje­
nas.
Pero no ves en ella otra vestimenta: porque estos hombres no se revis­
ten de la estabilidad propia de la integridad, sino que siempre caminan vaci­
lantes a causa de su inestabilidad.
A veces se levanta del paño y otras veces se esconde en él, ya que esos
hombres a veces muestran que quieren abandonar sus deseos y elevarse a un
mayor respeto, pero otras se ocultan en su voluntad, cuando a nadie mani­
fiestan lo que planean hacer. Actúan así instigados por el mismo vicio, que
no busca ninguna saludable quietud, ninguna estabilidad verdadera, sino que
siempre quiere ir de aquí para allá y en todo mostrarse petulante, como más
arriba lo indican sus palabras."
3.18. LA AVARICIA 167
"Su imagen aparecía con la figura de un hombre, excepto porque care­
cía de cabellos, tenía barba como de chivo, pupilas pequeñas y el blanco de
los ojos dilatado; con sus narices aspiró el viento y lo emitió con gran fuerza.
es la huída de una mirada honesta, humilde y valiente sobre uno mismo, de un discernimiento
ordenador de valores y prioridades, de una actitud seria, equilibrada y madura ante la vida: en
otras palabras, es apartarse de la sabiduría, pero queriendo retener para sí la apariencia de su
honor.
167 Liber vite meritorum 5, 8, p. 223-224 Y 33, p. 238-240.
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ll3
Sus manos eran de hierro, las piernas sanguinolentas, y sus pies como los
pies de un león. Vestía una túnica tejida con una mezcla de colores blanque­
cino y negruzco, que parecía angostarse en su parte superior pero en la infe­
rior, cerca de las piernas, se ensanchaba ampliamente. Sobre su pecho apare­
ció un buitre de color negro, que había clavado sus patas en el pecho pero
había vuelto su dorso y su cola contra la imagen.
Junto a ella había un árbol cuyas raíces se hundían en la Gehena, y cu­
yos frutos eran negros como la pez y sulfúreos. La imagen miraba este árbol
con gran amor y, arrebatando con su boca un fruto, lo devoraba ávidamente.
También rodeaban a la imagen muchos gusanos horribles que con sus colas
producían mucho ruido y gran movimiento en las tinieblas, como los peces
sacuden el agua con los golpes de sus colas. 168 Y la imagen decía:
PALABRAS DE LA AVARICIA. Yana soy necia, sino que soy más sabia
que aquellos que miran los vientos y piden al aire todo lo que necesitan. En
cuanto a mí, todo lo arrebato y lo reúno en mi seno, y cuanto más recojo,
tanto más tengo. Pues mucho más útil me es tener todo lo que necesito que
pedirlo a otro; y no hay culpa en quitar lo que he reunido a aquél que tiene
más de lo que necesita. Cuando yo tengo lo que ~uiero, no tengo que pre­
ocuparme en manera alguna de pedir algo a otrO. 16 Y cuando veo en mi re­
168 La experiencia cotidiana nos permite concluir. en muchas oportunidades. una preocupación
obsesiva a partir de la ausencia de cabellera; la barba de chivo habitualmente da al rostro un
aspecto torvo, oscuro, y de ahí que a menudo en las historietas, o en caracterizaciones actora­
les, el tradicional "villano" ostente dicha barba para subrayar su carácter de tal; las pupilas
pequeñas hacen un rostro astuto, taimado y hasta cme!, que en lugar de una apertura buena al
prójimo muestra un estudio del mismo, frío y calculador, para los propios fines; el venteo
fuerte de la nariz señala avidez ansiosa e insaciable; las manos de hierro hablan de fuerza en
el arrebatar y retener; las piernas sanguinolentas y las garras de león denotan crueldad; la ves­
timenta oscura y el buitre negro y carroñero. no hacen otra cosa que corroborar la sensación
de malignidad. Los frutos sulfurosos del árbol maldito añaden, a lo que hasta ahora era una
impresión proveniente de la vista. del olfato y del tacto, la sensación del gusto. amargo y pi­
cante, que no impide su ingesta por parte de la codiciosa imagen, a quien tan sólo le importa
tener, sin reparar en "qué". Finalmente. la presencia de los gusanos y su actividad significan
la apelación al oído. a través del desagradable mido del tumulto y de los golpes. cuya estri­
dencia completa el retrato de una realidad interior a partir de los sentidos. Lo oculto del alma
se revela en la manifestación de los sentidos...
169 Se hace presente aquÍ la pretensión de suficiencia absoluta de la avaricia. su deseo de bas-
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gazo todo lo que quiero, llevo a cabo felizmente todo lo que me da placer.
Entonces no temo a nadie sino que vivo feliz, ya nadie necesito pedir com­
pasión, porque gracias a mi dureza tengo una astuta sabiduría, pido todo lo
mío y nadie puede engañarme. 170 ¿Y qué daño me causará la amenaza de al­
guno, cuando nadie puede perjudicarme? Tampoco soy un bribón ni un la­
drón, sino que tomo todo lo que quiero, y lo adquiero por mi habilidad."
"EN PARTICULAR SOBRE LA AVARICIA, SU ASPECTO, Y QUÉ SIGNIFI­
CA. Esta imagen muestra a la Avaricia, que camina detrás del Ocultismo, 171
porque es el oficio y la plenitud de la obra de aquél. 172 También es servidora
tarse a sí misma, juntamente con la ilimitada dilatación de sus necesidades, que la obliga a un
continuo apropiamiento y acopio de bienes.
170 La virtud contraria, el Contento con lo Propio, dice a la Avaricia: "Yaces en la dureza, y en
todo olvidas a Dios, porque no confias en Él. Eres dura y áspera, sin misericordia, puesto que
no quieres el progreso del otro. Como el gusano se oculta en su cueva así tú, grosera y extre­
madamente vil y despreciable, te apartas de toda prosperidad ajena, porque nada te es sufi­
ciente." (Liber vite meritorum 5, 9, p. 224-225). Te apartas de toda prosperidad ajena, por­
que nada te es suficiente: bajo la apariencia de envidia ("no quieres el progreso del otro", "te
apartas de toda prosperidad ajena"), la segunda parte de la frase ("porque nada te es suficien­
te") parece indicar el verdadero motivo de tal actitud: lo que el otro tiene o está consiguiendo,
precisamente porque es del otro es lo que el avaro no tiene, y esa carencia le ocasiona zozobra
ante una posible necesidad que no podrá cubrir, porque no lo tiene. La pretensión de suficien­
cia absoluta de la avaricia. ..
l7l El Ocultismo es el vicio que le antecede, en la obra de Hildegarda. Bajo esta palabra sub­
sumimos varios conceptos que, si bien no designan realidades idénticas, coinciden en apuntar
a características que las hacen semejantes: el ser ocultas, el desarrollarse bajo un secreto o
sigilo que abarca a las personas que se involucran de algún modo en ellas, el presentarse como
un saber que a veces pretende ser una ciencia, las fuentes y los procedimientos puestos en
práctica, y sus consecuencias. Nos referimos entonces a la magia, la brujería, la hechicería, la
astrología y otras tales.
172 El Ocultismo dice: "Pero yo, con estos conocimientos y artes, reino y domino donde quie­
ro: en las luminarias del cielo, en los árboles y las hierbas y en todo lo que reverdece en la
tierra, en las bestias y los animales sobre la tierra, y en los gusanos sobre la tierra y bajo la
tierra. ¿Quién se me opondrá en mis caminos? Dios ha creado todas las cosas, por lo que nin­
guna injuria Le hago con mis conocimientos, pues Él mismo quiere que se Lo reconozca y
aprecie en las Escrituras y en la plenitud de Sus obras. ¿En qué aprovecharía que Sus obras
estuvieran tan escondidas que ninguna causa pudiera considerarse y reflexionarse en ellas? De
nada serviría." (Liber vite meritorum 5, 6, p. 222-223). En la raíz de esta compulsión por co­
nocer se reconoce entonces la soberbia del querer señorear, o dicho de otro modo, el "no ser-
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de los ídolos, ya que siendo como el vientre del diablo no se llena, pues no
puede llevar a término ninguna obra según su voluntad.
Aparece con lafigura de un hombre, porque desea los bienes de la tie­
rra y no los celestiales; excepto porque carece de cabellos, pues no cultiva
honestidad alguna en su voluntad; tiene barba como de chivo, porque en lu­
gar de la belleza del decoro ama la fealdad; pupilas pequeñas y el blanco de
los ojos dilatado, ya que no se alegra con la prosperidad de los otros sino
que manifiesta en su mirada una envidia horrible; y con sus narices aspira el
viento y lo emite con gran fuerza, porque sobresaliendo por su aspiración
desmedida se carga de mundanas deseos, y se desprende de ellos para nue­
vamente procurarse otros mayores: esto es porque pretende recibir de lo po­
co, mucho, y de lo moderado, lo excesivo.
Sus manos son de hierro, porque sus obras llevan a cabo gran número
de robos con dureza y acritud; las piernas sanguinolentas, pues debido a su
fuerza llega al derramamiento de sangre para satisfacer su deseo, cuando ma­
ta a los hombres a causa de sus propios intereses; y sus pies como los pies de
un león, ya que dirige todos sus pasos hacia los caminos de la ferocidad y de
la rapiña, sin respetar a nadie cuando encuentra algo, para apoderarse de ello.
Viste una túnica tejida con una mezcla de colores blanquecino y ne­
viré" luciferino. Por aquí se entiende mejor la alusión de Hildegarda al verdadero mal que se
esconde tras la existencia de astrólogos, adivinos y otros tales. El presunto saber de los astró­
logos ~ue sustituye la presciencia divina, omnipotente y creadora, por el saber de las estre­
llas que ellos interpretan- y la angustiosa consulta de quienes con la mirada puesta en los as­
tros acuden a ellos -en un loco intento por asumir el control de su vida a partir de ese saber­
configuran una forma de idolatría que la abadesa de Bingen denuncia por boca del mismo
Dios en un texto que ya hemos visto pero que reiteramos por considerarlo oportuno: "Oh ne­
cios, cuando Me entregáis al olvido y ya no os volvéis a mirarme ni Me adoráis, sino que con­
sideráis qué presagia y qué revela una creatura que os está sometida, entonces pertinazmente
Me rechazáis, rindiendo culto a una débil creatura en lugar de hacerlo a vuestro Creador."
(Scivias 1, 3, 20, p. 50) En nuestros días, en que parece haber un renacimiento de brujos, adi­
vinos, astrólogos y tanto más, el Catecismo de la Iglesia Católica puntualiza: "La consulta de
horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fe­
nómenos de visión, el recurso a 'mediums' encierran una voluntad de poder sobre el tiempo,
la historia y, tinalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de
poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoro­
so, que debemos solamente a Dios." (§ 2116). Esta voluntad de poder es la que conecta al
Ocultismo con la Avaricia.
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gruzco: porque toma para sí todas las riquezas que puede, adquiridas justa o
injustamente, sin preguntar a nadie de dónde provienen o de quién son; que
parece angostarse en su parte superior pero en la inferior, cerca de las
piernas, se ensancha ampliamente, ya que a veces muestra, con disimulado
fingimiento, que roba a los religiosos en pro de una recompensa celestial,173
mientras que entre los seglares, que llevan sobre sí el cuidado y la solicitud
por lo terrenal, extiende la amplitud de sus pliegues para robarles en cuanto a
la estimación del valor de sus bienes. 174
Sobre su pecho aparece un buitre de color negro, porque la voracidad
de sus muchas rapiñas sostiene y halaga su conciencia en la negrura de su
codicia; que clava sus patas en el pecho, ya que dirige sus pasos según la vo­
luntad de su conciencia, puesto que hace todo lo que desea; 175 pero vuelve su
dorso y su cola contra la imagen, porque extiende y acrecienta su energía y
la realización de sus maldades a favor de la avaricia, esforzándose para ello
de todas formas.
Junto a ella hay un árbol cuyas raíces se hunden en la Gehenna, y cu­
yos frutos son negros como la pez y sulfúreos. Esto es que en los corazones
de los hombres infieles la avaricia muestra su solicitud por las cosas del
mundo, la cual solicitud, inmersa con todas sus fuerzas en la muerte, con el
retorcido andar de sus cuidados extremadamente perversos y dañinos lleva
adelante y da a conocer el fruto de su vileza, de un hedor insoportable, cuan­
do no considera cosa alguna del cielo, sino siempre las de la tierra. 176
La imagen mira este árbol con gran amor y, arrebatando con su boca
un fruto. lo devora ávidamente: porque la avaricia, fijando sagazmente su
mirada en esta necia solicitud, se apodera con ávida mordida de esas cosas
173 Frase de dificil interpretación. Podría significar que de varias formas roba o comete fraude
contra los religiosos, quienes padeciendo de buena manera semejante mal ganarán mérito en
el Cielo: pero también podría referirse a que obtiene bienes de los religiosos con el pretexto
de usarlos para obras de bien, con el consiguiente méríto celestial para los donantes.
174 Aquí la interpretación parece más sencilla: se trata de defraudar en cuanto al precio justo,
en las transacciones comerciales.
l7S Queda aquí subrayado el pleno conocimiento y el asentimiento de la voluntad en la avari­
cia., dando así mayor fuerza a lo afirmado en la frase que sigue, en cuanto a la dilatación del
campo de sus maldades y el sostenido despliegue de las energías que ello supone.
176 Las notas 139 y 140 dan razón de este párrafo: del por qué se habla de la infidelidad del
avaro. y por qué toda su solicitud lo lleva finalmente a la muerte.
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que produce con sus cuidados mundanos, y sin moderación alguna las arre­
bata para sí. Pues los hombres que sirven a este vicio jamás están seguros, ni
confían en Dios, sino que se sumergen apasionadamente y por entero en las
cosas perecederas.
También rodean a la imagen muchos gusanos horribles, ya que la ava­
ricia está rodeada y ceñida por indescriptibles y monstruosas artes diabóli­
cas; 177 con sus colas producen mucho ruido y gran movimiento en las tinie­
blas: porque con la fuerza y la realización de su iniquidad causan grandísimo
estrépito e inconmensurable inquietud en medio de las tinieblas de la infide­
lidad, ya que a nadie permiten disfrutar tranquilamente de sus bienes. Y esto
también lo hacen mediante los hombres inicuos, como cuando los peces sa­
cuden el agua con los golpes de sus colas, o sea, cuando en ellos la perversi­
dad de sus obras depravadas, consolidadas y llevadas a cabo, perturba y es­
torba la pureza de la buena ciencia en los hombres santos,178 de manera tal
que les quitan lo que les pertenece y porfiadamente lo toman para sí, como
también lo manifiesta el mismo vicio con sus palabras arriba mencionadas.
Se le opone el Contento con lo Propio, advirtiendo confiadamente a los fieles
que los dones de Dios bastan y son suficientes, para que no caigan en la
amargura de la cruel infelicidad, si de manera insolente persisten en su ava­
ricia."
177 Estas artes diabólicas son todas las argucias que el deseo de la avaricia, sus mentiras y en­
gaños, la violencia y tanto más ponen en práctica para apoderarse de lo ajeno y retenerlo, en
. una escalada sin fin. Esto, ya grave y gravoso en un particular, resulta magnificado a niveles y
alcances insospechados cuando se trata de quien o quienes detentan autoridad y poder institu­
cionales.
178 Las palabras de la Avaricia se referían a la maligna astucia de su sabiduría, que aquí apare­
ce contrapuesta a la pureza del conocimiento -la fe y las costumbres- de los hombres de bien.
Puede tratarse de una referencia a la avaricia de algunos miembros del clero de entonces y de
algunos miembros de las órdenes religiosas, quienes trataban de justificar con mil argumentos
su escandalosa conducta Tal vez haya aquí un eco de la situación religioso-política de su
tiempo, que hemos visto en la primera parte de nuestro trabajo, y también y en particular, de
la confrontación vivida por la abadesa con el abad Kuno, de San Disibodo. En ambos casos, lo
que se quita y se retiene no son sólo bienes materiales, sino los bienes espirituales de la justi­
cia, la buena fe y la confianza por una parte, y la verdad y la recta doctrina por otra.
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4. CONCLUSIÓN
Damos fin a este artículo con palabras de Hildegarda a propósito de una
cita bíblica, que nos han parecido oportuna a modo de epílogo y motivo de
reflexión.
PALABRAS DEL PROFETA JEREMÍAS SOBRE ESTE TEMA. ¿Dónde
están los príncipes de las naciones y los que dominan sobre las bes­
tias de la tierra, los que se distraen con las aves del cielo, los que
atesoran la plata y el oro en que confían los hombres? No hay un
límite para el tesoro de esos que trabajan la plata con solícito es­
fuerzo, y tampoco hay rastro de sus obras. (Bar. 3, 16-18).179 El sen­
tido del texto es éste.
¿Dónde están, y qué recompensa tienen aquellos que con su tiranía
oprimen a los pueblos? Ciertamente se encuentran en los lugares
aterradores y repugnantes que sus obras prepararon para ellos; reci­
bieron la recompensa del castigo porque abandonaron los preceptos
de la Ley; porque en aquel dominio que ejercieron sobre los pueblos
se endiosaron a sí mismos, y porque con su avaricia acabaron con
sus bienes. También quienes ejercen su dominio sobre las fieras que
viven en su estado salvaje -sin conocer en la tierra otra cosa que lo
que es propio de las bestias- las tienen en su poder como si las
hubieran hecho, sin pensar que Dios las creó para servirles. Y así
abandonan la altura y la anchura de las divinas recompensas por el
magro precio de su propia voluntad, ya que hacen lo que quieren.
Pues no elevan su espíritu hacia Dios sino que sirven a la avaricia,
179 Si bien se anuncian palabras de Jeremías. el texto se encuentra en el libro de Baruc. Trans­
cribimos una explicación de Mons. Straubinger, en su introducción al libro de Baruc: "No hay
duda de que el autor es aquel Baruc que conocemos como amanuense de Jeremías, quien le
dictó sus profecías y luego, hallándose preso, le encargó las leyera delante del pueblo. como
lo hizo también más tarde ante los príncipes" (Jer. 36). Si bien todo el capítulo 36 expone la
situación, traemos a modo de confirmación el v. 4: "Llamó pues Jeremías a Baruc, hijo de .
Nerías, y de boca de Jeremías escribió Baruc en el rollo del libro todas las palabras que el Se­
ñor le había dicho." Por donde se ve que no es errada la atribución del texto a Jeremías, según
lo hace Hildegarda, aunque la cita bibliográfica pertenezca al libro de Baruc.
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por lo que en medio de una espantosa oscuridad no reciben otra cosa
que la paga de las bestias. Y quienes satisfacen sus placenteras di­
versiones con las aves que atraviesan el aire, y desechando la armo­
niosa música del Espíritu Santo ~on la que deberían regocijarse en
los preceptos de Dios1 80_ vuelven sus gozos hacia las caprichosas
costumbres de las aves, alegrándose con ellas de manera inapropiada
en su constante variación,181 soportarán por ello grandes penas, por­
que no sirven a Dios.
y están quienes mediante injustas adquisiciones e injustas ganancias
atesoran para sí la plata de la mortalidad y el oro de la perdición,
poniendo en ello su esperanza porque sólo conocen las cosas de la
tierra y no las celestiales, de manera tal que no introducen ningún
límite, ninguna medida a su necesidad de acumular: porque no quie­
ren la plata del buen conocimiento -por el que se atesoran las obras
de santidad en la armonía celestial-, y porque desprecian el oro de la
sabiduría -por la que los hombres fieles se gobiernan sabiamente en
180 Aparece aquí la contraposición entre la armoniosa música del Espíritu Santo y la estabili­
dad de sus preceptos, en todo lo cual el hombre debiera encontrar sus gozos y que desecha, y
el voluble canto de las aves y su vuelo caprichoso, que lo deleitan.
ISI La referencia a las costumbres de las aves en su inconstancia, o constante variación, puede
encuadrarse en la observación de San Isidoro de Sevilla, quien en sus Etímologiae (L. 12, c.
4) dice que el nombre de aves se debe a que sus caminos son inciertos, variables, errantes e
inclusive extraviados (per avía, por caminos quebrados. desconocidos. inaccesibles). También
Chevalier y Gheerbrant dicen: "san Juan de la Cruz lo ve [se refiere a la ligereza del pájaro]
como símbolo de las operaciones de la imaginación, ligero, pero sobre todo inestable, volando
de aquí para allá, sin método y sin consecuencia." (Diccionario de los símbolos, v. Ave, pája­
ro, p. 155). La conducta inapropiada o indecorosa sería entonces aquella regida no por la ra­
zón, que halla su legítimo gozo cuando descansa en la verdad conocida y poseída como un
bien -ya se trate de la relación con una persona, de un trabajo, de la vivencia de una situación,
de una diversión. etc.-, sino aquella que va sin rumbo conocido en pos de la novedad, y que
necesariamente es variable y falta de quietud, sin reposo, porque la novedad deja de serlo, y se
impone la búsqueda de otra aquí, y otra allá, y siempre otra. Y se llega a la exasperante y ob­
sesiva necesidad de estímulos cada vez más fuertes y muchas veces peligrosos en más de un
aspecto, para "sentir" algo nuevo, sin importar qué, ni cómo, ni a qué precio. Esta inestabili­
dad sería entonces la contrapartida de la armoniosa estabilidad de los divinos preceptos que
regocijan al hombre, porque son la voluntad de su Creador para su plena y perfecta realiza­
ción (véase Sal. 18.8-9).
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el discernimiento de Dios_. 182 Porque los divinos preceptos fueron
puestos en volúmenes como en especial prerrogativa, no para que
caigan en el olvido, sino para que sean cumplidos por los hombres
justos y santos; pero aquellos hombres lo rechazan todo, y escogen
para sí un patrimonio de muerte, por lo que en la muerte se hicieron
mortales.
También hay quienes trabajan la plata según las diversas formas de
su confianza,183 y se preocupan por las cosas terrenales y caducas,
para que no se las arrebaten: por eso tampoco sus obras podrán per­
durar en ningún rastro de su presencia, porque hechas en la vanidad,
en la vanidad se disipan. Pues ellos mismos, al rechazar la fe y la
sumisión a Dios, hacen lo que les place en los asuntos de este mun­
do, diciendo: "Que Dios haga todo lo que quiere, y nosotros hare­
mos lo que queremos." Y así arrojan lejos de sí la santidad de las
obras santas -que aparecen revestidas de plata por las buenas virtu­
des, como delicadas figuras en la forja de las virtudes-, y fijan toda
su preocupación y sus esfuerzos en las posibilidades y el poder de
sus riquezas de acuerdo con los deseos de su corazón, sin tener cui­
dado alguno por la salvación de sus almas. Por esto no hay ningún
rastro de sus perversas obras, en cuanto a alguna utilidad o algún
merecimiento para la salvación, ya que todo lo que hacen se extin­
gue como los carbones, y en medio de las obras de su avaricia aca­
182 Estamos ante una reminiscencia de Prov. 16, 16, en la interpretación de la abadesa de Bin­
gen, quien en lugar de indicar la preferencia de la sabiduría sobre el oro, y de la inteligencia
sobre la plata, establece la equivalencia de su valor.
183 Texto de dificil interpretación. En las palabras de Baruc y de acuerdo con el contexto del
capítulo citado -y de todo el libro de Baruc-, podría significar la construcción de ídolos de
plata que, al tiempo que salvaguardaban el material precioso, otorgarían la confianza en la
protección de los dioses así reverenciados (véase Sab. 13, 10-19; en realidad, todos los libros
de los profetas abundan en la descripción de esta idolatría). En la glosa de Hildegarda se man­
tiene la imagen como metáfora de la actitud solícita de los gobernantes para con las riquezas,
trabajadas de diversas formas --compromisos políticos, compraventa de lealtades, campañas
de conquista y saqueo, construcciones de diversa índole- en las que confian para mantener su
poder y su patrimonio. Decimos que la imagen se mantiene a través de la referencia a las deli­
cadas figuras revestidas de la plata de las virtudes que leemos más adelante, en este mismo
párrafo.
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ban sus días en la muerte. 184
La contrafigura del texto que antecede, y por ende la actitud del buen
gobernante, la encontramos en la petición del rey Salomón que aquí brinda­
mos, a modo de colofón:
Respondió Dios a Salomón: 'Ya que esto fue del agrado de tu cora­
zón, y no has pedido riquezas ni bienes ni gloria ni la muerte de tus
enemigos; ni tampoco has pedido larga vida, sino que has pedido pa­
ra ti sabiduría e inteligencia para saber juzgar a mi pueblo, del cual
te he hecho rey, por eso te son dadas la sabiduría y el entendimiento,
y además te daré riqueza, bienes y gloria como no las tuvieron los
reyes que fueron antes de ti, ni las tendrá ninguno de los que vengan
después de ti. 185
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