Subido por Alvaro Conta

PÉREZ-REVERTE, A. El Húsar

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DOMINICAL
Impreso por Luism. Esteban Martin. Prohibida su reproducción.
DOMINGO, 4 DE DICIEMBRE DE 2016 LA OPINIÓN
Thomas Mann tardó 12
años en escribir «La montaña mágica». El dato no es
menor, pues el escritor nacido en Lübeck la empezó
en 1912, antes del comienzo de la Primera Guerra
Mundial, y la acabó en 1924, en plena República de
Weimar y con el Imperio Austrohúngaro ya convertido en un recuerdo. El mundo cambió para siempre mientras Mann redactaba los capítulos de la
que sería su novela más importante y conocida y
esa transformación —traumática para los centroeuropeos de la época— influyó de manera indiscutible en el proyecto literario.
Lo que en un principio iba a ser una novela corta se terminó convirtiendo en un libro de alrededor
de 1.000 páginas y ese proceso de ampliación de la
novela le permitió a Thomas Mann abordar los
principales temas de la época, describir la época
desaparecida y anticipar los conflictos que la pérdida de ese tiempo albergaba en su interior. En toda
la narración subyace, como un latido premonitorio,
el despertar de las pasiones nacionales e irracionales en detrimento de un orden presuntamente ilustrado y cosmopolita, encarnado en la Europa del siglo XIX y simbolizado en el sanatorio de Davos (Suiza).
«La montaña mágica» es probablemente, junto
con «En busca del tiempo perdido» de Marcel
Proust y «El hombre sin atributos», de Robert Mu-
sil, uno de los últimos intentos de escritura de «novela total», escritura-río que aspira a describir el
mundo de manera exhaustiva: desde el contexto
político y social hasta los temas filosóficos e intelectuales del momento, pasando por los rasgos psicológicos de los personajes.
Ese afán por llevar la narrativa al límite de sus
posibilidades coincide con el ocaso de un orden
occidental que había confiado en la razón y en la
ciencia; es el mundo del siglo XIX en el que germinó la industria y, sobre ella, los grandes proyectos
imperiales con anhelos de universalidad: en el
que se desarrolla la República de Francia, el Imperio Británico o el Austrohúngaro. Todo ese mundo, que llevaba en su seno un cúmulo letal de silenciosas contradicciones, estallaría en el primer
cuarto del siglo XX, marcado por la guerra y las revoluciones.
Ese intento por capturar el conflicto central de
su época lleva a Thomas Mann a crear una serie
de personajes irrepetibles, empezando por el
protagonista, Hans Castorp, a quien podríamos
definir como un joven e infatigable buscador de
la verdad vital; los antagonistas Naphta y Settembrini, el primero, un jesuita de pensamiento
escolástico que defiende los valores religiosos y
los modelos políticos del Antiguo Régimen, y el
segundo, italiano, militante de la democracia y de
los principios de la Ilustración liberal, sobre los
que se impulsó la reunificación italiana contra
Austria. No podía faltar un personaje femenino,
Claudia, una princesa rusa que encarna el erotismo imposible, la sensualidad amputada por la
enfermedad.
En definitiva los temas como la política, el sufrimiento, la historia, el tiempo, el amor o la fatalidad,
atraviesan toda la estancia de Hans Castorp en el
sanatorio de Davos y configuran este inmenso caleidoscopio literario, imprescindible en todas las bibliotecas.
(*) Doctor en Periodismo y director de
Comunicación de Eurostar Mediagroup
Ahora que está reciente
la publicación de la última
novela de este autor, Falcó,
me ha parecido oportuno
traer a los lectores la recomendación de la lectura de
«El húsar», una novela que
✒ Luis M.
dentro de la extensa proEsteban
ducción de Arturo PérezMartín (*)
Reverte ha pasado, injustamente en mi opinión, un tanto de puntillas y sin la
consideración que merece, quizá por su ambientación y por la manera de hacerla, lo que ha impedido que se valore en su justa medida su contenido y
la forma de desarrollarlo.
Ambientada en la Andalucía invadida por Napoleón, la novela recoge la experiencia del subteniente Glüntz, recién salido de la academia militar, en los
preparativos y durante la batalla contra los españoles en un enfrentamiento que, como el mismo autor
indica, nunca tuvo lugar. Y son quizás las «inexactitudes en la historia» las que han jugado en contra de
esta novela, acostumbrados como estaban ya los
lectores al detallismo en la documentación histórica del que hace gala este autor desde «El maestro de
esgrima» y que ha mantenido hasta su última novela. No hubo ninguna batalla en Andalucía en 1808
con las características de la novelada declara PérezReverte y, sin embargo, bien podría haberla habido,
porque en «El húsar» la descripción de los preparativos, de la batalla y del final de la misma tienen una
perfecta verosimilitud, tanto en la ambientación
como en los diálogos, que es lo que da la esencia al
género.
«El húsar» no es una novela histórica ni lo pretende; es mucho más. A través de los recuerdos, las
emociones, los sueños y los temores del joven subteniente de húsares Frederic Glüntz asistimos a todo un alegato contra la guerra, esta de la Independencia y cualquier otra anterior o posterior, porque
en la guerra no hay honor ni gloria, no valen las estrategias aprendidas en las academias militares,
porque solo hay odio, «que es el que empuja a los
hombres a hacer barbaridades».
A medida que avanzamos en la lectura asistimos
a la progresiva descomposición de los sueños heroicos del protagonista ante la cruda realidad: campe-
sinos y guerrilleros destripan a las tropas napoleónicas y las cuelgan de los olivos sin seguir ninguna táctica aprendida en la academia militar, solo la defensa de la tierra y, sobre todo, el odio al invasor, pese a
que este pueda representar el progreso. Esto es lo
que el protagonista va interiorizando en los prolegómenos de entrar en batalla por primera vez y lo que
sentirá en sus propias carnes cuando su regimiento
sea quien tenga que dar un paso al frente en primera línea de fuego. El mundo de gloria prometido se
desvanece entre charcos de sangre, barro y miembros mutilados y la vida se concentra en breves destellos que, envueltos en el olor ocre a pólvora, conducen a la más absoluta indiferencia.
«Matar a distancia no es muy honorable, querido.
Una pistola no es más que el símbolo de una civilización decadente», dice Michel de Bourmont a su
compañero Glüntz, una idea que ya había aparecido en «El maestro de esgrima» y que, probablemente, resuma la esencia de esta novela, donde la guerra,
siempre terrible, es especialmente denostada por la
crueldad que genera la anonimia del enemigo, la indefinición del mismo, convertido en una lejana silueta que se abate tras un disparo. No hay honor posible así, solo odio como respuesta y con él la barbarie.
En definitiva, estamos ante una novela para disfrutar más allá de la historia que relata y detenernos
en cada una de las reflexiones que aparecen entrelíneas y que nos conducen a la reflexión sobre la propia esencia del ser humano.
(*) Doctor en Filología Hispánica. Profesor
empieza en el siglo XV y termina oficialmente en la segunda mitad del XIX, aunque en algunos casos dura más: por ejemplo, hasta
1936 en Nigeria. ¿Se dan cuenta? El año del
inicio de nuestra Guerra Civil. Los abuelos de
algunos nigerianos actuales fueron sometidos con cadenas.
«El comercio de esclavos —escribe Kapuscinski— también ha tenido consecuencias desastrosas en el terreno psicológico. Envenenó
las relaciones personales entre los habitantes
de África, les inyectó odio y multiplicó las guerras».
De ahí viene la África actual. Dicen que, pese a todo, es imposible borrarle la sonrisa a este continente donde todo, incluido el clima,
nos es ajeno a la gente del norte.
Desde nuestra concepción del tiempo. «Los
europeos —nos dicta de nuevo el Maestro—
están convencidos de que el tiempo funciona
independientemente del hombre, de que su
existencia es objetiva, en cierto modo exterior,
que se halla fuera de nosotros y que sus pará-
metros son medibles y lineales». Porque en
África el tiempo no tiene medida alguna y, si te
crispas, caerás por K.O. «Vosotros tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo», me dijo un congoleño cuando viajé a Kinshasa.
También el esfuerzo continuo que supone la
vida en algunos zonas especialmente degradadas del continente negro. «El africano es un
hombre —leemos en “Ébano”— que desde que
nace hasta que muere permanece en el frente,
luchando contra la excepcionalmente malévola naturaleza de su continente, y ya el mero
hecho de que esté con vida y sepa conservarla
constituye su mayor victoria». Y de nuevo Kapuscinski acierta. En muchos países de África
la mitad de la población aún no ha cumplido
los quince años. Yo en el Congo vi más tiendas
de coronas funerarias que panaderías.
Un continente donde una de cada dos personas en las ciudades no tienen una ocupación
fija ni definida. Donde el sol sigue marcando
en las zonas rurales el reloj de la gente, que se
trasladan en función de la sombra. Donde las
distancias se miden por el número de horas y
días necesarios para recorrerlas porque los kilómetros no tienen sentido. Pero también un
continente donde aún es posible contemplar
esa naturaleza propia de un mundo recién nacido, un mundo sin el hombre, y, por lo tanto,
sin el pecado.
«Aquí, la frontera de la memoria también lo
es de la Historia. Antes no había nada. El antes
no existe. La Historia no llega más allá de lo que
se recuerda». Todo esto enseña «Ébano». Todo
esto y mucho más escribe Kapuscinski en su
extenso recorrido por ÁFrica, que es también la
historia de múltiples promesas no cumplidas,
de numerosas decepciones.
«La Historia —concluye el periodista polaco
galardonado con el Príncipe de Asturias cuatro
años antes de su muerte— a menudo es producto de la irreflexión. Es una hija bastarda de
la estupidez humana, es fruto de unas mentes
obnubiladas, de la idiotez y de la locura». Gracias por tanto, Maestro.
twitter @jmoreta23
✒ Antonio
Asensio
Guillén (*)
El húsar
Arturo PérezReverte
Ediciones Akal
Madrid, 1986
172 páginas
La montaña
mágica
Tomas Mann
|VII|
- EL CORREO DE ZAMORA
Pantallazos
Trump
presidente
¿Cómo afectará al sector
tecnológico?
Continuo enfrentamiento
con el presidente de
Estados Unidos
✒ David Arráez
La relación entre Donald Trump y Silicon Valley, epicentro mundial de la tecnología y el emprendimiento, ha sido tormentosa desde siempre. Los continuos ataques del presidente electo
norteamericano a algunas de las más importantes empresas tecnológicas del planeta han sido
tan directos como contundentes. Apple, Facebook o Amazon han sido algunas de las compañías objeto de las críticas de Trump, quien incluso ha llegado a pedir incomprensiblemente a Microsoft que cierre partes de Internet, algo que evidentemente no puede hacer la compañía de Redmond.
Silicon Valley por su parte ha dado la espalda
de forma clara y directa a Trump, y ahora que es
presidente, cabría preguntarse si habrá represalias contra el sector.
TRUMP CONTRA INTERNET
Posiblemente una de las más polémicas —y surrealistas— propuestas de Trump tiene que ver con
Internet y la libertad de la red. Con el terrorismo del
EI como motivo principal Trump aseguró que no
tendría ningún problema en «cerrar partes de Internet» para evitar que los terroristas lo usaran para comunicarse, llegando incluso a afirmar que
«estamos perdiendo mucho por culpa de Internet
y tenemos que hacer algo» insinuando que iría a
ver «a Bill Gates y a mucha otra gente» para «en
ciertos lugares, cerrar Internet de alguna forma».
TRUMP CONTRA AMAZON
Jeff Bezos, el fundador del gigante del comercio electrónico y propietario de The Washington
Post es otro de los objetivos del presidente electo
de EEUU y el que más directamente ha sufrido los
desaires de Trump. «Quiere influencia política para que Amazon se beneficie de ello. Eso no está
bien. Y creedme, si llego a presidente van a tener
problemas», afirmó en un mitin en Texas.
TRUMP CONTRA FACEBOOK
El famoso muro entre EE UU y México provocó que hasta el comedido y siempre sereno Mark
Zuckerberg afirmara que oía «voces que infunden
miedo y piden construir muros» añadiendo que
«requiere valor el elegir la esperanza en lugar del
miedo».
Elon Musk, fundador de Tesla; Tim Cook, consejero delegado de Apple; Larry Page, creador de
Google; Sean Parker, fundador de Napster o Steve Wozniak, cofundador de Apple, han sido algunos de los muchos representantes del sector tecnológico que se han manifestado claramente en
contra de Trump durante la campaña.
Por otro lado, muy pocos empresarios de Silicon Valley han apoyado abiertamente a Trump. El
más destacado es posiblemente Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores de Facebook, quien no solo apoyó abiertamente a Trump en algún que otro mitin, sino que
donó 1,25 millones de dólares a su campaña. Curiosamente Thiel se ha declarado abiertamente
homosexual, uno de los colectivos que con más
dureza ha sufrido las críticas de Donald Trump.
¿Y qué pasa con los usuarios? Teniendo en
cuenta que gran parte de la tecnología que usamos proviene de EE UU, esperemos que la sangre
no llegue a la tecnología.
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