Subido por Ana Lucía Cáceres Contreras

1- La buena noticia sobre el sexo

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La buena noticia sobre el sexo - 2
¿Qué problema tiene la Iglesia con la sexualidad? Probablemente hayamos escuchado esta
pregunta muchas veces. Para la Iglesia la respuesta a dicha pregunta es muy clara y
contundente: ¡NINGUNO!
Es más, a lo largo de estos textos veremos que la Iglesia no solo NO tiene problema con
el sexo, sino que difícilmente se encuentre sobre la faz de la tierra una institución que lo
explique más bellamente que la Iglesia Católica. Así también, con la misma seguridad puede
decirse que jamás encontraremos alguien que viva más plenamente su sexualidad que un
verdadero cristiano. Aceptamos el desafío de demostrarlo, con la Gracia de Dios, si el corazón
está dispuesto y abierto a que Dios lo sorprenda. Sin esta disposición interior, cualquier
intento será en vano porque nadie abraza una respuesta que de entrada no quiere recibir.
Pero si estamos dispuestos, ¿para qué esperar? El tiempo es breve para amar.
“In principio erat Caritas”
Comencemos por el principio. Si queremos descubrir la verdad, debemos ir a las causas.
¿Qué es el principio y la causa de todo? Lo sabemos: Dios. Pero, aún así, ¿qué había antes de
que existiera todo? ¿Qué había cuando solo existía Dios? Había AMOR.
Dice el Apóstol San Juan en su famoso prólogo: “In principio erat Verbum (lógos), et
Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum” (Jn. 1, 1): “En el principio estaba la Palabra y la
Palabra estaba junto a (de cara a) Dios y la Palabra era Dios”. Y el mismo discípulo amado dice
en otro pasaje de la Sagrada Escritura: “Deus Cáritas est” (1 Jn. 4, 8): “Dios es Amor”. Si Dios y
el Amor son términos “intercambiables”, nos permitimos cambiar el vocablo Verbum
(Palabra) por Caritas (Caridad, Amor) y decir así que “In principio erat Cáritas”, “en el principio
era/estaba el Amor”. El Amor está en el origen de todo, es la más profunda realidad de Dios
y del mundo. Dios mismo es Cáritas, como dice el discípulo amado. A su vez, nada de lo que
existe vino a ser sin el Amor. La Caridad, el Amor, es el Fundamento más íntimo de lo real.
Es importante seguir atentamente este razonamiento porque entender esto es el centro,
la médula de nuestra Fe cristiana, y la clave para comprender todas las verdades sobre el
Amor: Dios es Amor. La afirmación de la carta de Juan es una verdadera bomba: No podemos
decir que Dios es Amor si no entendemos que eso significa afirmar que en Dios hay una
relación de Amor. Y no es posible un amor solitario. No hay verdadero Amor si no hay
pluralidad de personas.
Es el Misterio de la Santísima Trinidad, Único Dios Verdadero. Un solo Dios, tres Personas
distintas. Es algo que escuchamos muchas veces y repetimos como fórmula de fe, lo cual es
bueno porque es la Verdad. Y debemos repetirlo y creerlo hasta la muerte, pero es necesario
explicarlo un poco más. Aunque no lo entendamos jamás completamente, podemos
adentrarnos un poco más en ese Océano infinito que es el Misterio de Dios.
La originalidad del Amor
La verdad cierta e inmutable de un solo Dios Verdadero pero que subsiste en Tres
Personas distintas es un verdadero dolor de cabeza para nuestra razón y para la reflexión que
la Iglesia hizo durante siglos y sigue haciendo. Es que, para nuestra lógica humana, tan débil
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y limitada, parece contradictorio afirmar ambas cosas a la vez. Nuestra mente puede llegar,
por la reflexión de la razón natural, a la verdad de que existe un único Dios, Creador y origen
del ser. Puede llegar a conocer su bondad, su eternidad y omnipotencia. Así lo enseña la sana
filosofía y la conciencia recta que se deja conducir con humildad por el resplandor de la
Verdad.
Pero nadie jamás pudo imaginar un Dios Trino. Ninguna cultura, ni pueblo, ni filosofía, ni
ningún pensador pudo jamás sostener semejante afirmación. Es, por tanto, un conocimiento
que podemos intentar comprender una vez que fue revelado. Es decir, llegamos a él por
medio de lo que Dios mismo dijo sobre Sí, no por nuestro esfuerzo.
Y eso lo reveló, lo sabemos, en Jesucristo Señor Nuestro. Con su Encarnación, Muerte y
Resurrección, con su clara misión de ser enviado del Padre, el Señor nos mostró que hay una
realidad en Dios que era mucho más profunda que la que los judíos tenían de Yahvéh, el Dios
de Israel. Dios no era un ser solitario sino una verdadera comunión de amor. Un Padre, un
Hijo, un Amor que los une. Sumerjámonos, entonces, de una vez, en este Misterio sinigual:
¿Cómo ama un Dios Uno y Trino?
Para explicar lo siguiente, seguimos distintas explicaciones sobre la realidad trinitaria,
sobre todo las de San Agustín y Ricardo de San Víctor. Veamos si podemos vislumbrar algo,
explicando ambas de manera simplificada:
Cuando yo me refiero a mí mismo, en español, por ejemplo, puedo decir: “Yo ME pregunto
si va a llover”. En esa afirmación, yo (quien hablo) “pongo fuera” de mí una imagen de mí
mismo y a ella le pregunto. Hay alguien que pregunta y hay una imagen a la que pregunta.
Eso que sucede en el interior del alma de cualquier persona, sucede de un modo similar (no
igual) en Dios. En Dios, hay Alguien que tiene una imagen sobre Sí. Esa imagen procede de
Aquel, como procede un hijo que es parecido a su padre. En la Trinidad Santa, Dios Padre es
Aquel que se contempla y se refleja en otro exactamente igual a Él, que procede de Él pero
no es Él: el Hijo. Ambos son iguales en dignidad y en perfección, porque que proceda el uno
del otro no implica que uno existe sin el otro (no hay Padre sin Hijo ni Hijo sin Padre), sino
que hay una reciprocidad. La Imagen del Padre (el Hijo) es Dios porque Dios es el Ser mismo,
su Imagen es Él realmente, no solo una imagen mental como sucede en nuestro caso. La
similitud, la igualdad entre ambos, como Padre e Hijo, “provoca” un río eterno de Amor que
fluye entre ambos, desde siempre y para siempre. Se aman con un Amor tan intenso, tan
eterno, tan divino y real, como verdadero Dios; que ese Amor no es algo, es Alguien.
Aquí vamos descubriendo muchas pautas interesantes para este camino que iniciamos
hoy. Por ello, repetimos: No olvides esta introducción. El Amor verdadero es fecundo, no
puede ser cerrado en sí mismo. Quién solo se ama a sí mismo, en realidad no conoce el
verdadero Amor. Por eso dijimos que Dios no era un ser solitario y monótono, era una
comunidad de amor. Pero, ¿por qué no basta con el amor del Padre y del Hijo? ¿Por qué una
Tercera Persona?
Por el mismo motivo: Porque si hubiera un amor encerrado solo en dos Personas (el Padre
y el Hijo), sería un Amor egoísta y posesivo, un amor que no se abre a otros. No habría
verdadera comunidad. Por lo tanto, digámoslo así para entenderlo, el Padre y el Hijo se aman
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mutuamente pero juntos aman a un tercero, Alguien que los une en el Amor. Juntos aman a
Alguien, ese Amor que comparten los une eternamente. Por ello, ese Tercero que es el Amor
consumado es el Espíritu Santo, la Tercera Divina Persona. Teniendo respeto por el inmenso
Misterio de Dios y de las Personas Divinas, recordamos que nuestro lenguaje en esto resulta
limitado, porque no debemos entender a Dios como una sucesión interior en el tiempo o que
alguna Persona es más importante que otra. Las tres son iguales en naturaleza (divina), en
gloria y en poder. Las tres son eternas y son verdaderamente Dios.
Entonces, ahora sí, tenemos el Amor verdadero: Alguien que ama, alguien que es Amado
y alguien que es el Amor. Padre, Hijo, Espíritu Santo, respectivamente.
Verdadera comunión de Amor. Dios no tiene amor, Dios ES Amor esencialmente.
Volvemos a San Juan: No dice simplemente que Dios nos ama mucho o que tiene mucho amor
(como si la fuente del amor estuviera en otra parte y Él bebiera de ella); dice “Dios ES Amor”,
esa es su identidad y, por lo tanto, como aquel que deja huella de su vida, su historia y su
pensamiento en su obra de arte; así también, el Creador Eterno, deja su huella de su identidad
de Amor en todo lo que crea y en todas sus obras.
“Varón y mujer los creó”
Si abrimos el texto del Génesis en su lengua original, el hebreo, nos llevaremos la siguiente
sorpresa: cuando el texto dice “Adán” no es, en principio, un nombre propio sino la palabra
que se utiliza para referirse a “ser humano”. Adam viene de adamáh que significa suelo, tierra.
El ser humano, entonces, es el “terroso”, el “hecho/sacado-de-tierra”.
¿Cuándo Adán pasa a ser el nombre del varón y Eva el nombre de la mujer? ¿Cuándo deja
de ser un ser el ser humano en general y pasa a ser un hombre varón concreto? Justamente,
cuando Dios crea a la mujer.
No hay, en rigor, un antes y un después. Ambos, hombre y mujer, necesitan el uno del otro
y solo hubo verdadero varón cuando hubo verdadera mujer. Creados a la vez, el hombre y la
mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender
mediante diversas imágenes: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda
adecuada" (Gn 2,18). Ninguno de los animales es "ayuda adecuada" para el hombre (Gn 2,1920). La mujer, que Dios "forma" de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un
grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: "Esta vez sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). El hombre descubre en la mujer como un otro "yo", de
la misma humanidad.
Aquí otro paréntesis: Leemos en uno de los relatos sagrados que Dios forma a Eva de la
costilla de Adán. En realidad, la traducción correcta es “de su costado”. Del costado de Adán
dormido, Dios forma a la mujer. ¿Qué afirma esto según la mentalidad hebrea? Algo muy
importante y revolucionario: Que el plan original del Creador era una igual dignidad entre
varón y mujer. No sacó a Eva de su cabeza o de su pie, sino de su costado, es decir, a su misma
altura. A su vez, el lugar donde la mujer reposará segura, será el pecho de aquel varón. Así,
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esto era un mensaje muy fuerte para la cultura semita que consideraba a la mujer una
posesión del varón como cualquier otra posesión, incapaz de cumplir la ley e incluso, a veces,
fuente de impureza ritual. Dios le dice al varón: Yo hice a la mujer de tu costado, ella tiene la
misma dignidad que tú y ese es mi plan para varón y mujer: el mutuo amor, la ayuda mutua,
el complemento mutuo.
El hombre y la mujer están hechos "el uno para el otro". Eso no significa que Dios los haya
hecho "a medias" o "incompletos". Los ha creado para una comunión de personas, en la que
cada uno puede ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas
("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino.
Una imagen vale más que mil palabras
Vayamos, una vez más al Génesis. Al ir leyendo, vemos la sucesión de los días y las noches,
Dios va creando todo lo que existe y con su Palabra poderosa llama a la existencia a todas las
cosas. Al llegar al sexto día, crea los animales de la tierra y al ser humano. Pero aquí sucede
algo distinto, Dios no da simplemente una orden, como venía haciendo (“Que haya luz…”)
sino que se suscita un diálogo interno en Dios. Vemos que Dios habla, delibera. Es una imagen
muy impresionante, porque muestra que el Creador del Universo, antes de crear al ser
humano, se detiene y reflexiona, hay algo muy especial que va a ocurrir para actuar de esa
manera.
Veamos: “Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza […]
Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer” (Gn. 1,
26-27). Admiremos la perfección y la sucesión de los verbos y las palabras. La Trinidad Santa
dice que hará al hombre a su imagen (“nuestra imagen, nuestra semejanza”), no a nuestras
imágenes. Es decir, la realidad de Dios es una, un solo Dios, pero son Tres Personas Divinas,
una realidad de Amor. Hay una pluralidad que habla de una unidad. Y se devela aún más este
hermoso Misterio: creó al ser humano a su imagen, a imagen de Dios. ¿Y qué significa esto?
Lo explica inmediatamente: Los creó varón y mujer.
En esa dualidad varón-mujer, en ese amor al que ambos se ordenarán y por el que se unirán
en cuerpo y alma, se manifiesta la imagen de Dios. No es que Dios sea varón y mujer, no es
eso lo que enseña el texto porque sabemos que Dios es espíritu puro. La similitud o semejanza
con Dios no está dada por esa característica sino que una realidad de amor (el matrimonio)
revela la primigenia Realidad de Amor (Dios Uno y Trino). Por eso serán “una sola carne”
(Gn. 2, 24), una comunión de personas que es una sola cosa; como la Trinidad que son Tres
pero un solo Dios vivo y verdadero. Por ello, Adán y Eva son reflejo de esas Tres Personas que
se aman eternamente. Por eso esa unión será indisoluble hasta la muerte, porque estará
rubricada con el nivel de ese Amor que ama de una manera insólita, tenaz, definitiva.
Pero, siguiendo el esquema trinitario, esto no termina allí. Como vimos: El verdadero Amor
supone la fecundidad, no la posesión egoísta de dos. Mira qué maravilla, cómo el texto
sagrado revela la mente inefable del Creador. Así continúa el texto: “Y los bendijo, diciéndoles:
«Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las
aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra»” (Gn. 1, 28). Los judíos
enseñan que este es el primer precepto y no precisamente el menos importante: la
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transmisión de la vida, la fecundidad de la prole, la manifestación rebosante del acto de amor
de los esposos que no queda encerrado en ellos mismos sino que de ese acto intenso surge
vida nueva, uniéndose así varón y mujer a colaborar con el Creador. El acto sexual, no es un
acto meramente animal: Manifiesta el amor fecundo y poderoso de Dios.
Pero hay una huella aún más profunda
Decíamos que había una huella de Dios en su creatura: la realidad de amor. Pero debemos
profundizar aún más. Para ello, a la lectura de esta última parte deberá precederle un ejercicio
espiritual de la mente. No es nada poco serio, solo así podremos entender el espíritu y el
sentido que debe animar esta formación:
Si cerramos los ojos y pensamos un momento en nuestra vida, en nuestra realidad, así tal
cual como estamos ahora; Si escarbamos en nuestro interior y nos preguntamos qué hay en
el fondo; ¿qué encontramos? Muy en el fondo, descubriremos un DESEO. Pero no cualquier
deseo como cuando tenemos hambre o sed, o deseo de ahorrar para comprarnos algo. Este
deseo es infinito e insaciable. En la intimidad de nuestro recinto interior, sagrado, hay un
deseo desesperado, desenfrenado, ilimitado, violento. ¿De qué? De FELICIDAD. Este deseo
es irreprimible. Nunca podremos escaparle ni dejar de responder a él. Podremos engañarnos
y llenarlo con basura, pero pronto nos daremos cuenta que no se sacia, que ese vacío no se
llena.
¿Por qué? Porque una huella infinita demanda algo infinito para llenarla. Ese vacío infinito
que hay en tu corazón, el mío, el nuestro; no puede ser llenado ni con una persona ni con
cosas, ni siquiera con el amor de las creaturas. Solo puede ser llenado con la inmensidad de
Aquel que dejó su huella y que hizo nuestro ser.
Por ello, siguiendo aquí al P. Bojorge, s.j., volvamos al Génesis y veamos más allá de esta
misteriosa frase del Señor en el Génesis: “No es bueno que el ser humano esté solo”. Sí, el
hombre necesitará un complemento, una ayuda adecuada, la mujer. Pero esa soledad es más
radical. Estas palabras esconden una promesa redentora. Pues fuimos creados para estar con
Dios. Dios ha puesto el deseo de Sí en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único
que lo puede satisfacer y allí, y solo allí, el hombre encontrará verdadero reposo: “Nos hiciste,
Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín) Y dice
el mismo Santo de Hipona: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío,
busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma
y mi alma vive de Ti”.
El complemento final, total y definitivo del hombre es Jesucristo, Señor Nuestro. Él es la
verdadera compañía y la verdadera ayuda adecuada. Él, que es Imagen del Padre, es también
imagen del Hombre verdadero, de la verdadera humanidad. Solo en Él, varón y mujer,
matrimonio, célibes, solteros, consagrados, etc.; podrán saciar el río seco de nuestro interior,
el cauce infinito con un Torrente infinito de agua fresca y cristalina: La vida trinitaria en
nosotros.
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La buena noticia sobre el sexo
Evangelio (“eu-angellión”: “buena noticia”) es buena noticia. Anuncio radiante que
enviaba el rey, una gracia que se proclamaba a viva voz en público. Jesús es el Evangelio vivo
de Dios. Son Evangelios también los relatos de su vida que nos dejan un registro histórico y
cierto sobre su vida. Evangelio es, en el fondo, la noticia de la Encarnación, Pasión y
Resurrección de Nuestro Señor.
Evangelio es, también, el verdadero mensaje de libertad y de amor verdadero que el Señor
trajo con su vida, obra, doctrina y ejemplo. Por ello, para cerrar, te anunciamos una Buena
Noticia: Jesús no trajo un conjunto de prohibiciones respecto a la sexualidad sino que nos
mostró como nadie el verdadero sentido del afecto humano y del amor de hombre y mujer.
El sexo es una buena noticia porque Jesús nos revela el sentido original del amor, nos da
un camino exigente pero que garantiza la felicidad verdadera. ¿Será fácil? Para nada. ¿Valdrá
la pena? Claro. Nada es mucho cuando se intenta ser feliz.
Estamos llamados a una misión altísima. Algo que nos supera a nosotros mismos. Cada
uno está llamado a la felicidad completa, plena, saturada y rebosante. No aceptemos nada
menos que la felicidad verdadera, no aceptemos menos que el amor verdadero. No nos
conformemos con solo con vivir, vivamos verdaderamente y vivamos felices.
Esa invitación es lo que anima la formación que brindamos a través de estos textos. Busca,
claro, animar el entendimiento, pero, por sobre todo, el corazón. Allí en ese Sagrario interior
donde Dios habita y donde nos habla, donde encontramos su paz y consuelo que incendian
nuestra pasión más que cualquier otra pasión. Vivamos apasionados, vivamos cerca de Dios.
Ayúdanos compartiendo nuestra cuenta y nuestras publicaciones. Y rezando por este
apostolado.
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Deo omnis Gloria
Ave, Maria Purissima!
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