ASEDIO EN VENTURADA Una aventura de Taker Tan solo soy un alma bienintencionada, Oh Señor, por favor, no permitas que me malinterpreten. Nina Simone …………………………………………………… PRIMERA PARTE: EL EXILIO Keystone Beach. Nassau. - Yo quiero volver a Venturada- dijo Gervasio Ramos Martínez, alias “Taker”. -¿Por qué quieres volver a Venturada? –le contestó el Conejo (Juanito Bosque, alias “el Conejo”)- ¿No te gustan las Bahamas? A todo el mundo le gustan las Bahamas. En mi barrio en Madrid todos soñaban con venir a las Bahamas. Bueno, o a Hawaii o sitios así. -A mí tampoco me gustan las Bahamas- intervino Felipe Montes-. No hay caballos, no nieva, está lleno de cretinos… -Ya os dije que había pocas opciones –dijo Taker-: Bahamas, Bangladesh o Armenia. Son los Estados que no tienen tratado de extradición para delitos monetarios. Bueno, aparte de Gibraltar, que no es un Estado sino una especie de piedra grande… Con el idioma nos arreglamos mejor aquí, con tanto hispanohablante… -Pues en Armenia al menos hay caballos, montañas, la gente es más animada –le contestó Felipe-. -¿Por qué sabes tú tanto de Armenia? –le preguntó el Conejo. -Un grupo ecuestre vino a una exhibición a mi pueblo, en una gira por Teruel. Después hicieron una comida estupenda, unos cochinillos asados con laurel y patatas picantes. Tienen unos licores decentes, no como estos cócteles que se beben aquí en los locales nocturnos… -Deberías contarle esa historia al periodista, ese tipo de cosas gustan a los lectores –dijo Taker-. -Sigo sin entender para qué has quedado con ese periodista que conociste en el bar. ¿Por qué dices que un reportaje puede ayudarnos a volver? –preguntó el Conejo. -Es una forma de dar a conocer nuestra versión, al menos la parte que nos conviene contar. Si la opinión pública está contigo es más fácil ser incluido en uno de los indultos que da periódicamente el gobierno español para delitos monetarios. Al fin y al cabo, nadie puede demostrar que nos llevamos una fortuna, y tampoco hubo daños personales de envergadura. Además, puede decirse que generamos diversión, lo cual no está mal en estos tiempos de decaimiento. La gente lo agradece. Acuérdate del tipo aquel que robó el tren de Glasgow. Se convirtió en una especie de héroe. En aquellos días salimos mucho en la tele. Incluso entrevistaron a Pedro Blanco, el que vende objetos de jardín y que estuvo conmigo en el juicio. -Yo no quiero ser una especie de héroe –dijo Felipe-. Quiero volver a mi pueblo. -No puedes volver a tu pueblo. Te quedaste sin caballos y no tienes medio de vida allí –le contestó el Conejo-. -Bueno, pues me puedo volver a Venturada con Taker, como cuando salimos de la cárcel. Taker siempre te echa una mano, y además con él siempre hay diversión. ¿Te acuerdas del encierro aquel con los becerros dentro del restaurante? ¡Cómo nos reímos aquella tarde! -¿Y te acuerdas de cuando el alcalde saltó del balcón? –replicó el Conejo. -Silencio, creo que viene por allí el periodista –dijo Taker-. Anda más derecho que ayer por la noche. Quienes así hablaban, reclinados en unas tumbonas cerca de la orilla del mar, bajo unas sombrillas de paja, gozando del sol matinal mientras contemplaban el agua cristalina, eran tres prófugos de la justicia española, acusados de varios delitos y sin embargo aclamados por gran parte de sus paisanos. Y quien se acercaba a entrevistarles era Jonathan Rodriguez, periodista panameño afincado en Nassau y antiguo boxeador. Este último detalle era importante para el desarrollo de su actividad en el campo de la información económica, que no se distanciaba mucho de la de sucesos. En aquel tiempo, muchas transacciones monetarias conllevaban a menudo víctimas colaterales, y era habitual que un ingreso de varios millones de euros o dólares fuese acompañado –de forma aparentemente inconexa- por el lanzamiento de uno o varios cadáveres al mar. Estando así las cosas, una notable corpulencia física ayudaba a sobrevivir en el sector servicios. Un sector como cualquier otro, dicho sea de paso. Como era de esperar, o de temer, Jonathan Rodríguez vestía una ancha camisa con ilustraciones de guacamayos, gafas oscuras y un sombrero blanco de paja. Portaba también una grabadora bajo el brazo y fumaba un Cohibas del que le quedaba aproximadamente la mitad. Tenía un gran bigote, parecido al del presidente de Venezuela, y el pelo peinado como Andy García. Un auténtico despropósito, todo hay que decirlo. Aproximándose a las tres personas que le esperaban, se quitó el sombrero y extendió la mano saludando: ¡Buenos días señores, me alegro mucho de conocerles! Había oído hablar de sus aventuras, pero mi conversación de anoche con el señor Gervasio me agudizó la curiosidad. Me agradaría mucho que los lectores de nuestras publicaciones puedan conocer a unas personas tan interesantes. Taker se levantó, estrechó la mano a Jonathan Rodríguez, y le presentó a sus amigos. -Como os había contado –dijo dirigiéndose a sus compañeros-, este es el reputado reportero Jonathan Rodríguez, del Daily Star y de sus medios digitales. Señor Rodriguez, es un placer para mí presentarle a los compañeros de los que le hablé anoche. El señor Juanito Bosque, conocido también por el apelativo de “Conejo”, y el señor Felipe Montes, cuyo nombre dice todo sobre su amor a la naturaleza. -Señores –respondió Jonathan Rodríguez-, el placer es mío. Después de platicar anoche con el señor Gervasio, el cual me ha pedido que me dirija a él utilizando el sobrenombre de “Taker”, decidí hacer un hueco en nuestro número dominical para difundir su historia, que no dudo será recibida con gran expectación por nuestros lectores. Una vez hechas las presentaciones, Taker propuso. -Podríamos ir bajo el porche, dado que el calor empieza a apretar. Así podemos invitarle a un par de cervezas mientras hablamos. Además, con este clima, mis amigos no saben hablar mucho rato sin beber alguna cerveza. -Acepto encantado –respondió el periodista-. Pero déjenme a mí invitarles, ustedes pónganse cómodos y empiecen a contar su historia. Los cuatro se dirigieron al porche situado en el pequeño malecón de la playa, donde un bar adornado con palmeras daba cobertura a los primeros paisanos que habían bajado a la playa, es decir, a los insomnes, a los que tenían perros que pasear y a los resacosos, hombres en su mayor parte. Se sentaron bajo una gran sombrilla de tela, en torno a una mesa redonda, y Jonathan Rodríguez pidió cervezas para todos y ron para él. -Me ha dicho el médico que no me conviene estar mucho tiempo sin beber ron. Dice que es un problema de metabolismo. Pero si lo mezclo con cerveza tiene un efecto sedante que estimula el raciocinio. Así escribo mis artículos, y de momento no me ha ido mal. Pero bueno, no hemos venido a hablar de nutrición sino para difundir ante el mundo una situación… digamos “injusta”. Quizás podemos empezar por una breve presentación biográfica. Señor Taker, tengo entendido que los tres se conocieron en la cárcel y que allí trabaron una estrecha amistad. ¿Podrían contarme qué les llevó allí y como fue la vida en prisión? Taker se incorporó en su cómodo asiento, bebió un buen trago de cerveza y se dirigió al periodista. -Ciertamente, señor Rodríguez, los tres nos conocimos en la prisión de el Molar, lugar al que fuimos conducidos como consecuencia de diferentes actos de injusticia. Si lo desea, empezaré a contarle mi historia. Posteriormente haré de portavoz del señor Felipe, el cual ha vivido gran parte de su vida rodeado de caballos y no está acostumbrado a hablar mucho tiempo de forma coherente, lo cual no quita que sea un hombre muy cabal. El señor Conejo, en cambio, es un maestro de la oratoria, como la mayoría de la gente de los barrios de Madrid que ha pasado a menudo por comisaría. -Señor Taker –le respondió Jonathan Rodríguez-, le agradezco mucho su esfuerzo comunicativo. Empecemos pues por su caso. ¿Qué fue lo que le condujo a prisión? -Pues, mire usted, puede decirse que fui víctima de una conspiración institucional. Estuve a punto de salvarme, pero entonces intervino de forma violenta la superchería. En realidad se trata de una vieja historia. Todo empezó cuando el alcalde de Venturada se apoderó de las tierras donde pastaban mis ovejas, dentro de su política nepótica de expropiar todo lo que convenía a sus intereses, como por ejemplo la tienda de objetos de jardín –sobre todo estatuas para fuentes, duendes y pastorcillos- de Pedro Blanco y otras tierras supuestamente destinadas al futuro aeropuerto de Venturada, todo ello usando la ley de forma cicatera. Como decidimos hacer frente a sus tropelías, el alcalde se alió con el jefe de la oposición para repartirse el poder y acabar con la única oposición real, que éramos yo y Pedro Blanco junto a un puñado de valerosos y alegres venturadeños. Para ello simuló una conspiración y nos acusó de haberle lanzado del balcón del ayuntamiento. En el juicio sobre el supuesto ataque, cuando quedó claro que estábamos convenciendo al juez de nuestra inocencia, los conspiradores dieron fuego a la sala y el juicio quedó suspendido. Cuando se reanudó trajeron a otro juez, al que el alcalde había regalado una parcela de madroños, y me condenaron a cuatro años de cárcel por conspiración para homicidio en grado de tentativa. Si le interesa puedo enviarle las actas del juicio… -No dudo de su palabra, señor Taker –intervino Jonathan Rodríguez-, y me parece una atrocidad lo sucedido. ¿Podría contarme ahora brevemente el caso del señor Felipe Montes? -De acuerdo, pero lo haré contando con su ayuda puntual para algunos detalles. Su caso es bien diferente, pero al mismo tiempo también similar. La raíz es también la corrupción, en su caso en forma de robo de caballos. Como en el far west, vamos, pero con guante blanco. El caso es que Felipe Montes era un sencillo y feliz ganadero en Mas de las Matas, hermoso y tranquilo pueblo de la provincia de Teruel. Allí tenía una explotación ganadera con varias decenas de caballos, además de una huerta y una choza en el monte para descansar cuando pastaban los caballos. Vivía en una casa de una planta junto a la plaza del Ayuntamiento, compraba pan en la cooperativa y participaba en el campeonato de mus de fiestas, en los certámenes de pesca con mosca y en los de lanzamiento de azada. -Los de lanzamiento de azada solamente un año –intervino Felipe Montes-. Después lo declararon de alto riesgo porque rompimos el cristal al jeep de la Guardia Civil. -Puede decirse que fue su único encontronazo con la fuerza pública, sin haberle supuesto sanción alguna –aclaró Taker-. El caso es que su pacífica existencia quedó alterada cuando decidió comprar algunos caballos más y abrir un servicio de rutas turísticas. Es decir, para llevar de paseo a los turistas a caballo, recorriendo el monte. Era algo que había hecho esporádicamente y con buen resultado, pues solía ofrecer también buenas meriendas y vino de alta graduación. -Y a veces también morros y gallinejas para cenar, si la excursión acababa tarde- precisó Felipe. -No hables de comida, por favor, que me estoy acordando del cocido que hacía mi tía Mercheintervino el Conejo. -¡Dejadme hablar! Vais a liar al señor periodista… Bueno, como iba diciendo, Felipe decidió comprar más caballos, y para ello necesitaba también adquirir una pequeña parcela para que pastasen en invierno, así como solicitar un crédito a corto plazo. El problema surgió porque el director local de Bankia era un cretino y un corrupto, que además tenía también intereses en el sector equino, así que puso todo tipo de pegas para que Felipe consiguiese el crédito. ¿Es así Felipe? -Ciertamente. Cada vez que cumplía los requisitos que establecía el banco, él se inventaba uno nuevo. Después de bastante tiempo acudí al director provincial del banco, Rodrigo Pato, pero este era aún peor que su subordinado y no me hizo caso alguno. Incluso me dirigí al defensor del Pueblo Maño, Carlos Toro, pero como es sabido se trata solamente de una figura decorativa, más o menos como el toro de Osborne pero sin valor monumental, así que la situación siguió empantanada y, tal como declaró el juez, decidí “tomarme la justicia por mi mano”. Sigue tú, Taker, que se me está secando la lengua y además al acordarme me pongo enfermo. ¡Brrr!- Terminó Felipe, agarrando la cerveza y dándole un buen trago. -De acuerdo. Pues Felipe empezó a frecuentar la tienda de chucherías del pueblo para comprar unas láminas de regaliz que imitaban billetes de banco. Era una imitación muy buena. Estuvo un par de semanas dándoselas a los caballos, hasta que se aficionaron mucho. Porque además luego les daba azucarillos y hierba albardada. Pasadas esas dos semanas, un día acudió a la oficina de Bankia con tres caballos y les enseñó los billetes que tenían las cajeras. Los caballos saltaron el mostrador y se comieron todos los billetes. Después, Felipe les dijo “buscad azucarillos y hierba albardada”, así que estuvieron un rato buscando hasta que tuvieron que desistir por cansancio, no sin antes haber revuelto un poco el local. -Es una forma de verlo-, intervino el Conejo, que no podía evitar reírse siempre que volvía a escuchar la historia. -En cuanto los caballos empezaron a comerse los billetes, los empleados dieron la alarma y el director bajó de su despacho hecho un basilisco. Al poco rato llegó la policía y se montó un buen revuelo, porque algunos paisanos se habían empezado a congregar en la puerta, y al darse cuenta de lo que pasaba empezaron a vitorear a los caballos y a brindar. La policía intentó echar a los caballos, los cuales respondieron dando coces y entonces los agentes la emprendieron con los paisanos, la mayoría de ellos maños, con lo cual pocos minutos después el pueblo estaba lleno de barricadas ardiendo. Un auténtico tumulto, vaya, el famoso motín equino de Mas de las Matas, del que tanto se ha escrito. (Ciertamente, el motín equino de Mas de las Matas fue famoso por diversas razones. En los aspectos puntuales, destacó especialmente la utilización de cabras amaestradas como arma ofensiva, la actuación del maestro Javier Mazas, que sacó a los niños por el tejado después de lanzar una pizarra en llamas contra una tanqueta de la Guardia civil, o el uso de picatostes al rojo vivo como munición. Más a largo plazo, el aspecto más importante fue el debate jurídico que originó el meollo de la cuestión y que en un primer momento posibilitó la absolución de Felipe Montes. En efecto, la acusación de robo o destrucción de moneda de curso legal esgrimida por los abogados de Bankia contra Felipe Montes fue rechazada en primera instancia, gracias a la intervención de la Asociación Internacional para la Protección de los Derechos de los Animales, que consiguió impedir el lavado de estómago de los caballos basándose en que éstos no habían formalmente detenidos ni se les habían comunicado sus derechos legales. Si no hay cuerpo del delito no hay delito, así que cuando los representantes legales de Bankia lograron la autorización para investigar el contenido de los excrementos de los caballos éstos ya no contenían resto alguno de euros. El procedimiento fue seguido con gran atención en Inglaterra, país en el que gran parte de la población se distingue por su preocupación por los animales –inversamente proporcional a la atención que presta a su clase obrera-, hecho que obligó a la acusación a no presentar cargos contra los caballos. El resultado fue que Felipe Montes fue absuelto de robo o sustracción de moneda, pero condenado por instigación a la sublevación popular, a pesar de que sus paisanos comparecieron en el juicio y afirmaron que ellos no necesitaban instigadores y que en realidad se habían divertido de lo lindo aquel día). -La consecuencia de todo aquello –continuó Taker- fue la condena a cinco años de cárcel para Felipe Montes, a cumplir en el recientemente remodelado penal de El Molar, lugar donde coincidió conmigo y con Juanito Bosque alias “El Conejo”, cuyas vicisitudes previas a su encarcelamiento nos las va a contar él mismo de viva voz. ¡Adelante Conejo! -Gracias Taker, has hecho un resumen estupendo. Por lo que a mí respecta, empezaré con unas notas biográficas. Nací hace treinta años en el barrio de Vallecas, en Madrid, cerca de la Avenida San Diego. En mi familia éramos cuatro hermanos. Mi padre trabajaba en la John Deere y mi madre se ocupaba de nosotros, de la casa y de cuidar a varios parientes enfermos, a cambio de ninguna retribución. Cuando tenía casi 60 años, mi padre fue prejubilado en una de las habituales reducciones de plantilla, así que se quedó en casa con la mitad de sueldo y una familia que mantener. Como no tenía aficiones como la pesca, el aeromodelismo y ese tipo de cosas, se dedicó a alternar pacíficamente con sus amigos prejubilados, una vez constituida la peña “jóvenes de los 60”. Una actividad encomiable, pero que sin embargo disminuyó aún más los recursos económicos de la familia. Para entonces, a mí y a mi segundo hermano ya nos habían expulsado de la escuela por malas notas y falta de atención. Como aún no se ha había inventado en síndrome de hiperactividad nos libramos también de la medicación sustitutiva, con lo cual pudimos dedicarnos al complemento de los ingresos familiares. Mi hermano, que era bastante sensato, empezó a trabajar de albañil y gracias al boom de la construcción de aquellos años pronto tuvo un sueldo bastante decente. Mi caso fue muy diferente y, desgraciadamente, no muy fructífero, si bien tuvo sus buenos momentos, como casi todo. Al poco de dejar la escuela empecé a hacer algunos trabajillos para la banda de “Los entrópicos”1, que se dedicaban al robo de vehículos de alta gama y al contrabando de cobre. Yo había aprendido a levantar y conducir coches gracias a un amigo del barrio al que llamaban el “Vaquilla segundo”, por ser un gran admirador del “Vaquilla” original. Aprendí deprisa y puedo decir que era bastante bueno en la conducción. Mi tarea consistía en trasladar los vehículos que se robaban a un garaje de Alcorcón, donde se les cambiaba el aspecto, y después llevarlos al punto de venta. Los trabajos no se pagaban muy bien, pero nos daba para ir tirando y podía dejar algo de dinero en casa, alternar en los billares “Viento de Vallecas” y alguna que otra vez ir al centro de Madrid y fundir unos cuantos talegos. -No te enrolles tanto –intervino Taker-, que tu vida va a parecer un Falcon Crest vallecano. -Oh! No se preocupe –dijo Jonathan Rodríguez-, me encantan estas historias tan conmovedoras. -De acuerdo –respondió el Conejo-, intentaré ser más breve. Como decía, mi situación económica y familiar iba mejorando, y además empecé a salir con una chica que me gustaba desde pequeño. Sin embargo, cuando la vida parecía sonreírme, sucedió lo de la muerte de mi padre. Una noche que volvía a casa un tanto perfumado se cayó a una acequia y se quedó dormido dentro, sin darse cuenta de que era un aliviadero de la red de aguas pluviales. Como había llovido mucho se abrió la compuerta de madrugada y mi padre se ahogó sin enterarse de nada. Sus amigos pusieron un cartel en el lugar donde murió, con la leyenda “si bebes no duermas en acequias”, y le hicieron un homenaje. Fue algo bastante triste, pero lo cierto es que como le veíamos poco tampoco le echamos demasiado de menos. Lo peor fue que al poco tiempo se mudó a nuestra casa el tío Fermín, que se había quedado en la calle por no pagar el alquiler. Siempre habíamos pensado que el tío Fermín era un tipo desagradable, holgazán, burro y que tenía una cara como de torrezno ennegrecido, pero al poco de llegar nos dimos cuenta de que además era un abusón y un facha. Cuando estaba sin 1 Si bien el nombre no fue elegido de manera intencionada, lo cierto es que “los entrópicos” fue en realidad un pequeño grupo armado de los que surgieron a finales de los años 70. Su fundamento ideológico era la teoría de la entropía política, según la cual el sistema se descompondría por sí mismo, debido a sus contradicciones degenerativas, momento que podría ser aprovechado para la construcción de una sociedad más justa, basada en los principios revolucionarios. Según estudiosos del movimiento, este principio ideológico fue aprovechado por los miembros del grupo para no hacer nada, argumentando que si el sistema se iba a descomponer por sí mismo, ¿para qué molestarse en andar poniendo bombas por ahí? Según algunos críticos, los militantes entrópicos no eran sino una panda de vagos. Desde un punto de vista objetivo, lo cierto es que el armamento que habían adquirido se devaluó rápidamente por su falta de uso y que acabaron perdiendo dinero y disolviéndose. Para sus partidarios, no obstante, la desaparición del grupo fue una gran pérdida y dejó sin explotar una teoría que podría haber dado unos resultados espectaculares a nivel social. Como es habitual en estos casos, siempre hay algún listillo que utiliza el caso para hacer una tesis doctoral. Así, hace pocos meses, Adolfo Reinares presentó su tesis denominada “Los entrópicos: ¿climax o catarsis?”. Como es lógico, el título lo dice todo sobre su redactor. blanca le exigía dinero a mi madre, entre gritos y agarrones, y si nos poníamos en medio nos daba unos cuantos puñetazos. Después de unas semanas mis hermanos y yo decidimos que la cosa no podía seguir así, así que una tarde trajimos un par de botellas de vino a la hora de comer, diciendo que había que celebrar la victoria del Rayo Vallecano, y le hicimos beber unos cuantos tragos más de lo habitual. Cuando estaba algo achispado le convencimos para que bajase con nosotros a la Avenida a tomar un cubata, a lo accedió gustosamente. Nosotros sabíamos que a media tarde se hacía el reparto de cerveza por la zona de bares. Además, conocíamos el repartidor de San Miguel, Juan Barril, que solía tomarse una caña en cada bar donde repartía, así que a esa hora no se enteraba de casi nada. Cuando estábamos en la puerta del bar “El Solar”, el camión de reparto aparcó al lado del bar y Juan entró al interior a tomarse una cerveza –una actividad que el calificaba como de fidelidad a la empresa-. Mientras tanto, como el tío Fermín había perdido parte de su consciencia, mi hermano pequeño aprovechó un momento de distracción para atarle una cuerda desde el cinturón hasta el parachoques del camión de reparto. Yo entré al bar, invité a otra ronda a Juan Barril y después salí con él rodeándole con el brazo, para que no mirase hacia donde estaba el tío Fermín, al tiempo que le proponía una apuesta. Le dije que no sería capaz de llegar al Puente de Vallecas en menos de un minuto. Él me miró con cara de ofendido, me dio unas palmaditas en la espalda, mientras decía: ¡hijo mío, se ve que no conoces a Juan Barril! El tipo subió, arrancó, dio un buen acelerón y se alejó a toda velocidad. Lógicamente, al mismo tiempo mi tío Fermín perdió su cubata, el equilibrio y fue arrastrado por el pavimento hasta el Puente de Vallecas mientras gritaba como un poseso. A partir de entonces no volvimos a saber nada de él, así que dimos el asunto por solucionado. No obstante, resultó que por la zona estaban en aquel momento algunas chicas del colectivo feminista “Clara Zetkin”, el grupo feminista de Vallecas, y una de ellas acertó a grabar en video parte de la excursión del tío Fermín. A los pocos días, colgaron el video en internet con la leyenda: “contra la violencia machista, utilice el método San Miguel”. La publicación originó un cierto revuelo, tanto por la originalidad del método como por tratarse de un caso raro de respuesta directa, pero la cosa no habría ido más lejos si no hubiese coincidido con una visita oficial del Tea Party al presidente del Gobierno. En efecto, los americanos se escandalizaron ante la aplicación de los que ellos llamaban “nuestra antigua ley de Lynch”, y no por la aplicación del castigo corporal, pues habitualmente se mostraban a favor del uso de latigazos en los ghettos negros, sino por haberlo hecho sin pasar previamente por el sistema penal y judicial del Estado y no haber pagado el copyright. -Oh, no se preocupe, conozco muy bien a los del Tea Party. La única forma de combatirles es echarles orujo en el té. Pero perdone mi interrupción. Continúe por favor, señor Conejo. -Bueno, el caso es que desde el Ministerio del Interior quisieron dar una imagen de firmeza y llamaron al comisario del barrio, Javier Moya, un tipo bastante tranquilo, que había sido amigo de mi padre y estaba a punto de jubilarse. Ciertamente, no le hizo mucha gracia la orden, pero no tuvo más remedio que detenerme y llevarme a comisaría. Lo peor fue que me detuvieron cuando conducía un BMW de última generación, así que me encontré con un buen papelón. El comisario me dijo: “querido Conejo, sabes que fui amigo de tu padre durante mucho tiempo y que lamenté mucho su acuático desenlace. Por eso he estado haciendo la vista gorda con lo de los coches. Te iba a avisar con tiempo, porque la semana que viene van a caer los de Los Entrópicos; bueno, solamente los que no son confidentes nuestros. Ahora tengo que detenerte por lo de la San Miguel. Créeme que lo siento. También mi hija anda con las de la Clara Zetkin, así que seguro que va a estar un tiempo sin dirigirme la palabra. No tengo más remedio que enviarte ante el juez. Ya he hablado con él y te van a caer tres años en El Molar, pero en vez de ir como un chorizo irás como un revolucionario, saldrás en carteles, serás el pequeño Mandela del barrio. Además El Molar es una cárcel tranquila, pensada sobre para delincuentes económicos, así que incluso puedes aprender algo. Nunca se sabe. Efectivamente, nunca se sabe. Como pronto veremos. -¿Qué pasó con su madre?- preguntó interesado Jonathan Rodriguez. -Oh! Creo que le vino todo mucho mejor que a mí. Las de la Clara Zetkin se preocuparon por mucho por ella y por que no le faltase de nada. Le convencieron rápidamente de lo acertado de su eslogan: “mujer, no hagas de la limpieza tu primer objetivo”. Cuando salí sabía todo sobre Simone de Beuvoir y los métodos de autodefensa, sin haber perdido un ápice de su arte culinario. Fue mucho más feliz a partir de entonces. -Bueno- intervino Taker-, te has enrollado tanto como siempre. Señor Rodríguez, si le parece bien, pasaremos a la segunda parte de nuestra historia. -Adelante, señor Taker. SEGUNDA PARTE: LA CÁRCEL Prisión de el Molar. Año 2010. La prisión de el Molar, situada en las cercanías del pueblo del mismo nombre, es un centro penitenciario de dimensiones no muy grandes, producto de la reconversión de un antiguo complejo ganadero en desuso. En la época en que la ganadería local inició su declive, motivado en gran parte por la política comunitaria, la hasta entonces próspera explotación ganadera cayó en picado y en pocos años los dueños del ganado abandonaron la crianza, abrieron casas rurales y pequeños balnearios en las zonas más bucólicas de la comarca, y bares de copas en las poblaciones más grandes. No obstante, a los pocos años empezaron a echar de menos a los animales, lo cual produjo no pocos problemas de orden público debido a las estrictas ordenanzas municipales que limitaban enormemente la convivencia entre personas y animales. A principios de los años 90, Anacleto Fernández fue detenido por negarse a sacar de la escuela a un ciervo que había matriculado en preescolar. Pese a sus alegaciones de que la dirección de la escuela no había puesto pegas a dicha matriculación –que había realizado de forma escrupulosamente legal, inscribiendo al animal como Javier Ciervo-, un gran despliegue policial desalojó la escuela e intentó durante varias horas hacer salir al ciervo, que se había atrincherado en el comedor. Finalmente fue reducido y conducido a las Navas de Riofrío, acción que desencadenó violentas protestas, mucho más virulentas que las que originó la detención del propio Anacleto, que al fin y al cabo no pertenecía a ninguna especie en riesgo de extinción –a no ser que fuese por holocausto nuclear, un supuesto aún no tipificado en el reglamento de protección de especies de la UE-. Si bien fue el caso más conocido, se registraron numerosos incidentes con exganaderos de la Sierra Norte que acudían al supermercado acompañados de jabalíes, intentaban entrar en la piscina municipal con lechoncillos o iban de bar en bar con un rebaño de vacas. Como no es tema de esta descripción, diremos simplemente que el asunto está sin resolver, y que aún hoy en día, a cualquier hora de la mañana, es frecuente encontrarse a un caballo en la sala de espera del centro de salud o comprando pastillas en la farmacia. Después de unos años de abandono, el Ministerio de Justicia adquirió las instalaciones y reconvirtió el complejo ganadero en una institución penitenciaria a la que llamaron centro comunitario de reinserción. El centro pretendía dar respuesta a una nueva demanda, originada por el incremento de la detección de casos de corrupción y las leves penas correctoras impuestas a los infractores por los tribunales. Dado que los comportamientos nepóticos, los fraudes a las arcas públicas, sobornos y delitos similares eran considerados como delitos incentivados por la competencia, la filosofía del centro era ofrecer a los condenados un tiempo para recapacitar, recordar dónde habían escondido el dinero, y tras un cierto periodo higiénico, más determinado por la notoriedad pública de los comportamientos que por las características concretas de las actividades, y considerando siempre como atenuante estructural la falta de derramamiento de sangre, devolver a estar personas a la sociedad para que continuasen actuando a su servicio, en aras del bien público, pero esta vez con mayor transparencia. Dado que los sujetos allí encarcelados no eran considerados peligrosos, sino más bien una inversión social en stand-by, entre los prisioneros no había miembros de otros colectivos que habitualmente se encuentran en cualquier centro penitenciario que se precie, tales como los condenados por las actividades clasificadas bajo el eufemístico nombre de violencia de género, traficantes de droga a pequeña escala, ladrones de todo tipo, asesinos, directivos de fútbol, mariscadores ilegales y falsificadores. En sus primeros años, la prisión de el Molar fue un centro modélico en el que a muchos ciudadanos de a pie les hubiera gustado vivir. Habitaciones individuales con equipamiento multimedia, buena comida sufragada por los internos, solárium en el tejado y diversidad de actividades culturales eran los elementos que convirtieron al centro en un espejo en el que incluso las prisiones escandinavas hubieran querido mirarse –sobre todo por el número de horas de sol-. El centro era tranquilo, climatizado, con poca población y muchos sobres pasando de mano en mano. En el economato había limas a la venta, pero a nadie se les ocurría comprarlas, y cuando las esposas o hijos de los presos acudían a visitar a sus familiares, generalmente con motivaciones financieras, se encontraban con que éstos se encontraban en una conferencia del gerente local de la General Motors o Panda Security y no podían atenderles. No obstante, el estallido de llamada crisis económico-bancaria de 2006 tuvo efectos también en aquel pequeño remanso resocializador. Por una parte, el progresivo hacinamiento que se producía en otras prisiones, como consecuencia de la existencia de un número cada vez mayor de ciudadanos sin ingresos legales, condujo a que el centro comenzase a recibir reclusos de otras tipificaciones penales. Por decirlo de alguna manera, eran reclusos que sobraban en otros sitios y a los que había que buscar un destino para el cumplimiento de sus penas, o para el siempre incierto proceso de privación provisional de libertad. Antes de la reconversión sufrida por la junta provincial de clasificación, la dirección de la cárcel consiguió que las características de los recién llegados no se distanciase mucho de lo que se consideraba el perfil estándar del centro penitenciario, hecho que se mantuvo hasta que el presupuesto de instituciones penitenciarias se redujo en un 30 %, es decir, el mismo porcentaje en que aumentaba la población reclusa. La segunda consecuencia fue la reducción de personal producida en la plantilla del centro, así como los recortes presupuestarios de la manutención, mantenimiento y servicios socioeducativos. Todo este proceso tuvo como consecuencia un caos relativo, un caos controlado, que a menudo es la única posibilidad de sobrevivir sin aburrirse del todo. En el terreno práctico el resultado fue que además de reunir a un grupo homogéneo de defraudadores y personas cuya actuación económica era calificada como “irregular”, a partir de 2006 fue llegando al centro penitenciario de el Molar una serie de vulneradores de la ley de gran diversidad. Así, en el año 2007 fue trasladado desde Castellón Tadeus Radezki, jefe local de la mafia polaca en Benidorm, que había sido detenido poco antes como consecuencia de la denuncia de su lugarteniente, ansioso por ocupar su puesto, con la ayuda del jefe de la policía municipal de Torrevieja, de amplia experiencia en estas actividades. También fueron llegando algunos ladrones de cobre, contrabandistas de ropas de marca y dos hackers anarquistas, Hernández y Fernández2, que habían accedido a la página web del arzobispado y modificado el 2 Hernández y Fernández eran unos maestros en el arte de la hackería, y fue solamente una audacia un tanto irresponsable la que les llevó a prisión. En efecto, al modificar el santoral no pudieron resistir la tentación de incluirse a sí mismos, así que entre el grupo de santos del 1 de mayo aparecieron a partir santoral, así como el director del circo Price, por supuesto maltrato a los animales. En el año 2009 fue encarcelado en el Molar Luis Cárdenas, responsable de economía del Partido Liberal Democrático, partido que gobernaba entonces en la Comunidad de Madrid. Su caída también se debió a otro proceso social arquetípico: “alguien tiene que pagar el pato”. Cuando se empezó a destapar la contabilidad C –para entonces la contabilidad B ya no se consideraba delito, sino solamente infracción administrativa- del partido gobernante en la Comunidad, la fiscalía imputó a Luis Cárdenas todos los delitos económicos del partido, eximiendo de esa manera, aunque fuese provisionalmente, al resto de posibles imputados. En algunas ocasiones esto sucede con un pacto tácito subyacente, mediante el cual se garantiza al cabeza de turco que su periodo expiatorio será breve, siendo por el contrario largo y próspero el proceso postpenitenciario. En este caso no fue así, lo cual tuvo algunas consecuencias imprevisibles que pronto veremos. Y en octubre de 2010 ingresaron en esta prisión Gervasio Ramos Martínez, también conocido como “Taker”, Juanito Bosque “el Conejo” y Felipe Montes. Jonathan Rodríguez repasó sus notas, volvió a encender el puro y continuó con la entrevista: -Tal como me comentó ayer el señor Taker, parece que su estancia en prisión tuvo un notable valor pedagógico para ustedes. Este hecho me sorprende, pues parece comúnmente aceptado que hace mucho que en las cárceles no se aprende nada. No es como en los años cincuenta o sesenta, cuando los presos compartían destrezas y era posible salir de prisión como un cerrajero graduado, aunque de manera oficiosa, o siendo capaz de robar una cartera sin molestar a nadie. Posteriormente vino un tiempo de gran devaluación, impulsado por el tráfico y sobre todo el consumo de estupefacientes, en el cuales apenas entraban profesionales cualificados en la cárcel. ¿Pueden explicarme por qué consideran su encarcelamiento como un periodo formativo? Bueno – respondió Taker-, se debe a una conjunción de diversas circunstancias, pero el motivo principal fue la presencia de Cárdenas en la prisión. Era un hombre dinámico y con dotes organizativas, que utilizaba estas cualidades con el fin de huir del aburrimiento, y también movido por un claro deseo de venganza contra los que le habían traicionado. Además tenía dinero, algo que conviene demostrar de alguna forma cuando estás en chirona. Cuando llegamos al centro de El Molar, Cárdenas estaba reorganizando la formación del centro, y en poco tiempo se convirtió en un reputado profesor de economía, acompañado por algunos colaboradores cuyos conocimientos no merecían ser desperdiciados. Dado que no había dinero para los tradicionales talleres de carpintería, macramé y bisutería, Cárdenas programó diversos cursos en varias disciplinas de las ciencias económicas y empresariales, adaptados a las diferentes necesidades de los encarcelados. ¿Puede mencionar el contenido de alguno de esos cursos? –inquirió Jonathan Rodriguez-, nuestros lectores son gente de gran curiosidad cultural. de entonces los “santos mártires Hernández y Fernández”. La mayoría de las veces, es por imprudencias como esta por lo que la sociedad civil pierde un ciudadano y la penitenciaría gana un nuevo miembro. En realidad –continuó en esta ocasión el Conejo- la designación de los cursos no describía exactamente su contenido. Por ejemplo: “flujos comerciales” era en realidad un máster sobre blanqueo de dinero. “Desgravaciones fiscales I y II” era un magnífico curso práctico de fraude fiscal en varios sectores económicos , y el curso en que nosotros participamos, “transacciones internacionales”, profundizaba en la aplicación de las nuevas tecnologías a la evasión de divisas. ¿Contaban ustedes con medios didácticos modernos? –se interesó Rodriguez. Al principio no –intervino nuevamente Taker, que acababa de sacar una ronda y tenía ya ese puntillo que tanto le gustaba-, porque los presos no están autorizados a utilizar internet y los ordenadores disponibles no están conectados a dicha red. No obstante, gracias a la intervención del director del circo Price, en poco tiempo pudimos crear una conexión independiente a la línea telefónica. El director del circo Price –intervino el Conejo-, que había sido falsamente acusado de maltrato animal. En realidad había sido todo promovido por su mujer, que deseaba apartarle de la dirección del circo y se valió de falsos indicios para lograr su condena. El director del circo Price, Luis Ternero, era todo lo contrario a un maltratador de animales. Incluso en sus tiempos de domador jamás utilizó el látigo, sino largas estrofas de Góngora, para adiestrar a los animales más cerriles. Luis Ternero era un gran amante de los animales, lector habitual del National Geographic y colaborador del programa televisivo regional “Ama a tu mascota”. Fue el artífice de la tecnificación de la formación en el Molar, gracias a su arte para amaestrar animales de pequeño calibre. En poco menos de una semana adiestró a dos conejos y un topo para sacar una línea de fibra óptica hasta el exterior de la cárcel. A unos doscientos metros les esperaba un técnico de telecomunicaciones pagado por Cárdenas, con gran experiencia en estas actividades, el cual conectó el cable a la toma general del casco urbano, en una derivación sin utilizar del cuartel de la guardia civil. A partir de entonces fuimos una de las primeras prisiones online –dijo Taker, que aún recordaba cómo se había comprado un plumífero por internet que fue facturado al tipo ese que presentaba “Cine de Barrio”, gracias a la ayuda de Hernández y Fernández-. Lo cierto es que a partir de ese momento la vida en el centro penitenciario se revolucionó notablemente entre aquellos presos para los que la formación técnica podría tener cierta utilidad. Un grupo de presos hicimos un curso online sobre las opciones internacionales del movimiento discreto de capitales, conectados directamente con un tutor de las Islas Caimán. Además del tutor, participaron diversos representantes de sectores crematísticos de la isla, la mayoría prófugos de la justicia de sus respectivos países. Aprendimos mucho sobre medios de pago, cuentas opacas y figuras fiscales “flexibles”. La intervención de Hernández y Fernández dio una orientación más social a la formación. Así, en las horas de formación práctica, además de la compra del plumífero, transferimos el dinero de la nómina del Real Madrid al Rayo Vallecano, al grupo Clara Zetkin y al Colectivo por el Cambio Social de Venturada. Al final del curso nos presentamos al concurso cultural interprisiones de Madrid –recordó el Conejo-, una de las pocas actividades sociales para presos que aún no había suprimido el Gobierno de la Comunidad. Su único interés en mantener la convocatoria era que se trataba de una actividad internacional organizada y financiada por la UE, la cual permitía asistir a viajes de coordinación, participar como observador en los concursos de otros países y formar parte del jurado, como había hecho la Directora de Centros Penitenciarios de la Sierra Norte, Teresa Manzano, que había actuado como miembro del jurado en la provincia de Oulu en Finlandia. Era un concurso bastante famoso, porque en ediciones anteriores habían participado el alcalde de Marbella, Juan Guerra, Luis Roldán e Isabel Pantoja. Los presentadores también eran gente conocida del mundo de la radio o la televisión, como Jiménez Losantos o Luis del Olmo, que presumían de realizar así una aportación desinteresada a la revitalización de la sociedad española, esa entelequia de tan enrevesado contenido. En sus comienzos, el premio del concurso era un indulto para el ganador, algo que se mantuvo hasta la edición de 2007, en la que resultó vencedor Hans Telefunken, un buzo alemán que había robado la corona al Rey Juan Carlos I en el puerto de Mallorca y se había sumergido con ella durante dos horas hasta que fue reducido mediante el lanzamiento de cargas de profundidad. Al considerarse aquel indulto como una posible ofensa a la corona, el premio adquirió a partir de entonces un carácter monetario. El vencedor del concurso podía ganar hasta 50.000 euros, en caso de actuar como equipo, o 25.000 en caso de actuar como persona individual. Una de las consecuencias del asunto Telefunken fue que a partir de entonces el concurso estaba amañado, es decir, las preguntas se preparaban en función del candidato al que Instituciones Penitenciarias quería premiar, es decir, alguien cuya victoria no llamase la atención del gran público. La organización del concurso se había convertido en algo rutinario y que funcionaba con cierta desgana desde que la selección de las preguntas se dejó en manos de estudiantes de doctorado de diversas disciplinas, agrupados en un comité tutelado por la Unesco, que debía garantizar que las preguntas tenían relación con la orientación resocializadora del concurso. Solían ser preguntas como “¿en qué año nació Gandhi?”, “¿Qué localidad es famosa por su producción de cristal, Burano o Murano?”, o “¿Qué porcentaje de su capacidad cerebral aprovecha el ser humano –si es que aprovecha algún porcentaje-?”. A nosotros nos costó poco hacernos con las preguntas, gracias una vez más a Hernández y Fernández, que se introdujeron en el ordenador del Comité y cambiaron las preguntas oficiales por otras de un contenido más actual. Lógicamente, no nos costó nada llegar a la fase final y ganar el concurso, en el que participamos Taker y yo en calidad de equipo. Lo cierto es que la última pregunta fue bastante sonada, y motivó la desaparición del concurso para los siguientes años. -¿Puede decirnos de qué pregunta se trataba? –intervino interesado Jonathan Rodríguez-. -Por supuesto –terció Taker-, la pregunta era: “por 50.000 euros, números de cuentas corrientes en las Islas Caimán de ciudadanos de la Comunidad de Madrid”. Como se puede imaginar, aunque no dimos nombres sí dimos números reales de cuentas de algunos miembros del gobierno de la Comunidad, como el de la Directora de Centros Penitenciarios, que se puso roja como un tomate, se desvaneció y no pudo subir al reparto de premios, el cual, por otra parte, fue suspendido aduciendo motivos de seguridad. Según el presentador –un actor y carnicero vasco, famoso por sus anuncios contra el colesterol-, en el transcurso de la prueba se había descubierto un túnel excavado bajo el escenario, lo cual motivó un rápido final del acontecimiento. -¿Cobraron ustedes el dinero del premio? - Al principio intentaron dejar sin efecto el concurso y dejarnos sin el premio –respondió Taker, que estaba fumándose un segundo petardo-, con la excusa de que el dinero debía destinarse al relleno del supuesto túnel que se había excavado durante la fase final. No obstante, poco después un periodista de “la Razón” recibió en su dirección electrónica una lista de los números de cuenta, pero esta vez con sus correspondientes titulares, lo cual hizo ver a la Dirección de Instituciones Penitenciarias que quizás sería mejor hacer de su capa un sayo, pagarnos el premio y echar tierra sobre el asunto. Gracias al dinero, Felipe Montes pudo negociar la compra de media docena de caballos, para el momento en que recuperase su libertad administrativa, el Conejo pagó la entrada de un bonito piso cerca de Pacífico, y yo invertí en el negocio de compra-venta de bloques de cemento, algo de lo que tendría que arrepentirme poco después, como podremos ver más adelante. Como era de esperar –intervino el Conejo-, el desarrollo e inesperado desenlace del concurso cultural interprisiones tuvo sus consecuencias en la vida de la prisión de el Molar, sobre todo en lo concerniente a la situación de Luis Cárdenas. En efecto, la investigación sobre el cambio de preguntas y sobre el supuesto “chantaje” que suponía la publicidad de las cuentas secretas mostró finalmente un vínculo con Cárdenas, a pesar de que la brigada de investigación de delitos penitenciarios se parecía más a un grupo de médicos de un seguro privado que a una comisión policial. No obstante, tal como dice el refrán castellano, “si a un burro le empujan barranco abajo, y desde el fondo del barranco tiran de él con una cuerda, al final el burro llega al fondo del barranco”, así que aunque los miembros de la brigada eran una especie de mezcla de Pepe da Rosa y el Tío Honorio, al final decidieron que para investigar un crimen hay que mirar a quién beneficia, algo que a lo largo de la historia nunca se le había ocurrido a nadie. En consecuencia, se determinó que la publicitación de los números de cuenta de las Islas Caimán eran un aviso a navegantes proveniente de Luis Cárdenas, algo que denotaba que empezaba a impacientarse en prisión y lanzaba señales al mundo exterior. En efecto –retomó la palabra Taker, ante el gran interés de Jonathan Rodríguez, que sin darse cuenta iba rellenando su vaso de ron y asentía mecánicamente con la cabeza-, el supuesto pacto por el que Cárdenas se comprometía a guardar silencio sobre los implicados en los casos de corrupción había vencido meses antes, sin que ello hubiese influido en su situación penal. Seguía en la cárcel y, evidentemente, había empezado a pensar que sus cómplices tenían la intención de convertirle en chivo expiatorio, algo en lo que no le faltaba razón. Es importante recordar –le interrumpió el Conejo- que los datos que poseía Cárdenas podrían acabar con varias carreras políticas y algunas taurinas, ocasionar divorcios y posiblemente algún infarto o suicidio. Después del concurso interprisiones, el comité en la sombra del Partido Liberal Democrático decidió que no había otra solución que eliminar a Cárdenas, antes de éste empezase a cantar, y para ello recurrieron a Tadeus Radezki, que tenía cierta experiencia en soluciones rápidas y era capaz de hacer cualquier cosa por dinero –algo que le había ayudado mucho a conseguir la nacionalidad española-. En consecuencia, a los pocos días, estando en el comedor de la prisión degustando unos callos, vimos que llegaban dos nuevos presos, de dimensiones considerables, malencarados y hablando un idioma no muy comprensible. Al principio se sentaron en un rincón con sus bandejas de repollo y ternera guisada, pero cuando vieron que estábamos comiendo callos y que teníamos vino y orujo se acercaron a nosotros y al cabo de un rato estaban muy achispados, empezaron a cantar y a hablar haciendo grandes gestos, hasta que Tadeus Radezki se acercó y se los llevó a sus celdas agarrándoles por el cuello. -¿Fueron capaces de entender lo que decían? –preguntó Jonathan Rodriguez. -Lo cierto es que no entendimos nada –respondió Taker-, pero nos pareció que allí pasaba algo raro, así que al día siguiente volvimos a darles de beber, aprovechando el rato en que Radezki estaba en la sauna, y cuando estaban ya bastante albardados grabamos lo que decían y Hernández lo digitalizó y lo pasó por el traductor automático polaco-español. Una vez hecha la traducción quedó claro que eran dos secuaces de Radezki, oriundos de Katowice, que habían sido contratados para acabar con Cárdenas. -¿Qué hicieron ustedes al tener conocimiento de sus intenciones? -Pues mire usted –respondió el Conejo-, más allá de cuestiones morales, para nosotros estaba claro que nos interesaba mucho más Cárdenas vivo que muerto. Te hacía más fácil la vida en prisión, dejando a un lado las diferencias ideológicas; además, jugaba bastante bien al mus, y juntos habíamos ganado varias partidas de campeonato del centro y estábamos en semifinales. Por otra parte, nunca nos habíamos entendido bien con Radezki, que era un bruto y un desagradable, tenía un poster de Woytila en la celda y se empeñaba en que en la cocina preparasen col fermentada y sopa de zanahoria. -Cuando nos enteramos de las intenciones de Radezki –intervino nuevamente un Taker cada vez más risueño- colocamos una micrograbadora en el bolsillo de uno de los polacos, un tal Merodewski, y en la hora del gimnasio se la quitábamos, pasábamos los datos a un móvil y luego se la volvíamos a colocar en la ropa. Así supimos que el 24 de junio tenían pensado lanzar un cascote desde el tejado del cobertizo cuando pasase Cárdenas por debajo, con idea de aplastarle el cráneo y que pareciese un accidente. Ya podíamos ver los titulares: “un cascote golpea en la cabeza al cerebro de la trama Bisonte y acaba con su vida”3. Cuando tuvimos la certeza de lo que planeaban acudimos a Cárdenas y le preguntamos si quería que nos encargásemos nosotros de impedirlo, a lo cual nos contestó: “Os lo agradezco, majos, sois los únicos en que me puedo fiar todavía. Vuestro esfuerzo no quedará sin recompensa”. -¿Qué pasó entonces? –preguntó interesado Jonathan Rodríguez, encendiendo nuevamente un puro. 3 La trama que llevó a la cárcel a Cárdenas se conoce con el nombre de trama Bisonte, porque las pruebas se habían conseguido mediante una videocámara inserta en un Bisonte disecado que la policía hizo llegar a casa de Cárdenas a través de una famosa actriz. Pues la noche anterior al ataque que habían planeado–respondió Taker- colocamos un proyector en el patio, subido en un trípode, de forma que podíamos proyectar imágenes en la pared de la celda de Radezki. Después de la cena, cuando calculamos que ya estaría dormido, hicimos sonar música de Wagner y cuando se despertó proyectamos en la pared frente a su cama unas imágenes de la virgen negra de Czestokowa, con una grabación que decía lo siguiente: “Tadeus Radezki, te habla la virgen negra de Czestokowa. He tenido conocimiento de tus aviesas intenciones contra el señor Cárdenas y te advierto que vas a ser excomulgado de inmediato. Tu familia irá toda al infierno y tu casa de Polonia se convertirá en un night-club. Si quieres impedirlo sube ahora a la torre de vigilancia y grita: “soy Tadeus Radezki, un pecador y un charlatán, un vendido al Partido Liberal Democrático y un traidor. Perdóname, oh virgen de Czestokowa, y protege al señor Cárdenas, ese señor tan cristiano y tan caballero”. Radezki, como era de esperar, se llevó un susto de muerte, estuvo un rato hiperventilando y después subió a la torre y repitió una y otra vez el mensaje, pálido y con aspecto de poseso. Hernández y Fernández –recordó el Conejo-, además de preparar el video, habían avisado por correo electrónico al presentador del programa “Esperanzados”, el más visto en la Comunidad de Madrid, el cual se presentó de inmediato con una unidad móvil, grabó la escena y la emitió en directo. Pocos minutos después, Merodewski y su cómplice fueron sacados a escondidas de la prisión, mientras otros medios de comunicación iban llegando al lugar, empezaban a emitir e intentaban entrar a entrevistar a Cárdenas. El revuelo fue monumental, pero sirvió para que Cárdenes conservase el pescuezo, ya que sus antiguos adláteres no tuvieron más remedio que abandonar la vía rápida y empezar a pensar en una nueva estrategia. -¿Qué pasó con Radezki? –inquirió Jonathan Rodriguez. -A los pocos días lo trasladaron a otra prisión, pero para entonces ya se había convertido en un predicador. Iba todo el día con una cruz grande al hombro y pidiendo perdón a todo el mundo. Juró que cuando le soltasen iría andando descalzo hasta Czestokowa, lo cual originó una ola de simpatía en su país, con manifestaciones y peticiones de repatriación. Incluso en Katowice surgió un grupo en favor de su beatificación. Un par de meses después –recordó con agrado Taker- nos pusieron en libertad, una vez cumplidas nuestras respectivas penas. La noche anterior Cárdenas organizó una fiesta para despedirnos, pues estaba muy agradecido por nuestra actuación. Trajeron unas vaquillas y las soltaron por el patio, vino un mago de esos que convierten los pañuelos en conejos y después un concierto de rock de un grupo muy bueno de Torrelaguna. A la mañana siguiente, antes de salir a la calle, Cárdenas me llamó a su despacho y me dijo: “Amigo Taker, ha sido un placer conoceros. Pronto saldré de aquí y os invitaré a unas empanadillas de bonito, mi plato preferido. No obstante, por si tenéis dificultades con vuestra reinserción social, aquí tienes estos informes que pueden resultaros de utilidad financiera. Consérvalos en secreto, y si tienes alguna duda ponte en contacto conmigo. Cuídate y gracias por todo. Aunque no pensemos de misma manera, siempre podremos colaborar en alguna actividad que pueda unirnos, como un coro o una cofradía. Suerte y hasta la vista, majo”. Y así, el 17 de julio de 2013, terminó esta etapa de la vida de nuestros amigos, una vida apasionante y llena de dulces y amargos momentos, como a continuación podremos comprobar. TERCERA PARTE: LA EXPROPIACIÓN Mas de las Matas, otoño de 2013 El otoñó de 2013 volvió a presentarse en Mas de las Matas sin advertencia previa, y pasó casi directamente al invierno. Felipe Montes había vuelto a su granja, con su media docena de caballos, para descubrir un terreno sin pasto, debido a la invasión de los animales de Rodrigo Pato, que durante su tiempo en la cárcel habían arrasado impunemente con las plantaciones. Su casa tenía goteras, sus provisiones de vino habían disminuido notablemente y no le quedaba jamón. En el banco le dijeron que tenían que retenerle parte de su paga de “reinserción” para la indemnización por los destrozos del motín, con lo cual apenas le quedarían doscientos euros al mes. No le llegaría ni para pienso. Estando en el banco, Felipe vio a Rodrigo Pato espiándole desde la entreplanta, y estuvo tentado de ir a por él y atarle a los caballos para descuartizarle. La única pega era que volvería a la cárcel, seguramente acusado de asesinato, y si algo había aprendido a odiar, aparte de a Rodrigo Pato, era la cárcel. Felipe salió del banco con el dinero que le dieron, fue a por los caballos y todos juntos fueron al bar “La bellota”, donde se gastó todo lo que tenía en vino, jamón y ternasco. Una vez terminó con la consumición, encendió un cigarro y miró pensativo hacia el río y los campos colindantes. Una hermosa tierra y un gran lugar para vivir, si no hubiese tanto indeseable suelto. Sin capacidad de inversión a corto plazo, con los caballos hambrientos y el invierno llamando a la puerta, Felipe tuvo que reconocer la vida allí sería imposible por medios pacíficos. ¿Quién podría ayudarle en tal tesitura? Si hubiera sido religioso habría tenido un amplio abanico de posibilidades: la virgen del Pilar, san Lucas, san Mateo, san Pedro… pero nunca había conseguido hacerse creyente, si bien reconocía que la Biblia tenía su punto de originalidad. Como laico no se le ocurrió más que una opción, algo arriesgada pero siempre conmovedora: recurrir a Taker, en Venturada. Al día siguiente reunió sus pertenencias, las colocó a lomos de los caballos y emprendió el camino a través de la sierra en dirección Venturada. Recorrió las tierras de Aragón, bien abrigado, provisto de víveres para unos días, lejos del régimen constitucional y de las tertulias televisivas. Gustosamente habría alargado el viaje, si las circunstancias hubieran sido otras – siempre era un placer pasar unos días sin tener que hablar con nadie-, pero como decía el presidente del Gobierno, “a veces hay que hacer lo que hay que hacer”. Entró en Castilla la Mancha, atravesó su territorio y llegó a la frontera de la Comunidad de Madrid. Sin saber por qué, durante todo el viaje soñó que Antonio Ozores participaba en una coproducción holandesa titulada “Nos ha jodido”. Tendría que preguntar a Taker sobre su posible significado. Taker era un tipo muy amable y no le gustaba dejar con dudas a sus amigos. Si no disponía de una explicación plausible para un fenómeno concreto, siempre era capaz de inventarse una y exponerla como si fuese cierta. Con los principios le pasaba lo mismo que a Groucho Marx, y en situaciones confusas repetía a menudo lo que éste solía decir: “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Felipe Montes atravesó las calles de la urbanización Cotos de Monterrey, sintiendo de cerca la contaminación electromagnética y conceptual que se extendía desde los chalets. Aceleró el paso y entró en Venturada pasando junto a la estatua del alcalde, recién construida como un homenaje subliminal a Albert Speer. Continuó a lo largo de la antigua carretera N-1 y se detuvo al escuchar unas rumbas, que parecían proceder de una casa situada junto a una pulpería. Según la dirección que tenía apuntada en la mano, el lugar parecía coincidir con lo que debería ser la casa del Taker. Al acercarse al recinto vio que un portón abierto conducía a un pequeño jardín, con plantas exóticas y locales, en el cual había un pabellón alargado, un granero, una fuente con pastorcillos y diversos bloques de cemento distribuidos con un criterio que parecía inspirado en el movimiento cubista. En la parte derecha, una escalera ascendía a un primer piso de lo que debería ser la vivienda, si bien en aquel momento, debido a la música, daba la impresión de que podía ser un tablao flamenco y de que Marifé de Triana estaba a punto de salir por la puerta. Felipe ató los caballos a la verja y ascendió con pasos dubitativos por la escalinata. Llegó al descansillo y llamó al timbre, bajo el cual un pequeño cartel decía: “prohibida la entrada a uniformados”. Felipe sabía que una norma básica de Taker era evitar el contacto con cualquier tipo de personal uniformado, lo cual tenía repercusiones a veces un tanto grotescas y grandes ventajas, como su alejamiento de los centros sanitarios, siempre poblados por personas con batas de diversos colores, lo cual le había proporcionado una salud de hierro. Asimismo, después de un litigio que le condujo casi hasta el Tribunal de Estrasburgo, había conseguido que el cartero no acudiese a su casa vestido con el ridículo trajecillo con los que el Servicio Postal provee a sus subordinados, algo que agradecía mucho el cartero de Venturada, conocido como “el flecha”, dado que a partir de la sentencia la oficina local le dispensó de su uniforme y pudo hacer el reparto con su indumentaria habitual, es decir, en verano bermudas y chanclas y en invierno el traje de esquiador que le había regalado su tía de Suiza. Felipe Montes llamó repetidamente al timbre, después aporreó con cierta delicadeza la puerta, y al no obtener respuesta pensó “¡qué cojones!” y entró empujando la puerta. Frente a él, en el salón, tendido en sendas mecedoras, con los ojos cerrados y envueltos en una humareda se encontraban dos personas, ambas bien conocidas para él. No le sorprendió que una de esas personas fuese el Taker, pues al fin y al cabo aquella era su casa, si bien su aspecto resultaba un tanto chocante debido al sombrero cordobés que le cubría. Por el contrario, le llamó la atención que la otra persona, ataviada con un traje parecido al de Curro Jiménez, fuese Juanito Bosque, también conocido como “el Conejo”, al cual había conocido en la penitenciaría de el Molar. Felipe apartó un poco el denso humo que reinaba en la habitación, momento en el que el Conejo habló, dirigiéndose a Taker: -Amigo Taker, esta maría es realmente buena. ¿Sabes que tengo una especie de visión, en la que se aparece nuestro viejo amigo Felipe Montes? -¡Qué curioso! Yo también estoy viendo una figura similar –respondió Taker-, pero es extraña la coincidencia. Timothy Leary decía que con el cannabis dos personas no pueden tener la misma visión a la vez. -Bah! Ese Leary era un charlatán. Además estaba todo el día colgado con el ácido. En la historia hay muchos ejemplos de visiones compartidas. Sin ir más lejos, los pastorcillos de Fátima tuvieron la misma visión, y al parecer no habían tomado nada… -Ya, pero eso es porque las religiones crean primero su realidad virtual, y eso ayuda a homogeneizar las visiones de los feligreses. En cambio, la ciudadanía corriente se ve obligada a recurrir a su imaginación… En ese momento, Felipe Montes que intentaba seguir el hilo argumental, interrumpió aquel interesante diálogo. -¡Vais a estar todo el santo día diciendo idioteces! ¡Qué forma es esa de recibir a un amigo! Felipe abrió el ventanal de la sala y disipó el humo con unos manotazos. -¡Soy yo de verdad! Taker y el Conejo permanecieron en silencio unos instantes. Después Taker dijo: -Debe ser realmente Felipe, porque las visiones no hablan. ¡Ven aquí, Felipe, a mis brazos! Y tómate una cerveza. Felipe se acercó a Taker, mientras el Conejo intentaba incorporarse sin mucho éxito. Al ver sus esfuerzos, Felipe lo levantó del sofá como si fuese una urna vacía y se fundió en un abrazo con los dos. -¡Taker, Conejo! ¿Qué ostias habéis estado tomando? -Oh! Es maría de la huerta –respondió Taker-. Estoy casi arruinado, así tengo que conformarme con las provisiones domésticas. Hemos hecho un experimento con transgénicos, y aunque me opongo a ese tipo de biotecnología por sus consecuencias medioambientales, hay que reconocer que coloca mucho más que la maría normal. ¡Fíjate en el Conejo, casi no se puede ni mover! -¿Me puedes decir por qué estáis vestidos de bandoleros? –preguntó Felipe con interés-. -Ciertamente –le contestó Taker-. Conseguimos un contrato como extras en una película de bandidos andaluces que se ha rodado en la Sierra. Terminamos ayer y lo estábamos celebrando. Aunque no hemos cobrado mucho, hemos comprado cerveza y algunas provisiones. Ya que estás aquí, ¿no podrías prepararnos unos sesos y unas patas de cerdo? -¡Por supuesto que sí, lo haré encantado! –le respondió Felipe-. Llevo unos días cabalgando por el monte y estoy hambriento. Vamos a encender el fuego y, ¡manos a la obra! Un par de horas después, mientras los caballos pastaban en un prado cercano, Taker, el Conejo y Felipe Montes dieron buena cuenta de una comida serrana, regado con vino aragonés que Felipe había traído para la ocasión. Llegados a los postres, mientras una sensación de bienestar se extendía desde el estómago hacia otras partes del organismo de menor interés funcional, Felipe miró a sus amigos y preguntó: -Me alegro de veros a los dos. Imaginaba que tú, querido Taker, estarías en tu bien amada Venturada. Pero tú, Conejo, ¿qué demonios haces aquí? ¿Qué se te ha pasado por la cabeza para andar disfrazado de Curro Jiménez? ¿No te habían ofrecido un trabajo los de la Oficina de Reinsertados? -Ciertamente, y de hecho empecé a trabajar la oficina del registro civil de Vallecas. Estuve varios meses, de ocho de la mañana a tres de la tarde. Sentado detrás de un mostrador, vendiendo pólizas y sellando impresos. -¿Tú en una oficina? Amigo mío, nunca lo hubiera imaginado… -intervino Felipe. -Ni yo tampoco. Y, de hecho, como puedes ver ya no estoy allí. Cada día vendía unas trescientas pólizas y sellaba cuatrocientos impresos. Es decir, al año habrían sido unas 75.000 pólizas vendidas y unos 100.000 impresos sellados. Si hubiera seguido allí, me hubiera jubilado habiendo vendido 2.250.000 pólizas y habiendo sellado 3 millones de impresos. ¿Te imaginas lo que pondría en mi tumba? ¿Lo que podría contar a mis nietos? ¿Tú sabes cómo se van apagando las neuronas en esa actividad? Leí la literatura al respecto, “El astillero”, “Bartleby”, “El escudo arverno”, y todo ello no hizo sino confirmarme que no saldría vivo de esta amarga tarea, sino en estado vegetativo. -Dicho así, la verdad es que debe ser algo terrible. ¿Se pueden tener caballos en el registro civil? -No, por supuesto que no. ¡Y deja de preguntar siempre esas chorradas! Un día fui al cineclub a ver “Los siete magníficos”, y se me quedó grabado lo que dice Steve McQueen cuando cuenta la historia de un hombre que saltó de un décimo piso. El hombre iba cayendo y la gente de los pisos inferiores se asomaba al verle pasar y le preguntaba. “¿Qué tal”. Y el que caía les contestaba: “Por ahora bien”. Me di cuenta de que a mí me pasaba lo mismo, aunque nadie me preguntase nada. Al día siguiente no fui a trabajar. Me vine a Venturada y Taker me acogió en su casa. Hemos trabajado en la película, y ahora tenemos que pensar en otra cosa. Precisamente Taker me iba a comentar una de sus grandes ideas, ya que tampoco le ha ido muy bien después de la cárcel. -¿Es eso cierto, Taker? –preguntó Felipe- ¿Qué pasó con tu proyecto empresarial? ¿No puedes vender bloques de cemento? -Pues lo he intentado, pero no existe mercado para verdaderos bloques de cemento. Ahora las empresas de la construcción utilizan unos bloques con agujeritos, así que se ahorran un 25% del material, aunque las casas se caigan antes, así que es imposible vender bloques de cemento dignos. De hecho, puse varios anuncios que rezaban “se venden bloques de cemento dignos de Venturada”, pero sin ningún resultado. Así que he abandonado la vía comercial y voy a tomar un nuevo camino. Por lo que veo, tú tampoco te has arreglado muy bien en Mas de las Matas. -Por desgracia, así es. La influencia de Rodrigo Pato es aún muy grande. No se me ocurrió ningún procedimiento de actuación que no estuviese recogido en el código penal. Así que me uno a vosotros. ¡Cuéntame, amigo Taker, parece que tienes algún plan! -En efecto, amigo Felipe –respondió Taker, al tiempo que se levantaba y se acercaba a un pequeño armario blindado-. Tengo un plan para un futuro mejor para nosotros tres, un futuro mejor que vender bloques de cemento, sellar pólizas y aguantar a Rodrigo Pato, todo gracias a nuestro viejo conocido Cárdenas. -¿Cárdenas? ¿Luis Cárdenas?- preguntaron al unísono Felipe y el Conejo-. ¿El que estaba en la cárcel con nosotros? -El mismo. Recordaréis que nos ofreció su ayuda después defenderle de la conspiración Radezki4. Pues bien, gracias a las claves que me dio –basadas en la combinación de la quiniela de la jornada 14- he estado mirando los documentos que me entregó y tenemos un buen golpe a la vista, sencillo y rápido. Podemos conseguir fácilmente 20 millones de euros, dejarle a él una comisión del 20% y dedicarnos a la buena vida. -Me parece, Taker –intervino Felipe-, que aún no se te ha pasado el efecto del transgénico. 4 Para entonces, el incidente de Radezki había tenido notables repercusiones sociales. Así, en Polonia se había creado la congregación mariana Radezki, la cual se había convertido en un nuevo grupo de presión y tenía predicadores repartidos por zonas en conflicto. Por otro lado, entre la juventud se había difundido como video viral la grabación de Radezki en prisión, lo cual había convertido en muy popular subirse a tejados, al final del botellón, y dar discursos religiosos ante la multitud, algo a lo que se empezó a conocer como “hacerse un Radezki”. Así, a altas horas de la madrugada era algo habitual escuchar a los jóvenes decir, “hazte un Radezki”, y después escuchar discursos entrecortados y a veces el estampido de un choque contra el suelo. -Calla un poco, Felipe – terció el Conejo-, déjale terminar. - Es cierto todo lo que digo. Cárdenas tiene a buen recaudo todo el dinero de la financiación ilegal. Quiere vengarse de la cúpula de su partido, por dejarle tirado, y quedarse un pellizco para cuando salga. El resto puede ser para nosotros. Como os digo, el asunto es fácil. El dinero está en una sucursal de Bankia en Alcobendas, pero no en una caja fuerte ni nada por el estilo. Está en un armario del despacho del director, en el primer piso. Es dinero en efectivo y bonos no nominales, fáciles de canjear. -¿Por qué se les ha ocurrido tener ahí el dinero?- preguntó Felipe, dubitativo. -Pues mira –respondió Taker-, según me explicó Cárdenas, muchos de los antiguos sistemas para esconder dinero han dejado de ser seguros. Lo de Suiza o Andorra hace tiempo que no tiene garantías, pues siempre puede aparecer un juez intentando hacer méritos y te levanta la cuenta. En las Caimán pasa algo parecido, si no es el de Wikileaks son los de la CIA buscando el dinero de Bin Laden. No hay ya casi refugios para un pacífico defraudador. Así que utilizan métodos más caseros pero más efectivos. Es como usar palomas mensajeras en lugar del correo electrónico. Es la forma más segura de que no te intercepten el mensaje, a no ser que sea en la época del pase de paloma, cuando cualquier cazador te puede fastidiar la comunicación5. -Siempre se aprende algo nuevo –replicó Felipe con semblante pensativo-. ¿Entonces qué has pensado? Podríamos entrar, atizar al director, romperlo todo y marcharnos con el dinero. -No te precipites, amigo Felipe –habló nuevamente Taker, al cual se le estaba ya pasando el puntillo del cannabis y se dispuso a liar otro petardo-, aunque el dinero no esté muy protegido siempre existen cámaras de videovigilancia, alarmas conectadas a comisaría y todas esas cosas. No podemos entrar a cara descubierta, ni tampoco encapuchados como en un atraco normal, pues ello activaría inmediatamente la alarma. -¡Vaya! No hay manera de hacer las cosas con sencillez –respondió Felipe, frunciendo el ceño con disgusto. -Bueno, a veces la sencillez no es lo más divertido –intervino el Conejo-. Atiende a lo que se le ha ocurrido a Taker. -Escucha Felipe –dijo Taker mientras elevaba al aire de la sala unos suaves anillos de humo, al tiempo que abría tres cervezas-. El plan es el siguiente: vamos a disfrazarnos de bomberos, con un vehículo también acondicionado al efecto. Ello nos permite ir con casco y taparnos el rostro. Entramos al banco avisando que hay un incendio en el edificio, preguntamos por la boca de incendios –sabemos que está en el primer piso, junto al despacho donde está el dinero-. 5 Estos cambios en el método de evasión fiscal y otros delitos monetarios se extendieron, inevitablemente, a otros ámbitos de la delincuencia informal, como sucedía en el caso de alijos de droga, cuando los traficantes empezaron a contratar a gente corriente para que les guardase la mercancía. Así, se convirtió en algo habitual que en municipios gallegos del interior muchas casas tuviesen bajo la fregadera, además de los cubos de basura y residuos plásticos, un recipiente para almacenar haschis a comisión, algo con lo que redondeaban sus exiguos ingresos. No obstante, ello dio lugar a algunas situaciones un tanto grotescas, como sucedió con el párroco de Cambados, el cual, movido por el deseo de mejorar las condiciones de conservación de la iglesia, aceptó guardar 100 kg de haschis en la sacristía. Un par de meses después, después de probar un poco de aquello que le habían dado para custodiar y de haberse aficionado a su saborcillo, subió a dar la misa mayor del día del Pilar y afirmó en el sermón que estaba en condiciones de demostrar que la Santísima Trinidad eran en realidad seis personas. Cuando nos indiquen el camino subimos dos de nosotros, aporreamos al director, cogemos el botín, abrimos la llave de paso y nos marchamos. El otro espera abajo y en cuanto nos vea aparecer por la escalera abre la manguera, empieza a lanzar agua por la sucursal y sale con nosotros. Veinte minutos más tarde estamos otra vez aquí con 20 millones. ¿Qué te parece? -Pues, dicho así… ¿Tenéis todo lo necesario? -Casi. Solamente faltan unos pequeños toques. El Conejo ha comprado varios uniformes, pero como fue al almacén de objetos de Carnaval de Majadahonda son uniformes con la leyenda “Bomberos de Nueva York”. Tendríamos que coser encima una leyenda diferente, como “Bomberos de Colmenar” o algo así. Y luego podemos usar la furgoneta que utilizo en la imprenta. Puede dar el pego y parecer un pequeño camión de bomberos. Tenemos que pintarla porque ahora tiene la rotulación que hice para la campaña de publicidad del anterior cliente, es decir, un cartel que dice “Servicios Cárnicos y Anchoas Adobadas Luis Ricardo”. Habría que quitar el rótulo y poner el del parque de bomberos y algún emblema. -Yo había pensado poner “todos contra el fuego” –dijo el Conejo, que aún recordaba las viejas campañas del ICONA-. -Creo que ese tipo de lemas llaman demasiado la atención –replicó Taker-. En estos tiempos se necesita algo más cursi, como “gestión de incendios”. -Yo no pienso ir en un camión que ponga “gestión de incendios” –saltó Felipe-. Aún tengo mis principios. -Vale, vale… Era sólo una idea. No vamos a discutir por eso –dijo Taker, con su habitual tono apaciguador-. Además necesitamos una manguera larga, pero creo que podemos usar la de Pedro Blanco, pues tiene una que solía utilizar para mezclar el cemento cuando fabricaba fuentes para jardines. Como está de vacaciones podemos cogerla sin tener que decirle para qué la queremos. Luego se la dejamos donde estaba y asunto arreglado. También tenemos que buscar una sirena y unas luces para poner en el techo del vehículo. Podemos coger las luces del tractor de Luis Corzo, y como sirena tengo yo un matasuegras grande que con un micrófono puede hacer mucho ruido. -Yo creo que no puede fallar-. Dijo el Conejo -Siempre puede haber un golpe de mala suerte, atropellar a un perro, quedarnos sin gasolina, chocar contra un poste… Pero en condiciones normales, me atrevo a afirmar que el plan de Taker reúne unas condiciones mínimas de implementabilidad6. 6 Es un hecho probado que la premisa fundamental para que un plan tenga éxito no es tanto su complejidad o sencillez, sino la capacidad de interpretación de aquellos a quienes corresponde su desarrollo. Ejemplo de ello es el caso del general Otto von Lichtemberg en setiembre de 1939. Como todo el mundo sabe, el plan de la invasión de Polonia era bien sencillo, pues consistía en llegar hasta la frontera del Este lo antes posible, arrasando todo al pasar y abatiendo a todo el que se pusiera por delante. Pero sin traspasar la frontera del Este, pues ello había iniciado demasiado pronto las hostilidades con los soviéticos. Esa taxativa orden de no pasar la frontera fue lo que condujo al inesperado final de von Lichtemberg, que habiéndose quedado dormido en la explicación de la campaña preguntó a un teniente qué es lo que había dicho el Führer, a lo cual éste contestó: “que no crucemos la frontera hasta que él lo diga”. Von Lichtemberg, que no preguntó a qué frontera se refería, se mantuvo con sus tropas en la frontera de Alemania con Polonia, mientras la segunda división acorazada había ya rebasado Varsovia. Allí estuvieron ensayando disparos de mortero y haciendo esos desfiles que tanto gustaban a los nazis, hasta que Hitler, que estaba siendo informado ante el mapa sobre el avance de sus tropas, preguntó qué demonios hacía la cuarta división de infantería en Frankfurt -Me he fijado en que ahora hablas casi como un burócrata –dijo con cierta lástima Felipe-. Me alegro de que hayas dejado ese trabajo. Ya verás como se te pasa enseguida ese malestar, después de estar unos pocos días con nosotros. Bueno, y por el olor que viene de la cocina creo que el asado nos está llamando. ¡Vamos a comer! Y así, bajo una densa humareda, con la reconfortante presencia de las viandas y el vino, nuestros amigos fueron dando los últimos toques teóricos a un plan maestro. En los días posteriores, Taker convenció a su tía Aurora de que le arreglase los trajes de bombero, con el pretexto de que eran para la fiesta del Instituto, añadiéndoles unas bonitas solapas. Felipe y el Conejo pintaron de rojo la camioneta, con unos ribetes azules, añadiendo la inscripción “Parque de bomberos de Colmenar” y colocando a su lado el logotipo publicitario de “Quesos y Jamones Germán”7. Después probaron la manguera de Pedro Blanco, aprovechando para regar una plantación de magnolias, se hicieron con un plano de Alcobendas e hicieron un par de inspecciones de reconocimiento, para asegurar que no conducirían en dirección contraria en momentos de probable tensión. También prepararon unos plásticos para cubrir la camioneta al partir de Venturada y a su vuelta. En efecto, habría resultado sorprendente para los venturadeños ver a Taker vestido de bombero, no sólo por su conocido rechazo a los uniformes (algo que había estado a punto de hacerle renunciar al plan, y que sólo había podido superar con la ayuda de psicotrópicos) sino porque en sus tiempos mozos había sido arrestado por incendiar un carro de paja a un tal Manolón. Unos días más tarde, en la mañana de un luminoso martes de marzo, después de un buen desayuno serrano, Taker, Felipe y el Conejo salieron de casa de Taker en la furgoneta, vestidos de paisano. Después de unos pocos kilómetros, se detuvieron en un bosquecillo, se pusieron los trajes de bomberos y retiraron los plásticos que cubrían el vehículo. Una vez quedó al descubierto la flamante camioneta de bomberos, le colocaron sobre el techo la sirena del tractor de Luis Corzo. Pocos minutos después, un pequeño camión del servicio de bomberos de Colmenar, tripulado por tres efectivos, partió hacia Alcobendas, entró en esta localidad cercana a Madrid y se dirigió a la sucursal de Bankia de la calle Lepanto. Aparcó ante la sucursal, puso en marcha la sirena y los tres bomberos entraron apresuradamente en el local, portando una manguera y unas sacas vacías atadas a la espalda. del Oder. El asistente de campaña, Fritz Lund, salió a informarse y volvió poco después diciendo que se trataba de una confusión, y que von Lichtemberg estaba dispuesto a ponerse en marcha enseguida. Oído lo cuál, Hitler soltó aquella famosa frase que decía: “¡que fusilen inmediatamente a ese imbécil!”. 7 Como es sabido, los tiempos de crisis habían abierto nuevas líneas de negocio en el campo de la publicidad aplicada a los servicios públicos. Así, lo que empezó dando el nombre de una compañía telefónica a una estación de metro se había ido extendiendo a otros muchos ámbitos. Por ejemplo, la policía municipal de Mallorca llevó durante un tiempo en su uniforme el lema “Noos contigo”, sobre la entrada del cuartel de la Guardia Civil de Ecija había un cartel con la inscripción “ERE = Empleo” y las fuerzas de paz del ejército enviadas a Macedonia llevaban en su uniforme la leyenda “intervención patrocinada por el Banco Santander”. Solamente la Iglesia, gracias a su buena situación económica, había quedado al margen de los nuevos tiempos, pese al intento de la Philips de promocionar la beatificación de la Madre Teresa con el eslogan, “ella ilumina tu vida como nuestras bombillas”. Su presencia pasó relativamente inadvertida, si bien algunos jubilados ralentizaron un poco su paseo, con la esperanza de ver quemarse algo. También un par de niños que pasaban con su madre dijeron con alegría: “mira mamá, los bomberos. A ver si hay suerte y se incendia el colegio”. A lo que respondió la señora con un bofetón, ante la sonrisa de los jubilados, que pensaban: “menos mal que aún queda alguien que sabe educar a los hijos”. Al menos, a falta de incendios, habían visto un bofetón que les proporcionaría un tema de conversación después de la partida de cinquillo. La entrada de los bomberos en la oficina fue acogida con cierta indiferencia. Había dos empleadas en los mostradores y cinco clientes haciendo cola, además de un cliente que estaba sentado en un sillón de los que colocan para la gente mayor, si bien en realidad se trataba de un joven que con disimulo rellenaba una quiniela. Taker se dirigió a la empleada de mayor edad y le dijo: “Les ruego tranquilidad, aunque seguramente no hace falta decírselo, pues tiene un aspecto muy responsable. Hay un pequeño incendio en el edificio de al lado y necesitamos enchufar la manguera a la toma de agua. Según los planos que tenemos en el parque móvil, la toma está en el segundo piso. Vamos a subir e intentaremos no molestarles en su actividad. Solamente le pido que no activen la alarma, pues podría generar interferencias con nuestro sistema de comunicación”. La empleada le miró sonriente: -“No se preocupe. Las alarmas son para robos, no para incendios, así que enseguida la desactivo. ¿Podemos cerrar la oficina y salir a mirar?” -No lo sé –contestó Taker-. Haré lo que pueda ¿Está su jefe arriba? Ahora le pregunto, mientras conecto la manguera. -Creo que sí está, aunque no le he visto en toda la mañana. Supongo que estará almorzando. -De acuerdo. Diga a los clientes que no necesitan marcharse. Esto se arregla enseguida. El Taker hizo una señal a Felipe y ambos subieron al primer piso. En el despacho había un tipo bajo y rojizo, flacucho y bien trajeado, que estaba preparando un sandwich vegetal y bebiendo un zumo de pomelo. Al entrar Taker y Felipe les miró con sorpresa y empezó a decir: ¡qué demonios…! Felipe le sujetó de la solapa y alzándolo unos centímetros le espetó: - ¿Te parece que eso es un almuerzo normal? ¿Un sándwich vegetal y un zumo de pomelo? -Venga, que no tenemos toda la mañana –terció Taker-. Venimos de parte de Cárdenas. ¿Te acuerdas de Cárdenas, majo? -¿Cárdenas, yo no conozco a ningún…? No dijo nada más, porque Felipe le soltó un buen guantazo con la manguera. -Estos corruptos están siempre como San Pedro y el gallo. En fin, así vamos más deprisa. ¿Dónde está el dinero y los papelajos esos? -En el armarito debajo de la ventana. ¿Tienes algo para abrirlo? -¡Por supuesto, una bota del 47! –respondió Felipe, al tiempo que partía en dos el armario de un buen patadón- ¡Aquí lo tienes, amigo Taker! ¿Somos ya ricos? -Eso parece –respondió Taker- haciendo un cálculo panorámico de los billetes que se extendían ante sus ojos. –Luego lo contamos. Ahora llena los sacos y vámonos. -Tendrías que enchufar la manguera y abrir el grifo. Si no, van a sospechar algo. O se van a quedar defraudados, sin espectáculo, que es casi peor. -Tienes razón, se me había olvidado con tanto trajín. ¿Qué hacemos con el sándwich vegetal? ¿Se lo damos al Conejo? -No, no. No seas mala persona. ¿Cómo se va a rehabilitar así de su época burocrática? Yo me encargo de su alimentación. ¡Anda, concéntrate, abre el agua y vamos para abajo! Sin más dilación, el Taker enganchó la manguera, abrió el grifo y gritó: ¡agua va! Después, él y Felipe se encaminaron hacia el piso inferior, e indirectamente hacia una nueva vida cargada de encantos. No podía negar que estaba disfrutando con ese momento, como si estuviese en una película. Bajando por la escalera mientras regaba el mostrador de Bankia, a un cliente calvo y al propio Conejo, que estaba asesorando al joven con la quiniela. -¿Pero que hacen? –gritó una de las empleadas- ¿No decían que el incendio era en el edificio contiguo? -Lo lamento –intervino Taker, que ciertamente había olvidado la parte más técnica del plan-, pero nos ha llamado el supervisor y ha dicho que establezcamos un cordón acuático preventivo. Súbanse todos al mostrador y enseguida volvemos. ¡Venga rápido! Los clientes y las dos empleadas subieron al mostrador, mostrando la emoción de estar inmersos en un suceso que seguramente saldría en la prensa. Incluso el joven quinielista pensó que si acertaba una de 13 podría salir en los medios de comunicación con algún titular como “rodeado por las aguas, no soltó su quiniela y sólo el Mallorca-Osasuna frustró su pleno”. Incluso podría llegar a participar en “El Gran Hermano”. -Volvemos en cinco minutos. Manténgase ahí arriba e intenten no mojarse- les animó Taker, al tiempo que abandonaba la sucursal con el resto de su brigadilla. Los tres subieron a la furgoneta, apagaron las luces de alarma y se alejaron del lugar despacio, para no llamar la atención con maniobras apresuradas. -¿Qué pasará con el agua? ¿No creéis que se puede inundar la sucursal?- Preguntó el Conejo. -Bueno –contestó Taker-. Seguramente se mojará un poco. Pero ahora la gente tiene muchos recursos, con tantos cursillos, terapias y concursos televisivos. Seguramente habrá algún entendido en bricolaje entre ellos, o algún psicólogo o trabajador social que organizará una tormenta de ideas. Seguramente varios tendrán internet en el móvil y consultarán posibles soluciones, o enviarán whatsapps. Por otra parte, también es posible que pase una persona mayor por la calle y directamente llame al Consorcio de Aguas para que corten el agua. Aún hay gente que usa este tipo de métodos, pese a que la gente le mire mal por la sencillez de su razonamiento. -Venga no te enrolles, Taker. Vámonos –intervino Felipe, que no era muy amigo de largas parrafadas-. Pon un poco de música, Conejo, como en las películas de atracos. -Sólo tengo Bordon 4 y la banda sonora de Nobleza Baturra, espero que te guste alguno de los dos. -¿Nobleza Baturra? - Joder, tío. Pero si tú eres aragonés. Es una película muy famosa. Precisamente he traído el disco por ti. Pensaba que en provincias os gustaría ese tipo de música. - Se ve que en tu vida has estado en provincias. A los caballos les ponía ACDC para tranquilizarles. En el pueblo sólo escuchan música electrónica. Cuando estuvo enfermo el dueño del pub, su madre bajó a sustituirle y estuvo todo el tiempo poniendo hardcore… Venga, pon a Bordon 4. CUARTA PARTE: LA HUIDA – DEPRISA DEPRISA Estas habituales divagaciones reflejaban el espíritu de bienestar que inundaba el vehículo de “Bomberos de Colmenar” en aquellos instantes posteriores al sencillo golpe de mano que debería solucionar todos sus problemas. La camioneta de bomberos se encontraba a un kilómetro de la incorporación a la N-I. Y de ahí a Venturada no había más que veinte minutos. ¿Qué eran veinte minutos comparados con la felicidad eterna? El propio Taker había dicho nada más subir a la camioneta. -Yo sólo pido una cosa, ¡llegar a Venturada! No obstante, y como tantas y tantas veces ha pasado, una absurda e inesperada casualidad de la fortuna torció el rumbo de las circunstancias, en esta ocasión para mal8. En efecto, poco antes de llegar al cruce de la N-I, nuestros amigos se encontraron con un atasco monumental, mientras que a lo lejos se escuchaban sirenas, se veían luces de emergencia de diversos colores, y algo más al norte una densa humareda. -Pon la radio, Conejo, a ver si dicen algo –apremió el Taker, que mentalmente estaba casi pidiendo una caña en el bar de Venturada. El Conejo encendió la radio y enseguida se escuchó á una locutora que hablaba desde el pabellón de Ikea, en cuya zona este se había producido un incendio. -Ya lo decía mi tío Aurelio cuando abrieron eso de Ikea –intervino Taker-, tanta madera al final se acabará quemando. -Podemos ir por el arcén con la luz del techo encendida – propuso el Conejo-. Ya que vamos de bomberos no creo que llamemos la atención. Enciende las luces del techo, Felipe. Y, tú, Conejo, haz que suene la sirena casera esa que hemos preparado. No sin cierto regocijo –al fin y al cabo, ir en un coche de bomberos es algo con lo que todo el mundo ha soñado en la infancia-, el Conejo salió al arcén dando un bandazo y comenzó a adelantar por la derecha a la larga hilera de vehículos, la mayoría de ellos conducidos por gente malhumorada que les maldijo al pasar. Desgraciadamente, al llegar al cruce se encontraron con un control de la policía municipal de Alcobendas, lo cual en condiciones normales no hubiese supuesto impedimento alguno, pero que sin embargo ese día estaba dirigida por lo que enseguida identificaron como el clásico burócrata al aire libre, es decir, alguien que había sido enviado desde el área administrativa al terreno operativo por falta de efectivos, y que pretendía actuar con la misma efectividad –esa plaga moderna- a campo abierto. -Detengan a ese vehículo- indicó el burócrata a dos municipales que le observaban con preocupación. 8 Las intervenciones de la fortuna, independientemente de su signo, pueden tener una gran influencia en el devenir de la humanidad o de grupos sociales más concretos. Por ejemplo, si Newton hubiese vivido en un melonar en vez de en una zona de abundantes manzanos, es posible que la ley de la gravedad aún estuviese por descubrir, lo cual podría haber conducido a que Dick Fosbury hubiese saltado 4,80 metros en vez de 2,24. -¡Pero señor Menéndez, si se dirigen a apagar el incendio! Cuanto más personal de extinción mejor, ¿no ve que han venido hasta los bomberos de Toledo, que estaban en una exhibición en el acuario? -¡He dicho que detengan al vehículo! ¿Quieren que les abra un expediente? Ante tanta efusividad, los dos municipales dieron el alto a la camioneta de bomberos de Colmenar. ¿Qué hacemos? –preguntó el Conejo- ¿Paro? No pares –intervino Taker- ¿No ves la pinta que tiene el pájaro ese? ¡Acelera! Con mucho gusto –respondió el Conejo, dando un buen acelerón que hizo saltar hacia atrás a los guardias. -¿Has visto Felipe? ¡Bah, eso lo sé hacer yo con un caballo! La camioneta se alejó del punto de control, entre gritos del señor Menéndez, que les instaba a detenerse inmediatamente. -¡Llama a guardia civil de Torrelaguna! –dijo al municipal joven-. ¡Di que detengan a ese vehículo! ¿Has tomado la matrícula? -No. Estaba demasiado ocupado intentando que se parasen. Pero puedo darles una descripción detallada. En vez de incorporarse a la N-I, el Conejo tomó la carretera comarcal que le llevaría a Guadalix entre montículos, guiado por Taker, que conocía muy bien la zona gracias a sus cacerías de conejos. Después, dando un rodeo, llegarían a Venturada por el norte. No obstante, mientras la camioneta de bomberos atravesaba campos de jara y brezal, ante la asombrada mirada de numerosas ovejas y algún que otro corzo, en el cuartel de la Guardia Civil de Torrelaguna se recibía una llamada telefónica que no habría tenido ninguna consecuencia de haber estado en su puesto el teniente Sánchez, un hombre que se acercaba a la jubilación con lentitud pero también con tenacidad. Ya le faltaban pocos años y pensaba llegar en las mejores condiciones posibles. Parafraseando a Anaximandro, pensaba que cuanto menos hiciera ahora más haría en el futuro. En efecto, el futuro es siempre un vasto campo lleno de posibilidades, mientras que el presente no es sino un soplo, un vacío en sí mismo por su breve ambigüedad. Es decir, si cuando, por orden del burócrata de campo Menéndez, el policía municipal joven de Alcobendas llamó por teléfono con la descripción de un coche de bomberos sospechoso, que se había dado a la fuga y se había negado a cooperar en un trabajo de extinción, el teniente Sánchez hubiese estado en su despacho, habría contestado de su forma habitual: “entendido, lo investigaremos y le informaremos del resultado”. Después habría apuntado los datos en un formulario y lo habría guardado directamente en la carpeta de casos sin resolver. Y, luego, suspirando, se habría marchado a tomar una copa de coñac. Ello no quiere decir que Sánchez fuese un hombre timorato o amante de la inacción. De hecho, su ausencia del cuartelillo se debía a que estaba ayudando a atrapar a un becerro que se había escapado del Matadero de Lozoya y había entrado al patio del instituto. El teniente Sánchez era un hombre bravo, que había hecho sus pinitos como rejoneador y solamente abandonó el arte de la lidia por falta de contratos, que no de voluntad. Ello no quiere decir que la captura de vaquillas sueltas añadiese un excesivo riesgo laboral a la profesión de guardia civil, puesto que el número de bajas por asta de toro era prácticamente inexistente en dicho cuerpo de seguridad9. En cualquier caso, mientras se encontraba fuera del cuartel en acto de servicio su sustituto era un agente licenciado pocos años antes en la Academia de Policía, el cabo Juan Hilario, que actuaba con el celo profesional que debe presuponerse en los primeros años de cualquier trabajo, incrementado por su consumo compulsivo de series policiacas americanas. El cabo Hilario cogió el teléfono, y mientras escuchaba el relato del policía municipal joven, empezó a repasar mentalmente los posibles delitos que podrían atribuirse a los bomberos por su comportamiento: insubordinación, uso indebido de bienes públicos, sedición… La cosa prometía. Juan Hilario colgó el teléfono y decidió seguir el protocolo de causas graves y convocar a todas las unidades operativas que formaban parte del cuerpo de la Guardia Civil de Torrelaguna, que eran un total dos, una de las cuales, para desgracia del cabo Hilario, se encontraba persiguiendo al becerro bajo el mando del teniente Sánchez. Como no quería que éste interviniese en la operación y le arrebatase el mando de su primera posible gran misión, Hilario tuvo que conformarse con convocar de urgencia a la otra patrulla, que en ese momento estaba comprobando si habían caído muchas ranas en la canalización de Venturada debido a la tormenta. Esta segunda patrulla constaba de dos efectivos: Paco Tejero y Javier Franco. Ambos eran de pequeña estatura, por lo que los paisanos al referirse a ellos hablaban de Paquito y Javierito, en caso de referencia individual, o de “la pareja bonsái”, cuando hablaban de la patrulla completa. Ambos eran naturales de Extremadura, y habían sido destinados a la Sierra Norte para investigar el contrabando de jamones, producto que gracias a su origen conocían muy bien, si bien también habían participado en acciones contra la caza furtiva y otras misiones de mediana relevancia. Por lo general, las misiones de cierta envergadura eran desviadas por el teniente Sánchez a otros niveles administrativos, aduciendo falta de jurisdicción. Por ejemplo, había conseguido que la corrupción de alcaldes se considerase un tema supramunicipal, debido a que parte de la financiación era autonómica, e incluso cuando el automóvil del antiguo jefe de la red de contrabando de tabaco explotó por una bomba lapa, consiguió que la investigación fuera dirigida desde Madrid, dado que la explosión hacía sucedido junto al mojón que delimitaba los términos municipales de Venturada y Torrelaguna y los restos de la explosión se habían desperdigado por ambos municipios –ambas jurisdicciones-. Paco Tejero recibió la llamada de cabo Hilario, que les ordenaba poner inmediatamente un puesto de control en la carretera de Torrelaguna. -Le entiendo, señor Hilario, pero hay un montón de ranas en la acequia, no podemos dejarlo así… Paquito se interrumpió, escuchó y después dijo de mala gana. -De acuerdo, así lo haremos. -¿Qué pasa? –preguntó Javierito. 9 Según las últimas estadísticas, los principales motivos de baja entre los agentes eran lumbalgias (28%), caídas al mismo nivel ( 24%), alucinaciones (17%) y accidentes de tráfico (15%). Contrariamente a la opinión general, las bajas motivadas por el uso de armas de fuego, tiroteos y refriegas apenas superaban el 2% del total, y en general el índice de accidentes laborales mortales de cualquier cuerpo policial o militar era inferior al de otras profesiones, como sucedía por ejemplo con los albañiles, lo cual había llevado al famoso investigador social Pierre Bordieu a la conclusión de que el índice de mortalidad es mayor entre los albañiles porque estos no van armados. -Tenemos que dejar las ranas y poner un control para localizar y detener un coche de bomberos. -¿Un coche de bomberos? ¿Se ha vuelto loco este teniente? -No era el teniente, era ese petimetre de Hilario. -¿Petimetre? ¿Qué es petimetre? -¡Bah! Es largo de explicar, una especie de subnormal. -¡Ah, vale!10 -Tenemos que ir al cruce de la V-2342 con la carretera de Torrelaguna. Parece que el coche de bomberos viene de Madrid, así que lo más probable es que tenga que pasar por este punto. Dicho y hecho, la aguerrida patrulla de la Guardia Civil de Torrelaguna se encaminó hacia el mencionado cruce. Poco después, al doblar una curva, estuvieron a punto de ser embestidos por una furgoneta de bomberos que salía a toda velocidad del prado y se alejó en sentido contrario, dirección Venturada. -¿Has visto eso? –preguntó Javierito-. Son los bomberos que hay que detener. ¡Da la vuelta, rápido! Paquito giró rápidamente el land rover y se lanzó tras la camioneta de bomberos. Su experiencia en la persecución de furtivos le había otorgado una relativa pericia para la conducción, si bien difícilmente podría compararse con el Conejo, que era casi un Fernando Alonso sin descubrir. -¿Te has fijado? –preguntó Paquito-. Me ha parecido que uno de los bomberos era el Taker. Con él iban dos que no conozco. -¡Bah! No digas chorradas. ¿Qué iba a hacer el Taker en una furgoneta de bomberos? Tú acelera y no les pierdas de vista. En el coche de bomberos, Taker observó con preocupación el curso que tomaban los acontecimientos. Felipe miró hacia atrás: -¿Crees que pueden alcanzarnos, amigo Taker? He visto una azada detrás del asiento trasero. Si quieres se la lanzó al parabrisas. -¿Qué dices tú, Conejo, crees que pueden alcanzarnos?- replicó Taker, dirigiéndose al Conejo. -Este trasto no tira mucho, pero si aceleramos a tope podemos alejarnos un poco y darles esquinazo en alguna curva cerrada. -De acuerdo, ahora viene un tramo con muchas curvas y un cruce. Quédate detrás del segundo montículo y luego tuerce la derecha. El Conejo aceleró un poco y en mitad del tramo de curvas salió de la carretera y se escondió tras lo que parecía un pajar. El land rover de la Guardia Civil pasó poco después y siguió en dirección a Torrelaguna. -¿Los ves?- preguntó Javierito. -No, no los veo. Te dije que condujeses más deprisa. 10 Paco Tejero era una persona instruida, había leído numerosos libros y utilizaba con soltura términos de uso no muy frecuente, amén de estar versado en varias de las bellas artes. En cambio Javier Franco era uno de esos españoles que, como decía Machado, utilizan la cabeza para embestir (según Machado, en su tiempo eran nueve de cada diez españoles los que daban ese uso a la cabeza; es posible que la proporción se haya modificado con el tiempo, si bien resulta difícil saber en qué sentido). -Se habrán ido campo a través, si ciertamente era el Taker, esa es una de sus especialidades. Da la vuelta. Javierito paró el vehículo y dio la vuelta, algo que no se esperaba el Conejo, que cuando empezaba a salir del granero vio a lo lejos girar al land rover. Ni corto ni perezoso, dio un buen acelerón, mientras el Taker, que se había confiado un tanto, se empezaba a liar un petardo sin darse cuenta de lo que pasaba. Para cuando levantó la vista vio que el Conejo había llegado al siguiente cruce y en vez de girar a la derecha había tomado la izquierda, atravesado una gran verja que estaba abierta y entrado en un amplio recinto ajardinado que rodeaba una especie de palacete. -¿Pero qué haces? Te dije que girases a la izquierda –protestó Taker-. -Lo siento –respondió el Conejo-. En la escuela siempre me dijeron que tenía problemas con la lateralidad. ¿Dónde estamos? -Joder, te has metido en el hospital psiquiátrico de la Sierra Norte, lo que los de aquí llaman “el sitio ese de los citráos” –respondió Taker, mirando a su alrededor no sin cierta sorpresa. -Pues no lo parece –le replicó el Conejo-. No hay rejas y tiene todo un aspecto muy bonito. -¡Mirad, hay caballos!- intervino Felipe, con gesto animado y esbozando una sonrisa. En efecto, si bien la muralla que rodeaba el recinto parecía indicar lo contrario, nuestros amigos se encontraban en un cuidado jardín con un bonito estanque en el centro, lugar donde pescaban tranquilamente algunos paisanos de aspecto afable. Cerca de la orilla pastaban varios caballos y un corzo, dos sauces llorones mojaban sus ramas en el agua cristalina y numerosos nenúfares nadaban plácidamente en la superficie. Al fondo del jardín se levantaba un gran edificio al que se accedía por una ancha escalinata, y dispersos por el prado se veían diversos edificios de menor tamaño. -Es curioso todo esto, no lo recordaba así –dijo Taker, que si bien no conocía personalmente el lugar sí había oído hablar de la pésima fama de la que había gozado en otro tiempo-. ¿Vamos a echar un vistazo? -Vale –respondió Felipe-. Esos caballos tienen muy buena pinta, y el sitio tampoco tiene nada que envidiarles. -Y mira –respondió Taker-. Tienen estatuillas de jardín de Pedro Blanco. ¡Fíjate en esos cervatillos que rodean la fuente, con sus boinas vascas! -¿Qué hago con el coche? –preguntó el Conejo-. -Mételo detrás de ese granero –propuso Taker-. Vamos a cerrar la puerta, por si pasa por delante la Guardia Civil cuando vuelva a buscarnos. Entre el Taker y Felipe cerraron el portón, que quedó herméticamente encajado en las guías, sin mostrar aparentemente ninguna posibilidad de apertura manual. -Vale, parece que no se puede abrir desde fuera –comprobó Taker-. Vamos al edificio, a ver si mientras los de la patrulla se cansan y podemos marchar tranquilamente dentro de un rato. El Taker, el Conejo y Felipe entraron por una puerta de bonitas vidrieras, que gracias al sol que se filtraba daban un agradable aspecto a un amplio vestíbulo, del que partían varios pasillos en diferentes direcciones. De la derecha provenían los clásicos sonidos de un bar o comedor. A los pocos instantes, de la puerta de ese local salió una mujer joven con gafas, de aspecto simpático y sin ningún distintivo especial, que se acercó a ellos con tranquilidad. -Buenos días, ¿qué hacen ustedes aquí, señores bomberos?, que yo sepa no hay ningún incendio. -¡Oh! –respondió Taker- sólo hacemos una inspección rutinaria…. En lugar de continuar hablando, el Taker se interrumpió ante la escéptica si bien amable mirada de su interlocutora – Bueno, no haga caso, le diré la verdad. Lo cierto es que necesitábamos un refugio durante cierto tiempo, para escapar de un malentendido, y la vista de este lugar nos ha picado la curiosidad. ¿No era esto antiguamente un manicomio? -¡Ciertamente, lo era!- contestó la joven-. Bueno, primero permítanme que me presente, soy Carmen Morales, coordinadora de este centro, que ahora es el Centro de Salud Mental Albert Einstein de la Sierra Norte. Como su nombre indica es un centro de salud, aunque es un nombre cuya incorrecta utilización se ha extendido notablemente en nuestro tiempo. Es un centro de salud, no de enfermedad, como muchos que se arrogan esa denominación. -¡Vaya! ¿Y cuál es la diferencia entre lo que había antes y ahora? –preguntó interesado el Conejo-, según el Taker era un antro de muy mala fama. -¡Tiene razón su amigo Taker! Por cierto –dijo dirigiéndose al Taker-, he oído hablar mucho de usted a los lugareños cuando voy a comprar miel y patatas fritas a Venturada. No sabía que era usted bombero. -¡Oh! –respondió Taker, un tanto azorado- No es lo que parece, ni mucho menos. Puedo explicárselo todo, pero me no me gustaría detenerle en su exposición sobre este lugar. -De acuerdo –continúo Carmen Morales-. Como les decía, el principal cambio es que el antiguo hospital mental, el llamado manicomio, concebía a los enfermos como un potencial peligro social, lo cual se convertía en justificación para tenerlos encerrados y de esa forma proteger a la llamada sociedad civil. De ahí las antiguas rejas y toda la farmacología obnubilante. Ahora, en cambio, nuestro principal objetivo es proteger de la sociedad y sus peligros a los denominados pacientes, ofreciéndoles un marco seguro y apacible donde encontrar y desarrollar su personalidad. Ahora no hay rejas, porque nadie quiere salir de aquí. Cuando vea cómo funciona entenderá por qué. -¿Se refiere usted a que es una centro basado en la antipsiquiatría? –preguntó Felipe Montes, que a pesar –o gracias a- de su carácter silencioso era buen conocedor de los temas científicos, gracias a sus frecuentes visitas al hogar del jubilado de Mas de la Matas. -No exactamente, pero es una buena pregunta, sin duda alguna –contestó Carmen Morales , mientras miraba apreciativamente a Felipe-. Verá usted, cuando estuvimos investigando las posibles terapias trabajamos en esa dirección, pero el resultado no era satisfactorio, porque una cosa es responsabilizar al sistema social de las enfermedades de los pacientes, y otra, que era desgraciadamente la consecuencia lógica, hacer surgir en ellos el imperativo de cambiar la sociedad, que es quien realmente está enferma. Si Rosa Luxemburgo y los espartaquistas no lo consiguieron, ¿cómo podría pedirse que transformen el sistema social a este puñado de chavales que tenemos aquí? Era pedirles demasiado y se convertía en un elemento generador de gran ansiedad. -Ya veo –reflexionó en voz alta Felipe Montes-. No le falta razón. Pero entonces, ¿qué terapia han elegido? -Verá usted, uno de los grandes problemas del ser humano es que invierte demasiado en la construcción de su personalidad, una actividad cuyo resultado no suele compensar el esfuerzo invertido y además resulta notablemente artificial. Está demostrado que si se realiza el mismo test de personalidad a un persona en dos momentos diferentes, el resultado suele diferir en gran medida, excepto en el caso de los megalómanos. Pocas cosas generan más angustia que la obligación de definirse a sí mismos. Por ejemplo, al intentar optar a un empleo a uno le presentan cuestionarios con preguntas como “¿se considera activa o proactiva?”, “¿responde con dinamismo creativo a los estímulos?”, “¿en que persona se fijaría como ejemplo, sin contar a Cristiano Ronaldo?”, “¿en qué grado se considera una persona responsable, en una escala de uno a diez?“ “¿se ve reflejado en los movimientos del pelícano?”. Quizás a usted no le haya pasado nunca, porque tiene el aspecto razonable del hombre rural, una especie casi en extinción, pero la mayoría de la población se ve muy perjudicada por estas obligaciones, así que nuestro centro ofrece una serie de personalidades ya definidas, con sus características, y el paciente no tiene más que buscar la que más le atrae y vivir cómodamente con ella. Nuestros amigos escuchaban con un interés cada vez mayor, y recordando su breve paso por el cine, Taker preguntó: -¿Tienen a Curro Jiménez entre esas personalidades? -Pues de momento no –respondió Carmen Morales-, y crea que lo lamento, pero para poder mantener una tipología de personalidad colectiva necesitamos un mínimo de participantes, pues de lo contrario no recibiríamos suficiente financiación, si bien este es un tema del que luego me ocuparé. De momento tenemos los grupos más representativos y habituales en los trastornos de personalidad. Lógicamente, el colectivo más importante sigue siendo el de aquellos que se creen Napoleón, un tipo de trastorno que sin saberse muy bien por qué sigue siendo mayoritario. Es un grupo fácil de satisfacer. Luego les enseñaré su local, lo tienen puesto muy bonito, con esos mapas de Europa del siglo XIX que hacen ellos mismos, un cañón de bronce precioso, sombreros con plumas… Un segundo grupo son los Quijotes. Estos también son bastantes, sobre todo gente de la Mancha, pero también profesores universitarios y ex gerentes. -¿Por eso tienen caballos?- intervino Felipe, con gran interés. -En efecto, hemos construido dos molinos en la parte de atrás y con los caballos hacen ataques. Nos han dado un par de sustos, con las caídas, pero nada serio. La verdad es que cada vez lo hacen mejor. También nos permite conseguir otra línea de financiación, porque se les considera patrimonio cultural, lo cual recibe más dinero que los temas sanitarios. Bueno, aparte de estos tenemos también al grupo de dictadores. Tenemos lógicamente a Hitler, Mussolini y Franco, algunos sudamericanos como Rios Montt y Videla, también Marcelo Caetano de Portugal y algún otro. Además hemos tenido que incluir a Margaret Thatcher, porque no encajaba en ningún otro grupo y su perfil se asemejaba al de los dictadores, si bien no en sentido estricto. No obstante, lo importante aquí es que la gente no se sienta sola, pues la soledad es el mayor factor de despersonalización, así que a veces tenemos que hacer asimilaciones, por su propio bien, si bien nunca de forma obligada. De momento parece que se adaptan de manera razonablemente satisfactoria. Ese es el grupo que más dificultades creaba al principio, pero hemos conseguido que se den órdenes entre sí, así que no alteran la convivencia. Es una de las ventajas de la colectivización. Aunque algunos digan lo contrario, seguramente si en vez de un Hitler hubiese habido 15 Hitlers no se habría producido el desastre de aquellos años, debido a dos principios físicos, el de atracción/repulsión de los polos y el de los vasos comunicantes. Si quieren puedo hacerles luego una demostración en el laboratorio. -¿Tienen ustedes un laboratorio? -¡Pues sí, y además con una producción muy variada! Pero bueno, les estaba hablando de nuestros grupos de personalidad. Además de los que les he comentado tenemos también el de cocineros vascos, una tipología muy en auge. Este nos viene muy bien, porque además de disfrutar con sus platos se hacen cargo de la cocina, que después de los recortes estaba muy alicaída por la falta de personal. Otro grupo es el de futbolistas famosos. Son felices aquí, y el tratamiento es muy sencillo. En la vida civil lo pasaban fatal. Por ejemplo, había uno que trabajaba en el BBVA y se reían de él cuando entraba al despacho vestido como Griezmann y con un balón. En cambio aquí, rodeado de gente como él, lleva una vida tranquila, lejos de las presiones de la incomprensión cotidiana. Finalmente, se acaba de crear un grupo nuevo: los tertulianos. Con estos aún no sabemos muy bien que hacer. Hemos pensado hacer una isla en el centro del estanque y ponerles ahí, pero de momento lo estamos estudiando a fondo. Quizá sea la mejor solución. Llegados a este punto de la exposición, un hombre mayor vestido de Napoleón apareció por el pasillo izquierdo. -Miren, aquí viene Javier Conde, uno de los Napoleones. ¡Buenos días Sire! ¿Qué tal van las cosas con lo de Austerlitz? -Bien, Madame. Tenemos rodeados a los ingleses y la victoria es cuestión de tiempo. Voy a reunirme con los espías, a ver que hacen los austro-húngaros. Nos vemos a la hora de comer. -Muy bien. Hasta luego Sire. Javier Conde se alejó hacia el fondo del edificio a grandes zancadas. -Ciertamente, no parece en absoluto un enfermo- Intervino de nuevo Felipe-. ¿Han experimentado ustedes con las terapias modernas? Por ejemplo, la musicoterapia. -¡Oh! Lo de la música es un tema aparte. Antes teníamos instrumentos musicales, y nos pasábamos horas intentando consensuar un estilo musical y formar una banda. Al final, la única canción en la que coincidían los gustos de todo el mundo era “Saca el güiski Chely”, de Desmadre 7511, así que al final le dimos los instrumentos a Madison, que los fundió para tener material metalúrgico. -¿Madison? -Sí, es el nombre que ha elegido, es un genio de la metalurgia. No hemos conseguido que se habitúe a ningún grupo, pero no quiere marcharse. Es un incomprendido social, aunque no costaría nada que pudiera volver a la sociedad, si ésta no fuese tan cerrada en el tema de los horarios. -¿Por qué se llama Madison? –preguntó Taker. -Pues mire, tiene que ver todos los días dos veces “Los puentes de Madison”, una por la mañana y otra por la tarde. Pero la sociedad no es capaz de adaptarse a sus horarios, así que le despidieron de la fundición en la que trabajaba. Podían haberle cambiado el horario y habría seguido trabajando, pero no le parecía bien ni al comité de empresa, así que al final le echaron a la calle y le acogimos aquí. En ese momento, de una de las puertas laterales salieron dos hombres con aspecto de jubilados, bastante bien vestidos y portando unas largas bandejas con viandas. -¡Oh, perdónenme! Debo interrumpir un momento nuestra conversación para presentarles a nuestros mecenas –dijo Carmen Morales, mientras sonreía a los recién llegados. 11 Las jóvenes generaciones pueden solicitar la letra de la canción en: sacagü[email protected] -¡Señora Carmen! Buenos días, ¿qué hacen por aquí los bomberos? Le aseguro que en la cocina no se está quemando nada. Andamos siempre con mucho cuidado. Hoy hay un ambiente excelente. Mire usted estos pinchos que acaban de hacer los cocineros: revuelto de hongos con bacalao al pil-pil, ¡una maravilla! ¿Quieren probar? Enseguida traigo un poco de vino también. Taker y sus compañeros se dieron cuenta de lo hambrientos que estaban, así que aceptaron gustosamente la oferta. -Están muy buenos, si señor- dijo Taker agradecido-. ¿Son ustedes residentes de este centro? -Precisamente de eso queríamos hablar con la señorita Carmen. -Como quieran –intervino Carmen Morales-, pero primero permítanme que haga las presentaciones. Dirigiéndose a nuestros amigos, Carmen Morales dio una palmadita en la espalda al señor de la izquierda: -Este es Enrique Galardón, uno de nuestros huéspedes más antiguos. Quizás lo recuerden porque fue presidente de la Comunidad de Madrid. Después de una etapa un tanto anodina, sin los escándalos que después se convirtieron en el pan nuestro de cada día, fue destituido por una polémica decisión12. Pasa aquí largas temporadas y nos ayuda con la gestión del centro y la búsqueda de recursos. Después tomó del brazo a su compañero y se dispuso a hacer las presentaciones, si bien fue interrumpida por Felipe Montes, que como ya hemos dicho era parco en expresiones pero profundo en conocimientos: -¡Oh, no se moleste! Ya conocemos a este señor, es Luis Saturno, el antiguo director del CIAE (Centro de Investigaciones Aeroespaciales) de la Comunidad. He leído muchos artículos suyos, y seguí con gran interés su proeza de lanzar un cohete a la luna tripulado por una cabra. ¿Qué hace usted por aquí? 12 Después de cuatro años en la presidencia de la Comunidad de Madrid, Enrique Galardón presentó un proyecto de ley para introducir el control anti-doping en las consultas electorales. Según Galardón, entre un 30 y un 40 por ciento de los electores acudían a votar bajos los efectos del alcohol u otros estupefacientes, a lo que contribuía notablemente el que las votaciones fuesen en domingo. Entre los casos que expuso para demostrar su teoría aparecían los habituales, como el hombre que intenta que vote su perro, la mujer que empieza a cantar “Mi carro” ante la urna y fallece de un infarto, el joven que quiere votar a un ciervo de Bengala y otros similares. Es más, según Galardón el dopaje se extendía habitualmente también a los miembros de la mesa electoral, como lo demuestra el caso de Hermosilla de Abajo, pueblo alicantino con un censo de 437 habitantes, en cuya acta electoral de las elecciones municipales de 2008, redactada por el presidente de la mesa y firmada por los vocales, figuraba que habían votado 970 personas. La propuesta de Galardón levantó una gran polvareda y sublevó al gremio de hostelería, a las grandes distribuidoras de bebidas alcohólicas y al Cartel de Medellín. La propuesta fue finalmente rechazada en el parlamento regional, entre otras cosas porque el propio Galardón apareció en una tertulia televisiva sobre el tema bebiéndose una cerveza. Al ser reprendido por la presentadora dijo que él no pensaba ir a votar, pues ya hacía bastante con presidir, así que el control anti-doping no le afectaba. Galardón acabó dimitiendo, y aburrido por el advenimiento de la posmodernidad y sus absurdas convenciones sociales se volvió un tanto excéntrico, según su familia, que viendo en peligro su patrimonio consiguió que le internasen en un sanatorio para que recuperase su “paz mental”. -¡Me alegro mucho de conocerles! No sabía que los bomberos eran tan instruidos. Siempre pensé que tenían la cabeza un tanto deteriorada por esnifar el polvo de los extintores en sus ratos libres. Pues mire usted. Lo cierto es que este es uno de los pocos sitios donde se puede investigar con cierta tranquilidad, sin que te den la lata los parientes y los políticos13. Por eso paso largas temporadas aquí. Precisamente, de eso queríamos hablar con la señorita Carmen. Enrique y yo hemos decidido solicitar la residencia permanente y quedarnos a vivir aquí. Somos conscientes de las dificultades del centro y queremos contribuir a su buen funcionamiento, al tiempo que disfrutamos de una paz imposible de encontrar en el mundo exterior. Pero bueno, ya hablaremos de eso, nos esperan en el comedor para la degustación de pinchos. Espero verles a la hora de cenar. Creo que hay merluza con salsa de chipirón y cocochas, y cochinillo confitado de segundo. No se lo pueden perder. ¡Nos vemos luego, señores! Y allí marcharon en dirección al comedor, con el risueño aspecto de quien se dispone a dar una agradable sorpresa a la concurrencia. -¡Vaya! –exclamó Taker- tienen gente verdaderamente famosa en este centro. -Tiene usted razón –respondió Carmen Morales-. Y me alegro mucho de que quieran quedarse. –Antes les ha llamado mecenas –intervino el Conejo, que escuchaba con atención todas aquellas novedades. -En efecto –dijo Carmen Morales-. Sin ellos no podríamos haber seguido adelante con el centro, debido a los recortes. Cuando llegaron estábamos a punto de cerrar, a pesar del éxito de las terapias, debido a la reducción de financiación aplicada por el gobierno central y el autonómico. El personal se redujo a la mitad y solamente pudimos sobrevivir gracias a los becarios y a algunos voluntarios de la comarca. Yo misma entré aquí recién terminada la carrera. Había presentado mi tesis “Mirando el dedo desde la luna. Un perspectiva psicosomática” y me enviaron aquí a dirigir un equipo de estudiantes en prácticas. El dinero apenas llegaba para la manutención, hasta que tuvimos la suerte de que apareciesen Galardón y Saturno. Son muy hábiles buscando financiación europea, gracias a sus experiencias vitales. Cada año presentan el mismo proyecto cambiándole el título y reciben a la Comisión de Certificación para enseñarle los avances, empezando por la cocina. El primer año el proyecto se llamaba “Ecosistemas de personalidad en un entorno pastoril”. El segundo le pusieron un nombre en inglés “Collective behaviour patterns” y consiguieron más dinero, y el tercer año hicieron un power point titulado “monitorización de la evolución de la personalidad colectiva asistida”. Cuanto más cursi era el nombre mayor financiación conseguían, así que de momento así estamos. “¡Carpe diem!”. Mientras hablaba Carmen Morales el Taker recordó que la bolsa del dinero seguía en el coche, el cual tenía las puertas sin cerrar. Aprovechando el final de la explicación, se dirigió a Felipe y le dijo: 13 Luis Saturno era un brillante científico, con trabajos muy bien considerados y de amplia divulgación en el extranjero. Su reputación fue en ascenso hasta que, espoleado por su deseo de salir del monocorde panorama científico y de su redoblada vocación mercantil, declaró un día en una presentación de la NASA que había descubierto un nuevo satélite de la tierra: el satélite Saturnino. Esta declaración motivó su destitución y, también por presión de sus parientes, su internamiento temporal en un centro de salud mental. -Felipe, recuerda que hemos dejado la bolsa en el coche. Dado que hemos aceptado la invitación a cenar será mejor recogerla, ¿no te parece? -Ciertamente –dijo Felipe-. ¡Perdone un segundo, señora Carmen, vuelvo enseguida con una bolsa que he dejado en el coche! -Vaya tranquilo, señor Felipe –respondió ésta- le esperamos en el bar. Felipe Montes salió del edificio y se dirigió a la furgoneta de bomberos, leyendo las curiosas inscripciones que había en la pared del granero: “¡Hay vida antes de la muerte!”, “¡Sonríe, nadie te ve!”, “Celta 3 – Depor 2”… Llegó hasta la furgoneta, recogió la bolsa con el dinero, y de paso la azada por si les pudiera hacer falta, y se encaminó de nuevo hacia el edificio principal. Entonces sonó un disparo. QUINTA PARTE: EL ASEDIO Para el momento en que Felipe se dirigió a recoger la bolsa, la pareja bonsái de la Guardia Civil había dado varias batidas por las inmediaciones, buscado a los fugitivos entre cabañas medio derruidas, albercas y zonas de pasto de ovejas. -No aparecen por ninguna parte –dijo Paquito-. No me lo explico. Solamente nos sacaban unos pocos hectómetros. Quizás deberíamos mirar en el hospital o manicomio ese que hemos dejado a la derecha. -¿Crees tú que estarán ahí? –respondió Javierito, rascándose la cabeza dubitativo-. Si lo que quieren es escapar dudo que se metan detrás de una verja que no parece abrirse fácilmente. -No lo sé, acércate un poco. Miraré con los prismáticos, la verdad es que el lugar parecía bastante tranquilo. Javierito condujo el land rover y lo aparcó junto a la verja. Ambos bajaron del vehículo, al tiempo que una perdiz se posaba sobre las luces del techo. -¡Mira Paco! –señaló Javierito-. Aquí tenemos el almuerzo. No había terminado de hablar cuando un hombre ataviado como cocinero vasco se asomó a la ventana de la cocina, avistó a la perdiz, sacó una escopeta y disparó. El tiro falló por pocos centímetros, pero reventó la luz de la sirena del land rover e hizo tirarse al suelo a Javierito, mientras gritaba: -¡Nos atacan! El agente Paco, que era un poco más calmado, se ocultó detrás del land rover y miró hacia el interior del recinto, justo en el instante en que Felipe Montes salía con la bolsa de detrás del granero. -¡Mira, Javi! ¡Ahí está uno de ellos! ¡Ya los tenemos! ¡Seguro que los otros están también dentro! ¡Cúbreme y llama al cabo Hilario! Voy a ver si consigo abrir la verja. Paquito desenfundó su arma e intentó inútilmente abrir el portón. A los lejos vio a Felipe entrar en el edificio. Mientras tanto, en el cuartel de la Guardia Civil de Torrelaguna el cabo Hilario respondió presuroso a la llamada. -Señor cabo, soy el agente B-2, ¡Nos atacan! Hemos encontrado a los fugitivos. Están dentro del sitio ese de “los citraos” y han respondido a tiros. -¿A tiros? ¡Esto es increíble! Puede ser más preciso. ¿Cuántas veces han disparado? -Pues una vez, más o menos –respondió Javierito. -Seamos serios, agente. ¿No ha aprendido a contar en la academia? No puede ser más o menos, porque si es menos sería cero, y entonces no habrían disparado. No sé si me sigue… -Espere un momento –le interrumpió Javierito-, le paso al agente B-1, que es más de números. Javierito hizo una señal a Paquito para que se acercase. -Ponte tú, Paco, no acabo de entender lo que dice el cabo. Paquito se acercó a la carrera mientras se mantenía encorvado y cogió el telefonillo. -Agente B-1, ¡dígame, señor cabo! ¡A sus órdenes! -¡Vamos a ver agente! ¿Puede decirme con mayor precisión que está pasando ahí? ¿Es cierto que hay un tiroteo! -¡Bueno, un tiroteo no! De momento no hemos disparado, pero desde el edificio han disparado contra el coche patrulla, aunque parece que se debe a que había una perdiz en la sirena del techo. -¿Una perdiz? ¿Desde cuándo patrullan ustedes con perdices? -¡Oh! No me entienda mal. El caso es que se acababa de posar en el techo del vehículo. Entonces ha salido un tipo vestido como Argiñano con una escopeta y ha intentado liquidar al animal. Ya sabe cómo son estos cocineros vascos… -¡Vamos a ver, agente! ¡No se distraiga ni saque conclusiones prematuras! Por lo que dice, un vehículo de la autoridad ha sido atacado con arma de fuego. Permanezcan ahí mientras llamo al alto mando y busco refuerzos. -De acuerdo. No sé si se lo ha comentado mi compañero, el agente B2, pero tenemos sospechas de que en el coche de bomberos iban tres personas y que, al parecer, una de ellas podría ser el Taker. ¿Sabe a quién me refiero? -¡Oh sí, sé a quién se refiere! Como le decía, espere instrucciones y no deje salir ni entrar a nadie de ese recinto. Cuelgue y le llamo enseguida. -Muy bien –contestó Paquito mientras sentía una cierta nostalgia de los tiempos del walkitalkie, cuando se podía decir “cambio y corto” y esas cosas. Cerró el móvil y llamó a Javierito. -Javi, vamos a desplegarnos hasta que recibamos instrucciones. No debemos dejar entrar ni salir a nadie. Y eso es lo que hicieron. Mientras tanto, en el cuartel de la Guardia Civil de Torrelaguna el cabo Hilario se frotaba las manos. ¡Por fin un caso serio! Estaba harto de cazadores furtivos de jabalís, robos de cobre y fugas de ganado. Tenía que pensar en cómo presentar el caso, antes de llamar a la unidad de delitos violentos o al grupo de operaciones especiales. En ese momento entró el becario que habían enviado desde la Academia de Policía, con dos cafés en la mano y unos churros. -Julio, tenemos un caso. ¡Rápido, búscame en el ordenador a ver qué tenemos del centro ese de “citraos”! -¿Cómo se llama de verdad? -Algo de Einstein, centro Einstein y no se qué de salud. Mira a ver que encuentras. El becario parecía un tipo espabilado. Estuvo unos pocos minutos tecleando, mientras el cabo Hilario daba vueltas por la oficina como una peonza comiéndose los churros. -¡Señor cabo! ¡Es increíble! ¡Mire lo que tengo! El cabo se acercó a la pantalla donde había una lista de pacientes del centro, algunos de ellos con sus respectivas fotografías. -¡Por todos los diablos! ¡Pero si están dentro Juan Galardón y Luis Saturno! ¡Esto es una emergencia nacional! ¡Un secuestro de alto nivel! -Perdone, señor cabo –le interrumpió el becario-. Por lo que dice hay tres bomberos dentro, que al parecer se han negado en colaborar en un trabajo de extinción y se han dado a la fuga, y un tipo vestido de cocinero que ha roto la sirena del land rover en vez de acertar a una perdiz. ¿Cree que es suficiente para solicitar un gabinete de crisis? -¡Vaya! ¡Es usted un aguafiestas, pero no le falta razón! –el cabo Hilario se agarró las sienes con ambas manos, hasta casi echar humo, mientras pensaba en cómo proceder-. ¡Un momento!, existe la sospecha de que uno de los bomberos sea el Taker, ese de Venturada que vende bloques de cemento y que estuvo un tiempo encarcelado. Mira a ver qué tienes de él. El becario Julio volvió a teclear durante unos minutos, entró en numerosos webs de la Sierra Norte, y al poco volvió al llamar la atención del cabo Hilario. -¡Mire usted, señor cabo! ¿Ha visto esta foto? El becario mostró al cabo una foto tomada en los carnavales de Torrelaguna. En ella aparecía el Taker vestido de mejicano, con un gran pistolón, rodeado de otros paisanos que brindaban y un cartel que ponía “¡Viva Tijuana!”. El cabo se quedó pensativo un par de minutos, y luego exclamó: ¡ya lo tengo! ¡Llama ahora mismo a Madrid! ¡Di que localicen rápidamente a Juan Palomar, el director de la sección de operaciones especiales! El becario llamó al Ministerio del Interior. Preguntó por Palomar. Esperó. Le remitieron a otra extensión. El cabo Hilario seguía dando vueltas por la habitación. -Sí, es importante, sí…. Eso es. Que llame cuanto antes a Torrelaguna, por un asunto serio. Sí, cabo Hilario, sí. De acuerdo. Hasta luego. -¿Qué dicen? ¿Por qué no se pone al teléfono? -Me dicen que está volando de vuelta de Bostwana, a donde ha ido con una brigada a escoltar al rey. Parece que hay problemas de conexión, pero que harán todo lo posible para comunicar lo antes posible. Por cierto, cuando he preguntado por él la primera telefonista se ha referido a él como “Mirlitón”. Ha preguntado en voz alta a ver si alguien sabía cuándo volvía Mirlitón. -¡Oh! Bueno, es una vieja historia14, tú olvídalo y estate al tanto del teléfono. Por cierto, ¿puedes recortar la imagen del Taker de esa foto, es decir, que no se vean los paisanos? 14 Juan Palomar había pasado por diversas vicisitudes desde su nombramiento como jefe del “grupo de operaciones especiales” del Ministerio del Interior. En su primera acción de envergadura cayó en la trampa de un doble confidente y mandó detener a la banda municipal de música de Friburgo, debido a un falso soplo según el cual llevaban los instrumentos rellenos de cocaína. El suceso originó una gran confusión en el aeropuerto de Madrid y un grave incidente diplomático. Como después se supo, mientras los miembros de la banda de música eran registrados, un grupo de personas que viajaba con la excusa de acudir a un seminario sobre productos antivirus introdujo un importante número de toros de Osborne repletos de estupefacientes. Juan Palomar se libró de la destitución, gracias a sus numerosos contactos familiares en las altas esferas, pero debido al incidente musical su brigada fue conocida a partir de entonces como “la banda del Mirlitón”. Pocos años después, tras demostrarse que durante tres años solamente se había desarrollado una operación especial por año, algunos lingüistas sugirieron un cambio de nombre y denominar a la brigada “Grupo de operación especial”, puesto que llevaba varios -¡No hay problema¡¿quiere que le quite también el pistolón? -¡No, no! Al contrario, ¡que se vea bien! ¡Ahora déjame un rato tranquilo, voy a redactar un informe! Media hora más tarde Juan Palomar recibió un correo electrónico, en el que de manera resumida el cabo Hilario exponía que un importante científico español y el antiguo presidente de la Comunidad de Madrid estaban secuestrados cerca de Torrelaguna por un grupo del cártel de Tijuana. Pedía refuerzos e instrucciones lo antes posible. Cinco minutos después sonó el teléfono, en lo que sería el inicio de una cadena infernal de llamadas. -¿Cabo Hilario? Soy Juan Palomar. He recibido su correo. Estaré ahí dentro de dos horas, pero está ya en camino la brigada de intervención rápida. ¿Puede pasarme con su superior? -Lo lamento, ahora mismo está ausente en una operación comarcal. No tengo forma de localizarle. -De acuerdo. Entonces asuma usted el mando táctico hasta que yo llegue. Le envío una notificación oficial con el nombramiento. Al poco de llegar la notificación se detuvo ante el cuartelillo el camión de Servicios Cárnicos, del que bajaron el teniente Sánchez, varios voluntarios y el becerro que se había escapado. El procedimiento habitual en esos casos era retener al animal en el patio del cuartel hasta que llegase el dueño y abonase la fianza, sin embargo el propietario se había declarado insolvente y la custodia del animal había sido puesta en manos del carnicero de Venturada, un avezado empresario local que después de un proceso de modernización había cambiado el nombre de su negocio, carnicería Moncho, por Servicios Cárnicos Ramón. El teniente Sánchez entró sudoroso en la oficina, con ganas de darse una ducha y tomar una cerveza con los pies encima del escritorio, así que cuando el cabo Hilario le resumió la situación, le mostró su nombramiento y le advirtió de la pronta llegada de la brigada móvil, en lugar de decirle “¿sabes lo que hago yo con tu mando táctico?” o simplemente echarle a patadas, le dijo sin más: “vale, pues si me necesitáis estaré en el bar”. Tras esa contundente frase, el teniente Sánchez salió del cuartel y entró en bar de enfrente, el Penalty, donde pidió una gran jarra de cerveza. Mientras se bebía la mitad de un trago, años sin superar una única operación al año. Juan Palomar se vio entonces en la obligación de intentar multiplicar el número de delitos que podrían entrar en el ámbito de acción de su brigada, una forma de proceder muy habitual en la administración. Así, el año anterior, con motivo de la visita del rey a Camerún, había intentado simular un atentado contra la comitiva real, contratando a varios paisanos para que iniciasen un tiroteo su paso, con objeto de presentarlo como un ataque terrorista. Juan Palomar pagó por adelantado al supuesto grupo agresor, el cual se gastó el dinero esa misma noche en emborracharse, así que cuando los francotiradores y la brigada de asalto se presentaron en el cruce de la avenida principal de Yaundé con la calle Biko se dieron cuenta de que el único factor de riesgo era un burro que circulaba con un cargamento de dátiles. apoyado en la barra, distinguió en la penumbra a Pablo Blanco, intrépido periodista de “Aire de la Sierra Norte15” e hijo de Pedro Blanco, un industrial vasco afincado en Venturada. ¡Hombre Pablo, no te había visto! ¿Quieres una cerveza? -¡Invito yo primero, se te ve cansado! ¿Habéis capturado al becerro? -Pues sí, lo que pasa es que cuando lo hemos apresado han bajado los de bachillerato y han empezado a quejarse de que estaban en un examen y no habían visto nada, así que hemos tenido que volverlo a soltar y repetir la operación. Ya sabes que yo por la educación hago lo que sea… Por cierto, parece que ese amigo de tu padre al que llaman Taker anda metido en un lío y que se puede montar un buen fregado. -¿Qué ha pasado pues? Yo no he oído nada. No lo sé muy bien, pero parece algo de las altas esferas, por eso me he quitado de en medio. Según el cabo, que ha asumido el mando táctico, el Taker encabeza un grupo mejicano que ha secuestrado a pacientes importantes en el Einstein. Creo que las fuerzas especiales están a punto de llegar. Te lo digo como primicia, por si quieres investigar. -¡Oh, pues muchas gracias! Creo que voy a llamar al Einstein a ver si hablo con alguien de allí, quizás con el propio Taker, antes de que empiecen a llegar los de la prensa de Madrid. Pablo Blanco conocía bien el dantesco espectáculo que suponía el despliegue de la prensa en situaciones de alarma, con su parafernalia de antenas, micrófonos, tecnología de última generación, frases enlatadas… ¡De preocupar! Pablo Blanco entró en la sala interior del bar, donde dos labriegos jugaban pacíficamente al dominó, buscó el número del Einstein en la guía, marcó y esperó a que alguien contestase. En ese mismo momento llegó la avanzadilla del grupo de operaciones especiales, capitaneada por el comandante Ernesto Revilla16. Poco después, la oficina del cuartel de Torrelaguna se había convertido en el centro de mando táctico operativo, varios helicópteros sobrevolaban la zona y las carreteras iban siendo cortadas progresivamente. También en los teletipos de las grandes agencias empezaban a aparecer titulares alarmantes. 15 Reputada publicación serrana, siempre sometida a los ataques de los filocorruptos y colocada en el punto de mira de la superchería debido a su tenaz búsqueda de la verdad. Sobrevivía gracias al espíritu de sacrificio, talento y buen humor de su equipo de redacción. Un pequeño oasis en el vasto y árido desierto de los medios de comunicación. 16 A diferencia de Palomar, Revilla sí era miembro profesional de las fuerzas de seguridad y había participado en operaciones tácticas de distinto signo. Su primera intervención fue en Irlanda del Norte, donde había acudido a aprender las técnicas del ejército inglés contra el IRA. A los pocos meses se perdió de su patrulla y apareció en un pub del sur del condado de Armagh, donde se dirigió a los presentes y con su ensayado acento cockney preguntó si alguien podía indicarle el camino a Londonderry. Por suerte para él, ese mismo día se había firmado el Acuerdo del Viernes Santo y aparte de unas cuantas bromas salió indemne de la situación. Una vez salvado el pellejo, su actividad se fue profesionalizando y en 2008 quedó en tercer lugar en el campeonato internacional de lanzamiento de granadas de Johannesburgo, donde fue considerado “la gran esperanza blanca”. En el bar de enfrente, Pablo Blanco seguía esperando a que alguien cogiese el teléfono en el Einstein. Unos segundos después, una voz femenina respondió finalmente. -¡Centro Einstein, buenos días! ¿En qué puedo ayudarle? -Hola, buenos días. Mire, me gustaría hablar con un conocido que, según tengo entendido, se encuentra ahí en este momento. Un tal Taker. -¡Ah, Taker! ¡Si hombre! Lo que pasa es que está ahora comiendo y los platos son muy ricos. Tenemos paella de marisco y luego conejo escabechado. ¿No puede llamar un poco más tarde? -¡Pues ya lo siento, pero es un poco urgente, me parece! –dijo Pablo Blanco, que por la ventana del bar veía como descargaban grandes alambradas de espino de una tanqueta. -De acuerdo, le preparo una tartera y enseguida se pone. Pasados unos segundos, Pablo Blanco escuchó unos pasos que se aproximaban. -¡Hola! ¿Con quién hablo? -Hola Taker, soy Pablo Blanco, hijo de tu amigo Pedro. -¡Ah! ¿El periodista? -Ese mismo. -¡Encantado de saludarte! Me has pillado en plena comida. ¿Qué querías? -Quería conocer tu versión de primera mano. -¿Versión? ¿Versión de qué? -¿No tenéis puesta la tele? -No, hombre. Ver la tele comiendo es muy indigesto. ¿Tiene algo que ver con nosotros lo que está saliendo? -Pues sí, dicen que eres el líder de un grupo del cártel de Tijuana y que tienes secuestrada a gente importante. -¿El cártel de qué? -De Tijuana. -¡No jodas! Alguien se ha vuelta loco, y no precisamente los de aquí dentro. -Locos o no, la cosa va en serio. Venturada y Torrelaguna están llenas de policías y militares, han bloqueado las carreteras. Parece una película americana. -Te juro que no sabía nada. Yo estoy aquí con dos amigos conociendo el lugar. Nos están tratando estupendamente. ¡No hay manera de estar un rato tranquilos! -¿Puedo hablar con alguien del centro, para ilustrar los sucesos de primera mano? En cuanto lleguen los buitres de las grandes cadenas va a ser imposible. -Vale, espera un poco. Te busco a alguien y mientras voy a comentar la situación con la coordinadora. Ya se nos ocurrirá algo. Taker miró a su alrededor. En ese momento pasaba por su lado uno de los napoleones, limpiando una bayoneta. -¡Perdone, Sire! ¿Podría atender un momento a la prensa? -¡Oh, sin problemas! Taker pasó el teléfono a Napoleón y se dirigió presuroso al comedor. -¡Napoléon al habla! -¡Hola, buenos días, soy Pablo Blanco, de “Aire de la Sierra Norte”. -¡Lo siento! Solamente hablo para periódicos franceses. Pero no quiero parecer maleducado. Ahora le busco a otra persona. Napoléon vio a Madison, que acababa de salir del comedor, y le hizo señas de que se acercase. -¿Puedes hablar con la prensa? Es de un periódico de aquí. Un señor muy amable. Madison cogió aparato. -Hola, Madison al habla. ¿Qué desea saber? -Hola, buenos días. Soy Pablo Blanco, de “Aire de la Sierra Norte”, estoy preparando una información sobre los sucesos de ese centro. Me gustaría ofrecer la perspectiva de los internos del centro Albert Einstein, ilustrar la información con contenido humano. ¿Puede usted ayudarme? -Encantado. Entiendo que usted quiere que le cuente mi historia. -En efecto, eso es. Y Madison se la contó. Una vez terminada la conversación, Pablo Blanco redactó la noticia para su periódico, incluyendo el relato de Madison, y como además de ser periodista también sabía inglés tradujo el texto y lo envío a la CNN y a la BBC. Después marchó a investigar un curioso incidente del que le había llegado noticia por un medio local. Se trataba de un supuesto incendio en una sucursal de Bankia en Alcobendas, que al parecer no había sido tal incendio pero sí había originado una inundación en el edificio. Según las empleadas del banco, una brigada de bomberos de Colmenar había acudido a la sucursal afirmando que el edificio colindante se estaba quemando y que necesitaban una toma de agua. Por el contrario, los viandantes afirmaban que en los alrededores no se había producido ningún incidente digno de la intervención de los bomberos, exceptuando la operación de asar unos pinchos morunos muy picantes. Pablo Blanco intentó hablar con el director del banco, pensando que quizás se tratase de una estratagema con intención lucrativa. Sin embargo el director permanecía en la planta superior, notablemente aturdido, y a sus preguntas no era capaz de contestar otra cosa que “su tabaco, gracias”, “su tabaco, gracias”… Pedro Blanco abandonó el local mientras en su cabeza se juntaban bomberos, directores de banco sospechosamente balbuceantes, perdices… Mientras se alejaba iba reflexionando sobre si decir la verdad y no decir mentiras sería lo mismo. Mientras tanto, en el interior del Centro Albert Einstein, el Taker había vuelto al comedor y comentaba lo que le había contado Pablo Blanco con sus compañeros de mesa, que además de al Conejo y Felipe incluían a Carmen Morales, Luis Saturno y Enrique Galardón. Sobre sus cabezas se podía escuchar el sonido de los helicópteros. Mirando por la ventana pudieron divisar diferentes vehículos militares e incluso un francotirador en la cima de un roble. -Lamentamos mucho este incidente –dijo Taker-. No era nuestra intención crear problemas. Vamos a salir y entregarnos. -¡De ninguna manera! –dijo Luis Saturno-. Primero nos vamos a divertir un rato. Y después buscaremos una vía de escape. Venid conmigo a la sala de máquinas. -¿Sala de máquinas? –pregunto el Conejo. -Así le llamo yo –replicó Luis Saturno-. Tengo todos los aparatos que usaba en la investigación aeroespacial, algunos de ellos con desarrollos tecnológicos posteriores. Vamos a verlo. La sala de máquinas que había ido organizando Luis Saturno era un amplio local con todo tipo de aparatos, monitores y cables, como suele ser habitual en ese tipo de sitios. En el centro de la sala había una gran pantalla y numeroso instrumental. Luis Saturno pulsó varios botones y de inmediato apareció una panorámica de la comarca. En la imagen se veía la disposición de tropas de las fuerzas de seguridad, con especificación de su tipo de armamento y número de efectivos. -Esto me lo traje del Pentágono poco antes de venir aquí. Se lo cambié a un general retirado por unos solomillos y unas cajas de vino. Es muy útil. Propongo que les demos un pequeño susto, para empezar la función. -¿A qué te refieres? –preguntó Carmen Morales, preocupada por todo el ambiente que se estaba creando. -Mira –dijo señalando la parte central de la pantalla-. Como puedes ver, hay una patrulla junto a la estatua del Cid Campeador en Torrelaguna. Podemos lanzar un proyectil con el cañón que tienen en el patio los napoleones. Lo tienen en perfecto estado. No tenemos más que preparar un proyectil adecuado con el metal fundido de los instrumentos musicales que tiene Madison en el taller de metalurgia. Dirigiéndose a Galardón, le dijo: -Enrique, haz el favor de llamar a Javier Conde, el Napoléon de mayor edad. Y también a Madison. Galardón salió de la sala de máquinas y regresó poco después con Javier Conde y Madison. -Sire –dijo, dirigiéndose al primero-, Metternich está a pocos kilómetros y he pensado darle un buen susto con su cañón. ¿Podría ayudar a Madison a preparar un proyectil adecuado? Javier Conde empezó a ponerse rojo. -¿Metternich? ¿Ese cabrón? Ahora mismo vamos a por él. Ven conmigo Madison, amigo. Hay que hacer un proyectil de seis libras. Una vez se hubieron marchado del local, Taker se volvió hacia Luis Saturno. -¿Cree usted que podemos dar en el blanco con ese cañón? -¡Por supuesto que sí! Le puedo incorporar un sistema de guiado sin ningún problema, y además alargar el alcance, puesto que ese tipo de cañones no superan los 1000 metros. Pero antes vamos a avisar a los del mando táctico. No queremos causar bajas. Como ves en el monitor, el puesto de mando está en el cuartel de la Guardia Civil de Torrelaguna ¿Quieres llamar tú, Taker? -¡Encantado! Nunca he hablado con un mando táctico. Al centro táctico de Torrelaguna acababa de llegar Juan Palomar, acompañado de unos guardaespaldas muy altos vestidos en tonos oscuros, a los que había apostado inmediatamente en la puerta de entrada, de un general del cuerpo de intervención aerotransportada, del jefe de logística del Ministerio del Interior y de dos operarios del servicio de escuchas. Acababan de iniciar la primera reunión operativa cuando sonó el teléfono, a iniciativa de Taker. Al segundo timbrazo respondió el cabo Hilario, al que se había asignado la delicada misión de enlace telefónico. -¿Centro del mando táctico? –preguntó Taker. -Aquí es. Identifíquese por favor –respondió el cabo Hilario, releyendo las instrucciones que le habían dado. -Le llamo desde el centro Albert Einstein. Póngame con su jefe por favor. -Le he dicho que se identifique. -Y yo le digo que me pase con su jefe, si no quiere que le ocurra alguna desgracia. “¡Así no hay manera de cumplir las instrucciones” –pensó el cabo Hilario, haciendo una seña a Palomar. -Señor Palomar, hay una llamada desde el Einstein pero el interlocutor no quiere identificarse. ¿Qué hago? -¿Del Einstein? –se dirigió por señas a los del servicio de escuchas que estaban probando los aparatos y les indicó que grabasen. Cogió el auricular con aire solemne y dijo: -Centro táctico de operaciones. ¿Con quién hablo? -Eso no es importante –respondió Taker-. Le llamo para que aparte a la unidad operativa que tienen estacionada junto a la estatua del Cid. Vamos a volarle la cabeza dentro de media hora y no queremos heridos. -¿Quién es usted? ¿El clásico ciudadano que llama para tomarnos el pelo? Le advierto que estamos localizando el origen de su llamada y le vamos a detener en seguida. -¡Bueno, qué antipático es usted! No es para ponerse así. Si no retira la unidad le van a echar la culpa a usted. Sólo queremos ayudar, pero vista su actitud, hasta luego majo. El Taker colgó el teléfono. Palomar miró a su alrededor mientras se aflojaba la corbata, con el rostro un tanto pálido, y se dirigió a los técnicos de escucha. -¿Han localizado la llamada? -Ciertamente. No mentía en absoluto cuando ha dicho que llamaba del Einstein. La llamada viene del teléfono fijo de allí. -¡Maldita sea! Tiene que ser un farol. ¿Qué harías tú Ernesto? -¡No hagas ni caso! Es la típica amenaza de fanfarrones. Cuando vuelva a llamar dales media hora para rendirse. Vamos a seguir con los preparativos. Para empezar, tenemos que preparar el desalojo de las granjas de los alrededores. Media hora más tarde, el mando táctico recibió una llamada de la unidad 4: -Señor comandante. Soy el sargento Rodríguez, de la unidad operativa 4. Debo informarle que acaban de arrancar la cabeza del Cid con un proyectil. Nos ha pasado silbando la cabeza. Esta gente dispara sin avisar. ¡No hay derecho! El comandante Revilla se quedó lívido, miró a los presentes y colgó el teléfono. -Han disparado de verdad. Y le han arrancado la cabeza al Cid. Tal como habían advertido. Tienen armamento de precisión. Hilario, llama Defensa y pide dos camiones con lanzamisiles de largo alcance. Y que manden también alguien de balística, a ver si pueden determinar de qué tipo de armamento disponen. Después llamó a la unidad operativa 4: -Sargento Rodríguez al habla. -Rodríguez. Busque inmediatamente los restos del proyectil y tráigalos al puesto de mando. El comandante colgó el teléfono y llamó al ministro del Interior, que una vez informado convocó al gabinete de crisis, compuesto por personal de Interior, Defensa y Relaciones Públicas. Media hora después, mientras el sargento Rodríguez entraba en la oficina con unos fragmentos metálicos en una cesta, el ministro del Interior comunicó mediante el portavoz del gobierno que se declaraba el nivel de alerta 517, lo que solía ser un paso previo a la declaración de nivel de alerta 6, e incluso 7, lo cual siempre generaba en la opinión pública la impresión de que estaban haciendo algo importante y bien meditado. El comandante recogió los fragmentos del proyectil y comenzó a examinarlos con cierta incredulidad. Después de unos minutos de relativa y desconcertante calma aparecieron dos expertos en balística, y casi a la vez dos unidades lanzamisiles. Mientras los expertos analizaban los fragmentos del proyectil, el comandante Revilla y el general asesor del mando táctico acompañaron a los vehículos lanzamisiles hasta la ubicación prevista, y comprobaron con interés cómo establecían las coordenadas del centro Albert Einstein. Paralelamente, Juan Palomar ordenó a Luis Herrera, coronel de infantería de Zaragoza, poner en marcha de evacuación de las granjas limítrofes con el Albert Einstein. Luis Herrera se dirigió hacia el lugar acompañado de varios vehículos de tropas antidisturbios, lo cual empezó a originar un cierto revuelo en Torrelaguna y Venturada, muchos de cuyos vecinos también se encaminaron hacia las granjas, armados de botas de vino y tarteras. El intento de evacuación tuvo un efecto indeseado para los planes del mando táctico, puesto que los ganaderos se negaron a abandonar las granjas, y ante las amenazas de los antidisturbios soltaron a los animales por la carretera. En pocos minutos los vehículos policiales estaban rodeados de vacas y ovejas. Al mismo tiempo, aprovechando el final de las clases, los alumnos del instituto organizaron un contraataque, aprovechando una excavadora con la lanzaban estiércol contra la policía. Luego se fueron animando y empezaron a lanzar balas de paja ardiendo, que caían entre la tropa, los animales y los periodistas que habían 17 Originalmente la escala de alertas tenía 5 niveles, hasta que en el año 2010 se añadieron dos niveles más. La razón del cambio fue la ignorancia del nuevo ministro del interior en relación a la escala vigente. En efecto, con motivo de una alarma por un posible atentado suicida en Albacete, el ministro convocó una reunión y propuso declarar el nivel de alerta 6, pese a que en realidad solamente había 5 niveles, lo cual condujo a sus colaboradores a una rápida ampliación de la escala, si bien el supuesto incidente no resultó sino un malentendido, motivado porque a una señora que volvía de la compra le había parecido escuchar a un hombre decir a la mujer que le acompañaba: “si me abandonas me suicido”. acudido a cubrir el desalojo. La presentadora de Tele5, grabada ante un fondo de animales corriendo, humo, estiércol volante y policías desanimados, resumió como pudo la situación: “señores y señoras televidentes, esto parece Pompeya”. El coronel Herrera corría de un lado para otro, desesperado, repitiendo una y otra vez, “país de vacas y borregos…. ¿cómo vamos a evolucionar así?”. La situación empeoró notablemente cuando los expertos en balística comunicaron a Juan Palomar el resultado de su análisis: -Según nuestras conclusiones, se trata de un proyectil hecho con el material con el que se elaboran los saxofones, disparado por un cañón hauser de principios del siglo XIX. La cara de Juan Palomar mostró en dos o tres segundos tal cambio de color que podría haberse unido al grupo arcoíris del Parlamento Europeo. -¿Pretenden que me crea eso? -Es la verdad. Lo crea o no, debemos notificar el resultado a nuestro superior. Nos limitamos a hacer nuestro trabajo. Juan Palomar se volvió hacia Ernesto Revilla y le ordenó que llamase él al gabinete de crisis para comunicar los resultados. Sin otra opción posible, el comandante llamó y preguntó directamente por el ministro de defensa, que se puso enseguida al aparato: -Señor ministro, le habla el comandante del mando táctico de Torrelaguna…. Sí, tenemos el análisis del proyectil que han lanzado contra la unidad operativa 4. Sí, hemos pedido refuerzos y tenemos los lanzamisiles… ¿El proyectil? Según los técnicos era algo similar a la hojalata de los saxofones… ¿Para disparar? Parece que se trata de un cañón de principios del XIX… No, no es una broma…. El resto de componentes del mando táctico asistieron a un nuevo fenómeno de cambio de coloración. -Entendido…. ¿Dos horas?... Es que ahora mismo estamos desalojando la zona…. ¿Cómo dice, señor ministro?... ¿Consejo de Guerra?.... ¿Traición?…. Envuelto en sudores fríos, que se iban contagiando al resto de los presentes, el comandante Revilla colgó el teléfono en el momento en que el cabo Hilario entraba temblando en la estancia y preguntó: -¿Estáis viendo la CNN? En el interior del centro Albert Einstein el ambiente era mucho más relajado. Cuando Madison disparó el cañón se hicieron apuestas sobre el acierto del disparo, lo que deparó una pequeña ganancia al Conejo. Una vez desprendida la cabeza del Cid, después de brindar –al fin y al cabo, la muerte no era algo que influyese en este héroe- estuvieron observando el movimiento de tropas en la gran pantalla, hasta que vieron aparecer las unidades lanzamisiles. Luis Saturno observó con atención cómo se posicionaban, y enseguida recibió en el monitor las coordenadas que habían introducido los soldados en el lanzamisiles. -Esto me da otra idea. Ahora vamos a divertirnos un rato. Con este aparato puedo manipular las coordenadas que ellos introducen, así que las voy a cambiar por otra dirección. Luis Saturno tecleo una serie de números, mientras bebía un vaso de vino, hasta que sonrió satisfecho y se levantó. ¡Vamos a acabar el postre! Seguro que dentro de un rato tendremos noticias. El Taker se quedó mirando con curiosidad su sonriente rostro, y mientras se dirigían de vuelta al comedor le pregunto: -Oye Luis, ¿entonces ahora los misiles impactarían en esa otra dirección, en caso de ser disparados? -En efecto, amigo Taker, así sería. -¿Y qué dirección has elegido. -Oh, una de Londres. -¿De Londres? -Sí, de Londres: Downing Street, número 10. En el comedor, una vez terminada la comida, algunos de los allí reunidos estaban jugando a las cartas con gran animación; otros comentaban el segundo plato y el postre e intercambiaban recetas. Pasó el tiempo sin gran influencia del mundo exterior, pese a la presencia de las tropas de asedio y a los gritos y mugidos que podían escucharse en las cercanías. Al fondo podía verse la televisión, que solía encenderse para ver los resultados de las apuestas de fútbol y caballos. No obstante, en ese momento uno de los cocineros vascos, que estaba buscando un programa sobre gastronomía en Laponia, conectó casualmente con la CNN. En la pantalla aparecieron las mismas imágenes que estaban viendo en el centro operativo del mando táctico. En la pantalla apareció el presentador del noticiario internacional, dando paso a una imagen de Meryl Streep que iniciaba una conferencia de prensa multitudinaria. En la parte inferior izquierda de la pantalla podía verse una foto pequeña de Madison. En su traducción en castellano, Meryl Streep estaba formulando este indignado discurso, acompañado de gran gesticulación y muecas: “Quiero mostrar mi más profunda repulsa por lo que está sucediendo en España, en la localidad de Torrelaguna, con uno de mis seguidores. Es indignante que un ciudadano libre se vea obligado a abandonar su trabajo y su vida normal simplemente porque no le permiten ver mis películas cuando lo necesita. Ha tenido que recluirse en un centro de salud para poder desarrollar en paz sus hábitos culturales, pero ni siguiera ahí puede estar tranquilo. El gobierno español, en lugar de centrarse hacer frente a las múltiples amenazas de la era moderna, se dedica a sitiar un centro de salud con sus tropas de asalto, intentando aniquilar el último reducto de intimidad cultural de un amante del pueblo americano y su cultura. Exijo al gobierno español que termine con ese asedio inhumano, y llamo a mis compatriotas a manifestar su protesta ante la embajada y los consulados de España. Tengo la intención de hablar con Clint Eastwood y coger el primer vuelo hacia el aeropuerto de Venturada. Es una vergüenza…” El Taker y sus amigos, junto al resto de presentes en el lugar se quedaron mirando a la pantalla, mientras los pacientes, incluidos los dictadores, prorrumpían en vítores a Madison. En cambio, en el centro operativo del mando táctico, sus miembros iban dando la impresión de ir decreciendo en estatura. Las noticias seguían, después de unos anuncios de dentífricos y los resultados del badmington…. “Nos llegan imágenes del exterior de la embajada española en Washington, que se encuentra rodeada de manifestantes. De Los Ángeles nos llegan noticias de incidentes en torno al consulado, cuya gravedad empieza a recordar a la policía el caso Rodney King…” En los titulares de noticias que iban apareciendo en la parte inferior de la pantalla se daba cuenta del desmentido del cártel de Tijuana en relación a la presencia de uno de sus jefes en Venturada, a quien la policía española había identificado como un tal Taker. Según su página web, se trata de un burdo intento de manipular la imagen del cártel y mezclarla con ataques terroristas en suelo español, con objeto de incrementar la presión internacional en su contra… Acodados en la barra de el Penalty, el teniente Sánchez y Pablo Blanco seguían con relativo interés la evolución de las noticias, mientras iban pagando una ronda cada uno. Pablo Blanco empezó a pensar en que debería acudir a cumplir con su deber de cubrir la información en los puntos calientes, pero el bloqueo de las carreteras hacía difícil acercarse a las proximidades del Einstein. Además, después de haber vaciado las botas y las petacas, numerosos paisanos se habían unido a las filas de los estudiantes, al grito de “Taker libertad”, y combatían cuerpo a cuerpo con las fuerzas de seguridad, que recibían alternativamente guantazos y cornadas. Pablo Blanco se lo pensó mejor y pidió una nueva ronda, mientras observaba con cierta sorpresa cómo Tele5 conectaba con su corresponsal en Londres. “…pasamos la conexión a nuestro corresponsal en Londres, John Cameron, que curiosamente pasó un tiempo en Venturada hace unos años y conoce bien el lugar y sus vicisitudes. Nos va a informar de primera mano sobre el incidente diplomático que se acaba de producir entre los gobiernos de España y Gran Bretaña…. Cuando quieras, John…” En la imagen de Tele5 apareció John Cameron en la puerta de la base aérea de Suffolk, rodeado de un ruido ensordecedor de aviones. “Muchas gracias Madrid… -dijo John Cameron, iniciando su intervención-… en efecto, según fuentes del Foregin Office, el gobierno español acaba de admitir como ciertas las revelaciones del MI5, según las cuales el ejército español tenía en Venturada misiles apuntando hacia la residencia del primer ministro inglés. El gobierno británico agradece la rápida reacción del gobierno español, que acaba de destituir al mando táctico del centro de operaciones de Torrelaguna, evitando una crisis que empezaba a parecerse a la de los cohetes de Cuba en los años 60. Como podéis ver a mis espaldas, los aviones de caza de la RAF estaban ya preparándose para partir hacia Torrelaguna y atacar a las lanzaderas de misiles. Al parecer la raíz del incidente se atribuye a una negligencia del mencionado mando táctico, que situó en sus coordenadas de ataque preventivo con misiles la residencia del primer ministro inglés en lugar del centro Albert Einstein, cuyo asedio empieza a ser criticado desde diversos ámbitos. En ese sentido, debemos resaltar que la actriz Meryl Streep acaba de tomar una avión en Delaware con destino a Venturada y que la representación diplomática española en Estados Unidos se encuentra en el punto de mira de numerosos indignados…” En el cuartel de Torrelaguna, en la oficina del mando táctico, el ambiente se parecía a los días posteriores al paso del Huracán Kathrina por Nueva Orleans. Ernesto Revilla empezaba a añorar interiormente sus días en el Condado de Armagh, mientras que Juan Palomar afinaba mentalmente los instrumentos musicales de la banda del Mirlitón. En breve apareció un vehículo negro blindado, del Ministerio del Interior, del que bajó un alto mando policial muy malencarado y dijo con voz áspera: -Tengo orden de hacer que me acompañen a los señores Revilla y Palomar. No necesitan recoger nada. Les esperan ahora mismo en el Ministerio. Ambos abandonaron pálidos y cabizbajos la sala, mientras que el cabo Hilario permanecía en pie, un tanto desconcertado. -¿Es usted el mando local? –le preguntó el alto mando policial. -No, es el teniente Sánchez, yo soy su segundo, el cabo Hilario –respondió el cabo Hilario, que estuvo a punto de añadir que fue el inicial jefe del mando táctico, si bien afortunadamente se lo pensó mejor y se ciñó a la pregunta-. -¿Dónde está, pues, ese teniente? -Creo que está en el bar de enfrente, puesto que el Ministro delegó sus funciones en esos señores que acaban de salir. -Bien, eso se ha terminado. Hágalo venir aquí de inmediato, pues va a tomar el mando de manera provisional. En el bar el Penalty, el teniente Sánchez discutía con Pablo Blanco la última información de “el Mundo”, según la cual el lanzamiento de estiércol podría considerarse como arma biológica. El cabo Hilario se dirigió al teniente Sánchez, se cuadró y le indicó que le esperaba en el cuartel un alto cargo del Ministerio del Interior. -Lo siento, pero han destituido a todo el mando táctico, yo incluido, y le han nombrado jefe de provisional de operaciones. Le esperan inmediatamente ahí enfrente. El teniente Sánchez apuró maldiciendo su cerveza, mientras dirigía una mirada furibunda al cabo Hilario. -¿Es usted quien les ha dicho que estaba aquí? -Bueno…. es que yo… -Ha sido usted, sin duda. ¡Tranquilícese! No hace más que cumplir con su deber. Ya se le irá pasando con los años y se relajará. ¿Ha visto el follón que ha montado? Y ha sido capaz de empezar todo con una sola patrulla. Para usted el desembarco de Normandía sería una broma, ¿no? Me lo imagino con Patton paseando por Dover… En fin, ¡qué remedio nos queda! Te dejo aquí Pablo. Seguro que nos vemos más tarde… Con la cabeza un tanto aturdida por imágenes de becerros y espuma de cerveza, el teniente Sánchez salió de la oscuridad del bar al temprano anochecer, pensando en si no habría algo más profundo detrás de todo aquel desaguisado, o sería simplemente un nuevo despropósito de la burocracia. “¡Quién sabe –pensó-, estando involucrado ese Taker todo es posible. Por lo que le conozco… y encima va con otros dos…”. A una distancia algo mayor, en el centro Albert Einstein, el Taker, el Conejo y Felipe comentaban con preocupación todo aquel jaleo, los choques entre manifestantes y policía en los caminos adyacentes, la militarización de la zona, el peligro que podría correr la reputación del centro y su financiación, y sobre todo la temible aparición de Meryl Streep. Así estaban sumidos en sus elucubraciones cuando Luis Saturno, Juan Galardón y Carmen Morales se sentaron a su mesa con un pastel flambeado. Taker levantó la vista, miró a sus compañeros con un semblante parecido a la cara que pone el ministro de Hacienda al empezar a hablar en el Congreso, y dijo desanimado: -Nos vamos a entregar. Esto no puede seguir así. Si el asedio continúa pronto se quedarán sin pescados y sin ingredientes para las salsas. Se creará mal ambiente, surgirán rencillas. Las terapias se desmoronarán e incluso quizás se reactiven extraños gustos musicales. Además, el centro quedará en el punto de mira de supuestos reformadores, enviarán nuevo personal. Vuestra coordinadora perderá su puesto a favor de algún administrador amparado por las normas ISO18. El Conejo y Felipe le miraron con aire melancólico, mientras por su mente pasaban rápidamente las odiosas imágenes del tedio carcelario y de la reinserción. -¡Oh, no hay por qué ponerse así! –les dijo Juan Galardón, mientras les daba unas suaves palmadas en las espalda-. Precisamente nos estábamos temiendo esa decisión y tenemos una alternativa. 18 Organismo tapadera de un negocio internacional que se dedica a hacer normas y a cobrar por hacerlas cumplir, como un Estado privado. -¿Una alternativa? –preguntaron al unísono los tres prófugos. -Efectivamente –replicó Galardón, mientras Carmen Morales y Luis Saturno asentían suavemente con la cabeza-. Hay otra forma de salir de aquí sin entregarse. Aunque poca gente lo sabe, este lugar está construido sobre las ruinas de un antiguo castillo medieval, y tiene un túnel subterráneo que sale al exterior a unos tres kilómetros de aquí. Nosotros hemos estado utilizando la parte más cercana del túnel para guardar el vino y algunas viandas, y sabemos que está en perfecto estado. Incluso hay una carretilla mecánica que se puede usar para llegar al final. Hemos pensado que podéis salir por ahí. El plan es llamar al cuartel de Torrelaguna y decir que os vais a entregar dentro de dos horas. En ese tiempo podéis salir del túnel y encontrar un medio de transporte. -¿No podríamos marchar sin más? –preguntó Felipe, que no era amigo de formalidades-. -Podría ser contraproducente –le respondió Galardón-. Si pasa mucho tiempo podrían lanzar un asalto, pensando que estáis aquí dentro. Supongo que estarán preparando un nuevo nombramiento para el mando táctico, y éste querrá demostrar sus competencias. El plan es llamar y pedir que dentro de dos horas vengan a deteneros. Para entonces estará aún al mando el teniente Sánchez, que es un tipo razonable sin ganas de líos, así que pediremos que venga él, un periodista de “Aire de la Sierra Norte” que se llama Pablo Blanco y un representante de la Cruz Roja, que podría ser Thomas Grossmann, un suizo que vive en Cotos de Monterrey y que después de varios cargos en la FIFA es ahora el presidente de esa organización para la Comunidad de Madrid. -¿Qué os parece el plan? –les preguntó Luis Saturno-. Lo cierto es que tenía pensadas un par de diversiones más, pero creo que es lo mejor por el bien del centro, y vosotros también saldréis bien parados. Taker contempló pensativo a los que le rodeaban, y dando unos pasos se acercó al ventanal desde el que se veía el estanque y el hermoso jardín circundante. A lo lejos se alzaban las montañas que había visto durante toda su vida, desde que empezó a robar manzanas hasta que llegó a la universidad y después a sus diversas actividades comerciales, siempre obstaculizadas por las fuerzas del mal. Amigos, romances, familiares… vio todo pasar ante sus ojos. “¡Cómo se ha torcido todo!” –pensó-. “Podíamos estar ahora asando unas chuletillas en el jardín, charlando, haciendo planes de futuro…. Es curioso cómo puede estropearse un gran proyecto por un pequeño incidente. Uno se pasa media vida construyendo una torre, y cuando está casi terminada aparece un avión y se estrella contra ella, o sucede un terremoto, y solamente queda en pie la caseta de obra. O haces la mejor paella del mundo para tu familia y aparece una vaca hambrienta y se la come. O aquél pirómano, que después de planear durante años cómo incendiar el Banco de España, cuando ha llegado a la cámara acorazada se da cuenta de que no tiene cerillas”. Taker recorrió con la vista el pacífico enclave en el que se encontraba. Un apacible islote en mitad de un mar tempestuoso. Aquellos cocineros tan entusiasmados con sus platos, los napoleones, siempre preparando su golpe maestro, los recién llegados tertulianos… todos parecían felices, arropados por seres que les comprendían. “¿Sería posible un grupo así en torno a él? ¿Cómo sería?” Se imaginó juntos a diez Takers, quince…” Un escalofrío le recorrió el espinazo… -De acuerdo, vamos a hacerlo así –dijo finalmente el Taker-. Juan Galardón marcó el número de teléfono del cuartel de Torrelaguna, que se encontraba en un momento de transición, con el mando nuevamente asumido por el teniente Sánchez. Fue el propio Sánchez quien respondió a la llamada. -Teniente Sánchez, dígame. -Hola teniente, soy Juan Galardón. Le llamo desde el Albert Einstein. Quiero comunicarle que estas personas que se han refugiado aquí quieren entregarse. -¡Ah, pues me alegro mucho, sí señor! –respondió aliviado el teniente-. Creo que es lo mejor. Se estaba montando un alboroto tremendo. ¿Cómo lo hacemos? -Hemos pensado que dentro de dos horas puede presentarse usted con el periodista Pablo Blanco y Thomas Grossmann, delegado de la Cruz Roja. Las tres personas que buscan se encontrarán solas en la oficina de la dirección. Van desarmadas, así que le garantizo que no tendrán problema alguno. -Le creo, solamente espero que no llegue el nuevo mando táctico y podamos resolver esto como gente civilizada. -De acuerdo. Les esperamos dentro de dos horas. -Muy bien. Hasta luego entonces. El teniente Sánchez se volvió hacia el cabo Hilario para darle instrucciones. -Hilario. Vaya a buscar a Pablo Blanco. Los refugiados del Einstein se van a entregar y tiene que acompañarme al centro. También debe buscar al suizo ese de la Cruz Roja, el tal Grossmann, que me imagino que estará en algún bar de Venturada. Yo mientras tanto voy a ver si paro la refriega que se ha organizado cuando han soltado al ganado… En ese momento sonó nuevamente el teléfono. El cabo Hilario contestó y dijo: -Sí, en seguida. Un momento. Ahora se pone. -Es el ministro del interior- le dijo en voz baja al teniente Sánchez-. El teniente Sánchez se acercó al teléfono. Tapó el auricular y le dijo al cabo Hilario. –No se te ocurra decir nada de que se van a entregar los del Einstein. Seguro que se inventan algo para impedirlo y seguir con la exhibición de fuerza. ¡Déjamelo a mí! -Creo que hablo con el teniente Sánchez. ¿Me equivoco? -No señor, con él está usted hablando. -En primer lugar, le agradezco que se haya encargado de la situación en el “interín” del cambio de personal del mando táctico. Le comunico que he designado a Guillermo Acebes como nuevo comandante de la operación. En cuanto termine con sus preparativos se presentará allí con tropas de refresco y nuevos planteamientos tácticos. Le ruego que le de toda la asistencia que necesite y le informe de los últimos acontecimientos. -No se preocupe señor. Así se hará. ¿Desea usted algo más? -No señor. Espero que esto acabe pronto con la captura de esos desalmados. -Puede estar seguro de que así será. El teniente Sánchez colgó el teléfono y miró al becario que acababa de volver con unos bocadillos de lomo y una botella de vino. -Oye, becario, ¿sabes tú algo de un tal Guillermo Acebes? -¿Acebes? Oh, sí. Es el número uno de la última promoción del servicio operativo y de inteligencia de la policía. Es un tipo de cuidado, de esos que parece que cada media hora se someten a un control de calidad. El prototipo de alto cargo policial moderno, una mezcla forense, burócrata y diseñador. Le daría lo mismo investigar crímenes que peleas de dinosaurios en el paleolítico, con tal de que le dejen actuar según un procedimiento estandarizado. -Pues algo así me temía –dijo Sánchez-. ¡Vámonos, Hilario, hay que acabar con esto antes de que llegue! Te espero en la puerta principal del Einstein. Tráeme a Pablo Blanco y al suizo. El teniente Sánchez cogió un megáfono y salió del cuartel. En el patio trasero montó en un tractor y se dirigió hacia los alrededores del Einstein, donde la batalla parecía haber entrado en una fase de estancamiento, quizás debido al cansancio. El teniente Sánchez se situó frente al portón principal del centro y se dirigió a los participantes en la refriega. -¡Os habla el teniente Sánchez! ¡Escuchadme bien! Es hora de que el ganado vaya a pastar a sus granjas. No puede estar todo el día sin comer. Y los estudiantes también tienen que volver a sus libros. Ya os he hecho un favor esta mañana con lo del becerro, así que hacedme caso. Dejad las armas arrojadizas y volved a vuestras casas, antes de que alguien se haga daño o tenga que hacer algún arresto. Pese a alguna protesta aislada de gente que acababa de llegar, los manifestantes se fueron disolviendo y los pastores empezaron a reunir el ganado para volver a los establos. El teniente Sánchez se acercó al mando de los antidisturbios, que tenía el casco cubierto de estiércol, y le dijo: -Ustedes también están cansados. Vayan a Torrelaguna, al bar “El aperitivo”, y digan que van de mi parte. Y olvide toda esta trifulca. No era nada personal, ni hay razón para ir denunciando a nadie. Como soy el actual jefe del mando táctico, voy a hacer un informe muy favorable de usted. ¡Espéreme, pues, en el bar! El jefe de antidisturbios reunió a su maltrecha unidad y los dirigió hacia Torrelaguna, con la promesa de unas cervezas bien frescas. Por su parte, el teniente Sánchez bajó una silla plegable del tractor y se sentó en la puerta del Einstein a esperar al resto del equipo de mediación. Al mismo tiempo, en el interior del Einstein comenzaban las despedidas. Aunque habían estado pocas horas allí, parecía que llevaban media eternidad. Previamente, el Taker se dirigió a la cocina y pidió una receta de empanadillas de bonito. El Conejo le observó con cierto asombro, si bien después del tiempo en la cárcel y de los últimos días en compañía de el Taker había empezado a darse cuenta de que era una persona con la que siempre parecía que iba a pasar algo, incluso en los momentos de calma chicha. A veces le recordaba a Beckenbauer, que hacía correr a todo el mundo mientras él iba andando… El Taker volvió con su receta, añadió unas notas manuscritas y pidió a Madison que dejase el papel encima de la mesa del despacho de la dirección, donde supuestamente deberían entregarse. Después estrechó la mano a Luis Saturno, Juan Galardón y Carmen Morales, demorándose un poco más de lo necesario en ese último saludo. -Bueno, señora Carmen, ha sido un gran aunque breve placer estar con ustedes. Lamento mucho haberle conocido en estas circunstancias, después de haber vivido cerca durante tanto tiempo. -¿Volveremos a vernos, alguna vez? -Quizás…, algún día…- contestó Taker un tanto cohibido. El Conejo y Felipe le miraron sonrientes y con cierta melancolía. Después bajaron al sótano y se acercaron a la entrada del túnel con Juan Galardón. -Supongo que enviarán a un mando policial de última generación, así que vamos a dejar unos envases de hamburguesas y comida rápida en el suelo de la entrada. Ello le animará a traer a los de desactivación de explosivos para buscar posibles minas y bombas-trampa, además de tomar todo tipo de huellas dactilares; eso les dará más tiempo para alejarse. Créanme, es algo que se aprende en la presidencia. ¡Ah, y no se olviden de esta bolsa! Quizás les haga falta –dijo mientras les entregaba la bolsa que habían vuelto a olvidar en el comedor-. El Taker, el Conejo y Felipe levantaron sus pulgares hacia Juan Galardón, y con un último ademán de saludo entraron al túnel cerrando la puerta tras ellos. Dos horas más tarde, se abrió el portón de entrada al centro Albert Einstein, accediendo al edificio el teniente Sánchez, Pablo Blanco y Thomas Grossmann, el cual se encontraba en un evidente estado de embriaguez. Carmen Morales les recibió en la puerta y les condujo al vestíbulo, donde les esperaban Juan Galardón y Luis Saturno. -¡Hombre Juan! –le saludó el teniente-. Desde que has dejado la presidencia ya no vienes a inaugurar nada. Con lo bien que te daban de comer en la Cabrera. -Cierto, cierto, teniente. Pero de comida la verdad es que aquí no nos podemos quejar. -Supongo que conocen también a Pablo Blanco, un afamado periodista. Pablo Blanco estrecho la mano a los tres. Mientras tanto, Thomas Grossmann había escuchado el bullicio del bar y se había introducido en el mismo. -¿Le voy a buscar? –preguntó Pablo Blanco. -Oh, no creo que nos sirva de mucho –contestó el teniente. Según le he comentado por teléfono –dijo Juan Galardón-, hemos dejado a los prófugos en el despacho de la dirección hace dos horas, sin armas y aparentemente tranquilos. Les acompañaré. Juan Galardón guió al teniente y a Pablo Blanco hasta la puerta del despacho. El teniente llamó con los nudillos a la puerta, sin obtener respuesta. Volvió a llamar. No hubo respuesta desde el interior. -Igual están dormidos –dijo-. Vamos a entrar. El teniente abrió la puerta y entraron en una sala vacía. En el centro estaba la mesa del despacho y sobre ella una nota manuscrita. -No hay nadie –dijo el teniente-. No es posible que hayan salido del centro. Solamente existe una entrada, y he estado yo todo el rato sentado frente a ella. Vamos a ver qué dice la nota. El teniente se acercó a la mesa, cogió la nota, la leyó y se la pasó a Pablo Blanco. En la parte de arriba había una novedosa receta para elaborar empanadillas de bonito. Después una breve nota que decía: “Marchamos con pena de este centro, movidos por el deseo de no perturbar su paz y sus beneficios terapéuticos. No queremos convertirlo en un campo de batalla por culpa de un malentendido. No hemos podido esperar a entregarnos debido a la próxima llegada de Meryl Streep. Dejamos esta receta para alguien que sabe apreciar su sabor, con agradecimiento y con el deseo de que goce pronto de una merecida libertad. ¡Gracias y sé fuerte, Luis!” -Curiosa nota –dijo el teniente-. ¿Le dice algo Pablo? -Pues no, pero si no tiene inconveniente la publicaré. Quizás alguien la sepa interpretar El teniente Sánchez miró a Juan Galardón que parecía tener ganas de decir algo. -Perdone, acabo de recordar cuando esto fue un castillo existía un túnel subterráneo que se utilizaba para salir en casos de asedio. Estaba pensando… -¿Se acaba de acordar? –le preguntó el teniente-. ¡Qué memoria la suya! ¿Un túnel subterráneo? En fin, lo dejaré en manos de Guillermo Acebes. ¿Desde dónde puedo hacer una llamada? Juan Galardón condujo al teniente a un despacho contiguo, desde donde llamó al ministro. -Señor ministro. He estado a punto de solucionar la situación, porque los prófugos han llamado diciendo que estaban dispuestos a entregarse…. Sí, le he intentado llamar, pero nos habíamos quedado sin línea… No, no están. Han desaparecido… Parece que hay un túnel subterráneo en desuso, y quizás…. De acuerdo, no tocaré nada… Sí, Guillermo Acebes. ¿Qué llega en quince minutos?... De acuerdo… Mejor sin las tropas de asalto… Digo por los pacientes, y además están las televisiones, sí, sí… A sus órdenes señor ministro. El teniente salió y llamó a Pablo Blanco y a Galardón. -Viene el nuevo jefe del mando táctico con un grupo de investigación. He conseguido que no traiga a las tropas de asalto. Les esperaremos en la puerta. Vamos a ver dónde está Thomas. Al acercarse al comedor oyeron cánticos que partían del interior, y cuando llegaron a la puerta vieron a Thomas Grossmann que dirigía la versión a capella de “Saca el güisky Chely”. -¡Thomas! Tenemos que irnos. Como era de esperar, Thomas no se quería ir, así que tuvo que agarrarle del hombro y convencerle de que iban a otra fiesta. Diez minutos más tarde apareció Guillermo Acebes con sus hombres. El teniente Sánchez, Juan Galardón y Pablo Blanco le acompañaron primero al despacho y después a la entrada del túnel subterráneo. Acebes dio instrucciones a sus hombres y se volvió hacia el teniente: -Teniente, ya nos encargamos de todo nosotros. Gracias por su colaboración, pero ya no le necesitamos. Pueden marchar ya. De todas maneras, déjeme un número de teléfono móvil. -Un número de móvil. Oh… sí… esto…. 459 44 39 90. Guillermo Acebes anotó el número que le había dado el teniente Sánchez, y olvidando inmediatamente su presencia se dispuso a poner sus cinco sentidos en su nueva misión. El teniente y Pablo Blanco salieron del edificio, no sin antes rechazar muy a su pesar una invitación a cenar. -Prefiero marchar de aquí antes de que ese Acebes cambie de opinión –dijo con firmeza el teniente-. Mientras se alejaban hacia el portón de entrada, Pablo Blanco miró pensativo al teniente. -Oiga teniente, ese número de móvil que le ha dado a Acebes. -Sí, ¿qué pasa con él? -Pues… ¿No es el número de teléfono de “Servicios Cárnicos”? -Ah, pues sí, ahora que lo dice. -¿Y cómo es que le ha dado ese número? Le ha pedido su número de móvil. -Se equivoca, Pablo, se equivoca. Piense en qué es lo que me ha pedido. -No sé, no caigo. -Me ha dicho que le dé un número de móvil. ¿No? -Sí, pero. -Pues es lo que he hecho. No me ha pedido mi número, sino un número. Si quiere triunfar en la prensa debe aprender a recopilar los datos con rigor. ¿No le parece? Pablo Blanco miró de reojo al teniente, que esbozaba una de esas conocidas sonrisillas que aparecían en su rostro cuando pasaba un caso a un estamento superior. -Ciertamente, hay que reconocer que tiene razón. -Bueno, pues visto lo visto, lo mejor es alejarse rápidamente hacia “el Penalty”, creo que nos esperan allí. Pensando en el despliegue del equipo de investigación en el interior del túnel, y pasando entre los restos de la fragorosa batalla (cencerros, cascos de policía, estiércol humeante…) se alejaron un tanto presurosos hacia Torrelaguna. Keystone Beach. Nassau. En las siguientes horas –continúo relatando el Taker-, el nuevo mando táctico estuvo muy ocupado explosionando los envases de comida rápida y analizando minuciosamente las estancias del centro, lo cual aprovechamos para poner tierra por medio. La salida del túnel subterráneo estaba junto a una gran explotación agrícola, así que no nos resultó difícil poner en marcha un tractor y dirigirnos campo a través hasta el Molar. Allí cogimos un taxi para ir a Madrid, donde alquilamos un coche y nos dirigimos a Vigo, en cuyo puerto alquilamos una embarcación con piloto; el barco nos condujo hasta Nassau, después de una apacible travesía. Al parecer no era la primera vez que hacía ese tipo de viaje. Como los controles de la Unión Europea son básicamente para entrar, y no para salir, no tuvimos ningún problema en marcharnos de España. Únicamente se nos acercó un agente de la policía de aduanas, nos pidió el permiso del barco y nos preguntó a dónde nos dirigíamos. Le dijimos simplemente: -A América. A lo que él respondió, con curiosidad. -¿Pero a América misma, o a algún pueblo? Creo que al ver nuestra mirada se quedó un poco aturdido y se alejó sin decir nada… Taker se dio cuenta de que Jonathan Rodríguez y el Conejo llevaban un buen rato dormidos, a juzgar por sus armoniosos ronquidos. Felipe guardaba silencio y mantenía esa postura en la que a aquellos que no le conocían bien les resultaba difícil discernir si estaba vivo o muerto. -Felipe. ¿Qué hacemos? Yo creo que el periodista no ha oído ni la mitad de la historia. ¿Empezamos otra vez? -¡Oh no! Por favor, me estabas recordando una película de Fernando Esteso. Déjales dormir, fíjate en el pobre Conejo. Vamos al hotel a comernos unos calamares. -¡Hecho! Taker y Felipe se alejaron lentamente y tambaleándose un poco, cogidos del brazo, mientras Jonathan Rodríguez y el Conejo dormitaban a la sombra de las palmeras, con el intenso océano al fondo y los guacamayos revoloteando sobre los vasos vacíos de cerveza. ¿Tendrán nuevas aventuras nuestros amigos? ¿Algo que merezca la pena ser relatado? Alguno podría pensar que gracias a la fortuna adquirida iniciarían una vida estable. Algunas aficiones de lujo los primeros años, viajes a exóticos rincones del mundo, breves matrimonios con mujeres más jóvenes, fiestas benéficas con donativos desgravables… Y más adelante, según pasase el tiempo, gimnasia de mantenimiento, dietas bajas en calorías, cursos de manualidades y otras formas de degradación publicitadas como envejecimiento activo o hábitos de vida saludable. Si es así, poco tendríamos que contar, pero algo hace pensar que su evolución será muy diferente y que se sentirán atraídos por los peligros y los dulces momentos que trae consigo el apasionante mundo exterior, porque, al fin y al cabo, su carácter y su vida, como el Halcón Maltés, están hechos del material con el que se fabrican los sueños. Todo tiene un buen final, y si algo termina mal es porque el verdadero final aún no ha llegado. Rudyard Kipling